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January 23, 2017 | Author: bossjc | Category: N/A
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DRAKONTOS

Leontxo García

Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas Prólogo de José Antonio Marina

CRÍTICA

DRAKONTOS

Leontxo García

Leontxo García (Irún, 1956) es uno de los periodistas de ajedrez más prestigiosos del mundo, especialista del diario El País (desde 1985) y Radio Nacional (desde 1986). El Gobierno español le concedió la Medalla al Mérito Deportivo en 2011, y ha recibido varios premios

internacionales. Escritor, conferenciante, investigador, presentador y comentarista de torneos, es un experto en pedagogía y aplicaciones sociales del ajedrez.

Ha visitado casi cien países.

Imagen de cubierta: © Alex Ferreiro (www. alexferreiro.com) Diseño de colección:© Jaime Fernández

Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas

DRAKONTOS Director:

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON

Ajedrez y ciencia, pasiones Illezcladas

Leontxo García

Prólogo de

José Antonio Marina

CRÍTICA BARCELONA

Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas Leontxo García

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 I 93 272 04 47

� Leontxo García, 2013 v Editorial Planeta S. A., 2013 Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) Crítica es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A. [email protected] www.ed-critica.es www.espacioculturalyacademico.com

ISBN: 978-84-9892-552-4 Depósito legal: B. 7646 - 2013

2013. Impreso y encuadernado en España por Huertas Industrias Gráficas S. A.

A mi Dama, M" Carmen, y mi Alfil, Mikel



Agradecimientos

M propusieron escribir este l ibro durante una comida. N o podía is amigos José M anuel Sánchez Ron y Arturo Pérez Reverte me

negarme, y menos aún tras la excelente acogida de Carmen Esteban, directora de Editorial Crítica, su excelente equipo (con mención espe­ cial para Raquel Reguera) y la ayuda de mi agente literaria, Raquel de la Concha. Por si faltara algún estímulo, nada menos que José Anton io Marina se ofreció a escribir e l prólogo. S i la calidad no es la que se espera de mí, la culpa será sólo mía, porque todos los aquí citados me han ayudado con gran generosidad . Probab lemente me olvido de alguien, y bien que me duele. Pido dis­ culpas. Amigos o colegas : Á ngel Asensio, Jesús Boyero, Julio Feo, Feman­ do Femández, Pepa Femández, I nés Goñi, Paco H emanz, Raymond y Annette Keene, Stefan Loffler, Mauricio Perea, N adj a Wittmann y Car­ los Urtasun. C ientíficos o expertos en alguno de los asuntos tratados en el l ibro: Rafael Andarias, H i lario Blasco, Luis B l asco, Jordi Camí, Santiago Cousido, Amador Cuesta, José I gnac io Emparanza, Sergio Estremera, Javier de Fel ipe, hermanos Ferriz (Andrés, Rodrigo y Roberto), Joaquín Femández Amigo, Santiago Femández, Jesús de la Gándara, Jesús Gar­ cía Callejo, Femand Gobet, Jorge I gual, Enrique I razoqui, Guil lermo I sidrón, M iguel I l l escas, Esteban Jaureguizar, Ramón López de Mánta­ ras, Femando M aestú, José Félix M artí Massó, Pablo M artínez Lage,

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Juan Antonio M ontero, Femando Mosquera, I ker Oj er, Antonio Orbe, Ramón Padul lés, Ignacio Palacios-Huerta, José M aría Peña, Joaquín Pérez de Arriaga, Judit Polgar, Adriana Salazar, Pablo San Segundo, José Luis Sirera, Juan José Sosa, M arcel ino S ión, Mercedes y José Luis Torres-Quevedo, Jorge Wagensberg, Javier Yanguas y Pedro Zufiría.



Prólogo

es recomiendo que lean este l ibro, sean o no aficionados al aj e­ drez. El mundo del aj edrez es fascinante, m i sterioso, divertido, profundo. Y Leontxo Garc ía escribe alternando e l rigor de un científi­ co, la pasión de un enamorado, e l fervor de un apóstol , la paciencia de un pedagogo, y el interés por la noticia de un periodista de raza. ¿ Por qué es tan fascinante el mundo del aj edrez? Sólo puedo darles mi opinión. Me parece un microcosmos complej ísimo, l i mitado e i limi­ tado a la vez, que revela los grandes recursos de la intel igencia humana y su forma de encararse con los problemas. Lo curioso es que en ese microcosmos está representado el mundo real, con sus pasiones, estra­ tegias, razones, riesgos. Es un mundo de férreas leyes lógicas, donde, sin embargo, la inventiva del j ugador produce bri l l antes sorpresas, y las emociones del j ugador pueden causarle fracasos estrepitosos. Ade­ más, el aj edrez tiene un aura l egendari a, que se pierde en la hi storia, y sus grandes protagon i stas también se presentan como capaces de ha­ zañas asombrosas. Entre el los hay celos, recelos, odios e incluso en­ frentamientos pol íticos . Contadas por Leontxo, estas h istorias resul­ tan apasionantes. A l autor le interesa mucho la apl icación pedagógica del aj edrez y es partidario de introducirla masivamente en las escuelas. La segunda parte del l ibro se titula « E l aj edrez enseña a pen sar» . H ace acopio de bibl iografía que apoya su tesis, pero también dedica muchas páginas a conversar con Femand Gobet, que ha criticado duramente la mayor

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parte de los estudios que defienden la uti l i dad del aj edrez para desa­ rrol l ar la concentrac ión, la memoria vi sual , el razonamiento lógico, la toma de decisiones . Tal vez la conclusión más sensata es afi rmar que parece confi rmado su influj o positivo en la educación, sobre todo si se uti l iza el aj edrez, y el interés que provoca, como una herram ienta pe­ dagógica para fortalecer las capac idades mencionadas . Hay, tal vez, un elemento que para mí tiene una espec ial relevan­ cia en la educación . El estudio del aj edrez -y en espec ial los progra­ mas informáticos para j ugarl o- nos han proporc ionado una informa­ ción extraordinaria acerca de cómo aprende y funciona el cerebro humano, y eso me parece espec ial mente importante . Leontxo Garc ía dedica a este colosal asunto la tercera parte de su l ibro, en la que cuen­ ta la larga hi stori a de los enfrentam ientos entre los grandes programas Deep Thought y Deep B lue con Kaspárov, que aún recuerdo que se presentaron como un enfrentamiento entre la intel igenc ia humana y las máquinas. Espero que disfruten con la hi storia. Y si no entienden la transcripción de las partidas, sáltenselas y sigan la estupenda narra­ ción que hace el autor. ¿Por qué me parece tan importante el estudio del aj edrez y de los programas e lectrónicos para comprender e l aprendizaj e y la inte l igen­ cia? Se trata de una anécdota biográfica. Voy a citar de memoria -es dec ir, tal como l a informac ión ha actuado en mi memoria- y espero no cometer muchas inexactitudes. C uando Kaspárov venció a Deep Thought, comentó ante los periodi stas : « H a sido fác i l , porque l a má­ quina no tiene senti miento de peligro» . En aque l l a época yo estudiaba la relación de los sentimientos con la intel igencia, y estaba leyendo un l ibro de Krogius (Psychology in Chess) en el que señalaba la impor­ tanc ia que ten ía en el entrenamiento de los aj edreci stas rusos la per­ cepción inmediata de « l íneas de fuerza», « l íneas de dirección» o «zo­ nas de peligro o debi l i dad» . Para mí era interesante, sobre todo, su afirmación de que esta capac idad la conseguían cargando la memoria de información, y aprendiendo a manej arla toda a la vez para recono­ cer esos patrones complej o s . De ahí la necesidad que tienen los gran­ des j ugadores de aprender muchas partidas de memoria. Al parecer, Deep B lue posee una biblioteca de m i llones de partidas . Comprendí entonces lo que quería decir Kaspárov al mencionar la insensibi l i dad

Prólogo

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al pel igro de la máquina. Este ej emplo me hizo cambiar mi idea de la memoria y de su papel en la inte l i gencia. Los estudios de inteligenc ia artificial ap licada al aj edrez también infl uyeron dec isi vamente en el modelo de intel igencia con el que tra­ baj o . En mi modelo, la intel igenc ia está estructurada en dos pisos, co­ piando la estructura de los programas informáticos de aj edrez. La parte de abaj o -lo que l l amo «intel i gencia computac ional» o «inteligencia generadora» - manej a la informac ión y produce ocurrencias, ideas (o j ugadas de aj edrez). El segundo piso -la intel igencia ej ecutiva- se encarga de la evaluación de los productos de la inteligencia computa­ cional . En los programas de aj edrez, la intel igencia computac ional es su capac idad de cálculo. La intel igencia ej ecutiva es el programa que tiene que eval uar esos m i l lones de j ugadas calculadas para seleccionar la mej or. Una función de extremada dificultad . Como han podido comprobar, escribir este prólogo me ha servido no sólo para recomendar la lectura del l ibro, sino para agradecer al aj edrez la importancia que ha tenido en mis estudios sobre la inteli­ genc ia. Y me parece j usto hacer este reconocimiento ante Leontxo Garc ía, a quien considero «mini stro plen ipotenc iario del aj edrez» . JosÉ ANTONIO MARINA



Introducción del autor

n 1 983 descubrí que el aj edrez es una mina de oro muy poco ex­

E plotada desde el punto de vi sta periodístico, por sus apasionantes

conexiones con la ciencia, el arte y la cultura en general, y por su enor­ me cantidad de personaj es fascinantes. M i trabaj o como periodi sta, conferenciante y comentari sta de torneos durante los últimos 30 años (fui j ugador durante los diez anteriores) ha cons istido en extraer ese oro, pul irlo y mostrarlo a lectores (El País y rev ista Jaque, principal­ mente), escuchantes ( Radio N ac ional de España) y te lespectadores (TV E ) . Y todavía me queda mucho oro por sacar. Para disfrutar y comprender todo lo que cuento en este l i bro no hace falta saber nada de aj edrez, ni siquiera las reglas del j uego . H e elegido l a s hi storias q u e cuento en l a s partes primera y tercera -todas l i gadas a la ciencia- porque pueden interesar a gentes de cualquier edad y nivel cultural, ya que tocan asuntos cuya repercusión l l ega mu­ cho más allá de lo que ocurre en un tablero de 64 cas i l las. Por qué hay tan pocas muj eres en el aj edrez, cómo es pos ible que la mayoría de los j ugadores tenga una memoria asombrosa, cómo funciona su cerebro o la relación del deporte mental por excelenc ia con la locura, el dopaj e o las matemáticas son preguntas que muchos ci udadanos curiosos se han hecho alguna vez. Y he actual i zado las respuestas con los últimos descubrimientos, propiciados por la tecnología moderna. Las conexiones del aj edrez con la informática (y sus antecesores) tienen un interés aún mayor, y por eso dedico muchas pági nas a un

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relato cronológico que empieza en el siglo xv111 y aún no ha termi na­ do. A todos nos gusta que una computadora nos resuelva tareas peno­ sas s i n esfuerzo, pero la perspecti va de que una máquina j ugase al aj edrez mejor que e l campeón del mundo l legó a produc ir terror en mucha gente . Incluso hoy, es frecuente encontrar personas a quienes les cuesta asumir que los ordenadores también han sido creados por seres humanos . H ace ya años que esos monstruos de silicio j uegan perfectamente a las damas, el tres en raya, el backgammon, etc . Pero ni siquiera la computadora más potente del mundo j uega perfectamen­ te al aj edrez, porque e l número de partidas di stintas posibles es mayor que el de átomos en el uni verso entero conoc ido. Todo indica que el aj edrez seguirá si endo un campo de experimentac ión para la inte li­ gencia artificial durante muchos años. Además, el aj edrez es muy úti l desde e l punto de vi sta pedagógico. Por ello confío, hum i l demente, en que la segunda parte de esta obra sea de gran interés para muchos l ectores. Creo que doy argumentos más que suficientes para demostrar esa uti l i dad, sobre todo en los co­ legios y en el retraso del envej ecimiento cerebral (que, a su vez, puede retrasar mucho e l Alzheimer y otras demencias seni les). Pero también para muchos grupos con riesgo de exclusión social : ciegos, hiperacti­ vos, autistas, Asperger, enfermos mentales, desempleados, indigen­ tes, rec lusos, ex drogadictos . . . Conozco experienc ias muy positi vas (casi todas en España) de apl icac ión terapéutica del aj edrez en esos ámbitos. Invito al lector a entrar en una mina fascinante, l lena de tesoros. Insisto : es enorme, y resulta imposible visitarla entera en una sola in­ cursión. S i el lector se queda con ganas de más, intentaré seguir sacan­ do oro durante otros 30 años.

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Los misterios del ajedrez

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¿Por qué las muj eres juegan peor?

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inares, febrero de 1 994. Se disputa la primera ronda del X I I Tor­ neo I nternacional . J udit Polgar aprovecha para ir al baño mientras su rival piensa, y al l í -en el servicio de señoras- se encuentra a Gari Kaspárov, lavándose las manos. ¿ Despiste del campeón del mundo? N o exactamente ; más bien, una cuestión de costumbres automatiza­ das : era el quinto año consecutivo que Kaspárov j ugaba en L inares, y en los cuatro anteriores no hubo muj er alguna entre los partic ipantes; por tanto, él ganaba tiempo y comodidad uti l i zando e l baño de las da­ mas, que sus colegas frecuentaban menos que el de cabal leros. J udit recuerda la escena con n itidez: «Ambos nos miramos, pre­ guntándonos qué hacía el otro al l í , aunque por razones diferentes. No me enfadé en absoluto, me parec ió una anécdota muy divertida, y al mi smo tiempo muy significativa, porque mi presencia en Li nares por primera vez iba a cambiar algunas costumbres de los j ugadores». En efecto, ese pequeño incidente simbol iza uno de los mayores mi sterios de la extensa h i storia del aj edrez: ¿por qué, en general, las muj eres j uegan peor que los hombres, si partimos de que el promedio de l a capacidad intelectual de ambos sexos es s i m i l ar? Con esta ú ltima palabra no me refiero a que los cerebros de hombres y muj eres sean iguales (no lo son ), sino a que, sumadas las cualidades aloj adas en los hemi sferios izquierdo y derecho de cada sexo, la potencia intelectual de ambos es como mínimo igual ( personalmente, estoy convenc ido de que, en general, las muj eres emplean mej or su inte l i gencia). Desde

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esa base de partida, hay dos grandes teorías, avaladas por estudios científicos, y me temo que no será posible asegurar taj antemente cuál es la correcta hasta que sepamos sobre el cerebro humano mucho más de lo que sabemos ahora: a) Desde el nacimiento, las muj eres están menos dotadas para ám­ bitos cuantitativos -matemáticas, fís ica, ingeniería, etc .- y más para la comunicación, la sensibil idad y el cuidado de la fami l i a; es lo que sostienen, por ej emplo, Machin y Pekkari­ nen, en un trabaj o de 2008, basado en el anál isis del informe P I SA en 40 países. b) Ambos sexos nacen con el mi smo potencial intelectual, pero diversas circunstancias socioculturales van marcando diferen­ cias desde la niñez, que se acrecientan en la edad adulta; por tanto, la escasez de muj eres que se ded iquen profesionalmente a los citados ámbitos se debe a las tendencias soc iales -o, di­ rectamente, a la di scriminac ión sexual- imperantes en mu­ chos países. Por ej emplo, también en 2008, Hyde y otros de­ muestran que los resultados en matemáticas de chicos y chicas en E E . U U . son ahora similares, a pesar de que en los años se­ tenta había una significativa diferencia a favor de los varones. Particularmente interesante, y muy sorprendente, es el hallazgo de Fryer y Levitt en 20 1 O: en Bahréin, un país muy machi sta, las niñas obtienen mej ores resultados que los n iños en matemá­ ticas . Y e l l o tiene una exp l icación muy convincente : en mu­ chos países musul manes, la formación rel i giosa ocupa más ho­ ras en los niños que en las niñas, lo que reduce o aumenta el tiempo dedicado a las matemáticas. E l lector ya habrá ad ivi nado que e l autor de este l i bro opta por la b ) , y suscribe lo que sostienen Kane y M ertz en 20 1 2 : las muj eres bien educadas y en situac ión económ ica saneada obtienen resultados mucho mej ores que l as demás en campos supuestamente más apro­ piados para los hombres, según la teoría resumida en a). Ahora bien, si nos referi mos al aj edrez, éste sólo es el principio de la discusión, y aún estamos muy lej os de agotarl a, porque hay vari os factores que

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a l imentan l a duda, a pesar de todo, e inc itan a un aná l i s i s mucho más profundo. La enorme diferencia se sintetiza en un dato : hasta la irrupción de las hermanas Polgar -de las que l uego escribiré deta l ladamente-, poquísimas muj eres lograron resultados suficientes para estar consi­ deradas entre los 5 00 mej ores del mundo entre 1 900 y 1 990. Aunque es difíc i l calcularlo con exactitud, probablemente sean sólo tres: la rusa, nacional izada británica, Vera Menchik ( 1 906- 1 944 ) y las geor­ gianas Nona Gaprindashv i l i ( 1 94 1 ) y Maia C h iburdan idze ( 1 96 1 ) . H oy (primavera d e 20 1 3 ) , l a s diez primeras d e l escalafón femenino están entre los 5 00 primeros ( aunque sólo Judit Polgar, 5 8 .ª, está entre los 1 00 primeros; l l egó a ocupar el 8.0 puesto en 2004-200 5 ) , las diez siguientes no se encuentran lejos, y la tendencia es c laramente alcista. No es superfluo recordar que muchas muj eres j ugaban al aj edrez en la Edad M edia. De hecho, suponía la excusa perfecta para entrar en la habitación de una dama. Cuentan las leyendas que el caballero francés H uon de Burdeos, un hombre muy guapo, fue condenado a muerte por el rey. La princesa, excelente j ugadora, pidió clemencia, y el rey con­ testó : « Le daré una oportunidad : disputaréis una partida de aj edrez. Si pierde, será decapitado; si gana, pasará una noche contigo» . Según los cronistas, la azorada j oven tuvo que hacer grandes esfuerzos para de­ j arse ganar. Pero el cabal lero rechazó el premio y causó la ira de la princesa, que exc lamó: «Si lo l l ego a saber, te hubiera aplastado». Sería demasiado simp l i sta resolver la di scusión diciendo que el supuesto mi sterio no es más que un reflej o de la di scriminación secu­ lar de las muj eres en casi todos los países del mundo, porque las dife­ rencias en aj edrez son mucho mayores que en otros ámbitos profesio­ nales, artísticos y c ientíficos. En cambio, un argumento aceptable para iniciar e l debate es que el número de j ugadores es muy superior al de j ugadoras, aproximadamente por 1 4 a 1 en 20 1 3 (de 20 a 1 a finales del siglo xx), si nos guiamos por las i nscripciones en la Federación I nternac ional ( F I D E ) . Varios estudios científicos de los últimos años (entre el los, H oward, 2005 ; B i lálic y otros, 2009; Knapp, 20 1 0) han discrepado i ntensamente sobre si las estadísticas que aduce cada uno son correctas, o si el argumento de la inmensa diferencia en el número de practicantes es suficiente para acl arar el susodicho m i sterio. Sobre ,

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este último punto, el sentido común indica que no y plantea una nueva pregunta: ¿por qué tan pocas muj eres j uegan al aj edrez? Y así, prácti­ camente volvemos a la cas i l l a de salida del debate . Antes de profundizar en los argumentos con más sustancia, con­ viene mencionar otros que deben tenerse en cuenta, pero sólo parcial­ mente, en competiciones mixtas de hombres y muj eres : e l de l a resis­ tenc ia física, que puede influir en partidas muy largas o en las últimas rondas de un torneo; y el de la menstruación, que suele afectar -aun­ que con intensidad muy diversa- al rendimiento deportivo e intelec­ tual de un alto porcentaj e de muj eres ; obviamente, cuando una aj edre­ ci sta decide ser madre, el embarazo tendrá una consecuenc ia negativa en su rendimiento deportivo. Tampoco voy a prestar mucha atención a la tesis del psicoanali sta y gran maestro Reuben F i ne, y otros seguidores de S igmund Freud : en el aj edrez, el rey enemigo simbol iza al propio padre; de acuerdo con e l complej o d e Edipo (todo hombre o d i a a su padre), l o s chicos j ugarían mucho más motivados que las chicas, dado que el complej o de E lectra (toda muj er odia a su madre) tiene menor influencia en el aj edrez, donde el obj etivo es matar al rey, aunque la dama sea la pieza más potente . El m i smo Fine, que l legó a estar entre los mej ores aj edrecis­ tas del mundo a mediados del siglo xx, expl ica de manera aún más pecul iar una costumbre practicada invariablemente por muchos j uga­ dores de todas las categorías : tocar casi todas sus piezas antes de ini­ c iar la partida, para centrarlas exactamente en las casi l las de sal ida. Agárrense antes de leer lo que Fine deduce de ello: un deseo frustrado de masturbac ión. Pasemos a interpretac iones más serias. Una teoría razonable es que el propio mundo del aj edrez es internamente machi sta, dado que la gran mayoría de los países del mundo lo son. Pero aquí conviene expl icar algo i mportante : l as muj eres pueden elegir entre torneos fe­ meninos o mixtos -siempre que acrediten la categoría mínima que suele exigirse para participar en cualquier competición-, pero los hombres no pueden j ugar en torneos de muj eres. Para i l ustrar este punto, recordaré lo que ocurrió en E spaña a finales del siglo xx, cuan­ do el Defensor del Pueblo, i nstado por eurodiputados social i stas, sos­ tenía que las muj eres estaban discriminadas en el aj edrez.

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El asunto tuvo eco periodístico, y se puso muy seri o . Tanto, que la Federación E spañola de Aj edrez ( F E DA ) emitió esta c i rcular, en la que exp lica que las competic iones femeninas desaparecerán desde 2002 : La Junta Directiva de esta Federación ha acordado proceder a una reforma en profundidad de su estructura de competiciones en lo que afecta al ajedrez femenino. Previamente, se han estudiado y valorado las siguientes cuestiones legales : a) La recomendación del I lmo. Sr. Defensor del Pueblo, de 1 5 -061 999, expediente: Q9805895, en la cual establece claramente que la Federación Española de Ajedrez debe tomar las medidas oportunas para que exista la posib i l idad de competir sin segrega­ ción por sexos, al no tener dicha separación una j ustifi cac ión ob­ jetiva basada en di ferencias psicofísicas u otras razones debida­ mente j ustificadas, así como sus resoluciones posteriores, en febrero y mayo de 2000, en las que se considera insuficiente el establecimiento de competiciones m ixtas y femeninas por parte de esta F EDA, cerrándose finalmente el expediente al compro­ metemos a seguir avanzando en las medidas que eviten la segre­ gación por sexos, según lo establecido en el artículo 8 de nues­ tros Estatutos . b ) L a inmediata respuesta del Consej o Superior d e Deportes, al mo­ dificar su Reglamento del Campeonato de España de la Juventud (Cadete escolar), en el que establece el carácter mixto obligatorio de las Selecciones Autonómicas. e) La recomendación del Síndic de Greuges de la Comunidad Va­ lenciana ( Síndico de Agravios, equivalente al Defensor del Pue­ blo en el ámbito de su Comunidad Autónoma), expediente: Quej a n.º 98098 1 d e 05-09- 1 999, e n el mismo sentido que la del Defen­ sor del Pueblo, adoptada por la Conselleria de Cultura i Educació de la Generalitat Valenciana en el ámbito de sus competencias y comunicada a la FEDA el 2 7 de septiembre de 200 1 .

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Asimismo se han tenido en cuenta los informes de nuestros técnicos y entrenadores especial izados. En particular los del director técnico y el director técnico de Promoción de la FEDA. Según estos informes y di­ versos contactos con los Sres. presidentes de Federaciones Autonómi­ cas, desde el punto de vi sta federativo y deportivo, la J unta Directiva ha valorado también las siguientes consideraciones: a) Todos los informes analizados l legan a la conclusión de que j ugan­ do los torneos con carácter mixto se conseguirá, a medio plazo, un significativo aumento del nivel general de j uego de las participantes femeninas, al ser superior el nivel de exigencia competitiva. b) Se considera negativa la dinámica actual de competición de la ma­ yoría de nuestras jugadoras, puesto que al final de cada temporada han disputado el 80 % de sus partidas entre ellas mismas, en los distintos Campeonatos de España establecidos por la FEDA. c) La posibi l i dad de participar en torneos mixtos no ha sido uti liza­ da en la práctica. Por ejemplo, no hubo ni una sola inscripción de representantes femeninas en los mixtos de los Campeonatos de España de edades, Oropesa 200 1 . Tampoco, en los tres últi­ mos años, hubo un mínimo aceptable de inscripciones femen i­ nas en los Campeonatos de España J uveni l y Absoluto. d) Se constata que la gran mayoría de Federaciones Autonómicas ya están jugando, en mayor o menor grado, sus Campeonatos Au­ tonómicos con carácter exc lusivamente mixto. Asimismo se aprec ia una notable mej ora de resultados en las representantes femeni nas de las federaciones que vienen empleando este siste­ ma desde hace varios años. e) Los resultados internacionales de nuestras representantes femeni­ nas, salvo meritorias excepciones puntuales, no están en consonan­ cia con el nivel relativo de la FEDA en cuanto a número de j ugado­ res con Elo F I DE, número de torneos que se celebran en España u otros parámetros similares. Tampoco se han obtenido Normas. f) Determinadas Federaciones Nacionales ya están di sputando sus campeonatos sin distinción de sexo. Algunas, además, inscriben a sus representantes en las pruebas individuales mixtas (o «mas­ culinas») de la F I DE .

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Por todo ello, la Junta Directiva llega a la conclusión de que, muy probablemente, la raíz del problema, desde el punto de vista estricta­ mente federativo, está en el hecho de elevar a categoría de competición diferenciada lo que es, simplemente, la evidencia de un desequi librio cuantitativo y cual itativo entre un segmento o colectivo de deportistas y el conj unto del ajedrez español. No es tarea de la F EDA el análisis socio­ lógico y cultural del problema, sino la fría constatación de los datos que delatan las desviaciones «endogámicas» del sistema de competiciones oficiales actualmente en vigor para el ajedrez «femenino». Tan sólo el hecho de que la F I D E siga manteniendo, de momento, la división por sexos de sus competiciones oficiales ( aunque en realidad de lo que se trata es de que hay campeonatos «mixtos» y otros reservados a deportis­ tas del sexo femenino) nos podría autorizar a tratar al «ajedrez femeni­ no» como un grupo de trabaj o diferenciado, con el objetivo de potenciar su nivel . Creemos queda suficientemente demostrado, con los datos aporta­ dos, que dicho objetivo no se cumple con el mantenimiento de la catego­ ría «femenina» en nuestro sistema de competiciones ofic iales, que, en nuestra opinión, dificulta en gran medida la necesaria « inmersión» del ajedrez «femenino» en las competiciones mixtas. Según lo expuesto, se toman los siguientes acuerdos : 1 . La F E D A organizará a partir del año 2002 l o s campeonatos de España establecidos en el calendario oficial exclusivamente con carácter mixto. 2 . Las plazas clasificatorias obtenidas por las j ugadoras en los Cam­ peonatos Femeninos del presente año serán vál idas para el co­ rrespondiente Campeonato Mixto del año 2002 . 3 . Durante el período 2003-2004 (mandato de la actual Junta Direc­ tiva), cada Federación Autonómica tendrá derecho a un mínimo de dos plazas para cada Campeonato de España Individua/, sien­ do necesario que una de estas dos plazas la ocupe una j ugadora. 4 . La Dirección Técnica elaborará una normativa para establecer criterios públicos y objetivos de clasificación de las j ugadoras en las Competiciones oficiales «femeninas» de la F I DE, dando una

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especial relevancia a las actuaciones de las mismas en los respec­ tivos Campeonatos de España, acorde con el sistema de li stas vi­ gente en la actualidad. 5 . La F E DA garantizará un esfuerzo presupuestario igual o superior al actual para la formación, promoción y preparación de las j uga­ doras consideradas promesas o candidatas a representar a España en cualquier competición internacional . 6. La Junta Directiva elaborará el desarrollo reglamentario necesa­ rio para llevar a cabo estos acuerdos, presentándolo a la Comi­ sión Delegada de la Asamblea General para su estudio y aproba­ ción, si procede, antes del 28 de febrero de 2002 . Finalmente, la J unta Directiva acuerda recomendar a todas las Fede­ raciones Autonómicas Integradas la adopción de medidas en el mismo sentido que las comunicadas en esta circular. Firmado : Ramón Padul lés Argerich, Secretario General.

