Agustín García Calvo - Lecturas presocráticas II HERÁCLITO - RAZÓN COMÚN

November 27, 2017 | Author: quandoegoteascipiam | Category: Reason, Epistemology, Philosophical Science, Science, Religion And Belief
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Edición crítica, ordenación, traducción y comentario de los restos del libro de Heraclito por Agustín García Calvo Conv...

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Razón común ,

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Edición crítica ordenación traducción y comentario de los restos del libro de

Heraclito

Agustín García Calvo

RAZÓN COMÚN EDICIÓN CRÍTICA, ORDENACIÓN, TRADUCCIÓN Y COMENTARIO DE LOS RESTOS DEL LIBRO DE

HERACLITO

LECTURAS PRESOCRÁTICAS II

(UIClW^ )

T odos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedim iento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, m ecánico, fotocopias, etc.) y el alm acena­ m iento o transm isión de sus contenidos en soportes m agnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin perm iso expreso del editor.

Prim era edición, m ayo de 1985 Segunda edición, corregida, abril de 1999 © Agustín García Calvo © E ditorial Lucina, R úa de los N otarios, 8. 49001 Z am ora Telf. y Fax: 980 53 09 10 Im preso y hecho en E spaña ISBN: 84-85708-24-5 D epósito legal: M- 12.336-1999 Fotocom posición e impresión: e f c a Polígono Industrial «Las Monjas» 28850 T orrejón de A rdoz (M adrid)

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s. a .

RAZÓN COMÚN EDICIÓN CRÍTICA, ORDENACIÓN, TRADUCCIÓN Y COMENTARIO DE LOS RESTOS DEL LIBRO DE

HERACLITO

L EC T U R A S PR E SO C R Á T IC A S II

A IR IS

M U R D O C H .

que en The P h ilosopher’s Pupil h a p in tad o com pasivam ente la m iseria del filósofo c o n te m p o rá n eo , viejo y m alen am o rad o , S E D E D IC A E S T A R E N O V A C IÓ N D E L A G U E R R A C O N T R A T O D A F IL O S O F ÍA O C IE N C IA D E L A R E A L I D A D , Y B A JO N O M B R E D E E L L A A T O D A L A C O M U N ID A D D E L A S M U JE R E S Y SU S H O M B R E S

P R O L E G Ó M E N O S .........................................................................................................................................

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Λ Ο Γ Ο Σ Π Ε Ρ Ι Π Α Ν Τ Ω Ν — R A Z Ó N G E N E R A L Ο D E LAS COSAS T O D A S

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Λ Ο Γ Ο Σ Π Ο Λ ΙΤ ΙΚ Ο Σ — R A Z Ó N P O L ÍT IC A o SEA D E g o b i e r n o s y d e A L M A S ........................................................................................................................................................

261

Λ Ο Γ Ο Σ Θ Ε Ο Λ Ο Γ ΙΚ 0 Σ — R A Z Ó N T E O L Ó G IC A O SEA D E R E LIG IO N E S Y ULTIMIDADES...........................................................................................................

319

O T R O S H E R A C L IT O S ...........................................................................

373

E P IL E G Ó M E N O S ............................................................................................................................................

393

Y D E A U T O R E S ...............................................................................................

399

T A BLA D E C O R R E S P O N D E N C IA S ......................................................................................................

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A PÉ N D IC E :

ÍN D IC E D E PA SA JES

PROLEGÓMENOS 1 C onvendrá tam bién que dejem os dicho, con las m enos palabras que se p u e ­ da, lo que p en sa m o s sobre la realidad del libro de Heraclito: pues, aunque a q u í ¡o que nos im porta sea l e e r lo m ejor posible los restos que de él nos queden ου citas de los antiguos, no puede uno razonablem ente desentenderse de! todo de k cuestión histórica, m ás que nada p o rq u e ella, cayendo estr libro en un m u n d o la; históricam ente constituido, vendrá a perturbar en la lectura a m uchos de los lecíc res que nos acom pañen. 2 Es a saber, !o prim ero, que las sospechas, bastante difundidas estos últim o decenios, sobre la realidad, autenticidad o historicidad del libro m ism o, esto que los fra g m en to s que leem os puedan venir de veras de un libro escrito por d ito en E feso alrededor del 500 antes de Cristo y de que p o r tanto las pocas *»/> d a s que de él nos dan los antiguos, em p eza n d o p o r la de su peculiar m odo de e/¡ ción p o r depósito de un ejem plar en el tem plo de Árternis Efesia, sean ¡abulacionL,· y las citas, tardías, que nos han llegado procedan m ás bien de alguna falsifica d o:. ale¡ ndrina, tienen p o r fo rtu n a m enos fu n d a m e n to que el que podrían tener ios a.· qucólogos para dudar de si hubo nunca en Efeso de veras un tem plo corno el ti. A rtenus y si de él son indicio cierto de realidad los restos y capiteles sueltos q w oél se dice que nos quedan o son laboriosas jaoidacion.es las noticias que nos i'ego del co m ien zo de su construcción algo antes de nacer Heraclito, de su incendio gh. rífico p o r Herósirato a m ediados del siglo iv antes de Cristo > su destrucción po ciertos godos en el ¡ti después de Cristo. 3 Pero el verdadero fu n d a m e n to para desconfiar de que podam os baenatneuu leer siquiera los jirones que del libro nos ha dejado el curso de la M isiona esta ei las alm as de los estudiosos de filosofía, o en sus regiones subconscientes, donde no ticias de piedras entran sin inconveniente alguno, p ero con alguno tropiezan:, las re zo n es; que, n o queriéndose leer, o que se lean p o r lo m enos em botadas con ciertc desprestigio, se preferirá, m ejor que rendirse a la buena suerte que nos ha dejad sonar algunas fó rm u la s hirientes de razón prefiiosófica o nredentífiea, pensar en a¡g ún anónim o erudito de la época helenística o del Im perio, que, rom piendo la pa­ sada capa de filo so fía o ciencia que ya entonces pesaba sobre las almas, se hubier dedicado a falsificar con m aravilloso ingenio y arte acom pañado m ás insóli''. m odestia un libro de Heraclito.

