Ali Vali Juego Set y Partido

March 16, 2017 | Author: juanalaloca2 | Category: N/A
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Capítulo 1

Plac. La pelota voló por encima de la red a doscientos ocho kilómetros por hora y golpeó justo dentro de la línea de fondo, impulsada por un tremendo saque con efecto que a la jugadora del otro lado le resultó imposible de alcanzar. Hasta al recogepelotas le costó darle caza al salir disparada en una dirección que no se esperaba. La jugadora que servía esperó a que el chico se quitara de en medio y a que su adversaria se preparara antes de soltar otro cañonazo. —Señoras y señores, ésta es la clase de tenis que se echaba en falta en Wimbledon desde los tiempos de Martina. Estamos ante una asombrosa exhibición de tenis potente y sin fisuras. —El comentarista se dirigía en voz baja a través del micrófono de la cabina a los aficionados al tenis que estaban viendo el partido desde sus casas. En la pista central, la multitud aplaudió cuando el marcado acento inglés dijo: —Cuarenta a nada. —Sí, Joe, parece que Parker ha empleado su estancia en Inglaterra después del torneo francés para trabajar el primer saque y Jill lo está lamentando. Era lo único que faltaba en el arsenal de Parker y ahora su ajuar parece completo. Parker ha madurado y se ha convertido en una jugadora sobresaliente —continuó la comentarista. Por un instante, la mujer que estaba detrás del micrófono revivió lo que se sentía al estar tan cerca del codiciado título que sin duda iba a ganar Parker King al final de la mañana. La gente volvió a ponerse en pie cuando "Kong" se apuntó otro saque directo para ganar el tercer juego consecutivo del primer set. Parker King era la nueva niña bonita del mundo del tenis, adorada por las masas que acudían a verla jugar, así como por las compañías que hacían cola para conseguir que llevara sus marcas. Con una estatura superior al metro ochenta y cinco, el pelo castaño oscuro con algunas mechas cortado a media melena, la piel acariciada por las horas que se pasaba al sol y ojos azules claros, estaba claro que había nacido para favorita. Cualquiera que la viera en una pista de tenis tendría que haber estado ciego para no ver el fuego que la impulsaba a ganar. Sus adversarias, fuera cual fuese su posición

en el ránking, se encogían al ver su nombre en el tablón para su siguiente partido. La potencia de la que hacía gala en la pista había hecho que los aficionados le pusieran el apodo de Kong, y Parker no era de las que defraudaban, pues había llegado a la final sin perder un solo set y perdiendo tan sólo ocho juegos durante toda su estancia en Inglaterra. —Jill tiene que ser más agresiva en la red si quiere volver al partido —les dijo Joe Welch, ex campeón en categoría masculina, a los otros dos con quienes compartía la cabina. El gentío apagó el resto de lo que estaba diciendo cuando Parker devolvió un globo con tal fuerza que la pelota rebotó en las gradas detrás de su adversaria, Jill Seabrook, después de haber botado justo dentro de la línea de fondo. —Nada a cuarenta —dijo la juez de silla por el micrófono, señalando el lado de King a partir de la red, y a continuación—: Juego, señorita King. Jill volvió a colocarse al resto, con aire ya derrotado, mientras Parker dirigía una sonrisa de triunfo a su entrenador, que estaba en las gradas. Sentada a su lado estaba la invitada de Parker al partido, sonriendo a su vez a la jugadora número uno del mundo. Después de recoger el título, volverían a Estados Unidos para pasar el resto del verano preparando el Abierto y, después de la temporada agotadora que llevaba, Parker tenía ya más que ganas. Plac. La pequeña pelota amarilla pasó volando a pocos milímetros por encima de la red y aterrizó justo dentro de la línea. Parker agitó el brazo en el aire, satisfecha con el lanzamiento, y el público se puso de pie. —¡Menudo cañonazo, Gene! —exclamó el tercer comentarista mientras Jill corría desesperada detrás del saque. —Silencio, por favor —dijo la juez, pues el público estaba de pie otra vez coreando "Kong". Menos de cuarenta minutos después, Parker estaba haciendo su reverencia y levantando el trofeo del torneo individual femenino por encima de la cabeza. Dio una vuelta completa a la pista para que todos los presentes pudieran ver la bandeja de plata que llevaba en las manos. En una ocasión durante una entrevista, había dicho que las victorias eran tan suyas como de sus seguidores y a Parker le gustaba

compartir el momento con los que habían pagado la entrada para venir a verla. Se detuvo por fin ante Gary Bertrand, su entrenador. Gary había sido en otra época una estrella en auge del mundo del tenis, hasta el día en que se desplomó en la pista central del Abierto de Estados Unidos con una rodilla destrozada. En lugar de aceptar la derrota, se hizo entrenador y descubrió a una chiquilla alta y desgarbada a quien con el tiempo transformó en campeona. Ahora el entrenador sonreía como un padre orgulloso al mirar a la mujer en la que se había convertido dando la vuelta a la pista y mostrando el fruto de su victoria. —Venga, Alicia, vamos a felicitar a la nueva campeona en los vestuarios —le dijo Gary a la joven que estaba a su lado. La torneada pelirroja estaba empezando a hacerse famosa a su vez en el mundillo musical y estaba loca por Parker. Había conseguido asistir al prestigioso torneo porque el programa de la gira de su grupo los había situado en las proximidades durante las finales. Un par de noches antes se había montado un espectáculo tremendo, porque los tres habían salido a cenar y las dos jóvenes fueron reconocidas. En un país que se alimentaba de las historias sensacionalistas de la prensa amarilla, aquello había sido como un regalo llovido del cielo. —Disculpe, señor Bertrand, tengo un mensaje para usted. —El joven vestido con los colores tradicionales de Wimbledon le entregó a Gary una nota que le hizo fruncir el ceño en cuanto empezó a leerla. Detestaba que Parker lo utilizara para librarse de un ligue. —Alicia, cielo, ¿por qué no vuelves a la ciudad y esperas a que Parker te llame? Le debe de haber pasado algo con uno de esos últimos saques y ahora está con un preparador. —La cara de preocupación de la bonita muchacha hizo que se sintiera como un cerdo, pero el precio sería muy alto si aparecía con ella en el vestuario. —¿Se va a poner bien? —El plan de Alicia era salir del club del brazo de Parker, con la esperanza de que hubiera más fotógrafos por allí cerca. La publicidad que su grupo y ella habían conseguido durante su estancia en Inglaterra no tenía precio. La joven cantante no lamentaba en absoluto que se la viera del brazo de la chica mala del tenis mundial. Tampoco lamentaba los rumores de que se acostaba con Parker.

—Se va a poner bien. Esto es típico en Parker, créeme. Si tú supieras, cariño, pensó el entrenador, mirando a la joven que tenía delante. Si Parker hacía lo de siempre, ésta sería la última vez que la vería salvo por coincidencia. Como en un restaurante, donde lo típico era que a Parker le acabaran tirando un vaso encima antes de que llegara el postre. A veces todavía le asombraba que las mujeres quisieran salir con la guapa estrella del tenis, teniendo en cuenta su historial, pero todas estaban convencidas de que ellas serían la elegida que iba a domar a la fiera de Kong. Tachemos a otra de la lista. Gary entró en la sala verde canturreando "una marca más en la tapa de mi pintalabios" justo cuando Parker estaba terminando sus entrevistas después del partido. La miró meneando la cabeza y la hizo reír por su reacción ante el favor que le había pedido en la nota. Volvía a casa y no quería la complicación que le podían suponer las crecientes exigencias de Alicia. Gary la felicitó con el gesto torcido por haberlo utilizado como gorila, le dio un pescozón en la nuca y la envió al vestuario a cambiarse. Lo dejaría pasar, como siempre, al tener en cuenta que no tenían tiempo de relajarse sin preocuparse por el siguiente torneo. Se trataba del Abierto de Estados Unidos, el único que todavía no había conquistado la jugadora americana que tenía más trofeos que mujeres con las que se había acostado. Gary sabía que no tendría que insistir mucho para que Parker se pusiera a trabajar a fondo para el título que la convertiría en una auténtica campeona. El trofeo francés, el australiano y ahora el de Wimbledon volvían a casa con ellos, y ya casi saboreaba el Slam.

La final masculina todavía se estaba jugando cuando llegaron al aeropuerto. Parker ardía en deseos de volver a casa después de llevar más de tres meses fuera del país. Los dos agentes de policía que les habían asignado mantenían a raya a las masas mientras Gary y Parker esperaban sentados a que anunciaran su vuelo. Los bobbies estaban a distancia suficiente para que la pareja tuviera cierta intimidad, pero lo bastante cerca para enviar un mensaje a los fans demasiado enfervorizados. Dejaban pasar de vez en cuando a unos pocos en busca de un autógrafo, la mayoría chicas adolescentes emocionadas de sentarse tan cerca de su ídolo, y luego volvían a alargar los brazos e impedir el acceso.

Parker les dedicaba un momento para preguntarles sobre su propia técnica tenística y dar consejos a los que parecían tomarse en serio el deporte. Se había cambiado la ropa de tenis por un traje ligero de lino con una camiseta blanca muy ceñida. Al no llevar la chaqueta puesta, todos los que estaban cerca veían los músculos que se agitaban en los brazos de Parker mientras ésta estampaba su firma en cualquier cosa, desde pelotas de tenis hasta programas del torneo. La gente se quejó cuando se empezó a embarcar el vuelo y la jugadora y el entrenador recogieron sus cosas para marcharse. Como en la mayoría de los vuelos, la tripulación del vuelo 756 de Virgin estaba esperando en la puerta para recibir a sus pasajeros. La menuda rubia que estaba cerca de la entrada habría reconocido a su famosa pasajera nada más doblar la esquina del túnel aunque no hubiera llevado una gran bolsa llena de raquetas. Había pasado la mañana viendo cómo la hábil Parker King aniquilaba a su adversaria. Al verla en persona, todos los que estaban en la puerta estuvieron de acuerdo con que la jugadora era aún más guapa en persona. —Bienvenida a bordo, señorita King, espero que disfrute de su vuelo, y enhorabuena por su triunfo —dijo la capitana Emily Parish. Había salido de la cabina, como tenía por costumbre antes de cada vuelo, para unirse a la tripulación en el recibimiento de los pasajeros en la puerta, y había dejado la chaqueta con los galones de su graduación colgada del respaldo de su asiento. —Gracias, señora. Pero si me quiere de verdad, ¿me podría traer una taza de chocolate caliente y un sándwich si los tiene? Gracias, bonita —dijo Parker. Los auxiliares que rodeaban a Emily se taparon la boca con la mano para disimular las sonrisas y las risas que estaban a punto de escapárseles por lo que había supuesto la joven. Emily era una piloto excelente, pero una perfeccionista, y trabajar con ella era un poco difícil, de modo que ver que alguien le bajaba un poco los humos tenía su gracia. —Veré lo que puedo hacer mientras piloto el avión y esas cosas —dijo Emily tratando de controlar su genio. Su tripulación se mantuvo con la mirada al frente y en silencio, sabiendo el esfuerzo que había tenido que hacer la pequeña piloto para no añadir "cretina" al final. Parker tuvo la decencia de ofrecerle una mirada de disculpa,

pero no se la ofreció verbalmente, sino que se encogió de hombros y pasó ante el grupo rumbo a su asiento. —Así se hace, campeona, seguro que nos manda a la clase turista para vengarse. Ahora que estamos solos, ¿quieres decirme qué pasa con Alicia? —Gary metió su bolsa en el compartimento de encima y luego se sentó junto a la ventanilla, dejándole a Parker el asiento del pasillo. Los dos siguieron sonriendo mientras los demás pasajeros iban entrando y felicitándolos al pasar como si fuesen viejos amigos. Parker saludaba asintiendo a cada uno, sin hacer caso de su entrenador por el momento. —Vamos, Parker, sentarse a mi lado en uno de estos torneos es como el beso de la muerte para cualquier relación que pareces tener. Quiero que tengas vida fuera del tenis y que seas feliz, niña. Créeme, eso te provocará más deseo de ganar que estas gilipolleces que has estado haciendo con todas estas chicas. —Tengo el deseo de ganar, Gary, así que déjalo ya. No eres mi madre. Sólo quiero volver a casa y relajarme un poco sin complicaciones. ¿Acaso es un crimen? Alicia era divertida, pero ella tiene sus propios rollos de los que preocuparse sin que yo se los fastidie. En serio, colega, cuando conozca a ésa de la que hablan todos los cuentos de hadas, serás el proverbial primero en saberlo. Cuando sacó de la bolsa de mano su ejemplar de la primera edición de Matar a un ruiseñor, Gary supo que la conversación había terminado por ahora. El pelo cortado a la altura de los hombros formó una cortina alrededor de su cara que la aislaba del mundo exterior y Parker se perdió en otra novela clásica. Ésta es la Kong sobre la que nadie escribe, pensó Gary. Parker era mucho más que el tenis, pero esas otras partes las mantenía ocultas. La chica mala del tenis era en realidad una persona muy reservada e inteligente a quien le encantaba leer cuantos libros le permitía su programa. Pero Gary sabía que eso no era una noticia de primera plana tan interesante como lo sería la llorosa Alicia en cuanto se diera cuenta de que le habían dado plantón. El ceño que se le puso al pensar en eso se disipó rápidamente cuando vio que la capitana avanzaba por el corto pasillo de primera con una bandeja en la mano. A lo mejor la mujer hasta tenía sentido del humor.

—Siento haber tardado tanto, pero hemos tenido que mandar a buscar las "esponjas". No querríamos que se dijera que en Virgin no hacemos lo imposible por hacer felices a nuestros pasajeros —dijo Emily sarcásticamente al tiempo que depositaba la bandeja delante de Parker. El discurso se interrumpió momentáneamente cuando el libro que tenía la mujer en las manos se cerró sin hacer ruido y la piloto se vio atravesada por unos ojos casi blancos e incoloros. Era como si los ojos de Parker fuesen camaleones que hubieran adoptado el color de su camiseta—. ¿Le parece bien Godiva? —preguntó Emily, sin retroceder de nuevo al pasillo. En su cabeza surgió el dicho "los ojos son el espejo del alma" al verse atraída al espacio personal de Parker. Era como si Emily pudiera sentir el poder que estaba sentado tan cerca de ella cuando Parker soltó aliento, bajó la cabeza y miró la ofrenda que le había traído la capitana. —La verdad es que a mí me va más el chocolate Hershey, capitana —dijo Parker sin volver a levantar la mirada. Al conocer ya lo que eran las iras de las mujeres desairadas, la tenista decidió que debía disculparse antes de que esto se convirtiera en un vuelo infernal—. ¿Le serviría de algo que me disculpara, capitana? No pretendía insultarla en absoluto. El hecho de que usted sea la capitana de este avión ni se me pasó por la cabeza al subir a bordo, lo cual me figuro que me convierte en una mujer machista. De modo que le pido disculpas y a partir de este día seguiré adelante sabiendo que he aprendido una valiosa lección sobre lo inoportuno de llegar a conclusiones infundadas. Gracias por el chocolate caliente y por el sándwich, de ensalada de pollo, según veo, y por ayudarme a elegir el libro que voy a leer durante el viaje de regreso a casa. El propio discursito sarcástico de Parker hizo que Emily bajara la mirada hacia el regazo de Parker, borrando sus propias conclusiones de que se trataba de una deportista descerebrada. Al mirar a esos ojos aparentemente incoloros cuando volvieron a aparecer, Emily pensó de repente en la amante que tenía en Nueva York. Los ojos de Gail eran del color opuesto a los de Parker y Emily no pudo evitar compararlos. Éste iba a ser su último vuelo transatlántico durante un tiempo y volvería a tener unos horarios más normales que le permitirían estar más en casa. Gail la estaba esperando en Tampa para pasar unas vacaciones antes de volver juntas a la ciudad. Esperaba que esos días a solas

devolvieran el fuego a una relación que parecía estar apagándose, con la ausencia constante de Emily y las quejas constantes y la posesividad de Gail. —No pasa nada, señorita King. Únase a la larga lista de personas que han llegado a la misma conclusión. Le pido perdón por pagarlo con usted. Emily regresó a la cabina sin decir nada más y Parker se asomó al pasillo para observar el contoneo de sus caderas al caminar. La forma en que le quedaba la falda le indicaba a Parker que la capitana hacía algo más que quedarse sentada en la cabina pilotando aviones. Era una belleza en movimiento. —Olvídate, tenista —dijo uno de los auxiliares a quien la capitana le había quitado la bandeja de las manos—. La reina de hielo tiene una relación bien estable con una corredora de bolsa de la Gran Manzana, así que ahí no tienes posibilidades, grandullona. Leyendo la placa con su nombre, Parker sonrió antes de contestar al hombre, que era obviamente gay. —Tranquilo, Willy, los peces fríos no son mi tipo, ¿o es que no lees la prensa del corazón? —Willy se echó a reír con ella y luego Parker bajó la vista y volvió a su libro. Echó un puñado de "esponjas" en la taza que le había traído Emily antes de beber un sorbo. Diez horas después, la melodiosa voz de Emily sonó por los altavoces informando a todo el mundo de su inminente llegada al aeropuerto de Miami. Repasó la lista de conexiones para que los que iban a continuar viaje supieran a qué puerta dirigirse cuando hubieran desembarcado. —Así que, señoras y señores, si son tan amables de poner el respaldo de sus asientos en posición vertical, aterrizaremos dentro de unos diez minutos. Una vez más, gracias por haber elegido Virgin para volar y esperamos volver a verlos a bordo en el futuro. —La sesión fotográfica para Nike es dentro de tres días, así que vas a tener que empezar en el gimnasio a partir de hoy. Si te van a poner con el culo al aire en Times

Square, más vale que lo tengas bien macizo —dijo Gary. Hacía veinte minutos que había sacado la agenda para poder repasar los próximos compromisos. Tener atrapada a Parker en un avión le sirvió para repasarlo todo hasta fin de mes. —¿De quién dices que ha sido la idea? El patrocinador le había presentado la idea antes de Wimbledon para añadirla a la lista de deportistas que ya habían aparecido en los anuncios vestidos tan sólo con el calzado deportivo para ilustrar que el calzado y el cuerpo eran lo único necesario para triunfar en el deporte. —Ha sido idea de Nick, y te prohíbo que le eches la bronca. Ya sabes lo sensible que es, y el que tiene que vivir con él soy yo. Todas las tomas serán de espaldas, y ha conseguido que se encarguen Annie y su equipo totalmente femenino, así que deja de quejarte. —Gary la señaló con el dedo para recalcar lo que decía. Lo último que deseaba era que las dos personas que más quería en el mundo le dieran la murga durante semanas. —Sólo he hecho una pregunta, Gary, no sé por qué lo interpretas como una queja. ¿Van a venir a casa o se va a hacer en un estudio? —Dejó el libro y se levantó para volver a ponerse la chaqueta. La tripulación se había quedado asombrada al ver que aparte del chocolate caliente y el sándwich del principio, Parker sólo había tomado agua mineral. Las catorce botellas que se había bebido la mantenían hidratada y activa por sus constantes visitas al cuarto de baño. En su opinión, no había cantidad alguna de alcohol que mereciera la pena para intentar superar el desajuste horario, así que mientras la mayoría de los demás pasajeros luchaba con la fatiga, Parker se pasaría el resto de la tarde levantando pesas. —Te quedas en casa, niña. Annie ha pensado que la pista de casa que da al golfo puede quedar bien en las fotos. Ahora esperemos no perder la conexión. Ya sabes cuánto odia Nick esperar en los aeropuertos. —¿Y ahora quién se queja? —preguntó Parker. Se estaba recogiendo el pelo en una coleta cuando los dos notaron que las ruedas del avión tocaban la pista una vez y a continuación hubo tres fuertes botes más y luego los motores se invirtieron para perder velocidad. Como no se lo esperaba, Parker estuvo a punto de estamparse de cabeza con

el asiento de delante, a pesar de llevar abrochado el cinturón de seguridad, de lo fuerte que fue la sacudida al aterrizar. Aparte del anuncio anterior, ésta era la primera vez que Parker pensaba en la rubia capitana. Parker y Gary esperaron a que saliera todo el mundo antes de levantarse de sus asientos. Su paciencia se solía ver recompensada con una puerta de salida vacía, pues los pasajeros ya estaban siendo recibidos por familiares y amigos o corriendo a la sala de recogida de equipajes. Parker levantó por fin la mirada de su libro para descubrir que el avión estaba vacío y que Willy esperaba en la puerta con su gran bolsa de raquetas y un bolígrafo. Alicia y Gary no eran los únicos seguidores fanáticos que había en las gradas, y el auxiliar iba a aprovechar esta oportunidad para conseguir un autógrafo en el programa. Cuando se levantó, le pasó la bolsa y le ofreció el folleto con mirada suplicante. —Willy, cariño, no sabía que te interesara el tenis. —Aceptó el bolígrafo y se sentó en la primera fila de asientos de primera clase a la espera de oír su respuesta antes de escribir algo en el folleto reluciente que tenía en la mano. —He tenido que hacer un intercambio y aceptar unos vuelos horrorosos para poder ir a verte jugar. La final ha sido increíble, aunque me habría gustado que durara más. Si ese primer ace que lanzaste por encima de la red hubiera alcanzado a Jill, creo que el partido se habría terminado a causa de un hueso fracturado. Tenerte en el vuelo de vuelta a casa ha sido un regalo añadido. —Detuvo su parloteo de adoración cuando Parker se puso a escribir. Le devolvió el programa con una nota de agradecimiento por su hospitalidad y luego dedicó un momento a firmar algunos recuerdos más que le presentó el resto de la tripulación. Emily observaba desde la puerta de la cabina mientras Parker entretenía a su tripulación, comportándose de una forma que no tenía nada que ver con la persona sobre la que escribía la mayor parte de la prensa. La tenista jamás parecía impacientarse cuando le ponían en la mano otro objeto para que lo firmara, y acabó abriendo la gran bolsa negra que tenía a los pies y sacando una de las raquetas. Con el bolígrafo de Willy, escribió Parker "Kong" King en el mango, así como la fecha.

—Siento que no hayas visto más partido, Willy, pero me moría por coger el vuelo de vuelta. Puede que tu deseo se cumpla en el Abierto, puesto que parece ser mi talón de Aquiles. —Al otro lado de su nombre, Parker escribió Raqueta del primer ace en Wimbledon—. Espero que esto te compense por esos vuelos horribles. Para mí tiene mucho valor que la gente se tome tantas molestias para venir a ver cómo golpeo unas pelotas. Las raquetas estaban hechas a medida para ella por el patrocinador y eran un valioso artículo de coleccionista para los pocos fans que habían recibido una como regalo. La que había usado durante la mayor parte del partido quedaría colocada en casa junto al trofeo. Gary y ella se echaron a reír por el chillido que soltó Willy al recibir su regalo. Parker se imaginaba los malos tragos que habría tenido que soportar el hombre durante su vida a causa de su evidente preferencia sexual. Respetaba a las personas como Willy que tenían auténtico espíritu de supervivencia y dejaban que resplandeciera. —Oh, Dios mío, gracias. Es el mejor regalo que me han hecho en mi vida, Parker, gracias. —Willy la abrazó cuando se levantó y casi se desmayó cuando Parker le devolvió el abrazo—. Yo sé que todos esos periodicuchos sólo contaban mentiras —dijo Willy. —Gracias, Willy, eso me llega al alma. —Parker lo estrujó una vez más, sonriendo al oír eso—. No juegues con ésa. Consérvala para tus próximas vacaciones. En una subasta podrías conseguir suficiente para ir a Hawai si lo haces en un día propicio. —Ni hablar, ésta me la quedo —dijo Willy. La tripulación les deseó buen viaje cuando Parker se colgó las bolsas del hombro y salió del avión, advirtiendo al salir que la puerta de la cabina estaba cerrada. La sesión de autógrafos improvisada le había permitido escapar sin tener que volver a enfrentarse a Emily. —¿Nos va a recoger Nick? —preguntó Parker. En la siguiente etapa de su viaje a Tampa había menos gente y terminaron de repasar su agenda sin interrupciones. —Sí. Iban a llegar algunos de tus contratos para la renovación, así que esperemos que los haya vuelto a firmar todos y se le haya pasado el berrinche por haberse perdido este viaje. —Gary suspiró. Nick Spoli era un hombre encantador, pero

se podía pasar días lloriqueando si se le daba un motivo. Gary y él vivían juntos y, además, trabajaban juntos para mantener a Parker feliz y en el ránking. —Como has dicho, tú eres el que tiene que vivir con él, colega, no yo. Recuérdale su comisión si se pasa de la raya. Sólo con la más pequeña se podría comprar ese nuevo coche deportivo que quiere junto con un nuevo vestuario a juego. — Parker lo miró meneando las cejas y se echó a reír cuando Gary la miró ceñudo. En opinión de Parker, Nick y el auxiliar de vuelo al que acababan de conocer, Willy, podían competir en materia de pluma. Los dos hombres eran el modelo de Parker en el tema de las relaciones amorosas, pues llevaban quince años juntos. Habían construido su casa cerca de la suya en Press Cove, una extensión de playa casi desierta cerca de Clearwater, Florida. Su casa tenía todo lo que le hacía falta para entrenarse para los próximos torneos, al tiempo que le ofrecía la soledad que necesitaba para prepararse para las semanas de viajes. Gary ansiaba estos viajes de vuelta a casa tanto como Parker, porque así Nick y él tenían el tiempo necesario para fortalecer el estado mental de Parker, además de su cuerpo. Tener todos los vicios imaginables al alcance de la mano habría destrozado su carrera de no haber sido por su influencia, así como la de las dos hermanas de Parker. Parker rara vez se quejaba de sus compromisos, pues sabía que su carrera no duraría para siempre. Tenía una pequeña oportunidad de conseguir alcanzar todas sus metas antes de retirarse a su casa o a la silla del comentarista. A los veintidós años, le quedaba mucho tiempo para plantearse el futuro, si no sufría ninguna lesión. Lo que le había ocurrido a su entrenador era algo que siempre tenía presente y que la llevaba a entrenar más duro, por si el tiempo que pudiera brillar en la pista central resultaba efímero. —Ya sabes cuánto le gusta verte jugar, así que no te metas con mi chico —dijo Gary. Se trasladaron a la puerta de embarque de su vuelo de conexión, los dos deseosos de llegar a casa. La mujer que los siguió a bordo no daba crédito a su suerte al ver a los dos altos deportistas que iban por delante de ella. ¿Es que las superestrellas del tenis no viven en Nueva York o algo así?, se preguntó Emily al tiempo que caminaba más despacio para pasar desapercibida. La

piloto tenía muchas ganas de llegar a su propio asiento de cuero en primera para echarse una siesta rápida antes de reunirse con Gail. La idea de tener que compartir el espacio con Parker King la hizo desviarse a la cabina en busca de un asiento libre. Emily se conformaría con la charla banal de la tripulación en lugar de la siesta. Parker se había disculpado, pero tenía algo que seguía molestando a la piloto. A lo mejor es por su forma de pedir disculpas. Emily no podía evitar pensar que Parker era una de esas personas que no estaban acostumbradas a equivocarse nunca, o al menos a reconocer que se habían equivocado. La idea que se había hecho la joven sobre su cargo en el vuelo anterior había herido a la piloto en un punto sensible, anulando la atracción instantánea que había sentido cuando Parker apareció por la esquina. Emily estaba acostumbrada a los chistes por parte de los hombres, pero cuando se trataba de mujeres triunfadoras, le sentaba aún peor. No, Parker King podía guardarse sus bromitas y su belleza para impresionar a otra persona, a ella no le interesaba. Lo que ahora necesitaba era pasar unos días al sol con Gail, pero sin permiso, la mente de Emily regresó a la tenista dormida que estaba al otro lado de la puerta de la cabina. —Aquí, chicos —dijo Nick. El alto griego estaba en la puerta con dos docenas de rosas en los brazos. Después de recibirlos a los dos con un beso y de coger sus bolsas, entregó una docena a Gary y otra a Parker—. Vamos, tengo el coche aparcado fuera y Terminator ha ido a recoger vuestras maletas. —¿Ha venido Kimmie? —preguntó Parker. No veía a sus hermanas desde hacía seis meses, porque sus programas no habían coincidido. Mientras que Parker dominaba el mundo del tenis femenino, sus hermanas, Kimmie y Gray, hacían lo mismo en voleibol playa. —Sí, Gray y ella van a estar hoy aquí. Mañana por la mañana se van a un torneo en Palm Beach, así que esta noche te van a hacer la cena y van a ocupar tus habitaciones de invitados. —Nick los guió hacia la salida, sabiendo que las hermanas King y él habían superado con creces el tiempo que podían estar aparcados fuera, aunque por otro lado, a Gray no la llamaban Víbora sin motivo. Una sola mirada suya había enviado al joven guardia de seguridad de vuelta a su garita durante la hora que llevaban esperando.

—Recuerda, ejercicio primero, reunión familiar después —dijo Gary, sabiendo que el recordatorio era innecesario, pero lo dijo de todas formas. —Sí, amo, lo recuerdo. En el Suburban aparcado fuera estaban dos mujeres que eran prácticamente iguales que la tenista salvo por el pelo. Kimmie y Gray llevaban el pelo corto por cuestiones de comodidad al jugar, pero todas ellas tenían la misma constitución fuerte. Todas se llevaban dos años de diferencia y Parker era la pequeña de la familia, mientras que Gray era la mayor. Para todas ellas, el deporte había sido una forma de escapar de unos padres excesivamente conservadores que querían unas damas recatadas como hijas que les permitieran lucir un montón de nietos. En cambio, habían tenido a tres de las lesbianas más famosas del mundo del deporte, lo cual había bastado para que sus padres las repudiaran. Gracias a la cuidadosa gestión de Nick, ninguna de las tres tenía ya problemas económicos, sólo el dolor causado por el rechazo de sus padres. —¿Estamos viendo a la campeona de Wimbledon? —preguntó Gray, saliendo del asiento del conductor. La sorpresa para Parker les iba a costar dos días de entrenamiento, pero merecía la pena por ver la sonrisa de su hermana pequeña. A las dos mayores les había dado muchísima pena no estar presentes en ninguno de los partidos que había jugado Parker, pero tenían la esperanza de poder estar en las gradas en septiembre para todo el Abierto. La familia se puso al día de lo que estaba ocurriendo en su vida desde la última vez que se habían visto y encargaron a Gary que apuntara unas fechas en las que Parker podía ir a ver jugar a sus hermanas. Dentro del aeropuerto, Emily llegó a la salida justo a tiempo de ver que Parker se metía en el coche y éste se alejaba. Como siempre, Gail llegaba tarde, y Emily esperó dentro con el aire acondicionado, porque no quería enfrentarse al calor hasta tener puesto un traje de baño. Emily acabó esperando cuarenta minutos, apoyada en la pared de cristal de la entrada, hasta que por fin vio a Gail fuera, saliendo de un coche alquilado. Por su forma de caminar, Emily supo dónde había estado desde que había llegado. Cuando la corredora de bolsa entró y se inclinó para darle un beso, su aliento a whisky sólo fue la confirmación. La rubia se puso al volante mientras Gail cargaba el equipaje, y se

preguntó si la abolladura del guardabarros delantero ya estaba allí cuando Gail recogió el coche. El fuerte portazo en el lado del pasajero hizo que Emily mirara a la mujer con la que había pasado tres años, que cerró los ojos y se quedó dormida en lugar de hablar. Si no hubiera sido tan triste, a Emily le habría hecho gracia que las dos llevaran casi un mes sin verse y no tuvieran nada de que hablar. Emily arrancó con el coche hacia la casa que habían alquilado.

Las tres hermanas hicieron el circuito completo de la sala de entrenamiento mientras las dos mayores se metían con Parker por lo de Alicia. Las dos torturadoras estuvieron citando cada titular de la prensa sensacionalista hasta que Parker se puso la ropa de correr y se lanzó por la playa. Esta extensión de paraíso era lo que más echaba de menos cuando la agotadora gira de torneos la obligaba a ausentarse durante meses enteros. La limpia arena blanca y las aguas verde azuladas eran como una capa de calma en su vertiginosa vida. Al volver aquí, Parker estaba convencida de que podría apartarse del tenis y no echar en falta ni al público ni la actividad. La casa de Parker estaba construida en una gran parcela de tierra en primera línea de playa en Press Cove. Al otro lado de la casa de Nick y Gary sólo había un par de casas más en lo que eran kilómetros de playa. Después, no había nada más hasta llegar a la extensión más habitada donde empezaba Clearwater. A Parker no le importaba compartir el terreno cercano a ella, puesto que sus otros vecinos sólo venían durante los fines de semana en otoño para disfrutar de las temperaturas aún cálidas, pero más frescas. Dejando a sus hermanas en la cocina, Parker se acercó a la orilla y se estiró. Con el recorrido que hacía habitualmente bajaba ocho kilómetros por la playa y luego daba la vuelta y regresaba. Su dedicación a la carretera, como lo llamaba Gary, le mantenía las piernas descansadas durante los partidos más duros. Las mujeres del otro lado de la red acababan maldiciendo en el segundo set al ver que Parker empleaba la misma velocidad para correr detrás de la pelota que en el primer set. En verano los acompañantes habituales de Parker eran las gaviotas que pasaban volando y los andarríos que corrían por delante de ella para huir de las olas. Era una de las razones por las que corría sin los típicos cascos de música que usaba la mayoría de la

gente. El ruido de las olas y de sus pies al golpear la arena eran el estilo de meditación de Parker. El disfrute con lo que la rodeaba y la alegría de estar en casa estuvieron a punto de hacerla tropezar con la pareja enzarzada en un apasionado beso sobre una manta roja en la arena. Parker vio que la más alta tenía la mano bien metida en las bragas del bikini de su compañera y que la rubia que estaba encima de ella parecía gozar de sus atenciones. Posando la mirada de nuevo en el agua, Parker siguió corriendo sin decir nada, pues no quería incomodar a las dos amantes más de lo que ya lo había hecho. Es decir, si es que se han dado cuenta, pensó mientras la velocidad que llevaba la alejaba lo suficiente para no oír la pelea que había provocado sin querer. —Maldita sea, Gail, cuando te digo que pares, te agradecería que lo hicieras sin más. Te he dicho que venía alguien y tenía razón. No me hace gracia dar el espectáculo —dijo Emily con tono acalorado. Se había apartado de Gail en cuanto oyó que los pasos se perdían en el ruido de las olas. Cualquier satisfacción que pudiera haber sentido por volver a ver a Gail después de tres semanas se desvaneció como la espuma que cubría la arena cerca del agua. —Qué curioso, Em, hace tres años te habría dado igual dónde estuviéramos o quién estuviera mirando, pero ahora todo parece ser un problema. Siento que un cuarto oscuro con las cortinas echadas no me parezca el único lugar adecuado para demostrarte que te quiero. Dios, llevo casi un mes sin verte y ya estás con estas chorradas. Que disfrutes de la puesta de sol, yo me voy al pueblo a hacer la compra para nuestra estancia —dijo Gail. Estos pequeños estallidos y regañinas de Emily empezaban a hartarla y, para evitar otra pelea, Gail se levantó y echó a andar. —No me echabas tanto de menos como para olvidarte de pasar por el bar del aeropuerto para tomarte unas copas antes de ir a recoger el coche. Espero que tengas seguro porque no creo que te hayan dado uno con el guardabarros abollado. Gail dejó de caminar, pero no se volvió. —La botella me está resultando una amante más apasionada y cariñosa que tú, Emily, y tus sermones no me van a hacer cambiar de opinión. Piénsalo mientras hago la compra, antes de que me vaya de verdad —amenazó Gail.

—¿Quieres decir que Sophia no te resultó suficientemente apasionada? —He sido una idiota al creer que ese corazón que tienes podría perdonarme, Emily. —Ya, bueno, ya sabes lo que dicen sobre los hábitos adquiridos. Gail apretó el puño, pero siguió negándose a volverse. No era propio de Emily sacar a relucir errores del pasado, o al menos el único que conocía Emily. —¿Qué quieres decir con eso? —Nada, vete. Emily se quedó sentada en la manta con los ojos cerrados durante más de una hora y luego se levantó y se metió en el mar. La piloto estaba harta de trabajar y volver a casa sólo para pelearse constantemente con Gail, y la idea de hacer lo mismo durante sus vacaciones le daba ganas de recoger sus cosas y pedir una nueva tanda de vuelos. Para Emily empezaba a estar claro que debía plantearse cómo terminar la relación, en lugar de dedicar un minuto más a intentar arreglarla, pero aquí estaban, de modo que lo volvería a intentar. Hacía ya mucho tiempo que tendría que haber aprendido la lección de que no podía impedir que Gail bebiera, pero Emily se sentía culpable de marcharse. Gail nunca la había maltratado, simplemente sabía cuánto alcohol podía ingerir sin perder facultades en la bolsa al día siguiente. Emily sacudió la cabeza e intentó no pensar en sus problemas. Seguirían esperándola cuando volvieran a casa, ahora era el momento de disfrutar de la casa y del sol, aunque tuviera que hacerlo sola. Cuando ya había leído buena parte del segundo capítulo de su novela, Emily levantó la mirada para ver a quién pertenecían los pasos que oía. Estaba segura de que fuera quien fuese el corredor, se trataba de la misma persona que las había interrumpido antes. La mujer pasó corriendo ante ella ajena por completo a su presencia y Emily se quedó sin aliento por la pésima suerte que estaba teniendo ese día. Ahí, en toda su gloria sudorosa, estaba Parker King. Vestida tan sólo con unos pantalones cortos de atletismo y un sujetador deportivo, Parker le dio la oportunidad a

Emily de quedarse mirando sin sentirse culpable ni temerosa de que la pillara. Parker era como una de esas obras de arte que se encontraban en los museos. Se le veían los músculos marcados en todas las partes que llevaba al descubierto, fruto de su sesión de levantamiento de pesas y de la carrera, y luego Emily pasó a la cara de Parker. Aquí, en esta zona casi inviolada, Parker parecía feliz como si fuese libre. La joven, que había ido perdiendo velocidad hasta ponerse al paso tras cruzar ante ella, no se parecía en nada a esa persona sarcástica que había intercambiado pullas con ella durante el vuelo. Después de terminar el segundo capítulo del libro que había comprado obligando a Gail a parar antes de seguir hacia Tampa, Emily pensó que tal vez había juzgado mal a Parker. Alguien que leyera Matar a un ruiseñor no podía estar tan mal, ¿verdad? La idea de anunciar su presencia murió en labios de Emily cuando Parker se desnudó y se metió de un salto en las olas delante de la casa que estaba al lado de la que habían alquilado Gail y ella. Emily no se había fijado en la casa de la playa cuando llegaron. La pista de tenis construida sobre pilones encima del agua le habría dado una buena pista de quién era la dueña si se hubiera molestado en mirar. Así que aquí es donde vive la Romeo del circuito, pensó Emily. Sus divagaciones mentales se vieron confirmadas al instante cuando otras dos mujeres desnudas salieron corriendo de la casa para unirse a Parker en el agua. Sí, es una cerda aficionada a los libros clásicos. Emily regresó a la casa, llevándose sólo el libro y su bolsa y dejando el resto para que se ocupara Gail. Emily tenía la sensación de que estar aquí durante una semana sólo iba a dejar más de manifiesto lo fastidiada que estaba su vida. ¿Cómo sería pasar por la vida sin preocuparse por las consecuencias?, se preguntó Emily, echando un último vistazo a las tres mujeres que jugaban con las olas. A la mañana siguiente, Gail se fue a la playa con su propio libro mientras Emily salía por la puerta de entrada con las llaves del coche. La noche anterior, cuando Gail volvió seis horas después de haberse marchado, Emily se había duchado y ya estaba durmiendo, sin darles la oportunidad de seguir hablando de lo que les estaba ocurriendo. Esa mañana las cosas fueron más fáciles, pues la piloto informó a Gail de que se iba al pueblo sola. Emily había estado en esa zona en una ocasión anterior y le había gustado

pasear por el centro de Press Cove. Con suerte, encontraría unos regalos para su madre y su hermana, cuyos cumpleaños caían a finales de verano. Emily se relajó en el café antes de lanzarse a hacer compras, intentando olvidar la creciente tirantez que había entre Gail y ella. Estaba empezando a enfadarse por esas largas noches en las que no sabía dónde estaba Gail, pero no estaba preparada para dar el paso final. La idea de que Gail la estuviera engañando no era el problema, pero si encontraba solaz en el fondo de un vaso de alcohol, ¿cuánto tardaría eso en llevarla otra vez a los brazos de otra persona? Emily pensaba que si llegaban a romper, su madre se lo tomaría muy mal. Su madre siempre había pensado que Gail introducía un elemento de calma en la vida de su hija, pero Emily nunca había contado toda la verdad a su familia, pues no quería preocuparlos. Y en realidad quería más de lo que estaba obteniendo. ¿No debería haber pasión, y no sólo para las discusiones? Emily se quedó sentada con los ojos cerrados, repasando mentalmente una letanía de preguntas sobre cómo arreglar su vida, y en ese momento una voz conocida la interrumpió y le hizo torcer el gesto. —Siento haber tardado tanto, señora, pero todavía me estoy recuperando de un aterrizaje algo brusco que tuve ayer en Miami. Cuando Emily abrió los ojos, ahí estaba la tenista, con una bandeja donde estaba el capuchino que había pedido. El calor que le inundó las orejas era una mezcla de rubor y rabia por lo que había dicho Parker. El mal tiempo y el viento racheado habían hecho que el aterrizaje distara de ser perfecto y no estaba dispuesta a aguantarle chorradas a nadie. —Lo siento, capitana, lo decía en broma. Parecía tan perdida aquí sentada que se me ha ocurrido venir a animarla. —¿Por qué me molesta durante mis vacaciones, señorita King? —preguntó Emily. Ah, no, no me voy a colar por una bonita sonrisa y un bonito culo. Emily, se acuesta con dos mujeres al mismo tiempo, tuvo que recordarse Emily cuando los hoyuelos que lucía Parker le dieron ganas de sonreír a su vez. Emily siguió echándose un sermón mental como método para levantar sus defensas. Hoy son azules como el

cielo, intervino la otra voz que tenía en la cabeza cuando Parker se inclinó para poner la taza en la mesa y Emily le vio bien los ojos. —Volvía del aeropuerto, capitana, y me encanta el chocolate caliente que dan aquí. Discúlpeme por molestarla, no volverá a ocurrir. Espero que disfrute de su estancia. —La sonrisa desapareció de la cara de Parker al tiempo que pensaba, Dios, esta mujer es una arpía. Parker se volvió para regresar al mostrador y esperar a que la sirvieran y entonces oyó el tono más amable de Emily. —¿Es que le gusta pasar el rato en los aeropuertos? ¿O es que es ahí donde practica los comentarios sarcásticos para los empleados de las líneas aéreas? —La pregunta era el intento por parte de Emily, en contra de su buen juicio, de evitar que Parker se fuera después de haberle respondido de malos modos. —No, ése es su trabajo, creo yo, y no soy sarcástica. Es que he llevado a mis hermanas, que tenían que coger un vuelo esta mañana. Vinieron ayer a visitarme por sorpresa y hoy tenían que presentarse en su propio torneo —contestó Parker. Un adolescente con acné se acercó, le dio a Parker una gran taza humeante y volvió detrás del mostrador. —¿Es que hay más de una como usted? —Puso cara de asco cuando el chico regresó con un gran bollo de canela para acompañar el chocolate caliente de Parker. Jo, eso es lo que come y mantiene ese aspecto. Emily miró a Parker, que estaba sujetando el bollo y la taza, y cayó en la cuenta de que la tenista estaba esperando a que la invitara a sentarse—. Perdone, ¿quiere sentarse conmigo? —Emily señaló la silla vacía que tenía delante, deseosa de repente de la compañía de Parker. —Gracias, y sí, somos tres, pero Gray y Kimmie no se parecen nada a mí. Para empezar, las dos son más altas, y además les va la arena. —Parker dio un gran bocado al pegajoso bollo que había pedido y se lo ofreció a Emily para que lo probara. La rubia dijo que no con la cabeza, pues sabía que tenía el metabolismo de una babosa perezosa. —¿La arena? —Ahora lamentaba no haber aceptado probar el bollo que le había ofrecido Parker, al ver que los ojos azules se ponían en blanco, expresando lo bueno que estaba.

