February 4, 2018 | Author: Puroperiodismo | Category: N/A
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ALBERTO SALCEDO RAMOS
Echar el cuento
Por Fernando García Mongay
eCícero
EL MEJOR PERIODISMO www.ecicero.es - @eCiceroLibros
Fotografía portada: Álvaro Calvo/Congreso de Periodismo Digital Copyright © de esta edición: eCícero®
Colección: #REPORTER eCícero® — España www.ecicero.es -
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A Alberto Salcedo Ramos le gusta contar chistes. También le gusta contar cuentos. Echarlos, como dice él. Para echar un cuento es necesario que haya público. Puede ser más o menos numeroso, pero sin público no hay cuento. También se pueden echar los cuentos por escrito a los lectores. Salcedo Ramos los echa muy bien de las dos maneras. En un taller que impartió en Zaragoza en marzo de 2013, proyectó el texto de La niña más odiosa del mundo, una de sus crónicas más conocidas, y, frente a la pantalla, comenzó a leer con la cadencia que la historia necesitaba. Sin prisa, de su boca salieron más de 1.300 palabras sin que los que le escuchábamos perdiéramos el interés que el cronista había ganado desde la primera sílaba siguiendo el ejemplo de su abuela: “Ella sabía dosificar las cargas narrativas”. No hubo en mi infancia una niña más antipática que Socorrito Pino. Confieso que en muchas oraciones le pedí a Dios que la dejara calva, que no le salieran de nuevo los dientes de arriba, o que, en el mejor de los casos, se la llevaran —con dientes y cabello, no importa— al punto más remoto de la ! "
tierra, donde jamás volviera yo a saber de su vida. Aún hoy estoy convencido de que aquel fastidio era justo: Socorrito Pino arruinaba mis alegrías, y parecía tener entre ceja y ceja el propósito de no dejarme tranquilo ni un minuto. Cuando yo peleaba con mi hermana Chari, ahí aparecía Socorrito como convidada de pesadilla, para impedir que le pegara. Lo hacía interponiéndose entre mi hermana y yo, o poniéndole quejas a mi abuelo. Cuando, después del baño, me ponía frente al espejo para peinarme, la muchachita insistía en que yo estaba perdiendo el tiempo, pues las peinadas no hacían milagros. Muchas de mis siestas, que en aquella época eran sagradas, fueron interrumpidas bruscamente por Socorrito Pino, que me jalaba los dedos de los pies y luego salía corriendo, con una risita de triunfo que me taladraba los nervios. Como vivía metida en mi casa a toda hora, conocía el penoso secreto de que yo, con 12 años, todavía me orinaba en la cama, y hasta se atrevía a preguntarme si aquello no me parecía vergonzoso. Un día llegó al extremo de decirme que ella no creía que yo mojara la cama por enfermedad sino por la pura pereza de levantarme por las madrugadas. Aunque yo había leído la historia de Socorrito Pino, que aparece en La eterna parranda, un libro de crónicas de Alberto Salcedo Ramos que infelizmente todavía no ha sido publicado en España, me pareció que el cuento que nos echaba el autor sonaba distinto, tanto que llegué a pensar que era nuevo. "
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Unos meses antes había coincidido con Salcedo Ramos en el Encuentro de Nuevos Cronistas de Indias que organizó la Fundación García Márquez para el Nuevo Periodismo en México DF. Le mostré mi interés en publicar una crónica suya y le dije que me gustaría que no fuera una historia triste. Tomó el ejemplar de La eterna parranda que me acabada de dedicar y buscó El testamento del viejo Mile, un perfil precioso de Emiliano Zuleta Baquero, un autor e intérprete de música vallenata que, entre otras muchas canciones, compuso La gota fría. Además, la historia, bien leída, puede resultar un excelente manual de seducción para seniors. A. J. Liebling decía que hay tres clases de periodistas: el reportero que dice lo que ha visto, el reportero interpretativo, que dice lo que piensa que es el significado de lo que ha visto, y el experto, que explica el significado de lo que no ha visto. Alberto Salcedo Ramos, a poco que le dejen, explica que quiere reivindicar un oficio que comienza moviéndose hacia algún sitio para contar con las herramientas de la literatura lo que ha visto, lo que le han dicho y cómo lo han hecho: “La crónica debe ser veraz porque es un género periodístico”, afirma. “Si quieres volverte rico”, dijo Salcedo Ramos en su taller en España, “tienes que ser un petrolero porque de periodista no se gana dinero”. Por eso destierra la premisa de que solo se gana cuando se cobra el trabajo. La crónica, para él, es una vocación, algo así como una misión que ejerce en ese pequeño grupo de la primera división de los cronistas latinoamericanos junto a Martín Caparrós, Leila Guerriero y unos pocos más. $ "
