Descripción: Biografía de Alejandro Sanz...
índice
Introducción .......................................................................................................... 3 PRIMERA PARTE
Los puntos y las íes 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.
Genuinos genes ............................................................................................... 7 Estrenando corazón ...................................................................................... 16 Aventuras en el barrio ................................................................................... 23 El chico de la moto ........................................................................................ 30 Del night club al triunfo ................................................................................ 38 El disco ruso .................................................................................................. 48 A la de «3» .................................................................................................... 55 Mucho «Más» ............................................................................................... 65 Los secretos del alma .................................................................................... 72 SEGUNDA PARTE
Por derecho 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.
Son fans ........................................................................................................ 115 Amores ........................................................................................................ 124 Y, ¿si fuera ella? ........................................................................................... 131 De lo divino... .............................................................................................. 142 ... y lo humano ............................................................................................. 150 En privado ................................................................................................... 158 En público ................................................................................................... 166 Alejandro músico ......................................................................................... 177 Los demás ................................................................................................... 187
Textos ................................................................................................................ 195 Fichas ................................................................................................................ 206
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introducción
[Alejandro entra en la Historia de la canción]
Alejandro limpia sus pinceles estrujándolos enérgicamente contra una pastilla de jabón bajo el chorro de agua fría del lavabo. Son las dos y media de la madrugada y no ha podido aún sentarse a la mesa donde esperan su mujer, Jaydy, recién llegada de España con Vicente Ramírez, mucho más que su administrador; los Céspedes (Pancho y señora), y Nacho Cano, que también ha volado a Miami sólo para hablar con él. Acaba de terminar la grabación del disco más esperado del año 2000 y, en casa, se reencuentra con su nueva afición. Ha descubierto que pintar le relaja y le enseña muchas cosas de sí mismo. Con todo lo que le queda por vivir, desea conocer si tiene límites o fronteras por dentro. Se le encendió la pasión pocos días atrás, y ya tiene acabados un montón de cuadros. El primero que pintó era un paisaje de corte clásico que te salió bastante bien para no haber hecho eso antes en su vida. Después elaboró una serie sobre el tema del dolor, con un destello cuadrado y rojo que evoca una herida ardiente. En sus obras suma ideas e imágenes impresionistas en varios planos que, al entremezclarse, cuentan una historia que es diferente para cada espectador. Aquel cuadro donde predomina el azul, a Jaydy le pareció un árbol y a otros un pie... El hombre amarillo sentado en la silla tiende una mano que... — ¿implora perdón, pide socorro, o amenaza...?—. Cuando se empezó a soltar, llegaron los retratos con caras y figuras en colores ásperos, como el añil y el cobalto... «un color muy soul». Progresivamente, ha ido despojando a sus cuadros de lo artificial, dejándolos en la esencia. Su mujer acaba de darle la noticia: por fin su casa de Madrid está terminada. Dos mil metros de parcela y quinientos construidos. No quiere más. Su amigo Miguel Bosé ya le ha advertido (y él ha vivido en carne propia) las complicaciones que trae habitar en grandes dimensiones. Considerando los espacios habituales, quinientos metros siguen estando muy bien, pero comparados con las mansiones de los Estefan, los Iglesias o Ricky Martín, esas medidas convierten a Alejandro en un «franciscano» del show business. Al entrar en la casa de dos plantas de North Bay Road, lo primero que destaca es un piano blanco bajo la escalera. Julio Iglesias le ha visitado varias veces allí. Era un encuentro lógico entre dos generaciones del éxito, porque el patriarca ha demostrado siempre un olfato superdotado para rastrear el talento. Han compartido langostas, alguna botella de Vega Sicilia, confidencias, y estudio.
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Alejandro acompañó a Julio mientras grababa los dos temas suyos que incluyó en su «Noche de cuatro lunas»: «Corazón partío», que pasaba así a la historia como standard hit mundial, y «Seremos libres», una canción inédita muy romántica que Alejandro reservaba para una buena ocasión. Aún está oyendo lo que le aconsejó el mito viviente en uno de esos encuentros: «Tú tienes que cantar en inglés, Alejandro. Piensa en lo bien que me ha ido a mí, en todo lo que he conseguido. A ti te puede suceder lo mismo. Fíjate en Ricky Martin. Además, tú eres un gran compositor. El mejor. ¿Por qué no te decides a hacer una carrera a nivel mundial?...» Pero él no dudó al responder: «Es que yo, Julio, no quiero un avión ni tener muchas casas o más dinero del que pueda gastarme nunca. Vender discos no es lo que más me importa, sino hacer lo que quiero y como quiero. En eso estoy, y no lo cambio por nada del mundo.» Entre marzo y agosto del año 2000, Alejandro vivió las veinticuatro horas del día concentrado en su música. Es su mayor felicidad, y estiró el plazo de entrega del master a su discográfica todo lo que pudo, porque antes de dar por terminado un disco continuamente encuentra detalles que pulir y mejorar. Hasta que casi se lo arrebataron de las manos, estuvo dando forma a un álbum crucial en su trayectoria, que llegaba después de «Más» y tenía el listón muy alto. Cuando se han vendido más de cinco millones de discos, te premian en Europa por vender en tu continente más de dos millones de copias, y el difícil mercado brasileño te está abriendo sus puertas, parece no haber final. «Más» hizo tan grande a Alejandro Sanz, que su discográfica no puede conformarse con lo que ya ha conseguido, porque ha despertado el interés de todas las divisiones Warner en el mundo. El objetivo es crecer en Estados Unidos y Europa, e iniciar la ofensiva asiática —Luis Miguel, que es artista de la compañía, ha obtenido muy buenos resultados en Taiwán cantando en castellano—. «Más» ya fue publicado en Japón, Tailandia y Hong Kong, así que no es ninguna locura plantearse muy en serio ese mercado. En Warner empieza a verse a Alejandro como un artista de la talla de Madonna o de Phil Collins y con mucho desarrollo aún por delante. Como suele decirse, el cielo es el límite. En el lavabo de Miami, el pintor novel reflexiona sobre todo esto, y comprueba que la grabación de «El alma al aire» le ha dejado más satisfecho que cualquier otra. Las canciones están plagadas de detalles que las enriquecen musicalmente, se ha entendido como nunca con su productor, Emanuele Ruffinengo, y firma al ciento por ciento el resultado final de cada tema. Muchos esconden sorpresas y tesoros en forma de juegos de palabras o sonidos misteriosos, que se desvelan en este libro. Es un disco que va a durar mucho tiempo. Hasta aquí, el presente de Alejandro Sanz.
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Lo que sigue es un buceo en su pasado, una búsqueda que ha contado con su complicidad, para descubrir los momentos que más le marcaron, sus vivencias y, sobre todo, su manera de pensar sobre lo que le rodea. A partir de aquí comienza la historia del chico de Pueblo Nuevo que ahora ve la bahía de Miami, Florida, no lejos de las casas de otros amigos suyos que se llaman Ricky Martin o Julio Iglesias. Como en Moratalaz vivía cerca de Pedrito el Electrónico, o compartía risas y marcha con «el punki de la Elipa». Esta noche, en Miami, Nacho Cano se sienta al piano y Alejandro no puede evitar seguirle. En la pacífica pugna sigue a continuación, el veterano rey de los ochenta, el escandaloso mecano famoso por escalar pianos y saltar sobre los escenarios de medio mundo, se rinde ante la manera de tocar de Alejandro, sorprendido del modo en que combina las frases melódicas y el arte con que liga los sonidos. Cuando al fin se despiden los invitados, Alejandro coge a Jaydy por la cintura y sube la ancha escalera de caracol hasta su habitación. Ocurrió un día en el 2000.
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primera parte
los puntos y las íes
Genuinos genes Estrenando corazón Aventuras en el barrio El chico de la moto Del night club al triunfo El disco ruso A la de «3» Mucho «Más» Los secretos del alma
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genuinos genes
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[Lo que su padre hacía cuando él nació, primeros recuerdos infantiles, sus juegos, la gran decisión y su primera guitarra]
Este chico de treinta y un años tiene un nombre y muchos apellidos: Alejandro Sánchez Pizarro, Madero Medina, Posada Torres, López Muñiz. Tiene también un habla cada vez más andaluza, con ese pequeño ceceo que deja en el aire las ideas pegadas a una ironía demoledora. Su mirada burlona y esa sonrisa que está diciendo «ya, ya, qué me vas a contar a mí» son rasgos que definen su habilidad para llevar las situaciones a su terreno. Pero esa mueca pícara, capaz de tirar la piedra y esconder la mano antes de que duela, no le pertenece del todo. Tiene un precedente claro... Jesús Sánchez Madero es un hombre discreto, con las palabras justas y la sonrisa inteligente y cálida —que Alejandro describe en su canción— tallada en el rostro. Se comprende que su hijo menor, que apenas pudo disfrutarle de niño, quiera retenerle ahora a su lado y le haya instalado al frente de la oficina que se encarga de sus asuntos personales, para que nunca más se le vuelva a escapar. Cuando Jesús Sánchez llegó a Madrid, se casó con María Pizarro y la pareja se instaló en Pueblo Nuevo, precisamente en la casa donde nació Alejandro el 18 de diciembre de 1968 (en la calle Vicente Espinel, 27). El alquiler del piso le costaba a Jesús cinco mil quinientas pesetas al mes. Más adelante, cuando fueron mejor las cosas, se compró el piso de Moratalaz que todavía conserva. En Algeciras no había futuro para un cantante con ambiciones, y aunque ahora Jesús sea el más prudente de los padres de estrella («siempre he odiado que me digan el padre de, porque no me meto nunca en el trabajo de los demás, y mi hijo se lleva su carrera muy bien él solo, aunque con la ayuda de la compañía de discos y su manager»), los escenarios también le llamaron a él. Primero fue deportista, y tras debutar en el Algeciras F. C. bajo el nombre de guerra de «Jesuli», una lesión truncó su carrera en el balompié, que ahora vive con pasión de aficionado total y el corazón repartido entre el Betis (que también es el equipo de Alejandro), y el Real Madrid. «Tuve una lesión de la columna vertebral y tengo un principio de parálisis en la pierna izquierda. Por eso coreo bastante...» Retrata muy bien a Alejandro la manera que su poesía tiene de sublimar una complicación física. La cojera de don Jesús, pasada por el cariño y el arte de su hijo, se ha convertido en versos. «Con tu eterno cigarrillo, con tu ojera y tu descuido, la más bella de las danzas es tu cojera al caminar...» http://www.alejandrosanz.ws
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A los diecisiete años empezó Jesús padre a tocar la guitarra en su Algeciras natal con otras dos chicas bajo el nombre de El Trío Juventud. Más tarde llegaron Los 3 de la Bahía, su formación más importante, que fundó con dos hermanos de San Roque al llegar a Madrid. Con este grupo estuvo acompañando a Dolores Vargas, tres temporadas a Manolo Escobar; trabajó con Lola Flores, y después pasó mucho tiempo recorriendo todas las salas de fiesta y teatros de variedades de España. Fueron casi veinte años en la carretera, como guitarrista y voz cantante. Mientras realizaba turnés (entonces no se llamaban giras), de hasta siete meses con esas figuras, su esposa María quedaba al cuidado de sus hijos Jesús y Alejandro. «Mi padre estaba siempre de gira, y mi madre era la que se quedaba en casa. Mi madre es la que más nos sufrió a mi hermano mayor y a mi toda la infancia, porque nos fabricábamos nosotros mismos unos monopatines con una tabla, dos palos y rodamientos de camión para tiramos por una cuestecita que había cerca de casa... y llegábamos uno con una herida, el otro sangrando...» María Pizarro, oriunda de Alcalá de los Gazules, impresiona con su valentía y su sinceridad sin velos al que la conoce. La dulzura es otra de sus virtudes, que demostraba poniéndole canciones románticas al más pequeño a la hora de dormir, porque le gustaban tanto que caía rendido de placer en sus brazos. Los más cercanos a la familia aseguran que Jesús salió de un carácter parecido al de su madre. Y Alejandro, sandunguero como el padre. «Lo primero que me viene a la cabeza cuando intento buscar mi primer recuerdo es, probablemente, la cara de mi madre: su nariz redondita. Luego, imágenes de estar jugando en el salón de mi casa, saltando de un sofá a otro vestido de “cow-boy”. En aquella casa de Pueblo Nuevo, la terraza de abajo era como un patio. Y en ese piso vivía un amigo nuestro, Javi, que siempre nos decía: “Quedamos para hablar.” Y nosotros: “Bueno, vamos a quedar a hablar.” Porque él vivía abajo, nosotros arriba, y no había manera de jugar. A veces nos tirábamos cosas, o con una cuerda subíamos un juguete y bajábamos otro, pero no nos dejaban jugar porque debía de ser hora de estudiar o algo así. El caso es que acabábamos siempre así... “¿De qué hablamos?”, “Vamos a hablar de algo”.» María llevaba al instituto Ntra. Sra. del Rosario, en La Elipa, a Jesús y a Alex en el Seat 600 que le cedió su marido cuando se pudo comprar por fin un 127. Porque hasta entonces, el utilitario le había hecho falta a él para las giras. «Nos llevaba mi madre al colegio, y también llevaba en el coche a dos vecinas que eran gemelas. Ellas eran muy jovencitas, pero ya eran buenas nadadoras, y competían. Siempre íbamos nosotros y las gemelas... Epta y Lidia.»
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«Los viajes en el 600 a Andalucía duraban doce, catorce o dieciséis horas para llegar a Cádiz. ¡En verano, con ese calor y los camiones aquellos! Eran horas para pasar Despeñaperros. El coche que se calentaba, mi madre se cabreaba, el calor dentro del coche con las bolsas encima, el perrito: mi padre fumaba, mi madre gritaba...» Cuando Jesús padre estaba en casa, recalaba a mediodía en el bar de enfrente, La Ochava, donde los dos hermanos le iban a avisar a la hora de comer. Entonces su padre les invitaba a un mostito y los parroquianos, taxistas en su mayoría, vacilaban con los chicos. Salvo esas visitas ocasionales, lo normal era que Jesús padre estuviera trabajando, por ejemplo, en La Perla de San Sebastián, una de las ciudades que mejor acogió el suave bolerismo de Los 3 de la Bahía. «Trabajábamos muchísimo. A veces, hasta dos y tres sesiones diarias.» Jesús no lleva la cuenta de las fechas importantes por meses ni años, sino por su sistema particular. Sabe que estaba actuando con Dolores Vargas en el Villa Marta, de Jerez —«el teatro con los mejores camerinos de la época, que hasta tenían ducha»— cuando mataron a Kennedy, y que el atentado de Carrero Blanco sorprendió a Los 3 de la Bahía en Valencia. En la tierra paterna, Algeciras, se fraguó el amor de Alejandro Sanz por el flamenco... A su hermano Jesús le tiraba más Alcalá de los Gazules cuando llegaba el verano, y a él Algeciras porque, como dice su padre: «Dos de mis tres hermanas cantan muy bien, y siempre que se junta nuestra familia hay guitarra, cante, comida, bebida... Eso a Alejandro le encanta. Él es flamenquito, flamenquito, y ya se juntaba en Algeciras con Pepe y Paco de Lucía.» Jesús tuvo mucho que ver en ese encuentro Alejandro-Paco, porque era amigo del padre de Paco, Antonio, y aún más de su hermano Ramón de Algeciras. Con Paco de Lucía no tenia aún amistad, pero se examinó para artista el mismo día que el mítico guitarrista. Lo de «examinarse para artista», que puede sonar como lo de las «turnés», no queda tan lejos. Para trabajar de músico en los franquistas cincuenta se necesitaba un carnet sindical, y don Jesús se encaminó una buena mañana a una sala de fiestas sita en la plaza del Duque, al final de la sevillana calle Sierpes, para pasar la prueba de rigor. En la misma convocatoria, un Paco de Lucía de catorce años se puso a tocar en pantalón corto. «Nada más empezar, le dijeron “vale, vale”, y fueron tontos. Tenían que haberle dicho: “Sigue, hombre, sigue tocando”, porque ya entonces era un placer escucharle.» Jesús, por su parte, aprobó cantando «La española», y salió feliz con su carnet en la mano al fresco de la calle Sierpes. Al instalarse en Madrid, el matrimonio se mantenía gracias a las ventas de libros a domicilio que hacía Jesús, y a la creciente aceptación de su grupo de boleros. http://www.alejandrosanz.ws
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Con el tiempo, Los 3 de la Bahía estaban cada vez más solicitados, y los contratos le obligaron a pasar largas temporadas fuera de casa. Aunque no llegaron a viajar fuera de España, se hacían el mapa continuamente, y también los garitos de Madrid les abrieron sus puertas de par en par. Nombres legendarios de la noche juerguista de los sesenta, como Saratoga, Pasapoga, George's Club, El Molino Rojo o Nueva Romana... Todo el Madrid del cachondeo sentía predilección por Jesús y su grupo, que sedujeron a la mismísima Faraona. «Lola Flores abrió un restaurante-espectáculo que se llamaba Caripén, donde nosotros le dimos bastante juego. Se sentaba al piano Felipe Campuzano, y nosotros hacíamos nuestras canciones. Pero luego llegaban Marisol, la otra... todas las cantantes, y me pedían que las acompañara. Yo nunca he sido un virtuoso de la guitarra, pero enseguida sabía seguir una rumba, un tango, o lo que fuera. Lo hice con la propia Lola: Felipe Campuzano al piano, el Pescaílla a la guitarra, y nosotros tres, yo a la guitarra y mis compañeros a las palmas. Lola me impresionaba. Ahí mismo, en el pequeño escenario que tenía el restaurante, hacía de pronto un revuelo con las manos y se me ponían los pelos de punta de la fuerza que transmitía esa mujer.» Eran noches de guitarra y cante hasta el alba, que empaparon de música la infancia de Alejandro. Su padre, en casa, escuchaba a Alberto Cortez, Juanito Valderrama, los boleros de su amigo Moncho, a Vicente Fernández o a Los Panchos. También le ponía a su hijo allí las rumbitas de Peret, que a Alejandro le gustaba tocar con su padre. Aunque entonces el interesado ya seguía a Camarón, sus primeros gustos e influencias son más instrumentales que vocales. «Lo primero que me llegó musicalmente en mi vida fue el “Romance Anónimo”, que me enseñaron cuando empecé a recibir clases de guitarra. ¿Quién no ha aprendido “Romance Anónimo” en su primera etapa? Pero en esa época, cuando lo que se oía era Parchís, ya escuchaba a Paco de Lucía, porque había encontrado una cinta suya —le registraba a mi padre y a todo el mundo los cajones— que se llamaba “Temas del pueblo” y era una recopilación de temas latinoamericanos y populares como “El Vito”, y todo eso. Yo era un crío y ya quería tocar como Paco.» Alejandro acotó desde muy pronto los límites de su admiración por la música ajena. Por eso no ha sido nunca un seguidor fanático y acrítico de otro artista. Su sistema era acercarse a las tendencias de cada momento para poder alejarse de ellas lo más rápido posible con la lección aprendida. Le sale de modo natural el interés por conocer lo que se hace y sacar lo mejor de cada cosa para encontrar después un camino distinto y propio. Cuando le preguntan por la música que más le ha influido, responde: «Todo lo que oigo me influye, pero una cosa es la influencia y otra el plagio, la copia. Hay que dejarse influir sólo el grado necesario, para sacar después tu propio estilo.» http://www.alejandrosanz.ws
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«A mí me apasionaba cantar como Joe Cocker, pero nunca pude conseguirlo, aunque lo intenté al principio. Es una influencia muy sutil de la que no he hablado antes. La gente me comparaba al principio con Eros Ramazotti, pero quien me gustaba de verdad era Piero Cassano, que era quien realmente producía sus discos.» La pasión de Sanz por Cocker pertenece a esos secretos que se desarrollan delante del espejo en la adolescencia, a solas. Sabiendo de su habilidad para imitar en privado los gestos y las voces de personajes conocidos, seguro que el histriónico Joe Cocker no fue una excepción. «Me encantaba ese Joe Cocker de Woodstock, colgado perdido. Me gustaba cómo se movía, el rollo que tenia. Si no he mamado más de la música en inglés es por lo muchísimo que me cuesta aprenderme los nombres en inglés. Me admiran los que se saben todas las letras de sus discos favoritos, los músicos, y de qué disco es cada canción, pero yo he sido más de escuchar a los artistas que me gustaban que de saberme todos los detalles de cada surco. Hay quienes se amparan en esa erudición porque creen que saber mucho es saber mejor, pero muestran después una insensibilidad enorme hacia la música. Creo que no se trata de tenerla más grande, sino más juguetona, y yo no soy capaz de nombrar ni diez temas en inglés que me hayan impactado.» Mientras Alejandro era un crío acunado por su madre. Los 3 de la Bahía interpretaban en sus galas algunos boleros de Los Panchos, temas de sus propios discos (su mayor éxito grabado fue el pasodoble «Benidorm», de Carmelo Larrea, autor de «Dos cruces» y «Camino verde») y baladas, canciones mejicanas o fandanguitos de Huelva. Ya en caliente, introducían chistes y sketches cómicos entre tema y tema para aligerar el espectáculo. Era una parte que se le daba especialmente bien a Jesús Sánchez. Ahora sabemos de dónde viene el aura rumbosa y la afición de su hijo por los chistes. Jesús padre escucha, como un ángel bueno, las peticiones de todo tipo que Alejandro suscita diariamente. Todas las semanas recibe mensajes apremiantes de un chico que han ido a operar, una chica muy enferma que pide verle... «... La mayoría de las peticiones son para que Alejandro dé un concierto, y yo respondo que un concierto de Alejandro no es llegar a un sitio, ponerle un micrófono, coger la guitarrilla y ponerse a cantar. Que necesita sonido, luces y más preparación. Siempre procuro ayudar, porque Alejandro me lo indica también, pero a veces preferimos ayudar económicamente, regalando gorras, camisetas y cosas así. Por lo menos, hay dos peticiones semanales de ese tipo.» También filtra ofertas de negocios y, en general, lo que tiene que ver con su hijo y sale del ámbito profesional del cual se ocupan la compañía de discos (Wea) o la oficina de management (RLM). No está solo ante el peligro en la tarea, sino ayudado por Jesús, su hijo mayor, y Vicente Ramírez, personaje básico en la historia personal y el núcleo cercano al cantante. Ellos se ocupan de separar la http://www.alejandrosanz.ws
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paja del heno, porque «llegan a ofrecer unos negocios que pintan como maravillosos, estupendos y extraordinarios, pero que son... Y a cada momento llega un artista para que se le ayude. Alejandro puede ayudar, pero tampoco es la Virgen de Fátima para ir haciendo milagros con todo el mundo. Y eso no les cabe en la cabeza. El trajo a Madrid a la Niña Pastori, ayudó a Malú en algo... Pero te viene una niña de esas pequeñajas de diez años que cantan que es una maravilla y va a un sitio a cantar y se la comen aplaudiéndola. Entonces tengo que decirles a sus padres que eso no descubre nada en la música porque ya lo cantan Rocío Jurado y la Pantoja». Según su padre, Alejandro siempre encuentra tiempo para quien lo necesita realmente. «Él sabe corresponder. Incluso los hay que se hacen pasar por amigos y vienen a aprovecharse de él, porque no sabe decir que no, y nosotros estamos siempre detrás: "Chiquillo, tú cuando venga la gente, mándanosla a nosotros." Pero hay así —juntando los dedos— que él cree que son amigos y luego no lo son.» Jesús ha sido, sin duda, el mejor padre que podía tocarle en suerte a Alejandro Sanz. Conociendo el espectáculo por dentro y desde todos sus rincones pudo, como los toreros, no recomendar su profesión a un hijo. Pero sabiendo lo que significa sentir esa vocación, tampoco intentó detener un impulso que adivinaba insobornable. «No eres sólo aquel que firma en el libro de familia. Ni eres el silencio en el sofá viendo un partido en zapatillas. Y, déjame por esta noche ser las manos que te arropen. Y, déjame que le regale un abrigo nuevo en condiciones.» Para empezar, regaló a Alejandro la guitarra que el tenía para trabajar — construida por Reyes, un luthier cordobés— pasándole con ella el testigo musical de la familia. Este hombre, cada tarde, se levanta de su mesa en el despacho, y con su cojera al caminar, se detiene frente a dos carteles de Los 3 de la Bahía que adornan una pared y la foto en blanco y negro que cuelga en la de enfrente. La observa. Es de un concurso en Radio Sevilla. En la imagen, un chico de pantalón corto (Manuel Molina, padre de Alba y ex Lole y Manuel); otro al órgano (Chiquetete); y él, Jesús Sánchez Madero, hecho un crío. Cuántas experiencias, estrategias y sueños no habrá compartido con su hijo. Él, que se retiró después de ver cómo artistas que habían sido grandes figuras arrastraban el culo por el escenario, y prometerse que eso nunca le sucedería.
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Hay un aluvión de vida en ese cuerpo breve que adora el niño que un día tuvo con su padre estas palabras: «—Mira, papá, yo me voy a dedicar a la música.» «—Pues bien. Dedícate a la música de verdad, y yo te ayudaré en todo lo que pueda. Pero si no te importa, como te queda muy poquito para terminar lo que estudias, déjalo terminado...» Así lo hizo Alejandro, que de pequeño tenía más cabeza que los de su edad, y era ya un perfeccionista que escuchaba los consejos que se le daban pero iba más allá. Había recibido clases de guitarra en una academia a los siete años, y fue decisivo que su padre le llevara más tarde a Antonio Arenas para avanzar con ese instrumento del que ya no se separaba y que enorgullecía a su madre delante de las visitas. No sólo por el profesor sino por su sobrino Capi, que sería el descubridor de Alejandro. Con el tiempo, Jesús Sánchez recibió un regalo muy especial de Alejandro. Y no se trata del famoso Mercedes que le obsequió en cuanto pudo... Supo a través de Capi que su hijo menor le había dedicado la canción «Ese que me dio vida». Acompañando a Alejandro en el autobús del tour 96, se le escapaban dos lagrimillas cada vez que sonaba por los altavoces la canción.
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estrenando corazón
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[La conexión andaluza. El despertar de la sensibilidad, la incomprensión de los de su edad]
La tendencia de Alejandro a revolver en los cajones de los mayores le deparó más sorpresas que descubrir a Paco de Lucía. A su madre no le gusta tirar nada —lo que constituía un verdadero problema de espacio en casa de los Sánchez— y en aquellos cajones, además de muchas fotos, se conserva aún aquel gato de peluche de tacto denteroso que decía «miau» cuando se tiraba de una cuerda. Un regalo del compositor Manuel Alejandro, su padrino, y con el que, sin embargo, no ha tenido trato en su vida adulta. «Me sentía muy orgulloso de él. Todo el mundo presume de sus padrinos y en aquella época, además, no tenía que explicar quien era, porque ahora mucha gente no sabe quién es Manuel Alejandro. Entonces lo sabía todo el mundo, porque había escrito «Señora», el éxito que había cantado Rocío Jurado, muchas para Raphael... ¡Tantas canciones!» En la actualidad le tiene más encantado su madrina María José, que para él en casa era «la viuda de Camorra» y ahora es la esposa de Isidoro Álvarez, presidente de El Corte Inglés. Ella era dueña del restaurante Riscal, donde el padre de Alejandro iba con su grupo a tocar y tenía con ella una relación casi de hermanos. Jesús le espantaba incluso a los novios haciéndoles pasar unas pruebas en broma, como si fuera un examen. La última vez que Alejandro había tenido contacto con su madrina fue en su comunión. No olvidará el regalo: mil duros de la época y una paella enorme —la especialidad de Riscal— para que celebrara su fiesta. Este mismo año un amigo común ha vuelto a reunir a madrina y ahijado... «Es una mujer con una paz y un temple... Una señora guapísima y maravillosa. Pero mi padrino no es así, porque le intenté buscar en una época y creo que se pensó algo raro.» «Si le veo, se lo diré, porque también hay que darle a él la oportunidad de decirle: “Nunca es tarde para aprender. No todo el mundo va a buscar de ti cosas porque seas quien seas, y hay que escuchar a la gente aunque te lleguen cincuenta mil.” A mí me llegan cincuenta mil e intento darle la oportunidad a todo el que puedo para que me cuente sus cosas y me diga lo que sea. A mí me viene uno diciendo que ha hecho la mili conmigo y le escucho, ¡y eso que yo no he hecho la mili! Pero le escucho y, cuando termina, le digo: “Perdona, pero yo no he hecho la mili.”» Aquellos heroicos viajes a Andalucía en el sufrido y cargadísimo 600 familiar tenían dos destinos principales: Algeciras y Carmona. En verano, la tierra de su padre, porque allí se explayaba a gusto con la guitarra en compañía de los Lucía. En Semana Santa y Navidades, Carmona, donde aprendió a mirar a las estrellas...
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Por Navidad, hacían fuegos y cantaban alrededor de la hoguera. Todo el mundo contaba chistes, y vivían un ambiente familiar muy feliz. Para él, Carmona significaba el año viejo, los regalos y un conjunto de cosas más importantes que el pueblo en sí... «Cuando tenía que volver a Madrid, no quería irme. Necesitaba algún vínculo con aquello, y me parecía maravilloso poder ver la misma estrella en Carmona que en Madrid. Me fijé en la constelación de Orión, en la que todavía hoy me sigo fijando, y siempre me emociona. Sé que no es nada original, pero para mí tiene todo ese significado.» En Carmona, la prima María José fue su amor platónico. Era mayor que él, pero eso no evitaba que le encantara. Recuerda sobre todo un granero enorme con una chimenea al que iban todos los chavales de la familia, con el pretexto de dormir. Una habitación donde se sentían más libres, porque los padres no tenían permitida la entrada. Su prima María José era asidua de esa chimenearefugio, «tan grande que se podía asar un animal entero». Todos se tumbaban junto al fuego y se contaban las novedades mientras fumaban cuando sabe mejor, que es cuando no te dejan. A Alejandro le encantaba escuchar las mil historias que contaba Antonio, un hombre viejo y analfabeto que sabía de campo más que nadie. Para llegar hasta ese albergue privado, los primos subían muchas cuestas. De vez en cuando, se detenían a recobrar el aliento, y entonces miraban al cielo. Solían decir que en Carmona había más estrellas que en ningún otro sitio, porque se veía la Vía Láctea al completo. Eran vacaciones en las que no pasaba nada y pasaba de todo. Encontraban tesoros en un monasterio derruido, aprendían a montar en bicicleta y a caballo, un buen día aparecía la tía Pepi desde Algeciras con sus hijas... y Alejandro se pasaba el día rodeado de sus siete primas. El Alejandro adolescente era guapo y algo picajoso, aunque muy bromista con los demás. Su tío Pepe Luis le enseñó a bailar sevillanas y María José hacía pareja con él. Una vez ganaron un concurso de sevillanas en Algeciras, y la madre de Alejandro se rió tanto al verle imitar a su tío, que se cayó de la silla y la rompió. Empleaba el mismo cachondeo cuando coincidía con algún personajes famoso en el hotel Guadalcorte de Algeciras, donde llegó a hacer una parodia de Antonio Gala en sus narices, con el escritor sentado en la mesa de al lado. Su prima no sabía donde meterse. Mientras, su hermano Jesús ejercía de seductor, y les decía a las chicas frases antológicas como: «El llamarte simplemente amiga no concuerda en absoluto con la índole de mis sentimientos hacia ti...» María José y Alejandro se quedaron tan impresionados el día que le oyeron decir aquello por teléfono, que la sentencia se convirtió desde ese momento en una broma secreta entre ellos. Mari (madre de María José) y Pepi (madre de su otra prima favorita, Mónica) son las dos hermanas cantantes de Jesús padre. Y desde los diez años, sus padres depositaban a Alejandro cada verano en el tren, y su tía Pepi le recogía en la estación de Algeciras, donde no soltaba la guitarra ni un minuto. Alejandro http://www.alejandrosanz.ws
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pasaba las vacaciones en casa de Pepi con su prima Mónica, que bailaba con un cuadro flamenco al que él se apuntaba siempre que había ocasión. Nada más levantarse, se sentaba en la cocina en traje de baño, para acompañar los fandangos que cantaba su tía mientras fregaba los platos, porque la tradición de cantar, en la familia paterna de Alejandro, se remonta a su bisabuela. Cuando el calor empezaba a apretar a eso de las once, se iba con su prima Mónica a la playa de El Rinconcillo —donde los Lucía tienen una casita— a pasar las tardes con Ramoncito, sobrino de Paco de Lucía e hijo de Ramón de Algeciras. Al irse haciendo mayores, los dos primos se quedaban más tiempo en la playa, que por las noches se convierte en el centro de marcha de la zona, con sus bares y discotecas. Alejandro respondía de la niña, cuatro años menor que él, y fiel las órdenes de la tía Pepi, a las once en punto de la noche estaban los dos en casa. Las amigas de Mónica se multiplicaban cuando su primo —y su inseparable guitarra— estaban con ella. Y en esos veranos llegaron los primeros achuchones de Alejandro, que un día volvió a casa de Pepi con una peste pegada al pantalón que no había forma de ocultar... «Es que me he sentado en un parque...» Cuando los años ahuyentaron el recelo, confesó que se había dado un revolcón de órdago con una chica sin preocuparse de lo que pudiera haber en el suelo. Toda la familia está de acuerdo en que Alejandro llevaba dentro un showman y un animador nato. En todas sus fiestas, con sólo doce años, se podían reunir hasta setenta personas a su alrededor en las celebraciones, y siempre terminaba destacando. El cogollo de los Sánchez y de los Pizarro contaba con que Alejandro un día triunfaría, porque lo contrario hubiera sido como «ponerle tapias a un río». Tocaba la guitarra hasta que le salían ampollas en los dedos, y también tenía un envidiable saque natural, por lo que daba buena cuenta de las ensaladas de lechuga y los cocidos que le preparaba su tía. Andalucía puso en los genes de Alejandro la riqueza emocional de la alegría más ingenua, la familiar; pero también le mostró la clave de todos esos enigmas que plantea la adolescencia, cuyas soluciones no revisten forma de respuesta explícita sino de aroma, de paisaje... o de una línea apenas adivinada que sortea las estrellas. De vuelta a Madrid, Alejandro debía conformarse con seguir mirando la constelación de Orión para recordar Carmona. Y hacia los ocho años, tras uno de esos viajes de regreso en el 600 —con el perrito, las ventanillas y las discusiones...— se declaró por primera vez a una chica. «Se llamaba Isabel, y me declaré en el puente de la Elipa. No sé por qué. Siempre pasábamos por debajo, pero para declararme subimos al puente. A lo mejor sería más romántico...» Entre las vivencias intensas y andaluzas de su infancia, Alejandro recuerda una larga temporada en Alcalá de los Gazules con su abuela materna. Allí se conoce a su familia como «los Muñiz», en recuerdo de la gran personalidad de esa señora. Algo especial que impedía a sus padres estar con él había ocurrido, y
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permaneció en el pueblo el tiempo suficiente para asistir incluso al colegio local. Viviendo en Alcalá le ocurrió un episodio pesadillesco... «En aquel colegio había un profesor que era un hijo de puta. Un franquista de lo peor. Todas las mañanas estábamos a las doce en clase, desmayados, y llegaba su hijo, que era un repipi, del pueblo de Cadecillo. Le odiábamos todos. Venía con su mamá, y su mamá le hacía así: “Venga, hijo”, y él entraba desde la puerta a llevarle a su papá la jarra de cerveza, el café con leche y los churros. A mí me parecía repugnante. Un día, estaba toda la clase hablando. Yo sólo escuchaba, porque no tenía amigos —como era el “el madrileño” —. Y entró este profesor cabrón, directo a mí, y empezó a tirarme de los pelos. Sentí como un resorte dentro de mí, y le di una patada, le tiré una silla o algo así hice. Lo siguiente que recuerdo es a toda la clase corriendo detrás de mí. El tío debió decir: “Al que le coja, lo apruebo” o algo así. Y yo, corriendo, acorté por un barranco y me acuerdo por aquel barranco, escapándome, cayéndome...» La imagen de una bandada de niños persiguiendo a Alejandro por un pueblo andaluz lleno de cuestas parece sacada de una película de Truffaut en blanco y negro, con obsesivos adolescentes atormentados, o del neorrealismo italiano. «Me escondí en la puerta del cine, mi abuela me vio y bajó a buscarme. El cine del pueblo estaba en otra cuesta, porque en Alcalá todo son cuestas. Estarían poniendo “El Zorro”, seguro, o alguna de Bruce Lee... Sólo podía ser una de esas dos opciones.» Él iba al cine todos los domingos con sus primos en aquella infancia de aquel pueblo. Aunque no tenía amigos en clase, en el pueblo sí y, sobre todo, muchos primos. Su prestigio social mejoró sensiblemente el día que por fin se rebeló y le pegó a uno. «... Eran unos cagaos. Se ponían todos en corro, empezaban a pasarse, y un día tuve que pegarle a uno. Y me sentí tan bien que estuve a punto de darle dos besos después, porque eso me liberó y cambió todo mi panorama.» Como en el viejo Oeste, aquella pelea sirvió de rito iniciático a partir del cual fue aceptado en el círculo hostil que le rodeaba. En aquel entorno, la autoridad no estaba representada por los guardias del pueblo. Alejandro recuerda a uno que había estado en la División Azul que mandó Franco a Rusia y no le daba ningún miedo. Los niños le decían «culito bajo, culito bajo». Y él... «os voy a encerrar», «os voy a meter en la cárcel». Luego cambiaron las cosas, porque enviaban a guardias civiles de otras provincias, y ésos no casaban con nadie. Con el paso de los años, Alejandro volvería a ese pueblo y se metería en un pub cuyo nombre le fascinaba.
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En Siddharta ponían música de Alameda, Triana y otros abanderados del rock andaluz. Era una casa vieja en la parte más bonita del pueblo, rodeada de callejones. «Tengo la imagen de entrar allí... con esa humareda, todo el mundo escuchando la música... Pero no había ni una pelea. Allí no había asomo de violencia. El pub era como una casa árabe-andaluza en todo, con cojines para sentarse. La azotea tenía varias puertas que daban a habitaciones donde se metía la gente también. Subíamos al tejado directamente y nos tumbábamos allí mirando las estrellas.»
