Aldo Ferrer - Vivir Con Lo Nuestro. Nosotros y La Globalizacion

October 18, 2020 | Author: Anonymous | Category: N/A
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VIVIR CON LO NUESTRO NOSOTROS Y LA GLOBALIZACIÓN

Aldo Ferrer

El Cid Editor

Aldo Ferrer

Vivir con lo nuestro Nosotros y la globalización

e-libro.net

© Primera edición, El Cid Editor, 1983. © 2001, Fondo de Cultura Económica S.A. © Primera edición virtual, e-libro.net, octubre de 2002. ISBN 950-502-181-1

A Txetxi y nuestra descendencia

ÍNDICE

Prefacio de la primera edición ................................................ 7 Introducción ............................................................................ 13 La globalización..................................................................... 23 El capitalismo mágico ....................................................... 24 Las lecciones de Prebisch.................................................. 30 La economía no es aburrida.............................................. 35 En la cancha todos somos más iguales ............................ 39 La globalización, la crisis financiera y América Latina.. 43 Ciencia y tecnología en un mundo global......................... 78 De la globalización a la civilización planetaria ............... 104 La Argentina........................................................................... 117 El capitalismo argentino................................................... 118 Privatizaciones y compre nacional ................................... 126 Compre nacional, parte II ................................................. 129 Dolores de presupuesto ..................................................... 132 Cómo se sale de la recesión............................................... 136 La dolarización es injustificable ....................................... 140 Otra vez, la apuesta nuclear............................................. 143 “Anclao en París”: un tango de la emigración argentina 149

El tango y la globalización ................................................ 156 Epílogo..................................................................................... 169 Atrapados en la globalización........................................... 170 Colapsó la era iniciada en 1976........................................ 176

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PREFACIO DE LA PRIMERA EDICIÓN

LA ACTUAL insolvencia internacional de la Argentina confronta al país con este dilema: ¿cómo conducirse para afirmar la soberanía, vale decir, el derecho de decidir su propio destino? La respuesta es: vivir con lo nuestro. Esto es, mientras dure la emergencia apoyarse en los recursos propios para resolver la crisis, poner en marcha la economía y recuperar la viabilidad internacional. El mensaje central de estas reflexiones es que la crisis excede sus contenidos sociales y económicos, por graves que ellos sean. Incluye desafíos a la soberanía misma de la Nación. La actual cesación de pagos compromete la posibilidad de ejecutar una política económica que responda al interés nacional. La opción es clara: el gobierno argentino se convierte en un simple administrador de la deuda por cuenta y orden de la banca acreedora o reasume el comando de la economía para resolver la crisis desde una perspectiva nacional. Nada menos. La conclusión es que, para que la independencia sea posible, el país tiene que decidirse a vivir con sus propios

medios y, a partir de esta decisión, formular su posición negociadora con los acreedores externos. No debería extrañar que, en el futuro inmediato, vuelva a desatarse la vieja polémica acerca de si la Argentina puede o no crecer con sus propios recursos y descansar, en medida principal, en su mercado interno. Todos los viejos dilemas del desarrollo argentino vuelven a replantearse, esta vez, en carne viva y en una situación límite. Para ser coherentes, los defensores de la viabilidad del desarrollo nacional deben afirmar la suficiencia de los recursos propios para superar la crisis y crecer. Los otros, ya lo sabemos, son los predicadores de la impotencia argentina y de la inexorable necesidad del capital extranjero y del mercado internacional como pilares de la acumulación y el crecimiento. Sólo que esta segunda alternativa acaba de ser ensayada hasta el fondo, en los últimos ocho años, con los resultados conocidos. El peligro no descansa en la prédica ortodoxa, dramáticamente desautorizada por la realidad actualmente observable. Radica en la incoherencia para alcanzar aquella conclusión inevitable: si se quiere ser independiente hay que apoyarse en los recursos propios. La prédica ortodoxa ha calado hondo y es frecuente escuchar a dirigentes representativos del campo nacional insinuar, o decir abiertamente, que sin recursos externos no hay desarrollo ni puede resolverse la crisis. Si así fuera, en verdad, dada la actual situación de insolvencia internacional, la opción independiente es imposible. Pero, afortunadamente, no es así. Un país cuyo territorio es el octavo del mundo en extensión y cuenta con una excepcional dotación de recursos naturales; un sistema excedentario en alimentos y prácticamente autoabastecido de energía; una economía con un ingreso medio vecino a 3 mil dólares anuales, una tasa de ahorro 8

del 20% y una población de 30 millones de habitantes; una sociedad de un considerable nivel cultural medio, acervo tecnológico importante y ausencia de fracturas sociales, étnicas o religiosas, cuenta con los recursos y la capacidad indispensables para el desarrollo. El inventario de los datos objetivos que reflejan el potencial básico del país y la factibilidad del desarrollo independiente no implica la viabilidad de una estrategia autárquica. Porque independiente no es autárquico ni desarrollo nacional significa desconocimiento de la importancia del comercio internacional y de los vínculos externos en el orden contemporáneo. Quiere decir, eso sí, que la política económica debe reflejar los objetivos de transformación, equidad social e inserción internacional que permitan la realización de la comunidad argentina. Esto sólo es posible si el país asume plenamente las posibilidades de su propio potencial y no se subordina a los criterios ortodoxos que predominan en los círculos financieros internacionales. Éstos coinciden, por otra parte, con los de los herederos de la Argentina preindustrial y los usufructuarios del poder autoritario. La defensa de la soberanía requiere, antes que nada, poner la casa en orden. Porque el caos y el desorden son espectaculares y, en tales condiciones, es imposible cualquier intento de política independiente. El segundo mensaje de estas reflexiones es que puede ser el punto de partida para la consolidación del sistema democrático. La misma gravedad de la crisis confronta al país con opciones ineludibles: cierra definitivamente la instancia de los regímenes autoritarios o se desempeña hacia la disolución de la Nación y el conflicto insalvable. La respuesta a este dilema influirá de manera decisiva en el comportamiento futuro de la economía argentina. 9

El tercer mensaje es que la crisis económica no tiene solución con el simple manipuleo de los instrumentos tradicionales de la política económica y el libre juego de las fuerzas del mercado. Es indispensable un acuerdo básico entre los sectores fundamentales de la sociedad argentina que defienda la democracia y respalde la política para reactivar la economía, elevar el nivel de vida, abatir la inflación y fortalecer la posición internacional del país. De allí el generalizado y justificado convencimiento acerca de la necesidad de un Acuerdo Económico y Social para enfrentar la crisis. Este acuerdo, sin embargo, es inviable si no se restablece el orden en el sistema económico y financiero. El descalabro fiscal y la deuda externa generan profundos desequilibrios en las finanzas públicas y en el orden monetario que se reflejen en la caótica situación imperante en todos los mercados y en las relaciones internacionales del país. El gobierno constitucional recibe un país insolvente, un Estado maniatado para revertir las tendencias imperantes y tensiones sociales que no podrán soslayarse por más tiempo. Es indispensable como requisito de cualquier política efectiva de reactivación económica y recuperación del bienestar, realizar una profunda reforma financiera que restablezca el orden en el sector público, el área monetaria y los pagos internacionales del país. Este volumen se divide en dos partes. La primera referida al descalabro fiscal y la deuda externa, identifica las fuentes principales del desequilibrio público y monetario actuales y sugiere las medidas básicas para enfrentarlo. Propone, además, una profunda reforma financiera tendiente a acortar el déficit fiscal y su monetización a límites compatibles con la recuperación de la economía y la reducción drástica de la tasa de inflación. 10

La estrategia para financiar la deuda pública adquiere una posición central en la reforma propuesta. En particular, el problema de la deuda externa asume una dimensión crítica por la significación internacional del problema y la dificultad de compatibilizar el cumplimiento de los compromisos externos con la necesaria reactivación de la economía y la estabilidad de precios. Esta primera parte trata, en primer lugar, la dimensión del endeudamiento y las estrategias alternativas de ajuste. La agudización actual del proceso inflacionario es interpretada como un mecanismo específico de ajuste de los pagos internacionales dentro del actual contexto social y político argentino. Propone, enseguida, la reforma financiera e identifica sus contenidos principales. Finalmente, evalúa el cumplimiento de los compromisos financieros externos consistente con la recuperación de la economía argentina. La segunda parte trata de las políticas válidas para enfrentar la emergencia en el marco de un acuerdo entre los sectores fundamentales de la sociedad argentina. Identifica, primero, las opciones básicas que deben resolverse para posibilitar el acuerdo. Enseguida, puntualiza las condiciones que encuadrarán los primeros pasos de la política económica del gobierno constitucional y la estrategia aconsejable. Más adelante, explicita las políticas para reactivar la economía, abatir la inflación y asegurar el ajuste de los pagos internacionales. Finalmente, presta atención al comportamiento de las principales variables macroeconómicas bajo el impacto de las condiciones preexistentes y las políticas propuestas. Una versión preliminar de este ensayo fue debatida en el Centro de Estudios de Coyuntura del Instituto de Desarrollo Económico y Social. ese cambio de ideas con-

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tribuyó a ampliar perspectivas y precisar conclusiones que comprometen sólo la opinión del autor.

Buenos Aires, noviembre de 1983

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INTRODUCCIÓN

EN EL CASI medio siglo transcurrido desde el derrocamiento de Hipólito Irigoyen, el 6 de septiembre de 1930, hasta la caída del gobierno de Isabel Perón, el 24 de marzo de 1976, los regímenes militares sustituyeron gobiernos constitucionales destituidos en 1943, 1955, 1962 y 1966. La alternancia entre gobiernos civiles y militares reveló la inmadurez de la democracia argentina y su incapacidad de transar los conflictos inherentes a toda sociedad abierta y pluralista, dentro del Estado de derecho. Hasta 1976, los gobiernos de facto fueron una resolución cívico-militar del conflicto político. Con pocas aunque importantes excepciones, no alteraron los criterios de defensa de seguridad del Estado. Tampoco trastocaron las reglas del juego de la economía argentina. A mediados de la década de 1970, dos circunstancias del contexto mundial ejercieron una profunda influencia en la situación argentina. Por una parte, la propagación de las acciones revolucionarias en varios países de América Latina y su vinculación con el enfrentamiento de las

dos superpotencias antagónicas en la guerra fría. Por otra, la aceleración de la globalización de la economía internacional, en particular, en el campo financiero. La Argentina era vulnerable en ambos aspectos por la presencia, dentro del territorio nacional, de una acción subversiva considerable y por el desorden económico y financiero prevaleciente. En 1976, las nuevas autoridades de facto no se limitaron, como en el pasado, a resolver los conflictos sin alterar radicalmente los criterios del ejercicio de la fuerza para el mantenimiento del orden público ni las reglas del juego de la economía argentina. Por el contrario, violentaron reglas elementales de respeto de los derechos humanos de una sociedad civilizada y trastocaron el funcionamiento del sistema económico. Además, en 1982, se embarcaron en la aventura de recuperar las Islas Malvinas por la fuerza y llevaron al país a la primera derrota militar de su historia. Poco antes estuvieron a punto de desencadenar una guerra con Chile por el rechazo al laudo arbitral de la Corona británica, respecto del diferendo por la posesión de las islas del Canal del Beagle. La mediación de la Santa Sede y de su delegado, el cardenal Samoré, evitó que este desatino culminara en un enfrentamiento entre pueblos hermanos y vecinos de consecuencias incalculables. En el terreno de la economía, la política inaugurada con el plan anunciado por el ministro Martínez de Hoz, el 2 de abril de 1976, se asentaba en tres cuestiones centrales, a saber: • liberación de las importaciones, • la reforma financiera para desregular las transacciones y las tasas de interés, y • un régimen de cambios libre, con fuerte sobrevaluación del peso y un seguro de cambio implícito 14

en el compromiso del Banco Central de comprar y vender divisas a una paridad ajustable conforme a una tabla preanunciada. Las reformas convergieron para favorecer la especulación financiera. La brecha entre las tasas de interés de la plaza local y del mercado financiero internacional generó inmensas rentas a los tomadores de fondos en el exterior que los reciclaban en el mercado interno. La tablita cambiaria confería un seguro de cambio gratis. A su vez, el creciente desequilibrio del balance comercial (impulsado por la liberación de importaciones y la pérdida de competitividad de la producción argentina por la sobrevaluación del tipo de cambio), generó el aumento continuo de la demanda de financiamiento externo. Lo mismo sucedía con el déficit creciente del sector público y la toma de préstamos externos por el sector privado con acceso al crédito internacional. De este modo, la deuda externa aumentó de 8 mil millones de dólares en 1975 a 45 mil millones en 1983. En aquel año la deuda externa apenas excedía las exportaciones y los intereses alcanzaban al 5% de las mismas. En 1983, la deuda externa alcanzaba a casi cinco veces las exportaciones y los intereses al 60% de las mismas. Paso a paso, el incremento de los servicios de amortizaciones e intereses generaron una carga agobiante sobre el presupuesto y el balance de pagos. Al final del período, cuando era evidente que la paridad del peso era insostenible y existía una fuga masiva de capitales, las empresas públicas, como YPF, tomaron préstamos externos cuyo destino era, primero, las reservas del Banco Central y, enseguida, la transferencia de fondos privados al exterior. Cuando colapsó la política cambiaria y se produjo la devaluación masiva del peso, los balances de las empresas públicas endeudadas en 15

divisas registraron déficit gigantescos. Ésta constituyó, posteriormente, una de las evidencias de la ineficiencia de las empresas públicas para justificar su privatización. Al final del régimen, en 1982, el endeudamiento externo del sector privado se transformó en deuda en pesos y transfirió al Estado el costo de la devaluación posterior al derrumbe de la tablita cambiaria. Las nuevas reglas del juego instaladas por el régimen de facto trastornaron el funcionamiento de la economía. Hasta mediados de la década de 1970, ésta soportó las consecuencias de la prolongada inestabilidad política del país y un persistente desequilibrio macroeconómico. Esto provocaba una alta y crónica tasa de inflación y crisis periódicas del balance de pagos. Visto en perspectiva histórica, es sorprendente que se registrara, a pesar de todo, una tasa de crecimiento razonable y una transformación significativa de la estructura productiva. En particular, la década previa al golpe de Estado de 1976, mostró un notable grado de maduración de la industria, conforme lo revelan los censos industriales de 1964 y 1974. Las condiciones sociales referidas al empleo, los salarios reales y otros indicadores relevantes expresaban mejoras considerables. A partir de 1976, se interrumpe el proceso previo de crecimiento y transformación y se inaugura una tendencia de desindustrialización, desarticulación de las economías regionales, deterioro del empleo y de las condiciones sociales. Una de las consecuencias más notables y nefastas de la nueva política fue el desmantelamiento del incipiente sector informático y electrónico. A principios de la década de 1970, el mismo registraba un avance considerable y abría nuevas vías de inserción de la economía argentina en la globalización. Hacia la misma época, varios países de Asia, como Taiwán y Corea, con 16

niveles de desarrollo relativos y disponibilidad de recursos humanos calificados inferiores a la Argentina, lanzaron sus políticas de promoción de aquellos sectores y lograron, en pocas décadas, colocarse en la vanguardia internacional de un área crucial de la revolución científico y tecnológica contemporánea. La Argentina transitó el camino inverso y, en pocos años, se destruyó uno de los núcleos esenciales del desarrollo económico. A su vez, los desequilibrios macroeconómicos cambiaron de naturaleza. Dejaron de ser, como había sucedido hasta mediados de la década de 1970, acontecimientos coyunturales y transitorios. Se convirtieron, en cambio, en un desorden estructural y crónico del sistema económico, cuyo indicador más crítico es el déficit de los pagos internacionales y el crecimiento de la deuda externa. Ésta se convirtió, desde entonces, en un lastre que cercenó la libertad de maniobra de la política económica. La necesidad continua de financiamiento externo para cerrar la brecha de recursos del presupuesto y el balance de pagos impuso una negociación permanente con los acreedores externos y el Fondo Monetario Internacional. La presencia del FMI en la gestión de la economía argentina dejó de ser, como en el pasado, un acontecimiento transitorio mientras duraban el ajuste y el respaldo solicitado. Desde fines de la década de 1970, el FMI es un referente permanente y obligado en el diseño y la administración de la política económica argentina. El nuevo papel del FMI en la gestión de la economía argentina coincidía con una antigua preferencia del establishment doméstico. Siempre, grupos económicos y financieros muy influyentes en la Argentina concibieron la racionalidad económica proveniente del pensamiento céntrico y reflejada en los criterios aplicados por el Fon17

do, como el paradigma de política económica sensato y conveniente. En los debates que tuvieron lugar en torno de las estrategias de ajuste, en el transcurso de las décadas de 1950 y 1960, sostuve que el FMI era frecuentemente un instrumento de los intereses locales más conservadores que solían respaldar sus propuestas en las condicionalidades del FMI. Entonces, como ahora, el problema no radicaba fuera sino dentro de nuestro propio país. Las preferencias tradicionales de la ortodoxia en la Argentina fueron fortalecidas por las tendencias prevalecientes en la región y en el orden global. La crisis generalizada de la deuda en América Latina, en la década de 1980, transformó, a escala continental, el comportamiento de los acreedores y del FMI. A partir de entonces, en sintonía con la revolución conservadora asociada a las gestiones del presidente Reagan en los Estados Unidos y de la primera ministra Margaret Thatcher en el Reino Unido, los programas de refinanciamiento de deuda se convirtieron en estrategias de ajuste estructural. De este modo, las condicionalidades del FMI para acceder a su apoyo dejaron de referirse exclusivamente a las variables fiscales, monetarias y de tipo de cambio. Desde entonces, incorporan criterios referidos a la totalidad de la estrategia económica, incluyendo la apertura de los mercados, la privatización de empresas públicas, el achicamiento del Estado y la desregulación generalizada de la actividad económica. Hacia la misma época, cambiaron los criterios de los préstamos del Banco Mundial: la atención se desplazó de la evaluación de proyectos y programas a la del conjunto de la estrategia económica, en línea con las nuevas condicionalidades del ajuste estructural propiciadas por el FMI.

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En la Argentina, las atrocidades cometidas en la represión de la subversión, el descalabro económico y la derrota en Malvinas impulsaron el incontenible reclamo de retorno al orden institucional. De este modo, el gobierno de facto se derrumbó a comienzos de la década de 1980. La crisis del régimen y el colapso de su política económica reavivó el debate sobre las ideas económicas y las estrategias contrapuestas sobre el desarrollo económico argentino. El neoliberalismo enfrentaba la realidad de las calamidades que había instalado en la economía y sociedad argentinas. Se reabrió, entonces, el espacio para las propuestas heterodoxas. El regreso a la Constitución y a un régimen democrático ofrecía, al mismo tiempo, la posibilidad de alianzas que sustentaran una nueva política para resolver la crisis e iniciar el camino del desarrollo sustentable. Fue en ese escenario de los primeros años de la década de 1980, que escribí numerosos artículos y varios libros para sustentar la crítica a la política neoliberal y proponer una estrategia de desarrollo. Entre los primeros recordaré “El monetarismo en Argentina y Chile”, un extenso ensayo publicado por primera vez en un suplemento especial de Ámbito Financiero en 1982. Se trata de un estudio comparativo de las consecuencias de las estrategias monetaristas de aquel entonces en los dos países. En cuanto a los libros (todos editados por El Cid Editor), produje cuatro entre 1982 y 1984. Los dos primeros, ¿Puede Argentina pagar su deuda externa? y La posguerra: programa para la reconstrucción y el desarrollo argentino, aparecieron en 1982. Aquel llegaba a la conclusión de que, en el marco de una estrategia de crecimiento y fortalecimiento de los pagos internacionales, la res19

puesta al interrogante era afirmativa: sí podía pagarse la deuda. La posguerra señaló que el ataque de la política de la dictadura contra la economía argentina y los intereses fundamentales de la Nación, había sido tan exitoso que desmanteló y desorganizó el aparato productivo como si la Argentina hubiera, en efecto, librado una guerra verdadera en su propio territorio. Resultaba así indispensable un programa de reconstrucción de posguerra para sentar las bases de una nueva fase del desarrollo económico. El cuarto libro publicado en aquellos años apareció en agosto de 1984, cuando me desempeñaba en la presidencia del directorio del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Su título refleja una preocupación y una propuesta: Poner la casa en orden. La preocupación se refería a las dificultades del gobierno de Raúl Alfonsín de resolver la crisis heredada, una de cuyas manifestaciones era la persistencia del proceso inflacionario. Se proponía, pues, un esfuerzo sistemático y profundo para restablecer los equilibrios económicos fundamentales, estabilizar los precios y crecer. Poco antes, en noviembre de 1983, electas ya las autoridades constitucionales que asumirían el 12 de diciembre de ese mismo año, apareció el tercero de aquellos libros, Vivir con lo nuestro. La obra se divide en dos partes. La primera analiza la reforma financiera necesaria para transitar de la cesación de pagos a la Argentina viable. La segunda propone un acuerdo económico y social, es decir, una política concertada para el gobierno constitucional próximo a constituirse. El planteo central de la obra es que, en virtud de su endeudamiento y vulnerabilidad financiera, la Argentina había perdido capacidad de gobernarse y era imprescindible y urgente recuperarla. Para esto resultaba pre20

ciso, en primer lugar, descansar en los recursos propios: vivir con lo nuestro. El prefacio de la edición de 1983 ilustra claramente sobre los alcances y contenidos del libro. Merecen, además, reproducirse los siguientes párrafos (pp. 143-144) que precisan la propuesta: La expresión vivir con lo nuestro significa aquí utilizar prioritariamente la producción nacional y las divisas para expandir la actividad económica interna y el nivel de vida. es decir, para el consumo y la inversión. En la situación actual, significa reducir el pago de los intereses de la deuda a límites compatibles con la recuperación de la economía argentina y el bienestar social. Vivir con lo nuestro implica pagar la deuda externa sin paralizar la economía. Evidencia la capacidad del país de resolver su crisis con sus propios recursos. Nadie puede acorralarnos si movilizamos el potencial argentino. Vivir con lo nuestro requiere restablecer el equilibrio fiscal, reformar el sector financiero y utilizar las divisas disponibles con un estricto criterio de prioridades. Es la única forma de romper el círculo infernal de negociaciones para nuevos créditos destinados a pagar viejos préstamos, a costa de subordinar toda la política económica del país. Los destinatarios de los nuevos préstamos son los mismos bancos acreedores mientras caen las importaciones para pagar intereses, las deudas suben y el desorden se generaliza en el ámbito interno. Vivir con lo nuestro significa detener esta rueda infernal. Poner en orden la situación interna y fijar un límite a lo que el país puede pagar, a la espera del cambio de las condiciones mundiales. Podemos hacerlo porque tenemos energía, alimentos y exportaciones suficientes para importar lo indispensable. Vivir con lo nuestro no significa, pues, reducir los bienes y servicios disponibles para el consumo y la inversión, sino aumentarlos mediante la limitación del pago de los intereses de la deuda externa y la puesta en marcha de la capacidad productiva y mano de obra ociosas.

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La obra incluye un análisis del impacto de los servicios de la deuda externa sobre el presupuesto y el balance de pagos y distingue entre el ajuste estabilizador y el ajuste inflacionario. El primero implica realizar el superávit suficiente en el presupuesto y en el balance de pagos para realizar las transferencias al exterior sin déficit fiscal ni nuevo endeudamiento externo. Dada la magnitud de los servicios respecto del PBI, los recursos fiscales y la capacidad de pagos externos, el libro señala las dificultades en generar los excedentes necesarios para servir la deuda en condiciones de equilibrio macroeconómico. De este modo se instala el ajuste inflacionario en el cual el Banco Central emite dinero para financiar el déficit fiscal e impulsa la inflación. Es por esta vía que se comprime el gasto de consumo e inversión y las importaciones para liberar consumo e inversión y las importaciones para liberar los recursos que financian los servicios de la deuda. Con esta interpretación del ajuste, supongo se vinculó por primera vez la crisis de la deuda externa latinoamericana con la generalización de la inflación en toda la región. Para mayores precisiones sobre esta cuestión, remito al lector al capítulo 2 (“Los intereses de la deuda externa y el proceso de ajuste”) de la versión de Vivir con lo nuestro de 1983. Iniciemos ahora el recorrido de artículos y ensayos elaborados en los últimos años que actualizan el contenido de aquellas propuestas y que, como se verá, insisten en la validez de las mismas en las condiciones actuales del país y del mundo.

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La globalización

EL CAPITALISMO MÁGICO1

LAS ECONOMÍAS en las cuales predominan las relaciones de mercado entre los agentes económicos, llamadas capitalistas, reflejan siempre la idiosincrasia de cada país. Existen estudios clásicos sobre la materia, como el del economista francés Michel Albert sobre los capitalismos anglosajón y francorrenano. En el caso de nuestro país, puede recordarse mi trabajo sobre el capitalismo argentino (1999), entre otros de diversos autores. El capitalismo se desenvuelve así en el contexto del trayecto histórico de cada sociedad, sus raíces culturales, la dimensión de los recursos materiales y humanos, y el nivel de desarrollo alcanzado. Por eso existen, en efecto, versiones norteamericanas, coreanas, alemanas, japonesas, brasileñas o argentinas del capitalismo. A su vez, los niveles relativos de desarrollo y la consecuente asimetría en las relaciones de poder dentro del sistema mundial articulan al sistema que vincula a las economías capitalistas. de este modo, la inserción de 1

Clarín, 22 de mayo de 2001.

cada economía nacional en el orden mundial da lugar, como proponía Raúl Prebisch, a la existencia de capitalismos céntricos y periféricos. Los primeros, titulares de una red de dominación dentro del orden global, los segundos, subordinados en cuestiones críticas como el desarrollo tecnológico o las corrientes financieras. Como es tan grande y creciente la disparidad en los niveles de vida entre las economías capitalistas avanzadas y las atrasadas, los críticos demonizan el sistema y lo califican de salvaje. Contamos así con una diversidad de categorías analíticas, muchas de las cuales tienen un indudable valor para el estudio de los capitalismos vernáculos y de la globalización. En una conversación reciente con el doctor Sebastião do Rego Barros, actualmente embajador de Brasil en la Argentina, surgió, probablemente, una nueva acepción del capitalismo. Expresaba yo mi asombro ante un punto de vista muy difundido según el cual si la Argentina y los otros países de América Latina se comportaran conforme a las expectativas de los mercados, bajarían el riesgo país y la tasa de interés, aumentaría la inversión y crecerían la producción y el empleo. La postura se mantiene imperturbable, aunque la realidad revele cotidianamente que el proceso económico es mucho más complejo y que esa sucesión de acontecimientos raramente se verifica en el mundo real. “Bueno, respondió resignadamente mi interlocutor, es que estamos en presencia del capitalismo mágico.” Es decir, una instancia específica del pensamiento irracional que interpreta la realidad a partir de supuestos que no son empíricamente verificables. Keynes decía que las opiniones económicas aparentemente contemporáneas suelen repetir ideas de pensa25

dores del pasado. También suele suceder que un hallazgo conceptual haya sido enunciado antes. Si no fuera así la acepción capitalismo mágico, como creemos el embajador y yo, es realmente inédita, mi interlocutor puede acreditar la paternidad de una nueva e iluminadora categoría conceptual. Sea como fuere, vale la pena observar algunos aspectos de la cuestión. El pensamiento mágico es un rasgo característico de las sociedades primitivas pre-científicas. En nuestro caso, lo curioso es que los cultores del capitalismo mágico suelen ser personas que no son precisamente analfabetas. Antes bien, muchas de ellas suelen acreditar distinguidos currículos académicos de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos y otros países centrales. Sostiene el capitalismo mágico que la revolución científico-tecnológica ha borrado las fronteras nacionales y que las principales transacciones se realizan actualmente en el mercado global. De este modo, el poder decisorio sobre la acumulación de capital y la asignación de recursos ha sido transferido desde los espacios nacionales a los actores globales. Es decir, los mercados financieros y las corporaciones transnacionales. Los estados nacionales han perdido entonces capacidad de influir en el comportamiento de los agentes económicos. Sólo las grandes potencias conservan cierta gravitación sobre el funcionamiento de los mercados. Sostiene también el capitalismo mágico que la adhesión incondicional al libre comercio, la liberación de las transacciones financieras y la eliminación de normas regulatorias de las inversiones de las corporaciones transnacionales aseguran la eficiente asignación de los recursos en la economía mundial y la participación de todos los países en los frutos del desarrollo. Por defini26

ción, los mercados siempre generan la mejor asignación económica y social de los recursos. Con relación a los capitalismos periféricos, el mensaje es contundente: sólo es posible aplicar políticas amistosas con los mercados. Cualquier desvío desencadena una sucesión de calamidades. En cambio, las políticas amistosas con las expectativas de los mercados pone en marcha el mencionado círculo virtuoso de mejora de riesgo país, baja de la tasa de interés, aumento de la inversión y crecimiento de la producción y el empleo. La realidad no ratifica los supuestos ni las propuestas del capitalismo mágico sino, más bien, todo lo contrario. Economistas céntricos, como Rodrik, Krugman, Bairoch, Frenkel, Corden y Stiglitz, han demolido las supuestas evidencias empíricas de las bondades del libre comercio en todo tiempo y lugar y de la disolución de los espacios nacionales en el orden global. En América Latina, desde mucho antes, Prebisch, Furtado, Jaguaribe, Sunkel, entre otros, colocaron en perspectiva histórica y en un contexto global las causas del atraso de nuestros capitalismos vernáculos y señalaron los senderos para asumir el comando del propio destino en el mundo globalizado. Uno de los elementos confusionantes y más peligroso del capitalismo mágico es la mezcla de los elementos esenciales de la sensatez económica con los contenidos irracionales de sus otros postulados. Es en verdad necesario siempre poner la casa en orden, mantener los equilibrios macroeconómicos, contar con una moneda sana y con la estabilidad de precios. El resto del mensaje, en cambio, obedece a la visión céntrica sobre la organización de las relaciones internacionales. Es fácil comprender por qué, desde la perspectiva de los intereses del capitalismo céntrico, se divulga y pro27

mueve el dogma del capitalismo mágico. La historia de la globalización revela, por ejemplo, cómo en su período hegemónico en el transcurso del siglo XIX, Gran Bretaña impulsó el libre comercio y la liberación de los mercados. La postura británica era comparable con el mayor desarrollo relativo de la nación pionera de la revolución industrial. La potencias industriales entonces emergentes, como los Estados Unidos, Alemania y Japón, no adhirieron al capitalismo mágico y construyeron sus respectivos capitalismos nacionales, autocentrados en sus propios recursos y mercados, regulando el proceso de apertura al escenario mundial. En las condiciones contemporáneas sucede lo mismo. Las naciones más avanzadas, como los Estados Unidos, divulgan el capitalismo mágico y por las mismas razones que Gran Bretaña en el siglo XIX. Aunque con menos coherencia, porque Londres siguió sosteniendo los mismos principios del liberalismo económico, aun después de haber perdido el liderazgo industrial y tecnológico frente a Alemania y los Estados Unidos. Recién en la crisis de la década de 1930, Gran Bretaña abandonó la política inaugurada con la derogación de las leyes de granos en 1826. En la actualidad, el capitalismo mágico es esencialmente una propuesta de los centros a los países periféricos. Comprensiblemente promovida también por los organismos de Bretton Woods, bajo las consignas del llamado Consenso de Washington y del ajuste estructural. En modo alguno, los países centrales aplican los mismos criterios dentro de sus propias fronteras y en sus relaciones externas. Basta recordar los subsidios y la multiplicidad de instrumentos proteccionistas aplicados por la Unión Europea y los Estados Unidos.

