Alcina Franch - Los Aztecas
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Los Aztecas José Alcina
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JOSE ALCINA FRANCH Nacido en Valencia en 1922, se licen ció en Historia en la Universidad de Valencia (1946) y se doctoró en la Universidad de Madrid (1948) am pliando estudios en París (1950) y México (1951). Fue catedrático en la Universidad de Sevilla (1959-67) y en la C o m p l u t e n s e de M a d r i d (1967-1987). Ha recibido los premios: «Menéndez Pelayo» del CSIC (Ma drid, 1953) y Anisfield-Wolf Award in Race Relations (New York, 1983). Posee numerosas condecoraciones de España, Po lonia, Perú y Ecuador y es miembro de numerosas academias de Ecuador, México, etc. y sociedades diversas. Como arqueólogo ha excavado en varios sitios en Perú (Chin chero), Ecuador (Ingapirca, Atacames, etc.), Guatemala (Totonicapán, Quetzaltenango, Retalhuleu) y México (Champotón). De su copiosa bibliografía cabe destacar, los siguientes libros: Fuentes indígenas de M éjico (1956); Floresta Literaria de la A m é rica Indígena (1957); L as «pintaderas» mexicanas y sus relacio nes (1957); Manual de A rqueología A m ericana (1965); L'Art Précolom bien (1978); Arte y A ntropología (1982); L os orígenes de Am érica (1985); Bibliografía Básica de A rqueología A m ericana (1985); Arte P recolom bin o (1986); C ódice Veitia (1986); Descu brimiento Científico de Am érica (1988); y A rqueología an tropo lógica (1989).
INTRODUCCIÓN
¿ Q uién
no sabe que los habitantes del México que conquistó Hernán Cortés eran los aztecas? Los que afirman conocer quié nes eran los aztecas, los identifican con un pueblo guerrero y cruel que se destacó entre sus contemporáneos por organizar ver daderas hecatom bes sacrificando a multitud de víctimas en los al tares de sus dioses; pocos, sin embargo, saben que tras esa faz sangrienta se ocultaba una de las culturas más refinadas y crea tivas de la Antigüedad, con un arte plástico y una poesía com parables a las artes de la Europa de ese mismo tiempo. Este li bro pretende presentar brevemente una síntesis de lo que se sabe hoy acerca de la cultura del pueblo azteca, mexica o tenochca — tres términos que, no siendo sinónimos, utilizaremos indistin tamente a lo largo de este texto— tratando de desterrar tópicos, profundizando, por el contrario, en los aspectos que considera mos personalmente más significativos y relevantes. Es evidente que lo que hoy sabemos sobre los aztecas es el resultado de una larga historia intelectual que, comenzando en los siglos X V I y X V II con los escritos del propio Hernán Cortés y de Bernal Díaz del Castillo, capitán y soldado en la conquista de México, y los fundamentales tratados de Fr. Bernardino de Sahagún, Fr. Diego Durán o Fr. Juan de Torquemada, para ci tar algunos de los muchos misioneros que, con sus indagaciones — siempre interesadas en convertir a los infieles indios— nos de jaron una enciclopedia de datos que aún hoy seguimos investi gando e interpretando de maneras diversas. De aquellas fuen tes, cuasi primarias, se pasaría en los siglos X V II y X V III a la etapa de los primeros eruditos mexicanistas entre los que no de bemos olvidar los nombres de Carlos de Sigüenza y Góngora, Ja vier Clavijero, Lorenzo Boturini, Mariano Veitia, Juan Bautista Muñoz y Antonio de León y Gama, entre otros muchos: los ver daderos ideólogos de la inmediata independencia de México. Y
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ya entrado el siglo X IX el nacimiento de la ciencia moderna so bre el mundo azteca con figuras tan extraordinarias como la del alemán Eduardo Seler y los mexicanos Francisco del Paso y Troncoso y Alfredo Chavero que, desde distintas perspectivas sentaron las bases sobre las que ha progresado el mexicanismo del siglo X X . Para nuestro siglo, cabría distinguir dos generaciones: la de los autores que nacieron en los años 10 y 20 y la de aquellos otros que lo hicieron en los años 30 y 40. Entre los primeros hay que mencionar a un norteamericano, George C. Vaillant y un alemán, Walter Krickeberg, autores de dos libros que han teni do gran influencia y popularidad. En esa generación hay que si tuar a Alfonso Caso, con una obra extraordinariamente extensa e importante que, aunque no dedicada exclusivamente al estu dio de la cultura azteca, cuenta con textos de notable importan cia entre los que destaca E l pu eblo del sol como la mejor síntesis popular sobre la religión azteca. Angel María Garibay y Miguel León-Portilla, representan una tradición en el estudio de las fuentes nahuas que se prolonga hacia el futuro a través de sus discípulos y en cuyo haber se cuenta no sólo con las ediciones de textos antiguos y estudios interpretativos notables sino la pu blicación de varias revistas —Estudios de Cultura Náhuatl y Tlalocan, fundada por Barlow— y la organización de uno de los ins titutos de investigación más fecundos de la UNAM: el Instituto de Investigaciones Históricas. También mexicano es el gran na huatlato, Wigberto Jiménez Moreno, autor de una obra más bien escasa, pero de enorme influencia en sus discípulos, especialmen te de la primera época de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Un grupo de españoles exiliados en México el año 1939 ha participado de manera particularmente influyente en los replantcamientos del estudio de la cultura azteca: Pedro Armillas con su estudio pionero sobre el sistema de chinam pas, la agricultura v el medio ambiente; Angel Palerm que, con Eric Wolf, profund i / ; i m en el estudio etnohistórico de los sistemas hidráulicos y IVdio < ai i aseo que lia hecho su carrera de investigador, cenii.mdo su atención en el estudio de la organización social y politn -i de los mexica. Maestro de muchos de ellos y, por lo tanto,
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contemporáneo de Caso y Jiménez Moreno era Paul Kirchhoff, quien habiendo investigado sobre diferentes temas del México Antiguo, dedicó los últimos años de su vida a desentrañar el com plejo problema del sistema religioso azteca. De esa misma ge neración es Jacques Soustelle, autor de brillantes ensayos y li bros sobre el mundo azteca, entre los que habría que destacar su libro de 1955, L a vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista española. De la segunda generación habría que destacar algunos auto res cuya obra representa en muchos casos una profunda renova ción de las interpretaciones sobre la cultura azteca: tales son la austríaca Johanna Broda, el francés Christian Duverger, el bel ga Michael Graulich, la norteamericana Esther Pasztory o los mexicanos Alfredo López Austin, Roberto Moreno y tantos más. Aún habría que agregar una nueva generación — los que se ha llan hoy en el filo de los treinta años— con nombres como José Luis Rojas, Pablo Escalante, Jesús Bustamante y otros muchos, de los que esperamos lo mejor. Una ciencia que, como hemos visto en el fugaz repaso ante rior, cuenta con tres o cuatro generaciones de estudiosos y un in terés que se remonta a más de cuatro siglos, difícilmente puede condensarse en doscientas páginas como es nuestro propósito ac tual. Eso quiere decir que, inevitablemente, pasaremos por en cima de muchos problemas importantes, sin apenas mencionar los y afirmaremos con cierta rotundidad aspectos todavía deba tidos. En realidad, pretendemos hacer un bosquejo que tenga en cuenta todos los avances y logros actuales, sin por ello aburrir al lector con cuestiones académicas que difícilmente pueden ser resumidas. Los comentarios bibliográficos permitirán a aquellos de nuestros lectores que queden prendidos en el encanto de esta antigua civilización, ampliar y profundizar cuanto quieran y puedan.
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B IB LIO G R A FIA Mencionaremos aquí algunos de los textos generales que habría que tener en cuenta para cualquiera de los temas que se mencionarán en los capítulos siguien tes. El libro que, quizá, ha influido más y de manera más adecuada es el de G eor ge C. V aillant: La civilización azteca publicado originalmente en 1941 y en su traducción española por Fondo de Cultura Económica en 1944, revisada por SuZANNAH B. V aillant en 1962 y traducida de nuevo por FC E, en México en 1973, No menos importantes son las doscientas páginas que dedicó a los aztecas Walter K rickeberg en su libro Las Aniguas Culturas M exicanas, cuya prime ra edición alemana es de 1956 y su primera edición en español en Fondo de Cul tura Económica (México) es de 1961. Por esos mismos años apareció otro libro de uso imprescindible, el de JACQUES Soustelle : L a vie quotidienne des Aztéques a la veille de la conquéte espagnole, (Hachette, París, 1955), cuya traduc ción al español publicaría al año siguiente el mismo Fondo de Cultura Económica, En este momento la síntesis más ajustada a los avances alcanzados por la es pecialidad, puede hallarse en el artículo de Pedro C arrasco : «La sociedad mexicana antes de la Conquista», En: Historia G eneral d e México, El Colegio de México, Vol. 1: 165-288, México 1976 y 1977 (2." edición). Entre los libros de divulgación publicados habría que mencionar, entre otros, los siguientes: F rederiCK Peterson : Ancient M éxico, New York, 1959: Mirei lle S imoni-A bbat , Les A ztéques, Seuil. París, 1976; F ernando FIorcasitas; The aztecs, then and now, Minutiae Mexicana S .A ., México 1979. Aunque no se trata de libros de síntesis es imprescindible mencionar aquí, varias de las obras de Miguel L eón-Portilla : L os Antiguos M exicanos a través de sus crónicas y cantares y Toltecáyotl. A spectos d e la cultura náhuatl, Fondo de Cultura Econó mica México, 1961 y 198U. respectivamente. En lo que se refiere a la bibliografía sobre el mundo azteca habría que men cionar, además de la monumental de I gnacio B ernal. Bibliografía de A rqu eo logía y Etnografía, M esoam érica y N orte de México, IN A H , México 1962, las pe riódicas recopilaciones bibliográficas publicadas por A scensión Hernández de L eón-Portilla en Estudios de Cultura Náhuatl en los volúmenes: 14 (págs. 19-32), 15 (págs. 291-96), 16'(págs. 39-74) y 17 (págs. 355-68) y el monumental libro de la misma autora; Tepuztlahcuilolli. Im presos en náhuatl. 2 vols. instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México, 1988.
Capítulo 1 E L PAISAJE Y LOS HOMBRES
L O S acontecimientos que van a ser motivo de estudio en las próximas páginas, así como la cultura y la sociedad aztecas, tu vieron por principal escenario lo que se conoce con el nombre de Valle de México, aunque en el momento de la máxima ex pansión de los mexica o tenochca, este escenario se extendía a casi todo el territorio de la parte central de la actual república mexicana. El Valle de M éxico, denominación impropia desde un punto de vista geomorfológico de la Cuenca de México, es una especie de hoya rodeada casi enteramente por una serie de elevaciones de origen volcánico y altura sumamente variable — hasta 5.000 metros— que se eleva a 2.200 m. sobre el nivel del mar. En este rincón del altiplano de México es donde va a producirse durante los siglos X V y X V I, la inesperada aparición, fulgurante desarro llo y vertiginoso derrumbamiento de una de las más extraordi narias e impresionantes culturas indígenas del Nuevo Mundo. La Cuenca de México, con una extensión no inferior a los 8.000 km2 y con una longitud de Norte a Sur que alcanza los 100 km. viene a quedar limitada por los valles de Puebla y de Toluca al Este y al Oeste respectivamente, por el valle del Mezquita! al Norte y por la depresión del río Balsas al Sur. La constante desecación del antiguo lago ha hecho que ya en la época que nos interesa se haya dislocado en otros varios — Zumpango, Xaltocan, San Cristóbal, Tezcoco, Xochimilco y Chalco— en cuyas orillas va a desarrollarse una intensa historia interurbana. El régimen hidrológico del valle y su carácter fundamental-
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mente lacustre, junto a otras determinantes de carácter climáti co, fijarán la vegetación del paisaje. Junto a los lagos una inten sa masa de espadañas, tule, huejotes y plantas higrófilas; las la deras de las montañas cubiertas de extensos bosques de encinas, hasta una altura media y bosques de coniferas en las zonas altas. El problema de la población indígena en el momento de la llegada de los españoles, o lo que es lo mismo, en el período de máxima expansión imperial de los aztecas —fines del siglo X V y comienzos del X V I— constituye una de las cuestiones más de batidas y aún no resueltas satisfactoriamente. Los conquistadores, misioneros y primeros cronistas estiman la población total de México más bien en sentido hiperbólico, dándonos cifras extraordinariamente elevadas de hasta treinta millones de habitantes. Entre los autores modernos hay notables diferencias entre las estimaciones de unos y de otros. Si para Sapper la población de México no fue inferior a los doce o quince millones, para Alfred L. Kroeber no se elevó a más de 2.400.000 habitantes. Camavitto y Mendizábal calculaban una población aproximada de nueve millones, mientras Kubler y Rosenblat la reducían a la mitad: 4.500.000 habitantes. Más recientemente, los trabajos de investigación de la escuela de Berkeley —Cook. Simpson y Borah— tienden a determinar por procedimientos cada vez más sofisticados y, al parecer, más exactos, una población progresivamente mayor para el período final del imperio azteca, que desciende rápidamente tras el contacto: 1519 25.200.000 1532 16.800.000 1549 6.300.000 2.600.000 1568 1580 1.900.000 1605 1.000.000 1620 800.000 En efecto, hay numerosos indicios para suponer que las ciu dades más importantes, como Tenochtitlan, Tlatelolco, Tezcoco, Coatlichán, etc., debían tener una población aproximada de trescientos a cuatrocientos mil habitantes, mientras que otras, como Oiolula o Chalco no bajarían de los 250.000 o 100.000 res-
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pectivamente. La concentración urbana se ha calculado que re presentó en esos momentos uno de los índices más elevados, al mismo tiempo que la población rural se extendía por kilómetros en torno a las ciudades. Borah supone que, como consecuencia de una alimentación sumamente regular y amplia — 900 gramos de maíz por día y varón adulto— la población creció a un ritmo vertiginoso, haciendo que muy pronto los habitantes del Valle tu viesen que depender de los tributos enviados por los pueblos cos teros, hasta sobrepasar ampliamente el máximo que podría ali mentarse con los sistemas agrícolas vigentes. Al concluir el siglo XV, la población aborigen del M éxico central estaba condenada al desastre, aunque no hubiera sido p o r obra de la conquista es pañ ola (Borah). Desde un punto de vista económico, la situación que se ha bía planteado en el Valle de México no tenía una fácil solución y únicamente la creación de un gran imperio político-económico podía resolverla, al menos momentáneamente: éste era el pro ceso que vino a interrumpir la llegada de los españoles.
Razas y pu eblos Es extraordinariamente complicado trazar la historia racial de América: datos incompletos, ausencia de investigaciones, fal ta de comprobaciones, etc., hacen que sólo se pueda hablar a grandes rasgos de estos hechos. Si quisiéramos hacer en este mo mento la historia racial de Mesoamérica, acaso sólo deberíamos tratar de la llegada de los últimos grupos de P ueblo-ándidos al centro de México. Con el fin de proporcionar un panorama más completo y más coordinado con otros hechos, nos vamos a refe rir aquí a acontecimientos que son positivamente mucho más re motos, los que, sumándose sucesivamente, dan un panorama ra cial semejante al que se observa en la actualidad, para el siglo X V , época que constituye nuestro máximo interés en este momento. Siguiendo la clasificación antropológica que nos proporciona Imbelloni, mejorando la clasificación de H. von Eickstedt a la que J. A. Vivó hizo algunas modificaciones, podemos señalar
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cinco grupos raciales en Mesoamérica, perfectamente diferen cia le s. El tipo llamado L águido por Imbelloni (Neoláguido de E. Von Eickstedt) es, posiblemente, uno de los más primitivos de todo el continente. Caracterizado por un cráneo dolicoidc e hipsicéfalo, estatura media o baja y nariz ancha, lo encontraremos en grupos aislados, lo que prueba que es población antigua que ocuparía grandes extensiones de territorio, pero que fue empu jada y aislada por grupos humanos llegados posteriormente, en la porción meridional de Baja California, en algunas cuevas de Coahuila y entre algunos grupos del Nordeste de Chiapas, como Tzeltales y Tzotziles. El grupo O axáquido, que ha definido Vivó, está caracteriza do por un cráneo medio, estatura baja y nariz media, compren diendo a los mixtéeos y zapotecos, así como otros grupos del mis mo estado de Oaxaca y algunos del Sur del estado de Puebla y del Este de Guerrero. Imbelloni los incluía en el grupo Istmido. El tipo racial Sonórido es de estatura alta, cráneo pequeño y dolicoide, nariz ancha y cara redonda y se halla principalmente en la región del Noroeste, comprendiendo los estados de Sono ra, Sinaloa, Chihuahua y la región septentrional de Baja Cali fornia. Este tipo se prolonga hacia el Norte, incluyendo casi toda California. El grupo Istmido, que se extiende por toda la región maya, así como por Chiapas y Veracruz y algunos puntos orientales de altiplano, está caracterizado por su cráneo braquioide, su esta tura baja, cara y nariz ancha, etc. En muchos casos se han mez clado con los Pueblo-andidos, de los que trataremos después y han venido a escindir a este grupo en dos — Pueblos y Andidos— en Norte y Suramérica. Finalmente, el grupo racial Pueblo o fracción septentrional del tipo Pueblo-andido, está caracterizado por su cráneo braquioide y pequeño por lo general, su estatura media y baja, in tensa pigmentación, cara alargada y nariz prominente. Este tipo rompiendo la población del centro de México y se une por el nor te a los indios Pueblo del Gran Suroeste, alcanzando las costas del ( lollo, por el Nordeste y Texas. Si bien es muy problemático trazar una historia racial, cabe
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suponer que sobre una población muy primitiva de tipo Láguido se superpusieron grupos de Sonóridos y P ueblo-andidos, a los que vino a separar en dos la incorporación de los Istmidos que, por esa razón, serían los más tardíos.
Grupos lingüísticos El problema lingüístico en Mesoamérica, al igual que el an tropológico, es extraordinariamente complicado. El número de lenguas habladas en esta región es sumamente abundante y su filiación y agrupación en stocks o fila ha dado lugar a numerosos estudios, desde los de Kroeber. Mendizábal y Jiménez Moreno hasta los de Mauricio Swadesh y Norman McQuown. Basándonos en los estudios de los autores mencionados po demos señalar hoy hasta ocho grandes grupos lingüístcos en el área que nos interesa. Estos grupos son los siguientes: Macroazteca, Macro-yuma, Macro-mixe, Macro-maya, Mangueño, Macro-mixteca, Chinanteco y Tarasco, teniendo en cuenta que el Macro-azteca abarca el Yutazteca y el Taño; el Macromaya, el Maya y el Xilenca; el Macro-mixe, el Zoque y el Totonaco y el Macro-mixteca, el Huave y el Otopame. Este conjunto de grupos lingüísticos representa la síntesis de una diversidad extraordinariamente marcada en la zona que nos ocupa ahora, hasta el punto de que el número de lenguas englo bado en esos grupos no puede ser comparado ni siquiera con la totalidad del Viejo Mundo (McQuown). En efecto, en la clasi ficación lingüística de McQuown se cifra en más de 300 lenguas y dialectos menores los que se hablan en esta región. El grupo M acro-Yum a comprende pequeñas etnias situadas al Nordeste y Noroeste del área, tales como los Cotoname, Comecrudo, Coahuilteca, Bobol, Pelón, Borrado, Tortuga, al Nor deste y Cochimí, Kiliwa y Seri al Noroeste, a los que hay que añadir el grupo de los Chontales, situados al sur del estado de Oaxaca y con una población de unos 16.000 habitantes. El grupo Macro-mixe, que antes se relacionaba con el maya, ac tualmente forma una fracción en la que hay que contar con las len guas: Totonaca, Tepehua, Zoque, Mixc y Popoluca de Veracruz.
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El Mangueño esta compuesto por el Tlapaneco, que antes se adscribía al grupo Hoka y el Chiapaneco, localizado en el esta do de Chiapas. Tanto uno como otro tienen lejanos parientes lin güísticos en Centroamérica: del Tlapaneco lo es el Subtiaba. de Nicaragua y del Chiapaneco lo es el Mangue de Costa Rica. Es posible que tales representantes centroamericanos hayan llega do a ocupar la situación actual, como consecuencia de la expan sión meridional del Nahua. El «stock» M acro-mixteca comprende una serie de lenguas de gran importancia histórica, entre las que cabe destacar el Mixteco, el Zapoteco y e! Otomí. Comprende además, las lenguas: Tri que, Amuzgo. Chatino, Popoloca, Mazateco, Parné y Huave en la zona central y meridional que ahora nos interesa espe cialmente. El grupo M ixteco-Popoluca es, en opinión de Jiménez More no, el autor de la admirable cultura de Teotihuacán, en la época Clásica, así como fueron estas mismas gentes las que, según Al fonso Caso, dieron sus principales características al estilo Mixteco-Puebla. De otra parte, los Zapotecos que llegaron a Oaxaca, cuando la cultura de Monte Albán ya había conseguido sus más altos logros, supieron, sin embargo, imprimir nuevos derroteros a la cultura de esta región en el período inmediatamente ante rior a la conquista de los Mexica. Es igualmente de una gran im portancia histórica el grupo lingüístico Otomí. En definitiva, el Macro-mixteca que tiene en la actualidad una gran importancia, por el número de personas que lo hablan, fue un grupo lingüís tico de considerable influencia en el desarrollo cultural del área central de México. Dos grupos lingüísticos independiendes son el Chinanteco y el Tarasco. El Chinanteco consiste en una serie de hablas locales tan distintas entre sí que la gente tiene inclusive dificultad para en tender la lengua de los pu eblos vecinos, hallándose rodeados por grupos de mixtéeos, zapotecos y mazatecas, en el Nordeste del Estado de Oaxaca. Finalmente el Tarasco es una lengua inde pendiente que hablan en la actualidad unos 50.000 habitantes de Michoacán. Del conjunto de grupos lingüísticos que venimos enumeran-
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do, el M acro-azteca es, sin duda, el más importante en cuanto al número de lenguas que abarca, en cuanto a su trascendencia histórica y en relación con el número de hablantes actuales, si bien desde un punto de vista histórico, es también uno de los gru pos más recientes ya que se puede calcular, siguiendo a Swadesh, que llega al centro de México hacia los comienzos de nuestra Era. Este grupo lingüístico, que debió originarse en la región sep tentrional de México o en el Suroeste de los Estados Unidos, tie ne representantes en esas regiones y más al Sur, hasta Centroamérica. El grupo Shoshon o Yute se habla en el Suroeste de los Estados Unidos mientras en la república mexicana hallamos un sinfín de lenguas entre las que cabe destacar: Papago, Pima, Opata, Sumajumano, Jova, Concho, Tarahumara, Cahita, Tepehua, Acaxee, Xixime, Guasave, Tahue, Cora, Xacalteca, Cazcan, Huichol, Tamaulipeco, Cuitlateco y Nahua. El mexica o az teca es el tipo clásico del Nahua y el que tiene una mayor in fluencia histórica, habiendo dejado hablas locales, desde la Huasteca a Tabasco y Oaxaca. Desde un punto de vista histórico, que es el que aquí más nos puede interesar, hay que distinguir el dialecto Nahuat, ha blado al parecer por los toltecas, a los que acompaña en sus mi graciones hacia el sur, hasta el territorio de los actuales estados centroamericanos de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nica ragua y Costa Rica con la forma pipil de estas regiones y el dia lecto náhuatl o azteca cuya capitalidad es Tenochtitlan y cuya ex pansión en el área mesoamericana es la expansión del pueblo azteca. El azteca o náhuatl clásico fue la lengua del imperio y a tal grado era más perfecta que las demás del grupo que éstas eran consideradas como bárbaras por los grupos mexicanos. En efec to, el náhuatl p osee todas las cualidades que exige una lengua cul ta. Su pronunciación es fácil, arm oniosa y clara. Su vocabulario es muy rico y los procedim ientos de com posición que le son p r o pios, permiten crear todas las palabras indispensables, especial mente en el cam po de la abstracción (Soustelle). Es en esta len gua en la que nos ha llegado un mayor número de textos anti guos y, por lo tanto, la que más importancia tiene para conocer el pasado del México antiguo.
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Al igual que otras lenguas cultas, el náhuatl sufre una evolu ción histórica cuyo esquema, según Garibay, es el siguiente: (1) Epoca arcaica (¿...-1430); (2) Epoca clásica (1430-1520); (3) Epoca de contacto con la cultura europea (1521-1600); (4) Epo ca de florescencia (1600-1750); (5) Epoca de disolvencia (1750-1810) y (6) Etapa de los dialectos (1810-1960). La enorme variedad lingüística de que acabamos de hablar, probablemente mayor en la época que nos ocupa, ha dejado un rastro importante en la actualidad. Cientos de miles de personas hablan aún buen número de esas lenguas mientras que de otras solamente cientos y aun decenas de hablantes son los represen tantes actuales y de otras, finalmente, en especial de la región septentrional, únicamente tenemos información histórica. Los grupos más importantes en la actualidad son los siguientes: Hablantes Nahua............................................................... Y ucateco.......................................................... Otom í............................................................... Zapoteco.......................................................... Mixteco............................................................ Totonaca.......................................................... Tzeltal-tzotzil.................................................... M azahua............................................................. Mazateco............................................................. Mixe y Z o q u e ................................................... Tarasco................................................................
800.000 300.000 250.000 250.000 200.000 100.000 90.000 90.000 60.000 55.000 50.000
I J centro de México en el siglo XV Si partimos del concepto de Mesoamérica tal como ordinanamcnlc lo admiten la mayor parte de los especialistas, pero piescindimos de las subáreas de cultura maya, tendremos la rel'.iou ni la que los aztecas se movieron desde fines del siglo XIV liasla comienzos del siglo X V I, llegando a constituir lo que de lid lio lúe un imperio político y económico.
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Esa región tendría por límite septentrional el de Mesoamérica: una línea que vendría desde Guasave, en el Noroeste, mar ginando una zona costera por el Pacífico, hasta formar un replie gue — Chalchihuites y La Quemada marcan la máxima expan sión mesoamericana en el período Tolteca— que sigue de Oeste a Este por Michoacán, Chupícuaro y Tula para ascender hacia el Nordeste alcanzando el Golfo de México por la región Huas teca. El límite meridional, si excluimos el área maya, estaría re presentado por las fronteras con el Señorío de Coatlicamac, el valle de Oaxaca y los Señoríos mixtéeos y Tototepec en la costa del Pacífico, siendo el área más alejada de Tenochtitlan, la re gión de Xoconusco, en la costa del océano Pacífico. Dentro del área en cuestión a la que estamos llamando Cen tro de M éxico cabría señalar varios reinos y señoríos indepen dientes como el de los Tarascos, Metztitlan, Tlaxcala, Teotitlán del Camino y Yopitzinco. Pero los pueblos históricos con los que los aztecas se pusieron en contacto eran los tarascos, mixtecas, zapotecos, huastecos y totonacos a los que nos referiremos más adelante.
B IB L IO G R A F IA Acerca de la configuración geográfica del Valle de México, del México Cen tral y de la totalidad del territorio mexicano en el que se incluyen las regiones citadas en primer lugar debe consultarse el texto de J orge A. Vivó: G eografía de México, FC E , México, 1948, por ser, sin duda, la primera y mejor síntesis geográfica de México en español. A un nivel mucho más especializado hay que citar el volumen 1 del H an d book o f M iddle A m erican Indians (Wauchope ed.), titulado: «Natural Environment and Early Cultures» (West ed.), University of Texas Press., Austin, 1964. En la mayor parte de sus artículos se tratan cuestio nes que afectan al valle o a la región central de México donde los aztecas de sarrollaron su civilización. En este libro se puede obtener la bibliografía espe cializada de cualquier tema; no obstante, mencionaremos aquí, como un ejem plo específico, el artículo de M. Maldonado Koerd HLL: «La historia geohidrográfica de la cuenca de México» Revista M exicana d e Estudios A ntropológicos. Vol. 14: 15-21. México 1954-55. El problema demográfico del México prchispánico y en especial de la región que nos interesa debe abordarse a partir de la consulta de un libro general sol vente como el de N icolás Sánchez-A lbornoz: I m ¡¡oblación de Am érica Lati na. D esde los tiem pos p recolom bin os al an o 2000 Alianza Universidad: 53, Ma-
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drid, 1973, o el estudio de William M. D enevan (ed): The Native Population o f the A m eritas in 1492. University of Wisconsin Press, Madison 1976. De la pro ducción bibliográfica de la escuela de Berkeley citaremos algunos de los libros más importantes: el más antiguo es el de S. F. COOK y L. B. S impson: The P o pularían o f Central M éxico in the Sixteenth Century, Ibero-Americana: 31, B er keley, 1948. Una buena y breve síntesis de su tesis es el artículo de WOODROW B oraii: «La despoblación del México central en el siglo X V I», Historia Mexi cana, X II-1, México 1960. Hay que mencionar también de W. B orah y S. F. COOK: The aboriginal population o f central M éxico on the eve o ft h e Spanish conquest, Ibero-Americana: 45, Berkeley, 1963 y de los mismos autores: Ensayos sobre historia de la p oblación , M éxico y El Caribe, 3 vols., siglo X X I América Nuestra: 2 ,1 3 y 29. Mercedes G uinea: «La crisis demográfica del México Cen tral provocada por la llegada de los españoles», en: Hernán Cortés y su época: 69-76, ICI-Historia 16, Madrid, 1986. Acerca de la composición racial y el mestizaje debe consultarse el libro de J uan Comas: A ntropología de los pu eblos iberoam ericanos, Ed. Labor, Barce lona, 1974, en el que se hace referencia a diversas clasificaciones. La de J osé I mbelloni puede consultarse en su artículo: «De historia primitiva de América: Los grupos raciales aborígenes», Cuadernos d e H istoria Primitiva, III-2: 71-8, Madrid. 1948. Al tema del mestizaje ha dedicado una especial atención Clau dio E steva quien público en 1964 un número de la Revista d e Indias (a. X X IV . núms. 95-96: 279-354) bajo el título de «El mestizaje en Iberoamérica», título que utiliza para un libro recientemente publicado por la editorial Alhambra (Ma drid, 1987). Habría que citar también en relación con este tema, el libro de ISI DORO MORENO sobre L o s Cuadros del M estizaje A m ericano. Colección Chimalistac: 34, Porrúa Turanzas, Madrid, 1973. Otros temas relacionados con la An tropología física de México pueden hallarse en el vol. 9 del H an d bo ok o f M iddle American Indians, con el título general de «Physical Anthropology» (Stewart ed.), University of Texas Press, Austin, 1970. De la bibliografía posterior sobre el área cabe citar el libro de A lfredo S acchetti, Taxa A n thropologica d e M éxi co, UNAM, México. 1983. Para el problema de la clasificación lingüística de los pueblos de M éxico de ben consultarse las obras de A lfred L. Kroeber : Uto-Aztecan Langu ages o f México, Ibero-Americana, Berkeley, 1934; Mauricio Swadesh : «Ochenta len guas autóctonas», En E splendor del M éxico Antiguo Vol. 1: 85-96, M éxico, 1959 y del mismo: M apas de clasificación lingüística de M éxico y las A m éricas, Cua dernos del Instituto de Historia Serie Antropológica: 8, México. 1959, en los que se da la clasificación de Swadesh de acuerdo con el método lexicoestadístico. La localización de lenguas puede hallarse en el amplio estudio de Norman A. McQuown: «Los lenguajes indígenas de América Latina», en Revista Interam ericana de Ciencias Sociales. 1-1: 37-207, Washington, 1961. Otros temas sobre las lenguas del área se hallarán en el volumen 5 del H an d b o ok o f M iddle A m erican Indians, bajo el título de «Linguistics» (McQuown ed.), University o f Texas
Press, Anslin, 1967.
Capítulo 2 HISTORIA
L a historia de los mexica, azteca o tenochca aún está, en este momento, plagada de dudas y problemas que, al igual que la de otros pueblos antiguos, hace pensar en muchas ocasiones que nos hallamos ante un mito, que se trata, verdaderamente, de una historia mítica. Si aún es problemática la fecha de la fundación de su ciudad, Tenochtitlan — 1325 según la opinión más genera lizada; 1345 para W. Jiménez Moreno y 1370 para Paul Kirchhoff— ¡cuántos otros problemas no presentarán los más remotos orígenes de la tribu azteca! A ello contribuye poderosamente el método de contar el tiempo y el más complejo problema de los diversos sistemas cronológicos locales, del que nos ocuparemos luego y el no menos importante de la ocultación de los humildes orígenes de la tribu, hecha por los mismos mexica, cuando ya en la cumbre del poder, reescribieron también su propia historia. Confusas leyendas, que es preciso interpretar con detalle para tratar de encontrar el lugar de origen de ios aztecas en la reali dad geográfica que hoy conocemos, sitúan tal centro en el lugar llamado C hicom oztoc —las siete cuevas— Quinehuayán, Aztlan o Aztatlan. Al parecer, este lugar se hallaba al otro lado de un río o curso de agua, acaso en una isla, o al otro lado de un mean dro, en dirección al noroeste del valle de México. Es cierto, al parecer, que de esa región originaria saldrían en una fecha que queda fijada en el Códice Boturini en 1168, un grupo de siete calpulli, cuyos nombres se mencionan: Yopica, Tlacochcalca, Huitznahuaca, Cihuatecpaneca, Chalm eca, Tlacatecpaneca e Itzquiteca. Esta tribu de chichimecus — termino genérico equivalen te al de bárbaro—, gentes de vida nómada y economía probable-
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mente cazadora y pescadora, emigraría hacia el Sureste, como tantas otras tribus nahuas en fechas anteriores, en busca de la ri queza y el bienestar que sabían dominaba en los imperios del sur, dentro de las fronteras de lo que llamamos Mesoamérica. Los siete calpulli —grupo sociopolítico basado, al parecer, según A. Caso, en lazos de parentesco— estaban regidos por siete je fes, los cuales, a su vez, obedecían las órdenes de cuatro jefessacerdotes o portadores de la imagen del dios tribal Huitzilopochtli, los teom am aque. Aún se mencionan como jefes superio res los Sumos Supremos, tres caudillos, de los cuales uno pudo tener predominio absoluto, al menos para ciertos asuntos graves y en algunos momentos. Ese sería el caso de M otecuhzom a, per sonaje fabuloso, padre de Mexi Chalchiuhtlatónac — de donde el nombre de mexicas y m exicanos del pueblo que conducía Mexi— al que sucederá más adelante otro personaje llamado Cuauhtlequezqui. La historia mítica de los mexica, en las primeras etapas está impregnada de la presencia del dios tribal Huitzilopochtli. Este dios o su imagen sagrada y misteriosa — el colibrí hechicero o el colibrí izquierdero— fue encontrado en una cueva y al parecer, daba buenos consejos a la tribu, a través de los sacerdotes por tadores o teom am aque. El mito que explica su concepción mila grosa y su extraordinario nacimiento, al que haremos referencia en el capítulo dedicado a la Religión, así como en el dedicado al Arte, es muy revelador, especialmente si es correcta la inter pretación más común de Seler y Caso en el sentido de conside rar a Huitzilopochtli como el dios solar, su madre Coatlicue, como la tierra, su hermana C oyolxauhqui como la Luna y los Cuatro cientos surianos como las infinitas estrellas. Lunas y estrellas pe recen al nacer el sol cada mañana, con sus potentes rayos. Aunque cada uno de los calpulli debió tener su dios particu lar y exclusivo, todos ellos adoraban a H uitzilopochtli quien es, al parecer, el responsable de los continuos desplazamientos del pueblo azteca, en su peregrinar hacia el lugar donde debían fun dar su ciudad. Los mitos que corresponden a esta primera época ilustran con precisión acerca del extraordinario poder de este dios: así, el abandono de un grupo rebelde en las orillas del lago l’at/.cuaro, como origen de los tarascos y símbolo de la barbarie,
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o el sacrificio de aquellos otros rebeldes en Coatepec que sin duda explica y justifica la terrible costumbre de los sacrificios hu manos. Esta serie de actos nos hablan con claridad de las difi cultades internas en el gobierno tribal antes de alcanzar la uni dad de jefatura. Debemos imaginar, asimismo, cuántas no serían las dificultades de orden externo, como consecuencia de aque llos constantes desplazamientos: choques con otros pueblos, de predaciones, robos, etcétera.
Llegada al valle de M éxico Durante los siglos X II y X III han debido estar llegando al va lle de México una serie de grupos tribales, pertenecientes, como los mexica, al grupo Nahua y que van a ser los incómodos veci nos de los aztecas, cuando después de 1215 penetran estos ad venedizos en el mismo valle de México a donde han ido a parar todos los grupos anteriores. Allí se encontrarán con los Chichim ecas de Tenayuca, los supuestos descendientes de los Toltecas en Culhuacán, los A colhuas de Tezcoco, los Choleas de la ciu dad de Chalco, los Tepanecas de Azcapotzalco, los Tlatepotzcas, de Tlaxcala y Huexotzingo, los Tlahuicas de Cuernavaca, Huaxtepec y Tepoztlan, etcétera. Hacia 1256 — 1276 según Jiménez Moreno— se supone que la tribu azteca, mandada ahora por un jefe único, Huitzilihuitl el Viejo, hijo al parecer de Cuauhtlequezqui, se asienta en un promontorio rodeado por un bosque de ahuehuetes, Chapultepec, que va a ser escenario de sangrientas luchas con sus veci nos. L os mexicas llegan en una época en que todas las tierras es tán tomadas [...] Adem ás, acostum braban robarse a las mujeres ajenas y tenían ciertas prácticas que consideraban sus vecinos re pugnantes, algunos tipos de sacrificios humanos que los dem ás no aceptaban... (Jiménez Moreno). Esta bien ganada fama de crue les, pendencieros, ladrones y falsos a su palabra, unido al hecho de invadir el terreno ajeno, hace que ninguno de sus vecinos los acepte de buen grado y, en consecuencia, que les ataquen y les persigan para evitar su compañía. El primero de estos choques se produce con los de Culhua-
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cán, cuyo Señor, Coxcoxtli, aliado de los tepanecas de Azcapotzalco, hace que salgan los aztecas de su fortaleza, atacando en tonces la ciudad indefensa y cayendo de improviso sobre las mu jeres y los niños. Huitzilihuitl, hecho prisionero, es sacrificado en Culhuacán, confinándose a continuación la tribu entera en Tizapán — el lugar de las serpientes— donde pensaban tenerla bien sujeta e indefensa. Las relaciones posteriores entre los Mexica y los Culhúas son las de un pueblo sometido respecto a sus Señores. Esta depen dencia por otra parte, no era mal vista por los propios mexica, ya que siendo los Culhúas los supuestos descendientes y herede ros de los antiguos y prestigiosos toltecas, era muy estimable, ante todos los pueblos del Valle, hallarse en íntima relación con ellos. Desde fines del siglo X III — probablemente 1299— hasta la fundación de Tenochtitlan, a mediados o fines del siglo XIV, la tribu azteca sufrirá un intenso proceso de aculturación o toltequizaáón. L os m exicanos fueron som etidos a servidumbre, p ero con derechos de com ercio dentro de la m etrópoli de los colhúas y con libertad según algunas fuentes de em parentar con ellos p o r m edio de m atrimonios (López Austin). Por estas fechas, los mexica han aprendido ya la agricultura y utilizan incluso el sistema de chinampas, su tradición religiosa se va complicando más y más, utilizan como los otros pueblos nahuas un sistema calendárico y muy posiblemente también poseen la escritura y utilizan los códices (Bernal). Hacia 1323 los aztecas van a granjearse el odio eterno de los culhúas al pedir a Achitómetl, señor de Culhuacán, a su hija en matrimonio, pero con el propósito de desollarla transformándo la en su diosa Yaocihuatl, la mujer guerrera. Sea venganza o pro vocación, lo cierto es que los culhúas expulsarán a los aztecas de Tizapán, haciéndoles huir por el lago de Tezcoco en busca de un lugar definitivo para la fundación de su ciudad.
I imdación de Tenochtitlan Si liadinonalmcnte se consideraba que la fundación de Teii'»* liiillan se había producido en 1324 ó 1325, los cálculos efec-
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tuados por Wigberto Jiménez Moreno lo fijan en 1344 ó 1345, mientras que para Paul Kirchhoff no sería antes de 1370. Independientemente de que tal hecho sucediese en una fe cha u otra, lo que más importa en este momento es considerar cómo los mexica de Tizapán, expulsados por los culhúa inician una última búsqueda del lugar de reposo y asentamiento que de seaban y cómo inician esta búsqueda por entre los tulares y ca ñaverales de las orillas y las islas del lago de Tezcoco. Es así como nos dice una fuente antigua — el manuscrito de 1558— sim bolizando este peregrinar, que: fueron a establecerse entre los tulares En A cocolco estuvieron seis días Y he aqu í que entonces los m exicas se acercaron a la tierra aquí, a Tenochtitlan. Sería de poco interés que nos detuviéramos ahora en la con sideración de las varias leyendas que explican la localización y el nombre de Tenochtitlan: hogar donde se asentó la tribu del caudillo Tenoc.hli según una de esas leyendas, o sitio rocoso en el que un águila devoraba una serpiente sobre un nopal (tetl =piedra y nochtli=nopa\) según la más difundida de estas leyendas, que explica de un modo simplista, aun ahora, el escu do de la República mexicana. Mucho más importante es, a nuestro juicio, considerar dos hechos que van a tener una notable influencia en el desarrollo histórico de los mexica. En primer lugar, los aztecas andaban buscando un sitio que no fuese de nadie y la isla donde iban a fundar su ciudad, se hallaba aparentemente en una zona que, si bien era de alguien, venía a situarse en el punto de confluencia de los territorios de los culhúas de Culhuacán, de los tepanecas de Azcapotzalco y de los acolhuas de Tezcoco. En el juego de las fácilmente reversibles alianzas político-militares, este lugar gozaba, por lo tanto, de una situación privilegiada que iba a ayu dar a los aztecas, por el momento, a sobrevivir. En segundo lu gar, hay que tener en cuenta que una fracción mexica segregada de los que habían sido sometidos en Tizapán por los culhúas, se
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había establecido desde el siglo X II probablemente en aquel lu gar: los tlatelolcas. Nada más lógico era, por lo tanto, que vol viesen a ampararse al lado de sus parientes, en el momento des graciado que estaban viviendo. Por último, hay que tener en cuenta, como sugiere Kirchhoff, que los aztecas eran, con toda probabilidad, originariamente, pescadores y no cazadores: el lu gar elegido les iba a permitir volver a practicar la técnica de sub sistencia que ya casi tenían olvidada, la pesca. Según León-Portilla es en la Crónica M exicayotl donde se nos explica con todo detalle cuál va a ser la base económica de los primeros tiempos: Obtengam os piedra y m adera / paguém oslas con lo que se da en el agua: / los peces, renacuajos, ra nas, / cam aroncillos, m oscos acuáticos, / culebras del agua, gusanillos laguneros, patos / y todos los pája ros que viven en el agua. Es así como empiezan nuevamente su historia los mexica de Tenochtitlan. Pero no debemos olvidar que en esta época ya co nocían, según hemos visto, la agricultura y especialmente el tra bajo de las chinam pas que les va a ser de tanta utilidad en este lugar. Caza de aves acuáticas, pesca y recolección, unidas a la agricultura de las chinampas, será pues, la base económica so bre la que se desarrollará el esplendor político de los aztecas en el período subsiguiente. En el momento del asentamiento definitivo en Tenochtitlan, observaremos, por último, que de los siete primitivos calpulli que ya mencionamos, cuatro van a dominar a los demás, de modo que la ciudad, siguiendo con esto una ordenación cosmológica, se hallará dividida desde su fundación en cuatro sectores o barrios, correspondientes a otros tantos calpulli. I n cuanto al gobierno de la tribu, debemos suponer que en los primeros cincuenta años, seguiría siendo el de los teomamaque. aunque se destacase en algunos momentos cierto caudillo o |clc imlilai, que pudo llamarse Tenochtli o de cualquier otra ma ní i .i IVi o cu definitiva, el problema capital para los mexica, eni" I ' ”> v I '7S es el de subsistir: la situación estratégica del ho-
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gar elegido, las luchas interurbanas en el Valle, la bien asentada economía, unido a su posición insular, todo iba a contribuir a que los aztecas alcanzasen, al fin, una cierta estabilidad e independencia.
El p eríodo tepaneca (1376-1427) El último cuarto del siglo X IV y el primero del siglo X V es un período en que los mexica de Tenochtitlan se hallan, por una parte unidos y posiblemente dominados por los tlatelolca, mien tras por otra parte son tributarios de los tepaneca de Azcapotzalco. Es pues, así, de una manera disimulada y silenciosa, como se van fortaleciendo y cobrando empuje suficiente para construir de un modo fulgurante el imperio que conocieron los españoles solamente un siglo después. Como tributarios y mercenarios de los tepaneca, los aztecas de Tenochtitlan intervienen en 1367 en la toma y destrucción de Culhuacán, mientras los de Tlatelolco en 1371 toman Tenayuca, dominada por los chichimecas de Tezcoco. El persistente deseo de todos los pueblos del Valle, y entre ellos de los tenochcas, de emparentar y relacionarse con los des cendientes de la dinastía tolteca de Tula, los culhúas, hace que en 1376 pidan al Señor de Culhuacán, Naúhyotl, que les conce da el privilegio de tener como señor o tlatoani de su ciudad al príncipe Acamapichtli Itzpapálotl, hijo del mexica Opochtli y de la princesa culhúa Atotoztli. Siendo Tenochtitlan tributaria de Azcapotzalco, hizo una mala elección de tlatoani al pedir a Acamapichtli a los culhúas, ya que esto, naturalmente desagradó profundamente a T ezozom oc, señor de Azcapotzalco quien, en represalia, aumentó los tributos a los aztecas, con el fin de agotarles económicamente y provocarles a una guerra, en la que evidentemente, tenían todas las de perder. La intención de los tenochcas al hacer la elección de Acama pichtli como tlatoani de su ciudad era, independientemente del entronque con la familia de Culhuacán, hallar un medio para pro curar la unificación con sus hermanos los tlatelolcas. Este fin, sin
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embargo, no se cumplió ya que los tlatelolcas no deseaban tal unión con los tenochcas y en efecto, para responder a esas in tenciones decidieron ellos, a su vez, pedir como tlatoani de Tlatelco a un hijo de Tezozomoc de Azcapotzalco, siendo éste, por lo tanto, su primer monarca: Cuacuauhpitzáhuac. La política de A cam apichtli (1376-1396) fue muy inteligente: conocedor de sus escasas posibilidades, mantuvo una actitud amistosa hacia Culhuacán, al mismo tiempo que sumisa respecto de Azcapotzalco. La mayor parte de las conquistas o guerras que atribuyen las fuentes a este tlatoani, se refieren a lugares del mis mo valle de México, y casi siempre hay que suponer que se tra taba de acciones tepanecas en las que los tenochca tomaban par te como mercenarios o tributarios que eran de Azcapotzalco. Es así como hay que interpretar también la conquista de Cuahtinchan, en Puebla. Durante el gobierno de Acamapichtli, la ciudad de Tenochtitlan creció y se perfeccionó especialmente en lo relativo a co municaciones — acequias, canales y calles— que permitirían in tensificar su naciente comercio. La relación con Culhuacán, como hemos dicho, fue sumamente amistosa y es así cómo en al gún momento colaboraron los tenochcas con los culhúas en su campaña contra Xochimilco, o como solicitan para esposa de Acamapichtli a una princesa culhúa: Ilancuéitl. No habiendo habido descendencia de esta primera esposa de Acamapichtli, cada uno de los jefes de calpulli ofrecieron a una de sus hijas como esposa para el tlatoani. De esas uniones hubo varios hijos entre los que el pueblo — según voluntad de Acama pichtli, que no designó sucesor— debería elegir al segundo tla toani de la ciudad. A la muerte de Acamapichtli en 1396, los representantes de los cuatro calpulli, reunidos en consejo, eligieron al que, al pa recer, era cuarto hijo del soberano muerto, Huitzilihuitl (1396-1417). Este tlatoani iba a dar un nuevo rumbo a las rela ciones políticas de los tenochca con sus vecinos de modo que esa política le permitiría una mayor libertad de acción en el Valle. En efecto, se pidió a Tezozomoc que concediese en matrimonio a una de sus hijas, Ayauhcihuatl, quien casaría con Huitzilihuitl y conseguiría de inmediato la reducción de los tributos hasta ser
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un puro símbolo de dos ocas, algún pescado y ranas cada año. De ese matrimonio nacería Chimalpopoca, el que sería tercer tlatoani de Tenochtitlan y nieto muy querido de Tezozomoc. Du rante el reinado de Huitzilihuitl se alcanzaron victorias militares importantes y conquistas provechosas, como las de los señoríos de Cuauhnáhuac (Morelos) y Culhuacán. Las relaciones diplo máticas se van a completar, finalmente, con el enlace matrimo nial de una hermana de Huitzilihuitl con Ixtlilxóchitl, tlatoani de Acolhuacan. Todas esas acciones dieron como resultado un período de 21 años de relativa paz, en el que se fraguó la grandeza azteca. Huit zilihuitl pudo desarrollar un comercio mucho más intenso que en tiempos de su padre, mientras elabora y transforma las ideas re ligiosas de su pueblo, tomando préstamos, especialmente de los toltecas, al ser, por así decirlo, la representación viva del anti guo dios tribal Huitzilopochtli. A la muerte de Huitzilihuitl en 1417 es elegido tlatoani de la ciudad el hijo de aquél y nieto de Tezozomoc, C him alpopoca (1417-1427). Es por entonces un niño de 11 ó 12 años, cuya máxi ma virtud consiste en el hecho de que ya muy anciano Tezozo moc, duraría muy poco su reinado y todas las alianzas, por con siguiente, se verían revocadas a la muerte de aquel poderoso tlatoani. Aún bajo el dominio de Tezozomoc, la coalición de pueblos acaudillados por este monarca y en la que entraban los tenochcas, dio fin al imperio chichimeca de Ixtlilxóchitl. Como conse cuencia de esa campaña militar se establece una alianza tripar tita en la que intervendrán Tezozomoc de Azcapotzalco, Chimal popoca de Tenochtitlan y el Tlatoani de Tlatelolco cuya capital se situará en Azcapotzalco. En 1426 muere Tezozomoc, sucediéndole como tlatoani de Azcapotzalco, su hijo Tayaúh quien, junto con Chimalpopoca y Tlacatéotl de Tlatelolco se reafirma en la alianza suscrita por su padre. Pero el hermano de Tayaúh, Maxtlatzin —el tirano Maxtla— hasta entonces Señor de Coyoacán, deseoso de suceder a su padre, consigue, por medio de guerras y traiciones, eliminar a sus tres enemigos, entre los cuales Chimalpopoca, quien mue re a la edad de 22 años.
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Del reinado de Chimalpopoca hay que mencionar un primer acueducto de arcilla, para traer agua potable desde Chapultepec a la ciudad de Tenochtitlan. La situación resultante, tras toda esa serie de acontecimientos, hace que podamos considerar la muerte de Chimalpopoca como el fin de un período y el comien zo de otro en el cual se iba a alcanzar la grandeza azteca, o al menos sentar las bases sobre las que se construiría su imperio.
L a alianza tetrapartita La subida al poder de Maxtlatzin hace, como hemos dicho, que todas las alianzas establecidas por su padre, Tezozomoc, se rompan, iniciándose un período de opresión y tiranía para casi todos los pueblos del Valle. Este estado de cosas era particular mente grave para Tenochtitlan cuya economía, basada en el co mercio, iba a verse, de continuar mucho tiempo esa situación, abocada a una crisis catastrófica. La elección de Itzcóatl (1427-1440) como tlatoani de Tenoch titlan — era hijo de Acamapichtli y de una esclava concubina y, por lo tanto, hermano de Huitzilihuitl y tío de Chimalpopoca— no parecía, al principio, que fuese a resolver la difícil situación. En efecto, planteado el problema de las relaciones entre Tenoch titlan y Azcapotzalco, Itzcóatl era, al parecer, partidario con otros muchos, del sometimiento a los tepanecas. Es en ese mo mento cuando hace su aparición en la escena política de Tenoch titlan una figura que va a ser de enorme trascendencia en los años siguientes: Tlacaélel. Tlacaélel era hermano de Chimalpo poca y de Motecuhzoma Ilhuicamina y por lo tanto, sobrino de Itzcóalt. Su actitud como cihuacóatl de Tenochtitlan, en esa pri mera ocasión en que se hace referencia a él en las fuentes, fue de total disconformidad con la mayoría: opinaba que el pueblo azteca debía oponerse por todos los medios a la dominación tepaneca y es así como, consiguiendo primero el cambio de opi nión de Itzcóatl y luego, la de casi todos los jefes, puede lanzar a su pueblo por el camino de la grandeza militar y las conquistas. Es así, como, inmediatamente después de acceder al puesto de tlatoani, Itzcóatl, en 1427, se forma una alianza tetrapartita
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en la que intervienen el propio Itzcóatl de Tenochtitlan, Nezahualcóyotl, hijo de Ixtlilxóchitl, de Tezcoco, Tecocohuatl de Cuauhitlan y Tenocellotl de Huexotcinco. El ejército combina do de esas cuatro ciudades ataca a Azcapotzalco, derrotando con gran sorpresa de los propios aliados que respetaban y temían a los tepanecas, al ejército de Maxtla. Este tiene que huir a Coyoacán, su antiguo dominio, pero finalmente es derrotado nue vamente y tiene que marchar de allí. Las conquistas realizadas por los acolhuas y huexotzincas des de 1428, contra tepanecas y otomíes son muy numerosas: Tenayuca, donde reinaba Teliitl, es liberada por los huexotzincas; Nezahualcóyotl conquista A colhuacan donde era tlatoani Quetzalmaquiztli; Huexotla, donde reinaba Cuappiyo, Acolm an de la que era Señor Teyolcocohuatzin y Toltitlan de la que era tlatoa ni Epcohuatl. Por esas fechas se conquista por primera vez Cuauhtitlan y Cuitlachtepec, donde reinaba Tlatolatl. E igual mente caen bajo el dominio de la coalición H uitzilopochco, Atlacuihuayan, Teocalhueyacan, el importante centro otomí de Quahuacan y Tecpan. En el conjunto de esas acciones militares, la participación de los mexica es cada vez más importante. M ixcoac cae en 1429; Cuitlahuac donde reinaba Xochitlolinqui es conquistada en 1429 y 1433; X ochim ilco bajo el reinado de Tepanquizqui cae en 1429 y en 1430 sucede otro tanto con Coyoacán, donde se había re fugiado Maxtla, e Iztapalapa es conquistada por Itzcóatl quien instala allí a su hijo como tlatoani. Tezcoco es conquistado en 1430 ó 1431 y Maxtla tiene que salir huyendo de allí para refu giarse en Taxco (Guerrero), tras lo que nunca más se supo de él (1433). Es así como Nezahualcóyotl, cuñado de Itzcóatl, que du rante mucho tiempo se había refugiado en Tenochtitlan, trasla da su corte a la antigua capital de los acolhuas. Se dice que una de las primeras acciones de gobierno de Itzcóatl — probablemente inspirada por Tlacaélel— es la de que mar los antiguos manuscritos históricos. La finalidad era clara: se trataba de ocultar los orígenes humildes y muchas veces hu millantes de los mexica, cuando parece que su grandeza se iba a asentar sobre nuevas bases de conquista y poderío militar. También por aquellas primeras fechas del gobierno de Itzcóatl,
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van a cobrar mayor importancia los pipiltin —los hijos de Acamapichtli y Huitzilihuitl que quedaron, según Tezozomoc— quie nes a partir de entonces intervendrían en los consejos, al lado de los caudillos o jefes de calpulli.
