Agradecimiento: Dime Qué Agradeces y Te Diré Como Eres - José Pedro Manglano

March 31, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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José Pedro Manglano

AGRADECIMIENTO DIME QUÉ AGRADECES Y TE DIRÉ CÓMO ERES

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¿Cuál es la dinámica del agradecimiento? De la misma forma que en el movimiento del tren lo primero no es el vagón sino la máquina, en el agradecimiento lo primero no es la acción , sino la actitud con la que nos predisponemos para la acción.

Toda actitud es una predisposición, un modo de estar situado ante lo real, una postura que se adopta como respuesta al mundo. El mundo actúa, y nosotros respondemos. La respuesta la damos en función de cómo vemos lo real: si la realidad la veo como una amenaza, la respuesta es el miedo; si la veo como una gracia, la respuesta será el agradecimiento. Dependerá de la capacidad de «ver» de cada uno. Ser agradecido o no depende de la forma de «mirar». Hay tantas formas de mirar el mundo como personas. Lo interesante es advertir que la forma de mirar de cada uno tiene carácter de respuesta.

Con mil ejemplos de la vida cotidiana, estas páginas invitan a un profundo reajuste en las disposiciones más profundas, y ofrece lo que llama Operación Gracias, unas acciones concretas para quienes eligen la conducta del agradecimiento.

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Prólogo a esta edición En su primera edición, los libros Rebeldía, Apertura, Agradecimiento y Respeto fueron publicados por la editorial Planeta en un solo volumen titulado 22 maneras de caerse bien. Tuvo muy buena aceptación. Sin embargo, desde el primer momento, me di cuenta de que sería más práctico para el lector disponer de él en cuatro volúmenes, correspondientes a sus cuatro partes. ¿Por qué? Estas cuatro actitudes son una propuesta personal: pienso que la base sobre la que levantamos nuestra personalidad y nuestra vida, necesita tener estos cuatro pilares. Sin ellos, todo lo que pongamos –amistades, relaciones, estudio, deporte, ambiciones, cualificación…– necesariamente estará desencajado e inestable. Cada volumen tiene autonomía completa, aunque es bueno leer uno detrás de otro. En un solo volumen algunos lectores buscaban una unidad que solo existe en un plano anterior. Estas cuatro actitudes están relacionadas entre sí: Abierto a la realidad, la reacción primera no puede ser más que agradecer la realidad que se me entrega, y ponerme ante todo lo que encuentro con un respeto sagrado, al tiempo que me rebelo ante toda imperfección y me implico por devolverle su belleza.El orden en el que las publicamos es el inverso, pues resultará más fácil al lector ir de lo más experiencial a lo más abstracto. De todas formas, recomiendo que cada uno comience por el tema que más le apetezca. Quiero reiterar a Antonio Mingote el agradecimiento por permitirme disponer de sus ilustraciones para los yoes que tratamos. Esta reedición nos obliga a hacer memoria de él, y nos hace posible agradecer públicamente a su mujer Isabel la amabilidad con la que nos trató.

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ACERCA DEL AGRADECIMIENTO Dime qué agradeces y te diré cómo eres Anterior al dar gracias se encuentra el ser agradecidos. Son dos cosas distintas. La sabiduría popular lo ha percibido con nitidez: no dar las gracias es propio del mal educado, mientras que no ser agradecido es propio del mal nacido. Sí. «Es de bien nacidos ser agradecidos». Bien nacido: bien caído e instalado en la existencia. Me encuentro viviendo en un mundo que no es yo, con el que mantengo unas relaciones. Sol, aire, mar, animales, árboles, coches, lámpara, electricidad, idioma, padres, médicos, carreteras... están ahí. Por el hecho de existir nos relacionamos con todas esas realidades. Si experimento un hondo agradecimiento por el hecho de vivir…, soy bien nacido. Pero, ¿cuál es la dinámica del agradecimiento? De la misma forma que en el movimiento del tren lo primero no es el vagón sino la máquina, en el agradecimiento lo primero no es la acción –como sería, por ejemplo, dar gracias–, sino el modo en que nos predisponemos para la acción –actitud de agradecimiento–. Los vagones van a rastras de la locomotora, como las acciones siguen a la actitud, como dar gracias sigue al ser agradecido. Ser agradecido o no, depende de la forma de «mirar». Hay tantas formas de mirar el mundo como personas. Lo interesante es advertir que la forma de mirar de cada uno tiene carácter de respuesta. Un ejemplo: el periodista Andrés Aberasturi escribe un libro sobre su hijo Cris, paralítico cerebral. En una entrevista se refiere a él: «El hijo –escribe– es un tremendo gesto de seriedad». ¿Por qué? «Es el síndrome hospitalario. Él no sonreía nunca porque tenía miedo de las manos. Nos daban explicaciones científicas, hablaban de autismo y, ¡joder!, es que cada vez que se le acercaba alguien era para hacerle una putada. Y tenía un gesto de seriedad madura que se te quedaba clavado. Una de las cosas más duras fue conseguir que sonriera, que confiara en el ser humano». Los niños que, como Cris, son sometidos a dolorosas intervenciones médicas desde sus primeros días responden con una actitud similar: su reacción es el temor. Con el tiempo será capaz de ver que aquello lo hicieron para proporcionarle una vida más sana, y poco a poco podrá ir modificando su actitud: entonces corregirá su respuesta 5

ante lo que le rodea. Toda actitud, por lo tanto, es una postura, una predisposición, un modo de estar situado ante lo real, una postura que se adopta como respuesta al mundo. Efectivamente, el mundo actúa, y nosotros respondemos. La respuesta la damos en función de cómo vemos lo real: si la realidad la veo como una amenaza, la respuesta es el miedo; si la veo como una gracia, la respuesta será el agradecimiento. Dependerá de la capacidad de «ver» de cada uno.