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En realidad, el dogma del capitalismo mágico es una especie cultivada con particular éxito en América Latina. Países periféricos de otras latitudes como los de Asia sudoriental, han desarrollado visiones propias del orden global y las consecuentes políticas de desarrollo. Los resultados son evidentes. Mientras nuestros países no logran zafar del atraso, aquellos fueron capaces de superar en plazos históricos breves niveles extremos de subdesarrollo y subordinación. No es difícil entender la divulgación del capitalismo mágico, desde la perspectiva de los intereses de corto plazo de los mercados financieros o las corporaciones transnacionales de los países centrales. Es más complejo, en cambio, comprender su predominio dentro de países periféricos como los de América Latina. Se trata aquí de una subordinación mental, rasgo idiosincrásico del subdesarrollo y la dependencia latinoamericana. La cuestión no tiene explicación dentro de los límites de la teoría económica. Incorpora dimensiones históricas y culturales. Raúl Prebisch, el centenario de cuyo natalicio celebramos en estos días, y otros pensadores latinoamericanos, han dedicado esclarecedores análisis a la cuestión. Conviene estudiarlos para rescatar el abordaje científico de los problemas del desarrollo económico y social de nuestros países.

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LAS LECCIONES DE PREBISCH2

EL CENTENARIO del nacimiento de Raúl Prebisch —que se cumple mañana— coincide con una instancia crítica del desarrollo argentino y latinoamericano, materias a las cuales dedicó los afanes de su pensamiento y actuación pública. Desde sus primeros estudios de la década de 1920 hasta sus últimas investigaciones de lo que llamaba el capitalismo periférico, prevaleció siempre en la obra de Prebisch la intención de comprender las relaciones entre el desarrollo de nuestros países y el sistema internacional. El célebre modelo centro-periferia de su autoría pretendió descifrar la naturaleza de los vínculos entre economías de diversos niveles de desarrollo y los desafíos que confrontaban las menos avanzadas, dadas las asimetrías de poder en el orden mundial. Prácticamente, toda su obra giró en torno de esta cuestión fundamental. En su tiempo no se había difundido todavía la expresión globalización para caracterizar 2

Clarín, 16 de abril de 2000.

el comportamiento contemporáneo del sistema internacional. En esos términos, podríamos decir hoy que el mayor aporte de Prebisch fue desentrañar los lazos entre el atraso de América Latina y el sistema global. El objetivo era identificar las respuestas válidas para impulsar el desarrollo de nuestros países y establecer relaciones simétricas no subordinadas con el resto del mundo. Sus aportes teóricos y propuestas de política tuvieron gran influencia en el continente y aun más allá. Su pensamiento y actuación internacional como conductor de la CEPAL y luego de la UNCTAD lo convirtieron en el economista más influyente proveniente del llamado Tercer Mundo. Sus aportes principales versaron sobre cuestiones cruciales como la difusión del progreso técnico y los términos de intercambio, la propagación internacional de los ciclos económicos, la industrialización como requisito esencial del desarrollo y la integración latinoamericana. Su versación en cuestiones monetarias, en las cuales ganó prestigio internacional durante su desempeño como gerente general del Banco Central argentino quedó reflejada en trabajos como el titulado “El patrón oro y la vulnerabilidad de nuestros países”, publicado en México en 1942. Prebisch tuvo la poco frecuente virtud de ser, simultáneamente, un hombre de acción y un pensador capaz de teorizar sobre las evidencias que le presentaba la realidad. Fue también un docente de primer nivel. Tuve el privilegio de ser su alumno en el último curso que dictó en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA en 1948. Otro rasgo significativo de su personalidad fue su trayectoria, siempre, como funcionario público. Cuando dejó la gerencia general del Banco Central, probablemente no había nadie que supiera más, en la Argentina 31

y el resto de América Latina, de bancos y banca central. Pero nunca aprovechó esa experiencia para incursionar en la actividad privada. De servidor público en el país pasó a serlo, hasta el final de sus días, en dependencias de organismos internacionales. Su primera actuación pública destacada coincidió con acontecimientos traumáticos en el país y en el mundo: la crisis internacional de los años treinta y los gobiernos argentinos surgidos del golpe de Estado de 1930. Concluida su actuación pública en el país durante el nuevo gobierno de facto instalado en 1943, desarrolló su actividad en el seno de las Naciones Unidas. Desde la CEPAL, en Santiago de Chile, lideró a un grupo de eminentes y entonces jóvenes economistas latinoamericanos, entre los cuales revistaba el brasileño Celso Furtado. Prebisch fue siempre un gran estimulador de ideas y del pensamiento crítico y recogió sus frutos entre colegas y discípulos quienes, aun disintiendo en cuestiones puntuales, le guardaron siempre respeto intelectual y afecto personal. A fines de 1955, después de la caída del gobierno de Perón, volvió a la Argentina convocado por las nuevas autoridades. Prebisch cargaba entonces en su bagaje el prestigio ganado como fundador de un pensamiento original pero, también, el lastre de su desempeño en los regímenes posteriores al derrocamiento de Yrigoyen. Su actuación fue breve y poco afortunada, en parte, porque probablemente había perdido sensibilidad frente a la realidad argentina posperonista pero sobre todo, como lo revelarían los acontecimientos posteriores, porque no había condiciones políticas para una estrategia de transformación de largo plazo. La ortodoxia, redivida desde fines de la década de 1970, pretendió descalificar la obra de Prebisch como 32

superficial y, peor aún, irresponsable. Con frecuencia sugiere que fue el promotor de intervencionismos exagerados, políticas fiscales y monetarias desenfrenadas y, por lo tanto, de la inflación. Nada más alejado de la realidad. En cierto sentido, Prebisch nunca dejó de ser un banquero central, muy atento a los equilibrios fiscales, monetarios y de balance de pagos. Uno de los documentos que presentó a las autoridades argentinas a fines de 1955 se titula, precisamente, “Moneda sana o inflación incontenible”. Fue también un crítico severo de los excesos proteccionistas e intervencionistas. Uno de los fundamentos de sus esfuerzos por la integración latinoamericana era ampliar los mercados y elevar la eficiencia de las industrias sustitutivas de importaciones. Su prédica industrialista enfatizó siempre la necesidad de diversificar las exportaciones incorporando manufacturas de creciente contenido tecnológico. Si algunos gobiernos, como el nuestro, hicieron disparates en repetidas oportunidades, fue por razones distintas que la supuesta filiación prebischiana de la industrialización o la intervención del Estado. En sus años finales, Prebisch enfatizó la dimensión social del desarrollo. Sus estudios sobre la disposición del excedente y el despilfarro inherente a la dramática concentración del ingreso y la riqueza en América Latina revelaron cómo la estructura social y el reparto del poder subyacen como causas profundas del subdesarrollo y la dependencia de nuestros países. Hoy que, en su versión neoliberal, la ortodoxia ha revelado ser una fatalidad para nuestros países, estamos buscando respuestas válidas a los desafíos y oportunidades de la globalización del orden contemporáneo. En

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las actuales circunstancias, el aporte de Prebisch vuelve a ser valorado en toda su dimensión. Sólo que ahora es probablemente más difícil, que en su tiempo, construir una propuesta heterodoxa influyente. Prebisch formó sus ideas y sus propuestas cuando se derrumbaba el paradigma neoclásico durante la depresión de los treinta, la Segunda Guerra Mundial y la reconstrucción de posguerra. También en los centros, la ortodoxia había cedido paso a un enfoque heterodoxo: el planteo keynesiano. Uno de los libros de Prebisch es precisamente Introducción a Keynes, de 1946. En ausencia de un pensamiento hegemónico y globalizador en el centro era menos difícil, en la periferia, construir un modelo alternativo. En la actualidad el pensamiento hegemónico y globalizador gravita más que en aquellos años. Sin embargo, hay indicios suficientes para suponer que la realidad está conmoviendo no sólo la solidez teórica del enfoque ortodoxo sino, al mismo tiempo, su viabilidad política. Sea como fuera, y más allá de sus aportes teóricos puntuales, Prebisch dejó dos enseñanzas centrales. Primero, debemos observar la realidad con nuestros propios ojos y abordarla desde la perspectiva de nuestros propios intereses. Segundo, si hacemos lo debido, contamos con los medios para derrotar el atraso, elevar la calidad de vida de nuestros pueblos y ser partícipes activos no subordinados de la globalización. Porque, en definitiva, Prebisch siempre supo, como proponía Epicuro, que “lo que perturba a los hombres no son las cosas sino lo que piensan de ellas”.

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LA ECONOMÍA NO ES ABURRIDA3

EN EL RECIENTE artículo del profesor Jean Paul Fitoussi, publicado por Clarín el sábado 11, el investigador francés sugiere que la economía “se torna aburrida” por el predominio de un consenso entre los políticos y los economistas. El consenso radica en el convencimiento compartido de que la economía de mercado es el mejor sistema si está bien regulada y administrada, reduce impuestos y deuda pública, registra estabilidad de precios y regímenes laborales que incentivan el trabajo y desalientan la inactividad. Conforme lo revela el brillante desempeño de la economía norteamericana y el satisfactorio de la Unión Europea, el consenso cumple con lo que promete. La tarea pendiente se reduce a mejorar el fundamento de los mercados y a abordar “los problemas no resueltos: la pobreza, las desigualdades, la marginalidad”. No es poco lo que falta, pero, en todo caso, puede solucionarse dentro del consenso. 3

Clarín, 17 de marzo de 2000.

Para que la economía recupere interés y abandone el aburrimiento, basta con reincorporar al análisis la historia, la realidad y la política. De este modo, puede observarse que el consenso emerge de sociedades en las cuales prevalecen ciertas condiciones, a saber: altos niveles de desarrollo, instituciones sólidas, integración social, liderazgos empresariales fuertes, relaciones simétricas con la economía mundial, incluida la ausencia de deuda externa significativa. Es decir, los rasgos característicos de las economías avanzadas. En otras partes del mundo, por ejemplo en América Latina, estas condiciones no se verifican. En efecto, prevalecen en el mundo subdesarrollado bajos niveles de industrialización y avance técnico, profundas fracturas sociales y desigualdad en la distribución del ingreso, instituciones vulnerables, liderazgos empresariales débiles y relaciones asimétricas con el orden mundial. Esto último incluye una dependencia del financiamiento internacional y de las condicionalidades aplicadas por los acreedores. En tales condiciones, las políticas fundadas en el consenso no alcanzan. En América Latina, el paradigma económico, conocido en nuestros países como Consenso de Washington, no produjo los buenos resultados supuestamente observables en los Estados Unidos y en la Unión Europea. Más bien, todo lo contrario, estancamiento, más pobreza, inseguridad y vulnerabilidad externa. Los obstáculos estructurales del desarrollo no pueden ser removidos sólo por las políticas del consenso. Es necesaria una tarea simultánea de construcción nacional, integración social y promoción del ahorro, las exportaciones y los liderazgos empresariales propios, en un

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contexto de equilibrios macroeconómicos y políticas públicas efectivas. Así sucede en los países más exitosos de la segunda mitad del siglo XX, como Corea y Taiwán. Ellos lograron derrotar el atraso e incorporarse como economías industriales al orden global respetando algunos elementos del consenso, como la estabilidad de precios y el equilibrio fiscal, pero sosteniendo al mismo tiempo políticas activas de industrialización, educación y cambio técnico. Los problemas pendientes de la pobreza, las desigualdades y la marginalidad que recuerda Fitoussi, se plantean de maneras distintas en los países avanzados y en los subdesarrollados. En aquellos es, principalmente, una cuestión de equidad y participación. En éstos, en primer lugar, de desarrollo e integración social. La cuestión refleja una de las paradojas del mundo contemporáneo. Como dice Fitoussi, nuestra época revela “el triunfo absoluto, radical e histórico de la economía de mercado”. Sólo que no existe un único modelo, un único estilo de capitalismo, sino varios. Cada uno de ellos refleja la trayectoria histórica y los rasgos esenciales de cada sociedad y su cultura. Que el consenso sea de validez universal resulta una arbitrariedad teórica y, en el fondo, una propuesta para consolidar el reparto del poder del orden mundial. Las reglas internacionales inspiradas en el consenso (comercio, finanzas, propiedad intelectual, etc.) reflejan no el impulso incontenible de la globalización, sino las asimetrías del escenario mundial. El consenso no alcanza para resolver los problemas de América Latina y de otras zonas, sino que, incluso, es un enfoque insuficiente para abordar los problemas de los países industriales. En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, el brillante desempeño reciente refleja, en 37

parte, el apego de ese país a las reglas del consenso. Pero, también, el impacto de una nueva ola de innovaciones y de la euforia consumista del efecto riqueza alimentado por las cotizaciones bursátiles, el endeudamiento privado y la atracción de ahorros del resto del mundo. Cuestiones estas últimas coyunturales y no sistémicas. También en el estudio de los centros es preciso trascender los límites del análisis de mercado y reincorporar la historia, la realidad y la política. Entonces, la economía vuelve a ser muy entretenida y, sobre todo, pertinente para resolver los problemas que impiden aprovechar la formidable capacidad creadora de riqueza de las economías de mercado para elevar la calidad de vida y el bienestar en el mundo.

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EN LA CANCHA TODOS SOMOS MÁS IGUALES4

EN LOS PRÓXIMOS días tendrá lugar un acontecimiento extraordinario de la globalización: el Campeonato Mundial de Fútbol. Durante un mes, el mundo estará pendiente de una competencia deportiva en la que los equipos representarán las expectativas, las pasiones y la identidad de miles de millones de personas de Europa, Asia, África y América. El planeta será entonces una auténtica aldea global, un mundo sin fronteras. Entre copas mundiales, los torneos regionales, es decir, la Copa Libertadores y la Copa Europea y la final intercontinental entre sus campeones sostienen el carácter global de las competencias. Más que las hamburguesas, las corporaciones transnacionales, los jeans, las colas o los mercados financieros, el fútbol refleja el carácter global del mundo contemporáneo. Las comunicaciones y la transmisión de imágenes en tiempo real a costos ínfimos han facilitado la globalización de un deporte que, desde principios del 4

Clarín, 8 de junio de 1998.

siglo XX, se fue convirtiendo en el más popular del mundo. Algo debe tener de consustancial el fútbol con la condición humana para que se difundiera de tal modo. La globalización del fútbol comparte el mismo origen con la observable en otras esferas. Como sucede en la economía y las finanzas, la propagación del fútbol comenzó por iniciativa de los países más avanzados. Su globalización fue consecuencia del expansionismo británico en el siglo XIX y tuvo lugar en el momento culminante del poderío de Gran Bretaña, durante el reinado de Victoria. En 1880, los navíos británicos representaban el 40% de la flota mundial de marcos mercantes y casi otro tanto de la de guerra. Fueron los marineros y el personal de las empresas británicas que construían, principalmente, ferrocarriles, los que difundieron el fútbol en el resto del mundo. Aquí terminan las semejanzas de la globalización del fútbol con la observable en la economía y las finanzas. En el fútbol, el juego se realiza conforme a normas multilaterales establecidas por la FIFA que son exactamente iguales para todos, sea cual fuere su poderío económico o deportivo. En cambio, en la globalización de la economía y las finanzas, las reglas del juego son asimétricas y favorecen a los países poderosos, el comercio o los mercados financieros. Es como si, en el fútbol, las tarjetas rojas o la regla de la posición adelantada se aplicara sólo a equipos más débiles, mientras los más poderosos sólo soportaran buenos consejos del árbitro o sus delanteros pudieran ubicarse legalmente al lado del arquero del oponente. En la globalización del fútbol cada uno da lo mejor de sí mismo, aprende del otro y, a su vez, le enseña. Un juego global, reglamentado y difundido por un país des40

arrollado, permite que cada uno refleje su propia identidad y sus aptitudes enriqueciendo el patrimonio común. En el fútbol la competencia es decisiva pero, en definitiva, todos reconocen, aprenden y gozan del talento cuando aparece un Pelé o un Maradona. El fútbol es el paradigma de todo lo bueno que puede dar la globalización cuando prevalecen la solidaridad y existen reglas simétricas. Cada uno es más sí mismo en la globalización y, a su vez, todos juntos son más que aislados. El poder en el fútbol depende del talento y la capacidad de creación. En una cancha de fútbol tiene lugar una de las máximas expresiones de la libertad individual y de la solidaridad y la capacidad de organización de recursos. Es comprensible que el reparto del poder en el mundo del fútbol sea muy distinto al de la economía y las finanzas. Los países del Mercosur, que representan apenas el 5% de la producción y el comercio mundiales, han ganado el 53,3% de las copas del mundo (8 sobre 15). En esta materia, las potencias del Mercosur son los mayores exportadores de capital y asistencia técnica. Sin embargo, no se les ocurre decirles a los otros cómo tienen que organizar sus escuadras o imponerles los métodos de entrenamiento. Ni, cuando pierden, cómo tienen que realizar el ajuste. Un mundo global, el del fútbol, sin blancos, negros o amarillos, católicos, musulmanes o judíos, apenas seres humanos diferentes que comparten un tiempo y una pasión y compiten para afirmar lo propio sin destruir o someter al otro. Esta fiesta del fútbol que se inicia en los próximos días tiene mucho que enseñarnos sobre cómo vivir en paz y crecer en un mundo global. Es claro que, de vez en cuando, aparecen la violencia, los intereses espurios y 41

otras, parafraseando a Yrigoyen, patéticas miserabilidades. Pero cuán ínfimas suelen ser estas falencias del fútbol comparadas con la pobreza, la injusticia y la corrupción observables en la otra globalización. Qué bueno sería, por ejemplo, organizar al FMI conforme las reglas de la FIFA y que nadie nos venga a dar consejos, por más poderoso o sabio que sea porque, al final, como decía Pitigrilli, podemos cometer nuestros propios errores.

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LA GLOBALIZACIÓN, LA CRISIS FINANCIERA Y AMÉRICA LATINA5

LA CRISIS financiera internacional vuelve a poner de ma-

nifiesto la vulnerabilidad de América Latina frente a los acontecimientos internacionales. Aún no se han recuperado los niveles de vida anteriores a la década perdida de los años ochenta cuando otra crisis financiera desencadenó una onda recesiva que agravó la pobreza, la inseguridad y la exclusión que caracterizan la realidad latinoamericana. Los vínculos con el contexto externo han gravitado siempre en el desarrollo latinoamericano. La formación de capital, el cambio técnico, la asignación de recursos, el empleo, la distribución del ingreso y los equilibrios macroeconómicos son, en efecto, fuertemente influidos por las relaciones con el sistema internacional. La globalización plantea interrogantes fundamentales de cuya resolución dependen el desarrollo y la inteConferencia pronunciada en PVDSA (Petróleos de Venezuela SA). Caracas, 20 de de octubre de 1998. 5

integración latinoamericana. En otros términos, la respuesta al dilema del desarrollo en el mundo global constituye el primer desafío que debe resolver la política económica de nuestros países. Las buenas respuestas a la globalización permiten que las relaciones externas impulsen el desarrollo sostenible y fortalezcan la capacidad de decidir el propio destino. Las malas respuestas producen situaciones opuestas: fracturan la realidad interna, sancionan el atraso y someten a decisiones ajenas fuera del propio control. Los resultados de las buenas y las malas respuestas son mensurables: se reflejan en el crecimiento, el bienestar y los equilibrios macroeconómicos. En América Latina, en el largo plazo, han predominado las malas sobre las buenas respuestas a la globalización. De allí la persistencia de los problemas del subdesarrollo y de los gravísimos problemas sociales prevalecientes. Ahora, una crisis financiera vuelve, en escala ampliada, a confrontar a América Latina con sus dilemas históricos. El análisis de estas cuestiones requiere distinguir entre los hechos reales de la globalización y ciertas ficciones difundidas acerca de la misma. La crisis financiera actual agrava los problemas y plantea a nuestros países la alternativa de subordinarse pasivamente a acontecimientos fuera de su control o recuperar la gobernabilidad de sus economías para impulsar el desarrollo sostenible y elevar el bienestar. Las buenas respuestas a la globalización no son fáciles pero son posibles. La integración de América Latina fortalece nuestra capacidad de responder mejor a los desafíos del orden global y a afianzar la capacidad de decidir el propio destino. La exploración de estas cuestiones es el objeto de las reflexiones siguientes. 44

I.

La globalización

Globalización real y virtual Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los avances científico-tecnológicos han profundizado y transformado los vínculos entre los países. La globalización no es un hecho nuevo pero adquiere ahora dimensiones distintas y más complejas que en el pasado.6 El crecimiento del comercio mundial se concentra actualmente en los bienes de mayor valor agregado y contenido tecnológico. Segmentos importantes de la producción mundial se realizan dentro de las matrices de las corporaciones transnacionales y sus filiales en el resto del mundo. El comercio y las inversiones privadas directas han adquirido un mayor peso en la actividad económica de los países. Esta globalización real refleja los cambios en la tecnología, la acumulación de capital y la aptitud de las economías nacionales para generar ventajas competitivas. La globalización real es un proceso de largo plazo que a partir de la difusión de la revolución industrial en el siglo XIX se aceleró y en la segunda mitad del XX adquirió nuevo impulso. Las finanzas son el ámbito donde la globalización alcanza dimensiones mayores e inéditas. En este terreno, la globalización es virtual; se refiere a la transacción de valores y está esencialmente determinada por el marco regulatorio. Las posibilidades de generar ganancias arbitrando diferencias entre tasas de interés, tipos de cambio y vaAldo Ferrer, Historia de la globalización I, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1996. 6

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riaciones de precios en los mercados inmobiliarios y bursátiles atraen la mayor parte de las aplicaciones financieras. La especulación es un escenario para ganar (y perder) dinero, a menudo, mucho más importante que el de la inversión y la aplicación de tecnología para la producción de bienes y servicios. A diferencia de la globalización en la esfera real, la globalización financiera, tal cual la conocemos ahora, es un fenómeno esencialmente contemporáneo. En el pasado, las finanzas internacionales promovieron y acompañaron, no sin sobresaltos pasajeros y algunos extraordinarios episodios especulativos, el crecimiento de la economía mundial. En la actualidad, la globalización financiera se ha convertido en un fenómeno en gran medida autónomo y de una dimensión y escala desconocidos en el pasado. El crecimiento de la actividad financiera internacional es espectacular y mucho mayor que el de la economía real. Recordemos algunos indicadores representativos. El stock de préstamos internacionales netos de los bancos de los países desarrollados ascendía, a fines de 1997, a 5,3 billones de dólares. El 9% de las colocaciones correspondía a los países en desarrollo y el 1% a las economías en transición de Europa Oriental y las repúblicas de la ex Unión Soviética. El crecimiento de este segmento del mercado financiero es mucho más rápido que el de la economía real. A principios de la década de 1960, los préstamos bancarios internacionales netos representaban el 6,2% de las inversiones de capital fijo en el mundo. En la actualidad la relación supera el 130 por ciento.7 A su vez, los inversores institucionales, es decir, los fondos de pensión, las compañías de seguros y las com7

UNCTAD,

World Investment Report, Ginebra, 1994.

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pañías de inversión (fondos mutuos y de cobertura), en diciembre del año pasado, tenían activos totales por 21 billones de dólares, de los cuales casi el 50% correspondía a entidades norteamericanas. En promedio, las colocaciones de los inversores institucionales en la periferia representan alrededor del 10% del total de sus activos, es decir, una proporción comparable a lo observable en los préstamos internacionales a los bancos. El mercado de derivados también ha crecido rápidamente. Desde principios de esta década hasta la actualidad sus operaciones aumentaron cuatro veces. El stock de operaciones en derivados en diciembre último ascendía a 40 billones de dólares, equivalentes a 1,5 veces el producto total de la economía mundial. Dada la magnitud de las operaciones financieras internacionales se comprende que los mercados de divisas hayan alcanzado proporciones extraordinarias. Las transacciones diarias, de las cuales más del 60% corresponde a los operadores de Gran Bretaña y los Estados Unidos, alcanzan a 1,6 billones, monto superior al producto bruto interno anual de toda América Latina. El 95% de las operaciones en los mercados cambiarios del mundo corresponden a movimientos financieros y sólo el 5% a cancelación de transacciones reales de comercio de bienes y servicios e inversiones privadas directas. En diciembre de 1997, las reservas de todos los bancos centrales del mundo ascendían a 1,6 billones, la misma magnitud que las operaciones de los mercados cambiarios en un solo día. Como sostiene el Banco de Ajustes Internacionales (BIS): “las corrientes de capitales son ahora tan grandes que las reservas públicas no

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pueden cerrar las brechas abiertas por una repentina fuga de fondos”.8 En un escenario global, en el cual los movimientos de capitales se realizan libremente, las autoridades monetarias son prácticamente impotentes para controlar los ataques especulativos y reducir la volatilidad de los mercados. El problema no es inherente a la naturaleza de los mercados. Es el resultado de la decisión política de los países centrales de desregular la actividad financiera. Los mercados periféricos son particularmente sensibles a los cambios del mercado monetario de los Estados Unidos y las otras economías principales. Las variaciones en la oferta y la demanda de dinero y en las tasas de interés en los centros se reflejan, ampliadas, en los movimientos de fondos hacia la periferia. Cuando hay un exceso de oferta y baja la tasa de interés, en aquellos, los operadores buscan mejorar su rentabilidad colocando fondos en plazas cuyos rendimientos son superiores pero, sus riesgos, también mayores. La ausencia de criterios rigurosos de evaluación de riesgo induce a aumentar imprudentemente las colocaciones en países que soportan burbujas especulativas y el deterioro de sus pagos internacionales, como sucedió en varios países de Asia hasta el estallido de la crisis actual. En sentido contrario, el cambio de expectativas y/o de la situación monetaria en los centros puede desencadenar una salida de fondos masiva. La reacción de los mercados financieros globales contagia a los residentes y suele provocar, simultáneamente con el retiro del crédito externo, la fuga de capitales domésticos. En tales Bank for International Settlements, 68th Annual Report, Basilea, 1998. 8

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circunstancias, se desencadena una crisis de grandes proporciones en los países deudores. Pare los centros, sus colocaciones en la periferia representan alrededor del 20% de sus operaciones financieras internacionales totales. Para la periferia, en cambio, esos recursos son parte principal de sus disponibilidades. Se estima, por ejemplo, que el retiro del 1% de las aplicaciones de los inversores institucionales representa el 1% de la capitalización de los mercados de valores de los países centrales. En cambio, en Asia, representaría el 26% y en América Latina el 66 por ciento.9 La periferia es así mucho más vulnerable a la volatilidad de los mercados financieros globales. Además, registra costos más altos que en los tomadores de recursos en los países desarrollados. La sobretasa (spread) pagada por los deudores privados y públicos de la periferia suele oscilar entre el 1% y el 8%. La sobretasa es una prima de riesgo. Sin embargo, cuando el riesgo se convierte en siniestro por la insolvencia de los deudores, se suelen financiar operaciones de salvataje, con dineros públicos de los centros, pero, en definitiva, soportadas por los países deudores. Esto plantea una amenaza moral que constituye una violación de las reglas de juego de una economía de mercado. Alcances de la globalización: selectiva en lo real, total en lo financiero La globalización dista de ser total en la producción y el comercio mundiales. Los países desarrollados protegen sus mercados en productos que consideran sensibles, como los agrícolas, textiles y el acero. Existen, al 9

Ibíd., p. 90.

