All Rhodes Lead Here by Mariana Zapata
March 13, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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La presente traducción ha sido llevada a cabo sin ánimos de lucro, con el único fin de propiciar la lectura de aquellas obras cuya lengua madre es el inglés, y no son traducidos de manera oficial al español. El staff de LG apoya a los escritores en su trabajo, incentivando la compra de libros originales si estos llegan a tu país. Todos los personajes y situaciones recreados pertenecen al autor. Queda totalmente prohibida la comercialización del presente documento.
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CONTENIDO
DEDICATORIA SINOPSIS CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 Capítulo 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13 CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 15 CAPÍTULO 16 CAPÍTULO 17 CAPÍTULO 18 CAPÍTULO 19 CAPÍTULO 20 CAPÍTULO 21 CAPÍTULO 22 CAPÍTULO 23 CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25 CAPÍTULO 26 CAPÍTULO 27 CAPÍTULO 28 CAPÍTULO 29 CAPÍTULO 30 CAPÍTULO 31 CAPÍTULO 32 EPÍLOGO AGRADECIMIENTOS SOBRE LA AUTORA
DEDICATORIA No sé cómo podría haber superado este último año sin ti. Eva, gracias por todo. Especialmente tu amistad..
SINOPSIS Perder personas que amas es difícil. Aurora De La Torre sabe que regresar al lugar que una vez fue su hogar no va a ser fácil. Empezar toda su vida de nuevo probablemente no debería serlo. Pero un pequeño pueblo en las montañas podría ser el remedio perfecto para un corazón roto. Echarle un vistazo a su casero al otro lado del camino de entrada podría curarlo también.
CAPÍTULO 1 Mis ojos ardían. Por otra parte, no habían dejado de escocer desde que oscureció hace un par de horas, pero entrecerré los ojos de todos modos. Más adelante, en el borde mismo de los faros de mi auto, había una señal. Tomé una profunda, profunda respiración y solté el aire.
BIENVENIDO A PAGOSA SPRINGS Las aguas termales más profundas del mundo.
Luego lo volví a leer para asegurarme de no haberlo imaginado. Estaba aquí. Finalmente. Solo había tardado una eternidad. De acuerdo, una eternidad que cabía en un periodo de dos meses. Durante unas ocho semanas conduje despacio, deteniéndome en casi todas las atracciones turísticas y hoteles de dos estrellas o alquileres de vacaciones en el camino, desde Florida hasta Alabama, Mississippi y Luisiana. Pasé un tiempo en Texas y luego salté a Arizona, explorando pueblos y ciudades que no había tenido tiempo de visitar en el pasado cuando había pasado por allí. Incluso visité a un viejo amigo y a su familia. De paso, fui a Las Vegas porque era otro lugar en el que había estado al menos diez veces pero que nunca había llegado a conocer de verdad. Pasé casi tres semanas en Utah. Por último, pero no menos importante, me tomé una semana para conocer Nuevo México antes de volver a las montañas. A Colorado. Mi destino final, eso espero. Y ahora lo he logrado.
O simplemente casi lo he logrado. Dejé que mis hombros se hundieran, los empujé contra el asiento y me relajé un poco. Según la aplicación de navegación, aún me quedaban otros treinta minutos para llegar al lugar que alquilaba al otro lado de la ciudad, en la parte suroeste del estado del que la mayoría de la gente nunca había oído hablar. Mi hogar durante el próximo mes, o tal vez más si todo salía como yo quería. Al fin y al cabo, tenía que instalarme en algún sitio. Las fotos en línea del alquiler que había reservado eran justo lo que buscaba. Nada grande. No en la ciudad. Pero, sobre todo, me había gustado porque el alquiler me recordaba a la última casa en la que habíamos vivido mamá y yo. Y teniendo en cuenta que lo había reservado a último momento, justo al comienzo del verano y de la temporada turística, no había mucho para elegir, es decir, no había casi nada. Se me ocurrió la idea de volver a Pagosa Springs hace dos semanas, en mitad de la noche, mientras el peso de todas las decisiones que había tomado en los últimos catorce años descansaba en mi alma, tampoco es la primera vez, sino más bien la milésima y luché por no llorar. Las lágrimas no se debían a que hubiera estado en una habitación en Moab, sola, sin ninguna persona a la que le importara una mierda en miles de kilómetros a la redonda. Habían brotado porque había pensado en mi madre y en que la última vez que había estado en la zona había sido con ella. Y tal vez solo un poco porque ya no tenía ni idea de qué demonios hacer con mi vida y eso me daba mucho miedo. Sin embargo, fue entonces cuando se me ocurrió la idea. Volver a Pagosa. Porque, ¿por qué no? Había estado pensando mucho en lo que quería, en lo que necesitaba. No es que tuviera otra cosa que hacer estando sola casi sin parar durante dos meses. Había pensado en hacer una lista, pero estaba harta de las listas y los horarios; me había pasado la última década escuchando a otras
personas decirme lo que podía y no podía hacer. Estaba harta de los planes. Estaba harta de un montón de cosas y personas, sinceramente. Y tan pronto como pensé en el lugar que había sido mi hogar una vez, supe que eso era lo que quería hacer. La idea me parecía correcta. Me había cansado de ir de un lado a otro, buscando algo que devolviera a mi vida una apariencia de orden. Lo resolvería, había decidido. Año nuevo, Aurora nueva. ¿Y qué si era junio? ¿Quién dijo que el año nuevo tenía que empezar el 1 de enero? El mío había comenzado oficialmente con un montón de lágrimas un miércoles por la tarde hace un año. Y era el momento de una nueva versión de la persona que había sido entonces. Por eso estaba aquí. De vuelta en la ciudad en la que había crecido, veinte años después. A miles de kilómetros de Cape Coral y de todos y todo en Nashville. Libre para hacer lo que quisiera por primera vez en mucho, mucho tiempo. Podía ser quien quisiera ser. Más vale tarde que nunca, ¿verdad? Exhalé un suspiro y sacudí los hombros para despertarme un poco más, haciendo una mueca por el dolor que se había apoderado de ellos, cuando habían arrancado la alfombra de debajo de mí, y nunca se había ido. Tal vez no tenía una idea real de lo que iba a hacer a largo plazo, pero iba a averiguarlo. No podía arrepentirme de mi decisión de conducir hasta aquí. Había muchas cosas en mi vida de las que me arrepentía, pero no dejaría que esta elección fuera una de ellas. Aunque no acabara quedándome en la zona a largo plazo, el mes que había reservado en Pagosa Springs no iba a ser nada en el gran esquema de la vida. Iba a ser un escalón para el futuro. Tal vez una tirita para el pasado. Un impulso para el presente.
Nunca es demasiado tarde para encontrar un nuevo camino, como cantaba mi amiga Yuki. Había conducido hasta Colorado por una razón, y nada iba a ser en vano, ni el dolor en mis nalgas, en mis hombros y en el nervio ciático, o incluso lo mucho que mis ojos necesitaban una bombilla y una siesta. Y si podía sentir el comienzo de un dolor de cabeza justo encima de mis cejas, entonces eso era sólo parte del viaje, un bloque de construcción para el maldito futuro. Sin dolor, no hay ganancia. Y si no volvía a subirme a mi auto hasta dentro de un mes, también sería estupendo. La idea de estar al volante un minuto más me daba ganas de vomitar. Tal vez, ahora que lo pensaba, me compraría otro auto. Tenía el dinero de la indemnización para eso. También podría usarlo para algo que realmente necesitara y usara, ya que el mío actual no tenía tracción en las cuatro ruedas. Ahora. Nuevo. Presente. El pasado se quedaba dónde estaba, porque por mucho que me hubiera gustado prenderle fuego y verlo arder, eso no podía suceder. Sobre todo, porque iría a la cárcel por doble homicidio, y ese tipo de cosas estaban mal vistas. En lugar de eso, estaba avanzando sin antecedentes penales, y este era el siguiente paso. Adiós, Nashville y todo lo de allí. Hasta luego, Florida, también. Hola, Colorado, las montañas y un futuro pacífico y esperanzadoramente feliz. Iba a hacer que esa mierda existiera. Como Yuki también cantaría, si pones las cosas en el universo, con suerte alguien te escuchará. La parte difícil había terminado. Este era mi futuro. Otro paso en los próximos treinta y tres años de mi vida. Debería dar las gracias a los Jones por ello, en realidad. Tal vez no por haberse aprovechado de mí, pero al menos ahora sabía en qué había estado metida y de quién me había rodeado. Al menos había salido. Era libre.
Libre para volver al lugar donde había pasado la primera parte de mi vida, para ver el lugar donde había visto a mi madre por última vez. El mismo lugar que ella había amado tanto y que guardaba tantos buenos recuerdos, así como los peores. Iba a hacer lo que tenía que hacer para seguir adelante con mi vida. Y el primer paso era girar a la izquierda por un camino de tierra que técnicamente se llamaba carretera del condado. Agarré el volante con todas mis fuerzas mientras mis neumáticos pasaban por un bache tras otro, imaginé el último recuerdo borroso que tenía de mi madre, la imagen de sus ojos marrones verdosos, los mismos que veía en el espejo. Su cabello castaño medio, no era oscuro, pero tampoco claro, era otra cosa que compartíamos, al menos hasta que comencé a teñir mi cabello, pero lo dejé. Sólo había empezado a teñírmelo por la señora Jones. Pero, sobre todo, recordaba lo fuerte que me había abrazado mi madre antes de darme permiso para ir a casa de mi amiga al día siguiente en lugar de ir con ella a la excursión que había planeado para las dos. Cómo me había besado cuando me había dejado en casa y me había dicho: ¡Hasta mañana, Aurora-baby! La culpa, amarga y aguda, tan fina y mortal como una daga hecha de un carámbano, se clavó en mi estómago por millonésima vez. Y me pregunté, como siempre que me invadía esa sensación tan familiar, ¿Y sí? ¿Y si me hubiera ido con ella? Como cada vez que me lo preguntaba, me decía que no importaba porque nunca lo sabría. Luego volví a entrecerrar los ojos mientras pasaba por un bache más grande, maldiciendo el hecho de que ninguna de estas carreteras tuviera alumbrado público. En retrospectiva, debería haber alargado esta última parte del viaje durante otro día para no terminar vagando por las montañas en la oscuridad. Porque no sólo se trataba de las subidas y bajadas de altura. Había ciervos, ardillitas listadas, conejos y ardillas. Había visto un armadillo y un zorrillo. Todos ellos decidieron en el último momento cruzar la carretera y darme un susto de muerte que me hizo frenar de golpe y dar gracias a Dios
de que no fuera invierno y de que no hubiera muchos autos en la carretera. Lo único que quería era llegar a mi hogar temporal. Encontrar a una persona llamada Tobias Rhodes que alquilaba su apartamento en el garaje a un precio muy razonable. Yo sería el primer huésped. El apartamento no tenía ninguna reseña, pero se ajustaba a todas las demás cosas que quería de un alquiler, así que estaba dispuesta a ir por él. Además, no era como si hubiera habido otra cosa para elegir que no fuera alquilar una habitación en la casa de alguien o hospedarse en un hotel. Su destino se aproxima por la izquierda, dijo la aplicación de navegación. Apreté el volante y entrecerré los ojos un poco más, apenas divisando el comienzo de un camino de entrada. Si había más casas en los alrededores, no podía saberlo en la oscuridad. Realmente estaba en medio de la nada. Que era justo lo que quería: paz y privacidad. Al girar por el supuesto camino de entrada que solo estaba marcado por una estaca reflectante, me dije que todo iba a salir bien. Encontraría un trabajo... haciendo algo... y revisaría el diario de mi madre e intentaría hacer algunas de las excursiones sobre las que había escrito. Al menos sus favoritas. Era una de las mayores razones por las que venir aquí había parecido una buena idea. La gente lloraba por los finales, pero a veces había que llorar por los nuevos comienzos. No iba a olvidar lo que había dejado. Pero iba a estar emocionada, al menos todo lo que podía estar, por este comienzo y por cómo iba a terminar. Un día a la vez, ¿no? Una casa se asomaba por delante. Por el número de ventanas y las luces encendidas, parecía pequeña, pero no era así. A un lado, a unos seis o
siete metros (esto de conducir de noche era una mierda para mi astigmatismo) había otra estructura que se parecía mucho a un garaje independiente. Había un solo auto aparcado delante de la casa principal, un viejo Bronco que reconocí porque mi primo había pasado años reconstruyendo uno igual. Giré el auto hacia la construcción más pequeña y menos iluminada, divisando la gran puerta del garaje. La grava crujió bajo mis neumáticos, las piedras golpearon el chasis, y me recordé de nuevo por qué estaba aquí y que todo estaría bien. Entonces aparqué en el lateral. Parpadeé, froté mis ojos y finalmente saqué mi teléfono para releer las instrucciones de registro de las que había hecho una captura de pantalla. Quizás mañana iría a presentarme al dueño de la casa. O tal vez los dejaría en paz si ellos me dejaban en paz. Entonces salí. Este era el resto de mi vida. E iba a esforzarme al máximo, como mi madre me había educado, como ella habría esperado de mí. Sólo tardé un minuto con la linterna de mi cámara en encontrar la puerta y la caja de seguridad que colgaba del pomo, había aparcado justo al lado. El código que me envió el propietario funcionó a la primera, y en la pequeña caja había una sola llave. Encajó y la puerta se abrió con un chirrido y dio paso a una escalera a la izquierda con otra puerta perpendicular a ella. Accioné un interruptor de luz y abrí la puerta que estaba justo enfrente de la que acababa de atravesar, esperando que fuera la entrada al garaje y no me decepcionó. Pero lo que sí me sorprendió fue que no hubiera ningún auto dentro. Había variedad de paneles acolchados a lo largo de las paredes, algunas del tipo de espuma que había visto en todos los estudios de grabación en los que había estado, y en otras partes, tapetes azules que habían sido clavados. Incluso había un par de colchones viejos apretados contra las paredes. En el centro, había un gran altavoz negro de cuatro por
cuatro con un viejo amplificador estropeado, dos taburetes y un soporte con tres guitarras. También había un teclado y una batería básica para empezar. Tragué saliva. Entonces me fijé en dos carteles pegados en los tapetes y solté el aire lentamente. Uno era el de una joven cantante de folk y el otro para una gran gira de dos bandas de rock. No era country. Ni pop. Y lo más importante, no había necesidad de pensar demasiado. Salí por donde había entrado y me encogí de hombros fuera del espacio de prácticas, cerrando la puerta detrás de mí. Las escaleras giraron una vez y subí, encendiendo más luces y suspirando de alivio. Era tal y como se anunciaba en las fotos: un estudio. Había una cama de tamaño normal arrimada a la pared de la derecha, un calefactor que parecía una estufa de leña en la esquina, una pequeña mesa con dos sillas, una nevera que parecía de los años 90, pero a quién le importaba, una estufa que también tenía que ser de la misma década, un fregadero, un conjunto de puertas que parecían ser un armario, y una puerta cerrada que esperaba que fuera el baño que había salido en el anuncio. No había lavadora ni secadora, y no me había molestado en preguntar. Había una lavandería en la ciudad; la había buscado. Lo haría funcionar. Los suelos de madera escarpada cubrían la estructura, y sonreí al ver el pequeño tarro de albañil que había sobre la mesa con flores silvestres dentro. Los Jones habrían llorado porque esto no era el Ritz, pero era perfecto. Tenía todo lo que necesitaba y me recordaba a la casa en la que había vivido con mamá, con paredes de paneles de madera y simplemente la... calidez de la misma. Realmente era perfecta. Por primera vez, me permití sentir verdadera emoción por mi decisión. Y ahora que lo hice, me sentía bien. La esperanza surgió dentro de mí como una vela romana. Sólo necesité tres viajes para subir mis maletas, la caja y un enfriador.
Uno se imaginaría que empacar tu vida te llevaría días, incluso semanas. Si tienes muchas pertenencias, puede que incluso te lleve meses. Pero no tenía muchas cosas. Le había dejado a Kaden casi todo cuando su abogado, un hombre al que le había enviado tarjetas de Navidad durante una década, me envió un aviso de treinta días para que me mudara de la casa que compartíamos, el día después de que él terminara las cosas. En lugar de eso, me fui horas más tarde. Lo único que me había llevado eran dos maletas y cuatro cajas de pertenencias. Bien. Era bueno que hubiera pasado, y lo sabía. Me había dolido entonces, me había dolido mucho, y después. Pero ya no. Pero... todavía a veces deseaba haberles enviado a esos traidores un pastel hecho de mierda justo como en The Help. No era tan buena persona. Acababa de abrir la nevera para poder meter el sándwich de carne, el queso, la mayonesa, tres latas de refresco de fresa y una sola cerveza cuando escuché un crujido en el piso de abajo. La puerta. Era la puerta. Me quedé inmóvil. Entonces tomé mi spray de pimienta del bolso y dudé, porque el propietario no entraría, así como así, ¿verdad? Es decir, era su propiedad, pero se la estaba alquilando. Había firmado un contrato y enviado una copia de mi licencia, esperando que no hicieran una búsqueda de mi nombre, pero estaba bien si lo hacían. En algunos de los alquileres en los que me había alojado, los propietarios se habían acercado para ver si necesitaba algo, pero no habían entrado sin más. Sólo uno de ellos había hecho una búsqueda y había hecho muchas preguntas incómodas. —¿Hola? —grité, con el dedo en el gatillo del spray de pimienta. La única respuesta que obtuve fue el sonido de pasos en las escaleras, unos fuertes golpes que sonaban pesados. —¿Hola?
Esta vez grité un poco más fuerte, esforzándome por oír los pasos que seguían subiendo las escaleras y haciéndome apretar un poco más el spray de pimienta en la mano. En el tiempo que tardé en contener la respiración, porque eso iba a ayudarme a escuchar mejor, divisé el cabello y luego un rostro una fracción de segundo antes de que la persona hubiera dado los dos o tres últimos pasos de un salto, porque estaba allí. No era un ellos. Era él. Un hombre. ¿El propietario? Dios, eso esperaba. Llevaba una camisa abotonada de color caqui metida dentro de unos pantalones oscuros que podían ser azules, negros o de otro color, pero no podía distinguirlos debido a la iluminación. Entrecerré los ojos y coloqué las manos en mi espalda para ocultar el spray de pimienta por si acaso. Tenía una pistola en la cadera. Levanté las manos y grité: —¡Mierda, toma lo que quieras, pero no me hagas daño! La cabeza del desconocido se sacudió antes de que una voz ronca y áspera escupiera: —¿Qué? Las levanté aún más, con los hombros alrededor de las orejas, y señalé mi bolso sobre la mesa con la barbilla. —Mi bolso está ahí. Llévatelo. Las llaves están ahí. Tenía un seguro. Tenía copias de mi tarjeta de identificación en mi teléfono, que estaba en mi bolsillo trasero. Podía pedir otra tarjeta de débito, reportar mi tarjeta de crédito como robada. No me importaba el dinero que había ahí. Nada de eso valía mi vida. Nada. De. Eso.
Sin embargo, la cabeza del hombre volvió a sacudirse. —¿De qué demonios estás hablando? No estoy tratando de robarte. ¿Qué estás haciendo en mi casa? El hombre lanzó cada palabra como si fueran misiles. Espera un segundo. Parpadeé y seguí manteniendo las manos donde estaban. ¿Qué estaba pasando? —¿Eres Tobias Rhodes? Sabía a ciencia cierta que ése era el nombre de la persona con la que había hecho la reserva. Había una foto, pero no me había molestado en ampliarla. —¿Por qué? —preguntó el desconocido. —Uh, ¿porque alquilé este apartamento en el garaje? Mi registración era hoy. —¿Registración? —repitió el hombre, en voz baja. Estaba bastante segura de que tenía el ceño fruncido, pero estaba bajo un hueco de luz y las sombras cubrían sus rasgos—. ¿Te parece que esto es un hotel? Ooh, actitud. Justo cuando abrí la boca para decirle que, no, que esto no parecía un hotel, pero que igualmente había hecho una reserva legal y había pagado por adelantado la estancia, un fuerte crujido llegó desde el piso de abajo una fracción de segundo antes de que otra voz, más suave y joven, gritara: —¡Papá, espera! Me centré en el hombre cuando éste desvió su atención hacia las escaleras, y la parte superior de su cuerpo pareció expandirse en un gesto de protección, o tal vez de defensa. Aprovechando su cambio de enfoque, me di cuenta de que era un hombre grande. Alto y ancho. Y tenía parches en la camisa. ¿Parches de las
fuerzas del orden? Mi corazón comenzó a latir con fuerza en mis oídos cuando mi mirada se centró de nuevo en la pistola enfundada en su cadera, y mi voz sonó extrañamente fuerte cuando tartamudeé: —Yo... puedo enseñarte mi confirmación de reserva... ¿Qué estaba pasando? ¿Me habían estafado? Mis palabras hicieron que su atención volviera a dirigirse hacia mí justo en el momento en que apareció otra figura con un salto salvaje hacia el rellano. Este era mucho más bajo y delgado, pero eso era todo lo que podía decir. ¿El hijo del hombre? ¿La hija? El hombre grande ni siquiera miró al recién llegado mientras decía, con la rabia que se desprendía de su pronunciación, de todo su lenguaje corporal en realidad: —El allanamiento de morada es un delito grave. —¿Allanamiento de morada? —bramé, confundida, con mi pobre corazón aún latiendo fuera de control. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué mierda estaba pasando? —Usé la llave con el código que alguien me dio para conseguirla. —¿Cómo él no lo sabía? ¿Quién era? ¿Realmente me habían estafado? Por el rabillo del ojo, porque estaba tan concentrada en el hombre más grande, la figura más pequeña a la que apenas había prestado atención murmuró: —Papá —básicamente siseó de nuevo en voz baja. Y eso hizo que el hombre volviera la cabeza hacia la figura que era su hijo o hija. —Amos —refunfuñó el hombre, lo que sonó mucho como una advertencia. La furia estaba allí, activa y esperando.
Tenía un terrible presentimiento. —Tengo que hablar contigo —dijo la figura casi en un susurro antes de volverse hacia mí. La persona más pequeña se quedó paralizada durante un segundo y luego parpadeó antes de parecer recuperarse y decir con una voz tan baja que tuve que esforzarme para oírla—: Hola, señora De La Torre, umm, siento la confusión. Un segundo, eh, por favor. ¿Quién demonios era ahora? ¿Cómo sabían mi nombre? ¿Y esto era una confusión? Eso era bueno... ¿no? Mi optimismo sólo duró un segundo, porque en las tenues luces del estudio, el hombre comenzó a negar lentamente con la cabeza. Entonces sus palabras hicieron que mi estómago cayera aún más cuando murmuró, sonando mortalmente: —Te juro, Amos, más vale que esto no sea lo que yo creo. Eso no sonaba prometedor. —¿Pusiste el apartamento en alquiler después de que te dijera literalmente que no lo hicieras las cincuenta veces que sacaste el tema? — preguntó el hombre con esa voz locamente tranquila que no había subido en volumen, pero no importaba porque de alguna manera sonaba incluso peor que si hubiera gritado. Hasta yo quise estremecerme y ni siquiera me estaba hablando. ¿Qué demonios acaba de decir? —Papá. La persona más joven se movió bajo el ventilador del techo, la luz lo iluminó, confirmando que era un chico, un adolescente que probablemente tenía entre doce y dieciséis años, basándome en el sonido de su voz. A diferencia del hombre ancho que aparentemente era su padre, su rostro era delgado y anguloso, y sus brazos largos y delgados estaban ocultos en su mayor parte por una camiseta dos tallas más grande.
Tuve un mal presentimiento. El recuerdo de que no había ningún otro lugar donde alojarse en un radio de trescientos kilómetros apareció en mi cerebro. No quería quedarme en un hotel. Ya había superado eso para el resto de mi vida. La idea de alojarme en uno me hacía sentir enferma. Y alquilar una habitación en casa de alguien era un no rotundo después de la última vez. —Ya pagué. El pago se ha efectuado —grité, entrando en pánico de repente. Aquí era donde quería estar. Estaba aquí y cansada de conducir, y de repente las ganas de instalarme en algún sitio llenaron insistentemente cada célula de mi cuerpo. Quería comenzar de nuevo. Quería construir algo nuevo. Y quería hacerlo aquí, en Pagosa. El hombre me miró. Estaba bastante segura de que su cabeza también se echó hacia atrás antes de volver a centrarse en el adolescente, con la mano volando en el aire una vez más. Esta sensación de ira estalló en la habitación como una granada. Al parecer, yo era invisible y mi pago no significaba nada. —¿Es una broma, Am? Te he dicho que no. No una ni dos veces, sino cada vez que sacaste el tema —escupió el hombre, directamente furioso—. No vamos a tener a una extraña viviendo en nuestra casa. ¿Me estás jodiendo, hombre? Seguía hablando con esa voz interior, pero cada palabra parecía un ladrido silencioso, duro y serio. —No es técnicamente la casa —susurró el chico, Amos, antes de mirarme por encima del hombro. Me saludó con la mano, temblando.
A mí. No sabía qué hacer, así que le devolví el saludo. Confundida, muy confundida, y preocupada ahora. Eso no ayudó al hombre enojado. En absoluto. —¡El garaje sigue siendo parte de la casa! No juegues conmigo a los tecnicismos —gruñó, haciendo un gesto despectivo con la mano. Esa mano tenía un gran brazo ahora que la veía. Estaba bastante segura de haber visto algunas venas que sobresalían a lo largo de su antebrazo. Pero ¿qué decían esos parches? Intenté entrecerrar los ojos. —No significa no —continuó el desconocido cuando el chico abrió la boca para discutir con él—. No puedo creer que hayas hecho esto. ¿Cómo has podido hacerlo a mis espaldas? ¿Lo has publicado en Internet? — Sacudía la cabeza como si realmente estuviera aturdido—. ¿Planeabas dejar que algunos raros se quedaran aquí mientras yo no estaba? ¿Raros? ¿Yo? Siendo realista, sabía que esto no era asunto mío. Pero... Aún así, no pude mantener la boca cerrada y solté: —Umm, para que conste, no soy rara. Y puedo mostrarte mi reserva. He pagado todo el mes por adelantado. Maldición. El chico hizo una mueca de dolor, y eso hizo que el hombre diera un paso adelante bajo una mejor iluminación, brindándome mi primera buena mirada a su rostro. A todo él. Y qué rostro tenía.
Incluso cuando había estado con Kaden, habría hecho una doble toma al hombre debajo de las luces. ¿Qué? No estaba muerta. Y él tenía ese tipo de rostro. Había visto muchos de ellos, lo sabría. No podría pensar en un solo maquillador que no calificara sus rasgos como cincelados, no bonitos en absoluto, sino masculinos, pronunciados, resaltados por su boca fruncida y sus gruesas cejas planas sobre sus notables y pesados huesos de las cejas. Y esa impresionante y fuerte mandíbula. Estaba bastante segura de que también tenía una pequeña hendidura en la barbilla. Debía de tener unos cuarenta años. “Rudo guapo” sería la mejor manera de describirlo. Tal vez incluso “ridículamente guapo” si no pareciera estar a punto de matar a alguien como lo hacía en ese momento. Nada en absoluto como la apariencia de un millón de dólares de chico de al lado de mi ex, que había hecho que miles de mujeres se desmayaran. Y arruinó nuestra relación. Tal vez enviaría ese pastel de mierda eventualmente. Lo pensaría un poco más. Básicamente, este hombre que discutía con un niño preadolescente o adolescente, con una pistola en el cinturón y vistiendo lo que parecía para mí una especie de uniforme de las fuerzas del orden, era increíblemente guapo. Y… era un zorro plateado, lo confirmé cuando la luz iluminó su cabello a la perfección para mostrar lo que podría haber sido marrón o negro mezclado con el color mucho más claro y llamativo. Y no le importaba una mierda lo que yo decía mientras soltaba palabras con el volumen de voz más llano que jamás había escuchado. Podría haberme impresionado si no estuviera tan preocupada de que arruinaran mis planes. —Papá… —empezó de nuevo el chico.
El chico tenía el cabello oscuro y un rostro suave, casi de bebé, su piel era de un tomo moreno muy claro. Sus extremidades eran largas bajo una camiseta negra de banda mientras se deslizaba entre su padre y yo como un intermediario. —¿Un mes entero? Sí, había escuchado esa parte. El chico ni siquiera se inmutó mientras respondía, en voz muy baja: —No me dejas conseguir un trabajo. ¿Cómo se supone que voy a ganar dinero? La vena en el rostro del hombre volvió a brotar, el color subió a lo largo de sus pómulos y orejas. —Sé para qué quieres el dinero, Am, pero también sabes lo que dije. Tu madre, Billy y yo estamos de acuerdo. No necesitas una guitarra de tres mil dólares cuando la tuya funciona bien. —Sé que funciona bien, pero todavía quiero… —Pero no la necesitas. No va a… —Papá, por favor —suplicó el niño Amos. Luego me señaló con un pulgar por encima del hombro—. Mírala. Ella no es rara. Se llama Aurora. De La Torre. La busqué en Picturegram. Sólo publica fotos de comida y animales. —El adolescente me miró por encima del hombro, parpadeando una vez antes de sacudirse, su expresión se volvió casi frenética, como si él también supiera que esta conversación no iba bien—. Todo el mundo sabe que a los sociópatas no les gustan los animales, dijiste, ¿recuerdas? Y mírala. Su cabeza se inclinó hacia un lado. Me encogí de hombros ante su último comentario y me centré en la parte importante de lo que había mencionado. Alguien había investigado... pero ¿qué más sabía?
Pero él no estaba equivocado. Aparte de eso y de algunas selfis o fotos con amigos y con personas que creía que eran mis amigos, pero no lo eran, en realidad sólo publiqué fotos de comida y de animales que conocí. Esa realidad, y las bolsas y cajas apoyadas en el suelo cerca, eran sólo otro recordatorio de que quería estar aquí, de que tenía cosas que hacer en esta zona. Y que este chico, sabía demasiado o bien se había tragado la fachada que yo había presentado al mundo. Por todas las mentiras, el humo y los espejos que había tenido que emplear para estar cerca de alguien a quien había amado. Un recordatorio de que no había borrado las fotos de mi Picturegram de una vida que solía tener. Había tenido cuidado en mi cuenta de no tomar nunca ninguna foto de aspecto romántico, o de temer la ira de la señora Jones. Tal vez debería hacer mi página privada, ahora que lo pensaba, para que el Anticristo no fisgoneara. Sólo había publicado un puñado de veces en el último año y no había etiquetado ningún lugar en el que hubiera estado. Los viejos hábitos son difíciles de erradicar. Los ojos del hombre me miraron durante un segundo antes de volver a mirar al chico, y dijo: —¿Parece que me importa? Podría ser la Madre Teresa, y aún así no querría a nadie aquí. No es seguro tener a un extraño merodeando por nuestra casa. Técnicamente, no estaría “merodeando”. Me quedaría aquí, en el apartamento del garaje, y no molestaría a nadie. Al ver que mi oportunidad se esfumaba con cada palabra que salía de la boca de aquel hombre, supe que tenía que actuar rápido. Por suerte para mí, me gustaba arreglar cosas y se me daba bien. —Lo juro por mi corazón que no soy una psicópata. Sólo me han puesto una multa en toda mi vida, y fue por ir diez por encima, pero en mi defensa, tenía que orinar de verdad. Puedes llamar a mis tíos si quieres una referencia de carácter, y te dirán que soy una persona bastante buena.
Puedes enviar un mensaje de texto a mis sobrinos si quieres, porque no te contestarán, aunque les hagas estallar el teléfono. El chico volvió a mirar por encima del hombro, con los ojos muy abiertos y todavía frenéticos, pero el hombre... bueno, no estaba sonriendo en absoluto. Lo que hacía era mirarme por encima del hombro de su hijo. De nuevo. De hecho, su expresión se volvió plana, pero antes de que pudiera decir una palabra, el chico saltó sobre mi tren de defensa. Su voz seguía siendo baja pero apasionada. Debía querer de verdad esa guitarra de tres mil dólares. —Sé que lo que hice fue turbio, pero ibas a estar fuera todo un mes, y ella es una chica... —Había asesinas en serie, pero ahora no parecía el momento adecuado para sacar ese tema—. Así que pensé que no tendrías que preocuparte. Compré un sistema de alarma que iba a instalar en las ventanas de todos modos, y nadie iba a atravesar los cerrojos de la puerta. El hombre negó con la cabeza, y estaba bastante segura de que sus ojos estaban más abiertos de lo que normalmente habrían estado. —No, Amos. No. Tu mierda furtiva no me está convenciendo. En todo caso, me hace enojar aún más que me mientas. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Qué le ibas a decir a tu tío Johnny cuando viniera a ver cómo estabas mientras yo no estaba? ¿Eh? No puedo creer que hayas ido a mis espaldas después de haberte dicho que no tantas veces. Estoy tratando de protegerte, hombre. ¿Qué hay de malo en eso? Luego, ese rostro intenso se enfocó hacia abajo mientras negaba, con los hombros tan caídos que me sentí muy molesta por haberlo presenciado, por estar aquí para notar la pura decepción que era tan evidente en cada línea del cuerpo de este padre mientras estaba allí, procesando este acto de traición. Pareció exhalar antes de volver a mirar hacia arriba, centrándose en mí esta vez, y dijo, con brusquedad, y estaba bastante segura de que genuinamente herido por las acciones del adolescente: —Él te conseguirá un reembolso en cuanto volvamos a la casa, pero no te vas a quedar. No deberías haber sido capaz de “hacer una reserva” en primer lugar.
Me ahogué. Al menos por dentro. Porque no. No. Ni siquiera me había dado cuenta cuando bajé las manos de la posición que habían estado, todavía en el aire, pero estaban abajo y mis palmas estaban apoyadas sobre mi estómago, el spray de pimienta en mis dedos y el resto de mi cuerpo consumido por una mezcla de preocupación, pánico y decepción al mismo tiempo. Tenía treinta y tres años y, como un árbol, había perdido todas mis hojas, gran parte de lo que me había hecho ser; pero al igual que un árbol, mis ramas y mis raíces seguían ahí. Y estaba renaciendo con un nuevo conjunto de hojas, brillantes, verdes y llenas de vida. Así que tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo. No había otros alquileres como éste. —Por favor —dije, sin ni siquiera hacer una mueca de dolor por lo mal que sonaba esa única palabra al salir de mi boca. Era ahora o nunca—. Entiendo por qué estás molesto, y tienes todo el derecho a estarlo. No te culpo por querer cuidar de tu hijo y no arriesgar su seguridad, pero… Mi voz se quebró, y lo odié, pero sabía que tenía que seguir adelante porque tenía la sensación de que sólo iba a tener una oportunidad antes de que me echara. —Sólo... por favor. Te prometo que no voy a hacer ningún ruido ni molestar a nadie. Una vez tomé un comestible cuando tenía veinte años y me drogué tanto que tuve un ataque de pánico y casi tuve que llamar a una ambulancia. Una vez tomé Vicodin después de que me sacaran las muelas del juicio y me hizo vomitar, así que no tomé más. El único alcohol que me gusta es el Moscato muy dulce y una cerveza de vez en cuando. Ni siquiera miraré a tu hijo si no quieres, pero por favor, déjame quedarme. Doblaré la tarifa que se fijó en el listado. Se lo enviaré ahora mismo si quiere. —Tomé aire y le puse al hombre lo que esperaba que fuera la expresión más suplicante de la historia—. Por favor. La expresión facial del hombre era dura y se mantenía así, esa mandíbula cuadrada se veía tensa incluso a esta distancia. No tenía un buen presentimiento. No tenía una buena sensación en absoluto.
Sus siguientes palabras hicieron que mi estómago se hundiera. Me miraba fijamente, con esas gruesas cejas planas en su rostro absurdamente apuesto. Tenía la estructura ósea que sólo se podía encontrar en las antiguas estatuas griegas, pensé. Regio y definido, no había nada débil en ninguna de sus facciones. Su boca, sus labios carnosos, el tipo de inspiración por el que las mujeres acudían a costosos médicos para intentar replicar, se convirtieron en una línea plana. —Siento que te hayas hecho ilusiones, pero no va a suceder. —Esos ojos tenaces se movieron hacia el tal vez adolescente mientras gruñía en una voz tan baja que casi no podía oírlo, pero yo tenía grandes oídos y él no lo sabía—: No es por el dinero. El pánico se elevó dentro de mi pecho, de forma constante, y pude ver cómo esta oportunidad desaparecía ante mis ojos. —Por favor —repetí—. Ni siquiera sabrás que estoy aquí. Estaré en silencio. No recibiré visitas. —Titubeé—. Triplicaré la tarifa. El desconocido ni siquiera vaciló. —No. —Papá —interrumpió el niño antes de que el hombre mayor negara con la cabeza. —No tienes nada que decir en esto. No vas a poder opinar sobre nada pronto, ¿está claro? El chico jadeó, y mi corazón comenzó a latir más rápido. —Fuiste a mis espaldas, Amos. Si no hubieran encontrado a otro alcaide a último momento, ¡ahora mismo estaría en Denver sin tener ni maldita idea de que habías hecho esto! —explicó el hombre con esa voz asesina, ni alta ni baja, y sinceramente... no podía culparlo. No tenía hijos, lo había deseado pero Kaden lo había ido posponiendo, pero sólo podía imaginar cómo me sentiría si mi hijo hiciera algo a mis espaldas... aunque entendiera sus razones. Él quería una guitarra
cara, y supuse que era demasiado joven para trabajar o que sus padres no se lo permitirían. El chico hizo un sonido débil y descontento de frustración, y supe que mi tiempo estaba a punto de agotarse. Froté mis dedos porque de repente los sentía húmedos, intenté contener el pánico porque era más poderoso que mis fuerzas. —Siento todo esto. Siento que esto no se haya hecho con tu consentimiento. Si algún extraño se mudara a… bueno, no tengo un apartamento con garaje, pero si lo tuviera, no me gustaría. Valoro mucho mi privacidad. Pero no tengo otro lugar donde ir. No hay ninguna otra casa de alquiler a corto plazo cerca. Ese no es tu problema, lo entiendo. Pero, por favor, deja que me quede. —Inspiré y me encontré con sus ojos; no podía saber de qué color eran desde esta distancia—. No soy una drogadicta. No tengo problemas de alcoholismo ni fetiches raros. Lo prometo. Tuve el mismo trabajo durante diez años; era asistente. Me... divorcié y estoy empezando de nuevo. El resentimiento, amargo y retorcido, se levantó sobre la parte posterior de mi cuello y hombros como lo había hecho diariamente desde que las cosas se habían desmoronado. Y como todas las otras veces, no me deshice de él. Lo metí en mi cuerpo, muy cerca de mi pecho, y lo mimé. No quería olvidarlo. Quería aprender de él y guardar la lección para mí, incluso si era incómodo. Porque había que recordar las partes de mierda de la vida para apreciar las buenas. —Por favor, señor Rhodes, si es que así se llama —dije con la voz más tranquila de la que era capaz—. Puede hacer una copia de mi identificación, aunque ya he enviado una. Puedo conseguirle referencias de carácter. Ni siquiera mato a las arañas. Protegería a tu hijo si lo necesitara. Tengo sobrinos adolescentes que me quieren. Ellos también te dirán que no soy rara. —Di un paso adelante y luego otro, manteniendo nuestras miradas unidas—. Iba a ver si podía alquilar esto por más tiempo, pero me mudaré después de un mes si puedes encontrar en tu corazón una oportunidad para
mí por ahora. Tal vez se desocupe otro lugar. Alquilaría un lugar en la ciudad, pero no hay nada a corto plazo, y no estoy dispuesta a firmar algo por mucho tiempo. —Podría comprar algo, pero él no necesitaba saber eso; sólo creará demasiadas preguntas—. Te pagaré tres veces la tarifa diaria y no te molestaré en absoluto. También te daré una crítica de cinco estrellas. Tal vez no debería haber añadido esa parte. No era como si hubiera querido alquilar este lugar en primer lugar. La mirada del hombre se entrecerró sólo un poco, estoy segura, porque sus cejas no se movieron mucho, pero me pareció notar una diferencia. Apareció una muesca entre sus gruesas y oscuras cejas, y esa terrible sensación se intensificó. Iba a decir que no. Lo sabía. Iba a estar jodida y viviendo en un hotel. Otra vez. Pero el chico se sumó y dijo, hablando un poco más alto y sonando realmente entusiasmado por la perspectiva: —¡Tres veces el precio! ¿Sabes cuánto dinero sería eso? El hombre, tal vez Tobias Rhodes, o tal vez no, miró a su hijo de pie, tenso y todavía enfadado. Estaba realmente furioso. Y me preparé para lo peor. Para el no. No sería el fin del mundo, pero... seguiría siendo una mierda. Mucho. Sin embargo, las siguientes palabras que salieron de su boca estaban dirigidas al adolescente. —No puedo creer que me hayas mentido. Todo el cuerpo del chico pareció relajarse y caer, y su voz se volvió más pequeña que nunca. —Lo siento. Sé que es mucho dinero. —Hizo una pausa y consiguió decir en voz aún más baja—: Lo siento. El hombre pasó una mano por su cabello y pareció desinflarse también.
—He dicho que no. Te dije que lo resolveríamos. El chico no dijo nada, pero asintió después de un segundo, pareciendo sentirse de un centímetro de altura. —Y esto no ha terminado. Hablaremos de ello más tarde. No pasó desapercibida la mueca de dolor del chico, pero estaba demasiado ocupada viendo cómo el hombre se giraba hacia mí y me miraba fijamente. Levantó una mano y rascó la parte superior de su cabeza con sus dedos largos y bruscos. El hombre, del que estaba segura de que podría ser un guardabosques a estas alturas, basándome en los parches que había localizado cuando habían chocado perfectamente con la luz, me observaba. Pensé en saludar, pero no lo hice. En vez de eso, sólo dije: —Por favor, ¿puedo quedarme por el triple de la tarifa? Mentiría si dijera que no me aseguré a propósito de girar mis dos brazos hacia fuera para que él pudiera ver que no había marcas en ellos. No quería que pensara que estaba ocultando algo. Bueno, lo único que ocultaba eran los detalles, pero en realidad no eran de su incumbencia ni de la de nadie más. No le harían daño a él, ni a su hijo, ni a nadie más que a mí. Así que levanté la barbilla y no traté de ocultar mi desesperación. Era lo único que podía jugar a mi favor. No era demasiado orgullosa para eso. —¿Estás aquí de vacaciones? —preguntó el hombre lentamente, todavía gruñendo básicamente, pero probando el peso de cada palabra que salía de su boca. —En realidad no. Estoy pensando en vivir aquí permanentemente. Sólo quiero asegurarme, pero hay otras cosas que quiero hacer mientras estoy aquí. Muchas, pero un día a la vez. —¿Qué? Me encogí de hombros y dije la verdad.
—Excursiones. Una gruesa ceja se levantó, pero su rostro de enfado no fue a ninguna parte. Estaba en la cuerda floja. —¿Excursiones? —preguntó como si hubiera dicho orgías. —Sí. Puedo darte una lista de las que quiero hacer. —Había memorizado los nombres de los senderos basándome en el diario de mi madre, pero podía escribir los nombres si él quería—. Todavía no tengo un trabajo, pero voy a conseguir uno, y tengo dinero. El de mí... acuerdo de divorcio. También podría darle detalles para que no tuviera que preguntar o pensar que estaba mintiendo acerca de poder pagar. El hombre se limitó a mirarme fríamente. Los dedos de su mano libre se flexionaban abriéndose y cerrándose. Incluso las fosas nasales de su fuerte nariz se ensancharon. No dijo nada durante tanto tiempo que incluso su hijo volvió a mirarme por encima de su hombro, con los ojos muy abiertos. El chico sólo quería mi dinero, y eso estaba bien. De hecho, me pareció bastante divertido e inteligente por su parte. Recordé lo que era ser un niño sin trabajo y querer cosas. Finalmente, el hombre inclinó la barbilla un poco más hacia arriba y sus fosas nasales volvieron a ensancharse. —¿Pagarás el triple? —preguntó con una voz que me decía que aún no estaba totalmente convencido de ello. —Cheque, tarjeta, PayPal o transferencia de dinero ahora mismo. — Tragué saliva y, antes de que pudiera detenerme, añadí con una sonrisa que había utilizado muchas veces para tratar de suavizar situaciones difíciles—: ¿Ofrecen descuentos en efectivo, porque puedo conseguirles dinero en efectivo si es el caso? Me detuve justo antes de guiñar el ojo, apenas sin detenerme. Este hombre probablemente estaba casado después de todo, y todavía estaba
enojado. Con razón, para ser justos. —Una transferencia de dinero es más rápida —ofreció el adolescente con su voz tranquila y susurrante. No pude contenerme; resoplé y me tapé la boca con la mano cuando volví a resoplar. El hombre miró a su hijo con una expresión en su rostro que confirmaba que seguía enfadado con él y que no le hacía ninguna gracia su sugerencia, pero hay que reconocerle que volvió a centrarse en mí y puede que incluso pusiera los ojos en blanco como si no pudiera creerse lo que iba a decir. —Efectivo. Mañana o estás fuera. ¿Él estaba...? —No quiero verte. No quiero recordar que estás aquí a no ser que sea viendo tu auto —afirmó, aún sonando y pareciendo enojado, pero... ¡Pero estaba de acuerdo! ¡Estaba de acuerdo! Tal vez. —Tienes el mes, pero estás fuera después de eso —declaró, sosteniendo mi mirada todo el tiempo, tratando de dar a entender su punto de que no iba a haber nada que lo convenciera de quedarme más tiempo, que debería estar agradecida de que había accedido a esto. Asentí. Me tomaría un mes si era todo lo que tenía y no lloraría ni haría pucheros por ello. Si se daba el caso, me daría más tiempo para encontrar un lugar para vivir. Más permanente, dependiendo de cómo fueran las cosas. No me estaba haciendo más joven, y a veces había que elegir un camino en la vida y seguirlo. Eso era lo que yo quería. Ir y seguir. Así que... podría comenzar a preocuparme por eso mañana. Asentí y esperé a ver si decía algo más, pero lo único que hizo fue girarse hacia el adolescente y señalarle las escaleras. Empezaron a bajar en silencio, dejándome en el apartamento.
Y quizá no debería llamar más la atención, pero no pude evitarlo. Justo cuando lo único visible del hombre era la parte trasera de su cabeza, grité: —¡Gracias! Ni sabrás que estoy aquí. Yyyyy él dejó de caminar. Lo supe porque todavía podía ver solo la parte superior de su cabeza. No se dio la vuelta, pero estaba allí, y casi esperaba que no dijera ni una palabra antes de que exhalara con fuerza, quizá era un gruñido en realidad, parecía sacudir la cabeza y luego gritó con lo que yo sabía que era una voz molesta, porque eso era algo que mi especie de suegra dominaba: Será mejor que no. Grosero. ¡Pero al menos no cambió de opinión! Aquello se puso tenso durante un segundo. Finalmente, me permití exhalar, dejando que partes de mi cuerpo que no sabía estaban tensas se relajaran. Tenía un mes. Tal vez acabaría quedándome más tiempo, tal vez no. Pero iba a aprovecharlo jodidamente al máximo. Mamá, he vuelto.
CAPÍTULO 2 Al día siguiente, comprobé mi teléfono por vigésima vez e hice lo que había hecho las otras diecinueve veces después de hacer lo mismo. Volví a dejarlo. No había nada nuevo, no es que recibiera muchos mensajes de texto o correos electrónicos, pero a pesar de todo.... No había nada que comprobar en primer lugar. Como había aprendido la noche anterior, el único lugar en el que tenía cobertura para el móvil era junto a la ventana, al lado de la mesa y las sillas. Me di cuenta cuando me alejé y perdí la llamada que estaba haciendo. Era un ajuste, pero no es gran cosa. En algunas de las ciudades más pequeñas en las que me había alojado había ocurrido lo mismo. Mi teléfono captó un rúter, con dos pequeñas barras, pero estaba protegido por una contraseña. Apostaba a que era el de la casa de la familia y supuse que no había ninguna posibilidad de que consiguiera esa contraseña. Pero estaba bien. Supongo que una parte de mí esperaba que hubiera sido una casualidad y que tal vez se hubiera caído una torre de telefonía móvil, pero no parecía ser el caso. No había nada que realmente necesitara comprobar. De todos modos, quería mirar menos mi teléfono. Vivir mi vida en lugar de ver a otras personas vivir la suya en línea. El único mensaje que había llegado esta mañana era de mi tía. Anoche habíamos hablado durante una hora. Su mensaje me hizo sonreír. Tía Carolina: Ve a comprar spray para osos esta mañana POR FAVOR. Por si acaso había olvidado las otras cinco veces que había insistido en lo mismo durante nuestra llamada telefónica. Había estado hablando sin parar de los osos durante al menos diez minutos, aparentemente asumiendo
que mataban personas al azar porque sí. Pero traté de tomarlo como que ella tenía miedo por mí y lo había tenido sin parar durante el último año. Me había visto cuando volví a vivir con ellos, con el corazón roto y sintiéndome tan perdida, que ninguna brújula del mundo podía orientarme. Esa parecía ser la historia de mi vida: ir a casa de mis tíos cuando mi mundo se desmoronaba. Pero a pesar de lo desastroso que fue separarme de alguien con quien había pensado que estaría el resto de mi vida, sabía con todo mi corazón que nada era comparable a perder a mi madre. Eso me ayudó a mantener las cosas en perspectiva y me recordó lo que era importante. Tuve tanta suerte de tener a mi tía y a mi tío. Me habían acogido y tratado como si fuera de ellos. Mejor, honestamente. Me habían protegido y me amaban. Y como si me hubiera leído la mente mientras hablábamos, ella se quejó: —Leo —uno de mis primos —vino ayer y me ayudó a darle a ese ladrón una crítica de una estrella por su nuevo álbum. Le creamos una cuenta a tu tío e hicimos lo mismo. Había un montón de ellos también. Je, je. Los quería tanto a los dos. —Hablé con Yuki hace una semana, y ella dijo que merecía que alguien le diera un gran emoji de mierda en lugar de estrellas —había dicho. En el fondo, mi tío, que no era un gran hablador, pero sí un gran oyente, dijo: —Apuesto a que él y su mamá están enloqueciendo ahora que su gallina de los huevos de oro se ha ido. Sonreí. Porque podría saber que todo lo que pasó había sido para mejor, pero eso no significaba que fuera una buena persona que quería lo mejor para su
ex. Él iba a pagar por lo que él y su madre habían hecho. Eventualmente. Yo lo sabía. Él lo sabía. Era sólo cuestión de tiempo antes de que todos los demás lo hicieran. Kaden podía encontrar a alguien más que escribiera su música por él... pero le iba a costar un brazo y una pierna cuando, antes, yo lo había hecho por amor. Gratis. Bueno, en realidad no, pero podría haberlo hecho. Pero quienquiera que lo ayudara no le permitiría llevarse todo el mérito por su duro trabajo. No como yo lo había hecho. Mi tía había suspirado y parecía dudar antes de decir: —Ora, lo escuché a través de Betty, ¿te acuerdas de Betty? ¿La señora que me peina? Bueno, ella dijo que vio una foto de él con esa Tammy Lynn en un evento recientemente. Algo se había presionado en el fondo de mi garganta ante la imagen mental del hombre con el que había mantenido una relación durante casi la mitad de mi vida con otra persona. Ahora él podría hacerse fotos con alguien. Huh. Eso era conveniente. No eran celos lo que sentía. Pero... era algo. El leve sabor de la amargura se había quedado conmigo durante el resto de nuestra conversación mientras mi tía había vuelto a hablar del spray para osos, de las ventiscas y de tener que recurrir al canibalismo porque la gente no estaba preparada en las montañas para una tormenta de nieve. Pensé que podría explicarle más tarde lo “suave” que era el invierno en Pagosa Springs en comparación con la mayoría de los otros lugares, para que no se preocupara tanto. Mientras tanto, había pasado la mañana decidiendo lo que tenía que hacer y en qué orden sería más eficiente todo. Necesitaba conseguir dinero en efectivo para el alquiler, y aunque por ahora estaba bien
económicamente con el dinero de mi indemnización, no era como si tuviera otra cosa que hacer. También tenía un amigo al que visitar. Además de eso, necesitaba más comestibles porque había comido mis últimas rebanadas de pechuga de pavo y queso para el desayuno y no tenía nada que comer para el almuerzo o la cena. Y ya que iba a estar aquí por un tiempo y necesitaba hacer de este lugar un hogar, podría comenzar a hacer cosas que necesitaban ser hechas lo antes posible. Será mejor que me ponga a ello ahora. Al bajar las escaleras y salir, tuve que detenerme junto a la puerta de mi auto. Había llegado tan tarde que me había perdido la vista de los alrededores, por lo que no estaba lista para el paisaje delante de mí. Las fotos del apartamento del garaje se habían centrado principalmente en el interior; solo había una del edificio. Cuando vivíamos aquí, estábamos más cerca de la ciudad, en medio de los enormes pinos que formaban gran parte del bosque nacional dentro y alrededor de la ciudad. Pero podía recordar que en las afueras, había sido más desértico. Y ese era el tipo exacto de escenario aquí. Los verdes brillantes y los bosques densos eran predominantes aquí en Pagosa, pero la belleza escarpada que se daba al estar tan cerca de Nuevo México y la zona desértica era una excepción. Los cedros dispersos y la maleza llenaban las colinas alrededor de la casa. Era increíble a su manera. Me quedé allí un buen rato y finalmente miré a mi alrededor. El todoterreno seguía aparcado allí. Pero eso era todo, en cuanto a vehículos. Pero tan rápido como miré en esa dirección, aparté la mirada. Lo último que necesitaba era arriesgarme a que el señor Rhodes me viera mirando su casa, punto, y pensar que estaba haciendo algo que no le gustaba. No necesitaba que me echaran. Caminaría hasta mi auto con los ojos cerrados durante el próximo mes si tuviera que hacerlo. Estaba aquí por una razón, y no tenía tiempo que perder ya que no estaba segura de cuánto tiempo me quedaría.
No me quedaría si no me diera a mí misma una razón para hacerlo. Y eso fue lo que hizo que me deslizara en mi auto y saliera, sin estar totalmente segura de lo que estaba haciendo, pero sabiendo que tenía que hacer algo. Esperé hasta que llegué a la carretera del condado antes de buscar direcciones del banco. Sabía que había una sucursal en el pueblo; lo había comprobado para estar segura antes de venir. A cinco horas de Denver y cuatro de Albuquerque, estaba básicamente en medio de la nada, rodeada de pequeños pueblos de los que aún menos gente había escuchado hablar. Había dos tiendas de comestibles, algunos bancos locales y uno importante, un pequeño cine, y una buena cantidad de restaurantes y cervecerías para el tamaño de la ciudad. Considerando lo reservados que estaban los alquileres, debería haber previsto lo ocupada que estaría la ciudad. No es que no supiera que Pagosa Springs depende en gran medida del turismo. Cuando era niña, mi madre solía quejarse de todo el tráfico de turistas en pleno verano, y se frustraba en la tienda de comestibles cuando teníamos que aparcar en la parte trasera del estacionamiento. Pero el resto de mis recuerdos de Pagosa estaban nublados. Muchas cosas parecían diferentes; había muchos más edificios de los que recordaba, pero había algo que seguía siendo... familiar. El nuevo Walmart era la excepción. Al fin y al cabo, todo cambió con el tiempo. La esperanza volvió a brotar en mi pecho mientras navegaba por la carretera. Tal vez no se parecía totalmente a lo que recordaba, pero había suficiente aquí que se sentía... bien. O tal vez me lo estaba imaginando. Más que nada, este lugar era un nuevo comienzo. Eso era lo que quería. Claro, uno de mis peores recuerdos había tenido lugar aquí, pero el resto de ellos (los mejores) lo superaban. La vida en Pagosa había comenzado, y el tiempo corría.
El banco. La tienda de comestibles. Tal vez podría pasearme por algunas tiendas, ver si algún lugar estaba contratando o encontrar un periódico para buscar anuncios allí. Hacía más de una década que no tenía un trabajo normal, y ya no tenía referencias que estuviera dispuesta a dar. Tal vez podría pasarme por allí y ver si Clara estaba trabajando. Y si tuviera tiempo, podría conectarme y darle a Kaden una reseña de una estrella también.
El pequeño cartel blanco que había delante de la tienda decía “EMPLEO” en letras naranjas brillantes. Incliné la cabeza hacia atrás y leí el nombre del negocio. THE OUTDOOR EXPERIENCE. Miré por la ventana, había un montón de gente adentro. Había estantes de ropa y un largo mostrador en forma de L en dos de las paredes opuestas. En el interior, había una mujer corriendo de lado a lado detrás del mostrador, mirando exasperada mientras ayudaba a tantas personas como podía y que señalaban los carteles colocados en las paredes. Lo máximo que pude leer fue algo sobre alquileres. Realmente no tenía expectativas sobre el tipo de trabajo que podría conseguir, pero después de pasar las últimas dos horas metiéndome en una tienda tras otra para explorar, me alegré de no tener mi corazón puesto en nada. Los únicos lugares con carteles habían sido una tienda de pesca con mosca, no había ido a pescar en años, así que ni siquiera me molesté en preguntar, una tienda de música que había estado reproduciendo una canción que conocía demasiado bien, me había dado la vuelta y vuelto a salir al instante, y una zapatería. Los dos empleados que trabajaban en ese momento estaban en la parte de atrás discutiendo tan fuerte que escuché cada palabra, y tampoco me había molestado en pedir una solicitud allí. Y ahora, en el extremo opuesto de la ciudad desde donde me iba a quedar, había terminado aquí.
De memoria, sabía que The Outdoor Experience era un “outdoor outfitter”, o sea, una tienda que vendía y alquilaba todo lo necesario para realizar actividades al aire libre: pesca, acampada, tiro con arco, etc. Dependía de la temporada. No sabía nada sobre... ninguna de esas cosas. Ya no. Sabía que había diferentes tipos de pesca, pesca con mosca, pesca de fondo... otros tipos... de pesca, pero eso era todo. Sabía sobre arcos y... ballestas. Sabía lo que era una tienda de campaña, y hace muchos, muchos años, había sido una profesional en montar una. Pero ese era el alcance de mi conocimiento de las actividades al aire libre. Había vivido en una ciudad con personas que no estaban al aire libre durante demasiado tiempo, aparentemente. Pero nada de eso importaba porque estaba aquí por otra razón. No por un trabajo ni para comprar nada. Y sinceramente, estaba un poco nerviosa. No me había puesto en contacto con Clara en casi un año, no desde que todo se había ido a la mierda, e incluso entonces sólo le había enviado un mensaje para felicitarla por su cumpleaños. Ella no sabía que me había separado de Kaden. Bueno, probablemente ahora lo sabía ya que aparentemente él estaba saliendo con alguien más y tomándose fotos con ella. Sí, eventualmente él iba a conseguir ese pastel de mierda. Decidiendo que ya había pensado bastante en él por esta semana, me quité a Kaden de la cabeza y entré. Había buscado fotos de la tienda cuando todavía estaba en Utah y me había aburrido una noche. Cuando era más joven y volvía a casa con Clara después del colegio, a veces su padre nos llevaba al trabajo con él y jugábamos en la tienda si no había clientes o nos escondíamos en la parte de atrás para hacer los deberes. Por lo que parece, la tienda había sido renovada recientemente. El suelo era de baldosas y, además, ahora todo era nuevo y moderno. Se veía genial. Y muy, muy ocupada en ese momento.
Recorrí la tienda, me concentré en la mujer que estaba detrás del mostrador. La misma que había visto a través de la ventana. Estaba ayudando a otra familia. A su lado, una adolescente ayudaba a una pareja. No tenía ni idea de quién era ella, pero a la mujer sí la reconocí. Hacía veinte años que no nos veíamos en persona, pero con el tiempo habíamos mantenido una relación de amistad en Facebook y la reconocí. Sonreí y pensé que era mejor esperar. No había prisa por volver al apartamento del garaje. Caminando entre los estantes de ropa, me dirigí hacia la parte trasera de la tienda, donde colgaba un gran cartel de PESCA... y donde había mucha menos gente. Pequeñas bolsas transparentes con todo tipo de plumas y cuentas colgaban de hileras de ganchos a la altura de la cintura. Hah. Tomé una bolsa con lo que parecía una especie de piel. Fue entonces cuando escuché: —¿Puedo ayudarte en algo? No reconocí la voz de Clara, pero había observado a través de las ventanas lo suficiente como para saber que la persona que hablaba era ella o la adolescente. Y la persona que hablaba no era una adolescente. Así que ya estaba sonriendo cuando me di la vuelta y me encontré cara a cara con una persona que reconocí por las publicaciones de Facebook y Picturegram que había hecho a lo largo de los años. Pero supe que no me reconoció cuando su boca formó una sonrisa agradable y servicial de persona dueña de un negocio. Clara había crecido unos cuantos centímetros y su curvilínea figura había llegado a territorio voluptuoso. Había heredado la rica piel morena y los altos pómulos de su padre Ute, y ya podía decir que era tan linda y dulce como solía ser. —Clara —dije, sonriendo tanto que me dolían las mejillas. Sus cejas se arquearon un poco y su voz se mantuvo firme. —Hola, ¿tú...? —Sus párpados bajaron rápidamente, y estaba bastante segura de que su cabeza se movió un poco antes de que sus ojos marrones
oscuros se movieran sobre mi rostro y lentamente dijo—: ¿Te conozco? —Solías hacerlo. Éramos mejores amigas en la escuela primaria y secundaria. Las cejas de mi vieja amiga, esos arcos finos y oscuros, se fruncieron por un momento antes de que de repente su rostro cayera, su boca se abriera, y jadeara. —¡Oh! ¡Dejaste de teñir tu cabello! Un pequeño recordatorio de la vida que había dejado atrás. Uno en el que la señora Jones me convenció de teñirlo de rubio “porque te ves muy bien de esa manera”. Pero me entró por un oído y me salió por el otro mientras asentía. —He vuelto a mi color natural. Había cortado lo rubio que no había terminado de crecer hace un par de meses; era por eso que mi cabello era más corto de lo que había sido siempre. —¡Hace un año que no sé nada de ti, idiota! —siseó, dándome un golpe en el hombro—. ¡Aurora! Y en un abrir y cerrar de ojos, sus brazos me rodearon y mis brazos la rodearon a ella y nos abrazamos. —¿Qué pasó? ¿Qué estás haciendo aquí? —Jadeó, retrocediendo después de un momento. Teníamos casi la misma altura, y alcancé a ver la pequeña brecha entre sus dos dientes frontales—. ¡Intenté escribirte hace unos meses, pero el mensaje rebotó! Otro recordatorio. Pero estaba bien. —Es una historia un poco larga, pero estoy aquí. De visita. Quizás quedándome. Sus ojos oscuros se movieron por encima de mi hombro, y parecía estar pensando en lo que no había dicho. Solo porque había mirado detrás
de mí en busca de la persona que debería haber estado aquí conmigo... si él no fuera un idiota. —¿Estás sola? —preguntó. Y con eso quiso decir: ¿Está Kaden contigo? Ella era una de las pocas personas que sabía de él. —No, ya no estamos juntos. Sonreí, pensando en ese pastel de mierda por un segundo. Clara parpadeó y tardó un segundo en asentir, pero lo hizo, su propia sonrisa se apoderó de su rostro. —Bueno, espero que eventualmente me cuentes la larga historia. ¿Qué estás haciendo aquí? —Estaba en la ciudad; acabo de llegar anoche. Estaba buscando un trabajo y pensé que podría pasar a verte. Aunque no habíamos estado activas en la vida de la otra durante mucho tiempo, nos las habíamos arreglado para mantener el contacto. Nos habíamos enviado mensajes de texto de Feliz Acción de Gracias, Feliz Navidad y Feliz Cumpleaños durante dos décadas. Y desde que me separé de Kaden... había desaparecido de la faz del planeta. No tenía ganas de hablar más de lo que ya lo había hecho. —¿De verdad piensas quedarte? —Sí. Ese es mi plan al menos. Clara parecía muy sorprendida. Sabía lo que parecía. No es de extrañar que pareciera sorprendida. Pero tendría que explicar que realmente no había tenido opción, incluso si veía que había sido lo mejor que podría haber pasado. Parpadeó de nuevo y luego sonrió un poco más antes de señalar hacia el mostrador donde estaba la chica más joven, que nos miraba con una
expresión curiosa en su rostro. Tenía el cabello en una cola de caballo torcida y parecía tan cansada como Clara. Sabía que no tenía hijos, así que tal vez solo era una empleada. Puede que llevaran todo el día a toda velocidad. Basándome en la hora, apostaría a que todos esos alquileres volverían muy pronto también. —Entra en mi oficina —sugirió Clara—. Vamos a tener una charla. Necesito estar atenta por si alguien más tiene alguna pregunta, y quiero escuchar sobre algunas cosas. Esbocé una sonrisa en su oficina y asentí con la cabeza, me paré frente a donde estaba inclinada la adolescente y observé cómo Clara rodeaba el mostrador para mirar hacia la tienda. —Aurora, esta es mi sobrina, Jackie. Jackie, esta es Aurora. Fuimos mejores amigas hace mucho tiempo. Los ojos de la adolescente se abrieron un poco, y me pregunté por qué, pero saludó con la mano. —Hola. Le devolví el saludo. —¿Dónde te alojas? Dijiste que habías llegado anoche —preguntó Clara. —Me estoy quedando más cerca de Chimney Rock. —Eso era un monumento nacional en el extremo opuesto de la ciudad—. Y, sí, conduje anoche. Vine a la ciudad para comprar alimentos y ver algunas de las tiendas. Pensé que también podría venir a saludar mientras estaba en eso. Todo lo que sabía de Clara era que hacía un año que su padre había enfermado gravemente y que ella se había mudado a Pagosa desde... ¿Arizona? Había estado casada, y hace unos ocho años, su marido había muerto trágicamente en un accidente de tráfico por conducir ebrio. Le envié flores para el funeral cuando ella lo publicó. —Me alegro de que lo hayas hecho —dijo ella, todavía con una amplia sonrisa—. Todavía no puedo creer que estés aquí. O que seas aún
más hermosa en persona que en tus fotos. Esperaba que fuera una aplicación con un filtro muy bueno, pero no es así. Clara negó con la cabeza. —No hice nada para merecerlo. De todos modos, ¿cómo estás? ¿Cómo está tu padre? Solo porque me había puesto en sintonía con el sufrimiento de las personas, percibí un indicio de su gesto de dolor. —Estoy bien. Muy ocupada aquí. Y papá está... papá está bien. Me hice cargo de este lugar a tiempo completo. —Su rostro estaba tenso—. Ya no viene mucho por aquí. Pero apuesto a que le encantaría verte si piensas quedarte un tiempo. —Lo haré, y me encantaría verlo también. La mirada de Clara se desvió hacia su sobrina antes de volver a mí, con los ojos entrecerrados. Me miró con demasiada atención. —¿Qué tipo de trabajo estás buscando? —¿Para qué tipo de trabajo están contratando? —pregunté, bromeando. ¿Qué diablos sabía yo de actividades al aire libre? Nada. Ya no. Simplemente caminar por la sección de pesca había sido revelador. Mamá estaría tan decepcionada de mí. Ella solía llevarme a pescar todo el tiempo. A veces éramos las dos, y a veces también venían sus amigos, por lo que recordaba. Sin embargo, ahora todo eso era una pared en blanco para mí. No estaba exagerando. No reconocía la mitad de las cosas de la tienda. Más que eso probablemente. Los últimos veinte años sin mi madre me habían convertido en una chica de ciudad. No había ido a acampar ni una sola vez desde que me fui de aquí. Había ido a pescar un puñado de veces con mi tío en su barco, pero
hacía fácilmente quince años del último viaje. Ni siquiera estaba segura de poder nombrar diez tipos diferentes de peces si tuviera que hacerlo. La parte sorprendente fue que Clara se veía... bueno, se veía sorprendentemente interesada. —No te metas conmigo ahora, Aurora... ¿o te llamas Ora ahora? —Cualquiera de los dos. —Parpadeé—. Y estaba bromeando. No sé nada de todo esto. —Señalé detrás de mí—. Sin embargo, si lo hiciera, apúntame. Su mirada no había dejado de estar entrecerrada desde que había bromeado. En todo caso, su barbilla se había inclinado un poco. —¿No sabes nada? —Me tomó un segundo recordar que las moscas y señuelos de pesca de allí no se llamaban “cositas de pesca”. —Sonreí—. Eso es malo. —El último chico que me abandonó solía decirle a la gente que podía pescar salmones en el San Juan —dijo con sorna. —¿Tú... no puedes? Clara sonrió, mostrándome su pequeña brecha, y tuve que devolverle la sonrisa. —No, no puedes. Pero también se presentaba tarde todos los días que venía... y en realidad nunca llamaba cuando no pensaba cumplir su turno... —Sacudió la cabeza—. Lo siento. Estoy saltando sobre ti. Solo estaba buscando ayuda, y siento que he contratado a todos los que buscan un trabajo en la ciudad. Oh. Bueno. Cerré la boca y procesé lo que ella estaba diciendo. Lo que esto podía significar. Trabajar para alguien con quien tenía un vínculo. Todos sabíamos cómo había ido la última vez.
Genial hasta que no lo había hecho, pero así era la vida. Estaba segura de que podría encontrar algo en otra parte, pero también estaba bastante segura de que Clara y yo podríamos llevarnos bien. La había seguido lo suficiente a lo largo de los años como para ver sus publicaciones alegres y optimistas en Internet, lo que podía ser una artimaña y parte de su rollo más destacado, pero lo dudaba. Incluso cuando su marido falleció, había sido amable en su dolor. Y siempre habíamos bromeado muy bien en Internet. ¿Qué tenía que perder? ¿Además de hacer el ridículo, ya que no sabía nada? —No, no te disculpes —dije con bastante cautela—. Es que... no sé nada de acampada ni de pesca, pero... si estás dispuesta... puedo intentarlo. Aprendo rápido y sé hacer preguntas —lancé, viendo cómo los rasgos de su rostro pasaban de abiertos a calculadores—. Soy puntual. Trabajo mucho y casi nunca me pongo enferma. Me cuesta mucho estar de mal humor. Levantó una mano y golpeó el dedo índice contra su barbilla, con su agradable rostro pensativo, pero fueron sus ojos ligeramente abiertos los que delataron su continuo interés. Pero todavía quería que ella entendiera el alcance de lo que tendría que enfrentar al contratarme para que no hubiera sorpresas ni nadie terminara decepcionado. —Hace mucho tiempo que no trabajo en el comercio minorista, pero solía tener que tratar mucho con la gente en mí... —hice comillas con los dedos—, último trabajo. Su boca se frunció y sus ojos se deslizaron hacia la adolescente Jackie, antes de volver a mirar hacia mí y terminar con un tenso asentimiento. Ella no iba a sacar el tema de Kaden delante de la adolescente, supongo, y sinceramente, me parecía muy bien. Cuanta menos personas lo supieran, mejor. Los Jones habían apostado a que mantendría mi palabra de no hablar de nuestra relación, y habían tenido razón.
Pero solo no quería hablar de él porque no quería ser la ex novia de Kaden Jones durante el resto de mi vida, sobre todo si no tenía que hacerlo. Maldita sea, esperaba que su madre tuviera sofocos esta noche. —Solo quiero que seas consciente de mi absoluta falta de conocimiento. La boca de Clara se torció. —La penúltima empleada que contraté duró dos días. La última estuvo aquí una semana antes de que me abandonara. Los diez anteriores fueron la misma historia. Tengo dos empleados a tiempo parcial que son amigos de mi padre y que vienen una o dos veces al mes. —La barbilla de Clara se levantó, y juro que hizo una mueca—. Si puedes aparecer cuando estés programada y hacer algo, te enseñaré tanto como estés dispuesta a aprender. Sí, eso era la esperanza floreciendo en mi pecho. ¿Trabajar con una vieja amiga? ¿Haciendo algo por lo que mi mamá hubiera matado? Tal vez esto no sería algo tan malo. —Me encanta aprender —dije con sinceridad. Ella debe estar realmente desesperada si estaba dispuesta a contratarme, vieja amistad o no. —Así que... —Sus manos se envolvieron alrededor del mostrador—. ¿Quieres trabajar aquí entonces? ¿Haciendo esto y aquello? —Siempre que no crea que será incómodo. —Hice una pausa y traté de sonreírle alegremente—. Soy buena oyente; sé que los negocios son negocios. Pero si te cansas de mí, ¿me lo dirás? ¿Si no estoy haciendo un buen trabajo? Y hablando en serio, tengo una habitación reservada para un mes, y si las cosas van bien, me quedaré más tiempo, pero aún no lo sé con certeza. Clara miró a la adolescente que estaba muy ocupada mirándome fijamente antes de asentir.
—Lo acepto siempre que aparezcas y, si no te apetece venir, al menos me avisas. —Lo prometo. —Sin embargo, tengo que advertirte que no puedo pagarte mucho por hora. Me dio una cantidad que no era muy superior al salario mínimo, pero era algo. Y con alguien que me gustaba y me conocía de antes, fue el maldito destino el que abofeteó mi rostro. Y cuando el destino empuja cosas en tu vida, debes escuchar. Yo tenía mis oídos preparados. Mi futuro abierto de par en par. Ya no tenía ni idea de lo que quería hacer, pero esto era algo. Esto era un paso. Y la única manera de moverse era dando ese primer paso, y a veces no importaba la dirección que tomabas mientras lo hicieras. —Puedo enseñarte a usar la caja registradora, y podemos averiguar qué otras cosas puedes hacer. Alquileres. No lo sé. Pero no va a ser mucho dinero; quiero que lo sepas. ¿Seguro que te parece bien? —Nunca he querido ser millonaria —dije con cuidado, sintiendo algo que se parecía mucho al alivio, arrastrándose sobre mi piel. —¿Quieres comenzar mañana? Algo más de esa floreciente esperanza floreció en mi pecho. —Mañana funciona para mí. No tenía exactamente nada que hacer. Extendí mi mano entre nosotras. Ella deslizó la suya hacia adelante también, y las estrechamos bruscamente. Luego, lentamente ambas sonreímos, ella bajó la barbilla y preguntó, con la boca retorciéndose de nuevo, con sus ojos oscuros brillantes.
—Ahora que eso ha terminado, cuéntame todo. ¿Qué has estado haciendo? Su rostro decayó, y supe lo que había vuelto a aparecer en su mente, lo mismo que se cernía sobre casi todas las relaciones que tenía con personas que estaban al tanto de lo que había sucedido: mi mamá. No tenía ganas de hablar de mi madre ni de Kaden, así que cambié de tema. —¿Tú qué has estado haciendo? Por suerte, mordió el anzuelo y me contó todo lo que había estado haciendo.
Me sentía muy bien mientras conducía de vuelta al apartamento del garaje esa noche. Había pasado dos horas con Clara y Jackie. La joven de quince años había estado callada pero extremadamente atenta, absorbiendo todo lo que Clara compartía sobre su vida con esos ojos amplios que hacían que ya me cayera bien. Esas horas juntas fueron el punto culminante de los dos últimos meses de mi vida, probablemente incluso más. Fue agradable estar cerca de alguien que me conocía. Tener una conversación en persona con alguien que no era un total desconocido. Había estado en tantos parques nacionales interesantes, en los principales destinos turísticos y en tantos otros lugares que sólo había visto en las revistas y en los blogs de viajes, que no podía arrepentirme de cómo había pasado mi tiempo antes de llegar a Pagosa. Había sido lo que necesitaba, y era plenamente consciente de que mi tiempo libre había sido un lujo. Incluso si era una bendición que había llegado con lo que se había sentido como un enorme precio. Catorce años desperdiciados por dos meses de hacer lo que quisiera. Y todavía hay dinero más que suficiente en mi cuenta bancaria para no
tener que trabajar durante... un tiempo. Pero sabía que ese tiempo se había acabado. No tenía sentido esperar a instalarme para retomar mi vida. Pero ponerme al día con mi vieja amiga me dio la esperanza de que tal vez... había algo aquí para mí. O, al menos, si le dedicaba algo de tiempo, podría hacer que hubiera algo aquí para mí. Había huesos, y eso era más de lo que podía decir de casi cualquier otro lugar de Estados Unidos que no fuera Cape Coral o Nashville. ¿Por qué no aquí? El pensamiento pasó por mi cabeza una y otra vez. Si mi madre ha podido vivir aquí sin familia y con unos pocos amigos, ¿por qué yo no? Ingresé por el camino de entrada como me indicaba mi navegador y vi dos vehículos delante de la casa. El Bronco y una camioneta que decía “Parques y Vida Silvestre” en los laterales. Las luces brillaban a través de las grandes ventanas de la casa principal, y me pregunté qué estarían haciendo padre e hijo. Entonces me pregunté si había una novia, esposa o madre allí con ellos también. Podría haber una hermana. O incluso más hermanos. Quizás no, porque si él hubiera pensado en intentar alquilar el apartamento del garaje, habría sido mucho más difícil con un hermano que pudiera delatarlo. Yo lo sabría. Mis primos me pagaban para que no les contara a mis tíos acerca de cosas que los meterían en problemas. ¿Quién diablos sabía? Podía fisgonear y ser pervertida a distancia. Me encantaban las caras bonitas, normalmente de perros o bebés, pero también de humanos de vez en cuando. No sería una dificultad verificar al propietario. Aparqué el auto junto al apartamento del garaje, tomé el sobre con dinero en efectivo que había conseguido en el banco y salí. Como no quería que me atrapara el sexy padre que no quería saber de mi existencia, prácticamente corrí hacia la puerta principal, llamé y luego metí el sobre hasta la mitad debajo de la alfombra antes de que me atraparan.
Recogí las bolsas de comida que había comprado después de dejar a Clara y a Jackie, tomé la llave adecuada y me apresuré hacia la puerta. Lo que se suponía que iba a ser un viaje rápido a la tienda de comestibles terminó llevándome casi una hora, ya que no tenía ni idea de dónde estaba todo, pero me las arreglé para conseguir más suministros para sándwiches, cereales, fruta, leche de almendras y cosas para hacer algunas cenas rápidas. A lo largo de la última década, había dominado cerca de una docena de versiones de cenas rápidas y fáciles que podía hacer con una sola olla pequeña; la mayoría de las veces prefería comer mi propia comida que lo que podía conseguir a través de un catering. Esas recetas me habían resultado muy útiles en los últimos dos meses, cuando me había hartado de comer fuera. Cerré la puerta con la cadera, miré hacia la casa y divisé un rostro familiar a través de una ventana. Un rostro joven. Me detuve un segundo y saludé con la mano. El chico, Amos, levantó una mano con timidez. Me preguntaba si estaba castigado para el resto de su vida. Pobre chico. De vuelta al piso de arriba, en mi casa temporal, preparé mis provisiones e hice una comida, básicamente inhalándola. Después de eso, saqué el diario de mi madre de mi mochila, colocando el libro encuadernado en cuero junto a uno de espiral que había comprado el día después de haber decidido venir a Pagosa. Entonces encontré la página que ya había memorizado pero que tenía ganas de ver. Había pasado por la casa en la que habíamos vivido después de la tienda de comestibles, y me había dejado con algo que se sentía muy parecido a una indigestión en el centro de mi pecho. Pero no era una indigestión. Me había familiarizado tanto con la sensación que sabía exactamente lo que era. Simplemente la extrañé mucho más hoy. Era afortunada porque recordaba muchas cosas de ella. Tenía trece años cuando desapareció, pero había algunas cosas que recordaba con más
claridad que otras. El tiempo había atenuado muchos detalles y diluido otros recuerdos, pero uno de los recuerdos más brillantes de ella había sido su amor absoluto por el aire libre. Ella hubiera matado por trabajar en The Outdoor Experience, y ahora que lo pensaba... bueno, creo que era el trabajo más perfecto que pude haber conseguido. Ya estaba planeando hacer sus excursiones. Tal vez no supiera nada de pesca, acampada o tiro con arco, pero había hecho algunas de esas cosas con ella, y estaba bastante segura de que, si lo hubiera odiado, no lo habría olvidado. Eso era algo a tener en cuenta. Otra cosa que recordaba también era lo mucho que le había gustado catalogar las cosas que hacía. Eso incluía llevar la cuenta de la que había sido su afición favorita en el mundo: el senderismo. Solía decir que era la mejor terapia que había encontrado, aunque yo no entendí lo que eso significaba hasta que me hice mayor. El problema era que no había anotado las cosas en orden de más fácil a más difícil. Las había hecho al azar, y durante las dos últimas semanas, ya había hecho el trabajo sucio de encontrar las clasificaciones de sus dificultades y calcular la longitud de cada sendero. Como no estaba acostumbrada a la altitud y no sabía todavía cuánto tiempo iba a estar aquí, tuve que empezar por lo más fácil y corto, y seguir subiendo desde ahí. Sabía exactamente qué caminata haría primero. Clara y yo no habíamos hablado acerca de la organización a largo plazo, pero miré el horario de la tienda al salir y vi que estaba cerrada los lunes. Me imaginé que ese sería mi día libre, obviamente. Ahora tendría que ver qué otro día podría conseguir también. Si ella quería que solo trabajara a tiempo parcial, estaba bien. Ya veríamos. Y eso era perfecto. Mi plan era empezar a saltar la cuerda mañana para preparar mis pulmones para un poco de ejercicio. Últimamente había estado caminando y trotando casi todos los días, cuando no conducía a un lugar nuevo, pero no quería causarme el mal de altura mi primera semana aquí, al menos eso es lo que advertían todos los foros de viajes que había leído. Sin embargo, realmente no había ningún lugar para caminar por aquí, aparte de conducir
hasta la ciudad por un sendero o conformarme con el costado de la carretera, que no sonaba exactamente seguro. De cualquier manera, coloco los dos cuadernos frente a mí y releo la entrada de mi madre. La que buscaba estaba por la mitad. Mamá solo hizo entradas para nuevas excursiones, pero continuó haciendo sus favoritos una y otra vez. Ella había empezado este diario en particular después de que yo naciera. Había diarios más antiguos que había hecho antes de mí, pero todos eran excursiones extremas y en otros lugares donde había vivido antes de tenerme. 19 DE AGOSTO PIEDRA FALLS PAGOSA SPRING, CO FÁCIL, 15 MINUTOS DE IDA, SENDERO DESPEJADO. ¡VUELVE EN OTOÑO PARA METERTE AL RÍO! LO HARÍA DE NUEVO.
Había un corazón dibujado al lado. Entonces lo leí una vez más, aunque ya había leído la entrada al menos cincuenta veces y la tenía memorizada. En uno de los álbumes de fotos que he podido conservar había una fotografía de mamá y mía haciendo esta excursión cuando yo tenía unos seis años. Era una caminata fácil y corta, de sólo unos 400 metros, así que supuse que sería un buen punto de partida. Mañana hablaría con Clara sobre los días libres para estar segura y planearía trabajar en torno a ellos... si es que no me despedía a la hora porque no tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo. Arrastré el dedo por el exterior del diario; ya no lo hacía sobre las palabras porque me preocupaba mancharlas o estropearlas, y quería que su diario estuviera el mayor tiempo posible. Su letra era pequeña y no tan pulcra, pero se parecía mucho a ella. El diario era precioso y había sido una de las pocas cosas que nunca se había ido de mi lado.
Después de un rato, lo cerré y me levanté para ducharme. Mañana debería llevar mi tablet a la ciudad e ir a algún lugar con Wi-Fi para descargar algunas películas o programas en ella. Tal vez Clara tenga Wi-Fi en la tienda. Me detuve en la única otra ventana de la casa que no había abierto en cuanto entré en el apartamento casi demasiado caluroso, había olvidado que la mayoría de los lugares de por aquí no tenían aire acondicionado, me detuve y miré de nuevo la casa principal. Estaba aún más iluminado que cuando llegué. La luz atravesaba cada una de las enormes ventanas de la fachada y los laterales. Esta vez, sin embargo, la camioneta de Parques y Vida Silvestre no estaba. Por segunda vez, me pregunté cómo era la pareja de mi casero. Hmm. Quiero decir, ya estaba aquí, donde había servicio. Además, no era como si tuviera otra cosa que hacer. Tomé mi teléfono y volví a la ventana. Escribí “TOBIAS RHODES” en el cuadro de búsqueda de Facebook.
Solo había unos pocos Tobias Rhodes, y ninguno de ellos tenía su sede en Colorado. Había uno con una foto que parecía un poco vieja (y por vieja me refiero a unos diez años más o menos por lo borrosa que estaba, como una foto vieja de un teléfono celular) de un niño con un perro a su lado. No estaba segura de por qué presioné en él, pero lo hice. Alguien llamado Billy Warner había publicado en su página hace un año un enlace a un artículo sobre un nuevo pez récord mundial que había sido capturado, y después de eso había una publicación con una foto de perfil actualizada de un niño aún más joven y el perro. Había dos comentarios, así que presioné en ellos. El primero era del mismo Billy Warner, y decía: Am tiene mi aspecto. El segundo comentario era una respuesta, y era de Tobias Rhodes: Ya quisieras.
¿Am? Como... ¿Amos? ¿El niño? Su tono de piel era el correcto. Volví a las publicaciones y me desplacé hacia abajo. Apenas había alguno. En realidad, tres. Había una foto de perfil aún más antigua de sólo el perro, este era grande y blanco. Y eso había sido dos años antes. El otro post era de la misma persona Billy con otro enlace de pesca, y ese también tenía comentarios. Siendo lo más cuidadosa posible, porque me iba a morir si accidentalmente ponía me gusta en una publicación antigua (tendría que literalmente borrar mi cuenta y cambiar legalmente mi nombre) presioné en los comentarios. Había seis. El primero era de alguien llamado Johnny Green, decía: ¿Cuándo vamos a pescar? Tobias Rhodes respondió con: Cuando quieras venir de visita. Billy Warner respondió con: Johnny Green, Rhodes está soltero de nuevo. Vamos. Johnny Green: ¿Rompiste con Angie? Claro que sí, hagámoslo Tobias Rhodes: Invita a Am también. Billy Warner: Lo llevaré. Quién era Angie, no tenía ni idea. Lo más probable era que se tratara de una ex-novia o tal vez de una novia actual. ¿Tal vez habían vuelto a estar juntos? ¿Tal vez era la madre de Amos? Quién era Billy o Johnny, tampoco tenía idea. Sin embargo, no había más información en su página, y no me fiaba de husmear en otros perfiles sin que me atraparan. Hmm. Salí de su perfil antes de seleccionar accidentalmente algo.
Tendría que husmear en Picturegram y ver qué podía encontrar. Era un buen plan. En el peor de los casos, tal vez podría invertir en unos prismáticos para espiar en el exterior. Decidiendo que era una buena idea, me fui a duchar. Mañana tenía un día muy ocupado. Tenía una vida que empezar a construir.
CAPÍTULO 3 ¿Un galón de agua a pesar de que era una caminata de menos de una milla? Sí. ¿Botas de montaña nuevas que sólo había intentado estrenar caminando por el apartamento y que probablemente me iban a producir ampollas? Comprobado. ¿Dos barritas de cereales a pesar de que acababa de desayunar? Comprobado. Dos días después, estaba lista para ir. Era mi primer día libre desde que Clara me había contratado, e iba a intentar hacer la corta caminata a las cascadas. Había bebido tanta agua para evitar el mal de altura que la noche anterior me desperté tres veces para orinar. No tenía tiempo para tener síntomas parecidos a los de la resaca. Además, esperaba que la caminata me hiciera olvidar lo inútil que era en la tienda. Solo pensar en la tienda hacía que dejara de cantar la letra de las Spice Girls en voz baja. Mi primer y único día había ido tan mal como me había preocupado que sería, como le había advertido a Clara que podía ir. La vergüenza de mirar fijamente a un cliente tras otro cuando hacían preguntas me dolía. Literalmente me dolía. No estaba acostumbrada a sentirme incompetente, a tener que hacer una pregunta tras otra porque, literalmente, no tenía ni idea de a qué se referían o qué pedían los clientes. ¿Cuentas? ¿Pesas con plomo? ¿Recomendaciones? Sólo pensar en lo mal que había ido ayer me hizo temblar. Lo que tenía que hacer era encontrar una solución, sobre todo si pensaba quedarme mucho más tiempo. Un par de veces (sobre todo cuando los clientes eran muy amables cuando no sabía cosa y especialmente cuando
eran casi condescendientes y me decían que no me preocupara por mi bonita cabeza porque eso se me metería en mi piel como ninguna otra cosa podría hacerlo) pensé en renunciar, en dejar que Clara encontrara a alguien que supiera más que yo sobre cualquier cosa en la tienda, pero entonces sólo tenía que mirar las ojeras que tenía y sabía que no lo haría. Ella necesitaba ayuda. E incluso si todo lo que hacía era llamar a la gente y ahorrarle dos minutos, ya era algo. Creo. Tuve que aguantarme y aprender más rápido. De alguna manera. Ya me preocuparía más tarde. El estrés por haberme equivocado me había robado suficiente sueño la noche anterior. Bajé las escaleras y salí por la puerta, me detuve para cerrarla y me dirigí a mi auto, pero capté algo que se movía con el rabillo del ojo junto a la casa principal. Era Amos. Levanté una mano cuando se sentó en una de las tumbonas, con una consola de juegos en la mano. —Hola. Se detuvo, como si le hubiera sorprendido, y levantó una mano también. Su “Hola” no fue precisamente entusiasta, pero tampoco fue mezquino. Estaba bastante segura de que solo era tímido. Y se suponía que no debía hablar con él. Invisible. Se suponía que debía ser invisible. —¡Hasta luego! —grité antes de meterme en el auto y dar marcha atrás. Al menos su padre no me había atrapado.
Casi cinco horas más tarde, volvía a entrar en el apartamento del garaje y mostrándome a mí misma el dedo medio. —Maldita idiota —me dije a mí misma por al menos la décima vez mientras aparcaba el auto y trataba de ignorar la tirantez de mis hombros. Pronto me iba a doler. Muy, muy pronto. Y todo era culpa mía. Había dado por sentado que estaba más bronceada ahora que en años. Sobre todo, por todo el tiempo que había pasado al aire libre en Utah y Arizona. Lo que no había hecho era tener en cuenta el cambio de altitud. La intensidad de los rayos UV aquí. Porque en el transcurso de la corta caminata de ida y vuelta a las cataratas, me había asado a pesar de tener una capa base. Mis hombros estaban calientes y ardían como el infierno. Todo porque mi estúpido trasero se había olvidado de ponerse protector solar y había pasado demasiado tiempo sentado en una roca, hablando con una pareja mayor que no se habían sentido muy bien. El lado bueno es que el camino hacia las cataratas era lo más bonito que había visto nunca, y había tenido que parar un montón de veces para poder contemplar la naturaleza sin enfadar a los conductores que venían detrás. También había aprovechado las paradas para orinar mientras estaba en ello. Fue mágico. Espectacular. El paisaje estaba sacado de una película. ¿Cómo había olvidado esto? Tenía un par de recuerdos borrosos de haber ido allí con mamá antes, nada realmente concreto pero lo suficiente. Pero nada de eso se compara con la simple sensación y la fuerza de las cataratas. No era extraordinariamente alta, pero dejaba caer tanta agua que era bastante sorprendente de presenciar. Me dejó asombrada, de verdad. Sólo la madre naturaleza podía hacerte sentir tan pequeño. El sendero y las cataratas estaban bastante llenos, y había hecho fotos para una familia y dos parejas. Incluso le envié a mi tío algunas fotos cuando tuve cobertura de móvil. Me respondió con un par de pulgares hacia arriba y mi tía me llamó para preguntarme si estaba loca por cruzar el río sobre un gran tronco que lo atravesaba.
—Auch, au, au —siseé para mis adentros mientras salía del auto y daba la vuelta hacia el otro lado. Tomé mi mochilita, el galón de agua y lo cerré con la cadera, sintiendo el calor en mi piel un poco más y gimiendo. Como idiota, me olvidé al instante y pasé la correa de la mochila por mi hombro y, con la misma rapidez, volví a deslizar a esa hija de puta con un grito que me hizo parecer que me estaban asesinando. —¿Estás bien? —gritó una voz que me resultaba ligeramente familiar. Me di la vuelta y encontré a Amos sentado en una silla diferente a la que lo había visto por última vez en la terraza, sujetando su videoconsola con una mano y entrecerrando los ojos con fuerza mientras la otra se cerraba justo por encima de sus ojos para tapar el sol y poder ver bien mi recreación de la langosta. —Hola. Estoy bien, sólo me he dado una quemadura de segundo grado por el sol, creo. No es gran cosa —bromeé, gimiendo cuando mi hombro volvió a palpitar de dolor por el contacto con la correa. Casi no le escuche decir: —Tenemos aloe vera —en voz baja. Casi se me cae la mochila. —Puedes tomar un poco si quieres. No tuvo que decírmelo dos veces. Dejé mi mochila en el suelo después de coger mi navaja suiza, me dirigí hacia la casa. Subí las escaleras y me dirigí hacia donde estaba él. Con una camiseta desgastada y un pantalón de chándal aún más raído y con un par de agujeros, señaló a un lado y pude ver una planta de sábila de tamaño medio en una maceta naranja lisa junto a un cactus y algo que había estado vivo pero que hacía tiempo que no lo estaba. —Gracias por el ofrecimiento —dije mientras me arrodillaba junto a la maceta y escogía una bonita y gruesa hoja. Lo miré y lo sorprendí
observándome. Él apartó la mirada—. ¿Te has metido en problemas por el apartamento del garaje? —pregunté. Hubo una pausa. —Sí —respondió vacilante, todavía en voz baja. —¿Grandes problemas? Otra pausa antes de: —Me castigaron. —Un tiempo más de silencio y luego preguntó—: ¿Te fuiste de excursión? Lo miré y sonreí. —Lo hice. Fui a Piedra Falls. Me asé. Todo aquello me había parecido mucho más que un kilómetro. Había empezado a quejarme a los cinco minutos, por la sed que tenía y por lo mucho que lamentaba haber rellenado una vieja botella que había encontrado en el suelo de mi auto para no tener que cargar con todo el galón. Me había costado más respirar de lo que hubiera esperado, pero era la práctica. Así que no iba a castigarme demasiado por lo mucho que había jadeado y sudado mientras atravesaba la copa de los árboles que bordeaban el sendero. Pero decidí que iba a tener que empezar a hacer algún otro tipo de cardio más duro porque, joder, me moriría haciendo uno de los viajes de diez millas que quería hacer, si me quedaba y podía. Después del espectáculo de mierda que había sido el día de ayer en el trabajo, no estaba del todo segura de que las cosas fueran a funcionar... pero aún así esperaba que lo hicieran. Nadie realmente me extrañaba en Florida. Me querían, pero se habían acostumbrado a que yo viviera lejos durante tanto tiempo que sabía que tenía que ser extraño que regresara. Mis tíos se habían acostumbrado a vivir solos en casa, aunque me habían aceptado con los brazos abiertos y me
ayudaron a recuperar un corazón sanado. O al menos uno casi curado. Mis primos también tenían sus propias vidas. Y mis amigos se preocupaban por mí, pero también tenían tres mil cosas que hacer. —¿Cómo te quemaste? —preguntó él tras otro momento de silencio. —Había una pareja que se había mareado justo en la base, y me quedé con ellos hasta que se sintieron lo suficientemente bien como para volver a su auto —expliqué. El chico no dijo nada, pero pude ver las yemas de sus dedos golpeando el borde de su Nintendo mientras terminaba de cortar la hoja. —Lo siento. —Estaba concentrado en su consola—. Lo de que papá se enfade. Debería habérselo dicho, pero sé que habría dicho que no. —Está bien. —No lo estaba, pero su padre ya lo había regañado, estaba segura. Podría haberle pasado algo si hubiera alquilado el lugar a la persona equivocada. Pero ya sabes, yo no era su madre, y su astucia me consiguió este lugar que me gustaba, así que sería hipócrita de mi parte hacerle pasar un mal rato—. ¿Te castigaron por mucho tiempo? Su “sí” fue tan decepcionante que me sentí mal. —Lo siento. —Depositó el dinero en mi cuenta de ahorros. —Un dedo delgado hurgó en un agujero de su pantalón de deporte—. Aunque no puedo usarlo pronto. Hice una mueca de dolor. —Espero que tus padres cambien de opinión. Hizo una mueca dirigida a su consola que me dijo que no estaba conteniendo la respiración. Pobrecito.
—No quiero molestar más a tu padre; te dejaré volver a tu juego. Gracias por dejarme tomar un poco de aloe. Grita si necesitas algo. Tengo las ventanas abiertas. Me miró entonces y asintió mientras me observaba bajar por la terraza y cruzar la grava hacia el apartamento del garaje. Pensé en Kaden y su nueva novia durante una fracción de segundo. Luego me encogí de hombros ante ese perdedor. Tenía mejores cosas en las que pensar. Empezando por esta quemadura de sol y terminando por cualquier otra cosa.
Una semana pasó en un abrir y cerrar de ojos. Trabajé (estrellándome y quemándome la mitad del tiempo más bien) y poco a poco empecé a conocer a Clara de nuevo. Su sobrina, Jackie, venía y ayudaba algunos días a la semana; era simpática, pero se limitaba a escuchar a Clara y a mí cuando teníamos tiempo entre los clientes, y me preocupaba no agradarle, aunque le había traído un Frappuccino y había intentado compartir mis bocadillos con ella. No creía que fuera tímida por su forma de hablar con los clientes, pero todavía estaba trabajando en ella. Sin embargo, Clara era una buena jefa y trabajaba más que la mayoría de la gente, y por mucho que yo supiera que era terrible en mi trabajo, seguía intentándolo porque ella necesitaba la ayuda. Tampoco había llegado nadie nuevo a solicitar un trabajo mientras yo estaba allí, así que era consciente de que eso no ayudaba. Empecé a saltar la cuerda un poco más cada día. Cuando estaba “en casa” y no estaba en medio de una lectura o viendo algo que había descargado en mi tablet, espiaba a mis vecinos. A veces Amos me atrapaba y me saludaba, pero la mayoría de las veces me salía con la mía. Eso esperaba.
Lo que había averiguado era que su padre, que había confirmado que era el señor Rhodes porque había utilizado unos prismáticos y había leído el nombre bordado en la camisa de su uniforme, estaba fuera todo el tiempo. Literalmente. Su auto había desaparecido cuando me fui, y normalmente no volvía hasta las siete la mayoría de los días. El adolescente, Amos, no salía nunca de casa, sólo lo veía en la terraza y supuse que era porque estaba castigado. Y en el poco más de una semana que había estado en el apartamento del garaje, ni una sola vez había visto aparecer ningún otro auto. Realmente eran sólo el señor Rhodes y su hijo, estaba bastante segura. La vez que había leído el nombre del hombre mayor, también podría haber echado un vistazo a su mano para ver que no había un anillo de boda allí. Hablando de Amos, lo consideraba mi segundo amigo en la ciudad, aunque sólo nos saludábamos y me había dirigido unas diez palabras desde el día en que me había salvado de la quemadura del sol con su oferta. Aunque hablaba mucho en el trabajo, haciendo muchas preguntas para intentar averiguar lo que querían los clientes porque no entendía ni la mitad de la mierda que salía de sus bocas (por qué algunas personas elegían usar pastillas purificadoras de agua en lugar de comprar una botella con filtro incorporado seguía sin entenderlo) todavía no había hecho realmente amigos. Me sentía un poco sola. Todos los clientes con los que había tratado habían sido demasiado amables como para hacerme pasar un mal rato por no ser capaz de responder a sus preguntas, pero temía el día en que hiciera enfadar a la persona equivocada y que sonreírle e intentar hacer una broma no funcionara como solía hacerlo para sacarme del apuro. Nadie te dijo nunca lo difícil que era hacer amigos de adulto. Pero era difícil. Muy difícil. Estaba trabajando en ello. Calidad sobre cantidad. Nori, la hermana de Yuki y mi amiga también, envió un mensaje de texto. Yuki llamó. Mis primos se comunicaron y preguntaron cuándo iba a volver. (Nunca.)
Las cosas estaban… saliendo bien. Tenía esperanzas. Estaba vistiéndome y planeando ir al supermercado esta tarde, cuando mi teléfono emitió un correo electrónico. Me detuve para echar un vistazo a la pantalla. El correo electrónico era de un tal K.D. Jones. Sacudí la cabeza y mordí el interior de mi mejilla. No había asunto. No debería perder el tiempo, pero... era débil. Presioné en el mensaje y me preparé. Era corto y sencillo. Roro, Sé que estás enojada, pero llámame. -K ¿Kaden sabía que yo estaba enojada? ¿Yo? ¿Enojada? Jajajajajajajaja. Prendería fuego a su Rolls-Royce si tuviera la oportunidad y dormiría bien. Y estaba pensando en una docena de cosas más que podría hacerle sin sentirme culpable mientras subía a mi auto unos minutos después e intentaba encenderlo. No hubo ningún chasquido. Ni un ligero giro. Nada. Era el karma. Era el karma, y lo sabía, por pensar cosas feas. Al menos eso es lo que diría Yuki... si fuera alguien más que Kaden a quien le estuviera deseando cosas feas.
Cerré los ojos, rodeé el volante con los dedos y traté de encenderlo con un “jodeteeeeee”. Luego intenté encenderlo de nuevo. —¡Maldición! Estaba tan ocupada gritándole al volante que apenas escuché el golpe en mi ventanilla. El señor Rhodes estaba allí, con las cejas ligeramente levantadas. Sí, me había escuchado. Lo había escuchado todo. Al menos había subido las ventanillas. No había prestado atención y no me había dado cuenta de que él seguía en casa. Al soltar los dedos del volante, tragué mi frustración y abrí la puerta lentamente, dándole tiempo a retroceder. Dio un gran paso, dejándome ver una hielera roja en una mano y una taza de café de viaje en la otra. Me di cuenta de que él se veía aún mejor de cerca y a la luz del día. Había pensado que su mandíbula y los huesos de la frente habían sido una obra maestra cuando lo había observado antes, pero ahora, a unos metros de distancia, seguían siéndolo, pero la suave hendidura en su barbilla se añadió a la lista. Apuesto a que, si estuviera en un calendario de guardabosques, se agotaría cada año. —¿...no funcionó? —preguntó. Parpadeé y traté de entender de qué estaba hablando, ya que me había desconectado. No tenía ni idea. —¿Qué? —pregunté, tratando de concentrarme. —¿Después de decirle a tu auto que se jodiera no encendió? — preguntó con el mismo tono de voz duro de hace una semana, con sus dos gruesas cejas todavía levantadas. ¿Estaba... bromeando? Parpadeé. —No, no le gusta que la acosen —dije, inexpresivamente.
Una ceja se levantó un poco más. Sonreí. Él no sonrió, pero dio un paso atrás. —Abre el capó —dijo el señor Rhodes, moviendo los dedos hacia sí mismo—. No tengo todo el día. Oh. Metí la mano en el interior y lo abrí mientras él dejaba la hielera y su café, o lo que fuera que hubiera allí, encima. Fue directamente a agacharse bajo el capó mientras yo daba la vuelta para colocarme a su lado. Como si supiera lo que estaba viendo. —¿Cuántos años tiene tu batería? —preguntó mientras jugaba con algo y lo sacaba. Era una varilla de medición. Para el aceite. Había algo en ella. Yo era bastante buena para cambiarlo a tiempo. Supuse que no podía ser eso. —Um, ¿no sé? ¿Cuatro años? Podrían ser más bien cinco; era la original. Los Jones me habían regañado por no cambiar mi auto todos los años como hacían ellos. Afortunadamente para mí, la señora Jones no quería que condujera un auto con su apellido en caso de que me detuvieran, así que lo compré por mi cuenta. Era y había sido siempre todo mío. Él asintió, con la atención puesta en mi motor, y luego dio otro paso atrás. —Tus terminales están corroídos y necesitan una limpieza. Te pasaré corriente y veré si eso te hace funcionar hasta que lo arregles. ¿Corroído? Me incliné, acercándome a su lado, a escasos centímetros, y eché un vistazo al interior. —¿Es esa cosa blanca? Hubo una pausa y luego respondió: —Sí.
Lo miré de reojo. Tenía una voz muy bonita... cuando no estaba soltando palabras como un látigo. Así de cerca... supongo que debía medir 1,80 o 1,90 m. Tal vez un poco más alto. ¿Por qué este hombre no estaba casado? ¿Dónde estaba la madre de Amos? ¿Por qué era tan entrometida? —De acuerdo, haré que lo limpien —dije alegremente, concentrándome antes de que se irritara conmigo por haberlo investigado. Podría hacerlo desde el piso de arriba mañana. El señor Rhodes no dijo nada más antes de dirigirse a su camioneta. En poco tiempo, estacionó junto a mi auto y se puso a buscar en la cabina trasera antes de volver con los cables de arranque. Me quedé mirando cómo los conectaba a mi batería y luego abrió su propio capó e hizo lo mismo. Si hubiera esperado que se quedara allí y me hablara, me habría decepcionado. El señor Rhodes se alejó y se sentó en su camioneta... pero estaba bastante segura de que me estaba mirando a través del parabrisas. Sonreí. Él fingió no verme o decidió no devolverme la sonrisa. Me quedé allí, mirando el motor de mi auto como si reconociera algo, cuando en realidad no lo hacía. Después de un minuto, me incliné y tomé una foto de los cables conectados a mi batería, por si alguna vez tenía que hacerlo. Debería conseguir un kit de emergencia mientras estaba en ello. Todavía tenía que conseguir spray para osos. Lo que solo pudo haber sido un par de minutos después, él asomó la cabeza por la ventana. —Pruébala ahora. Asentí y me metí dentro, suplicándole rápidamente que no me hiciera esta mierda, y giré la llave. Chilló y cobró vida, y yo bombeé mi puño al aire.
El señor Rhodes se deslizó fuera de su camioneta y rápidamente quitó los cables de nuestras baterías, volviendo a rodear su camioneta en el tiempo que me llevó cerrar mi capó, depositando sus cables en algún lugar de su asiento trasero. Me acerqué para intentar cerrar su capó, pero no pude alcanzarlo. Me miró de reojo mientras levantaba una mano y lo cerraba de golpe. Sonreí. Su camisa de trabajo de color caqui abrazaba la línea ancha de sus hombros y se estrechaba en los pantalones azul grisáceo en los que estaba metida. Su cabello también era increíble, plateado y castaño.... Realmente era demasiado atractivo. —Muchas gracias. Él gruñó. Luego se agachó, lo que me dejó helada porque su rostro estaba junto a mi hombro y mi costado, pero volvió a enderezarse con su hielera y su taza de café. Se alejó, dio la vuelta a su camioneta y luego saltó adentro. Dudó. El señor Rhodes asintió hacia mí y luego dio marcha atrás tan rápido que me impresionó. Me había ayudado. Y no me había echado, incluso si parecía que prefería estar en cualquier otro lugar. Algo era algo. Y tenía que ponerme a trabajar.
Capítulo 4 Los siguientes tres días de mi vida pasaron en un abrir y cerrar de ojos. De acuerdo, un parpadeo si tenías conjuntivitis. Me desperté, y cada uno de los días, intenté saltar la cuerda, tuve que parar cada diez segundos y volver a empezar, ya que acepté que no estaba ni de lejos en el nivel superior de la condición física sobre el nivel del mar. Luego desayuné, me duché y me fui a trabajar. El trabajo fue... algunas partes fueron buenas. Las partes en las que pude hablar con Clara y ponerme al día con ella fueron mis favoritas. Reavivar la amistad con ella era como respirar. Fue sin esfuerzo. Era tan divertida y cálida como esperaba. No pudimos hablar mucho. Para cuando yo llegaba cada mañana, ella estaba muy ocupada tratando de tener todo organizado antes de abrir. Yo la ayudaba todo lo que podía, y nos hacíamos un hueco para hacernos preguntas mientras ella daba explicaciones sobre el inventario y lo que tenía la tienda, que era todo lo imaginable y todo lo inimaginable. ¿Me había operado las tetas? No, eran la misma copa C que tenía desde que dejaron de crecer a los quince años, sostenidas por lo que era básicamente un Wonderbra. ¿Me he blanqueado los dientes? No, usaba pajillas todo el tiempo y me cepillaba los pudientes dientes tres veces al día. ¿Me había hecho alguna vez el Botox porque ella lo estaba pensando, pero no estaba segura? No, pero conocía a muchas personas que lo habían hecho y no estaba segura de hacerlo. También le dije que no lo necesitaba. Yo también le habría preguntado cosas, pero ella me había dado tantos detalles el primer día que entré, que no había muchas otras cosas por las que me sentía cómoda preguntando tan pronto.
En los años transcurridos desde la última vez que nos vimos, ella había ido a la universidad en el norte de Colorado para estudiar enfermería, se había mudado a Arizona con su novio, se había casado y éste había fallecido demasiado pronto. Desde entonces, había regresado para ayudar a cuidar a su padre enfermo y llevar el negocio familiar, y (aquí había sido vaga y apostaría que era porque su sobrina había estado allí) poco después, Jackie se había mudado. Su hermano mayor consiguió un trabajo como conductor de camiones de larga distancia y necesitaba un lugar seguro y constante para que ella se quedara. Habiendo trabajado antes para personas que me importaban y amaba, ya entendía cómo escuchar y seguir instrucciones sin dejar que me afectaran o a mi orgullo. Pero Clara era genial. Literalmente genial. Habíamos hecho planes para salir después del trabajo en algún momento, pero ella tenía que conseguir a alguien que se quedara con su padre porque no podía dejarlo solo durante mucho tiempo, y las enfermeras y auxiliares que normalmente se quedaban con él durante el día ya estaban trabajando demasiadas horas con ella estando en la tienda literalmente todo el tiempo ya que no tenía ayuda fiable. Me acordé de su padre y quise verlo; dijo que a él también le gustaría verme. Ella le había contado todo sobre mi regreso, y eso solo me hizo querer ayudarla mucho más, aunque estaba bastante segura de que solo estaba un escalón por encima de sus anteriores empleados de mierda. Mi única gracia salvadora era, literalmente, que, a pesar de ser una inútil y de tener que hacerle constantemente preguntas ochenta veces al día, los clientes eran todos dulces y pacientes. Uno o dos eran un poco amables, pero yo estaba bien, y desgraciadamente acostumbrada a ignorar ciertos comentarios. Cuando Clara no estaba corriendo por la tienda hablando con los clientes, hablábamos de la tienda. Cuando me preguntaba por mi vida, le contaba retazos, pequeños fragmentos que no encajaban bien y dejaban agujeros argumentales del tamaño de Alaska, pero por suerte la tienda estaba ocupada y ella se distraía constantemente. Todavía no me había
interrogado sobre lo que había pasado con Kaden, pero tenía la sensación de que tenía una idea, ya que yo evitaba el tema. Esa parte de mi nuevo comienzo en Pagosa era genial. La parte de Clara. La esperanza que sentía en mi corazón. La posibilidad de nuevas conexiones. Pero trabajar realmente en la tienda... Llegué a mi nuevo trabajo siendo realista. No tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo trabajando en un proveedor para actividades al aire libre. Durante los primeros diez años desde que me mudé de Colorado, lo más cerca que estuve de hacer actividades al aire libre fueron las veces que me subí al barco de mi tío. Durante los últimos diez años, había ido a la playa unas cuantas veces, pero nos habíamos alojado en complejos turísticos de lujo que servían bebidas bonitas y ridículamente caras. Mi madre me habría repudiado, ahora que lo pienso. Sin embargo, nunca me había sentido más impostora que trabajando en la tienda. Hoy, alguien me había preguntado por una excursión de vadeo, y me había quedado literalmente con la mirada perdida durante tanto tiempo, tratando de averiguar qué me estaban preguntando, que me habían dicho que no me preocupara por ello. Pesca. Habían hablado de una excursión de pesca, Clara me había explicado con una palmada en la espalda. Una hora más tarde, alguien pidió recomendaciones sobre hamacas para tiendas de campaña. ¿Había diferentes tipos de hamacas para tiendas de campaña? Tuve que correr a pedirle a Clara que los ayudara, aunque estaba ocupada con otro cliente. ¿Qué clase de peces hay por aquí? ¿Pequeños? No tenía ni idea.
¿Qué excursiones podría hacer una mujer de sesenta y cinco años? ¿Las cortas tal vez? ¿Era demasiado tarde en la temporada para hacer rafting? ¿Cómo voy a saberlo? Nunca me había sentido tan inútil y tonta en mi vida. Era tan malo que Clara me había dicho finalmente que trabajara en la caja registradora y corriera a la parte de atrás si Jackie (una niña de quince años que era claramente más capaz que yo en todo) me pedía que sacara algo del almacén. Y eso era lo que estaba haciendo, de pie junto a la caja registradora, lista para atender a alguien (a cualquiera) mientras Jackie se encargaba de alquilar unas cañas de pescar y Clara ayudaba a una familia a comprar material de acampada, había estado escuchando mucho y considerando la posibilidad de llevarme un cuaderno al trabajo para tomar notas que pudiera repasar en casa, cuando mi teléfono zumbó en mi bolsillo. Lo saqué. La notificación no era de una llamada telefónica o de un texto, sino de un correo electrónico. Entonces los vellos se erizaron. Porque no era un correo electrónico de spam o un boletín de una empresa. El nombre del remitente era K.D. Jones. El hombre que me había llamado esposa en privado y en torno a sus seres queridos. El hombre que me había prometido casarse de verdad algún día, cuando su carrera estuviera bien y una relación no perjudicara su pequeña base de fans. “Lo entiendes, ¿verdad, preciosa?” me decía una y otra vez. Ese maldito. Bórralo, dijo instantáneamente una parte de mi cerebro. Bórralo y haz como si no lo hubieras visto. Nada de lo que dice es algo que quieras
escuchar. Lo cual era cierto. Su último correo electrónico fue un ejemplo. No había literalmente nada que necesitara escuchar de él. Nada que me beneficiara. Nada que quisiera aparte de oírle admitir que había llegado a donde estaba, al menos en parte, gracias a mí. Pero, honestamente, me habría sentido mucho más satisfecha al escuchar esas palabras de la boca de su madre que de la suya. Todo lo que había que decir entre nosotros había sido expuesto hace casi un año. No había tenido noticias de él hasta hace poco. Catorce años y me había dejado de lado de un día para otro. Pero la maldita entrometida que vivía en mi cuerpo dijo: Léelo o te vas a preguntar qué quería. Tal vez alguien había echado una maldición en su miembro que lo hacía impotente y quería ver si había sido yo para que se lo quitara. (No lo haría.) Entonces, la voz engreída interior dentro de mí que se había deleitado con las malas críticas que habían recibido sus dos últimos álbumes, levantó su rostro de satisfacción y dijo: Sí, ya sabes lo que quiere realmente. Yo sabía muy bien qué era lo más importante en su vida. La voz en mi cabeza tenía razón. Lo sabía. Había imaginado que esto sucedería, incluso cuando aún estábamos juntos, cuando él había comenzado a alejarse. Cuando estaba bastante segura de que su madre había decidido comenzar a alejarme poco a poco. No tenían ni idea de lo que habían hecho, de lo que me habían arrebatado casi por completo, aunque no sentía ninguna pena por ello. Bórralo. O... ¿lo leo primero y luego lo borro?
¿Quizás enfadarme si se estaba comportando como un imbécil? Si ese fuera el caso, no sería inesperado y solo sería un recordatorio de que ahora estaba mejor que antes. De todos modos, era un ganador, ¿no? Estaba aquí. Estaba sin personas que no habían contribuido a mi felicidad en demasiado tiempo. Tenía todo mi futuro por delante, listo y esperando a que lo tomara. Había muchas cosas que quería y nada me lo impedía, salvo la paciencia y el tiempo. Pero... Antes de que pudiera convencerme a mí misma de no hacerlo, presioné en el mensaje y me preparé, enojándome para que cualquier cosa que dijera no pudiera enfurecerme más. Pero sólo había unas pocas palabras en el correo electrónico. Roro, llámame. Y por un microsegundo, pensé en responderle. Decirle que no. Pero... No. Porque la mejor manera de hacerlo enojar sería simplemente no responder. Kaden odiaba ser ignorado. Más que nada porque su madre lo había mimado todos los días de su vida y le había dado casi todo lo que pedía, y todo lo que no. Se había acostumbrado demasiado a ser el centro de atención. El niño bonito al que todo el mundo adulaba y al que todos querían complacer. Así que, en lugar de borrar el correo electrónico, sabiendo que no tendría la tentación de responderle, dejé el mensaje donde estaba porque tía Carolina pediría verlo. Yuki también lo haría para poder reírse. Nori me diría que lo guardara para que un día, cuando me sintiera mal, pudiera mirarlo y reírme para mis adentros de cómo había caído el poderoso. Volví a guardar el teléfono en el bolsillo.
Sí, no estaba pidiendo que lo llamara porque no encontraba su tarjeta de la seguridad social o tenía un maleficio en su miembro, y yo lo sabía. Sonreí para mis adentros. —¿Por qué esa sonrisa? —susurró Clara al acercarse al mostrador donde estaba la caja registradora. La familia a la que había estado ayudando la saludó al pasar. —Nos lo vamos a pensar, ¡gracias! —dijo una de las dos madres antes de guiar a sus seres queridos hacia la salida. Clara les dijo que llamaran si tenían más preguntas y esperó hasta que salieron antes de dirigirse a mí. No pude evitar sonreír de nuevo y encogerme de hombros. —Kaden acaba de enviarme un correo electrónico. Me pidió que lo llamara. Había pensado esta situación en mi cabeza unas cuantas veces desde que reconectamos, y había decidido que apegarme a la verdad era el único camino a seguir. Ella sabía de nuestra relación porque le había hablado de él antes de que se hiciera famoso, cuando podía publicar fotos nuestras en internet, antes de que a su madre se le ocurriera pintarlo como un eterno soltero. Antes de que me pidieran, tan dulcemente, tan amablemente, que por favor retirara todas las fotos que tenía subidas de nosotros juntos. Clara se había dado cuenta. Ella se puso en contacto conmigo y me preguntó si habíamos roto, y le dije la verdad. No le dije cuál era el “plan”, sino solo que seguíamos juntos y que las cosas estaban bien. Pero eso era todo lo que ella sabía. Y sabía que tenía que explicárselo todo, si pensaba quedarme aquí. Las mentiras tenían piernas frágiles y pequeñas. Quería una base.
Clara enarcó una ceja mientras apoyaba una cadera en el mostrador, estirando su camisa de cuello verde oscuro con el nombre del negocio sobre el pecho. Me había traído una de las suyas viejas y me había prometido encargar unas nuevas. —¿Vas a hacerlo? Sacudí la cabeza. —No, porque sé que le molestará. Y no hay nada que tenga que decirme de todos modos. Clara arrugó la nariz y pude ver las preguntas en sus ojos, pero todavía había demasiados clientes alrededor. —¿Intentó llamarte? —No puede porque… —todo esto formaba parte de cosas que ella podía saber —su madre desconectó mi línea al día siguiente de decir que las cosas ya no funcionaban. —Ni siquiera me avisó ni nada. Había estado empacando para irme cuando había sucedido—. No tiene mi nuevo número. Ella hizo una mueca de disgusto. —Mi familia y mis amigos tampoco se lo darían; todos lo odian. Nori había dicho que conocía a alguien que podía hacerme un muñeco de vudú. No le había hecho caso, pero lo había pensado. La expresión de Clara seguía siendo de preocupación, pero asintió con seriedad, mientras recorría rápidamente con la mirada la tienda, como una buena empresaria. —Bien por ti. Qué imbécil, su madre, quiero decir. Él también. Sobre todo, después del tiempo que llevaban juntos. ¿Cuánto fueron? ¿Diez años? Cierto. Demasiado cierto. —Catorce. Clara hizo una mueca justo cuando se abrió la puerta y entró una pareja mayor.