S i n embargo, varias j ugadoras españolas mostraron ya entonces su di sconform idad en man i festaciones a la prensa, negaron que hubiera discriminac ión y pidieron ser protegidas como una minoría. Como Yudania H ernández, campeona de E spaña en ese momento : «Que las muj eres j uegan peor que los hombres es un hecho evidente, debido a factores educativos y sociológicos. Pero me temo que la deci sión de la F E DA va a ser traumática para la mayoría de las j ugadoras, profesio­ nales o aficionadas . La perspectiva de quedar en e l 5 0.º puesto de un Campeonato de España m ixto no es muy estimulante . Y o estoy pen­ sando seriamente en abandonar la alta competición y dar prioridad a mi carrera de derecho». Su opinión era compartida por las excampeonas de E spaña Móni­ ca Calzetta y Mónica V i l ar, entre otras muchas j ugadoras ( unas cua­ renta) que fi rmaron un escrito de protesta. Calzetta recalcaba: «La F E DA no dice nada sobre mantener premios en metálico para las mu­ j eres mejor c l as i ficadas en los torneos m ixtos. Y tampoco se ha dado cuenta de que las subvenciones que estábamos recibiendo algunas en nuestras comunidades autónomas corren peligro ahora» . Y sugería una medida alternativa: « E l i m inar paulati namente los torneos femeni-

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nos, empezando por los sub 1O y sub 1 2 , y estudi ar las consecuenc ias. Eso parece mucho más razonable». J u l i a Codina, de 13 años, era una de l as promesas del aj edrez fe­ menino español . Y fi rmaba esta opinión : « E l i m i nar las pruebas feme­ ninas sería ahogar a una minoría. Al igual que L uxemburgo, por ej em­ plo, no podrá tener nunca tantas atletas de él ite como Francia, las muj eres aj edreci stas tienen posib i l i dades remotas de ocupar los pri­ meros puestos. Eso provocará una desmotivac ión general . Lo que va a desaparecer no es sólo e l aj edrez femenino, sino l a mujer aj edrec i sta» . Por extraño que pueda parecer a las personas desconocedoras de la real i dad del aj edrez, la F E DA tuvo que revocar su dec isión en 2006 y reinstaurar en el calendari o oficial el Campeonato de España Femeni­ no Absoluto (todos los demás campeonatos nac ionales de edades, desde sub 18 hasta sub 8, siguieron siendo m i xtos). Y lo h izo por peti­ ción casi unánime de las propias j ugadoras, que argumentaron tres motivos princ ipales: l ) mientras la Federación I nternacional ( F I DE ) mantenga l o s torneos femeninos, es mej or q u e haya un Campeonato de E spaña Femenino; 2) si el Campeonato de E spaña es mixto (con decenas de j ugadores, por el l l amado «sistema suizo», que tiende a enfrentar a los participantes con la m i sma puntuación después de cada ronda), y se decl ara campeona de E spaña a la muj er mej or c las ificada, ese título será con frecuencia inj u sto porque, con ese si stema, dos j u­ gadoras pueden terminar con los mi smos puntos tras haberse enfrenta­ do a rivales de fuerza muy di stinta; 3) si el Campeonato de España es mixto, resulta más difíc i l coord inarlo con los autonómicos clasificato­ rios. Desde que los campeonatos nacionales absolutos volvieron a se­ pararse, la opinión favorable a e l l o sigue siendo mayoritaria, aunque sea contradictorio con el hecho de que chicos y chicas j ueguen mez­ clados en los campeonatos de edades .

La pubertad, momento crítico M uchos maestros de escuela de diferentes países, que no se conocen entre sí, me han contado lo mi smo, casi con idénticas palabras: « H asta la pubertad, la diferenci a en interés por el aj edrez y fuerza de j uego

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entre n i ños y niñas es pequeña o inexi stente . Pero j usto en ese mo­ mento, entre los 1 1 y los 1 3 años, la mayoría de las chicas huye despa­ vorida del aj edrez, mientras la mayoría de los chicos sigue j ugando» . Podría pensarse que ese m isterioso fenómeno se debe exc lusi va­ mente a cuestiones socioculturales: en la mayoría de los países del mundo, regalar una muñeca a un n i ño es casi tan raro como regalar un tab lero de aj edrez a una niña. En muchas culturas está asumido que «el aj edrez es cosa de hombres». Sin embargo, la tecnología moderna para estudi ar el cerebro (to­ mografía, resonancia magnética funcional , etc . ) empieza a revelamos descubri mientos fascinantes, aunque todavía estemos muy lej os de sa­ ber cómo funciona el órgano que más nos distingue del resto de los an imales, y las diferenc i as entre hombres y muj eres . Y quizá todo sea una cuestión de hormonas, como subraya Louann Brizendine, neuro­ psiquiatra y profesora en la U n iversidad de California, en sus muy in­ teresantes l ibros El cerebro.femenino y El cerebro masculino . Su te­ sis, basada en veinte años de investigación y consulta con pacientes, se resume en que los cerebros de ambos sexos son distintos, muy mar­ cados por l as hormonas mayoritarias respectivas. E l l o no quiere deci r q u e u n a muj er no pueda destacar en matemáticas; dado q u e tiene la inte l i gencia potencial para ello, puede hacerlo, pero su tendencia na­ tural irá en otra dirección. C i to algunos párrafos de la introducción de El cerebro femenino que encaj an perfectamente con el aj edrez, aun­ que la autora hable en general : « Sabemos actualmente que cuando los chicos y las chicas l legan a la adolescenc ia, no hay diferencia en sus apti tudes matemáticas y c ientíficas ( . . . ) . Pero cuando e l estrógeno inunda el cerebro femenino, las muj eres empiezan a concentrarse intensamente en sus emociones y en la comunicación: habl ar por teléfono y citarse con sus amigas en la cal le. A l mi smo tiempo, a medida que la testosterona inunda e l cere­ bro mascul ino, los muchachos se vuelven menos comunicativos y se obsesionan en lograr hazañas en los j uegos y en el asiento trasero de un coche. En la fase en que los chicos y las chicas empi ezan a decidir las trayectorias de sus carreras, el las empiezan a perder interés en em­ peños que requieran más trabaj o sol itario y menos interacciones con los demás, m ientras que el los pueden fác i lmente retirarse a solas a sus

. Luego daré algunas pistas sobre lo que l van­ chuk no es capaz de acl arar, pero antes conviene repasar las grandes proezas de la hi storia con los oj os vendados.

Hazañas a ciegas La fasc i nac ión ya se producía en el siglo v111 : el maestro y reputado j uez africano Said bin J ubair ( 665-7 1 4) se sentaba de espaldas al ta­ blero, uno de sus esc l avos le dictaba los movimientos de sus cuatro adversarios, y él j ugaba casi tan bien como en la modalidad normal . Ruy López de Segura (c. 1 5 30-c. 1 5 80), considerado como e l primer campeón del mundo oficioso, en el xv1, también causaba un pasmo general en lugares próximos a la corte de F e l ipe 1 1 con sus exhibic io­ nes j unto a otros dos conoc idos maestros españoles, Alfonso Cerón ( 1 5 3 5 -¿ ?) y Medrana, así como las dos estre l las ital ianas de la época, Leonardo da Cutro ( 1 542- 1 5 8 7 ) y Paolo Boi ( 1 5 2 8 - 1 5 9 8 ) . Dos siglos más tarde, F ran9ois André Dani can P h i l idor ( 1 726- 1 795), e l mej or del mundo en ese momento, así como un músico emi nente, garantizaba el l l eno en e l Café de la Régence de París o en los cenáculos más distin­ guidos de Londres cuando se enfrentaba con los oj os vendados a va­ rios rivales a la vez. Esas exhibic iones apenas se ven ahora, en buena parte porque el mundo del aj edrez falla con estrépito en lo referente a la mercadotecnia, y no es capaz de darse cuenta de que e l j uego a cie­ gas es una magnífica vía de publi cidad ; pero también porque e l agota­ miento que producen las hazañas de esa modalidad exige varias sema­ nas de reposo absoluto : los grandes maestros soviéticos j ugaban a cie­ gas como entrenamiento, pero con la prohibición de di sputar más de sei s partidas simultáneas . Y , sobre todo, porque el l i stón de las marcas está muy alto : el citado F l esch lo puso en 52 partidas a la vez, con bue­ nos resultados (+3 1 , -3 , = 1 8 ) , en 1 960. Es necesario matizar que la proeza de F l esch incluyó varias irregu­ laridades, suficientes quizá para desacreditarla como legítimo récord del mundo. H ay pruebas o indicios sólidos de que varias partidas ter­ minaron muy rápido, de lo que se deduce que los rivales eran muy débiles; F lesch tomó algunas notas mientras j ugaba; y sólo se conser-

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van las plan i l las de cinco partidas. Aún con más motivos debe recha­ zarse de plano -como posible récord del mundo- lo que hizo el es­ tadounidense de origen belga George Koltanowski ( 1 903 -2000) en 1 960 cuando se enfrentó en San F ranci sco a 56 flojos rivales, pero no en simultáneas, sino consecutivamente, con sólo diez segundos por jugada, ganando 5 0 y empatando 6. Por todo e l lo, el autor de este l ibro se sumaba -hasta finales de 20 1 1 - a quienes defendían que la mar­ ca hi stórica legítima de aj edrez a c i egas corresponde al argentino M i ­ guel N aj dorf, como s e detallará más adelante . Pero un alemán de 4 1 años desconocido fuera de su país, Marc Lang (con un Elo de 2 . 3 06), j ugó 46 simultáneas a c iegas contra afi­ cionados en Sontheim an der Brenz el 26 de noviembre de 20 1 1 ; ganó 2 5 , empató 1 9 y perdió sólo 2, en 2 1 horas y 9 m inutos, sin que se haya pub l icado ninguna sospecha de irregularidad. Por tanto, éste se­ ría el nuevo récord del mundo legítimo. Repasemos otras hazañas muy impresionantes por diversos moti­ vos, y rayanas probablemente en los l í m ites humanos. H arry Pillsbury ( 1 8 72- 1 906) Fue uno de los mayores talentos que ha dado e l aj edrez y uno de los mej ores atacantes de su larga hi storia; no aprendió a j ugar hasta los 1 6 años -y a los 1 8 ya era famoso por sus grandes éxitos- pero, por desgracia, murió con sólo 34, de sífi l i s (entonces, una enfermedad mucho más grave que ahora), cuando había acumulado méritos sufi­ cientes para ser candidato al título mundial. D i o más de setenta exhi­ biciones a ciegas (que incl uyeron más de m i l partidas en total ), y va­ rias de el las están entre las grandes hazañas de todos los tiempos. Espec ialmente la de 1 902 contra 2 1 rivales fuertes, participantes en el torneo de H annover (con categoría de maestros o candidatos a maes­ tro; además, podían consultarse entre ellos durante las partidas), que term i nó, tras 24 horas extenuantes, con un resultado más que digno si se tienen en cuenta esos matices ( + 3, -7 , 1 1 ) P i l l sbury arrasaba a cie­ gas contra adversarios más floj os, como en M oscú 1 902 ( + 1 7 , - 1 , 4 ) Por si todo ello no fuera suficiente para concederle la gloria eterna, el malogrado gen io estadounidense adornaba sus exhibic iones con complementos muy originales. Por ej emplo, lo que hizo en Fi ladelfia, =

.

=

.

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en 1 896, sería increíble si no fuera porque hubo testigos neutrales. An­ tes de empezar una sesión de simultáneas a ciegas le mostraron durante un minuto una l ista con las siguientes 29 palabras: antiphlogistine, pe­ riosteum, takadiastase, plasmon, ambrosia, Threlkeld, streptococcus, staphylococcus, micrococcus, plasmodium, M i ssissippi, freiheit, Phi la­ delphia, Cincinnati, athletics, no war, Etchenberg, American, Russian, phi losophy, Piet Potgleter' s Rost, salmagundi, oomisellecootsi , Bang­ manvate, Schlechter' s Neck, M anzinyama, theosophy, catechism, madj escomalops. Al acabar la exhibición repitió la l i sta sin un solo error, en e l mismo orden y en el inverso; y al día siguiente aún se acor­ daba de todas . También era frecuente que mezclase partidas de aj edrez, damas y cartas en la m i sma exhibición a ciegas . Richard Reti ( 1 8 89- 1 929) Uno de los padres del hiperrnodem i smo (presionar el centro con pie­ zas desde lej os antes de ocuparlo con los peones). Analizar una colec­ ción de sus mej ores partidas es un placer enorme, que debe disfrutarse muy despac io porque en el las no abundan los sacri ficios violentos sino las man iobras finísimas; sus teorías se plasmaron en dos l i bros que aún hoy son muy recomendables: Nuevas ideas en ajedrez y Los maestros del tablero . A pesar de su corta vida (murió por escarlatina), también fue un exquisito compositor de finales artísticos. Y si todo ello no lo encumbrase como uno de los grandes del aj edrez de la pri­ mera mitad del siglo xx, además logró dos veces el récord del mundo de simultáneas a c i egas : contra 24 rivales en H aarlem ( H olanda) en 1 9 1 9, con buen resultado (+ 1 2 , -3 , =9) ; y frente a 29 en Sao Paulo, 1 92 5 , aún mejor (+20, -2 , 7 ) =

.

Gyula B reyer ( 1 89 3 - 1 92 1 ) Vivió aún menos que P i l l sbury y Reti , sólo 2 7 años (ataque cardíaco), pero dej ó muestras de gran talento y también fue uno de los promoto­ res de la escuela hiperrnodema. Un año antes de morir ganó el torneo de Berl ín por delante de muchos de los mej ores del mundo. S iempre fasc inado por el estudio de problemas i ntelectuales, su esti lo en el aj e­ drez era muy elegante e innovador. Y sus mej ores partidas causan una honda impresión, como la j oya que produj o frente a Asztalos en el

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Campeonato de H ungría de 1 9 1 3 . Batió la pri mera de las marcas de Reti a ciegas en Kosice ( Eslovaquia) en 1 92 1 ( + 1 5 , -3 , =7). Alexánder Alekhine ( 1 892- 1 946 ; su transcripción más adecuada a la fonética española es A l i oj i n ) . U n o d e l o s mej ores aj edreci stas d e todos los tiempos, c o n u n a biografía adecuada para una pel ícula de Osear. H ij o de ari stócratas, aprendió a jugar con su abuela, frecuentaba los clubes a espaldas de sus padres y practicaba mucho por correo o con su hermano Alexé i . Por la noche, analizaba en la cama a la luz de un cand i l . Durante su niñez quedó im­ presionado por una exhibición a ciegas de P i l l sbury en Moscú: «Consi­ deré aquella hazaña como un mi lagro». En la adolescencia desarrolló su capacidad para j ugar a ciegas «cuatro o cinco partidas a la vew por­ que los estudios no le dej aban tiempo para anal izar debidamente las numerosas partidas que j ugaba por correspondencia, de modo que apuntaba las posiciones en un papel y las anal izaba de memoria, mien­ tras iba de casa al colegio o viceversa. Y su entrenamiento se intensifi­ có a los 2 1 años de manera harto curiosa: él y otros j ugadores rusos fueron encarcelados durante varios meses en A lemania cuando estalló la primera guerra mundial mientras competían en el torneo de Man­ heim de 1 9 1 4 : «Como no teníamos tableros, tuvimos que recurrir al juego a ciegas, que practiqué mucho, sobre todo con Bogolyúbov». Cuando su vida ya era una convulsión permanente, pero antes de sumergirse en cantidades industriales de alcohol , A l i oj in batió tres ve­ ces el récord a ciegas : N ueva York 1 924 (26 rivales; + 1 6, -5 , =5 ) ; París 1 925 ( 2 8 ; +22, -3 , =3 ) ; y Chicago 1 93 3 ( 3 2 ; + 1 9, -4 , =9). En cuanto a la fuerza de sus rivales, la segunda de esas tres exhibiciones fue durí­ sima, casi tanto como la de P i l l sbury en H annover. George Koltanowski ( 1 903-2000) Su vida en Bélgica, donde nació fue peculiar. En el ej ército lo destina­ ron a pelar patatas, lo que aprovechó para resolver al mi smo tiempo problemas de aj edrez en l i bros, con el consiguiente perj uicio a la cal i­ dad de los cortes y las quej as de los soldados. Luego abandonó su tra­ baj o de cortador de diamantes para dedicarse profesionalmente al aj e­ drez. H ay constancia documental de que dio al menos 25 exh ibiciones

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a ciegas en c iudades españolas a mediados de los años treinta. Auto­ definido como «un j uglar errante del aj edrew, su pol ifacética activi­ dad tras emigrar a E E . U U . es difíc i l mente superable: escribió muchos l i bros, mantuvo una sección de aj edrez en el San Francisco Chronicle durante 5 2 años ( unas 1 9 . 000 col umnas), hizo programas de radio y televisión, presidió la Federac ión de Aj edrez de E E . U U . , logró el títu­ lo de árbitro internac ional y el honorífico -ya en su vej ez- de «de­ cano del aj edrez de E E . U U . » . No destacó mucho como j ugador e n torneos, pero s í , y muchísimo, por su prodigiosa memoria, lo que le permitía recitar todos los movi­ mientos de cada una de las partidas al termi nan sus exhibiciones a ciegas . Aparte de la ya citada de 5 6 partidas consecutivas, Kolty (así le l l amaba todo e l mundo) batió dos veces el récord del mundo : en Amberes ( B élgica), 1 93 1 (30 rivales; +20, l O) ; y en Edimburgo, 1 93 7 (34; +24, = 1 0) . Pero debe subrayarse que e n la segunda sus adversa­ rios eran manifiestamente débiles. =

Miguel N aj dorf ( 1 9 1 0- 1 99 7 ) Otro d e los personajes m á s fascinantes y queridos en quince s i g l o s de hi storia documentada del aj edrez. Entre los privi legios de mi profe­ sión está el de haber presentado el último acto públ ico de N aj dorf, una semana antes de su muerte en Málaga, por fallo cardíaco: fueron unas simultáneas de Kaspárov por I nternet desde M adrid, organizadas por El País, a finales de j unio de 1 99 7 . C uando invité al argentino, senta­ do en la primera fi l a de butacas y todavía con tremenda agi l i dad men­ tal , a subir al escenario, Kaspárov lo recorrió de punta a punta para ayudarle a subir l as escaleri l las, mientras el públ ico se deshacía en aplausos; fue muy emocionante, pero su médico había desaconsej ado a Naj dorf que acudiera a aquel acto, porque tem ía que su corazón, de 8 7 años, no lo aguantase. Curiosamente, N aj dorf nunca fue un profesional del aj edrez es­ trictamente (ganó mucho dinero con su empresa de seguros en Argen­ tina), pero sí uno de sus amantes más incondicionales y apasionados, además de un personaj e i rrepetible, cuya presenc ia en un torneo -aunque sólo fuera como espectador- marcaba mucho la diferencia de ambiente . A pesar de ese pluriempleo, se mantuvo entre los mej o-

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res del mundo durante las décadas de los cuarenta y c incuenta, y si­ guió j ugando hasta los 86 años. En cuanto a su motivac ión para batir el récord del mundo de simultáneas a c i egas, no pudo ser más original y dramática. Naj dorf, que nació en Varsovia, y sus compañeros de la selecc ión polaca decidieron quedarse a vivir en Argentina porque H itler había invadido Polonia mientras el los di sputaban la O l i mpiada de Aj edrez de Buenos Aires en 1 93 9 . Las comunicaciones con su país de origen eran poco menos que imposibles, y N aj dorf no lograba saber si sus fa­ miliares estaban vivos. De modo que se planteó el gran reto de estable­ cer dos nuevas marcas hi stóricas de aj edrez a ciegas, y con resultados asombrosos en ambas : Rosario (Argentina), 1 943 (40 rivales; + 36, -3 , = l ); y Sao Paulo, 1 947 (45 ; + 3 9 , -2 , =4) . No hay duda ni sospecha alguna sobre esas dos hazañas; e n todo caso, hay detal les que aumentan todavía más el mérito de la segunda. Permitió que los j ugadores cansados o con algún compromi so que les obligaba a marcharse fueran reemplazados por otros; un total de 83 per­ sonas l legaron a sentarse ante los 45 tableros a lo l argo de 2 3 , 5 horas consecutivas, en las que N aj dorf sólo se alimentó con l íquidos mien­ tras era vigilado en todo momento por tres médicos (Naj dorf bromeó con e l l os, diciendo que estaban dando una «exh ibición de simultáneas médicas»), encargados de medir su tensión arterial y pul sac iones en un tórrido día de verano, con tremendas tormentas, lo que no impidió que miles de personas desfi l asen por la luj osa galería Prestes Maia para ser testigos del maratón mental . E l gran maestro polaco-argen­ tino permitió incluso que uno de sus rivales recti fi case una j ugada muy mala, y pidió a otro que reconsiderase su intención de abandonar, o que fuera sustituido si tenía que irse, porque la posición era aún de­ fendible. Aunque la gesta fue inúti l desde el punto de v i sta del obj eti­ vo principal de Naj dorf -toda su fami l i a había sido quemada por los nazis en Polonia-, quedará regi strada para l a h i storia como una prue­ ba impresionante de la capac idad potencial del cerebro humano . Al­ gunos autores, como H ooper y Whyld en The Oxford companion to chess ( 1 992, p . 4 5), cuestionan el mérito de Naj dorf atribuyéndole irregularidades o trampas que, en real idad, corresponden al polémico récord de Flesch, ya exp l icado anteriormente en este capítulo. Como

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demuestran H earst y Knott con abundantes pruebas, argumentos y testimonios en Blind.fold Chess (2009, pp. 9 1 -98), la epopeya de N aj ­ dorf fu e absolutamente l impia. Además, s e conservan las plan i l las de las 45 partidas.

¿Cómo lo hacen ? Salvo en casos excepcionales, la memoria de los aj edreci stas no es fotográfica, sino lógica, salvo para el tab lero vacío y sus casi l las blan­ cas y negras, que sí v isual izan con bastante claridad, debido a que pueden asoc iar instantáneamente cada escaque a un color determi na­ do. Por el contrario, reconstruyen la posición de las piezas a partir de sus relaciones de ataque y defensa. En su inmensa mayoría, los j uga­ dores a ciegas no están v i sual izando una i magen nítida de la posic ión, como una fotografía mental, sino que ven en su cerebro lo esencial de esa partida en concreto; por ej emplo, las piezas más importantes que atacan y defienden en una ofensiva contra el enroque, y a partir de ellas van recordando dónde están las demás. Para comprobar cómo los aj edreci stas desarro llan ese tipo de me­ moria en grado sumo basta hacer un senc i l l o experimento. Pri mero se les muestra durante 60 segundos una posición de una partida real ; es muy probable que los j ugadores profesionales -y buena parte de los aficionados de c ierto nivel o experienc ia- no tengan ningún proble­ ma para recordarla al detalle o con muy pocos errores. A continua­ ción, se les enseña durante el mi smo tiempo una posición totalmente aleatoria, impos ible en una partida seria; en ese caso, es muy i mproba­ ble que no cometan errores al reproducirla. En ello se basan algunos científicos, y especialmente el reputado y minucioso Femand Gobet, a quien citaremos profusamente en otra par­ te de este libro, para afirmar que, tal como concluyó tras un estudio rea­ lizado j unto a Waters y Leyden (2002 ), la práctica frecuente del aj edrez no desarrolla la visión espacial. Si entendemos ésta como pura memoria fotográfica, esa tesis tiene sentido. Pero al mismo tiempo parece absur­ da, porque equivale a afirmar que alguien que levanta pesas cada día no desarrolla sus pectorales. Lo que sí es probablemente cierto es que la

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práctica frecuente d e l aj edrez desarrolla mucho la memoria visual lógi­ ca (como sostiene, entre otros, H oward Gardner, Premio Príncipe de Asturias 20 1 1 ), y mucho menos la visión espacial fotográfica. Por eso, la gran mayoría de los aj edrecistas de cierto nivel pueden disputar una partida a ciegas con una cal idad aceptable, pero tienen serios problemas para hacerlo simultáneamente con más de c inco o seis partidas, salvo que se hayan entrenado de manera muy específica e intensa. Ahora bien, si hablamos de las grandes hazañas menc ionadas en las páginas anteriores (por ej emplo, las 45 partidas de N aj dorf o las exhi­ biciones pol i facéticas de P i l l sbury), parece imposible que puedan lo­ grarse sin memoria fotográfica, ese don que posee un porcentaj e muy pequeño de los seres humanos. Además, tal privi legio debe ser com­ pletado con técnicas que ayuden a recordar mej or. P i l l sbury dio algu­ nas pi stas sobre su organizac ión mental en una exhibición con doce ri­ vales: «Divido los tableros en tres grupos; el primero está compuesto por 1 , 4, 7 y 1 O ; e l segundo por 2 , 5 , 8 y 1 1 ; y el tercero por 3 , 6, 9 y 1 2 . A continuación, empiezo la partida de la mi sma forma en todas las par­ tidas de cada grupo; por ej emplo, con el peón de rey en los cuatro table­ ros del primero; con el peón de dama en los del segundo, etc . Y procuro asociar un elemento de la posición con cada número de tablero» . Esto último se refiere, por ej emplo, a que si en el tablero 9 hay peones do­ blados en c2 y c3 , P i l l sbury se queda con la i magen de que «el 9 es el de los peones doblados», y a partir de e llos le resulta mucho más fác i l reconstruir mentalmente dónde están l a s piezas. También corrigió a quienes pensaban que lo más dific i l l lega cuando la partida está muy avanzada: «Al contrario. No es en el medio j uego ni en el final donde se encuentra la dificultad, porque en ambas fases hay e lementos carac­ terísticos fáci les de retener, y los veo tan claramente como le estoy viendo a usted en este momento. Contra la i mpresión general de los afic ionados, puedo asegurarle que e l período crítico del j ugador sin ver está en la apertura, cuando la menor deb i l i dad, la más l i gera distrac­ ción, puede echar por tierra todo el planteo» . P i l lsbury expl icó todo e s o a un periodista poco antes d e comenzar una exhibición con doce tableros en el c l ub M etropol itan de Nueva York. Y al acabar reveló que, como cuatro de sus rivales habían optado por defensas raras, reorganizó la agrupación de partidas sobre la mar-

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cha, reun iendo en un mismo grupo mental esas cuatro aperturas irregu­ lares. Además, tras dos horas y media de sesión, propuso un «descanso entretenido», simi lar al j uego de las 29 palabras muy comp l icadas mencionado en páginas anteriores. En su libro Ajedrez a la ciega ( 1 990, p. 22), mi inolvidable amigo Benito López Esnaola ( 1 9 1 8- 1 997) incluye una interesante c ita textual sin prec isar la fuente : « Pidió que le escribieran 3 0 palabras y que las numeraran, pero no en orden, sino caprichosamente. Y una vez que le fueron leídas, se prestó a ser inte­ rrogado por el número o la palabra correspondi ente, al azar, contestan­ do en todos los casos sin incurrir en error. Y después recitó toda la l i sta de arriba abajo, nombrando correctamente las palabras y los números, con gran admi ración de quienes, para ponerle en un aprieto, habían dictado vocablos extranj eros. Y luego terminó la sesión con ocho parti­ das ganadas, dos tablas y dos perdidas» Según los testimonios que nos dej aron Alioj in, Koltanowski y N aj ­ dorf -así como l a s manifestaciones a la prensa d e Lang tras s u hazaña en 20 1 1 -, sus técnicas eran similares a las de P i l l sbury, siempre sobre la base de una memoria colosal, de superdotados. En cuanto a los aj e­ drecistas sin memoria fotográfica, todo lo expuesto aquí (basado en la consulta a muchos j ugadores, tanto aficionados como grandes estrellas, así como en la propia experiencia del autor) encaj a bien con las conclu­ siones del eminente psicólogo Alfred Binet ( 1 85 7- 1 9 1 1 ) tras el estudio científico más completo que se ha hecho sobre aj edrez a ciegas. Y tam­ poco desentona con otros trabaj os de referencia: C leveland, De Groot, Simon, Saari luoma, Chabris y H earst, etc . , muy detallados en la citada obra monumental de H earst y Knott (43 7 páginas, en inglés, en formato grande, dedicadas sólo al aj edrez a ciegas), que satisfará sin duda al lec­ tor deseoso de profundizar en la materia. Ello no supone ningún menos­ precio a la también mencionada obra de López Esnaola (287 páginas en edición de bolsil lo), que contiene mucha información valiosa en espa­ ñol. Uno de los l ibros más consultados para escribir éste que el lector tiene en sus manos es Inteligencia y ajedrez, de M anuel Pérez Pérez, quien también comenta ampliamente los trabaj os mencionados. Sin embargo, aunque en este l ibro no se pretende abarcar tanto, el capítulo quedaría coj o sin un apartado que trate de otra manera de ju­ gar a ciegas : la de los c iegos y m i nusvidentes.

