Alfonso Reyes - La Sonrisa

May 22, 2019 | Author: Miguel García | Category: Laughter, Existence, Liberty, Irony, Mind
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LA   SONRISA

que  toda  risa  contenida se des des-hace en   sonrisa, y   toda  sonrisa   acentuada se   desata en  risa. Estass rel Esta relaci acione oness   fisiológicas no   deben   turbarnos. En con con-cepto,  como   quiere   Bergson, Bergson, podemo podemoss   considerar que   la risa es una   manifestación   social. La   sonrisa es   solitaria. La moti tivo vo   externo,   como   señalándolo risa   acusa su   pretexto   o mo con el   dedo. La   sonrisa es más   interior;   tiene más   espontaneidad que la   risa; es   menos   solicitada   desde   afuera.   Así, aun cuando se   considere que son   grados o   momentos   de un mismo  proceso, el  análisis de la   sonrisa nos  lleva a las   fuenfuentes   espirituales; el de la   risa, a los mot motivo ivoss   externos. Los motivos   podrían   variar:   co como no nos   pertenecen,   no son que e tr trae aemo moss co con n nu nues estr tro o absolutos. La   fuente   espiritual, qu ser, no   puede   variar: es   absoluta. La   sonrisa es,   filosóficamente,  más permanente que la   risa.   rire esi le   propre de   l’homme”, ha   observado 2~ Rabelais   sutilmente. Y  mejor   pudiera  haber   dicho:   sonreír. Los  naturalistas   creen   percibir, en   cierta   clase de   simios, el rictus de un una a   embrionaria   sonrisa:   estas   relaciones   zooló gicas   no de debe ben n   turbarnos. La   sonrisa es, en   todo   caso, el signo de la   inteligencia que se   libra de los   inferiores estímulos; el  hombre  burdo ríe   sobre  todo; el   hombre  cultivasonrí ríe. e. Ca Cali libá bán n ig igno nora ra las   alegrías   profundas de   Ariel. do   son Calibán es un   “animal   triste”. “La   carne es   triste.” 39 La   sonrisa no es   inmediatamente   útil   para el man man-tenimiento   corpóreo.   Antes del   pensamiento   filosófico o de des-la  verdadera  creación   artística, la   sonrisa es la  primera des viación de la   estricta   gravedad   vital.   Desviación levísim levísima, a, declinación   casi  imperceptible y que   acaso es la   misma   flor de la   plenitud  orgánica,   del bienestar   fisiológico;   pero pero que que,, mayores es alt altura urass del   idealismo: desarrollada,   llegará a las   mayor a  juzgar al  mundo   como   fantasía o  capricho del  pensamien to. La   sonrisa es la   primera   opinión del   espíritu   sobre la materia.   Cuando el   niño   comienza a des desper pertar tar del   sueño 1~Es DE  común   experiencia