—Espera. Déjenme ir a ayudarles. Ahora vuelvo. Asentí, tenía la esperanza de que su madre estuviera sudando por su carrera cuando, por casualidad, levanté la vista y encontré a Jackie mirándome de manera extraña. Muy, muy extraña. Pero en cuanto establecimos contacto visual, sonrió con demasiada intensidad y apartó la mirada. Ah.
Pasé el viaje en auto de regreso a mi apartamento en el garaje pensando aún más en todo lo que había salido mal en mi relación. Como si no lo hubiera hecho ya lo suficiente y había jurado no volver a hacerlo después de casi todas las veces. Pero una parte de mí no podía superarlo. Tal vez porque había sido voluntariamente tan ciega, y eso molestaba a alguna parte subconsciente de mí misma. No era como si no hubiera habido señales antes de su declaración de que las cosas ya no estaban funcionando. El punto culminante de la última conversación fue cuando me miró seriamente y me dijo: Te mereces algo mejor, Roro. Sólo te estoy impidiendo tener lo que realmente necesitas. Había tenido la maldita razón de que me merecía algo mejor. Yo sólo había estado en una seria negación en ese entonces, pidiéndole que se quedara, que no renunciara a catorce años. Diciéndole que lo amaba tanto. No hagas esto, le había suplicado de una manera que habría horrorizado a mi madre. Sin embargo, lo hizo. Con el tiempo y la distancia, ahora sabía exactamente lo que había esquivado a largo plazo. Sólo esperaba que mi madre, ultra independiente, me perdonara por haber caído tan bajo para mantener cerca a alguien que
obviamente no quería estar allí. Pero el amor podía hacer que las personas hicieran algunas locuras, aparentemente. Y ahora tenía que vivir el resto de mi vida con esa vergüenza. De todos modos, ya terminé de pensar en ello, seguí las indicaciones de mi navegador con cuidado de regreso al apartamento del garaje porque todavía no tenía memorizados todos los giros y el camino de entrada a la casa no estaba precisamente bien marcado. Hace un par de noches, había intentado volver sin él y me había alejado unos 400 metros más de lo necesario y tuve que entrar en el camino de entrada de alguien para dar la vuelta. Después de ese último giro en el camino de tierra, el crujido de la grava bajo mis neumáticos me cantó una canción con la que poco a poco me estaba familiarizando. Durante un breve momento, sentí que una palabra empezaba a tomar forma en mi lengua, pero la sensación desapareció casi al instante. Estaba bien. Fruncí el ceño cuando la casa principal apareció por el parabrisas. Porque sentado en los escalones estaba el niño Amos. Lo cual no habría sido un gran problema, era un buen día, sobre todo ahora que el sol no estaba directamente sobre la cabeza y lo quemaba todo bajo sus rayos, pero él estaba encorvado, con los brazos cruzados sobre su estómago, y no hacía falta leer la mente para saber que le pasaba algo. Ayer lo había visto de nuevo en la terraza, jugando a los videojuegos. Lo observé mientras aparcaba mi auto a un lado del apartamento, metido lo más cerca posible del edificio para que su padre no tuviera inconvenientes. Salí, tomando mi bolso y pensando en que el hombre, el señor Rhodes, no quería que le recordaran que me quedaba aquí... Pero cuando llegué al otro lado, el chico tenía la frente pegada a las rodillas, acurrucado en una bola física, tanto como podría estarlo alguien que no fuera contorsionista. ¿Estaba bien? Debería dejarlo solo.
Realmente debería. Había tenido suerte de que no me hubieran atrapado el día que compartió la sábila conmigo o las otras veces que nos habíamos saludado. Dejarlos en paz era lo único que me había pedido su padre y lo último que quería era que me echaran antes de tiempo… El chico emitió un sonido que parecía de pura angustia. Maldición. Me alejé dos pasos de la puerta, avancé dos pasos más cerca de la casa principal, y lo llamé, dudando y preparada para esconderme por la parte trasera del edificio si la camioneta del guardabosques empezaba a bajar por el camino. —Hola. ¿Estás bien? Nada fue exactamente la respuesta que obtuve. No levantó la vista ni se movió. Di otros dos pasos y lo intenté de nuevo. —¿Amos? —Bien —dijo el chico con dificultad, tan desgarrado que apenas le entendí. Parecía que había lágrimas en su voz. Oh, no. Me acerqué un poco más. —Normalmente, cuando alguien me pregunta si estoy bien y digo que estoy bien, no estoy bien del todo —dije, esperando que entendiera que no quería ser molesta, pero... bueno... estaba acurrucado y no sonaba bien. He estado allí, he hecho eso, pero espero que por razones muy diferentes. No se movió. Ni siquiera estaba segura de que respirara. —Me estás asustando —dije con sinceridad, observándolo mientras el miedo aumentaba en mi interior.
Él estaba respirando. Demasiado fuerte, me di cuenta cuando di otros dos pasos más cerca. Soltó un gruñido, largo y bajo, y tardó más de un minuto en responder finalmente con una voz que apenas entendía. —Estoy bien. Esperando a mi padre. Mi tío había dicho que estaba “bien” cuando había tenido piedras en el riñón y se le caían las lágrimas mientras estaba sentado en su sillón reclinable, ignorando nuestras súplicas de ir al médico. Mi primo había dicho una vez que estaba “bien” cuando había saltado de un camión de mudanzas (no preguntes) y tenía el hueso de la espinilla sobresaliendo de su pierna mientras gritaba de dolor. Lo que debía hacer era ocuparme de mis asuntos, dar la vuelta y entrar en el apartamento. Ya lo sabía. Esta estancia aquí ya estaba en un camino rocoso, incluso si el señor Rhodes había sido decente y me había ayudado con mi batería muerta; todavía no había quitado la corrosión, ahora que lo recordaba. Tenía que hacerlo en mi próximo día libre. Por desgracia, nunca en mi vida había sido capaz de ignorar a alguien necesitado. A alguien con dolor. Sobre todo, porque había tenido personas que no me habían ignorado cuando me había sentido así. En lugar de seguir mi instinto, di otros dos pasos hacia el adolescente que había actuado a espaldas de su padre y me había dado la oportunidad de quedarme aquí en primer lugar. Había sido una locura, algo furtivo... pero lo admiraba por ello, especialmente si lo había hecho para comprar una guitarra. —¿Comiste algo malo? Estaba bastante segura de que intentó encogerse de hombros, pero se tensó tan violentamente y gruñó tan fuerte que no estaba segura. —¿Quieres que te traiga algo? —pregunté, mirándolo de cerca, con la alarma aún burbujeando en mi interior por los ruidos que hacía. Llevaba
otra camiseta negra grande, unos jeans oscuros y unas Vans blancas desgastadas. Pero nada de eso era alarmante. Sólo el tono de su piel lo era. —Tomé Pepto —jadeó, y juro por mi vida que gimió y apretó con más fuerza su estómago. Oh, demonios. Acorté la distancia y me detuve justo delante de él. Había tenido gripe estomacal más de un par de veces en mi vida, y esa mierda era algo, pero esto... esto no me parecía bueno. Ahora me estaba asustando. —¿Has vomitado? Apenas escuché su “no”. No le creí. —¿Tuviste diarrea? Su cabeza se sacudió, pero no dijo nada. —Todo el mundo tiene diarrea. De acuerdo, ¿qué desconocido (especialmente un adolescente) quería hablar de diarrea con alguien que había conocido literalmente hace menos de un mes? Tal vez solo yo. —Sabes, me intoxiqué con un sándwich que compré en una gasolinera en Utah hace un mes, y tuve que pasar una noche más en Moab porque no podía dejar de usar el baño. Juro que perdí cinco kilos solo esa noche... El chico emitió un sonido ahogado que no pude distinguir si era una risa o un gemido de dolor, pero sonó un poco más tranquilo mientras murmuraba: —Yo no. Volvió a emitir el sonido salvaje y doloroso. La aprensión se apoderó de la parte posterior de mi cuello cuando el chico se encorvó aún más un momento antes de comenzar a jadear.
Está bien. Me agaché frente a él. —¿Dónde te duele? Señaló hacia su estómago de alguna manera... ¿con la barbilla? —¿Te has tirado un pedo? Ese sonido ahogado salió de su garganta de nuevo. —¿Duele a la izquierda, a la derecha o al centro? Sus palabras eran tensas. —Un poco a la derecha. Saqué mi teléfono y maldije el hecho de que solo tenía una barra de servicio de telefonía móvil en este lugar. No era suficiente para usar Internet, pero con suerte sí para hacer una llamada. Había Wi-Fi, pero... no iba a preguntar cuál era la contraseña cuando él apenas podía hablar. Presioné el contacto de Yuki, pensando que era la única persona que conocía que llevaba el teléfono constantemente, y afortunadamente contestó al segundo timbre. —¡Ora-Ora-Bo-Bora! ¿Qué estás haciendo? Estaba pensando en ti — contestó una de mis mejores amigas, sonando bastante animada. Pero claro que sí. Su álbum había alcanzado el número uno hace tres semanas y seguía aguantando con fuerza. —Yuki —dije—, necesito tu ayuda. ¿De qué lado está tu apéndice? Debió escuchar la angustia en mi voz porque el humor desapareció de la suya. —Deja que lo averigüe. Espera. —Susurró algo a la que debía ser su encargada o asistente antes de volver a acercar el teléfono a su rostro tras unos instantes y decir—: Dice abdomen medio, abdomen inferior derecho, ¿por qué? ¿Estás bien? ¿TIENES APENDICITIS? —comenzó a gritar.
—Maldición —murmuré para mí misma. —ORA, ¿ESTÁS BIEN? —Yo estoy bien, pero mi vecino está sudando mucho y parece que va a vomitar, y se está agarrando el estómago. —Hice una pausa—. No tiene diarrea. El chico emitió otro sonido ahogado que no estaba totalmente segura de que estuviera relacionado con el apéndice y más que probablemente, con que yo estuviera hablando de diarrea otra vez. He tenido suficientes sobrinos para saber que, por muy salvajes que sean, a veces son tímidos con las funciones corporales. Y por la forma en que había estado hablando con su padre hace un par de semanas, por cómo me había hablado a mí también, tenía la sensación de que tal vez era tímido en general. —Oh, gracias a Dios. Pensé que eras tú. —Ella suspiró aliviada—. Llévalo a la sala de emergencias si se ve tan mal. ¿Está hinchado? Aparté un poco el teléfono de mi rostro. —¿Te sientes hinchado? Amos asintió antes de soltar otro gemido y presionar su rostro contra las rodillas. Por supuesto que me iba a pasar esto. Me iban a echar por hablar con este chico, y ni siquiera podría arrepentirme. —Dijo que sí Yuki, déjame llamarte. Gracias. —Llámame. Te extraño. Buena suerte. ¡Adiós! —dijo ella, colgando inmediatamente. Deslicé el teléfono en mi bolsillo con una mano, con mi mano libre le di al chico una sola palmadita en la rodilla. —Mira, no lo sé con seguridad, pero parece que podría ser tu apéndice. Aunque no lo sé, pero sinceramente, no tienes buen aspecto y creo que te duele demasiado como para que sea, no sé, otra cosa.
Diarrea. Pero creo que estaba harto de que dijera la palabra con “d” delante de él. Estaba bastante segura de que intentó asentir, pero gimió de una manera que hizo que mis axilas comenzaran a sudar. —¿Está tu padre en camino? —No responde. —Dejó escapar otro gruñido—. Está en el lago Navajo hoy. Sabía que el lago no estaba lejos de Pagosa, pero el servicio era deficiente en todo Colorado, estaba empezando a aprender. ¿Es por eso que pensaba que su padre estaba en camino? —Bien. ¿Hay alguien más a quien podamos llamar? ¿Tu madre? ¿Otro padre? ¿Un familiar? ¿A un vecino? ¿La ambulancia? —Mi tío... Oh, mierda. Dejó escapar un grito que, de alguna manera, fue directo a mi corazón y a mi cerebro. No podía dudar más. Esto no era bueno. Mi instinto me lo decía. Lo único que sabía sobre los problemas de apéndice era que, si se rompía, podía ser mortal. Tal vez no era nada. Tal vez era algo. Pero no estaba dispuesta a jugar con su bienestar. Y menos cuando su padre no respondía y no podía tomar una decisión ejecutiva. Me enderecé y luego me agaché para deslizar mi brazo bajo sus omóplatos. —De acuerdo, bien. Te voy a llevar al hospital. Me estás asustando mucho. No podemos arriesgarnos a esperar. —No necesito... oh, maldición. —Prefiero llevarte y que no haya nada malo a que se te rompa el apéndice, ¿bien?
Prefiero que su padre me eche por comunicarme con él a que este niño se muera o algo terrible. Oh, Dios mío. Podría morir. Bien. Es hora de irse. —¿Tienes una billetera? ¿IDENTIFICACIÓN? ¿Una tarjeta del seguro? —Estoy bien. ¡Ya va a… ¡diablos! Maldición. —gimió larga y profundamente, la longitud de su cuerpo se tensó con un grito que me hizo estremecer. —Lo sé. Estás bien, pero ven de todos modos, ¿de acuerdo? No quiero que tu padre me vea intentando meterte en mi auto mientras te peleas conmigo y piense que estoy intentando secuestrarte. No responde, así que no podemos preguntarle qué hacer. Puedo intentar llamar a tu tío de camino, ¿está bien? Dijiste algo de llamar a tu tío, ¿verdad? —pregunté, tocando su hombro—. No puedes morirte conmigo, Amos. Te juro que no podré vivir conmigo misma si lo haces. Eres demasiado joven. Te queda demasiado por vivir. No soy tan joven como tú, pero aún me quedan al menos otros cuarenta años. Por favor, tampoco dejes que tu padre me mate. Inclinó la cabeza y me miró con ojos grandes y asustados. —¿Voy a morir? —gimió. —¡No lo sé! ¡No quiero que lo hagas! Vayamos al hospital y asegurémonos de que no lo hagas, ¿de acuerdo? Sugerí, sabiendo que sonaba histérica y que probablemente lo estaba asustando, pero él me estaba asustando a mí, y yo no era tan adulta como decía mi certificado de nacimiento. No se movió durante tanto tiempo que pensé que seguramente iba a seguir discutiendo y que iba a tener que llamar al 911, pero en el lapso de un par de respiraciones que aspiré por la nariz, debió tomar una decisión porque intentó ponerse de pie lentamente.
Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios. Había lágrimas en sus mejillas. Lloriqueó. Gimió. Gruñó. Y supe que había visto un par de lágrimas frescas correr por su rostro sudoroso. Tenía el indicio de los rasgos pronunciados de su padre, pero él era más delgado, más joven, sin la robusta madurez. Sin embargo, algún día lo haría. Él no podía tener su apéndice rota por mi culpa. De ninguna manera. El adolescente se apoyó en mí a lo grande, gimiendo pero haciendo lo posible por no hacerlo. Los quince metros hasta mi auto me parecieron diez kilómetros, y me arrepentí de no haber conducido hasta allí. Pero lo subí al asiento del copiloto y me incliné para ponerle el cinturón de seguridad. Luego corrí por la parte trasera y me puse al volante, lo encendí y me detuve. —Amos, ¿puedes prestarme tu teléfono? ¿Puedo intentar llamar a tu padre de nuevo por ti? ¿O a tu tío? ¿O a tu madre? ¿A cualquiera? ¿Alguien? Prácticamente me lanzó su teléfono. Bien. Luego murmuró unos números que supuse eran su código de bloqueo. Se apoyó en la ventana, con su rostro de un bronce pálido que bordeaba un tono de verde, y parecía a punto de vomitar. Maldición. Con el aire acondicionado a tope, tomé una vieja bolsa de supermercado de debajo de mi asiento y la coloqué sobre sus piernas.
—Por si quieres vomitar, pero no te preocupes si no lo consigues. Estaba pensando en cambiar esto de todos modos. No dijo nada, pero una lágrima más se deslizó paso por su mejilla y, de repente, yo también quería llorar. Pero no tenía tiempo para esa mierda. Al desbloquear su teléfono, fui directamente a sus contactos recientes. Efectivamente, su última llamada había sido a su padre hacía unos diez minutos. Todavía había apenas suficiente servicio para una llamada, y lo intenté de nuevo. Sonó y sonó. Esta era mi suerte. Miré al chico mientras aparecía la típica grabación de “La persona con la que intenta comunicarse no está disponible en este momento”, y esperé el pitido. Podía hacerlo. No era como si tuviera otra opción. —Hola, señor Rhodes, soy Aurora. Ora, lo que sea. Voy a llevar a Amos al hospital. No sé cuál. ¿Hay más de uno en Pagosa? Creo que podría tener apendicitis. Lo encontré afuera con mucho dolor de estómago. Te llamaré cuando sepa a dónde lo voy a llevar. Tengo su teléfono. De acuerdo, adiós. Bueno, esa falta de información podría volver y darme una patada en el trasero, pero no quería perder el tiempo en el teléfono dando explicaciones. Había un hospital que necesitaba encontrar y llegar. Inmediatamente. Retrocedí, llegué a la carretera donde me había enterado de que tenía algo de cobertura, abrí mi aplicación de navegación, encontré el centro médico más cercano (había una sala de urgencias y un hospital) y lo puse a navegar. Luego, con la otra mano, volví a tomar el teléfono de Amos, eché una mirada más al pobre chico que abría y cerraba el puño, con el cuerpo débilmente tembloroso por lo que solo podía suponer que era dolor, y pregunté: —¿Cómo se llama tu tío?
No me miró. —Johnny. Hice una mueca de dolor y giré el botón del aire acondicionado al máximo cuando vi una gota de sudor en su sien. No hacía calor; simplemente se sentía así de mal. Entonces pisé el acelerador. Tan rápido como pude, conduje. Quise preguntarle si tal vez se sentía mejor, pero ni siquiera levantó la cabeza, sino que se limitó a apoyarla contra la ventana mientras se turnaba para lloriquear, gruñir y gemir. —Voy tan rápido como puedo —prometí mientras bajábamos la colina hacia la autopista. Por suerte, la casa estaba en el lado del pueblo más cercano al hospital y no estaba alejada en el otro extremo. Uno de sus dedos se levantó en señal de reconocimiento. Tal vez. En la señal de stop, busqué entre sus contactos y encontré uno de un tal tío Johnny. Le di a marcar y puse el altavoz, sosteniéndolo con la mano izquierda mientras giraba a la derecha. El “Am, mi chico” llegó claramente a través del teléfono. —Hola, ¿habla Johnny? —respondí. Hubo una larga pausa y luego un: —Eh, sí. ¿Quién es? No sonaba exactamente como una adolescente, lo entendí. —Hola, soy Aurora. Soy... la vecina de Amos y el señor Rhodes. Silencio. —Amos parece muy enfermo, y su padre no responde, y lo voy a llevar al hospital... —¿Qué?
—Le duele el estómago y creo que puede ser el apéndice, pero no sé su fecha de nacimiento ni si tiene seguro… El hombre al otro lado maldijo. —De acuerdo, de acuerdo. Me reuniré contigo en el hospital. No estoy muy lejos, pero llegaré en cuanto pueda. —Bien, de acuerdo, gracias —respondí. Finalizó la llamada. Volví a mirar a Amos mientras dejaba escapar un largo y bajo gemido, maldije y conduje aún más rápido. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Alejar su mente del dolor? Tenía que intentarlo. Cada sonido que salía de su boca era cada vez más difícil de soportar. —Amos, ¿qué tipo de guitarra quieres comprar? —pregunté porque fue lo primero que me vino a la mente, esperando que una distracción ayudara. —¿Qué? —gimió. Repetí mi pregunta. —Una guitarra eléctrica —gruñó con una voz que apenas pude escuchar. Si fuera cualquier otra situación, habría puesto los ojos en blanco y habría suspirado. Una guitarra eléctrica. No sería la primera vez que alguien asume que no sé nada sobre música o instrumentos. Pero no dejaba de ser un fastidio. —¿Pero de qué tipo? ¿Fanned fret? ¿Headless? ¿Fanned fret y headless? ¿Doble mástil? Si se sorprendió de que le preguntara por algo tan intrascendente como una guitarra cuando estaba intentando no vomitar de dolor, no lo demostró, pero contestó con un tenso: —Una... una headless.
De acuerdo, bien. Podría trabajar con esto. Apreté un poco más el acelerador y seguí transportando su trasero. —¿Cuántas cuerdas? No demoró tanto en contestar como hace un momento. —Seis. —¿Sabes qué tipo de tapa quieres? —pregunté, sabiendo que podría estar irritándolo al forzarlo a hablar, pero con la esperanza de distraerlo lo suficiente con las preguntas para que pensara en otra cosa. Y como no quería que pensara que no tenía ni idea de a qué me refería, fui más específica—. ¿Arce espalado? ¿Arce acolchado? —¡Acolchado! —jadeó violentamente, cerrando con fuerza su mano en un puño y golpeándola contra su rodilla. —Acolchado es muy bonito —acepté, apretando los dientes y enviando una oración silenciosa para que estuviera bien. Dios mío. Cinco minutos más. Teníamos cinco minutos más, tal vez cuatro si conseguía esquivar a algunos de los lentos conductores que nos precedían—. ¿Y tu diapasón? —pregunté. —No lo sé —básicamente lloró. No podía llorar yo también. No podía llorar. Siempre lloraba cuando otras personas lloraban; era una maldición. —El arce Birdseye podría quedar bien con el arce acolchado —lancé básicamente con un grito como si fuera lo suficientemente fuerte como para dominar sus lágrimas y lograr que no salieran—. Siento gritar, pero me estás asustando. Te prometo que voy a conducir lo más rápido posible. Si no lloras más, conozco a alguien que conoce a alguien, y tal vez pueda conseguirte un descuento en tu guitarra, ¿de acuerdo? Pero por favor, deja de llorar. De su garganta salió una tos débil... que se parecía mucho a una risa. Una masacrada y dolorosa, pero una risa.
Al girar a la derecha, vi que seguía con las mejillas manchadas de lágrimas, pero tal vez.... Volví a girar a la derecha y entré en el estacionamiento del hospital, dirigiéndonos hacia la entrada de urgencias, dije: —Ya casi hemos llegado. Ya casi hemos llegado. Te vas a poner bien. Puedes quedarte con mi apéndice. Es uno bueno, creo. No dijo que lo quería, pero estaba bastante segura de que trató de hacerme un gesto con el pulgar mientras aparcaba frente a las puertas de cristal y ayudaba a Amos a salir de mi auto, con un brazo alrededor de su espalda, cargando su peso sobre mí. El pobre chico se sentía como una gelatina derretida. Tenía las rodillas dobladas y todo, parecía necesitar toda su fuerza para poner un pie delante del otro. Nunca había estado en una sala de urgencias y supongo que esperaba que alguien saliera corriendo con una camilla y todo, al menos una silla de ruedas, pero la mujer que estaba detrás del mostrador ni siquiera levantó una ceja al vernos. Amos se sentó cojeando en una silla, gimiendo. Apenas había empezado a contarle a la mujer que estaba detrás del mostrador lo que ocurría cuando una presencia se acercó a mi lado. Me encontré con unos ojos marrones oscuros en un rostro oscuro. No me resultaba en absoluto familiar. —¿Eres Aurora? —preguntó el desconocido. Era otro hombre. Y Dios mío, este tipo también era guapo. Su piel era de un increíble tono café con leche, sus pómulos altos y redondos, su cabello corto de un negro intenso. Este tenía que ser el tío de Amos. Asentí, apartando mi mirada de todo él para centrarme solo en sus ojos. —¿Sí, Johnny?
—Sí —aceptó antes de girarse hacia la mujer y deslizando su teléfono —. Soy el tío de Amos. Tengo la información de su seguro. Tengo un poder notarial para tomar decisiones médicas hasta que su padre pueda hacerlo — dijo rápidamente. Di un paso hacia un lado y lo vi responder a más preguntas de la mujer y luego llenar algo en una tablet. Me enteré de que Amos se llamaba Amos Warner-Rhodes. Tenía quince años y su contacto de emergencia era su padre, aunque, por alguna razón, su tío tenía un poder médico. Retrocedí justo después de ese volcado de información y me dirigí a sentarme junto a Amos, que volvía a estar en la misma posición en la que lo había encontrado: gimiendo y sudando, pálido y terrible. Quise acariciar su espalda, pero guardé mis manos. —Oye, tu tío está aquí. Deberían venir a buscarte en un segundo — dije en voz baja. Su “de acuerdo” sonó como si viniera de un lugar profundo y oscuro. —¿Quieres que te devuelva el teléfono? Inclinó la cabeza hacia sus rodillas y gimió. Justo en ese momento, alguien con bata salió con una silla de ruedas. Todavía estaba sosteniendo el teléfono de Amos cuando lo sacaron de la sala de espera, con su tío siguiéndolo. ¿Debería... irme? Podrían pasar horas hasta que supieran con certeza lo que estaba mal, pero... yo lo había traído aquí. Quería asegurarme de que estaba bien; de lo contrario, me quedaría despierta toda la noche preocupada. Me acordé de mover el auto antes de que se lo llevara la grúa y me senté a esperar. Pasó una hora sin ver al tío de Amos ni a su padre. Cuando fui a preguntarle a la empleada de la recepción si podía informarme, entrecerró los ojos y me preguntó si era de la familia, y tuve que retroceder sintiéndome como una acosadora. Pero podía esperar. Lo haría.
Acababa de salir del baño casi dos horas después de llegar a Urgencias y me dirigía a mi asiento cuando se abrieron las puertas que daban al exterior y entró una gran mole de hombre. La segunda cosa que noté fue el uniforme que tenía, que parecía derramado sobre una gran cantidad de músculos y huesos impresionantes. Su cinturón estaba apretado alrededor de su cintura. Alguien se merecía un silbido. No tenía ni idea de qué tenía un hombre en uniforme, pero estaba segura de que se me hizo agua la boca durante un segundo. Los hombros del señor Rhodes parecían más anchos, sus brazos más fornidos bajo las brillantes luces blancas del hospital que bajo el cálido amarillo del apartamento del garaje. Su ceño fruncido le daba un aspecto aún más feroz. Él era realmente un enorme y maduro pedazo de hombre. Dios mío. Tragué saliva. Y eso fue suficiente para que su mirada se dirigiera hacia mí. El reconocimiento cruzó sus rasgos. —Hola, señor Rhodes —enuncié mientras aquellas piernas tan largas como recordaba comenzaban a moverse. —¿Dónde está? —preguntó el hombre con el que había hablado dos veces, sonando tan agradable como antes. Y por agradable, quería decir nada agradable. Pero esta vez, su hijo estaba en el hospital, así que no podía culparlo. —Está en la parte de atrás —dije al instante, dejando que su tono y sus palabras se deslizaran por mi espalda—. Su tío está aquí ¿Johnny? Está atrás con él… Un gran pie con bota lo acercó más a mí. Sus cejas gruesas y oscuras se fruncieron, las líneas tenues cruzaron su amplia frente. Los surcos a lo largo de su boca eran profundos con un ceño fruncido que podría haber quemado el pelo de mis cejas si no estuviera tan acostumbrada a que mi tío hiciera muecas cada vez que alguien lo irritaba.
—¿Qué hiciste? —exigió con esa voz mandona y plana. —¿Perdón? ¿Qué hice? Lo conduje hasta aquí como dije en mi mensaje de voz… Otro pie grande, con botas, dio un paso adelante. Jesús, realmente era alto. Yo medía 1,65 y él me superaba en altura. —Te dije específicamente que no hablaras con mi hijo, ¿no es así? ¿Estaba bromeando? —¿Estás bromeando? Tenía que estarlo. Ese rostro apuesto se acercó más, su ceño es simplemente malo. —Te he dado dos reglas… Fue mi turno de alzar las cejas hacia él, con la indignación encendida en mi pecho. Incluso mi corazón empezó a latir más rápido por lo que estaba tratando de insinuar. De acuerdo, no sabía lo que estaba intentando insinuar, pero ¿me estaba tirando mierda por llevar a su hijo al hospital? ¿En serio? ¿Y había tratado de hacer parecer que yo había hecho algo para que su hijo terminara aquí? —¡Oye! —gritó una voz desconocida. Los dos nos giramos hacia el lugar de donde provenía, y era el hombre Johnny que estaba de pie junto al banco del ascensor, con una mano en la parte superior de la cabeza. —¿Por qué demonios no contestas el teléfono? Creen que tiene apendicitis, pero están esperando los resultados de la tomografía —explicó rápidamente—. Están tratando su dolor. Vamos. Tobias Rhodes ni siquiera volvió a mirarme antes de caminar rápidamente hacia Johnny. El tío de Amos, sin embargo, me saludó con la
cabeza una vez antes de guiar al otro hombre hacia los ascensores. Estaban hablando en voz baja. Grosero. Pero supongo que eso contaba como una actualización de datos.
CAPÍTULO 5 Tal vez eso me convirtió en un bicho raro, pero me senté junto a la ventana todo lo que pude durante los dos días siguientes. Sobre todo, porque la tienda estaba cerrada el lunes. Clara tenía que hacer el inventario, y su rostro se había puesto rojo cuando me explicó que no podía pagarme por ayudarla. Eso sólo me hizo desear más ayudarla, pero comprendí que no le parecería bien, aunque me ofreciera a hacerlo gratis, así que guardé la oferta para mí. Al menos por ahora. De todos modos, había estado distraída, preocupada por Amos y por si estaba bien o no. Claro que no lo conocía, pero aun así me sentía responsable. Había estado acurrucado en el porche, esperando a que alguien lo llevara y.... Me había recordado a mí cuando mi madre no me había recogido en casa de Clara aquel terrible día. Cómo había llamado a casa una y otra vez cuando no había aparecido a la hora que habíamos acordado. Cómo me había sentado en el porche de los padres de Clara mientras esperaba que llegara con alguna excusa sobre una urgencia que había tenido. Mamá no siempre había sido puntual, pero al final siempre había llegado. Una pequeña lágrima apareció en mi ojo al recordar los días posteriores a su desaparición. Pero al igual que todas las otras veces, la limpié y seguí adelante. Mi plan original para el día había sido ir a una práctica de senderismo que había visto en línea más cerca de Bayfield, la ciudad más cercana, pero el impulso de asegurarse de que Amos estaba bien había parecido más importante. Incluso Yuki me había enviado un mensaje de texto pidiendo una actualización. No tenía más que lo que había escuchado el día en el hospital, y eso era lo que había compartido. También tenía su teléfono, que había vibrado una y otra vez hasta que se había quedado sin batería.
Casi había perdido la esperanza de que volviera a casa mientras leía un libro que había comprado en el supermercado, cuando el sonido de neumáticos sobre la grava entró por la ventana abierta. Me levanté y vi una camioneta de Parques y Vida Silvestre seguida de un utilitario. Una figura conocida saltó de la camioneta, y del auto salió otra figura masculina y alargada. Ambos rodearon el otro lado del auto y, tras un momento, ayudaron a salir a una persona mucho más pequeña. Lo ubicaron entre ellos mientras desaparecían en la casa, y estaba bastante segura de haberlos escuchado discutir mientras lo hacían. Era Amos. El alivio hizo cosquillas en mi pecho. Quería ir a preguntarle en persona si estaba bien, pero... iba a esperar. Bueno, a menos que el señor Rhodes viniera y me echara. Al menos, aún no había desempacado totalmente mis cosas. Hace apenas unos días, había ido a la lavandería y llenado mi maleta con ropa limpia. En la casa principal, todas las luces del interior parecían estar encendidas. Por décima vez, me pregunté por la figura de una madre o esposa. Nadie había pasado por la casa. Había tenido las ventanas abiertas y no había dormido del todo bien; habría oído a alguien en la entrada. Amos tampoco me había pedido ayer que llamara a su madre. ¿Pero no había mencionado su padre algo sobre ella el primer día? En cualquier caso, Amos tenía suerte de tener un padre y un tío que se apresuraron a ir al hospital para estar con él; esperaba que lo supiera. Tal vez su padre era estricto... y tal vez no era la persona más amigable del planeta, pero él lo amaba. Lo amaba lo suficiente como para culparme por alguna tontería. Para preocuparse de verdad por su seguridad. Sorbí mi nariz, sintiéndome de repente un poco triste y tomé el teléfono. Sonó una vez antes de que me contestaran.
—¡Ora! ¿Alguna noticia? Había una razón por la que amaba a Yuki (y a su hermana) tanto como lo hacía. Eran buenas personas con un corazón enorme. Sabía lo ocupada que estaba constantemente, y eso no le impedía estar siempre a una llamada o un mensaje de texto. —Acaba de llegar a casa. Su tío y su padre le ayudaron a entrar, pero él caminaba solo. —Oh, bien. —Hizo un sonido antes de decir—: Dijiste que era tu vecino, ¿no? Resoplé, la soledad ya se desvanecía con solo el sonido de su voz. —Sí. Es el hijo del hombre que me alquila su apartamento en el garaje. —Ohhhh. Mi asistente ha pedido un bote de crema Crystal para él. Se lo voy a enviar a la dirección del apartado postal que me mandó el otro día. Dile que se lo ponga en el lado izquierdo. Espero que se mejore. ¿Ves? El mejor corazón. —Entonces, ¿cómo te va? ¿Te estás instalando? ¿Cómo está Colorado? —Estoy bien. Me estoy adaptando. Se está muy bien aquí. Se siente bien. Definitivamente había esperanza en su voz cuando preguntó: —¿Eres feliz entonces? Yuki, al igual que mis tíos, me había visto en mis peores momentos. Me quedé con ella durante un mes inmediatamente después de que me dijeran que mi relación había terminado. En parte porque vivía al final de la calle, pero sobre todo porque era una de mis mejores amigas. Ella estaba pasando por su propia ruptura en ese momento, y ese mes que me quedé resultó ser uno de los períodos más productivos de mi vida. Y de la suya.
Habíamos escrito un álbum entero juntas en ese tiempo... entre escuchar a Alanis, Gloria y Kelly tan fuerte que estaba segura de que ambas habíamos perdido algo de audición. Pero había valido la pena, obviamente. —Sí. Conseguí un trabajo con una amiga que tenía cuando vivía aquí. —¿Haciendo qué? —Trabajando en una tienda de artículos para el aire libre. Hubo una pausa en su extremo. —¿Qué es eso? —Venden equipos de camping y de pesca. Cosas así. Hubo otra pausa y luego comentó lentamente: —Um, Ora, no te ofendas, pero... Gemí. —Ya sé lo que vas a decir. Su risa cristalina me recordaba mucho a su voz de cantante. Era hermosa. —¿Qué haces trabajando allí? ¿Qué sabes de todo eso? ¿Cuánto hace que te conozco? ¿Doce años? Lo más divertido al aire libre que has hecho en tu vida fue... estar en tiendas de campaña en festivales. Me reí, pero en realidad me encogí porque ella tenía razón. —Cállate. ¿Quién iba a ir a acampar conmigo? ¿Kaden? ¿Te imaginas a su madre? ¿A ti? —Comencé a reírme, y ella también empezó a reírse con fuerza, imaginándolo. La señora Jones, su madre, era notoriamente muy nerviosa, lo que resultaba curioso porque yo había visto la casa en la que se había criado. Su padre había sido un fontanero con tres hijos y una esposa que se quedaba en casa. Tenían más dinero que el que yo había tenido cuando estaba mamá,
pero nunca lo habían estado usando. Pero en los últimos diez años, desde que su carrera había despegado, ella se había convertido en un monstruo presumido que se burlaba de las hamburguesas a menos que fueran de carne de wagyu o de Kobe. —Buen punto —aceptó Yuki después de dejar de reír. —Pero en serio, no sé nada de nada de lo que hay ahí. Nunca me he sentido tan estúpida en mi vida, Yu. Los clientes me preguntan tantas cosas y los miro como si estuvieran hablando en griego antiguo. Es lo peor. Ella se puso en plan de apenada, pero siguió riéndose. —Pero mi amiga necesitaba la ayuda, y no es que pueda dar referencias para conseguir un trabajo mejor. Y ni siquiera sabía lo que quería hacer en primer lugar. Esto era sólo... algo. Hasta que me decidí. Un paso. Eso hizo que dejara de reírse. —Utilízame. Les diré que has trabajado para mí y que eres la mejor empleada que he tenido. Y en realidad, no sería una mentira. Has trabajado para mí, y has sido mi empleada más valiosa. Te he pagado. Voy a seguir pagándote. Su discográfica había insistido en darme crédito por mi trabajo para que no los demandara en el futuro. Iban a transferirme dinero cada trimestre. Si no te pagan, solo ellos ganan más dinero, Ora. Tómalo. Y tenía razón. Mejor yo que el sello discográfico. Honestamente, no había pensado en hacer eso una vez: pedirle que mintiera por mí. Pero ahora que lo mencionaba... no sería una idea terrible tener eso en mi currículum una vez que encontrara otra cosa que hacer en la que no fuera horrible. Pero incluso pensar en dejar a Clara me hacía sentir fatal. Estaba realmente agobiada, y no estaba segura de quién la ayudaría una vez que Jackie volviera a la escuela. Necesitaba mejorar y aprender más antes de
que la adolescente se fuera. Pero todo esto era por si acaso. En el futuro. No pensaba marcharme pronto. —¿Estás segura? —pregunté. Ella suspiró dramáticamente. —Necesitas una limpieza espiritual, osito. Creo que Kaden puede haberte contagiado su tontería. Me reí. —Eres tonta. Se rio. —Si se da el caso, te tomaré la palabra. Ni siquiera lo había pensado. —Claro. Por lo de la tontería. Te enviaré un poco de salvia. Me reí a carcajadas y la escuché suspirar. —Te extraño, Ora. ¿Cuándo vamos a volver a vernos? Me gustaría que volvieras a vivir conmigo. Ya sabes, mi casa es tu casa. —Siempre podemos encontrarnos en algún sitio o puedes venir aquí. Yo también te extraño. Y a tu hermana. —Ugh. Nori. Ella también necesita un poco de salvia ahora que lo pienso. Resoplé. —Creo que ella lo necesita más que yo. Hablando de personas que necesitan limpiezas, ¿adivina quién me envió un correo electrónico? Ella literalmente se ahogó. Como si hubiera alguien más. El hecho de que llamara a la señora Jones el Anticristo también nunca pasó de moda. —Sí. Me pidió que lo llamara. Dos veces.
—Mm-hmm. Probablemente porque su álbum fracasó y todo el mundo habla de lo malo que es. Sonreí. Ella se quedó pensativa un momento. —Estás mejor sin él, lo recuerdas, ¿verdad? —Lo sé. Porque lo sabía. Si me hubiera quedado con él... nunca nos habríamos casado, aunque él tuviera más de cuarenta años. Nunca habríamos tenido hijos. Habría estado en las sombras el resto de mi vida. Nunca habría sido una verdadera prioridad para alguien a quien había apoyado con cada centímetro de mi alma. Nunca podría olvidar eso. No lo haría. Estaba mucho mejor sin él. Hablamos durante unos minutos más, y ya estaba terminando la llamada telefónica cuando escuché el portazo de un auto fuera de la ventana y me asomé. El Bronco restaurado se estaba yendo; solo lo había visto irse dos veces en el tiempo que llevaba aquí. Sin embargo, el otro auto seguía allí, el utilitario que debía pertenecer a Johnny, el tío de Amos. No pude ver el asiento del conductor, pero tuve la sensación de que era el señor Rhodes quien se iba. Tobias. No es que lo llamara así en voz alta. Él no quería que lo llamara de ninguna manera por la forma en que había actuado hace dos días. Pero no había nada malo en asegurarse de que el chico estuviera bien, ¿verdad? Con su teléfono celular y el mío en mis bolsillos, bajé la lata de sopa de pollo con fideos que había estado cargando durante semanas por las escaleras y crucé la grava que conducía a la casa principal, mirando la entrada a la propiedad para asegurarme de que el todoterreno no volvía de repente. Ni siquiera me avergonzó la rapidez con la que subí al porche y llamé a la puerta, dos veces, esperanzada.
Escuché un: “¡Un segundo!” desde el interior, y quizá tres después, la puerta se abrió y el hombre que había conocido en el hospital estaba allí de pie con una ligera sonrisa en su rostro que se amplió después de un momento. —Hola —dijo el hombre de buen aspecto. No era tan alto como el señor Rhodes.... ¿También era un señor Rhodes? No se parecía en nada a él, ni siquiera un poco. Sus rasgos y coloración eran totalmente diferentes. También lo eran sus complexiones. En todo caso, Amos parecía una versión mezclada de ambos. ¿Tal vez era pariente de su madre? —Hola —respondí, sintiéndome repentinamente tímida—. Nos conocimos en la sala de emergencias, ¿recuerdas? ¿Amos está bien? — Levanté un poco mi ofrenda—. No es casero, pero le traje una lata de sopa. —¿Quieres preguntarle tú misma? Sonrió tanto que no pude evitar devolverle la sonrisa. Sí, él y el señor Rhodes definitivamente no eran parientes. Volví a preguntarme si averiguaría cómo era la situación de la madre de Amos. Tal vez estaba en el ejército, desplegada. ¿O tal vez estaban divorciados y vivían lejos? ¿No había dicho el señor Rhodes el nombre de otro hombre cuando había mencionado a la madre del niño? Tenía muchas preguntas y demasiado tiempo para pensar en asuntos que no eran míos. —¿Puedo? —pregunté, dudando, sabiendo que debería volver al apartamento del garaje antes de meterme en problemas. El padre de Amos no se había alegrado mucho de verme ayer. O la última vez que nos vimos. Mucho menos la primera vez. O nunca. Nunca se alegró de verme. Johnny dio un paso atrás con un movimiento de cabeza. Sus ojos parecieron escudriñar la zona detrás de mí, y se le formó una arruga entre
las cejas como si estuviera confundido. Pero lo que estaba pensando no debía ser tan importante, porque pareció encogerse de hombros antes de hacerme un gesto para que avanzara. —Entra. Está en su habitación. —Gracias. Sonreí y lo seguí una vez que cerró la puerta. La casa era el epítome de lo rústico y lo bonito. Los suelos de color claro guiaban el camino a través del vestíbulo, pasando por una puerta entreabierta un rápido vistazo me dijo que era un baño, y más adelante, un techo de catedral se abría sobre un área que consistía en una sala de estar y una cocina a la derecha. En una esquina había una estufa de leña. Había un canasto de leche que hacía las veces de mesa auxiliar con una lámpara encima. La cocina era pequeña, con encimeras de baldosas verdes y armarios del mismo tono que las paredes de la cabaña de madera, con electrodomésticos negros. Había un recipiente de plástico para el café junto a la cafetera, un viejo tarro con azúcar y más cosas alrededor de los mostradores. El lugar estaba muy, muy limpio y organizado. O tal vez todos los hombres que había conocido y con los que había vivido eran simplemente desordenados, porque para ser dos hombres viviendo aquí, era bastante espectacular. De repente, me sentí descuidada por tener la ropa esparcida por todo el apartamento del garaje, colgando de las puertas y las sillas. Era acogedor, hogareño y agradable. Me gustó mucho. Supongo que en cierto modo me recordaba a personas y cosas que me habían reconfortado. Y el amor. Porque ambos eran básicamente lo mismo, o al menos deberían serlo. —Aurora, ¿verdad? —preguntó el chico Johnny, haciéndome mirar hacia él. —Sí —confirmé—. Ora si quieres.
Me mostró una sonrisa blanca que era... era algo. —Gracias por llamar por Am —dijo mientras señalaba a través de la sala de estar y hacia otro corto pasillo. Había tres puertas. A través de una, podía escuchar una lavadora en marcha. Al otro lado había otra puerta entreabierta que estaba muy oscura. —Gracias por dejarme entrar. Estaba preocupada por él. Esperé en el hospital todo lo que pude, pero no volví a verte a ti ni al señor Rhodes después de que bajaras por él, y me fui a casa. Estuve allí hasta las nueve. Nos detuvimos frente a otra puerta entreabierta. —Está despierto. Acabo de estar aquí. Johnny llamó a la puerta y un ronco “¿Qué?” atravesó la puerta. Intenté no resoplar ante el cálido saludo mientras su tío ponía los ojos en blanco y empujaba la puerta. Asomé la cabeza al interior y encontré a Amos en la cama, en bóxer y con una camiseta verde intenso que decía “Ghost Orchid” en la parte delantera. Levantó la vista de la videoconsola que tenía en las manos y gritó antes de llevarse las manos a la entrepierna, con la cara roja. —A nadie le importa lo que tienes ahí debajo, excepto a ti, Am. Johnny se rio mientras recogía una almohada que no había visto en el suelo y la arrojaba. El chico la dejó caer sobre su regazo, con los ojos muy abiertos. Sonreí. —Realmente no me importa, pero puedo taparme los ojos si te hace sentir mejor. —Di un solo paso hacia adentro y no me acerqué—. Sólo quería ver cómo estabas. ¿Estás bien? El chico bajó su videoconsola para apoyarla encima de la almohada, sus rasgos aún mostraban su sorpresa mientras murmuraba con esa voz
tranquila y tímida que supuse era parte de él: —Sí. —¿Era tu apéndice? —Sí. Su mirada se dirigió a su tío antes de volver a mí. —Lo siento. Esperaba que, después de todo, sólo fueran gases muy fuertes. Hizo una mueca, pero murmuró: —Me lo quitaron ayer. —¿Ayer? Me giré para mirar al tío, que seguía allí de pie, e inclinó la cabeza hacia un lado, como si no tuviera sentido para él tampoco que fuera dado de alta. —¿Y ya te dejaron salir? ¿Es seguro? El chico se encogió de hombros. —Ah. Yo estaría envuelta en una manta, llorando si me hubieran operado y estuviera fuera. Su boca se volvió un poco plana. Realmente era un niño adorable. Apostaría a que iba a ser un hombre muy guapo algún día. Bueno, con un padre que tenía el aspecto del suyo, por supuesto que lo sería. —Bueno, te traje un poco de sopa de pollo con fideos. Me imagino que tu tío o tu padre pueden calentarla para ti. A menos que seas vegetariano. Si eres vegetariano o vegano, te traeré otra cosa. —No lo soy —susurró más o menos, pasando su atención por encima de mi hombro brevemente.
—Oh, bien. Por cierto, también tengo tu teléfono. Ahora está muerto. —Di un paso y dejé la sopa en la cómoda a mi lado, justo al lado de un montón de púas de guitarra sueltas y unos cuantos paquetes de cuerdas—. Bueno, si necesitas algo, ya sabes dónde estoy. Sólo tienes que gritar muy fuerte. Estaré en casa el resto del día, y mañana estaré fuera de nueve a seis. —Todavía me miraba con esos ojos grandes y redondos—. Te dejaré descansar. Espero que te sientas mejor. Su “adiós” fue murmurado, pero bueno, era mejor que nada. Según uno de mis primos, uno de sus hijos había pasado por una fase de un mes en la que no respondía más que con gruñidos y asentimientos, así que supuse que era normal. Pensando que mi trabajo estaba hecho, di un paso atrás y casi me topé con Johnny. Él me sonrió cuando levanté la vista y señaló hacia el pasillo. Johnny me siguió, tan cerca de mi codo que no dejaba de rozar la parte superior de su cuerpo. —¿Dijiste que eras vecina? —preguntó de repente. —Algo así —dije—. Me estoy quedando en el apartamento del garaje. La forma en que preguntó “¿Qué?” me hizo mirarlo. Parecía muy confundido, con esa muesca en el entrecejo. —Es una larga historia que Amos probablemente pueda explicar mejor. —No lo hará. Dice unas diez palabras al día si tenemos suerte. Bastante justo. Me reí. —Para resumir la historia, lo puso en alquiler a espaldas de su padre y lo reservé. El señor Rhodes se enteró y no estaba contento, pero aun así me dejó quedarme cuando le ofrecí pagar un extra. —Eso fue mucho más rápido de lo que esperaba—. Estaré aquí unas dos semanas más.
—¿Qué? Asentí y luego hice una mueca. —Realmente no estaba muy contento. Ahora no se va a alegrar de que haya venido probablemente, pero estaba preocupada por Amos. —Me preguntaba por el auto de ahí fuera. —Su risa salió de la nada y me atrapó desprevenida—. Estoy seguro de que no estaba contento. En absoluto. —Estaba muy, muy enfadado, pero lo entiendo —confirmé—. No quiero enojarlo más, pero dile al señor Rhodes que estuve a dos metros de su hijo y que tú estuviste cerca todo el tiempo. Por favor. Johnny abrió la puerta principal con una sonrisa. —A dos metros de distancia y le trajiste sopa y su teléfono. No hay problema. Atravesé la puerta y él se colocó en el umbral. Había oscurecido mucho en los diez minutos que llevaba dentro, y saqué mi linterna del bolsillo. Dios no quiera que tropiece con una piedra, me rompa una pierna y que nadie me escuche gritar, que me coman los osos carnívoros y los pájaros me quiten los ojos. Ese era literalmente un escenario que mi tía había imaginado y me había enviado un mensaje de texto hace días. —¿Eres de Florida? —preguntó justo cuando la encendí y dirigí el haz de luz hacia la entrada. Era débil. Debería buscar una con más lúmenes. —Más o menos. Solía vivir aquí, pero me mudé hace mucho tiempo. —Bajé de un salto los escalones y lo saludé—. Gracias por dejarme verlo. Me alegro de volver a verte. Estaba apoyado en la puerta. —Gracias por llevarlo.
—De nada. —Volví a saludar con la mano y recibí un saludo breve a cambio. No quiero decir que corrí al apartamento, pero definitivamente caminé rápido. Y justo cuando metí la linterna bajo la axila para apuntar al pomo de la puerta, escuché el crujido de los neumáticos sobre la grava y me entró el pánico. ¿Dónde estaba la llave? Mientras no viera al señor Rhodes, no podría decirme que me fuera, ¿verdad? Metí la mano en el bolsillo, traté de encontrarla pero no pude. ¡Maldita sea! ¡Bolsillo trasero! ¡Bolsillo trasero! Los faros me sorprendieron justo cuando las yemas de mis dedos tocaron la fría llave. Y la dejé caer. —¿Estás bien? Oí a Johnny gritar. Él estaba mirando. Probablemente se reía mientras yo entraba en pánico. ¿Sabía él lo que estaba haciendo? —¡Estoy bien! Solo se me cayó la llave —grité, sonando rabiosa y en pánico porque lo estaba mientras daba palmaditas en el suelo. Los faros ya no se movían, me di cuenta justo cuando encontré de nuevo la maldita llave. Escuché que una puerta se abría y se cerraba de golpe justo cuando la introduje en la cerradura. —Hola —dijo una voz ronca. Actúa con calma. Todo estaba bien. Me lo debía, ¿no? Había salvado a su hijo. Más o menos. —Hola —respondí, resignada. Atrapada. Las luces captaron una silueta mientras mi casero y vecino cruzaba delante de su Bronco.
—Aurora, ¿verdad? —preguntó el hombre. Tobias. Señor Rhodes. Me di la vuelta totalmente, apagando mi linterna cuando le dio en el pecho. Llevaba una camiseta. Los faros lo iluminaban por detrás, pero no tenía tan buena vista de su rostro. ¿Estaba enfadado? ¿Iba a echarme? —Esa soy yo. —Contuve un trago—. ¿Puedo ayudarte en algo? —Gracias por lo que hiciste —fue su respuesta, atrapándome desprevenida. Oh. —No ha sido ningún problema —dije a la parte sombreada de su frente. Se había detenido a pocos metros, con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba bastante segura. No sonaba enojado. Eso era algo bueno. Por otra parte, él no tenía ni idea de que acababa de salir de su casa. Dio otro paso hacia delante, pero todavía no podía verlo tan bien, sólo la forma general de su estructura, tan ancha en la parte superior y estrecha en las caderas. ¿Iba a un gimnasio? Había uno en la ciudad. Tenía que hacerlo. Nadie tenía ese aspecto naturalmente. El profundo suspiro del hombre me hizo intentar mirar su rostro. —Mira… —Parecía luchar por sus palabras, su tono era tan severo como la primera vez que lo escuché—. Estoy en deuda contigo. Am me contó lo que pasó. —Su exhalación fue fuerte pero constante—. No puedo agradecerte lo suficiente —gruñó con su voz dura. —De nada. Cuanto menos dijera, mejor. Otra exhalación. —Te lo debo. A lo grande.
—No me debes nada. Otro suspiro, y luego: —Sí te debo. —No, te prometo que no —respondí—. Por favor, de verdad, no me debes nada. Solo me alegro de haber podido ayudar y de que él esté bien. No dijo nada durante tanto tiempo que en parte esperaba que no lo hiciera, pero lo que sí hizo fue dar otro paso hacia delante y luego otro hasta que estaba más cerca, con los brazos sueltos a los lados, para que pudiera volver a ver bien ese increíble rostro. Los huesos duros y bien definidos de sus rasgos estaban tensos. Llevaba pantalones de jeans y su camiseta tenía un pez. Definitivamente tenía entre treinta y cuarenta años. Tal vez a principios de los cuarenta. Un excelente mediados de los treinta y tal vez principios de los cuarenta. Apuesto a que le salieron canas de joven. Sucedía. Había un cantante que conocí que se había vuelto totalmente plateado a los veintisiete. Y su edad no era de mi incumbencia. Había otras cosas de las que tenía que preocuparme, y más vale que acabe con ellas. Se iba a enterar de todos modos, y si sentía que me lo debía, tal vez me perdonaría y no me echaría. Sólo podía esperar. —Fui a tu casa muy rápido y Johnny me dejó entrar. Sólo quería ver cómo estaba tu hijo. Me quedé en la puerta y sólo estuve allí diez minutos, si acaso. Johnny estuvo allí todo el tiempo. Por favor, no te enfades. De nuevo, no respondió lo suficientemente rápido como para hacerme sentir mejor. Solo... me miró. No pude ver el color de sus ojos, pero pude ver el blanco en los bordes. Eso es lo que obtuve por mi honestidad, supongo, y me retorcí.
—No estoy enfadado —dijo mi casero lentamente antes de exhalar una vez más. Su voz gruñona seguía siendo dura, pero algo en sus rasgos parecía suavizar una cantidad microscópica—. Estoy en deuda contigo. Te agradezco lo que has hecho. No sé cómo te lo voy a devolver, pero ya se me ocurrirá algo. Respiró profundamente otra vez, y me preparé. —Siento... la forma en que manejé tu presencia aquí. Se estaba disculpando. Por mí. Que suenen las alarmas. —Está bien —dije—. Si se me ocurre algo que necesite, te lo diré. — Luego fue mi turno de dudar—. Si ustedes también necesitan algo, avísenme. —Estaría aquí hasta que... hasta que no estuviera. Entonces recordé—. ¿Puedo hacer una pregunta? Ya sabes, solo para saber. ¿Cuántas personas viven contigo en la casa? Me di cuenta de que me observaba atentamente antes de responder. —Solo somos Amos y yo. Exactamente lo que había pensado. —De acuerdo. —Al menos no me estaba echando. Ya que no lo hacía, iba a aprovecharlo. Extendí mi mano hacia él, y una grande y fría se deslizó en la mía, dándole un sólido y lento apretón. Le sonreí. No me devolvió la sonrisa, pero no importaba. Antes de que pudiera cambiar de opinión y echarme, retrocedí. —Buenas noches —grité y me deslicé dentro del apartamento, encendiendo las luces y cerrando con llave antes de subir corriendo los escalones. A través de la ventana, vi al señor Rhodes acercar su Bronco a su lugar habitual frente a la casa. Abrió la puerta del pasajero y sacó dos bolsas
blancas con el nombre de uno de los dos locales de comida rápida del pueblo estampado en ellas. Luego seguí observando mientras entraba. Bueno, todavía estaba aquí. Y con suerte lo estaría durante otras dos semanas. O al menos todo el tiempo posible.
CAPÍTULO 6 —Bendito sea tu corazón, cariño, no hace falta que te disculpes — dijo el hombre mayor con una sonrisa tan dulce que me iba a salir una carie. Su amigo, bendito sea, le guiñó un ojo. —¿Cómo podríamos enojarnos con un rostro tan dulce, verdad, Doug? Todo mi cuerpo se puso rígido ante sus amables palabras. Palabras pronunciadas por dos clientes muy agradables a los que había intentado ayudar, pero no había podido. Desde el momento en que se acercaron al mostrador con dos cañas de pescar, supe que iban a preguntarme algo que no podría responder, así que estaba preparada. Diablos, lo primero que salió de mi boca fue: —Déjenme llamar a alguien que pueda ayudarlos con cualquier pregunta que tengan sobre esas cañas. Lo había intentado, y sabía que lo había intentado para no tener que estar aquí como una tonta. Había memorizado la mayoría de los precios de los modelos que teníamos. Incluso tenía grabadas a fuego en mi cerebro un par de las marcas que trajeron, pero eso era absolutamente todo. No tenía ni idea de cuáles eran las diferencias entre ellas, y mucho menos de por qué había que comprar una caña más larga en lugar de una más corta, o incluso para qué tipo de pesca (o pesca con caña, como la habían llamado algunos clientes) se utilizaban, no tenía ni idea. Así que cuando el hombre, que debía tener unos cincuenta años, ignoró mis palabras y se adelantó a preguntar: —¿Qué diferencia hay entre estas? ¿Por qué ésta tiene el doble de precio? Me quedé bastante resignada.
Si hubiéramos estado menos ocupados, podría haberle gritado a Clara al otro lado de la habitación. Pero ella estaba detrás del mostrador de alquiler, hablando con una pequeña familia sobre algo. Jackie estaba en la parte de atrás tomando su descanso, y el único empleado a tiempo parcial que había conocido (por primera vez esa mañana) había permanecido alrededor de dos horas antes de saludar y decir que volvería. Clara y yo nos habíamos mirado desde el otro lado de la habitación, y de repente ella había comprendido, incluso más que antes, el lío en el que estaba metida con los empleados. Que conste, él no había regresado. Los dos hombres, sin embargo, siguieron ignorando que yo intentaba endosárselos a Clara. Me alegraba y me aliviaba que no estuvieran siendo malos o impacientes, pero no podía evitar que mis sentimientos se vieran heridos de todos modos. Sabía que me había librado de más apuros de los que podía contar porque algunas personas me encontraban atractiva y yo era bastante amigable por naturaleza. A pesar de que me habían parado al menos diez veces, nunca me habían puesto una multa, aunque algunos de mis amigos decían que conducía como una loca. Simplemente no me gustaba perder el tiempo. ¿Qué hay de malo en ello? Mis primos se habían burlado de mí sin parar por la forma en que la gente me trataba por algo con lo que yo no tenía nada que ver. Pero al mismo tiempo, mi genética era una especie de maldición. Algunos hombres tendían a ser misóginos. A veces me trataban como si fuera una cabeza hueca. Y muchas veces recibía más atención de la que quería, sobre todo cuando era del tipo incómodo. Escuchaba y me esforzaba al máximo en casi todo, y tenía un buen corazón, siempre y cuando no me hubieras hecho daño. Y todas esas cosas eran mucho más importantes para mí que lo que había en el exterior. No quería que me mimaran. Me hacía sentir incómoda.
Y tardé un momento en recomponerme lo suficiente como para dedicar una dulce sonrisa a los bienintencionados hombres. —Permítame que mi jefe lo ayude. Soy nueva y aún no me he familiarizado con todo. El que tenía más canas que el otro miró mis pechos tan rápido que estaba bastante segura de que pensaba que era tan hábil que no me había dado cuenta. —No te preocupes, hermosa. Quise suspirar, pero volví a sonreír. Y fue entonces cuando se abrió la puerta y entró la última figura que hubiera esperado. Bueno, no la última, sino una de ellas. Lo primero que me llamó la atención fue el uniforme en aquel cuerpo largo y fuerte. Él ya me estaba mirando. Y si estaba sorprendido, no habría podido saberlo por las gafas de sol que llevaba. Bueno, eso y el hecho de que los clientes decidieron seguir hablando. —¿Qué hace una cosa tan bonita como tú trabajando aquí en vez de en una tienda de ropa? ¿O tal vez en una joyería? Apuesto a que en una de esas venderías todo. Prácticamente cualquier otro trabajo, pero este era el que estaban insinuando. Me esforcé al máximo. Realmente lo hacía. Pero sólo habían pasado un par de semanas. Volví a deslizar mi mirada hacia el hombre menos canoso. —No estoy muy a la moda y no llevo muchas joyas. Por el rabillo del ojo vi que el señor Rhodes se alejó más hacia el interior de la tienda, pero me di cuenta de que seguía mirándome.
—Uno de mis amigos es abogado en la ciudad; podría estar buscando contratar a una nueva secretaria si le hablo bien de ti —dijo el que tenía más canas. ¿Insinuó que le sugeriría a su amigo que despidiera a su actual empleada para contratarme? Negué con la cabeza y traté de regalarle otra sonrisa. —Está bien, me gusta estar aquí. Cuando no me equivocaba. Y cuando la gente no me acariciaba la cabeza como si estuviera bien que no supiera cosas. Afortunadamente, se decantaron por una caña por su cuenta, le pasé la factura e hice lo posible por ignorar la forma en que ambos no dejaban de mirar mi rostro y mis pechos. Cuando me quitó el recibo y la caña de las manos, les dediqué una sonrisa a los dos y sólo me permití suspirar una vez que salieron de allí. Pero tan pronto como se cerró la puerta, el recordatorio de que si pensaba quedarme (y sí, no me encantaban todas las partes del trabajo, pero una mirada más a una cansada Clara me decía que no me iría pronto) tenía que poner las cosas en orden. Por ella. Necesitaba aprender para poder responder a las preguntas por mi cuenta y no sentirme mal por ser tan inútil. Fue entonces cuando miré alrededor de la tienda y vi al hombre junto a los accesorios de pesca. Me di cuenta. ¿Quién sabría más sobre cosas al aire libre que un guardabosques? Nadie. De acuerdo, tal vez alguien, pero yo sólo conocía a algunos muy limitados aquí, y no era como si pudiera pedirle a Clara que se sentara y me enseñara algo. Apenas teníamos tiempo para hablar en la tienda, y ella siempre estaba ocupada después. Habíamos hecho planes dos veces para
salir a cenar, y las dos veces había cancelado porque había surgido algo con su padre. Y claro, el señor Rhodes tampoco parecía tener mucho tiempo extra en sus manos, teniendo en cuenta que sólo veía su camioneta en casa después de las siete la mayoría de las noches, pero... Yo había salvado la vida de Amos, ¿no? Y él había dicho que me lo debía, aunque no pensaba aceptar su oferta, ¿verdad? Cuanto más lo pensaba, más me convencía la idea de pedirle ayuda. ¿Qué diría él? ¿Que tenía cosas mejores que hacer? ¿O me recordaría que no me quedaban ni dos semanas más en su casa? Lo que me recordó que tenía que decidir si me quedaba para poder encontrar otro alquiler. O no. Llamé a un par de clientes más mientras pensaba en ello, y para cuando él se acercó después de decirle algo a Clara y a Jackie que no pude oír (no estaba segura de cómo los conocía, pero quería averiguarlo) se acercó lentamente al mostrador y dejó dos carretes de sedal. Debería averiguar qué sentido tenía que uno fuera más grueso que el otro. —Hola, señor Rhodes —saludé con una sonrisa. Se había quitado las gafas de sol y las había deslizado por uno de los huecos entre los botones de su camisa de trabajo. Sus ojos grises me miraban fijamente mientras decía con el mismo tono desinteresado y severo de antes: —Hola. Tomé el primer paquete de hilo de pescar y lo observé. —¿Cómo va tu día? —Bien.
Miré el siguiente paquete y pensé que podría ir a por todas ya que no había nadie. —¿Recuerdas aquella vez que dijiste que me debías? Hace un día. No dijo nada y lo miré de reojo. Como sus cejas no podían hablar, formaban una figura que me decía exactamente la desconfianza que sentía en ese momento. —Lo haces, de acuerdo. Bueno —bajé la voz—, iba a preguntar si podía canjear ese favor. Esos ojos grises permanecían entrecerrados. Esto iba bien. Miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie me escuchaba y rápidamente dije: —Cuando no estés ocupado... ¿podrías enseñarme todo esto? Aunque sea un poco. Eso hizo que parpadeara y estaba segura de que estaba sorprendido. Y para darle crédito, él también bajó la voz mientras preguntaba con lentitud y posiblemente confundido: —¿Qué cosas? Incliné la cabeza hacia un lado. —Todas estas cosas de aquí. Pesca, acampada, ya sabes, conocimientos generales que podría necesitar para trabajar aquí para tener una idea de lo que estoy haciendo. Hubo otro parpadeo. También podría ir por ello. —Sólo cuando no estés súper ocupado. Por favor. Si puedes, pero si no puedes, no pasa nada.
Solo lloraría hasta dormirme por la noche. No hay problema. En el peor de los casos, podría ir a la biblioteca en mis días libres. Pasar el rato en el estacionamiento del supermercado y buscar información en Google. Podría hacer que funcionara. Lo haría, a pesar de todo. Unas pestañas oscuras, gruesas y negras se sumergieron sobre sus bonitos ojos, y su voz salió baja y uniforme. —¿Hablas en serio? Pensó que le estaba tomando el pelo. —Absolutamente. Su cabeza se giró hacia un lado, brindándome una buena vista de sus cortas, pero realmente bonitas pestañas. —¿Quieres que te enseñe a pescar? —preguntó como si no pudiera creerlo, como si le hubiera pedido que... no sé, me enseñara su salchicha. —No tienes que enseñarme a pescar, pero no me opondría. Hace mucho tiempo que no lo hago. Pero más sobre todo lo demás. Como por ejemplo, ¿para qué sirven estos dos tipos de línea diferentes? ¿Para qué sirven los señuelos? ¿O se llaman moscas? ¿Realmente necesitas esos artilugios para encender un fuego? —Sabía que estaba susurrando mientras decía—: Tengo tantas preguntas al azar, y al no tener internet es difícil buscar cosas. Por cierto, el total es de 40.69 dólares. Mi casero parpadeó por enésima vez en ese momento, y estaba bastante segura de que estaba confundido o aturdido mientras sacaba su cartera y pasaba su tarjeta por el lector, su mirada permaneció en mí la mayor parte del tiempo de esa manera larga y atenta que era completamente diferente a la forma en que los hombres mayores me habían estado mirando antes. No de forma sexual o con interés, sino más bien como si yo fuera un mapache y él no estuviera seguro de si tenía rabia o no. De una manera extraña, lo prefería por mucho. Sonreí.
—Está bien si no puedes —dije, entregándole una pequeña bolsa de papel con sus compras dentro. El hombre alto la tomó y dejó que sus ojos se desviaran hacia un lugar a mi izquierda. Su nuez de Adán se balanceó; luego dio un paso atrás y suspiró. —Bien. Esta noche, a las 7:30. Tengo treinta minutos y ni uno más. ¿Qué? —Eres mi héroe —susurré. Me miró y parpadeó. —Estaré allí, gracias —dije. Él gruñó y, antes de que pudiera volver a darle las gracias, salió de allí tan rápido que no tuve oportunidad de comprobar su trasero con esos pantalones de trabajo. En cualquier caso, no pude evitar sentirme aliviada. Aquello había ido mejor de lo que esperaba.
Todavía estaba conmocionada por mi lección de tutoría cuando la alarma de mi teléfono sonó a las 7:25 p.m. La había programado para tener tiempo más que suficiente para terminar lo que estaba haciendo, que era armar un rompecabezas que había comprado en la tienda todo a un dólar, y caminar hasta la puerta de al lado. ¿Era una tontería que estuviera nerviosa? Tal vez. No quería decir ni hacer nada que me hiciera perder la cabeza antes de tiempo. Pero odiaba equivocarme. Y odiaba estar en una posición en la que no estaba preparada.
Sobre todo, no me gustaba sentirme tonta. Sin embargo, así era como me había sentido demasiadas veces mientras trabajaba en la tienda. Era plenamente consciente de que no había nada malo en que yo no supiera cosas, porque estaba segura de que sabía muchísimo más sobre muchas cosas que los demás. Me gustaría ver a la mayoría de las personas trabajando en una tienda de música. Personalmente, los aniquilaría. Había pasado la última década de mi vida rodeada de músicos. La cantidad de conocimientos aleatorios que había recogido a lo largo de los años me sorprendía. Podía mantener el compás y tocar decentemente tres instrumentos. Sin embargo, nada de eso me beneficiaba ya. Ni siquiera había sentido la necesidad de escribir desde aquel mes con Yuki. Mis palabras se habían secado; estaba bastante segura. Esa parte de mi vida ya había terminado. De todos modos, no sabía lo que quería hacer con el resto de mi vida. No hay presión, ¿verdad? Así que mientras tanto, podría ayudar a mi vieja amiga. Si iba a hacerlo, quería hacerlo bien. Mi madre no había dejado las cosas a medias, y yo tampoco había sido nunca el tipo de persona que hacía eso. Ella me habría dicho que estudiara, que no me rindiera. Y eso fue lo que me llevó a bajar las escaleras y cruzar el camino de entrada de grava, sosteniendo un recipiente de magdalenas de arándanos que había comprado en el supermercado después del trabajo y el cuaderno que utilizaba para tomar notas para las excursiones que pensaba hacer. Pensé en la caja llena de cuadernos que no había abierto en un año, y luego me deshice del pensamiento. Miré la camioneta del señor Rhodes al pasar por delante de ella y supe que acudía a la persona adecuada. Eso esperaba. Llamé a la puerta y di un paso atrás. Unos tres segundos después, la sombra de una figura apareció en el pasillo antes de que se encendieran las luces, y me fijé en el tamaño del cuerpo. Definitivamente no era Amos.
Solo ese pensamiento me hizo sonreír justo cuando él abrió la puerta, no dijo una palabra y me hizo un gesto con la cabeza para que entrara. —Hola, señor Rhodes —dije mientras cruzaba la puerta y le sonreía. —Llegas a tiempo —señaló, como si eso le sorprendiera, mientras cerraba la puerta tras nosotros. Esperé a que se adelantara para que me dijera dónde debía sentarme. O estar de pie. Tal vez debería haber buscado todo esto en Google. O ir a la biblioteca. Pero aún no era residente, así que lo más probable es que no pudiera obtener una tarjeta de la biblioteca. —Me preocupaba que, si llegaba un minuto tarde, no me abrieras la puerta —dije con sinceridad. Me lanzó una larga mirada con ese rostro duro y pétreo mientras daba la vuelta y se dirigía al pasillo. Estaba bastante segura de que incluso emitió un “hm” como si no estuviera en desacuerdo. Grosero. Volví a mirar la casa mientras nos movíamos, y estaba tan limpia como la última vez. No había ni una taza de café ni un vaso de agua por ahí. Ni siquiera un calcetín sucio o una servilleta. Probablemente debería limpiar el apartamento antes de que él tuviera una excusa para ir y viera la recreación de la zona de guerra que se estaba llevando a cabo al otro lado de la entrada. El señor Rhodes terminó llevándonos hacia la mesa de la cocina que estaba tan marcada, que supe por bastante Home Remodel Network que necesitaba ser lijada y una o dos capas de tinte. No me pregunten cómo se haría, pero sabía que lo necesitaba. Pero lo que me atrapó desprevenida fue la forma en que caminó alrededor de la parte posterior de la misma y sacó una silla antes de tomar la de al lado. Me senté en ella y me di cuenta de que era la silla más estable en la que me había sentado. Eché un vistazo a las patas e intenté moverlas; no se movía. Golpeé una pata. No sonaba a hueco.
Cuando me volví a sentar derecha, me encontré con que el señor Rhodes me observaba de nuevo. Su rostro de mapache había vuelto. Seguro que se preguntaba qué estaba haciendo con sus muebles. —Esto es bonito —dije—. ¿Lo has hecho tú? Eso lo hizo reaccionar. —No. —Acercó la silla, colocó dos manos grandes con dedos largos y uñas cortas y recortadas encima de la mesa, y me dirigió una mirada intensa y seria—. Tienes veintinueve minutos. Haz tus preguntas. —Sus cejas subieron un milímetro—. Dijiste que tenías un millón. Puede que tengamos diez o quince. Demonios. Debería haber comprado una grabadora. Acerqué mi silla. —Realmente no tengo un millón. Quizá sólo unas doscientas. — Sonreí y, como esperaba, no recibí ninguna a cambio. Funcionaba para mí —. ¿Sabes mucho de pesca? —Lo suficiente. Lo suficiente como para que los amigos y la familia publicaran cosas de pesca en su página de Facebook. Genial. —¿Qué tipo de peces se pueden pescar por aquí? —Depende del río y del lago. No quise decir: “Oh, mierda” pero lo hice. ¿Depende? Sus cejas se volvieron planas. —¿Sabes lo que estás haciendo? —No, por eso estoy aquí. Cualquier información es mejor que ninguna. —Pasé la mano por la página en blanco. Intenté brindarle mi sonrisa más encantadora—. Entonces, ¿qué tipos se pueden conseguir en los ríos y lagos de por aquí? Es hora de volver a intentarlo.
No funcionó. El señor Rhodes suspiró y me dijo que se preguntaba en qué diablos se había metido. —Hemos tenido un invierno seco y los niveles de agua son muy bajos, lo que hace que las condiciones de pesca no sean ya tan ideales. Eso y que los turistas probablemente hayan pescado en la mayoría de los ríos. Algunos lagos están repletos de peces, así que esa es la mejor opción para la mayoría de la gente... —¿Qué lagos? —pregunté, absorbiendo su información. Me dijo los nombres de un puñado de lagos y embalses de la zona. —¿Con qué están abastecidos? —Lubina de boca grande, trucha. Puedes encontrar perca... El señor Rhodes nombró algunos otros tipos de peces de los que nunca había oído hablar, y pregunté cómo se deletreaban. Lo hizo, recostándose en la silla y cruzando los brazos sobre el pecho, con rostro de mapache nuevamente en sus rasgos. Sonreí, sintiéndome demasiado satisfecha conmigo misma por haberlo hecho desconfiar, aunque no quería que pensara que era una rarita. Pero la verdad era que era bueno que la gente no supiera qué esperar de ti. No pueden acercarse sigilosamente por detrás si no saben hacia dónde vas a mirar. Pregunté si todavía había buena pesca de lubinas y obtuve una larga respuesta mucho más complicada de lo que había previsto. Sus ojos eran como láser apuntando a mi rostro todo el tiempo. Su tono de gris era bastante increíble. El color parecía casi lavanda a veces. —¿Cuánto cuestan las licencias y cómo se pueden comprar? — pregunté. Ignoré la forma en que sus ojos se ensancharon como si esto fuera de sentido común. —Por internet, y depende de si son de fuera del estado o residentes.
A continuación, me dijo los precios de las licencias... y cuánto costaban las multas si atrapaban a alguien sin una. —¿Arrestan a muchas personas por no tener licencia? —¿De verdad quieres perder el tiempo preguntándome por el trabajo? —preguntó lenta y seriamente. Fue mi turno de parpadear. Grosero. ¿Qué fue eso? ¿Tres de cuatro veces ya? —Sí, de lo contrario no habría preguntado —murmuré. Realmente tenía mejores cosas que preguntar pero, qué maldita actitud. Cielos. Una de esas cejas oscuras se levantó, y mantuvo su respuesta simple. —Sí —fue su respuesta informativa. Bueno, esto iba bien. El señor Amistoso y todo eso. Lástima que para él yo fuera lo suficientemente amigable por los dos. —¿Cuáles son los diferentes tipos de línea que utilizas para pescar? Al instante negó con la cabeza. —Es demasiado difícil de explicar sin mostrártelo. Mis hombros cayeron, pero asentí. —¿Cuál de esos lagos seguirías recomendando? —Depende —comenzó mientras yo anotaba toda la información que podía manejar. Estaba en medio de decirme qué lugares no recomendaba cuando oímos: —Oye, papá…oh. Miré por encima de mi hombro al mismo tiempo que el señor Rhodes miraba en la misma dirección para encontrar a Amos de pie en medio de la sala de estar, con una bolsa de patatas fritas en una mano.
—Hola —saludé al chico. Su rostro se puso rojo, pero aun así consiguió decir: —Hola. —Su mano se deslizó fuera de la bolsa y cayó a su costado —. No sabía que había alguien aquí. —Tu padre me está ayudando con algunas cuestiones de pesca —traté de explicar—. Para el trabajo. El chico se acercó, enrollando la parte superior de la bolsa para cerrarla. Tenía muy buen aspecto. Parecía caminar bien y su color había vuelto a la normalidad. —¿Cómo está tu apéndice perdido? —Bien. Se detuvo a nuestro lado, con los ojos puestos en el cuaderno en el que yo estaba escribiendo. Lo moví hacia él para que pudiera ver lo que había escrito. —Quería decirte que puedes tocar... música... en el garaje cuando quieras. No me molestará en absoluto —dije. La mirada del adolescente se dirigió al hombre que estaba sentado allí. —Estoy castigado —admitió el adolescente—. Papá dijo que pronto podré volver a entrar en el garaje si te parece bien. —Está completamente bien. —Sonreí—. Traje unas magdalenas por si quieres una. Señalé el recipiente en el centro de la mesa. —Te quedan cinco minutos —intervino de repente el señor Rhodes. Maldición. Tenía razón. —Bueno... termina de decirme lo que no recomiendas entonces.
Lo hizo. Y anoté casi todo lo que dijo. Solo cuando dejó de hablar, dejé el bolígrafo, cerré el cuaderno y les sonreí a los dos. —Bueno, gracias por ayudarme. Realmente lo aprecio. Me aparté de la silla y me puse de pie. Ambos seguían observándome en silencio. De tal palo, tal astilla, supongo. Excepto que el señor Rhodes no parecía tímido (sólo malhumorado o atento, aún no podía decirlo) y Amos sí. —Adiós, Amos. Espero que sigas sintiéndote mejor —dije mientras me alejaba de la mesa—. Gracias de nuevo, señor Rhodes. El hombre severo descruzó los brazos, y estuve bastante segura de que volvió a suspirar antes de murmurar, sonando tan renuente que sus siguientes palabras me sorprendieron. —Mañana, a la misma hora. Treinta minutos. ¿Qué? —¿Responderás a más preguntas? Bajó la barbilla, pero su boca estaba presionada a los lados de una manera que decía que ya se estaba cuestionando a sí mismo. Retrocedí un poco más, lista para correr antes de que cambiara de opinión. —Eres el mejor, ¡gracias! No quiero desgastar mi bienvenida, pero ¡gracias, gracias! ¡Que tengas una buena noche! ¡Adiós! —grité antes de correr básicamente hacia la puerta y cerrarla detrás de mí. Bueno, no iba a ser ningún tipo de experta en nada a corto plazo, pero estaba aprendiendo. Debería llamar a mi tío y deslumbrarlo con todo lo que había aprendido. Con suerte, mañana vendría alguien y preguntaría algo sobre la
pesca para que yo pudiera responderle correctamente. ¿Qué tan genial sería eso?
CAPÍTULO 7 Fue durante uno de nuestros raros momentos de calma en la tienda al día siguiente cuando Clara finalmente se sentó a mi lado y dijo: —Así que... Levanté la barbilla hacia ella. —¿Y bien? —¿Qué te parece Pagosa hasta ahora? —fue lo que decidió preguntar. —Está bien —respondí, con cuidado. —¿Te diste una vuelta? ¿Volviste a ver algunos de los lugares de interés? —He conducido un poco. —¿Has estado en Mesa Verde? —No desde aquella excursión de hace medio siglo. Mencionó los nombres de un par de actividades turísticas más de las que teníamos folletos en un rincón de la tienda. —¿Has estado en el casino? —Todavía no. Frunció el ceño y apoyó la cadera en el mostrador. —¿Qué has hecho entonces en tus días libres? —No he ido a ningún sitio divertido, aparentemente. He hecho un poco de senderismo —no lo suficiente—. Pero eso es todo. Su rostro palideció un poco al mencionar la palabra con s, y supe que su mente había ido al mismo lugar que la mía. En mi madre. Una vez que
nos reconectamos en línea, nunca habíamos sacado a relucir... lo que sucedió. Era el elefante en la habitación en la mayoría de las conversaciones que podía ser cambiado y vinculado a su desaparición. Siempre lo había sido. Cuando vivía con mis tíos, habían evitado a propósito cualquier película o programa sobre personas desaparecidas. Cuando salió aquella película sobre el hombre al que se le había atascado el brazo, habían cambiado de canal tan rápido que había tardado un par de días en darme cuenta de lo que habían estado haciendo. Lo aprecié, por supuesto. Especialmente durante la primera década posterior. Y cada vez que había tenido un mal día en el tiempo después de eso. Pero no quería que la gente que me importaba tuviera que andar con pies de plomo por mi culpa. En su mayor parte, me sentía mejor al lidiar con todo ello. Al menos podía hablar sin que el mundo se me cayera encima. Mi terapeuta me había ayudado a conseguirlo. Pero pareció darse cuenta que había reaccionado porque su expresión duró un segundo antes de decir: —Ya no soy muy aficionada al senderismo ni a las acampadas, pero Jackie sí lo es cuando está de humor. Tienen que salir mientras hace buen tiempo y ver algunas cosas. —Acabo de empezar a hacer senderismo de nuevo, y no he ido a acampar en veinte años. Su expresión cambió una vez más, y supe que estaba pensando en mi madre de nuevo, pero con la misma rapidez, se recuperó. —Deberíamos hacer algo. ¿Qué vas a hacer el lunes? Hace tiempo que no voy a Ouray. Ouray, Ouray, Ouray... Era un pueblo no muy lejano, estaba bastante segura. —Nada —admití.
—Es una cita entonces. Siempre y cuando no tenga que cancelarla. ¿Quieres que te recoja o que nos encontremos aquí? —¿Nos encontramos aquí? No me imaginaba que el señor Rhodes estuviera contento con que ella viniera a su propiedad, y no estaba dispuesta a enojarlo, incluso si no iba a estar por aquí mucho tiempo. Abrió la boca para decirme algo antes de inclinarse hacia delante y silbar. Me giré para ver a través de los grandes ventanales por los que también me había asomado semanas atrás. —¿Ves eso? —preguntó mientras rodeaba el mostrador y se dirigía a la parte delantera. La seguí. Había un camión ahí fuera, un camión que me resultaba terriblemente familiar... Y junto a él había un hombre hablando por teléfono móvil, y había otro hombre de pie junto a él con el mismo uniforme. Clara volvió a silbar a mi lado. —Siempre me han gustado los hombres de uniforme. ¿Sabías que mi marido era policía? A veces... a veces olvidaba que no era la única persona que había perdido a alguien a quien quería de verdad. —No, no lo sabía —dije. Una expresión de melancolía apareció en su rostro, y me hizo doler el corazón sólo de imaginar en qué podría estar pensando. Esperando que no fueran los ‘y si’. Las realidades alternativas. Esas eran las peores. —Los policías son guapos, pero siempre me han gustado los bomberos —dije después de un segundo. Su boca formó una pequeña sonrisa. —¿Con sus pantaloncitos y cascos?
La miré. —Me gustan sus tirantes. Les daría un tirón o dos. Su risa me hizo sonreír, pero sólo por un segundo porque el hombre del otro lado del cristal se había girado, y por fin tuve mi confirmación de que el trasero del señor Rhodes era fantástico en sus pantalones de trabajo. —¿Lo conociste el otro día cuando estuvo aquí? —preguntó Clara. —¿Cuál? Sabía exactamente a quién se refería mientras miraba al otro hombre con el mismo tipo de uniforme. Era más o menos de la misma altura que mi casero, pero más delgado. No pude ver su rostro. Sin embargo, podía ver su trasero, y era uno bueno. —El de la derecha. Rhodes. Viene a veces. Estuvo aquí ayer. Solía salir con mi prima hace un millón de años. Su hijo es el mejor amigo de Jackie. ¿No me digas? Quería decirle la verdad, pero ella siguió hablando. —Papá dijo que se mudó aquí cuando se retiró de la Marina para estar más cerca de su hijo y... oh, está a punto de subir a su camión. Vayamos antes que nos vea y las cosas se pongan incómodas. ¿Él había estado en la Marina? Bueno, esa era otra pieza del rompecabezas. No es que importase. Y en realidad, la forma en que hablaba ahora tenía todo el sentido. Esa voz mandona. Podía imaginarlo mandando a la gente y dándoles la mirada que me había dado. No es de extrañar que se le diera tan bien. —Es mi casero —dije mientras nos alejábamos de la ventana antes que nos sorprendieran espiando. Su cabeza giró tan rápido que me sorprendió que no acabara con un latigazo cervical. —¿Lo es?
—Sí. —¿Ese es el apartamento con garaje que estás alquilando? —Ajá. —¿Te dejó alquilarlo? —No eres la primera persona que me lo pregunta así. Pero no, fue más bien que Amos lo hizo a sus espaldas. ¿Por qué? —Está bien. Es un buen padre. Es... tranquilo y reservado, eso es todo. —Sus ojos se ampliaron—. Esto de repente tiene mucho sentido. Es por eso que Amos fue castigado. Así que se había enterado por Jackie. ¿Era por eso que me había estado mirando raro cuando pensaba que no estaba mirando? —Sí. No fue hasta que volvimos a rodear el mostrador cuando preguntó en voz muy baja: —¿Lo has visto sin camisa? Sonreí. —Todavía no. Su sonrisa de vuelta fue bastante astuta. —Saca una foto si lo haces.
Esa noche volví a llegar temprano. Dos minutos antes de lo previsto y sosteniendo un plato con unas cuantas galletas Chips Ahoy que iba a intentar hacer pasar por caseras, a no ser que alguno de ellos lo preguntara. Lo que cuenta es la intención, ¿no?
Llevaba el cuaderno de notas bajo un brazo, el cristal bellamente envuelto que Yuki había enviado a Amos estaba bajo el otro y tenía un bolígrafo metido en el bolsillo trasero de los vaqueros junto con el móvil y la llave. Había escrito un montón de preguntas mientras cenaba y las había marcado en orden de lo que debía preguntar, dependiendo de la cantidad de información que pudiéramos obtener. Esperaba que fuera mucha. Ese día sólo había tenido una oportunidad de utilizar mis nuevos conocimientos, y me había sentido muy orgullosa. Me había servido para frenar cada vez que tenía que ir a molestar a Clara o pasarle un cliente. Era una fuente de información y la admiraba mucho por ello. Claro que ella había crecido en este negocio y había vivido en la zona mucho más tiempo, pero eso no la hacía menos impresionante. Ella se había alejado; cualquier otra persona habría olvidado la mayor parte de lo que sabía. En mis sueños, el señor Rhodes me haría otro favor y me invitaría también mañana, pero no estaba conteniendo la respiración. Pensé en el aspecto que tenía el señor Rhodes con su uniforme antes, cuando había estado al otro lado de la calle. Seguramente no sería un problema. ¿Estaba divorciado? ¿Tenía muchas citas? No creía que tuviera novia, ya que nunca venía nadie más que Johnny/tío, pero nunca se sabía. Por todo lo que había averiguado sobre él, era muy sobreprotector con su hijo a medio crecer. Tal vez tenía una novia pero nunca la trajo. Eso sería una pena. No es que importase. Realmente necesitaba empezar a salir con alguien. No estaba haciéndome más joven, y echaba de menos tener a alguien con quien hablar en persona. Alguien que fuera... mío. Estar soltero era genial y todo eso, pero echaba de menos la compañía.
Y el sexo. No era la primera vez que deseaba que me resultara más fácil tener aventuras de una noche o amigos con derecho a roce. Durante un breve segundo, mi corazón anheló la facilidad y la ausencia de esfuerzo que habían sido la base de mi relación con Kaden. Llevábamos tanto tiempo juntos y lo sabíamos todo el uno del otro, que nunca pensé ni por un segundo que tendría que encontrar a otra persona que se convirtiera en mi nuevo mejor amigo. Alguien más que me conociera y me quisiera. Y eso lo echaba mucho de menos. Pero ya no estábamos juntos, y nunca íbamos a volver a estarlo. Echaba de menos tener a alguien en mi vida, pero no lo extrañaba a él. A veces, tal vez más que a veces, era mejor estar sola. A veces tenías que aprender a ser tu propia mejor amiga. A ponerte a ti mismo en primer lugar. Una pequeña lágrima se acumuló en mis ojos al recordar otra vez que estaba comenzando de nuevo, ante la magnitud de lo que tenía por delante, cuando la puerta se abrió. Ni siquiera me había dado cuenta de que la luz del pasillo no se había encendido. El señor Rhodes estaba allí mismo, con una mano agarrando la puerta y su cuerpo ocupando el resto de la puerta. Su mirada se posó en mi rostro y frunció el ceño, con unas líneas marcadas en su amplia frente. Dejé la lágrima donde estaba y me obligué a sonreír. —Hola, señor Rhodes. —Vuelve a llegar a tiempo —afirmó antes de dar un paso atrás. Suponía que me estaba dejando entrar.
—No quería tener problemas con el director —dije con una mirada lateral, bromeando. Su expresión no cambió en absoluto. No dejé que me desanimara mientras cerraba la puerta y luego se dirigía por el pasillo hacia la zona de estar, apuntando directamente a la mesa de nuevo. Dejé el plato en el centro, el regalo de Amos al lado, y vi cómo sacaba la misma silla en la que me había sentado la noche anterior, sacando luego la misma en la que había estado él y acomodándose en ella. Tal vez no era el señor Caliente y Peludo, pero tenía algunos modales. Sonreí mientras tomaba asiento y dejaba el cuaderno antes de sacar mi bolígrafo verde. —Gracias por dejarme venir otra vez. —Te lo debo, ¿no? —preguntó, observando críticamente el objeto redondo envuelto en papel de seda blanco. ¿Podría decirle lo que era? Claro. ¿Iba a hacerlo? No, a menos que me lo pidiera. —Eso es lo que sigues diciendo, y seguro que me vendría bien tu ayuda, así que voy a aprovecharla. Le guiñé un ojo antes de poder detenerme, y afortunadamente no frunció el ceño, sino que fingió que no lo había hecho. Acerqué mi silla un poco más y alisé la página que había dejado con mis notas el día anterior. —Tengo un millón de preguntas más. —Tienes veintinueve minutos. —Gracias por llevar la cuenta —bromeé, sin dejar que me desanimara. Se limitó a seguir mirándome con esos ojos gris violáceos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.
Realmente tenía unos bíceps y unos antebrazos impresionantes. ¿Cuándo diablos hacía ejercicio? Deja de pensar en sus brazos. —De acuerdo, entonces... acampada. ¿Sabes qué diablos es una hamaca de tienda de campaña? El señor Rhodes ni siquiera parpadeó. —¿Una hamaca de tienda de campaña? Asentí. —Sí, sé lo que es una hamaca de tienda. Por su tono de voz, bien podría haberme llamado Capitán Obvia. Miré las galletas por un segundo y agarré una. —¿Cómo se usa? ¿A qué tipo de árboles se enganchan? ¿Son prácticas? —Hice una pausa—. ¿Acampas? No respondió a mi pregunta sobre si acampaba o no, pero sí escuchó mis otras preguntas. —Pones la hamaca entre dos árboles robustos —ofreció—. Personalmente, no creo que sean prácticos. Hay mucha vida salvaje por aquí. Lo último que quieres es despertarte con un oso husmeando en tu sitio porque la mayoría de la gente no sabe guardar bien su comida, e incluso con una buena bolsa para momias (¿qué era una bolsa para momias?) el resto va a ser demasiado frío la mayor parte del año. Aquí sólo hay unos dos meses buenos en los que se puede hacer uno. También depende de dónde vayas a acampar. He estado a 14.000 pies en junio antes con niveles de temperatura temprano en la mañana. —¿En junio? —jadeé. Esa barbilla con su linda hendidura se hundió. —¿Dónde?
—Algunos de los puntos más altos. Algunos pasos. Iba a tener que pedir especificaciones. Tal vez después, una vez que estuviera saliendo. —¿Así que las tiendas de hamaca no son buenas? —Me parece un desperdicio de dinero. Yo diría que te compres una tienda de campaña y un buen cojín. Pero si alguien tiene el dinero para tirar, que lo haga. Como dije, los osos son curiosos. Huirán, pero tras de ti, cada uno se asusta. Realmente necesitaba conseguir un spray para osos. Y no dejar que mi tía se enterara de los osos curiosos. Ahora había empezado a enviarme mensajes sobre leones de montaña. —¿Qué tipo de osos hay? —Osos negros, pero no siempre son de ese color. Hay muchos con pelaje marrón y canela por aquí. Tragué saliva. —¿Osos pardos? Parpadeó, y creo haber visto que parte de su boca temblaba un poco. —No desde los años 70. No era mi intención, pero silbé aliviada y luego me reí. —Así que las hamacas para tiendas de campaña son una estupidez a menos que realmente quieras usarlas y tengas el dinero para gastar y estés dispuesto a poner tu vida en riesgo. Entendido. —Garabateé una parte, aunque dudaba que se me olvidara—. Así que tiendas.... Suspiró. —De acuerdo, no tenemos que hablar de tiendas de campaña si no quieres. ¿Dónde recomiendas ir a acampar? ¿Si quisiera ver animales?
El señor Rhodes deslizó una vez una mano por su cabello corto, de color castaño canoso, antes de volver a cruzar los brazos sobre su amplio pecho, llamando la atención la forma en que sus pectorales se apretaban sobre su esbelto pecho. ¿Qué edad tendría? —Esto es el suroeste de Colorado. Puedes ir a acampar en tu patio trasero y ver un zorro. —Pero aparte de un patio trasero, ¿dónde? ¿A una hora de aquí? Su mano se deslizó hacia su mejilla, y se frotó las cortas hebras allí. Apuesto a que tenía que afeitarse dos veces al día, aunque no era asunto mío. El señor Rhodes pasó a describir varios senderos marcados cerca de las fuentes de agua. Se detuvo a pensar un par de veces, y al hacerlo se le formó una pequeña muesca en el entrecejo. Era guapo. Y era mi casero. Un cascarrabias, o un desconfiado, que no quería que me quedara por aquí y que sólo era amable porque había llevado a su hijo al hospital. Bueno, había peores maneras de conocer a la gente. De repente dijo un nombre que hizo que mi mano se detuviera sobre el papel. —No está bien marcado y es difícil, pero si alguien tiene experiencia, puede hacerlo. Se me formó un nudo en la garganta, y tuve que bajar la mirada a mi cuaderno mientras el malestar me atravesaba el pecho. Una flecha hermosa y perfecta con una punta de lanza dentada. —¿Necesitas que te lo deletree? —preguntó cuando no le había respondido. Apreté los labios y negué con la cabeza antes de levantar la vista, centrándome en su barbilla en lugar de en sus ojos.
—No, ya sé cómo se escribe. —Pero seguí sin anotar el nombre. En su lugar, pregunté—: ¿Y todo el resto está cerca del agua que dijiste? —Eso era exactamente lo que había dicho, pero fue lo primero que se me ocurrió para cambiar de tema. No quería oír hablar de lo bien que conocía esa excursión. —Sí —confirmó, alargando la palabra de forma extraña. Mantuve la atención baja. —¿Amos y tú van mucho de campamento? —pregunté. —No —respondió, con su atención un poco demasiado concentrada, esa arruga todavía allí—. A Amos no le gusta el aire libre. —A algunas personas no les gusta —dije, aunque era un poco gracioso que viviera en uno de los lugares más hermosos de la Tierra y no le importara—. Entonces... —¿Por qué estás aquí? Me quedé helada, sorprendida que tuviera curiosidad. Quería mirar mi reloj, realmente tenía muchas cosas que quería saber, pero si él estaba preguntando... bueno, respondería. —Solía vivir aquí cuando era niña, pero tuve que mudarme hace mucho tiempo. Yo... me divorcié y realmente no tenía ningún otro sitio al que ir, así que decidí volver. Sonreí y me encogí de hombros como si todo lo que había pasado no fuera gran cosa, cuando habían sido los dos mayores acontecimientos de mi vida. Habían sido la dinamita que reestructuró toda mi existencia. —Denver es más del estilo de la mayoría de la gente. —La mayoría de la gente, claro, pero yo no quiero vivir en una ciudad. Mi vida fue muy agitada durante mucho tiempo y me gusta el ritmo más lento. He olvidado lo mucho que me gusta el aire libre. El aire limpio. A mi madre le encantaba estar aquí. Cuando pienso en mi hogar, es aquí, incluso veinte años después —dije con sinceridad antes de meterme el resto
de la galleta en la boca y masticarla rápidamente. Cuando terminé, seguí adelante—. No sé si acabaré quedándome para siempre, pero me gustaría intentarlo. Si no funciona, pues no funciona. Sólo quiero intentarlo lo mejor posible mientras dure. Lo que me recordó de nuevo que tenía que buscar otro lugar para quedarme. No había tenido suerte buscando hasta ahora, y una parte de mí esperaba que alguien cancelara su reserva en el último momento. Durante mucho tiempo, había pensado que tenía mucha suerte. Mi madre solía decir todo el tiempo lo afortunada que era, para todo. En cada ocasión. Incluso cuando las cosas iban mal. Ella veía lo mejor de todo. ¿Un neumático pinchado? Tal vez hubiésemos tenido un accidente si no hubiésemos parado. ¿Alguien había robado su cartera? Necesitaban más el dinero, ¡y al menos ella tenía un trabajo y podía ganar más! Las subidas con ella siempre habían sido muy altas. Ahora, la mayoría de las veces, y sobre todo cuando me sentía deprimida, me sentía más como si estuviera maldita. O quizás mi madre se había llevado toda mi suerte con ella. El señor Rhodes se quedó recostado en su silla, con líneas en la frente, observándome. Todavía no de esa manera que casi siempre ignoraba de otras personas, sino con ese rostro de criatura con rabia o no. —¿Eres de aquí? —pregunté, aunque Clara me lo había dicho antes. Todo lo que dijo fue sí y supe que eso era todo lo que iba a conseguir. Bueno, eso no me iba a decir la edad que tenía. Ah, bueno. Tal vez podría preguntarle de alguna manera sutil y disimulada. —Volviendo a la acampada entonces... ¿alguno de estos lugares tiene pesca? —Se acabó el tiempo —dijo a las ocho en punto, concentrándose en la parte superior de su mano derecha, que estaba apoyada en la mesa. ¿Cómo demonios había sabido qué hora era? Le había estado observando; no había mirado el aparatoso reloj que llevaba en la muñeca
izquierda ni su teléfono. Ni siquiera sabía dónde estaba su teléfono. No estaba sobre la mesa como el mío. Sonreí mientras cerraba el cuaderno y enganchaba el bolígrafo en la tapa. Tomé otra galleta y mordí la mitad. —Muchas gracias por la ayuda —dije mientras empujaba la silla hacia atrás. Emitió un gruñido, todavía no parecía que fuera lo que hubiera elegido hacer hoy. Pero lo había hecho. —Hola, Aurora —dijo otra voz de repente. Miré por encima de mi hombro y vi a Amos entrando en la cocina, con un jarrón lleno de flores en las manos, su gran camiseta cubriéndolo todo hasta la mitad de los holgados pantalones cortos de baloncesto que llevaba. —Hola. ¿Cómo estás? —Bien. —Se detuvo junto a la silla en la que estaba su padre. No me perdí la rápida mirada que le lanzó al hombre antes de volver a centrarse en mí—. ¿Cómo estás? —preguntó lentamente, como si se sintiera incómodo. Eso hizo que me gustara más. Sonreí. —Bien. Tu padre me estaba ayudando de nuevo. —Miré el ramo mixto de flores rosas y moradas—. Son bonitas. Amos las extendió. —Son para ti. De parte de mi madre y mi padre. Gracias por llevarme al hospital. —Oh. —Tomé el jarrón y me sorprendió lo pesado que era—. Muchas gracias. Son preciosas. No tenía que hacerlo, señor Rhodes. No vi el rostro del señor Rhodes ni el de Amos porque estaba demasiado ocupada mirando el arreglo, pero fue el adolescente quien dijo: —No, mi otro padre.
—Ohhh. —Levanté la vista hacia él. ¿Dónde estaban? me pregunté. ¿Su madre y su otro padre?—. Diles que les doy las gracias. Que me encantan. Y que son muy bien recibidos por llevarte. Diría que en cualquier momento, pero espero que no. Ninguno de los dos dijo nada. Pero recordé lo que Clara me había dicho antes mientras dejaba el jarrón sobre mis muslos y observaba a al adolescente. —Yo también tengo algo para ti, en realidad. —Recogí el cristal de la mesa y se lo tendí—. Puede que estuvieras demasiado ido para recordarlo, pero llamé a mi amiga antes de ir al hospital y, de todos modos, me envió esto. Dijo que favorece la curación y que te lo pusieras a la izquierda. Espera que te sientas mejor. Sus cejas se elevaron constantemente con cada palabra que salía de mi boca, pero terminó con un movimiento de cabeza, sin desenvolverlo ni nada. Supuse que lo haría en la intimidad de su habitación, supongo. —Oye, ¿sabías que trabajo con Jackie? —pregunté. Amos asintió, todavía sosteniendo su regalo y probando el peso. —No sabía que se conocían. Clara dijo que eran mejores amigos. Hice una pausa. —Sí —respondió con esa voz tranquila que caracterizaba a Amos antes de deslizar el regalo en su bolsillo—. Tocamos juntos. Música. —¿De verdad? —pregunté. No había dicho ni una palabra sobre música, pero de nuevo, sólo hablábamos de trabajo cuando conversábamos. Dos veces habíamos hablado de películas, pero eso era lo máximo de nuestra relación. Ella siempre parecía muy dudosa a mi alrededor, y yo no había entendido por qué. —Ella también toca la guitarra —añadió, casi con timidez. —No tenía ni idea.
—Tocamos en el garaje cuando no estoy en problemas. —Lanzó a su padre una mirada mordaz que el padre no vio, y tuve que obligarme a mantener mi rostro serio para que él tampoco se diera cuenta. —Toca blues —añadió el señor Rhodes—. Pero no le gusta tocar delante de otras personas. —Papá —se burló el chico, con las mejillas enrojecidas. Intenté ofrecerle una sonrisa alentadora. —Es difícil tocar delante de otras personas, pensando en cómo te están juzgando. Pero lo mejor es no preocuparse por lo que piensen o por si cometes un error. Todo el mundo se equivoca. Siempre. Nadie es impecable, y la mayoría de la gente es sorda y no puede oír una nota plana aunque le pegues con ella. El chico se encogió de hombros, obviamente todavía avergonzado de que su padre le hubiera delatado, pero me pareció bonito. El señor. Rhodes no habría dicho nada si no le complaciera hasta cierto punto. —Exactamente, Am. A quién le importa lo que piensen los demás. El señor Rhodes lo incitó, sorprendiéndome de nuevo. —Siempre me corriges cada vez que vienes a escucharnos — murmuró, con el rostro aún en llamas. Contuve una sonrisa. —Conozco a muchos músicos y, sinceramente, a la mayoría de ellos, no a todos, pero a la mayoría les gusta que la gente sea honesta y les corrija. Prefieren saber que están haciendo algo mal, para poder corregirlo y no seguir cometiendo el mismo error una y otra vez. Así es como todo el mundo mejora, pero sé que es una porquería. Por eso estoy aquí molestando a tu padre. Porque estoy cansada de equivocarme en el trabajo. Amos no estableció contacto visual, pero se encogió de hombros.
Atrapé la mirada del señor Rhodes y levanté las cejas mientras le sonreía. Su expresión estoica no cambió en absoluto, pero estaba bastante segura que sus ojos se abrieron un poquito. Amos, o bien no quería seguir siendo el centro de la conversación o bien estaba de humor para hablar, puso la mano en el respaldo de la silla de su padre y pasó las uñas por la parte superior, concentrado en eso mientras preguntaba: —¿Vas a... hacer otra excursión? —Creo que lo siguiente que voy a hacer es el sendero del río. La mirada del chico se dirigió hacia arriba. —¿Adónde? —El río Piedra. —Podría decirse que era el más popular de la zona. Golpeé las puntas de mis dedos contra el jarrón—. Me voy a retirar de su vista. Gracias de nuevo por esta noche, señor Rhodes. Sigue sintiéndote mejor, Amos. Que tenga una buena noche. Saludé una vez más y me dirigí a la salida, sin que ninguno de ellos me siguiera para cerrar detrás de mí. Eran sólo las ocho, y aún no estaba realmente cansada, pero me duché, apagué las luces y me metí en la cama con una copa, pensando en el maldito camino que el señor Rhodes había mencionado antes. En el que desapareció mi madre. El que la mató. Al menos estábamos bastante seguros de que era por donde había ido. Uno de los testigos que la policía pudo encontrar había afirmado que se habían cruzado con ella en el sendero cuando se dirigían a la salida y ella había subido. Habían dicho que tenía buen aspecto, que había sonreído y preguntado cómo estaban. Fueron las últimas personas que la vieron.
Este pequeño y amargo dolor se extendió por mi corazón, y tuve que soltar un largo y profundo suspiro. Ella no me había abandonado, me recordé por millonésima vez en los últimos veinte años. Nunca me había importado lo que habían intentado decir o insinuar. No me había dejado a propósito. Después de un momento, saqué mi tableta y empecé a ver una película que había descargado el día anterior, y la vi distraídamente, acurrucada bajo la única sábana bajo la que dormía. En algún momento, debí quedarme dormida porque lo siguiente que supe fue que me desperté con la tableta sobre el pecho y con unas intensas ganas de orinar. Normalmente, intentaba dejar de beber líquidos un par de horas antes de acostarme para no tener que despertarme; tenía ese miedo a orinarme encima, aunque eso no había ocurrido en unos treinta años. Pero me había tragado una gaseosa de fresa mientras veía mi película. Ahora, al despertarme en el estudio a oscuras, gemí por la presión que sentía en la vejiga y me incorporé para sentarme. Tardé un segundo en encontrar el teléfono enchufado bajo la almohada. Bostecé al quitármelo y toqué la pantalla mientras me levantaba, encendiendo la linterna para entrar en el baño. Entré a trompicones en otro bostezo, sin encender la luz para no despertarme, y lo utilicé, orinando lo que parecía un galón, y luego me lavé las manos. Estuve bostezando todo el camino de vuelta, parpadeando a la débil luz del reloj del microondas y adaptándome a la luz de la luna que entraba por las ventanas que estaban constantemente agrietadas. Y fue entonces cuando sentí el silbido sobre mi cabeza. Volví a bostezar, confusa, y levanté la mano, intentando lanzar el haz de luz de mi teléfono hacia arriba. Por el rabillo del ojo, algo voló. Lo esquivé.
La cosa voladora hizo un giro en su vuelo y se dirigió directamente hacia mí. Grité mientras me arrojaba al suelo y, juro por mi vida, sentí que pasaba a centímetros de mi cabeza. Justo al lado de la cama, tiré de la fina manta que tenía junto a los pies porque hacía demasiado calor para cubrirme completamente con ella y me cubrí la cabeza mientras parpadeaba e intentaba buscar lo que estaba bastante segura que era un murciélago, porque un maldito pájaro no podía ser tan rápido. ¿Podría serlo? ¿Podría haberse metido uno mientras yo había abierto y cerrado la puerta? ¿No me habría dado cuenta? La ventana tenía una mosquitera, así que no podría haber entrado por ahí. Me arrastré hacia la pared donde estaba el interruptor de la luz con las manos y las rodillas. —¿Qué demonios? Me gustaría pensar que hablé, pero estaba bastante segura que grité mientras levantaba la mano lo suficiente como para tocar el interruptor y accionarlo, con lo que las luces del techo iluminaron la sala de estar. Confirmando mi peor pesadilla. Sí, era un puto murciélago en picada. —¡Qué demonios! Apreté aún más la espalda contra la pared. ¿Qué clase de mierda era esta? ¿Había estado durmiendo en esta maldita habitación con él todas las noches? ¿Había estado aterrizando en mi rostro? ¿Haciendo caca sobre mí? ¿Qué aspecto tenía la caca de murciélago? Había visto algunas formas oscuras en el suelo, pero había supuesto que eran barro de mis zapatos.
El murciélago bajó de altura mientras volaba... y volvió a acercarse a mí, o al menos lo parecía. Más tarde, me disgustaría, pero de nuevo era un maldito murciélago, y grité. Y después, estaría aún más decepcionada conmigo misma por el hecho de haber bajado las escaleras a gatas, pero lo hice. Sólo después de agarrar mis llaves y meterlas en mi camiseta. ¡A la mierda con esto! Y de una forma que resumía bastante mi vida, abrí la puerta y salí corriendo en calcetines, camiseta de tirantes y ropa interior, total y completamente desprevenida, y vi otro murciélago volar justo delante de mi rostro, apuntando de nuevo hacia el interminable y oscuro cielo... donde debía estar. Aún así, me agaché. Puede que volviera a gritar, y estaba bastante segura de haber gritado "¡Vete a la mierda!" pero no lo recordaba bien. De lo que sí estaba segura es que me abrí paso a gritos sobre la grava, sosteniendo mi teléfono móvil en una mano a modo de linterna, agarrándome a la manta por encima de la cabeza pero por debajo de la barbilla, y sumergiéndome en mi coche en cuanto estuve lo suficientemente cerca. Estaba sudando, y mucho. La ducha que había tomado se había ido a la mierda. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿No sudar? ¡Había un maldito murciélago en el apartamento del garaje! Tardé demasiado en dejar de jadear y tuve que limpiarme las axilas con la esquina de la manta después de cerrar las puertas. Necesitaba un poco de agua. Más que eso, tenía que hacer algo. Me quedaba más de una semana aquí. No era que el murciélago fuera a abrir la puerta y salir solo. Mierda, mierda, mierda.
Era hacer algo o no hacer nada... y por ahora, lo único que iba a hacer era dormir en mi coche porque no había manera de que volviera a entrar allí. Ni por agua. Ni por una cama. Orinaría en una vieja botella de agua si fuera necesario. Los murciélagos eran nocturnos, ¿no? Dios, necesitaba internet. Me estremecí y apreté más la manta bajo la barbilla. ¿Habíamos tenido mamá y yo murciélagos en nuestra casa? ¿Se ocupaba ella sola de ellos? me pregunté. ¿En qué demonios me había metido?
CAPÍTULO 8 A la mañana siguiente, llegué a la tienda y encontré a Clara de pie junto a su coche, un Ford Explorer nuevo, y hablando con un hombre mucho más alto que ella, mientras Jackie estaba de pie al otro lado, jugando con su teléfono. Tardé un momento en darme cuenta de por qué su piel morena clara y su complexión me resultaban familiares. Era Johnny. El tío de Amos. Al frenar en el otro lado, finalmente vi el Subaru estacionado detrás de la tienda. Tomé mi bolso del asiento del copiloto antes de salir. —...está bien. Tráeme el dinero mañana —dijo Clara con esa voz suave y firme. —No sabes cuánto te lo agradezco, Clara —respondió el tío de Amos. Podía ver que le sonreía, tan dulce y fácil. Jackie miró por encima del hombro y sonrió con vehemencia. —Hola, Ora. Era una de las únicas personas que me llamaba así aquí. Incluso Clara sólo me llamaba Aurora. Probablemente porque eran mis tíos los que habían empezado a llamarme Ora. —Hola —saludé—. ¿Vienes con nosotros? Parpadeó y su sonrisa se redujo un poco. —¿Está bien? Sonreí más de la cuenta, odiando que por alguna razón ella pensara que no la quería cerca, especialmente porque las cosas estaban bien entre
nosotras pero sólo un poco incómodas por alguna razón, y asentí. —Sí. Su sonrisa fue tímida pero más brillante. Johnny miró entonces por casualidad y estableció contacto visual conmigo. —Aurora —dijo Clara por encima del hombro—. Este es Johnny, el tío de Amos. No pude evitarlo y dije: —Nos conocimos en el hospital. Olvidé que no le había contado todo... eso. Caminé alrededor de la Explorer y me detuve junto a Clara, que me sonrió. —Me alegro de verte de nuevo, Aurora —dijo el hombre. —Yo también me alegro de verte. Ahora deseaba haberme maquillado más. No había llegado a hacerlo porque había estado tan cansada gracias al caos de anoche, que no había dormido bien precisamente. Y no era que a Clara, o a Jackie, le importara si tenía ojeras. —¿Rhodes te hizo pasar un mal rato la otra noche? Sonreí y negué con la cabeza. Debía referirse a la noche en que me escabullí para ver a Amos. —No. Me dio las gracias. Me imaginé que eso era bastante bueno. La forma en que inclinó la cabeza decía que él también lo pensaba. —Diviértete en tu viaje. Clara dijo que ibas a Ouray; es bonito allí. ¿Nos vemos por allí?
—Claro —acepté, imaginando que probablemente lo vería por la tienda ya que no estaría mucho tiempo en el apartamento. Clara le dio un rápido abrazo, Jackie y yo nos saludamos, y luego estábamos subiendo a su Explorer y Johnny volvía a subir a su coche. Su pequeño suspiro me hizo inclinarme entre los dos asientos delanteros, Jackie estaba en el del acompañante, y mirarla. ¿Tenía una mirada soñadora o qué? Miré a Jackie y la encontré sonriendo. No lo estaba imaginando. Clara nos miró y al instante frunció el ceño. —¿Sí? Ninguna de las dos dijo nada, y ella volvió a suspirar y encendió el coche. —Es un encanto, ¿verdad? —Empezó a dar marcha atrás—. Y es guapo. Me recosté en el asiento y me puse el cinturón de seguridad. —Es guapo. —Acaba de separarse de su novia hace un mes.... Se interrumpió. —La tía Clara ha querido meterse en sus pantalones —dijo Jackie de la nada. —¡Jackie! Me reí. —Es guapo —confirmó, aunque no sonaba precisamente feliz por ello—. Pero no estoy diciendo que quiera casarme con el hombre o... o... meterme en sus pantalones. Ni siquiera quiero salir con él. Todavía no estoy preparada para estar con nadie más, pero aún puedo mirar.
Algo en mi pecho se agitó ante el propio paso que estaba admitiendo. Todos estábamos intentando dar pequeños pasos en nuestras vidas, intentando llegar a algún sitio. Supongo que lo bueno era que podría haber una línea de meta con un tiempo específico que necesitábamos para llegar allí, pero ninguno de nosotros sabía cuál era. Clara siguió hablando: —Y, Jackie, deja de hablarle a la gente de Johnny. La adolescente soltó una carcajada. —Dijiste que el sexo no era gran cosa. —No lo es para mucha gente, pero sólo cuando estás preparado. Algunas personas creen que es una transferencia de energía, y no quieres contagiarte de la mala energía de nadie. Y te dije que puedes tener sexo con quien quieras una vez que tengas dieciocho años. —Eres muy rara. —¿Por qué soy rara? —¡Porque se supone que me dices que debo esperar hasta que me case! —replicó Jackie. —No tienes que amar a todos los hombres con los que estás. ¿Verdad, Ora? —dijo Clara mirando por encima del hombro. Había amado a todos los hombres con los que había estado. A la gran mayoría de ellos. Dos habían sido amor de adolescente, pero el último... bueno, había sido real. Hasta que ardió en pedazos. Pero ese no era el punto que Clara estaba tratando de hacer. —Exactamente. Nadie le dice a un chico que espere a alguien especial. Mi tío solía rogar a mis primos varones que se pusieran un condón. Un flaco de dieciséis años con mucho acné no va a ser un príncipe azul. Al menos espera hasta que te asegures que el chico no es un completo imbécil inmaduro.
—Ajá. Y los novios sólo traen problemas —continuó Clara, haciéndome un gesto para que yo aportara algo. Teniendo en cuenta que ninguna de mis relaciones anteriores había funcionado... no se equivocaba. —No he tenido tantos novios, pero sí, son un dolor de cabeza. Jackie se giró en su asiento para mirarme. —¿No has tenido muchos novios? Negué con la cabeza. —Parece que hubieras tenido muchos. Clara trató de disimular su resoplido al mismo tiempo que yo estallaba en carcajadas. —¿Gracias? Ella palideció. —¡Así no! Porque tú.... ¡Eres tan bonita! ¡Pareces una princesa! Eso fue, como, la segunda cosa que Amos me dijo, y él nunca dice cosas así. ¿Amos pensaba que yo era bonita? Qué niño tan dulce. —Estuve con mi ex durante mucho tiempo. Y mis otros dos novios estaban en el instituto. —Con uno de ellos había mantenido el contacto. Me enviaba mensajes por Facebook cada cumpleaños y cada Navidad, y yo hacía lo mismo. Seguía soltero y aparentemente era una especie de ingeniero adicto al trabajo. Lo último que había sabido del otro, el que estaba entre el chico con el que había perdido la virginidad y Kaden, era que estaba casado y tenía cuatro hijos; al menos eso había visto la última vez que lo aceché en internet por aburrimiento—. Tú también eres muy bonita, Jackie, y eres muy inteligente. Eso es mucho más importante y útil que la apariencia. De repente, eché de menos a Yuki y Nori. Solíamos turnarnos para animarnos mutuamente cuando teníamos días malos. Cuando Yuki había
roto con su novio un mes antes que Kaden me echara a la calle, nos habíamos sentado en su salón, mientras él estaba de gira, y le habíamos gritado. ¡Eres hermosa! Tratas a la gente con respeto. Regateaste con tu compañía discográfica para conseguir más dinero. Has vendido cien millones de discos porque has trabajado duro. ¡Tienes un gran trasero! ¡Haces los mejores macarrones con queso que he comido nunca! Lo mismo habían hecho por mí en el mes que me quedé con Yuki después. Intenta estar triste cuando la gente que quieres te grita cumplidos. No puedes estarlo. Sin embargo, la adolescente que sólo me hablaba de trabajo la mayor parte del tiempo, gruñó: —A los chicos no les gustan las chicas inteligentes. De reojo, pude ver a Clara negando con la cabeza. —Por eso te decimos que son un dolor de cabeza. —Más bien una migraña, pero claro, un dolor de cabeza sirve — espeté, y entonces las tres nos reímos a carcajadas. Y fue entonces cuando mi teléfono empezó a sonar. En realidad no con una llamada, me di cuenta después de un momento, sino con una llamada a través de Facebook Messenger. Reconocí el rostro que aparecía en la pantalla incluso antes de ver el nombre que aparecía debajo. Conocía ese cabello. El rostro con unas diez capas de maquillaje sin las que nunca salía de casa. Diablos, dudaba que saliera del baño sin el rostro lleno de base de maquillaje. No es que hubiera nada malo en ello, pero era una idea de lo importante que eran las apariencias para ella. HENRIETTA JONES apareció en la pantalla. La mujer que había sido mi no-suegra.