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Jaques e n las tinieblas «La mayoría de la gente ve con los oj os; nosotros, con la mente, y los resultados son a veces magníficos». M e lo dij o en los años ochenta el yugoslavo Chabarkapa, un gran aj edrecista c iego. C iertamente, el aj e­ drez es el deporte más apropiado para invidentes y minusvidentes (cu­ riosamente, otro muy apropiado es el yudo, porque el agarre de los quimonos perm ite una captación casi perfecta de la s ituac ión del rival); por eso hay competiciones específicas para e llos, y también es relativa­ mente frecuente que haya participantes ciegos (generalmente, con sus perros lazari l los tumbados j unto a sus pies durante la partida) en los torneos abiertos. En E spaña, la ONC E tiene una i mportante sección de aj edrez, y organiza el Campeonato del M undo por N ac iones 20 1 3 , que estará a punto de j ugarse en Zaragoza cuando este l ibro vea la luz. En­ tre otros éxitos, la selección española logró la medal la de bronce en las dos últimas Olimpiadas de Aj edrez para C iegos, organizadas por la Asociac ión I nternacional de Aj edrez para C iegos ( I BCA), que durante muchos años presidió el español Delfin B urdío ( 1 934-200 5 ) . E l aj edrez entre ciegos también tiene un c l aro i nterés c ientífico; por ej emplo, en las diferencias entre un invidente de nacimiento o uno sobrevenido, por acc idente o enfermedad. O la correspondencia entre memoria fotográfica y memoria tácti l . Todo e l l o se entenderá mej or si previamente exp l icamos las particularidades de esta rama del deporte menta l . L o s ciegos uti l i zan tableros especiales, en l o s q u e cada cas i l l a tiene un pequeño aguj ero donde se inserta un pivote que sale de la parte infe­ rior de cada pieza; de esa manera, los j ugadores pueden tocar las piezas sin riesgo de que se caigan ; además, para distinguir al tacto las blancas de las negras, las de un color l levan un clavo insertado arriba, y las del otro no; por otro lado, las esferas del reloj también son distintas, con el fin de que pueda controlarse el tiempo por el tacto de las aguj as o bien con el sonido, por auriculares; en cualquier momento, el j ugador puede pulsar un botón y escuchar por el auricular el tiempo que le queda dis­ ponible; y la regla «pieza tocada, pieza movida» no se apl ica a los j uga­ dores invidentes, que pueden tocarlas sin l ímite; lo que se apl ica es «pieza sacada de su orificio, pieza movida» . En cuanto a cómo apuntar

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las j ugadas, algunos las escriben con el si stema Brai l le, otros uti l izan pequeñas computadoras portátiles para ciegos, y también hay quien prefiere grabarlas de viva voz porque, de hecho, los aj edreci stas ciegos cantan su j ugada cuando la hacen, uti lizando el método algebraico; es decir, algo parecido al j uego de los barquitos que casi todos practica­ mos alguna vez de niños (por ej emplo, alfil g5 , o dama h4, etc . ) . Y si hablamos del entrenamiento, un adelanto tecnológico esencial para que los ciegos puedan disfrutar al máximo del aj edrez son los progra­ mas informáticos específicos, cuyo contenido se transmite a través del sonido, que permiten un entrenamiento casi tan completo como el de cualquier otro aj edrecista. Por último, cuando en un torneo se enfren­ tan un j ugador ciego y otro vidente, la partida se j uega en dos tableros a la vez, uno normal y el otro con aguj eritos, con el fin de que los rivales no se molesten mutuamente, y el árbitro debe comprobar que los movi­ mientos se ej ecutan correctamente en ambos; si ambos j ugadores son ciegos, los dos tableros son especiales. Los ciegos sobrevenidos recuerdan los colores, porque alguna vez los vieron . En cambio, para los de nacimiento el color es un concepto puramente abstracto; pero sí pueden imaginar el contorno de las pie­ zas, por el tacto . S i vamos, por ej emplo, a un Campeonato de España de ci egos, veremos que algunos tocan constantemente todas las pie­ zas, y otros no, j uegan casi completamente de memoria. Y eso no de­ pende tanto de si uno es ciego de nacimi ento o no, sino de su categoría como j ugador; cuanto mej or sea, menos tocará las piezas. Porque, si bien los ciegos de nacimiento pueden tardar más en domi nar el j uego, una vez que lo hacen se convierte en una espec ie de lenguaj e natural para el los, mientras que un c i ego sobrevenido tiene una mayor ten­ dencia a tocar las piezas. Para exp l icar esa aparente contradicción -los ciegos de nacimien­ to suelen j ugar mej or que los sobrevenidos- hay que recordar que las personas que pierden alguno de sus sentidos suelen desarro llar más otros; por ej emplo, el oído y el tacto en el caso que nos ocupa. Ahora bien, ¿cómo un ciego de nacimiento vi sual iza cada una de l as piezas y las distingue de las otras? Es difícil de exp l icar incluso para el los mis­ mos, y no es fác i l que lo entendamos. Cuando vemos un cabal lo de aj edrez lo asoc iamos automáticamente al animal cabal lo, pero si al-

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guien no ha visto nunca un cabal lo tiene que fij arse en otras cosas, corno el rel i eve de esa pieza cuando la toca, o en su peculiar movimien­ to en forma de ele, dos cas i l l as en una dirección y una en otra. Y lo mismo ocurre con todas las demás piezas, que los ciegos di stinguen por su rel ieve y por su forma de mover. Es en este punto donde pode­ rnos asociar la memoria tácti l de los ciegos --que permite imaginar cómo es algo- con la memoria fotográfica de los videntes, y distin­ guirla de la memoria lógica, que nos perm ite recordar dónde están las piezas por las relaciones de ataque y defensa que hay entre el las. Roberto Enj uto, uno de los mej ores aj edreci stas ciegos españoles durante un largo período, me i lustró mucho: « Para que un ciego alcan­ ce un buen nivel en aj edrez es indi spensable el desarrol lo de la capaci­ dad de j uego sin tablero. Si observas a un j ugador ciego medio, notarás un movimiento compulsivo de las manos por todo el tablero. Esta acti­ vidad, aparentemente febri l , no se corresponde con una profundización en el cálculo de variantes. Los que veis, tenéi s la percepción instantá­ nea del tablero de un vistazo, y para consegui r ese mismo efecto o pa­ reci do en un ciego, es en mi opinión impresc indible la abstracción del tablero y el dibuj o automático de posiciones en la mente». Enj uto me contó también los dos métodos que él emplea para desarro llar esa ca­ pacidad. Por un lado, j ugar partidas rápidas, con sólo cinco minutos por j ugador, porque a esa velocidad no puede entretenerse tocando las piezas, tiene que memorizarlas; y por otro, dar exhibiciones de simul­ táneas, porque si no quiere que duren demasiado tiene que fiarse de su memoria, y no puede estar tocando las piezas todo el rato . U n caso tan espec ial corno i mpresionante es de los c iegos sordo­ mudos. Nunca olvidaré mi conversación con Alexánder Vasíl ievich Suvórov, cuyo perfi l pub l i qué en la última página de El País el 20 de diciembre de 1 98 8 . La entrevi sta fue posible grac ias a una técnica l l a­ mada dacti lología: él hacía algo parec ido a tec l ear con los dedos en la mano de su asi stente, y éste me traducía en palabras l o que decía Su­ vórov y le traducía a Suvórov con sus dedos lo que yo preguntaba: «A los tres años perdió la v i sta y a los nueve e l oído. A los 34 goza de un gran prestigio corno psicólogo en la U nión Soviética y está a punto de terminar su tesi s doctoral sobre e l desarro l l o de la i magi nación en los niños ciegos y sordos. Su i ntervención en un debate sobre la uti l i dad

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del aj edrez en la rehab i l itación de minusvál idos, dentro del congreso internac ional que se c l ausuró el domingo en Madrid, dej ó impresiona­ dos a los asi stentes». « I ngresé en l a escue l a especi a l de Zagorsk, cerca de Moscú», re­ cuerda Suvórov, «poco antes de que mi muerte espiritual fuera i rre­ mediab l e . A l l í logré conservar la capaci dad de hab l ar y aprendí l a dacti lo logía». A l principio consideraba e l aj edrez «como un mero en­ tretenimiento», pero después se convi rtió «en una herramienta esencial para establecer relaciones amistosas con los niños». La conversación se desarrolla a través de las manos de Alguis Arlauscas, amigo de Su­ vórov y director de una película protagonizada por éste que ha ganado tres prem ios internacionales. Tanto en el guión del fi l me como en la tesis doctoral, e l autor se declara «irreconci l i able con los métodos típi­ camente fasci stas de quienes pretenden marginar para siempre a los sordomudos ciegos convirtiendo las escuelas en inclusas». Suvórov define su vida como «un eterno pensamiento. A veces, bajo al parque a pasear o a esquiar mientras sigo pensando e imaginan­ do que hablo en voz alta. Así me rel aj o sin dej ar de trabaj ar. C uando l lego a casa escribo todo lo que se me ha ocurrido» . Le gusta provocar a la gente, «porque es la mej or manera para establecer comunicación. Suelo l l evar un s i lbato en e l bols i l lo y cuando me siento agobiado y empuj ado por la gente en las escaleras del metro pito muy fuerte ; como mínimo habrá un pol icía que me hará caso» . É ste es su segundo v i aj e al extranj ero . « E l primero fue a H ambur­ go, durante la época de B rézniev, y lo pasé muy mal porque no podía hablar de lo que quería. Los funcionarios soviéticos siempre estaban recordándome cómo tenía que comportarme fuera de la U R S S . Eran malos tiempos. Ahora, en Madrid, puedo decir lo que pienso sin mie­ do, y además me tratan como s i todos fueran m i s amigos» . Desde que l legó a E spaña, Suvórov no dej ó de establ ecer compa­ raciones con la U RS S , «cuya pobl ación se despierta ahora de un sueño letárgico que comenzó en la época de Stal in». Tras una larga pausa, añade: «Creo que muchos de mis compatriotas no pueden creer que una inic iativa tan atrevida como l a perestroika [la renovación impul­ sada por Gorbachov] no tenga su correspondiente castigo. Por otra parte, resulta curioso que yo esté aprendiendo democraci a en la Espa-

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ña capital i sta. La l ibertad que cada uno pudo ej ercer durante el día de huelga general me dej ó muy impresionado». Suvórov se muestra especialmente crítico con el aparato burocráti­ co de su país y con la superespec ial izac ión en el trabaj o . Su chiste preferido resulta muy i lustrativo: « U n ciudadano soviético va al hos­ pital para que le pongan una lavativa y se sorprende mucho de que haya dos médicos esperándole. "¿Hacen falta los dos para algo tan sen­ c i l lo?", pregunta. "Naturalmente -le contestan- uno sabe cómo hay que prepararla, y el otro, dónde hay que ponerla" » .

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oy a contravenir, por una vez, las normas del periodismo serio, y empezaré contestando a la pregunta con otras dos: ¿J ugaría M es­ si igual de bien al fútbol si le cambiamos su cerebro por el de otra persona? ¿Podemos separar la mente del cuerpo y hablar de «deportes físicos» y otros que no lo son? Por otro lado, el aj edrez está organiza­ do como un deporte en todo el mundo. Además, si hablamos de la alta competición, el desgaste físico que produce es mucho mayor de lo que pueda parecer. Quienes siguen estando en contra de que el aj edrez se reconozca como un deporte tendrán, como mínimo, serias dudas cuan­ do term inen de leer este capítulo. Lausana ( S uiza), sede del Comité O l ímpico I nternac ional ( C O I ) , enero d e 1 99 8 . Quizá s e a u n o de los l ugares m á s bonitos d e l mundo. El edificio está en un promontorio sobre el l ago Leman, con los A lpes nevados al fondo. Pero, a j uzgar por lo mucho que trabaj a y viaj a J uan Antonio Samaranch, dudo que tenga tiempo para disfrutar de un pai­ saj e tan privilegiado. Estamos en su despacho, con su jefe del gabinete de prensa y mano derecha, José Sotelo, y e l espec iali sta en aj edrez de la Agenc ia Efe, mi amigo Á ngel Asensio. E l presidente del C O I nos ha l l amado para saber qué pensamos de un asunto sobre el que tiene que decidir algo pronto : la petición de l a Federac ión I nternac ional de Aj edrez ( F I D E ) para ser aceptada como m iembro del C O I en la próxi­ ma Asamblea General . Sobre la mesa de Samaranch descansa un to­ cho enorme, de 400-500 fol ios, que contiene todos los argumentos

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esgrimidos por la F I D E ; está fi rmado por su ínclito presidente, el ruso Kirsán l l i umyínov . Se supone que estamos aquí para asesorar al presidente. En real i­ dad, somos nosotros quienes aprendemos de él : «Cuando recibí este mamotreto de papeles vi que incluía estudios médicos interesantes. Pero me preocupaba bastante más saber si en el C O I tenemos un docu­ mento oficial donde se defina qué es deporte . Envié a mis colaborado­ res a buscar en los archivos, y la respuesta fue negativa, por sorpren­ dente que parezca. Eso me dej a l as manos l ibres para tomar postura» . Aparte de comentar los experimentos médicos que luego detallaré, hablamos durante una hora sobre otros argumentos. Asensio recalca que la F I D E engloba 1 5 6 países en ese momento (muy pocos deportes tienen más) y que, de e l l os, 1 1 4 selecciones masculinas y 74 femeni­ nas han participado en l a O l impiada de Aj edrez en Yereván, la capital de Armenia, en 1 996; esos números están muy por encima de los mí­ nimos que exige el COI para reconocer un deporte : que se practique en 7 5 países de cuatro continentes en su versión masculina, y en 40 de tres en la femenina. Sotelo recuerda que, de hecho, el COI ya ha acogido a la F I D E en el Movimiento O l ímpico, un conj unto de enti dades, organi smos, insti­ tuc iones y personas que acatan la Carta Ol ímpica, donde figuran el golf y e l rugby entre otros deportes, tras comprobar que se cumplen a raj atabla las normas de no di scrim inación por cuestión de raza, rel i ­ gión, sexo, etc . Tampoco s e aprecia n ingún choque con l o s principios fundamentales del O l i mpi smo, de los que el segundo parece redacta­ do pensando en el aj edrez: « E l O l i mp i smo es una fi losofía de la v i da que exalta y combina en un conj unto equi l ibrado las cual i dades del cuerpo, de la vol untad y del espíritu . U ni endo el deporte a la cultura y a la educación, el O l i mpismo quiere crear un esti lo de v i da construido sobre la alegría en e l esfuerzo, el valor educativo del buen ej emplo y el respeto de los principios éticos universales». Mi principal aportación es exp l icar al presidente e l argumento más pragmático de todos: qué hacemos con el aj edrez si no lo reconoce­ mos como deporte, a pesar de que está organizado como tal (federa­ c iones, competiciones, equipos, l i gas, l icencias, clasificaciones, re­ glamentos, árbitros, entrenadores . . . ), lo que con l l eva una estructura

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económica m u y similar a l a s de los demás deportes . S i un d í a l lamo a l redactor-jefe de C ultura de El País y le propongo un reportaj e sobre aj edrez y cine, es muy probable que me lo compre, porque hay mu­ chas películas sobre aj edrez, y algunas son muy buenas. Pero si le ofrezco otro sobre el Campeonato del M undo me dirá que no, que eso pertenece a Deportes. En los países que no reconocen el aj edrez como deporte sufren serios problemas para financiarlo. Por ej emplo, en el Reino U n i do, a pesar de que Inglaterra tiene uno de los mej ores equi­ pos del mundo y ha ganado varias medallas; en consecuencia, los pe­ riódicos británicos no ven muy c l aro dónde colocar las noticias del juego-ciencia, que aparecen en las secciones de N ac ional o I nterna­ cional según dónde se j uegue el torneo en cuestión . Eso influye nega­ tivamente en la cobertura genera l . Por el contrario, cualquier lector español sabe que las notic ias de aj edrez vienen en la sección de De­ portes y que la Federac ión Española de Aj edrez depende del Consej o Superior d e Deportes. En Aleman ia la duda se resolvió c o n un debate en las dos cámaras del Parlamento, cuya decisión fue muy favorable: el aj edrez es un deporte, los c l ubes están exentos de i mpuestos, y los mecenas, también. En suma, una deci sión favorable del C O I sería una ayuda muy grande. Samaranch añade otros datos: hay 98 países que reconocen al aj e­ drez como deporte ( 3 7 europeos, 1 7 americanos, 1 8 africanos y 26 de Asia-Oceanía), y la F l D E tendrá que real izar un gran esfuerzo para convencer a los demás de que se equivocan. Pero no le faltarán argu­ mentos de peso: además de los citados en los párrafos anteriores, el aj edrez es practicado como deporte por muchos m i l lones de personas esparcidas por todo el mundo, la suerte apenas influye en el j uego, y su práctica no depende esencialmente de n i ngún arti lugio mecánico. Cuando e l presidente da por terminado nuestro debate, ya ha to­ mado una dec isión: « E l aj edrez es el deporte mental por excelencia, y por tanto es idóneo para que e l C O I mej ore su i magen y cumpla con el viej o lema Mens sana in corpore sano. Voy a recomendar a la Asam­ blea General que acepte el ingreso de la F I D E , y confío en que no haya problemas para lograr l a mayoría necesaria». En efecto, Samaranch cumpl i ó ese compromiso, y e l COI aceptó a la F I D E en 1 999. E l número de países que reconocen el aj edrez como

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deporte ha subido ya hasta cerca de los 1 3 0, de los 1 7 8 que forman parte de la F I D E en la primavera de 20 1 3 (en la ON U hay 1 93 ) . Otro problema, mucho más comp l icado y de solución poco menos que im­ posible a corto plazo, es que e l aj edrez entre en los Juegos O l ímpicos. Para mitigar el problema de su gigantismo creciente, el C O I decidió en 2000 que para añadi r un deporte a los JJ . OO. habrá que sacar otro antes, lo que dificulta todavía más el obj etivo. Quizá fuera más fáci l e n l o s Juegos d e I nv i erno, pero habría que cambiar antes el reglamen­ to, que condiciona esos deportes a que se practiquen en n ieve o hielo. Para colmo, los directivos de l a F I D E no se di stinguen precisamente por su buena imagen, sus hab i l idades diplomáticas y su virtuosismo para la mercadotecnia. Quien sueñe con que e l aj edrez se incl uya al­ gún día en la mayor cita mundial del deporte cada cuatro años, es me­ j or que espere sentado.

Argumentos médicos Quienes necesiten argumentos que demuestren que e l aj edrez implica lo que habitualmente se entiende como «esfuerzo físico» (como s i el mental no lo fuera), para ser considerado deporte, tal vez se sientan reconfortados al saber que Anato l i Kárpov ha l legado a perder 1 O ki­ los de peso durante una competición. Está demostrado que el sistema nerv i oso y el cardiovascular sufren un serio desgaste en los torneos de él ite (que duran dos o tres semanas ; los duelos entre Kárpov y Kas­ párov por el título mundial, entre dos y cinco meses) , tanto o más que en otros deportes, como el tiro o límpico. El tirador apenas gasta ener­ gía física en el prec i so momento de la competición pero sí debe entre­ narse rigurosamente para que su s i stema nerv i oso esté en perfectas condiciones. De igual modo, casi todos los astros del tablero cuidan su preparac ión física entre torneos, con la diferencia -respecto al tiro ol ímpico- de que los aj edrecistas termi nan muchas veces exhaustos tras una partida de cuatro o c i nco horas. Es más, hay torneos cuyo vencedor se decide por la resistencia física; por ej emplo, la carrera de Vladímir Krámnik (que destronó a Kaspárov en 2000) sería aún más bri l l ante si no hubiera sufrido problemas en ese terreno.

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De los experimentos médicos real izados en este ámbito, la F I D E incluyó l o s resultados d e varios e n s u informe para Samaranch, con hechos y datos muy concretos. E l profesor Xavier Sturbois, de la Uni­ dad de Educac ión Física de la U n i versidad de Lovaina ( B élgica), diri­ gió uno pre l i m i nar cuyos conejillos de Indias fueron e l gran maestro Mijaíl Gurévich y un j ugador de nivel medio, Richard Polaczek, co­ nectados por cables a diversos aparatos mientras disputaban partidas rápidas. Aunque Sturbois indica que la c l ara diferencia de categoría entre ambos distorsiona los resultados, éstos ofrecen indicios signifi­ cativos. Por ej emplo, la tensión arterial de Polaczek pasó de 1 2/8 a 1 5 , 5/9 j usto cuando la posición se tomó muy del icada para é l ; en ese mismo momento las pulsaciones subieron de 7 5 a 9 1 por minuto . Por el contrario, Gurévich experimentó variac iones más pequeñas . Animado por esas cifras, e l mismo profesor real izó otro experi­ mento con suj etos más adecuados unos meses más tarde : seis aficio­ nados varones de entre 20 y 24 años. Y los resultados fueron más l la­ mativos. Así, el ritmo cardíaco de dos de e l los al term inar estaba entre las 1 40 y 1 5 0 pulsaciones; curiosamente, ambos perdieron la partida en cuestión. En esa parte del informe, Sturboi s resalta: «Uno de los sujetos registró una salva de mov i mientos extrasistó licos al sufrir un ataque violento y repentino de su adversario». Tras ofrecer un cuadro comparativo de los resultados en el que se advierten ritmos cardíacos muy elevados ( 1 92 y 1 80 pul sac iones en dos de los j ugadores) durante los momentos más tensos de las partidas, Sturbois señala: «Se ve un consumo muy pobre de grasas pero muy alto de hidratos de carbono con aparición concomitante de fatiga. ( . . . ) El aj edrez, en su modal idad de partidas rápidas, tiene sensibles reper­ cusiones ortosimpáticas que ponen a prueba el si stema nervioso, el hormonal y el cardiovascularn . Y concluye: « Las nociones reseñadas de estrés nerv ioso, estimulación cardíaca, contracción fisica y compe­ tición sin influencia de la suerte constituyen argumentos para que el aj edrez sea admitido en el ámbito de las actividades deportivas». Aún más completa fue la investigación realizada en la cátedra de aj edrez del I nstituto de Cultura Física de M oscú por la estudiante de 4.0 curso T. N. Gladíscheva, supervi sada por e l doctor en medicina V . B. Balkine, en 1 9 8 7 . En e l apartado «El carácter espec ífico de la activi-

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dad profesional del aj edreci sta», se di seccionan con todo detal le mu­ chos elementos para demostrar que los j ugadores de alta competición deben cuidar mucho su preparación fisica. «El esfuerzo mental sin movimientos musculares y con excitac ión del si stema cardiovascular puede provocar serios problemas psíqui­ cos. Se conocen casos en los que el peso de los j ugadores ha disminui­ do entre 4 y 8 kilos durante un torneo importante . En otros casos, los j ugadores han experimentado cambios fi siológicos : desarro llo de la taquicardia, contracciones que aumentan hasta las 1 45 pulsaciones y tensión arterial que sube entre un 20 y un 3 0 %», señala e l informe. Y añade: « Debe resaltarse la tensión psicoemocional que aparece duran­ te la partida. La inquietud y una gran tensión emocional forman parte de la mayoría de competiciones deportivas, lo que influye desfavora­ blemente en el rendimiento . Cabe preguntarse cuál es la diferencia entre la tensión emoci onal de los aj edreci stas y la de otros deporti stas . Y la respuesta es simple: en la mayoría de los deportes, esa tensión está acompañada de un esfuerzo físico que protege al organ i smo del estrés, pri ncipal provocador de l a tensión emocional» . Tras destacar q u e los entrenamientos cada vez más rigurosos, la elevación del nivel de j uego y e l aumento del número de torneos ha provocado que los aj edreci stas pasen «de un estrés emocional a una hipertensión psíquica», Gladíscheva concluye : «Está claro que e l éxi­ to en un torneo no depende solamente del nivel puramente deportivo del j ugador sino también del estado general de su organi smo ( . . . ). E l aj edrez d e alta competición necesita u n control médico ( . . . ) . Nuestras observaciones demuestran la importancia del ej erc icio físico antes y después de la partida» . No menos interesante es el experimento del alemán Helmut Pfleger, gran maestro y doctor en medicina, durante el Campeonato de Alemania por equipos de 1 979. Uno de los resultados más curiosos fue éste: «An­ tes de la partida, varios j ugadores mostraron signos evidentes del conoci­ do síndrome que afecta a muchos deportistas j usto antes de la competi­ ción. Es decir, la presión sanguínea y el ritmo cardíaco eran similares a los de un velocista de atletismo cuando espera el disparo inicial». Pfleger aporta otras conc l usiones muy significativas : «La frecuen­ cia del pulso cardíaco era directamente proporci onal al grado de com-

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plicación de la partida, a los apuros de tiempo (se l legaron a registrar 200 pulsaciones) y a la i mportancia de la próxima j ugada del adversa­ rio. Por otro lado, la perspectiva de una v ictoria cercana se traducía en un pulso calmado, mientras el del adversario se ace leraba por la v i sión de una derrota ineludible. En general , el modelo de frecuencia cardía­ ca en un aj edreci sta de torneos es simi lar al de un p i l oto de ala delta» . H ay, por tanto, motivos de sobra para afirmar que e l aj edrez desa­ rroll a el músculo más i mportante, el cerebro . S i n embargo, todavía hay gente influyente que no se entera. Por ej emplo, en septiembre de 20 1 O, Jorge Colón, subdirector del programa de Educación F ísica del Departamento de Educac ión de Puerto Rico, dec idió e l i m i nar la ense­ ñanza del aj edrez en las escuelas públ icas por ser «un j uego sedentario que fomenta la obes idad» . Las protestas que originó fueron tan sono­ ras que el Gobierno tuvo que desautorizar al i l uminado y rectificar su decisión pocos días después. M ayor aún fue el lío que montó e l Gobierno Vasco en 2004, cuan­ do su consej ero de Deportes hizo de su capa un sayo y, sin informarse previamente lo más mínimo, decidió e l i m inar el aj edrez como depor­ te . Como lo viví muy de cerca ( soy vasco) y me parece que la hi storia es i nstructiva, la contaré con detal l e .

Jaque del director Garai José Ramón Garai ( B i lbao, 1 95 7 ) había presidido las federac iones Vizcaína y Vasca de Pelota antes de ser nombrado director de Depor­ tes del Gobierno Vasco en 200 1 . Se encontró con una estructura so­ bredimensionada, con deportes demasiado m inoritarios para tener su propia federación, y un excesivo gasto administrativo. De modo que decidió reorganizar las federaciones y publ icó un borrador de decreto con las nuevas pautas. H asta ahí , todo normal . Pero, al parecer, ni Garai ni sus asesores tenían la más remota idea de la repercusión y raigambre que el aj edrez acumulaba en su propia tierra y en el mundo entero, y n i siquiera consultaron a expertos en la materia, como hizo Samaranch c i nco años antes para promover j usto lo contrari o : que reconociese el aj edrez, noticia, esta ú lti ma, de la que

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Garai tampoco se había enterado. De modo que, n i corto n i perezoso, sin pensar tampoco en que un gobierno que promueva el aj edrez está ligando su imagen corporativa con la inte l i gencia, lo incluyó en la l i s­ ta de deportes para e l i m i nar, basándose en el siguiente párrafo : «No se reconocerán como modal idades deportivas aquel l as prácticas basadas en j uegos de azar, en j uegos no competitivos en su origen, en j uegos de estrategia o en la hab i l i dad puramente manual o mental, o que sean fundamentalmente de materia sedentaria» . En el apartado anterior del mismo artículo se leía: « La vinculación a un tipo de acción que impl i­ que un esfuerzo físico significativo y/o ej ecución de movimientos complej os» será una de las condiciones para considerar como deporte cualquier actividad competitiva. El aj edrez perdía así sus subvencio­ nes habituales, y dej aba colgados a 2 . 000 federados y 3 . 000 competi­ dores y practicantes no afi l i ados a la federación, además de un buen número de aficionados no competitivos y unos 1 1 . 000 niños que esta­ ban aprendiendo a j ugar al aj edrez en unos 400 colegios vascos. A pesar de que l as reacciones fueron numerosas, contundentes y rui dosas desde el principio, Garai siguió sin darse cuenta de que se había metido en un avi spero, comentó con varias personas que e l aj e­ drez era como el mus o los bailes de salón, y reconoc ió que e l Gobier­ no Vasco deseaba evitar que los promotores de j uegos y actividades pusieran como ej emplo el aj edrez al solicitar su admisión como de­ porte . Parece obvio que él y sus asesores desconocían las enormes di­ ferencias a favor del aj edrez: 1 5 siglos de hi storia documentada, v i rtu­ des pedagógi cas contrastadas, expan sión universal, reconocimiento como deporte, etc . El director técnico de la Federac ión Vasca, N i cola Lococo, le lanzó un dardo certero : « S i algún c iudadano le propone que los l anzami entos de cuch i l los, azadas, l l aves inglesas y p iedras sean reconocidos como deportes, ¿acaso e l i m i naría el Gobierno Vas­ co los de marti l l o , j abalina, di sco y peso para no sentar precedentes?». H ubo nutridas manifestaciones cal lej eras, decisiones en contra de alcaldes y concej ales en varios ayuntamientos, programas de radio y artículos en la prensa vasca y española. Uno mío, en El País, recordaba en su primer párrafo : « Lo que proyecta el Gobierno Vasco -e l iminar el aj edrez como deporte tras haberlo aceptado y financiado-- sólo ha ocurrido en tres países, donde además fue prohibido: China, durante la

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Revolución Cultural ( 1 966- 1 969), el I rán de Jomeini ( 1 979- 1 989), que revocó la medida poco antes de morir, y el Afgani stán tal ibán». Pero Garai no se baj aba del burro . . . o sólo un poco: « Reconoce­ mos que e l aj edrez tiene valores extraord inarios, y podría rec ibir ayu­ das sin ser deporte», dij o en Radio Euskad i . Pero en la práctica, eso rozaría el absurdo : aunque estuv iera fi nanc iado por otros departamen­ tos del Gobierno Vasco, el aj edrez tendría que funcionar como depor­ te sin serlo, con l i cencias, árbitros, campeonatos, clasificac iones, etc . y aceptar un delegado impuesto por la Federac ión Española para se­ guir conectado nac ional e internacionalmente . Si esa situac ión ya se­ ría absurda de por sí, provocarla en un territorio muy orgu l loso de su autonomía pol ítica con respecto al Gobierno de M adrid era el colmo del ridículo. Me consta, aunque no puedo desvelar los nombres por­ que me lo dij eron en conversaciones privadas, que varios pol íticos vascos de alto nivel le pidieron a Garai que modificase la nueva nor­ mativa, ante lo insostenible de su posición, criticada incl uso púb l i ca­ mente por los partidos pol íticos que fo rmaban la coal ición de gobier­ no, además de los opositores. Es decir, unanimidad en contra de Garai. Por fin, el Gobierno Vasco rectificó, a través de su portavoz, y con­ sejera de Cultura, M i ren Azkárate, quien, sin embargo, se quej ó del «linchamiento» al que había estado sometido su director de Deportes durante la agria polémica de los últimos meses. Pero quedó claro que era una decisión del Gobierno Vasco y no de Garai porque, según varias testigos de la reunión que precedió al anuncio de Azkárate, el director de Deportes insistió en cal ificar al aj edrez como «actividad sedentaria», y ahora la equiparó con el póquer y los exámenes de matemáticas. M iguel Á ngel Muela, presidente de la Federación Vasca, no quiso hacer sangre, y optó por la elegancia: «El Gobierno Vasco ha rectificado a tiempo, y eso le honra. Además, se ha informado de las grandes virtu­ des pedagógicas, sociales y deportivas del aj edrez. Ahora debería ir un paso más allá, y ligar su imagen institucional a la del aj edrez, fomentan­ do y apoyando su introducción masiva en los colegios. Estoy seguro de que la inmensa mayoría de los vascos apoyaría esa actitud». Desde en­ tonces, la actitud del Gobierno Vasco hacia el aj edrez ha tenido claroscu­ ros, pero ya nadie cuestiona en Euskadi que el aj edrez es un deporte.