L a Triple Alianza Hacia 1433 va a formarse, siguiendo la tradición de las alian zas que ya hemos mencionado, una nueva coalición, esta vez tri ple. Intervendrán en ella: Itcóatl de Tenochtitlan, Nezahualcóyotl de Tezcoco y Totoquihuatzin de Tlacopan (Tacuba). La constitución de esta alianza se verifica de un modo natural, como consecuencia de las obligaciones mutuas inmediatas al derrum bamiento del imperio tepaneca de Tezozomoc. Cada uno de esos príncipes tomó los títulos que más convenían al prestigio debido a las relaciones con otras ciudades del Valle. Así, el tlatoani de Tenochtitlan tomará el título de Culhúa Tecuhtli al considerarse sucesor de los culhúa y por lo tanto de los toltecas; el tlatoani de Tezcoco recibirá los títulos de A colhua Tecuhtli y Chichimeca Tecuhtli, como sucesor de Xólotl y sus chichimecas históricos; fi nalmente, el tlatoani de Tlacopan recibirá el título de Tepanécatl Tecuhtli como heredero de los derechos de Azcapotzalco al ser Totoquihuatzin, nieto de Tezozomoc. Los puntos principales del pacto o alianza tripartita fueron los siguientes: l.° alianza perpetua; 2." ofensivas militares en con junto, con pacto de distribución de tributos; 3 .a defensivas milita res en caso de ataque de pu eblos extraños; 4.a dirección militar de los m exicanos; 5." ayuda mutua en casos norm ales o de calam i dad (López Austin). La alianza establecida no lo iba a ser por un determinado nú mero de años, sino para siempre y los intereses de las tres ciu dades se iban a interferir mutuamente de tal manera que en mu chos casos el gobierno interno, realmente independiente, iba a estar supeditado, en cierta medida, al interés común. Por otra parte, la alianza establecía con toda claridad una dis tribución de botín y tributos, como consecuencia de las campa ñas militares de carácter ofensivo. Según unas fuentes, dos quin
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tas partes eran para cada uno de los estados fuertes: Tenochtitlan y Tezcoco y una quinta parte para el aliado más débil, Tlacopan, mientras otras fuentes nos informan de que una quinta parte era para Tlacopan, cuatro quinceavas partes para Tezcoco y las restantes ocho para Tenochtitlan. La dirección militar, sin embargo, estaba en manos de los mexica, con lo cual gozaban del privilegio de ordenar el ataque, de tal manera que los pri meros fuesen siempre ellos, obteniendo así un mayor botín que sus aliados. De otra parte, sabemos que muchos pueblos tribu taban a las ciudades confederadas, pero algunos lo hacían a una sólo o a dos de esas ciudades, como consecuencia de haber sido vencidas por la coalición o por los ejércitos de una o dos de esas ciudades. Evidentemente, aunque debían consultarse los tres tlatoque para iniciar una campaña militar importante, podían, por otra parte, hacer sus propias guerras en cualquier momento o cir cunstancia y contra cualquier pueblo. Las campañas militares iniciadas por los acolhuas de Nezahualcóyotl, llevan la guerra por la Sierra de Puebla al valle de Morelos, conquistándose en la primera las ciudades de C em poaIlan, Tollanzinco, Cuauhchinango, Pahuatlan y X icotepec, mien tras en Morelos, conquistan Yauhtepec, como peso previo a la conquista de Cuauhnahuac (Cuernavaca). Bajo la dirección mi litar mexica se conquistó en la misma zona de Morelos, X ochim ilco y luego, extendiéndose por el valle de Atlixco, conquistan Huaquechula en 1432 y al año siguiente Cuauhnahuac y Xiuhtepec. Por el sur, las tropas de la alianza iban a alcanzar el río Bal sas, comenzando la conquista de los cuitlatecos en Tetella del Río, pero encontrando al Oeste la resistencia de tepoztecos, yopes y tarascos y formándose una frontera que perdurará en al gunos puntos cincuenta años. Por el Norte, en 1439, los aliados someten por segunda vez el principado de Cuauhtitlan (Barlow). Podemos, pues, comprobar cómo, antes de 1440, fecha de la muerte de Itzóatl, el dominio militar de la Triple Alianza se extiende y consolida mucho más allá del propio Valle de Méxi co, sentándose las bases, por lo tanto, para el imperio de los azte cas.
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L as reform as de Tlacaélel Ya hemos mencionado en párrafos anteriores cómo Tlacaé lel viene a ser una de las figuras más importantes en los orígenes de la grandeza azteca. L a obra y el pensam iento de Tlacaélel, puesto en práctica principalmente p o r Itzcóatl, M otecuhzom a y Axayácatl es de tal trascendencia que pu ede afirm arse implica el im perio y la realización de una fundam ental reform a en los cam p os político, social, histórico y religioso. Con Tlacaélel nace la vi sión místico-guerrera del pu eblo azteca, qu e se considera a sí mis m o com o p u eblo elegido del Sol (León-Portilla). Las reformas establecidas por Tlacaélel, tanto en tiempos de Itzcóatl, como en el de sus sucesores, son de carácter muy diver so: religiosas, jurídicas, administrativas y económicas. En el plano religioso, Huitzilopochtli, el dios tribal de los mexica fue incorporado al panteón de los pueblos centromexicanos, especialmente nahuas con los que se habían puesto en con tacto los aztecas, haciendo, por otra parte, que toda la religión mexicana se centrase en torno a la idea de Huitzilopochtli como divinidad solar. Esto tiene una gran importancia para compren der el incremento progresivo de los sacrificios humanos durante el siglo X V , ya que el Quinto Sol o edad en que vivían los azte cas, debía terminar, al igual que los cuatro soles de edades an teriores con un gran cataclismo. Para evitar ese final catastrófi co, Tlacaélel ofreció como única solución la ofrenda del alimen to más delicado para el dios solar: la sangre que hace vivir a los hombres. De ahí que se incrementasen más y más los sacrificios humanos y las guerras para obtener víctimas lo que era, a su vez, un medio de difundir el terror por todo el ámbito del México cen tral, con lo que gran parte del éxito militar de los aztecas estaba asegurado aún antes de empezar la batalla. La fama de crueles y pendencieros que tenían de antiguo quedó así reforzada. La grandeza de Huitzilopochtli se tenía que manifestar de un modo aparente y es así como en tiempos de Itzcóatl, se inició la construcción de un templo mucho mayor que el anterior, dedi cado a los dioses Huitzilopochtli y Tlaloc, en el recinto ceremo nial de Tenochtitlan. Por otra parte, la grandeza del dios estaba unida desde en-
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tonces a la de su pueblo y si mediante la destrucción de los có dices históricos antiguos, a los que hicimos referencia, se borra ba un período triste y humillante de la historia del pueblo azte ca, la necesidad de remediar el trágico final del Quinto Sol, me diante los sacrificios humanos, daba una razón mística a un fin político inmediato: la conquista de todos los pueblos vecinos. Las transformaciones que experimenta la organización sociopolítica del estado azteca, son también de una gran trascenden cia. Por indicación de Tlacaélel se nombra un consejo compues to por cuatro nobles, llamados Tlacochcálcatl, Tlacatécatl, Eznahuácatl y Tlillancalqui, cuyos nombramientos durarían el tiempo del reinado del tlatoani. Igualmente se nombran diez y siete tiacahuan u hombres valientes y otros cinco dignatarios más. To dos estos títulos tienen al principio una raíz que los une a cada calpulli en especial, pero muy pronto dejan de tener esa adscrip ción social o territorial para transformarse en nombramientos o títulos independientes, de tal manera que el propio Tlacaélel, que fue primeramente Atem panécatl tiacauh pasó a ser después Tlacochcálcatl y finalmente Cihuacóatl. Ninguno de esos títulos, por otra parte, eran de carácter hereditario y había que conquis tarlos por los propios méritos. El reparto de tierras es una consecuencia de la expansión mi litar que se produce a partir de la época de Itzcóatl. Desde este momento se regula ese reparto de tierras de modo que una vez separadas las del tlatoani y las del cihuacóatl, tomaban parcelas los tiacahuan o capitanes valientes y algunos macehualtin que se habían distinguido en el terreno militar, así como los templos particulares de cada calpulli.
M otecuhzom a Ilhuicam ina (1440-1469) A la muerte de Itzcóatl, es elegido tlatoani su sobrino y her mano de Chimalpopoca y Tlacaélel, M otecuhzom a Ilhuicamina, el Iracundo, quien iba a consolidar las conquistas de su predece sor por una parte, mientras por otra extendería las fronteras del imperio hasta lugares nunca alcanzados por ningún pueblo nahua del altiplano. Durante su reinado no le iba a faltar, según
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hemos señalado con anterioridad, el consejo de Tlacaélel. Para su entronización como tlatoani se instaura una costum bre que luego perdurará hasta la conquista española: la de po nerse en campaña para lograr los prisioneros necesarios para ser sacrificados en el Templo Mayor. Las conquistas de Motecuhzoma fueron muchas y se exten dieron por diferentes regiones. La guerra de C halco que iba a dar lugar a uno de los más bellos poemas épicos del período az teca, durará casi todo el reinado de Motecuhzoma, ya que la ciu dad no quedaría dominada por completo hasta 1465. Aquí, en Chalco, el p olv o amarillea, las casas han com en zado a humear. Arden en llanto tus vasallos, aquí en Chalco ¡Oh, tú que imperas entre espadañas tu M otecuhzom a y tu N ezahualcóyotl: tú destruyes la tierra, desbaratas a Chalco! ¡Sienta p ied ad tu corazón! Las conquistas por la región de Morelos llevaron a los azte cas a la zona de Huaxtepec, a Cuernavaca, Tepecoacuilco, lle gando hasta Taxco en la región Chontal, mientras Nezahualcó yotl tomaba a los tarascos la fortaleza de Oztoman y por la re gión del río Balsas superior y la Mixteca, llegaban los aliados has ta Coixtlahuaca (1458-61), tomando Motecuhzoma en este lugar como prisionera a la mujer del tlatoani quien siempre se resistió a casarse con el conquistador. Por el Norte y Nordeste del imperio Motecuhzoma conquista Xilotepec y Tlatlauhqui, en Puebla, llegando hasta la región Totonaca y conquistando en la costa Huatusco, Cotastla, C ozam aloapan y Tochtepec, acercándose por este punto a las conquistas meridionales, por la región de Oaxaca que, como hemos dicho, alcanzaron a Coixtlahuaca. Por otra parte, las conquistas de los aliados de Tenochtitlan, especialmente de Tezcoco, se extienden especialmente por el va lle de Puebla: Huehuetlan cae en 1465, Tepeaca en 1466 y tam bién son conquistadas las ciudades de Orizaba y Tehuacán. En el último período del reinado de Motecuhzoma Ilhuicamina, la actitud de los tenochca frente a sus aliados tezcocanos
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varía totalmente, anexionándose las conquistas que éstos habían realizado hasta ese momento. Por último, Tlaxcala que entonces era, en cierto modo aliada de Tezcoco, queda ahora en una si tuación de franco aislamiento respecto a la Triple Alianza. Por otra parte, esta etapa representa un paso fundamental ha cia la construcción de la ciudad que conocerían los españoles en el siglo XVI. De la ciudad de barro que era Tenochtitlan hasta ese momento, se pasa a la ciudad de piedra, pudiendo conside rarse a Motecuhzoma como el verdadero constructor de la ciu dad. En efecto, durante su reinado vinieron arquitectos de la ciu dad de Chalco que hicieron grandes construcciones, entre las que cabe destacar el gran acueducto que desde Chapultepec llevaba el agua potable a Tenochtitlan varios muros de contención en el lado Este de la ciudad. Es por esas fechas también cuando se pue de hablar de un nuevo estilo escultórico que caracterizará el úl timo período de la civilización azteca, así como de la instalación de un verdadero jardín botánico en Morelos (Bernal).
N ezahualcóyotl (1418-1472), Señor de T ezcoco Durante los reinados de Itzcóatl y Motecuhzoma en Tenoch titlan, sería tlatoani de Tezcoco una de las figuras más intere santes del siglo X V mexicano: el rey-poeta Nezahualcóyotl. El era, según dejamos dicho más arriba, hijo de Ixtlilxóchitl y de una hermana de Chimalpopoca. Niño aún en 1414, su padre le había designado heredero del trono y habiendo huido con él tras la derrota de los chichimecas en 1441 frente a las tropas de Tezozomoc, le promete, antes de que muera a manos de los tepanecas, que reconstruirá el imperio acolhua. Durante varios años tiene que vagar de un lado a otro, huyendo de los temibles tepanecas. Muchos de esos años los pasará en la corte de Tenoch titlan, amparado por su tío Chimalpopoca, pero su hora llega cuando, tras la muerte de Tezozomoc, el imperio tepaneca se res quebraja y hunde finalmente. Aliado con los de Tenochtitlan y Tlacopan, vuelve a Tezcoco e inicia un nuevo periodo de esplen dor para su ciudad. Ya hemos visto cómo se extienden sus con quistas por lugares diferentes, engrandeciendo así su territorio.
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Reconstruye su ciudad e inaugura una nueva era de prosperidad para los suyos. Pero siendo grande su actividad política y militar, su per sonalidad destacó sobremanera en el campo de la poesía y en las reformas legales y religiosas. Como poeta y amante de la poesía supo reunir al igual que en otras ciudades como Huexotcinco, una corte literaria de notable importancia en su época. Todo su pensamiento religioso, su filosofía y su poesía se orien ta hacia la tradición tolteca, quizá como reacción ante la nueva situación que estaba imponiendo el pueblo azteca, como pue blo elegido del Sol y en el fondo, como reacción a la filosofía de Tlacaélel. En materia de moral podemos considerar como muy purita nas sus leyes. La embriaguez y todo pecado sexual era castigado en Tezcoco con la muerte y su rigor llega al extremo de conde nar a esa pena a uno de sus propios hijos por haber cometido adulterio. Desde un punto de vista religioso, si bien acepta por la fuer za de las circunstancias la imposición mexica de su dios Huitzilopochtli, desarrolla ocultamente la creencia en un dios supre mo, sin cuerpo ni imagen y del que no hay, en consecuencia, es tatuas o pinturas, ni existe la posibilidad de ceremonias y ritua les. Este tipo de reforma religiosa no podía alcanzar a la masa popular. Debemos suponer que estas ideas se desarrollaron so bre todo en un medio intelectual muy refinado, pero que sólo trascendieron a una minoría de sacerdotes, señores y poetas en tomo al tlatoani. Su sucesor Nezahualpilli (1472-1516) es una figura enteramen te decadente y profundam ente civilizada que aún tiene menor in fluencia que su padre en el medio ambiente de la época en que le tocó vivir. La suerte del pueblo azteca estaba echada y nada podía oponerse a la realización de su destino.
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Axayacatl (1469-1481) A la muerte de Motecuhzoma Ilhuicamina en 1468 es elegi do tlatoani de Tenochtitlan, Axayacatl, nieto de Itzcóatl. Duran te su reinado la gran expansión verificada en el período de su an tecesor se consolida y aún se realizan nuevas conquistas. Tam poco le faltará el apoyo y el consejo de Tlacaélel, quien habien do nacido hacia 1398 moriría entre 1475 y 1480 a una edad, por lo tanto, muy avanzada. Su sucesor en el cargo de Cihuacóatl iba a ser un hijo de Chimalpopoca, Tlilpotonqui. En tiempos de Axayacatl se va a producir la unión, tantas ve ces deseada y nunca lograda, de los tenochca y los tlatelolca. En efecto, tomando como pretexto que el tlatoani de Tlatelolco, Moquihuix, que había casado con una hermana de Axayacatl, despreciaba a ésta, prefiriendo a sus concubinas, Axayacatl, fin giéndose ofendido en su honor, declara la guerra a Tlatelolco. Pese a que la resistencia fue feroz, tomando parte en ella inclu so las mujeres, la ciudad fue tomada y dominada, imponiéndo les a partir de entonces un gobierno de tipo militar — con un cuauhtlatoani a la cabeza— y pagando como tributo a Tenoch titlan, como cualquier otro pueblo conquistado. La derrota de Tlatelolco puede fecharse en 1473. La expansión hacia el Oeste sigue en el período de Axaya catl, produciéndose de inmediato el hundimiento de la resisten cia matlatzinca en el valle de Toluca, que había durado cerca de cuarenta años — acaso con ayuda tarasca— conquistando Malinalco y Tlacotepec en 1477 y avanzando hasta Tlaximacoyan y Oztoman. Llegados los aztecas a la frontera del reino tarasco, el cho que entre ambas fuerzas se hacía inevitable. La batalla decisiva se produjo hacia 1480 en las proximidades de Tlaximacoyan. Es aquí donde se iba a producir la única derrota de los ejércitos az tecas a causa del empleo de armas de cobre por parte de los ta rascos, aunque los propios tenochca la explicasen por la superio ridad numérica de aquellos. Una línea fronteriza con fortifica ciones defensivas marcará a partir de entonces el límite entre el imperio azteca y el reino tarasco. La expansión militar, sin embargo, no se iba a detener por
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otros rumbos. Por la región de Puebla, tras ocupar las tierras con quistadas por Tezcoco, cerrando así por todas partes el Señorío de Tlaxcala, conquistan Matlatlan y llegan hasta Maxtlan. Final mente, por el Nordeste conquistarían una amplia zona de la Huasteca, llegando entre 1480 y 1481 hasta Tampatel, Tuxpan y Tenexticpac. La serie de campañas militares que acabamos de mencionar, con toda la destrucción y dolor que implican, aca ban de extender el terror y el odio contra los aztecas por todo el territorio del México central (Bernal).
T íz o c
(1481-1486)
A la muerte de Axayacatl en 1481 es entronizado como tlatoani de Tenochtitlan, su hermano Tízoc, quien iba a dirigir los destinos del imperio durante muy pocos años, muriendo en 1486, probablemente asesinado por los nobles mexicas que le habían elegido, pero que viendo que durante ese período de tiempo pre fería desarrollar más una vida religiosa y mística que la militar y que algunas campañas habían sido desastrosas y no pudiendo sustituirle en vida por otro tlatoani, decidieron eliminarlo en be neficio del propio imperio que estaban constituyendo. No obstante esto, la actividad bélica de T ízoc , inmortalizada en la famosa Piedra d e Tízoc, no fue enteramente despreciable, y si bien derrotado por los de Meztitlan, aliados con los huaste cos, no dejó de hacer conquistas, tanto en el territorio de éstos últimos —Tam ajachco y Miquitlan— como más al sur, en la re gión meridional de Puebla, donde se apoderó de Atezcahuacán, o en Guerrero, con la conquista de Otlappan.
Ahuizotl (1468-1502) El hermano mayor de Axayacatl y T ízo c , A huizotl va a de sarrollar durante su reinado una actividad militar que compensa con creces los desastres y escasas conquistas de su predecesor. En efecto, mientras por la Huasteca avanza y conquista Tricoac y Ayotochcuitlatlan, llevando las lindes del Imperio hasta la fron-
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tera cultural mesoamericana con los chichimecas de la región de Tamaulipas, se extiende asimismo por el Suroeste, dominando toda la costa del Pacífico que va desde Acapulco a Zacatulan, conquistando Tlacotepec y Panotlan. Sus campañas por el occidente de Oaxaca le llevan en tres di recciones, tras la nueva conquista de Otlappan en 1486: hacia Coyolapan, donde establece una fuerte guarnición y hacia Teopucílan y Huehuetlan, muy cerca ya de la costa del Pacífico. No obstante la importancia de esta serie de expediciones mi litares, la más arriesgada y extraordinaria fue, sin duda, la cam paña del Istmo. Partiendo de Xaltepec, alcanza la costa de X ochitlan y Tehuantepec avanza por toda la región de Soconusco, conquistando Amaxtlan, Chiapa de C orzo y Com idan, llegando en su avance hasta el territorio de la actual Guatemala. En orden al gobierno interior debe decirse que Ahuizotl cons truyó numerosos templos y palacios, además de hacer una nue va reconstrucción del Templo Mayor, para cuya inauguración se dice que fueron inmolados muchos millares de víctimas huma nas. Como consecuencia del aumento de población de la ciudad y el deseo de regular el nivel de las aguas del lago, se hizo ne cesaria la construcción de un nuevo acueducto, esta vez desde Coyoacán. Una inundación en la ciudad en 1499 fue la causa in directa de la muerte del tlatoani, ya que al intentar salir de una habitación donde se hallaba atrapado, Ahuizotl se dio un golpe en la cabeza, que le produjo, al parecer, la dolencia de la cual moriría tres años después, en 1502.
M otecuhzom a X ocoyotzin (1502-1520) La inesperada muerte del gran conquistador que había sido Ahuizotl, condujo a una nueva elección de tlatoani. Dudosos los electores entre Macuilmalinatzin y Motecuhzoma Xocoyotzin, El Joven, hijos ambos de Axayacatl. la elección recayó finalmente en el segundo ya que se había distinguido en algunas campañas militares de su antecesor y últimamente tenía fama de hombre sabio y sumamente religioso, virtudes todas ellas necesarias para dar nuevo brillo y prestigio a Tenochtitlan y el imperio.
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De Motecuhzoma II se posee, sin duda, más información que de cualquier otro tlatoani de Tenochtitlan. Los acontecimientos que le tocaron vivir explican ampliamente esta abundante infor mación. Todos los autores indígenas y españoles, coinciden al trazarnos el retrato del que iba a ser protagonista del final del imperio azteca. L a historia lo presenta com o hom bre severo, es tricto, grave, digno, celoso al extrem o del cumplimiento de las le yes y el deber, am ante del trabajo y la lim pieza de su ciudad, aten to siempre al buen funcionam iento del gobiern o y el culto, m ag nífico, cruel y déspota, cuando se trataba de mantener su opulen cia y autoridad, p ero siem pre respetando las leyes que él había im puesto. Era el prototipo del Tlatoani (López Austin). Durante el reinado de Ahuizotl se había podido observar cómo la clase de los macehualtin, que se habían distinguido en el campo de batalla, ocupaba en progresión creciente puestos de gobierno de gran responsabilidad, mientras los pipiltin habían ido dejando de ser importantes en la corte. La llegada de Mo tecuhzoma II al poder iba a cambiar radicalmente esta situación, pero en provecho del propio tlatoani que, desde un principio lle vaba una idea de gobierno marcadamente monárquica y autori taria. Es así, pues, como Motecuhzoma ordena la destitución de la mayor parte de los cortesanos que habían ocupado puestos de gobierno durante el reinado de Ahuizotl. Otro tanto iba a hacer con los jefes de calpulli. De este modo tenía las manos libres para hacer nuevos nombramientos entre jóvenes pipiltin o hijos de tlatoques tributarios o dominados, que se habían educado en las mismas escuelas donde Motecuhzoma había sido maestro y hombre religioso. Esta nueva generación de jóvenes jefes iba a ser arcilla fácilmente moldeable en manos de un hombre de una gran capacidad como era el caso de Motecuhzoma Xocoyotzin. Pese a que las relaciones entre Tenochtitlan y Tezcoco fue ron cada vez más tensas, viniendo a culminar, tras la muerte de Nezahualpilli en 1516, con la disputa entre Cacama — hijo de aquél y de una hermana de Motecuhzoma— e Ixtlilxóchitl, de la que resulta vencedor el primero, por haberse amparado en su po deroso tío. parece evidente por otra parte, que las ideas filosófico-religiosas, a las que hemos aludido al tratar de Nezahualcóyotl, han debido influir, acaso imperceptiblemente, en el medi-
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tador Motecuhzoma, haciendo que todo su pensamiento alcan zase un estado de duda que sería fatal en el momento de la lle gada de Hernán Cortés y su hueste de españoles. Las ideas re ligiosas de la tradición de Quetzalcóatl parece que han penetra do en el ámbito del pensamiento azteca, o al menos en el pen samiento de su monarca. Cuando le llega la noticia de que unos hombres barbados han descendido de unas montañas que nave gaban por el mar de Oriente, no dudará un momento en sospe char que aquellas gentes son los enviados del dios tolteca que re gresa, según la profecía. Desde un punto de vista estrictamente político, Motecuhzo ma representa el fin de la Triple Alianza que hasta entonces ha funcionado casi de manera perfecta. Desde muy pronto se ob serva su deseo de anular a sus aliados: Tezcoco y Tlacopan. Esto nos hace pensar que, de no haberse producido la invasión espa ñola, Motecuhzoma hubiese llegado a transformar la Triple Alianza en un verdadero imperio con un auténtico y único emperador. Si bien durante el reinado de Motecuhzoma Xocoyotzin, la actividad militar no fue lo más importante, en ese tiempo se rea lizaron numerosas campañas militares para sofocar rebeliones o para hacer nuevas conquistas. En este terreno hay que destacar, sobre todo, las campañas para dominar a los mixtecas (1506) y a los tepanecas de la Sierra. Achiutla en 1504, Zozollan en 1506 y Texopan en 1512 van cayendo en poder de los aztecas. Otras campañas les llevaron a conquistar Xaltianquizco, Itzcuintepec, e Itztitlan, de cuyo saqueo regresaban cuando Cortés desembar caba en Veracruz, pese a lo cual, nunca llegaron a dominar la costa de Oaxaca, desde Guerrero hasta Tehuantepec. La cohesión del imperio fue asegurada en tiempos de M ote cuhzoma II siguiendo varios métodos. Todos los tlatoque vasa llos de Tenochtitlan, que debían residir durante algún tiempo en la corte, dejaban, al marcharse a su ciudad de origen, para de sempeñar su cargo, a un hijo o un hermano que iba a servir de rehén al tlatoani azteca. Por otra parte, Motecuhzoma Xocoyot zin construyó dentro del recinto sagrado el llamado Coatecalli o casa d e diversos dioses, en el que se recogían las imágenes de los dioses de los pueblos sometidos o conquistados, con lo que éstos
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quedaban así, por una parte, reconocidos a los aztecas por el honor de admitir a sus dioses en la capital del Imperio y, por otra, obligados a quien poseía las imágenes de esos mismos dioses. A partir de 1517 toda una serie de portentos y presagios fu nestos vinieron a anunciar al tlatoani que algo extraordinario se iba a producir. Luego se sabría que lo que aquellos portentos anunciaban era la llegada de los españoles. Auroras boreales, ra yos sin trueno, cometas y otros hechos semejantes preocuparon profundamente a Motecuhzoma, quien llamó a consejo a nume rosos sabios y sacerdotes de todo el imperio para que le ayuda sen a resolver el enigma. Las noticias que le llegaron en 1519 del desembarco de unos hombres blancos y barbudos de unas grandes montañas que navegaban por el mar, junto con la pre sencia de extraños venados — caballos— y perros de gran talla y fiereza, así como de instrumentos que vomitaban fuego, le lle varon a pensar que se trataba del regreso de Quetzalcóatl, anun ciado por las tradiciones más antiguas y que él siempre había es perado. Quetzalcóatl venía a tomar posesión del reino del que había sido desposeído. Por eso, Motecuhzoma, dándose cuenta de que nada podría oponer a los poderes sobrenaturales del dios, lo único que deseaba era impedir que los enviados de Quetzal cóatl se acercasen a Tenochtitlan. Es por esto, pues, por lo que les envía presentes con el fin de disuadirles y aplacarles, no sabiendo que, por el contrario, esos presentes iban a servir de atracción y estímulo a los adve nedizos españoles. En efecto, el encuentro iba a producirse el 8 de noviembe de 1519, pero aun entonces Motecuhzoma no sabía cuáles eran las intenciones de aquellos seres y ni siquiera si su naturaleza era divina o humana. Esta realidad la comprendería algo más tarde y la padecerían sus efímeros sucesores, Cuitlahuac, hijo también de Axayacatl y Cuauhtemoc, hijo de Ahuizotl y yerno suyo. Este último, ajusticiado por los hombres de Cortés el 28 de febrero de 1525, durante la expedición a Hon duras, se convertiría en héroe nacional y símbolo de la resisten cia indígena a la invasión hispánica. Un poeta anónimo cantó el final del imperio azteca con pa labras inolvidables:
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E l llanto se extiende, las lágrimas gotean allí, en Tlatelolco P or agua se fueron los m exicanos; sem ejan mujeres, la huida es general... Llorad, am igos míos, tened entendido que con estos hechos hem os p erdido la nación mexicana. ¡E l agua se ha acedado, se acedó la com ida! Esto es lo que ha hecho el D ador de la vida en Tlatelolco. (Cantares mexicanos)
L os vecinos de los aztecas Para completar el cuadro histórico y sociocultural del área central del México antiguo, conviene que tratemos, aunque con una impuesta brevedad, de otros pueblos que, como los taras cos, huastecos, totonacas, mixtéeos y zapotecos, habían elabora do y estaban aún viviendo en el momento de la máxima expan sión militar e imperialista de los aztecas, sus propias y particu lares historias. El p u eblo tarasco, que habitaba en la región montañosa y la custre de Michoacán y cuyos orígenes y filiación lingüística son un misterio constituye una de las culturas de rasgos más distin tivos que se conocen en el área mesoamericana: poco brillante en cuanto a construcciones monumentales, alcanzó un gran de sarrollo en lo que se refiere a la industria y la artesanía. En la historia semilegendaria de este pueblo se pueden dis tinguir tres períodos. En la primera época, que dura dos siglos aproximadamente (1200-1400) los soberanos tarascos luchan por la hegemonía con otros estados y señoríos de la región: Ticatame, Sicuirancha, Pauacum e I, Uapeani I, Curatame I, Uapeani II, Pauacume II, Tariacuri y Curatame II, son los nombres de so beranos que recuerda la Relación de M ichoacán, principal fuen te histórica que poseemos para reconstruir la historia y cultura tarascas. El último de los soberanos de este período y gran con quistador, Tariacuri, sienta las bases territoriales del reino taras-
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co. Durante el segundo período de la historia tarasca (1400-1450) se establece una liga entre las tres principales ciudades de Tzin tzuntzan, Ihuatzio y Pátzcuaro, bajo los reinados de Hiquingare de Pátzcuaro, Hiripan y Ticatame II de Ihuatzio y Tangaxoan (muerto hacia 1454) de Tzintzuntzan, los cuales amplían el terri torio heredado. En el tercer período de la historia tarasca, o pe ríodo imperial, se llega a la unificación bajo el dominio de la ciu dad de Tzintzuntzan. Durante el reinado de Tzitzispandácuare se llega a la frontera con Colima, mientras se resiste con éxito los sucesivos intentos de los mexica por dominar el reino taras co. Tras el reinado de Tzihuanqua (muerto hacia 1520) sube al poder Tangaxoan II, llamado por los aztecas Caltzontzin, el cual se sometería a los españoles, muriendo poco después (1532), con denado por Ñuño de Guzmán. El panteón tarasco, en el que se incluía una infinidad de di vinidades, estaba presidido por los dioses celestes, entre los que Cuñcaheri, dios solar y del fuego era uno de los más importan tes. El mundo se hallaba dividido para los tarascos en tres par tes: Auándaro, el cielo; Echérendo, la tierra y Cumiechúcuaro, o región de los muertos. En cada una de estas partes se distin guían cinco puntos cardinales: cuatro laterales y uno central. To dos estos lugares, así como la mayor parte de las ciudades, te nían sus propios dioses. Otras divinidades importantes eran: Cuerauáperi, o m adre de todos los dioses terrestres, Tariácuri, ya mencionado como soberano, pero con personalidad igualmente divina, que viene a ser una especie de Quetzalcóatl tarasco; Xarátanga, la Luna; M anóuapa, o Venus, etc. Un cuerpo sacerdotal a la cabeza del cual se hallaba el petámuti o Sumo Sacerdote, se encargaba de practicar el debido ce remonial a los diferentes cultos en los que los sacrificios huma nos cumplían un papel importante. Sobre la base de un sistema matemático de carácter vigesi mal, como en el resto de Mesoamérica, establecieron un calen dario solar de 18 meses de 20 días, más un período de cinco días que se añadían para completar la cuenta. La medicina como cien cia mágica y empírica a la vez. la astronomía como base del ca lendario y la moral como derivado natural de sus concepciones religiosas, completan el cuadro intelectual de esta cultura.
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Como equivalente del tlatoani de la meseta central, a la ca beza del estado tarasco se hallaba el cazonci, con poderes prác ticamente absolutos, Este cargo, aunque ordinariamente recaía en el hijo del soberano fallecido, era de carácter electivo. El ca zonci o irecha estaba rodeado de una numerosa corte en la que figuraban los acháecha o nobles consejeros, los caracha-capacha o caciques y gobernadores de las provincias y los qhuangariecha u hom bres valientes, guerreros que venían a constituir su guar dia personal. Una multitud de funcionarios se ocupaban de la ad ministración, el ejército, la recaudación de tributos, la justicia, etcétera. El ejército estaba organizado de acuerdo con la estructura socioterritorial del pueblo y en pie de guerra, y gracias seguramen te, al uso de armas de cobre, era realmente invencible, si tene mos en cuenta que el ejército mexica, el más poderoso de aque lla época, nunca pudo someter a los tarascos. Los tarascos constituían una sociedad estratificada en la que se distinguían: nobles, plebeyos y esclavos (hapingataecha) y de la que sabemos que, aparte las tierras destinadas al mantenimien to del cazonci, sacerdotes y guerreros, había otras poseídas pri vadamente por los nobles y quizá, también, algunas otras de pro piedad privada o comunal de los pílebeyos. Si bien los tarascos destacaron en las artesanías, no por eso dejaron de construir monumentos arquitectónicos importantes, entre los que destacan las llamadas yácatas, o bases piramidales de sus templos en las que se combina una parte rectangular y otra circular yuxtapuestas. Las fortificaciones, de las que se co nocen varias, dan idea de la importancia del ejército y de los me dios extraordinarios puestos en juego por los tarascos para con tener el empuje de los aztecas en la época de su expansión imperial. Los ceramistas tarascos que, como otros artesanos, estaban agrupados formando gremios de carácter familiar y hereditario, fueron especialmente grandes ejecutores de un arte sumamente realista y lleno de vitalidad. Las figurillas representando hom bres y mujeres en mil actitudes de la vida diaria son particular mente vivaces y expresivas, mientras en la elaboración de vasi jas muestran también una gran inventiva en cuanto a las formas
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y a la decoración. Destacaron igualmente los tarascos en la me talurgia, especialmente del cobre. Hachas, campanillas, brazale tes, pinzas, anzuelos y diversas armas fueron realizadas en co bre, utilizando como sistemas de trabajo el martillado, laminado y fundido.
En la costa del Golfo de México, desde el actual estado de' Tamaulipas hasta la región Olmeca se hallaban, desde tiempos muy antiguos los H uastecos y Totonacos, sirviendo de frontera entre ambos pueblos el río Tuxpan. El pueblo huasteco, emparentado lingüísticamente, al pare cer, con los mayas, de los cuales debieron separarse acaso en tor no al comienzo de la Era cristiana, debido a la presión ejercida por los totonacas para llegar a la costa, carece de fuentes sufi cientemente explícitas como para que podamos reconstruir su historia, debiendo basarnos para conocer su cultura únicamente en los restos arqueológicos. Sabemos, sin embargo, que el pue blo huasteco, belicoso y bárbaro en muchos aspectos supo resis tir con éxito no sólo el persistente ataque de los aztecas sino tam bién los primeros intentos de conquista por parte de los es pañoles. Los totonacas, o al menos aquéllos que vivían en la región me ridional al tiempo de la conquista española, estaban organizados políticamente, formando una confederación de unas treinta o cin cuenta pequeñas ciudades. Los que habitaban más al norte ha bían llegado, al parecer, a constituir un verdadero estado unita rio del que se recuerdan en las crónicas los nombres de varios soberanos, el último de los cuales, Catoxcan, tuvo que someter se a los chichimecas. Los totonacas practicaban, al igual que los huastecos, la de formación craneana, así como usaban el bezote o adorno labial, vistiéndose con el quechquém itl y tanto su economía como su ali mentación y el tipo de sus viviendas se parecía al de los pueblos del centro de México. Es muy probable que algunos dioses huastecos sean el origen de otros incorporados al panteón de los pueblos de la meseta: tales son Quetzalcóatl y Tlazoltéotl, cuyas representaciones huas-
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tecas parecen ser el antecedente directo de las divinidades azte cas. En la región de los totonacas, dominaban los dioses de la lluvia y de las aguas y tenían un complicado ceremonial y una clase sacerdotal, practicándose los sacrificios humanos, incluso de niños, como en la región central de México. Como ceremo nia religiosa relacionada quizá con los sacrificios, practicaban el llamado juego del volador que ha llegado hasta nuestros días y que se incorporaría a la civilización azteca así como se usaba, como en el resto de Mesoamérica, el ju ego de p elo ta , llevando los jugadores las palm as y yugos como adorno ceremonial o par te esencial de su atuendo, según se desprende de los relieves ha llados en El Tajín. Las ciudades de El Tajín en la antigüedad y de Cempoala, Misantla y otras en la época de la conquista fueron grandes con centraciones de población, calculándose que Cempoala tenía en esa época unos veinte o treinta mil habitantes. Contemporáneamente a la fundación de Tenochtitlan, los chichimecas, de cuya llegada al Valle de México ya tratamos en su momento, se hallaban gobernados por Quinatzin (1298-1357) quien trasladaría la capital de su imperio desde Tenayuca, don de la había instalado X ólotl hasta Tezcoco, al mismo tiempo que los nuevos grupos de chichimecas llegados al Valle de México se rían desviados hacia la Sierra Nevada, donde algunos fundarían el estado de Tlaxcala, mientras otros se unirían a los totonacas. El proceso civilizador, iniciado entre los chichimecas tiempo atrás, se acentúa cuando aparece en Tezcoco —fundado en 1327— un grupo de mixtecas a los que las crónicas llaman los re gresados, dando a entender que se trata de un grupo de emigran tes del Valle, acaso toltecas, que habiendo residido en la Mixteca durante algún tiempo, regresaban ahora, portadores de cono cimientos tales como la escritura, el calendario, la cerámica, etc. Varios cambios importantes deben producirse en esa época: el dialecto nahua de los chichimecas es sustituido por el náhuatl o azteca, mientras que el culto al antiguo dios chichimeca, Mixcóatl va perdiendo importancia frente a Tezcatlipoca. Durante el reinado de Techotlala (1357-1409). sucesor de Quinatzin, el imperio chichimeca se divide en principados sobe ranos e independintes de los cuales el de los tepanecas de Azca-
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potzalco alcanzará una gran importancia sobre todo bajo el rei nado de T ezozom oc (1363-1426), el cual, mediante campañas mi litares — en las que actúan a veces como aliados o mercenarios los aztecas— matrimonios y alianzas e incluso compras y sobor nos, logra crear una especie de imperio del cual serán sus ene migos más encarnizados los propios chichimecas de Tezcoco y muy pronto también los aztecas de Tenochtitlan. Ixtlilxóchitl I (1406-1418), hijo de Techotlala, era tlatoani de Tezcoco, cuando se plantea dramáticamente, la enemistad de tepanecas y chichimecas. Tezozomoc, como descendiente que es de Xólotl pretende el trono de Tezcoco y por ello, no solamente no asiste a las ceremonias de entronización de Ixtlilxóchitl sino que, para provocar la guerra, envía a éste una carga de algodón para que le fabriquen mantas. Este insulto es soportado, para ga nar tiempo, por Ixtlilxóchitl, quien organiza un gran ejército, al tiempo que trata de conseguir el apoyo de los mexica. Casado con una hermana de Chimalpopoca, de Tenochtitlan, de la cual ha tenido a su hijo Nezahualcóyotl hace jurar a éste su cargo como heredero del trono en 1414. Cuatro años después, las tro pas de Tezozomoc están a las puertas de Tezcoco e Ixtlilxóchitl, con su hijo y algunos fieles seguidores, huye hacia el bosque don de pedirá al joven Nezahualcóyotl que le vengue y reconstruya el imperio, poco antes de que los tepanecas de Tezozomoc le al cancen y den muerte. El fin del imperio tepaneca, con la muerte de Tezozomoc, el asesinato del tirano Maxtla y el triunfo de la Triple Alianza, su pone el renacimiento de Tezcoco que habiendo sido reconquis tada en 1431 vuelve a ser la capital del reino de Nezahualcóyotl a quien ya nos hemos referido en las páginas anteriores.
El p u eblo zapoteco, en el momento de la máxima expansión azteca se hallaba en una fase de aparente decadencia. Los rela tos históricos para esta época se centran en Zaachila, en el valle de Zimatlan, mencionándose tres soberanos sucesivos que llevan hipotéticamente el nombre de la ciudad aunque quizá sus nom bres reales fuesen otros. El primero de ellos, Zaachila I llevó en primer lugar, sus ejércitos contra los chontales que vivían en la
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costa y después, aliado con los zapotecos serranos y con los mix téeos. lucharía contra los mixes. quienes dirigidos por un jefe le gendario. llamado C ondoy, podrían resistir el ataque, refugián dose desde entonces en la zona más montañosa del país. Zaachila 11, hijo del anterior soberano, continuaría la lucha contra los mixes, construyendo una serie de fortalezas que garantizarían las comunicaciones por oriente. Finalmente. Zaachila III tendría que hacer frente a los dos más poderosos enemigos del momen to: los mixtecas y los aztecas. Los primeros lograrían instalarse en Monte Albán, la ciudad sagrada de los zapotecos, cuya deca dencia data probablemente de esta invasión y en Cuilapan, a unos 4 km de Zaachila. La penetración de los aztecas condujo al establecimiento de una guarnición permanente en Huaxyácac que llegaría a ser después la capital del actual estado de Oaxaca. Cocijo-eza, el hijo de Zaachila III, sucedería a éste en 1482 y casaría con una princesa azteca, llamada Coyolicaltzin o Pelaxilla —cop o de algodón — de la cual tendría tres hijos, de los que al menos Cocijo-pij sería designado por su padre goberna dor de Tehuantepec en 1518. Cocijo-eza moriría en 1529. mien tras el último rey zapoteca llegaría a vivir hasta 1563. Al parecer, el estado zapoteco tuvo un gobierno de carácter dual en el que, junto a un rey o tlatoani con poderes de carácter civil y militar, había un Sumo Sacerdote o Uija-Tao —el gran vi dente— en el que se concentraba el poder religioso, pero al que seguramente estaba sujeto incluso el soberano. El Uija-Tao vi vía en la ciudad de Mitla, practicando perpetuamente el celiba to, salvo en determinada época en la que se unía a la hija de un caudillo y en la que concebía un hijo que estaba destinado a sucederle en su función como Sumo Sacerdote. La divinidad principal del panteón zapoteco debió ser Cocíj o , del cual deriva el nombre de los últimos soberanos y que, sien do el dios de la lluvia, procede, como Tlaloc, Chac y Tajín de una imprecisa divinidad olmeca de carácter felino. De la misma manera que en otras culturas mesoamericanas, el dios Cocijo es taba relacionado con los cuatro puntos cardinales y con los cua tro colores asociados con esas direcciones. El dios azteca Xipe Totee, de acuerdo con algunos de sus atributos parece ser origi nario de la región zapoteca. Por otra parte, es presumible que
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adorasen a una pareja suprema de dioses y a un dios civilizador, semejante a Quetzaicóat!. Otros dioses del panteón zapoteco eran: Pitao Coçobi, como dios del maíz o de la vegetación. Pitao Xoo o dios de los temblores, Nohuichana o diosa de los par tos, etcétera. El calendario zapoteco. que presenta estrechas semejanzas con el de los mayas es, posiblemente, uno de los más antiguos del área mesoamericana. El tonalpohualli, pije o año ritual, se dividía en cuatro períodos de 65 días y éstos en otros cinco de 13 días. Los nombres de los días y los numerales se hallaban tan ligados que éstos últimos constituían auténticos prefijos de los primeros. La representación glífica de los numerales era seme jante a la de los mayas de modo que las unidades se represen taban por medio de puntos o circulitos hasta cuatro, siendo re presentado el cinco por medio de una barra. No está suficiente mente aclarado si utilizaron un año solar o no, aunque algunos jeroglíficos antiguos y documentos posteriores a la conquista pa recen confirmar lo primero.
Los mixtéeos en la época de la expansión azteca experimen tan también un movimiento expansivo que será frenado muy pronto por la conquista azteca. De las dinastías reinantes en Tilantongo se conocen los nom bres de los descendientes del gran conquistador que fue en el si glo XI 8 Venado. La segunda dinastía terminaría con 4 Aguila, águila sangrienta, casado con la princesa 6 Agua. El hijo de am bos y el padre mueren el mismo año, 1289, sin que haya suce sión directa. Comienza así la Tercera Dinastía, con el matrimo nio de la viuda 6 Agua con el príncipe 4 Muerte, de cuyo matri monio nacerá en 1293 la princesa 3 Conejo. La Cuarta Dinastía no comenzará hasta 1357 con el soberano 6 Venado, quien casa con 13 Viento, terminando con Don Felipe de Santiago, quien vivía aún en 1580. También conocemos con detalle las dinastías que reinaron en Teozacualco. La segunda de estas dinastías se inicia con el hijo del mismo 8 Venado, coyote manso, el cual casaría con 4 Muer te, joy a de lagarto y termina en 9 M ovimiento, casado con 2 Ti-
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gre, de cuyo matrimonio habría tres hijos: uno, varón, que mo riría pronto; una hija que casaría con el rey de Tilantongo y otra, casada con el de C errotorcido Quetzal, cuyo hijo 2 Perro sería el origen de la tercera dinastía de Teozacoalco. La Cuarta Di nastía, por último, vendría a iniciarse con el mismo D. Felipe de Santiago ya citado, uniéndose Tilantonogo y Teozacoalco en ple no siglo XVI. De los escasos códices prehispánicos de México que se sal varon después de la conquista española, un importante grupo de ellos son de origen mixteco y tienen un carácter generalmente histórico. Debemos citar entre los más importantes el Codex Bodleianus, el Codex Selden, los códices Becker n.ü 1 y n.° 2, el Vindobonensis, etc. En ellos se representan con una gran soltu ra en las formas y una extraordinaria brillantez en el colorido, figuras que representan soberanos con sus esposas y sus hijos, así como los acontecimientos principales de sus respectivos rei nados —bodas, nacimientos, conquistas, etc.— con indicación de las fechas en que tales acontecimientos se produjeron. Poseían, al igual que los tenochcas y zapotecos, dos tipos de calendario. El calendario ritual, equivalente al pije zapoteco y al tonalpohualli azteca, de 260 días, en el que los signos de los días salvo algunas variantes eran semejantes a los aztecas. El calen dario solar de 365 días comenzaba el 12 ó 16 de marzo y tenía como signo específico un diseño parecido a una A mayúscula con un aro entrelazado. El sistema de numeración era de carácter vigesimal, pero en su representación no usaban de la barra como equivalente al nú mero cinco sino que, como los aztecas, representaban las unida des mediante circulitos o puntos. La civilización mixteca o mixteco-puebla fue obra de los mixtecas y sus parientes más próximos, los popoluca de Puebla y los mazatecas de Oaxaca. Representa dentro del mundo cultural de la última época casi todos los pueblos del área, llegando en su expansión hasta Tulum en Yucatán y a la región de Sinaloa, en el Noroeste de México y hasta Nicaragua en Centroamérica. El estilo mixteca, según Covarrubias, viene a ser una mezcla de ele mentos procedentes de Xochicalco, Teotihuacán, Monte Albán y Cerro de las Mesas.
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B IB L IO G R A F IA Los modernos estudios acerca de la historia azteca se inician, en realidad, con los trabajos de R obert H. B arlow: «Conquistas de los Antiguos Mexica nos» en Jou rn al de la Sociéte des Américanistes, X X X V I: 215-222, París, 1947. Su obra fundamental es: The Extent o f the Em pire o f the Culhua Mexica, IberoAmericana: 2, Berkeley. 1949 y «La fundación de la Triple Alianza (1427-1433)» Anales del Instituto N acional de A ntropología e Historia, III: 147-155, México, 1949. En la actualidad disponemos de buenos estudios de conjunto entre los que cabe destacar los libros de C. NlGEL D avies : L os M exica: prim eros p asos hacia el im perio. UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1973 y L os Aztecas, Ed. Destino, Barcelona, 1977. También hay que mencionar el libro de B. C. B rundage: Lluvia de dardos. Historia política de los aztecas mexicas, Dia na, México, 1982. Son de gran valor el ensayo de Ignacio Bernal: Tenvchtitlan en una isla. INAH, México, 1959 y el libro de Miguel L eón-Portilla : L os an tiguos m exicanos a través de sus crónicas y cantares, Fondo de Cultura Económi ca, México, 1961. Para el período más problemático y cuestionable de la historia azteca, la mí tica historia de los orígenes, disponemos ahora de un estudio muy esclarecedor y agudo de Christian D uvergf.R: L origine des aztéques. Recherches anthropologiqucs/Seuil, París, 1983. Sobre el tema concreto de Aztlán hay dos impor tantes artículos: E duardo S eler : «¿Dónde se encontraba Aztlán. la patria (ori ginal) de los aztecas?» M esoam érica y el centro de M éxico (Monjarás et. al. eds.): 309-330, INAH. México, 1985 y Paul K irchhoff: «¿Se puede localizar Az tlán?» En Ibidem: 331-341. Para la fundación de Tenochtitlan contamos con un esclarecedor estudio de D oris Heyden : M éxico, origen de un sím bolo. Mito y sim bolism o en la fu n dación de M éxico-Tenochtitlan, México. 1988. Debe consul tarse también el ensayo de Pedro A rmillas: «La realidad del imperio azteca». En L a aventura intelectual de P edro Arm illas: 13-33. El colegio de Michoacán. Zamora, Mich, 1987 y las monografías sobre personajes históricos como los de J osé L uis Martínez: N ezahualcoyotl. Vida y obra. FCE. México, 1972 o la de E va A lejandra Uchmany: M otecuhzom a II X ocoyotzin y La conquista de México. Instituto Nacional de la Juventud Mexicana. México, 1972. En relación con el momento del contacto es imprescindible consultar el muy difundido libro de Miguel L eón-Portilla : Visión de los Vencidos. R elaciones indígenas de la Conquista, Col. «Crónicas de América». Historia 16, Madrid, 1986. La bibliografía sobre los vecinos de los aztecas es muy abundante en la ac tualidad: mencionaremos algunos estudios fundamentales. La historia y cultura de los Tarascos puede estudiarse en J. B ravo Ugarte : Historia sucinta de Mi choacán : I, El estado tarasco, México. 1962; J. CORONA NÚÑEZ: M itología Ta rasca, FC E. México, 1957 y del mismo: A rqu eología: Occidente de M éxico, Guadalajara, 1960. La obra clásica para el estudio de los Totonacos es el libro de Walter Kric iceberg: L o s Totonaca, México, 1933. Debe consultarse igualmente el simposio:
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Huastecas, Totonacos y sus vecinos, Sociedad Mexicana de Antropología, Méxi co, 1953. Para el estudio de las culturas mixteca y zapoteca hay una bibliografía muy extensa de la que destacaremos los siguientes títulos; A lfonso C aso: «El mapa de Teozacoalco». Cuadernos Am ericanos. X L V II: 145-181, México, 1949; del mismo autor: Reyes y R einos de la Mixteca, 2 vols.. Fondo de Cultura Económi ca. México, 1977-1979, R onald S pores: The Mixtee Kings and th eirp eop le, University of Oklahoma Press, Norman, 1967. Sobre los zapotecos existe una buena síntesis: el libro de J oseph W. W hite COTTON: The Zapotees. Princes, Priests and Peasants, University of Oklahoma Press, Norman, 1977. Personalmente me he ocupado de algunos problemas de la religión y el calendario de los zapotecos de la Sierra. J osé A lcina: «Calen darios zapotecos prehispánicos según documentos de los siglos XV I y X V II», E s tudios de Cultura Náhuatl, Vol. 6: 119-133. México 1966; «Los dioses del pan teón zapoteco». A nales de antropología. Vol. 9: 9-43, México, 1972; y «Calen dario y religión entre los zapotecos serranos durante el siglo X V II» M esoam érica. H om enaje al D octor Paul K irchhoff: 212-224, México, 1979.
Capítulo 3 ECONOMIA
E l sistema económico de la sociedad azteca es, en primer lu gar, un sistema complejo en el que observamos funcionando si multáneamente diferentes mecanismos que pueden ser comple mentarios pero que, en ocasiones, pueden entrar en conflicto y colisión. La Triple Alianza, como organización confederal, no contradice la actuación independiente de cualquiera de sus tres miembros — Tenochtitlán, Tezcoco y Tlacopan— pero a su vez, otras muchas ciudades-estado funcionaban independientemente o con cierta independencia; el sistema de mercados se desarro llaba al mismo tiempo que una clase de comerciantes, los pochteca, organizaban expediciones a larga distancia y es evidente que la vida urbana contrastaba con la vida rural precisamente en los aspectos económicos más llamativos. En opinión de Pedro Carrasco (1978) la prim acía del factor político en la organización de la econom ía se ve en que es éste el que explica los p rocesos de producción y distribución. L os m e dios fundam entales de producción estaban controlados p o r el o r ganismo político. Pese al gran número de artesanías y a la im por tancia de grupos especializados en la circulación de bienes —los pochteca— es indudable que la econom ía de M esoam érica era una econom ía preindustrial, es decir, que la ram a más importante de la producción era la agricultura, que produ cía no únicamente ali mentos sino materias prim as para m uchas artesanías. Entonces los m edios de producción fundam entales en esta econom ía son, p o r una parte, la tierra y p o r otro el trabajo. Tanto tierra com o tra bajo estaban controlados p o r el m ecanism o político.
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L a producción El hecho fundamental para comprender el sistema de produc ción agrícola en el México central es la consideración de su diversi dad ambiental. Como afirma Angel Palerm (1972) Mesoamérica podría ser descrita, más justa y vagamente que com o un área tropi cal, com o un m osaico climático con predom inio de tipos físicos, tem plados y subcálidos con largas estaciones secas y aridez frecuente. Los conceptos de tierras altas, tierras bajas o frías, templadas y ca lientes, y períodos de secas o de lluvias, vienen a confirmar esa di versidad a partir de la cual se entiende la diversidad y amplitud de plantas útiles — alimenticias, industriales, medicinales, etc.— que hallamos en el México antiguo (véase Tabla 3:1). Tabla 3:1 N om bre común actual
N om bre científico
Familia
Achiote Algodón Amates Cacahuate Cacao Calabazas Copal Chicozapote Chiles Frijol común Henequén Hule Maíz Nopales Ramón Tabaco Tomate Zapote amarillo
Bixa orellana Gossypium hirsutum Ficus spp Arachis hypogaea T heobrom a cacao Cucúrbita spp. Bursera spp. Achras zapota Capsicum annuum Phaseolus vulgaris Agave fou rcroydes Castilla elástica Zea mays Opuntia spp. Brosimum alicastrum Nicotiana rustica Physalís spp. Sideroxylon sp.
Bixaceae Maluacea Moraceae Leguminosae Esterculiaceae Cucurbitaceae Burseraceae Sapotaceae Solanaceae Leguminosae Agavaceae Moraceae Graminae Cactaceae Moraceae Solanaceae Solanaceae Sapotaceae
Fuente: Torres, 1985: 67-69.
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De todas ellas, sin embargo, hay que distinguir y destacar el maíz como la planta fundamental de todo el complejo mesoamericano, desde quizá el año 5000 a. de C. hasta el presente. Co nociéndose no menos de 32 razas distintas de maíz en México, no son menos las formas de prepararlo como alimento: en for ma de atole —había por lo menos quince clases de atole— o en forma de tortillas, etcétera. Del cultivo del maíz tenemos una excelente descripción de bida a Clavijero: H ace el sem brador un pequ eñ o agujero en la tierra con la pun ta de un bastón endurecido al fu eg o y echa en él uno o dos gra nos de maíz de una espuerta que le cuelga al hom bro y lo cubre con un p o c o de tierra, sirviéndose de sus pies para esta operación. Pasa adelante y a cierta distancia que varía según el terreno, abre otro agujero y así continúa en línea recta hasta el término del cam p o y de allí vuelve form an d o otra línea paralela a la primera. E s tas líneas son tan derechas com o si se hubieran hecho a cuerda y la distancia de una a otra planta tan igual, com o si se hubiera em p lead o un com pás o m edida. Este m od o de sem brar apenas usa do en el día p o r algunos indios, aunque lento, es muy ventajoso, porqu e p roporcion a con exactitud la cantidad de grano a las fu er zas del terreno y no ocasiona adem ás el m enor desperdicio de se milla. En efecto, los cam pos cultivados de aquel m odo dan co se chas abundantes. En el cuadro de plantas cultivadas del México azteca son im portantes muchas otras, además del maíz. De esas cabría desta car la pimienta o chile, los frijoles y el tomate entre las alimen ticias. No menos importante era el maguey del que se obtenía la bebida alcohólica llamada pulque, o el algodón con cuya fibra se fabricaba la mayor parte de los tejidos usados en México. En la Tabla 3:2 que tomamos de Rojas (1985) se resumen los sistemas de cultivo utilizados en Mesoamérica, con referencia al modelo general elaborado por Boserup de aplicación universal. Aunque no fue de uso universal como antes se creía, el sis tema de roza gozó de una amplia utilización en toda Mesoamé rica y por lo tanto también en el México central, pero el uso de sistemas de irrigación permitió el uso de una agricultura inten siva que, en determinadas circunstancias, permitió el aumento
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Tabla 3:2 Boserup (1967)
Palerm (1967 y W olf (1971) 1972)
(1) Sistemas de bar (1) Cultivo de m onte (1) R oza. 2-3 uso: 10-12 o bech o largo. alto. Variedades: selva y 1-2 años uso: 20-25 des más descanso. altiplano. canso. (2) Cultivo en m onte bajo (arbustos y árbo les medianos). 1-2 años uso: 6-8 des canso.