Al levantar la vista, me di cuenta que Clara y Jackie estaban hablando de algo, y mi dedo vaciló sobre la pantalla. Lo último que quería hacer era volver a hablar con esa mujer. La mitad de la culpa de que Kaden y yo nos separáramos era de ella. El resto era culpa de él. No tenía que romper las cosas o querer más fama o dinero. Eso nunca me había importado. Habría sido feliz... No. No habría sido feliz. Y nada de eso importaba ya y nunca más lo haría. Y por mucho que me hubiera gustado ignorar La Marca de la Bestia, si no contestaba, sólo le haría pensar que me escondía. Que era débil. Peor aún, ella seguiría llamando. Ella me había corrido, y aquí estaba ahora. Llamándome. Un año después. Me reí y golpeé la pantalla antes de acercar el móvil a mi rostro y decir: —¿Hola? Al menos no estaba intentando hacer una video llamada. —Aurora —dijo la mujer cuya voz podría haber reconocido en un concierto repleto, sonando tan estirada como en los últimos diez años—. Soy Henrietta. ¿Era mezquino por mi parte preguntar: Quién? Lo era, pero lo hice de todos modos. Porque, con un demonio, esta señora había cancelado mi teléfono móvil el día después que su hijo abandonara nuestra relación. Que había dicho a sus empleados, personas que yo había asumido que eran mis amigos, que los despediría si descubría que se comunicaban conmigo. —Henrietta, Aurora. Jones. —Hizo una pausa—. La madre de Kaden... oh, sólo estás siendo una molestia, ¿no? —soltó a mitad de camino, dándose cuenta que la estaba fastidiando—. ¿Dónde estás?
¿Dónde estaba? Volví a resoplar y seguí mirando a Jackie y Clara hablar. No podía saber lo que estaban diciendo, pero fuera lo que fuera, tenía que ser bueno por la forma en que se movían sus manos. Se estaban riendo a carcajadas por algo. —En los Estados Unidos, señora. Estoy bastante ocupada y no puedo estar mucho tiempo al teléfono, ¿es una emergencia? Sabía lo que necesitaba. Por supuesto que lo sabía. La tía Carolina me había enviado esta mañana una captura de pantalla de otra mala crítica que había recibido el último disco de Kaden. Rolling Stone había usado la palabra atroz. —No es una emergencia, pero Kaden necesita hablar contigo. O yo puedo hablar contigo también. Ha intentado enviarte un correo electrónico y no ha obtenido respuesta. —Hubo una pausa y se aclaró la garganta—. Hemos estado preocupados. Tampoco pude contener mi bufido entonces. Había pasado un año desde la última vez que me había comunicado con alguno de ellos. Un año entero desde que me sacaron de sus vidas. De su familia. ¿Y ahora estaban preocupados? Ja. Ja. Ja. Jackie estalló en carcajadas desde el asiento delantero, y Clara jadeó: —¡Eres desagradable! —¿Aurora? ¿Estás escuchando? —se quejó la señora Jones. Puse los ojos en blanco al mismo tiempo que percibí un olor a pedo y empecé a reírme también. —Maldita sea, Jackie, ¿qué has comido? ¿Has desayunado rayos? —¡Lo siento! —gritó ella, dándose la vuelta en el asiento con expresión avergonzada.
—No lo siente —replicó Clara sacudiendo la cabeza antes de bajar la ventanilla. —¿Aurora? La voz de la señora Jones volvió a sonar, más aguda esta vez, irritada, estaba segura, por no haber puesto mi vida en espera para hablar con ella. Era ese tipo de persona. ¿Y sabes qué? Me quedaba esta vida, y no iba a desperdiciarla con esta señora. Al menos no más de lo que ya hacía. —Sra. Jones, estoy muy ocupada. Le diría que saludara a Kaden de mi parte, pero no me importa... Ella jadeó. —No lo dices en serio. —Estoy bastante segura que sí. No sé de qué quiere hablar, pero no tengo interés en tener más conversaciones con él. Y mucho menos con usted. —Ni siquiera has escuchado de qué quiere hablar contigo. —Porque no me importa. Mire, realmente me tengo que ir. Estoy segura que puede hablar con Tammy Lynn. No necesitaba ir allí, pero valía la pena. —¡Aurora! No lo entiendes. Estoy segura, lo sé, de que te gustaría escuchar lo que tiene que decir. Yo también bajé la ventanilla cuando el olor del pedo de Jackie no se fue lo suficientemente rápido. —No, no quiero. Diría que buena suerte, pero de todas formas van a seguir ganando dinero con lo que hice, así que no necesito deseárselo. Por favor, no se moleste en volver a llamarme. Terminé la llamada y me quedé sentada mirando la pantalla apagada, sorprendida y no tanto al mismo tiempo.
Tenía que llamar hoy a la tía Carolina y contárselo. Esto le haría mucha gracia. Podía imaginarla frotándose las manos con alegría. Por supuesto, Kaden haría llamar a su madre para romper el hielo. ¿De verdad creían que yo era tan tonta o tan fácil? ¿Que podía, o quería, en un millón de años, olvidar o perdonar lo que habían hecho? ¿Cómo me habían herido? Cubrí mi rostro con la mano y me la restregué de arriba abajo con un suspiro y sacudiendo la cabeza. Descarté todos mis pensamientos y sentimientos hacia la familia Jones y los dejé a un lado. No estaba exagerando. No me importaba que él quisiera hablar o que ella quisiera que hablara conmigo ni nada de eso. —¿Estás bien ahí atrás? —preguntó Clara. Me asomé para ver su mirada en mí a través del espejo retrovisor. —Sí. Acabo de recibir una llamada de la encarnación del mal. —¿Quién? —Mi ex-suegra. A través del espejo retrovisor, sus cejas se alzaron. —¿Ella es malvada? —Digamos que estoy bastante segura de que hay un conjuro en alguna parte para atarla a otro reino. —Éste fue el mejor día que he tenido en mucho tiempo —dije, horas y horas después, mientras regresábamos a la ciudad. Todavía no había oscurecido del todo, pero estaba bastante segura que había visto pasar mi vida ante mis ojos al menos veinte veces. La carretera desde el pequeño y pintoresco pueblo de la montaña era... poco clara. Pensaba que había conducido por lugares espeluznantes de camino a Pagosa Springs, pero un tramo especial de la carretera en nuestro viaje no tenía comparación. No había sabido hasta que salimos de la tienda que Clara era una amenaza para la sociedad al volante. Me sentí más que
aliviada de estar en el asiento trasero cuando hicimos las curvas cerradas para poder agarrarme a la puerta y al borde del asiento sin ponerla nerviosa. Pero había valido la pena. Ouray había estado increíblemente llena de turistas, pero me había enamorado de la pequeña ciudad que me recordaba a un pueblo de los Alpes o a un libro de cuentos. No es que hubiera estado nunca en los Alpes, pero había visto fotos. Me había enfermado la única Navidad en que los Jones habían reservado unas vacaciones para ir... Se habían ido sin mí, alegando que los billetes no eran reembolsables, y Kaden insistió en que a su madre se le rompería el corazón si no estaba allí para las vacaciones. Ni que hablar que Yuki, como amiga que era, había enviado a su guardaespaldas a recogerme cinco minutos después que se fueran al aeropuerto y me había cuidado durante la semana en su casa. Debería haber sabido entonces que nunca iba a ser lo suficientemente importante. Realmente se merecían ese pastel de mierda. En fin. A pesar de lo genial que había sido la ciudad, había sido la compañía lo que había hecho que el viaje fuera tan estupendo. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto. Probablemente desde el mes que había pasado con Yuki, y habíamos estado borrachas la cuarta parte del tiempo. Una cosa rara para las dos. —Yo también —coincidió Clara. Había llenado el viaje con historias sobre algunos de los habituales que estaba conociendo en la tienda. Una de mis favoritas era la de un hombre llamado Walter que, al parecer, había encontrado una bolsa de lo que creía que eran hierbas, pero que en realidad era marihuana, y la había preparado como si fuera té durante meses hasta que alguien le dijo que no era lo que él creía que era. Cuando no me llenaba de chismes, Jackie y ella trataban de darme todas las razones por las que debía quedarme en Pagosa
en lugar de irme, lo que me había sorprendido porque, en primer lugar, no estaba segura de que a la adolescente le gustara tanto. Habían hecho algunos puntos interesantes, sobre todo: estás en casa. Y lo estaba. En casa, eso es. —Yo también te vi sonreír, Jackie —continuó Clara. Yo también la había visto sonreír mucho. El teléfono de Jackie sonó entonces, y la chica lo agarró, leyendo lo que había en la pantalla antes de decir: —Uf. Pensé que era el abuelo. Le envié un mensaje cuando estábamos en Durango y todavía no me ha contestado. Clara se quedó en silencio y la sorprendí mirando a Jackie, con expresión pensativa. De repente, preguntó: —¿Te importa que hagamos una parada rápida antes de dejarte, Aurora? —Ni un poquito. —Gracias —murmuró, sonando preocupada mientras giraba el volante hacia la derecha—. No es propio de mi padre no responder a los mensajes de texto, y no responde al teléfono de casa. Se supone que mi hermano está allí.... —Lo que tengas que hacer. A mí tampoco me importaría verlo si le parece bien y no hay problema en que yo entre —comenté. Clara asintió distraída, poniendo el intermitente mientras se acercaba al pueblo. Sabía de memoria que vivían alrededor de uno de los lagos. No había estado allí desde hacía mucho tiempo, pero sabía que estaba más cerca de todo que donde vivía el señor Rhodes. —Él también ha querido verte. Seremos muy rápidas. Todavía tenemos que ir a hacer la compra.
Unos minutos más tarde, se detuvo frente a una pequeña casa de una sola planta con dos coches estacionados frente a ella. Un monovolumen blanco... y una Bronco restaurada. ¿Qué posibilidades había de que hubiera dos Broncos azul Bretaña impecables en esta zona con la misma matrícula? Me pregunté mientras Clara se detenía junto a la furgoneta. —¿Qué hace el señor Rhodes aquí? —Jackie confirmó lo que yo había procesado—. ¿Dónde está el coche del tío Carlos? —No sé.... Clara frunció el ceño. Desabroché mi cinturón de seguridad justo cuando mi teléfono emitió un mensaje. Era mi tía. Tía Carolina: ¿Hay coyotes en la zona? Dudé un segundo. Esa no era la clase de pregunta que debía responder. No necesitaba que ella también se preocupara por los coyotes. Salí del coche y seguí a Jackie y Clara cuando se dirigieron a la puerta principal. La casa era pequeña y más antigua que la mayoría de las del pueblo. El suelo estaba embaldosado con piezas del tamaño de un pie de color marrón oscuro o verde, y los muebles eran en su mayoría antigüedades. Era casi exactamente como la recordaba. Solía pasar la noche aquí cada dos fines de semana. Tenía muchos buenos recuerdos en esta casa. —¡Papá! —gritó Clara—. ¿Dónde estás? —¡En el salón! —respondió una voz grave. —¿Tienes pantalones? Sonreí. —¡Adivina! Eso me hizo reír.
Clara giró bruscamente hacia la izquierda para entrar en una pequeña sala de estar. Lo primero en lo que me fijé fue en una pantalla plana apoyada en una mesa de entretenimiento, de treinta y tantas pulgadas. Lo segundo en que me fijé fue en el hombre sentado en un gran y cómodo sillón reclinable frente al televisor. Su cabello era una mezcla de gris y blanco y estaba trenzado en un hombro, y en un sillón a su lado estaba mi casero, con los brazos cruzados. En el televisor sonaba un partido de fútbol. Clara y Jackie se apresuraron a acercarse, besando sus dos mejillas. —Hemos traído a Aurora, papá. Los ojos oscuros del hombre se movieron, luego se posaron en mí y, en el tiempo que me llevó parpadear, se habían abierto de par en par. Ignoré al señor Rhodes y me apresuré a acercarme, agachándome y besando la mejilla del padre de Clara. —Hola, señor Nez. Los pantalones están sobrevalorados, ¿eh? Su gran y repentina risa me sorprendió mientras se inclinaba hacia delante y rozaba su mejilla contra la mía, dos manos marrones que parecían de cuero se posaron sobre la mía y la apretaron. Se apartó y parpadeó con sus grandes ojos oscuros. —Aurora De La Torre. ¿Cómo estás, niña? Su risa era igual. El rostro más delineado, y estaba mucho más delgado. Pero el señor Nez seguía siendo exactamente igual en todo lo demás que importaba. El brillo de sus ojos me lo decía, aunque el temblor de sus manos intentara contar una historia diferente. Me quedé donde estaba, justo delante de él. —Estoy bastante bien. ¿Cómo estás tú? —Muy bien. —Sacudió la cabeza y me dirigió una sonrisa que mostraba que le faltaban dos dientes. Era un hombre guapo con su piel oscura, el blanco de sus ojos casi brillante contra su llamativo rostro—. Clara me dijo que habías vuelto, y no podía creerlo —Señaló hacia el
asiento más cercano a él, que era el lugar vacío en el sillón entre el señor Rhodes y él—. Ven aquí, siéntate. Pero primero. —Señaló hacia Rhodes—. Aurora, Tobias. Tobias, esta es Aurora. Solía vivir en mi casa todos los fines de semana y todos los veranos. No pude evitar reír mientras miraba al hombre con el que acababa de pasar la noche anterior. Le sonreí. —Lo conozco, señor Nez. El señor Rhodes, por su parte, gruñó. El señor Nez frunció el ceño. —¿Cómo? —Está alquilando su apartamento en el garaje. —Fue Clara quien contestó—. ¿Dónde está Carlos? El viejo ignoró su pregunta, se rio y se dio una palmada en el muslo. —No me digas. ¿Fuiste tú quien llevó a Amos al hospital? —Fui yo —confirmé, echando un vistazo al señor Rhodes, que seguía sentado con los brazos cruzados en el sillón... observándome con una expresión realmente divertida en su rostro que me hacía sentir menos bienvenida aquí que incluso en su apartamento del garaje. —Te pareces tanto a tu madre —dijo el hombre mayor, atrayendo mi atención hacia él. Su frente se arrugó y la expresión de sorpresa que había en su rostro se convirtió en una expresión de preocupación—. Me dije a mí mismo que no sacaría el tema la primera vez que te viera, pero tengo que decir... Interrumpí. —No tienes que decir nada. —No, sí tengo —insistió el señor Nez, pareciendo más y más molesto por segundos—. Llevo veinte años viviendo con esta culpa. Siento que
hayamos perdido el contacto. Siento que no hayamos vuelto a verte después de que te llevaran. Un nudo apareció mágicamente en mi garganta en ese mismo segundo. —Espera, ¿quién se llevó a quién? —preguntó Jackie desde donde había tomado asiento en el suelo junto a la pantalla del televisor. Ahora ella también ponía cara de sorpresa. La falta de respuesta hizo que la habitación se sintiera tensa, o al menos a mí me lo pareció. Pero no quise ignorarla, aunque sintiera que la mirada del señor Rhodes seguía fija en mí. El nudo se quedó exactamente donde estaba. —A mí, Jackie. ¿Recuerdas que Clara dijo que yo vivía aquí? ¿Y que era amiga de ella? Los servicios infantiles me llevaron. Esa fue la última vez que vi a tu tía o a tu abuelo, hace veinte años.
CAPÍTULO 9 —De acuerdo, que alguien me explique esto —murmuró Jackie, con confusión en su rostro. Pero el señor Nez ignoró a todos menos a mí mientras decía: —Lo último que supe es que el Estado te llevó a un hogar de acogida mientras buscaban a tu papá. No quería hablar de esto delante de todo el mundo, pero no tenía otra opción. Él lo sabía. Clara tampoco había querido sacar el tema, pero los dos merecían saber lo que había pasado, aunque estuviera fuera de lugar. —Mi tío terminó acogiéndome —expliqué. Intentar entrar en detalles sobre mi papá no tenía sentido. —¿Tío? Recuerdo que tu mamá dijo que era hija única. —Era su medio hermano. Mayor. No eran cercanos, pero su esposa y él se quedaron con mi custodia. Me mudé a Florida para estar con ellos. Después. Sus cejas subían con cada palabra que salía de mi boca, su expresión devastada no iba a ninguna parte. —No sé qué está pasando y quiero saberlo —dijo Jackie. —Jackie —llamó Clara desde la cocina en la que había desaparecido —. Si te callas, podrás entenderlo. —No nos contaron lo que pasó después que los servicios de menores te llevaran; dijeron que no éramos familia, pero todos estábamos tan preocupados... —murmuró el anciano con suavidad—. Fue un gran alivio cuando Clara y tú volvieron a ponerse en contacto. —Señor Rhodes, ¿sabe lo que está pasando? —preguntó Jackie.
El señor Nez suspiró y miró a su nieta durante un segundo antes de volver a centrarse en mí. —¿Te importa si se lo explico? —No —dije con sinceridad. —Aurora y su mamá vivían aquí en Pagosa, ¿ya lo sabías? La adolescente asintió, mirando en mi dirección. —¿Y pasó algo y tu tío y tu tía te acogieron, Ora? Asentí. —Cuando tenía trece años, mi mamá se fue de excursión y nunca volvió. Fue entonces cuando el señor Rhodes se inclinó hacia delante, decidiendo finalmente hablar. —Ahora sé por qué me resultaba familiar tu apellido. De La Torre. Azalia De La Torre. Desapareció. ¿Lo sabía? Había más en la historia. Más sobre mi mamá y el misterio, pero eso era lo básico. No me atreví a mencionar las otras partes. Las que algunas personas habían susurrado pero que nunca habían sido confirmadas. Cómo durante tanto tiempo habían pensado que me había abandonado en lugar de hacerse daño y no poder volver. Cómo había luchado contra la depresión y tal vez lo que le había sucedido no había sido un accidente. Cómo se suponía que tenía que haber ido con ella pero no lo había hecho, y tal vez si lo hubiera hecho, ella todavía estaría por aquí. Este aplastante sentimiento de culpa que creía haber superado pesaba en mi pecho, en el alma misma, sinceramente. Sabía que mi mamá nunca me abandonaría. Ella me había amado. Me adoraba. Me había querido.
Y algo había pasado y no había vuelto. Mi mamá no había sido perfecta, pero no había hecho las cosas de las que la habían acusado. —Eso es tan triste —murmuró Jackie—. ¿Nunca encontraron su cuerpo? —Por Dios, Jackie —gritó Clara desde la cocina—. ¿Podrías decirlo de peor manera? —¡Lo siento! —gritó la adolescente—. No quise decir eso. —Lo sé —aseguré. Había escuchado la misma pregunta formulada una docena de maneras diferentes que eran realmente más hirientes. Y estaba bien. Ella tenía curiosidad. —¿Qué te hizo querer volver aquí? —preguntó el señor Nez, con el rostro pensativo. ¿No era esa la pregunta del millón? Me encogí de hombros. —Estoy empezando de nuevo. Me pareció bien hacerlo aquí. No necesité mirar al señor Rhodes para saber que me miraba fijamente. —Bueno, nos alegramos que estés en casa. Ahora tienes una familia con nosotros, Aurora —dijo suavemente el señor Nez. Y eso fue lo más bonito que escuché en mucho tiempo.
Acababa de salir de mi auto cuando escuché el crujido de los neumáticos en la entrada de grava, y volví a suspirar, preparándome para lo que pudiera estar en camino.
Sabía que no me había librado de nada; no estaba intentando librarme de nada. Había sentido el calor de los ojos del señor Rhodes durante todo el tiempo que había estado en casa del señor Nez. No había dicho mucho después de confirmar que conocía el caso de mi mamá, pero había sentido su mirada. Había sido capaz de oír los engranajes de su cabeza mientras procesaba la conversación que había tenido con el hombre mayor. No había investigado cómo conocía exactamente al señor Nez, y no había querido preguntarle directamente a Clara sobre ello, al menos no delante de Jackie. No confiaba en que ella no se lo repitiera a Amos y entonces él diría algo, y lo siguiente que sabría era que el señor Rhodes pensara que yo lo estaba acosando. Lo que era, era... curioso. Tenía muchas preguntas. Y demasiado tiempo. De todos modos, no intenté entrar corriendo en el apartamento del garaje cuando vi que el Bronco se acercaba a la casa. Me tomé mi tiempo, me metí en el asiento del copiloto para sacar el bolso y una pequeña bolsa de la compra que había conseguido en una tienda de dulces y golosinas de Ouray, y acababa de cerrar la puerta con la cadera cuando escuché el: —Hola —del señor Rhodes. Exhalé un suspiro y me giré hacia la voz, ya lista para sonreírle. —Hola, señor Rhodes. Mi casero se detuvo a pocos metros, con las manos en las caderas. Pero al mirar su rostro, me di cuenta que no parecía irritado ni enfadado porque ambos hubiéramos acabado en el mismo sitio. Eso era bueno, ¿no? Todavía me quedaba algo de tiempo aquí. Una parte de mí esperaba que se molestara porque nos habíamos encontrado accidentalmente. No me había dicho más de cinco palabras después que el señor Nez hubiera mencionado a mi mamá y me hubiera preguntado dónde había estado. Había ojeado Nashville y me había conformado con mis años en Florida a la ligera, hasta que Clara había salido de la cocina y me había preguntado si estaba lista para irme.
Sin embargo, ahora la boca del señor Rhodes se torció hacia un lado y me atravesó con esa mirada gris, casi púrpura. ¿En qué estaba pensando? —¿Ya encontraste otro lugar donde quedarte? —preguntó finalmente con su voz ronca y seria. —Todavía no. Aquellos ojos siguieron abriendo un agujero en mí antes que finalmente exhalara un aliento tan fuerte que no estaba segura de sí lo que había estado pensando era algo bueno. Entonces me sorprendió de nuevo. Me sorprendió, en realidad. —Si lo quieres, el apartamento del garaje es tuyo. No quise jadear, pero lo hice. —¿En serio? No hizo ningún comentario sobre mi reacción, pero sus manos se dirigieron a esa estrecha cintura oculta bajo la camiseta y los vaqueros que llevaba, y el señor Rhodes hundió la barbilla. —El alquiler es la mitad de lo que pagabas. Sin visitas. Tienes que estar bien con Amos tocando su guitarra en el garaje. ¡Sí! —No lo dejo tocar hasta tarde, pero le gusta ir allí después del colegio hasta la noche —continuó mi casero. Su rostro era tan serio que sabía que hablaba en serio y era plenamente consciente que no tenía intención de dejar que me quedara, pero que iba en contra de su instinto y extendía la invitación... por la razón que fuera. Sabía exactamente lo que era cuando una decisión te costaba mucho. No era fácil.
Y por eso di un paso adelante y lo rodeé con mis brazos. Alrededor de la parte superior de los codos que estaban ladeados en sus costados, bloqueando sus brazos contra sus costillas porque lo había sorprendido y no le había dado la oportunidad de alzar los brazos, mis palmas se encontraron en algún lugar de su espalda. Lo abracé. Abracé a este hombre que apenas podía soportarme y dije: —Muchas gracias. Me encantaría quedarme. Te pagaré cada mes y no invitaré a nadie. Mis únicos amigos aquí hasta ahora son Clara y el señor Nez de todos modos. Toda la longitud de su cuerpo se endureció bajo mis brazos. Esa fue mi señal. Al instante salté hacia atrás y bombeé mi puño al aire dos veces. —¡Gracias, señor Rhodes! —¡Sí!— ¡No te arrepentirás! Creo que no me imaginaba lo abiertos que se habían puesto sus ojos en algún momento, pero definitivamente no me imaginaba lo rígida que era su voz cuando casi tartamudeo: —Eres... ¿bienvenida? —¿Qué prefieres? ¿Cheque? ¿Efectivo? ¿Cheque de caja? Su rostro de alarma no fue a ninguna parte. Tampoco su tono crispado. —Cualquiera. —Muchas gracias. Te pagaré el día antes que termine este periodo de alquiler y te seguiré pagando el mismo día. —Espera—. ¿Cuánto tiempo puedo quedarme? Sus gruesas y rizadas pestañas cayeron sobre sus ojos. No se había convencido a sí mismo de nuestra situación, y me di cuenta que estaba pensando. —Hasta que este acuerdo deje de funcionar o tú rompas las reglas — pareció decidir.
No era una respuesta concreta, pero podía vivir con ella. Claro, acababa de abrazarlo, pero extendí mi mano entre nosotros. Sus ojos rebotaron de mí a mi mano y de nuevo a mi rostro antes de tomarla. Su agarre era firme y brusco, sus manos estaban secas. Y grandes. —Gracias —dije de nuevo, con el alivio que me recorría. Bajó esa barbilla erizada que tenía. —El alquiler va a ser para Amos. La idea que había tenido cuando Amos y yo habíamos estado en mi auto de camino al hospital volvió a surgir, y dudé un segundo, debatiendo si hacer o no la oferta, pero la hice de todos modos porque me parecía lo correcto. —Mira, probablemente pueda conseguirle un descuento en su guitarra dependiendo de a través de quién decida que la quiere. No puedo prometerlo, pero puedo intentarlo. Házmelo saber. Sus cejas se acercaron y su boca volvió a torcerse, pero asintió. —Gracias por la oferta. —Exhaló, uno mucho más pequeño y normal esta vez, y miré su boca de labios carnosos—. Todavía estoy enfadado con él por ir a mis espaldas, y va a estar castigado durante unos meses, pero si estás por aquí después de eso... Inclinó la cabeza hacia un lado. Sonreí. —Me dijo lo que quería. Le ayudaré, sólo házmelo saber. Su expresión se volvió recelosa, pero bajó la barbilla. Sonreí. —El mejor día de todos. Muchas gracias por permitirme quedarme, señor Rhodes.
Abrió la boca y la volvió a cerrar antes de asentir, y luego miró hacia otro lado. Bien. Di un paso atrás. —Te veré más tarde. Gracias de nuevo. —Te escuché la primera vez —murmuró. Señor, este tipo era gruñón. Me hizo reír. —Lo digo en serio. Buenas noches. Se dio la vuelta para alejarse, contestando por encima del hombro en lo que yo estaba bastante segura de que era un resoplido —Buenas noches. No puedo expresar con palabras el alivio que sentí. Me estaba quedando. Tal vez las cosas estaban empezando a cambiar para mí. Tal vez, sólo tal vez.
No lo estaba. Mis ojos se abrieron en medio de la noche como si mis sentidos de murciélago se dispararan. Contuve la respiración, miré al techo y esperé, escuché. Observé. Me había convencido que se había escapado, así que no me preocuparía en todo el día. Lo escuché. Mis ojos se ajustaron justo cuando empezó a abalanzarse, y metí parte de la manta en mi boca. No iba a gritar. No iba a gritar....
Tal vez realmente se había ido. Lo había buscado por todo el apartamento esa mañana y después que el señor Rhodes prolongara mi estancia. Y no había nada. Tal vez había... Se abalanzó junto a mi rostro, quizá no estaba junto a mi rostro, pero lo parecía, y chillé. Ni hablar. Tiré de la manta sobre mi rostro, rodé fuera de la cama con ella y empecé a arrastrarme. Por suerte, había dejado las llaves en el mismo lugar todo el tiempo, y mis ojos se habían ajustado lo suficiente como para poder ver la encimera de la cocina. Me levanté lo suficiente para tomarlas. Luego seguí arrastrándome hacia la escalera. Por segunda noche consecutiva. Nunca podría contarle esto a mi tía. Ella empezaría a buscar vacunas contra la rabia. No me sentí orgullosa de mí misma, pero subí las escaleras sobre mí trasero, con la manta bien metida en la cabeza. En algún momento metí el móvil en mi sujetador y, al final de las escaleras, metí los pies en las zapatillas que me había quitado antes, manteniéndome lo más baja posible, y finalmente salí al exterior, todavía envuelta en mi manta. Pequeños ruidos de animales crujieron a mi alrededor mientras cerraba la puerta tras de mí y giraba la llave, antes de correr básicamente hacia mi auto, esperando y rezando para que algo no viniera en picada, pero me las arreglé para colarme dentro y cerrar la puerta de golpe. Recliné el asiento y empujé hacia atrás hasta el tope, me acomodé, con la manta hasta el cuello, y no por primera vez me pregunté, a pesar de lo que había sentido antes cuando el señor Rhodes me había ofrecido quedarme, qué demonios estaba haciendo aquí. Escondida en mi auto. Quizá debería volver a Florida. Teníamos bichos del tamaño de murciélagos pequeños, claro, pero no me daban miedo. Bueno, no realmente. Es sólo un murciélago, me habría dicho mi mamá. Antes me aterrorizaban las arañas, pero ella me había ayudado a eliminar el miedo.
Todo era un ser vivo, que respiraba y necesitaba comida y agua como yo. Tenía órganos y sentía dolor. Estaba bien tener miedo. Era bueno tener miedo de las cosas. ¿Realmente quería volver a Florida? Quería a mi tía, a mi tío y al resto de la familia. Pero había extrañado Colorado. Realmente lo había hecho. Todos estos años. Eso alivió las aristas más duras de mi miedo. Si iba a quedarme aquí, tenía que resolver esta situación de los murciélagos, porque no había manera, incluso si dejaba de entrar en pánico, que me pareciera bien tener un murciélago revoloteando mientras dormía. No podía seguir haciendo esto, y nadie iba a venir a salvarme. Era una mujer adulta, y podía manejar esto. Mañana, empezaría a resolverlo. Después de otra noche en mi auto. Iba a sacar a ese maldito murciélago de la casa de alguna manera, de algún modo, maldita sea. Podría hacer esto. Podría hacer cualquier cosa, ¿verdad?
CAPÍTULO 10 No necesitaba un espejo para saber que tenía un aspecto horrible, porque seguro que me sentía así a la mañana siguiente. Me dolía el cuello por haber dormido en todas las posiciones imaginables en mi auto por segunda noche consecutiva. Estaba bastante segura de haber dormido unas dos horas seguidas. Pero eso era mejor que cero horas si me hubiera quedado adentro. Aún así, me obligué a esperar a que el sol saliera del todo antes de entrar. Y me detuve inmediatamente cuando vi el rostro de Amos mirándome desde la ventana del salón. Y sabía que no era por mi increíble belleza, porque afortunadamente, había conseguido taparme con la manta de la misma manera que la noche anterior, cubierta de pies a cabeza como si fuera una capa de lluvia. Sin que él dijera una palabra, sabía que se preguntaba qué demonios había estado haciendo. No había manera de que pareciera que había ido a la tienda o a correr de madrugada porque iba de puntillas y con los zapatos apenas colgando de los dedos. —Buenos días, Amos —grité, tratando de sonar alegre aunque me sentía como si me hubieran atropellado. Sabía que podía escucharme porque había abierto las pequeñas ventanas rectangulares que estaban bajo las grandes, las principales, para mantener la casa fresca. —Buenos días —respondió con una voz que se quebraba por el sueño. Apuesto y probablemente no se había ido a la cama todavía—. ¿Estás... bien? —preguntó después de un segundo. —¡Sí! Sí, no me creyó en absoluto.
—¿Te sientes bien? —pregunté en su lugar, esperando que no preguntara qué demonios había estado haciendo. Se encogió de hombros, sin dejar de observarme con demasiada atención. —¿Segura que estás bien? Respondí lo mismo que él, me encogí de hombros. ¿Quería contarle lo del murciélago? Sí. Pero... yo era la adulta y él era el niño, y no quería recordarle a su papá que me quedaba en el apartamento más de lo necesario, así que pensé que tenía que ocuparme de todas las cosas posibles por mi cuenta para que esto funcionara. —Tengo que vestirme para el trabajo, pero que tengas un buen día hoy. No estaba engañando a nadie. —Adiós —grité antes de saltar sobre la grava. —Adiós —respondió el chico, sonando confundido. No podía culparlo por sospechar. Y esperaba que no se lo dijera a su padre, porque no quería que cambiara de opinión. Oh, bueno. Y como si me hubieran traumatizado, mi corazón empezó a latir más rápido mientras desbloqueaba la puerta y subía lentamente las escaleras, encendiendo todas las luces y mirando cada pared y cada sección del techo como si el maldito murciélago fuera a salir volando y atacarme. Mi corazón se aceleró, y tampoco estaba orgullosa de ello, pero sabía que tenía que idear un plan; sólo que no sabía cuál. Una parte de mí esperaba ver a mi archienemigo aferrado a algo de cabeza, pero no había ni una sola señal de él. Oh, maldición, por favor, no estés debajo de la cama, supliqué antes de ponerme a cuatro patas y revisar también ahí debajo. No había pensado en ese lugar hasta ahora.
Nada. Y aunque había empezado a sudar de nuevo, y maldecía el hecho de no haberme aplicado desodorante antes de irme a la cama, comprobé casi todos los lugares que se me ocurrían donde mi amigo podía haberse escondido. Otra vez. Por debajo de la mesa. Bajo el fregadero del baño, porque había sido tonta y había dejado la puerta abierta cuando había huido para salvar mi vida. Debajo de cada silla. En el armario, aunque la puerta estaba cerrada. Pero no estaba en ninguna parte. Como estaba paranoica, volví a mirar a todas partes, con los dedos temblando, el corazón galopando y todo. Y todavía nada. Hijo de puta.
A pesar de haber dormido sólo dos horas, cuando llegó la noche me puse en guardia. Había pensado en comprar una red, pero se habían agotado en la tienda, miré en Walmart y también se habían agotado, así que tenía una bolsa de basura de plástico, lista. Llegaron las diez y todo estaba despejado. Maldita sea. Incluso Clara había notado lo cansada que parecía esa mañana. Me daba demasiada vergüenza decirle por qué me había quedado despierta.
Tenía que lidiar con esto por mi cuenta. Ni siquiera estaba segura de cuándo me desmayé, pero lo hice, sentada en el colchón con el cuaderno de mi mamá abierto, con la espalda apoyada en la cabecera. Lo que sí sabía era que cuando me empezó a doler el cuello en algún momento, con las luces aún encendidas, me desperté. Y volví a gritar porque el hijo de puta había vuelto. Y volaba de un lado a otro de forma errática, como si estuviera borracho; podría haber medido dos metros de ancho, aterrorizándome a mí y a la casa en la que vivía. En realidad, no era un él. Este sabía lo que estaba haciendo, subir del infierno, y sólo una mujer sería tan intuitiva y estaría dispuesta a joder a alguien solo porque sí. Se abalanzó, y grité, salí volando de la cama y corrí por las escaleras, gritando de nuevo y saliendo por la maldita puerta. El destino quiso que la luna estuviera brillante y en lo alto del cielo, iluminando a otro murciélago que volaba alrededor de lo que parecía ser justo sobre mi cabeza, pero que en realidad estaba más bien a seis metros por encima del suelo. Y de nuevo, grité. Esta vez: —¡Maldición! —a todo pulmón. ¡Había dejado las llaves! ¡Arriba! Con ella. ¡Y mi manta! Bien, Ora, de acuerdo, piensa. Podría hacer esto. Podría... Una voz fuerte retumbó: —¿Qué está pasando? —directamente desde la oscuridad. Conocía esa voz.
Era el señor Rhodes, y por el crujido de la grava, se acercaba. Probablemente estaba enojado. Lo había despertado. Más tarde, volvería a sentirme decepcionada conmigo misma por haber señalado con el dedo hacia el apartamento del garaje y decir: —¡Murciélago! No podía verlo. No estaba segura de sí hizo una mueca o puso los ojos en blanco o qué, pero sabía que se estaba acercando cada vez más. Pero podía escucharlo en su voz. Podía oírlo poner los ojos en blanco sólo por la forma en que escupió: —¿Qué? —con la misma voz que había utilizado el día que yo había aparecido. —¡Hay un murciélago en la habitación! Finalmente, pude ver la silueta de su cuerpo deteniéndose a un par de metros, y escuché su molestia mientras preguntaba: —¿Qué? ¿Estás gritando por un murciélago? ¿Gritando sobre un murciélago? ¿Tenía que decirlo así? ¿Como si no fuera gran cosa? ¿Me estaba tomando el pelo? Y como si al estar afuera supiera que estábamos hablando de su especie, el murciélago volvió a bajar en picada hacia la luz montada sobre la puerta del garaje, me subí la camiseta de tirantes por encima de la cabeza y me agaché, tratando de hacerme lo más pequeña posible para que no pudiera atraparme. De acuerdo, más bien el señor Rhodes sería más grande, así que si uno de nosotros fuera el objetivo sería él ya que tenía más masa. Estaba bastante segura de haberlo oído refunfuñar: —Maldita sea —justo antes que se oyera que volvía a caminar. Dejándome a mi suerte.
O eso, o al murciélago le había crecido un maldito pie, un par de kilos, y estaba en camino a matarme. Esperé un segundo y me asomé para ver... nada. No estaba. Al menos el de afuera no estaba. O más bien estaba apoyado en algún lugar. Esperando para meterse conmigo de nuevo. —¿A dónde fue? —pregunté una fracción de segundo antes de ver lo que estaba bastante segura que eran pies descalzos moviéndose por el suelo como si esa mierda no doliera como el infierno. ¿A dónde iba? —Volvió a su casa, a su cueva —murmuró, sonando realmente contrariado mientras se alejaba. Me estaba dejando aquí. Para defender mi propia vida. Porque esto no era gran cosa para él. Entonces recordé que era un murciélago y que cualquiera gritaría. No era mi culpa que fuera un mutante sin miedos. Está bien. Necesitaba calmarme y mantener la calma. Piensa. O mudarme. Mudarme era bueno. Me levanté, mirando al cielo una vez más, y luego me apresuré a seguir a Rhodes que estaba... ¿haciendo su camino hacia su camioneta? A la mierda, fui entrometida. —¿Hay una cueva por aquí? —No. Fruncí el ceño, recordando en ese momento que no llevaba pantalones, pero luego decidí que no me importaba y continué siguiéndolo. Miró por encima del hombro mientras abría la puerta.
—¿Qué estás haciendo? —Nada —chillé, pero en realidad lo único en lo que podía pensar era en la seguridad, en los números. Incluso con lo oscuro que estaba, me di cuenta que estaba haciendo una mueca. —¿Qué estás haciendo? Puede que pusiera los ojos en blanco, pero estaba de espaldas a mí, así que nunca lo sabría con seguridad. —Voy a mi camioneta. —¿Para qué? —Para conseguir una red y no tener que oírte gritar a todo pulmón cuando intento dormir. Mi corazón se detuvo. —¿Vas a sacarlo? —¿Vas a seguir gritando si lo dejo? —preguntó por encima del hombro mientras recorría el asiento trasero. Un segundo después estaba fuera, cerrando la puerta de golpe y cruzando la grava como si no se le clavara en los pies como un cristal. Hice una mueca pero le dije la verdad. —Sí. Abrió la parte trasera de su camioneta de trabajo y empezó a toquetear la cajuela. —¿Los atrapaste antes? Hubo una pausa y luego: —Sí. —¿Lo hiciste?
Gruñó. —Una o dos veces. —¿Una o dos veces? ¿Dónde? ¿Aquí? Rhodes volvió a gruñir. —Vienen de vez en cuando. Casi me desmayo. —¿Con qué frecuencia? —Sobre todo durante el verano y el otoño. No quise atragantarme, pero sucedió. —Los ratones son el verdadero problema durante un año de sequía. Se me erizó el vello de la nuca y todo mi cuerpo se puso rígido al verlo trastear en la cajuela de su camioneta, moviendo cosas mientras estaba de pie en pantalones de dormir y una camiseta blanca de tirantes. —¿También te dan miedo esos? —preguntó enojado. Estaba enfadado. Algunas personas se quedan muy calladas cuando se enfadan. Estaba empezando a ver que el señor Rhodes no era una de esas personas. —Mmm... ¿sí? —¿Sí? —¿Con qué frecuencia los recibes? —Primavera. Verano. Otoño. —Sí, estaba enfadado. Lástima por él, yo siempre estaba dispuesta a hablar. Me atraganté de nuevo. —¿Es un año de sequía? —Sí.
Nunca más iba a dormir. Necesitaba ir a comprar trampas. Pero luego imaginarme tener que recoger las trampas me dieron ganas de vomitar. —Por fin —murmuró para sí mismo, poniéndose de pie, sosteniendo una red de tamaño medio en una mano y lo que parecían gruesos guantes en otra, antes de cerrar de golpe la cajuela. Me estremecí y lo vi dirigirse hacia la puerta del apartamento del garaje. —¿Quieres que espere aquí fuera? Ya sabes, ¿para que te abra la puerta? Fui una cobarde y me avergonzó, pero no lo suficiente como para aguantarme y ser apoyo. Lo haría si gritara. Sólo esperaba que no lo hiciera. Su cuerpo rígido y enfadado pasó junto al mío. —Haz lo que quieras. Era eso o encerrarme en mi auto hasta que terminara, pero gritar como una loca ya había sido suficiente. Ya estaba irritado por tener que venir a lidiar con esto. Tratar conmigo. Y sí, eso también fue vergonzoso. Necesitaba recomponerme. Resiste. Enorgullece a tu mamá. Había investigado un poco durante el día sobre cómo eliminarlos, pero aún no había descubierto cuál era el mejor plan de acción. Era consciente que los murciélagos eran maravillosos por un montón de razones diferentes. Comprendí que no intentaban atacarme ni siquiera cuando se
abalanzaban. Entendía que los murciélagos me tenían tanto miedo como yo a ellos. Pero el miedo no era racional. Me apresuré, abrí la puerta y la dejé abierta después que él entrara. Luego me agaché y esperé. Puede que llevara allí cinco minutos, o quizá treinta, antes de oírlo en las escaleras. Abrí más la puerta justo cuando estaba a un par de pasos de llegar al fondo. Llevaba la red en una mano y daba los pasos con rapidez sobre unos pies grandes y descalzos. Dios mío, ¿qué eran esas cosas? ¿Talla doce? ¿Trece? Aparté la mirada, abrí la puerta de par en par, esperé a que cruzara el umbral y la cerré de golpe para que la Señora de la Noche no pudiera volver a entrar a hacerme otra visita. Y me esforcé por no hacer ruido mientras me ponía detrás del señor Rhodes. Se detuvo junto a un arbusto, hizo algo con la red y se alejó. Sólo alcancé a ver el murciélago colgado de una rama antes que se fuera, y solté un chillido por el que me iba a dar una patada en el trasero más tarde. El señor Rhodes no esperó ni se quedó a ver a dónde iba, simplemente empezó a moverse hacia la casa principal sin decir nada más. Me apresuré a seguirlo mientras arrojaba la red en la parte trasera de su camioneta, y luego se dirigió hacia la entrada mientras yo me detenía y miraba al cielo para asegurarme que no cayera otro de la nada. Estaba en la puerta de su casa cuando le grité: —¡Gracias! ¡Eres mi héroe! ¡Te daré una crítica de diez estrellas si alguna vez lo quieres! No dijo nada mientras cerraba la puerta tras de sí, pero eso no significaba que no siguiera siendo mi héroe. Se lo debía. Se lo debía a lo grande.
CAPÍTULO 11
Tenía una semana libre, así que parte de mí esperaba poder dormir hasta tarde, tomarlo con calma, tal vez ir a hacer una de las actividades turísticas de la zona. O tal vez hacer una de las caminatas más fáciles de mi madre. Como iba a estar por aquí en un futuro cercano, no tenía tanta prisa por hacerlas todas. De todos modos, mis pulmones necesitaban un mayor acondicionamiento. Supuse que tenía al menos hasta octubre. Quizás. Lo que había sucedido en medio de la noche hace una semana podría haber hecho que el señor Rhodes cambiara de opinión sobre cuánto tiempo me dejaría quedarme. No lo conocía, pero sabía que era imposible que hubiera superado esa mierda todavía. Sin embargo, el murciélago no había regresado. Mi cerebro, por otro lado, estaba en negación porque todavía no podía dormir durante toda la noche sin despertarme, paranoica. Por eso estaba despierta cuando empezaron los ruidos del exterior. Resignada a no volver a dormirme, rodé y me levanté de la cama una vez que otra mirada a mi teléfono confirmó que eran las siete y media y al instante me asomé por la ventana. Había un sonido ligero y repetitivo proveniente de allí. Era el señor Rhodes. Cortando leña. Sin camisa. Y quiero decir sin camisa. Esperaba algo bonito debajo de su ropa por la forma en que la llenaba, pero nada podría haberme preparado para verlo… a él. La realidad. Si no estuviera ya bastante segura de que había baba seca en mi rostro, habrían estado cinco minutos después de ver todo…. Eso a través de la ventana. Una pila de troncos de un metro y medio de largo estaba tirada alrededor de sus pies, con otra pequeña pila que obviamente ya había
cortado, justo a un lado. Pero fue el resto de él lo que realmente me llamó la atención. El vello oscuro del pecho estaba esparcido sobre sus pectorales. El vello corporal no ocultaba las duras placas de músculos abdominales que había estado escondiendo; era ancho en la parte superior, estrecho en la cintura y lo cubría una piel firme y hermosa. Sus bíceps eran grandes y dúctiles. Hombros redondeados. Sus antebrazos eran increíbles. Y a pesar de que sus pantalones cortos rozaban sus rodillas, pude ver que el resto de su zona central era atractiva y musculosa. Él era el hombre maduro sexy para acabar con todos los hombres maduros sexis. Mi ex estaba en forma. Hacía ejercicio varias veces a la semana en el gimnasio de nuestra casa con un entrenador. Ser atractivo había formado parte de su trabajo. Sin embargo, el físico de Kaden no tenía nada que ver con el del señor Rhodes. Se me hizo agua la boca un poco más. Silbé. Y debí haberlo hecho mucho más fuerte de lo que pensaba porque su cabeza se levantó instantáneamente y su mirada se posó en mí a través de la ventana casi de inmediato. Atrapada. Saludé. Y por dentro... muy adentro, morí. Levantó la barbilla. Retrocedí, tratando de disimular. Quizás él no pensaría nada de esto. Tal vez pensaría que yo silbé... para saludar. Claro que sí.
Una chica puede soñar. Retrocedí un poco más y sentí que mi alma se encogía mientras preparaba mi desayuno, me aseguré de mantenerme alejada de la ventana el resto del tiempo. Traté de concentrarme en otras cosas. Ya sabes, no querría tener que mudarme por la vergüenza. ¿Estaba cansada? Absolutamente. Pero había cosas que quería hacer. Necesitaba hacerlas. Incluyendo, pero no limitado a eso, alejarme del señor Rhodes para que mi alma volviera a la vida. Así que una hora más tarde, con un plan en mente, un sándwich, un par de botellas de agua y mi silbato en la mochila, bajé las escaleras, esperando y rezando para que el señor Rhodes estuviera de regreso en su casa. No tuve tanta suerte. Tenía puesta una camiseta, pero esa era la única diferencia. Maldita sea. Con una camiseta azul descolorida con un logo que no pude ubicar, estaba parado al lado de la pila de madera que había apilado en algún momento debajo de una lona azul. A su lado estaba Amos con una remera roja brillante y jeans, luciendo como si estuviera rogando o discutiendo con él. Ambos se giraron al sonido de la puerta cerrándose. Me había atrapado mirándolo. Actúa normal. —¡Buenos días! —grité. No me perdí el rostro divertido que hizo Amos o la forma en que miró de mi mochila a su padre y viceversa. Había visto esa expresión antes en los rostros de mis sobrinos. Tampoco estaba segura de que algo bueno saliera de esos rostros. Pero el adolescente pareció tomar una decisión rápida porque saltó directamente a ella.
—Hola. —Buenos días, Amos. ¿Cómo estás? —Bien. —Apretó los labios—. ¿Vas a ir de excursión? —Si. —Sonreí, dándome cuenta de lo cansada que estaba—. ¿Por qué? ¿Quieres ir? —bromeé, en su mayoría. ¿No había dicho su padre que no era una persona que le gustara el aire libre? El chico tranquilo se animó de una manera sutil. —¿Puedo? —¿Ir? Él asintió. Oh. —Si a tu papá le parece bien y tú quieres —dije entre risas, sorprendida. Amos miró a su padre, sonrió con esa sonrisa súper clandestina y asintió. —¡Dos minutos! —gritó el adolescente a un volumen diez veces superior al que normalmente hablaba, sorprendiéndome aún más, antes de girar sobre sus talones y desaparecer por la cubierta hacia su casa. Dejándome allí de pie parpadeando. Y su papá de pie allí parpadeando también. —¿Dijo que viene conmigo? —pregunté, casi aturdida por la sorpresa. El hombre más grande negó con la cabeza con incredulidad. —No lo vi venir —murmuró más para sí mismo que para mí por la forma en que todavía estaba mirando detrás de la puerta—. Le dije que no podía pasar el rato con sus amigos porque todavía estaba castigado, pero que si quería estar cerca de un adulto, estaba bien.
Oh, vaya. Lo entendí entonces. —Maldita sea, te atrapó —reí. Eso hizo que su atención se volviera hacia mí, todavía luciendo como si lo hubieran estafado. Resoplé. —Puedo decirle que no después de todo si tú quieres que lo haga. Te juro que pensé que habías dicho que no te gustaba hacer cosas al aire libre, por eso pregunté. —Me sentiría fatal retractándome de la invitación, pero lo haría si realmente le molestara—. A menos que tú también quieras venir. Ya sabes, así no se sale con la suya del todo. No me importa de ninguna manera, pero no quiero que te sientas raro conmigo saliendo con tu hijo. No soy una trepadora ni nada por el estilo, lo juro. La mirada del señor Rhodes se deslizó hacia la puerta principal de nuevo y se quedó allí como si estuviera pensando profundamente en cómo diablos iba a salir del inconveniente que, sin saberlo, le había dado a alguien que se suponía que estaba castigado. O tal vez se estaba preguntando cómo decirme que no estaba en absoluto de acuerdo con que yo llevara a su hijo a dar un paseo. No lo culparía. —Podría ser una tortura para él pasar un par de horas conmigo —dije —. Prometo que no le voy a hacer nada. Invitaría a Jackie, pero sé que ella y Clara van de compras a Farmington. No me importaría la compañía. — Hice una pausa—. Pero depende de ti. Prometo que solo me atraen los hombres adultos. Me recuerda a mis sobrinos. Aquellos ojos grises se movieron en mi dirección, su expresión era aún pensativa. El chico irrumpió por la puerta principal, con una botella de acero inoxidable en un dedo y lo que parecían dos barras de granola en la otra mano. —¿No te importa que vaya?
Fue la tranquila pregunta que vino. —Para nada —confirmé—. Si estás de acuerdo con eso. —¿Solo vas a ir de excursión? —Sí. Lo vi dudar antes de dejar escapar otra de sus profundas respiraciones. Luego murmuró: —Necesito un minuto. Justo cuando Amos se detuvo frente a mí y dijo: —Estoy listo. ¿Iba... también iba a venir el señor Rhodes? Desapareció en la casa incluso más rápido que su hijo, sus movimientos y zancadas eran largos y fluidos considerando lo musculoso que era. Necesitaba dejar de pensar en sus músculos. Como ayer. Ya lo sabía, ¿no? Sutil, no era. —¿A dónde va? —preguntó Amos, mirando a su padre también. —No sé. Dijo que le diera un minuto. ¿Puede que él venga también...? El chico dejó escapar un suspiro de frustración que me hizo mirarlo de reojo. —¿Cambiaste de opinión? Pareció pensar en ello por un segundo antes de negar con la cabeza. —No. Mientras salga de la casa, no me importa. —Gracias por hacerme sentir tan especial —bromeé. El adolescente me miró y respondió con voz tranquila:
—Lo siento. —Está bien. Solo estoy bromeando contigo —dije con una sonrisa. —Dijo que no podía salir con mis amigos, así que... —¿Estás pasando el rato con un cero a la izquierda? —Solo podía imaginar el tipo de relación que tenía con su padre si no estuviera acostumbrado a que se metieran con él—. Estoy jugando contigo, Amos. Lo prometo. Incluso le di un codazo rápidamente. No me devolvió el codazo, pero me brindó un pequeño encogimiento de hombros antes de preguntar en voz baja y vacilante: —¿Está bien? ¿Si voy contigo? —Cien por ciento bien. Me gusta la compañía —dije—. Honestamente. Me estás alegrando el día. Últimamente me he sentido bastante sola. Ya no estoy acostumbrada a hacer tantas cosas yo sola. La verdad era que había estado rodeada de gente casi veinticuatro siete durante la última parte de mi vida. El único momento a solas que tuve para mí era... cuando iba al baño. El chico pareció revolverse en su sitio. —¿Extrañas a tu familia? —Sí, pero tenía otra familia. La familia de mi... ex-marido y siempre estábamos juntos. Este es el tiempo más largo que he pasado sola. Así que, de verdad, me estás haciendo un favor al venir. Gracias. Y me ayudarás a permanecer despierta. —Pensé acerca de eso—. ¿Es seguro para ti hacer actividad física ya? —Si. Hice mi chequeo. —Los mismos ojos grises que los del señor Rhodes vagaron por mi rostro brevemente y pareció tener que parpadear de nuevo—. Te ves cansada.
Recuérdame nunca decir algo frente a un adolescente que pueda convertirse en un insulto. —No he estado durmiendo tan bien. —¿A causa del murciélago? —¿Cómo sabes sobre el murciélago? Me miró. —Papá me dijo que gritabas como si fueras a morir. En primer lugar, no había estado gritando como si fuera a morir. Solo habían sido unos cinco gritos. Máximo. Pero antes que pudiera discutir con él sobre semántica, la puerta principal se abrió de nuevo y el señor Rhodes salió, cargando una pequeña mochila en una mano y una fina chaqueta negra en la otra. Vaya. No estaba bromeando. Quería acompañarme. Observé al chico a mi lado mientras dejaba escapar un suspiro. —¿Estás seguro que quieres venir? Su mirada se dirigió rápidamente hacia mí. —¿Pensé que dijiste que te gustaría la compañía? —Lo hago, solo quiero asegurarme que no te vas a arrepentir. Porque su papá también vendría. ¿Para pasar tiempo con él? ¿Para no dejarlo solo conmigo? ¿Quién sabe? —Cualquier cosa es mejor que quedarse en casa —murmuró justo cuando su padre llegaba hasta nosotros. De acuerdo. Asentí al señor Rhodes, y él me saludó con la cabeza. Supuse que estaba conduciendo. Subimos a mi auto con el señor Rhodes en el asiento del pasajero delantero, y retrocedí. Los miré a ambos de la manera más disimulada
posible, sintiendo un poco de placer de que vinieran conmigo… incluso si ninguno de los dos hablaba mucho. O quizás realmente me gustaban. Pero uno de ellos estaba desesperado por salir de la casa y el otro quería pasar tiempo con su hijo o mantenerlo a salvo. Salí con gente que tenía peores intenciones. Al menos no estaban siendo falsos. —¿A dónde vamos? —preguntó la voz más profunda en el auto. —Sorpresa —respondí secamente, mirando por el espejo retrovisor. Amos tenía su atención fuera de la ventana. El señor Rhodes, por otro lado, giró la cabeza para mirarme. Si no supiera ya que había estado en la marina, lo habría confirmado en ese instante. Porque no tenía ninguna duda de que había dominado la mirada de disparar a otras personas. A muchas de ellas, más que probablemente, por lo bien que lo hacía. Pero aún así sonreí mientras lo miraba. —Está bien, está bien —concedí—. Vamos a ir a unas cataratas. Sin embargo, probablemente deberías haber preguntado antes de subir al auto. Solo digo. Podría estar secuestrándote. Aparentemente, no apreció mi broma. —¿Qué cataratas? —preguntó el señor Rhodes con esa voz fría y tranquila. —Treasure Falls. —Esa apesta —dijo Amos desde atrás. —¿Lo hace? Busqué fotos y pensé que se veían bien. —No tuvimos suficiente nieve. Va a ser un goteo —explicó—. ¿Verdad, papá? —Sí.
Sentí que mis hombros se desinflaban. —Oh. —Pensé en las próximas cataratas en mi lista—. Ya hice Piedra Falls. ¿Qué pasa con Silver Falls? El señor Rhodes se acomodó en el asiento, cruzando los brazos sobre el pecho. —¿Esto es tracción en las cuatro ruedas? —No. —Entonces, no. —Maldita sea —gemí. —Su altura es demasiado baja. No lo lograrás. Mis hombros se desinflaron aún más. Bueno, esto apestaba. —¿Qué tal un sendero más largo? —preguntó el hombre mayor después de un momento. —Me parece bien. ¿Cuánto era más largo? No quería acobardarme, así que acepté. No se me ocurría uno de la lista de mi madre que pudiéramos hacer, pero mis planes ya estaban arruinados e iba a aprovechar la compañía. Sabía cómo estar sola, pero no le había mentido a Amos acerca de la soledad. Incluso cuando Kaden se iba para una gira corta o para un evento, alguien estaría en la casa, generalmente el ama de llaves que dije que no necesitábamos, pero su madre había insistido en que era indigno de alguien de la reputación de Kaden hacer su propia comida o limpiar su propia casa. Uf, me estremecí solo de pensar en lo arrogante que había sonado en ese entonces. —Te daré indicaciones —explicó mi casero, sacándome de mis recuerdos con los Jones. —Funciona para mí. ¿Funciona para ti, Amos? —pregunté. —Sí.
De acuerdo. Conduje el auto hacia la autopista, pensando que el señor Rhodes me daría indicaciones una vez que llegara allí. —¿Solías vivir en Florida? —preguntó Amos de repente desde el asiento trasero. Asentí y me apegué a la verdad. —Durante diez años, y luego pasé los siguientes diez en Nashville, y estuve de regreso en Cape Coral, eso es en Florida, durante el último año antes de venir aquí. —¿Por qué te fuiste de allí para venir aquí? —el adolescente se burló como si eso fuera alucinante para él. —¿Has estado en Florida? Hace mucho calor y hay humedad. Sabía que el señor Rhodes había vivido allí, pero no estaba dispuesta a arrojarles esa bomba de conocimiento a sus traseros. No necesitaban saber que había estado arrastrándome y acechándolo. —Papá solía vivir en Florida. Tuve que fingir que no lo sabía. Pero luego su elección de palabras se asentó. Había dicho su padre, no él. ¿Dónde había vivido entonces? —¿Lo hizo, señor Rhodes? —pregunté lentamente, tratando de averiguarlo—. ¿Dónde? —Jacksonville. —Fue Amos quien respondió en su lugar—. Apestaba. El hombre se burló en el asiento junto a mí. —Lo hacía —insistió el adolescente. —¿Tú... viviste allí también, Amos? —No. Solo lo visité. —Oh —dije como si tuviera sentido cuando no lo tenía.
—Lo visitábamos cada dos veranos —continuó diciendo—. Fuimos a Disney. A Universal. Se suponía que íbamos a ir a Destin una vez, pero papá tuvo que cancelar el viaje. Por el rabillo del ojo, vi al señor Rhodes girarse en su asiento. —No tuve elección, Am. No fue como si cancelara el viaje porque quisiera. —¿Estabas en el ejército o algo así? —pregunté. —Sí —fue todo lo que dijo. Pero Amos no me dejó colgada. —En la Marina. —La Marina —confirmé, pero no pregunté más al respecto porque pensé que si el señor Rhodes ni siquiera había estado dispuesto a decirme qué rama, no querría contarme más—. Bueno, no está demasiado lejos. Quizás algún día puedas ir. En el asiento detrás de mí, el chico hizo un ruido que sonó muchísimo a un gruñido, y me arrepentí de abrir el tema de nuevo. ¿Y si no lo llevaba? Tenía que cerrar la boca. —¿Es cierto que tu mamá se perdió en algún lugar de las montañas? No me estremecí, pero el señor Rhodes se giró de nuevo. —¡Am! —¿Qué? —No puedes preguntar cosas así, hombre. Vamos —espetó el señor Rhodes, sacudiendo la cabeza con incredulidad. —Lo siento, Aurora —dijo entre dientes. —No me importa hablar de ella. Fue hace mucho tiempo. La extraño todos los días, pero ya no lloro todo el tiempo. ¿Demasiada información?
—Lo siento —repitió Amos tras un segundo de silencio. —No pasa nada. Nadie quiere hablar de eso nunca —dije—. Pero para responder a tu pregunta, lo hizo. Solíamos ir de excursión todo el tiempo. Se suponía que debía ir con ella, pero no lo hice. —Esa misma punzada de culpa que nunca había superado, que dormía en mis entrañas, segura, cálida y tremenda, abrió un ojo. Por mucho que no me importara hablar de mi madre, había algunas cosas concretas que eran difíciles de sacar al mundo para que todos las conocieran—. De todos modos, ella fue a hacer su excursión y nunca regresó. Encontraron su auto, pero eso fue todo. —Encontraron su auto, pero ¿cómo no pudieron encontrarla? —Tu padre podría saber más detalles que yo. Pero no encontraron su auto durante unos días. Ella me había dicho que iba a hacer una excursión, pero mamá siempre cambiaba de opinión en el último minuto y decidía hacer algo que no estaba en el camino si no estaba de humor o si había demasiada gente en la entrada de los senderos. Eso es lo que pensaron que sucedió. Su auto no estaba donde ella había dicho que estaría. Desafortunadamente, llovió mucho en esos días y eso borró las huellas. —Pero no entiendo cómo no la encontraron. Papá, ¿no tienes que hacer búsqueda y rescate algunas veces al año? Siempre encuentras gente. A mi lado, el hombre grande se movió un poco en su asiento, pero mantuve mi mirada hacia adelante. —Es más difícil de lo que parece, Am. Hay casi dos millones de acres solo en el bosque nacional de San Juan. —El señor Rhodes dejó de hablar por un segundo como si estuviera pendiente de sus palabras—. Si hubiera sido una excursionista fuerte, en forma, podría haber ido a cualquier parte, especialmente si no fuera conocida por permanecer en los senderos. — Volvió a hacer una pausa de nuevo—. Recuerdo que el expediente del caso decía que también era una buena escaladora. —Mamá era una gran escaladora —confirmé. Ella había sido una maldita temeraria. No había nada que la hubiera asustado.
Solíamos ir a Utah cada vez que podíamos. Recuerdo que me sentaba a un lado cuando hacía algún tipo de escalada con sus amigos y me sorprendía lo fuerte y ágil que era. Solía llamarla Mujer Araña, era tan buena. —Ella podría haber ido a cualquier parte —confirmó Rhodes. —Buscaron —dije a Amos—. Durante meses. Con helicópteros. Diferentes equipos de búsqueda y rescate. Hicieron algunas búsquedas más de ella a lo largo de los años, pero nunca salió nada. —Se habían encontrado restos antes, pero no eran de ella. El silencio era denso, y Amos lo rompieron murmurando: —Eso apesta. —Sí, apesta —estuve de acuerdo—. Me imagino que estaba haciendo lo que le encantaba hacer, pero aún así apesta. Hubo otra oleada de silencio y pude sentir que el señor Rhodes me miraba. Miré y logré sonreír un poco. No quería que pensara que Amos me había molestado, aunque probablemente no le importaba. —¿Qué sendero hizo? —preguntó Amos. El señor Rhodes le dio el nombre, lanzándome una mirada de reojo como si recordara haberlo mencionado durante nuestra sesión de tutoría. Hubo otra pausa y miré el espejo retrovisor una vez más. El chico parecía pensativo y preocupado. Parte de mí esperaba que lo dejara antes que volviera a hablar. —¿Estás haciendo las excursiones para encontrarla? El señor Rhodes murmuró algo en voz baja que estaba bastante segura que tenía un par de malas palabras allí. Luego, la carnosa palma de su mano frotó el centro de su frente.
—No —respondí a Amos—. No tengo ningún interés en ir allí. Ella tenía un diario con sus favoritos. Estoy de excursión porque le encantaba, así que yo también quiero hacerlas. No soy tan atlética ni tan exploradora como ella, pero quiero hacer lo que pueda. Eso es todo. Sé que nos divertimos mucho, pero solo quiero… recordarla. Y esos fueron algunos de los mejores recuerdos de mi vida. Ninguno de los dos dijo nada durante mucho tiempo, realmente comencé a sentirme un poco incómoda. Algunas personas se sentían incómodas con la idea del dolor. Algunas personas tampoco entendían el amor. Y eso estaba bien. Pero nunca iba a rehuir lo mucho que amaba a mi mamá y lo mucho que estaba dispuesta a hacer para sentirme más cerca de ella. Había estado en piloto automático durante tantos años, que había sido fácil… no enterrar mi duelo… sino mantenerlo en mi hombro y seguir adelante. Durante mucho tiempo, justo después de su desaparición, había sido bastante difícil forzarme a salir de la cama y seguir intentando vivir mi nueva vida. Luego, después de eso, había estado la escuela, y Kaden, y simplemente seguir, seguir, seguir. Todo esto mientras llevaba conmigo el recuerdo y el legado de mi mamá, cubriéndolo con distracciones y con la vida. Hasta que desempolvé todas esas otras cosas para concentrarme en lo que había enterrado durante tanto tiempo. Y estaba pensando en todo esto cuando el señor Rhodes dijo con su voz áspera: —¿Qué hay en su lista? —Probablemente demasiadas. Quiero hacerlas todas, pero depende de cuánto tiempo me quede.
Que era más largo ahora de lo que esperaba hace un par de semanas desde que me invitó a quedarme. Si seguía siendo una buena huésped, entonces quién sabía cuánto tiempo me alquilaría el apartamento con garaje. Ilusiones. Entonces tendría que decidir si alquilar o comprar un lugar, pero todo eso dependía de cómo fueran las cosas aquí. Si tuviera una razón suficiente para quedarme... o si este resultara ser otro lugar sin raíces que me retuvieran por más tiempo. —Las hizo todas cuando vivíamos aquí, pero estoy segura que tenía Crater Lake Trail allí. —Esa es difícil. Sin embargo, puedes hacerlo en un día si vas a tu ritmo y comienzas temprano. Oh. ¿Estaba ofreciendo sugerencias e información? Quizás había superado el incidente con el bate. Nombré otra senda en el libro de mamá. —Difícil también. Tienes que estar en buena forma para hacer eso en un día, pero yo diría que pases la noche o prepárate para estar adolorida. Hice una mueca. Debe haberlo notado porque preguntó: —¿No quieres acampar? —Honestamente, tengo un poco de miedo de acampar sola, pero tal vez lo haga. Él gruñó, probablemente pensando que era una idiota por tener miedo. Pero da igual. Había visto una película sobre el inmortal Pie Grande que secuestraba a personas en la naturaleza. ¿Y no había dicho que había millones de acres de bosque nacional? Nadie podía saber realmente qué había ahí fuera. Cuando iba a acampar con mi madre hace un millón de años, había sido divertido. Nunca me preocupó la posibilidad de que algún
asesino con hacha viniera a nuestra tienda a buscarnos. Ni siquiera me había preocupado por los osos, los Pie grandes, los zorrillos o nada de eso. ¿Lo había hecho ella? Nombré otra. —Difícil. Exactamente lo que leí en línea. —¿Devil Mountain? —Difícil. No sé si vale la pena. Lo miré. —Ella tenía un par de notas raras para esa. Tal vez lo ponga al final de la lista si me aburro. —¿No subimos con un cuatriciclo a ese cuando te mudaste aquí por primera vez? —preguntó Amos. Cuándo te mudaste aquí. ¿Con quién demonios había vivido Amos? ¿Su mamá y su padrastro? —Sí. Pinchamos la rueda —confirmó el señor Rhodes. —Oh —dijo el chico. Recité más nombres de senderos que estaban en mi cabeza y, afortunadamente, dijo que esas eran caminatas intermedias, por lo que parecían más factibles. —¿Has hecho alguna de esas? —pregunté a Amos solo para incluirlo. —No. No hacemos nada ya que papá trabaja todo el tiempo. A mi lado, el hombre pareció tensarse. Lo estaba arruinando. —Mi tía y mi tío, que me criaron, trabajaban todo el tiempo. Prácticamente solo dormía en su casa. Siempre estábamos en el restaurante
que tenían. Traté de tranquilizar, pensando en todas las cosas que me habían vuelto loca cuando tenía su edad. Por otra parte, no ayudaba haber tenido roto el corazón por mi madre al mismo tiempo. Pero ahora que lo pienso, creo que me habían mantenido ocupada a propósito. De lo contrario, probablemente me habría quedado en la habitación que había compartido con mi primo y habría estado todo el tiempo deprimida. Y por deprimida, realmente me refería a llorar como un bebé. De acuerdo, todavía lloraba como un bebé, pero en los baños, en el asiento trasero de cualquier auto en el que estuviera… casi siempre que tenía un segundo y podía salirme con la mía. —¿Sales mucho de excursión por trabajo? —pregunté al señor Rhodes. —Para búsquedas y durante la temporada de caza. —¿Cuándo es eso? —A partir de septiembre. Caza con arco. Dado que todos estaban haciendo preguntas…. —¿Cuánto tiempo llevas oficialmente como guardabosques? — pregunté. —Solo un año —ofreció Amos desde el asiento trasero. —¿Y estuviste en la Marina antes de eso? Como si no lo supiera ya. —Se retiró —respondió el chico de nuevo. Actué sorprendida como si no hubiera atado cabos. —Vaya. Eso es impresionante. —En realidad no —murmuró el adolescente.
Me reí. Adolescentes. En serio. Mis sobrinos me tomaban el pelo todo el tiempo. —No es así. Siempre se iba —prosiguió el chico. Estaba mirando por la ventana con otra expresión divertida en su rostro que no pude descifrar esa vez. ¿Su madre los había acompañado? ¿Es por eso que ella no estaba cerca? ¿Se cansó de que él se fuera y los dejara? —¿Así que te mudaste aquí para estar con Amos? Fue el señor Rhodes el que simplemente dijo: —Sí. Asentí, sin saber qué decir, sin hacer un millón de preguntas que probablemente no habría respondido. —¿Tienes más familia aquí, Amos? —Solo abuelo, papá y Johnny. Todos los demás están dispersos. Todos los demás. Mmm.
Me gustaría pensar que el viaje hasta el comienzo del sendero no fue el viaje más incómodo de mi vida, sin que nadie dijera una palabra durante la mayor parte del viaje. Bueno, con la excepción de que yo decía "ayyyyy" sobre casi todo. No tenía vergüenza. No me importaba. Había hecho lo mismo en las otras caminatas que había hecho, excepto que no había visto tantos animales en esas ocasiones.
¡Una vaca! ¡Un becerro! ¡Un ciervo! ¡Mira ese árbol enorme! ¡Mira todos los árboles! ¡Mira esa montaña! (No era una montaña, era una colina, había dicho Amos con una mirada casi divertida). El único comentario que había recibido aparte de la corrección de Amos fue digo el señor Rhodes preguntando: —¿Siempre hablas tanto? Grosero. Pero no me importó. Entonces le dije la verdad. —Sí. Lo siento, pero no. El viaje en coche fue hermoso. Todo se hizo más grande y más verde, y no pude encontrar en mi mente o incluso notar demasiado que mis pasajeros no estaban diciendo nada. Ni siquiera se quejaron cuando tuve que detenerme a orinar dos veces. Después de estacionar, Amos nos llevó por un sendero de aspecto engañoso que comenzaba desde un estacionamiento decente, dándote la ilusión de que sería fácil. Entonces vi el nombre en el letrero y mis entrañas se detuvieron. Fourmile Trail. Algunas personas decían que no existía una pregunta estúpida, pero yo sabía que eso no era correcto porque hacía preguntas estúpidas todo el tiempo. Y preguntarle al señor Rhodes si Fourmile Trail era en realidad seis kilómetros y medio, era una pregunta estúpida.
Y una parte de mí, honestamente, no quería saber realmente que iba a caminar seis veces la cantidad a la que estaba acostumbrada. No me veía exactamente fuera de forma, pero las apariencias engañaban. Mi resistencia cardiovascular había mejorado durante el último mes de saltar la cuerda, pero no lo suficiente. Seis kilómetros, maldición. Miré a Amos para ver si parecía alarmado, pero le echó un vistazo al letrero y se puso en marcha. Seis kilómetros y cuatro cascadas, decía el letrero. Si él podía hacerlo, yo también. Intenté hablar dos veces y había acabado jadeando tanto en ambas ocasiones que me detuve inmediatamente. No era como si estuvieran entusiasmados de hablar conmigo. Mientras avanzaba detrás de Amos, con su padre en la retaguardia, me alegré de no estar sola. Había un puñado de autos estacionados en el aparcamiento, pero no se podía ver ni escuchar nada. Estaba maravillosamente silencioso. Estábamos en medio de la nada. Lejos de la civilización. Lejos de… todo. El aire estaba limpio y brillante. Puro. Y era... era espectacular. Me detuve y me tomé un par de selfis, y cuando le grité a Amos que se detuviera y se diera la vuelta para poder tomarle una foto, lo hizo a regañadientes. Cruzó los brazos sobre su delgado pecho e inclinó el ala de su sombrero hacia arriba. Lo fotografié. —Te la enviaré si quieres —susurré al señor Rhodes cuando el chico siguió caminando. Él asintió hacia mí, y apuesto a que le costó un par de años de su vida esbozar un: "Gracias". Sonreí y lo dejé ir, mirando cada paso mientras un kilómetro se convertía en dos, y comencé a arrepentirme de haber hecho esta larga
caminata tan pronto. Debería haber esperado. Debería haber hecho otras más largas para llegar a esta. Pero si mamá podía hacerlo, yo también. ¿Y qué si ella estaba mucho más en forma que yo? No te pones en forma a menos que te rompas el trasero y lo hagas posible. Solo tenía que aguantar y seguir adelante. Entonces eso es lo que hice. Y estaría mintiendo si dijera que no me hizo sentir mejor saber cuándo Amos también comenzó a bajar el ritmo. La distancia entre nosotros se acortó cada vez más. Y justo cuando pensé que íbamos al fin de la maldita tierra y estas cascadas no existían, Amos se detuvo por un segundo antes de girar a la izquierda y subir. El resto de la caminata transcurrió con una gran sonrisa en mi rostro. Finalmente pasamos junto a otros excursionistas que gritaron buenos días y cómo estás, a lo que respondí cuando los otros dos no lo hicieron. Tomé más fotografías. Luego aún más. Amos se detuvo después de la segunda cascada y dijo que esperaría allí, aunque cada una era tan épica como la anterior. Y sorprendiéndome mucho, el señor Rhodes me siguió, aún manteniendo la distancia y las palabras para sí mismo. Me alegré mucho de que lo hiciera porque el camino después de la última de las cuatro cascadas estaba indefinido y giré en el lugar equivocado, pero afortunadamente vio el camino mejor que yo y golpeó mi mochila para que lo siguiera. Lo hice, mirando sus y pantorrillas que se amontonaban durante la subida. Me pregunté de nuevo cuándo tenía la oportunidad de hacer ejercicio. ¿Antes o después del trabajo?
Tomé más selfis porque estaba claro que no se lo iba a preguntar al señor Rhodes. Y cuando me volví mientras él seguía subiendo, estirando las piernas mientras subía por el sendero de grava suelta, apunté mi cámara hacia él y grité: —¡Señor Rhodes! Él miró, y tomé la foto, dándole un pulgar hacia arriba después. Si estaba irritado porque le hice una foto, qué lástima. No era como si quisiera compartirla con nadie más que tal vez con mi tía y mi tío. Y Yuki si se ponía a mirar mis fotos algún día. Amos estaba exactamente donde lo habíamos dejado, a la sombra de árboles y rocas, jugando con su teléfono. Parecía demasiado aliviado de irse. Su botella de agua se había acabado casi completamente, y yo estaba a punto de terminar la mía, me di cuenta. Necesitaba conseguir una pajita, unas pastillas para purificar el agua o una de esas botellas con filtro incorporado. La tienda tenía todo eso. Estaba demasiado ocupada tratando de recuperar el aliento en el camino de regreso que ninguno de nosotros dijo nada en ese momento, y tomé los más pequeños sorbos en el camino, lamentando como una hija de puta no haber traído más. Algo tocó mi codo, lo que se sintió como una hora después. Miré hacia atrás y encontré al señor Rhodes a pocos metros detrás de mí, sosteniendo su gran botella de agua de acero inoxidable hacia mí. Parpadeé. —No quiero tener que arrastrarte cuando empieces a tener un fuerte dolor de cabeza —explicó, con los ojos fijos en los míos. Solo dudé un segundo antes de tomarla, me dolía la garganta y comenzaba a tener dolor de cabeza. Me lo llevé a la boca y bebí dos grandes tragos (quería más, quería todo, pero no podía ser una idiota codiciosa) y se la devolví.
—Pensé que habías terminado la tuya también. Me lanzó una mirada. —La llené de nuevo en la última cascada. Tengo un filtro. Le sonreí con mucha más timidez de la que esperaba. —Gracias. Él asintió. Luego gritó: —¡Am! ¿Necesitas agua? —No. Miré a su padre y el hombre puso los ojos en blanco. En algún momento, él también se había puesto una gorra en la cabeza, al igual que su hijo, baja, para que apenas pudiera verlos. No había visto su chaqueta, pero apuesto a que la había metido en su mochila en algún momento. —¿Lo arrastrarás también o lo cargarías? —bromeé en voz baja. Me sorprendió cuando dijo: —A él también lo arrastraría. Sonreí y negué con la cabeza. —Ya está acostumbrado a la altitud. Tú no —dijo detrás de mí, como si tratara de explicar por qué me había ofrecido líquidos. Para que no me hiciera una idea equivocada. Disminuí la velocidad de mi marcha, para que él estuviera más cerca antes de preguntarle: —¿Señor Rhodes? Él gruñó, y lo tomé como mi señal para hacer mi pregunta. —¿Alguien te llama alguna vez Toby? Hubo una pausa, luego preguntó:
—¿Qué te parece? Era lo más parecido que había escuchado a un tono enojado. Casi me reí. —No, supongo que no. —Esperé un segundo—. Definitivamente te ves más como un Tobers —bromeé, mirando por encima de mi hombro con una sonrisa, pero su atención estaba en el suelo. Pensé que era muy gracioso —. ¿Quieres una barra de granola? —No. Me encogí de hombros y me volví hacia adelante. —¡Amos! ¿Quieres una barra de granola? Pareció pensar en ello por un segundo. —¿De qué tipo? —¡Chispas de chocolate! Se volvió y me tendió la mano. Se la lancé. Luego incliné mi cabeza hacia el sol, ignorando lo cansados que estaban mis muslos, y que estaba comenzando a arrastrar mis pies porque cada paso era cada vez más difícil. Ya sabía que me iba a doler mañana. Demonios, ya me dolía. Mis botas no se habían estrenado lo suficiente para esto y mis dedos de los pies y los tobillos estaban doloridos e irritados. Mañana, era más que probable que apenas pudiera moverme. Pero iba a valer la pena. Valía la pena. Y dije en voz baja, llenando mis pulmones con el aire más fresco que jamás había olido: —Mamá, te hubiera gustado este. Fue bastante sorprendente.
No estaba segura de por qué este no había estado en su cuaderno, pero estaba tan contenta de haberlo hecho. Y antes que pudiera pensarlo dos veces, corrí hacia adelante. Amos me miró mientras yo lanzaba mis brazos alrededor de sus hombros, dándole un abrazo rápido. Se tensó, pero no me apartó en el abrazo de un segundo. —Gracias por venir, Am. Tan rápido como lo abracé, lo dejé ir y me di la vuelta para ir directamente hacia mi próxima víctima. Era grande y caminaba hacia adelante, con su rostro serio. Como siempre. Pero en un abrir y cerrar de ojos, esa expresión de mapache rabioso regresó. Me dio vergüenza. Luego levanté mi mano para chocar los cinco en lugar de un abrazo. Miró mi mano, luego miró mi rostro, luego volvió a mirar mi mano. Y como si le estuviera arrancando las uñas en lugar de pedir un choca esos cinco, levantó su gran mano y golpeó ligeramente mi palma con la suya. Y le dije en voz baja, con todo el sentimiento en cada palabra: —Gracias por venir. Su voz fue un retumbar constante y silencioso. —De nada. Sonreí todo el camino de regreso al auto.
CAPÍTULO 12 Cuando, unos días después, Clara se quedó con la boca abierta al ver mi rostro, supe que el corrector que había utilizado esa mañana sobre mis moretones no había realizado el milagro que esperaba. Es decir, ayer imaginé que serían horribles, pero no había previsto que fueran tan malos. Por otra parte, me había caído una casa de murciélagos en el rostro así que... Al menos no me había dado una conmoción cerebral, ¿verdad? —Ora, ¿quién te hizo eso? Sonreí y al instante me estremecí porque me dolía. Me puse una bolsa de hielo en la mejilla y otra en la nariz después de dejar de ver las estrellas, y después de haber podido recuperar el aliento porque, déjame decirte, caerse de una escalera duele. Pero el hielo no había hecho mucho más que mantener fuera la hinchazón. Algo era mejor que nada. —¿Yo? —pregunté, tratando de hacerme la tonta, mientras cerraba la puerta de la tienda tras de mí. Todavía nos quedaban quince minutos antes de abrir. Parpadeó, dejó el dinero que había estado contando en la caja registradora y preguntó, casi crípticamente: —Parece que te dieron un puñetazo. —Me lo hice yo sola. Me caí de una escalera y me cayó una casa de murciélagos encima. —¿Te caíste de una escalera? —Y dejé caer una casa de murciélagos en mi rostro. Hizo una mueca de dolor.
—¿Qué hacías levantando una casa para murciélagos? —jadeó. Me había llevado días, al menos cinco horas de investigación, y un montón de miradas a la casa y la propiedad de los Rhodes para establecer un plan para luchar contra los malditos murciélagos. Luego mi envío se había retrasado antes que finalmente llegara. El problema era que nunca había considerado que tuviera miedo a las alturas, pero... en cuanto me subí a una escalera apoyada en un árbol por el que había pasado infinidad de veces, me di cuenta de por qué me había sentido así. Nunca había estado en algo más alto que el mostrador de una isla de cocina. Porque la realidad es que, en cuanto estuve a un metro del suelo, me empezaron a temblar las rodillas y empecé a sentirme un poco mal. Y por mucho que me diera ánimos o me recordara que lo peor que podía pasar era que me rompiera un brazo, no hizo... nada. Empecé a sudar y las rodillas me temblaban aún más. Y para lo que necesitaba, tenía que ir lo más alto posible: de tres a cinco metros, según las instrucciones. Pero todo lo que necesité fue el recuerdo del murciélago volando sobre mi indefensa cabeza mientras dormía... y la realidad de que no había dormido más de treinta minutos de forma intermitente desde que el señor Rhodes me había salvado porque me seguía despertando paranoica, para subir mi trasero a esa escalera de bastidor en A, aunque estaba temblando tanto que se sacudía conmigo, empeorándolo. Pero era subir a un árbol cercano a la propiedad de los Rhodes, y honestamente esconderla un poco esperando que no la viera porque tenía la sensación de que podría quejarse de ello, o tener que sacar la escalera aún más grande del lado de la casa principal y tener que subir aún más para encontrar por dónde demonios entraba el murciélago.
Iba a optar por la opción A porque era más que probable que me desmayara y me rompiera el cuello si me caía de la escalera más grande. Pero aun así lo había arruinado. Y me caí, chillando como una maldita hiena, casi desmayándome, y me cayó algo que pesaba menos de un kilo, pero que parecía de cincuenta, en mi maldito rostro mientras jadeaba para recuperar el aliento. Todavía me duele la espalda. Y ahora estaba en el trabajo, con algo más que un poco de maquillaje, y teniendo a Clara mirándome con horror. —Hay un murciélago volando por ahí, y he leído que una casa para murciélagos lo atraería, con suerte, para que no siguiera volando hacia la casa —expliqué, dando la vuelta al mostrador y escondiendo mi bolso en uno de los cajones. Cuando me incorporé, me tocó la barbilla y la levantó, con los ojos marrones fijos en mi mejilla. —¿Quieres que te cuente primero las buenas o las malas noticias? —Las malas. —Hemos tenido problemas con ellos en casa de papá —empezó a explicar, haciendo una mueca de dolor por lo que veía—. Pero primero hay que tapar por donde entran y luego poner la casa. Hijo de puta. —¿Pusiste atrayente ahí? —¿Qué es eso? —Hay que poner algo que les guste para que empiecen a usarlo. Fruncí el ceño, recordando que no sabía nada de eso. —No leí sobre eso en Internet.
—Lo necesitas. Puede que aún tengamos. Lo comprobaré. —Hizo una pausa—. ¿Cómo te caíste? —Este halcón se abalanzó sobre mí, me asusté y me caí justo cuando intentaba clavar la casa. Miró hacia abajo antes que pudiera cerrar el puño, y también vio el hematoma de mi mano. —Nunca he usado un martillo. Tenía una de las mejores amigas del mundo porque no se reía. —Es mejor que uses un taladro. —¿Un taladro? —Sí, con tornillos para madera. Aguantará más tiempo. Suspiré. —Maldición. Incluso su asentimiento fue comprensivo. —Estoy segura que hiciste todo lo posible. —Más bien me esforcé por romperme el trasero. Eso la hizo reír. —¿Quieres que vaya y te ayude? —se ofreció—. ¿Por qué no lo hizo Rhodes por ti? Resoplé y me arrepentí de esa mierda también. —No pasa nada. Puedo hacerlo yo misma. Debería hacerlo yo misma. Y no quiero pedírselo; ya sacó a un murciélago en medio de la noche. Puedo manejarlo. —¿Aunque te hayas caído de una escalera? Asentí y señalé mi rostro.
—Sí, no voy a dejar que ganen. Esto no va a ser en vano. Clara asintió solemnemente. —Buscaré ese atrayente. Apuesto a que si buscas en el periódico, puedes encontrar a alguien que vaya a buscar de dónde vienen los murciélagos, por si cambias de opinión. El problema es que no era mi casa, pero... —Miraré —dije, aunque no lo haría. No a menos que fuera absolutamente necesario.
Quería pensar que era una niña grande, pero cuando seguía mirando al techo a pesar que sólo eran las seis de la tarde, me daban ganas de llorar. Odiaba ser paranoica. Asustadiza. Pero no importaba cuánto me dijera que un murciélago era sólo un dulce cachorro del cielo... No me lo creía. Y no era como si tuviera otro lugar al que ir para salir de allí. Todavía no había hecho suficientes amigos. Me llevaba bien con la mayoría de la gente que conocía, y la mayoría de la gente era bastante amable, especialmente mis clientes en la tienda. Incluso a la gente más gruñona me la podía ganar con el tiempo. Cuando había estado con Kaden, había conocido a mucha gente, pero después de un tiempo, todos querían algo de él, y eso había hecho imposible saber quién quería ser mi amigo por mí y quién lo quería por ser él. Y eso que no sabían que estábamos juntos. Lo habíamos guardado en secreto. Utilizando acuerdos de confidencialidad que garantizaban que si alguien hablaba de nuestra relación, los Jones los demandarían. No poder ser abiertos con la gente se había convertido en algo natural. Y por eso la gente como Yuki e incluso Nori tampoco tenían muchos amigos.
Porque nunca sabías lo que alguien pensaba realmente de ti si no te decían que tenías espinacas entre los dientes y que parecías tonto. Tomé el teléfono y pensé en llamar a mi tía o a mi tío, y fue entonces cuando escuché que se abría la puerta del garaje y, un momento después, el zumbido de un amplificador que venía del piso de abajo. Dejé el teléfono, me dirigí a la parte superior de la escalera y escuché cómo alguien, que sólo podía suponer era Amos, rasgueaba un acorde y luego otro. Ajustó el volumen y lo volvió a hacer. Planté mi trasero en el último escalón, enrosqué mis dedos alrededor de las rodillas y escuché cómo afinaba su guitarra y, después de unos minutos, empezó a tocar unos cuantas tonadas de blues. Y fue entonces cuando oí que su voz tranquila y suave empezaba a cantar, con un volumen tan bajo que me incliné hacia delante y tuve que esforzarme. Su voz no subió de volumen, y estaba segura que cantaba así de bajo para que yo no lo escuchara, pero pude hacerlo. Tenía buenos oídos. Había protegido mi oído a lo largo de los años utilizando protectores auditivos de alta gama. Había dejado mi juego de auriculares de tres mil dólares cuando me fui de la casa que había compartido con Kaden, pero aún tenía un gran juego de auriculares y Hearos que quizá volvería a usar algún día. Para ir a ver a Yuki. Bajé silenciosamente unos cuantos escalones, me detuve y me acerqué un poco más. Luego bajé un par más. Y un par más. Antes de darme cuenta, estaba de pie justo delante de la puerta que separaba el apartamento del garaje real. Lo más silenciosamente posible, abrí la puerta que daba al exterior y la cerré detrás de mí de la misma manera, moviéndome como un caracol para ser lo más silenciosa posible. Me detuve.
Porque sentado en el último escalón de su terraza estaba el señor Rhodes. Con unos vaqueros oscuros y una camiseta azul claro, tenía los codos apoyados en las rodillas. Él también estaba escuchando. No lo había visto más que de pasada desde el día que habíamos ido a ver las cascadas. Me había visto primero, supongo. Cubrí mi boca con el dedo para hacerle saber que entendía que debía guardar silencio y empecé a hundirme lentamente encima de la alfombra justo al lado de la puerta. No quería molestarlo ni importunarlo. Pero su rostro inexpresivo fue sustituido lentamente por un ceño fruncido. Hizo un gesto para que me acercara, mientras su ceño se fruncía cada vez más. Volví a ponerme en pie, me puse de puntillas por la grava lo más silenciosamente posible, aliviada cuando Amos empezó a tocar más fuerte, su canto se alejaba, envolviendo las notas que salían de su guitarra. Pero cuanto más me acercaba al señor Rhodes, más grave era su expresión. Los codos que tenía apoyados en las rodillas se deslizaron por los muslos hasta que se sentó erguido, con esos bonitos ojos grises muy abiertos y una expresión de asombro. Y mi sonrisa se fue borrando poco a poco. ¿Qué era...? Oh. Sí, claro. ¿Cómo diablos lo olvidé, si me había pasado todo el día con clientes adulando mi rostro herido? Uno de los clientes con el que ya me había encontrado varias veces, un hombre local de unos sesenta años llamado Walter, había salido de la tienda y había vuelto con una barra de pan casero que había hecho su mujer. Para hacerme sentir mejor. Casi había llorado cuando le di un abrazo. —No pasó nada —empecé a decirle antes que me cortara.
Su espalda no podía estar más recta, y estaba bastante segura que su expresión no podía ser más sombría. —¿Quién te hizo eso? —preguntó con voz lenta y pausada. —Nadie —intenté explicar de nuevo. —¿Alguien te saltó encima? —preguntó el señor Rhodes, sacando pausadamente cada palabra. —No. Se me cayó... Mi casero se puso de pie al mismo tiempo que una de esas grandes y ásperas manos se dirigía a mi hombro y se enroscaba en él. —Puedes decírmelo. Te ayudaré. Cerré la boca y parpadeé hacia él, luchando contra el impulso de sonreír. Y las ganas de llorar. Puede que no le guste mucho, pero era decente. —Es muy amable de tu parte, pero nadie me hizo daño. Bueno, yo me hice daño. Se me cayó una caja en el rostro. —¿Se te cayó una caja en el rostro? ¿Podría sonar más incrédulo? —Sí. —¿Quién lo hizo? —Nadie. Se me cayó encima, lo juro. Su mirada se estrechó. —Lo prometo, señor Rhodes. No mentiría sobre algo así, pero te agradezco que preguntes. Y por el ofrecimiento. Aquellos bonitos globos oculares parecieron asimilar mis rasgos un poco más, y estaba bastante segura que la alarma en sus ojos se desvaneció al menos un poco.
—¿Qué tipo de caja se te cayó? Me había metido de lleno en eso, ¿no? Puse una sonrisa en mi rostro aunque me doliera. —¿Una casa de murciélagos...? Las arrugas se formaron en su amplia frente. —Explícate. Mandón. Mi rostro se calentó. —Leí que ayudan con los problemas de murciélagos. Pensé que si les conseguía un nuevo hogar, no seguirían intentando colarse para meterse conmigo. —Tragué saliva—. Tomé prestada tu escalera, siento no haber preguntado, y encontré un árbol con una rama buena y resistente en el límite de tu propiedad (donde él no la vería) y traté de clavarla allí. La rama no era tan resistente como esperaba, y según Clara, no habían sido el camino para seguir, y se había caído... sobre mí. De ahí los ojos negros y la nariz hinchada. La pesada mano sobre mi hombro se retiró y él parpadeó. Aquellas pestañas cortas y gruesas volvieron a recorrer sus increíbles ojos aún más lentamente. Había líneas que salían de las esquinas, pero juro que eso lo hacía más atractivo. Todo curtido. ¿Qué edad tenía realmente? ¿Una treintena? —Siento no haber pedido permiso —murmuré, avergonzada. Me observó. —Dime que no fue la escalera de dos metros y medio. —No era la escalera de dos metros y medio —mentí. Se llevó una mano grande al rostro y la pasó por la barbilla antes de observarme con un solo ojo mientras la canción del garaje cambiaba y Amos empezaba a tocar algo diferente, algo que no reconocía. Lento y malhumorado. Casi oscuro. Me gustó. Me gustó mucho.
—No te preocupes, no te voy a poner una crítica de una estrella ni nada por el estilo. Ha sido culpa mía —intenté bromear. Dos iris del color de un Weimaraner se clavaron en mí. —Estaba bromeando, pero realmente, fue mi culpa. No sabía que me daban miedo las alturas hasta que subí allí y.... Inclinó la cabeza para mirar al cielo. —Señor Rhodes, hiciste que el día entero estuviera preocupada, pero siento haber estado husmeando en tú propiedad y no haber pedido permiso, pero no he dormido una noche completa en dos semanas, y no quería que mis gritos te despertaran más. Pero sobre todo, no quiero volver a dormir en mi auto. Me miró de reojo y no pude evitar reírme, el dolor me obligó a parar casi inmediatamente. Por Dios. ¿Cómo manejaban los boxeadores esta mierda? Su mirada no fue a ninguna parte. Y esa mirada me hizo reír más, aunque me doliera. —Sé que es una estupidez, pero no dejo de imaginármelo aterrizando en mi rostro y... —Mostré mis dientes. —Me hago una idea. —Bajó la cabeza y la mano—. ¿Dónde está la casa para los murciélagos? —En el apartamento. Esos ojos grises estaban de nuevo sobre mí. —Cuando termine, ponlo en el garaje. —Esa boca carnosa se torció hacia un lado—. No importa, lo bajaré cuando estés en el trabajo, si te parece bien. Asentí. —Hoy estará demasiado oscuro para cuando Am haya terminado, pero lo pondré la próxima vez que pueda —continuó con esa voz seria y
llana. —Oh, no necesitas... —No necesito, pero lo haré. Entraré y veré qué puedo sellar también. Pueden colarse por los huecos más pequeños, pero haré lo que pueda. La esperanza volvió a surgir dentro de mí. Mi casero me dirigió una mirada intensa. —Sin embargo, no volverás a subir a esa escalera. Podrías haberte caído y romperte una pierna. Tu espalda... Era un papá tan sobreprotector. Me encantaba. Sólo lo hacía mucho más guapo para mí. Incluso si tenía ese rostro serio que daba miedo. Y realmente yo no le gustaba. Pero aun así entorné los ojos. —¿Me estás pidiendo que no vuelva a subir o me lo estás diciendo? Se quedó mirándome. —Está bien, de acuerdo. No lo haré. Sólo estaba asustada y no quería molestarte. —Me estás pagando un alquiler, ¿no? Asentí porque, sí, lo hacía. —Entonces es mi responsabilidad ocuparme de esas cosas —explicó con firmeza—. Am dijo que creyó haberte visto dormir en tu auto, pero pensé que se lo estaba imaginando o que estabas ebria. Me burlé. —Ya te dije que no bebo tanto. No estaba segura que me creyera. —Me ocuparé de ello. Si hay otro problema con el apartamento, dímelo. No necesito ni quiero que me demandes.
Eso me hizo fruncir el ceño... aunque me doliera. —Nunca te demandaría, sobre todo si fui yo la que hizo el ridículo. Y tampoco te quitaría una estrella. Nada. Y yo que me creía graciosa. —Sin embargo, te diré si tengo más problemas con algo dentro de la casa. Lo juro por el meñique. No le hizo mucha gracia que le ofreciera un juramento de meñique, pero no importaba. Lo que sí hizo fue asentir justo cuando la voz de Amos atravesó la puerta abierta del garaje y salió al exterior. El chico canturreó, no tan silenciosamente, antes que pareciera darse cuenta y bajar el volumen. Y no pude evitar susurrar: —¿Siempre canta así? Levantó una de esas cejas gruesas y severas. —¿Como si le hubieran roto el corazón y nunca fuera a amar de nuevo? ¿Acaba de... bromear? —Sí. Asintió. —Tiene una hermosa voz. Fue entonces cuando lo hizo. Sonrió. Orgulloso y ampliamente, como si supiera lo hermosa que era la voz de su hijo y eso lo llenara de alegría. No podía culparlo; me sentiría igual si Am fuera mi hijo. Realmente tenía una gran voz. Tenía un timbre que sonaba atemporal. Lo más raro es que era mucho más grave de lo que suele
tener un chico de su edad. Era fácil decir que había tenido algún tipo de entrenamiento vocal porque podía proyectar... cuando se olvidaba de callar. —Él tampoco lo sabe. Cree que miento cuando se lo digo —admitió mi casero. Sacudí la cabeza. —No es así. Me puso la piel de gallina, ¿ves? Levanté el brazo para que pudiera ver las piedrecitas que se habían instalado bajo mi piel. Mi camiseta le permitía ver claramente todo mi brazo. Había olvidado que llevaba una camiseta de tirantes que mostraba un gran escote, bastante. De acuerdo, lo mostraba todo. No había planeado ver a nadie el resto del día, pero la voz de Amos había sido el flautista para sacarme del apartamento del garaje. Y tampoco era el único, ya que su papá también estaba por aquí a escondidas y en silencio para escuchar. El señor Rhodes miró mi brazo una fracción de segundo antes de apartar la mirada con la misma rapidez. Se agachó y volvió a tomar asiento en el último escalón, estirando sus largas piernas y plantando los pies en la escalera de abajo. Supongo que hemos terminado nuestra conversación. De acuerdo. Me quedé donde estaba y me esforcé por escuchar la dulce voz de Amos cantando sobre una mujer que amaba y que no le devolvía las llamadas. Recordé a un hombre al que había amado una vez cantando sobre algo muy parecido. Pero conocía todas esas palabras. Porque yo las había escrito. Sólo ese disco había vendido más de un millón de copias. Fue lo que muchos consideraron su éxito de ruptura. Una canción que había escrito originalmente cuando tenía dieciséis años y quería que mi madre me llamara.
La mitad del éxito había sido suyo. Tenía un rostro que a las mujeres les encantaba... con lo que no había tenido absolutamente nada que ver, ya que no había podido elegirlo. Se había asegurado de mantener su cuerpo en forma para mantener su atractivo sexual para las fans, casi me dan arcadas cuando su madre utilizó esas palabras. Había aprendido a tocar la guitarra por sí mismo, pero su madre había sido la que lo había animado a seguir tomando clases. Pero había sido un intérprete natural. Su voz era ronca, áspera y también había sido bendecida genéticamente. Pero como había aprendido en los dos últimos años, podías tener una gran voz, pero si tu música no era buena o pegadiza, eso no significaba que fueras a vender discos. Lo había hecho pero no me había utilizado. Le había dado todo libremente. La voz de Amos se elevó un poco, con su vibrato resonando en el aire, y sacudí la cabeza mientras se me ponía la piel de gallina. Al girar un poco la cabeza, me encontré con el señor Rhodes mirando al frente, con la mandíbula en una línea absolutamente perfecta mientras escuchaba atentamente, con una leve sonrisa de puro placer en su boca rosada. Sus ojos se movieron y atraparon los míos. —Vaya —dije. Y este hombre rudo y estricto mantuvo esa pequeña sonrisa en su rostro y respondió: —Genial. —¿Cantas? —pregunté antes de poder detenerme y recordar que en realidad no quería hablar conmigo. —No así —respondió sinceramente, sorprendiéndome—. Lo recibe del lado de su mamá. Otra pista sobre su madre. Quería saberlo. Quería saber tanto.
Pero no iba a hacerlo. Entonces volvió a hablar y me sorprendió aún más. —Es el único momento en el que sale de su caparazón, y sólo alrededor de algunas personas. Lo hace feliz. Era la frase más larga que había compartido conmigo, estaba segura, pero supuse que no había nada de lo que un hombre pudiera estar más orgulloso que de tener un hijo con talento. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras los rasgueos de la guitarra cambiaban y la voz de Amos desaparecía mientras tocaba y ambos seguíamos escuchando. Fue entre que él retozaba, metía la pata y volvía a intentarlo, cuando dije: —Si alguno necesita algo, háganmelo saber, ¿de acuerdo? Ahora te dejaré escucharlo en paz. No quiero que me atrape y se enfade. El señor Rhodes me miró y asintió, sin estar de acuerdo pero sin mandarme al infierno tampoco. Volví a cruzar el camino de entrada al son de una melodía familiar que sabía a ciencia cierta qué había producido Nori. Pero lo único que podía pensar era que esperaba que el señor Rhodes aceptara mi oferta algún día. Y esa fue probablemente la razón por la que me atraparon. Por qué Amos gritó: —¿Aurora? Y por qué me quedé helada. ¿Otra vez atrapada? —Hola, Amos —grité, maldiciéndome por haberme descuidado. Hubo una pausa y luego: —¿Qué estás haciendo?
¿Tenía que sonar tan sospechoso? ¿Y tenía que ser tan mala mentirosa? Sabía cuál era mi mejor opción: engatusarlo. —¿Escuchando la voz de un ángel? Todo mi cuerpo se tensó en el silencio. Estaba segura de haberlo oído dejar la guitarra y empezar a caminar. Y, efectivamente, su cabeza se asomó por la esquina del edificio. Levanté la mano y esperé que su papá hubiera desaparecido. —Hola. El niño me miró y se quedó inmóvil también. —¿Qué te pasó en el rostro? Seguía olvidando que estaba asustando a la gente. —Nada malo, nadie me hizo daño. Estoy bien, y gracias por preocuparte. Los ojos del mismo color que los de su papá rebotaron en mi rostro, y no estaba segura de que me hubiera escuchado. —Estoy bien —intenté asegurarle—. Lo prometo. Eso fue suficiente para él porque su expresión finalmente se volvió un poco ansiosa. —¿Te... te molestó? Arrugué mi rostro y luego hice una mueca de dolor. —¿Estás bromeando? De ninguna manera. Su papá tenía razón, no se lo creía. Podía sentir como su alma ponía sus ojos espirituales en blanco. —Lo digo en serio. Tienes una gran voz. Todavía no se lo creía. Tuve que enfocar esto desde un ángulo diferente.
—Reconocí un par de las canciones que estabas tocando, pero había una en el medio... ¿cuál era? Eso hizo que su rostro se pusiera rojo. Y mi instinto se disparó. —¿Era tuya? ¿Se te ocurrió a ti? Su rostro desapareció y me acerqué a mirar hacia el garaje. Amos sólo había retrocedido un par de pasos. Su atención estaba centrada en el suelo. —Si lo es, la hiciste, es increíble, Amos. Yo… —Maldición. No había planeado decirlo, pero... estaba aquí—. Yo... solía ser una compositora. No me miraba. Oh, hombre. Debería haber sido más sigilosa. —Oye, lo digo en serio. No me gusta herir los sentimientos de la gente, pero si no pensara que eres bueno, tu voz y esa canción que cantaste, no lo mencionaría. Es realmente buena. Tienes mucho talento. Amos levantó la punta de una de sus zapatillas. Y me sentí muy mal. —Lo digo en serio. —Me aclaré la garganta—. Yo, eh, algunas de mis canciones han estado... en álbumes. La punta de su otra zapatilla se levantó. —Si quisieras... podría ayudarte. A escribir, quiero decir. Darte consejos. No soy la mejor, pero tampoco la peor. Y tengo buen oído, suelo saber lo que funciona y lo que no. Eso me hizo ver un ojo gris. —Si quieres. Yo también he tomado algunas clases de canto —le ofrecí. Más que algunas, para ser sincera. No tenía una gran voz por naturaleza, pero no era totalmente sorda, y si cantaba, los gatos no aullaban y los niños no corrían gritando.
Su garganta se estremeció y esperé. —¿Escribiste canciones que cantaron otras personas? —preguntó con total incredulidad. No sería la primera vez. —Sí. Las dos puntas de sus pies se levantaron, y tardó otro segundo en sacar por fin: —Tuve un profesor de canto hace mucho tiempo, (intenté no sonreír por lo que él podría considerar que fue hace mucho tiempo) pero esa fue la última vez que tuve clases. Estoy en el coro de la escuela. —Me doy cuenta. Me dio una mirada de no digas tonterías. —No soy tan bueno. —Creo que sí, pero estoy segura que hasta Reiner Kulti pensaba que tenía margen para mejorar. —¿Quién es ese? Fue mi turno de la mirada no digas tonterías. —Un famoso jugador de fútbol. Lo que quiero decir es que... creo que tienes talento, pero alguien le dijo una vez a mi... amigo... que incluso los atletas naturales necesitan entrenadores y formación. Tu voz, y la composición, son como instrumentos, y tienes que practicarlos. Si quieres. Yo suelo aburrirme ahí arriba, así que no me importaría. Pero deberías pedirle permiso a tu papá y a tu mamá primero. —Mamá me dejaría hacer cualquier cosa contigo. Dice que te debe la vida. Sonreí, pero él no lo vio porque volvió a concentrarse en sus zapatos. ¿Significaba eso que se lo pensaría?
—De acuerdo, sólo avísame. Ya sabes dónde estoy. Otra mirada de ojos grises se encontró con la mía, y juro que había una pequeña, pequeña sonrisa en su cara. En la mía también había una sonrisa.
CAPÍTULO 13 —¿Qué tiene de malo? Miré a su hijo, mientras estaba sentada con una pierna cruzada sobre la otra en la silla de camping del garaje del señor Rhodes. Él estaba sentado en el suelo con un cojín que había sacado de algún lugar con su cuaderno de notas apoyado en una rodilla. Habíamos estado con los consejos de escritura durante la última hora, y no iba a decir que estábamos discutiendo, porque Amos era demasiado conservador conmigo, pero eso era lo más cercano de lo que podía estar de hacerlo. Todavía tenía que poner los ojos en blanco. Esta era nuestra cuarta sesión juntos y, honestamente, todavía me sorprendía que hubiera llamado a la puerta hacía unas dos semanas y me preguntara si estaba ocupada, no lo había estado, y si podía comprobar algo en lo que había trabajado. No podía recordar haberme sentido nunca tan honrada. Ni siquiera cuando Yuki se acostó en la cama de su habitación de invitados a mi lado y susurró: “No puedo hacer esto, Ora-Bora. ¿Me ayudarás?”. No estaba segura de poder hacerlo, pero mi corazón y mi cerebro me habían demostrado que estaba equivocada y habíamos escrito doce canciones juntas. Además… era un niño tímido y eso solo me conmovió. Satanás no podría haberme alejado de ayudar a Amos. Así que eso fue lo que hice. Durante dos horas ese día. Tres horas dos días después. Dos horas casi todos los días después de eso. Había sido tan tímido esa primera vez, escuchándome divagar principalmente, luego empujando su cuaderno en mi dirección y habíamos
ido y venido así. Me lo tomé en serio. Sabía exactamente lo que era mostrarle a alguien algo en lo que habías trabajado y esperar que no lo odiaran. Honestamente, me daba una lección de humildad que hubiera dado un paso tan grande. Sin embargo, de forma lenta pero segura, había comenzado a abrirse. Discutimos cosas. ¡Estaba haciendo preguntas! Sobre todo, me estaba hablando. Y me encantaba hablar. Que era exactamente lo que estaba haciendo en ese momento: preguntar por qué pensaba que escribir una canción de amor realmente profunda estaba fuera de su liga. No era la primera vez que había intentado insinuarlo, pero era la primera vez que dije directamente que tal vez no debiera hacerlo. —No tiene nada de malo que quieras escribir esta canción sobre el amor, pero tienes quince años y no quieres ser el próximo Bieber, ¿verdad? —Amos apretó los labios y negó demasiado rápido considerando que la ex estrella del pop adolescente era un multimillonario—. Creo que deberías escribir sobre algo cercano a ti. ¿Por qué no puede tratarse de amor, pero no de amor romántico? —pregunté. Arrugó la cara y pensó en ello. Me había mostrado dos canciones, ninguna de las cuales estaba lista; lo había dejado claro una docena de veces. Habían sido… no oscuras, pero no era lo que esperaba en absoluto. —¿Como sobre mi mamá? Su mamá. Levanté un hombro. —¿Por qué no? No hay amor más incondicional que ese si tienes suerte. —El rostro arrugado de Amos no llegó a ninguna parte—. Solo digo que es más sincero si lo sientes, si lo experimentas. Es como escribir un libro; mostrarlo, no contarlo. Como este… productor que solía conocer y que ha escrito muchas canciones de amor exitosas… Se ha casado ocho
veces. Se enamora y desenamora en un abrir y cerrar de ojos. ¿Es un cabrón? Sí. Pero es realmente bueno en lo que hace. —¿Un productor? —preguntó con demasiada duda en su tono. Asentí. Aún no me creía y eso me dio ganas de sonreír. Pero prefería eso a que él lo entendiera. O esperara algo. —Tal vez por eso has estado luchando tanto tratando de escribir tu propia música, Stevie Ray Junior. Sí, no estaba mordiendo el anzuelo. Pero había aprendido que le gustaba que usara ciertos nombres de músicos como apodos. Echaba de menos tener gente con quien meterme y él era un buen chico. —De acuerdo, dime, ¿a quién amas? Amos resopló de esta manera que me hizo sentir como si le estuviera pidiendo que se sacara una foto desnudo y se la enviara a una chica que le gustaba. —De acuerdo, tu mamá, ¿verdad? —Sí. —¿Tus papás? —Sí. —¿Quién más? Se apoyó en una mano y pareció pensar en ello. —Amo a mis abuelas. —Está bien, ¿quién más? —Supongo que al tío Johnny. —¿Supones? —Eso me hizo reír—. ¿Alguien más? Se encogió de hombros.
—Bueno, piensa en eso. Sobre cómo te hacen sentir. Su burla aún estaba allí un poco. —¿Pero mi mamá? —¡Sí, tu mamá! ¿No es a quien más amas? —No lo sé. ¿Igual que a mis papás? Todavía no había llegado más lejos con lo de los “papás”. —Solo estoy lanzando ideas. —¿Alguna vez escribiste canciones sobre tu mamá? —preguntó. Había escuchado una de ellas ser tocada en la tienda hacía una semana. Terminé con dolor de cabeza detrás de un ojo cuando terminó, pero no le dije eso. —Solo casi todas. Esa fue una exageración. No había escrito nada nuevo desde que había pasado el mes con Yuki. No había habido mucho que me inspirara desde entonces, o una necesidad. Personalmente, escribir me solía resultar muy fácil. Demasiado fácil de acuerdo con lo que Yuki y Kaden solían decir. Todo lo que tenía que hacer era sentarme y las palabras simplemente… venían a mí. Mi tío dijo que por eso hablaba tanto. Siempre había demasiadas palabras rebotando en mi cabeza y tenían que salir de alguna manera. Había cosas peores en la vida. Pero no había escuchado las palabras que me llegaron tan al azar durante la mayor parte de mi vida en una eternidad. No estaba segura de lo que eso decía sobre mí o dónde estaba en la vida ahora que la ausencia no me asustaba. Especialmente no cuando sabía con certeza que en algún momento habría sido aterrador. Pensando en el pasado, las palabras se habían ido reduciendo a lo largo de los años. Ahora me preguntaba si eso debería haber sido una señal.
—Siento que mis mejores canciones fueron las que escribí cuando tenía entre tu edad y los veintiún años. Ya no me resulta tan fácil. Me encogí de hombros, no quería contarle más. En parte, pensaba que se trató de que había sido más joven e inocente. Mi corazón había sido más… puro. Mi dolor más rabioso. Había sentido tanto, tanto en ese entonces. Y ahora… ahora sabía que el mundo estaba dividido en cincuenta y cincuenta, sino setenta y treinta, entre idiotas contra buena gente. Mi dolor, que había consumido gran parte de mi vida, había disminuido con el tiempo. Estuve bastante bien desde los veintiuno hasta los veintiocho, cuando estaba en la cima del amor. Cuando las cosas habían ido estupendamente, no tan estupendamente ahora que pensaba en todas las cosas que se habían dicho y hecho que había ignorado. Pero había estado segura de que había encontrado a mi compañero de vida. No había sido tan fácil, pero todavía sentía las palabras allí, yaciendo justo debajo de mi corazón, listas. En ese entonces, todavía me despertaba en medio de la noche con sartas de palabras en mi lengua. Excepto por el único álbum que había escrito con Yuki, mientras lamentaba la pérdida de mi relación, con el vacío de aceptar que algunas cosas no eran para siempre tan frescas, había expresado aún más palabras. Terminamos ese álbum en un mes mientras ambas teníamos el corazón roto. Fue uno de mis trabajos favoritos. Nori había escrito algo de eso con nosotras, pero era una máquina de música que lanzaba éxitos como si fuera un arcoíris; tomaba las palabras y les daba vida. Yo era los huesos y ella los tendones y las cutículas. Fue increíble. Un regalo de Dios. Pero no podía y no le diría a Amos nada de esto. Aún no. Ya no importaba. De todos modos, todo lo que me quedaba era una caja llena de cuadernos viejos.
—Estaba pensando en tomar una clase… —comenzó a decir y fue difícil para mí no arrugar la nariz. No quería disuadirlo de hacer lo que él quisiera hacer, incluso si pensaba que era inútil. Escribir canciones no era matemática ni ciencia; no había una fórmula en el mundo para ello. O lo tenías o no lo tenías. Y sabía que Amos lo tenía porque las dos canciones que me había mostrado, tarareando en voz baja durante nuestra última sesión, eran hermosas y tenían muchísimo potencial. —¿Por qué no? —dije en cambio, esbozando una sonrisa en mi rostro para que no pudiera leer mi mente—. Quizás aprendas algo. Me dirigió otra de sus miradas dudosas. —¿Crees que debería? —Si de verdad quieres. —¿Tú lo harías? Estaba ocupada tratando de encontrar una forma educada de decir que no cuando Amos se sentó con la espalda recta y sus ojos se abrieron como platos. Estaba mirando algo detrás de mí. —¿Qué pasa? Su boca apenas se movió. —No hagas ningún movimiento repentino. Quise levantarme y correr, su rostro estaba muy serio. —¿Por qué? ¿Debería darme la vuelta? Debería darme la vuelta. —Hay un halcón detrás de ti —dijo antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
Me enderecé aún más. —¿Un qué? —Un halcón —siguió susurrando—. Está justo ahí. Justo detrás de ti. —¿Un halcón? ¿Como un pájaro? Bendita sea la dulce alma de Amos, no hizo un comentario sarcástico. Dijo, con calma, sonando muy parecido a su padre por lo serio que estaba hablando: —Sí, un halcón como un pájaro. No los conozco como mi papá. —Su garganta se movió—. Es enorme. Lentamente, traté de mirar hacia atrás. Por el rabillo del ojo, vi una pequeña figura justo afuera del garaje. Incluso más lentamente, giré el resto de mi cuerpo y la silla. Como había advertido Amos, allí mismo había un halcón. En el suelo. Pasando el rato. Nos estaba mirando. Quizás solo a mí, pero probablemente a los dos. Entorné los ojos. —Am, ¿está sangrando? Hubo un chirrido antes de que lo sintiera gatear para sentarse en el suelo a mi lado. Susurró: —Creo que sí. Su ojo parece un poco hinchado. Un ojo parecía más grande que el otro. —Sí. ¿Crees que está herido? Quiero decir, no debería estar pasando el rato así, ¿verdad? ¿Solo parado ahí? —No lo creo. Nos sentamos juntos en silencio, viendo cómo el pájaro nos miraba. Pasaron los minutos y él no se fue volando. No hizo nada. —¿Deberíamos ver si podemos hacer que vuele? —pregunté en voz baja—. Entonces, ¿podemos saber si está herido?
—Supongo. Ambos comenzamos a levantarnos y el razonamiento me golpeó. Le di una palmada en el hombro para que se quedara quieto. —No, déjame. Tal vez sea un halcón de los Navy SEAL al que le importa un carajo y, si lo asustamos, atacará. Puedes llevarme al hospital si me ataca. —Pensé en ello—. ¿Sabes cómo conducir? —Papá me enseñó hace mucho tiempo. Lo miré. —¿Tienes permiso? La expresión de su rostro lo decía todo. No. —Oh, de acuerdo. Estaba bastante segura de que Amos se rio un poco y eso me hizo sonreír. Sin ir demasiado rápido ni demasiado lento, me puse de pie. Di un paso adelante y al pájaro le importó una mierda. Un paso y luego otro y, aun así, se negó a hacer nada. —Debería haber volado ahora —susurró Am. Eso es lo que me preocupaba. Lista para cubrir mi rostro si él decidía volverse loco conmigo, seguí acercándome más y más al pájaro, pero a él no le importaba. Definitivamente tenía el ojo hinchado y pude ver la decoloración de la sangre en su cabeza. —Está herido. —¿Sí? Me alejé medio metro del halcón. —Sí, tiene un corte en la cabeza. Ohh, pobre bebé. Quizás su ala también esté lastimada porque no se va.
—Ya debería haberlo hecho… —susurró Am. —Tenemos que ayudarlo —dije—. Deberíamos llamar a tu papá, pero mi servicio no funciona aquí. —El mío tampoco. Quería preguntarle qué hacer, pero yo era la adulta. Tenía que resolverlo. Había visto un programa sobre guardabosques antes. ¿Qué harían ellos? Ponerlo en una jaula. —¿Por casualidad tienes una jaula en tu casa? Pensó en ello. —Creo que sí. —¿Puedes ir a buscarla? —¿Qué vas a hacer? —Voy a ponerlo dentro. —¿Cómo? —Tengo que agarrarlo, supongo. —¡Ora! ¡Te arrancará el rostro! —siseó, pero estaba demasiado ocupada concentrándome en él preocupándose por mi seguridad como para concentrarme en otra cosa. Nos estábamos haciendo amigos. —Bueno, preferiría que me dieran algunos puntos a que lo atropellara un auto si se va solo —dije. Pareció pensar en ello. —Llamemos a papá y hagamos que venga a atraparlo. Él sabrá qué hacer.
—Sé que lo sabrá, pero quién sabe qué tan lejos está, o si podrá contestar al teléfono pronto. Ve a buscar la jaula y luego podemos llamar y preguntarle, ¿trato? —Esto es estúpido, Ora. —Probablemente, pero no podré dormir esta noche si sale herido. Por favor, Am, ve a buscarlo. El adolescente maldijo en voz baja y caminó lentamente alrededor del pájaro, que todavía no se movía, antes de salir corriendo hacia su casa. Seguí observando al pájaro majestuoso mientras esperaba, con sus ojos locos y agudos mirando de un lado a otro con esos locos movimientos de cuello de su tipo. Mirándolo bien… era enorme. Literalmente inmenso. ¿Era eso normal? ¿Estaba tomando esteroides? —Hola, amigo —dije—. Espera aquí un segundo, ¿de acuerdo? Te ayudaremos. No respondió, obviamente. Sin embargo, no entendí por qué mi corazón comenzó a latir más rápido. Olvídalo, supongo que sí iba a tener que hacerlo. Iba a tener que agarrar a este gran hijo de puta. Si mi memoria me servía correctamente, de todos los episodios que había visto de los programas de zoológico y el programa de un guardabosque, simplemente tenías que… agarrarlos. ¿Podrían oler el miedo? ¿Como los perros? Miré a mi nuevo amigo y esperé como el infierno que no pudiera. Dos segundos más tarde, la puerta de la casa se abrió de golpe y Amos salió, colocando una gran jaula en la terraza antes de volver corriendo al interior. Volvió a salir otro segundo después, metiéndose algo en los bolsillos y luego recogiendo la jaula de nuevo. Redujo la velocidad a medida que se acercaba al garaje y caminó alrededor de donde el pájaro todavía estaba parado. Respiraba con dificultad mientras la colocaba lentamente entre nosotros, luego sacó unos guantes de cuero de sus bolsillos y los entregó también.