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aventuras en el barrio
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[Aprendiendo la ley de la calle. Con los pies en la tierra]
Moratalaz es un barrio combativo desde que se construyó y la inmobiliaria acostumbró a sus vecinos a un continuo tira y afloja de promesas incumplidas. Lo dicen quienes se han criado en esas calles donde se encuentra la peluquería que Alejandro le regaló a su madre, que guardan en su santoral particular un puesto de honor para el cantante. Cuando él tenía trece años, la economía domestica empezó a prosperar gracias al éxito de Los 3 de la Bahía, y los Sánchez-Pizarro se mudaron allí desde Pueblo Nuevo. Don Jesús pudo al fin tener casa en propiedad y al chico le tocó descubrir algunas esquinas de la vida que hasta entonces no habían hecho acto de presencia. Como en Alcalá, hubo un choque inicial con los que después serían sus amigos, a los que conoció «de una forma muy violenta». «Yo sabía cómo era lo típico de los chavales, pero esta gente se peleaba y se enfrentaba como los mayores, hasta las últimas consecuencias. Era un choque fuerte para mí. Y les conocí precisamente porque yo también me rebelaba.» Tuvo que entrar de lleno en los conflictos de la calle, y mojarse. No bahía forma de permanecer al margen. Con sólo bajar de casa, el barrio ya te incluía en un bando o el contrario. Y había que tener cuidado, porque Alejandro no tenía aún experiencia, y cuando se calentaba le plantaba cara a cualquiera sin pensar que aquellos tipos eran bastante más peligrosos que los niños del pueblo de su madre. Allí había que defender el territorio y una imagen. «Esas calles están llenas de imágenes, y tenías que defender la que tú representabas sin permitirte ninguna debilidad. En la pandilla siempre estaban por un lado los mayores y por otro los pequeños, pero entre los mayores bahía algunos implacables que te veían y, como ese día no se hubieran peleado todavía, te daban una patada en la espinilla con todas sus ganas.» El arma que más y mejor le sirvió en ese ambiente difícil fue su guitarra, a la que vivía prácticamente abrazado. Sabía tocar algo de flamenco, fruto de sus intensivos veranos en El Rinconcillo, y los nuevos vecinos le tenían mucho respeto a eso. En sus primeros pasos con el instrumento, atacaba las rumbas de Los Chichos, mientras soñaba con dar un concierto en la M-30, que cruzaba siempre por el puente con Carlos, uno de los primeros amigos que hizo cuando llegó al barrio. Había una pandilla en Nueva Esperanza (los de «la nueva»), y la del barrio viejo, cada una con su billar. Alejandro era del barrio viejo, y cuando entraba http://www.alejandrosanz.ws
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uno en el billar que no tocaba, todos se paraban y empezaban a mirar hacia la puerta, como en una película del Oeste. Los del «barrio viejo» eran más auténticos. Los otros, que llevaban motos Ossa, eran los más pijitos de la zona. Alejandro era entonces seguidor del heavy metal, coleccionaba todos los discos de ese tipo de música, y se iba al Rastro a comprarlos, cambiarlos y a vivir ese ambiente. Era un fan total de Judas Priest, Iron Maiden, AC/DC, Led Zeppelin, Rain-bou, Deep Purple y Whitesnake. Había muchos estilos diferentes dentro del heavy, y era una pasión total. Recuerdo que salió el «Black in black», de AC/DC, con una portada de fondo dorado y el cañón en negro sólo en España, porque había sido un error. Luego sacaron la portada en negro con el cañón dorado, y aquellos primeros, de los que yo tenía uno, se hicieron valiosísimos. «Los fans heavies son muy fieles. La pena es que hay mucha ignorancia porque, con todos mis respetos, mezclar a Led Zeppelin con Obús... Yo disfruté mucho mi época con Obús, pero entre los solos de guitarra de Ritchie Black-moore (de Deep Purple) y ellos...» Mientras, su vida en el instituto se desarrollaba con sentimientos encontrados entre impresiones buenas y otras muy malas. Las imágenes bonitas eran, por ejemplo, los preparativos de la fiesta fin de curso, tocando y ensayando en grupos que combinaban una guitarra española con otra eléctrica de juguete, un bajista que no sabia tocar, y con una balería prestada a la que le faltaba hasta el bombo. Pero también había escenas mucho más duras, como entrar en el baño y sorprender a dos compañeros en el suelo inhalando pegamento. Un amigo suyo murió mientras hacía esto. Solían ir juntos a una cabaña que los dos habían construido bajo un montón de chatarra. Le habían quitado el fondo a una nevera, le pusieron un candado a su puerta, y al abrir el electrodoméstico se encontraban en el cubículo, alfombrado con una moqueta «guarra» e iluminado con baterías de coche. De vez en cuando pasaba por allí la policía y les tiraba el chiringuito sin que entendieran nunca a quién molestaba que tuvieran, entre toda esa chatarra, una chabolilla para llevarse a las amigas. Es para preguntarse si las entregadas fans de hoy habrían sido anónimas compañeras de aventuras de barrio en esos días. ¿Cómo hubieran reaccionado ante un chico de catorce o quince años y ojillos soñadores, que se las hubiera querido llevar a esa «chabolilla» bajo un montón de chatarra... para charlar? El Alejandro de hoy (no tan lejano del otro, ni en años ni en esencia) resulta fácil de admirar. Pero quienes ya le querían entonces tienen otra pasta y otro valor. «Siempre nos paraba la policía en aquella zona. Hacíamos un concurso de rock entre los de Moratalaz, los de Vicálvaro y los de San Blas en un escenario que se montaba en el Alcampo de Moratalaz. Y los de Triple Onda, que ponían el equipo, abrían los http://www.alejandrosanz.ws
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camiones y empezaban a descargar, pero al ver lo que se reunía allí —que se apuntaba cualquiera con tal de saltar al escenario— volvían a meterlo casi todo en el camión. Al final nos dejaban cuatro “amplis” de nada y cuatro porquerías. En uno de ésos, nos tocó actuar a nosotros a las tres de la madrugada, y ya sólo quedaban los coleguillas... y el punki de La Elipa, un tío cojonudo. Habíamos terminado de tocan, íbamos andando para mi casa, que estaba muy cerca, y otra vez la policía. “¿De dónde venís?” “De tocar en el concierto.” “Sí, claro...”» ¿Cuántos chicos de barrio tendrán hoy treinta y un años en España y un pasado como el de Alejandro? Es un motivo de esperanza que haya triunfado quien no ha crecido en una burbuja llena de comodidades ni rodeado de espíritus refinados atentos a su menor capricho. Alejandro ha ido moldeándose y mejorando porque tenía una excelente madera pero, sobre todo, porque ha sabido tallarla. El hombre de los cinto millones de discos vivió en un territorio donde caben (cupieron) muy pocos. Incluso algunos de ellos ya no viven para contarlo. «Uno de nuestros refugios estaba en una obra que habían dejado abandonada, y este tío, que era cojonudo y de los que más ligaban (éramos una pandilla de ligones, la verdad) pues se metió en el sitio. Cuando le encontraron, había estado esnifando con una lata, y no sé si se marearía o qué, pero se cayó y se quedó inconsciente pegado a la lata, se asfixió y se murió. Fue un palo muy gordo.» «Hubo otro que se suicidó en la mili... Raúl... Ha habido más, pero es que todo esto pasó en sólo cinco años. Otro se mató en un accidente, otro murió de sobredosis. No me cuesta hablar de la muerte.» Alejandro ha vuelto varias veces al barrio, del que recuerda a tipos como Miliki, un boxeador que presumía de macarra y de malo, pero era más buena gente que todas las cosas. Él y su hermano Jesús no eran pendencieros ni buscaban las peleas, aunque les llegaban de todos modos. Era imposible ir a la discoteca Mónaco sin pegarse con alguien. Siempre había motivos importantísimos: un pisotón, una mirada a tu chica... «¡Ésas si que eran guerras, y no las de quienes se pelean por dinero! Pelearte porque miran a tu chica, lo entiendo, pero pelearte porque alguien es de otro color... ¡Ahí sí que había colores! No había negros todavía en las pandillas, pero daba igual. Había de todo. No bahía negros, pero había mods.» Por encima de sus inclinaciones heavies, primaba la fidelidad a la pandilla. Y en ella también militaban rockers que iban vestidos como tales, montaban en moto, y siguen siendo rockers aún hoy. Paco, uno de ellos, era amigo de Alejandro. Un rocker altísimo tipo l.ucky Luke, con patillas muy delgaditas y http://www.alejandrosanz.ws
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muy arqueadas que se quedó calvo muy joven, por lo que sufrió un verdadero drama con su tupé. Había otro rocker que se llamaba Pedrito el Electrónico... «Ése estaba zumbado. Le encantaba la electrónica y tenía la casa como el de Regreso al futuro. Un día se cabreó con su hermano porque nos echó de su cuarto, donde estábamos con unas “pibitas”. Entonces le colocó micrófonos en la habitación con altavoces hacia la calle, y cuando estaba en el cuarto el hermano ya con su chica, todo el mundo se partía de risa escuchándolos: “Cariño, ¡ay!, métemela por aquí, por allí...!” Esto amplificado a todo el barrio.» Las hazañas del amigo de Alejandro estaban marcadas por sus continuos inventos. Por ejemplo, un mechero-lanzallamas al que inyectaba gasolina con una jeringuilla y que al encenderlo despedía un chorro de fuego enorme. «Con una pistola de juguete, Pedrito hizo una de verdad, que llamó la “X3”. Puso un cañón de acero, que era un tubo, y no tenía balas, ni mucho menos, pero si te daba con un tornillo, te mataba. Metía pólvora, el tornillo, más pólvora, un papelito, y luego le ponía en el percutor un mixto de esos de las pistolas de juguete. La probó dentro de su casa. Y pegó una explosión, que el tornillo se desvió basta salirse por la puerta de su casa basta la escalera. Todas las vecinas “¡Ooooh!, ¿qué pasa?...” Y él: “Nada, señora, que estábamos aquí con unas cosas para el colegio.”» Los rockers eran los que mejor conectaban con Álex, pero él seguía siendo un heavy de melenas, tachuelas, camiseta del Che Guevara, y disco de AC/DC. Un vecino que compartía sus gustos tenía una guitarra acústica maravillosa de doce cuerdas —aunque sólo le ponía seis— muy aparatosa, con y una madera de plátano muy amarilla y un enorme puente dorado. La tenía en su casa y el barrio entero quería tocarla. Lo primero que aprendió Alejandro en esa acústica fue «Stairway to heaven», de Led Zeppelin, que ese chico tenía grabada en una cinta con una selección que incluía también «Child in time» de Deep Purple y otros hits heavies. Alejandro se aprendió el repertorio entero en el mismo orden de la cinta. De todas las aventuras que vivió Alejandro en Moratalaz, la que tiene más detalles es su historia de amor con la novia de Mole, el tipo más peligroso del barrio, y que para más inri no era de la pandilla. Alejandro cree que Mole todavía está en la cárcel. Tenía varios hermanos, pero él era el peor. Un tío peligroso de verdad, que tenía entonces veintisiete años y se ha pasado la vida en la cárcel. Salía, y al mes estaba otra vez dentro. Y siempre en la tercera galería. La chica empezó a ir con la pandilla de Alejandro, y él se la ligó sin darle más vuelcas. ¡Terrible error! Un día le dejo una «chupa» a la chica, y ella se la devolvió totalmente rajada por el iracundo delincuente. En el doble lenguaje del barrio, eso significaba una declaración de guerra en toda regla. No se trataba de la cazadora. Podía haber sido cualquier otra cosa.
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Alejandro se sentía muy cubierto, porque su pandilla era respetada, pero por si las moscas, cuando subían a buscar a Mole llevaban escondida en la ropa la «X3» fabricada por Pedrito el Electrónico. Álex tiene la sensación de haber vivido su «West Side Story», sólo que menos romántico, en la última generación callejera que ha habido, antes de la generación PlayStation y la España de la holgura económica. Ahora lo ve con ojos reflexivos de treintañero, pero entonces no lo analizaba: vivía allí y ocurrían esas cosas. Cree que ya no pasan en su antiguo barrio ni en ningún otro, porque los chavales de quince años no se quedan en la calle ni hacen horas de parque, sino que se meten en una discoteca o en otro sitio. «Nosotros éramos más de estar en la calle hasta que tenías ya más años. De vez en cuando venía la policía y era un cachondeo porque bahía algunos de la pandilla que no se cortaban nada: “Que no me toques”, “que te meto”, “que te voy a dar...”» Los sentimientos y las impresiones que aquellos tiempos han dejado en Alejandro se resumen con cierta nostalgia: «De todo había en la pandilla. Los había que valían mucho y que tenían talento para muchas cosas que ellos nunca supieron.»
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el chico de la moto
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[Rebelde en las aulas. Generoso en la vida]
Vicente Ramírez, paisano de la madre de Alejandro, dirigía un centro de formación profesional en la calle Mayor cuando María Pizarro le mandó a sus dos hijos. Primero llegó Jesús. El año siguiente, Alejandro entró a estudiar los cinco años de auxiliar administrativo. Además de dirigir el centro era tutor del curso de Alejandro —de sólo veinte alumnos— y le daba varias asignaturas, así que compartían cinco o seis horas al día. Eso hizo posible un contacto muy directo de Vicente con aquel chico de quince años que necesitaba orientación. Después de ser expulsado del instituto Mariana Pineda, Alex llegaba muy rebotado. El resultado sorprendente fue que, en el primer curso, Alejandro quedó el primero de la clase. «Mi madre me dijo: “Vas a ir a esta academia, donde está Vicente, al que conozco de mi pueblo de toda la vida.” Y yo: “Pues vale” Cuando llegué ahí, había gente del barrio de Salamanca mezclada con gente de Lavapiés, y eso fue muy bueno porque todos aprendimos a convivir al final. Sobre todo, eran importantes las chicas. Había unas cuantas, pero la estrella era una que vivía en la Puerta de Alcalá, y que me encantaba a mí. Almudena fue uno de mis grandes amores, y era superpijita. Llevaba a los Hombres G en la carpeta, y yo le tomaba el pelo. Lo mejor que enseñan ese tipo de escuelas es a convivir con los demás sin prejuicios, ni para nosotros ni para los pijitos.» En los cinco años cruciales que pasó Alejandro en la academia, su vida dio un giro importante. Cambió de amistades, se empezó a alejar de la gente del barrio, y descubrió nuevas amistades entre los compañeros de clase. Recuerda de entonces con cariño a un chico, Jaime Mascaró, el único que llevaba siempre mil pesetas en la cartera... «Que si unas tapitas, que si no sé qué. Paga tú, que estamos tiesos...» A Jaime siempre le tocaba invitar y prestar su Ossa Enduro. El aterrizaje de Alejandro en la academia fue sonado. A principio de curso, cuando Vicente repasaba con los profesores los alumnos nuevos, le llegó el turno a Alejandro Sánchez Pizarro, y todos coincidieron: «Es un poco chulo, quizá, es el guaperillas de los nuevos.» Vicente y Alejandro se toparon en el pasillo de la academia, que apenas tenía un metro de ancho. Era inevitable hablar. El chico llevaba sólo un mes y pico allí, y la bienvenida de Vicente fue: «Me han dicho que eres un poco chulo y te voy a pisar los huevos.» Alejandro se quedó mirando a su nuevo director como perdonándole la vida, hasta que éste dijo: «¿Quieres que me vaya directamente al cementerio? Porque está aquí cerca.» http://www.alejandrosanz.ws
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Roto el hielo entre los dos, entraron al despacho de Vicente, que le advirtió: «Mira, si yo quiero ser chulo, en un segundo soy el más chulo de la tierra. Pero lo que no puedo hacer en un segundo es convertirme en un hombre honrado, honesto y con cojones. Eso no es fácil, pero no hace falta tener cuarenta años para ser un hombre. Con quince ya puedes serlo.» El amigo de su madre le hizo saber que estaba allí para ayudar, que no se sintiera de los nuevos sino uno más... esas cosas que a algunos les entran por un oído y les salen por el otro. Pero Alejandro reaccionó y aceptó la oportunidad que se le ofrecía. Lo demostró diciendo a una profesora que criticó al director en clase: «Delante de mí no habla nadie mal de Vicente.» Desde entonces creció su amistad hasta el día de hoy, en que Vicente Ramírez es el director financiero de Alejandro Sanz. En esos tiempos (como en todos), al artista le brotaba una guitarra de las manos al menor descuido. Y no eran excepción los viajes de fin de curso a Mallorca en los que empezó a salir con Almudena. La huella que le dejó aquel amor tiene letra y música («Mi primera canción», en «Si tú me miras»). Almudena tiene un papel importante en la siguiente escena. Al llegar la Navidad Vicente propuso a la clase algo distinto a lo típico por esas fechas entre estudiantes —hincharse de sidra en los bares de la plaza Mayor—. Buscando la forma de hacer algo por los demás, Almudena se levantó y propuso: «¿Por qué no lo enfocamos a los niños que están solos en estas fechas?» Aquello no pudo ser, pero Vicente encontró un centro en Madrid de las Hermanitas de los Pobres, sin subvención alguna y donde para entrar hay que acreditar que se carece de lo mínimo para vivir. Les pidió el salón de actos y allí prepararon sus alumnos un espectáculo donde cada cual hizo lo que mejor sabía: uno contaba un chiste, el otro hacía otra cosa, y Alejandro tocó la canción con la que llevaba dando la tabarra todo el santo curso: «La saeta», aquel poema de Antonio Machado al que Serrat puso música. Y vivió como protagonista aquella acción, porque su curso fue el promotor del evento: Almudena, él, Paloma, Jaime... En esa ocasión, Vicente sugirió a los chicos que, además, llevaran a los ancianos algún regalo, cualquier detalle, salvo dinero. Cosas de la vida. Años más tarde, Rosa Lagarrigue —ya manager de Alejandro— tuvo la idea de reproducir la energía de un concierto que había visto en Nueva York tiempo atrás. Corría diciembre de 1991, «Viviendo deprisa» llevaba editado desde mayo, y le hacía falta un empujón. Rosa contó el proyecto de poner en pie un gran concierto con un enorme árbol navideño sobre el escenario que acogiera regalos para los niños necesitados a Iñigo Zabala, de Warner. Éste apoyó inmediatamente la iniciativa, y Ramón Colom, director entonces de Televisión Española, se arriesgó (todavía era un riesgo) a emitirlo. http://www.alejandrosanz.ws
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Finalmente, el día 14, en el pabellón del Real Madrid, se celebraba el concierto de Navidad a beneficio de Unicef, con un único artista: Alejandro Sanz presentándose en Madrid por primera vez y por todo lo alto ante cuatro mil personas. La magia del recinto se multiplicó a través de la pequeña pantalla, y aquél fue el auténtico disparo de salida para la vida artística de Alejandro. Antes de empezar aquel concierto, Vicente Ramírez entró en el camerino para desearle suerte. «Alejandro estaba a solas. Era su presentación en Madrid y yo sabía lodo lo que significaba para él. Me dijo: “Esto es como aquello, sólo que hay más gente, y ya está.”» Más tarde, Alejandro reconoció: «N0 voy a olvidar nunca aquel aplauso del pabellón del Real Madrid. Sobre todo, el de antes de empezar, que fue más fuerte que el del final.» En los días de academia, Alejandro ejercía de héroe anónimo en algunas hazañas que jamás cuenta. Como aquella vez que apareció con un ojo morado y, al preguntar Vicente lo ocurrido, alegaba que se había caído o se había dado contra una puerta. Vicente se quedó con la duda hasta que otro compañero le contó la realidad: Alejandro venía en el 30 (el autobús que cogía desde Moratalaz hasta la plaza Mayor), y un tipo estaba metiendo la mano en el bolso a una mujer para quitarle la cartera. El se metió por en medio y acabó dándose puñetazos con el ladrón. Vicente conoce del carácter impulsivo de Alejandro, que es muy visceral cuando está convencido de tener la razón. Pero también ha podido comprobar muchas veces su generosidad y su cariño. En especial cuando supo que su mujer padecía un cáncer irreversible, y a aquel rebelde de la academia le faltó tiempo para decirle a su profe: «Vicente, lo que necesites. Si hay que ir a Estados Unidos, a Navarra, a donde sea. Todo lo que necesites, cógelo mientras haya.» Desgraciadamente la enfermedad estaba muy avanzada para combatirla, pero la relación entre ambos ha superado el tiempo, las diferencias de edad y los matices del carácter de cada uno. Con la experiencia adquirida en muchos años de enseñanza para transmitir estímulos, la influencia de Vicente sobre Alejandro se manifestaba a veces en mensajes cortos, frases sustanciosas que daban que pensar al chico, y prendían en su imaginación... «Un día, yo sabia que necesitaba una inyección de moral. Entonces pasé por una tienda y vi que había un cartapacio de esos de cuero que se ponen sobre la mesa del escritorio. Se lo compré para regalárselo. Pero antes de dárselo le escribí dentro: “Éxito = noventa por ciento de trabajo; cinco por ciento de genio, y cinco por ciento de suerte.” Y se le quedó grabado, porque lo ha repetido en alguna entrevista.» Alejandro cambiaría los factores de esta ecuación en sus declaraciones para el volumen III de sus vídeos, recordándola así: 90% de esfuerzo, 5% de talento, y http://www.alejandrosanz.ws
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5% de originalidad. En cualquier caso, ya ha declarado eme, para él, «el talento consiste en darte cuenta de que tienes que trabajar y mejorar todo el rato. Es más bien constancia». Mientras estudiaba en la academia, la vida del barrio se iba quedando atrás, pero no ocurría igual con su afición motera. La Ossa Enduro era la más considerada. Y los rockers tenían buenas motos, ya grandes, pero el que tenía una Rieju iba en moto, nunca mejor dicho. Él tenía una Derbi Variant con encendido electrónico, trucada, por supuesto. «Tenía un tubarro... y cómo andaba. Iba en ella por la mañana con un frío en pleno invierno... a cuatro bajo cero en la moto.» Estuvo a punto de matarse varias veces con ella, y no perdía ocasión de mejorarla. Una vez, que tenía su sillín roto, vio que habían abandonado otra moto al lado de su casa. Llevaba varios días tirada, se la estaban llevando a pedazos, dejándola en los huesos. Le habían quitado hasta las ruedas. Alejandro se dijo: «Voy y cojo el sillín.» Con tan mala suerte que el coche de la policía se le paró de golpe al lado. Y salió un agente muy chulo, con una cara que le recordaba al malo de «Terminator», y con una esclava delgada en la muñeca... «—¿Qué haces aquí?» Alex no sabía dónde meterse y se inventó una película de las de miedo... «Un primo mío tuvo un accidente con la moto y tuvo que dejarla aquí, porque él está muy grave, y como yo vivo al lado y estoy viendo que la están descuartizando me pidió que la recogiera y se la guardara en el garaje de casa, pero no tengo la llave del candado y...» «—Ya. A ver los papeles —de la Variant regalo de su padre—. Esta moto está picada. El número está picado.» «—¡Pero qué dices! ¿Cómo que está picada?» —le salió del alma. La escena terminó con el policía de la esclava soltándole un directo al estómago con todas sus ganas, de una extraña forma que no hizo daño a Alejandro. Y al ver que éste no reaccionaba, se extrañó tanto el policía, que se marchó. Al final, se quedó sin el sillín. Cuando estudiaba quinto de administrativo, su profesor y amigo cambió de centro, montó una asesoría, y Alejandro fue con él de ayudante, aunque no podía pagarle nada fijo... «Ve a tal sitio, recoge estos papeles...» El chico tendría veinte años, y era muy listo. Tomaba decisiones acertadas por su cuenta, y cuando no sabía algo, lo resolvía con ingenio. Pero lo mas chocante de esta relación es, seguramente, comparar aquel rapapolvo en el despacho de la academia con la reunión que mantuvieron los mismos protagonistas varios años más tarde, en la que Alejandro pidió a Vicente que se fuera a trabajar con él y dejara la enseñanza.
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Fue una cómica negociación en la casa de la calle Toronga, el tercer y definitivo domicilio en Madrid de la familia Sánchez-Pizarro, y donde Alejandro vivía aún a finales del 98. Ese diciembre estaba poniendo bases a su futuro. Pocos días después se iba a casar, y al tiempo parecía sentir la necesidad de afianzar su núcleo más cercano. Por algo, cuando se refiere a su equipo, al margen de su manager y su familia, Vicente Ramírez y Marta Cardenal son las primeras personas que menciona. Aunque Vicente empezó a colaborar con Alejandro bastante antes, fue en las Navidades del 98 cuando formalizaron su relación, y desde entonces es de manera oficial su gerente. El acuerdo fue el mundo empresarial al revés. Alejandro ofrecía siempre más de lo que Vicente le pedía. Acto seguido, Vicente bajaba su cifra. Alejandro volvía a subirla... y así estuvieron hasta que se echaron a reír y dejaron la conversación. «Una persona como él, que puede tener el mejor equipo posible de administración, jurídico, fiscal, contable e inversor, me dijo: “Tú te tienes que venir conmigo.” Y si a mi me ofrecieran hoy en otra parte mil millones o así, no me voy. Mi mujer ya falleció, mis hijos son independientes, y yo estoy dedicado a Alejandro en todos los sentidos. Decir que sólo le llevo los números no reflejaría la realidad.» Nunca se podría pensar que esa relación se sustenta sólo en bases económicas, sino en la intuición de Alejandro, que no deja cabos sueltos y se rodea de quien se gana a pulso su confianza. A veces, a través de conversaciones tan duras como la que se dio en el despacho de aquella academia. Cuando Vicente le conoció, Alejandro no tenía un duro y se buscaba la vida como cualquier chico de su edad. Sus padres le daban los consabidos veinte durillos que al día siguiente se le habían acabado. Y desde que tiene todo lo que puede necesitar, su relación con el dinero es la menor posible. Su asesor cumplió con su papel al indicarle que había fórmulas legales para hacerse residente en un paraíso fiscal y ahorrarse así muchos impuestos. Todos sabemos que hay personas muy conocidas que no son residentes en España, pero él fue rotundo: «Yo nací en España, soy español, y pagaré mis impuestos en España. No quiero ser residente en otro país.» Quince años de amistad ya son muchos, y eso permite que Vicente sepa alguno de esos detalles que Alejandro calla. «Cuando yo estaba ya trabajando con él, me llamó la madre de una chica que iba a morir, y quería que Alejandro fuera a verla. Él lo pasa muy mal con esas cosas, pero le dije: “Vamos a intentarlo.” La única condición fue que no hubiera medios de prensa, ni fotógrafos ni nadie. De esa forma, hemos hecho cosas parecidas más de una vez.»
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El nombre de Alcalá de los Gazules, el pueblo de María Pizarro y de Vicente, aparece más o menos distorsionado en varias actividades de Alejandro, y tiene una sonoridad digna de recrearse en ella. «Es un nombre árabe, y nosotros lo utilizamos mucho. La empresa que realiza todos los conciertos es Gazul Producciones, Alejandro lo usó también como seudónimo en sus primeras composiciones (Gazul Medina), y está en el nombre de la editorial de sus canciones (Alkazul, S. L.). Por lo menos, conseguirá que Alcalá de los Gazules se conozca un poco más.» «Alcalá de los Gazules es el pueblo más bonito de España. Decía José María Pemán que los dos nombres de pueblo español que más le gustaban eran Alcalá de los Gazules y Madrigal de las Altas Torres. El nombre viene de su invasión por los moros. Los guerreros defendieron ese fuerte desde unos reductos que aún se conservan y que se llamaron “gazules”. Y se cambió el nombre de Alcalá Regina por Alcalá de los Gazules.»
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del night club al triunfo
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[1986-1992. El encuentro con el público. Los años de aprendizaje. Capi. Avatares con las discográficas. «Viviendo deprisa»]
Cuando su padre vio que Alejandro iba en serio, se apresuró a cumplir su palabra y le ayudó en lodo lo que estaba en su mano. Jesús Sánchez Madero tenía contactos y los utilizó a tondo enviándole a trabajar a los pubs y clubs del circuito que conocía bien. A veces incluso cantaban o tocaban la guitarra juntos, pero no era lo habitual, porque Jesús ya se había bajado de los escenarios y para establecerse como agente artístico. En su oficina representaba un poco de todo, desde cantantes de cabaret hasta magos, pasando por números porno. Y mandaba a Alejandro aquí o allá, para que se ganara cinco mil pesetas, que era la cifra habitual. Tenía que tocar a veces en locales de alterne, que casi siempre parecían más bien cómicos: «Salía una señora ahí vieja de verdad, meneándose, la pobre me miraba... ¡y yo era el espectáculo! Un chaval de dieciocho años ahí, para todas aquellas chicas que estaban acostumbradas a los puros camioneros y a los viejos...» En la Gran Vía madrileña, ese Hollywood de chotis, los noctámbulos le vieron cantar y tocar bajo el nombre de El Cané —sacado de un juego de cartas y que le puso Antonio Arenas— su repertorio de Romero Sanjuán, Bordón 4, Triana o Alameda, con un solo micro para guitarra y voz... «Yo actuaba mientras las chicas se cambiaban... Bueno, mientras se cambiaban... ¡de plásticos!, porque todo lo que llevaban eran unos plastiquitos en los pezones. A mí me asustaban esos sitios. Nunca me acostumbré a los puticlubs. Me dan miedo, siempre me han producido mucho respeto.» Varios veces recalaba en el Erika, donde de vez en cuando se dejaba ver la estrella del local, que podía ser Caco Senante 0 un cantante argentino tipo Francisco, para que le hicieran un homenaje. Por ejemplo, le daban una placa piulada por Tony Greco... «... un personaje impresionante, un showman que pinta cuadros muy particulares. Tendrá sesenta y tantos años, y ahí sigue trabajando. En ese circuito conocí personales muy curiosos.» Alejandro no tenía manager aún, y muy pocos amigos estaban dispuestos a aguantar los tres pases nocturnos que debía cumplir —doce, una y media, tres y medía de la madrugada—. De modo que le tocaba pasar el trago solo. En una de estas sesiones cabareteras, Alejandro conoció a Pedro Miguel Ledó, que sería después su asistente personal durante una larga etapa, llegando a componer con él «Quiero morir en tu veneno». Es su nombre el que se esconde tras «Todo sigue igual».
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«Esa canción está dedicada a Pedro Miguel, un tío de Sevilla que trabajó conmigo muchísimos años. Le conocí cuando entré a trabajar en una oficina de management, Star Records, donde el era secretario. Nos hicimos muy amigos y, cuando empecé a tener éxito me lo llevé a trabajar conmigo. Estuvo viviendo en casa de mis padres y todo, con mi familia, como uno más. Le llamábamos “la Tata”.» De vuelta al trasnoche en el garito de Gran Vía, con aroma a ambientador y humo de cigarro, corre el año 86 y Pedro Miguel, dejando atrás un pasado de técnico en grupos teatrales sevillanos, ha aterrizado en Madrid y en Star Records. Tiene cierto aire curil y habla despacio, como evitando un error. Alejandro, en el escenario, canta canciones de Lole y Manuel, sevillanas, y Pedro está en un grupo con la actriz argentina Perla Cristal, artista de su oficina, Tony Greco, y el padre de Alejandro. A Luciano Ruiz, el jefe de Pedro, se le ocurrió que aquel chaval que estaba tocando sobre el escenario y que a la vez estudiaba administrativo, podía echar una mano en Star Records, y allá se fue Alejandro. Durante los tres meses que pasó en la oficina, Pedro Miguel Ledó y él congeniaron y decidieron componer juntos. Algunas de esas sesiones creativas contaron ton Adolfo Rubio, un tercer socio al que la Warner publicaría un disco en manto de 2000 con alguna canción fruto —todavía— de aquellos encuentros. Componían de noche, en casa de Alejandro, y con un radiocasete roto cuyo botón de record había que mantener apretado mientras se grababa pata que no se detuviera la cinta, por todo soporte técnico. Alejandro se separaba de las calles y la pandilla de Pedrito el Electrónico para hacer música con sus nuevos amigos en los ratos libres que le dejaba la academia de Vicente. Así escribieron varias cosas, y como Capi, al que Alejandro ya había conocido, estaba haciendo un disco para Marina, la prima de Tijeritas, en ese álbum salieron los dos primeros temas compuestos en esas reuniones: «Javivi» y otro. Después siguió su colaboración en dos discos de flamenco con María Vargas (todos los remas del primero; dos temas de Alejandro y Pedro, y Alejandro coproduciendo con Capi en el secundo); la canción «Vente conmigo» para Azúcar Moreno, en la que también intervino Adolfo Rubio... y el grupo rociero Salmarina grabó «Volver a Sevilla», que Alejandro tocó en el concierto de «Básico», aunque no salió publicada en el disco. El tema estrella de ese encuentro a tres bandas sería «Quiero morir en tu veneno», que primero interpretó Juan Carlos Valenciaga y más tarde Alejandro (en «Alejandro Sanz 3»), una vez retocada la letra. Llegó al número uno de «Los 40 Principales» y fue objeto de una versión de Alejandro con Paulo Valessi en italiano. Pedro Miguel abandonó Star Records y se fue a trabajar con Tino Azores, un técnico de sonido que había sido socio de Capi. Cuando Azores y Capi se separaron profesionalmente, Pedro se decidió por Tino, lo que le alejó de Capi e indirectamente de Alejandro por cierto tiempo. http://www.alejandrosanz.ws
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Hay que hablar ya de cuando Capi aparece en la historia de Alejandro, y debe ser la propia estrella quien ilustre con sus palabras el encuentro: «Mi padre buscó a Antonio Arenas, el tío del Capi, para que yo perfeccionara guitarra flamenca a los quince años. Pero en vez de darme clases, decidió que hiciéramos un grupo de sevillanas, Sol y Arena, con su hijo Pepito, otro amigo suyo que era muy repelente, y yo. Actuamos poco y en sitios muy pequeños. Además, Antonio tenía tan mal genio que salíamos de los sitios y no nos querían volver a ver en la vida. Él no tocaba, pero iba siempre con nosotros, y tenía momentos muy mágicos. Contaba historias de cuando los flamencos iban a América y la Mafia era muy fuerte. Él se había traído muchísimas joyas que le regalaban, porque decía que a los mafiosos les encantaba el flamenco y en una noche de fervor, le podían regalar al guitarrista un anillo de rubíes. Así que él tenía su pequeño tesoro en su casa, y desde que se lo robaron tenía un genio fatal. Me presentó a Capi, y empezamos a hacer la historia aquella de Alejandro Magno.» A aquel Alex que tenía diecisiete años y venía de Moratalaz, de las motos y de competir con Mole por una mujer, le alucinó un poco el encuentro con Capi. Amonio Arenas le envió a su casa diciéndole «quieren hacerte un disco», y nada más entrar se dio enema de cinc... algo no encajaba. «Yo era un tío de barrio con el pelo hasta aquí, que no había visto un maricón a quinientos metros en mi vida, y de repente me encuentro en aquella casa, oyendo: “¡Bonita!, no sé qué, esto, lo otro.” Tuve la típica reacción del gallito que cuando se topa con una situación así le entra un pánico terrible. Además, Capi y Luis Miguélez me ponían a hacer maquetas cara a la pared para mirarme el culo, ¡los muy cabrones! Total, que empezamos a trabajar en ese ambiente que para mí era totalmente nuevo, pero me enseñaron mucho. Sobre todo, a no temer cosas que de pequeño te han enseñado que no son lo que tienen que ser. Me di cuenta por mí mismo de lo que era para mí y lo que no, de lo que me gustaba y lo que no me gustaba. Porque para reírme, charlar y pasar un buen rato, no conozco a nadie como Capi o Luis Miguélez.» Alejandro conoció entonces el elemento homosexual que existe en todos los ambientes, y más específicamente en el artístico. Descubrió la sensibilidad y un sentido del humor de personas para las que no estaba preparado desde casa y que le sorprendieron porque «en un momento dado pueden ejercer de madres, luego de hermanos, y también de amigos». De aquella factoría salió, entre muchas otras cosas, la primera experiencia discográfica grabada por él en el año 89, aunque bajo el marketinguero nombre de Alejandro Magno: «Los chulos son pa’ cuidarlos». Un hito en su trayectoria que no afronta ya como un sambenito, sino que justifica por lo divertido que fue hacerlo y lo que aquello significaba a su corta edad...
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«En ese momento, ya el solo hecho de grabar un disco me parecía simplemente maravilloso. Grabamos con Tino Azores, un técnico de sonido un poco franquista en su alma. La primera vez que grabé con él, iba de productor importantísimo, y como nosotros éramos muy jóvenes, su vida era presumir delante de los chavales que empezaban. Me metí a hacer un coro y me dijo: “Tú salte de ahí, que no vales para esto.” Yo empecé muy pronto a trabajar en los estudios a través de Capi y de este Tino Azores. Muchas veces ni siquiera cobraba.» Por un ejemplar de «Los chulos...» los coleccionistas de rarezas discográficas llegan a ofrecer hoy un cuarto de millón de pesetas, ya que el disco fue objeto de tal peinado en las tiendas que es sencillamente inencontrable. La actividad de productor de Miguel Ángel Arenas permitió a Alejandro adquirir experiencia en todas las vertientes del trabajo de estudio: composición, coros, arreglos. En los discos de Capi hacía muchas cosas distintas. También hubo un proyecto de rumba-pop con un productor argentino, donde él cantaba con Adolfo Rubio, aunque luego ese productor pusiera otras caras en la portada del disco. Todos los entresijos de la industria se le mostraron a Alejandro durante esta larga etapa desde dentro y desde abajo, de manera que ese conocimiento le hiciera muy difícil tropezar en un futuro de éxito, al saber de qué pie puede cojear cada pata de su negocio cuando no está bajo control. *
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Miguel Ángel Arenas, Capi, tiene porte amejicanado, mucho sentido del humor y gran afición por los colores chillones. Su casa ha sido siempre refugio de artistas con talento en apuros económicos. Desde que conociera —mientras trabajaba de ayudante en el estudio del escultor Luis Sanguino— a finales de los setenta a Costus, el mítico dúo de pintores naïf que encarnaron la iconografía de la movida madrileña hasta hoy, en que David Paquet, con una pintura sucesora de aquélla, usa uno de sus salones como estudio. Capi ostenta un considerable pedigrí de descubridor. En su modernidad, que es ya posmoderna, sabe casar lo folclórico y lo camp con lo avanzado. Es un visionario con ojo y olfato, que ha tenido muchos intentos y bastantes aciertos en el mundo del disco. Los Pecos en su tiempo, Mecano después, y sobre todo Alejandro Sanz, son los más sonoros. Arrellanado en su sillón, que más parece un trono, no olvidará cuando le dijeron que su primo José tenía un grupo de sevillanas con otros dos chicos. A sus padres les llamaba mucho la atención Alejandro y le hablaron de él hasta que su tío Antonio le llevó, con la casete que habían grabado, una foto de los tres en el parque de El Retiro. Capi estaba en ese momento con el guitarrista de Alaska y Dinarama, Luis Miguélez, y le comentó: «Qué sexy, qué divertido es éste, con esa cara de pillo. Vamos a llamarle.»