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El pipí del artista: aj edrez y dopaj e

adie ha logrado demostrar aún que alguna sustancia mej ore el rendimiento global de un aj edreci sta; y cuando digo global me refiero a que le beneficie en el conj unto de una partida de varias horas. Más de un lector pensará inmediatamente que s i hay diversas sustan­ cias que mej oran el rendimiento intelectual de un estudiante o acadé­ mico o directivo de una empresa, ¿por qué no el de un aj edreci sta? Ese razonamiento tiene mucha lógica; s i n embargo, la primera frase de este párrafo sigue siendo válida -a pesar de que algunos medicamen­ tos modernos podrían p lantear ciertas dudas-, corno lo era en 1 999, cuando los aj edreci stas empezaron a sufrir controles antidopaj e tras la aceptación de l a Federación I nternacional de Aj edrez ( F I D E ) corno miembro del Comité O l ímpico I nternacional (CO I ) . Por tanto, con­ viene recordar los elementos del agudo debate que se originó enton­ ces, porque la situación apenas ha cambiado en lo esenc ial . Parece misterioso, pero creo que los siguientes párrafos demostrarán que todo obedece a la lógica. Cala Galdana ( Menorca), noviembre de 1 999. Campeonato de Es­ paña por C l ubes. M ientras anochece en la playa, las partidas de la ron­ da de hoy van term inando en el H otel V i l las d ' Alj andar. El ambiente es el habitual en este tipo de competic i ones, pero con una diferencia muy l l amativa: hay una l arga cola en e l mostrador del bar, y los que forman parte de e l l a están esperando a que les s i rvan una caña de cer­ veza. E sto no es normal, y su causa tampoco : es la primera vez que los

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aj edreci stas españoles están sometidos a los controles antidopaj e y, como la mayoría de e l los va frecuentemente al servicio durante la par­ tida por la tensión nerv iosa, ahora tienen problemas para orinar en el despacho del médico, por falta de materia prima. Por eso necesitan el poder di urético de la cerveza. Los agraciados son 20 j ugadores ( 1 6 desi gnados y 4 por sorteo). Uno de los más famosos intenta ser previ sor y se presenta ante el mé­ dico con muchas ganas de aliviarse. Pero no ha calculado que tendrá que hacer cola: ante el inminente riesgo de incontinencia, tiene que sal ir di sparado al servicio, lo que provoca la imposibil idad de volver a orinar minutos más tarde a requerimiento de los doctores, y el mal rato consiguiente hasta la consecución del obj etivo. Otro que necesita cer­ veza urgentemente . Los camareros mezclan el asombro con la soma mientras sirven cañas y cargamentos de agua a quienes tienen problemas con la mic­ ción: «No pensábamos que esto también podría pasar con los aj edrecis­ tas. Pero, si quieren, podemos dej ar el grifo de la fregadera abierto para que oigan el son ido. Es un método infalible», sugiere uno de e llos. Los doctores J aume B auxá y Rafael Andarias, responsables del contro l , ven un posible i nterés científico en e l asunto : « La densidad de las muestras de orina que hemos v isto hasta ahora es bastante más baj a que entre personas no aj edreci stas . Puede ser debido a que algunos j ugadores beben grandes cantidades de agua durante las partidas, pero quizá también a l a enorme tensión que se sufre en el aj edrez de alta competición. Sería un estudio i nteresante». Los doctores también han tranqu i l izado a los j ugadores sobre el café : «Sólo da positivo en gran­ des cantidades, salvo que se dé la improbable combinación de una persona de muy poco peso que tome un café muy concentrado» . Y añaden : «Tampoco hay pel igro con un uso normal de los medicamen­ tos contra el catarro». E l estado de ánimo entre los j ugadores es de cabreo general, suav i ­ zado p o r l a resignación. M iguel I l lescas, campeón d e E spaña en ese momento, es de los que piensan que l as cosas se han hecho al revés: « Primero habría que elaborar una l i sta espec ífica de productos prohi­ bidos para el aj edrez. M e he sometido al contro l , pero no me hace ni nguna grac i a y no quiero hablar más» . El chi leno Javier Campos

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abunda en e l argumento : «No me n iego para que no digan que tengo algo que ocultar. Pero creo que el control sólo debería afectar a j uga­ dores profesionales, que son una minoría en los Campeonatos de Es­ paña. Por otro lado, casi nadie se ha molestado nunca en sometemos a exámenes médicos para ayudamos desde ese punto de vista, lo que sería una contrapartida lógica al contro l antidopaj e » . Otra opinión bastante extendida era la que resume Jordi M agem, uno de los compo­ nentes fij os de la selección española: « S i esto va a servir para equipa­ ramos con otros deportes y obtener ventaj as, bienven i do sea. Pero el sentido común indica que a un aj edrec i sta no se le debe apl icar el mis­ mo criterio que a un lanzador de peso» . En general, la vena artística de los aj edreci stas prevalece sobre la deportiva al hablar del tema. El 90 % cree que e l control antidopaj e en aj edrez no tiene sentido, salvo en casos muy espec iales, aunque nin­ guno l lega al extremi smo del holandés H ans Ree, gran maestro y pres­ tigioso columnista, que escribió lo siguiente en 1 992 : « Supongamos que el año próximo Kaspárov y Timman [célebre j ugador holandés] l lenan la bote l l ita, cumpl i endo rigurosamente l as normas internac io­ nales (camisa arriba, pantalones abaj o , con un médico presente para comprobar que la orina sale por la apertura oficialmente designada) . ¿Aceptarán esto los j ugadores? S i lo hacen, habría que negarles e l pan y la sal . Por el respeto a la memoria de Steinitz, Lasker, C apablanca y Alioj in [campeones míticos de los siglos x 1 x y xx] , espero que ( . . . ) quien se someta a ese procedimiento humi l l ante que desacredita al mundo del aj edrez sea expul sado de él y untado con brea» . Lo de «apertura oficialmente designada» se refiere a evitar que alguien es­ conda y deposite una orina que no es la suya. ¿Y qué opinan los médicos expertos en deporte, pero no aj edrec is­ tas? Todos los que consulto están convencidos de que el dopaj e tiene sentido en el aj edrez. Uno de e l los, e l del equipo de balonmano del Barcelona, José Antonio Gutiérrez, lo explica así : « S abemos que un betabloqueante puede aumentar e l rendimiento de un tirador de pi sto­ la o carabina, y también el de un músico. Las anfetaminas combaten la sensación de cansancio. Cualquier persona puede beneficiarse a corto plazo de un estimulante . Asimismo, hay datos sobre la relación entre determinadas expresiones artísticas y el consumo de algunas sustan-

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cias. Por ej emplo, los Beatles grabaron algunos de sus mej ores di scos tras consumir drogas . No veo por qué alguna o varias de esas expe­ rienci as no pueden ser apl icables al aj edrew . La siguiente hi storia se­ ría un argumento a favor de la tesi s del doctor Gutiérrez.

Los secretos de Kárpov y Kaspárov Sevi lla, 1 8 de diciembre de 1 98 7 . El ambiente está muy cri spado en la v i l la que ocupan e l excampeón Kárpov y su equipo. La última partida del M undial contra Kaspárov se ha aplazado tras cuatro horas en una posición muy del icada para e l los. Si no logran arrancar un empate, Kaspárov retendrá el título. Se j uegan mucho dinero, gloria e influen­ cia pol ítica en la U R S S . Después de dos meses de combate mental, el gran maestro georgiano [hoy nac ional izado español ] E l i zbar U b i l ava, uno de los anal i stas de Kárpov, está agotado. Pero es imprescindible analizar toda la noche, y quizá también por la mañana, hasta la hora de la reanudación. E l médico de Kárpov le da una pasti l la blanca y le dice: «Tómate esto y verás qué bien trabaj as. Los cosmonautas sovié­ ticos han probado su eficacia». Ubi lava recuerda: «Le hice caso, con resultados impresionantes. Mi mente iba como una moto y e l cansan­ cio desapareció completamente. Además, el efecto duró 24 horas» . A l d í a siguiente, Kárpov terminó perdiendo. En aque l l a ocasión, como en tantas otras, Kaspárov mostró una energía de caballo pura sangre . Uno de los secretos de los duelos entre ambos es el contenido de los termos que la madre de Kaspárov hacía l legar a media partida hasta e l escenario a través de los árbitros, con extraordinarias medidas de precaución . Quienes han convivido con el número uno del aj edrez desde 1 9 83 se preguntan cómo un ser humano, por muy fuerte que sea su constitución física, puede exhibir tanta energía cuando los demás están exhaustos. Un gran maestro, cuya reputación de persona seria y fiable es tan grande como l a de U b i l ava, concreta más : « E n e l torneo de L inares, Kaspárov está s iempre como un toro, muestra un vigor descomunal . Luego le observo en otros torneos menos i mportantes y ya se parece más a los seres humanos normales. Tanto Kaspárov como Kárpov se han entrenado en los m i smos lugares que los astronautas y

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han viaj ado con médicos expertos, cuyo equipaj e incluía grandes sa­ cos de medicamentos». ¿Qué tenía aquel l a pasti l l a que tomó U b i l ava? « M uy probable­ mente, era una anfetamina de larga durac ión [más potente que la cen­ tramina uti l izada por algunos estudiantes] . Aumenta e l poder de con­ centración durante unas pocas horas, el imina la sensación de fatiga y produce insomnio», apunta e l doctor Andarias. Ciertamente, Kaspárov y Kárpov estaban entonces en un nivel muy superior al resto, pero no sólo en cuanto j uego sino en lo referente al acceso a toda clase de técnicas muy sofisticadas . Durante su quinto y último duelo por el título ( Lyon, 1 990), Kárpov perm itió que una cá­ mara de TVE le fi lmase mientras inhalaba oxígeno, proveniente de una sofisticada máquina. «Consigo un efecto similar al de los atletas que se entrenan en l ugares de gran altitud para aumentar la producción de gló­ bulos rojos. Como mi duelo con Kaspárov dura más de dos meses, así mej oro mi resistencia fisica», explicó el entonces subcampeón del mundo sin mencionar que el método podía contribuir también a que su cerebro trabaj ase mej or, dado que las neuronas captan oxígeno. De esas palabras al famoso asunto del hematocrito (porcentaj e de glóbulos rojos en la sangre) que tanto escándalo ha provocado en e l ciclismo, hay poca distancia. Algunas personas nacen con el hematocrito alto, lo que dificulta la detección de los infractores. De momento, los controles en aj edrez excluyen el anál isis de sangre. Pero es sign i ficativo que aho­ ra, 23 años después de que Kárpov util izase algo parecido a una cáma­ ra hipobárica (que hoy emplean muchos deporti stas, inc luidos equipos de fútbol), la Agencia M undial Antidopaj e (AMA) estudie si debe ser incluida en la l i sta de productos prohibidos.

El meollo de la cuestión Pero los casos de Ubilava y Kárpov se refieren a facetas colaterales del aj edrez de alta competición (el anál i s i s de laboratorio y la resisten­ cia fisica), no a la cuestión central : ¿hay alguna sustancia que mej ore sin duda alguna el rendimiento de un aj edreci sta globalmente durante una partida? Para ac larar del todo lo de «globalmente», escuchemos al

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doctor Andarias, aj edreci sta además de médico: «Nadie duda de que una anfetam ina o cualquier otro estimulante puede ayudar, en teoría, a un j ugador muy cansado . O que un betab loqueante podría ser benefi­ cioso para otro muy nerv i oso. Pero el gran problema está en que una misma partida suele incluir situac iones en las que hay que estar muy tranquilo, y otras en las que necesitamos el si stema nerv ioso a su máximo rendimiento . Por ej emplo, alguien que haya tomado un beta­ bloqueante estará muy bien durante las primeras dos o tres horas si la posición no es comp l icada y debe elaborar planes estratégicos que re­ quieren calma. Pero es probable que se apure de tiempo y, entonces, para poder hacer muchas j ugadas buenas en pocos minutos, e l beta­ bloqueante matará sus reflej os y será perj udicial » . Andarias hace u n a comparación m u y apropiada con el baloncesto : «Supongamos que un j ugador ha tomado un poderoso estimulante, y corre como una moto . Pero cuando l e toque lanzar tiros l i bres, su ren­ dimiento estará muy por debaj o de lo normal porque tendrá el pulso muy alterado cuando lo que necesita es relaj arse». Dado que en aj edrez no tiene n ingún sentido tomar sustancias que en otros deportes sí aumentarían e l rendimiento (por ej emplo, un ana­ bol izante para mej orar la potencia muscu lar), el número de posibi l ida­ des de dopaj e eficaz se reduce muchísimo. En teoría, sería posible fa­ bricar un cóctel de sustancias que actuasen en momentos distintos; por ej emplo, un betabloqueante para las tres primeras horas y un esti­ mulante para la cuarta, cuando l l egan los apuros de tiempo. Pero An­ darias lo considera harto improbab l e : «Para empezar, porque no es nada fác i l crear el cóctel y acertar con las dosi s j u stas . Además, por­ que es imposible saber con antelación cómo va a transcurrir una parti­ da y en qué momento necesitaremos estar tranquilos o muy activados. Y sobre todo porque las sustancias mezc ladas son aún más peligrosas que por separado» . H ay varios aj edreci stas que han probado diferentes drogas en s u propio cuerpo, y además lo cuentan . Javier Sanz, excampeón d e Espa­ ña, fue uno de los aventureros: « H acia 1 9 80 hice un experi mento por curiosidad intelectual . J ugué una partida baj o el efecto de anfetam i­ nas . Ciertamente, noté mayor concentrac ión y ausencia de fatiga. Pero perdí la noción del tiempo, lo que resultó fatal porque pensé demasi a-

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do en j ugadas senc i l las. La prueba fue negativa, pero hay que subrayar que la h i ce sin el asesoramiento de un experto». También se conoce algún caso, como el del estadouni dense Walter B rowne, de consumo de marihuana o hach ís. «En principio, estimulan la creativ i dad. Pero hay un riesgo muy alto de que el j ugador se pase de revoluciones y considere que algunas j ugadas absurdas son marav i l losas», indica An­ darías, aparte de que pueden dar positivo en el contro l . Otro intento es el del gran maestro y médico alemán H elmut Ptleger, que j ugó frente al excampeón del mundo Borís Spasski en 1 979 baj o el efecto de un betabloqueante : « M i presión sanguínea y el pulso cayeron en picado, y mi partida tamb ién», recuerda. En los últimos años se han pub l icado varios artículos donde se ase­ gura que sustancias como el gingko biloba o el modafinilo (comerciali­ zado con el nombre Provigil) mej oran el rendimiento intelectual. Sobre los efectos del primero en aj edreci stas se hizo un pequeño estudio en Australia; la conclusión es que podría, en efecto, ser beneficioso, pero en muy pequeña escala; además, no hay suficiente experiencia para saber si su uso continuado causa efectos secundarios o colaterales in­ deseados. En cuanto al modafini lo, es un estimulante cuya eficacia está demostrada contra los efectos de la diferencia horaria, la somnolencia diurna debida a la apnea del sueño y l a falta de concentración, entre otros. Para empezar, debe subrayarse que el aj edrez desarro lla mucho el poder de concentración ; de modo que pocos jugadores necesitan sus­ tancias para concentrarse. Y , como todo estimulante, puede ser perj u­ dicial para l a salud, y causar efectos indeseados en el j ugador en el momento más inoportuno; por ahora, no se conoce a ningún aj edrecista que lo haya tomado, y además está en la l i sta de productos prohibidos por la AMA. Por otro lado, es probable que la investigación en terapia génica acabe descubriendo nuevas sustancias que mej oren el rendi­ miento intelectual ; y quizá alguna de ellas sirva para el aj edrez. Pero, de momento, eso es ciencia ficción. H a hab ido varios casos polémicos de j ugadores que se han negado a pasar el contro l , por razones éticas. O por motivos que nadie ha ac la­ rado del todo, como el de Vas i l i I vanchuk, un genio muy despi stado, adorado por sus seguidores, cuyo explosivo s i stema nervioso le ha im­ pedi do ser campeón del mundo a pesar de que l leva 2 5 años en la pri-

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mera fi la de l a él ite. Tras perder la última partida de la O l i mpiada de Dresde (Alemania) en 2008 ante el estadounidense Gata Kamski, I vanchuk, muy deprim ido, mandó a hacer gárgaras al árbitro que in­ tentaba expl icarle su obligac ión de acudir de inmediato al control de orina. Se le abrió expediente, y se arriesgaba a una sanción por dos años . N adie en e l mundo del aj edrez tenía la más mínima sospecha de que l vanchuk hubiera tomado alguna sustancia dopante . La papeleta era muy dura para el Comité de Apelac ión de la F I D E , que debía emi­ tir sentencia. Pero sus m iembros lograron salir del ato l ladero sin que­ brar la legal idad: argumentaron que no había n ingún miembro del co­ mité antidopaj e cerca de l a mesa de l vanchuk para comunicarle que debía pasar e l contro l ; y que, además, e l inglés no es el idioma mater­ no del genial ucraniano. Por tanto, no se podía demostrar que l van­ chuk hubiera entendido cuál era su obl i gación en ese momento, por lo que era merecedor de la absolución. H an pasado 1 4 años desde que e l COI, a propuesta de J uan Anto­ nio Samaranch, aceptó a la F I D E como m iembro. Aunque las proba­ b i l idades de que el aj edrez sea pronto deporte ol ímpico son remotísi­ mas, la pertenencia al C O I es muy beneficiosa para las federac iones de muchos países, que gracias a e l l o gozan de las ventaj as de que el aj edrez sea tratado como un deporte por sus respectivos gobiernos. Pero, al m ismo tiempo, e l control antidopaj e es un engorro un tanto absurdo, dado que aún no se conoce un solo caso que permita afirmar sin duda alguna que un j ugador se ha dopado . En real i dad, los aj edre­ ci stas están mucho más preocupados por el l lamado «dopaj e e lectró­ nico» ( las trampas con ayuda de computadoras), que trataremos en profundidad al final de este l ibro. M i entras esa preocupac ión se man­ tiene e incluso aumenta, el pipí del artista sigue siendo muy polémico, pero nada sospechoso.

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l aj edrez es totalmente inofensivo, salvo en casos m u y excep­ cionales, en que puede aumentar la excitab i l i dad nerv iosa o la emotividad del j ugador. El hecho de que algunos grandes j ugadores hayan padecido enfermedades mentales graves, que les han obligado incluso a dej ar el j uego, se debe, en mi opinión, a lo siguiente : entre los motivos que podríamos l l amar vocacionales, que guiarán a un j o­ ven a escoger el aj edrez como diversión favorita, e incluso como pro­ fesión, figura en primer l ugar la circunstancia de ser una activ idad su­ mamente individual i sta y, en tal sentido, se sienten atraídos hacia e l l a l a s personas dotadas de capac idad de concentración y poco comunica­ tivas, es decir, los temperamentos que en psicología l lamamos esqui­ zotímicos. Y como dichos temperamentos tienen una cierta propensión a padecer determinadas enfermedades mentales graves, no es raro que los sufran los aj edreci stas en una proporción algo mayor que la media de la población». Lo dej ó escrito Ramón Rey Ardid ( 1 903- 1 9 8 8 ) , emi­ nente psiquiatra y varias veces campeón de E spaña de aj edrez. La creencia, bastante extendida, de que l a mayoría de los grandes j ugadores de aj edrez están locos es c laramente falsa. Antes de escribir este párrafo he repasado l a l i sta de los cien mej ores del mundo ahora mi smo (conozco a casi todos), y no he encontrado uno solo del que pueda dec ir que muy probablemente sufre una enfermedad mental grave. Y aunque ampl í e al máximo razonable la flexib i l i dad del térmi­ no « loco» en su acepción más popul ar, incluyendo a personajes de

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carácter extremadamente raro, o sumamente nerv i osos o con alguna variedad leve de autismo, o muy extravagantes, apenas encuentro cin­ co de esos c ien que respondan a esas defin ic iones. ¿De dónde viene entonces el bulo que asocia el aj edrez con la lo­ cura? Se me ocurren dos fuentes principales:

a) E l aj edrez es quizá la única activi dad en la que dos personas pueden mantener una comunicación muy intensa durante cua­ tro o c i nco horas seguidas sin tocarse y sin hablarse . Es, por tanto, muy atractiva para gentes muy tímidas, que pueden ex­ presar su creatividad artística, su capac idad competitiva y su conocimiento c i entífico sin roce físico ni diálogo. H e conoc ido varios casos de n i ños y adultos muy tímidos cuando se acerca­ ron al aj edrez, pero éste les s irv ió de terapi a, y su personal idad se fue abriendo a medida que tomaban confianza con los com­ pañeros de c l ub, viaj aban con e l equipo y aumentaban su au­ toestima con los buenos resultados . Pero esto no quiere decir, n i de lej os, que la mayoría de los afici onados al aj edrez sean así; estamos hablando de una pequeña minoría, aunque algo más frecuente que en otras actividades, por la razón expuesta al principio de este párrafo. S i a esto añadimos que los lugares donde se j uega al aj edrez son, en algunas ocasiones -cada vez menos-, un tanto l úgubres, todo e llo contribuye a crear una imagen falsa o muy exagerada. b) En la secul ar h istoria del aj edrez se conocen unos pocos casos de j ugadores de primera fi l a mundial que estaban (o se volvie­ ron ) rematadamente locos, sin duda alguna. Y los periodi stas hemos hablado mucho de e l los, por la enorme resonancia de sus éxitos deportivos o porque su v i da es digna de una gran pe­ l ícula o por ambas razones a l a vez (como en e l caso de Bobby F i scher), lo que ha originado que la imagen del aj edreci sta-loco se haya extendido como una mancha de aceite, a pesar de que estamos habl ando de poquísimas personas en los quince siglos de h i storia documentada del aj edrez. U n tema de discusión adi­ c ional es si esos j ugadores tenían ya una tendenci a larvada a sufrir algún tipo de locura antes de que empezasen a j ugar al

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aj edrez, y después s u mente n o pudo soportar l a enorme ten­ sión de competir al máximo n i ve l . Al igual que en cualquier otro deporte muy profesional izado, luchar en la primera fi l a mundial implica l l evar el cuerpo (y en el caso del aj edrez, sobre todo l a mente) muy cerca o inc luso más allá de sus l ím ites salu­ dables; nada que ver con el deporte como fuente de salud o con el aj edrez como herramienta pedagógica para aprender a pen­ sar o, simplemente, como un pasatiempo. Destruido el bulo, es probabl e que el lector desee saber más sobre algunos de esos genios malogrados. E l factor común de todos el los es que sus mej ores partidas, marav i l l osas, producen o leadas de placer en el aficionado, y lo segui rán haciendo por los siglos de los siglos, como la música de Beethoven, Bach o V i vald i . Pero algo falló en su mente en un momento dado y truncó sus bri l lantes carreras, lo que impide que nuestro placer sea aún mayor. En algunos casos, las versiones de diferentes autores han ido hin­ chando la real i dad y embrollando el relato hasta el punto de que es muy difíc i l establecer las fuentes originales e interpretar los hechos. U n buen ej emplo es el d e Wi lhelm Steinitz ( 1 83 6- 1 900), q u e impresionó desde su j uventud, en los cafés de Viena, por sus ideas revolucionarias sobre el aj edrez. De mal carácter, i rritable y poco agraciado físicamen­ te, sus fami l i ares j udíos comprendieron pronto que no sería rabino ni matemático, pero sal ieron ganando : fue el primer campeón del mundo ( 1 8 86- 1 894) y el principal precursor de la estrategia profunda. Si el lector busca en I nternet biografías de Steinitz, encontrará va­ rias donde se asegura que sufrió una enfermedad mental durante sus últimos años, y que l l egó a desafiar a Dios a una partida de aj edrez en la que le concedería un peón de ventaj a . Según e l minucioso historia­ dor Edward Winter, lo primero es c ierto, pero podría deberse a que previamente contraj o la sífi l i s, y lo segundo no está suficientemente contrastado. En todo caso, lo esencial de Steinitz no es hasta qué pun­ to enloqueció. Al igual que quien desee entender la evolución del fút­ bol debe anal izar los partidos de la selección holandesa con C ruyff de 1 974 o los del Barcelona de los últimos años, el estudioso del aj edrez hará bien en observar cómo Steinitz se olvida de los ataques románti-

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cos en tromba y sienta las bases de la importancia de la defensa, de las estructuras de peones y de las pequeñas deb i l i dades. Y así entenderá mej or cómo se j uega hoy. C uriosamente, Steinitz no fue «el loco», sino la víctima de dos agresiones muy violentas de otro aj edrecista de inmenso talento, Joseph B l ackburne ( 1 84 1 - 1 924 ), l astrado por el alcoholismo. Apodado «la M uerte N egra», muy corpulento, B lackburne golpeó en ambas oca­ siones a Steinitz, quien le había ganado sendos duelos por 8-2 y 7-0, respectivamente . En otra ocasión, durante unas simultáneas contra alumnos de la U n iversidad de Cambridge, éstos pensaron que si colo­ caban dos bote l las de whi sky, una en cada extremo de la hi lera de ta­ b leros, con sendos vasos, tendrían más probabi l i dades de batir a la M uerte N egra. Pero el desenlace no fue el que e llos esperaban : B lack­ burne se bebió las dos bote l l as y les ganó a todos en un tiempo récord. Y aún hay más : una vez fue detenido y acusado de espía cuando al­ guien confundió las j ugadas escritas que había enviado por correo a un amigo con un código secreto . U n caso especialmente tri ste es e l de Akiba Rubinste in ( 1 8 821 96 1 ), un j ugador marav i lloso que produj o muchas obras de arte y que merece ser incluido en l a l i sta de campeones del mundo sin coro­ na. Sorprende mucho que un aj edrec i sta tan bri l l ante, cuyo estilo inci­ ta a pensar en una mente ági l y muy bien organizada, fuera en realidad patológicamente tímido y retraído, y que sufriera un complej o de per­ secución entre otros males que arruinaron su vej ez. Tras hacer su j u­ gada, Rubinstein solía sentarse muy discretamente en un l ugar alej ado de su mesa «para no molestar al rival» . Sus l l amativas rarezas se con­ virtieron en enfermedades graves (esquizofreni a y antropofobia) que le atormentaron durante sus últimos 30 años. Las rev istas Wiener Schachzeitung y British Chess Magazine pub l icaron dramáticos l l a­ mamientos en 1 93 3 para ayudar a Rubi nstein, que pasaba hambre en Bruselas. Quizá su locura y estado de postrac ión total es lo que le l ibró de los nazis (era j udío). La s ituación empeoró aún más desde la muer­ te de su esposa, en 1 954, hasta la suya, en un sanatorio de Amberes. Como en los demás casos de genios malogrados, para compensar tan­ ta tri steza nos quedan sus marav i l l osas partidas . C uando se pide a los aficionados que c iten a los mayores genios de

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la hi storia del aj edrez, es casi seguro que la l i sta incluirá a dos esta­ dounidenses de épocas di stintas, M orphy y F i scher. Ambos tenían un cociente de inte l igencia descomunal , estaban mentalmente enfermos y eran sumamente bri l l antes.

