Alfonso Uribe Jaramillo, Testamento Espiritual

August 10, 2017 | Author: WilliamBaez | Category: Priest, Love, Spirituality, Christian Behaviour And Experience, Theology
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Descripción: Uno de los grandes impulsores de la renovación carismática en Colombia nos deja un escrito en el que se tra...

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Jueves, 4 de octubre de 2007 Testamento Espiritual / Autor: Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo MONSEÑOR ALFONSO URIBE JARAMILLO Obispo Emérito de Sonsón - Río Negro (Colombia) ¡Bendito seas Señor! Hoy 29 de Abril los médicos han confirmado la presencia ya del cáncer en el hígado. Se acerca por tanto el día del encuentro con el Señor que tanto he anhelado y que espero que Él va a concederme por su misericordia infinita. Ahora, al final de mi vida, quiero renovar la entrega que desde niño hice al Señor, pedirle que me colme de su amor, me unja cada día más plenamente con su Santo Espíritu y me dé la fortaleza, la paz, todo lo que Él sabe que necesito en este momento cuando Él ha querido unirme por la enfermedad más a su Hijo. El valor de la Cruz solamente se conoce un poco cuando se vive y es entonces cuando se aprecia más la fidelidad del Señor en quien se ha puesto la confianza durante la vida, cuando se ha disfrutado de salud. Mi anhelo en este momento es que Él apresure, si es su voluntad santísima el encuentro con Él. El encuentro del hijo con mi Padre celestial que tanto me ha amado; mi encuentro esponsal con Cristo, el Amado de mi vida, el Amado de mi corazón; Y mi encuentro con el Espíritu Santo, el dulce Huésped de mi alma, que tanto amor me ha dado y tantas bendiciones ha derramado sobre mí a lo largo de mi vida. Anhelo también ese momento maravilloso de la muerte para poder tener el encuentro con María, mi Madre amadísima, a quien amé desde niño, a quien consagré también mi vida y cuyo amor he procurado difundir; el encuentro con todos los hermanos que me han precedido: mis padres, mis hermanos en la carne, mis amigos que han sido tantos; y ese encuentro maravilloso con los Santos que han desempeñado un papel muy importante en mi vida como la Beata Isabel de la Santísima Trinidad, Santa Teresita del Niño Jesús, San José a quien hubiese querido amar más y hacer conocer mejor. He tenido como lema de mi vida: "In Lauden Sacerdotii Christi" "En Alabanza del Sacerdocio de Cristo". -Lema que ha sido desde el seminario el que he procurado inculcar en muchas personas. Solamente en el cielo conoceremos lo que debemos a este Sacerdocio adorable del Señor a su sacrificio redentor a su acción constante a través de su Espíritu en cada uno de nosotros. Quiero que sobre mi tumba estén siempre grabadas esas palabras "In Lauden Sacerdotii Christi" y que ojalá muchos al leerlos abran los ojos y empiecen a descubrir con la Luz del Espíritu las riquezas infinitas del Sacerdocio de Jesús, le consagren sus vidas y procuren que muchos se consagren de veras a la alabanza del Sacerdocio del Señor sobre todo a través de una entrega sin reservas a Él. Hacer de la Eucaristía el centro de la vida en todo cristiano debe ser el ideal que busquemos, que consigamos con la gracia del Señor y por el cual entusiasmemos a mucho. Cuanto debemos a este Sacerdocio adorable. Todas las gracias que hemos recibido en la Iglesia; toda la acción del Divino Espíritu, nuestro santificador de toda riqueza sacramental y eclesial; todo es fruto de ese sacrificio redentor de Jesús. Con Sangre hemos sido purificados de nuestros pecados, gozamos de su intercesión constante por nosotros en el cielo, tenemos la gracia de alimentarnos diariamente con su Cuerpo y con su Sangre adorable. ¿Cómo es posible que si se descubre la grandeza del Sacerdocio de Cristo no se viva con una

