Aguilar, Gonzalo - Los Intelectuales de La Literatura Cambio Social y Narrativas de Identidad

November 22, 2017 | Author: mr984 | Category: Literary Criticism, Latin America, Intellectual, Sociology, Politics (General)
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Los intelectuales de la literatura: cambio social y narrativas de identidad Gonzalo Aguilar

El surgim iento de los intelectuales de la literatura se produce en A m érica Latina alrededor de la década de 1950 - la s fechas varían según la situ a­ ción p articu lar de cada p a ís-. Ya desde los tiem pos de É m ile Z o la o de José M artí - p o r nom brar dos casos em blem áticos- la actividad literaria y la intervención intelectual estaban im bricadas, y puede decirse que durante el fin del siglo x ix y la prim era m itad del siglo siguiente buena parte de aquellos que se autodenom inaron intelectuales provenían de la poesía, el ensayo literario de ideas o la narrativa. Sin em bargo, el térm ino intelec­ tuales de la literatura no designa a ninguno de estos grupos, sino a ese inte­ lectual que desempeñándose originariam ente com o crítico literario se p ro­ yectó com o figura pública legitim ado por su capacidad para interpretar con un m étodo y un arsenal conceptual sofisticados los textos literarios, y darles una significación social, cultural y eventualm ente política. Este tipo de intelectual es producto, en A m érica Latina, de una confluencia de fac­ tores que surgieron hacia m ediados del siglo x x : consolidación y m oder­ nización de las universidades com o productoras de un saber hum anístico; crecim iento del m ercado de los bienes sim bólicos y acceso a la lectura de nuevos grupos sociales; radicalización política de los sectores m edios; su r­ gim iento de una disciplina específica - la crítica literaria- con pretensio­ nes de cientificidad, y el protagonism o cada vez m ayor que desem peñaron las ficciones n arrativas en la d efinición de una identidad la tin o a m eri­ cana. El intelectual de la literatura nace cuando su labor específica, acotada a la interpretación de textos literarios y a la aplicación de m étodos auto­ rizados escolarm ente, se desplaza a una dim ensión pública diferente: el trabajo crítico ya no se lim ita a las paredes del claustro, sino que interpela a un público m ás am plio y logra cuestionar ciertos lugares com unes del im aginario social y los poderes establecidos. El crítico literario deja enton­ ces de ser una figura exclusivamente académ ica para encontrarse con dife­

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rentes instancias de participación en la estera pública que le dan una dim en­ sión eficaz a su palabra, sea p o rq u e ésta adquiere sen tid o p olítico, sea porque se considera fundam ental para definir identidades sociales y pro­ cesos nacionales o continentales. La autoridad de estos intérpretes se relaciona con el privilegio que el discurso literario ad qu irió con la m odernización al desplazar otros dis­ cursos -c o m o el religioso o el h istó ric o - en la com prensión de las m od i­ ficaciones que atravesaba el continente. A p artir de su pericia en la inter­ pretación textual, los intelectuales de la literatura podían encontrar claves de identidad social o nacional y ofrecer narrativas de conjunto del pasado y del presente. La crítica literaria -e sc rib e Jean F ra n c o - ocupaba en los cincuenta y sesenta un lugar privilegiado tanto por su vigencia latinoam ericana com o por ser el espacio de la reflexión crítica, sobre todo dado que la lectura se veía com o esencial en la preparación de una ciudadanía responsable (en Antelo, 2 0 0 1:12 3). La literatura se erige, entonces, com o el discurso con el cual es posible cons­ truir narraciones de identidad, un espacio de form ación ciudadana y una crítica al estado de cosas. Por el carácter com plejo que había alcanzado la crítica literaria, los inte­ lectuales de la literatura pudieron com petir con los propios narradores en esta lucha de interpretaciones, com o lo m uestra la polém ica que Ángel Ram a entabló con M ario Vargas Llosa cuando le objetó las categorías inge­ nuas (com o “ dem onios” o “ creación” ) que utilizaba en su lectura de la obra de G abriel G arcía M árqu ez (R am a, 1972b; Vargas Llosa, 19 7 1). A dem ás, dicho sea com o m uestra de la legitim ación que había adquirido el saber académ ico, el propio narrad or peruano se había esforzado por aggiornar sus m étodos en su libro G abriel G a rd a M árquez: historia de un deicidioy que había sido presentado com o tesis de doctorado en la Universidad C o m ­ plutense de M adrid. La legitim ación académ ica es im portante aunque no exclusiva en un terreno (el debate literario) donde confluyen narradores, críticos, poetas y ensayistas, y donde las transferencias de autoridad de una actividad a otra son frecuentes (el poeta que habla de política, el narrador que hace crítica). A m ediados de siglo, estas transferencias de autoridad encontraron en el título universitario un gran prestigio en el contexto de la m odernización de los saberes, y ello favoreció el desem peño de funcio­ nes diversas por un m ism o actor cultural, com o es el citado caso de Var­ gas Llosa, pero tam bién el de Roberto Fernández Retam ar, poeta cubano,

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quien se doctoró en filosofía por la U niversidad de La Habana en 1954 e intervino en el debate crítico con Calibán (1971) y Para una teoría de la lite­ ratura hispanoam ericana y otras aproximaciones (1975). Es decir que si bien las trayectorias son im portantes, lo decisivo es ese ám bito en el que la labor específica de la crítica literaria legitim a a algunos actores para hablar de diversos problem as sociales. En A m érica Latina puede decirse que durante las décadas del cuarenta y del cincuenta cada contexto local había provocado la emergencia de sus propias cam adas de intelectuales con rasgos nacionales propios. En el Uru­ guay, los intelectuales de la literatu ra se con so lid an a m ed iad os de los años cincuenta, cuando los críticos emergentes abandonan la “ ensayística libérrim a” para dedicarse a la “ investigación asidua y docum entada” (Ram a, 1972a: 59). En la A rgentina, su com ienzo se produce con el gru po nucleado alreded or de la revista Contorno, que da in icio a la crítica literaria m oderna, y en el Brasil, su aparición está vinculada con el crecim iento ver­ tiginoso y sostenido de la U niversidad de San Pablo y el vigor que adquie­ ren los centros académ icos com o espacios de m odernización. Si bien los antecedentes nacionales son im portantes para la emergencia de este tipo de intelectuales, la R evolución C ubana fue fundam ental, a punto tal de m arcar el inicio de una etapa totalm ente nueva. Por un lado, porque continentalizó el discurso crítico al insertarlo en espacios transnacionales a través de ciertas instituciones o de prácticas que iban desde las revistas y los concursos literarios de Casa de las A m éricas hasta las solicitadas de apoyo a la Revolución y los viajes a la isla. Por otro lado, porque pese a alim entarse de los diferentes procesos nacionales, influyó en ellos a punto tal de sustituir en el debate intelectual la dem anda m odernizadora por la dem anda revolucionaria. Este nuevo escenario vuelve a m odificarse sen­ siblem ente con el cam bio de década: la p rim era crisis se desata con el caso del poeta cubano H eberto Padilla, cuando obtiene en 1968 el prim er prem io de la U nión N acion al de Escritores y A rtistas C u ban a ( u n e a c ) con Fuera de ju ego , poem ario desencantado e irónico que lleva a la insti­ tución a objetar el fallo; cuatro años después, en 1972, el caso Padilla alcanza su ápice cuando el poeta es detenido y responde con una autocrítica que parodia las célebres retractaciones de la Unión Soviética estalinista (G il­ m an, 2003). Com ienza entonces otra etapa que se extiende desde princi­ pios de los setenta hasta m ediados de los ochenta, m arcada por las dicta­ duras en el C ono Sur, los exilios y la intervención de los gobiernos en las universidades, lo que significa una verdadera diáspora de los intelectuales que se exilian en M éxico, Francia u otros países. En estos años, la persis­ tencia de las esperanzas sesentistas conviven con las constataciones de las

