Agustin Garcia Calvo, LALIA. ENSAYOS DE ESTUDIO LINGÜÍSTICO DE LA SOCIEDAD

January 2, 2017 | Author: Audiofrenia | Category: N/A
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Lalia Ensayos de estudio lingüístico de la Sociedad

siglo veintiuno editores, sa GABRIEL M ANCEHA, 6 9 M ÉX ICO 12, D. F.

siglo veintiuno de españa editores, sa I W ] EMILIO RUBÍN, 7 M A D R ID - 33 E S P A Ñ A

sigb veintiuno argentina editores, sa |\ 3 0 1 T A C U A n r i2 7 1 B U E N O S AIRES, A R G EN TIN A

Primera edición, 1973 © Agustín García Calvo ©

SIGLO X X I DE ESPAÑA ED ITO R ES, S . A.

Emilio Rubín, 7. Madrid - 33 DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

Diseñó la cubierta: Diego Lara Printed and made in Spain I. S. B . N. 84-323-0090-X Depósito legal: M. 7.421 -1973 Impreso en Ediciones Castilla, S. A. Maestro Alonso, 21. Madrid-28

Brindo este libro a tí y al público

Indice

Presentación ............................................................................................................

1

I. Estalín acerca del lenguaje ......................................................................

23

II. Apuntes para una historia de la traducción .......................................

39

II I. El fonema y el soplo ..............................................................................

77

IV. De la génesis del Fin y de la Causa .....................................................

91

V. Enfasis de la racionalidad en un texto económico ............................

107

V I. De la Totalitariedad ..................................................................................

135

V II. Sobre la Realidad, o de las dificultades de ser ateo ...........................

157

V III. De la confusión entre método y objeto, a propósito de los grados de realidad de los colores ......................................................................

187

IX . Cosas y palabras, palabras y cosas .........................................................

225

X . *N os amo, *me amamos ..........................................................................

269

X I. Tú y yo ........................................................................................................

303

X II. De la cerveza, la poesía y la manipulación del alma ...........................

313

X III. ‘Estar en la luna’, o sobre las funciones de la mística y la magia ... 347 Addenda ................................................................................................................... 385

IX

El epigrama que se pone a modo de lema en la página de enfrente estaba en su primera redacción escrito sobre la puerta del centro de estudio libre de filología que funcionó algunos años en la Facultad de Letras de Sevilla y viene a decir tugo como esto:

Las palabras, pues, camarada, cojámoslas y vayamos descuartizándolas una a una con amor, eso sí, ya que tenemos nombre de ‘amigos-de-Ia-palabra’ ; pues ellas no tienen por cierto parte alguna en los males en que penamos día tras día, y luego por las noches nos revolvemos en sueños, sino que son los hombres, malamente hombres, los que, esclavizados a las cosas o dinero, también como esclavas tienen en uso a las palabras. Pero ellas, con todo, incorruptas y benignas: sí, es cierto que por ellas este orden o cosmos está tejido, engaños variopintos todo él; pero si, analizándolas y soltándolas, las deja uno obrar como libres alguna vez, en sentido inverso van destejiendo sus propios engaños ellas, tal como Penélope por el día apacentaba a los señores con esperanzas, pero a su vez de noche se tomaba hacia lo verdadero.

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y < del lenguaje matemático); pero si eso falta, si se enuncian de un modo absoluto (como ejemplo típico, el superlativo absoluto o de muy del español, que en otras lenguas se confunde con el contrastivo), entonces su falta de cualificadón y precisión, su incientificidad, va de par con su apelación a lo subjetivo, como suele vagamente decirse, esto es, con el paso de la función enunciativa del discurso a la expresiva y la impresiva ( « ¡Esto es demasiado!» resulta equivalente a una interjec­ ción cualquiera de repulsa y a una frase yusiva que trate de detener un proceso). 13. Pero es ello que, si observamos nuestras reacciones como oyentes del mensaje, son justamente los términos de esa clase los que parecen decirnos algo que sea decididamente exterior al mensaje mismo, que se refiera, por decirlo pomposamente, a la vida, en el sentido que en A. Machado se comenta de la bondad como renun­ ciamiento a la calificación «Será el mejor de los buenos / quien sepa que en esta vida / todo es cuestión de medida: / un poco más, algo menos» (aquí los términos incientíficos son, naturalmente, un poco y algo). De manera que parece que la frase que informa con preci­ sión acerca de algo es la que no es seguro que informe acerca de nada independiente de ella misma, mientras que en cambio la que parece que puede informar de algo independiente de la información es la que está condenada a carecer de toda precisión y validez para aseveraciones objetivas. 14. Así, en el discurso lingüístico del ministro que nos ocupa, ese elemento de indicación de la desmesura y demasía, que se man­ tiene constante en cada uno de los eslabones del silogismo, da eviden­ temente la impresión de que es lo único que se refiere a hechos, a cosas pragmáticas y reales (en el sentido de no-verbales); hasta el punto de que si a la cuestión de qué es lo que pasa en nuestra eco­ nomía dicho ministro hubiera respondido interjectivamente: « {Ex­ ceso! ¡Desequilibrio! » o simplemente « ¡Uf! », los efectos de su res­ puesta, desde el punto de vista no verbal o lógico, sino real o econó­ mico, habrían sido sensiblemente los mismos. Coincide, por desgra­ cia, que justamente esas expresiones, desde el punto de vista de la información lógica y precisa, no tienen valor ninguno.