Paul Morphy, orgullo y pena Paul Morphy ( 1 8 3 7- 1 8 84) fue marav i l loso pero frustrante para los afi­ cionados, y sobre todo para é l mismo. Se trata, sin duda, de uno de los arti stas más geniales y precoces que ha dado el aj edrez. Sin embargo, sólo j ugó partidas serias hasta los 22 años y después cayó en un per­ manente estado de enfermedad menta l , hasta su muerte . Para la hi sto­ ria dej ó una incógnita: cuánto habría cambi ado su vida si la otra gran estre l l a de la época, el británico Howard Staunton, hubiera aceptado su desafío. Y un placer: m i l lones de apasionados por el deporte mental disfrutan de sus excel sos ataques sobre el rey y de una compresión estratégica muy adel antada a su época. «El orgu l l o y l a pena del aj edrez», como alguien lo l l amó, tenía antecedentes españoles a pesar de su ape l l ido i rl andés. Term inaba el siglo xv111 cuando su abuelo emigró desde M adrid a Charleston (Caro­ lina del Sur), donde nac ió el primogénito A lonso M orphy en noviem­ bre de 1 79 8 , poco antes de que la fami l i a se trasladase a Nueva Or­ leans. A l l í ej erció Alonso la carrera de derecho con indudable éxito -un dato que conviene retener para comprender mej or la trayectoria de su hij o-, hasta el punto de que se convi rtió en m iembro del Tribu­ nal Supremo del Estado hacia 1 840. Casado con Thelcide Carpentier, de origen francés, ambos tuvieron cuatro h ij os, dos de cada sexo. La primera escuela de Paul, que nació el 22 de j unio de 1 83 7 , se l la­ maba Jefferson Academy, de la cual pasó a un colegio jesuita, el Saint Joseph, en Spring H i l l (Alabama), cerca de Mobi le. Se sabe que destacó en varias asignaturas entre los 1 3 y los 1 7 años y que, tras graduarse en 1 854, permaneció un año más en ese centro, profundizando en matemá­ ticas y derecho. Se decidió por esta última carrera y se matriculó en la Universidad de Luisiana, donde estaba cuando falleció su padre . E l bió­ grafo más profundo de M orphy, Phi l i p W . Sergeant, asegura que a los

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20 años ya era reconocido como un gran j urista en potencia, que podía recitar de memoria casi todo el Código Civil de Luisiana y que domina­ ba cuatro idiomas : inglés, francés, español y alemán, probablemente. También se le atribuye un talento especial para la música, aunque ape­ nas tuvo tiempo para cultivarlo; su madre era una brillante pianista, y parece ser que Paul y su hermana Helena heredaron un magnífico oído. Lo más impresionante es que, además de todas esas aptitudes en grado sumo, M o rphy había mostrado desde la infanc ia unas faculta­ des excepc ionales para el aj edrez, que sin embargo no fue nunca un obstáculo para su educación i ntegra l . No está c laro si el pequeño Paul aprendió a mover l as piezas por sí solo, v iendo las partidas entre mi embros de su fami l ia, como apunta su tío Emest, o si aprendió di­ rectamente de su padre. Todo indica que éste se l i m itó a mostrarle los rudimentos, completados después por lecciones más profundas por parte de Emest, considerado como «el rey del aj edrez en N ueva Or­ leans», según el rel ato de Lowenthal, uno de los mej ores j ugadores del mundo en esa época. Rey o no, e l caso es que incluso Emest dej ó pronto de ser un rival serio para su sobrino, c uando éste sólo ten ía 1 2 años. Así que optó por invitar a James M cConnel l , un frecuente adversario en las partidas amistosas de l a fami l i a que después se convertiría en el patriarca del aj edrez regional, advi rtiéndole previamente de que e l sobrin ito le iba a causar serios di sgustos. M cConne l l aceptó, fue a la casa de los M or­ phy, perdió tres partidas de las cuatro que disputó con Paul y se mos­ tró muy impresionado por la profunda comprensión de la estrategia de aquel niño prodigio. Otro testimonio i nteresante es el de Charles A . M aurian, amigo de su infancia y compañero de colegio en Spring H i l l . M aurian recuerda a Pau l , a los 1 2 años, j ugando contra el abuelo Carpentier con dos l i ­ bros a modo d e coj ín en su si l la para compensar su pequeña estatura. Uno de los datos más significativos es que M orphy dio siempre, inclu­ so cuando ambos eran adultos, un caballo de ventaj a a M aurian a pe­ sar de que éste era un j ugador de fuerza internacionalmente reconoci­ da. Y es de particular interés l a descripción que Emest hace de su sobrino en una carta a Kieseritzky, director de La Régence, fechada el 3 1 de octubre de 1 84 9 : «Adj unto una partida di sputaba el pasado día

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2 8 entre mi sobrino, d e 1 2 años, y E u gene Rousseau [un fuerte j uga­ dor francés residente en Nueva Orleans] . Este niño nunca ha abierto un l ibro de aj edrez; aprendió a j ugar s iguiendo las partidas entre va­ rios m iembros de la fami l ia. En las aperturas, real i za las j ugadas co­ rrectas por inspirac ión; y la exactitud de sus cálculos en el medio j ue­ go y en el fi nal es asombrosa. Sentado ante el tab lero, su semb lante nunca denota agitación, ni siquiera en las posiciones más críticas, que intenta resolver con paciencia mientras si lba una melodía. Además, aguanta tres o cuatro partidas bastante duras los domingos, el único día que su padre le permite j ugar, sin mostrar e l menor síntoma de fa­ tiga» . Desgraciadamente, sólo se conserva una del medio centenar de partidas que M urphy di sputó con Rousseau entre 1 849 y 1 8 5 1 ; se cree que el j oven prodigio ganó el 90 % de el las. Aún más importante fue la v i s ita a N ueva Orleans de Lowenthal en mayo de 1 8 50, cuando él tenía 40 años, por 1 3 de M orphy. J ugaron dos partidas, con una victori a para Morphy y un empate . Aunque al decir que tenía problemas para adaptarse al c l ima y que sufría depre­ siones, Lowenthal recuerda un poco la famosa sentenc i a de Tar­ takower -«N unca he ganado a un rival que no estuv iera enfe rmo»-, el maestro húngaro también elogia a M o rphy : « E s marav i l loso que un niño pueda l legar a un nivel de fuerza tan alto y lograr resultados ex­ celentes». De la actividad aj edrec ista de Morphy en los años siguientes ape­ nas se sabe nada, por lo que cabe suponer, como hace Sergeant, que se concentró en sus estudios y que sólo j ugaba los domingos y durante las vacaciones, siguiendo las severas instrucciones de su padre. Sin em­ bargo, de sus partidas en el torneo que le permitió el salto a la fama in­ ternac ional (N ueva York, 1 95 7 ) también se deduce que Morphy, con la importante ayuda de su prodigiosa memoria, había estudiado l ibros de aj edrez durante esos años, si bien su preparación era cien veces menor que la de cualquier j ugador actual de alta competición a la misma edad. A los 20 años es aceptado en e l Colegio de Abogados, lo que sin duda influye en una c ierta l iberac ión de las riendas de su padre y le permite inscribirse en el citado torneo, que j untó a casi todos los mej o­ res aj edrecistas residentes en Estados Unidos; entre e l los, Thompson, Stan ley y L ichtenhein, veteranos neoyorquinos con experiencia frente

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a maestros europeos de alto nivel, y e l alemán Louis Paulsen, que resi­ día entonces en I owa, donde había adquirido cierta fama por su gran capaci dad para j ugar a ciegas . É ste, cuatro años mayor que M orphy, ya había estudiado varias partidas pub l icadas del j oven prodigio de Luisiana, lo que le incitó a pronosticar su triunfo ante el esceptic i smo genera l . L o s hechos le dieron la razón y, como apuntó Lowenthal, « l as bar­ bas gri ses fueron desaloj adas de su pedestal » : Morphy triunfó con cla­ ridad (+ 1 4, =3 , - 1 ) seguido de Paul sen (+ 1 0, =3 , -5 ) . Durante la cere­ mon ia de c l ausura, en la que M orphy recibió una cubertería de plata con sus inic iales grabadas, el ganador pronunció un emotivo d iscurso y elogió a Paul sen, cuyos resultados a la ciega comparó con los de Phil idor, La Bourdonnais y Kieseritzky. Conviene señalar que Morphy, a pesar de su escaso i nterés por el j uego a c iegas -«no prueba nada»- logró resultados impresionantes y produj o preciosas partidas en esa modalidad. S i n ir más lej os, ganó a Paul sen en una exhibición de éste sin ver las piezas frente a cuatro adversarios durante el torneo de N ueva York de 1 95 7 , y volvió a batir­ le más tarde por 1 , 5-0,5 en un duelo a dos partidas simultáneas y a ciegas . M orphy nunca j ugó más de ocho a l a vez en esa modal idad, pero Paul sen l l egó a la decena, lo que supuso una proeza hi stórica en aquel momento . Por otro l ado, Morphy no se l i m itó a ganar el torneo de forma au­ toritaria. Parece que la no exi stencia de límites de tiempo -todavía se j ugaba sin reloj- producía un menor desgaste en los participantes, que aún tenían energía para j ugar partidas de cqfé (rápidas e informa­ les) en los intervalos, entre el los m i smos o contra rivales que no toma­ ban parte en el torneo. La superioridad de M orphy era tan evidente que nadie le tachó de presuntuoso cuando, terminado el torneo, ofre­ ció la ventaj a de un peón y salida a cualquier miembro del C lub de Aj edrez de N ueva York. Stanley aceptó el reto por 1 00 dólares y se rindió cuando iba perdiendo por 4- 1 ; 1 8 meses después, Thompson j ugó con la ventaj a de un caballo, y fue derrotado por 5 - 3 , lo que indi­ ca la tremenda fuerza de M o rphy. La oferta de peón y salida fue extendida a cualquier jugador ameri­ cano cuando Morphy volvió a N ueva Orleans, en diciembre de 1 85 7 ,

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con un balance que quitaba el hipo: sólo c inco derrotas, incluida una contra Paulsen en el torneo, en 1 00 partidas normales; y 36 partidas per­ didas en 1 60 que j ugó concediendo ventaj as. Nadie aceptó e l reto. Los aficionados estadounidenses estaban extasiados ante los re­ sultados de su ídolo, al que consideraban invencible. Tanto era así, que la Asociación Americana de Aj edrez dec idió retar a cualquier j u­ gador europeo de renombre para que se desplazase a N ueva York con el fin de disputar un duelo dotado con apuestas de 2 . 000 a 5 . 000 dóla­ res por bando . El británico Howard Staunton, considerado como el mej or aj edrecista del mundo hasta pocos años antes, se hizo eco del desafío en su columna del Illustrated London News e l 2 6 de diciembre de 1 8 5 7 : « S i n duda, hay j ugadores europeos que aceptarían disputar ese encuentro en Londres y París . S i n embargo, los mej ores no son profesionales del aj edrez sino de otras ocupac iones más serias que les impiden gastar e l tiempo necesario para viaj ar a los Estados U nidos y volvern . I nteresa señalar aquí una anécdota revelada mucho más tarde por McConne l l , a quien Morphy regaló un ej emplar del l ibro del torneo de Londres de 1 8 5 1 , editado por Staunton, con anotaciones al margen hechas a mano por él mismo. En una de las primeras páginas, la dedi­ cada a resaltar el nombre del autor, se leía: « H . Staunton, autor de Hand­ book of Chess, Chess Player 's Companion, etc . » , a lo que Morphy ha­ bía añadido : «(y de algunas partidas diaból icamente malas)». É se fue el comienzo de una guerra fría entre Staunton y Morphy que, probablemente, marcó de forma decisiva y trágica la vida del ame­ ricano. É ste, además de j ugar partidas con sus paisanos concediendo ventaj as de caballo o torre, y de dar algunas exhibiciones a c iegas, in­ virtió varios meses de su estancia en N ueva Orleans en los comentarios de las partidas del torneo de N ueva York para un l ibro sobre el mismo. Mientras tanto, e l C lub de Aj edrez de Nueva Orleans concretó el desa­ fio a Staunton para un encuentro en esa ciudad porque M orphy tenía «serias razones fami l iares» que le i mpedían viaj ar a E uropa. Se propo­ nía un premio de 5 . 000 dólares, de los que Staunton tendría garantiza­ dos 1 .000 en caso de derrota. El británico repl icó con una carta amable en la que exp l i caba su imposi b i lidad de viaj ar a la capital de Luisiana por su ocupac ión en un trabaj o sobre Shakespeare y por la enorme distancia. Pero cometió pro-

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bablemente un error, como se verá más adelante, al añadir el siguiente párrafo en su columna del Illustrated London News el 3 de abri l de 1 8 5 8 : « S i el señor Morphy -cuyo talento nos merece la más sentida admiración- desea medir sus espuelas con las de la cabal lería euro­ pea, podrá aprovechar su proyectada v i sita el próximo año para en­ contrarse con los campeones de este país, de Franc ia, de Aleman i a y de Rusia, deseosos de probar y honorar sus hazañas» . Cualquier lector podría deduc i r que el propio Staunton estaba di spuesto a enfrentarse con M orphy. El tiempo demostró el gran tamaño de ese error. Morphy estaba convencido de que su duelo contra Staunton era una simple cuestión de tiempo y se mostraba ansioso por cruzar el Atlántico. Pero sus padres consideraban que, a los 20 años, era demasiado joven para ello. Sin embargo, los entusiastas miembros del Club de Aj edrez de Nueva Orleans les convencieron de lo contrario y ofrecieron incluso el dinero necesario para que Morphy pudiese j ugar el torneo de Bir­ mingham un mes más tarde. Esto último no fue del agrado del ídolo, que ya entonces rechazaba la idea de ser considerado un j ugador profesional . N o está muy c l aro de dónde sal ió fi nalmente el dinero, pero sí se sabe que M orphy embarcó el 9 de j unio de 1 8 5 8 en el A rabia con des­ tino a Liverpool . Su idea era j ugar en B i rmingham, y pasar después vari as semanas en Londres para enfrentarse tal vez a Staunton . A con­ tinuación mediría sus fuerzas con los mej ores j ugadores europeos en París y Berl ín para regresar a casa en noviembre . Pero, nada más l le­ gar a B i rm ingham, M orphy se enteró de que el torneo había sido apla­ zado hasta e l 24 de agosto . De modo que se dirigió inmediatamente a Londres, donde celebró su 2 1 .º cumpleaños el 22 de j unio. Los dos c l ubes que más frecuentó fueron el D ivan (que aún exi ste baj o el nombre de S i mpson ' s, en cuyo restaurante se s i rve un roast be�f excepcional) y el St. Georges, donde se encontró por primera vez con Staunton, que siempre argumentaba alguna excusa para no j ugar partidas ami stosas con el j oven americano. Sólo di sputaron dos -en consulta, Morphy y Barnes contra Staunton y Owen- y la parej a de Morphy ganó ambas . É ste aceptó un due lo a 1 2 partidas frente a Lowenthal con 1 00 l ibras de apuesta, y lo ganó por 9-3 . Según el testi­ mon io del polaco Zytogorsky, Morphy obsequió i nmediatamente a su rival con muebles por valor de 1 20 l i bras .

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M ientras tanto continuó el extraño diálogo entre Morphy y Staun­ ton, que pidió un mes para «preparar aperturas y finales» . A mediados de agosto, M orphy le contestó con la siguiente carta: «Como nos aproxi mamos a la cita de B i rmi ngham, y usted ha fij ado la fecha de comienzo de nuestro encuentro al final de ese torneo, creo que sería acon sej able arreglar los detal les pre l i m i nares esta semana. ¿ Sería tan amable de preci sar cuándo sus representantes podrían reuni rse con los míos de modo que el acontec imiento que tanto deseo, y que por su eminente posición apasiona al mundo del aj edrez, se convierta en un hecho consumado? Respetuosamente, Paul M orphy». Staunton le había dicho a M orphy que no j ugaría en B i rm ingham pero finalmente lo hizo. Eso enfadó a M orphy, que dec idió no disputar el torneo, seguramente ante el temor de que si perdía una partida contra Staunton éste señalaría que el duelo entre ambos no era necesario. Sin embargo, M orphy acudió a B i rm ingham el 26 de agosto para cumplir la palabra de dar una exhibic ión de partidas a ciegas . Durante la maña­ na del 2 7 , M orphy y Staunton pasearon j untos en compañía de lord Lyttelton, presidente de la Federación Británica de Aj edrez. Cuando el americano estaba a punto de hacer preguntas muy concretas, Staunton se adelantó, argumentando que estaba fuera de forma, que tenía un comprom iso muy serio con su editor y que perdería mucho dinero si no lo cumplía. E l l o no obstante, se comprometió a di sputar el due lo a pri­ meros de noviembre, y a fij ar la fecha exacta tras hablar con sus edito­ res. Por fin, todo parecía ir bien. Pero los indicios de que no era así se v ieron pronto . Coincidiendo con el tras lado de Morphy a París, Staunton escribió en su columna del Jllustated London News que había acudido a I nglaterra sin repre­ sentantes para negociar y sin fij ar el montante de los premios. Por otro lado, Staunton perdió por 2-0 en la segunda ronda del torneo de Bir­ mingham ante Lowenthal . Al marcharse de Inglaterra, Morphy tenía dos obj etivos : di sputar el ya pactado duelo contra el alemán Anderssen y enfrentarse a algún jugador francés. Su ansia de competición debía de ser muy grande porque, a pesar de que el trayecto en barco le produj o fuertes mareos, inmed iatamente después de l legar a París fue al Café de la Régence, donde su presencia originó una gran excitac ión general . A l l í estaba

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H arrw itz, otro j ugador al emán de los más fuertes de la época, que le ganó una partida y le retó a un duelo. É ste empezó a pri meros de sep­ tiembre, y M orphy perdió las dos primeras partidas. Algunos cron is­ tas aseguran que e l estadounidense disfrutó bastante de la noche pari­ sina durante esos días; cierto o no, el caso es que M orphy reaccionó perfectamente, ganando las tres siguientes, así como la sexta tras diez días de descanso que el germano pidió por supuesta enfermedad. Des­ pués de la cuarta derrota consecutiva, H arrwitz volvió a encontrarse indispuesto y pidió otro intervalo, a pesar de que continuó yendo con frecuencia al café . Morphy aprovechó para dar u n a d e s u s cél ebres exhibiciones de simultáneas a ciegas . Después de siete horas de lucha contra una opo­ sición bastante dura, ganó seis partidas, empató dos y fue despedido con una c l amorosa ovación. El cansanc io de una sesión así suele durar varios días, y además ten ía fiebre, pero Morphy insistió en reanudar el encuentro con H arrwitz. Tras un empate y una victoria, el norteameri­ cano ganaba por 5-2, y su rival optó por rendirse. Después de que sus amigos insistieran mucho, Morphy aceptó el dinero apostado y lo des­ tinó a pagar los gastos de v i aj e de Anderssen a París. Conviene abrir un paréntesis en el relato de los éxitos deportivos de uno de los mej ores aj edreci stas de todos los tiempos para un apunte psicológico. Del testimon io de sus biógrafos se deduce que M orphy estaba deseando volver a casa antes de la N avidad de 1 8 5 8 , tal como había previ sto . Dado su gran amor por el aj edrez y la necesidad de es­ tar en Europa para medirse con los rivales más fuertes del mundo, no es aventurado deducir que Morphy empezaba a estar harto del am­ biente que rodeaba al aj edrez de é l ite de aquel momento. Todo indica que la poco elegante conducta de H arrwitz durante el duelo entre am­ bos y, muy espec ialmente, la desesperante actitud de Staunton habían apagado buena parte de esa pasión incontenible que suele dominar a los genios. Como Staunton seguía l anzando dardos desde su columna al j oven americano, éste elevó el tono en su siguiente m i siva al maestro britá­ nico, fechada el 6 de octubre : « Permítame repetirle que, como ya he dicho en todo c írculo de aj edrez en el que haya ten ido el honor de en­ trar, yo no soy un j ugador profesional , nunca he deseado basar mi

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prosperidad e n las hab i l i dades que poseo, y tengo como m i mayor de­ seo el de no j ugar nunca por dinero y siempre por honor. Sin embargo, mis amigos de N ueva Orleans aportaron c ierta suma, s i n ninguna peti­ ción por mi parte, y esa cantidad ha estado a su d i sposición durante un tiempo considerable. Desde que l legué a París, varios cabal leros me han asegurado que esa suma puede incrementarse de inmediato . Pero, por lo que a mí concierne, la reputac ión es el único estímulo que yo admito». Más adelante, Morphy se refería a algunos socios del St. Georges (el c l ub de Staunton) como posibles representantes suyos en las nego­ ciaciones y le pedía a Staunton que fij ase las fechas. Pero esta vez añadía una evidente muestra de desconfi anza: le hacía saber a Staun­ ton que enviaba copias a los directores del Jllustrated London News, Bel/ 's L ife, Era, Field y Sunday Times . Encerrado contra l a s cuerdas, Staunton respondió el 9 d e octubre y despej ó todas las dudas : no j ugaría el encuentro porque su trabaj o le impedía prepararse adecuadamente . Eso sí, en el caso de que Morphy visitase de nuevo el St. Georges, Staunton sería su anfitrión y di sputa­ ría unas «partidas informales con mucho gusto». S iguió una agri a polém ica en las col umnas de aj edrez británicas. La mayoría de los protagoni stas estaban a favor de M orphy, quien se limitó a env iar una amab le carta a lord Lyttelton, «el mecenas del aj e­ drez inglés», con la siguiente petición: « H aga saber a todo el mundo que yo no tengo ninguna culpa de que el duelo no se di spute». Lyttel­ ton contestó por escrito de forma amab le, l ibrando a M orphy de toda responsab i l idad; aunque j ustificaba en parte el comportamiento de Staunton, le culpaba sin embargo de haberse demorado en exceso para reconocer que no iba a di sputar el encuentro. En resumen, la frustrac ión de M orphy iba en aumento, y no hace falta ser médico para re lacionar sus graves problemas posteriores de salud mental con los hechos ya re latados . Uno de los pocos consuelos que le quedaban era la cabal lerosa actitud de Anderssen, profesor de matemáticas en la Uni versi dad de B reslau, que sacri ficó sus vacacio­ nes de N av idad y accedió de buen grado a trasladarse a l a capital fran­ cesa para di sputar el prometido duelo con M orphy, que se encontraba enfermo. Afortunadamente para el aj edrez, los médicos desaconsej a-

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ron a Morphy que volv iese a Nueva Orleans sin estar plenamente re­ cuperado. Anderssen, que en ningún momento aludió a su largo perío­ do de escasa actividad aj edrec ística -desde su bri l l ante v ictori a en el torneo de Londres de 1 8 5 1 , se negó a comenzar el enfrentamiento en el H otel Breteuil hasta que su rival estuviese curado. Al igual que contra H arrwitz, M orphy empezó perdiendo pero se impuso de forma categórica: si ete victori as, dos empates y dos derro­ tas. Anderssen no alegó excusas en ningún momento y se mostró siem­ pre muy respetuoso con su adversario. Cuando alguien le comentó que su j uego era bastante peor que en sus pasadas actuac iones, el alemán repl icó senc i l lamente : «Es que M orphy no me dej a j ugar mejorn. Por desgrac ia, ése fue el último duelo contra un rival muy fuerte en la meteórica y fugaz carrera del gen io de N ueva Orleans, cuyo interés por el aj edrez era cada vez menor. Además, nadie quería aceptar el reto de enfrentarse a é l con ventaj a de peón y sal ida. El único aliciente que le quedaba era desplazarse a Alemania para un duelo de desquite con Anderssen y para enfrentarse a las otras estrel las alemanas en Berl ín, Breslau y Leipzig. Pero su cuñado, Sybrandt, le vis itó durante la primavera de 1 8 5 9 para transmitirle la ansiedad de su fam i l ia ante un retorno largamente aplazado. Tras un emocionante banquete de despedida con sus amigos del Café de la Régence y varias exhibicio­ nes triunfales en Londres, M orphy l legó a N ueva York a bordo del Persia e l 1 1 de mayo . A l l í , en varias ci udades de E E . U U . , le esperaba otra sucesión de banquetes y agasaj os . Eran los últimos días fe l i ces d e aquel gran talento a q u i e n todos admiraban, que todav ía v i v i ó 25 años más. Fue contratado por e l New York L edger p o r un sueldo principesco ( 3 . 000 dól ares al año) para encargarse de la sección de aj edrez . Tamb ién h i zo un viaj e por Cuba, España y Franc ia, con algunas exhibiciones incl ui das, pero su interés decrecía más y más m i entras intentaba abrirse cam ino como abogado y como hombre . Pero tanto los legu leyos como las muj eres de la alta soci edad consideraban que aquel j oven caba l lero no era más que un aj edreci sta, y apenas le hacían caso . Por ej emplo, su ofer­ ta para trabaj ar como diplomático para la Confederac ión fue recha­ zada. Todo e l l o l e depri m i ó mucho, hasta el punto de que hubo otro viaj e de 1 8 meses por Francia en el que no se conoce n inguna partida

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de aj edrez di sputada por é l , que n i siqui era v i sitó sus l ugares favori ­ tos de antaño. A partir de ahí, el proceso es muy tri ste : sufre manía persecutori a, se vuelve muy agresivo en ocasiones y se ni ega a hablar de aj edrez. Muere de un ataque de apoplej ía a los 47 años. Y entonces empieza una discusión eterna sobre su esti lo, su obra aj edrec ística y su catego­ ría como j ugador. Se le cataloga como « i ntuitivo», «anal ítico», « lógi­ co», «racional», etc . , pero, como indica su mej or b iógrafo, Sergeant, «por encima de todo, M orphy era un arti sta. Y la mej or manera de disfrutar de un arti sta es no diseccionarlo». A pesar de su corta carrera y de la escasez de partidas contra los mej ores del mundo, la aportac ión de Morphy al aj edrez será siempre comparable con la de M ozart a la músi ca: inmortal .

Fischer, rebelde en j aque perpetuo M i l lones de aficionados le adoran . Entregó su vida al aj edrez, lo revolu­ cionó, humi lló a los soviéticos en la guerra fría y se retiró tras ser cam­ peón del mundo en 1 972. Volvió 20 años más tarde para desafiar a la Casa Blanca concediendo la revancha a Borís Spasski en Yugoslavia durante el embargo contra ese país. Ganó, se hizo millonario y desapare­ ció otra vez, hasta que fue detenido en Japón, perseguido por EE. U U . y refugiado en Islandia, el país que le vio triunfar y morir. M ítico, genial, indómito, excéntrico y desequilibrado, con un cociente intelectual supe­ rior al de A lbert Einstein, Bobby Fischer resumió su cautivadora perso­ nal idad en una frase : « E l aj edrez no es como la vida, es la vida misma». Pero la suya pudo haber terminado muy pronto, a los 5 años, en Mobile, un pequeño pueblo de Arizona ( 5 5 k i lómetros al suroeste de Phoenix, cerca de una reserva india), adonde Regina Wender, divorcia­ da del biofísico alemán Gerhardt F i scher tres años antes, se trasladó en compañía de sus dos hij os, Joan y Bobby, para ej ercer como maestra de escuela. Era un día soleado de 1 94 8 ; la madre descubrió con horror que Bobby se había sentado en las vías del tren pocos segundos antes de que los vagones de El A rgonauta, que cubría diariamente el trayecto Nueva Orleans-Los Á ngeles, pasasen por al lí a toda velocidad.

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Esa capac i dad de ensimi smami ento fue una de las con stantes de su carácter. C uando sus profesores se dieron cuenta de que era un superdotado, el pequeño Bobby ya había s i do catal ogado como «niño impos i b l e » . Uno de e l l os l e sorprendió un día con e l tab lero de bol s i l l o en e l pupi tre : «No puedo forzarte a que me escuches ni a que dej es el aj edrez. Pero al menos, por decencia, no saques e l tab le­ ro» . S i n q uererl o, aquel maestro impulsó l a capac i dad de su alumno para j ugar a c i egas, que tan úti l le resultó si empre para abstraerse cuando estaba donde no quería: «N o i mporta dónde esté ni lo que haga . Mi subconsci ente produce nuevas ideas sin cesar. El aj edrez es vida» . Fischer solía j ugar con su hermana al monopo/y y al parchís hasta que, a los 6 años, conoció el aj edrez, que al princ ipio le pareció «otro j uego, aunque algo más compl i cado». Ambos se habían tras ladado ya con su madre, suiza de origen j udío, al barrio neoyorquino de Brooklyn. A l l í empezó la meteóri ca ascensión hacia la cumbre domi nada por los sov iéticos, y también la indomable rebeldía de Fi scher, así como una integridad ideológica extrema. Campeón absoluto de E E . U U . a los 1 4 años, y gran maestro a los 1 5 , ten ía 1 6 cuando quiso resolver los problemas económicos para acudir al Torneo de Candidatos al título mundial en Yugoslavia: « i ré, aunque sea nadando». Pero rechazó con fi rmeza la ayuda de la revi sta Sports Il/ustrated porque había sido pedida por su madre ; la de la fe­ deración estadoun idense, porque no quería ninguna re lación con ella; la de un m i l lonario, porque éste pidió a cambio que su apadrinado le citase en sus decl araciones; y la propuesta de los pianos F ischer, a cambio de un anuncio, porque le pareció «una ridiculew. F i nalmente j ugó; terminó el 5 .0, superado por cuatro nombres sagrados del aj edrez soviético -Tal, Keres, Petrosián y Smyslov- a los que acusó, enfu­ rec ido, de j ugar en equipo. La an imadversión de Fi scher hacia la U RS S nació probablemente un año antes, cuando escribió al directivo Alexánder Kótov para pro­ ponerle la publ icac ión de un l ibro con sus partidas en la U RS S y l a apertura d e u n a cuenta en u n banco d e Moscú. Kótov s e mostró horro­ rizado de que un mozalbete estuviera interesado en el dinero y descri­ bió a Fi scher como «una v íctima del enfermo si stema capita l i sta» .

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Esa frase ya insinuaba la bífida actitud -desprecio en públ ico, adm irac ión en privado- que los mandatarios moscovitas mostraron hacia F i scher durante muchos años. En 1 97 1 , M ark Taimánov fue aplastado por el mozalbete (6-0, un resultado asombroso) en el Torneo de Candidatos. El Comité de Deportes soviético le proh ibió sal ir al extranj ero, escribir artículos y dar conc iertos como piani sta, su segun­ da profesión, además de qu itarle el sueldo baj o la acusac ión de haber­ se dej ado ganar. Unos meses después, F i scher apl icó la mi sma pal iza al danés Bent Larsen : «En el Kremlin, al guna mente preclara debió de pensar sobre lo raro que resultaba que un gran maestro danés y otro soviético se dej asen ganar por 6-0. De modo que aliviaron un poco mis castigos», me contó Tai mánov 1 7 años después en el C l ub de Es­ critores de M oscú, durante la glasnost (transparencia informativa) que marcó los últimos años de la U R S S . L a furia anti soviética d e Fi scher, pronto amp l i ada a la Federac ión Internacional ( F I D E ) por no tomar medidas contra las supuestas com­ ponendas de los j ugadores de la U RS S , provocó largas ausencias en torneos internacionales; una de e l l as superó los tres años. Fischer aceptó entonces, en 1 96 5 , una invitac ión para j ugar en Cuba, que no ten ía relaciones diplomáti cas con E E . U U . El Departamento de Estado no le autorizó a viaj ar a La H abana, pero Fischer encontró la solución : jugaría desde N ueva York, a través del teletipo. Sin embargo, el torneo fue precedido de un duelo telegráfico con Fidel Castro que el estadounidense comenzó así : « Protesto contra la noticia pub l icada hoy en el diario New York Times en el que se inter­ preta mi actitud como una victoria propagandística. En conexión con esta c i rcunstancia, debo retirarme del M emorial Capablanca si no me envía inmediatamente un telegrama dec larando que ni usted ni su Go­ bierno intentarán capitalizar pol íticamente mi partic i pac ión». E l l íder cubano recogió el guante : « Estoy sorprendido por su acu­ sación . N o he dicho una sola palabra al respecto . Sólo las agencias norteameri canas dicen que nuestro país necesita «victorias propagan­ dísticas». Es asunto suyo si quiere o no j ugar el torneo, pero sus pala­ bras son inj ustas . S i tiene miedo o se arrepiente de su dec i sión, sería mej or buscar otra excusa o tener el coraj e de mantenerse honrado». Fischer j ugó y logró el segundo puesto.