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1 Los cuatro invisibles ¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido. Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido. CALDERÓN DE LA BARCA

El agradecido no es el hombre cortés, correcto y educado; para eso bastaría con sujetarse oportunamente a una tabla de comportamientos socialmente correctos. La actitud del agradecimiento se mueve en un plano más profundo, y lleva a sentirse gozosamente abrumado, avergonzado, confundido ante lo que encuentra a su alrededor. ¿Cómo «ver» las cosas para ser agradecido? En su mirada al mundo tiene la capacidad de descubrir cuatro invisibles.

Uno: el premio Gordo Dice el poeta: «¡Ay mísero de mí! ¡Ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo; aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido. Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido1». Calderón de la Barca Algunos ven la vida como un castigo o una desventura, y el mundo como una realidad cargada de maldad. En este caso, la respuesta será defensiva: el miedo y el deseo de manipular el mundo y actuar contra él para defenderse de su amenaza. Otros entienden la vida y el mundo como una realidad indiferente, neutra, muda, desnuda; el mundo, entonces, no dice nada, y se responde con indiferencia hacia él. Es una segunda posibilidad. 7

Y una tercera forma de ver: es posible descubrir que la vida y el mundo que nos rodea son valiosos. Como bien dice la canción Chile, de Violeta Parra: «Gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me dio dos luceros, que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco, y en el alto cielo su fondo estrellado, y en las multitudes el hombre que yo amo. »Gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me ha dado el oído que, en todo su ancho, graba noche y día grillos y canarios martillos, turbinas, ladridos, chubascos, y la voz tan tierna de mi bien amado. »Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me ha dado el sonido y el abecedario. Con él las palabras que pienso y declaro, “madre,”, “amigo,” “hermano,” y los alumbrando la ruta del alma del que estoy amando. »...me ha dado la marcha de mis pies cansados... »...me dio el corazón, que agita su marco...2». Violeta Parra Sólo quien es capaz de captar el valor positivo de la existencia y de lo existente, advierte su carácter de regalo, y puede, entonces, responder con agradecimiento3.

Dos: …y sin comprar cupón Aparte de ver el mundo y la vida como algo bueno, podemos descubrir que es algo dado. La propia existencia resulta algo dado, algo que está ahí. Nos encontramos la propia vida desde el primer momento; es algo dado en el sentido de que está en la base de todo lo demás, es el fundamento de todo lo que pueda vivir y experimentar, algo que ya está 8

ahí desde el mismo inicio de nuestras experiencias. Toda experiencia personal parte de una realidad dada que es mi propia existencia: si no existiese, no experimentaría nada. Es lo que quiere expresar una niña al escribir a sus padres: «Gracias por darme la vida, porque si no me hubieseis dejado nacer, no os estaría escribiendo esta carta». Pero la propia existencia también es dada en otro sentido: me es dada, concedida, regalada. Después de explicar a un grupo de niños la conveniencia de dar gracias, una pequeña de nueve años escribía a sus padres: «Queridos padres: Os quiero dar gracias por no pensar que yo iba a ser una pesada y me habéis dejado nacer, porque trabajáis para que mis hermanos y yo podamos vivir, porque me habéis sacado adelante, porque me ayudáis cuando lo necesito, porque me pagáis el colegio, y el material, porque me dais lugar para vivir, porque os preocupáis por mí, porque me dais lo que necesito para estudiar, porque os preocupáis por mí, porque cuando hago alguna cosa mal me la corregís, porque me queréis enseñar a comer bien, aunque algunas cosas que antes no me gustaban, tampoco me siguen gustando». Aunque resulta sorprendente la percepción que, a esa edad, tiene de sí misma y de lo que le rodea, ella es consciente de que la vida le ha sido regalada. Cada uno disfrutamos del hecho de vivir sin haber comprado ningún boleto, sin haber puesto nada de nuestra parte. Da gracias «porque me habéis dejado nacer»: expresa la conciencia de que es, pero que podría no ser. Se da cuenta de que la vida es pura donación: que ella no se encuentra en el mundo por necesidad, ni por méritos ni por derechos propios, sino que el hecho de su existencia responde a una decisión libre de otros, a un acto de libertad ajena. Esta niña y cualquiera que esté leyendo estas líneas puede dar gracias por su vida porque, junto a la naturaleza y sus leyes necesarias, se encuentra la decisión libre de alguien que ha querido que exista. Naturaleza y libertad. Si en nuestro origen solo se encontrasen unas leyes biológicas que necesariamente –mecánicamente– van cumpliéndose, no habría lugar para agradecer nada a nadie. Cuando uno se enfrenta al hecho de su propia existencia, lo que tiene frente a sí es la concesión gratuita. Entonces lo agradece. Y es que solo es posible agradecer lo que es dado, gratuito. La gratitud sigue a la gratuidad. Si alguien me da una casa porque le he pagado su valor, no tengo que agradecerle la casa; quizá sí pueda agradecer su atención, su trato, su amabilidad…, pero la casa, no: está pagada, hemos hecho un trueque, nos la da porque tenemos derecho a ella. El límite del agradecimiento se encuentra en la necesidad: no se puede agradecer lo