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Y empezaron a preparar «Los chulos son pa' cuidarlos», porque a Alejandro, que aún no componía, le gustaba cantar rumbas. Capi quedó fascinado con la capacidad de aquel chico polifacético que igual recitaba a Lorca que contaba El Quijote... «Era brillante, guapo, simpática, inteligente, y se acoplaba a las situaciones como si llevara en ellas toda la vida. Tenía talento, el mundo artístico le llamaba, y estaba ahí como podía haber estado en la Factory de Andy Warhol. No había que introducirle en nuda.» Si Capi tiene que destacar algo de la personalidad de Alejandro cuando se conocieron, se queda con «lo divertidísimo que era. Tanto como ahora, sólo que pudiendo salir a la calle, que es la pena. Yo me he jartao de reír con él». Siempre le encontró interesado por las novedades. Desconocía lo que era trabajar con un fotógrafo, y se entregó al objetivo de Pablo Pérez-Mínguez hasta superar la prueba y saber todo el partido que podía sacarse. Y como era trabajador y la música era su vida, pasaba mucho tiempo en casa de Capi escuchando, absorbiendo como una esponja toda información valiosa. «Los chulos...», refrito y última vuelta de tuerca a un proyecto tecno-rumbero de Tino Azores y Capi que remató Luis Míguelez, salió en el 89 con una sola canción compuesta por Alejandro, «Tom Sawyer». En el 90, Alejandro hizo coros con el legendario Tino Casal y con Laín, compuso los temas «Gángster» y «La magia está en tu corazón» para Los Chicos de Tass —una especie de New Kids On The Block a la española— y produjo el álbum «Música en el rincón» para La Ventura. Es el año de «Quiero morir en tu veneno» y «La llama de la pasión» para Juan Carlos Valenciaga... «Era una máquina de trabajar. Y yo, como productor que necesitaba movimiento, llegaba con una idea y “¡que la haga Alejandro!”. Y Alejandro lo hacía todo. Yo impulsaba los motores y él no paraba. Por eso, cuando llegó “Viviendo deprisa”, antes hay montones de discos que han sido su preparación y su aprendizaje para enfrentarse un día con un proyecto propio y personal, porque lo tenia muy claro desde que me dijo: “Voy a estar en esto aunque sea llevando el café.” Y cuando llegó su primer disco, él ya había trabajado antes en seis. Por eso lo hicimos como nos dio la gana, y la compañía tuvo que tragar.» Para el gran público, ahí empieza todo. Ni Alejandro ni Capi hicieron concesiones en «Viviendo deprisa» porque tampoco calculaban que se convirtiera en la revolución que resultó ser. Se hubieran contentado con que gustara en el ambiente musical, pero la dimensión que alcanzó no era previsible. Mientras preparaba repertorio de encargo pan la cantante Arabia, se dio cuenta de que sólo él debía interpretar ese material que tenía entre las manos. Como http://www.alejandrosanz.ws
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después de «Los chulos son pa' cuidarlos» Alejandro seguía ligado por contrato a Hispavox, propuso a esa compañía editar su debut con temas propios. Pero la casa de discos vertió un jarro de agua fría sobre sus sueños. El entonces director, Javier del Moral, no sólo le advirtió que nunca triunfaría cantando baladas con ese deje flamenco, sino que sus letras eran demasiado complicadas. Ante esa reacción, Alejandro pidió su carta de libertad —la rescisión del contrato— para poder grabar sus canciones en otra discográfica, y Del Moral le exigió tres millones de pesetas a cambio. El artista, que no tenía ni para el metro, amenazó con sentarse a la puerta hasta conseguir su propósito. Finalmente lo logró, pero con una condición: sólo podía grabar con su futura compañía los mismos temas que había ofrecido a Hispavox, y que estaban «condenados al fracaso». En los meses previos a la grabación de «Viviendo deprisa», tan faltos de apoyo, hay personas dentro de Hispavox que alientan a Alejandro. Una mano amiga es la de Moncho Ferrer, entonces jefe de promoción de la discográfica. Pero llegamos al momento de la historia donde ya ha pasado lo peor, uno de los períodos más dulces en la vida profesional de Miguel Ángel Arenas, Capi... «Se produce una pugna por Alejandro. Íbamos a grabar con Ariola, pero allí, Álvaro de Torres propuso que hiciéramos primero un single. “¿Cómo que un single?” —exploté—. Por pura intuición, fui a ver a Iñigo Zabala a Warner, para buscarme la vida por otro lado, porque con aquéllos no íbamos a ganar ni para los gastos.» Iñigo, ex teclista de La Unión, había debutado con muy buen pie como director artístico de Warner fichando a Revólver y a Presuntos Implicados. Cuando Capi le llevó aquella maqueta y escuchó «Se le apagó la luz», se convirtió en fan de Alejandro. Pero al mismo tiempo, las canciones llenaban por fin hasta el despacho de Cámara, director de Ariola, y empezó una puja entre ambas compañías que no paraba de subir por los dos lados... «Se estaba hablando de cincuenta o sesenta mil dólares —dice Iñigo— que ahora nos parece una cantidad ridícula, pero entonces era muchísimo dinero por un artista que empezaba. Cuando vi que podía perderle, le llamé y le dije: “Alejandro, te decidas o no por Warner, yo voy a ser fan tuyo toda la vida.” Me dio las gracias, colgó el teléfono, y a los dos días estaba firmando el contrato.» Cámara ya era un semidiós en la industria, y Zabala apenas empezaba, pero Alejandro se dejó guiar por su instinto inclinándose por este último. Capi y Alejandro grabaron en los meses de noviembre y diciembre del 90. Invirtieron el dinero del contrato en fichar a Eddy Guerin, prestigioso arreglista que ya había colaborado con Capi en un trabajo de Arturo Pareja Obregón. Eddy desarrolló su labor en «Viviendo deprisa» como un músico más, construyendo cada canción diariamente según la iban haciendo, porque tenía a gala no escribir nada en un papel. Era un músico de raza, al estilo de Krank Pourcel o cualquier director de orquesta de su época, que a los veintitrés años ya dirigía a cuarenta y tres profesores en la Orquesta del Casino de Beirut. http://www.alejandrosanz.ws
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Responsable de sintonías televisivas legendarias, como la del programa «Un, dos, tres», también había trabajado con Isabel Pantoja, José Luis Perales o Serrat. «Viviendo deprisa», publicado en mayo del 91, empezó a despegar. Alejandro tenía un buen contrato discográfico en el bolsillo, y era el primer artista al que Rosa Lagarrigue (Bosé, Mecano, La Unión, Pedro Guerra, Revólver, Malú, Niña Pastori y Txetxo Bengoetxea) se preocupó de buscar y fichar personalmente. «En el verano del 91, Mecano estaba arrasando y Alejandro sólo tenía un single. Pero yo había oído hablar de él a Iñigo Zabala, había visto su vídeo, y le llamé para cenar con él sin que lo supiera nadie más.» «Los dos cogidos de la mano» fue ese primer sencillo, pero fue el segundo single, «Pisando fuerte», el que conectó con el público. La frescura del primer tema dejó paso al carisma y la contundencia del segundo, más emblemático. Como dice Capi, «en España se acostumbra a dejar caer los discos a los dos meses de salir. Pero con los artistas de talento no hay que bajar la guardia. Y con «Viviendo deprisa» se insistió y se insistió. Ayudaron mucho el vídeo de Isabel Coixet (de «Pisando fuerte») que acertó plenamente, y el trabajo de Rosa Lagarrigue y de la compañía». El vídeo de «Pisando fuerte» maestra a un Alejandro de cazadora roquera que encandila a la madura fotógrafa durante una sesión. Es ese primer Alejandro de aire totalmente infantil el que despertó los sueños de las fans. Aun así, en noviembre del mismo año, el disco lleva la modesta cifra de sesenta mil ejemplares vendidos. Es cuando se empieza a planear el concierto de Navidad para Unicef del pabellón del Real Madrid, cuya retransmisión hace que el disco «explote» y llegue a las ochocientas mil copias. Aquella noche sólo estaban previstos dos papás noel para recoger los regalos del público, pero incluso Iñigo Zabala acabó ayudando, porque no se daba abasto. Alejandro hace su primera visita promocional a Los Ángeles y Miami en noviembre del 91 acompañado de Yann Barbot, un francés ex fan de Mecano y La Unión que acaba de ser sacado por Iñigo de un sello independiente donde promocionaba a artistas como Depeche Mode o Kilye Minogue para apoyar la carrera americana de Alejandro. «... Al principio no conectábamos nada. Alejandro no entendía qué pintaba un gabacho moviéndole por América, y la estructura de nuestra compañía allí era bastante imprecisa. Para él, que en España ya era importante, fue duro darse cuenta de que en América nadie le conocía. Pero a la vez fue útil, porque le hizo comprender lo necesario que es abrir mercados nuevos.» Afortunadamente, después vino México, un terreno mucho más abonado donde el trabajo previo de la compañía había calentado el ambiente. Alejandro ya esperaba algo mejor de lo que acababa de pasar, y en el avión iba bromeando... http://www.alejandrosanz.ws
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«Imagínate, Yann, que llego, me hago el bizco, y les cuento: ¿Es que la compañía no os había advertido que era bizco?» En México D. F. le esperaban autobuses con sus primeras fans locales, y se quedó un mes entero en el país. El calor de la gente le hizo olvidar la mala impresión de Los Ángeles y Miami. «Incluso en los momentos bajos de mi carrera he venido a hacer conciertos y la gente respondió. Eso me demostró que no sólo se fijaban en las listas de éxitos, y hay que recompensar esa fidelidad», decía Alejandro al explicar por qué escogió México D. F. para la presentación mundial de «Más». En el 92 tuvo más de noventa fechas de conciertos por toda España, además de Venezuela, USA, México, Colombia, Argentina y Chile. Sólo en México vendió doscientas ochenta y dos mil unidades de «Viviendo deprisa», superando la cantidad necesaria para el codiciado disco de platino (250.000). Había surgido en un ambiente musical español tomado por los grupos, y en el que los solistas estaban mal vistos, pero triunfó contracorriente vendiendo en total más de un millón de discos. Y hay un nombre de la radio española que no se puede olvidar ya que cree en el desde el principio: Rafael Revert, director entonces de «Los 40 Principales» en la cadena SER, programa sus canciones desafiando a quienes dicen que no son adecuadas para una radio-fórmula. Tras los dos singles, en el disco había más canciones notables (la comentada «Todo sigue igual», «Viviendo deprisa» y, especialmente, la trágica «Se le apagó la luz», que había conquistado a Zabala). Otras revelaban influencias muy queridas por Alejandro, como «Lo que fui es lo que soy» o «Duelo al amanecer», con esa energía rock-country-pop de un antiguo admirador de Los Secretos. También hubo espacio para verdaderas curiosidades, como «Es este amor» o la muy ecologista «Completamente loca», sin olvidar la anécdota que rodea a «Toca para mí», inspirada por un músico ambulante que Alejandro se cruzaba habitualmente cuando iba a pasear con Almudena por el parque de El Retiro, cerca de la casa de ésta. Para su primera gira, integran el grupo de acompañamiento a Alejandro Sanz, Los Gángsters del Ritmo: Fran Rubio en los teclados, Javier Catalá a la guitarra, José Agustín Guereñu, «Guere» (el único de aquella formación que permanece a su lado hasta la fecha) en el bajo, y el mejicano Fernando Toussant, «Cherokee», a la batería.
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el disco ruso
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[Años 93 y 94: la resaca del éxito. Grabación en Londres de «Si tú me miras». «Básico»]
Había llegado el momento de perfeccionarse y dotar a la frescura inicial del oficio necesario para plasmar con éxito esa naturalidad. Había sonado la hora de los maestros. En el programa monográfico que «El séptimo de caballería» dedicó a Alejandro Sanz (5-10-98) se encontraba, mezclado entre el público y en un discreto segundo plano, un hombre de los que se ven una vez y se recuerdan siempre. Antes de iniciar su actividad como profesor de canto y cuando aún ni pensaba en hacerse el educador de voz más querido y respetado del pop español, Robert Jeantal tuvo su propio grupo, los TNT, y algunos éxitos. Por su casa han pasado Ana Torroja, Christina Rosenvinge, Rafa Sánchez, Paloma San Basilio, Amistades Peligrosas y bastantes más. Es, por poner un ejemplo llamativo, la persona que ayudó a Miguel Bosé a sacar a relucir su verdadera voz en «Sevilla», un paso decisivo en su carrera musical. Robert, viejo amigo de Tom Jones como atestigua una foto que cuelga de su salón, emplea una chocante técnica con sus alumnos, ya que no utiliza instrumento alguno en sus clases. El aprendiz de cantante llega a su casa (un sencillo piso cerca de la madrileña plaza de España), y después de que el maestro le marque las escalas que debe entonar, entra en un estrecho pasillo que recorre arriba y abajo mientras repite los ejercicios. Robert permanece durante la clase en el salón de al lado, escuchando cómo lo hace su pupilo, y de vez en cuando le da indicaciones o le refresca él mismo la escala repitiéndosela al alumno. Con el apoyo de la vocal «O» y las consonantes «M», «N» y «Ñ», el estudiante va subiendo de tono hasta donde pueda llegar, y los ejercicios de respiración le ayudan a conocer sus límites al tiempo que sortea a la deliciosa perra salchicha que salta a su alrededor. Al terminar la clase, al aprendiz le sale de dentro una voz caliente y bien colocada, la mejor de las posibles. Y siempre hay un rato extra para charlar sobre fenómenos paranormales, poderes extrasensoriales, creencias, gimnasia o ética, que deja una relajante sensación de paz. Roben viste invariablemente de chándal y deportivas, y peina con coquetería su blanquísimo tupé, recuerdo sin duda de triunfales noches antes y después de actuar. Alejandro tenía mucho que aprender y que asimilar en poco tiempo. El éxito también puede ser una píldora indigesta, y como consecuencia de la agotadora gira del 92, ha dejado atrás al chico de barrio para convertirse en un ídolo que no puede pisar la calle sin que le asedien cientos de fans y se analicen con microscopio todos sus movimientos. Este shock le hace acusar un bajón psicológico. http://www.alejandrosanz.ws
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«Tuve una época muy mala. Me encerré en una casa en Sanlúcar para superarlo con Capi y unos amigos franceses que vivían con él en ese momento. Era muy curiosa esa sociedad sanluqueña y chipionera. Cuando me querían invitar a una fiesta, como yo cantaba y era gracioso, las señoras, que estaban encantadas de hacerme un hombre, me decían: "Vente tú, pero que no venga Capi." Y yo contestaba: "Pues si no viene, yo tampoco voy."» «Tuve un proceso casi tan suave como el de la transición española. Es decir, que de repente no veía con extrañeza cosas que antes sí, y al revés...» En esta fase de aprendizaje vital, personal y profesional, Capi introduce a Alejandro en un círculo donde se encuentra el mencionado Pablo PérezMínguez, fotógrafo de la «movida madrileña» que le retrata para la portada de «Viviendo deprisa». La capital está en un momento muy brillante de modernización acelerada, y Alejandro llega a esa vorágine cuando está dando sus últimos coletazos... «Ni supliera llegué a conocer la sala Rock-Ola. Hoy en día hay dos cosas que no me perdono, y son no haber conocido el Rock-Ola y no haberle podido escribir una canción a Camarón de la Isla. Pero no llegué a tiempo. Sí recuerdo con mucho cariño a Tino Casal, que cantaba de maravilla y fue quien me enseñó, literalmente, a hacer coros. Me acuerdo de estar haciendo coros con él y fijarme sólo en esos zapatones que llevaba, que eran como dos coches de choque de feria, con una goma muy grande alrededor. Yo flipaba con eso, porque me lo había imaginado con zapatos puntiagudos, pero nunca con esos zapatos tan gordos de goma.» Tras el debut del 91 y el supertour del 92, le alcanza por primera vez a Alejandro el horror vacui, esa sensación de vértigo abismal que sucede a las experiencias más intensas de la vida. El bajón, atemperado por las vacaciones en Sanlúcar, no está del todo resuelto al plantearse la grabación del segundo álbum. Tanto Warner (Iñigo) como Alejandro quieren adelantarse al mercado, y antes de encerrarse en un público limitado y muy marcado, desean un disco con otros sonidos y otro color. Un disco maduro que arrojar a los críticos maldicientes. La compañía recomienda entonces a Nacho Mañó, de Presuntos Implicados, para pilotar ese proyecto, y Alejandro lo acepta de buen grado. Capi no comparte al ciento por ciento la decisión de buscar a otra persona para dirigir musicalmente el segundo álbum de Alejandro cuando la fórmula de «Viviendo deprisa» con Guerin había probado su efectividad. Pero transige y coproduce con Nacho. Entre febrero y abril del 93, Alejandro escapa al ruido de las fans para poderse centrar en su faceta más íntima y verdadera de creador de canciones. Asesorado por Nacho Mañó, encuentra espacio vital para respirar en los estudios Townhouse de Londres, donde Presuntos ha grabado «Ser de agua», uno de sus discos de mayor proyección.
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Pese a la dificultad que entrañan todos los segundos discos de un artista y las condiciones particulares que rodean a este en concreto —cambio de sonido, inestabilidad emocional del cantante...— Alejandro siempre lo ha defendido con ardor. «Para mí ese disco fue de los más exitosos, excluyendo "Más". Obviamente, no lo fue en ventas. Pero pese a todo lo que estaba pasando en mi vida personal —estaba viviendo un amor muy escabroso, muy difícil, tenía sangre de por medio, tenía risas, tenia lágrimas, tenía peleas, tenía locuras, tenía amanecer a las tres de la tarde en un antro de Madrid pidiendo socorro...— salió uno de los discos que más quiero.» «Sobre todo, porque en ese disco está Paco de Lucía, que es lo más grande que me ha podido pasar como músico; porque estaba Nacho Mañó haciendo esa producción; por cómo son los temas, y por la valentía que hubo... o la ignorancia. La valentía viene acompañada de la ignorancia en todo caso.» «Al final, es de los discos más maduros que he hecho, un paso de gigante con respecto al primero, y eso creó un respeto entre cierto tipo de gente que me interesaba y que aprecia lo que significa ese disco en mi carrera, porque es cortar con todo. Después de haber vendido un millón de discos y de gustarle a todas las chicas jóvenes, convertirte por un tiempo en una persona totalmente oscura, creo que fue un paso valiente y me alegro de ello.» El tiempo ha dado la razón de algún modo a Alejandro, porque «Si tú me miras» es un disco que hoy suena más actual que el primero, y sus venias son lentas pero todavía constantes. Sin embargo en su tiempo supuso una caída en cifras hasta la mitad de «Viviendo deprisa». Quinientas mil copias despachadas hasta la fecha de «Si tú me miras» no son, en los términos habituales para Alejandro Sanz, un buen número. Al reflejar el ambiente emocional que se respiraba alrededor de esa grabación, hay que decir que se trata de un período contradictorio para el artista, que alterna la diversión y el sufrimiento. Una vez en Londres, determinado a no perder ni una hora de su tiempo, toma clases de inglés y tiene por compañeros a dos personajes que serían más tarde prohombres del Partido Popular: Miguel Ángel Rodríguez y José María Michavila. Compatibilizó la camaradería de estos políticos con visitas menos políticamente correctas que le llegaban desde España, como las de Fabio de Miguel (buen amigo de Tino Casal) o Luis Miguélez. En esas fechas coinciden en Londres los Ketama, Miguel Bosé (que está grabando «Bajo el signo de Caín»), Nacho Cano, su hermano José María inmerso en la composición de su ópera... Hay un gran ambiente que termina a veces en desmadre.
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Alejandro mantiene una relación sentimental desigual con una mujer que se acaba de separar. Él tiene veinticinco años y ella es mayor que él. Apenas recuperado de su depresión, Alejandro está atrapado en la red de quien sería la verdadera destinataria de «Si tú me miras». A ella se refieren los misteriosos amores culpables que, según la canción, es preciso ocultar ante los demás. «Tu letra podré acariciar» es el eslabón que nos conecta al Alejandro Sanz de «Viviendo deprisa»: vigoroso y directo, envía un homenaje cálido a las fans que acuden a sus conciertos. Incluso en pleno cambio de piel no olvida a sus fieles. Tal vez ahora con un sentido especial, por lo que está viviendo. «El escaparate» y «Mi primera canción» contienen el lujo de Paco de Lucía a la guitarra. Alejandro pidió a Capi que le llamara, y a éste no le costó nada convencerle, porque la amistad familiar y el respeto mutuo es antiguo y firme. Además, el maestro lo pasó muy bien en Londres: «Llegó con un chándal lleno de agujeros y la guitarra en la mano. Venía para unas horas y se quedo tres o cuatro días. Vivíamos en un apartamento al lado de Portobello, empezamos de repente con unos picores... y estábamos todos callados hasta que a Nacho Maño le empezaron a salir ya pústulas en la cabeza. Tuvimos que irnos corriendo de ese piso por la cantidad de bichos que había.» «Cómo te echo de menos» y «Qué no te daría yo» son dos grandes temas que ilustran a la perfección el tempo baladista y calmado que se busca en el álbum, mientras que lo original del arreglo manda en «Este pobre mortal» y en el alegre ritmo reggae elegido para «Vente al más allá», en la línea de lo que artistas como Sting estaban haciendo en sus discos. «Cuando acabas tú» está llena de rabia contenida, y la ternura envuelve la historia contada en «A golpes contra el calendario», una oda a la dignidad en el ocaso de la vida. La edad más madura es un tema que ya había interesado antes a su autor («Toca para mí»). Para Capi, «Si tú me miras» siempre será el disco ruso. Pero no por la rareza de su sonido, sino porque Alejandro y él se inventaron en Londres una antidieta: no comían durante el día, pero de noche se desquitaban con homenajes de caviar, vodka y blinis con nata en un restaurante ruso que habían descubierto y del que se hicieron adictos. «Fue muy divertido, porque Alejandro llegó con tantas ganas de cambiar de vida que se apuntó a un gimnasio. Y luego fue tres días, porque cuando hace gimnasia se ensancha bastante.» Una nueva estética reina en los dos vídeos que se producen a partir de este álbum. Isabel Coixet —formada en la publicidad, vinculada a Bigas Luna y después directora de largometrajes—, que había dado en el clavo con «Pisando fuerte» se encarga del correspondiente a «Si tú me miras». Steve Graham firma el de «Cómo te echo de menos» —moderno y muy colorista. Alejandro, que suele calificar su forma de moverse como «andares de pato», no siempre flotó con la misma estabilidad. Tal vez como uno de esos ánades de http://www.alejandrosanz.ws
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juguete que se ponen en los estanques o en la bañera, en esos movidos días londinenses se escoró hacia un lado y otro, y estuvo a punto de hundirse hasta la cabeza. Pero tiene la sólida base de un tentempié, y recuperó a tiempo el equilibrio. A decir de Iñigo Zabala, «Básico» fue sencillamente un apoyo promocional para «Si tú me miras». Y de paso, una forma de demostrar al público y la crítica que allí no había trampa ni cartón: el artista defiende en directo su voz y su pericia instrumental sin problemas, probando su alto nivel en las dos disciplinas. Para «Básico», que salió en 1994, se recuperaron los éxitos más contrastados del primer álbum («Pisando fuerte», «Los dos cogidos de la mano», «Se le apagó la luz» y «Viviendo deprisa»), y se hizo hincapié en las canciones del segundo disco que debían potenciarse: «Mi primera canción», «Qué no te daría yo», «Si tú me miras», «Cómo te echo de menos», «Tú letra podré acariciar», y «A golpes contra el calendario». Del disco se hizo una edición especial de treinta mil ejemplares, aunque tras el éxito de «Más» fue reeditado. Volvió a situar a Alejandro en el mapa y además vende vanguardia, porque se enmarcó, justo tras la experiencia de Revólver, en la moda «desenchufada» que los discos de la cadena musical MTV estaba imponiendo en América: «unplugged» que renuncian a los decibelios en favor de un clima intimista para mostrar al artista sin envolturas frente a un público seleccionado entre sus más fieles seguidores.
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a la de «3»
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[94-95. Aparece Jaidy, «Alejandro Sanz 3», la conquista de Latinoamérica]
En el año 94, la presión de las fans y la necesidad de espacio vital hace que los Sánchez-Pizarro (Alejandro incluido) se trasladen a la calle Toronga, en el noroeste de Madrid. La nueva casa tiene la tranquilidad necesaria para que el músico, superada con éxito su zozobra personal y teniendo asumido que en lo profesional pueden producirse aún sorpresas desagradables, elabore los temas que darán origen a su nuevo disco. Después de una etapa alejado de viejas amistades para adquirir otras que a veces se le acercaron más por su fama que por sí mismo, en la que ha eludido relaciones sentimentales duraderas, la música le devuelve a sí mismo y le pone los pies en el suelo. Es el motor de su vida y lo que, como siempre dice, «le ha sacado de bastantes apuros». Se ha empleado a fondo en sus estudios de piano, y ello se va a notar en la calidad de sus composiciones para «Alejandro San 3». Ese año participa en el gran festival chileno de Viña del Mar, donde formó parte del pirado y cantó dos canciones de «Viviendo deprisa», además del famoso dueto con Miguel Bosé de «Nada particular». En el misino certamen coincidió con Luis Miguel y con Ricky Martin, a quien ya había conocido en México. Ricky dudaba por dónde tirar. Quería hacer letras, cambiar de registro, y Alejandro le dijo: «Vente a España, te relajas, piensas tranquilamente, y si yo puedo ayudar en algo, te ayudo.» Estuvo un par de semanas viviendo en la casa de Toronga y viendo la forma de trabajar de Alejandro. En España se le conocía menos que ahora, y la estrella de Puerto Rico podía así escapar al acoso de las fans por unos días para reflexionar. De esas fechas quedó, como testimonio, el tema de Alejandro «Nada es imposible», que Ricky interpretó en su álbum de 1995 «A medio vivir». En diciembre del 94, Alejandro realizó la sesión con el fotógrafo Jesús Ugalde de la que saldría la carátula del disco nuevo. El nuevo Alejandro cuida su cuerpo, ha vuelto a hacer ejercicio y compone canciones a un ritmo vertiginoso con una entrega a su trabajo difícil de hallar en otros artistas. Incluso puede pensarse que la extremada disciplina que se autoimpone para progresar en el dominio del piano es parte de su receta. Sale de una etapa excesivamente autocrítica y algo destructiva sin ayuda externa, lo que demuestra la fortaleza de su carácter. A veces ha reconocido que, una personalidad como la suya, natural y directa, tras vivir el superéxito de sus inicios tuvo que pellizcarse para ver si todo eso era verdad. Y le pareció tan fuerte la experiencia, que después se colocó muy por debajo de lo que en realidad valía, diciéndose que no se merecía tanto. Mientras escribe canciones, tal vez por volver a conectar con un entorno anterior y conocido que le haga sentirse cómodo, vuelve a llamar a Pedro Miguel http://www.alejandrosanz.ws
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Ledó, que llega a Madrid para servirle de apoyo como asistente personal — recordemos que para «3» recuperará «Quiero morir en tu veneno». En la nueva casa va creando un estudio que al principio es una mesa y acaba teniendo todo lo necesario para maquetar un disco profesional. Alejandro ha adquirido una madurez de compositor muy importante, y su compañía de discos le apoya totalmente. Pasada la necesidad de abrirse a ese público adulto y demostrar su capacidad a los más exigentes, había que crear un disco nuevo, distinto y definitivo. Quien no hubiera captado aún las señales y no se hubiera querido subir al carro... allá él. «Viviendo deprisa» había tenido la frescura de ser grabado casi como una improvisación de Eddy Guerin. «Si tú me miras» fue el álbum exquisito que se buscaba gracias a la meticulosidad y finura de Nacho Maño, que manejó admirablemente a los músicos ingleses. Con «3» se trataba de hacer un disco con el ingrediente de lo espectacular. Para ello, todos estaban de acuerdo en potenciar una de las resonancias más claras en Alejandro: la italiana. Había que encontrar al productor que, bajo la supervisión y el oído «muy de público» de Miguel Ángel Arenas, diera grandiosidad a unas canciones que conquistaran desde la primera escucha, mostrando todo su potencial. Las miradas se dirigieron, en un primer momento, a Celso Valli, cuyos trabajos con Eros Ramazotti —aunque bajo el mando de Piero Cassano— eran una referencia segura para la industria. No olvidemos que, cuando salió Alejandro Sanz, Eros era el gran fenómeno. Y como motivo añadido, está la vieja cuestión de por qué los artistas italianos logran penetrar en España, y en cambio no se consigue casi nunca que un español triunfe en Italia. Incompatibilidades de fechas no permitieron aceptar el trabajo a Celso, aunque le interesó mucho, y José Luis de la Peña, nuevo director artístico de Warner tras el ascenso de Zabala —y ex bajista de Los Elegantes— escuchó los trabajos de Emanuele Ruffinengo, que había colaborado con Celso Valli en «Stella nascente», de Ornella Vanoni. El entendimiento artístico entre Emanuele y Alejandro funcionó desde el primer momento, y su colaboración dura hasta el día de hoy. El piamontés no había pisado jamás España cuando tomó el avión con un diccionario en la mano que ampliara su conocimiento del idioma local («peseta», «paella» y «corrida» era todo lo que sabía decir). En su primer encuentro, ambos hablaron inglés hasta que Alejandro dijo: «Háblame en italiano, yo te hablaré en español y verás cómo nos entendemos mejor.» Aquello debió de ser como el encuentro entre el primero de la clase y el más travieso, porque Emanuele es el tipo de hombre al que confiarías tu mayor secreto nada más conocerle, o a tu hermana menor poliomielítica para que la cuidara mientras haces una gestión urgente. Genera tanta confianza y tiene tal cara de bueno, que no parece de este mundo.
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El parto del «3» no fue rápido ni fácil. Tras escuchar la primera maqueta que Alejandro entregó en Warner, tanto José Luis de la Peña como Iñigo Zabala opinaron que «el single no estaba», y había que hacer más canciones. Cuando el artista volvió a casa con la cabeza baja y lo contentó con Pedro Miguel, éste se llevó las manos a la cabeza: «¿Pero qué quieren? ¡Si les hemos llevado un discazo!» Alejandro reaccionó más fríamente... «Si lo dicen, será por algo.» Después dedicó toda la noche a escuchar el material, y se dio cuenta de que tenían razón. Desde ese momento, la opinión musical a la que concede más crédito es la de Iñigo. Y hay motivos para ello: entre las cinco canciones que Alejandro incluyó en la nueva cinta que entregó más tarde, se encontraban cuatro de los cinco singles que salieron de ese álbum: «La fuerza del corazón», «Mi soledad y yo», «Lo ves» y «Quiero morir en tu veneno». Para la grabación de «Alejandro San 3», realizada por un equipo italiano en su mayor parte, se eligió un palacete del siglo XIII cercano a Venecia cuyos propietarios promocionaban recordando que en una ocasión había servido de alojamiento a Ronald Reagan. Para Alejandro fue un estímulo añadido, porque Italia «tiene un punto maravilloso. Es el país europeo más parecido a España, y me gusta su forma de entender lo música». Allí se encerró hasta que salieran en su formato definitivo las canciones del disco «que no deben ser más de diez. Prefiero un disco con nueve canciones buenas a uno con dieciséis que al final cueste oír». Las sesiones, entre febrero y marzo del 95, se desarrollaron con buena sintonía entre Miguel Ángel Arenas, Emanuele y Alejandro, y el resultado es un disco brillante, potentísimo, que cimentó definitivamente su carrera por la seriedad de sus planteamientos y por su solvencia sonora. «Las canciones de “Si ni me miras” iban por delante de su tiempo, pero su falta de tirón comercial no estuvo en las canciones, sino en el sonido de ese disco —opina Emanuele—. Cuando Alejandro canta, pone en la voz la misma energía que un cantaor flamenco, y lo primero que yo me planteé fue cómo introducir esa energía en canciones pop. Cuando sube de esa manera en sus fraseos, necesita un apoyo de sonido y de técnica que esté a su altura. En “Alejandro Sanz 3” también descubrimos que necesitaba músicos latinos, porque los ingleses sonaban muy bien, pero al meter músicos latinos en el estudio, ocurría algo especial.» Cuando Emanuele se incorporó al «3», el repertorio del disco estaba acabado y decidido. Desde su base en los estudios de Treviso, Alejandro y él visitaron otros puntos de Italia durante las fechas de la grabación, y al concluir esa fase confiaron las mezclas de sonido otra vez, a los estudios Townhouse de Londres.
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Ese año traería más cosas buenas a la vida del cantante, porque antes de terminar le proporcionó un encuentro que aún no se había producido cuando está grabando «3»... «Luis Cobos..., ¡tachan, tachan!..., me presentó a Jaydy en la que yo creo que fue su mejor actuación. Lo que más me gustó de ella fue su aire campesino. Llevaba aquel día un peto vaquero, y me dio mucho morbo eso y sus pecas, que también me gustaron mucho. Y no fue nada fácil, porque ella quería algo serio... Lo que consiguió, vamos.» Un almuerzo de trabajo con el famoso director de orquesta se cruzó en su camino y le devolvió el interés por mantener una relación estable después de mucho tiempo sin compromiso. Cobos quería convencer a Alejandro en esa comida de que se presentara como consejero de la Asociación de Intérpretes y Ejecutantes, y aunque Pedro Miguel le aconsejó que no aceptara, porque no tenía tiempo para reuniones y asambleas con horarios concretos, aceptó. Fue más duradera su relación con Jaydy que su vinculación a la AIE, sin embargo... «Fui a la primera reunión y no volví a ir en mi vida, porque escuché muchas estupideces. Había celos y cosas raras por parte de algunos maestros de la música clásica, que a los demás nos consideran mal. Había uno allí que era un gili y me atacaba todo el tiempo. ¡Para una pregunta que hice! Al final, le dije: “¿Pero no soy el delegado de clase? ¿Por qué me habla usted así, señor director?”» «... Bueno, pero Luis va me había presentado a Jaydy. Ella había venido a España a probar suerte de modelo. La había traído una agencia y estaba viviendo en una pensión con otras modelos. Entonces, una amiga suya que salía con Luis Cobos y vivía en su casa, le dijo: “Mira, ésta es una amiga que también vive conmigo.” Y Luis, que la veía monísima, se la llevó a su casa. ¡Después se encontró a santa Teresa de Jesús, porque teme al bigote de una gamba!... ¡Como para no temer al bigote de Luis Cobos!» La primera imagen que Alejandro guarda de su mujer es «con ese peto y sus pequitas... Le dije a Luis: “Tío, ¿quién es ésa?”, y a ella: “Hola, ¿qué tal? ¿Qué te parezco?” Contestó: “¡Un gilipollas!” Y yo dije: “Le gusto. Me ha mirado y ha bostezado. Vamos por buen camino...”». Todos los asistentes a ese almuerzo fueron obsequiados con el recién editado «Alejandro Sanz 3». La idea de titularlo con un número partió en este caso de José Luis de la Peña, porque como explica Iñigo Zabala: «Alejandro no suele poner los nombres a sus álbumes. Pide opinión a gente de su confianza, que le sugiere ideas, y al final elige el que más le gusta.» El disco, una verdadera máquina expendedora de éxitos, vio la luz en mayo, y la compañía fue cauta al editar las copias: sacaban un lunes una tirada de treinta mil copias, se agotaba en el mismo día y el martes ya tenían que hacer http://www.alejandrosanz.ws
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inmediatamente otra tirada... Así hasta los 700.000 discos que se vendieron tan sólo en España. «La fuerza del corazón» y «Mi soledad y yo» saltaron desde el primer momento al número uno de las listas de ventas, y lo mismo ocurrió con «Quiero morir en tu veneno». El éxito español n0 se reprodujo automáticamente en el resto del mundo. Iba a ser el título de su consagración en Latinoamérica, pero tardó en arrancar, y mientras que las noticias del Cono Sur eran muy buenas, en México, donde ya «Viviendo deprisa» había sido importante, tardó en despegar, para disgusto de Alejandro. Fue pronto superventas en Chile, arrasó en Ecuador, pero en el departamento de promoción de la Warner se recuerda aquel despegue como el fruto de mucha imaginación y trabajo extra, hasta que se obtuvieron de verdad los resultados deseados. Hubo más reveses en la implantación de «Alejandro Sanz 3». El disco cantado íntegra mente en italiano con diez canciones (cinco de ellas sacadas del «3» y otras cinco de «Viviendo deprisa») no logra pegar en Italia. Y la versión de «3» en portugués no prende en el mercado brasileño, aunque tiene la virtud de demostrar la capacidad de Alejandro. Como dijo el productor brasileño Telli Correra: «Para no haber hablado nunca en portugués, aprendió muy rápidamente. En veinte días ya estaba cantando y grabando de maravilla. Alejandro es una persona especial para esto, y tiene un sonido muy apto para Brasil.» El país le abrió sus puertas más tarde, al incluir Milton Nascimento los temas de Alejandro en su repertorio e introducirse en las telenovelas de gran audiencia. Cuando se edita el «Best of» exclusivamente para Brasil, ya hay ventas muy serias. En el disco italiano se incluyó un dúo con Paolo Valessi haciendo «Quiero morir en tu veneno» («Veleno»); y en el portugués, una colaboración de la cantante Quita Bella. Con Paolo la relación llegó más lejos, porque Alejandro le cedió «Grande», tema que da título a un álbum del italiano, o intervino en su videoclip. Se produjeron reacciones sorprendentes en otros países de Europa. En Holanda «La fuerza del corazón» se conviene en un auténtico hit. Alejandro visita Alemania, y Francia se interesa por ese español que ha vendido tantos discos. El año 95 también marca un hito en las opciones personales de Alejandro, ya que decide sustituir la prestación del servicio militar por desarrollar una actividad cívica, con la organización Ande. Su imagen anima varios actos y sirve para arrastrar a otras personas hacia la solidaridad con los discapacitados. En el «3» muestra este compromiso con el pacifismo a través de su canción «Por bandera», inspirada en los primeros envíos de cascos azules a la traumática guerra de los Balcanes. Su letra contrapone la pacífica vida doméstica a la fría orden que obliga a un joven a cambiar su destino. Todos los temas del disco rezuman talento y esa oronda "redondez- que un día le reclamara un ejecutivo discográfico, al que Alejandro contesto en su lógica flamenca: «Es que no son ruedas, son canciones.» http://www.alejandrosanz.ws
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«La fuerza del corazón» es de una abrasadora plenitud romántica y se interna en la dimensión del amor como camino hacia Dios. «Mi soledad y yo» tiene esa facultad enganchante que la hace permanecer en el cerebro mucho tiempo después de la escucha, y todo el atractivo de los amores adolescentes con su crudeza y su gran verdad. «Ellos son así» está dedicada a sus viejos amigos del barrio de Moratalaz, y «Quiero morir en tu veneno» es tan contagiosa como indica su título... la perfecta marcha melódica en progresión que se oye una y otra vez sin cansar. En «¿Lo ves?» encontramos al Alejandro más intimista que ha descubierto en el piano un nuevo y excitante medio de expresión. Tanto, que dedica a la canción dos versiones, la última de ellas sólo con su voz y el instrumento tocado por su profesor Miguel Sacristán. «Eres mía», «Se me olvidó todo al verte» y «Canción sin emoción» afianzan la nueva línea de trabajo hallada junto a Emanuele Ruffinengo, que continuará en «Más». Como dice Jesús Sánchez, su padre, que de esto sabe un rato: «Excepto un poquillo “Corazón partío”, lo que hace mi hijo me suena a pop. Algunas canciones parece que tienen un tipo italianizado... Pero vamos, que es el sellito que ha sacado él. La prueba es que las multinacionales están como locas buscando un Alejandro.» Con toda justicia, el disco se cierra con «Ese que me dio vida», la canción homenaje a don Jesús. Y para sellito, el que Correos dedica a Alejandro Sanz. El primer sello redondo de la filatelia española. ¡Ahí es ná! Con un disco como el «3» en la calle —más de un millón de copias vendidas en todo el mundo—, la compañía se sentía cómoda con un artista que, pese a ser cada vez más grande, sabe escuchar. Siempre toma la decisión final, pero entendió que se le pusieran en su momento ciertas trabas. Por ejemplo, cuando se le indicó que debía esperar el momento oportuno para manifestar su «flamenquismo». Incluso aunque ya tuviera la guitarra de Paco de Lucía para «Si tú me miras», Warner rogó a Alejandro que esperara para lanzar canciones de inspiración flamenca hasta que su público pudiera entenderlo. Paradójicamente, su mayor éxito iba a ser esa fusión de salsa y flamenco llamada «Corazón partío». De momento tenía un nuevo disco que presentar en directo y recorre, entre julio y diciembre del 95 toda España. Precisamente en diciembre se toma su revancha «flamenquista» en el concierto del Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. Su ídolo Paco de Lucía en persona le acompaña a la guitarra en «Mi primera canción». También está sobre el escenario Sole, de Presuntos Implicados. A continuación, Alejandro se arranca con las «Bulerías de Manuel»: «Anoche soñé contigo, fue como un cuento de hadas, yo era el príncipe del cuento y tú la reina encantada. Cuando yo me desperté y vi que tú me faltabas, quise quedarme dormido pero el sol no me dejaba.» El 18 de diciembre hizo un alto —que nunca perdona— para celebrar su cumpleaños. Le acompañaron ese día el futbolista Iván Zamorano, Ramón Colom, Remedios Cervantes, Luis Cobos, Millán Salcedo y Pepe de Lucía, entre
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muchos otros amigos y algunas privilegiadas fans que pudieron saludarle a altas horas de la madrugada. Siguió desde febrero y hasta mayo del 96 su extensa gira americana, donde «3» prende al fin y se lanza a un nivel tan alto que desde entonces Alejandro trabaja en todo el continente, siendo hoy, con Luis Miguel, el artista más vendedor en Latinoamérica. En esta época, influido por su absorbente pasión por el piano, refuerza su hábito de trabajar y componer siempre de noche. Se autoexige de tal manera, y las horas de practicar le magnetizan tanto, que acostumbra a su metabolismo a funcionar con el silencio y la calma de la oscuridad. De «Alejandro Sanz 3» salieron tres vídeos: «La fuerza del corazón», de Maru Basamón, con la estética fresca de road movie que marcaba en la época un célebre anuncio de coches. «Mi soledad y yo», de Juan Luis Arruga, que tiene las calles de La Habana vieja como fondo y respira ambiente de moda. Y el último, el misterioso «¿Lo ves?», tal vez el más vanguardista, que adelanta la obsesiva densidad de películas que llegarían más tarde, como «Tesis», de Alejandro Amenábar. En el clip, el cantante y su chica están unidos/separados por un entramado de espejos y cámaras de vídeo que les relacionan tanto como les desunen, ya que nunca llegan a tocarse. Una semblanza de la incomunicación en la pareja muy bellamente expresada por el realizador Miguel Navarro y que se corresponde fielmente con la letra de la canción. En el largo camino que hubo que recorrer hasta lograr el éxito americano de «Alejandro Sanz 3», hay un viaje que nunca se borrará de la memoria de Yann Barbot... «Había que hacer una entrevista en una radio de Mayagüez —la ciudad portorriqueña— y también teníamos un contrato para actuaren Buenos Aires al día siguiente. La única manera posible era salir de esa radio escoltados por la policía para no tener que pararnos en los semáforos y llegar al aeropuerto para coger un avión a Caracas, y de ahí a Buenos Aires. Pues bien. Nos escolta la policía, llegamos al aeropuerto... pero no había avión. Y Alejandro sentado en su maleta, con una cara hasta los pies...» «El avión vino media hora más tarde, al llegar a Caracas no había nadie en el aeropuerto para recogernos. Tuvimos que subirnos a la camioneta de los equipajes para llegar a la terminal, y allí nos enteramos de que habían vendido nuestros billetes. Y yo, desesperado, llamando a la compañía a cobro revertido, porque entonces no llevábamos estos teléfonos móviles tan fantásticos que llevamos ahora. Cuando por fin consigo los billetes para Buenos Aires, ¡zas!, a Alejandro se le sienta al lado una señora y le cuenta que en ese mismo trayecto tuvo un accidente días atrás y el avión había hecho un aterrizaje forzoso. Todo esto, cayendo una tormenta terrible y Alejandro, al que no le gustan nada los aviones..., blanco como el papel. Tuvimos que aterrizar en Asunción, desde ahí llegar a Buenos Aires... Una odisea.» http://www.alejandrosanz.ws
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Alejandro palía su prevención hacia los aviones con el consumo frenético de películas. A veces también lee, e intenta dormir en ellos todo lo que puede. No siente en cambio ningún temor cuando es él quien pilota un helicóptero, una afición que se le despertó en Brasil. Hoy es el artista ideal para cualquier departamento de promoción. No se queja jamás de una agenda cargada, y al final la cumple más allá de lo previsto, incluso disfrutando con ello, porque «creo que hay dentro de mí una especie de resorte que intenta aprovechar lo máximo de cada persona que conozco». Durante su estancia en Brasil en otoño del 99, se metió a todo el mundo en el bolsillo por gestos como el de pararse a saludar a las empleadas de la limpieza mientras le esperaban en el plató central de O Globo para una entrevista importantísima. «Me decía el de producción “qué marketero eres”. Pero probablemente esa señora no tendrá dinero para comprarse el compacto y se lo tengamos que regalar nosotros, así que no es marketing. Se trata de disfrutar con lo que haces. Está muy bien hacer esperar a un presentador porque estás saludando a la mujer de la limpieza, porque en esta etapa de mi vida, para mí es más importante la gente que tiene otros valores. Quizá esa señora tampoco los tenga, pero seguro que está más cerca.»
