Aislamiento y soledad
April 13, 2017 | Author: Eduardo V. Luna | Category: N/A
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psicología
AISLAMIENTO Y SOLEDAD
EVA MUCHINIK SUSANA SEIDMANN
Seidmann, Susana. Aislamiento y soledad / Susana Seidmann y Eva Muchnik. 1ª. ed. 1ª. reimp. – Buenos Aires : Eudeba, 2004 128 p. ; 22x14 cm. (Material de Cátedra) ISBN 950-23-0762-3 1 Psicología I. Muchnik, Eva II. Título CDD. 150
Eudeba Universidad de Buenos Aires 1ª edición: junio de 1998 1ª edición, 1ª reimpresión: marzo de 2004
© 1998 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economía Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Tel: 4383-8025 / Fax: 4383-2202 www.eudeba.com.ar Diseño e ilustración de tapa: A y D berón - Eudeba Corrección y composición general: Eudeba ISBN 950–29–0762–3 Impreso en Argentina. Hecho el depósito que establece la ley 11.723 No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia u otros métodos, sin el permiso previo del editor.
A Moisés y Enrique quienes nos apoyaron en las largas horas de discusión y trabajo.
EVA MUCHINIK - SUSANA SEIDMANN
Este trabajo forma parte del proyecto de investigación PS079 de UBACyT “Soledad, aislamiento y redes de apoyo”, 1995-1997. 8
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PRÓLOGO
Un libro sobre la soledad es un desafío harto difícil. Más aún si pretende afincarse en el terreno del conocimiento científico. Como bien señalan las autoras, aunque la soledad ha sido un tema de preocupación a lo largo de la historia, su significado ha ido variando a través de los tiempos. En nuestro presente, ha adquirido una dimensión mayúscula y alarmante, como resultado de las peculiares condiciones sociales que forman la trama de la vida contemporánea. Como ocurre con muchos de los problemas que más nos aquejan, sobran las cosas que se dicen y se escriben sobre este tema. Materia frecuente en nuestras conversaciones cotidianas, aparece por doquier en medios y publicaciones sin que esto implique profundidad en el tratamiento de la cuestión. Al mismo tiempo, sólo recientemente está llamando la atención en los círculos científicos. Una explicación plausible que puede desprenderse del interesante planteo del libro es que esto se debe al modo acelerado con que trepan las consecuencias negativas de un fenómeno que no siempre fue visto como algo perjudicial. Que la ciencia se ocupe del tema no quiere decir que resulte fácil establecer su pertinencia gnoseológica, pues como está clara9
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mente puesto de manifiesto en las ilustraciones del texto, se trata de un tema multidisciplinar cuya naturaleza supera los límites de las disciplinas tradicionales que conocemos. Las autoras, destacadas especialistas en psicología social, aprovechan su sólida formación para profundizar en los aspectos relativos a ese campo. De particular importancia es la cuidadosa tarea de discriminación entre los diferentes niveles que implica este concepto. El lector podrá aprender a diferenciar con precisión la soledad del aislamiento, así como los alcances objetivos y subjetivos del problema. El libro recorre un amplio panorama de situaciones en que la soledad ocupa un lugar central, mediante un análisis equilibrado de las condiciones contextuales y emocionales del problema. Un corolario fundamental es la importancia que adquieren las redes sociales de apoyo tanto para realizar un diagnóstico adecuado de la situación, como para examinar las condiciones que pueden contribuir a su mejor afrontamiento. La obra tiene, en su conjunto, el mérito de abarcar de manera global los grandes tópicos de esta materia. Lo logra hábilmente, combinando una textualidad prolija pero no abigarrada, que permitirá una lectura de interés al gran público y despertará en el especialista la inquietud por la investigación. Dr. Héctor Fernández Álvarez abril de 1998
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I
ACERCA DE LA SOLEDAD
La vida humana se organiza y se construye en las relaciones interpersonales. Nuestra conducta está configurada, en gran parte, por la vida con los otros; así como nuestras creencias, nuestras predilecciones, nuestras emociones e incluso la persona que creemos ser. Las relaciones permanentes, la pareja, la relación materno-filial, generan expectativas conocidas, crean lazos y vínculos que consolidan certidumbres y permiten construir un sentimiento de continuidad, de protección y de seguridad. La respuesta afectiva del otro responde a una necesidad humana básica universal. Su fracaso afectará la naturaleza y el significado de las relaciones interpersonales (R. Linton, 1961). Los seres humanos viven en complejas redes de interacción social, con diferentes niveles de involucración que crean el contexto ecológico fundante de la identidad humana. Existe un nicho ecológico humano, ámbito de seguridad, concepto que proviene de la ecología y que amplía su perspectiva. La soledad es un fenómeno asociado a la calidad de las relaciones interpersonales.
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Como concepto, su significado es vago, posee múltiples acepciones y variados matices. Ya que evoca tanto el placer como el displacer. La soledad es parte de la condición humana. El diccionario de la lengua francesa Le Petit Robert señala que el adjetivo “solo” (seul) aparece por primera vez en el siglo XI (año 1080). Deriva del latín solus y hace referencia a quien está sin compañía, separado de los otros, sin vínculos familiares habituales, sin ayuda. El término “soledad” (solitude) surge en el siglo XIII (año 1213) ligado a la situación de una persona que está sola de manera momentánea o durable y asociado al aislamiento, al estado de abandono y a la separación. No presenta de modo sistemático una connotación negativa. Alfred de Vigny, poeta romántico, dice: “Sólo la soledad es la fuente de las inspiraciones. La soledad es sagrada”. La palabra se vincula con situaciones conexas: aislamiento, retiro, estado de abandono, de separación en que el hombre se siente frente a Dios, a las conciencias humanas o a la sociedad. La soledad es una emoción, se trate de desesperanza, tristeza, abandono y pérdida; también de goce y creación. Es un estado o situación que provoca emociones. C. Moustakas (1993) la asocia al dolor de quien no puede compartir su sufrimiento, ya que la persona erige una barrera entre ella y sus seres amados. Rom Harré (1985) hace referencia a los fenómenos característicos en la composición y construcción social de las emociones, asociadas algunas veces a manifestaciones corporales específicas, como la agitación; también responden a manifestaciones de la cultura, atribuciones cognitivas y morales que se sostienen en el origen de la emoción, con una interpretación acerca del valor de uno mismo como protagonista del hecho. Las perturbaciones corporales se “filtran” en la conciencia del sujeto a través de las prácticas lingüísticas y los juicios morales del contexto sociocultural. Se prescribe experimentar, por ejemplo, dolor en un entierro y así las emociones se comprenden. En la soledad como emoción no existe estado fisiológico ni conductual característico, sino una situación de expectativa, una “ausencia” a veces sin forma que genera un estado de ansiedad difusa. Las personas que se consideran solas, creen estar más aisladas de lo que deberían 12
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estar, perciben una carencia. Por el contrario, quienes manifiestan estar aislados, así como lo esperaban, no se sienten solos. Existe una relatividad cultural en la existencia de las emociones producida por los significados (creencias e implicaciones de orden moral) que surgen en la actividad social de la conversación pública. Las emociones están estrechamente ligadas a un contexto lingüístico, histórico y social. Cada época condiciona la aparición de emociones particulares. Por ejemplo, en la Edad Media la emoción de “acidia” surgía como consecuencia del fracaso en el cumplimiento de un deber que conllevaba la pérdida de la intimidad con Dios. Esta situación en nuestra época caracterizaría a la culpa y la vergüenza. Culpa y vergüenza son dos modalidades de control social en nuestra cultura. La acidia desaparece, más tarde, del repertorio europeo con el surgimiento del protestantismo. Está inscripta en un modelo de la relación con Dios y su significado. Comentando a Harré, S. McNamee y K. Gergen (1996) sostienen que las emociones resultan de la compleja red comunicacional de las personas y no de estados interiores. Otros autores (L. Greenberg, L. Rice y R. Elliott, 1996) expresan la importancia de las emociones para comprender la acción humana, especialmente en la interacción interpersonal. Las emociones primarias –sorpresa, felicidad, ira, temor y asco– son disposiciones innatas biológicamente relacionadas con la adaptación y la supervivencia. Están referidas al sustrato biológico del funcionamiento humano. Para dichos autores, lo cognitivo no agota la comprensión de los problemas humanos. Las emociones son fenómenos adaptativos y regulan la interacción con los demás. La evaluación de la respuesta del “otro” afecta la conducta y define las pautas de acción; aislamiento, agresión, rechazo o acercamiento. Las emociones implican una tendencia a la acción en relación a los propios intereses y a las propias habilidades para afrontarlos. Las emociones más complejas se desprenden de las emociones primarias, de los significados y “evaluaciones cognitivas del sí mismo. Aprendidas en relación a la sociedad, las distintas culturas las evocan de maneras diferentes”, señalan los citados autores. El remordimiento, la vergüenza, la culpa, el orgullo, los celos y la soledad son emociones complejas basadas en esquemas con una elaboración cognitiva más 13
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elaborada que depende estrechamente de la cultura. Requieren ser simbolizadas verbalmente en la conciencia para ser experimentadas luego de ser producidas automáticamente por el organismo y presentar registros físicos. Por ejemplo, la expresión del dolor ligada al parto varía según la pertenencia cultural en una misma comunidad. En una zona de frontera en Misiones, las indias tobas parían en soledad colgadas de un árbol, acto silencioso y solitario, cortaban el cordón umbilical con los dientes y bañaban al niño en el río. Las mujeres de origen japonés parían con un rostro impávido ante el dolor y las mujeres de tradición italiana lo hacían ruidosa y estentóreamente. La realidad subjetiva de soledad consciente procede de la construcción de significados personales. Las personas están siempre implicadas en representarse activamente a sí mismas frente a los demás y ante sí mismas en imágenes y narraciones. Narrarse de cierta manera es justificarse ante sus ojos y ante los demás. Para Kenneth Gergen (1996) las narraciones del yo, así como las emociones, son “procesos sociales realizados en el enclave de lo personal”. Contrariamente al enfoque de dos mil años de discurso sobre el yo como unidad independiente en la tradición occidental, las emociones surgen a partir de las relaciones de las que son rasgos fundamentales. George Mead, señala Gergen, acentúa la importancia de considerar la relación como interdependencia intersubjetiva, el surgimiento de la conciencia de sí al adoptar la perspectiva del otro sobre uno mismo. Toda relación está teñida de emoción, en la medida en que “asumir el rol del otro” genera expectativas frente a “sí mismo”. La persona se ve a sí misma desde la perspectiva del otro. Vigotsky (1995) enfatiza esta consideración cuando sostiene que las funciones mentales superiores se desarrollan primero desde lo social, lo interpsicológico, y luego en lo individual, lo intrapsicológico. Afirma K. Gergen que “las emociones ‘no tienen influencia en la vida social’. Constituyen la vida social misma”. Estar solo y sentirse solo tienen distintos significados en diferentes contextos sociohistóricos. Otros desarrollos en el área (Kielcot-Glaser et al., 1990) se refieren a la base sociobiológica de las necesidades sociales, incluyendo los desarrollos de la neurobioquímica, la naturaleza del apoyo social y el impacto de las relaciones sociales sobre la salud física. Investigaciones 14
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recientes (M. Hojat, 1989) asocian la soledad con la inmunocompetencia celular deprimida, con una menor actividad defensiva del organismo. Estudios epidemiológicos en Estados Unidos señalan que aproximadamente un cuarto de la población experimentó soledad recientemente (Weiss, 1973) y que las tasas de mortalidad de personas aisladas son de 2 a 3 veces más altas (Berkman y Syme, 1979) que las de las personas que no comparten esa situación. En nuestra cultura la soledad está tan extendida que puede resultar una amenaza al bienestar de personas y adquiere un matiz relevante. Se relaciona la soledad con problemas de salud mental (alcoholismo, depresión, suicidio y muerte accidental). Las personas solas poseen escasas habilidades sociales (falta de confianza en las relaciones, gran sensibilidad a la crítica de los demás, una tendencia a retraerse hacia actividades solitarias), hostilidad y tendencia a rechazar a los demás y una perspectiva negativa de sí mismos y de los otros (ansiedad social, introversión, autoconciencia elevada, depresión) que condiciona una falta de empatía y apertura en las interacciones sociales (M. Hojat, 1989). Si bien posee un significado intuitivo para la mayoría de las personas, éste no es compartido por todas. No es lo mismo estar solo que sentirse solo. Tampoco tener muchos amigos es lo mismo que no estar solo. Es la intensidad y satisfacción en la relación emocional con otra persona lo que cuenta, incluso más que tener cien relaciones superficiales con otros. La soledad es una experiencia desagradable diferente del aislamiento social, que también es desagradable. Refleja la percepción individual subjetiva de deficiencias cuantitativas (no tener suficientes amigos) o cualitativas (carencia de relaciones íntimas con otros) en la red de relaciones sociales. Existe un conjunto central de experiencias compartidas acerca de la soledad que la transforman en un constructo psicológico social significativo. Soledad expresa una serie de experiencias, un núcleo emocional que aúna una serie de sentimientos distintos, que involucran pérdida o abandono, carencia o ausencia de otros significativos. Podemos detectar experiencias compartidas y diferenciales entre las distin15
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tas personas que sufren de soledad, como por ejemplo un migrante reciente o una viuda. El migrante pierde la pertenencia y la soledad se vincula al desarraigo, a la ajenidad del contexto, connota pérdida. La viudez también involucra pérdida, especialmente de las relaciones de intimidad. La pregunta que surge es cuál puede ser el núcleo central de este sentimiento que implica siempre la carencia o ausencia de “otros significativos”, un déficit en las relaciones interpersonales dentro de un modelo cultural, que se refiere a la calidad, más que a la cantidad de éstas y al significado social e individual atribuido.
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II
LA SOLEDAD EN LA HISTORIA
El aislamiento y su relación con el sistema social
Para considerar el significado del aislamiento hay que tomar en cuenta las definiciones del espacio social, los modelos de sociabilidad que pautan la interacción humana y su naturaleza y definen la calidad de los vínculos interpersonales que se establecen, las condiciones en que éstos se organizan y reproducen en diferentes períodos históricos. La soledad, como sentimiento, adquiere significado y se define dentro de un contexto social que enmarca la naturaleza y las expectativas en las relaciones sociales. Siguiendo el pensamiento de P. Ariès y G. Duby ( 1989), la emergencia de lo privado delimita en la Edad Media la aparición de nuevos dominios que toman en cuenta al individuo. Surgen nuevas relaciones entre el individuo y la colectividad. El individuo puede verse excluido y proscripto del espacio colectivo configurando un modelo de marginalidad social, doloroso, pero puede también excluirse a sí mismo a fin de arraigarse en un espacio reservado. 17
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La literatura marca la lenta emergencia de las representaciones del individuo referidas a su relación privada con el entorno. La problemática de la relación individuo-colectividad, que se encuentra en el corazón mismo de las novelas de aventuras, marca sin embargo que traspasar las fronteras estaba reservado sólo a ciertos elegidos. El personaje errante de la literatura cortés se desprende del grupo y vuelve a implantarse después de una aventura fecunda, recuperando la pertenencia grupal que no abandonó nunca. Si alguien se arriesgaba fuera del recinto doméstico seguía estando en grupo. Los relatos de la época señalan el peligro de recorrer solo el territorio. Se trataba de un problema de supervivencia. La estructura comunitaria, aunque legendaria, parece no hallarse nunca amenazada de desintegración. Se tenía el derecho de despojar de todo a quien andaba sin escolta y se consideraba una obra piadosa tratar de reintroducirlo en una comunidad, reestablecerlo por la fuerza en un espacio ordenado. El regreso al orden, la salida de lo extraño, del aislamiento, el retorno a la comunidad. “Había que ser por lo menos dos. Y si los compañeros no eran parientes, se ligaban entre sí mediante ritos de fraternidad, constituyendo así, para que el vínculo durara, una familia artificial.” Desde los siete años los niños eran considerados sexuados. Los hijos de los aristócratas salían del dominio de las mujeres y más tarde, lanzados a la aventura, seguían estando para toda la vida integrados en equipos. Los caballeros constituían una verdadera familia itinerante, aun en soledad. En el mundo medieval se consideraba que el hombre solitario estaba en peligro. En otros casos, prolongadas soledades buscadas le permitían al individuo pensativo y absorto en su pensamiento en el aislamiento, como un privilegio, la toma de conciencia de su interioridad, un nuevo espacio para la reflexión. Esto se genera en un período de la historia de Occidente. La época medieval parece haber estado marcada por promiscuidad y algarabía en la vida cotidiana. En la vida tanto en el palacio como en las grandes mansiones no se tenía previsto un espacio para la intimidad individual, tampoco en los breves instantes 18
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del fallecimiento. “Estaban siempre cerca ‘unos de otros’, dormían varios en una misma cama y en las casas no había paredes verdaderas, sólo colgaduras” (G. Duby, 1995). En la sociedad feudal cualquier individuo que aspirara a desprenderse de la estricta y abundante convivialidad, a aislarse, a encerrarse, se convertía en objeto de sospecha o de admiración y era tenido por contestatario o por héroe, pero estaba siempre relegado al mundo de lo extraño y diferente. Quien se colocaba al margen, el aislamiento lo hacía sospechoso y lo convertía en más vulnerable al ataque de sus enemigos. Sólo los descarriados, los posesos o los locos se exponían a tal cosa. Andar errante en soledad era, según la opinión general, uno de los síntomas de la locura, como fue genialmente trazado el personaje del Quijote por Cervantes. Esta situación de soledad queda agudamente narrada por Robert Fisher (1994) en El Caballero de la Armadura Oxidada. Un caballero que “luchaba contra sus enemigos... mataba dragones y rescataba damiselas en apuros... famoso por su armadura” pero atrapado en ella del mismo modo en que lo constreñía su soledad. Para escapar “partía en todas direcciones”, sin conectarse con sus necesidades ni darles una respuesta adecuada. A lo largo del siglo XII se multiplican los signos de una conquista de autonomía personal y la aparición de la individualidad. Factores sociales y económicos de apertura están en el origen de esta tendencia que favoreció la iniciativa individual y la construcción de una “subjetividad” diferente. Existen soledades buscadas, tal como se expresan en la literatura y la leyenda. Es la soledad voluntaria del héroe o del anacoreta, del ermitaño o de las reclusas, soledad con sentido que marca al mismo tiempo un vínculo particular con la comunidad. Este fenómeno va a tener su expresión en lo religioso, donde aparecen actitudes que indican que la salvación no se logra por la simple participación en determinados ritos, pasivamente, sino que ha de ganarse mediante una transformación de sí mismo. Es un fenómeno individual que implica una invitación a la introspección. Los procedimientos de regulación moral se trasladan al interior del ser, a un espacio privado que tiene poco de comunitario. 19
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Comienza una búsqueda de la interioridad, que requiere cierto grado de aislamiento y de no confusión. En el arte, por ejemplo, en la escultura aparece la consigna de desprenderse de las abstracciones, de las imágenes humanas sin rostro y de animar los personajes. Se introduce en la escena el individuo que comienza a aparecer en las memorias o en las crónicas. El yo reivindica una identidad en el seno del grupo. Los hogares y las familias con las que el sujeto se identifica comienzan a recortarse de la comunidad, empiezan a portar un nombre propio. Sin embargo, las personas permanecerán prisioneras de este sistema de categorización social, que las liga a un grupo real o abstracto. Existían órdenes religiosas en las que se preconizaba la soledad, en un anhelo de alcanzar la perfección. Su regla limitó para todos la vida en común por períodos muy cortos, como ejercicios litúrgicos o ciertas comidas festivas. Resulta ilustrativa la actitud de la Abadía de Cluny, donde se dejaban sentir las reservas frente al individualismo, denunciado como una forma de orgullo. Durante el segundo cuarto del siglo XII se dispuso institucionalmente un lugar para ciertas experiencias limitadas como el anacoretismo. Anacoretas y caballeros andantes fueron dos modelos de vida aislada de la comunidad, pero unidos simbólicamente. Con respecto a los caballeros andantes, la épica y las novelas exaltaban, por un lado, la expansión del individuo. Por el otro, en el ámbito privado se reprimían las aspiraciones de libertad. En la corte los caballeros vivían en comunidades privadas tan estrictas como una comunidad religiosa. La orientación valorativa de este período marca una fuerte ambivalencia frente a un individualismo incipiente, que se estimula y se reprime al mismo tiempo. Ariès y Duby (1990) hablan sobre la situación de la soledad (siglos XI y XIII) en la Europa Feudal, una sociedad muy compacta donde se multiplican los signos de un movimiento general que lleva irresistiblemente a la persona a desprenderse, poco a poco, del gregarismo doméstico. 20
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Se trata de un período en que se acelera la decontracción de la economía y el crecimiento agrícola reanima rutas, mercados y aldeas. Múltiples fenómenos de transformación social y económica durante los siglos XIV y XV marcan el cambio de los tiempos, como la divulgación de la escritura en las grandes ciudades que colabora en la invención del sujeto. Pero aún la conciencia de sí aparece balbuceante porque se superpone la referencia familiar a la referencia personal y esconde el deseo de interioridad e intimidad, fenómeno presente en la definición de la “soledad emocional” contemporánea (M. Hojat, 1989). El trabajo y el esfuerzo personal son por el bienestar de la colectividad y por el bienestar de la casa. Esto implica un nuevo modelo en las relaciones interpersonales, una expansión de la sociabilidad, pero orientada hacia la vida pública. La soledad en el ámbito urbano empobrece. No es en el retiro donde el espíritu se nutre, sino en medio de la muchedumbre. La aparición de la autobiografía como expresión literaria marca la relevancia de los destinos singulares. El proceso de individuación se perfila a lo largo de múltiples avatares sociales y muy diversas configuraciones de sociabilidad. La evolución de las relaciones interpersonales y su relación con la afirmación de la individualidad lleva, en los siglos XVI y XVII, a preservar la vida privada, con avances y retrocesos. La nueva forma de concebir la vida privada no resulta de un desarrollo lineal, regular y unívoco. Exigencias de privacidad, de búsqueda de cierto individualismo de costumbres separan al individuo de lo colectivo. La esfera de lo privado se reduce a la célula familiar. La familia se convertirá en el ámbito por excelencia de la privacidad, único espacio en que se deposita la afectividad y se salvaguarda la intimidad. Esta actitud marca, quizás, la entrada en la vida moderna. La libertad se conquistará lentamente. Los historiadores van a señalar a lo largo de los siglos primero el afianzamiento de la familia, luego la desintegración del monopolio familiar. Tanto en la burguesía como en las clases populares, se cede la crianza de los hijos, interviniendo personas que no son de la familia, las nodrizas. Aparecen nuevas estructuras vinculares y otras desaparecen. 21
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La amistad, modalidad de relación, definida desde la Enciclopedia, crea un sistema de derechos y deberes que supone vínculos entre personas de rango similar y permite la satisfacción mutua. La amistad se difunde como relación corriente y necesaria, plural e inserta en la trama habitual de las relaciones sociales centradas en la familia. La amistad implica un espacio de libertad, de elección. La familia mantiene su estructura jerárquica y descansa en la desigualdad y en la reproducción. La estructura social genera también otros modelos de relaciones electivas: las hermandades, las cofradías, las logias, lugares neutros donde no interviene el Estado. Supone categorías sociales con mayor movilidad, ajenas y diferentes a la familia. La sociabilidad de individuos que se han elegido redefine la libertad del individuo dentro de un marco de obligaciones. Estos modelos se construyen dentro del movimiento de la Ilustración. En Inglaterra el modelo de las asociaciones libres se configura en el club, asociación libre sin más objeto que su existencia, nuevo modelo de socialidad restringida, en estado puro. El colegio marca aún más una profunda ruptura con nuevas formas de control sobre la infancia y la adolescencia. Alejados de la familia, los vínculos entre pares se hacen más fáciles y necesarios. El siglo XIX define otros modelos. Se modifican las reglas de juego en favor de la ampliación del horizonte de la vida social. Los círculos familiares no desaparecen; siguen siendo la norma para la mayoría de la población. Pero la gran familia, donde conviven varias generaciones es, al decir de los historiadores, un modelo mítico que, a partir del siglo XVI, no corresponde a la realidad tangible en la mayor parte de la Europa Occidental. Fueron los utopistas, Saint Simon y Fourastié, entre otros, los que idealizaron la comunidad. Construcciones utópicas de granjas o establecimientos colectivos, con sujetos unidos por propia voluntad, una forma de convivencia orientada hacia la producción y el consumo. En una época en que se proclama el progreso y se desarrolla el capitalismo, paradójicamente, filósofos sociales dan realce a una comunidad ideal. Frente a la nostalgia de esa comunidad, el tema de la soledad adquiere nuevos matices. Aparece como un “síntoma clínico” en la 22
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sociedad contemporánea asociado, en algunos casos, a la depresión y a la ansiedad y como uno de los problemas psicosociales del fin de siglo XX.