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necesario. La actitud agradecida podrá ser mayor o menor en la medida en que sea capaz de descubrir la falta de necesidad en más o menos realidades de las que le rodean. Tratemos, entonces, de responder a esta cuestión: ¿qué es necesario? Hasta ahora hemos hablado de la propia vida como de algo no necesario. Pero hay otra realidad que cada uno encuentra dada: el mundo.¿Es este necesario? El mundo es también algo dado en cuanto que está ahí desde que nacemos. Pero ¿es también dado en el sentido de regalado? ¿Es realmente necesaria toda la realidad que nos rodea, la naturaleza y su devenir? Por un lado, parece que lo que corresponde a la naturaleza, con sus leyes inexorables, reduce la realidad a una serie de efectos necesarios en una sucesión de causas que son a su vez efectos de otras causas anteriores. Pero por otro lado, quien reconozca la existencia de un Creador, será capaz de entender que no solo él mismo es gratuito, sino que también lo es el mundo. El mundo creado no es absolutamente necesario. Todo podría ser de otra manera, es más, podría no existir. La expresión «porque me da la gana» se encuentra cargada de una contundencia que, cuando es el caso, da gusto emplearla. Pues podemos decir que el mundo existe porque a Dios le ha dado la gana de que exista: lo ha querido, y basta. En el origen último de la naturaleza se encuentra el querer del Creador: el mundo es resultado de la libertad de Dios. Más allá de cualquier otro motivo, al buscar la razón de ser del mundo, nos encontramos con la libertad de Dios. Toda la naturaleza la encontramos dada o concedida, no necesaria, regalada, gratuita. Quien cree en un Creador advierte la gratuidad del mundo. Que el mundo sea, y que sea como es, pudiendo no ser o ser de otro modo, reclama –por tanto– la actitud agradecida hacia el Creador. Nos hemos referido al mundo o la naturaleza en general. Podemos descubrir la misma gratuidad en la existencia de las cosas y de las personas en concreto. El sol que todo lo ilumina, la puerta por la que he entrado, la mesa sobre la que me encuentro, el amigo con el que he venido hasta aquí, el portero que me ha saludado…, ninguna de esas realidades son naturales –en el sentido de necesarias–: ante cada una de ellas, por tanto, puedo responder con actitud agradecida.

Tres: la vida «no» es una tómbola La respuesta agradecida surge, según lo dicho, en quien considera la realidad valiosa y, además, gratuita. Subamos un escalón más de esta escalera invisible que despierta gratitud. El escritor Joseph Roth describe el contraste entre la imagen de la Viena romana que encontró en un museo, y la Viena que visitó. Al comentar aquella imagen, hace esta

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reflexión: «[…] era una gran ciudad. No tenía calles, sino solo plazas, casi no tenía casas, sino solo palacios. No obstante, de aquella imagen surgía un aire metropolitano que jamás podría exhalar una gran urbe moderna. Tenía yo la sensación de que, frente a un colosal anfiteatro, el hombre sigue siendo hombre, mientras que, viendo un rascacielos, se encoge para convertirse en hormiga. ¿Cómo es que no se pierde uno en la anchurosa plaza romana y sí, en cambio, en un bulevar moderno? La grandeza romana no es gigantesca, sino humana. Roma mide según pautas terrenales. La grandeza y el monumentalismo poseen carácter “humano”» 4. El seguir siendo hombre o convertirse en hormiga no está en relación con el tamaño del anfiteatro o del rascacielos, sino en el carácter humano de esas construcciones. Recuerdo que, estando de campamento con chavales, me acerqué al pueblo más cercano, Orduña, para hacer unas compras. Los tenderos eran un matrimonio con muchos años. Les pregunté qué tal el negocio. Tenían pocas ventas, pues el pueblo había perdido mucha actividad comercial. Sin embargo, la contestación no tuvo ningún sabor a queja: «Hemos hecho nuestro papel, hemos servido al pueblo durante años, hemos podido sacar la familia…» A los pocos días iba a comprar algo a unos grandes almacenes en la ciudad. Ante la misma pregunta, la contestación fue por otros derroteros: que si la jornada semanal, que si los sindicatos, los derechos y las injusticias… Me llamó la atención la distinta forma de percibir el mundo y su trabajo. No faltaría razón a los tenderos ni a la dependienta de la gigantesca cadena de centros comerciales, pero el carácter humano de la primera conversación era más rico que el de la segunda. Descubrir la gratuidad está relacionado, con la capacidad de descubrir el carácter humano. ¿Por qué? Muy sencillo: porque si es dado, es dado por alguien. Se trata de capacitarse para ver detrás de todo la persona que hay. No es fácil saber, por ejemplo, lo que supone que yo pueda coger el autobús de línea cada mañana cuando salgo de casa. Toda una serie de chóferes, que previamente se han cualificado, que realizan turnos y tienen el autobús preparado, con el combustible suficiente… Puede resultar ridículo valorar eso, pero deja de serlo en el momento en que hay personas detrás, que están dedicando su tiempo y esfuerzo, gastando sus vidas, en aquel trabajo. Son personas que, de alguna manera, están a mi servicio. Puede objetarse que aquello no es gratuito: «Lo mío me cuesta, pues los billetes no los regalan en los estancos». Es cierto. Pero, ¿es lo mismo meter una moneda en una máquina de refrescos, que dar una moneda a la persona que me sirve el refresco en un bar? En ambos casos pago. Pero el hecho de que tras la barra de bar haya una persona añade a la acción un valor personal, de servicio intencionado; eso no se puede pagar. 11