entrega total y limpia el ministerio? ¿Cómo es posible que no se busque diariamente la santidad si se ha descubierto esa Santidad en Jesús, sumo y eterno Sacerdote, el Santo, el Impoluto, el Santificador Esposo, el Esposo adorable? Cuando a través de nuestro ministerio descubrimos el amor esponsal de Jesús creemos en él y lo vamos experimentando, la vida todos los días va llenando de luz, se va cristificando; cada día nos vamos asemejando más a este Pontífice Divino y su amor esponsal nos animará a darnos totalmente a Él, a darle lo que nos pida en todos los momentos de nuestra existencia. He insistido muchas veces en unas palabras que escuche hace ya muchos años, porque me impresionaron: "Nada tan importante como ver claramente siquiera una vez en la vida". Feliz aquel que llegue a ver con claridad lo que es el Sacerdocio de Jesús, sus riquezas y también sus exigencias. Esa es la gran necesidad de la Iglesia bajo la luz del Espíritu Santo, crecer todos los días en el conocimiento de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote; descubrir todos los días también su Amor sacerdotal y pedir la gracia de corresponder a Él con el nuestro. Amor sacerdotal sin reservas, que no sea compartido con nadie, que este únicamente dedicado a la extensión del Reino. Ese Jesús se convierte en el centro de la vida, que baja de la mente al corazón y allí mora de forma que su presencia amorosa sea experimentada de una manera cada vez más intensa. Este es un programa que ojalá deseemos sinceramente y al cual nos entreguemos con una gran generosidad para conseguir que verdaderamente Jesús sea el Señor de nuestras vidas. Que todos lo consideremos, como Pablo,"Basura, frente a este conocimiento adorable del Señor". Para mí ha sido una gracia haber conocido un poco en estos últimos tiempos la acción y la Persona del Espíritu Santo. Descubrir en parte los tesoros de esta renovación espiritual que es como la llamó Pablo VI " el don maravilloso del Espíritu a la Iglesia en esta época". Él dijo con razón que "para un mundo cada vez más secularizado, nada tan necesario como esta renovación que el Espíritu del Señor esta realizando en los ambientes y medios más diversos". Esas palabras las he ido comprobando a medida que he visitado países: que he tenido encuentros con señores obispos, con sacerdotes, religiosas y laicos. He llegado a una conclusión: la gran necesidad que tiene sobre todo el Sacerdote es la de pedir y recibir un Pentecostés personal, qué cambie su vida como cambió la de los Apóstoles y los llene de amor a Cristo, amor a la Iglesia, la llene de ese amor a la oración que es uno de sus grandes regalos y sin la cual es imposible estrechar la unión con el Señor para adquirir la Santidad. Si a mí se me pregunta cuál es una de las causas principales de esta situación tan dolorosa de no pocos sacerdotes, situaciones dolorosas que se dan a veces casi inmediatamente posteriores a la recepción del Sacramento del Orden, doy esa respuesta: "este señor llegó al sacerdocio sin haber recibido su Pentecostés" No basta ser sacerdote, ni basta celebrar la Eucaristía, ni basta tener muchos conocimientos sobre todos los temas cristológicos. Démonos cuenta que por algo el Señor a sus Apóstoles les ordenó que no se ausentasen de Jerusalén hasta que "fuesen revestidos del poder de lo Alto", como dice Lucas, o "fuesen bautizados en ese Divino Espíritu", como dicen los Hechos. Si se viera con claridad esta verdad, nos evitaríamos muchas caídas y muchas crisis, muchos dolores y veríamos en cambio florecer la santidad especialmente entre los sacerdotes. Ojalá tengamos todos como preocupación diariamente abrirnos a la presencia del Divino Espíritu,