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sucesivas derrotas políticas. En el campo de la crítica literaria, fueron los años de un “proyecto epistemológico”, como lo denominó Antonio Cor­ nejo Polar, que tuvo por objetivo la formulación de una teoría de la litera­ tura latinoamericana y cuyos exponentes más elocuentes fueron el libro América Latina en su literatura, de 1972, coordinado por César Fernández Moreno y en el que colaboraron prestigiosos críticos de todo el continente, y el ya mencionado Para una teoría de la literatura hispanoamericana y otras aproximaciones, de Fernández Retamar, de 1975. Este tercer período puede darse por concluido en 1983 con las reuniones realizadas en la Universi­ dad de Campinas en el Brasil, en las que participaron Ángel Rama, Anto­ nio Candido, Ana Pizarro y Rafael Gutiérrez Girardot, entre otros. Pese a que el encuentro puso de relieve la necesidad de construir una historia de la literatura latinoamericana que tuviera en cuenta las culturas o a los gru­ pos subalternos (proyecto que se plasmaría en Palavra, literatura e cultura coordinado por Ana Pizarro), las eufóricas palabras de Ángel Rama (“Amé­ rica Latina sigue siendo un proyecto intelectual vanguardista que espera su realización concreta”) resultaron ser más el testamento de una época pasada que un anuncio de los tiempos por venir (en w .a a ., 1985). En los años ochenta, con el proceso de redemocratización se reabrieron las uni­ versidades a los profesores que habían sido expulsados o impedidos de tra­ bajar durante las dictaduras militares, pero este retorno se da en un con­ texto muy complejo porque son los años en que también se produce una crisis de la crítica literaria como disciplina y un crecimiento sostenido y progresivo de los departamentos de Spanish & Portuguese de las univer­ sidades norteamericanas, que incorporan a distinguidos críticos litera­ rios en sus equipos docentes. Podrían reconocerse entonces, a grandes ras­ gos, cuatro períodos: emergencia de los intelectuales de la literatura en ámbitos nacionales (1945-1960), latinoamericanización y politización de su palabra (1960-1969), declinación de la teleología revolucionaria de la historia y debate sobre la postulación de una teoría de la literatura latino­ americana (1969-1984) y un último período (1984 hasta el presente) carac­ terizado por la necesidad de los intelectuales de la literatura de legitimar la pertinencia de su saber y la importancia de su objeto. Aunque son muy numerosos los críticos que pueden ser incluidos den­ tro del grupo de los intelectuales de la literatura, el brasileño Antonio Can­ dido (1918-), el uruguayo Ángel Rama (1926-1983) y el peruano Antonio Cor­ nejo Polar (1936-1997) son quienes mejor representan los diversos avatares de esta figura, además de encarnar de manera más integral la preocupa­ ción por el estudio sistemático de las literaturas nacionales y latinoameri­ canas, la radicalización política de los sectores medios a lo largo de la segunda

mitad del siglo x x y la n ecesid ad de pensar la relación de las form aciones literarias co n el p o d e r en un a c u ltu ra d o n d e las fo rm as de d om inación suelen a d q u irir rasgos atro ces. En sus trayecto rias y en sus escritos, estos tres críticos e je m p lific a n c o m o p o co s las m ú ltip les encrucijadas con las que los intelectuales d e la lite ra tu ra d e b ie ro n en fren tarse durante ese período.

A N T O N IO

C A N D ID O Y LA V ID A NACIONAL

La iniciación de Antonio Candido en la crítica literaria se produjo de manera fortuita. Com o él mism o lo ha manifestado en diversas ocasiones, su dedi­ cación a la profesión comienza en el momento en que le asignaron las rese­ ñas de libros en la revista C lim ayde cuya creación formó parte en 1941. Con el encargo de esta sección, recuerda Candido (1980:155), “me definieron como crítico literario”. A partir de entonces, el brasileño -aunque tam­ bién ejerció com o sociólogo y participó intensamente en la vida políticatuvo como actividad principal la crítica literaria, y se desempeñó tanto en la vida académica com o en el periodismo cultural, donde escribió innu­ merables reseñas y artículos. La incorporación de Candido al periodismo cultural en los años cuarenta significó, como señala Flora Süssekind (2003: 192), el surgimiento de un novedoso tipo de “crítico -scholar” con forma­ ción universitaria y un estilo más argumentativo, que desplazó al “ críticocronista” más impresionista que predominaba en esos años.

Egresado de la Universidad de San Pablo ( u s p ) en las carreras de Derecho y de Filosofía, Candido estuvo ligado durante toda su vida a la enseñanza uni­ versitaria. Asistente en Sociología desde 1942, en 1945 logró la libre docencia en Letras y en 1954 recibió el doctorado en Ciencias Sociales, siempre en la misma universidad. Entre 1958 y i960, años en los que decidió dedicarse exclu­ sivamente a la literatura, fue profesor en la Facultad de Assis, en el interior del estado de San Pablo, y a partir de 1961 se desempeñó sin interrupciones, hasta su jubilación, como profesor de la

usp

en Teoría Literaria y Literatura

Comparada (D ’Incao y Scaracótolo, 1992: 328). Estos datos de su biografía explican que no se pueda dimensionar ni comprender la trayectoria de Can­ dido sin tener en cuenta la historia de la Universidad de San Pablo. La universidad paulista fue fundada en 1934 como efecto de la intensa Modernización de la ciudad y com o parte de un proyecto de reafirma­ ción regional. Para com poner su planta docente, las autoridades convo­ caron a prestigiosos profesores, entre los que se contaban el antropólogo Claude Lévi-Strauss, el historiador Fernand Braudel, el sociólogo Roger

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Bastide, el poeta y crítico G iuseppe U ngaretti y el filósofo Jean M augüé (m enos conocido que los otros pero el m ás influyente en las cam adas estu­ diantiles, según testim onio del m ism o Candido). En 1941, egresados y escri­ tores ligados a la Universidad crearon la revista Clim a, que se publicó hasta 1944 con dieciséis núm eros editados de m anera intermitente. D irigida por Lourival Gom es M achado, participaron en ella com o cofundadores y cola­ boradores permanentes A ntonio Candido, Décio de Almeida Prado y Paulo Em ilio Sales G om es, entre otros; adem ás, recibió im portantes colabora­ ciones de escritores ya consagrados com o M ario de A ndrade y Oswald de A ndrade, dos figuras clave de las vanguardias de los años veinte. La inclu­ sión de escritores de la generación precedente m uestra el talante integra­ d or de la p u b licació n , que se com b in aba con una actitud seria y hasta solemne hacia todas las m anifestaciones artísticas, razón por la cual Oswald de A ndrade bautizó a sus integrantes com o los “ chato boys” (algo así com o “ m uchachos abu rrid os” ), señal de que su estilo era diferente, m ás repo­ sado, distanciado y objetivo que el vanguardista. Según la periodización que hicieron sus m ism os integrantes, la revista tuvo dos fases: la prim era fue de carácter predom inantem ente estético y se interesó por las m anifes­ taciones más m odernas de los diferentes ám bitos de la producción artís­ tica (literatura, artes plásticas, cine). La segunda fase, en cam bio, que se inició con el núm ero del 12 de abril de 1943, tuvo una clara intención polí­ tica, con intervenciones a propósito del conflicto bélico m undial pero tam ­ bién del clima represivo que se vivía entonces en el Brasil con el Estado Novo de G etúlio Vargas. Según A n ton io C an d id o (19 8 0 :15 8 ), “ la revista, que com enzó siendo apolítica, preocupada p or el trabajo puram ente intelec­ tual, fue politizándose lentam ente, haciéndose cada vez más radical, hasta tener una actitud abiertam ente com prom etida”. Esta transform ación de una crítica artística específica en práctica política marca el perfil intelec­ tual de C andido, quien desde entonces com bina una sólida carrera acadé­ m ica con una in tervención activa, p rim ero en el clandestino Frente de Resistência, y, una vez acabado el Estado Novo, en la fundación del Partido Socialista Brasileño. Es decir que al dedicarse principalm ente a la ense­ ñanza universitaria, su trayectoria debe ser enm arcada en el activism o cul­ tural (el periodism o) y político (el partidism o), en un desarrollo m uy equi­ librado (en ningún m om en to una activid ad su prim e o subordina a las otras) que se m antiene aun en los años ochenta, cuando contribuye acti­ vam ente a la creación del Partido de los Trabajadores ( p t ) y se convierte en un referente ineludible de la vida académ ica y cultural. Desde el punto de vista de la crítica propiam ente dicha, A ntonio C an ­ dido se destacó por el rigor y la lucidez con los que encaró la form ación

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LOS I N T E L E C T U A L E S OE LA L I T E R A T U R A