Descubrir el carácter humano significa algo así como descubrir el algo gratuito que se esconde en todo aquello que realiza una persona, por el hecho de ser una persona quien lo realiza. No me gustaría dar a entender que el valor del carácter humano se reduce a mera poesía, porque no es así. Hace siglos que superamos el derecho a la esclavitud. Hoy día nadie admite la relación señor-esclavo: el esclavo era propiedad del señor, y –en el mejor de los casos– hacía aquello a lo que estaba obligado, y en ningún caso merecía el agradecimiento de su señor; al comprar al esclavo se compraban todas sus acciones. Ahora entendemos que todos los hombres tenemos la misma dignidad, y que nadie puede comprar a nadie. Pagar por coger un taxi no equivale a comprar al taxista: él me dedica un tiempo y pago por su servicio para que amortice gastos y pueda vivir dignamente. Otro día el taxista vendrá a mi panadería, y los papeles estarán cambiados. Es justo que le agradezca el taxi, y es justo que él agradezca mi pan. Porque el taxista es una persona –no es ni una máquina ni mi esclavo–, y porque yo estoy gastando mi vida en servir pan lo mejor que puedo. Reducir las relaciones humanas a compra-venta, derechos-deberes supone una pérdida del carácter personal de aquellas relaciones, una auténtica ceguera que empobrece la realidad y, en consecuencia, mi posibilidad de respuesta. La vida no es una tómbola. Las cosas no son sin más, no son porque sí: son como son porque alguien las ha hecho así. Ver en la comida que me sirven, más allá de lo que llena el plato, la persona que lo ha trabajado, permite que la actitud con la que responda sea distinta. De este modo, el agradecimiento rezuma en todo momento y ante todo.

Cuatro: Y se oyó: «un globo pal niño» Vale la pena transcribir el desahogo de uno de los protagonistas de la novela El último encuentro. Kónrad y Henrik entablan una estrecha amistad en la Academia durante los años en que se preparan para oficiales del ejército austríaco. El nivel económico de la familia de uno y otro es muy distinto. Pasado un tiempo, Kónrad le lleva a su pueblo y le presenta a sus padres. La primera noche, tras una cena copiosa –servida por los padres de este «con una excitación devota y triste en aquella casa de aspecto pobre, como si la felicidad de aquel hijo al que veían poco dependiese de la calidad de los platos»–, sentados en un rincón oscuro del comedor de la fonda, le comenta: «- Cada par de guantes que he tenido que comprarme, para ir contigo al teatro, llegaba de aquí. Si me compro una silla de montar, ellos no comen carne durante tres meses. Si doy una propina en una fiesta, mi padre no fuma puros durante una semana. Y

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todo esto dura ya veintidós años. Sin embargo, nunca me ha faltado de nada. En algún lugar lejano de Polonia, en la frontera con Rusia, existe una hacienda. Yo no la conozco. Era de mi madre. De allí, de aquella hacienda llegaba todo: los uniformes, el dinero para la matrícula, las entradas para el teatro, hasta el ramo de flores que envié a tu madre cuando pasó por Viena, el dinero para pagar los derechos de los exámenes, los costes del duelo que tuve que afrontar con aquel bávaro. Todo, desde hace veintidós años. Primero vendieron los muebles, luego el jardín, las tierras, la casa. Después vendieron su salud, su comodidad, su tranquilidad, su vejez, las pretensiones sociales de mi madre, la posibilidad de tener una habitación más en esta ciudad piojosa, la de tener muebles presentables y la de recibir visitas. ¿Lo comprendes? »- Lo siento mucho –dijo Henrik, nervioso y pálido. »- No tienes por qué disculparte –dijo su amigo, muy serio–. Solo quería que lo supieras, que lo conocieras. Cuando aquel bávaro me atacó con la espada desenvainada, cuando se esforzaba por herirme, muy alegremente, como si fuera una broma excelente querer cortarme en pedazos y dejarme inválido por pura vanidad, yo veía el rostro de mi madre, me acordaba de ella, la veía yendo al mercado todas las mañanas, para que la cocinera no le robase un par de monedas, porque un par de monedas diarias significan todo un dinero al final del año, un dinero que me puede mandar a mí en un sobre… En aquel momento habría podido matar de verdad al bávaro, porque él quería hacerme daño por pura vanidad, porque no sabía que el menor rasguño que me hiciese habría sido un pecado mortal contra dos personas de Galitzia que han sacrificado su vida por mí sin decir palabra. Cuando yo doy una propina a un criado en vuestra casa, gasto algo de su vida. Es difícil vivir así –dijo, y se puso muy colorado» 5. A la fuerza narrativa del autor se suma la fuerza de la experiencia narrada, quizá una de las más intensas y determinantes que la vida nos ofrece a cada uno. Kónrad advierte no solo el valor de las cosas que tiene ante sí, ni solo el carácter gratuito del modo de proceder de aquellas dos personas –podrían haber obrado de otro modo–. Advierte, ante todo, el nervio, la médula, la razón de ser de todo aquel mundo: valora que todo en su familia todo le rodea a él, todo le mira a él como a su centro. Efectivamente, se siente como en el centro de las miradas y de los motivos de tantas cosas de las que él ha sido el destinatario principal. Que comieran carne o pescado en su casa, dependía de él; que los pulmones de su padre se llenasen del humo de un buen puro, dependía de él; desde los muebles de la casa hasta las relaciones sociales del matrimonio habían tomado forma, se habían determinado obedeciendo a la ley fundamental que regía en aquel pequeño mundo de su familia: «lo primero es Kónrad». Kónrad ha sido capaz de ver el mapa de fuerzas de su casa: el centro de gravedad es su persona, y todo lo atrae hacia sí. Él no ha hecho nada para que así sea; al mismo 13