—Juegan al voleibol, voleibol playa. Forman un equipo de dobles capaz de hacer que te comas el balón si no estás atenta —explicó Parker. Emily observó a Parker mientras ésta seguía comiéndose el bollo, deteniéndose de vez en cuando para lamerse el chocolote de los dedos. Dios, qué pinta tan buena. Al cerebro de Emily le costaba distinguir con ese comentario entre el bollo y los largos dedos que lo sujetaban. —Igual que su hermana cuando sirve a más de ciento sesenta kilómetros por hora —dijo Emily sin pensar. En cuanto lo dijo, Emily quiso darse de tortas. Lo único que le faltaba a Parker era recibir comentarios elogiosos por su parte. La sonrisa adornada con un ligero bigote de chocolate advirtió a Emily de su error. —Vaya, capitana, no sabía que le importara —bromeó Parker, y la agitación y el sonrojo de Emily le dieron ganas de reír, pero se contuvo. —Vi parte de su partido en la sala del aeropuerto porque no ponían otra cosa. Su talento en la pista de tenis me impresionó, señorita King, pero luego la conocí en persona y me llamó bonita y ordenó que le hiciera un café y un sándwich —dijo Emily. En esta mesa hay igualdad de oportunidades para ponerse nerviosas, grandullona, pensó Emily al ver que Parker también se ponía un poco incómoda. —Era chocolate, yo no bebo café. —Un puro detalle semántico, señorita King. Yo no sirvo ninguna de las dos cosas. —Ah, permítame que disienta. Sí que lo hace, capitana. —Emily estrechó los ojos, y Parker decidió que había llegado el momento de cambiar de tema y dejar el de las bebidas antes de que la conversación la depositara en otra mesa—. No le he llegado a preguntar dónde se aloja. —En Villa Pelícano. La pregunta era la campana que daba por terminado el asalto, y ahora se retiraron a sus correspondientes rincones. Sí, la casa que está justo al lado de la tuya, oh nadadora desnuda, aunque ahora ya sé quiénes eran las otras dos mujeres. ¿Es posible que te haya juzgado mal, Parker?

—Hombre, si somos vecinas —dijo Parker, irguiéndose y sonriendo. Todavía no había caído en la cuenta de que la rubia del bikini era Emily—. ¿Qué le parece si la invito a cenar para compensarla? O mejor aún, ¿qué tal si cocino para usted? Vale, salimos de las bebidas para entrar en el flirteo. ¿Acaba de pedirme que salga con ella? Dios, esta chica se mueve tan deprisa que me pregunto si detiene el coche cuando viene a recogerte. Vamos a parar esto un poco. —He venido con alguien, ¿ella también está invitada? Si Emily era sincera consigo misma, el encuentro en la cafetería había pasado al flirteo en cuanto Parker se sentó, y ya era hora de frenar un poco. Emily había venido para arreglar su relación con Gail, no para hacer piececitos con Parker King. La sonrisa fotogénica que tenía delante vaciló un poco, pero no desapareció del todo. —Claro, vengan esta tarde en cualquier momento a partir de las seis. Tengo entrenamiento y gimnasio hasta las cinco y media más o menos. Nos vemos entonces. —Parker se levantó y se marchó sin esperar una respuesta, y Emily se quedó mirándola mientras se metía en un Land Cruiser algo anticuado y se alejaba. —Bueno, va a ser interesante —murmuró Emily por lo bajo. Se comió el último trozo de bollo de canela que Parker había dejado en la mesa para ella antes de irse. Ahora Emily tenía dos cosas sobre las que sentirse culpable. Ir de compras ya no la atraía tanto después de su extraña aventura en el café, por lo que Emily regresó a la casa de la playa después de que Parker se marchara, llevándose consigo toda la vida del centro del pueblo. En el fresco interior de la casa no se oía nada, por lo que Emily supuso que Gail estaba en la playa. Al mirar por las ventanas de atrás, vio que el sol creaba destellos en las ligeras olas y que la parte superior de las matas se mecía suavemente con la leve brisa. Desnudándose mientras cruzaba la casa hasta el dormitorio para ponerse el traje de baño, Emily se sintió aliviada de no tener que hacer frente a otra pelea con Gail.

Emily depositó su bolsa encima de la manta, que seguía en el mismo sitio donde había estado el día anterior, y corrió a meterse en el mar. El agua le resultó muy fría al principio, de modo que se lanzó de cabeza, hundiéndose en la emoción de la falta de responsabilidades. Cuando salió a la superficie oyó una especie de chasquidos. En la pista de la casa de al lado que parecía flotar encima del agua, Parker y otra mujer parecían empeñadas en matarse mutuamente con una pelota de tenis. Parker llevaba una camiseta y pantalones cortos holgados, pero ni siquiera eso conseguía disimular la potencia descarnada que blandía la raqueta como si fuese una espada. Fuera quien fuese su adversaria, estaba manteniendo el tipo en el transcurso de una jugada de volea tan abrasadora como el inclemente sol. Emily oía de vez en cuando la voz de un hombre que gritaba correcciones. De repente se alegró mucho de que Parker todavía diera la impresión de divertirse con lo que en esencia no era más que un juego. Eso parecía acorde con el espíritu libre de la joven. —Natasha, envíalas más hacia la derecha, por favor, Boris tiene que trabajarla más ahora porque la pelota bota de otra forma en el Abierto. Park, presta atención y alarga los golpes. Ya sabemos todos que eres una chicarrona capaz de golpear con fuerza, ahora vamos a trabajar los toques sutiles, cariño —dijo Gary. La posición de saque se giró un poco y el alto hombre tuvo que agacharse para esquivar el cañonazo que le había disparado Parker—. Qué graciosa, Parker, pero qué graciosa. Emily se descubrió riendo al ver el lado travieso de Parker. La piloto sólo tenía veintiocho años, pero hacía tiempo que había perdido esa faceta infantil. Era estimulante ver que alguien hacía tonterías con tanto placer incluso cuando no había nadie mirando. Uno de los globos lanzados por Parker pasó por encima de la valla y cayó al agua, y Emily pensó que ésa era la desventaja de la situación de la pista y también que Parker se debía de estar cansando para cometer tal error. Aquello se vio desmentido cuando Parker ordenó: —Abby, ve. La bola de pelo que se lanzó al agua era la mayor mezcla perruna que había visto Emily en su vida. No era más que una gran mancha negra que cayó al agua y nadó

hasta la pelota amarilla que estaba flotando. Se reunió con Parker en la playa, depositó la pelota a sus pies y se sacudió el agua del pelo. —Mira que eres petardo. Emily oyó la voz grave de Parker quejándose por la ducha repentina. Tan concentrada estaba en su vecina, que Emily no oyó a Gail, que se acercó nadando hasta ella, y pegó un ligero respingo cuando dos brazos le rodearon la cintura. —Hola, cariño, te echaba de menos. —Echó a un lado el pelo de Emily y la besó en el cuello, y Emily se quedó rígida un momento por el gesto. Emily se obligó a relajarse y dio unas palmaditas en las manos de Gail que le cubrían el abdomen. Gail le dio la vuelta y cuando estaba a punto de besar a Emily, los ladridos desde la orilla les dieron un susto que las obligó a separarse. El chucho negro bailaba alternando las patas con la pelota mojada plantada delante de él. Emily se echó a reír al pensar que si Parker hubiera sido un perro, habría sido así. Sólo quería jugar y su dueña había vuelto a la casa. —Vamos, Abby, es hora de irse, chico —oyeron la voz de Parker desde detrás de las dunas. Abercrombie se quedó sentado un segundo y las saludó agitando la pata, luego empujó la pelota al agua con el morro como regalo, se volvió y corrió hasta casa. —¿Has comprado algo? La expresión de Gail le comunicó a Emily lo que le apetecía, y pensó, Pues así sí que vamos a hablar mucho de lo que pasó ayer. —No, decidí volver para darme un baño después de encontrarme con nuestra vecina. Nos ha invitado a cenar esta noche. Espero que no te importe, pero he aceptado. —Con un pequeño esfuerzo, se soltó de los brazos de Gail, se dirigió hacia la orilla y por capricho cogió la pelota que había dejado Abby. —Claro, lo que tú quieras. ¿Qué tal una siesta? —propuso Gail. Ya eran las cuatro, les quedaban unas cuantas horas. —Muy bien.

Una hora después, Gail estaba tumbada a su lado, saciada, pero frustrada al mismo tiempo. Emily la había tocado y le había hecho el amor, pero no había querido recibir nada a cambio por parte de ella. Eso ocurría cada vez con más frecuencia, y Gail no sabía cómo solucionarlo. ¿Acaso Emily sólo quería ser conquistada? —Vamos a tener que hablar de esto tarde o temprano, sabes —le dijo Gail, sin apartar el brazo que se había echado por encima de los ojos. Emily se levantó de la cama y se fue a la ducha, acompañada por el suspiro que oyó detrás al cerrar la puerta. —No puedo hablar de algo para lo que no tengo respuestas —le dijo a su reflejo en el espejo del cuarto de baño. Gail y Emily echaron a andar en silencio por la orilla hacia las seis para ir a casa de Parker. Las dos contemplaban las ondas del agua, que en realidad no se podían considerar olas, como si tuvieran la respuesta de lo que no funcionaba entre ellas. Gail se fijó en la pelota que había dejado el perro y que Emily llevaba en la mano, la mano más próxima a ella, por lo que no podía cogérsela. —Como vayas a la arena, te tiro a la parrilla. —En la voz no había el menor tono humorístico y Emily y Gail se pararon en seco—. En serio, Abby, tardo una hora en secarte todo ese pelo que tienes con el secador —terminó Parker. Emily lo vio plantado al borde de la terraza, mirándole la mano, y aceleró el paso para que el chucho no se metiera en un lío. —Hola —llamó Emily. Al saludo de Emily le respondieron los fuertes ladridos de Abby, dando la alarma en un radio de quince kilómetros por la llegada de las mujeres. —Hola, suban. No se preocupen, Abby es i-n-o-f-e-n-s-i-v-o —dijo Parker. Gail enarcó una ceja al oírla deletrear y pensó que la velada iba a ser muy larga. —Vamos, Emily, es evidente que es inofensivo. En cuanto Gail dijo eso, Abby sufrió una transformación. Como a un gato, se le erizó el pelo y enseñó los dientes gruñendo.

—Abercrombie Princeton King, abajo —gritó Parker. El grito hizo que el perro volviera la cabeza de golpe y que se sentara al instante. Miró a Parker, esperando al parecer para ver si se la iba a cargar de verdad—. No lo ha dicho en serio, chico, todo el mundo sabe que el auténtico King Kong eres tú —le dijo Parker al perro con tono mimoso. La cola empezó a agitarse de nuevo y una vez más intentó engatusar a las dos mujeres que estaban en la arena para que se reunieran con ellos. —¿Qué demonios ha pasado? —quiso saber Gail. Si la mujer tenía un perro salvaje, no debería invitar a la gente sin encerrarlo primero. —Lo siento, es que a Abby no le hace ninguna gracia que la gente diga que es como ha dicho usted. Supongo que hace que se sienta como un alfeñique. Pide perdón, chico —ordenó Parker. Abby se acercó primero a Emily e inclinó la cabeza ofreciéndole una pata, que ella aceptó, devolviéndole la pelota. El perro hizo lo mismo con Gail, pero le clavó una mirada a la mujer con unos ojos sorprendentemente parecidos a los de su ama. —Hola, me alegro de que hayan venido y espero que tengan hambre. —Detrás de Parker había una parrilla inmensa en la que ardían troncos de nogal para convertirlos en carbón, y a su lado estaban preparados unos grandes filetes de salmón. Todo tenía un aspecto organizado y al alcance de la mano para una cocinera experimentada como Emily. Era una de sus aficiones, que no lograba practicar muy a menudo. —¿Usted cocina, señorita King? —Fue entonces cuando la piloto se preguntó si Parker sabía cómo se llamaba. No habían llegado a tutearse en todos sus anteriores encuentros. —Por favor, capitana, llámeme Parker. —Le ofreció a Gail una gran mano bronceada y se presentó a la acompañante de Emily—. Bienvenida a mi casa, soy Parker King, y ya conoce a Abercrombie. —Gracias por la invitación. Yo soy Gail Ingles, y veo que ya conoce a Emily. Y me parece que con usted sobran presentaciones, Parker, enhorabuena por su reciente triunfo.

Parker asintió aceptando el saludo, señaló unos asientos, ahora que habían terminado con las formalidades, y se trasladó al bar que había al aire libre. —¿Les puedo ofrecer algo de beber? —Vino blanco y whisky, si tiene —contestó Gail por las dos. Parker vio la mirada que le echó Emily a su compañera por hacer eso y esperó a ver si la rubia contestaba por su cuenta. —En realidad, me apetece un chocolate caliente. —¿Con o sin esponjas? —preguntó Parker. —Qué diablos, con. —¿Chocolate caliente? ¿Estás loca? Estamos a cien grados. —Las advertencias de Gail cesaron cuando Parker destapó el termo del bar y sirvió dos tazas de chocolate caliente, luego echó un puñado de esponjas en las dos y por fin sirvió un whisky—. ¿Cómo ha sabido que no soy yo la que bebe vino? —Los ojos marrones se entrecerraron casi lascivos cuando Parker les sirvió las bebidas correctamente sin tener que preguntar. —Pura intuición, señorita Ingles. —Gail, por favor. —Aceptó la bebida y vio que Emily rodeaba con las manos la taza que le había dado Parker como si hiciera frío fuera. ¿Dónde demonios había conocido Emily a la tenista número uno del mundo y por qué parecían tan cómodas la una con la otra? —Bueno, ¿qué tal si se entretienen solas mientras yo cocino el pescado? Si se lo piden amablemente, Abby estará encantado de mostrarles todos los trucos que sabe, empiecen por pedirle que se haga el muerto y continúen a partir de ahí. —Parker había pensado en acercarse a la otra casa para cancelar la cena cuando salió a correr, porque Gary había adelantado un día la sesión fotográfica, pero a pesar de la compañera, quería ver a Emily otra vez antes de que terminaran sus vacaciones y volvieran a casa. —Abby, hazte el muerto —dijo Parker para que arrancaran. Parker se sacó una pistola imaginaria del bolsillo y le disparó. El cómico peludo le echaba más cuento que

con el típico truco de caerse y quedarse inmóvil que hacía la mayoría de los perros. Se llevó una pata a la cabeza, aulló como si Parker hubiera apretado de verdad el gatillo, luego se tambaleó un poco y cayó a los pies de Emily, gimiendo unas cuantas veces más antes de morir. Mientras Emily se reía con las payasadas del perrazo, Gail se levantó y se sirvió otra copa, llenándose el vaso más de lo que lo había hecho Parker. Ésta era la Emily que había conocido Gail una noche al salir con sus amigas. Gail la había perdido, pero al parecer Parker la había encontrado y había animado a Emily a salir de la concha en la que se había metido. —Abby, baila —le indicó Parker de nuevo. Gail no apartaba los ojos de Parker, mientras que Parker no apartaba los ojos de Emily, quien a su vez no apartaba los ojos de Abby. Dejando que el perro se marcara un baile sobre las patas traseras, Parker le pidió a Gail que vigilara los filetes un momento mientras ella corría dentro. Emily alabó a Abby por su esfuerzo y se quedó mirando a Parker cuando ésta entró en la cocina, donde estuvo un momento. La alta morena regresó con un cuenco de espárragos marinados para la parrilla y una sonrisa para Emily. Eso sí que sería divertido, tener a alguien con quien cocinar, pensó Emily mientras observaba a la joven trabajando en la parrilla. A Gail no le gustaba hacer nada en la cocina, mientras que a Emily le encantaba pasar el día probando nuevas recetas cuando tenía tiempo. ¿Por qué demonios estoy pensando en esta persona de esta forma? La llamada a la mesa por parte de Parker no le dio tiempo a Emily de plantearse la respuesta a la pregunta mental. Durante la cena, Parker bebió agua, lo mismo que Emily, dejando que Gail se terminara la botella de vino blanco que estaba en la cubitera encima de la mesa. La corredora de bolsa rechazó un café o un chocolate caliente y volvió a la botella de whisky con la que había empezado al llegar. Se habían quedado sin conversación cortés veinte minutos antes, y tanto Emily como Parker notaban el creciente mal humor de Gail. —Tal vez deberíamos irnos. —Emily no tenía ganas de marcharse y enfrentarse a Gail, pero no encontraba una excusa para quedarse.

—¿Os puedo acompañar a casa? —preguntó Parker, al ver los ojos vidriosos de Gail. Si tropezaba en las dunas durante el trayecto, Parker no creía que Emily pudiera sola con ella. —Creo que tenemos un puto cerebro capaz de encontrar la casa de al lado, Parker, así que déjalo. —Gail no sabía de qué había ido esta cena, pero Emily y ella tenían que hablar de algunas cosas cuando se libraran de la estrella del tenis y su maldito perro de circo. —Lo siento si te he ofendido, Gail, es que me parecía que podrías necesitar ayuda para volver. —Éste no era el momento de demostrarle a la mujer borracha sentada ante ella que era capaz de reventar de un golpe algo más que una pelota de tenis—. Si me disculpáis, mañana tengo que madrugar, pero os agradezco que hayáis venido a cenar esta noche. Gail se levantó de la mesa y tropezó, cayendo sobre ella y rompiendo de paso todos los platos. Abby volvió a mostrarle los dientes sin gruñir y Emily dio la impresión de estar a punto de ayudar al perro con su propio gruñido. —Tranquila, capitana, Rosa lo recogerá por la mañana, no te preocupes. — Parker detuvo a la rubia antes de que ésta recogiera nada. Gail ya se había vuelto y se alejaba de la terraza sin esperar a Emily—. Podemos decir que la cena ha sido un éxito estrepitoso. —Lo siento, Parker. Buenas noches —fue lo único que se le ocurrió decir a Emily, y luego también ella se adentró en la oscuridad. Casi a medio camino entre las dos casas, Emily vio a Gail, que la estaba esperando. La rabia que había estallado en la terraza de Parker pocos minutos antes sólo había empeorado, según advirtió Emily, de modo que se acercó despacio—. Gracias por avergonzarme de esa forma. —¿Quieres decirme cuándo te has hecho tan amiguita de Parker King? ¿O es que te la has tirado para ver de qué iba todo el jaleo? —Gail agarró a Emily del brazo y apretó, como si intentara obligarla a contestar. —Pues a lo mejor. Al menos ella está sobria a las diez de la mañana. —Por primera vez desde que estaban juntas, Gail cerró el puño y lo echó hacia atrás. Emily se

la quedó mirando como desafiándola a llevar a cabo la amenaza—. Suéltame. —Estaba temblando por dentro, pero la voz de Emily sonaba tranquila y clara. —Yo decido cuándo te suelto, no lo olvides —dijo Gail, apretándole más el brazo a Emily—. No te preocupes, que no te voy a pegar. No es posible que te hayas tirado a nadie, Emily, porque las dos sabemos que eres demasiado fría para eso. Debería decirle a tu tripulación lo apropiado que es ese apodo de reina de hielo. —He dicho que me sueltes —dijo Emily, esta vez con más fuerza. Empujó a Gail y la tiró de espaldas en la arena. Al soltarse, Emily se echó a temblar y se le llenaron los ojos de lágrimas. Se volvió y corrió hacia la casa, dejando a Gail tirada en la arena. El hecho de que no mirara atrás ni una sola vez debería haberle indicado en qué punto estaba con la que había sido su amante durante tres años, pero a Emily le daba igual. Gail se había pasado de la raya esa noche y era posible que ya no hubiera marcha atrás —Bueno, a ver todas, vamos a montarlo todo antes de que nos caiga encima uno de esos chaparrones de verano típicos de esta zona. El año pasado hice aquí la portada de Sports Illustrated y me cargué mi lente Nikon preferida. Si hoy pasa lo mismo, van a rodar cabezas —dijo Annie Crain, la fotógrafa que había contratado Nike. Su equipo de catorce mujeres se apresuró a montar la iluminación en la pista exterior, con la esperanza de conseguir toda la luz natural posible. En el gimnasio, Parker estaba levantando pesas, desnuda y tumbada en un banco encima de una toalla, para no tener marca alguna en el cuerpo que pudiera captar la cámara. Los gritos y la música de al lado despertaron por fin a Gail, que seguía durmiendo en las dunas, con la impresión de tener la boca llena de arena. La mezcla de alcohol y sol había empeorado aún más su situación y se sentía como si le hubiera pasado por encima una manada de caballos durante la noche. Al entrar en la casa se cruzó con Emily, que salía vestida con su traje de baño. Emily se apartó de ella como si tuviera miedo y Gail alargó la mano para reconfortarla, haciendo que la rubia retrocediera unos pasos para huir de ella. La actitud de la mujer más menuda le indicó a Gail que en ese momento no había nada que decir, de modo que se fue en busca de la ducha y una aspirina. Tal vez después de una siesta se sentiría mejor y podrían tener la

conversación que estaban evitando. Si Gail hubiera vuelto a casa por la noche, se habría encontrado la puerta del dormitorio cerrada con pestillo. La música que sonaba en el equipo exterior obligó a Emily a dejar su libro y concentrarse en lo que ocurría en la casa de al lado. Aparte de un montón de gente con cámaras, había una colección inmensa de zapatillas de tenis alrededor de la pista. Cuando la fotógrafa estuvo colocada, llamó a un hombre que se llamaba Nick y le dijo que fuese a buscar a Parker. El chaparrón del que se había estado quejando la mujer estaba a cierta distancia sobre el mar y parecía que traía consigo un deslumbrante espectáculo de relámpagos. Emily se quedó mirando cuando Parker salió de la casa a la terraza, ahora limpia, cubierta tan sólo con un albornoz. Habían quitado la valla que rodeaba la pista, y Emily llegó a la conclusión de que iban a fotografiar a Parker jugando. A la piloto le pareció raro que Parker cogiera una raqueta y se dedicara a golpear unas cuantas bolas de calentamiento con el albornoz puesto. Desde una barca en el agua, sin que se lo viera, Gary le lanzaba globos por encima de la red para que Annie pudiera marcar las posiciones para distintos planos. Cuando Parker estuvo bien cubierta de sudor, le indicaron que podían empezar y se quitó el albornoz. Emily dio gracias a Dios de estar sentada en la playa y no en el agua. Estaba segura de que al ver aquello se habría ahogado. Parker estaba plantada en la pista con el pelo suelto y vestida tan sólo con zapatillas de tenis. Gracias a la sesión de maquillaje a la que se había sometido Parker esa mañana, parecía que no había la menor línea de bronceado en el cuerpo más perfecto que había visto Emily en su vida. La leche, fue lo único que se le ocurrió pensar al tiempo que volvía a oír los chasquidos del día anterior. Parker golpeaba una pelota tras otra mientras la mujer completaba cada vez más carretes de fotos. El telón de fondo de la tormenta inminente sólo acentuaba la figura de Parker, pensó Emily mientras veía cómo sobresalían sus músculos cuando golpeaba la pelota. Sin su permiso, los pies de Emily la llevaron cada vez más cerca de la pista mientras la sesión de publicidad iba tocando a su fin.

Cuando Emily llegó a la terraza, Parker estaba sentada a la mesa donde habían cenado la noche antes, bebiéndose una botella de agua y envuelta en el albornoz con el que había salido. El hombre que le había estado lanzando pelotas desde el agua estaba sentado con ella y el otro hombre ayudaba al equipo a recoger sus cosas. —Emily, buenos días. Espero que nuestra pequeña muestra de capitalismo no te haya molestado en exceso. Si no, habla con Nick, ha sido todo idea suya —dijo Parker. El gimoteo de Abby había advertido a Parker de la presencia de la piloto antes de verla. —No, he venido a disculparme de nuevo por lo de anoche —empezó Emily, pero Parker levantó una mano para detenerla. —No es necesario, capitana. Creo que si yo hubiera estado en el lugar de Gail, la velada habría sido igual, sin la bebida y los platos rotos. Pero me alegro mucho de que vinieras, me ha gustado pasar un rato juntas antes de que tengas que volver al mundo real. —El traje de baño por fin le hizo caer en la cuenta de quién era esta mujer y de que efectivamente, como había dicho Willy, tenía una relación con otra persona. Gail no tendría tan buen aspecto como tú en tu lugar, pensó Emily, volviendo a repasar la imagen mental de Parker desnuda. —Pues gracias, a mí también me ha gustado. Estoy pensando en volver hoy y quería verte antes de irme. Si alguna vez vas a Nueva York, no dejes de llamarme, y si estoy en la ciudad, me encantaría invitarte a cenar —dijo Emily. Se cruzó de brazos para disimular su incomodidad. —¿Por qué no subes a tomar un zumo o algo? —le ofreció Parker, que todavía no quería verla marchar. Parker se daba cuenta de que, como ella, Emily parecía sentirse sola, y de repente, la idea de no volver a verla le resultó inaceptable. —Parker, tenemos que terminar con esto —insistió Gary. Parker le echó una mirada fulminante para que se callara y el entrenador no le hizo ni caso. En la mesa delante de él estaba la quinta amenaza de muerte que recibía Parker en el último mes. En cada nota, el grupo que se autodenominaba los Soldados de Cristo explicaba con más detalle cómo iba a matar a la tenista. Los titulares de la prensa amarilla sobre su reciente ruptura con Alicia habían provocado una nueva avalancha de cartas odiosas de

la extrema derecha, pero a Gary este grupo le daba miedo. Los demás nunca enviaban descripciones tan detalladas de cómo iban a acabar con su amiga. —Tal vez debería irme, Parker, pareces ocupada. Y estoy aquí plantada medio desnuda y tú estás desnuda debajo de ese albornoz. —Tonterías, Emily, es que Gary es nuestro preocupón oficial. La gente me amenaza todo el tiempo por lo que soy, por la ropa con la que juego, por cómo llevo el pelo, lo que quieras, siempre encuentran algún defecto. Esto no es nada nuevo y estoy segura de que no va a ser la última vez que ocurra. ¿Manzana, arándanos o naranja? —Manzana, gracias. —Cogió la carta que estaba en la mesa y la leyó cuando Gary la instó a hacerlo. Emily no había venido para alterar aún más a Parker, de modo que optó por el humor cuando su anfitriona le pasó el vaso de zumo—. Ah, así que sabes cómo me llamo, empezaba a tener mis dudas. —Claro que sé cómo te llamas, capitana. Willy me lo contó todo sobre ti. Lo que te gusta, lo que no te gusta y la clase de persona que eres. —No quiero ni saberlo —dijo Emily. La silla se la tragó y Emily deseó haberse acordado de ponerse una camiseta encima del revelador traje de baño que llevaba. —Abby, tráeme azul, chico —le dijo Parker al perro, enviándolo dentro antes de resolver las dudas de Emily—. Tanto él como el resto de esa tripulación opinan que eres exigente, pero te quieren, Emily. Se sienten seguros contigo. Jo, pero si eres capaz de pilotar el avión, servir chocolate caliente y aguantar a tenistas pagadas de sí mismas. Buen chico —dijo Parker cuando Abby regresó con una camiseta roja en la boca. Parker se la lanzó a Emily y acarició a Abby celebrando su buena acción. Ya le costaba bastante mirar a Emily así vestida por razones evidentes, pero ahora tenía grabada en la mente la imagen de la mano de Gail metida en las bragas del bikini. —Gracias, Parker, pero esta camiseta es roja. —Emily le mostró la camiseta antes de ponérsela. —Lo sé y tú también lo sabes, pero él no. Abby es daltónico, pero está deseoso de complacer, así que no te metas con él.

—Efectivamente. Lo debe de haber aprendido de ti. ¿Puedo usar tu teléfono, por favor? —Emily se levantó y fue a la cocina cuando Parker asintió. Dejó que el entrenador y la jugadora se ocuparan de solucionar su problema mientras ella trataba de solucionar el suyo. —Gracias, Bobbie, tengo un vuelo para mañana. Voy a tomarme un par de días libres para empezar a buscar casa en cuanto llegue, así que te agradezco que me dejes quedarme contigo hasta que la encuentre. —En tan sólo diez minutos, Emily había conseguido un vuelo de vuelta a Nueva York y alojamiento con una vieja amiga hasta que resolviera sus problemas familiares, por lo que podría aprovechar el resto de sus vacaciones para buscar un nuevo piso. La piloto volvió a salir y se encontró a Parker vestida y preparada para lo que supuso que era un entrenamiento. Las grandes manos que normalmente sujetaban una raqueta, sujetaban ahora la carta amenazadora que predecía su muerte, y por el movimiento de sus ojos, Emily se dio cuenta de que la estaba leyendo de nuevo. Gary estaba de pie junto a la barandilla de la terraza, contemplando el agua con cara de preocupación. Emily nunca había visto a nadie que pareciera un espíritu tan libre como Parker King, y eso sólo con la acción estar sentada. ¿Quién querría matar a una persona por eso? —¿Todo arreglado? —Parker levantó los ojos del papel que tenía en la mano y sonrió a Emily. Ya había recibido cosas así con anterioridad, pero esta gente parecía algo más organizada que el resto. Al final de la hoja habían puesto una lista de sus torneos para señalar los distintos lugares donde podían alcanzarla. —Sí, gracias. Debería dejar que vuelvas al trabajo. Tengo que hacer el equipaje y buscar un sitio donde alojarme en el pueblo. —Emily retorció con las manos la camiseta prestada que llevaba puesta y esperó a que Parker se alejara. —¿Por qué? —¿Por qué, qué? Gary se fue de la terraza y se encaminó a la pista cuando las oyó iniciar su conversación. Emily se imaginó que Parker y él habían discutido mientras ella usaba el

teléfono y que no había un claro ganador. O tal vez se estaba imaginando cosas y proyectando la pelea que sabía que la estaba esperando en la casa de al lado en las dos personas cariacontecidas que había aquí. —¿Por qué te vas a alojar en el pueblo cuando yo tengo tres habitaciones para invitados que están vacías? Prometo portarme impecablemente, capitana, si me haces el honor de ofrecerme tu compañía esta noche. Hasta te invito a cenar fuera, para que no tengas que sufrir mis artes culinarias dos noches seguidas. —Parker susurró algo al oído del perro y éste se acercó y se plantó ante Emily. Levantó la pata y la agitó ante la menuda rubia, intentando que se fijara en él—. ¿Ves? Hasta Abby quiere que te quedes. Incluso te llevo al aeropuerto por la mañana. Soy una taxista excelente. —Bueno, no me voy a quejar si quieres volver a cocinar para mí, eres una cocinera estupenda. ¿De verdad no te importa que me quede contigo? —Emily le rascó la cabeza a Abby mientras miraba a Parker. —No te lo habría ofrecido si me importara. ¿Quieres que te acompañe y te ayude a recoger? —Parker no iba a pedir explicación alguna de por qué Emily no se marchaba con Gail, pero anoche había ocurrido algo y quería asegurarse de que Emily estaba bien. —No, ponte a trabajar antes de que sea Gary el que no quiera que me quede. — Emily se daba cuenta de que Parker no quería que se marchara sola después de la escena de Gail de la noche anterior. Su relación había muerto, pero Gail nunca se había mostrado violenta, aunque a ella tampoco le apetecía tener una gran pelea—. ¿Qué tal si me llevo a Abby y los dos nos reunimos contigo en la pista cuando acabe? Como nunca he conseguido entradas en el lateral, esto va a ser todo un regalo para mí. —Silba si necesitas que vaya. —Parker tiró la carta amenazadora en la mesa y se agachó para coger sus raquetas. Natasha no tardaría en llegar para empezar la sesión y Parker quería terminar temprano para poder pasar la tarde con Emily. —No sé si puedo silbar tan fuerte. —Se lo decía al perro. —La frente arrugada de la rubia le indicó a Parker que estaba intentando averiguar si lo decía en serio o no.

—Venga ya —dijo Emily por fin, por encima de la risa de Parker. Gail se había ido a pasear por la playa después de la ducha y de ver que no conseguía dormirse, para intentar pensar en una forma de pedirle disculpas a Emily por su comportamiento. Desde el primer momento en que conoció a Emily, Gail se enamoró de la sociable mujer, y durante mucho tiempo había creído que Emily sentía lo mismo por ella. Se había mostrado implacable para conseguir hacer suya a Emily, pero los largos viajes y la forma constante en que la encontraba en falta empezaban a decirle a Gail que estaba perdiendo a la piloto. El problema era que ella no estaba dispuesta a soltarla. En sus otras relaciones, era Gail la que se había marchado, no al revés. Aparte de la noche anterior, no veía un motivo para que Emily la rechazara. Nada parecía haber cambiado cuando regresó de su paseo, y al ver que Emily aún no había vuelto, Gail se fue al pueblo en coche. Tal vez unas flores y una botella de su vino preferido podrían ser el principio de un final mejor para sus vacaciones. Cuando el coche de alquiler llegaba al final del camino de entrada, Emily se dirigía a la pista de tenis que flotaba sobre el agua después de haber dejado su equipaje en una de las habitaciones de invitados de la casa de Parker. Desde el momento en que salió de la terraza con Abby hasta que regresó había pasado menos de una hora, pero Parker y la rubia alta con la que jugaba estaban empapadas en sudor. Como había visto Emily el día anterior, las dos llevaban un ritmo aceleradísimo mientras Gary gritaba indicaciones de vez en cuando por encima de los gruñidos que acompañaban casi todos los golpes. Emily se sentó en un banco que estaba justo detrás del lado de la red donde jugaba Parker y bebió un sorbo de la botella de agua que se había traído. Abby se subió de un salto a su lado y le puso la cabeza en el regazo con aire relajado, pero Emily se dio cuenta de que no apartaba los ojos de la pelota, a la espera de una oportunidad de lanzarse sobre una perdida. —Alarga más los golpes, Park, apunta a las líneas. Si tu adversaria cree que las bolas van a ir fuera, a lo mejor no las persigue hasta el final. Cuando eso ocurre, ganas tantos y conservas energía —dijo Gary. Parker dejó que la siguiente pelota que le había lanzado Natasha pasara volando a su lado y se detuvo para hacer un breve descanso.

—¿Por qué iban a dejar pasar una bola, Gary? Yo las persigo todas, incluso las que parece que se van a ir por medio metro. Gary le lanzó un par de pelotas y la apuntó con el dedo. —Por supuesto que tú las persigues todas. Eso lo sabes tú, pero no todo el mundo me tiene a mí de entrenador. —Gary infló un poco el pecho al recordar la cara de derrota de Jill Seabrook en el tercer juego del primer set. Parker era de verdad una de esas personas que surgían una vez cada década y que combinaban la potencia de juego con el toque delicado necesario para ganar—. Ahora vuelve al trabajo. Parker botó la pelota las cuatro veces que tenía por costumbre y luego adoptó su postura de saque. A Emily le parecía un arco tensado y preparado para disparar. Vio cómo la bola dejaba la mano de Parker y se encogió cuando la raqueta la golpeó por encima de la red. Eso no se oía por televisión cuando se veía un partido de tenis. La bola aterrizó a lo que a Emily le pareció un milímetro de la línea, donde Natasha, algo cortada, fue a darle y falló. —Maldita sea, Parker, yo creo que a la chica ya le gustas, no hace falta que alardees tanto. —Natasha apuntó con la raqueta por encima de la red y miró furibunda a Parker. La jugadora sueca se había retirado del circuito profesional dos años antes y se mantenía en forma entrenando con Parker siempre que podía. Se habían conocido en el último partido de Natasha, en el que la joven Parker la había apeado del torneo en semifinales. Desde entonces, intentaba por todos los medios estar en su piso de Clearwater durante el verano para estar cerca de Parker. Habían tonteado de forma inofensiva, pero nunca habían cruzado la línea de la buena amistad que habían construido. —Para ti es la capitana Emily Parish, mala perdedora. —Parker apuntó a Natasha a su vez con su propia raqueta, a la espera de esa sonrisa que siempre tardaba en aparecer cuando Parker la sobrepasaba con un buen golpe. —También te sabes mi apellido, me dejas impresionada, señorita King. Cuando Parker dejó de jugar, Abby se había puesto a gimotear en su regazo. Parker se volvió y se puso en jarras para hacer callar a ambos espectadores.