—Esto es lo mejor que pude encontrar —dijo, con los ojos muy abiertos y el rostro enrojecido—. ¿Estás segura de esto? Me puse los guantes y solté un suspiro tembloroso antes de brindarle una sonrisa nerviosa. —No. —Reí un poco por los nervios—. Si yo muero… Eso hizo que pusiera los ojos en blanco. —No vas a morir. —Inventa una historia sobre cómo salvé tu vida, ¿de acuerdo? Me miró. —Quizás deberíamos esperar a mi papá. —¿Deberíamos? Sí, pero ¿lo haremos? No, tenemos que atraparlo. Ya debería haber volado y ambos lo sabemos. Amos maldijo de nuevo en voz baja y tragué saliva. Bien podría terminar de una vez. Cinco minutos a partir de ahora no iba a cambiar nada. Mi mamá ya lo hubiera hecho. —Está bien, puedo hacer esto —traté de animarme—. Como un pollo, ¿verdad? —¿Has atrapado un pollo antes? Miré a Am. —No, pero he visto a mi amiga hacerlo. No puede ser tan difícil. Eso esperaba. Podía hacer esto. Como un pollo. Como un pollo. Abrí y cerré mis manos con los guantes grandes puestos, giré mis hombros y moví mi cuello de lado a lado.
—De acuerdo. —Me acerqué un poco más al ave, deseando que mi corazón se ralentizara. Por favor, que no huela el miedo. Por favor, que no huela el miedo—. Está bien, cariño, amigo, chico bonito. Pórtate bien, ¿de acuerdo? Pórtate bien. Por favor, pórtate bien. Eres hermoso. Te amo. Solo quiero cuidarte. Por favor, pórtate bien… —Me agaché. Luego grité—: ¡Ahh! ¡Lo tengo! ¡Abre la jaula! ¡Abre la jaula! ¡Am, ábrela! ¡Mierda, es pesado! Por el rabillo del ojo, Amos corrió con la jaula, la puerta abierta y la dejó en el suelo. —¡Date prisa, Ora! Contuve la respiración mientras me balanceaba, sosteniendo lo que estaba bastante segura que era un pájaro que tomaba esteroides, que no estaba luchando en absoluto, honestamente, y lo más rápido posible, lo puse adentro, de espaldas a mí, y Amos lo cerró de golpe justo cuando saqué mis brazos de allí sin ser asesinada. Ambos saltamos hacia atrás y luego miramos a través de la puerta de metal. Solo estaba allí parado. Estaba bien. Al menos, estaba bastante segura de que lo estaba; no era como si estuviera haciendo muecas. Levanté la mano y la choqué los cinco con Am. —¡Lo hicimos! El adolescente sonrió. —Llamaré a papá. Chocamos los cinco de nuevo, animados. Amos se apresuró a regresar al interior de su casa y me agaché para mirar a mi amigo una vez más. Era un buen halcón. —Buen trabajo, chico bonito —elogié. Sin embargo, sobre todo, ¡lo había hecho! ¡Lo metí allí! Sola.
¿Qué hay de eso?
Una hora más tarde, bajé corriendo las escaleras con el sonido de un auto afuera. Amos había dicho que su padre vendría lo antes posible. Después de transmitir la información, nos separamos, ambos demasiado llenos de adrenalina para volver a escribir; él había vuelto a jugar videojuegos y yo había subido las escaleras. Había planeado ir a la ciudad y visitar las tiendas para encontrar algo para enviar a Florida, pero tenía que saber qué le iba a pasar a mi nuevo amigo. Cuando abrí la puerta del garaje, el señor Rhodes ya había salido y se acercaba. Llevaba su uniforme, aparentemente trabajando el fin de semana, y estaría mintiendo si dijera que no se me hizo un poco agua la boca por la forma en que sus pantalones abrazaban sus musculosos muslos. Pero mi parte favorita fue la forma en que estaba metida su camisa. Era súper ardiente. —Hola, señor Rhodes —grité. —Hola —respondió realmente, esas largas piernas devoraron la distancia interior. Fui a pararme junto a la jaula. —Mira lo que encontramos. Se quitó las gafas de sol y sus ojos grises se posaron en mí brevemente, arqueando las cejas un poco. —Deberías haber esperado —dijo, deteniéndose también frente a la jaula y luego inclinándose. Se puso de pie casi de inmediato, me miró y luego se agachó esa vez, colocando la pata de sus gafas de sol dentro de su camisa a la vez que decía, con una voz extraña y tensa que no sonaba enojada… simplemente extraña: —¿Tú lo recogiste?
—Sí, creo que toma esteroides. Es bastante pesado. Se aclaró la garganta y se quedó allí antes de que la cabeza del señor Rhodes se inclinara hacia mí. Preguntó muy lentamente: —¿Con las manos desnudas? —Am me trajo uno de tus guantes de cuero. Se asomó de nuevo a la jaula, mirando allí durante mucho, mucho tiempo. En realidad, probablemente solo un minuto, pero se sintió mucho más extenso. Solo dijo una cosa en ese mismo tono extraño: —Aurora… —Am dijo que debíamos esperar, está bien, pero no quería que mi amigo se escapara y luego terminara en la calle y lo atropellaran. O algo más. Mira lo majestuoso que es. No podía dejar que resultara herido — divagué—. No sabía que los halcones eran tan grandes. ¿Eso es normal? Apretó los labios. —No lo son. ¿Por qué su voz sonaba tan ahogada? —¿Hice algo mal? ¿Le hice daño? Se llevó una gran mano al rostro y la bajó desde la frente hasta la barbilla antes de negar. Su voz se volvió tenue mientras su mirada se movía de nuevo en mi dirección; miró mis brazos y mi rostro. —¿No te hizo daño? —¿Daño? No. Ni siquiera pareció importarle. Fue muy educado. Le dije que lo íbamos a ayudar, así que tal vez pudo sentirlo. —Había visto videos todo el tiempo de animales salvajes volviéndose pasivos cuando podían sentir que alguien estaba tratando de ayudarlos. Me tomó un momento darme cuenta de lo que estaba pasando.
Sus hombros empezaron a temblar. Luego su pecho. Lo siguiente que supe fue que se echó a reír. El señor Rhodes se echó a reír, su risa fue áspera y sonó como un motor que lucha por cobrar vida, toda ahogada y ronca. Pero estaba demasiado perturbada para apreciarlo porque… porque se estaba riendo de mí. —¿Qué es tan gracioso? Apenas pudo pronunciar las palabras. —Ángel… eso no es un halcón. Es un águila real.
Tomó una eternidad que dejara de reír. Cuando finalmente lo hizo, empezó a carcajearse de nuevo, estas grandes carcajadas de vientre con lo que estaba segura fueron un par de lágrimas frescas que sus manos frotaban mientras reía. Creo que estaba demasiado aturdida para apreciar realmente ese sonido áspero y desacostumbrado. Pero una vez que dejó de reír por segunda vez, explicó, secándose los ojos mientras lo hacía, que iba a llevar a mi amigo a un centro de rehabilitación autorizado y regresaría más tarde. Le lancé un beso a mi amigo a través de la rejilla y el señor Rhodes se echó a reír de nuevo. No pensé que fuera tan gracioso. Los halcones eran marrones. Mi amigo era marrón. Fue un error honesto. Excepto por el hecho de que aparentemente, las águilas eran varias veces más grandes que sus primos más pequeños. Luego me fui para ir a la ciudad a comprar algunos regalos para mi familia antes de regresar a la tienda de comestibles. Cuando llegué a casa, el camión de Parks and Wildlife estaba de regreso. Sin embargo, lo más
importante era que había una escalera larga apoyada contra el costado del apartamento del garaje, y en el último peldaño había un hombre corpulento que sostenía una lata en una mano y la apuntaba hacia la unión entre el techo y el revestimiento. Estacioné mi auto en su lugar habitual y salté, ignorando mis bolsas en el asiento trasero para poder ver lo que estaba pasando. Vagué hacia la escalera y grité: —¿Qué estás haciendo? El señor Rhodes estaba lo más alto que podía llegar, el brazo que sostenía la lata se extendía lo más lejos posible del resto de su cuerpo. —Rellenando agujeros. —¿Necesitas ayuda? No respondió antes de que se inclinara un poco hacia un lado y aparentemente rellenara otro agujero. Para murciélagos. Estaba rellenando agujeros para los murciélagos. Como no había tenido otro visitante, me había olvidado por completo de él rellenándolos. —Me queda uno más y acabo —dijo antes de deslizarse un poco hacia un lado y rellenar otro. Metió la lata en la banda trasera de sus pantalones y bajó lentamente. Observé sus muslos y trasero todo el tiempo. No me sentía orgullosa de mí. Se había cambiado de uniforme por unos vaqueros y otra camiseta. Quise silbar, pero no lo hice. Finalmente, saltó y se giró, sacando la lata de donde la había escondido.
—Gracias por hacer eso —dije, mirando el cabello gris mezclado con el castaño. Se veía tan bien en él. Las cejas del señor Rhodes se alzaron un poco. —No quería que me dieras esa reseña de una estrella —dijo inexpresivo. Sorprendiéndome mucho. Primero, se había reído antes; ahora ¿estaba haciendo una broma? ¿Había sido secuestrado por extraterrestres? ¿Finalmente se había dado cuenta de que yo no era una demente? No estaba segura, pero no importaba. Iba a abrazarlo. ¿Quién sabía cuándo iba a ser la próxima vez que él fuera tan amistoso? —Habría sido como un tres —dije. Una de sus comisuras se elevó un poco. ¿Eso fue una sonrisa? —Estaba a punto de levantar esa casa de murciélagos que casi te mata a continuación —continuó. Estaba bromeando conmigo. Mi primer desafío. Ni siquiera supe cómo responder, me sorprendió mucho. Mientras levantaba mi mandíbula del suelo, la voz de mi madre habló suavemente en mi oído y empujé mis hombros hacia abajo. Era mi turno de ponerme seria. —¿Te importaría mostrarme cómo hacerlo? —Hice una pausa—. Realmente me gustaría saber cómo. Se elevó sobre mí, atento, como si tal vez pensara que estaba bromeando. Pero debió haber sabido que hablaba en serio porque entonces asintió. —Está bien. Consigamos unos guantes y lo que necesitaremos. Me animé. —¿En serio?
Sus ojos iban de un ojo a otro. —Si quieres aprender, te lo mostraré. —En verdad quiero. Por si alguna vez tengo que volver a hacerlo. Esperaba que no. Bajó la barbilla. —Vuelvo enseguida. Mientras él entraba a buscar los guantes, tomé mis bolsas del auto y las llevé arriba. Para cuando regresé, el señor Rhodes había bajado la escalera y la había vuelto a colocar donde pertenecía, al otro lado del apartamento del garaje. Trajo la escalera que había intentado matarme y volvió a meterse en la casa para agarrar la casa de murciélagos que había traído abajo en algún momento. —Toma la casa —dijo, sosteniéndola en sus brazos. ¿Toma la casa, por favor? Oh. Sonreí y extendí la mano para tomarla. Nos dirigimos hacia el mismo árbol que había intentado utilizar la última vez. Cómo lo había localizado, no tenía ni idea. Quizás había dejado la huella de un cuerpo humano en la tierra que lo rodeaba. —¿Tuviste un día ajetreado? —pregunté en cambio. No me miró. —Pasé toda la mañana en un sendero porque un excursionista encontró algunos restos. —Se aclaró la garganta—. Después de eso, llevé un águila real a una rehabilitadora… Gruñí. —¿En serio era un águila? —Una de las más grandes que jamás haya visto la rehabilitadora. Dijo que tenía que pesar cerca de siete kilos.
Dejé de caminar. —¿Siete kilos? —Se rio mucho de que la agarraste y la pusieras en la jaula como si fuera un periquito. —Menos mal que me gusta alegrar a la gente. Estaba bastante segura de que sonrió, o al menos hizo esa cosa que solo se consideraría una sonrisa en su rostro, esa cosa de torcer la boca. —No todos los días alguien agarra a un depredador y lo llama chico bonito —dijo. —¿Amos te dijo eso? —Me lo contó todo. —Se detuvo—. Voy a instalar la escalera allí mismo. —¿Va a estar bien? —Ella va a estar bien. El ala no parecía rota y la rehabilitadora no creyó que su cráneo estuviera fracturado. —Se movió a mi alrededor y preguntó—: ¿Has usado un taladro antes? Ni siquiera había usado un martillo hasta hacía un par de semanas. —No. Asintió. —Mantenlo firme y presiona el botón. —Me mostró, sosteniendo la herramienta eléctrica negra y verde. Los ojos del señor Rhodes se encontraron con los míos—. ¿Sabes qué? Practica aquí mismo. Señaló un punto del árbol antes de colocar un tornillo en la punta. Asentí y se lo quité. Lo hice, atornillándolo en una fracción de segundo. —¡Di en el clavo! —Lo miré—. ¿Lo entendiste?
No hizo esa sonrisa parcial esa vez, pero no podías ganarlas todas. —Es un tornillo. —Hizo un gesto hacia arriba—. Sube allí. Te pasaré todo y te lo explicaré. No podré subir allí porque estará por encima de la capacidad de peso —advirtió mi arrendador. Apuesto a que sí. Tenía que pesar más de noventa kilos, fácil. Sin embargo, asentí y comencé a subir antes de que un toque en mi tobillo me hiciera detenerme y mirar hacia abajo. —Si no puedes sostener nada, déjalo. No te caigas ni dejes que caiga sobre ti, ¿entiendes? —preguntó—. Déjalo caer. No lo salves con tu rostro. No interrumpas su caída. Eso sonaba bastante simple. —Levantarlo y hacerlo. Podía hacer esto. Sonreí y terminé de subir. Me entregó con cuidado el taladro y los tornillos antes de darme un tubo que no reconocí. ¿Pegamento? Mis rodillas empezaron a temblar, e hice todo lo posible por ignorarlas… y la forma en que la escalera parecía moverse un poco también a pesar de que él la sostenía. —Con cuidado. Lo tienes… —dijo mientras soltaba un suspiro—. Lo estás haciendo genial. —Lo estoy haciendo genial —repetí, limpiando la mano en mis vaqueros cuando me di cuenta de que estaba sudorosa antes de volver a levantar el taladro. —Bájalo. ¿Ves ese tubo que te entregué? Está abierto. Pon una gota en los tornillos, solo para que realmente se peguen —instruyó desde abajo. —Entendido. —Hice lo que me dijo y luego dije—: Si se cae, corre, ¿de acuerdo? —No te preocupes por mí, ángel. Es hora del taladro.
—Aurora —lo corregí, dejando escapar un suspiro tembloroso. Esa no era la primera vez que me había llamado con el nombre equivocado, estaba bastante segura. —Está bien, solo necesitas un tornillo. No tiene que ser perfecto — instruyó, antes de dar más pasos que seguí con manos resbaladizas—. Lo estás haciendo genial. —Lo estoy haciendo genial —repetí después de que verifiqué dos veces que el tornillo estaba bien y que él había entregado la casa de murciélagos. Me temblaban los brazos. Incluso mi cuello estaba tenso. Pero lo estaba haciendo. —Ten —dijo, sosteniendo una botella lo más alto posible. Lo reconocí como el atrayente del que Clara me había enviado una captura de pantalla cuando se dio cuenta de que la suya estaba vencida. Apunté mi rostro hacia otro lado y lo rocié. —¿Algo más? —No, ahora pásame el taladro, el pegamento y bájate. Miré hacia abajo. —¿Por favor? —bromeé. Y su rostro pétreo y serio había vuelto. Mucho mejor. Hice lo que me pidió, con las rodillas aún temblando, y comencé a bajar. —No soy tan… oh, maldición. —Mis dedos de los pies fallaron un paso, pero me atrapé—. Estoy bien, quise hacer eso. Lo miré de nuevo. Sí, su rostro severo todavía estaba allí.
—Apuesto a que lo quisiste —murmuró, divirtiéndome mucho más de lo que probablemente pretendía. Terminé de bajar los escalones e instantáneamente entregué los tornillos adicionales. —Gracias por ayudarme. Y hacer la cosa de la espuma. Y ser tan paciente. Sus labios carnosos se presionaron juntos mientras estaba allí, mirándome de nuevo, su mirada se movió sobre mi rostro. El señor Rhodes se aclaró la garganta y todos los indicios de alegría que había visto antes desaparecieron. —Lo hice por mí. —Su voz seria regresó incluso cuando su mirada se movió rápidamente a un lugar detrás de mí—. No quiero que grites a todo pulmón en medio de la noche, despertándome. Mi sonrisa vaciló antes de poder cambiarla, y me recordé a mí misma que no era como si no fuera consciente de que no le agradaba realmente. Todo esto era solo… él siendo un arrendatario y un sujeto decente en el fondo. Le pedí que me mostrara qué hacer y lo hizo. Eso era todo. Pero aún me dolía a pesar de saber que era una estupidez. Tomó todas mis fuerzas mantener mi rostro neutral. —Gracias de todos modos —dije, escuchando lo graciosa que soné, pero dando un paso atrás—. No quiero quitarte más tiempo, pero gracias de nuevo. Los labios del señor Rhodes se entreabrieron mientras yo saludaba a medias. —Adiós, señor Rhodes. Regresé a la casa antes de que mencionara algo más, aferrándome a mis triunfos del día. Eso era en lo que quería demorarme. No en su mal humor.
Recogí una maldita águila y monté mi propia casa de murciélagos yo sola. Aprendí a usar un taladro. Fue una victoria en todos los ámbitos. Y eso era algo. Algo grande y hermoso. Lo siguiente que supe fue que iba a estar atrapando murciélagos con las manos desnudas. Está bien, eso nunca iba a suceder realmente, pero en ese momento, sentí que podía hacer cualquier cosa. Excepto llegar a agradarle a mi vecino, pero estaba bien. En realidad, lo estaba.
CAPÍTULO 14 Me desperté con golpes. Golpes fuertes y frenéticos. —¡Ora! —gritó una voz extremadamente familiar. Parpadeé y me senté. —¿Amos? —grité, recogiendo mi teléfono de donde lo había dejado tirado en el suelo, enchufado. La pantalla indicaba que eran las siete de la mañana. En mi día libre. En domingo. ¿Qué demonios hacía Am despierto también tan temprano? Me había dicho literalmente al menos tres veces que normalmente se quedaba despierto toda la noche jugando a los videojuegos y que no se despertaba hasta después de la una a menos que su papá estuviera en casa. Me había hecho reír. Pasé las piernas por encima de mí cama y volví a gritar: —¿Amos? ¿Estás bien? Contestó entonces, mientras levantaba una sudadera con capucha de donde la había dejado colgada sobre una de las sillas del comedor y me la ponía. A pesar de lo caluroso que era durante el día, algunas noches seguía refrescando. —¡Oraaaa! Sí! ¡Ven aquí! ¿Qué demonios estaba pasando? Bostecé y me puse los pantalones cortos de dormir que también me había quitado anoche, deslizándolos por las piernas en lo alto de las escaleras antes de bajar corriendo lo más rápido posible. Amos no era un chico dramático. Habíamos pasado tanto tiempo juntos durante el último mes que me había dado cuenta de ello. En todo
caso, era sensible y tímido, aunque cada día salía más de su burbuja a mi alrededor. Al menos uno de los hombres Rhodes lo hacía. Desbloqueé y abrí la puerta, ya entrecerrando los ojos hacia él. Todavía en pijama, una camiseta arrugada del instituto del pueblo y unos pantalones cortos de baloncesto que apuesto a que heredó del señor Rhodes, me miraba fijamente. Tenía una mancha de baba en la mejilla, e incluso sus pestañas parecían un poco costrosas.... Pero el resto de él estaba bien despierto. Incluso alarmado. ¿Por qué parecía asustado? —¿Qué pasa? —pregunté, tratando de no preocuparme. Agarró mi mano, lo que debería haber sido una señal porque en raras ocasiones toleraba que lo abrazara pero nunca había iniciado contacto él mismo, y empezó a tirar de mí hacia delante, hacia la puerta. —Espera —dije, parando para ponerme las botas a medio camino y arrastrando los pies tras él—. ¿Qué está pasando? El chico ni siquiera me miró mientras seguía guiándome hacia su casa. —Tu... tu amiga está en mi casa —básicamente jadeó. —¿Mi amiga? ¿Qué amiga? ¿Clara? Fue entonces cuando miró a su alrededor, con una expresión casi angustiada. —Sí, tu amiga. —Su garganta se estremeció—. Dijiste algunas cosas, pero realmente no te creí. —Eso es una total grosería —bostecé, sin saber de qué demonios estaba hablando pero siguiéndole la corriente.
Amos me ignoró. —Pero está adentro. Estaba golpeando la puerta y gritando tu nombre, y no tiene la peluca puesta, pero es ella. ¿Peluca? Subí las escaleras detrás de él, demasiado cansada para usar mi cerebro. Se me cayó una de las botas y tuve que darle un golpecito en la mano para que se detuviera y pudiera ponérmela de nuevo. —Dijo que nos va a preparar el desayuno a todos, así que he venido corriendo a buscarte —siguió divagando a mil por hora, hablando más rápido que nunca. Más que nunca también. Empujó la puerta y siguió tirando de mí tras él—. ¿Puedo decírselo a Jackie? Papá dijo que podía venir durante dos horas, ¿recuerdas? Va a llorar. —Me quedé despierta anoche terminando de leer algo, Am. ¿Quién está aquí? ¿Clara? ¿Por qué lloraría Jackie? Me llevó directamente a la sala de estar antes de detenerse de repente. —Es ella —susurró, sin sonar muy reverente, sino más bien... sorprendido. Entorné los ojos hacia la cocina con otro bostezo y vi el cabello negro azabache y el cuerpo delgado de pie frente al fuego, removiendo algo en un cuenco de cristal. No pude ver claramente los rasgos de la mujer, pero bastó un ¡Ora! para saber quién era. Ganadora de ocho premios Grammy. Una de mis mejores amigas en todo el mundo. Una de mis personas favoritas. Y una de las últimas personas que hubiera imaginado ver en la casa del señor Rhodes. —¿Yuki? —pregunté de todos modos.
Estaba bastante segura que dejó el cuenco antes de abalanzarse sobre mí y rodearme con sus brazos, abrazándome tan fuerte que no podía respirar. Todavía sorprendida, le devolví el abrazo con la misma fuerza. —¿Qué haces aquí? —pregunté en una exhalación que tuve cuidado de dejar salir por encima de su cabeza ya que aún no me había lavado los dientes. Me abrazó aún más fuerte. —Tenía el día libre, y justo después de mi espectáculo de anoche, decidí venir a verte. Intenté llamarte pero me saltó el buzón de voz. Te he extrañado, cariño. —Yuki se apartó un poco—. ¿Está bien? Recuerdo que dijiste que tenías este domingo libre. —Antes que pudiera decir otra palabra, continuó—: Puedo irme temprano si lo necesitas. Puse los ojos en blanco y volví a abrazarla. —Sí, está bien. Tengo planes pero... —¡Podemos hacer lo que necesites! —ofreció, dando un paso hacia atrás, dándome una rara visión de su parte superior del cuerpo sin maquillaje ni peluca. Yuki Young, la persona a la que amaba y que me había pintado las uñas una vez a la semana cuando me quedaba con ella en su mansión de veinte mil metros cuadrados en Nashville. Al mirarla, sólo un gran fanático la reconocería. Y era muy, muy raro. Podíamos salir en público todo el tiempo... con su guardaespaldas que parecía más bien un novio. —Realmente no iba a darte la oportunidad de elegir otra cosa, Yu. — Me reí, sintiéndome tan cansada pero tan feliz de verla. Sinceramente, llenó mi corazón de tanta alegría, que podría haber llorado si mis ojos fueran capaces de hacerlo, pero todavía estaban muy cansados. El único plan que tenía hoy había sido...
Oh, mierda. Giré la cabeza para encontrar a Amos de pie en el mismo lugar en el que había estado cuando nos habíamos detenido. Tenía las manos en el vientre, la boca ligeramente abierta y parecía que alguien le acababa de decir que estaba embarazada de dos meses. —Amos —dije con cuidado, ahora todo encajaba de repente—. Esta es mi amiga Yuki. Yuki, este es mi amigo Amos. Hizo un sonido sibilante. —Amos, ¿estás seguro de que está bien que use tu mezcla para hacer tortitas? —preguntó Yuki con una sonrisa seria, demasiado familiarizada con ese tipo de reacción. —Ajá —susurró el adolescente. Yo, en cambio, no estaba tan segura. Sobre todo porque conocía a su papá y lo protector que era. —Am, ¿puedo tomar prestado el teléfono de la casa y llamar a tu papá rápidamente? Asintió, con la mirada fija en mi amiga de los últimos diez años. Para alguien que no era un fan de su música, sus palabras cuando la mencioné casualmente durante una de nuestras sesiones para probar las cosas, sí que parecía impresionado. Por otra parte, era un nombre conocido que había aparecido por arte de magia en su casa, mientras hacía tortitas y se vestía como... bueno, como una Yuki normal. Las pelucas de colores que se ponía no estaban a la vista y tampoco los trajes coloridos y el maquillaje aún más colorido que tantos de sus fans intentaban replicar. Estaba aquí, en un pequeño pueblo de Colorado, con su elegante cabello negro mucho más corto de lo que había sido en mucho tiempo, terminando justo en la barbilla, con vaqueros y una vieja camiseta de NSYNC... que me había robado y de la que no me había dado cuenta hasta ahora. La quería. Ladrona o no.
Pero primero tenía que llamar y dejar un mensaje. Levanté el teléfono de la casa de la base que encontré en la encimera, y capté una gran sonrisa de Yuki, que con otro vistazo parecía agotada, y luego hice que Amos recitara el número de su papá. Esperando a medias que no contestara y rezando para que no lo hiciera, me sorprendí cuando el señor Rhodes atendió. —¿Todo bien? —fue lo primero que dijo, sonando alarmado. Eran más o menos las siete de la mañana, y tenía que estar preguntándose qué hacía su hijo despertándose temprano cuando no tenía colegio. —Buenos días, señor Rhodes, soy Aurora —dije, maldiciendo en mi cabeza que por supuesto respondería—. Am está bien. Hubo una pausa y luego: —Buenos días —devolvió el saludo con voz cautelosa—. ¿Hay algún problema? —No, en absoluto. —¿Estás bien? —preguntó lentamente con una voz malhumorada que me hizo preguntar a qué hora se había despertado. Desde el día de la casa de los murciélagos no habíamos hecho mucho más que saludarnos, lo que en realidad consistía en que yo saludara y él levantara dos dedos o la barbilla en respuesta. No había sido extrovertido ni amable, sino más bien... había vuelto a soportar mi existencia en la periferia de su vida. Y eso estaba bien. Al menos Amos me había hecho compañía. No me hacía ninguna ilusión. —Los dos estamos bien —respondí, esperando que no se enfadara demasiado por tener no sólo a mí, sino también a un extraño en la casa—. Sólo llamaba para decirte que mi amiga apareció para sorprenderme y accidentalmente fue a tu casa primero, y estamos... aquí. —De acuerdo....
¿De acuerdo? ¿Era la misma persona que había mencionado al menos diez veces que no podía recibir visitas? —Nos está haciendo tortitas —continué. El siguiente de acuerdo sonó igual que el primero, a prisa y de forma extraña. Me alejé hacia el pasillo donde estaba el dormitorio de Amos para que no me escucharan y bajé la voz. —Por favor, no te enfades con Amos; sólo estaba siendo educado. Les habría avisado con antelación o habría conseguido una habitación de hotel, pero me sorprendió —intenté explicar sólo para estar segura—. Siento que estemos aquí. ¿Suspiró irritado? —Saldremos de aquí lo antes posible. Mi amiga es una de las mejores personas del mundo, y vigilaré a Amos, lo prometo —susurré, mirando a Amos mientras se acercaba donde Yuki estaba ocupada tratando de verter la masa en una sartén que había calentado en algún momento. Hubo otro suspiro. —Yo…. Demonios. —Sé que lo harás, camarada. Está bien —dijo. ¿Camarada? ¿De dónde había salido eso? No es que me queje, pero... Me aclaré la garganta y mantuve la voz uniforme. —De acuerdo. Gracias. Silencio. Muy bien entonces. —Bien, bueno, te veré más tarde tal vez.
Hubo un momento de silencio. —Debería estar en casa alrededor de las dos. —De acuerdo. Consideré la posibilidad de advertirle quién era ella, pero decidí no hacerlo. Basándome en las pocas veces que había escuchado música cuando tenía las ventanillas abajo en su camioneta o Bronco, o no sabría quién era Yuki o le importaría una mierda. Lo oí respirar. —Adiós. —Que tengas un buen día en el trabajo. Entonces colgué, confundida por lo raro que estaba siendo. Miré para encontrar a mi vieja amiga mirándome fijamente desde la cocina, donde tenía la cadera apoyada en la encimera. Demasiado intensamente. Especialmente disimuladamente.
cuando
parecía
que
ella
también
sonreía
Y a su lado, Amos seguía mirándola. Al menos hasta que preguntó: —¿Ora...? Me acerqué. —¿Sí? —Se supone que Jackie vendrá a las once. Para... ya sabes.... Lo sabía. También me sorprendió que lo recordara, sobre todo cuando pareció mirar fijamente a Yuki. Por un breve momento, pensé en preguntarle si le importaría que su amigo viniera... pero esta era su casa. Y ella no era esa clase de persona.
—Por supuesto que puede venir. Podríamos aprovechar que la señorita ciento veintisiete millones de álbumes está aquí. Ella puede ayudar. Su cabeza giró hacia mí, amplia y alarmada. —Ella es la que te envió ese cristal en tu habitación. Juro que su coloración cambió. Entonces se atragantó. Yuki se adelantó: —¿Quién necesita ayuda? ¿Cómo puedo ayudar? Sonreí. —Te amo, Yu. ¿Lo sabes? —Lo sé —respondió—. Yo también te amo. ¿Pero quién necesita ayuda? —Hablaremos de ello más tarde. Amos se atragantó de nuevo, y su rostro empezó a ponerse rojo ante lo que estaba insinuando, pidiendo ayuda a Yuki porque se suponía que hoy íbamos a trabajar en su actuación. Le había rogado que intentara cantar delante de mí. Lo habíamos pospuesto varias veces hasta que finalmente había accedido... siempre y cuando Jackie también estuviera allí. Tuvo que pedirle a su papá una excepción porque todavía estaba castigado. Hace poco me enteré de que debía empezar a tomar clases de manejo durante el verano, pero debido a la maniobra del alquiler del apartamento, iba a tener que esperar hasta que lo perdonaran. —Yu. —La miré—. ¿Cómo demonios has llegado hasta aquí? Se giró para dar vuelta a las tortitas. —Roger —ese era su principal guardaespaldas, lo tenía desde hacía una década; estaba enamorado de ella, y todos estábamos bastante seguros que ella no tenía ni idea—, me llevó directamente después de mi espectáculo de anoche en Denver. Me dejó y se fue a alquilar una habitación de hotel para dormir un poco.
Volví a notar las ojeras antes de volver a mirar a Am para asegurarme que no se había desmayado. Seguía allí, en su propio mundo, aterrorizado o conmocionado, probablemente ambas cosas. Estaba segura que ya no nos prestaba atención a ninguna de las dos. —¿Todo bien? —pregunté en voz baja, volviendo a colocar el teléfono en el soporte y cerrando el espacio entre nosotras. El aliento que exhaló le salió del alma y levantó un hombro. —Sabes que no debería quejarme. —Que no debas quejarte no significa que no tengas derecho a hacerlo. Se mordió el labio inferior y supe que pasaba algo. O tal vez sólo era el estrés habitual de las giras. —Estoy cansada, Ora. Eso es todo. Estoy muy cansada. Los últimos dos meses se han sentido... realmente largos y.... ya sabes. Ya sabes. Lo sabía. Se sentía exhausta. Por eso estaba aquí. Posiblemente para ser... esta versión de sí misma. Su persona normal. No la persona que ella puso a la vista de todo el mundo. Era dulce y sensible, las malas críticas de sus álbumes arruinaron su mes. Me hizo querer asesinar a la gente para protegerla. A veces mirabas a una persona y pensabas que lo tenía todo, pero no sabías lo que aún le faltaba. Lo que les faltaba. La mayoría de las veces, eran cosas que el resto de nosotros daba por sentado. Como la privacidad y el tiempo. Y ella estaba cansada y aquí. Así que en cuanto estuvimos lo suficientemente cerca, la abracé de nuevo, y ella dejó caer su frente en mi hombro y suspiró. Tenía que llamar a su madre o a su hermana mañana y decirles que la vigilaran. Al cabo de un minuto, Yuki se apartó y esbozó una sonrisa cansada.
—Ora, ¿dónde puedo conseguir agua Voss por aquí? La miré fijamente. Luego seguí mirándola. Levantó la espátula en la mano y murmuró: —De acuerdo. Olvida lo que te he pedido. Puedo beber agua del grifo. Entonces, a veces me olvidaba de que era multimillonaria.
Casi cuatro horas más tarde, Yuki y yo nos encontrábamos abajo, en el garaje, en dos de las sillas de camping del señor Rhodes, mientras Amos estaba sentado en el suelo, con rostro de náuseas. Sólo había hecho falta una pila de tortitas que se comieron en la mesa sin que mi joven amigo dijera una palabra, una rápida charla con el mismo adolescente que me suplicó que nos tomáramos el día libre, pero yo insistí en que no, que no debíamos hacerlo y discutirlo durante un segundo, lo que me había sorprendido y divertido, para llegar a este punto. Había conseguido hablar con Yuki en privado mientras me vestía sobre cómo iba la gira, lo cual estaba bien. Jackie estaba en camino. —Podemos esperar otro día —insistió el adolescente, con el cuello rojo. Normalmente no me gustaba obligar a la gente a hacer cosas que no querían, pero esta era Yuki y tenía el alma más amable del mundo. —¿Y si te das la vuelta y haces como si ninguna de las dos estuviera aquí? Sacudió la cabeza. —Ninguna diría nunca nada malo o mezquino, y ya te he escuchado. No tienes nada de qué avergonzarte, Am, y ciento veintisiete millones de álbumes por aquí...
Yuki gruñó desde donde estaba sentada en su silla, con las piernas cruzadas, sosteniendo una taza de té que de alguna manera había preparado en mi apartamento. Conociéndola, probablemente guardaba un par de paquetes en su bolso. —¿Quieres dejar de llamarme así? —No después de haber pedido agua Voss. —Levanté las cejas—. ¿Preferirías la ganadora de ocho Grammys? —¡No! Amos palideció. —Estás poniendo más nervioso a Amos —argumentó. Pero había un método para mi locura. —¿Qué tal entonces... vomito antes de cada concierto? Pareció pensarlo un segundo, pero asintió alegremente. Y eso hizo que Amos se espabilara y preguntara en voz baja: —¿Qué? —Vomito antes de cada actuación —confirma mi amiga, muy seria—. Me pongo muy nerviosa. Todavía tengo que ir al médico por ello. Sus ojos oscuros se movían de un lado a otro como si estuviera procesando su comentario y le costara hacerlo. —¿Todavía? —No puedo evitarlo. He intentado la terapia. He intentado... todo. Una vez que estoy ahí fuera, estoy bien, pero subir es muy difícil. — Descruzó las piernas y las volvió a cruzar—. ¿Ya actuaste frente a un público? —No. —Pareció pensarlo—. Mi escuela tiene un concurso de talentos cada febrero... Estaba... estaba pensando en ello. Era la primera vez que oía hablar de ello.
—Subir es difícil —confirmó—. Es realmente difícil. Sé que algunas personas se acostumbran, pero es luchar contra todos los instintos de mi cuerpo para salir allí cada vez. —¿Cómo lo haces entonces? —preguntó con la mirada perdida. Acunó su taza, con aspecto pensativo. —Vomito. Me digo que ya lo he hecho antes y que puedo volver a hacerlo, me recuerdo que me encanta ganar dinero y me convierto en Lady Yuki. No en la Yuki normal, sino en la Yuki que puede hacer todo lo que yo no puedo. —Se encogió de hombros—. Mi terapeuta dijo que es un instinto de supervivencia que no es necesariamente saludable, pero que hace el trabajo. Dejó la taza sobre el muslo. —La mayoría de la gente tiene demasiado miedo como para ponerse en situación de ser criticada. No debería importarte lo que piensen si no tienen las agallas para hacer lo que tú haces. También tienes que recordar eso. La única opinión que realmente importa es la tuya y la de otras personas a las que respetas. Todo el mundo tiene miedo de algo, y la perfección no es realista. Somos humanos, no robots. ¿A quién le importa si eres un poco brusco o te tropiezas delante de la televisión nacional? Eso le había pasado a ella. Su hermana lo había grabado y se burló durante al menos un año. El rostro de Amos mostraba estar muy pensativo. —Así que... —Me interrumpí para darle tiempo a pensar en su consejo—. ¿Escribiste algo nuevo? —¿Estás escribiendo una canción? —interrumpió Yuki. —Sí —respondí por él—. Todavía estamos intentando averiguar a largo plazo qué historia quiere contar con su música. Ella lo comprendió y frunció los labios.
—Sí. Tienes que resolverlo absolutamente. Amos, tienes a la mejor persona del mundo para ayudarte. No tienes ni idea de la suerte que tienes. Apreté los dientes, esperando que no dijera mucho más, pero el chico hizo una mueca. —¿Quién? ¿Ora? Eso me hizo reír. —Demonios, Am, no hagas que parezca que suena tan descabellado. Te dije que he escrito unas cuantas canciones. —Sólo que no dije que a algunas de ellas les había ido... bien. Fue el turno de Yuki de poner rostro de loca. —¿Unas cuantas? Le había dicho mientras estábamos arriba que no tenían ni idea de lo de Kaden, que sólo sabían de ella, al menos a Amos le había avisado con pequeñas insinuaciones. Todo lo que sabían era sobre mi... divorcio. —¿De ella? ¿Escribiste sus canciones? —resopló mi joven amigo, actuando como si estuviera sorprendido. Yuki asintió con demasiado entusiasmo. Me limité a enseñarle los dientes con una sonrisa sin compromiso y a encogerme de hombros porque sí. La confusión, y la sorpresa, de su rostro no desapareció, y justo cuando parecía pensar en qué responder, un auto empezó a bajar por el camino de entrada, y todos nos giramos cuando un conocido todoterreno pasó por delante e hizo un giro de tres puntos, salió una adolescente mientras seguía en movimiento. La ventanilla se bajó y el rostro familiar de Clara apareció detrás del asiento del conductor. —¡Hola! ¡Adiós! Llego tarde. Y luego desapareció mientras Jackie llevaba su mochila en una mano y se dirigía hacia donde estábamos.
Fue Am quien levantó la mano en un movimiento de alto y dijo: —Jackie, no te asustes... Y fue entonces cuando dejó de caminar, la sonrisa que había tenido en su rostro cayó como una maldita mosca cuando su mirada se posó en la persona sentada a mi lado. Se cayó como un maldito árbol. Tan fuerte que fue un milagro que su cráneo no se golpeara contra los cimientos de hormigón mientras se desmayaba. —Te lo dije —murmuró Am mientras todos nos apresurábamos a acercarnos, agachándonos junto a ella justo cuando sus ojos se abrieron de golpe y chilló. —¡Estoy bien! Estoy bien. —¿Estás bien? —preguntó Yuki, arrodillándose a su lado. Los ojos de Jackie volvieron a abrirse de par en par, y su rostro se puso tan pálido como el de Amos hace un rato, cuando le dije que íbamos a reclutar a Yuki para que nos ayudara hoy. —¡Dios mío, eres tú! —gritó con otro jadeo. —Qué tal. Qué tal. Casi estallo en risas. —Jackie, ¿estás bien? Los ojos de Jackie se llenaron de lágrimas, y me di cuenta que Amos y yo éramos invisibles ahora. —Dios mío, eres tú. Mi amiga ni siquiera dudó; se adelantó. —¿Quieres un abrazo?
Los ojos de Jackie estaban llenos de lágrimas mientras asentía frenéticamente. —No tenía ese aspecto, ¿verdad? —susurró Amos a mi lado mientras la mujer y la adolescente se abrazaban y de los ojos de Jackie brotaban aún más lágrimas. Estaba sollozando. Lo hacía sin parar. —Casi. —Me encontré con sus ojos y sonreí. Me lanzó una mirada plana que me recordó demasiado a su papá. Me reí. Pero al darme la vuelta, capté por casualidad los ojos de Jackie cuando se apartó del abrazo de Yuki y vi en ellos algo que se parecía mucho a la culpa. ¿Qué pasaba con eso?
Finalmente, después que Jackie se calmara y dejara de llorar, lo que acabó llevándole cerca de una hora porque en el momento en que empezaba a controlarse, volvía a romper en llanto, conseguimos sentarnos todos en el garaje. Amos y Jackie nos dejaron los asientos mientras ellos se sentaban en el suelo, uno de ellos con rostro de náuseas y descontento al mismo tiempo, y la otra... si mi vida fuera un anime, Jackie habría tenido corazones en los ojos. —Así que... —dije, mirando especialmente a Amos. Miró al techo, pero lo había atrapado mirándome un segundo antes. No iba a ponerlo en un aprieto si realmente estaba en contra. O bien quería actuar, cosa que todavía no habíamos hablado mucho, o bien le gustaba escribir. Podía escribir para sí mismo. Amos tenía una hermosa voz, pero era su decisión lo que quería hacer con sus dones. Guardarlos para sí mismo o compartirlos con el mundo, era
su elección. Pero quería que Yuki escuchara lo que había escrito, al menos una canción. Porque tal vez él no admirara su trabajo, pero sin duda, tenía la sensación que cualquier elogio que ella tuviera para él sería bueno para su alma. Y si eso significaba que yo tenía que hacer que sucediera, que así fuera. —Am, ¿te importa si le enseño un poco de tu otra canción? ¿La más oscura? Me miró de nuevo, el rosa se apoderó de su cuello. —¿No vas a obligarme a hacerlo? —Me gustaría que lo hicieras porque sabes lo que siento por tu voz, pero depende al cien por ciento de ti. Sólo quiero que la escuche. Sólo si te parece bien. Entonces bajó la cabeza y me di cuenta de que estaba pensando sobre ello. Asintió. Mientras me entregaba su cuaderno, señalé la guitarra acústica que tenía apoyada en un bote a su lado, y me la pasó también, junto con una púa de guitarra. Ignoré la ceja levantada que me lanzaba. Este niño nunca me creyó. A mi lado, Yuki unió sus dedos. —¡Oh, me encanta cuando cantas! Gemí, apoyé ligeramente la guitarra sobre mi regazo y suspiré. —No se me da muy bien cantar y tocar al mismo tiempo —advertí a los dos adolescentes, uno de las cuales me miraba fijamente y la otra, que estaba segura de que no había oído ni una sola palabra de mi boca porque estaba demasiado ocupada mirando a Yuki—. Así que es sólo una idea —
dije, aunque habíamos trabajado juntos lo suficiente como para saber que todo era sólo una idea hasta que se retocara y aprobara. —¿Vas a cantar? —preguntó Amos lentamente. Moví las cejas. —¿Quieres hacerlo tú? Eso hizo que dejara de hablar, pero no consiguió que tuviera una mirada menos dudosa. —¿Y tú, Jackie? ¿Quieres hacerlo? —pregunté a mi compañera de trabajo. Eso hizo que se despertara. También me miró y negó con la cabeza. —¿Delante de Yuki? No. Con el cuaderno apoyado en la rodilla, cerré un ojo y susurré las palabras en voz baja para que el momento fuera el adecuado. Al aclararme la garganta, oí el claro sonido de los neumáticos en el camino de entrada. Recordé los acordes que tocó junto con la letra el día que su papá y yo lo habíamos escuchado e iba a ceñirme a ellas. Eran lo suficientemente sencillas como para seguirlas, ya que yo no tenía el talento específico para tocar cosas difíciles y cantar al mismo tiempo; tenía que ser una cosa o la otra. Pensando que era lo mejor que podía hacer, empecé. No había ninguna fibra nerviosa en mi cuerpo. Yuki sabía que yo no era Whitney ni Christina. Pero nadie era Whitney o Christina. Tampoco era Lady Yuki. Ayer encontré un libro con historias de las que no puedo hablar vacío y hueco, las palabras no son más que sombrías. De acuerdo, esto iba bien. Sonreí un poco a Am, que tenía la boca ligeramente abierta, antes de seguir. No quedaba mucho.
Tal vez haya un mapa Para encontrar la felicidad en mí. No me permitas ser Dejado para hundirme en los escombros. Me metí de lleno en el estribillo porque era lo que había escrito, ya que no lo había convencido de que lo dejara para más adelante. Subimos y bajamos con la marea, No puedo ser guiado. No hay lugar donde esconderse, Hay que alimentar el fuego. Yuki captó el ritmo y empezó a dar golpecitos con el pie, sonriendo ampliamente. —¡Hazlo otra vez! —animó. Le devolví la sonrisa y asentí, haciendo el estribillo una vez más y luego comenzando desde el principio, haciéndolo un poco más fácil, dando golpecitos con el pie para mantener el tiempo. Mi amiga me hizo un gesto para que lo cantara una vez más, pero esta vez se unió su dulce voz, más clara, más alta y penetrante que la mía. Algunas personas lo tienen, un talento incrustado en su ADN que las hace muy especiales, y Yuki Young era una de ellas. Y era la misma sensación que había recibido de Amos. Esta capacidad de hacer que se me pusiera la piel de gallina. Así que sonreí mientras cantaba las partes que había memorizado y miré a los dos adolescentes sentados en el suelo, mirándonos. Y cuando llegué al final del estribillo, sonreí a mi amiga y dije: —Buena, ¿verdad?
Yuki ya asentía y sonreía ampliamente, no podía quererla más por ser tan dulce con mi nuevo amigo. —¿Él escribió eso? ¿Tú escribiste eso, Amos? Él asintió rápidamente con la cabeza, pasando la mirada de ella a mí. —Gran trabajo, osito de peluche. Simplemente genial, gran trabajo. Esa línea sobre ser dejado para hundirse en los escombros... —Asintió de nuevo—. Eso fue realmente bueno. Memorable. Me encantó. Los ojos de Amos se dirigieron a mí, y justo cuando abrió la boca, otra voz mucho más grave habló desde detrás de mí. —¡Vaya! Me giré para mirar por encima de mi hombro y encontré al señor Rhodes de pie justo dentro del garaje. Vestido con ese increíble uniforme, con los brazos cruzados sobre el pecho y los pies separados, sonreía. Débilmente, pero definitivamente estaba allí. Probablemente por la hermosa voz de Yuki. Pero era a mí a quien miraba. A mí me daba esa delgada sonrisa. Le devolví la sonrisa. —¡No sabía que cantabas! —gritó Jackie de la nada. Volví a centrar mi atención en ella. —He asistido a muchas clases de canto. No soy mala, pero no soy buena. A mi lado, Yuki resopló. Ni siquiera le dediqué una mirada. —¿Qué? Ojalá mi voz fuera tan ronca como la tuya. Eso me hizo parpadear hacía ella. —¿No tienes un rango de cuatro octavas? Parpadeó de vuelta.
—Sólo acepta el cumplido, Ora. Me puse de pie, le devolví la guitarra a Amos, que me observaba todavía con bastante disimulo, y luego dejé su cuaderno junto al cojín en el que había estado sentado. Mi vieja amiga también se había levantado y le di un golpecito en el hombro antes de hacer un gesto a mi casero. —Yuki, este es el señor Rhodes, el papá de Amos y el dueño de la casa. Señor Rhodes, esta es mi amiga, Yuki. Al instante extendió la mano. —Un placer conocerlo, oficial. Las cejas del señor Rhodes se levantaron de debajo de las gafas de sol. —Soy un guardabosques, pero encantado de conocerte también. No había notado hasta entonces que llevaba bolsas en cada mano. Cambió la que tenía en la mano derecha por la izquierda y extendió la suya con rapidez, tan rápidamente que no me daría cuenta hasta más tarde de lo rápido que se movió, antes que volviera a centrar su atención... en mí—. No estoy seguro que quieras venir, pero traje el almuerzo de los chicos. Tengo bastante. ¿Qué clase de juego extraño estaba jugando? ¿Tomaba algún tipo de píldora de la felicidad de vez en cuando? Mi pequeño corazón se apretó en confusión. —Eh, bueno… El teléfono de Yuki empezó a sonar de forma odiosa, y ella maldijo antes de alejarse, contestando con un: —¿Sí, Roger? —Le preguntaré —expliqué, inclinando la cabeza en la dirección en la que ella se había ido. Lancé lo primero que se me ocurrió—. ¿Cómo estuvo el trabajo hoy?
—Bien. Expedí demasiadas multas. En realidad había respondido. Mmh. —¿Mucha gente jugó la carta de hacerse el tonto y dijo que no sabía algo? —pregunté, sin esperar mucho más de una respuesta. —La mitad de ellos. Resoplé, y las comisuras de su suave boca subieron un poco. —Me llevaré a los chicos —dijo—. Si deciden que quieren comer, ya saben dónde estamos. Hablaba en serio de invitarnos a su casa. Quería preguntar por qué estaba siendo tan amistoso, pero no estaba segura de querer averiguarlo. Probablemente lo mejor era solo aceptarlo. —De acuerdo, gracias. Pero el señor Rhodes no se fue. Se quedó donde estaba, siendo solo grande y musculoso. Nada del otro mundo. —¿Cómo te fue hoy? —Realmente bien. Conocieron a mi amiga. —¿Los chicos? Pero no preguntó cómo o por qué la reconocieron. —Sí. Asintió, pero había algo muy casual en su forma de hacerlo que no me cuadraba, pero no estaba segura de por qué. —¿Tu amiga se queda esta noche? —No tengo ni idea, probablemente no. Tenía un espectáculo mañana en Utah, así que lo dudaba mucho. Simplemente no había querido preguntar. Su siguiente asentimiento, de nuevo, fue demasiado casual.
—Papá, ¿podemos comer ya? —vociferó Amos desde donde se encontraba justo fuera del garaje. El hombre mayor respondió justo cuando me giré un poco para encontrar a Jackie junto a él, pero esta vez, ella me estaba mirando. Otra vez. Con esa expresión tan extraña en su rostro. El pequeño Rhodes y el señor Rhodes se dirigieron a la salida del garaje, sin decirse una palabra, y eso me hizo reír. Sin embargo, Jackie no los seguía. —¿Estás bien? —pregunté, escuchando apenas un atisbo de la voz de Yuki desde la casa, todavía hablando por teléfono. —Umm, ¿no? —dijo con brusquedad. Di un paso más hacia ella. —¿Qué pasa? —Tengo que decirte algo —dijo muy seria. Estaba empezando a asustarme, pero no quería desanimarla. —De acuerdo. Dime. —Por favor, no te enfades. Odiaba que la gente dijera eso. —Haré lo posible por pensar en lo que dices e intentaré tomarlo con el corazón abierto, Jackie. —Promete que no te enfadarás —insistió, con sus delgados dedos bailando a los lados. —Bien, de acuerdo, prometo no enfadarme, pero quizá me frustre o hieras mis sentimientos. Lo pensó un segundo y asintió. Esperé a que me dijera... lo que fuera que tuviera miedo de decir.
Y entonces lo hizo. —Sé quién eres. Las palabras fueron apresuradas y tan rápidas que casi no pude descifrarlas, así que entorné los ojos para mirarla. —Sé que lo haces, Jackie. —No, Aurora, sé quién eres, o sea, sé quién eres tú. No tenía ni idea de qué demonios estaba tratando de decir. Debió percibirlo porque dejó caer la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y dijo: —Sé que eras la novia... o la esposa... o lo que sea de Kaden Jones. Mis ojos se abrieron de par en par. Continuó: —¡No quería decir nada! Yo... vi tus mensajes con Clara hace mucho tiempo... así que... te busqué. Tu cabello ya no es rubio, pero te reconocí la primera vez que te vi. Había como una página entera dedicada a las mujeres con las que se le veía, y había fotos de ustedes dos juntos, fotos antiguas, vi una o dos antes que las borraran… —Oraaa —gritó Yuki de repente—. Roger está siendo un aguafiestas y viene a buscarme. Iba a tener que preguntarle a Yuki si había un cristal para la claridad mental que pudiera conseguir. —No voy a decírselo a nadie, ¿De acuerdo? Sólo... quería que lo supieras. Por favor, no te enfades. —No lo estoy —dije, aturdida. Justo cuando abrí la boca para decir algo más, Yuki apareció por la esquina, resoplando. —Quería pasar más tiempo contigo —dijo, sonando exasperada. Jackie dudó. Dio un solo paso atrás, se preparó y arrojó a borbotones:
—Te quiero tanto. Hoy ha sido como, el punto culminante de toda mi vida. Nunca lo olvidaré. Entonces, en el tiempo que me llevó parpadear, Jackie se adelantó, la besó en la mejilla y echó a correr antes de detenerse de repente y darse la vuelta. —¡Lo siento, Aurora! —gritó antes de emprender de nuevo la marcha. Yuki la observó parte del camino, con una leve sonrisa en su rostro. —¿Está bien? —preguntó. Tragué saliva. —Acaba de admitir que sabe lo mío con Kaden y no se lo va a contar a nadie. La cabeza de Yuki básicamente dio vueltas. —¿Qué? ¿Cómo? —Alguna página de fans. Hizo una mueca. —¿Quieres que le pague? De todas las cosas que podrían haberme hecho estallar de risa, iba a ser esa. —¡No! Hablaré con ella más tarde. ¿Qué decías? ¿Roger viene a buscarte? Le explicó que su jefe se había enfadado y quería que llegara a Utah esta noche, así que le había conseguido un vuelo que salía en una hora del aeropuerto local. —Dijo que estaría aquí en quince. —Eso es una mierda —dije—. Pero me alegro que al menos hayas venido y hayamos podido vernos un rato. Ella asintió, pero su expresión se volvió lentamente divertida.
—Antes que se me olvide, ¿por qué no me hablaste del señor alto, plateado, y guapo? Me eché a reír. —Es guapo, ¿eh? Susurró: —¿Cuántos años tiene? —Creo que a principios de los cuarenta. Yuki silbó. —¿Qué mide? ¿Uno noventa? ¿Dos y algo? —¿Por qué eres tan espeluznante? Siempre estás midiendo a la gente. —Tengo que hacerlo cuando contratamos guardaespaldas. Más grande no siempre es mejor... pero la mayoría de las veces sí. Fue mi turno de mover las cejas hacia ella. —Ya me gustaría. Me meto con él todo el tiempo, y no creo que le guste mucho si no está de buen humor. Mi amiga frunció el ceño. —¿Cómo podrías no gustarle? Si me atrajeran sexualmente las mujeres, me atraerías tú. —Dices las cosas más bonitas, Yu. Levantó las cejas. —Es cierto. Él se lo pierde si no lo hace, pero te juro que lo vi mirándote de la misma manera que yo miro las magdalenas cuando las veo en el catering, como si realmente quisiera una pero mi vestuario dijera lo contrario. —Eres perfecta, y puedes tomar una magdalena si quieres —aseguré.
Se rio, y los siguientes minutos pasaron como un borrón. Lo siguiente que supe fue que un pequeño todoterreno entraba en la calzada y aparcaba, y un hombre un poco más grande que el señor Rhodes salía de él. Roger, el guardaespaldas de Yuki, me dio un abrazo, dijo que echaba de menos verme y empujó a Yuki hacia el asiento delantero del todoterreno. No fue hasta entonces cuando me di cuenta que había subido a por su bolso... ¿y cómo demonios había conseguido el servicio, ahora que lo pensaba? Tenía que cambiar de proveedor. Bajó la ventanilla mientras el gran ex marine daba la vuelta al frente. —Ora-Bora. —¿Sí? —contesté. Puso el antebrazo sobre el marco de la ventanilla y apoyó la barbilla en él. —Sabes que siempre puedes venir de gira conmigo, ¿no? Tuve que apretar los labios antes de asentir y sonreírle. —No lo hacía, pero gracias, Yu. —¿Lo vas a pensar? —preguntó mientras su guardaespaldas ponía el auto en marcha. —Lo haré, pero por ahora soy bastante feliz aquí —dije con sinceridad. Ya no quería vivir en los hoteles. Esa era la verdad. La idea de vivir en un autobús de gira con mi mejor amiga ya no me producía mucha alegría ni emoción, aunque ella fuera la única que lo haría soportable y divertido. Quería echar raíces. Pero era algo cruel plantearle eso cuando sabía que cada vez que se iba de casa, se sentía más y más miserable. Era duro estar fuera durante meses y meses, lejos de los seres queridos, de la paz y la intimidad. Y la pequeña sonrisa que me dedicó cuando Roger gritó:
—¡Adiós, Ora! —me dijo que sabía exactamente lo que estaba pensando. Si pudiera volver a irme por alguien, sería por ella. Pero no lo haría. —Te amo —dijo, sonando demasiado melancólica—. ¡Compra un auto nuevo antes del invierno! Lo vas a necesitar. Iba a enviar un mensaje de texto a su madre y a su hermana lo antes posible, decidí mientras gritaba: —¡También te amo! Y lo haré. Y se fue. En una estela de polvo. Se fue a volar alto y a alimentar una carrera hecha de lágrimas y agallas. Y de repente, no quería estar sola. ¿No me había invitado el señor Rhodes de todos modos? Mis pies me llevaron a la casa mientras me alimentaba de la agridulce visita que me había levantado el ánimo y me había alegrado el día. Llamé a la puerta y vi una figura a través del cristal abriéndose paso. Por el tamaño, supe que era Amos. Así que cuando se abrió y me indicó que entrara, logré sonreírle un poco. —¿Se ha ido? —preguntó en voz baja mientras caminábamos uno al lado del otro hacia la zona de estar. —Sí, me pidió que te dijera adiós —dije. Pude sentir que me miraba de reojo. —¿Estás bien? Efectivamente, el señor Rhodes y Jackie estaban sentados en la pequeña mesa de la cocina, demoliendo platos cargados de comida china. Ambos se incorporaron al escuchar las voces de Am y la mía.
—Sí, es que ya la extraño —dije con sinceridad—. Me alegro que haya venido. Es duro no saber cuándo la volveré a ver. La silla junto al señor Rhodes estaba retirada, y tardé un segundo en darme cuenta que la había empujado con la rodilla y no había sido por arte de magia. Estaba masticando mientras señalaba una pila de platos en la encimera junto a los recipientes de comida. Tomé uno, sintiéndome un poco tímida de repente, y lo llené con un poco de todo; por alguna razón no tenía tanta hambre, pero quería comer de todos modos. —¿De qué la conoces? —preguntó Amos mientras me servía. Mi mano se detuvo por un momento, pero fui por la verdad. —Nos conocimos en un gran festival de música en Portland hace unos... once años. Las dos sufrimos de insolación entre bastidores y estuvimos en la carpa de la enfermería al mismo tiempo, y congeniamos. Esperaba que no preguntaran cómo había llegado a los bastidores y estaba dispuesta a explicarlo... pero ninguno de los dos lo hizo. —¿Debo saber quién es? —preguntó el señor Rhodes de la nada, sentado comiendo rápida y ordenadamente. Fue Amos quien cubrió su rostro con la palma de la mano y gimió, y Jackie la que se lanzó a dar una explicación que estaba segura hizo que el señor Rhodes se arrepintiera de haberla pedido. No estaba segura de por qué había decidido ser tan amable al invitarme a comer, pero lo agradecí mucho. Realmente era un hombre decente. Y no podría haber pedido una amiga mejor que Yuki.
CAPÍTULO 15 —Espere un segundo, espere un segundo... Clara sonrió abiertamente mientras le entregaba al cliente con el que acababa de terminar de marcar su recibo. Puse en orden la pila de folletos en el mostrador para las excursiones de caza y les hice una mueca. —¿Por qué la gente atrapa lubinas si no se las comen? Walter, uno de mis clientes favoritos porque era muy dulce y uno que venía cuando estaba aburrido, lo que parecía ser muy a menudo porque estaba recién jubilado, recogió el pequeño recipiente de plástico de moscas que le había comprado a Clara hace un momento. —Las lubinas no saben bien, Aurora. No son buenas en absoluto. Pero no luchan mucho cuando los atrapas, y hay mucho en los embalses por aquí. Los guardabosques los reabastecen. Me preguntaba quién. El hombre mayor le guiñó un ojo a su manera amistosa. —Ya es hora de que me ponga en marcha. Que tengan un buen día, señoritas. —Adiós, Walter —dijimos Clara y yo en voz alta mientras se dirigía hacia la puerta. Nos saludó por encima del hombro. —Deberíamos ir algún día —dijo Clara cuando la puerta se cerró detrás de él. —¿A pescar?
—Si. Papá estaba hablando de querer sacar su bote. Ha pasado un tiempo desde que lo hizo, y el clima ha sido agradable. Se ha estado sintiendo bien últimamente y no ha tenido ningún accidente al moverse. Ni siquiera necesitaba pensar en eso. —Está bien, hagámoslo. —Podemos lanzar... Ella dejó de hablar al mismo tiempo que vi al hombre en la puerta, sosteniendo su teléfono frente a su rostro. Era Johnny, el tío de Amos. —Ve a ayudarlo —susurré a Clara. Ella se burló. —Hazlo tú. —¿Por qué? —Porque él salió con mi primo, y yo hablaba en serio, no estoy lista para tener una cita y me gusta, pero no así —explicó. Clara hizo un gesto hacia donde él estaba vagando—. Ve a ayudarlo. Tú también estás soltera. Resoplé. —Solo veré si necesita ayuda. Llegué a la mitad de donde se había detenido, en un estante que sostenía una carcasa impermeable, cuando sus ojos se posaron en mí. Le tomó un segundo, pero una sonrisa se deslizó por su boca. —Te conozco. —Si. Hola, Johnny. ¿Necesitas alguna ayuda? —Hola, Aurora. Volvió a dejar la chaqueta en el estante y me miró desde mi rostro a los zapatos y luego volvió a subir. Lo ignoré como lo había hecho cuando
otros dos chicos habían hecho lo mismo antes. —¿Cómo estás? ¿Puedo ayudarte a encontrar algo? Descubrí que era mucho más fácil delegar el trabajo si primero les preguntaba si necesitaban encontrar algo. Podía encontrar fácilmente cosas en la tienda. Todavía no era un profesional en responder preguntas complicadas y específicas, a pesar que me había informado mucho más sobre todas las cosas al aire libre. El tiempo que había pasado con el señor Rhodes había ayudado, pero había estado investigando y molestando a Clara ahora que el negocio se había calmado un poco. La mayor parte de la temporada turística había terminado. —Vine por algunos pesos con plomo —comenzó a decir. Ahora sabía que se usaba para pescar. —Entonces me desvié con esta chaqueta aquí. Me miró de nuevo y las comisuras de su boca se curvaron aún más. —Tenemos pesas con plomo allá en la parte de atrás, donde se ve esa pantalla, pero si no tenemos lo que está buscando, estoy segura que podríamos pedirlo. Johnny asintió, con esa sonrisa tonta de satisfacción todavía en su boca. —Está bien, me acercaré allí en un minuto. —Él pausó —. ¿Realmente trabajas aquí? —No, solo le robo la camisa a Clara y salgo con ella cuando tengo tiempo libre. Él sonrió. —Esa fue una pregunta estúpida, ¿no? Me encogí de hombros. —Siento que estúpida es una palabra muy fuerte.
Él se echó a reír y me hizo sonreír. —Simplemente no... No puedo verte trabajando aquí. Eso es rudo. Lo siento. —Todo está bien. Estoy aprendiendo sobre la marcha. —Me encogí de hombros de nuevo—. Avísame si necesitas más ayuda. Estaré alrededor. Él asintió y lo tomé como mi señal para irme. Me dirigí hacia Clara, que estaba mirando su teléfono, pero estaba bastante segura que era solo una fachada y realmente nos estaba echando un vistazo asustada. No me equivoqué. —¿Qué dijo? ¿Quiere tener a tus hijos? La risa más fuerte salió de mí, y tuve que inclinarme hacia adelante y presionar mi frente contra el mostrador para no caer al suelo. —Espera. Los hombres no tienen hijos. —No que yo sepa —solté una carcajada, todavía mirando al suelo. Ambas comenzamos a reírnos a carcajadas. La próxima vez que logré asomarme, ella había desaparecido detrás del mostrador. Podría haber estado tirada en el suelo porque podía oírla reír pero no podía verla. Moví mis cejas hacia ella. —Necesito traer algunos de mis libros románticos para enseñarte algunas cosas. —Yo sé cosas. —A tu edad, deberías saber más. —¡Somos de la misma edad! —Exactamente. Clara se echó a reír, y pude ver la parte superior de su cabeza comenzando a asomarse antes que desapareciera repentinamente de nuevo en una fracción de segundo antes de que escuchara:
—¿Te importaría cobrarme? Era Johnny. Me volví hacia él, secándome las lágrimas de debajo de los ojos por la risa y dije: —Por supuesto. Di la vuelta al mostrador donde estaba la caja registradora y la abrí. Johnny entregó los dos pequeños paquetes que escaneé rápidamente. —Entonces... Aurora... Le levanté una ceja. —¿Sí? —¿Tienes grandes planes esta noche? Había olvidado que era viernes. —Grandes planes con mi iPad y un poco de sangría que estaba planeando hacer. Su risa fue brillante, y me hizo sonreír cuando le di su total justo cuando la puerta de la tienda se abrió y Jackie entró. Hicimos contacto visual y le sonreí. Ella me devolvió una pequeña. Las cosas habían estado... no quisiera decir incómodas, pero un poco tensas desde que admitió que sabía que había estado con Kaden. No me había enfadado con ella, ni siquiera un poquito. Ninguno de los dos había hecho el esfuerzo de volver a hablar de ello desde que Yuki interrumpió nuestra conversación para decir que la iban a recoger porque tenían que empezar su viaje a Utah. No estaba molesta, enojada o preocupada. Solo pensaba que... bueno, si ella hubiera querido decirle a Amos y al señor Rhodes, ya lo habría hecho. Mi secreto estaba a salvo. Pero eventualmente, necesitaría hablar con ella.
Y al menos díselo a Amos. Johnny saludó a la chica cuando ella pasó a su lado y buscó en su bolsillo trasero, sacó su billetera y me entregó una tarjeta. —¿Quieres un recibo? —No. —Carraspeó, recogió los dos paquetes de pesas y titubeó —. ¿Te gustaría deshacerte de tu iPad e ir a cenar conmigo? Hay un lugar mexicano que me gusta y que apuesto que tiene sangría. Eso no era lo que esperaba. Y su oferta me sorprendió tanto que no supe qué decir. ¿Salir en una cita? —A menos que estés viendo a alguien —agregó rápidamente. —No estoy —admití con la misma rapidez, pensando en su oferta. Su sonrisa se volvió coqueta. —Preguntaría por Rhodes, pero es raro con mujeres hermosas. Gemí e hice una mueca, pero…. ¿Qué diablos tenía que perder? Clara había dicho que no estaba interesada en él de esa manera, ¿no es así? Siempre podría verificar con ella. Y seguro que no era como si me acostaría con él. Claro, pensaba que el señor Rhodes era más caliente que el infierno, pero no era como si eso significara nada. Apenas me hablaba, todavía. Por la forma en que me miraba la mayoría de las veces, estaba bastante segura que se arrepentía de haberme invitado a quedarme más tiempo. Podría ser tan agradable un minuto y no tanto al siguiente. No lo entendía y no quería pensarlo demasiado. Me había mudado aquí para… seguir adelante con mi vida, y parte de eso incluía… citas. No quería estar sola. Me gustaba la estabilidad. Quería que alguien se preocupara por mí y viceversa.
Esta no era la primera vez que me invitaban a salir desde que comencé a trabajar aquí, pero era la primera que lo estaba considerando. ¡Al diablo! —Está bien. Seguro. Al menos me responderás a diferencia de mi iPad, ¿verdad? Su sonrisa se hizo aún más amplia y me di cuenta que estaba complacido. Me hizo sentir bien. —Contestaré. Promesa. —Sonrió un poco más—. ¿Quieres que pase por ti? —¿Nos vemos allí? ¿Dónde comeremos? El hombre asintió. —Está bien. ¿Te parece a las siete? —Trato hecho. Me dio el nombre de un restaurante que reconocí en el río que serpenteaba por parte de la ciudad. —Te veré al frente. Sabía que era un paso, como había dicho Clara. Era algo. Y algo era mejor que nada, especialmente cuando tenías eso para empezar. —Te veré más tarde entonces —dijo Johnny con esa gran sonrisa todavía en su rostro—. Gracias. —No hay problema, nos vemos —dije. Y fue solo porque la tienda estaba vacía que Clara dejó escapar un grito. —¿Te acaban de invitar a una cita? —Demonios, sí, lo hice —respondí—. ¿Está bien para ti? No iré si te gusta.
Ella negó y, por la forma fácil en que lo hizo, me di cuenta que estaba diciendo la verdad. —Ve. Realmente no estoy interesada en él de esa manera. —Ella hizo una pausa—. ¿Tienes algo que ponerte? —Debo haberlo pensado demasiado porque hizo una mueca—. Supongo que sé lo que haremos durante la pausa del almuerzo. Levanté las cejas. —¿Qué? Clara se limitó a sonreír.
Me eché un último vistazo en el espejo del baño de mi apartamento y pensé que no iba a lucir mejor de forma espontánea. Estaba tan bien como podía. No me había puesto mucho maquillaje, pero tampoco me había vuelto ultraligera. Lo justo, pensé, para una cita. Lo suficientemente bueno como para ocultar los rasguños y abolladuras, pero sin esconder tanto que pareciera una persona diferente. Unas cuantas veces en el pasado, me había maquillado profesionalmente y terminé lavándome después porque no me gustaba la forma en que se sentía. No tenía mucho de qué quejarme sin fundamento. Y si alguien podía ver un indicio del grano que había reventado esa mañana, qué lástima. Afortunadamente, Clara se había ido a casa durante su descanso y había traído una falda que, según dijo, era una talla demasiado pequeña y una linda blusa que me dijo que podía tener. No tenía tacones, mis pies eran más grandes que su talla treinta y siete y medio, así que tuve que
conformarme con unas sandalias que afortunadamente combinaban con la falda y la camisa verde esmeralda. Pensé que me veía bonita. Me sentí bonita al menos. No esperaba nada de esta noche excepto, con suerte, alguna compañía agradable. Incluso pagaría mi propia comida, por si acaso. Tomé mi bolso (por alguna razón recordé al azar los veinte bolsos y demás que había dejado en casa de Kaden, obsequios de los últimos años) agarré mis llaves también, bajé las escaleras y salí del garaje, solo para detenerme en seco. No había oído abrirse la puerta del garaje, pero eran unas fauces anchas y abiertas. Amos y el señor Rhodes estaban en el centro, mirando el mecanismo que era el mando de la puerta del garaje. Supongo que tampoco me habían escuchado porque cuando dije: —Hola, chicos. Amos dio un salto y yo estaba bastante segura que el hombro del señor Rhodes también se había movido un poco. De lo que estaba segura era de que el señor Rhodes entrecerró un poco los ojos. Creo que podría haber echado un vistazo a mis piernas. —¿Todo bien? —Hola, Ora. El mando de la puerta del garaje ya no funciona. Papá lo está arreglando —respondió Amos. Una parte de mí estaba sorprendida que no mencionara a Yuki de nuevo. Exigió saber por qué no le había dicho que la conocía. Que yo era amiga de ella. Buenas amigas. Personalmente, todavía lo era pero a él le había sorprendido tanto oírla decir que yo era una buena compositora. Nos habíamos estado mirando de reojo mucho desde entonces.
—Buena suerte. —Le sonreí a mi amigo adolescente—. Si necesitas algo de ahí arriba, tómalo. Regreso más tarde. —¿A dónde vas? —preguntó mi arrendador de la nada. Miré al señor Rhodes con sorpresa. ¿Estaba… frunciendo el ceño? Le dije el nombre del restaurante. Luego me pregunté si debería decirle que me reuniría con el tío de Amos allí. Pero antes que pudiera decidirme, el adolescente preguntó: —¿Vas a tener una cita? —Algo así. —Dejé escapar un suspiro—. ¿Crees que me veo bien? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que he estado en una. Kaden y yo no habíamos podido salir a menos que fuera para un evento familiar y se hubiera reservado una habitación privada. Me encogí pensando en eso ahora. Había sido tan estúpida por aguantar eso durante tanto tiempo. Hombre, si tan solo pudiera retroceder en el tiempo y decirle a una Aurora más joven que no sea estúpida y se conforme. Quería pensar que lo amaba tanto que por eso lo aguanté, con los secretos y el subterfugio. Ahora, una parte de mí pensó que estaba desesperada por ser amada, por tener a alguien, incluso si me costaba. Y tal vez el amor siempre tenía un precio, pero no debería haber sido tan alto. —No. —La garganta de Amos se balanceó, devolviéndome al presente—. Quiero decir, te ves realmente, eh, bonita —balbuceó. —Ay, Amos, gracias. Me has alegrado el día. Espero que tu tío también piense lo mismo, de lo contrario, será una cosa mala para él. Rhodes frunció el ceño.
—¿Vas a salir con Johnny? ¿Por qué tenía que sonar como si estuviera haciendo algo mal? —Sí, hoy pasó por la tienda y me invitó. Me preguntó si quería que viniera a recogerme, pero no quería hacerlo extraño. Prometí que nadie vendría y no quería cruzar la línea —divagué rápidamente, su expresión facial permaneció exactamente como estaba—. ¿Está bien para ti? Es solo la cena. Esos ojos de color gris púrpura me recorrieron de nuevo. ¿Su mandíbula se tensó? ¿Estaba… molesto? —No es asunto nuestro —dijo muy lentamente. Su tono no estaba de acuerdo. Incluso Amos lo miró. —Puede que tengamos que apagar la electricidad, pero la tendré de nuevo cuando regreses —prosiguió el señor Rhodes, con la voz tensa. ¿Está bien…? Alguien debió haber olvidado tomar su pastilla para la calma. —Lo que sea que necesites hacer. Buena suerte de nuevo. Hasta luego. Qué tengas buenas noches. —Adiós —dijo Amos en lo que se había convertido en su voz normal ahora. Más cómodo, no tan silencioso. Pero el señor Rhodes no dijo nada. Bueno, si estaba molesto porque yo salía con su pariente o lo que sea, estaba… muy mal. No lo iba a traer de vuelta aquí. Era solo una cena. Solo una linda cita con buena compañía. Y estaba deseando que llegara.
Un pequeño paso para Aurora De La Torre, un gran paso para el resto de mi vida. No iba a dejar que nadie lo arruinara. Ni siquiera Game Warden Moody.
—Entonces —preguntó Johnny, bebiendo la única cerveza que había dicho que estaba bebiendo esa noche—, ¿cómo estás todavía soltera? Reí por lo bajo mientras dejé mi vaso de sangría y me encogí de hombros. —Probablemente por la misma razón que tú. Mi adicción a las muñecas espeluznantes se interpone en el camino. Mi cita, mi primera cita en mucho tiempo, se rio. Johnny ya me había estado esperando dentro del restaurante cuando llegué. Hasta ahora, había sido educado y curioso, haciendo todo tipo de preguntas sobre mi trabajo en la tienda hasta ahora principalmente. Y preguntando por mi edad. Tenía cuarenta y un años. Era dueño de su propia empresa de mitigación de gas radón y parecía que realmente le gustaba su trabajo. Él también era muy lindo. Pero había tardado unos quince minutos en decidir que, a pesar de lo fácil que era hablar y bromear con él, al menos hasta ahora, no tenía esa… esa sensación, supongo. Sabía la clara diferencia cuando alguien me gustaba y cuando alguien me gustaba. Por la forma en que había revisado el trasero de nuestra camarera y el de la anfitriona, pensé que él tampoco estaba sintiendo la química. Eso o él esperaba que fuera ciega. De cualquier manera… era un fracaso.
No estaba desconsolada. E iba a pagar la mitad de la comida. Al entrar en el camino de entrada no mucho después, me sorprendió ver que la puerta del garaje todavía estaba abierta de par en par. Apenas había cerrado la puerta cuando una sombra cubrió la grava justo en frente de la abertura. Por la longitud y la masa, supe que era el señor Rhodes. —Hola —dije. —Hola —respondió, deteniéndose justo en el borde del piso de concreto. Me acerqué, mis dedos de los pies estaban justo al otro lado de donde estaba la base y miré hacia adentro y hacia arriba. —¿Conseguiste arreglar el mando de la puerta del garaje? —Tenemos que pedir uno nuevo —respondió, quedándose donde estaba—. El motor se quemó. —Eso apesta. Lo miré. Metió las manos en sus jeans oscuros. —Era tan antiguo como este apartamento —explicó mi arrendador. Sonreí levemente. —¿Amos te abandonó? —Regresó adentro hace aproximadamente media hora, diciendo que tenía que usar el baño. Sonreí. —Regresaste a casa temprano —agregó el señor Rhodes de la nada con esa voz seria. —Solo cenamos. Aunque estaba oscuro, pude sentir el peso de su mirada cuando dijo:
—Me sorprende que Johnny no te pidiera que salieras a tomar algo después. —No. Quiero decir, lo hizo, pero le dije que me había levantado a las cinco y media. Las manos volvieron a salir de sus bolsillos cuando cruzó los brazos sobre ese pecho del tamaño de una piscina. —¿Saldrán de nuevo? Alguien estaba hablador esa noche. —No. Estaba bastante segura de que las líneas en su frente se profundizaron. —Él miraba el trasero de la camarera cada vez que pasaba —expliqué —. Le dije que necesita trabajar en eso la próxima vez que tenga una cita. El señor Rhodes se movió lo suficiente bajo la luz para verlo parpadear. —¿Dijiste eso? —Ajá. Bromeé con él sin parar durante la última media hora. Incluso me ofrecí a pedirle su número —dije. Su boca se curvó, y por una fracción de segundo, capté un indicio de lo que podría ser una sonrisa deslumbrante. —No sabía que eran mejores amigos cuando eran pequeños. Eso era realmente todo lo que había sacado libremente de Johnny sobre Rhodes y Amos. No había presionado. Esa información por sí sola había sido lo suficientemente interesante. Rhodes inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Tú qué tal? ¿Tienes citas? La forma en que dijo:
—No —fue como si le hubiera preguntado si alguna vez había considerado cortarse el pene. Debo haberme estremecido ante su tono porque lo suavizó cuando siguió hablando, mirándome directamente a los ojos con toda intensidad cuando lo hizo. —No tengo tiempo para eso. Asentí. Esa no era la primera vez que escuchaba a alguien decir eso. Y como alguien que... ni siquiera había sido el segundo mejor... era justo. Era lo correcto decir y hacer. Para la otra persona. Es mejor saber y aceptar cuáles eran tus prioridades en la vida que perder el tiempo de otra persona. Trabajaba muchas horas. Vi lo tarde que llegaba algunos días y lo temprano que se iba en otros. No estaba exagerando sobre no tener tiempo. Y con Amos... esa era una prioridad aún mayor. Cuando estaba fuera del trabajo, estaba en casa. Con su hijo. Como debería ser. Al menos no tenía ideas en mi cabeza sobre este chico sexy. Mira pero no toques. Con eso en mente… —Bueno, no quiero retenerlos. Que tengas una buena noche, señor Rhodes. Su barbilla bajó, y pensé que eso era todo lo que estaba obteniendo, así que comencé a moverme hacia la puerta, pero solo pude dar unos dos pasos cuando su voz áspera habló de nuevo. —Aurora. Lo miré por encima del hombro. Su mandíbula estaba tensa de nuevo. Las arrugas de su frente también habían vuelto. —Te ves hermosa —dijo el señor Rhodes con esa voz cautelosa y sombría un latido después—. Es un idiota por mirar a las demás.
Juro por Dios que mi corazón dejó de latir por un segundo. O tres. Todo mi cuerpo se paralizó cuando sentí sus palabras enterrarse profundamente en mi corazón, aturdiéndome sobremanera. Se movió hacia el centro del garaje en el exterior, esas grandes manos agarraron el borde de la puerta. —Es muy, muy amable de tu parte decirlo —dije, escuchando lo extraña y entrecortada que salía mi voz—. Gracias. —Solo digo la verdad. Buenas noches —dijo en voz alta, con suerte ajeno a la destrucción que había causado la granada verbal que acababa de lanzarme. —Buenas noches, señor Rhodes —balbuceé. Ya estaba tirando de la puerta cuando dijo: —Solo Rhodes sería bueno de ahora en adelante. Me quedé helada allí durante demasiado tiempo después que la puerta se cerró, empapándome de cada palabra que había dicho mientras se dirigía a la casa principal. Luego comencé a moverme y me di cuenta de tres cosas mientras subía las escaleras. Estaba bastante segura que me había revisado de nuevo. Me había dicho que lo llamara Rhodes, no señor Rhodes. Y me había esperado en su terraza hasta que abrí la puerta y entré. Ni siquiera iba a intentar considerar, mucho menos sobre analizar, que él me había dicho la palabra con H antes. Ya no sabía qué pensar sobre nada más.
CAPÍTULO 16 Estaba emocionada por mi caminata esa mañana, a pesar de que tuve que despertarme al amanecer para hacerlo. Todavía había estado apretando la cuerda para saltar unos días a la semana, parecía que cada día más, e incluso había ido tan lejos como para usar una mochila liviana a veces mientras lo hacía. ¿Estaba lista para caminar al Monte Everest? No en esta vida ni en la siguiente, a menos que desarrolle mucho más autocontrol y deje de tener miedo a las alturas, pero finalmente me había convencido que podía manejar una caminata difícil. La de seis kilómetros que habíamos hecho había sido calificada como intermedia y la había sobrevivido. Está bien, apenas, pero ¿quién estaba al tanto? Mamá tenía una pequeña estrella y un símbolo en forma de ola al lado. Esperaba que significara algo bueno ya que su información había sido literalmente bastante directa sin otras notas sobre ella. Todos los días podía sentir mi corazón crecer. Podía sentirme creciendo aquí en este lugar. La verdad es que me encantaba el olor del aire. Me encantaban los clientes de la tienda que eran todos tan amables. Amaba a Clara y Amos, e incluso Jackie había vuelto a hacer contacto visual conmigo... aunque no hablábamos mucho. Y el señor Nez me hizo muy feliz durante las pocas veces que lo había visto. Me estaba yendo mucho mejor en el trabajo. Pondría una casa de murciélagos. Había ido a una cita. Yo era dueña de todo esto. Me estaba acomodando. Y finalmente, iba a hacer esta difícil caminata. Hoy. No solo para mi mamá, sino también por mí.
Estaba tan motivada que incluso canté un poco más alto de lo normal mientras me preparaba, contándole a alguien lo que realmente quería. Me aseguré de tener todas mis cosas: una pajita para salvar vidas, una botella con un filtro de agua incorporado, dos galones adicionales para empezar, un sándwich de pavo y queso cheddar sin nada más para que no se empape, muchas, demasiadas nueces, una manzana, una bolsa de gomitas y un par de calcetines extra; salí y volví a revisar mi lista mental para asegurarme que no me había olvidado nada. No lo creía. Miré hacia arriba mientras llegaba a mi auto, vi a Amos caminando de regreso a la casa, con los hombros caídos y luciendo exhausto. Apuesto a que se había olvidado de tirar el bote de basura a la calle y su padre lo había despertado para hacerlo. No sería la primera vez. Se había quejado conmigo antes. Levanté mi mano y saludé. —Buenos días, Amos. Levantó la mano de regreso, perezosamente. Pero me di cuenta que vio lo que estaba usando; me había visto salir de la casa lo suficiente como para ir de excursión y reconocer las señales: mis pantalones oscuros, la camisa blanca de manga larga, ambos con protección solar que había comprado en la tienda encima de una camiseta sin mangas, mi chaqueta en una mano, botas de montaña puestas, y una gorra que apenas descansaba en la parte superior de mi cabeza. —¿A dónde vas? —preguntó, deteniéndose en su viaje de regreso a la cama. Le di el nombre del camino. —Deséame suerte. No lo hizo, pero asintió.
Un saludo más y me metí en mi coche justo cuando Rhodes salía de su casa, vestido y listo para trabajar. Alguien estaba corriendo más tarde de lo habitual. Apenas nos habíamos visto en el último par de semanas, pero de vez en cuando, sus palabras el día de mi cita con Johnny volvían a mí. Kaden solía llamarme hermosa todo el tiempo. Pero fuera de la boca de Rhodes... simplemente se sentía diferente, incluso si lo había dicho casualmente, como si fuera solo una palabra sin significado detrás de ella. Por eso toqué la bocina, solo para molestar, y noté que sus ojos se estrechaban antes que levantara una mano. Suficientemente bueno. Estaba fuera de ahí.
Lo había esperado en vano, me di cuenta horas más tarde cuando mi pie resbaló en un parche de grava suelta en una parte cuesta abajo. Mamá había puesto la estrella alrededor del nombre para simbolizar las estrellas que había visto después de sufrir una conmoción cerebral al cruzar la colina principal del sendero. O tal vez una estrella que significaba que tenías que ser un extraterrestre para terminarla porque no estaba lista. No estaba lista en absoluto. Quince minutos después, debería haber sabido que no estaba en buena forma para hacer esto en un día. Fueron ocho kilómetros adentro, ocho kilómetros afuera. Tal vez debería haber escuchado el consejo de Rhodes cuando me sugirió que acampara, pero todavía no había sido capaz de convencerme de hacerlo yo sola.
Envié un mensaje de texto al tío Mario para hacerle saber dónde estaba caminando y aproximadamente a qué hora regresaría. Había prometido enviarle un mensaje de texto de nuevo cuando terminara, para que alguien lo supiera. Clara no se preocuparía a menos que yo no me presentara en la tienda al día siguiente, y Amos podría no darse cuenta que no estaba allí hasta que no hubiera visto mi auto por mucho tiempo, y quién sabía qué consideraría ser demasiado largo. No sabías lo que era estar sola hasta que no tenías personas que pudieran o se dieran cuenta de tu desaparición. Además de estar sin aliento, mis pantorrillas con calambres y tener que parar cada diez minutos para tomar un descanso de cinco minutos, todo había ido bien. Me estaba arrepintiendo, por supuesto, pero no había perdido la esperanza de poder terminar la caminata. Al menos hasta que llegué a esa maldita colina. Realmente había tratado de recuperar el equilibrio en el camino hacia abajo, pero de todos modos había golpeado el suelo con fuerza. Primero de rodillas. Segundo, de manos. Los codos en tercer lugar cuando mis manos se rindieron y me fui de frente. Directo a la grava. Porque había grava por todas partes. Me dolían las manos, me dolían los codos, pensé que podría haber una posibilidad de que mi rodilla se hubiera roto. ¿Podrías romperte una rodilla? Rodé sobre mi trasero, con cuidado de no deslizarme más lejos del camino y hacia las rocas irregulares de abajo, solté un suspiro. Luego miré hacia abajo y chillé.
La grava me había raspado las palmas de las manos. Había pequeños guijarros enterrados en mi piel. Las gotas de sangre comenzaban a brotar de mis pobres manos. Doblé los brazos, traté de mirarme los codos... solo para ver lo suficiente como para imaginar que se veían iguales a mis palmas. Solo entonces pude finalmente ponerme de rodillas. El material que cubría una de ellas estaba totalmente rasgado. También estaba raspado. El material sobre mi otra rodilla estaba intacto, pero ardía demasiado, y sabía que esa rodilla también estaba jodida. —Auch —gemí para mí misma, mirando mis manos, luego mis codos, ignorando el dolor que se disparó a través de mis hombros mientras me agachaba con el brazo, y finalmente volví a mis rodillas. Dolía. Todo dolía tanto. Y no había traído nada como primeros auxilios. ¿Cómo pude ser tan tonta? Saqué mi mochila, la dejé caer al suelo a mi lado y miré mis manos una vez más. —Ay. Sollocé y tragué saliva antes de mirar hacia atrás por donde había venido. Todo realmente dolía. También me gustaban estos pantalones. Había un pequeño chorro de sangre bajando por mi espinilla desde mi rodilla, y las ganas de llorar empeoraron. Hubiera golpeado la grava si hubiera podido cerrar el puño, pero ni siquiera pude hacer eso. Sollocé de nuevo, y no por primera vez desde que me mudé aquí, básicamente al medio de la nada, me pregunté qué diablos estaba haciendo. ¿Qué estaba haciendo con mi vida?
¿Por qué estaba yo aquí? ¿Qué estaba haciendo al hacer esto? Estaba haciendo caminatas solo con la excepción de una vez. Todos tenían sus propias vidas. Nadie sabría siquiera que me lastimé. No tenía nada con qué limpiar mis heridas. Probablemente iba a morir de alguna extraña infección. O me desangraría. Cerré mis ojos con fuerza, sentí una pequeña lágrima brotar y la limpié con el dorso de mi mano, haciendo una mueca mientras lo hacía. La pura frustración mezclada con un dolor punzante formó una bola en mi pecho. Tal vez debería volver a Florida, o a Nashville, no había ninguna posibilidad que alguna vez viese al señor Chico Dorado allí. Rara vez salía de casa. Después de todo, él era demasiado caliente para pasar el rato con gente normal. ¿Qué diablos estaba haciendo? Lloriquear, eso era lo que estaba haciendo. Y mi mamá nunca se lloriqueó, una pequeña parte de mi cerebro me recordó al resto de mí en ese momento. Abrí mis ojos y me recordé a mí misma que estaba aquí. Que no quería vivir en Nashville, con o sin Yuki. Me gustaba Florida, pero nunca me había sentido realmente como en casa porque parecía más un recordatorio de lo que había perdido, de una vida que había tenido que vivir por las cosas que habían sucedido. En cierto modo, fue un recordatorio más grande de una tragedia que incluso Pagosa Springs. Y no quería moverme de Pagosa. Incluso si todo lo que tenía era solo un par de amigos, pero bueno, algunas personas no tenían. Justo antes, cuando no me había sentido tan patética, pensé que todo estaba saliendo bien. Que estaba llegando a alguna parte. Me estaba acomodando. ¿Y ahora todo lo que necesitaba era que una pequeña cosa saliera mal y quería dejar todo? ¿Quién era yo?
Tomé una respiración larga y profunda, acepté que iba a tener que regresar. No tenía nada para mis manos, me dolían muchísimo las rodillas, y mi hombro dolía más y más a cada segundo. Estaba bastante segura que sentiría un dolor increíble si lo tuviera dislocado, pero probablemente lo lastimaría un poco. Tenía que cuidarme y tenía que hacerlo ahora. Siempre podría volver y hacer esta caminata nuevamente. No estaba renunciando. No lo estaba. Levanté la mano que se veía peor, la puse con la palma hacia arriba en la parte superior de mi muslo, apreté los dientes y comencé a recoger la grava que había decidido hacer un hogar en mi piel, siseando, gimiendo, estremeciéndome y diciendo: Oh Dios mío, a la mierda una y otra vez cuando una pieza en particular dolía como un infierno… que era cada pieza de grava. Lloré. Y cuando terminé esa mano y aún más sangre se acumuló en las pequeñas heridas y mi palma latía aún peor, comencé con la otra. Estaba cuidando de mí misma. Había un pequeño botiquín de primeros auxilios en mi bolsa de emergencia en la carretera, recordé cuando casi había terminado con la otra mano. Lo compré cuando recibí mi rociador para osos. No tenía mucho, pero tenía algo. Tiritas para ayudarme a sobrevivir todo el viaje de dos horas y media a casa, además del tiempo que tomaría caminar de regreso. Dios mío, iba a llorar de nuevo. Pero podía hacerlo mientras me sacaba las piedras de los codos, pensé, y eso fue lo que hice.
Después de tres horas y media y una gran cantidad de maldiciones y lágrimas, mis manos todavía me dolían, mis codos también, y cada paso que daba lastimaba mis articulaciones de las rodillas y la piel dolorosamente estirada que las cubría. Si no me hubiera puesto los pantalones negros, estaba segura que parecería que me peleé con un oso cachorro y perdí. Pésimo. Me sentí derrotada pero hice todo lo posible para no hacerlo, respiré una bocanada de aire tras otra, forzando a mis pies a seguir hasta que llegué al estúpido estacionamiento. Había pasado por períodos de pura rabia durante todo el camino hacia abajo. Sobre el sendero en primer lugar. Sobre hacer esto. Sobre el sol saliendo. A mi mamá por engañarme. Incluso me habría enfadado con mis botas y me las habría quitado y arrojado a los árboles, pero eso se consideraba tirar basura y había demasiadas rocas. Era culpa de las botas por resbalar, hijas de puta. Las estaba donando en la primera oportunidad que tenía, lo había decidido al menos diez veces. Quizás las quemaría. De acuerdo, no lo haría porque era malo para el medio ambiente y todavía había una prohibición de incendios en vigor, pero lo que sea. Pedazos de mierda. Gruñí justo cuando me giré y me detuve repentinamente. Porque viniendo hacia mí, con la cabeza gacha, las correas de la mochila colgando de los hombros anchos, respirando constantemente por la nariz y exhalando por la boca, reconocí un cuerpo por unas diez razones diferentes. Sabía que el cabello plateado se asomaba por debajo de una gorra roja. Esa piel bronceada. El uniforme.
Entonces el hombre miró hacia arriba, parpadeó una vez y también se detuvo. Un ceño fruncido se apoderó de un rostro que ratificó que conocía al hombre en su camino hacia arriba. Y definitivamente reconocí la voz ronca que preguntó: —¿Estás llorando? Tragué saliva y chillé: —Un poco. Esos ojos grises se abrieron un poco y Rhodes se enderezó aún más. —¿Por qué? —preguntó muy, muy lentamente mientras su mirada recorría desde mi rostro hasta los dedos de los pies antes de volver a subir. Entonces esos ojos se posaron en mis rodillas y se quedaron allí mientras me preguntaba: —¿Qué pasó? ¿Qué tan mal herida estás? Di un paso que se parecía más a una cojera hacia adelante y dije: —Me caí. —Sollocé—. Lo único que está roto es mi espíritu. — Limpié mi rostro con los antebrazos sudorosos y traté de sonreír, pero también fallé—. Qué casualidad verte aquí. Su mirada volvió a mis rodillas. —Dime lo que sucedió. —Me resbalé por la colina y pensé que iba a morir, perdí la mitad de mi orgullo en el camino también —dije, secando mi rostro de nuevo. Estaba tan harta. Más allá de harta. Solo quería llegar a casa. Sus hombros parecieron relajarse un poco con cada palabra que salía de mi boca, y luego se movió de nuevo, colocando dos bastones de senderismo que no había notado que había estado sosteniendo a lo largo del camino y deslizando su mochila antes de detenerse frente a mí y se arrodillara. Su palma rodeó la parte posterior de la rodilla con la pernera del pantalón rasgada y la levantó suavemente. Lo dejé, demasiado sorprendida
para hacer algo más que quedarme allí tratando de mantener el equilibrio mientras él silbaba en voz baja, inspeccionando la piel. Rhodes levantó la vista de debajo de esas pestañas espesas y rizadas. Dejó mi pierna y tocó la parte posterior de mi otra pantorrilla. —¿Esta también? —preguntó. —Sí —respondí, escuchando el malhumor que estaba tratando de ocultar en mi voz. —Y mis manos. Sollocé de nuevo. —Y mis codos. Rhodes siguió arrodillado mientras tomaba una de mis manos y la giraba, haciendo una mueca al instante. —Jesucristo, ¿qué tan lejos caíste? —No tan lejos —dije, dejándolo mirar mis palmas. Sus cejas se juntaron en una expresión de dolor antes de tomar mi otra mano y también inspeccionarla. —¿No lo limpiaste? —preguntó mientras levantaba el brazo un poco, haciendo una mueca de nuevo. Me había quitado la camiseta de protección solar ni siquiera treinta minutos antes de caer. Mi piel podría haber estado más protegida si la hubiera dejado puesta. Era muy tarde ahora. —No —respondí—. Por eso me di la vuelta. No tengo nada encima. ¡Auch! Eso duele. Bajó mi brazo lentamente y tomó el otro, levantándolo para ver ese codo también y ganándose otro quejido de mí cuando me dolió el hombro: —Auch. Creo que me lastimé el hombro cuando traté de frenar mi caída. Su mirada se encontró con la mía.
—¿Sabes que es lo peor que puedes hacer cuando te caes? Le brindé una mirada inexpresiva. —Lo tendré en cuenta la próxima vez que me caiga de bruces — refunfuñé. Estaba bastante segura que su boca se habría torcido un poco cuando se puso de pie. Sin embargo, Rhodes me brindó un solo asentimiento. —Vamos, te acompañaré y te limpiaré. —¿Lo harás? Me miró de reojo antes de tomar sus bastones de senderismo y su mochila, ponerse las correas y luego maniobrar los dos palos a través de los cordones entrecruzados de su espalda, dejando los brazos libres. Finalmente, dirigió su cuerpo hacia mí por el sendero y me tendió la mano. Dudé, pero puse mi antebrazo en su palma abierta, y vi como una emoción que inicialmente no reconocí se deslizó sobre su rostro. —Me refiero a tu mochila, ángel. Yo te la llevo. El camino no es lo suficientemente ancho para que los dos bajemos al mismo tiempo —dijo, su voz sonaba extrañamente ronca. Tal vez si no hubiera tenido tanto dolor y hubiera estado tan malhumorada, me habría sentido avergonzada. Pero no lo estaba, así que asentí, me encogí de hombros y con cautela traté de quitarme la mochila. Afortunadamente, comencé a quitarme una correa cuando sentí que el peso abandonaba mis hombros mientras él la tomaba. —¿Está seguro? —Positivo —fue todo lo que respondió—. Vamos. Tenemos media hora para volver al comienzo del sendero. Todo mi cuerpo se desplomó. —¿Media hora? Pensé que tenía… diez minutos como máximo.
Mi casero apretó los labios y asintió. ¿Estaba tratando de no reír? No estaba segura porque se dio la vuelta y comenzó a caminar delante de mí. Pero estaba bastante segura que vi sus hombros temblar un poco. —Avísame cuando quieras agua —fue una de las dos únicas cosas que dijo mientras bajaba. La otra fue: —¿Estás tarareando lo que creo que estás tarareando? Y yo respondí con un: —Sí. —Las chicas grandes no lloran. No tuve vergüenza. Tropecé dos veces y él se dio la vuelta en ambas ocasiones, pero sonreí tensamente y actué como si nada hubiera pasado. Como él predijo, treinta minutos después, cuando básicamente estaba jadeando y él actuaba como si fuera un paseo por un camino pavimentado, vi el estacionamiento y casi lloré. Lo habíamos logrado. Lo había logrado. Y mis manos me dolían aún más por lo seco que estaban los cortes, y mis codos se sentían de la misma manera, y estaba segura que mis rodillas también lo harían, pero las articulaciones estaban tan mal que no tenían espacio para pensar en ningún otro dolor. Pero justo cuando comencé a dirigirme hacia mi auto, Rhodes deslizó sus dedos alrededor de mis bíceps y me condujo hacia su camioneta de trabajo. No dijo una palabra más mientras lo abría y soltaba la compuerta trasera, lanzándome una mirada por encima del hombro mientras lo palmeaba brevemente antes de dirigirse a la puerta del pasajero.
Fui directamente a la compuerta trasera y lo miré, tratando de averiguar cómo sentarme en él sin usar mis manos para levantarme. Así fue como me encontró: mirándolo y tratando de decidir si iba de frente y me balanceaba sobre mi estómago, podría moverme y sentarme sobre mi trasero eventualmente. —Estoy tratando de averiguar cómo… de acuerdo. Me levantó, colocó un brazo debajo de la parte posterior de mis rodillas, el otro alrededor de mi espalda baja y me plantó en la camioneta. En posición sentada. Como si no fuera gran cosa. Sonreí. —Gracias. Lo habría descubierto, pero era el pensamiento lo que contaba. No cambiaba el hecho de que estaba confundida, pero no iba a seguir insistiendo en ese pensamiento. Todavía no me había olvidado de él llamándome hermosa. Probablemente no lo haría. Sin embargo, de debajo de su brazo, puso un estuche rojo al lado de mi cadera. Sin decir palabra, esas grandes manos se dirigieron directamente a mi pie, y vi cómo desabrochaba el cordón y tiraba de la bota por el talón mientras decía: —Aguanta la respiración. He estado sudando y me gustaría pensar que mis pies no huelen, pero es posible que lo hagan. Esa mirada se levantó por un segundo, y la bajó de nuevo antes de hacer lo mismo con mi otra bota. Suspiré de alivio. Hombre, eso se sintió bien. Moví mis pobres y atormentados dedos de los pies y suspiré de nuevo justo cuando él comenzaba a subir las perneras de mis pantalones, deteniendo los pliegues justo por encima de mi rodilla. Sus manos eran suaves ya que hicieron lo mismo con la rodilla que no se había desgarrado por completo.
Y miré, en silencio, mientras su palma ahuecaba mi pantorrilla y extendía mi pierna, presionando el costado contra su cadera. Inclinó la cabeza y la examinó un poco más antes de hacer lo mismo con la otra. Acababa de comenzar a investigar en su estuche cuando pregunté: —¿Qué estás haciendo aquí? No miró mientras sacaba un par de paquetes y los colocaba encima de mi muslo. No en la compuerta trasera. Mi muslo. —Alguien denunció la caza ilegal; fui a ver si había escuchado algo —respondió, colocando una pequeña botella transparente también. Lo vi ponerse unos guantes, luego quitar la tapa de la botella y darle una agitada. —¿Pensé que la temporada de caza aún no había comenzado? Todavía no me miró mientras levantaba mi pierna nuevamente en ángulo y arrojaba el líquido transparente sobre mi rodilla. Era frío y picaba un poco, pero sobre todo porque la piel estaba herida. Esperaba. —Sí, pero eso no les importa a algunas personas —explicó, enfocado a continuación. Supongo que eso tiene sentido. Pero, ¿cuáles eran las posibilidades...? ¿Le había dicho Amos que estaba aquí? Hizo lo mismo con la otra rodilla, que estaba raspada pero no tan grave. —¿Te vas a meter en problemas por no subir? —pregunté con un siseo ya que también me picaba. Negó, dejó la botella a un lado y agarró algunas tiras de gasa pre cortadas que frotó debajo de las heridas, secándolas. Rhodes trabajó en mí
un poco más antes de tomar un par de gasas y colocarlas sobre las heridas tratadas, sujetándolas con cinta adhesiva. —Gracias —dije en voz baja. —De nada —respondió, mirándome a los ojos brevemente —. ¿Manos o codos primero? —Los codos están bien. Necesito trabajar en mis manos; creo que esas son las que más dolerán. Asintió de nuevo, tomando mi brazo y comenzando todo el proceso de nuevo con la solución. Lo estaba secando cuando preguntó en voz baja: —¿Por qué estás sola? —Porque no tengo a nadie más que venga conmigo. Con su cabeza agachada, obtuve una gran vista de su increíble cabello. El plateado y el marrón se mezclaban a la perfección. Uno solo podía esperar verse tan bien. Al menos lo hacía. Esos ojos casi púrpuras volvieron a mirarme mientras me aplicaba algo en el codo. —Sabes que no es seguro ir de excursión sola. Aquí estaba el papá interior y el guardabosque. —Lo sé. —Porque lo sabía. Probablemente mejor que nadie—. Pero realmente no tengo otra opción. Le envié un mensaje de texto a mi tío y le dije dónde estaba. Clara también lo sabe. —Observé su rostro—. Amos preguntó cuando me iba esta mañana. Él también lo sabía. Sus rasgos no cambiaron en lo más mínimo. Amos definitivamente se lo había dicho. ¿Cierto? ¿Pero qué? Condujo todo este camino... ¿para ver cómo estaba? Conducir dos horas y media... ¿por mí? Sí, claro.
—¿Entonces te diste la vuelta en la colina? —preguntó mientras cubría mi codo con una gran tirita. —Sí —dije tímidamente—. Fue mucho más difícil de lo que esperaba. Él gruñó. —Te dije que era difícil. ¿Él se acordaba? —Sí, sé que lo hiciste, pero pensé que estabas exagerando. Hizo un sonido suave que podría haber sido un bufido... proveniente de cualquier otra persona... y sonreí. Sin embargo, no lo vio. Por suerte. —Necesito entrenar más duro antes de intentar esto de nuevo —dije. Rhodes tomó mi otro codo. Sus manos eran agradables y cálidas incluso a través de los guantes. —Probablemente sea una buena idea. —Sí… auch. Su pulgar rozó justo debajo de la herida de mi codo y sus ojos se movieron rápidamente hacia arriba. —¿Estás bien? —Sí, solo estoy siendo un bebé. Duele. —Mm-hmm. Los raspaste bastante. —Se siente como… ¡ay! Él resopló muy suavemente de nuevo. Definitivamente fue un bufido. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Volvió a tomar su pastilla para la calma? —Gracias por hacer esto —dije una vez que él tiernamente, y quiero decir tiernamente, puso otra tirita en el otro codo.
Entonces Rhodes tomó mi mano, volteando la palma hacia arriba y colocándola encima de mi pierna. —¿Cómo planeabas conducir a casa? —preguntó suavemente. —Con mis manos —bromeé e hice una mueca cuando la yema de su dedo índice rozó una de las heridas parecidas a pinchazos—. Realmente no tengo otra opción. Pensé que lloraría y sangraría todo el camino a casa. Esos ojos grises se movieron hacia mi rostro de nuevo. Sonreí mientras tomaba la solución de nuevo, pasándola por mis manos. Su pulgar rozó las pequeñas heridas allí como si se estuviera asegurando que no hubiera nada más incrustado en mi piel; luego vertió un poco más. Apreté los dientes y traté de dejar de pensar en lo que estaba haciendo. Así que hice lo que vino como una segunda naturaleza. Seguí hablando. —¿Te gusta tu trabajo? —pregunté, haciendo una mueca que no vio. Sus cejas se juntaron mientras seguía trabajando. —Por supuesto. Más ahora. Eso me distrajo. —¿Por qué ahora? —Estoy solo ahora —respondió en realidad. —¿No lo estabas antes? Un ojo gris me miró. —No, yo era cadete. —No dijo nada durante tanto tiempo, no esperaba que dijera más—. No me gustaba volver a empezar y que la gente me dijera qué hacer de nuevo. —¿Realmente te trataron como a un novato? ¿A tu edad? Eso hizo que levantara la cabeza con la expresión más divertida en su hermoso rostro.
—¿A mi edad? Apreté los labios y levanté los hombros. —No tienes veinticuatro. La boca de Rhodes hizo una mueca antes de bajar la mirada una vez más. —Todavía me llaman Rookie Rhodes. Vi sus dedos en mi palma. —¿Estabas… a cargo de mucha gente? ¿En la fuerza militar? —Sí —respondió. —¿Cuántos? Pareció pensar en ello. —Muchos. Retiré a un Suboficial Jefe Maestro. No sabía qué era eso, pero sonaba bastante importante. —¿Lo echas de menos? Pensó en ello mientras de nuevo, gentilmente, ponía una gran tirita sobre mi herida, sus dedos deslizaban los bordes hacia abajo para que se adhirieran bien. —Si. Las comisuras de su boca se blanquearon cuando tomó mi otra mano. Las suyas eran mucho más grandes que las mías, sus dedos largos y romos mientras estiraban el material de los guantes. Me di cuenta que eran manos bonitas y fuertes. De aspecto muy competentes. No era asunto mío, pero no pude evitarlo. Esto era lo máximo que me había hablado en... nunca. —Entonces, ¿por qué te jubilaste? Su boca hizo una mueca.
—¿Amos te dijo que su mamá es doctora? No me había dicho mucho de nada. —No. Me había conformado con imaginar a una mujer hermosa a la que Rhodes había amado una vez. —Ella ha querido hacer este programa tipo Médicos sin Fronteras durante años y fue aceptada. Billy no quería que ella se fuera sola, pero Am no quería ir, así que me preguntó si podía quedarse conmigo. —Me miró —. Había perdido mucho de su vida debido a mi carrera. ¿Cómo podría decirle que no? —No podrías. Entonces, no solo su ex era más que deslumbrante, sino que ella también era inteligente. No es de extrañar. —Cierto —estuvo de acuerdo fácilmente—. No quería irme si me necesitaba. Estaba listo para volver a alistarme y decidí retirarme en su lugar —explicó—. Sé que me he ido mucho, pero es menos de lo que podría haber sido. —No puedes quedarte en casa con él todo el día sin trabajar. —Traté de hacerlo sentir mejor—. Y probablemente lo volverías loco si estuvieras rondando constantemente. Hizo un sonido suave. —Lamento que lo extrañes. —Fue toda mi vida durante más de veinte años. Mejorará con el tiempo —trató de decir—. Si iba a estar en algún lugar, me alegro que esté aquí. Es el mejor lugar para crecer. —¿No volverías después que él comience la universidad? ¿Si va? —No, quiero que sepa que estoy aquí para él. No en medio del océano o a miles de kilómetros de distancia.
Algo me conmovió entonces. Cuánto estaba intentando. Cuán profundamente tenía que amar a su hijo para renunciar a algo que amaba y extrañaba tanto. Toqué su antebrazo con el dorso de mi otra mano, solo un rápido roce contra los suaves y oscuros vellos. —Tiene suerte que lo ames tanto. Sin embargo, Rhodes no dijo nada, pero sentí que su cuerpo se relajaba un poco mientras trabajaba en mi palma en silencio, sujetándome con cinta adhesiva. —Tiene mucha suerte de tener a su mamá y a su otro papá también. —La tiene —estuvo de acuerdo, casi pensativo. Cuando terminó conmigo y estaba guardando todas sus cosas en su bolso, su cadera contra mi rodilla, fui a por ello. Me incliné hacia adelante, puse mis brazos alrededor de él sin apretarlo y lo abracé. —Gracias, Rhodes. Realmente lo aprecio. Con la misma rapidez, lo solté. Tenía las mejillas enrojecidas y todo lo que dijo en voz baja fue: —De nada. —Entonces dio un paso atrás y me miró a los ojos. Las líneas en su frente estaban en pleno efecto. Si no lo conociera mejor, pensaría que estaba frunciendo el ceño—. Vamos. Te seguiré a casa.
No me enfurecí todo el camino a casa, pero tal vez hice un puchero a un cuarto de la distancia allí. Todavía me dolían las manos. Mis rodillas, tanto por dentro como por fuera, también se sentían maltratadas, y accidentalmente golpeé mi codo
contra la consola central y maldije a la mitad de los miembros de la familia Jones... porque no había nadie más con quien realmente tuviera problemas. Ni siquiera me molesté en volver a ponerme los zapatos por completo. Me los había puesto lo suficiente como para cojear hasta mi coche y entrar. Rhodes había cerrado la puerta detrás de mí, golpeando una vez en la parte superior mientras yo los sacaba a patadas y los dejaba en el asiento del pasajero. Me detuve una vez para orinar en una gasolinera, y Rhodes también se detuvo y esperó en su camioneta hasta que regresé. La frustración palpitaba en lo más profundo de mi pecho, pero traté de no concentrarme demasiado en ella. Intenté hacer la caminata. Y fallé. Pero al menos lo había intentado. De acuerdo, eso era mentira. Odiaba fallar más que nada. Muy bien, casi más que nada. Entonces, cuando vi el desvío hacia el camino de entrada a la propiedad, suspiré de alivio. Había un auto subcompacto semi familiar estacionado frente a la casa principal que vagamente recordaba que pertenecía a Johnny. No lo había vuelto a ver desde nuestra cita fallida. Rhodes fue a su lugar habitual, y yo también. Dejé en mi auto todo lo que no necesitaba, que eran todas mis cosas menos mi teléfono y las botas, que me puse casualmente, salí a ver a mi casero que ya cerraba la puerta de su camioneta, con la atención puesta en el suelo mientras yo cerraba la mía. —Rhodes —saludé. —¿Quieres venir a por una pizza? ¿Me estaba invitando? ¿En serio? ¿De nuevo? Mi corazón se saltó un latido. —Seguro. Si no te importa.
—Tengo una bolsa de hielo que puedes ponerte en el hombro —dijo en voz alta. Me miró mientras me tambaleaba, murmurando una maldición para mí misma porque cada paso dolía. —¿Estás seguro que no te vas a meter en problemas por salir temprano del trabajo? —pregunté mientras subíamos las escaleras de la terraza. Abrió la puerta y me hizo un gesto para que lo siguiera. —No, pero si alguien pregunta, ayudé a una excursionista lesionada. —Diles que estaba muy herida. Porque lo estoy. Tuve que conducir de regreso con mis muñecas doloridas. Si pudiera dar una reseña, sería fácil diez estrellas. Se detuvo en medio de cerrar la puerta y me miró. —¿Por qué no dijiste nada cuando gasolinera? Podrías haber dejado tu auto allí.
estábamos
en
la
—Porque no lo pensé. —Me encogí de hombros—. Y porque no quería ser más un bebé. Ya me viste llorar lo suficiente. Las líneas de su frente se arrugaron. —Gracias por hacerme sentir mejor. —Hice una pausa—. Y por ayudarme. Y seguirme de vuelta. Eso hizo que comenzara a moverse de nuevo, pero seguí hablando en voz alta. —Sabes, sigues siendo amable conmigo y voy a pensar que te gusto. Ese gran cuerpo se detuvo justo donde estaba y un ojo gris estaba sobre mí por encima del hombro cuando preguntó con esa voz áspera y seria: —¿Quién dice que no me gustas?
¿Perdóname? ¿Acaba de decir…? Pero tan rápido como se detuvo, comenzó a moverse de nuevo, dejándome allí. Procesando. Salí de ello. Hasta entonces no me había dado cuenta que la televisión estaba encendida, y escuché a Rhodes decir: —¿Está lista la pizza? No fue hasta que estuve en la sala de estar también que vi la cabeza de Amos sobre el respaldo del sofá. —Hola, mini John Mayer —llamé, esperando no sonar rara y sin aliento por lo que Rhodes había dicho. ¿O se parecía más a lo que había insinuado? Tendría que pensarlo más tarde. Esa pequeña expresión de satisfacción que hizo todo lo posible por ocultar cruzó sus rasgos cuando dijo: —Hola, Ora. —Luego frunció el ceño—. ¿Estabas llorando? ¿Él también podía verlo? —Antes —dije, acercándome y sosteniendo un puño como saludo ya que era lo único que no estaba herido. Golpeó con el puño de regreso, pero debió haber visto los vendajes en mis palmas porque su cabeza se movió de lado a lado un poco. —¿Qué pasó? Le mostré las manos, los codos y levanté la rodilla con la pierna rota del pantalón. —Casi me caí de la colina. Viviendo mi mejor vida. Hubo una risita desde el área de la cocina que me negué a tomar demasiado en serio. El adolescente no parecía divertido ni impresionado.
—Yo sé, ¿verdad? —bromeé débilmente. —¿Qué pasó? —preguntó otra voz. Era Johnny que venía del pasillo, secándose las manos en unos pantalones caqui almidonados. Dejó de caminar cuando me vio. El hombre apuesto sonrió abiertamente—. Oh, hola. —Hola, Johnny. —Comerá con nosotros —dijo Rhodes en voz alta desde donde estaba en la cocina, hurgando en el congelador. Johnny sonrió, mostrando unos dientes blancos brillantes que me recordaron por qué habíamos tenido una cita en primer lugar, y luego comenzamos a movernos de nuevo. Extendió su mano y le mostré mi palma brevemente antes de darle la vuelta en un puño a medias. Lo golpeó. —¿Te caíste? —Si. —¿No llegaste al lago entonces, Ora? —preguntó Amos. —No. Sucedió justo en esa colina incompleta del cruce de la muerte, y tuve que dar la vuelta. —Dije la verdad—. No estoy lo suficientemente en buena forma todavía para hacerlo en un día, aparentemente. Vomité dos veces en el camino hacia arriba. El niño hizo una mueca de disgusto que me hizo reír. —Me lavaré los dientes más tarde, no te preocupes. Esa expresión de disgusto no fue exactamente a ninguna parte, y estaba bastante segura que se alejó de mí. Habíamos llegado muy lejos. Me encantó. —¿Estás bien? —preguntó Johnny. —Viviré. Una bolsa de hielo azul fue colocada en mi rostro e incliné la cabeza hacia atrás para encontrarme con Rhodes sosteniéndola, la hendidura en su
barbilla lucía más adorable en ese momento. —Pon esto en tu hombro durante diez minutos. Lo tomé y sonreí. —Gracias. Estaba bastante segura de que murmuró: —De nada —en voz baja. Amos movió la almohada a su lado, brindándome una mirada interrogadora, y tomé el lugar, colocando la bolsa de hielo entre mi clavícula y mi hombro con una mueca de dolor por lo frío que estaba. Johnny tomó uno de los dos sillones reclinables. —La pizza debería estar lista en aproximadamente diez —le dijo a quién supuse que era Rhodes, que no respondió verbalmente. Por el sonido, estaba haciendo algo en la cocina—. ¿Qué caminata intentaste hacer? Le dije el nombre. La sonrisa de Johnny fue llamativa. —No he hecho eso. —Pensé que habías dicho que no te gustaba mucho el senderismo. —No me gusta. ¿Estaba intentando coquetear de nuevo? —Sostén esa bolsa de hielo más cerca de tu espalda. Miré por encima del hombro para encontrar al hombre que había hablado en la cocina, poniendo los platos del lavavajillas. Vi sus pantalones estirarse sobre sus muslos y trasero mientras se inclinaba. De repente, mis manos no me dolieron tanto. —Am, no olvides que es el cumpleaños de tu papá mañana. Asegúrate de llamarlo para que no llore —dijo Johnny, atrayendo
mi atención hacia ellos. —¿Es el cumpleaños de Rhodes? —pregunté. —No, de Billy —respondió Johnny. —Oh, ¿tu padrastro? Amos frunció el ceño con ese rostro que me recordaba exactamente a Rhodes. —No, él también es mi verdadero padre. —Traté de no hacer una mueca, pero debe haber sido obvio que no tenía idea de lo que estaba hablando cuando Am dijo—: Tengo dos papás. Fruncí los labios y seguí tratando de pensar en ello. —¿Pero uno no es un padrastro? Él asintió. —Bien. —Esto no era de mi incumbencia. Lo sabía. No necesité pedir una aclaración. Pero yo quería—. ¿Y tú eres su tío por parte de su... madre? —pregunté a Johnny. —Sí. ¿Habían estado... en una relación poli amorosa? ¿Una relación abierta? ¿Entonces no sabían quién era el padre biológico? ¿Johnny había estado bien con que su mejor amigo estuviera con su hermana? —Billy es nuestro otro mejor amigo —dijo Rhodes desde la cocina —. Todos nos conocemos desde que éramos niños. ¿Sus dos amigos habían estado con su hermana? Eso no tenía sentido. Miré a Am y Johnny, pero ninguno de ellos tenía una expresión que me diera alguna pista sobre cómo funcionó eso. —Entonces... ¿estaban todos... juntos? Amos se atragantó y Johnny se dobló tocando su estómago, pero fue Rhodes de nuevo quien habló.