tiempo que advierte su propia existencia, advierte que él ha sido colocado en el centro. De algún modo, esta experiencia la compartimos todos, como si encontrándonos dentro de una enorme multitud, una voz nos nombrase y nos hiciese el centro de atención. La satisfacción que despierta ser tratado así es innegable. Detengámonos un momento en este punto. ¿De qué satisfacción hablamos? No es esta una satisfacción cualquiera. Hay satisfacciones accesorias, experiencias que sientan bien pero prescindibles; uno es consciente de lo accidental y periférico de estas sensaciones, como puede ser el gustazo de un buen baño en la playa, o de aprobar un examen o de asistir a un buen musical. Sin embargo, hay otro tipo de experiencias que parecen alcanzar la misma médula del ser personal, experiencias que constituyen como el suelo sobre el que se levanta el yo, experiencias exigidas por la naturaleza y dignidad propias. Pues bien, estas experiencias provocan una satisfacción honda, que brota del centro mismo de la persona, ya que nos sustentan y dan fuerza. Es más, de no darse se echarían en falta, pues no resulta posible vivir prescindiendo de ellas. Ocupar el centro despierta una satisfacción de este tipo, y es así… ¡porque debe ser así!: la dignidad de cada persona es tal que solo es justamente tratada cuando se le reconoce su centralidad. Por eso, cada uno se encuentra naturalmente a gusto en los ámbitos en los que las cosas se disponen en torno a él, que es tanto como decir que cada uno necesita ámbitos en los que ser amado, en los que ser el centro, de manera gratuita e incondicional6. Descubrir la centralidad que uno ocupa en un determinado ámbito despierta una profunda satisfacción, a la que acompaña espontáneamente el agradecimiento. Las cuatro características de la mirada que propicia la actitud agradecida son, por lo tanto: la realidad es positiva, es gratuita, la decisión libre de alguien que está detrás de cada cosa y la centralidad inmerecida que ocupa mi persona. Aunque así analizadas puedan aparentar cierta artificialidad, la carta que transcribo a continuación confirma que estas características están presentes de forma inconsciente y espontánea al verdadero espíritu agradecido. La autoría se la debemos a una «bien nacida», una niña de diez años: «Para los mejores papás del mundo: »Papis, esta especie de carta es para daros las gracias por todo y especialmente por: prepararme el desayuno y cuando me levanto ya está puesto, porque si no lo haríais, me tendría que levantar antes. También quiero daros las gracias, por enviarme al mejor colegio que vosotros creéis que es el mejor para mí, especialmente a un privado, porque yo, a ti papá, ya te he preguntado por qué no me has enviado a un colegio público, y me 14

parecen muy bien tus razones. También por tratarme con el cariño que aunque no me lo he merecido, me tratáis. También por no dejarme decir palabrotas, o ir mal vestida, o... etc. Porque si no, la vida me iría mal, por ejemplo, sin tener amigas... etc. También por enseñarme a distinguir lo que está bien y lo que está mal. También por dame la vida, porque si no, no estaría escribiéndoos esta carta. También por ayudarme en los estudios, y también por venirme a tapar cada noche, porque aunque para algunas es una tontería, a mí me da seguridad. También por lavarme la ropa, porque si no, sería una guarra. Y por último por darme de comer, porque si no, me moriría de hambre. Muchos besos y buenas noches...» Por encima del desordenado elenco de agradecimientos, llama la atención la actitud que los inspira. En lo más trivial y cotidiano es posible despertar el asombro y la sorpresa agradecida. Me viene a la cabeza la consideración de Kierkegaard: «Qué pobreza no poder pedir; qué pobreza no poder agradecer; qué pobreza tener que tomarlo todo, por así decir, sin reconocimiento» 7. El bien nacido responde de forma adecuada al cosmos, se relaciona correctamente con él; y lo hace cuando es agradecido: toma todo con reconocimiento.

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2 Soy el centro Qué pobreza no poder pedir; qué pobreza no poder agradecer; qué pobreza tener que tomarlo todo, por así decir, sin reconocimiento. KIERKEGAARD

Nada tiene que ver la gozosa y necesaria satisfacción de saberse el centro del mundo con la emoción de una tonta soberbia. Vamos a tratar tres aspectos de esta sana centralidad: sus etapas, los ámbitos y su principal consecuencia, que es la libertad.

Etapas de la centralidad Es formidable poder vivir agradeciendo. Es verdad que, a lo largo de la vida percibimos esta centralidad y, entonces, la aceptamos o rechazamos. La edad influye. Es más, el modo de entender la propia centralidad marca el paso de la infancia a la madurez, y de la madurez a la vejez. El niño vive de manera inconsciente instalado en el centro. Reconoce su centralidad, y la reclama cuando la echa en falta. Con una naturalidad irreflexiva exige el cumplimiento de sus deseos y caprichos, como si se tratase de derechos adquiridos a los que deben someterse los demás. Aquello que recibe lo advierte como algo que no puede ser de otro modo; y aquello que le falta, como algo exigible y una falta por parte de quienes pudiendo dárselo se lo niegan. En la niñez, las cosas son así; y quizá deban ser así, pues el niño necesita relacionarse de este modo con la realidad para crecer seguro, a costa de ignorar lo inmerecido de todo lo que recibe. El niño no es agradecido. La madurez viene marcada por un gran descubrimiento: uno advierte que ha sido colocado en el centro de ciertos ámbitos, pero al mismo tiempo se da cuenta de que él no es el centro. Esto es, la centralidad que se le otorga no es necesaria, más bien es algo dado, regalado, inmerecido. Descubrir este carácter inmerecido despierta un sincero agradecimiento. Y no se queda aquí. Al mismo tiempo descubre que para tratar a las demás personas con justicia, de acuerdo con su dignidad, debe otorgar la centralidad a cada una de ellas8. Por lo tanto, el niño exige ser el centro pensando que lo es, mientras que el maduro reconoce su centralidad de hecho aunque no de derecho, pues sabe que no es el centro. Puede darse un tercer momento, que llamamos «vejez»; una vez más, no se trata de la vejez biológica, de muchos años de vida, sino de «espíritu viejo». Uno ya sabe que no es el centro, pero deja de advertir que, de hecho, ocupa el centro. El desencanto al que 16