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mismo tiempo, severas restricciones a las migraciones internacionales de personas. La globalización es, por lo tanto, selectiva y abarca las esferas en donde predominan los intereses de los países más avanzados. La globalización está enmarcada por un sistema de reglas establecido por los centros de poder mundial. Las normas de carácter multilateral son preferibles a las que surgen del trato bilateral entre los países. De todos modos, los acuerdos en materia de comercio, propiedad intelectual y régimen de inversiones privadas directas, administradas por la Organización Mundial de Comercio (OMC), privilegian los intereses de los países centrales. La globalización de la producción y el comercio es parcial y selectiva. En la esfera financiera, en cambio, es prácticamente total. Existe, en efecto un mercado financiero de escala planetaria en donde el dinero circula libremente y sin restricciones. La desregulación de los movimientos de capitales y la insistencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) para que los países de la periferia abran sus plazas, reflejan los intereses de los operadores financieros de los países desarrollados y sus redes en el resto del mundo. Globalización y política En resumen, la globalización es en parte un proceso político dentro de la esfera de decisión de los estados nacionales más poderosos y de las organizaciones económicas y financieras multilaterales (Organización Mundial de Comercio, FMI y Banco Mundial) en cuyo seno, el Grupo de los Siete tiene una influencia decisiva. En las finanzas, la dimensión política de la globalización es relativamente más importante que en las esferas reales de la economía mundial. El peso político de 50

los intereses financieros se explica por su magnitud y, también, por la ampliación del número de personas, particularmente en los Estados Unidos, que canalizan sus ahorros en mercados en buena medida especulativos. En 1997, las inversiones de los hogares norteamericanos en acciones representaban casi una vez y media de su ingreso disponible. La globalización resulta, pues, la coexistencia de factores económicos y de marcos regulatorios que reflejan el sistema de poder prevaleciente en las relaciones internacionales. Al mismo tiempo, se carece de marcos regulatorios y acciones solidarias multilaterales para resolver problemas muy graves del orden global. Tales, por ejemplo, el subdesarrollo y la miseria prevalecientes en gran parte de la humanidad, el aumento de la brecha entre ricos y pobres (en los últimos 30 años la diferencia de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más pobre de la población mundial aumentó de 30 a 60 veces),10 el tráfico de droga y armamentos, los conflictos políticos, étnicos y religiosos, las migraciones desde los países pobres y la protección del medio ambiente. Semejantes cuestiones no tienen respuesta por el libre juego de los mercados si no existe, al mismo tiempo, una cooperación efectiva de la comunidad internacional. Hechos y ficciones de la globalización La globalización real es un fenómeno importante pero no nuevo. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, las inversiones privadas directas y el comercio tenían Naciones Unidas, Informe sobre Desarrollo Humano, Nueva York, 1990. 10

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escalas comparables a las actuales. Las migraciones de personas eran entonces relativamente mayores que ahora y los regímenes de admisión de inmigrantes más liberales que en la actualidad. La globalización virtual abarca la esfera financiera y los extraordinarios avances en la transmisión de imágenes e información y la reducción de los costos de las comunicaciones. La globalización virtual ha contribuido, en mayor medida que la real, a establecer la imagen de un mundo sin fronteras, gobernado por fuerzas fuera del control de los estados y de los actores sociales. La globalización real y, sobre todo, la virtual, han contribuido a difundir una visión fundamentalista del fenómeno. Según la misma, la mayor parte de las transacciones reales y financieras en el mundo tendrían hoy lugar en el espacio planetario (la llamada aldea global). En ella, el poder de decisión radicaría en los operadores financieros y en las grandes corporaciones transnacionales. De este modo, los ámbitos nacionales estarían disueltos en el orden global y los estados carecerían de capacidad de decisión significativa sobre la asignación de recursos y la estrategia de desarrollo de sus respectivos países. La visión fundamentalista propone que existiría actualmente una sola política económica posible: satisfacer las expectativas de los mercados. Cualquier intento de seguir estrategias distintas concluirían en el desorden y la marginación de la economía mundial. Si se respetan las libres fuerzas del mercado, la visión fundamentalista promete que el crecimiento de la economía mundial será más rápido y estable y que los frutos del desarrollo se distribuirán entre todos los habitantes del planeta.

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Los supuestos de la visión fundamentalista son ficciones y sus promesas están muy alejadas de la situación observable en los hechos.11 En la realidad, la globalización coexiste con espacios nacionales en los cuales se realiza la mayor parte de las transacciones económicas y se genera el proceso de desarrollo. En promedio, más del 80% del consumo y la inversión es abastecida por la producción interna de los países. Es decir, que menos del 20% de la producción mundial de bienes y servicios traspone las fronteras nacionales. A su vez, las filiales de las corporaciones transnacionales financian menos del 10% de la acumulación mundial de capital en fábricas, recursos naturales, infraestructura, agro, vivienda y los servicios. En otros términos, más del 90% de la acumulación de capital en el mundo es financiado con el ahorro interno de los países. En su inmensa mayoría, los gigantescos recursos financieros que circulan en la economía mundial poco tienen que ver con la producción, el empleo y el comercio. Por otra parte, el desarrollo es, como siempre lo fue, un proceso de transformación de cada espacio nacional, modernización del Estado, promoción de la iniciativa individual, estabilidad de las reglas del juego y del marco institucional, aumento del ahorro y la inversión, fomento de la competitividad, educación, ampliación de las bases científicas y tecnológicas. Nada de esto puede copiarse de manuales adquiridos en Washington, Londres o Francfort. El desarrollo es siempre un proceso gestado desde adentro de la realidad de cada país y resulta de su capaAldo Ferrer, Hechos y ficciones de la globalización, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1997. 11

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cidad de insertarse en el escenario mundial, consolidando la capacidad de decidir el propio destino en un mundo global. La incapacidad histórica de América Latina de responder con eficacia a los desafíos y oportunidades que plantea el orden global es un factor explicativo de la persistencia del subdesarrollo y la dependencia de nuestros países.12 La actual crisis financiera vuelve a replantear el antiguo dilema. Lejos de verificarse la visión fundamentalista acerca de la disolución del papel del Estado y de las políticas nacionales en el orden global, sucede exactamente lo opuesto. Nunca han sido más importantes que en la actualidad las especificidades nacionales y la calidad de las respuestas de cada país a los desafíos y oportunidades de la globalización. La experiencia histórica y la contemporánea es concluyente: sólo tienen éxito los países capaces de poner en ejecución una concepción propia y endógena del desarrollo y, sobre estas bases, integrarse al sistema mundial. Las promesas de la visión fundamentalista no se verifican en la realidad. Desde principios de la década de 1970, cuando se generalizaron las políticas neoliberales y la desregulación de los mercados, particularmente de los financieros, la tasa de crecimiento de la producción mundial se redujo prácticamente a la mitad del 5% entre 1945 y 1970, y al 2,5% entre 1970 y la actualidad. Es particularmente notable que el vertiginoso crecimiento de la actividad financiera esté acompañado por la reducción de la tasa de acumulación de capital fijo. En los países desarrollados, que representan alrededor de 2/3 Aldo Ferrer, De Cristóbal Colón a Internet: América Latina y la globalización, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999. 12

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de la acumulación de capital en el mundo, entre aquellos períodos, la tasa de inversión declinó entre 2 y 3 puntos porcentuales. En los países en desarrollo se mantuvo alta debido principalmente a las elevadas tasas de ahorro en China, Corea, Taiwán y otros países asiáticos de rápido desarrollo. Por último, la volatilidad de los mercados se ha acrecentado desde el abandono de las reglas de Bretton Woods, la flotación de las principales monedas, la liberación de los movimientos de capitales y el aumento de la liquidez internacional. Las crisis financieras se suceden periódicamente y, en la actualidad, se registra la más severa del último siglo. El problema trasciende, por cierto, las fronteras de América Latina. La hegemonía de la dimensión financiera influye el comportamiento de los consumidores y empresas e impregna la conducción de la política económica, incluso en los países centrales. Las subas o las bajas de las cotizaciones provocan efectos virtuales de riqueza que no tienen relación con los cambios reales en el ingreso disponible de las familias pero que influyen en sus gastos. Al mismo tiempo, la expectativa de los mercados limita el rango de libertad para el manejo de instrumentos principales como el tipo de cambio y la tasa de interés. Objetivos fundamentales como el crecimiento y el pleno empleo se subordinan al de la estabilidad, condición privilegiada por los operadores financieros. Se registra, de este modo, la situación paradójica de que el crecimiento de la economía y el empleo sean considerados como una mala noticia porque podrían generar inflación. Los países bajo sospecha son pasibles de ataques especulativos. En el universo virtual de expectativas, euforias y pánicos, que caracterizan el orden financiero global, de55

cisiones, como la de la Reserva Federal de los Estados Unidos sobre la tasa de interés, provocan reacciones desproporcionadas de los operadores financieros. El empleo, el bienestar, la producción y el comercio están sujetos así a la volatilidad de los mercados. Sometidos, como sostiene Krugman, a los intereses financieros antes que a las normas de la buena teoría económica.13 Las consecuencias sociales y políticas de estos hechos son cada vez más estrepitosas. Como sostiene Henry Kissinger, los costos sociales de la globalización indiscriminada están generando crecientes riesgos políticos y amenazas al sistema global de poder liderado por los países centrales.14 Cuando las reglas financieras generan tensiones sociales y políticas insoportables se las cambia. Esto sucedió en la crisis de los años treinta cuando el patrón oro se desplomó bajo el impacto de la recesión y el desempleo. Esto, probablemente, vuelva a suceder. Pero si así fuera, el eventual cambio de las reglas del juego dependerá, en primer lugar, de la decisión política y de los intereses de los principales países desarrollados.

II. La

crisis financiera

La crisis financiera actual es la más grave y la única que alcanza proporciones globales desde el fin de la SeP. Krugman, “El juego de la confianza”, en: The New Republic, trad. del diario Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998. 14 H. Kissinger, “El FMI es incapaz de resolver esta crisis”, en: Los Angeles Times, trad. del diario Clarín, 4 de octubre de 1998. 13

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gunda Guerra Mundial. El sistema monetario y financiero internacional soportó tensiones y ajustes antes y después del abandono por los Estados Unidos de la convertibilidad del dólar en oro en 1971 y de la adopción generalizada por los países centrales del régimen de flotación de sus monedas. América Latina fue protagonista principal de algunas de estas turbulencias. Así ocurrió con la crisis de la deuda externa en la década de 1980 y, más recientemente, el llamado efecto tequila en México. En los Estados Unidos, los problemas del sistema de ahorro y préstamos tuvieron gran alcance, pero dentro de los límites del mercado norteamericano. En Europa, ataques especulativos contra diversas monedas provocaron ajustes de sus paridades más allá de la banda de fluctuación establecida en el sistema monetario europeo y, en los casos de la libra y la lira, su retiro del SME. En ningún caso, sin embargo, las turbulencias alcanzaron la dimensión observable actualmente. Por primera vez en 50 años, la crisis financiera es en gran escala y de alcances globales. La expresión de la crisis es, sin embargo, muy distinta en los espacios que integran la economía mundial y afecta de manera diferente a los diversos componentes del sistema financiero. Los principales agrupamientos son los siguientes: países desarrollados, países en desarrollo con mercados financieros regulados y países en desarrollo con mercados financieros desregulados. Fuera de este esquema, figura el caso particular de Rusia. Países desarrollados En los Estados Unidos y la Unión Europea la principal manifestación de la crisis fue la caída de las cotiza57

ciones de las acciones en los mercados de valores. Desde el momento de los máximos registros hasta la actualidad (principios de octubre de 1998), la baja es cercana al 20%. La principal plaza bursátil, Wall Street, no alcanza ese guarismo, en el cual el mercado es considerado en contracción. En la Unión Europea la caída es del orden del 25% y en Japón del 70%. El caso japonés es una historia aparte porque su contracción precede a la crisis actual y se vincula a las dificultades anteriores que enfrenta su sistema bancario. Por ahora la crisis está limitada, pues, a las bolsas de valores y sus repercusiones sobre los mercados cambiarios. Los operadores financieros modifican la composición de sus portafolios para compensar las pérdidas. En el caso de Japón, por ejemplo, los tenedores de bonos del tesoro de los Estados Unidos, cuyo stock ascendía a fines de junio último a 264 mil millones de dólares, se están desprendiendo de los mismos contribuyendo, en las últimas semanas, a la apreciación del yen respecto del dólar en un 20%. Este cambio de paridades no refleja cambios en las variables reales de las economías japonesa o norteamericana sino el contagio de mercados especulativos. Los problemas del sistema financiero de los países centrales son puntuales y no comprometen su liquidez ni solvencia. Tal, por ejemplo, el caso del fondo de cobertura Long Term Management LP, rescatado de la quiebra bajo el liderazgo de la Reserva Federal por un grupo de entidades financieras norteamericanas. A su vez, algunos bancos europeos están muy expuestos en sus operaciones en Rusia y el sudeste de Asia. Éstos tienen inversiones en los mercados emergentes de 426 mil millones de dólares (1/3 en América Latina) y los bancos norteamericanos 117 mil millones. Otros tienen coloca58

ciones en esos mercados semejantes o mayores a su patrimonio neto. Es una situación comparable a la que enfrentaron los bancos norteamericanos más expuestos en América Latina durante la crisis de los años ochenta. En todos los países centrales existen prestamistas de última instancia que pueden evitar la propagación de las dificultades que enfrentan algunas de sus entidades. Respecto de las operaciones financieras internacionales, el 90% se realiza dentro de la tríada Unión EuropeaEstados Unidos-Japón. Los mercados periféricos, con alrededor del 10% de las aplicaciones totales, pueden crear problemas graves a las entidades más expuestas pero no al sistema financiero de las economías industriales. Al mismo tiempo, en la Unión Europea y en los Estados Unidos se mantiene un considerable crecimiento. Japón no logra recuperarse de la prolongada fase depresiva verificada en esta década, pero el problema es anterior a las actuales turbulencias. Las ventas a las economías periféricas representan alrededor del 25% de las exportaciones totales de los países desarrollados y alrededor del 3% de su producto. Una contracción de las ventas a esos destinos sería insuficiente para provocar un efecto recesivo profundo. La mayor repercusión de la crisis en los países desarrollados proviene del efecto riqueza sobre el gasto de los particulares, sobre todo en los Estados Unidos en donde las familias destinan buena parte de su ahorro a las colocaciones bursátiles. El ajuste en los mercados de valores de los países centrales estaba anunciado aun antes de la situación financiera actual. En efecto, las cotizaciones de las acciones exceden una relación razonable con la rentabilidad de las firmas. El presidente de la Reserva Federal 59

había advertido hace tiempo de la existencia de una burbuja especulativa y sus riesgos. La incertidumbre generada por la crisis financiera internacional seguramente profundiza el ajuste que era, de todos, previsible. Países en desarrollo con mercados financieros regulados Figuran en este grupo China e India y uno de los célebres tigres asiáticos, la provincia china de Taiwán. En estos casos se mantienen regulaciones sobre los movimientos de capitales y se han evitado un endeudamiento externo excesivo y la formación de burbujas especulativas mayores en los bancos y mercados bursátiles e inmobiliarios. La situación está bajo control y prevalecen altas tasas de crecimiento. China sostiene la paridad de su moneda y una tasa de crecimiento del producto del 7% anual. Las cotizaciones en su mercado de valores aumentaron este año alrededor del 4%. India y Taiwán han devaluado sus monedas en alrededor del 15% y las cotizaciones bursátiles han declinado en un 20%. Pero ambos países han logrado evitar, al menos hasta ahora, ataques especulativos significativos, devaluaciones masivas y derrumbes de las cotizaciones de acciones. Tanto India como Taiwán están creciendo este año a la tasa del 5 por ciento. Países en desarrollo con mercados financieros desregulados Es en éstos en donde la crisis se ha desencadenado con mayor virulencia y está provocando estragos sobre las variables financieras, la producción, el empleo y la situación social. Esta categoría incluye a América Lati60

na y diversas naciones de Asia. El caso de América Latina lo observaremos en el último apartado. El comercio intrasiático representa el 40% del comercio internacional de los países del área. El efecto contagio es muy fuerte entre economías tan vinculadas y que dependen del financiamiento externo. A su vez, debido a la crisis de su sistema bancario, Japón no asumió el liderazgo que le correspondería por su peso relativo en la economía mundial y en el espacio asiático. La crisis se inició en julio de 1997 con el ataque especulativo contra el baht, la moneda de Tailandia. Se propagó luego a sus vecinos del sudeste de Asia que estaban experimentando, desde hacía varias décadas, rápidas tasas de desarrollo y eran un destino preferente de las aplicaciones de los operadores financieros de los países centrales. En todos estos casos, la desregulación financiera promovió la ampliación del crédito para operar en los mercados de acciones e inmobiliarios y criterios pocos rigurosos para los préstamos a las empresas. El crédito creció a tasas del 15% al 20% anual en los años previos a la crisis y, en buena medida, los bancos se financiaron con fondos de corto plazo del exterior. Los gobiernos y los evaluadores internacionales de riesgo no advirtieron que se estaba generando una situación explosiva. Los valores de los activos crecieron y sostuvieron la burbuja especulativa hasta que su brusca caída provocó la quiebra de los deudores, el colapso de las garantías y la insolvencia de los bancos. Con anterioridad, Japón experimentó una situación semejante que culminó con la crisis de su sistema bancario. La diferencia con los otros casos radica, sin embargo, en que Japón es un país acreedor y superhabitario. Su parlamento acaba de aprobar un programa de rescate del sistema bancario 61

japonés por un monto equivalente a 500 mil millones de dólares. La crisis de Tailandia se propagó a Corea, Indonesia y Malasia, y provocó la fuga de capitales, caídas aún mayores de las cotizaciones y, finalmente, el desplome de las paridades de las monedas. El acceso de las mayores empresas al crédito externo estimuló su endeudamiento en divisas. Al converger la devaluación con la contracción de las ventas, el aumento de las tasas de interés domésticas y la desaparición del crédito externo, buena parte del sistema productivo de estos países entró en situación de insolvencia. El apoyo del FMI, conforme a las recetas tradicionales del ajuste, profundizaron la recesión. La desregulación, al permitir la formación de burbujas especulativas, es la principal causa explicativa de la crisis. Las turbulencias fueron precedidas, en todos los casos, por la eliminación de los controles sobre la actividad financiera y los pagos externos.15 Como sostiene Stiglitz: “el problema no es que el gobierno intervino sino, por el contrario, su falta de acción y la subestimación de la importancia de la regulación financiera y del comportamiento de las corporaciones”.16 Estos países mantenían tasas de ahorro superiores al 30% del producto, situaciones fiscales en equilibrio y estabilidad de precios. Sin embargo, la revaluación de las monedas, estimulada por la entrada de capitales especulativos, contribuyó a generar desequilibrios en los 15

UNCTAD,

Trade and development report, 1998, Ginebra,

1998. J. Stiglitz, “More instruments and wider goals: moving toward the post Washington concensus”, en: The 1998 Wider Annual Lecture, Helsinki, 1998. 16

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pagos externos que resultaron, finalmente, insostenibles. El déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos alcanzó niveles críticos, en Tailandia del 8% del producto, y en Corea y Malasia del 5 por ciento. Los inversores extranjeros redujeron rápidamente su exposición por el cambio de las expectativas, como había sucedido en América Latina en la década de 1980. A nivel anual, una entrada de recursos de 100 mil millones de dólares en 1996 fue sustituida por una salida del mismo orden en la segunda mitad de 1997.17 Una diferencia acumulada de 200 mil millones de dólares. Sumando a esto la fuga de capitales domésticos, se produjo el colapso de los pagos externos de los países más afectados por la crisis y un deterioro profundo de la economía real. El más estrepitoso de los casos es el de Indonesia en donde la moneda se devaluó casi el 300%, las cotizaciones bursátiles cayeron 70% y la actividad industrial en 1998 en más del 3%. En Malasia, los valores correspondientes son 24%, 35% y 8%, y en Tailandia 15%, 26% y 12%. En este escenario asiático, la situación de la república de Corea es particularmente notable. Este país, junto con Japón y Taiwán, constituye el grupo de países más exitosos de la posguerra. En las últimas cuatro décadas aumentó su producto per cápita en 600%. En 1960 el mismo representaba el 9% del norteamericano y en la actualidad cerca del 50%. Corea transformó su estructura productiva hasta convertirse en un país competitivo en industrias de frontera como la microelectrónica, elevó los salarios reales, formó un sistema nacional de ciencia y tecnología avanzado fuertemente integrado al aparato 17

BIS,

op. cit., p. 133.

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productivo, mejoró la educación y todos los indicadores reveladores del desarrollo social. Estos logros fueron el resultado de una estrategia liderada por el Estado que impulsó a la iniciativa privada hacia nuevas fronteras de la actividad económica, elevó el ahorro interno y la acumulación de capital a una tasa del orden del 30% del producto bruto interno, mantuvo los equilibrios macroeconómicos y elevó espectacularmente sus exportaciones. Corea es un paradigma de las respuestas exitosas a los desafíos y oportunidades de la globalización. De niveles extremos de subdesarrollo se convirtió en un país emergente de gran dinamismo. En 1950 el producto per cápita de Corea era el 25% del de América Latina. A mediados de la década de 1990 era dos veces mayor. Esta buena política de desarrollo fue, en tiempos recientes, mal administrada. La desregulación del sistema financiero permitió la formación de burbujas especulativas que provocaron la crisis actual. La moneda coreana se devaluó en más del 50% y su producción industrial en 1998 cayó el 13 por ciento. Corea enfrenta ahora el riesgo de que muchas de sus empresas, competitivas y modernas en su mayor parte, pero insolventes por la crisis financiera del país, sean adquiridas a precio de liquidación por inversores del exterior. La experiencia revela que sólo los grandes países se pueden permitir imprudencias, como las de Japón con su sistema bancario y las de los Estados Unidos con las entidades de ahorro y préstamo o el LP Management Fund. Esto es un lujo que no está al alcance de los países en desarrollo. La experiencia histórica es concluyente.

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Rusia Este país es un caso aparte en el actual escenario internacional. Enfrenta una crisis financiera y ha anunciado la suspensión de los pagos de ciertas deudas externas. El rublo se devaluó en casi 200%, las cotizaciones bursátiles cayeron 90% y la producción industrial declinó 10 por ciento. La importancia de Rusia en el actual escenario mundial no radica en el peso de su economía en el mercado global ni de sus compromisos financieros externos, aunque, como en el caso de varios bancos europeos, esto pueda plantear problemas graves. La cuestión es la dificultad de la transición a una economía de mercado y las tensiones sociales y políticas en un país que sigue siendo una gran potencia militar equipada con armas nucleares y misiles de largo alcance. Perspectivas En conclusión, tenga o no en equilibrio sus agregados macroeconómicos, los países más afectados por la crisis son los emergentes que han desregulado sus mercados financieros y quedaron atrapados en un sistema global fuertemente especulativo y volátil. Los mismos enfrentan un conjunto de problemas simultáneos: la fuga de capitales, la interrupción y/o el encarecimiento del crédito externo, la caída de los precios de los productos primarios (que en los últimos doce meses supera el 20%) y la contracción de la demanda externa por sus productos. En tales circunstancias, se produce un drástico cambio de signo en el movimiento de recursos externos.

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El ejemplo de América Latina en la década de 1980 es ilustrativo. Entre 1975 y 1980, hubo una transferencia positiva neta de recursos de 130 mil millones y en la década de 1980 negativa por 200 mil millones de dólares. Los países de Asia afectados están soportando un ajuste aún mayor. Las consecuencias son un fuerte aumento del déficit público y privado para servir la deuda, devaluaciones masivas, inflación, contracción económica, mayor desempleo y deterioro de las condiciones sociales. No es probable, sin embargo, que se repita una crisis comparable a la de la década de 1930. Por varias razones. La Unión Europea y los Estados Unidos están creciendo, tienen sólidos sistemas financieros y prestamistas de última instancia. Además, el gasto público representa el 40% del producto bruto interno (en 1929 era del 10%) y establece un piso que sostiene la demanda agregada de las economías desarrolladas. A su vez, los dos grandes países de Asia, China e India, y otros, como Taiwán, mantienen respetables tasas de crecimiento. Aun cuando no es previsible la repetición de la experiencia de los años treinta, de todos modos, las turbulencias actuales provocarán una reducción de la tasa de crecimiento de la economía mundial que se estima en el 1% del producto. El cambio de las reglas del juego del sistema financiero global sólo puede ser decidido por las principales economías industriales que forman el Grupo de los Siete (G7). La reciente Reunión anual del FMI y del Banco Mundial revela que el G7, al menos por ahora, no está dispuesto a introducir las reformas necesarias para gobernar la globalización financiera ni a poner en marcha programas de apoyo suficientes y compatibles con la

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recuperación de la actividad económica y el empleo en los países emergentes con problemas. Hasta ahora, la respuesta del G7 consiste en reactivar el sistema dentro de las mismas reglas del juego. Se supo que la rebaja de las tasas de interés en los Estados Unidos y la Unión Europea y la recuperación de Japón alcanzarían para modificar el comportamiento de los mercados y resolver la crisis. La postura de los países centrales sigue siendo la tradicional: más condiciones de ajuste y reformas estructurales ortodoxas que apoyo en escala suficiente y adecuada para resolver la crisis de los países en desarrollo con problemas. Dentro del actual escenario internacional, uno de los hechos notables es que, por primera vez en mucho tiempo, un grupo de economistas prestigiosos en los países centrales está cuestionando el enfoque neoliberal y que sus opiniones tienen repercusión mundial fuera de la academia. Éste es un hecho revelador de que la situación actual es mucho más que una oscilación cíclica de los mercados y que, por el contrario, se trata de una crisis sistémica. Entre los economistas críticos más notorios figuran los profesores Krugman, Bagwhati, Stiglitz y Sachs. El enfoque crítico destaca que el ajuste ortodoxo, vale decir, la contracción del gasto público y del crédito, el aumento de las tasas de interés y la mayor desregulación de los mercados, sólo pueden agravar los problemas. Recuperan así respetabilidad académica instrumentos como los controles de cambios y la regulación de los mercados financieros, que son anatema para el credo neoliberal. La dimensión política de la cuestión no está ausente del debate. Es particularmente notable al respecto la reciente advertencia de Henry Kissinger acerca de los 67

riesgos para la seguridad y la paz que provocan políticas que deprimen las economías y aumentan el desempleo y las tensiones sociales. La crisis financiera confronta a las principales potencias con este dilema: defender a cualquier costo las reglas de la desregulación financiera o gobernar la globalización, es decir, restablecer un comportamiento del sistema financiero compatible con el desarrollo y la estabilidad de la economía mundial. Las recientes perspectivas heterodoxas y la dimensión de la crisis pueden llegar a influir en las decisiones políticas del G7 e inducir un replanteo de las reglas de la globalización financiera. A corto y mediano plazo, sin embargo, lo más probable es que los países emergentes con problemas tengan que elegir por sí mismos entre dos caminos alternativos. A saber: 1) Mantener las actuales reglas del juego. Vale decir, sostener, cualquiera sea el costo económico, social y político, la desregulación financiera y tratar de recuperar la confianza de los mercados para comenzar un nuevo ciclo de ingreso positivo de recursos externos. Esta alternativa podría contar con un cierto apoyo de los organismos financieros multilaterales. A corto plazo parece poco probable un aumento del financiamiento externo voluntario suficiente para reactivar la demanda, la producción y el empleo. A América Latina le costó una década alcanzar estas metas y reiniciar el crecimiento a comienzos de los años noventa. Cuando no se han recuperado aún los niveles de bienestar prevalecientes antes de la crisis, las turbulencias actuales inauguran una nueva fase de ajuste y contracción. 2) Realizar el ajuste con reactivación económica. Esto es, establecer políticas cambiarias y de comercio exterior y regulaciones financieras, consistentes con el equilibrio externo y, al mismo tiempo, expandir la demanda inter68

na a través del gasto público y la rebaja de la tasa de interés. Esta estrategia sólo puede ser exitosa en el contexto de reformas estructurales de racionalización del Estado y transparencia de las decisiones del poder político, es decir, de políticas enérgicas para poner la casa en orden. En definitiva, esta alternativa significa tomar la decisión unilateral de recuperar el manejo de la política económica. Este enfoque debería ser merecedor del apoyo de los organismos multilaterales y del reinicio de las corrientes voluntarias de financiamiento externo. En situaciones límite, podría establecerse la transferencia máxima de recursos compatible con la reactivación de la demanda, la producción y el empleo. La eventual reacción negativa de los mercados los confrontaría con la responsabilidad de decidir unilateralmente colocar a los deudores en una situación de incumplimiento parcial y transitorio de parte de sus compromisos externos. En círculos financieros se reconoce la existencia del riesgo moral que implican los salvatajes para que los inversores no registren pérdidas, a costa de los fondos públicos de los países acreedores y, sobre todo, de ajustes muy costosos para los deudores. se reconoce, también, la responsabilidad de los prestamistas en resolver parte del problema que ellos mismos crearon con sus colocaciones imprudentes. Dice el BIS: “la amenaza de una suspensión unilateral de los pagos llevaría a los bancos más pronto a la tabla de negociación. Esa amenaza sería más creíble si las instituciones financieras internacionales anticiparan su disposición de apoyar para pagar atrasos de los países cuyas políticas fueran consideradas aceptables”. Además, “hacen falta mejores medios para repartir los costos”.18 18

BIS,

op. cit., p. 170.