—Ninguno de los dos está ayudando. Billy y Sofie, la madre de Am, querían tener hijos, pero Billy tenía un... trauma... —No podía tener hijos —dijo finalmente Am—. Así que le preguntó a papá. Rhodes. Papá Rhodes. En lugar de utilizar un donante. Las cosas finalmente empezaron a tener sentido. —Papá Rhodes dijo que sí, pero que él también quería ser papá y no quería simplemente... donar. Todos dijeron que estaba bien. Ahora estoy aquí. ¿Tiene sentido? —preguntó casualmente. Asentí. No había visto venir eso. Y de repente, mi pequeño corazón se hinchó. El mejor amigo de Rhodes y su esposa querían tener un hijo pero no podían, y él estuvo de acuerdo, pero insistió en ser parte de la vida del bebé. Él también había querido ser padre. ¿Pensó que nunca tendría hijos solo? ¿Con alguien más? Era... era hermoso. Y mi período debía estar muy cerca porque mis ojos se llenaron de lágrimas y dije: —Esa es una de las cosas más bonitas que he escuchado. Dos rostros horrorizados me miraron, pero fue Rhodes quien habló sonando de la misma manera. —¿Estás llorando de nuevo? ¿Cómo podía saberlo? —Quizás. Sollocé y volví mi atención a Amos, quien parecía que no estaba seguro de si consolarme o alejarse. —Ese es el tipo de amor sobre el que tienes que escribir. Eso hizo que él pusiera el mismo rostro escéptico que me había dado cuando inicialmente le mencioné que escribiera una canción sobre su
madre. —¿No crees que es extraño? —¿Me estás tomando el pelo? No. ¿Qué podría tener de extraño? Tenías dos papás que te querían pero no podían tenerte. Tienes tres personas que te quieren hasta la muerte, sin incluir a tu tío y quién sabe quién más. El resto de nosotros nos lo estamos perdiendo. —La última novia de papá pensó que tenían citas. Mantuve mi rostro tranquilo. Pero fue Rhodes quien se quejó. —Am, dame un respiro. Eso fue hace diez años. No sabía qué tan religiosa era, cómo ni siquiera creía en el divorcio. —Escuché el sonido de platos moviéndose—. Rompí con ella justo después de eso. Dije que lo sentía. Amos puso los ojos en blanco. —Fue hace ocho años. Y ella también era molesta. Apreté mis labios juntos, absorbiendo esta interacción e información. —No has conocido a ninguna otra mujer que haya visto desde entonces, Am. —Sí, porque mamá dice que necesitas teñir tu cabello para conseguir una novia, y no lo harás. —Estás hablando mucha mierda considerando que podrías volverte como yo y empezar a encontrar algunos grises cuando tengas veinte años, hombre —respondió Rhodes, sonando bastante incrédulo. Amos resopló. Y antes que pudiera decirme a mí misma que no debía entrometerme, lo hice.
—No sé sobre eso, Am. Me gusta todo el gris en el cabello de tu papá. Es realmente bueno. Luce bien. —Aunque no debería haberlo dicho, retrocedí para cubrir mis pasos lanzando—: Y no sé de nadie más, pero creo que es hermoso lo que hicieron tus padres. No hay nada de feo en el desinterés y el amor. Mordió mi anzuelo a pesar que todavía no me creía. —¿Dónde está tu papá? —preguntó el adolescente de repente, tratando de cambiar de tema, supongo—. Nunca hablas de él. Me atrapó. —Lo veo cada pocos años. Hablamos cada pocos meses. Vive en Puerto Rico. Mi mamá y él no estuvieron juntos por mucho tiempo, y él no estaba listo para establecerse cuando me tuvieron. En realidad, apenas se conocían. Creo que me ama, pero no como te aman tus papás. Amos todavía arrugó la nariz. —¿Por qué no te fuiste a vivir con él después que tu mamá...? —No está en mi certificado de nacimiento, y yo ya estaba con mis tíos cuando se enteró de lo que había sucedido. Era mejor para mí quedarme con ellos. —Eso es un desastre. —Me han pasado tantas otras cosas tristes, que ni siquiera está entre las diez primeras, Am —dije encogiéndome de hombros. Y supe que lo había hecho incómodo cuando grillos imaginarios chirriaron después. Así que me sorprendió mucho cuando una mano se acercó y palmeó mi antebrazo. Era Amos. Le sonreí y por casualidad miré hacia la cocina para ver otro par de ojos mirando en nuestra dirección.
La más leve sonrisa apareció en el rostro de Rhodes.
CAPÍTULO 17 Sabía que Jackie tenía algo en mente cuando la sorprendí, por tercera vez, mirándome y apartando inmediatamente la vista cuando se dio cuenta que la había atrapado. Todavía no habíamos hablado de la situación de Kaden. Seguíamos fingiendo que todo seguía igual, lo que técnicamente debía ser. Ella ya lo sabía desde el principio. Ahora que había tenido tiempo de pensar en ello, tenía la sensación de que no había dicho nada a nadie porque entonces Clara se enteraría de que había husmeado en su cuenta. Y tampoco estaba dispuesta a tirarla debajo del autobús y meterla en problemas. En realidad para mí no era un problema tan grande. Así que me sorprendió un poco cuando finalmente se acercó y preguntó despacio y con mucha dulzura: —¿Aurora? —¿Qué pasa? —pregunté mientras hojeaba una de las revistas de pesca que vendíamos en la tienda. Había un artículo sobre la trucha arco iris que quería consultar. Cuanto más aprendía sobre ellas, más me daba cuenta que los peces eran bastante interesantes, sinceramente. —Se acerca el cumpleaños de Amos. ¿Qué? —¿De verdad? ¿Cuándo? —El miércoles. —¿Cuántos años cumple? ¿Dieciséis? —Sí... y me preguntaba... La miré y sonreí, esperanzada en animarla.
Me devolvió la sonrisa. —¿Podría usar tu horno para hacerle un pastel de cumpleaños? Quiero darle una sorpresa. Dice que no le gusta, ni quiere uno, pero es el primero sin su mamá, y no quiero que esté triste. O que se enfade conmigo. Y pediría uno en la panadería, pero son caros —soltó, retorciéndose las manos—. Pensé que podría hacerlo un día antes y dárselo después de llegar, para que no la espere. Ni siquiera tuve que pensarlo. —Claro, Jackie. Suena bien. Pensé en ofrecerme a comprarle un pastel, pero ella parecía muy emocionada por hacerlo y no quería arruinarlo. —¿Sí? —Sí —acepté—. Ven el martes. Lo pondré en la nevera hasta que estés lista para recogerlo. Chilló. —¡Sí! ¡Gracias, Aurora! —De nada. Sonrió brevemente antes de apartar la mirada. Me imaginé que iba a tener que acabar con esto de una vez por todas. Clara estaba en la parte de atrás. —Sabes que estamos bien, ¿verdad? Sus ojos volvieron a desviarse, su sonrisa también se mantuvo pequeña y tensa. Toqué su brazo. —Está bien que lo sepas. Antes era un secreto, pero ya no lo es. Simplemente no me gusta decírselo a la gente a menos que sea necesario. No estoy enfadada en absoluto. Estamos bien, Jackie. ¿De acuerdo?
Asintió rápidamente y luego dudó antes de preguntar: —¿Se lo vas a decir a Amos? —Lo haré algún día, pero me gustaría ser yo quien se lo diga. Pero si lo haces accidentalmente, o si no te sientes cómoda guardando el secreto, también lo entiendo. Pareció pensarlo. —No, es asunto tuyo. Sólo lamento no habértelo dicho. —Está bien. Parecía que todavía tenía algo en mente, así que esperé. Tenía razón. —¿Puedo preguntarte algo? Asentí. Parecía tímida de repente. —¿Realmente escribiste sus canciones por él? —susurró. Y eso no era lo que había pensado que ella sacaría. Pensé que tal vez preguntaría si era guapo en persona o por qué habíamos roto o cualquier otra cosa. No... eso. Pero dije la verdad. —La mayoría de ellas. No los dos últimos álbumes. No me estaba atribuyendo el mérito de esos desastres. Sus ojos se abrieron de par en par. —¡Pero esos que escribiste fueron sus mejores álbumes! Me encogí de hombros pero por dentro... bueno, era agradable. —Me preguntaba qué había pasado con los dos últimos, pero ahora tiene mucho sentido —afirmó—. Fueron una mierda.
Quizá cada día me importaba menos él, su carrera y su mamá. Hacía semanas que no pensaba en ellos. Pero... Aún así, me gustó mucho. Idiotas.
Jackie siguió su plan. Como el colegio acababa de iniciar, se acercó a la tienda después y volvió a casa conmigo, para no alertar a Amos de que estaba allí. La hice entrar y salir a escondidas de la casa. Y horneamos las dos capas de pastel en moldes que había traído de casa de Clara, las dejamos reposar y enfriar durante una hora mientras ella me ayudaba a trabajar en un nuevo rompecabezas. Luego decoramos el pastel para que pareciera una enorme Oreo con un grueso glaseado de vainilla entre las capas y espolvoreamos migas de galleta por encima. Se veía increíble. Jackie le hizo unas mil fotos. Y cuando llegó el momento, me preguntó en voz baja si podía bajarla por las escaleras al día siguiente, y acepté. A la noche siguiente, me paré en la esquina del edificio y miré mientras ella se dirigía a la casa principal con mucha lentitud, balanceando ese pastel, que uno pensaría que llevaba algo de valor incalculable. Sólo volví a entrar cuando Rhodes abrió la puerta, sonriendo para mí. Esperaba que a Amos le encantara porque Jackie lo había hecho con tanto esfuerzo y emoción. Era un buen chico. Estaba segura que lo haría. Hablando de... Nos habíamos visto hace unos días y no había dicho ni una palabra sobre la proximidad de su cumpleaños, pero me había detenido y le había
comprado una tarjeta de todos modos. Se la daría a escondidas la próxima vez que habláramos. Estaba empezando a firmarla cuando alguien llamó a la puerta. —¡Entra! —grité, pensando que era Jackie. Pero el sonido de unos pasos más pesados de lo normal me dejó helada, y cuando los oí en el rellano, me di la vuelta para encontrar a Rhodes allí. Ni Jackie ni Amos. No nos habíamos visto desde el día en que me encontró en el sendero. De pasada. Lo había saludado desde el piso de arriba, había entrado el otro día mientras Amos y yo estábamos en el garaje y me había revisado los codos y las manos, y luego se había sentado a escuchar otra media hora de su hijo cantando. Muy, muy tímidamente, pero cantando delante de nosotros, lo que era un milagro en sí mismo. Supuse que había hablado en serio sobre el concurso de talentos que había planteado en torno a Yuki. Las cosas habían ido... bien. Y había intentado no confundirme con los pequeños comentarios que había dejado caer por el camino. Específicamente él diciéndome la palabra con "h". Y decir eso de ¿quién ha dicho que no me gustas? Ahora, estaba de pie a escasos metros de mí, con jeans, otra camiseta y zapatillas negras. Pero lo que más me interesaba eran sus ojos muy abiertos. —¿Qué demonios pasó aquí? —preguntó, observando la ropa que había tirado por todas partes y los zapatos que me había quitado a patadas en los extremos opuestos de la habitación. Estaba bastante segura que también estaba a medio metro de un par de bragas, para colmo. No había limpiado en... un tiempo. Hice una mueca cuando su mirada se encontró con la mía. —¿El viento se llevó todo por delante? —ofrecí.
Rhodes parpadeó. Las comisuras de su boca se tensaron durante un segundo antes de volver a la normalidad y miró al techo, luego volvió a mirarme y dijo, con esa voz seca y mandona: —Vamos. —¿A dónde? —A la casa —respondió con calma, observándome con esos intensos ojos grises. —¿Por qué? Sus cejas se alzaron. —¿Siempre haces tantas preguntas cuando alguien intenta invitarte a algún sitio? Lo pensé y sonreí. —No. El hombre inclinó la cabeza hacia un lado, y sus labios carnosos se volvieron planos. ¿Intentaba ocultar una sonrisa detrás de eso? Sus manos se dirigieron a las caderas. —Ven a la casa a comer pizza y pastel, camarada. Dudé un segundo. —¿Estás seguro? Su boca apretada se desvaneció y sólo me miró. Durante un segundo. Durante dos. Luego murmuró, casi en voz baja: —Sí, Aurora. Estoy seguro. Sonreí. Quizá debería haber preguntado si estaba realmente seguro, pero no quería que se retractara de la oferta. Así que levanté un dedo y dije: —Un minuto. En realidad estaba a punto de firmar su tarjeta de cumpleaños.
Rhodes bajó esa linda y hendida barbilla antes de volver a centrar su atención en el desastre que era el apartamento del garaje. No estaba tan mal, pero había estado en su casa lo suficiente como para saber que nuestras interpretaciones de limpieza eran bastante diferentes. No tenía un fregadero lleno de platos ni cubos de basura desbordados, pero mi ropa había dejado de encontrar poco a poco el camino hacia mi maleta en algún momento... Volví a centrarme en la tarjeta y garabateé un pequeño mensaje para mi amigo. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, AMOS! Estoy muy contenta que seamos amigos. Tu talento sólo se ve ensombrecido por tu buen corazón. Abrazos, Ora P.D. Diarrea También podría volver al momento que lo inició todo, o al menos al segundo momento. Me reí un poco antes de meter los billetes entre la tarjeta doblada. Luego volví a mirar a mi casero, que no se había movido ni un milímetro, y dije: —Estoy lista. Gracias por invitarme. Se limitó a mirarme mientras caminábamos uno al lado del otro hacia su casa. —¿Tuviste un buen día hoy? —pregunté, dando un vistazo a su silueta. Su atención estaba hacia adelante, pero sus cejas estaban unidas como si estuviera preocupado por algo. —No. —Dejó escapar un fuerte suspiro antes de negar con la cabeza —. Hubo un accidente con una niña y su papá mientras me dirigía a la
oficina. —¿Fue realmente malo? Rhodes asintió, llevando su atención hacia adelante, con los ojos vidriosos. —Tuvieron que hacer un vuelo vital a Denver. —Eso es terrible. Lo siento —dije, tocando ligeramente su codo. Su garganta se agitó, y tuve la sensación que ni siquiera había registrado mi toque. —Es muy duro. Espero que estén bien. Espero que tú también estés bien. Estoy segura que es difícil de presenciar. Se retorció las manos casi inconscientemente, imaginando o pensando en quién sabe qué, antes de sacudir finalmente la cabeza y decir con una voz preocupada que me atravesó el corazón, diciéndome exactamente lo profundo que el accidente se había metido en su piel: —Es difícil no imaginarlo siendo Am. —Estoy segura. Finalmente me miró, y esa mirada vidriosa seguía allí, al igual que las líneas de su frente. —Probablemente no ayuda que sea su cumpleaños. Me limité a asentir, sin saber qué decir para tranquilizarlo o consolarlo. Así que esperé un segundo hasta que salí con lo primero que se me ocurrió. —¿Cuándo es tu cumpleaños? Si le sorprendió mi pregunta, su rostro no lo reveló. —Marzo. —¿Marzo qué?
—Cuatro. —¿Cuántos años cumples? —Cuarenta y tres. Cuarenta y tres. Levanté las cejas. Luego volví a procesar el número. Si no fuera por todo el cabello plateado, podría parecer mucho más joven. Por otra parte, parecía exactamente el cuarentón más sexy que había visto nunca, y eso no era malo. Ni mucho menos. —¿Cuántos tienes? —preguntó de repente—. ¿Veintiséis? Sonreí al mismo tiempo que él miraba hacia abajo. —Treinta y tres. Esa increíble cabeza plateada se sacudió. —No, no los tienes. Le guiñé un ojo. —Prometo que sí. Tu hijo tiene una copia de mi licencia de conducir. Esos ojos grises recorrieron mi rostro por un momento antes de bajar aún más. Las líneas de la frente volvieron a aparecer. —¿Tienes treinta y tres años? —preguntó con lo que parecía una total incredulidad. —Treinta y cuatro en mayo —confirmé. Volvió a mirarme, y estaba bastante segura que su mirada se posó en mi pecho durante un segundo más que antes. Un segundo extra muy largo. Ah. Los dos estábamos callados cuando subimos al descanso y entramos en la casa. Johnny estaba de pie en la cocina, con una lata de cerveza en la mano y los ojos pegados al televisor. En el sofá, Amos y Jackie estaban sentados juntos, viendo la televisión también. Estaban viendo una película de acción. En la isla de la cocina había tres cajas de pizza.
Y las tres cabezas giraron para mirarme, y a Rhodes por defecto, en el momento en que nos detuvimos entre la cocina y el salón. —Hola, cumpleañero —dije, un poco más tímidamente de lo que hubiera esperado—. Hola, Jackie. Hola, Johnny. —Hola, Ora —vociferó la adolescente mientras Jackie saltaba del sofá y se acercaba a abrazarme, ahogando también el saludo de Johnny. Estábamos bien juntos, pero nunca me había abrazado, probablemente por la incomodidad. Los secretos y las mentiras pueden hacer eso a la gente. Por el rabillo del ojo, me di cuenta que Amos se ponía de pie y se dirigía a mí también, con rostro de no estar totalmente de acuerdo con la idea, pero resignado. Me estaba ganando a este chico de forma lenta pero segura. Justo cuando Jackie se apartó, me dedicó una de esas pequeñas medias sonrisas que sólo podía suponer que había aprendido de su papá y dijo: —Gracias por ayudar con el pastel. —De nada —dije—. ¿Quieres un abrazo de cumpleaños? Encorvó los hombros, me adelanté y lo rodeé con mis brazos, sintiendo que los suyos, delgados, también subían, dándome suaves y torpes palmaditas en la espalda. Era demasiado valioso. Cuando dio un paso atrás, le lancé la tarjeta. —Esto fue lo mejor que pude hacer con poco tiempo, pero feliz cumpleaños. Ni siquiera miró la tarjeta antes de tomarla tras mirar a Jackie. La abrió, su mirada recorrió el interior de esta y sus ojos grises se dirigieron a mí. Entonces me sorprendió. Sonrió.
Y en ese momento supe que en el momento en que diera el siguiente estirón, este chico iba a tener el mismo efecto que su papá tuvo en la humanidad. Alguien iba a tener que protegerlo de los buitres sexuales. Por otra parte, si desarrollaba el ceño de su papá, tal vez no. Por ahora era un niño dulce. Y esa sonrisa se mantuvo en su rostro mientras sacaba el fajo de billetes de cinco y uno. Luego dijo: —Espera —fue a su habitación y volvió con las manos vacías. Tenía los labios apretados, pero sus palabras eran claras—: Gracias, Aurora. —De nada. —¿Qué? ¿No puedo verlo? —preguntó su tío. —No —respondió Amos. Solté una risita y otra mirada a Rhodes me mostró que su boca se torcía. —¿Por qué? —preguntó el tío. —Porque es mío. —¿Puedo verlo? —preguntó Jackie, saltando de puntillas. —Más tarde. Johnny se rio. —Grosero. —Ahora que Ora está aquí, ¿podemos comer? —preguntó el cumpleañero. Al parecer, la respuesta era afirmativa. Ya había una pila de platos en el mostrador esperando. Tomé uno y me moví, colocándome al lado de Johnny, quien me miró y sonrió.
—Hola —saludó. —Hola —respondí—. ¿Cómo estás? —Genial, ¿tú? —Bastante bien. ¿Saliste con esa camarera después de todo? Se rio. —No. Nunca me llamó. —¿Miraste el trasero de otra persona en tu cita o....? Se echó a reír. —Si han terminado de coquetear, ¿qué clase de pizza quieres, amiga? —la voz de Rhodes era aguda. ¿Estábamos coqueteando? ¿Hablaba en serio? Sólo estaba bromeando. Johnny hizo que sus ojos se abrieran de par en par, y yo levanté los hombros, impotente. De acuerdo. Y no me daría cuenta hasta mucho más tarde que nadie más había reaccionado al amiga. Sólo yo. Agarré dos porciones de pizza suprema y espolvoreé un poco de parmesano antes de dirigirme a la mesa donde estaban los niños. Me senté al lado de Jackie y luego, Johnny se sentó a mi otro lado con Rhodes tomando asiento al lado de su hijo. No sabía de dónde habían salido las sillas extra. Jackie estaba preguntando a Amos si su abuelo iba a venir este fin de semana o el próximo, y lo siguiente que supe fue que el cumpleañero se centró en mí y me preguntó: —¿Vas a hacer más excursiones antes que nieve? Acababa de meterme un enorme trozo de pizza en la boca y tuve que masticarlo rápidamente antes de que me saliera: —Sí, pero tengo que empezar a comprobar el tiempo.
—¿Cuáles son tus opciones? —preguntó Rhodes. Les dije los nombres de los dos senderos fáciles que tenían menos de tres kilómetros de ida y vuelta. Sinceramente, todavía estaba un poco traumatizada. Tenía cicatrices en las palmas de las manos y en las rodillas, maldita sea. —¿Por qué? ¿Quieres ir otra vez? Probablemente vaya el sábado. Clara va a cerrar la tienda a mediodía para limpiar las alfombras. —Quiero ir —dijo Jackie. Tres grupos de cabezas se volvieron para mirarla. Ella frunció el ceño. —¿Qué? —Te quedas sin aliento caminando hasta el apartamento del garaje — murmuró Amos. —No, no lo hago. —Fuimos de caminata a Piedra River, y te detuviste antes de un kilómetro y te negaste a seguir caminando —continuó. —Sí, ¿y? —Una de las caminatas es de tres kilómetros de ida y vuelta y la otra de dos —explicó Rhodes, con cuidado pero con firmeza. La chica hizo una mueca y me esforcé por contener una sonrisa. —Te avisaré cuando haga una más corta. Si es que hago una más corta. Supongo que si sigo aquí el año que viene. Sonreí mientras establecía contacto visual con Rhodes. Su mandíbula estaba tensa. Y por el rabillo del ojo, vi que Amos ponía una expresión extraña en su rostro. ¿Por qué me miraban así? Antes que pudiera pensar demasiado en ello, Jackie empezó a hablar de lo injustos que estaban siendo porque ella solía ir de excursión todo el
tiempo, y me centré en eso durante un rato, al menos hasta que las ganas de orinar llegaron a mi vejiga como una bomba. —Vuelvo enseguida, tengo que ir al baño —dije, empujando la silla hacia atrás. Me dirigí directamente al medio baño que recordaba haber visto en mis otras visitas. Oriné y empecé a lavarme las manos, y fue cuando tomé una toalla que miré hacia abajo y vi algo pequeño y marrón corriendo por el suelo. Me quedé helada. Me incliné un poco, me asomé por el retrete y lo volví a ver. Dos ojitos. Una cola desnuda. Unos cinco centímetros de largo. Salió corriendo, desapareciendo alrededor del cubo de la basura. No estaba orgullosa de mí misma... pero grité. No muy fuerte, pero aún así fue un grito. Y luego me largué de allí. Sinceramente, no estaba segura de haberme movido tan rápido al ir por el pasillo, agradecida de haberlo visto después de ponerme los pantalones y subir la cremallera, alejándome lo más posible del baño. Que terminó siendo la cocina. Rhodes estaba de pie junto a la isla, arrancando toallas de papel cuando notó que me acercaba. Frunció el ceño. —¿Qué...? —¡Hay un roedor en el baño! —chillé y pasé junto a él, saltando prácticamente al taburete junto a la encimera, y luego saltando desde allí al respaldo del sofá con una mirada frenética hacia el suelo para asegurarme que no me habían seguido.
Por el rabillo del ojo, me di cuenta que Amos se levantaba tan rápido que la silla en la que estaba que se caía hacia atrás, y lo siguiente que supe fue que había saltado al sofá y había acabado a mi lado, con el trasero apoyado en el respaldo, con las piernas colgando a centímetros del suelo en el aire. A Johnny y a Jackie les daba igual o estaban tan aturdidos por Amos y por mí, que no se habían movido ni un centímetro de la mesa. —¿Un roedor? —preguntó Rhodes desde el mismo lugar en el que había estado. Negué con la cabeza, exhalando con fuerza para intentar bajar mi ritmo cardíaco. —No, un ratón. Sus cejas se alzaron como un centímetro, pero lo noté. —¿Estás gritando por un ratón? ¿Tenía que preguntarlo tan despacio? Tragué saliva. —¡Sí! Parpadeó. A mi lado, Amos resopló de repente en lo más profundo de su garganta como si no hubiera volcado su silla. Entonces noté que el pecho de Rhodes temblaba. —¿Qué? —pregunté, mirando de nuevo al suelo. Su pecho temblaba aún más, y apenas consiguió resoplar, con los dos ojos cerrados: —Yo... no sabía que te gustaba el parkour. Amos resopló de nuevo, bajando las piernas y plantando los pies. —Te tiraste cómo loca sobre la isla... —se atragantó Rhodes. Estaba jadeando. El hijo de puta estaba jadeando.
—¡No, no lo hice! —argumenté, empezando a sentirme un poco... tonta. No lo había hecho. No sabía cómo hacer una voltereta hacía atrás. —Saltaste de la isla al sofá —continuó Rhodes, levantando un puño para ponérselo delante de la nariz. Apenas podía hablar. —Tu rostro... Ora, estaba tan blanco —empezó Am, con el labio inferior empezando a temblar. Apreté los labios y miré fijamente a mi traidor favorito. —Mi alma dejó mi cuerpo por un segundo, Am. Y tú tampoco llegaste caminando hasta aquí, bien. Rhodes, que decidió que eso era lo iba a encontrar divertido, apenas se atragantó: —Parecía que habías visto un fantasma. Amos se echó a reír. Entonces Rhodes se echó a reír. Una rápida mirada me confirmó que Johnny también se reía, Jackie era la única que me regalaba una sonrisa. Me alegré de que alguien tuviera corazón. Se estaban riendo a carcajadas, total y completamente riendo a carcajadas. —Saben, espero que se arrastre a la boca de alguno por ser tan malos conmigo —murmuré, bromeando. Principalmente. Rhodes sonrió tanto que se acercó y le dio una palmada en la espalda a su hijo mientras ambos seguían riendo. De mí. Pero juntos.
Y tal vez no iba a poder dormir esta noche, preocupada por si había un ratón en la puerta de al lado, pero valdría la pena.
CAPÍTULO 18 Estaba sentada en la mesa leyendo cuando oí el familiar crujido de los neumáticos en la entrada. Me animé. Anoche, mientras discutíamos cuántas palabras rimadas eran demasiadas en una canción, Amos mencionó que su abuelo, el padre de Rhodes, iba a venir a pasar el fin de semana. Me había olvidado por completo de que Jackie había sacado el tema en su cena de cumpleaños. El flamante joven de dieciséis años había afirmado que pensaba hacerse el enfermo para tener una excusa y esconderse en su habitación. El caso es que no me había dado cuenta hasta entonces que nadie sacaba a relucir a los padres de Rhodes. Amos mencionaba a sus otros cuatro abuelos en fragmentos de vez en cuando, pero eso era todo. Dudaba que mis propios sobrinos hablaran alguna vez de mí, así que intenté que no me pareciera demasiado extraño... pero lo era. O al menos tenía la sensación de que había algo allí, sobre todo después que Am me dijera que el padre de Rhodes vivía en Durango, que estaba a sólo una hora de distancia. Llevaba meses con ellos. ¿No debería haber venido ya? Rhodes y Am rara vez salían juntos de casa. Tal vez parte de ello se debía a que aún estaba castigado, pero la parte más estricta había terminado, estaba bastante segura. Pero seguía sin gustarme. Me quedé donde estaba, diciéndome a mí misma que no fuera entrometida y me quedé junto a la ventana. Pero si podía oírlos desde aquí, eso era diferente. No estaba escuchando realmente si simplemente hablaban tan alto que podía oír su conversación, ¿verdad? Así es como razoné lo que hice. Mantuve la mirada en las palabras del libro que tenía delante. Pero también mantuve un oído atento. Ya había
pasado bastante tiempo mirando por la ventana mi flamante auto. Había ido a cambiarlo después del trabajo el día anterior. El todoterreno era más grande de lo que había planeado comprar, pero había sido amor a primera vista. Amos y Rhodes lo habían revisado ayer y habían aprobado mi compra. Se acercaba el invierno y todos los indicios apuntaban a que yo estaría aquí para él. Estaba pensando en eso cuando estaba bastante segura de haber oído cómo se cerraba una puerta, seguido del murmullo de Amos: —¿Por qué tiene que quedarse aquí? —Es sólo por el fin de semana —respondió su padre, sin que pareciera que dos días fueran tan poco tiempo, pero tratando de convencerse. —Lo único que va a hacer es quejarse y sacar a relucir todo lo que has hecho mal, papá, como hace siempre. Eso me hizo fruncir el ceño. —Ni siquiera le gustamos realmente. Podría venir solo a pasar el día. —No nos tomamos en serio sus palabras. Nos entra por un oído y nos sale por el otro —dijo Rhodes. Al oír eso, me animé y dejé que mis ojos se desviaran hacia la ventana. ¿Qué demonios le pasaba al abuelo? Para que Rhodes le dijera a Am que no dejara que sus palabras lo molestaran.... —No tiene sentido que te eche tanta mierda por no casarte cuando literalmente se casó con alguien que lo atacaba. —Es suficiente, Am. Sabemos cómo es, y por suerte, sólo viene un par de veces al año… —¿Aunque vivamos a una hora de distancia? El chico tenía razón.
—Lo sé, Am —habló Rhodes con suavidad—. Él viene de una época diferente. Y ya te dije que tiene muchos remordimientos, y me costó mucho tiempo aceptar que su forma de ser es su propia forma de cuidar. El chico gruñó. —¿Podemos invitar a Ora? ¿Para distraerlo? Resoplé y esperé que no me oyeran. —No, no le vamos a hacer eso. —Hubo una pausa y creo que se rio —. Sin embargo, habría sido una buena idea. Así no habría un silencio incómodo... y sería bastante divertido ver su rostro. —Sí, apuesto a que le haría contar por qué tardó tanto en divorciarse de tu madre. La puerta del auto se cerró de golpe y, una fracción de segundo después, una voz que no reconocí dijo: —Tengo una empresa que puede venir a reasfaltar el camino de entrada para ti, Tobias. Me duele la cabeza sólo de hacer este tramo. Parpadeé. —La entrada está bien, señor —respondió Rhodes con una voz que no había oído de él en meses. Su voz de la Marina, como la llamó Amos una vez que sacamos a colación el primer día que nos conocimos y lo molesto que estaba Rhodes. ¿Y quién demonios llamaba a su padre señor? —Bienvenido —continuó Rhodes. ¿Bienvenido? Tuve que cubrir mi boca con la mano para no reírme; sólo podía imaginar cómo debía estar el rostro de Amos. Me pregunté si se estaría poniendo rojo. Estaba bastante segura de haber oído pies en la entrada.
—Amos —dijo la voz desconocida—, ¿cómo está tu madre? ¿Y Billy? —Bien. —¿No has conseguido ganar peso? ¿Sigues sin hacer deporte? El silencio era penetrante. Abrumador. Estaba segura que me pitaban los oídos. —Es perfecto tal y como es —dijo Rhodes con la misma voz nítida y cuidadosa de la Marina, que apestaba a cualquier control cuidadoso que hubiera construido durante los veinte años que pasó en el ejército. Mi sexto sentido me decía que esto no iba a salir bien. Que... realmente no va a ir bien. Más que nada porque iba a ir y darle una paliza a un abuelo por hablar así de mi Amos. Mi dulce y tímido amigo tenía que estar muriéndose por dentro ahora. Sabía que estaba acomplejado por su complexión delgada, y aquí venía este cabrón y... —Tal vez lo sería si lo hubieras inscrito en alguno cuando era más joven —respondió el anciano—. Le vendría bien una hamburguesa con queso o dos. Gruñí y cerré lentamente mi libro. —Se matriculó en las cosas que le interesaban —contestó Rhodes, con una voz que sonaba cada vez más arenosa con cada sílaba—. Come más que suficiente. El miserable “Hmph” me incomodó. Dios mío, este hombre me recordó... a la señora Jones. —Un poco de músculo estaría bien si alguna vez quiere conseguir una novia. No querrás estar soltero toda tu vida como tu padre, ¿verdad? — preguntó el viejo imbécil.
Me puse de pie tan rápido que me sorprendió no haber volcado la mesa. Estos dos iban a incendiar la casa si no hacía algo. No estaba segura de haber presenciado nunca una conversación que fuera tan rápido en picada, y había escuchado muchas cosas. Amos y Rhodes eran novatos. Por suerte para ellos, yo tenía un doctorado en figuras familiares pasivo-agresivas y directamente agresivas. Y este hombre no era diferente a la mujer que yo había considerado como mi suegra. Sabía que no tenía que pasar el resto de su vida besando el trasero de este hombre para ser feliz. Se lo debía. Podría hacer esto. Subí las escaleras lo más rápido que pude y acababa de salir cuando oí la voz tensa y crispada de Rhodes, que escupía: —…Puede verse como quiera, señor. Sí, la casa se iba a quemar. Y mi apartamento en el garaje con él. Más tarde me diría que lo hacía por mí tanto como por ellos, y por eso grité, sonando como una maníaca sin aliento por subir las escaleras tan rápido —Rhodes, ¿puedes ayudarme? Hola. Amos tenía los ojos muy abiertos, y me di cuenta que estaba tratando de procesar lo que estaba haciendo mientras seguía sorprendido. De pie junto a un Mercedes G-Wagen, el señor Rhodes de más edad era más bajo que su hijo, pero el parecido estaba ahí en diferentes aspectos. La misma barbilla hendida. La forma de sus mejillas. La complexión fornida. Especialmente la forma de esa boca severa. Y me miraba fijamente. Tenía que usar mis poderes para el bien.
Al centrarme en Rhodes, vi la expresión pensativa de su rostro... la ligera confusión que había. Las líneas estaban allí a través de su frente. Su boca estaba presionada, pero dudé que fuera por mí. Seguía mirando a Rhodes cuando preguntó: —¿Qué necesitas, ángel? —Nada que no pueda esperar, lo siento —dije, esperando que sonara realmente como una disculpa y no como una imprudencia y una improvisación. Me había llamado erróneamente otra vez, pero estaba bien —. ¿Es tu padre? —pregunté, tratando de sonar dulce para que no se equivocara. —Sí. Este es Randall. Papá, esta es Aurora... nuestra amiga —dijo Rhodes en voz baja. ¿Su amiga? Eso podría ser más épico que ser su novia, honestamente. Al diablo, incluso me atrevería a decir que esto podría ser más un honor que ser la esposa de alguien. ¡Qué! Una gran sonrisa sin esfuerzo se apoderó de mi boca y, sinceramente, quizás también de todo mi rostro, ya que decidí en ese momento que no me había equivocado al venir. Estaba a punto de atenuar el ambiente tanto como fuera posible para ellos. Siempre y cuando Rhodes no me mirara mal y me dijera lárgate. Reconocía esa expresión en él. —Encantada de conocerte, Randall —dije, deteniéndome frente al hombre que estaba de pie en el fondo de la entrada. Entonces me lancé por él, dándole dulzura porque matar a la gente con amabilidad era muy satisfactorio. Le eché los brazos por los hombros y lo abracé. Estaba bastante segura de haber oído a Amos atragantarse, pero no podría confirmarlo.
Randall Rhodes se puso rígido bajo mis brazos y lo apreté más fuerte antes de dar un paso atrás y sacar la mano. Los ojos del hombre mayor se dirigieron a los de su hijo en señal de sorpresa o quizá incluso de disgusto por haber sido tocado por una extraña, antes de extender lentamente su propia mano y tomar la mía. La suya no era ni demasiado firme ni demasiado blanda, pero había aprendido a no ser la parte más débil a menos que me interesara, así que le devolví un fuerte apretón. —Encantada de conocerte —dije alegremente. El hombre mayor me miró como si no supiera qué pensar antes de volver a mirar a Rhodes. —No me dijiste que estabas viendo a alguien. —No estamos juntos —corregí, imaginando por un segundo un mundo en el que Rhodes no me mataría si fingiera ser su novia. Porque lo haría. Pero me mataría, estaba bastante segura, así que íbamos a atenernos a la verdad. —Pero ojalá así fuera, ¿sabe lo que quiero decir, señor Randall? Me reí de forma juguetona. El hombre mayor parpadeó, y no se me escapó la extensa mirada de inspección que me dirigió. No era un viejo pervertido, pero sí curioso. No estaba muerto. Tal vez un poco confundido por encima de todo. Al encontrarme con la mirada de Amos, me dio una expresión de ojos saltones que me dijo que podría estar pasando el mejor momento de su vida. —Me disculpo —dijo Randall Rhodes, sonando críptico y aún confuso—. Mi hijo no me dice nada. Rayos. Le sonreí lo más dulcemente posible.
—Los dos están tan ocupados que, seguramente, no se llaman mucho o de vez en cuando. Son cosas que pasan. No iba a echarle toda la culpa a su hijo. El rostro del hombre mayor, de muy buen aspecto, se quedó cuidadosamente en blanco. O tal vez fue cauteloso. Sí, amigo. Conozco tu juego. —Déjame poner tu bolso en la casa, y luego podemos irnos a cenar —continuó Rhodes, antes de inclinar su cuerpo hacia mí. Iban a una cena a la que no me habían invitado. Sabía leer entre líneas. —En ese caso, fue un placer conocerlo, señor Randall. Yo... La mano de Rhodes se posó en mi hombro, el lado de su meñique se posó un poco en mi clavícula desnuda. —Ven con nosotros. Levanté la cabeza para encontrarme con sus ojos grises. Tenía su rostro serio y estaba bastante segura que había utilizado su voz de la Marina, pero no había prestado suficiente atención porque me había distraído con su dedo. —Estoy segura que los tres querrán pasar un buen rato juntos.... Me quedé sin palabras, con cautela, sin saber si quería que me fuera o... ¿no? —Ven con nosotros, Ora. —Fue Amos quien habló. Pero no era él quien me preocupaba. La gran mano de Rhodes me dio un suave apretón en el hombro, y estaba bastante segura que su mirada se suavizó, porque su voz definitivamente lo hizo. —Ven con nosotros.
—¿Me lo preguntas o me lo dices? —susurré—. Porque estás susurrando, pero sigues usando tu voz de jefe. Su boca se torció y bajó la voz para responder: —¿Ambas? Sonreí. Quiero decir, está bien. Todavía no estaba en una buena parte de mi libro, y tampoco había cenado. —De acuerdo entonces. Claro, si no le importa a ninguno. —No —murmuró Am. —En absoluto —respondió el señor Randall, que seguía mirándome especulativamente. —Entonces esperaré aquí afuera mientras colocas sus cosas —dije. —Voy a acompañarlos. Me gustaría lavarme las manos antes de irnos —dijo Randall. Rhodes me dio otro apretón antes de apartarse y dirigirse a la parte trasera del Mercedes de su padre. En un abrir y cerrar de ojos, había sacado una maleta de la parte trasera y se dirigían al interior de la casa. Amos se quedó afuera conmigo y, en cuanto se cerró la puerta, dije: —Lo siento mucho, Am. Es que lo escuché ser tan grosero, y ustedes estaban tratando de ser educados, y me di cuenta que tu papá estaba a punto de perder la cabeza, y sólo quería ayudar. El chico avanzó y me rodeó con sus brazos, dudó un segundo y luego me dio una torpe palmadita en la espalda. —Gracias, Ora. Me abrazó. Me abrazó, demonios. Se sentía como mi cumpleaños. Le devolví el abrazo muy fuerte y traté que no viera la lágrima en mi ojo para no arruinarlo. —¿Gracias por qué? Tu padre me va a matar.
Lo sentí reír contra mí antes que bajara los brazos y diera un gran paso atrás, con las mejillas un poco sonrojadas. Pero estaba sonriendo, esa dulce y tímida sonrisa que rara vez compartía. —No lo hará. —Estoy cincuenta por ciento segura que podría suceder —afirmé—. Va a enterrarme en algún lugar donde nadie me encuentre, y sé que podría hacerlo porque estoy segura que tiene un montón de lugares elegidos donde, si alguna vez tuviera que hacerlo, podría lograrlo. De todas formas, ¿por qué tu abuelo es tan malo? Amos sonrió un poco. —Papá dice que es porque sus padres eran muy malos con él; luego se casó con mi abuela, que era igual de mala y estaba loca, pero él no lo supo hasta que fue demasiado tarde, y se ha pasado toda la vida intentando ganar más y más dinero porque no tuvo nada al crecer. Eso lo haría malo. Seguro. Y quería preguntar sobre la madre/abuela loca, pero pensé que no teníamos tiempo para entrar en eso. —Está bien —intentó asegurarme—. Le estás haciendo un favor a papá. Lo miré fijamente. —¿Cómo? —Porque él no habla, pero tú sí, y lo salvarás de su padre. Hice una mueca. —¿Estás seguro que debo ir a cenar? No quiero... El chico gimió y puso los ojos en blanco. Me reí y luego puse los ojos en blanco hacia él. —Si estás seguro. Pero si intenta llevarme a algún sitio para deshacerse de mi cuerpo, quiero que al menos me des un buen entierro, Am. Necesito mi bolso.
—Iré a buscarlo —ofreció un segundo antes de decir—: Vuelvo enseguida. —Se detuvo de repente y dijo—: Gracias, Ora. Luego se fue. Corriendo. Amos estaba corriendo. Esperaba que esto saliera bien.
Si no hubiera vivido la tensión del día en que Amos, Rhodes y yo hicimos la caminata de seis kilómetros para ver las cascadas, me habría sorprendido el nivel de incomodidad que alcanzó la cena entre ellos dos y el señor Randall. Pero toda mi relación con Kaden, teniendo que lidiar con el Anticristo, había sido una preparación para esto. Y en otra vida, habría considerado que mi relación con esa mujer había sido un entrenamiento para lidiar no sólo con el señor Randall, sino con todas las personas difíciles que había encontrado. No me extrañó que Amos y Rhodes no me dijeran que me fuera cuando llegué corriendo. Las quejas y las críticas empezaron incluso antes de subir al Bronco de Rhodes, con el señor Randall resoplando y sugiriendo: —Podemos llevar mi Mercedes para estar más cómodos. Había mantenido la boca cerrada, pero Rhodes, que luego apostaría que ya había escuchado este argumento, dijo: —El Bronco está bien. Era sólo el principio. Observé con el rabillo del ojo al señor Randall mientras se subía al asiento delantero y yo a la parte trasera con Amos. Cinco minutos más tarde, se puso en marcha de nuevo con él diciendo:
—No creo que ninguno de nosotros se quejará si conduces un poco por encima del límite de velocidad. Rhodes ni siquiera miró por encima. —No iré con exceso de velocidad. Soy un agente de paz. ¿Cómo se vería si me pusieran una multa? —¿Un agente de paz? —se burló de esa manera que decía que no tenía muy buena opinión de la ocupación de su hijo—. Eres un guardabosques. En mi mente, era el momento de entrometerme, así que dije desde el fondo: —Un gran guardabosques. Una vez, Amos y yo estábamos en el garaje, y nunca adivinaras lo que se nos ocurrió. Silencio. Y ese silencio continuó incluso después que cubriera mi boca con la mano y le hiciera una mueca a Amos, que miró al techo y apretó los labios para no reír a carcajadas. —Bien, no necesitas adivinar. Te lo diré. Creímos encontrar un halcón, pero no lo era. Y entonces divagué durante cinco minutos, hablándole del águila real y de que Rhodes se reía de mí y de que el águila seguía en rehabilitación pero que, con suerte, sería liberada pronto. Acababa de preguntar por mi majestuoso amigo, y él lo había averiguado por mí. Finalmente, Rhodes aparcó en paralelo en la calle principal y salimos, siguiéndolo hasta el restaurante mexicano con vistas al río en el que había quedado con Johnny. Randall Rhodes suspiró cuando tuvimos que esperar dos minutos enteros para conseguir una mesa, mientras yo le preguntaba a Amos sobre la escuela, con cuidado de no mencionar su música porque no quería que el viejo lo criticara por ello. Podría ser yo quien enterrara su cuerpo en algún lugar si ese fuera el caso. Los dos hombres se quedaron
allí, mirando a propósito a su alrededor y sin hablarse, con una tensión asfixiante. De camino a la mesa, vi a algunos clientes de la tienda y los saludé, mientras Amos me acompañaba. Para cuando llegamos, Rhodes y su padre estaban allí, y supe que no me imaginaba a Am empujándome hacia su padre antes de deslizarse de mala gana en el asiento más cercano a su abuelo y ganarse un: —La dama se sienta primero, Amos. ¿Cómo es que Billy no te enseñó eso? —Mis primos dirían que no soy realmente una dama —intenté bromear mientras me detenía junto a Rhodes, ya que era allí donde su hijo me había guiado. Sonreí, sin saber si había hecho lo correcto. Me sacó la silla. Muy bien entonces. La tomé. Ninguno de ellos dijo una palabra mientras mirábamos el menú. Miré furtivamente a Rhodes, y él debió percibirlo porque sus ojos se dirigieron hacia mí. Su boca se torció un poco. Lo tomé como una señal. Cuanto más hablaba, menos posibilidades tenía el señor Randall de ser grosero. Y eso es lo que hice durante la siguiente hora. Les conté una historia tras otra sobre algo que había ocurrido en la tienda. Amos fue el único que se rio, pero atrapé a Rhodes moviendo la boca un par de veces. Su padre, en cambio, se conformó con concentrarse en las patatas fritas y la salsa, y mirarme como si no supiera muy bien qué pensar. No creo que tuviera la intención de ser atrapado, pero su mirada iba y venía entre su hijo y yo con demasiada frecuencia, como si no estuviera seguro de nosotros. El señor Randall se levantó para encontrar el servicio, pero lo sorprendí pagando la cuenta cuando yo también me levanté para ir. ¿Para
evitar discutir con Rhodes? No lo sabía, pero le di las gracias mientras caminaba hacia el auto y se limitó a asentir. El viaje de vuelta a la casa fue silencioso y me sentí intimidada, así que no dije nada. Amos estuvo hablando por teléfono todo el tiempo, y yo aproveché la oportunidad, ya que había servicio de telefonía móvil fuera de la carretera principal, para comprobar por fin el mío por primera vez en toda la noche. Había mensajes de Nori y de mi tía esperando. Abrí primero el de mi amiga. Nori: Lo logré [foto de arroz con gandules]. Yo: [emoji de cara babeante] Por favor, ven a cocinar para mí. Me contestó inmediatamente. Nori: Ven a visitarme primero. Yu sigue hablando de lo bien que se la pasó. Eso me hizo sonreír, y abrí los mensajes de mi tía. Tía Carolina: El anticristo acaba de enviarme un correo electrónico para pedir tu número de teléfono. Se ofreció a pagar por él! Tía Carolina: [imagen adjunta de una captura de pantalla de su correo electrónico] Caí y lo leí. Y sí, la señora Jones había perdido la cabeza. Se ofrecía a pagarle a mi tía por mi número de teléfono. Vaya. Esa mujer literalmente no había escuchado la palabra no en años. Era bueno saber que estaba desesperada ya que la había bloqueado en Facebook también. Yo: Nunca me he sentido tan honrada. ¡500 dólares! Vaya. La señora Jones gastaba quinientos dólares en una cena. ¿De verdad? Eso ya no era nada para ella. Pensé en eso durante todo el viaje de vuelta. En cómo una persona puede desechar a otra y luego decidir que la quiere de vuelta después de todo. Con fines egoístas. No porque me tuviera mucho cariño o pensara que yo podía hacer feliz a su hijo.
¿Cómo podían pensar que iba a perdonar y olvidar? Esto no era 50 First Dates. No olvidaría lo que habían hecho. ¿Y realmente pensaban tan poco en mí? ¿De mi familia? ¿Qué me delatarían por quinientos? Por diez mil, lo harían totalmente. Pero luego me avisarían para cambiar el número, nos iríamos a comer y reiríamos mucho. Me quedé pensando en esa mierda durante demasiado tiempo mientras Rhodes conducía la camioneta, que estaba realmente bien restaurada ahora que por fin había visto su interior, por el camino de entrada. Salimos todos y Am se dirigió a la puerta de entrada, arrastrando los pies. Rhodes se quedó junto al auto y el señor Randall se dirigió a su auto, murmurando sobre que había dejado algo en él. Y me quedé allí antes de decir: —Adiós, Amos. Adiós, Rhodes. Nos vemos mañana chicos. Gracias por invitarme. No estaba segura de cuáles eran sus planes, y sólo podía desearles lo mejor. Sin embargo, Rhodes se volvió y me clavó su rostro serio, todo ángulos y huesos duros. Estaba muy cerca, y bajó la voz para que sólo yo pudiera oírlo. —Gracias por venir con nosotros. Podía sentir el calor que desprendía su cuerpo. —De nada. Sonreí. —Te debo una. Sacudí la cabeza. —No lo haces, pero si quieres darme algún consejo sobre esquí o raquetas de nieve, lo aceptaré.
Aquellos increíbles ojos grises recorrieron mi rostro y le tocó asentir. —Lo tienes. Los dos nos quedamos mirando el uno al otro, el silencio entre nosotros era espeso y pesado. Al bajar la mirada, me fijé en sus manos en puños a los lados. Me obligué a dar un paso atrás. —Buenas noches. Buena suerte. —Luego di otro paso—. Buenas noches, señor Randall. Gracias de nuevo por la cena. El hombre mayor ya estaba en su auto con la puerta del lado del conductor abierta. Pareció ponerse de pie, pero no se dio la vuelta antes de responder: —De nada. Buenas noches. Rhodes y Am desaparecieron dentro de la casa justo cuando estaba a medio camino del apartamento del garaje cuando el señor Randall volvió a hablar. —¿Me odian? Me detuve y lo encontré de pie entre la puerta abierta y el asiento. El débil resplandor de la luz de la cúpula lo iluminaba desde atrás, indicándome que estaba mirando en mi dirección. Titubeé. Dudé mucho. —Puedes decirme la verdad; puedo soportarlo —continuó el señor Randall, con su voz de acero. Y aún así, vacilé. Luego apreté los labios durante un segundo antes de decirle: —No creo que lo hagan. Ni siquiera sabía hasta hace una semana que usted... estaba por aquí. —Me odian.
—Si eso es lo que piensa, señor Randall, no entiendo por qué me pregunta. Le he dicho la verdad. No creo que lo hagan, pero.... —¿Debo irme? —preguntó de repente. —Mire, sé muy, muy poco sobre tu situación con ellos. Como dije, no sabía hasta hace una semana que Rhodes… Tobias… como sea que lo llame, tenía un padre. He vivido aquí desde junio, y nunca lo había visto antes. Al igual que su hijo y su nieto, volvió a sumirse en el silencio. —¿Quiere que lo odien? —pregunté. —¿Qué te parece? —espetó. —Que me está haciendo una pregunta y ahora está siendo un poco grosero —dije—. Y que estaba siendo grosero con Am y con Rhodes… Tobias y ahora intenta darle la vuelta a esto y parecer la víctima. —¿Disculpa? Oh, hombre, realmente era mucho más fácil cuando no tenía que preocuparme por mi futuro con alguien cuando estaba siendo idiota. —Criticó a Amos. Habló mal de su hijo. Mi tío tiene tres hijos, y todos piensan que es el mejor. Yo creo que es el mejor. Mi padre casi no estuvo mientras crecía, y a veces me hubiera gustado que estuviera. Pero usted parece un hombre bastante decente. «Como le dije, no sé cuál es su situación, cuáles son sus antecedentes, pero conozco a Amos y un poco a Rhodes. Y él adora a su hijo, como lo haría un buen padre. Sé que Am lo sabe, pero no en gran medida, porque no ve la forma en que su papá lo mira, pero Rhodes sigue intentándolo a pesar que son completamente opuestos, excepto por tener la misma mirada y tranquilidad. «Todo lo que digo es que si le preocupa lo suficiente lo que piensan de usted como para preguntarme, creo que sí, le importa. Y si le importa,
entonces tal vez debería hacer un esfuerzo positivo. Es un hombre adulto, no estaría aquí si no quisiera, ¿verdad? No dijo nada. No dijo nada durante mucho, mucho tiempo mientras nos quedábamos mirando el uno al otro. O, al menos, tratando de mirarnos, ya que estaba oscureciendo bastante y la luz de su cúpula se había apagado por fin. Y como había pasado tanto tiempo y seguía sin sacar nada más, supuse, y más bien esperé, que estuviera pensando en lo que había dicho. Pero aún así añadí: —No podemos elegir en qué se convierten o quiénes son las personas que amamos, pero sí podemos elegir si queremos quedarnos. Si queremos que lo sepan también, que vale la pena quedarse. De todos modos, nos vemos, señor Randall. Su hijo y su nieto son bastante impresionantes. Buenas noches. No fue hasta que volví a subir, que me di cuenta de lo que había notado pero no le había prestado suficiente atención. En realidad, nunca había oído cerrarse la puerta principal cuando Amos y su padre habían entrado. Rhodes había estado de pie en la puerta todo el tiempo.
CAPÍTULO 19 —Muchas gracias. Estaré allí en un rato —dije en mi teléfono antes de colgar. La emoción pura brilló por mis venas cuando comencé a recolectar mi agua y comida para el día. Acababa de terminar de juntar dos sándwiches cuando el sonido de un coche saliendo se filtró en el apartamento, lo que me hizo detenerme por un segundo. Me preguntaba adónde iban. Anoche no había sido el peor momento que había pasado, pero tampoco había sido el mejor. Buena suerte para ellos. Acababa de poner mis cosas en mi mochila cuando alguien llamó a la puerta seguido de un: —¡Ora! Era Am. —¡Adelante! —grité una fracción de segundo antes que la puerta se abriera con un crujido y el sonido de sus pasos me advirtiera que se acercaba. Efectivamente, acababa de terminar con la cremallera cuando soltó un bufido: —¿Puedo pasar el rato aquí? Ya estaba sonriendo cuando miré hacia arriba y lo encontré despejando el rellano, pisando fuerte hacia la mesa. —Por supuesto que puedes. —Hice una pausa y lo pensé—. Aunque pensé que ibas a hacer cosas con tu abuelo hoy. Amos dejó escapar un suspiro antes de dejarse caer en una de las sillas alrededor de la mesita.
—Se fue hace un segundo después papá y él comenzaron a discutir. —Se inclinó hacia adelante y recogió una de las piezas de un rompecabezas que apenas había comenzado a armar—. Papá está enfadado ahora y no quiero estar cerca de él. Oh. ¿Qué sucedió? No pregunté mientras recogía mi mochila y la ponía sobre mi hombro. —Eso apesta, Am. Lo siento. Me voy, pero ¿quieres venir conmigo? Si tu papá te deja. Todavía estaba inclinado sobre el rompecabezas. —¿A dónde vas? —Estoy alquilando un todoterreno. El adolescente negó con la cabeza. —No. Me encogí de hombros. —De acuerdo entonces. Termina ese rompecabezas si quieres. Amos ni siquiera miró hacia arriba mientras asentía, y me reí disimuladamente al salir, preguntándome qué diablos había pasado con Rhodes y su padre. Acababa de abrir la puerta cuando vi la figura hurgando en el asiento trasero de su camión de trabajo. ¿Estaba él…? —¡Hola, Rhodes! —grité. Los músculos de su espalda se tensaron antes que se levantara y me mirara fijamente. Sí, Amos no había estado bromeando. Estaba de malhumor. Algo que tenía que ser afecto se agitó en mi pecho, y no pude evitar sonreírle incluso cuando frunció el ceño. Rhodes era bastante lindo incluso cuando estaba enojado.
—Hola —respondió, sin moverse ni un centímetro. —Vi que tu papá se fue —dije, acercándome a él. Él gruñó. ¿Qué diablos había pasado? —Am está en el apartamento... —Estaba tan malhumorado y tal vez esto no sería una buena idea, pero tal vez sí. Prácticamente había insinuado que le gustaba, así que…. —Iba a invitarte a que vinieras conmigo, pero creo que solo te voy a decir que vengas. Esas pestañas gruesas cayeron sobre sus ojos de color gris púrpura. Sonreí, luego incliné mi cabeza hacia mi auto. —No creo que hoy sea una buena compañía —murmuró. —Eso es subjetivo, pero deberías venir de todos modos —dije—. Ni siquiera tienes que hablar si no quieres. Aunque tal vez te desahogues. El hombre gruñó y empezó a negar con la cabeza. —No, no es una buena idea. Sabía lo que podía manejar, y él de malhumor no era nada. —Bien entonces. Regresaré esta tarde. —Di un paso atrás—. Deséame suerte. Había comenzado a volverse hacia su camioneta cuando de repente se detuvo y me miró de nuevo, con la sospecha burbujeando bajo el malhumor en el que se formaban sus rasgos. —Adiós… —¿A dónde vas? Le dije el nombre del lugar donde alquilaba el todoterreno. —¿Vas a hacer una caminata? —preguntó lentamente.
—No. —Extendí ambas manos hacia adelante e hice un gesto de conducción—. Alquilé un Razorback todoterreno. —Le levanté una mano antes que pudiera hacer otra pregunta—. ¡Muy bien, nos vemos luego! —¿Sabes lo que estás haciendo? —¿Alguien sabe realmente lo que está haciendo? —bromeé. No hubo ni un segundo de vacilación antes de inclinar la cabeza hacia el cielo, soltar un bufido y luego gruñir: —Dame un segundo. Me detuve y traté de mantener mis rasgos uniformes. —¿Quieres venir después de todo? Ya se estaba moviendo hacia la casa después de cerrar de golpe la puerta del auto. —Espérame. No pude evitar sonreír cuando miré hacia el apartamento y encontré a Amos en la ventana. Levanté un pulgar hacia él. Estaba bastante segura que sonrió. Fiel a su palabra, Rhodes había vuelto con su mochila y lo que parecían dos chaquetas en la mano, tal vez uno o dos minutos más tarde. Todavía se veía bastante enfadado, pero no me lo tomé en serio. Tal vez me diría lo que sucedió que hizo que su padre se fuera temprano y posiblemente arruinara su estado de ánimo, pero tal vez no lo haría. Sin embargo, con suerte, tal vez, solo tal vez, podría ayudar a cambiar un poco su día. Ese era mi objetivo al menos. Incluso si no hablaba, estaba bien. Su boca era una línea delgada mientras se dirigía directamente hacia la puerta del pasajero, haciendo una pausa justo cuando llegó allí antes de gritar: —Voy con Aurora, Am. No salgas de casa. Regresaremos más tarde. Lo que le hizo gritar:
—¡Bien! Ese chico sonaba demasiado emocionado para quedarse solo en casa. Reprimí una sonrisa mientras subía al coche y vi como Rhodes hacía lo mismo. No fue hasta que estábamos camino abajo, girando hacia la carretera principal, que preguntó: —¿Ibas a hacer esto tú sola? Mantuve mi atención hacia adelante. —Sí, he querido hacerlo durante algunas semanas. Murmuró algo en voz baja mientras cambiaba su peso en mi asiento delantero. Alguien estaba realmente de mal humor. —Habría invitado a Clara y Jackie, pero sé que tenían planes con sus hermanos, y le pregunté a Amos, pero él dijo que no, y realmente no tengo ningún cliente de la tienda que conozca lo suficientemente bien como para invitar —expliqué—. Creo que estamos llegando allí, pero todavía no. El “Humph” de Rhodes me hizo reprimir otra sonrisa. Tal vez venía porque no tenía nada más que hacer ahora, lo cual dudaba, pero tenía la sensación de que había venido para asegurarse que no hiciera nada estúpido. Esperé hasta saber que nos estábamos acercando al campamento antes de ofrecer: —Sabes, si quieres hablar sobre lo que sea que te moleste, soy una buena oyente. No siempre suelto la lengua. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las rodillas tan abiertas como podían en mi asiento del pasajero. Todavía podía sentir la tensión saliendo de su cuerpo, así que no me sorprendí del todo cuando gruñó: —Creo que venir podría haber sido una mala idea.
—Tal vez, pero no te llevaré de regreso a casa ahora, así que haz tu mejor esfuerzo si quieres. O no lo hagas —dije. No pasé desapercibida la mirada que me envió, en parte sorprendida por el mensaje y tal vez incluso un poco molesta. Ni siquiera fue una sorpresa cuando se mantuvo callado el resto del camino, yo tarareando una canción de Yuki en voz baja hasta que estacioné el auto y ambos salimos. Había un camión grande con un remolque aún más grande estacionado al comienzo de la ruta del todoterreno, y saludé al cliente que conocí que me había contado todo sobre su negocio de todoterrenos. —Hola, Ora —gritó el hombre, que ya sostenía un portapapeles con los papeles que me había advertido que tendría que firmar. —Hola, Andy —saludé, estrechándole la mano cuando la extendió. Rhodes se detuvo justo a mi lado, su brazo rozaba el mío—. Este es Rhodes. Rhodes, este es Andy. Fue Andy quien extendió la mano primero. —Eres el guardabosque de la zona, ¿no? Mi casero asintió, dándole una fuerte sacudida. —He trabajado con tu compañero antes —dijo, su tono todavía bastante enojado. Andy hizo una mueca, no estaba segura de lo que podría haber significado antes de volver a centrarse en mí y decir: —Terminemos con este papeleo para que puedas empezar, ¿qué dices? —Yo digo que lo hagamos —dije con una sonrisa. El brazo a mi lado rozó de nuevo, y también le dediqué una sonrisa a Rhodes, ganándome una mueca de esa boca. Pero no me perdí la forma en que su mirada pasó de mis ojos a mi boca y viceversa, y no me imaginé el
suave suspiro que dejó escapar lentamente antes de volverme hacia el hombre que alquilaba el todoterreno. No me tomó más de diez minutos completar todos los formularios de consentimiento y divulgaciones y que él explicara brevemente cómo usar el todoterreno. Le había dado la información de mi tarjeta de crédito por teléfono, así que el pago ya estaba hecho. Andy hizo una pausa para pensar por un segundo antes de sacar dos cascos de la parte trasera de su camioneta y lanzar una sugerencia de que usemos lentes de sol. Luego me entregó las llaves, y finalmente miré a Rhodes y pregunté: —¿Quieres conducir primero? —Puedes ir primero —dijo con esa voz gruñona. No tuvo que decírmelo dos veces. Sin embargo, lo que hizo fue entregar una de las chaquetas que había traído. Me la puse, la abroché y luego até mi mochila en la parte de atrás antes de saltar al asiento del conductor. Rhodes entró también, con el rostro todavía pétreo, y se abrochó el cinturón. Fue entonces cuando finalmente se volvió un poco y preguntó serio: —¿Sabes a dónde vas? Encendí el todoterreno y sonreí. —No, pero lo resolveremos. Y luego pisé el acelerador y partimos.
En lo que tal vez fue una media hora después, Rhodes golpeó con las manos la consola frente a su asiento y se giró para mirarme con los ojos más abiertos, ¿en estado de conmoción? ¿Alarma? ¿Pánico? ¿Quizás todo lo anterior?
Para darle crédito, no estaba pálido. Sus mejillas estaban rosadas bajo el vello facial plateado y castaño, pero no parecía asustado. Honestamente, su expresión estaba más cerca de la del mapache rabioso que cualquier otra cosa. Sonreí. —Divertido, ¿eh? Su boca se abrió un poco, pero no salió ninguna palabra. Me había divertido al menos. La suspensión que tenía el todoterreno era increíble, así que estaba bastante segura que no tendría un coxis magullado o nada (habiendo estado allí y hecho eso antes, no era divertido) pero incluso si lo hiciera terminar con uno, hubiera valido la pena totalmente. Eso había sido asombroso. En un momento, las manos de Rhodes se habían formado en puños apretados en su regazo... cuando no había estado agarrando los rieles más cercanos en mis giros súper bruscos. Y cuando pisé el acelerador rápido. Y cuando no puse los frenos y seguí yendo a la misma velocidad a la que había estado. —¿Qué... diablos... fue... eso? —preguntó lentamente, cada palabra salía de su boca con dos segundos de diferencia con respecto a la anterior. Desabroché mi cinturón de seguridad y apagué el vehículo, decidiendo que un descanso para tomar agua sería bastante bueno ahora. El parabrisas había evitado que entrara mucho polvo, pero lo suficiente, más que probablemente mientras me reía, para secarme la boca y la garganta. —¿Divirtiéndome? —respondí—. ¿Quieres un poco de agua? Rhodes negó con la cabeza lentamente, con los ojos aún muy abiertos, los dedos aún agarrando la consola. —Quiero un poco de agua, pero primero quiero saber, ¿qué diablos fue eso?
—¿Te asusté? —pregunté, sintiéndome preocupada de repente—. Te pregunté si estabas bien un par de veces, pero no dijiste nada, y te dije que confiaras en mí justo después que despegamos. Lo siento si te preocupé. —Simplemente condujiste como un... como un... —¿Conductor de coche de rally? —sugerí. Estoy bastante segura que el hombre de cuarenta y dos años me miró mal. —Sí. Pensé que ibas a conducir, a cinco, tal vez a diez millas por hora, y vi… vi el velocímetro —acusó. Hice una mueca. Yo también lo creí. —¿Dónde aprendiste a conducir así? —finalmente se las arregló para preguntar, con la boca todavía ligeramente abierta. Me apoyé en el respaldo del asiento y le dediqué una sonrisa moderada. —De un conductor de coches de rally. Me miró por un momento; luego su boca se torció hacia un lado. Esos ojos grises se movieron rápidamente hacia el techo del vehículo al mismo tiempo que su expresión pasó de irritada a pensativa. Entonces, y solo entonces, la boca de Rhodes se torció antes de decir, con su atención aún creciente: —Debería estar sorprendido, pero de alguna manera no lo estoy. ¿Fue un cumplido o no? Sonreí de nuevo, aunque no es que él lo viera. —Mi amiga Yuki, ¿la recuerdas? ¿Mi amiga que vino de visita? De todos modos, ella tiene esta granja y una de sus hermanas estaba saliendo con un conductor de autos de rally que trajo ese fin de semana. En pocas palabras, nos mostró algunas cosas. —Solté un bufido antes que me echara a reír—. Yuki manejó el todoterreno, pero aparte de eso, fue muy divertido. Dijo que tenía un talento natural.
Su mirada se posó en mí entonces, y su boca se torció aún un momento más antes de bajar la barbilla y presionar los labios. —¿Un talento natural? Me encogí de hombros. —Tengo miedo de los animales que transmiten enfermedades, alturas y personas decepcionantes. No tengo miedo de morir. —Oh —fue lo que dijo. La mueca de su boca se desmoronó mientras me miraba. Realmente era demasiado guapo para su propio bien. Y necesitaba dejar de mirar su rostro. —Brum, brum, ¿quieres volver? —pregunté. Este atractivo hombre pasó una mano por su cabello castaño plateado y asintió después de un momento. Pero había algo en sus ojos... ¿diversión? ¿Quizás? —Eres una amenaza para la sociedad, pero estoy fuera de horario — dijo—. Muéstrame lo que tienes. Tomamos un trago de agua y despegamos de nuevo.
Un rato más tarde, después que paramos y él se puso al volante, nos detuvimos de nuevo en un pequeño claro. Le entregué a Rhodes uno de los dos sándwiches que había empacado y nos sentamos en una zona del césped al sol. Apenas nos habíamos hablado, los dos estábamos demasiado ocupados apretando los dientes y yendo más rápido de lo sugerido o seguro, pero era temporada baja y no había otros remolques estacionados, así que lo hicimos. Al menos eso es lo que asumí cuando no dijo nada sobre reducir la velocidad.
Dos o tres veces, escuché a Rhodes reír, y no pude evitar sonreír cada vez que lo hacía. Lentamente, la mayor parte de su tensión se había desvanecido de sus hombros y pecho. Fue cuando estiró las piernas frente a él, con una mano detrás de la espalda y la otra sosteniendo el sándwich hasta la boca mientras comía el jamón y el queso en bocados prolijos, que dijo: —Gracias por traerme. Tuve que esperar para responder porque tenía la boca llena. —Eres bienvenido. Gracias por venir conmigo. Ninguno de los dos dijo una palabra durante un rato, comiendo un poco más, empapándonos de los cálidos rayos del sol. Después de todo, era un hermoso día. El cielo era mi tono de azul favorito, un color que no hubiera imaginado que fuera real a menos que lo hubiera visto con mis propios ojos. El silencio era cómodo. Consolador. Los pequeños sonidos de los pájaros en los árboles fueron un recordatorio de que había más que solo nosotros. La vida continuaba de una manera que no tenía nada que ver con nuestras vidas humanas. Más de lo que jamás le admitiría, para no hacerlo sentir extraño, me gustaba no estar sola. Que este hombre grande y estoico estuviera aquí conmigo y que, con suerte, estaba cambiando su día al menos un poco. Era lo menos que podía hacer después que tantas personas a lo largo de mi vida habían hecho lo mismo por mí, tratando de animarme cuando las cosas no iban bien. —Mi papá y yo discutimos antes que se fuera —dijo de repente, sosteniendo lo que quedaba de su sándwich. Esperé, tomando otro bocado. —Olvidé lo mucho que me enfada. Seguí esperando a que dijera algo más, y le tomó un par de bocados más para continuar.
—Sé que a Am no le importa si se queda o se va, pero a mí sí. Los negocios siempre han sido más importantes para él que cualquier otra cosa —siguió hablando Rhodes con voz tranquila—. Creo que de verdad se siente culpable por una vez en su vida, pero... No sabía cómo se sentía. Realmente no. Y por eso creo que puse mi mano sobre la suya. Porque entendía lo que era que la gente te decepcionara. Sus ojos se encontraron con los míos y se quedaron allí. Todavía había frustración en su mirada, pero era menos. Sobre todo porque había algo más en ellos. Algo que no estaba totalmente segura de entender o reconocer. Moví mi pulgar un poco, el pulpejo rozó una cicatriz levantada. Al mirar hacia abajo, vi que la línea arrugada era pálida y tenía unos cinco centímetros de largo. La toqué de nuevo, y sintiendo que él podría querer una salida al hablar sobre su padre, acerca de algo personal para él, pregunté: —¿De qué es? —Estaba... trabajando en un toro... Debo haber hecho una mueca porque una de las comisuras de su boca se curvó un poquito. —Un alce. Un alce macho, y mi cuchillo se resbaló. —Ay. ¿Tuviste que hacerte puntos? Su otra mano se acercó, flotando justo encima de la mía, y oh, era una palma cálida, antes que su dedo índice pasara por la cicatriz también, rozando el costado de mi dedo en el proceso. —No. Debería haberlo hecho, pero no lo hice. Probablemente fue la razón de por qué sanó tan mal. No quería mover mi mano, así que estiré mi dedo meñique y toqué una pequeña cicatriz en su nudillo.
—¿Y éste? Rhodes tampoco movió la mano. —Una pelea. —¿Te metiste en una pelea? —gruñí, sorprendida. Sí, el costado de su boca se tensó un poco, solo un poco más alto. —Era joven. —Todavía eres joven ahora. Él resopló. —Más joven entonces. Johnny se peleó cuando estábamos en la escuela secundaria, y Billy y yo nos unimos. Ni siquiera recuerdo qué pasó. Todo lo que recuerdo fue partirme los nudillos y sangrar por todo el lugar. Me tomó una eternidad parar —dijo, moviendo un poco su dedo, rozando el mío de nuevo mientras lo hacía. Todavía no me moví. —¿Te metiste en muchas peleas cuando eras más joven? —Algunas, pero no desde entonces. Tenía mucha rabia en ese entonces. Ya no. Levanté los ojos y vi aquellos grises que ya estaban fijos en mí. Sus rasgos eran suaves y uniformes, casi cuidadosamente en blanco, y me pregunté qué estaría pensando. Le sonreí, pero él no me devolvió la sonrisa. En cambio, preguntó: —¿Tú? ¿Te metiste en peleas cuando eras más joven? —No. De ninguna manera. Odio los enfrentamientos. Tengo que estar realmente enojada para alzar la voz. La mayoría de las cosas no me molestan de todos modos. Mis sentimientos no se hieren tan fácilmente — dije—. Puedes arreglar muchas cosas con solo escuchar a alguien y darle
un abrazo. —Señalé un par de puntos en mi rostro y brazos—. Todas mis cicatrices son por ser propensa a los accidentes. Su bufido me tomó por sorpresa. Por su expresión facial, creo que a él también. —¿Te estás riendo de mí? —pregunté sonriendo. Su boca se curvó, pero sus ojos estaban brillantes por primera vez. —No de ti. De mí. Entorné los ojos, jugando con él. Su dedo rozó el mío mientras su boca formaba una amplia sonrisa que podría haberme enamorado en el acto si hubiera durado más que el parpadeo que duró. —Nunca he conocido a nadie como tú. —¿Espero que sea algo bueno? —He conocido a personas que no saben lo que es estar triste. He conocido gente resistente. Pero tu…. —negó con la cabeza, me miró de cerca con esa forma de mapache rabioso—. Tienes esta chispa de vida que nada ni nadie te ha quitado a pesar de las cosas que te han sucedido, y no entiendo cómo te las arreglas para... ser tú. Mi pecho dolió por un momento de una manera no negativa. —No siempre estoy feliz. A veces estoy triste. Te lo dije, no muchas cosas hieren mis sentimientos, pero cuando algo se mete ahí abajo, realmente se mete ahí abajo. —Dejé que sus palabras se asentaran profundamente dentro de mí, era un bálsamo cálido y calmante que no sabía que necesitaba—. Pero gracias. Esa es una de las cosas más bonitas que alguien ha dicho sobre mí. Esos ojos grises se movieron sobre mi rostro de nuevo, algo preocupado brilló en sus ojos por un momento tan breve que pensé que podría haberlo imaginado. Porque lo siguiente que dijo fue normal. Más que normal.
—Gracias por traerme aquí. —Pausó—. Y me estás dando algunas canas más por la forma en que condujiste. Estaba bromeando. ¡Detengan a la prensa! Le sonreí dulcemente, tratando de actuar con normalidad. —Me gusta tu cabello plateado, pero si quieres conducir de regreso, puedes hacerlo. Su bufido me hizo sonreír, pero la forma en que su dedo rozó mi mano me hizo sonreír aún más.
CAPÍTULO 20 —¿Qué estás haciendo? Salí de donde había estado sobre una rodilla, acolchada contra la grava por mi chaqueta. Sonreí a Rhodes, que se había escabullido tan silenciosamente fuera de su casa que no había escuchado la puerta abrirse o cerrarse. Era jueves por la noche y no acababa de llegar temprano a casa, sino que se había quitado el uniforme y se había puesto unos pantalones de chándal delgados. No mires su entrepierna, Ora, y otra camiseta que había visto antes. Algo sobre la Marina bastante borrado. Rhodes realmente era el hombre de cuarenta y dos años más atractivo del planeta. Tenía que serlo. Al menos eso pensaba yo. Algo había cambiado entre nosotros desde el día que pasamos en nuestra aventura en el todoterreno. Incluso finalmente intercambiamos números de teléfono una vez que regresamos. Fuera lo que fuera, era pequeño y probablemente solo lo notaba yo, pero se sentía significativo. No habíamos pasado mucho tiempo juntos desde entonces, había estado trabajando muchas horas últimamente, pero las dos veces que lo había visto cuando llegó a casa lo suficientemente temprano y Amos estaba en el garaje conmigo, me había dado esas miradas largas y atentas que eran menos mapache rabioso y más... algo más. Fuera lo que fuese, me llamó la atención erizándome los vellos de la nuca. Realmente tampoco pensé que estaba haciendo algo de la nada. Era una conciencia, como cuando te estás lavando el cabello y has aguantado la respiración durante demasiado tiempo y de repente ahí está, esa respiración que necesitabas y que te dice que no te estás ahogando. Pero estaba tratando de no pensar demasiado en eso. Le agradaba lo suficiente como para estar cerca de mí y no pasar un mal rato, lo sabía ahora. A su manera. Estaba preocupado por mi seguridad, estaba bastante segura. Rhodes me había llamado su amiga el día que su padre había ido.
Y tuve la profunda sensación de que este hombre decente y tranquilo no usaba la palabra “camarada” muy a menudo o a la ligera. Y tampoco regalaba su tiempo libremente. Aunque lo hacía conmigo. Así que fue con ese conocimiento, con ese algo en mi corazón hacia él que definitivamente era afecto por alguien tan reservado, que levanté la fina tela en mi mano. —Tratando de hacer un simulacro con mi nueva tienda —dije—, y fallé. Al detenerse al otro lado de donde estaban todos mis suministros, Rhodes se inclinó e inspeccionó el equipo. Azules y negros se superponían en un lío. —No está bien etiquetado... Derramé agua en el folleto y no he descubierto qué entra en qué y dónde —expliqué—. No me había sentido tan tonta desde que empecé a trabajar en el taller. —No eres tonta por no saber cosas —dijo antes de agacharse —. ¿Tienes la caja o una foto de ella? A veces decía las cosas más bonitas. Di la vuelta al costado de la casa donde había dejado la caja junto a los botes de basura que Amos sacaba una vez a la semana y la traje, dejándola a su lado. Rhodes volteó hacia arriba y me miró a los ojos brevemente mientras la tomaba. Una muesca apareció entre sus cejas ante la imagen en la caja de cartón, sus labios se torcieron hacia un lado antes de asentir. —¿Tienes un marcador permanente? —Sí. Esos ojos grises volvieron a mirarme. —Consíguelo. Podemos marcar cada pieza para que sepas qué se encuentra con qué.
No estaba dando esta oportunidad por sentada. De vuelta arriba, tomé un marcador plateado de mi bolso y se lo llevé. Rhodes ya había comenzado a apilar los postes de la tienda, su rostro lucía pensativo. Me agaché junto a él y le entregué el marcador permanente. Sus dedos callosos rozaron los míos mientras lo tomaba, arrancando la parte superior con su mano opuesta e hizo un sonido pensativo en su garganta mientras sostenía un trozo. —Esta es claramente una de las piezas que va por encima, ¿ves? No lo hice. —Este se parece a ese —explicó pacientemente, tomando otro poste y colocándolo con el primero. Muy bien, podía ver eso. —Oh, sí. Después de un momento, levantó la caja para mirar de nuevo, rascándose la parte superior de la cabeza y luego intercambiando cosas. Luego lo hizo de nuevo y tarareó en su garganta. Observé las piezas borrosas de las instrucciones a las que accidentalmente le había dado un baño. Entorné los ojos. Supongo que se veía bien. Eventualmente, comenzó a conectar piezas, y cuando retrocedió (la mitad de ellas ya se habían usado) asintió para sí mismo. —¿A dónde vas a acampar? Me puse de pie. —Gunnison. Se rascó la cabeza, todavía concentrándose en las piezas de la tienda que había construido. —¿Sola?
—No. —Moví el folleto un poco para ver si eso tenía más sentido. No fue así—. Clara me invitó a ir con ella a Gunnison este fin de semana. Seremos ella, Jackie, una de sus cuñadas y yo. Su hermano se queda con el señor Nez. Me ofreció prestarme una de sus tiendas de campaña, pero yo quería ser una niña grande y comprar la mía, así la tengo para el futuro, en caso que vuelva a acampar. Sé que solía gustarme ir, pero eso fue hace mucho tiempo. —Sí, esa pieza va allí —dijo después que conecté uno de los postes que había recogido—. ¿Hace mucho tiempo? ¿Cuándo vivías aquí? —Sí, mi mamá y yo solíamos ir —respondí, mirándolo enganchar otro poste—. Estoy muy emocionada, de hecho. Recuerdo que solíamos divertirnos mucho. Haciendo malvaviscos asados... —Hay una prohibición de fogatas. —Lo sé. Usaremos su estufa. —Entrecerré los ojos a algunos de los postes y le di la vuelta—. Tal vez odie dormir en el suelo, pero no lo sabré a menos que lo intente. Sin mirarme, tomó ese mismo poste y lo movió donde realmente parecía correcto —Estás bien —dije después que había hecho un par más y realmente comenzó a verse como debería—. ¿No acampas mucho entonces? ¿Ya que Amos no está en eso? Rhodes estaba sacando el marcador de su bolsillo cuando respondió: —No a menudo. Cuando he ido a cazar o para entrenar, pero eso es todo. —Hizo una pausa, y pensé que ese era el final mientras se ponía el marcador entre los dientes y terminaba de conectar las últimas piezas, pero me sorprendió cuando siguió hablando—. Mi hermano mayor solía llevarnos todo el tiempo. Eso es lo más divertido que recuerdo haber tenido en ese entonces. Su breve historia me animó cuando comenzó a moverse a lo largo de las varillas, marcándolas con el color plateado.
—¿Tienes más de un hermano? —Tres. Dos mayores, uno menor. Nos sacó de la casa y nos metió en problemas —dijo en un tono extraño que me dijo que había más que eso. —¿Dónde viven todos? —Colorado Springs, Juneau y Boulder —respondió. Sin embargo, ninguno de ellos, incluido su padre, vino nunca. Colorado Springs y Boulder no eran exactamente cerca, pero no estaban tan lejos tampoco. El de Alaska era la única excepción, al menos eso pensaba. Como si pudiera leer mi mente, siguió hablando. —No vienen mucho por aquí. No hay razón para hacerlo. Nos vemos un par de veces al año, o solían venir a visitarnos cuando estaba en Florida. A todo el mundo le gustaba visitarme cuando estaba allí, sobre todo por los parques temáticos. ¿No hay razón para hacerlo? ¿A pesar que su padre, que no era exactamente el padre del año, estaba a solo una hora de distancia? ¿Y dónde estaba su mamá? —¿Por qué no te llevaste a Amos y te acercaste a donde vive uno de ellos? Siguió marcando. —Amos creció aquí. Vivir en la base no era para mí cuando tenía que hacerlo, y no extraño vivir en las grandes ciudades. Y cuando solicité convertirme en guardabosques, abrieron la oficina en Durango. No creo en el destino, pero me lo pareció. Para mí también. —¿Está tu mamá en el panorama? —pregunté antes que pudiera detenerme.
El marcador dejó de moverse y supe que no me imaginaba la brusquedad en su voz cuando dijo: —No. Lo último que supe es que falleció hace unos años. Lo último que escuchó. Eso no era tendencioso. —Lo siento mucho. Aunque Rhodes miraba hacia abajo, todavía negó con la cabeza. —No hay nada de qué lamentar. No pierdo el sueño por ella. Si eso no era una furia profunda, no sabía qué era. Y debe haberse sorprendido a sí mismo porque miró hacia arriba y frunció el ceño. —No tuvimos una buena relación. —Lo siento, Rhodes. Lo siento por preguntar. Ese hermoso rostro se puso rígido. —No lo hagas. No hiciste nada malo. —Su atención volvió a la tienda demasiado rápido, y pareció tomar otro respiro antes de decir—: Desarmemos y hagámoslo de nuevo con el toldo, solo para asegurarnos que todos los números coinciden y tienes esto. Alguien había terminado de hablar de sus padres. Ya sabía que era mejor no hacer a la gente preguntas tan personales, pero parecía que nunca podía detenerme. —Gracias —balbuceé—. Por ayudarme. —Seguro —fue todo lo que respondió. Sin embargo, su tono lo decía todo.
Dos días después, estaba sentada en el borde de la cama, sacudiendo el pie y haciendo todo lo posible por no sentirme decepcionada. Pero sobre todo fallando en eso. Tenía muchas, muchas ganas de ir de campamento. Pero sabía que esa mierda pasa, y eso es exactamente lo que había sido el caso. Clara había recibido una llamada cuando todavía estábamos en la tienda, a punto de prepararnos para cerrar. Su sobrino se había roto el brazo y él y su hermano se dirigían al hospital. Me di cuenta que Clara se había sentido muy decepcionada en primer lugar por la forma en que sus hombros se habían caído y la forma en que había suspirado. Y con tan poco tiempo de aviso, no encontraría a nadie más para quedarse. El cuidador diurno de su padre tenía planes. Sus otros hermanos… No estaba segura, pero apuesto a que si hubieran podido hacerlo, ella lo habría pedido. Por otra parte, conociendo a Clara, preferiría no hacerlo. Entonces, hicimos planes para hacer que el campamento ocurriera en otro momento. Ofrecí quedarme con su padre al día siguiente si ella quería salir de la casa, pero una cosa llevó a la otra, y Jackie se ofreció a quedarse en casa. En cambio, habíamos acordado hacer una caminata mañana, aunque sabía que ella no era una gran excursionista. Ella juró que podía manejarlo, y no iba a decirle lo que podía hacer o no. Si tuviéramos que dar la vuelta, no sería el fin del mundo. Y por eso me encontré un sábado por la noche en casa, sintiéndome un poco decepcionada. Podría ir a acampar sola algún otro día…. No, no podía. Un golpe en la puerta me hizo sentarme. —¿Aurora? —una voz gritó a través de la ventana, desde abajo.
Sabía quién era y me levanté. —¿Rhodes? —respondí antes de dar los pasos lo más rápido que pude con los pies calzados. —Soy yo —dijo justo cuando llegué al final, desbloqueando la cerradura y abriendo la puerta. Le dediqué la sonrisa más amistosa que pude esbozar. —Hola. Sabía que acababa de llegar a casa no hace mucho, había escuchado su camioneta. Ya se había quitado el uniforme y se había conformado con unos vaqueros oscuros y una camiseta ajustada en la que lo habría mirado si hubiera podido hacerlo a escondidas. —Estás un poco tarde para marcharte, ¿no? —preguntó. Me tomó un segundo parpadear ante lo que estaba preguntando. —Oh, no vamos a ir después de todo. —¿Te vas mañana? —No, no este fin de semana. El hermano de Clara tuvo una emergencia y no pudo llegar para quedarse con su papá, y su cuidador habitual tuvo un funeral —expliqué, observándolo mirarme. Sus ojos se movieron sobre mi rostro mientras hablaba, como si estuviera midiendo mis palabras. Su suave mejilla derecha se flexionó. —En otra ocasión, supongo —dije—. ¿Qué van a hacer ustedes dos este fin de semana? Su “Nada” tardó un momento en salir de su boca. —Johnny recogió a Am, y están haciendo algo esta noche. —Su mejilla tembló de nuevo—. Vi tu luz encendida y quería asegurarme que estabas bien, ya que dijiste que te ibas justo después del trabajo.
—Oh, sí. No, estoy aquí y estoy bien. Clara y yo vamos a intentar hacer esa caminata en la que me salvaste, cuando la mitad de mi piel comió grava. Asintió mientras entrecerraba los ojos un poco pensativo. —He pensado en ello. —Estaba pensando en hacer una pizza en este momento, ¿quieres la mitad? —¿La mitad? —preguntó lentamente. —Puedo hacerte una si quieres... —Me detuve—. De hecho, tengo hambre. Puedo comerme una entera, pero tengo dos. Por alguna razón, eso hizo que las comisuras de su boca se tensaran. —¿Qué? —Nada, no podría imaginarte comiendo una pizza entera si no te hubiera visto casi hacerlo en el cumpleaños de Am. Casi me estremezco al recordar el maldito espectáculo que había sido ese día. Nunca había preguntado qué pasó con el ratón y no iba a preguntar ahora. Me encogí de hombros y sonreí. —Comí una ensalada grande para el almuerzo. Se equilibra, creo. —Haz dos pizzas. Te conseguiré otra la próxima vez que vaya a la tienda —dijo después de un momento de mirarme al rostro de nuevo. ¿Tenía que ser tan guapo? —¿Sí? —pregunté, sonando demasiado emocionada. Asintió con seriedad, pero todavía había algo en sus ojos que parecía muy, muy pensativo. —¿Qué opinas? ¿Treinta minutos? —¿Quizás? Para cuando caliente el horno y se cocinen las dos pizzas, ¿más cerca de los cuarenta?
Rhodes dio un paso atrás. —Regresaré entonces. —Está bien —dije mientras daba otro paso. Esperé para cerrar la puerta hasta que se dio la vuelta y trotó de regreso a su casa. No tenía ni idea de por qué regresó corriendo, pero está bien. Quizás tenía que ir al baño. O no se había ejercitado. Amos había confirmado un día que su padre se levantaba temprano para ir al gimnasio de veinticuatro horas de la ciudad unos días a la semana. A veces hacía flexiones en casa. Me había dado la información al azar, pero no me había quejado. De vuelta al piso de arriba, precalenté el horno y me pregunté si planeaba comer conmigo o llevarse la pizza a su casa. Me pregunté por un segundo si había planeado tener una cita esta noche y por eso me preguntó si me quedaría, pero no. A menos que estuviera planeando compartir su pizza…. No, eso tampoco parecía propio de él. Bueno, lo que sea, si quería comer conmigo, genial. Si no lo hiciera, podría ver una película. Tenía un libro nuevo. Podría llamar a Yuki para ver cómo está. O a mi tía. Pero cuarenta y cinco minutos después, Rhodes aún no había regresado y las pizzas se estaban cocinando demasiado en el horno. Supongo que podría simplemente cortarla, ponerla en un plato y llevarla. Acababa de empezar a cortar una de ellas con un cuchillo de carne, porque no tenía un cortador de pizza, cuando otro golpe vino de la puerta, y antes que pudiera responder, se abrió y escuché: —¿Ángel? Señor, no entendía a este hombre y cómo a veces arruinaba mi nombre.
—¿Sí? —¿Las pizzas están hechas? —¡Sí! ¿Quieres que baje la tuya? —grité. —Trae las dos. ¿Quería comer juntos? —¡Está bien! —grité de vuelta. La puerta se cerró y terminé de cortar las dos obras maestras supremas, apilarlas en platos y envolverlas con algunas de las cubiertas de cera de abejas que Yuki había enviado al azar a mi apartado de correos. Luego bajé. Logré unos dos pasos afuera antes de detenerme. Había una elegante carpa montada en el área entre el apartamento del garaje y la casa principal. A su lado había dos sillas de acampar con una linterna entre ellas. Rhodes estaba sentado en una de ellas. Había un pequeño bulto en la otra. —No es Gunnison, pero tampoco podemos tener una fogata aquí porque la prohibición es en todo el estado —dijo, sentándose. Algo debajo de mi esternón se movió. —Busqué tu carpa en el garaje y en tu auto, pero no estaba allí. Si quieres bajarla, podemos prepararla en un minuto. Pero la mía es para dos personas. —Se detuvo de repente, hablando así, y se inclinó hacia adelante, mirándome en la oscuridad—. ¿Estás llorando? Traté de aclararme la garganta y fui con la verdad. —Estoy apunto. —¿Por qué? —preguntó suavemente con sorpresa.
Esa cosa se movió un poco más, deslizándose terriblemente cerca de mi corazón, y traté de que dejara de moverse. No escuchó. Había montado una tienda de campaña. Colocó sillas. Para poder ir a acampar. Apreté los labios y me dije a mí misma: No lo hagas. No lo hagas. No lo hagas, Ora. Mejor no llorar. Mejor no llorar. Incluso me aclaré la maldita garganta. Y no importaba. Empecé a llorar. Solo estos pequeños y lastimosos arroyos que salieron de mí en silencio una vez que el estrangulador salió. No hice ningún sonido, pero las lágrimas seguían saliendo de mis globos oculares. Pequeños arroyos estacionales de sal ante un acto de bondad que nunca hubiera esperado en un millón de años. Rhodes se puso de pie, alarmado, y traté de decir: —Estoy bien —pero no salió exactamente. No salió en absoluto. Porque estaba tratando con todas mis fuerzas de no llorar más. —¿Amiga? —dijo Rhodes con cautela, la preocupación en todo su tono. Apreté mis labios. Dio otro paso hacia adelante y luego otro, y luego hice lo mismo. Fui directamente hacia él, todavía presionando mis labios, todavía aferrándome a mi pequeña cantidad de orgullo.
Y cuando se detuvo a poca distancia, puse los platos en el suelo y seguí adelante. Directamente a él. Mi mejilla entró en el espacio entre su hombro y la clavícula, metiéndome allí mismo y envolviendo ambos brazos alrededor de su cintura como tenía derecho a hacerlo. Como si él quisiera que lo hiciera. Como si le gustara y esto estuviera bien. Pero no apartó mis brazos una vez que estuvieron allí. Una vez que estuve básicamente totalmente presionada contra él, no llorando sin control, pero empapando su camisa. —Esto es lo más lindo que alguien ha hecho por mí —susurré en el pecho con un resoplido. Lo que tenía que ser su mano aterrizó justo en el centro de mi espalda. —Lo siento —casi susurré antes de intentar mantenerme controlada e intentar dar un paso atrás, pero no pude. Porque la mano que cubría el tirante de mi sujetador no me dejó—. No me refiero a ponerme toda deprimida o llorar por ti. No quiero hacerte sentir incómodo. Otra mano aterrizó en mi espalda, justo encima de la banda de mis jeans. Y dejé de intentar alejarme. —No me estás haciendo sentir incómodo. No me importa —dijo, su voz era tan suave como nunca la había escuchado. Me estaba devolviendo el abrazo. Me estaba devolviendo el abrazo. E hijo de puta, lo quería. Así que abracé más a este hombre, mis brazos descendieron por su cintura. Él estaba cálido y su cuerpo era sólido. Y Dios mío, olía a buen detergente para la ropa. Podría envolverlo a mi alrededor y vivir allí para siempre. Al diablo con la colonia. No había nada mejor que un buen detergente.
Especialmente cuando era moldeado a un cuerpo como el de Rhodes. Grande y firme. Todo reconfortante. Un hombre en el que había pensado hasta no hace mucho no me soportaba. Y ahora... bueno, ahora lo estaba cuestionando todo. ¿Por qué él haría eso? ¿Por la apendicitis de Amos? ¿Porque lo había salvado cuando su padre había venido? ¿O posiblemente por nuestra aventura en el todoterreno? —¿Estás bien? —preguntó mientras su mano dudaba en el medio de mi columna antes de darle otra palmadita. Me estaba dando palmaditas en la espalda, como si estuviera tratando de hacerme eructar. El afecto se apoderó de mi torrente sanguíneo. Rhodes estaba tratando de consolarme, y no pensé que nunca hubiera estado tan confundida, ni siquiera cuando Kaden me dijo que me amaba, pero dijo que no podíamos dejar que nadie se enterara. —Sí —dije—. Estás siendo tan amable. Realmente pensé que no te agradaba por mucho tiempo. Rhodes se echó hacia atrás lo suficiente para inclinar la barbilla hacia abajo. Sus cejas estaban fruncidas y sus ojos iban de uno a otro, y debió darse cuenta que hablaba en serio porque sus rasgos se suavizaron lentamente. Su rostro serio se apoderó de él, al igual que su voz naval. —No tenía nada que ver contigo antes, ¿lo tenemos claro? Me recordabas a alguien y pensé que eras como ella. Me tomó demasiado tiempo darme cuenta que no. Lamento haberlo hecho. —Oh —dije con otra aspiración y luego un asentimiento—. Lo entiendo. Siguió mirándome directamente a los ojos antes de bajar un poco la barbilla.
—¿Quieres volver a entrar? —¡No! Siento haberme emocionado. Muchas gracias. Esto significa el mundo para mí. Él asintió, sus manos se movieron brevemente sobre mi columna vertebral antes de dar un paso hacia atrás. Luego pareció pensárselo dos veces porque había vuelto y me estaba frotando el rostro con la manga del suéter que no me había dado cuenta de que se había puesto en algún momento. Y antes que pudiera pensarlo dos veces, me lancé de nuevo hacia adelante y lo abracé con fuerza de nuevo, tan fuerte que hizo “Uf” por un segundo antes que lo dejara ir con la misma rapidez, sollocé y le di una gran sonrisa acuosa. Recogí los platos de pizza del suelo donde los había dejado y le ofrecí uno. —Bueno, comamos, si tienes hambre —casi gruñí. Me estaba mirando demasiado de cerca, las líneas en su frente lucían prominentes. —Sigues llorando. —Lo sé, y es tu culpa —dije, carraspeando y tratando de mantener la calma—. Esto es realmente lo más lindo que alguien ha hecho por mí. Gracias, Rhodes. Sus ojos se movieron rápidamente hacia el cielo nocturno cuando dijo con esa voz ronca: —De nada. Cada uno tomó asiento, en silencio, quitamos el envoltorio, yendo directamente a comer nuestras pizzas, la luz del farol nos iluminó lo suficiente como para que pudiéramos vernos con bastante claridad. Terminamos nuestras pizzas en silencio, y él se acercó para quitarme el plato, lo dejó y luego dijo:
—Encontré un paquete de Chips Ahoy y unos malvaviscos que no recuerdo haber comprado, pero no están vencidos. Mi labio inferior comenzó a temblar, y en ese momento, odié pensar en Kaden, y odié aún más que lo odié por no entenderme ni una fracción de lo que pensaba que él me entendía. No lo había hecho. Lo veía ahora. Veía la imagen completa. Hace años, habría matado por algo como esto. No por las cosas que compró que le tomó tres minutos encontrar en línea e incluso más rápido para ordenar porque tenía la información de su cuenta guardada en su teléfono. Podía recordar las veces que mencioné visitar Pagosa y cómo él cambiaba de tema, sin escuchar. Sin preocuparse. Todo había sido siempre sobre lo que él quería. Todo ese tiempo que había perdido…. —¿Eres buena con las galletas y los malvaviscos? —preguntó Rhodes, ajeno. Mi “Sí” fue el sí más pequeño del mundo. Pero entendí el punto porque Rhodes me lanzó una larga mirada antes de levantarse y meterse en la tienda, sacando una bolsa de plástico de la compra. Sacó lo que parecía un recipiente medio lleno de galletas con chispas de chocolate, una bolsa de malvaviscos casi demolida, un par de cosas como las que se usan para los kebabs, un guante de cocina y un encendedor de tamaño completo. Me acerqué y dividimos las cosas; me entregó los atizadores y un malvavisco a la vez y los abastecí. Me puse el guante, lanzándole una sonrisa mientras lo hacía, y luego le tendí los palitos de malvavisco hacia él, donde encendió la llama y lentamente volteé los malvaviscos una vez antes de darles la vuelta y dejar que la llama se tragara el resto. Lo hicimos dos veces por cuatro en total. —¿Has hecho esto antes? —pregunté mientras apagaba la llama en el último set. Su rostro era aún más hermoso bajo la luz de la luna y el farol; su estructura ósea era absolutamente otra cosa. —No, pero esperaba que tuviera sentido, cuidado, no te quemes.
¡Qué papá! Me encantó. Tuve cuidado mientras arrastramos lentamente los malvaviscos por sus palos y sobre una galleta cada uno, usando las varillas para aplastarlos mientras se abrían con una bondad pegajosa. Él tomó dos y yo me quedé con los otros dos, sin poder dejar de sonreír y sin importarme. —¿Está bien? No estaba segura de a qué se refería específicamente, así que lo tomé en general. —Más que bien, esto es increíble —admití. —¿Sí? —Sí —confirmé—. La pizza, el entorno, la luna, las galletas. —Am tiene un par de películas descargadas en su tableta. La conseguí en caso que quisieras verlas allí —dijo, señalando la tienda. Hablaba en serio. ¿Qué más había en la tienda? —¿Debería agarrar mi saco de dormir ya que el suelo es duro? —Hay un par allí. Están limpios. Los lavamos después de nuestro último viaje fallido. —¿Qué pasó? —Am fue picado tres veces por una avispa amarilla el segundo día. No estaba muy feliz. Hice una mueca. —¿Te fuiste? Él se rio por lo bajo disimuladamente. —Segunda y última vez que fuimos.
—Eso apesta. Ojalá haya otras cosas que ambos disfruten haciendo juntos. Esos anchos hombros se movieron de acuerdo. —Estoy aquí por Amos, no para hacer cosas sin él. Eso me hizo sonreír. Realmente era un muy buen padre. Un buen hombre. —No tenemos que ver nada si no quieres —dijo cuando supongo que tardé demasiado en decir algo más. Ni siquiera lo dudé un poco. —Estoy en el juego si tú lo estás. —Lo traje aquí, ángel —respondió. Totalmente lo había hecho. —Sí, quiero. Dame cinco minutos para tomar una copa... —Tengo un par de botellas de agua y un refresco en la tienda, del tipo que te gusta —interrumpió. No quería pensar que todos tuvieran un motivo oculto. No me sentí así en absoluto. Pero... ¿tenía mi refresco favorito? ¿Qué tipo de brujería estaba ocurriendo aquí? Me pellizqué lo más sutilmente posible, y cuando pensé que debería haberme despertado porque esto era un sueño y no lo fue, me di cuenta que era real. E iba a aprovecharme de que este hombre guapo fuera tan amable conmigo por cualquier razón que tuviera. —Quiero cambiarme los pantalones y agarrar un suéter. Estos jeans no debían usarse todo el día. Me brindó ese serio asentimiento. Di un paso atrás y me detuve de nuevo. Quería asegurarme de...
—¿Tú... querías acampar toda la noche? —Sólo si tú quieres. Dudé, mirando la tienda de campaña para dos personas. La proximidad. La intimidad. Una tienda de campaña colocada entre su casa y la mía, técnicamente la suya, pero lo que sea, y esta pequeña emoción llenó toda mi cavidad torácica. Solo está siendo amable, me dije. No vueles demasiado alto, corazoncito, supliqué, sorprendida de repente por las palabras que habían salido de la nada. Pero tan rápido como aparecieron, se fueron. Producto de mi imaginación. —Podemos ver cómo va. Cambias de opinión, caminas los quince pasos a casa —corrigió después de un momento. Eso no era lo que estaba pensando en absoluto, pero asentí, sin querer decir lo que estaba dudando. No podía olvidar que, con suerte, iba a ir de excursión con Clara mañana y tendría que levantarme temprano, pero estar cansada valdría la pena por esto. —Bueno. Vuelvo enseguida. Y estaba de vuelta. Me puse unos pantalones de pijama de franela sueltos que alguien me había comprado, oriné y salí. Llegué a la apertura de la tienda y comencé a abrir la cremallera, encontrando a Rhodes tendido encima de un saco de dormir, todo largo y físicamente perfecto, y encima del tipo de almohadilla de espuma que vendíamos en la tienda todo el tiempo. Tenía la tableta apoyada contra sus rodillas, la cabeza apoyada en su almohada real y su antebrazo que había escondido allí. No necesitaba presenciarlo para saber que me miró mientras desabrochaba el resto de la cremallera y me metía dentro, cerrándola detrás de mí.
No estaba segura de lo que había imaginado cuando pensé en una tienda de campaña para dos personas, pero no había sido tan acogedora. Me gustó. Y seguro que no me iba a quejar. —Estoy de vuelta —dije, Captain Obvious. Hizo un gesto hacia el saco de dormir encima de otra almohadilla directamente a su lado. —Te guardé un lugar del mapache que intentó entrar hace un minuto. Me quedé helada. —¿Hablas en serio? Estaba jugando conmigo. Empecé a abrir la cremallera de la tienda de nuevo mientras él se reía entre dientes, y supongo que metió un dedo en la banda de mis pantalones y tiró de mí hacia atrás, sorprendiéndome una vez más con este cambio en él. Su voz era cálida. —Vamos. —Está bien —murmuré, arrastrándome por el suelo y recostándome junto a él. También había una almohada a mi lado, y era de casa, no inflable. Esto era tan, tan agradable. Lo más agradable. No lo entendí. —Tenemos tres opciones: Twilight Zone de los noventa , Fire in the Sky o un documental sobre los cazadores de Pie Grande ahora que lo veo. ¿Qué opinas? Ni siquiera necesitaba pensar en eso. —Si veo la película Pie Grande, nunca volveré a ir de campamento. Estamos a la intemperie y, a menos que quieras que me quede
llorando hasta quedarme dormida, Fire in the Sky está fuera... Su risa me sorprendió, toda profunda, ronca y perfecta. —Veamos The Twilight Zone. —¿Es eso lo que quieres? —preguntó. —Podemos ver Fire in the Sky si te parece bien que me orine y tengas que olerlo más tarde. Solo dijo una palabra, pero definitivamente había diversión en eso. —No. —Eso es lo que pensé. Giró la cabeza hacia un lado para mirarme. Pero algo en mí se alivió mientras me deslizaba, tan cerca que la parte superior de su brazo rozó mis senos. Estaba totalmente de lado, con una mano entre la cabeza y la almohada apoyándola lo suficiente para ver bien la pantalla. Sin embargo, no empezó la película de inmediato, y cuando lo miré, me di cuenta que su mirada estaba fija en un punto a lo largo de la pared de la tienda. No quería preguntarle qué estaba mirando. Y no tuve que hacerlo porque sus ojos grises se movieron rápidamente hacia mí, y la sonrisa que había estado allí hace un momento se había ido, y él dijo con voz firme: —Me recuerdas a mi mamá. ¿La mamá que no le gustaba? Hice una mueca. —Lo siento. Rhodes negó con la cabeza.
—No, lo siento. No te pareces ni actúas igual, ángel. Ella era simplemente... Era hermosa como tú. Mi tío solía decir que no podías apartar la mirada de su belleza —explicó en voz baja, como si todavía estuviera tratando de procesar lo que sea que estaba pensando exactamente —. Mirando hacia atrás, estoy bastante seguro que era bipolar. La gente, incluido mi padre, la dejaba salirse con la suya porque tenía el aspecto que tenía. Y fue un instinto de mierda lo que me hizo pensar que tú también podrías ser así. —Su nuez de Adán se balanceó—. Lo siento. Algo realmente pesado se agitó en mi pecho, y asentí. —Está bien. Entiendo. No eras tan malo. Sus cejas se arquearon un poco. —¿Eso significa? —Eso no es lo que quise decir. No fuiste cruel. Solo... pensé que no te agradaba. Pero te lo prometo, no soy tan mala persona. Y no me gusta herir los sentimientos de la mayoría de la gente. Todavía pienso en el momento en que estaba en tercer grado y escondí mis dulces de Halloween en lugar de compartirlos con Clara cuando vino a mi casa. El pequeño resoplido más suave pasó por su nariz. —La enfermedad mental es dura. Especialmente con un padre, creo. Mi madre luchó contra la depresión cuando yo era pequeña y también fue difícil para mí. Todavía lo es, supongo. Ella era muy buena para ocultarlo, pero cuando llegaba a ser demasiado, se ponía bastante catatónica. Pensé que podría arreglarlo, pero esa no es la forma en que funciona, ¿sabes? Cosas como esas se quedan contigo. Me preguntaba... qué había pasado. Con ella, quiero decir. Tu mamá. La forma en que negó con la cabeza, como si estuviera reviviendo algunas de las cosas por las que había pasado con ella, me dolió el corazón. No podía imaginar lo que había hecho para que un hombre como Rhodes tuviera el aspecto que tenía en ese momento. Tal vez por eso su relación con su padre era tan tensa. No quise preguntar. No quería volver a
herirlo más cuando estaba siendo tan amable. Así que me conformé con tocar su brazo. —Pero gracias por disculparte. Su mirada fue directamente al lugar donde estaban mis dedos. Esa garganta gruesa y musculosa tragó, y lentamente, oh, tan lentamente, levantó su mirada hacia la mía y solo me miró. No supe qué decir por una vez, así que no dije nada en absoluto. Lo que quería hacer era abrazarlo, decirle que había algunas cosas que nunca podrías superar de verdad. Lo que realmente hice fue retirar mi mano y esperar. Y lo que fue solo una respiración profunda y unos momentos después, comenzó a hablar de nuevo, su voz solo sonaba un poco diferente, más ronca, si acaso. —Gracias por lo que hiciste con mi papá. Por lo que dijiste. Me había escuchado. Le dije que se fuera. —Ni siquiera es gran cosa, y solo era la verdad. —Es un gran problema —argumentó con suavidad. —Llamó para preguntar cuándo podía volver a visitarnos. Sé cómo es... gracias. —Me alegra que se lo haya tomado en serio, y de verdad, no es nada. Deberías conocer a la mamá de mi ex. Tengo mucha experiencia. Esa mirada gris se deslizó hacia mi boca y su voz era baja. —Y gracias por todo lo que haces por Am. —Meh. Amo a ese chico. Pero no de una manera extraña. Él es un niño bueno y dulce, y yo soy una anciana solitaria a la que no odia del todo. Honestamente, creo que simplemente extraña a su mamá, y supongo que soy lo suficientemente mayor para ser una especie de extraña figura materna, así que él me aguanta. —Eso no es todo —afirmó, con un atisbo de sonrisa en las comisuras de su boca.
Una pregunta burbujeó en mi cerebro. Tal vez porque parecía estar de buen humor y no estaba segura de cuándo sería la próxima oportunidad que tendría para preguntarle esto. O posiblemente solo porque era entrometida y pensaba que no tenía nada más que perder excepto posiblemente recibir una mirada a cambio. Así que lo hice. —¿Puedo preguntarte algo personal? Lo pensó por un momento antes de asentir. De acuerdo entonces. —Si no quieres responder, no tienes que hacerlo, pero... ¿estabas pensando en no casarte nunca? La expresión en su rostro dijo que no esperaba esa pregunta. Traté de apresurarme. —Porque tuviste a Amos tan… de manera poco convencional. Tan joven. ¿Tenías qué? ¿Veintiséis cuando tu amigo y su esposa te pidieron que fueras donante? ¿O simplemente querías ser padre entonces? Se dio cuenta de ello y no tuvo que pensar. —Creo que teníamos veinte años cuando Billy tuvo un grave accidente de bicicleta de montaña. Tuvo un trauma en sus... —¿Testículos? —ofrecí. Él asintió. —La esposa de Billy es ocho o nueve años mayor que nosotros; sí, esa expresión era la misma que tenían todos en ese entonces. A Johnny le tomó un tiempo olvidar que su amigo y su hermana mayor estaban juntos. Pero, por eso insistieron en tener un bebé entonces, si podían. Me quedé mucho tiempo en su casa cuando era niño... porque no quería estar en casa —explicó con naturalidad—. Para responder a tu pregunta, no me vi casado nunca. Hay muchas cosas en las que puedo comprometerme, pero la mayoría de la gente te decepcionará.
Escuché eso. Pero sabía que no todo el mundo era así. Los ojos de Rhodes recorrieron mi rostro mientras seguía hablando. —Además de una novia en la escuela secundaria que me dejó después de dos años, y algunas mujeres con las que salí pero no en serio, no he estado en una relación a largo plazo. Tuve que elegir entre concentrarme en mi carrera o tratar de conocer a alguien, y en su lugar elegí mi carrera. Al menos hasta que llegó Amos, y se convirtió en lo único más importante que eso. Más importante que su carrera. Me tomó todo lo que había en mi interior para no suspirar. —Siempre me gustaron los niños. Pensé que algún día sería un buen padre, y cuando me preguntaron, pensé que podría ser mi única oportunidad de tener una familia real en caso que nunca conociera a nadie. Mi única oportunidad de saber que podría ser mejor padre de lo que fue mi madre. Que podría ser lo que deseaba que hubieran sido. Rhodes se encogió de hombros, pero fue uno pesado que me tiró del corazón. Así que dije lo único que se me ocurrió. —Entiendo. Porque lo hacía. Desde mi madre, todo lo que siempre había deseado era estabilidad. Ser amada. Amar. Necesitaba una salida. Y a diferencia de él, al menos en un sentido, había mirado en el lugar equivocado. Aferrada por las razones equivocadas. Había algunas cosas en la vida que tenías que probarte a ti misma. Había venido aquí por esa misma razón. Lo entendía. Rhodes se movió frente a mí y me preguntó, de la nada: —¿Tu ex te engañó?
Esta vez no se sintió como un puñetazo en el rostro. Esta pregunta. Cuando pasé una semana con un viejo ayudante de Kaden cuando pasé por Utah, me había preguntado lo mismo... y se había sentido exactamente igual. Sobre todo, creo, porque supongo que una parte de mí deseaba que hubiera sido así de simple. Así de fácil de explicar. Kaden había tenido mujeres arrojándose sobre él desde siempre, y eso no habría sorprendido a nadie. Afortunadamente, había nacido con lo que mi tío llamaba más autoestima que un grupo de personas juntas, pero mi tía dijo que había tenido demasiada confianza en lo que él sentía por mí. Eso lo sabía mejor. Que Kaden sabía que era mejor no engañarme porque me amaba, a su manera. Nunca había estado celosa, incluso cuando tuve que quedarme al margen y la gente le tocaba el trasero y el brazo y le ponía unas tetas espectaculares en su rostro. Deseé, en más de un momento, que me hubiera engañado. Porque podría haber excusado el final de nuestra relación más fácilmente. La gente entendía el adulterio y su impacto en la mayoría de las relaciones. Pero eso no fue lo que pasó. —No, no lo hizo. Una vez nos tomamos un descanso y sé que besó a alguien, pero eso fue todo. Más bien, a su madre se le había ocurrido una estúpida idea que había tratado de venderme. Mamá piensa que sería una buena idea que me vean con otra persona. Salir. Ha habido publicaciones sobre mí, ya sabes... que me gustan los chicos. Ella piensa que debería salir con alguien, ¡solo como amigos! Yo nunca te haría eso. Para publicidad, hermosa. Eso es todo. Eso es todo. En cambio, esa había sido la primera parte de mi corazón que había roto. Una cosa llevó a la otra, pregunté si estaría bien si yo fingía salir con alguien, él se puso rojo y dijo que era diferente. Bla, bla, bla, ya no me importaba. Y había terminado conmigo diciendo que podía hacer lo que quisiera, pero no me iba a quedar. Seguía insistiendo en que no iba a ser así, pero al final del día….
Hizo exactamente lo que quería. Asistió a esa cita, pensando que estaba fanfarroneando. Así que me fui. Pasé tres semanas con Yuki antes que él viniera y suplicara e implorara que volviera. Que nunca volvería a hacer algo así. Que estaba muy arrepentido. Que había besado a Tammy Lynn Singer y se sentía fatal. No imaginé que la voz de Rhodes se hizo más profunda cuando preguntó: —Entonces, ¿por qué te divorciaste? El impulso de no mentirle era tan fuerte en mi corazón que tuve que pensar en cómo expresarlo sin dar más de lo que estaba dispuesta. —Es bastante complicado... —La mayoría de las rupturas lo son. Sonreí. Estaba tan cerca que tenía la mejor vista de esos labios carnosos. —Había muchas razones. Una de las más importantes fue que quería tener hijos, y él lo pospuso una y otra vez, y finalmente me di cuenta que iba a seguir inventando excusas para siempre. Era importante para mí, y no era como si no le hubiera dejado eso claro desde el principio de nuestra relación. Probablemente debería haber sabido que él nunca se comprometería completamente con nuestro futuro cuando seguía insistiendo en los condones incluso después de estar juntos durante catorce años, ¿verdad? Demasiada información, lo siento. Y ahí estaba su carrera. Realmente no soy del tipo pegajoso ni necesito mucha atención, pero su trabajo era el número uno al diez en la lista de prioridades en su vida, y yo... iba a ser el número once para siempre cuando hubiera sido feliz siendo tres o cuatro. Preferiría el número dos, pero podría conformarme. Las líneas en su frente hicieron otra aparición.
—Y fue solo muchas otras cosas que se agravaron a lo largo de los años. Su madre es el Anticristo y él era un hijo de mamá. Me odiaba con pasión a menos que pudiera hacer algo por ella o por él. Simplemente terminamos convirtiéndonos en personas totalmente diferentes que querían cosas totalmente diferentes... y ahora que lo pienso, creo que realmente no es tan complicado. Supongo que solo quería que alguien fuera mi mejor amigo, alguien bueno y honesto que no me hiciera dudar de que soy importante. Y nunca renunciaría a su trabajo ni siquiera intentaría comprometerse. Sentí que siempre era yo quien tenía que dar y dar y dar, mientras él tomaba y tomaba y tomaba. Hice una trompetilla con los labios y me encogí de hombros hacia Rhodes. —Supongo que soy un poco pegajosa. Sus ojos grises vagaron por mi rostro, y después de un momento, levantó las cejas y las bajó con un movimiento de cabeza. —¿Qué? —pregunté. Él se rio disimuladamente. —Suena como un maldito idiota. Sonreí levemente. —Me gusta pensar que sí, pero estoy segura que algunas personas pensarían que es demasiado bueno para mí. —Lo dudo. Eso me hizo sonreírle de lleno. —Solía querer que se arrepintiera del final de nuestra relación por el resto de su vida, pero ¿sabes qué? Simplemente ya no me importa, y eso me hace muy feliz. Fue él quien tocó mi brazo esa vez. Su pulgar se posó en un punto de doscientos grados en mi muñeca. Las lagunas grises de sus ojos estaban tan cerca que eran profundas e hipnotizantes. Rhodes estaba tan guapo en ese
momento, mucho más de lo habitual, con el ceño fruncido parcialmente y tan concentrado en mí, que fue fácil olvidar que no estábamos en medio del bosque, solo nosotros dos solos. —Era un idiota. Solo alguien que nunca te ha hablado ni te ha visto, pensaría que eres la afortunada. —La mirada de Rhodes se posó en mi boca y dejó escapar un suave suspiro por la nariz, sus palabras eran un susurro ronco—. Nadie en su sano juicio te dejaría alejarte de ellos. Ni una maldita vez ni dos, Ángel. Mi corazón. Mis extremidades se entumecieron. Nos miramos el uno al otro durante tanto tiempo, lo único que podía escuchar era nuestra respiración constante. Pero finalmente, con este momento cargado tan fuertemente entre nosotros, él miró hacia otro lado primero. La boca se abrió, los ojos se dirigieron a la parte superior de la tienda antes de tomar la tableta y tocar la pantalla mientras carraspeaba. —¿Lista para ver la película? No, no, no lo estaba, pero de alguna manera me las arreglé para decir: —Sí. Y eso fue lo que hicimos.
CAPÍTULO 21 Froté mi nuca mientras llenaba la última de mis botellas de agua. A través de la ventana que daba al fregadero, el sol apenas comenzaba a asomarse. Si hubiera tenido otros planes, todavía habría estado en la tienda desde anoche. Solo mamá podía hacer que me levante de la cama tan temprano. Había tenido un sueño con ella la noche anterior. No era que pudiera recordar lo que había sucedido en él, porque no podía, pero había una cierta sensación en mis sueños cuando ella estaba en ellos. Me desperté más feliz. La felicidad, por lo general, se reducía a tristeza, pero no del tipo malo. Supuse que el sueño tenía que ser una especie de presagio para la caminata que iba a hacer hoy. Después de todo, estaba aquí por ella. Pero, una parte de mí no pudo evitar desear haberme quedado en la tienda anoche con Rhodes. Tumbados en los sacos de dormir, yo en pijama y básicamente alineada a lo largo de ese increíble cuerpo, habíamos visto una película y comenzamos otra. La noche había sido tranquila y cómoda, con solo los leves sonidos de algún automóvil ocasional conduciendo por la carretera del condado, interrumpiendo las voces de los actores provenientes de la tableta. Honestamente, había sido la noche más romántica de mi vida. No es que Rhodes lo supiera. Y a medida que enrollábamos los sacos de dormir y desarmábamos la carpa, me preguntó qué me llevaba a hacer la excursión que iba a lograr hacer hoy. Rhodes me había dado algunas advertencias silenciosas y, luego, sentados en las sillas de campamento, verificamos el clima en su teléfono.