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de la literatura y la cultura nacionales. En 1945, cuando se presentó para ocupar la Cátedra de Literatura Brasileña de la U niversidad de San Pablo, lo hizo con su tesis O método crítico de Silvio Romero. A l exam inar la obra del historiador de la literatura pernam bucano, C and id o (1988: 9) define dos rasgos de sus escritos futuros: el interés p or los m étodos de la crítica literaria y el intento por com prender “ la form ación del espíritu crítico en B rasil”. La form ación se convierte en un concepto clave que p erm ite un análisis sistem ático de! pasado a la vez que capta la historicidad de los acontecim ientos sin despojarlos de su dinam ism o y de su capacidad de acum ulación , en un m ecanism o que, a p rin cip io s de los sesenta, llam a “ estructuración de las estructuras” (Candido, 1992:233). En el prólogo a su tesis, C and id o (19 8 8 :11) defiende el “ espíritu de especialización del tra­ bajo intelectual con nuestros m aestros de la Facultad de Filosofía, C ien­ cias y Letras de la U niversidad de San Pablo, orientados según los crite­ rios m ás fecund os de la ciencia m od ern a”. C o m o puede leerse en estas palabras, es temprana la definición de un lugar de enunciación en un entra­ m ado institucional que m ostrará una continuidad envidiable para cual­ q uier otro país latinoam erican o: C an d id o trabajó casi sin interrupción en la Universidad de San Pablo hasta el final de su carrera académ ica, y a fines de los años setenta llegó a ser profesor em érito de las universidades de San Pablo y de Assis. M ientras que en el caso de otros intelectuales de la literatura del continente la expulsión de las instituciones universitarias y el exilio otorgaron -p a ra d ó jica m e n te - una eficacia suplem entaria a su palabra crítica a la vez que una dram ática lim itación, para el caso brasi­ leño la continuidad institucional fue un asunto secundario (aunque los años sesenta hayan sido m ás dram áticos en el Brasil para profesores sin la dim ensión de Candido). El problem a, en este caso, es cóm o llevar la pala­ bra especializada fuera de los m uros de la facultad, cóm o tocar la esfera pública y participar en ella. No se trata solam ente de la m ilitancia política (continua e intensa en el caso de C and id o), sino de llegar al público desde el “ espíritu de especialización” que se defiende en el prólogo de la tesis. A veces son las m ism as situaciones históricas las que le dan cauce público a esa palabra, com o sucedió en 1957 com o consecuencia del castigo al que fue som etido el profesor João C ru z Costa p or el gobierno provincial de Jânio Q uadros que se articuló -c o m o sucedió p or los m ism os años en la A rgen tin a- con las luchas por la educación pública. Pero m ás allá de esas coyunturas, fue la producción sostenida de Candido y su solidez com o crí­ tico cultural las que cim entaron su autoridad. En 1956 publicó Ficção e confissäO y

sobre la narrativa de G raciliano R am os; en 1964, su tesis de socio­

logía Os parceiros do rio Bonitoysobre el trabajador rural paulista, y en 1965,

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Literatura e sociedade, su aporte teórico más im portante a una sociología de la literatura. Adem ás, contribuyó con num erosos libros de divulgación y de com pilación de artículos, algunos de ellos clásicos de la crítica, com o los ensayos sobre Oswald de A ndrade, Guim arães Rosa o Clarice Inspec­ tor. Pero fue con la redacción de los dos tom os de Formação da literatura brasileira en los años cincuenta que se erige en un intérprete privilegiado de los procesos literarios, históricos y culturales brasileños, y com ienza a ocupar una posición canónica que conserva desde entonces. Form ação da literatura brasileira es el libro m ás am bicioso y sistem á­ tico de Candido. Editado en dos volúmenes, el prim ero (term inado en 1957) se ocupa del p erío d o que va de 1750 a 1836, es decir, desde el n eoclasi­ cism o hasta la irrupción del rom anticism o, m ientras el segundo (term i­ nado poco después) se ocupa del lapso entre 1836 y 1880, com ienza con el ro m an ticism o y finaliza con la “ tom a de con cien cia” que representa M achado deA ssis cuando ya hay una “ literatura form ada”. La intervención de C andido consiste en utilizar, en vez del lenguaje orgánico usado por Sil­ vio R om ero, un lenguaje estructural (m ás en el sentido del funcionalism o inglés que en la acepción francesa) que m arcará los momentos decisivos de la historia del sistema literario brasileño hasta su conform ación. Según la tesis de Candido, la literatura brasileña se configura com o sistema (con su público, su conjunto de “ productores literarios” y su repertorio de estilos y temas) en el curso de los siglos x v m y x ix . “ Sistem a” y “ configuración” son los dos conceptos que articulan sociedad e historia, y determ inan la existencia de una literatura nacional, que sería el objetivo com ún de los m ovim ientos ilum inista y rom ántico. La configuración de este sistem a se relaciona tanto con características textuales (lengua, temas, imágenes) com o con los com ponentes del cam po literario (los “ productores m ás o m enos conscientes de su papel”, el público y un “ m ecanism o transm isor”, esto es, el “ lenguaje, traducido en estilos” ). C on la crítica rom ántica se cierra así un período de form ación en el que “ los brasileños tom aron conciencia de su existencia espiritual y social a través de la literatura” (Candido, 1981:369). Esta concepción, aunque “ llena de equívocos”, com o reconoce el m ism o C and id o (1975: 25) por la identificación que supone entre el crítico y su objeto, es la que le perm ite escribir “ una ‘historia de los brasileños en su deseo de tener una literatura’”, frase que toma del título de Julien Benda, Esquisse d yune histoire des Français dans leur volonté d ’étre une nation. Dos consecuencias im portantes, entre m uchas otras, se derivan de este libro. En prim er lugar, el rechazo de la crítica im presionista y la necesidad de un acercam iento sistem ático a la literatura que considere sociológica­ mente la im portancia de la obra, la form ación del público y la figura del

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autor (sin ab a n d o n a r los p en etran tes close readings aplicados a los textos

je los autores estu d ia d o s), tin seg u n d o lugar, al recuperar el m ovim iento arcádico c o m o una etapa d e la fo rm a ció n a la q u e después se agregaría la del rom an ticism o , C a n d id o (1975: 18) hace un a tran sform ación clave en lo que d en o m in a, en el p refa cio a la segu n d a ed ició n de 1962, “ vida nacio­ nal” R e iv in d ica , d e ese m o d o , en m o m e n to s en q u e la m od ern ización está tran sform an d o v e rtig in o sa m en te a la n ació n , u n m ovim ien to - e l arcá­ dico- que h a b ía sid o v isto p o r la c rítica c o m o alien ad o y espurio, y pro­ pone, p o r el c o n tra rio , q u e “ fu e a d m ira b le m e n te ajustado a la constitución de nuestra litera tu ra ” y q u e c o n tr ib u y ó a u n a v id a n acio n al abierta y diná­ mica (ibid.: 17). P arece e v id e n te q u e lo q u e le interesa reivindicar a C a n ­ dido es el p asad o ilu m in is ta y u n estilo, el n eo clá sico , co n el fin de postu­ lar una m o d e r n id a d m á s u n iv e r s a l y r a c io n a l y m e n o s im p lica d a en la ideología n a cio n a lista e h is to ric is ta d el ro m a n ticism o .

No escapó a algunos lectores, como Haroldo de Campos (1989), la organicidad y el esquema evolutivo en el que estaba implicado el proyecto de Candido, pero esta organicidad también puede verse como una necesidad de reafirmar tanto un pasado relativamente autónomo como un sistema que se configura sobre la base de los esfuerzos de publicistas y letrados. Escritor de estilo sobrio y elegante -neoclásico, podría decirse-, Candido legitima su autoridad como crítico moderno y define el talante de sus inter­ venciones dotadas de un saber específico pero no por eso limitado, a punto tal de poder entregar un trazado exhaustivo y monumental, en tiempos de cambios abruptos, de las formas de la vida nacional.

ÁNGEL RAMA Y A M É R IC A LATINA COM O PROBLEMA

En i960, Ángel Rama conoció personalmente en Montevideo a Antonio Candido, quien poco antes había publicado Formação da literatura brasi­ leira. La lectura de este libro dejó una huella indeleble en los trabajos de

Rama, como se com prueba en la incorporación de varios de sus rasgos metodológicos -la postulación de la literatura en tanto sistema, la efica­ cia de la sociología para leer textos literarios sin ejercer un determinismo empobrecedor y la necesidad de investigar la formación de las diferentes literaturas nacionales (rasgo que Rama aplicaría a escala continental)-. A la vez, como com prendió Rama en su contacto personal con Candido, una tarea de esas características sólo puede llevarse a cabo con una posi­ ción laboral sólida y una dedicación al estudio que parecía difícil de cum-