pueden haberle conducido ciertas experiencias le lleva a sentirse como dejado de lado, de sobra, como una piedra caída en un mundo de«sálvese quien pueda». No todos caen en esta situación, pero quien se introduce en ella encuentra más facilidad para la susceptibilidad y la queja que para el agradecimiento.

Como «la reina de los mares» Si la piedra caída en el lago tuviese ojos vería la onda que le rodea encerrándola. Si se alzase sobre ella misma alcanzaría a ver que tras la primera onda se levanta otra, y otra, y otra más allá...; al ver que gotas tan lejanas entran en ondulación en torno a ella, si fuese capaz de ruborizarse, lo haría poniéndose como un tomate. Pues bien, se trata de que por un momento hagamos el esfuerzo de alzarnos por encima del entorno más próximo a cada uno, buscando las realidades que nos rodean de forma concéntrica. Podemos distinguir tres ámbitos en los que la persona puede ser el centro: la familia, la cultura-sociedad y el mundo. Hasta ahora nos hemos ocupado únicamente de la familia, pero, fuera del ámbito familiar ¿no tendrán razón esos que hemos llamado de «espíritu viejo»? ¿No será una ingenuidad vivir pensando que todo es así de bonito? ¿No es ridículo creerse que las cosas giran alrededor de uno, cuando somos testigos de que lo que realmente mueve la mayor parte de los esfuerzos es el beneficio propio, el interés del que actúa? Es innegable que muchas veces ocurre así. Pero ¿no sería un error que unas cuantas experiencias negativas creasen en mí una actitud general negativa con respecto a la realidad? ¿No es verdad que más allá de la torcida intención de algunos humanos, la realidad tiene su propio carácter? Hace poco tuve ocasión de entrar en las «tripas» de una clínica hospitalaria. Recorrí los muchos metros cuadrados que nadie ve, donde un buen número de personas afrontaban diariamente el reto de que cada hospitalizado recibiese el régimen de comida apropiado a la hora oportuna, a la temperatura adecuada y con aspecto apetecible. Otro batalla era la librada por otras tantas personas con varias toneladas diarias de ropa sucia... Cuando alguien ingresa en un hospital está para pocas consideraciones, pero quien goce de la actitud del agradecimiento se verá predispuesto a adivinar el trabajo de tantos para él. Y cuando pida un zumo a deshora, será capaz de ver flotando en el líquido naranja las manos y la dedicación de unas personas que se turnan en un lugar oculto para poder servirle en cualquier momento lo que pueda venirle bien a él. Un joven médico amigo me contaba que, estando de guardia, le llegó una persona que venía de un pueblo cercano. Cuando terminó el médico su trabajo, el paciente cerró con un «gracias». Advirtió, sin embargo, que no se trataba de mera educación, por lo

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que reaccionó enseguida diciéndole que de eso nada, que las gracias a la Seguridad Social –que somos todos pues la pagamos entre todos–, como queriendo quitar protagonismo a su persona. La respuesta del paciente fue contundente: «Sí, pero el que ha estado aquí, sin dormir, esperando, ha sido usted». Tenía razón. De alguna manera, el centro de aquel día –mejor, de todas las guardias que allí pasaba– era él; aunque no le conociese antes, estaba allí esperándole a él. ¿Y a nadie más? Sí, a cada uno que llegase; pero también a él en concreto. En cierto sentido cada persona humana está en el centro de la civilización. Toda una cultura, de años y años –con todos sus esfuerzos, estudios, arte, técnica...– mirando a su centro, en el que –junto a todo hombre– se encuentra cada uno, en el que me encuentro yo. Sin embargo, una vaca –o cualquier otro ser que no sea una persona– no está en el centro de la historia pasada; es verdad que las vacas han ocupado parte de los esfuerzos de los hombres..., pero esos esfuerzos se habrán dirigido, de alguna manera, a encontrar el modo de explotarlas mejor. Siempre de un sano respeto ecológico, pero para el hombre, siempre en razón del hombre y no en razón de las vacas por sí mismas9. A esto se refiere Von Hildebrand cuando exclama: «¡Qué grande, qué inagotable es lo que podemos agradecer a otros hombres! ¡Qué verdades, qué valores nos pueden descubrir! En primer lugar entra aquí todo lo que recibimos por obras y libros de otros que no podemos conocer personalmente y que han podido vivir mucho antes que nosotros. ¡Cuánto debemos a Platón y a san Agustín, a Shakespeare y a Cervantes, a Bach y a Beethoven! ¡Qué maravillosas son las palabras de Kierkegaard sobre Mozart y sobre todo lo que le debe! Todo lo que hemos recibido de grandes figuras y genio constituye un capítulo propio. A esto pertenece, en una escala todavía mucho más elevada, lo que los santos han dado y transmitido a los hombres de su entorno y a sus discípulos» 10. La actitud del agradecimiento no es consecuencia de una ilusión. Y puede desplegarse todavía más, casi sin límites, frente al mundo entero, llenando de alegría. Estas consideraciones no tienen el propósito de crear un vacío optimismo, sino más bien el de alzarse por encima del aparente anonimato del mundo y hacer justicia a la realidad. Puesto que una sola persona vale más que el resto de las criaturas materiales, todo lo real está –en mayor o menor medida– para mí, en función de mi persona. Y se despliega todavía con mayor claridad para quien conoce algo del obrar del Creador. Además, si uno es cristiano, sabe que cada cosa está hecha para él: tan grande es el poder de Dios que en su actuar no deja de tener presente a ninguno de los hombres (Isaías 40, 26), y es cariñoso con todos (Salmo 144, 9), y aunque una madre pudiera olvidar a su hijo, Él no olvidará a ese desdichado. 18