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mucho «Más»
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[El éxito absoluto]
Con una vida personal centrada y en buena forma creativa («3» le había puesto comercialmente en su sitio y las ideas no dejaban de fluir), el dilema era elegir las canciones para su siguiente álbum en 1997, por la cantidad de temas compuestos: Todos ellos con algo propio, con un detalle apreciado por su creador. Pero debían quedar sólo diez. Esta vez, Emanuele Ruffinengo fue consultado sobre este delicado extremo... «Para “Más”, Alejandro me avisó antes que para “3”. Estuvimos trabajando mucho tiempo juntos sobre las canciones y sus posibles versiones. Mi aportación principal fue decidir la introducción de cada una y, como él tenía tanto material, también opiné sobre la selección de temas, dando mis razones. La ventaja que tuve con “Más” era que empezaba a entender las letras y los juegos de palabras, tan importantes en la obra de Alejandro. Porque, ¡había hecho todo el “3” sin saber español!» Durante la gira del «3», Alejandro no había parado de componer, y su complicidad sonora con Emanuele iba a darle, con «Más», el espaldarazo definitivo a su carrera. Aparte de por sus inusitadas ventas y la acumulación de trofeos, premios y toda posible manifestación de reconocimiento exterior, porque dentro de él tomaba cuerpo al fin su propio lenguaje artístico. Cristalizaba un modo de expresarse con raíces en toda su trayectoria, incluido «Viviendo deprisa», pero que tenía que perfeccionarse hasta ser el vehículo más preciso de sus ideas. Era el segundo disco junto a Emanuele, y sería un álbum totalmente italiano. Grabado en Milán —con una aportación romana— tuvo a gente de Emanuele en los puestos básicos. Mezclado por Renato Cantele, entre los músicos destaca la guitarra de Ludovico Vagnone, que tan importante ha sido para definir el sonido Sanz, la batería de Lele Melotti y el bajo de Paolo Costa. No deben olvidarse los coros de Luca Jurman. Estos repetían con Alejandro, pero ahora tenían unas directrices más depuradas al entrar en el estudio. El trabajo previo entre Alejandro y Emanuele había aclarado las líneas de la grabación, aunque dejaba espacio a la creatividad personal de cada músico. En los coros, Luca tenía —y seguiría teniendo en «El alma al aire»— una gran autonomía. Iñigo Zabala recuerda en esas fechas a un Alejandro pletórico, en plena expansión musical, y al que echaban de los hoteles de Roma y Milán por entregarse a altas horas de la madrugada a su renovada pasión por tocar el saxo (lo hace como si cantara), el piano o la percusión. Jaydy ya estaba integrada en su vida, y el trabajo, en este estudio, salía de manera fluida, aunque siempre hay algún atraso. Por ejemplo, una canción que iba a ser tan esencial para su futuro como «Corazón partío», empezó a complicarse. Las piezas no encajaban y había http://www.alejandrosanz.ws
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algo frío por detrás que les espantaba. Cambiaron entonces el sistema de grabación y, en lugar de ir registrando voces e instrumentos uno a uno, lo que estaba congelando el resultado, optaron por juntar a muchos músicos en el estudio y tocar la canción durante dos días enteros. Se reunieron un bajista, el cajón, Vicente Amigo, Alejandro, el batería, otro percusionista más y Emanuele al piano. Todos tocando a la vez, como si se tratara de una actuación en vivo hasta que se calentó el tema lo suficiente como para sacar el poderío que llevaba dentro y pudieron grabarlo de una vez. Ese sistema exige un gran control sobre el estudio de grabación, pero sus resultados están a la vista. También se produjo en «Más» un relevo oficioso pero real al frente de la producción. Emanuele se ha ganado artísticamente a Alejandro, que declara: «Lo más interesante de “Más” es la mezcla entre lo acústico y las máquinas, que Ruffinengo utiliza con mucha elegancia. Yo tenía arreglos escritos, pero Emanuele los desbordó.» Para el título del disco, Alejandro buscaba un monosílabo a ser posible, o una palabra muy cortita. Como suele hacer —porque ni lo oculta ni se avergüenza de pedir ayuda para los títulos de sus discos— se lo estaba comentando a todo mundo. Una madrugada estaba en su casa dándole vueltas al asunto... y en ésas saltó la Tata... «Y... ¿qué tal “Más”?» Enseguida se le encendió la lucecita al artista: «¿Cómo has podido callártelo hasta hoy?» Pedro Miguel se defendió: «¡Pero si se me acaba de ocurrir ahora!» «“Más” —explica Pedro— significaba que Alejandro podía dar mucho más de sí porque era también más de Alejandro. ¡Hombre!, en plan negativo, se podía haber entendido como más de lo mismo, pero el nombre era bueno hasta para el merchandising, aunque no se utilizó, porque se podían haber hecho cruces con el signo de la suma y muchas otras cosas.» En las canciones del álbum se esconden dobles mensajes, juegos de palabras o significados secretos, una de las diversiones favoritas del Alejandro letrista. Dar por terminado el disco es tan doloroso para él como elegir las canciones... «Creo que los álbumes no se terminan..., se dejan. Llega un momento en que tengo que parar, porque si no yo podría estar toda la vida retocando las canciones y dándoles vueltas una y otra vez.» «Más» salió a la calle el 4 de septiembre de 1997, habiendo rodado el vídeo del primer single, «Y, ¿si fuera ella?» ya en agosto con Alejandro Toledo, un realizador en el que coincidían plenamente Alejandro y José Luis de la Peña, director artístico de Warner. Fue una coincidencia total, porque José Luis iba a proponer su nombre al artista cuando Alejandro se le adelantó: «He visto la bobina de un hombre que podría hacerlo.» Esa colaboración continuaría para la primera versión de «Corazón partió».
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«Y, ¿si fuera ella?» es una canción maravillosa sin paliativos y muy compleja. Por sus tonalidades, era la más difícil de cantar de todo el disco, y Alejandro hubo de poner especial cuidado para no pasarse de pasional aunque nunca podría hacerlo como si recitara la tabla de multiplicar, y ya ha dicho que cada vez que vuelve a interpretar una canción suya le revisitan las emociones que le movieron a escribirla. Incluso los críticos más reacios se quitaron el sombrero ante un álbum... casi perfecto. Todas sus canciones han sido comentadas hasta la saciedad pero, sobre todo, muy escuchadas. «Ese último momento» disfruta de esa rica esquizofrenia sonora alejandrina que le lleva a dominar tanto los palos lentos como los épicos. A «Siempre es de noche» se refiere Emanuele como uno de los ejemplos que le gustaría poner en una clase para alumnos de producción... «Guardo todos los pasos que seguimos con una canción de Alejandro, desde que él me la trae, cuando la trabajamos juntos, y hasta la versión final. Si me autoriza alguna vez, me encantaría mostrar cómo van cambiando los temas. “Siempre es de noche” era una balada que fue cobrando una fuerza distinta y otra dimensión debido a la batería que la inicia.» En «La margarita dijo no», con la aportación del grupo folclórico del Coro del Valle, subyace un alma flamenca. «Hoy que no estás» es una impecable balada cercada por guitarras eléctricas y roqueras que suben su tono vital en varios grados. «Un charquito de estrellas» es agónica e hiperromántica. «Amiga mía» es, junto a «Y, ¿si fuera ella?», seguramente el tema más perfecto de «Más». Sus vericuetos permiten a la voz de Alejandro colarse por insólitas rendijas, y su refinado armazón saca a la luz el deje italiano y flamenco del artista con igual intensidad. Tal vez no sea ajena a esta fusión la elección, para realizar su vídeo, de Ambrogio Lo Giudice y centrar la acción en un pueblo blanco... «Si hay Dios» marca toda una etapa de pensamiento en su vida y una diatriba indirecta contra quienes aquí abajo pretenden monopolizar poderes extraterrenos. Expresando sus creencias en términos condicionales, rompe con el intocable Dios de la infancia para acercárselo al corazón. En «Aquello que me diste», el último single del disco —aparte de «Corazón partió» en versión dance—, Alejandro maneja su habilidad para el crescendo y el clímax con destreza. En el vídeo —de Toledo también— se rastrea la influencia de películas como «Entrevista con el vampiro». Pero hay que destacar «Corazón partió», y no sólo por la versión dance —con vídeo de Miguel Navarro— que Alejandro primero se resistió a grabar pero realizó finalmente ante la proliferación de covers incontroladas y ajenas. El éxito de esta canción, que culminaría en el 2000 al ser grabada por Julio Iglesias, ha sido de los que no se prevén. Cuando la compuso, Alejandro pensó:
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«Vamos a hacer un rato el latino, más que el flamenco... Arreglos de metales, ritmos cubanos...» Y la canción explotó en todo el mundo. «Más» es el disco —y la gira— de las cifras. Ha vendido en España dos millones cien mil copias, superando todos los récords existentes hasta que salió y pulverizando los números obtenidos previamente por Mecano, Julio Iglesias o Gloria Estefan. Estuvo setenta y siete semanas en las listas de éxitos españolas —a las que regresó cuando se preparaba la salida de «El alma al aire»— veintiséis de ellas en el número 1. Se han vendido más de cinco millones de discos en todo el mundo, tiene cincuenta y siete discos de platino y dos de oro. Sólo en México se despacharon más de un millón; en USA más de seiscientos mil; trescientos mil en Argentina, y doscientos cincuenta mil en Brasil. Ya en el año de su salida obtuvo los siguientes premios: Premio Amigo al Mejor Artista Masculino Nacional; Ondas al Mejor Artista Nacional; Premio de la Música al Mejor Artista Nacional, Mejor Compositor y Mejor Álbum por «Más»; y Premio al Mejor Single y Mejor Vídeo por «Corazón partío». En el 98, Premio Amigo Homenaje Especial y un nuevo Ondas a la Mejor Canción por «Corazón partío». El 5 de mayo del 99, Alejandro fue designado Best Selling Spanish Artist en la ceremonia de los World Music Awards, celebrada en Montecarlo bajo el patrocinio del príncipe Alberto de Mónaco. Y cerrando los triunfos y reconocimientos de «Más», Europa certificó el ascenso de nuestro artista otorgándole el 13 de julio del 2000 su segundo Platinum Europe Award, por haber vendido dentro del continente más de dos millones de copias. Recibió el premio en Bruselas, de manos de Romano Prodi, presidente del Consejo de Ministros de la Comunidad Europea, en un acto presentado por Phil Collins. Alejandro dedicó en esta ocasión el premio a su madre... «que creía que Prodi era un ciclista». A raíz del fenómeno «Más», se publicó una colección de tres vídeos conteniendo fragmentos de la historia personal del cantante en imágenes, sus singles, y la espectacular gira «Más»; de los que se vendieron sólo en España más de quinientas mil copias. Rebasado el límite de los cuatro millones de discos, los tres vídeos se refundieron en el primer DVD publicado por un artista latino. La descomunal gira española y americana que continuó fue también un récord. Alejandro estuvo todo el año 98 (comenzando el 6 de febrero en Santo Domingo y concluyendo el 1 de diciembre en Madrid con la actuación en beneficio de los damnificados por el huracán Mitch) subido a un escenario. De febrero a mayo, en América. Entre mayo y septiembre, recorriendo España de punta a punta
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(con los famosos cuatro conciertos de Las Ventas y los tres del Palau Sant Jordi incluidos). En octubre y noviembre hubo de volver a América. Para el año 99 aún colearon algunas actuaciones importantes, como la del 10 de abril en la Expo de Lisboa, y la minigira de septiembre en Brasil. Antes, en marzo, ya había celebrado en México una gran fiesta por alcanzar los más de cuatro millones de discos vendidos. Eligió la tierra de Jaydy para celebrar el mayor éxito de su vida, y empezó así la rueda de prensa: «Antes de nada, me he casado. Ahora, pueden empezar las preguntas.»
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los secretos del alma
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[La madurez activa, avanzar tras el propio escudo]
Tan aficionado como es a cambiar letras y títulos hasta el último instante, Alejandro llamó primero «El suspiro» a esta canción fantasma de «El alma al aire», que dura un minuto y cuarenta segundos. Con la letra que encabeza este capítulo, fue una de las sorpresas del disco, un tema que no aparece en sus créditos y una experiencia divertida que en España no le consta que se haya hecho antes... «A los dos minutos y medio de acabar el disco, va a sonar esa canción. Quiero que pase eso de que la gente se deja el disco puesto y, de repente, la oiga. Es una improvisación que hicimos Emanuele y yo. El tocó el piano y yo canté. La letra es una que yo tenía desde hace muchos años...» Después decidió llamarla «Desde mis centros». En los estudios Criteria (The Hit Sound Factory of Florida), en Miami, no sólo grabaron «Saturday night fever» los Bee Gees y los Eagles «Hotel California», sino también Eric Clapton su «Layla» y James Brown o Black Sabbath muchos otros discos. De las paredes de sus pasillos cuelgan tantos LP's de oro, que parecen santos de un templo para devotos del pop. De las seis salas que tienen los estudios, Alejandro Sanz ha utilizado cinco para grabar «El alma al aire» con un sistema digital interactivo para conectarlas entre sí. El estudio A es el más grande, y en el que se ha reunido con el grupo entero tocando a la vez para generar ese clima de espontaneidad que les permitiera olvidarse de la partitura y que se logró en «Corazón partió». Considera un acierto haber grabado todos los temas del disco así, porque es una fórmula que ha dotado de una fuerza y una frescura distintas a toda la obra. En los Criteria hay un estudio especial para grabar metales, otro con una mesa de grabación analógica muy antigua pero que muchos músicos siguen prefiriendo, uno con el techo muy alto, donde grabó la Sinfónica de Miami su parte de «Me iré»... Ningún disco anterior le ha dejado al terminarlo una sensación tan buena como «El alma al aire» —un título largo después de un título breve, tal vez para pasar más evidentemente la intensa página de la era «Más». Musicalmente, empieza a percibir una continuidad en su carrera y con el anterior disco... «Yo cambio muy rápido, pero Emanuele me ha aportado esa continuidad. Desde "Más", he encontrado un camino, mi camino, y es el que sigo actualmente. En los otros discos tenía más necesidad de buscar. Ahora estoy más calmado. Mi percepción de la vida y de todo es distinta.»
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Llegó en marzo para grabarlo, pensando volver a España en junio con el trabajo hecho, y hasta el mes de agosto no dio por terminadas las mezclas, cuando ya el plan de Warner para sacar el disco en septiembre se echaba encima. Fue en parte por su conocido afán perfeccionista y también por el placer de estirar el disfrute de lo que más le gusta en la vida: hacer música, vivir diariamente en compañía de otros músicos, pulir sus obras a conciencia, con todo el tiempo necesario y el apoyo de Emanuele coordinando el proceso, en un ambiente tranquilo como el de la casa de Miami. Se llegó a sentir en el mejor momento de su vida... «Estoy tan a gusto de estar a gusto, que me revuelco en ello», resumía. Incluso cantando, se encontraba tan en su sitio, que ya no le podía suceder como tiempo atrás, cuando a veces había un vocalista tan bueno haciéndole coros que le podía hacer sentirse incómodo, aunque no lo confesara a nadie. No hay riesgo de autocomplacencia paralizante en esta satisfacción de Alejandro. Sigue teniendo muchas ganas de investigar, pero sobre la base que ha conquistado, porque es una seguridad que no limita, sino que da más libertad. A veces, desde esa plenitud, volvía la mirada hacia sus primeros discos, y le costaba escucharlos. No era arrepentimiento, sino que sabiendo lo que ahora sabe, algunas carencias se le hacen demasiado evidentes. Su cuerpo cambió desde que llegó a Florida, tensándose alerta para la tarea que tenía por delante. En cualquier caso, Miami le parece «un pueblito» y apenas la ha pisado, porque salvo sus paseos en moto acuática y alguna escapada, como la del concierto que ofreció a unos kilómetros de allí su amigo Ricky Martin, hizo una vida bastante monacal. Pasaba en el estudio hasta altas horas de la madrugada, y al volver a casa pintaba para desconectar hasta conciliar el sueño. Hasta su misma cama le seguían las rough copies (copias en bruto) sacadas del estudio con el trabajo diario. Así iba moliendo y remoliendo las canciones como a él le gusta. Miami no significa para él ese morbo que los medios de comunicación le han añadido desde el tópico popular —«Miami» = «Florida», «éxito», «dinero», «lujo», «estrellato»— porque no se ve en el camino del triunfo por el triunfo, y ya ha explicado que el éxito, para él, es otra cosa: «Yo cantaría en inglés algo que mereciera la pena para mí, pero no voy a cantar cualquier cosa en inglés para entrar en el mercado americano. Si fuera así, no me preocuparía de hacer un disco como “El alma al aire”. Haría “bum-bumes”, y yo no estoy para eso.» En lugar de agobiarse por los millones de oídos ávidos de sus nuevas canciones tras el fenómeno «Más», resolvió el dilema de la expectación despertada por el disco en positivo: «Podía sentir presión antes, por todo lo que se esperaba de mí, pero como el público ya me ha dicho lo que piensa al elegir mi música, creo que sólo esperan sinceridad y honestidad de un disco nuevo. Ya he sido el que más ha vendido, y ahora no debo sentir ninguna presión. Eso de hacer las cosas preocupándose de que sean http://www.alejandrosanz.ws
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comerciales... ¡Lo que hay que hacer es música!» «“El alma al aire” es mi disco donde están más claros los tributos que le hago al flamenco. Mi forma de cantar y los remates de la voz, son los más flamencos que haya hecho nunca.» La canción que da nombre al disco e inspira su portada es una explosión de alegría que se decanta al final por la fusión apoyándose en las guitarras de Vicente Amigo y José Miguel Carmona. Los dos son, junto a Cañizares, los mayores exponentes de la guitarra actual para Alejandro. Por supuesto, Paco de Lucía ni entra en el saco... «Tiene que ser pecado» es muy moderna, de aroma hip-hop y un actualísimo sonido logrado del modo más curioso. El clima salvaje y callejero que rezuma toda la canción cuenta con la complicidad de instrumentos de percusión como bolsas de plástico, tubos de construcción, una batería infantil... y unos cuantos ceniceros. En el estudio hacían unas obras tan incordiantes e interminables, que Alejandro y Emanuele decidieron incorporarlas al disco como si se tratara de un happening. El resultado fue brillante, y de ahí salió una de las canciones más chispeantes y americanas del disco. Es también una de las que Alejandro le hizo llegar a Aretha Franklin con la esperanza de incluir su legendaria voz en algún tema. La diva del soul se tomó su tiempo en responder a la oferta de colaboración, que Alejandro no retiró sin importarle cuándo se pudiera producir. De momento, ella acusó recibo de sus canciones enviándole una nota que conserva como oro en paño. Un esperanzador «I love you, Alejandro» remitido después de escuchar sus composiciones, que le ha sabido a gloria. «Cuando nadie me ve» fue desde el principio la candidata de Alejandro a primer single. Disfrazada de sencilla balada italiana, esconde una carga de profundidad que se queda pegada al cerebro y al corazón como sólo Alejandro suele conseguir. Es la canción de un solitario que recuerda la persona amada y lucha por olvidar que esa persona está muy lejos recreándose en el amor que siente. Cuando la escucha su autor, se le pone la carne de gallina. Alejandro ha definido el segundo sencillo «Quisiera ser», que vio la luz a principios de noviembre de 2000, como una declaración de principios, y también una forma distinta de expresar lo que tiene de grande un corazón que se siente prisionero de las palabras. Pero a Alejandro le da coraje explicar sus canciones. «Las tengo grabadas. ¡Las hago para no tener que contarlas!» Lo que destaca en «Quisiera ser» es una melodía clásica y magistral, y su envolvente letra: «Quisiera ser el aire que escapa de tu risa, quisiera ser la sal para escocerte en tus heridas, quisiera ser la sangre que envuelves con tu vida, quisiera ser el sueño que jamás compartirías.» Las cantaoras Montse Cortés y Charo Manzano hacen coros en «El alma al aire» y en «Quisiera ser». La primera de ellas ha sido todo un descubrimiento para http://www.alejandrosanz.ws
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Alejandro, que ha confesado en privado que no le importaría emprender con ella en un proyecto de la hondura del que ha realizado con Niña Pastori. El álbum estuvo a punto de grabarse en Bahamas, como lo estuvo de ser mezclado por Humberto Gatica, que ha hecho discos de Celine Dion, Michael Jackson, y suele trabajar con el productor David Foster, alguien que también se mostró muy interesado en colaborar con Alejandro. Pero a medida que progresaba el proyecto y la grabación iba plasmando las ideas, o renovándolas, Alejandro se decidió a mezclar de nuevo con Renato Cantele, como en «Más». Otra de las sorpresas —además de la canción fantasma— que encierra el disco debe buscarse escuchando atentamente «Llega, llegó soledad», una canción con mucha miga cuyo título sale de un juego de palabras con el término gallego, empleado en Argentina para denominar a los españoles. Antes se llamó «Buenos Aires», y es un homenaje a esa ciudad y a la figura del rey del tango, Carlos Gardel, en particular. La canción parte de una introducción muy étnica que se va encauzando en un ritmo suavecito y molón que hace de atmósfera envolvente. Huele a mar y a evocación, porque la palabra aire significa para Alejandro «swing, feeling, gusto y sensibilidad». La única pista que da el compositor sobre el tesoro escondido en esa letra es que, además del nombre de Borges, se pueden encontrar otros camuflados. «Me iré» es una joya emocionante destinada a lo más grande, un monumento nada obvio donde Alejandro canta como nunca antes lo ha hecho, con arranques y matices que redondean un sentimiento insólito para esa interpretación. Es un tema rico y sutil, en el que también hay mucho de Emanuele Ruffinengo. Los efectos que salpican de sonidos misteriosos la canción son de gran belleza y sólo después de varias escuchas se terminan de apreciar todos los detalles ocultos con que el trabajo de creación y producción ha enriquecido este corte. En la estructura musical hay una concentración de ideas que Alejandro no espera sea comprendida a la primera escucha: resonancias gospel y un verdadero homenaje al Barroco, una música que fascina a su compositor. De ella hereda su espíritu toda la canción, por el modo de enlazarse y enredarse las melodías entre sí. Escuchando con atención, se descubre también un pop muy bien ligado con los demás ingredientes. Llega después «Silencio», una canción vigorosa, muy española a la altura del estribillo pero soñadora y con espacio para que la voz se explaye en las estrofas introductorias. Fue la última que revisó y limpió antes de entregar definitivamente el disco a Warner. Percibió en su introducción un exceso de circunloquios y elementos, y quiso desnudarla después de haberla abrigado tal vez demasiado. Si se la ha escuchado varias veces en proceso embrionario, se la puede emparentar con el piano andaluz de un Pareja Obregón aunque las cadencias melódicas cantadas se prolongan de otra forma, y llevan por caminos más improbables. Permanece en la versión final la rotunda llamada de Alejandro que reclama «... silencio, que se asusta el aire..., silencio, que la magia duerme».
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«La atención exige silencio. Porque lo bueno, si breve, es dos veces bueno, y se puede regalar tiempo a los demás siendo breves. Es mejor regalar inquietud, ganas de más, que darlo todo a las claras. Hay gente que hace demasiado ruido y no puede escuchar nada ni salir de su ignorancia, porque su voz retumba en su cabeza impidiéndole concentrarse. Para escuchar hay que tener arte de verdad. Por no saber escuchar, pasamos por alto a personas que no nos interesaban porque creímos que nunca podrían entender nada. Y si las escuchas, compruebas que pueden ir por delante de ti en muchas cosas sin darle importancia. A veces sin saberlo ni ellas. Eso es una gran sorpresa.» Seguramente, en «Para que me quieras...» se nota como en pocas otras canciones del disco la evolución de los temas cuando pasan por el entramado Sanz-Ruffinengo. Una letra intimista, cercana y cómplice pasa a ser grandiosa con la subida de tono cuando canta «Para que me quieras te daré un año entero que te haré sólo de primaveras...» llegando a los centros del corazón femenino. Con «Hicimos un trato», el irónico homenaje a los boleros trágicos de Moncho, amigo suyo y de su padre, y «Hay un universo de pequeñas cosas», en línea baladista, se cierra (sin contar la sorpresa final) el último disco hasta la fecha de Alejandro Sanz. El momento más doloroso en la creación de un disco siempre es para Alejandro el previo a entrar en el estudio de grabación, porque las dudas le acometen de un modo feroz. Los sonidos embrionarios unas veces le atraen y otras le empalagan, hasta que no empieza a ver la grandeza que la versión definitiva les otorga. Opina que la música es más tangible de lo que se cree porque los ordenadores tienen programas de grabación repletos de gráficos, iconos y otros síntomas visibles que dan corporeidad a la música. Y lo ha sentido especialmente cuando preparaba «El alma al aire» instalado en Somosaguas. Al proyectar el disco, quería más locura y surrealismo que en el anterior. Estaba en plena huida de la obviedad, quería un reto nuevo, y superar el éxito apabullante de «Más» del único modo que conoce: superándose a sí mismo. «Lo obvio me produce una sensación mucho peor que el aburrimiento. Me desasosiega, me estresa. No es fácil hacer canciones y no ser un poco obvio. Sólo hay que pensar en “In the middle of the night”, de Billy Joel o en “Lay-la”, de Eric Clapton. Lo que hago es no seguir ningún patrón. Me dejo llevar, me fío de mi instinto, y la evolución que va notándose de una canción a otra es la natural. No fuerzo las cosas para ser más o menos complicado, y mi trabajo es comercial, porque si no no sería pop español, sino otra cosa. Se trata de que el margen que hay para trabajar sobre cada canción, el tiempo para pasar de un punto a otro, sea divertido. Y de pintar con los arreglos, sacándoles después esa vida que las canciones tienen detrás. Si lo consigues, tienes el disco.»
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Escuchando «El alma al aire» hay que concluir que el surrealismo buscado se concentra en el refinamiento con que Alejandro ha elaborado los temas, y estalla en cuanto el oyente se abandona. Como un tarro de esencias cerrado a presión, al entreabrirse comienza a desgranar lentamente los tesoros escondidos. La salida del álbum al mercado fue tan minuciosamente programada que al final dio sorpresas. La fecha prevista, el martes 26 de septiembre de 2000, se tuvo que adelantar al sábado 23 ya que la discográfica se enteró de que unos grandes almacenes iban a sacar el álbum antes que el resto de las tiendas, y todo el mundo en la Warner trabajó horas extraordinarias para que no hubiera agravios comparativos. Esos almacenes registraron unas ventas en el primer día de ciento ochenta mil copias de «El alma al aire». Las tiendas españolas habían pedido quinientos mil ejemplares antes de que se editara y se fabricaron un millón quinientos mil discos para todo el mundo, un millón de los cuales se vendió tan sólo en España y en la primera semana. La respuesta en Argentina, donde Alejandro acudió muy pronto a presentar el disco que incluye «Buenos Aires», fue también extraordinaria. «El objetivo de la compañía era vender un millón de discos en la primera semana, y se ha conseguido», declaraba un eufórico portavoz de Warner. «Ahora, podemos superar los cinco millones de “Más”, y hasta el doble.» Entre los surcos que los oyentes disfrutan, dejando aparte las cifras y los círculos concéntricos que genera una obra de arte destinada al consumo, «El alma al aire» contiene una música capaz de ignorar fronteras por su fuerza, el sonido destinado a seducir a un globo que habla cada vez más en español.
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Son fans Amores Y, ¿si fuera ella? De lo divino... ... y lo humano En privado En público Alejandro músico Los demás
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son fans
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[Más allá del amor]
Criticadas por muchos, incomprendidas por casi todos, las fans son y han sido tan importantes en la vida artística de Alejandro Sanz como lo fueron en su momento para los Beatles o para Serrat. Consciente de la firmeza de su apoyo, el cantante nunca ha menospreciado su admiración. Al revés, valora en su justa medida momento lo que les debe y el respaldo incondicional que estas entusiastas chicas (y chicos) le han brindado en los momentos menos alegres de su trayectoria. Por eso tiene con ellas multitud de detalles. Les graba saludos en vídeo para sus fiestas cuando no puede asistir personalmente, regala algunas prendas suyas para que las sorteen, les ha brindado primicias de sus grabaciones, y a través de la oficina de su padre las atiende de manera permanente. No se puede pedir mucho más. «He llegado a recibir tanta correspondencia que ya me iban a llamar los Reyes Magos para ponerme una demanda porque no entendían cómo recibía más cartas que ellos. Había una chica que me escribía una carta prácticamente diaria. Firmaba siempre “Baby”, y sé que se llama Alicia. Era una chica guapísima, maravillosa, pero tenía sus cosas, su vida. Recibo cientos, miles de cartas. Es imposible contestarlas todas. Lo único que puedo hacer es mandar, por lo menos, una foto firmada a toda la gente que escribe. También he pensado hacer como vi en un capítulo de “Los Simpson”, donde Paul McCartney con noventa años contesta todas las cartas que le mandaron las fans. Eso estaría bien. Si llego a los ochenta, a lo mejor contesto todas las cartas.» Alejandro valora haber sido un fenómeno de fans, porque sabe lo que cuesta, y que no siempre fue así. Cuando acababa de sacar «Viviendo deprisa» llevaba siempre en la maleta sus seis o siete primeras cartas de admiradoras, y se las enseñaba emocionado a su prima María José: «Mira, prima, ¡ya me escriben las fans!» La parte de su cometido en que su padre derrocha buen corazón es en esa relación con las seguidoras. Cuando la familia (Alejandro incluido) vivía en Moratalaz, Jesús no podía llamar por teléfono a su casa porque siempre comunicaba. Y cuando se trasladaron a Toronga, su puerta estaba a rebosar. Las fans llamaban a cada momento, y sus huellas han quedado impresas en las paredes de los vecinos y en el timbre de acceso a la casa, lleno de «te quieros» y de besos dibujados. Ahí hacían guardia día y noche con el único propósito de ver a su ídolo entrar o salir. Incluso un vecino tuvo que poner un cartel para que la fachada no se le llenara de graffitis: «No escribáis mensajes. Aquí Álex no los lee.» Jesús Sánchez y María Pizarro tuvieron que armarse de paciencia y acostumbrarse a que, cuando el partido de fútbol o la película estaban en lo más interesante, sonara el timbre de la puerta y fuera una desconocida que llegaba http://www.alejandrosanz.ws
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de muy lejos para saludar a su hijo menor. Las chicas acampaban enfrente de la casa, desafiando el clima, y alguna noche de tormenta le tocó a Jesús resguardarlas en el garaje y darles ropa seca. Porque hacían sus peregrinajes sin encomendarse a Dios ni al diablo, y a veces sin decírselo a sus padres. Es interesante saber cómo alguien —generalmente una chica— se convierte en fan. Cada una de las dueñas de esos miles de pares de brazos que se agitan como una marea en los conciertos, ha seguido un camino distinto, pero todos llevan a la adoración sin reservas de su ídolo. Diana, por ejemplo, salía con su primer noviete, a los doce años, y él le regaló «Los dos cogidos de la mano» grabada en una casete. Cuando después vio al chico que cantaba eso, descubrió que era guapo y que tenía más canciones bonitas, se quedó enganchada para siempre. El caso de Alicia es el de una conversión en toda regla. Su madre tenía entradas para un concierto de Alejandro, pero a ella no le gustaba, y no tenía ganas de ir. Cuando llegó, no había mucha gente, así que se puso muy cerca del escenario. Salió Alejandro, ella exclamó «¡Madre mía!», y hasta hoy. Verle en directo la conquistó, y se lo recomienda a todo el mundo. Aunque Alejandro no es de hacer muchos aspavientos sobre el escenario, las fans aprecian una magia en su manera de transmitir y de creérselo que sólo encuentran en los conciertos. Están acostumbradas a defenderse de quienes las tachan de enfermas mentales... «Si nos llaman eso por estar tres días esperando en la calle para entrar las primeras en un concierto, y lo que hacemos después dentro es cantar y dar palmas, disfrutando de una persona que nos encanta, ¿qué habrá que decir de los payasos que cortan calles, dan patadas a las cabinas de teléfonos, se pelean y hasta llegan a matar por el fútbol?» «En un concierto de Alejandro nunca ha pasado nada, pero los que destrozan las fuentes públicas para gritar “¡gooool!” nos parecen unos poseídos.» Para que un club de fans sea reconocido oficialmente, la casa de discos del artista debe otorgar esa categoría a una organización. Y lo hace según el número de socios y su valoración sobre la seriedad del proyecto. Pero suelen ser estructuras frágiles —las chicas crecen, se echan novio, cambian de idea— y sólo las muy entregadas a la causa lo consiguen. Al final, en cada grupo quedan una o dos chicas que se lo toman en serio. Y hay que tener ganas de trabajar para ocuparse de cobrar cuotas, confeccionar y enviar un fanzine inédito al trimestre, o un boletín de noticias los meses que no toca fanzine, y pasarse la vida en correos o al teléfono. Por eso, en España sólo es oficial actualmente el Fan Club Más, de Barcelona, con Maribel Puga y Carmen Navarro a la cabeza. La afición de Madrid está organizada en un grupo no oficial de unos cincuenta chicas y chicos que se mantienen en contacto permanente. Pero tanto unas como otras asedian a llamadas a Jesús Sánchez, y http://www.alejandrosanz.ws
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los elogios a su paciencia y simpatía son unánimes. También es muy apreciado entre las fans Toni, el asistente de Alejandro que se ha ocupado muchas veces de que no pasen hambre o sed en sus esperas. Hay delegaciones más pequeñas y grupos de fans por toda España, y en muchos países latinoamericanos, siendo especialmente activas las argentinas y las mejicanas. A veces el contacto con el padre de Alejandro —y la insistencia de las chicas— ha logrado cimentar relaciones que les han proporcionado noticias y alguna entrada gratuita, pero normalmente deben ahorrar para seguir las giras completas de su artista, porque no perdonan un solo concierto que se celebre en España: «Es muy caro irse a América, aunque estamos en contacto con la presidenta del Club de Fans de México.» Están felices de las amistades que han hecho en los conciertos... «Alejandro nos une.» Se llega a crear tal compenetración entre ellas, que la solidaridad las lleva a auxiliar sin dudarlo a las que se desmayan y a intimar con esas caras que, muchas veces repetidas, se encuentran un concierto tras otro haciendo horas de puerta para coger el mejor sitio. Se escriben desde todos los puntos de España, y las más fervorosas emplean sus vacaciones en visitar a la familia de Alejandro o los lugares míticos de la ruta alejandrina, como Alcalá de los Gazules y Algeciras. Al tiempo, también se pican entre ellas y rivalizan por ser la más fan entre todas. Diana tenía trece años cuando asistió al concierto de Navidad a beneficio de Unicef, en diciembre del 91. Desde entonces no paró hasta que terceras personas le presentaron a Vicente Ramírez, que a su vez le dio el teléfono de Jesús padre, y fue a conocerle. Alicia vio a la estrella como una salida a sus problemas amorosos. Pensando que su único apoyo era Alejandro Sanz, se enteró de su dirección, localizó su casa y se plantó en la puerta tres días seguidos con la idea fija de no moverse hasta que él saliera. Cuando por fin pudo verle de cerca, sus problemas amorosos se desvanecieron, «porque había hecho realidad la ilusión de mi vida». Los padres de estas chicas están tan acostumbrados a compartir el corazón de sus hijas con su ídolo, que hablan de él como si fuera de la familia. Les basta con asomarse a la habitación de sus hijas —un auténtico numerazo— para darse cuenta de que han de aceptar lo irremediable. Son cuartos empapelados y atestados totalmente con la más variada parafernalia de Alejandro que sus retoños han podido lograr. Entre sus tesoros más preciados se encuentran camisas usadas y toallas con las que un día su ídolo se secó el sudor. Por supuesto, lavarlas sería pecado mortal. Su audacia no conoce límites. Antes de que nadie lo supiera, localizaron la casa nueva de Alejandro y Jaydy de Madrid, y cual pacíficas secuestradoras que piden rescate en forma de atención personalizada, se fotografiaron con los planos de la obra en la mano, en medio del salón aún sin terminar. Escalofriante, si no tuvieran buenas intenciones. http://www.alejandrosanz.ws
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No llaman amor a lo que Alejandro les inspira. Prefieren hablar de admiración, cariño, o respeto... para asegurar punto seguido que ese sentimiento está muy por encima del amor, porque él es «un modelo a seguir». Pero aceptan que finalmente haya sido Jaydy quien haya conquistado al objeto de su pasión. Según ellas, la competencia con otra fan hubiera sido peor, porque hubiera sido mucho más celosa, mientras que la modelo mejicana le deja hacer su vida. Y Jaydy les da la razón... «No siento celos de las fans, sino al revés. Intento ayudarlas a veces para que conozcan a Alejandro, y si no es posible le doy las fotos para que se las firme y se las devuelvo. No puede provocar celos ver que quieren de verdad a la persona con la que estás, sino orgullo y ganas de ayudar a que ese sentimiento siga. Yo conocí a Alejandro cuando ya era una estrella y no tengo ningún problema con eso. Además ya no son sólo chicas: son señoras, señores, los padres, los hermanos mayores y los pequeños. Todo el mundo quiere conocerle y saber de él.» Jaydy habla por teléfono con algunas fans a menudo y las mantiene al corriente de las últimas noticias de la vida y los planes de Alejandro. Pero la relación entre el artista y sus fans no ha sido siempre perfecta ni idílica —por definición no puede serlo, porque la admiración puede unir tanto como separar—. Con el derecho adquirido de sentirse cerca (se reúnen de vez en cuando a almorzar con su padre en un restaurante), el núcleo duro tiene algunas reivindicaciones que plantear, y ha atravesado también por momentos de frialdad. «Antes de “Alejandro Sanz 3”, estábamos acostumbradas a tener más trato con el. Pero de repente, se hizo tan grande que ibas a los sitios, y a lo mejor te volvías sin haberle visto. O pasaba en el coche y sólo te decía adiós. La relación había sido más fácil con “Si tú me miras”, y nos enfadamos mucho entonces, porque pensamos que sólo nos necesitaba cuando las cosas le iban peor. Como el segundo disco tuvo menos éxito y tantas críticas...» El paso del tiempo no significa distancia para una verdadera fan. Las chicas que empezaron a seguir a Alejandro con doce o trece años ahora tienen veintiuno, pero encuentran siempre un motivo para que su pasión no se desvanezca. El primer gran impacto para todas tuvo lugar al conocerle. Para unas, el morbo disminuyó cuando se encontraron delante a un personaje tangible, de carne y hueso. Eso hizo que bajara su nerviosismo, pero que aumentara su nivel de admiración por esa persona tan sencilla... y se hicieron más fans. Y las que le veían como un dios sobre el escenario, cuando pasaron de llorar como magdalenas en primera fila de los conciertos a ver cómo le regañaba su madre mientras él deambulaba por su casa en chanclas y bermudas, apreciaron como un tesoro haber accedido a esa faceta de la vida de Alejandro... Pero todas las sendas conducen al mismo juramento de fidelidad eterna. El único cambio que acusa su metabolismo, con el paso del tiempo, es que decae el efecto histeria, pero entonces empieza la familiaridad... como en las parejas.