El hombre frente al aislamiento Algunos relatos de viajeros y de investigadores señalan que es posible sobrevivir en altamar sin víveres, pero que resulta un desafío soportar la falta de compañía. Bombard (1953, citado por Worchel y Cooper, 1979) relata su dificultad para soportar los efectos del aislamiento en un viaje de 65 días por el océano, hace referencia a sus “ataques de soledad”, un sentimiento insidioso que avanzaba lentamente y al que se reconocía como a un enemigo, ya que conspiraba contra su posibilidad de supervivencia. Se asociaba allí soledad y aislamiento. “La soledad total es algo opresivo que gasta lentamente a la víctima solitaria.” El relator hablaba con objetos inanimados, escuchaba ruidos, veía objetos. Viajeros solitarios, como el almirante Byrd (1938), se refieren a soledad y miedo, alucinaciones y delirios. Otros decían ver personas, “ver un hombre en la quilla de su bote o, en algún caso sentir que lo acompañaba un marino que fue piloto de Colón en la Pinta”. Se trataba de alucinaciones de la existencia de otros en sujetos acostumbrados a estas experiencias de aislamiento. En una última fase del aislamiento, el solitario aumenta el temor a estar solo, a hablar con otros seres humanos, a parecer loco. En otras experiencias en contextos de aislamiento, como la de los prisioneros, éstos suelen hablar con insectos o pequeños roedores a los que transforman en mascotas por la necesidad de recibir estímulos de otro ser vivo. En experimentos sobre la deprivación sensorial, las personas muestran la severidad de los efectos, aun por períodos muy cortos. Sufren alucinaciones, son susceptibles al cambio de actitudes, es decir, más fácilmente influenciables y, si pueden hacerlo, rechazan continuar con la experiencia. En situaciones experimentales que reproducían diferentes contextos de aislamiento social, las personas mostraron mayor depresión, 23
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procesos de pensamiento ineficientes y más preocupación que las que pertenecían al grupo control sin estimulación aversiva. En otros casos, los prisioneros reaccionaban primero con dolor en relación al tiempo de aislamiento, mayor al principio y luego declina para entrar, después de un largo proceso, en apatía con escasos sentimientos y sin respuesta al entorno (Schachter, 1959). Aquellos sujetos aislados que se entretienen con juegos físicos o mentales poseen una menor tendencia a mostrar estos síntomas. En la sociedad de masas, estas experiencias de soledad, según Schachter, tienen carácter de epidemia. Se generan situaciones en que el sujeto pone barreras a los demás y teme romperlas. Defiende su privacidad –al impedir el acercamiento del otro–, su capacidad individual de elegir, su libertad. Situaciones de aislamiento grupal pueden ser también generadoras de estrés interpersonal porque no se satisfacen ciertas necesidades sociales y pueden distorsionar el proceso social mismo, ya que el sujeto no está en condiciones de confrontar y comparar por el poco número de personas con quienes se contacta. Tripulantes de submarinos, prisioneros en celdas, grupos aislados en la Antártida, no pueden elegir con quién interactuar. El sujeto está confinado. Efectos del aislamiento son la hostilidad y el aburrimiento. Se aíslan unos de otros, cada vez más. Las díadas no soportan mucho la situación experimental. El aislamiento es estresante tanto en individuos como en grupos. También la privacidad puede ser necesaria y su falta provocar consecuencias negativas. Necesidad de estar solo, el tema es poder elegir.
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III
LA SOLEDAD EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
¿Qué es la soledad? Relacionada con el aislamiento, debe ser redefinida o reconceptualizada dentro de un contexto histórico y social. Adquiere características singulares dentro de una sociedad de masas, donde parece paradójico estar solo, tal como lo definiera David Riesman hace casi medio siglo en su libro La muchedumbre solitaria y obtiene matices diferentes si lo ubicamos dentro de la cultura de la posmodernidad, como lo expresara Gilles Lipovetzky (1994) en La era del vacío. Vislumbra un “individualismo hedonista y personalizado” que “se ha vuelto legítimo y ya no encuentra oposición”. “Sociedad posmoderna significa... retracción del tiempo social e individual.” Kenneth Gergen en El yo saturado (1992) sostiene que “surgen de nuestro interior numerosas voces, y todas ellas nos pertenecen. Cada yo contiene una multiplicidad de ‘otros’ que cantan diferentes melodías, entonan diferentes versos, y lo hacen a un ritmo diferente. Esas voces no siempre armonizan”. La multiplicación de estímulos sociales, la pluralidad de modelos, la intensidad de la saturación 25
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social de las modernas tecnologías producen una andanada de estímulos que quiebran el sentido de coherencia en la vida cotidiana y cercenan la experiencia vital individual, arrojando a la persona a la búsqueda de certidumbres acerca de sí mismo, en un círculo vicioso que empobrece y cierra la posibilidad de nuevas experiencias. Desde esta perspectiva: La soledad deviene de la fragmentación del sentido de sí mismo. Cambios sociales y culturales estructurales, modifican las formas de sociabilidad. El debilitamiento de los vínculos familiares, la fragmentación de los lazos interpersonales terminan por acarrear un riesgo para la salud física y mental y menoscaban la capacidad de afrontamiento frente a las crisis. Este fenómeno afectará especialmente al imaginario social de los viejos. La problemática requiere una formulación dentro de una perspectiva ecológica, ampliar el concepto de “nicho ecológico” o acotarlo haciendo referencia a lo que denominamos nicho ecológico humano para hacer alusión a la importancia del contacto humano, al entorno no sólo material, natural o construido, sino al entorno social humano, recordando a René Spitz con su concepto de hospitalismo a John Bowlby y su teoría del apego, a Urie Bronfenbrenner (1987) y su perspectiva ecológica del desarrollo. Desde la Sociología del Conocimiento se puede plantear que la vigencia de un problema formulado como tal es parte de la construcción histórico-social y responde a las inquietudes de una época. La noción de aislamiento paradojalmente cobra vigencia en la sociedad industrial urbana y la preocupación por la existencia de redes sociales y redes sociales de apoyo se populariza en la últimas dos décadas por razones sociales y políticas. Se la consideró de utilidad en investigación sobre salud mental por considerarla un recurso importante para el manejo del estrés, aunque no suficiente o adecuadamente implementada. Del tema se interesa no sólo la psicología, sino también la antropología y la sociología médica, al estudiar los efectos del apoyo social. Falta desarrollar un marco teórico que fundamente su relevancia. Podemos apelar a algunas conocidas formulaciones, tales como la teoría del Apego o a los efectos amortiguadores del apoyo social en situaciones de estrés, situaciones que 26
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el sujeto no sabe o no puede afrontar por falta de recursos necesarios. La red social de apoyo aparece así como un recurso humano significativo per se, pero también opera como una fuente generadora de recursos. En la clínica psicológica, la soledad se manifiesta bajo múltiples ropajes, en los trastornos de ansiedad, en la depresión y en las patologías sociales. La pérdida de vínculos significativos de sostén, la carencia de intimidad perdurable puede derivar en cualquiera de las situaciones antedichas.
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IV
LA SOLEDAD EN LA LITERATURA Y SUS MATICES
En la producción cultural del hombre, la temática de la soledad aparece ya en la Biblia. Dice el Génesis “no es bueno que el hombre esté solo, hagámosle ayuda semejante a él. Y así Dios creó a la mujer, por lo cual el hombre dejará a su padre y a su madre y se le unirá y serán dos en una carne”. Desde la literatura, la dimensión de la emoción evocada parece ser la misma en diferentes épocas. La soledad es en casi todos los casos ausencia que se asocia al vacío, cuando no a la muerte. Hay “soledad” y “soledades” (D’Alessio, 1970), la soledad objetiva no existe, se trata de una situación o una condición que evoca un sentimiento. El tema perturbó a Góngora, quien lo asocia a la libertad y a la fatiga de la labor creativa. Pasos de un peregrino son, errante, Cuentos me dictó versos, dulce musa: En soledad confusa Perdidos unos, otros inspirados. 29
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Lope de Vega lo expresa así: A mis soledades voy, De mis soledades vengo, Porque para andar conmigo Me bastan mis pensamientos. No estoy bien, ni mal conmigo; Mas dice mi entendimiento Que un hombre que todo es alma Está cautivo en su cuerpo. Revela la necesidad de intimidad consigo mismo, más que la búsqueda de “otros”. Francisco de Rioja, en la “Canción a las ruinas de Itálica”, asocia la soledad a lo efímero del hombre: Estos, Fabio,¡ay dolor!, que ves ahora Campos de soledad, mustio collado, Fueron un tiempo Itálica formosa; Sólo quedan memorias funerales. Hoy cenizas, hoy vastas soledades. El poeta Alfred de Vigny evoca en su poema “Moïse” la soledad del líder, del conductor y guía de un pueblo. Es como si sólo la poesía y la literatura se permitieran explorar con las palabras los matices de su profundidad. “La soledad es el imperio de la conciencia”, dirá un romántico como Gustavo Adolfo Becker. Existen pensamientos y sentimientos que sólo nacen con la soledad. También la soledad se asocia con la muerte, al decir “qué tristes y solos se quedan los muertos”. El vínculo con la muerte que posee ecos permanentes a través de los siglos, es evocado por Octavio Paz en su poema “Algunas preguntas”. 30
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Aunque morimos juntos la misma tierra nos entierra y la misma mentira nos envuelve cada quien, al morir, se muere a solas. No se trata sólo de la muerte, canta León Felipe: ¡Qué solo estoy, Señor! ¡Qué solo y qué rendido de andar a la ventura buscando mi destino! En todos los mesones he dormido, en mesones de amor y en mesones malditos, sin encontrar jamás mi albergue decisivo. Y ahora estoy aquí, solo... rendido de andar a la ventura, por todos los caminos. Ahora estoy aquí, solo, en este pueblo de Ávila escondido pensando que no está aquí mi sitio, que no está aquí tampoco mi albergue decisivo. La soledad del poeta va más allá del aislamiento, implica una búsqueda insaciable, donde no siempre la necesidad del otro está presente, sino que la trasciende. Es también la del hombre que no encuentra su sitio en el mundo. Es también la falta de pertenencia, el extrañamiento, la ajenidad. La soledad existencial, tal como fue desarrollada por los filósofos existencialistas, enfatiza que el hombre está esencialmente solo, preso de su piel, carente de religión o significado en la vida. La existencia del 31
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hombre mismo es contingente. A esto se refiere Sartre cuando habla de “la náusea” (J. P. Sartre, 1938). No podemos huir de nosotros mismos, de la única certidumbre que tenemos en la vida: cada uno de nosotros tendrá que atravesar solo el umbral de la muerte. “Moriremos solos”, decía Pascal. Y agrega Albert Camus que la vida es un aterrador aprendizaje de la muerte. Es ésta una visión nihilista de la vida, donde no es la presencia o ausencia “del otro” lo que se expresa en la carencia, sino la falta de sentido de la vida. El lenguaje literario, con su riqueza de matices, nos permite recorrer una gama más extensa de este sentimiento, más allá de las construcciones teóricas de la psicología. Otra perspectiva brinda el joven poeta norteamericano Toby Olson quien perfila la soledad como “simple ausencia de acoso”, en la imagen de un niño marginado por las críticas de sus compañeros. La soledad se convierte así en un momento placentero de solaz frente al hostigamiento y al odio del entorno. Antonio Tabucchi presenta a su personaje Pereira ligando la soledad a su “gran nostalgia de una vida pasada y de una vida futura”. La soledad queda dibujada a través de las pérdidas pasadas y la falta de proyectos futuros.
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V
DEFINIR LA SOLEDAD
La soledad es un fenómeno humano, un sentimiento complejo, con múltiples facetas, dimensiones y orígenes, contextos y significados. M. Hojat (1994) hace referencia a la soledad como una canasta terminológica que incluye términos que poseen diferencias conceptuales referidas a sentimientos y a sus significados. Por soledad, propiamente dicha, entendemos el sentimiento prolongado, desagradable, involuntario, de no estar relacionado significativamente o de manera próxima con alguien. Se trata de una apreciación subjetiva, es decir que la persona se siente sola. El sentimiento de soledad no está producido inexorablemente por aislamiento social, por falta de vínculos con otros. Puede surgir de deficiencias percibidas en relaciones actuales íntimas, o derivar de las dificultades en la historia de los vínculos tempranos. El aislamiento se remite a aspectos objetivos, de estar separado de otros, la pérdida de la comunidad. El ostracismo como castigo para los griegos antiguos; el aislamiento en la celda de prisiones de todos 33
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los tiempos o la experiencia de pérdida de vínculos comunitarios en el migrante representan tres situaciones de este fenómeno. Existe también el estar solo (aloneness), situación objetiva, transitoria y no penosa, en que la persona se encuentra real y vivencialmente sola, como alguien que descubre que es la última persona en un espacio, que los demás abandonaron o cuando pasea solo por las sierras en busca de inspiración. El idioma inglés es muy rico en los matices que diferencian y señalan los distintos aspectos del concepto. Así tenemos la noción de solitude como experiencia positiva del estar solo del creador y reclusion que señala la condición autoimpuesta del anacoreta que se aislaba en los bosques o montañas para expiar sus pecados y tener contacto con Dios, así como aloofness para indicar la situación de desconexión, de retraimiento, de no participación, indiferencia, de ir a la deriva, de alguien que se aparta por dificultades del orden de lo psicológico. Los zombis, en la literatura antropológica, son los “muertos vivos”, aquellos que la comunidad condena y decreta muertos. La muerte es la exclusión social. La soledad se expresa también en experiencias de desencuentro, de incomprensión o de distanciamiento con otros, por ejemplo con un amigo, con la pareja, en relación a una diferencia de ideas, estamos en un contexto donde no nos sentimos contenidos. La soledad aparece ligada a la experiencia de pérdida, de muerte, cuando perdemos a otro ser humano querido en un vínculo irrepetible e irrecuperable. Uno siente que perdió no sólo a quien amaba sino alguien por quien era amado y para quien era significativo, como la muerte de un hermano o de un amigo. La desaparición de los padres para los adultos, evoca el sentimiento de ausencia y soledad de la figura de apego. Se experimenta como “alguien para quien yo era importante”, “alguien que se preocupaba por mí”. Se menoscaba nuestra capacidad de disfrutar, de tomar decisiones y de compartir.