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TENDENCIAS Y DEBATES

plir en el Uruguay. De hecho» en la entrevista que le hizo a propósito de su visita (reproducida en Antelo, 2001:69 ), no deja de hacer constar la envidia que le produce la situación de su colega en “ su recoleto clim a de estudio” proporcionado por la universidad en la que trabaja. El encuentro con C an ­ dido, sostiene Pablo Rocca (2006: 241-265), saca a Ram a del diletantism o del periodismo y lo lleva - a través de los conceptos clave de sistema y m étodoa pensar la masa inform e de la literatura latinoam ericana a partir de coor­ denadas socioculturales generales que pueden llegar a constituir -m ediante la labor del crítico - un sistema hom ogéneo. Los com ienzos de la década del sesenta fueron m uy im portantes en la vida de Ángel Ram a porque el incipiente reconocim iento que logró fuera del U ruguay hizo posible, com o sucedió con intelectuales de otros países, la continentalización de su figura pública. En 1962, p or ejem plo, funda junto con José Pedro D íaz y su herm ano G erm án la im portante editorial A rca y realiza viajes académ icos a B u en o s A ires y a La H abana, donde preside el coloquio “ La literatura latinoam ericana y las ideologías revolu­ cionarias”. Ante el fenóm eno de la continentalización de la crítica, Ram a contaba con una preparación envidiable, producto del extenso trabajo de m od ernización cu ltural y educativa que se había p rod u cid o en el U ru ­ guay (y del m agisterio de Carlos Q uijano con su revista M archa). Esta situa­ ción había dado lugar a la aparición de un grupo de escritores e intelec­ tuales con suficiente p rotagonism o e independencia com o para alentar proyectos culturales a largo plazo y revisar críticam ente aspectos sociales y políticos de esa m odernización. Fue el propio Ram a quien denom inó a ese grupo “generación crítica”, al analizar el desem peño de las diferentes cam adas (en realid ad m ás de una gen eración ) que form an la vigorosa ciudad letrada uruguaya desde sus com ienzos (la crisis política de 1938 y el nacim iento de la revista M archa al año siguiente) hasta la situación revo­ lucionaria que se presentó en 1969 (Ram a, 1972a). Sin em bargo, una pers­ pectiva actual perm ite extender la actuación de esa generación crítica hasta 1973, cuando el golpe de Estado echa por tierra sus aspiraciones y comienza una era de represión y exilio m arcada por un hecho de gran carga sim bó­ lica: en 1974, se clausura el sem anario M archa que, para ese m om ento, lle­ vaba m ás de treinta años de existencia. Sea com o lector o com o colabora­ dor, com enta R am a, “ m i relación con el sem anario uruguayo M archa es tan larga com o toda su existencia y ésta tan larga com o una vida hum ana com pleta” (citado en Blixen y Barros-Lem ez, 19 8 6 :11). Ram a sólo tenía 13 años cuando salió el prim er núm ero, lo que sin em bargo no fue un im pe­ dim ento para com prarlo y leerlo. Desde entonces, la vida del crítico uru­ guayo tran scurrirá entre la intensa vida cultural m ontevideana (donde

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estudia teatro, hace periodismo, integra organizaciones culturales y polí­ ticas, ejerce la docencia, trabaja en bibliotecas) y una formación académica que se hizo de modo más bien heterodoxo. Aunque tomó cursos en la Facul­ tad de Humanidades y Ciencias, buena parte de su tiempo profesional estuvo dedicado a la enseñanza secundaria (Rama enseñó en el Liceo Fran­ ks entre 1952 y 1961, y en otros liceos entre 1952 y 1966); mientras daba clases, también era empleado en la Biblioteca Nacional, cargo que aban­ donaría en 1965 (ibid.: “Cronología” ). El abultado trabajo institucional no impidió que Rama siguiera siendo una figura activa en el campo inte­ lectual, lo que se intensificó a partir de 1959, cuando se hizo cargo de la Sec­ ción Literaria de Marcha, justo en vísperas de la Revolución Cubana y, como consecuencia, de la latinoamericanización del debate político cultural en el que el semanario cumpliría un rol destacado. Aunque Rama (1972a: 59) reconoce la importancia de la universidad en su trayectoria y destaca el papel que ella desempeñó en la profesionalización de los cientistas socia­ les durante los años cincuenta -con la Facultad de Humanidades (espe­ cialmente Psicología), el Instituto de Sociología y el Instituto de Econo­ mía-, la institución nunca llegó a cumplir el papel unificador (profesional, laboral, intelectual, político) que tuvo en su par brasileño. Más bien, Rama forma parte de ese tipo de intelectuales latinoamericanos que tienen su sustento económico fragmentado y que deben utilizar ingresos de distinto origen para poder costear una actividad que difícilmente logra sostenerse con recursos genuinos. Es sólo en 1966 que consigue un cargo en el Depar­ tamento de Literatura Latinoamericana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo, que se efectivizaría en 1969. Esa estabilidad, sin embargo, no duró mucho, ya que con el golpe de Estado de 1973 Rama no puede retornar al Uruguay. Comienza entonces un recorrido diaspórico en el que, de algún modo, capitaliza la dimensión latinoamericana de su figura: después de no ser aceptado en México ni en Colombia, se radica en Venezuela, donde en 1974 funda la colección Ayacucho que edita a los clásicos latinoamericanos; en 1977, año en el que le conceden la nacionali­ dad venezolana, comienzan sus frecuentes viajes como profesor invitado a diversas universidades norteamericanas (Stanford, Maryland, Princeton), que terminan en un conflicto con las autoridades migratorias, que le nie­ gan la visa y lo obligan a abandonar los Estados Unidos en 1983. Aunque en 1970 Rama era un crítico reconocido, hasta entonces no había Publicado libros propios. Desde ese año comienzan a publicarse compila­ ciones de los artículos que había escrito anteriormente, lo que muestra la calidad y la variedad de sus escritos de circunstancia. Todos los artículos Se reorganizan, entonces, en libros de conjunto: D iez problemas para el

narrador latinoamericano y La generación crítica, en 1972; Los gauchipolíticos rioplatenses y Los dictadores latinoamericanos, en 1976; Transculturación narrativa en América Latina y La novela latinoamericana. Panoramas 1920-1980, en 1982, y los editados postumamente en 1984, un año después

de su muerte acaecida en un accidente de avión: Literatura y clase social, tres volúmenes sobre escritores venezolanos —Salvador Garmendia, Rufino Blanco Fombona y José Antonio Ramos Sucre- que revelan su integración a la cultura del país en el que vivió más de cinco años, y La ciudad letrada, que surge de una conferencia dictada en la Universidad de Harvard en 1980. Además de innumerables artículos inéditos, Rama también dejó un libro inconcluso, Las máscaras democráticas del modernismo. Parece difícil deter­ minar el rumbo que hubiera tomado su pensamiento, aunque en esta obra, si bien continúa con la lectura comprensiva del movimiento encabezado por Rubén Darío, anuncia nuevas orientaciones en su pensamiento por la fuerte reflexión sobre las relaciones entre democracia y arte y por la insis­ tente referencia a Nietzsche, que lo lleva a percibir dinámicamente las estra­ tegias de los disfraces modernistas y a no interpretarlos meramente como el escapismo de una clase impotente. De todos modos, el hecho de que casi todos sus libros se originen en artículos deja ver que la intervención intelectual en Rama estaba vincu­ lada, antes que con la forma cerrada y más autónom a del libro, con los géneros de circunstancia: ensayos en revistas (principalmente Marcha), docencia en universidades y participación en congresos y en instituciones culturales como Casa de las Américas. En medio de esa dispersión profesional, Rama logra articular tres líneas muy claras de pensamiento que mostrarán, una vez que los ensayos se organicen en libros, una extraordinaria coherencia. En primer lugar, su perspectiva latinoamericana, que no es meramente una petición de prin­ cipio sino la creencia de que existía una problemática común que debían enfrentar ensayistas, narradores y poetas. “ Diez problemas para el nove­ lista latinoamericano”, escrito en 1966, muestra ya desde el título cómo concibe Rama la existencia de un espacio compartido que exige respues­ tas razonadas y debatidas. En segundo lugar, el concepto de “clase”, que elabora históricamente en la literatura gauchesca pero que proyecta hacia la actualidad cuando sostiene que no puede pensarse la literatura sin con­ siderar las estructuras de dominación. Esta mirada sociológica, y en cierto modo impiadosa si se la contrapone con el entusiasmo celebratorio de buena parte de la crítica literaria de entonces, la empleará también con­ sigo mismo, lo que lo llevará, en los años setenta, a cuestionar la tradición de izquierda intelectual ilustrada de la que también él había emergido.