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Empiezan a verle como un amigo, como «el tío Álex». Se sienten tan influidas por él, que muchas veces se sorprenden diciendo frases textuales que le han oído, o pensamientos suyos leídos en algún sitio. Alejandro dicta la ley. Por eso nunca les costó asumir su lado flamenco ni nada de lo que pudiera haber chocado a otros. Lo que venga de Alejandro, está bien. A diferencia de fans de otros artistas, ellas no son tan intercambiables. Es decir, que no son fans de todas las estrellas que se mueven, sino muy de Sanz. En concreto, Diana y Alicia opinan que, aunque Enrique Iglesias «ha mejorado en su segundo disco», si se hubiera llamado Juan López no hubiera grabado en su vida, y musicalmente no les interesa. Creen que es puro marketing, y sólo les toca un poco el corazón el hecho de que «se porta bien con sus fans». Mejor no ponderar delante de ellas las dotes escénicas de Ricky Martin ni su poderío como bailarín y showman total, ya que «cien movimientos de Ricky valen por uno de Alejandro, que no necesita ese exhibicionismo porque se basta y se sobra con su guitarra y su voz». Para disfrutar un concierto de Alejandro sin perderse el más mínimo detalle —y optar al trofeo final de la toalla—, se colocan en primera fila, enfrente del micrófono, y un poco hacia el lado derecho del escenario, donde han comprobado que el cantante pasa más tiempo en directo. «Cuando actuó en la Expo de Lisboa —dice una— nos dedicó “Y, ¿si fuera ella?”, y yo me puse histérica. Pero tuvo un detalle enorme. Al verme llorando hizo un gesto con el dedo en su ojo, como diciéndome “quítate esas lagrimas”.» Otra asiente: «Lo que más agradecemos son los gestos en un concierto. Una mirada... cualquier cosa. En Las Ventas pensé que me había mirado a mí, pero no estaba segura. Y entonces, puse los pulgares hacia arriba, y él hizo lo mismo. Así comprobé que era a mí a quien había estado mirando.» Se preocupan por él hasta pensar si irá demasiado abrigado en el escenario, si se estará asando mientras canta, y tienen una opinión precisa de los avatares de su imagen... «Le quedan bien los colores claros y la perilla, pero no nos gusta tanto con barba, porque se ve que tiene algunas canas.» Si después de ocho años de relaciones, alguien es capaz de quedarse a la puerta de tu casa sólo para oír tu voz... Es que tienes una fan. Lo poco que Alicia y Diana conocían de «El alma al aire» antes de salir a la venta lo escucharon de esa forma. Desde la puerta de la casa de Miguel Bosé en Somosaguas hasta el estudio donde Alejandro tocó y cantó en el invierno 1999-2000 hasta perfilar las diez canciones del disco hay, por lo menos, doscientos metros y una cristalera cerrada herméticamente a los rigores del frío de Pozuelo de Alarcón. Pero eso no impidió a estas dos chicas —y algunas más— pasar un montón de noches al sereno, pegadas a la verja del jardín aguzando el oído para detectar lo mínimo que se pudiera escuchar en esas condiciones... «Como hay tanto silencio en http://www.alejandrosanz.ws
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esa urbanización, nos sentábamos ahí, y podíamos escucharle cantar.» No hace falta preguntar lo que serían capaces de hacer por su idolatrado Alejandro... «Él siempre está ahí. Los novios pasan, los trabajos cambian, pero mi padre y él son los únicos que no me van a fallar.» «Él convierte las penas en alegrías. Si el fanatismo es una enfermedad, me encanta estar enferma. Es maravilloso tener un ídolo al que, si te pasa algo malo, con sólo darle al play, puedas escuchar cantar. El problema hace “ras”, y se te va. ¿Qué no te daría yo, Alejandro?» *
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Entre los montones de cartas que ha recibido en su carrera, a Alejandro Sanz se le ha quedado muy grabada la correspondencia de una fan que siempre firma con las iniciales «L.d.L.» («Lágrima de Luna»). Nunca escribió una dirección a la que él pudiera contestar, y utiliza invariablemente sobres azules en cuyo remite hace un rasguño con la uña para que bajo el color celeste del sobre, el papel destaque la blanca silueta de una luna menguante. Por voluntad expresa del cantante, vamos a leer a «Lágrima de Luna». Escribió por primera vez —una postal— el 26 de octubre de 1997, y desde entonces no ha dejado de hacerlo en papel, numerando cada una de sus misivas —que ella llama «lágrimas»— al final, junto a la firma. En algunas cartas cita (o reproduce textualmente) poemas de autores que Alejandro ha declarado leer, como el uruguayo Mario Benedetti o Pedro Salinas. Esto dice una de sus cartas: «Escribo a pesar de dudar de la existencia de mis letras en tu pensamiento. Escribo como si de un diario acerca de todo y de nada se tratase.» «Escribo a alguien, ojalá tú, ojalá alguien que me entienda, que comprenda todo lo que pasa por mi mente en los momentos en los que me propongo romper el blanco con la tinta. Es increíble lo poco y mucho que puedo llegar a expresar al viento en este momento. Ésta es la lágrima (carta) número treinta y uno, y parece que fue ayer cuando armándome de valor y con ilusión por acercarme un poco más a ti me propuse “comenzar a llorar” y todo por una frase: “Cuando quieres una cosa de verdad, el universo entero conspira para que se haga realidad.”» «No sé si lees o has leído alguna letra anterior, de lo que sí estoy segura es de que cada semana soy un poquito más feliz http://www.alejandrosanz.ws
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al compartir contigo, al regalarte, un cachito de mí; pues ya es hora de que no sólo yo reciba cosas buenas de ti sino que tú también lo hagas aunque tenga que ser a través de la distancia, como ha sido siempre, con nuestra Luna de enigma y espejo.» «Deseo que todo te vaya bien y no dejes de apreciar lo bueno de cada día. Y si ves que esto empieza a ocurrirte acepta un consejo: si te sientes cansado descansa, pero no te rindas.» «Tengo tantas cosas que decirte y tan pocas maneras de hacerlo que ni siquiera puedo escribir algo porque no puedo ordenar mis pensamientos... Sé que algún día se cumplirá mi promesa y podré hablar contigo eliminando ese maldito muro que la gente, incluidos tú y yo, constituye, ese muro que hace que todo sea difícil y tan distinto de la vida misma. Eso que hace que todo sea tan raro, que hace que todo sea tan lejano y tan cercano a la vez, a pesar de que casi te oigo respirar a mi vera, porque estás tan cerca y tan lejos de mí que ni siquiera me ves y quizás jamás me veas: continúa luchando, yo también lo haré.» Lágrima de Luna L.d.L. (L N.º 31)
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amores
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[Del platónico al estable, con parada en el carnal]
Alejandro dice que escribe sobre el amor porque sigue siendo un terreno desconocido, y porque hay millones de formas de demostrar amor: a una mujer, a un amigo, a la tierra, a la naturaleza o a la paz. Su amor, como el de todo ser humano, tiene un componente salvaje y una esencia espiritual. Está hecho de carne y hueso (y de fuego) y también de sutileza, de piropo arrebatador. Para conquistar a millones de fans en todo el mundo, para dirigirse a todas ellas como si fueran la única mujer sobre la faz de la tierra, hay que tener arte. Al niño de once años que sentía una inquietud sentimental muy honda, más amante de la historia y la literatura que de las matemáticas, le llegó, como a todos, la fiesta de la vida carnal... Pedro Miguel Ledó, la Tata, resalta la facilidad de Alejandro para enamorarse hasta que Jaydy irrumpió en su vida. Según su antiguo secretario, se interesaba y se desinteresaba con igual facilidad. Todo lo que tenía de impulsivo, activo y trabajador, lo tenía de impetuoso en el amor. Y no sólo en su trato con las mujeres, sino en su relación con la música o con las amistades. En pleno período de expansión como persona y como artista, podía entablar una amistad muy intensa, y al poco tiempo desencantarse por un pequeño detalle o por simple cansancio. El papel de Pedro en la organización Sanz era atender a Alejandro, vigilar que cierta prensa que no gustaba se mantuviera a distancia, y estar en la sombra y el anonimato, desde donde se podía observar mejor quién se acercaba al cantante y con qué intenciones... «Me fijaba en quienes querían una falsa amistad o un préstamo a largo plazo, porque cuando alguien necesitaba dinero, era muy fácil pedírselo a Alejandro. En cuanto a sus amores, a veces él me decía que una chica le gustaba, y yo le contaba a la chica: “¿Cómo te llamas? ¡Ah!, pues, mira, es que Alejandro Sanz se ha fijado en ti, y lo que pasa es que es tan tímido, porque es un romántico que te mueres... Yo creo que está a punto de decirte algo.”» Alejandro vivió, al inicio de su carrera artística, la sensación de tener ascendente sobre los homosexuales, entre los que tiene grandes amigos. «Me ha pasado, en ocasiones, eso de ver que se acercan, que a mí me ponía muy tenso. He vivido esa situación dentro de la industria, y también fuera. Hubo alguno que me lo dijo a la cara. ¡Gente que no me podía esperar! Los tíos somos muy gilipollas normalmente para esas cosas... y cuando nos encontramos con esa situación lo pasamos mal, porque no sabemos cómo cortar.» http://www.alejandrosanz.ws
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«Ahora me da risa, con el baqueteo que llevo de conocer a esta señora... y además ellos ya me conocen y saben de lo que voy. Pero en ese momento, pensaban “Pues si cae, cae”. Y era una situación muy jodida porque había gente que no sabía exactamente de qué rollo iba. No sabía si mandarles a la mierda, y tampoco había confianza como para bromear. Para mí fue bastante violento en algún caso, pero tenía claro que pasaba olímpicamente, que era una cosa que no podía ser.» Consciente de los rumores que han circulado sobre sus preferencias sexuales, Alejandro los atribuye al mal concepto que muchas personas tienen de sí mismas y de todo en general. A ello suma la complicidad de cierta prensa que genera bulos y después los convierte en noticias sin que nadie haya comprobado nada. A su entender, eso enturbia la opinión del público, al que le termina pareciendo sospechoso que una persona triunfe por méritos propios. Como si todo el que tiene éxito hubiera hecho necesariamente trampa o escondiera algo inconfesable. «Yo creo que un homosexual tiene derecho a intentar ligar. Lo veo mal si utiliza el lado profesional, pero a lo mejor se encuentra con un chico en un bar y se lo dice también, sin necesidad de prometerle que le va a grabar un disco. Yo veo lícito y lógico que un homosexual intente ligarse a otro tío. Es su tendencia y le justifica la pasión.» *
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La primera vez que Alejandro se escapó de casa iba persiguiendo a Marta, un gran amor del barrio. Él tenía trece años cuando se declaró, después de darle muchas vueltas. No sabía qué decir y había cavilado miles de fórmulas hasta que una tarde, atropelladamente, se decidió a pronunciar la frase mágica: «¿Quieres salir conmigo?» Aquella relación (toda una montaña rusa por sus altibajos) le duró hasta los dieciocho años. En uno de sus momentos más bajos, se marchó con un amigo detrás de ella, para demostrarle lo mucho que la quería. Es una reacción que le suele salir de dentro tras una pelotera importante. «Fue muy duro, porque no nos dio ni un bocadillo, pero fue total. Fue un viaje estupendo, por la cantidad de amigos que hicimos en el camino, tanto en Lugo como en Foz. Tocábamos en un bar y nos daban de comer. Cantábamos y nos daban mejillones. Yo es que soy muy de eso: de romper y luego arrepentirme e ira buscara la chica. No sé si es arrepentirme o continuar viviendo la película tal cual es, pero me ha pasado más veces. Marta me gustaba, y todo aquello me parecía muy de película: coger mis cosas, subirme con un colega en un autobús, llegar a Lugo y meternos en una pensión donde había una señora que —prácticamente— arrastraba cadenas al pasar....»
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Todos los componentes de la aventura se daban en esta excursión, bastante inocente pero cargada de novedad entonces: el viaje con su amigo, vivir de la guitarra..., hacer camping... «Estuvimos en aquella pensión que era la casa de una señora. Y la dueña, que vivía ahí, salía por la noche a dar vueltas por la casa, y se la oía “crash, crash”, y los dos nos poníamos: “¡Uuuuhhh, Uuuhhhhhh!”, y nos hartábamos de reír. Alucinábamos, porque dormíamos en la misma habitación y nos los pasábamos genial. Todo con nueve mil pesetas...» «Después, fuimos de Lugo a Foz en otro autobús, y al llegar plantamos la tienda en un acantilado precioso. El día que nos íbamos a volver a Madrid —el autobús salía a esas horas gallegas..., ¡las cinco de la mañana!— no nos queríamos dormir, porque había que deshacer la tienda y no teníamos reloj. Hasta vino la policía a decirnos que teníamos que sacar de ahí la tienda de campaña...» Todo eso ocurría en la playa de Foz, casi un descampado de arena con mar al fondo. Alejandro aún se acuerda de lo ancha que era esa playa, con una ducha justo en medio, de manera que se lavaba la arena, y cuando salía de la playa estaba otra vez como una croqueta, porque le daba tiempo a rebozarse. No arregló su problema sentimental, porque Marta «no me dejó ni una sillita pa’ esperarla. A lo mejor yo le debía haber explicado que, cuando un tío se escapa de su casa para ir a ver a una mujer..., ¡por lo menos, foie gras! Y si no, una lagrimita... ¡Algo!». Nada, nada. Aquél fue un sonoro caso de calabazas para Alejandro Sanz. ¿Quién lo diría hoy? Al menos se libró de la inquietud que le había llevado a buscar a Marta. A él le gusta consolarse pensando que le traspasó el problema, consiguiendo hacerle una trasfusión de preocupación a la chica, y se toma con mucho humor el final de aquella aventura... *
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La inspiradora de «Pisando fuerte» se llamaba Yolanda y era una bella asturiana que vivía en Sevilla. Alejandro disfrutaba de la primavera sevillana, paseándose por la Feria de Abril. De pronto, en una caseta, se topó con una chica sentada que le impresionó al instante, y se dijo: «Ésta va a ser para mí.» Ella era «como la mujer de Terry», y le hizo pasar una feria fantástica, porque a su lado sintió por primera vez la verdadera independencia. «Yo había tenido esa independencia de escaparme de casa, pero nunca me había sentado al lado de la independencia, ni le había metido mano por debajo de la mesa en un restaurante. Sentí que http://www.alejandrosanz.ws
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había cumplido dieciocho años, aunque no los tuviera aún. Tuve ese “clic” del que tanto oyes hablar, pero que nunca suena cuando se cree, sino cuando tiene que sonar. Se me abrió de verdad por primera vez, no sólo el corazón, sino las carnes también. Fue un amor más que platónico, y descubrir la diferencia entre amor platónico y amor carnal, no es agradable.» Cuando Alejandro se sentaba en las aceras de Sevilla, el turbador olor de las chicas al pasar se mezclaba con el aroma del azahar, las velas y el incienso... La ciudad le dejó entonces su huella para siempre, porque en su recuerdo intervienen todos los sentidos. Pudo comprobar que en Sevilla no sólo florecían las plantas sino también las mujeres. «A mí siempre me ha gustado ser muy caballeroso, y después de haber estado con una chica, aunque no supiera si la iba a volver a ver, me ha gustado mandarle unas flores o un detalle. He querido que se sintieran bien y nunca utilizadas, porque jamás ha sido el caso. Como mucho, nos habríamos utilizado mutuamente. Me parece bonito mantener esas cosas. Muy pocas mujeres pueden decir que tengan la sensación de haber estado conmigo y se hayan llevado un amargor extra, porque me parecería terrible eso. Cuando alguien te lo ofrece todo, y se disfruta de un rato maravilloso en común, el recuerdo es tan importante como el momento... e incluso más.» El cantante tenía esos detalles consciente de que a ellas, a lo mejor, les daba igual. Sin esperar nada a cambio. Un recuerdo puede achicar o agrandar los hechos, pero a él le parecía más importante que nunca los pudiera envilecer. Está convencido de que el entendimiento entre hombres y mujeres puede ser completo... «Lo que pasa es que estamos ejerciendo constantemente de hombres y de mujeres. Lo primero en el camino de ese entendimiento es no exagerar lo distintos que somos hombre y mujer. También los hombres somos muy diferentes entre nosotros y logramos comprendernos. Lo que admito es que tenemos cosas en común, como nuestra tendencia a ser más infieles que las mujeres. Y eso no depende del amor que sientas por tu pareja. Ni siquiera de la educación concreta que hayas recibido, sino con los grandes misterios de la educación, los grandes tabúes. El hombre es más... así, aunque tampoco me parece que sea tan obsesivo como algunos que he conocido.» A los hombres se nos va muchas veces la fuerza por la boca, y somos más gestuales que textuales. Por eso las chicas no deben hacer caso de bravatas y exageraciones a las que, a la hora de la verdad, ni nos acercamos. Alejandro lo tiene asumido y tiene otras prioridades en una relación. «Lo que a mí me interesa más es la amistad en la pareja. Ese regalo de la amistad verdadera, de reírte con la otra persona, que no tiene precio. Es tan importante hacer el amor bien como reírte mucho y
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como todo lo demás; como hablar bien o como disfrutar juntos de las cosas.» Esa confianza se pretende absoluta, capaz de contar hasta lo que duela... «Es lo ideal, y lo he tenido con algunas amigas a las que les podía decir cualquier cosa, e incluso hablarles de otra que me gustaba mucho. Eso es fantástico, pero dura sólo un tiempo así. Luego se enamora uno de los dos, y empiezan los problemas. Cuando llegan esas situaciones, le diría a la chica: “Yo pienso que enamorados estábamos antes. Ahora estamos otra cosa que no sé cómo se llama, pero antes estábamos enamorados, porque éramos capaces de estar juntos felices y encantados de la vida, sin ningún miedo a contarnos las cosas.” Pero el amor incluye los celos y el egoísmo.» El amor lleva consigo estas cosas y muchas otras más. Por ejemplo, a cierta temperatura, lleva dentro hijos. Y no es algo que asuste a Alejandro, sino todo lo contrario. «A mí me gustaría tener hijos y tengo ese plan, pero no sé cuándo ni cómo. Lo que sé es que me gustaría tener muchos, que sean flamencos y tengan ese genio y esa cosa. Me gustaría ser amigo de ellos y todo eso...» En cualquier caso, para el plan que ha esbozado hacen falta dos, y en él tiene un papel importante cierta modelo mejicana que llegó a Madrid el 5 de abril de 1995, casi de paso, sin saber que España cambiaría su vida para siempre.
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y, ¿si fuera ella?
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[Desde luego, tiene toda la pinta]
Jaydy, Jaydy Mitchel. No Heidi, Jeidi, Yaidi, Yeidi ni nada de lo que se la ha llamado muchas veces. Mientras el año 2000 avanzaba, Alejandro y ella continuaban en casa Bosé, Somosaguas. Y muchos de sus ratos libres transcurrían en el gran salón donde está instalada la televisión y el equipo de DVD. En la pantalla, el Discovery Channel. Junto al equipo, una funda de vídeo, por ejemplo, «La cena de los idiotas». Hay una colección de ídolos africanos sobre la repisa interior del alféizar del ventanal que da a la piscina. Son de pequeño tamaño y un gusto excelente. En una mesa de al lado, más de cien cajitas de Marrakesh, hechas de madera aromática. En esas amplias habitaciones, Jaydy y Alejandro estuvieron despachando todo el invierno con sus arquitectos los detalles de su nuevo hogar. Desde diciembre de 1998, cuando Jaydy se unió a Alejandro mediante la ceremonia balinesa deseada por los dos, ha sido una de las mujeres más buscadas por los medios de comunicación. Apenas ha concedido entrevistas, y en las pocas que han podido verse y leerse ha hablado bien poco de su relación de pareja. Resulta curiosa la diversidad de versiones sobre dónde y cuándo se han conocido Jaydy y Alejandro. El número uno de la revista Rolling Stone (edición española) ponía en boca del cantante que fue durante un viaje a Bali; un periódico aseguró que el encuentro tuvo lugar en una gira de Sanz, en México. Ya hemos dicho cómo ocurrió en realidad, pero Jaydy ha escuchado aun más locuras... «He llegado a oír que él me trajo a España, que nos conocimos en el 97 porque yo había hecho vídeos de él... La verdad es que nos conocimos en Madrid, en el año 95. Yo acababa de llegar de México, y Luis Cobos me lo presentó.» Jaydy Mitchel aterrizó en España con diecinueve años y la ilusión de acercarse a otras culturas. Quería conocer Europa con tiempo para recorrer todo su mapa, no según la costumbre tan extendida en México de hacer esas escapadas relámpago que ellos mismos llaman «el mochilazo»: llegan, duermen en hostales, y visitan rápidamente muchos sitios en los que sólo se quedan un día o dos. Ella pretendía estar el tiempo suficiente para conocer nuevas maneras de vivir. Había terminado los estudios primarios y, antes de ingresar en la universidad, emprendió el viaje, con una primera escala en Madrid. Pero se enamoró tanto de España, que se quedó, y su trayecto europeo empezó y terminó en Madrid. Le gustó tanto la ciudad, que ya no fue a Francia, Inglaterra ni Italia, como había previsto. Venía por tres meses a trabajar como modelo, contratada por una http://www.alejandrosanz.ws
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agencia, habiéndose costeado ella misma el viaje. Y aunque ha estado entrando y saliendo desde entonces, ya lleva cinco años en nuestro país. «Vine como modelo, y cuando descubrí que me quería quedar más tiempo, para aprovecharlo comencé a estudiar periodismo, una carrera que me llamaba mucho la atención. Estuve año y medio en la carrera. Luego, por cuestiones familiares, tuve que volver a México unos meses, la interrumpí y no la he retomado.» Ha nacido en Guadalajara pero vivió desde muy niña junto al mar, en Puerto Vallarta. De padre mejicano y madre norteamericana de Los Ángeles, su hermano mayor es dentista, como su padre, y su madre empezó a estudiar también esa carrera, pero la abandonó. Es la menor de la familia, y tiene otros dos hermanos: el mayor y una hermana que ha cursado educación especial en Estados Unidos, donde vive. Al mes y medio de llegar a Madrid —en junio— se encontró con Alejandro en el restaurante. A él le atrajeron el peto que ella llevaba aquel día y sus pecas. Jaydy tiene otra visión del primer contacto. «Cuando nos presentaron, me dijo, “si tú eres Heidi, yo seré Pedro”, una broma que me han hecho mil veces, y yo estuve de lo más seca, o como decimos en México, “sangrona”, porque en general soy bastante seria. Luego ya empezamos a hablar de una manera más normal y al terminar esa comida, me pidió el teléfono.» Así empezaron a verse. Jaydy sabía que era Alejandro Sanz, el cantante, y había visto un par de vídeos suyos en un canal musical de su país, pero no sabía lo importante que era. Ella había hecho una vida ajena al mundo artístico. Por eso, cuando la invitó por primera vez a verle actuar, poco después de que se conocieran, le sorprendió que toda esa gente estuviera allí por él. Pero es que tampoco había asistido a muchos conciertos de otros artistas. «Me pareció muy bonito ver las multitudes que atraía y me llamó la atención su naturalidad, su humildad, y su forma de tratar a quien se le acercaba a pedir un autógrafo o a decirle lo maravillosas que eran sus canciones. Le vi muy honesto, muy noble y muy franco. El dice las cosas a la cara.» Y de ahí... al 30 de diciembre del 98, en Bali. Más de tres años para conocerse a fondo en los que hubo altibajos. La discusión más importante tuvo lugar en noviembre del 97. Jaydy se había enfadado tanto que dio un portazo y volvió a México dando la relación por terminada. Pasadas unas semanas, Alejandro llegó a su país promocionando «Más» y en sus entrevistas por televisión, cuando le preguntaban por su novia mejicana, decía que estaba muy triste por la ruptura. Estuvo lanzando así globos sonda hasta que fue más decidido e hizo que una chica de la Warner llamara a la consulta del padre de Jaydy, haciéndose pasar por una amiga española de su http://www.alejandrosanz.ws
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hija, para conseguir que ella fuera un día allí y arreglar un encuentro. El hermano de Jaydy se hartó de coger el teléfono: «Sabemos que llamas de parte de Alejandro. Si quiere hablar con Jaydy, que la llame él.» Alejandro, que no había sacado en su vida un billete de avión personalmente, hizo una combinación de vuelos entre Guadalajara y Puerto Vallarta para poder verla, sin ningún asistente ni miembro de su equipo de seguridad para ayudarle. Perdió un vuelo, las fans le pidieron mil autógrafos en el aeropuerto y, por fin, de madrugada, llamó a la puerta de Jaydy para hacer las paces, con un anillo en la mano. Tres veces le pidió que se casara con él, pero Jaydy sólo aceptó después de que su madre le pusiera al español los puntos sobre las íes. «Mi madre estuvo muy dura. Le dijo que, si de verdad me quería y pretendía que viviera tan lejos de donde había nacido y de mi gente, debía ser muy responsable, tomárselo muy en serio y comprometerse a cuidar de mí. También le aclaró que, para mi familia, siempre sería Alejandro Sánchez Pizarro, no Alejandro Sanz.» En su vida de pareja ha sido complicado proteger la intimidad. Hasta una sencilla escapada entre dos conciertos de Alejandro se convirtió en una pesadilla que ahora recuerdan por sus tintes de verdadera aventura. Fue de las pocas veces que les han podido sorprender juntos. Alquilaron un barco en Puerto Banús para cruzar el Estrecho con la idea de estar dos días en el continente africano. Durmieron en el barco aquella noche tranquilamente y a la mañana siguiente bajaron para conocer la medina de Tetuán. Allí mismo detectaron a dos paparazzi que, uno con un vídeo y otro con una cámara de fotos en la mano, les estaban persiguiendo. La pareja trató de convencerles de lo incómodo que resultaba sentirse observados y filmados cada segundo mientras intentaban relajarse dando un paseo. Como es habitual en esos casos, los paparazzi prometieron respetarles, y a los cinco minutos había dos hombres distintos haciendo la misma faena. Aquello tomó dimensiones de persecución y Alejandro y Jaydy optaron por regresar al barco. Ignorando quién había dado el chivatazo, ya dudaban hasta de su capitán, por lo que le ordenaron salir a navegar sin marcarle un destino. Creyeron que les tendía una emboscada cuando les advirtió que se avecinaba una densa niebla que iba a hacer impracticable el Estrecho en pocas horas. De modo que se empeñaron en hacerse a la mar, y muy pronto se cernió sobre ellos tal niebla — el barco no tenía radar— que les tuvo dando tumbos toda la noche, guiándose a través de la oscuridad gracias a la ayuda de otros barcos con los que se comunicaban por radio... Hay una curiosidad comprensible por la famosa ceremonia nupcial balinesa que nadie ha visto pero de la que todo el mundo ha hablado. Incluso los menos curiosos, no pudieron evitar fijarse en esas fotos que salieron a toro pasado en prensa rosa y que no hacían sino aumentar el misterio: una playa desierta junto al hotel Four Seasons que, según se decía, había cobijado el acto. http://www.alejandrosanz.ws
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«Los dos planeamos hasta el mínimo detalle —cada vaso, cada copa y cada tenedor— de la boda durante unas vacaciones en Bali cuatro meses antes de la ceremonia, que es cuando decidimos comprometernos más. Ya lo habíamos tenido en mente y estaba hablado, pero lo habíamos ido dejando. Nos gustaba la idea de hacerlo totalmente a nuestro gusto. Los balineses son muy espirituales, y es algo en lo que, en parte, también yo creo bastante. Intentamos no llamar la atención, pero alguien se enteró de lo que iba a suceder, y aparecieron unos paparazzi que divulgaron la noticia.» De todas formas, se supo realmente muy poco. No salieron imágenes de ellos dos en ninguna revista y el objetivo de una celebración íntima se consiguió en la práctica, ante un grupo de invitados que se redujo a ambas familias y un par de amigos. El oficiante balinés que les casó introdujo en la ceremonia elementos del rito hinduista local. «Fue emocionante, porque la parte de la ceremonia de lo que decía y hacía el sacerdote sí que fue una sorpresa. Nos puso unos lazos en las muñecas que simbolizaban nuestra unión, y nosotros añadimos el tradicional anillo occidental. Él bendijo estos lacitos que nos ponía y nos hizo comer de una fruta a los dos juntos, lo que me recordó a Adán y Eva. Durante todo el acto, el sacerdote rezaba oraciones y hacía ofrendas a los dioses para que unieran nuestro matrimonio. El punto donde estábamos parados exactamente a la hora de la ceremonia era, para los balineses, una zona de energía positiva y muy fuerte. Yo la sentí, y creo que también los demás, porque todos acabamos llorando de felicidad.» Oír hablar de su boda a Jaydy es el mejor antídoto contra los venenosos rumores que algunos se empeñaron en lanzar. Dicen que el pecado nacional de los españoles es la envidia, y quienes calificaron la boda de espectáculo circense —y eso que no había público— fueron quienes nunca han conseguido hablar con ella, o tratan de sacar de mentira verdad para que la pareja entre a trapos que no le interesan. «... Nosotros lo organizamos todo. Al lado de un mirador que hay en el hotel con un altar para rezar, encargamos construir una palapa, y decorarla toda con flores blancas. Yo sabía que mucha gente se había casado allí, pero nosotros quisimos hacer algo especial, a nuestro gusto en todo. Diseñamos hasta la tarta. Fue una cosa muy especial que luego han intentado vulgarizar porque..., ¡claro!, nadie la entiende. Ni la tiene que entender. La han entendido quienes necesitábamos nosotros que lo hicieran, que éramos Alejandro y yo, y nuestras familias. Y fue algo maravilloso, de lo que nunca se ha hablado. Algo de corazón.» «La unión que pretendíamos era precisamente la que tenemos: un compromiso entre él y yo; no con la sociedad. No lo hicimos legal según las costumbres normales, porque no lo necesitamos. Yo respeto todo tipo de unión, y espero que se respete la nuestra, que http://www.alejandrosanz.ws
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fue mucho más romántica, sincera y honesta que muchas otras bodas que conozco.» Jaydy tiene unos rasgos muy peculiares, como de maga, que van cambiando de matiz cuanto más tiempo se la observa. Lo que inicialmente parece severidad se va dulcificando, y ese rostro que en las revistas vemos marcado, anguloso, llega a adquirir la calidez de un hada madrina. Después de la boda creció la presión en torno a los dos, que se sintieron invadidos por todo lo que se dijo de ellos y de la ceremonia... «Aunque no te importe el qué dirán, ciertas cosas no sólo te dañan a ti sino a tu familia. De todos modos, yo creo que la verdad siempre acaba saliendo a la luz, Y ahora los hechos están demostrando que todo lo que se decía eran invenciones.» En el entorno familiar, la peculiaridad de la unión elegida por la pareja pudo no sentar muy bien al principio, porque cambiaba los planes y privaba del sueño habitual a unos padres casados por la Iglesia católica. Por eso los dos explicaron sus motivos. Y cuando sus padres vieron que todo lo hacían de corazón, sólo les quedó decir: «Adelante. Estos dos están enamorados y no hay nada más que hacer. Si ellos son felices, nosotros también.» Jaydy fue muy convincente al defender su postura, porque su voluntad era firme y tiene un concepto elevado del amor. «Cuando hay amor no hay nada que pueda luchar contra él. Yo creo que es lo más fuerte que hay en el mundo y que puede acabar con las guerras y todo, porque sobrevive incluso a la muerte. Quizás soy muy soñadora, pero así lo veo.» Después de la boda, permanecieron en Bali una semana más, y después volaron a París, donde sólo se quedaron dos días, porque les volvían a seguir y Alejandro tenía que cubrirse la cara con un pasamontañas. Regresaron a España por carretera para evitar el control en el aeropuerto. Una vez en nuestro país el acoso hacia imposible instalarse en Toronga, y anduvieron de casa en casa como unos bohemios. Vino luego un viaje promocional de Alejandro a Brasil, y a su vuelta la pareja marchó a Londres, donde se alojaron dos meses en la casa que les cedió Miguel Bosé. Aún faltaba la ronda de visitas a la parte mejicana de la familia tras la boda, por lo que partieron más tarde a Puerto Vallarta, donde permanecieron quince días, empalmando ya con la gran fiesta que celebró en marzo del 99 los cuatro millones de discos vendidos mundialmente con «Más», en México D. F. Al regresar a España se quedaron en la casa de Miguel en Somosaguas, mientras encargaban las obras del que sería su primer hogar de casados. Alejandro preparaba «El alma al aire» y tuvo su primera temporada larga en mucho tiempo sin grandes obligaciones profesionales. A veces se lanza desde los medios una idea de pareja desunida, porque es difícil verles juntos. Ellos no hacen de sus cenas con amigos en Madrid, o de sus http://www.alejandrosanz.ws
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íntimos paseos por la sierra madrileña un acto público. Cada uno respeta escrupulosamente los compromisos del otro, de manera que Alejandro no acompaña a Jaydy a sus desfiles, y Jaydy apenas acude a los actos profesionales de Alejandro. Esa temporada 1999-2000 Alejandro estuvo encerrado componiendo en casa, salvo la minigira de Brasil. Y Jaydy fue más visible, porque salió para cumplir sus contratos sobre la pasarela o frente a la cámara. La independencia y el respeto entre ambos es tan literal, que el 18 de diciembre, en el cumpleaños de Alejandro, ella estaba en México mientras él lo celebraba con una concurrida fiesta. Jaydy llevaba tiempo sin ver a su familia y había planeado regresar a tiempo, porque su propio aniversario es sólo dos fechas más tarde que el de Alejandro, el día 20. Pero asuntos familiares la retuvieron más días en México. En su país están orgullosos de que una compatriota se haya casado con su ídolo, y Jaydy pudo comprobarlo en la «fiesta de los cuatro millones». Los mejicanos, siendo tan tradicionales o más que los españoles, no se preguntaron demasiado por las particularidades de la boda. Pensaron «se han casado», y ya está. La química interna de la pareja funciona como en la teoría de los vasos comunicantes. Comparten el signo de Sagitario, pero sus caracteres son distintos y se produce entre ellos el equilibrio. «Él tiene las cosas mucho más claras. Yo tardo mucho en una decisión, mientras que él enseguida sigue su primer impulso, lo que él cree, y lo lleva a cabo. Yo siempre me detengo un poco más a pensar. Creo que nos compensamos en eso.» Hay una función que desempeña Jaydy con mano de hierro en guante de seda, como suele decirse: con toda firmeza, pero sin perder la suavidad en las formas. Y es la de proteger a Alejandro con un escudo invisible que le libre de indeseables. «Cuando él tiene clara su relación con una persona, no importa lo que se le aconseje. Pero atrae a tanta gente, que muchas veces me asusto, porque algunos se acercan sólo para aprovecharse de él. A mí me molestan mucho la hipocresía y el interés, y cuando me siento incómoda con alguien porque le veo con esas intenciones, me preocupa que se le acerque porque no quiero que le hagan daño. Es un instinto maternal que me pasa también con mis amistades.» De la misma manera, Jaydy intenta que esté próxima la gente que él aprecia, le ayudan en su vida y le aportan cosas como persona. No se trata de tutelar a Alejandro ni nada parecido porque, igual que en su vida artística, él toma las últimas decisiones. Un ingrediente importante en la convivencia de la pareja es la lealtad, que les ha ayudado a escapar de la tentación posesiva. En algunos momentos planeó ese fantasma sobre sus cabezas, como en toda pareja, pero aún más debido al éxito absoluto de Alejandro y la profesión de modelo de Jaydy, que normalmente http://www.alejandrosanz.ws
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despierta celos en los hombres. Cuando todavía se estaban conociendo, tuvieron discusiones con ese mar de fondo. Pero después de verse obligados a pasar juntos por tantas calumnias e incomprensiones y a saltar de la mano tantas barreras que suponían triunfos para la relación, aprendieron a conocerse de verdad asumiendo cada cual el tipo de vida del otro. Para que nadie se confíe en exceso, Jaydy aclara: «No es que no sea celosa. Las mejicanas somos muy celosas. Pero soy de las que me lo guardo todo dentro, a menos que vea algo que me disguste.» Lógicamente, su nueva situación repercutió en la vida profesional de la modelo, pero se equivocaron quienes contaron con tener dos por el mismo precio cuando contrataron a la bella mujer de Alejandro Sanz para calmar sus ansias de cotilleo. Su primer contrato en España fue el de Don Algodón, una campaña que había surgido antes de la boda. Luego todos quisieron conocer a la esposa de la estrella, pero se encontraron con una mujer que tenía profesión propia y separaba claramente su trabajo del morbo. Recibió muchísimas ofertas a raíz de la boda, pero entre su agente y ella las seleccionaron muy cuidadosamente para quedarse sólo con lo que se ajustara a su especialidad. Todo el mundo quería entrevistas en las que sólo le preguntaban sobre Alejandro, y su postura era invariable: «De eso no voy a hablar. Si me has pedido que trabaje para ti en estas fotos para esta revista, lo hago, pero vamos a dejarlo claro. Soy su mujer, pero ya está.» La postura de Jaydy respecto a su elección de ser modelo es, por otra parte, realista y funcional. Le parece un trabajo cansado pero divertido y muy bien pagado, que le permite aprovechar oportunidades de viajar y conocer todas esas culturas que su «tropezón» de Madrid dejó pendientes cuando iba a despegar hacia el resto de Europa. Compra revistas de moda, está al día de las tendencias, pero no olvida el carácter efímero de su profesión e intenta mirar más allá y está abierta a nuevas experiencias. «Disfruté presentando una gala de televisión el día de los Enamorados, porque nunca lo había hecho y quería probar otra faceta. Me divertí mucho y el tiempo se me pasó rapidísimo. Cuando me lo propusieron, quise hacer lo que a mí me gustaría ver en la tele: a una persona siendo ella misma. Y fui natural, tal como yo soy.» La experiencia añadió movimiento y voz a las funciones normales de una modelo que, como mucho, se ve obligada a dar un corto paseo sobre una pasarela. Jaydy quiere progresar, hacer cosas nuevas y aprender. Por eso el cine le llama la atención: «No me lo planteo como un objetivo que tenga que lograr, pero si aparece un papel que me guste y yo pueda hacer, me interesará mucho. Otra cosa es que sea capaz de hacerlo bien o no, de aprovechar la oportunidad.» Para el común de los mortales es un enigma lo que hacen los personajes más deseados e importantes con las horas libres. Entonces la imaginación sugiere hazañas imposibles, ocupaciones sofisticadas o hobbies raros. La realidad no http://www.alejandrosanz.ws
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puede ser más distinta en este caso. Como casi todo el mundo, cuando Jaydy y Alejandro pueden pasar algo de tiempo libre juntos, vaguean mucho, se tumban a ver una película que han alquilado para el fin de semana, van al campo o a la playa, y hacen cenas con amigos cuando les apetece estar con gente. La afición que le ha transmitido su marido hace que Jaydy prefiera una buena juerga con guitarras y palmas donde se pueda bailar flamenco a las discotecas, que ya no van con ella. Sólo cuando va a Puerto Vallarta, para poder ver a todos sus amigos, se reúnen en el bar al que han ido desde que empezaron a salir... «El flamenco es una cosa que también compartimos. Alejandro entiende y yo no, pero me encanta.» En tanto sus estudios de arte dramático le enseñan la forma correcta de relajarse, va empleando un método que a ella le sirve y que a Alejandro le hace decir: «Ya te han entrado tus ataques de limpieza.» «Es lo que más me despeja y me relaja. Me pongo a ordenar todos los papeles, las revistas, cambio quizá un mueble de sitio... Coloco las flores secas con olor, las velas, y limpio a fondo cada rincón. Alejandro flipa porque me puedo pasar ocho horas así. Y lo he hecho cuando estábamos en casa de sus padres, en casa de Miguel [Bosé], o en la mía. A diario coloco mal la ropa y desordeno, pero a las dos semanas llega un momento que me harto y..., ¡limpieza a fondo! Entonces saco todas las camisetas, las doblo perfectamente, las clasifico por colores —que a los dos días ya está otra vez todo desacomodado, pero bueno—, pongo las revistas de decoración a un lado, las de moda en otro, y las de viajes en otro.» Jaydy disfruta por fin de su nueva casa en Madrid. Después de los largos meses que han durado las obras, la ha podido estrenar coincidiendo con el lanzamiento de «El alma al aire». Alejandro al principio estaba muy emocionado, miraba todas las revistas de decoración, revisaba los planos de la casa y hacía muchos planes. Pero ella se encargó de los detalles más directamente al final, porque con el disco en marcha, el cantante ya apenas tenía tiempo. No contrataron tampoco a ningún decorador para lograr crear una casa con mucha personalidad. Es inevitable pensar en la tendencia de hembra a acondicionar el nido, porque Jaydy comparte con Alejandro sus ideas de descendencia. «Toda mi vida he querido ser madre. De pequeña, cuando me regalaron mi primera muñeca y jugaba con ella, la veía como una hijita, mientras las otras niñas cuidaban a las suyas como si fueran sus hermanas. Siempre lo he tenido muy en mente. Es una experiencia que no pienso perderme.» Y lo rubrica cada vez que comenta a los más íntimos: «Quiero ser madre joven. De eso estoy segura. Quiero tener años por delante para disfrutar a fondo de los niños.»