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15. Si el discurso del ministro hubiera permanecido en ese nivel, la situación habría resultado semejante a la de un matrimonio co­ mentando la coyuntura económica familiar en los siguientes térmi­ nos: «Gastamos mucho. Por tanto, gastemos menos o compremos mejor o ganemos más» (donde, por cierto, el único nexo lógico que aparece, el que se indica con por tanto, es lógicamente ilegítimo, según la explícita condenación de Hume, en cuanto marca el paso de una fórmula asertiva a una fórmula yusiva); y entonces, por supues­ to, el razonamiento del ministro no habría merecido las alabanzas del articulista por su logicidad ni — lo que es más— por el realismo que paradójicamente observábamos que se derivaba de la logicidad. 16. Por el contrario, tratemos de ver el valor ó función que tiene el resto de los elementos del discurso. Si, por ejemplo, toma­ mos la primera premisa del razonamiento, la que reza que «la eco­ nomía española crece a ritmo demasiado rápido», podemos pregun­ tarnos, dejando a un lado la expresión cuantitativa «a ritmo dema­ siado rápido», en la que hemos descubierto al menos un sentido, en cuanto equivalente de una fórmula expresiva-impresiva, qué es en cambio lo que significa economía española y qué quiere decir que «la economía española crece»; pero entonces nos apercibimos al momento de que la pregunta por el ‘¿qué quiere decir?’ ha cambiado radicalmente de sentido; pues un lexema como economía española y una predicación como ésa de que «crece» son en cambio para nos­ otros perfectamente claros, en el sentido de que son respectivamente un significante con su significado inherente, como suele decirse, y la expresión lógica de un juicio, como se decía en otros tiempos; esto es, que son perfectamente claras en el sentido de que se trata res­ pectivamente de palabras pertenecientes al léxico usual de la lengua española y de locuciones construidas según las reglas sintácticas que en la lengua española rigen. Y, por el contrario, si lo que intentamos es averiguar qué significa economía española, en el sentdo de qué es le que evoca al pronunciarse, a qué realidad posible extralingüística apela, sea sensitiva, pragmática, afectiva, etc., qué sentido podemos atribuirle, en suma, independiente de las palabras economía española, nos encontramos del todo desamparados y, a poco que entremos en la cuestión imprudentemente, ahogándonos en el vacío: ¿qué es, en efecto, la economía española?; ¿a qué reino de sensaciones, de experiencias cotidianas, de sentimientos aunque sea, nos remite esa mención, si excluimos las oficinas, boletines y mentes ministeriales

V. Enfasis de la racionalidad en un texto económico

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en que ella ya figura, lingüísticamente, como título? Y el mismo vacío entonces — claro está— , si tratamos de demandar qué procesos precisos evoca ni sugiere la aseveración de que «la economía espa­ ñola crece». De manera que se diría que las menciones o predica­ ciones que son claras y definidas son aquéllas que no evocan ni su­ gieren en los oyentes nada, aparte del propio efecto lingüístico de su emisión y recepción. 17. El experimento podría igualmente aplicarse al resto del ra­ zonamiento, incluso a una mención como importaciones (pues ¿dónde tenemos que situar su sugerencia: en la visión de cajas de productos agrícolas y mecánicos, en la del tráfagos de puertos y ferrocarriles, en la de cartas y contratos entre firmas, en la de las calculadoras de los departamentos ministeriales, si es que existen, o más bien en ningún terreno determinado?), en la aplicación a otras menciones como demanda global y balanza de pagos alcanzaría el experimento su éxito más glorioso en el descubrimiento del vacío, a medida que los términos se vuelven de significado más técnico y preciso; y si pasamos entonces a las predicaciones, como aquélla de que el «ritmo genera una demanda global», que la «demanda presiona... las impor­ taciones» o que «el aumento... de las importaciones imposibilita el equilibrio de la balanza de pagos», ya se ve la danza de figuras del Retablo de las Maravillas en que se está invitando a entrar a los oyentes. 18. Conque entonces ¿qué pensar de la conexión lógica de los eslabones del silogismo total? Baste, para simplificar el experimento, que el lector pruebe a invertir toda la cadena lógica, aproximadamen­ te del siguiente modo: «Hay un desequilibrio de la balanza de pa­ gos; este desequilibrio genera importaciones desmesuradas; este au­ mento de las importaciones presiona intensamente sobre la demanda; esta demanda global excesiva hace que la economía española crezca a un ritmo demasiado rápido», para llegar, por supuesto, a la misma conclusión, a saber, que «esta tendencia a la excesiva rapidez del ritmo exige una solución»; baste pues con observar el éxito de la inversión, que nos produce un razonamiento igualmente lógico, com­ pacto y convincente (esto es, que igualmente se ganaría la alabanza de claridad y realismo por parte del comentarista) y que nos sume en las más negras dudas sobre qué pueda ser aquello a lo que está refiriéndose el razonamiento.