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Razón común

4 N o es de extrañar: al fin es esa m ism a resistencia a la lectura de lo que puede perturbarnos en nuestras creencias la que hace que en libros y escuelas se enseñe a asimilar el p ensam iento reducido a serie histórica de opiniones (“Tales, el agua; A naxim enes, el aire; Heraclito, el fu e g o ...”, com o ya desde Aristóteles y la p o ste­ rior doxografía), y es ello m ism o lo que ha hecho que, sabiendo que la obra de H e­ raclito era solam ente de la extensión n orm al de un libro, lib er o biblíon, y adm i­ tiendo que de ella n os quedan unos cientotrentaytantos fragm entos, sin embargo, desde los prim ero s intentos· de J. B y water H eracliti E phesii reliquiae hace m ás de un siglo (O xfo rd 1877), apenas se ha vuelto a intentar la ordenación (fue p o r el con­ trario una desgracia que a estudioso tan docto com o G. S. K irk se le ocurriera di­ vidir los frs. entre los “cosm ic fra g m en ts” y los otros, que es precisam ente la divi­ sión que m ás decididam ente debe n o hacerse, entre una Física y una Lógica, para entender algo de la razón) y la recopilación p o r orden alfabético de citadores en los F ragm en te d er V o rso k ra tik e r de D iels-K ranz ha consagrado el abandono, in­ fu n d a d o , del intento de leer las razones hilvanadas en algún razonable orden (del único intento de ordenación p ropiam ente filológico, el de M . M arcovich H eracli­ tus. G reek T ex t w ith a S h o rt C o m m en tary M érida Venezuela 1967, ed. m inor ib. 1968, dispone a q u í el lector de una confrontación con los núm eros del que edito en la tabla final, d o n d e tam bién se incluyen para ilustración los de las ediciones de los estudiosos de Filosofía Ph. W heelw right H eraclitu s Princeton N. J. 1959 y Ch. H. K ahn T he art and th o u g h t o f H eraclitus C am bridge 1979). 5 H abida cuenta de lo cual, veam os un p o co algunos datos sobre la realidad del libro entre los antiguos. 6 D e que ese libro se leía en el siglo siguiente a su publicación (en copias m ás o m enos fielm ente colacionadas con la que se consagró cd cuidado de la diosa) p o r las islas jonias del Egeo, en A ten a s m ism a y hasta en la M agna Grecia, son testi­ m onios principales los siguientes: el más rico y revelador, unos cuantos escritos de m édicos de la escuela de H i­ pócrates, tam bién en dialecto jón ico com o el de Heraclito, que no sólo im itan y aun exageran la peculiar sintaxis antitética heraclitana, y algo p o r ende de la dialéctica a la que servía, sino que adem ás ofrecen de vez en cuando form ulaciones que son sin duda eco cercano de algunas que del libro se nos han transm itido p o r otra p a r­ te, dejándonos rastrear en algún otro pasaje resonancia de otros no citados directa­ mente, en especial el D e la d ieta, que es en ese sentido el m ás heraclitano, y que sólo p o r no retrasar m ás la edición de este libro n o aparece a q u í editado y traduci­ do com o apéndice; dejando de lado la cuestión de cuáles de esos escritos puedan o no ser posteriores al siglo V o incluso a Platón, co m o algunos sin grave fu n d a m e n ­ to han sospechado del D e la d ieta; y ju n to a los m édicos, el poeta Escítino de Teos, que com puso una redacción en ya m b o s de lo que él entendía del pensam iento h e­ raclitano, de cuyos restos encontrará el lector en tres o cuatro lugares algún aprove­ cham iento; luego, num erosas noticias de una escuela de heracliteos o heraclitizantes que tam ­ bién en A ten a s florecía y de la que fu e elem ento notorio Cratilo, p o r quien Platón en su ju ve n tu d entró en relaciones con esa tradición; p e ro sobre todo Heraclides P ó n ­ tico, que p u b licó p o r entonces una exegesis del libro de Heraclito, que llegó a ha-

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cerse lo bastante p o p u la r co m o para que en alguna com edia se hiciera alusión a ello, según p u e d e ver el curioso lector en el A P E N D IC E ‘O tros H eraclitos’; y en fin , en los centros de Occidente, unos cuantos ecos bastante ciertos de lec­ tura en las disputas de la com edia de E picarm o de Siracusa (com o aquella de “es su m anera de ser para los hom bres genio divino", de que v. al n.° 118), y aquel n o ­ table pasaje de P arm énides (vv. 47-52, n.° 5, de nuestra edición), ... pues de esa vía de busca te rechacé la primera. Mas luego de otra, a que ya mortales que no saben nada se tuercen, cabezas de a dos: que falta de tino en sus pechos les traza derecha la idea torcida, y van arrastrados, sordos y ciegos al par, pasmados, tropa indistinta, a quienes ser y no ser les da en sus mientes lo mismo y no lo mismo, y hay ruta de contravuelta de todo. , en que la diosa se enfrenta claram ente con la lógica heraclitana, única a la que ra­ zonablem ente puede, en especial, referirse lo de “ser y no ser... lo m ism o y no lo m ism o ” (v. a n.° 62), aparte de que el p alín tro p o s del últim o verso es una alusión cierta al n.° 42; p o r m ás que ella, con el obligado m enosprecio (pues ella va a enun­ ciar, sólo que del derechas, lo m ism o que la razón hace del revés en el libro de H e ­ raclito), quiera atribuir esa lógica a un tropel de m ortales descarriados m ejor que a la singular fo rm u la ció n de un libro, con gusto y disgusto para Heraclito, según que esa tropa sean la m ayoría o generalidad de los hom bres engañados p o r sus ideas o sean la co m u n id a d del lenguaje o razón com ún. 1 Y no es m u ch o m ás lo que, hasta los años de m adurez de Platón, puede ras­ trearse que revele la l e c t u r a del libro de H eraclito: un p a r de coincidencias cercanas en los científicos, com o en A naxágoras la separación de todas las cosas de su principio ordenador, que recuerda nuestro n.° 40; o las m ás insignificantes en­ tre algunos frs. de D em ócrito, co m o 53 ó 64-65, con los n .os 11 y 24; o la influen­ cia, m ás p ro fu n d a , en la lógica de Z en ó n de Elea, del que sin em bargo no tenemos vestigios reveladores de lectura, aunque alguno se descubre en los razonam ientos de M eliso (v. al n.° 68); ju n to con ecos m ás lejanos o dudosos en otros pensadores y poetas, que p u ed en verse recogidos y largamente discutidos en R . M ondolfo - L . Tarán E raclito. T estim o n ian ze e im itazioni, Florencia 1972, X L 1 -L X X X IV . 8 D e que Platón m ism o hubiera leído el libro (y eso que debía de circular p o r A tenas en su ju ven tu d , sobre todo si atendem os a la noticia que da A ristón p o r D ió­ genes Laercio I X 11, de que un ejem plar le pasó para leer Eurípides a Sócrates) o de que, habiéndolo leído en su edad tem prana, cuando andaba de conversación con aquel Cratilo, ejem plo de los jóvenes heraclitizantes en A tenas, se hubiera m oles­ tado nunca luego, en m edio del fe rv o r poético del nuevo género, el diálogo socrá­ tico recién inventado, y entre el entusiasm o de quien se sentía fu n d a n d o esa nueva cosa que iba a llam arse una Filosofía, en releerlo p o r los años en que escribió n in ­ guno de los diálogos, de eso no m e siento convencido p o r las escasas citas que en ellos aparecen, evidentem ente de m em oria (y una que tiene trazas de literal, la del i n.° 119, está en el H ip ias m ayor, de cuya paternidad debaten los estudiosos) ni p o r los argum entos que se han elucubrado en tal sentido, y que pueden verse ib. L X X X IV -C L V H I, d o n d e desprecia M o n d o lfo (p. L X X X I X ) las evidencias, que ya