finalmente, la combinación de la exigencia sociológica (literatura y clase social) con una sensibilidad de lectura que no acude a los textos para apli­ carles categorías exteriores de raigambre sociológica sino para extraer o definir su arsenal conceptual, como se ve en los conceptos de “técnicas” (para los narradores del boom), “canto” (para el caso de la poesía de Rubén Darío) o “transculturación” (concepto tomado de Fernando Ortiz pero sostenido e inspirado por las narrativas de José María Arguedas, João Gui­ marães Rosa y Gabriel García Márquez, entre otros). El uso heterodoxo que hace Rama del saber sociológico se observa claramente en sus textos sobre Rubén Darío, poeta que hasta ese momento había sido leído desde la perspectiva inmanente de la estilística o desde el rechazo de los críti­ cos que propugnaban una literatura comprometida, nacionalista o concientizadora. Con sus trabajos, Rama m odifica por completo el m odo de leer a Darío, ya que encuentra en sus poemas una respuesta dinámica, imaginativa y no exenta de dramaticidad a los problemas de la m oderni­ dad. Así, Rama rechaza el expediente fácil de la condena exterior para imponerle a la crítica la ardua tarea de construir soluciones a los proble­ mas artísticos y culturales, en diálogo con el entramado textual y tratando de comprender la naturaleza de las estrategias poéticas o narrativas. Esta comprensión, por supuesto, no significaba complacencia, y a medida que avanzaba en su trabajo Rama no dejaba de preguntarse sobre cuáles eran las implicaciones de la literatura con el poder. Este cuestionamiento lo llevará, poco a poco, a interrogarse sobre su propia posición y sobre el campo mismo de la literatura, hasta llegar a La ciudad letrada , escrito que impugna muchos de los mitos de la izquierda intelectual de la que él for­ maba parte. Durante los años sesenta y una vez establecida la idea de que la literatura constituía un sistema de relativa autonomía, con característi­ cas nacionales propias y que ofrecía claves para la lectura de la sociedad, Rama comienza un giro en el que la constelación que forman la literatura nacional y los problemas modernos de la técnica literaria deja paso a los vínculos conflictivos entre escritura, cultura y poder. La pregunta sobre las relaciones entre literatura y poder aparece tam­ bién, aunque más sobriamente, en algunos trabajos de Antonio Candido, y lleva a ambos a plantearse la posibilidad de construir relatos alternati­ vos a los de la formación nacional y a darle consistencia a lo que Antonio Gramsci -p o r entonces muy leído por Rama- denominó “historia disgre­ gada y episódica de los grupos sociales subalternos” (véase Gramsci, 1992: 493). Esta situación, que tiene lugar a fines de la década del sesenta, con­ figura lo que podríamos denominar construcción de linajes alternativos. Sobre la viabilidad de esta construcción crítica, ambos redactaron una serie

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de ensayos sem inales para la cultura latin oam erican a: de Á ngel R am a, Transculturación narrativa en Am érica LatinayLa ciudad letrada y los ensa­ yos de Clase y literatura socialy escritos entre 1969 y 1982; de A ntonio C an ­ dido, “ Literatura y subdesarrollo”, publicado por prim era vez en francés en 1970 (e incluido después en castellano en Am érica latina en su literatura y en portugués en la revista Argumento) y “ Dialética da m alandragem ”, publi­ cado en 1970 en la Revista do Instituto de Estudos Brasileiros de la usp y traducido al castellano en 1977 com o prólogo a la edición de la Biblioteca A yacucho de la novela M em órias de um sargento de milicias.

l in a je s a l t e r n a t iv o s

La latinoam ericanización y la consiguiente politización de la palabra de los intelectuales de la literatura se debe, com o vim o s anteriorm ente, al im pacto de la R evolución Cubana y a la conform ación de un cam po dis­ cursivo que cam biaría la dem anda m odernizadora por la revolucionaria. Es decir, que un consolidado grupo de escritores e intelectuales estaba en una posición ventajosa para apoyar o alentar la radicalización política de las diferentes sociedades del contin ente. Fueron los intelectu ales de la literatura de orientación sociológica los más proclives a sum arse a causas políticas tout courty pero en los años sesenta la politización fue tan gene­ ralizada que aun los críticos m ás inclinados a la lectura textual se vieron im pulsados a reforzar la politicidad de sus prácticas y a definirse en rela­ ción con el ideologem a de debate del m om ento: la revolución. La com pi­ lación de ensayos A m érica Latina en su literatura p o r C ésar Fernández M oreno en 1972, es un buen ejem plo de esta radicalización. Si la Revolución Cubana señala un hito en la latinoam ericanización de la palabra crítica, la crisis de fines de la década del sesenta planteó una nueva situación, a la que tanto Ángel Ram a com o A ntonio C andido res­ pondieron con un cam bio en sus posturas y hasta en sus perspectivas m eto­ dológicas, a tal punto que 1969 puede considerarse com o un año clave o, en la descripción que hace Ram a (1972a: 218), “ explosivo”. Lo que am bos se proponen es responder al interrogante de si resulta teóricam ente p osi­ ble construir, frente a las form aciones literarias vinculadas con el poder y con los sectores dom inantes, un linaje alternativo y subalterno. La relectura im plícita de su propia obra que hace Candido en “ Litera­ tura y subdesarrollo” y en “ D ialética da m alandragem ” transform a la For­ mação en el relato de la historia literaria de la clase dom inante; esto es, que

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el proceso de form ación de una literatura es concom itante al del Estado nacional y de sus gru pos dirigentes. C o m o alternativa a este proceso, el crítico brasileño se ocupa, en “ D ialética da m alandragem ”, de una trad i­ ción n arrativa de p icaros p rop iam en te brasileñ a a la que d en om ina “ rom ance m alandro”, al considerar com o eje M em órias de um sargento de m ilicias de M anuel A ntonio de Alm eida, texto que Ram a tam bién valora en Losgauchipoltticos rioplatenses por su anacronism o intencional y su rea­ lism o p o p u lar (C an d id o , 1993: 25; R am a, 1976: 24-25). A p artir de esta novela, C and id o establece un linaje burlesco y satírico que llega hasta los vanguardistas O sw ald y M ário de A n d rad e, y que se caracteriza p or ser resistente a las “ racionalizaciones ideológicas reinantes” de la m od ern i­ zación cosm opolita y del m oralism o decim onónico de la norm a burguesa. El libro de M anuel A ntonio, concluye, es “ el único en nuestra literatura del siglo x ix que no expresa una visión de la clase dom inante” (C andido, 1993: 51). Antes que el deseo de tener una literatura nacional que se lee en la For­ mação im porta aquí el deseo de poder construir linajes alternativos res­ catando y privilegiando lo episódico y lacunar. ¿Será tam bién que el entu­ siasm o m odernizador que podía observarse en clave en su libro de 1957 dejó paso al desencanto de fines de la década del sesenta, cuando la dic­ tadura m ilitar se endurecía y suprim ía todo indicio de cam bio? Roberto Schwarz (19 8 7:154 ), en el ensayo que escribió sobre “ D ialética da m alan­ dragem ”, parece responder afirm ativam ente al decir que “ la reivindicación de la dialéctica del m alandraje contra el espíritu del capitalism o tal vez sea una respuesta a la brutal m odernización” que llevaba adelante la dictadura m ilitar brasileña. A esta inscripción del presente político brasileño en un texto que habla sobre una novela del siglo x ix hay que agregarle otro fac­ tor no m enos im p o rtan te: la a p a rició n de A m érica L atin a com o c o n ­ cepto de unidad o com paración, que desplaza la referencia europea, sobre todo francesa, que había sido dom inante en el trabajo de C and id o y, salvo excepciones, en toda la crítica brasileña. Hasta fines de los años sesenta, C and id o no había escrito textos críticos sobre literatura latinoam ericana y su con o cim ien to de las diversas literaturas continentales estaba lejos del que tenían Ángel Ram a o E m ir Rodríguez M onegal. Sin em bargo, no es casual que el m ism o año en que publica “ D ialética da m alandragem ” C an d id o redacte “ L iteratu ra y su b d esarro llo ”, texto en el que señala la im portancia de no entender el regionalism o com o un atraso o un obstá­ culo e indica la necesidad de pluralizar la concepción evolucionista de la form ación literaria. A unque C andido jam ás alcanza la radicalidad de las posiciones de Ram a (y la idea de “ vidas paralelas” entre am bos es m ás p ro­ ducto de una sim plificación y un m alentendido que algo dem ostrable con