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(3) Cultivo de barbe (2) Barbecho. (2) Sistema de barbe c h o corto (zacatal o 2-3 uso: 2-3 o cho sectorial. yerbazal de barbecho). más descanso. 2-3 uso: 3-4 descanso. 1-2 años uso: 1-2 des canso. (3) Sistema de barb e cho corto. 1-2 uso: 1 descanso. (4) Cultivo anual.
(3) S ecan o in tensivo.
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(5) Cultivo continuo o (4) H um edad y (4) C ultivo p e r m a nente o sistemas hi policultivo: riego. dráulicos. uso continuo: 2 o más cosechas al año. — Fuente: Rojas, 1985.
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(5 ) C u ltivo p e r m a nente en parcelas f a vorecidas.
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de la población hasta niveles realmente excepcionales. Se cono ció el sistema de riego permanente por canales, de manantiales y ríos; el sistema de riego temporal de ríos permanentes; el sis tema de riego temporal por inundación o avenida; el sistema de riego a brazo y el sistema de riego permanente del tipo de las chinampas o los camellones de drenaje. Son numerosos y variados los instrumentos utilizados en el trabajo agrícola: el uitzoctli o palo plantador, el uictli o coa de hoja; el uictli axoquen o coa con mango zoomorfo, la coa de pie a manera de pala, etc. Se utilizaron como abonos el estiércol hu mano, el guano de murciélago y diversos abonos verdes como ba sura orgánica de la casa,plantas acuáticas y otros. Entre muy di versos tipos de siembra se usó la de almáciga y el trasplante. Aunque no disponían de animales domésticos de carga o arrastre, se pueden mencionar entre los animales domésticos más importantes: el pavo y un pequeño perro (itzcuintli). También criaban la cochinilla y disponían de panales para la recolección de miel.
Tenencia de la tierra Así como son muy escasas las noticias que poseemos acerca de la propiedad en general entre los aztecas, son muy abundan tes y detalladas las que se refieren en concreto a la propiedad de la tierra (Kirchhoff. 1954-55 y Caso, 1959), pero antes de p od er describir la tenencia d e la tierra hay que decir algo de la estruc tura sociopolítica , p orqu e lo fundam ental en el régimen de la tierra en el México antiguo es que para cada una de las instituciones fun damentales o para cada uno de los estamentos y rangos había dis tintos tipos de tierras ocupadas p o r esas instituciones o individuos (Carrasco, 1978). De acuerdo con diferentes principios, podemos considerar va rios tipos en cuanto a la propiedad de la tierra. Si había tierras que eran propiedad exclusiva del calpulli, otras lo eran del Es tado; si había algunas que podían considerarse como propiedad privada, otras eran de carácter público; si, finalmente, había
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tierras trabajadas comunalmente, otras eran dadas en usufructo a los que las trabajaban, o eran arrendadas. Las tierras del calpulli eran de propiedad comunal y queda ban bajo la administración del calpuleque. Aquellas tierras cuyo producto se destinaba al pago del tributo, eran trabajadas comu nalmente por miembros del calpulli, dirigidos por los tequitlatoque; la mayor parte, sin embargo, eran entregadas en usufructo a los miembros del calpulli, los cuales las trabajaban para sí y por sí, sin poderlas vender, ni ceder sus derechos. Estas tierras pasaban a sus herederos aunque no sabemos en qué forma, sien do muy dudoso que se dividiesen entre los hijos, pudiéndose in ferir, por ello, que había un cierto derecho de primogenitura. Cuando estas tierras dejaban de ser cultivadas durante dos años consecutivos, volvían al calpulli, cuyo jefe estaba encargado de volverlas a entregar a otra familia. Junto a estas tierras de propiedad comunal había otras de pro piedad privada. Eran éstas, por una parte, las que pertenecían al tlatoani, bien porque las hubiese recibido en herencia, bien porque se las hubiese adjudicado después de alguna conquista, mientras por otra parte eran también de propiedad privada las tierras de los nobles o pipiltin, las cuales eran trabajadas por los mayeques, quienes además del trabajo, prestaban a su señor, ser vicios personales. Pasaban, con la tierra, al nuevo propietario — por herencia o venta— y no pagaban tributo al tlatoani, pero iban como soldados a la guerra. Finalmente, las tierras de propiedad del Estado eran muchas y muy diferentes. Lo tlatocatlalli o tlatocamilli eran tierras arren dadas, cuyo producto se destinaba al sostenimiento de los gastos del Palacio. Los tecpantlalli estaban destinados a la manutención de la gente de Palacio. Los teopantlalli eran los destinados al ser vicio de los templos, los cuales o bien los cultivaban directamen te, por medio de sus sacerdotes o mediante mayeques. Por últi mo, los milchimalli o cacalom illi eran tierras al servicio del ejército.
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El trabajo La palabra tequitl significaba oficio, trabajo o tributo y todo el mundo, desde el rey o tlatoani hasta el esclavo o tlacotin tenía la obligación de dar su tequitl. Tratándose de la organización de la econom ía, lo fundam ental era el tequitl aportado p o r la gran masa de la gente común —los productores— para el sostenim ien to del estado en su totalidad o de los m iem bros de la clase dom i nante de quienes dependían (Carrasco, 1978: 30). Los diferentes grupos socales, a los que vamos a referirnos en un próximo capítulo, entregaban su trabajo a las clases do minantes, en relaciones que eran siempre diferentes: los tlatocamilli del rey eran cultivados por los macehuales de los barrios; estos últimos tributaban al tlatoani también y los m ayeque o bra ceros trabajaban las tierras de los reyes, señores, nobles e inclu so de otros particulares; los tlacotin o esclavos, por su parte, tra bajaban en la agricultura o tareas domésticas como los mayeque. T odo esto muestra claramente la existencia de divisiones im por tantes en la p oblación m acehual, que se basaban en la naturaleza de la persona que recibía el tributo (tlatoani, teuctli o pilli) o in dicaban distintos grados de dependencia política o person al (Carrasco). La unidad de producción más simple entre las que vamos a examinar aquí, es el grupo doméstico, que generalmente com prendía varias parejas de casados, casi siempre emparentadas, además de algunos criados y esclavos. Este grupo doméstico se hallaba comprendido en un calpulli que tributaba al tlatoani o a una casa señorial. Los campesinos practicaban la m acoa o ayuda mutua, como un sistema de reciprocidad, muy común tanto en Mesoamérica como en los Andes, tanto entonces como ahora. Los m acehuales estaban organizados según los barrios, por unidades de veinte, tanto para recaudar los tributos, como para la realización de obras públicas. En los mismos barrios en que se hallaban los agricultores, o en otros donde se concentraban ciertos tipos de artesanos, éstos eran macehuales como aquellos. Su variedad era enorme. Había navajeros (itzcopeuhqui) o fabricantes de cuchillos de obsidiana;
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petateros (petlachiuhqui) o fabricantes de esteras; alfareros (zoquichiuhqui) curtidores (cuetlaxuauanqui); tejedores (hiquitqui); fabricantes de mecapales (m ecapalchiuhqui); fabricantes de ci garros; componedores de flores (xoquim anque); orfebres; lapi darios (chalchiuhtlatecqui); plumarios (amanteca) y muchos más. Según Hernán Cortés, los artesanos y otros artistas se halla ban en barrios y eran mantenidos por los labradores: ... dem ás de los tributos... tienen obligación algunos de los barrios y aun algunos vecinos particulares de sostener con estas tierras otras gentes que son oficiales de todos oficios m ecánicos e cazadores, pescad ores, maestros de hacer rosas... otros que in ventan cantares... otros que hacen farsas, otros que juegan de m a nos, otros que hacen títeres y otros juegos; p ara las obras y para las fiestas que el señor quisiere hacer, y dan esto p o r adehalas, ade m ás de los tributos que pagan p or las tierras. Estas gentes están y residen en estos pu eblos y barrios a costa de los vecinos de ellos y están el tiempo que quieren según se lo pagan y vanse cuando quieren y com o se les antoja a donde m ejor partido les hacen. El siguiente nivel en las unidades de producción es lo que po demos llamar barrio o calpulli, entendiendo éste com o una uni dad corporativa con administración com unal de la tierra y res ponsabilidad colectiva p o r el p ag o de tributos; se ve, sin em bar go, que se trata de una unidad local administrada desde arriba, más que de una com unidad dem ocrática de tipo tribal (Carrasco, 1978: 39). En los calpulli campesinos la tierra era repartida en tre los agricultores que formaban parte de la comunidad, pero además había campos del común para atender a las necesidades colectivas. El jefe del calpulli también tenía sus propias tierras que eran cultivadas por los miembros de la comunidad. También hay que mencionar que los telpochcalli o casas de solteros que aparecen en cada barrio tenían funciones económicas entre las que se hallaban el cultivo de sus propias tierras, las obras públi cas en las que colaboraban los jóvenes y su adiestramiento como guerreros. Una unidad de producción diferente de las mencionadas an teriormente y, al parecer, de gran importancia y fuerte cohesión era el tecalli o tecpan, es decir, el palacio o casa señorial que po día ser la del tlatoani de una ciudad-estado, o la casa de un Se-
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ñor, las de los nobles y la de los macehuales adscritos a la casa o teccaleque, quienes tenían obligación de entregar tributo y tra bajo a su Señor. Además, e! palacio contaba con un número va riable de artesanos. Desde un punto de vista económico el pa lacio de un tlatoani o Señor de menor rango era una unidad no sólo administrativa sino de producción, para lo que había m a yordom os encargados de organizar el trabajo. La producción ar tesanal también era parte de la econom ía de los palacios. En la corte había funcionarios a cargo de los principales oficios, com o un cazador mayor, un guardajoyas, un m ayordom o de los plumajeros, así com o un encargado de los libros históricos, todos los cuales cuidaban de los artesanos de su rama (Carrasco, 1978). El último de los aspectos a considerar en relación con el tra bajo es el relativo a las obras públicas que el tlatoani de cada ciu dad-estado podía desear realizar en algún momento: palacios, templos, calzadas, acueductos, diques y otros monumentos de in terés para la ciudad. En esos casos, los mayordomos de los pue blos reclutaban el número necesario de trabajadores para reali zar cada trabajo y disponían de los medios para su alimentación o de las materias primas necesarias para la construcción del mo numento de que se tratase. Las grandes obras públicas realiza das en el Valle de México en la época del dominio azteca fueron principalmente de carácter hidráulico — canales, diques, calza das, acueductos, etc.— aunque no es seguro que las chinam pas fuesen construidas con ese sistema, ya que es probable que para esos fines se agrupasen campesinos como unidades familiares o de barrio, al modo de asistencia mutua, etcétera. Por todo lo anterior se pu ede decir que la producción en el México antiguo, en sus rasgos fundam entales estaba controlada p o r el organism o político (Carrasco, 1978: 43).
E l tributo El estado de guerra continuo en que se mantuvo la Triple Alianza frente a todos los demás de la región central de México tenía su razón de ser en la tributación que se imponía a todos aquellos que caían bajo su dominio haciendo cada vez más po-
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derosa a la Triple Alianza y, en definitiva a Tenochtitlan, como Estado más fuerte dentro de la confederación. A continuación de la batalla, la petición de clemencia de los vencidos se tradu cía en la imposición de un tributo que rescataba la mayor parte de los excedentes del Estado que había sido derrotado. Una vez que se había establecido la cuantía del tributo que se debía pagar y que el ejército había abandonado el lugar en busca de nuevas conquistas y triunfos, quedaba en la ciudad un calpixque o recaudador de impuestos que estaba encargado de que cada determinado tiempo se recogieran los tributos y se en viaran a Tenochtitlan. En el caso de México-Tenochtitlan, además de la producción y el trabajo a que nos hemos referido antes, el palacio del tlatoani acumulaba los tributos que llegaban en especie, proceden tes de la gente que se hallaba bajo el dominio directo del sobe rano: eran productos agrícolas u otras materias primas, pero tam bién los productos del trabajo de los artesanos. Con to d o , la m a yor acumulación de bienes en los alm acenes reales de México, lle gaba probablem ente com o tributo de las provincias sometidas. A partir de los datos reunidos por las dos fuentes principales sobre el tema, la Matrícula de Tributos y el C ódice M endocino, sabe mos que, al menos 35 ó 38 provincias tributaban a Tenochtitlan. Las materias, cuantitativamente mayores o más pesadas, proce dían de las provincias más próximas a la capital, mientras que desde las regiones más lejanas se enviaban los productos o ma terias más valiosas o raras. Por otra parte, algunos de los pro ductos incluidos en las listas de tributación, procedían del co mercio con otros lugares o regiones, con las que había una rela ción estable desde antes de la conquista por el ejército azteca. L os bienes tributados consistían tanto en productos elabora dos com o en materias primas. L o s bienes elaborados com pren dían, p o r ejem plo, ropa, trajes guerreros, sartas y m osaicos de p ie dras preciosas, objetos de oro y bezotes. Las materias primas eran, en prim er lugar, alimentos (m aíz, frijol, chile, sal, miel, ca cao), materiales de construcción (cal y m adera) y algunos m ate riales de lujo (por ejem plo, o r o e n p o lv o y plumas) (Berdan, 1978: 79). Las provincias que proporcionaban principalmente ese tipo de productos de lujo eran sobre todo Tochtepec, Xoconochco,
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C uetlaxtlan, Tochpan, Coaixtlahuacan y Tepequacuilco. A partir de los estudios de N. Molins Fábrega, de Luz María Mohar y Johanna Broda (1978) se puede reconstruir con bastan te precisión, incluso cuantitativamente, los productos que se en viaban como tributaos a la ciudad de Tenochtitlan (Tabla 3:3). Tabla 3:3 Materia tributada Maíz Frijol Chian Huauhtli Cacao Ají seco Mantas de algodón Mantas de henequén Naguas y huípiles Maxtlatl Algodón sin elaborar Plumas de adorno Trajes de guerrero Cigarros puros
Cantidad 6.993.000 4.995.000 4.995.000 4.245.750 21.543 36.806 2.079.200 296.000 480.000 144.000 101.217 32.880 665 36.000
litros litros litros litros kg. kg. mantas mantas unidades unidades kg. manojos unidades manojos
Fuente: Molins Fábrega, 1954-55. Además de las aportaciones en materias primas y productos manufacturados, las ciudades tributarias contribuían con traba jo. En algún caso, los habitantes de una ciudad como Tulancingo, famosos carboneros, estaban obligados a preparar carbón en Tenochtitlan, o llevarlo desde su ciudad. En otros casos, la fuer za de trabajo enviada desde las provincias se encargaba de cui dar las hospederías, los baños o conservar los edificios. Muchas provincias tenían que entregar esclavos que eran utilizados para los sacrificios o como fuerza de trabajo. Con independencia de los tributos propiamente dichos, Te-
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nochtitlan había establecido una serie de impuestos que había que pagar por introducir determinadas mercancías en la ciudad o bien por los productos que se vendían en el mercado (Katz, 1966).
El com ercio y los comerciantes Una de las más fuertes y cerradas instituciones del México an tiguo fue la que regía el comercio entre los aztecas. Este se ha llaba en manos de una clase o casta que se distinguía con toda evidencia de las demás, aunque sus raíces se hallasen en ellas mis mas: la de los pochteca. Estos eran originalmente macehualtin, pero se habían constituido en una casta cerrada, de tal manera que a ella sólo pertenecían los que por vínculos familiares esta ban ya relacionados con otros pochtecas y aquellos otros a quie nes el tlatoani quería favorecer con ese privilegio. En la época del contacto la casta de los pochteca había conseguido un gran prestigio social. Estos comerciantes poseían un código jurídico y mercantil exclusivo; tenían ritos y ceremonias religiosas propias, eran juzgados por sus propios tribunales y paralelamente a su es pecífica función comercial, cumplían misiones de carácter diplo mático y militar. Tanta importancia adquirieron en la vida del im perio que, en cierto modo, su preponderancia era superior a la de los nobles o pipiltin en muchos casos. Los pochteca estaban organizados como otros grupos de ar tesanos, en gremios, de los cuales se conocen siete que tenían, además, una localización territorial concreta. Estos siete tlaxilacalli o barrios dentro de los calpulli eran los de: Acxotlan, Atlauhco, Amachtlan, Itzolco, Pocchtlan, Tepetitlan y Tzomolco. Cada uno de estos gremios o agrupaciones de comerciantes, tenía su propio jefe o pochtecatlatoqu e, de los cuales, los de los barrios de Pochtlan y Acxotlan se conocían con los nombres de Tlailótlac y Acxoteca. Los comerciantes mismos se hallaban di vididos en multitud de clases — Sahagún menciona hasta 69 ca tegorías diferentes— de entre los cuales los oztom ecas eran c o nocedores expertos de apartadas regiones, cuyas lenguas habla ban. puesto que habían vivido allí, haciéndose pasar p o r gente de
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aquel lugar (León-Portilla). Otros mercaderes se dedicaban al co mercio de esclavos, de tabaco, cacao, oro y plata, etcétera. Como hemos dicho, los pochteca se regían por un código de justicia que les era privativo y eran juzgados por tribunales es peciales que administraban los mercados y controlaban las tran sacciones verificadas por ellos. De otra parte y como muestra de la importancia que habían adquirido en la vida del Estado algu nos de los más destacados mercaderes, intervenían como conse jeros en los consejos económicos del tlatoani. Como consecuen cia de ellos, seguramente, sus privilegios eran muchos. Entre ellos cabe mencionar el de poder poseer tierras y estar exentos de pagar cualquier tipo de tributo personal. El dios patrono de los comerciantes era Quetzalcóatl en su advocación de Yacatecuhtli o Señor guía, cuyas fiestas, con mo tivo de la partida o regreso de expediciones comerciales, o en el mes de la festividad del dios patrono —Panquetzaliztli— eran ce lebradas con grandes banquetes y, en ocasiones, con el sacrificio de esclavos, que se ofrecían a la divinidad patrona. En función de que estos mercaderes se adentraban muchas veces en sus correrías de carácter comercial por territorios ene migos, o de gente extraña, eran utilizados por el tlatoani, para cumplir misiones extremadamente peligrosas e importantes: las de espías, de tal manera que, muchas veces, una guerra era pre cedida por una de estas misiones comerciales. En otras ocasio nes su función era más bien de carácter diplomático, sirviendo de embajadores del tlatoani. La muerte o el sacrificio de uno de estos pochteca en territorio enemigo, servía muchas veces de pre texto para declarar la guerra a la ciudad donde se hubiese pro ducido el hecho. El comercio no era tarea exclusiva de los hombres y, si bien las mujeres no acompañaban a los varones en sus expediciones a otras tierras y pueblos, intervenían activamente en el comercio local. En este y sobre todo en el comercio exterior, la interven ción estatal era grande, determinando en muchas ocasiones el precio de los productos o prohibiendo el comercio con determi nadas ciudades. Los mercados, tanto en Tenochtitlan como en otras ciudades del Valle de México, se hallaban casi siempre instalados junto a
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un templo, donde se hallaban situados en un terreno acotado y dividido interiormente en sectores dedicados cada uno a conte ner las diferentes mercancías. Según hemos dicho, funcionaba un tribunal formado por tres jueces que entendían de las cues tiones monetarias que se planteaban en el mercado y varios al guaciles vigilaban constantemente las mercancías y estaban en cargados de mantener el orden en todo el recinto. Los mercados estaban especializados regionalmente en algu nas mercancías. Así en el mercado de Cholula se podían adqui rir piedras preciosas; en el de Tezcoco, tejidos. El mercado de esclavos más importante era el de Azcapotzalco y en el de Acol man se hallaba toda clase de perros. El comercio exterior se centraba principalmente en los llama dos puertos de intercam bio (Chapmann) de Xicalanco, junto a la laguna de Términos, en la costa del Golfo de México y X oconusco, en la costa del Pacífico. Para acudir a esos importantes mercados, a los que iban también comerciantes procedentes de ciudades del área maya, se organizaban verdaderas expediciones de pochtecas acompañados de numerosos tamem es o cargadores, que llevaban las mercancías, llevando a veces la protección de algunos soldados. Tenochtitlan exportaba puntas de flecha de ob sidiana, cochinilla, ocre rojo, capas de piel de liebre, campani llas, etc., mientras importaba plumas de quetzal, pieles de ja guar y cacao, de las costas del Sur, jade de Guerrero y Oaxaca, capas de algodón de Yucatán, etc. Los pochteca que iban en es tas expediciones comerciaban por cuenta del tlatoani, por encar go de otros que no podían acompañarles — mujeres y ancianos— y por su propia cuenta. Las transacciones que no se hacían por trueque eran regula das mediante el uso de signos cambiarios equivalentes a mone da. De estos signos el más común era el de granos de cacao. Ha bía también varios tamaños de mantas pequeñas — del tamaño de un pañuelo— o tencoachtli: las más pequeñas equivalían a 65 semillas de cacao; otras mayores equivalían a 80 semillas y las más grandes alcanzaban el valor de 100 semillas de cacao. Tam bién servían de signo cambiario unos pequeños tubos, hechos de hueso de ánade, transparentes, que contenían más o menos can tidad de oro en polvo. Finalmente, lo que más se aproximaba a
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nuestra moneda eran unas pequeñas hachuelas de cobre en for ma de T, semejantes a las usadas en el área andina septentrional. Los contratos verificados por los comerciantes eran de géne ro muy diverso: había contratos de comisión o de compra-venta. Además, existía la permuta, el depósito para garantizar el cum plimiento de alguna obligación e incluso el préstamo con in tereses.
B IB L IO G R A F IA Para el estudio de los aspectos económicos de la cultura azteca debe consul tarse, en primer lugar, el artículo fundamental de Pedro Carrasco: «La eco nomía del México prehispánico». En E c o n o m í a p o lític a e id eo lo g ía e n e l M é x i c o p r e h is p á n ic o , Carrasco-Broda eds., 15-76. CIS. INAH-Nueva imagen, México, 1978. En relación con el tema de la agricultura azteca deben consultarse los estu dios de A ngel Palerm: «Potencial ecológico y desarrollo cultural de Mesoamérica». En: A g r ic u lt u r a y c iv iliz a c ió n en M e s o a m é r ic a . Palerm-Wolf eds.: 149-205, Sep Setentas: 32, México. 1972: B arbara T orres : «Las plantas útiles en el México antiguo según las fuentes del siglo XV I». En H isto ria d e la a g ric u ltu ra . E p o c a p r e h is p á n ic a - s ig lo X V I . Rojas-Sanders eds.: vol. 1: 53-128, INAH. Méxi co. 1985 y T eresa R ojas : «La tecnología agrícola mesoamericana en el siglo XVI». En: H isto ria d e la A g r i c u lt u r a ... Vol. 1: 129-231. INAH. México. 1985. Para el tema concreto de las c h in a m p a s es imprescindible consultar el artículo de Pedro A rmillas: «Gardens on swamps». S c ie n c e , Vol. 174 (4010):653-66l. New York. 1971. Para el estudio de los sistemas de cultivo hay que referirse a E ster B ose RUP: L a s c o n d ic io n e s d e l d e s a r r o llo en la a g r ic u lt u r a , Tecnos. Madrid. 1967; A ngel Palerm: «Agricultural systems and food patterns». H a n d b o o k o f M id d le A m e r i c a n In d ia n s . Vol. 6: 26-52. Austin. 1967; y de E ric H. Woi .f : L os C a m p e s in o s , Labor. Barcelona. 1971. Sobre el tema de la tenencia de la tierra los dos estudios fundamentales son los de Paul KlRCHHOFF: «Land tenure in Ancient México» R evista M e x i c a n a d e E stu d io s A n t r o p o l ó g ic o s . Vol. 14 (1): 351-361. México 1954-55 y A lfonso C aso: «La tenencia de la tierra entre los antiguos mexicanos». M e m o r ia d e l C o l e g i o N a cio n a l, Vol. 4 (2): 29-54. México. 1959. En relación con las obras hidráulicas deben consultarse el libro de ANGEL P a lerm: O b r a s h id rá u lica s p r e h is p á n ic a s e n e l s istem a la cu stre d e l V alle d e M é x i c o ,
SEP. INAH. México. 1973 y el libro colectivo de T eresa R ojas . R afael A. SlRAUSS y J osé L ameiras : N u e v a s n o ticia s s o b r e las o b r a s h id rá u lica s p r e h i s p á n ica s v co lo n ia les e n e l valle d e M é x ic o . SE P . INAH, México. 1974.
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Para el estudio del sistema tributario azteca, el artículo más temprano y to davía válido es el de N. Molins Fabrega : «El Códice Mendocino y la economía de Tenochtitlan». R ev ista M e x ic a n a d e E s t u d io s A n t r o p o ló g ic o s . Vol. 14 (1): 303-335, México, 1954-55. De este artículo hay una edición separada con prólo go de B arbro D ahlgren. publicado por Jorge Porrúa S .A .. México. 1983. De fecha muy poco posterior es el estudio de F rieüRICH Katz : S itu a ció n s o c ia l v e c o n ó m ic a d e lo s a z teca s d u r a n t e lo s s ig lo s X V y X V I , UNAM. Instituto de In vestigaciones Históricas. México. 1966. A esos trabajos hay que agregar los de VÍCTOR M. C astillo: L a e s t ru c tu ra e c o n ó m ic a d e la s o c ie d a d m e x ic a , UNAM. Inst. de Investigaciones Históricas. México, 1972; J ohanna B roda: «El tributo en trajes guerreros y la estructura del sistema tributario mexica». En: E c o n o m í a p o lítica e id e o lo g ía e n e l M é x i c o P r e h is p á n ic o , Carrasco-Broda eds.: 115-174. México, 1978 y el de F rancés F. B ebdan: «Tres formas de intercambio en la economía azteca». I b i d e m : 75-95. Sobre el tema del comercio y los comerciantes hay que consultar el estudio inicial de Miguel A costa S aignes : «Los Pochteca» A c t a A n t r o p o l ó g ic a . Vol. 1 (1): 12-24. México. 1945 y el trabajo de Miguel L eón-Portilla: «La institu ción cultural del comercio prehispánico». E s tu d io s d e C u ltu ra N á h u a tl, 111: 23-54. México. 1962. En lo que se refiere al comercio a larga distancia, véase el estudio fundamental de A nne M. C hapman: P u e rt o s d e in te rc a m b io e n M e s o a m é ric a p r e h isp á n ic a , INAH, México. 1959 o en la traducción de la obra de Poi .anyi-A rlnsBERG-Pearson: C o m e r c io y m e r c a d o e n los im p e r io s a n tig u o s , págs. 163-200. La bor, Barcelona. 1976. En relación con la institución del mercado en el mundo azteca, consúltense los trabajos siguientes: E dward E. C alnek: «El sistema de mercado en Tenoch titlan». En E c o n o m í a p o lític a e id e o lo g ía e n e l M é x i c o p r e h is p á n i c o (CarrascoBroda eds ): 95-114, México, 1978 y B rigitte B. de Lameiras : «El mercado y el Estado en el México prehispánico». En: M e s o a m é r ic a y e l C e n t ro d e M é x ic o , Monjarás et al. eds.: 343-369. INAH. México, 1985. Finalmente, acerca del tema de la moneda deben consultarse los estudios de J acquf.line de D urand-F orest : «De la monnaie chez les Aztéques». C a h ie rs d e I'Instituí d e S c i e n c e E c o n o m i q t t e A p p l i q u e é n 129: 63-78. París. 1962: «El ca cao entre los aztecas». E s t u d io s d e C u ltu ra N á h u a tl. Vol. 7: 155-181. México 1967 y «Cambios económicos y moneda entre los aztecas». E s t u d io s d e C u ltu ra N á h u atl. Vol. 9: 105-124, México. 1971 y de J osé Luis de R ojas : «La moneda in dígena en México». R evista E s p a ñ o la ele A n t r o p o lo g ía A m e r i c a n a , Vol. 17: 75-88. México. 1987.
Capítulo 4 SOCIEDAD
ÍLS evidente que la sociedad azteca experimentó un cambio ra dical desde la época de su peregrinación hacia el valle de Méxi co, hasta la situación de que disfrutaba en el momento del con tacto con los españoles en el siglo X V I. Aquella sociedad había evolucionado desde una situación típicamente tribal hasta la de una sociedad compleja y estratificada en el estado imperial que era la Triple Alianza. En las páginas que siguen nos vamos a re ferir a ese segundo y último estado de la sociedad azteca, aun que ocasionalmente hagamos referencia al pasado de algunas instituciones.
Familia y matrim onio Nos ocuparemos en primer lugar de la familia conyugal como unidad social mínima sobre la que se construye la trama social. En la sociedad azteca, el matrimonio monogámico era la regla general, lo cual no excluye, como luego veremos, la existencia de casos auténticos de poliginia entre las capas dominantes de la sociedad, o en algunas regiones del imperio, donde las formas matrimoniales tradicionales lo aconsejaban así. En el caso de la poliginia entre la nobleza azteca, era necesario que cada esposa o concubina tuviese su hogar separado. La estructura familiar era fundamentalmente patrilineal. La esposa se incorporaba, al casarse, al calpulli de su esposo y en caso de quedar viuda casaba de nuevo con el hermano del ma rido y solamente los hijos varones heredaban de sus padres ya
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que, de otro modo, la unidad y localización de los calpullis no se hubiese podido mantener. El matrimonio no era cuestión que pudiesen resolver perso nalmente los jóvenes, sino un convenio, precedido de un largo proceso entre la familia de los futuros contrayentes. Si bien, no había fijada una edad para el matrimonio, se requería, en el caso de que el futuro esposo fuese de clase noble, que ya hubiese al canzado el status de guerrero, con título ganado en la batalla — haber hecho, cuando menos, un prisionero— y haber termi nado sus estudios en el telpochcalli, para lo que se requería una larga ceremonia de solicitud de permiso a los maestros del mu chacho, cuyo permiso, una vez conseguido, le permitiría contraer matrimonio. Si el joven era macehualtin, únicamente se exigía que supiese ganar el sustento para él y la familia que iba a fun dar. Era necesario para las mujeres, en equiparación con el va rón en este caso, que supiesen tejer y cocinar, tareas propias de la condición femenina. Las gestiones prematrimoniales, según decíamos, eran largas y complicadas, pero siempre llegaban al fin apetecido. Era ne cesario consultar primeramente a un sacerdote, el cual, a la vis ta de los días del nacimiento de ambos jóvenes, podía augurar si el matrimonio sería conveniente o no. Después, unas ancianas o cihuatlanque, especie de celestinas, servían de intermediarias entre ambas familias. En las primeras entrevistas, los padres de la novia siempre respondían negativamente, pero al cabo de al gún tiempo comenzaban a preguntar por los regalos que haría la familia del novio para, finalmente, acceder al matrimonio. La ceremonia matrimonial se celebraba siempre en la casa del novio, al atardecer. La novia se bañaba y acicalaba durante la tarde, antes de la ceremonia: brazos y piernas eran adornados con plumas rojas, mientras se pintaba el rostro de amarillo. Se formaba entonces una comitiva para acompañar a la novia hasta el lugar de la ceremonia, la cual comenzaba realmente al sentar se los novios en una estera. Intercambiaban primeramente ves tidos, se rociaban con copal, se anudaban las puntas de sus man tos y se ofrecían mutuamente los alimentos que tenían que co mer. Los invitados se sentaban en su compañía, para comer y danzar largamente, tras lo cual, los novios pasaban a la cámara
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nupcial. Allí debían permanecer cuatro días en oración, sin po der consumar el matrimonio, haciendo sacrificios de sangre y ofrendas a los dioses. El quinto día, se bañaban en el temazcal y eran bendecidos por un sacerdote, considerándose a partir de ese momento, como consumado el matrimonio. La ceremonia del quinto día entre las familias de los nobles eran, en ocasio nes, más complicadas que la de la propia boda. Todo el largo ceremonial que hemos descrito brevemente en el párrafo anterior, iba acompañado de largos discursos de con tenido moral para los jóvenes contrayentes. Como ejemplo de es tos consejos de los ancianos o huehuetlatolli, reproduciremos al gunos consejos sobre la vida matrimonial dados a una mujer: Si a tu lado y contigo vive, lo pon drás en tu regazo, entre el cruce de tus brazos. N o tú te has de sobrepon er a él com o un águi la, com o un tigre; no harás de tal m anera que des m otivo de ofen sa a dios y él no te dé tormentos. En paz, en sosiego, le dirás a él aquello con que té de pen a; no delante de otros, junto a otros, le causarás vergüenza (Alcina, 1989: 138-39). Consejos parecidos se le decían en esta ocasión al varón, quien iba a ser el indiscutido jefe de la familia en un régimen ab solutamente patriarcal. En función de que el divorcio o separación estaba permitido en la sociedad azteca, los casos de adulterio eran castigados con dureza que llegaba incluso a la pena de muerte, En cualquier caso, la mujer gozaba de una situación y estimación inferior res pecto al varón. La esterilidad o la falta de aptitudes para tejer o cocinar eran motivos suficientes para obtener la separación, si bien el juez trataba de poner de acuerdo a los esposos antes de conceder el divorcio. En el caso de los matrimonios entre nobles o altos dignata rios del Estado, en que era frecuente la existencia de varias con cubinas, el número de hijos alcanzaba cifras muy altas; sin em bargo, de entre estos hijos sólo eran considerados legítimos aqué llos habidos del primer matrimonio o de la esposa principal.
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El calpulli Según Pedro Carrasco la palabra calpulli se aplica a subdivi siones político-territoriales en distintos niveles de segmentación. En los niveles superiores se puede aplicar a lo que también se ha llam ado pu eblos nahuatlaca o a las cuatro parcialidades en que estaba dividida la ciudad de M éxico , o a los seis com ponentes de tipo étnico (mexica, colhu a , huitznahua, tepaneca , tlailotlaque y chim alpaneca). Parentesco, división tribal, organización política y religiosa y posesión de la tierra, pues, son conceptos que se interrelacionan de tal manera que, en la práctica, es imposible marcar límites y mucho menos matices, en una síntesis como la presente. En toda la región central de México, durante el siglo XV era frecuente que cualquier unidad de carácter político se hallase di vidida en circunscripciones de carácter territorial: cabeceras, ciu dades y barrios son las principales subdivisiones de cualquier rei no o unidad política como Tlaxcala, por ejemplo. El caso de Tenochtitlan, sin embargo, era algo más complicado. En efecto, Tenochtitlan se hallaba dividida en cuatro secto res, barrios o cam pan: Atzacualco, Teopan, Moyotla y Cuepopan, en cada uno de los cuales se contaban hasta cinco calpulli, o sea un total de 20 para toda la ciudad. Finalmente, esos cal pulli estaban divididos en calles o tlaxilacalli, aunque en algunos documentos, calpulli y tlaxilacalli son sinónimos. Por otra parte, se mencionan siete calpullis tradicionales: Yopica, Tlacochcalca, Huitznahuac, Cihuatecpaneca, Tlacatecpaneca, Chalmeca e Izquiteca, cuya correspondencia con los barrios o campan conocemos solamente de manera parcial. Esos calpu llis corresponden a los que las crónicas mencionan para el mo mento de la emigración. En aquella época, el calpulli debía re presentar una unidad de parentesco. ¿Cómo, de ese número, se llegó a alcanzar el de veinte en la ciudad de Tenochtitlan, en el momento de la conquista española? Ello fue posible, al parecer, o bien por la subdivisión de algunos de esos calpullis tradiciona les, o bien por la creación de otros nuevos, como consecuencia de la agregación de grupos extraños. Ahora bien, en el momenio de la emigración parece ser que cada calpulli era, al mismo
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tiempo, una unidad política. Sin embargo, sabemos que, por en cima de esos caudillos de calpulli se hallaban los cuatro porta dores o mayordomos de Huitzilopochtli, los teom am aque, que cumplían funciones religiosas y, como consecuencia, funciones políticas, ya que en este momento el verdadero conductor de la tribu era su dios. Aún hay que señalar la existencia de dos o tres Sumos Supremos, acaso jefes de calpulli distinguidos, de donde saldría después probablemente el rey o tlatoani, mientras que de entre los teom am aque saldría seguramente el Cihuacóatl. En definitiva, podemos decir del calpulli que era en princi pio, un grupo sociológico integrado p o r parientes, aliados y am i gos que si bien no reconocen un antepasado común, es posible que lo hayan reconocido antes de la emigración. Por otra parte, el calpulli tenía el carácter de una organización política primiti va, tal vez basada en la separación territorial en su lugar de ori gen, que conservó algunas de sus características bajo la estructu ración estatal. Finalmente, el calpulli designaba un territorio de terminado dentro de la división de la ciudad (López A ustin). Cada calpulli tenía un dios patrono propio, conocido como calpulteona, lo que im plicaba también un tem plo llam ado calpulco, con sacerdocio propio. L o s guerreros de cada calpulli esta ban organizados en unidades con capitanes, banderas, etc. p r o pios. que form aban la base del ejército m exicano (K atz). A sim is mo, en cada calpulli existía una casa de solteros o telpochcalli,
donde recibían educación los jóvenes, especialmente d e tr a c t o r m ilitar. A l frente de cada calpulli había un jefe llam ado calpulec, que debía proceder de una determinada fam ilia y era el responsable del reparto de tierras, representaba a la comunidad y se hallaba asesorado por los más ancianos.
Estratificación social
La sociedad azteca, tal como fue observada por los prim eros conquistadores y cronistas, era una sociedad com pleja en la que se apreciaba claramente una estratificación en la que si, en té r minos generales podía hablarse de un grupo dominante y otro do-
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minado, en la práctica existía una larga lista de niveles claramen te jerarquizados a los que vamos a aludir a continuación. Así como la supuesta interpretación del calpulli, tan amplia mente aceptada, como un clan no puede sostenerse en la actua lidad, lo que parece quedar más claramente asentado en este mo mento es el hecho propuesto por Carrasco, de que es precisa mente entre la n obleza donde se pu ede hablar con datos suficien tes de la existencia d e grupos de ascendencia com ún, en concreto de linajes, o sea, grupos de parientes descendientes de un antece sor común con ocid o (Carrasco, 1976: 20). A la cabeza del grupo dirigente se hallaban los tlatoque, o se ñores supremos de una provincia o ciudad. Con referencia a Tenochtitlan ya hemos hablado largamente de la sucesión histórica de sus tlatoque, los que recibían el título de huey tlatoani (gran orador) como reconocimiento a su supremacía aun dentro de la Triple Alianza. En el caso de algunas ciudades subordinadas a otras, su tla toani se denominaba teuctlato, si bien este término se traduce otras veces por juez. Los poderes del tlatoani eran múltiples com prendiendo los de carácter civil, militar, religioso y fiscal princi palmente. Aunque ordinariamente era un cargo electivo se trans formó muy pronto en hereditario, si bien el Consejo debía con firmar a la persona designada generalmente por su antecesor, la cual era elegida, en primer término entre los hermanos — recor demos el caso de Axayacatl, T ízo c y Ahuizotl que eran herma nos— y en segundo término entre los hijos de la mujer legítima. Una segunda categoría, dentro de la clase dirigente, era la de los teteuctin. El tecuhtli o Señor, recibía los títulos y oficios con. carácter vitalicio, del tlatoani, y aunque no podía ser here dado por nadie, el tlatoani, a la hora de nombrar sucesor, con sideraba en primer lugar al hijo del tecuhtli fallecido. Este cargo no era solamente de carácter militar, sino también de tipo ad ministrativo y judicial. El grupo social que equivale a linaje es el llamado teccalli (casa señorial) que com prende ante todo las tierras de la casa con sus dependientes y el título de su señor, que es uno de los dirigentes en la organización política del señorío (...). L os m iem bros del teccalli, o al m enos el sector dominante, se consideran descendientes del fu n dador de la casa y, p or lo tan-
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to, form an un linaje en el sentido antropológico del término (Carrasco, 1976: 21). La nobleza por nacimiento estaba constituida por la clase de los pipiltin. Estos eran, al parecer, los hijos de los tlatoque y de los teteuctin. Los pipiltin no eran, en principio, tributados, pero por la vía de los méritos personales, podían alcanzar ese privi legio, de la misma manera a como los macehualtin podían alcan zar, por méritos, el privilegio de no tributar. Los miembros de esta clase estaban adscritos al servicio del tlatoani en la llamada casa de los nobles o telpilcalli, ocupando por otra parte puestos de responsabilidad como embajadores, ministros de justicia y re caudadores de tributos. Poseían, finalmente, tierras por heren cia, para cuyo mantenimiento se les adscribía cierto número de mayeques. Sus obligaciones eran diferentes a las del resto de la población, siendo las penas que se les imponían más duras que para los demás, en función de que su vida toda era un ejemplo para el resto de la gente. Sus privilegios para ocupar cargos pú blicos, según la tradición antigua, se perdieron en gran parte du rante el reinado de Itzcóatl, quien tuvo más en cuenta los méri tos adquiridos que el linaje y es muy posible que durante el rei nado de Motecuhzoma Xocoyotzin volviesen de nuevo a disfru tar de aquellos antiguos privilegios. Finalmente, hay que citar dentro de la clase dominante a los quauhpipiltin o nobles por méritos, los cuales procedían de la cla se común o popular, la de los macehualtin, pero ascendían a la nobleza por haberse distinguido en la guerra. Tal distinción les proporcionaba, por una parte, tierras, si bien no tenían derecho a arrendarlas a los mayeques ni podían venderlas salvo a los no bles por nacimiento, mientras, por otra parte, tenían acceso a puestos de importancia en la administración, formando parte, con otros miembros de la nobleza, de una especie de consejo de guerra del tlatoani y atendiendo directamente la llamada casa de las águilas o quauhcalli. La importancia de esta nobleza por mé ritos fue variable según las ciudades y según las épocas. Evidentemente, la clase más numerosa en la sociedad azteca era la popular o de la gente ordinaria, pero dentro de ella cabía distinguir varios estratos perfectamente diferenciados, el prime ro de los cuales era el de los m acehualtin, los plebeyos, ya fue-
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sen agricultores o artesanos. Estaban encuadrados en la institu ción que hemos llamado calpulli, dentro de la cual tenían una cla ra situación en las organizaciones militar, civil y religiosa. Su principal obligación era la de tributar y contribuir con su trabajo al mantenimiento de las clases dominantes, de manera directa o indirecta. Ordinariamente se considera que los m ayeque constituían una clase o estrato social que se hallaba por debajo de la de los macehualtin. Según algunos autores, form aban una clase aparte, ser vil y oprim ida, inferior a los macehualtin denom inados libres de los calpulli. Para otros su posición inferior no es tan clara, pero cuando ponen las clases sociales en orden jerárquico, los maye que siem pre aparecen después de los m iem bros del calpulli (Hicks 1976: 67). La palabra nahua expresa con claridad cuál era su verdadera función, ya que, en singular, m aye significa brazo: estos traba jadores eran, en realidad, braceros. Esta clase de agricultores era una consecuencia más del estado de guerra en que se hallaba el pueblo azteca. En efecto, como resultado de una campaña mili tar victoriosa, el tlatoani repartía las tierras conquistadas a los pipiltin, cediéndoles, al propio tiempo, el derecho a recibir tribu to. De tal manera, el agricultor libre se obligaba, ya como arren datario, a pagar tributo a su señor, no haciéndolo, por lo tanto, al tlatoani, a quien, en definitiva, pertenecían aquellas tierras. Por otra parte, los m ayeque estaban obligados a contribuir con agua y leña para el servicio de la casa de su señor. En opinión de Hicks (1976: 76) parece que no encontramos dos clases de plebeyos, una superior a la otra. L a diferencia prin cipal está entre los tributados, no entre los tributarios. Algunos macehualtin servían y tributaban al Estado directamente, p o r m e dio de los calpulli y otros lo servían indirectamente, tributando a los nobles, particulares. Pero com o los nobles particulares eran re presentantes del Estado, aun esta diferencia no es tan grande com o parece a prim era vista. Finalmente, hay que mencionar como estrato inferior, den tro del grupo de los plebeyos a los llamados esclavos o tlacotin, expresión dudosa, ya que la esclavitud en la sociedad mexica te nía pocos puntos en común con la conocida en otras épocas o en
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otros lugares del mundo, Esto es tan así que acaso pudiera ser más correcto el uso de otro término, como peón por ejemplo, an tes que el de esclavo. La esclavitud en el mundo azteca era más que una clase social, una situación temporal a la que se llegaba o bien como castigo a ciertos delitos, o bien por voluntad pro pia, o bien como consecuencia de un acto de guerra. El esclavo y su dueño establecían una especie de contrato por el cual el tlacotin se obligaba a unos ciertos trabajos sin que su propio esta do le impidiese adquirir bienes, tener familia o incluso comprar a su vez otros esclavos. Muchas veces eran los propios padres los que vendían a sus hijos como esclavos, impulsados por la ne cesidad, pero casi siempre se hacía como resultado de un juicio y, por lo tanto, debemos considerar la esclavitud como un castigo. La compraventa de esclavos se hacía en el mercado, como cualquier otro producto y aquéllos que, al ser conducidos, po dían huir y traspasaban las puertas del mercado refugiándose en Palacio se consideraban libres. Quedaban también en libertad por voluntad de sus dueños o por restitución de la cantidad que sus dueños habían pagado o por sustitución por otra persona. Su posición social no era tan ínfima como en otros lugares, si tenemos en cuenta que muchas veces casaban con la viuda de su dueño o la esclava con su propio amo. Por otra parte, el tra bajo no era excesivo, ayudando los varones en las tareas agríco las a sus amos o en las labores domésticas si eran mujeres. En algunos casos los esclavos rebeldes recibían, como castigo, un yugo de madera y en casos extremos eran vendidos para los sa crificios humanos en los templos.
L a vida cotidiana Los cronistas del siglo X V I, en especial Sahagún, Durán y Torquemada, nos han transmitido infinidad de informaciones so bre el curso vital y la vida cotidiana de los aztecas que difícil mente podremos condensar en las escasas páginas de este libro. El embarazo, el parto y el post-parto eran motivo de cuida dos especiales por parte de los médicos y parteras, en los que
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eran tan importantes los rituales como el uso de plantas medici nales, y sobre todo el empleo del baño de vapor o temazcal, en el que se obtenía la purificación del cuerpo y del espíritu en un trance tan importante. La partera recibía al recién nacido con largos discursos de ca rácter moral y espíritu más bien pesimista: Niño precioso, Ometecuhtli y Omecihuatl te han creado en el duodécim o cielo para que tu vengas a nacer aqu í abajo. D ebes sa ber que el mundo en el cual acabas de entrar es triste, doloroso y está hecho de penas y desgracias. Es un valle de lágrimas y cuan d o seas m ayor tendrás que ganarte tu sustento con tus propias m a nos y al precio de grandes aflicciones... (Sahagún). Después del nacimiento del niño era importante determinar cuál era su destino para lo que se convocaba al tonalpouhque o adivino quien con ayuda del tonalamatl (libro de los destinos) pre decía cuál sería el futuro de aquel niño. Así, el día 1 Cipactli (co codrilo) era favorable: si el niño era hijo de nobles sería un gran guerrero, mientras que si era hijo de plebeyos sería honrado y no conocería la pobreza. Los nacidos un día 1 Acatl (caña) de bían inclinarse por la brujería, mientras que los nacidos en 1 Calli (casa) morirían de muerte violenta. Para evitar los malos au gurios el adivino podía buscar otro signo más favorable dentro de la serie de los trece días, y a ser posible, dentro de los cuatro días siguientes a los del nacimiento real, fecha en la cual debía darse nombre al recién nacido. Si esto se podía hacer, el cuarto día, por la noche, se pasaba el niño por encima del fuego sagrado, se le lavaba cuatro veces la cabeza y se arrojaban al fuego alimentos y pulque como ofren da a Huehueteotl, dios del fuego. Entonces se ponía en las ma nos del niño, los instrumentos de trabajo que le eran propios, por su sexo. A esta ceremonia asistían todos los parientes y ami gos y se repetían los largos y pesimistas discursos dirigidos al re cién nacido. El nombre del día o el de un acontecimiento impor tante acaecido por aquellas fechas, el nombre de un animal si el recién nacido era varón, o el de una flor si era mujer, eran los que normalmente se imponían en aquella ceremonia. La fiesta concluía con un banquete en el que el pulque corría en abun dancia.
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La enferm edad, como momento crítico en el curso vital, tuvo una gran importancia y desarrolló una m edicina que, en la prác tica, era una mezcla de magia, religión y empirismo. Esa doble o triple orientación médica hay que tenerla siempre presente en este tipo de estudios, porque es evidente que los aztecas creían que las enferm edades podían curarse de tres maneras distintas; es decir, p or m edio de súplicas o rogativas a los dioses, siguiendo m étodos m ágicos o bien mediante el uso de productos naturales: animales, minerales o vegetales que hacían sus m édicos o curan deros (Dibble, 1966). En términos generales, sin embargo, es bien cierto, como lo destaca Aguirre Beltrán, que los estudiosos que se ocuparon del tema de la medicina azteca en México, se han limitado a reseñar los distintos apartados de la medicina indígena, manifestando una tendencia ostensible a pon er énfasis excesivo en los elementos racionales de las prácticas curativas de nuestros antepasados a b o rígenes, relegando a simples alusiones el contenido profundam en te em ocional de los conceptos referentes a las causas de enferm e dad, a los m edios en uso para descubrirlas y a la manera parti cular de tratarlas. Una larga lista de sustancias m edicamentosas, la mayoría de ellas extraídas de la tienda primitiva del herbolario, constituye, p o r regla general, la m asa de esos estudios, cuya fin a lidad evidente es hacer resaltar la importante contribución que la experiencia indígena aportó a la medicina occidental (Aguirre, 1963: 36). Aunque los términos de tecitl o tepatiani se pueden traducir por hechicero, en realidad significan m édico independientemente de los m edios de que se valga, qu e pueden ser obtenidos em píri camente con el uso de procedim ientos realmente m edicinales o los propiam ente m ágicos (López Austin, 1968: 107). La proliferación de términos para designar al médico y sus es pecialistas, tal como se recoge en la Tabla 4:1, expresa hasta qué punto la profesión médica era importante en el mundo azteca. Hay que decir, además, que el tem azcal o baño de vapor era uti lizado no sólo como lugar para el baño con fines higiénicos, sino como sala de partos, lugar de purificación para curar enferme dades diversas y para recuperación de las parturientas.
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Tabla 4:1 N om bre azteca
Especialidad
tlama tepati ticitl tepatiani paiximatqui tlamatqui techichiani tetlacuiculiani teixpatiani temixihuitiani tlamatqui texoxotla titzminqui tezoc teçoani teximani teitzmirani teomiquetzani teopahtiani
médico médico médico herbolario herbolario masajista chupador chupador oculista comadrona partera cirujano sangrador sangrador sangrador sangrador sangrador traumatólogo contrarrestar veneno
La situación de los ancianos en la sociedad azteca era de ca rácter privilegiado. El respeto y los honores les rodeaban al lle gar a esta época de su vida. Por su condición de ancianos no so lamente intervenían en los consejos, en sus diferentes rangos, sino que tenían mil ocasiones de practicar la elocuencia en lar gos y altisonantes discursos pronunciados en las abundantes oca siones que la vida diaria les deparaba y les estaban permitidos ciertos excesos incluida la embriaguez, que estaban prohibidos para los demás miembros de la comunidad. El rito de la confesión, que tanto llamó la atención de los es pañoles, era una práctica que sólo se hacía una vez en la vida, por lo que se aguardaba para hacerla al momento en que se
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aproximaba la muerte. La confesión de todos los pecados — es pecialmente los de tipo sexual— ante la diosa Tlazoltéotl, la c o m edora de inmundicias, aseguraba al individuo que no sería cas tigado por la justicia. El confesor o tlapouhqui escuchaba la con fesión de los pecados en la casa del que se confesaba si era no ble o en su propia casa si era plebeyo y ordenaba una penitencia más o menos severa, de acuerdo con la importancia de los pe cados confesados. A la hora de la muerte, los aztecas practicaron indistintamen te la cremación y la inhumación. Los que morían ahogados o go tosos, etc., eran enterrados. De igual modo, las mujeres muer tas en el parto eran enterradas en el patio de un templo. Todos los demás muertos eran incinerados, según la práctica tolteca, después de haber sido vestidos y adornados lo más ricamente po sible, formando una especie de fardo a la manera de las momias peruanas. En el caso de la muerte de un soberano o alto digna tario del imperio, algunas de sus esposas y servidores eran sacri ficados y enterrados o incinerados con el muerto, para que éste fuese acompañado al más allá en la forma en que lo había sido en este mundo. Como ya lo indicamos, el temazcal, además de los fines te rapéuticos y de purificación indicados, servía igualmente con fi nes higiénicos. El copalxocotl o árbol de jabón y la raíz de la sa ponaria americana servían para enjabonarse en el baño. Los hombres no tuvieron necesidad de rasurarse en virtud de la escasez de pilosidad en el rostro. El cabello lo llevaban cor tado de manera diferente según los rangos: los guerreros jóve nes llevaban un largo mechón sobre la nuca, mientras los sacer dotes dejaban crecer el cabello en la parte superior del cráneo y se rasuraban la parte de la frente y los costados. La cosmética femenina tenía un amplio desarrollo compara ble al alcanzado en Europa: ungüentos de diferentes colores — especialmente el amarillo— cremas y perfumes, colores para los dientes, etc., servían a la mujer para realzar su belleza. Pei naban su cabello levantado sobre la cabeza formando dos capu llos o cuernecillos, se pintaban los dientes de negro o rojo oscu ro y se admiraban del resultado de tales afeites utilizando bri llantes espejos de obsidiana.
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La prenda de vestir más característica del hombre era el maxtlatl, especie de banda o tira que se enrollaba en torno a la cin tura y se pasaba por entre las piernas. Como pieza complemen taria que se utilizaba a veces, tenían el tilmatli o manta de forma rectangular que se anudaba sobre el pecho o sobre el hombro de recho y que podía ser de fibra de maguey, de algodón o de pelo de conejo. La mujer utilizaba como pieza esencial de su vestido la falda o cueitl, pieza enrollada a la cintura que caía hasta la pantorri lla. la cual constituía el único vestido para las mujeres del cam po. En la ciudad, la mujer utilizaba además el huipilli o corpino que caía suelto por encima de la falda, cubriendo el torso y cuyo cuello solía estar adornado con bordados. La sandalia era el tipo de calzado más generalizado. Las ha bía de fibra de maguey, o de fibra de un árbol llamado yecotl y de cuero y, si bien los plebeyos no solían usarlas, caminando ha bitualmente descalzos, había una gran variedad de ellas, de acuerdo con la categoría social de los usuarios. En cuanto a los adornos, que eran de una gran variedad, de mostraban explícitamente la categoría de aquéllos que los usa ban y, en consecuencia, estaba estrictamente regulada su utiliza ción. La nariguera de turquesa era adorno exclusivo del tlatoani; los guerreros, según su jerarquía, usaban de ciertos adornos de plumería: estandartes de brillantes colores u otro género de adorno. La base de la alimentación azteca estaba formada por el maíz y los frijoles, utilizándose como condimento y de manera abun dante, el ají. El maíz se acostumbraba comer en forma de torti lla, calculándose que una mujer perdía más de seis horas diarias en la preparación de las mismas para toda la familia. El maíz se dejaba a remojo en agua con ceniza durante la noche para ha cerle perder la piel. Al amanecer o antes, la mujer molía el maíz en el metate. Transformado el maíz en una pasta, ésta se apre taba entre las manos para formar una delgada tortilla que era tos tada y consumida en el acto. Otros alimentos comunes de la cocina azteca eran los tama les, el atole, el tomate, los frijoles, los granos de húautli o ama ranto y de chía. Muy raras veces disponían de carne de venado
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o de pavo, las que ordinariamente estaban reservadas para los nobles.
L a educación La educación azteca constituye un instrumento fundamental para la consolidación del carácter nacional de este pueblo, ya que junto a la enseñanza religiosa, elemento básico de la educa ción individual, se daba una cultura patriótica y nacionalista, de profundo significado etnocéntrico, en la cual se ponía de relieve las proezas realizadas p o r los antepasados de la nación azteca y se prolongaba con ello la afirm ación de una conciencia nacional (Esteva, 1961: 227). En definitiva, lo que pretendía el sistema educativo azteca era consolidar el sistema de clases o el sistema jerárquico de la sociedad, al mismo tiempo que una específica orientación especializadora en el campo sacerdotal mediante el Calm ecac y en el campo militar a través del Telpochcalli. Los hijos de todos los miembros de la sociedad, ya fueran no bles o plebeyos, recibían un mismo tipo de educación fundamen tal. Esta instrucción se impartía en los templos y escuelas de barrio, a las que acudían todos los niños hasta dos horas cada día. De los 5 a los 9 años de edad, los niños recibían una ins trucción que consistía básicamente en conocimientos relativos a la religión, combinados con una instrucción militar junto con de beres de carácter servil, encaminados a dominar el carácter in dividual hasta hacerles humillarse de tal manera que la obedien cia a los jefes militares se hallase por encima de cualquier otro sentimiento. Los hijos de los macehualtin recibían su instrucción profesio nal de los 10 a los 12 años, de manera que a partir de los 13 po dían usar el maxtlatl, prenda masculina que les confería simbó licamente la categoría de hombres adultos. Los hijos de los ple beyos, a partir de los 15 años, debían concurrir durante dos ho ras diarias al T elpochcalco o escuela de barrio para recibir una instrucción militar que les mantenía en plena forma física y de instrucción en el manejo de las armas.