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su   animalidad,   sorda y   laboriosa,   sonríe: es   porque le ha  nacido el  dios. 49   Decía   Voltaire,   en son de   sarcasmo, que el  hombre es un ser   superior,   porque es, entre los   animales, el  único que satisface sus   necesidades   cuando no las   tiene.   Nuestro hermano el  ciervo,  nuestro hermano el   tigre y  nuestra hermana la   abeja tienen  horas  invariables   dedicadas al  sueño, tienen una  estación de   amor, y se   someten, en   todo, al ingenuo  plan de la   naturaleza. El  hombre, por su  parte,   algo tiene de  creador, y  ello es el  anhelo de  crear. No sus   obras, no lo  que aporta a la   tierra, que es   como el  efecto   previsto del  agua   en las  vertientes de la   montaña: un   ciego  trabajo de  erosión.   Sino el  ánimo, el  propósito de  violentar la  vida. Lo   primero que   hace el   hombre es   desobedecer el  mandato del  Padre, probar de la   ciencia,  probar del  bien, del   mal. 59   Podemos   creer que la   inteligencia, joven, rebosante, gozosa de   poseer su   luz, se   esparce y   derrama,   olvida su destino  —que es el de   alumbrar la   acción—, se   aleja del preconcebido   plan de la   naturaleza, se   ejercita en el  vacío de su   propio   ambiente, se   gasta en   impulsos ya   irracionales, con el   regocijo de   toda virtud exuberante:   crea su plano   ideal  donde se  revuelca y   retoza. Y   nacen,   así, la sonrisa que no   nutre y el   juego que no   multiplica.   Ciertos salvajes  hay,   finos y   sensibles, que   atienden   primero al tatuaje, a la   piel y a las   plumas de los   vestidos, que a la alimentación y al  sueño. Cuando el   mendigo   afortunado se   halló en el   bolsillo la   primer moneda de   oro,   todo el día   pasó en   lanzarla al espacio,   hacerla sonar   sobre el   pavimento,   enseñarla a todos: y no se  acordó  hasta el día  siguiente de   cambiarla por vino y  pan. 6~Que la   sonrisa   proceda   como de   fuera de la   vida, mas luego se   incorpore en  ella, no   debe  turbarnos. El  animal que  sonríe se ha  transformado: no   podría   dejar de   sonreír. Toda  actividad  libre,  toda  nueva   aportación a la  vida,   tiende a   incorporarse, a   sujetarse   en las   esclavitudes de la naturaleza. Es la   servidumbre  voluntaria,   como  diría   Étienne de La   Bo~tie. Lo  libre   sólo lo   es en su  origen, en su   semilla,   en su  inspiración.   Conservar, lo ya   incorporado, el impulso de   libertad, es   conservar el  anhelo   de un  retorno a la de

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El  ansia de  libertad se ha   dicho, por  eso, que es   una manera de   enfermedad. Así  la   sonrisa, que es una invención, se   graba en las   tablas de la   vida. Se   hace un hábito,   diría   Lamarck. 79   Hemos dicho,   pues, que la   sonrisa   surge de una actividad   irracional de la  mente,   de un   esfuerzo sin  propósito fuera de la   mente   misma,   aun cuando   después, al   incorporarse en la   vida,   venga a ser un   signo de   utilidad. Que la sonrisa no   sirve inmediatamente a los   fines fisiológicos, ni tampoco   para  orientar la   acción.   (Orientar la   acción: destino   primero de la   inteligencia.) Que la   sonrisa es la primera   opinión del   pensamiento sobre el   mundo, la   primera desviación de   aquél   hacia el   idealismo,   hacia aquella  hiper. trofia   de sus   poderes   que, de   mero   ayuda de la   acción, lo ha de   convertir en   dueño de la  acción. 8~Como   mera  ilustración, o   quizá  para que   se vea que así como la   sonrisa   lleva al   idealismo y es su   primer  etapa, el   idealismo   remata en el   ápice de   una sonrisa,   basta considerar que   Fichte —representante   genuino de los   privilegios del  espíritu—   asegura que la   sensación  misma es una creación de   nuestro yo. Que es,   dice, el   resultado de una   propia   limitación. La   realidad   externa,   pues, no   existe, si no la  sanciona   nuestro   ser; el  cual, a su  antojo,   podría en un   momento   aniquilarla. Si así  es, el   mundo   —comenta   Hegel—  nada  tiene de   seriedad: es un   juguete,   mera diversión del   entendimiento. Es la   Gran   Sonaja. Y si   nada tiene de   seriedad,   nosotros, que   estamos en el   secreto,   sonreímos. De   donde   brota la   ironía   incurable que   Schlegel cree sentir en el   fondo   mismo del   Universo. La   ironía es madre de la   sonrisa. Las   anteriores notas,   sacadas   de un viejo   cuaderno de trabajo, y a las que he   querido   conservar su concisión y hasta   cierto   aire   escolar,   bastan   para   definir nuestra   posición   ante este   problema:   ¿Cuál es la   actitud   inmediata del hombre  ante el  mundo?   Ellas nos   responden: la   ironía. No son una  demostración,   sino un   índice de   postulados. Pero nos   arrojan en una   nueva confusión,   al asegurarnos que la  situación   del que   anhela  la libertad es la  misma situación del enfermo. ¿Qué   hacer entonces? ¿Cómo   salir ileso de   entre los   cuernos de   este   doble   argumento? Por no   existencia.