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Mirando los álbumes de los Sánchez-Pizarro que atesora la madre de Alejandro, no es difícil toparse con fotos de grupo en las que Jaydy acuna al bebé de algún pariente.
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de lo divino...
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[Sus tratos más allá de las nubes, sus sentimientos hacia los mortales]
La educación recibida por Alejandro en casa —no la académica, sino la que inspira más directamente el comportamiento— estuvo señalada por la tolerancia y el cariño. Es un chico que no recibió un bofetón, pese al carácter decidido de la madre y sus prontos de gallito. Tampoco supo lo que significa tener un padre mandón, porque don Jesús se dedicaba a cosas divertidas. Apenas paraba por casa en los años que marcan el carácter de un niño, y cuando estaba con él, tocaban juntos la guitarra. La violencia o el peligro fueron para él fenómenos que pasaban fuera. La dureza estaba en la calle. La casa era territorio seguro donde refugiarse. El humor preside su vida familiar, le rodea de cariño y le ofrece buenas vibraciones, librándole de las figuras represoras que han marcado otras infancias. Su madre se preocupaba de que estudiara y tuviera ética y dignidad, pero no parece que le agobiara con morales estrictas. Todo eso hizo que Alejandro fuera teniendo ideas libres y propias sobre los modos de comportarse en la vida, y su mente fuera a lo pragmático: lo que favorece a los demás es bueno; y lo que no, es malo. Así fue forjando un sentido de la justicia que le hace rebelarse contra la impostura o la arrogancia, tanto cuando la descubre en él como cuando la exhiben otros. En la actualidad, su madurez le permite reflexionar, sin que le cosquillee la columna vertebral, sobre su propia muerte. «Es un acontecimiento suficientemente importante como para que quiera participar de él. Me gustaría saber cuándo voy a morir para decidir cómo.» Incluso tiene echado el ojo a un par de paisajes donde le gustaría recibir su hora final. «El desierto me urge, me llama. Quiero escuchar el silencio del desierto, ver sus atardeceres y sus amaneceres. Me hablaron de alguien a quien sorprendió una tormenta de arena, y sólo se le ocurrió decir a su acompañante: “Vamos a morir en el desierto. ¿No te parece romántico?” Cuando lo oí, pensé que el tipo estaba zumbado, pero después, dándole vueltas, me di cuenta de que realmente es mucho más romántico que morir en la Castellana atropellado por una moto japonesa de gran cilindrada, por ejemplo. Si ha llegado mi hora y ya no hay remedio, me gustaría que coincidiera ahí.» Por si las moscas, Alejandro tiene una ruta alternativa más española. Si no puede transcurrir rodeado de la magia del desierto, de ese silencio sobrecogedor que se mete hasta los huesos y enfrenta con la soledad más filosófica, hay un http://www.alejandrosanz.ws
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rinconcito en España que también le cuadra para ese último viaje. Se trata de una llanura que tiene localizada en la ruta del toro, esa sucesión de pueblos blancos (Los Barrios, Alcalá de los Gazules, Paterna, Medina Sidonia...). Una zona llena de alcornocales con un riachuelo que le tocaría la música de fondo: «También podría ser ahí, tumbado en una hamaca de playa de colores, con un vinito en la mano y los pies en alto. La última vez que fui a dar un concierto en Cádiz pasé por ahí y supe que, si no moría en el desierto, tenía que ser allí» Se encuentra en la plenitud de la vida, y llega a estar tan vivo, que no le inquieta ni la certeza de morir. Manifiesta su plenitud con las ansias de hacer cosas arriesgadas que antes no le atraían. Su proyectado viaje al desierto debe ser en tienda de campaña y a la aventura, para sacarle todo el jugo a esa experiencia. No quiere ir a un viaje con los riesgos controlados. «Sé que llevo un aventurero dentro, que tiene que escapar por algún lado. Cuando voy en un helicóptero, lo manejo yo. También me he aficionado al buceo. Me interesa todo eso, que antes no me apetecía.» Tal vez ese aventurero no se conforma con el cauce dorado que parece conducir su vida, ahora sin excesivos sobresaltos, hacia un éxito que se multiplica. Igual que no hace canciones fáciles, no quiere una vida previsible. El afán de conquista que antes necesitaba su trayectoria musical, se desborda ahora hacia otras zonas de su carácter, y su inquietud busca nuevos horizontes. Todo ello, a la vez, con un realismo aplastante y los pies más en la tierra que cualquiera. Cuando las cosas se ponen demasiado complicadas y las palabras empiezan a ser más raras que lo que significan, su sorna es como un martillo que baja a la realidad al más estirado. Si se le habla de filosofía oriental contesta con un ejemplo: «Conocí a un saxofonista vegetariano. Me dijeron que estaba grabando en el mismo estudio que yo y quise conocerlo, por el misterio que rodea siempre a esa gente. Le pregunté los motivos de su decisión, y dijo que era por el rollo hindú y la idea de no agresión. ¡Pero él era superagresivo! El problema de esas posiciones tan extremistas es que, cuando le pregunté por qué comía vegetales, si sabía que las plantas también sufren, respondió que se lo estaba planteando justamente en esos días. Y yo pensé: ¿Qué hará si decide que tampoco puede comer vegetales? ¿Se morirá de hambre?» Alejandro disfruta poniendo en la encrucijada al fanatismo y a las posturas ideológicas que, de tan puristas, dejan de ser humanas. Esas visiones de la vida son sus bestias negras más odiadas, y siempre que tiene ocasión, las ataca con su ironía avasalladora. Sus creencias se orientan hacia «un Dios de índole casi matemática, que genera la lluvia y regula el paso de las estaciones y las mareas». Un Dios tolerante y comprensivo que no puede estar de acuerdo con los desmanes http://www.alejandrosanz.ws
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humanos... Ese que «seguramente entiende de emoción» («Si hay Dios», «Más», 1997). Para «El alma al aire» llegó a escribir una canción que podía verse como una continuación de ésta, demostrando su preocupación por lo que nos espera «ahí arriba». Mientras que en «Si hay Dios» dejaba en el aire una pregunta no respondida, pero acatando y haciendo como que obedecía a ciegas ese poder omnímodo, la letra que preparó para su último disco era un Padrenuestro al revés. Fiel a su idea de un Dios dialogante y justo, le pedía explicaciones por todo lo negativo que ocurre en este mundo y para lo que no encuentra explicación, hablándole de tú a tú. Es una evolución que señala sus cambios personales en este terreno, que van cada vez hacia una mayor exigencia para con el de arriba, y un menor respeto para los de abajo. «Yo creo en Dios, pero no en el mismo que cuentan algunos, porque si Cristo se diera una vuelta por el Vaticano hoy, se liaría a bofetadas con los cardenales enjoyados que lo habitan, como hizo en su día con los mercaderes del templo. Tampoco creo que Dios sea un político que deba arreglar el hambre en el mundo, ni que pertenezca a ninguna ONG. Sinceramente, le siento como ese motor necesario del universo que desconocemos.» Para Alejandro resulta sospechoso que todas las religiones aseguren que lo que viene después de esta vida siempre es mejor. «Todo es una incógnita. Llegamos al mundo y empezamos a vivir. Luego nos dicen: “¡Hala!, prepárate para morir.” A nadie le consta lo que va a pasar después, pero en el punto de la muerte, todas las religiones, que son tan distintas entre sí, se ponen de acuerdo para asegurar que todos vamos a ir a un sitio maravilloso. ¿Y quién lo sabe? ¿Pero... serán cagaos? Cuando se ven debilitadas, las religiones empiezan a encontrar muchos puntos en común y a justificar que, en realidad, todas hablan del mismo Dios.» Cuando trata con la necesidad o las dificultades ajenas, lo hace armado de un gran realismo y con el conocimiento más exacto posible del problema que puede solucionar. De ahí que descargue a ese Dios en el que cree de la responsabilidad de que el mundo no sea perfecto. «Reconozco que me apoyo en Dios sobre todo cuando estoy hecho polvo... Por algo Él es divino y nosotros humanos. Alguna vez le he dado las gracias también, pero Él no lo necesita. Está por encima de eso. Lo único que le reprocho es que no invirtiera un día más en la Creación. Me hubiera gustado que, en vez de descansar, hubiera dedicado el séptimo día a ponerle banda sonora a la vida. Ahí se quedó un poco corto.» Su animadversión hacia la Iglesia es similar, y tiene el mismo origen, que la que muestra hacia las religiones, a todas esas maneras de organizar a Dios sobre la tierra.
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«Decidí que no iba a comulgar más con ese rollo cuando un obispo declaró que el sida era un castigo divino contra los homosexuales. Entonces dije: “Ya os habéis vuelto completamente locos y me puedo largar sin ningún remordimiento. El Dios en el que creo, que es sensible, no tiene nada que ver con el vuestro, y tampoco cree en la Iglesia, que se ha quedado desfasada y no convive con los problemas de la gente.”» No importa que se le recuerden las recientes muestras de adhesión que tuvieron para con Wojtyla varios monstruos del rock. Bono, el cantante de U2, le regaló sus legendarias gafas; el mito del blues B. B. King le dio su aún más legendaria guitarra, Lucille; y hasta el mismísimo Bob Dylan ha ofrecido un recital a sus pies. Son cosas que no le impresionan. «Se les está yendo la gente y tienen que hacer algo», es su opinión. Tan clara está su postura a este respecto, y tan grande es su pique con los mercaderes del templo, que casi agradece la existencia del mal que da sentido y es contrapunto necesario para entender —y hacer— el bien. Incluso cree que quienes enseñan las religiones están sembrando más temor con la idea de Dios que con la del diablo... «El bien y el mal existen, y el mal tiene mucho que ver con el extraño coeficiente intelectual de alguna gente. Sólo hay que pararse a mirar la cara de los “skinheads” para descubrir, detrás de la parafernalia que llevan, al “pringao” aquel que había en clase al que le hubieras quitado el bocadillo.» Alejandro considera que las pandillas de rapados son sólo muchos de esos pringados juntos descargando esa mala baba que les quedó por ser los más tontos de la clase. Asociados en la mente de muchos como el mal en estado puro, y tan temidos como odiados por sus salvajadas, pierden su fiereza cuando se les mira desde la óptica zumbona de Álex, el chico de Moratalaz que tuvo que lidiar en las calles con gente agresiva armado de algo más que una guitarra. Él mismo recuerda un patético encontronazo con uno de estos elementos. Mientras esperaba a una chica a la puerta de una cafetería, con un libro que le había comprado en la mano, llegó un tipo a pedirle dinero, advirtiéndole: «Mira que te lo estoy pidiendo por las buenas.» Al de Pueblo Nuevo sólo se le ocurrió agarrar el regalo y pegarle un librazo al chulo de pega que le dejó temblando. Desde entonces el cantante valora especialmente «el gran valor que tiene la cultura». Pero la situación fue aún más absurda, porque el gamberro sólo pudo pensar en la peor de las excusas para rehuir la pelea, diciéndole: «No te pego porque hay señoras delante.» Y Alejandro ya no entendió nada. La importancia que Alejandro da a estos grupos se limita a explicar una moda que pueda identificarles y sacarles de su trágico anonimato... «Igual que antes los chicos se tiraban en monopatín por una cuesta con riesgo de su vida, ahora se reúnen, se ponen la cruz gamada sin conocer su origen, porque si lo supieran fliparían, y se van con los amigos a pelearse. Yo también llevé una camiseta con la efigie de Mao Tsé Tung. Y sólo era eso: otro símbolo, otro juguete para provocar.»
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Sus impulsos de ser solidario y de ayudar a los demás, no proceden de un precepto moral marcado por la religión, una orden ni una educación compulsiva. Tienen la frescura de la convicción íntima adquirida a solas, salen de una sensibilidad personal hacia los problemas ajenos. Es de una manera, privada y concreta, como le gusta ayudar a Alejandro. Y en ocasiones, no le dan muchas facilidades. Por ejemplo, cuando iba a celebrarse el cuarto concierto en Madrid, durante la última gira, sintió que la vida le había dado muchas cosas, y quiso devolverle algo a su vez. Para ello, decidió ofrecer los beneficios del concierto a Unicef y a Greenpeace. Pero se encontró con la obligación de pagar impuestos para donar dinero a Greenpeace. La distinción que el Gobierno hace entre unas causas y otras, dificulta la colaboración con algunas organizaciones. Desde entonces considera que todas las entidades reconocidas deberían tener el mismo régimen. Tratando el fisco por igual a las que son gubernamentales (como Unicef), y a las que no (como Greenpeace), se evitaría que los posibles donantes distingan entre organizaciones buenas y menos buenas. De todos modos, más que a través de una ONG, a Alejandro le gusta ayudar a causas que conozca bien. Por ejemplo, si está en un país donde sabe que un misionero realiza una buena labor, provoca encontrarse con él, y, después de escuchar in situ sus necesidades, actúa. Ha destinado los ingresos que le proporcionó su trabajo en el disco de Niña Pastori al proyecto de crear la escuela de música en Calcuta que Nacho Cano había emprendido. Se trata de poner en marcha una orquesta completa con niñas recogidas de las calles de esa metrópolis cargada de miseria. Para evitar una caridad que sólo arregle la papeleta por unos años y devuelve después a las niñas a la mendicidad, la enfermedad o la prostitución, la idea es dar un empleo estable y una salida artística a estas niñas, para que después puedan ganarse la vida tocando música por todo el mundo en un grupo organizado. «Puedes dar un plato de arroz y quitar con eso el hambre, pero no la miseria. El hambre del estómago la solucionas por un día o por un año, pero para dar la oportunidad a la gente de salir de la miseria, hay que proporcionar cultura, dar armas a esas personas para que puedan salir de esa situación por sí mismas, abriendo su mente.» Las armas que Alejandro da en cuanto puede a aquellos que las necesitan, se parecen poco a aquellas que rechazó llevar él en su momento, al declararse objetor de conciencia. En «Por bandera» («Alejandro Sanz 3») expresaría, años más tarde y con gran claridad, su opinión sobre la obligatoriedad de acudir con el fusil allá donde alguien, en un lejano despacho, decida. Pero bastante antes de eso, se había enfrentado personalmente al dilema. Lo que hoy parece algo superado, antes era tan común como asistir al colegio: el servicio militar debía prestarse por todos los ciudadanos que no tuvieran una incapacidad manifiesta. Era una obligación que casi siempre se cumplía lejos del lugar donde uno había nacido y duraba dieciocho meses, aunque más tarde se quedó en un año. http://www.alejandrosanz.ws
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La única alternativa que se ofrecía cuando le llegó el turno a Alejandro —y que tampoco había existido antes— era acogerse a la objeción de conciencia y lograr así desarrollar ese compromiso con el Estado en un destino que no fuera un cuartel, realizando tareas humanitarias. Él relata esa decisión en su estilo habitual, restándole todo dramatismo o significado especial. Lo cierto es que series televisivas vistas en su infancia como «Los hombres de Harrelson» le habían producido una profunda antipatía al Álex niño, que sabía cuidar de sí mismo. A los diecinueve años le llegó la papeleta requiriendo su presencia en el cuartel, y en esos días una señal terminó de decidirle a no acudir. Se cruzó en la calle con una pintada que se le quedó grabada para siempre en el cerebro: «Nunca tuve diecinueve años porque la mili me los quitó.» Era el grito desesperado de un chico al que habían usurpado doce meses muy importantes de su biografía. No oculta que tuvo motivos de naturaleza más práctica: «Me venía muy mal, pero cuando no quieres hacer algo, los porqués llegan rápido. La Constitución me decía que todo ser humano nacía libre, y eso me pareció mentira en ese momento, porque aparecían unos señores que me querían llevar, por cojones, un año entero a obedecer órdenes de otros señores que yo no conocía de nada... ¡Y que no eran mi madre!» Cuando no quedaba más remedio, tras agotar varias prórrogas, eligió Ande, una asociación en favor de los niños discapacitados que le merecía tanta garantía como cariño. Dar la salida a una carrera en el madrileño parque de El Retiro y presidir el jurado de un concurso de bailes regionales en Talavera de la Reina fueron dos de los actos en los que intervino. También inició la preparación de un libro, El viejo Andrés. Leyendas, que pretendía recopilar cuentos escritos por él y otros personajes populares con fines benéficos. Pero tan sólo el humorista Miguel Gila respondió a su convocatoria, por lo que le quedó eternamente agradecido. (Véase la carta que dedicó al famoso humorista al final de este volumen.)
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... y lo humano
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[El mundo, Internet, España, cierta prensa. La calle, los políticos y algunos intelectuales...]
A menudo nos preguntamos cómo se relacionan con la realidad cotidiana los personajes que admiramos. Les imaginamos —y no estamos muy lejos de la verdad— desde un plano superior, o al menos distinto al nuestro, que les permite una mejor visibilidad de las cosas que nos llenan los telediarios y afectan a nuestras vidas. ¿Tiene Alejandro alguna sugerencia al respecto? La prioridad total de la miseria humana le ha hecho centrarse desde hace ya cierto tiempo, en ese tipo de problemas antes que en otros menos acuciantes. La salvaguarda de la ecología le preocupa desde siempre, pero «conservar el mirlo rojo en los montes X me parece importante siempre que no haya una inundación en Venezuela o Mozambique». Para empezar, su opinión del género humano no es demasiado halagüeña: «El mundo es maravilloso, pero le ha crecido esta plaga que es el ser humano. Creo que, para lo que podría pasar, la civilización funciona demasiado bien. Tenemos la impresión de que hemos llegado al 2000 sin que haya ocurrido nada grave. Pero sería más ajustado decir que ese monstruo que llamamos individuo y que vive ajeno a lo que le sucede al resto de la plaga, piensa que no ha pasado nada porque no le ha afectado a él.» Esta visión angustiada del hombre y su relación con el globo y con sus congéneres refleja la tristeza que se le cuelga a Alejandro del corazón al comprobar la frialdad reinante entre nosotros ante la necesidad ajena o la injusticia. Precisamente porque, en ese desfase, siempre pierde el débil. No se explica, por ejemplo, el fenómeno del racismo en nuestro país, teniendo España una tasa de natalidad que, para él, da vergüenza. «O nos ponemos a hacer niños, o habrá que traer a gente de fuera para que el país funcione.» Dentro de las cosas que hicieron atractivo el año 2000, están los progresos tecnológicos. Y la sensación de Alejandro al respecto es doble. Le gusta emplearlos a fondo, pero cuando crea canciones su lógica le hace desandar el camino si ve que se le va lo fundamental por perderse en virguerías llamativas. Entonces no duda en emplear su prehistórica, una grabadora de bolsillo. Tiene una originalísima teoría sobre la técnica. Cree que el hombre ha inventado el ordenador porque es lo que le gustaría ser: un ente con memoria selectiva, que sólo guarda los recuerdos buenos y elimina los demás con sólo pulsar una tecla.
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No importa que su más respetado maestro —Paco de Lucía, el Papa— le enseñara lo importante que es sufrir para crear. Alejandro ha aprendido a provocar los estados de ánimo que necesita para componer sin tener que pasar literalmente por ellos. Le basta forzar su cuerpo y su mente trabajando hasta, por ejemplo, las diez de la mañana, para que se le encienda la lucecita del duende. Es un recurso que todo creador debe aprender. Se conecta a Internet para leer datos de todo tipo, comprobar las listas de éxitos internacionales o localizar estudios de grabación. Pero la aplicación que más le interesa es el correo electrónico, a través del cual se escribe con su maestro y con otros usuarios: «Me encanta esa inmediatez, porque antes escribías una carta a una persona explicándole un sentimiento —maravilloso o fatal— y, si estaba lejos, la carta le podía llegar un mes más tarde, cuando a lo mejor ya no pensabas lo mismo. La ventaja del e-mail es ésa, porque la información, si no es inmediata, tiende a desvirtuarse.» También se lanza a navegar por la red, una experiencia que considera estimulante hasta para el tacto. Pero mientras Internet no se desarrolle y facilite más los movimientos dentro de ella, prefiere llamar a lo que hace «trabucarse», más que «navegar», porque aunque pone la brújula, a veces no hay manera de llegar a puerto por la cantidad de trampas y trucos que hay en el camino. Los que fabrican esas trampas tienen ventaja sobre los que caen en ellas así que, en ocasiones, sólo queda la opción de reiniciar. Sabe que puede sonar conservador, pero está convencido del peligro que se esconde en la red... «Es demasiado libre, y puede aprovecharse de ello gente desaprensiva. Es el medio perfecto para un anarquista, porque puedes encontrarlo todo y prácticamente no hay reglas. Por mucho que digan, lo lejos que puedas llegar sólo depende, hasta ahora, de la habilidad para encontrar los sitios.» Por lo que le afecta, y aunque aún tardará un tiempo en consolidarse el pirateo en nuestro país, opina que las discográficas y la Sociedad General de Autores de España deben inventar ya algún sistema de control para que la gente no acceda a los discos «por la cara». Siempre se ha podido grabar una canción de la radio o del disco de un amigo, pero Internet lleva esta posibilidad mucho más lejos. Entre sus inquietudes acuciantes no se encuentra la política, entendida como el oficio de una casta profesional especializada. Siempre dio más importancia a los hechos y a las actitudes que a la teoría. Por eso la palabra «facha» le sale tan fácilmente de la boca. No la relaciona con un credo político concreto, sino con el radicalismo y con la cerrazón. Con la intolerancia que, en demasiadas ocasiones, sólo intenta esconder una ignorancia supina, agresiva y prepotente. Porque si algo está claro en su carácter, es que Alejandro no tolera que intenten avasallarle. Lleva en la sangre un poso indómito. Aún lo tiene. Incluso más acentuado que cuando deambulaba por el barrio de Moratalaz buscando la forma de esquivar un chichón. Le irritan visceralmente quienes se creen por http://www.alejandrosanz.ws
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encima de los demás y se permiten pontificar sobre lo que se debe y no se debe hacer, porque es salvajemente independiente. Tanto, que ha bregado con esa otra política que supone la industria y los medios de comunicación sin hacer concesiones ni abdicar de su acentuada personalidad. Su actitud «antifacha» condena el abuso de poder, ya venga del Chile pinochetista o de la Rusia de Stalin. Lo denuncia allí donde lo encuentre. Y tampoco tolera los humos de los políticos «que, en el fondo, desprecian bastante a los artistas, pero se reúnen con nosotros como lo hacen, por ejemplo, con los presidentes de los clubs de fútbol. Les importamos bastante poco». El escritor Mario Benedetti tiene todo su cariño, y lamenta no haber llegado a encontrarse con él porque surgió un contratiempo después de haberse citado ambos, pero la arrogancia de otros intelectuales goza de su antipatía más sincera. Frente a su prepotencia, a Alejandro le gusta ironizar ensalzando su encuentro con «la abuela del rock», una mítica ancianita que sirvió de gurú a las huestes del rock heavy en los ochenta, cuando él era uno de sus más fervorosos militantes. «Le regalé una muñequera y estaba muy orgulloso cuando veía en las fotos que se la ponía.» En general, para él la política es sinónimo de desencanto hacia personas que la ven como un ejercicio de divagación hasta que llegan a un cargo. Gente que se enzarza en discusiones teóricas hasta que un puesto público les permite demostrar su capacidad... «Incluso muchos, cuando acceden al cargo siguen igual, porque nacieron para hablar toda su vida de lo que harían si un día lo conseguían. No me gustan esos políticos que viven de jugar con la información y con los sentimientos de la gente.» Algunos pocos escogidos de este gremio le hacen aún abrigar esperanzas, sin embargo. Como su tío carnal Luis Pizarro, hermano de su madre, secretario de Organización en el Partido Socialista de Andalucía y mano derecha del presidente de la Junta de Andalucía. «Cuando hablo con mi tío Luis, le escucho, le miro a los ojos, y me da esperanza porque es ese tipo de político que hace las cosas por amor a su tierra y a su gente. Esa misma sensación la he tenido con Teófila Martínez o con Odón Elorza. No depende de su ideología, sino de su personalidad.» Hay una escena que retrata el carácter de Alejandro cuando, por su posición, se le aproximan los poderes fácticos que él considera tan poco interesados en los artistas. Durante la campaña electoral de marzo de 2000, su amigo Gregorio Marañón organizó una cena para reunir al candidato socialista Joaquín Almunia con un grupo de artistas entre los que se encontraban Miguel Bosé, Rosario Flores, Alejandro con Jaydy, y algunos miembros de Ketama.
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A los postres, salió a relucir su vieja amistad con Miguel Ángel Rodríguez, y cada vez que se mencionaba al ex portavoz del Gobierno en la conversación, Almunia le dirigía una sonrisa cómica. Hasta que Alejandro, que no distingue colores cuando se trata de personas a las que aprecia, bromeó a su vez: «No hagas ese gesto cada vez que hablas de Miguel Ángel, porque yo no lo haría si hablara de ese restaurante marroquí de Madrid que se llama como tú.» Dentro del socialismo andaluz, existe un núcleo de militantes influyentes conocido como «el grupo de Alcalá», que tienen en común provenir de Alcalá de los Gazules, y entre ellos tiene Alejandro algún pariente más. Hay otros misterios de la vida política que le asombran, como la Ley de Hondt que rige el cómputo en las elecciones españolas fijando cupos de votos por circunscripciones. Esta forma de contar le costó la Generalitat a Pasqual Maragall, con más votos que Pujol pero menos repartidos por Cataluña. Son cosas que también alejan de la política al autor de «Corazón partío». Salva de esa enorme hoguera de las vanidades humanas a la familia real española. Y no por considerarse personalmente monárquico, sino por simpatía hacia sus miembros. En concreto, se declara «juancarlista y felipista. Seguramente en Inglaterra no sería monárquico, pero me gusta cómo representan ellos su papel en España. Creo que son unos embajadores que nos benefician mucho cara al exterior. Me caen muy bien, me molan, y si el príncipe y yo no sontos más amigos —bromea— es porque le di mi teléfono pero no me ha llamado». Cuando les presentó un amigo común, el príncipe Felipe le saludó diciendo: «Somos de la misma quinta.» Y esa cercanía generacional provocó que su relación fuera tan fluida que el entorno del hijo del Rey mostrara cierto nerviosismo al comprobar que el cantante tuteaba a Su Alteza Real. «No me sale decir “señor” a un hombre de mi edad. Lo único que puede convertir nuestra monarquía en algo oxidado son las manías de esa gente que rodea a la familia real, que no le hacen ningún favor. Tanto el príncipe como a sociedad están pidiendo a gritos un cambio en esas cosas.» Desde que el Ayuntamiento de Sevilla le condecoró con la medalla de la ciudad, Alejandro tiene derecho a recibir el tratamiento de «Ilustrísimo Señor», pero sólo ha logrado que su amigo y colaborador Vicente Ramírez le llame «Ilustrísimo Chaval». En casa, cuando se sienta delante del televisor nuestro hombre puede hacerlo con dos propósitos: o busca entretenerse (ha llegado a ser adicto a series como «El príncipe de Bel Air» y «Se ha escrito un crimen»), o aprender cosas nuevas, porque su sentido de la diversión consiste en sorprenderse con algo desconocido.
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«Me encantan los documentales, aunque dicho así suene muy “maruja”. Es mi manera de entender el ocio. Por eso veo mucho el Discovery Channel. En los canales públicos encuentro demasiado partidismo. Antes, con el PSOE, y ahora con el PP. Lo comprendo, pero no debería ser así. Y lo que ocurre con los periódicos es ya exagerado, porque casi los puedes comprar diciéndole al quiosquero las siglas del partido que apoya cada uno.» A la casta periodística responsabiliza Alejandro en buena medida de la distancia que percibe entre la España de la calle —la que asoma en sus conciertos— y la que reflejan los medios de comunicación, representados muchas veces, según él, por personas sin contacto con la realidad. «España es un país donde la opinión de la gente es distinta de la impresión que se da en los medios de comunicación. Algunos periodistas tienden a sobrevalorar su opinión, y se preocupan más de darla que de verificar los hechos y de dar información. Murieron miles de personas en las inundaciones de Mozambique antes de que nos enteráramos de lo que estaba sucediendo, pero los periodistas se siguieron preocupando más de lo que pensaban que de ese hecho terrible.» Si los medios son la voz de un país, Alejandro asegura que la voz de España no se relaciona con su corazón. «La España real defiende a los suyos y se enorgullece cuando hacen algo beneficioso para el conjunto. Pero la voz de España pretende muchas veces ensuciar eso y quitarle brillo. Mientras vamos hacia una Europa muy individual y bastante hueca, los medios no ayudan y perdemos enteros con ese comportamiento, porque otros países sí defienden lo suyo, y progresan de otra forma. Aquí, la voz del país está mezclada demasiadas veces con vísceras. La envidia en la España de los medios es muy fuerte, y así nos hacemos daño. Damos la imagen de avergonzarnos de nosotros mismos.» El artista afirma estar más en contacto con el sentir de la calle que muchos periodistas pese a su condición de superestrella. Y piensa que para eso le ayuda su obra... «Mis canciones son costumbristas, porque los sentimientos son lo más costumbrista que hay en la Tierra, aunque algunos pretendan convertirlos en una especie de ensayo. Y con la gente me pasa igual. Cuento cosas muy reales, tengo mi relleno y mi envoltura, y vivo una vida muy real. Conservo mis amigos, hablo con ellos, hablo con la gente que se relaciona conmigo... Y muchos de ellos son andaluces, lo que me da un contacto más verídico con la calle.» Cuando Alejandro habla de periodistas que no verifican hechos y se escuchan a sí mismos, piensa en personas concretas, algunas de las cuales le han llegado a hacer daño de verdad.
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Sigue sin comprender los motivos de aquel artículo que se refería a él como alguien —textualmente— «empeñado en mantener el armario sellado con silicona, y capaz de prestarse a un montaje espantoso —su boda— para mantener vivo el negocio de su imagen». El artículo fue objeto de la correspondiente querella por parte del cantante, a quien los tribunales dieron la razón. Alejandro ganó ese juicio, y cuando sea indemnizado piensa destinar a una causa benéfica la cantidad que obtenga. «Eso fue una calumnia, pura y simplemente. No entiendo la finalidad de ese artículo, ni la satisfacción o los motivos de esa persona. Me parece aleatorio, gratuito, y de una maldad enorme. Con un odio injustificado que utiliza además un medio de comunicación y la ingenuidad de algunas personas que lo puedan leer. Yo soy amigo de muchos homosexuales, porque lo paso estupendamente con ellos, y además entiendo cómo piensan, pero no me he acostado con un hombre, porque no me gusta. Y si un día me gustara, lo haría en la Plaza Mayor, para que todo el mundo se entere. La gente no es tonta, pero todavía a veces duda si algunos de esos periodistas dice una verdad. El noventa por ciento de las cosas que se dicen en ciertos programas es mentira, y es ya hasta divertido verlo desde fuera, porque uno sabe lo que ha hecho y lo que no, y es alucinante escucharles hablar con tanta seguridad.» Las atrocidades que llegaron a decirse tras su boda en Bali le afectaron porque no sólo se arrastraba por el fango su nombre y el de Jaydy, sino a sus seres más queridos. Y pasados los peores momentos de esa crisis, decidió no volver a pronunciar jamás los nombres de algunos periodistas del cotilleo muy populares. Por el contrario, Alejandro ha encontrado profesionales con los que ha logrado una muy buena relación en medios que a veces se menosprecian por el único pecado de estar destinados a un público juvenil —revistas como Vale, Superpop, Bravo, Ragazza, You...
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en privado
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[Lo más particular de un hombre público]
No es posible hablar de «un día cualquiera en la vida de Alejandro Sanz» porque se niega a tener días así. Considera una obligación sacarle a cada jornada un «ratito de placer especial», y eso mismo le impide ponerse metas. Vivir pensando en una meta le parece despreciar el tiempo que va desde que uno se la propone hasta que la alcanza, como si el tiempo de en medio fuera de segunda categoría. En cada momento pueden surgir mil cambios imprevistos, y su verdadera meta es disfrutar cada segundo de su vida con toda intensidad. Eso choca con la idea habitual que tenemos de quienes logran el éxito. Tendemos a imaginarles fríos y calculadores, disfrutando de un premio conseguido gracias a una estricta planificación... pero es sólo una fantasía. Alejandro duerme poco. Normalmente, no más de cuatro horas, aunque alterna esta carencia con períodos «marmotiles» de doce horas de sueño... «Prefiero las etapas de dormir menos, porque en las otras soy totalmente hiperactivo.» Y como duerme poco, apenas sueña. Ha tenido, sin embargo, tres o cuatro pesadillas en su vida que jamás olvidará. La primera, hacia los seis años. «Había un monstruo (no cualquier monstruo... ¡el monstruo!) entrando por la ventana de mi habitación. Y daba unos botes terribles. Venía por mí y cada bote que daba, se acercaba más y más. Todavía se me ponen los pelos de punta cuando me acuerdo.» En otra ocasión, después de una cena en la que se había excedido comiendo pato, tuvo una pesadilla terrible con un asesino muy malo, muy malo. «También estaba dentro de mi cuarto. Siempre se me cuelan en la habitación.» Entre sus originalidades gastronómicas, Marta Cardenal recuerda una madrugada en el aeropuerto londinense de Heathrow, que en vez del típico café de trámite Alejandro escogió tomar ostras con aceitunas regadas con vino blanco. Y le sentaron tan bien, que de estar agotado pasó a recuperar su euforia y energía habituales. El invierno 1999-2000 fue un dulce paréntesis en todos los sentidos. Alejandro se dejaba ver tan poco en público, que no se cortaba el pelo ni se preocupaba demasiado de lo que se ponía encima. Si tenía una cena de amigos en Madrid, apuraba hasta el último momento en su trabajo. Y cuando llegaba la hora de salir, Marta le bajaba apresuradamente dos opciones de cazadora y de deportivas —o unos zuecos blandos— para elegir. Concentrado como estaba en sus composiciones, no quería tener otra preocupación. Abría la puerta, y el todo-terreno estaba en marcha y listo para acogerles a Jaydy y a él. http://www.alejandrosanz.ws
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La entrega de la medalla de la ciudad en Sevilla marcó, en febrero de 2000, la suelta a la vida pública. Decíamos que dormía poco. Bien. Pero después se despierta y desayuna fuerte, porque se levanta a primera hora de la tarde. En Miami, nada más desayunar, salía para su paseo en moto acuática desde el embarcadero de su casa. Volvía renovado y feliz. Fuera de esta afición, y algo de bici, no es muy perseverante con el ejercicio. Le dan arrebatos de tanto en tanto, y entonces le dice a Marta: «Monta el gimnasio, que empiezo mañana mismo.» La decisión le dura un par de días, pero después se aburre. El ejercicio a secas, sin que vaya acompañado de alguna actividad excitante que a la vez le divierta, le hace desistir al poco tiempo. Pero debido a su constitución fuerte, recupera fácilmente la tersura y la dureza muscular. Sí hace, de vez en cuando, abdominales. Sus gustos gastronómicos son amplios y variados: le encanta la pasta, el marisco, la comida española (gazpacho, arroces, el cocido que le hace su madre) y probar los platos propios de cada país que visita. En su mesa son habituales los langostinos de Sanlúcar, el jamón de bellota y el vino blanco helado. No puede prescindir del jamón de bellota, materia en la que es especialista. Tanto es así, que apreciaba más que ninguna otra cosa cuando estaba en Miami y alguien se lo llevaba desde España de contrabando (en USA no pueden entrar esos productos salvo si eres importador) envasado al vacío para que los perros que husmean en los aeropuertos (y que no sólo buscan drogas, sino zanahorias o cualquier producto comestible sin la entrada autorizada en el país) no lo detectara. Si bebe whisky, elige el Chivas doce años, con o sin coca-cola. También le gustan el gin-tonic y el tequila, pero esta última bebida no le sienta tan bien. Le encanta el champán y toma, de vez en cuando, la españolísima manzanilla. Cuando llegó a Miami buscó una chef profesional. Pero no pasó la «prueba del gazpacho». Y mientras él descubría en esos meses su pasión por la pintura, su asistente se convirtió en una excelente cocinera. Las dotes culinarias de Alejandro van desde un arroz con verduras a la pasta con trufas (tartufos), unos deliciosos huevos estrellados o su personal forma de preparar el pez espada, sazonándolo con imaginativas combinaciones de salsas y guarniciones de pimientos. Su afición por la gastronomía ha hecho que el cantante se interese por los mejores cocineros de nuestro país. Disfruta especialmente en compañía de Abraham García, del restaurante Viridiana, en Madrid, porque «lo que más me gusta de la gastronomía es la teoría, y este hombre es un gran poeta. Es imaginativo y me gusta escucharle cuando cuenta la historia de cada plato. Ferran Adrià cocina maravillosamente, pero no es tan poeta. Lo es también Arzak, pero Abraham es el que más, y es un personaje. Me gusta también Pedro Subijana, que es más pintor que poeta y cuida, sobre todo, la arquitectura y la estética de sus platos».
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No se considera «guaperas», y si se le habla de imagen, dice que le gustaría ir siempre perfecto, pero como no lo consigue, desiste. Sí guarda buena relación con el diseñador catalán Antonio Miró, que ya ha vestido a sus amigos de Ketama y tiene una conocida faceta de músico. Para su vestuario cotidiano ha delegado completamente en Marta, y «su sombra» ha descubierto una mina de posibilidades en la ciudad de Nueva York. Siguiendo el consejo de un estilista, Marta Cardenal viajó a Manhattan y regreso a Miami cargada con ropa de gran variedad de marcas, coloridos y cortes para un Alejandro Sanz que se encontraba a gusto en movimiento. La estética decidida para su nuevo álbum no difería en mucho de la vista en «Más». Es natural y nada forzada, pero en las fotos se advierte un cambio de gustos en el cantante, que le lleva a preferir las imágenes más sueltas y alejadas del retrato paralizante. Las que más le gustan son las que captan al Alejandro real, lejos de poses estudiadas. Marta se encarga de buscar quien le corte el pelo (con ese desfilado por delante), de comprarle hasta sus pijamas (de botones, a rayitas Oxford, en el Gap de Lincoln Avenue de Miami), y de suministrarle toda su ropa, incluidas las docenas de conjuntos que llenaban su amplio vestidor de North Bay Road, un verdadero placer para cualquier aficionado a la moda. Aunque era un cuarto que Alejandro utilizaba con más gusto ya de noche para ponerse cómodo, enfundándose en sus shorts y su camiseta embadurnada de óleos, antes de enfrentarse a los lienzos por varias horas. «No soy pintor. Yo soy artista. Me gusta todo lo que tiene que ver con el arte. Pero no me gusta verlo, sino hacerlo, intentarlo, sentir las emociones.» Entonces pasaba horas dando pinceladas sobre el lienzo como los pájaros dan los picotazos: urgentes, con mano rápida, produciendo cuadros a tal velocidad que llegó a hacer seis retratos en dos horas. Se detenía mucho en los ojos de sus personajes «porque ahí está todo», y cuando algo no salía a su gusto, lo cubría con una capa de aguarrás que produce un efecto difuminante, antes de dejarlo reposar. Para él «es más importante disfrutar de pintar que respetar lo que está hecho. Pinto como si fuera una terapia. No tengo miedo a los cuadros, y no puedo perder tiempo leyendo libros sobre cómo se pinta, porque prefiero descubrir las cosas haciéndolas. Me gusta el impresionismo, aun sin saber bien en lo que consiste. Me gustan Manet, Monet... Me gusta incluso que se llamen casi igual, como si fueran Hernández y Fernández». Antes de entrar en la vida de Alejandro (o al revés) Marta Cardenal se había dedicado a la prensa de moda y a organizar congresos automovilísticos. Es una chica de paciencia absoluta, que no se altera jamás, y que solía cambiar de trabajo cada dos años. Ahora está a punto de cumplir tres como su asistente personal «porque es un trabajo muy variado, y no hay ocasión de aburrirse. Lo único que se repite en su vida es el gusto que le da recibir a sus amigos, lo que se divierte con su madre y con su padre... y lo feliz que es cada vez que les tiene cerca. Nos
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inventamos mis funciones entre los dos, y me puede tocar cualquier cosa. Por ejemplo, en Miami, llevar toda una casa». Marta se deshace en elogios hacia su jefe. «Es muy generoso y muy detallista. Cuando tiene que hacer un regalo, no mira el dinero en ningún momento. Si Arancha Sánchez Vicario gana un trofeo, le manda flores, y si Almodóvar o Sabina tienen un premio o un éxito, les envía enseguida un telegrama. Cuando murió Tito Fuente envío el pésame a su viuda.» «También ha tenido caprichos curiosos, como cuando se empeñó en comprarse un enorme helicóptero teledirigido en Brasil, porque había descubierto el placer de pilotar los de verdad.» La idea que tiene el cantante de sí mismo como jefe es algo caótica... «Creo que soy fatal jefe, porque soy un poco posthippy. Pero cuando eres mal jefe consigues tener el mejor equipo, porque sólo pueden estar contigo los que funcionan sin que se lo tengas que imponer. Es una suerte no haber crecido desde pequeño con la costumbre de tener a nadie que dependiera de mí, porque ahora la relación que tengo con mi gente es distinta a la de quienes siempre han tenido otras personas a su servicio. Y algunos de ésos, que van de jefes, hablando de Marta o de Vicente, dicen que tengo verdaderas joyas trabajando conmigo.» Un sello personal de Marta es la profusión de flores que, con las velas y el incienso que siempre rodean a Alejandro y Jaydy, da a las casas por las que han pasado un ambiente común de paz y relajación. Ese clima es más importante para Alejandro que cualquier objeto, salvo las obras de arte. Aprecia los cuadros, y en Somosaguas mostraba contento un grabado de Tàpies que Pepe Barroso le había regalado, a la vez que su flamenquismo manifestaba: «Lo más parecido a un Lladró que había en mi casa era el contador del gas.» Le gusta también, de siempre, la lectura. A impulsos, como hace él las cosas, pero cuando está en racha, de forma arrolladora. De pequeño descubrió a Baroja, a Delibes, y la poesía de Neruda. Paradójicamente, el costumbrismo hacía trabajar mucho su imaginación. Pero todavía ningún libro ha logrado superar las emociones que le provocó El perfume, de Patrick Süskind. Cree que todo el mundo debería pasar por la experiencia de leer Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y las Rimas y leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer. Machado, Lorca y Miguel Hernández figuran entre sus imprescindibles. Ocupaban la estantería de su cuarto, en Miami, Hiperión, de Friedrich Hölderlin, que le regaló Gregorio Marañón; Las personas del verbo, un libro de Jaime Gil de Biedma obsequio de Miguel Bosé; y El espejo del mar, de Joseph Conrad, además de sus libros sobre técnicas de pintura y la colección completa de discos de Edith Piaff.