69

El éxito de una respuesta propia y no subordinada descansa, en primer lugar, en la coherencia de los propios países para poner la casa en orden y privilegiar el interés nacional y de la sociedad sobre el de la especulación financiera.

III.

América Latina

Los problemas de América Latina con la globalización no son de ahora. En el largo plazo, no logró transformar su estructura productiva para asimilar la revolución tecnológica e insertarse en las corrientes dinámicas de la economía internacional. Su participación en el comercio mundial ha declinado sin pausa en el último medio siglo; la brecha que separa el ingreso per cápita de nuestros países respecto de las sociedades avanzadas es cada vez mayor y nunca antes la política económica estuvo tan subordinada a factores exógenos como en la actualidad. Las reformas de los últimos años, bajo el paradigma del denominado Consenso de Washington, han logrado algunos avances, más aparentes que reales, respecto del equilibrio fiscal y la estabilidad de precios. Sin embargo, las respuestas a los desafíos del desarrollo en un mundo global son peores que en el pasado. Esto es particularmente evidente en el área financiera. En este terreno se ha producido una combinación explosiva de factores: la desregulación financiera con déficit fiscal y los bajos niveles de ahorro interno. El resultado ha sido la contracción del crédito interno a la actividad privada, la dependencia del financiamiento externo para los sectores público y privado, y el aumento de la deuda externa. En las fases de amplia disponibili-

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dad de crédito internacional y bajas tasas de interés (como sucedió en el curso de la década de 1990 hasta la actual crisis financiera), los tipos de cambio se apreciaron, la producción doméstica perdió competitividad y se generó un déficit comercial. Esto, sumado al incremento de los servicios de la deuda externa y otros pagos de factores al exterior, aumentó el desequilibrio y reforzó aún más la dependencia del financiamiento externo. En 1997, el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos alcanzó a 60 mil millones de dólares, de los cuales, más del 50% correspondió a Brasil. Los indicadores económicos de los últimos años revelan la magnitud de estos hechos. Durante la década perdida de los años ochenta, el ajuste fue extraordinario y provocó una caída del producto per cápita del 10% y un aumento de los hogares en situación de pobreza respecto del total de hogares del 35% al 41%. En el curso de los años noventa se reanudó la corriente positiva de recursos hacia la región. En el mismo período, la deuda externa desembolsada aumentó en 224 millones y el stock de inversiones privadas directas en 165 mil millones de dólares. A pesar de esta extraordinaria inyección de recursos externos, la tasa de crecimiento del producto per cápita fue del 1,8% anual, la mitad de la registrada entre 1945 y 1980, antes de la crisis de la deuda externa. La proporción de hogares en situación de pobreza declinó del 41% al 39% pero sigue siendo mayor que en 1980.19 Mientras tanto, se mantienen altos niveles de desempleo y niveles de salarios semejantes o inferiores a los de hace dos décadas. A su vez, la participación de América Latina en las exporta19

CEPAL,

La brecha de la equidad, Santiago de Chile,

1997.

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ciones mundiales siguió declinando del 6% en 1980 al 5% en la actualidad. La experiencia revela que, en un contexto de desregulación financiera, el nivel de actividad económica de América Latina depende esencialmente de los movimientos de fondos externos. La región no logra consolidar su desarrollo sobre las únicas bases que realmente pueden sustentarlo: el ahorro interno y las exportaciones. En tales circunstancias, parece cada vez más lejana la posibilidad de alcanzar una tasa sostenida de crecimiento del producto total del 6% anual, que es considerada por la CEPAL, como una condición necesaria para resolver los rezagos tecnológicos y sociales. En la fase de recuperación de esta década la tasa fue sólo la mitad de la necesaria y ya se inicia una nueva fase de contracción. El impacto de los acontecimientos recientes reducirán y/o encarecerán el acceso al crédito externo. Al mismo tiempo, la baja de los precios de los productos primarios, que constituyen las principales exportaciones de la región, agravan el déficit. La contracción de los mercados asiáticos es particularmente importante para Chile, que destina 1/3 de sus exportaciones al área Asia Pacífico. Cuando se instala una crisis de confianza, como sucede en Brasil actualmente, se produce un ataque especulativo con fuga de capitales, aumento extraordinario de la tasa de interés, deterioro de la situación fiscal, contracción económica y desempleo. Frente a mercados especulativos y volátiles de poco sirve insistir en las diferencias en la situación de los países o intentar retener los capitales con retribuciones exorbitantes. En tales circunstancias, la crisis no sólo abarca las cotizaciones bursátiles que han caído, en promedio, el 50%. Incluye la estabilidad misma del sis72

tema financiero de los países bajo ataque especulativo, la paridad de la moneda y sus reservas internacionales. En el caso de un país como la Argentina, con un régimen de convertibilidad y tipo de cambio fijo, que ha logrado mantener un equilibrio fiscal razonable y evitar la formación de burbujas especulativas exagerada, la salida de la crisis es igualmente la declinación de la actividad económica y el desempleo. Sean cuales fueren las circunstancias, y la dependencia del financiamiento externo y la desregulación financiera constituyen una combinación explosiva. No será posible iniciar un proceso de crecimiento sostenible de largo plazo en nuestros países sin resolver los problemas que plantean la deuda externa y el desequilibrio de la cuenta corriente del balance de pagos. La crisis actual, abierta por los acontecimientos en Asia, vuelve a revelar la magnitud del desafío. Cabe observar que la salida de esta crisis probablemente será menos difícil en países como Corea, que en América Latina. Ese país enfrenta una severa crisis financiera pero había recorrido, previamente, un sendero de transformación y crecimiento, desarrollo social y transformación productiva, avances tecnológicos y fortalecimiento de su competitividad internacional. Baste recordar que en los últimos cuarenta años el aumento del producto per cápita de América Latina fue sólo del 5% del de Corea. En casos de países que dieron buenas respuestas de lago plazo a los desafíos de la globalización, la resolución de las crisis financieras que, en sí mismas, no son muy prolongadas, debería dar lugar al reinicio de un crecimiento elevado y, presumiblemente, a no repetir los errores que desencadenaron los problemas actuales. En aquellos países ya se está produciendo una mejora de los

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pagos externos, una recuperación de la cotización de sus monedas y de los mercados bursátiles. América Latina enfrenta no sólo el desafío de la crisis financiera sino el más profundo de su estrategia de desarrollo e inserción internacional. La situación actual debería inducir a nuestros países a perder las ilusiones sobre los frutos prometidos por la estrategia neoliberal. La inserción incondicional en la globalización y el abandono de las propias responsabilidades del desarrollo y el cambio social en las fuerzas dominantes en el orden mundial son, en efecto, un camino sin salida. América Latina no puede nivelar el campo de juego de la globalización ni influir en una eventual reforma del sistema financiero internacional. Pero sí puede poner su casa en orden y encarar un proceso profundo de reformas para liberar las fuerzas de crecimiento, repartir con equidad la riqueza y el ingreso y transformar los vínculos con el resto del mundo. Nada de esto podrá importarse. Debe construirse inevitablemente desde adentro, aprendiendo de la experiencia ajena pero descansando en la propia iniciativa y la identidad de nuestras sociedades. El fracaso de las recetas del Consenso de Washington están a la vista. Los logros alcanzados en cuestiones como el equilibrio fiscal y la baja de la inflación son efímeros porque se sustentan sobre el endeudamiento externo y/o la depresión económica y el desempleo. Las transformaciones estructurales, como las privatizaciones y la eliminación de controles innecesarios, resultan ser insuficientes cuando no se insertan en políticas que permitan recuperar la gobernabilidad de la economía y trazar el propio destino en el mundo global. Frente a la actual crisis financiera, América Latina confronta, como los otros países periféricos azotados por 74

la crisis, el dilema de seguir a rajatabla la desregulación financiera o reasumir el control de la situación en los términos antes señalados. De esto depende que el ajuste indispensable se realice en condiciones económicas y sociales cada vez más difíciles o en el marco de la reactivación de la actividad económica y el crecimiento de largo plazo. En el caso de Brasil, por ejemplo, el profesor Dornbush20 recomienda el ajuste ortodoxo y sugiere que, después de tres años de recesión, el país saldría adelante. Esto último estaría por verse y la recesión parece una propuesta poco aceptable para un país que viene soportando un prolongado estancamiento y cuyos problemas sociales son gigantescos. Lo que debe decidirse es si las políticas amistosas para los mercados son para favorecer la especulación o, por el contrario, a quienes producen y generan empleo. Para esto último es indispensable la recuperación de la capacidad de decisión del sector público y una reforma auténtica del Estado para convertirlo en protagonista efectivo del cambio y socio imprescindible de la iniciativa privada. Son indispensables alianzas entre las principales fuerzas políticas y sociales para sustentar el cambio de rumbo y marchar hacia la meta de la estabilidad y el desarrollo sostenible. La integración latinoamericana fortalece la capacidad de nuestros países para responder con eficacia a los desafíos y oportunidades que plantea la globalización. Es imprescindible la ampliación del mercado y la concertación de políticas en áreas claves como el desarrollo industrial y tecnológico. La cooperación en materia fiWall Street Journal, “Moderado optimismo sobre América Latina”, en: La Nación, Buenos Aires, 2 de octubre de 1998. 20

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nanciera en la actual coyuntura es indispensable. América Latina no debería repetir la mala experiencia de la crisis de la deuda externa en la década de 1980. La asimetría del marco de la negociación entre deudores y acreedores culminó entonces con un reparto inequitativo de los costos en contra de América Latina y, en definitiva, en una crisis económica y social de grandes proporciones. Debería aprenderse de la experiencia para no repetir los mismos errores. Además, la crisis actual, a diferencia de la registrada en los años ochenta, es de carácter global y no sólo latinoamericana. El contexto externo es probablemente, por lo tanto, más flexible para aceptar soluciones no convencionales. Vale la pena que nuestros economistas y políticos observen la naturaleza del debate en los países centrales y las críticas de importantes formadores de opinión en los mismos. Con responsabilidad y firmeza, se pueden hacer cosas hoy que tal vez eran más difíciles anteriormente. De todos modos, el camino que se elija dependerá, en definitiva, de las decisiones que adopten nuestros países y de su eventual capacidad de concertar políticas conjuntas frente a la crisis y, en un sentido más amplio, a los desafíos y oportunidades que plantea el orden mundial. En realidad, las restricciones más severas para el cambio de rumbo no están fuera sino dentro de América Latina. Como en la crisis de los años treinta, la región vuelve a enfrentar los dilemas fundamentales de su desarrollo y sus respuestas a la globalización. Como en aquel entonces, las políticas ortodoxas se revelan impotentes para sacar a estos países de la crisis, iniciar el crecimiento y mucho menos, resolver los graves problemas sociales que caracterizan la realidad latinoamericana. Esta nueva conmoción financiera internacional puede 76

ser el detonante para el indispensable cambio de rumbo y, para esos fines, la integración latinoamericana adquiere una importancia decisiva.

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CIENCIA Y TECNOLOGÍA EN UN MUNDO GLOBAL21

LAS RELACIONES entre los países influyen decisivamente en el desarrollo científico-religioso. En el Renacimiento, los conocimientos gestados en las grandes civilizaciones orientales fueron un insumo fundamental en el despegue de la ciencia y la tecnología de las sociedades europeas. En el curso del siglo XVIII, Gran Bretaña asumió el liderazgo y desarrolló importantes innovaciones aplicadas a la agricultura, la minería del carbón, la generación de energía y la industria textil. Estos avances pioneros reconocían, de todos modos, desarrollos previos en otras ciudades europeas. En particular, la tecnología desarrollada en Holanda en la agricultura, la construcción naval, las finanzas y la organización comercial. Gran Bretaña asimiló, amplió y difundió las nuevas téc-

Conferencia pronunciada en EXPOCIENCIA (6ª Muestra de Ciencia y Técnica), Universidad de Buenos Aires, 25 de septiembre de 1996. 21

nicas en el contexto de profundos procesos internos de transformación social, política y económica. El desarrollo de la ciencia y la tecnología en el mundo moderno estuvo siempre asociado al de la actividad manufacturera. No es casual que la explosión tecnológica del siglo XVIII, y especialmente del XIX, coincida con la Revolución Industrial. La industria sirvió, en efecto, como principal correa de transmisión entre el avance del conocimiento científico y la producción de bienes y servicios. Entre los siglos XVI y XVIII, Kepler, Galileo, Newton, Leibnitz, Lavoisier y otros científicos eminentes sentaron las bases de la ciencia moderna; las leyes de la gravitación universal y la mecánica, el cálculo infinitesimal, el magnetismo, la electricidad, la embriología, la química orgánica e inorgánica. Hasta el siglo XVIII, este extraordinario avance del conocimiento científico tuvo repercusiones limitadas en las aplicaciones tecnológicas. Las más importantes se referían a las artes y el equipamiento de la guerra, la navegación, la imprenta y la agricultura. Recién en el siglo XIX se cierra la brecha entre ciencia y tecnología y se produce una transformación radical en el desarrollo económico y social. Sólo entonces, la producción de bienes y servicios de las industrias química y metalmecánica, los transportes, la agricultura, los nuevos materiales y las comunicaciones, aplican masivamente los conocimientos de la ciencia moderna. Éstos fueron incorporados en bienes de capital y en tecnología no incorporada, provocando un aumento espectacular de la productividad. El liderazgo británico en la industria y la tecnología desde fines del siglo XVIII, replanteó el problema del desarrollo nacional en un mundo global, vale decir, en un 79

mercado internacional crecientemente integrado por el comercio, las inversiones, las migraciones y la difusión de información y de conocimientos. Los países que siguieron a Gran Bretaña debieron resolver el problema de cómo no quedar subordinados dentro de una división internacional del trabajo, en la cual, la tecnología y la industria quedaban reservadas para la potencia líder. Actualmente, el problema fundamental de los países de desarrollo industrial y tecnológico tardío sigue siendo cómo cerrar la brecha que los separa de las potencias hegemónicas. Desde una perspectiva argentina y latinoamericana, las reflexiones siguientes pretenden explorar esta cuestión crucial del desarrollo en un mundo global, con particular referencia al papel que cumplen la ciencia y la tecnología.

I. El

contexto

La ciencia y la tecnología en cada país reflejan tres dimensiones principales. A saber: Nivel de desarrollo. El tamaño de la población, el ingreso per cápita y la apertura de la economía al mercado mundial determinan la composición de la producción de bienes y servicios. Cuanto más diversificada es la estructura de la producción mayor y más diferenciada es la demanda de bienes de capital y tecnología, más amplios e intensos son, al mismo tiempo, los estímulos para la creación y aplicación de las innovaciones a los procesos productivos. El balance del contenido de conocimientos de las exportaciones e importaciones es otro indica-

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dor clave de la capacitación de los recursos humanos y del desarrollo científico-tecnológico. Acumulación y crecimiento. La tasa de ahorro e inversión y el crecimiento de largo plazo son factores decisivos en la formación de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología. Cuanto mayores son aquellas variables, más profundo es el desarrollo de tales sistemas. En sentido amplio, la acumulación incluye: por una parte, el aumento del capital físico y la capacitación de los recursos humanos; por otra, el progreso de las instituciones que condicionan los costos de las transacciones económicas y de los sistemas políticos que encuadran las relaciones sociales y los equilibrios macroeconómicos. Posición relativa en el sistema internacional. Los principales factores condicionantes de la gravitación internacional de cada país son su nivel de desarrollo y la dimensión de su población, el territorio y los recursos naturales. El poder relativo de los países influye en cuestiones críticas como la transferencia internacional de tecnología, la internacionalización de la producción a través de las corporaciones transnacionales y el acceso a los recursos financieros. La simetría de las relaciones internacionales se refleja en el ejercicio del poder por los países centrales y la vulnerabilidad de las naciones periféricas.

II. Las

políticas activas de ciencia y tecnología

Estas políticas se fundamentan en el supuesto de que es posible modificar el contexto dentro del cual se desarrollan los sistemas nacionales de ciencia y tecnolo81

gía. Es decir, que es factible transformar la estructura de la producción y del comercio exterior, elevar la tasa de acumulación y crecimiento, y remediar la subordinación dentro del orden internacional. Esto implica suponer que la sociedad y el Estado ejercen un comando sobre los recursos suficiente para que las políticas influyan sobre la asignación y la distribución de los mismos. De este modo, la acumulación de capital y el cambio técnico reflejarían, en primer lugar, las opciones de los actores privados y públicos nacionales. En el marco de un proceso amplio de transformación, quienes proponen políticas activas de ciencia y tecnología suponen que es posible superar el subdesarrollo relativo y avanzar hacia las fronteras del conocimiento. Dado el papel central de la actividad manufacturera en la generación y aplicación de tecnología, el desarrollo industrial es siempre un requisito esencial de aquellas políticas. Las estrategias de industrialización y las políticas activas de acumulación y cambio técnico tienen su origen en el siglo XIX. El liderazgo asumido en las primeras fases de la Revolución Industrial le confirió al Reino Unido una posición inicialmente dominante en la producción y el comercio internacional de manufacturas y en el desarrollo tecnológico. La resistencia de algunos países de aceptar indefinidamente el liderazgo británico se fundó en el supuesto de que era posible modificar los datos del sistema, acelerar el crecimiento y transformar las relaciones internacionales de poder. Ésta es precisamente la estrategia que pusieron en práctica Alemania con el liderazgo de Bismarck, Japón a partir de la Restauración Meiji y los Estados Unidos de América desde su independencia.

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La Argentina no se propuso metas de semejante alcance a lo largo del siglo XIX. Las propuestas de Vicente Fidel López y otros economistas durante la Organización Nacional fueron intentos tempranos de industrialización. Nunca lograron, sin embargo, convertirse en el objetivo político dominante, movilizar masivamente los recursos disponibles, transformar el sistema productivo y su inserción internacional, ni superar, consecuentemente, la posición subordinada y periférica del país. Con todo, el desarrollo de la educación común y el nivel de excelencia alcanzado en la formación e investigación en algunas áreas, principalmente vinculadas a la biología, le confirieron al país una rica dotación de recursos humanos. Ésta constituía, potencialmente, una plataforma para el cambio estructural y el desarrollo tecnológico. Las transformaciones posteriores se sustentaron en esta acumulación previa de recursos humanos calificados. De todos modos, el cambio de rumbo de la política económica, la promoción de la industrialización y, poco después, el lanzamiento de políticas activas de ciencias y tecnología, se produjeron recién bajo el impacto de los shocks externos de enorme importancia. A saber, la crisis de los años treinta, la Segunda Guerra Mundial y las tensiones del orden internacional en la temprana posguerra. Estos acontecimientos revelaron la inviabilidad del modelo histórico de desarrollo primario-exportador e impusieron la búsqueda de rumbos alternativos al desarrollo. La política de desarrollo nuclear, la creación de los institutos de tecnología industrial y agropecuaria, los regímenes de transferencia de tecnología, las políticas de compras públicas orientadas a promover la industria y tecnología nacionales fueron algunas de las manifestaciones más importantes de las políticas activas de cien83

cia y tecnología de la Argentina. Éstas incluían la pretensión de aumentar la asignación de recursos privados y públicos a la investigación y el desarrollo, y de vincular las aplicaciones tecnológicas al avance de las ciencias básicas y la formación de recursos humanos calificados. Estos cambios en la concepción del desarrollo del país y del papel de la ciencia y la tecnología fueron concurrentes con la formación de un rico cuerpo de teoría. Los enfoques relativos a la desagregación de los paquetes tecnológicos, la transferencia de tecnología extranjera asociada a la capacitación y al desarrollo de los recursos locales, el financiamiento de las empresas innovadoras, los vínculos entre los sectores privado, público y académico, y el papel de las inversiones extranjeras directas fueron objeto de aportes teóricos que repercutieron más allá de las fronteras del país. El nombre Jorge Sabato y su concepción original del triángulo formado por los principales actores del desarrollo tecnológico, alcanzaron considerable relieve en el país, América Latina y otras regiones en desarrollo.22 Todos los países de desarrollo industrial y tecnológico tardío que lograron eliminar el atraso y transformar su inserción en el orden internacional partieron del supuesto de que la empresa era posible. En la Argentina, las políticas activas de cambio estructural y de desarrollo científico-tecnológico se sustentaron en el mismo principio. es decir, que el país conservaba suficiente liEn un seminario sobre cooperación científico-tecnológica entre la Unión Europea y América Latina, celebrado en la Universidad de Santiago de Compostela en junio de 1996, el ministro brasileño de Ciencia y Tecnología, Dr. Vargas, recordaba que en una reciente visita a Corea, encontró que ese país estaba siguiendo las ideas de Sabato sobre la creación de fábricas de tecnología. 22

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bertad de maniobra para influir en la formación de capital y el cambio técnico, la asignación de los recursos y el diseño de un nuevo perfil de su comercio e inserción internacionales. La experiencia revela, sin embargo, que formar parte de una economía industrial avanzada que participa en las actividades que incorporan conocimientos de la frontera de la ciencia y la tecnología no depende sólo de la decisión de cambiar el rumbo. La explicación del fracaso del país en alcanzar esos objetivos obedece a factores complejos (Ferrer, 1989). Una causa que probablemente ha contribuido a explicar el éxito de otros países y el fracaso de la Argentina, radica en las distintas condiciones en que se gestaron las políticas tecnológicas de industrialización. Merece señalarse al respecto una diferencia principal entre las experiencias, por una parte, de la Argentina y, por otra, la de los Estados Unidos y Japón en el siglo XIX y las de los países del sudeste asiático en la segunda mitad del siglo XX. En estos casos, aquellas políticas respondieron, en primer lugar, a decisiones de los estados nacionales fundadas en opciones asumidas desde adentro de cada sociedad, es decir, en factores gestados endógenamente. En la Argentina, por el contrario, fueron, en primer lugar, respuestas a shocks originados en el contexto externo. En consecuencia, las bases de sustentación social y política fueron endebles. Esto contribuye a explicar el proceso de desindustrialización y deterioro del sistema nacional de ciencia y tecnología instalado desde mediados de la década del setenta.

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III. Las

ideas económicas

La promoción de la industrialización y la tecnología en los países de desarrollo manufacturero tardío implicaba cuestionar la teoría librecambista (fundada comprensiblemente por los economistas británicos) y la división internacional del trabajo basada en las ventajas comparativas estáticas. Se trataba de justificar la protección de los mercados nacionales y las políticas activas de industrialización y desarrollo científico-tecnológico. Alexander Hamilton en los Estados Unidos y Friederich List en Alemania figuran entre quienes, desde fines del siglo XVIII y en el transcurso del XIX, contribuyeron a justificar las políticas de transformación de los países de desarrollo industrial y tecnológico tardío. Los japoneses no llegaron a formular un cuerpo teórico alternativo, al menos que se difundiera en Occidente. Sin embargo, desde la Restauración Meiji hasta nuestros días, sus políticas activas fueron las más radicales en la búsqueda de la industrialización, el cambio tecnológico y la transformación de la inserción internacional del país. Algo semejante está sucediendo con Korea y Taiwán, los dos modelos más exitosos del sudeste asiático. En la Argentina, en el período comprendido entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, las principales propuestas industrialistas están asociadas a nombres de eminentes pensadores como Vicente Fidel López y Alejandro Bunge. Desde mediados de este siglo, las contribuciones de mayor repercusión y alcance fueron realizadas por Raúl Prebisch. Sus análisis sobre la relación centro-periferia, la propagación internacional de los ciclos económicos, los

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términos de intercambio y el reparto de los frutos del progreso técnico, el capitalismo periférico y la distribución del ingreso sentaron los fundamentos teóricos de la industrialización y el cambio estructural en América Latina. El equipo que Prebisch formó en la CEPAL, desde fines de la década de 1940, incluyó a Celso Furtado y otros economistas latinoamericanos que realizaron contribuciones sustantivas a la teoría del desarrollo (Furtado, 1985). En todo este cuerpo teórico, primaba el supuesto de que los países conservaban una suficiente autonomía de comando de sus recursos. A partir de decisiones políticas propias, era entonces posible influir en la acumulación de capital, el cambio técnico, la distribución del ingreso y la resolución de la posición periférica y subordinada de América Latina. Las teorías del desarrollo tecnológico y de la dependencia fueron importantes componentes del rico cuerpo teórico desarrollado en la región. Tanto en los países que llegarían a ser economías centrales como en la periferia latinoamericana desde mediados del siglo XX, el rechazo del pensamiento ortodoxo fue el sustento teórico de las estrategias alternativas. En todos los casos, se cuestionó el libre-cambio, el respeto irrestricto a las libres fuerzas del mercado, la marginación del Estado en la asignación de recursos y la aceptación de las ventajas comparativas estáticas como el modelo racional de inserción internacional. Siempre, también, las políticas activas de industrialización y cambio tecnológico suponían que los mercados nacionales eran el ámbito de las principales transacciones económicas y que las decisiones sobre la acumulación de capital, el cambio técnico y el comercio internacional dependían, en primer lugar, de actores nacionales privados y públicos. 87

Pues bien, actualmente, este supuesto está siendo cuestionado por la visión fundamentalista de la globalización (Ferrer, 1996b).

IV. La

visión fundamentalista de la globalización

Como ha sido destacado en el Informe de la Comisión Brundtland, en otros estudios de comisiones internacionales de expertos, en la conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992 y en otros encuentros del mismo carácter existe hoy, en efecto, una dimensión global desconocida en el pasado. De allí el justificado énfasis en la repercusión a escala internacional de acontecimientos tales como la pobreza, las agresiones al medio ambiente, el crecimiento demográfico en las sociedades pobres, el narcotráfico, las migraciones desde los países pobres a los ricos y el tráfico de armamentos. Hasta la Segunda Guerra Mundial, muchas de estas cuestiones, como las de la pobreza y el medio ambiente, quedaban encerradas en el ámbito de cada país. Actualmente constituyen, en cambio, problemas de alcance mundial que reclaman respuestas globales. Existe pues una dimensión global insoslayable de los problemas actuales. De allí la emergencia de las visiones de la aldea global, el mundo como un pañuelo, el destino compartido y la heredad común de la humanidad. Pero no es esta perspectiva abarcativa de cuestiones cruciales que comprometen el presente y el devenir del género humano, lo que configura la visión fundamentalista de la globalización. Ésta comprende cuestiones más

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triviales que se refieren al ejercicio del poder en el escenario mundial. En la segunda mitad del siglo XX, la revolución tecnológica asociada a la microelectrónica, el procesamiento y la transmisión de información ha impulsado el estrechamiento de los vínculos, en todos los planos, entre las economías integrantes del orden mundial. La internacionalización de los procesos productivos en el seno de las corporaciones transnacionales, la integración de las plazas financieras en un megamercado que opera en tiempo real 24 horas al día, 7 días a la semana y la expansión del comercio mundial de bienes y servicios configuran un orden global que encuadra el desarrollo de los países (UNCTAD, 1994). A partir de la constatación de los vínculos económicos y financieros que prevalecen actualmente en el orden internacional, la visión fundamentalista de la globalización rescata la propuesta ortodoxa del libre juego de los actores económicos en los espacios nacionales y en el mercado mundial. Sólo que ahora la justificación es menor en función de la racionalidad económica y mayor en términos de acontecimientos que excederían la capacidad de control de las sociedades y sus sistemas políticos. En la visión clásica, desde las postulaciones iniciales de David Hume y Adam Smith, estaba implícita la existencia de un orden natural reflejado en la ley de la oferta y la demanda y su impacto sobre la asignación de recursos y la distribución del ingreso. El mensaje político implicaba un alzamiento contra el autoritarismo de la monarquía absoluta y un rechazo al rígido intervencionismo mercantilista. En el nuevo orden liberal, una mano invisible garantizaba la convergencia de los intereses privados y públicos. Consecuentemente, la libertad de las transacciones en el interior de los mercados naciona89

les e internacionales en el mercado mundial era el régimen que permitía el mejor empleo de los recursos y el mayor nivel posible de bienestar. La visión fundamentalista de la globalización sugiere también la existencia de un orden natural pero fundado, ahora, lisa y llanamente, en la estructura del poder del orden mundial contemporáneo. Es el retorno al poder absoluto y al discrecionalismo, no ya de la monarquía, sino de los mercados. Esa visión plantea, en efecto, que la mayor parte de los recursos de la economía mundial están ahora bajo el comando de actores transnacionales: las mega corporaciones y los mercados financieros globalizados. Las transacciones económicas no se realizarían predominantemente en los espacios nacionales sino en el mercado global de alcance planetario. Consecuentemente, la capacidad de la decisión sobre la asignación de recursos, la acumulación del capital, el cambio técnico y la distribución del ingreso radica actualmente en centros de poder transnacional. Las decisiones se adoptarían fuera de los espacios nacionales. Son los mercados globales los que decidirían, cada día, cuál es la suerte de cada país integrante del orden mundial. Las barreras nacionales han sido borradas por la revolución tecnológica. Los estados serían, en consecuencia, impotentes para tomar las decisiones referidas a la acumulación de capital, el cambio técnico, las ventajas competitivas y otras cuestiones cruciales. Estaríamos en presencia, pues, de un fenómeno sin precedentes históricos. La visión fundamentalista sugiere, en efecto, que la revolución científico-tecnológica contemporánea ha provocado una fractura en el desarrollo histórico de la humanidad y en el comportamiento del orden mundial gestado desde el Renacimiento y la formación de los estados nacionales. En materia económica 90

y financiera, al menos, la soberanía de los estados habría sido desbaratada por la globalización. En realidad, la soberanía radicaría actualmente sólo en los mercados. El mundo hoy es una aldea global y en ella el poder de decisión radica en los actores transnacionales. En este sentido, la globalización sería un fenómeno estrictamente contemporáneo. Nunca antes los países habrían estado sujetos a acontecimientos de carácter global que los afectaran tan decididamente. Actualmente, la visión fundamentalista de la globalización se ha convertido en la sabiduría convencional. Ésta es funcional a los intereses de los principales actores transnacionales y cuenta, al mismo tiempo, con un considerable consenso en amplios segmentos de la opinión pública.