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VI
LA NATURALEZA DE LA CARENCIA SOCIAL EN EL FENÓMENO DE LA SOLEDAD
La literatura sobre el tema intenta conceptualizar la problemática y busca establecer categorías o tipos de soledad de acuerdo a la carencia de relaciones sociales específicas o a la existencia de cierto tipo de problemas dentro de las relaciones existentes (R. Weiss, 1973; M. Hojat, 1989; K. Rook, 1989). Se alude a dos tipos de soledad: -la soledad por aislamiento emocional, que deriva de la ausencia de una relación íntima con una figura de apego. Esta es la experiencia más desagradable; y -la soledad por aislamiento social que ocurre por falta de lazos con un grupo social cohesivo de pertenencia (una red social de amigos o una organización vecinal). La experiencia de soledad deviene fundamentalmente del sentimiento de insatisfacción frente a las relaciones sociales. La persona vivencia menores niveles de intimidad y reciprocidad de lo esperado. 35
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Por falta de “habilidades sociales”, para resolver esta carencia, la persona sola intenta a veces lograr intimidad demasiado rápido, está al acecho, en las relaciones interpersonales, con el resultado que los demás se sienten incómodos y se retiran. En esta situación circular la soledad se autoperpetúa. Más se demanda con ansiedad, más rechazo suscita. Por ejemplo, jóvenes ansiosos por encontrar pareja se vuelven abrumadores en el vínculo social. Situaciones conflictivas y/o experiencias negativas en las relaciones sociales contribuyen también al sentimiento de soledad, como el ser separado de, o rechazado por alguien de quien se espera “algo”. Existen otras dimensiones para caracterizar la soledad: - tiempo: soledad como rasgo vs. soledad como estado; - ámbito relacional: relación de pareja, red de amigos; - valor de la experiencia: positiva o negativa.
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VII
UN APORTE TEÓRICO: LA SOLEDAD Y LA TEORÍA DEL APEGO
John Bowlby (1969, 1973, 1980) afirmó que cuando se separa a un niño de su madre o cuidador atraviesa por tres etapas características: protesta, desesperación y desapego. Estas reacciones forman parte de un sistema comportamental (llorar, sonreír, buscar con la mirada, etc.) determinado genéticamente por el que se busca la proximidad con la figura que protege. La conducta de apego desarrolla y afecta el funcionamiento de otros sistemas conductuales, de exploración, cuidado, apareamiento sexual, afiliación. Las experiencias tempranas, fundamentalmente en la infancia y adolescencia, relacionadas con la constitución del apego tienen consecuencias a largo plazo. Una persona con apego seguro desarrolla mayor confianza en sí misma. Existe un estilo de apego que parece mantenerse a lo largo de la vida a través de mecanismos emocionales, cognitivos y comportamentales que operan como “modelos operantes internos” de sí mismo y de los otros. La concepción del self es complementaria con la concepción de los otros. 37
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Los desarrollos y consideraciones acerca de la soledad (R. Weiss, 1973; M. Hojat, 1989; K. Rook, 1989) realizados por teóricos e investigadores relacionan estrechamente el surgimiento del sentimiento de soledad con fracasos en la constitución de un apego seguro en la infancia. La trasmisión de un modelo de socialización de padres a hijos, la cultura familiar, predispone, muchas veces, la aparición del fenómeno. Sin embargo, acontecimientos coyunturales pueden estar en el origen de la soledad, orfandad, guerras, viudez temprana, abandono o alejamiento de un padre. La perspectiva de la teoría del apego sostiene que vínculos de apego positivos fuertes entre padres e hijos promueven vínculos interpersonales positivos en momentos posteriores de la vida; funcionarían como una fuente de reaseguro, mayor autoestima, mayor capacidad de afrontamiento en situaciones de crisis, donde incidirían, no sólo los vínculos actuales, sino también la historia de los vínculos afectivos. En la relación amorosa se reedita la comunicación tierna (apodos, giros lingüísticos) de la primitiva relación madre/niño. Mary Ainsworth y sus colaboradores (1978) investigaron la conducta de apego de niños en una “situación extraña” experimental. Observaron la conducta de niños en un cuarto de juegos junto a su madre, con su madre y un extraño, y solos con un extraño. Ya al año, los niños presentan una pauta de respuestas consistente a lo largo del tiempo y de las circunstancias. Mary Ainsworth (1978) describió tres estilos de apego que a largo plazo se convierten en modelos operantes del self y de los otros. Ellos son: - apego seguro: se da en niños cuyos cuidadores responden a las necesidades del niño cuando éste las presenta, disfrutando ambos de una relación placentera. La interacción es fluida, son confiados, queribles. - apego ansioso/ambivalente: el cuidador ansioso presenta una respuesta de cuidado inestable, imprevisible. El niño queda crónicamente solo.
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- apego ansioso elusivo o evitativo: el cuidador es básicamente inexpresivo y rechazante. El niño se vuelve desapegado, socialmente aislado, irritable, distante. Los niños de apego seguro toman a la madre o a algún sustituto significativo como “base segura” a partir de la cual exploran el entorno. Buscan su proximidad frente a la cercanía de un extraño y se tranquilizan cuando la madre retorna al cuarto. Los niños de apego inseguro tienden a explorar menos el ambiente, incluso en presencia de la madre. Lloran y se trepan a la madre y son difícilmente tranquilizados por ella. Si la madre deja el cuarto, a su retorno alternan entre colgársele y empujarla (pauta de apego resistente) o la ignoran por completo (pauta de apego evitativo). Se presume que los niños de apego seguro presentan y presentarán en el futuro menos problemas con la soledad que los de apego inseguro. Entre éstos, P. Shaver y C. Hazan (1987) demostraron que aquellos que padecen mayor soledad son los de apego ansioso/ ambivalente, quedando en un punto intermedio los de apego ansioso elusivo que están objetivamente más aislados y que luchan notoriamente menos contra esta condición. Las personas con apego ansioso/ambivalente siguen buscando con esperanzas compañeros de apego. Esto define el modelo de afrontamiento frente a la soledad. Es de destacar que, si se producen cambios en el estilo de cuidado de los padres, podrá cambiar el estilo de apego de los niños. También Main y sus colaboradores (1985, cit. en Rook) demostraron que adultos que habían tenido un trato poco seguro en la infancia, podían revertir este estilo con sus propios hijos al aceptar las experiencias negativas del pasado y cambiar el modelo mental del self y de las relaciones interpersonales. En las relaciones adultas, tal como lo señalara el mismo Bowlby, la figura de apego como modelo continúa vigente. La infancia es formativa pero no determinante del resto de la vida. 39
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Al hablar de apego adulto debemos incorporar un modelo que considere el curso de la vida y la vejez. J. Bowlby (1986) sugiere que “el apego es una propiedad de la relación, no de la persona” y estos patrones tienden a perpetuarse. Implica capacidad para buscar una figura de apego y ser capaz de despertar apego. Es una relación de dar y recibir que se complementa como en un matrimonio. Puede no requerir cercanía, sino que se trata de disponibilidad. Si hay una emergencia, el otro estará presente. Para Bowlby esto es también parte de la salud mental del adulto y de su estabilidad. El modelo de apego evitativo/ansioso lleva a un patrón de autosuficiencia consigo mismo que implica gran soledad. Es el “no necesito de nadie, me las puedo arreglar solo”. La realidad de la vida cotidiana reniega de tales modelos de independencia. La trama de la vida social es la de la interdependencia. Insiste Bowlby en que “no importa cuán larga puede haber sido la vida de una persona, una persona con apego seguro es una persona con una vida feliz”. El modelo de apego seguro se trasmite a los hijos. La autosuficiencia, el prescindir del otro, es resultado del temor al dolor en las relaciones con los demás. Conduce a una vida emocionalmente empobrecida. Las relaciones de larga duración no son intercambiables, no se reemplazan y su ruptura o pérdida nos crea ansiedad y miseria, por la intensidad de los vínculos afectivos que se generan. Evoca el sentimiento de soledad. La relación de apego implica relaciones cercanas que rodean a un sujeto dentro de un modelo de círculos concéntricos. T. Antonucci y G. Jackson (1990) denominan “convoy” a la red social que acompaña o acompañó a una persona a lo largo de su vida. Posee una función protectora más amplia aún que el apego (M. Levitt y S. Coffman et al., 1994), una base más ancha y un sentimiento de reciprocidad de por vida, en que el apoyo puede ser anticipado.
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VIII
HISTORIA DEL DESARROLLO DE LA NOCIÓN DE SOLEDAD EN LAS CIENCIAS DEL COMPORTAMIENTO
La consideración acerca de la soledad desde las ciencias del comportamiento comenzó probablemente a fines de la década de 1930 con el artículo sobre soledad de Gregory Zilborg (M. Hojat, 1938) quien hace referencia a tempranas experiencias de abandono. Otra de las figuras relevantes en la historia del desarrollo de este concepto fue Harry Stack Sullivan (1953) para quien la soledad, desde una perspectiva clínica, surge cuando hay una necesidad personal no satisfecha. Esta experiencia, excesivamente desagradable, está conectada con la satisfacción inadecuada de intimidad en la niñez y es asiento de las experiencias de padecimiento humano. La soledad puede resultar, de acuerdo a este autor, una fuerza motivadora para la búsqueda de contactos sociales, una tendencia positiva que asegura los esfuerzos de la gente sola por romper su aislamiento. Los seres humanos enferman cuando fracasan en la forma de manejar su soledad. En la clínica se puede recordar los desarrollos de Frida FrommReichmann (1959), quien consideraba a la soledad como una experiencia tan dolorosa y aterradora que la gente haría cualquier cosa con tal de evitarla. 41
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De allí se derivan algunas experiencias de sujetos en una búsqueda compulsiva de compañías indiscriminadas, como sucede con los jóvenes que se integran a grupos. Recordemos la terrible y hermosa película mejicana Color Carmesí donde algunos de los personajes, como las viudas, se tornan patéticos, asumiendo conductas de riesgo en la búsqueda de intimidad. La soledad es un fenómeno impopular, descalificante en nuestra cultura. El sujeto solo es estigmatizado como fracasado, paradojalmente, en una cultura altamente individualista. Es el ejemplo de “la solterona”, “negativamente” connotada, es la que nadie quiso. El arte parece penetrar la hondura del sentimiento. Moustakas (1993), en sus cuentos encuentra la profundidad de la pérdida, la soledad es toda experiencia ligada a una situación de separación. Relaciona el dolor propio con el dolor del otro frente a un impedimento, una enfermedad o una muerte. “Sentí nuevamente que ella era mi madre, y que no importaba que estuviera muriendo de cáncer, tenía que cuidarla, estar con ella y sufrir con ella hasta que finalmente llegara la muerte; de otra forma, todo estaría mal, sería una espantosa locura. Por sobre todo, tenía que seguir siendo su hijo y mantener la más profunda relación con ella hasta el momento final.” Dolor y soledad aparecen entrelazados entre el muriente que muere para sí mismo y el otro que lo sobrevive en la soledad de la separación, el dolor y la impotencia. A la soledad de origen emocional y social le agrega la soledad existencial. Las investigaciones empíricas intentan evaluarla con uso de medidas objetivas sobre la soledad. Éstas comenzaron con el trabajo doctoral de Paul Dawson Eddy, “Loneliness: A discrepancy with the phenomenological self” (1961) y Whitehorn (1961), teoría de la autocontradicción del self y soledad, sometida a prueba empírica. Pero es, sin lugar a dudas, el importante trabajo de Robert Weiss Loneliness: The Experience of Emotional and Social Isolation (1973), el que hizo que Zick Rubin (M. Hojat, 1979) lo denominara “el padre de la investigación acerca de la soledad” y a su libro “la biblia del investigador sobre la soledad”. Para Weiss (1973, 1987) hay un continuo que va desde la percepción de un self aislado, a un sentimiento de dolor interno y finalmente 42
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a un desasosiego intolerable. La soledad es un fenómeno real que debe ser descripto, en lugar de ser un concepto lógico. En su afán por definir la soledad arriba a la producción de “mini teorías” (cf. cap. IX), basándose en los relatos que las personas hacen de su experiencia. Sermat (1978) propone que la soledad es la diferencia entre el tipo de relaciones que una persona tiene y el tipo de relaciones que una persona quisiera tener, lo que parece estar fuertemente connotado por la cultura. El interés profesional por el estudio de la soledad adquiere mayor fuerza e interés a partir de la década de 1970. Aparecen artículos en revistas especializadas, conferencias, simposios, libros, investigaciones. El interés se extiende a temas conexos: las relaciones interpersonales y en especial las relaciones de intimidad y de apego en el área de la Psicología Social, la disciplina de las relaciones interpersonales y las relaciones familiares. Letitia Anne Peplau y Daniel Perlman en su libro Loneliness: A Sourcebook of Current Theory, Research and Therapy (1982) consideran que la soledad es la experiencia displacentera y estresante que deriva de déficits cuantitativos y cualitativos de la red social de apoyo en las relaciones humanas. La base de la soledad estriba en la discrepancia entre lo que uno desea o necesita y lo que obtiene en la intimidad y cercanía interpersonal. Cuanto mayor la discrepancia, mayor la soledad. Se trata aquí de un modelo cognitivo, la disonancia cognitiva entre dos situaciones relevantes buscadas. Es probable que aspiraciones muy idealizadas contribuyan a aumentar la soledad, tanto o en mayor medida que la insatisfacción real y actual con las relaciones existentes. El amor romántico, como modelo, está en la base de la insatisfacción de muchos héroes o heroínas del siglo XIX, que morían o languidecían de amor. Cuando se produce un cambio en las necesidades sociales de la persona por una situación de crisis, se desajustan los modelos sociales que generaron expectativas y el nivel de contacto social existente. La soledad, se puede decir, es la ausencia o ausencia percibida de relaciones sociales satisfactorias, experiencia que implica una aguda autoconciencia que quiebra la red de relaciones del mundo del self. El self se construye por la relación con los otros significativos. 43
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El self es una construcción que surge de la interacción con los “otros significativos” (P. Berger y T. Luckmann, 1972), quienes suelen confirmar la propia identidad. Su ausencia puede llevar a la quiebra del mundo del self y a la soledad como sentimiento, que no es sinónimo de aislamiento social objetivo. La persona siente la ausencia interna de personas significativas para quienes él era importante, alguien sin quien no se merece vivir. El sujeto se sentía significado desde el otro. Para Bukowsky y Terber (1987) la soledad es el resultado de la sumatoria de dos factores: la baja aceptación de los pares y la atribución prejuiciosa de la inutilidad personal, una conlleva a la otra. Las investigaciones corrientes enfatizan temas relacionados, tales como relaciones interpersonales, redes sociales (Stokes, 1985), autopresentación (Franzoi y Davis, 1985), amistad (Williams y Solano, 1983), factores cognitivos, en especial teoría de la atribución. Héctor Fernández Álvarez (1995) plantea que los seres humanos eligen alguna de tres alternativas para ubicarse frente a la experiencia dolorosa de la soledad. Es el modo en que organizan su experiencia de sentirse solos y evocan: 1) el paraíso perdido. Extrañan algo que perdieron. Tienen la sensación de extrañamiento, desesperación que lleva a la desorganización personal si no encuentran lo que buscan o algo que lo sustituya. Como consecuencia sucumben en la melancolía; 2) el naufragio, al que fueron arrojados en su soledad. La búsqueda de refugio es una defensa del mundo. Es una actitud paralizante, un repliegue sobre sí mismo. Pueden sucumbir en esa búsqueda como consecuencia del repliegue, porque se aíslan; 3) la desnudez del alma, sensación de estar vacíos y necesitar un alimento general: - desarrollan acciones para encontrar una unión en el espíritu, solos o con otros, unidos en una función espiritual; - los que no logran unirse, siguen un camino de pérdida absoluta.