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hechos) es en estos dos textos donde llega m ás lejos en el autocuestionamiento de los argum entos que había sostenido hasta el m om ento. A pro­ pósito, entonces, de la cuestión regional, redacta una serie de textos dedi­ cados a insertar la literatura brasileña, sobre todo a João G uim arães Rosa, en el entram ado de la literatura latinoam ericana. La introducción a R a í­ zes do Brasil (1969), de Sérgio Buarque de H ollanda, “ El papel de Brasil en la nueva narrativa”, de 1979,“ Os brasileiros e a nossa A m erica”, de 1989, y “ Literatura, espelho da Am erica?”, de 1995, son algunos de los escritos que ubican el pensam iento de C and id o dentro de un enfoque continental. C o n un título propuesto p or Ángel Ram a en las reuniones preparato­ rias que convocó la U nesco en 1967 para la realización de Am érica Latina en su literaluray“ Literatura y subdesarrollo” plantea la necesidad de cons­ truir un tiem po h istórico-literario alternativo al evolucionism o m od er­ nista, a la vez que opera una inversión del lugar jerárquico que el cosm o­ p olitism o tiene sobre el regionalism o. Se trata, a fines de la década, de revisar la m odernidad latinoam ericana una vez que los esquem as de lec­ tura propuestos por el desarrollism o y la teoría de la dependencia resul­ tan insuficientes. En el m om ento de redacción del ensayo, el concepto de subdesarrollo había ad qu irid o, según Roberto Schw arz (1995: 4 1), “ una representatividad contem poránea inédita”, com o lo dem uestran los títulos de im portantes estudios: “ Vanguarda e subdesenvolvim ento” (1969), de Ferreira G u llar,“ Subdesenvolvim ento e estrutura cinem atográfica” (1969), de G lauber Rocha, y “ Cinem a: trajetória no subdesenvolvim ento” (1973), de Paulo Em ilio Sales Gom es, editado en el prim er núm ero de la revista A rgu­ mento donde, adem ás de “ Literatura y subdesarrollo”, tam bién se publicó “ O mito do desenvolvim ento e o futuro do terceiro m undo”, de Celso Fur­ tado. Sin em bargo, en C andido la nota peculiar está dada por la resuelta defensa de la “ persistencia del regionalism o en sucesivas m odalidades”, no com o signo del atraso sino com o la capacidad de cierta literatura, particu­ larm ente en un escritor com o Guim arães Rosa, de universalizar la región al crear lo que el autor den om ina “ su perregion alism o” (C and id o, 1995: 113). De esta m anera, C and id o se acerca al G u im arães Rosa etnográfico que prom ovía Rama por sobre el cosm opolita que sostenían críticos com o Em ir Rodríguez M onegal. En este m ovim iento radica una de las ideas m ás originales del texto de C andido (y m ás aun si la pensam os en su contexto histórico): la de que el superregionalism o constituye un cam ino más genuino hacia el universa­ lismo que el cosm opolitism o. En el superregionalism o el elemento evolu­ tivo no se suprim e - y a que se trata, com o lo indica el m ism o concepto, de una superación del regionalism o-, pero sí se cuestionan los nexos estable-

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cjdos entre vanguardia, modernidad y cosmopolitismo. El reconocimiento y la reintegración del atraso en una dimensión cultural y artística nueva y original no significa recluirse en la particularidad ni, mucho menos, caer en un nacionalismo regresivo. En Candido, la resistencia al cosmopolitismo es mucho menor a la que tiene frente al nacionalismo populista entonces en auge. Autores como Guimarães Rosa (o los otros que menciona: Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa) permiten entender el superregionalismo fuera de toda clave triunfalista, defensiva o condenatoria, como “la conciencia dilacerada del subdesarro11o” (Candido, 1972). Por el camino de Am érica Latina, entonces, Candido no sólo revisa la formación de la literatura brasileña sino además el hete­ róclito conglomerado de la modernidad. También a fines de los años sesenta, Ángel Rama cuestiona la narrativa del boom (formación dominante de esos años), a la que había defendido antes por su capacidad para m odernizar las técnicas narrativas. En una entrevista realizada en esos años declara que “el boom establece expresa­ mente -dice entonces- un recorte em pobrecedor de nuestras letras que deforma y traiciona” y, en 1979, organiza en Washington la conferencia “ The rise of the Latin American novel” donde presenta una ponencia cuyo título lo dice todo: “Informe logístico (anti-boom ) sobre las armas, las estrate­ gias y el campo de batalla de la nueva narrativa hispanoamericana” (Rama, 1984). A la vez que somete al boom a una crítica implacable, Rama propone, también a fines de los sesenta, la categoría de “testim onio” para el premio Casa de las Américas y escribe su prim er ensayo sobre José M aría A rgue­ das. Tal vez aún no era evidente para el crítico uruguayo que la construc­ ción de un linaje alternativo (testimonio en vez de narrativa culta, etno­ grafía arguediana en vez de cosmopolitismo cortazariano) exigía un arsenal conceptual también alternativo. Un importante artículo de 1973, “ Las dos vanguardias latinoamericanas”, plantea que hay una vanguardia alterna­ tiva, pero al mantener el concepto de vanguardia todo un andamiaje evo­ lutivo y cosmopolita afecta a la propuesta teórica com o si lo subalterno sólo pudiera ser com prendido con categorías ideadas para movimientos urbanos (Rama, 1996). Ya al año siguiente, Rama abandona ese concepto para proponer el de transculturación , que toma del antropólogo cubano Fernando O rtiz y que por su novedad en el campo de la crítica literaria permite una plasticidad mucho mayor, además de connotar una serie de elementos (la mirada etnográfica, su comprensión plural de la m oderni­ dad, la inclusión de la otredad) sobre los que construirá sus métodos. El concepto de “ transculturación” se opone al de “aculturación” (la idea de que hay una pérdida absoluta de la cultura anterior) y también -p o r su

capacidad para abrirse a lo híbrido- al demasiado unilateral de “depen­ d en ciaco n el cual parece entablar una polémica tácita. En este contexto de búsqueda de linajes alternativos y de rechazo de las formaciones dominantes hay que entender no sólo Transculturación narra­ tiva sino también los ensayos sobre Ariano Suassuna y su teatro popular y nacional, sobre Rodolfo Walsh y sus “novelas policiales del pobre”, sobre Mariano Azuela y la crítica de los intelectuales en la Revolución Mexi­ cana y sobre la literatura gauchipolítica popular y oral, que reunió en Literatura y clase social (1983).

La publicación de Transculturación narrativa en América Latina supone un movimiento complejo porque Rama debe abandonar algunas litera­ turas nacionales (entre ellas la uruguaya) para dirigirse a esas sociedades en las que una nutrida población indígena plantea la pervivencia de for­ maciones en conflicto, tanto desde el punto de vista de la cultura como de la lengua (en su ensayo sobre Walsh, para hablar de la cultura rioplatense Rama recurre al concepto de Darcy Ribeiro de “sociedades tras­ plantadas” ). De todos modos, los breves apuntes que redacta sobre las narrativas de Guimarães Rosa y de García Márquez como escritores menos deudores, contra lo que suele creerse, de Joyce o de Faulkner que de la expe­ riencia etnográfica, permiten delinear una serie de matices que tornan a la transculturación en un concepto más dúctil que lo que sus aplicaciones posteriores hacen creer. El cuestionamiento al que somete al cosmopoli­ tismo en Transculturación permite inferir que su última obra, La ciudad letrada, ofrece su reverso y un complemento. Porque si en el libro sobre

Arguedas se ocupa de la construcción de un linaje alternativo, con su último escrito se impone nada menos que la desmesurada tarea de poner en tela de juicio las diferentes formaciones dominantes en un tratado de poco más de cien páginas y que promete abarcar, en su inicio, desde la destruc­ ción de Tenochtitlán por Hernán Cortés hasta la construcción de Brasilia. Rama, que hasta entonces había actuado siempre como un zorro de arriba y de abajo, procede en este libro como un erizo, a partir de una idea senci­ lla y contundente: en América Latina la escritura así como quienes la deten­ tan están vinculados al poder. El párrafo inicial de La ciudad letrada expone con contundencia este principio: Desde la rem od elación de T en o ch titlán , lu ego de su d estru cción por Hernán Cortés, hasta la in au gu ración en i960 del m ás fabuloso sueño de urbe de que han sido capaces los am erica n o s, la Brasilia de Lucio Costa y O scar N iem eyer, la ciu d ad latin o am erican a ha venido siendo básicamente un parto de la inteligencia, pues q u ed ó inscripta en un ciclo

de la cultura universal en que la ciudad pasó a ser el sueño de un orden y encontró en las tierras del Nuevo Continente, el único sitio propicio para encarnar (1995:12). Pese a la promesa inicial de abarcar más de cuatrocientos años de histo­ ria, el libro se detiene abruptamente a principios del siglo x x con la Revo­ lución Mexicana y con el ascenso de Batlle y Ordóñez por segunda vez al

poder en el Uruguay. Esta interrupción es sorprendente, entre otras cosas, porque sugiere que el siglo x x no significó un cambio de paradigma que exigirla el reemplazo de la expresión “ciudad letrada” por otra (obstina­ damente letrado, además, Rama sostiene este concepto a lo largo del si­ glo xx y apenas consigna los nuevos fenóm enos de transmisión como la radio, la propaganda o el cine). La ciudad letrada es un texto am argo contra uno de los mitos de la