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19. Pero hagamos aquí un alto; pues no puedo por más tiem­ po tardar en confesar al lector las dudas de índole metódica que a él deben habérsele venido desde hace mucho presentando al avanzar en la lectura de los párrafos anteriores. En efecto, ¿con qué criterio podemos nosotros denunciar de una manera no meramente caprichosa los procedimientos de insistencia en la lógica que aparecen en ese texto como excesivos, infundados o falsos? Pues parece claro que, si en la realidad extralingüística, por un lado, hubiera cosas como ‘eco­ nomía española’, ‘importaciones’, ‘demanda global’, ‘balanza de pa­ gos’, y efectivamente la economía española creciera a ritmo rápido, hubiera una demanda excesiva con respecto a un módulo de con­ veniencia que pudiera determinarse, se diera una presión para el aumento de las importaciones, se produjera un desequilibrio en la balanza de pagos, y si, por otro lado, en esa realidad rigiera un nexo materialmente causal entre esas sucesivas situaciones, entonces el discurso ministerial escaparía a nuestros reproches de carencia de validez informativa sobre la realidad. 20. Ahora bien, se diría que, cuando nosotros sacamos a la pi­ cota razonamiento semejante, ello será porque nos apoyemos en uno de dos criterios extralingüísticos: o bien que hemos comprobado por procedimientos científicos empíricos, en todo caso no verbales, que esos hechos y procesos no se dan, y que no es de ese modo como las causaciones materiales rigen; o bien que partimos de la convicción de que en general no existen ni pueden existir cosas tales como ‘economía española', ‘demanda1 global’, ‘balanza de pagos’, ‘impor­ taciones’, o de que esas cosas, si existen, no son aptas a padecer pro­ cesos tales como respectivamente el de crecer, el de ser generados, el de estar desequilibrados, el de recibir presión, o de que no se dan en general en la realidad nexos causales como los que ahí lingüísti­ camente se señalan. 21. Pero lo cierto es que nosotros no podemos apelar a ninguno de los dos criterios: ni al primero, ya que no disponemos, al menos nosotros, de medios empíricos para realizar la comprobación de la presencia o no de tales fenómenos en la realidad, y hasta nos decla­ ramos incapaces de imaginar qué procedimientos realmente extralin­ güísticos podrían emplearse para realizar esa comprobación; ni al segundo, ya que declaramos caracer de doctrina metafísica o visión del mundo en virtud de la cual pudiéramos saber que no se dan ni

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pueden darse tales hechos o concatenaciones causales en la realidad. Pues ello es que el hecho de que no sepamos que se den e incluso confesemos paladinamente no saberlo no parece autorizarnos para sa­ ber que no se den ni para denunciar, por tanto, la falsedad del texto. 22. En tal caso, si renunciamos a los criterios extralingüísticos, podría teóricamente pensarse en un criterio interno, gramatical, para denunciar la falsedad de la lógica del razonamiento: consistiría en analizar el uso de las palabras en el texto y de los mecanismos sin­ tácticos que las enlazan y descubrir lo contrario al valor léxico normal de las palabras y a las normas sintácticas vigentes en el uso correcto de la lengua. Sería algo así como confiar en que la corrección del mensaje es una garantía de su verdad (en el sentido de fidelidad a la realidad extralingüística) que el léxico de una lengua, en su cons­ trucción ideal, representada por un diccionario total y perfectamente oí denado, rinde una imagen fiel de las cosas del mundo y su orde­ nación, y que el uso impecable de los procedimientos sintácticos re­ produce con igual fidelidad las relaciones y procesos que en las cosas del mundo se producen. Una tentación de apelación a tal especie de criterio parecía acosar continuamente a la teoría de las gramáticas generativas en los años en que trataban de incluir lo que habitual­ mente se llama absurdo dentro de la ingramaticalidad. 23. Es cierto que para la aplicación de este criterio habría que contar, para empezar, con ese diccionario total y ordenado y con una reglamentación sintática exhaustiva que no dejara ningún caso posi­ ble fuera de la ley; y de lo primero no se dispone para ninguna lengua, si bien para lo segundo pueda sostener la gramática genera­ tiva ciertas pretensiones no del todo infundadas de poder ofrecerlo. Y aún es más: que en cuanto al léxico, su infinitud (y por tanto la imposibilidad de dicho diccionario) parece una condición inherente a cualquier lengua ‘natural’ (esto es, no construida), aunque no a los lenguajes matemáticos o formalizados: parece — esto es— una condi­ ción necesaria para cualquier lengua que pretenda producir alguna vez algún bit de información que no esté ya contenido en la estruc­ tura de la lengua misma. Y en cuanto a la reglamentación sintáctica, no puede menos de advertirse que su establecimiento completo, hasta cubrir todos los extremos de la casuística, no parece que pudiera llevarse con toda independencia del vocabulario; y que, por otro lado, cada transgresión de una ley pone en cuestión la permanencia

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de la ley misma, sin que sea posible siempre determinar cuándo una determinada formulación lingüística constituye una transgresión de la ley antigua o una obediencia a la nueva ley. 24. Pero, con todo, estos podrían ser inconvenientes menores con respecto a la cuestión del descubrimiento de un criterio interno de falsedad. Porque siempre podría apelarse todavía, para la decisión por la corrección o incorrección de un texto, no al código, sino al juez: cabe que nos erijamos nosotros mismos, como hablantes de la misma lengua en que el artículo está escrito y formulado el razona­ miento del ministro, en representantes legítimos del sentir del se­ nado o asamblea que decreta los valores de las palabras y las leyes de funcionamiento de la lengua. El procedimiento podría parecer arrogante, pero no carente de sentido. Sólo que entonces, una vez así determinada la corrección léxica y gramatical del enunciado, por el mismo procedimiento y apelación a los mismos cándidos intérpre­ tes del sentir del pueblo lingüísticamente organizado, se vendría a descubrir probablemente que el uso de las voces corrección y reali­ dad como sinónimas es contrario a las normas de la lengua, y que, según estas normas la verdad de una predicación como «la nieve es blanca» sólo se comprueba por una experimentación extralingüística de que la nieve es blanca; experimentación extralingüística que en el § 21 nos hemos declarado incapaces de imaginar siquiera. 25. Lo que, en todo caso, sí parece que hemos conseguido a lo largo del análisis del discurso ministerial en los § § 11-18 ha sido que se nos vaya insinuando una distinción cada vez más clara entre dos modos de significar que las palabras tienen: algo en ese sentido se indicaba cuando en los § § 11-18 se advertía que los términos del tipo excesiva o demasiado tal vez fueran los únicos en ese texto que refirieran al oyente a un campo extraño a las palabras mismas, en tanto que los del tipo economía española y demás, siendo justamente los que presentaban un significado preciso y definido en sí mismo, eran los que no se veía que pudieran referirlo a nada ajeno al mundo mismo de la constitución del vocabulario y del lenguaje. 26. Probemos esa distinción de los dos modos de significar sobre una frase de carácter muy distinto: «las naranjas de tu huerto eran más dulces el año pasado que éste». Aquí observamos que la frase significa algo perfectamente preciso y claro para todo hablante