Como buen colombiano, Salcedo Ramos practica el primer mandamiento de la mañana, “tomar un café”, y está convencido de que quien quiere escribir siempre encontrará un argumento para hacerlo. Unos días antes de que le concedieran el Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2013, le propuse que respondiera a unas preguntas. En una de las respuestas, hablando sobre el ejercicio freelance del periodismo, se encuentra la clave de su forma de entender el oficio: “Yo elegí hacer crónicas porque me gusta contar historias”. Fernando García Mongay, mayo de 2013
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PREGUNTA.: ¿Por qué estudiaste periodismo? ALBERTO SALCEDO RAMOS.: En la adolescencia yo quería contar historias. Aún no sabía que eso se podía hacer a través del periodismo, y entonces quería ser novelista para escribir libros como Hamlet, de Skakespeare, y El extranjero, de Camus, que había leído con gusto en el colegio. Mi madre me dijo que dedicarse a la literatura en un país como Colombia implicaba el riesgo de morirse de hambre. Así que decidí estudiar periodismo con la idea previa de que allí encontraría techo temporalmente, mientras me crecían las alas y volaba sin miedo hacia la literatura de ficción. El caso es que apenas empecé mi vida profesional, descubrí que en el periodismo se podían contar historias, y ya nunca más he querido ser escritor de ficción. P.: ¿Crees que el periodista debe estudiar la carrera de periodismo o consideras que es un oficio que se aprende trabajando? A.S.R.: Los periodistas debemos aspirar a una formación sólida. Parte de eso se puede adquirir en la universidad, pero seamos sinceros: la mayoría de la gente no va a la universidad a prepararse sino a obtener el título profesional. Abundan los periodistas que reducen su formación académica a las aulas universitarias, y luego ya no estudian más, no se capacitan de manera permanente, lo cual es una lástima. La mayor parte de los saberes prácticos del oficio los adquiere uno en los medios, cuando empieza a trabajar. En las universidades, & "
por lo general, los estudiantes se retratan al lado de la piscina pero no aprenden a nadar. P.: ¿Alguno de tus profesores se convirtió en maestro? A.S.R.: La universidad te asigna a unos profesores a lo largo de la carrera. Si tienes suerte, dos de esos profesores te resultan buenos. En realidad, uno inventa a sus maestros en las lecturas, en las recomendaciones que va oyendo por ahí, en las búsquedas personales. A mí en la universidad nadie me dijo que existía Gay Talese: yo lo descubrí por fuera de las aulas de clase, y de inmediato lo convertí en uno de mis maestros. P.: Comenzaste muy pronto a trabajar… A.S.R.: Mi primer trabajo remunerado fue en la sede de la cadena radial Todelar en Cartagena. Ahí remplacé durante veinte días a un periodista que se encontraba incapacitado por problemas de salud. Luego conseguí trabajo en el periódico El Universal, de esa misma ciudad. Me tocaba cubrir el sector administrativo. El jueves era mi día de descanso y yo lo usaba para buscar historias en los pueblos cercanos: historias de pescadores, de músicos populares. Desde el principio quería hacer crónicas. En El Universal, por cierto, comenzaron sus carreras muchos autores importantes del Caribe colombiano, como Gabriel García Márquez, Héctor Rojas Herazo y Jorge García Usta. P.: ¿De quién has aprendido más? "
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A.S.R.: A los veintidós años tuve la suerte de encontrar en El Universal a un gran escritor de mi región: Jorge García Usta. Gracias a él reafirmé mi pasión por las historias. Él me dio a conocer a los grandes autores del periodismo narrativo estadounidense: a Capote, a Mailer, a Talese. Era apenas tres años mayor que yo, pero parecía haberse leído todos los libros que valían la pena. Además revisaba mis textos y los descuartizaba con un lápiz rojo implacable. Me enseñó a dudar de mí mismo a una edad en que me creía más listo de lo que realmente era, y eso fue muy útil para mí. Gracias a él aprendí que un texto no queda bien escrito cuando uno simplemente lo escribe, sino cuando uno lo reescribe. Me gusta depurar los textos, leerlos una y otra vez, y encontrarles problemas cuando parece que ya están bien. Jorge murió en 2005, cuando apenas tenía 45 años. Su ausencia aún me pesa en el corazón. P.: ¿Cuándo comenzaste a escribir crónicas? A.S.R.: Empecé casi desde el momento mismo en que comencé mi vida como periodista. Me he dedicado a esto porque es lo mío: amo narrar. Es algo que he querido hacer desde la infancia. P.: ¿Cuál fue tu primera crónica? A.S.R.: A los diecinueve años publicaba textos breves en un periódico de Barranquilla, la ciudad del Caribe colombiano donde nací. No eran crónicas sino artículos ( "