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«Siempre pensé que la literatura podía ilustrarme, pero no ha influido sobre mis letras del mismo modo que la música sobre mi música. Analizar un estilo literario es más complicado que analizar un estilo musical. Yo oigo un blues y sé que es un blues, pero diferenciar matices y estilos dentro de la poesía, me cuesta más. Además, nunca he sido de obsesionarme por un escritor, y la obsesión es la que provoca la influencia. No me ha obsesionado ni siquiera Benedetti.» Hay otro escritor del que se declara seguidor, pero más del personaje que de su literatura. Le encanta imitarle, como contaba su prima María José, porque le gusta muchísimo oírle hablar... «Antonio Gala debería grabar vídeos hablando durante horas.» Cuando la pintura le hace ya ver doble y le reclama el colchón, suele tener cerca un vídeo alquilado en el Blockbuster más cercano. Ve películas casi a diario, y le gustan los guiones bien trabados, interesantes por su capacidad de sorpresa, como «Sexto sentido». También le gusta el drama romántico («Shakespeare in love»), o descubrir una interpretación brillante de un actor que «se lo cree» aunque la película no valga demasiado, como le ha ocurrido con Sandra Bullock. El cine es una de las cosas interesantes que le queda por probar, aunque es consciente de que esa posibilidad se aleja a medida que su fama como cantante y compositor crece... «Lo que me han propuesto no me ha interesado. El tipo de papel que me gustaría, no me lo van a dar a mí. Y no digo un protagonista, que nunca aceptaría. Es un reto demasiado grande para no haber actuado ni para la cámara de la primera comunión y me parece que no estoy dispuesto a pasar por todo el proceso que eso supondría. Yo hablo de un buen guión, un papel que me interesara y me diera la oportunidad de probar lo que sale de mí.» Es hombre de impulsos, pero los somete a una severa vigilancia, porque algunos le gustan menos que otros... «Tengo una verdadera batalla contra la tentación de ser pedante cuando estoy con políticos e intelectuales y creo que debo decir siempre cosas inteligentísimas y brillantes. Para contrastarla, trato de mantenerme natural y creerme mi naturalidad, pero a veces es difícil, porque hay cierta energía que te empuja a fingir más o menos de lo que eres y tengo que pensarlo para vencerla.» Contra la ira tiene entablada otra de sus más íntimas peleas. Él llama sus «pequeñeces» a estos rasgos de su carácter que aún no ha logrado vencer. Y considera esas «pequeñeces» unos dignos enemigos a los que combatir... «No saber controlar mi genio en algún momento, es para mí una pequeñez, una miseria. Pero es un enemigo digno, porque no se le da a todo el mundo el carnet de enemigo. Hay muchos que pretenden serlo, pero es un club muy selecto. Esos que están ahí, “quiero joderte, quiero joderte... ¡Qué va, hombre, vete por ahí a pelear con tus amiguitos!”. Los enemigos tienen que ser tan
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respetables para mí como lo era Toro Sentado para el Séptimo de Caballería.» Mientras intenta controlar la ira, se alegra de haber vencido totalmente a otro digno enemigo: sus celos. «Eran enfermizos, y ha sido muy liberador controlarlos.» No utiliza ninguna técnica especial para combatir la mala leche, aparte de aprovechar conflictos cotidianos para recordar que es proclive a estallar y detenerse antes... «Si tu mujer pone una cara larga y tú la pones también, la cagaste. Pero puedes arreglarlo sólo con decirle: “¿Así que quieres pelea? ¡A ver si eres capaz de provocarla!” Te ríes, y ya está. A veces no lo hacemos por pura vagancia.» El éxito no le provoca sin embargo sensación de superioridad ni excita su vanidad... «El éxito no da un subidón de ego. Cuando ves a todo ese público entregado es más bien una emoción parecida a... al último capítulo de “Lassie”.» Asegura que no salir tanto a la calle, aparte de lo complicado que ya lo tiene, no es un síntoma de estiramiento, sino de todo lo contrario... «A veces se cree que quien sale mucho es más enrollado. Pero yo creo que algunos salen a ciertos sitios para darse un chute de fama, un homenaje de alturas. Yo salgo menos y convivo más con mi gente, mis miserias y las miserias de los demás.» Corroborando su postura, los signos externos que tanto parecen fascinar a algunas estrellas, carecen de valor para él. Las limusinas no le interesan, porque cuando ha tocado todos sus botones le parecen muy aburridas. Otros artistas aseguran que en Sudamérica es imprescindible desplazarse en una de ellas para marcar el estatus, pero Alejandro cree que el problema es de los artistas, no del nivel que tengan. No le dan morbo esas cosas. Le da morbo la mujer, porque sigue siendo lo inesperado. Le da morbo el misterio, lo que no alcanza, las ansias... le da morbo que los demás se pongan metas.
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en público
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[El ídolo, en sociedad. Giras y conciertos]
La forma que Alejandro tiene de divertirse no ha variado mucho desde que era pequeño, porque en su familia la palabra fiesta significa juerga flamenca, guitarra, cante y baile. Sólo han ido cambiando los lugares. Si en otros tiempos se reunía en las casas de amigos como María Vargas o Pepe de Lucía, o se podía arrancar a tocar y bailar en garitos flamencos de Madrid como el Candela, al cambiarse a Toronga instaló un tablao en la planta baja de la casa, para que se pudieran celebrar allí mismo las fiestas. Algunas fans emocionadas recuerdan todavía la tarde histórica en que las invitó a entrar a este lugar tan reservado para escuchar «Más» antes de que saliera a la venta. Fiel a su costumbre, el 18 de diciembre de 1999, celebró los treinta y uno, la cita fue en la residencia Bosé, que vio rebosar sus grandes salones. El enorme hall de entrada con el suelo ajedrezado de blanco y negro también se llenó de voces, copas y música esa noche. Al fondo, en lo que habitualmente es el comedor, se instaló el excelente buffet y se concentró la familia más directa. María Pizarro, su legendaria madre, apenas va a los conciertos. «Ella se pone muy nerviosa», explica su marido. Y una sobrina resalta su personalidad: «María es la que ha llevado directamente esa casa. Lo que no consiga mi tía, no lo consigue nadie. Se metió de aprendiz de peluquera para empezar desde abajo, y no era ninguna niña, cuando Alejandro se hizo famoso, porque había soñado con tener una peluquería y su hijo se la regaló...» Su alejamiento voluntario del primer plano hace que quienes se acercan a su famoso hijo Alejandro por primera vez la miren con sigilo. Su actitud no sólo responde a su afán de proteger la intimidad, que lo tiene. Tiene que ver también con un corazón ultrasensible. Por un lado, no le atrae el ruido de la fama. Por otro, teme emocionarse hasta límites peligrosos para su salud. Al estilo de las heroínas bíblicas, ha sido la roca donde su familia ha descansado por muchos años, y quiere vivir la segunda juventud a su aire y con los suyos, disfrutando de todo lo bueno que el tiempo y el esfuerzo le han traído. La presencia enjuta, los ojos poderosos, dicen mucho de su forma de ser y las dificultades vividas. Álex es muy afortunado teniendo de su parte a semejante fuerza de la naturaleza. Entre los convidados, Marta Sánchez con Javier Conde, Rosario Flores, Josemi y Antonio Carmona con sus mujeres, la Niña Pastori, Chaboli, Rosa Lagarrigue, Rafa Sánchez y Luis Bolín (de La Unión), Nacho Cano y una chica guapísima, José Antonio Abellán (el Baby de Cadena 100), Miguel Ángel Arenas (Capi, el gran descubridor), Luis Miguélez (también de aquellos primeros tiempos) que http://www.alejandrosanz.ws
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después de haber dado muchas vueltas acababa de sacar un disco de guitarra, Arturo Pareja Obregón, recién relanzado por Capi... En el salón se advertía, ya mucho más tarde, entre las brumas de las copas y el humo, a un Nacho Duato muy ceñido, luciendo su cuerpo-espectáculo. Miguel Bosé llegó de madrugada, porque de camino al cumpleaños había recibido una llamada que le retuvo en la grabación del «Séptimo». Así que hasta las tantas no apareció en la fiesta con su amigo el relaciones públicas Carlos Serantes y su cuñado Carlos Tristancho (marido de Lucía Dominguín, productor del «Séptimo» y propietario de Rocamador, el hostal de Extremadura del que Alejandro tiene también una participación). Había algunas caras más insólitas: el televisivo arbitro de la moda Boris Izaguirre, o el secretario de Estado José María Michavila en animada charla con Pepe Barroso. Entrada la noche, la alegría se concentró en el salón del buffet donde el espacio ya se había redistribuido para convertirse en un patio flamenco, con todas las sillas pegadas a las paredes formando un círculo y dejando el interior libre para las evoluciones de Rosario Flores, pura reencarnación aquella noche de su madre moviendo esas manos sarmentosas y artistas como si se lo estuvieran soplando desde el cielo. Ella fue la espontánea estrella invitada del cuadro flamenco que contrató Alejandro. Entretanto, Jesús padre esgrimía su inimitable sonrisa de plenitud y Jesús hermano con su guapa novia se envolvía en la retahíla de tíos, tías y primos entre los que se mueve como pez en el agua Vicente Ramírez. Todo era «buen rollo» en ese cumpleaños juerguista y tradicional, a las puertas del 2000, que casaba farándula y familia porque están muy juntas en la vida del artista. *
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En la transición de lo privado a lo público, el paso más importante es el que pisa el escenario. Del Alejandro social y sociable en los espacios cortos, saltamos a la estrella de multitudes actuando en directo. Ya no se trata de aquellos clubs de alterne, ni de los múltiples salones, cocinas y habitaciones de hotel que han servido de eco a la guitarra española de Alejandro a lo largo de su vida. Se trata de giras, ruido, gente, multitudes. Se trata de coger la Parker FIy, una guitarra eléctrica que no es nada común entre los músicos, pero que Alejandro ha escogido, entre otras razones, por las calidades que da en el registro acústico, y salir. Salir a enfrentarse con el rugido y la magia y la alegría y el magnetismo de un concierto que, para el artista, siempre ha de tener la fuerza del último... o del primero. http://www.alejandrosanz.ws
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Pascual Egea —director de producción de RLM— y Marta Cardenal conocen bien las necesidades de Alejandro antes de actuar. Pascual sabe que el artista busca perfección, y el es el encargado de traducir a un diseño las necesidades que encierra un concierto. Desde que un disco está acabado, ya empieza a mantener reuniones con su mánager, Rosa Lagarrigue, y Alejandro para poner en marcha la gira que seguirá. Las ideas se traducen en un presupuesto detallado y en el diseño de un escenario que hay que convertir en realidad. Además, Pascual es responsable último de todo lo que suceda en directo. Procedía del teatro cuando Rosa le fichó, y se curtió trabajando con La Unión y Mecano. En su historial junto a Alejandro Sanz guarda recuerdos grandiosos y otros de verdadero peligro. Entre los últimos figura el concierto de Daimiel (Ciudad Real) en septiembre de 1996, donde se vio obligado a desalojar a los músicos de un escenario a punto de derrumbarse debido a un fuerte vendaval. Alejandro acabó cantando en un pabellón cercano, a capella, y su voz sonó a través de los altavoces normales del pabellón. En América, Pascual está aún más cerca de Alejandro. El equipo español es más corto y se reafirma como una auténtica pina. Allí, en Ecuador, Egea fue testigo de una avalancha fan. Había entrado con Alejandro a un restaurante por la puerta trasera, y los dos se habían sentado a cubierto de las miradas de las fans que se pegaban en la calle a la ventana, junto a la mesa que ocupaba la banda. Alejandro, ingenuamente, se levantó a saludar a sus músicos y aquel cristal acabó hecho añicos, sin que afortunadamente hubiera que lamentar víctimas ni heridos. Alejandro lo tiene dicho: «Si Vaco de Lucía se cambia de camisa tres veces antes de salir a actuar, y es quien es, ¿cómo no me voy a poner yo nervioso? No puedes salir a un escenario a mentir. Cuanto más te muestras como eres, más invulnerable te haces. Muchas veces me gustaría dosificarme, pero me entrego mucho porque lo siento así, y creo que al público le pasa lo mismo. No hay manera de esconder las emociones en él escenario, y aún menos ahora con las grandes pantallas de vídeo. Hay que dar el máximo, e incluso pienso que con el máximo no basta. Después, cuando todo termina, me queda la sensación de haberme entregado y haber visto a la gente entregada también. La música es muy vocacional, y superarse a uno mismo es lo que más gratifica.» José Agustín Guereñu —«Guere»— ha sido el bajista de su banda desde el concierto de Unicef en 1991, y es el único músico que permanece en su formación para los directos desde el principio. «Entré en su grupo por Fran Rubio, que fue el músico encargado de organizar la banda, y hasta que conoció a Alejandro en el local de ensayo, para mí aquello era un trabajo más. Pero ahí mismo, cuando Alejandro cogió la guitarra y se puso a tocar un rato por su cuenta, ya comenté con Fran que ese chico tenía algo más, tenía talento y duende.» http://www.alejandrosanz.ws
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En el concierto de Unicef ya le sorprendió a «Guere» el tirón de Alejandro. Él había tocado con la Orquesta Mondragón dos años y pico, había compartido escenarios con Kepa Junquera y vinilo con Joan Baez, y era un profesional nada fácil de sorprender. «En directo salen todas las verdades. Cuando se toca y se canta sobre el escenario es como desnudarse. Por eso hay un diálogo muy especial entre quienes estamos ahí en un concierto, cuyas claves sólo conocemos del todo nosotros, y no se explican con palabras. En el caso de Alejandro, él empuja al resto, y tiene algo que te obliga a creer en él y a apoyarle. Es el mismo tipo de magnetismo que mantiene con el público, y es contagioso. Él es muy de directo y muy flamenco en ese sentido. Es su punto fuerte.» Alejandro Sanz siempre ha explicado a sus músicos de directo las cualidades que espera de ellos... «No le doy tanta importancia a que toquéis más o menos, o a que a veces os podáis confundir, dentro de un límite. Pero no puedo soportar a un músico que esté tocando sin ilusión, sin creer en la música que está haciendo.» En la gira «Más 98», recogida al detalle en uno de los vídeos de su conocida trilogía, se ve cómo reparte su tiempo de un extremo a otro de las tablas para no desatender a ningún grupo de fans, pero también se nota que, más que el show o que montar el número, le interesa el verdadero ritmo del espectáculo: que las canciones no cesen de sonar y no se enfríe el ambiente. «No bailo mucho. Me interesa más que suenen las canciones. También hay momentos de comunicación, pero se debe charlar con la gente cuando de verdad te sale. Y a veces, cuando te diriges al público, tiendes a repetirte, peto eso es casi inevitable.» «Siempre digo “Hola... Buenas...”, algo muy coloquial, y soy sobrio. Me gusta que la gente que paga para ver un concierto salga encantada. En mis conciertos me he encontrado con todo tipo de público, y casos particulares divertidos, como parejas que venían de casarse. Eso me llena de orgullo. Todos los aplausos son importantes, porque detrás de cada par de manos hay una persona concreta que está ahí para verte y escucharte a ti.» Durante esa macrogira (56 conciertos en España, 90 en total), que pudo ver más de un millón de espectadores, Alejandro batió todos los récords de asistencia, además de ser el primer (y hasta hoy, el único) artista en ofrecer cuatro conciertos en Las Ventas dentro de una misma gira y tres en el Palau Sant Jordi de Barcelona. En el tramo español de esa gira, casi siempre le acompañaba Robert Jeantal con el que calentaba la voz y hacía unas escalas antes de salir. Después, le gustaba quedarse a solas en el camerino durante un rato. Y allí (ya sea en la habitación o el camerino rápido, ese baúl que se instala a pie de los escenarios muy grandes para no tener que desplazarse) siempre debía haber té con miel, agua, y su cajetilla de rubio con filtro. Poco más necesita, aparte del guión que detalla el http://www.alejandrosanz.ws
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orden de las canciones, toallas y varias camisetas para irse cambiando a lo largo del concierto. Suele comenzar tan trajeado que sólo verle da calor. Pero a medida que avanza la actuación la chaqueta y la camisa iniciales dan paso a un look cada vez más ligero. Va sustituyendo las piezas de su vestuario hasta que termina vestido con las prendas del merchandising que se pueden adquirir a la salida del recinto. Robert Jeantal recuerda la experiencia del directo con la anécdota añadida de que algunos le confundían con su padre y le comentaban lo normal, lo asequible que era «su hijo»... «El público nota cuando un artista hace el tonto porque se lo tiene creído, y ése no es el caso de Alejandro. Claro que, al terminar un concierto, no podría relacionarse con el público como cualquier otro chico normal, porque lo mínimo que le pasaría sería quedarse desnudo.» El maestro transmitió a su alumno la necesidad de llenarse con pensamientos positivos antes de salir a escena. Incluso cuando surgen problemas graves, le recomendaba sugestionarse pensando: «Estoy bien. Hay gente peor que yo. No pasa nada. Voy a salir ahí y voy a cantar.» Seguramente ese tipo de mensajes ayudaron a Alejandro a enfrentarse con la actuación más dramática de su vida, en el primero de los dos conciertos que cerraban su paso por México dentro de la gira latinoamericana, en marzo de 1998. Fue un duelo titánico contra la adversidad. El médico le había visitado en el hotel porque ya estaba afónico. Los efectos demoledores de la contaminación de la ciudad habían agravado el estado de su garganta, y el doctor fue rotundo: «Las cuerdas vocales están muy mal, pero voy a inyectar cortisona a ver si reaccionan.» Aquella noche salió al escenario del Auditorio de México D. F. y empezó a cantar «Hoy que no estás». No le salía la voz y a poco de empezar salió del escenario dejando a su banda perpleja, que continuó tocando la canción. Tras el telón estaba Marta Cardenal con un periodista español. Le dijo en un susurro espectral «No puedo cantar. No me sale la voz», y se encerró en su camerino sin querer ver a nadie. Jaydy, que veía el concierto desde la mesa de los técnicos, fue inmediatamente hacia allá. Sobre las tablas, los músicos prolongaban los solos y ya no sabían muy bien qué hacer, hasta que terminaron «Hoy que no estás» y se les indicó que salieran del escenario. El empresario del Auditorio empezaba a amenazar con demandas y la tensión crecía en todos los extremos del local. Alejandro continuaba encerrado en su camerino y a la banda le corría el sudor. «Guere» e Iñigo Zabala le pidieron que les dejara entrar a hablar con él. Según todos los que vivieron la aventura, éstas fueron las palabras mágicas de Iñigo: «Alejandro, haz lo que creas que debes hacer. Si no puedes salir, no salgas. Pero si no lo intentas, te vas a arrepentir toda tu vida.» Tras unos segundos más que parecieron siglos, Alejandro salió de nuevo al escenario, pidió perdón por haberse ido, confesó que no sabía si iba a poder cantar esa noche como se esperaba, y prometió a quienes se quedaran http://www.alejandrosanz.ws
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entregarse como en su vida. Nadie había abandonado el recinto durante su ausencia y nadie lo hizo entonces. El público, convertido en un organismo vivo, bajó de los asientos superiores al patio de butacas para arropar al artista y escuchar mejor. Al cabo de varias canciones, Alejandro terminó sacando una voz que nunca más podría volver a exhibir, la del cuero del corazón, y la ovación se prolongó durante quince minutos, con todo el público a punto de lanzarse sobre su ídolo. Incluso Pancho Céspedes quiso cantar su «Vida loca» para aflojar la presión sobre su amigo Alejandro, pero éste apenas le dejó. Tan lanzado estaba ya y tan decidido a resolver la papeleta por sí mismo. Los músicos y los técnicos aplaudían con la misma fuerza por el final apoteósico que había tenido su concierto, el concierto de todos, y le subieron a hombros. Él rompió a llorar, y Jaydy, y Marta, y Rosa, y todo el mundo tenía la carne de gallina. Más tarde, Alejandro lo resumía así: «Como decía mi abuela, cuando no puedes cantar can la garganta, tienes que cantar con los huevos.» Su abuela Muñiz, la de Alcalá, le dejó esta buena herencia a su nieto, porque ninguno de los que estaba allí aquella noche podrá olvidar su gesta, y todavía se emocionan al recordarla. Dentro de la gira de «Más» hubo otra noche memorable, menos épica y más festiva, que fue la de su primera actuación en Las Ventas, con la presencia de Antonio Canales y Vicente Amigo. La primera vez que se actúa en el coso taurino más importante del mundo, es histórica para cualquier artista, pero aún más si te sientes flamenco. Por eso Alejandro esperó hasta asegurarse de llenar el recinto. Y tanto lo llenó, que aún lo tendría que hacer otras tres noches más. Barcelona fue muy importante también, y el concierto de Alicante fue masivo (40.000 personas), pero a él le gusta recordar el de Cádiz. Ese por cuyo camino vislumbró otro escenario posible, el de su última morada... «Había diez mil personas. Yo estaba muy a gusto cantando, y la gente, en silencio. De vez en cuando, se oía un "ole"... Eso fue muy emotivo. Salí de allí con el ego subidísimo, muy orgulloso de que me hubiera sucedido una cosa así precisamente en Cádiz. Tuve una comunicación por encima de lo simpático que puedas ser o no ser. Y el del público no era ese silencio nervioso de “a ver si se equivoca”, sino de respeto, de entendimiento, muy emocionante.» Durante las giras americanas, Alejandro siempre está trabajando. En el coche o en cualquier momento le pide un bolígrafo y un papel a Marta para apuntar ideas, o dice «un momento» justo antes de una cita y entra en la habitación unos minutos para registrar en su grabadora de mano con la guitarra el acorde que se le acaba de ocurrir. Le gusta saber cosas de los países que visita, recuerda a todos los que le entrevistaron la vez anterior, y muestra su generosidad por encima de lo que se espera de una estrella.
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Por ejemplo, en Argentina, unas fans estaban a la puerta del hotel día y noche, hasta que le dijo a Marta: «Anda, sal y diles que se vayan a casa, porque mañana les vas a organizar una merienda y las dejas entrar para que las salude.» Desde entonces, esas fans llaman a Marta cada poco tiempo para saber cómo se encuentra su ídolo. Estaban en Los Ángeles cuando el huracán Mitch hizo estragos en Centroamérica. Alejandro llamó a Marta a la habitación y le dijo: «Hay que hacer algo por esta gente. ¿Cuál es el siguiente concierto?» «Venezuela», contestó Marta. Acto seguido, Alejandro telefoneó a Rosa Lagarrigue y le dijo que todo lo que se ganara estaría destinado a esa causa. En su vida pública hay un detalle delicado y muy importante: la seguridad. La responsabilidad de contratar al personal encargado de garantizar su seguridad durante un acto promocional es de la compañía de discos, y la elección de estas personas exige una gran pericia: los mejores son aquellos cuyo aspecto ya impresiona, porque evitan que se llegue al verdadero conflicto: una situación en la que se vean obligados a demostrar su fuerza, a empujar o simplemente tocar a alguien. Ése es también un cometido de Pascual Egea cuando se refiere a las giras de conciertos. Es él quien busca el perfil de los que deben cuidar a un tiempo de Alejandro y de la integridad de sus fans. Tratan de que el hotel y el backstage estén lo más vacíos que sea posible, y lidian con un artista que, cuando menos se lo esperan, se detiene a firmar un autógrafo a una niña de ocho años cuyo aspecto le ha encantado... con el consiguiente atasco de consecuencias imprevisibles. Yann Barbot, de Warner, recuerda con horror una experiencia en México. Saliendo de un festival de radio, se subió al coche con Alejandro, Rosa Lagarrigue y el responsable de la compañía en el país. Iban los cuatro, además de una persona de seguridad y el chófer, en el enorme Suburban, pero ni siquiera veían la luz tras los cristales por la aglomeración humana que iba pegada al coche. La multitud les impedía mover el automóvil un centímetro, y se miraban entre sí con genuino pánico. El director de Warner México llamó muy nervioso a los responsables locales para que les sacaran de allí, porque la cosa estaba fuera de control y, si el coche andaba, podía morir alguien atropellado. En Brasil, plaza muy difícil para un artista que no cante en la lengua autóctona, Alejandro ya es importante. Hizo su minigira en septiembre de 1999, y en enero de 2000 va cantaban «Corazón partío» decenas de imitadores en los bares de Bahía, y eso que allí no les gusta interpretar nada que no sea local. Aún se conocen más las canciones que al propio Alejandro, pero cuando estuvo en septiembre de 1999, subía la audiencia de los programas de televisión a los que acudía, lo cual es un dato. En Brasil —donde ya ha vendido alrededor de cuatrocientos mil discos entre el que se sacó en portugués, y el recopilatorio «Best of»— sus conciertos contaron con la asistencia de músicos locales muy reconocidos, como Milton Nascimento o Daniela Mercury.
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Pascual Egea adaptó la producción a las peculiaridades de esas actuaciones, en locales para seis mil personas con la gente sentada tomando su consumición. Las canciones que más se conocían eran «Y si fuera ella» y «Corazón partió», porque ambas se han oído en las telenovelas más famosas de allí, pero en los dos conciertos —tanto en Río de Janeiro como en Sao Paulo— el público ya coreaba otras canciones, lo que significa que suena cada vez más. Marta resalta el ambiente familiar que se respira entre todos los que participan en una gira. Al terminar los conciertos, los músicos iban para cenar, tocar y escuchar música juntos en la habitación de Alejandro. «Guere» es el más veterano entre ellos, pero el guitarrista Ludovico Vagnone también lleva ya varios años con él. En las primeras giras era costumbre gastarse entre ellos bromas y hacerle gamberradas a Alejandro, como si estuvieran en una fiesta de fin de curso. Una tradición que ya no se sigue, pero que fue divertida. En la primera gira, dos de los tramoyistas salieron, cuando Alejandro empezaba a cantar «Los dos cogidos de la mano», dando saltos por detrás de él, sin que él tuviera ni idea, por supuesto. La soltura en lo musical es algo que llevaba tan a rajatabla en sus primeros conciertos, que ocasionó hechos curiosos. Cuenta «Guere» que los músicos de la primera banda procedían, sobre todo, del jazz. Se notaba en las improvisaciones, cuando probaban sonido, y a la menor ocasión. Hasta el punto de que el mismo tema podía oírse de muchas maneras distintas según el aire que le dieran los músicos esa noche. Mientras, a Alejandro le daban «toques» desde la discográfica hasta su mánager, pidiéndole que evitara confundir tanto al público. Y un día, Rosa Lagarrigue tuvo un gesto tan rotundo como humorístico: le regaló a un músico de la banda un compact de Alejandro Sanz. Alguien tan único en su vida como «Guere», quiere destacar de Alejandro lo siguiente: «En lo personal, hay una gran amistad, porque vamos juntos de vacaciones y es el padrino de mi hija. Creo que eso también influye sobre un escenario. Y en lo profesional, es un enorme trabajador, lleno de talento y voluntad, y que me ha enseñado a disfrutar de la música flamenca, que yo no había disfrutado antes de conocerle.» Los preparativos para los conciertos de «El alma al aire» apuntan a una producción internacional y muy grande. Pascual Egea ha debido pensar en estadios y plazas de toros, y en un escenario que permita acercar más a Alejandro y su público, en línea con el tono intimista del disco. Alejandro cuenta para el directo casi con la misma banda de «Más» a la que se suman dos voces más en los coros y un saxo. Viendo los diseños del escenario destaca, hacia fuera, la larguísima pasarela que se interna varios metros entre el público. En su interior, el efecto luminoso de la altísima escalinata al estilo de un gran music hall, y el receptáculo que permite al cantante hacer algún tema muy por encima de las cabezas del público. La gira de «El alma al aire» pone a noventa personas en la carretera, y el staff llega hasta las quinientas cuando las actuaciones se desarrollan en estadios, donde sólo las partidas de seguridad y carga emplean a trescientas personas. http://www.alejandrosanz.ws
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Antes de arrancar, la gira se ensaya durante una media de tres semanas con todo el escenario real montado. Se comienzan por estudiar las luces, y se termina con la banda al completo haciendo el concierto entero y por su orden tres veces por día. «A Alejandro le gusta que el día de su concierto sea especial para todo el que asista a él. Si pudiera, querría que a los que van a ir les empezaran a pasar cosas desde que se despiertan.» *
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Al apagarse las luces, cuando el ambiente se serena, el público va desalojando y la tensión decae, Alejandro Sanz se queda como muerto, absolutamente agotado de toda la energía que ha estado soltando. Entonces, si tiene «aftershow» —un encuentro en el mismo sitio de la actuación— no le queda más remedio que ducharse allí mismo, en su camerino, cambiarse y, en poco más de media hora, cumplir con el compromiso que tenga. Pero lo normal —y lo que prefiere— es meterse nada más terminar en la furgoneta y llegar en silencio hasta el hotel, donde se asea a gusto y se queda a su aire, cenando a la hora que le apetece y componiendo o tocando. Cuando Marta Cardenal se unió a su equipo (enero de 1998) empezaba la gira de «Más», y las únicas chicas en toda la «troupe» eran ella y Helen de Quiroga, la cantante del coro. El 14 de febrero, día de los Enamorados, las dos se encontraron un enorme ramo de flores en la habitación, y a todos los chicos les regaló una botella de ron, como si se tratara de pacíficos piratas, para celebrar que integraban una banda que iba a estar mucho tiempo unida. A su habitación siempre están invitados sus músicos, entablándose a veces un diálogo sonoro entre todos que amenaza el descanso de los vecinos. «Guere» nunca olvidará, por ejemplo, la noche (más bien la madrugada, porque eran las cuatro) que llamaron a la puerta en aquel hotel de La Coruña. Al abrir, apareció un furioso Benjamin Toshack en bata farfullando que no podía dormir y tenía un partido importante al día siguiente como entrenador del Depor. Partido que perdió puntualmente... Así le pueden dar a Alejandro las primeras luces del día. Cuando, desdibujado al fin de sus pupilas el centelleo de los focos y mudo el zumbido de los amplificadores en sus oídos, puede conciliar un sueño reparador.
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No hay manera de entender a Alejandro si no es con la música al lado. Y dentro de la música, con el flamenco, ese amor que no decayó ni cuando tuvo que compartir su corazón con el rock duro. La fuerza del flamenco está, para él, en que «no es racista y le gusta mezclarse con muchas otras músicas. Por eso está tan vivo». Para Alejandro, lo que es y no es flamenco está separado en la vida diaria por una hamletiana línea divisoria que sirve para calificar una actitud, una persona y hasta un objeto. Según su particular visión, no es flamenco gastarse cinco mil pesetas en un taxi, pero sí lo es, y mucho, «levantarte a las tres de la tarde, comerte un puchero, echarte la siesta, volverte a levantar, vestirte, arreglarte muy bien y salir por ahí a fumarte una pipa». No sorprende cuando lo dice un hombre a quien el mejor pop arranca un «ole». Sus conversaciones acaban girando casi siempre sobre esta obsesión: se recrea ensalzando el talento de Vicente Amigo y vive al día, por su amistad con Antonio y José Miguel Carmona, las buenísimas canciones de Ketama. El cantaor Camarón de la Isla es para Alejandro tan intocable como Paco de Lucía, y le indigna el disco póstumo que le han publicado, porque en el concierto parisiense que reproduce, José Monge no estaba en forma y, a su entender, si su estela se hubiera respetado con más celo, nunca hubiera debido permitirse que ese material viera la luz. Sobre José Mercé y su «Del amanecer», considera peligrosa la identificación del propio cantaor con Camarón, por lo que pueden caerle encima comparaciones demasiado rigurosas. Alejandro es capaz de señalar con sabiduría de experto todas las maderas que han intervenido en la factura de una guitarra... «El instrumento más íntimo, desde la forma de tocarla, que tiene que estar pegada al pecho, y para hacerla sonar hay que abrazarla. La guitarra llora, habla, expresa el sonido que le sale de dentro al músico. La guitarra utiliza a quien la toca como caja de resonancia.» Tiene siempre cerca un cajón rumbero que golpea de vez en cuando... «El cajón, ese instrumento flamenco por antonomasia, proviene de los Andes peruanos. Tiene su origen en la pobreza.» Pero el modo de agarrar su guitarra española cuando la reencuentra, delata sus preferencias. Alejarse de ella es, para él, como dejar de respirar... Uno de los entretenimientos favoritos de Alejandro es poner canciones propias y ajenas a sus invitados, para comprobar su efecto en sus caras. En esas sesiones privadas se oyen cosas estupendas de José Carlos Gómez, un compositor de Algeciras, «que aunque es muy flamenco presenta las canciones enteras en una cinta». O la voz de un yonqui genial que susurra como los ángeles les gustaría cantar. http://www.alejandrosanz.ws
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Ellos, o Antonio Reguera, su amiguete gaditano que tocaba blues hasta que se enamoró de una monitora de aerobic y transformó su pub Valolo en un gimnasio, son sus raíces, gente que le mantiene con el oído al día y el pie en la calle. Su dedicación al flamenco se centra en colaboraciones con otros artistas, pero sobre la posibilidad de sacar un disco propio en esta línea, ha sido rotundo... «Yo no voy a descubrir nada en eso. No voy a cantar mejor que Camarón ni a tocar mejor que Paco de Lucía. Prefiero emplearme a fondo en algo que pueda hacer mejor que nadie. Soy flamenco en mi forma de sentir y de vivir, pero no soy un cantaor.» Y le gusta bromear sobre lo bien que tocan, cantan y bailan cientos de niños de siete años en todos los pueblos de Andalucía: «Menos mal que les queda mucho por delante y lo tienen difícil para darse a conocer, que si no...» Es un vacile que contrasta con su generosidad para con otros músicos, porque oye todas las maquetas que le llegan y está dispuesto a ayudar cuando descubre talento en otros —o «pellizco», como en el caso de la Nina Pastori. Cuando encuentra algo innovador, se emociona como si estuviera implicado. Por ejemplo, con las maquetas que le pasó Capi de una chica aragonesa, Carmen París, que hace una mezcla de jota, fado y jazz bastante original. Y con tantos otros. Alejandro colaboró como guitarrista en el álbum «Hiperespacio», de La Unión. Participó en «One voice: the songs of Chage and Aska», un álbum tributo a este grupo japonés, con «Canción de amor para olvidarte». Cedió a la hija de su amigo Pepe de Lucía, Malú, «Aprendiz», «Donde quiera que estés» y «Antes que amantes, amigos». Han cantado temas suyos Azúcar Moreno, Pepe de Lucía, Vainica Doble, Alba Molina y... Julio Iglesias. El tema que da nombre al disco de Adolfo Canela —su viejo amigo Adolfo Rubio— «Pa’ ir tirando», es de Alejandro. Ha participado en el disco «De la zambra al duende», en homenaje a Juan Habichuela, con la bulería «Dale al aire», que interpretó con Ketama. Y ha recitado para la grabación «Marinero en tierra», un tributo a Pablo Neruda, el poema XV de «Veinte poemas de amor y una canción desesperada». Aquel que empieza: «Me gustas cuando callas, porque estás como ausente...» Aunque en este caso sólo actuara como inspiración, la suerte llegó hasta Lydia, una fan que a los dieciséis años le envió una cinta con sus canciones, y llegó a ver su disco publicado, en el que se incluía «No sé si es amor», la canción en que confesaba su pasión por Alejandro. La chica llegó a vender cincuenta mil copias. Esa actitud abierta del Alejandro músico hace posible también que un número uno indiscutido como Paco de Lucía haya estado a su lado en el estudio y sobre un escenario cuando se le pidió. Una prueba de su ascendente entre sus compañeros de profesión se encontró en el monográfico de «El séptimo de caballería» que se hubo de emitir dos veces ante el éxito de audiencia. En él, se reunieron en torno a Sanz el maestro Juan Habichuela con su familia —Ketama—, Malú, la Niña Pastori, Pancho Céspedes, Joaquín Sabina http://www.alejandrosanz.ws
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(impresionante su versión a dúo con Alejandro de «Princesa»), y Arturo Pareja Obregón entre otros. En el invierno 1999-2000, Alejandro tuvo una ocupación extra: preparar, producir y grabar «Cañaílla», el tercer disco de la Niña Pastori y el que la ha consagrado. Desde que la fue a escuchar a San Fernando hace años, en un viaje muy loco que duró una semana, tuvo mucha fe en ella. Iban la Tata, Paco Ortega —que había insistido en que la conociera— y Alejandro, que ha contado algunas veces ese viaje como uno de los más divertidos de su vida. La Niña esperándoles con todos los nervios de una debutante, y la pandilla parando en cada mesón que se cruzaba por el camino y jartándose de reír. Ya con Paco Ortega le produjo el primer disco a María, «Entre dos puertos» —en el 96—, con sus temas «Fandangos del río», «Tú me camelas» y «Anoche me diste un beso». Pero Alejandro sabía que Niña Pastori tenía una virtud que no se había explotado aún lo suficiente... «Lo que tiene la Niña es que es gaditana, y nadie se lo ha sacado todavía. Ya está bien de hacer rumbitas. “Cañaílla” no es sólo un disco de flamenco, sino con muchas cosas sorprendentes en otros registros. Es un disco como ese mío segundo a lo mejor, el “Si tú me miras”. No porque venda más o menos, que eso no me preocupa, sino por su planteamiento. Ya veréis cuando ella cante esta canción...», decía a sus más íntimos antes de sentarse al piano para interpretar «Cái», el gran éxito de «Cañaílla». Mientras proyectaban el disco, Alejandro la invitaba a cenar con frecuencia, y María iba con su inseparable Chaboli, el risueño y melenudo percusionista que está siempre de broma y lanza un ole cada vez que abre la boca. Chaboli tiene historia y un pedigrí florido, ya que es hijo de Jero, el desaparecido miembro de Los Chichos, una de cuyas canciones figuró en el disco de la Niña, lujosamente versionada. Sentados a la misma mesa podían encontrarse amigos como el empresario Pepe Barroso mezclados con gente del entorno cotidiano como Luis, el técnico de sonido con el que siempre trabajaba Alejandro en Somosaguas. El jamón solía ocupar un lugar destacado en aquellas cenas informales rebosantes de ensaladas, en las que algo denotaba que Alejandro estaba muy a gusto en esa residencia, pero de paso. Marta creaba siempre alrededor un ambiente reconocible y familiar, pero el aroma de provisionalidad latía al fondo. ¿Y no viven, en el fondo, siempre así los artistas de nacimiento? ¿No es su verdadera patria una guitarra y la belleza su única religión? A los postres llegaba José Miguel Carmona, con la guitarra en las manos, y María —la Niña— cantaba una y otra vez los versos de «Raro» siguiendo las indicaciones de Alejandro. Los tres se sentaban en un círculo de altos taburetes y reclamaban paz para el trabajo. El mirón incapaz de quedarse quieto, era amonestado sin piedad por el anfitrión: «¡Siéntate, hombre, que te mueves mas que los precios!»