Y era exactamente por eso que me arrastré fuera de la cama a las cinco y media de la mañana. Necesitaba empezar temprano. Esta podría ser mi última oportunidad de hacer la Excursión del Infierno, a menos que quisiera esperar hasta el próximo año. La nieve pronto llegaría a los picos más altos. Y probablemente habría esperado, pero… necesitaba hacerlo. Tenía que hacerlo. El recordatorio de lo corta que había sido la vida había florecido en mi cabeza y se había quedado allí, y sabía que al menos tenía que intentar hacer otra caminata ya que en realidad tenía tiempo. ¿Por qué no? Ir a lo grande o irse a casa, y mi madre había sido una supernova de agallas y valentía. Tenía que hacerlo por ella. Me animé para intentar hacer de esta caminata mi perra de una vez por todas. El pronóstico era bueno. Hubo una publicación que encontré en un foro de alguien que dijo que había hecho el recorrido hacía dos días y que había sido genial. Entonces, ¿por qué no? Había reunido casi todas mis cosas e iba a hacer esto. Para demostrarme a mí misma que podía. Por mamá y por todos los años que ella no había tenido. Por todas las experiencias que se había perdido. Por el camino que el curso de su vida me había abierto. Estaba aquí, en este lugar, con esperanza en mi corazón gracias a ella. Era lo mínimo que podía hacer. Y esa fue probablemente la razón por la que estaba tan absorta en mi cabeza, mientras terminaba de bajar mis suministros a mi auto, que no noté la figura que se acercaba desde el otro lado del camino de entrada hasta que Rhodes preguntó en voz baja: —¿Estás bien? Por encima de mi hombro, vi su cabello plateado y sonreí al ver el hermoso rostro que me miraba.
—Sí. Estoy genial, solo pensaba en mamá —respondí antes de dejar mi mochila en el asiento trasero. —¿Buenos pensamientos o malos pensamientos? —preguntó suavemente antes de cubrirse la boca para bostezar. Ya estaba en su uniforme, pero los botones superiores estaban desabrochados y no se había puesto el cinturón. ¿Había salido aquí solo porque me vio a través de la ventana? Me di la vuelta lentamente, observé sus rasgos pesados, esos pómulos muy marcados, la sutil hendidura en su barbilla. Estaba bastante despierto a pesar de que no podía haberlo estado desde hacía mucho. —Ambos —respondí—. Bien, ya que estoy aquí por ella y estoy muy feliz de haber regresado y las cosas van bien, pero mal porque… Me miró detenidamente, tan guapo que me dolía un poco el pecho. De hecho, nunca había dicho las palabras en voz alta. Las había escuchado de la boca de otras personas, pero nunca de la mía. Pero descubrí que quería hacerlo. —¿Alguna vez escuchaste que había algunas personas que no creían que ella se lastimaba y no podían entenderlo? Los ojos de Rhodes se movieron a los míos de un lado a otro, pero no me mintió. Dio un pequeño paso hacia adelante y bajó la barbilla, todavía mirando. —Hubo algunos razonamientos de que ella… —Contuvo el aliento como si no estuviera seguro de querer decir las palabras tampoco, pero lo hizo—… Se lastimaba a sí misma. —Asentí—. O que se fue para comenzar una nueva vida —finalizó en voz baja. Esa, específicamente, había dolido más. Que la gente pensara que ella dejaría todo atrás, me dejaría atrás, para empezar de nuevo. —Sí —coincidí—. No estaba segura de cuánto habías escuchado. Nunca pensé que se iría así, ni siquiera por todos los problemas financieros
que estaba teniendo y de los que yo no sabía. Cómo iba a tener que declararse en quiebra, cómo estábamos a punto de ser desalojadas… o cómo pudo haberse… —Las palabras burbujearon en mi garganta como si fueran ácidas y no pude decir la palabra con S—. No volver a propósito — me conformé—. Sé que la policía sabía que estaba tomando medicamentos para la depresión. Rhodes asintió. —Supongo que, solo estaba pensando en eso. Cómo se fue de excursión y todas esas cosas y cómo esa decisión suya cambió mi vida por completo. Cómo no me habría mudado a Florida y llegado a conocer a mi tía y a mi tío. Cómo no habría ido a Tennessee, y luego no habría vivido esa vida allí… y finalmente terminé de regreso aquí. La vida es extraña, supongo, es en lo que estaba pensando. Cómo una decisión que ni siquiera tomas puede afectar la vida de otra persona de manera tan dramática. Simplemente la extraño más hoy, supongo, y desearía tener respuestas. Ojalá supiera lo que realmente pasó —terminé de decirle y me encogí de hombros para que pareciera que todo era casual y estaba bien. No era la primera vez que tenía mañanas o días así, y no sería la última. No sobrevivías a alguien que llevó una bola de demolición a tu existencia y no tenías miles de fracturas con las que vivir el resto de tu vida. La mano que puso sobre la mía se levantó y Rhodes la puso sobre mi hombro, sus dedos se curvaron, apoyados contra mí. —Fue un caso extraño y, quizás si no te conociera, podría ver por qué la gente pensaría eso. Pero ahora que lo sé, que te conozco, amiga, no creo que se haya ido intencionalmente. Te lo dije, no sé cómo alguien podría dejar que te alejes. O cómo alguien podría ser el que se alejara. Estoy seguro de que ella te amaba mucho. —Me amaba —dije antes de presionar mis labios por un segundo y parpadear—. Al menos eso pienso. —Tragué saliva y lo miré—. ¿Puedo tener un abrazo de buenos días? ¿Está bien? Si no es así, no te preocupes. Ni siquiera usó sus palabras.
Su respuesta fue abrir sus brazos antes de persuadirme de entrar en ellos después del primer paso que di. Y pensé para mis adentros que encajaba bastante bien en ellos. Su palma se saltó las palmaditas que había hecho antes y pasó directamente a acariciar mi espalda de arriba abajo una vez. Lo que fueron minutos después, cuando mi corazón latía agradable y lentamente y el aroma de su detergente para la ropa se adhería a mis fosas nasales de una manera que esperaba que durara todo el día, preguntó: —¿Aún vas a hacer tu excursión? —Sí. Clara aún no me ha enviado un mensaje de texto, pero nos encontraremos en el comienzo del sendero. Se apartó lo suficiente para que nuestras miradas se encontraran. Los dedos en mi espalda rozaron la tira de mi sujetador. —Si cambias de opinión y quieres esperar, iré el próximo domingo. Se ofreció a ir de excursión conmigo. ¿Por qué se sintió como una propuesta de matrimonio? Sabía con certeza que ya había hecho el sendero un par de veces antes, como lo supe la primera vez que lo intenté, y él sabía que yo lo sabía. —Preferiría hacer uno nuevo otro día para que no te aburras como cuando hicimos el de seis kilómetros. Si quieres. —Si quieres —estuvo de acuerdo—. Y no me aburrí. Eso me hizo sonreírle. —Y yo que pensaba que fuiste miserable todo el tiempo. —No. —Sus fosas nasales se ensancharon un poco—. Si cambias de opinión, hoy me quedaré aquí —dijo en voz baja—. Tengo un par de problemas de caza furtiva que necesito revisar. —Voy a intentarlo; tengo todo empacado. Cuanto más rápido termine, más rápido puedo hacer otro. Quizás contigo… si estás libre. Quizás
podamos hacer que Am también venga. Tal vez podamos sobornarlo con comida. Fue su turno de asentir antes de mirar mi colección de agua, comida y suministros de emergencia de una pequeña manta, lona, linterna y botiquín de primeros auxilios. Me había vuelto bastante decente al descubrir qué necesitaba y cuánto. Era un sendero demasiado largo y difícil para volverme loca y recargada, pero tampoco quería morirme de hambre. Me ponía de muy mal humor para eso. Mis elecciones debieron haber sido aprobadas por él porque me miró y asintió. Sus brazos me soltaron y, en un abrir y cerrar de ojos, me tendió una bola de color azul oscuro. —Llévate mi chaqueta contigo. Es resistente al viento y al agua. Es más liviana que la tuya y será más fácil de empacar. —Me hizo un gesto para que la tomara—. Llévate tus pantalones de protección solar también. Hay mucha maleza en el sendero que tomarás hoy. ¿Tienes bastones de senderismo? Algo dentro de mí se alivió y asentí. Sus ojos grises estaban fijos y sombríos en mí. —Llámame cuando llegues y cuando termines. —Hizo una pausa, pensando en sus palabras antes de agregar—: Por favor.
Acababa de estacionar en el comienzo del sendero cuando mi teléfono sonó. Honestamente, fue un milagro que incluso tuviera servicio en primer lugar, pero como había aprendido durante los últimos meses vivir en las montañas, a veces llegabas al azar a un punto óptimo en el lugar perfecto si la elevación era la correcta. Quizás ayudó que había cambiado mi proveedor de telefonía celular al mismo que Yuki. Y según la altitud que registraba mi reloj, estaba muy arriba.
Rhodes me había advertido sobre lo inseguro que era el viaje en auto, ya que iba a intentar caminar hasta el lago desde un punto de partida diferente, pero debería haber sabido que no exageró las cosas. El camino había sido i-n-s-e-g-u-r-o. Había estado agarrando el volante con todas mis fuerzas durante parte de la ruta, el camino estaba lleno de baches y lleno de rocas afiladas. Me dije a mí misma que debía preguntarle cuándo fue la última vez que subió aquí porque, aunque pensé que confiaba en mis habilidades de conducción lo suficiente como para enviarme por este camino en lugar de la ruta que había tomado la última vez, mi instinto decía que el señor Sobreprotector habría sido más agresivo acerca de que no condujera si hubiera sabido que estaba así de desastroso. Eso o realmente creía en mí. Solo me arrepentía de ser terca sobre hacer esto cada treinta segundos. Tuve un mal presentimiento en mi estómago cuando mi teléfono sonó y “Clara llamando” brilló en la pantalla. Según el mensaje de texto que me envió cuando salí de la casa de Rhodes, estaba a punto de salir de su casa. Debería estar cerca, detrás de mí, si no ya aquí. Y supe que ese no era el caso porque había dos vehículos en el claro que funcionaba como estacionamiento para el inicio del sendero y ninguno de ellos era de ella. —Hola —saludé, inclinando mi cabeza hacia atrás contra el reposacabezas y sintiendo el malestar en mi estómago de nuevo. —Aurora —respondió Clara—. ¿Dónde estás? —Estoy en el comienzo del sendero —confirmé, mirando el cielo muy azul—. ¿Dónde estás? Maldijo. —¿Qué pasó? —He estado intentando llamarte, pero no llegaba. Mi auto no arranca. Llamé a mi hermano, pero aún no está aquí. —Maldijo de nuevo—. ¿Sabes
qué? Déjame llamar al servicio de grúas y… No quería que gastara dinero en un servicio de grúa. Se había preocupado lo suficiente por el dinero cuando pensó que yo no miraba ni prestaba atención, pero el cuidado en el hogar de su padre consumía una gran parte de las ganancias de la tienda. Además, ambas también sabíamos que esta era mi última oportunidad de hacer esta excursión este año, más que probable. Octubre estaba llamando a la puerta. La sequía había mantenido el verano cálido y el comienzo del otoño más cálido de lo normal, pero la madre naturaleza se estaba aburriendo. Las temperaturas comenzarían a descender pronto y la nieve comenzaría a ser algo real en las elevaciones más altas. Si no lo hacía ahora, pasarían ocho meses antes de que pudiera siquiera pensar en hacer esto de nuevo. Quizás la próxima semana todavía estaría bien, pero era un quizás difícil. —No, no hagas eso —dije, tratando de averiguar qué decir—. Espera a tu hermano. De todos modos, el viaje aquí fue duro. —¿En serio? —Sí, la ondulada —eran surcos horizontales locos que se asemejaban a una tabla de lavar en la carretera—, es irreal. Hice una pausa y traté de pensar; fácilmente pasarían tres horas antes de que ella llegara aquí, si es que podía hacerlo. Para esa altura, sería tarde en la mañana y lo estaríamos acabando demasiado cerca de la oscuridad. Y ese maldito viaje de regreso… No tenía miedo de hacer la excursión sola. Me preocupaba más por otras personas que por encontrarme con animales. Además, esta vez estaba más preparada. Podría manejarlo. —Lo siento. Maldita sea. No puedo creer que esto haya pasado. —Está bien. No te preocupes por eso. Espero que tu hermano llegue pronto y que no sea nada grave.
—Yo también. —Hizo una pausa y dijo algo lejos del teléfono antes de regresar—. Lo haré contigo la semana que viene. Sabía lo que iba a hacer. Tenía que hacerlo. Por esto había venido. Tenía que hacerlo por mamá. Y por mí. Para saber que podría. Solo era una excursión, una difícil, claro, pero mucha gente hacía las difíciles. No iba a acampar. Y había dos autos estacionados aquí. —Está bien. Sé que lo ibas a hacer para hacerme compañía y ya estoy aquí. Escuché la precaución en su tono. —Aurora… —El clima es bueno. El viaje fue una mierda. Llegué lo suficientemente temprano para acabar esto en unas siete horas. Aquí hay dos autos. Estoy en las mejores condiciones para hacer esta mierda. Bien podría acabar de una vez, Clara. Estaré bien. —Es una excursión difícil. —Y me dijiste que tienes un amigo que lo hace solo —le recordé—. Estaré bien. Estaré fuera de aquí mientras aún me queden horas de sol. Ya tengo resuelto esto. Hubo una pausa. —¿Estás segura? Lo siento. Me siento mal por estar siempre abandonándote. —No te sientas mal. Está bien. Tienes una vida y tantas responsabilidades, Clara. Lo entiendo, lo juro. Y he hecho otras yo sola. Comienza a hacer algunos saltos de tijera o algo así para que podamos hacer una excursión de dieciocho kilómetros de ida el próximo año. —¿Dieciocho kilómetros de ida? Hizo un sonido que sonó casi como una risa, pero, sobre todo, como si pensara que estaba totalmente demente.
—Sí, aguanta. Puedo hacer esto. Sabes dónde estoy; estaré bien. No voy a hacer lo que hizo mi mamá y hacer una excursión diferente sin decirle a nadie. Dejaré mi teléfono encendido; la batería está completamente cargada. Tengo mi silbato y mi spray de pimienta. Estoy bien. Clara emitió otro sonido de vacilación. —¿Estás segura? —Sí. —Suspiró profundamente, aún dudando—. No te sientas mal. Pero tampoco te rías de mí si no puedo caminar mañana, ¿de acuerdo? —No me reiría de ti… Sabía que no lo haría. —Te enviaré un mensaje de texto si hay señal y cuando termine, ¿de acuerdo? —¿Se lo dirás también a Rhodes? Eso me hizo sonreír. —Él ya lo sabe. —De acuerdo, entonces. Lo siento, Aurora. Prometo que no sabía que esto iba a suceder. —Deja de disculparte. Está bien. Gimió. —De acuerdo. Lo siento. Me siento como un pedazo de mierda. Hice una pausa. —Deberías. —Ambas nos reímos—. ¡Bromeo! Déjame llamarlo muy rápido y luego empezar. Me deseó buena suerte y colgamos justo después de eso. Esperé un segundo y luego llamé a Rhodes. Sonó y sonó, y después de un momento, respondió su buzón de voz.
Le dejé un mensaje rápido. —Hola. Estoy en el comienzo del sendero. Clara tiene problemas con el auto y no podrá llegar hasta dentro de al menos otras tres horas, así que, después de todo, haré la excursión sola. Hay dos autos estacionados en el estacionamiento. Sus matrículas son… —Las miré a escondidas y dije las letras y los números—. Los cielos son de un azul brillante. La carretera fue muy complicada, pero lo logré. Voy a hacer esto lo más rápido que pueda, pero aun así intentaré mantener el ritmo porque sé que la salida podría matarme. Te veré más tarde. Que tengas un buen día en el trabajo y buena suerte con esos idiotas que cazan furtivamente. ¡Adiós! Comencé la caminata con una sonrisa en mi rostro a pesar de que mi alma se sentía un poco más pesada de lo normal, pero no por malas razones. Extrañar a mi mamá me entristecía, pero eso no era algo malo. Solo esperaba que supiera que todavía la extrañaba y pensaba en ella. Puse mi teléfono en modo avión para que no comenzara con el roaming y agotara la batería en poco tiempo. Había aprendido esa mierda por las malas hacía meses. Podría comprobarlo de nuevo una vez que empezara a subir. A pesar de la temperatura fresca, el sol brillaba y era hermoso, el cielo era la cosa más azul que jamás había visto. No podría haber pedido un mejor día para hacer esto, lo sabía. Quizás mamá lo había resuelto para animarme. Ese pensamiento me animó aún más. A pesar de perder el aliento después de los primeros quince minutos y tener que detenerme mucho más a menudo de lo que hubiera querido, seguí adelante. Me tomé mi tiempo, tuve que quitarme la chaqueta después de un rato y mantuve un ojo en mi reloj, pero traté de no estresarme por todas mis paradas. Toda la parte trasera de mi camisa terminó empapada de sudor donde se apoyaba la mochila, y eso tampoco fue gran cosa. Revisé mi teléfono cada dos paradas y no encontré servicio. Seguí adelante. Un paso delante de otro, disfrutando del increíble aroma de la naturaleza porque eso es exactamente lo que era.
Estaba solo en medio de millones de hectáreas de bosque nacional, y por mucho que hubiera disfrutado de la compañía, hoy de todos los días, hacer esto me dio escalofríos. Me imaginé a mi madre siguiendo este mismo camino hacía treinta y tantos años y me hizo sonreír. Sus notas no especificaban de qué manera había comenzado la caminata, había dos formas de llegar al lago, una de las cuales era el camino en el que estaba ahora y el otro era el que había tomado la última vez, pero de todas maneras, ella estuvo aquí. Estos árboles le habían dado una especie de paz, me gustaría pensar. Estaba bastante segura que ella también lo había hecho sola y eso me hizo sonreír más. Sería incluso mejor tener a Clara aquí… incluso mejor tener a Rhodes conmigo o a Am, pero tal vez estaba destinada a que le hiciera frente a esto sola. Hacer este último viaje yo sola, como había comenzado. Quería que esta mudanza a Colorado me permitiera volver a conectarme con mi madre, y nada podría haberme preparado para los cambios que había hecho en los meses desde entonces. Me habían hecho más fuerte. Mejor. Más feliz. Claro, aún gritaría si un murciélago se colaba de regreso a la casa o si veía otro ratón, pero sabía que podría encontrar una solución si sucedía. Quizás no tenías que superar tus miedos por completo para conquistarlos. Tal vez si los enfrentaras en general, eso contaba. O al menos, eso es lo que quería creer. Y quizás… este fue mi adiós al menos a parte del pasado. Cerrando todos los capítulos abiertos que no se habían completado. Tenía tantas cosas a mi favor. Tanta alegría esperando. Al igual que con el final de mi relación, tenía tanto que estaba dejando atrás para empezar de nuevo con todas estas nuevas posibilidades. Tenía personas que se preocupaban por mí de nuevo, que se preocupaban por mí y no les importaba a quién conocía, cuánto dinero tenía o qué podía hacer por ellos. Entonces, quizás podría ser como había pensado antes. Podías empezar de nuevo cualquier día de la semana, en cualquier época del año,
en cualquier momento de tu vida y estaba bien. Y mantuve ese pensamiento en mi cabeza mientras seguía subiendo, otra hora tras hora pasaba; sentí calambres en las pantorrillas y me detuve brevemente de nuevo para tomar algunas cápsulas de magnesio que había traído. Por todo lo que traté de saltar la cuerda, mis muslos también ardían como un hijo de puta, y estaba acabando con el agua más rápido de lo que esperaba, pero también lo había planeado y podía volver a llenarlas en un arroyo o en el lago, aunque el agua sabría a culo. No quería contraer el mal de altura más de lo que me disgustaba el sabor del agua filtrada, qué mierda. El paisaje cambiaba más y más, y me maravillé de la belleza y la vegetación de los alrededores. Y quizás fue porque estaba demasiado ocupada admirando todo y pensando que la vida iba a estar bien que no me di cuenta del cielo. No vi las nubes oscuras que habían comenzado a avanzar hasta que un relámpago y un trueno estallaron en lo que habían sido cielos despejados, asustándome mucho. Literalmente grité y corrí hacia el conjunto de árboles más cercano, agachándome un segundo antes de que comenzara la lluvia. Afortunadamente, Clara me había advertido que me llevara una lona en las excursiones largas, y me cubrí con ella, poniéndome también la chaqueta de lluvia de Rhodes para mayor protección. Todavía estaba sentada allí cuando el granizo comenzó a apedrearlo todo. Pero me mantuve optimista. Sabía que esto era solo una parte. Había estado en una granizada una o dos veces antes. Nunca duraba mucho y esta vez no fue la excepción. Empecé de nuevo, seguí empujando, cansándome, pero no fue un gran problema. No llovió lo suficiente como para que estuviera embarrado, sino simplemente húmedo. Crucé una sección insegura y la colina que había intentado asesinarme la última vez, por la que tuve que trepar, y fue entonces cuando supe que no me quedaba mucho más. Casi estaba allí. Máximo una hora.
Revisé mi teléfono, vi que tenía servicio y envié un par de mensajes de texto. El primero fue a Rodhes. Yo: Llegué a la colina. Todo está bien. Te enviaré un mensaje de texto en el camino de regreso. Luego le envié uno a Clara que era básicamente el mismo. Fue entonces cuando llegó un mensaje entrante de Amos. Amos: ¿Fuiste a hacer la excursión tú sola? Yo: Síííííí. Llegué a la colina. Todo está bien. Ni siquiera tuve la oportunidad de poner mi teléfono en modo avión nuevamente cuando llegó otro mensaje de él. Amos: ¿Estás loca? Bueno, supongo que bien podría sentarme aquí un minuto más. Me vendría bien el descanso. Así que, respondí el mensaje, apoyé mi trasero en la roca más cercana y pensé que cinco minutos más no me matarían. Yo: Todavía no. Amos: Podría haber ido contigo. Yo: ¿Recuerdas lo miserable que fuiste cuando hicimos seis kilómetros? Saqué una preciosa barra de granola y me comí la mitad de un bocado, mirando al cielo. ¿De dónde diablos habían venido estas nubes? Sabía que llegaron inesperadamente, pero… Otro mensaje llegó mientras masticaba. Amos: ¡¡¡Se supone que no debes hacerlo tú sola!!! Estaba usando signos de exclamación. Él me amaba.
Amos: ¿¿¿¿Papá lo sabe???? Yo: Lo sabe. Lo llamé, pero no respondió. Te prometo que estoy bien. Terminé el resto de mi barra en otro bocado, deslicé el envoltorio en una bolsa de la tienda de comestibles que estaba usando como basura, y cuando no obtuve una respuesta de Amos ni de Clara, ni de nadie, me levanté, mi cuerpo lloraba de frustración por lo cansado que ya estaba, y seguí adelante. La siguiente hora en verdad fue terrible. Pensé que estaba en forma, pensé que podría manejar esta mierda. Pero estaba exhausta. Solo pensar en la caminata de regreso hizo que mi entusiasmo desapareciera. Pero estaba haciendo esto por mamá, y estaba aquí y maldita sea si no iba a terminar esto. Más vale que este lago fuera lo mejor que haya visto en mi vida. Seguí y seguí. En un momento, capté un destello de lo que pensé que tenía que ser el lago en la distancia, brillante y como un espejo. Pero con cada paso que daba, las nubes se volvían más y más oscuras. Comenzó a llover de nuevo, saqué mi lona mojada y me agaché debajo de un árbol con ella. Pero esta vez, no se aclaró después de cinco minutos. O diez. Veinte o treinta. Llovió a cántaros. Luego granizó. Después llovió a cántaros un poco más.
El trueno sacudió los árboles, mis dientes y mi alma. Saqué mi teléfono de mi bolsillo y verifiqué si tenía servicio. No lo tenía. Comí la mayoría de los bocadillos que había planeado comer cuando llegara al lago para ahorrar tiempo. Iba a tener que llegar allí, prácticamente dar la vuelta y empezar a regresar. La lluvia finalmente se convirtió en una llovizna después de casi una hora, el medio kilómetro que me quedaba parecían quince. Especialmente cuando el maldito lago fue la cosa más decepcionante que había visto en mi vida. Quiero decir, eran lindo, pero no fue… no fue lo que esperaba. No brillaba. No era azul cristalino. Era solo… un lago normal. Me eché a reír; luego me eché a reír como una idiota, las lágrimas aparecieron en mis ojos mientras rompía a reír un poco más. —Oh, mamá, ahora entiendo a qué se debió ese gesto. Más o menos. Significaba más o menos. Tenía que ser. Esperaba encontrar algunas personas alrededor, pero no había nadie. ¿Habían seguido caminando? La División Continental estaba a kilómetros de distancia, partiendo de un sendero diferente adjunto a este. Me reí aún más, otra vez. Luego me senté en un tronco mojado, me quité las botas mientras comía mi manzana, disfrutando del crujido y la dulzura. Mi maldito regalo. Saqué mi teléfono, me tomé una selfi con el estúpido lago y me reí de nuevo. Nunca más. Me quité los calcetines y agité los dedos de mis pies, manteniendo los oídos abiertos para los animales y las personas, pero no había nada. Diez minutos después, me levanté, me puse los calcetines y los zapatos de nuevo, abroché mi chaqueta porque la lluvia había enfriado en
verdad todo y el sol no había salido, y comencé la maldita caminata de regreso. Todo dolía. Sentí como si todos los músculos de mis piernas estuvieran destrozados. Mis pantorrillas estaban a punto de morir. Mis dedos de los pies nunca iban a perdonar u olvidar esto. Había perdido el impulso al tener que detenerme por la lluvia, y otra mirada a mi reloj me dijo que había perdido dos horas por el clima y mis descansos. Lo que había parecido difícil en el camino hacia el lago fue unas cien veces más difícil en el camino de regreso. Maldición, mierda, maldita sea, jodido hijo de puta todo salió de mi boca. No podía entender cómo diablos alguien corría esto. Me detenía en lo que parecía cada diez minutos, estaba muy cansada, pero, aun así, seguí adelante. Dos horas más tarde, sin saber cómo iba a sobrevivir las próximas tres horas y mirando las malditas nubes que estaban de regreso, saqué mi teléfono y esperé, esperando que hubiera servicio. No lo había. Tuve que intentar enviar algunos mensajes. El primero fue a Rodhes. Yo: Llego tarde. Estoy bien. Regresando. Luego le envié a Clara otro con básicamente el mismo mensaje. Y, finalmente, Amos recibió mi tercero. Yo: En camino de regreso. Estoy bien. El clima empeoró. Dejé mi señal encendida, esperando que eventualmente se reconectara con una torre. La batería estaba al 80 por ciento, así que pensé que estaría bastante bien. Eso esperaba. El suelo estaba resbaladizo, la grava era peligrosa bajo mis botas y eso me retrasó aún más. No había nadie alrededor. No podía arriesgarme a
hacerme daño. Sabía que iba a tener que ir incluso más lento de lo que había planeado. Y las nubes se abrieron más y me mostré el dedo medio por ser una idiota testaruda. Tenía que tener cuidado. Tenía que ir lento. Ni siquiera podía pedir un rescate porque no había ningún servicio, y no iba a avergonzar a Rhodes al ser esa persona que tenía que ser salvada. Podía hacer esto. Mi mamá pudo hacer esto. Pero… Si salía de aquí, nunca volvería a hacer esta mierda sola. ¿No lo sabía ya? Por supuesto que lo sabía. Esto fue una estupidez. Debí haberme quedado en casa. Deseé tener más agua. No iba a ir de excursión el año que viene. No iba a caminar a ningún lado nunca más. Oh, Dios, aún tenía que conducir a casa. Maldición, maldición, maldición. No me iba a rendir. Podía hacer esto. Iba a lograrlo. Nunca volvería a hacer una excursión difícil. Al menos no en un día. A la mierda esa mierda. Un pie tras otro acabó conmigo. Me detuve. Me escondí debajo de mi lona. La temperatura empezó a bajar y no podía creer que no hubiera traído mi chaqueta más gruesa. Lo sabía mejor. Coloqué la chaqueta de Rhodes sobre mi pulóver cuando comencé a temblar.
Mi agua se estaba agotando a pesar de que la había llenado con agua de un arroyo, y comencé a tener que tomar los sorbos más pequeños cada vez que paraba porque no había más fuentes de agua. Me dolían cada vez más las piernas. No podía recuperar el aliento. Solo quería una siesta. Y un helicóptero que viniera a salvarme. Mi teléfono aún no se conectaba. Fui tan estúpida. Caminé y caminé. Hacia adelante y adelante, resbalando a veces sobre la grava húmeda y haciendo todo lo posible por no caer. Lo hice. Me lastimé el trasero dos veces y me raspé las palmas. Dos horas se convirtieron en tres, iba muy lento. Estaba oscureciendo demasiado. Tenía frío. Lloré. Luego lloré más. El miedo genuino se instaló. ¿Mamá se habría asustado? ¿Sabía que estaba jodida? Esperaba que no. Dios, esperaba que no. Ya estaba asustada; no podía imaginarme… Faltaba casi un kilómetro, pero se sentía como treinta. Saqué mi linterna y me la puse en la boca, agarrándome a mis bastones de senderismo con todas mis fuerzas porque probablemente habría muerto sin ellos. Las grandes, gruesas, descuidadas lágrimas de frustración y miedo corrían por mis mejillas, y saqué la linterna para gritar “maldita sea” un par de veces.
Nadie me vio. Nadie me escuchó. No había nadie aquí. Quería llegar a casa. —¡Maldita sea! —grité de nuevo. Iba a terminar a esta hija de puta, y nunca volvería a hacer esta excursión así. Esto era una mierda. ¿Qué tenía que demostrar? A mamá le había encantado esto. A mí me gustaban las caminatas de diez kilómetros. Las fáciles e intermedias. Solo estaba bromeando; podía lograr esto. Lo iba a lograr. Iba a acabar. Estaba bien tener miedo, pero me iba a ir de aquí. Iba a acabar. Quedaba una décima de kilómetro que retrocedía, doblaba y bajaba, y tenía frío, estaba mojada y embarrada. Esto apestaba. Miré mi reloj y gemí cuando vi la hora. Eran las seis. Debería haber terminado hacía horas. Iba a estar conduciendo en la oscuridad y me refería a que iba a estar negro como la boca del lobo. Apenas podía ver nada ahora. Está bien. Todo estaba bien. Tendría que ir muy lento. Tomarme mi tiempo. Podía hacerlo. Tenía un repuesto. Tenía un aerosol inflador de neumáticos. Sabía cambiar un neumático. Iba a llegar a casa. Todo dolía. Estaba bastante segura de que me sangraban los dedos de los pies. El cartílago de mis rodillas estaba dañado. Esto apestaba. Podía hacerlo. Hacía mucho frío. Esto apestaba. Un par de lágrimas más se derramaron de mis ojos. Fui una idiota por hacer esto sola, pero lo había hecho. Granizo, algo de nieve, lluvia, truenos,
comer mierda. Lo había logrado. Había hecho esta maldita caminata. Estaba cansada y un par de lágrimas más salieron de mis ojos, y me pregunté si había tomado un giro equivocado y estaba en un sendero de animales en vez de en el camino real porque nada me parecía familiar, por otra parte, estaba oscuro y apenas podía ver nada que estuviera fuera del haz de mi linterna. Maldita sea, maldita sea, maldita sea. Entonces lo vi, el árbol grande y bajo por el que tuve que agacharme justo al comienzo del sendero. ¡Lo había logrado! ¡Lo había logrado! Me estremecí con tanta fuerza que me castañetearon los dientes, pero tenía una manta de emergencia en mi bolso y en mi auto, y tenía una chaqueta vieja y gruesa de Amos que de alguna manera había encontrado su camino hasta ahí. Lo hice. Más lágrimas llenaron mis ojos y me detuve, inclinando mi cabeza hacia el cielo. Una parte de mí deseó que hubiera estrellas con las que pudiera hablar, pero no las había. Estaba demasiado nublado. Pero eso no me detuvo. Mi voz estaba ronca por los gritos y la falta de agua, pero no importaba. Aun así, dije las palabras. Aun así, las sentí. —Te amo, mamá. Esto fue una mierda, pero te amo y te extraño y voy a hacer mi mejor esfuerzo —dije en voz alta, sabiendo que ella podía oírme. Porque siempre me escuchaba. Y en un estallido de energía que no creía tener en mí, salí corriendo hacia mi auto, mis dedos de los pies dolían, mis rodillas se dieron por vencidas y mis muslos dañados por el resto de mi existencia, al menos, así me sentí en ese momento. Estaba allí. Era la única.
No sabía a dónde diablos se habían ido esas otras personas, pero no me quedaba energía para preguntarme cómo no me había topado con ellas. Malditos. Tan exhausta como me sentía, bebí un cuarto de mi botella de agua de tres litros, me quité la chaqueta de lluvia de Rhodes y la mía húmeda, y me puse la de Amos. Me quité los zapatos y casi los arrojé al asiento trasero, pero no lo hice por si necesitaba salir del auto; en cambio, los apoyé en el suelo del asiento del pasajero. Quería mirarme los dedos de los pies y ver cuál era el daño, pero me preocuparía por eso más tarde. Revisé mi servicio, pero seguía siendo inexistente. Envié un mensaje a Rhodes y Amos de todos modos. Yo: Finalmente acabé, es una historia larga. Estoy bien. No tenía servicio. Creo que la torre ha colapsado. Estoy de salida, pero tengo que ir despacio. Luego retrocedí y comencé el viaje a casa. Iba a tomar alrededor de una hora llegar allí una vez que saliera de esta parte difícil. En el mejor de los casos, serían dos horas para llegar a la autopista. Y fue tan espantoso como recordaba. Peor incluso. Pero no me importó. Agarré el volante con todas mis fuerzas, intentando recordar qué camino había tomado en el camino hacia arriba, pero la lluvia había limpiado mis huellas. Tengo esto. Puedo hacerlo, me dije, conduciendo literalmente a tres kilómetros por hora y entrecerrando los ojos como nunca antes y, con suerte, nunca más. Tenía las manos acalambradas, pero las ignoré y a la extraña sensación de conducir sin zapatos puestos, pero no me volvería a poner esas botas pronto. Conduje, sin encender la radio porque tenía que concentrarme. Llegué tal vez a medio kilómetro por la carretera cuando dos faros destellaron a través de los árboles en una curva.
¿Quién diablos conducía hasta aquí tan tarde? Fue mi turno de maldecir porque el mejor camino era recto por el medio, y no era como si el camino fuera ancho para empezar. ¿Cuáles eran las posibilidades? —Maldición —murmuré justo cuando las luces desaparecieron por un momento y luego reaparecieron en la recta, viniendo hacia mí. Seguro que era un todoterreno o una camioneta. Una grande. E iba muchísimo más rápido que yo. Me aparté a un lado con un suspiro, abroché la chaqueta de Amos hasta mi barbilla y luego me hice a un lado aún más. Con mi suerte hoy, iba a quedar atrapada. No, no era así. Iba a llegar a casa. Iba a… Entrecerré los ojos al auto que se acercaba. El todoterreno se detuvo de golpe y la puerta del lado del conductor se abrió. Vi como una gran figura saltó y se detuvo en su lugar por un segundo antes de comenzar a moverse nuevamente. Hacia adelante. Aseguré mis puertas, luego entrecerré los ojos de nuevo y me di cuenta… conocía ese cuerpo. Reconocía esos hombros. Ese pecho. La gorra en lo que definitivamente era la cabeza de un hombre. Era Rhodes. No recordaría haber abierto mi propia puerta, luego alcanzar mis zapatos y ponerlos a la mitad antes de deslizarme fuera de mi auto. Pero recordaba cojear hacia adelante con mis botas apenas colgando de los dedos de mis pies y ver a Rhodes dirigirse hacia mí también. Su rostro estaba… parecía furioso. ¿Por qué eso me dio ganas de llorar? —Hola —grité débilmente. El alivio me atravesó. Mi voz se quebró por la mitad y dije lo último que hubiera querido—. Estaba tan asustada…
Esos grandes brazos musculosos me envolvieron, lo único que me sostenía, con una mano yendo a la parte trasera de mi cabeza. Mi cabello estaba mojado por el sudor, esa mierda no era lluvia, pero toda la longitud de su cuerpo se apretó contra el mío. Reconfortante y presente, y todo lo que necesitaba entonces y más. Todo ese cuerpo fornido y musculoso tembló levemente, noté débilmente. —No más caminatas por tu cuenta —susurró con brusquedad, tan ronco que me asustó—. No más. —No más —coincidí débilmente. Me estremecí una vez en sus brazos, sostenida casi por completo por su cuerpo—. Llovió mucho, y no sé de dónde diablos vinieron esas nubes, pero fueron unas malditas y tuve que resguardarme. —Lo sé. Pensé que había pasado algo. —Estaba bastante segura de que acarició la curva de mi cabeza—. Pensé que estabas herida. —Estoy bien. Me duele todo, pero solo porque estoy cansada y estas botas apestan. Lo siento. Lo sentí asentir contra mí. —Vine aquí tan rápido como pude cuando llegó tu mensaje de texto. Tuve que ir a Aztec y no tenía servicio. Amos me llamó histérico. Quería venir, pero hice que se quedara y ahora está enfadado. Llegué aquí lo más rápido que pude. —La mano en la parte trasera de mi cabeza se deslizó por mi columna, palmeando la parte baja de mi espalda, y no había forma de que me imaginara el hecho de que me abrazó con fuerza—. No vuelvas a hacer eso nunca más, Aurora. ¿Me escuchas? Sé que puedes hacer todo esto tú sola, pero no lo hagas. En este punto, nunca más iba a ir de excursión. Jamás. Otro escalofrío recorrió mi cuerpo. —Estoy tan feliz de verte, no tienes idea. Estaba tan oscuro y me dio miedo por un rato mientras estaba allí —admití, sintiendo que mi propio cuerpo comenzaba a temblar.
La mano en mi cabeza me acarició, acercándome tanto que sentí que si pudiera ponerme dentro de él, lo habría hecho. —¿Estás bien? ¿No estás herida? —preguntó. —Nada que no pueda superar. No como la última vez. —Presioné mi mejilla contra su pecho, saboreando su calidez. Su firmeza. Estaba bien. Estaba a salvo—. Gracias por venir. —Me aparté un poco y le ofrecí una pequeña sonrisa avergonzada—. A pesar de que serías tú a quien enviarían si no regresara, ¿eh? El rostro de Rhodes estaba serio, sus pupilas muy dilatadas a medida que me miraba fijamente, observando mis rasgos con ojos oscuros. —No vine porque sea mi trabajo. Entonces, antes de que pudiera reaccionar, esos brazos me rodearon de nuevo, tragándome por completo. Un capullo humano en el que podría haber vivido el resto de mi vida. No imaginé el leve temblor que recorrió esos duros músculos. Y definitivamente no me imaginé la expresión feroz que me lanzó cuando se apartó nuevamente. Sus manos se movieron para posarse en mi espalda. —¿Estás bien para conducir? Asentí. Una de esas manos se movió para apretar mi cadera de una manera que ni siquiera estaba segura de que él supiera que estaba haciendo mientras su mirada vagaba por mi rostro. —¿Camarada? —¿Mmm? —Quiero que sepas… Amos va a querer matarte. Eso probablemente fue lo único que pudo haberme hecho reír entonces y lo hice. Entonces le dije toda la verdad.
—Está bien. Lo estoy esperando con ganas.
CAPÍTULO 22 Todo dolía. Literalmente, cada parte de mi cuerpo me dolía de alguna manera. Desde mis pobres pies que sentía que estaban sangrando, hasta mis pantorrillas que estaban traumatizadas, hasta mis muslos y nalgas agotadas. Si me concentraba lo suficiente, probablemente también me dolerían los pezones. Pero eran mis manos y antebrazos los que más sufrieron en el camino a casa. Pasé esos ciento veinte minutos apretando el volante con todas mis fuerzas, conteniendo la respiración la mayoría de las veces. Si no hubiera pasado aterrorizada las últimas horas, mi cuerpo podría haber sido capaz de resumir el miedo genuino en las rocas y los surcos por los que conduje. Fue solo porque estaba tan concentrada en seguir a Rhodes y no conducir sobre nada afilado, que no perdí mi maldito control mientras conducíamos minuciosamente lento. Y si no hubiera estado tan cansada, podría haber gritado de alegría cuando finalmente llegamos a la carretera. Fue entonces cuando finalmente logré exhalar, profunda y plenamente, desde el fondo, desde el interior de mis entrañas. Lo había logrado. En serio lo había logrado. Tuvo que ser el alivio lo que me impidió temblar durante el resto del camino. Pero después de apagar mi auto, fue cuando me golpeó. Fue como un revés en mi rostro cuando no lo esperaba. Solté un suspiro por una fracción de segundo antes de que todo mi cuerpo comenzara a temblar. Conmocionada, con miedo. Me incliné hacia adelante, presioné mi frente contra el volante y temblé con fuerza desde mi cuello hasta mis pantorrillas.
Estaba bien, y eso era todo lo que importaba. Estaba bien. La puerta a mi izquierda se abrió, y antes de que pudiera girar la cabeza hacia un lado, una gran mano aterrizó en mi espalda y la voz ronca de Rhodes habló dentro del auto. —Aquí estoy. Te tengo. Vas a estar bien, ángel. Asentí, mi frente aún estaba allí incluso cuando otro escalofrío brusco sacudió mi cuerpo. Su mano se deslizó más abajo por mi columna. —Vamos. Entremos. Necesitas comida, agua, descanso y una ducha. Asentí de nuevo, un nudo se formó en mi garganta. Rhodes se estiró detrás de mí y, un momento después, mi cinturón de seguridad se aflojó. Rhodes me guio para que me recostara, dejando que el cinturón de seguridad volviera a su lugar. Le eché un vistazo justo cuando se inclinó hacia adelante, y antes de saber lo que estaba pasando, sus brazos se deslizaron debajo de mí, por debajo de la parte posterior de mis rodillas, el otro debajo de mis omóplatos, y me alzó. Me acunó contra su pecho. —Ah, Rhodes, ¿qué estás haciendo? —pregunté. —Llevándote arriba —respondió. Y cerró la puerta con la cadera antes de comenzar a moverse, cargándome como si no fuera gran cosa mientras nos dirigíamos al apartamento del garaje. La puerta estaba desbloqueada, así que todo lo que necesitó fue un giro rápido de muñeca para abrirla antes de que subiéramos. —Si me ayudas, puedo subir las escaleras por mi cuenta —dije, observando el vello facial marrón plateado cubriendo su mandíbula y barbilla. Sus ojos grises se posaron en mí a medida que subía un escalón tras otro.
—Puedes, y lo haría, pero puedo hacerlo por los dos. Y como si estuviera demostrando algo, me apretó más fuerte contra él, más cerca de ese pecho amplio que había sido el mayor alivio de mi vida cuando lo vi salir de su auto. Había ido por mí. Apreté mis labios y bajé la mirada a mis manos, que estaba sosteniendo contra mi pecho, y sentí más lágrimas brotar de mis ojos. Ese mismo miedo familiar que había reprimido todo el camino a casa estalló dentro de mí una vez más. Me recorrió otro escalofrío, fuerte y potente, provocando algunas lágrimas más en mis ojos. Pude sentir la mirada de Rhodes en mi rostro mientras siguió subiendo las escaleras, pero no dijo ni una palabra. De alguna manera, sus brazos me sostuvieron aún más cerca, su boca también se acercó más, y si no hubiera cerrado los ojos, estaba bastante segura que lo habría visto rozar su boca contra mi sien. En cambio, todo lo que hice fue sentirlo, ligero y muy probablemente un accidente. Me quedé sin aliento y contuve un ahogo cuando me bajó a la cama y dijo, en voz baja: —Toma una ducha. Al abrir los ojos, lo encontré de pie casi directamente frente a mí. Una mueca se apoderó de su boca cuando asentí. —Apesto, lo siento —me disculpé, apenas siendo capaz de pronunciar las palabras. Su ceño se volvió aún más severo. Apreté mis labios entre sí. La cabeza de Rhodes se inclinó hacia un lado al mismo tiempo que su mirada se movía sobre mi rostro y dijo con mucho cuidado: —Pasaste un susto, ángel.
Asentí, conteniendo la respiración y tratando de tragarme la emoción que obstruía mi garganta. —Solo estaba pensando… —sollocé, interrumpiendo mis palabras. Rhodes siguió mirándome. Curvé mis dedos en mi regazo, sentí que me temblaba la rodilla, y susurré: —¿Sabes esa vez que te dije que no tenía miedo de morir? —Mi rostro se frunció y sentí que una lágrima se me escapaba del ojo y bajaba por mi mejilla—. Estaba mintiendo. Estoy asustada. —Algunas lágrimas más escaparon, golpeando mi mandíbula—. Sé que no habría muerto, pero aun así pensé que iba a hacerlo una o dos veces… Una gran mano recorrió la mitad de mi rostro antes de hacer lo mismo con el otro lado, y en el tiempo que me tomó comprender lo que estaba haciendo, me levantó otra vez, envolviendo sus brazos nuevamente alrededor de mí. Luego estaba encima de él, sentada sobre sus muslos con mi hombro contra su pecho, y fui yo quien presionó mi rostro contra su garganta a medida que otro escalofrío me recorría. —Rhodes, estaba tan asustada —susurré contra su piel mientras su brazo se curvaba alrededor de mi espalda. —Ahora estás bien —dijo con voz ronca. —Todo en lo que pude pensar, cuando podía, era en que aún me quedaba mucho por vivir. Hay tantas cosas que quiero hacer y sé que es una tontería. Sé que estoy bien. Sé que lo peor que pudo haber pasado era que tuviera que esconderme debajo de un árbol con mi lona y una manta de emergencia para descansar un rato, pero entonces me imaginé cayendo y lastimándome sin que nadie supiera dónde estaba, o sin poder ayudarme, y estaba sola. ¿Y por qué fui sola? ¿Qué diablos tengo que demostrarle a nadie? Mamá no habría querido que me sintiera así, ¿verdad? Negó con la cabeza contra mí y enterré mi rostro aún más profundamente en la piel más suave de su garganta.
—Lo siento. Sé que apesto, estoy pegajosa y asquerosa, pero estaba tan feliz de verte. Y estoy tan contenta de que fueras. De lo contrario… — sollocé y un par de lágrimas más se derramaron entre nosotros. Pude sentirlas cayendo entre mis mejillas y su piel. Rhodes me abrazó aún más cerca de él y su voz sonó firme cuando dijo: —Estás bien. Estás totalmente bien, ángel. No va a pasar nada. Aquí estoy, y Am está al lado y no estás sola. Ya no. Todo estará bien. Tómate un respiro. Tomé una bocanada de aire como había mencionado y luego tomé otra. No estaba sola. Había salido de ahí. Y nunca más volvería a ir de excursión… aunque con el tiempo podría cambiar de opinión, pero eso no venía al caso. Mis hombros se relajaron lentamente y sentí que mi estómago comenzó a aflojarse; ni siquiera me había dado cuenta que estaba apretándolo. La mano en mi espalda acarició mi costado hasta mi cadera y Rhodes siguió sosteniéndome. —Lo siento —dije, desde lo más profundo de mi ser. —No hay nada de lo que disculparte. —Probablemente estoy exagerando… Me acarició de nuevo. —No es así. —Aunque, se siente así. Ha pasado mucho tiempo desde que he sentido tanto miedo y en realidad me afectó. —La mayoría de la gente tiene miedo de morir. No tiene nada de malo. —¿Y tú?
Presioné mi frente aún más cerca de la cálida piel suave de su garganta. —Creo que le tengo más miedo a que muera la gente que me importa que mi propia muerte. —Oh —dije. El suspiro de Rhodes fue suave. —Supongo que, tengo un poco de miedo de no hacer todas las cosas que quiero hacer. —¿Como, qué? —pregunté, mi frente aún pegada a su cuello. Podía sentir el latido constante de su corazón y eso me tranquilizó. —Bueno, ver crecer a Am. Asentí. Su palma se posó sobre mi muslo. —No lo había pensado en mucho tiempo, y no creo que me quede mucho tiempo, pero creo que me gustaría tener otro hijo. —Su pecho subía y bajaba contra mí—. No creo. Estoy seguro. Algo dentro de mí se detuvo por completo. —¿En serio? Asintió, las cerdas de vello facial haciéndome cosquillas en la piel. —Sí. Te dije lo mucho que lamento todas las cosas que me perdí con Am. Me gustan los niños. En primer lugar, no estaba seguro de poder tener uno, pero en ese entonces no pensé que volvería a Colorado, ni a la Marina, ni… —¿Ni qué? —pregunté conteniendo la respiración. La mano en mi muslo se deslizó hasta mi cadera, permaneciendo allí. —Ni… aquí.
No sabía a qué se refería. O tal vez estaba demasiado cansada para pensar demasiado en eso porque asentí como si entendiera cuando no lo hacía, sintiendo una punzada pequeña en mi pecho ante la idea de él queriendo otro hijo, considerando cómo ese niño tendría que ser concebido… cómo necesitaría que una mujer en su vida tenga uno porque la madre de Amos no podía tener otro. —¿Qué querrías? Si pudieras elegir. ¿Otro niño o una niña? — pregunté. Los brazos a mi alrededor se tensaron un poco. —Estaría agradecido por cualquiera de los dos. —Su aliento se deslizó por mi mejilla y entonces comprendí lo mucho que me gustaba su voz. La aspereza firme de ella. Era todo un placer para mis oídos—. Pero solo tengo hermanos, y solo tengo sobrinos, así que tal vez una niña sería algo divertido. Romper el ciclo. —Las niñas son divertidas —coincidí con una exhalación temblorosa —. Y estoy segura que aún tienes tiempo. Si quisieras. He oído hablar de hombres que tienen hijos entre los cincuenta y sesenta. Sentí su “mm-hmm” a través de su pecho mientras su mano bajaba por mi muslo una vez más. —¿Y tú? —preguntó. —A mí tampoco me importa. De todos modos los amaría. —Sorbí un poco—. Aunque al paso que voy, podría tener que conformarme con un cachorro. Su risa fue un resoplido suave, sus palabras casi un susurro: —No. No creo que tengas que hacer eso. Levanté la cabeza y miré su rostro hermoso. Así de cerca, el color de sus ojos era aún más increíble. Sus pestañas eran gruesas, su estructura ósea perfectamente pronunciada. Incluso las arrugas en sus ojos y junto a su boca eran superficiales pero agregaban tanto a sus rasgos, apuesto a que era
incluso más atractivo ahora que cuando tenía veinte años. Aunque mis mejillas se sentían tensas por las lágrimas, logré sonreírle un poco. —A estas alturas, creo que simplemente estaría feliz de tener a alguien con quien envejecer de modo que no esté sola. Puede que tenga que ser Yuki. El rostro de Rhodes se suavizó a medida que su mirada, que sentí hasta la punta de mis pies, recorrió la mía y su mano se deslizó por mi pierna para descansar en mi muslo. Le dio un apretón. —No creo que tengas que preocuparte por eso tampoco, camarada. Su mirada se posó en la mía y lo siguiente que supe fue que me abrazó de nuevo. Me abrazó durante mucho tiempo. Y después de un momento, finalmente se retiró y dijo: —Hoy recibí noticias. Tengo que irme por unas semanas. —¿Está todo bien? El asentimiento de Rhodes fue severo. —Otro guardabosque en el distrito de Colorado Springs tuvo un accidente, y no podrá volver al trabajo por un tiempo, así que me están enviando allí. —La mano en mi muslo se flexionó—. Dijeron dos semanas, pero no me sorprendería si fuera más tiempo. Tengo algunos días para arreglar las cosas. Necesito llamar a Johnny y ver con Amos. —Avísame cualquier cosa que pueda hacer para ayudar —agregué. Su boca se torció y tuve que luchar contra el impulso de abrazarlo. —¿Estás segura? —Sí. Su boca se torció un poco más. —Hablaré con Am y estaré avisándote.
Asentí y pensé en algo. —¿Sigue castigado? —Técnicamente. Aún le niego algunas cosas, de modo que no piense que todo ha sido perdonado y olvidado, pero le estoy dando un poco más de libertad. Apenas se quejó de su castigo, así que no veo ningún sentido en ser demasiado duro con él. Sonreí. Pero la inclinación de su boca desapareció, y Rhodes dijo, serio: —Estarás bien aquí. —Lo sé. —Podría dejar que Am se quede, pero puede que no. No lo he pensado lo suficiente, pero te avisaré tan pronto como lo haga. Asentí. —Eres bienvenida en la casa en cualquier momento que quieras — dijo, con una mirada cuidadosa—. Podría ahorrarte algunos problemas al lavar tu ropa allí de ahora en adelante. ¿De ahora en adelante? Eso me hizo sonreír. —Gracias. —Colorado Springs solo está a unas horas de distancia. Si necesitas ayuda, llama a Am o Johnny. —Si tú o Am necesitan algo, solo avísame. Lo digo en serio. Cualquier cosa. Después de hoy te debo mucho. —No me debes nada. —Su mano volvió a subir a mi cadera—. Solo estaré fuera por un tiempo. —No planeo ir a ningún lado. Aquí estaré —dije, poniendo mi mano en su antebrazo—. Cualquier cosa que Johnny, Am o tú necesiten, me encargo de los tres.
Le debía por hoy y ayer, en realidad, por mucho, independientemente de lo que pensara. No lo olvidaría, nada de eso. Me miró directamente a los ojos mientras lo decía. —Lo sé, Aurora.
CAPÍTULO 23 Las siguientes tres semanas pasaron básicamente en un borrón. Con los colores cambiantes de las hojas, algo dentro de mí cambió junto con ellas. Tal vez fue el puro miedo que había experimentado en la Excursión del Infierno que había sido el catalizador, o quizás fue solo algo en el aire fresco, pero sentí que una parte de mí misma crecía. Asentándose también. Este lugar al que había regresado, donde había pasado algunos de mis mejores momentos y el peor momento de mi vida, se incrustaba en mi piel aún más profundamente con cada día que pasaba. Quería vivir. No era como si fuera un pensamiento nuevo, pero había una diferencia entre vivir y vivir, y yo deseaba lo último. Deseaba lo último más que nada. Una vida entera podía cambiar en un solo momento, con una acción, y de alguna manera, lo había olvidado. Quizás todos los días no serían perfectos y era ingenua al esperar eso, pero todos los días podían ser buenos. Este lugar era donde quería estar y me encontré abrazando todo aún más ceñidamente que antes. Absorbí aún más de mi relación con Clara y mi amistad con los clientes que efectivamente empezaron a sentirse más como amigos. También aprecié aún más a mis amigos adolescentes. De hecho, lo único que no había abrazado había sido Rhodes. Habían pasado dos semanas para esta altura desde que se fue y aún no había logrado venir a visitarnos. Supuestamente, estaba de camino a visitarnos el día en que lo llamaron de regreso a Colorado Springs, a cuatro horas en auto, con una emergencia. Todavía veía a Amos casi todos los días entre que lo dejaba el autobús escolar y lo recogía su tío. Él me contaba todo acerca de su padre llamando todos los días e incluso, no tan sutilmente, mencionó que Rhodes también preguntaba por mí.
Pero Rhodes no me llamó ni me envió mensajes, y yo sabía que tenía mi número. Pensé que todo lo que había pasado con nosotros antes había sido una especie de punto de inflexión, estaba segura de que lo fue, pero… tal vez él estaba muy ocupado. Y traté de no sumirme en la preocupación por cosas que no podía controlar. Y lo que alguien sentía por ti era una de esas. Solo estaba intentando seguir viviendo mi vida y acomodándome aún más mientras tanto, y eso fue exactamente por qué esa mañana, tres semanas después de la Excursión del Infierno, me encontré recibiendo una mirada dudosa de Amos mientras agarraba mi casco, tratando de darle una sonrisa tranquilizadora. —¿Estás segura? —preguntó, poniéndose las muñequeras que estaba segura que Rhodes había insistido en que se pusiera cuando le dio permiso para ir a la estación de esquí conmigo. Le había mencionado dos días antes que quería ir. Nunca había practicado snowboard. Sabía con certeza que había ido a esquiar con mi madre cuando era más joven, pero eso era todo. Todavía no había nevado en la ciudad, pero un par de noches había caído suficiente nieve a esta altura en las montañas para abrir algunas partes del complejo. Me concentré de nuevo en el adolescente frente a mí con una chaqueta verde y un casco a juego, él me explicó que su mamá y su otro papá lo habían comprado la temporada pasada. —Sí, estoy segura. Ve con tus amigos. Estoy segura que puedo resolverlo. No me creyó y ni siquiera estaba tratando de fingir lo contrario. —¿Recuerdas lo que te dije? ¿Sobre usar los dedos de los pies y los talones? —Asentí—. ¿Mantener las rodillas dobladas? Asentí de nuevo, pero sus rasgos se mantuvieron reacios. —Lo prometo. Está bien. Vete. ¿Ves? Tus amigos te están saludando.
—Puedo bajar contigo una vez para asegurarme. Bajarse del ascensor es un poco complicado… Esta era exactamente la razón por la que amaba a este niño. Podía ser tan callado, terco y hosco, igual que su papá, pero también tenía un corazón de oro. —Acabo de ver a un pequeño de cuatro o cinco años hacerlo. No puede ser tan difícil. Amos abrió la boca, pero volví a adelantarme. —Mira, si todo va muy mal, te enviaré un mensaje, ¿de acuerdo? Ve con tus amigos. Tengo esto resuelto. —De acuerdo. —Parecía que quería seguir discutiendo, pero apenas se detuvo. Amos se dio la vuelta para agarrar su tabla de snowboard de la rejilla en la que la había apoyado y murmuró de una manera que me hizo sentir como si realmente pensara que nunca volvería a verme—: Adiós. Bueno, vaya si eso no sonó premonitorio. Me puse el casco, me puse los guantes sobre las muñequeras que me había puesto mientras esperaba que Amos comprara su pase de temporada, y caminé penosamente hasta el ascensor que me llevaría a la cima de la colina de principiantes después de agarrar mi propia tabla de snowboard alquilada del estante. La había alquilado en la tienda a un precio muy rebajado. Pasé la noche anterior buscando videos sobre cómo hacer snowboard y no parecía tan difícil. Tenía un equilibrio decente. Había tomado un par de lecciones de surf con Yuki antes, y habían ido bastante bien… al menos hasta que la tabla de surf me golpeó en el rostro y mi nariz comenzó a sangrar la última vez. Había instalado una casa de murciélagos y agarré una maldita águila. Había subido una montaña en las condiciones más horribles. Podía hacer esto.
No podía hacer esto. Y eso fue exactamente lo que le dije a Octavio, el niño de nueve años que me había ayudado a levantarme cuatro veces. —Está bien —trató de tranquilizarme mientras me ayudaba a ponerme de pie de nuevo—. Solo te caíste de bruces cuatro veces hasta ahora. Tuve que contener un bufido a medida que quitaba la nieve de la chaqueta y los pantalones. Me gustaban mucho los niños. Especialmente los amables como este, que se había acercado a mí la segunda vez que bajaba la colina y me ayudó después de haber comido al menos una taza de nieve. Ya le había dicho a su mamá, que nunca estaba demasiado lejos con otra niña a la que le estaba enseñando a hacer snowboard, y que estaba haciendo un mejor trabajo que yo, que él era un niño muy bueno. Porque en realidad lo era. Mi propio caballero blanco de nueve años. —¡Tavio! —gritó su mamá. Mi pequeño amigo se volvió hacia mí y parpadeó con bonitos ojos marrones. —Me tengo que ir. ¡Adiós! —Adiós —respondí, viendo cómo se dirigía a ella sin esfuerzo. Mierda. Respiré profundo, miré la nieve compacta que cubría la suave colina y suspiré. Podía hacer esto. Doblar mis rodillas, mantener mi peso equilibrado, dedos hacia arriba, dedos hacia abajo… Sentí la presencia acercándose detrás de mí antes de verla. Cuando se detuvo a solo unos centímetros de distancia, miré a la gran figura con un abrigo azul oscuro y pantalones negros. Las gafas cubrían la mitad de su
rostro, un casco cubría todo el cabello… pero conocía esa mandíbula. Esa boca. —¿Rodhes? —jadeé cuando el hombre se puso las gafas sobre su cabeza y sobre su casco. —Hola, camarada —dijo con una pequeña sonrisa, sus manos fueron a sus caderas y su mirada vagó por mi rostro. Sonreí y mi alma también pudo haberlo hecho. —¿Qué estás haciendo aquí? —Vine a buscarte a ti y a Am —dijo, como si nos estuviéramos encontrando en un restaurante en lugar de en la estación de esquí. —Amos tomó uno de los otros ascensores desde que lo abrieron y realmente sabe lo que está haciendo —dije, mirando la áspera barba que cubría sus mejillas. Parecía cansado. Pero feliz. Había extrañado su modo temperamental. —Lo sé. Ya lo vi. Es quien me dijo que estabas aquí. —Su pequeña sonrisa se convirtió en una más grande que me hizo cosquillas en el pecho —. Pensé que habrías tomado lecciones de snowboard con un profesional. Estaba tomándome el pelo de nuevo. Gemí y negué. —Tuve un niño de nueve años ayudándome, ¿eso cuenta? Su risa fue pura, sorprendiéndome aún más. Alguien estaba de buen humor. O quizás estaba realmente feliz de estar en casa. —Es más difícil de lo que pensé que sería y no puedo entender qué estoy haciendo mal. —Te ayudaré —dijo, sin darme una opción, no es que hubiera dicho que no en primer lugar.
Asentí hacia él con demasiado entusiasmo, tan feliz de verlo y sin molestarme en ocultarlo. Puede que no me hubiera vuelto a llamar su amiga, pero éramos amigos. Al menos, sabía eso con seguridad. Rhodes se bamboleó hacia mí, ajeno a cómo me hacía sentir, deteniéndose justo en mi hombro. —Déjame ver tu postura, cara de ángel. Avanzaremos desde allí.
Tomó tres cuestas abajo antes de que finalmente lograra hacerlo sin romperme el trasero más de una vez. Por la forma en que levanté el puño en el aire, habrías pensado que había ganado una medalla de oro, pero no me importaba. Y por la forma en que Rhodes me sonrió, tampoco le importaba. Me sorprendió lo paciente que había sido como profesor. Nunca había levantado la voz ni había puesto los ojos en blanco, aparte de la única vez que usó su voz naval con un adolescente que me derribó. Pero se había reído un par de veces cuando perdí el control, me asusté y me di por vencida, lo que resultó en que me rompiera el trasero. Pero también fue él quien me ayudó a sentarme, limpió mis gafas con su mano enguantada y luego me ayudó a ponerme de pie. —Necesito un descanso —dije, frotando mi cadera con mi guante—. Tengo que orinar. Rhodes asintió antes de inclinarse para soltar sus botas de la tabla de snowboard. Me incliné e hice lo mismo. Terminé, tomé mi tabla y lo seguí. Había un pequeño edificio que había visto cuando llegamos con un letrero de baños y puestos. Dejé nuestras tablas en uno de los estantes, me dirigí hacia los baños, lo usé, y cuando terminé, encontré a Rhodes sentado en una de las mesas en la
pequeña terraza que rodeaba el puesto de comida con dos tazas frente a él. La música se reproducía suavemente a través de pequeños altavoces. Pero fue la mujer sentada en la silla frente a él la que me hizo detenerme. Era bonita, más o menos de mi edad, si no más joven… y por la sonrisa en su rostro, estaba coqueteando. Los celos, celos de sangre pura, surgieron de la nada dentro de mi estómago y, honestamente, me sorprendieron muchísimo. Mi pecho se tensó. Incluso mi garganta se sentía un poco rara. Probablemente podría contar con una mano la cantidad de veces que había estado celosa mientras estuve con Kaden. Una de esas veces había sido cuando había ido a su cita falsa; la otra vez fue justo después de separarnos y él fue a una cita un mes después. Y las otras dos ocasiones habían sido cuando su novia de la preparatoria había aparecido en sus presentaciones, y eso solo fue porque le gustaba a la señora Jones, decidí un día. Pero en ese momento, cuando vi a la mujer hablando con mi casero, esa sensación me invadió como un maldito huracán. Él no le sonreía. Ni siquiera parecía que estuviera hablando con ella por la forma en que sus labios estaban apretados, pero… nada de eso cambió nada. Estaba celosa. La tía Carolina y Yuki se sorprenderían porque efectivamente yo sí lo estaba. No era mi novio. Ni siquiera estábamos saliendo. Él podía… Ella tocó su brazo y los músculos de mi garganta tuvieron que trabajar más duro para hacer que tragara. Contuve la respiración un poco, puse un pie delante del otro y me moví hacia ellos justo cuando la mujer sonrió más alegremente y tocó a Rhodes una vez más. Estaba a solo unos metros de distancia cuando esos ojos grises que conocía demasiado bien se movieron en mi dirección, y
entonces, entonces, una pequeña sonrisa apareció en su boca. Y mientras seguía acercándome, lo vi sacar la silla a su lado, un poco en ángulo y más cerca de la suya. Pude escuchar a la mujer hablando con una voz agradable y clara incluso cuando su mirada se movía sobre su hombro para tratar de averiguar a quién estaba mirando Rhodes. —… si tienes tiempo —dijo ella casi al mismo tiempo que su sonrisa se debilitó un poco. Le sonreí y tomé con cuidado el asiento que había retirado, mi mirada fue de él a ella y luego a la taza humeante sobre la mesa. La empujó hacia mí y dijo: —Gracias por la invitación, señorita Maldonado, pero voy a estar en Colorado Springs en ese momento. Tomé la taza y me la llevé a la boca, mirando a la mujer lo más discretamente posible. Ella miraba de un lado a otro entre Rhodes y yo, tratando de averiguar… ¿qué? ¿Si estábamos juntos o no? —Posiblemente pueda arreglar algunas cosas si tienes tiempo una vez que regreses —ofreció, aparentemente decidiendo que no lo estábamos. Quizás porque yo no le estaba lanzando dagas con los ojos. No podía culparla exactamente. También estaría coqueteando con él. Ese solo pensamiento me hizo sentir ruin. Por supuesto que las mujeres coqueteaban con él. Era guapo, y su actitud malhumorada lo hacía más atractivo para algunas personas más que probablemente. Probablemente yo era la única tonta que se había sentido atraída por lo buen padre que era. O quizás no. —Aprecio la oferta —respondió Rhodes con esa voz tensa que me recordó cómo había sido nuestra relación meses atrás—. No tendré tiempo
tampoco, pero me aseguraré de decirle a Amos que preguntaste por él, y si tienes alguna pregunta, puedes llamar a la oficina y alguien debería poder ayudarte. Para darle crédito, no se rindió ni siquiera cuando empujó la silla hacia atrás y me lanzó una sonrisa que no era totalmente amistosa o antipática. —Si cambia de opinión, mi número está en el directorio de la escuela. —Ella se puso de pie—. Espero verlo en la escuela, señor Rhodes. Fui la única que la vio alejarse y lo supe porque sentí su intensa mirada en mi rostro mientras lo hacía. Esto también fue confirmado cuando miré hacia él y lo encontré mirándome. La había rechazado. Cortésmente, pero lo había hecho. —Hola, pícaro —dije, levantando un poco más la taza de chocolate caliente—. Siento interrumpirte a ti y a tu amiga. ¿Eso sonó sarcástico o lo estaba exagerando? —No es una amiga y no interrumpiste nada —respondió, sujetando su propia taza y dándole un pequeño sorbo—. Fue la maestra de español de Amos el año pasado. Asentí antes de tomar otro sorbo. Así que esperó para probar su suerte. Todo tenía sentido ahora. Los ojos de Rhodes se entrecerraron un poco mientras tomaba otro trago, la taza parecía pequeña en su mano. —Tuve la sensación de que había estado interesada, pero no lo había sabido con certeza hasta hoy. Levanté las cejas y asentí. —Probablemente te invitará a salir de nuevo con mucha sutileza la próxima vez que te vea. Tenía una expresión divertida en su rostro.
—Estoy seguro que ahora tiene una pista de que no siento lo mismo. —Se inclinó hacia adelante en su silla, apoyando los codos en la mesa. Su mirada estaba fija en mi rostro mientras susurraba—: Ella habla demasiado. Me tambaleé hacia atrás y me reí. —¡Hablo demasiado! ¿Recuerdas cuando me preguntaste, “siempre hablas tanto”? Lo recuerdas, ¿no? Una gran sonrisa apareció en su boca carnosa y juro que estaba más guapo que nunca. —Cambié de opinión y la diferencia es que me gusta oírte hablar. Mi corazón se detuvo un maldito latido o diez antes de que se las arreglara para continuar latiendo. —A mí tampoco me gusta hablar, pero de alguna manera haces que lo haga. Ni siquiera intenté reprimir la euforia que había florecido en mi pecho. Estaba segura de que también estaba en mi rostro mientras le sonreía, complacida. Muy contenta. —Es un don. Mi tía dice que tengo un rostro amistoso. —No creo que sea eso —discutió en voz baja. Me encogí de hombros, todavía sonriendo de adentro hacia afuera. —Entonces… —comencé a decir, sin querer hablar sobre la coqueta ex maestra de Amos. Esos ojos grises atraparon y sostuvieron los míos, invitando a mi pregunta—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te trata Colorado Springs? —Bien —dijo, bajando la taza para ubicarla en la parte superior de su muslo más alejado de mí—. Me mantiene más ocupado de lo que esperaba. Me alegro de no haber tomado el puesto cuando estuvo disponible. —¿Más ocupado que nuestro pequeño tramo de bosque? Inclinó la cabeza hacia un lado.
—Es más conducir aquí, mucho más, pero aún menos. Menos gente. Menos tonterías. —¿Alguna idea de cuánto tiempo más estarás allí? —No. Aún no se ha finalizado nada —respondió antes de tomar otro sorbo—. Me dijeron que no más de dos semanas más, pero no voy a contener el aliento. Moví mi pierna hasta que tocó la suya. —Espero que vaya rápido, pero estamos manteniendo el fuerte. Amos está bien, al menos por lo que me dice. Ha cenado conmigo algunas veces cuando su tío llega tarde y me aseguro de que coma algunas verduras. Le pregunté a Johnny por él el otro día cuando lo recogió y dijo que estaba bien. —Creo que lo está haciendo bien —estuvo de acuerdo—. No parece demasiado desconsolado por estar tanto tiempo solo. Le sonreí y su boca se curvó de esa manera familiar que me gustaba. —¿Tú? ¿Estás bien? Apenas nos habíamos visto en esa semana entre la Excursión del Infierno y su partida, y realmente no habíamos tenido la oportunidad de hablar sobre lo que sucedió esa noche. Que casi enloquecí. Que me senté en su regazo mientras él me consolaba. Él acariciando mi espalda y abrazándome. Existían todos estos signos… todas estas cosas que detectaba de él y… no estaba segura de qué pensar acerca de ninguno de ellos. Sabía que un hombre no actuaba así por nada. Quería preguntar… pero era demasiado cobarde. Pero aun así le dije la verdad. —Sí, estoy bien. El negocio ha mejorado mucho con tantos cazadores en la ciudad, así que hemos estado ocupados en la tienda. Sus ojos de color gris púrpura estaban sobre mí mientras el costado de su pierna empujaba la mía debajo de la mesa.
—¿Y cuando no estás en la tienda? —preguntó Rhodes lentamente. ¿Me estaba preguntando…? Mantuve mi rostro neutral. —He estado pasando el rato con Clara en su casa. Fui a montar a caballo con uno de mis clientes y su esposa la semana pasada. Aparte de eso… —Tomó otro sorbo, con la atención todavía totalmente puesta en mí —. Pasar el rato en casa después del trabajo con tu chico. Lo mismo de siempre. Me gusta mi vida tranquila. —Apretó los labios y asintió lentamente—. ¿Tú qué tal? —pregunté, ignorando la extraña sensación en mi estómago que era demasiado similar a la que había experimentado al salir para ver a la mujer hablando con Rhodes—. ¿Qué haces cuando no estás trabajando? La pierna a mi lado se movió, frotándose contra la mía a través de mis pantalones. —Dormir. Me consiguieron una casa de alquiler que es demasiado tranquila, pero hay un gimnasio cerca al que puedo ir fácilmente. He podido ver a mi hermano y su familia un par de veces. Eso es todo. —¿Cuánto tiempo vas a quedarte hoy? —Tengo que irme esta noche —dijo justo cuando la música que había estado ignorando cambiaba. Se escuchó una canción que reconocí demasiado bien. La dejé entrar por un oído y salir por el otro, manteniendo mi rostro lo más sereno posible. —Un poco de tiempo es mejor que nada —dije, sintiendo la tensión en mis mejillas antes de que pudiera alejar el leve resentimiento. —Pero tengo otras siete u ocho horas antes de tener que regresar. — Su muslo rozó el mío de nuevo y su expresión se volvió pensativa—. ¿No te gusta esta canción? No sé si la he escuchado alguna vez. Debería decírselo. Realmente debería. Pero no quería. Aún no. —Me gusta la canción, pero no soy fan del chico que la canta. Su boca tomó una forma divertida y su voz sonó seca cuando dijo:
—Entonces, ¿solo te gustan los grupos de pop de los 90? Parpadeé. —¿Qué te hace decir eso? —Olvidas que las ventanas están abiertas y te oímos gritar letras de las Spice Girls. Bajé mi voz. —¿Cómo sabes que son las Spice Girls? La sonrisa de Rhodes fue tan rápida que casi me la perdí. —Buscamos la letra. No pude evitar reírme y soltar lo primero que pensé. —Sabes… te he echado de menos. No lo había visto venir. ¿Era la verdad? Sí, pero aún así me sorprendió lo sensible que me hizo sentir decir esas palabras en voz alta. Pero esa sensación solo duró alrededor de un segundo. Porque él tampoco lo había visto venir por la forma lenta en que sus cejas se levantaron con pura sorpresa, incluso cuando sus rasgos faciales se suavizaron simultáneamente. Y dijo en voz baja, mirándome directamente en lo que se sintió como sorpresa complacida: —También te extrañé bastante.
CAPÍTULO 24 —Ora, ¿estás segura que no quieres venir con nosotros? Terminé de marcar las chaquetas que había estado inventariando y miré a Clara, que estaba al otro lado del mostrador de alquiler con Jackie a su lado. Era el día anterior al Día de Acción de Gracias y, honestamente, me había llegado de improvisto. Nunca había sido fanática de las celebraciones. Hasta que me mudé con mi tía y mi tío, nunca lo había celebrado. —No, está bien —insistí por segunda vez desde que ella me había mencionado que los acompañara a Montrose para pasar la noche con la hermana de su papá. Sinceramente, si hubieran decidido quedarse en Pagosa, habría ido a su casa, pero no quería entrometerme con toda la familia. No me desanimaba en absoluto la idea de quedarme en el apartamento del garaje toda cómoda y calentita. Tenía chocolate caliente, malvaviscos, películas, bocadillos, un nuevo rompecabezas y un par de libros. Quizás si algún día acababa teniendo una familia propia, haría todo lo posible y le pediría perdón a mi mamá por celebrar un día festivo que ella me había criado para boicotear, pero… me preocuparía por eso otro día. Jackie se inclinó sobre el mostrador. —¿Vas a ir con el señor Rhodes y Am a la casa de su tía? —preguntó. ¿Iban a la casa de su tía? No tenía ni idea. Los había visto a ambos anoche cuando cenamos juntos y ninguno de ellos había mencionado nada. Rhodes acababa de regresar definitivamente de Colorado Springs hacía una semana, y yo había pasado todas las noches, excepto dos de ellas, cenando en su casa. Esas dos noches que no fui se debieron a que Rhodes había trabajado hasta tarde. —No, no fui invitada —dije con sinceridad—. Pero estoy bien. De todos modos, ni siquiera me gusta mucho el pavo.
Jackie frunció el ceño. —¿No te invitaron? Am dijo que lo hizo. Negué y luego bajé la mirada para asegurarme de que el resto del formulario de inventario estaba listo. Lo estaba. Esta era la cuarta vez que lo hacía y me alegré de que estuviera bien. —Aurora, ¿quieres venir a mi casa para el Día de Acción de Gracias? —preguntó Walter, un cliente habitual y amigo, desde el otro lado de la tienda donde estaba revisando algunos materiales para atar moscas que Clara había puesto a la venta esa misma mañana—. Siempre tenemos mucha comida y tengo este sobrino que podría necesitar una buena mujer en su vida para enderezarse. —Tu esposa no te ha enderezado y han pasado cuarenta años — murmuré, sonriéndole con picardía. Toda esta conversación era un ejemplo perfecto de parte de la razón por la que había sido tan feliz últimamente. Volví a tener amigos. —Escucha, niña… mi Betsy no tenía idea de lo que tenía reservado para ella. Soy un proyecto de vida —respondió Walter. Todos nos reímos. Honestamente, no solo era el Día de Acción de Gracias lo que se me acercó de improvisto; octubre y la mayor parte de noviembre también. Desde la Excursión del Infierno que había superado, el tiempo había volado, especialmente las últimas tres semanas. Clara, su cuñada, Jackie, y yo habíamos ido de campamento una vez, a pesar de que hacía mucho frío. Amos me acompañó para hacer cosas al azar, como ir de compras al supermercado y jugar al putt-putt con Jackie una vez, cuando su padre lo liberó de estar castigado. También había ido a hacer snowboard una vez más y solo me había golpeado el trasero unas pocas veces. Todavía no había pasado de la pista para principiantes, pero tal vez la próxima vez lo hiciera. Cada día era simplemente… bueno.
—Saben que tengo prácticamente cero experiencia conduciendo en la nieve —les recordé. —Esto no es realmente nieve, Ora —discutió Jackie—. Solo hay alrededor de unos tres centímetros por ahí. Esa no fue la primera vez que escuché eso. Pero para mí, que solo había visto una cantidad significativa de nieve desde las ventanas de un autobús turístico, medio centímetro era nieve. Después de todo, Kaden evitaba ir de gira durante el invierno. Por lo general, íbamos a Florida o California en el momento en que el clima comenzaba a refrescar. Algunas ráfagas habían caído en la ciudad durante las últimas semanas, pero la mayor parte se había concentrado en las montañas, dejándolas cubiertas y hermosas. —Lo sé, lo sé. De cualquier manera, siento que estoy poniendo en riesgo la vida de las personas simplemente conduciendo a casa, pero si cambio de opinión, te llamaré para pedir tu dirección, ¿trato? —pregunté a Walter justo cuando se abría la puerta. —No, no, no, solo ven. Quiero que conozcas a… Miré hacia la puerta para ver una figura familiar con una gruesa chaqueta oscura entrando, pisando fuerte la alfombra que yo sacudía a cada hora si tenía tiempo. Y sonreí. Era Rhodes. O como mi corazón lo reconocía: una de las principales razones por las que había sido tan feliz durante los últimos dos meses, a pesar de que solo lo había visto un total de siete veces, incluidas las dos visitas que había hecho mientras había estado trabajando en Colorado Springs. —… mi sobrino. Oh, ¿cómo te va, Rhodes? —preguntó Walter al ver a nuestro nuevo visitante. Rhodes bajó su linda barbilla, una pequeña muesca se formó entre sus cejas.
—Bien. ¿Cómo estás, Walt? —saludó. Cómo conocía a la gente cuando decía unas veinte palabras al día, dependiendo de su estado de ánimo, no lo entendía. —Estoy bien, aparte de intentar convencer a Aurora de que venga a mi casa para el Día de Acción de Gracias. Las manos de mi casero fueron a sus caderas y estuve bastante segura de que sus labios se apretaron antes de que dijera: —Hmm. —Hola, Rhodes —clamé. Las cosas iban bien entre nosotros. Desde que regresó, ese algo que había pensado antes que había cambiado, había cambiado aún más. Era como si hubiera regresado y decidido… algo. Una parte de mí sabía que él no habría hecho todo lo que hizo por mí y conmigo si hubiera sido indiferente, casero o no. Amigo o no. Encontrar gente atractiva era una cosa. Pero gustarle otras cosas de una persona, su personalidad, era algo completamente distinto. No estaba segura de qué estaba pasando exactamente, se sentía diferente a la amistad de alguna manera, pero podía verlo en la forma en que él había aceptado mi abrazo el primer día que había llegado a casa y me apretó con fuerza. Estaba en la forma en que tocaba mis hombros y mi mano de vez en cuando. Pero, sobre todo, lo estaba en la forma en que me hablaba. En el peso de esa mirada gris púrpura. Devoraba cada palabra de su boca después de la cena cuando nos sentábamos alrededor de la mesa y me contaba muchas cosas. Por qué había elegido la Marina: porque pensaba que amaba el océano. Ya no lo hacía; había visto más de lo que la mayoría de la gente vería en su vida. Que había tenido ese Bronco desde que tenía diecisiete años y había pasado los últimos veinticinco años trabajando en él.
Que había vivido en Italia, Washington, Hawai y en toda la costa este. Descubrí que su verdura favorita eran las coles de Bruselas y que odiaba las batatas y la berenjena. Era generoso y amable. Limpiaba mi parabrisas por las mañanas si tenía hielo. Se había convertido en administrador de vida silvestre del distrito, su título oficial, porque siempre había amado a los animales y alguien tenía que protegerlos. Y en ese momento, este hombre que amaba las películas de terror, parecía muy muy cansado. Así que no estaba totalmente segura de qué pensar sobre el ceño fruncido que hizo ante la posibilidad de que yo fuera a la casa de Walter, especialmente si había escuchado la parte sobre el sobrino del anciano. —Hola, cariño —respondió antes de inclinar la cabeza hacia Walter y comenzar a acercarse. Podrías haber escuchado a alguien tirarse un pedo desde el baño de los empleados después de eso. Me había llamado cariño. En frente de tres personas. Me tomó un segundo tragar, esta pequeña y brillante ráfaga atravesó mi pecho, y tuve que luchar para mantener mi sonrisa normal en lugar de una enorme que probablemente me haría parecer una lunática. —¿Qué haces? —pregunté, quedándome donde estaba hasta que él se detuvo a unos centímetros de distancia, deseando actuar con calma. Parecía exhausto. Para cuando me marché esa mañana él ya se había ido, como la mayoría de los días. Se iba antes que yo y no regresaba hasta que ya me encontraba calentita en la cama. Trabajaba sin cesar e incansablemente, sin quejarse nunca. Era una de las muchas cosas que me gustaban de él.
—Vine para poder seguirte a casa antes de tener que volver — respondió en voz baja, con esa mirada seria en sus ojos. Clara se dio la vuelta y también Jackie, como si nos estuvieran dando privacidad, pero sabía que solo estaban fingiendo y, en realidad, estaban escuchando a escondidas. Ya habíamos hecho casi todo lo que teníamos que terminar en preparación para tener mañana libre para las festividades. Nos quedaban diez minutos antes de la hora de cierre. Como no había clientes y Walter no contaba porque se estaba convirtiendo en mi amigo… Di un paso adelante y lo abracé. Su chaqueta estaba fría contra mi mejilla y mis manos. Ese gran pecho subió y bajó una vez, y luego me devolvió el abrazo. Mira lo lejos que llegamos. —Está empezando a nevar afuera —dijo contra mi cabello. Había venido a seguirme a casa porque estaba nevando. Si mi corazón podía crecer un talle o dos, lo habría hecho en ese momento. —Eso es muy amable de tu parte, gracias —dije, retrocediendo después de un momento, sin querer ser toda pegajosa. —¿Necesitas terminar algo antes de cerrar? Negué. —No, terminé el inventario justo antes de que entraras. Ahora solo tenemos que esperar hasta las tres. Él asintió, echando un vistazo rápido a Walter antes de mirarme. —Nunca me respondiste al mensaje. —¿Me enviaste un mensaje? Rhodes no me había enviado ningún mensaje de texto mientras se había ido, pero desde que regresó, me había enviado dos mensajes, y ambos habían sido los días que no iba a llegar a casa hasta tarde. Según él, no le
gustaba hablar y tampoco le gustaba mucho enviar mensajes de texto. Era bastante adorable. Me pregunté si era porque sus dedos eran tan grandes. —Anoche. —No lo recibí. —Era tarde. Le pregunté a Am si le habías dado una respuesta sobre el Día de Acción de Gracias y me dijo que se olvidó de preguntarte — explicó Rhodes. No quería presumir. —¿Qué pasa con el Día de Acción de Gracias? —Vas a venir con nosotros. Él siempre lo pasa con la familia de Billy, y su mamá y su papá llegaron aquí esta mañana como una sorpresa. Mis ojos se abrieron del todo. —¿Su mamá está aquí? —Y Billy. Lo recogieron de camino a casa desde el aeropuerto, va a pasar la semana con ellos hasta que vuelen de regreso —explicó Rhodes, mirándome con atención—. Am quiere que vengas a conocerlos. —¿Él quiere que los conozca? —pregunté en voz baja. Un lado de su boca se inclinó hacia arriba. —Sí, lo desea. Yo también. Billy dijo que no puedo ir si no vas conmigo. Han oído demasiado sobre ti. —¿De Am? Me dio una de sus raras y pequeñas sonrisas. —Y de mí. Mis rodillas se volvieron como gelatina y necesité todo de mí para mantenerme erguida. Fue un milagro que me las arreglara para devolverle la sonrisa, tan grande que me dolieron las mejillas.
—¿Tú… quieres que vaya? —pregunté—. Solo planeaba quedarme en el estudio y pasar el rato. Esos ojos de color gris púrpura rebotaron por mi rostro. —Teníamos la duda porque no dijiste nada sobre volver a Florida o ver a tus amigos —respondió Rhodes, sonando críptico y sin responder a mi pregunta sobre si quería que fuera o no. —Sí, de hecho no me importa tanto el Día de Acción de Gracias. Mi mamá nunca le dio mucha importancia. Solía decir que los Peregrinos eran un montón de colonizadores pedazos de mierda y que no deberíamos celebrar el comienzo del genocidio de un pueblo. —Hice una pausa—. Estoy bastante segura que esas fueron sus palabras exactas. Rhodes parpadeó. —Eso tiene sentido, pero… todavía tienes tiempo libre de todos modos y ¿por qué no puedes simplemente hacer de las festividades algo para estar agradecida por las bendiciones que tienes? ¿La gente que tienes? Sonreí. —Eso suena bastante bien. —¿Vendrás entonces? —Si quieres que vaya. Su boca se torció en esa sonrisa que no era oficialmente una sonrisa y su voz fue áspera. —Prepárate para partir al mediodía. —Estás usando tu voz mandona otra vez. Suspiró y miró al techo, su tono se aligeró. —Por favor, ¿vendrás para el Día de Acción de Gracias? Me animé. —¿Estás seguro?
Eso hizo que bajara un poco su rostro, su aliento tocó mis labios, sus cejas se arquearon. Mi corazón se hinchó dentro de mi pecho. —Incluso si eso no te hizo sonreír, estoy seguro.
No quería pensar que estaba nerviosa, pero… al día siguiente lo estaba. Solo un poco. Metí las manos entre mis muslos para evitar frotarlas contra las mallas que me había puesto debajo de mi vestido para secar el sudor que seguía acumulándose en ellas. —¿Por qué te retuerces tanto? —preguntó Rhodes desde su lugar detrás del volante mientras nos conducía por la carretera, cada vez más cerca de la casa de la tía de Amos. Vivía a dos horas de distancia. No me enorgullecía admitir que habíamos tenido que parar para que yo orinara dos veces. —Estoy nerviosa —admití. Había pasado demasiado tiempo maquillándome antes, poniéndome bronceador y gel para cejas por primera vez en meses. Incluso había planchado mi vestido. Rhodes me había sonreído cuando entré a su casa y le pregunté si podía usar su plancha, pero no comentó nada mientras me encargaba de mi vestido y se encontraba de pie a mi lado… y luego lo volvió a hacer porque era mejor planchando que yo. Mucho mejor. Y, honestamente, la imagen de él planchando mi ropa iba a quedar grabada en mi cerebro por el resto de mi vida. Mirándolo… este pequeño y extraño tintineo se había acumulado en mi pecho. Iba a desmenuzar eso más tarde. En privado.
—¿Por qué estás nerviosa? —preguntó, como si pensara que estaba loca. —¡Voy a conocer a la mamá de Amos! ¡Tu mejor amiga! No lo sé, solo estoy nerviosa. ¿Y si no les agrado? Sus fosas nasales se ensancharon un poco, sus ojos todavía estaban pegados a la carretera. —¿Con qué frecuencia conoces a personas a las que no les agradas? —No muy a menudo, pero sucede. —Contuve la respiración—. No te agradaba mucho cuando nos conocimos. Eso hizo que me mirara. —¿Pensé que ya habíamos hablado de esto? No me gustó lo que había hecho Amos y me desquité contigo. —Se aclaró la garganta—. Y la otra cosa. Oh, sobre mí recordándole a su mamá. Ya no la habíamos mencionado y tenía la sensación de que pasaría mucho tiempo antes de que volviéramos a hacerlo. Miré por la ventana. —Eso también, pero aun así no querías que te agradara. —De acuerdo. No quería —concordó, mirándome muy rápido sin una sonrisa, pero con la expresión más cariñosa que jamás podría haber soñado en sus rasgos—. Pero perdí esa batalla. El tintineo en mi pecho había vuelto y me atreví a sonreírle. La expresión cariñosa todavía estaba allí, haciendo todo lo posible para hacer cortocircuito en mi cerebro y mi corazón. Volví a secar mis manos y tragué saliva. —Su mamá es tan dotada, al igual que su otro papá, y estoy aquí… sin saber qué quiero hacer con mi vida a los treinta y tres.
Me lanzó una mirada que fue demasiado parecida a la de un mapache rabioso. —¿Qué? ¿Crees que son mejores que tú porque son médicos? Casi me rio. —¡No! Su boca se crispó un poco. —Claro que suena así, ángel. —No, me gusta trabajar con Clara. Me gusta trabajar en la tienda. Pero sigo pensando que estoy… no lo sé, ¿que debería intentar hacer algo más? Pero no quiero y ni siquiera sé qué querría hacer. Sé que no es una competencia, y estoy segura de que estoy pensando demasiado porque la mamá de mi ex me afectó. Y como dije, en realidad me gusta trabajar allí mucho más de lo que jamás habría imaginado. De hecho, ahora puedo ayudar a la mayoría de la gente sin tener que molestar a Clara. ¿Puedes creerlo? Asintió, su boca se crispó aún más. —Puedo creerlo. —Entonces me miró—. ¿Eres feliz? —preguntó Rhodes con seriedad. No tuve que pensar en eso. —Más feliz de lo que he sido… jamás, honestamente. Las arrugas de su frente habían vuelto. —¿Lo dices en serio? —Sí. No recuerdo la última vez que me enojé por algo que no era un cliente molesto, e incluso entonces, lo olvido cinco minutos después. No recuerdo la última vez que me sentí… pequeña. O mal. Todo el mundo es tan agradable. Algunas personas preguntan por mí ahora. Eso me importa tanto como no tienes ni idea. Se quedó en silencio antes de gruñir.
—Me molesta un poco imaginarte sintiéndote pequeña y mal. Extendí mi mano y apreté su antebrazo. Su boca se crispó otro poco cuando soltó el volante con su mano libre y cubrió la mía. Su palma era cálida. —Ya llegamos —afirmó. Contuve la respiración cuando entró en un camino de entrada muy lleno. Mantuve un ojo vago en el vecindario cuando dobló y parecía estar espaciado con lotes de al menos dos hectáreas para cada casa. —Me alegra que estés bien aquí —dijo Rhodes en voz baja justo después de estacionarse. Mis pómulos empezaron a hormiguear. Se desabrochó el cinturón de seguridad e inclinó su cuerpo para mirarme desde el otro lado de la cabina oscura. Dejó caer sus manos en su regazo y me miró fijamente con una mirada que casi me dejó sin aliento. —Si sirve de algo, nos haces felices a Am y a mí. Y ayudas mucho a Clara. —Su garganta se movió—. Estamos agradecidos de que estés en nuestras vidas. Mi corazón se hinchó y mi voz definitivamente salió chistosa. —Gracias, Rhodes. También estoy agradecida por todos ustedes. Entonces lanzó una granada verbal. —Te mereces ser feliz. Todo lo que pude hacer fue sonreírle. Juro que su expresión se volvió tierna antes de soltar un suspiro. —Muy bien, entremos antes de… ahí está. Hizo un gesto a través del parabrisas.
De pie en la entrada de la casa estilo adobe estaba Amos, saludando a lo grande, con una camisa que me sorprendió más que nada. Le devolví el saludo y empezó a hacernos un gesto para que entrásemos. A mi lado, Rhodes se rio entre dientes. Salimos, sonriéndonos mutuamente por última vez antes de que se encontrara a mi lado, tomando mi codo mientras su otra mano sostenía las múltiples botellas de vino que había recogido ayer en algún momento. —¡Ya era hora! —gritó Am desde donde había estado parado en la puerta, esperando—. El tío Johnny también está de camino. —Hola, Am —lo saludé mientras subíamos las escaleras—. Feliz día de Acción de Gracias. —Feliz día de Acción de Gracias. Hola, papá —dijo—. Vamos, Ora, quiero que conozcas a mi mamá y mi papá. —Hizo una pausa y me miró por un segundo—. Te ves… —Se quedó callado y negó. —¿Me veo qué? —pregunté mientras limpiaba mis pies en la estera y luego en el tapete antes de entrar a la casa. Rhodes me soltó el brazo, pero en el segundo en que entró, su mano aterrizó en la parte baja de mi espalda. —Nada, vamos, vamos —dijo, pero no me perdí la forma en que sus mejillas se enrojecieron. La casa era enorme, noté a medida que atravesábamos el vestíbulo. —No sabía que vendrían, pero mamá llamó cuando aterrizó su vuelo, así que no podía decirte que iba a ir con ellos, pero… ¡mamá! —gritó de repente cuando el vestíbulo se abría a una cocina en el lado izquierdo. Podía escuchar voces, pero solo vi a tres mujeres en la cocina. Una tenía el cabello tan blanco que era casi azul y estaba moviendo algo y no nos notó, otra era una mujer mayor que podría tener unos cincuenta años, y la última era una mujer que parecía unos años más joven. Fue la que alzó los ojos ante el “mamá”. Ella sonrió.
—Papá Rhodes está aquí y ella es Ora —dijo Am, mirándome y dándome una palmada en el hombro una vez. Básicamente fue un abrazo proveniente de él, y habría llorado si la mamá de Amos no hubiera rodeado la isla y se hubiera acercado directamente a nosotros. Ignoró a Rhodes cuando pasó junto a él, y en el segundo en que estuvo lo suficientemente cerca, extendió la mano hacia mí. Pero sus ojos brillaban. Extendí mi propia mano y estreché la suya. Su sonrisa era tensa pero genuina. Y supe que no imaginé las lágrimas en su voz cuando dijo: —Es un placer conocerte finalmente, Ora. He oído todo sobre ti. Sé que escuché cierta emoción en mi voz cuando respondí: —Espero que solo hayan sido las cosas buenas. —Todas las cosas buenas —aseguró antes de parecer reprimir una sonrisa—. Incluso escuché sobre el murciélago y el águila. No pude contener la risa o la mirada hacia el adolescente de aspecto tímido que todavía estaba a mi lado. —Por supuesto que sí. Una sonrisa se apoderó del rostro de la mujer al mismo tiempo que me reía. Ella negó. —Cuando quiere, tiene una gran boca como su papá. Debo haber hecho algún tipo de mueca ante la idea de que Rhodes tuviera una gran boca porque sonrió aún más. —Billy. Sin embargo, la mayoría de las veces se parece a Rhodes con sus respuestas de una palabra —explicó la madre de Amos—. Cuando no están de humor, hacer que hablen es como… —¿Sacar las muelas del juicio sin anestesia?
Rhodes gruñó desde donde estaba de pie y ambas nos volvimos para mirarlo. Entonces la mirada de la madre de Amos y la mía se encontraron de nuevo. Sí, ambas sabíamos que era exactamente eso. Ella me sonrió y le devolví la sonrisa. —Recuérdame darte mi número o correo electrónico antes de que nos vayamos, y te contaré los chismes cuando quieras —ofrecí con un guiño, sintiendo una sensación de tranquilidad que me invadió. Rhodes tenía razón sobre el Día de Acción de Gracias y los otros padres de Amos. No tenía nada de qué preocuparme.
CAPÍTULO 25 Estaba sentada en la mesa del apartamento del garaje, tratando de resolver este rompecabezas hijo de puta. ¿Cuántos tonos diferentes de rojo había? Realmente nunca había considerado que podría ser daltónica, pero seguía juntando los tonos de rojo incorrectos y las piezas todavía no coincidían. Esto era lo que conseguía por comprar un rompecabezas usado que tenía que tener al menos veinte años. Tal vez se había desvanecido o el color se había amarilleado con el tiempo. Fuera lo que fuese, estaba haciendo que esto fuera mucho más complicado de lo necesario. Y me estaba maldiciendo por este rompecabezas que no debería haber comprado en liquidación en una tienda de reventa cuando escuché la puerta del garaje alzándose en el piso de abajo. Acababa de agarrar otra pieza cuando escuché a Amos gritar desde el piso de abajo, no en un tono aterrador de pánico, sino lo suficientemente frenético como para hacerme sentar con la espalda recta. Justo a tiempo para que volviera a gritar. —¿Am? —grité, dejando caer la pieza del rompecabezas sobre la mesa y dirigiéndome directamente hacia abajo. Abrí la puerta al garaje y asomé la cabeza—. ¿Am? ¿Estás bien? —¡No! —gritó el niño—. ¡Ayuda! Abrí la puerta de par en par. Amos se encontraba de pie en el centro del garaje, con la cabeza echada hacia atrás mientras miraba al techo con una mirada de pura impotencia en su rostro. —¡Mira! ¿Qué hacemos? —¿Qué diablos? —murmuré, finalmente asimilando lo que le estaba asustando.
Había una mancha enorme en el techo. Parches de color gris oscuro se formaron a lo largo de la placa de yeso. Unas pocas gotas de agua caían al suelo a los pies de Amos, a poca distancia de donde estaba la mayor parte de su equipo de música. Había una gotera. —¿Sabes dónde se encuentra el corte del suministro de agua? —¿El qué? —preguntó, todavía mirando al techo como si su visión fuera a ser suficiente para evitar que la placa de yeso se desmoronase y el agua se derramase. —El corte del suministro de agua —expliqué, ya dando vueltas para encontrar lo que estaba bastante segura de saber qué buscar. Cuando el hijo del Anticristo y yo encontramos la casa que finalmente compró, y como una idiota me había parecido bien con que no me pusiera en la escritura porque alguien podría buscar los registros y hacer preguntas, recordé al agente de bienes raíces señalando algo a lo largo de la pared del garaje y mencionar específicamente un corte del suministro de agua en caso de una fuga—. Es una palanca en la pared. Por lo general. Creo. No había forma de que Rhodes hubiera permitido que fuera cubierto con almohadillas o colchones. Lo sabía. Vi lo que pensé que podría ser lo que buscaba y corrí, moviendo la palanca hacia abajo y cerrando el agua en el apartamento del garaje. Al menos estaba bastante segura. Un vistazo más al techo abultado me tuvo con la vista fija ahí. —Saquemos tus cosas de aquí antes de que ocurra algo malo —dije, chasqueando los dedos cuando volvió a concentrarse en el techo—. Hagámoslo, Am, antes de que tus cosas se arruinen. Entonces podremos asegurarnos de que se cerró. Eso hizo el truco. Entre los dos, llevamos el equipo más pesado al pequeño rellano inferior que fluía hacia las escaleras que conducían al segundo piso. Empujamos el gran taxi contra la puerta que daba al exterior para dejar
espacio y nos turnamos para separar el tambor y llevarlo hasta mi estudio. Nos tomó alrededor de seis viajes cada uno para llevar todo el equipo al piso de arriba; no pudimos sacar nada afuera por las heladas y el riesgo de nieve. Hacía demasiado frío ahora. Para cuando terminamos de sacar las cosas más valiosas del garaje, a pesar de que todo era valioso para Am porque era suyo, ambos estábamos de vuelta en la planta baja y mirando hacia el techo de aspecto horrible. —¿Qué crees que pasó? —Creo que podría ser una tubería reventada, pero no lo sé —dije, mirando el daño—. ¿Has llamado a tu papá? Negó, con los ojos todavía pegados al desastre. —Grité por ti en cuanto lo vi. Silbé. —Llámalo. Pregunta lo que quiere hacer. Creo que deberíamos llamar a un fontanero, pero no lo sé. Deberíamos llamarlo primero. Amos asintió, incapaz de hacer nada más que mirar con horror el daño. Entonces me di cuenta que el agua estaba cerrada; lo había comprobado antes de volver a bajar. Pero el agua estaba cortada, ya que no conseguí agua para ducharme o ni siquiera llenar mi filtro de agua para beber. Lo resolvería. La luz del techo comenzó a parpadear de repente, varios destellos de luz antes de apagarse por completo. —¡La caja de interruptores! —grité antes de correr hacia el marco gris en la pared. Esa sabía exactamente dónde estaba. La abrí y literalmente giré todos los interruptores. —¿Eso estropeó la electricidad?
—No lo sé. —Me volví hacia él con una mueca de dolor. Una mueca de dolor para él. Por la cantidad de dinero que costaría arreglar esto. Porque incluso yo sabía que los problemas de electricidad y plomería iban a ser una pesadilla—. Está bien. De acuerdo. Vamos a llamar a tu papá y decírselo. Amos asintió y abrió el paso a través de la puerta principal del garaje, dirigiéndose a su casa. Le di una palmada en el hombro. —Está bien. Movimos todas tus cosas a tiempo y nada estaba enchufado. No te preocupes. El adolescente dejó escapar un profundo suspiro, como si lo hubiera estado conteniendo durante horas. —Papá va a estar tan enojado. —Sí, pero no contigo —aseguré. La mirada que me envió fue una que me dijo que no estaba totalmente convencido de que ese iba a ser el caso, pero supe que así sería. Y sería entrometida y escucharía a escondidas. Nos dirigimos a la casa. Me acerqué a la mesa de la cocina y tomé una revista de caza y pesca ordenadamente apilada en el medio mientras Amos buscaba el teléfono de la casa y marcaba algunos números. Su rostro estaba increíblemente sombrío. Fingí no mirarlo mientras sostenía el auricular y dejaba escapar un profundo suspiro. Hizo una mueca justo antes de decir: —Hola, papá… eh, Ora y yo creemos que hay una fuga en el apartamento del garaje… El techo tiene, como, bolsas de agua, y hay gotas… ¿qué? No sé cómo… entré allí y lo vi… Ora cerró el agua. Luego apagó la corriente cuando las luces empezaron a parpadear… Espera. —El chico me tendió el teléfono—. Quiere hablar contigo. Lo tomé. —Hola, Rhodes, ¿cómo va tu día? ¿A cuántas personas has arrestado por no tener un permiso?
Le dediqué una sonrisa a Amos, que de repente no se veía tan enfermizo. Rhodes no dijo nada por un instante antes de decir en la línea un: —Todo va bien ahora. —¿Disculpa? ¿Eso fue coquetear?—. Y solo dos cazadores. ¿Cómo va el tuyo? En realidad me estaba preguntando sobre mi día. ¿Quién era este hombre y cómo podía comprarlo? —Bastante bien. Un cliente me trajo un pastel Bundt. Le di la mitad a Clara cuando me miró desagradablemente. Le daré a Am la mitad de mi mitad para que puedas probarlo. Está bueno. Amos me estaba mirando de la manera más chistosa y le guiñé un ojo. Estábamos juntos en esto. —Gracias, camarada —dijo casi en voz baja—. ¿Te importaría decirme lo que pasó allí? Apoyé mi cadera contra el mostrador y vi cómo Am se movía lentamente hacia el refrigerador, todavía mirándome de esa manera chistosa antes de inclinarse para hurgar. Sacó una lata de refresco de fresa antes de sacar otra y se giró extendiéndome una. Asentí, procesando la bebida por un segundo antes de responder. —Lo que dijo Am. Hay una gran mancha en el techo del garaje. Hay agua goteando. Sacamos todo lo que pudimos y lo pusimos en el estudio de arriba. Cerramos el agua y la electricidad en la caja de interruptores. Su exhalación fue profunda, pero no tembló. —Lo siento, Rhodes. ¿Quieres que llame a un plomero? —No, conozco uno. Le haré una llamada. Parece que podría ser una tubería reventada. Estuve en el garaje esta mañana y no noté nada, así que no creo que sea una fuga.
—Sí, lo siento. Prometo que no lo inundé ni hice nada extraño. — Hice una pausa—. Dejaré todo apagado por el momento. —Pon tus comestibles en nuestro refrigerador. Le diré a Am que duerma en el sofá y puedes quedarte con su habitación. No debería hacer una temperatura bajo cero esta noche, por lo que las tuberías deberían estar bien hoy, pero hará demasiado frío para que te quedes allí. Parpadeé. ¿Quedarme en la habitación de Amos? ¿En su casa? ¿Quería quedarme en un hotel? Podía, por supuesto, podía. Pero, ¿quedarse en la misma casa que Rhodes? ¿Señor Ligón McLiguerson ahora? Una parte de mi cuerpo se animó y no iba a pensar dos veces en cuál era. —¿Estás seguro? —pregunté—. ¿Acerca de quedarme con ustedes dos? De repente, su voz bajó. —¿Crees que te invitaría a quedarte si no quisiera? Sí, las partes de mi cuerpo estaban despiertas. Y fuera de control. —No. —De acuerdo. —Pero puedo dormir en el sofá. O, en serio, puedo quedarme en un hotel o preguntarle a Clara… —No es necesario que te vayas a un hotel y ellos no tienen mucho espacio en su casa. —Entonces dormiré en el sofá. —Lo discutiremos más tarde —dijo—. Tengo algunos lugares más que quiero revisar y luego me iré a casa. Lleva tus cosas y todo lo que hay
en tu refrigerador para que no se eche a perder. Si tienes algo pesado, déjalo y lo agarraré cuando llegue a casa. Tragué saliva con fuerza. —¿Estás seguro? —Sí, ángel, estoy seguro. Estaré en casa pronto. Colgué el teléfono, sintiéndome… ¿nerviosa? Quedarme en la casa no era gran cosa, de acuerdo. Pero como que se sentía que lo era al mismo tiempo. Me gustaba demasiado Rhodes. De maneras pequeñas y sutiles que se metían debajo de mi piel. Me gustaba lo buen padre que era, lo mucho que amaba a su hijo. Y aunque una vez amé a alguien que había adorado a un miembro de la familia más de lo que él se preocuparía por mí, en este caso, ese amor se debía a razones muy diferentes y de maneras muy diferentes. Lo amaba lo suficiente como para ser duro, pero al mismo tiempo lo dejaba ser su propia persona. Rhodes no era la señora Jones. Me agradaba incluso cuando me miraba mal. Y no tenía idea de cuáles eran sus planes. Planes conmigo. Sabía cómo no me importaría que se vieran, pero… Por casualidad miré y encontré a Amos apoyado contra el mostrador, pareciendo demasiado introspectivo. —¿Qué? —pregunté, abriendo la solapa de mi propio refresco y tomando un sorbo. El chico negó—. Puedes decirme cualquier cosa, pequeño Sting, y puedo notar que quieres hacerlo. Eso pareció ser suficiente para él. —¿Estás coqueteando con mi papá? —preguntó directamente. Casi escupí el refresco. —¿No…?
Parpadeó. —¿No? —¿Quizás? Amos enarcó una ceja. Fue mi turno de parpadear. —Sí, de acuerdo. Sí. Pero coqueteo con todo el mundo. Hombres y mujeres. Niños. Deberías verme con mascotas. Solía tener un pez y también le hablaba con dulzura. Su nombre era Gretchen Wiener. La extraño. Había fallecido hacía unos años, pero todavía pensaba en ella de vez en cuando. Había sido una buena compañera de viaje. Nada quisquillosa en absoluto. Eso hizo que las mejillas del adolescente se hincharan por un segundo. Demonios, le caía bien. Lo sabía. —¿Te molesta si coqueteo con tu papá? —Hice una pausa—. ¿Te molestaría si me gustara? Esa no era la mejor palabra para describirlo, pero era la más simple. Eso hizo que frunciera el ceño. —¡No! Tengo dieciséis, no cinco. —Pero sigues siendo su chiquitín, Am. Y mis sentimientos no se verán heridos… —eso era una mentira, lo estarían—, si no estuvieras de acuerdo con eso. También eres mi amigo. Igual que tu papá. No quiero que las cosas se sientan raras. El chico me brindó una expresión de disgusto que me hizo reír. —No me importa. De todos modos, ya hablamos de eso. —¿Lo hicieron?
Él asintió, pero no aclaró de qué habían hablado. En cambio, tenía una expresión divertida en su rostro, y apostaría un dedo a que era su versión de una expresión protectora. —Ha estado solo mucho tiempo. En verdad mucho tiempo. Toda mi vida ha tenido algunas novias y ninguna duró tanto. Sin mi papá Billy aquí y mis tíos mudándose, no tiene tantos amigos, no como cuando estaba en la Marina; entonces conocía a todo el mundo. No estaba segura de a dónde iba con esto, así que me quedé callada, sintiendo que había más en su mente. —Mi mamá me dijo que te dijera que le toma un tiempo confiar en la gente. —¿Tu mamá dijo eso? —Sí, ella me preguntó. —¿Sobre tu papá… y yo? Amos asintió y tomó otro sorbo. —No le digas que te lo dije, pero lo haces sonreír mucho. —Ahí se fue mi corazón de nuevo—. Te ves… ya sabes, así, y… lo que sea. No me importa si te gusta y no me importa si le gustas a él. Quiero que él… ya sabes… sea feliz. No quiero que se arrepienta de estar aquí —dijo de una manera que me dijo que lo decía en serio, pero todavía se sentía un poco capcioso. Como si me estuviera dando su bendición para seguir lo que mi corazón estaba pidiendo. No es que yo supiera realmente qué era eso. —En ese caso, gracias, Am. Estoy segura de que tu papá no se arrepiente de nada cuando se trata de ti. —La necesidad de hablar con él sobre lo confuso que era su padre estaba ahí, pero no lo haría. Me negaba a hacerlo, más bien—. Cambiando de tema, supongo, me quedaré esta noche y dormiré en el sofá ya que todo está apagado allí. ¿Me ayudarías a traer algunos de mis comestibles, por favor? Puedo preparar la cena y quizás podamos ver una película o puedes dejarme escuchar esa canción en la que has estado trabajando…
—No. Me reí. —Valió la pena el intento. Amos hizo esa pequeña sonrisa mientras ponía los ojos en blanco y eso me hizo reír más.
Fue el apretón suave en mi tobillo lo que me hizo abrir un párpado. La habitación estaba a oscuras, pero los techos altos me recordaron dónde estaba, dónde me había quedado dormida. En el sofá de Rhodes. Lo último que recordaba era ver una película con Amos. Abrí mi otro ojo, bostecé y vi una figura grande y familiar encorvada sobre el otro extremo del sofá. Amos se estaba incorporando lentamente, la mano de su padre en su hombro mientras murmuraba: —Vete a la cama. El chico hizo un bostezo enorme, apenas abrió los ojos mientras asentía, más que medio dormido, y se puso de pie. Apostaría a que no tenía idea de dónde estaba o incluso que estaba en el sofá conmigo. Me senté también, estiré los brazos por encima de mi cabeza y dije con voz ronca: —Buenas noches, Am. Mi amigo soltó un gruñido mientras se alejaba a trompicones y le sonreí a Rhodes, que estaba de pie. Llevaba puesto su uniforme, sin cinturón y tenía la expresión más amable en su rostro. —Hola —mascullé, dejando caer mis brazos—. ¿Qué hora es? Rhodes parecía cansado, pero bien, pensé, bostezando de nuevo. —Tres de la mañana. ¿Te quedaste dormida viendo la televisión?
Asentí y murmuré: —Mm-hmm. —Cerré un ojo mientras lo hacía. Oh, cielos, todo lo que necesitaba era una manta y volvería a dormir—. ¿Todo bien? —Algunos cazadores se perdieron. No tenía servicio para llamarlos y advertirles a ustedes dos —explicó en voz baja—. Vamos, entonces. No vas a dormir aquí. Oh. Asentí de nuevo, demasiado somnolienta para sentirme herida por haber cambiado de opinión. —Entonces, ¿me verás caminar de regreso al apartamento del garaje? ¿Asegurarte de que los coyotes no me atrapen? Rhodes frunció el ceño de repente. —No. —Pero dijiste… Fue rápido, acercándose, sus manos fueron a mis codos y me guio para ponerme de pie. Luego su mano se deslizó en la mía, como lo había hecho antes un millón de veces, su palma estaba fría, áspera y grande, y comenzó a tirar de mí para que lo siguiera. ¿A dónde íbamos? —¿Rhodes? Me miró por encima de su hombro; su vello facial era espeso sobre su mandíbula y mejillas. Me pregunté, no por primera vez, si era suave o un poco erizado. Apuesto a que haría cosquillas. Y así, me di cuenta que me estaba conduciendo hacia las escaleras. Subiendo las escaleras. A su habitación. Alguien había insinuado una vez dónde estaba. —Puedo dormir aquí —susurré, no alarmada, pero… algo. —¿Quieres dormir aquí con el murciélago?
Dejé de caminar. Su risa fue tan suave que no supe si eso me sorprendió más que el hecho de que me estaba haciendo subir las escaleras… ¿con él? —No lo creo. Mi cama es lo suficientemente grande para los dos. — Dejó escapar un suave suspiro—. O puedo dormir en el suelo. Mis pies se movieron, pero el resto de mí no. ¿Acababa de decir que su cama era lo suficientemente grande para los dos? ¿Y había un murciélago aquí? ¿O que podía dormir en el suelo de su habitación? —Espera, espera, espera, amigo —susurré—. Ni siquiera sé tu segundo nombre. Su mano se tensó en la mía y miró por encima de su hombro. —John. No estaba intentando… hacer que vaya allí para tener sexo con él, ¿verdad? No lo creía, ya que en realidad no lo creía, pero… —No es que no me importaría tener sexo contigo eventualmente… — Rhodes hizo este terrible sonido ahogado en su garganta—… pero apenas aprendí tu segundo nombre y no sé qué querías ser cuando eras pequeño, y esto va muy rápido si quieres hacer algo más que dormir juntos en la misma cama —divagué a toda prisa, así que no tenía ni idea de qué diablos estaba diciendo. Al parecer, también apenas lo entendió porque hizo otro sonido ahogado, no tan agresivo y solo me miró por un largo segundo. —A veces creo que sé exactamente lo que vas a decir… y luego sale exactamente lo contrario de tu boca —susurró. ¿Se estaba riendo?—. Sin sexo, amiga, solo dormir. Estoy demasiado cansado, y sé tu segundo nombre, pero no soy muy bueno en apresurar las cosas, Valeria —dijo
finalmente. Definitivamente riendo y tratando de no hacerlo—. Pero quería ser biólogo. Me tomó mucho tiempo, pero obtuve mi título en eso. Lo estoy usando mejor ahora de lo que había soñado en ese entonces. —Respiró profundamente—. ¿Qué querías ser? —Una doctora, pero ni siquiera pude terminar la disección de una rana en la preparatoria sin vomitar. —Su risa sonó ronca. Y me gustó—. De acuerdo —concordé—, solo dormir. Negó y, al cabo de un minuto, reanudó el viaje. Mis pies golpearon los escalones uno tras otro y, aunque estaba pensando sobre todo en cómo sería tener sexo con él, aun así, miré hacia el techo para asegurarme de que no hubiera ningún murciélago allí. No lo había. Al menos, aún no. ¿En serio íbamos a dormir en la misma cama? ¿O le iba a decir que yo podía dormir en el suelo? ¿O él iba a dormirse en el suelo? Estaba demasiado exhausta para pensar en esto tan detenidamente. No ayudó que ya no tuviera idea de lo que sucedía en el juego de las citas. Mis amigos no eran buenos ejemplos de citas en la vida real porque sus vidas eran muy complicadas. Pero mis pensamientos volvieron a girar en torno a una cosa: sexo con Rhodes. Quiero decir, estaba a favor de que sucediera con el tiempo. Me asustaba, me ponía nerviosa también. Lo había visto sin camisa. Era todo musculoso y grande, y apuesto a que no era nada flojo. Apuesto a que le gustaba estar arriba. Espera, espera, espera, no necesitaba pensar en eso. —Rhodes —susurré. —¿Mmm? —¿En la misma cama?
—Preferiría no dormir en el suelo, ángel, pero lo haré si no te parece bien. —Parpadeé y mi corazón latió en respuesta—. No creo que tú quieras tampoco. Puede que todavía haya ratones corriendo. Son nocturnos. Todavía estaba turnándome para mirar hacia el techo y hacia el suelo cuando nos condujo a su habitación. No encendió la luz, pero la luna a través de su ventana era enorme y brillante, iluminando todo con la cantidad justa para no despertarme mucho más de lo que lo había hecho hablar de ratones y murciélagos. Maldición. Me sentí aliviada cuando cerró la puerta detrás de él y se movió hacia la cama, todavía sosteniendo mi mano. Apartó la colcha a un lado y murmuró: —Toma este lado. Lo hice, dejándome caer en el borde y mirándolo mientras se desabotonaba la camisa. Cuando estuvo a punto de terminar, la sacó de donde estaba metida en sus pantalones, terminó con los botones y se la quitó. Justo en frente de mí. Me senté allí. Mi boca se secó un poco por la forma en que su camiseta se aferraba a los gruesos músculos de la parte superior de su cuerpo. —¿Vas a ducharte? —pregunté sin siquiera quererlo. —Demasiado cansado —respondió en voz baja, doblando la camisa y colocándola en un cesto que no había visto en la esquina de su habitación. Quería mirar a mi alrededor… pero se estaba desnudando. Entonces Rhodes fue por sus pantalones, desabrochó la cintura, luego bajó la cremallera y tiró de estos hacia abajo… Fue entonces cuando miré hacia arriba para encontrarme con sus ojos. Me estaba mirando directamente. Atrapada. Sonreí justo cuando empezó a bajar los pantalones por sus largas piernas. —¿Encontraste a los cazadores? —pregunté, esperando que mi garganta sonara ronca por el sueño y no por otra razón.
Estaba débil y bajé la mirada. Era un tipo de bóxer. Una parte de mí había esperado que fuera un tipo de calzoncillos blancos, pero no lo era. Sus bóxeres eran oscuros y cortos. Sus muslos eran todo lo que esperaba que fueran. Alguien no se saltaba el ejercicio de piernas y no lo había hecho. Jamás. Tragué para asegurarme que mi boca estuviera cerrada. —Sí. Se alejaron demasiado de su campamento, pero los encontramos —respondió. Se inclinó y se quitó los calcetines, y juré que había algo en sus pies descalzos apenas visibles que parecía más íntimo que si hubiera estado parado allí completamente desnudo. Acerqué mis piernas, las metí debajo de la sábana y el pesado edredón, levantándolo mientras él se quitaba el otro calcetín, todavía mirándome. Iba a hacer esto. Dormir en su cama. Todavía no estaba segura de lo que significaba todo esto o hacia dónde iba, pero… iba a dejarme llevar. Últimamente había sido tan amable conmigo por una razón, ahora lo entendía. Tal vez había sido distante por culpa de su madre, tal vez finalmente había decidido que yo era decente. No tenía ni idea de qué lo llevó a este punto ahora, de llevarme a su habitación. Sin embargo, no importaba. Mamá solía decir que la mayoría de las veces, cuando estás en un sendero, llegas a un punto en el que se bifurca y tienes que elegir en qué dirección quieres ir. Qué quieres ver. Y supe en ese momento que tenía que tomar otra decisión. Por un pequeño, breve momento, me pregunté si esto sería rápido. Había estado con alguien durante catorce años y había pasado casi un año y
medio desde que nos separamos. ¿Debería darme más tiempo? Pero en otro pequeño, breve momento, tomé mi decisión. Cuando pierdes bastante, aprendes a tomar la felicidad donde puedas encontrarla. No esperas a que te la entreguen. No la esperas en grandes exhibiciones de fuegos artificiales. La tomas en pequeños momentos y, a veces, esos vienen en forma de un hombre de ciento diez kilos por encima de todo. Quería entender lo que estaba pasando. Necesitaba entenderlo. Entonces, antes de que pudiera pensar dos veces sobre lo que estaba haciendo, para qué me estaba preparando, pregunté: —¿Rhodes? —¿Sí? —¿Por qué no me llamaste ni me enviaste un mensaje de texto cuando no estuviste? Estaba bastante segura que podía escuchar los latidos de mi corazón, ya que eran muy fuertes en el silencio que vino justo después de mi pregunta. Solo este palpitar, palpitar, palpitar que sonó entre mis oídos mientras él se quedó allí, mirando en mi dirección. Una parte de mí no esperaba que respondiera hasta que finalmente repitió sorprendido: —¿Por qué? Quizás debería haber guardado la pregunta para cuando no fueran las tres de la mañana, pero estábamos aquí, y bien podría mencionarla. —Sí. ¿Por qué? Pensé… pensé que estaba pasando algo con nosotros, pero luego no supe nada de ti. —Apreté los labios—. Ahora estoy en tu cama y estoy confundida con lo que está pasando. Si significa algo. No dijo una palabra. Sin embargo, me aclaré la garganta, pensando que bien podría seguir adelante.