—En la placa de tu nombre ponía E. Parish, así que claro que me sé tu apellido. Abby, corta el rollo, hoy no hay bolas perdidas para ti, tenemos compañía. No puedo pasarme horas secándote todo ese pelo que tienes, chico, así que disfruta del sol. — Parker se volvió de nuevo hacia Natasha, preparada ya para servir otra pelota. —Y yo que creía que sólo me estabas mirando el pecho. Parker dejó caer la pelota que había lanzado al aire para sacar, y por un segundo Emily pensó que la alta mujer había sufrido un tirón en la espalda por detenerse tan bruscamente al oír su comentario. —Créeme, Emily, cuando me ponga a mirarte, sabrás muy bien cuál es la intención. —Se volvió otra vez hacia Natasha y atrapó las pelotas que le lanzó Gary. Estuvieron jugando una hora más y luego Parker dio por terminada la sesión. Gary no parecía contento con ella, pero tenían dos meses para prepararse para el Abierto, de modo que un día perdido no iba a matarlos. Las dunas que separaban la casa de Parker de la de al lado las tapaban bastante bien, por lo que Gail no las vio regresar juntas a la terraza. Tras una visita a la tienda de vinos para la botella y a la floristería para comprar las rosas preferidas de Emily, Gail salió a la playa en busca de la piloto. Al no encontrarla en la manta, Gail echó a andar alejándose de la casa de Parker, pensando que Emily se había ido a dar un paseo. Era la única posibilidad, puesto que el coche se lo había llevado ella al pueblo. Al cabo de una hora, Gail dio la vuelta y regresó a la casa. A unos cientos de metros del desvío que llevaba a la parte de atrás de su casa de alquiler, vio un trozo de papel que revoloteaba por encima de la arena, de modo que lo recogió y se lo metió en el bolsillo para tirarlo cuando llegara a la casa. —Emily, ¿estás aquí? —Gail cerró la puerta corredera de cristal al pasar y se quitó los zapatos llenos de arena en la alfombrilla. Al no recibir respuesta, cruzó la casa rumbo al dormitorio. La nota estaba en la almohada de su lado de la cama y en el sobre sólo ponía Gail. Sonrió, pensando que era un detalle por parte de Emily escribirle una nota. En los primeros meses de su relación, Gail se encontraba cartas de amor de vez en cuando en el maletín y eso le hacía mucho más soportable el tiempo que pasaba en la bolsa. La sonrisa se desvaneció en cuanto terminó de leer, y en lugar de volver a leerlo,

aplastó el papel y lo tiró al suelo. Para comprobar, Gail abrió el armario y lo encontró vacío. —Ya veremos si esto ha terminado, Emily. Vas a tener que hablar conmigo, porque con esta nota no me vale. —Gail cogió la botella de whisky y se sirvió un vaso entero. Se lo bebió de un trago y lo llenó de nuevo para alimentar su rabia. La botella de vino y las rosas estaban en la encimera, burlándose de ella por la traición de Emily. Gail cogió la botella y la estrelló en la pared. Las espinas que se le clavaban en los dedos no penetraron la neblina del whisky cuando hizo trizas el ramo y lo tiró a la basura.

—¿Lista? —Parker entró en el salón de su casa. Estaba lleno de trofeos y fotografías de su carrera en las pistas, y Emily estaba allí desde que se había duchado y vestido. Cuando Parker entró, Emily estaba acariciando delicadamente con un dedo el trofeo de Wimbledon que acababa de llegar a casa con ella. Dentro de pocas semanas, la fotografía enmarcada en la que aparecía mostrándolo a la multitud de la pista central colgaría a su lado, como con los otros que había en la sala. Emily pasó a otra foto de Parker con otras dos mujeres que se parecían muchísimo a ella, pero como había dicho Parker, las dos eran más altas. Aparte de la estatura, las dos tenían el pelo castaño, los ojos azules y la misma sonrisa resplandeciente. —¿Éstas son tus hermanas? —Sí, ahí estamos en el Abierto de Francia del año pasado. Tenían tiempo libre y vinieron a verme jugar. Les debo mucho y me siento feliz cuando miro a las gradas y las veo animándome. Seguro que te parece muy inmaduro, pero son la única familia que tengo. —Parker se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones de lino y se quedó mirando al suelo tras su confesión. Gray y Kimmie eran las dos únicas personas, aparte de Gary y Nick, que no querían nada de ella. El dinero, la fama y la publicidad de aparecer en los periódicos de su brazo no tenían importancia para ellos.

Emily se acercó y puso la mano en el brazo de Parker. Al ver este lado vulnerable de Parker, se dio cuenta de que había juzgado mal a la persona del avión. Ésta era la auténtica Parker. —No, eso no te hace inmadura, Parker, te hace increíblemente tierna. —Cuando los ojos azules se posaron en ella, Emily comprendió por qué tantas mujeres habían sido víctimas de ellos. —Gracias por pensar eso —dijo Parker. —¿Tus padres han muerto? —Emily sentía curiosidad porque no había fotos de una pareja mayor en ninguno de los marcos esparcidos por la habitación. El brazo que tenía bajo la mano se puso de piedra ante la pregunta y eso la llevó a pensar que habían muerto en un accidente horrible y lamentó haberlo preguntado. —No, están bien y viven en Atlanta. Por desgracia, están en desacuerdo con mis hermanas y conmigo y no nos hablamos muy a menudo. La verdad es que prefiero no hablar de ello. —Parker respiró hondo y trató de soltar la rabia instantánea que la había inundado con la pregunta inocente de Emily. La actitud de sus padres, unida a las cartas que estaba recibiendo, empezaba a hacer cada vez más mella en Parker. Le daba asco que las personas que se suponía que más la querían estuvieran en realidad de acuerdo con el contenido de las cartas que estaba recibiendo. —Lo siento. —Emily apretó el brazo de Parker, intentando consolarla, y se alegró al notar que los músculos se relajaban bajo su mano. —No lo sientas, no es culpa tuya y tampoco mía. Mis padres nos han condenado a todas al infierno por nuestra forma de vivir. Una hija homosexual ya habría sido malo, pero tres era un exceso, en su opinión. El colmo es que o una o las tres aparecemos constantemente en las páginas de deportes o en televisión restregándoselo en la cara. — Parker hizo un gesto con los dedos, como marcando comillas, al decir esto—. Nunca han asistido a un partido ni nos han apoyado desde que yo tenía dieciséis años. El abismo que hay entre nosotros es ya tan grande que jamás podremos cruzarlo, y a estas alturas no creo que ninguno de nosotros quiera hacerlo.

—Bueno, pues esas dos señoritas han hecho un trabajo magnífico contigo —dijo Emily, señalando la fotografía que había estado mirando antes. Con eso la sonrisa volvió al rostro de Parker, y Emily advirtió que seguía con la mano en el brazo de la alta mujer—. ¿Has mencionado algo sobre cenar? Parker miró a Emily y se echó a reír. La noche anterior, Emily había comido el doble que ella y le había echado el ojo al trozo de pescado que Parker se dejó en el plato. Sólo pareció satisfecha después de comerse la segunda porción de tarta de queso que había traído Parker como postre. —Efectivamente, pero vas a tener que esperar a que haga una parada en el camino. —Emily hizo un puchero y Parker casi se echó a reír de nuevo. La mujer que tenía delante era un poco mayor que ella, pero al verla con el vestido de playa que se había puesto, parecían de la misma edad. —¿No puede esperar? —No, mi librero ha encontrado una primera edición de La conjura de los necios y quiero pasarme a recogerla. Si eres paciente conmigo, te prometo que valdrá la pena. —Parker le ofreció la mano como invitación y miró a Emily haciendo su propio puchero. —Eres un enigma, Parker King. Yo creía que los deportistas sólo leían revistas de deporte y veían el canal ESPN en televisión. —Emily aceptó la mano que se le ofrecía, esperando que no le sudaran las palmas. Se sentía un poco nerviosa de estar aquí con Parker mientras Gail estaba tan cerca. Emily estaba segura de que Gail ya habría encontrado la nota y estaría buscándola. Su único deseo era que la que en breve iba a ser su ex amante consiguiera ayuda y se interesara por otra persona antes de volver a verse. Para Emily la relación había acabado, y no estaba dispuesta a seguir siendo el sistema de apoyo de Gail ni su pretexto para buscarse excusas. —Sólo leo revistas de deporte cuando aparezco en la portada y sólo veo el ESPN cuando dan noticias sobre mí —dijo Parker lo más seria que pudo, para intentar hacer sonreír a Emily.

—Ah, ésta es la Parker King que conozco y quiero. —Esto último se le escapó antes de poder censurarlo, y la sonrisa de Parker fue tan intensa como el rubor de Emily. Parker le estrechó la mano, dejando pasar el comentario sin ponerla más en evidencia. —Lo cierto es que leo más libros que revistas de deporte y sólo veo la televisión muy de vez en cuando. Eso no encaja con esa imagen mía que presenta la prensa sensacionalista, pero tampoco he sido nunca dada a querer encajar con la definición que otras personas quieran dar de mí. Emily siguió a Parker hasta la parte de atrás de la casa mientras la tenista tiraba suavemente de ella para llevarla a la puerta del garaje. —¿Y todo eso que cuenta la prensa amarilla sobre tus noches de vino, mujeres y música? —Bueno, eso no es ningún enigma, Emily. Me gustan las mujeres, me gusta divertirme y no voy a pedir disculpas por ello. No tardará en llegar el día en que la gente diga al oír mi nombre, "Parker King, ¿y quién es ésa?", y eso no me molesta tanto como a otras personas que han estado en la cumbre antes que yo. Me sustituirá otro chico malo u otra chica mala que dará más juego en la prensa y cuando llegue ese día, las chicas que ahora me llaman para pasarlo bien se dedicarán a otra cosa. —Parker alcanzó sus llaves y abrió la puerta del garaje. Emily vio que había un Mercedes negro aparcado al lado del todoterreno en el que ya había visto a Parker. Tras apretar rápidamente un botón, las luces del coche soltaron un destello y las puertas se abrieron. —Y cuando eso ocurra, ¿qué harás? —Cuando eso ocurra, viviré de una forma muy parecida a como vivo ahora. Juego al tenis, leo libros y le enseño algunos trucos nuevos a mi viejo perro. Ya sé que cuando nos conocimos no te causé muy buena impresión, pero no estoy tan mal. Por lo menos, eso creo yo. ¿Te sorprendería saber que ninguna mujer que hayas leído que pueda haber tenido una relación conmigo ha puesto jamás el pie en mi casa? Jo, ni siquiera saben dónde vivo. Date cuenta de que sólo tengo veintidós años, no he tenido tiempo de ganarme la fama que me han endilgado. —Parker le abrió a Emily la puerta

del coche y la ayudó a meterse en el asiento del pasajero. Emily sonrió, mirando a Parker mientras ésta pasaba por delante del coche, y pensó en lo que acababa de decir. —¿Entonces por qué estoy yo aquí? —Miró el perfil cincelado que tenía al lado y puso la mano en el brazo de Parker. Ésta se quedó callada tanto tiempo que Emily pensó que no iba a contestar o que estaba intentando encontrar la respuesta escrita en la pared llena de herramientas de jardinería que había delante del coche. —Me pareció que te vendría bien un refugio, y eso es lo que esta casa significa para mí. No está totalmente aislada, pero casi. Mañana seguirás adelante y puede que nunca te vuelva a ver, si eso es lo que quieres, así que supongo que quería pasar una noche contigo. Suena a tópico, mi querida Emily, pero tienes algo que me resulta... bueno, no sé cómo me resulta, pero hace que me den ganas de saber más sobre ti. De modo que esta noche compraré un libro, te llevaré a cenar, te dejaré ante la puerta de tu habitación y te desearé buenas noches. Y mañana te llevaré al aeropuerto con la esperanza de haberte hecho más llevadero este mal momento. —Cuando terminó, Parker pulsó el botón de apertura de la puerta del garaje y arrancó el coche. Antes de salir tras meter la marcha del coche, miró a Emily y añadió—: Se me olvidaba una cosa. —¿El qué? —Se me olvidaba decirte lo guapa que estás esta noche. Emily se alisó tímidamente el vestido playero que se había puesto. La prenda de algodón de color amarillo brillante iba sujeta con unos finos tirantes y le quedaba bien con el pelo y el sol que había cogido. Emily no estaba buscando cumplidos, pero se había quedado un poco decepcionada al ver que Parker no decía nada. Esto no es una cita, Em, ¿por qué iba a decir nada? Emily sonrió, aunque por dentro se estaba regañando. Lo único que no había planeado ponerse era un jersey ligero encima del vestido, pero al salir de la ducha se dio cuenta de que la marca que era una impresión perfecta de los dedos de Gail en su brazo resultaba claramente visible. Un recordatorio de la pérdida de control de Gail. —Gracias. —Cuando Parker arrancó el coche y salió a la autopista, Emily volvió a apoderarse de su mano. Si sólo iba a ser una noche, iba a aprovecharla al

máximo. No se sentía culpable por querer ser feliz, aunque sólo fuese durante unas horas. —Emily, te presento a Barnaby Philpot Perry. —Parker se puso detrás de Emily tocándole los riñones al hacer las presentaciones—. Y sí, se llama así de verdad. El caballero ya mayor de barba blanca y ojos casi negros salió de detrás del mostrador, cogió la mano de Emily y se la besó. —Parker, me has estado ocultando cosas, esta criatura es simplemente divina. —Gracias, Barnaby, nos acabamos de conocer, lo sabe todo sobre mí y así y todo, ha aceptado salir conmigo. Me he pasado para recoger mi libro y llevar a cenar a la criatura divina. Emily estaba observando la tienda, admirando las pilas de libros antiguos y coleccionables bien cuidados mientras Parker hablaba con este anciano aparentemente excéntrico. —Tiene una tienda estupenda, señor Perry —añadió para tratar de desviar la conversación de su persona. —Gracias, querida, pero por estupenda que le parezca, no se puede comparar con la biblioteca que aquí mi amiga tiene en su casa. Me siento feliz al saber que cada vez que se lleva uno de mis tesoros, va a habitar en esa habitación maravillosa. Vaticino que en el futuro hablarán más de la colección King que de ese deporte tan tonto que practica. —Barnaby le entregó a Parker su libro y le dio también a Emily un pequeño paquete. Emily estuvo a punto de protestar, pero Parker hizo un gesto negativo a espaldas del librero. —¿Me estás ocultando algo, Parker, con eso de la colección King? —preguntó Emily, con lo que logró que Barnaby se diera la vuelta y pudo fulminar en broma a Parker con la mirada. —Qué vergüenza, Parker, es la mejor habitación de toda la casa, ¿y no se la has enseñado? —Las arrugas que le rodeaban los ojos le indicaron que estaba tomándole el

pelo. Barnaby siempre estaba deseoso de que Parker regresara de sus viajes, pues sabía que no tardaría en pasarse por allí o llamarlo para ver si tenía algo nuevo. El viudo había conocido a la tenista dos años antes, cuando entró en su tienda un día en busca de nuevo material de lectura. Le asombraba que una persona joven todavía leyera a los clásicos y que le gustara sentarse con él para comentarlos. Cuando compró la casa, Parker transformó una de las habitaciones en biblioteca, con butacas cómodas y gran cantidad de estanterías de roble. Habían pasado muchas tardes después de sus entrenamientos sentados el uno frente al otro leyendo un libro. Para Barnaby era una alegría, porque desde la muerte de su esposa se había quedado sin familia y Parker nunca le daba la impresión de estar siguiéndole la corriente a un viejo. —Error que corregiré cuando lleguemos a casa, Barnaby. Ahora sé bueno y llámame esta semana para comer juntos. Ah, y antes de que se me olvide, te he traído una cosa. —Parker salió al coche para coger el libro que le había comprado en Inglaterra. —Qué encanto de chica es Parker —dijo Barnaby. Se lo decía a Emily, pero miraba a Parker mientras ésta cogía algo del asiento trasero. —Sí que lo es. Yo la acabo de conocer, pero me doy cuenta de que en ella hay más de lo que la mayoría de la gente se imagina. Parece ser buena amiga de la gente a la que quiere. —Emily también miraba a la alegre joven que ahora regresaba a la tienda. —Puede considerarse afortunada de que la considere su amiga, Emily. —Las campanillas de la puerta sonaron y el anciano alargó las manos para recibir su regalo—. ¿Qué me has traído? —No está en muy buen estado, pero me lo perdonarás cuando veas la fecha de edición. Que lo disfrutes, y no te quedes levantado toda la noche para intentar acabarlo. —Parker le entregó la edición encuadernada en cuero de los sonetos de Shakespeare que se había dedicado a buscar durante sus ratos libres en el torneo. Shakespeare era uno de los autores preferidos de Barnaby, que tenía una de las mayores colecciones de sus escritos que había visto en su vida. Se quedó mirando el libro y luego abrazó a Parker.

Las dos mujeres se despidieron y volvieron al coche para ir a cenar a Tampa. Parker había dejado los dos libros con los que se habían marchado en el asiento de atrás después de ayudar a Emily a subir al coche, y luego agitó la mano para saludar a Barnaby, que estaba en el escaparate con su libro debajo del brazo. —Qué detalle tan cariñoso has tenido con él. —Emily volvió a apoderarse de la mano libre de Parker en cuanto estuvieron en la autopista. Se alegraba de que Parker no fuese una de esas personas a las que no les gustaba que les invadieran su espacio personal. —Todavía no he ido a la universidad, así que considero a Barnaby mi maestro de la vida. Le gusta buscarme cosas que leer y luego me habla de ellas. Su mujer murió hace unos cuatro años y las grandes cadenas le han arrebatado parte del negocio, pero él sigue aguantando. —Parker la miró un instante y luego volvió a fijarse en la carretera. Emily empezaba a lamentar tener que marcharse por la mañana. Había tantas cosas más que quería saber sobre Parker King. —¿Me vas a enseñar la habitación preferida de Barnaby? —Emily volvió el cuerpo sin soltar la gran mano y apoyó la espalda en la puerta para ver mejor el perfil de Parker. Sin mirarla, Parker sonrió, asintió con la cabeza y le estrechó los dedos. No tuvieron necesidad de hablar de nada más durante el resto del trayecto. El restaurante elegido por Parker era un local italiano iluminado románticamente, con una gran vista y comida aún mejor. La joven que las llevó a su mesa era la hija del dueño y ya conocía a Parker de ocasiones anteriores. Cuando Emily enarcó una ceja ante el cariñoso recibimiento que dio a la mujer alta, Parker se echó a reír. Ésta debe de ser toda la preparación para ponerme a tono para más tarde, fue lo que se le pasó por la cabeza al darse cuenta de que Parker ya había estado aquí. Porque, cariño, una no viene a comer sola a un sitio como éste. —¿Cómo están Gary y Nick? —preguntó la encargada. —Están bien, les daré saludos de tu parte. —¿Hoy no cenan contigo?

—No, esta noche vamos a ser sólo la señorita Parish y yo, Francesca. ¿Qué tal si nos traes una botella de Chianti mientras decidimos lo que vamos a comer? La joven se volvió y fue a los estantes de vino de la parte del fondo a buscar el vino que le gustaba a Parker. —Creía... —empezó a decir Emily, sin saber cómo terminar la frase. Parker miró los platos especiales que aparecían en el menú, sin mirar a Emily cuando ésta interrumpió el silencio que se había hecho al marcharse Francesca. —Ya sé lo que creías. Velas, música romántica, vino y vistas al mar suponen que más tarde te tienes que acostar conmigo. Vengo aquí a veces con Nick y Gary cuando estoy en casa y, te lo aseguro, no me interesa acostarme con ninguno de ellos. El padre de Francesca hace una salsa estupenda y unos platos de ternera aún mejores, que he pensado que te podrían gustar, pero si prefieres, podríamos ir a un sitio... no sé, ¿más iluminado? Antes de que Emily pudiera decir nada, Francesca regresó a su mesa con la botella que había pedido Parker y dos copas. Sirvió un poco en la copa de Parker, esperando a que diera su aprobación antes de servir otro poco en la copa de Emily. —Lo siento, Parker. —No tienes nada que sentir, capitana. En cierto modo tienes razón, soy esa persona de la que todas tus amigas te dicen que te alejes. Pero te he prometido portarme bien y es lo que voy a hacer. —Parker alzó su copa y esperó a que Emily hiciera lo mismo. Se echó hacia delante para entrechocar su copa con la de la rubia y recitó una estrofa de su poema preferido—. Diré esto con un suspiro dentro muchos siglos: dos caminos se separaban en el bosque y yo... yo tomé el menos transitado, y ésa ha sido toda la diferencia. —Robert Frost, El camino no tomado —susurró Emily. Bebió un poco de vino y gozó de la sensación de calor que le dio al bajar por su garganta—. Podrías volver loca a una chica con tanto romanticismo, Parker. En algún lugar, dentro de muchos siglos, habrá una mujer que habrá amado su vida porque pudo compartirla contigo. —La saludó alzando de nuevo la copa y juró que esa noche ni un solo detalle más de las tan

cacareadas hazañas de Parker la volvería a molestar. Pasar el rato con la tenista la ayudaría a averiguar más cosas sobre la persona que era que leer un artículo sobre ella en el Enquirer. La cena duró tres horas, en el curso de las cuales dieron cuenta de varios platos, postre y bebidas. Conversaron de temas ligeros, y los otros clientes las miraban a menudo cuando se reían por diversas cosas. Era justamente el tipo de velada que a Emily le había apetecido para sus vacaciones, sólo que ni se le había ocurrido pensar que la compartiría con Parker King. Su idea de final perfecto habría sido un paseo por la playa, pero un recorrido por la inmensa colección de libros raros de Parker también estaba muy bien. Quitándose los zapatos, Emily pidió una sola cosa. —Léeme lo que más te guste de todo lo que tienes aquí. Parker fue al otro lado de la habitación, subió por la escalerilla con ruedas hasta el estante más alto y sacó un libro. Lo dejó en la mesa del café para quitarse los zapatos, encantada con la risa de Emily cuando ésta vio el título. —¿Guerra y paz? Te das cuenta de que me voy mañana, ¿verdad? —Sólo quería ver si seguías despierta después de esos dos postres y medio que te has comido. —Esquivó el pequeño almohadón que le tiró Emily con indignación fingida y luego se levantó para coger otro libro. Dos

caminos

Y Al

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otro

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había

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Diré

mañana

suspiro muchos bosque

menos

siglos: y

yo...

transitado,

Y ésa ha sido toda la diferencia. Parker leyó el poema completo de Robert Frost que había citado durante la cena. Cuando terminó, Parker levantó la mirada y vio a Emily recostada en la butaca con los ojos cerrados. —Gracias por este día. Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien y lamento que tenga que terminar tan pronto —dijo Emily sin abrir los ojos, disfrutando sencillamente de la habitación de la que había hablado Barnaby con tanto cariño. Cuando los abrió, Emily aceptó la mano de Parker para levantarse y su ofrecimiento de acompañarla hasta la puerta del cuarto donde iba a dormir. Parker le devolvió a Emily sus sandalias y sonrió. —Buenas noches, Emily, espero que tengas buenos sueños. —Parker la besó suavemente en los labios, luego se volvió y se dirigió al dormitorio principal. Emily cerró su puerta y se apoyó en ella, llevándose los dedos a los labios. No era el tipo de beso recibido de una amante, ni siquiera de alguien con quien se hubiera salido una vez, pero de todas formas le había producido un hormigueo por todo el cuerpo. —Buenas noches, Parker, y creo que eso va a ser imposible ahora. Emily deambuló por la casa con Abby buscando a Parker a la mañana siguiente, con la esperanza de desayunar con ella antes de tener que salir para el aeropuerto. Su avión no iba a despegar hasta dentro de tres horas, por lo que tenían tiempo de sobra para comer y charlar. La música que salía de la habitación que había al otro lado de la

cocina la llevó hasta Parker. El perro se quedó en el umbral y agitó una pata para que Emily pasara. Tumbada en un banco acolchado, la tenista estaba haciendo flexiones con peso. Emily admiró la fluidez ensayada de sus movimientos, sorprendida de que hiciera falta tanto esfuerzo para jugar bien. Parker estaba empeñada en mantenerse en la mejor forma posible para evitar lesiones. —Buenos días. —Emily esperó a que el peso estuviera en su sitio antes de hablar. No eran ni las siete de la mañana y Parker ya estaba sudando. Parker levantó la cara de la toalla donde la tenía apoyada y vio a Emily en pijama dentro del gimnasio. —Hola, ¿has dormido bien? —Sí, gracias. Esta casa es fantástica, Parker, se descansa muy bien en ella. ¿Has acabado ya? —Ésa era la última serie que voy a hacer hoy. Deja que me duche y te saco a desayunar. —Parker echó la toalla en la cesta del rincón y luego se bebió el resto del zumo que había estado tomando durante el entrenamiento. —Quiero cocinar para ti, si no te importa que use tu cocina. Considéralo mi forma de darte las gracias por todo lo que has hecho por mí en los dos últimos días. No es mucho, pero me gustaría hacerlo por ti. —¿No te importa? —No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo. Ve a ducharte y luego ven a la cocina. —Emily sonrió y le dieron ganas de dar los buenos días a Parker con un abrazo, pero su alta anfitriona no se había acercado a ella al salir por la puerta. Sus pensamientos se detuvieron en seco al oír golpes en la puerta de atrás. Parker se detuvo en la puerta y sonrió, intentando tranquilizar a Emily. A Parker le sorprendía que la idiota de al lado hubiera tardado tanto en venir a montar la bronca por lo que había ocurrido.

—¿Qué tal si te sientas a disfrutar de las vistas mientras yo me ocupo de esto? —La pared de ventanas sólo cubría la parte del fondo del gimnasio y daba a la playa. Quien estuviera en la terraza no podía ver dentro. —¿No te importa? —La expresión perdida de Emily tenía tan poco que ver con la mujer segura de sí misma que le había plantado cara en el avión que a Parker le costaba compararlas. —No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo. —Emily se echó a reír al oír la repetición de sus propias palabras—. Te olvidas de que soy una experta en materia de voleas. Pero en serio, estoy acostumbrada a tratar con mujeres difíciles, Emily, fíate de mí. Gail no es más que una mala perdedora que necesita tiempo para calmarse. —Parker estaba intentando hacer reír a Emily, pero el resultado fue el opuesto y los ojos verdes se llenaron de lágrimas. —Lo siento, es que la última vez que hablamos no fue agradable y no estoy preparada para volver a ver a Gail tan pronto. —Emily se abrazó a sí misma para intentar consolarse y la manga corta de su camiseta se subió lo suficiente para que Parker le viera el bíceps. —¿Qué pasó? —No le gustó la respuesta que le di a un pregunta que me hizo —fue lo único que se le ocurrió decir a Emily. Las lágrimas resbalaron por su cara y se preguntó cómo había terminado en esta situación. —No te hará daño, te lo prometo. —Parker se acercó y abrazó a la asustada mujer, haciendo todo lo posible por conseguir que perdiera el miedo a la que seguía llamando con insistencia. Cuando Emily se relajó apoyada en ella, Parker susurró—: Ahora mismo vuelvo. Parker vio a Gail por el cristal de la puerta. La corredora de bolsa parecía haber dormido con la ropa puesta y le caía el sudor por la cara. Se cayó hacia delante cuando Parker abrió la puerta de golpe. Parker se la quedó mirando cuando Gail usó su cuerpo más alto para sostenerse.

—¿Sí, qué deseas? —¿Dónde está Emily? —Sin el coche, Gail sabía que Emily no podía haber ido lejos sin la ayuda de su nueva amiga. La tenista se limitó a cruzarse de brazos y se quedó plantada justo dentro de la puerta mirándola—. Escucha, sólo quiero hablar con ella. Nos hemos peleado un poco y sólo quiero tener una oportunidad para arreglar las cosas. —La próxima vez que la vea, le diré que quieres hablar con ella. Es decisión suya si quiere hacerlo, así que ¿por qué no la dejas en paz un tiempo para que se piense las cosas? O al menos hasta que se le quite la marca del brazo. —Parker esperó a ver si Gail iba a decir algo más o si se iba a marchar sin dar problemas. A Parker no le preocupaba la seguridad de Emily, sólo cómo se estaba tomando esta visita inesperada: por esa razón había dejado a Abby en el gimnasio, para que le hiciera compañía. —No me voy a ir sin luchar, Parker, recuérdalo. Emily es mía y lo que ocurra entre nosotras no es asunto tuyo. Parker le cerró la puerta en la cara de golpe. Alguien que sintiera eso hacia las mujeres no se merecía estar con una persona tan especial como Emily. —Gilipollas —murmuró Parker por lo bajo. Se quedó en la cocina mirando por la ventana para cerciorarse de que Gail volvía a la casa de al lado. Parker deseaba pasar más tiempo con la piloto antes de que ésta se fuese, pero tener de vecina a la novia a quien acababa de dejar no era la mejor de las situaciones. Volvió a entrar en el gimnasio y se encontró a Emily sentada en el suelo con Abby. —Gail quiere hablar contigo. —Emily tenía una cara tan triste que Parker frenó cualquier comentario jocoso que estuviera pensando hacer—. Se ha ido, así que no te preocupes, Emily. Dejaremos a Abby fuera un rato por si acaso, así que sonríeme. —Tendría que haber puesto fin a esta relación hace mucho tiempo. En realidad es culpa mía, no quería a Gail como ella esperaba, pero acabó convirtiéndose en algo cómodo. No ha sido justo para ella que me haya quedado tanto tiempo, pero estoy harta de las peleas constantes que tenemos. —Abby rodó hasta ponerse del otro lado para que Emily pudiera acariciarlo un poco más. La menuda rubia se lo había encontrado

esperándola fuera de su dormitorio esa mañana y estaba empezando a gustarle tanto como su dueña. —No me debes ninguna explicación. Lo más importante es que hagas lo que es bueno para ti. ¿Tienes donde alojarte cuando vuelvas a la ciudad? —Si Gail era capaz de llegar a la violencia, Parker no quería que Emily estuviera cerca de ella en absoluto. —Sí, voy a vivir con una amiga hasta que encuentre casa. Voy a preparar el desayuno y tú ve a darte esa ducha. No, Parker, eso me ayudará a distraerme de todo esto —dijo Emily para acallar la objeción que estaba a punto de hacer Parker—. No tengo muchas vacaciones, así que creo que debería hacer las cosas que me divierten y para mí, una de ellas es cocinar. —Tú mandas, así que adelante. Abby, ve fuera, chico. —El perro se tapó los ojos con una pata, como si supiera que lo que le había pedido Parker iba a poner fin a su masaje. Emily y Parker se echaron a reír por las payasadas del comediante y lo obligaron a apartarse de Emily. Parker se puso un albornoz cuando oyó a Emily llamarla para desayunar después de haberse duchado. Su invitada sabía desenvolverse muy bien en una cocina, según vio Parker al sentarse ante una maravillosa tortilla, tostadas y croquetas de patata y cebolla. Para hacer feliz a Parker, Emily había hecho chocolate caliente en lugar de café, y sonrió al ver que los ojos azules se ponían en blanco de lo bueno que estaba. —¿Qué te pasa a ti con el chocolate caliente? —Emily sujetaba su propia taza de humeante brebaje, mirando a través de la nube que desenfocó el rostro de Parker por un instante. Parker parecía estar reviviendo una pesadilla, y Emily estuvo a punto de decirle que no tenía por qué contestar, pero Parker la sorprendió contándole algo muy personal. —Es el mejor recuerdo de mi padre que tengo de cuando era pequeña. Éramos los primeros en levantarnos y se metía en la cocina y hacía una taza para cada uno. Y nada de cacao en polvo, mi padre cortaba escamas de chocolate de verdad y lo iba removiendo despacio con el azúcar hasta que quedaba perfecto. Con los años acabó siendo nuestro ritual de todas las mañanas, y nos sentábamos a la mesa y hablábamos de todo tipo de cosas. Entonces, cuando yo tenía unos dieciséis o diecisiete años, descubrió

que era como Gray y Kimmie y dejó de dirigirme la palabra. Yo lo esperaba hasta que tenía que irme a entrenar, pero él no salía de su habitación hasta que me marchaba. Tal vez fuese lo mejor, porque cuando sí hablábamos, sólo nos gritábamos. Emily alargó la mano hasta el otro lado de la mesa y la puso sobre la de Parker. Le parecía absurdo que las personas tan rígidas y llenas de prejuicios tuvieran hijos. —Siento habértelo preguntado, Parker. —No pasa nada. Todas esas tazas que tomaba de niña hicieron que me enamorara del chocolate. Puede que mis padres no me acepten ahora, pero al beber chocolate caliente me acuerdo de una época en que sí lo hacían. —La gran sonrisa que Emily había visto en televisión un millón de veces al ver jugar a Parker se dirigió a ella desde el otro lado de la mesa. Las cosas le podrían haber ido mejor en la vida, pero Emily agradecía que sus padres hubieran aceptado sus opciones sin problemas. Sólo querían que fuese feliz y encontrara a alguien con quien compartir su vida. —Eres una persona maravillosa, Parker, y con el tiempo tus padres se darán cuenta. Yo sólo te conozco desde hace un par de días, pero al menos eso ya lo sé. Parker volvió la mano y estrechó los dedos de Emily. Se alegraba de haberle ofrecido a la bonita rubia un sitio donde pasar la noche. Emily se marcharía dentro de poco más de una hora y lo más probable era que nunca volviera a verla, pero así y todo, se alegraba de haberlo hecho. Parker metió todo el equipaje de Emily en el maletero del coche después de que Emily se hubiera vestido. Se cuadró ante la piloto al verla salir de la habitación vestida de uniforme y se llevó un manotazo en el brazo. Cuando se marcharon, ninguna de las dos vio a la mujer desaliñada que estaba sentada en una de las dunas que separaban las casas. Todavía no era mediodía, pero Gail tenía un vaso de whisky en una mano y en la otra el trozo de papel que se había encontrado en la playa el día antes. Sabía que Parker había mentido sobre Emily, y al ver a su novia en el coche, lo confirmó. —No digas que no te he advertido, Parker King.

Emily estaba en la cola para despegar detrás de otros cinco aviones, de modo que se puso a pensar en los dos últimos día de su vida. Había dejado a Gail y había conocido a Parker; esto último la hizo sonreír. Parker la había llevado al aeropuerto y se había empeñado en aparcar y acompañarla dentro. Era increíble la cantidad de gente que había reconocido a la estrella del tenis que caminaba a su lado cuando se dirigían a su puerta de embarque. Ya en la puerta, Parker le dio su equipaje de mano y una tarjeta con todos sus números. Antes de despedirse, una mujer se había acercado con su hija pequeña y le había preguntado a Parker si querría hacerse una foto con la niña. Parker le entregó la cámara a Emily y posó con la madre y la hija. Emily estuvo a punto de tomarles el pelo diciéndoles que iba a tener que alejarse para que sus sonrisas cupieran en el encuadre. Como la noche anterior, Parker la besó suavemente en los labios y luego se dio la vuelta y se marchó. Emily volvería a su turno de vuelos y Parker a sus duros entrenamientos para prepararse para Nueva York y el Abierto. La voz de la torre de control le habló en el oído y recibieron autorización para despegar. —Adiós, Parker. Su copiloto la miró para ver si había dicho algo, pero Emily estaba concentrada en hacer despegar el avión del suelo. Emily estaba segura de que en los próximos dos meses Parker se olvidaría de ella y pasaría a otra persona. Desde tierra, Parker se quedó mirando el avión que despegaba mientras pensaba lo mismo sobre Emily.

—Estás preparada, Boris. Creo que las demás mujeres de este torneo lo van a pasar fatal —dijo Natasha un día después de entrenar. Parker había empleado el mes para trabajar todos sus golpes y mejorar su resistencia mediante ejercicios físicos. Gary había tenido en cuenta el calor más acusado de lo normal que hacía en Nueva York ese verano y le había programado horas extra para correr. —Gracias, Natasha, me encuentro bien y me apetece jugar. ¿Me prometes que vendrás a entrenar conmigo? —Parker se secó la cara y recogió sus raquetas tras su último entrenamiento en casa. Se iban a tomar libres los dos próximos días para

ocuparse de los últimos detalles antes de partir hacia Nueva York. Abby se iba a quedar con Nick durante un par de semanas hasta que su amigo volara a la ciudad para reunirse con Gary y con ella. —No me lo perdería por nada del mundo, sobre todo si va a estar Gray. Si no puedo tenerte a ti, amiga mía, voy a intentar ligarme a esa hermana tuya. —Gracias a una cuidadosa planificación, las hermanas de Parker asistirían a la mayor parte del torneo—. Si tengo suerte, podré comparar su culo con ese anuncio que hiciste hace semanas. —Por favor, no me lo recuerdes. Hablaré bien de ti y te veré dentro de dos semanas. Gary nos ha reservado horas para jugar cuando llegues. Natasha besó a Parker en ambas mejillas antes de marcharse, prometiendo que la llamaría en cuanto llegara a Nueva York. Cuatro días después la tenista y su entrenador llegaron a Nueva York y se alojaron en el Hotel Renaissance. Después de registrarse y deshacer el equipaje, los dos fueron a la Stage Deli a comprar bocadillos y un trozo de tarta de queso. Era su primer lujo tras instalarse. Al día siguiente, Parker fue a Central Park para correr por la mañana temprano. Mientras se estiraba no pudo evitar fijarse en una mujer que la miraba fijamente al tiempo que hacía sus propios estiramientos. Las cartas de amenaza contra su vida habían empezado a llegar con más regularidad, y Parker miraba a su alrededor pendiente de posibles peligros siempre que salía sola. Había habido discusiones más que suficientes entre Gary y ella sobre este tema, pero se negaba a someterse a lo que Nick y él querían. En su opinión, si empezaba a vivir con miedo o cambiaba su forma de hacer las cosas, los idiotas que le enviaban las cartas empezarían a ganar. —Perdón por mirar tanto, pero sólo quería desearle buena suerte. —La mujer rubia interrumpió su silenciosa observación y habló con Parker. Al erguirse, Parker advirtió que la mujer era de su misma estatura.

—Muchas gracias. —Antes de que pudieran establecer una conversación en profundidad, Parker se colocó los cascos de la radio y echó a correr por el sendero. Era a esta hora de la mañana cuando más echaba de menos la tranquilidad de la playa. Las dos semanas siguientes fueron las más duras, como en cualquier torneo en el que hubiera participado Parker. La espera para jugar era lo único a lo que nunca se había acostumbrado, pero era a lo que atribuía el rápido comienzo que caracterizaba su estilo de juego. Pero esta vez había una cosa que interfería con ese aburrimiento y era si iba a intentar localizar a Emily o no. La piloto no la había llamado en todo el verano, y Parker intentaba imaginar por qué. ¿Acaso Emily había seguido adelante o había vuelto con Gail? Aunque así fuese, Parker pensaba que la mujer le debía al menos una llamada telefónica. Parker terminó de correr y luego dedicó dos horas a entrenar en la pista. Gary la encontró en su habitación, sentada junto a la ventana y leyendo un libro pocas horas después de volver. Odiaba molestar a la jugadora, vestida con calzones cortos y camiseta, pero ya era hora de que Parker saliera de su murria. —¿Quieres salir esta noche? —Se sentó en la silla frente a ella después de tirarle los pies al suelo. —¿No se supone que me tienes que mantener encerrada comiendo comida sana y bebiendo agua destilada o algo así? —Gary se echó a reír ante la ceja enarcada en su dirección—. Seguro que no debes llevarme por el mal camino en la gran ciudad. —Estaba pensando en una cena, Parker, no en salir de putas. —No sé, una puta podría ser una nueva experiencia para estrechar nuestros lazos de amistad. Prometo no contarle nada a Nick. —No, gracias, ¿pero qué te parece cenar en Gotham en cambio? He reservado para las ocho —dijo, riendo y dándole empujones con el pie por el comentario de la puta. —¿Y cómo has conseguido tal cosa, entrenador Gary? —Cerró de golpe el libro que tenía en la mano para prestarle toda su atención.

—Es fácil, he hecho la reserva a tu nombre. Me viene bien conocer tan bien a la diosa del tenis. Venga, últimamente estás un poco mustia y esto puede ser divertido. Podemos ponernos guapos y salir de picos pardos. —Gary la miró con su mejor cara de súplica. —Claro, ¿qué puede pasar? El taxi los dejó delante del restaurante con quince minutos de antelación, por lo que tuvieron que esperar en el bar hasta que su mesa estuvo lista. Esparcidas por el local había suficientes celebridades para quitarle la presión a Parker, de modo que estaba muy ilusionada con probar este restaurante de tanto renombre. —Bienvenida, señorita King, y gracias por venir esta noche. Si su acompañante y usted son tan amables de seguirme. —La encargada los llevó a una mesa situada casi en el centro del restaurante. Algunas personas saludaron a Parker con la cabeza, pero por lo demás la dejaron en paz para disfrutar de su velada. Parker ocupó la silla que daba a la puerta y cogió la carta que le ofrecía el camarero. Al levantar la mirada vio a la misma mujer que había visto en el parque aquella primera mañana, sólo que ahora la mujer llevaba un traje ligero veraniego y tenía el pelo recogido en un moño por encima del cuello. La admiradora entró en el bar y se sentó en una de las banquetas como si esperara a alguien, a juzgar por cómo miraba el reloj. —¿Cuántas probabilidades hay de ver a la misma persona dos veces en dos lugares distintos en una ciudad del tamaño de Nueva York? —preguntó Parker. Dejó la carta y alcanzó la carta de vinos mientras Gary se volvía para ver de quién estaba hablando—. El Opus Uno, por favor. —El camarero asintió y se fue para traer el vino que había elegido. —¿De quién hablas? —Gary se volvió casi del todo en su silla para ver mejor a los clientes sentados a su alrededor. Cuando Parker estaba a punto de felicitarlo por sus soberbios modales en la mesa, un grupo de personas entró por la puerta. A dos de esas personas las reconoció de inmediato.