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del castellano que la oiga, puesto que está compuesta de palabras del vocabulario corriente y enlazadas entre sí según normas sintácticas admitidas; pero, por otro lado, podemos comprobar que en determi­ nado contexto y para hablantes determinados, para los que están en la situación, por así decir, ejerce un cierto poder de evocación o de alusión al campo de lo práctico y lo sensitivo: aquí las naranjas de­ jan de ser naranjas, entes léxicos constituidos por las notas semánti­ cas que exija su inclusión en el diccionario de la comunidad, para convertirse nuevamente en naranjas. 27. Y por cierto que, cuando el lenguaje se emplea de este se­ gundo modo, se le reconoce como un procedimiento de evocación o de alusión aproximativo, abstractivo, impresionista, por así decir, en cuanto proporciona sólo algunos puntos de referencia para el reco­ nocimiento de algo en cierto modo infinito y por tanto irrepetible, para cuya plenificación se confía en el contexto extralingüístico. Pero justamente como aproximativo y tentativo se le reconoce, a diferen­ cia de la significación en el primer sentido, donde el término y su significado se recubren perfectamente, como que son la misma cosa. 28. Ya se ve por dónde van caminando nuestras reflexiones: de­ nodadamente se esfuerzan, al parecer, por separar del significado el denotandum, para dejar reducido aquél a pura epifanía de la organi­ zación del léxico y la obediencia al reglamento gramatical. Mas para que se vea que con el modo de significar alusivo y evocativo no nos referimos a cosa como una realidad física o científica, a la supuesta realidad en sí, que se opondría al mundo de las convenciones, aban­ donando ya el campo de las frases que contienen elementos propia­ mente deícticos (como en el ejemplo del § 26, tu, e l... pasado, éste), es preciso que el lector se detenga a practicar el experimento del doble modo de significar en otras frases como las siguientes: a) «el límite norte del cultivo del naranjo pasa por la provincia de Jaén»; b) «la medula de los huesos deja a veces de producir glóbulos ro­ jo s»; c) «Alá es justo» y d) «la naranja se llama en francés orange». 29. Así nos damos cuenta de que el elemento que establece la distinción es la participación común de los hablantes (o de uno de los dos al menos, en el caso de que la evocación sólo se dé en la intención del hablante o, sin tal intención, se produzca sin embargo

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en el oyente) en un mundo de experiencias y de convenciones prác­ ticas, diferentes de la mera participación en la convención de uso de su lenguaje. 30. Y así el caso de tales frases se nos aparece paladinamente diferenciado del de otras como las siguientes: c) «la naranja es el fruto del naranjo», con su inversión, «el fruto del naranjo es la naranja»; y f) «la bisectriz de un ángulo de un triángulo divide al lado opuesto en dos segmentos proporcionales a los otros dos lados», las cuales, como puede observarse, no pueden tener más que un modo de significación; que son tan exactamente significantes como carentes de todo poder evocativo, en cuanto que su efecto no se basa en otra participación por parte de los hablantes más que en la participación en la propia convención de uso de su lenguaje. 31. Estas consideraciones pués tal vez nos aclaran algo res­ pecto a la pretensión de nuestro examen de los elementos de énfasis en la racionalidad de un texto como el artículo que comentamos y res­ pecto a qué sentido preciso pueda darse a la predicación de falsedad aplicada a un mensaje lingüístico, que ni tenga que apelar a la com­ paración con la realidad extralingüística ni que reducirse a identifi­ carse con incorrección gramatical: se trata, al parecer, de que ambos modos de significar se confunden; que se emplea el primero, pura­ mente significante, como sustituto del segundo, del evocativo; que exigiéndose por la situación algún modo de hablar evocativo o alu­ sivo, se ofrezca uno verbal, definitorio, tautológico, pero de tal manera que la precisión científica de los términos, la logicidad de las conexiones puedan venderse como equivalentes de la referencia a las cosas prácticas y sensibles. 32. Cómo se produce tan extraña sustitución es algo que tam­ bién ahora se entiende mejor en parte: se trata de que subrepticia­ mente se traslada a los oyentes al campo de los discursos matemáticos, logísticos o tautólogos, en los cuales en efecto, como en el § 29 hemos señalado, el poder alusivo no es más que la propia significa­ ción, los únicos discursos en los cuales los términos precisos (defini­ dos) y las partículas de conexión lógica tienen su lugar propio; y se impone así subrepticiamente una especie de teoría, según la cual tam­ bién en las cuestiones, por ejemplo, de la economía española existen realmente esas cosas definidas y esas conexiones lógicas, de tal modo