de opinión. A estas alturas de mi vida puedes jurar que no hago el mínimo esfuerzo para que se conozcan aquellos escritos iniciales. Los miro con compasión, como la quijotada de un muchacho que quería hacerse oír, pero algunos, francamente, me avergüenzan. P.: ¿Cómo se trabajaba en El Universal? A.S.R.: Usábamos unas máquinas de escribir Remington muy pesadas. Era difícil moverlas del escritorio. Las teclas eran resistentes. Pulsarlas me daba una sensación de poder que aún siento cuando las oigo sonar en mi memoria. Nunca he olvidado el tableteo afanado de esas máquinas a la hora del cierre. Se oían como el golpeteo de la lluvia en el techo. A mí ese sonido me producía un estado de excitación sensorial como el que siente un hambriento cuando pasa cerca a la cocina y siente el olor de un guiso exquisito. Para mí el periodo en El Universal fue de mucho entusiasmo. Ganábamos un sueldo precario pero no nos quejábamos. Teníamos un dicho: aquí no se gana dinero pero se goza. Éramos jóvenes y apasionados. P.: ¿Y después? A.S.R.: He trabajado en televisión. Tenía un programa que se llamaba Vida de barrio, con el cual gané el Premio Internacional de Periodismo Rey de España. He escrito en muchas revistas, como SoHo, El Malpensante, Gatopardo y Ecos. He dictado talleres de periodismo en una docena de países. A estas alturas ya son muchos los trabajos que he hecho y citarlos todos sería aburrido. "
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Voy a cumplir cincuenta años, y más de la mitad de ese tiempo la he pasado ejerciendo el periodismo. P.: Ahora eres un cronista autónomo. A.S.R.: Llevo varios años como freelance. Ya no me gusta estar de planta en una redacción. Me aburro. Amo conocer gente y lugares, buscar historias. Ser freelance me otorga más flexibilidad para manejar mis tiempos. Algunos creen que hacer crónicas es tener glamour profesional, o ser una especie de rockstar del periodismo, y sinceramente jamás he visto las cosas de esa manera. Yo elegí hacer crónicas porque me gusta contar historias. Es algo afín a mi naturaleza. Todo lo que he hecho es ser fiel a un sueño que tuve desde la infancia. Si aspirara a ser glamoroso sería presentador de modas en televisión, y si aspirara a ser un profesional adinerado sería ingeniero de petróleos. P.: ¿Cuándo tomaste la decisión de dedicarte a la crónica y dejar el periodismo del día a día? A.S.R.: A mediados de los años 90 yo hacía crónicas por mi cuenta, pues nadie en los medios me las encargaba. Como no había revistas o periódicos que me las publicaran, decidí escribir un libro. Eran historias sobre personajes comunes y corrientes de la vida nacional: el primer colombiano que estuvo en la Casa Blanca, invitado por John Kennedy; una señora que sobrevivió a la erupción de un volcán, unos enamorados indigentes, y así. Escribí esas crónicas por puro gusto, sin saber si)) "
quiera si le interesarían a alguna editorial. De hecho, cuando tenía el libro completo no le interesó a ninguna de las editoriales grandes. Solo un editor independiente se animó a publicarlo. El libro se llama De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas. Fue publicado a mediados de 1999, cuando nadie hablaba de crónicas, cuando la palabra no parecía sexy como ahora, cuando a nadie parecía interesarle ese género. Yo me siento orgulloso de haber hecho ese libro en tales condiciones, a costa de mi propia seguridad económica. Julio Villanueva Chang, el fundador de la revista Etiqueta Negra, me definió una vez como un kamikaze. Eso he sido: un reportero capaz de asumir riesgos con tal de ser fiel a su pasión de contar historias. P.: ¿Conservas los recortes de tus primeras crónicas? A.S.R.: Tuve un álbum donde estaban pegados mis primeros recortes de prensa. Se me perdió y nunca supe dónde, ni cuándo, ni cómo. Mis primeros textos de periodismo narrativo están recopilados en un libro que se llama Diez juglares en su patio. Lo escribí en compañía de ese gran amigo que se murió prematuramente, Jorge García Usta. Yo crecí oyendo a los juglares de la música vallenata en el Caribe colombiano. Los primeros periodistas que conocí fueron esos juglares, campesinos analfabetos que tocaban su acordeón mientras iban en un burro llevando en forma de versos ciertas noticias de la vida y de la muerte. ¿Por qué digo que eran los primeros periodistas? Porque a ese territorio polvoriento no llegaban periódicos. La gente se enteraba de lo que sucedía a través de las coplas que los jugla"