¿Por qué las hayas y los robles, los bosques y los mares? La pregunta debe ser corregida si busca su más profunda razón de ser: no porqué, sino por quién: por mí. Sol, lluvia, tierra, cada acontecimiento y cada «casualidad» me tiene a mí como protagonista principal; querría añadir: como si yo fuese la reina de los mares. La actitud agradecida nada tiene que ver con el formal agradecimiento, sino que es un modo de entenderse relacionado con la realidad entera que deja, en cierto modo, como sorprendido, avergonzado y confundido, al ser consciente de que no merece esa centralidad que otros le dan, de que no es la reina de los mares. Quizá no sobre terminar este apartado advirtiendo que la centralidad con la que vive el niño se encuentra más próxima a la verdad que la frialdad del desengañado que se percibe como una pieza suelta y sin protagonismo. No se trata de ir por la vida de Blancanieves, sino de advertir en cada caso el grado de centralidad que se despliega –más o menos intencionadamente– en torno a mi persona. Y hay más centralidad de la que puede reconocer una mirada superficial. Unos la ven y otros no: de ahí la importancia de cultivar esta «capacidad de ver» que posibilita una enorme actitud de agradecimiento. ---

El agradecimiento, generador de libertad En la medida en que nos introducimos en esta forma de ver las cosas nos encontramos más cómodos. No sé, pero resulta entonces que el mundo deja de mostrarse como algo pétreo y opaco, macizo y cerrado, todo dirigido por la inexorable necesidad y porque sí. La vida cambia y vemos que la atmósfera en la que se mueve la realidad es rica en libertad: todo es consecuencia de alguna libre intención. Puede parecer que la realidad es como una enorme apisonadora, que las cosas son como tenían que ser y que no obedece a otra ley que a una anónima necesidad que se impone caiga quien caiga. Quien así lo percibe, además, puede que se considere más realista, lo suficientemente maduro como para hacer frente a la realidad sin andarse con paños calientes. Pero no. El realismo verdadero es capaz de ver también lo invisible, aquellos cuatro peldaños ocultos, pero inherentes a todo lo real: su valor, su gratuidad, la libertad oculta en cada cosa, la centralidad que se me concede. Quizá el problema de «visión» de aquellos que se tienen por «realistas» tenga su fundamento en que se tienen a ellos mismos como único punto de referencia, no han conseguido salir de su propio ombligo. Su pretendido realismo, además de pesimista, es consecuencia de una cortedad de miras. Su miopía encorseta y se vinculan con lo real de

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forma estrecha y poco libre. Tenemos que conseguir ser capaces de ver la libertad oculta en cada cosa y, entonces, responder agradecidos. El agradecimiento rompe la estrechez de la egoísta referencia al yo, nos despierta de la raquítica actitud pragmática, evita que vivamos en la periferia y que todo nos parezca «necesario». El agradecido crece en libertad interior porque se relaciona con el mundo con la soltura del que no considera normal nada de lo que tiene, de lo que es y de lo que le ocurre; más bien, comprende que todo es un regalo inmerecido, y no se acostumbra al valor de los regalos, ni a la bondad de los que se lo proporcionan. Es cuestión de tutearse con la libertad oculta en todo. En todo descubre la libertad dadivosa que ha querido que sea así, con la frescura y dinamismo que están en su origen. El mundo del agradecido no es un mundo hecho y determinado, hijo de la fría y mecánica necesidad. La vida es un regalo y se agradece. La oportunidad de intervenir en las circunstancias es un privilegio que se concede a cada uno en exclusiva, y debe ser agradecido11. Pero claro, en este punto nos damos cuenta que ser agradecido no es decir «muchas gracias» y «si te he visto no me acuerdo». Algo que parecía tan inofensivo como la actitud agradecida resulta ser como un generador capaz de dirigir la vida entera. ¿Qué queremos decir? Ponemos un ejemplo y después lo glosamos. De nuevo lo tomamos de Kónrad, el protagonista de Sándor Marai: «Para mí es muy difícil vivir así. Es como si mi vida no me perteneciese. Cuando me pongo enfermo, me asusto, como si estuviera gastando algo que no es mío, como si mi salud no fuera mía. Soy soldado, me educaron para matar, para que me mataran, llegado el caso. Lo he jurado. Pero ellos ¿para qué han soportado todo esto si a mí me pueden matar? ¿Lo comprendes? Ellos llevan veintidós años viviendo en esta ciudad de aire viciado, donde todo huele tan mal como en una casa sucia, como en una posada de tercer categoría...; toda la ciudad huele a comida barata, a perfumes baratos y a camas sucias. Aquí viven ellos, sin protestar. Hace veintidós años que mi padre no viaja a Viena, donde nació y creció. Hace veintidós años que no se permiten ni un viaje, que no compran ni una prenda que no sea absolutamente necesaria, que no disfrutan de una excursión en verano, porque han querido hacer de mí algo perfecto, una obra de arte, algo que ellos no han podido alcanzar en su vida, algo para lo cual han sido demasiado débiles. A veces, cuando quiero hacer algo, se me paralizan las manos. Siento una enorme responsabilidad» 12. Si cada realidad de mi vida es como libertad de otro condensada, resultado de la decisión de otro dirigida de alguna manera a mi persona, lo que a mí me corresponde es responder: responder con mi libertad a la libertad de los otros sobre mí. Aquí tiene su 20