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IX
ROBERT WEISS: LA SOLEDAD, SU RELACIÓN CON EL AISLAMIENTO EMOCIONAL Y CON EL AISLAMIENTO SOCIAL
El interés de Robert Weiss por la problemática de la soledad surgió como un derivado de la investigación originaria acerca de la naturaleza de las relaciones “primarias”; sus semejanzas y los elementos que proveen. A partir de su propia situación vital y de la conceptualización del funcionamiento de grupos de “Padres sin pareja” concluye que los diferentes tipos de relaciones primarias responden a necesidades específicas de las personas, no resultando intercambiables las provisiones. De este modo lo obtenido por la pareja no reemplaza a aquello que se recibe de los amigos o los padres. Cualquier carencia específica produce soledad. Weiss considera que los distintos tipos de relaciones satisfacen diferentes necesidades interpersonales u ofrecen diferentes tipos de “provisiones sociales”, connotadas desde la cultura. Según Weiss existen seis provisiones sociales: a) apego en las relaciones. La persona recibe una sensación de seguridad. Es mayormente provisto por el cónyuge o pareja. Su ausencia predice la soledad por aislamiento emocional. 45
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b) integración social provista por la red de relaciones, los amigos. Las personas comparten intereses, comulgan ideas, aumentan la pertenencia y desarrollan la identidad. c) posibilidad de ser cuidado, nutrido. Implica a una persona que se sienta responsable por el bienestar de otra. Es un rol asignado mayormente a los hijos adultos, sensación de cuidado que hace al bienestar. d) reaseguramiento del valor. Se reconocen las habilidades de la persona, mayormente por parte de los compañeros de trabajo. Su ausencia es el mejor predictor de la soledad por aislamiento social. Existe relación entre aislamiento y autoestima. e) alianza confiable. La persona puede contar con ser asistida ante cualquier circunstancia. Esta función es provista mayormente por familiares cercanos. f) guía por parte de personas en cuya autoridad se confía como proveedores de consejos y asistencia, tales como maestros, mentores, figuras parentales. Weiss sostiene que deficiencias en cada una de estas provisiones sociales va a producir diferentes tipos de estrés. Su desarrollo se centró en las provisiones de apego y de integración social. El déficit de apego conduce a la soledad emocional, a sentimientos de ansiedad y aislamiento, búsqueda de otros como proveedores de la relación necesitada. La carencia de integración social está ligada al aislamiento social, a sentimientos de aburrimiento, desesperanza, marginalidad, búsqueda de actividades en las que un grupo o red lo acepten como miembro. La influencia de las ideas de John Bowlby echó luz sobre los aspectos centrales de la experiencia de soledad. Perfila así dos tipos de soledad, la soledad por aislamiento emocional que deriva de la ausencia de una relación cercana e íntima con una figura de apego, por ejemplo en personas con divorcio o viudez recientes. La persona siente que no tiene con quien contar, nadie lo conoce realmente, está alejada de todos. 46
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La soledad por aislamiento social proviene de la ausencia de comunidad, una carencia de vínculos sociales significativos en la red social, de un grupo de amigos con quienes se comparte intereses y actividades comunes. Se produce en mudanzas, migraciones, cambios sociales, desclasamiento, un nuevo ambiente social, una nueva ciudad, trabajo o escuela. La persona no se siente “a tono” con los demás, no se siente parte de un grupo de amigos, no tiene nada en común con los demás. La soledad por aislamiento social está relacionada con la cantidad y calidad de las relaciones con amigos que pueden cubrir diferentes provisiones sociales, tales como servir de guía y otorgar un sentido de valor y pertenencia. Se trata de diferentes tipos de soledad que provienen de déficits relacionales específicos y se caracterizan por sentimientos y comportamientos distintivos. La soledad por aislamiento emocional está relacionada al desarrollo de un sistema de apego originado en el vínculo de protección y continuidad que los niños establecen con sus padres, que resulta en la constitución de un esquema emocional-cognitivoperceptual de vinculación a lo largo de la vida. El vínculo de apego constituído con los padres es reemplazado más tarde, a lo largo de la vida, por relaciones íntimas con otras personas. La pérdida de estas últimas produce una ansiedad semejante a la del niño separado de sus padres. Weiss destaca la diferencia entre figura de apego y figura íntima, ya que uno puede vivir próximo a alguien sin estar apegado. Pero la intimidad es un elemento central a la hora de definir el apego, aunque ambos conceptos no son intercambiables. Sentirse apegado a alguien es creer que al otro le interesa mi bienestar, me acepta y valora, me protege utilizando sus propias energías y recursos. La conducta de apego, para Bowlby, única conducta instintiva con determinación biológica, implica la búsqueda de proximidad con la figura que protege. Otorga la confianza y seguridad necesarias para poder afrontar las dificultades de la vida. La conducta de apego se extiende, al decir de Bowlby, “de la cuna a la tumba” y es originada por desencadenantes específicos: el temor, la amenaza, el dolor, la enfermedad, el peligro, la soledad. En estas situaciones la persona 47
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siente la necesidad de la presencia tranquilizadora de su figura de apego. Si no ocurre, se sentirá solo. La conducta de apego es de enorme importancia en los primeros años de vida, los primeros tres, los dos siguientes y los diez años que continúan. En la adolescencia hay un doble movimiento, se aleja de sus objetos originales, los padres e integra nuevos objetos como figuras de apego, los pares. En la adultez, la figura de apego más fuerte y duradera es la pareja, con quien se comparte el vínculo sexual y de protección. Existen otros vínculos que otorgan nutrientes emocionales específicas, por ejemplo los amigos que son parte integral de nuestras vidas. A veces reemplazan las relaciones familiares y a menudo son el punto de partida de relaciones amorosas. Los amigos brindan significado a la vida, la posibilidad de compartir y desarrollar con iguales proyectos no desplegados en la pareja. En la vejez cambian nuevamente los apegos. La figura de apego no necesariamente es aquélla con la cual uno comparte cada momento de la vida, sino aquélla en quien se puede confiar que estará presente para tomar una decisión importante o para sintonizar las emociones. A veces puede ser un hijo adulto que no vive en la misma ciudad, pero en quien uno confía y siente que, cuando lo necesite, estará presente. Weiss sostiene que la soledad por aislamiento emocional se atenúa en la edad avanzada y por lo tanto los viejos experimentan menos soledad. Este autor toma de John Bowlby la importancia de la constitución del apego y su fracaso, la angustia de separación, el desapego y su correlato, la soledad. Señala la existencia de una continuidad entre las figuras de apego originales y las nuevas figuras de apego de la vida, en virtud de un fenómeno de transferencia por el que se entremezclan elementos de las tempranas figuras de apego con las imágenes visuales y auditivas de las nuevas figuras de apego. Una figura de apego no equivale a alguien cercano, íntimo o confidente. La relación con un hijo pequeño es cercana e íntima, el progenitor puede estar muy involucrado y ser figura de apego 48
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de su hijo, pero esto no ocurre a la inversa. De ahí la alta incidencia de soledad en progenitores que crían a los niños que aman, solos. Aparece el sentimiento de desamparo de estos padres asociado a la soledad. Una persona puede compartir una habitación con alguien a quien siente lejano o contarle sus desgracias a algun desconocido. Todas éstas no son figuras de apego. Lo que caracteriza centralmente a una figura de apego es que se la percibe y se la siente como proveedora de seguridad, como alguien a quien le importa escuchar, es accesible, confiable, interesada y comprensiva. La percepción de la existencia y presencia de una persona con estas características es un antídoto contra la ansiedad que puede desembocar en depresión. Las experiencias de angustia de separación y pérdida en los niños y en los adultos comparten sus características esenciales: tensión, desasosiego, necesidad de búsqueda, focalización de la atención y el pensamiento en el objeto perdido, incomodidad, angustia. Con excepción de la focalización en el objeto perdido, éstas son también las condiciones de la soledad, de donde Weiss concluye que “soledad es angustia de separación sin objeto”. D. Perlman (1982, 1988)acuerda parcialmente con esta definición ya que, en algunos casos –migración, divorcio, viudez– la persona que se siente sola identifica claramente los vínculos ausentes. Joseph Stokes (1985) considera que el objeto añorado puede estar claramente delimitado, una persona amada y perdida, o ser vagamente definido, un amigo idealizado o fantaseado. Retomando las ideas de R. Weiss, Mohammadreza Hojat las reformula sosteniendo que “soledad es una necesidad de apego sin figura de apego”, un deseo de apego con una persona que no está emocionalmente disponible o tan perturbada que no puede establecer relaciones de apego. Problemas en el apego generan probablemente dificultades para la intimidad (Muchinik, 1990) y trastornos en las relaciones y los vínculos en la adultez y en la vejez.
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Otros aspectos para caracterizar la soledad La soledad puede ser resultado de una fusión excesiva (intrusión parental) o de una presencia insuficiente (descuido, separación no voluntaria o pérdida) de los padres, ambas desfavorables para la consolidación de vínculos emocionales firmes con los demás. Generalmente, la persona que no desarrolló estos aspectos en la niñez no dispone de los recursos de seguridad, autoestima, capacidad de afrontamiento de situaciones novedosas o facilidad para establecer nuevos vínculos sociales en la adultez y es más proclive a sentirse sola, incluso rodeada de gente. Se siente sobrepasada por un sentimiento de vulnerabilidad y falta de autoconfianza que caracteriza a la retracción social, al igual que el temor al rechazo. La figura popular del “compadre” o de la “comadre” –personas que provienen del mismo origen– es aquella a la que le pasan cosas parecidas, con la que se convive y se entremezclan los destinos personales con fuertes vínculos identificatorios. Los vínculos de apego y de integración social pueden coexistir, aunque esto no ocurre necesariamente. La persona aislada socialmente, con una red social escasa, con pocos vínculos sociales desarrollados, experimenta algunas emociones características: enojo, aburrimiento, irritabilidad, vulnerabilidad. La experiencia de soledad surge a partir de una sed de contactos sociales no satisfecha. La soledad por aislamiento social produce depresión, así como la soledad por aislamiento emocional produce ansiedad, sostiene Weiss, quien discrepa con los hallazgos de Russell (1984, cit. en Rook y Hojat) que relaciona la soledad por aislamiento emocional con la depresión y la soledad por aislamiento social con la ansiedad. Desde la perspectiva temporal, la soledad por aislamiento social está relacionada con el miedo al futuro y la soledad por aislamiento emocional con el presente y el sufrimiento del pasado, la memoria de los vínculos comunitarios perdidos. Una persona separada de las personas significativas de su entorno teme no saber o no poder resolver contingencias vitales futuras, no tiene referentes culturales con los que orientarse. La soledad por aislamiento emocional va a producir una fuerte nostalgia por los buenos tiempos idos del pasado. 50
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Ambos autores concuerdan en afirmar la existencia de diferentes experiencias afectivas asociadas con cada forma de soledad. En muchos casos no resulta fácil discriminar y ubicar los sentimientos en categorías y los cuadros psicopatológicos no son tan nítidos. La pertenencia como miembro de una comunidad otorga protección, oportunidad para integrarse placenteramente a las actividades colectivas, compartir con otros y así afrontar situaciones difíciles de la vida. Probablemente aquellos capaces de establecer buenas relaciones con los otros logren mayor intimidad y reciprocidad y sean sujetos con una moral más alta y mayor satisfacción en la vida. Weiss sostiene que las personas necesitan tanto una relación íntima con una figura de apego (por ejemplo, un esposo) como vínculos cohesivos con un grupo social (una red de amigos o una organización vecinal). Ambos tipos de relación desempeñan una función complementaria. La carencia de alguno de los dos tipos de relación lleva a la persona a experimentar sentimientos de soledad. Aún cuando la vivencia en un tipo de relación sea altamente gratificante, como por ejemplo un pareja con vínculos primarios intensos, un gran compromiso e involucración emocional, es lo que al mismo tiempo los aísla del medio social circundante y los expone a sentimientos de soledad. Este vínculo diádico exclusivo queda sometido a presiones displacenteras que, no balanceadas por la presencia de otros, desencadena sentimientos de soledad. Esto ocurre en la familia endogámica, sin amigos ni afectos fuera de los miembros familiares. Si bien la soledad por aislamiento emocional y la soledad por aislamiento social tienen orígenes diversos, en algunos casos éstos se superponen y la persona sin vínculos sociales, carece al mismo tiempo de relaciones de apego significativas. Los casos más severos de soledad ocurren cuando las personas tienen carencias en ambas dimensiones, la emocional y la social. Así como la soledad por aislamiento emocional y social difieren fenomenológicamente, también requieren diferentes soluciones. La soledad por aislamiento emocional se alivia con la formación de una nueva relación íntima que provea una sensación de apego y la soledad por aislamiento social requiere que la persona entre a una red de amigos que le provea un sentimiento de integración social. 51
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X
SOLEDAD E INTIMIDAD
La intimidad no es un sentimiento, sino la cualidad de una relación con cierta simetría y mutualidad. Brinda un espacio de confianza. Al igual que el apego es también un modelo de relación, de protección y seguridad, caracterizado por la intensidad de los sentimientos que provoca y por sus consecuencias en la conducta. Implica a alguien que brinda y alguien que recibe. En la relación madre-niño, ésta genera expectativas, de allí su relación con la ansiedad, la ira y el rechazo frente al fracaso del apego. La frustración frente al otro condiciona las relaciones futuras y puede generar el fracaso de la intimidad. La persona no dispone de un modelo interno operante que la oriente en las relaciones interpersonales y le permitan el acercamiento afectivo. En una consulta clínica, una mujer se acerca buscando obtener orientación acerca del trato que debería tener con sus hijos adoptivos. La distante relación con su madre, una mujer muy narcisista, no le favoreció la asunción del propio rol de madre. No tuvo un maternaje adecuado que le facilitara su propio maternaje. Tenía información e ilustración sobre el tema, pero no lo podía integrar afectivamente. 53
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El apego implica asimetría en las relaciones humanas. La intimidad, por el contrario, supone simetría y reciprocidad. Intimidad deriva del latín intimus. En inglés innermost significa profundidad de sentimiento. Es definido por Harry Stack Sullivan como “el tipo de situación que implica a dos personas y les permite la validación de todos los elementos de su valoración personal”. Es también “una colaboración en la que ambos socios se revelan a sí mismos, buscan y expresan la validación de sus atributos, uno del otro y comparten su visión del mundo”. La intimidad no puede ser asimilada a la noción de apego aunque la incluye, ya que supone la expectativa del cuidado, dentro de un patrón de reciprocidad. Es comunión de formas de sentir y de pensar, es compartir. En una perspectiva más elaborada se la puede considerar un requisito para la empatía adulta, donde se enfatiza la necesidad de la validación mutua. La capacidad de sostener relaciones íntimas es una habilidad social. Erik Erikson (1959) señala que la posibilidad de mutualidad en las relaciones heterosexuales está fundada en una identidad segura que se instaura en la infancia y se consolida en la adolescencia, que le permite a la persona establecer relaciones con el autoabandono necesario que requiere la intimidad. Rogers (Reis y Shaver, 1989) hace referencia a este modelo de relación como una “experiencia organísmica”, con una auténtica expresión emocional y aceptación de los sentimientos del otro. Incluye sentimientos de apoyo, amor, celos y rechazo (ejemplo: sexo y seguridad), con una larga historia donde se revelaron sentimientos sobre sí mismo y sobre la propia conducta. La apertura emocional favorece el atractivo mutuo, el cuidado y la confianza; también aumenta el riesgo interpersonal. Significa exponerse frente a otro, quedar desnudo, expuesto. Este modelo de vínculo (Reis y Shaver, 1989) trae un aumento de la seguridad y la autoaceptación, a la par que disminuye el sentimiento de miedo y de vulnerabilidad. Pero existe también el temor a ser abusado por el otro, el riesgo a que lo privado sea explotado al revelarse; esta situación interfiere con el logro de intimidad. 54
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La revelación de sí mismo es un proceso multidimensional que se refiere a relaciones muy próximas, donde están incluídas conductas no verbales y códigos compartidos, escuchar, mirar, tener contacto, proximidad. Sin estos contactos la intimidad disminuye porque se diluye el tono emocional de la experiencia. En algunos casos de alejamiento, por ejemplo en una migración, cuando el compartir fue significativo y existen lazos afectivos, la relación puede ser renovada y el vínculo sostenido con el reencuentro como dos amigos de la infancia o adolescencia que guardan vivencias compartidas. En una relación bidireccional estas contribuciones sostienen la autodefinición de sí mismo. Ante el sentimiento de pérdida de una relación de intimidad irrumpe la soledad, ya que el otro deja de dar respuesta a las necesidades, con un sentimiento de vacío y desesperanza. Depende de las expectativas y las necesidades del otro percibidas por la persona. La intimidad responde a la necesidad de afecto, de comprensión y autovalidación. La persona desea compartir sentimientos, tener una guía, sentir atracción sexual. La lista puede ser infinita. Responde a las múltiples necesidades que el otro identificado puede satisfacer o se crea pueda satisfacer. Cuando uno entra en una relación íntima se expone también a los riesgos de ser absorbido por el otro, al riesgo de ser abandonado y de quedarse solo con un sentimiento de vacío y pérdida. Hay que probar las respuestas del otro, asumir el riesgo al rechazo, a la manipulación, a ser absorbido. Toda conducta íntima implica un riesgo que no todos están en condiciones de asumir. Los “solitarios” se defienden con el alejamiento de cualquier sufrimiento y frustración.
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XI
LA CONSTRUCCIÓN DE LA SOLEDAD
Investigadores y clínicos coinciden en señalar dos causas principales de soledad: -las internas o personales, dificultad para estar solo, habilidades sociales deficientes o patrones cognitivos disfuncionales; y -las externas o situacionales, carencia de recursos sociales, económicos, demográficos. Ambas causas interactúan. La dificultad para estar solo, tanto como las dificultades para relacionarse con otros, forma parte de los aspectos centrales de la soledad. Esto responde a diferencias individuales relacionadas con experiencias de apego de la infancia. Las personas difieren en el grado en que disfrutan o padecen de soledad por aislamiento. Algunas maximizan su tiempo solos, lo disfrutan, declinando expectativas en la relación con otros. Fallas en la constitución del apego pueden llevar tanto a la dificultad de quedarse solo como al desarrollo de una conducta de desapego: el “solitario”. 57
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La falta de capacidad para estar solo toma dos formas:la evitación de la soledad y el refugio en la soledad. La gente sola tiene escasa capacidad para estar sola (Winnicott, 1958), de hecho temen estar solos. La situación displacentera creada los conduce a buscar contactos sociales para romper el aislamiento. Pero la desesperación los lleva a implicarse en relaciones inapropiadas que, cuando fracasan, acentúan el sentimiento de soledad. Generan relaciones de dependencia patológica como en el caso de la búsqueda desenfrenada de una pareja. Una resolución favorable sería que estas personas mejoraran su habilidad para estar solas, pudiendo disfrutar más las actividades en soledad. Los haría menos dependientes de otros y por lo tanto menos vulnerables a compromisos riesgosos y menos lábiles en las relaciones interpersonales. Personas con una actitud narcisista y megalomaníaca tienen problemas en la forma de relacionarse con el medio. Sólo aceptan la admiración y el amor de los demás, tal como lo aprendieron tempranamente en el vínculo con su madre. Fueron niños “narcisizados” que, convencidos de su grandeza e importancia, desarrollaron poca empatía por otros y fueron muchas veces rechazados y aislados. Esta situación propende el advenimiento de la soledad. Se origina en vínculos parentales excesivamente posesivos, en que la familia fue vista como una isla de seguridad en un medio turbulento y temible. Muchas personas se refugian en la soledad como estrategia para la protección frente a rechazos sociales reales o imaginados. Evitan, de este modo, ataques potenciales a su autoestima, aunque esto sirva para perpetuar su soledad y, a fuerza de repetición, se transforme en un rasgo de su personalidad. Sin embargo, la ambivalencia y la lucha interna perpetúan la problemática que padecen los sujetos en estas condiciones. Existen una cantidad de habilidades sociales deficientes relacionadas con la presencia de sentimientos de soledad. Wittenberg y Reis (1986) señalan siete aspectos en las habilidades sociales: 1) iniciación del contacto social, 2) apertura de la persona, 58
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3) habilidad para concertar encuentros, 4) capacidad para proveer consejo y guía, 5) asertividad general, 6) asertividad acerca de situaciones y sentimientos negativos, 7) resolución de conflictos. Las fallas en este “proceso” de acercamiento social, en estos desempeños, precipitan el sentimiento de soledad. Las personas que se sienten solas se autoatribuyen las causas y se describen como tímidas y agudamente autoconscientes en situaciones sociales. Piensan todo el tiempo “cómo me ven”, “qué les parezco”, “se notará que...”. Se perciben como fallando sistemáticamente en los contactos sociales, no pudiendo disfrutar de los encuentros y aún sufriendo. En la interacción con otros, no se dirigen a los demás, no les preguntan ni hacen comentarios sobre los otros. Les resulta difícil y penoso sostener una conversación o resolver los silencios. A las personas solas les cuesta mostrar su soledad y la esconden, sufren en silencio, porque temen ser estigmatizadas en una sociedad que valoriza el éxito social (tener pareja, tener muchos amigos). Se trata de un sesgo atribucional. Quien inicia una relación o conversación (contacto social) está influido por lo que percibe alrededor (rechazo). Estas modalidades son consideradas tanto causas como consecuencias de la soledad, que tiende así a transformarse en profecía autocumplidora y a la autoperpetuación. Entre las habilidades sociales, hay dos que permiten predecir la soledad: la dificultad para entablar relaciones sociales (iniciación, asertividad) y la inhabilidad para profundizarlas (apertura, guía, resolución de conflictos). Pero se trata tanto de incapacidad, como de inhibición por ansiedad, autoconciencia aumentada o falta de motivación para participar, reticencia que se confunde con animadversión. Estos factores contribuyen a colocar socialmente a la persona sola en un lugar de marginación. La persona sola no sabe qué decir ni cuándo hacerlo y esto es decodificado como falta de interés o compromiso. 59
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Entre los patrones cognitivos disfuncionales citados habitualmente en la bibliografía sobre el tema, se destacan las consideraciones acerca del self, de los otros y de la situación (Peplau y Perlman, 1982; M. Hojat, “Loneliness”, op. cit.). Las personas solas sufren de una autoestima baja, percepción negativa del propio cuerpo, de la sexualidad, de la salud y la apariencia. La percepción de la situación es pesimista, centrada en fallas personales propias. Paradójicamente, también a la falta de “autoeficacia” en el manejo de situaciones se percibe a los demás negativamente y no muestran deseos de un contacto continuo e íntimo con ellos. Estos esquemas cognitivos pueden haber tenido sus orígenes en la infancia, con padres duramente críticos. Se autoperpetuan de modo poco realista en la adultez, a través de percepciones negativas del sí mismo.