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La canción «Raro» fue antes «Alma de trapo» para el disco debut de Alba Molina, «Despasito», pero Manuel Molina (padre de Alba y ex miembro de Smash y de Lole y Manuel) la retocó para ponerla por tangos. Alejandro la volvió a convertir para la Niña en una bulería, el palo que más le gusta y como la pensó desde un principio. Se familiarizó en Broadway y Londres con los grandes espectáculos musicales, y acarició otro proyecto a propuesta de su «hermano mayor» Miguel Bosé: producir y dirigir un musical sobre Don Juan, que incluyera música contemporánea y flamenca. Llegó a componer varios fragmentos, inspirados en compositores como Schönberg, con piezas que duran hasta diez minutos. Se trata de sonidos que sugieren un escenario y piden a gritos una coreografía, creados para el ballet, y que tal vez obliguen algún día a considerarle como creador de otras músicas. Pero la fuerza y la magia de Niña Pastori se acabaría llevando toda la energía disponible para proyectos que no fueran su propio disco. Después de aquellos ensayos caseros, Alejandro ejerció ya de productor del disco de la Niña. Producir exige ejercer esa rara mezcla de padre, jefe, amigo y admirador tan difícil de encarnar, donde lo que cuenta es la autoridad moral. Tenía clara la idea de cómo enfocar la carrera de Niña Pastori, y la desarrolló aconsejándole cómo dosificar su poderosa voz. Durante esa grabación hubo una sesión que ilustra su manera de trabajar en estudio con otros artistas: José Miguel Carmona y el Paquete, de La Barbería del Sur, se enredaron con sus guitarras en un pasaje de «Raro». Se atascaban de verdad, repitiendo un pasaje una y otra vez. Paquete no se la sabía del todo, y Josemi se empezó a contagiar de inseguridad. Y se pasaban la pelota el uno al otro, como niños en el patio del colegio: «Hazla tú solo, tío.» «No, mejor los dos de tirón.» Alejandro, desde la mesa de control, pedía que se pinchara el pedacito de la canción una y otra vez, y por el altavoz se oía a María cantar el fragmento que se les había atragantado: «Mi cama estaba vacía, me dormí pensando en ti, pensando en ti me desperté, soñé contigo estoy sin ti, y así llevo toa la vía...» El Alejandro productor le echaba humor al asunto... «Vamos, Josemi, que tengo aquí delante un dibujo de tu hijo. A ver qué va a pensar de su padre.» «Venga, Paquete, que esto tiene menos misterio que unos premios Amigo». Expandía buen rollo a manos llenas, pero el tapón seguía ahí, y al final optó por salirse del estudio para que los dos músicos solucionaran entre ellos la situación. Esa mano izquierda que maneja con habilidad el humor y el respeto a partes iguales es clave. Alejandro había implicado a José Miguel Carmona y a Emanuele, su propio productor, armando así un trío de lujo para el disco. Y sostuvo personalmente un tira y afloja en las negociaciones con Ariola, hasta que la compañía de la Pastori antepuso la calidad del proyecto a cualquier otro criterio. Para completar el círculo, Rosa Lagarrigue fichó también a la Niña. La apuesta era completa. http://www.alejandrosanz.ws
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Hasta aquí su manera de afrontar en el estudio un disco ajeno, pero la gran pregunta es: ¿Cómo compone sus canciones el hombre de los cinco millones de discos? Es fácil imaginar a una legión de espías industriales en busca de la fórmula mágica, a un montón de salieris queriéndole robar el talento y el sistema de trabajo a este Mozart de los récords que, sin embargo, muestra su cocina como esos chefs excelentes que dan alegremente sus mejores recetas con la seguridad de que nadie será capaz de recrearlas en toda su perfección. Suele componer desde la tarde hasta la madrugada, e incluso recibe «visitas» inesperadas a las que invita a participar en su insomnio creativo... «Como a todo el mundo, cuando he trabajado muchas horas, se me ha hecho de noche y he tenido la atención centrada en un papel, empiezo a ver cosas extrañas. Es un efecto óptico, pero he decidido llamarlo “mis duendes” porque así lo paso bien. Creo que hay una chispa ahí, y en vez de llamarla “chispa” llamo “duendes” a esos momentos en que, de pronto, tras haber estado horas sin lograr nada, sale lo que me faltaba para completar una canción, o alo mejor sólo una frase que vale por todo el día...» El cuadernillo que acompaña «Más» con las letras del disco está salteado de esos hallazgos, que Alejandro distribuyó entre sus fotos como regalo añadido a sus seguidores. Son frases de altas horas, paridas en la frontera de lo real y lo imaginario, con la lucidez febril que sólo un insomnio severo proporciona. Sentencias que se han hecho populares entre sus fans como «Hay cosas que no se cuentan y mueren en los corazones», o «Escribo de noche a pesar de que la luna tiene las manos frías». Cosas del corazón, como «La distancia no es cuanto nos separemos; la distancia es si no volvemos», o «A veces mi corazón va donde mi voz no llega». Sin duda en esos momentos de soledad y explosión lírica, recoge el artista, casi inconscientemente, sus influencias literarias. Los ratos invertidos en leer novelas de Alessandro Baricco, o poemas de Mario Benedetti... Siempre dijo que, para construir una canción, había que hacer «mucha caligrafía». Partiendo de esa base, maneja dos sistemas distintos de trabajo: Cuando logra lo que él llama una frase musical —que por su rítmica le sugiere ya una melodía—, escribe esa estrofa sobre su pizarra frente al piano, para poder repetirla cuantas veces necesite mientras toca, mientras adecua su modulación a lo escrito. En este sistema, la letra manda sobre la música, hasta que sale la canción completa. Pero si no es así, no puede dejar de trabajar sólo porque no encuentre la frase genial a la primera: acude a la improvisación pura y dura. Tiene varias grabaciones de fragmentos e ideas que ha ido juntando a pelo; ejemplos de diálogo improvisado entre su tarareo y su instrumento. Este proceso es el que ha seguido creando las canciones de «El alma al aire». Un ala de la casa de Miguel fue equipada con todo lo necesario para trabajar: un http://www.alejandrosanz.ws
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enorme piano al fondo con su computadora encima, el saxo sobre un atril, y las pantallas de ordenador que su técnico operaba desde la caída de la tarde hasta que salía el sol. El estudio era uno de esos lugares acogedores a su pesar que, proyectados para un corto espacio de tiempo, se habían hecho semidefinitivos. En el espacioso baño pegado a la sala que utilizaba para componer, tocar y grabar, había situado equinas de gimnasia a las que dedicaba un rato algunas mañanas. Su técnico iba grabando el trabajo directamente en el ordenador, pero cuando Alejandro trabaja solo, vuelve a su sistema original... «Me han invadido las máquinas porque dan la posibilidad de escribir en casa para toda una orquesta a través del teclado. Pero son un arma de doble filo, Porque te enganchas al ordenador, empiezas a cambiar una nota de sitio, ¡y cada acorde puede tener sesenta variaciones, todas ellas buenas! Entonces te dices: “¿Qué hago aquí buscando una nota si tengo que seguir adelante?” Lo quieres poner muy bonito, te pierdes en los efectos y en los “reverbs”, y te puedes olvidar de componer, que es lo importante.» «Por eso acabo usando una grabadora de bolsillo. Después de gastarme un dineral comprando lo último en ordenadores, termino con una grabadora y la primera guitarra que tuve —“la abuela”— o con el piano.» Desde que domina el piano, lo utiliza más que la guitarra, y es ejemplar la disciplina que se aplica para evitar hasta las noches que le piden libres las musas: una experiencia muy bien contada por Joan Manuel Serrat (protagonista del primer concierto que vio Alejandro en su vida), en su famosa canción a la sequía creativa... «No hago otra cosa que pensar en ti». Con Serrat logró cumplir Alejandro un viejo sueño en la entrega de los Premios Ondas de Radio Barcelona (noviembre del 99): cantar a dúo «Romance de Curro el Palmo», su canción favorita del «Noi de Poble Sec», y que no había podido interpretar en el disco homenaje que se le dedicó, porque Antonio Vega la había reservado antes que él. Aun así, no da por terminada ninguna canción hasta que finaliza el proceso de grabación. Y hay muchos pasos previos. A partir de «Más», cuando la colaboración se hizo ya muy estrecha, Alejandro enseña las canciones a Emanuele y las tocan juntos muchas veces. A veces él solamente canta y Emanuele toca el piano. O Alejandro coge la guitarra y Emanuele, el piano. Cuando ven la estructura que va a tener la canción, se la entrega a Emanuele, que realiza en solitario los arreglos que considera oportunos. Es una fase en la que el italiano procura alejarse siempre lo más posible de lo que Alejandro puede esperar... «Intento hacer el arreglo menos obvio. Si él espera una cosa, le doy la contraria. Y es muy abierto. Se lo cuento y me dice: “Hazlo.”»
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En un tercer momento, los dos escuchan los arreglos que Emanuele ha preparado y se hacen los cambios definitivos en todo, incluso en letras. Cuando se toma la decisión, se entra a grabar. «De todas maneras, Alejandro genera mil ideas por segundo, y está aportando cosas hasta el último día de la grabación.» El subidón que experimentan las canciones cuando van superando estas fases impresiona tanto como asistir al vuelo experimental de una nave cuando se han vivido los primeros martillazos de su construcción. Durante ese largo invierno de retiro y composición, un amigo de Alejandro escuchó a todo volumen la segunda versión de una canción que había oído antes solo al piano, y mantuvo con él este diálogo mientras la letra de «Para que me quieras», decía: «Para que me quieras te daré un año entero que te haré sólo de primaveras y lo prenderé en tu pelo con un alfiler.» El amigo, impresionado: —«¡Qué morro tienes!» Alejandro: —«¿Por qué?» El amigo: —«Le das una intensidad a las cosas, que no me extraña que engatuses, que seduzcas.» Alejandro: —«Te aseguro que mi intención no es engañar.» El amigo: —«No digo que engañes. Digo que exageras, que les dices a las chicas unas cosas... Las haces subir a las nubes y las pones en situación de alucinar.» Alejandro: —«Bueno, es que... para eso estamos.» El arte de la seducción no es algo que haya confiado al azar, sino una habilidad que pule y depura incansablemente, mejorando sus capacidades para que el resultado final sea lo más cercano a la perfección que él pueda lograr. Y cada vez se acerca más. No se chulea de esos logros, sino que siempre le parecen pocos. Perfeccionista de nacimiento, se pone el listón cada vez más alto. Lo prueban las ampollas en los dedos de tocar la guitarra siendo un niño y los dolores de espalda que le proporcionó su aprendizaje del piano. Pero reacciona con modestia si alguien, como en su cumpleaños de 1999, le regala un marco con su foto junto a una de Camarón y otra de Paco de Lucía: «Gracias, pisha. Me has puesto ahí entre dos que me falta mucho para estar a su altura, pero gracias de todos modos.» http://www.alejandrosanz.ws
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Y le da vergüenza colgarlo en la pared, no sea que los íntimos le tomen el pelo. En sus inicios, llegó a ser un experto total en el funcionamiento del mercado musical adolescente, por la cuenta que le traía. Ahora afronta con otra perspectiva la fidelidad de ese público, porque lo ha superado, pero lo observa: «El público más infiel es el de los nueve hasta los dieciséis años, que cambiaron a Laura Pausini por las Spice Girls rápidamente. Los Backstreet Boys han aguantado más, porque también depende un poco de cómo sean los chicos. Me hizo mucha gracia el caso de Robbie Williams, el cantante de Take That, que se dio cuenta de que no podía seguir ese tinglado y salió desbocado, porque estaba a otro nivel.» Curtido en mil escenarios, se rebela contra el desigual proteccionismo que tutela en nuestro país a ciertas manifestaciones artísticas consideradas «superiores». Y si lo dice el hombre cuyo «Corazón partió» es, junto a «Macarena» de Los del Río y «El concierto de Aranjuez», del maestro Rodrigo, un récord de ingresos para la Sociedad General de Autores de España, se le debe escuchar: «La música clásica, la ópera y la danza tienen subvenciones y apoyos porque se consideran más culturales. Pero hay otro tipo de música que es tan cultural como ésa: el flamenco, el pop, y el rock que se hacen aquí. Y no hay dónde tocar, porque de “La Peineta” es mejor no hablar.» La prevención de Alejandro hacia ciertos sectores clásicos tiene sus raíces en las históricas humillaciones que el arte popular sufre del arte academicista. Pese a que el Olimpo que hoy pisa él y muy pocos otros elegidos está bastante lejos para un clásico de a pie, son las diferencias de consideración social y cultural las que hieren a veces... «A los clásicos les cuesta abrirse, aunque ahora hay un grupo joven del conservatorio que se llama Proyecto 21 e interpreta cosas del pop. Deberían estar más abiertos, porque un hombre como Andrés Segovia diciendo que Paco de Lucía no sabe tocar, confunde a mucha gente. Nadie ha tocado “El concierto de Aranjuez” como Paco, pero hay partituras que no se pueden tocar a la velocidad a la que están escritas, porque las posturas son muy antinaturales, y muchos profesores clásicos apenas pueden interpretar piezas porque esas posturas les están atrofiando. Sin embargo, a Paco le puedes escribir la escala más complicada que quieras y a la velocidad que quieras, y la hace, porque toca cómodo para él.»
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los demás
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[Algunas opiniones de otros artistas]
La importancia que Alejandro otorga a la amistad (que en su caso suele tener una base musical) es tan grande como su inteligencia para aprender de lo que le rodea (experiencias, paisajes, personas...) y convertirlo en fuente de inspiración para componer canciones cada vez mejores. El primero en manifestar su reconocimiento, después de lo que Alejandro hizo por su estabilidad artística y personal, tras acogerle en su casa de Madrid cuando buscaba refugio y un camino claro que seguir, es la superestrella Ricky Martin, que en uno de sus discos recogió su rotundo agradecimiento... «Yo no tengo palabras para expresar lo orgulloso que estoy de Alejandro Sanz. Se puede quedar con el mundo si quiere, porque sin saberlo, lo tiene ya en sus manos.» En el mundo latino hay un pionero en el que todos pensamos automáticamente en cuanto la cabeza se nos va a Miami y al triunfo americano de un artista español. Julio Iglesias es la persona que más ha luchado por seguir en la brecha, desafiando y plantando cara a su propio hijo, y ha sido siempre un ejemplo de inteligencia comercial y sagacidad artística. El viejo zorro no tuvo muy fácil su acercamiento a Alejandro cuando se propuso grabar «Corazón partió», porque Sanz no encontraba la conexión entre su mundo y el del divo. Sólo cuando el Patriarca le hizo ver el proyecto de disco que tenía le convencieron su tesón y su pericia. Esa fuerza para seguir al frente de la escuadra hispana en América se ganó las simpatías de un Alejandro que, por primera vez, pasaba una larga temporada en Miami para la grabación de «El alma al aire». Julio consiguió dos canciones de Alejandro en su disco, y «Corazón partió» franqueó la entrada de Sanz en el particular Olimpo de Julio que, por el camino, se ocupó de proclamar las maravillas del «más grande y sabio creador de canciones en español del momento». Sólo una referencia anterior reciente puede encontrarse. José María Cano, en su época álgida de baladista, le brindó «Lía» y el tema que dio título a su álbum «Calor», lo que también supuso un momento alto en la carrera de Iglesias. No son solamente los artistas quienes se deshacen en halagos cuando hablan de Alejandro. Un periodista tan clásico como respetado de la radio musical española, Joaquín Luqui, decía cuando salió a la venta «Más»: «Alejandro Sanz siempre ha sido un apasionado del flamenco, porque lo siente dentro, en su alma. Toca la guitarra como quiere y canta bien sin necesidad de copiar a nadie. Sus letras son de gran categoría... En
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cualquier caso, este álbum confirma su categoría de artista y de poeta.» Su manager, Rosa Lagarrigue, tiene otra interesante opinión que dar: «Sorprende su intuición para tomar las decisiones adecuadas. Sabe cuándo tiene que invertir tiempo o dinero en su carrera, y a qué dedicar más energía en cada momento. Esto no ocurre con otros artistas. Es exigente, pero su capacidad para no crear mal ambiente es asombrosa. La tensión que provoca es positiva y tiene una gran habilidad para conseguir las cosas que reclama, porque siempre tienen sentido y lo hace a través de las personas más oportunas.» Rafa Sánchez, líder de La Unión, cree que es un gran músico y también un gran showman; y Nacho Mañó, de Presuntos Implicados, responsable del sonido de «Si tú me miras», dice que «aparte de desprender una gran energía, tiene mucha profundidad como músico. Y todo el mundo coincide en que es un encanto de persona». Ya es antológica la frase que le dedicó su querido y admirado Paco de Luda, pero la repetimos aquí: «Yo sé lo que él hace, cómo lo hace y cómo compone. Es un artista con una gran sensibilidad, creativo y muy buena gente. En caso de que algún día le vaya mal, yo sé que toca muy bien la guitarra flamenca, y en mi grupo siempre va a tener sitio.» Cuando se pregunta a Alejandro sobre su círculo más íntimo, ese que sólo le da alegrías, el núcleo es reducido: «Jaydy, mi familia —cada vez soy más amigo de mis padres—, Miguel Ángel Arenas, Miguel Bosé, y algunos amigos a los que no veo mucho pero les llevo en la agenda y siguen estando ahí.» Miguel Bosé escuchó el primer disco de Alejandro Sanz (con quien comparte compañía discográfica y management) y le quiso conocer inmediatamente. La ocasión se presentó cuando coincidieron grabando un programa de televisión en el balneario de La Toja. Alejandro, por su parte, al saber que Miguel quería hablar con él, se puso muy contento, porque le admiraba mucho. En su primer encuentro, Alejandro sólo había vendido veinte mil discos, Miguel le advirtió que se preparara para un éxito muy grande y Alejandro respondió: «Eso se lo dirás a todos.» Se enfrascaron tanto en la conversación, que no se dieron cuenta de que la típica lluvia de Galicia llevaba empapándoles un rato. Desde aquel momento, Miguel se convirtió en testigo directo de los pasos de Alejandro, consejero excepcional y su adoptivo «hermano mayor». Después del famoso cumpleaños de Miguel en Londres, y antes de la grabación de «Más», el contacto se hizo ya continuo hasta hoy. Y en tan larga relación hay momentos de complicidad que realmente ayudan a Alejandro. Por ejemplo, cuando nada más casarse se produce la persecución de los medios de comunicación y Alejandro pide a Miguel que le ayude a encontrar una casa en Londres para quedarse con Jaydy un tiempo, hasta que pase un poco la fiebre. http://www.alejandrosanz.ws
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Como hemos visto, Miguel, que tiene su casa londinense vacía, se la ofrece y el matrimonio pasa allí dos meses. Cuando Alejandro se harta de Londres y decide regresar a España para preparar las canciones de «El alma al aire», llama de nuevo a su amigo y le pide consejo para alquilar una casa en Madrid. Miguel le ofreció su casa en Somosaguas, una zona tranquila donde cuesta más llegar y no se acerca tanto la gente... «Vino para quedarse cinco días, y estuvo dieciséis meses. Llegaron Jaydy y él por un lado, por otro Rebeca de Alba, y entre los cuatro creamos aquí una hermandad, una familia y un sistema de vida. Hace tiempo que mi madre no vive en Somosaguas y a mí me gusta que haya siempre amigos. Al poco tiempo yo tuve el accidente de coche y Alejandro ya se decidió a quedarse hasta que le acabaran su casa, porque no me quería dejar solo. Los cuatro hemos hecho una amistad preciosa, consolidada a más no poder.» La experiencia de Miguel Bosé ha sido un punto de apoyo importante para Alejandro en momentos de duda o de tomar decisiones. Y en ese largo periodo (entre febrero de 1999 y agosto de 2000 aproximadamente, salvo estancias en Miami), se desarrolló también un diálogo de índole artística, cuando Miguel le propuso participar en su proyecto de un gran espectáculo musical sobre la figura de Don Juan. Miguel define su amistad con Alejandro como «tan transparente, tan transparente, que ya no le hablo, ni me habla... Sentimos las cosas. Ni a mí ni a él nos había ocurrido eso de poder tener un diálogo musical con alguien de total confianza. Podemos decirnos las mayores salvajadas, bellezas o secretos, que ni él me puede atacar ni yo a él, porque sería de una vileza terrible. Yo sé de Alejandro y él de mí cosas que solamente podrían intuir nuestras madres. Y los dos sabemos que eso es una cosa muy segura, muy cómplice. Sólo he conocido a otro hombre con su inteligencia natural: mi padre, Luis Miguel Dominguín, que no sabía apenas escribir, y sin embargo tenía una cultura brutal, autodidacta en muchos sentidos. Alejandro se le parece en eso, pero es mucho más potente todavía. Viendo las cosas las aprende, las analiza, y no sólo le pasa con la música, sino con todo lo que le interesa.» Esa fuerza es la que, al entender de Bosé, ha hecho de Alejandro un hombre tan generoso como exigente, que sabe distinguir enseguida entre quien le quiere y quien le halaga. Durante ese larguísimo período de convivencia bajo el mismo techo, se han peleado más por cuestiones de principios, conceptos y actitudes, que por diferencias musicales. Las escenas que sucedían dentro de la casa mientras las fans acechaban desde la verja exterior esquivando al chico de seguridad que las reconvenía, podían ser como la que cuenta Bosé:
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«Una vez, ya habían dado las cuatro de la madrugada y yo estaba hecho polvo con el corsé tirado por el suelo, porque era después de mi accidente y tenía tres vértebras que me estaban matando. No podía más y subía la habitación. Pero desde arriba le escuchaba haciendo al piano continuamente lo mismo, hasta que me harté, le llamé por el teléfono interior y le dije: “Alejandro, cambia de acorde.” Se produjo un silencio y, al cabo de un rato, suena otra vez el teléfono y le oigo: “Buenas noches.”» Alejandro se quedó impresionado por la generosidad de Miguel. Le entregaba su casa, le abría su mundo..., todo, pero Bosé le resta mérito a su gesto. «Para mí lo interesante era que me cuidaran la casa y encontrarme un plato caliente y la ropa limpia al llegar.» Cuando empezó a pintar en Miami, Alejandro le mostró sus primeros logros a Miguel durante una visita de éste, y tuvo lugar esta conversación: A: «¿Qué te parecen mis cuadros?» M: «Muy Alejandro Sanz.» A: «¿Qué significa eso?» M: «Tío, que cuando haces las cosas para gustar, consigues un “diez estándar”. Haz lo que tú eres. No hagas las cosas para la gente, sino para que te sirvan para crecer. Explícate tu, y después la gente ya te entenderá, unas veces más y otras veces menos.» Esta presión de ser Alejandro Sanz, el hombre-éxito, la notó Miguel también en su amigo cuando comenzó a escribir las canciones de «El alma al aire». Según Bosé, «cuando supo que tenía tres canciones y que las tres eran posibles singles, se liberó y empezó a escribir lo más fuerte del álbum. Y muchas de las cosas que había escrito al principio, no están finalmente en el disco». Entre las escenas más divertidas y novelescas que ambos vivieron juntos está una competición al piano. Estaban hablando de la crítica, de lo que supone criticar a los demás y criticarse unos a otros. Y decidieron hacer un juego. Los dos se sentarían por turnos al teclado e intentarían retratar a personas sólo tocando. Miguel, que ha compuesto ciento cincuenta canciones sin dominar ningún instrumento, logró retratar así a Marta Cardenal para admiración de Alejandro. Después, éste interpretó a Saúl Tagarro, el presidente de Warner, y Miguel lo averiguó. Así siguieron un buen rato, partidos de risa. Otro día, cuando conversaban sobre el tema del secreto, Miguel dijo: «Espera un momento.» Subió a su habitación y regresó con un libro del poeta Jaime Gil de Biedma en la mano. «¿No sabes quién es? Pues siéntate y escucha.»
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Empezó a leer, y Alejandro puso una cara que Miguel no ha vuelto a verle jamás. Cuando terminó de leer, le dijo a Miguel: «¿Puedo? Buenas noches.» Casi le arrebató el libro y se fue a la cama con él. Y así, según los temas de esas conversaciones que le hicieron a Bosé más llevadera su convalecencia, cada tres días le pedía un nuevo libro. Hablaron del amor, y Miguel le prestó El collar de la paloma, de un pensador sufí, que habla de los rituales amorosos, del lenguaje de los velos de las mujeres árabes, y de la arquitectura y las fuentes de ese pueblo. Pero no era siempre Miguel quien mostraba sus conocimientos a un Alejandro atónito que se limitaba a irse apropiando de las cosas y recibir lecciones. El carácter generoso de Alejandro no lo hubiera permitido. Por su parte, él le abrió a Miguel el tesoro del verdadero flamenco. Desde niño, en casa de Miguel se escuchaba la copla española de Antoñita Peñuela, pero Alejandro le ilustró sobre el nacimiento de las bulerías y los demás palos flamencos, como el erudito que es en ese arte. El intercambio llegó a la gastronomía y Miguel cuenta de forma cómica que, mientras él le enseñaba recetas, Alejandro le mostraba acordes. «Alejandro cocina ahora mismo que te cagas. I lace unos arroces y unas cosas estupendas. Yo soy más casero, más básico..., entro en la cocina y me arreglo con lo que pillo, pero él es más nouvelle cuisine. Yo voy a lo elemental y él... en general es como todo lo que hace. Está en ese momento barroco... y todo le sale muy bien.» No le perdona a Alejandro que cocinara para su madre, porque desde entonces Lucía Bosé le trae frito... «Alejandro es el primer hombre que ha cocinado para mí.» Entonces Miguel se pica, y Alejandro se ríe porque dice que se pone muy gracioso cuando se cabrea. Marta Cardenal asistió sorprendida a una larga conversación entre los dos amigos en Miami. Asegura que, en realidad, no se escuchan el uno al otro. Uno puede estar hablando de arquitectura y el otro de pescaíto frito, cada uno a lo suyo, pero, al final, los dos están de acuerdo en que la comunicación es fantástica. Durante aquella visita de Miguel, Alejandro se divirtió de lo lindo a su costa en la moto de agua. «En primer lugar, me dio la que menos corría, porque si le ganas, se enfada; después me hizo una pasada que me empapó las gafas, que yo sin gafas no veo nada. Y para rematar, se partió de risa cuando yo, totalmente perdido, me confundí y estuve a punto de meterme en un embarcadero dos casas más arriba.» Alrededor de Alejandro hay otras personas que, aunque de un modo menos constante, tienen muy buenas y directas relaciones con él. Vicente Amigo y José Miguel y Antonio Carmona, por ejemplo, han sido cruciales en ese entendimiento entre el flamenco y el pop que encarna nuestra estrella... Y hay otros dos músicos con los que ha tenido ocasión de hablar muchas horas y compartir planes y proyectos, tanto artísticos como personales. http://www.alejandrosanz.ws
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Pancho Céspedes, el bolerista cubano descubierto en México y lanzado por Miguel y Alejandro en nuestro país, le identifica así: «Yo creo que es el primer ídolo latino que da un mensaje. Cuando salen los típicos que todos tenemos en mente al escenario, las fans les gritan sin enterarse de lo que están diciendo. En cambio, Alejandro primero da un mensaje, y es después cuando provoca el estallido.» Nacho Cano, el enfant terrible de Mecano, que sabe lo que es estar en la cima indiscutible del pop español, le tiene un enorme respeto por lo que transmite y por su constancia profesional... «Está continuamente tocando y mejorando como instrumentista, porque tiene un formidable reto consigo mismo. A mí me resulta especialmente sorprendente cómo de algo complicado, de una estructura compleja, logra hacer algo cantable, una melodía reconocible. En eso me recuerda a los Beatles.» No es una comparación despreciable.
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Mañana..., mañana no sé. Pero ayer te quise con la desmedida confianza de un niño. Con el empeño y el cuidado de quien quiere dar lo mejor de sí mismo desde el primer encuentro. Ayer te quise con la esperanza de que quisieras escribir conmigo Nuestra historia. Tu historia y la mía, desde que nos conocemos No, desde que el orgullo nos dejó ciegos. Tu historia y la mía no se parece a la de los muertos. No esperaba encontrarme a los vivos sometidos por los muertos. Ni a nadie con corazón que siga odiando a aquellos que como delito tenemos haber nacido en el mismo suelo que los sanguinarios asesinos que tanto daño hicieron. ¿Es justo que yo sea el centro de tu discordia, allí donde descargar tus iras?
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Pasajes inciertos grabados débilmente en esa especie de milagro que hace las veces de caja fuerte en nuestro cerebro. Conservamos lugares y rostros, olores, tactos y sentimientos o resentimientos, con el único objetivo de poder hurgar más tarde en ellos y afrontar el placer que da la insistencia del dedo que produce ese leve dolor que a su vez anuncia una satisfacción instintiva más que perceptiva de nuestras glándulas, reviviendo acaso nuestras más difamantes poses las que accedemos adoptar por causas mayores, como la necesidad. Gracias a la vida por devolvernos nuestras más infames carestías, nuestras más patéticas realidades, nuestra condición de simples seres vivos con ningún tipo de magnificencia ni particularidad sobresaliente.
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Adiós al boom provocar a los vecinos te has puesto gris de repente te largas y quieres dejarnos. En el salón de tu casa en el montón donde tienes apilados tus juguetes... rotos.
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Hay algo que no entiendo la maldad gratuita no entiendo esa rabia, ese sin sentido, esa amargura, ¿Cuál será, de todos sus dolores, el que alivian cuando reparten curidas? ¿Qué crueldad infinita arrastra la oscuridad de un desprecio calcado sobre vuestro propio espejo? Sé que duele, lo sé, lo siento pero es que soy así yo no soy como vosotros sé que cuesta aceptar, después de sentiros traicionados por la vida, después de la desilusión, después de optar por destruir, descubrir que el secreto está en crear. Lo siento por ustedes, de verdad deben sufrir mucho en ese pequeño mundo de odio ustedes creen que sí, pero no viven.
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Ya es bastante duro olvidar el pasado. Como para tener que olvidar también el futuro. Me da miedo pensar que para algunas personas soy solamente un recuerdo. La mujer es más bella cuanto más la desea un hombre. Hay poetas que más bien son lanzadores de cuchillos vendedores de espinas fustigadores de heridas. No quiero encontrar la cordura sino enloquecer un poco más.
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Cuentos Prólogo a Gila ... Mi buen amigo Gila, gracias porque ni aun habiendo nacido en Estocolmo, con los ojos más azules y mucho más alto, hubieras podido nacer más artista, dicho en el más amplio sentido de la palabra. ... Gracias en nombre de los niños, y en nombre de las madres, que como aquella mujer vietnamita de la foto publicada en el Annual Photography han llorado alguna vez por ellos. ... En nombre de los necesitados gracias Don Miguel por su necesidad de escribir a Jesucristo, a Bach o Hemingway. ... Y porque aunque no pude compartir contigo tus maravillosas vivencias, aventuras y desventuras, aunque no coincidamos en el tiempo... Hubiera sido muy hermoso. Alejandro Sanz.
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— Mira qué gol observa la parábola y disfruta con ella — y habrá alguno que lo intentará qué bonita parábola gritó un hincha pelotas y golecitos hay que vida tan cruel — ¿No crees que debería repetir las últimas tres estupideces y convertirlas así en estribillo librándolas del castigo de ser frases de no... Volverán las hostiles viperinas del vacilón a colgar Y otra vez con la guasa cántales
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Apenas pude tocarla yo no quise un solo suspiro de aquella negra noche cerrada que confundiera el blanco de la luna salpicada. Que Sevilla se estremecía y apenas ni fue una mirada al fuego cautivo en cristales de aquella voz llorando al Alba. ¡Ay! Que su tallo verde quebró... ¡Y apenas pude tocarla! Baila envuelto en la luna bordando las olas del mar baila su cuerpo de bronce sobre sus pies de sal.
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6 de la mañana (o lo que sea) X —¿Shan? ¿Eres tú? S —¿Qué tal?, vosotros también venís de: ¿Por qué tiene tan mala fama el amanecer? X —¿Cómo? —ah, el rollo de la fama, ¿no?... bueno S —No..., pero también es imposible X —a que no tienes güevos a venirte con nosotros a un chiringuito que hay en Vicálvaro a tomar la penúltima ¿O no somos suficientemente buenos para ti? S —(si hubiera dominado los músculos de mi cara hubiera gesticulado de manera decisiva y con rotundidad negativamente, pero mi... no sé qué propulsor se desmadra (lógico) cuando, por arte de alcohol mis ojos se liberan de los filtros de mi miopía que curiosamente no están compuestos de opio, ni es una oferta para elegir o la tercera nota de la escala común o ser un jilguero (último exponente y recurso de los tratantes de esclavos de toda la vida X —Bueno ¿Vienes o qué? Venga corazón partió unas copitas y nos vamos ¡por mi libertad! S —Hoy no puedo X —(a sus colegas) Vámonos, éste es un pringao S —¡Periko! X —(asombrado) ¿Cómo sabes mi nombre? S —¿Y cómo sabes tú el mío y no me reconoces? soy el Álex tío, del barrio, soy yo sin tanto tiempo, con más pequeñeces, sin vosotros, sin mi cerveza y mi porro, sin la espera, sin el pasillo de miedo y el descansillo de gozo, sin el diminuto agobio y el inmenso alivio, pero soy yo soy yo, soy yo, sí Goyo, Periko, Juan Alonso, Miliki, Mellis, Toñete, Paco, Carlos, Bea, Manolo (¿ya creciste por dentro?) Susi. Juani, Buho, Raúl (sí, yo sufro aún hoy, aún más). Mar, Choco (apenas un recuerdo parecido a una bombilla de navidad) pero qué importantes son las luces que se recuerdan misteriosas, compartiendo con nuestro sentir, con el asiento de atrás del Rollsnoult 8 subiendo por el Pirulí Esther, María.
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fichas
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«Viviendo deprisa» (1991) Producción de Warner Music Spain S. A., dirigida y realizada por Miguel Ángel Arenas Pianos, arreglos y dirección musical: Guitarras y aportación musical: Bajos: Batería y percusión: Trompeta: Saxo: Armónica: Teclados:
Eddy Guerin Juan Cerro Manolo Toro Manolo Rico José Luis Medrano Javier Paxariño Agustín Cánovas Antonio Sauco Javier Losada en «Los dos cogidos de la mano» Coros: Adolfo Rubio y Alejandro Sanz Fotografía: Pablo Pérez-Mínguez Diseño portada: R. Vigil
Grabado y mezclado en los estudios Quarzo por David de la Torre Ayudante de grabación: Miguel Ángel Sánchez
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«Si tú me miras» (1993) Producido por Nacho Mañó y Miguel Ángel Arenas Dirección musical: Nacho Mañó Ingeniero de sonido: Alan Douglas Ayudantes de grabación: Mark Haley Mark Warner Paco de Lucía aparece por cortesía de Polygram Ibérica Diseño portada: Ian, Bill Smith Studio, Londres Fotos: Jorge Represa, Pablo Pérez Mínguez, Eddie Saeta Grabado y mezclado en los estudios Townhouse de Londres, entre los meses de febrero y abril de 1993
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«Básico» (1994) Producido por Nacho Mañó Voz, guitarra acústica y guitarra española: Alejandro Sanz Voces, guitarra acústica: Nando González Voces y bajo acústico: Guere Rhodes y piano acústico: Fran Rubio Batería: Fernando Toussaint Percusión: Gino Pavone Guitarra acústica en «Tu letra podré acariciar» y «A golpes contra el calendario»: Nacho Mañó Grabado y mezclado en Cinearte por Juan Vinader Fotos: Domingo J. Casas Diseño: R. Vigil
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«Alejandro Sanz 3» (1995) Producido por: Emanuele Ruffinengo y Miguel Ángel Arenas Arreglos: Emanuele Ruffinengo Alejandro Sanz Programación y teclados: Emanuele Ruffinengo Guitarras eléctricas y acústicas: Phil Palmer / Ludovico Vagnone Guitarra española: Alejandro Sanz Bajo eléctrico: Paolo Costa Batería: Lele Melotti Saxos: Stefano Cantini Nigel Hitchcock Arreglos de coros: Luka Jurman / Emanuele Ruffinengo Coros: Elena Roggero / Luca Jurman Paola Repele / Adolfo Rubio D’Romy Ledo Ingenieros: Juan Vinader Sandro Franchin Ayudante: Max Bacchin Ingeniero: Juan Vinader Ayudante: Mark Warner Masterizado en Townhouse por Jack Adams Ayudante de producción: Pedro Miguel Ledó «¿Lo ves?» (versión de piano y voz) Piano: Estilismo: Fotos: Diseño:
Miguel Sacristán Juanjo Mánez Jesús Ugalde R. Vigil
Mezclado en Townhouse (Londres) Grabado en Condulmer Recording Studios (Venecia)
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«Más» (1997) Producción de Emanuele Ruffinego / Miguel Ángel Arenas Asistente de producción: Concepto musical: Arreglos: Arreglos de metales en «Corazón partío»: Arreglos de coros: Fotografía: Diseño portada: Técnicos de sonido:
Pedro Miguel Ledó Alejandro Sanz Emanuele Ruffinengo
Lulo Pérez / Emanuele Ruffinengo Luca Jurma / Emanuele Ruffinengo Jesús Ugalde Rafael Sañudo Luca Vittori, Fabrizio Facioni, Nino Giuffrida, Giamba Lizzori, Juan Vinader Mezclas: Renato Cantele
Vicente Amigo aparece por cortesía de Sony Music Entertainment Spain Grabado en los estudios Excalibur (Milán), Plastic (Roma) y Morning (Milán)
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«El alma al aire» (2000) Producción de Emanuele Ruffinego Ingenieros de grabación: Ingenieros de mezclas: Guitarra española en «El alma al aire» y «Quisiera ser»: Guitarras: Bajos: Metales: Coros: Piano tumbao en «El alma al aire»: Percusiones: Guitarra española: Dirección de orquesta: Batería: Coros en «El alma al aire» y «Quisiera ser»: Diseño gráfico: Fotos:
Roberto Macagno y Renato Cantele Renato Cantele y Mauricio Biancani Vicente amigo Ludovico Vagnone Alfredo Paixao Lulo Pérez Luca Jurman Paquito Echevarría Chaboli Josemi Carmona José Antonio Molina Alfredo Golino Montse Cortés y Charo Manzano Rafa Sañudo Enrique Badulescu
Grabado en los estudios Criteria (The Hit Sound Factory of Florida, Miami) entre marzo y julio del año 2000
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VÍDEOS Alejandro Sanz El concierto – Tour Más 98 y Los Singles
BIBLIOGRAFÍA: Alejandro Sanz. Luis García (CD Rock. La Máscara. 1997) Alejandro Sanz. Luis García («Ídolos del pop». La Máscara. 1996) Alejandro Sanz. Javier Arma-Badía («Más que un ídolo». La Máscara. 1998) Alejandro Sanz. Miguel Vaivén («Corazón desbordado». La Máscara. 1999) Más de Alejandro Sanz. Mari Trini Olivares (Edición privada. Córdoba. 1998)
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DIRECCIONES DE INTERÉS FAN CLUB OFICIAL EN ESPAÑA «MÁS» Apartado de correos 1139 Hospitalet de Lobregat (Barcelona) Tlf.: 696 / 953673 (Maribel Puga, presidenta) 627 / 734324 (Carmen Navarro) MANAGEMENT Y CONTRATACIÓN RLM PRODUCCIONES MUSICALES, S. A. C/ Puerto de Santa María, 65 28043 MADRID Fax: 34 913889822 www.rlm.es Correo electrónico:
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agradecimientos
Este libro ha sido posible gracias a la valiosa cooperación de: Alejandro Sanz, Rosa Lagarrigue, María Pizarro, Jesús Sánchez Madero, Carmen Fernández de Blas, David Trías, Miguel Ángel Arenas “Capi”, Pedro Miguel Ledó, la tía Pepi, la tía Mari, Pepe Luis y su hija María José, Jaydy Mitchel, Miguel Bosé, Marta Cardenal, Emanuele Ruffinengo, Vicente Ramírez, José Luis de la Peña, Yann Barbot, María Román y las fans Diana, Alicia y Carmen. Gracias especiales a Jesús Ugalde por su extenso archivo fotográfico. Y a Marisa, Lucía y Olga, por su inestimable apoyo. A todos, gracias por vuestro tiempo e interés.
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