—Joder, ¿en qué demonios estaba pensando al preguntar qué podía pasar? Me tendría que haber quedado a terminar el capítulo que estaba leyendo. —¿Qué? —Gary hizo otro rápido repaso visual y se fijó en una mujer rodeada por un séquito—. La leche —fue lo único que se le ocurrió comentar. Si tuviera esta suerte con la lotería, podría dejar la carrera de entrenador, pensó Gary, sin dejar de mirar hacia la entrada. Emily estaba a un lado con su uniforme de piloto mirando mientras los empleados atendían a la estrella del pop Alicia y al grupo que había venido con ella. Vio a Bobbie en el bar y fue hasta ella. La alta rubia con la que estaba viviendo abrazó a Emily y la saludó con un beso. —¿Qué tal el viaje desde el aeropuerto? —No ha estado mal, esta noche no hay mucho tráfico. Parece que hay más gente aquí que en la calle. —Emily observó lo que ocurría en el restaurante entre los brazos de Bobbie. El cariñoso saludo no pasó desapercibido a los ojos azules de la mesa del centro y ésa fue la razón principal de que Parker no se diera cuenta de que Alicia la había visto sentada con Gary. —Ah, pobrecita —dijo la rubia alta, dándole otro beso a Emily. —Park, ojo, tía. El camarero acababa de servir sus copas de vino después de que Parker le dijera que la botella estaba bien, por lo que Alicia tenía munición en abundancia. Parker apartó los ojos del segundo beso que se estaba produciendo en el bar y vio a la iracunda cantante de pie a su lado. —Al menos podrías haber tenido el puto detalle de dejarme colgada tú misma, gilipollas, no hacerlo a través de tu lacayo. Cuando se enjugó el Merlot de la cara, no pudo evitar pensar en lo bueno que estaba. Si la primera copa que le había tirado Alicia había hecho pensar eso a Parker, la copa de Gary no hizo sino confirmarlo. El director del restaurante fue lo único que impidió que la mujer desairada derramara el resto de la botella encima de Parker.

—¿Qué tal un poco de comida china para compañar a este buen vino? —Parker se secó la cara de nuevo e hizo la pregunta con toda la calma posible. Gary no pudo evitar echarse a reír al ver la camisa blanca de Parker pegada a su cuello. —Me parece muy bien, Parker, vámonos. —Gary dejó dos billetes de cien dólares en la mesa y se levantaron para marcharse. El director quiso devolverle el dinero, pero insistieron en pagar. No era culpa del restaurante que Alicia se hubiera cobrado su libra de carne. Emily casi tiró a Bobbie por las prisas de alcanzar a Parker antes de que se marcharan. La tenista no había mirado en su dirección, y Emily se quedó tan sorprendida al ver que Parker estaba con Gary y no con un ligue que por un momento se quedó inmóvil. Llevaba semanas convencida de que Parker había pasado a otra cosa y se había esforzado por aceptar que su pequeño tonteo veraniego sólo había sido eso. Una agradable velada que no iba a llegar a nada. Una pareja se estaba apeando de un taxi cuando salieron, y Gary le sostuvo la puerta a Parker. Vio a la persona que salía corriendo de las sombras cuando se volvió para decirle a Parker que se diera prisa. La distancia que los separaba le impidió hacer nada salvo mirar impotente, pero Parker se volvió al ver su cara de pasmo. Llevaba la cara cubierta por un pasamontañas azul de esquiar, pero el gran cuchillo de caza que llevaba en la mano era bien visible. Lo único que oyó antes de sentir el dolor fue: —Muerte a los que pecan contra Dios. Parker sujetó por la muñeca la mano del asaltante que sostenía el cuchillo y ésa fue la única razón que impidió que la espantosa hoja se clavara del todo, causando daños más graves. Desde donde estaba, Gary vio la mancha roja que se mezclaba con el morado del vino sobre la camisa y la chaqueta de Parker. Antes de que pudiera poner los pies en movimiento, el asaltante regresó corriendo al callejón y desapareció. El corte la había alcanzado casi en medio del pecho, como si el tipo del cuchillo hubiera querido atravesarle el corazón, y era tan profundo que la sangre se colaba entre los dedos de la mano con la que Parker se apretaba el pecho. A Parker se le ocurrió

pensar estúpidamente que no estaba anémica al ver lo oscura que era su sangre en contraste con el blanco de su camisa. —Creo que tal vez lo que se impone es un poco de flan de tapioca del hospital, Gary. Y toma nota por mí para recordarme que nunca más vuelva a aceptar una invitación tuya a cenar. Eres como un imán ambulante para los desastres cuando se trata de mí y las mujeres —bromeó Parker. Su voz sacó a Gary de su estupor y se puso en movimiento para ayudar a Parker a entrar en el taxi. Emily salió justo a tiempo de ver la mueca de dolor de Parker al entrar en el vehículo y la sangre que le cubría la mano, visible a la luz de la puerta del restaurante. La tenista y su entrenador no vieron a Emily, que se quedó paralizada en la entrada del restaurante.

—No es mortal, y ésa es la buena noticia. La mala noticia es que voy a tener que darle un mínimo de seis puntos para cerrar el corte. —El médico de urgencias había limpiado la herida y estaba anestesiando la zona antes de empezar a suturar mientras les ofrecía el diagnóstico. Todavía daba gracias a cualquier deidad que estuviera escuchando por haber estado de guardia cuando Gary entró con una pálida Parker. —¿Afectará a mi juego? —preguntó Parker. —Bueno, señorita King, yo no le recomendaría jugar, al menos hasta que le quitemos los puntos. —Está de broma, ¿verdad? No llevo todo el verano pelándome el culo para quedarme viendo el Abierto de Estados Unidos en la habitación de mi hotel. —Parker estaba a punto de levantarse y salir en busca de otro hospital si las respuestas de este tipo no empezaban a cambiar. —No, un tirón jugando al tenis y estas cositas que estoy a punto de ponerle se podrían saltar. Yo no le recomendaría jugar hasta que esté curada. —Parker, ¿puedes hacer el favor de quedarte ahí echada hasta que este simpático doctor termine? Faltan dos semanas para el torneo, estaremos bien. —Gary

estaba ocupado estudiando el tablón de anuncios de la sala, esforzándose por no mirar el pecho ensangrentado de Parker y la raja de mal aspecto que le marcaba el tórax en el lado izquierdo. Habían llamado a la policía, pero sin una descripción del atacante no sabían por dónde empezar. —Estos puntos van a tardar más en poder ser eliminados —añadió el médico, tocando la zona con los dedos para ver si podía seguir adelante. —Usted empiece a coser, a ver si acabamos de una vez. —Parker no se iba a poner a discutir sobre su capacidad para jugar con un tipo al que acababa de conocer y cuya titulación parecía recién adquirida. —Me encantó cómo jugó en Wimbledon este año. —El médico de urgencias empezó a suturar cuando la anestesia local que había administrado hizo efecto. La última persona a la que se esperaba ver durante su turno era a Parker King. —Doctor, no se lo tome a mal, ¿vale? Pero más coser y menos hablar. Le agradezco lo que ha dicho, pero me encantaría volver a mi habitación y echarme. Los fanáticos religiosos armados con grandes cuchillos tienen ese efecto en mí, así que haga el favor de disculparme si soy descortés. —Después de eso, Parker se quedó mirando mientras el joven médico le daba diez pulcros y pequeños puntos en el pecho. Cuando se abrochaba de nuevo la camisa manchada, ya había olvidado el ataque y estaba concentrada en cambio en la idea de que había vuelto a ver a Emily. Qué pequeño es el mundo, verdaderamente, capitana. ¿Cuántas probabilidades había de compartir su carrera matutina con la mujer con la que ahora se acostaba Emily? Aquella mañana, Parker había aceptado los buenos deseos de la mujer con amabilidad y cortesía, pero sin dar pie a entablar una larga conversación. Ahora se preguntaba si lo que ahora sabía la habría llevado a actuar de otra forma, puesto que había notado la presencia de la alta rubia corriendo detrás de ella durante las casi dos horas que estuvo en el parque. ¿Le habrá dicho Emily que me conoce? Parker se imaginó que ahora se estarían partiendo de risa a su costa. —¿Lista?

—¿Qué, perdona? —Parker terminó de vestirse y miró a Gary, que parecía preocupado. —¿Estás lista? —Sí, vámonos. Doctor, gracias por atenderme tan bien. Si necesita entradas dígaselo a Gary y él se ocupará de todo —dijo Parker, estrechándole la mano al hombre y firmando unos cuantos autógrafos para los enfermeros antes de marcharse. A la mañana siguiente, Parker se despertó con un dolor lacerante en el pecho y alguien que daba golpes en la puerta de su habitación. —Gary, tío, vamos a tener que hablar sobre este alojamiento —refunfuñó Parker por lo bajo al tiempo que se levantaba y abría las cortinas para poder localizar su albornoz. Con gesto impaciente, abrió la puerta, estirándose un poco los puntos—. ¿Qué? —Zorra asquerosa. —Había más de un cliente en sus respectivas puertas para poder ver a Alicia chillándole a Parker, al haberse despertado con los golpes. La tenista sonrió y saludó agitando la mano a una joven que estaba plantada en su puerta vestida tan sólo con una camiseta y que sonreía a su vez. —¿A qué debo el placer de tu visita esta mañana, corazón? —Déjate de corazón, guarra, ¿cómo has podido? —Alicia estampó el periódico que había enrollado en el pecho de Parker y luego entró en la habitación—. Oh, Dios mío, lo siento, Park. —La pequeña cantante regresó para ayudar a Parker a entrar de nuevo en la habitación, puesto que estaba doblada por el dolor—. ¿Estás bien? —Sí, pero si insistes en seguir pegándome esta mañana, me veré obligada a pedirte que te marches. —Parker se apoyó en su ex amante y se dirigió a las sillas que estaban junto a las ventanas. Podía comprender por qué la mujer estaba enfadada con ella, pero tras el incidente del vino de la noche anterior, Parker creía que la excitable artista se habría quitado el resquemor de encima. —Vamos, Park, tú sabes que no lo decía en serio, pero esta mañana he visto esta basura y me ha sentado fatal. —El periodicucho que se había traído Alicia yacía

olvidado junto a la puerta. Alicia fue a cogerlo y se lo entregó a Parker. Cuando lo desenrolló, Parker se sintió como si la hubieran golpeado por segunda vez en el día. El titular rezaba: Una pelea de amantes acaba con una jugadora en el hospital y una cantante en la cárcel. La fotografia de debajo era de Parker y Gary al salir de urgencias la noche antes. El fotógrafo había conseguido un plano estupendo de su ropa manchada de vino y sangre cuando salían por la puerta de urgencias. —Venga, corazón, la gente no se va a creer esta basura. —Parker sonrió y le ofreció la mano a Alicia. Soltó una leve risa cuando Alicia se cruzó de brazos y se puso a dar golpecitos en el suelo con el pie. —Seré muchas cosas, Parker King, pero facilona no. —A pesar de lo que decía, Alicia se acercó a Parker, pero se mantuvo fuera de su alcance. —No me pareces facilona, igual que no creo que seas una ex amante rabiosa que me ha apuñalado. —Parker volvió a ofrecerle la mano y esta vez Alicia aceptó la invitación. Se sentó encima de Parker, regodeándose de nuevo en la sensación maravillosa. —Has herido mis sentimientos. —Lo siento. Tienes razón, soy una zorra. Volvía a casa por el verano y pensé que no era así como querías pasar el tiempo, de modo que te planté. Soy una vagabunda del tenis a la que le quedan un par de años buenos si tengo suerte, mientras que a ti te esperan años y años en el candelero. Era mi forma de ayudarte. Alicia soltó una carcajada por la pobre explicación y luego se levantó y abrió el albornoz de Parker. Se dejó caer de rodillas y depositó un beso tierno en la zona de piel hinchada sujeta con los puntos negros. Mientras sus manos acariciaban las largas piernas que tenía a ambos lados, Alicia preguntó: —¿Sabes una cosa, Parker? —¿Qué?

—Que sólo dices chorradas. —Alicia se echó hacia delante de nuevo y mordió un tentador pezón. Lo chupó y oyó gemir a Parker—. ¿Y sabes otra cosa? Parker tardó un poco en hacer acopio de los trozos dispersos de su cerebro que daban forma al habla coherente antes de poder responder. Estaba segura de que todos los hombres y las lesbianas que habían visto a Alicia sobre el escenario darían el brazo derecho en estos momentos por poder estar en su lugar. —¿Qué? —Que eso es algo que me encanta de ti. —Alicia se levantó despacio y se quedó plantada ante Parker, que ahora estaba excitada—. ¿Te gusta lo que ves? —Parker asintió con la cabeza cuando Alicia levantó los brazos y se quedó esperando. Sospechaba que éste era el momento en el que la bella mujer despreciada solía decir "pues qué pena" y se marchaba. Alicia la sorprendió al quitarse el jersey ceñido que llevaba, seguido de los vaqueros. Con esos andares lentos y sexis que ponían frenéticos a sus fans cuando los lucía en un concierto, Alicia se trasladó a la cama y se tumbó—. Pues ven aquí y verás que tocarlo está mucho mejor. Parker dudó. No había cosa que deseara más que hacer feliz a Alicia, pero sólo era sexo. ¿Quiero seguir persiguiendo relaciones que sé que no van a durar? Alicia le gustaba, pero el amor no entraba en ello. Alicia vio la incertidumbre que nublaba el rostro de Parker y la ayudó a decidirse. —Sin ataduras, cariño, ni una sola. Llámalo sexo compasivo, puesto que estás herida. —Es lo mínimo que puedes hacer, dado que me has apuñalado y esas cosas. — Parker lanzó el periódico a la cama, haciendo reír a Alicia. Cuando se levantó y dejó caer el albornoz, Alicia suspiró. —Eres una zorra, pero vaya si no eres la más guapa que he visto en mi vida. — La humedad que tenía la cantante entre las piernas se duplicó al sentir la piel de Parker en contacto con la suya cuando la tenista se tumbó y la cubrió. Esta vez te va a costar más alejarte, Parker. Alicia no daba crédito a lo mucho que había echado en falta hacer esto con Parker.

Había pasado el verano recorriendo tristona toda Europa hasta que terminaron la gira. Esto era lo primero que había apuntado en su lista de cosas pendientes, y estaba saliendo a pedir de boca. Si conseguir que Parker volviera a su vida iba a ser tan fácil como conseguir que volviera a su cama, Alicia calculaba tener un anillo para Navidad. Fue lo último que se le pasó por la cabeza antes de que Parker hiciera buen uso de sus manos. —No es posible que hayas estado durmiendo todo este tiempo. —La llamada de Gary la había sacado de un sueño exhausto. Por un momento, Parker se preguntó de quién era el cuerpo desnudo que tenía pegado a la espalda, hasta que recuperó el conocimiento por completo y recordó cómo había pasado la mañana. Si con eso no se me han saltado los puntos, jugar al tenis va a estar tirado. —No, durmiendo no. —dijo en voz baja para no despertar a Alicia. —Voy para allá. —Gary oyó la voz áspera y pensó que Parker seguía alterada por lo de la noche anterior. —Dame una hora y luego puedes venir. —Parker se soltó del lío de extremedidades que tenía detrás y se sentó. —¿Por qué? —preguntó Gary enarcando una ceja que Parker no podía ver. —Puedes esperar o puedes venir ahora y ver a Alicia desnuda en mi cama, tú eliges. —A lo mejor si te pegamos un par de veces al día con una raqueta bien tensada, empiezas a aprender de tus errores pasados —dijo Gary, dejándose caer en la cama al oír la noticia. —Sí, bueno, cuando Brad Pitt se presente en tu habitación y se eche desnudo en la cama con mirada incitadora, hablaremos de esa fuerza de voluntad más fuerte que el acero que tienes, entrenador. Hasta entonces, deja que me dé una una ducha. —Esto podría venir bien, los periódicos llevan toda la mañana llamando ahora que tú y yo hemos aparecido en los titulares. Sácala a comer esta vez y deja que la prensa os vea juntas. Es lo mínimo que puedes hacer por la chica. Porque deja que te

diga que si pretendes que yo vuelva a dejarla plantada por ti, dimito. —Gary respiró más relajado: esta vez se iba a librar de plantar a la emotiva Alicia cuando Parker no quisiera volver a verla. —Lo tendré en cuenta si quiero un nuevo representante. —¿Dónde vas? —La voz que se oyó detrás de Parker sonaba tan áspera como la suya mientras hablaba por teléfono con Gary. —A ducharme, y luego te voy a invitar a comer. Supongo que te vendrá bien que los tiburones nos saquen unas fotos juntas para que tus fans no piensen que eres una maníaca homicida. Vale, Alicia, a ver si lo de sin ataduras iba en serio. Tengo que empezar a pensar mejor estas cosas y tal vez entonces pueda sentarme a disfrutar bebiendo una copa en lugar de llevármela puesta, pensó Parker cuando las consecuencias de lo que había hecho esta mañana le empezaron a quedar tan claras como la luz que entraba por la ventana. —¿Puedo ducharme contigo? —Alicia se sentó en la cama y dejó que la sábana le resbalara hasta las caderas. Parker se quedó mirando y no precisamente su pelo revuelto. Se apoyó en las manos y arqueó la espalda un poco, mejorando el panorama de Parker. —¿Eh? —Parker chasqueó los labios y trató de recuperar el hilo de lo que estaba pensando antes de que los atributos quirúrgicamente mejorados de Alicia acabaran con su raciocinio de un mazazo. —Ya sabes, para ayudarte a que no se te mojen los puntos y esas cosas. —Alicia señaló el pecho de Parker y esperó, pues no quería empujar demasiado fuerte ni demasiado deprisa. —No, tú relájate, que no tardo nada. Parker, Parker, Parker, no estás siguiendo las reglas, cielo, y me estoy empezando a cabrear de verdad. Deberías estar metiéndome mano por todas partes, no duchándote sola. Alicia se levantó y llamó a su agente para decirle dónde estaba y

dónde iba, para que hubiera reporteros esperándolas cuando Parker y ella llegaran. En su mente volvían a ser pareja, y ahora era el momento de comunicar la feliz noticia al resto del mundo. Alicia salió primero hacia el coche que esperaba mientras Parker recogía los mensajes que había para ella en recepción. Sonrió a la menuda rubia que subía por la calle con un ramo de flores en la mano y Emily, por cortesía, sonrió a su vez. Parker salió por la puerta de entrada y se dirigió a la puerta abierta del coche sin mirar a su alrededor. Un almuerzo más con la estrella del pop y quedaría libre. Mientras comprobaba sus mensajes, repasó todo lo que había dicho en la habitación y se sintió satisfecha al darse cuenta de que no había dicho nada que sonara a promesa. —Vamos, cariño, tenemos mesa reservada y me muero de hambre. —Alicia se metió primero en el coche y cuando Parker entró por la puerta, el chófer la cerró y pasó a la parte de delante para emprender la marcha. Parker no llegó a ver cómo Emily daba el ramo de flores que llevaba en la mano a una mujer sin hogar que pasaba ante el hotel. No me extraña que no me llamara. Emily se alejó en dirección opuesta para que Parker no pudiera verla.

El entrenamiento fue más lento en las siguientes semanas, pues Parker jugaba para ver cuánta movilidad tenía. Gary le vendaba el pecho todas las mañanas para evitar que se le saltaran los puntos de la herida que se le iba curando y para reducir el dolor al mínimo. El torneo empezaba al día siguiente, y tenía la impresión de que los partidos iban a durar más, puesto que Parker había perdido un poco de potencia con el primer servicio, pero esperaba que la fuerza del resto de su juego los sacara adelante. —¿Quieres que vaya contigo? —Gary recogió todas sus raquetas y cogió la bolsa para que ella no hiciera esfuerzos—. A lo mejor esta vez te da suerte cambiar de tradición. —Sé que Nick ha sacado entradas para que esta noche vayáis a ver Rent, grandullón, así que no, estaré bien. Mi tradición me hizo llegar a la final el año pasado, y si esta vez llego hasta ahí, me daré por satisfecha. —Parker se rascó el pecho,

ardiendo en deseos de meterse bajo la ducha en su habitación. Cuanto más se curaba la herida, más le picaba. Lo único que esperaba era poder controlarse para no parecer que se estaba toqueteando delante de las cámaras a partir de mañana. —Vale, pero iremos contigo si quieres. —Gary, pásame esa bolsa y lárgate de aquí. —Parker alargó la mano para que le diera la bolsa de raquetas y fulminó a su entrenador con la mirada. —No, la llevo yo durante doce horas más, muchas gracias. Estará esperándote en tu habitación cuando vuelvas, no te preocupes. Que te diviertas esta noche y nos vemos por la mañana. Llámame si necesitas cualquier cosa. Y no te preocupes por la familia, Nick las va a recoger y traer desde el aeropuerto. Cogieron un taxi hasta el hotel y se separaron. En las dos semanas que habían pasado desde el ataque, Parker había trabajado para ponerse más fuerte y había intentado restar importancia a los titulares de los periódicos locales que cubrían la historia de que Alicia y ella volvían a estar juntas. Historia que la cantante no parecía negar y que Parker estaba intentando olvidar. Un almuerzo no significaba una alegre reconciliación. Su mesa la estaba esperando junto a la pared de cristal que daba a los árboles iluminados de Central Park. Estaba preparada para un comensal, y los demás clientes se distrajeron de sus conversaciones y sus comidas cuando entró y se sentó. Bajo un brazo llevaba un libro fino de poemas de Robert Frost que colocó en la mesa cuando el camarero le ofreció la carta. —Bienvenida de nuevo, señorita King, ¿quiere tomar lo de siempre? —Gracias, Barry, y sí, lo de siempre está muy bien. —Su camarero se fue a preparar la bebida que había pedido, dándole tiempo para mirar la carta. A Parker nunca le importaba comer sola, y lo hacía siempre que iba a empezar cualquier torneo importante en el que jugaba. La soledad que encontraba en un restaurante lleno de gente y un buen libro le permitía olvidarse del tenis durante un par de horas, puesto que en los días siguientes no iba a pensar en otra cosa. La siguiente

adversaria, el repaso de los errores cometidos en los últimos sets, los dolores que la acompañaban tras un par de tardes muy duras en la pista central y todos los demás detalles que querría cubrir Gary una vez empezara la competición. Barry regresó, le puso la taza delante y le tomó nota. Cuando se fue, ella abrió el libro encuadernado en cuero que se había traído y se puso a leer, bebiendo sorbitos de la taza colocada en la mesa. Parker dejó de oír los susurros que corrían sobre ella entre la mayoría de los clientes que llenaban el restaurante esa noche. Algunos querían acercarse a desearle suerte, pero al ver lo enfrascada que estaba en el libro y que estaba sentada dando la espalda a casi todo el mundo, se quedaron sentados donde estaban. —Estás mirando. —Bobbie bebió un trago de su cóctel y trató de entablar conversación de nuevo con Emily. Habían salido a cenar para celebrar que Emily había encontrado un piso que le gustaba. La piloto se mudaría en cuanto le llevaran los muebles que había encargado. —Perdona, ¿qué decías? —contestó Emily, pero siguió con los ojos clavados en la mujer que bebía chocolate caliente a tres mesas de distancia. Bobbie y ella también estaban sentadas al lado de los ventanales, pero Parker no había mirado ni una vez en su dirección desde que se había sentado. —He dicho que estás mirando. No te tenía por una aficionada al tenis loca por las estrellas, Em. La precoz señorita King y yo nos conocimos no hace mucho, si quieres te la presento. —Bobbie bebió otro trago e inclinó la cabeza hacia Parker. —¿Tú conoces a Parker? —Emily apartó por fin los ojos de Parker y se fijó en su acompañante para la cena. —¿Parker? Vaya, puede que haya exagerado mi relación con la niña bonita del tenis. ¿La conoces? —Bobbie dejó su copa y alargó la mano para coger la de Emily. La piloto llevaba un par de semanas muy alicaída, y por mucho que lo intentara, no conseguía que Emily le dijera qué le pasaba. —Sí, nos conocemos. ¿De qué la conoces tú?

—Le deseé suerte en el parque una mañana cuando la vi haciendo estiramientos para correr. Me dio las gracias y luego salió disparada como si Satanás la persiguiera por todo Manhattan. La verdad es que la señorita King me hizo correr como en mi vida cuando intenté seguir su ritmo y después de esa mañana tuve que descansar una semana para recuperarme. Si hace eso cada mañana, no me extraña que tres sets de tenis le parezcan una cosa tirada. —Sí, Parker parece tomarse todas las cosas de su vida con el mismo entusiasmo. —Bobbie enarcó una ceja al oír eso y Emily volvió a centrar su atención en la solitaria jugadora. —También la vi mirándonos en Gotham aquella noche. Me pareció cosa del destino volver a encontrármela después de verla esa mañana. Miraba con muchísima atención y lo atribuí a que ella también pensaba lo mismo, pero si la conoces, a lo mejor es que te estaba mirando a ti. —¿Qué quieres decir con que nos estaba mirando? —Emily se olvidó de Parker por un momento y volvió a mirar a Bobbie. Lo único que recordaba de esa noche era la sangre que se derramaba entre los dedos de Parker cuando se metía en el taxi. —Yo la estaba mirando cuando entraste tú y sus ojos te siguieron hasta el bar. Estaba mirando cómo nos saludábamos y entonces esa tal Alicia la bañó en vino. Sabes, siempre estás leyendo cosas como ésa, pero nunca te imaginas que las vas a ver de verdad mientras se desarrollan ante ti. —Antes de que Bobbie terminara su observación, descubrió que estaba sentada sola, pues Emily se había trasladado a la mesa donde estaba sentada Parker. —Has herido mis sentimientos —dijo Emily en voz baja, de pie junto a la silla vacía de la mesa de Parker. Ése debe de ser el mantra que inspiro a las mujeres, pensó Parker al levantar la mirada del libro que tenía en la mano y posarla en la mujer que ahora se había sentado a su mesa. —¿Y cómo, por favor, he hecho tal cosa? —Parker levantó la mirada del poema que estaba leyendo y miró por encima de Emily a la alta rubia que parecía ser su

acompañante constante. Alzó su taza de chocolate y saludó a la mujer, que ahora parecía pasmada y que estaba mirando a la persona con la estaba cenando sentada con otra. —No me llamaste este verano. —Emily jugueteaba con la servilleta que tenía en la mano y que se había traído de su mesa sin darse cuenta. Estaba respirando hondo para organizar todas las ideas que se le pasaban por la cabeza. Eran todas las cosas de las que había querido hablar con Parker y ahora le salían como reproches. —Es cierto, no lo hice. —Parker echó una larga mirada a la mujer que había ocupado la mayor parte de sus pensamientos cuando no estaba inmersa jugando al tenis durante ese verano. —Pensé que lo harías por lo menos una vez, después de... bueno, después del tiempo que pasamos juntas. —Yo también lo pensé, capitana, pero no me correspondiste con tus números, por lo que no sabía cómo ponerme en contacto contigo. Si querías hablar conmigo, tú tienes todos y cada uno de los números con los que encontrarme al otro lado. En Virgin Airlines son muy amables, pero dar información sobre sus empleados no forma parte de su servicio de atención al cliente. Así que ya ves, lo intenté, pero al parecer no querías que te encontrara. —Parker no había cerrado el libro que estaba leyendo y no le había pedido a Emily que se sentara con ella. Tampoco se le había pasado por alto que se estaba enfadando. Emily no le había prometido nada al marcharse, por lo que no tenía motivo para enfadarse ahora que la piloto estaba aquí con otra persona. Esa otra persona que se la había estado comiendo a besos dos semanas antes en el otro restaurante donde las había visto. Se cosecha lo que se siembra, Parker, y como has plantado una hilera tras otra de mujeres desdichadas por todo el planeta, esto es lo que obtienes. —Claro que te di mis números. —Ante el tono cortante de Parker, Emily no sabía qué hacer. —Capitana, no me voy a quedar aquí sentada discutiendo contigo, pero no, no me los diste. Te alojaste en mi casa, jugaste con mi perro, pero no dejaste atrás información alguna sobre ti al partir. Además, veo que la vida te va muy bien. No

comprendo qué sentido tiene que hablemos, a menos que lo que quieras es regodearte y eso, querida mía, me parece un poco indigno de ti. —Parker levantó la taza y volvió a saludar a Bobbie. La mujer estaba sentada a la mesa con la barbilla apoyada en la mano, observando lo que ocurría no muy lejos de ella, y alzó de nuevo su copa hacia Parker. Sus ojos pasaban de Parker a Emily como si estuviera viendo un tipo especial de partido de tenis. —¿Qué demonios quieres decir con eso? —Emily se echó hacia atrás e intentó dilucidar por qué Parker se mostraba tan desagradable. —Tu cita se empieza a sentir sola, capitana. —Estoy segura de que a mi amiga no le importa quedarse sola un minuto mientras yo estoy aquí saludándote. Aunque no sé para qué me he molestado, puesto que parece que te ha picado una especie de mosca en el culo. Bobbie es la persona con la que he estado viviendo y no salgo con ella, bueno, técnicamente no. —¿Algún problema, señorita King? —Barry regresó con su entrante y vio a la mujer sentada con Parker. Tanto él como todos los que los rodeaban notaban que ninguna de las dos parecía muy contenta. —Ningún problema, Barry, es sólo una conocida que quería desearme suerte. — Parker sonrió al camarero y luego a Emily—. Gracias, Emily, ya has cumplido con tu deber y ahora eres libre de marcharte. —¿Por qué, es que Alicia va a venir de un momento a otro? ¿Por qué demonios le hablo como si me debiera algo? Levántate y vete, Em, antes de que llame a seguridad, pensó Emily, pero sus pies se negaron a volver a su propia mesa. —Te lo he dicho ya una vez, capitana, no te creas todo lo que lees en el periódico. Si hay algo que te mueres por saber, pregúntamelo. Soy una perra, pero la franqueza no es mi problema —dijo Parker, echándose hacia delante. Logró que la declaración sonara lo más amenazadora posible en un susurro. —¿Te has acostado con ella desde la última vez que te vi?

El libro se cerró por fin de golpe y Parker advirtió que Barry no se movía tras oír la pregunta de Emily. —¿Hay algo que usted también quiera preguntarme, Barry? —preguntó Parker, levantando la mirada hacia el camarero. Qué pocas ganas tenía de soportar esta mierda esta noche. —No, lo siento, por favor, discúlpeme. —Parecía decepcionado por haber sido despedido antes de que Parker contestara la pregunta. —Ahora, en respuesta a tu pregunta, sí, lo he hecho. Lo bueno, pensó más tarde, era que el chocolate caliente que había estado bebiendo se había puesto a temperatura ambiente y que no quedaba mucho en la taza. Parker cogió la servilleta y se limpió los ojos para poder ver el cóctel de langostinos que le había servido Barry. Emily se quedó mirándola mientras Parker daba un mordisco a un solo langostino antes de sacarse la cartera del bolsillo de la chaqueta. Con un rápido cálculo mental, Parker dejó suficiente para cubrir todo lo que había pedido pero que no se iba a quedar a comer más la propina. Con toda la dignidad posible, Parker se apartó de la mesa y se fue sin conceder a Emily una sola palabra más. La piloto se debatía entre estallar en lágrimas porque Parker no la quería o porque había quedado como una completa idiota ante una sala llena de gente. —Sabes, Parker, un día de estos vas a tener que aprender que la franqueza no siempre es lo más conveniente. La próxima vez a ver si tomas nota, como por ejemplo del presidente Clinton. Miras directamente a los ojos y dices, "No he mantenido relaciones sexuales con esa chica". Fin de la historia, puesto que además no es asunto de nadie. La mayoría de la gente que pasaba por la entrada del parque que llevaba a Tavern on the Green miraba a la tenista y se preguntaba si iba colocada con algo al verla caminar por la calle cubierta de chocolate y hablando sola.

Parker caminó un rato y luego se sentó en el murete bajo de piedra que bordea Central Park para poner en orden sus ideas. Emily no tenía derecho a estar enfadada con ella. Si le hubiera importado tanto seguir donde lo habían dejado, habría llamado. —Tampoco es que no me haya pasado todo el verano pensando en ella y que no haya intentado ponerme en contacto con ella. Era lo único en lo que pensaba. —Me alegro de oírlo, pero habría preferido que no te hubieras acostado otra vez con Alicia. Te he echado de menos, Parker, y créeme, tú también has ocupado bastante mis pensamientos. Te has olvidado el libro. —Emily se sentó a su lado en el muro, ofreciéndole el libro mojado que Parker se había dejado. —Ésta no es forma de tratar una primera edición de Frost —dijo Parker, alzando el libro empapado en chocolate. —No, me imagino que no. Siento habértelo tirado encima, no sé qué pronto me ha dado. —Sé perfectamente qué pronto te ha dado, llámalo experiencia, pero dime, Emily, ¿qué es lo que esperas? —Quiero pasar tiempo contigo, Parker. Este verano, durante un par de días, pensé que habíamos empezado algo que era especial para las dos. Si me lo hubieras pedido, me habría quedado contigo unos cuantos días más para ver si ahí había algo. —¿Y por qué no lo hiciste, quedarte, quiero decir? No te habría echado. —A una chica le gusta que se lo pidan, Parker. Si no, parecemos unas desesperadas si nos instalamos sin más. —Emily se acercó más y cogió una de las grandes manos que recordaba haber cogido la noche en que salieron a cenar. —¿Y crees que ahora te voy a pedir algo? Me has bañado en chocolate en un restaurante lleno de gente. Ya tengo suficientes problemas con la gente que cree que soy una cretina con las mujeres para encima necesitar ayuda externa.

Emily se miró los pies y soltó la mano de Parker, pensando que había perdido antes de empezar siquiera. El verano no era más que una anomalía que no se iba a repetir ni a continuar donde lo habían dejado. —Lo siento, envíame la factura del tinte. —Capitana, ¿te crees que te vas a ir de rositas? Si es lo que crees, estás muy equivocada, además de ser una olvidadiza con respecto a dejar números de teléfono para que la gente te pueda llamar. —¿Qué es lo que quieres? —preguntó Emily, dejando asomar una sonrisa por primera vez desde hacía semanas. —Quiero muchas cosas, pero primero quiero saber si le has dado las buenas noches a tu cita. —Parker le sonrió, y el corazón de Emily empezó a entrar en calor. —Sí, contra mi propio criterio, pero sí. —Bien, ahora dime, ¿por qué no me has llamado este verano? —Pensé que iba a parecer pegajosa. —Ya, ¿te importaría muchísimo si ahora te diera un beso? —Parker se inclinó más hacia Emily hasta que sus hombros entraron en contacto. —Sí. —¿Sí, quieres que lo haga, o sí, te importaría? —Parker se levantó y se quedó plantada ante Emily cuando la mujer no le dio la respuesta que estaba esperando. —Sí, me importaría. —Emily sonrió y se acercó a la mujer ceñuda antes de seguir—. Este vestido es nuevo y no quiero llenármelo de chocolate. Parker sonrió a su vez y luego estrechó a la mujer más baja contra su pecho, asegurándose de que parte del chocolate manchaba a Emily. —Envíame la factura del tinte, capitana.

El beso sorprendió a Emily por lo deprisa que Parker la cogió entre sus brazos. Fue parecido al que le había dado Parker la noche en que salieron a cenar y la dejó ante la puerta de la habitación de invitados. Sólo que esta vez Emily abrió los labios e invitó a Parker a entrar. Emily notó los callos de las manos de Parker cuando subieron para sostenerle la cara, pero en lugar de concentrarse en su aspereza, pensó que la fuerza de las manos de Parker hacía que se sintiera a salvo. Pero el contraste estaba en sus labios, porque eran suaves como la seda y tocaban los suyos con el grado de presión justo para hacer que quisiera más. —Yo también te he echado de menos. —Parker la besó otra vez y luego cogió a Emily de la mano y echó a andar de vuelta a su hotel. —¿Dónde vamos? Mientras caminaban, Parker le contó su tradición previa a un torneo de cenar sola, y se echó a reír al ver el ligero ceño que adornaba la cara de Emily. Ésta pensaba que Parker la estaba despidiendo apenas dos minutos después de haberse besado. —Bueno, creo que ésta es la única ciudad del mundo donde esa tradición mía no funciona, así que he pensado que por esta vez voy a cambiar de táctica. ¿Has cenado ya? —No, he estado muy ocupada convirtiéndome en carnaza de la prensa sensacionalista. ¿Qué tal si te invito a cenar y luego tú me das la custodia compartida del trofeo si ganas el Abierto? —¿Qué tal si pago yo y tú simplemente te dejas agasajar? Emily se sentó en una de las sillas mientras Parker se quitaba la ropa manchada en el cuarto de baño. Se quedó mirando la cama y se imaginó a Parker revolcándose en ella con Alicia. No tenía forma humana de competir con alguien así, ni con ninguna otra chica con la que se hubiera relacionado Parker en los dos últimos años. —Tengo el vestido manchado. —Era una pobre excusa para salir de la habitación, pero Emily no quería seguir allí. Quería volver a esa biblioteca de Press Cove y que Parker le leyera algo de los cientos de libros que llenaban las estanterías.

—He pensado que podríamos ir a tu casa y así te puedes cambiar y poner eso en agua fría o algo así para que la mancha no se quede. —Parker señaló el vestido de Emily, sintiéndose ahora culpable por haberlo manchado. —¿No te importa? —¿El qué? —Parker frunció el ceño, sin entender la pregunta. —Irte de aquí. —Emily hizo un gesto señalando la habitación por donde estaban esparcidas todas las cosas de Parker. Ésta pensó que aquello tenía que ver con algo más que la habitación. —Quiero cenar contigo. De hecho, he querido cenar contigo desde la última vez que te saqué a cenar y la vez en que me hiciste el desayuno. Abby y yo hemos estado suspirando por ti, capitana, así que no me defraudes ahora que te he recuperado. Fueron en taxi al nuevo piso de Emily, donde no había muebles y sólo el grueso de la ropa que no necesitaba tener en casa de Bobbie. Parker se paseó por el espacio y miró por las ventanas del salón mientras Emily iba a cambiarse. Cuando salió del dormitorio iba vestida igual que Parker, con vaqueros y una camiseta informal. Sonrió al salir y ver a Parker con el libro que le había regalado Barnaby cuando lo visitaron aquella noche antes de ir a cenar. Era una colección de poemas de amor y sonetos de Shakespeare, el autor preferido de Barnaby. Como era su preferido, Emily lo había apreciado y disfrutado mucho más, simplemente por el hecho de que la hubiera estimado lo suficiente como para desprenderse de él. Con algo de suerte, podría convencer a Parker para que le leyera algunos de esos poemas esta noche. —¿Qué te parece si encargamos comida y cenamos aquí? —Emily acababa de recuperar a Parker y no estaba dispuesta a compartirla todavía. En el piso sólo había una cama que se había llevado de la casa que había compartido con Gail. Era lo único que se había llevado de allí al mudarse y sólo porque tenía el valor sentimental de ser la que había tenido desde que era niña. Parker miró a su alrededor y sólo vio los suelos de parquet presentes en todas las habitaciones, pero estaba dispuesta a cualquier cosa que le apeteciera a Emily.