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res entonaban en los caminos. Oír esos versos era saber qué suerte habían tenido los cultivos de algodón, o cuáles eran los últimos amores contrariados, o qué niño había sido bautizado recientemente. El vallenato era una música funcional que servía para dar noticias y hacer más gratas las actividades de los hombres en el campo. Entonces, mi primer libro habla de estos trovadores de la cultura popular. P.: ¿Dónde se aprende a reportear? A.S.R.: Llevo años haciendo mi trabajo de reportero: he conversado con guerrilleros, con paramilitares, con víctimas, con deportistas, con músicos, con creadores, con seres humanos de diversa índole. Entonces, he obtenido muchas enseñanzas a través de mi propia experiencia. He tenido el cuidado de racionalizar mi método de trabajo para volverlo conocimiento. Es curioso: uno primero aprende a hacer el oficio y después aprende cómo se hace. Como además de ser periodista dicto talleres de crónica, procuro elaborar reflexiones pedagógicas a partir de lo que voy descubriendo en el trabajo de campo. He aprendido, por ejemplo, a buscar las verdades más allá de las voces de los protagonistas. El periodismo se ha vuelto rehén de las entrevistas. Todos los reporteros andan por ahí con su grabadora buscando la frase del titular. El periodismo se construye hoy a partir de entrevistas hechas de afán en los ascensores y en los pasillos de los hoteles. Habla el músico que presenta su nuevo cd, habla el cardenal que conoció al papa cuando era un sacerdote joven, habla el ministro, habla el futbolista que metió dos goles en la última fe)! "
cha, y así el periodismo está regido por lo que Alma Guillermoprieto llama ‘el síndrome del entrecomillado’. Son pocos los que se atreven a estar más tiempo con los personajes y ver lo que verdaderamente dicen cuando no están respondiendo nuestras preguntas, lo que dicen con sus actos. A mí me interesa ser testigo de escenas reveladoras, no ponerme a disparar mil preguntas en diez minutos. P.: ¿Cuál debe ser la principal cualidad del cronista? A.S.R.: La curiosidad. Querer saber más siempre. Los buenos reporteros siempre encuentran nuevas razones para alimentar la curiosidad. Un dato genera nuevas preguntas, nuevas búsquedas. Sin embargo, eso es algo que ha ido cambiando en este mundo de vértigo en el que andamos metidos. Cada vez es más creciente el número de periodistas que limitan su curiosidad a lo que les ofrece Google. El nuevo verbo que rige los destinos de la tribu es el verbo “googlear”. Todo se rastrea a través de ese buscador. Es una lástima, porque si hay algo grato en el ejercicio del reportero es esforzarse en la búsqueda y, como producto del esfuerzo, encontrar pistas de valor. A mí me gusta escarbar los archivos de prensa, no los digitales sino los impresos, y leer periódicos viejos; me gusta ver al final del día mis manos ennegrecidas por la tinta. Eso me da una sensación de que trabajé a conciencia y puedo ir a comerme la cena con la satisfacción de que me la gané en franca lid. Así que, además de la curiosidad, yo pondero la capacidad de evadir el facilismo. Te diría que el buen "
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periodismo empieza justo en el momento en que el reportero se olvida de Google. P.: Admiras a Gay Talese. ¿Has conversado con él en alguna ocasión? A.S.R.: Es el que más he admirado. Me parece que es el más completo, porque es muy sagaz como reportero y muy grande como narrador. Tuve la fortuna de conocerlo e ir a cenar con él en el año 2007. No estuvimos solos él y yo: estaban también Andrés Hoyos, fundador de la revista colombiana El Malpensante, Rocío Arias, su mujer, que es española, y el colega Sinar Alvarado. Fue una experiencia inolvidable ver a Talese a manteles, desprevenido, hablando de sus filias y fobias literarias, y haciéndonos preguntas sobre la realidad de América Latina. Me sorprendió que admirara a Hugo Chávez, el presidente venezolano. Hubo un momento en que le pregunté si sabía cuántas corbatas de seda tenía. Me respondió que jamás las había contado, y remató con un apunte divertidísimo: “sé que tengo muchas, pero en todo caso no son tantas como las que tiene Tom Wolfe”. P.: ¿Dónde encuentras las historias? A.S.R.: Las encuentro en la prensa, o en los noticieros de radio y televisión, o en las voces de la gente con la que hablo en la calle, o en las recomendaciones que me hacen los editores que publican mis crónicas. No es que me levante de la cama, me cepille los dientes y salga corriendo como loco a ver qué tema me ofrece la prensa del día. Pero si la prensa trae un tema que excite mi )$ "