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Grac ias a é l , los honorarios de los aj edreci stas profesionales se di spararon en 1 97 2 . Tras abundantes escándalos y controversias, Fis­ cher se convirtió en e l aspirante al título de Spasski, pero se negó a viaj ar a Reikiavik hasta que, a petición del secretario de Estado H enry Kissi nger, el mecenas britán ico James S l ater añadió 1 2 5 . 000 dólares -una fortuna, si se compara con los premios de entonces- a la bolsa del encuentro . Aquel duelo traspasó con creces el ámbito deportivo. La victoria de Fischer (por 1 2 , 5 - 8 , 5 ) fue interpretada como un torpedo en la l ínea de flotac ión del aparato propagandístico soviético. Los tab leros, las piezas, los re lojes y los l ibros de aj edrez se agotaron en países de los cinco continentes. El 1 de septiembre de 1 9 72 casi todas las emi soras de rad io y te levisión de E stados Unidos interrumpieron sus programas para dar una noticia de enorme impacto : « B obby F i scher es el nuevo campeón del mundo de aj edreZ» . El ídolo de m i l lones de aficionados dij o esa mi sma noche a la recepc ionista de su hotel en la capital de I s­ landia: «Sólo estoy para el presidente N ixon». Veinticuatro horas des­ pués, N i xon le env ió un emotivo te legrama. Ahí empezó la etapa más patética de la v ida de F i scher: cayendo en picado hacia la mi seria económica, deten ido y maltratado por la policía de Pasadena ( Los Á ngeles), convertido en un antisemita vi sceral a pe­ sar de ser j udío, retirado del aj edrez por sus discrepancias con la F I DE, desapareció durante veinte años. Y se convirtió en un mito viviente. Los 20 años que transcurrieron desde la ruidosa v i ctori a sobre Spasski en I s l andia hasta su fugaz reaparic ión constituyen uno de los episodios más tristes y m i steriosos de la hi storia del aj edrez. Los mi­ l lones de afic ionados que se habían enganchado al aj edrez en 1 972 grac ias al gen ial estadounidense no pudieron ver una sola partida nue­ va de su ídolo hasta 1 992, a pesar de que el presidente de F i l ipinas, el dictador Ferdi nand M arcos, ofrec ió una bolsa de cinco m i llones de dólares en 1 97 5 para que el duelo por el título entre F i scher y Anato l i Kárpov, designado p o r e l Kremlin para suceder a Spasski y vencedor de Víctor Korchnói en la final de candidatos, se celebrase en Baguio. Pero, aunque sus exigencias económ icas marcaron un hito en la forma de vida de los aj edreci stas, F i scher ya había dado muestras de que el dinero no era la máxima prioridad en su escala de valores. Por

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ej emplo, cuando una marca de champú le h i zo una oferta m i l l onaria de publicidad televisiva tras vencer a Spasski, F i scher pidió una mues­ tra del producto y contestó unos días más tarde: « E ste champú es una porquería y yo soy el campeón . Ni por todo el oro del mundo podría anunciarlo». Lo realmente importante para él era que la final del Campeonato del M undo se celebrase baj o «condic iones j ustas » : sin l ímite de parti­ das, a diez victorias, los empates no contaban ; e l aspirante debía ganar por dos puntos de diferencia para obtener la corona; al campeón le bastaba con empatar 9-9, para retener el títu lo . La F I D E aceptó la pri­ mera pero rechazó las otras dos. A l gunos directivos de ese organ ismo -presidido entonces por el holandés M ax Euwe, excampeón del mundo, pero dominado por los soviéticos- estaban aún i rritados por los continuos desplantes de F i scher durante el duelo de Re ikiavik. El mayor de el los fue perder l a segunda partida por incomparecencia, tras ser derrotado en la primera, en protesta por el ruido y las molestias que producían las cámaras de televisión . En consecuencia, «el genio de Pasadena» se rec luyó en esa ci udad del sur de California y puso su título a disposición de Euwe. É ste, tras varias negoc iaciones tan intensas como inúti les, proc lamó campeón del mundo a Kárpov el 3 de abri l de 1 97 5 ante la frustraci ón general. Aunque F i scher no había j ugado una sola partida oficial desde sep­ tiembre de 1 972, partía como favorito ; pero el j oven soviético era un digno candidato a sucederle y el mundo del aj edrez esperaba con an­ siedad otro duelo apasionante, que nunca se celebró. Esa frustrac ión incl uía la de Kárpov, quien demostró entonces de dos maneras el afán competitivo que siempre le ha distinguido. Ade­ más de disputar muchos más torneos que sus antecesores y de contar por victorias durante años casi todos los que j ugó, el n uevo campeón oficial intentó negoc iar con Fi scher varias veces para organ izar uno de los duelos más deseados de la h i storia. Una de las reuniones de ambos se celebró secretamente en Córdoba ( España) en 1 9 76 con la media­ ción del fi l ipino F lorencia Campomanes -que después se conv i rtió en el más famoso presidente de la F I D E- y el español Román Torán . Cuando parecía que el acuerdo era inminente -los cuatro volv ían en un tren de Córdoba a Madrid-, Fi scher exigió que el encuentro se

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denom inase «Campeonato del M undo Profesional», e insistió en la exigencia durante otro encuentro secreto, meses después, ya en 1 97 7 , en Washington . Aunque es probable q u e Kárpov hubiese aceptado esa cond ición a títu lo personal, j amás habría podido convencer de e l l o a las autoridades deportivas soviéticas. De hecho, años después se supo que le abrieron un expediente confidenc ial baj o la acusac ión de «ha­ ber intentado vender a F i scher el título de campeón del mundo». Pero Kárpov se convirtió en un héroe nacional en 1 97 8 al derrotar de nuevo al entonces disidente Korchnói en el due lo más escandaloso de la his­ toria, y eso le salvó de ser duramente castigado. También le ayudó algo que me contó unos días después de la muerte de Fi scher: «Al en­ terarme de que me estaban investigando, pedí una entrevista con el mini stro de Deportes, y descubrí que él no sabía nada, lo que le enfadó mucho. Es dec ir, los del KGB me estaban investigando a espaldas del mini stro, quien ordenó inmediatamente que me dej asen en paZ» . El aj edrez pasó a tener dos campeones: el proclamado por la F I D E y el que había conqui stado el corazón de mil lones de afic ionados. Pero éste parecía huir hasta de sí mismo: desconectó casi todos sus vínculos con el mundo, empezando por el teléfono; cambió a menudo de residen­ cia, se dej ó barba y engordó, acentuó aún más su vi sceral odio antico­ muni sta y su antisemitismo feroz, a pesar de que �insisto-- él mismo era de fami l ia j udía. Una vez gastado el premio de Reikiavik, Fischer tuvo que recurrir a la ayuda económica de sus pocos amigos para sub­ sistir; también se sabe que entre ellos había algunos alemanes de extre­ ma derecha, lo que contribuye a expl icar su radicalismo ideológico. Y, eso sí, que anal izaba partidas casi todos los días durante muchas horas. El 26 de mayo de 1 98 1 ocurrió algo patético, según el relato de F i s­ cher que la pol icía de Pasadena nunca desmintió. Fue detenido porque su descripción coincidía con la de un hombre que acababa de atracar un banco. F i scher no se identificó nunca como campeón del mundo, dij o llamarse Robert D . James e invitó a l o s policías a visitar su casa, situa­ da a dos bloques de distanc ia. Pero los agentes le esposaron para trasla­ darle a la comisaría, donde fue brutalmente vej ado durante 48 horas. Fi scher no quiso presentar una denuncia contra la policía; prefirió es­ cribir un folleto espel uznante, con toda clase de detalles sobre los ma­ los tratos rec ibidos, que repartió por las cal les al precio de un dólar.

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Mis citas secretas con Fischer A pesar d e sus penurias económicas, Fi scher rechazó varias ofer­ tas muy atractivas para reaparecer. Fui testigo presencial de dos de ellas. Y o estaba entre los millones de personas que se engancharon con fuerza al aj edrez en el verano de 1 972, a los 1 6 años, gracias al enorme carisma de Fischer antes y durante su duelo con Spasski . Once años después, convertido en periodista profesional especiali­ zado, mi sueño era conocerlo, lo que conseguí en varios encuen­ tros, repartidos entre 1 99 1 y 1 99 3 , y mantenidos en secreto duran­ te casi un decenio a petición suya. Lo que sigue es un resumen de ellos, que muestra lo mej or y lo peor de quien fue mi ídolo. Logré contactar con él a finales de los ochenta, a través de un amigo común venezolano, que se llamaba Isidoro Chérem, quien me recomendó con su mej or intención que mintiese a F ischer, que le ocultase mi profesión porque él odiaba a los periodi stas . Pero no hice caso y, en mis cartas y mensaj e s a través de Chérem, le conté siempre la verdad: yo era ante todo un aj edrecista que se había convertido en periodi sta y, al ej ercer mi profesión, intenta­ ba contribuir al fomento del aj edrez. Chérem admiraba profunda­ mente a F i scher, a quien incluso había ayudado con dinero en los peores momentos, pero también reflej aba en sus conversac iones telefónicas una cierta amargura : no daba detalles concretos, pero me insinuaba que mi ídolo tenía un lado malo muy desagradable. Por tanto, yo estaba prevenido . E l próximo grado de acercamien­ to fue que F ischer llamó por te léfono a m i casa, y habló una vez con mi esposa y otra conmigo, siempre en un tono cordial, y en español e inglés mezclado s . Cuando mi esposa le dij o , en diciem­ bre de 1 990, que yo estaba en el Mundial Kaspárov-Kárpov de Lyon, a F ischer le parec ió mal ; el lector comprenderá por qué dentro de un rato . Por fin nos vimos, en secreto, en la primavera de 1 99 1 , co­ miendo j untos en un hotel cercano al aeropuerto de Fráncfort, j un­ to a Chérem y un empresario catalán, José Ignacio B orés, quien

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intentaba convencer a F ischer de que j ugase la revancha contra Spasski durante la Expo 92 de Sevilla, donde Borés tenía excelen­ tes contacto s . F i scher me saludó con educada frialdad. Después del primer p l ato, sacó un tablero de bolsillo y decidió ponerme a prueba y aclarar si yo era realmente un aj edrecista convertido en periodista -y, por tanto, había probabilidades razonables de que mantuviese la confidencialidad exigida- o un impostor que in­ tentaba engañarl e para lograr una exclusiva a toda costa. É se fue uno de los mayores golpes de suerte de mi vida, porque la posición que me puso en e l tablero correspondía a una partida que yo me sabía de memoria. Y le dij e : « É sta es su partida con el español Ar­ turo Pomar, Olimpiada de Aj edrez de La Habana, 1 966, que usted ganó de esta manera». Y reproduj e las j ugadas siguientes . A partir de ahí, el trato de F i scher hacia mí se hizo mucho más amable, y lo primero que comprobé fue su enorme amor al aj edrez. El punto de ira contenida que se notaba en sus palabras cuando conversába­ mos sobre otros temas -propio de alguien que se siente inj usta­ mente tratado por el mundo-, desaparecía y se transformaba en un tono suave y armónico cuando hablaba de una partida o mostra­ ba variantes en el tablero . Tras el almuerzo y la larga sobremesa, y o era e l hombre más feliz del mundo, pero esa alegría total, sin matices, iba a dar paso pocas horas después a una experiencia triste y traumática. Los cua­ tro fuimos a cenar a la parte viej a de Fráncfort, y, aparte de las enor­ mes dificultades para convencer al genio de Pasadena de que reapa­ reciese tras 1 9 años de silencio, todo seguía yendo muy bien. Después de la cena, Fischer y yo nos separamos de Chérem y Bo­ rés, y paseamos a solas por las calles. É l empezaba a confiar en mí, y entonces descubrí su faceta más espantosa: su racismo, y espe­ cialmente un odio patológico a los j udíos, motivado probablemente por traumas que sufrió en Ja infancia y por sus amistades filonazis durante su estancia en Alemania. Pero es que, al mismo tiempo, durante ese paseo, Fischer también me demostró que era verdad lo que yo había leído : según el instituto Erasmus Hal l, de Estados

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Unidos, que l e había hecho un test de intel igencia, su cociente inte­ lectual era superior al de Einstein; efectivamente, sus análisis de la política internacional de aquel momento, con el mundo convulsio­ nado por la desaparición de la Unión Soviética, eran sumamente brillantes, profundos y certeros. De modo que ésa fue una de las poquísimas noches de mi vida que yo he dormido muy mal, porque me parecía imposible que un ser tan inteligente pudiera tener una faceta tan horrible al mi smo tiempo. Pero, tras muchas dudas que me atormentaron durante semanas, l legué a la conclusión de que sólo una enfermedad podía explicar eso y que merecía la pena man­ tener la relación con é l . Nos vimos d e nuevo unos meses después, en j ulio d e 1 99 1 , e n u n hotel d e L o s Á ngeles, e n compañía d e mi esposa e hij o , y el empresario andaluz Luis Rentero, creador del Torneo de L inares, quien intentaba lo mi smo que Borés. P ero cenamos a solas, y de manera muy abundante porque a é l le encantaba comer mucho. Ambos estábamos de acuerdo en e l gran placer que supone com­ partir una buena mesa en compañía grata y con una conversación interesante . Entonces descubrí su faceta más infanti l, y aún recuer­ do con qué emoción y candor me contó su visita a la isla de Komo­ do, en Indonesia, que es uno de los dos únicos sitios del mundo donde se pueden ver dragones vivos. En ese momento, mi hij o , Mikel, tenía cuatro años y, viendo a F ischer tan emocionado con ese relato, me parecía estar escuchando a Mike l . En esa cena tam­ bién comprobé que, cuando no hablábamos de j udíos o de racis­ mo, era una persona sumamente interesante y, además, adorable. Al día siguiente almorzamos j untos de nuevo, con Rentero y Chérem. Después, él me preguntó si me gustaba andar largas dis­ tancias. Y o le dij e que sí, y nos pusimos a caminar, unos siete u ocho kilómetros . Y esa conversación fue, por un lado, muy intere­ sante, cuando volvió a hacer análisis muy brillantes de pol ítica in­ ternacional, a pesar de que él era un anticomunista visceral, pero, por otro lado, delirante porque, por ej emplo, F ischer sostenía que todas las partidas de los Campeonatos del Mundo entre Kaspárov

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y Kárpov estaban amañadas . Y o estaba -y estoy- convencido de que eso es falso, y tengo argumentos y experiencias personales muy potentes a mi favor, pero creo que ni siquiera logré que Fis­ cher dudase. Más asombrosa aún era su convicción de que el disi­ dente soviético Víktor Korchnói, dos veces subcampeón del mun­ do, era en real idad un agente de los servicios secretos del KGB . Todavía más : sospechaba que el gran maestro holandés Jan Tim­ man, uno de los pocos occidentales que se codeaban con los sovié­ ticos, también había trabaj ado para el KGB . Y el remate fue que, de pronto, a siete u ocho kilómetros del punto de partida, me dice: «¿Ves aquella parada de autobuses de allí? B ueno, pues ahora ten­ go que pedirte que te des la vuelta y regreses solo al hotel, porque no quiero que sepas cuál es el número de autobús que me lleva a mi casa» . De modo que, tragando bilis y poniendo cara de normalidad, me di la vuelta y busqué un taxi .

. Ni Borés ni Rentero, con mi inútil ayuda, lograron convencerle

de que reapareciese en Sevilla. Pero la necesidad de dinero y el amor de flechazo j uvenil que Bobby sentía por la húngara de 1 9 años Zita Raj csanyi (me dij o que deseaba tener hijos con ella) se mezclaron para que, en plena tragedia de Yugoslavia, aceptase la oferta de Y ezdímir Vasílievich, un traficante de armas y banquero que no mucho después huyó a Australia con el dinero de sus clientes. La rueda de prensa del 1 de septiembre de 1 992 en un hotel de la para­ disíaca costa de Montenegro, en Sveti Stefan, fue la más inolvidable de mi vida. Era la primera aparición en público de F i scher tras

20 años de misterio. Con periodistas literalmente debaj o de las me­ sas porque no cabíamos, y muchos corresponsales que habían aban­ donado el frente de la guerra de Bosnia, que estaba a 50 kilómetros para cubrir aquel acto . F ischer pidió a los camarógrafos que le saca­ ran un plano muy corto y escupió a un documento del Gobierno de EE. UU. que le conminaba a no violar el embargo internacional con­ tra Yugoslavia disputando allí el duelo de revancha contra Spasski con una bolsa de cinco millones de dólares. En realidad, era más que discutible perseguir j udicialmente a alguien por un duelo de aj edrez,

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pero lo cierto -y esto me parece una terrible inj usticia- es que esa orden de busca y captura estuvo vigente durante 1 3 años hasta 2005 , cuando Fischer fue detenido por la policía del aeropuerto de Tokio. En esa rueda de prensa dij o también en público lo que me había di­ cho varias veces en nuestros encuentros secretos: «Todas las parti­ das entre Kaspárov y Kárpov han sido amañadas. La FIDE es una organización criminal que debe ser destruida». Durante esa revancha con Spasski, cuya segunda mitad se dis­ putó en Belgrado, visité varias veces a Fischer, siempre protegido por un acongoj ante grupo de muy fornidos guardaespaldas con pis­ tola. Le vi bien, muy animado, aunque luego supe que le preocupa­ ba la perspectiva de tener que enviar el dinero clandestinamente desde Belgrado a un banco suizo, lo que finalmente logró con éxi­ to. Gracias a la muy amable mediación del gran maestro argentino Miguel Á ngel Quinteros, uno de sus escasos amigos de entonces, e informando siempre puntualmente a Chérem, volví a visitar a Fis­ cher en el Hotel Intercontinental de Belgrado, donde residió una larga temporada, en 1 993 . Aparte de un proyecto frustrado para enfrentarse a Judit Polgar, con cuya familia -a pesar de que es j udía- tuvo una época de gran ami stad, su prioridad era ya pro­ mover el sistema Fischer (o 960, sorteando la posición de las pie­ zas antes de cada partida) y el reloj Fischer (con incremento, que finalmente homologó la FIDE). Ambas ideas me parecieron ge­ niales desde el principio, matices aparte, pero mi actitud hacia Bobby era confusamente blanquinegra: en lo personal, me sentía un privilegiado por conocerlo y gozar de su confianza; en lo profe­ sional, mi instinto me incitaba a pedirle una entrevi sta con graba­ dora y fotos -que nunca me concedió baj o la excusa de que co­ braría mucho por ello, pero seguramente porque sospechaba que nuestra buena relación se iría al traste después de llevarla a cabo-, así como a promover o ayudar a que volviese a j ugar: pero, por otro lado, el sentido común me decía que lo mej or que podía pa­ sar con F ischer era que desapareciese de nuevo, que nos quedáse­ mos con su imagen mítica.

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¡ Cuánta razón tenía mi otro yo ! F i scher volvió al primer plano de la actualidad con una serie de repugnantes entrevi stas para la emisora fi lipina Radio Bombo . En la primera de el las, el 1 3 de enero de 1 999, probablemente muy afectado por el fallecimiento de su madre y su hermana pocas semanas antes, negó el Holocaus­ to nazi y acusó a la comunidad j udía de conspirar contra él y de provocar el embargo de sus bienes en EE. UU .

Y en 200 1 mostró

su alegría por los atentados terroristas del 1 1 de septiembre contra las Torres Gemelas . Con un lenguaj e sumamente soez y l leno de insultos contra EE. UU. y la comunidad j udía internacional, califi­ có los atentados como «noticias maravillosas», y los j ustificó con expresiones como «donde las dan las toman», en referencia a «to­ dos los crímenes que EE. UU . está cometiendo alrededor del mun­ do» . También habló sobre los «asesinatos perpetrados por EE. UU. y los j udíos contra los palestinos». Como atenuante, es j usto desta­ car que hizo esas declaraciones antes de que se conociera el enor­ me número de muertos causados por el atentado. Sin que el locutor fi lipino, a quien llamaba Pablo, le llevase nunca la contraria, F i scher expresó su deseo de que los militares estadounidenses dieran un golpe de Estado : «Que ej ecuten a cien­ tos de miles de j udíos y pidan perdón a los árabes » . Con palabras similares a las empleadas conmigo diez años antes en Fráncfort, Fischer decía que anhelaba «un nuevo mundo», en el que «los ne­ gros vuelvan a Á frica y los blancos a Europa, de modo que en América sólo queden sus primitivos habitantes, masacrados du­ rante siglos». Se levantó una polvareda inmensa y muchos aseguraban, sobre todo en Internet, que todo era un montaj e , que ésa no era la voz de Fischer. Mis j efes de El País y Radio Nacional me llamaron, y yo me sentí obligado a contar la verdad y desvelar lo que había man­ tenido en secreto durante diez años . Sí, por desgracia, era sin duda la voz de F i scher, cuya paranoia había empeorado considerable­ mente, y tuve que escribirlo y contarlo con el mi smo dolor que siento ahora, al escribir esto .

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E l dolor resurgió e n mí, pero por motivos muy distintos, de solidaridad, cuando saltó la noticia de su detención en el aeropuer­ to de Tokio, en 2004 : perseguir, ¡ trece años después ! , a quien ha­ bía disputado un duelo en Yugoslavia durante una guerra de la que muchas personas -y algunos gobiernos- se lucraron por activi­ dades tan manifiestamente ilegales como el tráfico de armas, me parecía tan repugnante o más que las declaraciones horribles de un hombre enfermo. Y me sentí muy aliviado, y agradec ido a Islan­ dia, cuando, en la primavera de 2005 , F ischer aterrizó en Reikia­ vik como asilado político y con pasaporte islandés. «Por fin -me dij e- podrá vivir en paz, y en un país muy apropi ado, porque la orden de busca y captura le impedirá viaj ar». A Jan Martínez Ahrens, subdirector de El País, le sorprendió mi fría reacción, a finales de 2006, cuando me propuso que fuera a Islandia como enviado especial del periódico para hacer una entre­ vista o un reportaj e con Fischer. En principio, era el sueño de mi vida; además, Islandia era uno de los países que más deseaba co­ nocer. Pero me daba miedo la perspectiva de ser el autor de una entrevista en la que, si yo actuaba con honradez profesional, sería inevitable desatar todos los demonios escondidos en la atormenta­ da mente de Fischer. En un claro intento de quitarle el culo a la je­ ringa, le dij e a Jan que e l riesgo de volver con las manos vacías, sin hablar con Fischer, era grande, y yo me iba a sentir muy mal s i e l periódico se gastaba e s e dinero para nada, porque nunca m e había ocurrido algo así en 22 años de trabaj o para E l País . Pero mi jefe me cortó la retirada: «No te preocupes . Lo entiendo. S i no puedes hablar con él, haces un reportaj e sobre su entorno y lo mezclas con todo lo que sabes de él. Seguro que será muy interesante» . Fui a Reikiavik en febrero, y el reportaj e se pub licó, a cuatro páginas y abriendo el suplemento Domingo, el 1 2 de agosto de 2006. Conseguí mucha información sobre Fischer, que vivía en una casa siempre muy desordenada, con tableros y libros de aj e­ drez por doquier, salía casi todos los días a bibliotecas y restauran_. tes pero siempre con un miedo enorme a que le vigilasen, había

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dej ado de ir a los baños termales porque tenía miedo de que pudie­ sen envenenarle el agua. . . A propósito, es falso que viviera como un vagabundo, como se ha dicho repetidamente tras su muerte en diferentes medios: Fischer tenía dinero abundante en el banco y vivía en un país muy rico, de magníficos servicios públicos. Le envié tres cartas a través de uno de sus pocos amigos, el gran maes­ tro Helgi Olafsson. Contestó a la tercera diciendo que tenía una buena opinión y un recuerdo muy grato de mí, y que tal vez me llamase al hotel . Pasé la última noche de mi estancia pegado al te­ léfono, pero no sonó, y recuerdo que luego me alegré de ello, en el camino hacia el aeropuerto, aún de noche, en un paisaj e volcánico y nevado, porque pensé que era mej or así. Ahora, mientras escribo estas líneas, otra vez con dolor por la muerte prematura de un ser excepcional, veo con absoluta claridad que ese plantón fue el me­ j or regalo de despedida de Fischer, la mej or muestra de que me apreciaba: s i yo hubiera sido el autor de su última entrevi sta, ahora lo estaría lamentando . Gracias, Bobby, hasta siempre.

Más historias de película Además de la enorme alegría que causó a su ej érc ito de admi radores, el estadounidense hizo una aportación muy importante para e l aj edrez durante el duelo de Sveti Stefan . Se uti l izó un reloj patentado por él mismo con el fin de evitar los apuros de tiempo extremos; en lugar del sistema tradic ional de dos horas y media para los 40 primeros movi­ mientos, cada bando d i sponía de 90 minutos iniciales y rec ibía auto­ máticamente dos más tras cada j ugada. De esa forma, siempre hay al menos dos m inutos para real izar la próxima. Años más tarde, el presti­ gioso árbitro holandés Geurt G ij ssen aseguró : «El reloj de F i scher es el mej or invento de la hi storia del aj edrew . A los 49 años, F i scher volvió a vencer a Spasski, demostró que aún podía ser un j ugador de él ite s i j ugase torneos con frecuenc ia, se embolsó los tres m i l lones de dólares asignados al ganador, se separó

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de s u amada Zita, tras ladó s u residencia a las cercanías d e Budapest y no volvió a disputar una sola partida en público durante el resto de su vida. Tras ser visible durante tres meses, Robert J ames F i scher volvió a convertirse en un mito viviente . Pero no del todo, ni durante tanto tiempo como en la primera oca­ sión . Por un lado, la revelación del contenido de algunos archivos se­ cretos del F B I : su verdadero padre no era Gerhardt F i scher, sino el eminente físico húngaro Paul N emenyi, j udío, sospechoso de espiar para la U RS S , fal lecido el 1 de marzo de 1 95 2 , a los 5 6 años. Además : sus espantosas entrevi stas con la emi sora fi l i pina Radio Bombo, l lenas de lenguaj e soez y raci sta; los rumores sobre partidas que j ugaba en Internet baj o seudón imo, acrecentados por el gran maestro britán ico Nigel Short; sus viajes esporádicos a Man i la para visitar a la hij a que tuvo -en 2000 o 200 1 - con una fi l ipina; y los intentos frustrados de di sputar varios duelos en la modalidad «aj edrez 960» o «si stema Fis­ chern ( sorteando la posición de las piezas de la primera fi l a inmediata­ mente antes de cada partida). Fueron destel los de noticias buenas y malas que permitían concebir la esperanza de que volviese a reapare­ cer. Y reapareció, el 1 3 de j u lio de 2004, pero no ante un tab lero, sino detenido por la policía del aeropuerto de Tokio, precisamente cuando se di sponía a viaj ar a F i l ipinas. A pesar de que F i scher había ido varias veces a Japón, donde mantenía una relación sentimental con M iyoko Watai, presidenta de la Federac ión Japonesa de Aj edrez, sólo aquel día el funcionario de tumo descubrió que el estadounidense era aún perseguido por una orden internac ional de busca y captura, trece años después de la supuesta violación del embargo contra Yugoslavia. Años antes supimos que sus escasos bienes en E E . U U . habían sido embargados y subastados, lo que le produj o un enorme dolor. El lío por su arresto fue enorme y duró nueve meses, los que Fis­ cher pasó encarcelado en Japón mientras Washington insistía en su extradición y el Gobierno j aponés no tenía c l aro qué hacer con aquel presunto criminal tan raro . Pero el Parlamento de I slandia, donde Fis­ cher seguía siendo un héroe porque había puesto a ese país en el mapa mundial en 1 972, decidió concederle asi l o pol ítico -obtuvo el pasa­ porte islandés el 27 de abri l de 2005-, j usto lo que el primer mini stro

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j aponés, Junichiro Koizum i , necesitaba para quitarse de encima la molesta patata cal iente . Las imponentes fotos de F i scher, con una bar­ ba blanca larguísi ma, aspecto de vagabundo y cl aras marcas de sufri­ miento en su rostro, cuando baj aba del avión cerca de Reikiavik, die­ ron la vuelta al mundo . Por fin parecía que e l genio de Pasadena podría vivir en paz, y qui­ zá muchos años, en uno de los países más ricos y socialmente avanza­ dos del mundo, a pesar de que el Banco suizo U S B se negó a guardar su dinero ( 1 ,9 m i l lones de euros), que transfirió a un banco islandés, y de que un portavoz del Gobierno de E E . U U . confirmó que la orden de busca y captura seguía vigente . Pero F i scher era un hombre enfermo y atormentado, lo que explica que rechazase casi todas las medici nas y tratamientos que le prescribieron los médicos cuando fue internado en un hospital de Reikiav i k en septiembre de 2007, por una insuficiencia renal . Desahuc i ado por los médicos a finales de noviembre y enviado a su casa, falleció el viernes 1 8 de enero de 2008, y fue enterrado en la intimidad por su expreso deseo (ni siquiera asistió Spasski , a pesar de que estaba en Reikiavik) el lunes 2 1 de enero. En una prueba evidente de su enorme cari sma, y a pesar de que los menores de 45 años no aj e­ dreci stas apenas saben quién era, el fal lecimiento de F i scher mereció la primera página de muchos periódicos en todo el mundo, incluso en aque l los que casi nunca se ocupan del aj edrez . Señal inequívoca de que fue, realmente, un genio i rrepetible, y probablemente el cam­ peón que más ha contribuido a la popularidad del aj edrez. Pero F i s­ cher es también el ej emplo perfecto de lo que no se debe hacer con un niño que muestre un talento marav i l loso para algo : permitir que se obsesione con su pasión y se desentienda de su educac ión integral como persona. N o soy psiquiatra, pero es de sentido común deduc ir que si F i scher hubiera recibido una educac ión equ i l ibrada, no habría sufrido tanto . Incluso, desde el punto de v i sta de los intereses genera­ les del aj edrez, es probable que en ese caso su carrera no incluyera ese paréntesis de 20 años que tanto daño le hizo. Por último, es de j usti cia que añada un reconocimiento personal : sin Fi scher, que me inoculó la pasión por el aj edrez, mi v ida hubiera sido muy di stinta, y este l ibro nunca habría existido.