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XII
SOLEDAD Y REDES SOCIALES DE APOYO
Frente a las grandes transformaciones que trajo aparejado el siglo XX, tanto tecnológicas como estructurales que acentuaron los cambios demográficos (como la alta concentración urbana y el aumento de la esperanza de vida) se modificó la forma de la pirámide de población, disminuyó la mortalidad infantil y aumentó el tamaño de los grupos de gente de mayor edad. La fragmentación de la vida familiar y el debilitamiento de lazos personales trajo un aumento de la tasa de divorcios con la consiguiente formación de familias uniparentales. La vida urbana trajo aparejada cambios a un ritmo sin precedentes, condujo a una falta de seguridad personal creciente y transformaciones en el sentido de la identidad y en los modelos de relaciones interpersonales. El acendrado individualismo que caracteriza el fin de siglo, llevó como secuela el aumento de la soledad. La expresaron los existencialistas, llamando la atención sobre el aumento del materialismo y la declinación de la espiritualidad que se evidencia en la “soledad universal”, como un aspecto constitutivo del ser humano. El aislamiento social es un fenómeno de la sociedad de masas contemporánea. Deriva de la fragmentación de la experiencia y de 61
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la progresión del individualismo que destruye los vínculos comunitarios de sostén. No necesariamente se equipara con el fenómeno de soledad, ya que ésta apunta al sentimiento de haber sido abandonado por alguien importante. Ambos fenómenos pueden coexistir, aunque uno no necesariamente implica al otro, porque una persona puede sentirse a gusto sin compañía o sola en medio de una multitud. No obstante, se consideró frecuentemente al aislamiento social como situación de fondo que predispone la aparición del sentimiento subjetivo de soledad. Las personas solas reconocen tener menos amigos y compañeros, una red más pequeña y menos satisfactoria. Son las medidas cualitativas, grado de satisfacción percibida y disponibilidad de relaciones sociales íntimas, las mejores predictoras de la soledad, si se lo compara con aspectos objetivos de la red social (frecuencia, tipo o intensidad de contacto social). De hecho, se constató que la gente casada sufre menos soledad, mortalidad temprana o tendencia al suicidio. Los recursos que esas relaciones proveen (fundamentalmente intimidad y apoyo) ayudan a controlar los sentimientos de indefensión y desesperanza, concomitantes del padecimiento de soledad. Cassel (1974) acuñó el término apoyo social para resaltar la importancia de las relaciones interpersonales solidarias en el afrontamiento de los eventos estresantes. Cobb (1976) define el apoyo social como la ayuda, guía e información que uno recibe de la red social que incluye a la familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos. El apoyo social, con el sentimiento de ser partícipe de un grupo social, facilita el afrontamiento de los problemas, propende a la salud física y psicológica y mejora los efectos adversos del estrés. De este modo, el apoyo social sería lo opuesto a la soledad. Investigaciones realizadas (Russell y cols., 1984; Veiel, 1987; Sarason, 1990) preguntaron a personas a quién le pedirían ayuda o consejo: la mayoría nombra al cónyuge. Si no lo tiene, identifican a un amigo o familiar, seguido por vecino o colega. Las diversas relaciones cumplen distintas funciones y cada una de ellas satisface mejor alguna necesidad específica. Por lo tanto, resulta equívoca la generalización excesiva sobre las relaciones sociales y, especialmente, 62
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acerca del significado de la red social de apoyo. No debemos considerarla una panacea. Las relaciones de apoyo proveen intimidad y cuidado (apoyo emocional) y también apoyo instrumental (obtención de recursos para la satisfacción de necesidades). Se encontró una relación inversa entre la soledad y el tamaño de la red, la densidad, las interconexiones de la red, la frecuencia de conductas de apoyo y el grado de satisfacción obtenido. Interesa determinar si la falta de apoyo social que trasmiten las personas solas se corresponde con niveles de apoyo menores reales en las relaciones o si surge de una subvalorización del apoyo que realizan las personas cuando se sienten solas. En la situación en que surgen problemas por causas sociales externas, tales como el desempleo, si bien el apoyo de la pareja es útil, se hace indispensable el soporte de la red social extensa que abastece la necesidad de apoyo instrumental (Veiel, 1987). Veiel considera el apoyo social como una relación entre necesidades individuales y los recursos provistos por la red social. Éstos son el apoyo instrumental y el psicológico, tanto en situaciones cotidianas como de crisis. La intersección de estas variables satisfacen la amplia gama de necesidades individuales en diferentes circunstancias vitales. El fracaso en la obtención de apoyo social genera sentimientos de soledad.
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XIII
LA DURACIÓN DE LA SOLEDAD
En relación a la duración de la experiencia de soledad, se puede diferenciar la soledad crónica de la soledad situacional como episodio breve, agudo y doloroso, aunque de remisión mas rápida al formar nuevos lazos sociales, nuevos amigos, compañeros de estudio, etc. Esta última está relacionada con un estado transitorio, desde la viudez y la separación a la migración, en relación a la soledad por aislamiento social. La soledad crónica está relacionada con rasgos duraderos de personalidad en aquellos sujetos que permanecen solos por largos períodos y la padecen en diferentes contextos. A una persona que creció sin vínculos afectivos importantes en la infancia, no le resulta fácil entablar y sostener relaciones íntimas que impliquen confianza y cercanía recíproca. No posee imágenes internalizadas para evocar. Esta condición resulta de fracasos interpersonales repetidos en relaciones prototípicas (por ejemplo, una relación madre-hijo conflictiva y frustrante) generan modelos negativos del propio self y, por lo tanto, una baja autoestima. Estos problemas tienen su origen en la serie de dificultades en la constitución de un apego seguro. Estos individuos suelen 65
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desaprovechar las oportunidades de encuentro con otros en la vida adulta y su retraimiento se transforma en profecía autocumplidora. Se los describe como personas con habilidades sociales deficientes, sin relación con pares con dificultad en la decodificación de conductas comunicacionales no verbales, con esquemas cognitivos disfuncionales (K. Rook, 1989), con estilos atributivos fijos y rígidos que perpetúan el padecimiento y/o necesidades sociales atípicas. La duración de la soledad está relacionada con el nivel de educación, el status marital, la historia del divorcio parental, grados de intimidad y estilo atributivo, entre otros. Se requiere tener, por lo tanto, una perspectiva multidimensional del fenómeno. La duración de la soledad depende también de la utilización de las estrategias de afrontamiento elegidas. A fuerza de repetir una conducta evasiva la persona se va quedando cada vez más sola. La situación se vuelve circular. Más se aleja, más sola se queda. El temor al rechazo, por falta de habilidad, lleva a la persona a evitar a los otros, evitación que es interpretada como rechazo a los demás y a una atribución de “distante”, “fóbica”, “evitativa”, cuando no de “soberbia” u “orgullosa” y puede decirse de ella: “¡Quién se cree que es!”.
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XIV
LA EXPERIENCIA DE SOLEDAD Y CUESTIONES DE GÉNERO
Hombres y mujeres atraviesan por experiencias de socialización diferentes. La cultura les adjudica y exige desempeños diversos. El modelo de relaciones según el género está definido por la cultura. Una mujer tiene culturalmente permitido un menor acercamiento espontáneo al hombre, que a la inversa. Los varones se socializan con preferencia en grupos. Es por esta razón que suelen desarrollar vínculos de adhesión fuertes a un grupo social. En contraste, las niñas forman vínculos de apego diádicos más sólidos. Las mujeres suelen hablar más de lo que sienten; los varones, de lo que hacen. La participación en una red social cohesiva y amplia aumenta las oportunidades para obtener apoyo social y permite múltiples experiencias y expectativas en un modelo más complejo de sociabilidad. Sostener las relaciones sociales implica un esfuerzo continuo y costoso, más allá de la espontaneidad de entablar relaciones fácilmente. Se requiere también compromiso y a veces lealtad, como lo sostiene la Teoría del Intercambio (Homans, 1961), que señala la importancia de la reciprocidad. 67
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Habría un tamaño óptimo de la red social, más allá del cual el gasto de mantenimiento excede los beneficios. Las mujeres parecen más implicadas y contrariadas por acontecimientos negativos de los amigos y son quienes asumen con mayor disposición la responsabilidad del cuidado de los demás. También son las que hacen más referencias explícitas a la soledad, propia o ajena, aunque no se encontraron diferencias significativas de género en la aplicación de la escala de la UCLA (Borys y Perlman, 1985; M. Hojat). Los adultos jóvenes sobrevaloran la posibilidad de una relación amorosa para resolver una situación de soledad, muy por encima de una relación amistosa. Ambos tipos de relaciones satisfacen necesidades diferentes y no intercambiables. La soledad configura culturalmente una experiencia estigmatizante; a las personas solas se las visualiza como “perdedoras”. Por lo tanto buscan establecer relaciones que les confieran prestigio frente a los demás: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Aparece así “la soledad como estigma social”, que lleva al aumento que esto implica del factor de riesgo, ya que aumenta la vulnerabilidad. El desequilibrio demográfico de la población (proporción entre hombres y mujeres) lanza a personas tímidas o inhibidas a la situación de soledad, haciendo difícil la concreción de una pareja. En una sociedad en la que, en la adultez, la participación social se realiza fundamentalmente de a dos, la falta de pareja genera situaciones de aislamiento, que en algunos casos resulta difícil superar. La cultura contemporánea ha generado grupos de mujeres, separadas y viudas que configuran una forma de red social, más frecuente que los grupos de hombres. Éstos se agrupan generalmente sin compartir intimidad. El ejemplo típico, en la sociedad contemporánea, son los “amigos del club” o los “muchachos de la barra del bar”. La fase inicial de una pareja está marcada por una mezcla de sentimientos de atracción sexual y gratificación, excitación por el conocimiento de un ser humano nuevo y una disminución en los sentimientos de soledad. Con el tiempo, la novedad se reemplaza por la familiaridad, el apego se afianza o se debilita y ahí comienzan los problemas, desilusión, hostilidad, aburrimiento, desengaño. Son las mujeres las que, siendo 68
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mejores cuidadoras, se hacen más sensibles a la percepción de problemas en la relación. Fueron social y culturalmente más entrenadas para ello. Hombres y mujeres difieren en su sensibilidad hacia la soledad, porque las expectativas frente a la amistad y a la pareja son variadas: intimidad o actividades e intereses comunes. Por lo tanto, expectativas disímiles producen diversas situaciones de soledad y diferentes atribuciones. Una mujer connota su soledad con el rechazo por parte de los hombres. Un hombre podrá reprocharse su soledad por falta de iniciativa para entablar nuevas relaciones sociales. El estilo atributivo de hombres y mujeres difiere. En los hombres, la soledad se asocia con un bajo deseo de control. Son aquellos que no buscan controlar situaciones, ni creen que puedan hacerlo. Hacen atribuciones fundamentalmente externas y transfieren la responsabilidad de su soledad a los demás. Esto los lleva a no movilizar recursos para acercarse a otros, “no vale la pena, dejalo ahí”. También suelen asignar valor a la “libertad”. En las mujeres, la soledad se asocia con la percepción de falta de control. Hacen atribuciones externas en que el control se perfila como un atributo masculino. El hombre suele ser más asertivo y las mujeres se someten a ello con rencor, “nunca pude tener vida propia. El es muy ‘machista’ ”. Con esto se resume la frustración y el sentimiento de incomprensión y soledad. En las relaciones amorosas, a las mujeres les interesa ejercer un control y poder más encubierto e indirecto. Manejan los hilos secretos e invisibles del poder. A esto se refiere un conocido chiste masculino que refiere a que todas las discusiones familiares terminan con la última palabra del hombre, “sí, querida”. Se trata de las estrategias de búsqueda o equilibrio de poder en la pareja, donde el poder de las mujeres aparece siempre encubierto. En el libro El dinero en la pareja, Clara Coria señala recursos “femeninos” de poder oculto alrededor de un tema tabú: el dinero. Éste se constituye en punto de entrecruzamiento de pasiones individuales, normas y mandatos sociales y conductas de control social. Históricamente más alejada de la vida pública y por ende más aislada, puede pensarse en una modalidad de soledad por aislamiento social. Su círculo de pertenencia y de influencia, según clase social, se veía y se ve reducido al ámbito familiar. 69
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XV
LA SOLEDAD EN LOS DISTINTOS MOMENTOS DE LA VIDA
El fenómeno de la soledad asociada al sentimiento de abandono y aislamiento, transitorio o permanente, ocurre a lo largo del curso de la vida con aspectos característicos de acuerdo al momento de desarrollo del ser humano y del ciclo vital familiar. Está relacionado con la historia de las relaciones interpersonales, que son fenómenos frágiles. No hay acuerdo entre los diferentes teóricos del desarrollo sobre a partir de qué momento de la vida se puede considerar que los niños sufren de soledad. C. W. Ellison (1978) considera que “los primeros signos de soledad aparecen en los primeros tres meses de vida”. Zick Rubin (1982) señala que niños de tres años y aún menos pueden experimentar la soledad por aislamiento social (de acuerdo a la denominación de R. Weiss) con el correlato de sentimientos de desagrado, aburrimiento y alienación, una vivencia de severo extrañamiento. Un bebé adoptado, que vivió sus seis primeros meses en una guardería, con falta de estímulos, lloraba con desesperación cada vez que los padres adoptivos lo levantaban en brazos. La tarea de éstos consistió en sostenerla en sus “berrinches” y brindarle sensaciones 71
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placenteras, generando un pequeño núcleo de relaciones íntimas y un nuevo entorno social. La asistente social que los visitaba no pudo reconocer, seis meses después, en la criatura dulce, juguetona y apacible, a esa nena hosca y de mal genio que recordaba. Sigmund Freud (1926) vincula la angustia de separación excesiva con el miedo a quedar solo y abandonado, fuente de dolor psíquico y de afecto de duelo. El fenómeno de la interacción humana está al servicio de la vida. En el hombre, la presencia de un “otro” que nos reconozca contribuye al reconocimiento de “uno mismo” desde la perspectiva del “otro significativo” (P. Berger y T. Luckmann, 1972; H. Gerth y C. Wright Mills, 1963). Funda nuestro sentimiento de identidad saber quiénes somos, y nos lleva a nuestro conocimiento del otro. Avanzamos hacia lo que Jean Michel Quinodoz (1993) denomina el sentimiento de una soledad domesticada, base de la confianza en las relaciones con uno mismo y con el otro. La soledad, para el autor, posee dos caras: “una mortal consejera”, un sentimiento hostil; o bien, cuando domesticada, cuando se logra elaborar las angustias de separación y pérdida, se transforma en un recurso creativo valioso. H. S. Sullivan (1953) destaca que la soledad como carencia de intimidad sólo puede ser sentida en la preadolescencia (9-12 años), después del surgimiento de relaciones íntimas y de compromiso personal. D. Perlman (1988) cree en la aparición temprana de la experiencia de soledad (7-8 años), en el momento en que los niños comprenden y son capaces de responder a una escala de evaluación sobre el tema. Estos datos se correlacionan con los resultados en tests sociométricos: niños rechazados se sienten solos. Los teóricos del desarrollo enfatizan, en general, la influencia de las experiencias infantiles sobre la vida social posterior: el apego, la amistad, la intimidad. Su fracaso condiciona la aparición de perturbaciones emocionales, tales como ansiedad, depresión, desapego y soledad (J. Bowlby, 1989; M. Ainsworth, 1978). Los niños cuyos lazos de apego temprano fueron amenazados por el divorcio parental son más proclives a sentir soledad. La soledad en los jóvenes se vincula en muchos casos a la separación de los padres, 72
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sobre todo cuando esto significa el abandono de uno de ellos (E. Muchinik, S. Seidmann y L. Acrich, 1998, inédito). Las relaciones de los niños con sus padres condicionan también las relaciones de los niños con sus pares. Si éstas son de pobre calidad, favorecen la soledad adolescente. Las personas que experimentan soledad consideran la relación con sus padres en la infancia como fría, alejada, no confiable, insatisfactoria y desagradable (Perlman, 1988). Pese a que las representaciones de la cultura relacionan a la juventud con la edad de la sociabilidad, la experiencia de soledad se hace clara y patente en la adolescencia (la autopercepción de soledad es máxima: 79% en los menores de 18 años), momento de la vida en que hay un doble movimiento con sus figuras de apego, se desapega de los padres de la infancia y busca nuevas relaciones con sus pares. Se trata de un momento en que el adolescente está entre dos familias, la de origen y su familia futura. Es habitual escuchar las quejas adolescentes por su soledad. La transición trae aparejada un sentimiento de soledad existencial, una profunda conciencia de estar solo o desgajado del mundo, y el sentimiento de incomprensión de la que se acusa a los padres. Son los dilemas de la separación del mundo conocido y seguro de los padres y de la posibilidad de renunciar a una visión egocéntrica y omnipotente que relativiza los conocimientos y valores acerca del mundo. El ya no podrá cambiar todo a su antojo. El crecimiento le plantea, de manera desafiante, valores opuestos: apego/separación, fusión/aislamiento. Va cambiando su grupo de pertenencia, de los padres a los pares. La soledad fue descripta en la adolescencia vinculada con el fracaso en la satisfacción de necesidades de relación con pares y relaciones íntimas, es decir, la falla en la obtención de un sentido de comunidad, sentimiento de pertenencia a una estructura social que lo sostiene (Pretty y col., 1994). Se enfatiza el rol de la comunidad o sistema social amplio en la provisión de posibilidades de desarrollo y concreción de metas adolescentes, no siempre claras, y esto condiciona la marginalidad. 73
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Se destacan así los aspectos ambientales y sociales de la soledad. Una consecuencia de esta situación es el suicidio adolescente que puede resultar epidémico, como ocurrió en la localidad de Gobernador Gálvez, Santa Fe, Argentina, en 1993. Frente a la imposibilidad de responder a demandas contrarias y contradictorias, la única salida que se perfilaba fue la autodestrucción. Resultó impactante la seguidilla de suicidios adolescentes en una localidad afectada por una fuerte desocupación y en la que eran más relevantes las frustraciones y fracasos que los logros de la vida. El suicidio como solución se erigió en salida. Tampoco se visualizaba algún apoyo de vínculos cercanos. El adolescente estaba solo frente a un mundo difícil y hostil. Los autores señalan dos ámbitos importantes de desarrollo, la escuela y el vecindario (Pretty y col., 1994). Los adolescentes poseen en la sociedad urbana múltiples interacciones que no generan apoyo social. Los adolescentes suelen tener expectativas mayores que sus habilidades y posibilidades sociales, de ser exitosos sociales, ser buscados y admirados. Erik Erikson lo denomina “difusión del rol”, falta de definición social de su rol y “moratoria psicosocial”. Con una idea pobre de quiénes son y adónde van les dificulta el vínculo con los pares y los predispone a la soledad. Según cómo resuelvan esta etapa, se posibilitará el acceso a la intimidad o la caída en el aislamiento, la difusión del rol, relacionado con el miedo a la pérdida de la identidad. El locus de control que utilizan es básicamente externo, de allí la permanente crítica social. La responsabilidad de los fracasos es de los demás y ellos se perciben como víctimas de la incomprensión adulta. Para los adolescentes el vínculo más importante son los amigos, así como lo son para los niños los lazos primarios con la familia. En la juventud, la soledad aparece en experiencias de inserción en ámbitos institucionales desconocidos. Funciona también como acicate para conocer gente nueva, trabar relaciones de compañerismo y amistad, algunas de por vida. Esta es una etapa de inicio de consolidación de vínculos, de experiencias e intereses compartidos. La “amistad” es un vínculo que remite a la libre elección. 74