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K. R einhardt apuntaba en P arm enides u n d die G eschichte d er griechischen P hilo­ sophie, Berna 1916, de contradicción entre alusiones platónicas (p. ej. a la supuesta doctrina del flu jo universal) y form u la cio n es de H eraclito literalmente transmitidas, o a propósito del fu eg o , cuya ausencia en Platón com o doctrina atribuida a H era­ clito hacía ya notar B a eu m ker P ro b lem d e r M aterie 1890, p . 22, refiriéndose al f a ­ m oso pasaje de Sofista 242 (v. a n .os 42, 52 bis y 81), llega M o n d o lfo a caer en el argum ento circular de que, si la doctrina del fu e g o que m últiples veces aparece en los escritos de P latón no se atribuye a H eraclito nunca, es p o rq u e todo el m undo sabía que tal doctrina era de H eraclito, cuando parece bastante claro que esa nota­ ble ausencia es una de las pocas, aunque negativa, contribuciones de Platón al co­ nocim iento del libro, en p u n to a rechazar de H eraclito lo del fu eg o com o arché y doctrina cosm ogónica, que sólo con A ristóteles debió de configurarse; p ero es Pla­ tón ciertamente culpable, en cam bio, de la otra fa m o sa dóxa heraclitana, la del flu^ jo perpetuo, que asom a en el C ratilo y en otros varios sitios, aunque la fó rm ula de­ finitivam ente consagrada para la H istoria, p án ta rh ei ‘todo flu y e ’, sólo aparece, a m i noticia, en el com entador de A ristóteles Sim plicio, doctrina que, com o verá el lector al entrar p o r los n .os 63 y ss., en m o d o alguno cabe (com o ninguna otra doxa o doctrina pro p ia m en te dicha) en el libro bien leído, donde en todo caso tendría que hi berse dicho algo com o p á n ta rhei te kai ërem eî ‘todo flu y e y está quieto’. 9 ' 7 en cuanto a Aristóteles, dedicado a fu n d a r una Ciencia que tranquilizase a la H nanidad para m uch o s siglos respecto a las contradicciones que el pensa­ m iento ¡ reflo só fico o precientífico había descubierto en las creencias dom inantes y en la Realiaad y que p o r ello no pod ía m enos de p o n er especial em peño en la historificación y ; lalentendim iento de la razón heraclitana, según el lector com probará a lo largo de la lectura de nuestros fragm entos, no podía naturalm ente ponerse a leer el libro ni a sacar de él citas literales. E s bastante cierto que lo tuvo en su bi­ blioteca, al m enos cuando escribía el libro I I I de la R e tó rica , donde (1407 b) trans­ cribe la f r a:, e de su co m ien zo para ejem plo de la incertidum bre de la relación sin ­ táctica que trae consigo la de la pun tu a ció n (v. al n.° 1), aunque aun así no sin cier­ to descuido en la transcripción, de que en la anotación al n.° 1 verá el lector algu­ nos rasgos. M ás d u d o so es ya que se dignara tam bién consultarlo en el m om ento de un p a r de referencias que hace en el D e sensu (n.° 50) y en la E tica de Nicóm aco (n .os 43 y 104). Pero desde luego, no debía de tenerlo a m ano en A so de Misia (si es que es allí donde escribió lo que ha venido a ser el p rim er libro de los M etá physikáj o no perd ió tiem po en desenrollar el volum en: p u es no m enos que eso im ­ plica la ram plona m anera con que, de un p lu m a zo (984 a 7) tocante al fuego, que se atribuye juntam ente a H ípaso m etapontino y a H eraclito efesio (y así seguiría en la doxografía posterior sonando insaciablem ente), se desentiende del pensam iento heraclitano en ese recorrido de sus predecesores o prim era H istoria de la Filosofía; y cuando en el libro I I I (1005 b 23) escribe lo de que “es im posible que nadie su ­ ponga que es lo m ism o ser y no ser, según algunos creen que dice H eraclito” (v. n.° 62), ya con ese “según algunos creen que dice’’ (cuando a pocas pasadas le ha­ bría ofrecido el libro fó rm u la s com o las de los n .os 63-68, que le habrían hecho ai m enos vacilar) denuncia explícitam ente la m ism a desatención y falta de lectura, que eran necesarios para el d ifum inam iento y reducción a doctrina ingenua de una ló ­ gica hiriente que p udiera dificultar la fundación de una Ciencia positiva.

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10 Otro cam ino, en vez del del olvido y desprestigio, el de la asimilación, es el que siguieron los estoicos, que desde apenas fu n d a d a la escuela tom aron a H e ­ raclito p o r su predecesor dilecto y se apresuraron a desarrollar en fo rm a de doctri­ na, especialm ente cosm ológica, algunas de las form u laciones del libro, con el re­ sultado de que m uchas de las referencias, no citas literales, que nos han llegado en la literatura y doxografía posterior nos ofrecen una espesa confusión entre posibles ecos del libro de H eraclito y fo rm ulaciones de los estoicos viejos, de Z en ó n de C hi­ pre a Crisipo, tocantes a cosas com o los dos cam inos de evolución del cosm os, ‘para arriba’ y ‘para a b a jo ’, y a la ekpyrósis o deflagración; aunque Cleantes, el rector de la escuela entre Z e n ó n y Crisipo (m ediados del I I I ante C h r J nos ha dejado en su H im no a Z eu s algunos útiles vislum bres de fó rm u la s probables del libro m ism o. 11 Y p o co s m ás testim onios de lectura del libro nos quedan hasta llegar a la época alejandrina, a los años de fu n d a ció n de la Filología, de la Biblioteca y de la Literatura en sentido estricto: un par de citas aceptablem ente fidedignas en Teofrasto y otro p a r de ellas en P olibio (pues tam poco, en la rama heterodoxa de la C ien­ cia, parece que E picuro se m olestase en leerlo, según m uestran las refutaciones de su fie l Lucrecio, y pese a los vestigios de alguna cita en los restos de los libros de Filodem o de Gádara enterrados en H erculano), sin contar los dos preciosos lugares que debem os al librillo D e m undo, que está en el corpus A ristotelicum , pero que debe ser ya seguram ente de p o r los fin es de la era antecristiana (los años de E stra­ bón, de quien tam bién tenem os otras dos citas), si no querem os incluir com o testi m o n io unos epigram as de M eleagro y de Teodoridas (v. a n.° 100), que al m enos, si no lectura, nos revelan cóm o p o r esos años se había configurado la imagen de Heraclito com o “p erro ladrador del p u e b lo ” y acuñado seguram ente el epíteto de skoteinós ‘teneb ro so ’, que había de acom pañarle constantem ente desde entonces y que se aprovecha así en aquel otro anónim o, probablem ente posterior, pero que al m enos m uestra una presencia m u y material del libro y acaso el anuncio de una edi­ ción con exegesis: No te des prisa el librillo a enrollar de Heraclito el efesio en su varilla: en verdad, senda escabrosa de andar: sombra es y tiniebla sin luz; pero si un iniciado te guía allí, claridad más luminosa que el sol. 12 A s í que, en sum a, p o co sería, p o r esas citas m ás antiguas, lo que pudiéra­ m os rastrear del libro, si no fu era p o r lo que en los prim eros siglos del Im perio les dio p o r releerlo y usarlo para sus diversos fin e s (a Plutarco y Sexto E m pírico y a los santos padres de los ss. U-lll, H ipólito y Clemente, les debem os la m itad de los fragm entos, y casi todos los m ás interesantes para el entendim iento de la lógica h e ­ raclitana; y de la otra m itad, casi todo son citas de otros literatos del Im perio o de la A ntolo g ía de E stobeo) a los m odestos eruditos y rebatidores de herejes que p o r entonces p u d iero n todavía leerlo en sus bibliotecas, públicas o privadas. 13 Y ese libro que ellos releyeron eran ya ciertamente ejemplares de un libro doctam ente editado según las artes de crítica textual o filológicas que con la edad alejandrina se habían desarrollado; pero no hay m o tivo para sospechar en ese tran­ ce m ás adulteraciones de las que podrían hacernos desconfiar de que, a través del

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m ism o proceso de fija ció n de un texto literario, estem os de veras leyendo los hara­ p o s de las canciones de Safó o las com edias de A ristófanes, que, com o toda la p o e ­ sía anterior, hubieron de pasa r p o r ese m ism o proceso para que pudieran seguirse leyendo en los siglos literatos. M ás bien debe el lector recordar, para m ayor tran­ quilidad suya, que los doctos varones alejandrinos m ás fa m a tienen de haber peca­ do de hipercríticos a su vez sobre la autenticidad de sus textos que no de lo contra­ rio. Y en fin , bastaría con considerar los casos (bastantes, dada la escasez de citas antiguas) en que se da alguna coincidencia literal entre las citas tardías de Sexto, Plutarco, H ipólito o Clem ente con otras de Platón o Aristóteles (lo que se da en los n .m 1, 42, 63 y 104) o al m en o s de Teofrasto (n.° 71) o de Cleantes y Filodem o (n.° 84), o con E picarm o (n.° 118), p o r no contar posibles referencias vagas en los antiguos a lo que aparece literalm ente citado en los tardíos (n .os 11, 50, 52, 57, 76, 81, 131), para confirm arnos en que el libro que vivía aún en las bibliotecas del Im ­ perio (hasta el siglo I I I ) es el m ism o que ya leyeron o p u d ieron leer los m édicos hipocráticos, el cóm ico E picarm o, los p rim eros m aestros estoicos o Aristóteles y Pla­ tón, y desanim arnos de aquella idea, nacida de solo nuestro deseo de no leer razo­ nes, para no correr peligro de oírlas, de que hubiera habido entre los doctos ale­ jandrinos un falsificador anó n im o y genial, fabricante de un Heraclito apócrifo. 14 D e aquellos doctos varones voy a perm itirm e, en cam bio, nacer bastante caso, para la ordenación y la interpretación de los restos del libro tal com o aquí, lector, te ofrezco, de un p a r de noticias que nos han llegado de proclam aciones su ­ yas acerca del libro de Heraclito, que ellos leían aún entero y con la curiosa aten­ ción de eruditos no cargados de pretensiones filosóficas, noticias que, pese a lo poco fiable del transm isor, n o veo ra zón para pen sa r que ni ellos ni él se hubieran in­ ventado gratuitamente. 15 A m b a s nos llegan transm itidas p o r D iógenes Laercio, ensartadas en su acos­ tum brado revoltijo cie noticias sobre vidas, escritos y doctrinas. L a prim era, que el libro no era pro p ia m en te un Perl physeós o D ê rëru m n á tü rá o ‘D el m o d o de ser de las cosas’ o, con anacronism o, ‘D e la R ealidad’, que no era — es decir— un tra­ tado científico, sino m ás bien un Peri politeíás o D é república o ‘D e la sociedad hu m a n a ’ o ‘D e política y ciudadanía’, y que — lo que m ás m e im porta— las fo r m u ­ laciones peri physeós están puestas en él en calidad de ejem plos o m odelos: ésta se nos ofrece, hacia el fin a l de la biografía ( I X 15), a nom bre del gram m atikós (e.e. hom bre de letras, filó lo g o o crítico literario, p o r oposición a filósofos, científicos o historiadores) D iódoto, del que no tenem os m ás noticia, pero que p u d o ser el m is­ m o D iódoto de Sidón que E strabón X V I 757 m enciona com o herm ano del filó so fo peripatético Boeto, m aestro de E strabón m ism o, y de situar p o r tanto p o r la p rim e ­ ra m itad de 1 ante C hr. ; y he a q u í el contexto de la cita de Diógenes: y muchos son los que comentan o hacen exegesis de su escrito (syngramma): pues están Antístenes y Heraclides el Póntico, así como Cleantes y Esfero el estoico, y además Pausanias el llamado Heraclitista, y Nicomedes y Dionisio; y por otro lado entre los grammatikoí, Diódoto, el cual dice que no es peri physeós el escrito (syngramma), sino peri politeíás, y que las (formulaciones) peri physeós están pues­ tas a título de ejemplo o modelo (en paradeígmatos éidéif'.