V. Las

consecuencias de la visión fundamentalista La inserción de los países en el orden mundial plantea dilemas cruciales para su desarrollo. La formación de capital, el cambio técnico, la asignación de recursos, el empleo, la distribución del ingreso, los equilibrios macroeconómicos están decisivamente influidos por la naturaleza de los vínculos de cada realidad nacional con su contexto externo. La historia del desarrollo y subdesarrollo de los países podría escribirse en función de la forma en que cada uno ha resuelto el dilema de la inserción internacional. La visión fundamentalista de la globalización plantea que ese dilema ha desaparecido. Por la simple razón de que en la actualidad las decisiones principales no las 91

adoptan hoy las sociedades y sus estados sino los actores transnacionales. Este enfoque tiene consecuencias trascendentes sobre las estrategias económicas y las políticas de ciencia y tecnología. En el pasado, éstas podían pretender modificar los datos del sistema: nivel de desarrollo relativo, acumulación de recursos y naturaleza de los vínculos con el resto del mundo. Ahora esto no sería posible. El mensaje es claro. Si las principales decisiones las adoptan los actores transnacionales, lo único que puede hacerse es adoptar políticas amistosas para los mercados. ¿Cuáles son estas políticas?: aquellas que son funcionales a los intereses de los actores transnacionales. La sabiduría convencional propone el paquete de políticas recomendables. Éstas incluyen la apertura de la economía, la desregulación de los mercados reales y financieros, el achicamiento del Estado a las expresiones mínimas consistentes con la preservación de la seguridad y el orden jurídico, el equilibrio fiscal y la estabilidad de los precios. Las políticas adecuadas permitirían entonces que los actores transnacionales sean atraídos y promuevan el crecimiento económico y la competitividad internacional de los países elegidos.23 Serían así posibles la acumulación de capital y el aumento de la productividad, presumiblemente también con la expansión del empleo. En los Estados Unidos y en otros centros la visión fundamentalista se expresa en una obsesión con la competitividad internacional y, consecuentemente, con la reducción de los costos. La reforma de los mercados de trabajo y de los regímenes de seguridad social en los países avanzados refleja la influencia de la visión fundamentalista de la globalización. Para un análisis crítico de algunos aspectos de este enfoque en los países centrales véase Krugman, 1996. 23

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Las consecuencias de perseguir políticas mal recibidas por los mercados serían la fuga de capitales, la inestabilidad, el estancamiento económico y la marginación. En la Argentina y gran parte de América Latina, la visión fundamentalista ha sido incorporada en las políticas definidas como neoliberales, neoconservadoras o del Consenso de Washington (Williamson, 1996). La aplicación generalizada de estas políticas reflejan la vulnerabilidad de estos países, el severo endeudamiento externo y la influencia de los centros de poder mundial. La visión fundamentalista tiene consecuencias trascendentes sobre la ciencia y la tecnología. En el pasado, las políticas activas en este campo estaban asociadas a los cambios de la estructura productiva, al aumento de la producción interna de bienes de capital y a la transformación de la inserción internacional. Es decir, eran inherentes al propósito de modificar los datos preestablecidos del sistema. Se suponía que la industrialización, los mayores eslabonamientos entre los diversos sectores de la economía y el creciente contenido de conocimientos de la producción de bienes y servicios aumentaban la demanda de la ciencia y tecnología. Ésta tenía que ser satisfecha con políticas explícitas de formación de recursos humanos y la promoción del triángulo sabatiano. La demanda de conocimientos sería cada vez más amplia y diversificada y sería satisfecha por la oferta del sistema nacional de ciencia y tecnología. La demanda de tecnología incorporada en bienes de capital sería crecientemente abastecida por la producción nacional de máquinas y equipos y la no incorporada por los servicios de ingeniería y otros componentes del sistema nacional de ciencia y tecnología. Las visiones más lúcidas de las políticas de desarrollo científico-tecnológico, no implicaban pretensión algu93

na de autarquía. Procuraban, en cambio, transformar la secuencia importar-copiar-adaptar-innovar. El objetivo era maximizar la capacidad de asimilar y adaptar los conocimientos importados y de ampliar las fronteras de la innovación original. Se suponía que éstos eran requisitos del aumento de la productividad y del fortalecimiento de la competitividad internacional de la producción nacional. Un indicador clave del desarrollo tecnológico era el balance del contenido de conocimientos de las exportaciones e importaciones. El sistema actualmente existente en la Argentina y en otros países de América Latina es heredero de las antiguas políticas de industrialización, pretendidamente autocentradas en los mercados internos y en los recursos nacionales. Políticas que aspiraban, al mismo tiempo, transformar los vínculos con el resto del mundo. Es comprensible, por lo tanto, que los sistemas nacionales de ciencia y tecnología existentes no sean funcionales a la estructura productiva que emerge de las políticas neoliberales. En la actualidad, el sistema productivo es menos integrado que antes, la industria y la producción doméstica de bienes de capital declina, aumenta el contenido importado de la oferta, el suministro de tecnología y bienes de capital se realiza crecientemente desde el exterior (Katz, Kosakoff, 1996; Schawezer, 1996; Ferrer, 1989). En el nuevo contexto, el mismo concepto de sistema nacional de ciencia y tecnología pierde sentido. El mismo implica una concepción autocentrada del desarrollo que ahora no existe. La demanda de conocimiento está subordinada a los objetivos de los actores trasnacionales y de una producción que, aunque descanse en empresas nacionales, se abastece crecientemente de insumos, bienes de capital y tecnología importada. 94

Las dificultades con que tropiezan actualmente los institutos, universidades, laboratorios y otros entes abocados a la investigación y al desarrollo científico-tecnológico no es consecuencia sólo de las dificultades presupuestarias del Estado nacional y del proceso de ajuste. Resulta esencialmente del desfase entre un sistema heredado del anterior modelo de desarrollo y la estructura productiva emergente de la visión fundamentalista de la globalización. De tal modo que, en efecto, buena parte de la dotación de recursos humanos asociados a la ciencia y la tecnología podría “ir a lavar los platos” sin que esto influya el curso de los acontecimientos. Aquella expresión, utilizada por un ex ministro de Economía del actual gobierno, no fue sólo un exabrupto. Refleja, en verdad, una nueva realidad. Como lo revela la experiencia de la Argentina y otros países de América Latina, las políticas neoliberales y la visión fundamentalista que las sustentan tienen poderosas bases de apoyo. Adolecen, sin embargo, de un problema grave: no dan buenos resultados. La evolución de estos países, desde la década perdida de los ochenta hasta la actualidad, está signada por el estancamiento de largo plazo, el aumento de la pobreza y el deterioro de las condiciones sociales. Los avances logrados en materia de estabilidad son en varios países vulnerables. Basta observar la crisis mexicana de fines de 1994 y el costo para la Argentina de preservar la convertibilidad. No es extraño, pues, el cuestionamiento creciente a la visión fundamentalista de la globalización y a las políticas neoliberales. Se ha instalado, en efecto, un debate amplio e imprescindible sobre la viabilidad de las estrategias predominantes actualmente en América Latina.

95

La experiencia reciente cuestiona la viabilidad de la sabiduría convencional y ratifica, al mismo tiempo, la necesidad de los equilibrios macroeconómicos y la estabilidad. Éstas son condiciones necesarias para sustentar un eventual cambio de rumbo. La experiencia revela que nada se construye en el desorden, el despilfarro y la irresponsabilidad en el manejo de los grandes instrumentos de las políticas fiscales, monetarias y de balance de pagos. Asimismo, el intervencionismo público que genera rentas sin crear riquezas ni elevar la calidad de vida constituye una injerencia perversa en los mercados y un obstáculo al desarrollo. La revisión de la experiencia reciente de América Latina se enriquece con el estudio de los casos exitosos del sudeste asiático. Sobre todo, de Corea y Taiwán, además de Japón durante la Restauración Meiji y la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Estos ejemplos revelan que no es cierto que haya desaparecido el dilema del desarrollo en un mundo global, que las decisiones las adopten hoy inevitablemente los actores transnacionales y que las sociedades y estados nacionales hayan perdido toda posibilidad de decidir su propio destino. La experiencia de aquellos países revela que las políticas nacionales siguen ejerciendo una gravitación decisiva (Beckerman, Sirlin, Streb, 1995; Singh, 1996; Wade, 1996). Es oportuno, por lo tanto, analizar y observar en qué medida la visión fundamentalista de la globalización refleja el comportamiento del mundo real. Detengámonos brevemente sobre esta cuestión.

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VI. Las

inconsistencias de la visión fundamentalista

El mundo real no se comporta tal y como supone la sabiduría convencional. La mayor parte de las transacciones económicas no se realizan en los mercados globales sino en los nacionales. Más del 80% de la producción mundial se destina a los mercados internos de los países. Las exportaciones representan menos del 20% del producto mundial. Alrededor del 90% de los trabajadores del mundo producen para los mercados de sus respectivos países. La contribución de las filiales de las corporaciones transnacionales al producto mundial es de alrededor del 5 por ciento. La gigantesca masa de recursos financieros que circula en las plazas globales es una burbuja de transacciones en papeles, opciones, derivados y otros instrumentos que constituyen operaciones desvinculadas en su mayor parte de la actividad real de producción, inversión y comercio. Más del 95% de las transacciones, del orden de 1,3 billones de dólares diarios, que se realizan en los mercados cambiarios del mundo corresponde a operaciones financieras. El aporte de los movimientos de capitales al financiamiento de la inversión en activos reales es pequeño. Las inversiones de las filiales de las corporaciones transnacionales financian menos del 5% de la inversión en la economía mundial. Las transferencias internacionales de capitales, medidas por los balances en cuenta corriente, arrojan una cifra similar. Es decir, que más del 85% de la acumulación de capital real en el mundo se financia con el ahorro interno de los países. Estos promedios mundiales reflejan aproximadamente la situación de América Latina. 97

Contrariamente a lo que sugiere la visión fundamentalista, la inmensa mayoría de los recursos disponibles en la economía mundial están potencialmente bajo el comando de los actores privados y públicos de los países. Esto es cierto en los países desarrollados y en gran parte del mundo en desarrollo, incluyendo a América Latina. Sólo las economías más atrasadas, como varias de África sudsahariana, carecen probablemente del potencial y las instituciones para ejercer un comando efectivo de sus mercados y recursos. Consecuentemente, la acumulación de capital, el cambio técnico, el aumento de la productividad y la distribución del ingreso dependen potencialmente de las decisiones de los actores privados y públicos nacionales. El desarrollo descansa, en primer lugar, en factores endógenos tales como la modernización del Estado, la estabilidad institucional, los equilibrios macroeconómicos, los incentivos para la inversión privada, la capacitación de los recursos humanos. Nada de esto puede importarse ni delegarse en el liderazgo de los actores transnacionales. El desarrollo tampoco es posible sin respuestas viables al dilema del crecimiento en un mundo global. Desde que el descubrimiento y la conquista de América y la llegada de los portugueses a Oriente por vía marítima conformaron el primer orden mundial global, la experiencia histórica es concluyente, a saber: sólo lograron alcanzar altos niveles de desarrollo los países que se asociaron estrechamente al orden global a partir de su propia integración y desarrollo internos (Ferrer, 1996a). La soberanía de los mercados es una profecía autocumplida. descansa en los marcos regulatorios establecidos por los centros de poder mundial y reflejan, por lo tanto, un período histórico y decisiones políticas. Los 98

mercados financieros globales son lo que son actualmente por la desregulación generalizada de sus operaciones. Medidas modestas de intervención, como el pequeño impuesto propuesto por el profesor James Tobin para desalentar los movimientos de capitales especulativos, permitirían a las autoridades monetarias recuperar el control que ahora han perdido. Mientras tanto, los grandes operadores financieros tienen efectivamente capacidad de montar ataques especulativos que pueden conmover incluso a monedas de países avanzados (como, por ejemplo, el franco, la libra esterlina y la lira) y al mismo sistema monetario europeo. El comportamiento de los mercados financieros radica en factores políticos más que en los reales. Antes de la crisis de los años treinta, el patrón oro y la libertad de los movimientos de capitales parecían también regímenes de orden natural. Los hechos demostraron que el sistema multilateral de comercio y pagos se derrumbó como un castillo de naipes bajo el impacto de la crisis de la economía real. La visión fundamentalista de la globalización influye, asimismo, en el debate actual sobre la llamada gobernabilidad de la democracia. Si el poder radica realmente en los mercados, de lo que se trataría es de lograr que las democracias generen políticas amistosas para los mismos. La supuesta ingobernabilidad consistiría, entonces, en las resistencias de las sociedades y sus sistemas políticos en ratificar decisiones que la experiencia parece demostrar agravian a las mayorías. El verdadero problema no es entonces el de la ingobernabilidad de las democracias sino la de los mercados. En verdad, la visión fundamentalista de la globalización es la versión moderna del absolutismo y del mayor desafío a la tradición liberal de las democracias occidentales. 99

Tampoco es cierto que la globalización actual sea un fenómeno históricamente inédito. En el pasado, tuvieron lugar acontecimientos que impactaron tanto o más que los actuales en países integrantes del orden mundial. Baste recordar las conquistas del Nuevo Mundo sobre la población nativa, el impacto de la producción de azúcar y la esclavitud entre los siglos XVI y XVIII y, en el XIX, las consecuencias del ferrocarril y la revolución en los transportes. Comparada con varios de estos acontecimientos, la globalización de los mercados financieros y el desarrollo actual de las corporaciones transnacionales constituyen fenómenos de menos trascendencia. En realidad, antes de la Primera Guerra Mundial, indicadores claves de la globalización como la relación entre el comercio y la producción mundiales y los movimientos internacionales de capitales, habían alcanzado proporciones semejantes o aun superiores a las observables en estos últimos años del siglo XX (UNCTAD, 1994). Vivimos, pues, en un mundo paradójico en el cual coexisten fuerzas globales de enorme gravitación con la presencia insoslayable de los factores internos. Para países periféricos y vulnerables como los de América Latina, la globalización impone restricciones indudables. Recuérdense las consecuencias de la deuda externa y la negociación permanente e interminable con los organismos financieros internacionales y los acreedores. Por otra parte, las nuevas reglas emergentes de la Ronda Uruguay del GATT y su aplicación en el ámbito de la Organización Mundial del Comercio introducen criterios respecto de la propiedad intelectual, los servicios y el tratamiento de la inversión extranjera directa, que no pueden desatenderse. Recuérdense, por ejemplo, las presiones ejercidas por los Estados Unidos respecto del régimen de propiedad intelectual en el sector financiero. 100

El ejercicio del poder por los países centrales no es nada nuevo. En el transcurso de los últimos cinco siglos fue aplicado con recursos, a menudo más coercitivos que los empleados actualmente. Al fin y al cabo, antes de la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte de África y Asia estaban bajo el dominio colonial o la influencia extranjera. Aun así, desde la posguerra, diversos países lograron establecer estrategias exitosas de desarrollo autocentrado y transformar su inserción internacional. Según la visión fundamentalista, lo que era posible en el pasado no lo es ahora. Sin embargo, sigue siendo cierto que el factor decisivo en la resolución del dilema del desarrollo en un mundo global descansa en el ejercicio de la libertad de maniobra con que cuenta cada país. Que esa libertad se asuma para aceptar incondicionalmente las reglas del juego establecidas o para iniciar caminos alternativos de desarrollo autocentrado y abierto, depende más de los factores internos que de las restricciones del contexto externo. Esos factores incluyen la dimensión del territorio y la población, las tradiciones culturales y políticas, la cohesión de la sociedad y la calidad del liderazgo de las elites (Jaguaribe, 1996). En definitiva, todos los factores arraigados, en primer lugar, en la realidad interna de cada país. Las políticas fundadas en la visión fundamentalista de la globalización contiene un alto grado de irracionalidad. Ellas subordinan la administración de los recursos disponibles, la acumulación de capital y el cambio técnico a los intereses y objetivos de actores transnacionales que comandan una parte minoritaria de los recursos y los mercados. No es extraño, por lo tanto, que esas políticas estén fracturando los sistemas productivos entre sectores dinámicos asociados al orden transnacional y el grueso aparato productivo en el cual predomina el es101

tancamiento, la marginación y el desempleo. Esto implica un formidable desperdicio de recursos, el deterioro de la productividad media de la economía y una caldera de inestabilidad social y política. Es conveniente diferenciar las dos esferas de la globalización. Por una parte, aquella referida a la universalización de cuestiones, como la del medio ambiente, analizadas en las recientes conferencias e informes internacionales. En este caso, efectivamente, las respuestas son necesariamente de carácter global y político. Por otra, la globalización vinculada a los mercados en la cual, la supuesta desaparición de los estados y economías nacionales es apenas una expresión de deseo de la sabiduría convencional. Lo mismo puede decirse de la afirmación fundamentalista de la desaparición del dilema del desarrollo en un mundo global.

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Jaguaribe, H. (1996), Economic development in Latin America and the need of a theory of functional elites, documento presentado en el seminario del BID citado. Katz, J. y B. Kosakoff (1996), The long term development process of manufacturing industry in Argentina, documento presentado en el Workshop on the Economic History of Latin America in the 20th century, Oxford University. Krugman, P. (1996), Pop internationalism, Cambridge Mass, TheMit Press. Schwarzer, J. (1996), La industria que supimos conseguir, Buenos Aires, Planeta. Singh, A. (1996), Catching up with the West: a perspective on asian economic development, documento presentado en el seminario del BID citado. UNCTAD (1994), World Investment Report, cap. III, Ginebra. Wade, R. (1996), Japan, the World Bank and the art or paradigm maitenance: the East Asian Miracle in political perspective, Londres, New Left Review. Williamson, J. (1996), The Washington Consensus revisited, documento presentado en el seminario del BID citado.

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DE LA GLOBALIZACIÓN A LA CIVILIZACIÓN PLANETARIA24

1. LAS RELACIONES internacionales reflejan las asimetrías en el dominio de la tecnología y la dimensión de los países. Ambos factores configuran el poder de las naciones y su influencia en la determinación de las reglas del juego del orden mundial. de este modo, la globalización es el espacio del ejercicio del poder. No se trata de un hecho exclusivo de la situación contemporánea. Está presente en los últimos cinco siglos desde que Cristóbal Colón y Vasco da Gama inauguraron, en la última década del siglo XV, la existencia de un sistema de alcance planetario. En efecto, la incorporación del Nuevo Mundo y la apertura de la vía marítima de comunicación con Oriente, bajo el liderazgo de las potencias atlánticas (España, Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda) constituyen el origen del orden mundial que, actualmente, denominamos globalización. Conferencia pronunciada en el Seminario Internacional “Al fin en la batalla”, Lima, 16 de noviembre de 2001. 24

Desde entonces, las relaciones internacionales fueron transformadas por múltiples factores pero, esencialmente, por el impacto del avance científico y tecnológico. Las asimetrías en la difusión del progreso técnico configuraron el poder económico y militar relativo de las naciones. La primera etapa de la globalización, es decir, el Primer Orden Mundial, abarca desde 1500 hasta los alrededores de 1800. En ese período se registró la conquista y colonización de América y la penetración europea en África, el Medio y Extremo Oriente. El control del mar y de las rutas comerciales, en el contexto de un mercantilismo excluyente y agresivo, conformaron el primer sistema de dominación ejercido por las potencias atlánticas sobre el resto del mundo. El mismo que, más tarde, se dominaría la periferia. A finales del período, se produjo la independencia de un vástago europeo en el Nuevo Mundo, a saber, las colonias británicas de América del Norte. Emergió entonces una nueva potencia destinada a ejercer una influencia decisiva en las fases posteriores de la globalización. La siguiente etapa, el Segundo Orden Mundial, registró el impacto de la revolución industrial iniciada en Gran Bretaña a fines del siglo XVIII, que alcanzaría su pleno desarrollo en el XIX. Esto provocó un rápido crecimiento de la productividad en la potencia pionera, Europa Occidental y los Estados Unidos. Los niveles medios de ingreso entre las emergentes sociedades industriales y las grandes culturas de Asia y Medio Oriente se distanciaron progresivamente. La distinta capacidad de asimilación del progreso técnico amplió las asimetrías en la distribución del poder económico y militar. Sobre estas bases, las potencias industriales se repartieron el mundo. A finales del período, en vísperas de 105

la primera gran guerra del siglo XX, África estaba totalmente sometida a la dominación colonial al igual que la India, el Archipiélago Malayo y otras posesiones en Medio y Extremo Oriente. En este último, sólo Japón logró preservar su soberanía e iniciar, a partir de la Restauración Meiji, su industrialización y acumulación de poder económico y militar hasta convertirse, también, en una potencia colonialista. En 1913, habitaban en las posiciones coloniales 500 millones de personas, es decir, 1/3 de la población mundial. El Reino Unido, con una población de 46 millones, tenía bajo su dominio a 400 millones de personas. El imperialismo fue la expresión dominante del ejercicio del poder en la globalización del Segundo Orden Mundial. América Latina, con la excepción de Cuba, conquistó su independencia en la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, quedó asociada al orden global como abastecedora de productos primarios a los centros industriales. Mucho después, Raúl Prebisch caracterizaría esta situación como el modelo centro-periferia. Como en las posesiones coloniales (con la excepción de los vástagos británicos en Canadá y Oceanía), la condición periférica de América Latina limitó su capacidad de asimilación del progreso técnico y generó una dependencia a través de los cauces del comercio y las finanzas internacionales. El período comprendido entre 1914 y 1945 incluye las dos guerras mundiales del siglo XX y la gran depresión de la década de 1930. Fue un período de desglobalización, en cuyo transcurso se desarticularon las redes del comercio y las finanzas internacionales. Declinaron así los lazos de las economías nacionales con el orden mundial. De todos modos, siguieron prevaleciendo los

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dispositivos de dominación establecidos en las dos primeras etapas de la globalización. Concluida la Segunda Guerra Mundial, comenzó una tercera etapa de la globalización impulsada por una nueva ola de innovaciones vinculada a la microelectrónica y la informática, y a avances en otros campos, como la biotecnología. Los antiguos dispositivos de dominación del imperialismo desaparecieron con la independencia de las antiguas posesiones coloniales en África, Medio y Extremo Oriente. Sin embargo, en el nuevo escenario, la generación y asimilación del progreso técnico se distribuyó de manera aún más asimétrica entre los diversos países que conforman el sistema global. Actualmente, la globalización sigue siendo el espacio del ejercicio del poder sólo que de una manera más sutil y compleja que en el pasado. El campo de juego continúa desnivelado a favor de los países avanzados. Las reglas de comercio internacional establecidas en el seno del GATT y posteriormente de la OMC, el funcionamiento del sistema financiero, las reglas relativas a las inversiones privadas directas, los regímenes de propiedad intelectual están hechos todos a la medida de los intereses de las potencias avanzadas, en cuyo bloque, los Estados Unidos ejercen una influencia dominante. A partir de la década de 1970, la revolución conservadora asociada a las gestiones del presidente Reagan y la señora Thatcher privilegió el mercado y desactivó la intervención pública. El paradigma neoliberal, aplicado con excepciones notables en los países centrales, se convirtió en la verdad revelada en la periferia. Particularmente allí donde, como en América Latina, prevalecen severos desequilibrios macroeconómicos y la dependencia del financiamiento internacional.