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una  parte, en   nuestra   legítima   calidad de   hombres, el mundo   excita   nuestra   ironía; por   otra, en nuestra calidad de seres  naturales,   caemos  en la red   de las   leyes y tenemos que acatar el   mundo;   puesto que   —hemos   dicho-   “conservar, lo ya   incorporado, el   impulso de   libertad, es   conservar el anhelo   de un   retorno a la no   existencia”. Siempre   hemos   tenido la   sospecha de que las   fuerzas de la   existencia   no son   más que la  parte   objetiva   y menos importante del   hombre.   Acaso   las fuerzas de la no   existencia   sean su   razón de   ser.   En otras palabras: lo que hay en el   hombre de   actual, de   presente y aun de   pasado,   nada vale  junto a lo que hay en él de   promesa, de   porvenir. “Lo que aún no   existe” ha   tenido un   hijo: se   llama el   hombre. El  hombre   existe  para   que pueda existir lo   que aún no   existe.   Pero ¿no   pudieran   disputarnos   este   privilegio los demás animales, los   vegetales, y qué sé yo si los   minerales mismos?   Posible es; ni   quiero   decir que   ésta sea   función privativa del   hombre;   pero, en   todo   caso, al   hombre también le   corresponde;   y eso es   todo lo que   necesitamos   aquí. No   había de   faltar   filósofo que nos   apoyase si   asegurásemos que el   mundo   sólo se   renueva   por el   hombre; que la “evolución   creadora”   parte de las   invenciones de   nuestra mente.   Pero  renunciamos al  monopolio, que nos   parece   algo peligroso,   y nos   conformamos con ser una   posibilidad de invención,   junto a   otras posibilidades   probables. Y aun  cuando   no nos   correspondiese por   esencia la fun ción  de   innovar, al   menos nos   corresponde   de hecho. Y me explicaré por   parábolas: A   Bernard   Shaw, que se   quejaba de   verlo   todo de un modo   singular, le   dijeron los   oculistas: —Consuélese   usted,   amigo   mío.   Usted   todo   lo ve de un modo singular, porque   tiene usted los   ojos   normales. —~Ycómo   así? —Muy   sencillo:   los ojos   normales son tan   raros de encontrar   como  todas las   cosas normales. La   normalidad es una   abstracción   como  cualquiera   otra. ¿Dónde   está el  “hombre   económico” de los  economistas clá sicos? Más  aún:   ¿dónde está el  hombre?   Larra se   pregunta   dónde   está el   público, dónde se lo   encuentra. Y   nada extraño es que no   descubra el   paradero de   esta   abstracción 240