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Del mismo modo que la educación azteca remarcaba las di ferencias de clase, igualmente señalaba las diferencias de sexo. La mujer era, en este sentido, una parte, menos importante de la sociedad; por consiguiente, su educación escolar, era más li mitada o se le prestaba una menor atención. Las hijas de los macehualtin se identificaban principalmente con la madre, quien las preparaba para que cumpliesen su fun ción en el matrimonio, lo que incluía un buen conocimiento de cocina, así como una preparación moral muy estricta, en la que las virtudes principales consistían en el recato, silencio, calma en el gesto, refinamiento en el lenguaje, andar sosegado, extrema cortesía, higiene exquisita y, por encima de todo, amor al trabajo. El sistema educativo de los aztecas se desarrollaba fundamen talmente en los niveles dedicados a la preparación de las clases dirigentes; administradores, políticos, guerreros y sacerdotes, puestos reservados específicamente a los hijos de los nobles y ocasionalmente a los hijos de los mercaderes y de algunos arte sanos. Las instituciones especializadas se conocían, como ya he mos dicho, con los nombres de Telpochcalli y Calmecac. Las enseñanzas impartidas en el Telpochcalli estaban orien tadas a preparar guerreros y administradores, siendo su conteni do fundamentalmente de carácter ideológico o religioso-moral. Esta escuela tenía como dios patrono a Tezcatlipoca, dios juve nil, tremendamente agresivo y predatorio que representaba la as tucia y un cierto poder demoníaco destructivo y antisocial que, en cierta medida, se oponía a Quetzalcoatl, dios patrono del Calmecac. Las obligaciones del m uchacho durante su estancia en el c o legio incluían barrer el tem plo y limpiar las dependencias del mis mo. También se le obligaba a labrar las tierras propiedad de di cho colegio y a construir y reparar acequias... (Esteva). Su pre paración física y moral incluía algunas muy duras prohibiciones, entre las que se hallaba la de tomar bebidas alcohólicas. Los jó venes sorprendidos en estado de embriaguez eran condenados a muerte y ejecutados acto seguido. Hacia los 20 ó 22 años se ter minaba la educación de los guerreros, los cuales salían del tel pochcalli para casarse.
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Algunos de los estudiantes del Telpochcalli que demostraban tener una mayor vocación religiosa pasaban finalmente al Calmecac. Esta institución educativa que, de alguna manera venía a contraponerse al telpochcalli, tenía por principal finalidad la de preparar a los cuadros dirigentes del Estado: administradores, políticos y sacerdotes. La instrucción fundamental que se ofrecía en esta escuela consistía en una formación ética muy estricta, al mismo tiempo que se impartían conocimientos muy especializados en el campo de la teología, la literatura, la historia, la astronomía y el calen dario, el arte y la administración. Se tenía a gala la selección de los muchachos más inteligen tes, pertenecientes a las mejores familias, que eran sometidos a la más rígida disciplina con el fin de humillar su personalidad por medio de penitencias y una vida enormemente pobre y dura en lo físico, reprimiendo todo lo que favoreciese la sensualidad, exaltando, por el contrario, lo espiritual hasta un grado máxi mo. Se trataba de una educación tremendamente puritana en la que se perseguían objetivos morales por encima de todo. Quetzalcóatl, como divinidad patrona del Calmecac, simboli zaba todos los ideales de la educación de esa institución: el autosacrificio y la abnegación, la oración constante, el autodomi nio y la inteligencia: el amor a la sabiduría y la justicia. Por otra parte, Quetzalcóatl se identificaba con la nobleza nahua-tolteca, aquella que recogía una tradición más antigua y respetada en el medio cultural del Valle de México.
B IB LIO G R A FIA Para el estudio de los temas relativos a la sociedad azteca, en términos ge nerales, deben consultarse el ya citado artículo de Pedro Carrasco: «La socie dad mexicana antes de la Conquista». H istoria gen eral d e México, Vol. 1:165-288, México, 1977. El libro de F riedrich K atz : Situación social y econ óm ica de los aztecas durante los siglos X V y XVI, UNAM, Instituto de Investigaciones His tóricas, México, 1966 y el simposio de P. Carrasco, J. B roda et a l.: Estratifi cación social en la M esoam érica prehispánica, SEP, INAH, México, 1976. Cabe mencionar como textos iniciales sobre estos temas y en especial sobre el calpulli, los de Manuel M oreno: L a organización política y social de los az tecas (1.a edición de 1931), INAH, México, 1971 y A rturo Monzón: E l calpulli
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e n la o r g a n iz a c ió n
social
de
los ten ochca, UNAM, Instituto de Historia, México,
1949. Acerca del tema de la estratificación social hay que consultar: P edro C arras co : «Los linajes nobles del México antiguo». En: Estratificación social, etc., págs.
19-36; J ohanna B roda : «L os estamentos en el ceremonial mexica». En Idem, págs. 37-66 y F rederic H icks: « M a y e q u e y c a lp u le q u e en el sistema de clases del México antiguo», Ibidem ; 67-77. Para el tema de la esclavitud en el mundo azteca, consúltese el libro de C arlos B osch G arcía : L a e sc la v itu d e n tre los a z tecas, El Colegio de México, México, 1944 y el artículo de Y olotl G onzález T orres : «La esclavitud entre los mexica». En: E s t ra tific a c ió n s o c i a l .. .: 78-87. México, 1976. En relación con el papel de la mujer, véase el libro de A nna B rit TA H ellbom : L a p a rt ic ip a c ió n c u lt u r a l d e las m u je r e s . Etnografiska Museet. Monograph Series Publ. 10. Estocolmo, 1967. La obra que cubre la mayor parte de los temas tratados en relación con la vida cotidiana y el ciclo vital es el libro de J acques Soustelle : L a vie q u o tid i e n n e d e s a z t é q u e s a la v eille d e la c o n q u é t e e s p a g n o le , Hachette, París, 1955, publicada en español al año siguiente por Fondo de Cultura Económica (Méxi co). En relación con el tema de la alimentación puede consultarse el ensayo de M. L eón-Portilla: «El maíz; nuestro sustento, su realidad divina y humana en Mesoamérica». En: A lim e n t a c ió n I b e r o a m e r ic a n a (Gutiérrez ed.): 17-42, Méxi co, 1988. Siendo muy abundante la bibliografía que aborda el problema de la medicina nos limitaremos a recomendar como textos fundamentales los de G onzalo Aguirre B eltran: M edicina y magia. Instituto Nacional Indigenista, México, 1958; A lfredo L ópez-A ustin: «Cuarenta clases de magos del mundo náhuatl». Estudios de Cultura Náhuatl, Vol. 7: 87-117, México, 1968; del mismo: Textos de m edicina náhuatl, UNAM, México, 1975 e igualmente del mismo autor: Cuer p o hum ano e ideología, 2 vols., UNAM, México, 1980. Para el tema de la educación deben consultarse los siguientes estudios: CLAU DIO E steva: «El carácter nacional azteca y la educación juvenil», Revista de In dias, a. XXL n.“ 84: 225-254, Madrid. 1961; A lfredo L ópez A ustin: E duca ción Mexica. Antología de docum entos sahaguntinos, UNAM, Instituto de Inves tigaciones Antropológicas. México. 1985 y Pablo E scalante: Educación e id eo logía en el M éxico Antiguo, Secretaría de Educación Pública, México, 1985.
Capítulo 5 POLITICA
L a organización política del México antiguo es uno de los te mas más complejos que debemos tratar en estas páginas. Esa complejidad deriva seguramente del hecho, que observamos también en otros aspectos de la cultura de los pueblos del Méxi co central, de tratarse de sociedades en un proceso evolutivo muy rápido, lo que provoca situaciones muy diversas que en ocasio nes no solamente no se hallan integradas, sino que, por el con trario, se encuentran en claro conflicto entre sí. En las páginas que siguen trataremos de aclarar esas situaciones tan diversas, centrando nuestra atención especialmente en la organización po lítica de Tenochtitlan, a lo que agregaremos algunos conceptos fundamentales acerca de la guerra y el derecho.
Estado, gobierno y administración En términos muy amplios y en relación con un esquema de evolución política, diríamos que la organización política de los aztecas era el Estado. Sin embargo, la práctica de ese Estado en el mundo del México central o más en concreto, del Valle de México, resulta bastante más complejo y variado de lo que or dinariamente es un Estado en las civilizaciones antiguas. El con cepto de Estado se pu ede expresar con la palabra tlatocayotl — de rivada de tlatoani, rey— que se entiende, p o r lo tanto, com o rea leza, reino o señorío y que se aplica a unidades de distinta natu raleza. Para distinguir niveles de organización o grados de p o d e río se dice sim plem ente huey altepetl, huey tlatocayotl, gran ciu-
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dad o capital gran rey, gran reino (Carrasco, 1977: 205). El problema es, pues, el de considerar un Estado unitario, con sus respectivas divisiones y subdivisiones perfectamente es tructuradas, al modo, por ejemplo, del Estado inca, en los An des Centrales, o entender que las unidades políticas a las que va mos a referirnos a continuación se hallaban en proceso de unifi cación y estructuración. Por eso se habla — y no sin razón— de la existencia de un imperio azteca, aunque tal organización no exista en la realidad desde el punto de vista de su constitución legal y formal. Como veremos luego, la Triple Alianza hacía que el imperio en cuestión estuviese regido por tres grandes reyes, pero de hecho el que concentraba mayor poder era el huey tlatoani de Tenochtitlan. Por eso. el segundo nivel en el ejercicio del poder es el representado por aquellos tres grandes reyes de Tenochtitlan, Tezcoco y Tlacopan. El tercer nivel sería el de los reinos o señoríos integrados dentro de cada uno de esos grandes reinos. De lo dicho anteriormente se desprende que, posiblemente, la unidad política fundamental era lo que llamamos ordinaria mente la ciudad-estado y que incluye dos mundos contrapuestos: lo rural y lo urbano, con áreas mixtas. Así, en la ciudad, desde el núcleo central con su recinto ceremonial — templos y pala cios— se pasaba al área residencial de los nobles y comerciantes y más allá al de los plebeyos, con los primeros huertos con ca mellones, para llegar finalmente a los pueblos y aldeas, más y más alejadas del centro urbano. En este sentido y con indepen dencia de lo que hemos dicho del calpulli desde un punto de vis ta social, esta subunidad muy vagamente definida — su equiva lente sería el término de parcialidad igualmente ambiguo— po día designar unidades territoriales tales como las cuatro partes de la ciudad — en Tenochtitlan— , los barrios o los pueblos y al deas. En cuanto a las subdivisiones mayores dentro de la organi zación política de la ciudad, lo que en español se llam aban a ve ces cabeceras, se usa tlayacatl, derivado de yacatl nariz o punta y que se entiende com o guía o delantera de algo. P or otra parte, las palabras tlaxilacalli y chinamitl (cercado) también se usan com o sinónim o de calpulli, p ero se suelen referir a unidades más pequeñas y de m enor categoría política (Carrasco, 1977: 207).
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El sistema de gobierno de las ciudades-estado a que nos re ferimos, tenía una base indudablemente teocrática originaria, pese a que se había complicado notablemente en el momento al que nos estamos refiriendo. Si hay algunos autores que califican al gobierno de Tenochtitlan de biarquía, por la existencia para lela del tlatoani y el cihuacoatl, creemos que ésto ha podido ser interpretado así en determinados momentos de su desarrollo his tórico, pero de un modo fundamental y permanente, el gobier no tenía un carácter monárquico, siendo el monarca, natural mente el tlatoani. Efectivamente, todo el poder residía en el soberano o tlatoa ni, porque, fundamentalmente, desde el momento de su corona ción, venía a ser el representante del dios Tezcatlipoca y, en con secuencia, todo poder residía en él. El tlatoani tenía el poder de dar muerte, por lo que aquél que se tomaba la justicia por su mano era condenado a muerte, por usurpar el poder del rey. En el tlatoani concurría también todo el poder de la milicia, ya que éste era el medio p ara mantener el equilibrio cósm ico y la conti nuidad del Quinto Sol. Era así pues, como se reunían en la per sona del tlatoani el poder religioso, militar y jurídico, además del poder fiscal y administrativo. Ahora bien, ¿este poder del que disfrutaba el tlatoani era ab soluto o estaba limitado de algún modo? Desde un punto de vis ta legal no había nada ni nadie que pudiese oponerse al poder del tlatoani y la razón de ello residía en el origen divino de ese poder. Es por esa razón, por lo que, utilizando un procedimien to extra-legal se llegó al asesinato de T íz o c , en beneficio del Es tado, al considerársele inepto. No obstante, el soberano cuidaba de consultar a los nobles, altos dignatarios y consejeros, los cua les daban libremente su opinión sobre multitud de asuntos y si bien, en algunas ocasiones, prevalecía la opinión del monarca, ordinariamente seguía la opinión de sus consejeros. Las fuentes se contradicen al tratar de la elección del sobe rano. Al parecer, originariamente, se reunían los representantes de los calpulli, el consejo tribal y otros altos dignatarios de ca rácter religioso, civil o militar y si bien la elección debió ser, en principio, libre, muy pronto se tomó la costumbre de hacerla en tre los miembros de una sola familia. Ahora bien, no es seguro
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quién fuese preferible en primer lugar, o el hijo primogénito, o un hermano del tlatoani fallecido. La historia política del pueblo azteca nos da ejemplos de la elección de un hijo, de uno o va rios — sucesivamente— hermanos o de un tío del soberano muer to. En definitiva, es posible que tuviesen una preponderante ac tuación y mayor influencia, el cihuacóatl y los cuatro funciona rios más importantes: el tlacatecatl, el tlacochcalcatl, el ezhnahuácatl y el (lillancalqui. Una vez elegido el tlatoani, debía procederse a su entroniza ción, lo que constituía una complicada ceremonia. Vestido con un paño, iba acompañado de los pipiltin y los altos dignatarios de Tenochtitlan, Tezcoco y Tlacopan, al Templo Mayor de Huitzilopochtli y Tlaloc, donde el Sumo Sacerdote le pintaba de ne gro, rociándole con agua cuatro veces. Se le imponían diversas clases de paños y vestidos y polvos mágicos, todo ello intercala do con largos discursos sobre los deberes y obligaciones del so berano, etc. Cuatro días debía permanecer aislado en una cáma ra, ayunando y haciendo sacrificios de sangre, ofrendas diversas, oraciones y meditación, al cabo de los cuales era conducido pro cesionalmente al Palacio. Ya como auténtico soberano de Te nochtitlan y jefe de la Triple Alianza, confirmaba a los nobles y se procedía a la ceremonia del sacrificio de numerosos prisione ros hechos en una campaña militar destinada a tal fin. El ceremonial con el que se rodeaba el tlatoani, al menos en la época de Motecuhzoma Xocoyotzin, era verdaderamente im presionante. El soberano no podía tocar nunca el suelo, por lo que, generalmente, se le trasladaba en litera, o se cubría el sue lo con alfombras y telas. Ante su presencia nadie, ni siquiera los nobles, podían levantar la vista y debían presentarse ante él con ropas comunes y descalzos. El soberano vivía en un palacio que, a veces, se construía ex presamente para el nuevo tlatoani. Así, se mencionan los pala cios de Axayacatl y Motecuhzoma Xocoyotzin. Multitud de sa las y habitaciones servían para las numerosas concubinas del so berano, así como para los funcionarios, consejeros, etc. con los que tenía que tratar directa y constantemente. La riqueza en oro y plata, en objetos diversos y adornos, era extraordinaria y son famosos también los jardines zoológicos en los que se congrega-
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ban multitud de aves, reptiles y todo género de animales y plan tas exóticas. Una autoridad, en muchos casos tan grande como la del pro pio tlatoani, era el cihuacóatl. A causa de la existencia de este personaje, algunos autores han pensado, según decíamos más arriba, que el Estado mexica no era una monarquía sino más bien una biarquía. Quizá la razón última para justificar la exis tencia de esta pareja tlatoani-cihuacóatl sea el carácter dual de la divinidad suprema o Tloque Nahuaque, en el sistema religio so mexica.
Genealogía de los soberanos tenochcas, según Carrasco
I Acamapichtli
II Huitzilihuitl
1. Tlacaelel I
( acama
' Tlacaelel
IV Itzcoatl
III Chimalpopoca
2. Tlilpotonqui
V. Moteuczoma Ilhuicamina
Texcatlteuctli
O -tTezozom oc Cuitlachuatzin
4. Tlazotzin V III Ahuitzotl V II T ízoc VI Axayacatl— O
1------- 1
O IX Moteuczoma Xocoyotzin
X I C u a u h te m o c
O
X Cuitlahuac
O
Tezozomoc
H u a n itzin
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Ya hemos visto en páginas anteriores hasta qué punto llegó a influir el cihuacóatl en determinados momentos, especialmen te cuando este cargo estuvo ocupado por Tlacaélel. En efecto, el cihuacóatl tenía muchas veces las mismas atribuciones que el tlatoani. Era la única persona que podía ir calzado dentro del Pa lacio, del mismo modo que era el único que podía condenar a muerte sin consultar al tlatoani. A la muerte del soberano go bernaba el imperio, convocaba y presidía el consejo elector y en tregaba el mando al sucesor, después de que éste fuese entroni zado como tlatoani. Muchas veces, cuando el nuevo soberano era muy joven suplía la incapacidad de éste y le sustituía habi tualmente cuando el soberano iba a la guerra. Igualmente, dis ponía de los tributos, así como de la distribución de los cautivos en los distintos calpulli. Aunque se ha discutido las funciones y la importancia del ci huacóatl y quedan muchas dudas al respecto, parece cierto que este sistema doble de gobierno, propio de Tenochtitlan, se im puso en numerosas ciudades-estado conquistadas o asociadas. Del mismo modo que el cargo de tlatoani se circunscribió a una sola familia, el de cihuacóatl se localizó igualmente dentro de la misma familia y dentro de ésta, entre los descendientes directos del primer cihuacóatl. En efecto, el primer cihuacóatl conocido fue Tlacaélel, que era hijo de Huitzilihuitl y hermano, por lo tan to, de Chimalpopoca y Motecuhzoma Ilhuicamipa. Su sucesor fue su hijo Tlilpotonqui, al cual siguieron sus nietos Tlacaélel 11 y Tlacotzin. El mundo de los consejeros y funcionarios de todo tipo que rodeaban al tlatoani, le asistían en sus consejos y vivían en su pa lacio es extraordinariamente complicado. Las fuentes son, mu chas veces, contradictorias o poco explícitas, de modo que sólo se pueden inferir determinadas ideas y datos, posiblemente poco matizados y muchas veces contradictorios. El tlatoani parece que estaba inmediatamente asistido por un consejo formado por cuatro miembros que en ocasiones se de signan con los nombres de tlacatécatl, el que m anda los guerre ros; tlacochcalcatl, el de la casa de los dardos; tlillancalqui, el guardián d e la casa som bría, una especie de caballerizo mayor y ezhnahuacatl. Este consejo parece estar íntimamente ligado al
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soberano, de modo que, con motivo de cualquier asunto urgen te de gran importancia, era consultado por aquél. Estos mismos consejeros debían formar parte de otro consejo más amplio, de hasta doce o veinte personas. En otras ocasiones el tlatoani po día convocar para pedir consejo a personas que disfrutaban de cargos importantes en el campo de la organización militar, judi cial o religiosa. Los jefes de calpulli, a los que ya nos hemos referido en pá ginas anteriores, eran funcionarios elegidos por los miembros del calpulli, reunidos en asamblea, pero recayendo la elección pre ferentemente entre los miembros de una familia. Esta elección era confirmada después por el tlatoani, considerándose el cargo como vitalicio. Estos funcionarios se hallaban asistidos a su vez por un consejo de ancianos y personas distinguidas del calpulli o huehuetque. La categoría del cargo de jefe de calpulli equiva lía a la de tecuhtli de aldea o de ciudad, siendo su principal fun ción la de tener al día el registro de las tierras colectivas del cal pulli. En la época de Motecuhzoma Xocoyotzin, el jefe de cal pulli se comunicaba diariamente con el huev calpixque o mayor domo mayor del Soberano, quien le daba las instrucciones opor tunas. El quacuilli venía a suplir al jefe de calpulli en sus fun ciones religiosas dentro del calpulli y sus subordinados tenían como función la realización de trabajos colectivos y la recauda ción de impuestos. Calpixque, guardia de casa o mayordomo, era el nombre ge nérico que se empleaba para designar a los administradores y de un modo especial a los recaudadores de impuestos. Estos fun cionarios que se reclutaban entre la clase de los pipiltin, estaban encargados de recibir los diferentes productos que se enviaban desde todos los rincones del imperio a su capital. Estos consejeros y funcionarios, junto con otros muchos que estudiaremos al tratar de la organización judicial, militar, reli giosa, fiscal, e tc., formaban la trama en la que se apoyaba el com plicado sistema estatal mexica. La confusión entre Triple Alianza e im perio azteca se debe a la aparente falta de perspectiva histórica que se aplica a esa rea lidad política, ya que si, al principio, es una alianza entre Tezcoco y Tenochtitlan, en la que el predominio de Tenochtitlan se
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va acentuando al paso del tiempo, de manera que al final podría hablarse de Im perio azteca con absoluta propiedad, aunque for malmente siga siendo una confederación. El hecho de que los aztecas hubiesen servido como mercena rios a las órdenes de Tezozomoc, de que Nezahualcóyotl tuviese fama de legislador, poeta y constructor y de que en Tlacopan es tuviese desarrollándose un nuevo grupo social, el de los merca deres, hizo que, al menos en la primera etapa de la Triple Alian za, cada ciudad tuviese una cierta especialización: Tenochtitlan, la militar; Tezcoco la artística e intelectual y Tlacopan la mercantil. Se ha discutido mucho acerca de los tres Estados en la Triple Alianza. En principio, los asuntos internos eran privativos de cada Estado, pero había algunas excepciones. Así, la confirm a ción del tlatoani en el m om ento de su coronación, puede consi derarse com o un acto cerem onial o com o una renovación del p a c to inicial de la Triple Alianza. De hecho, la influencia de los dos tlatoque que participaban en la confirm ación era notable, más o menos, según la situación política del m om ento. Zurita nos dice que tenía p od er de anular la elección en caso de irregularidad en su curso (López Austin, 1961).
L a guerra El fin último de la guerra para los aztecas era, sin duda, de orden religioso, o al menos esa era la creencia oficial divulgada por Tlacaélel: Huitzilopochtli, en especial, imponía al pueblo az teca un estado de guerra continuo y sin tregua, ya que ésta pro porcionaba los prisioneros-víctimas que darían su sangre, el ali mento más preciado de los dioses y, en consecuencia, obligaba al mantenimiento de las llamadas guerras floridas, que no eran otra cosa que el procedimiento que proporcionaba ese alimento siempre necesario. De otra parte, la herencia histórica del anti guo imperio tolteca y del reino chichimeca que pesa en la Triple Alianza, hace que estos pueblos se sientan obligados a recons truir el antiguo dominio tolteca-chichimeca. Si, como vemos, los motivos fundamentales de la guerra son
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de carácter religioso e histórico, las causas inmediatas fueron mu chas veces de tipo comercial: afrentas hechas a los p ochteca o mercaderes aztecas, asaltos a las caravanas de los mismos, ne gativas a comerciar con los mexica, etc. Otras razones eran, por ejemplo, el mal trato dado a los huéspedes o embajadores, emi sarios o enviados de la nación azteca en el pueblo vecino o le jano sobre el cual iba a caer después todo el peso del aparato militar tenochca. Tomada la decisión de declarar la guerra a un determinado pueblo, no se iba a la batalla de un modo inmediato. Por el con trario se daban muchos pasos antes de tal hecho, encaminados a obtener por medios pacíficos reparación a los insultos o a con seguir los objetivos propuestos al tomar tal decisión. Es así, cómo, antes de la declaración formal de guerra, visitaban al enemigo los embajadores de Tenochtitlan — llamados quauhquauhnochtzin— los de Tezcoco — o achcacauhtzin— y los de Tlacopan, los cuales eran portadores de mantas, rodelas y armas, que simbo lizaban un deseo de conquista, si bien a continuación de cada una de esas visitas se daba un plazo de veinte días a los enemi gos para que decidiesen someterse o no a la voluntad de la Tri ple Alianza. Era solamente cuando se habían consumido esos tres plazos cuando se iba decididamente a la guerra y aun enton ces había que aguardar a que los sacerdotes determinasen el día más favorable para la batalla. La guerra, por consiguiente, no se concebía como un acto de sorpresa, sino como un combate de carácter caballeresco en el que lo que más importaba no era tan to vencer al enemigo, como vencerlo habiéndole dado toda cla se de oportunidades. La milicia en el mundo azteca se componía de hombres espe cialmente adiestrados para ese fin y de gente ordinaria que, si bien en tiempos de paz desempeñaba otras funciones, podría ser convocada en determinados momentos para ir a la guerra. Todo niño, recién nacido, estaba en principio destinado a ser guerrero, si bien este fin podía alcanzarlo o no, según sus pro pias circunstancias y carácter. Tras su educación militar que so lía iniciarse a los 15 años y no terminaba antes de los 20, inter venía en el combate en guerras floridas o de conquista, junto a los valientes de mayor experiencia, y trataba de obtener un pri-
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sionero. Era entonces cuando cortaba el mechón de la nuca —piochtli— y dejaba crecer un nuevo mechón, esta vez sobre la oreja derecha. Solamente aquellos que tras varios combates no lograban hacer ningún prisionero, dejaban definitivamente las armas para pasar a ser artesanos o agricultores. Pero si en los su cesivos combates en que intervenía, lograba hacer cuatro o cin co prisioneros, obtenía el título de tequina, que le daba acceso, con plenos derechos, a la carrera militar en la que podía alcan zar cargos y puestos de la mayor responsabilidad. Sin embargo, muchos de esos cargos y jefaturas estaban reservados a la clase de los pipiltin. Tales grados y cargos eran, por ejemplo, los de achcacauhtin, océlotl, cuauhtli, tequihua, etc. Por encima de ellos aún se hallaban los valientes de las órdenes militares superiores: los caballeros-águila, los caballeros-tigre y los altos jefes del ejército. La organización del ejército estaba directamente relacionada con la organización social, de tal manera que las primeras agru paciones se hacían de acuerdo con los diferentes calpullis de la ciudad, los cuales se agrupaban a su vez según los barrios o cam pan y todos ellos, finalmente, se hallaban bajo el mando supre mo del tlatoani que, como jefe del ejército tenía el nombre de ílacatecuhtli o señor de los hom bres. Como jefes inferiores se ha llaban el tlacatéccatl, el que manda a los guerreros, y el tlacochcálcatl, el de la casa de los dardos, los cuales eran designados por el propio tlatoani de entre los guerreros más distinguidos. Bajo estos altos jefes había una multitud de jefes de segundo grado, como el cauhnochdi, el ticocyahuácatl, etc., los cuales mandaban agrupaciones del ejército de carácter menor. El armamento del ejército mexica, que se conservaba en el tlacochcalco, edificio situado en el recinto del Templo Mayor, consistía en cascos de madera, escudos de igual material, general mente revestidos de piel, y corazas de algodón y piel, como armas defensivas, mientras utilizaban como armas ofensivas el arco o el propulsor —atlatl— con flechas y dardos, cuyas puntas eran gene ralmente de obsidiana, la honda y una especie de espada de ma dera, el maquahuitl, en la que se obtenía un filo cortante, median te la incrustación de pequeñas láminas de obsidiana. Si bien hemos indicado más arriba que la preparación de la
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guerra estaba presidida por un carácter extremadamente noble y caballeresco, la realización de la misma permitía el uso de los ardides de toda clase y la utilización de espías, etc. Estos espías debían señalar el orden, número, situación, etc., de las tropas enemigas antes del combate. En el combate mismo, las más re finadas estratagemas y trampas, eran empleadas por los guerre ros tenochcas, los cuales eran famosos en todo el territorio mexi cano precisamente por sus ardides de guerra: falsas retiradas, trampas y emboscadas eran frecuentes en las guerras con los az tecas. No obstante, el combate era, en general, desordenado y se descomponía fácilmente en duelos y luchas de carácter perso nal, en las que se perseguía sobre todo la captura de prisione ros, antes que la muerte de los enemigos. La necesidad de tener un campo de ejercicios para sus guerre ros, al tiempo que un lugar fácil para obtener prisioneros-vícti mas para el sacrificio, obligó a crear una de las instituciones más singulares de la cultura azteca: las guerras floridas. Estas se prac ticaban como un acuerdo entre la Triple Alianza y la alianza de Tlaxcala, Cholula y Huexotcinco. En ese acuerdo había interve nido personalmente un cacique tlaxcalteca, Xicohténcatl el Vie jo. Este cacique había acordado con los de la Triple Alianza ... que desde aqu él tiempo en adelante se estableciese que hu biesen guerras entre la señoría de Tlascalan y la de Tezcuco con sus acom pañados y que se señalasen un cam po donde de ordina rio se hiciesen estas batallas y p o r los que fuesen presos y cauti vos en ellas se sacrificasen a sus dioses (...) adem ás de que sería lugar donde se ejercitasen los hijos de los señores, que saldrían de allí fam osos capitanes y que ésto se había de entender sin exceder los límites del cam po que p ara el efecto se señalase, ni pretender ganarse las tierras y señoríos y asim ismo había de ser con calidad que cuando tuviesen algún trabajo o calam idad en la una u otra parte habian de cesar las dichas guerras y favorecerse unos a otros com o de antes estaba capitulado con la señoría de Tlaxcalan (...) N azahualcoyotzin señaló el cam po que fu e entre Quauhtepec y O celotepec y p o r ser tres las cabezas del imperio, señaló para el efecto otras tres provincias que fueron la de Tlaxcalan referida, la de H uezotzinco y Cholulan que llam aron los enemigos de casa... (Ixtlilxóchitl).
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Es difícil de entender el significado y valor de la Guerra F lo rida sin comprender el extraordinario peso de lo sagrado en el mundo espiritual de las ciudades del altiplano mexicano en el si glo X V . No es extraño, por lo tanto, en ese contexto, que el prin cipal artífice de este acuerdo, Xicohténcaíl el Viejo fuese, hacia 1455, uno de los más destacados poetas de la región. El único poema conservado de Xicohténcatl se refiere, precisamente, a la guerra florida. Su última estrofa dice así: L a guerra florida, la flo r del escudo, han abierto su corola. Están hacien do estrépito Llueven las flo res bien olientes así tal vez él, p o r eso vino a esconder el oro y la plata p o r eso tom a los libros de pintura del año. ¡Mi pequ eñ o canal, con mi cántaro va al agua! (León-Portilla, 1967) L a justicia Uno de los aspectos de mayor interés de la cultura mexica, es el relativo a los conceptos de derecho y justicia y a la organi zación que hacía posible la aplicación de esos principios para la mejor marcha de los asuntos públicos y privados de la sociedad tenochca. El cargo de juez en la sociedad azteca y en las de los pueblos de la Triple Alianza era extraordinariamente importante, des pertando un gran respeto en todo el mundo. Es por esta razón y por la responsabilidad del cargo por lo que el tlatoani hacía la elección de sus jueces con sumo cuidado, tratando de hallar siem pre en el estrato social de los pipiltin, como en el de los macehualtin, al hombre recto, serio, sabio, prudente, digno y justo, según nos lo relata Sahagún, que hacía falta para mantener en todo su rigor la justicia azteca. Junto al juez, trabajaban los es cribanos que llevaban el registro de cada causa y disponían de una especie de policía, encargada de prender a los acusados, pudiendo hacerlo a los dignatarios de mayor categoría en la jerar quía del Estado.
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Los tribunales de justicia se escalonaban desde la unidad so cial más elemental — el calpulli— hasta la de mayor extensión. El tribunal más bajo de toda la escala era el tecalli, o tribunal de calpulli, cuyos jueces, los tetecuhtin, que dependían del tlacatécatl, con el que se hallaban en constante contacto, entendían, al parecer, de asuntos tales como matrimonios, divorcios, etc. En determinados casos, una vez que los jueces habían recibido las pruebas pasaban el asunto al tribunal superior, que era el tlacxitlan. En este tribunal, además de juzgarse los asuntos de ma yor importancia de los macehualtin, remitidos por el tecalli, se juzgaba a los pipiltin. Este tribunal estaba presidido por el tlacatécatl, al que auxiliaban el cuauhnochtli y el tlailotlac. Todas las causas que tenían sentencia de muerte, tanto las que proce dían del tecalli como las que se elevaban desde el tlacxitlan, eran remitidas al tribunal supremo, ya que únicamente el tlatoani o el cihuacóatl podían dar ese tipo de sentencias. El tribunal su premo estaba compuesto por trece jueces a los que presidía ha bitualmente el cihuacóatl, y al que sustituía el tlatoani cada doce días, para juzgar los asuntos más dudosos y difíciles. Además del sistema de tribunales que acabamos de mencio nar, existían otros que juzgaban causas de acuerdo con el cargo o la ocupación del acusado. El tecpilcalli, compuesto por dos jue ces — uno pilli del palacio y el otro militar distinguido— se en cargaba de juzgar los delitos cometidos por cortesanos y milita res. Sin embargo, éstos últimos debían someterse a un Tribunal de guerra compuesto por cinco capitanes. Este tribunal funcio naba únicamente en el campo de batalla y juzgaba solamente asuntos tales como traición y cobardía frente al enemigo. Existía también un tribunal para juzgar a los sacerdotes, cuyo juez era el Mexicatl teohuatzin, mientras que el Atempan teohuatzin juzgaba las faltas de los estudiantes, que eran castigadas con severidad. Por último los delitos cometidos en el mercado o por los mercaderes eran juzgados igualmente por un tribunal es pecial de carácter mercantil que, según algunos autores, estaba compuesto por doce jueces, mientras otras fuentes mencionan solamente tres. Aun cuando muchas veces, la iniciación de un proceso se ha cía sobre la base de un simple rumor público, era necesario la
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presentación de pruebas, las cuales siempre que no se tratase de un delito grave, podían ser de carácter confesional, testimonial previo juramento, docum ental pública en los litigios sobre tierras, careos y presuncional. En cuanto a la presencia o no de aboga dos, hay diversas opiniones. Una vez que se habían presentado todas las pruebas en el juicio, la sentencia dada por los jueces no solía tardar, siendo en todo caso de ochenta días la duración máxima de un proceso. La legislación que regía el derecho penal era común para no bles y plebeyos y en cualquier caso estaba perseguida por la jus ticia, la venganza personal. Se consideraba como atenuante de un delito, la embriaguez, ser menor de edad — si el autor era me nor de diez años se le excluía de toda responsabilidad— o miem bro del ejército, o en el caso de homicidio o adulterio, si el ofen dido perdonaba. Por el contrario, si el autor del delito era sa cerdote, o si aquel se cometía en el mercado, ello era conside rado como agravante. Solamente se levantaba la pena en circunstancias especiales tales como indulto, por haber realizado una hazaña notable, o como consecuencia de la amnistía general que se concedía cada cuatro años con motivo de la fiesta de Tezcatlipoca. Las penas eran muy variadas: destierro, pérdida de la noble za, suspensión del empleo, destitución, o penas infamantes, es clavitud, arresto, prisión, demolición de la casa y también penas pecuniarias y corporales, confiscación de bienes. La pena máxi ma era, naturalmente, la pena de muerte y la forma de ejecu tarla podía ser: por decapitación, estrangulamiento, empalamiento, lapidación, etcetera. Los delitos eran, igualmente, muy variados, correspondiendo penas distintas según cada caso. De los delitos contra la seguri dad del Estado, el espionaje, que era uno de los más graves, era castigado mediante desollamiento; la traición era castigada con el descuartizamiento, la confiscación de los bienes, que pasaban al tlatoani, la demolición de la casa y la venta de los hijos como esclavos. A los hechiceros que causaban calamidades públicas se les condenaba a la pena de muerte, extrayéndoles el corazón. La em briaguez se perseguía con extrema dureza, salvo cuan do se producía en fiestas o bodas. La venta de pulque (octli) es-
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taba estrictamente regulada, pudiendo hacerlo solamente con permiso del juez. A los ancianos y a los enfermos se les permitía tomar tres tazas. A las parturientas y a los que realizaban traba jos muy rudos y a los hombres de más de 30 años durante las fiestas, se les permitía tomar dos tazas únicamente. Las penas por embriaguez eran muy variables. Si el delincuente era un no ble se le podía condenar a penas infamantes, a la pérdida de su condición de noble, al destierro o a la muerte, mientras que si era macehualtin se le condenaba a cortarle o quemarle el cabe llo, a perder el empleo o demolerle la casa y solamente cuando era reincidente se le podía condenar a muerte. Se consideraba siempre más grave si el delito se cometía en el palacio del tlatoani o si el delincuente era un joven o un sacerdote. A la prostitución se podían dedicar las mujeres plebeyas, pero siempre se les quemaba el cabello o se les cubría con resina para distinguirlas. Las mujeres nobles eran ahorcadas. La mentira era considerada como un delito grave solamente en el varón adulto, al cual se le condenaba generalmente a mo rir arrastrándolo por la vía pública, mientras que se consideraba como un delito leve en la mujer o en los niños en período de edu cación, a los que se les hacía rasguños en los labios, como castigo. El puritanismo de la moral azteca se advierte especialmente en los castigos a que daban lugar los pecados sexuales. Eran es pecialmente graves cuando se trataba de sacerdotes. En ese caso eran condenados a muerte y su cadáver era incinerado, demoli da su casa y sus bienes confiscados. Los hombres que se intro ducían subrepticiamente en los centros de educación de donce llas, o aquellas jóvenes o sacerdotisas a las que se sorprendía ha blando con un hombre eran condenados a la pena de muerte. Igualmente, la homosexualidad era perseguida tanto en el hom bre como en la mujer, siendo condenados a muerte en ambos casos. Las penas por delitos cometidos por funcionarios eran, igual mente, de una extrema dureza. Los embajadores que no cum pliesen su cometido o regresasen sin respuesta alguna, los recau dadores de tributos que se excediesen en su cometido, la mal versación de fondos o el cohecho o mala interpretación del de recho en los jueces, podía conducir, en casos graves, a la pena
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de muerte y, en casos leves, a penas infamantes, destitución, es clavitud, etcétera. Los delitos cometidos en período de guerra eran considera dos como muy graves y, en consecuencia, castigados con la muer te. Así, la deserción, la indisciplina, la cobardía, el robo o la trai ción eran castigados con la pena de muerte. Pero igualmente se castigaba con la muerte a aquel que dejase escapar a un prisio nero, al que abandonase un estandarte en manos del enemigo, a los culpables de una derrota, al noble que cayese prisionero y lograse regresar con vida. En este último caso, si el que era he cho prisionero era un plebeyo se le recibía con honores; si, por el contrario, era noble tenía que sufrir la prueba del sacrificio gladiatorio y solamente si salía bien de esta prueba era recibido con honores. La violación y el estupro eran castigados con la muerte, no considerándose como delito únicamente la violación de una pros tituta. Se consideraba como incesto las relaciones entre parien tes ascendentes y descendentes o entre hermanos, hijastros y pa drastros, suegros y yernos o nueras e incluso entre esposos di vorciados, siendo en cualquier caso castigados los reos a la pena de muerte. El adulterio estaba muy perseguido y aun cuando el ofendido perdonase, el adúltero era castigado, aunque en este caso la pena era más leve. Igualmente era castigado aquel que tomaba la justicia por su mano. El homicidio era castigado generalmente con la muerte. So lamente si el muerto era un esclavo se condenaba a la esclavitud en beneficio del dueño del esclavo muerto. Los casos de aborto se castigaban con la muerte no solamente a la madre sino a to dos los cómplices. Finalmente, el robo era castigado, en casos leves, con la es clavitud o con penas pecuniarias, mientras que, en casos graves, la pena era de muerte. Se consideraban agravantes, el robo en el mercado, en el templo, en despoblado o utilizando hechizos o bebidas adormecedoras.
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B IB LIO G R A FIA En relación con la organización política y la administración del Estado tenochca debe consultarse en primer lugar el libro de A lfredo L ópez A ustin: L a C o n stitu ció n R e a l d e M é x ic o - T e n o c h t it la n , UNAM, Instituto de Historia, Méxi co, 1961; J ohanna B roda : «Relaciones políticas ritualizadas. El ritual como ex presión de una ideología». E c o n o m í a p o lític a e id e o lo g ía en e l M é x i c o P r e h i s p á n ic o , Carrasco-B roda , eds.: 219-255. México, 1978. También de L ópez A usUN: «Organización política en el altiplano central de México durante el postclá sico», H isto ria m e x ic a n a , X X III: 515-550, México. 1974. El problema del derecho y la organización judicial azteca queda suficiente mente analizado en las obras de J osé Kohler : «El Derecho de los aztecas», Edi ción de la R ev ista J u r í d i c a de la Escuela Libre de Derecho. México, 1924 y de
Carlos H. A lba : sitivo m e x ic a n o ,
E s t u d io c o m p a r a d o e n t r e e l D e r e c h o a z teca
y
el D erech o P o
Instituto Indigenista Interamericano, México, 1949.
Capítulo 6 TENOCHTITLAN
U E lo que hemos dicho a propósito de la organización política en el centro de México se desprende que las unidades de asen tamiento y administración en esa región eran las ciudades-esta do a cuya cabeza se hallaba un tlatoani pero que desde el punto de vista del asentamiento, resultaban ser un centro urbano en el sentido literal de la palabra, aunque con ciertas características es pecíficas a las que luego nos vamos a referir. Aunque Tenochtitlan es el ejemplo más sobresaliente de ese conjunto, con aproximadamente trescientos mil habitantes, no deja, por eso, de responder a un modelo que es general.
El sistema urbanístico El modelo general al que nos referimos tiene una validez territorial que abarca en la práctica la totalidad del área mesoamericana y aunque, dependiendo de las regiones, presenta ca racterísticas diferentes, en realidad se trata de etapas distintas en un único proceso de urbanización o de formas diferentes de adap tación ecológica en un mismo continuum. Lo que se ha llamado centro cerem onial con referencia al área maya, no es otra cosa que el centro de una ciudad, que en el caso de los mayas tiene una disposición muy dispersa y en el caso del área central de México se concentra hasta adquirir una densidad característica de lo que ordinariamente conocemos como ciudad. Sin embar go, en este último tipo, que es el que nos interesa ahora, la se paración entre campo y ciudad, entre lo rural y lo urbano, no es tan radical como en el caso de la ciudad de la era industrial, sino
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que, por el contrario, hay una suave declinación de las caracte rísticas urbanas y un crecimiento progresivo de las que corres ponden a lo rural hasta que estas últimas son las que dominan. Tendríamos así que, en el centro de la ciudad, el centro ce remonial, concentraría en un recinto los edificios más solemne mente sagrados —templos piramidales, juegos de pelota, tzompantli, etc.— así como los de carácter residencial de las clases su periores y los de tipo administrativo y educativo, etc. En torno a ese centro cerem onial se extenderían los barrios residenciales de la nobleza y los artesanos, mercaderes, ..., quedando en la periferia las residencias de los pertenecientes a las clases más hu mildes: los macehualtin, quienes tendrían en torno a sus vivien das un creciente número de camellones o chinampas que, culti vadas a manera de huertas, servirían para su mantenimiento e incluso para un cierto comercio de tipo menor. El lugar elegido para la fundación de Tenochtitlan no sólo fue el lugar que dejaron a los aztecas todos los pueblos ya asen tados en el Valle, por lo tanto el más inhóspito y aparentemente de menor valor estratégico en las luchas interurbanas que se de sarrollan en los últimos dos siglos antes de la llegada de los es pañoles. Pero además, el lugar, situado en medio de una lagu na, venía a reproducir la situación del sitio mítico del que pro cedía la tribu azteca: Aztlan o Chicomoztoc era también un lu gar junto al agua, donde los aztecas desarrollarían la actividad económica para la que estaban preparados — pesca y caza de aves acuáticas— y la agricultura de camellones o chinampas, que cons tituyó la base de una producción agrícola intensiva del tipo de las huertas. Todo ello permitió el desarrollo fulgurante de una cultura no precisamente brillante por sus orígenes o con condiciones espe cíficamente superiores a las de sus vecinos — más bien todo lo contrario— pero que precisamente por la coincidencia de toda esa serie de circunstancias, hizo que, finalmente, viniese a do minar no sólo en el valle de México, sino en casi todo el terri torio del México actual. El hecho de que la isla donde se asentó Tenochtitlan tuviese una posición central en el sector oeste del lago de Tezcoco y de que fuese la mayor de una serie de islas en ese sector, hizo que
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muy pronto se convirtiese en el centro de las comunicaciones en el lago, tanto por medio de embarcaciones como por la construc ción de una serie de calzadas — la de Ixtapalapa, la de Tacuba, etc.— que servirían de nexo a toda esa serie de pequeñas islas repartidas por el lago. Los escasos datos de que se dispone para calcular la exten sión de la ciudad de Tenochtitlan ha hecho que dichas estima ciones alcancen cifras difícilmente aceptables como de 52 e in cluso 68,9 km2. Los cálculos más recientes de Lombardo, Calnek y Rojas, no superan los 14 km2. Alfonso Caso identificó los barrios antiguos de la ciudad de Tenochtitlan, que en número de 69 rodeaban el centro de la ciu dad, allí donde se situaba, sin duda, el centro ceremonial y los palacios y edificios administrativos fundamentales de la ciudad. Esos 69 barrios se agrupaban a su vez en cuatro grandes unida des: San Juan Moyotla, San Pablo Teopan, Zoquipan o Xochimilca, San Sebastián Atzacualpa o Atzacualco y Santa María la Redonda Cuepopan o Tlaquechiuhcan, los barrios de la ciudad colonial que venía a reproducir la división anterior a la conquista. Efectivamente, según Roberto Moreno (1982) la división cuatripartita de la ciudad de Tenochtitlan correspondía exactamen te a los cuatro rumbos de la división del mundo azteca (Tabla
6 : 1).
Tabla 6:1
Rum bo
Divinidad
Barrio Prehispánico
Barrio colonial
Noroeste
Quetzalcóatl Blanco
Cuepopan
Santa María
Noreste
Tezcatlipoca Negro
Atzacualco
S. Sebastián
Suroeste
Tezcatlipoca Azul
Moyotlan
San Juan
Sureste
Quetzalcóatl Rojo
Teopan
San Pablo
Fuente: Moreno. 1982: 154-59.
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El quinto rumbo, el central, naturalmente, correspondía al recinto ceremonial en cuyo centro se hallaba el Templo Mayor, aquel que se hallaba dedicado a Tlaloc y Huitzilopochtli, el dios tribal de los mexica. Este mismo principio cosmogónico es el que ha servido a Larrauri y Mercado (1988) para proponer un modelo urbanísti co en el que combinan como elemento básico la cruz de diago nales —aspa— con la ortogonal y los triángulos opuestos que di señan un rombo como región sagrada por excelencia. L a trama de la ciudad —dicen estos autores— está limitada p o r las actua les calles de Izazaga al sur, eje 1 norte R ayón al norte, eje central L ázaro Cárdenas, al poniente y Avenida Circunvalación al orien te, d e tal m anera qu e este era un rectángulo qu e representaba a la superficie terrestre. A l trazar una cruz de diagonales que une los vértices del cuadrilátero se ubica el centro la 5.a región y se loca liza el lugar del centro cerem onial, el tem plo mayor. Posterior mente se traza la cruz de ortogonales y de esta m anera quedan d e terminadas las calzadas que unían la isla con la orilla del lago y que a su vez delimitan los 4 campan que representan a las cuatro regiones cardinales (Larrauri-Mercado, 1988). El modelo elaborado, al aplicarse en cada uno de los cam pan o barrios de Tenochtitlan, señala con precisión el área sa grada central donde se halla la Catedral y el Sagrario y las cua tro áreas sagradas de cada barrio donde se sitúan las iglesias de Santo Domingo (Cuepopan), La Compañía (Atzacualco), San Agustín (Moyotlan) y La Merced (Teopan). Cuando se repite el mismo proceso en los espacios resultantes se va determinando el trazado de las calles y canales, así como las dimensiones de las m anzanas que van a conform ar la totalidad de la traza urbana de M éxico-Tenochtitlan y si esto se llevase al interior de cada m an zana seguramente se obtendría la lotificación de la misma (Ibidem). La estructura de la ciudad se apoyaba en el recinto ceremo nial en torno al Templo Mayor y en las calzadas que iban al Tepeyac, a Ixtapalapa, a Tacuba y el embarcadero de Tezcoco, así como en el acueducto de Chapultepec. Aun hoy, en el plano de la ciudad de México, se pueden apreciar estos grandes ejes de la estructura urbana prehispánica.
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Del recinto ceremonial sabemos, por Sahagún, que agrupaba no menos de 78 edificios de los que, en la actualidad, conoce mos escasamente el Templo Mayor, recientemente excavado en toda su extensión, así como algunos otros que han sido excava dos con ocasión de la construcción del Metro de la ciudad de México, o en excavaciones practicadas en el subsuelo de la Ca tedral, pero que junto con los numerosos monumentos escultó ricos hallados en la zona desde el siglo X V III hasta el presente, nos dan una idea muy precisa de la importancia y belleza de este centro ceremonial, corazón de la ciudad de Tenochtitlan. Más allá del coatepantli que limitaba el recinto sagrado, se ex tendía una ciudad que, como Venecia, se hallaba cruzada por multitud de canales, calzadas y callejas. Una ajustada descrip ción de la ciudad es la que nos proporciona Fray Agustín de Vetancurt: Las calles eran de tres m aneras: una con la azequia en el m e dio y a los lados de las puertas calzada para los que pasan, y la azequia para el tragino de las canoas, y estas eran las calles de los principales en el m edio de la ciudad, com o hoy está la calle de la Azequia, que pasa p o r el Palacio Real. Otras, todas de agua, que correspondían a las espaldas de las casas con sus cam ellones de tierra donde sem braban, que se llaman chinampas, p o r estas no se p od ía pasar si no era en canoas, a estas caían puertas falsas para el servicio m anual de cada casa. Otras calles avia todas de terraplén, p ero tan angostas que apenas cabían dos personas jun tas, a estas salían las puertas principales p o r donde entraban y sa lían y com o p o r las aguas era el sitio dispuesto para cualquier planta, tenían plantadas p o r todo ella Sauces, Sabinos muy altos, Cipreses cop ad os y plantas de flores olorosas, legumbres p ara ven der y com er de ellas que todo parecía un parayso deleytable (V e tancurt, 1971:92). Pese a las dificultades para fijar los datos primarios a partir de los cuales determinar la tipología de las construcciones habitacionales de Tenochtitlan, como en el caso del Plano en pap el de maguey que para unos representa una zona del área noroeste de la ciudad y para otros se refiere a la ciudad de Azcapotzalco, podemos afirmar como ya lo indicamos al comienzo de este ca pítulo que había dos tipos de viviendas: unas poseían chinampas
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y otras no. Estas últimas se localizaban principalmente en la zona más próxima al centro ceremonial, área residencial supuestamen te de la nobleza, mientras que las viviendas con chinampas se lo calizarían en las zonas periféricas y corresponderían a las áreas habitacionales de los macehualtin. Finalmente, en la zona sur de los lagos se localizaría la llamada zona chinam paneca, es decir, la región en la que los campos de cultivo extensos estaban rea lizados mediante el uso de camellones o chinampas, con cuyos productos agrícolas se alimentaría en buena medida la elevada población de la ciudad y del valle circundante. Con independencia de los edificios religiosos concentrados en el recinto ceremonial, limitado por el coatepantli en cada barrio de la ciudad había templos de mayor o menor importancia y otros edificios públicos, como los telpochcalli y en algún caso un calm ecac así como otros edificios administrativos. Sin embargo, la mayor extensión del limitado territorio urbano de Tenochtitlan estaba ocupado por las viviendas de los nobles y los plebeyos. Las de los primeros eran más grandes que las de los macehualtin y solían construirse con materiales más sólidos, piedra y vigas, frente a los adobes usados por el pueblo para hacer sus vivien das. Así como los jacales del pueblo no tenían más que una sola planta, en las casas de los nobles era frecuente un segundo piso. Las viviendas se agrupaban en torno a patios, siguiendo un mo delo cuyos orígenes podrían remontarse a la época de Teotihuacán y el tem azcal o baño de vapor que solía ser compartido por los habitantes de varias viviendas, se hallaba en el exterior, no lejos de las casas; éstas se construían con azotea o terrado y sus habitantes solían disponer de dos habitaciones por cada familia conyugal. Suministros y mantenimiento La mayor dificultad para el sostenimiento y mucho más, para el engrandecimiento de una ciudad como Tenochtitlan, situada en una isla, era que todo el abastecimiento tenía que venirles de fuera: los alimentos, el agua potable y las materias primas para la construcción y para los trabajos especializados de los artesa nos tenían que llegarles desde la tierra firm e. Muchos de esos pro-
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ductos o materias primas entraban en Tenochtitlan como resul tado del sistema tributario, al que ya hemos hecho referencia en páginas anteriores; otros llegaban al mercado para ser intercam biados o vendidos. Tales materias y productos se pueden precisar, especialmen te, a través de los varios códices de tributos de que disponemos, como son el C ódice M endocino y la Matrícula de Tributos. En tre los alimentos se mencionan: maíz, frijoles, chía, ají, cacao, miel, etc.; pero también se traían vestidos, mantas, naguas, huí piles, maxtlatl, armas, etc. Otros materiales tributados eran: leña, tablones de madera, petates, cañas, copal, ámbar, oro, pie dras finas, objetos de cobre, pieles de diversos animales, con chas, etcétera. Al parecer, a través del mercado se obtenía el 40 % de los alimentos. Allí se vendían animales vivos, joyas de oro y plata y también adornos de plumería y objetos de uso corriente, como vasijas, comales, cuchillos de obsidiana, sal, carbón, flores, etcétera. Los servicios de policía y vigilancia en la ciudad, especial mente durante la noche abarcaba un gran número de personas que velaban en los palacios y edificios públicos, como el telpochcalli y el calm ecac y aun en las casas particulares y en los tem plos. Durante la celebración de los mercados también había al guaciles encargados de la vigilancia para evitar fraudes y robos. Tanto en el mercado como en el palacio había jueces y alguaci les que tenían jurisdicción sobre nobles y plebeyos. Los servicios de limpieza de la ciudad eran también dignos de ser destacados ya que no menos de un millar de personas es taban encargadas de barrer las calles, regándolas constantemen te y, naturalmente, todo el complejo sistema de canales y acue ductos debía ser vigilado, limpiado y reparado para que funcio nase a la perfección, ya que todo el sistema de transportes y co municaciones dependían en gran medida de ello.
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La p oblación de Tenochtitlan Ya hemos visto en páginas anteriores hasta qué punto resul tan dispares las informaciones referentes a la población del Méxi co prehispánico y las estimaciones y cálculos elaborados sobre ta les informaciones. Algo parecido cabe decir, en principio, para la población del Valle de México y más en concreto acerca del problema demográfico de la ciudad de Tenochtitlan. Los cálculos de población para el valle de México oscilan en tre el millón de habitantes aceptados por Cook y Simpson y los 2.250.000 personas que estimaban Sanders y Price (Rojas, 1986: 67). Para la ciudad hay una serie de cálculos que sería difícil re sumir aquí. Las estimaciones más ponderadas se sitúan en torno a los 300.000 habitantes o quizá menos. Sin embargo, Sonia Lom bardo (1973) reduce la población de Tenochtitlan a sólo 60.000 habitantes. Por el contrario Gibson (1978) toma la cifra de 21.636 tributarios en Tenochtitlan-Tlatelolco hacia 1560 y aplicando un coeficiente de 3,5 halla 75.665 habitantes, en los que no se debe incluir la población blanca. Supone que la población de 1519 era entre 3 y 5 veces la de 1560, p o r lo que llega a cifrar la población, en números redondos entre 250.000y 400.000 alm as (Rojas, 1986: 69). El citado autor, partiendo de la fórmula elaborada por Holt sobre los cálculos de Borah y Cook fija la población de 1564 en 123.750 habitantes, cifra que proyectada para 1519 con los fac tores multiplicadores propuestos por Gibson, le da una pobla ción sumamente elevada: 371.250 habitantes con el factor 3 y 618.750 con el factor 5 ante lo que una reducción muy conser vadora sólo reduce la población a 298.100 y 496.850 personas res pectivamente (Rojas, 1986: 72-74). Otros cálculos, tomando como base la densidad de la pobla ción, o el espacio asignado a cada habitante y comparándolos con otras ciudades contemporáneas o en condiciones similares, permite llegar a la conclusión de que la población de Tenochti tlan-Tlatelolco podría cifrarse en torno a los 300.000 habitantes en el momento del contacto con los españoles (Rojas, 1986: 74-76).