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que así el lenguaje de términos más definidos y más lógica conexión vendría a ser el más realista, como en la matemática, donde en efec­ to no puede haber la menor diferencia entre exactitud (ajuste a la definición) y realismo, entre lógica y verdad. 33. Pero en tanto que las dudas metódicas, de criterio de fal­ sedad, van despejándose, volvamos todavía al texto del artículo ob­ jeto de nuestra atención. Examinemos la continuación del párrafo citado, que así reza: «Esta solución no puede hallarse en medidas de comercio exterior o meramente coyunturales, porque el problema, de forma en el ritmo, es estructural en el fondo». No dejan de ofre­ cernos estas líneas notables elementos de insistencia en la raciona­ lidad: lo primero, por la presencia de vocablos que tienden a im­ primir la sensación de lo pitagórico del problema, lo musical y geo­ métrico, a saber, ritmo, estructural e incluso conyunturdes, qué im­ porta si este último aparece en la primera parte de la frase, la negada, puesto que de lo que se trata evidentemente es de producir una impresión total de tecnicidad y cientificidad de la cuestión. 34. Estos vocablos ejercen una doble función racionalizadora, de un lado por lo que significan, del otro, por el ambiente léxico al que pertenecen: ya de por sí sugieren lo ordenado (ritm o) y ar­ ticulado ( coyunturales) de los procesos, lo arquitectónicamente orga­ nizado (estructural) de la situación; y muy pertinentemente con­ funden en uno el problema teórico mismo y los hechos a los que se refiere (que «el problema... es estructural» pretende decir, por una especie de enálage, que se refiere a la estructura de la situación real). Pero además, siendo tales vocablos buenas muestras de la jerga cien­ tífica más en boga del tiempo en que se escriben, la estructuralista, vienen a dar por ello mismo la impresión de cientificidad del dis­ curso, en cuanto representantes de la Ciencia en general bajo la forma vigente de ésta. 35. Un segundo elemento racionalizante está dado por el nexo causal indicado con el porque: costaría bastante, en efecto, ya en el plano de la mera significación, entender cómo el hecho de que el problema sea estructural en el fondo es una razón de que la solución no pueda hallarse en medidas coyunturales. Pero evidentemente, cuanto más oscura y vaga la relación entre los términos, tanto más necesaria se hace en otro nivel la expresión explícita de los nexos

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que los unen. Qué otro nivel es ése que necesita la racionalización de los textos es lo que seguimos tratando de descubrir. 36. Un tercer elemento, en fin, tenemos en la antítesis final («el problema, de forma en el ritmo, es estructural en el fondo»): gracias a la curiosa disposición de las palabras (de primeras se recibe la impresión de un quiasmo que alterara la disposición normal de la antítesis: «de ritmo en la forma / estructural en el fondo») es difí­ cil saber si se está jugando con la tradicional antítesis «forma/fondo» o si en el fondo es la locución adverbial acuñada más o menos inter­ cambiable con en realidal: lo más probable es que la intención fuera escribir algo como «el problema, que se aparece afectando al ritmo del proceso, es (¿por tanto?, ¿sin embargo?) en realidad un proble­ ma de estructura», y que la atracción de la antítesis acuñada «fon­ do/form a» arrastrara la modificación de la frase. 37. En todo caso, la oposición misma de fondo y forma ha ve­ nido durante siglos funcionando como uno de los recursos cientí­ ficos más eficaces del ser para presentarse como estructurado y como inteligible; que este recurso haya llegado a caer en un descrédito bastante vulgarizado en nuestros días explica bien la forma quiasmática y oscura con que aparece en ese texto: los imperatitvos sub­ conscientes del periodista le han llevado a encontrar el modo de aprovechar aún la vieja antítesis sin afrontar la vergüenza de em­ plearla descaradamente. 38. ¿Podría osarse una interpretación de semejante frase y proponer que lo que quiere decir en realidad es algo como «el pro­ blema es grave y no se puede arreglar con medidas poco decididas»? Pero ¿quién osaría semejantes traducciones?: ¿qué quiere decir que aquello quiere decir esto? No; según el doble modo de significar que veníamos distinguiendo, ambas frases podrían considerarse equi­ valentes, sinónimas, en el plano de la mera significación; pero lo que quiere decir el articulista con la que él ha empleado es algo evi­ dentemente distinto: si no, no habría hecho el esfuerzo de poner en juego todos los elementos de énfasis en la racionalidad que venimos analizando: por medio de ellos ha querido decir otra cosa, y este segundo sentido del querer decir es lo que tratamos de seguir acla­ rando todavía.