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El derrumbe del llamado socialismo real y la ex Unión Soviética puso fin a la guerra fría y generó la ilusión de un nuevo orden pacífico y seguro, garantizado por el poder militar de los Estados Unidos. La democracia y el mercado aparecían como los nuevos paradigmas de validez universal para la organización de los países y la globalización, como el espacio para la difusión de los frutos del progreso técnico y el bienestar. Pocos años bastaron para revelar cuán infundadas eran tales ilusiones. El trágico ataque a las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York proporcionó la evidencia que faltaba acerca de las amenazas que se ciernen sobre la paz y la seguridad del orden mundial contemporáneo. 2. No se trata, como podría suponerse, sólo del terrorismo arraigado en la versión fundamentalista de una de las grandes culturas y religiones monoteístas. Los acontecimientos recientes revelan un malestar generalizado que reconoce múltiples orígenes. Uno de ellos es la inviabilidad de que la globalización siga siendo, como siempre, el escenario del ejercicio descarnado y frecuentemente brutal del poder. ¿Por qué? Al menos por dos razones principales. A saber: Mundialización informativa. Vivimos en una aldea global integrada en tiempo real por la revolución informática. La brecha creciente del bienestar entre los diversos países constituye, ahora, una realidad intolerable. Al mismo tiempo, los conflictos locales, como en los Balcanes y Palestina, se convierten en acontecimientos de repercusión mundial. En el pasado, tales disputas o tragedias, como las hambrunas recurrentes en África y Asia, eran acontecimientos que quedaban encerrados en sus propios límites. Hoy sabemos al instante, vemos y 108

escuchamos las situaciones más atroces y es imposible la negación o la ignorancia. La globalización aparece así como la responsable de las peores calamidades y configura el cuestionamiento a la misma observable, actualmente, aun en círculos políticos y académicos moderados. Factores endógenos de la crisis periférica. El orden global plantea desafíos y oportunidades de cuya resolución depende el desarrollo de cada país, es decir, su aptitud de asimilar el progreso técnico. El estilo de inserción en la división internacional del trabajo y los movimientos de capitales, entre otros factores, resultan decisivos para las estructuras de la producción y el empleo e, incluso, en los equilibrios macroeconómicos. Las respuestas a la globalización influyen, asimismo, en la capacidad de los países de defender su integridad territorial y mantener el comando de su propio destino. En el transcurso de los últimos cinco siglos, dentro de los diversos encuadres de las sucesivas etapas de la globalización, los dilemas del desarrollo en el mundo global estuvieron siempre presentes. En consecuencia, no son sólo las asimetrías y el ejercicio actual del poder en el escenario mundial, la causa exclusiva de los problemas actuales. La globalización desnuda, al mismo tiempo, la idiosincrasia y los rasgos de las sociedades de la periferia arraigados, entre otros factores, en el privilegio y el autoritarismo. Las mismas causas que frustraron el desarrollo de las sociedades de la periferia y las marginaron de las transformaciones desencadenadas por el progreso técnico quedan ahora reveladas, explícita y dramáticamente, en el seno de la aldea global. La situación de América Latina es elocuente a este respecto. La región es la más injusta del mundo, según lo indica la concentración del ingreso y la riqueza. Las 109

disparidades en los niveles de bienestar, la pobreza, el desempleo y la exclusión agobian a sectores fundamentales de nuestras sociedades y coexisten con el despilfarro característico del comportamiento de los grupos privilegiados. Éstos son todos obstáculos fundamentales al desarrollo e inducen pésimas respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización. La persistencia del subdesarrollo de América Latina resulta de la convergencia de los rasgos idiosincrásicos de nuestros países y de las reglas del juego prevalecientes en el orden global. La Argentina es un caso particularmente notable. Cuenta con casi 3 millones de km2, el octavo territorio más grande del mundo que alberga una inmensa riqueza de recursos naturales diversos. La población asciende a cerca de 40 millones de personas con un nivel educativo y cultural significativo. A lo largo de su historia acumuló un importante acervo de conocimientos y llegó a contar con una estructura productiva de considerable complejidad y desarrollo. La Argentina cuenta con todos los elementos necesarios para convertirse en una nación avanzada, plenamente integrada en el sistema internacional. Por estas razones, según Helio Jaguaribe, la Argentina está condenada al éxito. Sin embargo, se las ha ingeniado para colocarse en una situación de endeudamiento extremo, pobreza y desempleo crecientes, concentración incesante de la riqueza y el ingreso, estancamiento de la producción e impotencia para conducir su política económica. La situación argentina actual no es consecuencia inexorable del comportamiento del mundo contemporáneo. refleja las pésimas respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización. Los argentinos debemos buscar, en primer lugar dentro de nuestras fronteras, las causas de los problemas. Es preciso construir, desde 110

dentro, un estilo distinto de inserción en el mundo que nos permita participar plenamente de la globalización manteniendo el comando de nuestro propio destino. En este nuevo camino, el Mercosur y el espacio latinoamericano resultan esenciales. 3. Estamos pues en presencia de una doble crisis convergente. La de la inviabilidad de la globalización como ejercicio tradicional del poder y las tensiones de las sociedades incapaces de satisfacer las expectativas de sus pueblos. Ambos factores se refuerzan recíprocamente y generan el crítico escenario contemporáneo. Desde estas perspectivas, el terrorismo puede entenderse como una manifestación de una crisis amplia y profunda del sistema global, que abarca al conjunto de las relaciones internacionales y a los países agobiados por el subdesarrrollo y la pobreza. Entre estos últimos figuran países islámicos en los cuales convergen la pobreza extrema con una interpretación fundamentalista de la religión. La muerte aparece como un destino heroico para preservar valores arcaicos amenazados por Occidente (como la situación de la mujer entre los talibanes), acceder a un más allá paradisíaco y, de paso, escapar a una realidad cotidiana insoportable. En tales condiciones, el reclutamiento de mártires no es una tarea imposible. Esta visión de la realidad demoniza a los Estados Unidos y los responsabiliza de las injusticias del orden mundial pero, también, de las calamidades observables en las propias situaciones domésticas. Sobre el primer punto, los Estados Unidos, como centro del bloque de países desarrollados, tiene, efectivamente, responsabilidades principales, aunque no exclusivas, en el sistema de dominación del orden mundial contemporáneo. Pero, 111

además, es responsabilizado, por el fundamentalismo islámico y los movimientos globafóbicos, de otras calamidades que, en verdad, están arraigadas en la realidad interna de los países. Es preciso, pues, poner las cosas en su lugar. Sea como fuere, la realidad se está volviendo insoportable para los titulares del ejercicio del poder dentro de la globalización. Los países centrales, su bienestar y seguridad están amenazados por la doble crisis desencadenada por la inviabilidad del ejercicio tradicional del poder dentro de la globalización y la internacionalización de los conflictos locales. El terrorismo es sólo una de las manifestaciones del desafío. Adquiere modalidades y medios desconocidos en el pasado y no puede ser erradicado sólo por el ejercicio de los instrumentos tradicionales de la fuerza. Amenaza con escalar en un conflicto amplio, que involucre a grandes masas, de consecuencias imprevisibles. Las migraciones desde la periferia subdesarrollada es otra consecuencia de las asimetrías de bienestar. Las antiguas potencias coloniales han incorporado numerosos inmigrantes desde sus posesiones pretéritas y los Estados Unidos, en particular, desde América Latina. La asimilación de los inmigrantes está planteando diversos tipos de problemas e instalando el conflicto periférico en el seno de las mismas sociedades avanzadas. Así sucede, por ejemplo, con el temor acerca del comportamiento de inmigrantes de credo islámico ante la eventual escala del desafío fundamentalista. Están presentes, al mismo tiempo, las consecuencias de los enfrentamientos locales, en particular, en Palestina. En África y en los Balcanes, tales conflictos demandaron, en varias oportunidades, el compromiso político y militar de los Estados Unidos y la Unión Europea. 112

Lo mismo sucede con el narcotráfico, en el cual convergen la demanda de las sociedades avanzadas, particularmente en los Estados Unidos, con la oferta proveniente de áreas subdesarrolladas. El tráfico de armas se sustenta, asimismo, en las tensiones prevalecientes en varias regiones periféricas del sistema global. En todos estos terrenos, la crisis convergente del ejercicio tradicional del poder dentro de la globalización y los conflictos locales generan situaciones que amenazan la seguridad y el bienestar de las naciones centrales del sistema. 4. Parece improbable consolidar la seguridad y la paz y elevar de manera generalizada la calidad de vida, conforme lo permiten los recursos y la tecnología disponibles, sin aliviar y, en definitiva, remover las causas determinantes de los conflictos prevalecientes. Sostener el ejercicio tradicional del poder dentro de la globalización agrava las tensiones existentes y su impacto sobre las mismas sociedades avanzadas. Los medios militares convencionales son insuficientes para restablecer el orden y erradicar el terrorismo. La humanidad confronta un desafío sin precedentes. Se trata, nada menos, que de modificar comportamientos ancestrales ligados al ejercicio del poder y, sobre la base de nuevos equilibrios entre pulsiones inherentes a la condición humana y los requisitos necesarios de la sobrevivencia, establecer un nuevo orden de relaciones compatible con el desarrollo y el bienestar a escala planetaria. La transición desde la globalización, como el espacio del ejercicio del poder, hacia una sociedad planetaria, ámbito de una racionalidad consistente con la seguridad y la paz, implica transformaciones fundamentales en el 113

comportamiento de las relaciones internacionales. Ellas incluyen algunas cuestiones principales, como las siguientes: a) Establecimiento de nuevas reglas de juego simétricas y equitativas para todos los participantes del sistema global respecto de cuestiones cruciales como comercio, finanzas, propiedad intelectual y transferencias de tecnología, tratamiento de inversiones privadas directas y corrientes financieras. b) Transferencia de recursos y asistencia técnica en programas destinados a erradicar la pobreza, proteger el medio ambiente y promover el desarrollo. La dimensión de los recursos necesarios excede la de la llamada ayuda externa que, hasta ahora, ha sido insignificante para producir un cambio significativo y frecuentemente está más ligada a promover los intereses de los países donantes que los de los receptores. c) Protección de los valores humanos y el respeto a la diversidad cultural, conforme a los principios de la Declaración Universal de las Naciones Unidas en la materia. Establecer condicionalidades referidas a la vigencia de los derechos humanos para acceder a los beneficios del nuevo orden mundial. Un ejemplo de este criterio es la vigencia de la cláusula democrática como requisito de pertinencia al Mercosur. d) Participación activa de la comunidad internacional, a través de las Naciones Unidas, para resolver pacífica y equitativamente los conflictos localizados. Esto concluye la formación de una fuerza multilateral de intervención cuando su empleo resulte indispensable para resolver problemas que comprometen la paz y seguridad internacionales. e) Convocatoria a la competencia creativa y pacífica en la cultura y el deporte. Sobre este último tema, mere114

ce señalarse que el fútbol, por ejemplo, constituye una de las mayores manifestaciones de la globalización del mundo moderno que moviliza la pasión de miles de millones de seres humanos, en todos los continentes. Es, al mismo tiempo, un tipo de globalización ejemplar. Iniciado y difundido desde un país imperial, el Reino Unido, en la segunda mitad del siglo XIX, arraigó en todo el mundo y cada sociedad le imprimió su propia individualidad. Se compite conforme a reglas simétricas. De este modo, países subdesarrollados, como los del Cono Sur de América Latina, son potencias mundiales, como lo están comenzando a ver varios países africanos. La competencia creativa en la cultura y el deporte son una avenida regia de la paz y la sociedad planetaria. En un escenario global seguro y pacífico, propicio para el bienestar a escala global, cada país contará con un contexto auspicioso para su propio desarrollo. Pero éste seguirá descansando, en primer lugar, en la capacidad de cada sociedad de responder con eficacia a los desafíos y oportunidades del contexto externo. La responsabilidad de erradicar los obstáculos a su propio progreso es indelegable. En el caso de América Latina, nadie puede sustituirnos en la empresa de distribuir con equidad la riqueza, consolidar las instituciones democráticas, incentivar la actividad creativa de los individuos en la economía y en todas las manifestaciones de la cultura, integrarnos dentro del gran espacio geográfico que abriga nuestras culturas y nuestro acervo histórico. Dentro de la civilización planetaria, tenemos que vivir con lo nuestro. Occidente, del cual forma parte América Latina, es depositario actualmente del liderazgo del conocimiento científico-tecnológico y de las transformaciones registra115

das en la organización económica y social. Las potencias avanzadas de Occidente emplearon su predominio para ejercer el poder en el escenario global. Occidente debe rescatar otros elementos de su acervo histórico porque es depositario, asimismo, de utopías visionarias como la de Kant sobre la paz universal y del reconocimiento, en Vico y Herder, de la coexistencia de la diversidad cultural de las sociedades humanas. No hay empresa más urgente hoy en día que construir una nueva visión del mundo y de las relaciones entre los pueblos y las naciones. Una perspectiva que sustente acciones de la comunidad de naciones para aliviar primero y, en definitiva, remover las causas que amenazan la seguridad y la paz. América Latina puede y debe ser protagonista de esa empresa sin olvidar que su primera responsabilidad radica dentro de sus propias fronteras.

REFERENCIAS Ferrer, A. (1996, Historia de la globalización: orígenes del orden económico mundial, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. ___ (2000), Historia de la globalización II: la revolución industrial y el Segundo Orden Mundial, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. ___ (1999), De Cristóbal Colón a Internet: América Latina y la globalización, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. ___ (1983), Vivir con lo nuestro, Buenos Aires, El Cid Editor. Jaguaribe, H. (2001), Conferencia pronunciada en la Universidad de Buenos Aires referida a la civilización planetaria, Buenos Aires.

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La Argentina

EL CAPITALISMO ARGENTINO25

—CUANDO usted habla de capitalismo, siempre se preocupa por adjetivarlo: habla de “capitalismo argentino”. ¿El capitalismo no es el mismo en todas partes del mundo? —El capitalismo es un sistema de organización social que se expresa de manera diversa en cada país, en virtud de muchos factores: sus recursos, su tradición histórica, el reparto del poder, su tamaño. Y está claro que estos factores se combinan conformando diversos tipos. Algunos son de alto desarrollo, y en ellos el capitalismo libera la fuerza de crecimiento, el cambio técnico, la capacidad de los recursos humanos, la acumulación de capital, la industrialización… Esto ocurre en los países avanzados. Pero otros quedan insertos, de manera subordinada, al conjunto de reglas de juego que estable-

Reportaje realizado por Analía Roffo. Bajo el título “Cada país tiene el capitalismo que se merece”, este artículo apareció publicado en el diario Clarín el 21 de marzo de 1999. 25

cen los países líderes. Esto es lo que el economista Raúl Prebisch llamó la periferia. —¿Existen hijos y entenados? —Existen países centrales, que son aquellos que han alcanzado un capitalismo avanzado, y existen países periféricos, que se insertan en el mundo principalmente como abastecedores de alimentos y de materias primas y como importadores de capital y de productos industriales. La historia revela que éstos conforman un tipo de capitalismo de escasa capacidad de desarrollo y fuertemente dependiente de las decisiones que otros actores toman en el sistema internacional. —Parece obvio que el capitalismo argentino forma parte de esta segunda categoría. ¿Con qué rasgos? —Con los de los capitalismos subordinados, que tienen una capacidad de crecimiento limitada, un desarrollo inestable, frecuentes y serias turbulencias políticas y ausencia de liderazgos empresarios nacionales fuertes. La Argentina es un paradigma de esto, sobre todo desde la década del treinta. Por eso, yo creo que la expresión “capitalismo argentino” es válida. En cierto sentido, cada país tiene su propio capitalismo. O mejor: cada país tiene el capitalismo que se merece, en función del comportamiento de sus clases dirigentes, de la madurez de sus instituciones y de la equidad en que se sustenta su sociedad. —Pero cuando surge el capitalismo argentino, a fines del siglo XIX, las condiciones políticas eran bastante sólidas. Y si bien es probable que hubiera una inequidad social importante, era un mundo de pleno empleo, en el que las clases dirigentes parecían tener claro hacia dónde y có119

mo crecer. No parece que hubiéramos nacido condenados de antemano. —No, sin duda. El caso argentino es tan interesante que ha ocupado buena parte de la literatura de historia económica. Porque desde la segunda mitad del XIX hasta la década de veinte la Argentina es uno de los llamados “espacios abiertos”, con escasa población y gran dotación de recursos que se integran al mercado mundial bajo el liderazgo de la potencia hegemónica de la época, que era Gran Bretaña. Con la Revolución Industrial se produce una transformación fantástica en los transportes, una baja de los fletes, la aparición de la refrigeración, el crecimiento de la demanda en Europa de alimentos y materias primas. La Argentina, que había sido hasta mediados del siglo XIX un país realmente marginal y de muy escaso interés en el sistema internacional, se convierte en un gran protagonista. En ese contexto se produce un importante proceso de concentración del poder. —¿Sobre la base de qué alianzas? —Con la apropiación de la tierra, se define la formación de una alianza entre capitales extranjeros, el sistema financiero y los grupos locales dominantes, que configuran lo que se llamó el modelo de crecimiento hacia fuera, fundado en la producción primaria exportadora de cereales y de carnes, que en virtud de la gran variedad de recursos naturales del país y de la calidad de sus recursos humanos, enriquecida por la inmigración, alcanzó un nivel de ingreso per cápita muy alto. La Argentina, al final del período, tenía un nivel de ingreso per cápita de los más altos del mundo. Pero era una estructura subindustrializada.

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—¿Ya era un capitalismo definitivamente subordinado? —Ya era una economía subordinada a un sistema de división del trabajo por su excesiva especialización en la producción primaria que, en cuanto colapsara, como colapsó en el treinta, iba a desacomodar el país. Efectivamente, fue lo que pasó, y no se logró reconstruir un modelo viable, que sólo podía ser el de una economía industrial avanzada. No pudimos transformar aquel capitalismo periférico exitoso en un capitalismo avanzado, industrial, maduro, políticamente estable. Y esto derivó en una enorme cantidad de conflictos que aún no hemos resuelto. —La estabilidad institucional está asegurada desde 1983. ¿Ese rasgo solo no sirve para entusiasmarse y pensar que entramos al siglo XXI con un capitalismo menos subordinado? —No, no creo. Creo que se han acentuado de manera dramática los rasgos de la subordinación de la economía argentina. En el campo financiero, por ejemplo, la instalación de la deuda en la década de 1970 culmina con la crisis de los años ochenta y el país queda totalmente subordinado a los vaivenes de los mercados financieros internacionales. Éste es un rasgo que no existe en ningún país capitalista avanzado, en donde las dificultades financieras, como la de la crisis asiática, pueden repercutir en la Bolsa o afectar a uno o dos bancos, pero de ninguna manera conmover el sistema. La Argentina es un país fuertemente dependiente del sistema financiero internacional y ha extranjerizado la mayor parte de su aparato productivo.

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—¿La globalización no ha producido lo mismo en el mundo entero? —No, de ninguna manera. La Argentina, en este momento, debe ser el país más extranjerizado del mundo: toda la infraestructura de viejas empresas públicas que fueron privatizadas pasó, en gran parte, a titulares del exterior; gran parte del sistema bancario está ahora en manos de filiales de bancos extranjeros; gran parte de las empresas privadas nacionales ha pasado a manos extranjeras, además de otra serie de áreas importantes de servicios. En este momento, el grado de penetración de capital extranjero es muy grande en la Argentina y naturalmente plantea problemas. El proceso que ha habido aquí muestra luces y sombras. Se fue reconstruyendo el sistema; se ha logrado la estabilidad de precios, lamentablemente sobre condiciones muy vulnerables de endeudamiento externo y de baja de salarios, pero está y hay que defenderla. Por otro lado, crecen el desempleo, la marginalidad y la inseguridad pública, rasgos que no son propios de una nación moderna avanzada. —¿La exclusión social es un rasgo ya sistemático de nuestro capitalismo? —Fíjese que es un rasgo nuevo, porque el capitalismo argentino nunca fue excluyente. En la época del crecimiento hacia fuera, en la época del país agroexportador, prácticamente toda la fuerza de trabajo quedó incorporada al mercado. Por eso vino gente de afuera, si no no habría venido. Y, en la época de la industrialización sustitutiva, después del treinta, las migraciones que vinieron del interior a los centros urbanos lo hacían porque el sistema incorporaba al conjunto de la sociedad desde luego, con diferencias de ingresos muy fuertes. Ésta es la primera vez en la historia argentina que el 122

modelo no incluye, sino que fractura y deja al margen a segmentos muy importantes de la población que vegetan en el desempleo, la marginalidad, el trabajo en negro o el trabajo de muy baja productividad. —Según este panorama, el próximo gobierno, sea de la orientación que fuere, está atado de pies y manos. —Bueno, depende. Llega atado de pies y manos si queda subordinado a las mismas ideas que inspiraron este modelo. Pero si se replantea el enfoque y se tiene un juicio crítico de lo que se llama la globalización y se vuelve a reconocer que la dimensión interna es fundamental, que el mercado interno absorbe más del 80% de la producción argentina, que 9 de cada 10 trabajadores argentinos trabajan para otros argentinos, que más del 90% de la acumulación de capital se sigue financiando con ahorro interno; que los caminos, las casas, las fábricas, los alambrados, los tractores que compramos los compramos básicamente con el propio ahorro que vamos generando; si volvemos a recuperar la imagen de un país que tiene recursos, que tiene un mercado, que tiene posibilidades, y la política se reorienta a movilizar ese mercado interno y ese potencial en un contexto abierto, de vinculación con el mundo, pero desde la perspectiva del dominio del propio proyecto. Si logramos todo esto, yo creo que las dificultades seguirán siendo serias, pero el rumbo puede cambiar. No puede cambiar si sigue esta visión fundamentalista de la globalización según la cual lo único que se puede hacer son políticas complacientes para los mercados.

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—¿Qué grado de complacencia tuvo el gobierno del presidente Menem con los mercados? —Este gobierno ha tenido gestos realmente extraordinarios: la Argentina es el único país del mundo que condecoró a sus acreedores. Esto es una pérdida de sentido de la identificación del interés nacional y de los equilibrios que tienen que existir en una negociación, porque si uno condecora a su acreedor, ¿con qué autonomía va a negociar con él? Creo que el gobierno de Menem ha llevado esta subordinación y esta visión fundamentalista de la globalización a límites insospechados. —¿Cuál sería su lectura crítica de la globalización? —El concepto, como se lo está manejando hoy, es una enorme exageración. Una de las cosas que sugiere es que éste es un fenómeno nuevo, y no lo es. La globalización del siglo pasado probablemente fue tanto o más importante que la actual, y la experiencia argentina, en la segunda mitad del siglo XIX, es uno de los ejemplos más notables. El otro elemento es lo que llamamos globalización, como fuerzas aparentemente inmanejables de la realidad, en gran parte son marcos regulatorios impuestos por los países centrales, en materia comercial, en el sector financiero, en la propiedad intelectual. Entonces, hay un conjunto de normas sobre el sistema internacional, que lógicamente ha sido impuesto por los países centrales, que es lo que llamamos globalización. Por eso, a uno le va en la globalización según sea la solidez de su desarrollo. Los países capitalistas avanzados son aquellos que se insertaron plenamente en la globalización manteniendo el control de su propio proyecto. Y los países que terminamos siendo subdesarrollados somos los que nos insertamos pasivamente y los que fuimos arrastrados en un proceso sobre el que no ejercemos 124

control. La calidad de las respuestas a la globalización es, en definitiva, lo que determina el atraso o el desarrollo de cada país.

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PRIVATIZACIONES Y COMPRE NACIONAL26

LA POLÍTICA de compras gubernamentales, sobre todo de bienes de alta densidad tecnológica y complejidad industrial, es una de las más poderosas herramientas de promoción del desarrollo empleada en los Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y los países en vías de industrialización. La ley 18.875/70, de compre nacional, elaborada durante mi desempeño como ministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación, pretendió emplear en la Argentina esa poderosa herramienta de desarrollo industrial y tecnológico. El complejo ferroviario de Zárate-Brazo Largo fue uno de los primeros proyectos que se licitó y ejecutó con esas normas, razonables y prudentes, de incentivos para la producción nacional. La privatización de las empresas públicas modificó radicalmente el contexto en el cual se concibió y ejecutó, en aquel entonces, la política de compre nacional. ¿Es ahora posible, con servicios públicos a cargo de empre26

Clarín, 15 de julio de 1999.

sas privadas extranjeras y nacionales, sostener los mismos objetivos? Sí, es posible, siempre y cuando el país tenga una política de desarrollo industrial y tecnológico y establezca marcos regulatorios que incentiven la vinculación de las operaciones de las empresas privatizadas con los proveedores de bienes y el sistema de ciencia y tecnología locales. Esto contribuiría a elevar la competitividad de la producción argentina dentro del mercado interno y en el internacional y, consecuentemente, a eliminar el déficit actual del comercio exterior. Existen, además, otros instrumentos complementarios, como el aplicado por Brasil en su programa de privatizaciones. Con motivo de las recientes licitaciones para la explotación privada de áreas petroleras, el Banco Nacional de Desenvolvimiento Económico y Social (BNDES) estableció un programa (PROPAG) de líneas de crédito que financia hasta el 80% de las inversiones de los proyectos, si las empresas emplean equipos y tecnología de origen brasileño. El PROPAG abarca desde la explotación de los yacimientos de petróleo y gas hasta la construcción de oleoductos y usinas, astilleros y la construcción de partes y componentes de bienes de capital. El BNDES estima que la industria brasileña está en condiciones de abastecer hasta el 60% de la demanda generada por las empresas adjudicatarias y que podrán crearse, directa e indirectamente, 140 mil puestos de trabajo anualmente. Para estos fines, el PROPAG dispone de 2.500 millones de dólares anuales. Los plazos y tasas de interés de los préstamos dependen de la naturaleza de los proyectos pero, en todos los casos, las condiciones ofrecidas son altamente atractivas para las empresas. El BNDES aplicó los mismos criterios de compre nacional en las privatizaciones en telecomunicaciones y la 127

infraestructura. En resumen, en el área de servicios públicos y en otros sectores, sujetos a los marcos regulatorios públicos, el Gobierno dispone, si lo decide, de instrumentos adecuados para ejecutar una política de compre nacional. En las nuevas circunstancias, ésta sigue siendo un instrumento clave para el desarrollo económico del país.

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COMPRE NACIONAL, PARTE II27

LA DECISIÓN del Gobierno de reactivar el compre nacional apunta a resolver dos problemas críticos: el bajo nivel de actividad económica y el déficit de balance de pagos. El Estado y los servicios públicos son fuente principal de la demanda de bienes de capital y de tecnología. Operan en áreas críticas como las comunicaciones, los transportes y la energía. Muchas de ellas son el principal espacio de aplicación de la revolución científico tecnológica, como es el caso de la microelectrónica. Por eso, los Estados Unidos, India, Alemania, Corea, Francia, China o Taiwán, es decir países avanzados y emergentes, utilizan el poder de compra pública como uno de los instrumentos más poderosos de las políticas de crecimiento. En 1970, la ley 18.875, llamada de compre nacional, incorporó en la legislación argentina la versión más avanzada de ese instrumento. Lamentablemente el país siguió otros rumbos y el compre nacional fue sustituido 27

Clarín, 3 de septiembre de 2000.

por el compre extranjero. Las reglas del juego que achicaron la capacidad industrial y tecnológica deprimieron la competitividad de la producción nacional. La decisión del Poder Ejecutivo de reactivar el compre nacional es, por lo tanto, un paso en la dirección correcta para expandir la producción, particularmente de bienes de capital, insumos y tecnología. también es importante respecto del sector externo. El déficit del balance de pagos en cuenta corriente es consecuencia de dos problemas principales: los servicios de la deuda externa y el déficit operacional en divisas de las filiales de empresas extranjeras radicadas en el país. La primera cuestión es ampliamente conocida; la segunda no ha recibido la atención que merece. En los años noventa, se radicaron inversiones privadas directas del orden de los 50 mil millones de dólares para comprar empresas existentes y, en menor medida, ampliar la capacidad instalada. La inmensa mayoría de esas inversiones está dedicada a producir para el mercado interno. Es decir, vende en pesos pero gasta mucho en divisas en concepto de importaciones de insumos, bienes de capital, tecnología y transferencia de utilidades a las matrices. Este déficit representa probablemente un tercio del desequilibrio de la cuenta corriente del balance de pagos.28 En consecuencia, la decisión de orientar hacia la producción interna parte de la demanda de las empresas sujetas al marco regulatorio del poder administrador, sean o no filiales de empresas extranjeras, contribuye a Dos tercios, según un estudio de D. Chudnosvky y A. López, La transnacionalización de la economía argentina, Buenos Aires, Eudeba, 2001. Nota del autor incorporada para esta edición. 28

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reducir el extraordinario y creciente desequilibrio de los pagos internacionales del país. Causa principal del déficit fiscal y de la severa restricción con la cual opera la economía argentina. La norma es también un indicio de que estamos recuperando una apreciación realista de la globalización. Vale decir, que es preciso estar en el mundo estando en sí mismo, movilizando los propios recursos y afirmando la capacidad de decidir. Esto es indispensable porque en los noventa sucedieron cosas extraordinarias en la Argentina. Entre ellas, un proceso de extranjerización masiva y sin precedentes a escala mundial y un desequilibrio gigantesco y creciente del balance de pagos. El mismo que ha reducido la política económica poco más que la administración de deudas y a satisfacer las expectativas de los mercados. Merecen recordarse otros hechos notables como la condecoración a varios acreedores extranjeros, como si fueran benefactores del país en vez de hombres de negocios que defienden sus propios intereses, como nosotros debemos defender los nuestros. O la posición del Banco Central que, en vez de defender la moneda nacional (como los bancos centrales del resto del mundo), promueve su reemplazo por la de otro país. Bienvenida pues la decisión y el debate sobre la estrategia adecuada para resolver los problemas pendientes.

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DOLORES DE PRESUPUESTO29

EL ACTUAL debate sobre el déficit tiene evidentes contenidos manifiestos, pero oculta otros latentes que conviene explicitar. Es comprensible la inquietud de las autoridades electas por aclarar cuál es la magnitud del déficit del presupuesto que se hereda. Lo es también la insistencia del gobierno saliente en sostener que administró bien y que las finanzas están en orden. La discrepancia sobre la magnitud del déficit incide en el ajuste necesario y, consecuentemente, en las decisiones inmediatas sobre impuestos, gastos y coparticipación federal. El debate refleja también la gravedad de los problemas emergentes de la mala composición del gasto público y la regresividad de la carga tributaria. En cuanto a los equilibrios del sistema, se advierte que el gasto público, la presión tributaria y el déficit fiscal, en relación con el PBI, no revelan proporciones exageradas. Numerosos países estables y en crecimiento tienen, en todas esas variables, relaciones mayores que 29

Clarín, 21 de noviembre de 1999.

en la Argentina. ¿Por qué entonces tanta inquietud sobre los aspectos macroeconómicos de la cuestión fiscal? Porque, en el fondo, en sus contenidos letantes, la situación fiscal revela el problema realmente grave, a saber: el extraordinario déficit de los pagos internacionales de nuestro país. El déficit externo se sustenta en tres factores principales. Primero, una deuda externa creciente: sólo la incidencia de sus intereses en el gasto público federal aumentó del 5% al 20% en la última década. Segundo, la paridad de competitividad: aun en plena recesión el balance comercial sigue arrojando déficit. Tercero, el balance operacional en divisas negativo de las empresas extranjeras radicadas en la Argentina: sus ventas son en su inmensa mayoría para el mercado interno y sus gastos en buena parte en divisas para la compra de insumos, equipos y transferencia de utilidades. El gigantesco déficit externo determina que el año próximo las necesidades de financiamiento superen los 20 mil millones de dólares. En tales condiciones, la política económica ha quedado reducida, en gran medida, a la administración de la deuda y al creciente desequilibrio externo. De este modo, las expectativas de los mercados financieros y su calificación del riesgo país son una determinante principal de la política económica argentina. Las políticas de ajuste que operan solamente sobre los aspectos manifiestos de la cuestión fiscal, con vistas a influir en las expectativas de los mercados, tienen un efecto paradojal: aumentan el déficit. Cuando se reduce la actividad económica, la recaudación tributaria siempre cae más que el gasto público. Además, la perdida de competitividad sostiene el déficit del balance comercial

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aun en recesión. Por lo tanto, ésta no resuelve la cuestión fiscal ni la externa. El gobierno electo enfrenta así un cuadro difícil, mucho más complejo que el revelado por los contenidos manifiestos del déficit fiscal. Esto es así porque hay que incluir el fenomenal desequilibrio externo que es la causa latente, profunda, de la situación del presupuesto. Como suele suceder, la solución de un problema radica, en buena medida, más allá de sus propios límites. En el caso fiscal, el gobierno electo enfrenta la necesidad de transparencia, eliminar los gastos innecesarios, combatir la corrupción y la evasión y, también, reformar la estructura administrativa. Pero esto no alcanza para impulsar el crecimiento. A menos que se reactive la demanda interna de consumo e inversión e inicie la marcha hacia la reducción del desequilibrio externo, removiendo sus causas fundamentales. Sobre esto último, por ejemplo, resulta indispensable el impulso exportador propuesto por el gobierno electo. Será también necesaria una política de promoción de la inversión extranjera directa que tenga en cuenta, entre otras cosas, la necesidad de que las filiales operen, por lo menos, con un equilibrio de sus operaciones en divisas. El problema es que, para todo esto, el país carece de instrumentos fundamentales de política económica. Los regímenes de convertibilidad monetaria y fiscal implican la renuncia al manejo de la política monetaria, cambiaria y fiscal. Nunca ningún país alcanzó el desarrollo renunciando al manejo de aquellas herramientas que influyen el nivel de actividad, la asignación de recursos, la distribución del ingreso y la competitividad internacional. En los contenidos latentes del desequilibrio fiscal y en la insuficiencia de instrumentos de política económi134

ca, radican los mayores obstáculos a la puesta en marcha del ambicioso y constructivo programa de gobierno de la Alianza.