izquierda latinoamericana (la actividad civilizadora en manos de los letra­ dos) y parece deslizarse por mom entos hacia un insólito arrebato antiintelectualista, lo que queda de relieve sobre todo en el m odo en que el libro termina con las dos célebres frases de la novela Los de abajo, de Mariano Azuela: “ ¡qué bien habla el curro!” y “por los curros se ha perdido el fruto de las revoluciones”. Resurge en este final el tópico de la traición de los inte­ lectuales. El cierre de La ciudad letrada con el episodio de la Revolución Mexicana parece proyectar implícitamente sus características sobre el resto del siglo y omitir tanto la experiencia de la Revolución Cubana como el traumático exilio de los letrados que se estaba produciendo en las mis­ mas fechas en las que él redactaba sus páginas. ¿Cuáles son las nuevas condiciones de la ciudad letrada con las dictaduras militares y el exilio? ¿Llegaron a cambiar los sectores radicalizados de izquierda sus privile­ gios y su forma? ¿Hay un elogio o una constatación melancólica en la persistencia del “cesarismo dem ocrático” que proyecta desde principios de siglo xx hasta el sandinismo nicaragüense, pasando por caudillos tan diferentes entre sí como Juan D om ingo Perón, Rómulo Gallegos, Fidel Castro y Salvador Allende (ibid.: 104)? Com o Rama concluye sus análisis antes de llegar a los tiempos en los que podrían presentarse estos interro­ gantes, para responderlos es necesario acudir a los ensayos de Literatura y clase social, sobre todo el ya mencionado “ Norberto Fuentes: El narrador en la tormenta revolucionaria”, donde parece acoger con beneplácito, aun­ que con reservas, la idea guevarista del pecado de los intelectuales (Rama, 1983: 238). Pero si Rama mantiene esas reservas, si jamás llega a un antiintelectualismo extremo, es tanto por su propia trayectoria (La ciudad letrada es una autocrítica) como por la creencia de que, aunque negada o cues-

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tionada, la letra y la literatura siguen siendo, por su tenor crítico, los ám bi­ tos privilegiados para estudiar la fisiología del poder.

i n t f . l f .c t u a i . e s d f . l a l i t e r a t u r a e n i . o s c o n f i n e s :

EL CASO DE A N T O N IO C O R N EJO PO LA R

Entre los críticos literarios, el peruano A nton io C o rn ejo Polar se consti­ tuye p or varios m otivos en un caso relevante. En p rim er lugar, porque al especializarse en el área andina y en la narrativa de José M aría A rguedas continuará y redefinirá la transculturación, y llevará hasta el lím ite el cuestionam iento de la literatura com o práctica liberadora y de la literatura nacional com o concepto integrador. En segundo lugar, porque sus fu er­ tes vínculos con la academ ia norteam ericana harán de él un ensayista que percibió con m ucha p ersp icacia la d iáspo ra de los in telectuales en los noventa (sea p or razones laborales o políticas) y el problem a de la doble pertenencia, que consiste en la necesidad de los intelectuales de la litera­ tura, a diferencia de lo que sucede en otras d isciplinas, de sostener una p osición que responda tanto a las dem andas de la academ ia norteam eri­ cana com o a debates locales. La Revista de Crítica Literaria Latinoam eri­ cana que fundó en 1973 en Lim a y que auspició la U niversidad de San M ar­ cos traza, en este sen tid o , una p aráb o la ejem p lar, p o rq u e sólo logra regularidad a partir del n úm ero 25, cuando le da cobijo la U niversidad de Pittsburgh. Profesor en el Perú y en varias universidades norteam eri­ canas, la condición de m igrante que resaltó en A rguedas y en sus perso­ najes se aplica tam bién a él m ism o. C on una trayectoria vinculada fu er­ tem ente a la docencia y a la investigación universitaria, C ornejo Polar - a diferencia de Ram a y de C a n d id o - apenas transita por los ám bitos p erio­ dísticos y constituye, p or así decirlo, un tipo más autónom o de intelec­ tual académ ico. La influencia de los trabajos de Ángel Ram a y de A ntonio C andido en C o rn e jo Polar es eviden te, pero con una serie de desplazam ientos que nos ponen en presencia de un profundo cam bio epocal y m etodológico. Sin duda, los estudios de C ornejo Polar sobre Arguedas -m á s allá de la pre­ sencia insoslayable de José Carlos M ariátegu i- no hubiesen sido posibles sin la senda abierta por el libro sobre transculturación del crítico uruguayo, concepto con el que discute y dialoga el de heterogeneidad mediante el cual C ornejo Polar se propone revelar la pluralidad, la beligerancia y hasta las “ abisales diferencias que coexisten y se solapan inclusive dentro de los espa-

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cios nacionales” (Cornejo Polar, 2003: 6). A su vez, el otro concepto clave de Cornejo Polar (“totalidad contradictoria” ) parece estar dialogando con los trabajos de Candido, deuda explicitada en el epígrafe con un texto del autor de la Formação que encabeza Escribir en el aire: “Por esto, quien quiera ver en profundidad, tiene que aceptar lo contradictorio” Cornejo Polar, como Rama y como Candido, insistió en la importancia de la región y de las culturas no urbanas, al colocar de todos modos un énfasis mayor en el multilingüismo y en las situaciones de diglosia. Siempre atento a los co­ mienzos, Cornejo Polar también escribió un libro sobre la formación de la literatura nacional, La formación de la tradición literaria en el Perú, de 1989, aunque con un impulso desmitificador que faltaba en la Formação, toda­ vía deudora del entusiasmo desarrollista. En la “Introducción” al que es considerado su libro más importante, Escri­ bir en el aire, Antonio Cornejo Polar (2003: 6) habla del fracaso del “gran

proyecto epistemológico de los setenta”, que se proponía crear una teoría literaria latinoamericana. “ ¿Realmente podemos hablar de un sujeto latino­

americano y totalizador?”, se pregunta, y responde negativamente para dar paso a un sujeto diferente, que no puede reducirse a una entidad uniforme y que no admite nominaciones unívocas (ibid.: 14). Mediante esta redefi­ nición del sujeto social, lo que hace -sin dejar de considerarse a sí mismo un latinoamericanista- es poner reparos a la existencia misma de una “lite­ ratura latinoamericana”, sea por el carácter institucional del primer término como por lo homogeneizador del segundo. De hecho, si bien la primera for­ mulación de la heterogeneidad lleva el atributo de literaria, a medida que avance en sus investigaciones insistirá en ésta como concepto cultural. Así, retoma la necesidad política y teórica de un linaje alternativo, pero a dife­ rencia de Rama, que colocaba sus interpretaciones en el horizonte de la inte­ gración, Cornejo Polar subraya las escisiones y las divergencias. Opone así al

mestizo, como figura mediadora privilegiada de la transculturación narra­ tiva, el sujeto migrante en tanto “sujeto disgregado, difuso y heterogéneo” (Cornejo Polar, 1995:104), y al sincretismo como móvil estructural, la hete­ rogeneidad irreductible y abierta (de ahí que hable de “ heterogeneidad no dialéctica” ). Las consecuencias de este giro de perspectiva implican un cam­ bio en el concepto de identidad, que ya no es considerada “en su habitual y desdichado nicho metafísico”, sino como “posiciones de enunciación” en una “red articulatoria multicultural” (ibid., 108 y 102). La heterogeneidad fondona en varios niveles: como oposición al aspecto conciliador y dom i­ nante de la literatura nacional, como intento de comprensión de las cultu­ ras otras y como apertura a una noción de modernidad plural, multitemporal y contradictoria (Schmidt-Welle, 2002:15).

El estatuto del crítico literario aparece, en esta perspectiva antiinstitu­ cional, como dilacerante, situación que Cornejo Polar (2003:202) ejempli­ fica con la historia del rey Midas: “todo lo que tocamos se convierte’ no en oro sino en literatura”. Se trata, entonces, de cuestionar la crítica litera­ ria como subsidiaria de cierta pulsión dominante, porque aunque integra­ dora, suprime la heterogeneidad. A través de la narrativa de José María Arguedas, sin duda el literato que más atención concitó en la academia norteamericana durante los noventa, Cornejo inicia un viaje hacia los lími­ tes mismos de la literatura, como si en sus bordes o en su afuera pudiera residir un impulso cultural y político liberador contra los poderes del “rey Midas”. Si bien las heterogeneidades pueden ser leídas en varios planos (terri­ torial, étnico, rural-urbano, institucional, etc.), el ám bito privilegiado por sus enfoques es el de la lengua, tanto en las situaciones de diglosia como en la situación de tensión entre la escritura (vinculada a la Conquista y al poder) y la oralidad (marca de los grupos subalternos). En el postulado que da título a su libro, “escribir en el aire”, Cornejo encuentra que cier­ tos escritores como Arguedas o César Vallejo logran una “transmutación mítica”, una “utopía del lenguaje total”, en el que se unen escritura y ora­ lidad, escritor y héroe popular (ibid., 222-224). Para mostrar esta perma­ nencia exitosa de lo oral en la escritura, Cornejo Polar utiliza el poema 111 de España, aparta de m í este cáliz , de César Vallejo, aunque para su argu­ mentación, como señaló William Rowe (2006:85), deba separar demasiado al poeta de la tradición poética de vanguardia, así com o sostener una idea por momentos demoníaca de la escritura (en este punto, Cornejo conti­ núa las críticas que Rama le había hecho a Derrida por equiparar orali­ dad con logocentrismo, cuando en América Latina, según ambos, se había producido lo opuesto) (Cornejo Polar, 2003: 215; Rama, 1995: 58). En su último texto “ Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas. Apuntes” (1997), que muchos han considerado su legado (Cornejo Polar lo escribió cuando sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida), y que fue leído in absentia en la reunión de la Latin American Studies Associa­ tion