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39. Pero tenemos que pedir al lector que desde este punto re­ corra por su cuenta el resto del artículo, tratando de aplicarle ma­ neras de análisis semejantes, fijándose no tanto en los puntos de len­ guaje figurado (el saco de las líneas 29-35) como en los de insisten­ cia en el carácter racional de la cuestión (esto es, del planteamiento de la cuestión, que sugiere una racionalidad igualmente de la realidad de la cuestión misma), hasta llegar a la fórmula de solución ofrecida por el ministro, que se recoge en las líneas 64-69: «Precisamos adap­ tar nuestro desarrollo a las posibilidades máximas de crecimiento equilibrado y no inflacionista, encauzarlo hacia la corrección de los defectos estructurales y mejorar las condiciones productivas». Nótese a través de estas palabras con qué carga de reconfortación para los lectores se presentan los dirigentes adaptando, encauzando y mejo­ rando los procesos económicos, como técnicos que operaran sobre las tablas estadísticas, de tal manera que, en vez de ser sus cifras tra­ ducción aritmética de los hechos, la operación sobre las cifras se confudiera con la operación sobre los hechos mismos, tan racionales como ellas. 40. Ante la fórmula el comentarista ratifica su rendida admira­ ción a la claridad-realismo de las palabras ministeriales: «Esta fór­ mula del señor García-Moncó admite realmente pocas objeciones» (11. 69-71); donde pocas es evidentemente un eufemismo por nin­ guna: en efecto, en los lenguajes formalizados no caben grados de verdad: si la fórmula está verdaderamente formalizada, entonces, por definición, o es falsa o verdadera: o no dice nada, y entonces es verdadera o dice algo, y entonces no puede serlo. 41. Claro que esa última frase del ministro no es de modalidad propiamente predicativa o lógica, sino, con su precisamos, un giro disimulatitvo de una frase yusiva, de una exhortación o de una pro­ mesa: «encaucemos» o «encauzaremos»; de manera que para esta frase ni siquiera sería pertinente la cuestión de verdad o falsedad ni por tanto las objeciones en cuanto fórmula. Es así que el comentarista ( 11. 71 ss.) pasa a dedicarle la observación ordinariamente aplicable a las frases de esta modalidad, la del cascabel al gato, que aquí no obstante se presenta en la curiosa versión siguiente, a tono con el estilo general de la jerga científico-económica: «lo difícil reside en su instrumentación práctica».

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42. Pues en efecto, si examinamos la receta ministerial como tal receta, vemos que consiste en aquello que ya en el § 15 sospe­ chábamos: gastar menos y ganar más; lo cual aquí encontramos di­ cho del siguiente modo: «la cuidadosa selección de las inversiones y el racionamiento de los gastos de consumo, especialmente del gasto público consuntivo» (nótese la significativa doble aparición del pleo­ nasmo «gastos de consumo», «gasto... consuntivo», eufemístico-sin duda, para evitar «gastos inútiles» y permitir los procesos de con­ sumo, al sugerir que hay también, naturalmente, consumos produc­ tivos), esto es, gastar menos; y «mejorar las condiciones productivas» (1. 69), esto es, ganar más. 43. Ahora bien, si la parte yusiva o promisoria del discurso, que como tal se enuncia, es realmente exigua y realmente «cabe en un papel de fumar», como reconoce el comentarista ( 1. 76), no sin cierto temor de que esa exigüidad implique al mismo tiempo lige­ reza (11. 76-78), y si de otro lado vamos encontrando que la parte informativa, en el sentido de evocadora y alusiva de cosas indepen­ dientes del discurso, es mucho más exigua todavía, pero que en cambio los elementos de insistencia en la racionalidad, arquitectura y lógica del planteamiento y de la situación misma invaden casi todo el discurso, ¿qué tenemos que pensar acerca de la función de estos elementos racionalizantes? Puesto que son frases lógicas que al mis­ mo tiempo carecen de valor informativo, de significación en el pri­ mer sentido de los dos definidos en los § § 25-29, ¿qué especie de función es entonces la suya? 44. Podría responderse que su función es simplemente la de la falsificación, en el sentido descrito en los § § 31-32. Pero mucho parece que queda por decir aún acerca de esta función de la falsifica­ ción por medio de los elementos racionalizantes del lenguaje. Y ante todo, como la falsedad de un texto se imagina de ordinario, como opuesta de su verdad, a modo de fenómeno lógico o epistemológico, de algo que se refiere todavía al decir, a la modalidad predicativa de la frase, conviene que observemos cómo no es así evidentemente como nuestro estudio nos está presentando la falsedad. 45. Probablemente lo que está pasando a lo largo de este es­ tudio es que se está modificando bastante la relación entre las varias funciones del lenguaje y entre las varias modalidades de la frase. Imaginamos de ordinario que el lenguaje tiene por un lado una fun­

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ción expresiva (del hablante, con todas sus condiciones); por otro, una impresiva, de actuación sobre el ambiente (incluido el oyente en él), de alteración del mundo, de instrumento de producción; por otro, tal vez sea de separar una función lúdica, como medio de placer y objeto de consumo; por otro, en fin, una que diversamente desig­ namos como lógica, predicativa, enunciativa, informativa. Y así pen­ samos que todas las frases de cualquier lengua (dejando a salvo la posibilidad de frases puramente expresivas o puramente lúdicas) se clasifican en las siguientes modalidades, de acuerdo con los diversos tipos de la función impresiva o práctica: evocativas, votivas, yusivas, interrogativas y las simplemente predicativas, es decir, aquéllas ca­ racterizadas por el fenómeno de la predicación, las únicas aptas para ser sometidas a la cuestión de verdad o falsedad, supuestamente ca­ rentes, de función impresiva o práctica, reducidas a una mera fun­ ción informativa o lógica. 46. Pero a lo largo del estudio nos hemos visto obligados a atentar contra la unidad del concepto de ‘información’ y a distinguir entre las frases del lenguaje predicativo: por un lado, las de función descriptiva o evocadora, aquellas de las que sólo se puede decir que son verdaderas en cuanto que aciertan a sugerir o hacer presente en algún modo la materia de que se trata (una materia que puede no consistir sino en la participación común en convenciones y costum­ bres, sólo que extrañas a la pura convención gramatical); son las frases que, por medio de su significado, alcanzan a tocar o suscitar (pues nos es indiferente que se prefiera imaginar su acción como des­ cubridora o como creadora) algo ajeno a ellas mismas. Pero entonces este tipo de frases predicativas se dejan reducir por su función a las de otra modalidad, a las evocativas, y entre formulaciones como «tron­ cos / y troncos, ramas y ramas», «amor mío», «llueve leche sobre el lago Lemán» y «tu hermano ha venido» (una misma función, im­ presiva, las aúna) sólo encontramos diferencias de mecanismo gra­ matical, referentes sobre todo a la aparición o no de la predicación bimembre; y en ellas la cuestión de verdad o falsedad (otra vez ha­ bremos de insistir en mostrarlo más detenidamente) no se deja plan­ tear en términos de sí o no: tales predicaciones, en efecto, son más o menos verdaderas. 47. Frente a este tipo de predicaciones, necesariamente impre­ cisas, pues que de su imprecisión sacan su poder informativo (en el