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CÓMO SE SALE DE LA RECESIÓN30

LA ACTUAL recesión industrial obedece a la contracción del mercado interno. Las exportaciones de manufacturas, que representan alrededor del 10% del producto industrial, son incapaces de compensar la fuerte concentración de la demanda doméstica. En consecuencia, la reactivación depende esencialmente de la expansión del gasto de consumo e inversión. Sucede, sin embargo, que el nivel de ese gasto no puede ser regulado por la política económica. Dadas las reglas del juego impuestas por el plan de convertibilidad, aquel está determinado por las decisiones de los residentes y de fondos de la plaza argentina. El ciclo económico está determinado esencialmente por la variable financiera. El auge, como sucedió en el cuatrienio 1991-1994, se produce cuando la entrada de fondos permite la expansión de las reservas del Banco Central, el crédito y el gasto de consumo e inversión. La percepción de un efecto riqueza positivo y de una buena frontera de 30

Clarín, 11 de marzo de 1996.

endeudamiento de los particulares refuerza la expansión. En cambio, la salida de fondos pone en marcha la fase recesiva del ciclo. El detonante del cambio de tendencia de los movimientos de fondos depende de circunstancias externas e internas. La experiencia de 1995 es suficientemente ilustrativa. La convergencia de la crisis mexicana con la vulnerabilidad de la posición argentina provocó una fuerte salida de capitales y el receso industrial. La libertad de maniobra de la política económica para influir en el comportamiento de la demanda y el nivel de actividad es muy reducida. La situación fiscal no permite reducir la presión tributaria y estimular el gasto público y privado. La posibilidad de manipuleo de otros instrumentos, como los aranceles de importación, es modesta. A su vez, por definición, el tipo de cambio es intocable. Otras medidas, como la llamada segunda reforma del Estado y la flexibilización de los mercados de trabajo, tienen una influencia ínfima en los costos y la demanda agregada. Por lo tanto son irrelevantes para la actividad económica. En realidad, la intencionalidad de esas medidas apunta a fortalecer la confianza en los mercados financieros que es, en definitiva, el determinante del nivel de la producción industrial. El gobierno tiene clara percepción de este hecho. Desde que estalló la crisis a principios de 1995, toda su política está orientada a influir en los mercados con vistas a iniciar una nueva fase de entrada de fondos y de expansión del gasto, y del nivel de actividad. A lo largo del año pasado el gobierno tuvo éxito en evitar lo peor. Es decir, una fuga imparable de capitales y, consecuentemente, el derrumbe del sistema financiero y del plan 137

de convertibilidad. En la actualidad, el contexto externo vuelve a ser favorable. La baja de la tasa de interés internacional y la búsqueda de nuevas oportunidades de ganancias especulativas en mercados emergentes están generando la recuperación de las reservas del Banco Central y la liquidez. Por diversas razones no es previsible, sin embargo, que estemos en vísperas de una entrada masiva de fondos (como en los primeros años del plan de convertibilidad). En consecuencia, las perspectivas para la actividad industrial, siendo positivas, son apenas moderadas. Para revertir la recesión industrial es indispensable prestar más atención a las cuestiones estructurales del desarrollo del país y al estilo de inserción internacional. El gobierno sostiene que, más allá de la coyuntura, las profundas reformas que ha introducido elevan la eficiencia y la competitividad del sistema económico y abren nuevas fronteras a la inversión, al cambio técnico, al crecimiento y a la generación de empleo. Sin embargo, la vulnerabilidad ante los movimientos de capitales especulativos, la elevada tasa de desempleo, la concentración del ingreso y los problemas que afligen a gran parte del tejido productivo del país sugiere que, en definitiva, los resultados no serán los que se prometen. La experiencia histórica del país y del resto del mundo revela que las estrategias fundadas en la hegemonía irrestricta de los mercados y los factores exógenos no generan condiciones de desarrollo económico y social de largo plazo. De allí que la reactivación de la producción industrial en la actualidad y, en un sentido más amplio, del desarrollo del país, descansen esencialmente en el ahorro interno, las exportaciones, el mercado nacional y el talento acumulado en los recursos humanos del país. Al fin y al cabo, nueve de cada diez trabajado138

res producen para el mercado interno; más del 90% de la inversión se financia con ahorro doméstico y otro tanto de la producción se destina al mercado nacional. En un mundo global es esencial la afirmación del propio potencial para proyectarse a los mercados internacionales. Y es preciso también conservar un grado suficiente de autonomía en el manejo de la política macroeconómica. Ésta es la experiencia, sin excepciones de los países exitosos. En ausencia de estas condiciones, la reactivación industrial depende de factores fuera del control del país y de su gobierno.

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LA DOLARIZACIÓN ES INJUSTIFICABLE31

EL GOBIERNO propone la dolarización para resolver cuatro problemas. A saber: 1. El riesgo de devaluación; 2. La brecha entre las tasas de interés pagadas por la Argentina y las de títulos de la Tesorería estadounidense, que actualmente más que duplica el costo del dinero para nuestro país; 3. La amenaza de fuga de capitales; 4. La vulnerabilidad de la economía argentina frente a las turbulencias de los mercados internacionales. Ninguno de estos cuatro problemas se resuelve con la dolarización: 1. La paridad del dólar especto de las principales monedas fluctúa permanentemente. La Argentina seguiría así sujeta a apreciaciones y devaluaciones continuas del dólar, a cambios exógenos en su competitividad internacional y al arbitraje permanente entre cotizaciones de las principales monedas y diferencias de tasas de interés en las diversas plazas. La magnitud de estas oscilaciones es ciertamente menor que la observable en 31

Clarín 29 de enero de 1999.

la experiencia histórica de la Argentina y América Latina, pero implican, de todos modos, un alto grado de inestabilidad. 2. La persistencia de un fuerte desequilibrio en los pagos externos, el deterioro de la situación fiscal, la deuda externa y el agravamiento de las condiciones sociales impiden la reducción esperada de las tasas de interés y se mantendría presumiblemente el spread actual. En todos los casos, el riesgo país se determina predominantemente por los equilibrios macroeconómicos básicos (presupuesto y balance de pagos), las condiciones sociales y políticas vigentes y la calidad del análisis de los calificadores de riesgo. 3. El peligro de la fuga de capitales subsiste porque la situación económica y social interna es inestable y/o por la volatilidad de la paridad del dólar con otras monedas. En tales condiciones, existirían dos amenazas de ataque especulativo contra el país y/o en contra del dólar. 4. La dolarización agrava aún más la vulnerabilidad frente a las turbulencias de las plazas financieras internacionales. En los países desarrollados, el problema se resuelve con modificaciones moderadas de los tipos de cambio y/o de las tasas de interés. En la Argentina, con la convertibilidad actual o la dolarización propuesta, las turbulencias se enfrentan, primero, con un aumento de las tasas de interés y luego, con contracción del crédito, la actividad económica, el empleo y los salarios reales. Esto ocurrió en 1995 y vuelve a suceder en la actualidad. No existe hasta ahora indicio alguno que sugiera que el gobierno de los Estados Unidos esté dispuesto a entrar en un acuerdo monetario como el que pretende el gobierno argentino, ni que la Reserva Federal acepte actuar como prestamista de última instancia y supervisar nuestro sistema financiero. La única vía posible es 141

la decisión unilateral de la Argentina de eliminar el peso y dolarizar. La supuesta ventaja de mejorar la supervisión del sistema bancario mediante una auditoría continua de la Reserva Federal se resolvería alternativamente, si es que tanto se desconfía de la capacidad del Banco Central Argentino de cumplir la tarea, contratando auditores competentes, que no escasean en el país ni en el exterior. En resumen, técnicamente, la dolarización es injustificable. Las motivaciones del gobierno argentino para formular la propuesta deben, por lo tanto, buscarse en otra parte.

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OTRA VEZ, LA APUESTA NUCLEAR32

LA ADJUDICACIÓN a la empresa estatal INVAP (Investigaciones Aplicadas) de la licitación para la construcción y montaje de un reactor de investigación en Australia notificó al país del nivel de excelencia alcanzado por su sector nuclear. El hecho coincide con la celebración del 50º aniversario de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y los 45 años del establecimiento de la Unidad de Actividad de Materiales de la CNEA. La coincidencia de tales acontecimientos no es casual. El logro de INVAP es consecuencia de un proceso acumulativo de medio siglo para instalar la opción nuclear en la Argentina, es decir, establecer la capacidad científica, tecnológica e industrial para desarrollar la nucleoelectricidad y las múltiples aplicaciones de la energía atómica. Fue una decisión estratégica para impulsar el desarrollo del país en un mundo globalizado y transformado por la revolución científico-tecnológica.

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Clarín, 19 de junio de 2000.

Se ganó la licitación en Australia porque en el transcurso de 50 años se formaron en el Instituto Balseiro más de 600 físicos e ingenieros nucleares, se instalaron dos centrales nucleoeléctricas y se desarrolló la producción de combustibles nucleares, radiofármacos y multiplicidad de productos fundados en la ciencia. En ese período, la Argentina logró una posición en el mundo entre los países que tienen un dominio avanzado de la ciencia y la tecnología atómica para fines pacíficos. Antes de Australia, la misma INVAP había instalado reactores de investigación en Perú, Argelia y Egipto y prestado apoyo a desarrollos en Irán, Turquía, India y Cuba. El país es también un protagonista importante en la Agencia Internacional de Energía Atómica y sus técnicos y científicos son frecuentemente convocados para emprendimientos internacionales. Por otra parte, el país no logró retener a la totalidad de los científicos y tecnólogos formados en la CNEA. Uno de cada cuatro egresados del Instituto Balseiro ha emigrado y muchos realizaron brillantes carreras en el exterior. El sector nuclear argentino no sólo desarrolló un importante potencial de recursos humanos y materiales. Además presentó una teoría sobre la función de la ciencia y la tecnología para el desarrollo y un estilo de interacción entre ciencia básica e investigación aplicada fundada en la excelencia. En buena medida, asociado a los aportes de quien fue gerente del Departamento de Metalurgia (actualmente Unidad de Actividad de Materiales) de la CNEA, Jorge Sabato, se formularon ideas y propuestas de acción que ejercieron gran influencia en América Latina y en los países emergentes de Asia. Resultado de este proceso de acumulación es la realidad actual del sector nuclear, con sus problemas y frustra144

ciones, y también sus éxitos, como el alcanzado en Australia. La decisión por la opción nuclear hace 50 años fue, por lo tanto, correcta. ¿En qué términos se plantea la cuestión ahora? Más precisamente: ¿tiene sentido mantener abierta la opción nuclear y, en tal caso, en qué consiste? La respuesta al primer interrogante es categórica. Más aún que hace medio siglo, es preciso asumir el comando del propio destino y movilizar el formidable potencial del país, participando de la revolución científica contemporánea, que incluye, como uno de sus ejes, el área nuclear. La respuesta del segundo implica la identificación de prioridades para concentrar recursos y capacidad decisoria en las áreas críticas del sistema. Detengámonos brevemente sobre este punto. - Nucleoelectricidad. Ésta seguirá siendo en el mundo una fuente importante de energía. La Argentina tiene que mantener la capacidad nucleoeléctrica alcanzada y sus eslabonamientos con el sistema científico-tecnológico y la economía. En las próximas dos décadas concluirá la vida útil de Atucha y Embalse, y serán desmanteladas. Por lo tanto debe instalarse una tercera central mientras se analizan las alternativas tecnológicas, las diversas fuentes de energía y la evolución internacional. La tercera central está ya construida en un 80% y debería haber estado operativa hace 15 años. Atucha II es otro ejemplo del asombroso contraste argentino, por un lado, de no concretar lo accesible y, por otro, de alcanzar logros, como el de Australia, propios de un país avanzado. Los estudios realizador por la CNEA y Nucleoeléctrica Argentina (NASA) revelan que la conclusión de Atucha II se justifica tecnológica, económica y financieramente y 145

que es una decisión fundamental para la economía de todo el sector atómico y para mantener abierta la opción nuclear. Así, hemos recomendado al Poder Ejecutivo la conclusión sin más tardanza del emprendimiento. - Otras aplicaciones de la energía nuclear. La medicina es uno de los campos más significativos en el cual, sin embargo, sólo se ha logrado establecer un centro de excelencia en Mendoza, con la participación de personal de la CNEA. Al menos debería disponerse el acceso de una capacidad semejante en otros puntos clave del país. En una primera etapa, la Comisión está analizando la instalación de centros de medicina nuclear en la Capital Federal, Rosario, Córdoba y Bahía Blanca. Otras áreas prioritarias incluyen nuevos materiales y la aplicación de radioisótopos al agro, la industria y el medio ambiente. - Nuevos desarrollos. En INVAP, con apoyo del personal e instalaciones de la CNEA, se proyectó un reactor de potencia y construyen satélites y diversos artefactos de alta tecnología, cuya excelencia y competitividad internacional están repetidamente demostradas. Otros ejemplos son los desarrollos de combustibles para las centrales de Atucha y Embalse, y el reactor de Australia. A su vez, los logros en tecnologías no nucleares (como metalurgia y energías no convencionales) revelan cómo la capacidad científica y tecnológica alcanzada permite conquistas en otros campos. - Seguridad y medio ambiente. La Argentina es signataria del Tratado de no Proliferación Nuclear y miembro activo de la Agencia Internacional de Energía Atómica. El país tiene antecedentes impecables en el cumplimiento de las normas de seguridad instrumenta146

da a través de la CNEA y vigiladas por la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN). El tratamiento de residuos radiactivos y los controles radiológicos convergen con el objetivo de la seguridad, que es una prioridad absoluta de la CNEA. A su vez, la nucleoelectricidad evita la emisión de gases y contribuye a la preservación del medio ambiente. - Proyección internacional. La CNEA propuso profundizar la vinculación con América Latina y, en primer lugar, con el Mercosur. Se explora la creación de una agencia argentino-brasileña de aplicaciones de la energía nuclear que permite planificar conjuntamente el sector, fortalecer la posición negociadora internacional y acceder juntos al mercado mundial como exportadores de bienes y servicios de alta densidad científico-tecnológica. - Transferencia de tecnología. La CNEA registra una rica y prolongada experiencia de transferencia de tecnología al sector privado. En áreas como petróleo, conservación de alimentos y salud, la CNEA ha sido proveedora de servicios y ha establecido alianzas estratégicas con empresas privadas, como en el caso de la producción de combustibles nucleares. La Comisión tiene responsabilidades importantes en este campo, pero el resultado depende principalmente del comportamiento y de la economía nacional y de las políticas públicas. Por diversos motivos, en los últimos lustros se han debilitado los eslabonamientos entre el sector productivo y el polo científico-tecnológico. La reindustrialización del país, entre otros factores, es una condición necesaria para generar demanda de conocimientos que impulse la transferencia de tecnología de entidades como la CNEA.

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- Recursos humanos. A lo largo del tiempo, los directivos de la CNEA tuvieron la lucidez de promover, bajo un mismo techo, la investigación, la docencia y los desarrollos tecnológicos. El INVAP es un vástago de la CNEA, creado cuando las nuevas realizaciones reclamaban un marco empresarial y administrativo diferenciado. La promoción de la investigación básica orientada por prioridades y la resultante de las iniciativas de los científicos, el abordaje teórico de la ciencia y las aplicaciones tecnológicas, constituyen un estilo de trabajo que contribuyó a la creatividad y la excelencia alcanzados. La Universidad Nacional de Cuyo y la CNEA están considerando incorporar nuevas disciplinas a las actividades de investigación y docencia del Instituto Balseiro. El objetivo es aprovechar el potencial de investigación y docencia existente en física e ingeniería nuclear para la formación de recursos humanos en otras áreas prioritarias para el desarrollo del país. El éxito alcanzado en Australia debe estimularnos a ganar confianza en nuestras propias fuerzas, en la posibilidad de la Argentina de ser protagonista de su destino en un mundo global y en el papel de la ciencia y la tecnología para erradicar la pobreza y la exclusión que agobia al país. En 1950, la Argentina adoptó la decisión de abordar la opción nuclear. Hoy, en un nuevo contexto, debe ratificarse la misma determinación estratégica. Actualmente, como entonces, la responsabilidad de la decisión descansa, en primer lugar, en la esfera política.

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“ANCLAO EN PARÍS”: UN TANGO DE LA EMIGRACIÓN ARGENTINA33

CON MOTIVO de la preparación de esta ponencia sobre “Anclao en París” (Enrique Cadícamo, Guillermo Barbieri, 1931), visité a don Enrique Cadícamo el 16 de septiembre del mismo año. Mi propósito fue obtener el testimonio del poeta acerca de las circunstancias en que escribió los célebres versos y el mensaje que pretendió transmitir. Don Enrique recordó entonces que la obra la compuso en Barcelona, a mediados del año 1931, por invitación de Carlos Gardel, que a la sazón, estaba actuando en Niza y programaba su presentación en París. Fue Guillermo Barbieri, desde Niza, quien le escribió a Cadícamo para transmitirle el deseo de Gardel. Como sus planes inmediatos eran seguir viaje y no quería asumir, en lo inmediato, nuevos compromisos, su intención prime-

Conferencia en la Academia Nacional del Tango, Buenos Aires, 18 de octubre de 1993. 33

ra, el día que recibió la invitación, fue contestar negativamente. Sin embargo, evocó de pronto la situación de la bohemia argentina en París. Es decir, los pintores, poetas, músicos, bailarines y otros artistas y compatriotas de ocupaciones diversas que, atraídos por la magia de París, estaban viviendo en la capital de Francia. Esa tarde, en el bar del hotel Oriente, en donde se alojaba, el poeta pidió al mozo un café, papel y lápiz y, de un tirón, escribió desde la apertura del “tirao por la vida” hasta el presagio fatal y final, del “chau, Buenos Aires, no te vuelvo a ver”. Relata Cadícamo que nunca había compuesto una obra con tanta rapidez. Sin revisión alguna, esa misma noche, en vez de responder negativamente la esquela de Barbieri, le escribió adjuntando los versos de “Anclao en París”. La primera persona que conoció el tema fue Arturo García Buhr que, a la sazón, estaba actuando en Barcelona en la Compañía de Enrique de Rozas. Los dos argentinos cenaron juntos esa noche y el actor le vaticinó al poeta venturoso destino de su poema. Pocos días después, Cadícamo recibió respuesta de Barbieri, quien le informó que Gardel había leído los versos en compañía de Alberto Vacarezza y Edmundo Guibourg y que, a todos, les parecieron espléndidos. Fue Barbieri quien puso música al poema de Cadícamo. Este breve relato de los puntos principales que registré de la entrevista, proporciona otro ejemplo del modo extraordinario en que suele producirse el hecho creativo. A saber, un arranque súbito de inspiración y la concreción inmediata de una obra que capta y testimonia las circunstancias de una época. Pero no es éste el punto que me interesa destacar, sino sustentar la siguiente tesis: “Anclao en París” es, en 150

su origen, el tango de la emigración de la bohemia argentina en París. Éste es el mensaje que transmite el poeta. Más tarde, sin embargo, aparece otro tipo de emigración argentina y la obra termina siendo el tango de los bohemios y no bohemios argentinos radicados en París, pero también en Madrid, Barcelona, Nueva York, Caracas, San Pablo o México. Es decir, en las ciudades y países en los que se concretó la diáspora argentina a partir de los años cincuenta.

El proceso inmigratorio en el tango El período fundacional del tango, entre las últimas décadas del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, coincide con la extraordinaria transformación y el crecimiento de la población del país. Hacia 1870, la Argentina contaba con menos de dos millones de habitantes. Entre ese año y 1914, ingresaron al país 7 millones de inmigrantes que convirtieron a la Argentina en el segundo país de destino después de los Estados Unidos, de las inmigraciones internacionales, fundamentalmente de origen europeo. De esos 7 millones, volvieron a sus países de origen y fueron a otras partes 4 millones de personas, el más alto coeficiente de retorno entre los países de inmigración en la época. La inmigración neta fue, pues, de 3 millones de personas. Los inmigrantes aumentaron drásticamente la tasa de crecimiento poblacional y pasaron a constituir parte importante de la población total. Según el censo de 1914, sobre una población total de 8 millones de habitantes, los extranjeros representaban casi 1/3 parte. En la Capital Federal, la proporción era aún mayor: 50%. Italianos y españoles

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constituían 3/4 partes de los extranjeros residentes en la Argentina. El desarrollo de los inmigrantes y el proceso paralelo de desplazamiento de población rural hacia Buenos Aires y otras principales ciudades del país, seguramente conformaron el escenario de duelo y nostalgia de lo perdido, que es uno de los sentimientos profundos del ser humano y que el tango expresa como ninguna otra manifestación artística. En el arrabal de las principales ciudades, sobre todo de Buenos Aires, las consecuencias afectivas de la emigración y la desestructuración de la unidad familiar, sumadas a las dificultades para ganar el pan de cada día (que no eran pocas según sugiere el alto coeficiente de retorno de los inmigrantes), contribuyeron a conformar el reclamo de los marginales, excluidos y melancólicos, que es una de las raíces de la expresión tanguera. Ésta fue de tal magnitud que, en su singularidad, llegó a testimoniar unos de los problemas fundamentales de la condición humana. Este hecho fue reconocido, por ejemplo, por diversos medios de Nueva York en ocasión de la presentación del espectáculo Tango Argentino.

Un nuevo fenómeno: la emigración argentina No es casual la atracción que Europa y, especialmente París, ejercieron en la Argentina. La capital de Francia es un polo cultural y, en tal carácter, atrajo y atrae el interés de América Latina y del resto del mundo. Sin embargo, en ninguna otra de las culturas iberoamericanas, Europa y París ejercieron tanta seducción 152

como en la Argentina. El Viejo Mundo era el retorno a los orígenes. Fue en este contexto que Cadícamo expresó la situación de la bohemia argentina radicada en París. La época de la composición “Anclao en París”, es un punto de clivaje en la formación argentina. El golpe de Estado de 1930 y la crisis económica mundial iniciada ese mismo año, marcan un punto de fractura en la historia económica, social y política de la Argentina. El período inaugurado con la Organización Nacional, posterior a Caseros, se cierra con la crisis del treinta. Cambian entonces muchas cosas y aparecen fenómenos nuevos. La inmigración siguió siendo significativa pero perdió importancia relativa en un país que contaba, en 1930, con 12 millones de habitantes. La participación de los extranjeros en la población total, declina al 15% en 1947 y al 6,7% en 1980. Por otra parte, cambió el origen de los inmigrantes. Hacia 1980, el 40% de los mismos provenían de los países limítrofes. Pero el hecho nuevo en estas materias es la aparición de una importante corriente migratoria de argentinos. Las causas del fenómeno son múltiples. Entre ellas, la persecución política y la falta de oportunidades de trabajo. Según las estimaciones de Lattes, Oteiza y Graciarena, la emigración de argentinos alcanzó a 110 mil personas hasta 1960, a 130 mil en la década de 1960, 240 mil en la de 1970 y 300 mil en la de 1980. La cantidad de compatriotas residentes en el exterior aumentó sin pausa. En 1960 o alcanzaba a 100 mil personas y en 1990 era del orden de 600 mil. El 40% de los argentinos emigrados está radicado en los países latinoamericanos. Otros destinos importantes son España, Italia, Inglaterra e Israel. Un rasgo importante de esta inmigración es que, en buena medida, está compuesta por personas de elevada 153

capacitación profesional y cultural. Es el conocido problema de la “fuga de cerebros” que ha nutrido, entre otros, de médicos, matemáticos, físicos y literatos argentinos, los centros de excelencia académica asistencial en los Estados Unidos, España, Brasil y otros países. Este fenómeno de la emigración argentina, probablemente declinará en la consolidación de la democracia y, esperemos, con la recuperación económica del país, el aumento de las oportunidades de empleo y la elevación de la calidad de vida. Mientras tanto, en las últimas décadas, los centenares de miles de argentinos radicados en el exterior han creado sus propias sensibilidades de expresiones de la emigración. Entre ellas, el tango seguramente manifiesta, en primer lugar, la evocación y el duelo de los compatriotas emigrados. Entre los tangos que canturrean los argentinos “anclaos” en París, pero también en Madrid, Caracas, Tel Aviv y Barcelona, seguramente el de Cadícamo y Barbieri ejerce una tracción preferente. Por otra parte, pocos tangos conmueven más al escucha argentino, transitoria o permanentemente radicado en el exterior, que este tema interpretado por su destinatario original: Carlos Gardel. De allí, la tesis de esta ponencia de que “Anclao en París”, concebido en otra época y circunstancias, se convirtió con el tiempo en un tango de la emigración argentina. En el contrapunto de la poesía romántica y del arrabal, característico de la obra de Cadícamo y de su saga de papusas, nostálgicos, malevos, riachuelos, mareados, regresos y partidas, cantores, patios, glicinas, malvones y de amores fugaces como la luz de un fósforo, “Anclao en París” dio en el blanco de un problema que recién alcanzaría su plena importancia años después de la concepción de la obra. 154

Si así fuera, sería otra de las paradojas que suelen observarse en el hecho creativo. A saber: que sus alcances trascienden las motivaciones e inspiración primera del autor.

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EL TANGO Y LA GLOBALIZACIÓN34

…dicen que yo me fui de mi barrio, pero cuándo, cuándo, si siempre estoy llegando. ANÍBAL TROILO Nocturno a mi barrio

Introducción LOS ESTUDIOSOS de la materia coinciden en que el tango nace en la década de 1880. Era ésta una época de cambios profundos en el orden mundial y en el país. Todavía a principios del siglo XIX las personas y las cosas se desplazaban a la misma velocidad que en la antigüedad. Los soldados de Napoleón no marchaban más rápido que los de Julio César, dos mil años antes. La Revolución Industrial, en pleno desarrollo en la segunda mitad del siglo XIX, modificó radicalmente esta realidad. En los transportes, el ferrocarril reemplazó a la tracción a sangre y los navíos a vapor a los veleros. Los fletes bajaron drásticamente y, por primera vez, todas las regiones del planeta, aun las más alejadas de las costas, fueron accesibles al mercado mundial. A su vez, el telégrafo reemplazó a las palomas mensajeras y Conferencia en la Academia Nacional del Tango, Buenos Aires, 6 de agosto de 2001. 34

los cables submarinos permitieron que la información circulara entre los continentes en tiempo real. En virtud de estos hechos, la Argentina que había sido, hasta entonces, un espacio marginal en el escenario mundial, se convirtió en un territorio muy atractivo para las potencias industriales. La región pampeana era una de las praderas fértiles de clima templado más extensa y rica del mundo y, por lo tanto, fuente de producción y exportaciones de granos y carnes, en creciente demanda en Europa. De este modo, el país fue un destino principal de las corrientes migratorias y de las inversiones europeas. Hacia la misma época y, en buena parte, influidos por los acontecimientos externos, se estaban produciendo profundas transformaciones en la Argentina. Era el fin de la Campaña del Desierto y la integración definitiva del territorio, el comienzo de la primera presidencia del general Roca, la federalización de la ciudad de Buenos Aires, el fin de las guerras federales y la consolidación de la organización nacional bajo la hegemonía del puerto. En consecuencia el tango nació en una época de profundas transformaciones en el mundo y en la Argentina. Él es una consecuencia de la globalización pero, como después veremos, constituye una respuesta original, propia, del tejido humano construido en semejantes circunstancias.