—Pensé que tal vez te gustaba. Como gustarte realmente. Está bien si no es así, si cambias de opinión. Si solo estás siendo así de amable conmigo porque eres un buen hombre, pero me gustaría saber si ese es el caso. De todos modos, todavía me gustaría ser tu amiga. —Tragué—. Simplemente… a veces se sentía como si estuviéramos saliendo, ¿sabes? Menos las cosas físicas… Estoy arruinando esto, ¿no? Lo escuché tomar aire antes de decir, con seriedad: —No estamos saliendo. —Quise que el suelo me devorara. Quise levantarme y salir, o al menos dormir en la sala de estar y arriesgarme con el murciélago…—. Soy demasiado mayor para ser el novio de nadie —dijo Rhodes con esa voz ronca y solemne que tenía tanto peso—. Pero me gustas más de lo que debería. Más de lo que podría sentirse cómodo. No se movió y tampoco yo. Mi corazón se sentía como si fuera a saltar fuera de mi pecho por sus implicaciones. Incluso me picaba la piel. —Quería llamarte, pero estaba tratando de darte espacio. —¿Por qué? —pregunté como si acabara de decir que le gustaba comer mayonesa directamente del frasco. Su respuesta fue un suspiro seguido de: —Porque… te he estado viendo crecer durante meses. No quiero ser algo con lo que crezcas. Estuviste con alguien que te daba demasiada sombra antes, ¿verdad? Preferiría que nos tomemos nuestro tiempo en vez de dificultar a dónde vas, en quién te estás convirtiendo. —Pude volver a oír los latidos de mi corazón—. Sé cómo quiero que te sientas, pero no voy a apurarte. Sé cómo me siento. No he cambiado de opinión sobre nada, especialmente de ti. Solo quiero que estés segura de lo que quieres. — Respiraba fuerte por la boca—. No confundas que te estoy dando espacio con que no estoy interesado. No dejo entrar a todas las mujeres a mi cama, mucho menos en mi vida, y aún más en la vida de Amos. Antes de ti, no había nadie. Entonces, que no sepa todavía a qué sabe tu boca no significa que no lo haya pensado. No significa que no vaya a hacerlo. Pero Sofie te diría que tengo un corazón grande y frágil, y creo que así es, así que
necesito que sepas lo que quieres también por mi bien, amiga. ¿Eso lo deja claro? Iba a tener un infarto. Quizás incluso derretirme. Tan cansada como estaba, no estaba segura de cómo se suponía que iba a dormir junto a eso toda la noche. Bien pudo haberme inmovilizado y lamido mi cuerpo, porque nunca había escuchado nada más erótico o asombroso en mi vida. Y estaba segura que él sabía que algo estaba pasando dentro de mí porque yo jadeaba y todo lo que pude decir fue un entrecortado: —Está bien. —En verdad elocuente. Yo, que no podía callarme nunca, que básicamente había preguntado por esto, no tenía idea de qué decir más que “está bien”. Porque… también sabía cómo me sentía. Y podría estar más que un poco enamorada de él, estaba bastante segura, pero… él tenía razón. Todavía no se sentía bien. Una parte de ello. Tal vez todo se trataba del aspecto físico, pero tal vez también necesitaba estar segura. Una parte de mí necesitaba andar con cautela. No quería que me rompieran el corazón de nuevo. La verdad fue que me gustó aún más por decir esas palabras. Por pensar tan profundamente. Me gustaba mucho de muchas maneras. Y si ambos estábamos en la misma página, eso era más importante que cualquier otra cosa. Algún día sabría cómo se sentían sus labios, pero no tenía que ser en ese preciso momento, y eso me llenó de tanta alegría y felicidad que no pude evitar sonreír, por dentro y por fuera. Renovó una necesidad dentro de mí de ganármelo. De hacerlo más que mi amigo. No estaba segura de si podía ver mi rostro o no, pero aun así levanté las cejas y le dije con una voz que era demasiado alegre para lo cansada que me sentía, y excitada que estaba: —Bueno, si quieres dormir desnudo, me parece bien.
Su carcajada me sorprendió muchísimo y no pude evitar reírme también. Esto estaba muy bien, no había razón para apresurar nada. —No, gracias —dijo una vez que su risa se hizo más lenta. Había hecho reír a mucha gente en mi vida, pero no estaba segura de haberme sentido así de triunfante. —Si cambias de opinión, adelante —dije, completamente en serio—. Mi cuerpo está demasiado cansado, pero mis ojos no lo están. Se rio un poco más, los sonidos lentos, sutiles y roncos. Si pudiera haberlo embotellado, lo habría hecho, porque todo lo que podía hacer cuando lo escuchaba era sonreír. —Tampoco duermo desnuda, si te lo estás preguntando —dije, queriendo aligerar el estado de ánimo. Se rio de nuevo, pero fue totalmente diferente. Ronca. Cargada. Linda. Tómalo con calma. Los dos estábamos cansados y nos íbamos a dormir. Correcto. Subí las sábanas hasta mi barbilla y me di la vuelta, mirando hacia la puerta mientras Rhodes se dirigía al baño, encendiendo la luz, pero dejando la puerta abierta. El grifo corrió brevemente; luego lo escuché cepillarse los dientes. El agua corrió de nuevo, hubo algunas salpicaduras, y justo cuando comencé a tener sueño una vez más, metiendo la almohada debajo de mi cuello, me aseguré de no haberme movido demasiado para ninguno de los lados. La luz se apagó y no me molesté en fingir que estaba dormida, pero traté de calmar mi respiración, pensando en lo sexy que eran mi camiseta sin mangas y mis pantalones de pijama holgados con renos. La cama se hundió y hubo más sonidos de algo pesado en la mesa de noche antes de que el familiar beep de su teléfono fuera enchufado.
—Buenas noches, Rhodes —dije. La cama se hundió un poco más a la vez que las sábanas se tensaban en mi espalda y, después de un momento, sentí que se acomodaba. Se estiró. Suspiró tan profundamente que me sentí mal por lo cansado que tenía que estar. Se había ido mucho más tiempo de lo que había esperado. —Buenas noches, Aurora —murmuré para mí misma cuando él no respondió. Su risa me hizo sonreír justo antes de que susurrara de vuelta: —Buenas noches. Me di la vuelta. Estaba acostado frente a mí. Me esforcé por ver sus rasgos. Sus ojos ya estaban cerrados, pero había un leve atisbo de sonrisa en su increíble boca. —¿Puedo preguntarte algo y no te enojarás? Su “sí” llegó mucho más rápido de lo que esperaba. Pero me preparé de todos modos. —Es algo personal. —Pregunta. —¿Por qué nadie te llama Tobias además de tu padre? Dejó escapar un suave, muy suave suspiro. —Mi mamá me llamó así. ¿Podría haber hecho una pregunta peor? Lo dudaba. —Siento haberlo mencionado. Solo tenía curiosidad. Es un bonito nombre. —Está bien —respondió en voz baja.
Tenía que arreglar esto. —Solo para que lo sepas… realmente me gustas. Más de lo que probablemente debería también. Dijo una cosa y solo una cosa: —Bien. Me mordí el labio de nuevo. —Oye, ¿puedo preguntarte una última cosa? Estuve bastante segura que no había arruinado la noche cuando escuché un gruñido perezoso. —Sí. —¿Lo dijiste en serio cuando mencionaste que hay un murciélago o…? Su risa somnolienta me hizo sonreír. —Buenas noches, ángel.
CAPÍTULO 26 Desperté sintiéndome cálida. Muy muy cálida. Sobre todo, porque estaba acurrucada contra la espalda de Rhodes. Mis brazos estaban cruzados, mi frente estaba metida entre sus omóplatos y mis dedos de los pies estaban escondidos debajo de sus pantorrillas. Rhodes, afortunadamente, no se dio cuenta. El recuerdo de nuestra conversación de anoche me hizo mirar la piel suave frente a mis ojos. La necesidad de acariciar esos músculos lisos estaba allí. Pero mantuve mis manos quietas. Porque él tenía razón. Quería más tiempo. A pesar de toda mi gran charla de anoche, no quería apresurarme en nada todavía. Yo no iba a ninguna parte y, por lo que había dicho, él tampoco. No es que no me importaría verlo desnudo. Porque me inscribiría en eso en un santiamén. Con cuidado, para no despertarlo, me alejé lentamente y exhalé. Luego salí de la cama y miré un poco más a la figura dormida. Acostado de lado, esa suave piel se asomaba desde donde el pesado edredón estaba metido justo debajo de sus axilas. Respiraba profundamente. Sabes… estaba bastante segura de que estaba enamorada de él. Y estaba bastante segura que también podría estar un poco enamorado de mí. Abrí la puerta lo más silenciosamente posible y me escabullí de la habitación, cerrándola detrás de mí con el más suave chasquido. Deslizándome por las escaleras, me detuve justo al final. Amos estaba en pijama, sentado a la mesa comiendo un tazón de cereal. Me miró adormilado. Levanté mi mano e incliné mi cabeza hacia
arriba. —Tu papá me dijo que durmiera allí —murmuré mientras me dirigía a buscar un vaso de agua. El chico me dio una mirada somnolienta pero divertida mientras murmuraba: —Ajá. —Justo cuando mi teléfono comenzaba a vibrar—. Ha hecho eso como tres veces en los últimos diez minutos. —Suspiró, sonando descontento. Lo tomé de donde lo había dejado cargándose en el mostrador anoche, le eché un vistazo al número desconocido que llamaba. Eran las siete de la mañana. ¿Quién podría ser? Solo unas veinte personas tenían mi número y tenía almacenada la información de contacto de cada persona. El código de área también era local. Respondí. —¿Hola? —¿Aurora? —respondió la voz familiar. Todo mi cuerpo se estremeció en mi lugar. —¿Señora Jones? El Anticristo siguió adelante como si hubiera pasado por todo en su vida: sin consideración por nadie más que ella y sus hijos. —Mira, sé lo terca que estás siendo con todo esto… —¿Qué? —Era demasiado temprano para esta mierda. Era demasiado temprano. ¿Qué estaba haciendo ella poniéndose en contacto conmigo?—. ¿Cómo diablos conseguiste mi número? ¿Por qué estás llamando? —bramé con absoluta incredulidad de que esto estuviera sucediendo. Su pausa fue demasiado breve. —En serio necesito hablar contigo si no le respondes a Kaden.
Entonces, recordé. Recordé justo en ese momento que no necesitaba soportar más sus tonterías. Así que colgué. Y sonreí. Y Amos preguntó con su voz somnolienta: —¿Por qué te ves así? —Olvidé lo mucho que me gusta colgarle a la gente —respondí, sintiéndome muy complacida conmigo misma mientras procesaba lo que había hecho. Maldita sea, eso se sintió bien. Frunció el ceño como si pensara que estaba loca justo cuando mi teléfono comenzó a vibrar de nuevo. El mismo número apareció en la pantalla. Presioné ignorar. —¿Quién es? —¿Sabías que el diablo en realidad es una mujer? —pregunté. Mi teléfono comenzó a vibrar de nuevo y maldije. No iba a dejar pasar esto. ¿Por qué esperaría lo contrario de alguien que pensaba que todos los de su alrededor estábamos para servirle? La urgencia de seguir jugando a este juego, ignorando sus llamadas, latía profundamente en mi pecho… pero la urgencia de que nunca más volviera a suceder esta mierda fue aún más fuerte una vez que lo pensé. Eso me sorprendió mucho. En realidad, no quería seguir haciendo esto con ella. Con cualquiera de ellos, de hecho. Ni siquiera quería perder el tiempo pensando en ellos. Sabía muy bien que tenía que acabar con esto de una vez por todas y solo había una forma de hacerlo. Respondí a la llamada y hablé directamente. —Señora Jones, son las siete de la mañana y esto es… —Estoy en la ciudad, Aurora. Por favor, encuéntrate conmigo. Y por eso el número era local. Hija de puta. Todavía estaba lo bastante cansada como para no haber sumado dos y dos. Tuve suerte de no
tener nada en la boca porque lo habría escupido. —¿Estás en la ciudad, dónde? —exigí prácticamente. —En esta… ciudad. En el resort con los manantiales —respondió, sonando totalmente molesta por el hotel más bonito de la ciudad—. Tengo que hablar contigo. Aclarar algunas cosas que creo que pueden haberse salido… de las manos —dijo con demasiado cuidado en comparación con la forma en que solía hablarme. Miré a Amos y lo encontré mirando adormilado su teléfono, pero sabía que este chico astuto estaba escuchando. —Por favor —dijo la mujer mayor—, por los viejos tiempos. —La cosa de los “viejos tiempos” no funcionará conmigo, señora — dije con sinceridad. Sí, sabía que eso le sentaría muy bien. Probablemente me estaba disparando con el dedo medio en la cabeza porque pensaba que tenía demasiada clase para hacerlo. Y para mí, eso solo lo empeoró. —Por favor —insistió—. Nunca más me pondré en contacto contigo si no quieres que lo haga. Mentirosa. La necesidad de colgar aún estaba allí, latiendo, resonando y diciéndome que siguiera adelante con mi vida. No había nada que quisiera escuchar de su boca. Pero… había cosas que quería decirle. Cosas específicas que debían decirse para no tener que volver a pasar por esto nunca más. Hablar de ellas, me refería. Porque en última instancia, eso era lo que más necesitaba ahora. Para seguir adelante. Para no tener más a los Jones pendiendo en mi cabeza. Lo que quería era mi vida actual. El hombre en la cama de arriba. Y no podría tener esas cosas con estos malditos fantasmas todavía atormentándome cuando les diera la gana. Pensé en lo que sabía sobre esta mujer, que era casi todo, y maldije.
—De acuerdo. Hay un restaurante en la calle principal que se encuentra a poca distancia. Te veré allí en una hora. —¿Cuál restaurante? —Solo hay uno abierto tan temprano. La recepción puede darte direcciones. Y, por lo general, estaba lleno de turistas y lugareños jubilados, así que pensé que era el mejor lugar para encontrarnos para que ella no se pusiera histérica. Todavía no había desayunado allí, pero pasaba por allí todas las mañanas y sabía qué tipo de tráfico tenían. Sería perfecto. —Te veré allí —dijo después de un momento, con la voz tensa, y supe que esto le estaba costando. Puse los ojos en blanco tan bien que Amos se habría sentido orgulloso. Y el hecho de que se riera disimuladamente me animó a pesar de que no lo miré. Él no necesitaba saber que yo sabía lo que estaba haciendo. —Nos vemos en una hora —dije antes de colgar, sin molestarme en esperar a que ella hiciera otro comentario. Dejé escapar un profundo suspiro para liberar la tensión en mi estómago. De una vez por todas, me dije. —¿Estás bien? —preguntó Amos. —Sí —dije—. Mi vieja suegra está en la ciudad y quiere que nos reunamos. Bostezó. —Voy a prepararme en tu baño y luego salir —dije—. ¿Necesitas algo? ¿Por qué te despiertas tan temprano? —Después de que papá nos despertó, me quedé despierto y todavía no me he ido a dormir. —Se tomó un momento—. ¿Qué quiere ella? —¿El Anticristo? No estoy segura. O que vuelva a trabajar para ellos o…
Me encogí de hombros, sin querer decirlo en voz alta, ni siquiera pensar en lo que había admitido. Que había trabajado para mi ex. De todas las cosas de las que habíamos hablado, ni padre ni hijo me habían preguntado sobre lo que solía hacer para ganarme la vida. Les dije que había sido asistente cuando nos conocimos, pero nunca me pidieron más información. Y no le importó o estaba demasiado cansado para darse cuenta o prestar atención porque todo lo que hizo fue asentir, con la mirada adormilada. Maldije en voz baja por lo que estaba a punto de hacer. —No tardaré mucho en el baño, mini Eric Clapton. Si te duermes antes de que salga, te veré más tarde. Dile a tu papá que volveré.
Llegué temprano al restaurante. Era un restaurante lindo y muy pequeño encajado entre una tienda minorista que había existido durante más de cien años y una empresa de bienes raíces. Era un centro turístico, aunque las únicas personas que visitaban en esta época del año eran cazadores de Texas y California en su mayoría. Pero sabía que todo con la señora Jones era un juego de poder, y eso incluiría llegar al restaurante con anticipación y elegir su asiento. Afortunadamente, me las arreglé para agarrar una mesa, saludando a una pareja que reconocí que frecuentaba The Outdoor Experience, y elegí mi asiento frente a la puerta. Efectivamente, cinco minutos después de sentarme y diez minutos antes de la hora en que se suponía que nos encontráramos, la vi junto a la puerta: delgada, bronceada y más flaca que nunca. Entonces noté la forma en que se aferraba a su bolso de treinta y cinco mil dólares como si fuera a rozar algo en el restaurante, le daría piojos. Sabía con certeza que había trabajado en un Waffle House hacía mucho tiempo.
Dios, ayúdame con esta familia. Lo mejor que hice fue que me echaran. Y ese conocimiento me hizo enderezar mi columna. Era feliz. Sana. Tenía todo mi futuro por delante. Tenía amigos y seres queridos. Quizás todavía no tenía ni idea de lo que iba a hacer dentro de un año, mucho menos cinco o diez, pero era feliz. Más feliz y más segura de lo que había sido en mucho, mucho tiempo. Y por eso sonreí cuando me levanté y llamé la atención de la señora Jones. Ella frunció el ceño, molesta por ser atrapada y se acercó mientras yo volvía a sentarme. Justo cuando se sentó frente a mí, le tendí la mano. ¿Quería ser la persona más madura? No. ¿La irritaría si lo fuera? Sí. Y por eso lo hice. La miró con sorpresa. Arrugó la nariz mientras la estrechaba, su mano estaba fría y casi húmeda. Alguien estaba nerviosa o irritada. Esperaba que ambas. —Hola, Aurora —dijo. —Hola, señora Jones. Sentí que un poco más de esa amargura persistente se desvanecía. Abrí mi menú, arrepintiéndome de haber dejado mi avena en el refrigerador de Rhodes para tener tiempo de prepararme. Había pensado en no maquillarme ni peinarme, pero decidí hacerlo. Quería que ella viera con sus propios ojos que lo estaba haciendo estupendamente y haciéndome un nombre. Algo así. ¿Sabes qué? Lo estaba haciendo estupendamente. Estaba bien. Mejor que nunca y esa era la verdad absoluta. Mi cabello estaba sano, ya que había crecido por completo después de una década de quemarlo para que tuviera el rubio pálido que había tenido. Estaba bronceada por todo el tiempo que todavía me las arreglaba para pasar afuera y estaba mejor mental y físicamente de lo que había estado desde siempre. Y sentí que llevaba esa sensación de paz sobre mí como un manto.
La vida no tenía que ser perfecta para que fueras feliz. Porque ¿qué era perfecto realmente, de todos modos? —¿Cómo estás? —pregunté, mi atención todavía puesta en el menú. Ooh, tostadas francesas. No había tenido eso en… meses, no desde antes de llegar aquí. —Bueno, me iría mejor si estuviera en casa, Aurora —se quejó la mujer mayor. Dejé que eso entrara por un oído y saliera por el otro. De hecho, quizás solo tomaría un café, y volvería a casa de Rhodes y desayunaría con ellos. Honestamente, esto no duraría demasiado por la forma en que se veía. Y solo tenía suficiente efectivo para pagar un café y dejar una propina, por lo que no tendría que sentirme incómoda y esperar a que una mesera tomara mi tarjeta de débito si decidía marcharme rápidamente. En realidad, eso sonaba como un plan. ¿Desayunar con gente que me daba felicidad o con un demonio? Como si eso fuera incluso una elección. Con eso resuelto, cerré mi menú y me concentré de nuevo en la mujer que ni siquiera había abierto el suyo, confirmando que tal vez no iba a ser una conversación larga. Perfecto. Bueno, eso y la señora Jones no se rebajaría a comer en un restaurante. Dios mío. ¿No hay huevos benedictinos? ¿Un batido energético de mango? Dios no lo quiera. Esa mierda era deliciosa, pero la forma en que exigía las cosas las hacía detestables. Respiré profundo, me recliné y la miré sentada allí, con su hermoso bolso verde en su regazo y los cuidados dedos descansando sobre la correa. —Te ves bien —dije con sinceridad. —Te ves… bronceada. —Fue lo más lindo que logró sacar de su boca. —Me reí y me encogí de hombros. Como si eso fuera un insulto—. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, frunciendo sus labios. No sabía qué hacer con mis manos, así que las puse encima de la mesa, tocando el menú cubierto de plástico con mis uñas.
—Vivo aquí —dije, con suerte con un tono de “obvio” en mi voz. Sus fosas nasales se agrandaron un poco. —Nos tomó mucho tiempo encontrarte. Tuvimos que contratar a algunos investigadores privados. Levanté un hombro. —No me escondía y no era como si Kaden no supiera que crecí aquí. En primer lugar, simplemente lo había olvidado o nunca lo había procesado lo suficiente. Qué hijo de puta, ahora que lo pienso. Las fosas nasales de la señora Jones se ensancharon de nuevo y me di cuenta de que estaba tomando todo en ella para no hacer un comentario sabelotodo. —Sabes lo ocupado que está; siempre tiene muchas cosas en la cabeza. No iba a poner excusas ni a creer la misma frase que yo misma me había dicho una y otra vez durante la duración de nuestra relación. Pobre Kaden. Tan ocupado. Tantas cosas que hacer. No, no las tenía que hacer. Su mamá hacía todo por él. Yo había hecho todo por él. Tenía otras personas que hacían todo por él. Apuesto a que no tenía idea de cuánto dinero pagaba en impuestos o de cuánto era su hipoteca. —¿Es por eso que no está aquí? —pregunté, apenas reprimiendo una sonrisa sarcástica—. ¿Porque está tan ocupado? No pasé por alto la forma en que las comisuras de su boca se pusieron blancas antes de que se recompusiera y dijera: —Sí. —La señora Jones se aclaró la garganta ligeramente, apenas—. Aurora…
—Mire, señora Jones, estoy segura de que tienes mejores cosas que hacer que andar por Pagosa tratando de ponernos al día, porque sé que yo sí las tengo. ¿Qué quieres? Jadeó. —Eso es increíblemente grosero. —No es grosero si es la verdad, porque realmente tengo cosas que hacer. Era mi día libre. Tenía un desayuno que comer. Una vida que seguir viviendo. Resopló en su asiento, esa delgada boca rosada presionó con fuerza antes de colocar sus hombros de una manera que me recordó todas las veces que había tenido que ser la mala con alguien en honor a su hijo. —Bien. —Se sentó más erguida de lo que había estado antes, decidiendo sus palabras y posiblemente incluso preparándose—. Kaden cometió un error. Quizás terminarían con ese pastel de mierda eventualmente, después de todo. —Ha cometido muchos errores. Bendito sea su corazón, trató de no resoplar, pero la conocía demasiado bien para caer por eso. —Me gustaría saber cuáles son todos esos “muchos” errores —espetó antes de que pudiera evitarlo. Mantuve la boca cerrada y le di una mirada que había aprendido del mejor, el hombre cuya cama había dejado esa mañana. Eso es en lo que preferiría haber estado pensando. Qué estaba pasando allí. Qué podría pasar allí. Hizo que me recorriera un escalofrío—. Contigo, Aurora. Estoy hablando del error que cometió… dejándote. Bingo. Apuesto a que le costó decirlo. —Oh, eso. Bueno. A) No me dejó. Ustedes dos me echaron. B) Sabía que algún día se arrepentiría, así que eso no es nada nuevo, señora Jones.
Pero ¿qué tiene eso que ver conmigo? Tenía que persuadirla para que me dijera lo que yo ya sabía. No podía pensar que era tan estúpida para no saberlo, ¿verdad? Por otra parte, probablemente lo creía. Dejó escapar un sonido exasperado, sus ojos marrones oscuros se movieron a través del restaurante rápidamente antes de regresar a mí. Supe lo que vio. Gente con camisetas y franelas, overoles camuflados, chaquetas viejas y pulóveres de Columbia. Nada lujoso ni llamativo. —Tiene todo que ver contigo —susurró, enfatizando sus palabras—. Él nunca debería haber terminado la relación. Sabes que estaba bajo mucha presión con la forma en que resultó el álbum de Trivium y estabas haciendo todas estas demandas. Demandas. Le pregunté cuándo podríamos casarnos. Realmente casarnos porque era importante para mí. Cuándo podíamos tener hijos porque siempre los había querido y él lo sabía, y no me estaba haciendo más joven. Había sido su amiga más fiel durante catorce años y había hecho demandas. Pero guardé los comentarios para mí y mantuve mi rostro tranquilo. La dejé seguir adelante. —Pasaba por un mal momento. En su casa de diez millones de dólares, viajando en un autobús turístico de dos millones de dólares, volando en un jet privado propiedad de su sello discográfico. No había pasado por un “mal momento”. Conocía a Kaden mejor que nadie y sabía que, aparte de un tiempo después de la muerte de su abuelo, nunca había estado devastado en su vida. Se había sentido desanimado y decepcionado después de que su álbum Trivium fue insultado por los críticos de música, pero no les hizo caso y dijo que tenía suerte de que le
hubiera costado seis álbumes finalmente tener un fracaso. Le sucede a todo el mundo, había insistido. Su madre, por otro lado, había estado furiosa… pero había sido idea de ella dejar de usar mis canciones así que… Durmió profundamente todas las noches, impulsado por las innumerables personas que ignoraron el fracaso y lo seguían regañando con palabras cubiertas de mantequilla que le subían por el trasero más fácilmente. Había vivido en un mundo de fantasía de amor. En parte fue culpa mía, pero no toda. —Y habían estado juntos tanto tiempo, necesitaba aclarar su cabeza. Asegurarse. ¿Asegurarse? Casi me atraganté, pero ella no se lo merecía. Asegurarse. Vaya, vaya. También quise reírme, pero me contuve. Simplemente… vaya. Ella se estaba cavando un agujero cada vez más profundo y no tenía ni idea. Debería haberme sentido insultada por lo tonta y desesperada que asumió que estaría si caía en esto. Pero podía jugar a este juego. Era buena en eso. Había tenido catorce años para perfeccionar esto con ella. Incluso había practicado con Randall Rhodes. Debería haberlo invitado y desatarlo sobre ella. —Tenía tantas opciones. ¿No preferirías que se sintiera totalmente seguro que cuestionar todo más adelante? —preguntó. Asentí con seriedad. Enseñó los dientes en algo que intentaba parecerse a una sonrisa, pero en realidad la hacía parecer como si la estuvieran torturando. Lo que probablemente sentía que era para ella. —Te extraña, Aurora. Mucho. Él quiere que vuelvas. Hizo hincapié en ese “vuelvas” como si fuera una especie de maldito milagro navideño, no, no un milagro navideño, una concepción inmaculada.
Como si debería caer de rodillas y estar agradecida. En cambio, asentí con seriedad un poco más. —Ha intentado llamar a todos los que conoce para que le den tu nuevo número. Le suplicó a Yuki y a esa hermana suya. Podrían haberse llevado bien mientras estábamos juntos, pero yo era su amiga. Una verdadera amiga a la que les importaban, se preocupaba por ellas y las amaba sin otra razón que la de ser grandes personas. No porque pudieran hacer algo por mí. —Uno de los investigadores privados que contratamos tuvo que ser creativo para obtener tu número de teléfono una vez que te localizó. Ha intentado volver a ponerse en contacto contigo. Sé que te ha enviado un correo electrónico y no has tenido la decencia de responder. Y ahí fue cuando reaccioné. Decencia. La decencia era una palabra fuerte que usualmente usaban las personas que estaban muy lejos de ser decentes. Porque la gente decente no usaba la palabra como arma. La gente decente entendía que había razones para todo y que cada historia tenía dos lados. Y yo era una persona decente. A la mierda. Era una buena persona. Estos hijos de puta eran los que no sabrían lo que significa decente si esta los abofeteara. Y no iba a ser arrastrada por el barro más de lo que ya lo había hecho. Fue entonces cuando la detuve. Me incliné hacia adelante sobre la mesa, extendí la mano hacia la mujer que nunca había amado realmente, pero que me había importado porque alguien a quien amaba la adoraba, y puse mi mano sobre la de ella, la mano que había puesto sobre su bolso de Hermès. Y le sonreí, a pesar de que no tenía ganas de sonreír en absoluto. Mi sonrisa fue la única arma que necesité entonces.
—No respondí, no porque no fuera decente, porque lo soy, y la próxima vez que te acerques a alguien para intentar que te escuche, quizás no deberías faltarles el respeto. Literalmente, no quiero nada de Kaden. Ni hace seis meses, ni hace un año y definitivamente no hoy. Le dije a él, señora Jones, cuando apareció en nuestra casa después de pasar la noche en la suya, que no quiso decir lo que dijo. Que lamentaría terminar nuestra relación. Y tenía razón. Exhalé por la nariz y retiré mi mano, dirigiéndole otra de esas sonrisas mortales para que supiera que su tiempo para hablar había terminado. Ella había acabado. —Me importa una mierda si en realidad me extraña o si extraña lo que hice por él y por eso quiere que vuelva. Sé que me amó, al menos lo hizo genuinamente por un tiempo, y espero que sepa que lo amé. Pero esa es la cuestión, ya no lo amo, y no lo he amado en mucho tiempo. Mató cada centímetro del amor que sentía por él. Tú también ayudaste a matar cada centímetro del amor que sentí por él. Me encontré con su mirada y le pregunté lo más seriamente posible: —Por eso estás aquí, ¿no? ¿Porque se arrepiente de terminar nuestra relación? Más bien se arrepiente de haberte dejado convencerlo, ¿verdad? ¿Está enojado contigo ahora? ¿Estás aquí tratando de limpiar su desorden porque te culpa por esto en lugar de ser un adulto y asumir la responsabilidad de sus acciones? Apuesto a que eso es exactamente lo que pasa. Sin embargo, eso debería decirte todo. Por qué tu hijo mimado no obtendrá lo que de repente decidió que quiere de nuevo. Por qué nunca, jamás volveré. »Todos ustedes me rechazaron. Me avergonzaron. Pusieron a la gente en mi contra, y eso también depende de ellos, pero ustedes dos deben ponerlos en esa posición en primer lugar. En este punto, no les deseo nada malo a ninguno de los dos, pero si están buscando una transfusión de sangre o un donante de órganos, no se molesten en mirar en mi dirección. He seguido adelante. Soy feliz y no voy a dejar que tú, Kaden o ninguno de tus lacayos me quiten eso.
Me alegré de que la camarera aún no hubiera venido. Me alegré de poder irme. Empecé a levantarme, contemplando la expresión furiosa pero asombrada que se había apoderado de todo su rostro. —Por favor, no me molestes más. Y solo digo por favor por ser educada, porque en realidad quiero decirte que me dejes en paz. Siempre me viste como un pedazo de mierda sin valor que debería besar los pies de tu hijo, pero olvidas cómo era su carrera antes de que yo llegara. Antes de que le diera todas mis mejores canciones. Antes de que se aprovechara de lo mucho que lo amaba. Nunca regresaré. No hay suficiente dinero en el mundo que puedan pagarme para hacerlo. Me puse de pie y seguí hablando justo cuando ella abrió la boca para decirme que era una perra inútil, como lo había hecho una vez cuando había estado borracha después de una entrega de premios a la que no me habían permitido ir. —Desearía poder decirte que espero que ambos encuentren paz y felicidad en sus vidas, pero no soy tan buena persona. Lo que espero es que me dejen en paz. Eso es lo que espero. Esos diez millones que transfirió a mi cuenta fueron suficientes para que me callara, y los voy a aprovechar. Voy a llevar a mis hijos a la universidad con ellos, hijos que voy a tener con alguien que no es tu hijo y que nunca será tu hijo. No tienes que preocuparte de que corra detrás de Kaden pidiendo sobras, señora. Encuentra a alguien más a quien no le importe estar en el undécimo lugar, porque seguro que no voy a ser yo. Quedaban dos últimas cosas que debían decirse, y sabía que mi tiempo se había acabado, así que le dije las palabras con cuidado, mirando directamente a sus ojos sin alma mientras lo hacía. —Ya no puedo escribir. No lo he hecho en más de un año. Quizás algún día las palabras vuelvan a mí, pero ahora no están aquí, y una parte de mí espera que no regresen. Pero incluso sin mis cuadernos y sin mis canciones, valía mucho. Valía más que todo ese dinero que me pagaron. Así que, por favor, déjame en paz. Todos ustedes. Si te vuelvo a ver a ti o a Kaden, me aseguraré de que se arrepientan.
Me incliné hacia adelante para que no se equivocara sobre lo seria que era. —Si cualquiera de ustedes me contacta, y me refiero a cualquiera de ustedes, les contaré a todos sobre esa mentira de la que formamos parte. Conozco gente y lo sabes. Después de eso, gastaré cada dólar de los millones que me dieron para llevarlos a la corte, señora Jones. Cada centavo. No tengo nada mejor que hacer. Preferiría gastarlo en personas que me hagan feliz, pero no perderé el sueño usándolo en otras cosas. Por eso, quiero que piense detenidamente sobre saber dónde vivo, saber cuál es mi número de teléfono, si su pequeño bebé alguna vez decide que quiere ponerse en contacto conmigo de nuevo. Su cuello había empezado a ponerse rosado y podía ver sus dedos temblando, pero antes de que pudiera calmarse, bajé la cabeza hacia ella y le dije lo que esperaba que fuera lo último que le dijera. —Adiós, señora Jones. Y salí de allí.
Tuve un dolor de cabeza leve en el camino a casa, solo este leve zumbido de la tensión de estar cerca del Anticristo. Tenía ese efecto en la gente. Una pequeña parte de mí todavía no podía creer la mierda que había intentado soltar. Gente decente. Asegurarse. Esa era la forma de ganarse a alguien. Sí, claro. Solté un bufido y negué al menos diez veces, rebobinando sus palabras y luego apresurándolas de nuevo. Quería llamar a tía Carolina y contárselo. Quería llamar a Yuki. O a Clara.
Pero más que todo eso, solo quería volver a la vida que conocía ahora. La que me había reconstruido desde el lugar de la indecisión, la confusión y el miedo en el que había estado una vez. A la gente que importaba. Ni siquiera me di cuenta que había un par de lágrimas saliendo de las comisuras de mis ojos hasta que sorbí una nariz acuosa y comprendí que en realidad no venía de allí. Las limpié con el dorso de mi mano, solo deseando un abrazo. Terminé con esa vida. Acabé y sentí como si se me hubieran caído del pecho cincuenta kilos. En el segundo en que giré en el camino de entrada, estaba lista. No sabía para qué exactamente, pero sí para algo. Para el futuro más que nunca. Para todo, tal vez. Una ráfaga de aire salió de mis pulmones cuando giré el auto en el camino de entrada de Rhodes. La determinación reforzó mi columna mientras conducía hacia adelante, lista para estacionar, salir y seguir apreciando todo lo que tenía. En parte debido a los Jones. Pero también, siempre y para siempre, sobre todo gracias a mi mamá. No tenía idea de dónde estaría o cómo me sentiría si no tuviera este lugar. Pero a medida que me acercaba al apartamento del garaje, vi al propio Rhodes saliendo de su casa, con una expresión tensa en su rostro que duró aproximadamente un segundo antes de que se concentrara en mi auto. Entonces, y solo entonces, algo de la tensión desapareció de sus rasgos. Como alivio. ¿Se sentía aliviado? Llevaba su camisa de franela abotonada hasta la mitad y la camiseta, como siempre, se aferraba a su pecho. También había llaves en su mano, me di cuenta mientras estacionaba mi auto en el lugar habitual y salía. Estaba bajando las escaleras del deck mientras yo daba la vuelta al frente. Esa mirada gris púrpura estaba sobre mí. —¿Estás bien? —exclamó, un ceño fruncido volvió a aparecer en su boca.
Pero no duró mucho tiempo. Porque dije: —Estoy genial. A una fracción de segundo antes de ir a por él en el momento en que estuvo a mi alcance, me puse de puntillas, mis brazos rodearon la parte posterior de su cuello, mi pecho se pegó al suyo y fui a por ello. Presioné mis labios contra los de Rhodes. Su cuerpo se volvió sólido como una roca durante un segundo antes de que la parte superior de su cuerpo se relajara y uno de sus brazos se envolviera alrededor de la mitad de mi espalda, el otro antebrazo puesto justo encima de mi trasero. Rhodes me aplastó contra él, inclinando su cabeza hacia un lado, un cálido beso fue su respuesta al mío. Y fue solo un maldito milagro que no intentara escalarlo como una pared y envolver mis piernas alrededor de su cintura porque su boca era cálida, sus labios firmes y suaves al mismo tiempo, era dulce y gentil… era todo lo que siempre había deseado y más. Su aliento recorrió mi boca, sus cejas se fruncieron. Se lamió los labios, me miró directamente a los ojos por un momento y luego se sumergió en otro beso antes de retirarse y concentrarse en mí un poco más con su rostro intenso. —Y me preocupaba que volvieras y me dijeras que te ibas a mudar. Negué, observando las finas líneas de sus ojos, las de su frente, el color intenso de sus ojos y todo ese increíble cabello plateado. —¿Estás bien? —murmuró, masajeando mi cadera con su gran mano, todavía mirándome como si fuera a apartar la mirada y de repente yo desaparecería. —Sí —respondí—. Me encontré con la mamá de mi ex. —Me lo han dicho —susurró—. Estaba debatiendo si ir de apoyo o dejar que lo manejaras tú sola.
No pude evitar sonreírle, asimilando su cuidado y metiéndolo profundamente en mi corazón. —Estoy bien —dije en voz baja—. Ella se limitó a enfurecerme y todo lo que quise fue volver aquí. —Tragué saliva—. Ya no quiero formar parte de ellos. Ni siquiera un poquito. —Espero que no —dijo, mirándome detenidamente—. ¿Estás segura de que estás bien? —Sí, pero estoy incluso mejor ahora —admití, porque era cien por ciento la verdad. Y ahí fue exactamente cuando me di cuenta de lo que había hecho. Qué había empezado y dónde estábamos—. Siento haberte abordado así. Sé que acabamos de hablar de tomarnos nuestro tiempo y estar seguros, pero todo en lo que podía pensar era en la suerte que tengo de tenerlos, y eres tan guapo, y me haces sentir segura, y siempre crees en mí y… Esa boca carnosa esbozó la sonrisa más lenta que jamás había visto, sus cejas se levantaron al mismo tiempo. Pero no fueron palabras las que me interrumpieron. Fue la dulce presión de sus labios contra los míos una vez más. Lentos y tiernos, sus labios solo se detuvieron sobre los míos por un momento, pero podría haber sido el mejor momento de mi vida. Si me gustó tanto besarlo con la boca cerrada, ¿cuánto más me gustaría su lengua? Necesitaba calmarme, eso era lo que tenía que hacer. Rhodes se echó hacia atrás, esa suave sonrisa persistente todavía se apoderaba de su boca cuando dijo: —¿Me dirás cuando estés lista? Asentí y fue entonces cuando susurré: —No beso a cualquiera. La forma en que dijo “bien” probablemente iba a quedar grabada en mi alma por el resto de mi vida.
—¡Ora! —un grito proveniente de la casa nos sorprendió a ambos. Eché un vistazo por encima del hombro de Rhodes para encontrar a Amos de pie en la puerta, todavía en pijama y luciendo aún más somnoliento—. ¿Estás bien? —preguntó, confirmando exactamente por qué había venido aquí. Porque era un lugar donde un joven de dieciséis años y otro de cuarenta y dos, a los que solo conocía desde hacía seis meses, se preocupaban por mí más que las personas que había conocido desde hacía más de una década. Era mi lugar de consuelo. El lugar donde mi mamá quería que estuviera. En algún lugar que me levantara y me mantuviera arriba, incluso en los días de mierda. —¡Estoy bien! —grité en respuesta—. ¿Tú lo estás? —Marcado de por vida viéndote agarrar el trasero de papá así, pero lo superaré. ¡Gracias por preguntar! —gritó sarcásticamente antes de negar y cerrar la puerta. Rhodes y yo nos quedamos paralizados. Nuestras miradas se encontraron y ambos comenzamos a reírnos. Sí, estaba justo donde quería estar. Donde era feliz. Gracias, mamá.
CAPÍTULO 27 Las siguientes dos semanas pasaron en un borrón. Sobre todo porque estuvimos muy ocupados en la tienda. El verano había sido agitado, el otoño había sido lento hasta que comenzó la temporada de caza, pero todo se había acelerado una vez que llegó la nieve y las escuelas comenzaron a cerrar por vacaciones. Estuvimos abrumados con alquileres y ventas, y Clara me había dado un curso intensivo para ayudar a los clientes a seleccionar esquís y tablas de snowboard el día que conseguí mi propio alquiler. Todo lo demás que necesitaba saber, preguntas que los clientes podrían hacer o harían, hice una lista y les pregunté a algunos de los lugareños que había conocido desde que trabajaba en la tienda. Amos, sorprendentemente, respondió a muchas de ellas en las noches que cenamos juntos. Afortunadamente, solo había un centro turístico cerca, de modo que no había muchas cosas que la gente pudiera preguntar, excepto dónde podían tomar los tubos que alquilaban para pasear en trineo. Con el trabajo tan ajetreado, estaba agradecida de haber comprado todos mis regalos de Navidad con anticipación en mis pausas para el almuerzo, enviando la mayoría directamente a la casa de mi tía y tío, y enviando algunos a mi apartado postal en la ciudad. Si no hubiera sido por esos regalos que había enviado a mi buzón, podría haberme olvidado por completo del boleto de avión que reservé en octubre para ir a Florida en Navidad. Incluso entonces, no había querido dejar a Clara sola por mucho tiempo, así que me había reservado mi boleto para salir temprano en la mañana en la víspera de Navidad y volver el veintiséis. Cuando todo el mundo empezó a hablar de una gran tormenta que se suponía iba a llegar el día antes de Navidad, no pensé mucho en ello. Durante un tiempo habíamos estado recibiendo nevadas constantes cada
pocos días. Me había vuelto más segura conduciendo, a pesar de que cada vez que podía, Rhodes venía a la tienda y me seguía de regreso a casa. Solo pensar en Rhodes hizo que la sensación más curiosa llenara mi pecho. No estaba segura si era porque había sido criada por personas que creían demasiado en mí o simplemente no eran del tipo parental merodeador, pero su sobreprotección simplemente hacía algo en mí. A lo grande. Juro que me iluminaba de adentro hacia afuera como uno de esos Lite-Brites que solía tener cuando era niña. No habíamos vuelto a pasar tiempo juntos a solas, y no había habido más besos reales desde el día en que básicamente me arrojé sobre él después de la visita de la señora Jones, pero eso se debía principalmente a la frecuencia con la que él había estado trabajando hasta tarde. Había todo tipo de problemas con los que tenía que lidiar y de los que no tenía ni idea de que existieran. Desde problemas con motonieves hasta problemas de pesca en hielo y caza ilegal. Me había explicado una noche cuando llegó a casa lo suficientemente temprano y trajo pizza con él, que después del verano, el invierno era la temporada más ocupada que tenía. Para ser justos, Rhodes me invitó cada vez que llegaba a casa lo suficientemente temprano, con la excepción de una noche que había ido a casa de Johnny a jugar al póquer. Y por supuesto que fui. Sentada lo más cerca posible de él en las dos noches que habíamos visto una película con Amos tendido en un sillón reclinable. Nos habíamos sonreído el uno al otro desde el otro lado de la mesa otro día cuando, después de la cena, jugamos una versión antigua de Scrabble que nadie sabía de dónde había salido. Pero la parte más especial fue cómo me acompañó de regreso al apartamento del garaje todas las noches que pasamos tiempo juntos y después me dio un largo abrazo prolongado. Una vez y solo una vez, me besó en la frente de una manera que hizo que me hormiguearan las rodillas.
No creía que estaba imaginando la tensión sexual cada vez que mis senos se presionaban contra su pecho. Así que, en general, era más feliz de lo que había sido nunca, de muchas maneras diferentes. La esperanza que había vislumbrado durante los últimos meses se había hecho cada vez más grande en mi corazón con cada día que pasaba. Un sentido de familia, de rectitud, envolvía casi cada parte de mí. Pero el veintitrés de diciembre, cuando Clara y yo estábamos cerrando la tienda, se volvió hacia mí, seria, y dijo: —No creo que vayas a salir de aquí mañana. Cubierta con una chaqueta de plumas que había tenido desde siempre y no tenía relleno suficiente para las temperaturas que estábamos teniendo, me estremecí y arqueé las cejas. —¿No lo crees? Sacudió la cabeza hacia mí a medida que giraba la cerradura de la puerta; ya habíamos puesto la alarma justo antes de salir. —Vi el radar. Va a ser una gran tormenta. Apuesto a que cancelarán tu vuelo. Me encogí de hombros pero no quise preocuparme por eso. Había estado nevando mucho y los turistas seguían llegando a la ciudad. Además, no era como si pudiera hacer algo al respecto. Mis superpoderes no se extendían a controlar el clima. Bajó la puerta de seguridad que pasaba por encima de la puerta, Clara aún no me estaba mirando cuando dijo con voz extraña: —Olvidé decirte… alguien… alguna… caridad, creo… pagó las facturas médicas de mi padre por Navidad. —Un ojo marrón oscuro captó el mío antes de que volviera a concentrarse en la puerta—. ¿No es un milagro? —preguntó, sonando un poco rara.
—Vaya, Clara, eso es un milagro —respondí, intentando mantener mi voz serena y firme. Normal. Totalmente normal. Incluso mi rostro estaba en blanco e inocente. —También lo pensé —dijo, mirándome de nuevo—. Me gustaría poder agradecerles. Me conformé con asentir. —Pero tal vez no necesitan ninguna gratitud, ¿sabes? —No —coincidió—. Quizás no, pero aun así significa mucho para mí. Para nosotros. Solo asentí nuevamente, desviando mi mirada hasta que ella me envolvió en un abrazo y me deseó un buen viaje y una Feliz Navidad. Ayer intercambiamos regalos. También le había enviado un regalo al señor Nez y Jackie. Pero esa noche, después de conducir a casa lentamente, estaba arriba en el apartamento tipo estudio, doblando algo de ropa para no dejar el lugar como una zona de desastre que le daría migraña al lindo monstruo de la limpieza que era Rhodes, cuando alguien subió las escaleras, una puerta crujió abriéndose, y un: —¿Ángel? Sonreí. —Hola, Rhodes. Escucharlo en las escaleras mantuvo la sonrisa en mi rostro, pero cuando despejó la parte superior y se detuvo justo en el rellano, se hizo un poco más grande, casi tan grande como pude reunir. La comisura de la boca de Rhodes se crispó. Llevaba su uniforme, pero debe haber entrado primero a su casa, porque en lugar de su chaqueta de invierno, llevaba una parka azul oscuro con capucha de lana. Hacía bastante frío afuera.
—¿No pudiste meter toda tu ropa enrollada en la maleta, así que la estás doblando? Le ofrecí una mirada plana. —Solía preguntarme si Amos sacó el sarcasmo de su madre, pero ahora entiendo de dónde vino, y de hecho, la estaba doblando para que no sufrieras un paro cardíaco si venías aquí mientras no estaba, así que… Se acercó y se detuvo junto a la mesa, su fría mano desnuda se posó sobre mi cabeza. Observó mis pequeños montones de ropa: ropa interior en una pila, sujetadores en otra, calcetines que no combinaban por allí. Levanté la barbilla y me gané una sonrisa rara. Juro que últimamente me las estaba entregando a diestra y siniestra, y no como la moneda preciosa que alguna vez habían sido. —¿Qué? —pregunté. —Eres algo especial, camarada —dijo. Dejé la camiseta que estaba doblando y entrecerré los ojos. —¿Puedo preguntarte algo? —¿Tú qué crees? Gruñí. —¿Por qué me llamas “camarada”? Nunca te escuché llamar así a Am, ni a nadie más. Sus cejas se deslizaron por su frente al mismo tiempo que su boca se estiraba en una sonrisa aún más rara como una súper luna. —¿No lo sabes? —¿Se supone que debo hacerlo? —Pensé que lo harías —respondió crípticamente, aun sonriendo. Negué con la cabeza.
—Ni idea. Solía pensar que me llamabas “ángel” porque pensabas que ese era mi nombre, pero ahora sé que solo… lo que sea. Rhodes se rio entre dientes, poniendo una mano sobre la mesa, las puntas de sus dedos a milímetros del borde de encaje de mi ropa interior verde. Esos ojos grises estuvieron totalmente colgados en ellas por un momento antes de mirarme, el color subió por su garganta a medida que decía: —Porque eres uno. Mi boca se abrió, y estaba bastante segura que lo estaba mirando sin comprender. Un lado de su boca se elevó un poco más. —¿Por qué pareces sorprendida? Tienes el corazón más dulce y bondadoso del mundo, camarada. Sin importar cómo te verías, seguirías siendo mi ángel. ¿Su ángel? ¿Me temblaba la barbilla? ¿Ese era mi corazón, perdiendo su identidad por una nueva? ¿Rhodes dijo literalmente lo mejor que alguien hubiera dicho alguna vez de mí? Su expresión era tan cariñosa, tan abierta, todo lo que pude hacer fue mirarlo boquiabierta mientras él me observaba. —Me recuerdas a Buddy de Elf. Siempre estás sonriendo. Siempre intentando mejorar las cosas. Pensé que seguro lo entenderías —explicó. Mi barbilla estaba temblando. Y la sonrisa más suave del mundo se extendió por su rostro duro. —No llores. Tenemos que hablar. ¿Has visto el pronóstico?
Parpadeé y traté de concentrarme, envolviendo esa explicación y poniéndola junto a mi corazón porque de lo contrario estaba a punto de desnudarme en ese mismo momento. —¿El pronóstico? —pregunté toscamente, intentando pensar—. ¿Te refieres a la tormenta? Él asintió, aparentemente por encima de hacerme más cumplidos que pudieran hacerme sentir que tal vez, solo tal vez… podría amarme. Porque la verdad era que, estaba totalmente enamorada de él. Solo mirarlo me hacía feliz. Estar cerca de él me relajaba. Me hacía sentir a salvo. No había nada en este hombre que fuera vacilante o retraído. Era callado, sí, pero no tenía nada que ver con que reprimiera partes de sí. Me encantaba lo serio que era. Lo profundos que eran sus pensamientos y acciones. Nadie en mi vida, aparte de mamá, me había hecho sentir como él. Como si pudiera confiar en ellos plenamente. Y fue cuando acepté eso, lo vi por lo que era, que comprendí la profundidad de mis sentimientos. Estaba enamorada de él. —Sí —confirmé, asegurándome que mi boca estuviera cerrada y frotando debajo de mis ojos aunque estaba bastante segura que no habían escapado lágrimas. Simplemente se habían quedado aferradas al borde—. Clara me lo dijo y también miré cuando llegué a casa. Bajó esa barbilla suya con su lindo hoyuelo. —Se supone que tu vuelo saldrá temprano, ¿no? Confirmé que así era, tragando con fuerza una vez para asegurarme de mantener la calma y no balbucear, y mucho menos decirle que estaba estúpidamente enamorada de él. —Se supone que bajará de diez a doce grados de la noche a la mañana —siguió hablando, sus palabras fueron cuidadosas. —Se supone que el avión saldrá a las seis.
No dijo nada, pero esos duros dedos romos fueron a mi mandíbula, abarcando desde detrás de mi oreja hasta el centro de mi barbilla y espalda. —¿Crees que lo cancelarán? Me las arreglé para preguntar, principalmente para distraerlo y, con suerte, seguiría tocando mi rostro. No había tenido reparos en tocar mis hombros o muñeca. A veces tocaba mis dedos y juraría que era mejor que cualquier cosa que me hiciera a mí misma por la noche en la cama. Lo hizo, me refiero a que siguió tocando. —Creo que deberías estar preparada para la posibilidad de que así sea —respondió en voz baja, con sus párpados pesados sobre mis ojos. —Oh, eso apestaría, pero no es como si pueda hacer algo al respecto si sucede. Tengo… Esos ojos grises se encontraron con los míos, y se puso en cuclillas junto a mí, llevando ese rostro hermoso y ese cabello maravilloso básicamente a la altura de mis ojos. —Ven a quedarte en casa con nosotros. —¿Esta noche? —pregunté prácticamente carraspeando. La mano que había estado en mi garganta durante treinta segundos aterrizó en mi muslo. —Si tu vuelo aún está en marcha, te llevaré por la mañana. No tendrás que caminar de un lado a otro por el camino de entrada —dijo, como si fuera una caminata de kilómetros desde el apartamento del garaje hasta su casa. Mi propia boca se crispó. —Seguro. Rhodes se puso de pie y apoyó esa misma palma sobre mi hombro. —¿Quieres venir ahora? Te ayudaré a llevar tus cosas.
—Apúntame. Su expresión cálida alimentó mi espíritu. En realidad estaba totalmente enamorada de él. Pero la parte más sorprendente era que saberlo y aceptarlo no provocó terror en mi corazón. Nada. Ni una pizca de miedo. Ni un susurro de ello. Este conocimiento, este sentimiento, me recordó al concreto en su resistencia, en su fuerza. Me había dicho cientos de veces que no le tenía miedo al amor, que estaba lista para seguir adelante, pero el futuro daba miedo. Aun así, Rhodes se había ganado cada centímetro de lo que sentía con su atención, con su paciencia y sobreprotección, y solo… con todo lo que lo componía en general. Me sentí malditamente valiente, me incliné hacia adelante y lo besé en la mejilla rápidamente y después comencé a juntar mis cosas. No me tomó mucho tiempo conseguir reunir otra muda de ropa y pijama mientras Rhodes tomaba la iniciativa y terminaba de doblar mi ropa. Cuando terminamos, bajó mi gran maleta por las escaleras, sin llorar en absoluto por lo pesada que era a pesar de que solo me iba por dos días, así como la bolsa de compra que había llenado con mi ropa extra para esta noche y mañana. Ya había escondido ayer sus regalos en el armario del pasillo junto a la habitación de Amos cuando fui allí antes del trabajo. Había planeado llamarlos el día de Navidad y decirles dónde buscar sus regalos. Estábamos cruzando el camino de entrada cuando Rhodes dijo cuidadosamente: —Esta tormenta va a ser grande, cariño. No te decepciones demasiado si reprograman tu vuelo, ¿de acuerdo? —No lo haré —aseguré. Porque en serio no lo haría.
—¿Estás triste? —preguntó Amos la noche siguiente a medida que nos sentábamos alrededor de la mesa. Rhodes había sacado un juego de dominó una hora antes, y había jugado contra él antes de que Am saliera de su habitación y aparentemente decidiera que estaba lo suficientemente aburrido como para también participar. —¿Yo? —pregunté mientras estiraba mis brazos sobre mi cabeza. —Sí —preguntó antes de tomar un sorbo rápido de su refresco de fresa—. Porque tu vuelo terminó cancelado. La notificación había llegado en medio de la noche. El pitido de la aplicación me había despertado, y había dado la vuelta (en la cama de Rhodes, donde él dormía de lado y yo dormía del otro porque me había recordado de nuevo los ratones y la posibilidad de murciélagos), para descubrir que mi vuelo había sido reprogramado de las seis de la mañana al mediodía. A las nueve de la mañana, se había reprogramado a las tres, y a las diez y media, se había cancelado por completo. Si me hubiera sentido un poco decepcionada, la forma en que Rhodes me había masajeado la nuca cuando le di la noticia lo habría compensado todo. Eso y cómo se había desnudado hasta quedar en sus bóxeres frente a mí antes de meterse en la cama a escasos centímetros de distancia, con sus dedos rozando los míos más de una vez antes de quedarnos dormidos. No estaba segura de cuánto tiempo más íbamos a poder dormir juntos en la misma cama, aunque solo había sucedido dos veces, pero estaba lista para algo. Y por la mirada en sus ojos, podía decir que también estaba listo para algo. Algo más profundo que una palabra de cuatro letras que colgaba entre nosotros a pesar de que apenas nos habíamos besado. Pero eso era algo para reflexionar más tarde cuando Am no estuviera sentado frente a nosotros en la mesa. —No, está bien. Siempre y cuando no les importe que esté aquí con ustedes… —me detuve. Hizo una mueca detrás de su lata.
—No. —¿Estás seguro? Porque no lastimarás mis sentimientos si solo quieres pasar el rato con tu padre y la familia de tu madre. —No —insistió—. Está bien. Un “Está bien” de él era prácticamente una bendición a la que no cerraría los ojos. —¿Están tristes de que tu padre haya tenido que cancelar su visita por la nieve? —pregunté a Rhodes. Padre e hijo se miraron entre sí. No había escuchado mucho sobre Randall Rhodes, pero sí sabía que lo habían invitado a pasar la Nochebuena con ellos, ya que definitivamente no lo invitaron a la reunión al otro lado de la familia de Amos, lo cual bien podría cancelarse ahora dependiendo de las condiciones de la carretera. Personalmente, pensé que era un pequeño paso que el hombre hubiera llamado y se hubiera disculpado por no poder hacerlo. Pero estaba bastante segura que era la única impresionada con él. Lo estaba intentando. Pensé. —Lo tomaré como un no —murmuré—. ¿Quizás podamos encontrar una película de terror para ver después de esto? Eso animó a Am, y no pasé por alto el resoplido leve de Rhodes ante la idea de ver algo aterrador en Nochebuena. Le eché un vistazo y sonreí. Su pie en calcetines empujó el mío por debajo de la mesa. Juro que era mejor que la mayoría de los besos que hubiera recibido durante mi vida. —Sí, supongo —dijo Amos, también de una manera que fue más o menos un “demonios, sí” de su parte. —¿Te importa? —pregunté a Rhodes con una mirada esperanzada en mi rostro, agitando mis pestañas hacia él. El hombre me miró de reojo.
—Deja de ser linda. ¿Tú qué crees? Pensé que no lo haría, y tuve razón al pensar eso. Todos nos sentamos alrededor de la televisión y miramos Brightburn, y me ignoraron cuando cerré los ojos o fingí tener algo realmente interesante que mirar debajo de mis uñas. Sin embargo, cuando terminó la película, era medianoche, y ya no podía esperar hasta la mañana. Siempre habíamos celebrado la Navidad a medianoche, al menos con mamá. Esa tradición parecía ser la única que había conservado de su familia venezolana. En el sofá, junto a Rhodes, donde había visto toda la película, me adelanté y pregunté: —¿Ya puedo darles sus regalos? —Está bien —dijo Am al mismo tiempo que Rhodes preguntó—: ¿Nos conseguiste algo? Volví a mirar a Rhodes. —Viste cuántas guirnaldas tenía en el apartamento del garaje. Esto no puede sorprenderte. Se encogió de hombros y le creí. Pareció en serio sorprendido cuando llegaron las cajas de sus hermanos con regalos de Navidad para él y Amos. La única caja que no le había sorprendido demasiado era la que había recibido de los padres de Amos. —Por supuesto que te conseguí algo. Esperen, esperen, esperen, déjenme ir a buscarlos. Me encanta dar regalos en Nochebuena, lamento si esto está arruinando todo, pero me emociono mucho. Amo la Navidad. —¿Tu mamá celebraba la Navidad? —preguntó Rhodes a medida que me levantaba. Le lancé una sonrisa. —Probablemente habría odiado lo comercializada que está ahora, pero no lo hizo cuando era niña, o si lo hizo, me lo ocultó.
Tenía muchos recuerdos buenos con mamá en esas fiestas, y solo pensar en eso me hizo extrañarla mucho, pero no de una manera mala o triste. Más que nada agradecida de tener esos momentos para recordar. Porque la Navidad se trataba de pasarla con personas que importaban, y aunque no estaba con mi familia en Florida, seguía haciéndolo. Y a decir verdad, me alegraba de estar con Rhodes y Amos. Se sentía bien. Me tomó un minuto sacar la caja enorme y colocarla en la entrada de la sala de estar; luego tuve que regresar y agarrar las dos bolsas que había metido detrás de todas sus chaquetas viejas y aspiradora. Me miraron escudriñándome cuando acerqué todo lo demás en varios viajes. Fui directamente a Am y dejé el regalo pesado en el suelo frente a él. —Espero que te guste, pero si no es así, es una lástima. No aceptan devoluciones. Me brindó una mirada extraña que me hizo reír, pero arrancó el papel. Jadeó. Sabía que Rhodes le había comprado su guitarra porque le había ayudado a conseguir un descuento. Y a escoger la madera y la pintura. No me había hecho preguntas sobre cómo había obtenido el descuento o cómo sabía tanto sobre guitarras, y me pregunté, no por primera vez, si en realidad no tenía idea de quién era Yuki cuando se conocieron brevemente. Amos la había mencionado un par de veces en su presencia, pero no había ni parpadeado. De todos modos, Am aún no sabía que iba a conseguir una guitarra. —Esto es vintage —jadeó, pasando sus manos sobre el cuero naranja desgastado alrededor del amplificador. —Sí. Me miró con sus ojos grises totalmente abiertos.
—¿Para mí? —No, para mi otro adolescente favorito. No les digas a mis sobrinos que dije eso. Los hombros de Am se desplomaron a medida que pasaba sus manos sobre el amplificador que había comprado en una tienda pequeña en California y había enviado aquí, lo cual había terminado costando tanto como el amplificador. —El otro ya tiene un zumbido ligero y pensé que sería bueno tener cosas a juego —dije. Asintió y tragó con fuerza un par de veces antes de mirarme. —Espera un minuto —dijo, levantándose y desapareciendo por el pasillo hacia su habitación. Me encontré con los ojos de Rhodes y abrí los míos por completo. —Quería darle su regalo antes de que le des tú-sabes-qué y así no le importa —susurré. —Lo consientes demasiado. Incluso Sofie lo dijo. Sofie era su madre, quien, como había aprendido el día de Acción de Gracias, era una mujer encantadora que amaba a su hijo más de lo que jamás hubiera imaginado. Me había susurrado no menos de tres veces que Amos había sido concebido artificialmente y amaba mucho a su marido, y Rhodes era un hombre maravilloso. Me encogí de hombros. —Es mi pequeño camarada. —Él sonrió—. Lamento haber estropeado tus tradiciones… —me detuve y negó con la cabeza. —Billy y Sofie celebran la Navidad en Nochebuena. Solo he podido pasar un par con él, pero hoy me parece muy feliz considerando que sé que extraña a sus padres. Solo ha estado intentando actuar como si no lo hace. —Aunque al menos aquí tiene un padre.
Su rostro se puso sombrío. —No quise ponerte triste. Casi lo había arruinado. —No me estás poniendo triste. Estoy bien. Dejé de hablar cuando Amos volvió a salir, con algo en una bolsa de Feliz Cumpleaños en la mano. La reconocí como aquella en la que Jackie le había dado su regalo meses atrás. Me la tendió. Sin advertencia, sin explicación, sin nada. Solo: aquí está. —Pensaste en mí —dije, aunque en el fondo de mi cabeza me pregunté si correría a su habitación para buscar algo viejo que ya no usaba y volverlo a regalar. Pero, honestamente, no me importaría. Tenía casi todo, y si había algo que quería, podía comprarlo. Simplemente era raro que lo hiciera. Había cambiado mi auto por necesidad; aún ni siquiera había derrochado en comprar la ropa o los zapatos de invierno “adecuados”, a pesar de que Clara me hizo pasar un mal rato cuando me quejé de mis dedos estando fríos por mis botas de montaña demasiado delgadas. Abrí la bolsa y saqué un pesado cuaderno de cuero amarillo con una A en el frente. —Para que puedas escribir canciones nuevas en él —explicó Am mientras pasaba el dedo por la letra grabada. Tragué con fuerza. Me dolió el pecho. —Pero si no te gusta… Levanté mi mirada hacia la suya, diciéndome que no lloraría. Había llorado lo suficiente en mi vida, pero estas lágrimas no serían de dolor. No lamentaría las palabras que había perdido, aquellas que me habían pasado por la cabeza durante años, casi sin cesar… hasta que no lo hicieron.
Amos no tenía idea. Porque aún no se lo había dicho. Tenía que hacerlo. Lo haría. Una lágrima se formó en el rabillo de mi ojo, y la limpié con mis nudillos. —No, me encanta, Am. Me gusta mucho. Es tan considerado de tu parte. Gracias. —Gracias por mi amplificador —respondió, observándome de cerca como si estuviera esperando que mienta o algo así. —¿Me das un abrazo? Asintió de nuevo y se puso de pie, envolviéndome en el abrazo más fuerte que jamás me hubieran dado. Besé su mejilla y me sorprendió devolviéndome el beso. Am dio un paso atrás, su rostro más que un poco tímido. Casi lloré, pero no quería avergonzarlo. Cuando pude, me incliné y le entregué a Rhodes las dos bolsas que le había comprado. —Feliz Navidad, Tobers. Las tomó levantando las cejas ante su apodo antes de decir con su voz mandona: —No tenías que conseguirme nada. —No has tenido que hacer ni la mitad de las cosas buenas que has hecho por mí, pero lo hiciste, hoy especialmente. Está nevando, y la cena estuvo maravillosa, y jugamos dominó, y creo que esta podría ser la mejor Nochebuena que he tenido en mi vida. Pero no te decepciones porque tu regalo no es tan genial como el de Amos. Esos ojos grises se encontraron con los míos cuando metió la mano en la primera bolsa y sacó un marco. —Espero que te guste. Ambos son tan lindos. La otra lo saqué de tu página de Facebook —expliqué.
Su manzana de Adán se balanceó y asintió. La primera foto era la que les había tomado a ambos en la caminata a las cascadas hace tantos meses atrás. Habían estado parados muy juntos en la parte inferior de las cataratas y, a regañadientes, acordaron dejarme tomar una foto de ellos siendo demasiado fríos para estar hombro con hombro a propósito. Pero aun así es lo suficientemente buena. —No sabía qué regalarte y no tienes ninguna foto de ustedes dos juntos aquí. Deslizó su mano de nuevo en la bolsa y sacó un segundo marco. No estaba segura de ésta. No quería traspasar mis límites. Era una fotografía de un Amos joven con un perro. Rhodes tragó con fuerza una vez, esos ojos suyos se detuvieron sobre la fotografía durante un largo momento. Apretó los labios, luego se levantó y me atrajo hacia sus brazos con tanta rapidez y fuerza que no pude respirar. —También hay una tarjeta de regalo para la tienda. Tuve que darle a la tienda tus datos —logré murmurar alrededor de su suéter y músculo pectoral. Después dejé de hablar y me dejé aplastar en ese cuerpo increíble sosteniendo el mío como rehén. Mi mejilla estaba contra su pecho, mis brazos apretados contra mi cuerpo por su agarre. Olía igual que su detergente para ropa y hombre limpio. Me encantaba. Él me encantaba, este hombre tranquilo que cuidaba de las personas a su alrededor. De formas detallistas. Con acciones pequeñas que significaban todo. Tenía un corazón mucho más grande de lo que jamás habría imaginado. No era como si me hubiera caído encima. No me golpeó en la nuca. Lo que sentía por él se me había acercado directamente y lo había visto suceder. —Gracias —murmuró, deslizando su mano desde la coronilla de mi cabeza hacia abajo por mi espalda para asentarse justo en la parte baja. Su pecho se llenó de aire y luego lo soltó. Fue un suspiro contento.
Y eso también me encantó. —Me voy a mi habitación. ¿A qué hora nos vamos mañana? — preguntó Amos. Se refería a la casa de su tía. —Estamos saliendo a las ocho. Si quieres desayunar antes de irnos, levántate lo suficientemente temprano, Am. No iba a hacerlo, y estaba bastante segura que ambos lo sabíamos bien, pero Rhodes no sería padre si no se lo recordaba de todos modos. El adolescente resopló. —Está bien. Buenas noches. —Buenas noches —respondimos Rhodes y yo, y lo tomé como mi momento para retroceder un poco. Solo un poco. Inclinando mi cabeza hacia arriba, sonreí al rostro barbudo apuntado hacia mí. —Gracias por dejarme pasar la Navidad con ustedes dos. Su mano volvió a hacer esa cosa donde tomaba la parte posterior de mi cabeza y bajó por mi columna, excepto que esa vez, creo que podría haber ido un poco más abajo, un poco más cerca de mi trasero. No me importó. No me importó en absoluto. —Sé que querías ver a tus tíos, pero me alegro que estés aquí. Me alegro mucho —admitió Rhodes con esa dura voz serena. Sus ojos estuvieron sobre los míos, intensos y entrecerrados, cuando añadió—: Tengo tu regalo de Navidad arriba. Ven conmigo. Arriba, ¿eh? El hormigueo había vuelto… ya no exclusivamente en mi pecho. ¿Iba a suceder? No lo sabría a menos que fuera con él. Asentí y lo seguí, observándolo apagar las luces de abajo cuando las pasamos. No habían puesto un árbol, y Am y yo habíamos regresado al apartamento del garaje para agarrar el árbol diminuto que había comprado y
decorado con adornos de una tienda de un dólar, y lo habíamos apoyado encima de algunos libros junto a la televisión. Las luces funcionaban con pilas y ninguno de nosotros se molestó en apagarlas. Rhodes siguió sosteniendo mi mano mientras entrábamos en su habitación, pero fui yo quien cerró la puerta de una patada detrás de nosotros. Me miró con sorpresa y le sonreí. —Siéntate. Por favor —dijo después de un segundo, antes de meterse en su armario. Me senté en el borde de la cama, metiendo mis manos entre mis muslos a medida que él hurgaba y sacaba dos cajas. Las había envuelto en papel marrón, todo bonito y ordenado como su planchado. Primero levantó la más pequeña, deteniéndose para arrodillarse directamente frente a mí con la otra caja en mano. —Toma —dijo. Sonreí y rasgué el papel lentamente, sacando el regalo de adentro y notando el nombre impreso en la parte superior. Mi boca formó una O. —Ya que no comprarás las tuyas —explicó mientras abría la caja, movía el papel de seda a un lado y sacaba las botas altas y sin cordones con forro polar alrededor de la parte superior—. Ahora tus pies no se congelarán cada vez que salgas de casa. Abracé las botas contra mi pecho. —Las amo. Gracias. —Asegúrate de que te queden bien —dijo, alcanzando ya mi pie y levantándolo. No dije ni una palabra cuando le entregué el zapato y vi cómo lo deslizó, dándole un par de sacudidas para que pasaran por mi talón. Sus ojos se alzaron. —¿Bien?
Asentí, los latidos de mi corazón empezaron a pulsar con fuerza en mi garganta y luego siguió con la otra. Enrosqué los dedos de mis pies para asegurarme que tuvieran la cantidad perfecta de espacio, a pesar de que estaba teniendo dificultades para prestar atención a cualquier otra cosa que no sea él arrodillado en el suelo frente a mí, poniéndome las botas. —La talla es perfecta. Muchas gracias. Las amo —susurré, brindándole otra sonrisa. Se estiró hacia un lado y me entregó la segunda caja. —En realidad no tenías que hacerlo —dije, ya abriéndola. —Solo te conseguí las cosas que necesitas —explicó. Sonreí a medida que terminaba de arrancar el papel y luego la cinta sujetando la caja cerrada y la abrí para encontrar algo de color mandarina en el interior. Era una chaqueta de plumas. Reconocí la marca como una de las más caras que teníamos en la tienda. —Aquí es invierno un tercio del año, y siempre estás temblando cuando entras a toda prisa, ya que esa chaqueta tuya es demasiado delgada —dijo en voz baja—. Podemos devolverla si prefieres conseguir algo más. Dejé la chaqueta a un lado. Y me arrojé sobre él. Literalmente. Mis brazos rodearon su cuello tan rápido que no tuvo tiempo de prepararse, pero de alguna manera se las arregló, mi mejilla contra la suya, mis piernas a horcajadas sobre sus caderas desde donde había estado arrodillado. Y lo abracé. Lo abracé tan fuerte como él me abrazó después de abrir sus marcos. La chaqueta no era una pulsera de diamantes ni un collar de rubíes. No era un bolso caro escogido a ciegas solo porque era caro. No era una computadora portátil nueva que no necesitaba porque la anterior solo tenía un año.
Estas eran cosas que necesitaba. Cosas que él sabía que necesitaba. Cosas para mantenerme caliente porque eso le importaba. Eran dos de los obsequios más considerados que jamás me hubieran dado. —¿Por qué este gran abrazo, eh? —preguntó contra mi mejilla a medida que sus brazos rodeaban mi espalda hasta la mitad, sosteniéndome firme en su regazo mientras se balanceaba hacia atrás para descansar sobre sus talones como si hubiéramos estado en esta posición cientos de veces antes—. ¿Estás llorando? Había lágrimas en mis ojos, lágrimas que se colaron por su cuello y el cuello de su suéter. —Estoy llorando porque eres demasiado amable. Es tu culpa. Me abrazó un poco más fuerte. —¿Es mi culpa? —Sí. Me aparté un poco, observé las líneas gruesas de su estructura ósea, sus cejas, esa barbilla adorable y lo besé. No como antes, cuando habían sido besos fugaces que habían alimentado mi alma con su dulzura, sino uno de verdad. Rhodes gimió a medida que me devolvía el beso: nuestro primer beso real. Sus labios se sintieron tan suaves y perfectos como recordaba, y dudaba que hubiera una boca en el mundo mejor que la suya. Rhodes me besó lenta y delicadamente, inclinando la cabeza hacia un lado. Aun así tan dulcemente. Se tomó su tiempo, sus labios cálidos tiraron de mi labio inferior, chupando la punta de mi lengua y comenzando otra vez, las palmas de sus manos subieron y bajaron por mi espalda, sujetándome y tocándome todo al mismo tiempo. No hubo incomodidad. Ni vacilación. Sus manos trazaron un mapa en mi cuerpo como si ya lo conocieran.
Nos besamos y besamos, y esa gran palma se deslizó por la parte posterior de mi suéter, sus dedos estirados, tocando todo lo posible. Así que, hice lo mismo, deslizando mi mano por debajo de su costado, palmeando la masa sólida de músculos allí y la piel sobre sus costillas, ganándome un gemido suave que tragué porque era malditamente seguro que no quería dejar de besarlo en ningún momento pronto. O nunca, si tenía la opción. Sabía que Rhodes se preocupaba por mí como sabía que el cielo era azul, y una parte de mí pensaba que a estas alturas podría estar al menos un poco enamorado de mí. Era cariñoso a su manera. Me enseñaba a hacer cosas. Hacía todo lo posible para pasar tiempo conmigo. Nunca ocultaba que se preocupaba por mí frente a otras personas. Me apoyaba. Le importaba. Si eso no era amor, entonces podría conformarme fácilmente con todo eso el resto de mi vida. Pero por ahora, hoy, en esta habitación, acariciando su piel cálida, todos esos músculos duros… con dos de los regalos más prácticos y dulces que podría haber pedido… no iba a preocuparme entonces más de lo necesario. Que era más de lo que jamás lo había hecho. No era mi ex. Este hombre no me engañaría, ni me usaría. Le gustaba tenerme cerca, porque le gustaba. Y él simplemente me hacía feliz. Sus sonrisas sutiles. Sus toques. Incluso su voz mandona. Todo eso significaba el mundo para mí. Me hacía feliz. Y había decidido que estaba lista. Más que lista. Y le susurré esas palabras exactas cuando esa palma callosa se coló tan profundamente debajo de mi suéter que las yemas de sus dedos rozaron ese punto sensible justo entre mis hombros. Rhodes gruñó, inclinándome hacia atrás en su regazo lo suficiente para poder mirarme directamente a los ojos mientras decía, con esa expresión ferozmente seria de la primera noche que entré en su vida:
—No tienes idea. Luego me besó otra vez, lento, profundo y dulce. Sin preguntarme si estaba segura. Sin dudarlo. Mostrándome de nuevo que confiaba en lo que sentía y en lo que quería. Y no tenía idea de que ese beso iba a ser lo último de la dulzura. —¿Puedo verte? —preguntó, todo ronco y listo. Deslicé mi mano por su espalda tan lejos como pude alcanzar, su piel suave bajo mi toque. —Puedes hacer más que eso. Su gruñido retumbó profundo en su garganta cuando su otra mano fue a la parte inferior de mi blusa, y la pasó por mi cabeza. Esos labios yendo directamente de mi boca a mi cuello, dejando besos húmedos y mordiscos sutiles que me hicieron mecer mis caderas instantáneamente contra las suyas. Contra su duro miembro erguido. Había sentido… rastros de eso antes, todo somnoliento o medio somnoliento en sus jeans y pantalones deportivos cuando me daría un abrazo, pero nunca… nunca así. Listo. Esperando. Excitado y completamente despierto. Había pasado tanto tiempo. Nos habíamos tomado nuestro tiempo. Construimos esto. Porque era seguro que no era en absoluto indiferente cuando gimió a medida que me presionaba contra él mientras su boca chupaba con fuerza en un punto entre mi cuello y la clavícula que me hizo gemir. Rhodes se inclinó hacia atrás por un momento, su garganta se balanceó, su respiración era pesada, esa mirada se desplazó de mi rostro a mis pechos, deteniéndose en el sujetador verde a media copa que me había puesto y que empujaba mis senos hacia arriba. Los aros eran un asco, pero nunca me había alegrado tanto de haberme puesto ese sujetador específico en ese momento hasta entonces.
—Jesús —susurró—. Quítatelo. —Su garganta se balanceó—. Por favor. —En seguida —susurré de vuelta, soltando toda su piel suave para estirarme hacia atrás y tirar de los ganchos, balanceando mis hombros para dejar que el sujetador cayera entre nuestros cuerpos. Estaba lista, estaba malditamente lista. Y estaba bastante segura que gimió “maldición” en voz baja una fracción de segundo antes de que sus manos estuvieran en mi cintura, y me estuviera levantando un poco de su regazo al mismo tiempo que su boca se sumergía y esos rosados labios maravillosos succionaran un pezón entre ellos. Gemí y arqueé mi espalda, empujando mi pecho aún más profundamente en su boca antes de que él le diera otra succión y se moviera, succionando ese pezón también, fuerte y luego suavemente, dos tirones duros y luego uno suave. Sin querer romper nuestro contacto pero también queriendo verlo, agarré la parte de abajo de su suéter y la pasé por su cabeza. Era tan hermoso como lo recordaba de las veces que lo había espiado a través de la ventana. Su estómago era plano y duro con músculos, su piel tensa y cubierta con vellos claros en forma de V a través de sus pectorales y hasta su ombligo. Quise lamerlo allí mismo, pero en cambio, pasé mis manos por su torso, sobre sus hombros, bajándome de nuevo a su regazo de modo que pudiera estar encima de él nuevamente. Sobre su miembro. Su boca se encontró con la mía al mismo tiempo que mis senos rozaron su pecho, y juro que mis pezones se endurecieron aún más cuando se frotaron contra el vello de sus pectorales. Lo toqué en todas partes y él me tocó en todas partes. Y en algún momento, mis manos fueron a la cremallera de sus jeans, y él se coló por debajo de la capa de mis mallas y ropa interior, agarrando un puñado de mi trasero desnudo y apretándolo, acercándome aún más a su erección. Metí mi mano en su ropa interior, las yemas de mis dedos rozaron el vello allí. La ancha base dura. La suave piel tersa cubriéndolo todo, y
gruñó, su risa inesperada y áspera. —No hagas mucho de eso. Besé la línea de su mandíbula, la punta de su barbilla y de todos modos le di un apretón. Sacó una de las manos que tenía dentro de mi ropa interior y acunó mi pecho con ella, tomando su peso. —¿Cómo tengo tanta maldita suerte? —gimió—. ¿Cómo ya puedes sentirte así de bien? Su boca le dio a mi cuello un beso delicado que me hizo temblar. —He estado pensando en esto durante tanto tiempo —dije, deslizando ambas manos de arriba abajo por su columna, mordisqueando su barbilla de una manera que hizo que sus caderas se balancearan directamente contra la entrada de mi cuerpo—. Ni siquiera sabes cuántas veces he llegado al orgasmo pensando en ti chupando mis pezones. Él gimió, roto y fuerte. —O simplemente empujando profundo, muy profundo dentro de mí. Jadeó cuando balanceé mis caderas con las suyas. —Y te imaginé derramándote dentro de mí, cada centímetro de ti llenándome por completo. Gruñó. Esas grandes manos suyas fueron a mi trasero, y entonces nos levantamos y me dejó en medio de su cama. Me quitó las mallas de un tirón y las arrojó sobre su hombro antes de deslizar sus dedos debajo de mi ropa interior y también quitarlas. Le sonreí, arqueando la espalda y alcanzando sus jeans cuando se arrastró sobre mí. Seguí sonriéndole a medida que bajaba sus pantalones sobre su trasero, apretando un puñado en el camino de regreso, y luego
haciéndolo otra vez, pero esta vez por debajo de sus bóxeres, acariciando una, dos veces. Gimió profundamente ante el toque, luego gimió aún más cuando también envolví mi mano alrededor de él. No estaba seguro de quién estaba más sorprendido, él o yo. Porque bajé la vista a lo que tenía en mis dedos. Solo había logrado tocar la base de él. No había conseguido tomarlo... todo. Su risa fue ronca cuando se inclinó y me besó antes de decir: —También he pensado en esto todas las noches. Fue mi turno de tragar con fuerza mientras me arriesgaba a echar un vistazo al grueso miembro que estaba sosteniendo. Era perfecto. Le di un apretón, y él me brindó otro gemido, con una mirada soñadora en sus ojos. Me besó de nuevo, y le di otro apretón que lo hizo girar las caderas como si quisiera que lo hiciera una vez más. Así que lo hice. —Tengo lugares en los que quiero poner mi boca... mis dedos... — Hundió su boca hacia mis senos y chupó un pezón con suavidad, lentamente —. Será tan malditamente bueno para ti... La paciencia nunca había sido una de mis virtudes. Así que, a medida que él chupaba y lamía mis pechos, bombeé de arriba abajo su grueso miembro que se balanceó entre nuestros cuerpos, frotando mi pulgar a través de la gota de líquido pre seminal que se acumulaba en la punta de color rojo oscuro que quería poner en mi boca en algún momento, y lo froté lentamente, besando las partes de su cabeza que pude alcanzar. Su cabello. Su oreja. Mi otra mano acarició su espalda mientras seguía chupando las puntas de mis pechos antes de finalmente poner una mano a un lado de la mía y deslizar las yemas de sus dedos de arriba hacia abajo por la entrada de mi cuerpo.
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. —¿Es terrible que odie saber que otras personas te han visto así? ¿Que estoy celosa que no soy la única que sabe lo grande que eres? ¿Cómo te sientes en mi mano? El ruido que hizo Rhodes en el fondo de su garganta fue tan salvaje. Su respiración se tornó profunda, sus dedos sin detener su movimiento de caricias arriba y abajo en mis labios inferiores. Pero su voz sonó áspera y profunda cuando dijo, serio: —No importan. Nunca volverán a hacerlo. ¿Entendido? —Rhodes se apartó y encontró mi mirada con la suya tempestuosa y brillante—. Y no eres la única celosa. —No hay nada de lo que estar celoso —prometí. Eso debe haber sido algo perfecto que decir porque entonces nos estábamos besando nuevamente, y lamí mi palma antes de volver a provocarlo lentamente cuando uno de esos dedos grandes finalmente se sumergió entre mis labios y empujó dentro. Había estado mojada desde el momento en que comenzó a besarme, gimiendo cuando sacó ese dedo largo y lo empujó de nuevo, bombeando lenta y constantemente. —Estoy tomando anticonceptivos —susurré—. Fui al médico y estoy bien —dije, necesitando que lo supiera. Su voz sonó ronca cuando respondió: —Voy todos los años, y no he hecho nada en mucho tiempo... —Bien. —Mordí su garganta—. Entonces, puedes entrar en mí tan profundo como quieras. Rhodes gruñó en el fondo de su garganta antes de deslizar otro dedo profundamente, con sus movimientos de aserrado consistentes antes de que comenzaran a desplegarse. Y finalmente un tercer dedo se unió al resto, y sollocé al estirarme, con la plenitud que en algún lugar de mi mente reconocí que era necesaria para lo que ambos queríamos.
Rhodes me susurró al oído lo que iba a hacerme, contándome todo sobre cómo llegaría hasta el fondo, sobre lo bien que sabía que íbamos a estar juntos, sobre llenarme con algo más que su miembro. Pero lo que más me gustó fue lo que dijo sobre lo mucho que me deseaba, lo bien que lo hacía sentir, sobre cómo me amoldaba a él. Con ese rostro hirsuto entre mis muslos, mi mano enterrada en su suave cabello castaño y plateado, su lengua se hundió lo más profundamente posible en mí, lamiendo y retorciéndose, sus labios chupando y posesivos. Y Rhodes me dijo todo sobre cómo le encantó la forma en que sabía, y cómo estaba ansioso por volver a hacerlo. Eventualmente, sus caderas se sumergieron entre mis piernas, y las envolví alrededor de sus caderas, y con mi mano alrededor de su eje, guiándolo a donde ambos lo queríamos, presionó todos esos centímetros en mí. Estaba agradecida por esos tres dedos que había usado, pero estaba más agradecida por el regalo que le habían dado porque, aunque tardé un minuto en acostumbrarme a la magnitud de su circunferencia y lo largo que era... fue increíble. Su miembro tembló al segundo en que sus bombeadas lentas hicieron que nuestras ingles se encuentren por completo, y gimió contra mi cuello, su cuerpo cubrió el mío por completo excepto donde mis piernas lo anclaban a mí. Rhodes respiraba con dificultad mientras se retiraba un par de centímetros y se empujaba hacia adentro. El colchón chirrió levemente. Su voz sonó salvaje a medida que gruñía y sus caderas lo bombearon hasta la raíz. Apreté sus costados con fuerza, envolviendo mis brazos alrededor de sus hombros e inclinando un poco mis caderas. El colchón chirrió nuevamente, y juro que nunca había escuchado algo tan erótico en mi vida. Ese suave chirrido repetitivo se quedó grabado en mi cerebro, especialmente cuando él gimió en mi oído. Su aliento caliente, su cuerpo aún más caliente. Arrastré mis palmas de arriba hacia abajo por su espalda, amando todo de él.
Y eso es lo que le dije. Su miembro se sacudió dentro de mí y respiró con dificultad. —¿Quieres terminar con esto antes de que hayamos empezado en realidad? —Seguro que se siente como si hemos empezado —jadeé cuando se retiró y luego empujó hacia adentro con un golpe de sus bolas contra mi trasero, ganando otro chirrido más fuerte del colchón. Y así fue cómo se movió, lentamente, luego fuerte, provocándome con la circunferencia de su punta antes de empujar plenamente y luego comenzar de nuevo. Nos besamos y besamos. Mordí su cuello, y chupó mi hombro con fuerza, mi oreja. El vello de su pecho rozó contra mis pezones, y me encantó. En algún momento, deslizó sus manos debajo de mi trasero e inclinó mis caderas hacia arriba aún más, su hueso pélvico me golpeó perfectamente. Estábamos sudorosos y mudos; apoyé mi boca contra su hombro, y después besó sus gemidos contra mis labios. —Eres increíble —dijo—. Eres perfecta—susurró—. Te sientes tan bien —gruñó a medida que sus caderas ganaban velocidad justo cuando comencé a sentir el calor creciendo y creciendo en el centro de mi cuerpo. Rhodes bombeó dentro de mí, sosteniéndome fuera de la cama y encima de sus muslos, y apreté mis piernas con fuerza alrededor de él mientras él se movía y frotaba justo donde lo quería. Grité mi orgasmo contra su mejilla. Sus manos aferraron mi trasero con fuerza a medida que sus caderas se volvían erráticas y llegaba al orgasmo, pulsando y gimiendo tan profundamente desde su pecho, que lo sentí contra el mío. Ese gran cuerpo sudoroso se desplomó contra el mío cuando nos dejó de nuevo en la cama, aún dentro de mí, entre mis muslos. Rhodes apoyó su mejilla en la parte superior de mi cabeza, sus pulmones bombeaban para recuperar el aliento. Envolví mis brazos alrededor de él, deslizándome sobre su espalda resbaladiza, también respirando con dificultad. —Vaya —jadeé.
—Jesús —dijo, besándome justo encima de mi pecho. —Feliz Navidad para mí. La risa repentina de Rhodes inundó mi pecho y corazón, y juro que me abrazó más cerca, levantando mi cabeza para rozar sus labios contra los míos. Su mirada se encontró con la mía, y estaba sonriendo, esa cosa brillante que hacía volar mi pecho, que hacía que esas dos pequeñas palabras estallaran profundamente en mi pecho. —Feliz Navidad, Aurora —susurró con ternura. —Feliz Navidad, Tobers —repetí, y en alguna parte pequeña de mi corazón, esperé que esta fuera la primera de muchas—. Eres el mejor, ¿lo sabías? Sentí la curva de su boca, sentí la sonrisa que hizo contra mi piel. En serio fue la mejor Navidad que hubiera tenido alguna vez.
CAPÍTULO 28 —Por favor, por el amor de todo lo que es santo, detente, Am —gemí desde el asiento del pasajero la noche siguiente. Nuestro estudiante conductor, quien actualmente estaba detrás del volante de mi auto, ni siquiera se molestó en mirarme a medida que negaba con la cabeza consternado y decía: —¡Salimos hace media hora! Tenía toda la razón. Habíamos salido de la casa de su tía hacía exactamente treinta minutos. Incluso había orinado justo antes de que saliéramos por sus puertas. Pero lo que él no sabía era que había bebido una taza de café justo antes de todo eso, por si tenía que conducir a casa ya que Rhodes se había bebido un par de cervezas. —Sabes que tengo una vejiga diminuta. Por favor, no quieres que te tenga que pagar para limpiar mi auto por orinarme aquí. Desde el asiento detrás del mío, Rhodes hizo un sonido que tenía que ser una carcajada gruñida. —No querrás oler a orina durante la próxima hora. El adolescente finalmente me miró con una expresión alarmada. —Por favor, Am, por favor. Si me amas, y sé que lo haces, detente en la siguiente estación. En el próximo arcén. Estaría feliz simplemente yendo al costado de la carretera aquí mismo, y seré rápida. Esa vez, Rhodes definitivamente no ahogó su risa o lo que vino después. —No vas a orinar al costado de la carretera. Un policía estatal pasará por allí y no podré disuadirlo y evitar que te dé una multa por exposición indecente.
Gemí. —Am, hay una estación de servicio a unos cinco o diez minutos. ¿Puedes aguantar hasta entonces? —preguntó Rhodes, inclinándose hacia adelante entre los asientos. Apreté mis músculos, una vez más notando lo dolorida que estaba esa área en general de anoche, y le ofrecí un asentimiento tenso antes de juntar mis piernas aún más cerca. Su mano subió y se posó en mi antebrazo, su pulgar frotó la piel sensible allí. Le sonreí, lo que probablemente se pareció a una mueca de mi parte apretando de nuevo mis músculos para aliviar las ganas de orinar. Hoy había sido un gran, gran día. Nos marchamos a las ocho de la mañana, con Am diciendo cinco palabras hasta las once, principalmente porque se había quedado dormido en el asiento trasero. Rhodes y yo habíamos hablado sobre Colorado y algunas de las cosas que había aprendido durante el entrenamiento, explicando cómo había un guardabosques, o un Guarda Forestal como se llamaba cuando era elegante, que se encargaba de todas las áreas más cercanas a Montrose versus el suroeste del estado como lo hacía él. Escuchamos algo de música, pero sobre todo, él habló y yo devoré cada palabra y especialmente cada sonrisa maliciosa que me envió. En realidad, no necesitaba decírmelo, pero podría decir que también estaba pensando en lo de anoche. Con suerte, pensando en cómo deberíamos tener una repetición lo antes posible. Me conformaría con cubrirme de nuevo con su pecho desnudo como lo hicimos después. La tía de Am había sido tan amable como recordaba del día de Acción de Gracias, y me lo había pasado muy bien en la fiesta, hablando mucho con Rhodes, un poco con Am, quien pasó el rato con su tío Johnny y su padre en su mayor parte, y ayudé en la cocina tanto como fue posible. Me agaché afuera en el frío por un rato para llamar a mis tíos y desearles una Feliz Navidad, y también hablé un rato con mis primos. Nos marchamos justo después de las cuatro, porque Rhodes tenía que trabajar mañana. Me había preguntado si estaba bien si dejábamos que
Amos condujera, y había estado bien con eso... al menos hasta que comenzó a ponerse tacaño con las paradas en treinta minutos. Las carreteras habían sido limpiadas esa mañana, y la temperatura había caído a unos ocho grados centígrados bastante perfectos, manteniendo las carreteras libres de hielo, de modo que no se había sentido como un peligro para la seguridad dejarlo conducir. Rhodes solo se había quejado un poco cuando le rogué que se detuviera dos veces en el camino. Sin embargo, estaba a punto de jadear cuando vi el letrero de la estación de servicio en la distancia, después de haber estado callada porque estaba tomando todo mi esfuerzo para no orinarme, punto. —¡Finalmente! —gemí cuando giró a la derecha y se dirigió a la bomba. —Vamos a conseguir gasolina —dijo Rhodes mientras su hijo estacionaba. —Está bien, pagaré. Tengo que irme —siseé a medida que abría la puerta, después de haberme quitado el cinturón de seguridad mientras aún estaba girando, y salí volando de allí. Los escuché reír a ambos, pero tenía mejores cosas que hacer. Afortunadamente, había estado en tantas estaciones de servicio a estas alturas de mi vida, que tenía un imán interno para saber dónde estaban los baños y lo vi instantáneamente, prácticamente corriendo hacia el letrero porque cada paso se estaba volviendo más difícil. No era un gran centro de viajes, pero la estación tenía un tamaño sorprendente con un baño de tamaño entero con compartimentos. Oriné unos dos minutos seguidos, o al menos la mitad de mi peso en líquido, y salí de allí lo más rápido que pude. La empleada detrás del mostrador apartó la mirada de donde había estado enfocada afuera y asintió en mi dirección. Asentí en respuesta. Y fue entonces cuando comprendí lo que había estado mirando. Había un autobús enorme de primera clase que se había detenido en la sección de desplazamiento donde imaginé que se detenían los camiones de 18 ruedas en el área.
La puerta estaba abierta, y la gente salía en fila, bostezando y frotando sus rostros. Reconocí que había demasiada gente para no ser un autobús turístico. Rhodes o Am habían movido el auto hasta una bomba, y ambos se cernían sobre ésta, Am miraba hacia la bomba y Rhodes apoyado en el auto, buscándome. Lo saludé con la mano. Me lanzó una de esas discretas sonrisas devastadoras que me daban ganas de abrazarlo. Y fue entonces cuando todo se fue a la mierda. —¿Ora? —llamó una voz desconocida. Miré a mi izquierda, tal vez a tres metros de los dos hombres que adoraba y de los que me estaba enamorado, había otros dos rostros que reconocí. ¿Por qué no lo haría? Los había conocido desde hacía diez años. Pensé que habían sido mis amigos. Y basándome en las expresiones pálidas que se habían apoderado de sus rasgos, también estaban igualmente sorprendidos de verme. Estaba tan conmocionada que me congelé y parpadeé, asegurándome de no estar imaginándome a Simone y Arthur. —¡Eres tú! ¡Ora! —gritó Simone, tirando de la chaqueta de Arthur. Arthur no pareció muy emocionado. No podía culparlo. Estaba segura que sabía que estaba en mi lista permanente de imbéciles. Y aunque pensaba que era una persona bastante decente, sentí que mis rasgos faciales cayeron en una expresión en blanco. Y supongo que decidí ignorarlos porque logré otros dos pasos que me acercaron a Rhodes y Am antes de que la mano de Simone envolviera mi brazo interno justo cuando dijo: —Ora, por favor. No aparté mi brazo bruscamente, pero sí eché un vistazo a sus dedos antes de encontrarme con sus ojos castaños oscuros y decir, con calma, en
perfecta y maldita calma: —Hola, Simone. Hola, Arthur. Es bueno saber que están vivos. Adiós. Ella no me soltó, y cuando encontré su mirada, hubo algo en ella que pareció desesperado. Ni siquiera me molesté en mirar a Arthur porque lo conocía desde hacía un año más que Simone (había estado en su fiesta de bodas para su primer matrimonio) y no estaba dispuesta a dejar que arruinaran lo que había sido una Navidad maravillosa. —Sé que estás enojada —dijo Simone rápidamente, manteniendo su mano sobre mí—. Lo siento, Ora. Ambos lo sentimos, ¿verdad, Art? Su “sí” fue tan triste que tal vez habría tocado un violín diminuto si hubiera estado de mejor humor. Si este hubiera sido cualquier otro día. Solo tal vez si hubiera estado sola. Un vistazo hacia arriba me hizo encontrar el ceño fruncido de Rhodes. Supongo que Amos también estaba observando, preguntándose con quién demonios estaba hablando en una gasolinera al azar en medio de la nada. Entonces supe, en ese momento, que tenía que contarles de Kaden. Que no podía seguir dándoles, especialmente a Rhodes, detalles vagos de mi vida. Sabía que había tenido suerte hasta el momento de que él no hubiera insistido en los grandes agujeros en la historia de mi vida considerando lo mucho que habíamos hurgado en casi todas las otras cosas dolorosas de nuestras vidas. —Está bien, me alegra que te sientas mal. No hay nada que podamos decirnos. Por favor, suéltame, Simone —dije, dándole una mirada larga. Se veía cansada, y me pregunté con quién estaría ahora de gira, con quién estaban de gira. Después me recordé que no importaba. —No, por favor, dame un segundo. Justo estaba pensando antes en ti y es un milagro que estés aquí. Alguien dijo que te habías mudado a Colorado, pero ¿cuáles eran las posibilidades? —dijo divagando, y yo solo seguí mirándola, pero noté por el rabillo del ojo que Rhodes comenzó a acercarse.
Levanté mi brazo y lo solté de su agarre. —Sí, una coincidencia. Adiós. —Ora. —La voz de Arthur sonó baja—. Lo sentimos. Estoy segura, pensé, casi con amargura, pero en realidad ya no me importaba mucho. Lo que me importaba era perder el tiempo hablando con ellos cuando podía estar rodeada de personas que no me habían dado la espalda. Personas que no empezarían a ignorar mis llamadas telefónicas cuando su jefe y yo rompiéramos, a pesar de que técnicamente también había sido su jefa de alguna manera. Porque siempre, siempre, había pensado que éramos verdaderos amigos. En algún momento a lo largo de los años, había terminado pasando más tiempo con la banda de Kaden que con él porque su madre comenzó a quejarse de lo endeble que era mi excusa de ser su asistente. Estas personas, Arthur y Simone incluidos, me habían... me habían enseñado a tocar sus instrumentos. Me habían dicho cuando las cosas no funcionaron con mi composición. Habíamos ido juntos al cine, al teatro, a comer fuera, a fiestas de cumpleaños, a jugar los bolos… Incluso cuando no habíamos estado juntos de gira, aún nos habíamos enviado mensajes de texto. Hasta que se detuvieron por completo. —Kaden nos acababa de decir que ustedes dos rompieron, y luego la señora Jones envió un correo electrónico diciendo que si descubría que alguno de nosotros se estaba comunicando contigo, ese sería el último día que trabajaríamos para ella —comenzó a decir Arthur antes de brindarle mi propia mirada indiferente. —Te creo, pero ¿eso fue antes o después de que intentara llamarte con mi número nuevo y dejara mensajes de voz y de texto a los que nunca respondiste? Sabías que nunca delataría a nadie con ella. Cerró la boca, pero aparentemente Simone decidió que era una buena idea seguir hablando.
—Lo sentimos. No nos enteramos hasta hace unos meses de lo que pasó y Kaden ha sido un desastre. Nos preguntó a todos si habíamos tenido noticias tuyas, y canceló su gira, ¿te enteraste? Por eso estamos aquí con Holland. Levanté las cejas. —Sé que la señora Jones les dijo a todos ustedes que rompimos incluso antes de yo saberlo. Bruce me lo dijo. —Era el asistente con el que me había quedado en Utah—. Pudieron haberme advertido, pero no lo hicieron. Ambos saben que no soy una soplona. Si hubiera sido uno de ustedes, habría dicho algo. Como lo hice contigo, Simone, cuando la señora Jones estaba susurrando sobre despedirte cuando subiste de peso, ¿recuerdas? ¿No te lo advertí? —Pero Kaden... —comenzó a decir Simone. —Ya no me importa y esa es la pura verdad. Tampoco tienes que sentirte mal. Al menos puedo agradecerte por no darles mi número... aunque no dijiste nada para no arriesgarte a ser despedida si la señora Jones pensaba que estabas mintiendo en cuanto a hablarme, ¿no? —Resoplé—. ¿Sabes qué? Buena suerte en la gira —dije con la mayor calma posible antes de darme la vuelta y encontrarme rostro a pecho con Rhodes, quien se había colado detrás de mí. Y junto a él estaba Am. Ambos observándome con grandes ojos cautelosos que enviaron instantáneamente pánico a través de mi pecho. No mucho, pero suficiente. Más que suficiente. Maldición. No quería que se enteraran así. Bueno, no quería que se enteraran, punto, pero de todos modos había planeado decírselos con el tiempo. Admitir la última pieza del rompecabezas del ex de Aurora. Y ahora estos dos “amigos” que solía tener, que habían dejado de contestar mis llamadas y mensajes, me lo habían quitado.
Abrí la boca para decirles que les explicaría en el auto, incluso cuando un dolor sordo de vergüenza llenó mi pecho, pero Rhodes se me adelantó. —¿El nombre de tu ex es Kaden? —preguntó lentamente, demasiado despacio—. ¿Kaden... Jones? Y antes de que pudiera responder eso, la boca de Amos se apretó tan fuerte, sus labios se volvieron blancos y sus cejas cayeron en una expresión confusa y herida o enojada. Maldito infierno. Esto era mi culpa, y sí, podía culpar a Simone y Arthur, pero al final del día, era mi culpa por poner a Rhodes y Am en esta posición. No había nada que hacer más que decirles la verdad. —Sí. Ese es él —respondí débilmente, con esa misma ola de vergüenza fluyendo sobre mí. Solo uno de los malditos artistas country más grandes de la década. En parte, gracias a mí. —¿Tu ex es el chico country de los anuncios de seguros? ¿El de la canción de Thursday Night Football? —preguntó Rhodes con esa voz ultra seria que no había escuchado en mucho tiempo. —Dijiste… —empezó a decir Am antes de sacudir la cabeza, su garganta y sus mejillas se pusieron rosadas. No tenía ni idea si estaba enojado o herido, tal vez eran las dos cosas, y de repente me sentí terrible. Peor, honestamente, que hace un año y medio, cuando la vida como la conocía me fue arrebatada. Intenté ordenar mis pensamientos, apretando mis manos. —Sí, es él. No quería decirles quién era porque... —Dijiste que estuviste casada —murmuró Amos—. Sé que él no lo es porque Jackie solía hablar de él todo el tiempo. —Lo estuvimos, técnicamente. Un concubinato. Podría haberle quitado la mitad de sus cosas, tengo pruebas. Fui a un abogado. Tenía un
caso, pero... Fue Rhodes quien abrió la boca y negó con la cabeza, el tendón a lo largo de su cuello se tensó de la nada. —¿Nos mentiste? —¡No te mentí! —susurré—. Simplemente... no te lo dije. ¿Qué se supone que debía decir? “Oigan, extraños, ¿adivinen qué? ¿Perdí catorce años de mi vida con una de las personas más famosas del país? ¿Escribí toda su música y dejé que se atribuyera el mérito porque era tonta e ingenua? ¿Me dejó porque su mamá pensó que no era lo suficientemente buena? ¿Porque él no me amaba lo suficiente?” Esa vergüenza familiar pareció apretar mi pecho. Por el rabillo del ojo, vi a Simone y Arthur comenzando a alejarse con un “lo siento” que no me importó lo suficiente como para reconocer. —¿También escribiste su música? —preguntó Am en un susurro genuino, usando la misma voz que no había escuchado desde la primera vez que nos conocimos y su padre nos había atrapado y a su plan—. ¿Y no me lo dijiste? —Sí, Am, lo hice. Me pagaron por eso. Les dije a los dos que obtuve dinero de nuestra separación. Simplemente nunca les dije su nombre a ninguno de los dos… estaba avergonzada. El adolescente apretó la mandíbula. —¿No crees que merecíamos saberlo? Miré a Rhodes y sentí los latidos de mi corazón sobre mi cuello y mi rostro. —Iba a decírselos en algún momento, pero solo… quería gustarles por lo que soy. Por quien soy. Sacudió la cabeza lentamente, frunciendo las cejas.
—¿No pensaste que era importante saber que estuviste casada con un famoso hombre rico? ¿Que nos hiciste pensar que eras una triste mujer divorciada que tuvo que empezar de nuevo? La ira y el dolor de repente me golpearon justo en el pecho. —Estaba triste y técnicamente estaba divorciada. En privado solía llamarme su esposa. Alrededor de amigos muy cercanos. No se casó conmigo legalmente porque arruinaría su imagen. Porque los hombres solteros vendían más discos que los casados. Y yo no tenía nada. El dinero no significa una mierda para mí. Además de tus regalos de Navidad y un poco de dinero aquí y allá que he gastado en cosas y otras personas, no lo he gastado en absolutamente nada. Y tuve que empezar de nuevo, como te dije. Llegó a casa, dijo que todo había terminado y, al día siguiente, su abogado me envió un aviso para que abandone la casa. Todo estaba a su nombre. Tuve que mudarme con Yuki durante un mes antes de tener la fuerza para volver a Florida —expliqué, sacudiendo la cabeza—. Todo lo que me dejaron fueron las mismas cosas que traje aquí. Rhodes levantó la cabeza hacia el cielo y la sacudió. Estaba enfadado. Lo cual, está bien, de acuerdo, si hubiera salido con… Yuki, me gustaría saberlo. Pero no le había mentido. Y solo había estado intentando proteger el poco orgullo que me quedaba. ¿Estaba tan mal? —Tú escribiste esa canción de fútbol, ¿no? —preguntó Amos con esa vocecita que se sentía como una patada en mi esternón. Mi corazón dio un vuelco, pero asentí. Sus fosas nasales se ensancharon y sus mejillas se pusieron aún más rosadas. —Dijiste que mis canciones eran buenas. ¿Qué? —¡Am, porque lo son! Mi amigo adolescente bajó la vista, y sus labios se presionaron con tanta fuerza que se pusieron blancos.
—No estoy mintiendo —insistí—. Son buenas. Sabías de Yuki. Te dije que había escrito cosas que personas habían grabado. Intenté insinuarlo. Pero no quería que estuvieras nervioso, por eso... Amos se dio la vuelta sin mirarme a mí ni a su padre, caminó hacia el auto y se sentó en el asiento del pasajero. El corazón se me cayó a los pies y me obligué a mirar a Rhodes. —Lo siento... —comencé a decir antes de que él se encontrara con mi mirada, esa barbilla obstinada un punto duro en su rostro. Parpadeó un momento. —¿Cuánto dinero te dio? —Diez millones. Se estremeció. —Te dije que tenía dinero ahorrado —le recordé débilmente. Se llevó una de esas manos grandes, y se frotó la cabeza a través del gorro de lana que se había puesto. No dijo ni una palabra. —Rhodes... Ni siquiera me miró cuando se dio la vuelta y se subió al auto. Maldición. Tragué con fuerza. No podía culpar a nadie más que a mí, y lo sabía muy bien. Pero si tan solo pudiera explicarme. Simplemente no les había dicho el nombre de Kaden, ni había sido específica sobre la cantidad de canciones que había compuesto… al menos para quién. Lo había insinuado. Nunca mentí. ¿Estaba tan mal que no quisiera admitir que no había escrito nada nuevo en una eternidad? Ya ni siquiera me preocupaba por eso. No pensaba en eso. Solo íbamos a necesitar un poco de tiempo. Una vez que dejaran de estar enojados, podría explicar todo de nuevo. Desde el principio. Todo.
Estaría bien. Ellos me amaban y yo los amaba. Pero incluso tener un plan no ayudó cuando ninguno de los dos me dijo una sola palabra más, ni el uno al otro, durante todo el viaje de regreso a Pagosa.
CAPÍTULO 29 Clara me estaba observando mientras suspiraba y me frotaba los ojos. —¿Qué ocurre? Hoy pareces triste —dijo a medida que reorganizaba el exhibidor de zapatos por tercera vez. Aún no se veía bien. Tenía más sentido tener las botas de invierno más altas en la parte superior que en la parte inferior, pero todo aún se veía mal. —Nada —dije, escuchando el cansancio en mi tono y recordándome que era una mala mentirosa. Había dormido fatal anoche, peor que las noches en que los murciélagos me habían aterrorizado. Pero, en lugar de tomarme el día libre como lo había pedido originalmente, había decidido entrar y no dejarla sin ayuda. También tuvo que haber escuchado la mentira por la expresión que hizo toda preocupada. Una parte de mí esperaba que lo dejara pasar, pero no lo hizo. —Sabes que puedes contarme lo que sea que te moleste, ¿verdad? — preguntó lenta y cuidadosamente, siendo cautelosa, pero obviamente lo suficientemente preocupada como para arriesgarse. Y es por eso que dejé los zapatos, la miré y luego suspiré tan profundamente que no sabía cómo aún me quedaba aire en los pulmones después. —Arruiné todo, Clara. Dio la vuelta al mostrador, pasó junto a Jackie, que estaba alquilando unos tubos a una familia, y se acercó para ponerse en cuclillas a mi lado, con la mano descansando entre mis omóplatos. —Si me lo cuentas, puedo intentar ayudarte. O simplemente puedo escuchar.
Amor y ternura llenaron toda mi alma, tanto que casi compensaron el dolor que había estado sintiendo desde anoche, y me encontré abrazándola cerca por un segundo antes de alejarme y decirle: —Eres una persona buena. Espero que sepas cuánto aprecio todo lo que has hecho por mí, pero aún más tu amistad. Fue su turno de devolverme el abrazo. —Va en ambos sentidos, ya sabes. Has sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo y estamos muy contentos de que estés aquí. ¿No era eso casi palabra por palabra lo que Rhodes había dicho una vez? Cuando me hablaba. Cuando no ignoraba mis mensajes de texto como lo hizo esa mañana. Todo lo que quería era hablar con él, explicarle mejor. Aunque todavía no había recibido una respuesta. Sollocé, entonces ella sollozó y le conté la verdad. —No le había contado a Rhodes ni a Amos sobre Kaden y se enteraron anoche. Me siento terrible y están tan enojados conmigo. Lo que no dije fue que ni siquiera habían intentado detenerme cuando regresamos y entré en su casa para agarrar mis cosas y regresar al apartamento del garaje. Sus ojos se habían ensanchado con cada palabra que salía de mi boca, pero de alguna manera se movieron hacia atrás y terminó haciendo una mueca, pero con una expresión pensativa al mismo tiempo. —Pero no les hablaste de él porque te da vergüenza. No estaba segura de que siquiera ella supiera cómo había escrito sus canciones. Jackie lo sabía porque escuchó los comentarios que había hecho Yuki, pero Clara nunca mencionó nada al respecto. ¿Se lo había contado Jackie? ¿Lo había dilucidado ella? No tenía ni idea.
Así que asentí y se lo conté lo más rápido posible, enfatizando principalmente en que no había escrito nada nuevo en casi dos años y que no lo había mencionado porque ya no podía ayudar a Am con su música de esa manera. Inclinó la cabeza hacia un lado y su expresión no era triste, pero estaba cerca. —Sabes, entiendo por qué estarían molestos, pero al mismo tiempo, entiendo por qué no quisiste contárselo también. Si estuviera en tu lugar, tampoco sé si lo contaría. Al mismo tiempo, siempre pensé que era genial que lo conocieras en primer lugar, que estuvieran juntos. Me encogí de hombros. —Pero les hablaste de él en general, ¿no? —Sí, pero nunca los detalles. —Solté un suspiro y negué—. Ni siquiera me miraron, Clara. Sé que me lo merezco, pero realmente hirió mis sentimientos. Se enteraron porque paramos en esta gasolinera y dos de los miembros de la banda de Kaden se detuvieron en la misma y trataron de disculparse por darme la espalda. Fue tan tonto y me siento como una mierda. La única razón por la que esperé tanto para contárselo fue porque quería agradarles. Y les agradé. Y ahora me salió por la culata. —Estoy segura que están molestos. Es… Kaden Jones, Aurora. Lo vi en un comercial anoche. Creo que me quedé boquiabierta cuando tuvo ese primer gran éxito y me di cuenta de que estaban juntos. Gruñí, sabiendo exactamente qué canción era. “Lo que quiere el corazón”. La había escrito cuando tenía dieciséis años y aún extrañaba mucho mi vida en Colorado. Clara se acercó y agarró mi mano. —Lo superarán. Esos dos te aman. Creo que ya no saben cómo funcionar sin ti. Dales algo de tiempo. —Debo haber hecho una mueca porque ella se rio—. ¿Por qué no vienes esta noche? ¿A quedarte con nosotros? Papá estuvo molesto porque no viniste en Nochebuena a pesar de
que no fue como si alguien hubiera podido ir a alguna parte debido a la nieve. —¿Estás segura? —pregunté, sin querer imaginarme sentada en el apartamento del garaje sola durante horas. No con este sentimiento en mi alma. —Sí, estoy segura. Asentí hacia ella. —De acuerdo. Iré. Voy a buscar mis cosas y luego iré. ¿Quieres que traiga algo? —Solo tú —respondió—. No te castigues demasiado. Nadie que te conozca creería que harías algo malicioso. —Clara se tomó un momento—. A menos que realmente lo pidieran. Esa fue la primera vez que sonreí en todo el día.
Mi corazón continuó sintiéndose bastante pesado, a pesar de la seguridad de Clara de que me perdonarían. Sabía que era mi culpa. Mi orgullo me había matado a patadas y esa era la parte más frustrante, que no podía culpar a nadie más. Y mi corazón seguía doliendo aún más cuando entré en el camino de entrada y vi los surcos en la nieve de los neumáticos anchos. Porque sabía lo que significaba. Rhodes estaba en casa. Como si, literalmente, también acabara de llegar a casa. Segundos antes que yo. Lo sabía porque lo encontré saliendo de su camioneta cuando me detuve en el área que había despejado alrededor de mi auto la mañana de Navidad cuando nos sacó a todos de la nieve, ya que el pronóstico no había llamado para mucho más.
Una especie de esperanza renuente brotó dentro de mí cuando estacioné mi auto y me estiré para agarrar mi bolso. Pero tan rápido como habían brotado sus pequeñas raíces, se marchitaron. No me miró. Ni una sola vez cuando cerró de un portazo y obstinadamente mantuvo su atención al frente, negándose a mirar hacia abajo… o a mí. Esperé en mi auto, mirando, esperando y rezando para que él se diera la vuelta y simplemente… echara un vistazo. Pero eso no fue lo que pasó. Tragué saliva con fuerza. No necesitaba hacer nada que no quisiera. Estaba enojado conmigo y tenía que vivir con eso. Clara tenía razón. Eventualmente me perdonaría. Eso esperaba. Amos, no estaba tan segura de eso, pero… lo resolveríamos. También esperaba eso. Realmente les debía tiempo al menos para aceptarlo y, con suerte, ver las cosas desde mi perspectiva… incluso si esto era exactamente lo que quería evitar. Subí las escaleras. Metí algunas cosas en mi bolsa de lona para esta noche y mañana por la mañana. Sabía que era un poco inmaduro, pero no me había puesto la chaqueta que Rhodes me había comprado esa mañana, en cambio usé la más delgada, y la dejé donde estaba encima del colchón. Y sí, tampoco me había puesto las botas, y las dejé a un lado de la cama también. Podían enojarse, pero yo también podía tener mis sentimientos heridos, ¿verdad? Estaba cansada de que la gente simplemente… no me hablara más. Dejara que me fuera. Apestaba, simple y llanamente. Tal vez había superado muchas cosas durante el último año y medio, pero la traición no solo de los Jones, sino de mis “amigos” me dolió más. Así que sí, lo más probable era que estuviera siendo más sensible, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto. Había determinada cantidad de emociones de las que podía disuadirme y este dolor no era una de ellas.
Finalmente, lista para irme, agarré mis llaves mientras giraba hacia mi auto y arrojaba mi bolso en la parte trasera. Por casualidad miré hacia el deck y encontré a Amos allí de pie, mirándome a través de la ventana. Levanté la mano y me metí en el auto. No esperé a que me saludara; no podía soportar que me ignorara descaradamente. Luego me fui.
CAPÍTULO 30 Sería una hija de puta mentirosa si dijera que un par de lágrimas no se me escapan de los ojos de camino a casa de Clara. Limpié mi rostro cuando una de ellas rozó el costado de mi boca, escuché la advertencia de navegación sobre un próximo giro a la derecha y siendo interrumpido inmediatamente cuando recibí una llamada. “TOBER RHODES LLAMANDO”, mostró la pantalla. ¿Me estaba llamando para darme malas noticias? ¿Para decirme que me mude? El pavor envolvió sus dedos alrededor de mi estómago, pero me obligué a presionar el botón de respuesta. Ya había aprendido por las malas lo que sucedía cuando intentaba evitar las cosas malas. Bien podría abrazarlas y superarlo. —¿Hola? Incluso yo pude escuchar la inquietud en mi alma. —¿Dónde estás? —vino la voz áspera. —Hola, Rhodes —saludé en voz baja, más tranquila de lo que pensé antes que estaría al hablar con él—. Estoy conduciendo. No me saludó; lo que sí dijo fue un brusco: —Sé que estás conduciendo. ¿A dónde vas? Su voz Naval había vuelto, y no sabía lo que eso significaba. —¿Por qué? —¿Por qué? Respiré por la nariz profundamente. —Sí. ¿Por qué lo estás preguntando?