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B IB LIO G R A FIA Acerca de los problemas de urbanismo que se plantean, en concreto en re lación con Tenochtitlan. hay que citar en primer lugar el estudio fundamental de A lfonso Caso: «Los barrios antiguos de Tenochtitlan y Tlatelolco». M em orias de la A cadem ia M exicana de la Historia Vol. 25 (1): México, 1956. Véase tam bién: Manuel Carrera Stampa : «Planos de la ciudad de México». Boletín de la Sociedad M exicana de G eografía y Estadística, Vol. 67, núms. 2-3, México, 1949. Sobre este tema son muy importantes las investigaciones de E dward E. C alnek Véanse, por ejemplo, los siguientes trabajos: «Settlement pattern and chinampa agriculture at Tenochtitlan», A m erican Antiquity Vol. 37: 104-115, Salt Lake City. 1972; «Conjunto urbano y modelo residencial en Tenochtitlan» E n sayo sobre el desarrollo urbano de M éxico: 11-59, SepSetentas, México. 1974 y «Organización de los sistemas de abastecimiento urbano de alimentos: el caso de Tenochtilan», L as Ciudades de Am érica Latina y sus áreas de influencia a través de la Historia (Hardoy-Schaedel eds.): 41-6(1, Buenos Aires, 1975. Otros libros o ensayos sobre el urbanismo de Tenochtitlan-Tlatelolco son los de Sonia L ombardo de Ruíz: D esarrollo urbano de M éxico-Tenochtitlan según las fuentes históricas, SE P , INAH, México, 1973; R oberto Moreno de los A rcos: «Los territorios parroquiales de la ciudad arzobispal, 1325-1981». G ace ta O ficial del A rzobispado de México, Vol. 22 (9-10): 152-180. México, 1982; T a ñía L arrauri y Carlos Mercado : «Orígenes del urbanismo mestizo de Amé rica. Permanencia de la traza urbana de México-Tenochtitlan en el centro histó rico de la ciudad de México», Ms. México, 1988. Como libro de conjunto más completo y más reciente sobre el tema de la ciu dad de Tenochtitlan, véase: José Luis Rojas: M éxico-Tenochtitlan. E con om ía y Sociedad en el siglo X V I. El Colegio de Michoacán-Fondo de Cultura Económi ca, México, 1986.
Capítulo 7 RELIGION
E j L mundo de las creencias religiosas y las prácticas mágicas en tre los aztecas, constituye uno de los aspectos más sobresalien tes de su cultura, hasta el punto de poderse decir que la religión formaba parte indisoluble de la vida de todos y cada uno de los habitantes del México central en los tiempos inmediatamente an teriores a la llegada de los españoles.
Las fuentes para el estudio de la religión El conocimiento que poseemos acerca de la religión de los az tecas proviene de un amplio número de fuentes que cabría sub dividir en varias categorías. Aquellas que debemos considerar como más auténticas y cer canas al origen del conocimiento teológico, ritual y mítico serían las que podríamos calificar como arqueológicas en su sentido más amplio, debido al tipo de materiales utilizados y a la proceden cia. Se trata de grandes o pequeñas esculturas en piedra, relie ves en numerosos objetos, instrumentos con mosaicos, figurillas en cerámica, vasijas pintadas, máscaras de piedra o de madera, pinturas murales y un sinfín de otros objetos. El hecho de que estas representaciones no hayan sido conce bidas como obras de arte sino como auténticas obras rivaliza das, les presta una mayor autenticidad, pero, al mismo tiempo, las hace de más difícil interpretación. En segundo lugar, situaríamos los muy abundantes documen tos indígenas, de carácter pictográfico, que conocemos ordina riamente con el nombre de códices. Aunque la mayor parte de
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los documentos prehispánicos fueron destruidos en los primeros momentos del contacto, algunos de esos códices han llegado a nosotros y a ellos hay que agregar otros muchos realizados ya bajo la dominación española, casi siempre a petición de los pro pios españoles y con comentarios en español o en lenguas indí genas, pero siempre en caracteres latinos, lo que ha permitido iniciar la interpretación de los glifos, signos y símbolos del siste ma mexica. Esos códices pintados por los tlacuiloanime (escri bas) en piel de venado o en papel de maguey y que utilizaban pictografías, ideogramas o símbolos fonéticos, solían tratar de cuestiones calendáricas y de adivinación, o se referían a temas teológicos y del ritual. Entre los más importantes documentos prehispánicos hay que mencionar el C ódice B orbón ico, el Tonalamatl Aubin, o los có dices Borgia, Fejérvary-M ayer y Cospi: éstos últimos, no estric tamente aztecas, ya que provienen de la región de Tlaxcala o de la zona Mixteco-Puebla, pero cuyos contenidos religiosos se ha llan muy próximos al espíritu y la letra de la religión mexica. Otros códices posteriores a la conquista, como los de la familia del M agliabeccluano, representan a la tradición azteca, aunque formalmente ya adquieran caracteres relativamente europeos o europeizantes. La información más explícita, aunque quizá la más peligrosa de utilizar, en virtud de las sutiles modificaciones introducidas por sus autores en las informaciones obtenidas de los indios, son las realizadas por frailes españoles como Motolinia, Durán, Sahagún o Torquemada. De todos ellos es, sin duda, Bernardino de Sahagún, a quien se considera el padre de la Etnología, y quien desarrolló una obra de mayores dimensiones utilizando un método que todavía hoy puede ser considerado como magistral, el que nos proporciona una más amplia información acerca de la religión azteca. Sus versiones en náhuatl de los Códices Ma tritenses y Florentino, que sirvieron de base para la redacción de la Historia G eneral de las Cosas de Nueva España, constitu yen sin duda, la base para cualquier estudio sistemático de la re ligión de los aztecas. No obstante, habría que decir que, en vir tud de su educación humanística, la versión que nos dio de la re ligión de esta gran civilización se halla, sin duda, deformada por
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el modelo greco-latino utilizado para hacer su sistematización. Aún habría que mencionar una última categoría entre las fuentes para el estudio de la religión de los aztecas. Me refiero a las obras de indios o mestizos que escribieron durante la época colonial ya en español, ya en lengua náhuatl. Habría que men cionar entre esos autores a Tezozomoc, Alva Ixtlilxóchitl y Chimalpahin, aunque son varias las obras anónimas que también tie nen importante información sobre este tema.
Estructura general de la religión azteca Conviene dejar bien aclarado desde el principio que el con junto de creencias del pueblo azteca puede ser calificado de má gico y religioso, según estemos refiriéndonos a las creencias del pueblo llano o de las élites. Si se quiere, esa división engloba lo que podríamos llamar religión popular y religión oficial sin que ello signifique una total separación entre ambos tipos de creen cias ya que siempre existió una sutil relación, muchas veces sim biótica, entre las dos, lo que casi siempre hace aún más comple ja la realidad a estudiar. La religión de los aztecas es fundamentalmente una religión sincrética. Su sincretismo es, por una parte, regional y por otra, representa el resultado de un proceso acumulativo a lo largo del tiempo. En el momento de la conquista española se hallaban in corporados en el mismo panteón: Otontecuhtli, dios del fuego de los otomíes; Tlazoltéotl, diosa del amor de los huastecos; Itzpapálotl, diosa de la tierra de los chichimecas o Tzapotlatena, dio sa de las medicinas de los zapotecos, etc. A! mismo tiempo, di vinidades cuyos más remotos orígenes se pueden detectar a tra vés de los datos arqueológicos se hallaban también incorporadas al mismo panteón mexica. Así, la diosa de las cosechas podría remontarse al Preclásico de Tlatilco, o cierto dios infantil semijaguar podría ser de origen olmeca. Tlaloc, Huehueteotl, Quetzalcoatl y Chalchiuhtlicue podrían ser dioses, cuyos perfiles sim bólicos y cuyas funciones se perfilasen a lo largo de la época teotihuacana. La incorporación de Xipe Totee se produciría todavía durante el período clásico de Teotihuacán, pero los nahuas tol-
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tecas aportarían la religión de Tezcatlipoca, que vendría a susti tuir a la de Quetzalcóatl, la Serpiente em plum ada. Por último, los aportes chichimecas de los siglos X III al X V completarían el panteón con dioses tan importantes como X olotl o H uitzilopochtli. Toda esta acumulación histórica y la interrelación entre los diversos Estados y reinos de Mesoamérica proporcionan algunas de las bases para comprender la profunda complejidad de la re ligión de los aztecas. Uno de los principios más ampliamente presentes en los sis temas religiosos mesoamericanos y esto, no sólo en el momento de la conquista española sino, con toda probabilidad, desde épo cas muy antiguas, quizá desde el período Preclásico, es el prin cipio dual. Ometecuhtli y Omecihuatl, equivalentes a Señor 2 y Señora 2 respectivamente, que recibirán también los nombres de Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl, Señor/Señora de la Vida y de la Creación, constituyen el principio dual del origen del mundo; puede decirse que son el principio masculino y femenino de la dualidad, que a su vez es el principio creativo por excelencia, ya que ellos fueron los padres de los cuatro Tezcatlipoca y, por lo tanto, el principio de los dioses y de los hombres. Ese principio dual perdurará y se perfeccionará hasta llegar a concretarse en el Tloque Nahuaque, el dueño del cerca y del junto, el sol y la tierra que, como luego veremos, se halla estrechamente ligado al mito del nacimiento de Huitzilopochtli. Pero el principio dual reaparece de múltiples maneras en todo el sistema religioso mexica: es, por una parte, la dualidad sexual que se presenta en muchos dioses que funcionan como parejas —por ejemplo, Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl o Tlaltecuhtli y Coatlicue que son la tierra en sentido masculino y femenino— pero es también la dualidad que significa uno y su contrario, como ocurre con la oposición H uitzilopochtli-Tezcatlipoca, como Sol diurno el primero y Sol nocturno el segundo. Pero si es importante el principio de la dualidad, no lo es me nos el de la cuatripartición, que se deriva del concepto de las cua tro direcciones del mundo. Esta cuatripartición ya se manifiesta en la primera creación de los dioses por parte de Ometecuhtli y Omecihuatl, la que se refiere a los cuatro Tezcatlipoca: el Tez catlipoca R ojo, también llamado Xipe, o Camaxtla, al que se le
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atribuye la región del Este; el Tezcatlipoca Negro o verdadero Tezcatlipoca que domina en el Norte; el Tezcatlipoca A zul o Huitzipo- pochtli, que corresponde a la región meridional; mien tras el Tezcatlipoca Blanco, casi siempre denominado Quetzalcóatl, es el dios del ocaso. A estos cuatro Tezcatlipoca corres ponden no sólo los cuatro colores ya indicados, sino también cua tro árboles, cuatro pájaros, cuatro Tlatoques, etcétera. Pero el mundo, tal como era concebido en la religión azteca y en la de la mayor parte de los pueblos mesoamericanos, no es solamente el espacio comprendido entre esas cuatro direcciones; el centro es el quinto punto cardinal, el más importante, quizá, ya que es en el centro donde se sitúa el símbolo de la tierra, ya sea Tlaltecuhtli, ya sea Coatlicue. Por otra parte, el mundo de lo real se completa mediante trece cielos y nueve inframundos que se hallan por encima y por debajo de la superficie terrestre, de tal manera que el Sol celeste se hunde cada día en la Tierra para pernoctar en los sucesivos nueve inframundos y renacer cada ma ñana por Oriente. Por otra parte, la división cuatripartita, más el centro, no es únicamente una división del espacio, sino que se transforma en una división temporal en la L eyenda de los Soles, en la que se explica cómo se llegó al mundo actual, a la era presente; diríase que es una explicación catastrofista de la evolución de la tierra, de la vida y de la sociedad. Según esa leyenda hubo un primer Sol o primera era. Llamado Naui O celotl (4 Jaguar) y dominado por Tezcatlipoca; el Segundo Sol o Naui Ehecatl (4 Viento) es taría dominado por Q uetzalcóatl; el tercer Sol o Naui Quiahuitl (4 lluvia) estaría dominado por Tlaloc; mientras el cuarto Sol, o Naui Atl (4 agua) sería la época de Chalchiuhtlicue. Finalmente el Quinto Sol o Naui Ollin (4 Movimiento) es la época en la que vivimos y se halla bajo el signo de Huitzilopochtli. De ahí que, en las representaciones en relieve, de las que la más conocida es sin duda el Calendario azteca, el rostro central, ya sea de Tonatiuh o de Tlaltecuhtli está encerrado en un signo ollin o m ovi miento, de manera que el punto cardinal central sería la época actual: tiempo y espacio se encuadrarían en una misma di mensión. De los principios señalados se desprende una serie de núme-
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ros sagrados que, con mucha frecuencia reaparecen en los mitos y que tienen sentido en ocasiones, dentro del sistema calendárico ritual mesoamericano, del que hay que recordar aquí que el año ritual está compuesto por 260 días y combinándose con el año solar de 365 días, vienen a coincidir nuevamente, cerrando un ciclo completo de 52 años solares o 73 años rituales. Este pe ríodo de 52 años es el equivalente a nuestro siglo y la celebra ción de su final representaba un momento de peligro en ei que el mundo podía acabar: por eso, la ceremonia del Fuego Nuevo que se realizaba en ese momento tenía un significado tras cendental. Según Pedro Carrasco, una de las características principales de la religión mesoamericana era su politeísmo. Una m uchedum bre de dioses, desde los etéreos o invisibles a los de form a m ate rial, humana o animal, explica la existencia del mundo, su crea ción y la naturaleza de sus distintas manifestaciones. L os dioses aparecen entre los hom bres; hom bres vivos personifican a los d io ses en la tierra y los muertos se suman a uno u otro de los m un dos sobrenaturales. El hom bre m esoam ericano no creía única mente en sus dioses sino que los esculpía y pintaba ritualizando toda su relación con ellos. En contraste o superando ese evidente politeísmo de la reli gión mesoamericana y azteca en particular, en algunas cortes del centro de México y especialmente en la de Tezcoco, durante el reinado de Nezahualcóyotl se alcanza — al menos eso se deduce de numerosos poemas de ese soberano y de otros poetas, algu nos anónimos— el concepto de un dios único e invisible al que no se puede representar y que se nombra de maneras muy dife rentes: Tloque N ahuaque, Ipalnem ohuani (aquél p o r quien se vive), etcétera. Para concluir con esta breve caracterización del sistema reli gioso azteca, es preciso destacar el hecho de que la representa ción de esa innumerable serie de divinidades del panteón se hace mediante un lenguaje simbólico que afecta al atavío de tales di vinidades. Formas y colores como elementos básicos determinan tes de tal lenguaje permiten las mayores complejidades en un sis tema combinatorio prácticamente infinito. La complejidad se acentúa si tenemos en cuenta que el color falta casi siempre en
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la escultura y el relieve y en cualquier caso el diseño en los có dices es relativamente diferente al de los relieves y esculturas. La importancia del color, como señala Alfonso Caso, es decisiva: Por ejem plo una especie de abanico de p ap el plegado, puesto d e trás de la nuca es característico de las deidades del agua, de los montes y de la vegetación, p ero este aban ico es blanco en la diosa ¡ztaccihuatl, la m ontaña nevada; rojo en C hicom ecoatl, diosa del m aíz; azul en Chalchiuhtlicue, diosa del agua y verde en Tepeyolohtli, dios de las montañas. De otra parte, símbolos que corresponden a diferentes divi nidades pueden verse circunstancialmente agrupados en la repre sentación de un dios de características locales o con ad v ocacio nes diferentes a las más comúnmente conocidas. Si a las descrip ciones en códices y relieves añadimos las de carácter literario re cogidas por los cronistas ya señalados arriba, comprenderemos que la definición de una divinidad no es nada fácil y la serie po liteísta del panteón azteca puede llegar a parecer fácilmente un inmenso caos. De ello se desprende que, pese a lo mucho que se ha investigado hasta ahora en el tema de la religión azteca, sea mucho todavía lo que hay que estudiar hasta obtener un cua dro completo y coherente de este complejísimo sistema religioso.
Cosmovisión, cosm ología y cosm ogonía El primero de los aspectos a considerar aquí que, como se ñala Johanna Broda, denota la visión estructurada en la que los antiguos m esoam ericanos com binaban sus nociones de co sm o lo gía relacionando tiem po y espacio en un conjunto sistemático es el concepto de cosm ovisión, término de uso común en español y alemán que resulta mucho más adecuado que otros como cos mología o visión del mundo. El mundo, tal como era concebido en general en Mesoamérica y, en particular entre los aztecas, consistía en un espacio o territorio de forma rectangular, o cuadrado, cuyos límites eran los cuatro puntos cardinales y en cuyo centro se hallaba un ori ficio o punto de comunicación entre el inframundo y el cielo, que constituía, por eso, el quinto rumbo o punto cardinal. Por
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encima de la superficie terrestre se hallarían nueve o trece cie los: en ello las fuentes no se ponen de acuerdo; pero tampoco están de acuerdo en cuanto a la forma en que hay que contarlos, ya que si para unos los cielos se ordenan sucesivamente del pri mero al decimotercero, de manera que este último se encuentra en el lugar más alejado de la superficie terrestre, para otras fuen tes el más elevado es el séptimo, siendo cada cielo como un es calón en una pirámide, hallándose el primero en el Este, allí por donde nace el sol y el decimotercero en el Oeste, allí por donde se oculta y pasa al inframundo. Los nueve inframundos se ordenarían de manera parecida, de modo que el sol, en su viaje nocturno iría pasando por cada uno de los escalones de otra pirámide, ésta invertida, y con sólo nueve pisos o inframundos de los que el quinto sería el más ale jado de la superficie terrestre. Los cielos e inframundos, según el C ódice Vaticano Latino 373 venía a ser la siguiente secuencia de arriba a abajo. Aunque no ha llegado a nosotros un exagerado número de
r°o ^o
CIELOS
11." 10.” 9.° 8.”
Omeyocan Teotl tlatlauhca Teotl cozauhca Teotl iztacca Iztapalnacazcayan
7.” 6.” 5.” 4.“ 3." 2.”
Ilhuicatl Ilhuicatl Ilhuicatl Ilhuicatl Ilhuicatl Ilhuicatl
1 .”
Ilh u ica tl T lalocan ih u an Metztli
xoxouhca yayauhea m am alhacoca huixtotlan Tonatiuh Citlalicue
Lugar de la dualidad. Dios que está rojo. Dios que está amarillo. Dios que está blanco. Lugar que tiene esquinas de lajas de obsidiana. Cielo que está verde. Cielo que está negruzco. Cielo donde está el giro. Cielo-lugar de la sal. Cielo del Sol. Cielo de Citlalicue (la de la Falda de Estrellas). Cielo de Tlalocan y la Luna.
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INFRAMUNDOS l.° Tlalticpac 2.° A panohuayan 3.° Tepetl monanam icyan 4.° 5.a
Itztepetl Itzohecayan
6.°
Pancuecuetlacayan
7.°
Temiminaloyan
8.°
Teyollocnaloyan
9.°
Itzmictlan apochcalocan
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La tierra. El pasadero del agua. Lugar donde se encuentran los cerros. Cerro de obsidiana. Lugar del viento de obsi diana. Lugar donde tremolan las banderas. Lugar donde es muy flecha da la gente. Lugar donde son comidos los corazones de la gente. Lugar de obsidiana de los muertos. Lugar sin orificio para el humo.
(López Austin, 1980, I: 62-63). mitos de creación, son varios los que pueden mencionarse y va rias las versiones que tenemos, según los autores que los repro ducen. A continuación mencionaremos algunos de esos mitos. Con independencia de la divinidad invisible y espiritual por excelencia a la que conocemos como Tloque Nahuaque, el due ño del cerca y del junto, Ipalnem ohuani, aquél p o r quien se vive o M oyocoyani, el que se inventa a sí mismo, el origen de todo —de los dioses y de los hombres— se halla en el O m eyocan o Tamoanchan, el 13.11cielo, donde reside Ometeotl, el dios de la dualidad compuesto, por esa razón, por los dioses Ometecuhtli, Señor 2, o la dualidad con valor masculino y Omecihuatl o Se ñora 2, la dualidad con valor femenino. Esa es la pareja creado ra de la vida. Esa pareja creadora puede tomar y de hecho toma otros nombres que son, a su vez parejas, entre las que las más importantes son las siguientes: Tonacatecuhtli-Tonacacihuatl, Se ñor y Señora de nuestra carne o del sustento; CMaltonac-Citlal-
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cueyetl, Estrella resplandeciente y Faldellín de estrellas; Tlaltecuhtli-Coatlicue, Señor de la Tierra y Señora de la Falda de Ser pientes; o Mictlantecuhtli-Mictecacihuatl, Señor y Señora del lu gar de los muertos, etcétera. La pareja creadora, Ometecuhtli-Omecihuatl o Tonacatecuhtli-Tonacacihuatl procrearon cuatro hijos divinos, los cuatro Tezcatlipocas a que aludíamos más arriba, relacionados con los cua tro colores y direcciones del mundo y equivalentes a otros tan tos dioses. El Tezcatlipoca R ojo (del Este) era equivalente a Xipe Totee o M ixcoatl-Camaxtle; el Tezcatlipoca Blanco (del Oeste) era Quetzalcóatl, dios del aire y de la vida; el Tezcatlipoca Ne gro (del Norte) era Tezcatlipoca Yaotl, espejo que humea, el ene migo y el Tezcatlipoca Azul (del Sur) era equivalente a Huitzilopochtli, Colibrí de la izquierda o siniestro. Esos cuatro Tezcatlipocas, los hijos de Ometeotl son los ministros de ese génesis di nam o de lo Intangible y son los encargados de la creación del mundo visible, palpable y muíante, así com o de la hechura de una generación de dioses destinados a la conservación del univer so, suscitación de los fen óm en os naturales y desencadenam iento de las form as de vida; deidades que a la luz deben operar com o guardianes de los h om bres... (Fernández). Una vez creados los cuatro Tezcatlipocas tuvieron que pasar seiscientos años antes de que se iniciasen otras grandes creacio nes: la de Cipactli fue la creación de los dioses acuáticos Tlalocatecuhtli y Chalchiuhtlicue, mientras Quetzalcóatl y Huitzilopochtli crearon al primer hombre, O xom oco, y la primera mu jer, Cipactonal, de los cuales descienden los macehualtin. La llamada Leyenda de los Soles, a la que aludíamos más arri ba, representa otro mito, del que se conservan varias versiones, en el cual se explica la evolución de las sociedades humanas has ta llegar a ser lo que hoy son. Según este mito existe desde su creación una lucha constante entre Quetzalcóatl, como dios be néfico y civilizador y Tezcatlipoca, como dios maligno y de ca rácter nocturno. El proceso de esta lucha constituye la sucesión de épocas o soles, los cuales se conocen por la fecha en que el mundo acabó por una gran catástrofe. La primera época o Sol de Tigre presenció la ascensión de Tezcatlipoca convertido en sol. Su disfraz era una piel de tigre, semejante a las estrellas del
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cielo. En esta época vivieron sobre la tierra los gigantes (quinametin) que no sabían cultivar la tierra. Un día Naui O celotl (4 Tigre) Quetzalcóatl dio un bastonazo a Tezcatlipoca, el cual al caer al agua se transformó en tigre, comiéndose a continuación a los gigantes. Este sol duró 676 años. Durante el segundo pe ríodo o Sol de Viento que duró 364 años, Quetzalcóatl hizo el pa pel de sol hasta que fue derribado por un zarpazo de Tezcatli poca. Entonces se levantó un gran viento que derribó los árbo les e hizo que la mayor parte de los hombres perecieran, que dando solamente algunos convertidos en monos o infrahombres. Ese cataclismo ocurrió el día Naui Ehecatl (4 Viento). Durante el tercer período o Sol de Lluvia que duró 312 años, los dioses comisionaron a Tlaloc para que hiciese de sol. El día Naui Quiahuitl (4 lluvia) Quetzalcóatl hizo que lloviese fuego con lo cual pereció de nuevo la humanidad; los únicos hombres que sobre vivieron quedaron convertidos en guajolotes. Al comenzar el cuarto sol o Sol de A gua, que duraría 676 años, Quetzalcóatl en cargó a Chalchiuhtlicue que hiciese de sol. Fue entonces Tezcat lipoca quien hizo caer un diluvio que inundó toda la tierra, aca bando con los hombres, que se convertirían en peces un día Naui Atl (4 agua). Tezcatlipoca y Quetzalcóatl levantaron la tierra, pero el último sol había desaparecido en esa catástrofe. El quinto sol es aquel en el cual vivimos. En su comienzo y para determinar quién iba a ser el sol, se reunieron todos los dio ses en Teotihuacán. Uno de ellos se sacrificaría para convertirse en sol. Había dos candidatos: uno rico y otro pobre; el rico y po deroso se preparó ofrecien do al p ad re de los dioses bolas de c o pal y liquidam bar y en vez de espinas de maguey, tintas en su p r o pia sangre, ofrecía espinas hechas de preciosos corales. E l otro dios, p o b re y enferm o, no p od ía ofrecer m ás que bolas de heno v las espinas de maguey teñidas con la sangre de su sacrificio (Caso). Después que durante cuatro días los candidatos al sacrificio ayunaran e hicieran sacrificios, al quinto día, todos los dioses se colocaron en dos filas, al final de las cuales se hallaba el brasero sagrado donde habían de arrojarse los candidatos para conver tirse en sol. El dios rico y poderoso lo intentó tres veces sin que ninguna venciese el temor que le impedía arrojarse al brasero.
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Luego se arrojó el dios pobre y por envidia y pundonor lo hizo a continuación el rico. Es así como nació el Sol y la Luna, la cual brillaba tanto como aquél. Los dioses, indignados por su atrevi miento, le golpearon el rostro con un conejo, dejándole el mis mo marcado con manchas. El sol entonces estaba inmóvil. Para que iniciase su movimiento pidió el sacrificio de los otros dioses y como éstos se resistían, los mató a todos, convirtiéndolos en estrellas. Este quinto sol deberá terminar un día Naui Ollin (4 Movimiento) por una catástrofe, semejante a las anteriores, cau sada esta vez por terremotos. Los aztecas creían que tal catástrofe podía producirse al final de un período de 52 años. Por ello, esa noche y con el fin de evi tarlo, se apagaban todos los fuegos sagrados de los templos y los hogares y los sacerdotes, seguidos por el pueblo, iban en proce sión hasta el Cerro de la Estrella, donde esperaban hasta la me dia noche de ese día. Cuando pasaba el cénit la estrella Aldebarán o las Cabrillas, sabían ya que amanecería un nuevo día. Se encendía el Fuego Nuevo, el cual iba a repartirse por todos los templos y hogares, fuego que iba a durar otros 52 años. Según otro mito, reproducido por Mendieta, Quetzalcóatl fue responsable de la creación del hombre. En efecto, Quetzalcóatl descendió al mundo subterráneo o Mictlan, donde recogió los huesos de las generaciones pasadas, regándolos después con su propia sangre, de cuya mezcla surgió el hombre presente. El más allá entre los aztecas no era un sólo cielo o un solo infierno, sino varios lugares sagrados situados en lugares dife rentes y destinados a distintos tipos de muertos. La mayor parte de los muertos iban al Mictlan, el inframundo dominado por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl. Para llegar al Mictlan tenía que pasar p o r un caudaloso río, el Chignahuapan, que es la prim era prueba a la que las som eten los dioses infernales. P or eso se en tierra con el muerto el cadáver de un p erro de color leonado, para que ayude a su am o a cruzar el río. El alm a tiene que pasar des pués entre dos montañas que se juntan; en tercer lugar p o r una montaña de obsidiana; en cuarto lugar p o r donde sopla un viento helado que corta com o si llevara navajas de obsidiana; después, p o r donde tremolan las banderas; el sexto es un lugar en que se flech a; en el séptim o infierno están las fieras que com en los cora-
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zones; en el octavo se pasa p o r estrechos lugares entre piedras; y en el noveno y último, el Chignahumictlan, descansan o desapa recen las almas (Caso). Tonatiuh dominaba en dos cielos o paraísos, el oriental lla mado Tonatiuhchan y el occidental llamado Cincalco. El Tonatiuhchan o casa del sol era adonde iban los guerreros muertos en combate, o aquellos que habiendo sido capturados eran sacrifi cados en el techcatl o piedra de los sacrificios; el Cincalco o casa del maíz era el paraíso de las mujeres muertas en el parto que, a esos efectos, era considerado como un combate en el que el niño venía a ser una especie de prisionero. Los guerreros acom pañaban a Tonatiuh hasta el cénit, mientras las mujeres lo ha cían desde el cénit hasta el ocaso. El Tlalocan, o paraíso de Tlaloc, situado hacia el sur, era el lugar a donde iban los que morían ahogados o por el rayo, la le pra o alguna otra enfermedad a la que se consideraba relaciona da con los dioses del agua. Ese era un lugar en el que abundaba toda clase de mantenimientos y donde la gente bailaba y canta ba, siendo eternamente felices. Aunque el Tam oanchán, el lugar de nuestro origen, que se confunde con el O m eyocan, lugar de la dualidad, es todo lo con trario que los paraísos mencionados, ya que es de donde se pro cede y no a donde se va; sin embargo, puede ser considerado como un cielo, al menos temporal, para los que mueren niños, ya que en ese caso regresan al lugar de donde proceden, donde se yergue el Chichihuacuauhco o árbol nodriza que en lugar de frutos tiene innumerables tetas de las que mana leche para ali mentar a las almas antes de nacer, o a estos niños regresados an tes de que vuelvan a nacer.
/•.'/ Panteón Según decíamos más arriba, el sistema religioso azteca repre senta el más absoluto triunfo del politeísmo, por lo que sería prácticamente imposible que mencionásemos a algunos de los centenares o aun millares de divinidades de ese panteón. En las páginas siguientes hablaremos de los más destacados de todos
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ellos y citaremos algunos grupos de divinidades especialmente re levantes en aquel inmenso conjunto. Aunque es muy probablemente el último en incorporarse a ese panteón, es a la vez el más importante, Huitzilopochtli, el dios tribal azteca y una de las dos divinidades a las que estaba dedicado el Templo Mayor de México-Tenochtitlan Su nombre significaba, al parecer, colibrí de la izquierda o precioso izquierdero, aludiendo al hecho de que es el sol del cielo azul o diurno, el cual en su marcha de Oriente a Poniente, deja a su izquierda la parcela del mundo sobre la que reinaba; al mismo tiempo, alu de al carácter guerrero de este dios, ya que el colibrí, como otros pájaros, representaba a las almas de los guerreros muertos en la batalla que acompañaban al sol desde el amanecer hasta el cénit. Huitzilopochtli es la contrapartida de Tezcatlipoca, de modo que si el primero es el dios del cielo azul, el sol diurno, el se gundo es el sol que está em pañado p o r el hum o de la noche. Garibay llega a afirmar que Huitzilopochtli es solam ente una fa z del otro. E l misterio se muestra en form a doble. Un dios de la fa z os cura, un dios de la fa z clara. Para el día, Huitzilopochtli; para la noche, Tezcatlipoca. A m bas un mismo sol. Por otra parte y des de una perspectiva más histórica el gran dilem a que se planteaba a los m exica era precisam ente el de decidirse en fa v o r de Huitzi lopochtli o de Tezcatlipoca para que uno u otro polarizasen la evolución religiosa en sentido m onolátrico cam ino del m onoteís mo. Para los mexicas en plena euforia triunfal, Tezcatlipoca —aunque reverenciado y tem ido— cada día perdía terreno ante el ímpetu juvenil de H uitzilopochtli (Jiménez Moreno, 1971). La iconografía de Huitzilopochtli es corta y, en general, muy pobre y de poca calidad. No hay ni una sola escultura de bulto que lo represente; los relieves son muy escasos: el del Teocalli de la Guerra Sagrada es, quizá, el único; hay una sola pintura mural, la identificada por Alfonso Caso en Tulum (Caso, 1971) y las restantes representaciones se encuentran en los códices: Telleriano-Remensis, Fejérvary-Mayer, Tudela y Florentino. Sin embargo, la descripción de sus atuendos que hacen los informan tes de Sahagún es sumamente precisa: En la cabeza tiene puesto un gorro de plum as amarillas de guacamaya, con su pen acho de Quetzal, en la frente su soplo de sangre, en el rostro, sobre la faz,
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tiene rayas, sus orejeras de pájaro azul, su doble (nahual): una serpiente turqueza (Xiuhcoatl) su amecúyotl lo va cargando en la espalda, en su m ano una bandera de plum as d e Quetzal. Están atadas sus caderas con mallas azules, sus piernas de color azul cla ro. Campanillas, cascabeles hay en sus piernas, sus sandalias de príncipe. Su escudo, un tehuehuelli (rodela pequeña), un haz de flechas de rastrillo sobre el escudo, su bastón de serpientes ergui do en una m ano. Pese a lo minucioso de la descripción de la indumentaria de Huitzilopochtli, lo más característico de esa indumentaria es lo que se refiere a las diversas capas de plumería de aves diferentes y de colores igualmente distintos, en los que el simbolismo alu de a las diversas direcciones del mundo. Así, se pueden mencio nar hasta siete capas de plumas.
Tipo de capa tozquemitl xiuhtotoquemitl quetzalquemitl huitzitzilquemitl tlauhquecholquemitl aztaquemitl tzanaquemitl
Plumas de
— azulejo quetzal colibrí guacamaya garza tordo
C olor
R um bo
amarillo azul verde irisado rojo blanco negro
Este Sur Norte Oeste Este Oeste Norte
Fuente: Garibay en Sahagún, 1958: 34-35. Quizás lo más sobresaliente de Huitzilopochtli es el mito de su nacimiento. Concebido por Coatlicue de manera milagrosa, mediante una bola de plumón caído del cielo, ese embarazo pro vocó la ira de los hijos de la diosa de la Tierra, Coyolxauhqui, la Luna y los Centzon Huitznahua, los 400 sureños o los innu merables sureños, quienes se disponían a matar a su madre por aquella afrenta, cuando Huitzilopochtli que, mientras crecía en el vientre de su madre, era informado de la marcha de sus her manos por un traidor de ellos, A rbol enhiesto, vino a nacer, ar mado de todas sus armas y atavíos, justo a tiempo para destruir
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a los que pretendían asesinar a su madre: mató y descuartizó a Coyolxauhqui y persiguió a los cuatrocientos sureños, los fu e aco sando (y) los hizo dispersarse. Eso sucedió un año 1 Tecpatl, en la cumbre de Coatepec, la montaña de la serpiente. Este mito ha sido interpretado de maneras muy diferentes. La más común de estas interpretaciones es la de Seler y sus se guidores, quienes suponen que H uitzilopochtli es el sol, el cual destruye al amanecer a la luna y las estrellas. Sin embargo, para Jiménez Moreno, Yólotl González, Rudolf van Zantwijk y otros, la interpretación del mito debe ser de carácter histórico, lo que en mi opinión tiene poca consistencia. Aún cabe otra interpretación si pensamos que la muerte de Coyolxauhqui y los Centzon Huitznahua, representa la institucionalización del sacrificio humano, mediante la extracción del corazón, al tiempo que ese sacrificio se iba a enfocar en el sen tido de considerar que la sangre de los sacrificados, el agua p re ciosa, era el único manjar capaz de aplacar las iras de los dioses y, en especial, de Huitzilopochtli, el cual, como responsable del Quinto Sol, Naui Ollin, impediría así que el mundo se acabase. La idea de que los sacrificios sangrientos servirían para mante ner el Quinto Sol es posible que se haya introducido en época de Itzcóatl y de Tlacaélel, los cuales deben construir una histo ria que demuestre a todos los pueblos del Valle de México que la tribu azteca era el pueblo elegido por su dios, Huitzilopochtli. Los sacrificios, por otra parte, requerían víctimas —prisione ros— hecho que obligaba a sacralizar la guerra, lo que tendrá una enorme importancia en la cultura azteca. Todo ello, en de finitiva, perseguía infundir el terror entre todos los pueblos ve cinos de los aztecas, en el Valle y fuera de él, a los que inexo rable y sucesivamente incorporarán al imperio. De acuerdo con esta tesis, el planteamiento sería originalmente político y a él se añadiría una instrumentalización historiográfica adecuada, la cual reflejaría un esquema mítico congruente para justificar el predominio azteca o mexica, de tal manera que el dios sería, de acuerdo con esa historiografía inventada a posteriori, un héroe divinizado. Tan importante como el dios tribal Huitzilopochtli y en al-
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R ep r es en ta c ió n d e Q u e tz a lc ó a tl-E h e c a tl en lo s c ó d ic e s (1 ) C ód ice M ag liab ecch i; (2 ) C ód ice B o rg ia : (3 ) C ód ice M atriten se (S a hagún); (4 ) C ód ice B o rg ia ; (5) C ó d ice M ag liab ecch i; (6) C ód ice N uttall.
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gún sentido más importante que el dios patrono de los aztecas, es Tezcatlipoca, el sol nocturno opuesto a aquél, como sol diur no; dios septentrional frente a Huitzilopochtli, dios meridional. Originalmente significa el cielo nocturno y está conectado p o r eso con todos los dioses estelares, con la luna y con aquéllos que sig nifican muerte, m aldad o destrucción. Es el patrono de los hechi ceros y de los salteadores, p ero al mismo tiempo es el eternamen te joven, el Telpochtli que no envejece nunca y Yáotl, el enemigo, el patrono de los guerreros, p o r lo que se encuentra conectado con Huitzilopochtli (Caso, 1971). El nombre y uno de sus signos principales significa espejo hu meante, lo que podría aludir a un tizne de reflejos metálicos (tezcapoctli). En muchas representaciones el signo de espejo hu meante aparece adornando su sien y también en el lugar del pie de que carece. Como dios celeste de la noche representa espe cialmente la Osa Mayor. Su cojera podría deberse al hecho de que en las regiones más meridionales de México, la Osa Mayor ha perdido una estrella que se comió el monstruo de la tierra. También en función de su carácter de divinidad del cielo noctur no está relacionado con la luna y las estrellas. Otra de sus principales características es la de ser un guerre ro joven. Como dios juvenil por excelencia, encarna también la belleza de la juventud y con ese carácter protagoniza un mito de carácter casi universal; como tal guerrero juvenil rapta a Xochiquetzal, la diosa de las flores y del amor, de extraordinaria be lleza, que en el mito se halla casada con el viejo Tlaloc. Como tal m an cebo guerrero presidía el Telpochcalli, la escuela de los jóvenes guerreros macehualtin y como tal guerrero llevaba cor tado el pelo a dos alturas diferentes (tzotzocolli); llevaba tam bién el adorno de plumas de garza (aztaxelli), el escudo o chimalli, el atlatl o lanzadardos y los dardos de tlacochtli, caracte rísticas todas de su condición de guerrero. El cuchillo de pedernal o de obsidiana viene a ser su fetiche y debido a ello recibe el nombre de Tecpatl o Iztli; con el nom bre de Iztlacoliuhqui, el cuchillo curvo de pedernal es el señor del frío y del hielo. Se le representa en ocasiones como Tepeyolohtli, disfrazado con la piel del jaguar que es el corazón del monte.
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Como patrono de los hechiceros es una divinidad que se muestra en figura humana muy atractiva, portador del xonecuilli y utilizando un lenguaje seductor pero engañoso. En ese aspec to recibe el nombre de N ecoc Yao Monenequi, fingidor o hipó crita o bien N ecocyaotl, el enemigo de dos caras. En el mito de Quetzalcóatl, Tezcatlipoca y otros nigromantes en los que se transforma, como Ihuim ecatl, tientan y engañan al dios Quetzal cóatl causando su perdición. De algún modo, pues, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca son opuestos u oponentes, al igual que Tezcatli poca y Huitzilopochtli. pero esta oposición de la que trataremos luego, es de carácter moral y en cierto sentido, tiene un carácter histórico. Quetzalcóatl es una de las divinidades más complejas y de ma yor influencia del panteón mesoamericano. Es indudable que se trata de uno de los dioses más antiguos de ese panteón, ya que, como Serpiente em plum ada, aparece, al menos, desde la época clásica de Teotihuacán. En ese sentido, en la época Tolteca, Quetzalcóatl puede representar una religión o un culto antiguo y Tezcatlipoca una nueva religión que trata de desplazar a la de Quetzalcóatl. Al mismo tiempo, Quetzalcóatl es representado como un personaje barbudo, no porque fuese un obispo irlandés o mucho menos el apóstol Santo Tomás, como algunos quieren, sino porque la barba es un signo de ancianidad, de respeto y, por lo tanto, de santidad. Aunque es un dios de múltiples advocaciones, se le suele re presentar en los códices pintado de negro, como es propio de sa cerdotes, ya que Quetzalcóatl es un sacerdote que se autosacrifica con espinas de maguey o punzones de hueso; lleva en una mano el sahumador con mango en forma de serpiente y una bol sa de copal; suele llevar sobre la boca una máscara representan do un pico de ave que lo caracteriza como Ehecatl, o dios del viento: lleva un gorro cónico de piel de tigre (ocelocopilli); el peto se halla orlado de caracoles y su pectoral está formado por el corte transversal de un gran caracol marino, el ehecailacacózcatl, o pectoral de viento; lleva una orejera de turquesa de la que cuelga una borla roja y un objeto que se conoce como epcololli, o concha torcida; en la nuca lleva un penacho de plumas rojas de guacamaya y negras de cuervos
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Entre las numerosas advocaciones y sentidos de esta divini dad, una de las más importantes es la que hace de él junto con su hermano gemelo Xolotl, el planeta Venus. Su mismo nombre puede ser traducido por gem elo precioso ya que cóatl significa también hermano gemelo. De ese modo, el planeta Venus sería al amanecer Quetzalcóatl y al atardecer Xólotl. Como Tlahuizcalpantecuhtli, representaría a ambos dioses al mismo tiempo, con rostro humano vivo y en forma de calavera. En el mito en que Quetzalcóatl crea la nueva humanidad, robando los huesos antiguos a Mictlantecuhtli, en algunas versiones son los dos her manos Quetzalcóatl y Xólotl los que, tras el atardecer, van jun tos al inframundo. Em prenden el viaje los dos herm anos gem elos y llegan al m undo subterráneo para hacer la súplica ante Mictlan tecuhtli, a quien solicitan les entregue los huesos, pero conocien do Quetzalcóatl com o dice el cronista que el dios de los muertos es doblado y caviloso, en cuanto recibe los huesos arranca a correr. O fendido Mictlantecuhtli de que así se vaya huyendo, echa a correr detrás de él persiguiéndolo y ordena a las codornices que lo ataquen. Resbala el dios en su huida, al ser atacado p o r las aves y al caer rom pe los huesos y apenas tiene tiempo de recoger los fragm entos y salir con ellos del infierno. Discuten enseguida los dos herm anos y, a pesar de que el negocio no salió tan p er fecto com o hubieran deseado, se sacrifica Quetzalcóatl sobre los huesos y al regarlos con su sangre da origen a la nueva humani dad. Pero com o los fragm entos son de distinto tamaño, así son los hom bres y las mujeres que hay en el mundo y las codornices p o r su osadía de haber perseguido al dios serán sacrificadas y, con su sangre, se regarán los altares de sacrificios, pues fueron co laboradoras del dios infernal y trataron de im pedir que el héroe cumpliera su misión (Caso, 1971). El hecho de que Quetzalcóatl sea el dios creador de la nueva humanidad le sitúa en una posición paternal en su relación con los hombres, porque tras su creación, mediante el autosacrificio, vuelve a actuar como Prometeo al robar el maíz que guardaban las hormigas en el cerro, transformándose él mismo en hormiga. Pero además, Quetzalcóatl enseñará a los hombres a pulir el jade y otras piedras finas, a tejer el algodón milagroso, a fabricar los mosaicos de plumas, a medir el tiempo y observar el firmamen-
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to, a hacer el calendario e inventar las ceremonias y fijar los días para las oraciones y los sacrificios. En definitiva, Quetzalcóatl es el dios civilizador por excelencia, lo que le transforma en un ser benéfico, bondadoso y que representa la santidad. Por eso, su oposición a Tezcatlipoca, como patrono de los he chiceros llega a ser una oposición moral, de modo que Quetzal cóatl representaría el bien y Tezcatlipoca el mal. Esa es la im presión que proporciona el mito de las tentaciones y huida de Quetzalcóatl de Tula, cuando Tezcatlipoca, Ihuimecatl y Toltécatl pervierten al sacerdote por excelencia haciéndole beber pul que, obligándole a mantener relaciones sexuales con su herma na, Quetzalpétlatl, llenándole de vanidad, etc. Tras lo que dice el poeta: Y no bajaron ya nunca al b añ o ritual del río, ni tam poco se punzaron [con espinas ni nada hicieron cuando la aurora aparece. Y cuando am aneció el día, se llenaron de tristeza, se sintió desolado su corazón. La culminación de la labor de Tezcatlipoca, el triunfo del mal se produce cuando Quetzalcóatl se autoinmola, quemándose y transformándose en lucero del alba, en planeta Venus que vuel ve a lucir cada día. De ese mito deriva, por una parte, la emi gración de Quetzalcóatl como Kukulkdn y sus seguidores a tierras de Veracruz, Tabasco y Yucatán y también la leyenda de su regreso, lo que contribuiría a que la llegada de Hernán Cor tés y su hueste un año Ce Acatl a la región de Veracruz impre sionase de tal manera a Motecuhzoma Xocoyotzin que, muy pro bablemente, sirvió para vencer moralmente la resistencia de los aztecas, antes de que los españoles llegasen al Valle de México. Por último hay que decir que Quetzalcóatl, siendo al mismo tiempo un dios y un hombre, llamado Ce Acatl Topiltzin, nunca podremos saber si fue una divinización del hombre o bien un sa cerdote de la religión de Quetzalcóatl. En cualquier caso, no se puede dudar de la importancia de esta divinidad no sólo en Mesoamérica, sino incluso más allá de sus fronteras. Los Tzeltales
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de Chiapas lo conocían con el nombre de Cuchulchán, los ma yas de Yucatán lo llamaron Kukulkán. Los quichés le dieron el nombre de Gucumatz y en Nicaragua hay representaciones que podrían atribuírsele, llevadas hasta allí con toda seguridad por ios pipiles. Algunos autores suponen que Bochica, en Colombia, al igual que otras divinidades en el Suroeste de los Estados Uni dos y en el área del Mississippi, derivan del concepto de Quetzalcóatl. Aún hay que mencionar, al menos, otro de los grandes dio ses del panteón azteca, con cierto detalle, ya que se trata de uno de los dioses de mayor influencia, repercusión y presencia en Mesoamérica: Tlaloc. Es bien sabido que Tlaloc es uno de los dio ses más antiguos del panteón mesoamericano, de origen quizá preclásico, su máximo desarrollo se produjo en el período Clá sico, en Teotihuacán, pero su importancia no ha decrecido en el momento del imperio azteca, ya que en el Templo Mayor de Tenochtitlan preside el culto, junto con Huitzilopochtli, el dios tri bal, e incluso se puede presumir, a juzgar por las ofrendas des cubiertas que su importancia relativa era incluso mayor que la del dios de los aztecas. La presencia de Tlaloc entre los mayas lleva el nombre espe cífico de Chac, mientras que entre los totonacos se le conoce como Tajín, los mixtéeos lo adoraban con el nombre de Tzahui y los zapotecos con el de Cocijo, apareciendo su imagen, en rea lidad, en todo el territorio mesoamericano. Tradicionalmente, siguiendo la definición que de él hicieron los cronistas de la primera época, se ha considerado a Tlaloc como dios de las lluvias y del rayo y, por lo tanto, como el dios más importante de la agricultura, de las cosechas y de los fenó menos atmosféricos que influían en los cultivos. Ello no es ex traño, si tenemos en cuenta que todas las altas culturas de Mesoamérica tenían su base económica en la agricultura. Sin em bargo, recientemente, algunos autores como E. Pasztory y C. Klein, estudiando básicamente las representaciones de Tlaloc en códices, esculturas y relieves, han puesto de manifiesto una dua lidad interna en este dios: Tlaloc A sería el que tradicionalmen te conocemos como dios de la lluvia, mientras Tlaloc B sería una divinidad que se relacionaría con el mundo terrestre y otros ele-
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mentos simbólicos de carácter nocturno y estaría en asociación con el sol nocturno, es decir, en su paso por el inframundo. Todo ello abre nuevas perspectivas, especialmente en la relación de esta divinidad con Coatlicue y Tlaliecuhtli y, en general, con todo lo que simboliza el inframundo. De otra parte, la relación agua-tierra no debe entenderse como una oposición, sino como algo que se halla muy estrecha mente ligado. El agua de las lluvias se almacenaba en las cuevas que se hallaban en el interior, o en la base de las montañas, de modo que los manantiales venían a ser la afloración de esas aguas terrestres. La representación en los códices de los cerros mues tran con toda claridad este concepto. No es extraño, por eso, que alguno de los santuarios más importantes dedicados a Tlaloc se hallen en la cima de las montañas. Aunque el beneficio de las aguas para la agricultura puede inducir a pensar que Tlaloc es, por esa razón, una divinidad be néfica, no hay que olvidar que el clima del altiplano mexicano divide el año en dos épocas: tonalco o época seca y xupan o épo ca de lluvias, lo que acarrea en ambos casos catástrofes como se quías o inundaciones; es lógico por ello considerar que los sacri ficios humanos a Tlaloc son tan abundantes como a cualquier otro dios más aparentemente m alévolo. Iconográficamente, Tlaloc es una de las divinidades más fá ciles de identificar: sus ojos rodeados por dos aros — especie de anteojos— formados por dos serpientes entrelazadas y. su boca que, vista de frente, aparenta ser unos mostachos que son, ver daderamente, las fauces de una serpiente también, junto con el color azul celeste que identifica a la divinidad en conjunto son los rasgos más comunes. Naturalmente, en las representaciones que aparecen frecuentemente en los códices se añade una larga serie de detalles que vienen a completar la identificación del dios: abanico de papel plegado en la nuca, el quetzalm iahuayo o es piga preciosa, etcétera. Aunque resulta siempre problemático decir qué dioses del in menso panteón azteca son los mas importantes, es indudable que los cuatro mencionados en las páginas anteriores — Huitzilopochtli, Tezcatlipoca, Quetzalcóatl y Tlaloc— se cuentan entre ellos. Inevitablemente, a los restantes no podremos concederles
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un tratamiento semejante, por lo que nos referiremos a ellos tra tando de agruparlos. Una de las parejas más importantes en el panteón mexica es la formada por Coatlicue y Tlaltecuhtli, valores femenino y mascu lino atribuidos a la Tierra, o Monstruo de la Tierra, en los que apreciamos significados que relacionan a ambos dioses con el ori gen de la vida, la paternidad-maternidad de dioses y hombres, con el parto y al mismo tiempo con la vuelta al inframundo, con la muerte, etc. Aunque es imposible definir aquí las mutuas re laciones hay que mencionar como dioses o diosas emparentadas, las siguientes: Toci, nuestra abuela; Teteo inan, madre de los dio ses; Tonantzin, nuestra madrecita; Cihuacoatl, mujer culebra; Tlazolteotl, diosa del placer sexual y diosa de las inmundicias o com edora de inmundicias; Xochiquetzal, diosa del amor y de la belleza juvenil, flor preciosa; Yaocihuatl, mujer guerrera; Temazcalteci, diosa del baño de vapor y patrona de las comadronas, etc. Cómo se relaciona el amor con el sexo, el embarazo y el parto, el nacimiento de dioses y hombres, la fecundación de los campos, el baño de vapor o temazcal, la purificación, etc., es algo que resulta difícil de sintetizar, pero que da cuenta de la re lación entre el Tamoanchán, la vida terrestre y el más allá, ya sea en el Tlalocan, el Mictlan o cualquier otro de los mundos de ultratumba o cielos de los aztecas. Tlaltecuhtli, el dios que incorpora al inframundo a todos aquellos que murieron en condiciones norm ales y que por lo tan to tienen como destino el Mictlan, tiene características iconográ ficas que lo relacionan con Coatlicue, aunque casi siempre se re presenta con un rostro de cuya boca emerge o en cuya boca se introduce un cuchillo sagrado (tecpatl) que podría ser un símbo lo de sacrificio y muerte, pero quizá también podría representar el falo generador originador — 1 Tecpatl— fecundador de la tierra. La Coatlicue del Metro, una pieza escultórica ya famosa y la Piedra del Sol o Calendario azteca, al igual que innumera bles relieves, generalmente situados en la base de otras escultu ras, serían representaciones de este Tlaltecuhtli, siempre enfren tado con el inframundo o emergiendo de él. Si Tlaloc es la divinidad de las aguas, Ehecatl lo es del viento y Coatlicue-Tlaltecuhtli de la Tierra, el Fuego tiene por dios a
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Huehueteotl-Xiuhtecuhtli. Como Huehueteotl, dios viejo o dios del tiempo, es uno de los más antiguos dioses del panteón mesoamericano ya que tenemos representaciones que se remontan al período Preclásico del Valle de México y desde luego son muy abundantes en la etapa teotihuacana. Se trata de ancianos es queléticos y arrugados, inclinados y llevando sobre la cabeza o la espalda, un brasero o tlecuil, lo que les hace ser también dio ses del centro, en tanto que el fuego, el hogar, se hallaba en el centro de la casa. Como dios del fuego propiamente dicho se le conoce como Xiuhtecuhtli, que se traduce como Señor turquesa, Señor de la hierba o Señor del año. Su disfraz o nahual es la Xiuhcóatl, o sea la serpiente de fu eg o, que lleva una especie de cuerno con la representación de siete estrellas sobre la nariz. Esta fue el arma con la que Huitzilopochtli destruyó a Coyolxauhqui en el mito de su nacimiento, o son las serpientes que rodean a la Piedra del Sol o Calendario azteca y también son las dos serpientes que se hallan a ambos lados de la pirámide de Tenayuca. Hay una representación de este dios que consiste en un per sonaje sentado en cuclillas y con los brazos unidos sobre las ro dillas, que aparentemente sólo tiene dos dientes y de la que te nemos un gran número de ejemplares hallados en el Templo Ma yor. Interpretada esta figura como Xiuhtecuhtli por Matos, en opinión de Nicholson podría ser Tepeyollotl, dios jaguar relacio nado con la noche, las montañas y las cuevas. Además de los dioses celestes ya citados hay que mencionar a Tonatiuh, el sol diurno por excelencia, al que se considera como un águila, unas veces ascendente —Cuauhtlehuanitl—, otras veces descendente —Cuauhtemoc— y al cual se le repre senta a veces como un disco calendárico, en el que las fechas de los cuatro soles anteriores son hitos importantes de su propia his toria, que es la historia de las sucesivas humanidades. Así es como se halla representado en la famosa Piedra del Sol, aunque hoy, algunos autores suponen que el rostro central de este relie ve no representa a Tonatiuh sino a Tlaltecuhtli. Como dioses celestes hay que mencionar también a Metztli o Coyolxauhqui, la Luna, cuyo animal representativo es el tigre y a la que otras veces se representa en forma semejante al disco
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solar, en cuyo centro se halla un hueso retorcido o un conejo, lo que alude al castigo que le propinaron los dioses por su osa día al alumbrar con tanta intensidad como el sol. Las estrellas se hallan divinizadas en conjunto como los innumerables dioses del Norte o del Sur. Los planetas son conocidos, igualmente, con el nombre genérico de Tzontemoc o los qu e caen de cabeza, ya que se ocultan en el horizonte, de manera diferente a como lo hacen las estrellas. Entre los dioses de la agricultura, del agua y de la vegetación además de Tlaloc, al que ya nos hemos referido, hay que mçncionar a Chalchiuhdicue, la del faldellín de jade, que al ser unas veces esposa y otras hermana de Tlaloc, lleva adornos de papel pintados de azul y en la cabeza una banda azul y blanca, termi nada en dos grandes borlas o bucles a ambos lados del rostro. C hicom ecoatl o Siete Serpiente es, sin embargo, la diosa más im portante de este grupo. Se representa con el cuerpo y el rostro pintados de rojo, llevando una mitra con rosetones de papel en la cabeza y una doble mazorca de maíz en las manos. Otros dioses relacionados con la vegetación y la fecundidad de la tierra eran Cinteotl, que viene a ser como el maíz deificado y que está íntimamente relacionado con X ochipilli, el príncipe de las flores, dios del baile, los juegos, el amor; Xilonen, que era la tierna espiga del maíz; Xochiquetzal, diosa del amor, de la belleza y de las flores, patrona de las labores domésticas y de las prostitutas que viven con los jóvenes guerreros; Macuilxóchitl, posiblemente el nombre calendárico de Xochipilli; Mayahuel, diosa del maguey con el que se hace el pulque u octli y la cual alimenta con sus pechos a sus innumerables hijos, los Centzon Totochtin, o dioses de la embriaguez; X ipe Totee, nuestro sefwr el desollado, dios de la primavera y los joyeros, en cuyo cul to se incluía el desollamiento de un esclavo, cuya piel servía de vestido ceremonial al sacerdote, etcétera.