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La soledad se expresa también en la relación de pareja. Por esta razón los jóvenes se sienten particularmente solos los días viernes y sábado a la noche, si no se concretan las expectativas de encuentros sociales. Ésos son momentos probatorios decisivos de su aceptación y éxito social. El que inicia una ruptura amorosa sufre de menor soledad que el que fue rechazado, ya que tiene un cierto control sobre la situación. En la mediana edad, un buen matrimonio provee la intimidad, el afecto, la identidad y el cuidado necesarios para el bienestar físico y psíquico. El amor en la adultez implica la integración de apego, protección y vínculo sexual. En esta etapa de la vida se dan los menores porcentajes de soledad (53% entre 45-54 años; 37% para mayores de 55 años) (Perlman, 1988). No obstante, resultan alarmantes las cifras propuestas porque incluyen casi a la mitad de la población. Esto resulta coherente con el aumento de personas que viven solas en las grandes ciudades. La situación se agrava en el caso de solteros y en familias uniparentales, divorciados, viudos. La soledad también puede aparecer dentro del matrimonio, cuando hay mucha disparidad de actividades e intereses entre los cónyuges. Disminuye la satisfacción con el matrimonio, así como la vida sexual y la permanencia de la relación se transforma en rutina y aburrimiento. Un momento crucial para la soledad se produce en la celebración de fiestas, en particular las de fin de año. Los solteros y divorciados toman mayor conciencia de su aislamiento y su carencia, deseo y necesidad de vínculos sociales más íntimos. Aumenta la frustración y el sentimiento de fracaso social, con envidia a las parejas. Jenny Jong-Gierveld (1986) relaciona redes, género y soledad. Destaca que la soledad en los hombres está fuertemente asociada con la calidad percibida de la relación con su mujer, pareja y confidente. En cambio la soledad en la mujer se asocia marcadamente con la evaluación subjetiva de su red en general. Un estudio realizado por Stokes (Perlman, 1988) señala que la gente con redes más densamente interconectadas tiende a sentirse 75
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menos sola. La calidad de las relaciones es más importante que la cantidad. En general suele ocurrir que las redes formadas preponderantemente por miembros familiares tienden a ser más densas. Por lo tanto, los individuos que pertenecen a redes de este tipo no padecen tanto de soledad. Existen situaciones prototípicas de soledad en la mediana edad. En la situación del sindrome del “nido vacío” –del que no se deben hacer excesivas generalizaciones– las mujeres que dedicaron todo su tiempo a la crianza de sus hijos y al cuidado de su hogar, suelen atravesar un período de intensa soledad, en comparación con mujeres profesionales o con alguna actividad fuera de su casa. Se suele exagerar los efectos de esta situación. La soledad experimentada en forma dramática se relaciona con un trastorno de personalidad, más que con la situación coyuntural. Otra situación crítica aparece en caso de divorcio, en que de manera estresante se pierden muchos vínculos sociales. El malestar se agudiza en el tiempo anterior a la separación, cuando son rechazados o excluidos, cuando son estigmatizados (en especial las mujeres), cuando aparecen problemas económicos, cuando carecen de un compañero con quien compartir la toma de decisiones o las tareas cotidianas. Los sujetos que padecen mayor soledad tienen, en general, más problemas con sus excónyuges, con la crianza de sus niños y con los vínculos con amigos y presentan mayor depresión. Contrariamente al estereotipo, los viejos como grupo no padecen significativamente de soledad, exceptuando al grupo mayor de 80 años, los llamados “viejos viejos” (60-69=35%; 70-79=29%; 80 y más=53%; L. R. Dean, 1962, 1988). Hay varias razones para explicarlo. Peplau y Perlman consideran que la “disonancia cognitiva” disminuye porque se achica la diferencia entre los niveles de contacto social deseados o necesitados y los reales. Es un hecho constatable que la cantidad de contactos sociales declina con la edad, pero también lo hace el nivel deseado de los mismos, situación que protegería a los viejos de experimentar soledad. Tener pocos contactos sociales o vivir solo, no desemboca necesariamente en soledad emocional o social, en especial si hay 76
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hijos adultos que viven cerca y con los que se mantiene contacto regularmente. La red tiene mayor densidad y muchas veces los viejos eligen preservar su intimidad frente a los propios hijos (E. Muchinik; S. Seidmann, 1997, en prensa). Muchos viejos valoran su independencia. “Esta predilección por la autonomía parece ser parte de una preferencia que se incrementa históricamente en las sucesivas cohortes” (N. Krause, 1997). La otra causa es que los ancianos tienden a considerar sus relaciones de mejor calidad que los jóvenes. Vínculos más íntimos, más satisfactorios, previenen contra la soledad. Es notable que los viejos prefieren contactos sociales con amigos de la misma edad a contactos con familiares, incluso hijos, teniendo estas relaciones un importante impacto sobre el bienestar. Esto es así porque las relaciones familiares implican obligatoriedad y aquellas con amigos elección recíproca y, por ende, mejoran la autoestima. No obstante, existen entre los adultos mayores situaciones objetivas que están significativamente asociadas con el fenómeno de la soledad y con el bienestar físico y psicológico: mala salud, bajos ingresos, dificultades de traslado, pérdida de control sobre las posibilidades de interacción, pérdida de autonomía, vivir solos. Los contactos sociales más significativos se producen, para este grupo de edad, con los hijos y otros familiares (E. Muchinik, 1986). Son los que brindan más apoyo y ayuda, aunque muchas veces se ritualicen, enfatizando más la obligación que la calidez o la cercanía. Eileen Brody señala que la “responsabilidad filial” es en estos casos más importante que el vínculo afectivo, teñido por la historia de los conflictos. Un estudio realizado por Scharlach (Perlman, 1988) demostró que las madres se sentían más solas, cuanto más se visualizaban como un peso para sus hijas. Esto depende del modelo de relaciones intergeneracionales existente y de la historia de los vínculos a través de largos años. La viudez, independientemente de la edad en la que sobreviene, produce soledad, especialmente en el período inmediato posterior a su ocurrencia. Junto con el cónyuge, se pierde un compañero con el que se compartió actividades, que reguló la propia autoestima, un amigo, un apoyo económico, una parte importante del “nicho 77
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ecológico humano”, la red social que lo protege. Se trata de un espacio relacional. A pesar de que la soledad sobreviene a cualquier edad, posee sin duda matices diferentes, varía en su importancia y gravedad de persona a persona y en diferentes momentos del curso de la vida. La viudez joven, cuando implica responsabilidad por los hijos es probablemente más proclive al sentimiento de soledad que en la adultez más tardía.
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XVI
LA SOLEDAD Y LA FAMILIA
Tanto la soledad como la capacidad para estar solo (Winnicott, 1958) forman parte del mismo continuo de experiencia que los sujetos atraviesan e internalizan en su familia de origen. Todas las personas se sienten solas en algún momento, incluso en el seno de la propia familia. Las personas aprenden también a estar solas en el contexto de su familia. Winnicott señala que: ...los niños aprenden a jugar solos primero con la presencia emocional de uno de sus padres. Aprenden a manejar sentimientos tolerables de soledad. Pueden elegir placenteramente estar solos. La experiencia de soledad puede ser considerada también como señal de un déficit en la familia, una quiebra o distanciamiento dentro del sistema. Puede sobrevenir como experiencia subjetiva incluso cuando los miembros de la familia convivan y sean accesibles. La toma de conciencia de la soledad puede provocar angustia, pero también puede servir como mecanismo adaptativo de 79
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retroalimentación que rescata al sujeto de una situación estresante de carencia, hacia un nivel de contacto humano óptimo en cantidad o forma. Este cambio puede llevar a la exploración y búsqueda de nuevas relaciones tanto dentro como fuera de la familia. Se puede considerar que la soledad es tanto una experiencia individual como una experiencia interpersonal que se plasma dentro de la familia. Desde la separación física y el abandono vivido como muerte psíquica1 al sentimiento subjetivo de soledad, con diferente nivel de tolerancia, existe una gama de situaciones que influyen, en calidad y cantidad, sobre la experiencia de las personas con los miembros de su familia. Dentro de una familia no todos sus miembros vivencian las situaciones de la misma manera, hay un matiz subjetivo personal que tiñe el significado de la situación. La experiencia de soledad en una familia está supeditada a características específicas del sistema: tamaño de la familia, estructura multigeneracional, estadío de desarrollo, intercambio con otros sistemas, herencia cultural, mitos familiares e interacción en la familia. Tom Large (1989) señala cinco patrones característicos de familias de sujetos crónicamente solos. En cada familia tenderá a dominar uno de ellos: - Duelo no resuelto. Cuando hay una pérdida, se produce un vacío en el sistema. Surgen emociones específicas: pena, enojo, alivio, vacío. Hay un proceso de ajuste que cambia a toda la familia. Cuando la pérdida es inesperada, prematura (muerte de un niño o de un padre joven) o coincide con algún otro acontecimiento familiar penoso o disruptivo (una mudanza, una pérdida del nivel económico y social), el proceso de duelo se complica, se prolonga y puede posponerse varias generaciones, dejando una marca familiar. Es el sentimiento de soledad, sentimiento de que alguien especial está ausente, sentimiento de vacío, de “ser nada”, confusión, desesperanza, indefensión, sensación de no pertenencia, tristeza. 1. Muerte psíquica se refiere al sentimiento catastrófico y abrumador del bebé frente a la ausencia de una figura de apego estable y segura.
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Esta situación suele asociarse con otras situaciones disfuncionales en la familia: enfermedad física, disfunción sexual, problemas maritales, suicidio. Resulta doloroso conectarse y mostrar socialmente estos temas. “De esto no se habla” es un lema vigente en estas familias. La soledad se convierte así en el modelo familiar poco funcional de resolución de la pérdida. Uno de los miembros se transforma en el portador del vacío familiar, mientras que los demás actúan con mayor adaptación. La familia espera ayuda de una figura muy idealizada que comparte características con el miembro familiar muerto e idealizado. El sentimiento de soledad, por lo tanto, es una señal para la familia de que el muerto amado sigue existiendo aunque esté fuera del alcance. El nombre del muerto se repite en nuevos miembros, generando expectativas. - Certidumbre patológica. Se refiere a acuerdos familiares construidos, a convicciones rígidas que son impuestas intrafamiliarmente en grupos multigeneracionales a través de la identificación proyectiva y que producen soledad crónica, por no sentirse escuchado ni respetado, por falta de la posibilidad de elegir. Por ejemplo un adolescente al que se le impone indiscutidamente qué carrera seguir sin contemplar ni escuchar sus necesidades. Un hombre, ya maduro, recuerda que en su adolescencia se lo obligó a estudiar medicina, ya que era único hijo, sobrino y nieto y debía ocuparse, contrariamente a sus deseos, de la salud de sus mayores. Es así como no pudo concretar ningún proyecto propio, con la consiguiente frustración, resentimiento y soledad. El poder se usa arbitrariamente en las relaciones familiares para imponer sistemas de creencias y preservar un sistema de expectativas que se suele depositar en alguno de sus miembros. Es un mandato familiar para sostener una realidad que resulta problemática. - Sincronización. Se produce en familias que funcionan con la armónica precisión de una máquina. Se valoriza la productividad y eficiencia en desmedro de la espontaneidad y el acercamiento afectivo. Como cada uno funciona en su propia órbita, la soledad se transforma en un aspecto tácito del estilo relacional familiar aceptado, del que no se habla, ni se siente la necesidad de hablarlo. La expresión de temores o inseguridades se convierte en un tabú. 81
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- Expansión familiar. La familia multigeneracional pasa por un proceso con períodos de expansión y contracción que se asocian con fuertes respuestas emocionales, en particular con temor y sentimiento de soledad. Los jóvenes que dejan el hogar, paralelamente a los padres de mediana edad que reconsideran su carrera y su pareja, y simultáneamente con la jubilación de los abuelos y la enfermedad crónica de los mayores, muestran la naturaleza interaccional de la soledad en las tres generaciones (abuelos, padres e hijos). Los diferentes miembros de la familia tienen su propio patrón de cambio, no siempre coincidente. Cada generación tiene otras necesidades y se siente no comprendida por la otra. - Abdicación parental. Cuando un progenitor abdica prematuramente a su función, alguien en la generación siguiente estará predispuesto a la soledad, no importando cuál haya sido la causa del retiro (un derrumbe psicótico, una madre que se dispone a realizar una carrera, un divorcio conflictivo). Es la pérdida de la situación de protección la que genera la experiencia penosa de la soledad. Los niños pueden sentirse responsables y culparse por la ausencia del padre o madre y sentirse consiguientemente abandonados. Para llenar el vacío frecuentemente uno de los hijos, generalmente el mayor, suele asumir el rol de “hijo parental”, con sus beneficios secundarios, pero con alto costo, entre ellos su soledad. Otro tipo de interacción familiar, descripto por Andersson y cols. (1989) se refiere a la intrusión narcisista. Este modelo genera una pesada carga emocional para el niño. Le resulta muy dificultosa la separación de sus padres en busca de autonomía y autoafirmación y queda absorbido en la identidad familiar colectiva. Todo intento de separación es controlado bajo la amenaza de no ser querido y de ser abandonado. Esto genera culpa. La intrusión narcisista parental es mayor si la madre tiene un sentimiento de inadecuación y toma a sus hijos como prolongación de sí misma. Si el niño se conforma, comienza el proceso de construcción de un pseudoself. Así el niño no podrá expresar enojo o decepción. Reprimirá su rabia, no podrá percibir sus verdaderas necesidades. Se castiga el intento de rebelión, es lo que Lyman Wynne (1974) denomina el “cerco de goma”. 82
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Existen familias con cultura endogámica, cerrada a experiencias divergentes, que adhieren a un único modelo familiar, sospechando de lo ajeno y diferente. Todo acto de afirmación de sí mismo es repudiado, y la persona es excluida del grupo y condenada al sentimiento de culpa y soledad.
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XVII
EL AFRONTAMIENTO DE LA SOLEDAD
El reconocimiento de la condición de estar solo es una primera aproximación a la posibilidad de afrontar la soledad. Se utiliza el concepto de afrontamiento (coping), en el sentido de Lazarus y Folkman (1984), relacionado con el manejo del estrés. Por temor al estigma social, la gente puede negar su condición, al punto de no sentir la soledad y experimentar, en su lugar, una amenaza, desesperación o desasosiego marcado e inexplicable. Con estas conductas se fuerza el contacto con otras personas desde una posición de autodesvalimiento. En otras oportunidades, el temor al rechazo social conduce a un mayor aislamiento y al deseo de arreglarse solo, sin ayuda, encerrándose, con una fantasía autoprotectora y omnipotente de no necesitar la compañía de otro. Salir de la situación de soledad requiere estrategias de afrontamiento y un primer paso puede ser revelar el estado. La soledad está condicionada por su duración, su causa e intensidad. Es más fácil mostrar la soledad cuando es una condición reciente o breve, no demasiado intensa y atribuible a factores externos como haber sido 85
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abandonado por otro. Es más fácil mostrar la soledad en el marco de una relación cercana, segura y confidencial (un hijo, un amigo, un hermano). Pero muchas veces se trasmite esta condición a un desconocido (el peluquero, el taxista) frente a quien también se siente seguro, dado que desconoce la red social del sujeto solo y la información no puede ser divulgada. En los casos en que la persona sola pueda identificar el origen de su soledad y compartirlo con otros en una relación de intimidad, la soledad se atenúa. Pero la intimidad es un modelo con sus riesgos. Uno, al mostrarse, pone en evidencia su dependencia y vulnerabilidad. Rubenstein y Shaver (1982) señalan cuatro estrategias de afrontamiento de la soledad: a) pasividad, tristeza, autocompasión letárgica. Las personas comen en exceso, se refugian en la TV, duermen, toman tranquilizantes, se alcoholizan, caen en inactividad. Estas son quienes más sufren la soledad en un círculo vicioso de baja autoestima y aislamiento social. b) soledad activa. En un esfuerzo por afrontar la soledad, buscan formas constructivas de pasar el tiempo solos, desarrollan un hobby, leen, realizan actividad física. c) gasto de dinero como forma de aliviar los sentimientos negativos asociados a la soledad y como forma de pasar el tiempo. d) búsqueda de contacto social, llamar amigos, visitar a alguien. Desde una perspectiva de intervención clínica, existen diferentes abordajes terapéuticos, ya sea que se trate de la soledad como estado o como rasgo. Para la soledad como estado son más apropiadas las terapias breves dirigidas a una intervención en crisis o a una reconstrucción de la red social, ambas apuntando a un cambio en la situación. Por ejemplo, un grupo de ayuda para cuidadores familiares de pacientes crónicos que trabajen con un abordaje psicoeducativo. Para la soledad como rasgo se requiere intervenciones que mejoren las habilidades sociales e interpersonales del sujeto. 86
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Karen Rook (1984) considera tres tipos de intervención: - las que facilitan los contactos sociales; - las que promueven mejores estrategias de afrontamiento de la soledad, mejor identificación de otros significativos: amigos, familiares, el desarrollo de habilidades sociales; - la prevención de la soledad, por ejemplo en grupos de apoyo en situaciones de riesgo, hijos de padres divorciados, promoción de relaciones sociales entre gente de edad avanzada. La soledad por aislamiento social requiere como solución una estrategia comunitaria, ya que es en este área donde se produce básicamente el déficit. Destacar el valor de la persona en el grupo social le provee una identidad pública, una mejoría en su autoestima y un reaseguramiento de su posición en el presente, con mayor autoafirmación. La soledad por aislamiento emocional requiere una estrategia dirigida al pasado, retrabajando la capacidad de la persona para establecer vínculos afectivos con los demás y, por lo tanto, los patrones básicos de su personalidad o de rasgos de conducta. Se trabaja con una terapia profunda que revise la historia y el desarrollo de vínculos de apego. Existe una relación entre el estilo atributivo de personas solas y conductas de afrontamiento frente al estrés. Creer que uno controla una situación no siempre ayuda, especialmente cuando los acontecimientos tienen resultados negativos. Se produce una desmoralización que linda con la depresión. Un escaso deseo de control y pocas ambiciones de ascenso social protegen al self del estrés futuro y, por lo tanto, el fracaso tendrá menores implicancias personales porque la persona no espera mucho de la situación. La gente sola que realiza predominantemente atribuciones externas padece menos de síntomas físicos y presenta estilos de afrontamiento más pasivos. Pelea menos con su circunstancia y se resigna más a “su suerte”. “Así son las cosas, qué le vas a hacer” son comentarios habituales en gente que se entrega sin pelea ni rencor. 87
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Edison plantea seis alternativas de afrontamiento: 1) Una orientación activa sensorial, búsqueda en el alcohol, drogas y el sexo compulsivo. 2) Una salida religiosa, mística. 3) Búsqueda de relaciones interpersonales. 4) Actividades de recreación no sociales diversas, leer, estudiar. 5) Desarrollar contactos íntimos con amigos y figuras secundarias. 6) Refugio en conductas de pasividad. José Angel Medina y Fernando Cembranos (1996) enfatizan la importancia de comprender qué nos ocurre para controlar nuestros sentimientos y los aspectos de la situación, para saber qué podemos modificar. Si un amigo muere, no podemos cambiar el hecho. Si estamos tristes porque no nos llama, es un error pensar que nada podemos hacer por cambiar la situación. La soledad puede ser considerada un problema cuando no la elegimos, no sabemos estar con ella o no sabemos salir de ella. El fracaso en las relaciones interpersonales puede ser útil si sacamos provecho y revisamos nuestro estilo de relacionarnos con los demás. No siempre obtendremos éxito en las relaciones con los demás. Pero también recordemos que la soledad puede ser una oportunidad, ya que permite sentir los recuerdos, las ilusiones, los pensamientos y el propio cuerpo. Para aumentar la calidad de las relaciones interpersonales hay que demistificar la espontaneidad, planificar nuestras acciones ya que las habilidades sociales son un rasgo de conducta que se aprende. Escuchar, pedir ayuda, brindar ayuda, recibir críticas. La amistad se construye y requiere cierta dosis de esfuerzo, de solidaridad, de afecto, y reciprocidad para sostenerla.