(l a s a )

de 1997 en Guadalajara, Cornejo señala la necesidad de deba­

tir la doble pertenencia y el estatuto del latinoamericanismo en el nuevo contexto global. Con su estilo vivaz, el peruano se refiere a los conceptos de mestizaje, transculturación, hibridez y heterogeneidad como el “mare­ ante embrujo de las metáforas” ¿Designan estos conceptos algo real o son sólo nuevos modos aproximados y legitimados que utiliza el crítico para acercarse a lo que le es opaco y diferente? No es difícil advertir cómo todas estas metáforas, si bien ni significan ni aluden a lo mismo, tienden a pías-

mar una percepción de la modernidad latinoamericana que se consolida en los años ochenta como superposición estratificada de prácticas cultu­ r e s dispersas con tiempos heterogéneos. Sea con un acento cultural, étnico, literario o social, esta situación puede verse com o el efecto de la finaliza­ ción de un cierto modo de entender la modernidad y las diversas dificul­ tades reales con las que la m odernización se fue encontrando a lo largo de la segunda mitad del siglo xx. En este sentido, se traza una parábola una parábola desde las esperanzas universalistas depositadas en el cambio y en el protagonismo de los intelectuales en los años sesenta, hasta la cons­ tatación de que las contradicciones culturales y sociales eran de una gran persistencia y muy difíciles de superar y de que, por lo tanto, era necesa­ rio construir una teoría que diese cuenta de lo heterogéneo cultural. Tal vez los sucintos pero densos editoriales del primer número de dos impor­ tantes revistas de la izquierda ilustrada brasileña dan una dimensión del lugar que la contradicción tuvo en el trabajo crítico y cómo se transformó a lo largo del período estudiado. En el número inaugural de Revista Civi­ lização Brasileira, de marzo de 1965, se lee:

El pueblo brasileño está ahora delante de un gran y serio desafío: ¿será capaz de, superando fallas y contradicciones, superar también las fuer­ zas que se oponen al desarrollo del País, en una línea democrática inde­ pendiente? [...]. Creem os que sí. Creem os también que la tarea, en esta época, corresponderá principalmente a los intelectuales. Y casi diez años después, el primer número de Argumento (revista que Anto­ nio Candido cofundó en 1973 y que la dictadura militar clausuró después del cuarto número) se presenta con un texto que contiene estas palabras: La limitación de nuestro campo podrá ser restringida pero habrá un papel que deberá cumplir el intelectual que se resuelva a salir de la per­ plejidad y que se rehúse a caer en la desesperación. Nacemos sin ilusio­ nes y no está en nuestro programa nutrirlas. Con d istin tos tie m p o s según la realidad de cada país se recorre un cam ino en el que el o b jetiv o o el ansia de su p erar las con trad iccio n es term ina por desem bocar en un reco n o cim ie n to de su carácter irresoluble, en un co n ­ texto en el q u e las socied ad es pasan de las gran d es esperanzas a las ilusio­ nes perdidas. E ntretanto, en ese recorrid o, algun os intelectuales de la lite­ ratura h an sa b id o e n tre g a r u n a in te rp re ta ció n y un a co n stru cció n de A m érica Latina con el fin de d ar m ás luz a los avatares de esas culturas.

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TENDENCIAS Y DEBATES

LA C R IS IS D E UNA D IS C IP L IN A

Las nuevas situaciones que se presentaron en los años ochenta transfor­ m aron la crítica y le plantearon nuevos desafíos, a punto tal de llegar a cues­ tionar su misma especificidad. Tanto la declinación ya evidente de La Habana com o centro cultural -excepto para los brasileños, incluido Candido (1993: 148-165), que hacen el viaje a la isla en los ochenta-, com o la devastación que produjeron las dictaduras militares a lo largo de los años setenta, ponen en el centro de la escena la discusión sobre el retorno a la dem ocracia y la caída de la teleología revolucionaria. Contem poráneam ente, la academia norteam ericana se va consolidando com o una alternativa profesional a las periódicas situaciones de crisis de los países latinoam ericanos. Este hecho provoca una inevitable división de la escena de debate en dos núcleos: la regularidad autosuficiente de la academia norteam ericana (con una agenda generalm ente estipulada con gran anterioridad) y la aprem iante y desesta­ bilizada situación económ ica, política y cultural de los países al sur del río Bravo. Esta duplicación de los escenarios produce lo que denom iné p ro ­ blema de la doble pertenencia. Un ejem plo del peso cada vez m ayor que tie­ nen las discusiones académicas norteam ericanas lo m uestra el retorno del testimonio producido a m ediados de los ochenta, que no se propone con­ so lid ar -c o m o fue en el caso de R a m a - procesos revo lu cio n ario s o un cam bio social profundo a partir de las voces de los otros, sino intervenir en la enseñanza de la literatura en la academ ia norteam ericana y objetar las políticas neoliberales de R onald Reagan. El libro central ya no es La guerrilla tupamara, de M aría Esther C ilio -q u e ganó el prem io Casa de las A m éricas en 19 70-, ni Biografía de un cim arrón, del cubano M iguel Barnet, sino M e llamo Rigoberta M enchú y así me nació la conciencia, de Eliza­ beth Burgos Debray, que fue la punta de lanza del cuestionamiento del canon cuando a m ediados de la década del ochenta ingresó en el programa de estu­ dios de la U niversidad de Stanford (Prat, 1999). En 1989, la Revista de C rí­ tica Literaria Latinoam ericana publica las ponencias de un coloquio orga­ nizado por John Beverley y Hugo Achugar (uno de los discípulos de Ram a) titulado La voz del otro: Testimonio, subalternidad y verdad narrativa, y en el que se intenta dar respuesta al conocido dilema que G ayatri Spivak (1988: 271) había form u lad o poco antes: “ ¿Puede el subalterno hablar?”. Sobre este interrogante ironizó amargam ente A ntonio C ornejo Polar (2003:202) al denom inarlo “ elegante sofism a”, com o si la doble pertenencia obligara a responder a cuestiones form uladas para otros contextos. Paralelam ente a las controversias sobre el canon literario, se produce la introducción de los Estudios Culturales en los Estados Unidos que -d esd e

rial protegido p or d e r e c h o s

una perspectiva m ultidisciplinaria- tratan de procesar la omnipresencia de los medios masivos y la crisis de las distribuciones culturales. Sin embargo, surtió sin duda m ayor im pacto en los intelectuales latinoamericanos, más volcados a los debates europeos, la difusión de los escritos postestructuralistas y sus preguntas radicales sobre el sujeto, el lenguaje y los diferen­ tes dom inios de saber. Si a esto se sum a la idea de Jean-François Lyotard del fin de los grandes relatos en La condición posmoderna, parece natural que el abandono de un relato teleológico de la historia se articule con una crisis de la especificidad de los saberes sobre la literatura. La pregunta sobre cuál es el papel que desem peña la literatura en los cambios sociales, pre­ dominante en los años anteriores, es desplazada por otra más amplia: ¿qué relaciones existen entre el discurso literario, incluido el de la crítica, y la modernidad? ¿En qué sentido se puede hablar de m odernidad en Am é­ rica Latina? A l producirse un estallido de las fronteras entre saberes (como lo ilustra el frecuente uso del térm ino interdisciplinariedad), esta pregunta suscita respuestas n o sólo de los críticos literarios sino también de antro­ pólogos, sociólogos y politólogos. Ya en Transculturación narrativa en América Latina se había anunciado un giro que se afianzaría en la década del ochenta: la noción antropológica de la cultura en la que la literatura y sus valores no ocuparían necesaria­ mente un lu gar de p rivilegio . Las narraciones literarias y la poesía son desplazadas del centro de la escena, ocupada por las prácticas urbanas, las transform aciones del consum o, los m edios masivos y la industria cultural. En este contexto, los intelectuales de la literatura comprendieron que los esplendorosos fueros otorgados a la literatura en los años sesenta y setenta se habían perdido irrem isiblem ente.

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