Alianza Estratégica
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Alianza Estratégica El día domingo 4 de agosto de 1946, cuando terminamos de almorzar en el hogar de mi abuelo Patricio Antonio Badía Peña en su compañía y la de su esposa e hijos, nuestra madre y los suyos, fui a visitar la familia cuidadora de una finca de mi bisabuelo Felipe Badía, que se encontraba a unos cien metros al este frente a la de mi abuelo, en el camino que conducía a El Corozo y al Monte de la Jagua. Era alrededor de la una de la tarde y cuando llegué allí todavía la familia tenía miembros que no habían terminado de engullir su almuerzo. Así que me paré debajo de la enramada para esperar a mis amiguitos para poder luego compartir con ellos juegos y conversaciones. Parado todavía estaba cuando de momento sentí que todo se mecía a tan grande magnitud que me lanzó sorpresivamente al suelo. Al pararme vi cómo a lo lejos se producía una polvareda donde debía encontrarse una de las dos iglesias del pueblo. Era que la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús se estaba desplomando. Nadie, ni adulto maduro ni joven ni adolescente ni niño, había sentido jamás un temblor de tierra, mucho menos un terremoto. Sin embargo, había un consenso que se expresó de inmediato, por los adultos principalmente, luego seguidos por sus hijos mayores, quienes empezaron a darse golpes en el pecho pidiendo perdón a Dios por haberles deparado una desgracia en castigo o en venganza por sus pecados. Nada era más común que esa adjudicación fanática expresada verbalmente con la expresión “por mi culpa”, adobada con promesas de renovación de conducta para evitar el castigo del Dios vengador.
Al retornar más tarde a nuestro hogar, encontramos que mi padre sintonizaba una emisora extranjera por medio de la cual se informó que lo que país acababa de sufrir era un terremoto fuerte y que oleajes también fuertes habían ocasionado destrucciones en Nagua (entonces Julia Molina). Al día siguiente, la gente decía que el mar se había metido en Matancita y en Julia Molina, que todo lo acontecido era castigo de Dios por nuestro proceder, y los creyentes contritos, apoyados y organizados por la iglesia católica que había perdido una importante edificación de culto, iniciaron procesiones y actividades para pedir perdón a Dios y para reconstruir sus activos dañados, que en el caso de Moca tomó alrededor de veinte años. Como entonces apenas era yo apenas infante de siete años de edad, cuantas veces he hecho este relato, que para mí cambió mi intelecto, y así lo expreso, se me responde sobre la seguridad de que tal hecho aconteció después. Pero vívidamente recuerdo las preguntas que hice a mi madre, así como recuerdo sus respuestas. A mi madre pregunté: ¿por qué tanta algarabía todos los días pidiendo perdón? -Porque la gente cree que el terremoto lo hizo Dios para castigar nuestros pecados. ¿Tú has hecho algo para que te castigue? -No. Esas son creencias viejas. La nación dominicana se pasó el resto del año pidiendo perdón por sus pecados, procurando que con sus acciones fuesen sus pecados redimidos. Pero a nadie se le ocurrió pedir perdón a Dios, ni siquiera a quienes como las autoridades de la iglesia sabían de la desgracia de la dictadura que nos aplastaba, que nos asesinaba, que nos dejaba sin la posibilidad de conocer la libertad, la democracia y la justicia, por permitir que un sátrapa criminal nos gobernara.
Hoy sé, que Monseñor Pittini había llegado a entendimientos con Trujillo para usar a beneficio de la iglesia católica la imagen del maldito criminal que nos gobernó durante 30 años hasta hace hoy exactamente 50 años, en una abominable y diabólica alianza política. Y esa alianza es algo sobre lo cual Iglesia Católica debería pedir perdón. Al menos nuestro Cardenal, cuya familia entregó múltiples mártires a la causa de la libertad, debería promover tal perdón, movido por las acciones de Pittini. Marcos R. Taveras es Consultor Privado
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