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XVIII
LA SOLEDAD Y EL SISTEMA INMUNITARIO
Consideraciones a partir de la experiencia sostienen que la soledad impacta el sistema inmunitario (Kielcolt-Glaser et al., 1984). La gente que vive sola, sin red social de apoyo, sin figuras de apego sólidas, tiene una mayor reincidencia de enfermedades cardíacas, infecciosas e inmunitarias y necesita un tiempo más prolongado para su recuperación. De aquí se deducen los efectos protectores del apoyo social provistos por relaciones íntimas y cercanas. Se enfatiza la importancia sociológica de los lazos sociales como mortero en el que se construye la sociedad y la función benéfica de las relaciones sociales en la regulación de la conducta. Si una pareja convive 40-60 años en un vínculo muy próximo, es altamente frecuente que al morir uno, al poco tiempo muera el otro. No existen razones médicas que lo expliquen más que la caída del sistema inmunitario producida por el proceso de duelo. Es así que M. Hojat (conferencia 1994) considera que la soledad es hermana melliza del Sida, que se produce por una falta o ruptura del sistema de apoyo social. Al disminuir las defensas, hace eclosión la enfermedad. 89
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Pero incluso no es necesario que el apoyo se dé en el contexto de una relación humana; el contacto con un animal doméstico a quien se cuida, ayuda a preservar la salud. Es conocido el efecto de las mascotas como acompañantes de los viejos. Existe con ellas un vínculo afectivo importante y el reconocimiento que algún ser vivo los está esperando. En el fenómeno de la soledad, el proceso se origina en lo perceptual y lo cognitivo –la percepción de estar solo y de ser vulnerable– y va hacia lo fisiológico. Weiss sostiene que la explicación de la soledad deberá ser hallada en la neuroquímica de las emociones. Un persistente cambio neuroquímico podría explicar la persistencia de imágenes visuales y auditivas de figuras de apego. Estos mecanismos explicarían la asociación entre la percepción del aislamiento emocional y los dolores físicos, la sensación de opresión respiratoria, la necesidad de llorar y un alto nivel de movilización fisiológica. El área de los marcadores neurobiofisiológicos de la soledad requiere desarrollar investigaciones conjuntas médicas-comportamentales. La literatura contemporánea (L. Goldberger y S. Breznitz, 1993) enfatiza el rol amortiguador que ejercen las redes sociales de apoyo frente a situaciones de estrés y su relación no sólo con desórdenes psicosomáticos (F. Creed, 1993), sino también su efecto en la relación entre eventos de vida y la aparición de desórdenes orgánicos. Algunos estudios muestran la relación entre la secuencia de eventos disruptivos e infarto de miocardio y el rol del grupo familiar en la rehabilitación, tanto en el sentido positivo como negativo. Un reciente trabajo, presentado por Ph. D. Sheldon Cohen (Monitor, 1997), plantea una alta correlación entre estrés crónico, dificultades en las relaciones interpersonales o largo desempleo y enfermedad. Las personas con mayor exposición a situaciones de estrés duplicaban su probabilidad de enfermarse, aumentando la tendencia al contagio viral. Ésta es una conclusión empírica a la que no pudo agregarse una explicación psicológica. Nociones como la de red social o red social de apoyo de la literatura anglosajona de epidemiología social nos brindan información sobre la naturaleza y la función de los vínculos que las personas mayores mantienen con el entorno social y sobre el rol que éste puede jugar en el mantenimiento de una relativa autonomía de vida y el mejoramiento de la autoestima (D. Le Disert, M. Di Palma, M. C. Leonard et al., 1989). 90
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XIX
EL PROCESO DE ATRIBUCIÓN Y LAS CAUSAS DE LA SOLEDAD
La teoría de la atribución, tal como fue originalmente propuesta por Fritz Heider (1944, 1958), sostiene que todos somos “psicólogos ingenuos” que intentamos explicar las causas de las acciones propias y ajenas, relacionando por proximidad y similitud causa y efecto, actor y acto. Así un “mal” acto se conecta con facilidad con una “mala” persona (el actor) y los actos quedan imbuidos de las características de las personas que los realizan. Por ejemplo, Juan está solo porque es egoísta, desconsiderado. El sentido común lleva a la gente a explicar y configurar el mundo en el que vive. Muchas veces son más importantes las causas que la gente atribuye a los hechos, que los hechos mismos. Lo que consideramos la causa de un hecho como situación real, termina por configurar al hecho mismo, como consecuencia. Si pensamos que la soledad se produce por falta de relaciones sociales empáticas y vemos que Juan está solo, lo percibiremos poco solidario y escasamente comprometido. La forma de atribuir 91
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y los tipos de atribución van a condicionar las conductas en la interacción social, como profecía autocumplidora. “Dejalo, siempre está solo, por algo será”. Heider distingue dos tipos de causas: las personales y las situacionales, ya sea que las acciones dependan de la persona (capacidad, esfuerzo, intención, habilidad) o de factores del entorno (relaciones con la tarea, suerte, desgracia). Esta división lleva a una primera clasificación de la atribución en interna versus externa, en función del origen de la causalidad percibida. Weiner (1986) amplía la consideración de Heider con un planteo multidimensional de la estructura de la causalidad percibida. Aplica la teoría atributiva a la motivación y a la emoción. Nuestra forma de atribuir influye en nuestra forma de sentir. Clasifica las causas en función de tres dimensiones: - lugar o locus de la causa, según sea interna o externa a la persona a cuya conducta se refiere. El éxito que se atribuye internamente (a la capacidad, a la constancia) contribuye a aumentar la autoestima. Inversamente, el fracaso atribuido internamente lo disminuye. Por ejemplo, “no logro amigos porque soy poco simpático”. - estabilidad referida a la constancia o inconstancia temporal de una causa. Así la causa sería estable (invariable) o inestable (variable). Esta dimensión tiene importancia en relación a expectativas de éxito y fracaso en el futuro. Puede estar vinculada a sentimientos de desesperanza cuando el fracaso está atribuido a causas internas y estables. Por ejemplo, “soy un fracaso con las mujeres”. El uso del “siempre” o del “nunca” calificando conductas ejemplifica esta situación. - controlabilidad o grado de control voluntario sobre una situación. De esta forma la causa sería controlable/incontrolable y provocaría emociones variables. Causas adversas controladas por otros provocan ira. “Cada vez que escucho su consejo, pierdo las mejores oportunidades de establecer un vínculo reconfortante y me lleno de odio.” Fracasos de otros incontrolables producen 92
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lástima: es un “pobre desgraciado”. No bien comienza un encuentro social con otros, algo ocurre y todo se arruina. La soledad está asociada con un escaso deseo de controlar y con la creencia que uno no tiene el control.. Al científico del comportamiento el fenómeno de la atribución le permite comprender, desde una perspectiva más global, cómo las personas habitan un mundo estructurado por significados particulares. Tiene diferentes implicancias pensar que un fracaso se debe a la falta de capacidad (atribución interna, estable, no controlable) que al escaso tiempo dedicado a preparar el evento (atribución externa, inestable, controlable). En el primer caso la persona diría “Estoy solo porque no sé acercarme a los demás”. En el segundo caso el cambio atributivo redundaría en una mejoría en la autoestima y una percepción de mayor control. La persona sostendría “estoy solo ahora porque no tuve tiempo de organizar un encuentro”. Diferentes autores propusieron otras dimensiones referidas al tipo de causalidad: - intencionalidad (Weiner, 1979): la persona posee la capacidad para tomar decisiones. Está solo porque quiere; - globalidad (Abramson, 1978), “en todas partes”, “siempre”; - excusabilidad (Jong, 1988) aludiría a la diferencia entre excusa (se admite un acto malo pero se niega la responsabilidad, “estoy solo porque nadie vino a verme”) y justificación (se acepta la responsabilidad pero se niega la cualidad negativa, “me quedé solo y no me molesta”). Estas dimensiones acerca de la naturaleza causal de la acción se combinan de diferentes maneras y tienden a estabilizarse en estilos atributivos. Incorporados a los modos habituales de comportamiento de las personas, éstas tienden a realizar inferencias causales similares en diferentes situaciones y tiempos. Muchos sujetos aceptan su soledad como un rasgo. 93
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El estilo atributivo tiene un importante papel en la situación de indefensión aprendida (Seligman, 1975, 1984; Abramson, 1978), en la que la persona tiende a percibir que los acontecimientos son negativos causados por factores internos, estables y globales que la sumergen en la desesperanza. En la experiencia de indefensión aprendida, realizada tanto en animales como en personas, los sujetos expuestos a estímulos aversivos incontrolables aprenden que el control no es posible y, por lo tanto, dejan de intentarlo. Aparecen conductas de descorazonamiento, pesimismo, falta de iniciativa. Cada una de las dimensiones está vinculada a consecuencias específicas. Cuanto más interna es la causa, más baja es la autoestima del sujeto; cuanto más estable es la causa, más se cronifica la indefensión; cuanto más global es la causa, más se generaliza la impotencia a otras situaciones. “No tengo condiciones para las relaciones sociales, es inútil que me insistas, no voy a reuniones.” De este modo la entrega a la situación negativa es altamente probable porque se renuncia a cualquier situación de cambio activo. Lo que conduce a esta conducta son las atribuciones que la persona hace sobre las causas de la ausencia de control. Atribuciones estables y globales sobre un evento incontrolable generan más expectativas sobre futuros eventos incontrolables y generan pasividad e indefensión ante nuevas situaciones al anticipar el fracaso. Después de experimentar una falta de control, se incrementa la actividad atributiva, influida por la situación emocional. Se genera de este modo un círculo vicioso que encierra a la persona en el padecimiento de la soledad. Se transforma en algo que se sufre. Cuando la gente se siente triste, maximiza las causas negativas y realiza más atribuciones causales. Estas potencian el ánimo depresivo. O sea que un estilo atributivo depresivo predispone a la depresión crónica, cuanto más explica su tristeza, más triste se pone. Sujetos con predominio de atribuciones internas acerca del fracaso tienen baja autoestima. También los que atribuyen las experiencias agradables a factores inestables, específicos y externos. O sea, sus logros son casuales o dependen de otros. 94
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La combinación de atribuciones estables, globales e internas a situaciones negativas configuran un estilo explicativo depresivo. En el sentimiento de soledad, un tipo de atribución incontrolable, interna, estable y global para el fracaso dejaría a la persona fijada a relaciones de apego deficiente o con dificultades de integración social. El estilo atributivo característico consiste en un patrón de autorreproche que perpetúa la experiencia de soledad. En el caso de los éxitos, la atribución es incontrolable, externa, inestable y específica. La gente crónicamente sola hace atribuciones internas, incontrolables y estables en relación a la timidez o miedo al rechazo social. La controlabilidad es una dimensión atributiva aún más importante en los casos de soledad que el locus de causalidad. Aparentemente la gente sola percibe su incapacidad de control, no lo busca ni lo desea. Algunos autores consideran que esta conducta protege al self de situaciones de estrés. “No fracaso porque no intento sobresalir socialmente” como mecanismo de afrontamiento evitativo. En principio no parece claro por qué algunas personas recurren sistemáticamente a un estilo atributivo exclusivo, mientras otras lo alternan. Esto está relacionado con modalidades y estilos cognitivos. En diferentes estudios (Higgins y Bryant, 1982; Jellison y Green, 1981; Beauvois y Dubois, 1988) se señala la influencia cultural en la socialización de los niños en Occidente que adquieren progresivamente una atribución disposicional y, por lo tanto interna, de las causas del comportamiento. El aprendizaje temprano de la culpa es un elemento educativo importante. A los niños se les enseña, desde chiquitos, a buscar el responsable de cada situación. “Fue por culpa de Juan que se rompió el jarrón” o “porque te portaste mal, no podés salir”. Otra modalidad de control puede ser la vergüenza, con menor predominio en nuestra cultura occidental judeo-cristiana. Las teorías implícitas de la personalidad enfatizan la causalidad personal, poniendo en segundo plano la causalidad situacional. Esta modalidad se refleja en el lenguaje usado. Se habla de actores agresivos y no de situaciones hostiles. 95
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Se atribuye el comportamiento a factores situacionales cuando la conducta no se corresponde con las expectativas previas. “Su aislamiento tiene que ver con la situación por la que está pasando.” Existe una tendencia marcada a atribuir los errores propios a la situación y los ajenos a la disposición personal. Esta determinación del locus es una conducta de protección de la autoestima. La relación se invierte en las personas que padecen de soledad, con el correspondiente déficit en la autoestima. Así los errores son propios. A pesar de que la gente que se siente sola desea controlar las situaciones, tiende a percibir el resultado de sus actos totalmente fuera de su control. Cualquier atribución fija inmoviliza la posibilidad de cambios futuros. Las personas que se sienten solas atribuyen la soledad a: - lo inexorable de la vida, el destino que les tocó vivir inevitablemente; - su culpa, porque hicieron cosas que los llevaron a ello, no supieron cuidar a otro. Conlleva un sentimiento de autodepreciación; - el perjuicio que otro les ocasiona; - la mala suerte o un mensaje divino. El destino.
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XX
LA MEDICIÓN DE LA SOLEDAD
El conocimiento de los procesos sociales basa su desarrollo en la investigación empírica, en la obtención de datos sistematizados sobre un área de problemas. A ello contribuyen tanto los métodos de evaluación cuantitativos como cualitativos. Dentro de los métodos cuantitativos se encuentran las escalas, como instrumento de evaluación diferencial de personas en relación a la posesión de un atributo o característica. Uno de los instrumentos de medición pioneros sobre la soledad es la escala de soledad de la UCLA desarrollada por Dan Russell, L. A. Peplau y Carolyn E. Cutrona (1980, cit. en Vincenzi y Grabosky) de extendido uso (80%) entre los investigadores del tema. Se trata de una escala unidimensional, con un fuerte factor general, que no fue diseñada para evaluar tipos de soledad. Hojat sugiere cautela en su uso, ya que es una medida unidimensional de un constructo multidimensional, la soledad. Cabe señalar que los autores de la escala no hacen referencia a formulaciones teóricas sobre el tema. 97
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Esta técnica está compuesta por 20 afirmaciones, 10 de ellas relacionadas con sentimientos de soledad y las otras 10 con sentimientos de satisfacción con las relaciones sociales. Los items de la escala de soledad de la UCLA fueron extraídos originariamente de informes de gente sola en relación a su experiencia de soledad. Por lo tanto, la escala aparece como medida de discriminación de la experiencia subjetiva de soledad por aislamiento emocional, sentimiento de no estar cerca de nadie, de ser incomprendido por los demás, y soledad por aislamiento social, relacionada con el sentimiento que uno comparte pocas cosas con otros, que no pertenece al grupo de amigos. Existe una tendencia en la investigación sobre soledad a considerarla como una medida sustitutiva de la calidad y cantidad de relaciones interpersonales. En rigor, las mediciones habituales en uso apuntan al estudio del síndrome interno, a los factores de personalidad predisponentes y a los estados emocional y cognitivo más que a cualquier variable relacional. Es de destacar que la gente que padece de soledad no carece de lazos sociales, sino de relaciones satisfactorias (B. Sarason, 1990). Estudios que usaron esta técnica de medición avalan la evidencia de confiabilidad y validez. Los hallazgos acerca de la soledad son notablemente consistentes, ya se trate de la escala de soledad de la UCLA, como medidas más sencillas, entrevistas, relatos. Es de destacar que la mayor parte de la investigación sobre la soledad se centró en la medición de conductas de estudiantes universitarios blancos de clase media a través de cuestionarios. También se realizaron estudios sobre la soledad en niños, adolescentes, adultos mayores, pacientes psiquiátricos y poblaciones de riesgo. Otros instrumentos utilizados para la evaluación de la soledad son el Differential Loneliness Scale (DLS) (Schmidt y Sermat, 1983, cit. en Vincenzi y Grabosky) que evalúa la soledad en cuatro tipos de relaciones –romántica, amistad, familia, grupo-comunidad–, la escala NYU (Rubenstein y Shaver, 1980), análisis de contenido en diarios y relatos, entrevistas en profundidad con gente sola. Otra técnica de medición es The Emotional/Social Loneliness Inventory (ESLI), diseñada por Harry Vincenzi, teniendo en cuenta los desarrollos de Weiss (1973), Rubenstein y Shaver (1982) y Jones 98
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(1982) y prestando especial atención a las fallas de los instrumentos de medición anteriores (UCLA, DLS y otros). Se trata de una escala multidimensional diseñada para medir cuatro conceptos: soledad emocional, soledad social, aislamiento emocional y aislamiento social. Si bien R. Weiss no discriminó los términos aislamiento y soledad, investigadores actuales consideran que se trata de categorías distintas aunque relacionadas. El aislamiento emocional o social está centrado en la evaluación de la red social en términos objetivos, aunque connotados en forma diferente. La soledad, emocional o social, es un sentimiento de privación, una reacción a un estado percibido de aislamiento. El ESLI presenta un formato de a pares para medir la soledad y el aislamiento, contrastando la percepción de la red con los sentimientos sobre ella. Se trata de una escala tipo Likert, con respuestas entre 0 y 3 (de muy pocas veces verdadero a generalmente verdadero). El aislamiento emocional se define como una deficiencia en la intimidad y los apegos en la red social actual. El aislamiento social es una deficiencia en la integración social y en la afirmación de valor en la red social actual. La soledad emocional es el sentimiento de privación en las relaciones íntimas y apegos. La soledad social es la privación sentida en la integración social y afirmación de valor. Suele ser usada para evaluar clínicamente a grupos de personas, discriminando diversos matices en el fenómeno de la soledad. Otro aporte del ESLI es que le permite al clínico obtener un amplio panorama de los déficits en las redes sociales y al mismo tiempo evaluar niveles de angustia frente al estrés, así como el estrés que provoca el sentimiento de soledad. En diseños experimentales es factible la implementación de técnicas hipnóticas y de imaginería para inducir diferentes tipos de soledad. La investigación sobre la soledad en estudiantes universitarios realizada por Russell, Cutrona, Rose y Yurko (1980) aplicó un conjunto de instrumentos para medir diferentes aspectos de la problemá99