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(y es del m ism o D ió d o to sin duda del que algo antes, I X 12, dice Diógenes que, entre los varios títulos que varios le daban al libro, D iódoto lo llamaba “timoneo exacto del nivel en el vivir”, lo cual no es ningún título, sino un trím etro yám bico, que sugiere que la exegesis de D iódoto estaba escrita en parte en ese verso, al estilo acaso de la vieja versión poética de E scítino de Teos); de m o d o que no hay m o tivo para dudar de que el p a ­ recer de D ió d o to estaba fu n d a d o en lectura directa del escrito (que en cam bio D ió ­ genes Laercio seguram ente n o tuvo nunca entre las m anos), y, com o, p o r otra p a r ­ te, m ientras veo harto claros los m otivos que p o d ía n hacer a los filósofos, de A r is ­ tóteles en adelante, reducir la lógica heraclitana a una trivial especulación física o cosm ológica, n o veo en cam bio ninguno para que un gram m atikós se inventara en la intención inversa juicio tan chocante, no extrañes, lector, que, habiendo yo m is­ m o, antes de fija rm e en el pasaje de Diógenes, recibido la m ism a im presión acerca de la condición de ejem plos de las m anifestaciones físicas en los fragm entos (ejem ­ plo s m ás bien de relaciones lógicas, p ero ello im plica tam bién que no p u ede la F í­ sica separarse de la política, e.e. de las ideas de los hom bres), haya dejado que tal criterio rija buena parte de la interpretación (y aun ordenación) de los restos que te dispones a leer conm igo. 16 L a otra noticia es la que se refiere a una división del libro en tres partes, y la inserta D iógenes Laercio I X 5 del siguiente m odo: “Y no siguió escuela de nadie, sino que dijo que se investigaba a sí mismo (n.“ 34) y que de sí mismo lo había aprendido todo. Pero Soción dice que algunos dejaron dicho que recibió enseñanza de Jenófanes, y que decía Aristón en su De Heraclito que también se había curado de la hidropesía y había muerto de otra enfermedad; y eso también Hipóboto lo dice. Y el libro que a su nombre corre es, en su conjunto peri physeós (científico, sobre la Realidad), pero está dividido en tres discursos o razones (lógous), en el general o acerca de las cosas todas (peri pántón), y uno de política o ciudadanía (politikón) y uno de divinidades o religión (theologik ó n ). Y lo llevó en ofrenda al templo de Artemis, etc.” L a noticia p u ed e estar tom ada de Soción (Soción de A lejandría, que a com ienzos del ¡i an te C hr. co m p u so una diadoché to n p h ilo só p h ó n o Sucesión de los F ilóso­ fo s, en que se esforzaba en ligarlos a todos p o r relación de discipulato, y que fu e una de las principales fu en tes de Diógenes, aunque acaso no directa), que parece ser el texto que estaba consultando D iógenes en el pasaje de nuestra cita, y ello a pesar del p a so del estilo indirecto ( “D ice Soción que .... dejaron dicho que . . . . y que decía A ristó n .... q u e ”) al directo ( “Y el lib r o ...e s ...”), p a so que en rigor ya se había dado con “y eso tam bién H ip ó b o to lo dice”, siendo increíble que al tal H i­ pó b o to lo leyera D iógenes directamente; de m o d o que así (teniendo adem ás en cuen­ ta lo im probable de que “el libro que a su nom bre corre” pudiera referirse al tiem ­ p o de D iógenes, siendo m u y bien de referir al de Soción), podría venir de Soción la noticia de la división en tres discursos o razones. Pero, proceda de él o no, no viendo y o tam poco a q u í interés ninguno que pudiera p ro m o v er la invención de se­ m ejante cosa, y su poniéndola p o r tanto venida de observación sim plem ente de al­

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guien que leía el libro entero, he venido, coda vez con m ás confianza, adoptándola (com o ya B y water el siglo pasado, antes del injustificado abandono del intento) para que rija la ordenación (y la m ejor interpretación de algunos de los pasajes) de este libro. 17 C uyos restos, lector, así ves presentados en tres lógoi o razones, uno p r i ­ mero y principal, en el que veo p ropiam ente el ejercicio de la lógica o dialéctica he ­ raclitana, con algunos de sus p arad eíg m ata o ejem plos, físicos o morales, inclui­ dos, y que era tam bién seguram ente el m ás considerable de extensión, y en el que en todo caso edito unos tres quintos de los fra g m en to s que nos han transm itido los citadores; uno segundo, que entiendo dirigido de entrada a la política inm ediata y en especial al debute con los conciudadanos de E feso, pero extendiéndose luego a proclam aciones en general sobre las condiciones sociales o hum anas, de política y m oral juntam ente, según la tradición, luego continuada, que hace uno m ism o el tra­ tado del gobierno o desgobierno de la ciudad y de las almas; y uno tercero, no teo­ lógico com o un m o d ern o lo entendería (y que así les ha planteado a los estudiosos problem a sobre có m o iba a separarse de la Primera Parte, con lógos m ism o lla­ m ándose th eó s a veces, según se plantea en la edición m ism a de D -K I p. 140 nota), sino m ás bien co m o dirigido a la crítica de las creencias religiosas y de los cultos, para term inar ocupándose del tem or que les sirve de m otivo y la cuestión de las ultimidades. Pero he p rocurado a! m ism o tiem po que los fragm entos se m e dividan en las tres razones n o m eram ente p o r su tema, sino asim ism o p o r su tono, que es evidentem ente distinto para el ejercicio fu n d a m en ta I de razón descubriendo las con­ tradicciones de la R ealidad (R a zó n per) p á n tó n j, para razón lanzándose a p rocla­ m aciones político-m orales, y para razón dedicada a una crítica de la fe, despiadada para las religiones, piadosa para el tem or y error hum anos. Cabría incluso pensar que el “está d ivid id o ” de nuestra noticia n o fu era de transm isión exacta y que lo de los tres lógoi n o se refiriera c tres partes sucesivas del libro, sino o tres m aneras de razón que el antiguo lector habría notado en él; pero esta vía m e parece m ucho menos probable, y ello es que el intento de ordenar los restos en una prim era razón general o de puro ejercicio de la lógica, seguida, a m o d o de com plem entos, por u n a razor; sobre Sociedad y otra razón sobre religiones, m e ha dado m ás sugerencia ; út'les que no estorbos vara una lectura y m ejor entendim iento de las 'itas y rodaias que de! libro nos han quedado lo Pocas otras in d ’racionet· de índole externa p u ed e « encontrarse en ¡ntn"< o traía-· de reconstruir el p e d i d o libro. Unicamente, he pensado vu e debía nnpersaao;¡ y ra zó n , c e a m b a s a !a sc u sa cio ii, de inoclo s e m e j a n t e a ¡os r e e i t i ñ e o s n n l r s c i f a d o i , ia. d e ja d e s e s t i m a d a de m e r e c e r fe: y 'e·. la ras/xa» le q u e se n o n e c o m e m e d i o d e i«icio {k n tr rio n ' . Y es así q u e la s e n s a c ió n la re fu ta c u a n d o