Cerem onialism o: las fiestas Como veremos más adelante, el año solar estaba dividido en 18 meses de 20 días, más cinco días complementarios llamados
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aciagos, lo que no contando con el corrector año bisiesto hacía que el error acumulado — un día cada cuatro años— fuese ale jando la realidad climática de la cuenta de los años. Varias so luciones propuestas no satisfactorias no impiden asegurar que al gún sistema corrector tenían los aztecas, ya que la correlación en tre los meses o veintenas, la realidad ambiental y las fiestas que se celebraban en cada veintena era perfecta. La asociación de las estaciones del año con los puntos cardi nales — contraria a la costumbre europea que identifica el me diodía con el sur— hacía que en México el norte se asociase con el solsticio de verano el día en que el so l sale p o r el punto más septentrional y en que alcanza la posición más al norte del cénit, mientras que el sur se asocia al solsticio de invierno, el día en que el sol sale en el punto m ás m eridional y está más bajo y hacia el sur al m edio día. L os equinoccios de prim avera y otoño se rela cionan entonces con los puntos este y oeste. Las estaciones del año se definen a base de los cam bios graduales en el punto de la salida del sol. D espués del solsticio de invierno, cuando el so! sale p o r el punto más meridional, el sol va saliendo cada vez más al norte hasta llegar al punto intermedio o equinoccial. Durante la prim avera el sol continúa saliendo cada vez más hacia el norte, hasta llegar al solsticio de verano. Desde ese momento, durante el verano, el so l retrocede en su salida hacia el equinoccio. A p a r tir del equinoccio de otoño su salida sigue cada vez más al sur, hasta llegar a la posición más m eridional en el solsticio de invier no (Carrasco, 1977).
Los 18 meses o veintenas se distribuían siguiendo ese mismo orden contrario a la marcha de las agujas del reloj, situándose cinco veintenas en el Invierno (Este), cuatro en la prim avera (N orte), cinco en el verano (Oeste) y cuatro en el otoño (Sur). Se pueden identificar tres ciclos principales en las fiestas del añ o mexicano. Primero, el referente a los dioses celestes: los cuatro Tezcatlipocas creadores, junto con el sol y su séquito de guerre ros y mujeres. Otro, el de las deidades del Tlalocan representan tes del agua, la lluvia y los mantenimientos. En tercer lugar, el de los dioses del infram undo que incluye a los muertos y Mictlantecuhtli, así com o a Cihuacoatl-Ilamatecuhtli, al dios de los m erca deres Yacateuctli y al dios del fuego. Cada uno de estos ciclos tie-
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ne un grupo de fiestas principales en cada una de las partes del año (Carrasco, 1977).
Sacrificios humanos Muchos de los festivales mensuales a los que nos hemos re ferido en el párrafo anterior incluían sacrificios de hombres, mu jeres y niños, como práctica común y aquélla precisamente que fue motivo de mayor repulsión por parte de los conquistadores españoles. El estudio de tales sacrificios ha dado origen a nume rosas teorías que tratan de explicarlo. La mayor parte de los autores, como Eduardo Seler, Alfon so Caso, e incluso Miguel León-Portilla consideran el sacrificio humano, y en especial la ofrenda de su sangre y su corazón, como la necesidad exigida por los dioses para su propia alimentación y sostenimiento. El corazón y la sangre representan la energía vital y, por lo tanto, su ingestión por parte de los dioses significa el mantenimiento y aumento energético y vital de los dioses en general. Para León-Portilla, la necesidad fundamental era la de ali mentar al sol diurno, Huitzilopochtli, en manos del cual se ha llaba el Quinto Sol que amenazaba concluir mediante terrible ca taclismo — terremotos— salvo que se le alimentase con el agua preciosa, la sangre de las víctimas humanas. Estas ideas habrían sido introducidas y desarrolladas por Tlacaélel, constituyendo una ideología que justificaba la guerra y el sacrificio humano. Para Laurette Séjourné el sacrificio humano fue un instru mento de conquista política, ya que todos los pueblos del entor no azteca que finalmente cayeron bajo su dominación, fueron aterrorizados por esta práctica en la que la obtención de prisio neros constituía la base del sacrificio humano generalizado. Otros autores, como Sherburne F. Cook, consideraron que esta práctica, especialmente cuando fue aplicada masivamente, permitió hacer un correctivo del crecimiento de la población en el Valle de México. Finalmente, para Michael Harner, el cani balismo ritual, consecuencia de los sacrificios humanos, sirvió tanto para corregir el necesario equilibrio demográfico como
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para obtener proteínas animales de las que carecía la población del área central de México (González Torres, 1985). Aunque algunas de las tesis defendidas por los autores men cionados pueden servir de base para entender mejor esta prác tica ritual, especialmente al entender cuestiones que afectan a la ideología y al comportamiento político, es indudable que en casi todas ellas se olvida el contexto religioso en el que se produce este ritual. Como dice Pedro Carrasco, los sacrificios hum anos (...) se hacen com prensibles a base de las ideas sobre el destino de los muertos. T odos los muertos se convierten en dioses (teteo) según la concepción náhuatl. El nom bre teteo se aplica a los m uer tos que van al Mictlan o infierno; las mujeres muertas en parto son las diosas (cihuateteo) y el cautivo sacrificado es el dios cau tivo (malteotl). L a m anera de tratar durante las cerem onias a la futura víctima del sacrificio y la m anera de darle muerte indican claramente que se la identifica con la deidad a la cual se le sacri fica, o que se va a sum ar a la hueste de dioses m enores depen dientes de esa deidad (Carrasco, 1977). De otra parte, es evidente que las víctimas sirven para ali mentar a los dioses con el corazón y la sangre, los elementos más vitales del ser humano, pero no d ebe tom arse esto únicamente en su sentido literal o biológico. Se trata de un revigoramiento y re novación de la deidad a la que se incorpora la víctima que se con vierte, ella misma, en parte de la deidad o de su séquito. De ahí que el canibalismo no haya que interpretarlo como un procedi miento para obtener proteínas animales, sino como un sistema para incorporar a la divinidad a través del cuerpo del sacrifica do. En realidad se trata de ideas sem ejantes a la de la comunión cristiana (Carrasco). Se conocían varios procedimientos para verificar el sacrificio. El más común consistía en que cuatro sacerdotes colocaban a la víctima sobre el altar de los sacrificios o téchcatl, de manera que un quinto sacrificador abría el pecho de la víctima arrancando el corazón que ofrecía a los dioses. En otras ocasiones el sacrifica do era atado a una especie de marco de madera, lugar en el que era flechado hasta morir. Con ocasión de las fiestas de Xipe To tee, o de la diosa de la Tierra, se desollaba a la víctima, vistién dose el sacerdote con la piel de aquélla. El sacrificio gladiatorio
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sólo se hacía con aquellos prisioneros que se habían distinguido p o r su valor. Consistía en un verdadero desafío entre el capitán prisionero y varios guerreros aztecas de los más destacados, pu es to que dos eran caballeros águilas y los otros dos caballeros ti gres. Sin em bargo, la pelea no era igual, porqu e el cautivo estaba am arrado y sólo tenía para defenderse una espada de madera, pero sin navajas de obsidiana en los filo s; en vez de navajas, te nía pegadas bolitas de plum ón indicando esto que iba a ser sacri ficad o (...) P eleaba el cautivo con uno de los caballeros aztecas y si lo vencía venían los otros. Si a pesar de sus arm as deficientes lograba vencer a los cuatro, se presentaba un quinto que era zur do y éste, generalmente, acababa con el valiente prisionero. Sa bem os, sin em bargo, que un guerrero tlaxcalteca, Tlahuicole, pu do vencer a los cinco y fu e p erdon ado (Caso, 1971).
Organización sacerdotal Dada la importancia que tenía en el mundo azteca todo lo re lativo a la religión, es lógico pensar que, de igual modo, la or ganización sacerdotal representaba uno de los sectores sociales y profesionales más amplios y complejos. No debemos olvidar, sin embargo, que el ceremonial desarrollado en o en torno a los templos, con ocasión de las fiestas mensuales, o con indepen dencia de ellas, no sólo era desarrollado por el sacerdocio, sino por algunos de los sectores afectados o relacionados con la ce remonia en cuestión. Por eso se requería la participación de gru pos profesionales com o guerreros, m ercaderes, m édicos, etc. Y al mismo tiempo que en los tem plos se celebraban las grandes cere monias públicas, p od ía haber celebraciones privadas en cada h o gar, dedicadas a los dioses del altar fam iliar (Carrasco, 1977). Con independencia de que los más altos funcionarios de Tenochtitlan — el Tlatoani y el Cihuacóatl— cumplían funciones que eran, al mismo tiempo, de carácter religioso y militar, la cúpula de la organización sacerdotal estaba presidida por dos sumos sa cerdotes llamados Quetzalcóatl Totee Tlam acazqui y Quetzalcóatl Tlaloc Tlam acazqui que representaban a los dos dioses prin cipales del Templo Mayor y de la ciudad de Tenochtitlan: Huit-
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zilopochtli y Tlaloc respectivamente. Inmediatamente después de los dos sacerdotes de Huitzilopochtli y Tlaloc, seguía en categoría el llam ado Mexicatl Teohuatzin n om brado p o r ellos, que tenía a su cargo los asuntos religiosos de Tenochtitlan y de las provincias conquistadas. Era, adem ás, el jefe directo de los otros sacerdotes (Caso, 1971: 107). Según Fray Bernardino de Sahagún, la carrera sacerdotal constaba de cuatro peldaños o escalones: (a) tlamacazton, acó lito o aprendiz; (b) tlam acazqui, diácono o sacerdote joven; (c) tlamemaca, sacerdote en general o sacerdote de mayor edad; (d) quequetzalcoa, los dos sumos sacerdotes ya mencionados, a los que cabria agregar los cuacuacuiltin o sacerdotes ancianos (R o jas, 1986: 194-95). Por debajo del Mexicatl Teohuatzin, al que nos hemos refe rido como jefe religioso de Tenochtitlan se hallaban dos adjun tos suyos: el de Huitznahuac-Teohuatzin que tenía las mismas funciones que el primero, pero en un nivel jerárquico inferior y el Tepan Teohuatzin dedicado exclusivamente a los temas edu cativos del calm ecac. En un nivel inferior se hallaba el Orne Tochtli, que era, se gún Sahagún, el maestro de todos los cantores y que presidía a los sacerdotes de los innumerables dioses del Pulque o Centzon Totochtin. Otro sacerdote, llamado Tlillancalcatl, estaba encar gado del cuidado de los ornamentos (Rojas, 1986).
B IB L IO G R A F IA Siendo el tema de la religión tan amplio y complejo ha promovido una am plísima bibliografía que es imposible resumir aquí. Habría que empezar por re ferirse a la bibliografía de un solo autor, pero de tanta importancia como es E duardo S eler . Afortunadamente se publicaron sus obras completas: G e s a m m e lt e A b h a n d l u n g e n z u r A m e r i k a n is c h e n S p r a c h u n d A lt e r t u m s k u n d e , 5 vols., Berlín, 1902-23, de la que hay una reimpresión facsimilar de Graz, 1960. Sin embargo, el libro introductorio más accesible por lo sencillo y breve, si gue siendo el de A lfonso C aso: E l P u e b lo d e l S o l, cuya primera edición es de 1953, aunque hay una versión anterior ( L a r e lig ió n d e lo s a z te ca s) Fondo de Cul tura Económica, México y de la que estoy citando la tercera reimpresión de 1978 en la Colección Popular. De carácter general, aunque de fechas posteriores son
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el libro de COTTIE A. B urland: The Gods o f México, London, 1967 y el artículo de Henry B. Nicholson: «Religión in pre-hispanic Central México», Handb o o k o f M iddle A m erican Indians, Vol. 10: 359-46, Austin, T X , 1971. El libro de J acoues S oustelle , recientemente publicado, E l Universo d é los aztecas Fon do de Cultura Económica, México, 1982 reúne una serie de estudios, algunos de los cuales son muy antiguos pero de gran importancia, como L a pen sée cosm ologique des anciens m exicains,H erm ann, París, 1940. También es interesante con sultar el libro de L aurette S ejourné : Pensam iento y religión en el M éxico an tiguo, FC E , México, 1957, aunque su carácter es mucho más amplio que el tema de este capítulo. También hay que mencionar la edición postuma del curso de Paul K irchhoff: Principios estructurales en el M éxico Antiguo, Edición de T e resa Rojas Rabieta, C IESA S, México, 1983, ya que es de suma importancia para diferentes aspectos de la religión y el calendario del México antiguo. Por último, véase Michel G raulich: Mythes et rituels du M exique a n d en prehispanique, Academie Royale de Belgique, Bruxelles, 1987. Sobre temas de carácter más monográfico en relación con la religión azteca se pueden citar a título de ejemplo los siguientes estudios: A lfonso C aso: «Nom bres calendáricos de los dioses», E l M éxico Antiguo, Vol. 9: 77-100, México, 1959; del mismo: «El culto al Sol. Notas a la interpretación de W. Lehmann», Traducciones M esoamericanistas. t. I: 177-190, México, 1966; W. J iménez Mo reno: «¿Religión o religiones mesoamericanas?» Verhandlungen des X X X V III Internationalen Am erikanistenkongresses, Vol. 3: 201-06, Munich, 1971; ÜORIS Heyden : «Water symbols and eye rings in the Mexican códices», Indiana, Vol. 8: 1-56, Berlín, 1983. Una sola divinidad, Quetzalcóatl, ha provocado una amplia bibliografía. Men cionaremos solamente tres títulos: L aurette SÉJOURNÉ: El Universo de Quet zalcóatl, FCE, México, 1962; A lfredo L ópez A ustin : H om bre-D ios. Religión y política en el m undo náhuatl, UNAM , Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1973 y R omán P ina C han : Quetzalcóatl. Serpiente em plum ada, FC E, México, 1977. Sobre el tema de los sacrificios humanos pueden consultarse el libro de C ris tian D uverger : La Flor Letal. E con om ía del sacrificio azteca, FCE. México, 1983 y el de Y ólotl G onzález T orres : El sacrificio hum ano entre los mexicas, INAH-FCE. México, 1985. Sobre el Templo Mayor, recientemente excavado se ha producido una am plia bibliografía. Algunos de los libros más notables o recientes son los siguien tes: J osé L ópez Portillo , M iguel L eón P ortilla y E duardo Matos : El Tem p lo Mayor, Bancomex, México, 1981; E lizabeth H ill Boone (ed): The A ztec Templo Mayor, Dumbarton Oaks Research Library and Collection, Washing ton, 1987; J ohanna Broda , D avid C arrasco y E duardo M atos : The Great Temple o f Tenochtitlan. Center and Periphery in the A ztec World, University of California Press, Berkeley, 1988 y Eduardo Matos: The Great Tem ple o f the Aztecs, Thames and Hudson, London, 1988. Otra bibliografía relativa a temas de religión azteca incluye el artículo de Pe dro Carrasco : «Las fiestas de los meses mexicanos», en; M esoam érica. H om e naje al Dr. Paul K irch h o ff (Dahlgren ed.): 52-60. México, 1979. También se ha citado en el texto el libro de J osé L uis R ojas : M éxico-Tenochtitlan. Econom ía y sociedad en el siglo XVI, México, 1986.
Capítulo 8 ARTE
Lo que vamos a considerar en estas páginas como arte del pue blo azteca debemos entenderlo desde el primer momento como un lenguaje que utiliza la propia sociedad para reforzar su iden tidad cultural ante sí misma y frente a otras culturas foráneas. Ese lenguaje, cuya interpretación semántica es en la mayor par te de los casos y fundamentalmente religiosa, puede utilizar una forma literaria o musical, pero también una forma escultórica, un diseño pictórico o materiales tan diferentes como la piedra, el oro, las plumas o el mosaico de turquesas. En las páginas si guientes trataremos del lenguaje artístico de los aztecas, de sus unidades de expresión fundamentales y de las obras más nota bles que han llegado hasta nosotros.
El arte com o lenguaje El contenido significativo del arte azteca, según acabamos de decirlo, es de carácter religioso: sólo en una mínima proporción diríamos que responde a otros intereses. El hecho de que haya mos tratado en el capítulo anterior de las ideas religiosas del pue blo azteca garantiza, por lo tanto, el conocimiento positivo que podemos tener acerca del contenido de las obras de arte de que vamos a tratar a continuación. Pero, como hemos dicho en al guna ocasión, la obra de arte misma es, más que un lenguaje o un discurso dirigido a la sociedad, un acto ritual, realizado por el artista que, a estos efectos, o a todos los efectos, puede con siderársele como un verdadero sacerdote. En ese, o esos casos, la obra de arte habría que considerarla como un mensaje dirigí-
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do a la divinidad, o si se quiere, como un acto cuyo fin termina en sí mismo. Esa interpretación se justifica al menos, cuando las obras de arte han sido realizadas con el fin de que no fuesen con templadas nunca por otras personas, como es el caso, por ejem plo, de los relieves que aparecen en la base de la Coatlicue del Museo o de la Cabeza de Coyolxauhqui que se conserva igual mente en el Museo Nacional de Antropología de México. Extra polando esa consideración a otras obras de arte, diríamos que és tas son obras rituales realizadas por el sacerdocio, utilizando un lenguaje esotérico y por lo tanto de difícil comprensión para la masa de la población, que responde a criterios de significación simbólica, aunque se manifiesten de acuerdo con modelos de una estética indígena, absolutamente original. Es evidente también que, puesto que de religión e ideas re ligiosas nos hablan los cronistas, los códices y las obras de arte, cada uno de esos materiales o fuentes documentales incidan más en determinados aspectos, con desprecio de otros, lo que, en de finitiva, hará más difícil la interpretación de la religión azteca y, por supuesto, también del arte de ese pueblo. Desde otro punto de vista, como pone de manifiesto Miguel León Portilla (1980), el arte forma parte de ese concepto com plejo, elaborado por los mexicas, que es la toltecáyotl. Como de cían los informantes de Sahagún, los sabios . . . s e llevaron la tinta negra y roja, los códices y las pinturas, se llevaron todas las artes, la toltecáyotl, la música de las flautas. Por consiguiente, filosofía y pensamiento, sabiduría y cien cia, lenguaje y escritura, artes y literatura, todo formaba una uni dad a través de la cual la cultura azteca se expresaba: es por eso, sin duda, por lo que resulta extremadamente arriesgado tratar de las partes, ya que todas ellas se hallan integradas en esa per fecta unidad. Colores, glifos, símbolos, emblemas, metáforas, difrasismos, etc., son elementos que, combinados de manera ar mónica, dan como resultado mensajes literarios o artísticos en los que la ideología mexica domina de manera absoluta. Según afirma Esther Pasztory el sistema iconográfico azteca puede dividirse en diseños ornamentales, sím bolos, em blem as.
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deidades y glifos. En algunas ocasiones, acciones, p ero más fr e cuentemente patrones de com posición indican las relaciones entre diferentes elementos. L o s significados que éstos expresan pueden ser grandemente específicos, ricamente polivalentes y sutiles en asociación (Pasztory, 1983). Lo que Pasztory designa como diseños ornamentales — círcu los concéntricos, triángulos, rombos, etc.— que en ocasiones constituyen verdaderos patrones ornam entales como la greca es calonada o la piel de serpiente que se repiten con una cierta fre cuencia, son casi siempre formas abreviadas o esquemáticas de símbolos o emblemas, con significados específicos, según pude demostrar hace años, al estudiar los diseños de pintaderas o sellos de Mesoamérica (Alcina, 1958). Para Pasztory un sím bolo viene a ser un motivo simple o re currente que puede aparecer aislado pero que frecuentemente forma parte de un diseño más complejo o em blem a (Pasztory, 1983: 80). Muchos de estos símbolos que funcionan como ver daderos glifos de la escritura de códices derivan de diseños de estilo Mixteco-Puebla. Entre esos símbolos habría que mencio nar los siguientes: plumas, flor, concha, disco solar, maíz, pie dra, cuchillo, corazón, agua, fuego, humo, estrellas, planeta V e nus, hueso, calavera, etc. Cada uno de esos sím bolos está alta mente cargado de significados y pu ede tener múltiples asociacio nes, lo que, por otra parte, sucede también con las palabras en el lenguaje poético o literario. Así, por ejemplo, el término flo r (xochitl), como lo ha puesto de manifiesto José Luis Martínez en su biografía de Nezahualcóyotl (Martínez, 1984) tiene múlti ples significados: las flores de dios, o la flo r del corazón son los corazones humanos; las flores simplemente pueden ser poemas o cantos; las flores enhiestas se refieren a la belleza del canto; las flores de la vida o las flores del rojo néctar representan la san gre; pero flores de guerra, flores de águila o flo r de la batalla son los prisioneros y la expresión: me em briago con flores de guerra se refiere al ardor guerrero en la batalla. Lo que Pasztory llama em blem as no es otra cosa que imáge nes complejas consistentes en varias unidades simbólicas que ge neralmente aparecen juntas y no representan a divinidades sino que significan conceptos. Entre los más importantes emblemas
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habría que señalar los siguientes: (1) el disco solar; (2) el mons truo de la tierra; (3) la pelota de hierba del sacrificio; (4) la ban da celeste; (5) la pareja de águila y jaguar; (6) la serpiente em plumada; (7) la serpiente de fuego; (8) el emblema atl-tlachinolli o río de agua y fuego; y (9) el espejo humeante (Pasztory, 1983: 81-84). Las divinidades, según vimos en el capítulo anterior y, espe cialmente en su descripción pictográfica en los códices pero tam bién en su forma de ser representadas en las esculturas y relie ves, son en realidad un conjunto de símbolos de carácter glífico que se refieren al vestido y ornamentos, los cuales, a su vez, alu den a cualidades, virtudes o competencias de las divinidades representadas. Los glifos, por último, están relacionados con los símbolos y en su composición con emblemas e imágenes de divinidades. Los tipos de glifos incluyen signos de: días, años, nombres persona les, de lugar o de grupos étnicos con numerales, etc. Algunos de esos glifos designan cualidades de las cosas; por ejemplo, los gli fos que significan preciosidad, pueden ser los que representan: jade, oro o turquesa. En realidad, como se ve, todos los elementos señalados por Esther Pasztory para definir el arte azteca son elementos de ca rácter lingüístico o cuyo correlato lingüístico es fácil de determi nar; por eso, los procedimientos literarios utilizados por los poe tas aztecas, tales como metáforas, difrasismos y tropos, podrían hallarse también en las artes plásticas de los mexica. Así, por ejemplo, el emblema atl-tlachinolli, o divino líquido fu ego según Sahagún se dice cuando una gran guerra o una gran pestilencia ocurre, ya que el divino líquido es la sangre, el alimento de los dioses y sangre y fuego es destrucción y muerte. Se podrían mencionar otros muchos ejemplos: tú que estás aquí, águila, tú ocelote es un difrasismo en el que se alude al hom bre como guerrero, miembro de la orden de las águilas o de la orden de los ocelotes. Como representación gráfica le correspon dería el emblema de la pareja del águila y el jaguar.
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Arte arquitectónico Aunque ya nos hemos referido en un capítulo anterior al prin cipal asentamiento azteca, el de su capital Tenochtitlan-Tlatelolco, las dos ciudades gemelas, en este apartado particularizare mos la información disponible en relación con la arquitectura de los mexica. El hecho de que la actual ciudad de México cubra, en la práctica, numerosos asentamientos aztecas en torno a esa doble ciudad antigua, como es Tenayuca o Iztapalapa, etc., im pide que tengamos una visión completa de las estructuras arqui tectónicas y sobre todo de la organización del espacio en los cen tros ceremoniales o la relación entre las estructuras templarías y las construcciones de carácter habitacional. De hecho, nuestro conocimiento de esa zona se limita a algunos sectores en los que pudieron hacerse excavaciones de carácter restringido o donde se hicieron hallazgos circunstanciales. Así, la llamada Plaza de las Tres Culturas, en el corazón de Tlatelolco; las excavaciones en el Templo Mayor, en el subsuelo de la Catedral o en los tra bajos para la construcción del Metro en esa zona de la ciudad de México, más algunos templos aislados como el de Tenayuca, o Santa Cecilia Acatitlan, nos proporcionan la imagen de la ar quitectura en la zona central del Valle de México. A ello hay que agregar algunos otros asentamientos, como los de Malinalco, Cempoala, Teopanzolco o Calixtlahuaca, en los que se han descubierto muy importantes estructuras arquitectónicas de la época azteca. Quizá el tipo de construcción más original de la época azte ca, aquel que enriquece el arte arquitectónico de Mesoamérica con una concepción absolutamente diferente al resto de las ar quitecturas de esta área, es el de los templos gemelos, con doble escalinata de acceso. Aunque el mejor conocido es, seguramen te, el de Tenayuca, a ese modelo responden también los tem plos principales de Tlatelolco y Tenochtitlan. Es evidente que en su concepción y realización juega como concepto principal y ger minal el concepto dual que, como ya vimos al tratar de las ideas religiosas aztecas, constituye uno de los ejes principales de la es tructura religiosa. Las parejas de dioses como la de Huitzilopochtli-Tlaloc del Templo Mayor de México-Tenochtitlan, obli-
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gan a la construcción de dos templos. La particularidad de este modelo es el hecho de que los dos templos se hallan sobre una única plataforma que, por esa razón, es de planta rectangular alargada y en lugar de una sola escalinata de acceso presentan dos escalinatas independientes, cada una con sus respectivas al fardas, pero unidas por una línea central que viene a remarcar la separación, pero sin que, de hecho, esa separación exista. En el caso del Templo Mayor de México-Tenochtitlan, las ex cavaciones llevadas a cabo por Eduardo Matos Moctezuma han puesto de manifiesto una serie de hasta siete períodos o recons trucciones sucesivas cuya cronología ha sido posible establecer con precisión (Tabla 8:1). Tabla 8:1 Soberanos de Tenochtitlan y períodos constructivos del Templo M ayor N om bres de tlaloanis Acamapichtli Huitzilihuitl Chimalpopoca Itzcoatl Motecuhzoma I Axayacatl T ízoc
Ahuizotl Motecuhzoma II
C ronología 1375-1395 1396-1417 1417-1427 1427-1440 1440-1469 1469-1481 1481-1486 1486-1502 1502-1520
Períodos constructivos
Fechas
Período II
Período Período Período Período Período Período
III IV IVb V VI VII
4 caña 1 conejo 3 casa
1431 1454 1469
Fuente: Matos 1988: 39. Correspondiente al Período II se descubrió el conjunto de los dos templos de Tlaloc y Huitzilopochtli frente a los que apare cieron un chac-m ool y un altar de sacrificios; el primero, según Graulich, podría ser también un altar de sacrificios especialmen te dedicado a Tlaloc. Apoyados sobre la escalinata del templo de Huitzilopochtli en el Período III se hallaron siete grandes es-
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culturas de portaestandartes que serían enterradas ritualmente en el momento de reconstruir la pirámide durante el Período IV. Por último, en el Período IVb se instalaría el gran disco en el que se representa a la diosa Coyolxauhqui descuartizada, a los pies de la escalinata del templo de Huitzilopochtli, con lo que el mito del nacimiento del dios tribal de los aztecas se materializa ba de manera casi literal al ofrecer la imagen del dios en el tem plo situado en la plataforma superior, mientras la Coyolxauhqui, yacía descuartizada al pie de la montaña de Coatepec. El Templo Mayor de Tlatelolco, por lo que se ha podido sa ber, era muy parecido al de Tenochtitlan y lo mismo podríamos decir del templo de Tenayuca que, siendo seguramente uno de los más antiguos de la región, podría haber servido de modelo a todos los demás. En este caso, la última de las reconstruccio nes de la pirámide doble está rodeada por uno de los más im presionantes coatepantli conocidos: centenares de serpientes o cabezas de serpientes rodean a las pirámides gemelas en su sex ta reconstrucción, destacándose entre ellas dos representaciones de la Xiuhcoatl. Otro modelo arquitectónico relativamente frecuente es la pi rámide de planta circular que tradicionalmente se ha atribuido a templos dedicados al dios Ehecatl, dios del viento, que en su as pecto de remolino o huracán podría hacer lógica la forma circu lar. Por lo menos en dos casos — la pirámide redonda de Calixtlahuaca y la encontrada al construir el Metro de México en la estación de Pino Suarez— ofrecieron asociadas esculturas en las que destaca como elemento más característico, el pico de Ehe catl que en el primer caso lo usa como máscara una figura hu mana, mientras en el segundo caso es un mono u Ozomatli el que lo lleva sobre la boca. Por otra parte, hay que tener en cuen ta que el culto a Ehecatl parece proceder de la Huasteca, zona donde se usó tradicionalmente de la planta circular para diver sos edificios. Todo ello, sin embargo, no quiere decir que las es tructuras circulares deban atribuirse sistemáticamente al dios del Viento, ya que, por ejemplo, en Malinalco son varias las estruc turas de planta circular que no parece posible interpretar como templos dedicados a Ehecatl, Otra construcción muy característica de la cultura azteca es
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el tipo de plataforma decorada con calaveras, que constituirían seguramente la base del tzompantli, estructura donde se acumu laban los cráneos de los sacrificados en los templos inmediatos. De ese tipo de construcciones conocemos al menos el pequeño altar conservado en el Museo Nacional de Antropología de Méxi co y el descubierto en las inmediaciones del Templo Mayor en las recientes excavaciones de este conjunto. Entre los tipos arquitectónicos más comunes no podemos de jar de mencionar los templos piramidales de planta cuadrada o rectangular con una sola escalinata en la parte frontal, limitada por alfardas lisas. El ejemplo más típico de este modelo sería el templo de Santa Cecilia Acatitlan, tan perfecta y completamente reconstruido, que incluye también la cubierta del templo propia mente dicho en el que se ha seguido el modelo muchas veces re producido en los códices del templo de Huitzilopochtli en el Templo Mayor de México, o en modelos de cerámica en los que el friso está decorado con piedras salientes. Algunas de las pirá mides del centro ceremonial de Tenochtitlan seguirán este modelo. Del conjunto de descubrimientos que se han venido realizan do en los últimos años en la zona central de la ciudad de Méxi co, en torno a la Catedral y el Z ócalo, se ha podido llegar a corre gir sustancialmente el plano que hiciera Marquina en 1960 del re cinto ceremonial de Tenochtitlan, en el que el principio de la si metría primaba sobre cualquier otro. Hoy sabemos que en las in mediaciones del Templo Mayor, que dominaba con su enorme masa el conjunto de edificios de la zona, había al menos otras dos estructuras redondas, semejantes a los templos de Ehecatl a los que nos hemos referido antes, pero había también edificios piramidales de planta cuadrada o rectangular con una sola esca linata central con alfardas, uno de los cuales podría haber esta do dedicado a una divinidad solar, quizás el propio Tonatiuh y no lejos de ese conjunto de edificios un patio rehundido y una plataforma para cráneos o tzompantli. Dos de las más extraordinarias creaciones arquitectónicas de los aztecas fueron Tepoztlan y Malinalco, ambas excavadas en la roca y completadas con construcciones de mampostería. El Templo de Tepoztlan se halla excavado en la roca de la cima de
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una montaña que domina el valle. El templo propiamente dicho es de planta rectangular y tiene dos salas: a la primera se accede por una puerta dividida por dos pilastras, mientras que en la del fondo hay un banco corrido decorado con relieves que en opi nión de Seler serían insignias funerarias. El conjunto del templo descansa sobre una plataforma piramidal con escalinatas limita das por alfardas. En palabras de Esther Pasztory la función del templo de Tepoztlan (como la de Malinalco) fu e expresar el p o der militar y religioso de los mexica. Malinalco, por su parte, a unos 50 km. al Este de Tenanzingo, es un conjunto irregular de construcciones templarías exca vadas en la roca madre, constituyendo seis unidades de las que cuatro al menos presentan una forma circular. La estructura I es la más elaborada del asentamiento y representa un conjunto es cultórico de una impresionante belleza. De esa serie de escultu ras habría que destacar el rostro del Monstruo de la Tierra gra bado en torno a la puerta del templo propiamente dicho; las re presentaciones de águilas y jaguares del interior de ese templo y las esculturas situadas en el exterior. Este conjunto escultórico fijado en la roca madre es semejante o forma parte de la gran escultura a la que nos vamos a referir enseguida, tal como la Pie dra del Sol, la Coatlicue, etcétera.
Escultura m onumental La escultura y especialmente lo que podríamos llamar la es cultura monumental es el aspecto más sobresaliente del arte de los aztecas. Utilizando, como recursos fundamentales, el realis m o en las formas junto al sim bolism o en la temática, los aztecas crearon un conjunto extraordinariamente abundante de estatuas de piedra de gran tamaño cuyo contenido es fundamentalmente religioso y que ha servido para proporcionar la fama que tiene el arte azteca. La Sala mexica del Museo Nacional de Antropología de México reúne muchas de esas obras maestras de la escultura az teca. Ante lo imposibilidad de tratar de todas ellas, menciona remos las que consideramos de valor excepcional. Entre éstas se
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encuentran tres representaciones de la diosa Coatlicue. La pri mera de esas piezas destaca, por encima de todo, por su rostro a la manera de Mictlantecuhtli, los senos fláccidos y el sencillo faldellín de serpientes entrelazadas. Los símbolos son escasos y de sencilla interpretación. No sucede lo mismo con la famosa Coatlicue del Museo, analizada con tanto rigor y precisión por Justino Fernández, para quien Coatlicue se ha revelado com o la expresión de algo m ucho más com plejo que simplemente la dei dad de la Tierra y si es que d ebe interpretarse com o tal, en todo caso se trata de la deidad de la tierra en com plejas relaciones con toda una serie de deidades y de mitos cosm ogónicos y cosm oló gicos y con el género hum ano (Fernández, 1954: 247). La cabeza de Coatlicue, si es que se puede hablar de tal es quizá, uno de los aspectos más notables de la escultura. En prin cipio se trata de una figura decapitada de cuyo tronco surgen como dos surtidores, dos serpientes, simbolizando sin duda, la sangre preciosa, que se expanden y se enfrentan de tal manera que, al mismo tiempo que son dos cabezas de serpiente enfren tadas, ambas y por ambos lados — anverso y reverso— los ojos, los colmillos y las lenguas bífidas, junto con otros detalles, crean dos imágenes ficticias que podrían representar el Monstruo de la Tierra. ¿Son, acaso, como piensa Justino Fernández, Ometecuhtli y Omecihuatl, el principio dual masculino y femenino? A la complejidad de la figura se añade la complejidad que representa la decapitación de la madre de la decapitada Coyolxauhqui, su hija lunar. El torso de esta Coatlicue se halla repleto de símbolos a los que aludiremos con brevedad: los fláccidos senos quedan semiocultos por el collar de manos cortadas y corazones, que se cierra con un cráneo en el centro, símbolo del sacrificio humano, con cuyo líquido precioso o chalchihuatl, la sangre, se alimenta a los dioses que mantienen el mundo. Las manos cortadas y algunos otros detalles aluden seguramente al desollamiento de una mu jer con cuya piel se reviste Coatlicue, lo cual hace referencia al mito de Xipe Totee, nuestro señor el desollado, en la fiesta del mes Ochpaniztli, en honor de Teteo inan o Toci nuestra abuela, una de las advocaciones de Coatlicue. Los brazos y manos de la diosa nos recuerdan los símbolos de Tlaltecuhtli, el dios de la
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Tierra masculino y pareja o contraparte de Coatlicue. Así, las grandes garras, quizá de águila, que podrían ser junto con los ojos imágenes de serpientes o las serpientes preciosas, adornadas con bandas y ricas piedras que ocupan el lugar de las manos de la diosa. Ya sabemos que el Monstruo de la Tierra, bien sea masculino o femenino está lleno de ojos y bocas en todas sus coyun turas. En cada articulación de sus m iem bros tenía una boca (Fer nández, 1954: 244). Por la parte trasera, la Coatlicue ofrece un gran colgante de trece trenzas, divididas en dos zonas o escalones: la más alta con seis trenzas y la más baja con siete, terminadas todas ellas en ca racoles, como símbolo de los dioses de la tierra. El faldellín de serpientes que da nombre a la diosa se halla anudado mediante dos serpientes preciosas, adornadas con chalchihuites. Por últi mo, las piernas de la Coatlicue se hallan cubiertas por plumas de águila que salen de bajo la falda de serpientes y que son, sin duda, símbolos guerreros. Finalmente, en la zona más baja de la escultura los que de bieran ser pies, son garras de águila, con cuatro grandes uñas, s o bre las cuales sendos pares de ojos parecen ver hacia lo alto. Una gruesa serpiente preciosa cubierta de un entrelazado rectangular en cuyos intersticios hay chapetones circulares al centro y entre las garras, surge sinuosa bajo la fa ld a m ostrando sus colm illos (...). En la parte posterior y entre las garras que ahora tienen una sola enorm e uña, asom a otra cabeza de serpiente o de tortuga, mostrando sus colm illos (Fernández, 1954: 216). La Coatlicue del Museo, al igual que otras esculturas aztecas de valor religioso, ofrece la particularidad de tener relieves en su base, relieves que, por lo tanto, nunca fueron contemplados salvo por los mismos escultores que los realizaron. El relieve, que es muy plano, muestra una figura que, en líneas generales, recuer da la humana, sentada y con las piernas abiertas de m anera que los pies quedan hacia fu era y de perfil com pleto (...). En la zona superior también los brazos están abiertos y doblados, con las m a nos en alto sosteniendo sendos cráneos. Hay cuatro cráneos más, dos p o r lado, ligados o atados a las piernas y los brazos respec tivamente (Fernández, 1966: 49). La representación parece ser la de Tlaltecuhtli, transfigurado en Mictlantecuhtli, el señor del in-
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framundo, lo que es coherente con su posición en la escultura, de cara a la tierra. Mucho más extraño es el hecho de que la más cara del dios corresponda muy claramente a la de Tlaloc, el dios de la lluvia, lo que quedaría explicado a partir de las nuevas in terpretaciones de este dios que es, al mismo tiempo, un dios de la lluvia, pero también de la tierra. La tercera versión de Coatlicue, conservada en el Museo Na cional de Antropología de México es la llamada Coatlicue d el M e tro, una de las obras maestras de la escultura azteca, descubierta con ocasión de la construcción del metro de México. En esta pie za, la ambigüedad siempre presente entre las divinidades C oat licue y Tlaltecuhtli parece borrarse al hacerse más patentes los ca racteres que la identifican como el dios masculino de la Tierra, de tal manera que debería llamarse realmente Tlaltecuhtli del Me tro en lugar de Coatlicue. Como dice Doris Heyden, a Tlaltecuhtli se le representa como un sap o terrestre d e cuyas fau ces asom a un cuchillo de piedra, for ma en la que se le representa en el relieve de la base de la Coat licue del Museo, o bien como una diosa de la Tierra, como an ciana, con arrugas en las comisuras de los labios. En la escultura que nos ocupa el rostro del dios/diosa muestra rayas o arrugas que ya la identifican como Tlaltecuhtli. Por otra parte, las meji llas están adornadas con dos chalchihuites, que marcan el carác ter de p recioso aplicado a la Tierra y la lengua de la diosa, lleva el jeroglífico del cuchillo de obsidiana, con la garra de cipactli, que es otro elemento asociado a la tierra, p ero que al mismo tiem p o está relacionada con el sacrificio (Heyden, 1971). La cabeza del dios se ha tratado de una manera muy par ticular, ya que está realizada como relieve, dando la impresión la estatua, vista por los cuatro costados, de que se halla decapita da. En realidad el rostro mira al cielo, de la misma manera en que lo haría el supuesto rostro de Tonatiuh desde el centro de la Piedra del Sol o Calendario azteca, lo que ha hecho pensar a algunos autores que se trata en ambos casos del dios Tlaltecuht li. De otra parte los ojos parecen ser los de un muerto, lo que junto con los chalchihuites de las mejillas nos hacen pensar en la diosa lunar Coyolxauhqui, la hija de Coatlicue, con la que se confunde en ocasiones.
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Coincidiendo con esta idea el p elo representado en esta esta tua está revuelto y adorn ado con borlas de plum ón, rasgo qu e tie ne relación con la muerte p o r sacrificio, lo que aparece también en la Coyolxauhqui del Museo, a la que nos referiremos después. L as m anos están levantadas a los lados de la cara y terminan en garras, que al m ism o tiem po son cabezas de serpientes. L o s ojos y colm illos labrados sobre las m anos (...) también se ven en los codos de la estatua en la forma en que aparecen en la monumen tal Coatlicue del M useo y también a los lados del supuesto rostro de Tonatiuh de la Piedra del Sol. Por otra parte, los pies del dios terminan en cabezas de serpiente como las manos de Coatlicue. Al igual que la Coatlicue del Museo, esta escultura presenta un collar de manos y corazones, cuya única diferencia con la es tatua monumental es el hecho de que el colgante central del co llar es, en este caso, un corazón en lugar de un cráneo. Final mente, los adornos de huesos cruzados y cráneos, deben ser sím bolos asociados a Huitzilopochtli. En relación con Coyolxauhqui, disponemos ahora de, al me nos, dos grandes esculturas monumentales: la Coyolxauhqui del Museo y la C oyolxauhqui del Templo Mayor. En la primera de esas dos obras que es, simplemente, una cabeza de mujer, apa recen en las mejillas signos de cascabeles de oro o cascabeles pre ciosos los cuales, por otra parte, pueden ser considerados como un símbolo de guerra divina o guerra sagrada. La nariguera y ore jeras de esta escultura se relacionan muy estrechamente con el sol, a juzgar por su semejanza con los símbolos de los rayos so lares, tal como aparecen en el Calendario azteca. Por otra parte, el cabello está adornado con plumones o bolas de plumas finas como los que aparecen en la Coatlicue del Metro y en el escudo de Huitzilopochtli, al tiempo que en la parte superior de la ca beza hay un adorno de plumas de águila que son, sin duda, un símbolo solar y guerrero. Esa identificación con la guerra que aparece en casi todos los rasgos mencionados, se confirma en el relieve que figura en la parte inferior de la escultura, de manera semejante a la de la gran Coatlicue del Museo. El intrincado diseño que se ve en la parte inferior de la cabeza representa,mediante glifos, la idea de la Guerra Sagrada y el sacrificio. El atl-tlachinolli, el principal
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símbolo de la guerra, con sus bandas de fuego y de agua, así como sus cinco puntos, los cinco caracoles, las cinco borlas de pluma, los cinco círculos, son un símbolo numérico que podría significar las cuatro direcciones del mundo y el rumbo central. En este relieve, como en el Teocalli de la Guerra Sagrada, el atltlachinolli se relaciona muy directamente con Huitzilopochtli y, sin duda, con la gran batalla de exterminio contra los Centzon Huitznahua. La otra representación de Coyolxauhqui, de que disponemos es la gran placa de piedra descubierta en 1978 ante el Templo Mayor de México, en la que se aprecia la figura descuartizada de la diosa, pero conteniendo casi todos los caracteres de la C o yolxauhqui del Museo, como es el cabello adornado con bolas de plumón, los pendientes u orejeras de carácter solar, los cas cabeles en el rostro, etc., pero con características que apuntan a una identificación de C oyolxauhqui con Coatlicue o Tlaltecuhdi, como son los rostros con colmillos y garras en las coyunturas; el cinturón de serpientes, con un cráneo en la espalda; o los pe chos fláccidos a la manera en que se representan en la Coatlicue del Museo. Una de las esculturas monumentales aztecas que ha obtenido más popularidad, hasta casi ser considerada el emblema o escu do de México, es la llamada Piedra del Sol o Calendario azteca, a la que ya nos hemos referido en varias ocasiones en las pági nas anteriores. Se trata de un enorme disco trabajado en relieve con una serie de círculos concéntricos que rodean el rostro de una divinidad. El disco solar en sí mismo es, como ya dijimos, un em blem a; el rostro encerrado en su parte central se ha creído tradicionalmente que representaba al dios Tonatiuh, aunque re cientemente, algunos autores sugieren que podría tratarse real mente de Tlaltecuhtli, ya que muchas de sus características coin ciden con las del Monstruo de la Tierra, especialmente el tecpatl que se introduce en la boca y las manos armadas de garras que aparecen a ambos lados. Alrededor de esa figura central se ob serva la fecha 4 Ollin o 4 Temblor, esculpida a gran escala y te niendo en cada uno de los cuadrados que quedan visibles del sig no ollin las fechas en que terminaron los cuatro soles anteriores: 4 Viento representado por la cabeza de Ehecatl; 4 Lluvia repre-
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sentada por el rostro de Tlaloc; 4 Agua representado por una va sija de la que surge la diosa Chalchiuhlicue y 4 Tigre. El anillo que rodea las representaciones mencionadas, con tiene los signos de los días que se inician en la parte superior con el signo Cipactli (lagarto) y termina con la representación del signo Xóchitl (flor). Siguen después las bandas con dibujos de los rayos solares y de joyas de jad e o turquesa, pues los azte cas llamaban al sol Xiuhpiltontli, el niño turquesa, lo concebían com o la cosa más preciosa que existe en el universo y lo repre sentaban siem pre com o una joya. P or último, las dos bandas ex teriores son dos dragones de fu eg o que llevan al sol p o r el cielo y entre sus fau ces se ven los rostros de las deidades a las que sir ven de disfraz (Caso, 1971: 49). Aunque no sabemos cuál era la posición de la Piedra del Sol antes de que se descubriera en 1790, ésta debía ser, como en el caso de la placa con la imagen de Coyolxauhqui, en forma hori zontal y no, desde luego, tal como está colocada actualmente en la pared del fondo de la Sala Mexica del Museo Nacional de An tropología de México. La llamada Piedra de T íz o c , encontrada en la zona del Zó calo al año siguiente en que se recuperó la Piedra del Sol, en 1791, es la primera escultura monumental azteca que puede ser fechada y atribuida a un soberano mediante glifos. Esta pieza fue realizada entre 1481 y 1486, época del reinado de T ízoc, y consiste en un gran cilindro que presenta en su parte superior un disco solar, con ocho rayos, mientras la superficie del cilin dro propiamente dicha está formada por un friso limitado en su parte superior por un borde celeste con estrellas y en su parte inferior por las fauces del monstruo de la tierra. En el friso se representa en un estilo muy tolteca o mixteco-puebla, una serie de quince parejas de personajes. Cada guerrero azteca lleva un cautivo que se identifica por un glifo de lugar, como símbolo de los lugares conquistados: Xochimilco, Chalco, Xaltocan, Tlatelolco, Acolhuacan, Mixtlan, etcétera. Entre las obras maestras de la escultura azteca no puede de jar de mencionarse dos al menos de los varios chac-m ooles co nocidos. Uno de ellos fue descubierto ante el Templo de Tlaloc del Templo Mayor, correspondiente al período II (1375-95) muy
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cerca todavía de la tradición tolteca a la que gustaban seguir los aztecas en su primera época. El segundo chac-m ool mucho más reciente que el anterior y conservado en el Museo Nacional de Antropología de México se halla ligado con Tlaloc por varias imágenes de este dios, una de ellas en el rostro del personaje in clinado y otra en la base de la pieza escultórica como Tlaltecuhtli con rostro de Tlaloc, lo que podría confirmar al menos para la época azteca, la adscripción de los chac-mooles al culto de Tla loc, quizá como verdadero altar de sacrificios según apunta Graulich. El llamado Teocalli de la Guerra Sagrada es, probablemente, el monumento escultórico más complejo de los que el genio az teca produjo antes de la llegada de los españoles, ya que todo él está cubierto de relieves y glifos, Encontrado en 1831 en la zona que debió ocupar el Palacio de Motecuhzoma Xocoyotzin, debe ser interpretado como un trono o asiento real que simbo lizaba el poder de la realeza a pesar de su forma de pirámide. En conjunto este monumento parece conmemorar la ceremonia del Fuego Nuevo de 1507. Aunque sería imposible en esta oca sión describir e interpretar los múltiples relieves y glifos que con tiene, destaca entre ellos la representación del disco solar, con la fecha 4 Movimiento que se aprecia en el frente del respaldo del trono. En otros relieves se representa el Monstruo de la Tierra, la bola de hierba de los sacrificios, el glifo 1 Tecpatl, etcétera. Pero, además de las grandes esculturas monumentales de los aztecas, éstos esculpieron multitud de otras obras de menor ta maño, algunas de las cuales pueden ser consideradas como de ca rácter realista y tema no específicamente religioso: por ejemplo, el llamado C aballero águila, en la que se representa un rostro de hombre surgiendo del pico de un águila, o las numerosas repre sentaciones de macehualtin. Muchas de estas esculturas son, sin embargo, representaciones de divinidades: hay muchas que lle van un adorno de cabeza en forma de templo; otras son claras representaciones del dios Tlaloc o de la diosa Chalchiuhtlicue; una muy famosa representa a un hombre con la máscara de Ehecatl y fue hallada en el templo circular de Calixtlahuaca; otra, igualmente famosa, representa posiblemente al dios de las fio-
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res, Xochipilli, sentado sobre un elevado taburete y con nume rosas representaciones de flores sobre la piel a manera de tatua jes. También son numerosas las representaciorfes de serpientes, en ocasiones con plumas o de aquellas otras divinidades que han sido interpretadas como Xiuhtecuhtli o Huehueteotl, etc. Tam bién hay imágenes del dios Xipe, de Ehecatl o de Tlaloc, etcétera.
L os Códices El problema de la escritura y de los códices del mundo ccntromexicano es un tema ampliamente discutido en los últimos años, de manera que, desde la publicación de nuestro ensayo de 1956 hasta el presente, se han sucedido multitud de estudios y recopilaciones que han ido ampliando y completando nuestros conocimientos sobre la materia (Alcina, 1956; León-Portilla y Mateos, 1957; Glass-Robertson, 1975). Los códices en papel (amad), o en piel de venado, doblados en forma de biombo, uti lizaban una escritura que se hallaba, por lo general, en el nivel de las pictografías, lo que no podía servir de otra cosa sino como recordatorio de los largos poemas religiosos, anales históricos o canciones litúrgicas que, por otra parte, tenían que estudiar de memoria en largas y tediosas sesiones de aprendizaje en el calmecac, en la forma en que lo relata el Padre Tovar: Para tener m em oria entera de las palabras y traza de los p ar lamentos que hacían los oradores y de los muchos cantares que tenían, que todos sabían, sin discrepar palabra, los cuales com ponían los m ismos oradores, aunque lo figuraban con caracteres, pero para conservarlos con las mismas palabras que los dijeron los oradores y poetas, había cada día ejercicio de ello en los c o legios de los m ozos principales, que habían de ser sucesores de éstos y con la continua repetición se les quedaba en la m em oria, sin discrepar palabra, tom ando las oraciones más fam osas que en cada tiempo se hacían p o r m étodo p ara im poner a los m ozos que habían de ser retóricos, sin discrepar palabra, de gente en gente, hasta que vinieron los españoles que en nuestra letra escribieron muchas oraciones y cantares, que yo vi, y así se han conservado.
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De la serie de códices auténticamente anteriores a la llegada de los españoles hay algunos, muy pocos, que pertenecen a la cul tura de los mexiea o azteca; los demás son principalmente de cul tura Mixteco-Pucbla — los códices del grupo Borgia y los códi ces históricos propiamente mixtéeos— . Sin embargo, la inmensa mayoría de los códices aztecas son, en realidad, copias de códi ces antiguos o bien, dibujos o pinturas hechas por los informan tes indígenas, a requerimiento de los misioneros españoles, para conocer cuestiones relativas a la historia, la geografía, o la mi tología de sus antepasados. Aunque estos códices se hicieron al principio según modelos y un estilo muy indígena, o con escasas influencias españolas, poco a poco estas influencias fueron mo dificando el estilo indígena hasta hacerlo tan europeo, como los propiamente españoles. Esta evolución puede seguirse, por ejemplo, en los diferentes manuscritos de la monumental obra de Fray Bernardino de Sahagún, de modo que los códices ma tritenses ofrecen una ilustración relativamente indígena, mien tras el códice Florentino ya lleva dibujos totalmente europeos. Además de las series de códices antiguos, como son el grupo Borgia — códices Borgia, Cospi, Vaticano B y Fejérvary-Meyer— y los códices históricos mixtéeos, hay que mencionar los que pertenecen verdaderamente al ámbito cultural náhuatl, de los que el C ódice B orbón ico y el Tonalamatl Aubin, sin duda los más importantes y antiguos, son el comienzo de una serie en la que hay que incluir también, por ejemplo, el grupo del Magliabecchianus, en el que los principales son el C ódice Tudela, el pro pio C ódice M agliabecchiano, el Códice Ixtlilxóchitl y el Códice Vcitiu, pero también otros como el C ódice Humboldt, el Códice Tellcriano-Remensis y el C ódice Ríos. Además de los códices de carácter calendárico y ritual, hay otras series o grupos: los códices de tributos, los de carácter his tórico, los topográficos, o los códices Techialoyan. Entre los pri meros hay que destacar dos de primordial importancia: la Ma trícula de Tributos y el C ódice M endocino. Entre los de carácter histórico hay que señalar los manuscritos de origen tezcocano, como son los códices X ólotl, Tlotzin y Quinatzin, el de Tepechpan y el Códice en Cruz; pero también hay que mencionar los códices: Azcatitlan, Sigiienza y Osuna.
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Los más importantes desde el punto de vista religioso son el Códice B orbón ico y el Tonalamatl Aubin. Ambos son libros de adivinación, de los días o del calendario ritual, en los que se men cionan también las fiestas y rituales y se señalan los valores y pro nósticos de cada día para determinar el augurio de los nacidos en una fecha determinada. Aunque llevan anotaciones hechas por los misioneros, es bastante probable que estos códices fue sen elaborados con anterioridad a la llegada de los españoles.