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tica. Ellos son: la escala de soledad de la UCLA; la escala de provisiones sociales (Russell); una medición de la red social presente de cada estudiante que incluyera sus amigos cercanos y ocasionales, relaciones amorosas y relaciones familiares; las escalas Costello-Comrey de depresión y ansiedad; y un cuestionario de medición del afrontamiento de la soledad que clasificó en cinco respuestas posibles: conductas que elevaran la autoestima, soluciones comportamentales del problema, redefinición cognitiva del problema, conductas de distracción del problema, soluciones cognitivas del problema. Esta investigación eligió para ello como alternativa un abordaje que tomara en cuenta las múltiples variables que construyen el fenómeno. Se utilizó asimismo medidas cualitativas acerca de la satisfacción con las relaciones, tomadas como mejor predictor que las mediciones más objetivas de la red social (Cutrona, 1982; Russell y col., 1981). Estos hallazgos fueron consistentes con investigaciones anteriores sobre la soledad. Una escala, la MSW para la medición de la soledad creada por P. M. Murphy y cols. en 1989 en Inglaterra, considera los factores culturales, evaluando opiniones y satisfacción en relación a diferentes vínculos en varias subescalas. R. Weiss propone un abordaje fenomenológico al estudio de la soledad, profundizando en los sentimientos de vulnerabilidad, la ausencia de confianza en uno mismo en poder dar u obtener protección, en la naturaleza de las relaciones de apego y su funcionamiento en la vida adulta. Utilizó la técnica de inducir sentimientos de soledad a través de ejercicios vivenciales y describir la experiencia y su significado. Destacó la observación directa y la descripción del fenómeno como métodos valiosos para generar y profundizar nuevos conocimientos sobre los significados que las personas poseen sobre la soledad. Los métodos fenomenológicos previenen definiciones operacionales prematuras que caracterizan gran parte de la investigación en psicología social. Son especialmente útiles para el estudio de sentimientos y relaciones interpersonales, para discriminar los tipos de soledad, la relación de la soledad con otros estados emocionales, como depresión y ansiedad, y la relación entre las relaciones de apego, sentirse vulnerable y sentirse solo. Este método es útil para el desarrollo futuro de investigaciones y teorías. 100
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EVALUANDO CUALITATIVAMENTE LA SOLEDAD
La investigación sobre “Soledad, aislamiento y redes sociales de apoyo” encaró, en una primera etapa del estudio, un análisis cualitativo a partir del análisis de 120 entrevistas de personas discriminadas de acuerdo a dos variables: grupo etáreo (jóvenes: de 18 a 25 años y viejas: de 65 a 75 años) y nivel de escolaridad (primaria completa o secundaria incompleta /secundaria completa o terciaria o universitaria incompleta o completa). Se seleccionaron estos dos grupos a fin de relacionar dos variables relevantes que caracterizaban a dos grupos especialmente vulnerables a la problemática en estudio. Se trabajó con una comparación transversal de dos grupos, tomando en cuenta que jóvenes y viejos participan de dos culturas diferentes. Se configuraron cuatro grupos: JP, jóvenes con estudios primarios; JS, jóvenes con estudio secundarios; VP, viejas con estudios primarios; y VS, viejas con estudios secundarios. Tomando en cuenta las definiciones de Robert Weiss sobre soledad por aislamiento social y soledad por aislamiento emocional, se buscaron los matices y aspectos diferenciales de la experiencia de soledad. 101
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Se abordó en primer lugar la diferencia percibida entre “estar solo” (aislamiento social, situación objetiva) y “sentirse solo” (sentimiento subjetivo displacentero). Estar solo desde la perspectiva del aislamiento social no presenta diferencias entre los dos grupos etáreos. Sin embargo, está emocionalmente connotado de manera negativa en las jóvenes con estudios secundarios (JS)(“Estar sin apoyo, sin contención, sin nadie en quien confiar, nadie con quien compartir”; “No podés confiar en los demás. No confían en vos. No tener pareja, amigos, no tener confianza”; “No estás en el pensamiento de nadie”) y en las viejas con estudios primarios (VP)(“No tener con quien compartir las cosas importantes de la vida”; “Es muy feo. Como si le faltara algo donde apoyarse. Se siente desamparado”; “No tener a nadie en el mundo que cuide de uno”). Las mujeres mayores con menor educación son las que presentan mayor aislamiento, por encima del grupo de mayor educación (“Es triste y terrible. Hay días que no se pasan”; “Es triste”; “Es algo espantoso, fatal”). Un aspecto relevante es que las viejas con estudios secundarios (VS) presentan un nivel alto de aislamiento no asociado al sentimiento negativo de soledad. Por lo contrario, connotan positivamente el estar solo (“Estoy sola y comparto. Poder hacer lo que yo quiero”; “Estar con una misma. Si hay otra persona, ya no estás sola”; “Reflexiono y soy consecuente conmigo misma”; “Necesito estar sola, hago un balance de mi vida”). El mayor nivel educacional y la mayor experiencia de vida que provee la edad genera mejores recursos de afrontamiento. Las “viejas secundarias” (VS) presentan menores dificultades en la posibilidad de relacionarse con los demás aunque la dimensión del dolor de su soledad sea mayor, tienen un sentimiento interno más profundo y aciago del sufrimiento que acarrea la soledad (“Es un sentimiento, un estado de ánimo, la sensación que tu vida pierde sentido. Si no tenés a nadie es porque no le importás a nadie”). Sentirse solo implica en todos los casos una percepción principalmente de problemas en los vínculos interpersonales, abandono, no comprensión, no confianza, falta de intimidad: “Ser indiferente a los demás”, “solo contra el mundo”, “involuntario”, “no te aceptan” 102
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(“Cuando estás mal adentro”, “No tengo a nadie con quien contar” JP; “Sentirse sin contención, abandonada, sin apoyo. Nadie confía en vos. No podés confiar en nadie. No tenés diálogo, la gente no pega con vos, no te entiende” JS; “Sentirme triste. Tristeza. Pasan cosas que afectan a mí y a mis seres queridos” VP). Es únicamente en las viejas donde aparece el significado positivo de la experiencia de soledad (“Si me siento sola, me voy a caminar o voy a la iglesia. No es feo sentirse sola” VP; “No me siento sola aunque esté sola porque sé que hay gente que me quiere. El que cree en Dios, nunca se siente solo”, “Nunca me sentí sola”, “No me siento sola, hago cosas” VS). Frente a la pregunta directa acerca de si se sintió alguna vez sola, la gran mayoría contesta afirmativamente (“Cuando me había peleado con mis padres. Cuando murió mi abuelo”, “Cuando hay problemas en casa. Cuando me hace falta una amiga que no está” JP; “Muchas veces por incomprensión y falta de apoyo y contención de mis padres. Ellos estaban ocupados en sus peleas de pareja. Opté por irme a vivir sola. Me crié solita” JS; “Cuando me operaron”, “Cuando vine a la Argentina de Italia”, “Cuando me separé” VP; “Cuando me acuerdo que se murió alguien” VS). Las jóvenes destacan como experiencia significativa la falta o alejamiento de la pareja y la separación de sus familiares, ya sea por migración o por disolución de la familia (“Cuando vine acá, yo tenía 13 años. ¡Cómo sufrí sin la ‘vieja’!”, “Cuando quedé embarazada y Rodrigo se borró” JP; “Sólo siento soledad de pareja”, “Cuando me peleé con mi novio y mis amigos estaban en otra”, “Cuando me peleé con mi novio que era todo para mí” JS). Debido a su mayor capacidad de conceptualización, las JS relacionan el sentimiento de soledad con las dificultades para establecer vínculos sociales significativos (“No tener una persona que me escuche, que comparta mis tristezas y alegrías”, “Es estar aislado de todo el mundo, no tener ningún apoyo, a nadie que te apoye o que te diga buen día”). En las viejas, la soledad está asociada a la viudez y a las pérdidas familiares, por enfermedad o muerte (“Cuando murió mi esposo”, “Cuando enviudé. Me gustaría tener pareja” VP; “Cuando 103
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tuve algún problema. Cuando murió mi tía”, “Cuando descubrí la infidelidad de mi esposo. Sentí defraudación, sensación de vacío insuperable” VS). En todos los casos la familia tiene relevancia en la construcción del sentimiento de soledad. Las mujeres mayores prefieren la red familiar. Las jóvenes priorizan la compañía de amigos o la necesidad de alguien íntimo que pueda escucharlas. En las viejas, la menor educación genera un mayor sentimiento de soledad en relación a las viejas secundarias. Buscando la relación entre sentimiento de soledad y apego, la mayoría de las personas no se sintieron solas ni poco cuidadas de chicas, en todos los grupos (“Siempre estaban mis padres, mi madrina, mis abuelos, yo los quería” JP; “Mi familia me contenía. Tenía buena relación” JS; “Estaba todo el día en casa con mi mamá y mi abuela que me enseñaban a bordar, tejer, cocinar para que sea una buena esposa” VP; “Nací en el campo, en Victoria, Entre Ríos. Mis padres tenían un almacén de ramos generales. La peonada, los animales, el río, mi mamá, mi papá, mi hermana. ¡Qué momentos felices...!” VS). Las VS son quienes tuvieron un menor sentimiento de soledad en la niñez, contrastando con las JP en la carencia afectiva. En éstas se destacan los problemas de padres ausentes y abandonos familiares, padres sin comunicación y en situaciones de desamparo, y son quienes se sintieron menos cuidadas de niñas. Indagando acerca del sentimiento de soledad actual, las jóvenes secundarias (JS) tienen mayor conciencia del mismo, el sentimiento es más profundo (“La soledad es inevitable. Los seres queridos nos ayudan, pero en el fondo estamos solos. Nadie puede hacer nada por nosotros, aunque puedan acompañarnos”). Este sentimiento se refiere en las jóvenes, en general, a experiencias de abandono, peleas familiares, desinterés de otros significativos y el aislamiento social que produce la migración (“Desde que vine a vivir acá, me alejé de todos, me quedé sola. Rodrigo trabaja todo el día, yo estoy sola todo el tiempo”, “Aprendí a no sentirme sola por la falta de interés de mis padres hacia mí y a buscar sentirme cómoda y acompañada por otros lados”). Aparece en las jóvenes el sentimiento de soledad existencial (“en el fondo estamos solos”). 104
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En las viejas, la soledad se asocia a la viudez, a la nostalgia y a los recuerdos del pasado, con el sentimiento que “nadie comparte mis recuerdos” o que “los tiempos cambiaron y mis hijos trabajan tanto que no puedo pretender que estén todo el día conmigo”. Expresan así una situación de aislamiento social (hijos demasiado ocupados), aislados en su propia cultura, un sentimiento de extrañamiento cultural (“Me siento sola permanentemente desde que enviudé”). La representación del sentimiento de soledad es pasajera, temporaria, coyuntural en las jóvenes (“Mi sentimiento de soledad es pasajero, sólo cuando extraño mucho”). En las VP este sentimiento se hace permanente y son quienes más solas se sienten. Buscando la atribución de causas en el sentimiento de soledad, se destaca la atribución interna referida a su forma de ser, a su necesidad de figura de apego, a la disconformidad con su vida, en las jóvenes (“Fue mi culpa. No supe manejar la situación. Subestimé a la gente que me rodeaba”, “Yo estaba mal conmigo misma”, “Un factor interno me produjo la soledad porque todo el mundo tiene necesidad de padres o sustitutos”, “Fue algo interno lo que me produjo la soledad. Yo me sentí frustrada por no tener cerca a mi tía para cuidarla. Yo la habría acompañado mucho”). Esta situación sugiere la hipótesis de la existencia de un modelo de socialización temprana basada en la culpa y en la atribución interna que contribuye a la construcción del sentimiento de soledad. En el grupo de mujeres mayores se destaca la atribución externa, en especial en mujeres con educación primaria que se refieren más al destino, a la frialdad de los otros, a la enfermedad de familiares y a las muertes, en particular la del marido. El tipo de relación que buscan para paliar la experiencia de soledad no se remite a un grupo en particular, priorizando conjuntamente a la familia, la pareja y los amigos. Las VS incluyen la presencia comunitaria que se corresponde con su necesidad y posibilidad de apertura a otras relaciones sociales. Indagando acerca de las relaciones de intimidad, la mayor parte tiene relaciones cercanas y las necesita. Las VP son quienes menor registro de necesidad tienen. En cuanto al logro de relaciones íntimas, éste es menor que la necesidad que reconocen tener. La diferencia se acentúa significativamente en las JP y en las VP, lo cual destaca 105
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el factor educacional. Sobresalen características atribuidas a las “formas de ser mías”, atribución interna (“soy sociable, soy abierta, me gusta estar con los demás”). Resulta relevante la importancia de la mutualidad en la relación (“Que haya algo en común para charlar, para conversar”, “Es una cuestión de piel que a uno la acerca por su manera de ser”). Es destacable los altos porcentajes de mujeres con dificultad para establecer contactos sociales, especialmente las JP. En una sociedad que enfatiza la capacidad propia para generar encuentros sociales, la mayoría de las mujeres se atribuye a sí misma la dificultad en los vínculos. Prevalece en todos los grupos la atribución interna de causas por encima de la atribución externa y de la responsabilidad mutua en los compromisos interpersonales. Las viejas comparten su tiempo mayormente con la familia y los amigos y las jóvenes lo hacen con la pareja y los amigos. La importancia de la red familiar persiste a lo largo de las edades. Las jóvenes visualizan a la familia como causa de su malestar y desasosiego y buscan mayormente a los amigos como recurso de apoyo social. Esta relación se invierte en las mujeres mayores. Penan más por las pérdidas de los pares y se refugian en las relaciones familiares. Los modos de afrontamiento de la soledad se divide en positivos/ negativos y en activos/pasivos. Los positivos implican fundamentalmente una búsqueda activa de acercamiento al otro (“Busco compañía, amigos, alguien con quien charlar”) o de participación en actividades placenteras (deportes, paseos, lectura, escuchar música). Aparecen actividades más pasivas (ver televisión) que no pueden ser connotadas de manera unívoca como positivas o negativas. Resulta destacable en las jóvenes la dificultad de afrontar la soledad. Evitan el afrontamiento, se aíslan (comen, duermen, lloran, se encierran, “Más sola me siento, más me retraigo”). Las viejas buscan muchas veces la soledad, con la diferencia que la connotan positivamente (“No me siento sola, combato la soledad, busco compañía”). Buscan compañía y actividades placenteras, de manera activa, en especial, las personas mayores. En general, no aparece un modo de afrontamiento único, sino una apelación a múltiples recursos. 106
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Evaluando las situaciones críticas de la vida, se destacan, entre las positivas, en las jóvenes, en general, la existencia de la pareja y los vínculos afectivos con pares y amigos. En las JS adquiere relieve la carrera y el proyecto de vida. Todas estas metas se afrontan con alegría, con emoción, con esperanza, abriéndose a los demás, encarando soluciones. Las mujeres mayores destacan la importancia de la pareja, la familia y los hijos y se caracterizan por un afrontamiento activo y afectivo (“Sentir afecto de personas, haber vivido sola, supe crecer” VS). Los eventos críticos malos de la vida se relacionan fundamentalmente con las muertes. Las jóvenes los vinculan con la muerte de los padres y abuelos. Las mujeres mayores los vinculan con la viudez y la muerte de los hijos que reactualizan el dolor por la muerte de sus padres. El afrontamiento resulta penoso (llanto, angustia, dolor, tristeza, vacío) para todos los grupos, especialmente para las VP. Otros recursos que aparecen apuntan a respuestas activas de afrontamiento (“Lo afronté sola, siempre se puede un poco más”, “Recordé los buenos momentos”, “No me aislé, hablo con la gente”) y a la ayuda y apoyo de amigos y familiares. Las VS se destacan por el afrontamiento activo solas, que es coherente con el hecho de tener mayor cantidad de recursos internos y externos. Es de destacar la escasa importancia que se le otorga a la ayuda terapéutica. El nivel educacional provee para las jóvenes una mayor sutileza y profundidad al sentimiento de soledad y a las viejas les da mayores recursos propios para afrontarlo. Las jóvenes con menor nivel educacional aparecen con mayor vulnerabilidad frente al aislamiento social y con un sentimiento vago y difuso de malestar frente a la soledad emocional. En esta evaluación cualitativa es mayor el énfasis en la soledad por aislamiento social que realizan nuestras entrevistadas, que en la soledad por aislamiento emocional.
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UNA REFLEXIÓN FINAL
Nuestra sociedad de fin de siglo ve peligrar la estabilidad y la felicidad de las personas sometidas a una estimulación descontrolada, enfrentadas a la incertidumbre, la ansiedad y el desasosiego. Perdidos en la inmensidad de los otros anónimos carecemos cada vez más de vínculos cercanos significativos, afectivos y sólidos, constitutivos de una “individualidad segura”. Es paradójico encontrar a tantos seres humanos solitarios y dolorosamente solos en la era de las comunicaciones. La soledad es un fenómeno complejo multidimensional, psicológico y a la vez psicosocial y un producto sociocultural. Corresponde en una época determinada, al sistema de valores y al modelo de relaciones interpersonales. Exacerbación del individualismo en nombre de la autonomía, extrañamiento y ajenidad, coexisten paradojalmente con un proceso de globalización impuesto por la tecnología, que excluye el contacto humano. Sus correlatos son la discriminación, el aislamiento y la intolerancia por la diversidad. Las viejas identidades, aún muy poderosas, no alcanzan para sostener los sentimientos de pertenencia frente a la quiebra del cuerpo social. 109
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Recortes de subjetividad que son hilvanados de acuerdo a las necesidades del mercado y producen una ilusión de individualidad auténtica. Será menester recapturar el valor del grupo humano, el sentido de la pertenencia grupal y de la solidaridad social. Transitar el camino para la profundización de los valores sociales fundamentales y los encuentros significativos con los otros que posibiliten una mejor calidad de vida para el hombre de fin del milenio.
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AISLAMIENTO Y SOLEDAD
ÍNDICE
PRÓLOGO .......................................................................................... 9 I.
ACERCA DE LA SOLEDAD ............................................................ 11
II.
LA SOLEDAD EN LA HISTORIA ..................................................... 17 El aislamiento y su relación con el sistema social ............................ 17 El hombre frente al aislamiento ...................................................... 23
III. LA SOLEDAD EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO ............................... 25 IV.
LA SOLEDAD EN LA LITERATURA Y SUS MATICES ............................ 29
V.
DEFINIR LA SOLEDAD ................................................................. 33
VI. LA NATURALEZA DE LA CARENCIA SOCIAL EN EL FENÓMENO DE LA SOLEDAD ................................................. 35 VII. UN APORTE TEÓRICO: LA SOLEDAD Y LA TEORÍA DEL APEGO ........... 37 121
VIII. HISTORIA DEL DESARROLLO DE LA NOCIÓN DE SOLEDAD EN LAS CIENCIAS DEL COMPORTAMIENTO ................................... 41 IX.
ROBERT WEISS: LA SOLEDAD, SU RELACIÓN CON EL AISLAMIENTO EMOCIONAL Y CON EL AISLAMIENTO SOCIAL
....... 45
Otros aspectos para caracterizar la soledad ................................... 50
X.
SOLEDAD E INTIMIDAD ............................................................ 53
XI.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA SOLEDAD .......................................... 57
XII.
SOLEDAD Y REDES SOCIALES DE APOYO ....................................... 61
XIII. LA DURACIÓN DE LA SOLEDAD .................................................. 65 XIV. LA EXPERIENCIA DE SOLEDAD Y CUESTIONES DE GÉNERO ............... 67 XV.
LA SOLEDAD EN LOS DISTINTOS MOMENTOS DE LA VIDA ............... 71
XVI. LA SOLEDAD Y LA FAMILIA ....................................................... 79 XVII. EL AFRONTAMIENTO DE LA SOLEDAD ......................................... 85 XVIII. LA SOLEDAD Y EL SISTEMA INMUNITARIO ................................... 89 XIX. EL PROCESO DE ATRIBUCIÓN Y LAS CAUSAS DE LA SOLEDAD .......... 91 XX.
LA MEDICIÓN DE LA SOLEDAD ................................................... 97
XXI. EVALUANDO CUALITATIVAMENTE LA SOLEDAD ..........................101 XXII. UNA REFLEXIÓN FINAL .........................................................109 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................ 111
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