voluntad de dejar un testimonio, yo lo sabré reconocer entre las noticias. Antes creía que cualquier cosa de la realidad podía volverse una historia atractiva para los lectores. Era una visión algo idealista. Ya no trabajo de esa manera: si el asunto no me atiza, lo dejo ir, así sea un tema del cual habla todo el mundo. Quiero aclararte que yo, más que buscar temas, busco historias: si tú me dices que escriba sobre prostitución, yo ahí no veo nada, nada en absoluto. Pero si me dices que hay una prostituta que sigue activa a los sesenta y ocho años, y que esa prostituta es la más vieja de su oficio en Colombia, y se llama Mireya Meléndez, ahí sí veo algo que me produce curiosidad y ganas de tirar la punta del hilo. Necesito que haya historias y rostros. P.: ¿Buscas a los personajes o los encuentras por casualidad? A.S.R.: Cuando me preguntan por personajes pienso en historias, y cuando me preguntan por historias pienso en personajes. Así que aquí vale la respuesta anterior. P.: Coincides con Talese en la pasión por los boxeadores. A.S.R.: Talese ha escrito algunas piezas estupendas sobre boxeadores. Quizá la mejor de todas fue la que hizo sobre Floyd Patterson, aquel boxeador que cuando perdía se ponía pelucas y bigotes postizos para salir del coliseo, porque no era capaz de asumir su derrota ante el público. Pero en materia de boxeo Talese no influyó sobre mí en absoluto. En ese terreno yo prefiero los textos de Ring Lardner y los de Jack London. Y si nos "
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vamos al campo de la no ficción, prefiero el ensayo Del boxeo, de Joyce Carol Oates, y el reportaje Rey del mundo, de David Remnick. P.: ¿A qué otros escritores admiras? A.S.R.: No sé qué tanto me hayan influenciado, pero he amado a Truman Capote, a Gabriel García Márquez, a Juan Rulfo, a Borges, a Camus, a Julio Ramón Rybeiro, a Dostoievski, a William Saroyan. P.: ¿Cuándo sabes que tienes una buena historia? A.S.R.: Cuando siento que me muero de las ganas de contarla. Las buenas historias, a mi modo de ver, permiten ir más allá del personaje y mostrar tendencias sociales. Son la expresión reducida de un universo mucho más amplio con el cual pueden identificarse los lectores. Las buenas historias tienen conflictos que permiten explorar la condición humana. Yo siempre cito dos frases que tengo como dogmas en este asunto. La primera es del escritor húngaro Stephen Vizinczey: “Todo aquello en lo que no pueda dejar de pensar es mi tema”. Y la otra es de Norman Mailer: “Cuando un tema te produzca ganas de trabajar, no lo sometas a la duda”. P.: ¿Cómo realizas los trabajos de reporteo, escritura y edición? A.S.R.: Robert Louis Stevenson dijo que contar historias es escribir sobre gente en acción. Pues bien: yo )& "
siempre procuro ser testigo de muchas acciones que definan el carácter de los personajes. No me limito a entrevistarlos. Me gusta acompañarlos en sus espacios habituales, en diferentes momentos. Además hago muchas entrevistas y leo mucha información previa sobre los temas de los cuales me ocupo. De la escritura te puedo decir que es la fase más difícil. Algunos no creen que yo de verdad piense eso, porque dicen que mi prosa les suena natural y les parece fluida. Yo les contesto que la fluidez no es un don concedido por los dioses sino el resultado de un esfuerzo. Hay que trabajar mucho para que no se note lo mucho que trabajamos. Lograr esa naturalidad demanda todo el empeño que te puedas imaginar. Hay que borrar, cambiar, reescribir. Se sufre bastante cuando uno trabaja así. Yo dedico las dos primeras horas de cada jornada a editar lo que hice en la jornada anterior. Así que mi avance en la escritura es como el del caballo en el tablero de ajedrez: dos pasos al frente y uno al costado, y a veces me devuelvo. Escribir es tejer a la manera de Penélope: toca desbaratar lo que ya has bordado y empezarlo de nuevo, lo cual puede ser desalentador. Por eso yo siempre cito una frase de Dorothy Parker que describe muy bien el estado de ánimo que uno siente en tales casos: “Odio escribir, pero amo haber escrito”. P.: ¿Tomas notas cuando reporteas? A.S.R.: Claro que sí, especialmente cuando no estoy conversando con personas. Cuando hago entrevistas evito tomar notas, porque me parece de mal gusto que alguien me hable y yo tenga la vista enterrada en una "