—Muy bien. Las cajas de comida estaban esparcidas por el salón y su conversación estaba por fin empezando a ser tan cómoda como la primera vez que pasaron tiempo juntas. Cuando Parker miró el reloj, se sorprendió al ver que era casi medianoche y hora de irse, si quería estar en condiciones de jugar por la mañana. —¿Te estoy aburriendo? —Emily sabía que cuando estabas con alguien y ese alguien miraba el reloj, la velada había tocado a su fin. —No, es que tengo que irme si quiero mantenerme despierta en la pista mañana. A las televisiones no les hace gracia retransmitir partidos desde la pista central en los que una de las jugadoras se echa la siesta en las bandas. Dime que puedo volver a verte y me marcharé feliz. —Puedes volver a verme, pero ¿por qué no te quedas aquí y vuelves en taxi temprano? —Porque dudo de que pueda servir o levantar los brazos por encima de la cabeza si esta noche duermo en el suelo. Venga, te acompaño a casa y si te portas bien, os daré a ti y a la bomba rubia unas entradas para el partido de mañana. —No tienes que dormir en el suelo, tonta, tengo una cama, y de todas formas, tenía pensado quedarme aquí, no en casa de Bobbie. —Emily llevó a Parker al único dormitorio del piso y le enseñó la cama pulcramente hecha que estaba sola pegada a la pared del fondo. —Es una cama doble. —Parker se quedó en el umbral con las manos embutidas en los bolsillos, mirando la superficie de dormir como si fuese un lecho de clavos. —Sí, ¿y qué? —Emily, mido un metro ochenta y cinco. Eso quiere decir que no quepo en esa cama. —Señaló la cama y se preguntó dónde tenía pensado dormir Emily. —Vamos, Kong, haremos lo que podamos. —Emily se quitó los pantalones y se sacó el sujetador por una de las mangas y luego se tumbó en un lado de la cama. Lo

único que esperaba era que Parker comprendiera que no se trataba de sexo. Se trataba de conocerse y llegar a una confianza entre las dos. Como hubiera un solo titular más emparejando a Parker y a Alicia, mataría a Parker mientras dormía. ¿Se marcha? A Emily le dejó de latir el corazón por un instante cuando la tenista se dio la vuelta y se alejó por el pasillo. Recuperó la sonrisa cuando oyó que se encendía la luz del cuarto de baño. Cuando Parker regresó, iba vestida tan sólo con las bragas y la camiseta que había llevado debajo del jersey ligero. Parker se sentó en el otro lado de la cama y ahuecó la almohada antes de tumbarse para dormir. Oyó reír a Emily porque los pies le colgaban por el extremo de la cama. —Buenas noches, Emily. —¿No me vas a dar un beso de buenas noches? —Sólo si tú quieres. —Quiero. Parker se volvió, juntó los labios con los de Emily y alargó el beso cuando notó que las manos de la piloto se metían en su pelo para acercarla más. Parker bajó el ritmo, pues sabía que era demasiado pronto para iniciar ese tipo de relación con Emily. Hizo rodar a Emily hacia su lado de la cama y pensó que por primera vez sentía que ésta era una mujer que le podía llegar a importar lo suficiente como para mantener una relación que no durara las tres citas de rigor. Emily le sujetaba la mano y estaba tan cerca que Parker sentía su calor corporal, pero sólo tenían las manos en contacto. ¿Qué diría la prensa si te pudiera ver ahora, Kong?, se preguntó Parker cuando el olor afrutado del champú de Emily le inundó la nariz. A la mañana siguiente Emily se levantó y descubrió que el otro lado de la cama estaba vacío. Le entró el pánico al pensar que Parker se había marchado sin más, hasta que vio los pantalones aún doblados junto a la cama en el suelo. Emily encontró a la tenista sentada en el suelo del salón con los ojos cerrados y las piernas cruzadas como si estuviera meditando. El silencio de la habitación y la primera luz de la mañana que entraba por las ventanas desnudas hacían que la estancia vacía casi pareciera un templo,

por lo que Emily se quedó callada para no distraer a Parker de lo que estuviera pensando. Parker ni siquiera abrió los ojos cuando se oyó un ligero golpe en la puerta, ni cuando Emily fue a ver quién era. —Buenos días, Emily. —Gary estaba en el recibidor con dos grandes bolsas negras, a la espera de que lo invitara a pasar. —Buenos días, está ahí dentro, si es que has venido por Parker. —Sí, pero mejor la dejamos terminar antes de entrar ahí. —Gary dejó la bolsa de raquetas nada más cruzar la puerta y la abrió para sacar algunos suministros médicos. Dejó la otra bolsa a los pies de Emily, lo cual le permitió a ésta ver de cerca la ropa de tenis llena de logotipos de patrocinadores en distintos puntos. Advirtió que hasta los calcetines llevaban algo cosido en la parte de arriba cuando Gary los sacó y los puso encima de las demás cosas. Gary la vio mirando lo que se iba a poner Parker y sonrió. —El talento es lo que hace que todas esas compañías la usen como anuncio ambulante, pero eso es lo que paga las facturas cuando demuestras que sabes jugar. —¿Ver a Parker con esto en la manga de verdad hace que alguien quiera conducir un Lexus? —preguntó Emily, señalando un lado de la camiseta. —¿Tú compras útiles de oficina en una determinada papelería porque patrocina un torneo de fútbol universitario? Emily se echó a reír ante la analogía y supo que probablemente era una discusión que había mantenido a menudo con los fans y los patrocinadores. —¿Qué está haciendo? —Señaló a la silenciosa mujer sentada en la otra habitación. —Está repasando todos los golpes mentalmente. Repasa todas las posibilidades para que no haya sorpresas en las que no haya pensado, ni puntos débiles que no haya eliminado ahora, en lugar de en la pista central. Parker es auténtica, Emily, le da al

público lo que éste paga por ver. Tenis a plena potencia donde no hay prisioneros y la esperanza de vida de las bolas es prácticamente nula. —¿Eso es dentro o fuera de la pista? —No lo sé, tú has pasado la noche con ella, ¿te ha forzado? —A Gary no le gustó el tono de la pregunta de Emily y tampoco que Parker hubiera estado liada la noche antes de un torneo importante. —No, para nada. Lo siento, no debería haber dicho nada. —Tonterías, es que a Gary le gusta causarme problemas siempre que tiene oportunidad. ¿Trabajas hoy? —Parker se había levantado y se había acercado silenciosamente con los pies descalzos hasta donde estaban hablando. —No, hoy no. Tenía planeado verte hoy en televisión, si quieres saber mi oscuro secreto —bromeó Emily, esperando que Parker no se sintiera insultada por la pregunta que le había hecho a su entrenador. —¿Qué te parece si tu amiga y tú os unís a Gary y a mis hermanas en mi palco? Gary le dio a Parker las entradas que le había pedido esa mañana cuando lo llamó. Emily las cogió y le dio las gracias a Parker con un beso en la mejilla. A Bobbie le haría muchísima ilusión, pues le encantaba el tenis femenino. Emily se quedó mirando mientras Gary ayudaba a Parker a vestirse, cambiándole primero las vendas y ciñéndole el pecho lo suficiente para cubrir los puntos, pero sin quitarle la capacidad de respirar. Era como ver a un gladiador preparándose para salir a la arena. Sólo que ésta te podía partir los huesos si no tenías cuidado con pelotitas amarillas cubiertas de pelusa. Con un beso de buena suerte por parte de Emily, Parker salió por la puerta. Parker se volvió antes de meterse en el taxi y miró hacia las ventanas del piso de Emily. La piloto estaba allí, apretándose los labios con los dedos, algo aturdida por el beso que se acababan de dar. La saludó agitando la mano y sonrió antes de desaparecer en el taxi, y Emily suspiró. Las cosas empezaban a cobrar buen cariz, y no era porque hubiera conseguido entradas para un partido de tenis.

Las gradas que rodeaban la pista central se estaban llenando y abajo en la pista los jueces de línea y los recogepelotas iban ocupando sus puestos. Gary había observado el calentamiento de Parker con ojo crítico, asegurándose de que su estrella no daba muestras de dolor. La joven adversaria de Parker intentaba encontrar algún punto débil mientras ella también observaba el calentamiento de Kong. Si lo que se decía sobre el ataque fuera del restaurante era cierto, Mendela, su adversaria, no notaba que eso hubiera causado fisuras en el juego de Parker. Emily y Bobbie estaban sentadas mirando al gentío que las rodeaba, esperando a que llegaran los otros invitados de Parker. Gary las había saludado agitando la mano antes de desaparecer por el túnel que llevaba a los vestuarios. Quería asegurarse de que el vendaje del pecho de Parker seguía en condiciones antes de que empezara el partido. —Espero que esté bien. Ese corte que tiene en el pecho tiene mal aspecto. —El comentario de Emily lo oyó alguien más que Bobbie, y las dos se sobresaltaron al oír la voz grave que respondía. —Hará falta algo más que unos puntos para debilitar a Park. Nosotras auguramos que hacia el final de la tarde Mendela estará comiendo pelusa. —Emily y Bobbie alzaron la mirada hacia las dos mujeres que se cernían por encima de ellas, tapando el sol—. Cuando tenía diez años, jugó un torneo con un brazo roto. Y el renacuajo quedó tercera —continuó Kimmie, intentando tranquilizar a Emily. —Vosotras debéis de ser las hermanas de Parker. —Emily intentó levantarse, pero Kimmie le puso la mano en el hombro, manteniendo a la menuda rubia en su asiento. —Yo soy Kimmie, y ésta es Gray. —La mayor de las tres hermanas alargó la mano y saludó a las dos amigas de Parker. Intentaban no hacer caso de la agitación de los fans que las rodeaban y que habían reconocido a las dos estrellas del voleibol. Hoy se trataba de Parker. —Encantada de conoceros. Yo soy Emily Parish y ésta es mi amiga Bobbie Daley. Parker estaba contentísima de que pudierais venir a verla jugar. La última vez que vi a Parker, vosotras os ibais al sur de Florida para jugar un torneo. ¿Cómo os fue?

—Por Dios, Em, arrasaron. La Víbora y Terminator se llevaron el título y el premio sin sudar siquiera. Lo vi todo en ESPN II —dijo Bobbie. Emily se dio cuenta de que a su amiga le estaba costando no caer de rodillas para adorar a las dos gigantas, que se habían sentado para que ellas no tuvieran que echar hacia atrás el cuello para mirarlas. Emily casi se echó a reír al ver la cara extasiada de Bobbie. La ávida aficionada al deporte se iba a desmayar antes de que acabara el día si aparecía algún otro de sus ídolos. Primero conseguía entradas para la pista central del Abierto y ahora compartía asiento con dos de las mejores jugadoras de voleibol. —Te recomiendo que respires a intervalos regulares durante todo el día, porque si no te vas a perder el partido cuando te desmayes. —Emily susurró la advertencia como broma para conseguir que Bobbie se calmara un poco. La mujer que era la compañera de entrenamiento de Parker estaba bajando por los escalones para unirse a ellas, y Emily se dio cuenta de que los ojos de Gray King no se apartaban de la alta sueca. —Kimmie, ¿qué tal si te sientas al lado de Bobbie y dejas que Natasha ocupe tu asiento? —propuso Emily. Gray volvió la cabeza hacia la pequeña piloto y sonrió. —Gracias, Emily, ya veo que mi hermana pequeña empieza a ser más avispada en materia de mujeres. El presentador que anunció a Parker y a Mendela ayudó a desviar la atención de Emily y el rubor que el cumplido de Gray le había causado. La gente se puso de pie cuando las dos jugadoras salieron a la pista y se sentaron a cada lado de la silla del juez. El bronceado de Parker parecía aún más oscuro en contraste con la ceñida camiseta blanca que llevaba, y parecía ansiosa por empezar. Las jugadoras cogieron sus raquetas y ocuparon sus puestos, asintiendo al juez para indicar que estaban preparadas para empezar.

—Silencio, por favor. —El hombre señaló a Parker cuando la gente se quedó en silencio. La recogepelotas que estaba en el rincón detrás de Parker le lanzó dos pelotas nuevas. Las hizo botar en la raqueta y luego eligió una y le devolvió la otra a la joven que se las había lanzado. Parker irguió los hombros y soltó aliento con fuerza para expulsar el dolor y olvidarse de él durante las dos próximas horas. Tras botar la pelota cuatro veces, la lanzó al aire y la golpeó con el centro mismo de su raqueta. Pasó volando junto a su adversaria a tal velocidad que la chica ni se molestó en cambiar de posición la raqueta. Mendela cambió de postura cuando el juez de silla anunció: —Quince a nada. —Si los aficionados al deporte esperaban un juego más lento por parte de Parker King, se han equivocado de lugar —dijo muy contento el comentarista deportivo que seguía el partido por radio cuando el primer saque pasó por encima de la red. Gray había tenido el detalle de traer auriculares para que todos pudieran escuchar el comentario durante el partido—. Creo que con ese cañonazo ha dado un aviso a Mendela. Esos puntos no le van a hacer hoy ningún favor a la española. —Silencio, por favor. Parker esperó a que el público cooperara antes de prepararse para el siguiente saque. Éste rozó la red al pasar, por lo que tuvo que servir de nuevo. El segundo servicio fue un poco más lento y Mendela lo devolvió. La joven jugadora lo mandó a la línea de fondo y luego corrió a la red para establecer bien pronto un juego agresivo contra la primera cabeza de serie del torneo. Fue un error, porque Parker contestó con un revés a dos manos que envió la pelota justo a la línea de fondo. Si alguien iba a jugar de volea en la red, no iba a ser Mendela. Durante los siguientes cuarenta minutos Emily vio cómo Parker eliminaba casi quirúrgicamente todos los aspectos del juego de su adversaria, sin apenas sudar. Cuando su adversaria subía a la red, Parker lanzaba un cañonazo hacia la línea de fondo con mortífera precisión. Cuando Mendela captaba la indirecta y se trasladaba al fondo, Parker hacía una dejada que dejaba la bola muerta nada más pasar la red, y a punto

estuvo de hacer que su adversaria se depellejara cuando se lanzó en plancha para alcanzar una de ellas. Asistir al partido en el USTA Tennis Center fue toda una experiencia para Bobbie y para ella. El ambiente y la energía de la pista central en vivo no se captaban fácilmente en la pequeña pantalla del televisor, y Emily seguía sonriendo mientras el gentío seguía entonando el cántico de "Kong". Con todo recogido y la bolsa de tenis al hombro, Parker se detuvo unos minutos al salir para firmar autógrafos a los aficionados que se inclinaban desde las gradas. En sus asientos, las hermanas King entrechocaron las palmas y luego se volvieron para abrazar a Nick y a Gary. En medio de la celebración, Gary no vio al asistente que estaba en el pasillo con un trozo de papel doblado. El entrenador se encogió cuando el joven le dio un golpecito en el hombro y le entregó la nota. Gary decidió que iba a cumplir su promesa de dimitir si era una orden de Parker para librarse de Emily. Por primera vez al abrir una de las breves notas de Parker, el rostro de su entrenador se iluminó con una sonrisa. —Vamos a visitar los vestuarios, chicas. Los dos hombres se movieron para acompañar a las otras cuatro para ver a Parker, y en ese momento los detuvo la última persona que se esperaban ver en el partido. Alicia había asistido con su manager, pero sus asientos no eran tan buenos, al no contar con la ayuda de Parker. La joven rockera había concedido tres entrevistas al entrar cuando los reporteros la reconocieron, para que nadie malinterpretara lo que sentía por Parker. —Gary, ¿le puedes decir a Parker que la espero fuera? He pensado que podríamos volver juntas a Manhattan en la limusina. —Alicia miraba a la menuda rubia, intentando recordar dónde la había visto. Pensaba hacer sufrir un poco a Parker por haberse olvidado de invitarla al partido. Esta vez, a la deportista no le iba a resultar tan fácil volver con ella. —Lo siento, Alicia, Parker ya tiene cómo volver a la ciudad. Le diré que has venido a ver el partido. Los dos te lo agradecemos. A fin de cuentas, como ya sabes, todo gira en torno a los fans. —No quería ser grosero, pero empujó a su grupo hacia

delante antes de que Alicia tuviera oportunidad de montar una escena. Tal vez esta noche Parker podría cenar y mantenerse seca durante toda la comida. Emily se quedó atrás para dejar que Parker saludara a sus hermanas. Parecía que Bobbie no paraba de pellizcarse para creerse la buena suerte que había tenido ese día. Ya habría sido suficiente con ver el partido, pero de camino a los vestuarios habían visto a varias otras jugadoras alrededor del vestuario, esperando su momento de jugar. —¿Tú crees que si te vas a la cama con ella, podremos volver este fin de semana? —le preguntó Bobbie a Emily en un susurro. —Anoche me fui a la cama con ella y ya has conseguido entradas de palco, así que no te pases. Antes de que Bobbie pudiera preguntarle nada sobre lo que había dicho, Parker las llamó. —Enhorabuena, has hecho un partido fantástico. Parker aceptó el abrazo de Emily y rodeó los hombros de la piloto con un largo brazo, esperando a ser presentada a la amiga de Emily. —Sí, un gran partido, señorita King. Muchísimas gracias por las entradas, ha sido una experiencia única en la vida —dijo Bobbie efusivamente, al tiempo que estrechaba la mano de Parker sin soltarla. —Bobbie, cielo, necesita esa mano para jugar esta semana —dijo Emily. Levantó la mirada sonriente hacia Parker, esperando que a la jugadora no le importaran los fans excesivos—. Parker, ésta es mi amiga Bobbie Daley, y por si no lo has captado, es una gran aficionada al tenis femenino. —Ah, mi compañera de carrera. Mantuviste muy bien el tipo hasta los tres últimos kilómetros. —Parker se echó a reír al ver el rubor de la mujer alta. La amiga de Emily le parecía bien ahora que sabía que no se acostaban—. ¿Qué tal si os invito a las dos a cenar? —¿No quieres ir con tus hermanas? —preguntó Emily.

—Esta noche tienen que hacer un anuncio para el canal deportivo local, así que no pueden venir, pero si tenéis planes, no importa. —No, yo encantada. ¿Qué te parece, Bobbie, quieres salir a cenar? —Emily se pegó más a Parker y le pasó el brazo por la cintura. —No quiero estar de más. —Bobbie quería ir, pero no tenía ganas de hacer de convidada de piedra. Parker alargó la mano y le dio una palmada a Bobbie en el hombro. —Vamos, quiero que vengas. Así, si aquí la bombardera loca me tira más chocolate caliente encima, te puedo usar de escudo. Bobbie se paseó por el vestuario contemplando la multitud de fotografías que ilustraban torneos del pasado, dejando que Parker y Emily tuvieran un momento a solas. Lo único que tenía que hacer la ganadora era ponerse los zapatos para terminar de vestirse, y estaba sentada en uno de los bancos poniéndose los calcetines. —Gracias otra vez por las entradas, me ha encantado verte jugar. —Emily se sentó al lado de Parker, pues quería estar cerca de ella. Esa mañana se había sentido llena de felicidad al despertarse y sentir el largo cuerpo pegado a su espalda. Emily estaba tan a gusto que volvió a quedarse dormida con una sonrisa en los labios. —¿Vas a seguir en la ciudad el sábado? —preguntó Parker, atándose un zapato. —Sí, mi próximo vuelo no es hasta el domingo a mediodía, pero volveré esa misma noche. Tengo un horario ligero hasta que me instale. —Bien, entonces puedes venir al siguiente partido. O sea, si quieres. —Parker jugueteó con el otro zapato, esperando a que Emily dijera algo. La cercanía de la piloto estaba echando a perder su seguridad habitual. —Me encantaría. —La piloto se inclinó un poco más, alargando la mano para quitarle el zapato a Parker. El encanto de lo que habían descubierto en Florida empezaba a serle cada vez más atrayente.

Parker se inclinó del todo y la besó. No fue erótico, pero las dos sintieron la sacudida. —¿Crees que podrá sobrevivir a otro partido? —Parker señaló a Bobbie, que estaba estudiando la pared como si fuese una fascinante obra de arte. —¿Sabes hacer reanimación cardiorrespiratoria? —Emily miró a Parker con toda seriedad. —Se me da mejor el boca a boca. —No me cabe duda. Vamos, estrella, tus fans te van a sacar a cenar. —Emily le devolvió el zapato a Parker y le robó otro beso antes de que Parker se agachara para ponérselo—. No hagas planes para el sábado, Daley, que nos han vuelto a invitar. El baile de alegría que se marcó la mujer que estaba junto a la pared estuvo a punto de conseguir que Parker se cayera del banco, del ataque de risa que le dio. Bobbie se fue sola a casa en un taxi después de cenar, dejando que Parker y Emily se fueran caminando al nuevo piso de Emily. Habían optado por un pequeño restaurante chino donde la presencia de Parker causó sensación entre el personal. Emily estaba segura de que su fotografía estaría enmarcada y colgada de la pared la próxima vez que fuese a encargar comida para llevar. —¿Quieres subir un rato? —¿Aún no te has cansado de mí? —Parker levantó las manos que tenían unidas y besó el dorso de la de Emily. —Estaba pensando que serías tú la que a estas alturas estaría aburrida de mí. — Quería parecer segura de sí misma, pero ver a Alicia de cerca esa tarde le había metido ideas raras en la cabeza. —Para ser alguien que ha ocupado gran parte de mis procesos mentales desde este verano, no eres muy inteligente.

Emily se echó a reír por el insulto y se preparó para responder, pero Parker bajó la cabeza y la besó. La pasión de los suaves labios borró las dudas de Emily. Parker King era joven, pero era la persona que Emily había estado esperando. La que había despertado su alma, además de otras partes de su anatomía. —Buenas noches, dulce Emily. —Parker la besó de nuevo antes de soltarla. —Por favor, quédate. —Tómate un poco de tiempo y piensa en lo que quieres. Yo no tengo prisa, Emily, pero por una vez tampoco estoy jugando. La distancia que había entre ellas, aunque no llegaba a un metro, era inaceptable para Emily. —Mi problema hasta ahora es que pienso demasiado, ahora sólo quiero sentir lo que es estar viva. Sentirme como la persona que tú ves cuando me miras así. —Parker se olvidó de sus puntos y levantó a Emily del suelo—. Quédate y abrázame. No tenemos que ir más lejos por ahora —dijo Emily, abrazándose al cuello de Parker para el trayecto hasta arriba. —Venga, si he podido jugar al tenis después de anoche, una noche más en esa cama no me va a matar. La persona que iba a bordo del taxi que estaba en la esquina pidió esperar antes de llegar a su destino. Cuando la pareja subió, la puerta de atrás se abrió y el taxista recibió un billete de veinte dólares por el hueco de la mampara de plexiglás. En la acera resonó un suspiro de asco cuando la luz del dormitorio se apagó y el piso se quedó a oscuras. —Pronto, querida mía, pronto. Nadie oyó la promesa, pues el motor del taxi la apagó. Un hombre que paseaba a su perro se apartó de la persona al pasar, con la esperanza de que la amenaza que irradiaba no fuese dirigida contra él.

—No te olvides de llevar flores. A las mujeres les encantan —gritó Gray desde el cuarto de baño. Kimmie estaba ocupada colocándole bien el cuello de la camisa a Parker y cerciorándose de que su hermana pequeña tenía el mejor aspecto posible. —No estoy intentando marcarme tantos, Víbora, sólo intento que la chica quiera volver a verme. —Te tiene muy vista y la emoción aún no se ha pasado, así que algo debes de estar haciendo bien, niña. Creo que los de las cámaras se han enterado, a juzgar por todas las tomas del palco que hubo ayer. ¿Qué va a decir la capitana Emily cuando aparezca en la portada del Enquirer como la sustituta de Alicia? —Gray lo decía en broma, pero la forma de actuar de Parker con Emily les indicaba a Kimmie y a ella que ésta era distinta. —Espero que no diga adiós. —Parker suspiró, pues no sabía cómo se iba a tomar Emily el hecho de estar en el candelero simplemente por la persona con la que había decidido salir. —De eso nada, Park. Ve a buscar a la chica y salúdala de nuestra parte, y no salgáis hasta muy tarde. Mañana tienes trabajo y Marsha Cooper quiere hacerte comer pelotas de tenis. —Kimmie sujetó la chaqueta de Parker para que ésta terminara de vestirse. El domingo había sido un día tranquilo, salvo por su sesión de entrenamiento por la mañana con Natasha. Emily había salido esa mañana temprano hacia el aeropuerto para volar a Miami. Regresaba a las nueve y había quedado con Parker en la ciudad. Tras la victoria de Parker del sábado, Emily y Bobbie habían arreglado sus asuntos para poder asistir al partido del lunes por la tarde. Parker le había cogido cariño a Bobbie, y se echó a reír cuando la alta rubia le ofreció un riñón si alguna vez lo necesitaba como agradecimiento por el tenis fabuloso que había logrado presenciar. —¿Espero aquí, señorita? —La limusina se detuvo ante las puertas de Virgin y el conductor le abrió la puerta a Parker. —Sí, muy bien, gracias. Ha sido un viaje de ida y vuelta, así que no creo que tenga equipaje, por lo que creo que saldremos enseguida. —Parker cogió las dos

docenas de rosas de tallo largo y color rosáceo que había encargado antes de salir del coche. —Muy bien, las veo dentro de unos minutos. Un representante de la aerolínea se reunió con ella en la entrada de seguridad y acompañó a Parker hasta la puerta de Emily. El joven le dijo que a causa de un sistema tormentoso sobre Georgia el vuelo se había tenido que adentrar más en el Atlántico, por lo que llevaba quince minutos de retraso. Los pasajeros empezaron a salir, corriendo para recoger su equipaje o hacia sus vuelos de conexión, mientras Parker esperaba a que desembarcara la tripulación. El primero que apareció en la terminal fue Willy, el auxiliar de vuelo que estaba en el avión de Londres con el que había vuelto a casa desde Wimbledon. La saludó levantando el pulgar y se acercó para estrecharle la mano todo sonriente al imaginarse a quién había venido a ver. Hizo un gesto al resto de sus compañeros para que se detuvieran un poco para ver cómo iba a ser la escena. Emily se merecía que su tripulación la viera con otros ojos y Willy no quería que se perdieran la oportunidad. Emily salió después de dedicar unos minutos a desconectar la cabina y recoger todas sus cosas. Su prioridad principal durante todo el día había sido volver con Parker, y lo único que deseaba era que no hubiera mucho tráfico de entrada en la ciudad. Bobbie le había prometido ocuparse de una sorpresa por ella en cuanto Parker se marchara a entrenar, y Emily esperaba que lo hubiera conseguido. —Disculpe, azafata, ¿me podría traer un chocolate caliente? La voz grave hizo que Emily levantara la cabeza de golpe y mirara hacia los asientos de la zona de espera. Parker estaba allí plantada como una modelo de Ralph Lauren con un ramo de rosas, y al verla Emily sintió que se le derretía el corazón. Las ocurrencias románticas no habían sido uno de los puntos fuertes de su anterior compañera. Sin pararse a pensar dónde estaba ni en la herida de Parker, Emily se acercó corriendo, se lanzó sobre Parker y le dio un beso abrasador. Lo único que separó sus labios fue el aplauso procedente de la pasmada tripulación al mando de Willy. —Bienvenida de nuevo, capitana. ¿Qué te parecería cenar conmigo?

Emily metió las manos por debajo de la chaqueta y las subió por la almidonada camisa amarilla clara que llevaba Parker en cuanto sus pies se posaron de nuevo en el suelo, y deseó que Parker la llevara de vuelta a la ciudad para no tener que apartar las manos. —¿Te crees que soy una de esas pilotos facilonas que se dejan engatusar por unas flores y una guapa joven? —Sus manos salieron de debajo de la chaqueta y subieron hasta el cuello de Parker. —¿No lo eres? —¿Qué más tienes que ofrecerme, tenista? —Emily entrelazó los dedos en la nuca de Parker y tiró un poco, intentando que el largo cuerpo se inclinara. —Lo único que me queda es una limusina y una mesa reservada en el Four Seasons, pero seguramente podría conseguirte además unas entradas para un partido de tenis, si con eso no te basta. —Me parece que sólo el hecho de que estés aquí es suficiente. —Emily le bajó la cabeza a Parker y la besó. Cuando alguien carraspeó cerca de ellas, Emily apartó sus labios de los de Parker y se volvió, pegada al alto cuerpo que la abrazaba. —¿Emily? —¿Gail? ¿Pero qué haces aquí? —La pregunta le salió con tono áspero, y Emily vio la momentánea expresión de rabia y dolor de su ex amante. A pesar de que Emily ya no estaba enamorada de esta mujer, Gail había compartido años de su vida, por lo que Emily suavizó el tono—. Quiero decir, ¿cómo estás? Gail se había sentado a distancia suficiente de Parker para que la tenista no la viera. En los meses que llevaban separadas, Gail se había reconcomido con la idea de recuperar a Emily, pero no había conseguido descubrir dónde vivía. Habían hablado por teléfono un par de veces desde el trabajo de Emily, pero ésta no lograba superar lo que había ocurrido en la playa y lo había usado como explicación de por qué ya no podía seguir con Gail. Las conversaciones terminaban cuando Emily colgaba en cuanto Gail se ponía a gritar obscenidades por teléfono. Ahora Gail sabía la verdad.

Después de verla en televisión, por casualidad, sentada con Bobbie en el Abierto, se había hecho una buena idea de por qué la había dejado Emily. Esta noche una de las personas de la compañía aérea a las que había conocido con Emily había tenido la amabilidad de proporcionarle el horario de vuelos de su ex amante, pero la presencia de Parker no había entrado en sus planes. Pero claro, Parker era la razón de que Emily la hubiera dejado. Gail lo había repasado mentalmente un millón de veces, convencida de que su comportamiento y su afición a la bebida no habrían tenido importancia si Parker no hubiera intervenido. —Te echo de menos, Em, y sólo quería una oportunidad para hablar contigo. Este verano te fuiste sin dejarme que arreglara las cosas. Habría venido a verte antes, pero no sabía cómo ponerme en contacto contigo. —Gail sujetaba sus propias flores a la espalda y esperaba que el ramo más sencillo fuese más del agrado de Emily. Buscando consuelo, Emily se pegó más a Parker, esperando que no se sintiera asqueada y se apartara. Parker, que nunca decepcionaba, puso la mano sobre la cadera de Emily. —Siento que te hayas dado el paseo hasta aquí, pero sigo sin querer verte. Lo nuestro no funcionaba, Gail, y no por lo ocurrido durante unas cortas vacaciones. Ya es hora de que sigas adelante y lo aceptes y que intentes encontrar a alguien que te haga feliz. —Qué cómodo para ti. ¿Qué va a ocurrir cuando ya no seas el caramelo de la semana? —soltó Gail, dejando salir todo el veneno que sentía por Parker. Gail pensaba que Emily y ella nunca habían tenido problemas hasta que apareció la tenista en su vida. —Vamos, capitana, no pierdas el tiempo con esto. Sólo quiere pincharte para que te sientas tan mal como ella. Emily le cogió las rosas a Parker y dio la espalda a Gail. Pero una pequeña parte de su cerebro quería conocer la respuesta a la pregunta de Gail. ¿Qué pasaría cuando Parker pasara a la siguiente conquista? —Admítelo, Emily, me perteneces. —Gail dejó caer sus flores, agarró a Emily del brazo y trató de apartarla de Parker de un tirón.

—Si no quieres que te obligue a comerte estas rosas, te sugiero que la sueltes. ¡Ahora! —gritó Parker. Cuando Gail no reaccionó al instante, Parker le agarró la muñeca y apretó hasta que abrió la mano—. A menos que ella te invite a tocarla de nuevo, ni se te ocurra hacerlo o te las tendrás que ver conmigo. —¿Me llevas a casa? —preguntó Emily cuando Parker se volvió hacia ella. Parker rodeó los hombros de Emily con el brazo y salió con ella hacia el coche que las esperaba. —¿Estás bien? Esta noche estás muy callada. —Parker vio que Emily sacaba una rosa del ramo que estaba a su lado en el asiento del coche y se la llevaba a la nariz. —¿Sabías que las rosas rosas son de las pocas que quedan que todavía conservan su aroma de todas las que se venden en las floristerías? —preguntó Emily. —Eso es porque las rojas son más populares y por eso se cultivan para que den capullos grandes y para que duren, por lo que había que sacrificar algo. Las rosas y las amarillas huelen muy bien, pero se marchitan antes. Emily se quedó sorprendida de que Parker conociera la respuesta a la pregunta que acababa de hacer, pero luego pensó en todo el tiempo que Parker se pasaba leyendo en casa y en habitaciones de hotel. Leyendo en habitaciones de hotel siempre que no estaba entreteniendo a alguna fan llena de adoración u otra mujer famosa que deseara la atención de Parker. —A veces la vida es así —dijo Emily. Parker cogió la rosa que tenía Emily en la mano y se la llevó a la nariz antes de decir nada. —¿Que las cosas mejores son dulces pero efímeras? ¿Te refieres a eso? — preguntó Parker, captando lo que intentaba decir Emily. —Tal vez. La duda eterna sería si se deben cortar y tomar posesión de ellas para disfrutar de su belleza durante ese momento efímero o si se deben dejar y admirar de lejos. —Emily miró por fin a Parker a la cara y a esos ojos que parecían azules claros en contraste con el amarillo de su camisa. La idea de no poder estar así de cerca para volver a mirar a Parker a los ojos le atravesó el pecho con un dolor real.

—Quedarte con las que se cultivan para que tengan buen aspecto, pero que no te dan ningún placer, ¿no? —Los ojos de Parker se arrugaron un poco por los extremos cuando añadió una sonrisa al final de la pregunta—. Son más fiables a la larga, pero no es eso lo que te va a hacer feliz. —Algo así. —¿Qué tal si lo enfocas de esta manera? Las rojas se han cultivado para que duren, ése es su destino, por así decir, pero éstas están completas —explicó Parker, alzando la flor rosa. —¿Qué quieres decir? —preguntó Emily, que quería dejarse convencer por el rostro serio que la miraba con tanta ternura. —Que, mientras duren, te pueden dar toda la felicidad de la que son capaces. En el producto final que se te ofrece se ha volcado una vida entera de cuidados. La flor no sabe cuánto tiempo le queda antes de marchitarse y morir. Lo único que quiere es que tú seas feliz hasta que llegue ese momento. —Parker le devolvió la rosa a Emily con una sonrisa. Las experiencias que he tenido hasta ahora, Emily, son las que me convierten en la persona que soy. Es la única flor defectuosa que te puedo ofrecer. —¿Y qué pasa cuando otras personas codician la misma flor? —preguntó Emily cuando se cogieron de la mano. —No se puede codiciar algo que pertenece a otra persona, tesoro. Si tú la cosechas, es tuya. Si la quieres, claro. —Emily contempló los dedos largos y esbeltos que se le ofrecían—. ¿Demasiadas cosas, demasiado pronto? —preguntó Parker. —¿Y la flor no tiene nada que decir? —preguntó Emily, sonriendo por el cariz que había tomado la conversación. —La flor se siente afortunada. —La mano más pequeña que cogió la suya le produjo a Parker una sensación maravillosa. —¿Y eso? —Porque mira qué jarrón tan bonito ha encontrado donde meter su tallo.

La risa empezó poco a poco y al final el conductor miró por el espejo retrovisor para asegurarse de que Emily estaba bien. Cuando las sonoras carcajadas se apagaron, dijo hundida en el pecho de Parker: —Es evidente que te quiero, porque también es evidente que estás perdiendo facultades. —¿Qué quieres decir? —dijo Parker, intentando parecer indignada al tiempo que abrazaba a Emily más estrechamente. —Cielo, ése es el peor intento de ligue que he oído en mi vida. ¿Quién más se iba a tragar una cosa así? Espera, no contestes. Eres tan guapa y hueles tan bien que seguro que a las personas como Alicia les da igual lo que salga por tu boca. —Emily se sonrojó al pensar en otras cosas que podría estar haciendo Parker con su boca si estuvieran a solas, y el cuerpo que tenía debajo se echó a reír suavemente al ver su rubor. —Te quiero, Emily, y esta noche no quiero hablar de nadie más. —Dilo otra vez —exigió Emily en un susurro ronco. Parker sintió que los labios de Emily rozaban los suyos al pedírselo, de lo pegadas que estaban. —Te quiero, Emily. —Hundió una mano en el pelo de Emily y cubrió la pequeña distancia que había entre sus labios. Con los ojos aún cerrados por el beso, Emily confesó: —En el momento en que doblaste la esquina para entrar en mi avión hace ya tantos meses, supe que ibas a cambiar mi vida. Yo también te quiero. —Emily se acomodó y disfrutó del viaje sentada al lado de Parker durante el resto del trayecto. Tendrían que acabar hablando de la logística de su relación, pero los detalles podían esperar. Detalles como la cantidad de estados que separaban sus respectivos hogares y las amantes del pasado que parecían surgir por todas partes. Emily pensó que

podrían hacer frente a todo eso porque habían superado un obstáculo importante. Lo más importante era que Parker la quería.

Cuando volvieron al piso de Emily después de cenar, Emily detuvo a Parker en la puerta con la llave en la mano. —Cierra los ojos. —Emily alzó las manos y no quiso dejar pasar a Parker por la puerta hasta que obedeciera. —Emily, no tienes muebles, así que no hay nada que ver. —Tengo una sorpresa para ti y quiero que cierres los ojos. —Caminando de espaldas, Emily guió a Parker por el pequeño piso, esperando que Bobbie hubiera cumplido su promesa—. Siéntate —le dijo a la mujer que tenía los ojos bien cerrados. —Me has comprado una silla. —¿Siempre has sido tan listilla? —Emily empujó el cuerpo más grande para que se sentara. —Sí, pero como estoy guapa vestida de tenis, parece que a la gente no le importa. —Parker puso las manos en las caderas de Emily, pero siguió con los ojos cerrados. —Échate. —Oye, tienes una cama nueva. —Con los pies en el suelo, Parker notó que quedaba mucho espacio libre por encima de su cabeza—. Gracias. —Cuando abrió los ojos, descubrió sus bolsas de equipamiento junto a la puerta. —¿Demasiado presuntuosa? —preguntó Emily, con el ceño fruncido de emoción. Bobbie la había ayudado con la cama, pero Kimmie y Gray habían traído las cosas de Parker. Parker se incorporó y tiró de Emily para acercarla más a ella.

—Abby no está aquí, ¿verdad? —Podría hacer que lo trajeran en avión, si quieres. La cremallera de la falda de Emily hizo mucho ruido en el piso prácticamente vacío al abrirse. —No, seguro que está encantado en el campamento perruno. —Habiendo aflojado la cinturilla, Parker sacó la blusa. —¿Quieres algo más? Parker negó con la cabeza y se puso a desabrochar los botones. Cuando los tuvo todos abiertos, fue el sujetador de Emily lo que hizo que Parker se detuviera. —¿Conjunto a juego? —preguntó Parker. Emily asintió y luego le quitó a Parker la chaqueta de los hombros al tiempo que notaba que su falda caía a sus pies tras un ligero tirón de Parker, confirmando que efectivamente era un conjunto a juego. Las grandes manos regresaron para acariciar suavemente los adornos de encaje de las bragas negras que llevaba. Gracias a Dios que hoy no me han llevado al hospital. Emily sonrió a través de la bruma sexual que le estaba provocando Parker, pensando que nunca se había puesto nada como lo que llevaba hoy debajo del uniforme. Déjalo, esto es lo que querías, Emily, pensó al tiempo que iba perdiendo más ropa. —Si quieres, te las regalo. —Emily quería que esos dedos mágicos siguieran acariciándola, pero le parecía mucho mejor si lo hacían sobre su piel desnuda. Y a más velocidad que uno de los saques de Parker, de repente se encontró desnuda ante los ojos azules que la recorrían—. Levanta. Parker hizo lo que quería Emily y en cuanto se irguió, dos manos insistentes se pusieron a hurgarle el cinturón. Emily estaba perdiendo la paciencia con el botón y la cremallera de los pantalones de Parker, pero se abrieron antes de que tuviera que arrancarlos. Quería sentir la piel de Parker o iba a explotar, pero era más que deseo, era una necesidad imperiosa. En cuando los pantalones de Parker cayeron alrededor de sus tobillos, Emily tiró de sus bragas para que se reunieran con ellos.

—Tranquila, Em, tenemos toda la noche. —Lo siento, es que necesito sentirte. Llevo todo el día pensando en ti y si no me alivio, puede que tarde en poder volar otra vez. —Emily empujó de nuevo a Parker para que se sentara y se colocó a horcajadas sobre una de las largas piernas. Cuando echó las caderas hacia delante, Parker se hizo una buena idea de lo excitada que estaba Emily. La humedad con que la piloto pintaba la superficie de su pierna así se lo indicaba. —Dime qué quieres. —Parker la sostuvo en el sitio para que Emily no se cayera, pero no demasiado fuerte, para no impedirle los movimientos. —Bésame. —Emily estaba enloqueciendo con las manos de Parker en su trasero y la camisa almidonada que le rozaba los pezones. Parker obedeció su deseo y se metió la lengua de Emily en la boca al iniciar el beso. Las caderas de Emily seguían perfectamente el ritmo de la boca de Parker, por lo que tardó un momento en darse cuenta de que el contacto que tenía entre las piernas había desaparecido porque Parker se había levantado. —No, me falta muy poco —protestó Emily. —Sshh, cariño, échate y fíate de mí. Yo me ocupo de ti, te lo prometo. —Era lo último que quería decir Parker hasta que la necesidad de Emily quedara saciada. Emily estuvo a punto de protestar, pero miró a Parker, que se cernía sobre ella. Lo que más deseaba en este mundo era que la tenista la cubriera y la llevara a sitios donde nunca había estado. La boca que se cerró alrededor de un pezón arrancó a Emily un fuerte gemido y se arqueó para notar mejor esa exquisita sensación. Mientras Parker le chupaba ambos pezones hasta convertirlos en dos puntas duras casi moradas, las caderas de Emily se levantaban de la cama, intentando entrar en contacto con cualquier parte del cuerpo de Parker. —Por favor, cielo, te necesito. —Pues debes obtener lo que deseas —dijo Parker, bajando por la cama.