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),

dice literalmente... (n.° 12 lo cual era igual que decir ‘de almas bárbaras es prestar fe a los sentidos faltos de razón’. 127. En cambio, a la razón la declara juez de la verdad, no una razón de cualquier clase, sino la común y divina. Pero cuál sea ésta, hay que explicarlo resumidamente. Que es que le place al physikós que lo-que-nosrodea (tó periéchon) sea lógico o racional y dotado de inteligencia. 128. Pero tal cosa como ésa la proclama ya Homero mucho antes, al haber dicho ( Od. XVIII 136 s.). Pues tal las ideas son de los hombres sobreterraños cual cada día las manda el padre de hombres y dioses; y también Arquíloco dice (fr. 68 D .) que los hombres piensan su pensar tal como cada día lo manda Zeus; y dicho está también en Eurípides ( Troad. 881) lo mismo: Quienquier que seas tú, el oscuro de entender, Zeus, ya ley de natura, idea de hombres ya, a tí yo te rezaba. 129. Esa pués razón divina según Heraclito al tirar de ella con el respiro, nos volve­ mos ideativos (noeroí) , y en el sueño perdidos en olvido, pero al despertar, de nue­ vo inteligentes ( émphrones): que es que en el sueño, al haberse cerrado las entradas sensitivas, se retira de la compenetración con lo-que-nos-rodea el poder ideativo que en nosotros hay, salvándose sola la adhesión por medio del respiro, como si dijéra­ mos, una raíz (de aquella unión); y habiéndose retirado, abandona la capacidad re­ cordatoria que tenía antes. 130. Pero en el despertar, otra vez asomándose por las entradas sensitivas como por sus ventanas y encontrándose con lo-que-nos-rodea, se inviste de la potencia lógica o racional. Al modo pués que los carbones, al acercarse al fuego, por alteración se vuelven inflamados, pero se apagan al retirarse, así tam­ bién el don ( moîra) que a nuestros cuerpos nos ha venido en hospedaje de lo-quenos-rodea, con la separación se vuelve por poco irracional, mientras que en virtud de la compenetración a través de las múltiples entradas se constituye en semejante al todo. 131. Esa razón común, en fin, y divina, y por cuya participación nos hace­ mos lógicos o racionales, es la que dice Heraclito criterio o medio de juicio. De ahí que lo que a todos en común se les aparece, eso dice que es digno de fe (pues con la razón común y divina se percibe), pero lo que a alguno solo le sobreviene resulta falto de fe por el motivo inverso. 132. Dando pués comienzo a los escritos sobre la Realidad {peripliyseós) el susodicho varón, y en alguna manera señalando a lo-quenos-rodea, dice (n.° 1). 133. Pues con esas palabras habiendo expresamente adelan­ tado que según participación de la razón divina son todas nuestras acciones y las ideas que tenemos, tras haber recorrido antes (n .os 2-3) unas pocas consideraciones, añade: (n.° 4). Y ésta no es otra cosa que explicación del modo de gobernación del todo; por lo cual, en la medida que comuniquemos en la recordación de ello, esta­ mos en verdad, pero en cuanto nos apartemos a lo propio (de cada uno), caemos en falsedad. 134. Pues ello es que de la manera más expresa declara también en esas palabras medio de juicio la razón común, así como proclama dignas de fe las cosas que en común y público se aparecen, como que se juzgan según la razón común, y falsas las que a cada uno en privado se le aparecen. 135. Tal como esto también He­ raclito; en cuanto a Demócrito, etc.” A s í que 1.a m anera m ás prob a b le en que, a la vista de este texto, entiendo la relación de Sexto con el libro de Heraclito en la ocasión es la siguiente: prim ero, a propósito

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de la consabida disputa ‘sentidos o ra zó n ’ que está historiando, se acuerda com o pertinente del p a so n.° 12 y va a buscarlo en el libro para copiarlo, o tal vez lo tenía apuntado ya; a continuación, se lanza, sin revolver m u ch o el libro, a una especu­ lación suya sobre lo que tiene p o r doctrina heraclitana, som etiéndola a los térm inos configurados en la disputa de las escuelas, kritérion y to periéch o n entre otros, y com enzan d o p o r desprestigiarla un tanto, al llam ar al autor physikós (y eso que la exposición está, debidam ente, inserta en la refutación de los logikoí o epistem ólogos), y al buscarle form u la cio n es equivalentes en los poetas, aprovechando la ape­ lación ‘d ivin a ’ (theíos) adosada sin discrim inación a la razón com ún, y en fin, apo­ yándose en recuerdo vago de las form ulaciones tocantes al dorm ir y despertar y a la com paración con el fu eg o , dándoles una interpretación lo m ás física posible; lue­ go, m o v id o sin em bargo p o r la honradez y escrúpulo filológico que en él se aprecia de ordinario, decide (desde § 132) volver a exam inar el libro, y desenvuelve para ello al m enos el p rim e r tram o del rollo, de donde nos copia el pasaje del com ienzo (n.° 1) y tras saltar, con advertencia expresa, unas pocas frases, añade algo de un p oco m ás adelante del co m ien zo (n.° 4); se apresura a sacar de ahí confirm ación para el pu n to doctrinal que le interesaba, la razón com o criterio de verdad, aunque obligándose a una verídica anotación de lo com ún y público de tal razón; y con eso, p o r desgracia, se contenta en p u n to a consultar el libro, y da po r cerrada la cuestión de la lógica (para él m ás bien epistem ología) heraclitana. D e m anera que, aparte de las preciosas indicaciones sobre el com ienzo, que en la edición de los fra g ­ m entos verás, lector, aprovechadas, p o c o p o d e m o s sacar tam poco de Sexto tocante a la ordenación del libro. 21 L a otra ocasión en que parece que nos es dado acercarnos a un lector del libro en el m o m en to de leerlo nos la brinda un pasaje de la obra P hilosophóum ena ë k atà pasôn hairéseô n élenchos, ‘C onsideraciones filosóficas o Refutaciones de to­ das las herejías’, que se venía atribuyendo a Orígenes (así todavía en la Patrología de M igne, que reproducía la ed. de E. Miller, O xfo rd 1851), pero que luego ha en­ contrado su padre p ro p io en San H ipólito, m ártir en R o m a en 235-36, después de haber sufrido exilio en Cerdeña, obispo y últim o baluarte de la com unidad grecohablante de R o m a fren te a la triunfante, latinohablante y de influjo africano, diri­ gida p o r Calisto, contra quien especialmente se lanza el libro I X de la ‘Refutación'. Se había dedicado H ipólito, entre otras cosas (p. ej. una C rónica, del m undo, de la que tenem os la trad. lat. L iber g enerationis, y un A nticristo de p o r los años de la persecución de Septim io Severo a com ienzos del siglo ¡ I I : una estatua de m ár­ m ol, con H ipólito en silla, en cuyo respaldo se conserva, en parte, la lista de sus obras nos da una idea del asom broso núm ero), a la refutación de las herejías (con­ servam os algún otro libro, p . ej. contra Beroso, y noticia de que, antes de los FiIosofúm ena, había com puesto otro com pendio que recorría herejes, de Dosíteo a N oeto), a lo largo de la cual refutación una Teología de Cristo com o Lógos (V er­ bum ) trata de desenredarse en su relación debida con el Padre. 22 Pues bien, en la vasta obra del É len ch o s, de la que se nos ha conservado, p o r un lado, el libro I (el único conocido de antes, a nom bre de Orígenes, y al que propiam ente corresponde el título de P hilosophóum ena) y p o r otro, los I V a X (des­ cubiertos a m ediados del pasado siglo), nos da prim ero H ipólito en 1 4 una breve referencia de lo que él, en ese m o m en to , tenía p o r doctrina de Heraclito, m ezclan­