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l aj edrez es muy atractivo para real izar estudios científicos cuyo obj etivo sea conocer el funcionamiento del cerebro . Se j uega en un terreno de dimensiones fij as y con un tiempo l i m itado, pero el nú­ mero de posiciones di stintas posibles está cerca de lo que un ser hu­ mano entiende por infinito, lo que proporciona un enorme campo de experimentación. La categoría de los j ugadores tiene un valor muy preciso (puntos Elo ), y los modernos programas informáticos también permiten eval uar con poco margen de error si una j ugada es buena o mala. Además, implica muchos procesos cognitivos de alto nive l : atención, concentrac ión, percepc ión espacial, memoria, motivac ión, toma de deci siones, anál isis, organizac ión, plan i ficación, cálculo . . . N o e s extraño, por tanto, que las tecno logías modernas (tomogra­ fía, resonancia magnética funcional , magneto encefalografía, etc . ) propicien u n aumento d e l o s experimentos con aj edreci stas. Sin em­ bargo, aún estamos lejos de saber lo suficiente sobre el cerebro en ge­ neral y la inteligencia en particular, lo que impide l legar a conc lusio­ nes categóricas. Pero sí hay dos tendenc ias c l aras en los trabajos cuyos resultados si ntetizo a continuac ión (y que no se l i mitan a los realiza­ dos con tecnología moderna) : a) se confi rma que el aj edrez es un cam­ po de enorme interés para la neuroc iencia, y todav ía quedan muchos aspectos por explorar; b) hay partes del cerebro que los aj edreci stas uti lizan más intensamente que otras personas.

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Patrones y plantillas El psicólogo Adriaan de Groot ( 1 9 1 4-2006), profesor en la Universi­ dad de Á msterdam durante 3 0 años, hizo una investigac ión capital (todavía muy úti l 75 años después) durante un lustro ( 1 93 8- 1 943 ) con la colaborac ión de varios de los mej ores aj edreci stas del mundo en ese momento . Su aportac ión pri ncipal son los cimientos que luego sirvie­ ron para que otros construyeran la teoría de los patrones y las planti­ l las, que expl icaré en los párrafos siguientes. De Groot descubrió que no si empre los grandes maestros calculan con una profundidad mayor que los aficionados. A veces, m ientras el afici onado invierte mucho tiempo en calcular infinidad de variantes, el gran maestro sólo profun­ diza en una o dos, porque los esquemas de posiciones al macenados en la memoria a lo largo de su carrera le perm iten descartar de un v i stazo las poco interesantes e intuir las mej ores. También fue suya la primera demostración de memoria lógica o fotográfica: los aj edreci stas (y más aún si son de alto nivel) recuerdan con poca o n inguna dificultad una posición (extraída de una partida real) que hayan vi sto durante 30 se­ gundos; pero no son mucho mej ores que otras personas no aj edrecis­ tas si se trata de una posición con las piezas situadas de cualquier ma­ nera (no proveniente de una partida) y observada durante el mi smo tiempo. La c lave es que en el segundo caso no hay conexiones lógicas entre las piezas . En los años sesenta, S imon y Chase, de la Univers idad Camegie Mel lan, dieron forma a esas i deas y estab lecieron la teoría de los pa­ trones (chunks, en inglés), que sirve para entender por qué abundan los aj edreci stas -incluso afic ionados- con una memoria aparente­ mente prodigiosa, que les perm ite reproduc i r partidas j ugadas muchos años atrás, o reconstruir una posición concreta sin errores. Para entenderlo mej or, fij émonos en las palabras de arranque del poema Canción del pirata, de José de Espronceda: «Con diez cañones por banda, / viento en popa, a toda vela, / no corta el mar, sino vuela, / un velero bergantín». Para quien no conozca e l poema, será mucho más difíc i l recordar tantas palabras . Y para quien no conozca el idio­ ma español n i e l poema, más compl icado aún . Esas palabras j untas y en ese orden forman un patrón que muchos hi spanohablantes recuer­ dan sin gran esfuerzo . Del m i smo modo, si mostramos a un aj edreci sta

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una posición durante 3 0 segundos, y en e l l a las negras tienen l a típica estructura de un alfil fianchetado sobre un enroque corto, el j ugador recordará fác i l mente la posición de cuatro piezas (rey en g8, torre en f8, cabal lo en f6 y al fi l en g7) y tres peones (en f7 , g6 y h 7 ) . En cam­ bio, a una persona no aj edrecista le resultará mucho más difíc i l no ol­ vidarse de ni nguna. De ese modo, e l recuerdo de ese poema o esa po­ sición sólo ocupa una uni dad de memoria, en l ugar de una por cada palabra o cada pieza. El siguiente paso adelante en la m i sma dirección lo dio Gobet a finales de los noventa, cuando agrandó el tamaño de los patrones y los convirtió en planti l las (templates en inglés). E s dec i r, volviendo a Es­ pronceda, en l ugar de acordamos sólo de l a primera estrofa, somos capaces de recitar e l poema entero. O en l ugar de acordamos sólo del enroque con el alfil fianchetado, recordamos la estructura entera de la defensa I ndo- Benon i , donde los demás peones están casi siempre en d6, c5, b7 y a6, la otra torre en a8 y l a dama en d8. Nos faltan por si­ tuar un cabal lo, que generalmente está en d7 o c7, y un alfi l , que pro­ bablemente ha sal i do a g4 y se ha cambi ado por el caballo en tJ ; estos dos últimos factores variables nos resultarán fác i les de recordar si par­ timos de la planti l l a típica de la I ndo- Benon i ; por ej emp l o : « lndo- Be­ noni con el otro cabal lo en d7 y el otro a l fi l en g4» . De ese modo lo­ gramos que muchas piezas ocupen una sola unidad de memoria. Uso intenso del cerebro (200 1-20 1 1) Un gran maestro y un afici onado uti l izan zonas d i stintas del cerebro para j ugar al aj edrez. A esa conclusión l legaron en 200 1 unos investi­ gadores de la Uni versi dad de Constanza (Alemania) tras experimentar con 20 j ugadores. El hallazgo confirmó lo que ya se supon ía: la me­ moria de los aj edreci stas avezados no es fotográfica, sino lógica, salvo excepc iones. En el estudio de Ognj en Á dmizic y sus colegas, pub l icado por la rev i sta Nature, se deduce que los grandes maestros recurren a las cor­ tezas central y parietal del cerebro -donde se cree que está el al ma­ cén de recuerdos conso l idados-, mientras los aficionados uti l izan más el lóbulo temporal med io, como si se enfrentaran a un hecho nue­ vo en cada posic ión de la partida. En su trabaj o , los científicos se sir-

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vieron de las técnicas más vanguardi stas de resonancia magnética para estudiar los cerebros de 20 j ugadores cuando di sputaban una par­ tida contra un ordenador. Á dmizic y su equipo refuerzan así lo que otros científicos sospecha­ ron mucho antes. Por ej emplo, Tij ómirov y Poznyánskaya estudiaron los movimientos de los globos oculares de varios aj edrecistas mientras pensaban ante el tablero, y pub l icaron sus conc lusiones en el artículo Una investigación de la búsqueda visual como medio de análisis heu­ rístico (Soviet Psychology, 1 966- 1 967). Siete años más tarde, M i chael Cherington demostró cómo una lesión parietal influía deci sivamente en la calidad del j uego de un aj edrecista. En su defensa de la lobotomía (extirpación de los lóbulos prefrontales), como medio para controlar la conducta violenta, el neurociruj ano F . L. Golla escribió en 1 943 : «Creo que si los suj etos operados hubieran sido aj edrecistas, su capacidad de cálculo no habría variado tras la operación>>. Seis años más tarde, R. Pakenham-Walsh llegó a la mi sma conclusión, pero también a otra: «Los j ugadores de esti lo agresivo se transfiguran en otros mucho más calmados tras sufrir la lobotomía». Esta técnica dej ó prácticamente de usarse cuando fue sustituida por tratamientos con fármacos. Lo más interesante del experimento de l a Uni versidad de Constan­ za quizá sea que concuerda perfectamente con los resultados de otros mucho más senc i l l os, como algunos de los que hizo De Groot, y tam­ bién con las técnicas que uti l i zan casi todos los aj edreci stas -los que no tienen memori a fotográfica- para j ugar a ciegas . Por si hubiera alguna duda, dos estudios pub l icados en 20 1 1 apun­ taron en la mi sma dirección con di stintos matices. El de la Uni versi­ dad de Tubinga (Alemania), dirigido por M erim B i lálic, demostró que la diferencia entre j ugadores expertos y novatos no está en un uso más intensivo del hemi sferio izquierdo, sino en que los expertos uti l izan también el derecho (del que depende el reconoc im iento de patrones y la vi sión espacial) al mi smo tiempo. M ientras los novatos miraban cada pieza por separado, los expertos fij aban la v i sta hacia el centro del tab lero, con una v i sión más global . «Nuestra investigación de­ muestra que los j ugadores experi mentados uti l izan su cerebro de ma­ nera más eficiente, y que no hay atajos hacia la excelencia, porque es el producto de muchas horas de entrenamiento», concluyó B i lál i c .

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E l otro estudio se hizo en e l Instituto Riken de Neuro logía, en Ja­ pón, con resonancia magnética func ional (como el de Tubinga) y j u­ gadores (novatos, intermedios y expertos) de aj edrez internac ional , aj edrez chino y shogi (variante j aponesa del aj edrez). Los resultados son indudables en cuanto al mayor uso por parte de los expertos de dos partes espec íficas del cerebro : el precuneus (en el lóbulo pari etal) y el núcleo caudado (en el centro, cerca del tálamo). Este último es el más significativo, según Keij i Tanaka, director de los investigadores japoneses, porque se encarga de la formación y la ej ecución de los hábi­ tos, y produce respuestas muy rápidas. Por tanto, este hal lazgo refuer­ za la idea de que los aj edreci stas muy experimentados toman gran par­ te de sus dec i siones con la ayuda de la memoria a largo plazo. El piloto automático (20 1 2) En la U n iversi dad de Electrónica y Tecnología de C hengdú (China) han descubierto que los grandes maestros de aj edrez chino (algo dis­ tinto del internac ional , con un río que atraviesa el tablero por la mitad) son capaces de desactivar casi del todo la parte del cerebro que podría­ mos denominar «pi loto automático» (Default mode netvvork, o DMN; genera pensam ientos espontáneos o errantes que no están conectados con una tarea concreta) para concentrar toda su energía en otras partes del cerebro que son las real mente importantes cuando se trata de re­ solver problemas. E l cerebro humano está di vi dido en varias redes neuronales. Una de e l l as actúa por defecto y se encarga de que todo lo esenc ial fun­ cione bien cuando no estamos hac iendo ni nguna tarea espec ial . Otras redes cerebrales se activan cuando tenemos que resolver problemas y tomar dec i s i ones; por ej emplo, cuando j ugamos al aj edrez. Lo que ha descub ierto este equipo de investi gadores c h i nos, encabezado por Xuj un Duan, es que los princ i p i antes uti l i zan las m i smas redes que los grandes maestros para resolver prob lemas, pero con la im­ portante d i ferenc i a de que los grandes mae stros desacti van al mis­ mo tiempo l a red básica, lo que aumenta l a potencia del resto del cerebro . Según Duan y sus col aboradores, estos resultados demues­ tran que el entrenami ento a l argo p l azo de la hab i l idad cogn itiva produce un funci onami ento más e fi c i ente del cerebro, porque per-

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mite la desacti vac i ón de un parte no esenc ial para e l rend i m iento de alto n i v e l . Aj edrez-boxeo, deporte p reventivo (20 1 1 ) La prestigiosa rev i sta Scient?fic A merican incluyó un artículo de titu­ lar muy sorprendente en su selección de los mej ores artículos del año : «¿ Podría e l aj edrez-boxeo evitar agresiones como la d e Arizona?». S e refi ere a la tragedia del 8 de enero de 20 1 1 , cuando un hombre d e 22 años tiroteó a 1 8 personas e n u n supermercado y mató a seis d e el las. El aj edrez-boxeo es un deporte nuevo que está teniendo éxito sobre todo en Londres y varias c iudades alemanas. Cada combate consta de once asaltos alternos; seis de aj edrez, que duran cuatro minutos cada uno, y cinco de boxeo, de tres minutos. Los de aj edrez se di sputan con unos cascos por donde los j ugadores oyen música a todo volumen para evitar que los espectadores puedan darles consej os sobre cuál es el mej or movimiento . Y hay países, como Estados U nidos o I slandia, donde es obligatorio que los asaltos de boxeo se di sputen también con cascos protectores, para reducir e l riesgo de daños cerebrales. E l com­ bate acaba de inmediato si un j ugador rec ibe j aque mate o pierde por tiempo la partida, o si es noqueado o si el árbitro para el combate por inferioridad man i fiesta de uno de los púgi les. Además de una buena forma física, que propicie que el cerebro esté bien i rrigado tanto en el ring como ante el tablero, lo más impor­ tante es que uno sepa controlar sus emociones en las transic iones del aj edrez al boxeo y vi ceversa. S i te han dado duro boxeando y te sien­ tas inmediatamente ante el tablero con án imo vengativo, lo más pro­ bable es que cometas errores, porque siempre debes j ugar de acuerdo con la posición de las piezas en ese momento, no en función de tu es­ tado de án imo. Tienes que mantener la cabeza lo más fría posible en todo momento. É sa es la tesi s que desarro l l a e l citado artículo. Su autor, el psicó­ logo Andrea Kuszewski, sostiene que el aj edrez y el boxeo activan partes muy distintas del cerebro ; por un l ado, se producen enormes descargas de adrenalina, sobre todo al boxear, y por el otro, se uti l iza mucho la capac idad cogn itiva, sobre todo en el aj edrez. Y como el equ i l ibrio necesario para destacar en ese deporte implica controlar las

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emociones, Kuszewski conc luye que el aj edrez-boxeo u otras activi­ dades similares serían muy adecuados para preven ir conductas agresi­ vas, como la del j oven que causó la matanza de Arizona. Consu lto la noti cia con e l psiquiatra español Jesús de l a Gándara, jefe de servicio en el Complej o Asistenc ial de Burgos y colaborador de Radio Nacional de España, a quien todo esto le suena muy lógico porque rec ientemente leyó otro artículo en el que se recomienda la práctica simultánea de un ej ercicio físico y otro mental para aumentar la capac idad cognitiva y retrasar el envej ec i m iento cerebra l . Por ej em­ plo, cami nar rápido y mantener al mi smo tiempo una conversac ión profunda con otra persona. E l problema está en que con la vej ez se pierde esa capac idad de hacer ambas cosas bien simultáneamente y se corre el riesgo de que, siguiendo con el ej emplo, te p i l l e un coche al cruzar la cal le porque estás demasiado concentrado en l a conversa­ ción . En todo caso, el psiquiatra De la Gándara sí considera que este tipo de ej ercicios combinados pueden tener una gran uti l i dad preven­ tiva porque hacen trabaj ar intensamente al h i pocampo, una parte del cerebro que funciona como una especie de surtidor de neuronas. Mover piezas con la mente (20 1 3) En el I nstituto de Tecnología de Berl ín han conseguido que una perso­ na cuyo cerebro está conectado a un ordenador por medio de cables juegue una partida de aj edrez transmitiendo su pensamiento a la má­ quina, sin uti l izar las manos ni la voz; cuando él o e lla piensan en una jugada concreta, esa pieza se mueve de inmediato en la pantalla. Apar­ te de l l amar mucho la atención, esto es muy importante desde el punto de vi sta científico y médico porque el obj etivo es conseguir que perso­ nas incapacitadas para comunicarse por problemas neuronales o de pa­ rál isis logren transmitir lo que están pensando. Como dice el director de la investigación, M ichael Tangermann, cuando vemos a un pac iente inmov i l i zado en una cama podemos pensar que su actividad mental es muy escasa, pero es falso en muchos casos. Y aunque todavía falta bas­ tante para lograr que esas personas puedan comunicarse con fluidez, el hecho de que se haya logrado que puedan j ugar al aj edrez es, sin duda, un hito muy importante. Lo que l l evan invertido hasta ahora (primave­ ra de 20 1 3 ) en la investigac ión es poco más de un m i l lón de euros.

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Aj edrez y forma física (2009) La Uni versidad de Educación Física de Varsovia publ icó un estudio en la revista científica Pediatric Endocrino/ogy tras exam inar a 75 aj edre­ ci stas de edades comprendidas entre 8 y 1 9 años que habían ganado meda l l as en C ampeonatos del M undo, de Europa o de Polonia. La re­ velación más interesante, y sorprendente, es que la práctica frecuente del aj edrez mej ora la conexión entre el si stema nervioso y el muscular. Los científicos l legaron a esa conclusión cruzando dos datos: por un lado, que en los test psicotécnicos, los aj edreci stas infantiles y j uveni­ les muestran un desarrollo intelectual superior al de la media de la po­ blación. Y por otro, que sus resultados en l as pruebas físicas que miden la rapidez de reflejos y la velocidad de reacción del cuerpo son también superiores a los de la media en personas no aj edrecistas . En cambio, cuando se midió l a fuerza bruta, los resultados fueron inferiores a los normales. Es dec ir, estos científicos sostienen que el aj edrez mej ora la rapidez de reflejos y el si stema nerv ioso y, por tanto, también la co­ nexión entre el cerebro y los músculos. Además, hay otras conclusio­ nes que refuerzan lo que ya sabíamos, y que son de sentido común : por ej emplo, que los aj edrec i stas de todas las edades deben incluir la pre­ parac ión física en su entrenam iento; y que los niños aj edreci stas, al igual que quienes son muy aficionados a los videoj uegos o la informá­ tica, deben combinar esas aficiones con el ej ercicio físico para evitar el sobrepeso o la obesidad. Más zu rdos de lo normal Entre el 1 8 y el 20 % de los aj edreci stas son zurdos; la proporción entre las demás personas está entre el 1 O y el 1 3 ,5 %. La deducción lógica es que una diferencia de ese tamaño no puede ser casua l . Pero concretar l a causa es mucho más dific i l : mientras Cranber y Albert afirman, en 1 98 8 , tras una investigac ión con 3 90 aj edrec istas, que los zurdos tienen ventaj a al j ugar al aj edrez, Gobet y Compite l l i lo niegan (2007). Se cree, pero tampoco está totalmente demostrado, que el hemisferio de­ recho puede marcar las diferencias en el rendimiento aj edrecístico, porque se encarga de l a v isión espacial. El hemisferio dominante en las personas diestras suele ser el izquierdo, en el que se ubican las capaci ­ dades anal íticas, l i ngüísticas y aritméticas . Pero el asunto s e embrolla

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mucho si tenemos en cuenta que también hay diestros cuyo hemisferio dominante es el derecho. Hay una hipótesis intermedia que encaj a muy b i en no sólo con el sentido común, sino con que en algunos estudios se ha vi sto que los ambidiestros entre los aj edreci stas son también más que en la pob la­ ción normal : ambos hemi sferios son muy importantes para j ugar bien al aj edrez, pero es cierto que la visión espac ial puede marcar las dife­ renc ias; por tanto, tiene sentido que, en general, los zurdos partan con una pequeña ventaj a y que además se sientan más atraídos por el aj e­ drez. Talento y fecha de nacimiento (2008) Gobet y Chassy descubrieron que entre los aj edreci stas de alto nivel del hemisferio norte son clara mayoría quienes nacen al final del in­ vierno o principio de la primavera. Y que algo muy simi lar ocurre en­ tre quienes sufren esquizofrenia o trastorno bipolar. La curiosa expl icación parece hal larse en los v i rus más frecuentes en esa época del año, que afectan al desarro l l o del córtex prefrontal . Según predisposiciones genéticas, s u s efectos pueden bifurcarse en dos direcciones de resultados sumamente d i stintos: si la activi dad frontal está por debaj o de la media, habrá tendenc ia a la esquizofren ia; si está por encima, ese individuo puede tener un talento espec ial para el aj edrez.

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l aj edrez, la música y l a s matemáticas son l a s tres actividades que producen más niños prodigio. ¿ Por qué? La clave puede estar en que las tres son abstractas . Aunque la experiencia te ayuda a tocar bien el piano o crear una fórmula matemática o producir una partida de aj e­ drez, lo realmente esencial en esas tres actividades no es la experiencia, sino el talento innato enriquecido por el entrenamiento, siempre que estemos hablando de practicarlas al nivel de la é lite, y no como una simple afición. Por el contrario, es prácticamente imposible que niños adolescentes sean escritores muy bri l l antes (ningún genio de la hi storia de la literatura escribía como tal ya a los 1 4 años), aunque tengan mu­ cho talento y dominen la técnica de la escritura, porque a esa edad no han vivido lo suficiente ni escrito lo bastante para alcanzar el nivel de los virtuosos de la literatura, un campo donde la experienc ia es funda­ mental . Además, hay otros factores comunes entre e l aj edrez, la música y las matemáticas; por ej emplo, el orden, la armonía, la concentrac ión, la neces idad de anticiparse a lo que va a ocurrir, de manera que la nota musical , el número o la pieza que tú el iges en un momento dado casi siempre tiene que ver con lo que tú crees que va a pasar más tarde. Ello exp l ica que muchos niños con gran talento para el aj edrez lo ten­ gan también para l as matemáticas y/o la música. H ay un matiz impor­ tante : el progreso de la informática apl icada al aj edrez ha ori ginado una acelerac ión tremenda del aprendizaj e de los niños, que ahora ab-

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sorben en un día lo que hace sólo veinte años requería un mes por lo menos. Esto expl ica que la precoc idad de Bobby Fi scher, cuando lo­ gró el título de gran maestro a los 1 5 años en 1 95 8 parec iera imposible de superar en siglos, pero una veintena de prod igios han batido esa marca desde 1 99 1 . El récord lo tiene, de momento, el ruso de origen ucran iano Serguéi Kari akin, quien lo consiguió a la asombrosa edad de 1 2 años y 7 meses. Sólo alguien que no tenga ni idea de aj edrez puede negar sus co­ nexiones (en pl ural ) con las matemáticas. Aparte de lo expl icado más arriba, nada menos que tres campeones del mundo fueron al mismo tiempo matemáticos de alto nivel : Emanuel Lasker ( 1 868- 1 94 1 ), M ax Euwe ( 1 90 1 - 1 9 8 1 ) y M ij aíl Botvínik ( 1 9 1 1 - 1 99 5 ) . Lo mismo ocurrió con Adolf Anderssen ( 1 8 1 8- 1 879), considerado el mejor j ugador del mundo en su época de plenitud. Y hoy destaca en ambos campos el gran maestro britán ico John N unn. S i miramos el asunto desde e l lado opuesto, algunos de los mej o­ res matemáticos de la h istoria, como el alemán Car! Friedrich Gauss ( 1 7 77- 1 8 5 5 ) o el suizo Leonhard Euler ( 1 707- 1 7 83 ), fueron grandes aficionados y además se ocuparon de famosos prob lemas geométricos del aj edrez, como el de colocar ocho damas en el tablero sin que sus líneas de acc ión se c rucen (Gauss; hay 92 soluciones di stintas), y la vuelta del caballo por todas las cas i l las del tab lero pero sin repetir n i n­ guna ( Euler). En Wikipedia se puede encontrar una l i sta de más c i en matemáticos aj edreci stas . La geometría es l a rama de las matemáticas donde el aj edrez pue­ de ser más úti l desde el punto de v i sta de la pedagogía, como vere­ mos en el capítu lo dedicado a la enseñanza preesco lar. Por ej emplo, «el camino más corto es la l ínea recta» es un princ ipio que se vuelve muy flexible en e l tab lero de las 64 cas i l las. Así, un rey puede l legar desde e l a e8 en s iete mov i m i entos, ¡ de 3 9 3 maneras di stintas ! E l lector q u e conozca l a s reglas básicas d e l j uego y poco m á s quedará extasi ado al ver la solución de un marav i l loso estudio de Ricardo Reti , con sólo un peón blanco, uno negro y los reyes en el tablero (blancas : rey en h 8 , peón en c 6 ; negras : rey en a6, peón en h5 ; mue­ ven las blancas ) .

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La solución : 1 Rg7 ! h4 2 Rf6 ! Rb6 3 ReS ! h3 4 Rd6 También es muy hermosa una de las s o l u c i ones ( véase el d i agra­ ma de abaj o ) , i deada por l . Ghers i , para el prob lema de cómo reco­ rrer todas las cas i l las del tab l e ro con el rey s i n pasar dos veces por la m i sma. Como podrá comprobar e l lector, los n úmeros que dej a esa trayectori a forman un cuadrado mágico, y a q u e l a suma d e las ocho fi l as, las ocho col umnas y las dos d i agonal e s mayores da siempre 2 6 0 .

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La inmensa riqueza matemática del aj edrez puede expresarse con cantidades muy impresionantes. Por ej emplo, las de l a leyenda de los granos de trigo. A los lectores que ya la conozcan les sugiero que no se salten esta página, porque se la voy a contar con añadidos muy inte­ resantes, que probabl emente desconozcan . Sucedió hace más de 1 . 5 00 años. E l rey Sheram, de la I ndia, se aburría mucho. Pidió a sus criados que inventasen algo que le divirtie­ ra . Se pusieron manos a la obra de i nmediato, y crearon j uegos, músi­ cas, bailes, concursos .. . , pero e l rey seguía aburriéndose, hasta que un tal S i ssa fue a la corte, pidió audiencia y presentó e l j uego del aj edrez, que acababa de inventar. El monarca quedó muy impresionado, y se convirtió en una perso­ na fe liz. Tanto, que dec idió premi ar generosamente a Sissa: « P ídeme lo que qui eras en recompensa; te lo daré con mucho gusto». S i ssa ha­ bía oído que el rey era arrogante, y decidió darle una lección de hum i l ­ dad : « M aj estad, qui ero u n grano de trigo p o r la primera casi l l a d e l ta­ blero, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta . . . y así, doblando el número cada vez, hasta e l escaque 64» . Sheram pensó que S i ssa no era tan intel i gente como parecía, e in­ sistió: « Por favor, no me pidas sólo eso. Y o soy muy rico, y qui ero recompensarte porque me has hecho muy fel iz. Pídeme algo que sea real mente val ioso». Pero S i ssa se mantuvo en sus trece, y sugirió que los secretari os de Su M ajestad hiciesen el cálculo correspondiente . Cuando, por fin, lograron sumar el trigo de todas las casi l l as, los re­ sultados superaban en mucho lo que pudiera esperarse. Así, en la casil l a 6 4 habría 9.223 . 3 72 . 0 3 6 . 854. 7 7 5 . 808 granos d e trigo. Sumados a los del resto del tablero serían exactamente 1 8 .446 . 744 . 073 . 709 . 5 5 1 . 6 1 5 ; es decir, dieciocho tri l lones, cuatroc ientos cuarenta y seis m i l setecien­ tos cuarenta y cuatro b i l l ones, setenta y tres mil setecientos nueve mi­ l lones, quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince granos. Los consej eros de la corte calcularon también que haría falta acumular la cosecha de trigo en todo el mundo durante 2 . 000 años para poder pagar a Si ssa. Un profesor de fisica de la Universidad de Valencia me envió hace años un par de ideas adicionales sobre ese número; por desgracia, no encuentro el correo que me envió y no recuerdo su nombre, por lo que

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l e pido disculpas. ¿Cuántos barcos d e 1 00 . 000 toneladas harían falta para transportar todo ese trigo? Pues nada menos que 3 . 689.348 bar­ cos. ¿Y cuánto espacio ocuparían esos cargueros en el mar si los pusié­ ramos en fi l a, uno detrás de otro? Darían 1 7 veces la vuelta al planeta. Conviene recordar que estamos hablando de las cas i l las de un ta­ blero vacío; aún no hemos introduc ido las piezas en su posición inicial para di sputar una partida. S i lo hacemos, y empezamos a j ugar, el nú­ mero de posic iones di stintas posibles después de sólo diez movimien­ tos es de 1 65 cuatri l lones y medio. Concretamente : 1 65 . 5 1 8 . 82 9 . 1 OO. 544 . 000 .000 . 000.000. Y no sigo, porque en la segunda mitad de este l ibro, que trata sobre aj edrez e informática, el lector encontrará cifras todavía más alucinantes. Sólo un adelanto : el citado campeón del mundo y matemático M ax Euwe calculó que si doce m i l aj edreci stas estuvieran ocupados constantemente en la búsqueda de las mej ores jugadas en todas las posiciones imaginables y en cada una de e llas in­ virtiera una déc ima de segundo, necesitarían más de un tri l lón de si­ glos para anal izarlas todas . Quien desee recrearse con los compl icados cálculos matemáticos que pueden realizarse con el tablero de aj edrez como base, o con sus curiosi dades geométricas, encontrará l i bros monográficos sobre ello en la relac ión de bibliografía, al final del l i bro . Para term inar este ca­ pítulo, veamos un enfoque matemático, o más bien estadístico, desde ángulos muy distintos: la tanda de penaltis de un partido de fútbol o el sorteo de col ores en un duelo de aj edrez .