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libreta. También grabo. Creo que los dos elementos más calumniados de la historia de la humanidad son la carne de cerdo y la grabadora. A esta última todo el mundo le vive echando la culpa del mal periodismo, lo cual es tan absurdo como culpar a las camas por las infidelidades que se cometen en ellas. A mí me gusta la grabadora porque me permite captar la banda sonora de la realidad, los sonidos del ambiente, y además me sirve como libreta de apuntes. Cuando estoy en la fase de trabajo de campo, consigno en la grabadora, al final de cada jornada, unos diez o quince minutos de conclusiones sobre hechos de interés que percibí a lo largo del día, ideas que después aprovecharé durante la escritura. La grabadora es una herramienta que me permite prolongar la memoria: retiene todo lo que dicen los personajes, y de ese modo yo puedo dedicarme a observar mejor los elementos que componen la escena. P.: ¿Prefieres la cita textual de lo que ha dicho el entrevistado o con la sombra de la frase? A.S.R.: A propósito de ese tema, en mis talleres de crónica yo hago el siguiente ejercicio: al final de una sesión les pido a los participantes que escriban cinco frases textuales que yo haya dicho a lo largo de la jornada. Me sorprendo cuando veo cómo cambian algunas de las palabras que dije. Eso sí: en términos generales conservan el espíritu de la frase. A mí me gusta, en lo posible, conservar la literalidad. Hay momentos en que eso es secundario, pero en otras ocasiones es determinante y hay que mantenerse fiel a la frase misma y no solo a su espíritu. )( "
P.: ¿Cómo realizas el trabajo de campo? A.S.R.: Permaneciendo con los personajes tanto tiempo como sea posible. Viéndolos actuar en sus espacios, observando cómo se relacionan con los demás, intentando ser testigo de escenas reveladoras. También, como ya te dije, entrevistando a muchas otras personas que conozcan a estos personajes y puedan aportar información de calidad sobre ellos. Me gusta consultar la información de prensa disponible. Creo en un trabajo de campo basado en la paciencia, donde uno pueda mirar la realidad a fondo y no con ojos de turista. Me gusta ir muchas veces y acumular datos y más datos. Los datos más reveladores aparecen cuando uno lleva rato investigando. Después de varios encuentros, los personajes se relajan, y ya no posan sino que se muestran como son. En ese momento se atreven a contar lo que no quisieron contar en la primera cita. Invertir tiempo en la investigación es regalarse la oportunidad de ser sorprendido por la realidad. P.: ¿Intentas ganar la confianza de tus entrevistados? A.S.R.: No me gusta posar como amigo de los personajes, pero sí aspiro a ganarme su confianza. Si ellos me perciben como amigo se van a sentir traicionados cuando vean la crónica publicada, porque seguramente voy a contar algunas cosas que no serán de su agrado. Eso sí: nada de lo que contaré será de mal gusto, ni injusto, ni atropellará la dignidad de los personajes. Pero se trata de cómo los veo yo a ellos, no de cómo se ven ellos a sí "
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mismos. La amistad sería nefasta porque me haría perder el control de la historia. Lo que sí reconozco es que soy un tanto confianzudo a la hora de aproximarme, y lo hago para derribar las barreras iniciales. Suelo invitar a los personajes a almorzar y a tomar café. Esas actividades no generan compromisos ni para ellos ni para mí, y en cambio sirven para procurar una cercanía que es muy útil para mi investigación. La confianza se construye en la medida en que los personajes ven la forma de trabajar de uno, la forma en que uno les plantea las preguntas, en que uno los oye. Si el personaje tiene claro que uno es responsable y respetuoso, se prodiga más en los diálogos. P.: ¿Cómo consigues que te cuenten las cosas más íntimas? A.S.R.: Así como te lo acabo de decir: invirtiéndole tiempo al trabajo de campo y generando confianza. En el fondo, todos los personajes quieren confesarse. Lo que pasa es que no quieren hacerlo a la primera media hora, y menos si ven que el reportero es impaciente y pretende obtener la información de un solo golpe. De modo que lo que yo hago es ir y esperar mi oportunidad, dejarme ver una y otra vez para que el personaje vaya entrando en confianza. P.: ¿Entrevistas siempre en persona o también empleas el teléfono o el correo electrónico?