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sentido de ‘evocativo’), distinguíamos un segundo tipo, el de las frases definitorias o matemáticas, aquéllas cuyo denotandum era su propio significado, las únicas propiamente lógicas, en cuanto tauto­ lógicas, las únicas en que la cuestión de verdad o falsedad es abso­ luta: su verdad se identifica con su ajustamiento a las definiciones y las reglas, cuya validez ratifica la predicación verdadera; su falsedad no es sino una equivocación, un absurdo, la contradicción de la pre­ dicación consigo misma, que, al presentarse, de hecho, lo hace para negar su presencia de derecho o, si no, la subsistencia de las con­ venciones en que su construcción está basada. Y tales predicaciones nunca pueden decir nada; son siempre prológicas o docentes; su única función es la de confirmar o infirmar las reglas gramaticales o definiciones léxicas que usan; son, respecto de las predicaciones corrientes (las imprecisas y más o menos verdaderas), algo como los pases en vacío del aprendiz de toreo, ensayos del más puro ajusta­ miento al esquema abstracto de los pases, con respecto a su realiza­ ción sobre el toro. 48. Y en tercer lugar nos encontramos con un tipo de frases predicativas como las del discurso del ministro (y tantas otras que llenan los discursos de las ciencias históricas y naturales, de los pe­ riódicos y de la conversación), que pretenden ser lógicas y verda­ deras al mismo tiempo que informativas y realistas. Y decimos que la especial manera de su falsedad debe de consistir en tal falacia o simulación. Pero el carácter de esa falsedad, o lógica o práctica, se demuestra dificultoso de entender. 49. En efecto, se las puede considerar como pertenecientes al primer tipo (§ 46) y, en vista de que no aciertan a decir nada o ape­ nas nada acerca de los procesos económicos palpables, extralingüísticamente padecidos, decir que son muy poco verdaderas, que son muy torpes en cuanto sugerentes o descriptivas. Pero ellas al mismo tiempo se presentan como lógicas; hay en ellas toda una serie de elementos racionalistas que llaman nuestra atención, que aspiran a otro modo de verdad, la del segundo tipo (§ 4 7 ) de frases predica­ tivas. Y sin embargo, no se las puede considerar seriamente como predicaciones lógicas o matemáticas (no nos atemorice el advertir que todo el lenguaje matemático de la ciencia económica más seria queda también amenazado con estas observaciones), puesto que pre­ tenden versar sobre realidades, y de hecho, no podría nunca esta­

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blecerse el conjunto finito de definiciones y de reglas sintácticas que nos permitiera calificarlas de verdaderas (tautológicas, confirmadoras) o de falsas (es decir, absurdas). 50. En suma, lo que estamos viendo es que el concepto de ver­ dad y falsedad se nos deshace entre las manos: como hecho que se refiera al campo del saber o de la lógica, su aplicación se nos reduce a las formulaciones del lenguaje formalizado, donde por otra parte, se confunde con el de tautología y absurdo; por todo lo demás, el concepto de falsedad se nos vuelve a sumir en el terreno de lo práctico, en el de la moral al fin y al cabo, donde la calificación de ‘mentira’ tenía seguramente su primera aplicación. 51. En efecto, ¿qué quiere decir ‘mentira’ con respecto a las predicaciones habituales? Mentira es una acción — decimos. Vea­ mos cuál. Una predicación habitual (§ 46), como «tu hermano ha venido», en cuanto no definitoria, no puede menos de ser evocadora de realidad; ¿qué pasa si en realidad tu hermano no ha venido?: ¿deja entonces la frase de cumplir su función?, ¿es por ello menos evocadora y en tal sentido menos verdadera? No. ¿Es lógicamente, epistemológicamente, falsa? No, puesto que ello implicaría hacer una confrontación entre cosas del mismo orden, creer en suma que había una especie de realidad extralingüística, pero organizada de por sí en conceptos y nexos lógicos, que pudiera así confrontarse con los conceptos y nexos lógicos de la frase, para concluir por la iden­ tidad o la contradicción entre ambas. 52. Pero entonces, la frase mentirosa, que sigue ejerciendo su poder evocador y que no puede juzgarse, como una fórmula lógica, de verdadera o falsa, ¿qué es lo que hace? Simplemente parece que se transforma en inventiva, creativa: en vez de reproducir en algún modo la realidad experimentada, la produce, la hace ser experimen­ tada en algún modo. Y podemos generalizar en el sentido de que las predicaciones habituales o son evocadoras o creadoras; y más preci­ samente: que en la medida que no son evocadoras, resultan crea­ doras. 53. Pues así entonces con aquellos tipos de lenguaje caracteri­ zados por los elementos de insistencia en la racionalidad del texto: aquí por definición las frases son mentirosas siempre (salvo para una fe platónica, más firme, por supuesto, que la de Platón, en una rea­