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do recuerdos acaso de alguna fó rm u la originaria con anécdotas com o la de H era­ clito llorando la suerte hum ana, que popularizaría L uciano, em parejándolo tam ­ bién, com o era tradicional desde Platón, con E m pédocles, y cargándolo con algu­ nos tópicos del gentry-lore antiguo, tal com o a q u í copio: “...Eso Empédocles. 4. Y Heraclito, pensador científico o filósofo de la Realidad (physikos philosophos), el efesio, lloraba el estado de las cosas todas, condenando la necedad de la vida en general y de los hombres todos, y lamentando la vida de los mortales. Pues él decía que sabía todas las cosas, y que los otros hombres nada (¿eco del toús dé állous anthrópous del n.° 1 ?). Y también él pronunció opiniones más o menos concordes con las de Empédocles, habiendo dicho que Motín y Amis­ tad son principio de todas las cosas, y fuego ideativo la Divinidad, y que venían a encontrarse entre sí todas las cosas (guardando el emphéresthai de los MSS, corre­ gido también en symphéresthai ‘que concordaban’, sin más razón de la que habría para corregir en diaphéresthai ‘que discordaban’: v. n.° 42) y que no se mantenían quietas; y, tal como Empédocles, decía que todo el espacio que a nosotros toca está lleno de males, y que hasta la luna los males alcanzan, pero que no avanzaban más allá, como siendo más puro todo el espacio de sobre la luna. 5. Tras ésos surgieron también otros científicos, etc.” Pero, tras esas vagas y peregrinas referencias, luego, en el libro IX , a propósito de la herejía de un tal N oeto de E sm irna, la cual había pervivido en R om a hasta su tiem po, a través de dos generaciones de discípulos, E pígono y Cleom enes ( I X 7), le entró a San H ipólito el bendito em peño de no sólo refutarla p o r las buenas, sino dem ostrar que la doctrina de Noeto, lejos de ser cristiana y original, era en verdad la de Heraclito el tenebroso; para lo cual, procede p rim ero a enunciar en general la identidad entre la que él creía doctrina heraclitana y la de N oeto, así ( I X 8): “Pues bien, aunque ya de antes queda expuesta por nosotros la dóxa o doctrina de Heraclito en los Philosophóumena (el pasaje del libro I que he citado), me place sin embargo volver a traerla para confrontación también ahora, a fin de que, por una más inmediata confutación, queden claramente enterados los partidarios de ése ( Noe­ to} de que, creyendo ser discípulos de Cristo, no lo son, sino del Tenebroso.” Pero es aq u í d onde estim o que, para cum plir tan pia d oso propósito, con loable es­ crúpulo y reconociendo que no tenía él en la m em oria los pu n to s de doctrina hera­ clitana a los que estaba em peñado en reducir la de N oeto, debió acudir San H ip ó ­ lito a los escriños de la biblioteca y sacar, para durable agradecim iento de los ve­ nideros, el libro; en el cual — eso sí— m e parece claro que procedió a buscar lo p r i­ m ero el lugar en que explícitam ente se hacía la identificación del Padre con el Hijo, p u nto principal de la herejía que com bate, com o se vuelve a declarar al fin a l del I X 10, después de la sarta de citaciones de H eraclito ( “Y que t a m b i é n dice N oeto que es el m ism o el H ijo que el Padre, nadie lo ignora”); de manera que p ie n ­ so que hacen m a l los estudiosos m odernos al sospechar que “p a dre/hijo” sea en la oportuna cita de H eraclito (n.° 47) un añadido de H ipólito, ya que, no siendo, p o r un lado, nada extraña a la fo rm u la ció n heraclitana esa synállaxis ‘padre/hijo’, ella debió de ser, p o r otro lado, la que ante todo m o vió al santo doctor a relacionar a Heraclito con la doctrina de N oeto.

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23 Por lo dem ás, las num erosas citas que a continuación en el pasaje nos da H ipólito están todas en general escrupulosam ente copiadas, con m uchos rasgos del dialecto jo n io conservados y m uchas peculiaridades de sintaxis heraclitana, y sólo aparte de la cita m ism a se p erm ite ocasionalm ente el benem érito m ártir intentar de pasada (pero con evidente prisa p o r acum ular los m ás lugares posibles) la interpre­ tación que las hiciera elocuentes a su propósito. Trate ahora el lector de imaginar los m o d o s en que a lo largo del pasaje, de haber estado el libro de Heraclito orde­ nado tal com o lo edito, debió revolver el u olüm en San H ipólito (no es de creer que fuera ya un códex, aunque p o c o después de p o r esas fechas debió de ser cuando se pasó de una fo r m a de libro a la otra en el m u n d o antiguo), unas veces buscando fó rm u la s pertinentes a sus fines, otras encontrándolas y, p o r ventura, transcribién­ dolas tam bién, aunque no lo fu era n tanto: «9. Heraclito pués dice que es el todo divisible indivisible, génito ingénito, mortal inmortal, razón eternidad, padre hijo [dios] (n.° 47: ‘dios’ acaso pegado ahí del ‘el dios’ con que empieza el n.° 48). “Justo es, no a mí, sino al acuerdo prestando oí­ dos, estar concordes: inteligente es una sola cosa, saberlas todas” (n.“ 39) Heraclito dice. Y que eso no lo saben todos ni lo reconocen, así en cierto modo se lo reprocha: “No entienden cómo, difiriendo de sí mismo, consigo mismo concuerda: armonía de contravuelta, tal como de un arco y de una lira” (n .“ 42). Y que razón (= el Verbo) es siempre, siendo el todo y por todo, así lo dice: (n.° 1). Y que es niño (= el Hijo) el todo y, por el tiempo eterno, eterno rey del universo, así lo dice: (n.° 85). Y que es el padre de todas las cosas criadas génito ingénito, creación fabricador (imitación del estilo heraclitano), oigámoslo a él cómo lo cuenta: “Guerra es padre... (n.° 45)” . Y que es armonía tal como de un arco y de una lira (cita repetida del n.° 42; no se impone que haya aquí una laguna, como sospecharon los primeros editores), pero que es inaparente, el Invisible Incognoscible para los hombres, en esos términos lo cuenta: “Armonía inaparente mejor que la aparente” (n.° 36): alaba y exalta en ad­ miración sobre lo que se conoce lo incognoscible de Él y lo invisible de Su poder; pero que es visible para los hombres y no imposible de encontrar, lo cuenta en esos términos: “En cuanto que es la vista (n.° 33) enseñanza para el oído, ésas son las cosas que yo prefiero” —dice, es a saber, las visibles a las invisibles: a partir de ra­ zones suyas como ésas es fácil comprenderlo: “Engañados están” dice “los hombres (n.° 10)”. 10. De ese modo Heraclito en igual suerte coloca y estima las cosas apa­ rentes que las inaparentes, como que vienen reconocidamente a ser una misma cosa lo aparente y lo inaparente: pues ¿qué armonía? —dice— : “la inaparente mejor que la aparente” (otra vez n.° 36), y también (volviendo al n.° 33) “En cuanto que la vista es enseñanza para el oído”, (esto es, los órganos de los sentidos) “ésas son” dice “las cosas que prefiero”, no habiendo preferido las inaparentes. Pues ello es que tampoco tinieblas ni luz, tampoco malvado ni bueno, dice que sean cosa distinta H e­ raclito (anticipa citas de más abajo): censura, por ejemplo, a Hesíodo porque sabe de día y noche: pues día —dice— y noche es una sola cosa, viniendo a declararlo así: “ (n.° 31), que es que son una sola cosa”; y también bueno y malo (n.° 52 bis): “Los médicos, por ejemplo” dice Heraclito “ (n.° 57)” . Y también derecho —dice— y torcido es la misma cosa: “Recorrido de bataneros” dice “derecho y retorcido” (el giro del implemento llamado ‘caracol’ en el batán, que es derecho y retorcido: pues se mueve a la vez para arriba y en redondo) “una sola cosa es” dice “y la misma” (n.° 59). También lo de ‘arriba’ y lo de ‘abajo’ es una sola cosa y la misma: “Cami­ no arriba, camino abajo, uno solo y el mismo” (n.° 60). Y también lo sucio y lo lim-