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A.S.R.: Siempre en persona. Solo uso el teléfono y el mail para confirmar ciertos datos que me generan dudas cuando estoy en la fase de escritura. P.: ¿Cómo trabajas con el material que reúnes después de reportear? A.S.R.: Cuando termina el trabajo de campo, siguen las transcripciones. Casi siempre las hago yo mismo, aunque a veces me apoyo en algunas personas que me colaboran en esta etapa. Cuando reviso el material se me empieza a ocurrir la crónica: por dónde voy a arrancar, adónde voy a llegar, qué temas me servirán como eje narrativo. Yo nunca salto directamente del trabajo de campo a la escritura. Siempre me detengo a pensar cuál es la ruta de viaje que más le conviene a la historia que voy a contar. En el momento en que uno empieza a revisar los datos va haciendo una valoración del material con el que cuenta. Eso permite trazar un croquis tentativo de la crónica: cuál será el punto de partida, cuál el nudo y cuál el posible remate. La experiencia me dice, sin embargo, que aunque uno tenga este mapa a la mano, puede terminar enamorándose caprichosamente de un detalle de color que ni siquiera figuraba en los planes iniciales. Por eso creo que ser cronista consiste en aprender a aprovechar los caprichos que uno tiene cuando se sienta a escribir. P.: ¿Eres rápido escribiendo? ¿Cuentas las palabras que escribes cada día? "
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A.S.R.: Soy más bien lento porque me castigo mucho. Me parece que el texto no queda bien en la mera fase de escritura, así el autor sea el más brillante del mundo. Se necesita la reescritura. Uno escribe con el talento y reescribe con el oficio. Hay que volver al texto, revisarlo, pulirlo, revolcarlo si la historia está mal planteada, y tener el valor de borrar párrafos enteros, o reelaborarlos cuando consideremos que no tienen fuerza y claridad. En un día suelo escribir alrededor de mil palabras, pero ojo: si solo me sale un párrafo y lo he producido con esfuerzo, no pienso que el día de trabajo haya sido malo. Se trata de que mi texto quede lo mejor posible, no de producir montones de palabras, y si en una jornada me ha salido un solo párrafo a pesar de mi dedicación, es porque estoy buscando calidad. Alguien podría decir que en los periódicos es imposible aplicar semejante método. Yo le diría que justo por eso no trabajo en un periódico. Eso sí: cada quien tiene derecho a elegir su método y a decidir sus prioridades. P.: ¿Prefieres escribir siempre en el mismo sitio? A.S.R.: La mesa y el computador son los de siempre, así como el cuarto de estudio. Necesito esa familiaridad con el espacio para sentirme a gusto y trabajar mejor. En cuanto a los hábitos, tomo mucho café negro. Además me gusta hacer pausas para salir a caminar. Así combato el encierro, que a veces deprime, y además tomo distancia del texto. Cuando vuelvo a él, le encuentro defectos que no le había visto antes de salir a caminar. +! "
P.: ¿Tú propones los temas a los editores o son ellos quienes te los encargan? A.S.R.: Es una relación de doble vía: a veces propongo los temas, a veces me los proponen ellos. He trabajado para editores maravillosos, y si algo he aprendido de la experiencia con ellos es que el buen editor es el mejor amigo del cronista. Julio Villanueva Chang, director de la revista Etiqueta Negra, tiene un resaltador implacable: se mete en el texto y lo vuelve añicos, pero lo que te sugiere es tan inteligente, tan útil, que difícilmente puedes controvertirlo. Mario Jursich, director de la revista El Malpensante, también tiene un paladar exigente y no se conforma con cualquier cosa. Sabe rechazar sin que le tiemble la voz. Su trabajo en el texto no es a partir de lo que a él, como hombre de letras, le gustaría sino a partir de lo que sabe que el autor puede darle. Diego Garzón y Daniel Samper Ospina, editor y director de la revista SoHo, son muy creativos. Son audaces, tienen agallas. Ellos me han propuesto muchas de las historias que he contado. Ambos tienen la perspicacia suficiente para saber de antemano cuál es el autor más indicado para desarrollar sus ideas. Todos ellos, más otros que no nombro para evitar extenderme demasiado, me han ayudado a ser mejor. P.: ¿Cómo ves el futuro del periodismo? A.S.R.: Creo que sobrevivirán algunos periódicos, morirán otros y nacerán nuevos medios. Quedarán los que construyan agenda propia, los que complementen las noticias con denuncias y con periodismo en profundi"