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lidad externa, pero conceptual y lógica, frente a la cual, por cierto, el lenguaje sería una superfluidad, a decir verdad, inconcebible), siempre mentirosas, en cuanto que no pueden (al menos con esos ele­ mentos racionalizantes) aludir a nada material ni sensitivo; pero esa mentira suya es una acción: inventan y crean en realidad una racionalidad real; y cuanto menos realidad evocan, más realidad están realizando. 54. El discurso del sefíor ministro de Comercio no ha hecho, ciertamente, «una disección quirúrgica de la situación de la economía española» (11. 2-3), en el sentido descriptivo y analítico que el co­ mentarista pretendía, pero no menos por ello, sino tanto más por ello mismo, ha realizado una operación sobre la situación económica. Ni se nos pida que distingamos, como objeto de esa operación, entre las mentes de los oyentes y la situación misma. Ha ejercido una ac­ ción sobre la realidad: ha contribuido a la racionalización de los procesos mismos, ha dado algún paso en la participación de la lógica en la construcción y mantenimiento de la situación real, ha propor­ cionado de paso incluso «una saludable ducha de agua fría» a algunos economistas; y si su discurso ha ayudado modestamente a la insen­ sibilidad y la ininteligencia de los hechos, esto constituye una alte­ ración real de los hechos mismos. 55. Si las palabras del ministro hubieran tenido la omnipotencia de las de su Dios, habría quedado creada al momento una economía española, una red de hechos y procesos lógicos, que, borrando toda posible materia de evocación, de sensación, de hambre y miedo, habría quedado constituida como la única realidad. En Dios, en efecto, había extrapolado la Teología ese poder creador de la lógica, que ya en los comienzos mismos del monoteísmo el poeta Arquíloco (fr. 66 Adrados) contemplaba con una irónica admiración: «No hay otro tal como Zeus / profeta cierto: él hace la profecía y él / la hace cumplirse también.» 56. Pero es hora de que insistamos en el análisis de algunos otros textos que nos ofrezcan nuevas sugerencias respecto a la ope­ ración de los elementos racionalizantes del lenguaje. Pues parece que mucho queda todavía por entender de cómo la carencia de signifi­ cación (evocación) se relaciona con la función creativa y la cons­ trucción de la realidad, de cómo los elementos lógicos y racionali­

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zantes desempeñan un papel específico en esa función creadora, y de cómo en general tienen que terminar de confundirse el fenómeno epistemológico de la falsedad con el fenómeno práctico de la mentira. Aj 'íexo : «Palabras claras».

ABC, 15 de enero de 1967. , Nuestro ministro de Comercio ha hecho una disección quirúr­ gica de la situación de la econo­ mía española. A l comenzar un nuevo año siempre es convenien­ te refrescar ideas. Las palabras del señor García-Moncó han sido una saludable ducha de agua fría que nos ha despertado de modo contundente. Sus explicaciones han sido claras como lo eran an­ tes el agua de Madrid, ciñéndose a la realidad de una problemáti­ ca, cuya solución hmta. como la. conclusión de un silogismo. La economía española crece a ritmo demasiado rápido; este ritmo genera una demanda global ex­ cesiva; esta demanda presiona in­ tensamente las importaciones; el aumento desmesurado de las im­ portaciones imposibilita el equi­ librio de la balanza de pagos; la tendencia creciente al desequili­ brio exige una solución. Esta so­ lución no puede hallarse en me­ didas' de comercio exterior o meramente coyunturales, porque el problema, de forma en el rit­ mo, es estructural en el fondo. La capa del desarrollo no ha permitido ocultar los defectos es­ tructurales de la economía espa­ ñola, sino todo lo contrario. El dinamismo de nuestro crecimien­ to ha discurrido por una vía me­

ramente «desarrollista» dejando intactos esos efectos. Hemos echado paletadas a un saco sin fondo, con esfuerzo y entusiasmo, para conseguir esas cifras deslum­ brantes que, como dice el señor García-Moncó, no son las más deseables en economía. Mientras el fondo no sea cosido y reforza­ do, jamás acumularemos auténti­ co progreso. Fuera símiles. Las palabras del ministro de Comer­ cio han sido claras; los proble­ mas de la balanza de pagos no son simplemente coyunturales, y mientras la oferta agrícola no se reestructure serán precisas más y más importaciones para evitar que se dispare el coste de la vida. E l frenazo de 1964-65 en nuestras compras exteriores pro­ vocó un alza del 16 por 100 en el coste de la vida y no mejoró en absoluto la situación del cam­ po, atacado de una insuficiencia congénita que es la que hay que corregir. "Por eso el reciente In­ forme del Banco Mundial y de la F. A. O. sobre el desarrollo de la agricultura en España, su deci­ sión de ejecutarlo, la prioridad del sector agrario en el segundo Plan de Desarrollo y la concien­ cia general de que es imprescin­ dible atacar el problema de raíz son esperanzadoras noticias para

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nuestra balanza de pagos, que el equilibrado y no inflacionista, en: pasado año, sin ir más lejos, tuvo ^ccauzarlo hacia la corrección de los •\zque soportar la compra de 650 defectos estructurales y mejorar millones de dólares en productos ias condiciones productivas. Esta agrícolas, convirtiéndose en im- f¿ rmuia del señor García-Moncó parlador neto un sector antes adm¡te reatmente pocas ohjecio_ tradicionalmente en d en tar,o en Lo J¡fic ¡l fes¡de e„ su ¡m _
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