Con movimientos de una lentitud angustiosa, Parker separó los labios húmedos y relucientes del sexo de Emily y dedicó largos segundos a contemplar ese lugar íntimo. La piloto estaba tan excitada que el punto de su cuerpo que más necesitaba a Parker palpitaba de una forma casi visual. Cuando Emily estaba a punto de suplicar un poco más, Parker la tomó en su boca, con un solo movimiento súbito y maravilloso. El dulce sabor que le inundó la boca hizo gemir a Parker a su vez. Qué gusto le daba sentir a Emily moviéndose debajo de ella y notar que sus manos le tiraban ligeramente del pelo para mantenerla en el sitio. Aunque Parker no tenía la menor intención de apartarse ahora. Cuando Emily se dio cuenta, quitó una mano de la cabeza de Parker y se aferró en cambio a las sábanas con todas sus fuerzas. Emily sintió que la parte plana de la lengua de Parker subía deslizándose por toda su humedad cuando se dispuso a prestar más atención a cada parte. —Parker, por favor, cariño, te necesito. Una de las manos que le había estado sujetando el trasero por encima del colchón se deslizó hacia fuera y recorrió la pierna de Emily tras esta súplica, mientras que la otra subía por su abdomen de regreso a su pecho y un pezón aún duro. —Quiero darte placer, Em. Relájate y deja que lo haga. —Parker cumplió su promesa regresando a Emily con la boca y humedeciéndola más para lo que iba a venir a continuación. Dos largos dedos trazaron círculos lentos alrededor de la abertura de Emily y la rubia se puso a gimotear, de las ganas que tenía de sentirlos dentro. Parker hizo que las caderas de Emily se movieran y cuando bajaron hacia el colchón intentando aspirar sus dedos, los metió hasta el fondo, haciendo que Emily soltara un grito que imaginó que los vecinos oyeron cuando por fin consiguió lo que había estado esperando. A las tres caricias, Emily dejó de moverse y sus piernas aprisionaron con fuerza la cabeza de Parker. Lo bueno era que efectivamente tenían toda la noche, porque el final llegó demasiado rápido para Emily, pero las prisas eran culpa suya. Parker se quedó con la cabeza apoyada en su estómago y las manos a ambos lados del cuerpo de Emily hasta que se dio cuenta de que Emily estaba llorando. Parker subió y cogió a la mujer menuda entre sus brazos hasta que se le pasó la emoción y volvió a respirar con normalidad.

Emily estaba sorprendida de haberse dejado ir de esa forma. Se sentía casi desenfrenada por el modo en que prácticamente había exigido satisfacción. Era la primera vez que gritaba de esa manera al final. Tan inmersa estaba en la boca y los dedos de Parker, que Emily había soltado un alarido, sin importarle quién pudiera haberlo oído. El sexo nunca había sido una pasión para ella. Para Emily era una obligación inherente a sus relaciones, el precio que había que pagar por tener compañía. El acto en sí nunca le había resultado increíble, pero así era como había conseguido Parker que fuese para ella, y ahora se sentía muy especial. —Si te digo una cosa, ¿me prometes que no te lo vas a tomar a mal? Parker bajó la mirada hacia la cabeza rubia al oír esa extraña pregunta. Los ojos azules eran casi como aguamarinas para Emily al mirarla directamente a los suyos cuando levantó la cabeza del pecho de Parker. Ésta parecía algo temerosa al responder: —Sí, lo intentaré. —Nunca me habían follado así. —Después de decirlo, incluso a Emily le sonó mal, y apenas una fracción de segundo después de decirlo, Parker se la quitó de encima, se levantó de la cama y alcanzó sus pantalones—. ¿Qué haces? —Perdóname, Emily, creía que esto era algo más que follar. Si eso es lo único que querías, tendrías que habérmelo dicho en julio. —La camisa casi se rajó por la violencia con que Parker se la metió por los pantalones. Dos brazos temblorosos le rodearon el cuello cuando se sentó para calzarse y Parker tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no apartarlos. Por esto no deberías sentir nada, Park, duele demasiado. —Lo siento, no me he expresado bien. —El tono de Emily era casi suplicante, y no tenía la menor intención de soltarse, aunque Parker la arrastrara desnuda hasta fuera. —No sé, a veces la verdad es lo que sale con más facilidad en estas circunstancias.

—Es la verdad, pero debería haberlo dicho mejor. Por favor, cielo, espera y escúchame. —Emily la estrechó con más fuerza, intentando impedir que Parker siguiera vistiéndose—. Nadie ha conseguido jamás que me sienta como me has hecho sentir tú. —¿Como qué, un objeto sexual? A Emily le entraron ganas de echarse a llorar al ver la cabeza gacha y oír el tono abatido de Parker. —No, como una mujer tan deseable que es digna de ser tomada como lo has hecho tú. Nunca he necesitado que me toquen como te necesito a ti, y te aseguro que nunca he deseado a nadie como te deseo a ti. Estoy enamorada de ti, Parker, pero me alegro de no tener que buscar excusas para que no me ames aquí. —Emily se puso de nuevo a horcajadas sobre la pierna de Parker y alcanzó una de las manos de Parker, la mano cuyos dedos seguían húmedos del lugar donde habían estado metidos, y volvió a colocarla entre sus piernas—. Estoy segura de que casi siempre haremos el amor y nos daremos placer mutuo, pero tal y como me siento ahora, ha sido más que eso. Eso no me había ocurrido nunca, cariño. —¿Nunca? —Parker alzó un poco la cabeza y miró a Emily a la cara. —Nunca hasta ahora. ¿Me perdonas? —Emily esperaba que la discusión hubiera terminado porque la mano hundida entre sus piernas le estaba haciendo cosas interesantes a la libido que hasta ahora no se había percatado de que tenía—. Di que sí. Dilo, en serio. —Colocada como estaba, se puso a desnudar a Parker, esta vez del todo. —Supongo que podría, si lo dices así. —Parker no apartó la mano mientras los botones de su ropa se iban soltando. —El mundo se alegrará de saber que has derretido a la reina de hielo. Claro que lo malo va a ser que el mundo del tenis se va a ver privado de una de sus estrellas más brillantes. —Emily movió la mano de Parker sólo para quitarle la camisa y el sujetador y luego volvió a ponerla en su sitio. Sus caderas empezaron a moverse en cuanto Parker se puso a acariciarla y notó que la humedad volvía a acumularse.

—¿Y eso por qué? —preguntó Parker, moviendo a Emily para tumbarla de nuevo. Esta vez quería tomarse su tiempo y enseñarle a la piloto lo estupendo que podía ser este acto. Parker pensó que iba a tener graves problemas si la menuda rubia llegaba a darse cuenta de hasta qué punto la deseaba ella a su vez. —Ahora tienes un nuevo trabajo, Kong, el de esclava sexual. Parker se echó a reír de tal manera que le resultó fácil darle la vuelta, de modo que fue Parker la que se quedó tumbada en el colchón nuevo, dando a Emily fácil acceso a la humedad que ansiaba desde que Parker se había quitado los pantalones. —Dios —fue lo único que dijo Parker cuando Emily llegó a su destino al final de la cama. Cuando Parker sintió que le venía el orgasmo que Emily le había estado preparando, se sentó un momento y tiró de la rubia hasta la cabecera de la cama con ella. Tras un segundo dedicado a colocarse bien, Parker puso la mano de Emily entre sus piernas y le devolvió el favor acariciando a Emily a su vez. Parker se tragó esta vez los gritos de la rubia con un beso cuando las dos llegaron juntas al final. Cuando terminaron, Emily se quedó donde estaba y se quedó dormida después de decirle a Parker que la quería. Su último pensamiento consciente fue que por la mañana iba a donar todos sus pijamas a la caridad ahora que tenía a Parker en su vida.

—Me ha parecido que tenías las piernas un poco flojas en el último juego. ¿Te ocurre algo? —Gary estaba en el vestuario con Parker, que estaba recogiendo sus cosas. Esta última victoria los colocaba en semifinales, pero había durado más que cualquiera de los demás partidos que llevaba jugados en el torneo. —No me pasa nada, Gary, deja de preocuparte. A lo mejor es que esta vez quería darle al público lo que ha pagado por ver. —Ya, claro. ¿Y no podría ser que una guapa rubia te tiene muy ocupada por las noches? —Intentaba parecer enfadado, pero dado lo feliz que parecía Parker, le estaba costando.

—¿Eso quiere decir que ya no puede venir a jugar? —preguntó Emily detrás de ellos. —Hola, capitana, ¿te ha gustado el partido? —preguntó Parker. Emily se acercó, se puso al lado de la bolsa donde Parker estaba metiendo cosas y la besó. Bobbie le había agarrado la mano con tal fuerza en algunos momentos del partido que Emily estaba segura de que iba a tener cardenales. En un momento dado, cuando Marsha rompió dos veces el servicio de Parker, Emily se temió que el sueño de Parker de ganar el título del Abierto se viniera abajo, de lo cansada que parecía la mujer. —A ti, cosita preciosa, se te da muy bien hacer que una chica pase un buen rato. Bobbie puede que necesite terapia más tarde, pero a mí me ha encantado. ¿Puedo hacer algo por ti? —Emily pasó los dedos por el pelo mojado de Parker, intentando relajar a su tenista. —Una siesta estaría muy bien. —Hecho. Vamos, a menos que tengas que hablar con ella de algo más, Gary. El entrenador de Parker hizo un gesto negativo con la cabeza y les dio a cada una un beso en la mejilla antes de marcharse. Parker se puso unas sandalias y unos pantalones ligeros de chándal y quedó lista para irse. Su nueva fan número uno, Bobbie, se había ofrecido a llevarlas de vuelta al piso de Emily y se alegraba de no tener la necesidad de mantener una charla intrascendente. Cuando salieron había varios fans esperando a Parker para ver si les firmaba un autógrafo antes de dejar el centro deportivo por ese día. Emily se quedó a un lado para dejar que los críos que intentaban conseguir la atención de Parker se acercaran más. Nadie advirtió el pasamontañas negro de esquí que alguien se estaba poniendo al fondo de la pequeña multitud. Emily estaba concentrada en las caritas encantadas que miraban a su diosa del tenis, hasta que un brillo bajo el sol desvió su atención hacia la derecha. El grito de Emily hizo que Parker girara el cuerpo para ver cuál era el problema. Todos se quedaron horrorizados al ver el cuchillo que se hundía hasta la empuñadura. Ocurrió tan rápido que Parker se quedó petrificada del pasmo. Los gritos de Emily la

impulsaron a mirar hacia abajo. Lo que vio le hizo creer que estaba en estado de shock, porque no sentía dolor alguno tras el ataque. —Ah, vas a morir por esto —dijo Parker amenazadora cuando se dio cuenta de qué era lo que había impedido que se le clavara el cuchillo. La indignación de la jugadora fue lo que llevó al atacante a mirar también hacia abajo. El cuchillo destinado a Parker estaba ahora hundido en la gran bolsa negra que llevaba colgada del hombro. De haber llevado una raqueta menos, parte como poco de la hoja se le habría clavado en el costado. Antes de que el idiota que había intentado apuñalarla pudiera sacar el cuchillo, Parker dejó caer la bolsa y le pegó un puñetazo. No le hizo falta darle otro porque en ese momento llegó seguridad y tomó el control de la situación. —¿Estás herida? —preguntó Emily, tan llorosa que apenas se la entendía. Llevaba menos de tres semanas con Parker y ya la habían atacado dos veces. Pasó las manos por el largo cuerpo, rezando para no encontrar sangre. —Em, cálmate, no estoy herida. No puedo decir lo mismo de ese gilipollas si seguridad me deja un momento a solas con él. —Parker señaló al atacante enmascarado que se retorcía para que no le colocaran las esposas. Cuando lo tuvieron controlado, uno de los policías le arrancó el pasamontañas para ver si Parker podía identificar a su atacante y se llevó una sorpresa al ver que tanto ella como Emily lo reconocían. La cara era reconocible incluso con el labio partido que le había dejado Parker con el único puñetazo que había conseguido darle. —¿Gail? —preguntaron Parker y Emily al unísono.

—Señora, por favor, no puede atacar a una persona esposada. —Uno de los agentes de seguridad miraba a Parker para ver si estaba dispuesta a ayudarlo a separar a Emily de la mujer a quien la policía intentaba llevarse detenida. En cuanto le quitaron el pasamontañas, todo el mundo se quedó de piedra cuando Emily se lanzó contra Gail con la intención de machacarla y de hecho consiguió darle unos cuantos puñetazos antes de que los de seguridad lograran sujetarla.

—¿Y por qué no? Acaba de intentar matar a Parker. Yo creo que eso me da derecho a pegarle un puñetazo. —Tenía el puño preparado por si el agente de seguridad estaba de acuerdo con ella. —Vamos, matoncilla, no te vayan a llevar a ti también al calabozo —dijo Parker. Fue Gail la que trató de abalanzarse sobre ellas cuando Parker se acercó más y pegó a Emily a su cuerpo abrazándola. El hombre alto que la había estado sujetando tiró a Gail al suelo y se sentó encima de ella hasta que la policía que acababa de llegar se la pudiera llevar detenida. —¿Conoce a esta mujer, señorita King? —El hombre que se lo preguntó mostró su placa mientras otros dos agentes se llevaban a Gail a un coche patrulla que esperaba. Parker explicó de qué conocía a Gail y por qué creía que la mujer la había atacado. Lo único que no sabía era si había sido Gail quien la había atacado aquella noche fuera del restaurante. Cuando Gary, las hermanas de Parker y Bobbie llegaron para recogerlas, la policía ya se había llevado a Gail. —¿Estás segura de que no te ha herido? —Emily tenía ganas de volver a echarse a llorar, ahora que el motivo de su ira estaba sentado en la parte trasera de un coche de policía. Se había querido morir al ver el cuchillo que se hundía en el costado de Parker con toda la fuerza de la que era capaz Gail. —Estoy bien, cariño, te lo juro. Ni me ha rozado, pero ojalá los de seguridad no hubieran llegado tan deprisa. Las pequeñas manos no se detuvieron hasta que Emily se convenció de que el cuchillo sólo había rajado la bolsa y no a Parker. —¿Por qué? —Porque... —empezó a decir Parker al tiempo que se agachaba y abría la bolsa, sacando dos de las raquetas—. La muy zorra me ha cortado las cuerdas, y el tipo que me tensa las raquetas está en Florida. —Las dos raquetas que mostró Parker tenían un agujero hacia el centro.

—Seguro que podemos encontrar en la ciudad a alguien que te las pueda encordar como a ti te gusta, cielo. —A Emily le entraron ganas de echarse a reír por la cara que le puso Parker, pero pensó que a Parker no le haría gracia. Volvió a tener una sensación de hilaridad desbordante, teniendo en cuenta lo que le podría haber ocurrido a Parker, cuando Gary vio lo que sujetaba su estrella y se le llenaron los ojos de lágrimas. —¿Todas? —preguntó el compañero del entrenador. Parker asintió con la cabeza contestando la pregunta de Nick, y al instante éste se puso a marcar un número en su móvil. A su lado, Gary se limitó a comentar: —Y Günter está en Tampa. Emily pensó que ya acabarían diciéndole cuál era la tragedia mientras el grupo examinaba todas las raquetas de la bolsa. El trayecto de vuelta al piso de Emily transcurrió en silencio una vez terminaron de hablar con el inspector de policía asignado al caso. Bobbie miró un par de veces por el espejo retrovisor cuando el tráfico se detuvo y vio a Emily abrazando a Parker, que iba dormida. Cuando sus ojos se encontraron, Emily le mostró los dedos cruzados y sonrió. Tener una ex amante que había intentado asesinar a la actual era una experiencia nueva para ella. No sabía que era digna de que se luche por mí hasta este extremo. Después de ducharse, Parker se retiró para echarse una siesta a solas, pues Bobbie y Emily iban a salir a encargar comida en el restaurante del final de la calle. Emily había invitado a cenar a las hermanas King y a Natasha después de que le juraran que no les importaba comer en el suelo. Regresaron y cuando estaban a media manzana de distancia las dos mujeres vieron un coche que se detenía y del que bajaron dos hombres. Ambos hombres, de constitución atlética, sacaron unas grandes bolsas negras del maletero del coche y luego consultaron un trozo de papel, como si buscaran una dirección. Antes de que pudieran echar a andar por la calle buscándola, Emily y Bobbie llegaron junto a ellos.

—¿Necesitan ayuda? —Emily sujetó bien la bolsa de comida en los brazos y se mantuvo a una distancia prudencial de los dos desconocidos. —Por favor, ¿sabe dónde es esta dirección? —El alto hombre rubio tenía un fuerte acento alemán y le ofreció a Emily el papel que tenía en la mano. —Eso es fácil, porque es la mía. ¿Desean algo? —Emily le devolvió el papel y esperó a que contestaran. —Tenemos una entrega para Parker King y Gary dijo que la encontraríamos aquí. Emily reconoció la forma de las bolsas, parecidas a la que Parker usaba para llevar su equipamiento, y sonrió, pensando que a Parker le gustaría lo que hubiera en ellas. —¿Raquetas, supongo? —Sí, señora. Algunas de las que estaban cortadas y otras que nuestro jefe ha pensado que le gustaría probar. La compañía ha enviado a Günter en un vuelo especial para ocuparse de todo, así que esperemos que esta noche haya terminado con todas las que quedan. La puerta del edificio se abrió y salió Parker, vestida con el pantalón de chándal y la camiseta que había dejado en la cama esa mañana. Con aspecto más descansado y calzada con zapatillas deportivas, llegó al lado de Emily y le dio un beso. —¿Quién es su jefe? —Emily señaló a los dos hombres, vestidos de forma parecida a la de Parker. —Uno de los vicepresidentes de la empresa que fabrica las raquetas Head — contestó Parker antes de adelantarse para estrecharles la mano a los dos repartidores. Una vez intercambiados los saludos, uno de los rubios se puso a abrir latas de pelotas, echándolas en una canasta de entrenamiento que había sacado del maletero. Cuando Emily estaba a punto de preguntar qué estaba haciendo, Parker abrió una de las bolsas en la acera y sacó un montón de raquetas.

Durante la hora siguiente, Emily y la gente a la que había invitado se quedaron sentadas en los escalones de su edificio viendo a Parker jugar al tenis en la calle. Metódicamente, Parker iba sacando todas las raquetas de las bolsas y probándolas hasta que quedaron seis apoyadas en las piernas de Emily. Parker cogió una de las nuevas que le había enviado su patrocinador y abrió la última lata de pelotas. Con una sonrisa, llamó a Bobbie. —¿Quieres jugar conmigo? —Ooh, Bobbie, yo que tú tendría cuidado, conozco bien esa cara que se le pone. Vas a tener problemas —dijo Natasha riendo cuando la amiga de Emily tragó con fuerza a su lado. —Intenta recordar que yo no me gano la vida con esto. ¿Vale? —Procuraré. —Parker le guiñó un ojo a Emily y luego lanzó la primera bola. Algunos de los niños que estaban mirando corrieron detrás de la pelota cuando Bobbie intentó golpearla y falló. Los nuevos vecinos de toda la manzana de Emily estaban encantados con la oportunidad de ver un Abierto más personal desde sus ventanas. A Gray se le salió la cerveza por la nariz cuando una anciana le pidió a Emily que si a continuación tenía planeado salir con Becky Hammon del New York Liberty se lo comunicara para poder bajar a la cancha de baloncesto del parque para mirar. La jugadora de voleibol no sabía qué tenía más gracia: el comentario de la anciana o el sonrojo de Emily. —Gracias, chicos, decidle a Wilson que le agradezco la celeridad. —Parker estrechó la mano de los dos tenistas que le habían traído las raquetas. —¿Se llama Wilson y trabaja para Head? —preguntó Emily. Parker le dio un pescozón delicado y luego cogió una bolsa para llevarla arriba. Gary y Nick cogieron la otra, contentos de que todo hubiera salido bien, incluido el detalle de tener todas las herramientas que iba a necesitar Parker para el resto del torneo. Una vez arriba, Emily y Natasha se afanaron en la cocina calentando la comida que había quedado olvidada en los escalones cuando Parker se puso a jugar. Emily tomó

nota de la cantidad que tendría que encargar la próxima vez que se le ocurriera la idea de invitar a cenar en casa a una jauría de atletas hambrientos. Después de despedirse en los escalones del edificio con besos y abrazos, Kimmie y Gray se ofrecieron a acompañar a Bobbie y Natasha a sus respectivos hogares esa noche y los hombres llamaron a un taxi que pasaba, de modo que Emily se llevó a su tenista arriba para darle un baño caliente. —Debes de haber perdido dos kilos a base de sudar ahí fuera y seguro que has ganado casi tres a base de mugre. Parker no se tomó demasiado en serio los aspavientos de Emily, puesto que la rubia estaba de rodillas desnuda al lado de la bañera. Se metió dentro y se arrodilló entre las piernas de Parker para poder lavarle el pelo. —Levanta una pierna, por favor, tesoro. Parker dejó colgando media pierna izquierda por fuera de la bañera para que Emily tuviera espacio para acercarse más. Cuando Emily así lo hizo, Parker se metió en la boca el pezón que tenía justo delante, haciendo que Emily se olvidara de lo que estaba haciendo por un instante. —Qué bien sabes —dijo Parker alrededor de su amigo ahora todo animado. —Ah, no, quieta ahí. Ya sé que mañana no tienes que jugar, pero te vas a dar un baño y a acostar. Por mucho que me guste ver tu lindo culito corriendo por toda la pista, los partidos cortos me gustan mucho más. Y me da la sensación de que a ti también. — Emily oyó y notó que Parker la soltaba con un pop. —Aguafiestas. —Sólo quiero cuidarte. —Emily aclaró el jabón del pelo de Parker y terminó la tarea con un beso. —Y yo te lo agradezco —dijo Parker con una sonrisa. Cuando Parker estuvo seca y vestida con otra camiseta y pantalones cortos, Emily la instaló apoyada en el cabecero de la cama y le dio de comer el postre.

Parker oía a Emily lavando los platos que habían usado, pero la mujer más menuda le había dado órdenes estrictas de quedarse en la cama y no entrar en la cocina. Tenía la esperanza de que fuese porque Emily quería que descansara y no porque no sabía qué decir después de lo que había ocurrido esa tarde. Emily se acurrucó pegada a ella en cuanto apagó las luces y se puso un corto camisón. —Gracias por venir a todos mis partidos hasta ahora. Para mí es muy importante levantar la mirada y verte sentada en las gradas —dijo Parker suavemente y estrechó más a Emily. El sólido cuerpo cargado de curvas le resultaba tan gozoso pegado a ella que Parker no pudo evitar dejar que sus manos se pasearan un poco. Emily era tan bella físicamente que le recordaba a Parker una cosa que había leído una vez en un libro. "Tenía figura de reloj de arena con treinta minutos extra añadidos porque sí". O algo así, y ahora sé a qué se refería. El pensamiento vagó por la mente de Parker mientras su mano se posaba en el trasero de Emily. La boca de Emily se curvó en una sonrisa al oír lo que había dicho Parker. Era muy tierno, teniendo en cuenta la cantidad de gente de todo el planeta pegada a sus televisores para poder ver jugar a Parker, que fuese Emily quien más le emocionaba a la tenista tener allí. —No más importante de lo que es para mí estar ahí para verte jugar. En cierto modo, es un poco raro. El largo cuerpo que estaba debajo de Emily se agitó un poco cuando se echó a reír. —¿Raro? —No raro en el sentido de extraño, mi amor. Raro en el sentido de ver a alguien que hace una cosa para ganarse la vida que otra gente quiere ver y aplaudir. ¿Tú le ves el sentido? —Nunca me lo he planteado así. —No me quejo, me gusta ver cómo haces algo que te encanta. A mí me encanta volar, pero no tengo un club de fans y no aparezco con el culo al aire en un cartel

publicitario en Times Square. —Emily besó la extensión de piel que tenía bajo los labios, deseando que el torneo terminara para que Parker se pudiera relajar un par de semanas. —No estés tan segura, yo soy una gran fan tuya, y si quieres, puedo decirle a Nick que hable con Nike. He visto tu culo y sin la menor duda puede competir perfectamente con el mío en Times Square. —No sé por qué eres fan mía. Hoy casi logro que te maten. —Emily se subió un poco y apretó la boca de Parker con los dedos para detener la protesta que se avecinaba—. Sabes que tengo razón. La loca ésa no habría intentado matarte de no ser por mí. Parker abrió la boca y mordisqueó los dedos de Emily, logrando que la mujer más menuda se echara a reír y olvidara la depresión que le estaba entrando. —Yo también querría matar a alguien si te apartaran de mi lado, Em. Eres tan especial y te quiero tanto... Los dedos volvieron a detener a Parker al tiempo que la cara de Emily se teñía de rojo. La idea de lo que podría haberle ocurrido a Parker se coló de nuevo en el cerebro de Emily como una pesadilla y soltó un sollozó desde lo más hondo del pecho. Cuando el cuchillo de Gail se clavó en la bolsa de Parker, en ese instante de violencia, Emily se dio cuenta de estaba tan enamorada de ella que se habría muerto al ver herida a Parker. Qué tragedia habría sido saber eso en un instante para que se lo arrebataran al instante siguiente. —Tú no me has apartado de nadie, Parker. Lo intenté, de verdad que lo intenté, pero las peleas y la bebida me habían agotado. Esa noche Gail me dio miedo en aquellas dunas y no he podido olvidar la cara que tenía mientras luchaba por no pegarme. Ahora ha intentado hacerte daño a ti. —Emily se echó a llorar de verdad al confesar esto.

—Oye, Em, tranquila. Estamos bien y Gail ya no puede hacernos daño. Venga, todo va a ir bien. —Parker estrechó a la llorosa mujer entre sus brazos y la sostuvo mientras hablaba—. ¿Quieres saber una cosa de la que me he dado cuenta hoy? La cabeza rubia asintió contra su pecho y el llanto se fue calmando, sustituido por hipidos. —Hoy estaba jugando y Marsha me estaba dando una paliza, regodeándose a placer, y por un momento pensé que iba a perder contra la niña bonita de América. — Emily levantó la cara del pecho de Parker, interesada por saber por dónde iba la historia—. El año pasado la mera idea me habría cabreado, por todo el esfuerzo que supone prepararse para un torneo como el Abierto, pero este año pensé que tú no me ibas a despreciar si perdía, por lo que no me importaba tanto. Levanté la mirada y te vi ahí, mordiéndote las uñas, y de repente caí en la cuenta. —¿De qué, tesoro? —De que te quiero, Emily. Entiéndeme bien, no te considero un trofeo, pero si pudiera ganar tu corazón, podría no volver a ganar otro partido de tenis y me daría igual. En los libros cuando alguien confiesa su amor, la chica le da un besazo, no se echa a llorar como si se le acabara de morir el perro, pensó Parker cuando Emily se puso de nuevo a sollozar pegada a su pecho. —Podrías decirme eso un millón de veces al día y jamás me cansaré de oírlo. Parker usó el faldón de su camiseta para secarle la cara a Emily después de que lograra decir eso entre lágrimas. —Basta de lloros por esta noche, cosita bonita. Vamos a dormir para que mañana no estés cansada en el trabajo. ¿Dónde vas por la mañana? —Tengo un vuelo por la mañana hasta Houston y de ahí a Dallas, donde me quedo enfriando motores tres horas antes de volver. He aceptado el horario cacoso esta vez para poder cogerme unos días para ver el resto de tus partidos.

Parker rodó de lado para poder arropar el cuerpo de Emily con las mantas. Después de un tierno beso, Parker se pegó a ella por detrás y se relajó. —¿Cómo voy a dormir cuando vuelvas a Florida? —preguntó Emily, poniendo la mano sobre la que Parker le había colocado en el abdomen por debajo del camisón. —Muy fácil, no voy a volver a Florida. Al menos, no sin ti. Emily sonrió en la oscuridad al oír la respuesta y se puso la mano de Parker entre los pechos. Detrás de ella, Parker sonrió también al saber que la respuesta había acabado con algunos de los demonios que poblaban la mente de Emily.

—Señor, hemos encontrado esto en uno de los cajones del escritorio que había en el estudio. También hemos recogido numerosos artículos de periódico sobre la señorita King y su programa de partidos. —El agente uniformado le pasó al inspector al mando una bolsa en la que había una carta. La nota que había dentro de la bolsa de plástico era como muchas de las otras que había recibido Parker declarando que iba a morir porque era una abominación ante Dios. —Esto no tiene sentido —murmuró Logan Sully entre dientes tras leer la nota por tercera vez. Había escuchado la explicación de Parker sobre cómo conocía a Gail y por qué la corredora de bolsa la había atacado. —¿Por qué no, señor? —preguntó uno de los agentes que habían acompañado a Logan para registrar el piso de Gail. —Porque atacó a Parker King porque la mujer le robó a la novia. ¿No les parece que eso también convertiría a la señorita Ingles en una abominación ante Dios? Esta vez no hubo ninguna amenaza durante el ataque. —Logan continuó cuando le dio la impresión de que los dos policías no seguían lo que estaba diciendo—. Fuera del restaurante, Gail Ingles se acerca corriendo a Parker King y la ataca con un cuchillo. Antes de hacerlo, dice, "Muerte a los que pecan contra Dios" o algo por el estilo. Dos semanas más tarde, hace lo mismo, sólo que esta vez a plena luz del día, pero vestida igual y con la misma arma. Yo no creo que esto lo haya hecho la misma persona, pero

¿de dónde sacó la Ingles esta nota? Si la comparamos con todas las otras que me enseñó el entrenador de Parker King, me apuesto la paga a que coinciden. —Yo creo que esa zorra está loca, jefe. Más loca ahora que hace dos semanas. Los loqueros llaman a eso enfermedad mental en espiral. —Está bien, Sigmund, recojan el resto de las cosas y volvamos a comisaría. Seguro que a la señorita King le gustaría saber que la chiflada que le ha enviado todas esas notas está encerrada. Cuanto antes, mejor, porque he apostado por el resultado del Abierto este año. Esta tal Ingles podría haberme costado una fortuna si llega a impedir que Parker llegue a la final.

—¿Tienes dinero para la comida? —preguntó Parker mientras ayudaba a Emily a ponerse la chaqueta. La pregunta hizo reír a la piloto, que se volvió en cuanto pasó los brazos por las mangas. —Sí, pero no lo necesito. La aerolínea nos da de comer en tierra o en el aire, depende del vuelo. ¿Tú qué vas a hacer hoy? Parker abrazó a Emily y la besó en la frente. Estaba preocupada por Emily, pues había tenido que despertarla tres veces durante la noche para sacarla de una pesadilla que Parker estaba convencida de que trataba de ella. Lo que de verdad quería hacer era pedirle a Emily que se quedara en casa y no fuera a trabajar, pero pensó que a la rubia no le haría gracia la sugerencia. —Jugar al tenis, ver la televisión y luego esperar a que vuelvas. Te voy a echar de menos hoy, capitana —dijo Parker. —Baja un poco, larguirucha. —Emily empujó la cabeza de Parker por detrás intentando que se agachara para poder alcanzar sus labios—. Yo también te voy a echar de menos. ¿Me prometes que tendrás cuidado y que te mantendrás apartada de maníacos armados con cuchillos hasta que vuelva? —Te lo prometo. Tú evita pájaros en vuelo rasante y auxiliares de vuelo juguetonas. Soy celosa, así que tenlo presente, Marichispas.

—No soy yo la que aparece siempre en las portadas de la prensa amarilla, Parker. —Emily besó a Parker por última vez antes de salir para llamar a un taxi. Con un poco de suerte, tendría vientos favorables de cola y estaría de vuelta a tiempo de poder salir a cenar. Cuando la piloto estaba ya casi en las puertas de Virgin en JFK, su teléfono móvil empezó a sonar y tras hurgar en el bolso lo encontró antes de que quien llamaba colgase. —Diga. —Hola, capitana. —¿Qué pasa, ya me echas tanto de menos que me llamas al trabajo? —Emily saludó agitando la mano a uno de los encargados de facturación que estaba entrando en el edificio a su lado. Casi suspiró de alivio al notar el aire acondicionado en cuanto se abrieron las puertas. —Es cierto que te echo de menos, pero no te llamo por eso. ¿Te acuerdas de que esta mañana dijiste algo de que soy yo la que aparece en titulares cada vez que sacan los periódicos? —preguntó Parker desde el banco de las instalaciones de entrenamiento. —Sí, estoy saliendo con un imán para las tías, qué quieres que te diga. —Cariño, ¿estás en el aeropuerto? —De camino para recoger a mi tripulación y mi avión en estos precisos instantes. —Antes de que salgas volando por el azul infinito, hazme el favor de pararte en uno de los quioscos de prensa, si no te importa. —Parker oyó gente alrededor de donde estaba Emily cuando la piloto dejó de hablar, y cruzó los dedos deseando que el carácter de la mujer contara con un gran sentido del humor. —¿Me tomas el pelo, Parker? —Emily se quedó mirando la portada de uno de los periódicos sensacionalistas de tirada nacional y se vio a sí misma bajo un titular que decía La mujer que cazó a Kong.

El fotógrafo había pillado a Emily en un momento de descuido cuando aclamaba algo que había hecho Parker en la pista. A pesar de la gorra de béisbol del FDNY y las gafas de sol que llevaba, era imposible no saber quién era. —Quería avisarte antes de que te tomaran el pelo. —Gracias. —Emily siguió mirando la foto y a causa de su inmovilidad los clientes que la rodeaban empezaron a comparar la foto con la mujer que la miraba con cara rara. —¿Estás enfadada? —No, cielo, sólo sorprendida de que alguien haya hecho una cosa así. Yo no soy nadie. —¿Bromeas? Eres la mujer que cazó a Kong. Creo que el alcalde te va a dar una medalla esta tarde cuando vuelvas. —Parker se sintió mejor al oír la carcajada al otro lado de la línea. Fue un momento fugaz, porque cuando levantó la mirada vio al inspector del día anterior que cruzaba la pista hacia donde estaba sentada, y soltó un suspiro. —¿Qué te pasa? —Te lo cuento esta tarde. Buen vuelo y te quiero —dijo Parker antes de colgar y volverse hacia el policía, que tenía aire disgustado. Emily sólo quería llamar de nuevo a Parker y averiguar por qué parecía tan irritada de repente, pero ya llegaba tarde para las comprobaciones previas al vuelo. Se quedó sorprendida al ver que no había nadie tras el mostrador de la puerta de embarque cuando llegó allí, de modo que bajó por el túnel hasta el avión para reunirse con su tripulación. Al doblar la esquina, Emily sintió que le ardía la cara al ver a todos los empleados de la Virgin que había por allí cerca esperando junto a la puerta con un periódico y un bolígrafo en la mano. El rubor empeoró cuando se pusieron a aplaudir y entonar el cántico de "Kong" que había resonado por la pista central el día antes.

—Así se hace, campeona. No sabíamos que tenías tantas agallas —le tomó el pelo Willy. Para que se sintiera mejor, se acercó a ella y la abrazó y luego la acompañó hasta la cabina para que recuperara un color normal. —No voy a poder saludar a los pasajeros, ¿verdad? —Capitana, estás enamorada y me alegro por ti. Tranquila, la única razón por la que esa gente ha hecho eso es porque les caes bien, no para ponerte en evidencia. Si un pasajero intolerante te echa en cara lo de esta foto, se encontrará con un regalito extra en el café, así que no dejes de hacer lo que tienes por costumbre. Además, era una tentación demasiado grande para pasarla por alto, teniendo en cuenta lo que llevabas puesto. No me extraña que te hayan sacado en primera plana —dijo Willy. —Pensé que a Parker le haría gracia, así que me la puse como broma. —Emily miró la camiseta de la foto y se echó a reír. Cuando se vistió después de que Parker se fuera, la camiseta que había elegido le pareció demasiado buena para no ponérsela. En ella aparecía King Kong colgando del Empire State Building e intentando derribar aviones del cielo, y el letrero que había debajo decía ¿Quién es tu mono? —¿Y? —preguntó Willy. —¿Qué? —Que cuál es la respuesta, boba. —William, en ocasiones como ésta es importante recordar lo joven que es Parker King comparada con nosotros. —Emily hizo una pausa y Willy se acercó más y asintió con la cabeza—. Es alucinante la cantidad de expresiones malsonantes que conoce Park en las que aparece la palabra mono. Así que la forma más sencilla de responder a la pregunta es que ella es mi mono. —¿Algún azote de por medio? Ante la pregunta de Willy, a Emily se le volvieron a poner las orejas coloradas. —Fuera.

—¿Me puedes firmar esto antes de irme? —Fuera. —Emily acompañó la orden señalando la puerta de la cabina.

—¿Qué puedo hacer por usted, agente? —preguntó Parker. Estrechó la mano que le ofrecía y se preguntó por qué parecía tan disgustado. —Buenos días, señorita King. —Logan Sully alargó la mano tras saludar y esperó a que la tenista se la estrechara. Pensó que cuando le dijera lo que había venido a decirle, haría que lo echaran. —Por favor, llámeme Parker. ¿Tiene más preguntas? Si es así, no sé en qué más puedo ayudarlo, salvo tal vez para decirle que hable con mi novia. Vivió varios años con Gail, así que supongo que eso la hace más experta en esa chiflada que yo. —He venido para decirle que la señorita Ingles ha salido esta mañana bajo fianza. —Fue como si una nube de tormenta le cubriera el rostro, y Logan casi se estremeció. —¿Cuánto? —preguntó Parker. —¿Cuánto, el qué? —¿Cuánto ha sido la fianza, inspector? Logan se sentó a su lado en el banco y vio que Natasha y Gary entraban en las instalaciones. —Una pregunta interesante. Creo que han sido 150.000 dólares. ¿Por qué lo pregunta? —Es que me alegra saber que cuando Emily llegue a casa e intente matar a Gail, sólo me costará dieciocho de los grandes sacarla de la cárcel. Sólo es el doce por ciento del total, ¿verdad?

El veterano policía se echó a reír ante su razonamiento y le entraron muchas ganas de trabajar con la jugadora para atrapar a la otra persona que intentaba matarla. —Efectivamente, Parker. Pero lo que quería preguntarle es si cree que fue Gail la que la atacó fuera del restaurante cuando llegó a la ciudad. —Inspector Sully, éste es mi entrenador, Gary, y ésta es mi compañera de entrenamiento, Natasha. —Parker hizo un gesto señalando a los dos que se habían quedado de pie ante ellos, en silencio para no interrumpir—. Respondiendo a su pregunta, no, no lo creo. En ese momento, hacía dos meses que no veía a Emily, y el hecho de que estemos juntas es supuestamente la razón de que me atacara, en ese momento no habría tenido motivo. —¿Alguna idea de quién podría haber sido el primer atacante? —Ni idea. Lo único que tenemos son las cartas que ese chiflado sigue mandando y que hablan de Dios y el pecado. Como mi estilo de vida y yo somos la parte pecaminosa de la ecuación, librarse de mí es importante para alcanzar el equilibrio perfecto. Claro que también podría haber sido un crimen oportunista. Un loco con un cuchillo y un pasamontañas cuya afición es rondar cerca de los restaurantes de lujo por si da la casualidad de que las tenistas lesbianas han reservado mesa para cenar. Logan meneó la cabeza y se echó a reír junto con Gary y Natasha. —Buena teoría, pero me parece que no. Quiero concentrarme en ese crimen, puesto que ya sabemos quién cometió el segundo ataque. Y por favor, llámeme Logan. Estoy de acuerdo con su entrenador en que ahí fuera hay alguien que quiere hacerle daño sólo por su estilo de vida, Parker. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que eso no ocurra. —Le entregó una tarjeta con sus datos y trató de buscar una excusa para quedarse y ver un poco de su sesión de entrenamiento. —Gracias, será agradable tener a alguien protegiéndome la espalda aparte de Gary y todas las demás personas que me quieren. No me gusta ponerlos a ellos también en peligro. ¿Usted juega? —preguntó Parker, pasándole la tarjeta a Gary y cogiendo una raqueta.

—Lo suficiente para saber lo mal que se me da. —Pues quédese un rato y a lo mejor le puedo enseñar unos cuantos trucos nuevos —se ofreció Parker. Gary ocupó su lugar en el banco y se metió la tarjeta del agente en el bolsillo de la camisa. La idea de que Gail estuviera fuera de la cárcel y de que Emily hubiera aparecido en la portada del periódico esa mañana lo ponía nervioso. Una cosa buena de toda la situación era que todo este peligro no estaba afectando al juego de Parker. Sus golpes eran limpios y perfectos, libres de la tensión que se estaba volcando en todos los demás aspectos de su vida. —La primera vez que vi jugar a Parker fue en el Abierto de Francia hace un par de años, y desde entonces soy su fan. Uno la mira como ahora y se pregunta por qué querría nadie hacerle daño. A todos nos encantaría hacer algo en esta vida tan bien como ella juega al tenis —le dijo Logan a Gary. —A algunas personas sólo se les da bien el odio, Logan, y por eso yo siempre estoy alerta por ella. Porque le aseguro que ella no va a cambiar nada de sí misma por culpa de alguien a quien no le gusta con quién comparte la cama por la noche. Gracias por ayudar, cualquier cosa que necesite por nuestra parte, sólo tiene que llamarnos. — Gary le ofreció su propia tarjeta y luego se levantó para afinar un par de golpes de Parker.