La prehistoria Como sostiene Horacio Ferrer, el tango es arte americano y, por lo tanto, su historia empieza mucho antes

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de 1880. Es decir, arranca con el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo. Detengámonos brevemente en esta prehistoria del género.35 El siglo XV señala el fin de la Edad Media y el surgimiento del mundo moderno. El Renacimiento fue un período de un avance notable del conocimiento científico que respaldó la vocación expansiva de los pueblos cristianos de Europa. Bajo el liderazgo del infante Enrique, el Navegante, los navíos portugueses comenzaron a buscar, navegando hacia el sur y a lo largo de las costas africanas, un acceso hacia Oriente y las especias (pimienta, clavo, canela, etc.), producidas en la India y en el Archipiélago Malayo. La epopeya portuguesa culminó con el desembarco de Vasco da Gama en Calicut, sobre la costa occidental de la India, en 1498. Poco antes, en 1492, un navegante genovés, bajo el pabellón de Castilla y Aragón, en busca del mismo destino y navegando hacia Occidente, tropezó con las Indias, pero no de Oriente sino de un Nuevo Mundo. La globalización tiene así una fecha precisa de nacimiento: la última década del siglo XV. Entonces, por primera vez, se formó un sistema mundial de alcance planetario liderado, inicialmente, por Portugal y España y, poco después, también, por Inglaterra, Francia y Holanda. Los europeos buscaban los que eran entonces los principales productos del comercio: especias, azúcar, metales y piedras preciosas. A tales fines establecieron enclaves en África, Medio Oriente y Asia. Desde allí traficaban con las poblaciones locales y, en África, además,

H. Ferrer, El libro del tango, Barcelona, Antonio Tersol editor, 1980. 35

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compraban y capturaban esclavos cuyo principal destino eran las plantaciones y minas de América. En todas partes, los asentamientos europeos coexistían con las situaciones locales y nunca exterminaron y sustituyeron las culturas locales. Chinos, hindúes, malayos, árabes, africanos, todos los pueblos no europeos, incluso los sometidos a la condición colonial, sobrevivieron a la penetración europea y conservaron los rasgos esenciales de las culturas nativas. La experiencia en América fue radicalmente distinta. Al tiempo del desembarco de Cristóbal Colón en Guanahaní, existían en el Nuevo Mundo, aproximadamente, 60 millones de habitantes. Un siglo después, hacia 1600, sobrevivía apenas el 10%, es decir, alrededor de 6 millones. Las pestes transportadas por los europeos exterminaron poblaciones sin defensas frente a enfermedades desconocidas. El sometimiento y la desorganización de las culturas nativas hicieron el resto. Sólo en Australia, mucho más tarde y en una escala muy inferior, se registró una experiencia comparable. La transformación demográfica del Nuevo Mundo fue extraordinaria y sin precedentes históricos. Al exterminio de gran parte de la población nativa se sumó la incorporación de esclavos africanos. Entre los siglos XVI y XIX ingresaron a América alrededor de 10 millones de seres humanos, aproximadamente la mitad de aquellos que salieron de las costas africanas, muchos de los cuales perecieron en el tránsito. Ésta fue la mano de obra ocupada en las plantaciones de azúcar, las minas y otras explotaciones en las colonias europeas en el Nuevo Mundo. Estos hechos signaron para siempre las raíces étnicas y las culturas de América. Sobre la base de sobrevivientes de las culturas precolombinas, esclavos africanos e inmigrantes europeos, 159

las potencias imperiales formaron nuevas civilizaciones en el Nuevo Mundo. Éste es el acontecimiento más extraordinario de la globalización desde su inicio, en la última década del siglo XV, hasta la actualidad. El período que abarca desde 1500 hasta los alrededores de 1800, constituye lo que he denominado el Primer Orden Mundial.36 En éste, el actual territorio argentino era marginal y de escaso interés para las potencias imperiales. No existía aquí ninguno de los productos atractivos en la época: especias, azúcar, plata, oro, piedras preciosas. A tal punto eran marginales estos territorios que fueron administrados desde Lima hasta prácticamente las vísperas de la independencia. El virreinato del Río de la Plata fue establecido por Carlos III en 1776 y el reglamento de Comercio Libre promulgado en 1778. Ambas decisiones estuvieron motivadas por la intención de contener la penetración británica y portuguesa en el Río de la Plata antes que por el rédito que la Corona española obtenía en estos territorios.

La Argentina Las expresiones musicales de las nuevas culturas del Nuevo Mundo incluyen el jazz, las canciones mesoamericanas, el samba y la bossa nova y, en nuestro extremo sur, el tango. El tango es una consecuencia tardía de la globalización de la segunda mitad del siglo XIX, vinculada a la A. Ferrer, Historia de la globalización: los orígenes del orden económico mundial, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1996. 36

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Revolución Industrial. En ese entonces, estaban en pleno auge la expansión del comercio e inversiones internacionales. Y las grandes corrientes migratorias desde Europa hacia el Nuevo Mundo. Entre 1881 y 1915, emigraron con ese destino 37 millones de europeos y, de ellos, el 12% se radicó en la Argentina, la proporción más importantes después de los Estados Unidos.37 El desarrollo de la industria en Europa provocó un gran aumento de la demanda de alimentos y materias primas y abrió nuevos mercados para la venta de manufacturas y las inversiones de las naciones industriales. La Argentina que, hasta mediados del siglo XIX, era un país marginal en el escenario mundial, se convirtió, en pocas décadas, en un protagonista principal del comercio, las inversiones y las migraciones, fuertemente asociado a la potencia hegemónica de la época, Gran Bretaña. La transformación del país fue extraordinaria. Los censos nacionales de 1869, 1895 y 1914 indican que la población aumentó de menos de 2 a 4 y a casi 8 millones de personas, en esos años. Esto se fundó principalmente en la inmigración. Los censos registraron que los extranjeros dentro de la población total pasaron del 12%, al 25% y al 30% entre aquellos tres relevamientos. Casi el 75% de los extranjeros eran de origen español e italiano. En 1914, la población extranjera oriunda de Europa ascendía a casi el 50% del total, el más alto entre las ciudades del Nuevo Mundo. Todavía a mediados del siglo XIX, el país contaba con una escasa población distribuida en poblados aislados entre sí, en un inmenso territorio de casi 3 millones de A. Ferrer, Historia de la globalización II: la revolución industrial y el segundo orden mundial, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000. 37

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km2. En pocas décadas, el ferrocarril integró el espacio en torno al eje del puerto de Buenos Aires. La red ferroviaria pasó de 700 km en 1870 a casi 34 mil km en 1915. La velocidad media de desplazamiento de personas y cargas pasó, antes y después del ferrocarril, de 3 km a 60 km/h. Los costos de transportes bajaron. Por primera vez, la producción del interior accedió a los puertos de embarque y las importaciones se distribuyeron a bajos costos por todo el territorio nacional. Sobre estas bases se formó el llamado modelo de crecimiento hacia fuera, fundado en la producción agropecuaria de la región pampeana. La población urbana creció rápidamente. En 1869 representaba el 33% de la población total y en 1914, el 58%. A su vez, la actividad rural experimentó un rápido crecimiento. Entre 1900 y 1915, la superficie cultivada aumentó de 5 a 21 millones de hectáreas. En este último año las existencias de ganado vacuno alcanzaban a 26 millones de cabezas y las de ovinos a 44 millones. El poblamiento y el desarrollo del país en estos años se configuró dentro de un sistema que registraba una gran concentración de riqueza. Otros países, que recibieron grandes corrientes de inmigrantes como los Estados Unidos, Canadá y Australia, realizaron un reparto más amplio de la propiedad de la tierra. En ellos, la frontera agrícola fue ampliada por los propios colonos, inmigrantes también en su mayor parte, que fueron expulsando a las poblaciones nativas y conformando amplios grupos de propietarios y productores. Ese reparto más equitativo de la riqueza favoreció la expansión del mercado interno y la industrialización. Ésta, a su vez, fue fomentada por los gobiernos protegiendo la producción local frente a la competencia de las importaciones, particularmente en el caso de los Estados Unidos, que 162

fue el país más proteccionista del mundo en el transcurso de todo el siglo XIX y hasta la primera gran guerra del XX. Estos hechos sustentaron la expansión del empleo, las oportunidades del progreso y el desarrollo de la democracia en los países mencionados. A su vez, la mayor cohesión social y el reparto más equitativo de la riqueza fortalecieron la identidad y sustentaron políticas afirmativas de los intereses nacionales en el contexto de la globalización. En la Argentina, la experiencia fue distinta. La expulsión del indio iniciada en las primeras décadas del siglo XIX y consumada con la Campaña del Desierto y la ocupación de las tierras del sur del país expandió la frontera al mismo tiempo que las nuevas tierras eran repartidas entre pocas manos. De este modo, cuando llegaron las grandes corrientes migratorias la propiedad de la tierra estaba fuertemente concentrada. Se configuró así el escenario del latifundio de explotación extensiva y de productores no propietarios. De allí surgieron la fuerte concentración de la renta agraria y los límites a la expansión del mercado interno y la industrialización. La consecuente debilidad en la generación de empleo y bienestar contribuye a explicar por qué, entre 1870 y 1914, ingresaron 7 millones de personas pero retornaron a sus países de origen o fueron a otros destinos 4 millones. Se trata probablemente del más alto coeficiente de retorno entre los países de inmigración. En este contexto, se afianzó la preferencia por las políticas librecambistas y el vínculo especial con la potencia hegemónica de la época, Gran Bretaña, en contraste con la trayectoria de los otros países de poblamiento reciente, antes mencionados. No es difícil advertir los vínculos entre las tendencias observadas en la Argentina y las dificultades para 163

afianzar la identidad nacional y consecuentemente, políticas funcionales a los intereses de toda la Nación. La debilidad de nuestra democracia reconoce probablemente los mismos orígenes.

El tango En este escenario de fuerte crecimiento poblacional, urbanización, inmigrantes europeos y del interior del país en Buenos Aires, concentración de la riqueza y exclusión social, se configura el tejido humano del cual surge el tango, su nostalgia por lo perdido y la protesta contra la injusticia. El género integra música, poesía y danza y expresa una relación entre el hombre y la mujer simbolizada en el abrazo.38 Es comprensible, también, que un caldo de cultivo de tal riqueza asimilara expresiones musicales provenientes de otras latitudes del Nuevo Mundo hasta conformar, finalmente, una expresión propia y original. La misma que concluye por ser una de las principales manifestaciones de la identidad argentina. No es extraño entonces que con tales antecedentes y su origen en los suburbios de la sociedad establecida, el tango necesitara, para legitimarse, la aprobación de Europa y, en primer lugar, de su principal centro cultural, París. Así sucede a comienzos del siglo XX. El tango se transforma entonces de una expresión marginal del arrabal de Buenos Aires y otros centros urbanos rioplatenses, en una melodía de resonancia universal. Porque, como afirmaba mucho después el comentarista del New S. Abadi, El bazar de los abrazos, Buenos Aires, Lumier, 2001. 38

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York Times, en ocasión del debut del espectáculo “Tango Argentino” en Nueva York, expresa dilemas y conflictos esenciales de la condición humana: el amor, el duelo, el desarraigo, el paso del tiempo, la nostalgia. Intelectuales cultores de las raíces hispánicas de la raza, como Carlos Ibarguren y Leopoldo Lugones, expresaron su perplejidad y disgusto frente al reconocimiento mundial del tango, al que consideraban una expresión subalterna del arrabal y el aluvión inmigratorio, indigno, por lo tanto, de ser considerado argentino. Sólo con la aprobación de Europa, adquiere el tango pasaporte argentino, revelando una de las debilidades de nuestra idiosincrasia, a saber, la dependencia de la opinión de afuera para convencernos de nuestros propios valores. En nuestros días, esto que hoy llamamos riesgo país, es otra manifestación de nuestra contumaz subordinación a la opinión extraña, sustentado actualmente en un grado extremo de vulnerabilidad. La etapa fundacional del tango fue seguida por la extraordinaria fecundidad de los años veinte. Luego emergen las fundamentales décadas de los años cuarenta y cincuenta.39 En esa época, como resultado de la depresión mundial y la segunda gran guerra, el país se vuelve sobre sí mismo, registra profundas transformaciones políticas y un fuerte movimiento migratorio desde las zonas rurales a Buenos Aires y otros centros urbanos. Los censos de población revelan una situación distinta a la de la etapa fundacional del tango. En 1970, los europeos ascendían a 1,7 millones, el 9,5% de la población total, contra 2,2 millones y el 30% en 1913. MienJ. Adamoli, “Quiénes y cuándo le dieron vida al tango”, en: Doce ventanas al tango, Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001. 39

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tras tanto, los inmigrantes procedentes de los países limítrofes habían aumentado de 208 a 453 mil entre los mismos años. A su vez crecía la presencia en la Capital Federal y el conurbano de los oriundos del interior del país. En este nuevo escenario, ahora más distante del orden mundial, surgen nuevos aportes enriquecidos por la mayor competencia profesional de los músicos y una nueva generación de poetas. Estos últimos rescatan los temas fundacionales del amor, el desarraigo y la nostalgia junto a la protesta por las miserias de los nuevos tiempos. De este modo, las décadas del cuarenta y del cincuenta configuran junto a la etapa fundacional, el principal acervo musical y poético del tango. Cuando se intensifica la vinculación del país con el mundo externo, a partir de la década de 1960, el tango es desplazado en las preferencias de las mayorías por sones provenientes principalmente de los Estados Unidos y otras latitudes del Nuevo Mundo. Los medios de comunicación masiva transnacional profundizan la globalización de la cultura y las preferencias estéticas. En los años ochenta el tango vuelve a resurgir, en particular la danza. Compartiendo ahora las preferencias populares con otros ritmos, el tango recupera su posición como una expresión esencial de la identidad argentina. El tango surgió así y se desenvuelve actualmente en un contrapunto continuo entre nuestra propia realidad y el mundo externo. Entre el escenario interno y la globalización. Su experiencia proporciona enseñanzas para otras esferas distintas a las de un gran género de la música contemporánea.

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Hemos visto cómo el tango nace en un contexto fuertemente condicionado por los acontecimientos mundiales y la forma en que el país se insertó en el orden global. Pero estas influencias externas fueron incorporadas para crear una melodía y una poesía esencialmente argentinas, más precisamente, rioplatense. A partir de esta creación propia nos proyectamos al mundo y éste nos reconoce por nuestra originalidad. Ocupamos un lugar en el mundo por el tango y otras expresiones de nuestra cultura que tienen valores universales porque expresan dilemas esenciales de la condición humana, contenidas en la idiosincrasia de nuestro pueblo. Porque fuimos capaces en el tango y en otras creaciones de vincularnos al mundo, incorporar otros saberes y otras emociones, siendo nosotros mismos. El epígrafe de estas notas recuerda un pasaje de “Nocturno a mi barrio” de Aníbal Troilo. No podría expresar en menos ni mejores palabras lo que quiero decir acerca del tango y la globalización. Troilo se va del barrio y se proyecta al mundo porque, finalmente, siempre vuelve a nutrirse de las esencias de su identidad, de su memoria y sus amores fundacionales.

Epílogo Es interesante observar que el nuevo auge del tango se vincula a la repercusión que alcanzó en Europa y los Estados Unidos el espectáculo llamado “Tango Argentino”, seguido después por múltiples giras de artistas argentinos. Parecería que volvimos a necesitar el reconocimiento externo para recuperar nuestra autoestima y la apreciación de nuestros propios valores.

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Es probable también que estemos ahora buscando en el tango, y en otras manifestaciones de nuestra cultura, un refugio de la identidad argentina frente a las incertidumbres del presente. Como hemos visto, el tango constituye una respuesta creativa y original al contrapunto entre la globalización y la realidad interna. En la economía, la situación es bien distinta. Hemos respondido muy mal a los desafíos de la globalización y los resultados están a la vista. Dentro de la globalización (y no se puede vivir fuera de ella) sólo prosperan los países que consolidan su propia identidad y asumen la organización de sus recursos. En la cultura, lo logramos, por ejemplo, creando un género de la universalidad del tango. En economía, deberíamos hacer lo mismo. Actualmente, estamos aterrorizados por el riesgo país y los cambios de humores de los mercados. No hay nada de inevitable e inexorable en estos hechos. En estudios recientes sobre la globalización, insisto en esta necesidad de estar en el mundo sin dejar de ser nosotros mismos, de vivir con lo nuestro abiertos al resto del planeta y la cultura de otras latitudes. Porque, en definitiva, la trayectoria de los seres humanos y los países se construye, en primer lugar, en el propio espacio.

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Epílogo

ATRAPADOS EN LA GLOBALIZACIÓN40

LOS ARGENTINOS estamos tratando de entender qué pasa con nuestro país. Cuáles son las causas que explican el desempleo, la pobreza, la inseguridad y la frustración que predominan en la sociedad argentina. Desde la esfera política, el ámbito religioso y la sociedad civil se reclama contra la situación sin desentrañar la raíz profunda de semejantes calamidades. No son el déficit fiscal, ni la evasión de impuestos o la ineficiencia de la Justicia, los costos exagerados de la política o la corrupción, el egoísmo individual o la falta de solidaridad, las causas dominantes de nuestros problemas. Con la excepción del déficit que actualmente es irrelevante, todos los otros son males que deben erradicarse. Pero aunque así fuera, probablemente no lograríamos crecer ni resolver los problemas sociales que nos agobian. Sugiero que existe una explicación excluyente de nuestros males. A saber, las pésimas respuestas que he40

Clarín, miércoles 11 de julio de 2001.

mos dado a los desafíos y oportunidades de la globalización del orden mundial contemporáneo. Lo que nos sucede no es la consecuencia inexorable de acontecimientos exógenos, frente a los cuales no tenemos alternativa más que aceptarlos y seguir la corriente. Ante el mismo escenario mundial, otros países de menor dimensión y recursos que el nuestro —como Corea, Taiwán y Malasia— lograron, en plazos históricos breves, emerger del atraso y la dependencia y convertirse en protagonistas activos, no subordinados del orden mundial. La globalización tiene lugar en la esfera virtual de la transmisión de información e imágenes y el procesamiento de datos en tiempo real, posibilitados por la revolución electrónica. En ella habitamos, efectivamente, en la aldea global. En el plano real, la globalización se refleja en dos procesos principales. Por una parte, el aumento del comercio internacional que crece el doble que la producción mundial. Por otra, la expansión de las corporaciones transnacionales y sus filiales, en cuyo seno se internacionaliza una parte de la agregación de valor en la economía mundial. La globalización incluye otra dimensión fundamental: la financiera, arraigada en un mercado planetario fuertemente especulativo. tanto, que más del 95% de las transacciones en los mercados cambiarios mundiales del orden de 1,5 billones de dólares diarios, se refiere a movimientos de fondos que arbitran tasas de interés, paridades cambiarias y variaciones de los mercados de acciones y bonos. Este factor contribuye a la inestabilidad de esas mismas variables, que es otro rasgo del orden mundial contemporáneo.

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El sistema es administrado por un marco regulatorio que responde, naturalmente, a los intereses de los países centrales. Pero ni las normas de la Organización Mundial de Comercio ni los criterios del FMI son obstáculos insalvables para la formulación de políticas eficaces en los países que saben cómo responder a los desafíos y oportunidades de la globalización. ¿Cómo respondió Argentina a estas tendencias? De la peor manera imaginable. Quedó atrapada en la visión fundamentalista de la globalización, según la cual todo sucede en el orden global y el poder radica en los actores transnacionales y las grandes potencias, en primer lugar, en los Estados Unidos. A partir de allí, desprotegió el mercado interno, para colmo con un tipo de cambio fuertemente sobrevaluado. Una combinación fatal: apertura con producción nacional carísima en divisas. Además, admitió indiscriminadamente un cuantioso volumen de inversión privada directa. Esto ha provocado el más extraordinario proceso de extranjerización de cualquier economía de alguna importancia en el mundo contemporáneo. se fracturaron así los eslabonamientos entre los diversos sectores de la economía y, en particular, entre la producción de bienes y servicios y la oferta de conocimientos del sistema nacional de ciencia y tecnología. Si se compara la política que hemos seguido con la aplicada en países como Corea, Taiwán y Malasia, dan ganas de llorar. En esos países, la inversión fue admitida para ampliar la capacidad productiva, no para comprar activos existentes; para acceder a terceros mercados, no para dominar el mercado interno; para atraer tecnología e integrar a las filiales al tejido productivo doméstico, no para sustituirlo.

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En vez de mantener la casa en orden y en equilibrio los pagos internacionales, el país entró en un proceso frenético de endeudamiento. A su vez, las filiales son fuertemente deficitarias en divisas, porque venden principalmente en el mercado interno pero gastan mucho afuera por la compra de insumos, equipos, tecnología y remisión de utilidades y regalías. Este comportamiento de las filiales explica cerca de 2/3 del déficit de la cuenta corriente en el balance de pagos. Sumado a esto los servicios de la deuda, se comprende la dimensión de la vulnerabilidad externa. La misma que nos lleva de un blindaje a un canje de deuda y de un sobresalto a otro, en un escenario permanente de estancamiento, desempleo y frustración. El fin de este camino es elocuente. Argentina es el país más endeudado de América Latina y del mundo. La deuda externa es casi seis veces mayor que las exportaciones y los pagos en concepto de intereses y utilidades representan más del 50% de estas últimas. América Latina es la región del mundo más vulnerable en estas cuestiones y nosotros estamos dos veces peor que el promedio regional. Parecería que aún no hemos tomado conciencia de la dimensión del problema. Como si esto no alcanzara, para garantizar a los mercados que no volveremos a cometer los disparates del pasado, que no fueron pocos, hemos decidido que vamos a navegar, en el mar embravecido de las variables cambiantes, sin timón. Es decir, sin política económica que está subordinada al régimen de convertibilidad y al compromiso de eliminar el déficit fiscal, aunque la economía esté en recesión y, sin los intereses de la deuda, el presupuesto revele un superávit primario. Las causas por las cuales hemos dado tan malas respuestas a la globalización son múltiples y complejas. 173

Pero si queremos cambiar el rumbo debemos empezar por entender los alcances reales de la globalización. Merece recordarse al respecto que, pese al crecimiento del comercio, el 80% de la producción mundial es absorbida por los mercados internos. A su vez, más del 90% de la agregación de valor en la economía mundial se realiza dentro de las fronteras nacionales y otro tanto de la inversión en capital productivo y social es financiado con el ahorro interno de los países. Las corporaciones y sus filiales son muy importantes pero, en definitiva, realizan menos del 10% de la acumulación de capital y la agregación de valor en la economía mundial. Suele olvidarse la coexistencia de la dimensión global con la endógena. Como suele desatenderse, también, la evidencia de que el desarrollo no se importa y es siempre y, en primer lugar, un proceso interno de transformación, capacitación de los recursos humanos e integración de la sociedad y del sistema productivo. Dentro de la globalización (y no se puede estar afuera) sólo prosperan los países que asumen la conducción de su propio destino. La experiencia histórica y la actual es definitiva: siempre fue así y sigue siéndolo. Argentina hace rato que renunció a un proyecto propio. Ha quedado así atrapada en el terror del riesgo país y los cambios de humor de los mercados. Carecemos así de los medios y de los instrumentos para ponernos en marcha y enfrentar realmente los problemas cruciales del desempleo, la pobreza y la inseguridad. No lograremos hacerlo hasta que observemos el mundo con realismo y modifiquemos radicalmente nuestras respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización. Es preciso reconocer que el núcleo de nuestros problemas radica en la cuestión nacional. Hace casi veinte 174

años, en plena crisis de la deuda, propuse que debíamos vivir con lo nuestro para estar en el mundo y crecer e, incluso, para pagar la deuda sin sobresaltos. Triunfó la visión fundamentalista de la globalización y el pensamiento mágico neoliberal, con las consecuencias que tanto nos afligen. Es tiempo de cambiar el rumbo empezando por revisar el diagnóstico de nuestros males y, en seguida, realizar un ataque masivo contra la vulnerabilidad externa, sin cuya remoción seguiremos insistiendo en las pésimas respuestas a la globalización, con los resultados conocidos.

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COLAPSÓ LA ERA INICIADA EN 197641

El agotamiento del modelo neoliberal llegó a un punto en el que “ya no es siquiera capaz de respetar sus propias reglas”, considera Aldo Ferrer. El ex ministro de Economía —que participó activamente en la elaboración del Plan Fénix, la propuesta económica alternativa que surgió en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires— dijo a Página/12 que “la convertibilidad es una ficción” y que “deben recuperarse cuanto antes los instrumentos de política monetaria y fiscal”. Y si bien el límite reside en “la gran dificultad de las mayorías para articular un poder viable”, la crisis social y el colapso del modelo pueden abrir un espacio para nuevas respuestas. —¿Cuál es su evaluación de las recientes medidas económicas? —Estas medidas ponen punto final a un período histórico de la economía argentina iniciado en 1976, cuando Reportaje realizado por Claudio Scaletta, Página/12, 9 de diciembre de 2001. 41

se instala por primera vez esta visión fundamentalista de la globalización, con desregulación financiera y apertura indiscriminada. Luego de los altibajos durante los años ochenta, el modelo se consuma en la década pasada, cuando se dieron una serie de condiciones favorables para este tipo de políticas: inversiones externas, abundancia de créditos, empresas por vender, reformas previsionales, desfinanciamiento del Estado, etc. Este fenómeno culmina con un deterioro de la economía real muy profundo, con esta recesión interminable. Y, finalmente, una situación de insolvencia que acaba en el incumplimiento del sistema de contratos. Entonces, el modelo desemboca en esta intervención masiva del Estado para preservarlo. —¿Por qué se dejó avanzar la situación hasta este límite? —Creo que el modelo siguió su propia dinámica. Se trató de darle oxígeno con diversos instrumentos, como el blindaje, el megacanje y demás. Pero los desequilibrios son tan profundos que esto llegó al final en un contexto de grave deterioro de la economía real y de la situación social. —¿Por qué no se advirtió antes el deterioro de la economía real? —Claramente porque el modelo tiene sus beneficiarios. Éste fue un esquema que se asentó en las privatizaciones y en el negocio financiero. Incluso haciendo operaciones sobre las finanzas públicas se han transferido rentas muy importantes, como con la reforma previsional. Toda esta manipulación de las riquezas del país en beneficio de grupos reducidos terminó generando una situación de inviabilidad. Incluso al punto de que el

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modelo no es capaz siquiera de respetar sus propias reglas. —¿Cuál es el destino de la convertibilidad? —Hoy la convertibilidad es una ficción, porque las reservas del BCRA representan entre el 10 y el 15 por ciento del total de activos convertibles en dólares que pueden salir del sistema. En semejante contexto, se sigue con las mismas políticas. En vez de revertir la situación se avanza en el sentido de la dolarización. —¿Dolarización versus devaluación no es un dilema falso? —La dolarización no es una solución porque no resuelve la crisis de confianza, a menos que entren ingentes recursos del exterior, algo que no es en absoluto previsible. —¿Cuál es la alternativa? —Acá hay que recuperar la capacidad de hacer política económica y para esto hay que reconocer que la convertibilidad ha generado una ficción. El titular de depósitos en dólares no va a poder transformarlos en dólares reales. Entonces, hay que pasar el sistema a pesos en el marco de una nueva política macroeconómica de ajuste con crecimiento. Así será posible recuperar la capacidad tributaria y flexibilizar la política cambiaria. Hay que volver a la realidad y salir de esta ficción del tipo de cambio fijo, que terminó generando esta sobrevaluación. —¿Cuál sería el bloque social dispuesto a apoyar esta salida? —La inmensa mayoría del país que está ligada al trabajo y a la producción y que no participa de los secto178

res especulativos vinculados a rentas extraordinarias. Pero éste es el viejo problema argentino: que mientras ciertos grupos hegemónicos, con una gran capacidad para manipular la realidad, detentan poder y capacidad operativa para orientar las cosas, las mayorías tienen gran dificultad en articular un poder viable. Ahora estamos en una situación similar. Frente a este descalabro provocado por el neoliberalismo y por estas maniobras especulativas, no se vislumbra cuál es la salida política. Y esto se presenta en una situación social crecientemente preocupante que genera incógnitas respecto de la paz social, porque ya las tensiones son realmente insoportables. —Antes, el límite del modelo era la salida de depósitos. Ahora parece ser el estallido social. —El modelo colapsaba por dos causas. Una es la que ya sucedió, que era la salida de depósitos y la fuga de capitales. Y la otra, como usted dice, es una conmoción social grave. Ya pagamos la primera y ahora corremos el riesgo de la segunda. Por la gran inquietud que se está generando no puede descartarse que se produzcan hechos preocupantes desde el punto de vista de la seguridad y la paz social. El modelo neoliberal colapsa estruendosamente y deja como herencia una situación que violenta todo el sistema de contratos y de relaciones de una sociedad organizada. La salida es su reemplazo por un nuevo régimen viable que permita la recuperación de la política económica. Porque en realidad el país está paralizado. No tiene política cambiaria ni fiscal: sólo tiene la política del déficit 0. El país está navegando en un mar turbulento, con una tormenta fenomenal y tiene el barco sin timón y sin instrumentos.

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—Pero sigue faltando un sector de la clase dirigente con capacidad para impulsar este enfoque. —La esperanza es que en circunstancias límite como las que estamos viviendo se pueden configurar nuevas situaciones que den nuevas respuestas. Lo que es claro es que el grueso de la clase empresaria y política en general estuvo acompañando esto. Incluso en la actualidad, protestan más sobre las consecuencias que sobre las causas. —¿Cuál es su diagnóstico para el corto plazo? —Tengo la impresión de que el sistema financiero no puede volver a operar. No hay día 91. En cuanto se levanten las restricciones empieza otra vez la fuga. En este contexto la dolarización es un paso inútil e inviable, un camino sin salida. Pero hay dos hechos de los que pueden surgir nuevas perspectivas. El primero es que, contra lo que decía el neoliberalismo, quedó demostrado que el Estado conserva un poder formidable, tanto poder como el que le permitió restablecer el control de cambios y tomar estas decisiones en el sistema financiero. El segundo es la caída del modelo en condiciones estrepitosas. Estos dos elementos pueden ser el punto de partida de una fórmula de solución.

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