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dad, los que generen opinión contrastada y de calidad, los que sean plurales, incluyentes, los que se atrevan a construir pactos de transparencia con su público, los que no estén preocupados por llegarle a todo el mundo sino a su nicho, los que sepan traducir la realidad a través de historias humanas de gran calidad narrativa, los que dejen de andar dándose golpes de pecho en nombre de una verdad con V mayúscula que no existe, los que no sigan empeñados en parecerse a Twitter. No sé qué suerte correrán los medios, pero sí sé que la humanidad no se va a quedar sin periodismo. P.: ¿Y el de la crónica? A.S.R.: Es sospechoso que un género transgresor se ponga de moda. Las crónicas que yo hacía cuando comencé mi carrera solo eran leídas por cuatro amigos, por mi mamá y por mí mismo. Las hacía por puro gusto, y en aquel momento no les llamaba crónicas sino reportajes. Muchos de los cronistas latinoamericanos empezaron así: atizados, simplemente, por su propia pasión, arando en el desierto. Lo que me preocupa de que hoy sea vista como una moda es que algunos chicos podrían llegar a ella bajo el supuesto de que es un género que tiene sex appeal. Sería terrible. Creo que la crónica sobrevivirá si amplía su rango de temas y se atreve a contar historias del poder. Es necesario explorar las nuevas realidades de nuestros países: las crisis económicas, los estragos ocasionados por la minería, los intereses de las multinacionales, y no quedarse en el eterno relato del personaje pintoresco. +$ "
P.: ¿Un consejo para un joven periodista que empieza a ejercer el oficio? A.S.R.: Menos sala de redacción y más calle. Y si es a pie, mucho mejor. P.: ¿Recomiendas algún manual de periodismo? A.S.R.: No me gusta recomendar manuales. Para reafirmarme en esta convicción siempre tengo a la mano una cita preciosa de Quentin Tarantino: “Cuando la gente me pregunta si fui a una escuela de cine, siempre respondo: no, fui a cine”. P.: ¿Y un libro? A.S.R.: Recomiendo uno de Joseph Mitchell: El secreto de Joe Gould. Fue publicado inicialmente por la revista The New Yorker. Un perfil hermoso sobre un vagabundo mitómano que frecuenta los bares de Nueva York y se ufana de haber escrito un libro más extenso que la Biblia. Es un texto de gran belleza estética que además tiene mucha hondura emocional. P.: ¿Qué estás leyendo ahora? R.: Plano americano, de la extraordinaria Leila Guerriero. Son perfiles de escritores y artistas. Aún no lo he terminado, pero te puedo decir que es una joya del periodismo narrativo, un trabajo muy ambicioso en el que hay profundidad, experimentación en las formas narra"
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tivas, una manera de mirar que siempre sorprende al lector y una calidad literaria única.
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SOBRE ALBERTO SALCEDO RAMOS
Definido por Jon Lee Anderson como “cronista de cronistas”, el colombiano Alberto Salcedo Ramos es autor de cinco libros de periodismo narrativo, entre ellos La eterna parranda (Aguilar, 2011) y El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé. Algunas de sus crónicas han sido traducidas al francés, al italiano, al inglés, al alemán y al griego, y se han incluido en por lo menos una docena de antologías internacionales, como Mejor que ficción (Anagrama) y Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara), ambas publicadas en España. Es maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y ha dictado talleres de periodismo narrativo en diversos países. Ha ganado varios premios de periodismo, entre otros, el Rey de España y el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Twitter: @SalcedoRamos
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SOBRE FERNANDO GARCÍA MONGAY
Colaborador de El País y del Diario del AltoAragón, entre otros medios. Escribe el blog Sin Tinta en El País.com e imparte cursos sobre la edición de libros electrónicos. Es el creador de la editorial ecicero.es de ebooks de periodismo. Ganó el Premio del Club Internacional de Prensa en 2004 y el Premio Vodafone de Periodismo online en 2012. Ha dirigido las trece ediciones del Congreso de Periodismo Digital, que se celebra en Huesca, España, desde el año 2000. Twitter: @Mongay55
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SOBRE LA EDITORIAL eCícero® es una editorial de libros electrónicos de periodismo de largo formato, entre 5.000 y 30.000 palabras. Los ebooks se pueden conseguir en las librerías online para Kindle, iPad/iPhone, Nookr y dispositivos Android o Windows. El cícero es una unidad de medida tipográfica por la que se rige tradicionalmente todo el material de imprenta en España y en otros países de Europa. Se divide en 12 puntos, equivalente a 4,5126 milímetros en el sistema Didot. Equivale aproximadamente a la pica anglosajona. El logotipo de eCícero está compuesto con el tipo de letra Didot. www.ecicero.es eCícero en Facebook eCícero en Twitter
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