—Señoras y señores, si son tan amables de recoger sus mesas y colocar sus asientos en posición vertical, aterrizaremos dentro de pocos minutos. En Nueva York hay una agradable temperatura de treinta grados centígrados y son las nueve y quince minutos, hora local. Los miembros del personal que están recogiendo las bebidas les darán toda la información que necesiten sobre vuelos de conexión. En nombre de la tripulación y en el mío, les damos las gracias por volar con Virgin y esperamos poder servirlos en futuros vuelos. —Emily desconectó el micrófono y se concentró en las luces de aterrizaje que los llevarían de vuelta a JFK—. Buen trabajo, chicos, me alegro de que este día haya acabado por fin. —Emily volvió a comprobar su posición e hizo unos pequeños ajustes para la aproximación final. La escala en Dallas se había alargado

cuarenta y cinco minutos más a causa de un pasajero estúpido que había intentado subir a bordo con una pistola cargada y había logrado pasar por el primer control de seguridad. Eso y la portada del periódico competían para desquiciarle los nervios. —Cuando quieras, Em. ¿Hay posibilidades de que veamos a Kong en el aeropuerto? Nos hemos enterado de que nos lo perdimos hace un par de días —le tomó el pelo su navegante, haciendo caso omiso de la rápida mirada fulminante que le lanzó ella. Emily se situó en la puerta con el resto de la tripulación para despedirse de al menos un par de pasajeros. Si se daba prisa, tal vez podría llegar a casa antes de las once y Parker no estaría durmiendo. Cuando la tripulación se empezó a mover más despacio delante de ella, Emily se preguntó por qué la zona de espera seguía abarrotada de gente, teniendo en cuenta la hora y que estaban en el pasillo de vuelos nacionales del aeropuerto. Lo que vio fue una confirmación de que si Parker era la persona con la que iba a pasar el resto de su vida, esa vida jamás sería aburrida ni escasa de bromas. Parker estaba firmando autógrafos para algunos risueños fans y llevaba una chapa para marcar animales colgada de la oreja y una correa alrededor del cuello. Hasta que se volvió de cara a la gente no pudieron leer la camiseta que respondía a la pregunta que había planteado la de Emily. El letrero de Cazada y marcada les dio a todos un ataque de risa y Emily meneó la cabeza. Sí, de aburrida nada, pensó Emily al tiempo que Parker le pasaba la correa cuando se acercó. —Y no lo olvides, King. Tengo testigos —dijo Emily, frunciendo los labios para recibir un beso de bienvenida que Parker le dio al instante—. ¿Qué haces aquí? Tenías que estar en casa descansando para mañana. —Tengo buenas noticias y noticias no tan buenas. Y podemos hablar de eso más tarde. ¿Por qué no me presentas a todas estas personas tan guapas de uniforme que están apelotonadas detrás de ti? Emily se volvió entre los brazos de Parker y la presentó a su tripulación, notando cómo se movía el bíceps que tenía apoyado en su hombro cada vez que Parker

estrechaba la mano a cada persona nueva. Su capitana se estaba planteando encargar a más de uno la limpieza de los servicios si seguían echando miradas provocativas a Parker. —Esto podría venir bien —dijo Emily tirando ligeramente de la correa que tenía en la mano antes de soltarla del cuello de Parker. Se dirigieron cogidas de la mano a la salida, donde Bobbie las esperaba en su coche. Parker la había sobornado con otra entrada para el partido del día siguiente si las llevaba a la ciudad. La alta rubia vio que Emily estaba enfadada al tiempo que intentaba convencer al tipo que estaba a punto de ponerle una multa de que sólo iba a estar aparcada dos minutos más. —¿Que la han soltado? Pero intentó matarte, Parker. —Soy consciente, todas mis cuerdas hicieron el sacrificio final por mí — bromeó Parker. —Esto no tiene gracia. La gente que hace cosas así no se merece estar suelta por ahí. Seguro que ahora está planeando su próximo ataque. —Em, cálmate. Si acaso, Gail estará intentando dar con un buen abogado, no con otra forma de matarme. Quería venir a recogerte para decírtelo y que no te cabrearas al enterarte por otra persona, pero ya veo que sólo me hacía ilusiones —dijo Parker al tiempo que abría la puerta de atrás del coche. —No estoy enfadada contigo, tesoro. Es que no es justo que tengas que preocuparte por esto la noche antes de tu partido. Parker se inclinó y besó a Emily de nuevo, pasando la mano por el suave pelo rubio que había llegado a adorar. —No estoy preocupada, cariño, y no quiero que tú te preocupes. —Ya, ¿y por qué? —Deberías preocuparte más por lo que Bobbie va a pensar de ti al ver que no hablas con ella porque te estás dando el lote conmigo en el asiento de atrás. Pero por si está escuchando, ella debería mirar la carretera en lugar del asiento de atrás. Porque si

tenemos un accidente mientras intenta conseguir ideas nuevas, les daremos su nombre y su dirección a los periódicos y les diremos que ha sido ella la que me ha eliminado del Abierto. A los corredores de apuestas les encantaría ir a hacerle una visita. —Parker se echó a reír suavemente cuando la conductora apartó los ojos del espejo retrovisor y dedicó toda su atención a la carretera. Para cuando llegaron al apartamento, Bobbie estaba necesitada de una ducha fría sólo de escuchar los gemidos que soltaba Emily, y Emily tuvo que ser transportada en brazos escaleras arriba porque sus piernas se negaban a moverse salvo para abrirse. —Date prisa con la llave, amor —exigió Emily. Parker la había bajado y apoyado en la pared para poder abrir la puerta—. Te necesito. Parker logró abrir la puerta y agarró a su compañera para el rápido trayecto hasta el dormitorio. Cuando tuvo a Emily en la cama y con la falda a medio quitar, la piloto echó el freno a cualquier otro avance. —Tenemos que parar, Parker. —¿Parar? Ni hablar. —Sí, mañana tienes partido, y recuerda lo que pasó la última vez. No quiero que Gary te obligue a quedarte en el hotel porque yo no me puedo controlar —explicó Emily. Parker tiró la falda por encima de su hombro y le quitó las bragas a Emily con un rápido movimiento. Cuando se puso a desabrochar los botones de la camisa que llevaba Emily, la rubia intentó escurrirse cama arriba para apartarse de Parker. —En serio, Parker, tienes que parar. Parker se arrodilló en la cama y avanzó hacia Emily, tumbándose a su lado cuando estuvo lo bastante cerca. —¿Quieres que pare? —Sí, eso es. No quiero, pero tenemos que ser buenas.

Parker pasó los dedos por los empapados pliegues rubios y Emily gimió de nuevo. —¿Quieres que deje de hacer esto? —No. ¡O sea, sí! No hagas eso. Parker apartó los dedos y los subió para humedecer un punto de la blusa de Emily, justo encima de un pezón endurecido. —¿Y esto? ¿También tengo que dejar de hacer esto? —preguntó Parker y luego mordió ligeramente por encima de la tela. Emily estableció un nuevo récord al quitarse la camisa y el sujetador, bajando la cabeza de Parker hacia su pecho en cuanto terminó. En cuanto tuvo a Parker pegada a un pezón feliz, Emily volvió a colocar la gran mano entre sus piernas. Los sonidos que emitía Emily estaban empezando a poner a Parker al borde de la combustión, pero la rubia las detuvo de nuevo. —Vamos, Em, sabes que lo deseas. Noto que lo deseas. —Parker agitó los dedos rodeados de calor húmedo para recalcar lo que decía. —Desnúdate antes de que llegues demasiado lejos, cariño, y luego ponte de nuevo al trabajo. —Emily tiró de la camiseta mientras Parker se bajaba los pantalones de chándal que llevaba. Desnuda, Parker se tumbó encima de Emily y al segundo empezó a disfrutar de la sensación de la piel suave pegada a la suya. Las uñas cortas que se arrastraban por su espalda la hicieron rodar hasta que Emily quedó tumbada encima de ella y luego puso de nuevo la boca y las manos donde estaban antes de la pausa para desnudarse. Cuando las caderas de Emily empezaron a moverse, fue Parker la que se detuvo. —Todavía no, cariño, aún no estoy —protestó Emily.

—Arrodíllate, por favor, Em. —Parker se quedó confusa cuando la cara de Emily, pegada al pecho de Parker, se puso caliente y el resto de su cuerpo no se movió. El calor procedía del rubor y la inmovilidad procedía de las dudas—. ¿Qué pasa? —Es que no... o sea, es que normalmente no... nunca he... —farfulló Emily. —Cariño, yo nunca te obligaría a hacer algo con lo que te pudieras sentir incómoda. No quiero atarte ni hacerte daño, sólo quiero darte placer, y lo que se me había ocurrido te lo iba a dar, te lo prometo. Confías en mí, ¿verdad? —preguntó Parker. La cara algo enrojecida asintió contra su hombro y Parker sonrió—. Y sabes que podemos parar en cuanto quieras, ¿verdad? —La cabeza rubia asintió de nuevo—. Vale, pues ponte de rodillas y de cara al cabecero. Emily era tan tímida que Parker juró darle una paliza a Gail la próxima vez que la viera. Nadie se comportaba así a menos que la persona con la que hubiera estado no se hubiera molestado en hacer que se sintiera deseada y apreciada. Emily bajó la mirada al notar movimiento en la cama y descubrió unos grandes ojos azules que la miraban, y por las arruguitas de los lados supo que Parker estaba sonriendo. Con una lentitud exagerada, Parker separó los húmedos e hinchados labios del sexo de Emily con los dedos y luego siguió el mismo camino con la lengua plana hasta encontrar el botón duro que iba a ser el punto central durante los próximos minutos. En cuanto su lengua tocó el punto donde más la deseaba Emily, Parker obtuvo el resultado que buscaba y Emily echó las caderas hacia delante, tratando de conseguir un contacto más firme y dejando respirar a Parker. Cuando los lametones se transformaron en succión, Emily cerró los ojos y se agarró a la cama para no caerse, de lo intensa que era la sensación. Emily gozaba tanto con las sensaciones que olvidó cualquier tipo de vergüenza por la postura en la que estaba, y cuando estaba a punto de pedir algo más, Parker se le adelantó. Despacio, Parker introdujo dos dedos y los curvó un poco, atinando con el punto justo para que Emily se pusiera a gimotear. Cuando le resultó excesivo, Emily se soltó de la cama y agarró la cabeza de Parker para que la chupara con más fuerza.

Lo único que salvó a Emily de partirse la cabeza con la cama al terminar fue que Parker consiguió sostenerla. Emily sentía que Parker estaba transformando poco a poco a la mujer que era y la sensación era maravillosa. —¿Estás bien? —preguntó Parker a la coronilla de Emily, cuya cabeza descansaba sobre su hombro. —Estoy genial, gracias a ti. Siento... —La disculpa de Emily quedó interrumpida por los dedos que le apretaron los labios. —Te quiero, Em, y eso quiere decir que vamos despacio hasta que te sientas cómoda. —Yo también te quiero, y te deseo. —Emily fue bajando hasta colocarse de nuevo de rodillas, sólo que esta vez entre las piernas de Parker. —La camiseta no era broma, cariño, soy toda tuya. Emily se inclinó, y cuando estaba a punto de besar a Parker, sonó el teléfono. Se planteó no hacer caso, pero luego pensó en todo lo que estaba ocurriendo en su vida y lo alcanzó, en medio de las protestas de Parker. —Diga. —Hola, Emily. ¿Está Parker? —Hola, Gary, sí, espera un momento, ahora mismo se pone. —Emily le pasó el teléfono y luego se sentó sobre los pies para admirar la larga extensión de piel que tenía ante los ojos. —Parker, ¿estás teniendo sexo? —preguntó Gary en cuanto oyó la respiración de Parker al otro lado. —En este preciso instante, no, si es que tienes que saberlo, así que lo que quieras, dilo rápido. —¿Me haces el favor de volver a pasarme a Emily?

Parker obedeció, con la esperanza de que así colgara antes. —¿Sí? —preguntó Emily, mirando a Parker a los ojos mientras hablaba con Gary. —Emily, ¿tú sabes quién es Della Sánchez? —¿Me debería sonar el nombre? —Emily se escurrió hacia delante a instancias de Parker, encantada con la sensación de las manos callosas que le recorrieron el cuerpo cuando se puso a horcajadas sobre el firme abdomen. —A lo mejor te vendría bien suscribirte a una revista de tenis. Della Sánchez es la jugadora número cinco del mundo y la persona que machacó a Parker el año pasado durante este torneo. —Ajá —dijo Emily, perdiendo el hilo de la conversación cuando Parker le pellizcó los pezones. —Unos minutitos más, Emily, te lo prometo. —Gary ni se imaginaba lo que debía de estar haciendo Parker para que Emily quisiera colgar el teléfono tan deprisa—. Piensa en lo bien que jugaría Parker mañana si tú no le das una cosita. —¿Sabes lo que me estás pidiendo? No le va a hacer gracia. —¿Quieres aguantar la pataleta mayor del mundo si pierde? —Gary le deseó buenas noches y cruzó los dedos. —Cielo, ¿qué tal una ducha? —preguntó Emily, levantándose de la cama. —¿Ahora, quieres ducharte ahora? —Venga, por favor. Parker se levantó y pensó en todas las cosas que podrían hacer bajo el agua, de modo que siguió los pasos de Emily hasta el cuarto de baño. Como recompensa por salir de la cama, Emily la besó y le dio la vuelta para colocarla de espaldas a la bañera.

En cuanto el agua alcanzó a Parker, la impresión acabó con su ardor tan deprisa que se quedó allí plantada parpadeando, intentando averiguar qué había pasado. Emily parecía estar intentando dar con una rápida vía de escape antes de que Parker cerrara el agua fría y se lanzara a perseguirla. —Yo no quería hacerlo, cariño, tienes que creerme. Parker cogió con calma una toalla de la barra y empezó a secarse el pelo. —Lo sé, Emily. Gary, en cambio, va a morir la próxima vez que lo vea. Como quería volver a practicar el sexo en esta vida, Emily se limitó a asentir con la cabeza, mostrando su acuerdo. La palabra "compórtate" se convirtió en su nuevo mantra mientras contemplaba el trasero de Parker que volvía a la cama. Qué ganas tenía de que ya fuese mañana por la tarde. —Gary, yo que tú no lo haría, tío. Esta mañana todavía parecía un poco cabreada y, gracias a ti, creo que yo también me la he cargado. No te haces idea de cuánto te lo agradezco. —Emily ocupó su asiento en el palco e impidió que Gary bajara al vestuario y prendiera la mecha de Parker. —Ha sido por su propio bien, y luego me lo agradecerá. —El entrenador se sentó a su lado y buscó con la mirada al resto del grupo que se iba a reunir con ellos. Antes de contestarle, Emily se alisó la camisa de lino que se había puesto encima de los pantalones cortos esa mañana. Había recibido una llamada de su madre diciéndole que si iba a aparecer en la portada de alguna otra revista que a ella no le quedara más remedio que ver en la cola de la caja del supermercado, lo mínimo que podía hacer Emily era vestirse un poco mejor. —Seguro que sí, y están comprando botellas de agua, así que dejar de mirar. —¿Está enfadada de verdad? —preguntó Gary. —Digamos que cuando llamaste anoche, yo estaba toda contenta y tú interrumpiste antes de que pudiera... bueno, ya sabes.

—¿Devolver el favor? —Tú sigue, entrenador Gary, y dejaré que te adentres estúpidamente en la guarida del león. —Emily señaló la zona de vestuarios. Cuando se volvió para mirar lo que señalaba su dedo, Parker ya estaba allí mirándolos, con una musculosa Della Sánchez a su lado—. Qué chica tan enorme. —Sí, y aunque sé que Parker es fuerte, esa mujer que tiene al lado me da miedo. El año pasado ganó a Parker en dos sets seguidos. Eso ya fue malo de por sí, pero es que la muy zorra estuvo atormentándola durante todo el partido. Parker se cabreó de tal modo que se le fue todo el juego, incluso el servicio. —Gary saludó al resto de la tropa que había llegado cargada de bebidas y cosas de picar y luego se volvió para mirar la pista. —¿Qué quieres decir con que la atormentó? —preguntó Emily. Gray abrió su botella de agua y también se puso a mirar el calentamiento de su hermana. Contestó antes de que pudiera hacerlo Gary. —Ya lo verás cuando empiece el partido. No creo que Della haya cambiado mucho su estilo. El año pasado se pasó de la raya y la descalificaron en Inglaterra, por eso no ha jugado. La muy zorra ya ha empezado con las chorradas, diciendo a los periódicos que ésa es la única razón de que Parker se haya llevado el título. Parker estaba practicando el saque e intentando no hacer caso de la gilipollas que tenía al otro lado de la red. Della sonrió con sorna cuando la primera bola pasó volando a su lado, y se fue a su silla y se sentó, sin darle a Parker la satisfacción de intentar devolverla. El recogepelotas trató de no dar muestras del dolor que tenía en las manos por recoger un saque tras otro que Parker empezó a lanzar por encima de la red mientras intentaba poner su mente en el lugar que le correspondía. Della miró hacia el graderío, buscando a Gary y al resto de la familia de Parker, pues sabía que era allí donde encontraría a la persona que buscaba de verdad. Emily miró a Della cuando ésta metió la mano en su bolsa, sacó el periódico donde aparecía su foto y la besó, tras lo cual lanzó otro beso hacia las gradas. La

adversaria de Parker se echó a reír cuando Emily, toda colorada, se levantó y se puso en jarras. —Gary, llévame allí abajo ahora mismo. —La rabia del tono de Emily no pasó desapercibida a nadie de los que estaban sentados a su alrededor, y los fotógrafos que había entre el público se prepararon para lo que pudiera ocurrir con las provocaciones de Della. —Tranquila, Marichispas. Está intentando picar a Parker a través de ti, no dejes que ocurra justo antes del partido. —Gary obligó a Emily a sentarse de nuevo e intentó razonar. —No quiero ver a esa adolescente descomunal, quiero ver a Parker antes de que empiece este asunto. Parker miró hacia las gradas buscando a Emily antes de regresar al túnel para cambiarse la camiseta antes del partido, pero se llevó una sorpresa al ver que Gary y ella la esperaban hacia el final del túnel, de modo que los espectadores no pudieran verlos. —Hola, ¿qué haces aquí? —Esperar para desearte suerte y para decirte unas cosas —contestó Emily. —Oye, Gary, ¿me traes una camiseta limpia? Gary asintió y se fue para buscar las cosas de Parker. La única que no captó la indirecta fue Della, que se apoyó en la pared del túnel frente a ellas y se quedó mirando. —Parker, si te pido que hagas una cosa por mí, ¿lo harás? —Claro, cariño, si puedo. ¿Qué quieres? —Quiero que salgas ahí fuera y pases por la piedra a esa gilipollas de ahí. — Emily señaló a Della y la apuntó con el dedo corazón cuando la mujer volvió a lanzarle un beso. Parker sonrió al pequeño pitbull rubio y luego se la acercó.

—¿Y qué gano si lo consigo? ¿Sabes que es la que me pasó a mí por la piedra el año pasado? Emily oyó que Gary volvía, por lo que tiró de la camiseta que llevaba Parker y se la despegó del cuerpo. Cogió la toalla que le pasó Gary y secó todo el sudor que cubría a Parker tras el calentamiento y luego le puso la camiseta nueva, quedándose con la vieja. Cuando Parker se colocó la nueva valla publicitaria, como lo llamaba ella, Emily le bajó la cabeza y la besó. —¿Quieres saber lo que consigues? Parker asintió, de modo que Emily volvió a bajarle la cabeza y se puso a susurrarle al oído. Gary estuvo a punto de desmayarse cuando lo que le estaba diciendo Emily le dejó tan flojas las rodillas a Parker que tuvo que apoyarse en la pared. Cuando terminó, Emily le dio un beso a Parker en la oreja y la miró. —¿De verdad? —preguntó Parker. —Sí, y hasta dejaré el teléfono descolgado, pero sólo si vuelvo aquí el domingo para verte jugar la final. —Deberías dar clases de motivación —dijo Parker, mientras Della y ella veían cómo Emily se desabrochaba la camisa que llevaba, se la quitaba y se la daba a Parker. —Para que tengas suerte. —Emily la metió en la bolsa de Parker y se puso la camiseta que se acababa de quitar Parker—. Tengo que reconocer que a ti te quedan mucho mejor. —Emily contempló la prenda, que le quedaba muy grande y olía a Parker. —A mí me parece que estás muy guapa con mi ropa, cariño, y en cuanto termine de machacar a Della, estarás aún más guapa sin ella. Las adversarias ya habían sido presentadas y habían ocupado sus puestos para cuando Gary y Emily regresaron a sus asientos. Della era la primera en servir, y aunque Parker se lanzaba para alcanzar todas las pelotas que pasaban por encima de la red, el nivel de Della se mantuvo y ganó el primer juego. En la primera foto de Emily que

sacaron casi todos los paparazzi se la veía mordiéndose la uña del pulgar cuando Della rompió el saque de Parker y se puso dos juegos a nada. A Parker le resultaba asombroso, menos de una hora más tarde, mientras estaba sentada secándose la cara con una toalla, haber perdido el primer set sin ganar un solo juego. Miró a Della, observando cómo tragaba los últimos restos de agua que le quedaban en la botella. La muy idiota ni siquiera parecía muy cansada. —¿Tú crees que te dará todo lo que te ha prometido si gano yo? Dile que me alojo en el Hilton si lo único que le interesa es acostarse con la ganadora. Esa piel tan deliciosa tenía un aspecto de lo más atractivo. —Della estaba iniciando la siguiente fase de su plan de ataque, que consistía en jugar con la mente de Parker, destrozando lo que le quedaba de concentración. —No es tu tipo, Della. —Parker parecía tranquila, a pesar de que ardía en deseos de levantarse y estampar todas las raquetas que llevaba en la bolsa contra la cabeza de la mujer. —Rubia, guapa y sexy. ¿Qué hay en eso que no sea mi tipo? —Es todo eso, pero también es humana, y yo creía que a ti sólo te iban las perras. ¿O es que sólo logras salir con esa clase de fulana? Sabes, deberías vigilar lo que bebes cuando sales por las noches. A la hora de cerrar todo el mundo se parece a mi chica, pero estoy segura de que es sólo por la iluminación de esos sitios. —Tú ríete, King. Faltan cuarenta minutos para que te vayas a casa con la zorra para que te pueda lamer las heridas. —Lo que me lame Emily, gilipollas, no es asunto tuyo. —Silencio, por favor. Parker esperó a que el público siguiera las instrucciones del hombre y luego se volvió y pidió unas bolas. Había llegado el momento de hacerle probar a Della lo que a ella le encantaba servir. —Quince a nada.

El marcador metió a la gente en el partido y el comentarista gritó en todos los auriculares de radio que había en el estadio. Parker King se había despertado de la siesta que se había echado durante el primer set. —No sé de dónde ha salido eso, pero esperemos que Parker pueda mantenerlo —comentó el emocionado locutor sobre el ace que acababa de marcar Parker. Parker se sentía bien y estaba deseando jugar los próximos sets, porque no tenía la menor intención de perder. Para que Della se enfadara aún más por haber fallado el saque, Parker se trasladó caminando a cámara lenta al otro lado de la pista para volver a sacar. Esta vez la bola pasó por encima de la red con la misma intensidad, pero Della la rozó y la envió a las gradas. El público enloqueció cuando Parker hizo un molinete con la raqueta y fingió enfundarla como una pistola tras oír por los altavoces el anuncio de "Treinta a nada". —Ahora está que echa humo, señoras y señores, y menuda sorpresa se ha llevado Della. Y la señorita Sánchez debería estar agradecida de que el público se haya entusiasmado con esos dos saques de Parker, porque su lenguaje la habría descalificado si el juez de silla llega a oír ese último exabrupto. Pero el comentarista y todo el mundo que estaba viendo el partido habían leído los labios de la mujer, y el hombre estaba en lo cierto. La siguiente hora estuvo marcada por largas y veloces jugadas de volea, y en el rostro de Della empezaron a aparecer muestras de fatiga. La tenista, que jugaba a base de potencia, no estaba acostumbrada a correr tanto como la estaba obligando a correr Parker, y con cada carrera corta de un extremo de la pista al otro, se le iba poniendo la cara cada vez más roja. En medio del tercer set, Della detuvo el juego durante por lo menos cinco minutos para discutir con el juez de línea por lo que a ella le parecía una decisión dudosa. Parker se limitó a botar la pelota en su lado y miró hacia las gradas, saludando a Emily, que se había levantado y le había lanzado un beso por el tenis que había visto hasta ese momento. A la mayoría de los reporteros que había en las gradas no le había pasado desapercibido el cambio de atuendo cuando Emily y Gary volvieron a sus

asientos. La nueva pareja estaba logrando que el tenis femenino fuese aún más emocionante de lo que ya era. —Juego, set y partido, señorita King. El anuncio se produjo después de que Parker hubiera roto el servicio de Della por tercera vez en el tercer set. Parker le estrechó la mano en la red y trató de pasar por alto el rápido "que te follen" que le dijo Della cuando Parker se volvió y saludó al gentío. La victoria la acercaba aún más al único título que no tenía. Como en todos sus demás partidos, Parker se detuvo en la entrada del túnel y dedicó un tiempo a firmar autógrafos. Cogía al azar los trozos de papel que le ofrecían desde la barrera junto con bolígrafos. De forma automática, cogió el que tenía más cerca de la mano cuando lo que acababa de firmar regresó a su dueño. Hasta que lo tuvo en la mano Parker no se dio cuenta de que era un sobre y que en él aparecía su nombre. No tuvo forma de saber, en aquel mar de rostros, a quién pertenecía cuando volvió a mirar a la multitud. Saludando rápidamente, se volvió y entró de nuevo en el túnel, dejando a una horda de fans decepcionados aferrados a sus programas sin firmar. —Cariño, has estado brillante —gritó Emily cuando bajaron al vestuario después del partido. Parker parecía muy animada por la victoria, pero cansada. El calor de Nueva York empezaba a resultar agotador y la superficie de las pistas no hacía sino intensificarlo. —Intento agradar. —Parker se agachó para besar a su amante antes de recoger su bolsa. —Lo que has hecho es apuntar a las líneas de fondo y pasar por la piedra a Della —dijo Gary. —Contigo no hablo, y si pones los dedos cerca de un teléfono para llamar al apartamento de Emily, descubrirás que la ciudad de Nueva York no es lo bastante grande para que te escondas, cretino. —Parker, pídele disculpas a Gary —la regañó Emily.

—¿Te ayudo a ganar y así me lo agradeces? —dijo Gary, intentando parecer herido. —Me alegra saber que atribuyes toda mi habilidad a la frustración sexual, entrenador. —Si es así, no mojas hasta después del próximo domingo —bromeó Emily. Se puso a chillar cuando Parker la levantó, se la puso encima de un ancho hombro y echó a andar hacia la puerta—. Parker, mi madre ya me ha visto una vez en la portada del Enquirer. Si consigues que sean dos veces, me la voy a cargar. Parker la bajó y trató de mantener el buen humor. Le costó, teniendo en cuenta la nota de amor que le habían pasado antes de bajar por el túnel. Ahora se daba de tortas por no haber prestado atención a quién le había entregado el sobre. Fuera quien fuese, se trataba de la persona que le había estado enviando las notas desde el principio. Parker reconoció la letra historiada en cuanto el papel se abrió en su mano. Parker se convenció a sí misma de que la decisión de no decírselo a Emily era para evitar que la piloto se preocupara. Más tarde, cuando llegaron al piso, Emily le dio lo que parecía ser la lección número trescientos sobre relaciones, centrada en un sermón sobre el diálogo sincero, cuando Parker le dejó leer la nota. Sólo era una más de las formas en que Parker pensaba que Emily iba a cambiar su manera de vivir, pero compartir sus días con la piloto hacía que cualquier sermón mereciera la pena.

—Llámalo ahora mismo. —Vamos a ducharnos y luego lo llamo. Venga, Em, no es que el que me acecha vaya a entrar aquí a matarnos a las dos —intentó razonar Parker. La discusión había empezado en el coche, cuando cometió el error de mostrarle a Emily la nota que había recibido. El chiflado que las enviaba había incluido la foto de Emily que había aparecido en el periódico, con la promesa a la rubia de salvarla de la malévola influencia de Parker. Cuanto más la miraba Parker, más le daba la impresión de que tendría que

reconocer algo sobre las notas y la forma en que estaban escritas. La anticuada caligrafía era una manera rara de escribir una amenaza de muerte por parte de alguien que quería matarte. Era casi como una invitación a morir en el momento en que lo decidiera. Emily cogió el teléfono y se lo pasó a Parker junto con la tarjeta que le había dado el inspector Sully cuando la fue a ver en el entrenamiento. El policía había dejado una más por si Parker necesitaba llamarlo, puesto que Gary se había quedado con la primera. —Esto es serio, Parker. Ahí fuera hay un chiflado que quiere enviarte a la gran pista de tenis del cielo y creo que ha llegado el momento de que empieces a tomártelo con cierto respeto. —Dejó un momento el teléfono, fue hasta donde estaba Parker sentada en la cama y se colocó entre sus piernas—. Te quiero, Kong, y quiero que sigas por aquí durante muchos años. ¿Lo haces por mí, por favor? —Ah, vamos, no me mires así. —Parker se levantó, cogió el teléfono y marcó el número. No hizo falta mucha persuasión para lograr que Logan aceptara reunirse con ellas en el piso de Emily. Emily consiguió que Parker se echara hasta que llegara Logan, con la esperanza de que una corta siesta aliviara el agotamiento que se veía en el rostro de Parker. No oyó la llamada a la puerta ni la conversación que mantuvo Emily con el inspector cuando llegó. Se llevó la carta y el sobre para analizarlos en busca de huellas y prometió volver más tarde para interrogar a Parker. Logan había visto el partido por televisión y no podía echarle en cara a Parker que necesitara desconectar un rato. Al volver a salir al calor, Logan Sully no vio la figura apoyada en un árbol a cierta distancia en la calle. De haber mirado, Logan se podría haber interesado por el rosario que colgaba de unos dedos apretados. El soldado de Dios había ido pasando metódicamente de una cuenta a otra mientras rezaba por la oportunidad de librar al mundo de Parker King. Ella sería la primera de las hermanas King que recibiría la salvación a través de la muerte. —El Señor purificará el mal que corre por tus venas, Parker. Me ocuparé en persona.

Una vez terminado el rosario, la figura algo encorvada se volvió y se dirigió al hotel de los barrios bajos donde guardaba las herramientas de la tarea que tenía entre manos. Había llegado el momento de purificar su propia alma, para que cuando llegara la hora, su mano fuese certera y estuviera santificada. El hombre de recepción ni se molestó en mirar cuando el huésped pasó ante él rumbo al lento ascensor que había al fondo de la entrada. No había habido quejas contra el huésped que había llegado dos semanas antes del gran torneo de tenis, y la doncella no había pasado mucho tiempo en la habitación, pues se daba la vuelta todos los días al ver el cartel de no molestar colgado en la puerta. De haber pasado, la policía habría recibido un aviso sólo por los gritos. El hombre no miró a nadie mientras avanzaba por recepción. El hotel aún empleaba llaves y tuvo que moverla en la cerradura para conseguir que se abriera y poder entrar. Encima de una cama había una colección de cuchillos que se podrían haber usado como espejos, de lo limpios que estaban. Sólo uno de ellos estaba envuelto en un trozo de tela gruesa de lino, que fácilmente podría haber sido la cosa de mejor calidad que había en la habitación. Éste era especial porque en él estaba la sangre de la bestia, tras su primer intento fuera del restaurante. Cayó de rodillas ante una pequeña piscina hinchable para niños cubierta por una red de malla e inició su ritual purificador. —Yo soy alfa y omega, el principio y el fin. El que crea en mí conocerá el reino de los cielos. Al Señor no le importaba que no recordara las palabras exactas que le habían enseñado las monjas años atrás, lo que importaba era que creía. —Señor, necesito tu ayuda para derrotar a la bestia. Es adorada por las masas que no conocen el camino. —Levantó despacio la malla de la piscina y metió la mano dentro. El movimiento de su mano hizo sonar la advertencia de los crótalos, pero eso no le impidió continuar. Dios estaba de su parte y lo protegería de las serpientes. —Muéstrame una señal, Señor.

El cuerpo grueso y fuerte de la serpiente de cascabel se enrolló alrededor de su brazo derecho, con espacio suficiente para hacer sonar su crótalo de la muerte. En lugar de sentir miedo, metió la otra mano para coger otra, que también se enrolló alrededor de su otro brazo. Levantó ambas serpientes agitadas en el aire y miró a los ojos de los áspides. No parpadeaban y ambas cabezas estaban preparadas para atacar. El que las manejaba les había dejado suficiente espacio para hacerlo si así lo decidían. Había pasado toda su vida intentando servir al dios en cuya existencia creía. Un dios que abatía a aquellos que iban en contra de su palabra mediante soldados sagrados cuidadosamente elegidos para cumplir su voluntad, pues este dios no se apiadaba de los que vivían fuera de su norma. El fiel servidor que sujetaba a las serpientes se había apartado de su iglesia y había creado su propia religión, con el tipo de ser supremo al que seguía. No había sitio para la decencia. Observó asombrado cuando una gota de veneno cayó de la boca de la más grande, que no atacó. —Cumpliré tu voluntad, Señor Dios. Aún le hormigueaba el brazo donde había caído el veneno mientras devolvía a su guarida a las pruebas de su fe. Había llegado la hora.

—¿Por qué siempre te huele tan bien el pelo? —Vi la marca de champú que llevas en la manga derecha y decidí probarlo — contestó Emily. Estaba acurrucada en la cama y Parker estaba pegada a ella, pasándole los dedos por el pelo rubio. —Sigue así y tendré que darte unos azotes. —Por atractiva que sea esa idea, Logan va a volver dentro de nada y quiero estar vestida para cuando llegue. —¿Y tu sentido de la aventura, cariño? ¿A mamá Parish no le encantaría leer las costumbres salvajes y sexis de su niña?

—Tú sigue así y mi madre te va a comer viva. Ya piensa que eres una mala influencia para mí. —No puedo estar tan mal si no consigo convencerte para que te quites estos pantaloncillos. Emily se dio la vuelta al oír la broma y pasó los dedos por los labios de Parker. —¿Querrías venir conmigo a conocer a mi madre? —La pregunta le sonó a Parker casi vacilante y puso dos dedos bajo la barbilla de Emily para levantarle la cabeza. —Yo iría a cualquier parte contigo, cariño, no lo dudes jamás. La llamada a la puerta fue lo que acabó con el beso que se estaban dando. Parker empezaba a pensar que había una especie de conspiración para impedir que tocara a Emily. Miró hacia la puerta del piso con los mismos sentimientos que tenía por el teléfono que había al lado de la cama de Emily. —Logan, ¿cómo va la caza del hombre? —preguntó Parker. —Interesante. —Le ofrecería una silla para sentarse, pero Emily todavía no ha salido a comprar muebles. ¿Qué tal si salimos los tres a cenar temprano? Cuando haya terminado de hablarme del loco que me persigue, le daré algunas indicaciones para mejorar su tenis. Fueron en el coche de policía de Logan hasta un pequeño restaurante italiano familiar que al inspector le gustaba antes de ponerse a hablar de perseguidores. Los resultados que había obtenido el laboratorio criminal del FBI eran desconcertantes no sólo para ellos, sino también para la policía de Nueva York. Los federales habían hecho un análisis de la tinta que daba más pistas sobre el atacante, pero qué era lo que indicaban esas pistas seguía siendo un enigma. —Les entregamos todas las cartas que se han enviado hasta la fecha y no había huellas en ninguna, pero todas tienen una cosa en común —explicó Logan.

—¿El qué? —preguntó Emily. Alargó la mano y le quitó a Parker el quinto palito de pan que se llevaba a la boca. —¿Qué haces? Tengo hambre. —Te va a quitar el apetito y no podrás con la cantidad inmensa de comida que has pedido, así que calla y presta atención. —Emily se volvió de nuevo hacia Logan y asintió para que continuara. —La tinta que ha usado esta persona está mezclada con una toxina. Mis contactos del FBI creían que si estaba usando una clase de tinta especial, podríamos seguirle el rastro hasta el lugar donde la hubiera comprado y así dar con él o ella. Resulta que la tinta es de lo más corriente, pero lo que la hace única es que el tipo la mezcla con veneno de serpiente de cascabel. Emily se irguió y se quedó mirando la ensalada que le había servido el camarero mientras Logan hablaba. A su lado, Parker cogió el tenedor y se puso a enrollar los fettuccini que había pedido como entrante, preparándose para tomar un bocado. Emily pensó que era como si Logan la hubiera felicitado por los zapatos que llevaba, por la indiferencia que mostraba la tenista. —¿De dónde se saca veneno de serpiente de cascabel? —preguntó Parker—. O sea, nunca he estado en un supermercado donde hayan anunciado un descuento en la caja número dos por veneno de serpiente de cascabel. —La broma hizo que Emily se levantara y saliera corriendo hacia el cuarto de baño—. Discúlpeme un momento, ¿quiere? —Parker dejó el tenedor y siguió a la alterada mujer. El último cubículo del pequeño servicio estaba cerrado y Parker oyó unos sorbetones que salían del otro lado. —¿Puedo pasar? —preguntó Parker. Al no obtener respuesta, Parker entró en el cubículo central y se subió al retrete—. Por favor, habla conmigo, Em. —¿Qué va a hacer falta para que empieces a tomarte esto como una amenaza? No me parece justo que acabe de encontrarte y que alguien esté empeñado en matarte y que tú te lo tomes como si fuese correo de tus fans.

—Ábreme la puerta un segundo, por favor. Emily alargó la mano y abrió la puerta. El tamaño del cuerpo de Parker pareció llenar el hueco entero cuando la puerta se abrió y golpeó la pared. Sin importarle el grado de limpieza del suelo, Parker se puso de rodillas ante la alterada mujer y le cogió la cara entre las manos. —No puedo vivir con miedo, Em, yo no soy así. Aunque hasta ahora nunca había ocurrido nada de esta magnitud, no voy a permitir que eso cambie mi forma de ser. Hacer eso significaría que tendría que apartarme de ti, y nadie puede pedirme que haga eso. Mientras el objetivo sea yo, no tengo que preocuparme por ti, y quiero que la cosa siga así. Te quiero y sé que te preocupas, pero esto no va a poder con nosotras ni conmigo. —Eso no lo puedes prometer. —Emily la miró como si quisiera creer lo que decía Parker, pero ganó el llanto. —Puedo y te lo prometo. Te prometo, cariño, que este tiparraco de la tinta de serpiente no se va a acercar a mí. El derecho a entrar y ocupar mi espacio personal está reservado exclusivamente para ti. —¿Está mal que quiera que tengas cuidado? —preguntó Emily. —No, y te prometo que empezaré a fijarme más en lo que me rodea. Si este idiota se ha tomado la molestia de ordeñar a una serpiente mortífera para escribirme una carta, creo que merece un poco más de precaución por mi parte. Vamos, antes de que se te enfríe la ensalada. —Es una ensalada, Parker, se supone que tiene que estar fría. —Emily aceptó la mano para levantarse, pero agradeció más el abrazo que recibió al estar en pie. —Sí, pero creo que Alfredo se va a retorcer en la tumba cuando vea la masa petrificada que deben de ser ahora mis fettuccini. —Lo siento, Logan —dijo Emily cuando regresó a la mesa.

—Comprendo lo que está pasando, Emily, no se preocupe. Este caso resulta confuso porque hay muchos deportistas homosexuales y no comprendo por qué este tipo está tan obsesionado con Parker. La única explicación es que tal vez ella aparece en los periódicos algo más que los otros con la vida que lleva fuera de la pista. Emily clavó el tenedor en su ensalada y miró a Parker enarcando una ceja rubia. —Esos días se han terminado, inspector, se lo prometo. Si no, aparecerá en los periódicos por otra serie de razones. —Tenía que ocurrir —dijo Parker. —¿El qué, cielo? —preguntó Emily, cogiendo la mano de Parker. —He pasado de ser el Hugh Hefner de las pistas a la domesticidad tan deprisa que me ha dado un calambre en el cuello. Logan se echó a reír ante la confesión, pero la cara enamorada de Parker le dijo que no estaba muy triste por la situación. —Para ponerlas al día sobre la investigación, además de la tinta con veneno, en las cartas no había huellas dactilares y el papel se encuentra en miles de tiendas de todo el país. Los del FBI han aceptado crear un perfil del atacante para ver con exactitud dónde debemos concentrar nuestros esfuerzos. Sigo diciendo el atacante, pero la verdad es que podría ser una mujer. —Pues si parte del perfil consiste en tirarle bebidas encima a Parker por cualquier razón, van a tener mucho trabajo —dijo Emily. Logan la miró como si no comprendiera y Parker la miró a través de unas rendijas azules. —Ocurre a menudo, ¿no? —preguntó Logan con el mismo tono de broma que había empleado Emily. —A mí puede descartarme, porque le haré saber dónde estaba cuando se enviaron las notas, puesto que yo misma soy culpable de haberlo hecho una vez. Eso y que me aterrorizan las serpientes. —Emily se inclinó y le dio un beso a Parker en la mejilla, tratando de eliminar el puchero que había contribuido a crear.