Escultura en m adera y m osaicos Aunque la mayor cantidad de esculturas realizadas por los az tecas y especialmente la escultura monumental, fueron hechas en piedra, la madera también se utilizó, ya fuese porque resul taba necesaria por razones técnicas o rituales, por su mayor fa cilidad en la obtención o en el trabajo, o por otras razones. Ins trumentos como los lanzadardos o los tambores, máscaras y al gunas esculturas de cuerpo entero fueron realizadas en madera y en otros casos la madera sirvió de base para la instalación de bellos mosaicos de turquesa, concha y otros materiales. Algunas esculturas en madera representan divinidades o per sonajes. La simplicidad del trabajo de algunas de estas escultu ras podría explicarse por el hecho de que, seguramente, estarían revestidas con telas o adornadas de manera diferente con otros materiales perecederos. En conjunto, sin embargo, debemos su poner que las obras en madera serían mucho más abundantes de lo que ahora podemos suponer, por esa misma razón: el carác ter perecedero de la madera ha hecho que llegasen a nuestras manos muy pocos ejemplos de este tipo de esculturas. Más abundantes son los tambores en madera, de los que han llegado a nosotros unos veinte ejemplares, ya sea del tipo hue huetl, o tambor vertical con un parche de piel de animal o del tipo teponaztli, o tambor horizontal, con un agujero en la parte baja y un corte en forma de H en la parte alta. Estos tambores que serían utilizados con fines rituales o de guerra, podían re presentar figuras animales o humanas y, en algún caso, como es el ejemplar de Malinalco, ofrecían relieves muy complejos en el
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estilo de la escultura monumental, con representaciones de águi las y jaguares y algunos signos como 4 m ovim iento o atl-tlachinolli, que aluden claramente a significados guerreros del famoso huehuetl. Aún cabría mencionar entre las obras escultóricas en madera algunos marcos para espejos de obsidiana como el conservado en el American Museum of Natural History de Nueva York, más caras como la del Muséo de Arte de la Universidad de Princeton o los lanzadardos conservados en el Museo Británico. Los llamados m osaicos de turquesa, son esculturas en made ra cubiertas con mosaicos de piedras diferentes entre las que la turquesa prepondera, pero no es la única, ya que alterna con con chas rojas o blancas, jadeita, malaquita, berilo, lignito, pirita de hierro, etc. Se trata de una técnica artística mesoamericana, cuya tradición se remonta hasta el período preclásico, pero que tuvo su momento más brillante en la época y cultura mixteca. En México-Tenochtitlan, los artesanos que hacían estos mosaicos eran probablemente mixtecas, ya que se trataba de unos verda deros maestros en su realización. En el conjunto de las obras rea lizadas mediante mosaico, prepondera, según decimos, la tur quesa, cuyo color azul celeste tiene un valor simbólico induda ble. El azul era el color de las aguas y por lo tanto de la pareja de dioses Tlaloc y Chalchiuhtlicue, pero también era el color del cielo diurno y, por lo tanto, de los dioses que dominan el cielo durante el día, como son Tonatiuh y Huitzilopochtli. La turque sa era también, en sí misma, el símbolo de lo precioso, como el jade y su glifo aparece con frecuencia en los monumentos escul tóricos de los que hemos hablado en páginas anteriores. La tur quesa era importada en el Valle de México desde lejanos luga res al norte y al sur del área mesoamericana. Aunque no son muchas las obras en mosaico de turquesa que han llegado hasta nosotros, los varios ejemplos que se conser van, especialmente en museos europeos son, en su mayor parte, obras maestras del arte de los mixtecas, llevados a México-Te nochtitlan, como artesanos especializados, para hacer este tipo de obras para la clase dominante —sacerdotes, guerreros, y no bles en general— de la ciudad. En el Museo Británico se conservan bastantes de estas piezas
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de mosaico. Una de ellas representa una figura zoomórfica, con un receptáculo en la espalda y cubierta enteramente con mosai co de turquesa, concha, malaquita y pirita de hierro. Otras dos piezas famosas conservadas en este museo son el yelmo con dos picos curvados y una serpiente de dos cabezas — al principio y al final— cuyo cuerpo curvado en cinco ángulos se ha realizado enteramente en turquesa. En el mismo Museo Británico se conservan tres máscaras y una calavera cubierta con mosaico de turquesa. La más grande y perfecta de estas máscaras — 17 x 15 cm.— tiene ojos y dien tes realizados en concha blanca, mientras todo el rostro se hizo en turquesa. El cráneo cubierto con mosaico se ha hecho relle nando los ojos con pirita de hierro, rodeada de concha blanca y varias bandas de turquesa. Por último, en el M useo Pigormi de Roma se conservan dos obras maestras del mosaico de turquesa de que estamos tratan do: una máscara de 24 cm. de altura con mosaico de turquesa, jadeita, concha y madreperla y el mango de un cuchillo de pe dernal o cuchillo de sacrificios hecho con mosaico de turquesa, malaquita, concha y madreperla. Así como este cuchillo sólo con serva el mango, hay otro ejemplar muy parecido en el Museo Bri tánico del que se ha conservado igualmente el cuchillo de silex. Muchas de estas obras, que han debido llegar a Europa como obsequios de Cortés a su emperador Carlos V y de éste a sus nu merosos parientes en las cortes europeas, se han podido salvar de la destrucción, precisamente por esta circunstancia.
Plumería Una de las artes m enores más original y característica de la civilización azteca, fue la de la plumería y, en especial, la elabo ración de mosaicos de plumas. Su rareza y finura era semejante al arte del mosaico de turquesa, o el trabajo del oro, la plata o el jade. Valorado en sí mismo y en relación con otras curiosida des del arte indígena de México, no sabemos cuántos ejemplares fueron enviados a la corte del emperador Carlos V — al igual que los códices y mosaicos de turquesa ya mencionados— que
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luego se distribuirían por las cortes europeas; en la actualidad, y a pesar de lo delicado del material y del trabajo con que fue ron elaboradas estas obras, sabemos que se conservan al menos diez piezas. La valoración real que dieron los españoles de la Co lonia a este arte se pone de manifiesto por el hecho de que du rante ese período el mosaico de plumas persistió adaptándose a las temáticas y motivos del catolicismo dominante. La materia prima, las plumas de pájaros exóticos y de colo res delicados, procedían del sur de México y Guatemala donde vivían en los bosques y de los que el quetzal — hoy, prácticamen te extinguido— proporcionaba plumas de tanta belleza y aprecio que la palabra misma vino a significar precioso, como turquesa y otras. Los especialistas en el trabajo de la plumería, llamados amanteca, lo hacían en muchos lugares, pero eran centros muy apreciados en el Valle de México: Tlatelolco, Tezcoco y Huaxtepec. De los ejemplares que se han conservado y se muestran hoy en diferentes museos de Europa y América, muchos de ellos son escudos. El conservado en el Museo Nacional de Antropología de México representa al dios de la Lluvia, cuyo rostro parece emerger de una especie de remolino de agua. En el Museo de Stuttgart hay dos escudos con representaciones de carácter geo métrico en las que domina el signo Xicalcoliuhqui, o greca esca lonada que en este caso se llama quetzalxicalcoliuhqui chimalli. El Museum fü r V ólkerkunde de Viena almacena tres de las más importantes piezas de plumería que se conocen en el mun do, encontradas en el siglo X V III en el Castillo de Ambras, en el Tirol. Una de estas piezas es un escudo en el que se repre senta un coyote que podría ser el emblema de Ahuizotl: en este caso, el mosaico de plumas ha sido completado con pequeñas pie zas de oro que destacan algunos aspectos de la anatomía del co yote — garras, ojos, morro, colmillos, etc.— y refuerzan los bor des de la cola y el pelo del cuerpo del animal. La segunda pieza de plumería del Museo de Viena, también encontrada en el cas tillo de Ambras, es un fan , hecho con cañas de bambú y que ofre ce en su parte central la representación de una mariposa. Por úl timo, el que sin duda es el ejemplar de plumería más espectacu lar e impresionante de todos los que se conocen en la actualidad
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en el mundo, es un tocado de plumas de quetzal con adornos de oro. Aunque popularmente se le conoce como la Corona de M oc tezuma, en realidad no se puede precisar si realmente fue un to cado utilizado por el último emperador azteca, aunque por dife rentes representaciones se sabe que este tipo de tocados eran uti lizados por personajes importantes de la corte de Tenochtitlan, tanto guerreros como soberanos e incluso sumos sacerdotes, tal como aparece adornado el rey-sacerdote Quetzalcóatl en una de las ilustraciones del Atlas de Durán.
Cerámica La tradición ceramista mesoamericana, especialmente en lo que se refiere a figurillas alcanza, naturalmente, al período az teca, pero en este caso la fabricación de estas figurillas se pone en contraste con las estatuas en piedra y con las grandes escul turas monumentales, de manera que las obras en cerámica serán, por regla general, el arte campesino y popular, mientras las obras en piedra representan al arte culto y de la clase dominante; por eso, también, desde el punto de vista temático, en el arte en pie dra predominarán las representaciones de la muerte y el sacrifi cio, mientras en el arte cerámico abundarán más las representa ciones de tipos humanos y de divinidades humanizadas. Uno de los tipos de figurilla más frecuentes e'n las coleccio nes es aquel que representa una figura de mujer en pie, con el cabello dividido en dos crestas o bucles que se elevan sobre la cabeza, que lleva una falda recta y decorada que llega a los pies y que tiene en brazos a dos figuras pequeñas. Esta figurilla ha sido interpretada como la representación de una diosa madre az teca, ya sea Coatlicue o Cihuacoatl, Tonantzin o Xochiquetzal; sin embargo, otras interpretaciones tienden a hacer de ésta un símbolo de la maternidad y continuidad femenina, quizá la re presentación de una partera o comadrona, patrona del nacimien to y la fertilidad, con lo que se acentúa la contradicción simbó lica que hemos señalado arriba: continuidad, vida, nacimiento, como metáfora popular y campesina y muerte, sacrificio, inframundo, como metáfora de la élite (Pasztory).
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Otras figurillas representan diosas y dioses diferentes. Algu nas de estas divinidades llevan collares con mazorcas de maíz; otras representan con toda fidelidad a los dioses Tlaloc o Ehecatl con sus característicos rostros con las anteojeras y mostacho el primero y con la máscara bucal el segundo. En algún caso, es tas imágenes de divinidades se hallan en la parte alta de una ma queta de templo piramidal que reproducen modelos de templos perfectamente conocidos por los dibujos aparecidos en los códices.
Literatura Si a través de las páginas anteriores hemos podido apreciar cómo el arte de los aztecas, en sus manifestaciones plásticas, da cuenta de una sensibilidad y complejidad intelectual que contra dice la aparente rudeza y aun crueldad de esta civilización, tal como era entendida y juzgada desde el siglo X V I, especialmente a partir de ese hecho tan denostado que es el sacrificio humano, esta finura intelectual y extraordinaria sensibilidad se pone de manifiesto con mucha mayor claridad a través de su literatura y especialmente de su poesía. Muchos de los códices y documentos a los que hemos aludi do en páginas anteriores, es decir, aquéllos que fueron escritos en caracteres pictográficos, se realizaron ya en época española, aunque siguiendo la tradición jeroglífica prehispánica; sin em bargo, en esta misma época algunos indígenas que ya habían aprendido a manejar la escritura latina y algunos frailes españo les que conocían bien el idioma náhuatl, hicieron recopilaciones de textos diversos, escritos en ese idioma, pero en caracteres latinos. Quizá la primera de esas recopilaciones es la que se conoce como A nales de Tlatelolco o Unos anales históricos de la nación mexicana en la que, además de genealogías e historias de gober nantes de Tenochtitlan, Tlatelolco y Azcapotzalco, se recogen al gunos poemas y cantares. De esa misma época —en torno a 1528 ó 1530— es la recopilación hecha por Andrés de Olmos de una abundante serie de huehuetlahtolli o discursos pronunciados en
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ocasiones solemnes: la muerte de un tlatoani, el nacimiento de un niño, los consejos que dan los padres a sus hijos con ocasión del matrimonio, etcétera. Sin embargo, el esfuerzo mayor para preservar y reunir tra diciones antiguas y también textos poéticos y literarios en gene ral de los mexica es, sin duda, el llevado a cabo por Fray Bernardino de Sahagún quien, a lo largo de su vida y utilizando mul titud de informantes indígenas, creó una amplia documentación de la que los códices más importantes son los Códices Matriten ses (del Real Palacio y de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia) y el C ódice Florentino. En esos manuscritos se han conservado multitud de cantares y poemas de carácter histórico o religioso. L os em peños de Sahagún tuvieron, adem ás, otras con secuencias. Algunos de sus discípulos indígenas continuaron p o r cuenta propia en la recopilación y conservación de textos. C on o cem os los nom bres de varios de estos sabios nativos: Antonio Va leriano, de A zcapotzalco, Martín Jacobita y Andrés L eon ardo de Tlatelolco, A lonso B egerano y Pedro de San Buenaventura, de Cuauhtitlan. A ellos se d ebió la recopilación de otros varios c ó dices y la transcripción de comentarios o lecturas de los mismos. Muestras muy importantes de estos géneros de realización son p r o bablem ente los manuscritos que se conocen com o Anales de Cuauhtitlán y Leyenda de los Soles (León-Portilla, 1986: 22-23). Ambos documentos reunidos en el llamado Códice Chim alpopoca, incluyen un buen número de discursos, narraciones, canta res, etcétera. Pero quizá la mayor cantidad y calidad de obras literarias —especialmente poéticas— de época prehispánica se han reco gido en la Colección de Cantares mexicanos, que se conserva en la Biblioteca Nacional de México y en los Rom ances de los Se ñores de la Nueva España, que se halla en la Biblioteca de la Uni versidad de Texas. Muchos de los materiales contenidos en esos dos manuscritos han sido publicados por Angel María Garibay (1964-68) y Miguel León-Portilla (1967). La poesía azteca, que los mismos nahuas denominaron me tafóricamente la flo r y el canto, representando lo bello, lo efím e ro, lo sutil de la vida, lo que se eleva p o r encima de lo diario sim bolizado p o r lo que más estimaban en la tierra; la fragancia de
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las flores y el canto de las aves. Así verem os a esta poesía en su m arco adecuado, la cultura náhuatl, com o una expresión autén tica del m undo del que brotó, com o un reflejo del pensam iento y de la idiosincrasia del pu eblo que la creó, constituyendo un m e dio para con ocer esta cultura en la raíz de sus motivaciones, ya que la poesía es una de las m anifestaciones más profundas e ínti mas de un pueblo (Leander, 1971: 7-8).
La acumulación de materiales literarios del mundo azteca, que ha venido produciéndose en los últimos cuarenta años nos permite ordenarlos ahora en varios géneros literarios. Funda mentalmente hay que distinguir dos géneros: Cuicatl (canto, him no o poema), que vendría a equivaler a nuestra poesía, y Tlahtolli (palabra, discurso, relato, historia, exhortación) que viene a ser la prosa en nuestro sistema literario. Por lo que se refiere a la poesía, se pueden distinguir, a su vez, como señala Birgitta Leander. varios géneros entre los cua les se podría mencionar, de la poesía lírica el xochicuicatl, canto florido —también llam ado xopancuicatl, canto de primavera o del tiempo de verdor— y el icnocuicatl, canto de la desolación, o de la angustia. H abía también el curioso cuecuechcuicatl, canto cos quilloso o travieso —que a veces recibía el nom bre de ahulcuicatl, canto vano o frív olo— p ero del cual se han conservado pocas muestras; luego había el yaocuicatl, canto de guerra —a veces nom brado cuauhcuicatl, canto de águilas o tecucuicatl, canto de príncipes— y el teocuicatl, canto de dioses o religioso; adem ás había el llam ado melahuacuicatl, canto verdadero o canto llano, una poesía época, a veces cercana a la prosa (Leander, 1972: 66). Él tlahtolli o prosa, también se podía, a su vez. subdividir en varios géneros diferentes: los huehuetlahtolli que eran relatos so bre las cosas antiguas (León-Portilla, 1986: 26). L1 hecho de que, sobre todo la poesía, se creara en el seno de las cortes desarrolladas en los Señoríos de la región central de México, permite precisar algunas características derivadas de su procedencia. L a p oesía de Tezcoco era (...) la más refinada y de m ayor elaboración con una imaginería abundante y metáforas exquisitas. L a de Chalco se parecía a la poesía texcocana en cuan to a refinamiento y uso de m etáforas, igual que la de Huexotzinco, que solía ser bastante sentimental y con un estilo que a veces
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llegaba a ser muy barroco. En Tlaxcala, otro señorío indepen diente, situado al este de la capital, la poesía también tenía un es tilo recargado y de gran colorido. En la Huaxteca, la parte norte de la costa del G olfo de México producían poem as que revelaban una imaginación viva y audaz, la cual se m anifestaba tanto en los temas escogidos com o en la m anera de abordarlos. En Tenochtitlan los p oem as solían ser tristes, p ero resignados, casi siem pre relacionados con la muerte y la vida en el Más Allá, con un fu er te tono religioso; p o r ser la capital del im perio, recibían también influencias de la p oesía de otras regiones (Leander, 1972: 65-66). En los últimos años se ha avanzado considerablemente en el estudio estilístico de los textos nahuas conservados; así, los es tudios y traducciones de proverbios, adivinanzas y metáforas de Thelma D. Sullivan (1963), las listas de métaforas poéticas de José Luis Martínez (1984), el análisis de cuicatl y tlahtolli de Mi guel León-Portilla (1983) o el estudio de Josefina García Quin tana (1980) nos proporcionan un amplio repertorio de metáfo ras, difrasismos y tropos que nos dan la clave del estilo literario de los aztecas. En los escritos de Sahagún y en otros, cuya enumeración no vamos a hacer ahora, hay una gran cantidad de textos poéticos o de fragmentos en prosa, escritos en náhuatl y que represen tan, de manera literal o muy próxima al sentido original prehis pánico, el modo de construir m etáforas y difrasismos. Estos úl timos, en palabras de Garibay (1953, I: 19) consisten en aparear dos metáforas que juntas dan el sim bólico m edio de expresar un solo pensamiento. Así, por ejemplo, cuando se dice: el lugar de la estera, el lugar de la silla, ambos términos significan, gobier no, autoridad, dignidad y mando. La mayor parte de los poemas que han llegado a nosotros en las colecciones mencionadas más arriba, son obras de carácter anónimo; sin embargo, como lo han puesto de relieve Angel M .1 Garibay (1953-54) y Miguel León-Portilla (1967) se pueden men cionar hasta treinta y tres poetas nahuas, cuyos nombres se han conservado. Aunque la mayor parte de tales poetas son reyes o príncipes, debemos suponer que los creadores de tantos otros poemas serían gentes quizá de la nobleza o del enlomo cortesa no de los príncipes, pero no necesariamente e llo s mismos y que
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también el pueblo anónimo crearía poesía que. iría de boca en boca hasta llegar a quienes poseedores de una cultura más ele vada, serían capaces de retener y aun de fijar los textos en ca racteres glíficos. Aparte del fam osísim o poeta y rey de T ezcoco, Nezahualcoyotl y su hijo y sucesor Nezahualpilli, hallam os, p o r ejem plo, al m onarca de México-Tenochtitlan en el m om ento de la conquista española Motecuhzoma Xocoyotzin. También hay representantes de la tercera ciudad de la Triple A lianza; poetas co m o Tetlepanquetzanitzin de nom bre idéntico al del último señor de Tlacopan y Totoquihuatzin, rey asim ism o de Tlacopan. De las dos ciuda des que, junto con T ezcoco, fu eron los principales lugares de p r o ducción poética náhuatl son Chalchiuhtlatonac, rey de Chalco y Tochihuitzin, Monencauhtzin y Xayacamachan, que parecen h a ber sido reyes de Huexotzinco. Hay, adem ás, Oquitzin, rey de A zcapotzalco, al tiempo del sitio de M éxico y Tezozomoc, p r o bablem ente el rey del m ism o lugar, quien tiranizó el valle de Méxi co en tiempos anteriores; también hallam os a Telitl, rey de Tenayuca; Moquihuizin, último gobernante del Tlatelolco autónomo, y Aquiyahuitzin, del cual se dice que fu e rey de Ayapauco, tal vez no un lugar real, sino un sobren om bre del paraíso lluvioso de Tlalocan, sitio de agua y niebla (Leander, 1972: 30). Según venimos diciendo en las páginas anteriores en el mun do náhuatl la poesía —tanto com o otros aspectos de la vida— te nía una función relacionada con la concepción cósmica, estaba re ferida a lo divino. P orque el m undo náhuatl estaba im pregnado de religiosidad en todos sus aspectos y todo lo qu e se hacía estaba en función de eso. Era igualmente el caso de la p oesía: una fo r ma de comunicación con lo divino (Leander, 1971: 13). Por eso, una gran parte de la temática poética tiene como contenido prin cipal la exaltación de los grandes mitos en ios que los personajes principales son las más destacadas divinidades de su panteón. De entre esos poemas épico-religiosos destacaríamos ahora, por ejemplo, el del Nacimiento de Huitzilopochtli, o los que se re fieren a Quetzalcóatl, especialmente: Las tentaciones de Quetzalcóatl, aunque no son menos importantes los dedicados a Tlaloc, a Toci, la Madre de los dioses o a X ochiquetzal, X ipe Totee, etc. (Alcina, 1989).
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Sin embargo, más allá de los grandes mitos de la religión ofi cial, especialmente tenochca, se estaba desarrollando un pensa miento filosófico o religioso que remarcaba especialmente el ca rácter espiritual, intimista y humano de la relación entre los hom bres y la divinidad suprema, ya fuese ésta Tloque Nahuaque, Ipalnem ohuani o M oyocoyani; es ésta la postura que León-Por tilla ha llamado la visión de N ezahualcóyotl. En ese contexto de las cortes de los Señoríos integrados en la Triple Alianza, o in corporados de algún modo al im perio azteca, e incluso en aqué llos que permanecieron independientes, como es el caso de Tlaxcala, es importante comprobar la existencia de instituciones de dicadas al canto y a la danza, el Cuicacalli o M ixcaocalli, que te nía a su disposición una organización im ponente de personas con cargos especiales relacionados con las diferentes ramas del saber de esta academ ia. L o s más conocidos fueron los cuicapiqui, qu ie nes inventaban el tema de un p oem a o de su música. P ero no fu e ron en absoluto los únicos. H abía también los cuicani, los que com ponían el p o em a o la música, los cuicaito, quienes recitaban el poem a con música o sin ella, los teyacanqui que guiaban a la gente es decir, directores de orquesta y coro, los tlacocoloani, los dirigentes de la danza (Leander, 1971: 16). La reunión de estos poetas, cantores, músicos, sabios y filó sofos que trabajaban en las diferentes escuelas, formaban una hermandad (icniuhyotl) que según Sahagún era reunión de sa bios y filósofos. Se habla de que esas reuniones se hacían en los jardines del palacio de Nezahualcóyotl a la som bra de los viejos árboles ahuehuetes y al murmullo de las cascadas de agua de p e queños arroyos. Muchos de los que he llamado poem as de flores o poem as elegiacos (Alcina, 1989: 27-58) son, en realidad, la muestra que ha llegado hasta nosotros de esta poesía religiosa que va más allá de la mitología y religiosidad oficial y se trans forma, verdaderamente, en filosofía. Además de la poesía religiosa en sus dos vertientes ya cita das, la poesía náhuatl es tremendamente creativa en lo que po demos llamar p oem as históricos y en lo que llamaban el yaocuicatl o canto de guerra (Alcina, 1989: 59-78 y 107-113). Entre los primeros debemos recordar el poema de L os Toltecas, la Fun dación de M éxico o la Guerra de Chapultepec y entre los según-
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dos los cantos de Xicotencatl el Viejo, rey de Tlaxcala, o los poe mas de Axayácatl o de Macuilxochitzin y muchos otros de carác ter anónimo. A pesar de que la poesía azteca, según hemos visto en los párrafos anteriores, cubre una gran parte de los temas más usua les de la poesía de todos los tiempos se muestra extraordinaria mente parca en lo que se refiere al tema erótico. Acaso no po damos señalar en nuestra colección poética más de dos cancio nes con ese carácter y ambas corresponden a lo que llamamos Cancionero Otomí. Al parecer, los otomíes, aun estando incor porados al mundo azteca, guardaban una identidad cultural bien diferente de la de los tenochcas para quienes lo único importan te era la religión, la sociedad y el Estado, quedando la vida in dividual y familiar, al menos desdibujada en las fuentes de co nocimiento de que disponemos. Como en tantas otras ocasiones, los frailes españoles nos han hurtado una parte muy interesante de la poesía náhuatl: la poe sía satírica o burlesca. Fray Diego Durán, uno de los observa dores más agudos del mundo azteca nos dice: También había otro baile tan agudillo y deshonesto que tira casi al baile de esta zarabanda que nuestros naturales usan con tantos m eneos y visajes y deshonestas monerías, que fácilm ente se verá ser el baile de mujeres deshonestas y de hom bres livianos; lla m ábanle Cuecuechcuicatl, que quiere decir cosquilloso o de com ezón. También se llamaba a este tipo de poesía ahuilcuicatl: canto vano o canto frívolo. El P oem a de Travesuras, o el poema de Tlaltecatzin podrían ser dos buenos ejemplos de esta poesía ■ satírica. Finalmente, hay que decir que, aunque todavía en estado em brionario, el teatro era un género que empezaba a desarrollarse entre los aztecas. Desde la poesía histórico-religiosa, la narra ción de mitos y los diálogos de poetas-filósofos, junto con el uso del baile y la música en los rituales periódicos de carácter sagra do se alcanza un cierto tipo de teatro, todavía muy rudimenta rio, pero que será utilizado por los misioneros españoles para am pliar y profundizar en su labor de catcquesis.
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185
Música y danza A un mundo literario tan extraordinariamente rico, como el que acabamos de describir, debía corresponder un mundo igual mente complejo y desarrollado en lo relativo a la música y la dan za y esto es lo que se infiere del estudio de las fuentes y de los instrumentos musicales mismos llegados a nosotros. Instrumentos de percusión como el huehuetl, panhuehuetl o tlapanhuehuetl y el teponaztli, las sonajas y cascabeles de cerá mica o metal y los chicahuaztli y om echicahuaztli de hueso u otros materiales, debieron dar a la música de los aztecas un rit mo especialmente vivo, contagioso y penetrante que arrastraría a la gente hacia la danza. Otros instrumentos de los que han lle gado a nosotros como piezas arqueológicas o cuya imagen halla mos en los códices, son las trompetas de cuerno o de caracol sim ples o dobles, los silbatos y ocarinas, las flautas de cerámica o hueso, las siringas o flautas de Pan y el arco musical o monocordio. Según se deduce del estudio de los instrumentos arqueológi cos y de algunas melodías prehispánicas conservadas entre gru pos indígenas actuales, la música azteca no sólo conoció y prac ticó la escala pentatórica, sino que en ocasiones utilizó también las escalas basadas en seis, siete y más tonos. Otro tanto pode mos decir en cuanto a la altura variable de algunas de las escalas y a la multiplicidad de escalas y melodías que se podían inter pretar con esta serie de instrumentos. De acuerdo con los informantes de Sahagún, los instrumen tos utilizados por los aztecas para acompañar las danzas eran los que se relacionan en la Tabla 8:2 y eran utilizados principalmen te para las fiestas que se celebraban cada veintena a lo largo del año solar. El estudio del baile y la danza en el mundo azteca, a partir de las fuentes de información de que disponemos — códices, es critos españoles y documentación arqueológica— constituye un problema prácticamente insoluble, por lo que el ensayo de G. P. Kurath resulta del mayor interés aunque de resultados equí vocos. En cualquier caso el estudio de la danza y aun el de la música sólo puede entenderse enteramente en relación con los
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rituales proporcionados por el sacerdocio y en parte realizados por él mismo y en parte también por el cuerpo social, tanto en su dimensión territorial como en el de las profesiones o gremios, o en cuanto a los grupos de sexo y edad (Kuratz-Martín, 1964). Tabla 8.2 Instrumento VIENTO trompeta caracola tubo con lengüeta flauta de arcilla TA M BO RES vertical horizontal pequeño teponaztli con calabaza caparazón de tortuga SO N A JERO S calabaza palo-sonajero cascabeles de tobillo CANCION con tambor sin tambor
Nombre náhuatl
Intérprete
tecciztli qüiquiztli acatecciztli tlapitzalli
sacerdotes sacerdotes sacerdotes sacerdotes
huehuetl teponaztli teponaztontli tecom apiloa ayotl
sacerdotes sacerdotes sacerdote sacerdote sacerdote
ayacaxtli chicahuaztli ayachicahuaztli caiolli
sacerdotes sacerdotes ancianos bailarín
cuicani cuicani
ancianos bailarines
Fuente: Kurath-Martí, 1964: 85. Evidentemente, la mayor información se ha acumulado en torno a las festividades celebradas cada veintena en honor de un dios o de un grupo de divinidades. Las descripciones de los in formantes de Sahagún y de otros misioneros nos proporcionan una excelente documentación tanto gráfica como de tipo litera rio, en lo que se refiere a las motivaciones de las danzas, la in dumentaria de los bailarines, los instrumentos musicales utiliza
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dos por algunos de ellos, así como sobre su manera de colocarse en torno a, o frente a otros,y el modo de cogerse unos con otros para realizar el baile y, en algunos casos, el uso de pulque o in cluso alucinógenos que contribuyen a hallar el climax de la danza. Lo indudable, sin embargo, es que en tanto que estos bailes se producen en un contexto ceremonial y religioso, su interpre tación, siempre de carácter simbólica, hay que encuadrarlo, den tro de ese marco fundamentalmente religioso. Más allá de esa in terpretación habría quizá que intentar otras de carácter estruc tural, psicológica o filosófica, de las que aun nos hallamos muy lejos en la actualidad.
B IB L IO G R A F IA La bibliografía general sobre el arte mesoamericano o azteca, en particular, así como los libros de ensayo de carácter interpretativo son muchos. Menciona remos algunos de los más importantes desde el más clásico y todavía válido en gran medida que es el de S alvador T oscano: Arte de M éxico y la Am érica Cen tral, UNAM, México, 1952; J osé Píjoán: Arte p recolom b in o m exicano y maya, Summa Artis, Vol. X . Madrid. 1952; M iguel C ovarrubías: Indian Art o f M éxi co and Central A m erica, Knopf, New York, 1957. De J ustino F ernández, otro de los fundadores de los estudios acerca del arte mexicano, hay que citar espe cialmente su ensayo: Coatlicue. Estética del arte indígena antiguo. Centro de E s tudios Filosóficos, UNAM, México, 1954 y su tratado general: Arte mexicano. De sus orígenes a nuestros días, Ed. Porrúa, México, 1958. Son igualmente im portantes los ensayos de Paul Westheim : Arte Antiguo de M éxico, Fondo de Cultura Económica. México, 1950 e Ideas fundam entales del Arte Prehispánico, FC E. México, 1957, en los que sigue la orientación de su maestro W. WorrinGER. Entre las obras más recientes hay que destacar las siguientes: C armen A guilera : El arte oficial tenochca, UNAM, México. 1977; E sther Pasztory : Aztec Art, Harry N. Abrams Inc, New York, 1983 que es, sin duda, el mejor libro de conjunto sobre la materia; H. B. Nicholson y E. Q uiñones: Art o f A z tec México. Treasures o f Tenochtitlan, National Gallery of Art, Washington. 1983, y Mary E llen Miller : The Art o f M esoam erica. From Olmec to Aztec, Thames and Hudson, London, 1986. Sobre el tema de la arquitectura en general, hay que citar los libros de IGNA CIO MARQUINA: Arquitectura prehispánica, JN A II, México, 1951 y Paul G enDROP y D oris Heyden : Arquitectura de M esoam erica. Aguilar, Madrid. 1976. So bre el tema concreto del Templo Mayor véanse los libros citados en el capítulo anterior de E duardo Matos (1988) y de J oiianna H k o d a ct. al. (1988).
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En relación con la escultura — monumental o de pequeño tamaño— debe ci tarse en primer lugar el libro de Paul Westheim : L a Escultura del M éxico A n tiguo, UNAM, México. 1956, tras el cual, los estudios más importantes son los de H. B. N. Nicholson: «Major Sculpture in Pre-Hispanic Central México», H an dbook o f M iddle Am erican Indians, Vol. 10: 92-134, Austin, T X . 1971 y de E sther Pasztory: Aztec Stone Sculpture, The Center for Inter-American Relations, New York, 1976. Proporcionan materiales o enfoques críticos de interés los estudios de F elipe SolÍS: C atálogo de la escultura m exica del Museo de Santa Cecilia Acatitlan, INAH, México. 1976 y Escultura del Castillo de Teayo, Veracruz M éxico, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1981 y tam bién los libros de Nelly G utiérrez Solana: O bjetos cerem oniales en piedra de la cultura mexica, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1983 y E lizabeth BA Q U ED A N O : A ztec Sculpture, British Museum Publications, London, 1984. Como ejemplo de unos comentarios a una pieza escultórica en concreto citamos el artículo de D oris Heyden : «Comentarios sobre la Coatlicue recuperada durante las excavaciones realizadas para la construcción del Metro», Anales del Instituto N acional de A ntropología e Historia, 7.a época, Vol, 2: 153-170, México, 1971. Sobre la temática de los códices, mencionaremos los estudios de J osé A l o na : «Fuentes indígenas de México. Ensayo de sistematización bibliográfica», R e vista de Indias, a. X V , núms. 61-62: 421-521, Madrid, 1956; M iguel Le ÓN-Por tilla y Salvador M ateos H igueras : Catálogo d e los códices indígenas del M éxico Antiguo, Suplemento del «Boletín Bibliográfico» de la Secretaria de H a cienda, México, 1957; D onald R obertson : Mexican Manuscript Painting o fth e Early C olonial Period, Yale University Press. New Haven, 1959 y J ohn B. B lass y D. R obertson : «A Census of Native Middle American Pictorial Manuscripts». H an dbook o f M iddle Am erican Indians, Vol. 14: 81-254, Austin, T X , 1975. Sobre el arte ceremográfico cabe citar la obra general de E duardo N ogue ra : L a Cerám ica A rqu eológica de M esoam érica, UNAM, Instituto de Investiga ciones Históricas, México, 1965. Ejemplo de dos estudios de carácter monográ fico, podrían ser los de: JOSÉ A lcina : L as «pintaderas» m exicanas y sus relacio nes, CSIC, Instituto «Gonzalo Fernández de Oviedo», Madrid, 1958 y de R. B ar LOW y H. Lehmann : «Statuettes-grelots aztéques de la vallée de México», Tri bus, t. 4-5: 157-176, Stuttgart, 1954-55. El libro básico para el estudio de la literatura azteca sigue siendo el de A ngel M.' G aribay : Historia de la Literatura Náhuatl, Ed. Porrúa, 2 vols, México. 1953-54 y los tres volúmenes que publicó el mismo autor bajo el título de Poesía Náhuatl, UNAM, Instituto de Historia, México, 1964-65. De las numerosas obras de su discípulo y continuador, M iguel L eón -Portilla destacaremos: Trece P o e tas del m undo azteca, UNAM, Inst. de Historia, México, 1967 y Cantos y cró nicas del M éxico antiguo, Crónicas de América: 24. Historia 16, Madrid, 1986. También deben consultarse los estudios de B irgitta L eander : La Poesía N á huatl. Función y carácter, Etnologiska Studier: 31, Góteborgs Etnografiska Mu seum, Góteborg, 1971 y In X óchitl in Cuicatl. Flor y canto. L a p o esía de los a z tecas, Instituto Nacional Indigenista, México, 1972. Como antologías en que se recoge una selección de la literatura náhuatl véase: J. A lcina : Floresta Literaria
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Aguilar, Madrid, 1957 y del mismo: M ito s y litera tu ra Alianza, Madrid, 1989. Como estudios específicos acerca del estilo literario azteca, véase: T helma D. Sullivan: «Náhuatl proverbs, conundrums and metaphors collectea by Sahagún», E s t u d io s d e C u ltu ra N á h u a tl, Vol. 4: 95-177, México, 1963; Josefina G ar cía Quintana: «Salutación y súplica que hacía un príncipe al Tlatoani recién elec to», E s t u d io s d e C u ltu ra N á h u a tl, Vol. 14 : 65-94, México, 1980 y M. L eón-Por tilla : «Cuicatl y Tlahtolli. Las formas de expresión en náhuatl», ¡ b i d e m , Vol. 16: 13-108, México, 1983. Finalmente, en relación con el tema de la música y la danza, véanse los tex tos siguientes: Samuel Martí: I n s tr u m e n t o s m u s ic a le s p r e c o r t e s ia n o s , INAH, México, 1955; del mismo: C a n to , d a n z a y m ú s ic a p r e c o r t e s ia n a , FC E , México, 1961. G ertrude P. Kurath y S. M artí: D a n c e s o f A n a h u a c . T h e c h o r e o g r a p h y a n d m u s ic o f p r e c o r t e s ia n d a n c e s , Viking Fund Publications in Anthropology: 38, New York, 1964 y J ulio E strada (ed.): L a M ú s ic a d e M é x i c o L P e r ío d o P re h i s p á n ic o , UNAM. Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1984. d e la A m é r i c a I n d íg e n a ,
a z teca .
Capítulo 9 CIENCIA
E n los orígenes de la Ciencia antigua, no solamente de la tra dición occidental o mediterránea, sino de cualquier otra tradi ción — también de la mesoamericana— se halla la astronomía, la matemática y el calendario. En el presente capítulo tratare mos de esas cuestiones fundamentales.
Astronomía En la base de cualquier sistema calendárico, también en la base del sistema calendárico mesoamericano, y más concreta mente, en el azteca, se halla la observación astronómica. No es extraño, pues, que para elaborar un calendario tan complejo como el que describiremos en las próximas páginas, haya existi do una muy amplia y muy perfecta observación astronómica. Como dice Johanna Broda, entre las observaciones ligadas al calendario destacan la determinación exacta del año trópico, los m eses sinódicos de la Luna, los ciclos de eclipses de Sol y Luna, el ciclo de Venus, la observación de las Pléyades, etc. Sin em bar go, llama la atención que los estudios m onográficos que se han hecho al respecto, se han centrado m ás en cuestiones de la estruc tura interna del calendario y de la escritura jeroglífica que en los principios que les perm itieron hacer tales observaciones (Broda, 1983: 81). El auge experimentado en los últimos años por la llamada arqueoastronom ía y también por la etnoastronom ía, etc., viene a cubrir las deficiencias que en este tipo de estudios existía desde
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antiguo, ya que no se puede decir que el interés por la astrono mía no estuviese desde los estudios de Eduardo Seler, si no antes. Aunque para otras culturas del área mesoamericana tenemos datos concretos acerca de la existencia de verdaderos observato rios, construidos expresamente con ese fin, como El Caracol, de Chichén Itzá entre los mayas o los edificios J y P de Monte Albán entre los zapotecos, en relación con los aztecas sólo pode mos apuntar el hecho de que hacían observaciones astronómicas de manera directa, según refleja un dibujo del C ódice Mendocino y numerosas pero breves observaciones en los cronistas que apuntan al hecho de que tales observaciones se hacían especial mente durante la noche, hasta el punto de que el propio tlatoani tenía el deber de levantarse a media noche para observar el fir mamento. Es posible que en esas observaciones se hayan ayu dado de muy sencillos instrumentos como una especie de balles tillas que aparecen en ciertos edificios — ¿observatorios?— re presentados en los códices mixtéeos. Tales observaciones estaban encaminadas, naturalmente, a fi jar con precisión el curso celeste del Sol y la Luna, pero tam bién de otros astros y estrellas diversas. También los aztecas agrupaban las estrellas formando verdaderas constelaciones. Así, interpretaban los astros alrededor del polo celeste como una ca beza de mono; la constelación Xonecuilli o pierna torcida, que se representaba como una S con adorno de ojos o estrellas, tal como aparece en la Xiuhcoatl o Serpiente de turquesa; tianquiztli, las Cabrillas o Pléyades, que tanta importancia tenían en la ceremonia del Fuego Nuevo; mamalhuaztli, los Astillejos o cin turón y espada de Orion; Citlalcólotl, o Escorpión; Colotlixáyatl o Rostro de escorpión; y citlaltlachtli o juego de pelota de las es trellas y otros cuerpos celestes identificados como distintas cons telaciones (Broda, 1983 y León-Portilla, 1983). Uno de los aportes más significativos de la moderna arqueoastronomía reside en los sistemáticos estudios sobre la orientación de edificios antiguos. El interés del estudio de las orientaciones de sitios arqueológicos consiste precisam ente en el hecho de que constituyen un principio calendárico diferente al re presentado en las estelas y los códices. Se trata, ciertamente, de un principio ajeno al pensam iento occidental. L a escritura con la
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cual se escribe es, en este caso, la arquitectura y la coordinación de ésta con el am biente natural. Un sistema de códigos se plasm a en el paisaje. E dificios aislados, conjuntos de edificios y planos de asentamientos de sitios enteros, muestran ciertas orientaciones particulares; en m uchos casos estos sitios están coordinados con puntos específicos del paisaje, con cerros y otros elementos natu rales, o también con m arcadores artificiales en fo rm a de sím bolos o de edificios construidos en estos lugares (Broda, 1983).
El Calendario Una de las características más importantes de la Civilización de Mesoamérica es la del uso de un complejo sistema calendarico que sitúa estos pueblos en una de las posiciones más avan zadas dentro del conjunto de las Civilizaciones antiguas. La cul tura azteca, una más dentro de ese conjunto, también disfrutaba de este logro intelectual. El calendario mexica consta de dos ciclos o cuentas diferen tes: (1) el ciclo de 260 días o tonalpohualli, la cuenta de los días y (2) el año de 365 días o xiuhpohualli, la cuenta de los años. La combinación de ambos ciclos o sistemas daba como resultado un período de 52 años que se nombraba xiuhmolpilli, o atadura de años, representado por un haz de cañas. Aún existía un período de tiempo más largo en la cronología azteca: el cehuehuetiliztli, o una vejez, período de 104 años solares, que era el resultado de la combinación del año solar y el año venusino. Ambas cuentas venían a coincidir precisamente cada 104 años, o sea cada dos ataduras o siglos aztecas. La importancia de la cuenta del tiempo en Mesoamérica en general y entre los aztecas en particular es uno de los rasgos más característicos y distintivos de esa civilización: el tiempo de las cosechas y los trabajos agrícolas, de los cambios de cargos, de las ceremonias y rituales principales, el destino de los hombres y mujeres, la bondad o maldad de los días para hacer multitud de actividades individuales o colectivas, todo, en definitiva, es taba o debía estar fijado dentro de un tiempo determinado: h a bía un tiempo para cada cosa y todo se debía hacer a su tiempo (Carrasco).
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El Tonalpohualli El año de 260 días es el resultado de la combinación de una serie de veinte nombres de días y de trece numerales, lo que po dría equivaler al sentido de la semana en nuestro calendario. El Tonalpohualli, cuenta de los días o cuenta de los destinos se re presentaba en libros llamados tonalamatl, que eran utilizados por ios adivinos o tonalpouhque o cuentadías. Los especialistas no se ponen de acuerdo acerca del origen de este calendario, por lo que hay un gran número de teorías poco convincentes: calendario lunar, tiempo de embarazo huma no, período entre las dos fechas en que el sol alcanza el cénit en la región de Copán; coeficiente en las revoluciones de varios pla netas y la luna, etcétera. Fray Toribio de Benavente, Motolinía, dice a este respecto en un pasaje de los M emoriales, lo siguiente: A esta cuenta la llaman tonalpohualli, que quiere decir cuenta del Sol, porqu e la interpretación e inteligencia de este vocablo, lar go m odo, quiere decir cuenta de planetas o criaturas del cielo que alumbran y dan luz y no se entiende de solo el planeta llam ado sol, que cuando hace luna decim os metztuna, esto es, que da luz y alum bra la luna: de la estrella también dicen citlatona, la estre lla de claridad: em pero, p orqu e dar luz y alum brar es más p ro p io del sol que de los otros planetas, cuando lo hay dicen a b so lutamente tona. Aunque el problema del origen del calendario de 260 días que da todavía hoy sin resolver, es presum ible que su existencia se deba a la com binación o coincidencia de múltiples ciclos natura les (Broda, 1969: 16). La serie de los veinte nombres de los días con sus signos, el rumbo asociado y los dioses patronos es la que representamos en la Tabla 9:1.
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/9.5
Tabla 9:1 N om bre
Significado
R um bo
Cipactli
Ehecall
Lagarto, cocodri Este lo o espadarte: animal mítico del que se formó la tierra. Viento Norte
Calli
Casa
Oeste
Cuetzpalin
Lagartija
Sur
Coatí
Serpiente
Este
Miquiztli
Muerte
Norte
Mazatl
Venado
Oeste
Tochtli
Conejo
Sur
Atl
Agua
Este
Itzcuintli
Perro
Norte
Ozomatli
Mono
Oeste
D ios patrono T o n a c a te c u h tli: «Señor de nues tra carne».
Q uetzalcóatl, «Serp ien te em plumada». Tepeyolotl, «Co razón o espíritu del cerro». H uehuecoyotl, «Coyote V iejo» el primer hom bre. C halchiu htlicu e, « Naguas dejade», Tecciztecatl, «El del caracol mari no», dios que se hizo luna. Tlaloc, dios de la lluvia. M ayahu el, dios del maguey. X iu htecu htli, «Señor del Año», dios del fuego. M ictlan tecu htli, «Señor del Infier no». Xochipilli, «Prín cipe de las flo res», dios de los palaciegos.
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N om bre
Significado
R um bo
D ios patrono
Malinalli
Cordel torcido
Sur
Patecatl, «El de la Yerba», dios del pulque.
Acatl
Caña
Este
Iztlacoliuhqui:
Ocelotl
Tigre o jaguar
Norte
Cuauhtli
Aguila
Oeste
Cozcacuauhtli
Zopilote
Sur
Ollin
Movimiento
Este
Tecpatl
Pedernal
Norte
«Torcido de obsi diana», dios del frío, o T ez c a tlip o ca , «Espejo que hu mea». Tlazolteotl, diosa del amor carnal. X ipe
Totee,
«Nuestro Señor el desollado». Itzpapalotl, «Ma riposa de Obsi diana». X olotl «El Paje», dios de los geme los y los defor mes. Chalchiuhtotolin,
«G u a jo lo te de jade» o Tezcatli Quiahuitl
Lluvia
Oeste
poca. C han tico, diosa
del fuego del ho gar o Tonatiuh Xóchitl
Flor
Sur
X ochiquetzal.
«Quetzal de fiores», diosa del amor. Fuente: Carrasco, 1977: 259-260.
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L o s g lifo s d e lo s 2 0 d ía s : (a rrib a ), estilo del cód ice H oigia; (a b a jo ), e s tilo del cód ice M ag liab ecch i.
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Como hemos dicho, los 260 nombres del año eran el resulta do de combinar los veinte nombres o sus símbolos con los nu merales del 1 al 13 en la forma en que se indica en la Tabla 9:2, de manera que iba desde el 1 Cipactli al día 13 Xóchitl, sin que nunca se repitiera ninguna combinación; el día 261 volvía a ser 1 Cipactli y así sucesivamente.
Tabla 9:2 L a cuenta de los días Cipactli Ehecatl Cali i Cuetzpalin Cóatl Miquiztli Mazatl Tochtli Atl Itzcuintli Ozomatli Malinalli Acatl Ocelotl Cuauhtli Cozcacuauhtli Olin Tecpatl Quiahuitl Xóchitl
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7
8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1
2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8
9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2
3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9
10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3
4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11
12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5
6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12
13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6
7 8 9 10 11 12 13 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Acompañando a los numerales del tonalpohualli hay tres se ries que proporcionan nuevos elementos para que los procedi mientos adivinatorios sean más complejos y al mismo tiempo más
Los Aztecas
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acertados. Se trata de los trece Señores del día, los trece voláti les acompañantes y los nueve Señores de la noche. Las dos se ries primeras coinciden exactamente con los numerales; la de los Señores de la noche cabe 28 veces y da un resto de 8, de manera que para que coincidiese siempre con las otras series se hacía que el último día tuviese dos señores de la noche. Los 13 señores del día y los 9 Señores de la noche están re lacionados evidentemente con los 13 cielos y los 9 inframundos y posiblemente representarían las horas del día y de la noche, aunque a los efectos adivinatorios cada Señor diurno sería sus tituido por el correspondiente Señor de la noche a una hora de terminada que podría ser el mediodía y la medianoche (Tabla 9:3).
Tabla 9:3 L os trece señores del día 1.
Xiuhtecuhtli
2. 3.
Tlaltecuhtli Chalchiuhtlicue
4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.
Tonatiuh Tlazolteotl Mictlantecuhtli Centeotl Tlaloc Quetzalcóatl Tezcatlipoca Chalmecatecuhtli
12. 13.
Tlahuizcalpantecuhtli Citlalinicue
Fuente: Carrasco, 1977: 265.
Señor del Año, dios del Fue goSeñor de la Tierra. «Naguas de Jade», diosa del agua. Dios del Sol. Diosa del amor carnal. Señor del Infierno. Dios del Maíz. Dios de la Lluvia. «Serpiente Emplumada». Espejo que humea. «Señor Chalmeca», dios del Infierno. Señor del Alba Diosa del Cielo, o de la Vía Láctea.
José Alcina Franch
200
Los 13 volátiles asociados con los 13 Señores del día, según Eduardo Seler correspondían a 12 aves y la mariposa (Tabla 9:4). Tabla 9:4 L os trece volátiles asociados 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.
Xiuhtecuhtli Tlaltecuhtli Chalchiuhtlicue Tonatiuh Tlazolteotl Teoyaom iqui Xochipilli-Centeotl Tlaloc Quetzalcóatl Tezcatlipoca Mictlantecuhtli Tlahuizcalpantecuhtli Ilamatecuhtli
colibrí azul. colibrí verde. halcón. codorniz. águila. lechuza. mariposa. águila. guajolote. lechuza. guacamaya. quetzal. papagayo.
Por último, los 9 Señores de la noche o Yohualteuctin corres pondientes a las series ya mencionadas eran los que presentamos en la Tabla 9:5. Tabla 9:5 L os nueve señores de la noche 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.
Xiuhtecuhtli Iztli o Tecpatl Piltzintecuhtli Centeotl Mictlantecuhtli Chalchiuhtlicue Tlazolteotl Tepeyolotl Tlaloc
Fuente: Carrasco, 1977: 266.
Señor del Año, dios del Fuego. Obsidiana o Pedernal. Señor Niño. Dios del Maíz. Señor del Infierno. Diosa de las aguas. Diosa del amor carnal. J a g u a r o « C o r a z ó n del cerro». Dios de la Lluvia.
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Tanto los nombres, signos y numerales de los días, como los Señores del día. sus volátiles asociados y los Señores de la noche tenían sus cualidades —buena, mala o indiferente— y sus carac terísticas particulares, de modo que cuando el tonalpouhque era consultado por la comunidad o por un individuo para saber cuál sería el destino de un recién nacido o cuándo sería más conve niente hacer una casa o contraer matrimonio, etc., el adivino consultaba su tonalamatl y estudiando todas aquellas caracterís ticas definía el futuro de una persona o fijaba el día más conve niente para la acción o ceremonia por la que se le consultaba. Como el año quedaba dividido en veinte trecenas, según he mos dicho más arriba, cada una de ellas tenía también sus dioses patronos y se hallaban asociadas a los diferentes rumbos o direc ciones cardinales. E l tonalam atl o libro de los días usado p o r los adivinos, incluía la figura de los dioses patronos de la trecena y las figuras de cada uno de los días consistentes en el numeral con su signo. Adem ás, p ara cada día se solía pintar el señor del día conectado con el numeral, el señor de la noche y el ave. El p r o nóstico de cada día estaba entonces relacionado con varios ele mentos (Carrasco, 1977: 265).
Los dioses patronos de las trecenas, con sus rumbos asocia dos y las principales fiestas de cada una eran las siguientes (Ta bla 9:6). Tabla 9:6 Trecena
R um bo
(1) 1 Cipactli
Este
(2) 1 Ocelotl
Norte
Dioses patronos
Fiestas más importantes
Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl Quetzalcóatl Fiesta del sol en 4 Ollin. En 7 Xóchitl fiesta de los pintores a 7 Xóchitl y a Xochiquetzal.
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José Alcina Franch
Trecena
R um bo
Dioses patronos
Fiestas más importantes
(3) 1 Mazatl
Oeste
Tepeyolotl
(4) 1 Xóchitl
Sur
Huehuecoyotl e Ixmextli
(5) 1 Acatl
Este
C halchiuhtlicue y Tlazoltéotl
(6) 1 Miquiztli
Norte
Tonatiuh y Tecciztecatl
(7) 1 Quiahuitl
Oeste
(8) 1 Malinalli
Sur
(9) 1 Coatí
Este
Tlaloc y Chicomecóatl Mayahuel En 2 acatl fiesta a Tezcatlipoca. Orne Acatl, dios de los banque tes. Tlahuizcalpantecuhtli T o n a t i u h y En 1 tecpatl, Mictlantecuh- fiesta de Huitzitli lopochtli. Patecatl Iztlacoliuhqui Ixcuina En 5 ci pactl i , fiesta del dios suriano Macuilcipactli.
(10) 1 Tecpatl
Norte
(11) 1 Ozomatli (12) 1 Cuetzpallin (13) 1 Ollin
Oeste Sur Este
En 2 tochtli fies ta a Izquitecatl, dios del pulque. En 1 Xóchitl sacrificio de Chantico. Regalos de los Señores a los cantores y gente de palacio. En 1 acatl fiesta de Quetzalcóatl de Tula, patrón del Calmecac. En 1 miquiztli, fiesta de Tezcatlipoca.
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Los Aztecas
Trecena
Rum bo
D ioses patronos
Fiestas más importantes
(14) 1 Itzcuintli
Norte
Xipe Totee
(15) 1 Calli (16) 1 Cozcacuauhtli (17) 1 Atl
Oeste Sur Este
(18) 1 Ehecatl
Norte
(19) 1 Cuauhtli (20) 1 Tochtli
Oeste Sur
Itzpapalotl Xolotl C halchiuhto- En 1 atl, fiesta a tolin Chalchiuhtlicue. Chantico En 9 itzcuintli fiesta de los lapidarios a Chantico. Xochiquetzal Itztapaltotec
En 1 itzcuintli, fiesta de Xiuhtecuhtli.
Fuente: Carrasco, 1977: 267-68. E l Xiuhpohualli El segundo ciclo o cuenta utilizado por los mexica, era el xihuitl o año de 365 días, siendo el xiuhpohualli, la «cuenta de los años». Este ciclo estaba compuesto por 18 períodos de veinte días más cinco días que se añadían y a los que se llamaba nemontemi. Aunque los períodos de veinte días no se originasen de la ob servación de la luna, el hecho de que su denominación, metztli, signifique luna, justifica, en opinión de algunos autores, que sean equiparados a los m eses de nuestro calendario y, aunque sea im propio en sentido estricto, se use este término ordinariamente en lugar del de veintena u otro equivalente. Los cinco días que se añadían al final de los 18 meses, los lla mados nemontemi eran días baldíos y aciagos en los que los az tecas procuraban no hacer más que lo estrictamente indispensa ble de la vida corriente, mientras que los que nacían en alguno de estos días eran considerados infelices. El hecho de que el año xihuitl sólo contase 366 días, le hacía alejarse del año solar, por el error acumulado de un cuarto de
José Alcina Franch
204
día cada año y aunque todavía se discute la existencia o no del año bisiesto, se desconoce el procedimiento que pudiesen utili zar para hacer la corrección de ese importante error que tendría efectos en el sistema agrícola, político y religioso. A continuación daremos una sucinta lista de los meses con sus variantes y significados (Véase Tabla 9:7). Tabla 9:7 Núm.
N om bres principales
Variantes
Significados
Atlcahualo
Atl caualo
detención de las aguas; cesación del agua; d e j a n l as aguas; atajar el agua; penur i a de agua; empezar los árboles a levantarse cuando c o mienzan a r et oñar las plantas; of renda de jilotes; tomar el año en la mano; f es t i val de las mujeres; desollamiento de hom bres;
Atlacahuallo A tlacahualco Atlm otzacuaya
Quahuitlehua
Cuahuitlehua
Cuauhuitlehua
Xilomaniztli Xochitzitzquilo Cihuailhuitz Tlacaxipehualiztli
Xilom analiztli Xilom aztli
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Los Aztecas
Núm. Variantes
N om bres principales
Coallhuitl III
Tozoztontli
IV V
Hueytozoztli Toxcatl
VI
Etzalcualiztli
VII
Tecuilhuitontli
viii
Hueytecuilhuitl
IX
Miccailhuitontly Tlaxochimaco
X
Tozoztli Tecoztli Tozoztzintli Tepupochhuiliztli Tepopochtli Popochtli Nezalcualiztli
Yezalcualiztli Tecuilhuitl Teuliliztli Tecuilhuitzintli
Miccailhuitl Miccailhuitzintli N exochim aco
Hueymiccailhuitl
Xocotlhuetzi
XI
X II
Ochpaniztli
Pachtontli
Huechpaniliztli Tenanatiliztli Tenahuatiliztli Pachtli
Significados festival gene ral. pequeña vigilia Gran vigilia. Sequedad
Comi da de maíz y frijo les Fiestecita de los Señores Gran fiesta de los Seño res. Fiestecita de los muertos. Ofrenda de flores Gran fiesta de los muer tos Xocotl cae caida de la fruta Barrimiento Em plaza miento Pequeño heno Mal ojudo
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José Alema Franch
Núm.
N om bres principales
Variantes
Significados
Teotleco
Teteoeco
Ecoztli
H ecoztli
Advenimien to del dios o de los dio ses. Gran heno Fiesta de los cerros Flamenco; Pluma; Flecha arro jadiza; Levanta m i e n t o de banderas. B a j a d a del agua Es t i rami en to; T i e m p o apretado; Encogido o arrugado. Crecimiento Resucitación Llaman flo res; Fiesta de las flores.