pedirle la plenitud de su unción y luego a lo largo del día dejarnos conducir por Él. La Iglesia necesita Pentecostés, cada uno de nosotros lo necesita: queremos que haya cambio profundo en la vida de las personas, que acudamos al Espíritu Santo que es el único que puede cambiar plenamente a alguien, especialmente si se trata también de un sacerdote. Cuando uno se pregunta también ¿por qué? Pues de la insistencia de la necesidad de la oración, la serie de conocimientos que obtiene el seminarista durante varios años acerca de la oración, al poco tiempo ese amor se pierde, esa oración se deja a un lado, se va reduciendo cada vez más el espíritu de amor a Cristo y empiezan a presentarse los problemas y a darse las caídas. ¿ Porqué -se pregunta uno- sucede esto?. La conclusión también es muy lógica: la oración es un don del Espíritu, se lo regaló a los Apóstoles y su distintivo después de Pentecostés fue su vida de oración intensa, el espíritu de oración que despertaron en esas comunidades que se formaron bajo la acción del Divino Espíritu."Derramaré, dice el Señor por medio del profeta Zacarías, sobre Jerusalén un espíritu de gracia y oración y miraron al que traspasaron" Hay que tener esa convicción para pedir el regalo del Espíritu Santo, para pedirle que nos haga cada día más amantes de la oración, que nos dé el Don de la contemplación, para poder contemplar a Él, el Traspasado, el Amado como le llama San Pablo, el Esposo de la Iglesia, nuestro Esposo. Uno siente pesar al ver como en tantos ambientes no se ha descubierto el valor de la contemplación y riqueza de la Renovación Carismática a pesar de tanta doctrina y de tantos ejemplos, pero es que se mira a veces únicamente lo externo, lo secundario; se mira únicamente lo que puede desagradar a algunos porque inclusive puede ser exagerado: pero eso no es la renovación, ni eso es abrirse al Espíritu. La Renovación es la acción constante del Espíritu Santo en toda la persona y a lo largo de toda su vida. Solamente así se puede experimentar la eficacia de esta renovación maravillosa; solamente así se puede vivir este momento privilegiado del Espíritu, como la llamo Pablo VI en la "Evangeli Nuntiandi ". Uno de los efectos de la presencia del Espíritu Santo en una vida es de amor a la oración personal y al encuentro como dialogo amoroso con el Señor. Es así como se va estrechando la unión con Cristo pero ya contemplado como el Amado, como el Esposo y como se va consiguiendo la fecundidad mayor en el apostolado. El Señor dejó en el Evangelio de San Juan (15,5) unas palabras que ojalá fueran la síntesis pastoral de todos nosotros: "El que esta en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí nada podéis hacer". Y bajo la acción del Divino Espíritu la oración se va alimentando con la Palabra que este Espíritu Santo inspiró, allí se va descubriendo poco a poco el tesoro infinito de esta Palabra Divina que se lee no ya por la curiosidad humana de cualquier lector sino con el deseo de recibir el mensaje del Señor, su Luz, su orientación; la Palabra del Señor se vuelve cada día más maravillosa, su lectura meditada se convierte en una necesidad espiritual. Todo esto se refleja después en la predicación, en el apostolado porque todo aparece iluminado por la Palabra Divina; todo aparece con esa claridad maravillosa que la persona va descubriendo poco a poco, bajo la acción siempre maravillosa del Espíritu Santo. Si queremos de veras amar a la Iglesia, con un amor de entrega, tenemos que llenarnos del Espíritu del Señor. Él es el alma de esa Iglesia y es Él quien nos santifica en esa Iglesia.

Si queremos amar a María nuestra Madre admirable, nuestra Madre amadísima, necesitamos también llenarnos del Espíritu Santo, el Esposo de Nuestra Señora, es el que va despertando sentimientos filiales a través de su don de piedad, pero sentimientos que aparecen después con mayor fuerza cuando se trata del Padre Celestial. Este Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para proclamar esa paternidad divina, para gritar el "Abba" de los hijos que van descubriendo la maravilla del amor del Padre. La misión del Espíritu Santo es unir personas y Él termina uniéndonos especialmente con el Padre con quien estaremos para siempre por bondad suya en la eternidad. Qué maravillosa es esta renovación, que maravillosa es esta acción del Divino Espíritu. Cómo cambiarán nuestras vidas, cómo cambiará nuestro apostolado, cómo cambiaría mucho en la Iglesia si todos viviésemos ese maravilloso Pentecostés y nos fuésemos dejando llenar de él todo los días. Por eso que haya un grito constante en todos nuestros corazones y en todos nuestros labios: "ven Espíritu Santo, ven Espíritu creador, Ven Espíritu de amor" Que esta llama de amor vivo que es el Espíritu Santo nos sumerja en el Misterio Trinitario y nos vaya comunicando esa realidad maravillosa del Amor de las Divinas Personas; así viviremos nuestro"Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo", que debe ser verdaderamente el gran programa de nuestras vidas. LA CEJA, Abril-Mayo de 1993

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