El grupo pasó el resto de la comida hablando del tenis de Logan. Emily decidió salir a comprarse una raqueta para intentar aprender lo básico. Con algo de suerte, podría convencer a Parker para que jugara un partido lento con ella en esa pista estupenda que tenía en casa. Su nuevo amigo las llevó a casa con la promesa de mantenerlas informadas sobre lo que descubrieran la policía de Nueva York y el FBI en el curso de la investigación. Una de las vecinas de Emily meneó la cabeza al ver a la piloto, que estaba provocando a Parker sin piedad mientras ésta intentaba abrir la puerta. El miedo que había primado antes se había desvanecido, pues Parker había hecho todo lo posible para que Emily se olvidara de la actual amenaza. —Rápido, cariño, tengo una promesa que cumplir —dijo Emily, metiendo las manos por debajo de la camisa de Parker. Parker pegó un respingo cuando las pequeñas manos le hicieron cosquillas, y se le volvieron a caer las llaves. —Si no te comportas, vas a tener que desnudarte aquí en el pasillo. La cerradura cedió por fin y Parker levantó a Emily en brazos y notó que las fuertes piernas le rodeaban la cintura cuando Emily se agarró bien para el trayecto hasta el dormitorio. Emily mordisqueaba suavemente el labio inferior de Parker, intentando azuzarla para lo que estaba por venir. Le dio gusto sentir la cama debajo y a Parker encima cuando terminaron su recorrido del apartamento. Y entonces un ligero ruido las detuvo a las dos en seco. —Emily, no te muevas, amor. —Parker levantó la mirada despacio y vio el bulto justo al lado de la cabeza de Emily debajo de la sábana. Ninguna de las dos lo había advertido al entrar, por lo concentradas que estaban la una en la otra, y aunque hubieran observado la cama, el punto que ahora se movía parecía un pliegue de la sábana. —Parker, ¿qué es eso? —El cascabeleo sonó más fuerte y a Emily le pareció que si su corazón se ponía a latir más deprisa, la cama entera empezaría a temblar.

—O es un vibrador grandísimo con sensores de movimiento... —empezó Parker. —No tengo un vibrador —susurró Emily, tratando de controlar la risa ante el penoso intento de Parker de animarla en esos momentos. —Pues entonces creo que es una serpiente de cascabel. —¿Qué vamos a hacer? —Rodéame la cintura con las piernas y coloca despacio los brazos alrededor de mi cuello —le indicó Parker. —¿Por qué? —Cariño, me encanta hablar contigo, lo sabes, pero mantener una larga conversación en una cama donde hay una serpiente venenosa no es mi idea de pasarlo bien. —Parker vio que la serpiente se desenroscaba y se acercaba, agitando el crótalo con más fuerza. Se levantaron de la cama como una unidad y fueron a la puerta mientras Emily se agarraba con todas sus fuerzas. Lo último que vio Parker fueron los colmillos que atravesaban la sábana a meros centímetros de donde había estado la cabeza de Emily. Quien hubiera hecho esto ya se había pasado, y esperaba estar armada con sus raquetas de tenis cuando el chiflado decidiera por fin salir de su escondrijo. —Espera aquí —ordenó Parker cuando llegaron al cuarto de estar. Tenía que intentar librarse de la serpiente antes de que esa maldita cosa se ocultara en alguna parte del piso y pusiera huevos o algo. No era probable, pero había visto demasiadas películas en habitaciones de hoteles de todo el mundo para estar dispuesta a correr el riesgo. Parker abrió su bolsa y sacó una de sus raquetas de entrenamiento. —No puedes dejarme aquí sola, voy contigo. ¿Me prestas una raqueta? — preguntó Emily. Parker sacó otra de la bolsa y se la pasó a su sombra—. Es la primera vez que me dejas tocar una de estas cosas —dijo Emily, aferrándola con las dos manos. —Toma nota mental para el futuro. Si hay algún bicho peligroso en la habitación, no dudes en liarte a raquetazos.

El crótalo era visible cuando volvieron a entrar en la habitación, pero por fortuna el extremo peligroso seguía enredado en las sábanas. Parker no tenía mucha experiencia con reptiles, pero quien fuese su dueño debía de haberla alimentado bien, por lo gorda que estaba. El primer golpe que le atizó Parker hizo que el cascabel se quedara casi rígido y luego se agitó de nuevo a toda velocidad. Siguió dándole golpes hasta que apareció una mancha de sangre y la maldita cosa dejó de moverse. —Seguro que ese tal Steve Irwin haría que me dieran una paliza si hubiera visto esto —dijo Parker. Emily se estremeció al pensar en todo el asunto, con la raqueta de Parker aferrada contra el pecho. —¿Cómo crees que ha entrado aquí? —¿Es que las serpientes de cascabel no son nativas de la ciudad de Nueva York? —preguntó Parker. —Sólo en Wall Street, cariño. —Entendido, preciosa. ¿Estás bien? —Tengo que reconocer que debería estar más histérica por el hecho de que hubiera una serpiente en mi cama, pero tenerte conmigo ha hecho que me sienta bien. Tú haces que me sienta segura, Parker. —Emily soltó la raqueta y corrió hasta Parker para abrazarla—. Pero me espeluzna saber que alguien a quien no conocemos ha estado aquí. —Sí, porque esa cosa era demasiado gorda para deslizarse por debajo de la puerta. Vamos a llamar a Logan para que venga y haga lo que haya que hacer y luego vamos a buscar habitación en el Plaza. A lo mejor puedo hacer que la despellejen y me hago una cinta para la cabeza para llevarla en la final. —¿Nos vas a comprar una cama nueva? —preguntó Emily. —No sólo, sino también un par de sillas para poder ponerme los calcetines por la mañana.

La sirena que se oyó fuera indicó el regreso de Logan junto con otro par de unidades para sacar las huellas del apartamento e interrogar a los vecinos que pudieran haber visto algo. Las dos mujeres se marcharon en cuanto la policía terminó de hacerles preguntas y Logan les prometió que cerraría con llave al acabar. Gray, Kimmie y Gary las estaban esperando en el Plaza cuando llegó su taxi, pues querían comprobar en persona que estaban bien. Cuando por fin se quedaron solas, Parker sostuvo a Emily cuando la conmoción de lo que había sucedido se transformó en un ataque de llanto histérico. El atacante se había acercado tanto que Parker ya no hizo más promesas. Mantener a Emily a salvo había sido lo principal para ella desde el momento en que oyó ese crótalo, y ahora las cosas no iban a cambiar. Iba a aceptar la protección policial que le había ofrecido Logan al principio, aunque sólo fuese para mantener sana y salva a la rubia que tenía en sus brazos.

—Buenos días, ¿necesitan ayudar para encontrar sus asientos? —El acomodador del Abierto parecía deseoso de escoltar a Emily y a sus acompañantes hasta el palco situado cerca de la pista. La había reconocido por la foto del periódico de la semana anterior, junto con las otras dos morenas que estaban con ella. —Gracias, sabemos dónde están. ¿Habéis visto a Bobbie? —preguntó Emily. La final iba a comenzar al cabo de una hora y no se veía a su amiga por ninguna parte. El único que parecía fuera de lugar era Logan, que llevaba chaqueta para ocultar su arma. Se suponía que tenía que vigilar a Parker, pero la tenista le había dicho que si no se sentaba en las gradas con Emily, no podía venir. Lo único que preocupaba ahora a Emily era que estuviera tan embelesado con el partido que ni siquiera se diese cuenta si un gorila veloz se sentaba con ellos. —Está aparcando el coche. Ese encanto nos ha dejado en la puerta diciendo que no quería que estuviéramos demasiado tiempo al descubierto —contestó Kimmie. Detrás de ella, Gray y Natasha estaban sentadas cogidas de la mano y compartiendo un bollo.

Abajo, Parker pensó en todos los juegos que le habían hecho falta para llegar a este punto. Un punto en el que se había encontrado en numerosas ocasiones para al final no conseguir su objetivo. Al otro lado del vestuario estaba sentada Lee Darnell, la desconocida que había ido subiendo por las filas hasta convertirse en la heroína del torneo. Todas las cabezas de serie que habían subestimado a la recién llegada de Texas se habían vuelto a casa desconcertadas por su nivel de juego. Cambiando sus costumbres, Parker dejó vagar la mente pensando en otras cosas aparte del próximo partido, para intentar que se le calmara el estómago. Nunca fallaba y los nervios previos al partido le habían dado un susto a Emily esa mañana. Encontrarse a Parker vomitando en el cuarto de baño no entraba en su lista de cosas que esperarse y la piloto había tardado un rato en creerla cuando le dijo que le ocurría siempre antes de cualquier final en la que jugara. Su amigo el encantador de serpientes había estado tranquilo desde el susto del apartamento, y Parker tenía la esperanza de que siguiera así hasta que acabara el partido. Tener a un agente de policía protegiendo a Emily era una cosa menos de la que preocuparse, de modo que se fijó en Lee Darnell para ver qué hacía. La joven estaba sentada con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, como si estuviera aburrida y esperando un autobús. No se movió en absoluto hasta que las llamaron para calentar. El ruido de las cámaras al disparar empezó en cuanto las dos salieron del túnel. Parker dedicó un momento a mirar hacia las gradas y sonreír a Emily. Sintió un calor por dentro al abrir la bolsa y sacar una raqueta. La tensión desapareció y Parker se dispuso a jugar.

—Hago esto para agradarte, Señor. —Perdone, ¿ha dicho algo? —preguntó la señora mayor sentada a una sola fila de distancia de la pista. El caballero sentado a su lado había estado murmurando para sus adentros desde que se había sentado. —He dicho que el Señor esté con usted.

—Gracias. —Le sonrió y luego se puso a hablar de nuevo con su marido sobre las condiciones de Parker y sus posibilidades de ganar este año. En la pista, Parker había vuelto a su silla y sacó una toalla para secarse los ojos. Algo traído por el viento se los había irritado tanto que parpadeaba sin parar. Fue el grito de la señora mayor lo que hizo que se volviera para ver qué le pasaba. La voz era la misma de la noche del ataque ante el restaurante. —Muerte a los que pecan contra Dios. El dolor y la creciente mancha de sangre sobre el blanco de su ropa de tenis ocurrieron casi simultáneamente. Parker no perdió el tiempo y usó la toalla para apartar el extremo del cuchillo cuando el hombre lo echó hacia atrás para volver a clavárselo y así tener tiempo de coger su raqueta. La blandió y la afilada hoja cortó las cuerdas. —¿Pero qué os pasa con mis raquetas? Parker estaba tan concentrada en ver dónde iba a atacar con el cuchillo que no pudo ni mirarlo a la cara. Sin hacer caso del dolor, golpeó de nuevo con la raqueta y lo alcanzó en la mandíbula, lo cual le hizo retroceder unos pasos y sacudir la cabeza como para despejársela tras el golpe. El hombre avanzó de nuevo tambaleándose, pues no quería fallar en su misión de matar a Parker. Pero ella estaba preparada, botando sobre la punta de los pies como si estuviera esperando a que un saque pasara por encima de la red. La raqueta salió lanzada de nuevo y le arrancó el cuchillo de la mano, haciéndolo girar como una peonza. Desde el graderío, Logan bajó los escalones a la carrera antes de que el atacante tuviera otra oportunidad de herir a Parker. Las cuatro mujeres sentadas con él seguían de cerca al policía. —Muy bien, gilipollas, esto por obligarme a salir a comprarle a mi chica una cama nueva. —El golpe echó hacia atrás la cabeza del hombre, enviándolo contra la red—. Y esto por la preocupación que le has causado a mi novia. Eso es, novia, hijo de

puta. —Con gran satisfacción, Parker lo vio caer como un guiñapo inmóvil. Logan no tuvo problemas en esposarlo al bajar de un salto a la pista. El último golpe de Parker había dejado al tipo inconsciente. El personal de seguridad llegó para ayudar a sacar al atacante de la pista y cuando le dieron la vuelta, fue Parker la que se sintió como si alguien le hubiera pegado un golpe. Había envejecido desde la última vez que lo había visto, pero el hombre atontado que empezaba a recuperar el conocimiento no se parecía al hombre que le había hecho chocolate caliente hacía ya tanto tiempo. Pero, efectivamente, era él, Daniel King, su padre. Todo el mundo se quedó sentado en silencio cuando Parker dejó caer su raqueta y salió de la pista. Se oyó un anuncio oficial por los altavoces diciendo que el partido se retrasaría hasta que todo quedara aclarado. Las mujeres que habían estado sentadas en el palco de Parker la vieron marchar sin volverse para mirar al hombre que la policía se estaba llevando. Kimmie y Gray lo habían reconocido en cuanto chocó con la red, pero se quedaron paralizadas al no poder creer que el hombre que era su padre quisiera asesinar a una de sus propias hijas. Gary y Nick habían bajado al vestuario para ocuparse de las heridas de Parker y ahora que el espectáculo había terminado, todas fueron a reunirse con ellos. Las hermanas de Parker habían estado a punto de incumplir su promesa de mantener a Emily a salvo a toda costa cuando vieron la sangre sobre la blanca camiseta. Ahora estaban más preocupadas por el estado mental de su hermana pequeña que por la herida. El médico roció el costado de Parker con un anestésico para poder coser el corte, que seguía sangrando. Parker miró a su entrenador y al compañero de éste con una expresión que sólo se podía describir como afligida. —Ha sido él, tíos, mi padre era la persona que ha enviado todas esas cartas. Recordó entonces por qué la caligrafía le resultaba tan familiar. Todas las Navidades, Parker lo veía sacar esa pluma especial y meterla metódicamente en el tintero de su escritorio para escribir los sobres de las tarjetas.

—Parker, tienes que pensar que está enfermo y no sabía lo que hacía —dijo Nick. —Usaba esa misma letra adornada para escribir las tarjetas de felicitación en Navidad. Era el único momento en que se tomaba la molestia de asegurarse de que cada letra de cada nombre era perfecta. Supongo que también le ha venido bien para enviar amenazas de muerte. —Intenta no pensar en eso ahora, Park. Podemos salir de aquí y dejarlo todo atrás, agradecidos al saber que ya no puede volver a hacerte daño. —Gary se arrodilló a su lado, deseando únicamente meterla en un avión de vuelta a casa. El único lugar donde sabía que se curaría. —Tengo que jugar un partido, entrenador, y tengo toda la intención de jugarlo. Ese fanático santurrón no me va a quitar esto también. Ayer puso esa puñetera serpiente en la cama de Emily y no le pienso perdonar lo que podría haberle ocurrido. Mi madre y él pueden pudrirse tranquilamente, después de esto ya no hay vuelta de hoja. —Parker, ¿estás bien? —Emily se quedó un poco apartada, pues no sabía si Parker estaba preparada para ver a nadie, incluida una novia nueva. No dudó en coger la mano que le ofreció Parker como invitación. —Estoy bien, cariño. ¿Quieres sentarte conmigo mientras me ponen un parche? —¿Tu vida siempre está tan llena de acción? —Ahora le tocaba a Emily intentar animar a Parker. —Sólo en las grandes ciudades. En casa, Abby y yo solemos quedarnos sentados aullando a la luna para entretenernos. —Eso me parece curiosamente maravilloso. ¿Estás lista para volver a casa? —Te prometí la custodia conjunta de este trofeo y siempre intento cumplir mis promesas. Echa un vistazo y dime si la Tarántula de Texas parece segura de su victoria. Emily miró por encima del hombro de Parker y vio a la rubia sentada con los ojos cerrados y una sonrisa en la cara.

—Es como si ya ni hiciera falta que juegues, porque lo tiene todo bien atado. —Todo listo, señorita King. —El médico terminó de dar cinco pulcros puntos y le puso un vendaje compresivo para impedir que se saltaran si decidía jugar. —¿Estás segura de esto? No quiero que te hagas más daño del que ya te has hecho —dijo Emily mirando el costado de Parker. —Em, esa gente de ahí fuera ha pagado para ver buen tenis, no las escenitas de mis problemas familiares, así que eso es lo que tengo pensado darles. O al menos, les daré un partido completo. Puede que no juegue con mi finura de costumbre. —¿Finura? —preguntó Emily, a punto de echarse a reír—. No es que no seas fina en otros aspectos de tu vida, cielo, pero jugar al tenis no entra en esa categoría. —Está bien, soy la vaca burra bocazas del tenis femenino, denúnciame. —Pues la verdad es que preferiría... —Emily terminó el resto de la frase susurrando al oído de Parker. El fuerte bronceado de ésta no logró disimular el rubor que le inundó la cara, y echó una mirada aviesa a Lee. —Vamos, Darnell, a machacar. —Me alegro de que estés dispuesta a colaborar con tanta elegancia, chata, porque eso es exactamente lo que tengo planeado hacer contigo. Cuando Lee terminó de hablar, Kimmie, Gray y Natasha tuvieron que hacer un esfuerzo conjunto para sacar a Emily del vestuario.

—Bueno, aficionados al deporte, si no aparecen más locos corriendo por las gradas con instrumentos cortantes, creo que ya estamos preparados para jugar al tenis — dijo el comentarista cuando la cámara enfocó a Parker sentada en la banda bebiendo una botella de agua. Lo que la cámara no mostraba era el caos que tenía dentro de la cabeza.

Gray King se levantó y clavó una mirada fulminante en la cabina, cortando cualquier otro comentario chistoso que tuviera en mente el locutor. Luego se volvió hacia Emily y le ofreció unos cacahuetes. —Pruébalos, saben mucho mejor que las uñas. —No lo puedo evitar, estoy nerviosa por ella. —Créeme, chica, ella ya está suficientemente nerviosa por las dos. Éste es el año de Park, Em, lo noto. —Servicio, señorita King. Parker fue a la línea de saque y esperó a que le lanzaran las pelotas. Tomó aliento con fuerza y lo soltó despacio, dejando caer los hombros en un esfuerzo por relajarse. Gary y Nick aguantaron la respiración cuando lanzó la pelota al aire preparándose para enviarla por encima de la red. Este saque les daría una idea de la potencia que todavía le quedaba a Parker, teniendo en cuenta que ahora tenía dos cortes en el tronco. Debía de haber usado todas las técnicas de meditación que había aprendido en su corta vida, porque a los dos hombres les pareció ver briznas de pelusa de la bola al entrar en contacto con la raqueta. —Quince a nada. —El juez de silla señaló el lado de Parker y esperó a que el siguiente saque pasara por encima de la red. Las jugadoras tuvieron que esperar un par de minutos a que la gente se calmara. Por mucho que apreciaran a Lee por su esfuerzo para llegar a la final, ahora que el partido estaba en marcha, su lealtad estaba firmemente atrincherada en el lado de la red correspondiente a Parker. Todavía se estaba disputando el tercer juego del primer set cuando Logan regresó a su asiento. Se había quitado la chaqueta y parecía un aficionado cualquiera que había venido para disfrutar del tenis. Después de meter al señor King en un coche patrulla, había colocado agentes de uniforme por las gradas para vigilar por si aparecía algún otro fan problemático. —¿Cómo va? —preguntó.

—Ha ganado el primer juego y ha estado a punto de romper en el segundo, pero Lee ha aguantado. —Emily dejó de hablar en cuanto Parker volvió a poner la pelota en juego. Se quedó en la línea de saque e hizo correr a Lee por toda la pista con la colocación de la bola. —Cuarenta a nada. —El juez de silla señaló de nuevo el lado de Parker. Ese servicio fue seguido de un saque directo que ganó el juego. El primer set terminó en menos de cincuenta minutos, y Parker parecía tener buen aspecto para las personas que la miraban y la querían. Gary observó su cara por si veía alguna indicación de debilidad o dolor, pero se quedó sorprendido al ver solamente la habitual cara de partido de Parker. Ocurrió en el tercer juego del segundo set. Parker había ganado los dos primeros y Lee empezaba a sentir la fatiga de correr y del calor. En una persecución desesperada para alcanzar una bola que Parker había enviado en una dirección que no se esperaba, Lee le devolvió un globo alto. Cuando Parker se estiró para lanzar un mate, casi oyó los puntos que se saltaban y el dolor fue instantáneo. La pelota cayó dentro de la línea de fondo marcando el punto para Lee, seguida de la raqueta de Parker. —¿Señorita King? —preguntó el juez de línea cuando hizo una mueca de dolor al agacharse para recoger la raqueta. —Estoy bien. —Treinta a quince —se anunció el marcador, que daba la ventaja a Parker, pero ahora Lee había descubierto su punto débil. Los globos empezaron a llegar con más frecuencia y a Parker le costaba cada vez más lograr pasar la pelota por encima de la red, fuera cual fuese el ángulo desde el que golpeara, por lo que perdió el segundo set en menos tiempo del que había tardado Lee en perder el primero. Estaban empatadas a seis juegos en el tercero cuando Parker tuvo por fin que pedir tiempo. Los estirones constantes se habían cobrado su precio y el vendaje ya no podía retener la sangre. Lo único bueno de toda la situación era que el médico que le había dado los puntos la estaba esperando nada más entrar en el túnel, tal y como había

pedido ella. Parker se quitó la camiseta con una mueca de dolor sólo por ese movimiento. —Hágame un apaño para que dure por lo menos diez saques más. —Señorita King... —Llámeme Parker, y no quiero saber lo mal que está, arréglelo. Tiene trece minutos hasta que tenga que renunciar al partido. El hombre se puso a trabajar, admirando a Parker por su forma de quedarse sentada en el túnel sin un solo gesto de dolor a pesar de lo que él le hacía. Antes de ponerle otro vendaje compresivo, roció la zona con una cantidad masiva de anestésico. No duraría mucho, pero podría aliviar lo suficiente a Parker para que pudiera alcanzar algunos de esos golpes baratos que le había estado lanzando Lee. El médico pensaba que un solo globo más y la tejana debería temer por su vida, dado el talante del público. —Señorita King, ¿está preparada para seguir jugando? —Sí, señor. El hombre de la silla volvió a ajustar el micrófono en su sitio e indicó que el tiempo había acabado. —Desempate para el partido, la señorita King sirve primero. Parker miró a las gradas y buscó a Emily antes de hacer el menor amago de servir. La rubia se levantó para que la viera más fácilmente y sonrió cuando sus ojos se encontraron. Emily se puso las manos sobre el corazón y asintió, haciendo sonreír también a Parker. Ésta se dio unos golpecitos en el corazón con la punta de los dedos y le pareció oír un suspiro colectivo por parte del público. El primer saque pasó por encima de la red y Parker se llevó una sorpresa al descubrir lo poco que le dolía el costado de repente. Lee restó con un revés y empezó el juego de volea. Estuvieron lanzándose la pelota con golpes fuertes y bastante claros, sin grandes florituras, durante unos doce pases. A la primera oportunidad, Lee envió un

globo alto por encima de la red. Parker lo calculó y se quedó esperando el momento adecuado. —Punto, señorita King. Parker había lanzado un mate que estuvo a punto de alcanzar directamente a Lee Darnell. Si la chica iba a ganar, lo haría jugando al tenis, no a base de explotar las heridas de Parker. Durante quince minutos, el público asistente y el que estaba en casa vieron la clase de tenis que habían acudido a ver mientras ambas mujeres combatían para hacerse con el dominio. El trofeo y el título estaban a un golpe de distancia. —Ventaja, señorita King, punto de partido. Parker había esperado una vida entera para oír esas palabras. El público estaba igual de excitado, de pie y entonando su cántico de "Kong". Ante ellos estaba una auténtica campeona que había hecho un esfuerzo ímprobo para volver a meterse en el partido. Tenía sangre en la camiseta, estaba cubierta de sudor y en las gradas Emily ponía las lágrimas. —Silencio, por favor. Parker sacó y lanzó la bola por encima de la red y Lee salió disparada para intentar alcanzarla. Su única salvación fue que la línea de sensores pitó y la bola fue declarada fuera. Ahora Lee sólo tenía que tirarse encima del segundo servicio, tradicionalmente más lento, y devolver el juego a iguales. —Fuera —gritó el juez de línea seguido de: —Segundo servicio —por parte del juez de silla. Lo único que se le pasó a Parker por la mente antes de volver a sacar era que ya era hora de volver a casa. Oía las olas chocando con los pilones de debajo de la pista de su casa y estaba deseando echar un partido por la tarde en el que no se jugara tanto con el resultado.

—Silencio, por favor. Nadie se quedó más petrificado que Lee Darnell cuando el segundo saque la pasó volando a mayor velocidad que el primero. Casi quiso decir que no estaba preparada y que quería volver a jugar el punto, pero ya era demasiado tarde, éste era el año en que Parker tenía que ganar el Grand Slam. —Juego, set y partido, señorita King. La pista central del estadio estalló con los flashes de las cámaras mientras Parker levantaba el trofeo por encima de la cabeza y daba una vuelta completa a la pista. Se detuvo al llegar ante Emily y su familia para que pudieran compartir la victoria. Parker sabía que esto no lo había logrado sola y que las personas que le sonreían tenían gran parte del mérito y también se merecían sus momentos de triunfo.

—Menudo mesecito, ¿eh? —dijo Gary mientras esperaban sentados en el aeropuerto a que anunciaran su avión. —Ha salido bien, así que los problemas han valido la pena. —Parker se rascó alrededor del primer corte, que ya estaba casi curado. Las emociones sentidas al saber quién lo había hecho y por qué tardarían más, pero eso también se resolvería con el tiempo. Daniel King había sido ingresado en un hospital estatal hasta que se le considerara capacitado para someterse a juicio por los dos ataques contra Parker. Con las protestas de Gary y sus hermanas, Parker había hecho una declaración ante el abogado de Gail sobre su participación en el melodrama en que se había convertido el torneo. Parker esperaba que Gail saliera de la botella el tiempo suficiente para conseguir la ayuda que necesitaba. —Señorita King, si lo desea, sus amigos y usted pueden embarcar antes. —La empleada de Virgin sonrió a las dos únicas personas sentadas en la sala VIP y se ofreció a llevarles las bolsas. Nick había ido a comprar unas revistas para el vuelo a Miami y estaba igual de deseoso de volver a Press Cove—. Enhorabuena por su victoria de esta tarde.

—Gracias. —Parker siguió a la menuda morena por la puerta, pensando que Emily debía de haber llamado para asegurarse de que los trataban bien. La piloto se iba a reunir con ella en Florida dentro de unos días para poder decidir su futuro juntas. Parker tuvo una sensación de déjà vu cuando doblaron la esquina y vieron a la tripulación esperándolos para saludarlos. —Bienvenida a bordo, señorita King, espero que disfrute de su vuelo, y enhorabuena por su triunfo. —Era lo mismo que le había dicho Emily el día en que se conocieron. —Sí, sí, pero si me quieres de verdad... —empezó a decir Parker. Emily estrechó los ojos e intentó parecer enfadada. —¿Haré qué? —Esto. —Parker soltó su bolsa y se acercó a la piloto. La tripulación y Gary se quedaron mirando mientras se besaban y abrazaban, ninguna de las dos dispuesta a parar la primera. Cuando la falta de aire se convirtió en un problema, Parker se apartó y miró a su cara preferida—. Aunque un sándwich de ensalada de pollo y un chocolate caliente me sentarían muy bien. —Tú ve a sentarte, listilla, que yo voy a llevar este avión hasta casa.

Epílogo

Casi un año después, el apartamento de Emily estaba amueblado y se reservaba para las ocasiones en que estaban en la ciudad, pero la piloto había decidido mudarse a vivir con Parker en Florida. Vivir con la tenista fue la decisión más fácil que había tomado en su vida, y nunca echaba de menos la vida que había dejado en Nueva York. La Virgin le había facilitado la transición, permitiéndole cambiar su centro de salidas a Miami.

A Parker le gustaba cocinar, leer y dar paseos por la playa con ella. Si fuese más perfecta, Emily juraría que Parker era como vivir con un anuncio de contactos personales. Se quedó mirando por la ventana de la cocina mientras Gary y Natasha hacían trabajar a su amante para prepararla para Wimbledon. Emily apagó el horno y sacó el asado que había estado dorando antes de salir por la puerta. —Si entras ahí y te acercas a esa bandeja, yo misma te llevo a la perrera, señorito, y me vuelvo con un gato —amenazó a Abby. El perro se tapó los ojos con una pata y gimoteó, haciendo su mejor número de inocencia. —No me pongas esa cara de "¿quién, yo?", Abby King. En eso eres igualito que tu mamá, así que no me lo trago. El perro siguió a Emily hasta la pista, agitando la cola ante la posibilidad de perseguir bolas de tenis. Parker lanzó una por encima de la valla en su dirección y Abby se sintió en el paraíso perruno. —Ya os podéis ir a casa, colegas, ha llegado la jefa para su lección de tenis — les dijo Parker a Gary y Natasha. —¿Podemos despedirnos de ella primero? —preguntó Gary. —Que sea rápido. Es más mona que vosotros y la he echado de menos teniendo que estar todo el día aquí fuera con vosotros dos. Emily se echó a reír y saludó agitando la mano a los dos amigos que se iban. Saber que estarían allí para cuidar de Parker hasta que ella pudiera ir a Inglaterra era un consuelo. El desconsuelo era pensar en todas esas noches en las que tendría que dormir sola cuando Parker se fuera. —¿No estás demasiado cansada?

—Qué va, nunca estoy demasiado cansada para ti, Em. ¿Qué tal si echamos un partido con incentivos para la lección de hoy? —¿Un partido de tenis con incentivos? —Sí, te quitas una prenda de ropa por cada punto que pierdas. —Parker meneó las cejas con la propuesta. —¿Quieres que juegue al strip tenis con la jugadora número uno del mundo? —Mm, sí. Venga, será divertido, y te dejo sacar a ti primero. —Oh, seguro que así gano. —Emily cogió la raqueta que le tendía Parker y fue a la línea de saque. Cuando Parker estuvo preparada, Emily intentó recordar todo lo que había aprendido sobre el servicio. Abby ladró detrás de Emily y la bola salió volando en un ángulo extraño cuando intentó golpearla—. Silencio en el gallinero, que no es que me esté guardando ases en la manga. Emily lo intentó de nuevo y Parker, fiel a su palabra, ralentizó mucho su juego. Así y todo, Parker ganó el primer punto. Con exagerada lentitud, Emily se quitó la camiseta y la lanzó hacia atrás. Cuando apenas había tocado el suelo, Abby salió corriendo con ella. La piloto botó la siguiente pelota más tiempo de lo normal cuando los ojos de Parker se quedaron clavados en el sujetador de seda verde oscuro que llevaba. Con el siguiente golpe, Parker se olvidó y devolvió la pelota con tanta fuerza que Emily ni siquiera intentó alcanzarla y se limitó a quitarse los pantalones cortos. —¿Puedes venir aquí, por favor? —preguntó Parker junto a la red. Las bragas a juego eran demasiado para ella y ni se planteó concentrarse en el partido. —¿Te das por vencida? —Me rindo, cariño. —Parker levantó a Emily por encima de la red y la besó. Emily rodeó la esbelta cintura con las piernas cuando Parker salió de la pista y se dirigió al borde del agua. Bajó a Emily el tiempo suficiente para que las dos pudieran quitarse

toda la ropa y luego se adentró en el mar. El agua todavía estaba algo fría, pero al estar pegadas, Emily se sentía estupendamente. —Te quiero —dijo Emily. Era muy fácil decirle esto a Parker. —Yo también te quiero. ¿Te gusta vivir aquí? —Me encanta vivir aquí. Estoy contigo y nuestro perro se pasa la vida enterrando mi ropa. ¿Cómo no me va a encantar? —Entierra tus cosas para que estén a salvo, eso quiere decir que le gustas —dijo Parker y luego besó a Emily en el cuello. —¿Y tú qué, te gusto? —Más que eso, cariño. ¿Qué te parece si te llevo dentro y te demuestro hasta qué punto? Los pies de Emily no llegaron a tocar la arena cuando Parker se encaminó hacia la puerta de atrás. Parker había comprobado la casa más próxima esa mañana para asegurarse de que seguía libre de inquilinos, pues no quería que Emily se disgustara por unos vecinos cotillas. La decoración de la casa había cambiado un poco a lo largo de los meses que Emily había dedicado a convertirla en un hogar para las dos. Mezcladas con las fotos de los torneos había fotos de la familia de Emily, cuya madre se las había dado en una de sus numerosas visitas. Lucia Parish y Parker tenían una relación estupenda, para gran alivio de Emily. Su madre le había confesado la noche en que conoció a Parker que nunca le había gustado la forma de tratarse que tenían Emily y Gail. Con Parker, el mundo entero podía ver lo que sentía por Emily. Era la mirada que ahora recibía Emily al ser depositada en la cama por el alma tierna que la había llevado dentro. Parker la tocaba con tanto deseo que Emily nunca sentía que lo hacía por obligación, sólo por amor, y cuanto más la tocaba Parker, más la deseaba.

—Eres tan guapa —dijo Parker. Se tumbó al lado de Emily y subió la mano desde la cadera de Emily hasta cogerle un pecho. El pezón se arrugó de inmediato bajo su palma y a Parker le encantó el gemido que acompañó al movimiento. Parker sustituyó la mano por los labios y chupó el botón rosa claro. —Me encanta que hagas eso. —Las manos de Emily sujetaron la cabeza de Parker en el sitio por si no sabía a qué se refería. La succión aumentó al tiempo que las manos de Parker regresaban a su cuerpo—. Déjame sentirte, amor —le pidió Emily. Parker se movió hasta colocarse encima de Emily, aguantando casi todo su peso sobre los codos. Le encantaba esta postura porque permitía el contacto con cada centímetro de piel. Emily se quedó quieta un momento, disfrutando de la misma sensación, y luego trasladó las manos al pelo de Parker para bajarla y besarla. —Hazme el amor —dijo Emily, abriendo más las piernas para pegar más a ella el cuerpo más grande. Parker notó las manos de Emily por su espalda al tiempo que sus propias manos se dirigían al centro de Emily. Tuvo que levantar un poco las caderas para alcanzar el punto donde la deseaba Emily y al hacerlo, dejó espacio suficiente para que Emily la tocara a su vez. Ambos centros estaban húmedos y ambas mujeres estaban listas, por lo que no tardaron mucho. Emily notó el crescendo alimentado por los gruñidos de Parker en su oreja. A Emily nunca dejaba de asombrarle que con Parker, hacer el amor era tan excitante como la primera vez. Incluso en días como éste en que el final las sorprendía antes de lo que querían, Emily se sentía adorada en el momento en que Parker se ponía rígida encima de ella para convertirse a continuación en un montón de gelatina gigante. —Si es así como aprendiste a jugar al tenis, no me lo digas, ¿vale? —¿No te gustan mis métodos de enseñanza? —No he dicho eso, cielo, es que no quiero saber dónde aprendiste ese método, Romeo. Y mucho menos de quién lo aprendiste, ¿entendido? —Entendido. —¿Tienes hambre?

—Has cocinado tú, así que voy yo y lo traigo aquí, ¿qué te parece? —preguntó Parker. —Me parece que te quedarás allí comiéndote el asado directamente de la bandeja mientras yo me quedo aquí muriéndome de hambre. Emily besó a Parker en la frente y luego salió rodando de la cama y alargó la mano para ayudar a levantarse a la mole inerte. Emily seguía riendo por las payasadas de Parker cuando entraron en la cocina para comer, y en ese momento advirtió dos cosas. A Abby allí sentado con aire de querer silbar si pudiera hacerlo y la mitad del asado desaparecida. El perro abrió mucho los ojos y sacudió la cabeza cuando Emily lo fulminó con la mirada. —¿Qué ha pasado con mi cena? —quiso saber Emily. Le costó mantener la cara seria cuando Abby levantó una pata y señaló a Parker. —Ni hablar, colega, acaba de hacer una inspección detallada de mi boca. Como había aprendido de los errores de su ama en lo tocante a disgustar a Emily, Abby bajó la pata y retrocedió despacio hacia la puerta. Salió corriendo cuando estuvo seguro de que no lograría alcanzarlo antes de que él pasara por la puerta para perros. —Te juro que os separaron al nacer. ¿Qué voy a hacer con vosotros? —Emily se volvió y rodeó la cintura de Parker con los brazos. Más tarde le diría a Abby que la cena de ellas seguía en el horno. El asado extra de la cocina había sido para él desde el principio. —Podrías quedarte con nosotros. —Oh, ya lo creo que me quedo contigo y con Abby, por eso no te preocupes. Quiero sentarme junto al fuego, comer asado y escucharte mientras me lees un poema. A Parker le costó controlar la sonrisa al estrechar más a Emily.

—Pues sí que es fácil darte gusto. —Parker llevó en brazos a Emily a la biblioteca y la sentó en uno de los cómodos sofás mientras ella preparaba una bandeja para llevarla allí. El fuego ardía alegremente cuando Parker volvió y se encontró a Emily mirándolo tan profundamente que le dio mucha rabia distraerla. —Tenemos fuego, vino y un buen banquete —dijo Parker. —Yo sólo te necesito a ti. —Pues me tienes, tesoro. —Léeme algo. —Emily se quedó mirando a Parker cuando ésta llevó rodando la escalera hasta una sección del fondo y subió por ella para alcanzar el estante de arriba del todo. Parker sacó una antigua edición encuadernada en cuero con desvaídas letras doradas en la cubierta y cuando la abrió, las páginas casi parecían translúcidas. ¿Te

debo



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Los

ásperos

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vida

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del

todo

Pero

Ni

vientos

o

un

más

menudo

azar

con

naturaleza. decaerá,

a

posees, su

sombra,

dedicados

al

tiempo.

los

ojos

vean,

Esto vivirá y esto te dará vida. La voz de Parker se apagó hasta desaparecer con la palabra "vida", y Emily se quedó sentada, habiendo olvidado la comida, escuchando lo que había seleccionado. Por alguna razón, el soneto hizo que se le saltaran las lágrimas, y Parker se las secó.

—Si te va a hacer llorar, no volveré a leerte sonetos de amor. —Lloro porque me amas tanto que te arrodillas aquí y lo haces por mí. —Emily se secó las lágrimas que se le habían escapado de los ojos. —En realidad estoy de rodillas por otra razón —dijo Parker. —¿Cuál? —Que Abby quería venir a pedirte perdón por lo del asado y se me ha ocurrido ablandarte para allanarle el camino. Emily se echó hacia delante y acarició el labio superior de Parker con el dedo. —Va a hacer falta que me leas muchas cosas más de este libro para lograrlo, Shakespeare. Parker chasqueó los dedos y Abby entró corriendo por la puerta y se detuvo al lado de su ama. Llevaba una cestita en la boca y alargó una pata para que Emily se la estrechara. —Emily, Abby y yo te queremos y deseábamos darte una cosa para demostrarte lo importante que eres para nosotros. Si fuese poeta, esto sería mucho más elocuente, pero lo intentaré. ¿Quieres darme la oportunidad de hacerte feliz durante el resto de tu vida? Te prometo que si dices que sí, jamás pasará un solo momento de tu vida en el que no sientas que eres el centro de mi universo. Te amo y seguiré amándote hasta que no me quede aliento en el cuerpo. El perro depositó la cesta en el regazo de Emily, puso la pata al lado para que mirara dentro y soltó un gañido suave para contribuir a la proposición. Emily se echó a llorar de nuevo al ver la caja de un anillo colocada en la paja de dentro. —Sí. —¿Ese sí es para mí o para el perro?

—Para los dos, tontorrona, ya sé yo que venís unidos. —Emily se echó hacia delante para sellar el acuerdo con un beso antes de que a Parker se le ocurriera cambiar de idea. Sintió que estaba en casa por primera vez desde que se lanzó a vivir por su cuenta, y Parker le daba la libertad de albergar esperanzas para el futuro. —¿Brindamos? —propuso Parker. Emily se echó a reír cuando Parker cogió dos tazas de la bandeja que había traído. El chocolate caliente era el único recuerdo que Parker había decidido conservar de su padre. No necesitaron decir nada más al entrechocar las tazas y beber un sorbo del líquido caliente y casi aterciopelado. Emily se apoyó en un hombro fuerte y dio gracias de que Parker viviera su vida eligiendo el camino menos transitado. Al final había llevado a la tenista hasta su puerta y allí, Emily juró que Parker siempre encontraría el amor que se merecía. Esto sólo era el comienzo.

FIN

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