Razón común pio dice que son una y la misma cosa, y que una sola y la misma son lo potable y lo no potable: “El mar (n .“ 5 3 )”. Y proclama también reconocidamente que lo inmor­ tal es mortal y lo mortal inmortal por medio de razones como éstas: “ (n.° 67)”. Pero proclama también resurrección de esa carne visible en la que estamos criados, y co­ noce a Dios como causante de esa resurrección, cuando dice: “ )j se trataba por lo demás, r on ese experim ento s o in e e: pa.wi de o an h ip ó lu o , de aprovechar Io últim a ocasión en el nernno (v la m ás clara) en a w se ns o p e ría la oosibilidao de ¡m arinar a alguien teniendo entre sus mano.· em ero el lib>O d': H ero d ’to: rates no hedió, entre las citas de autores más tardíos ou·' nos injerían, testim onio fehaciente de que nadie leyera el libro después de los años de San, Hipólito v San Clem ente de los com ienzos del siglo ¡H: y lo m ás probable es que nunca llegara d libro a pasar a copiarse del rollo de papiro en la nuevo to>'Ί·,: libraria del cuaderno de hojas que le habría perm itido pervivir durante los s i­ guientes siglos tenebrosos n> entre los eruditos bizantinos tu en las escribanías dt·. v monasterios, f-'or to cual, doy con ello p or term inados estos prolegóm enos toe ta realidad histórica del libra aue venían destinados a que consideraciones de esa lava no te perturbaran dem asiado en et viaje a que le trivio de leer tos rest(>„

Proiegutnenos

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27 P or lo dem ás, este libro se na com puesto de tal m anera que es más bien dos libros y destinados a dos clases de lectores: pues, aparte del texto de los fra g ­ m entos m ism os, que se ofrecen escritos a m ano con caracteres de traza epigráfica, en (razo grueso los que estim o con m ás p robabilidad restos literales del libro, en trazo fin o los m ás dudosos, y con letra redonda cuando se trata de citas indirectas, num erados consecutivam ente (junto a su n." se hace fig u ra r el d e lfr. correspondien­ te del D -K , cuya num eración se em plea com o base en la tabla fin a l de corresponden­ cias) y ocasionalm ente distinguiendo con ‘1.°’, ‘2."’, 3 / ’, lo que doy p o r partes con­ secutivas de un m ism o paso, y con ‘a \ ‘b ’ lo que presento com o posibles redaccio­ nes alternativas de uno m ism o, el resto de la obra aparece dividido en dos seccio­ nes: una, la que corresponde a los apartados m arcados con © (fuentes y testim o­ nios, a veces sólo posib les ecos, del pasaje) y con © (aparato crítico de variantes en la transm isión y de conjeturas propuestas para el núm ero correspondiente, se­ guido m uchas veces de otras indicaciones críticas sobre el contexto de alguno de sus citadores), está destinada a los filó lo g o s y concebida según las reglas de edición y convenciones establecidas a lo largo de estos siglos de la tradición filológica m oder­ na; la otra sección com prende el apartado m arcado © , que es una traducción del paso en espofcont (donde he procurado, entre las m últiples posibilidades, todas ine­ xactas, de traspaso de lengua a lengua, decidirm e p o r una sola, y sólo m u y ocasio­ nalm ente se dan versiones alternativas que responden a dudas de la interpretación), y el m arcado © , o de com entario, exegesis del paso y razonam iento sobre él; y esa sección se destina m ás bien a los lectores ignorantes de griego antiguo (por lo cual en esas partes n o se usan tam poco caracteres griegos, y los térm inos griegos que en el com entario deban usarse están transcritos) y n o interesado p o r las precisiones f i ­ lológicas, sin em bargo de lo cual, el apartado © consta norm alm ente de una p ri­ mera parte en que a tales lectores se les inform a de los avalares de la transmisión del fragm en to correspondiente, traduciéndoles todo o lo más de los contextos en que lo presentan sus citadores (tam bién p o r darles de paso un repertorio de curio­ sidades sobre los avatares del pensam iento a lo largo de los siglos de la Literatura antigua), y de las posibles variantes o dudas en la m ejor lectura de su texto, antes de pasar a una parte herm enéutica o de interpretación y de exegesis o glosa, en que a m en u d o se incluye alguna observación sobre el enlace con otros fragm entos an­ teriores o siguientes, para terminar, cuando el caso lo pide, con una más libre p ro ­ longación de la razón correspondiente en nuevas razones, no ya sobre la razón, sino sobre lo m ism o que la razón. 28 Y es así que cóm odam ente podría haberse publicado p o r separado un libro con el texto de los fragm entos y los apartados © y © , y otro libro con los apar­

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tados © y © , cada u n o destinado a su p ú b lico correspondiente; sólo que la repug­ nancia que en m í ha ido de m ás en m ás creciendo contra la separación entre obra para especialistas (donde m uchas veces aparecen vivas las contradicciones, dudas o inseguridades que so n la tram a y p asión m ism a de la investigación de la verdad) y obra de vulgarización (donde al vulgo se le ofrecen sim plificaciones, seguridades y verdades com o p u ñ o s, que m ontan m uchas veces a tanto com o descarada falsifica­ ción) m e ha m o v id o a esta tarea un p o c o descom unal de p u blicar junta toda la obra de lectura de la razón co m ú n heraclitana. 29 N o sé cuánta será la ayuda que esta labor aporte al m ejor entendim iento y penetración de los fra g m en to s de ese libro, ya sea p o r la ordenación m ism a que p r o ­ p o n e (no quise de antem ano tener cuenta de las anteriores ordenaciones: pu ed e ah o ­ ra ver el lector p o r la tabla de concordancias del fin a l hasta qué p u n to le son ilus­ trativas las coincidencias o dis coincidencias), ya sea p o r las innovaciones en el texto m ism o (no se cuentan desde luego con los dedos los lugares en que se ofrece aquí una lección distinta de la sta n d a rd de D iels-K ranz o de K irk y aceptada usualm ente p o r los estudiosos de Filosofía; p ero confío en que ninguna de esas innovaciones se haya hecho a h u m o de pajas o p o r externo afán de novedades), ya p o r la herm e­ néutica con que p ro lo n g o cada fó rm u la de razón y entretejo el sentido de las unas con ¡as otras. Pero, en cam bio, lo que n o debe esperar de a q u í el estudioso es m u ­ cha novedad en la aportación de fu en tes y testim onios: ni m i interés m ás vivo ni m i disponibilidad de inform ación m e han p erm itid o m ucha rebusca en ese cam po, y p o r el contrario, será p o c o lo que en el apartado © se encuentre añadido sobre las referencias de la benem érita recopilación de R. W alzer y de los posteriores editores que m e han precedido, sin que p o r ello dejen de hallarse a h í algunas am pliaciones y correcciones de errores en el conocim iento de las fuentes. Y adem ás m e he p e r­ m itido aprovechar el que el libro de W alzer esté ahora disponible en reproduccio­ nes para los estudiosos, así com o la continuada reproducción del D -K y la apari­ ción del libro de M o n d o lfo y Taran arriba citado, para ahorrar aquí m ucho en las referencias de las citas de fuentes, lo m ás sucintas posible, y en la aportación de bi­ bliografía de literatura secundaria sobre los frs. correspondientes, en la confianza de que el lector interesado en ello p u ed e fácilm ente hallar en esas obras, p o r m edio de la tabla de correspondencia con los núm eros de D -K , lo que en ésta no m e m o ­ lesto en repetir. H e preferido, en cam bio, en atención a la claridad y a la co m o d i­ dad de los lectores, no ahorrar dem asiado en espacio ni trabajo en cuanto a evitar referencias repetidas en varios n .os y, en general, repeticiones en la redacción del co­ mentario. 30 Esta edición se ha beneficiado, especialm ente en la revisión del texto de fu e n ­ tes y testim onios, de la inteligente y generosa ayuda del Prof. A n íb a l G onzález, a quien renovam os a q u í nuestro incontable agradecim iento; que se alarga tam bién a don L u is Caramés y con él a la num erosa cofradía de cuantos han participado en las sucesivas lecturas y discusiones públicas en que se ha ido hilando el entendi­ m iento de esta razón com ún. Otro tanto se debe al director de la editorial L U C I­ N A , que ha cuidado con escrúpulo verdaderam ente filológico la corrección del tex­ to y la pu lcritu d del libro entero; y tam bién a los directores de E F C A y en particu­ lar a don G regorio García García, que sin previa preparación para la com posición en griego y a través de las com plejidades de los actuales procedim ientos tipográfi-