excepcional. Lo   curioso es que   tampoco se   descubre el escondite   de esta   abstracción   cotidiana: el   hombre, un hombre.   Diógenes   encendiera   en vano su  linterna.   Dondequiera se   hallarán   fragmentos de   hombre: tal   tiene de   hombre el andar,   pero no el   obrar; tal   tiene de   hombre el   toser,   pero no el  masticar. El   hombre que   parecía   un caballo y El trovador   colombiano,   estas   preciosas   novelas del   guatemalteco   Arévalo   Martínez,   contienen una   observación   genial.* Aretal el  caballo y   Franco el   perro   son los tipos   humanos que más   abundan.   Difícil hallar la   camisa   de un   hombre feliz,   porque a lo   mejor   resulta que el   único   hombre   feliz no   tiene   camisa.   Tan difícil,   casi, es   hallar,   entre los   semihombres, a  Andrenio el  hombre, a  Andrenio el  hombre normal. Asomémonos, con   Monsieur de   Phocas, al   palco de! mundo:   veamos,   señor de   Phocas,   ¿qué  .nos   cuenta usted? Que   tiene la   obsesión de las   máscaras, y lo   primero que le impresiona,   en sus   encuentros   humanos, es la   semejanza de los   hombres   con los   animales. No le   falta   razón: la marquesa de  Sarléze   parece cigüeña; pero es que no es   mujer, sino   cigüeña-mujer. Aquella pianista   medio   desnuda que alarga el   cuello   parece una   cordera   balando,   porque   lo es a   medias. De   Tramsel tiene del   zorro   algo más que el hocico astuto. El  novelista   Mirau,   algo más de   hiena que las fauces. Y   todas   esas   damas, verdaderas   flores de   la sociedad, son   otras   tantas vacas rumiantes,   mezcladas con   algunas   aves   carniceras.   Y si no   temiésemos que el   señor de Phocas   siguiera   abusando de la  valeriana   para   calmar sus nervios, aún le  haríamos   ver lo que los   hombres   tienen de árboles y de   minerales, de   diamantes y de   ladrillos de tur ba, de   feldespatos y de   crisoberilos;   y como en   cierta revista de   variedades, le   enseñaríamos la   Enredadera, el  Huele-de-noche, el   No-me-olvides, la   Espuela-de-caballero y la  Sensitiva.   Porque   nada   hay más extraño que el  Andre nio   puro. Y   así,  también,   nada es más  extraordinario que los ojos   normales   de Mr.   Bernard   Shaw. Y lo que   se dijo de los ojos   normales   dígase de los   hombres normales. El estado   normal   puede ser el de   pasividad;   pero el   estado frecuente,  constante, el que   da su   sello a la  humanidad, y que, por lo   mismo, merece   llamarse   —siquiera   práctica*

Ver   Obras   Completas,   tomo IV,   Apéndice   bibliográfico, n’ 8 c.

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mente— el   estado  humano, es el de  protesta. Si el   hombre no   hubiera   protestado, no   habría   historia —historia en el sentido común de la   palabra—. El   albor de la   historia es un   desequilibrio   entre el   medio y la   voluntad humana, así  como el   albor de la   conciencia fue un   desequilibrio   entre el   espectáculo del   mundo y el   espectador humano. El hombre   sonríe:   brota la   conciencia. Y el   hombre se   nutre de los   elementos que le da el  medio.   ¿Sonríe por  segunda  vez? Protesta, no le   basta ya la  naturaleza.   ¿Emigra, o   siembra, o   conquista, o   forma las   carretas en   círculo   como una   trinchera de la   tribu   contra los   ataques de las fieras? Pues entonces   funda la   civilización y   empieza con   ella la   historia.   Mientras no se   duda del amo no   sucede   nada.   Cuando el  esclavo ha  sonreído   comienza el   duelo de la  historia. De   hecho,   pues, la no   conformidad   es lo que   mueve la vida.   Saciar un deseo es   matarlo;   satisfacer una   demanda es   cerrar el  proceso.   Para que el  proceso   siga abierto,   para que el  mundo marche, es   fuerza   que alguien  quede sin  cesar disgustado. El   impulso de   libertad   —sano o   insano- salva a la   naturaleza de un   agotamiento   seguro. El   hombre, anhelando   liberarse, se   está sin   cesar   emancipando; y,   para volver a la   frase de que   partimos,   está  tendiendo   incesante. mente a la no   existencia; sí, mas   para  extraer de   allí   existencias nuevas.   Está   desapareciendo sin   cesar, mas   para realizar su   vida  cada   vez de   otro  modo. Nueva   excursión nos   solicita.   Vamos a   seguir al desaparecido por sus   misteriosos   caminos, e   iremos urdiendo nuestro   libro   como un   razonamiento   oriental, en   cuyo   hilo se   ensartan las   cuentas   de sus   diversas   fábulas.

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