La moneda es inj usta Lanzar el primer penalti de una tanda o j ugar con blancas la partida inaugural en un due lo de aj edrez son hechos estad ísticamente decisi­ vos, por la carga psicológica que con l levan . L o demostró (20 1 0 ) el economi sta español I gnacio Palacios-H uerta, y quizá termine ob li­ gando a cambiar los reglamentos del fútbo l , el aj edrez y tal vez otros deportes, así como los criterios de las casas de apuestas. Como N ewton con su manzana, e l b i l baíno Palac ios-H uerta, cate­ drático de la London School of Econom ics y doctor por la Universi-

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dad de Chicago, quiere investigar con los pies bien pegados al suelo, sobre hechos de la vida real. Y así descubrió, j unto al profesor José Apesteguía, de la U n iversidad Pompeu Fabra de Barcelona, que los penaltis no son una lotería al 5 0 % sino más bien al 60-40 %, con c la­ ra ventaj a para quien lanza el primero. Para el lo, ambos anal izaron 269 tandas y unos 3 . 000 penaltis en total, lanzados en M undiales, Euro­ copas, y las principales competiciones de c l ubes durante varias déca­ das. Los resultados fueron pub l icados por la presti giosa revi sta esta­ doun idense A merican Economic Review. Tras el sorprendente descubrim iento, los investi gadores pensaron que repetir el trabaj o en el peculiar campo del aj edrez sería una buena manera de reforzarlo : « En general, se supone que los aj edrec i stas son más intel igentes que los futbol i stas, y menos infl uenciables por el fac­ tor psicológico de quién j uega la primera partida con blancas. Ade­ más, entre un penalti y otro apenas pasa un minuto, mientras que el aj edreci sta di spone de un día entero antes de la siguiente partida, y así tiene mucho más tiempo para analizar la realidad», expl ica Palac ios­ H uerta, que desmenuzó los resultados de los duelos di sputados en las últimas cuatro décadas. Pero esas 24 horas pueden ser largas y duras tras una derrota el primer día, lo que restará energía e ímpetu para el segundo . Tal vez sea eso lo que explique la di stribución de victorias en duelos por el Campeonato del M undo, aún más desproporcionada que en los penal­ tis: quien tuvo la inic iati va de las piezas blancas (simi lar al saque en el ten is) en e l asalto inaugural fue e l vencedor final en el 67 % de los ca­ sos; es dec ir, el dob le de probab i l i dades de ganar el encuentro que su rival ( 3 3 %). Aunque el estudi o se ha hecho exc lusivamente sobre en­ frentam ientos de dos j ugadores a varias partidas, y no ha incl uido por tanto los torneos de varios participantes por si stema de l i ga a doble vuelta, es muy probab le que pueda aplicarse la mi sma teoría. La solución i deal desde el punto de v i sta estadístico tiene algunos inconvenientes, tanto en fútbol como en aj edrez. Que los dos equipos lancen al m i smo tiempo, uno en cada portería, no sería un inconve­ niente grave para los telespectadores porque el real izador podría divi­ dir la pantalla verti calmente en dos mitades, pero sí resultaría i ncómo­ do para los presentes en el estadio. Y que los aj edrec i stas di sputen dos

Enigmas matemáticos

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partidas a la vez, una con blancas y otra con negras, con dos reloj es, sería una contribución al espectáculo, pero en detrimento de la cali­ dad, aunque un torneo experimental j ugado en San Sebastián a finales de 20 1 1 dio resultados interesantes. Hay sin embargo, una razonable soluc ión pal iativa: e l equipo que tira primero el penalti inicial lanza en segundo l ugar los dos siguientes, para compensar la ventaj a adquirida en el lanzamiento de la moneda. Y el aj edrecista que j uegue con blancas l a primera partida lo hará con negras en la segunda y tercera, en lugar de alternar como ahora. « Esos cambios no tendrían inconveniente alguno, y así se conseguiría que la moneda sea realmente neutral, y no un factor estadísticamente decisi­ vo», remacha Palacios-H uerta.

II

El ajedrez enseña a pensar



Preámbulo

M

uchos estudios realizados desde 1 92 5 en países de los c i nco continentes demuestran que los niños aj edreci stas desarro llan más la inte ligencia y logran resultados académicos mej ores (en un 1 7 % por térm i no medio) que los no aj edreci stas, especialmente en matemáticas y lectura. Si bien es cierto que un porcentaj e importante de esas experiencias no se ha plasmado en artículos científicos riguro­ sos, parece imposible que tanta gente se equivoque al mi smo tiempo; sobre todo, si se tiene en cuenta que muchos de esos estudios no han sido real izados por aj edreci stas m i l i tantes -con el riesgo de que es­ tén cegados por su deseo de que los resultados sean positivos- sino por profesionales de la pedagogía, la psicología u otras ramas de la ciencia que sentían curiosidad por las supuestas ventaj as pedagógicas del aj edrez. E l número de países de todo tipo (pobres, ricos, grandes, peque­ ños, de di stintos continentes, culturas, sistemas pol íticos y rel i giones) donde el aj edrez se imparte en las escuelas en horario lectivo o como actividad extraescolar no dej a de crecer. El 1 3 de marzo de 20 1 2 , 4 1 5 diputados del Parlamento Europeo apoyaron la recomendación de introducir el aj edrez en todos los colegios de la U nión Europea por sus grandes virtudes pedagógicas. En España hay más de 80 colegios (púb licos y privados) donde el aj edrez es asignatura ob ligatoria en al menos un curso (entre e l los, casi todos los de M enorca); en varios de esos centros, la experiencia

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acumulada supera los 1 5 años. E l índice medio de sati sfacción de alumnos, padres y profesores es muy alto, por encima del 80 %. E l 5 d e diciembre de 20 1 2 , el Parlamento d e Canarias dec idió por unani­ midad que e l aj edrez fuera asignatura en horario lectivo.

Algunas frases de personaj es célebres WoLFGANG voN GoETH E ( 1 749- 1 83 2 ) : « E l aj edrez es una piedra de to­ que para el intelecto». B ENJAMIN FRAN K L I N ( 1 706- 1 790) : « E l aj edrez no es una mera di­ vers ión frívola, sino que su práctica desarro l l a varias cual idades men­ tales muy valiosas en la vida normal, ya que la vida es con frecuencia una espec ie de partida de aj edrez, donde necesitamos tener una v isión de futuro, sopesar las consecuencias de nuestros actos, asumir la res­ ponsab i l idad de los mismos, tener siempre una vi sión general de la situac ión o del tab lero -y no sólo de una parte-, medir bien los ries­ gos y pel i gros, y respetar escrupulosamente las reglas». 1 VÁN TuRGUÉN I EV ( 1 8 1 8- 1 8 8 3 ): «El aj edrez es una necesidad tan imperiosa como la l iteratura» . JoRGE Luis BoRGES ( 1 899- 1 9 8 6 ) : « E l aj edrez es uno de los medios que tenemos para salvar l a cultura, como e l latín, e l estudio de las hu­ manidades, l a l ectura de los c l ásicos, las leyes de l a versificación, la ética» . F ERDINAND DE SAUSSURE ( 1 8 5 7- 1 9 1 3 ) : « Entre todas las compara­ ciones que se pueda imaginar, la más productiva es la que relaciona la forma en que opera el lenguaj e con el j uego del aj edrez. Ambos son un grupo de valores diferentes que, en conj unto, conforman un sistema completo».

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E

ntre los pioneros de la investigación de la uti lidad pedagógica del aj edrez merecen un lugar de honor los profesores soviéticos Diá­ kov, Petrovski y Rúdik ( 1 92 7 ) . Su informe, basado principalmente en el estudio de los mej ores j ugadores de la época durante su partic ipa­ ción en el torneo de Moscú de 1 92 5 , fue determinante para que el Go­ bierno de la U R S S dec idiera masificar la práctica del aj edrez en el país más grande del mundo, con este comunicado oficial : «El aj edrez estimula, desarrolla y disciplina la inteligenc ia; no hay otro j uego tan cercano a la lógica pura y a la deducción propias del pensamiento mo­ derno. Sólo eso ya otorga un valor educativo muy grande al aj edrez, pero no es todo : también es una lucha que requiere un gran esfuerzo de voluntad. El número elevado de combinaciones desarrolla la re­ flexión ordenada y la prudencia. Cada experiencia sirve para aprender y mej orar la capacidad de cálculo. Todas estas c ual i dades reunidas nos proporcionan un perfi l ideal, tanto desde el punto de v ista psicoló­ gico como intelectual » . H oy, casi un siglo después, esas palabras encaj an m u y b i e n c o n la experiencia acumulada y con las sensaciones de cualquiera que haya jugado al aj edrez con cierta intensidad, lo que eclipsa las posibles sos­ pechas de que el Kremlin dec idiera promover el aj edrez por motivos políticos . También conviene aclarar que, contrariamente a lo que mu­ chos creen, el aj edrez nunca fue asignatura obligatoria en la U RS S , a pesar de que el número de aj edrecistas federados llegó a ser de cinco

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mil lones, y el de practicantes esporádicos de 50, en un país con 287 mi­ l l ones de habitantes a mediados de los años ochenta. Fue entonces cuando pasé muchos días en la U RS S (dos meses y medio en Moscú en 1 98 5 ; más de un mes en Len ingrado en 1 9 86; una gira de dos semanas en 1 9 8 7 ; varios viajes más cortos) y me di de bru­ ces con una contradicción difícil de asumir: era un país espantoso des­ de el punto de vi sta de los derechos humanos ( sobre todo, el de l a l i ­ bertad de expresión y movimiento) ; pero, al mi smo tiempo, su si stema educativo era de muy alta cal idad, bastante mej or que el de España en ese momento . Dicho de otro modo, los niños soviéticos estaban muy bien educados en una sociedad envenenada por la corrupción, la buro­ crac ia y la escasez de l ibertad. En ese contexto, los niños iban por las mañanas al colegio, donde les impartían las asignaturas normales en cualquier otro país . Pero por las tardes acudían a los Palacios de P ioneros ( antiguos palacios zaristas destinados a usos soc i ales), donde recibían c l ases de muy va­ riadas materias : danza, música, informática, teatro, aj edrez . . . pero con una norma sagrada, que no admitía excepc ión alguna: si un alum­ no o alumna bri l l aba mucho por l a tardes en alguna de esas discip l i ­ n a s pero obtenía malas notas p o r l a s mañanas en l a s asignaturas bási­ cas era inmediatamente expulsado del Palacio de los P ioneros, y no podía volver hasta que sus resultados matutinos fueran aceptables. Con esa medida se buscaba e l desarrol l o i ntegral de los n iños y se preven ía e l riesgo de obsesiones, o de crear monstruitos que sólo su­ pieran tocar el piano o j ugar al aj edrez. Con otras palabras, s i F i scher hubiera sido soviético, su infancia habría sido mucho más recomen­ dable, con una mej or salud menta l . Casi todas las estre l l as del aj edrez soviético que yo conocí eran personas con estudios, cultas y de carác­ ter equ i l ibrado . Sin embargo, es frecuente encontrar la afirmación -sobre todo, en trabajos de Gobet y Compite l l i- de que en ese estudio de Diákov, Petrovski y Rúdi k «no se hallaron di ferencias en inte ligencia general con el resto de la población», lo cual es cierto y nada sorprendente; entre otras razones, porque si todavía hoy no está c laro qué es la i nte­ l igencia, menos lo estaba hace 86 años; el estudio se hizo con j ugado­ res de primera fi l a mundial, dedicados muy intensamente al aj edrez, y

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quizá con poca vida soc ial para trasladar el desarro l l o d e s u intel igen­ cia a otros ámbitos. Pero en el informe de los tres profesores se c ita una l i sta de 1 6 cua­ l i dades físicas y psíquicas que encontraron en los suj etos del estudio, inc l uidos «el gusto por las lenguas extranj eras y la organ izac ión metó­ dica del estudio». Basándome en los demás trabajos i mportantes de los últimos 80 años, he elaborado esta relación de 24: concentrac ión, memoria, razonamiento lógico, pensam iento c ientífico, autocrítica, responsab i l i dad personal, motivación, autoestima, planifi cación, pre­ visión de consecuencias, capacidad de cálculo, imagi nac ión, creativi­ dad, paciencia, discipl ina, tenac idad, atención a varias cosas a la vez, cálculo de riesgos, deportividad, sangre fría, cumpl imiento de las re­ glas, respeto al adversario, v i s ión espac ial y combatividad . M atemáticas. Si se suman los argumentos, estudios y testi monios de profesores ba­ sados en su experiencia que dan por segura la influenc ia del aj edrez en una mej ora del rendimiento en matemáticas, y se añaden los maestros partidari os de la uti l izac ión del aj edrez como herramienta aux i l i ar para enseñar matemáticas, podríamos hablar de opinión unán ime . . . , si no fuera por Femand Gobet (véase una larga conversac ión con él al final de esta parte del 1 ibro ). E l estudio más significativo es e l de la escuela Olewig de Tréveri s (en alemán, Trier) ; durante más de cuatro años, la mitad de los alum­ nos de un curso de primaria sustituyó una hora semanal de matemáti­ cas por una hora de aj edrez, mientras la otra mitad seguía rec ibiendo las mi smas horas de matemáticas, sin aj edrez. Es muy importante su­ brayar que esas dos mitades se e l igieron aleatori amente para evitar el l l amado «sesgo de autoseleccióm> ( los n i ños a quienes les gusta el ej ercicio mental se apuntarían vol untarios a unas c l ases de aj edrez, lo que podría contaminar e l resultado) . A l final de cada curso, los niños aj edrec i stas obtuvieron resultados mucho mej ores en matemáticas (el doble de buenos), a pesar de que hab ían rec ibido una hora menos de clase por semana. Y lo mi smo ocurrió con la comprensión lectora. A raíz de este éx ito, e l método ha sido replicado en otras c i udades ale­ manas . Chess Base (www .chessbase .com) ha pub l i cado varios repor-

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tajes donde diversas autoridades pol íticas y pedagógicas de H ambur­ go muestran su gran satisfacción con la experi encia. Un estudio similar, pero de interés especial porque se hizo en cua­ tro escue las alemanas para niños con dificultades de aprendizaj e (co­ ci ente intelectual entre 70 y 8 5 ) , fue dirigido en 2008 por M arkus Scholz, de la Un iversidad de Leipzig. En sus conclusiones se indica cl aramente que los resultados fueron muy positivos, que el aj edrez es una herram ienta pedagógica muy úti l para este tipo de niños y que se ha observado una conexión clara entre la práctica del aj edrez y el de­ sarrollo de hab i l idades matemáticas. Ni siquiera Gobet ha puesto ob­ j eción alguna a este experimento. Es probab le que el trabaj o más profundo sobre la materia sea la tes is doctoral de Joaquín Femández Amigo ( Utilización de material didáctico con recursos de ajedrez para la enseñanza de las matemáti­ cas. Estudio de sus efectos sobre una muestra de alumnos de 2. º de Primaria, Universidad Autónoma de Barcelona, Bellaterra, 2008 ), que merec ió u n «sobresal iente cum laude» d e l tribunal . Femández Amigo acumula 33 años de experiencia como maestro de escuela y es el autor de otros muchos trabajos sobre aj edrez. Sus conclusiones pri ncipales en la tesis son : « 1 ) la apl icac ión de materiales didácticos de aj edrez a grupos de alumnos produce una mej ora significativa en la capac idad de cálculo y de razonamiento lógico; 2 ) también se produce una mej ora metodológica de la enseñanza de las matemáticas; 3) la apl icación de tales materiales tiene una i nfluencia apreciable mayor en el grupo de niñas que en el de los niños; y 4) la eficacia de la apl ica­ ción de los materi ales varía mucho en función del centro educativo en que tales medidas se apl ican , aunque siempre los resultados del grupo con aj edrez son superiores al grupo de contro l » . Aunque se conocen apl i cac iones del aj edrez como método trans­ versal para enseñar aritmética y álgebra, los dos campos más lógicos son la resolución de probl emas y la geometría, como veremos un poco más adelante, cuando tratemos el aj edrez preescolar. Comprensión lectora Los resultados, muy positivos, de las citadas experiencias en Tréveris y Hamburgo, con suj etos elegidos aleatoriamente, dan más importan-

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c i a a l estudio d e Stuart M argul ies que s e hizo e n e l D i strito 9 del Bronx (Nueva York) en 1 992 . Sus resultados fueron también magn íficos: los niños aj edreci stas mejoraron su comprensión lectora más que los del grupo control a lo largo del curso . Pero puede aduc irse que esos ni ños se apuntaron voluntariamente a las c l ases de aj edrez, y que, por tanto, tenían mayor capac idad intelectual o deseo de aprender que los otros. Sin embargo, como los resultados coinc iden con los de Alemania y con otros similares (aunque menos documentados) en países di stintos, y también con el testimonio de muchos docentes no aj edreci stas que han vi sto la eficacia del aj edrez en la mej oría de la compren sión lecto­ ra, quedan ya pocas dudas al respecto, aunque siempre sería mejor contar con más estudios rigurosos real i zados con muchos niños. Pero queda un importante punto por ac larar: ¿por qué los niños aj edreci stas leen mejor que los demás? La conexión entre las dos acti­ vi dades no es obvia, como ocurre entre el pensami ento lógico-mate­ mático y el aj edrec ístico. Después de darle muchas vueltas, creo haber encontrado la respuesta. Leer y j ugar al aj edrez impli can procesos si­ mi lares: reconocer signos (en un caso, letras ordenadas de múltiples maneras; en el otro, piezas de di ferente valor, tamaño y color, que también se conectan entre sí de m i l formas), asoc iarlos y extraer con­ c l usiones. Un niño o niña que automatice ese proceso j ugando al aj e­ drez con frecuencia, luego leerá más fác i lmente y comprenderá mej or lo que lee. H istoria En un colegio donde el aj edrez es asignatura en horario lectivo en al menos un curso, lo que garantiza que todos sus al umnos saben j ugar, puede ser además muy úti l como método transversal para hacer más amenas otras asignaturas. Y la apl icación más obvia es la hi storia, dado que la del aj edrez es de al menos 1 5 siglos (aunque al gunos in­ vestigadores, como el español Joaquín Pérez de Arriaga, sostienen que prov iene del Antiguo Egipto y que, por tanto, serían muchos más siglos), con abundante documentación y personaj e s fascinantes. La cantidad de ej emplos que se me ocurren a bote pronto da para l l enar muchas páginas de este libro, pero citaré sólo al gunas ideas ins­ piradoras para profesionales de la docencia:

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El aj edrez l l egó a España con la invasión musulmana, y fueron los españoles quienes lo exportaron a buena parte de Europa y América durante su imperio. En el siglo x111, A l fonso X el Sabio escribió un l ibro de aj edrez en el que lo cal ifica de instrumento muy úti l para la buena con­ vivencia entre musulmanes, j udíos y cristianos. El aj edrez moderno, con l as reglas actuales, nació en España hace poco más de 5 00 años. La princ ipal diferencia con el ará­ bigo o antiguo es la incorporación de la dama, que se hizo como homenaj e a la reina I sabel la Catól ica. El francés P h i l idor era, además de un músico eminente, el me­ j or aj edreci sta del mundo a finales del siglo xv111. Su principal aportac ión a la estrategia fue esta idea: « Los peones son el alma del aj edrew, formulada pocos años antes de la Revolu­ ción Francesa. H ay varios momentos de la h i storia del aj edrez donde e l mej or j ugador del mundo pertenece al país dominante en ese mo­ mento. El citado P h i l idor es un ej emplo; el español Ruy López de Segura, primer campeón del mundo oficioso durante e l rei­ nado de Fel ipe l l , sería otro ; y la tremenda rival idad Spasski­ F i scher en plena guerra fría entre l a U RS S y E E . U U no puede ser más signifi cativa. E nseñanza p reescolar Las dificultades que los niños menores de 5 o 6 años tienen para en­ tender conceptos abstractos no significa, en absoluto, que no puedan disfrutar del aj edrez y beneficiarse de él antes de esa edad. Quien me­ j or ha demostrado esto es la colombiana Adriana Salazar en sus dos centros de Bogotá, l l amados Talento y Osito Pardo, aunque me consta que hay otras experiencias, también positivas, en diversos países. Mis dos visitas, en 20 1 1 y 20 1 2 , fueron sumamente instructivas. Los niños (de 3 a 5 años) de Talento y Osito Pardo tocan el violín, practi can el arte marcial del taekwondo y j uegan al aj edrez con el mé­ todo que Salazar creó hace trece años y apl ica ahora a 2 6 . 000 niños; de el los, 2 0 . 000 colombianos y 6 . 000 españoles, repartidos en más de 60 colegios de ambos países. La idea básica es «aprender j ugando, j u-

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gar aprendiendo», y el punto de partida es que l a capac idad para aprender que tienen los niños pequeños es poco menos que i l i mitada, siempre que se les enseñe con métodos apropiados para su edad . Por ej emplo, a los niños de tres años se les invita a gatear, caminar o saltar o bai lar por un tablero gigante en e l suelo, formando diagonales, horizontales o verticales mientras suena una canción muy pegadiza, cuya letra es relativa al j uego del aj edrez; así aprenden nociones básicas de geometría sin darse cuenta. O, para que desarrollen la visión espa­ cial, les colocan en el tablero mural una posición en la que dos peones, uno blanco y uno negro, pueden capturarse mutuamente, y entonces les piden que se imaginen -sin tocar las piezas- cómo quedaría el tablero si el peón blanco come al negro o viceversa. Además, al obligarles a calcular mentalmente, sin mover las piezas, se les acostumbra a pensar antes de actuar y a explicar lo que piensan de viva voz. Con j uegos de ese tipo, los niños pequeños van desarrol l ando la atención, percepción, memoria, concentración, capac i dad de cálculo, etcétera, o aprenden a resolver problemas de fo rma razonada, además de la responsab i l idad de las deci siones que uno toma y del respeto a lo que hace el rival . Por otro lado, en este método de Salazar se huye de la idea de que el aj edrez es una guerra entre dos ej ércitos, porque e lla argumenta q u e en Colombia ya ha habido muchísima vio lencia en los últimos decenios, y por tanto prefiere representar a las piezas blancas y negras como nata y chocolate . De modo que l as de nata quieren co­ mer helados de chocolate y viceversa. Otro gran experto en aj edrez preescolar es e l uruguayo Esteban Jaureguizar, de origen argentino. Poco después de l l egar a su país de adopción introduj o el aj edrez en varias facultades de la U n iversidad de Uruguay, y luego comenzó a investigar la posib i l i dad de apl icarlo como herramienta pedagógica para los más pequeños, a partir de tres preguntas : ¿ E stá en condic iones un niño de 3 años de j ugar al aj edrez? ¿Es necesario enseñarle desde tan pequeño un j uego tan compl icado? ¿Puede estimularse alguna forma de pensamiento lógico que requiera semej ante nivel de abstracción? Jaureguizar se h izo la siguiente reflexión: «Todo niño se apresura a practicar cualquier j uego de cualquier naturaleza con un grupo de amigos. Normalmente, será cuestión de pocos minutos soc ial izar las

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normas de ese j uego, e inmediatamente comenzar a disfrutar de é l . Pero esto no es posible en el caso d e l aj edrez. Y éste es u n o d e l o s fun­ damentos básicos para sostener la idea de promover su enseñanza des­ de las edades más tempranas. En e l las se hace difuso ese momento espec ífico en el que se aprende a j ugar al aj edrez, no existe la presión que se ej erce al p l antear al niño e l "ahora te voy a enseñar a j ugar al aj edrez". Y de este modo, j ugando a que j ugamos al aj edrez, podemos plantearnos un trabaj o multidireccional sumamente fructífero». Veamos cómo hacen eso en M ontevideo: « E n aj edrez resulta infi­ nita la posibi l i dad de evolución de la estructura de significantes y sig­ nificados. Por ej emplo, podemos pensar que e l significante "alfi l " se vinculará inicialmente en la imaginación infanti l con el sign i ficado "elefante", para l uego incorporar a esa idea la representac ión simbóli­ ca de su figura material . M ás tarde, irá asumiendo una nueva signifi­ cación, ahora relacionada a lo espacial, primero cuando esa figura se vincule a su ubicación específica en e l tablero (en la posición inic ial de las piezas) , y más tarde cuando reconozca la dinámica de su movi­ miento, momento a partir del cual e l niño establecerá un nuevo víncu­ lo entre este "al fi l " como significante, y el concepto de "diagonal" como nuevo componente de su significado». Y así sucesivamente : «El ej emplo del alfil será matriz para todos los demás procesos de construcción progresiva de sentido, y, obvia­ mente, cada cadena de significados que se construya estará absoluta­ mente ligada a l as demás, en una estructura cada vez más complej a que s e irá reestructurando d e manera progresiva e indefinida». Se trata de aprovechar que los niños no necesitan comprender en­ teramente l as reglas del j uego para disfrutar de él: «Quizá sea esta la virtud más destacabl e que posee el aj edrez a la hora de fundamentar su incorporación a la escuela: tiene la capacidad de que en cualquier pun­ to de ese i nagotabl e proceso sea posible e l j uego, el razonamiento y finalmente, el disfrute de pensar. Esto es lo que deseamos generar y favorecer. El disfrutar del hecho a veces maldito de pensar, en cual­ quier etapa de ese marav i l loso proceso evolutivo de la intel igencia humana. Regoc ij arse a través de un j uego marav i l l oso, que al tiempo de ser j ugado nos exige la realizac ión de un sinnúmero de operac iones lógicas de complej idad i nagotable».

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Jaureguizar ha e laborado un esquema de obj etivos divididos por edades desde los dos años hasta los c inco, que por su gran interés co­ pio a continuac ión. Obj etivos generales : • Favorecer el proceso de construcción de las diferentes estructu­ ras psicogenéti cas. • Contribuir al desarrollo de actitudes favorecedoras, como la ca­ pac idad de concentrac ión, la tolerancia a las pequeñas frustra­ ciones, el reconocimiento del lugar del adversario. • Posibil itar la incorporación de conceptos aj edrecísticos en edad temprana y en un contexto absolutamente l údico, no escolarizado. • Incidir positivamente sobre un eventual proceso posterior de aprendizaj e del j uego en un medio escolar. OBJETIVOS PARA N IÑOS DE 2 AÑOS: Generales • Contribuir al proceso de construcción del lenguaj e , estimulán­ dolo desde el aj edrez. • Consolidar la noción de espacio, a partir del tablero como ámbi­ to de j uego. • Propender hac ia una actitud de aceptac ión de l as reglas y de res­ peto a la s ituación de j uego. • Promover procesos elementales de c l asificación a través de la figura de las piezas . • Trabaj ar la capac idad de seriación, básicamente desde la ubica­ ción in icial de las piezas en e l tablero. • Construcc ión del vínculo afectivo con el j uego y el docente, po­ sibil itador natural del desarro l l o del proceso. Específicos o Reconocimiento del aj edrez como un j uego posible de ser com­ partido con sus compañeros. o Reconocimiento del tablero como espacio en el que se desarro­ l l a el j uego . o Conocer las piezas, su nombre y su ubicación.

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Asumir que cada cas i l l a puede albergar sólo una pieza cada vez. Reconocer que las piezas blancas constituyen un equipo, y las negras otro di ferente . Comprender el movimi ento del peón, en su mínimo nivel de complej idad (un paso hacia adelante ) . Noción de tiempo : aceptación de q u e s ó l o s e puede mover una vez cada uno .

PARA N I Ñ O S D E 3 AÑOS : Generales • Construcción de una dinámica del espacio. • Conceptualización del tiempo. • Desarro l l o del sentido de l a reversibil idad. • Aceptac ión de l a exi stencia de la voluntad del adversario, como fac i l itador del desarro l l o de una forma de pensamiento supera­ dora de la etapa de pensam iento egocéntrico. • Construcción de nociones absolutas de cantidad, y relativas ( «ma­ yor que», «menor que», etcétera). • Fortalecer l a capacidad de mantenerse concentrado al menos durante algunos minutos . Específicos e Conceptual izar el movimiento de las piezas (al menos peón, torre, cabal lo y alfi l ) . o Comprensión d e la dinámica d e la captura. o Dominar la idea de avance y retroceso. o Obj etivar la captura de piezas rivales como propósito de sus movidas. o I ncorporar la noción de gananc ia o pérdida en relación a la can­ tidad de piezas capturadas por cada bando. PARA N IÑOS D E 4 AÑOS : Generales • I ntegración del espacio como totalidad, a través de las
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