Prolegómenos

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cos, ha desenvuelto una pericia equiparable a la de los doctos cajistas del Renaci­ m iento. 31 A los que ciertam ente no está dedicado este libro es a los historiadores de la Filosofía, cuando precisam ente se dirige a procurar una m ás fie l y desnuda lec­ tura de los fragm entos, y la historificación del pensam iento, según al principio de estos Prolegóm enos recordaba, ha sido, desde el co m ien zo m ism o de la Historia en sentido estricto (el establecim iento de la Ciencia o Filosofía con Aristóteles), uno de los m edios de am ortecer o secluir de la práctica al pensam iento, y al tom ar com o objeto la razón, evitar que la razón hable. 32 H a y dos extrem os, en sum a, en la m anera de habérselas con estos restos del escrito, que igualm ente m e repugnan. Consiste el uno en leer vagam ente los fra g ­ m entos, en usarlos caprichosam ente para dejar que vagas sugerencias vengan a en­ lazarse en el ánim o del intérprete con D ios sabe qué noticias o ideas que hayan allí m ontado los azares de su cultura y de su vida, dando com o resultado lo que se lla­ m a una interpretación perso n a l (tan llenos de personalidad están los ám bitos de las masas, donde, p o r ejem plo, un m e tte u r en scène, p o r m edio de lo que dicen una lectura personal del M acb eth , decide, a costa de la obra, m ontar un M acbeth p er­ sonal suyo), esto es, m ejor llam ado, un acúm ulo de especulaciones filosófico-sem iótico-poéticas, tan lejanas de una lectura fie l y verdadera com o pueden serlo las im ágenes divagatorias que unas borrosas líneas del libro de cabecera nos sugieren cuando estam os quedán d o n o s dorm idos y casi se nos escurre de las m anos. Y en­ tiende, lector, que n o desprecio ese m o d o p o r veneración farisaica de las Grandes O bras, que m e escandalice ver usadas p o r cualquiera para deleite suyo o m otor de su pensam iento, ni p o r desdén de las originales genialidades que a tal lector acaso se le ocurran, sino p o rq u e desconfío de tal originalidad, y p ienso más bien, com o te dirán los p rim eros fra g m en to s de nuestro libro, que el abandono de uno a las ideas personales, la idíe phróncsis que ahí se dice, es el cam ino más seguro para venir a dar en lo trivial y dom inante, ya sea repitiendo a título personal lo que está dicho, ya cayendo en una vaguedad y confusión de lenguaje que, al ser inútil para afrontar o denunciar la Idea dom inante, sirva para aum entar el desprecio del len­ guaje m ism o (la ra zón com ún) y confirm ar p o r tanto indirectam ente dicha Idea en su dom inio. L o cual m e parece lo m ás alejado de lo que desearía que tuvieras p o r lectura, y tanto m ás triste ello cuando se trata de leer algo donde quiere hablar la razón com ún. 33 Consiste el otro extrem o en encerrarse, no p o r m odestia filológica, que es exactitud, sino p o r ladina o boba cobardía, en el cerco m ágico de la erudición, que, m anteniendo la peste m edieval de las A utoridades bajo su nueva fo rm a de estar bi­ bliográficam ente al día, sustituye la lectura del texto p o r una acum ulación sin fin de referencias a todo lo que sobre él se ha escrito y se está escribiendo y desvía a la discusión de opiniones cultas la p asión que correspondía al entendim iento de la razón originaria, a cuya lectura, m ientras procura el estudioso ser m u y de su tiem ­ p o y guardar las fo rm a s que a la seriedad científica corresponden, ya no se volverá nunca. E s éste el gran m ecanism o que el orden académ ico y cultural tiene estable­ cido para alejar un libro del peligro de su lectura, recubriéndolo, bajo pretexto de beata devoción, con una acum ulación de doctrina sobre el libro, al m o d o que se encerraban en relicarios para colgar del cuello las páginas de los Evangelios que ya

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Razón común

nadie leía ni tenía la Iglesia interés ninguno en que se leyeran: se trata de evitar p er­ turbaciones que al individuo, si lo hubiere, ingenuo y desprevenido (y p o r consi­ guiente al conjunto del O rden de que él es elem ento) pudieran venirle de leer un libro que, pese a la escritura, venga acaso a estar vivo para sus ojos, y p o r ellos para sus oídos y su lengua, reduciéndolo a cosa tan inerte com o, p o r ejem plo, un capítulo de H istoria de la Filosofía: que, cuanto m ás se inform e uno de la cosa que el libro era, m ás se aleja del peligro de entender la cosa de que el libro habla. L a m aldición contra la polym ath ië o erudición científica de los H esíodos y Pitágoras, a que oirás a la razón lanzarse en algunos fragm entos de este libro, p u ede siem pre oportunam ente renovarse en desesperada defensa de las palabras que de él nos ha dejado el Tiem po contra sus celosos historiadores y asim iladores a lo ya sabido. 34 A penas hay que añadir, lector, que lo que hoy te prop o n g o es un ten-con­ ten entre esos dos extrem os, intentando que la exactitud filológica m e ayude a co m ­ batir contra m i capricho, sin que ello m e arrastre a tantas eruditas curiosidades que nos alejen de oír las razones de razón que a q u í queden resonando. Pues de eso es de lo que se trata: de leer p o r las buenas los restos de este libro com o si no se h u ­ biera escrito hace 2.500 años, en la época de H eraclito de É feso y sus circunstancias sociales, sino que estuviera escribiéndose ahora m ism o para ti, lector, según lo vas leyendo, y hablándote de las cuestiones eternas, que son las m ás actuales siem pre y, cuanto m ás com unes, m ás de veras tuyas. Q ue bien pu ed en así confundirse ac­ tualidad con eternidad: pues, para la operación de la razón com ún, 2.500 años no son nada, y co m o ella m ism a oirás que dice, el T iem po es un niño.

Λ0ΓΟΣ

ΠΕΡΙ ΠΑΝΤΩΝ RAZÓN GENERA^ o

DE LAS COSAS TODAS

1 D -K

T o V A E ΛΓ0ν,

1

τονΔ' Ε0ΗΤ0ΡΟ| Μ Ϊ

Ρ Ρ Φ ^ Ε Η Η AHOV^Al

ΚΑ\ ÍKOV^AJíT^

τ ρρNf γλρ ρΧαγT W KATÀ T-dN ΑΚ>Ν ΤΚΛΕ; .ΑΡΕΙè-OÎKA^lK? PElfMEN| Κ?ϊ ΕΓΕ“ m και ε ϊγ ^ κ T o m r m Koíwrr kv4> Δ ΙΗ ΓΕΥ Μ Α Ι, ΚΑΤΑ 4>Vi W Δ'ΛΙ?έΗ Ι'κα^τοκ καΊ o rÁ ^ N " E X £1 . TOVf ΔΕ À / V k W j AM^f
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