Solo tenía que... enfrentarlo. Si quería decirme que recoja mis cosas y me vaya, incluso aunque no pensaba que fuera algo que él quisiera hacer, bien podía averiguarlo ahora. Eso hizo que mi estómago se apretara dolorosamente. Respiró tan fuerte y lívido que, me sorprendió que no me mandara a volar incluso a través del Bluetooth. —Aurora… —Rhodes. Murmuró en voz baja, luego pareció que se quitó el teléfono de la boca para decirle algo a quien solo podía imaginar que era Amos antes de volver a la línea y repetir la misma pregunta. —¿A dónde vas? —A casa de Clara —respondí, aún hablando en voz baja. Entonces, decidí aprovechar la llamada porque, ¿por qué no?—. Lamento no decirte la verdad, pero te amo a ti y a Am, y no quería que piensen que era una perdedora, y espero que me perdones. En realidad no quiero llorar mientras conduzco, pero podemos hablar en otro momento. De acuerdo, adiós. Colgué, como la mierda cobarde que no sabía que era. No estaba segura si esperaba que me devolviera la llamada o no, pero no lo hizo. Y comprendí, cuando mi corazón comenzó a doler nuevamente, que esperaba que lo hiciera. Lo había arruinado. Era tan estúpida. Pero no podía soportar la idea de escucharlo decir algo hiriente. Quizás era mejor que no hubiéramos hablado hasta ahora. Cuanto más tiempo tuviera para calmarse, con suerte, menos posibilidades tendría para que mis sentimientos duelan más. Sin embargo, eso aún no me hizo sentir mejor. En realidad, no. Prefería entrar en una discusión que ser ignorada. De hecho, lo haría. Habría preferido escucharlo decirme que herí sus sentimientos y dijera que
estaba decepcionado que le hubiera ocultado la verdad antes que ser ignorada. Estacioné en la entrada de la casa de Clara, salí con un corazón aún más pesado al mismo tiempo que se abrió la puerta principal, y ella estaba allí, haciéndome señas para entrar. —Vamos —invitó, su sonrisa gentil y acogedora. —¿Estás segura que todo el mundo está de acuerdo con esto? — pregunté, subiendo los escalones. Su sonrisa permaneció exactamente igual. —Sí. Entra. La abracé a ella y a Jackie, quien noté que estaba de pie detrás de ella, mirando por encima del hombro con una mirada ansiosa en su rostro. —Hola, Jackie. —Hola, Ora. Me detuve y maldije. —Olvidé mi bolso. Déjame buscarlo muy rápido. —La cena está lista. Ven a comer y luego lo buscas. Asentí y las seguí adentro, dándole también un abrazo al señor Nez. Ya estaba en la mesa de la cocina, señalando el asiento a su lado. Clara tenía razón, la cena estaba lista: aparentemente se adhirieron a los Martes de Taco, y estaba a favor de eso. Comimos, y el señor Nez hizo preguntas sobre la tienda, y luego me contaron cómo había ido la Navidad el día anterior. No habían salido de casa, pero uno de los hermanos de Clara se había acercado, de modo que no habían estado solos. Estaba terminando mi segundo taco, el cual si hubiera sido cualquier otro día, probablemente habría sido el cuarto, cuando un golpe en la puerta principal hizo que Jackie se levante y desaparezca por el pasillo.
—¿Escuchaste que Amos y ella participarán en el show de talentos en la escuela? —preguntó el señor Nez. Dejé el último trozo de mi taco en el plato. —Así me han dicho. Lo harán muy bien. —No quiere decirnos lo que van a cantar ni nada. No quería arruinar la sorpresa y levanté un hombro. —Juré guardar el secreto, pero todos deberíamos llegar temprano. —No puedo creer que Amos esté de acuerdo —comentó el señor Nez entre bocado y bocado—. Siempre me ha parecido un jovencito muy tímido. —Lo es, pero es fuerte, y mi amiga le ha estado dando consejos. Esperaba que me perdone. —¿Esa de la que Jackie no ha dejado de hablar? Lady... ¿cómo se llama? ¿Lady Yoko? ¿Yuko? Me reí. —Yuki. Lady Yuki, y sí, esa es... Un grito vino desde la puerta principal. —¡Aurora! ¡Es para ti! ¿Para mí? Clara se encogió de hombros cuando me levanté. Jackie se dirigió hacia la puerta principal, evitando mis ojos deliberadamente a medida que me rodeaba y avanzando de regreso a la cocina. Sabía quién era. No era como si hubiera una lista larga de personas que vendrían a buscarme. Pero no había nadie en la terraza cuando llegué a la puerta. Lo que había eran dos personas junto a mi auto. Me había acostumbrado a no poner
los seguros nunca más en mi auto a menos que estuviera en la tienda. El maletero estaba abierto, y no podía ver sus cabezas, pero podía ver los cuerpos. —¿Qué están haciendo? —grité, bajando los escalones, mi estómago se retorció con todas las malas razones por las que estarían hurgando allí. Y posiblemente también un poco sorprendida. Fue Rhodes quien se movió primero, sus manos fueron directamente a sus caderas a medida que me miraba. Puros hombros anchos y pecho amplio. Grande e imponente, más un superhéroe que un hombre normal. Aún estaba en su uniforme de trabajo. Su chaqueta invernal de trabajo estaba abierta, su gorro bajo en su cabeza, y estaba frunciendo el ceño. —Sacando tus cosas —respondió. Dejé de caminar. Amos se movió para pararse junto a su padre. Llevaba una sudadera holgada con capucha, y cruzó los brazos sobre su pecho exactamente de la misma manera que lo hizo el hombre a su lado. —Tienes que volver. —¿Volver? —repetí como si nunca antes hubiera escuchado esas palabras. —A casa —dijeron al mismo tiempo. Esa palabra se sintió como un puñetazo de Superman en mi propia alma, y también debe haber sido evidente para ellos, porque la expresión de Rhodes se transformó en su duro rostro ultra serio. —A casa. —Se detuvo—. Con nosotros. Con ellos. Ese pecho ancho en el que había encontrado consuelo una y otra vez se levantó con un suspiro, sus hombros cayeron al mismo tiempo, y asintió (para sí, para mí, no sabía a quién) observándome con esos ojos grises.
—¿A dónde crees que vas? ¿Qué? —¿Irme? ¿Estoy aquí…? Fue como si no hubiera escuchado mi respuesta porque su ceño no fue a ninguna parte y las líneas en su frente se profundizaron cuando dijo lentamente, sonando resuelto: —No vas a irte. ¿Pensaban que iba a irme? Mi pobre cerebro no podía entender porque repetía sus palabras, porque no tenían sentido. Nada de eso... nada de esto, incluso ellos estando aquí, tenía sentido. —Tenías tu bolso —dijo Amos uniéndose a la conversación, echando un vistazo a su padre por un segundo antes de volver a enfocarse en mí. Parecía estar luchando con algo porque tomó una bocanada de aire y entonces dijo—: Nosotros... pensamos que mentiste. Ora, estábamos un poco enojados. Pero no queremos que te vayas. ¿En serio pensaron que los estaba dejando? ¿Para siempre? Solo había agarrado mi maleta más pequeña. Y fue entonces cuando noté lo que Rhodes tenía metido bajo el brazo. Algo de color naranja brillante. Mi chaqueta. Tenía mi chaqueta con él. Mis piernas se debilitaron de repente, y lo único que mi cerebro pudo procesar era que necesitaba sentarme, y necesitaba hacerlo en ese momento. Eso es lo que hice. Me dejé caer en el suelo y solo los miré, la nieve mojó mi trasero instantáneamente. Los ojos de Rhodes se entrecerraron. —No puedes huir cuando tengamos una discusión.
—¿Huir? —Me atraganté de sorpresa y, honestamente, más que probable de asombro. —Anoche debí haber hablado contigo, pero... —La mandíbula de Rhodes se tensó, y pude ver su garganta balanceándose desde donde estaba, con las piernas plantadas abiertas—. De ahora en adelante trabajaré en eso. Hablaré contigo incluso si estoy enojado. Pero no vas a irte. No puedes irte. —No voy a irme —les dije en un susurro, aturdida. —No, no lo harás —coincidió, y juro que toda mi vida cambió. Recordé entonces lo que nos había llevado a este punto y me concentré. —Te envié un mensaje de texto y no me respondiste —acusé. Su expresión se tornó divertida. —Estaba enojado. La próxima vez, te devolveré un mensaje de texto independientemente. La próxima vez. Acababa de decir la próxima vez. Estaban aquí. Por mí. Me había ido una hora... y estaban aquí. Enfadados y heridos. Sentí que mi labio inferior comenzó a temblar al mismo tiempo que mi cavidad nasal comenzó a hormiguear. Y todo lo que pude hacer fue mirarlos. Mis palabras se perdieron, enterradas bajo la marea de amor llenando mi corazón en ese momento. Tal vez fue mi falta de palabras lo que hizo que Rhodes diera un paso adelante, con las cejas aún fruncidas, su voz mandona más áspera de lo que jamás hubiera escuchado. —Aurora... —Ora, lo siento —tartamudeó Amos, interrumpiendo a su padre—. Estaba enojado porque me has estado ayudando con mis canciones de
mierda... —Tus canciones no son una mierda —me las arreglé para decir débilmente, sobre todo porque toda mi energía se centraba en no llorar. Me lanzó una mirada dolida. —¡Has escrito canciones que están en televisión! ¡Ese imbécil ganó premios por tu música! Me sentí estúpido. Dijiste cosas, y no me lo tomé en serio. —Levantó los brazos y los dejó caer—. Sé que no harías algo a propósito para herir los sentimientos de nadie. Asentí en su dirección, intentando reunir mis palabras una vez más, pero mi callado adolescente favorito siguió adelante. —Siento haberme enojado tanto —dijo solemnemente—. Solo... ya sabes... lo siento. —Suspiró—. No queremos que te vayas. Queremos que te quedes, ¿cierto, papá? ¿Con nosotros? Así que, así era tener el corazón roto por razones buenas. Solo fue por la sinceridad en sus ojos y el amor que tenía en mi corazón por él que pude decir: —Amos, sé que lo sientes, y gracias por disculparte. —Tragué saliva con fuerza—. Pero lamento no haberles dicho nada a ambos. No quería que se sintieran raros a mi alrededor. Quería que fueran mis amigos por lo que soy. No quería que ninguno de los dos se sintiera decepcionado. Ya no puedo escribir —admití—. No he podido en mucho tiempo, y no sé lo que me pasa, pero en realidad no me importa, y supongo que tenía miedo de que lo averiguaras y solo me quisieras alrededor por eso... y no puedo. Ya no puedo hacerlo. Ahora solo puedo ayudar, en su mayor parte. Nada me llega al azar por sí solo como antes. Se acabó después de que ayudara a Yuki. »Todo lo que me queda son algunos cuadernos, pero Kaden se llevó las mejores cosas. —Tragué saliva fuerte—. Esa es la única razón por la que su familia y él me mantuvieron cerca durante tanto tiempo. Porque podía ayudarlos, y no podía soportar volver a pasar por eso. —Negué con la cabeza—. Todas esas canciones… fueron sobre mi madre. Te sorprendería lo fácil que es convertir cualquier cosa en una canción de amor. Las escribí
cuando más la extrañaba. Cuando mi corazón sentía que no podía seguir latiendo por mucho más tiempo. Las mejores cosas que escribí fueron mientras estaba sufriendo, y llegaron cosas decentes mientras estaba feliz, pero ahora todo se ha ido. Todo ello. No sé si volverá alguna vez. Como dije, estoy bien con eso, pero no quiero que nadie más se decepcione. Especialmente no ustedes dos. Sus ojos estaban completamente abiertos. —Y no iba a irme realmente. Solo estaba planeando pasar la noche aquí. Todas mis cosas siguen allá, tontitos —admití, mirando también a Rhodes, quien estaba observándome como si desaparecería por arte de magia—. Pensé que había metido la pata y que los dos ya no me querrían cerca, o al menos no por un tiempo. Estaba triste, pero sé que fue mi culpa, eso es todo. Apreté los labios, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos, y levanté un hombro. —Sigo perdiendo a las personas que considero mi familia, y no quiero perderlos también a ustedes. Lo siento. Rhodes dejó caer sus manos a la mitad de mi discurso. Y justo cuando estaba terminando, esos grandes pies suyos lo acercaron, y en un abrir y cerrar de ojos a otro, estaba agachado frente a mí, su rostro allí mismo, esos ojos intensos perforaron un agujero directamente en mí. Dos manos que no vi venir estuvieron en mis mejillas antes de que pudiera reaccionar, manteniéndome allí cuando dijo con una voz más áspera de lo que jamás hubiera escuchado: —Eres mía. Tanto como lo es Am. Tanto como cualquiera lo será jamás. Una lágrima se deslizó por mi mejilla, y la secó, sus cejas cayeron profundamente. —Eres parte de nosotros —dijo con brusquedad—. Te lo dije antes, ¿no? —Una de las manos en mis mejillas se movió, y tomó el lóbulo de mi
oreja entre sus dedos—. No sé cómo alguien te dejaría marcharte alguna vez, pero no voy a ser yo. Ni hoy. Ni mañana. Jamás. ¿Estamos claros? Me incliné hacia adelante y dejé que mi frente cayera sobre su hombro, el peso de sus palabras se apoderaron de mí. La mano que tenía en mi oreja cayó y avanzó a mi espalda. La frotó. Su aliento me hizo cosquillas en la oreja cuando susurró: —Camarada, no soy un hombre rico. Nunca voy a serlo... no puedo imaginar a lo que estabas acostumbrada... no, no empieces a negar con la cabeza, ahora que tuve tiempo para pensar en eso, sé que no te importa... pero tengo mucho más que puedo darte de lo que ese idiota alguna vez tuvo. Lo sé. También lo haces. No, no llores. No puedo soportar cuando lloras. —Estás usando otra vez tu voz mandona —dije en su camisa mientras más lágrimas se deslizaban por mis ojos, y juro que algunas bajaron por mi garganta, y estaba bien porque esos brazos de Rhodes se cerraron alrededor de mi cuerpo y me atrajeron contra su pecho. Contra él. Su voz bajó. —Lo siento, estaba celoso. Me importa una mierda tu dinero o tus cuadernos o si nunca vuelves a escribir una sola palabra. —Los brazos de Rhodes se apretaron a mi alrededor, y estaba bastante segura que todos los músculos de la parte superior de su cuerpo también lo hicieron a medida que su voz se tornó aún más baja. El soplo suave de su respiración hizo cosquillas en mi oído cuando susurró—: Te amamos, te amo, porque eres mía. Porque estar cerca de ti es como estar alrededor del sol. Porque verte feliz me hace feliz, y verte triste me da ganas de hacer lo que sea necesario para quitar esa expresión de tu rostro. »Quiero que vuelvas a casa. No quiero que pienses en esas cosas que no son para nada ciertas, en que no te queremos cerca o queremos que estés con nosotros por las razones equivocadas. Ángel, importas, y te quiero aquí con nosotros. Lo decidiste, ¿recuerdas? Ya no puedes cambiar de opinión. No soy tu ex, y no puedes irte. Superamos las cosas juntos, no nos damos por vencidos el uno con el otro, y no por algo como esto. ¿Cierto?
Asentí contra él, tragando mis lágrimas antes de deslizar mis brazos alrededor de su cuello. Besó mi frente y mejilla, la barba en su barbilla frotó mi rostro de una manera que amaba. —¿Estamos de nuevo en la misma página? Sorbí y asentí de nuevo. —¿Terminaste de cenar? ¿Puedes venir a casa? —preguntó, su palma subió y bajó por mi espalda. Casa. Seguía diciéndolo, y mi alma lo devoraba. Me aparté un poco y asentí hacia él. —Puedo ir. Solo déjame… Me giré para ver a Clara y Jackie en la puerta, observándonos. Clara extendió mi bolso con una sonrisa dulce en su rostro. Rhodes me ayudó a levantarme, su mano se apoyó en mi espalda brevemente antes de dirigirme hacia la puerta principal, donde Jackie me entregó mi chaqueta y Clara me dio mi bolso y llaves. Sus ojos estaban brillantes, y me sentí tan mal. Pero comenzó a negar con la cabeza al segundo en que abrí la boca. —He tenido antes algo así de especial. Ve a casa. Créeme. Otro día tendremos una pijamada. Eso ahí afuera importa más. Te veré mañana. La abracé con fuerza, teniendo una mínima idea de cómo se tenía que sentir al decir esas palabras. De perder a alguien a quien amabas mucho, muchísimo. Pero tenía razón. Debía ir a casa. Retrocedí sonriendo a Jackie, y me di la vuelta para encontrar a Rhodes de pie en el mismo lugar. No imaginé la débil sonrisa dolida que se apoderó de su boca mientras me miraba. Su mano se deslizó por mi cabello al segundo que estuve cerca. Y con la misma suavidad, se movió sobre mi rostro, deslizándose debajo de mi ojo
a medida que fruncía el ceño. —No me gusta verte llorar. La yema de su pulgar se movió de nuevo, sobre mi ceja antes de deslizarse sobre mi cabello una vez más y curvarse por mi espalda. —Viajaría contigo, pero Am... —Lo sé, solo tiene su permiso de conducir. Ese dedo suyo pasó una vez más por mi ceja. —Te seguiré a casa —dijo con voz grave. Casa. Ahí estaba nuevamente esa palabra. Me estremecí, me tendió mi chaqueta nueva y me dejó deslizar un brazo y luego el otro por las mangas antes de abrocharla por mí. Le sonreí cuando terminó. Se inclinó y rozó sus labios sobre los míos. Se apartó, se encontró con mis ojos otra vez y entonces lo hizo de nuevo, presionó sus labios un poco más pesados contra los míos. Después se apartó, su expresión tan abierta y desprotegida como nunca lo había visto. Amos estaba esperando junto a mi auto cuando llegamos, y dudé un segundo antes de sacar las llaves del bolsillo y sostenerlas en alto. —¿Quieres conducir? —¿En serio? —Siempre y cuando prometas no pasarte ninguna señal de alto. Su sonrisa fue pequeña, pero tomó las llaves, y entramos. Ninguno de los dos dijo mucho cuando salió del camino de entrada y su padre se detuvo para dejarnos ir primero. No fue hasta que estuvimos en la carretera que dijo: —Papá te ama. Aflojé mis dedos de mi bolso y lo miré. Rhodes lo había dicho tan rápido que, no había asimilado el hecho de que había dicho eso
exactamente. —¿Eso crees? —pregunté de todos modos. —Lo sé. Lo vi soltar una mano del volante. —Am, las dos manos. La devolvió. —No es bueno con las palabras. ¿Sabes? Su madre solía pegarle y hacer otras cosas, decir cosas malas, y nunca he visto al abuelo Randall abrazarlo. Sé que me ama... simplemente... no lo dice mucho. Nunca, realmente. No como mi papá, Billy. Pero papá Billy me dijo hace mucho tiempo que, aunque no lo diga mucho, lo muestra haciendo otras cosas. — Amos me echó un vistazo—. Así que, ya sabes. Es como si ahora está aprendiendo. Cómo decirlo. —Entiendo —dije seriamente. Amos me miró de nuevo antes de mirar hacia adelante, con dureza. —Quiero que lo sepas, de modo que no creas que no lo hace. Estaba intentando consolarme, prepararme, o incluso atarme a su papá aún más fuerte. Quizás las tres cosas. Y no podía decir que no me encantó porque lo hacía. —Lo entiendo —dije—. Y prometo que, no lo olvidaré. De todos modos, no creo que necesite escucharlo todo el tiempo. Puedes mostrarles a las personas que te importan más con lo que haces que con lo que dices, al menos creo eso. El adolescente asintió pero mantuvo su atención hacia adelante. Las cosas aún se sentían un poco fuera de lugar, como si ambos no estuviéramos seguros, como si esta frustración fuera aún tan nueva que, queríamos superarlo, pero ninguno de los dos sabía cómo empezar. Pero fue él quien lo mencionó.
—Sabes, no me importa que ya no puedas escribir. —Habló totalmente en serio—. Pero... ¿aún me ayudarás con mis canciones? La presión se acumuló en mi pecho. —Tengo que hacerlo —dije—. Hemos hecho tanto. Bien podría quedarme y ver lo que podrías hacer con más tiempo. Su sonrisa fue débil y me miró una vez más. —Estaba pensando otra vez en el show de talentos, y estaba pensando en hacer otra canción en su lugar. Mordí el interior de mi mejilla y sonreí. —Está bien, cuéntame más.
Amos estacionó mi auto en frente de la casa, noté que, no en el apartamento del garaje, pero mantuve la boca cerrada. Todo lo que quería era saborear esto. Sea lo que sea esto. ¿Ser aceptada en su hogar y aún más en sus vidas? Me querían de vuelta. Me querían cerca. Y para mí, eso era más que algo. Era todo. Salimos, y vi el rostro de Rhodes a medida que esperaba junto al capó de su camioneta, observándome de cerca. Una parte de mí aún no podía creer que hubieran venido a buscarme. Nadie antes había hecho eso. Ni mi ex cuando había herido mis sentimientos más allá de lo creíble y me había ido a quedarme con Yuki, y no después de que dejara la casa cuando él rompió las cosas oficialmente. Ni siquiera me había enviado un mensaje de texto para ver cómo estaba y asegurarse que estuviera bien y no en una zanja en alguna parte.
Justo cuando comencé a enojarme conmigo por todo lo que había conllevado mi relación con él y cuánto tiempo lo había dejado continuar, recordé que si no hubiera sido por él y lo que había hecho, podría nunca haber vuelto aquí. Porque a pesar de la angustia y las lágrimas que había desperdiciado en mi vida anterior, la felicidad que había encontrado aquí lo equilibraba. Y tal vez con el tiempo, lo compensaría con creces. Tal vez algún día eclipsaría del todo ese período. Solo podía esperar. —¿Vienes? —preguntó Amos mientras rodeaba el capó de la camioneta. Asentí hacia él y sonreí. Pero aun así, vaciló, frunciendo el ceño sobre sus rasgos esbeltos. —Ora, en serio lo siento —dijo nuevamente. —También lo siento. Estoy decepcionada de mí por creer que la música sería un factor decisivo. Dame un abrazo y estaremos a mano. Pareció quedarse helado por un segundo antes de poner los ojos en blanco y acercarse. Amos envolvió un brazo suelto alrededor de mi espalda, lo cual era más o menos el equivalente al abrazo más cálido de cualquier otra persona en el mundo, y me dio dos palmaditas en la espalda (dejándome abrazarlo) antes de que se alejara. Su boca hizo una mueca diminuta que también era el equivalente a una gran sonrisa radiante de cualquier otra persona antes de negar con la cabeza, apartar la mirada y subir los escalones hacia la terraza. Rhodes aún estaba en su lugar, mirando, esperando a que su hijo desapareciera en la casa, cerrando la puerta detrás de él. Dejándonos solos. —Está bien. Ven aquí —dijo Rhodes con esa baja voz serena, levantando la mano.
La tomé. Deslicé mis dedos sobre su palma callosa y vi como los suyos más largos se enroscaron alrededor de los míos, atrayéndome hacia él. Esos ojos de color gris púrpura lucieron firmes—. Ahora dímelo una vez más. ¿Por qué no dijiste antes nada sobre quién era tu ex? —preguntó con tanta ternura que le habría dicho cualquier cosa. Respondí, con el objetivo de ser también tierna. —Hay algunas razones. A) No me gusta hablar de él. ¿Quién quiere contarle a alguien a quien le gusta todo sobre su ex? Nadie. B) Ya te lo dije, me avergonzó. No quería que pienses que había algo mal conmigo y por eso nos separamos... —Sé que no hay nada malo contigo. ¿Me estás tomando el pelo? Es un idiota. Tuve que luchar contra una sonrisa. —Y la gente fingió durante mucho tiempo que quería conocerme porque pensaban que trabajaba para él. Quiero decir, no te tomé por un fanático de él, pero me acostumbré a no hablar de él, Rhodes. Es un hábito. Había muy, muy pocas personas con las que podía hablar de él. Y no quería sacarlo a relucir. Estaba intentando seguir adelante. —Seguiste adelante. Mi corazón dio un vuelco, y acepté. —Me hiciste seguir adelante. Tienes razón. Dio un paso más cerca, su cuerpo justo allí mismo. —Camarada, quiero entender, así conozco su nivel de estupidez. — Eso me hizo sonreír—. ¿Rompieron porque él tenía que fingir que no estaban juntos? ¿Y es por eso que no tuviste hijos? —Así es. Solo lo sabían los miembros de la banda, las personas de gira, los amigos cercanos y la familia. Todos tuvieron que firmar un acuerdo de confidencialidad. Fingimos que era su asistente para explicar por qué siempre estaba cerca. Al principio estuvo bien, pero con el tiempo... en
realidad, fue un asco. Estaban tan paranoicos con los niños, su madre solía contar mis píldoras anticonceptivas. La oía preguntarle sobre los malditos condones todo el tiempo. Ahora que lo pienso, era tan doloroso. Y Rhodes, no quiero hablar de él, porque es el pasado y ya no es mi futuro de ninguna manera, pero te diré todo lo que quieras saber. No me importaría saber todo sobre él algún día. —Hay muchos cantantes que se casan y aún tienen éxito, ¿no? Asentí. —Sí, los hay. Pero te lo dije, es un hijito de mamá y ella insistía en que las cosas nunca volverían a ser lo mismo. Él valoraba su relación con su madre más que su relación conmigo, y estaba bien. En realidad no, pero intenté estar bien con eso. Con ser la mentira. Ser un secreto. Con vivir una vida que me hizo sentir con demasiada frecuencia que no era lo suficientemente buena, porque tal vez si lo hubiera sido, habría estado bien que todos lo supieran. Supongo que, todo lo que quería era volver a ser importante para alguien. Así que, lo aguanté. »Luego, en algún punto, lo convenció para que hiciera “publicidad” y lo vieran saliendo con esta otra cantante country, y le dije que si lo hacía, podía irse a la mierda. Dijo que tenía que hacerlo, que lo estaba haciendo por nosotros porque corrían rumores que tal vez podrían no gustarles a las mujeres, como si hubiera algo malo en eso, porque no tenía novia y nunca lo habían visto con nadie. Y me fui. Estuve fuera por un mes. Me quedé con Yuki. Y él lo hizo. Es entonces cuando te conté que nos separamos y él besó a otra persona. Y finalmente, vino a buscarme y me rogó que volviéramos a estar juntos. »Después de eso, las cosas nunca volvieron a ser iguales. Aproximadamente un año después, su madre y él decidieron que iban a intentar “hacer algo más” con su música, así que contrataron a algún productor en lugar de consultar conmigo... y ese fue el principio oficial del fin. Ahora lo pienso y, supongo que se dieron cuenta que estaba escribiendo cada vez menos. Apuesto a que ellos, o al menos su madre, estaban intentando eliminarme de la ecuación. Todo se acabó un año después de
eso. Se había ido a algunas “reuniones de negocios”, que después descubrí que en realidad había sido él quedándose en casa de su madre, llegó a casa y dijo que las cosas ya no estaban funcionando, me recordó que la casa estaba a su nombre ya que su madre no me dejaría estar en la escritura porque “alguien podría averiguarlo”, y se fue. Su madre desconectó mi celular al día siguiente. Es un poco absurdo, pero creo que eso me molestó más que separarme. Rhodes simplemente parpadeó. Un largo parpadeo lento, y todo lo que pudo decir fue: —Vaya. Asentí. —Si aún no lo ha hecho, algún día despertará y pensará: ese es el peor error de mi vida —dijo sorprendido. —Esperé y recé durante mucho tiempo para que sucediera exactamente eso, pero como te dije, ya no me importa. —Apreté su mano —. Eso es lo que también le dije a su madre cuando apareció. Sabes, él incluso ha intentado enviarme un correo electrónico. Hace meses. Nunca le respondí. La expresión de sorpresa en sus rasgos desapareció, y su rostro serio volvió a aparecer cuando bajó la barbilla una vez. —Gracias por decírmelo. —Además, ya sabes, he hablado de eso con Yuki y mi tía, y todas estamos de acuerdo en que solo está intentando de volver a contactarme porque los dos álbumes que hizo sin mí fueron tan terribles. Los ojos de Rhodes vagaron por mi rostro, y dijo en voz baja: —Créeme, esa no es la única razón, cariño. Me encogí de hombros. —Pero de todos modos no es como si aún puedo escribir. O que incluso si lo hiciera, volvería alguna vez a esa mierda.
—Sabes que eso no influye en absoluto entre nosotros, ¿cierto? Sabes que eso no me importa ni un poquito, ¿no? Apreté mis labios y asentí. Su mirada atrapó la mía y la sostuvo, las líneas en su frente allí y feroces. —Casi me siento mal por el idiota. —No deberías. La boca y palabras de Rhodes se suavizaron. —Dije casi. —Su mano apretó la mía—. ¿En serio te dio todo ese dinero? —Tenía que hacerlo o habría ido tras él en la corte, y entonces todo habría estallado en su rostro —expliqué—. No soy tonta. Después de su pequeña relación falsa, pensé en lo que diría mi madre, y me habría dicho que primero me cuide. Así que guardé pruebas, imágenes y capturas de pantalla que habrían sido más que suficientes para arruinarlo en la corte. Pensé que me lo merecía. Trabajé por ello. Es mío. Sabía que no imaginé el brillo de satisfacción y orgullo en sus ojos. —Bien. —Entonces, ¿no te molesta? —pregunté después de un momento. —¿Qué? —El dinero. Me miró directamente a los ojos y dijo: —¿Me va a molestar que seas rica? No. Siempre me pregunté cómo sería tener una sugar mami. Sonreí y supe que tenía una cosa más que decirle antes de, con suerte, nunca más volviéramos a hablar de Kaden.
—Tobers, esto es lo más feliz que he estado desde que era niña. Quiero que sepas eso. Aquí es donde quiero estar, ¿de acuerdo? Asintió solemnemente. —Te amo y amo a Am. Solo... quiero estar aquí. Con ustedes dos. La mano de Rhodes fue a mi rostro, colocando su pulgar debajo de mi mandíbula. —Y ahí es donde vas a estar —dijo—. Nunca, ni en un millón de años pensé que alguien, alguien que no sea Am, podría hacerme sentir como tú. Como si haría cualquier cosa, cualquier cosa, por ellos. Ni siquiera puedo mirarte cuando estoy enojado porque no puedo permanecer así. —Bajó su rostro, de modo que sus labios se cernieron a centímetros de los míos—. Solo he tenido algunas cosas en mi vida que eran realmente mías, y no soy el tipo de hombre que regala cosas o las tira. Y Aurora, lo digo en serio, y no tiene nada que ver con tus cuadernos, tu rostro, ni nada más que ese corazón que tienes en el pecho. ¿Estamos claros? Estábamos claros. Estábamos muy claros, le dije, abrazándolo con fuerza. Nunca habíamos estado más claros.
CAPÍTULO 31 —¡Vaya, hombre! ¡Eso fue asombroso! —Aplaudí y grité donde estaba sentada en mi silla de campamento favorita una o dos semanas después. Una semana maravillosa o dos después. ¿Quién estaba siguiendo el rastro? Am se sonrojó como siempre, sosteniendo la última nota en su guitarra, pero al segundo que la bajó, resopló. Las cosas entre nosotros volvieron a la normalidad, afortunadamente. La incomodidad solo duró unos dos días antes de que el elefante en la habitación decidiera marcharse solo. —Pensé que al principio estaba fuera de tono. Ladeé la cabeza, cruzando una pierna sobre la otra. —Estuviste un poquitito plano, pero me refiero a solo un poquitito. Y solo fue una vez cuando entraste en el coro. Supuse que era solo porque estabas nervioso. Por cierto, puedo decir que has estado trabajando en tu vibrato. Asintió, dejando su guitarra en su soporte, pero me di cuenta que estaba complacido. —Lo estaba, pero hice lo que dijo Yuki. Me había hecho una video llamada el otro día mientras estaba con Amos en el estacionamiento de la tienda de comestibles y ella le había preguntado cómo iban los nervios. —Bien —respondió tímidamente. Sabiendo que no estaba siendo completamente honesto, le había dado algunas sugerencias. No iba a decirle que horas después, me envió un
mensaje pidiéndome un video de su próxima actuación de modo que también pudiera verlo. —Y me dije que solo eras tú —prosiguió—. Me dirías si hice algo mal. Mi corazoncito dolió, y asentí en su dirección. Habíamos recorrido un camino largo, y su confianza significaba mucho para mí. —Siempre. —¿Crees que debería arriesgarme más? —Tienes una voz tan hermosa; creo que por ahora deberías concentrarte en la parte del canto. Vas a estar nervioso, así que ¿por qué ponerte más presión? De todos modos, solo hay una Lady Yuki. Me lanzó una mirada de soslayo y me preguntó, con demasiada indiferencia: —¿La ayudaste a escribir esa canción de “Recuérdame”? Obviamente sabía exactamente a qué canción se estaba refiriendo, y sonreí. —Es una canción bastante buena, ¿no? Su bufido ni siquiera me insultó. —¿Lo hiciste? No tuve la oportunidad de responder porque ambos giramos hacia el camino de entrada al oír el sonido de unos neumáticos sobre la grava, y una parte de mí esperaba ver un camión de UPS porque había ordenado unas alfombrillas para mi auto. Los que venían con él no estaban destinados a la nieve ni al aguanieve. Pero cuando la camioneta se detuvo en su lugar habitual, fruncí el ceño. Rhodes acababa de enviarme un mensaje de texto hace un par de horas diciendo que estaría en casa alrededor de las seis. Solo eran las cuatro. —¿Qué está haciendo papá aquí? —preguntó incluso Amos.
—No lo sé —respondí a medida que el hombre en cuestión estacionaba y salía, con ese largo cuerpo musculoso moviéndose tan bien en su uniforme que casi me puso en trance. El recuerdo de él viniendo a mi apartamento anoche llenó mi cabeza. Le pregunté qué excusa le había dado a Am, y se rio diciendo que le mostraría mis viejos álbumes de fotos. Aparentemente, por la expresión de disgusto en el rostro del adolescente, no le creyó, pero eso fue exactamente lo que sucedió. Al menos hasta que terminamos quitándonos la ropa y yo terminé en su regazo, sudorosa y temblando. Había sido una buena noche. La mayoría de las noches desde el día en que fueron a buscarme a casa de Clara habían sido unas noches muy estupendas. En ese primero en concreto, Rhodes me había hecho más preguntas sobre Kaden una vez que Amos se había ido a la cama. Cómo nos conocimos: a través de un amigo en común durante el primer semestre de la universidad. Había estado estudiando para conseguir un título en educación mientras él estaba en la escuela de interpretación musical. Rhodes dijo que podía verme siendo maestra, y tal vez podría haberlo sido, pero mi corazón ya no estaba en absoluto en la idea. Cuáles eran las estipulaciones para el dinero que había recibido: que no iría tras ellos en la corte por regalías o crédito por composición, porque Dios no quiera que haya algo escrito sobre acuerdos de divorcio. Había tantas cosas de las que hablar, y no quería que perdiéramos el tiempo en ese tema. Pero lo haría si hubiera algo que lo estuviera molestando. Solo esperaba que no lo hubiera. El pasado estaba en el pasado, y más que nada esperaba que mi futuro estuviera caminando en ese momento hacia mí. —¡Hola! —saludé a Rhodes desde donde aún estaba sentada. Hacía unos nueve grados centígrados, pero no hacía viento, así que teníamos la puerta del garaje abierta. Mi tía pensó que estaba loca cuando le dije que había estado usando una camiseta los últimos días, pero nadie
entendía lo agradable que podía ser, incluso con nieve en el suelo. Así era la vida de baja humedad. —Hola —saludó de vuelta. ¿Sonó raro, o me lo estaba imaginando? Lo que sabía que no me estaba imaginando era su paso rígido mientras se acercaba, con las manos apretándose abiertas y cerradas a los costados. Su cabeza estaba un poco baja. Eché un vistazo a Amos y vi que también estaba frunciendo el ceño al ver a su padre. —¿Estás bien? —pregunté al momento en que entró al garaje. —Sí, en cierto modo —contestó en lo que definitivamente era una extraña voz tensa que me alarmó aún más. Me puse de pie. —¿Qué ocurre? Entonces levantó la cabeza. Las líneas finas que se ramificaron desde las esquinas de sus ojos fueron más profundas de lo normal cuando dijo: —Aurora... necesito hablar contigo. Alguien soltando así mi nombre de pila solo estaba destinado a cosas serias. —Me estás asustando, pero está bien —dije lentamente, mirando a Am. Nos estaba observando con recelo a los dos. Esos ojos grises estuvieron sobre mí a medida que tomaba mis manos, muy, muy gentilmente. —Entremos. Asentí y dejé que me llevara a través del patio y escaleras arriba hasta la terraza. No fue hasta que entramos que noté que Am nos estaba siguiendo. Rhodes debe haberlo notado también en ese momento porque se detuvo.
—¿Qué? Tú también me estás asustando —dijo el adolescente. —Am, esto es privado —dijo con seriedad, con esa expresión terriblemente sobria aún en su rostro. —Ora, no te importa, ¿verdad? ¿Qué iba a hacer? ¿Decir que no? ¿Decirle que no confiaba en él? —Está bien. —Tragué saliva con fuerza antes de mirar al hombre que me había convencido anoche de volver a su habitación para dormir en su cama—. No vas a romperme el corazón ni nada así, ¿verdad? Rhodes inclinó la cabeza hacia un lado, y su garganta se balanceó, asustándome aún más. Sin embargo, sus ojos estaban totalmente afligidos. —Si sirve de algo, no quiero hacerlo. Me resistí. Sus hombros cayeron. —No es lo que piensas —prosiguió con gravedad. Me sentí enferma, y suspiró. Rhodes se frotó la nuca. —Ángel, lo siento. Ya lo estoy arruinando. —Solo dime. ¿Qué ocurre? ¿Qué pasó? —pregunté—. No estoy bromeando, me estás asustando. A los dos. —Sí, papá, díselo. —El chico hizo un sonido—. Estás actuando raro. Rhodes negó con la cabeza y suspiró. —Am, cierra la puerta. El chico la cerró de un empujón y cruzó los brazos sobre el pecho. Mis manos estaban empezando a temblar un poco a medida que el miedo se apoderaba de mí mientras intentaba pensar por qué podría estar tan asustado. Lo había visto enfrentarse cara a cara con un murciélago. Había
estado a unos seis metros en el aire sin ningún problema. ¿Estaba enfermo? ¿Le pasó algo a alguien? Rhodes dejó escapar un suspiro y miró al suelo por un segundo antes de levantar la cabeza y decir: —¿Recuerdas que te conté hace un tiempo acerca de esos restos que había encontrado un excursionista? De repente, me quedé helada por dentro. —No. —Te lo dije, el día que recogiste el águila —me recordó gentilmente —. Después de eso hubo algunos artículos en el periódico. La gente estuvo hablando de eso en la ciudad. Eso no suena familiar en absoluto. Por otra parte, cada vez que surgían conversaciones sobre personas desaparecidas, generalmente las desconectaba. Cualquier esperanza que hubiera tenido de tener un cierre, de tener respuestas, había muerto hacía mucho tiempo. Tal vez era egoísta, pero me era más fácil seguir adelante, no dejarme abrumar por esos bloques de cemento de dolor, al no enfocarme demasiado en casos demasiado similares a lo que le había pasado a mamá. Durante tanto tiempo, apenas había sido capaz de manejar mi propio dolor, y mucho menos enfrentar el de los demás. Algunas personas salían del trauma con una cicatriz gruesa. Podían manejar cualquier cosa. Habían pasado por lo peor y podían recibir cualquier tipo de golpe porque sabían que podían sobrevivir. Por otro lado, estaban las personas como yo, que sobrevivieron pero con una piel más delgada que antes. Algunos de nosotros terminábamos envueltos en un órgano aún más delicado que el papel de seda, con cuerpos y espíritus impulsados solo por nuestra voluntad de seguir adelante. Y mecanismos de afrontamiento. Y terapia. —Este excursionista salió y se encontró con algunos huesos. Resultó ser un cirujano de trauma y pensó que reconoció... a algunos de ellos como
humanos. Lo reportó, y las autoridades se llevaron lo que encontró. —De acuerdo... Rhodes se humedeció los labios y apretó mis manos con un poco más de fuerza. —Compararon el ADN. Un recuerdo de esa época, unos tres años después de la desaparición de mi madre, cuando se encontraron restos y pensaron que podría ser ella, inundó mi cabeza. Nos habíamos decepcionado tanto cuando, después de que les proporcioné muestras de ADN, acordaron que no coincidían. Hace unos años, había sucedido lo mismo. Un grupo de búsqueda intentando encontrar a un excursionista desaparecido se había encontrado con una mano y un cráneo parcialmente enterrado, pero tampoco había resultado nada. Los restos eran de un hombre que había desaparecido dos años antes. Esa había sido la última vez que había tenido alguna esperanza de encontrarla. Pero lo supe. Supe antes de que dijera algo, lo que estaba a punto de salir de su boca a continuación. Mi piel empezó a hormiguear. —La oficina del forense te llamará pronto, pero esperaba que lo supieras antes por mí —dijo con cuidado, con calma, aún sosteniendo mis manos. Estaba tan distraída que no me había dado cuenta. Apreté mis labios y asentí, mis labios de repente se sintieron entumecidos. Mi pecho comenzó a hormiguear. —Sí, entiendo —dije lentamente, sabiendo... sabiendo... Soltó un suspiro, esa mandíbula cuadrada se movió de lado a lado antes de decir suavemente las últimas palabras que había esperado y, al mismo tiempo, lo único que podría haber imaginado: —Cariño, son de tu mamá. Lo había dicho. En serio lo había dicho. Repetí sus palabras en mi cabeza, luego una y otra vez.
Me mordí el labio inferior y me encontré asintiendo, rápido y durante demasiado tiempo. También estaba parpadeando rápidamente cuando mis ojos comenzaron a ponerse llorosos. Y casi no escuché el diminuto gemido ahogado que salió de mi garganta inesperadamente. Mi mamá. Mi mamá. La expresión de Rhodes decayó, y lo siguiente que supe, era que sus brazos estaban alrededor de mí y me atraían con fuerza, presionando mi mejilla contra los botones de su camisa a medida que otro sollozo estrangulado se abría paso en mi garganta. Intenté tomar aire, pero todo mi cuerpo se sacudió en su lugar. Estaba temblando. Peor que el día de la Excursión del Infierno. La habían encontrado. Finalmente la habían encontrado. Mi madre, que me había amado con todo su corazón, que no había sido perfecta pero siempre me había hecho saber que ser perfecto estaba sobrevalorado. La mujer que me había enseñado que la alegría venía en diferentes formas, tamaños y colores. La misma persona que había luchado contra una enfermedad silenciosa lo mejor que pudo durante más tiempo del que yo jamás hubiera sabido. La habían encontrado. Después de todos estos años. Después de todo… El recuerdo del momento hace veinte años, cuando me di cuenta que no me estaba contestando, me pateó justo en el centro de mi existencia. Había llorado. Grité. Aullé hasta dejar mi garganta y mi alma en carne viva. Mamá, mamá, mamá, por favor, por favor, por favor, vuelve... —Ahora puedes ponerla a descansar —susurró justo antes de que un gran grito ahogado terminara amortiguado contra su camisa—. Lo sé, cariño, lo sé.
Lloré. Saqué las lágrimas desde lo más profundo de mi cuerpo. Por todo lo que había perdido, por todo lo que ella también había perdido, pero al mismo tiempo, tal vez de alguna manera, por el alivio de que ya no tendría que estar sola. Y tal vez porque tampoco tenía que estar más sola.
Horas después, desperté en el sofá de la sala. Mis ojos se sentían hinchados y lagañosos, y dolieron cuando entrecerré los ojos. Mi cabeza estaba en el regazo de Rhodes. Estaba encorvado contra el sofá, con la cabeza apoyada en el respaldo. Una de sus manos estaba en mis costillas y la otra en la parte de atrás de mi cabeza. También me dolía la garganta, me di cuenta cuando sorbí. La televisión seguía encendida, en algún infomercial, a volumen bajo. Pero me concentré en el sillón reclinable, en el chico que se había quedado dormido. El mismo que no se había apartado de mi lado desde que Rhodes me había dado la noticia. Desde que la oficina del forense había llamado y las palabras de la mujer habían entrado por un oído y salido por el otro porque mi cerebro había estado resonando. Y eso me hizo sollozar de nuevo. Siempre había sentido que había perdido tanto. Sabía que nadie pasaba por la vida sin perder algo, a veces todo. Pero saberlo no me consoló entonces. Porque ella aun así se había ido. Nunca jamás volvería a verla. Pero al menos lo sabía, intenté razonar conmigo, no por primera vez. Al menos ahora lo sabía. No todo, pero más de lo que habría esperado. Sin embargo, una gran parte de mí aún no podía creerlo. Ahora su pérdida se sentía tan definitiva. Casi tan fresca y dolorosa como hace veinte años. Mi cuerpo y mi alma se sentían abiertos, con todas las blandas partes vulnerables expuestas.
Era como si la hubiera perdido nuevamente. Apoyé mi mejilla contra la pierna de mi Rhodes y aferré su muslo. Y lloré un poco más.
Habría querido creer que tomé la noticia tan bien como se podía esperar en los días posteriores, pero la verdad es que no lo hice. Tal vez era porque habían pasado años desde la última vez que me permití sentir una pizca de esperanza de encontrarla. Tal vez porque había sido tan malditamente feliz últimamente. O tal vez, solo tal vez, porque sentía que todo lo que me había traído hasta aquí había sido por esto. Por estas personas en mi vida. Por esta esperanza de una familia y felicidad, y aunque daría cualquier cosa por recuperar a mi madre, finalmente había llegado a algo cercano a la paz. Pero no estaba preparada para lo duro que manejé los días que vinieron. En esos primeros días después de la confirmación de Rhodes, lloré más de lo que lo hubiera hecho desde que ella había desaparecido inicialmente. Si alguien me habría pedido que les cuente lo que sucedió, solo habría podido recordar pedazos porque todo se tornó muy brumoso y me sentí tan desesperada. Lo que sabía con certeza era que después de esa primera mañana, al despertarme de nuevo en la sala de estar de Rhodes con los ojos cansados e hinchados, me senté y fui al baño a lavarme mi rostro. Cuando volví a salir, sintiéndome rígida y casi delirando, Rhodes había estado de pie en la cocina bostezando, pero al segundo en que me vio, sus brazos cayeron a los costados y me lanzó una plana mirada nivelada y preguntó: —¿Qué necesitas de mí? Eso mismo había sido suficiente para hacerme estallar otra vez. Para obligarme a inhalar un aliento tembloroso por la nariz un momento antes de
que aún más lágrimas brotaran de mis ojos. Mi rodilla había empezado a temblar, le enseñé los dientes en un fallido intento por sonreír y le dije, en un entrecortado susurro diminuto: —Me vendría bien otro abrazo. Y eso fue exactamente lo que me había dado. Envolviéndome en esos grandes brazos fuertes, sosteniéndome contra su pecho, sosteniéndome con su cuerpo y con algo más que estaba demasiado desconsolada y entumecida para sentir. Pasé ese día en su casa, duchándome en su baño y vistiéndome con sus ropas. Lloré en su habitación, sentada en el borde de su cama, en su ducha mientras el agua me golpeaba, en su cocina, en el sofá, y cuando me llevó afuera, en los escalones de su terraza mientras ese largo cuerpo sólido suyo se sentaba a mi lado durante quién sabe cuánto tiempo, alineado completamente contra mi costado. Rhodes no me perdió de vista, y Amos me trajo vasos de agua al azar, ambos vigilándome con serenos ojos pacientes. Aunque no tenía ganas de comer, me pasaron cosa pequeñas, instándome con sus iris grises. Sabía a ciencia cierta que logré llamar a mi tío para darle la noticia, a pesar de que no había sido tan cercano a mamá. Mi tía había llamado casi inmediatamente después, y lloré un poco más con ella, recordando cuando sucedió, que era posible que se me acabaran las lágrimas. Pasé la noche en la casa de Rhodes, durmiendo en el sofá con él como almohada, pero eso es todo lo que pude procesar aparte de la finalidad de la noticia que me habían dado. Pero fue al día siguiente, cuando Clara se acercó, se sentó a mi lado en el sofá y me contó lo mucho que extrañaba a su esposo. Lo difícil que era seguir adelante sin él. Apenas hablé, pero escuché cada palabra que dijo, empapándome de las lágrimas que se aferraron a sus pestañas, empapándome de su dolor mutuo por la pérdida de alguien a quien había adorado. Me dijo que me tomara todo el tiempo que necesitara, y apenas dije una palabra. Esperaba que el abrazo que compartimos hubiera sido suficiente.
No fue hasta esa noche, cuando estaba sentada en la terraza después de escribirme con Yuki de ida y vuelta mientras Rhodes se duchaba, que Amos salió y se puso en cuclillas en el escalón a mi lado. No tenía ganas de hablar y, en cierto modo, era agradable que Rhodes y Amos no fueran grandes conversadores en primer lugar, de modo que no me presionaron, no me obligaron a hacer nada que no quisiera hacer más que comer y beber. Todo ya era bastante difícil. Me dolía mucho el pecho. Pero eché un vistazo a Am y traté de esbozar una sonrisa, diciéndome como lo había hecho mil veces en los últimos días que no era como si no hubiera sabido que ella se había ido. Que había superado esto antes y volvería a superarlo. Pero simplemente dolía, y mi terapeuta había dicho que no había una forma correcta de estar de duelo. Simplemente aún no lo podía creer. Sin embargo, mi adolescente favorito no se molestó en intentar decir nada cuando se sentó a mi lado. Simplemente se inclinó, puso su brazo sobre mis hombros, y me dio un abrazo lateral que pareció durar una eternidad, aún sin decir una palabra. Solo dándome su amor y apoyo, lo que me hizo querer llorar aún más. Al final, después de unos minutos, se levantó y se dirigió al apartamento del garaje, dejándome sola allí, con mi chaqueta mandarina en la terraza, bajo una luna que había existido antes que mi madre y que estaría allí mucho después de mí. Y de alguna manera, eso me hizo sentir mejor. Solo un poco a medida que miraba hacia arriba. A medida que contemplaba las mismas estrellas que ella también tuvo que haber visto. Recordé cuando era niña y me acostaba sobre una manta con ella mientras me señalaba constelaciones que años después había aprendido que estaban mal. Y recordar eso me hizo sonreír solo un poco. A ninguno nos prometían un mañana, ni siquiera dentro de diez minutos, y estaba bastante segura que ella lo sabía mejor que nadie.
Me duele la cabeza. Me duele el alma. Y deseé por millonésima vez en mi vida, al menos, que ella estuviera aquí. Esperaba que estuviera orgullosa de mí. Fue entonces cuando estaba sentada allí con la cabeza echada hacia atrás, que escuché los acordes de una canción que conocía bien. Y entonces la voz de Amos comenzó a pronunciar las letras que conocía aún mejor. El aire frío llenó mi cuerpo tan bien como lo hicieron las palabras de la canción, con lágrimas que no sabía que aún era capaz de mojar mis pestañas a medida que escuchaba. Capté el mensaje que tenía la sensación de que estaba intentando compartir conmigo, absorbiéndolo en mi esencia misma. Un recuerdo que yo misma había compartido con todas las personas que alguna vez habían descargado la versión de Yuki. Un homenaje a mi mamá, como todas las canciones y la mayoría de mis acciones siempre había intentado serlo. Amos suplicó que no lo olviden. Ser recordado por lo que había sido, no por los pedazos en los que se había convertido. Y su voz hermosa resonó para que la persona que amaba estuviera completa, y un día estarían juntos de nuevo.
Casi una semana después de la noticia, cuando estaba en mi apartamento del garaje repasando los diarios más antiguos de mi madre, aunque a estas alturas los tenía memorizados, alguien llamó a mi puerta. Sin embargo, antes de que pudiera decir una palabra, se abrió y unos pesados pasos familiares se abrieron paso, y luego Rhodes estaba allí. Su rostro severo, sus manos en sus caderas. Se veía sombrío y maravilloso mientras estaba allí, tan firme como una montaña, y dijo: —Ángel, vamos a caminar con raquetas de nieve.
Lo miré como si estuviera malditamente loco porque aún estaba en pijama y lo último que quería hacer era salir de la casa, aunque sabía que debía hacerlo, que sería bueno para mí, que a mamá le habría encantado... Mi garganta ardió. Me encogí de hombros y dije: —No sé si hoy sería una buena compañía. Lo siento… Era la verdad. No había sido exactamente una buena compañía últimamente. Todas las palabras que por lo general llegaban tan fácilmente a mi boca se habían evaporado en su mayoría en los últimos días, y aunque nuestros silencios no habían sido incómodos, habían sido extraños. Había pasado sentía últimamente, consciente que no sintiéndome bien al marea cambiante.
tanto tiempo desde que me había sentido como me que aunque sabía que lo superaría y era plenamente era algo de la noche a la mañana que despertaría azar, aún estaba como flotando en el agua contra una
No podía encontrar la salida. Estaba de duelo, y una parte de mí reconocía y recordaba que había etapas. Aquella de la que nadie te hablaba era la último en la que sentías todo a la vez. Era la más difícil. Y no quería poner eso en Rhodes. No quería ponérselo a nadie. Todos me conocían como una persona alegre y feliz en su mayor parte. Sabía que volvería a ser feliz tan pronto como se desvaneciera la peor parte de esto (porque lo haría, lo sabía y me lo había recordado), pero aún no estaba allí. No con la pérdida de mi madre sintiéndose tan fresca otra vez. Estaba exhausta por dentro, y esa era probablemente la mejor manera de describirlo. Pero este hombre que había dormido a mi lado todas las noches durante la última semana, ya sea en su sofá cuando nos quedábamos dormidos en silencio, o quien me convencía para ir a su habitación, inclinó la cabeza hacia un lado a medida que me acogía. —Está bien. No necesitas hablar si no quieres.
Parpadeé. Tragué saliva con fuerza antes de soltar un bufido, que incluso sonó triste. ¿Eso no era exactamente lo que le había dicho meses atrás? ¿Cuándo se había enfadado con su padre? Rhodes debe haber sabido exactamente lo que estaba pensando porque me dio una sonrisa amable. —Te vendría bien el aire fresco. Así era. Incluso mi antigua terapeuta, cuyo número había encontrado hace un par de días y solo había dudado durante una hora antes de llamar (se acordaba de mí, lo cual no era sorprendente considerando que había ido con ella durante cuatro años) me lo había dicho. Sería bueno para mí salir. Pero aun así vacilé antes de volver a mirar el diario en mis manos. Rhodes había sido más que maravilloso, pero me había estado sintiendo de muchas maneras. Últimamente había estado allí lo suficiente para mí; tampoco quería presionarlo. Rhodes inclinó la cabeza hacia el otro lado, observándome de cerca. —Vamos, camarada. Si fuera yo, me dirías lo mismo —dijo. Tenía razón. Y solo eso fue suficiente para hacerme asentir y vestirme. Antes de todo lo que había pasado, le dije que algún día quería probar caminar con raquetas de nieve. Y parte de eso atravesó mi estado de ánimo, recordándome la suerte que tenía de tenerlo. De la suerte que tenía por muchas cosas. Tenía que seguir intentándolo. Rhodes no se fue; se sentó en la cama mientras me cambiaba los pantalones allí mismo frente a él, demasiado perezosa para siquiera molestarme en ir al baño. No dijo ni una palabra a medida que me asentía para preguntarme si estaba lista, le respondí con la cabeza que sí y nos fuimos. Fiel a su palabra, tampoco habló ni intentó convencerme.
Rhodes condujo hacia la ciudad, girando a la izquierda por una carretera del condado y estacionando en un claro con el que estaba familiarizada porque lo había pasado antes cuando había salido de excursión. Sacó dos juegos de raquetas de nieve de la parte trasera de su Bronco, y me ayudó a ponérmelas. Entonces, y solo entonces, tomó mi mano y comenzó a guiarnos hacia adelante. Nos movimos en silencio, y en algún momento, me entregó un par de gafas de sol que debe haber tenido en el bolsillo de su chaqueta porque lo único que había traído en su mochila eran botellas de agua y una lona. Ni siquiera me había dado cuenta que estaba entrecerrando los ojos con el sol reflejándose en la nieve, pero las gafas de sol ayudaron. El aire estaba tan fresco que se sentía más limpio que nunca, y llené mis pulmones con tanto como pude cada vez que tuve la oportunidad, dejando que me relaje a su manera. Continuamos, y tal vez si me hubiera sentido mejor, habría apreciado aún más lo bien que funcionaban las raquetas de nieve o lo bonito que era el campo por el que estábamos atravesando... pero estaba haciendo mi mejor esfuerzo. Y eso era todo lo que podía hacer. Estaba aquí, y una parte de mi cerebro sabía que eso importaba. Finalmente nos detuvimos en la cima de una colina aproximadamente una hora después, y él extendió la lona sobre la nieve y me indicó que la subiera. Apenas me había sentado cuando ocupó el lugar a mi lado y dijo con esa voz ronca suya: —Sabes que no estuve presente en ninguna de las primeras veces de Amos. Crucé las piernas debajo de mí y miré a Rhodes. Estaba sentado con sus piernas largas estiradas frente a él, las manos plantadas a unos centímetros detrás de él, pero lo más importante, me estaba observando. La luz del sol se estaba reflejando en su hermoso cabello plateado, y no podía pensar en un solo hombre que hubiera visto que fuera más atractivo que él. Era el mejor, en serio, y eso hizo que me doliera la garganta de una manera que no estaba mal.
—No estuve allí para su primera palabra o la primera vez que caminó. El primer día que usó el baño solo o la primera noche que no tuvo que usar pañales para dormir. Porque él se había ido, viviendo en una costa lejos de Colorado. —Am no lo recuerda, e incluso si lo hiciera, no estoy seguro si le importara, pero solía molestarme mucho. Aún me molesta cuando lo pienso. —Las arrugas de su frente se hicieron más profundas—. Solía enviarles dinero: a Billy y Sofie. Por las cosas que podría necesitar, a pesar de que ambos dijeron que las tenían, pero él también era mío. Solía ir a visitarlo cada vez que tuve la oportunidad. Todas las vacaciones, en cualquier momento que pudiera hacerlo, incluso si solo era por un día entero. Me dijeron que hice lo suficiente, dijeron que no tenía que preocuparme por eso, y tal vez eso debería haber sido lo suficientemente bueno para mí, pero no lo era. »Le tomó hasta que tuvo casi cuatro años para comenzar a llamarme papá. Sofie y Billy lo corregían cada vez que me llamaba Rows, no podía pronunciar Rhodes, y así me llamaban, pero le tomó mucho tiempo comenzar a llamarme de otra manera. Solía ponerme celoso cuando lo oía llamar papá a Billy. Sabía que era una estupidez. Billy estuvo con él todo el tiempo. Pero aun así dolió un poco. Le enviaría regalos cuando veía algo que podría gustarle. Pero igual me perdí cumpleaños. Igual me perdí su primer día de clases. Me perdí todo. »Cuando tenía nueve años, se quejó de que fueran a visitarme durante el verano en lugar de ir a “hacer algo divertido”. Eso también hirió mis sentimientos, pero sobre todo me hizo sentir culpable. Culpable de no haber estado lo suficientemente cerca. Culpable de no haberme esforzado lo suficiente. Lo había querido. Pensé en él todo el tiempo. Pero no quería dejar la Marina. No quería volver aquí. Me gustaba tener algo confiable en mi vida, y durante mucho tiempo, eso fue mi carrera. Y eso me hizo sentir más culpable. No quería renunciar a lo uno ni a lo otro, incluso aunque supiera lo que era más importante, lo que importa en realidad, y ese es mi hijo, y siempre va a ser él. Pensé que sabía que eso era suficiente.
Rhodes dejó escapar un suspiro antes de mirarme, parte de su boca subió un poco hacia ese giro que conocía demasiado bien. —Una parte de mí espera poder compensarlo. Que será suficiente con estar aquí ahora, pero no sé si será así. No sé si él lo recordará y pensará que medio conseguí ser su padre. No es que no fuera importante para mí. Por eso lo intento, así al menos sé que lo hice. Que hice todo lo que se me ocurrió para estar allí por él, pero ¿cómo voy a saberlo, verdad? Tal vez sea un anciano cuando decida. Tal vez no. »Mamá ni siquiera intentó ser una buena madre. No puedo pensar en un solo recuerdo positivo de ella. Mi hermano mayor lo hace, creo, tal vez también aquel que está justo después de él, pero eso es todo. Nunca miraré atrás y pensaré en ella con cariño. No siento que extrañe nada de ella, y eso es una mierda. Me siento mal por ella, por lo que tuvo que haber pasado, pero tampoco lo pedí, y de todos modos me tocó. Pero Amos, lo pedí. Lo quería. Quería hacerlo mejor de lo que sabía. Me estiré detrás de él y tomé su palma en la mía, y cuando eso no pareció suficiente, también acuné el dorso con mi otra mano, envolviéndolo completamente con la mía. Apretó en respuesta, sus ojos grises recorrieron mi rostro. —Quizás esa es la cosa de ser padre: puedes esperar que lo que has hecho sea suficiente. Si te importa. Esperas que el amor que les das, si realmente lo intentaste, permanezca con tu hijo cuando sea mayor. Que puedan mirar hacia atrás en lo que hiciste y estar contentos. Esperas que conozcan la felicidad. Pero no hay forma de saberlo, ¿verdad? Este hombre... no sabía lo que habría hecho sin él. Asentí, apretando mis labios, mientras las lágrimas inundaban mis ojos. Bajé mi cabeza lentamente, hasta que su puño descansó contra mi mejilla, y le dije con voz ronca: —Rhodes, él te ama. No hace mucho me dijo que quería que seas feliz. Desde el momento en que los conocí a los dos, me di cuenta que lo amabas más que a nada. Estoy segura que por eso Billy y Sofie no te
acosaron ni te dijeron que debías preocuparte. Si no hubieras estado haciendo lo suficiente... si no hubieras estado allí para él lo suficiente... estoy segura que habrían dicho algo. —Intenté tomar aliento, pero se entrecortó—. Los padres buenos no tienen que ser perfectos. Simplemente amas a tu hijo incluso cuando no lo es. El estrangulamiento que se apoderó de mi garganta fue repentino y severo, el deslizamiento de varias lágrimas más humedeciendo mis mejillas. Hipé; y luego volví a hipar. Y algo (su mano, tenía que ser su mano) acarició la parte posterior de mi cabeza, sus dedos peinaron mi cabello suelto; no lo había cepillado desde que me duché. Sus palabras fueron suaves cuando dijo: —Lo sé. Sé que la extrañas. Así como puedes decir que amo a Am, puedo decir que amabas a tu madre. —En serio lo hice. En serio lo hago —concordé, sollozando, sintiendo mi pecho crujir con amor y dolor—. Es solo que finalmente se siente... definitivo, y me entristece, pero también me enoja. Acarició mi cabello y luego mis mejillas, una y otra vez, mis lágrimas se derramaron eventualmente a través de sus dedos, sobre el dorso de sus manos mientras sujetaba mi rostro. Abriendo una presa con tantas de las palabras que había compartido con mi terapeuta durante los últimos días. Pero con él era diferente. —Rhodes, estoy tan enojada. Con todo. Con el mundo, con Dios, conmigo y, a veces, incluso con ella. ¿Por qué tuvo que ir a esa estúpida caminata de mierda en primer lugar? ¿Por qué no pudo haber seguido el sendero que había planeado tomar? ¿Por qué no había esperado a que fuera con ella? ¿Sabes? Odio estar enojada, y odio estar triste, pero no puedo evitarlo. No lo entiendo. Me siento tan confundida —dije apresuradamente, tomando una de sus manos y apretándola con fuerza—. Al mismo tiempo, me alegro mucho que la hayan encontrado, pero la extraño, y me siento tan culpable otra vez. Culpable por cosas que he resuelto, cosas por las que sé que no debería sentirme mal. Que nada de lo que pasó fue culpa mía, pero... duele. Todavía. Y siempre va a doler. Sé eso. Se supone que debe hacerlo.
Porque no amas a alguien y lo pierdes y continúas entero por el resto de tu vida. »También me pregunto… ¿lo sabía? ¿Sabía que la amaba? ¿Sabe lo mucho que la extraño? ¿Lo mucho que aún deseo que esté cerca? ¿Sabe que resulté bien en su mayor parte? ¿Que tenía gente que me amaba y me cuidaba, o se preocupaba por lo que iba a pasar? Espero que sepa que todo salió bien, porque no puedo soportar pensar que estaba preocupada. Mi voz se quebró una y otra vez, la mayoría de mis palabras eran divagantes y probablemente ininteligibles, mis lágrimas empapaban la piel de la mano que aún tocaba mis mejillas. Rhodes inclinó mi rostro hacia arriba y me miró con esos increíbles ojos grises. Cuando intenté bajar la barbilla, me retuvo allí. Todo en él tan enfocado, tan intenso, como para no dejar espacio para malinterpretarlo. —No sé nada de eso, pero si eras como eres ahora cuando eras más joven, tenía que saber cómo te sentías por ella. Estoy seguro que ser amada por ti tuvo que haber iluminado su vida —susurró con cuidado y voz ronca. Tragué saliva con fuerza por un momento antes de hundirme, antes de inclinarme y descansar un lado de mi rostro contra su hombro. Y Rhodes... el maravilloso, espléndido Rhodes, deslizó sus brazos debajo de mí y me acomodó en su regazo, sin esfuerzo, tan sin esfuerzo, un brazo se aferró a mi espalda mientras el otro se curvó alrededor de mi costado. Y me instalé allí mismo, encima de él. —Está bien estar triste. También está bien estar enojado. Presioné mi nariz contra su garganta. Su piel era suave. —Mi ex solía frustrarse mucho conmigo cuando tenía días malos. Cuando estaba muy triste. Diría que ya había sufrido bastante y que mamá no querría que aún esté tan triste, y eso lo empeoraría. Por lo general, estoy bien, pero a veces, simplemente no lo estoy, y son cosas aleatorias las que me hacen enojar. Quiero vivir, quiero ser feliz, pero la extraño y la quiero de vuelta.
Una de sus manos grandes acunó mi cadera y pude sentir el latido constante de su corazón contra mi nariz. —Pensé que habíamos decidido que tu ex era un idiota —murmuró Rhodes—. Espero que algún día, si me voy, alguien me ame lo suficiente como para extrañarme por el resto de su vida. Me estaba matando. En serio, lo hacía absolutamente. Resoplé un poco contra su garganta, hundiéndome aún más en la pared cálida de su cuerpo. —Mi perro, Pancake, murió hace unos años y aún me provoca sentimientos cuando pienso en él. Me digo que no puedo conseguir otro perro porque no estoy lo suficientemente en casa, pero entre nosotros, considerarlo en primer lugar me hace sentir que estoy siendo desleal con él. —Juraría que pasó sus labios por mi frente a medida que me abrazaba aún más cerca—. No tienes que esconder nunca tu dolor. No de mí. Algo doloroso y maravilloso aguijoneó mi corazón. —Tú tampoco. Lamento lo de Pancake. Era el de la foto que te di, ¿verdad? Estoy segura que era increíble. Quizás, si alguna vez quieres, puedes mostrarme algunas fotos más de él. Me gustaría verlas. La voz de Rhodes se tensó. —Lo era y lo haré —prometió. Empujé mi rostro aún más cerca de su garganta, y me tomó minutos antes de que pudiera juntar más palabras. —Mamá querría que sea feliz, lo sé. Me diría que no era como si no supiera que ella no quería dejarme. Me diría que no pase más tiempo estando enfadada y que, en cambio, viva mi vida. Lo sé. Sé en mi corazón que todo lo que pasó fue un accidente y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. Y estoy realmente feliz con el lugar donde estoy ahora. Es simplemente difícil... —Oye —dijo—. Algunos días andas agarrando águilas como si fueran gallinas, y algunos días corres gritando lejos de murciélagos
inocentes. Ángel, me gustas en ambas maneras. De todas formas. Un estrangulamiento que era una mezcla de dolor y risa estalló fuera de mí, y juraría que sus brazos se apretaron aún más. No pude evitar abrazarlo con fuerza en respuesta. —Solo… en realidad solo deseo… espero que sepa lo mucho que la amo. Lo mucho que desearía que estuviera aquí. Pero también, que si se suponía que iban a pasar todas estas mierdas... me alegra que me hayan traído aquí. —Mis dedos se curvaron alrededor de su antebrazo—. Rhodes, me alegra que estés aquí. Estoy tan feliz de que estés en mi vida. Gracias por ser tan bueno conmigo. Su mano acarició mi cabello, y su pulso latió bajo mi mejilla, y apenas pude escucharlo cuando dijo: —Aquí estoy, siempre que me necesites. Aquí mismo. Me aferré a él y bajé la voz: —No se lo digas a Yuki, pero ahora eres mi mejor amigo. Su garganta se balanceó contra mí, y no me imaginé lo ronca que salió su voz cuando dijo: —Cariño, también eres mi mejor, mejor amiga. —Su siguiente trago fue igual de duro, su voz aún más áspera, pero sus palabras fueron las más suaves y genuinas que jamás hubiera escuchado—: En serio extrañé oírte hablar, ¿lo sabías? Y fue entonces, con mi rostro contra su garganta, su cuerpo cálido debajo y alrededor del mío que le conté algunos de mis mejores recuerdos de mi madre. De lo hermosa que era. De lo graciosa que podía ser. De cómo no había tenido miedo de nada, o al menos así me había parecido. Hablé, hablé y hablé, y él escuchó, escuchó y escuchó. Y lloré un poco más, pero estuvo bien.
Porque él tenía que tener razón. El dolor era la última forma que teníamos para decirles a nuestros seres queridos que habían impactado nuestras vidas. Que los extrañábamos tanto, tantísimo. Y no había nada de malo en que llore a mamá por el resto de mi vida, incluso mientras llevaba su amor y vida en mi corazón. Tenía que vivir, pero también podía recordar en el camino. Las personas que perdemos se llevan una parte de nosotros con ellos... pero también nos dejan una parte de sí mismos.
En los días que siguieron, con mi dolor aún enroscándose alrededor de mi corazón, pero con un conocimiento y una fuerza que había sacado del fondo de mi alma, hice todo lo posible por mantener la barbilla en alto. Incluso si no era fácil. Pero cada vez que comencé a sentir que el arrastre me empujaba hacia un lugar en el que había estado antes, intenté recordarme que era la hija de mi madre. Quizás estaba un poco maldita, pero podría ser peor. De alguna manera, era una de las personas afortunadas. Y traté de no dejarme olvidarlo. Las personas que me importaban y amaba tampoco me dejaron olvidarlo, y estaba bastante segura que eso es lo que más me ayudó. Cuando llegó el momento, hice que incineraran los restos de mi madre y pasé mucho tiempo pensando qué hacer con ellos. Quería hacer algo para en realidad honrar su espíritu. Y eso vino en dos formas. La idea de convertir sus cenizas en un árbol vivo había sido idea de Amos. Se me acercó un día, deslizó una copia impresa de una urna biodegradable sobre la mesa y se dirigió a su habitación tan silenciosamente como la había dejado. Y se había sentido bien. A mi madre le habría encantado ser un árbol, y cuando se lo conté a Rhodes, él estuvo de acuerdo
en que podríamos encontrar fácilmente un lugar para plantarla. Hicimos planes para elegir algún lugar durante el verano y hacerlo. La segunda idea vino de Yuki al día siguiente. Encontró una empresa que enviaría las cenizas de un miembro de la familia al espacio. Y sabía sin lugar a dudas que a mi madre intrépida le habría encantado. Supuse que mi maldito dinero no podría haberse gastado mejor que en eso. Incluso podría ir a ver el lanzamiento. Me dolían el corazón y el alma, pero no podía haber dos formas más perfectas de despedirme del cuerpo físico de mi madre. Así que, no había esperado llegar a casa un día del trabajo para encontrar un montón de autos estacionados frente a la casa principal. Al menos siete de ellos, y aparte del de Rhodes, solo reconocí el de Clara y Johnny. Ella se había ido temprano y me dejó cerrar, alegando que tenía que hacer algo con su padre. Me había tomado casi dos semanas del trabajo después de enterarme de lo de mi madre y habría manejado la tienda sola todo el día todos los días, de lo culpable que me sentía por dejarla con ese tipo de carga. No lo había pensado dos veces. Pero ver su auto con el de Johnny, y luego otros cinco autos con varias placas, me desconcertó por completo. Rhodes no era el tipo de hombre que invitaba a nadie más que a Johnny, e incluso eso no era frecuente. Su camioneta de trabajo y el Bronco también estaban allí, horas antes de lo que deberían haber estado. Esa mañana me había dicho, mientras se preparaba para el trabajo, que permanecería cerca y estaría en casa a eso de las seis. Estacioné mi auto más cerca del apartamento del garaje en el que apenas había pasado un tiempo últimamente y agarré mi bolso antes de cruzar a la casa principal, confundida. La puerta principal estaba desbloqueada, y entré. El sonido de varias voces hablando me sorprendió aún más. Porque las reconocí. Cada una.
Y aunque había estado llorando mucho menos recientemente, las lágrimas brotaron instantáneamente de mis ojos cuando crucé el vestíbulo y entré en la sala de estar principal. Ahí es donde estaban todos. En la cocina y alrededor de la mesa. En la sala de estar. La televisión estaba encendida, y había una foto de mi madre de veintitantos escalando una formación rocosa que me habría hecho orinarme encima. La imagen cambió a otra de las dos. Era una presentación de diapositivas, comprendí antes de que aún más lágrimas se derramaran, cayendo por mis mejillas con sorpresa absoluta. Estaba abrumada. Porque en la sala de estar de Rhodes, en su casa, estaban mis tíos. Todos mis primos, sus esposas, y un par de sus hijos. Allí estaban Yuki y su guardaespaldas, su hermana Nori y su madre. Allí estaban Walter y su esposa, y Clara, el señor Nez y Jackie. Y justo al lado de Johnny estaba Amos. Moviéndose hacia mí desde esa misma dirección estaba Rhodes, y no sé si me atrajo en un abrazo o si me arrojé como siempre parecía estar haciendo, pero ahí estábamos un segundo después. Rompiendo a llorar con un sentimiento de alegría agridulce, directo sobre él. Después de muchas más lágrimas y más abrazos de los que recordaba haber recibido a la vez, pude celebrar la vida de mi madre con las personas que más amaba en el mundo. En realidad, era una de los afortunados, y no me permitiría olvidarlo. Ni siquiera en los días malos. Me lo prometí entonces. Y todo era por mi mamá.
CAPÍTULO 32 —¡Buena suerte, Am! ¡Puedes hacerlo! ¡Puedes hacer cualquier cosa! —grité fuera del auto a la figura alejándose y que acabábamos de dejar junto al auditorio de su escuela. Saludó con la mano pero no miró por encima del hombro, y detrás del asiento del conductor, Rhodes se rio entre dientes casi distraídamente. —Está nervioso. —Sé que lo está, y no lo culpo —dije antes de subir la ventana al momento en que atravesó las puertas dobles—. Estoy nerviosa por él. Casi sentía que también iba a presentarme. Podría haber tenido más náuseas que Am. Pero di la bienvenida a las mariposas que obtuve por Amos porque no estaban mal. El último mes y medio no había sido fácil, pero estaba sobreviviendo. De hecho, más que sobreviviendo. Lo estaba haciendo bastante bien en su mayor parte. Había tenido días buenos, y tuve días en los que esta sensación nueva de dolor por mi madre me hizo difícil respirar, pero tuve gente con quien hablar de eso, y la misma esperanza que tenía en mi corazón por el futuro había vuelto a florecer, lenta pero segura. Había sido el señor Nez quien me había dicho algo el día que celebramos su vida que en realidad se había quedado en mis pensamientos. Él había dicho que la mejor manera en que podía honrar su vida era viviendo la mía, siendo lo más feliz posible. Mi corazón no había estado listo para aceptarlo en ese entonces, pero mi cerebro sí. Lenta pero seguramente, la verdad en ellas se había filtrado en el resto de mí. Era una pequeña tirita impermeable para una herida grande, pero había ayudado.
—Yo también —concordó Rhodes antes de girar el volante y regresar al estacionamiento donde se suponía que debíamos estacionar. No por primera vez, noté que miraba por el espejo retrovisor con el ceño fruncido. Amaba todas sus expresiones faciales, incluso si esa específicamente no la entendía. Llegamos una hora antes para el inicio del concurso de talentos, pero ninguno de los dos había visto el sentido de conducir todo el camino de regreso a casa solo para dar la vuelta quince minutos más tarde. Su teléfono sonó, lo sacó del bolsillo y me lo entregó mientras seguía conduciendo. —Es tu papá. Dice que está en camino y estará aquí en quince minutos —dije a medida que le enviaba una respuesta al hombre mayor. Rhodes iba a retorcerme el cuello por prometerle que le guardaría un asiento a su padre para el concurso de talentos, pero Randall lo estaba intentando y le daría crédito. Rhodes aún no estaba totalmente de acuerdo con hacer un esfuerzo a cambio. Pero tenía el presentimiento que con el tiempo cedería, por amor a Am. Para que él tuviera otro abuelo. No se podían borrar años de una relación inestable con solo unos pocos ejemplos de esfuerzo. Una parte de mí esperaba que no se enterara que yo fui quien le contó a Randall sobre el concurso de talentos cuando nos encontramos en Home Depot en Durango, pero valía la pena el riesgo. No era como si de hecho se enojara conmigo. Al menos, no por eso. Rhodes gruñó cuando se estacionó y luego se tomó su tiempo para mirarme, una brecha diminuta se formó entre sus cejas. Esos ojos grises vagaron por mi rostro como lo hacían con bastante frecuencia, como si estuviera intentando leerme. Era muy sutil al respecto, pero si se daba cuenta que me estaba sintiendo deprimida, intentaba animarme a su manera. Algunas de esas formas habían incluido mostrarme cómo cortar leña cuando le habían entregado dos paquetes enteros. En otra ocasión me había llevado a caminar con raquetas de nieve hasta las cuevas de hielo. Pero mi
forma favorita era cuando usaba ese increíble cuerpo por la noche para hacer que mis endorfinas se activen. Era consuelo y unión, todo en uno. Lo amaba tanto que ni siquiera mi dolor podía silenciar lo que sentía por él. Y sabía sin lugar a dudas que mi madre se habría sentido tan feliz de que hubiera encontrado a alguien como él. —¿Cómo te estás sintiendo? —preguntó. No tuve que pensar en eso. —Estoy bien. Esos ojos grises se desplazaron por mi rostro. —Solo me aseguro. —Tomó mi mano—. Te vi mirando por la ventana en la cocina antes de irnos. Había estado haciendo eso. Me había sorprendido haciéndolo menos durante las últimas dos semanas. Mi cuerpo y cerebro habían tenido tiempo para afrontarlo. La visita sorpresa de mis seres queridos también me había ayudado mucho. Me había recordado una vez más lo mucho que aún tenía, mucho más amor del que algunas personas llegarían a conocer. —No, estoy bien, lo prometo. Estaba pensando en lo curiosas que resultan a veces las cosas. Tal vez si hubiera esperado para reservar tu apartamento del garaje, alguien más podría haberlo hecho y nunca nos habríamos conocido. —Y yo que castigué a Am por seis meses, y era una de las dos mejores cosas que me han pasado. La otra era Amos, lo sabía. Y sonreí. Había muchas cosas por las que valía la pena sonreír. —Por cierto, ese día me asustaste mucho. Su boca se torció.
—Tú también me asustaste mucho. Pensé que ibas a irrumpir en la casa. —Aun así, me asustaste más. Estabas como a dos pasos de que te rociara con gas pimienta —dije. La boca de Rhodes se extendió en una sonrisa preciosa. —No tanto como me asustaste ese día que gritabas a todo pulmón en medio de la noche, todo por culpa de un dulce murciélago diminuto. —¿Dulce? ¿Estás drogado? Su risa hizo que mi corazón latiera con fuerza. Me incliné y lo besé, y esa ridícula boca de labios carnosos se abrió y me besó profundamente a cambio. Nos separamos, y le sonreí a medida que me miraba con ternura, pero al momento en que pudo, sus ojos se posaron en el espejo retrovisor. —¿Estás bien? —pregunté. La boca de Rhodes se tensó. —Creo que alguien nos ha estado siguiendo. Me volví en el asiento para mirar por la ventana trasera, pero no vi nada. —¿Crees? ¿Por qué? —Sí. Es un todoterreno negro. Lo noté justo cuando salimos del camino de entrada. Vinieron hacia nosotros y dieron un giro en U casi de inmediato. Nos ha estado siguiendo desde entonces —explicó—. Podría ser una coincidencia, pero no lo parece. Toqué su mano. —No tengo acosadores. ¿Y tú? Eso hizo que una esquina de su boca se alzara al mismo tiempo que sus dedos aterrizaron sobre los míos.
—Ninguno que yo sepa. Mantente cerca, ¿quieres? Accedí, y salimos. El clima había cambiado durante un par de días más cálidos, pero aún tenía mi chaqueta de plumas puesta: la de color mandarina que me había regalado por Navidad y había dicho que me hacía parecer como un sol andante. Rhodes rodeó el capó y se acercó a donde lo estaba esperando en medio del estacionamiento. Deslizó su brazo sobre mi hombro y me mantuvo ahí, junto a ese cuerpo largo que me hacía pensar en la seguridad, el hogar y el amor. Pero sobre todo en el futuro. Para ser un hombre tan sereno y reservado, no era tacaño con su afecto. Una parte de mí pensaba que él sabía lo mucho que lo necesitaba y por eso lo esparcía en todo. Incluso había pillado a Am luciendo un poco raro a veces cuando le pasaba un brazo por el hombro al azar o le decía que estaba orgulloso de él por las cosas más pequeñas posible. Lo amaba tanto. Y estaba totalmente consciente del hecho de que había estado moviendo mis cosas a su casa lentamente. No estaba segura si estaba intentando ser disimulado o simplemente dándome espacio para acostumbrarme a la idea, pero me hizo ahogarme cuando noté que aparecieron cosas pequeñas que no había traído por mi cuenta. Rara vez usaba la palabra con A, pero no era necesario. Sabía cómo se sentía así como sabía mi propio nombre. Y eso era exactamente en lo que estaba pensando cuando escuché lo último que habría esperado en mi vida. —¡Roro! Mi cerebro reconoció la voz instantáneamente, pero mi cuerpo y mi sistema nervioso tardaron un segundo en ponerse al día. En aceptarlo. Pero no me quedé helada. Mi corazón no empezó a latir con fuerza.
No comencé a sudar ni a ponerme nerviosa al instante. En cambio, fue Rhodes quien redujo primero la velocidad. Aquel que, una vez que estuvimos sobre la acera que corría alrededor de la escuela, se detuvo y nos dio la vuelta lentamente. Cómo parecía saber que el “Roro” era por mí, no tenía idea, pero lo hizo. Y estaba bastante segura que ambos vimos la figura corriendo por el estacionamiento con un hombre enorme detrás de él al mismo tiempo. Fueron mis ojos los últimos en procesar quién había llamado mi nombre. Kaden. Era Kaden corriendo con su guardaespaldas, Maurice, detrás de él. No conocía bien a Maurice, lo habían contratado justo antes de que me echaran, pero aun así lo reconocí. Con una parka abultada y jeans, en los que apuesto a que se había gastado mil dólares, el hombre con el que había desperdiciado catorce años de mi vida vino corriendo a toda prisa. Cómo diablos me reconoció ahora que había dejado que mi color natural de cabello volviera a crecer, no tenía ni idea. Quizás su madre le había dicho. Quizás Arthur o Simone lo habían hecho. Tenía el mismo aspecto de siempre. Arreglado. Bien vestido. Fresco y rico. Pero al momento en que estuvo más cerca, noté las bolsas debajo de sus ojos. No eran bolsas normales como el resto de los humanos, pero para él, eran algo. También había algo en su expresión de ansiedad. El todoterreno negro que Rhodes había visto. Ese había sido él. Lo sabía. —Lo siento, Rhodes —susurré, inclinándome un poco hacia él, intentando decirle que era a él a quien quería, por quién estaba aquí. Sabía que Rhodes sabía quién era.
—Ángel, no hay nada que lamentar —respondió justo cuando Kaden resopló y disminuyó la velocidad a medida que se acercaba. Me estaba mirando con los ojos totalmente abiertos de color marrón claro, jadeando. —Roro —dijo, como si no lo hubiera escuchado la primera vez. El brazo alrededor de mis hombros no fue a ninguna parte cuando le pregunté como si fuera un cliente que habíamos prohibido en la tienda: —¿Qué estás haciendo aquí? Kaden parpadeó lentamente, sorprendido, o... ¿sabes qué? Me importaba una mierda. —Vine... necesito hablar contigo. —Respiró profundo. Su guardaespaldas se detuvo en seco a un par de pasos detrás de él—. ¿Cómo estás? —jadeó. Su mirada intentó devorarme, pero ya no era comestible—. Vaya. Olvidé lo hermosa que eres con tu color de cabello natural. Definitivamente no iba a tocar ese comentario hipócrita ni con un palo de tres metros. Nunca me defendió ni una vez cuando mis raíces comenzaron a crecer de nuevo y su madre me regañaba por no hacer una cita en el salón. Si me hubiera importado lo suficiente como para repasar mis recuerdos, me habría dado cuenta que nunca me había defendido contra ella, punto. No tenía en mi corazón estar amargada, enojada o incluso ser una perra. Simplemente ya no me importaba. —Estoy genial. Verlo era... simplemente extraño. Supongo que, como un déjà vu. Como si hubiera vivido otra vida y supiera que debería haber sentido algo por él, pero no lo hacía. No había nada en mi corazón mientras veía su rostro limpio y su cabello bien peinado. Y era malditamente seguro que no sentí nada cuando él me devolvió lo mismo.
Pero no quería estar aquí. No quería tener esta conversación. Ni siquiera un poquito. Y necesitaba cortar esto de raíz lo antes posible. —Kaden, ¿por qué estás aquí? Le dejé muy claro a tu madre lo que sucedería si alguna vez volvía a verlos. Intenté mantenerlo simple, aunque no podía creer que él estuviera de hecho aquí. Pero dio un paso adelante, y finalmente miró a Rhodes. Su garganta se balanceó. Luego se balanceó de nuevo cuando se fijó en el brazo descansando sobre mis hombros. Notando la forma en que estaba frente al hombre a mi lado, apoyada contra él. La inhalación de Kaden fue rápida y aguda. —Ella no sabe que estoy aquí. ¿Podemos hablar? —preguntó, decidiendo ignorar mi comentario. Parpadeé. Y ese parpadeo debe haber dicho exactamente lo que estaba pensando: no, no quiero hablar contigo, porque se apresuró a seguir, sin aliento: —Vine a verte. Solo le tomó casi dos años, pensé y estuve a punto de reír. Dos años después y aquí estaba. ¡Aquí! ¡Dios bendiga América! ¡Debo ser tan afortunada! Ahora sabía mejor que hace seis meses que la vida era demasiado corta para esta mierda. Hice lo mejor que pude para no hacer una mueca; quería que esto terminara. —También tu madre, y le dije que no tengo absolutamente ningún interés en verlos o hablar con ustedes nunca más. Lo dije en serio. Lo dije en serio entonces, lo digo en serio ahora, y lo voy a decir en serio dentro de
unos años. No somos amigos. No te debo nada. Lo único que quiero hacer es entrar —expliqué con tanta calma como pude. La cabeza de Kaden se echó hacia atrás, luciendo genuinamente herido. Tuve que luchar para no poner los ojos en blanco. —¿No somos amigos? No sabía lo que decía de mí que casi me reí de lo ridícula que era esta conversación. Había pasado por mucho y esto... esto era tan estúpido. —Voy a decir esto sin la intención de querer herir tus sentimientos, porque simplemente no me importa lo suficiente como para molestarme en hacer eso, pero sí, no somos amigos. Dejamos de ser amigos hace mucho tiempo. Nunca más volveremos a ser amigos y, sinceramente, no sé por qué estás aquí después de tanto tiempo. Como le dije a tu madre, no hay nada que quiera saber de ninguno de los dos. —Pero yo... Lo interrumpí. —No. —Pero... —No —dije—. Escucha. Déjame vivir mi vida en paz. Estoy feliz. Ve a ser feliz o no seas feliz. Ya no es de mi incumbencia. No me importa. Déjame. En. Paz. Kaden Jones, la Estrella del Año de la Música Country dos veces seguidas hace una década, frunció el ceño de una manera que me recordó a un niño pequeño cuando sus rasgos se transformaban en una expresión de asombro. —¿Qué? ¿Cómo se las podía arreglar para seguir actuando sorprendido? ¿Qué esperaba? Justo cuando pensé que nada podría sorprenderme más, sucedió.
Hoy había sido un día bastante bueno después de una serie de días de mierda, y no iba a dejar que se fueran al infierno. —Kaden, me escuchaste. Vete a casa. Vuelve de gira. Ve a hacer lo que sea que estabas haciendo antes de venir aquí. No quiero hablar contigo. No me interesa verte. No hay nada que puedas decir o hacer que me haga cambiar de opinión. Lo dije en serio, todos ustedes deben dejarme en paz. Te llevaré a ti, a tu madre y a todos los que conoces a la corte si no me dejas vivir mi vida en paz. Era como si recordara que su guardaespaldas estaba observando, o tal vez le importaba que Rhodes estuviera viendo que esto sucedía, pero el rostro pálido de Kaden se sonrojó de ira y vergüenza. Dio un paso más cerca, con la mirada amplia, luciendo casi tan desesperado por primera vez. —Roro, no puedes decir eso. He estado intentando comunicarme contigo durante meses. Durante meses. Habían pasado meses desde la última vez que me envió un mensaje. ¿Meses desde que descubrieron dónde estaba, y solo apenas es que se disponía a venir a verme? ¿Acaso eso no decía más de lo que cualquiera de sus palabras podía decir? La mano de Rhodes frotó la parte superior de mi brazo, y alcé la vista para verlo mirándome con una expresión extremadamente en blanco. —Lo he estado intentando una y otra vez. —Kaden siguió hablando mientras la boca de Rhodes se torcía un poco hacia abajo—. Lo arruiné. Sé que lo hice. Es el mayor error de mi vida. El mayor error de la vida de nadie. Una comisura de la boca de Rhodes se elevó un poco. ¿Esas no habían sido sus palabras exactas? —Te extraño. Lo siento. Lo siento mucho. Pasaré el resto de mi vida compensándote —suplicó Kaden, sonando genuinamente sincero. Pero sus palabras entraron por uno de mis oídos y salieron por el otro, especialmente cuando Rhodes me estaba mirando de la forma en que me
miraba. —Por favor. Por favor, háblame. No puedes tirar catorce años. No puedes. Te perdonaré. Nada de esto tiene que importar. Podemos dejarlo todo atrás y olvidarnos de eso. Puedo olvidar que estabas con otra persona. Solo entonces la sonrisa pequeña de Rhodes desapareció al mismo tiempo que levantó la cabeza y su mirada se posó en mi ex. Rhodes estaba en sus jeans viejos, este loco y lindo suéter de lana con cremallera que la tía de Amos le había regalado por Navidad que era marrón, y botas gris oscuro. Ni siquiera se había molestado en ponerse una chaqueta, pero había una en el auto. Y era el hombre más atractivo que jamás hubiera visto cuando se enfadó en toda su estatura, sosteniéndome tan fuerte como siempre, y dijo con esa voz suya: —Ella se va a olvidar de alguien, y no voy a ser yo. El rubor en el rostro de Kaden se tornó aún más profundo y, para darle crédito, pareció bastante decidido. —¿Sabes cuánto tiempo estuvimos juntos? Esta risa superficial burbujeó en el pecho de Rhodes, y la mano que había estado frotando sobre mi brazo se detuvo a medida que giraba su brazo para dejar que su muñeca colgara sobre mi hombro. Pero conocía esa expresión, y no tenía nada de casual. —¿Importa? —preguntó, su tono era frío como una piedra y serio—. Porque, en mi opinión, ya no es así. Eres el pasado. Y no tengo ningún problema en asegurarme que termines siendo un hombre que le rompió el corazón antes que yo me hiciera cargo y pusiera el suyo en el mío para protegerlo. Para alguien que no estaba acostumbrado a ser tan cariñoso, en realidad decía las cosas más dulces del mundo. Y si alguna vez había dudado que lo amaba, cosa que no había hecho, entonces supe que había elegido bien. Había elegido el mejor. No iba a haber errores aquí. Jamás.
Para cuando volví a concentrarme en él, los rasgos faciales de Rhodes se habían transformado aún más en una de sus expresiones más serias. —La amo. Y con mucho gusto le daré todas las cosas que fuiste demasiado estúpido para no darle. Ni siquiera tomarías su mano en público, ¿verdad? ¿O besarla? —se burló de él básicamente—. Estoy bien con no ser el primer hombre al que ha amado porque sé que voy a ser el último. La mirada de Kaden se posó en la mía como si estuviera aturdido. Lo había pedido. Y, sinceramente, lo que estaba diciendo Rhodes me estaba excitando a lo grande. —Esa es la diferencia entre hombres como tú y yo. Si ella necesitaba algo, le darías cien dólares de tu billetera, incluso si tuvieras más y pensarías que es lo suficientemente bueno. Yo le daría todo lo que hubiera en la mía. —Su voz se volvió dura—. La única persona a la que puedes culpar es a ti mismo, idiota. Mi corazón se disparó. Incluso podría haber llegado directamente a la luna. Porque Rhodes tenía razón. Kaden tendría un fajo de billetes en su billetera y se desprendería de cien, fácilmente. Pero Rhodes me daría cinco dólares si eso fuera todo lo que tuviera. Me lo daría todo a cualquier precio. Y Kaden… no importaba. Y nunca volvería a hacerlo. Había matado cualquier cosa y todo lo que había sentido por él, y no había nada allí. Ni una mota. Nunca volvería a haberlo. Y ahora era mi turno de decirle precisamente eso de modo que no hubiera problemas de comunicación. El amor puede tener que ver con el dinero. Facilitaba las cosas, eso era seguro. Pero el mejor tipo de amor era mucho más que eso. Se trataba de darle todo a la persona que amabas. Las cosas fáciles y sin esfuerzo, pero también las cosas intangibles más difíciles, las incómodas. Se trataba de decirle a alguien que lo amabas dándole todo lo que tenías y todo lo que no tenías porque le importaba más que cualquier cosa material que hubiera o pudiera.
Atrapé su mirada y le dije lo más seriamente posible: —Se lo dije a tu madre, y ahora también te lo voy a decir a ti. No hay cantidad de dinero en el mundo que podrías darme para que vuelva. Incluso si pudiéramos ser amigos, lo cual no va a pasar... —Rhodes gruñó a mi lado —, no trabajaría para ti, ni te ayudaría de nuevo. Tienes que entender eso. Jamás cambiaré de opinión. El dolor, claro y brillante, cruzó el rostro atractivo observándome fijamente. —Roro, no se trata de que escribas para mí. Te amo. El brazo sobre mis hombros se puso rígido, y la voz de Rhodes bajó a medida que gruñía: —No lo suficiente. Me concentré en este hombre al que había conocido tan bien durante tanto tiempo e hice una mueca de modo que supiera que no estaba exagerando, que quería decir cada palabra saliendo de mi boca. —Adiós, Kaden. No quiero volver a verlos a ninguno de ustedes. Lo digo en serio. Haré que te arrepientas del día en que me conociste. Yo ya lo había hecho. Rhodes me echó un vistazo, y me enfoqué en él, y sin mirar mi pasado, nos dimos la vuelta y nos alejamos, dejándolo atrás. Allí de pie, para mirar fijamente, para alejarse; no lo sabía y me importaba una maldita mierda. Ni una pizca. Y me detuve de repente en lo que tuvo que ser un minuto de caminata más tarde. Rhodes también se detuvo, y rodeé su cuello con mis brazos. Se inclinó y puso sus brazos alrededor de mi espalda baja, atrayéndome hacia ese cuerpo, abrazándome más cerca. —Eres el mejor —dije con seriedad. Su mano se coló por debajo de mi chaqueta y camisa, y palmeó mi espalda baja a medida que susurraba:
—Te amo, lo sabes. Lo acerqué hacia abajo de modo que estuviera al nivel de su oreja con mi boca, con la piel de gallina erizada en mi cuerpo y una calidez que podría haber provocado un incendio forestal, susurré en respuesta: —Lo sé. La respiración de Rhodes fue un soplo contra mi garganta, y sentí que soltó un suspiro profundo un momento después. Se movió y su mejilla acarició la mía. Después de un momento, con mi rostro hormigueando por el roce de su barba, se echó hacia atrás y me dirigió esa mirada gris púrpura hacia mí. —¿Lista? —preguntó. Agarré su mano y asentí. —Vamos a buscar algunos asientos de la primera fila para ver la victoria de nuestra estrella en ciernes. El hombre que amaba apretó mi mano, y entramos para hacer precisamente eso.
EPÍLOGO —Yuki, te ves como una princesa. Yuki movió sus hombros desde su lugar frente al espejo que había sido instalado en su habitación por el diseñador que le había prestado el vestido que llevaba esta noche, ignorando el chillido de desaprobación del estilista que lo había arreglado todo. Mi vestido. Su vestido. La gente de maquillaje y peluquería que había sido contratada para llevarla de “siete a once”. Era ridícula, pero en realidad parecía un once. La mujer que el mundo conocía como estrella del pop, pero yo conocía como mi gran amiga se pavoneó a medida que se daba la vuelta. —Tengo puestas ocho capas de maquillaje, no voy a poder respirar durante las próximas seis horas, y voy a necesitar ayuda para orinar, pero muchas gracias, mi amor. Me reí. —De nada, y sería un honor para mí sostener su vestido mientras orinas. Aunque, si tienes que hacer caca, me largo. Fue su turno de reír. —Nada de caca, pero hemos orinado muy seguido frente a la otra a lo largo de los años, ¿no? —preguntó con una expresión casi soñadora en su rostro. Sabía exactamente lo que estaba imaginando: todas las caminatas increíbles que habíamos hecho, que incluían las docenas de veces que habíamos tenido que vigilarnos mutuamente cuando pasaban otros excursionistas. Nos habíamos divertido mucho con el tiempo, y me hacía tan feliz que de hecho hubiera disfrutado de todas nuestras aventuras en casa.
Mi amiga se encogió de hombros y se tomó su tiempo para mirarme de arriba abajo. —Y tú, mi ángel resplandeciente, pareces un quince. —Agitó sus cejas e ignoró el ruido que hizo su maquillador con el movimiento—. Te perdonaré por hacer trampa. Puse los ojos en blanco. —Trampa. Seguro. —Son las hormonas. Tienes ese brillo natural con el que estos tres centímetros de resaltador y bronceador no puede competir. —Silbó, e hice una reverencia tanto como pude, lo cual no era mucho considerando lo ajustado que era este vestido—. Apuesto a que Kaden se va a cagar cuando te vea. Su mención me sorprendió durante una fracción de segundo. No había escuchado su nombre en… ¿un año? Una de sus canciones había sonado mientras estaba en el auto con Jackie y Amos, y los dos comenzaron a abuchear instantáneamente antes de cambiar de estación. Esa también había sido la última vez que había pensado en él, y había sido breve. —Espero que alguien lo atrape en cámara si se caga encima — bromeé, ajustando la correa del vestido que me habían puesto hace dos meses cuando Yuki me había invitado originalmente. Se carcajeó, y chocamos los cinco. Y no por primera vez, le agradecí a mamá por darme una amiga tan buena... unos amigos tan buenos, en general. Con Yuki siendo una de las primeras en la lista. Nos habíamos visto mucho en los últimos cuatro años. Había pasado Acción de Gracias con nosotros una vez, Año Nuevo dos veces (aunque le advertí que íbamos a un par de pueblos para ver los fuegos artificiales si no era un año de sequía) y al azar durante todo el año, pasaba por allí cuando podía. Había alquilado un yate ese segundo verano que había estado en Pagosa Springs, y la había encontrado en Grecia y pasamos una de las mejores semanas de mi vida. Incluso su hermana, Nori, también había ido.
Al año siguiente, nos invitó a hacer lo mismo en Italia, pero… no me habían permitido volar en ese entonces. Tampoco me había arrepentido. Rhodes tampoco. Am había resoplado una y otra vez, pero había estado conmigo toda la semana que nos habríamos ido, e incluso me había frotado los pies una vez. Sin embargo, no resopló ni se quejó cuando le dije que íbamos a Los Ángeles para la ceremonia de premiación. Había viajado con un amigo de la escuela y se ofreció como voluntario para “ayudar”. Ujum. Lo extrañaba muchísimo ahora que estaba fuera en la universidad la mayor parte del año, y aceptaría cualquiera de las excusas que diera para visitarlo. Seguía escribiendo música e incluso actuando de vez en cuando en lugares pequeños cerca de su universidad. Si Rhodes no estaba ocupado, íbamos en auto para verlo. Aún me ponía al día en lo que hubiera trabajado, pero las clases, en general, ocupaba la mayor parte de su tiempo, a pesar de que planeaba especializarse en composición musical. —Gracias por invitarme —dije a Yuki por décima vez, moviendo mi mano a lo largo de mi estómago. Inclinó la cabeza hacia un lado. —Ora, escribimos todo el álbum juntas. Y eres la cita más atractiva que podría haber traído. —Hiciste la mayor parte del trabajo; solo ayudé un poco —dije. Las palabras, las letras, no habían vuelto a mí con el tiempo. Una o dos veces, sentí un indicio de una palabra o dos flotar en la punta de mi lengua... pero habían desaparecido instantáneamente. Sin embargo, no pensaba ni me preocupaba por ello. A nadie le importaba, y eso era estupendo. Por otra parte, había dejado que Amos revisara mis cuadernos hace unos años, y me había mirado con los ojos totalmente abiertos. —¿Estas son tus cosas malas? —había exigido como si no pudiera creerme. De acuerdo, tal vez no eran tan malas. Los únicos cuadernos que seguía abriendo por mi cuenta de vez en cuando eran los de mi madre, así
podíamos adentrarnos en una de sus caminatas favoritas. Lo hacíamos con bastante frecuencia en los días en que más me dolía el corazón y la extrañaba. Sin embargo, Yuki me lanzó una mirada que me recordó cuántas veces la había encontrado dormida en el sofá que Rhodes finalmente había puesto en el apartamento del garaje para los invitados. De los cuales ella era uno de ellos. Mi familia en Florida, su hermana, y sus hermanos son nuestros otros visitantes principales. Un golpe en la puerta hizo que su manejadora se levantara de donde había tomado asiento en uno de los sofás. La mujer la abrió, dijo algunas palabras y dio un paso atrás, haciendo un gesto a la persona del otro lado para que entrara. Solo era mi hombre favorito en todo el mundo. Parte de mi corazón en el cuerpo de otra persona. Sonreí y fui instantáneamente hacia el hombre de cabello plateado. Habían pasado dos horas desde que los dejé en la suite que Yuki había conseguido para nosotros (me había ignorado cuando insistí en que podía pagar por ello) pero en cambio se sintió como un día entero. Era diferente cuando no estábamos separados por el trabajo. Incluso entonces, pasaba durante el almuerzo si estaba cerca o de camino a casa si tenía un día temprano después de proteger la vida silvestre de Colorado. Los ojos grises de Rhodes se movieron de arriba abajo a lo largo de mí mientras él también avanzaba. Su boca formó una O. —Vaya —susurró. —Pero demasiado maquillaje, ¿eh? Se encogió de hombros a medida que sus manos iban a mis hombros posiblemente por diezmilésima vez. —Demasiado, pero solo tú eres aún más hermosa sin maquillaje que con él. —Sus manos me apretaron—. Bonito vestido, camarada.
—Es “prestado”, y no sé cómo voy a orinar con él. El vestido que me habían prestado era verde esmeralda, pesado con bordados y con un peso cerca de siete kilos, o al menos así es como se siente. —Hazte encima para que no lo rompas —dijo con una expresión seria. Me reí y me acerqué para envolver mis brazos alrededor de su cintura. Aún no me había acostumbrado a tener acceso ilimitado a él. A su cuerpo sólido como una roca que aún adoraba todas las noches y todas las mañanas, incluso si estaba medio dormido cuando llegaba a casa o se iba. Una vez me había dicho que le preocupaba que me cansara de que trabajara tantas horas al día, y me tomé mi tiempo para explicarle que eso era absolutamente lo último de lo que tenía que preocuparse. De alguna manera, lo había esperado toda mi vida. Podía esperar unas horas. Además, no era que se fuera porque disfrutaba estar lejos. Eso era lo bueno de confiar en lo que tenías. Nunca había dudado de él, ni siquiera por un segundo. —No estaba seguro de poder abrazarte —dijo, apretándome de vuelta. —Siempre puedes abrazarme. Su boca se deslizó por mi cabello, y supe que solo estaba intentando no besar mi rostro por la increíble cantidad de maquillaje que tenía encima. —El papá de Yuki nos invitó a cenar. Quiere hablar de pesca —dijo en voz baja. —¿Am va a ir? Asintió, echándose hacia atrás, y volvió a mirarme de pies a cabeza. Yuki se aclaró la garganta demasiado fuerte desde el otro lado de la habitación. —Ora, es momento de irse. Rhodes, ¿quieres acompañarla?
Agachó la barbilla en señal de acuerdo, con su mano apoyada en mi espalda baja. Nos sonreímos entre sí antes de salir por la puerta, seguidos por el guardaespaldas y la manejadora de Yuki. La seguridad era estricta en el hotel cuando atravesamos el vestíbulo, detrás de Yuki, quien estaba susurrando algo a su manejadora todo el tiempo. Toda esta experiencia era un poco surrealista, y no la extrañaba en absoluto. Rhodes se agachó para acercarse, su voz básicamente fue un susurro. —¿Estás bien? ¿No estás demasiado cansada? Negué con la cabeza. —Aún no, pero con suerte no me quedaré dormida porque sería muy vergonzoso. El señor Sobreprotector me lanzó una mirada de reojo. Habíamos ido a mi ginecoobstetra antes de planificar nuestro viaje, pero sabía que aún estaba preocupado por todo el asunto a pesar de que habíamos conducido. Debido a mi edad, tenía un riesgo alto, pero afortunadamente estaba sana en todos los demás aspectos, y aún era muy temprano. No estaba planeando ir a ningún lado por un tiempo después de esto. Mis tíos planeaban visitarnos próximamente. Nos visitaban todos los años. Nos detuvimos en un auto elegante en el que estaba segura que había estado antes, y frotó mi espalda suavemente. —Diviértete. —Lo haré. Quiero hacer esto solo esta vez y nunca más. De todos modos, probablemente me sobrará maquillaje suficiente en el rostro para la próxima década. Su boca crispándose iluminó mi mundo como siempre. —Ángel, te lo mereces. —Se inclinó y rozó sus labios con los míos ligeramente—. Te amo.
Y al igual que las primeras veces que dijo esas palabras, mi cuerpo reaccionó de la misma manera: como si su declaración verbal de amor era una especie de droga adictiva que necesitaba para sobrevivir. La verdad era que, no creía que supiera cómo seguir adelante sin ellas. Para un hombre que en el pasado no había usado la palabra A muy a menudo, ya no era tacaño con ella. Lo escuchaba todas las mañanas y todas las noches. Lo escuchaba decírselo a Azalia en pequeños susurros bajos. Se lo decía a Amos por teléfono. Últimamente mi favorita era cuando lo murmuraba contra mi estómago. Así que, era como una segunda naturaleza atraerlo hacia mí y decirle que lo amaba en respuesta. Porque un hombre que podía difundir tanto no solo con sus acciones sino también con sus palabras, necesitaba escucharlo de inmediato. Y ese era un trabajo que tomaría con mucho gusto. Un silbido fuerte nos hizo alejarnos para encontrar a Yuki allí, negando con la cabeza. —Ustedes dos, me enferman de felicidad. Me reí y me puse de puntillas, besándolo una vez más. Rhodes sonrió. —Escríbeme cuando estés de regreso. —Lo haré. Le sonreí y me metí en el auto, agarré mi bolso mientras Yuki se deslizaba detrás de mí y le di un abrazo a Rhodes en el camino. Ella sonrió a medida que se acomodaba, su manejadora también subió. —Ora, me encanta verte tan feliz. Mi exhalación fue entrecortada con la alegría en mi pecho. —Me gusta sentirme así de feliz. Los últimos años habían sido los más felices de mi vida. Eran Rhodes, Amos y Azalia, por supuesto, pero también era todo el pueblo en general. Mi vida en general. Me había establecido. Era mi hogar. Tenía una
familia y amigos. Y podía verlos todo el tiempo cuando iban a visitar la tienda. Aún trabajaba allí. De hecho, ahora era la dueña. El señor Nez había enfermado aún más hace unos dos años, y Clara había admitido que necesitaba dinero para su tratamiento, agregando una mirada aguda cuando abrí la boca para ofrecer ayuda financiera, de modo que la cerré de inmediato, pero también admitiendo que su corazón ya no estaba en la tienda y estaba considerando venderla. Quería volver a la enfermería. A mí me encantaba trabajar en la tienda y pensé, ¿por qué no? Así que, eso es lo que hicimos. La compré. Jackie viajaba a la universidad en Durango y me ayudaba. Contrataba a Amos cuando estaba en casa. Y contraté a un par de personas más que se mudaron a la ciudad. Comprarla había sido una decisión estupenda. Al igual que lo había sido la construcción de una adición a nuestra casa. Por otra parte, casi todas las decisiones que había tomado desde esa noche en Moab cuando decidí conducir, y posiblemente instalarme en Pagosa habían sido excelentes.
—Tu rostro cuando ganaste no tenía precio —dijo el padre de Yuki riendo horas después. Su hija se rio, empujando su silla hacia atrás. —Ambas estábamos medio dormidas cuando anunciaron la categoría, y no tenía idea de lo que estaba pasando hasta que vi la pantalla con mi nombre —admitió. Era la verdad.
Nos habían dejado en el bar deportivo donde los hombres de nuestras vidas habían pasado el rato durante la ceremonia de premiación. Había asumido que ella querría ir a una de las fiestas posteriores, especialmente después de ganar el álbum del año, pero se había encogido de hombros con una mirada de horror y dijo: —Me muero de hambre y prefiero ver a mi papi. Y yo había preferido ver a mi familia, así que nos fuimos; llegamos directamente al restaurante/bar con nuestros estúpidos vestidos lujosos con Yuki prometiendo pagarlos cuando le dije que estaba preocupada por ensuciarlo. Me había divertido en la ceremonia, pero nada era mejor que entrar al restaurante y ver al señor Young con los brazos cruzados sobre el pecho, riéndose de algo que Rhodes hubiera dicho. Mi Rhodes perfecto, quien estaba recostado contra la cabina con Azalia de pie y brincando en su regazo mientras Am veía fijamente a una mesa al otro lado del lugar. Una rápida mirada me hizo reconocer a la chica que estaba mirando. También había estado en la ceremonia y ganó unos quince minutos antes que Yuki. Había ido hasta ellos y les di a todos besos y abrazos, tomé a Azalia y me comí su mejilla jugando antes de que la niña de papá se estirara hacia su hermano mayor, quien la tomó sin dudarlo. Azalia era un milagro que había dado a conocer su presencia diminuta del tamaño de un renacuajo, poco más de un año después que Rhodes y yo nos casáramos. Mis ojos se habían llenado de lágrimas, los de él también, y si había pensado que antes había sido protector, no era nada comparado con lo que sucedió después. También me había encantado. Pero centrándome en el presente y no en la niña de dos años que se durmió enseguida en los brazos de Am, aún no podía creer que Yuki hubiera ganado. De hecho, podía, pero aun así era sorprendente y maravilloso. Me había agradecido dos veces en una oleada nerviosa de gratitud en el escenario, y yo la había vitoreado tan fuerte como quería, molestando a la gente que me rodeaba. Prometió enviarme una placa, y tenía la pared perfecta para ponerla. En nuestro dormitorio. Junto a la última que me había dado por ese álbum
fatídico que habíamos escrito juntas en un punto bajo de nuestras vidas. Sin embargo, aquí estábamos, mejor que nunca. Era tarde cuando todos nos levantamos para irnos, y vi a Yuki deslizar su brazo por el de su padre a medida que salían del restaurante y comenzaban a caminar una cuadra hacia el hotel. Su guardaespaldas los seguía. El resto de nosotros lo seguimos a él. La noche era fresca, y había mucha más gente de la que habría esperado casi a la medianoche de un domingo, y casi todo el mundo miraba dos veces a Yuki, obviamente reconociéndola. Rhodes apretó mi mano. —Creo que te vi cuando mostraron a los nominados y enfocaron a Yuki —dijo. —¿Nos viste a las dos mirando en blanco hacia adelante? —Oh, sí. Me reí. —¿Pensé que ese tipo de cosas era divertida? —Pues no lo es. Es muy aburrido. Jugamos piedra, papel, tijeras y tictac-toe en su teléfono. —Apreté su mano—. Llevé dos barras de granola, y ella tenía dos paquetes de ositos de goma, y nos turnamos para inclinarnos y comerlos de modo que las cámaras no nos captaran. Se rio tan fuerte antes de soltar mi mano y deslizarla sobre mis hombros, atrayéndome hacia él. Mi posición favorita. —Tuvimos que ayudarnos mutuamente a usar el baño —también admití. Me apretó aún más fuerte. —Eso no suena nada divertido.
—Estoy totalmente bien con no volver a hacerlo, eso es seguro — dije, mirando por encima de mi hombro para encontrar a Amos sosteniendo a su hermanita dormida detrás de nosotros. Levantó la barbilla al igual que lo hacía Rhodes. Había madurado mucho en los últimos años; no era tan alto como su padre, pero suponía que estaría cerca. Para mí, se parecía mucho más a su madre, pero cuando sonreía o ponía los ojos en blanco, juro que era un reflejo de su padre. Al menos su padre Rhodes. Había descubierto que había sacado su actitud relajada de su padre Billy. Justo cuando abrí la boca para preguntarles qué querían hacer mañana, vi dos figuras familiares por el rabillo del ojo entrando por el otro juego de puertas automáticas del hotel. Uno de ellos era Kaden. Con un esmoquin negro como el que le había visto usar cientos de veces cuando me había dejado en una habitación de hotel. Su camisa blanca, su pajarita aún puesta. Y junto a él, su madre estaba allí con un impresionante vestido dorado. Se veía enfadada. Era divertido ver que algunas cosas no habían cambiado. Vaya. Kaden había logrado mantenerse lo suficientemente “relevante” como para ser invitado a entregas de premios y a veces ganar, gracias a quienquiera que estuviera contratando ahora. Había sido nominado para algo u otro esta noche, pero no había ganado. No lo había visto en persona, solo la imagen de él que había aparecido en la pantalla enorme del escenario. Una paz como no había sentido en una eternidad llenó mi corazón y, honestamente, todo mi cuerpo. No había ira en mí. Ni dolor, ni resentimiento. Solo... indiferencia. Como si pudiera sentir mi mirada sobre él, los ojos de Kaden se movieron hacia nosotros, y pude notar el momento en que aterrizó en la muy suave hinchazón de mi estómago. Ya tenía cuatro meses, y el vestido
hacía poco para ocultar el segundo bebé que estábamos teniendo. Otra pequeña. Aún no habíamos decidido un nombre de pila, pero como Azalia llevaba el nombre de mi madre, estábamos pensando en darle el segundo nombre de Yuki a la bebé número dos: Rose. Rhodes y yo estábamos tan emocionados. Muy, muy emocionados. Am también lo estaba. Había puesto una de las imágenes de ultrasonido en su dormitorio. A su lado, tenía una de Azalia el día que nació. Después de todo, fue él quien me llevó al hospital, y se quedó en la habitación conmigo luciendo verde y dejándome exprimir su pobre mano hasta que Rhodes apareció literalmente dos minutos antes que hubiera dado a luz. Amos había sido la tercera persona en sujetar a su hermanita y eso, supuse, explicaba perfectamente su cercanía. Lo llamamos justo después de que saliéramos del consultorio del médico, y dejó escapar un ruido que nos hizo reír a los dos. —Demonios. Papá, ahora vamos a estar invadidos de chicas. El hombre sentado en el auto a mi lado, aún sosteniendo mi mano, había sonreído hacia adelante a través del parabrisas con ojos brillantes y dijo lo mejor que se le ocurrió: —No me quejo. También dijo en serio cada palabra. Dios sabía que nunca podría olvidar la forma en que todo el cuerpo de Rhodes había temblado después de que el médico confirmara que estaba embarazada. Cómo sus ojos se habían llenado de lágrimas, cómo su boca se había presionado contra mis mejillas, frente, nariz e incluso mi barbilla después de dar a luz a Azalia. No podría haber pedido una mejor pareja, padre o un hombre mejor que él para pasar el resto de mi vida. Él me levantó, creyó en mí y llenó mi vida con más amor del que jamás podría haber pedido. —Ángel, ¿estás bien? —preguntó Rhodes, pasando su palma de arriba hacia abajo por mi brazo cálidamente, salvando el día como siempre.
Asentí hacia Rhodes, apartando la mirada de las personas que solía conocer y, tenía la sensación de que sería la última vez que las vería. A mi esposo. La persona que atravesaría el cielo y el infierno para llegar a mí si alguna vez me perdía. El hombre que me había dado todo lo que siempre había querido y más. Esta ceremonia había sido suficiente. No lo había extrañado, ni siquiera un poquito. Estaba lista para irme a casa. Lista para seguir viviendo mi vida con estas personas que amaba con toda mi alma. Y fue mientras caminábamos hacia los ascensores que Am se rio disimuladamente. —Ora, ¿sabes lo que acabo de pensar? Le eché un vistazo. —No, dime. —Escúchame. ¿Qué habría pasado si no te hubiera alquilado el apartamento del garaje? Casi me acobardé. ¿Papá te habría conocido alguna vez? ¿Estaría yendo a la escuela de música? ¿Serías dueña de la tienda? — preguntó con una expresión pensativa—. ¿Alguna vez te has preguntado? No tenía que pensar en eso, así que dije la verdad. Le dije que lo había hecho antes, pero había pasado mucho tiempo desde entonces. Porque había terminado exactamente donde debería haberlo hecho, donde me había llevado cada decisión que había sido hecha antes de mí y hecha por mí. Era una de los afortunados, pensé a medida que un pensamiento fugaz pasó por mi cabeza; y allí sin esfuerzo, me dejó sin aliento. Agarré a Rhodes del brazo en estado de shock, y él me miró con curiosidad, con tanto amor que solo fue una cosa más para quitarme el aliento. Y el pensamiento, las palabras, vinieron de nuevo. Encontré el lugar al que pertenezco.
Un lugar con amor que se siente otra vez como en casa.
AGRADECIMIENTOS Este libro no existiría en primer lugar si ti, muchas gracias a mis increíbles lectores por su amor y apoyo continuo. Un enorme agradecimiento a la más grandiosa diseñadora del mundo, Letitia de RBA Designs; a mis maravillosos agentes Jane Dystel, Goderich y Bourret. Judy, no puedo agradecerte lo suficiente por contestar siempre a todas mis audio preguntas y por ser maravillosa. Gracias a Virginia y Kim de Hot Tree Editing y a Ellie de My Brother’s Editing por tus conocimientos de edición. Kilian, gracias por tu ayuda. Como siempre, a Eva, no sé qué me haría sin ti y tu memoria. Y tus sugerencias e imágenes animadas. A mis amigos quienes me ayudaron de alguna manera (que sé que estoy olvidando), gracias por todo. A mi familia Zapata, Navarro y Letchford, son la familia más grandiosa que una chica podría pedir. A Chris, Kai y a mi eterna editora y ángel en el cielo, Dorian: los amo tanto.
SOBRE LA AUTORA Mariana Zapata vive en un pequeño pueblo en Colorado con su esposo y dos enormes hijos, su amado gran danés Dorian y Kaiser. Cuando no está escribiendo , está leyendo, pasando tiempo fuera, dando besos a sus chicos o pretendiendo escribir.
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