XIII
Hueypachtli Tepeilhuitl
XIV
Quecholli
XV
XVI
Quechulli
Panquetzaliztli
Atemotztli
Atemuztle Atemoliztli
XVII
Tititl
XVIII
Izcalli
Izcalam i
Xochitoca
Xochilhuill
Fuente: Broda, 1969: 19-24. Sistema cronológico Con independencia del valor intrínseco de cada uno de los sis temas o cuentas que hemos mencionado — el tonalpohualli y el
207
Los Aztecas
xiuhpohualli— la fijación de las fechas de un acontecimiento con creto venía determinado, dentro del período de 52 años o xiuhmolpilli, por la designación del día — numeral y signo— del tonalpohualli, por el nombre del mes y el numeral del día y por el día del comienzo del año con lo que, si se contaba con todos esos elementos, ninguna fecha se podría confundir dentro del perío do de 52 años, equivalente a 18.980 días. El nombre del año, pues, era importante para determinar las fechas. El año de 365 días en relación con los 20 días del tonalpohualli sólo podía empezar — o terminar— por cuatro nombres o signos, ya que 365:20 = 18 + 5. Ese resto de 5 hacía que cada año avanzase cinco lugares en la serie de 20 nombres y por lo tanto, que se utilizasen solamente cuatro de los veinte nombres. Estos eran: calli (casa), tochtli (conejo), acatl (caña) y tecpatl (pe dernal). Por otra parte el año de 365 días en relación con la se rie numeral de 13 avanzaba de uno en uno, ya que 365:13 = 28 + 1, es decir el resto era uno y, por lo tanto, cada año utilizaría cada número de la serie de 13. La combinación de cuatro nombres de día y 13 numerales da un resultado de 52 años con nombres diferentes. La tabla de esos años de un xiuhm olpilli es la siguiente:
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl
Fuente: Carrasco, 1977: 262.
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli Tochtli Acatl Tecpatl Calli
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José Alcina Franch
De esta manera una fecha, según decíamos más arriba, esta ba compuesta de tres elementos: (1) día del tonalpohualli: nu meral y nombre o signo; (2) nombre del mes o período de vein te días y número del día en el mes; (3) nombre del año o núme ro y nombre del día del tonalpohualli por el que comenzaba el año solar o xihuitl. Por ejemplo: (1) día: 1 Malinalli. (2) posición en el mes: 5 Toxcatl. (3) año: 1 Tochtli. El problema — insoluble para los aztecas— consistía en que los ciclos de 52 años se repetían uno tras otro pero no había m a nera fija de identificarlos, de m od o que es, com o si nosotros nom bráram os un año según sus decenas y unidades, p ero sin indicar el siglo. P or este m otivo es difícil determinar con precisión las f e chas en que se colocan m uchos acontecimientos en las tradiciones históricas (Carrasco, 1977: 262).
Algunos problem as del calendario Con independencia de la complicación del sistema calendárico, en sí mismo, tal como lo acabamos de resumir en las páginas anteriores, hay numerosos problemas de detalle aún pendientes de resolver o que jamás serán resueltos. La mayor parte de ellos derivan del hecho de que las fuentes de información de que dis ponemos son escasas, carecen de detalles o parten de principios diferentes, por el hecho de tratarse de documentos, indígenas, españoles o hispanoindígenas, a lo que hay que añadir la hete rogeneidad de los sistemas calendárteos de que eran portadores unos y otros. A continuación mencionaremos algunos de los pro blemas pendientes de resolución en relación con el sistema calendárico azteca. Uno de los problemas más complejos y de consecuencias más amplias es el relativo a los nombres de los m eses o veintenas y al comienzo del año, lo que de algún modo se halla interrelacio nado, ya que las variantes en la denominación de los meses y el comienzo del año dependen en gran medida de las fuentes ori ginales manejadas por los cronistas y en definitiva representan
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209
diferencias locales o regionales, dentro del cuadro cultural del va lle de México, en los siglos XV y X V I antes de la llegada de los españoles, región en la que, contrariamente a lo que de manera simplista pudiera pensarse, no existía una cultura homogénea. Muchas de las variantes en los nombres de los meses sabemos, porque así lo indica la fuente respectiva, que correspondían a tal o cual lugar. Del problema del comienzo del año se han ocupado princi palmente G. Kubler, y Ch. Gibson, Alfonso Caso, Wigberto Ji ménez Moreno, Paul Kirchhoff y Karl Nowotny. Mientras Ku bler y Gibson centran su atención en los calendarios que comien zan por los meses Atlcahualo y Tlacaxipehualiztli, rechazando to das las demás versiones, Alfonso Caso considera por su parte que el comienzo del año, recopilando datos de numerosas cultu ras mesoamericanas, además de las estrictamente nahuas del cen tro de México — un total de 31 listas— corresponde a numero sos y diferentes «meses» del año. Once de esas listas están loca lizadas y proporcionan esta variabilidad: I. Quahuitlehua: Tezcoco, Tepepulco, Tlatelolco y Tenochtitlan. I. Xilom analizdi: Huichapán. II. Tlacaxipehualiztli: Tecciztlán y Teotitlán. XV. Panquetzaliztli: Meztitlán. X V I. Atemoztli: Tlaxcala. X V III. Izcalli: Tenochtitlan y Tecamachalco. Otro problema no menos interesante y relacionado, al me nos parcialmente, con el que acabamos de tratar es el referente a los días epónimos del año y de la posición en el año de esos días. Para algunas fuentes antiguas — Códice Magliabecchiano, Motolinia, Sahagún, Serna, etc.— y autores modernos — Seler, Paso y Troncoso, Nuttall, de Jonge, Nowotny— el día epónimo era el primer día del año. Sin embargo, para Alfonso Caso, el día epónimo es el último día del año, o sea, el día 360° del xihuitl. Afirma este autor que no hay ningún códice, escultura mo numental o cronista indígena que proporcione evidencia alguna para afirmar que fuese el primer día del año el que diese nom bre al mismo; por el contrario, las fiestas de los meses eran siem pre el último día de ese período y en la leyenda de los soles, era
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el día de la destrucción del período o sol, es decir, el último, el que daba nombre a esa época. La posición de los días nemontemi en el año, es otro proble ma igualmente relacionado con los dos temas anteriores. La ma yor parte de las fuentes antiguas nos informan de que los días nemontemi caían al final del año y, por lo tanto, antes del co mienzo del siguiente: dado que el comienzo del año era variable según las ciudades o regiones, la posición de los días baldíos y aciagos también cambiaría. Algunas escasas fuentes afirman, sin embargo, que los días nem ontem i caían hacia la mitad del año, entre dos meses y, por último, el autor de las Costumbres de Nue va España afirma que esos cinco días se repartían en el año de modo que cinco m eses tenían 21 días en lugar de veinte para qui tar las abusiones que se hacen entre ellos, tesis que es absoluta mente contraria a varios principios fundamentales del calenda rio azteca y, por lo tanto, imposible de sostenerse. Ya hemos dicho que la celebración de la fiesta principal de cada período de veinte días se producía precisamente el último día. Esa es la opinión de la mayoría de los autores que se ocu pan del tema, salvo Kubler y Gibson para quienes la celebración de la fiesta en el mes no está suficientemente aclarado hasta aho ra, confundiendo, seguramente, como apunta Caso, las peque ñas ceremonias que preceden a la fiesta principal que se celebra sin lugar a dudas el último día del mes. Otro problema igualmente importante para determinar la correlación de las fechas indígenas y cristianas es el relativo al comienzo del día. La mayor parte de los cronistas no prestaron atención a este aspecto, entendiendo que el día comenzaba para los aztecas, como para los españoles, a la medianoche, Caso, sin embargo, supone como momento más lógico y fácil de observar, situar el comienzo del día al mediodía, basándose, además, en que el comentador del Códice Telleriano Remensis afirma que contaban el día desde el m ediodía al m ediodía del día siguiente. Muchos de los problemas mencionados y algunos otros que resulta imposible tratar con la brevedad necesaria para la oca sión afectan a uno de los temas capitales en el estudio del calen dario azteca: la correlación de las fechas indígenas y cristianas. Aunque el tema es muy complejo y muy controvertido, pode-
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A h u iliz a p a n
Tetenanco
X o c h im ilc o
C halco
A ^ u u u u\ f
u
o
u
u
u
u uo u o
T ex cax ic
LJ T o n a tiu h c o
Glifos de lugar
M ix tlan
T la te lo lc o
w C u e tla x tla n
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José Alcina Franch
mos decir, siguiendo a Alfonso Caso que hay, al menos, tres fe chas cuya correlación es segura o muy probable. Las tres fechas se sitúan entre 1519 y 1521 y son las siguientes: (1) llegada de Cortés a Tenochtitlan el 8 de moviembre de 1519: 8 Ehecatl, 9 Quecholli, año: 1 Acatl. (2) La N oche Triste el 30 de junio de 1520: 8 Cozcacuauhtli/9 Ollin, 18/19 Tecuilhuitontli, año: 2 Tecpatl. (3) La conquista de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521: 1 Coatí, 2 Xocotlhuetzi, año: 3 Calli.
L a escritura Otra de las grandes creaciones de la civilización mesoamericana en el orden intelectual, junto con la astronomía y el calen dario, es la escritura. Aunque los mayas llevaron la escritura mesoamericana hasta sus niveles más elevados y complejos, los az tecas y en general los pueblos nahuas del centro de México lo graron igualmente un notable desarrollo en este campo. Aunque los primeros escritos de los conquistadores destacan especialmente aquello que más les horrorizó, los sacrificios hu manos, también destacaron y ponderaron otros aspectos admi rables de la civilización azteca. Bernal Díaz del Castillo habla con frecuencia de las am oxcalli o casas de códices, así como de los escribas o pintores que los confeccionaban, los tlacuiloque, e igualmente hace referencia a los códices donde se contenían múl tiples informaciones, entre las que no eran las menos importan tes las relativas a las cuentas de los impuestos. Así, se refiere Ber nal Díaz a estos códices cuando dice: A cuerdóm e que era en aquel tiem po su m ayordom o m ayor [de Motecuhzoma] un gran cacique que le pusim os p o r nom bre Ta pia y tenía cuentas de todas las rentas que le traían a M otecuhzo ma, con sus libros, hechos de su pap el que se dice am al [amatl] y tenían de estos libros una gran casa de ellos. De ello se deduce que los códices que han llegado a nuestras manos no son más que una mínima expresión de los que en tiem pos de la conquista existirían por todas partes del imperio, pero de manera especial en Tenochtitlan y en las principales ciudades del centro de México.
Los Aztecas
213
Esos libros o códices como los conocemos actualmente, esta ban hechos con piel de venado o con papel de fibra de amate o amatl y constituían largas tiras, a veces de varios metros de lon gitud que eran plegadas en forma de biombo o como dijera el propio Bernal Díaz: cogidos a dobleces, com o a manera de p a ños de Castilla. Sobre el anverso y el reverso de esas largas tiras se pintaba de derecha a izquierda y de arriba a abajo, una serie de glifos mediante los que se trasmitían ideas o datos relativos a infinidad de temas pero, principalmente de carácter religioso y adivinatorio, históricos, de tributos, geográficos o topográfi cos, etcétera. j Para ello disponían de upa serie de glifos de tipos diferentes; numerales, calendáricos, pictográficos, ideográficos y fonéticos. Partiendo de la base de que el sistema matemático azteca, como el de todos los pueblos mesoamericanos era de carácter vigesi mal, los glifos fundamentales se referían a la unidad, a 20, a 400 (20 x 20) y a 8.000 (20 x 20 x 20). La unidad era un punto y hasta el 19 se solía representar mediante la unión de puntos has ta ese número, no existiendo la barra que sirviese para repre sentar el 5 como en otros sistemas mesoamericanos. El 20 se re presentaba mediante una bandera (pantli); media bandera signi ficaba 10, un cuarto de bandera el 5 y tres cuartos el 15. El 400 estaba representado por una pluma o cabellera estilizada (tzontli) y también en este caso, los números 100, 200 ó 300 se repre sentaban mediante un cuarto, medio o tres cuartos del dibujo de la pluma. Finalmente 8.000 se representaba mediante una bolsa (xiquipilli) y de la misma manera, un cuarto, medio o tres cuar tos de la bolsa significaba 2.000, 4.000 ó 6.000. Para representar cantidades mayores se recurría al sistema de multiplicar unas ci fras por otras, representándolas unas sobre otras o unas en el in terior de las otras. Los llamados glifos calendáricos correspondían a todas las unidades del xiuhpohualli o del tonalpohualli, de las que hemos tratado en las páginas anteriores y que no eran de carácter nu mérico: los nombres de los días, los 13 Señores del día y los 13 volátiles asociados, los 9 Señores de la noche, los nombres de los meses o veintenas, etcétera. Entre los numerosos glifos pictográficos utilizados en los có
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José Alcina Franch
dices, habría que mencionar la representación de casas, templos, observatorios, baños de vapor o temazcales, juegos de pelota, mantas, plumas, cacao, bultos de maíz, o trajes, etc., como apa recen en los códices de tributos e incluso la representación de hombres y mujeres — Señores y Señoras— sentados en su icpalli o silla real, o la de sacerdotes o teom am as portadores de los dio ses protectores de cada grupo, etc. Son muchos también los glifos utilizados como onomásticos o como toponímicos, estos últimos con el característico perfil del cerro o lugar al que se solía agregar un adjetivo que venía a de finir el nombre del pueblo o ciudad. Entre los glifos ideográficos habría que situar muchos de los que hemos mencionado como sím bolos o em blem as para el arte del relieve, siguiendo la terminología de Esther Pasztory, tal por ejemplo los de disco solar, banda celeste, atl-tlachinolli, etc. Pero hay otros muchos más como son: ollin, movimiento o temblor, o la voluta que representa la palabra llana, o la voluta florida que significaría el canto o la poesía. En el caso de los códices y acaso también en los relieves, el simbolismo de los colores venía a completar o modificar el sen tido de los glifos ya mencionados. Así, p o r ejem plo, en una figu ra hum ana el am arillo designaba casi siem pre al sexo fem en in o; el color m orado la realeza del tlatoani; el azul el rum bo del Sur, el negro y el rojo la escritura y el saber (León-Portilla, 1968: 61). Hay que mencionar, finalmente, que en los códices nahuas hay evidencias suficientes para hablar de un proceso de fonetización en la escritura que seguramente hubiese llevado a los pue blos del centro de México a desarrollar una escritura de tipo al fabético. Hay evidencias de glifos que sirven para representar fo néticamente numerosas sílabas y algunas letras como la a, la e y la o. La a deriva del glifo a-tl (agua); la e del glifo e-tl (frijol) y la o del de o-tli (camino). Los glifos silábicos y alfabéticos, se de rivaban, com o sucedió en la escritura fon ética de otras culturas, de la representación estilizada de diversos objetos, cuyo nom bre com enzaba p o r el son ido que se pretendía sim bolizar (LeónPortilla).
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B IB L IO G R A F IA En relación con el tema de la astronomía azteca hay que mencionar la serie muy abundante de libros que en las últimas décadas se han publicado sobre A r q u e o a s t r o n o m ía en general o del Nuevo Mundo, de los que destacaremos los si guientes: A. F. A veni (ed): A r c h a e o a s t r o n o m y in P r e c o lu m b ia n A m e r i c a , University of Texas Press. Austin. 1975; del mismo; N a tiv e A m e r i c a n A s i r o n o m y , Idem, Austin. 1977; A. F, A veni y G. U rton (eds): E t h n o a s t r o n o m y a n d A r c h a e o a s t r o n o m y in th e A m e r i c a n T r o p ic s , Annals of the New York Academy of Sciences. Vol. 385. New York, 1982; F. TlCHY: S p a c e a n d T im e in th e C o s m o v ision o f M e s o a m é r ic a , Lateinamerika-Studien 10, Universitat Erlangen-Nuremberg, Wilhelm Fink Verlag, Munich, 1982 y M arco A. M oreno (ed): H isto ria d e la A s t r o n o m ía e n M é x i c o , UNAM, Instituto de Astronomía e Instituto de In vestigaciones Históricas. Ensenada. 1983. De este último simposio cito especial mente: M. L eón -P ortilla : «Astronomía y cultura en Mesoamérica» págs. 1-8 y J ohanna B roda : «Arqueoastronomía y desarrollo de las Ciencias en el Méxi co Prehispánico». I b i d e m , págs. 69-117. Acerca del sistema calendárico azteca y de los calendarios mesoamericanos prehispánicos en general deben consultarse los siguientes artículos y libros. De A lfonso C aso , una de las máximas autoridades sobre la materia, su artículo: «El calendario mexicano» M e m o r ia s d e la A c a d e m ia M e x ic a n a d e la H is to ria . Vol. 17 (1): 41-96, México, 1958 y su libro: C a le n d a r io s P r e h is p á n ic o s , UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas. México. 1967. De J ohanna B roda: T h e M e x i c a n C a le n d a r as c o m p a r e d to o t h e r M e s o a m e r ic a n sy stem s, Acta Etimológi ca et Lingüistica, n." 15, Wien, 1969. y el muy reciente de Munro S. E dmonSON: T h e B o o k o f th e Y e a r . M id d le A m e r i c a n C a le n d r ic a l S y stem s, University of Utah Press, Salt Lake City, 1988. Para la correlación de la cronología azteca y cristiana véanse los estudios de A lfonso Caso: «La correlación de los años aztecas y cristianos», E s t u d i o s d e C u ltu ra N á h u a tl, Vol. 1: 9-25, México, 1959 y de C ésar L izardi R amos: «Sin cronología azteca-europea». R ev ista M e x ic a n a d e E s t u d io s A n t r o p o l ó g ic o s , Vol. 14 (1): 237-55, México, 1954-55. Sobre el problema de la escritura deben citarse las obras ya clásicas de A nto nio P eÑafie L: N o m b r e s g e o g r á fic o s d e M é x ic o , México, 1885; R obert H. B ar LOW y B yro N M ac A ffee : D ic c io n a r io d e e le m e n t o s fo n é t ic o s d e escritu ra j e r o
UNAM, Instituto de Historia, México, 1949 y el mucho más reciente de E s t u d io s d e e s c ritu ra in d íg e n a tra d ic io n a l a z t e ca -n á h u a tl, Ar chivo General de la Nación, México, 1979.
g lífic a ,
J oaquín G alarza:
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NTES que comience a relatar las cosas de esta gran ciudad, y las otras que en este capítulo dije, me pa rece, para que mejor se puedan enten der, que débese decir la manera de México, que es donde esta ciudad y algunas de las otras que he hecho relación están fundadas, y donde está el principal señorío de este Mutezuma. La cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano de ella ten drá en torno hasta setenta leguas, y en lo dicho llano hay dos la gunas que casi lo ocupan todo, porque tienen canoas en torno más de cincuenta leguas. Y la una de estas dos lagunas es de agua dulce, y la otra, que es mayor, es de agua salada. Divídelas por una parte una cuadrillera pequeña de cerros muy altos que están en medio de esta llanura, y al cabo se van a juntar las di chas lagunas en un estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas se hace. El cual estrecho tendrá un tiro de ballesta, y por entre una laguna y la otra, y las ciudades y otras poblacio nes que están en las dichas lagunas, contratan las unas con las otras en sus canoas por el agua sin haber necesidad de ir por la tierra. Y porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas según hace la mar todas las crecientes, corre el agua de ella a la otra dulce tan recio como si fuese caudaloso río, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la salada. Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de dicha ciudad, por cualquiera parte que quisieren entrar en ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan an cha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Se villa y Córdoba. Son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas de éstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas
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aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de no muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la par. Y viene que si los naturales de esta ciudad qui siesen hacer alguna traición, tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha ciudad edificada de la manera que digo, y quitadas las puentes de las entradas y salidas, nos podrían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra. Luego que entré en la dicha ciudad di mucha prisa en hacer cuatro bergantines, y los hice en muy breve tiempo, tales que podían echar trescientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que qui siésemos. Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuo mer cado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de porta les alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo; donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan, así de manteni mientos como de vituallas, joyas de oro y plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huevos, de conchas, de caracoles y de plumas. Hay en esta gran plaza una gran casa como de audiencia, donde están siempre sentadas diez o doce personas que son jueces y libran todos los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen, y mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan continuo entre la gente, mirando lo que se vende y las medidas con que miden lo que venden; y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa. Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ído los de muy hermosos edificios, por las colaciones y barrios de ella, y en las principales de ellas hay personas religiosas de su sec ta, que residen continuamente en ellas, para los cuales, demás de las casas donde tienen los ídolos, hay buenos aposentos. To dos estos religiosos visten de negro y nunca cortan el cabello, ni lo peinan desde que entran en la región hasta que salen, y todos los hijos de las personas principales, así señores como ciudada nos honrados, están en aquellas religiones y hábito desde edad entre siete u ocho años hasta que los sacan para los casar, y esto más acaece en los primogénitos, que han de heredar la casa,
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que en los otros. No tienen acceso a mujer ni entra ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer cier tos manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros; y entre estas mezquitas hay una que es la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particu lares de ella, porque es tan grande que dentro del circuito de ella, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos; tiene dentro de este cir cuito, todo a la redonda, muy gentiles aposentos en que hay muy grandes salas y corredores donde se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para subir al cuerpo de la torre; la más principal es más alta que la torre de la iglesia ma yor de Sevilla. Son tan bien labradas, así de cantería como de madera, que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de las capillas donde tie nen los ídolos, es de imaginería y zaquizamíes y el maderamiento es todo de masonería y muy pintado de cosas de monstruos y otras figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de señores, y las capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo, a que tienen devoción. (Hernán Cortés, Segunda Carta de Relación, 30 de octubre de 1520).
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T i ENIA en México dos casas desti J[ nadas para conservar muchas esM otecu hzom a pedes de animales. Una para las aves X ocoyotzin qUe no eran ^ rapjf¡a> y 0 tra para las — que lo eran y para los cuadrúpedos y reptiles. En la primera había muchas cámaras y corredores, que descansaban en columnas de mármol de una pieza. Estos corredores daban vista a un jardín, donde entre la frondosidad de una arboleda había diez estanques, unos de agua dulce para las aves acuáticas de río, y otros de agua sa lada para las de mar. En lo restante de la casa estaban las demás aves, creyeron que no faltaba ninguna de las especies que hay
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en la tierra. A cada una se ministraba el mismo alimento de que usaba en estado de libertad, ya fuese de granos, de frutas o de insectos. Sólo para las que vivían de peces se consumían diez ca nastas de ellos diariamente, y eran éstas tantas y tan diversas, que los españoles cuando las vieron como dice Cortés en sus car tas a Carlos V, y según él mismo, se empleaban trescientos hom bres en cuidar de estas aves, sin contar con los médicos que ob servaban sus enfermedades, y les aplicaban los remedios opor tunos. De esta gente una se empleaba en buscar lo que debía ser virles de alimento, otra en cuidar de los huevos, y otra en des plumarlas en la estación conveniente, pues a más del placer que tenía el rey en ver allí reunidas tantas especies de pájaros, las plu mas servían para los famosos mosaicos que con ellas hacían, y en otros diversos trabajos y adornos. Las salas y cuartos de estas casas eran tan grandes, que como dice el mismo conquistador, hubieran podido alojarse en ellas dos príncipes con sus comiti vas. La casa de las aves ocupaba el mismo lugar en que hoy se haya el convento de San Francisco. La otra casa destinada a las fieras tenía un grande y hermoso patio, y estaba dividida en varios departamentos. En uno de ellos estaban todas las aves de rapiña, desde el águila hasta el gavi lán, y de cada especie había muchos individuos. Estaban dividi dos según sus clases en estancias subterráneas de más de siete pies de profundidad, y más de diez y siete de ancho y largo. La mitad de cada pieza estaba cubierta con petates, y tenía varias estacas clavadas en la pared, para que pudieran dormir y defen derse de la lluvia. La otra mitad estaba cubierta de una celosía, con otras estacas para que pudiesen gozar del sol. Para mante nerlas se mataban diariamente quinientos guajolotes. Había en la misma casa muchas salas bajas con un gran nú mero de jaulas fuertes de madera, donde estaban encerrados los leones, tigres, lobos, coyotes, gatos monteses y otras especies de fieras, las cuales se mantenían de ciervos, conejos, liebres, techichis y otros animales, y asimismo de los intestinos de los hom bres que se sacrificaban en los templos. El techichi, que también se llama aleo, era un cuadrúpedo que por tener la figura de perro fue llamado así por los españoles. Era de un aspecto triste y en teramente mudo, de donde tomó origen la fábula de que los
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perros dejaban de ladrar cuando eran transportados a América. Los mexicanos y también los españoles comían su carne, y se gún éstos era gustosa y nutritiva. No habiendo aquí rebaños re cién hecha la conquista, se hacían las provisiones de los buques con la carne de techichi, y así es que se extinguió enteramente la raza, sin embargo de que era muy numerosa. No sólo mantenía Motecuhzuma todas las especies de anima les que reúnen los príncipes por ostentación, sino aquellas que por su naturaleza parecen estar exentas de la esclavitud, como los cocodrilos y las culebras. Muchas especies de éstas se conser vaban en grandes vasijas, y los cocodrilos en estanques circun dados de paredes. Había también muchos estanques para los pe ces, de los cuales subsisten dos todavía en Chapultepec. No contento con tener en sus palacios todos los animales de que se ha hablado, había reunido allí también a todos los hom bres que, ya por el color de la piel, ya por el del cabello, o por cualquiera otra deformidad eran singulares en su especie. Vani dad, dice Clavijero, ciertamente provechosa, pues de esta ma nera aseguraba la subsistencia a todos aquellos miserables, y los ponía a cubierto de los crueles insultos de los demás hombres. En todos sus palacios había hermosos jardines con las más ex quisitas flores, yerbas aromáticas y plantas medicinales. Tenía también bosques cercados y provistos de caza abundante, donde solía divertirse. Uno de ellos estaba situado en una isleta de la laguna, conocida hoy con el nombre de el Peñón. Así los palacios como los demás sitios de recreo se mante nían sumamente aseados, incluso aun aquellos a donde nunca iba el rey, pues no había cosa de que hiciese más vanidad que del aseo de su persona y demás cosas que le pertenecían. Muda ba todos los días cuatro vestidos, y no volvía a usar los que se quitaba, sino que se destinaban para los nobles y soldados que se distinguían en la guerra. Se bañaba todos los días, y por esto había tantos baños en sus palacios. Empleaba diariamente más de mil hombres en barrer y regar las calles de la ciudad. En una de las casas reales había una grande armería, donde se hallaba toda especie de armas ofensivas y defensivas, insig nias y adornos militares en cuya construcción empleaba un nú mero increíble de artesanos, así como para otros trabajos tenía
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muchos plateros, trabajadores en mosaico, escultores y pintores. Había una comarca entera habitada por bailarines destinados a su diversión. De todos estos palacios, jardines y bosques no ha quedado otra cosa que el bosque de Chapultepec, que conservaron los virreyes para su recreo. Todo lo demás fue destruido por los con quistadores, quienes arruinaron los edificios más suntuosos de la antigüedad mexicana, ya por un celo indiscreto de religión, ya por venganza, y ya para aprovecharse de los materiales. Aban donaron el cultivo de los jardines reales, talaron los bosques y redujeron el país de Anáhuac a tal estado, que no podría hoy creerse la opulencia de sus reyes, si no constase por el testimo nio de los mismos que lo conquistaron. (Mariano Veitia, Histo ria Antigua de M éxico, 2:' ed. 2 vols. México, 1944, II: 261-63)
EJEM O S a Montezuma, que ya había ido adelante, como dicho Tlatelolco tengo, y volvamos a Cortés y a nues“ tros capitanes y soldados, que, como siempre teníamos por costumbre de noche y de día estar armados, y así nos veía estar Montezuma cuando le íbamos a ver, no lo tenía por cosa nueva. Digo esto porque a caballo nuestro capitán con todos los demás que tenían caballo, y la más parte de nuestros soldados muy apercibidos, fui mos al íatelulco. Iban muchos caciques que Montezuma envió para que nos acompañasen; y desde que llegamos a la gran pla za, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo te nían. Y los principales que iban con nosotros nos lo iban mos trando; cada género de mercaderías estaban por sí, y tenían si tuados y señalados sus asientos. Comencemos por los mercade res de oro y plata y piedras ricas y plumas y mantas y cosas la bradas, y otras mercaderías de indios esclavos y esclavas: digo que traían tantos de ellos a vender [a] aquella gran plaza como
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traen los portugueses los negros de Guinea, y traíanlos atados en unas varas largas con colleras a los pescuezos, porque no se les huyesen, y otros dejaban sueltos. Luego estaban otros mer caderes que vendían ropa más basta y algodón y cosas de hilo torcido, y cacahuateros que vendían cacao, y de esta manera es taban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva Es paña, puesto por su concierto de la manera que hay en mi tierra, que es Medina del Campo, donde se hacen las ferias, que en cada calle están sus mercaderías, por sí; así estaban en esta gran plaza, y los que vendían mantas de henequén y sogas y cotaras, que son los zapatos que calzan y hacen del mismo árbol, y raíces muy dulces cocidas, y otras rebusterías, que sacan del mismo ár bol, todo estaba en una parte de la plaza en su lugar señalado; y cueros de tigres, de leones y de nutrias, y de adives y de ve nados y de otras alimañas, tejones y gatos monteses, de ellos ado bados, y otros sin adobar, estaban en otra parte, y otros géneros de cosas y mercaderías. Pasemos adelante y digamos de los que vendían frijoles y chía y otras legumbres y yerbas a otra parte. Vamos a los que ven dían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y ana dones, perrillos y 'otras cosas de este arte, a su parte de la plaza. Digamos de las fruteras, de las que vendían cosas cocidas, mazamorreras y malcocinado, también a su parte. Pues todo géne ro de loza, hecha de mil maneras, desde tinajas grandes y jarri nos chicos, que estaban por sí aparte; y también los que vendían miel y melcochas y otras golosinas que hacían como nuégados. Pues los que vendían madera, tablas, cunas y vigas y tajos y ban cos, todos por sí. Vamos a los que vendían leña, ocote, y otras cosas de esta manera. Qué quieren más que diga que, hablando con acato, también vendían muchas canoas llenas de yenda de hombres, que tenían en los esteros cerca de la plaza, y esto era para hacer sal o para curtir cueros, que sin ella dicen qué no se hacía buena. Bien tengo entendido que algunos señores se rei rán de esto; pues digo que es así; y más digo que tenían por cos tumbres que en todos los caminos tenían hechos de cañas o pa jas o yerba, porque no los viesen los que pasasen por ellos; allí se metían si tenían ganas de purgar los vientres, porque no se les perdiese aquella suciedad. Para qué gasto yo tantas palabras
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de lo que vendían en aquella gran plaza, porque es para no aca bar tan presto de contar por menudo todas las cosas, sino que papel, que en esta tierra llaman amal, y unos cañutos de olores con liquidámbar, llenos de tabaco, y otros ungüentos amarillos y cosas de este arte vendían por sí; y vendían mucha grana de bajo los portales que estaban en aquella gran plaza. Había mu chos herbolarios y mercaderías de otra manera; y tenían allí sus casas, adonde juzgaban, tres jueces y otros como alguaciles eje cutores que miraban las mercaderías. Olvidado se me había la sal y los que hacían navajas de pedernal, y de cómo las sacaban de la misma piedra. Pues pescaderas y otros que vendían unos panecillos que hacen de una como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes de ello que tienen un sabor a manera de queso; y vendían hachas de latón y cobre y estaño, y jicaras, y unos jarros muy pintados, de madera hechos. Ya querría haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendían, porque eran tantas de diversas calidades, que para que lo acabáramos de ver e inquirir, que como la gran plaza estaba llena de tanta gente y toda cercada de portales, en dos días no se viera todo. Y fuimos al gran cu, y ya que íbamos cerca de sus grandes patios, y antes de salir de la misma plaza estaban otros muchos mercaderes, que, según dijeron, eran de los que traían a vender oro en granos como lo sacan de las minas, metido el oro en unos canutillos delgados de los de ansarones de la tierra, y así blancos porque se pareciese el oro por de fuera; y por el largor y gordor de los canutillos tenían entre ellos su cuenta qué tantas mantas o qué xiquipiles de cacao valía, o qué esclavos u otra cualesquiera cosas a que lo trocaban. Y así dejamos la gran plaza sin más verla y llegamos a los grandes patios y cercas donde está el gran cu, tenían antes de lle gar a él un gran circuito de patios, que me parece que eran más que la plaza que hay en Salamanca, y con dos cercas alrededor, de calicanto, y el mismo patio y sitio todo empedrado de piedras grandes, de losas blancas y muy lisas, y adonde no había de aque llas piedras estaban encalado y bruñido y todo muy limpio, que no hallaran una paja ni polvo en todo él. (Bernal Díaz del Cas tillo, Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España, Ma drid, 1984. I: 330 y ss.)
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'■ 7' RA la primera costumbre que to dos los ministros de los ídolos _______ Ca *m e c a c _______ qUe se llamaban tlam acazque, dor— mían en la casa de calmécac. La segunda era que barrían y lim piaban la casa todos, a las cuatro de la mañana. La tercera era que los muchachos ya grandecillos, iban a bus car y cortar puntas de maguey. La cuarta era que los ya grandecillos iban a traer a cuestas la leña del monte, que era necesaria para quemar en la casa de calm écac cada noche, y cuando hacían alguna obra de barro o paredes, o maizal, o zanjas o acequias, íbansc todos juntos a tra bajar. en amaneciendo, solamente quedaban los que guardaban la casa y los que les llevaban la comida, y ninguno de ellos fal taba, con mucho orden y concierto trabajaban. La quinta era que cesaban del trabajo un poco tempranillo, y luego iban derechos a su monasterio a entender en el servicio de los dioses y ejercicios de penitencia, y bañándose primero, y a la puesta del sol comenzaban a aparejar las cosas necesarias, y a las once horas de la noche tomaban el camino llevando con sigo las puntas de maguey; cada uno, a solas, iba llevando un ca racol para tañer en el camino y un incensario de barro, y un zurrón o talega en que iba el incienso, y teas y puntas de ma guey, y así cada uno iba desnudo a poner al lugar de su devo ción las puntas de maguey, y los que querían hacer gran peni tencia, llegaban así a los montes y sierras y ríos, y los grandeci llos llegaban hasta media legua; y en llegando al lugar determi nado, luego ponían las puntas de maguey, metiéndolas en una pelota hecha de heno, y así se volvía cada uno, a solas, tañendo el caracol. La sexta era, que los ministros de los ídolos no dormían dos juntos cubiertos con una manta, sino dormían cada uno aparta do del otro. La séptima era que la comida que comían (la) hacían y gui saban en la casa de calm écac, porque tenían renta de comunidad que gastaban para la comida, y si traían a algunos comida de sus casas, todos la comían.
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La octava era que cada media noche todos se levantaban a hacer oración, y quien no se levantaba y despertaba, castigában le, punzándole las orejas y el pecho y muslos y piernas, metién dole las puntas de maguey por todo el cuerpo, en presencia de todos los ministros de los ídolos porque se escarmentasen. La novena que ninguno era soberbio, ni hacía ofensa a otro ni era inobediente a la orden y costumbres que ellos usaban, y si alguna vez parecía un borracho o amancebado, o hacía otro delito criminal, luego le mataban o le daban garrote, o le asaban vivo o le asaetaban; y quien hacía culpa venial, luego le punza ban las orejas y lados con puntas de maguey o punzón. La décima era que a los muchachos castigaban punzándoles las orejas, o los azotaban con ortigas. La undécima era que a la media noche todos los ministros de los ídolos se bañaban en una fuente. La duodécima era que cuando era día de ayuno todos ayu naban, chicos y grandes, no comían hasta medio día, y cuando llegaban a un ayuno que se llamaba atam alqualo, ayunaban a pan y agua, y otros que ayunaban no comían todo el día sino a la media noche, y otro día hasta la otra media noche, y otros no comían hasta el mediodía, una vez no más, y en la noche no gus taban cosa alguna aunque fuese agua, porque decían que quebrabantaban el ayuno si gustaban otra cosa alguna o si bebían agua. La decimatercera era que les mostraban a los muchachos(a) hablar bien y saludar, y hacer reverencia, y el que no hablaba bien o no saludaba a los que encontraba, o estaban ausentados, luego le punzaban con las puntas de maguey. La decimacuarta era, que les enseñaban todos los versos de canto, para cantar, que se llamaban divinos cantos, los cuales versos estaban escritos en sus libros por caracteres; y más les en señaban la astrología indiana, y las interpretaciones de los sue ños y la cuenta de los años. La decimaquinta era que los ministros de los ídolos tenían voto de vivir castamente, sin conocer a mujer carnalmente, y co mer templadamente ni decir mentiras y vivir devotamente y te mer a dios, y con esto acabamos de decir las costumbres y orden que usaban los ministros de los ídolos, y dejamos otras que en
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otra parte se dirán. (Fr. Bernardino de Sahagún, Historia G en e ral de las cosas de Nueva E spañ a, Libr. III, apéndice 8. Porrúa, México, 1979: 213).
Creación del mundo de los dioses
E la creación y principio del mun d o y d e los prim eros dioses
Por los caracteres y escrituras de que usan, y por relación de los viejos y de los que en tiempo de su infidelidad eran sacerdotes y pa pas, y por dicho de los señores y principales a quien se enseñaba la ley y criaban en los templos para que la deprendiesen, junta dos ante mí y traídos sus libros y figuras que según lo que de mostraban eran antiguas, y muchas dellas teñidas, la mayor par te untadas con sangre humana, parece que tenían un dios a que decían Tonacatecli, el cual tovo por mujer a Tonacacíguatl o por otro nombre Cachequécalt, los cuales se criaron y estuvieron siempre en el treceno cielo, de cuyo principio no se supo jamás, sino de su estada y criación que fue en el treceno cielo. Este dios y diosa engendraron cuatro hijos: al mayor llamaron Tlaclauque Teztzatlipuca, y los de Guaxocingo y Tlascala, los cuales tenían a éste por su dios principal, le llamaban Camastle: éste nació todo colorado. Tovieron el segundo hijo, al cual dijeron Yayanque Tezcatlipuca, el cual fue el mayor y peor, y el que más man dó y pudo que los otros tres, porque nació en medio de todos: éste nació negro. Al tercero llamaron Quezalcoatl, y por otro nombre Yagualiécatl. Al cuarto y más pequeño llamaban Omitecilt, y por otro nombre Maquezcoatl, y los mexicanos le de cían Uchilobi, porque fue izquierdo, el cual tovieron los de Méxi co por dios principal, porque en la tierra de do vinieron le te nían por más principal, y porque era más dios de la guerra que no los otros dioses; y destos cuatro hijos de Tonacatecli y Tona cacíguatl, el Tezcatlipuca era el que sabía todos los pensamien tos y estaba en todo lugar y conoscía los corazones, y por esto le llamaban Moyocoya, que quiere decir que es todopoderoso o
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que hace todas las cosas sin que nadie le vaya a la mano; y se gún este nombre no le sabían pintar (?) sino como aire, y por eso no le llamaban comúnmente deste nombre. El Uchilobus, hermano menor y dios de los de México, nació sin carne, sino con los huesos, y desta manera estovo seiscientos años, en los cuales no hicieron cosa alguna de los dioses, así el padre como los hijos, ni en sus figuras tienen más del asiento de los seiscien tos años, contándolos de veinte en veinte, por la señal que tie nen que significa veinte. Estos dioses tenían estos nombres y otros muchos, porque según en la cosa que entendían o se les atribuían, ansí le ponían el nombre, y porque cada pueblo les po nía diferentes nombres, por razón de su lengua, y ansí se nom bra por muchos nombres.
De cóm o fu e criado el mundo, y p o r quién Pasados seiscientos años del nascimiento de los cuatro dioses hermanos, y hijos de Tonacatecli, se juntaron todos cuatro y di jeron que era bien que ordenasen lo que habían de hacer, y la ley que habían de tener, y todos cometieron a Quezalcoatl y a Uchilobus que ellos dos lo ordenasen, y estos dos, por comisión y parecer de los otros dos, hicieron luego el fuego, y fecho, hi cieron medio sol, el cual por no ser entero no relumbraba mu cho sino poco. Luego hicieron a un hombre y a una mujer: al hombre dijeron Uxumuco y a ella Cipastonal, y mandáronles que labrasen la tierra, y que ella hilase y tejiese, y que dellos nace rían los macehuales, y que no holgasen sino que siempre traba jasen, y a ella le dieron los dioses ciertos granos de maíz, para que con ellos ella curase y usase de adevinanzas y hechicerías, y ansí lo usan hoy día a facer las mujeres. Luego hicieron los días y los partieron en meses, dando a cada mes veinte días, y ansí tenía diez y ocho, y trescientos y sesenta días en el año, como se dirá adelante. Hicieron luego a Mitlitlatteclet y Michitecaciglat, marido y mujer, y éstos eran dioses del infierno, y los pu sieron en él; y luego criaron los cielos, allende del treceno, y hi cieron el agua y en ella criaron a un peje grande que se dice cipacuatli, que es como caimán, y deste peje hicieron la tierra,
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como se dirá; y para criar al dios y diosa del agua se juntaron todos cuatro dioses y hicieron a Tlalcocatecli y a su mujer Chalchiutlique, a los cuales criaron por dioses del agua, y a éstos se pedía cuando tenían della necesidad: del cual dios del agua di cen que tiene su aposento de cuatro cuartos, y en medio un gran patio do están cuatro barreñones grandes de agua: la una agua es muy buena, y desta llueve cuando se crían los panes y semi llas y enviene en buen tiempo; otra es mala, cuando llueve y con el agua se cría telarañas en los panes, y se añublan; otra es cuan do llueve y se hielan; otra cuando llueve y no granan o se secan; y este dios del agua, para llover crio muchos ministros pequeños de cuerpo, los cuales están en los cuartos de la dicha casa, y tie nen alcancías en que toman el agua de aquellos barreñones y unos palos en la otra mano, y cuando el dios del agua les manda que vayan a regar algunos términos, toman sus alcancías y pa los, y riegan del agua que se les manda, y cuando atruena es cuando quiebran las alcancías con los palos, y cuando viene rayo es de lo que tenían dentro o parte de la alcancía; y había ochen ta años que el señor de Chalco quiso sacrificar a estos criados del dios del agua un su corcovado, y lleváronle al vulcán, cerro muy alto y do siempre hay nieve, quince leguas desta ciudad de México, y metieron al corcovado en una cueva, y cerráronle la puerta; y él, por no tener de comer, se traspuso, y fue llevado do vio el palacio dicho y la manera que se tenía por el dios; e idos después los criados del señor de Chalco a ver si era muerto, le hallaron vivo, y traído hijo dijo lo que vio; y en este año fue ron vencidos los de Chalco por los mexicanos, y quedaron por sus esclavos, y dicen que aquella fue señal por se perder como se perdieron. Después, estando todos cuatro dioses juntos, hi cieron del peje cipacuaíli la tierra, a la cual dijeron tlaltecli, y píntanlo como dios de la tierra, tendido sobre un pescado, por se haber hecho dél. (Historia de los M exicanos p o r sus pinturas, ca pítulos I y II).
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H m tzllop ocn th
T T U ITZILU PU C H TLI, dios antiX T gu0 y gujador de ,os mexiCanos.
es nombre compuesto de varios signi ficados. Unos dicen que se compone de este nombre huitzilin, que es un pajarito muy pequeño, ver de y hermoso, que chupa flores y se mantiene de aquel sudor y humedad que despiden o engendran en sus hojas, y de otro nom bre que es thlahuipuchtli que quiere decir nigromántico o hechi cero, que hecha fuego por la boca. Y de estos dos nombres cor tados se compone Huitzilupuchtli y con él se nombre este dia bólico Marte indiano. Otros dicen que de huitzilin, que es aquel pajarito, y opuchtli, que es mano izquierda, y así dirá todo el compuesto mano izquierda o siniestra, de pluma relumbrante, porque este ídolo traía de estas plumas ricas y resplandecientes en el molledo del brazo izquierdo. Yo tengo para mí que ambos significados le cuadran y son propios por lo que de este infernal dios diremos. Este dios, así nombrado, fue el que trajeron los mexicanos, el cual dicen que los sacó de su tierra y trajo a esta de Anáhuac donde se hicieron tan señores absolutos y podero sos y con tanto nombre como en otro tiempo los romanos lo tu vieron en el mundo, cuyo origen y principio es muy vario entre los mismos que le adoraban contando de él fábulas y mentiras como en las naciones antiguas se dijeron de Marte, dios de las batallas. Este dios unos creían ser puro espíritu y, otros, nacido de mu jer; y éstos cuentan su historia de esta manera: junto a la ciudad de Tula (que aunque ahora es pueblo pequeño, era muy grande en su paganismo y gentilidad), hay una sierra que se llama Coatépec, que quiere decir en el cerro de la culebra. En éste hacía su morada una mujer llamada Coatlicue, que quiere decir faldellín de la culebra, la cual fue madre de muchas gentes, en especial de unos indios llamados Centzunhuitznahua y una mujer cuyo nombre era Coyolxauhqui. Esta mujer, según mentira de los antiguos, era muy devota y cuidadosa en el ser vicio de sus dioses y. con esta devoción, se ocupaba ordinaria mente en barrer y limpiar los lugares sagrados de aquella sierra. Aconteció pues, un día, que estando barriendo como acos tumbraba, vio bajar por el aire una pelota pequeña hecha de plu-
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mas a manera de ovillo hecho de hilado que se le vino a las ma nos, la cual tomó y metió entre las nahuas o faldellín y la carne, debajo de la faja que le ceñía el cuerpo (porque siempre traen fajado este género de vestido), no imaginando ningún misterio ni fin de aquel caso. Acabó de barrer y buscó la pelota de pluma para ver de qué podría aprovecharla en servicio de sus dioses y no la halló. Quedó de esto admirada y mucho más de conocer en sí que, desde aquel punto, se había hecho preñada. Fuése a su casa con este cuidado, la barriga comenzó a crecer y ella a no poder disimular ni encubrir su preñado. Los hijos, que fiaban mucho de la virtud de su madre y creían ser muy honesta, vien do acto contrario a su opinión y previniendo la afrenta que de semejante caso podía venirles de los que la conocían, determi naron de matarla, porque con su muerte se atajase el parto y pa gase la madre que creían ser adúltera. Este consejo fue de to dos, en el cual la que más clamaba e incitaba era Coyolxauhqui, porque es muy propio de mujeres acriminar en otras la culpa de que ellas son notadas y quieren repentina y acelerada venganza en lo que con amor propio apetecen para sí misericordia. Aunque es verdad que estos centzunhuitznahuas determina ron de matar a la madre, no luego se resolvieron en darle muer te, o porque temían el caso o porque se condolían de poner las manos y ofender las entrañas en que anduvieron, y así dilataron su ejecución y , como en todos los consejos que constan de mu chos, nunca falta o quien haga traición y declare el secreto o que sea aficionado de la parte contra quien se trata, así en ésta, hubo un hijo que se lo avisó y certificó la determinación de matarla. La mujer, que no se hallaba culpada, sentía el daño y lloraba su poca defensa porque le parecía cosa grave hacerles creer que, sin acto ni ayuntamiento ni varón, pudiese haber acaecido su pre ñado. En medio de esta cuitas y aflicciones, dicen los que lo cuen tan que oyó una voz que parecía salir de su mismo vientre y en trañas que le dijo: madre mía, no te acongojes ni recibas pena, que yo lo remediaré y te libraré con mucha gloria y estimación mía. Y a esta sazón venían todos los conjurados, vencidos de su pasión y olvidados del honor materno, a ejecutar su intento y muy armados para si hallasen alguna resistencia, oponerse a ella.
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Venía adelante Coyolxauhqui, su hija, como capitán y caudillo de este matricidio. Y puestos a vista de la madre, parió repenti namente, de cuyo parto nació Huitzilupuchtli, el cual traía en la mano izquierda una rodela, que llaman tehuehueli y en la dere cha un dardo o vara larga de color azul y su rostro todo rayado del mismo color, en la frente un gran penacho de plumas ver des, la pierna izquierda delgada y emplumada, y pintados y ra yados ambos muslos de azul, y los brazos. Esta fue la forma con que apareció en este parto y nacimiento el demonio. Hizo apa recer allí luego una forma de culebra hecha de teas (que llama ron xiuhcóatl) y mandó a un soldado llamado Tochancalqui, que la encendiese y, con este apercibimiento, aguardaron a los ene migos que ya venían con grandes voces a dar la muerte a su ma dre y a todos los que se la defendiesen. Salióles al encuentro Huitzilupuchtli y, sin aguardarles razones, mandó a Tochancal qui que, con la culebra encendida, abrazase a Coyolxauhqui, como' a la más culpada en el consejo y traición, lo cual hecho (de que luego murió), fue Huitzilupuchtli contra los demás y, a pocos golpes, conocieron la ventaja que le hacía y la fuerza y peso de su brazo, con lo cual le cobraron muchísimo temor y co menzaron a retirarse, sólo con intento más de defenderse que de ofender, pero no les valió ni muchos ruegos que le hicieron, pidiéndole de merced la vida, porque no hallaban remedio para salvarla. Finalmente los mató y entró en sus casas y las saqueó y hizo a su madre señora de los despojos. De este caso tan pro digioso tomaron asombro los que lo supieron y llamáronle Tetzáhuitl, que quiere decir espanto o asombro, y de aquí tomaron ocasión de recibirle por dios, por conocer que había nacido de madre y no de padre. (Fr. Juan de Torquemada, M onarquía In diana, Madrid, 1723, Yol. II: 41-42).
UNQUE en el matar niños y sa crificar sus hijos, los del Pirú se aventajaron a los de México, porque no he leído ni entendido que usasen esto los mexicanos, pero en el número de los hombres que sa-
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crificaban y en el modo horrible con que lo hacían, excedieron éstos a los del Pirú, y aun a cuantas naciones hay en el mundo. Y para que se vea la gran desventura, en que tenía ciega esta gen te el demonio, referiré por extenso el uso inhumano que tenían en esta parte. Primeramente los hombres que se sacrificaban eran habidos en guerra, y si no era de cautivos, no hacían estos so lemnes sacrificios, que parece siguieron en esto el estilo de los antiguos, que según quieren decir autores, por eso llamaban víc tima al sacrificio, porque era de cosa vencida, como también la llamaba hostia, quasi ab hoste, porque era ofrenda hecha de sus enemigos, aunque el uso fue extendiendo el un vocablo y el otro a todo género de sacrificio. En efecto, los mexicanos no sacrifi caban a sus ídolos, sino sus cautivos; y por tener cautivos para sus sacrificios, eran sus ordinarias guerras. Y así, cuando pelea ban unos y otros, procuraban haber vivos a sus contrarios, y prenderlos y no matallos, por gozar de sus sacrificios, y esta ra zón dio Moctezuma al Marqués del Valle, cuando le preguntó cómo siendo tan poderoso y habiendo conquistado tantos reinos, no había sojuzgado la provincia de Tlascala, que tan cerca esta ba. Respondió a esto Moctezuma que por dos causas no habían allanado aquella provincia, siéndoles cosa fácil de hacer, si lo qui sieran. La una era por tener en qué ejercitar la juventud mexi cana para que no se criase en ocio y regalo; la otra y principal, que había reservado aquella provincia para tener de donde sacar cautivos que sacrificar a sus dioses. El modo que tenían en estos sacrificios era que en aquella palizada de calaveras que se dijo arriba, juntaban los que habían de ser sacrificados, y hacíase al pie de esta palizada una ceremonia con ellos, y era que a todos los ponían en hilera, al pie de ella, con mucha gente de guardia que los cercaba. Salía luego un sacerdote vestido con una alba corta llena de flecos por la orla, y descendía de lo alto del tem plo con un ídolo hecho de masa de bledos y maíz, amasado con miel, que tenía los ojos de unas cuentas verdes y los dientes de granos de maíz, y venía con toda la priesa que podía por las gra das del templo abajo, y subía por encima de una gran piedra que estaba fijada en un muy alto humilladero, en medio del patio. Llamábase la piedra quauhxicalli, que quiere decir la piedra del águila. Subiendo el sacerdote por una escalerilla que estaba en-
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frente del humilladero, y bajando por otra que estaba de la otra parte, siempre abrazado con su ídolo, subía adonde estaban los que se habían de sacrificar, y desde un lado hasta otro iba mos trando aquel ídolo a cada uno en particular, y diciéndoles: «Este es vuestro dios». Y en acabando de mostrárselo, descendía por el otro lado de las gradas, y todos los que habían de morir se iban en procesión hasta el lugar donde habían de ser sacrifica dos, y allí hallaban aparejados los ministros que los habían de sacrificar. El modo ordinario del sacrificio era abrir el pecho al que sacrificaban, y sacándole el corazón medio vivo, al hombre lo echaban a rodar por las gradas del templo, las cuales se ba ñaban en sangre. Lo cual para que se entienda mejor, es de sa ber que al lugar del sacrificio salían seis sacrificadores constitui dos en aquella dignidad; los cuatro para tener los pies y manos del que había de ser sacrificado, y otro para la garganta, y otro para cortar el pecho y sacar el corazón del sacrificado. Llama ban a éstos chachalm ua, que en nuestra lengua es lo mismo que ministro de cosa sagrada; era esta una dignidad suprema, y en tre ellos tenía en mucho, la cual se heredaba como cosa de ma yorazgo. El ministro que tenía oficio de matar, que era el sexto de éstos, era tenido y reverenciado como supremo sacerdote o pontífice, el nombre del cual era diferente, según la diferencia de los tiempos y solemnidades en que sacrificaba; asimismo eran diferentes las vestiduras cuando salían a ejercitar su oficio en di ferentes tiempos. El hombre de su dignidad era papa y topilzin; el traje y ropa era una cortina colorada a manera de dalmática, con unas flocaduras por orla; una corona de plumas ricas verdes y amarillas en la cabeza, y en las orejas unos como sarcillos de oro, engastadas en ellos unas piedras verdes, y debajo del labio junto al medio de la barba, una pieza como canutillo de una pie dra azul. (José de Acosta, Historia Natural y M oral de las In dias', Historia 16, Madrid, 1987: 352-54).
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Estrellas y cometas
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E las estrellas llam adas mastelejos
1. Hacía verencia y particulares sacrificios a los Mastelejos del cielo, que andan cerca de las Cabrillas, que es el signo del Toro. Hacían estos sacrificios y ceremonias cuando nue vamente parecían por el oriente, después de la fiesta del sol. Des pués de haberles ofrecido incienso decían: «Ya ha salido Yoaltecuíli, Yacauitztli, ¿qué acontecerá esta noche?, o, ¿qué fin ha brá la noche, próspero o adverso? Tres veces ofrecían incienso, y debe ser porque son tres estrellas; la una vez a prima noche, la otra a hora de las tres, la otra cuando comienza a amanecer. 2. Llaman a estas tres estrellas mamalhuaztli, y por este mis mo nombre llaman a los palos con que sacan lumbre, porque les parece que tienen alguna semejanza con ellas, y que de allí les vino esta manera de sacar fuego. De aquí tomaron por costum bre de hacer unas quemaduras en la muñeca (a) los varones, a honra de aquellas estrellas. Decían que el que no fuese señalado de aquellas quemaduras, cuando se muriese, que allá en el in fierno habían de sacar el fuego de su muñeca, barrenándola, como cuando acá sacan el fuego del palo. 3. A la estrella de Venus la llamaban esta gente citlápol, uei citlalin, estrella grande; y decían que cuando sale por el oriente hace cuatro arremetidas, y las tres luce poco, y vuélvese a es conder, y a la cuarta sale con toda su claridad, y procede por su curso; y dicen de su luz que parece a la de la luna. 4. En la primera arremetida teníanla de mal agüero, dicien do que traía enfermedad consigo, y por esto cerraban las puer tas y ventanas para que no entrase su luz; y a las veces la toma ban por buen agüero, según el principio del tiempo en que co menzaba a aparecer por el oriente.
De los cometas 1. Llamaba esta gente al cometa citlalin p op oca, que quiere decir estrella que humea. Teníanle por pronóstico de la muerte
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de algún príncipe o rey, o de guerra, o de hambre; la gente vul gar decía ésta es nuestra hambre. 2. A la inflamación (cauda) del cometa llamaba esta gente citlalín tlamina, que quiere decir la estrella tira saetas, y decían que siempre que aquella saeta caía sobre alguna cosa viva, lie bre o conejo, u otro animal donde hería luego se criaba un gu sano, por lo cual aquel animal no era de comer. Por esta causa procuraba esta gente de abrigarse de noche, porque la inflama ción del cometa no cayese sobre ellos. 3. A las estrellas que están en la boca de la bocina llamaba esta gente citlalxonecuilli. Píntanla a manera de una S, revueltas siete estrellas; dicen que están por sí apartadas de las otras y que son resplandecientes. Llámanlas citlalxoneculli porque tienen se mejanza con cierta manera de pan, que hacen a manera de la le tra S, al cual llaman xonecuilli, el cual pan se comía en todas las casas un día del año que se llama xochílhuitl. 4. A aquellas estrellas, que en algunas partes se llaman el Carro, esta gente las llama Escorpión, porque tienen figura de escorpión o alacrán, y así se llaman en muchas partes del mun do. (Fr. Bernardino de Sahagún, Historia G eneral de las Cosas de N ueva E spañ a, Lib. V II, caps. 3 y 4, México, 1979: págs. 434-35).
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