origen el «siento una enorme responsabilidad»; es lógico, pues quien ve las cosas así, tiene la correcta sensación de que «es como si mi vida no me perteneciese», y al gastar su vida siente que es «como si estuviera gastando algo que no es mío». A la libertad se responde con libertad; es importante, pues es frecuente encontrar personas que se hacen un lío con su libertad porque no saben qué hacer con su vida, para qué vivir. Suele ocurrir a estos que no se han dado cuenta de que la vida de cada uno no es neutra. Dicho de otro modo: lo primero en mi vida no soy yo, sino algunas ajenas decisiones libres que quisieron que yo fuese, y que han hecho el mundo que me encuentro tal y como me lo encuentro. La vida se entiende, antes que nada, como invitación a una respuesta libre. La actitud del agradecimiento es una de las posibles formas de responder, que consiste en una predisposición a emplear libremente la propia vida en respuesta agradecida a quien está detrás de los bienes recibidos13. El agradecido sabe para qué es libre.

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3 Afortunados ingratos El agradecimiento rompe la estrechez de la egoísta referencia al yo, nos despierta de la raquítica actitud pragmática, evita que vivamos en la periferia y que todo nos parezca «necesario».

Veamos la sintomatología del no agradecido en tres comportamientos típicos y por qué se dan. Estos tres yoes nos darán pistas para combatir otros tres rasgos de la personalidad que impedirán ser felices y caernos bien.

El yo resentido Lo contrario a la gratitud es el resentimiento. Si la gratitud nace ante lo dado que se considera inmerecido, el resentimiento surge ante lo no dado que se considera merecido. «La vida es una maravilla», escuchamos a veces. «La vida es dura», escuchamos otras. Ambas afirmaciones son ciertas. Pero que pesen más sus maravillas que su dureza depende de los ingredientes que vuelque cada uno en su corazón. De todos los «endurecedores», quizá el más eficaz sea el resentimiento. En contra de lo que deseamos en lo más profundo –comunicarnos, compartir, abrirnos, confiar…–, el resentimiento trueca la apertura del corazón y conduce en directo al aislamiento. ¿Dónde y por qué brota el resentimiento? Para contestar, fijémonos en este breve relato de Richard Ford, que recoge por escrito las relaciones con su madre, que recuerda el momento exacto a partir del cual vivieron cerrados uno para el otro. No hubo casi nada explícito en la conversación, pero bastaron dos palabras torpes para abrir una herida. Su madre estaba enferma; su edad avanzada aconsejaba que se trasladase a vivir a la casa de su hijo. Este se lo sugiere en varias ocasiones, pero ella rechaza la iniciativa una y otra vez. Por fin, llega el día en que ella cede; antes quiere asegurarse, y le pregunta a su hijo: «- ¿Estás seguro de esto [de que me traslade a vivir contigo y con tu mujer]? –dijo, y me miró. »Recuerdo que los ojos de mi madre eran de un marrón intenso. »- Sí, estoy seguro –le dije–. Eres mi madre. Te quiero. »- Bien –dijo ella, y asintió con la cabeza, sin lágrimas–. Entonces empezaré a pensar en ello. Haré planes para mis muebles. »- Bueno, espera –dije. Y son unas palabras que desearía, más que cualquier otra 22

cosa que haya dicho en esta vida, no haber dicho–. No hagas planes todavía. Quizás para entonces te encuentres mejor. Quizás no haga falta que vayas a Princeton. »- Ah –dijo mi madre. »Y lo que fuese que había iluminado sus ojos se desvaneció de golpe. Y se reanudaron todas sus preocupaciones. Lo que subyaciera en ella antes de mi propuesta resurgió de nuevo. »- Ya veo –dijo–. De acuerdo. »Yo hubiera podido evitar decir aquello. Hubiera podido decir: “Sí, adelante con tus planes. Pase lo que pase, todo se solucionará. Yo me aseguraré de que así sea”. Pero no es esto lo que dije. [...] Quizá se podría decir que en aquel momento fui testigo de cómo ella afrontaba la muerte, vi cómo la muerte la arrastraba más allá de sus límites. Y yo mismo sentí ese temor, temí todo lo que sabía acerca de la muerte, y me aferré a la vida, a la posibilidad de la vida. Quizás temí algo más tangible. Pero la verdad es que todo lo que hubiéramos podido hacer el uno por el otro ya no fue posible después de ese episodio. Desapareció. E, incluso estando juntos, estábamos solos» 14. El resentimiento es una forma de responder a los demás. El yo resentido se siente herido porque no se le da algo que considera que, de algún modo, sí merece; o ante lo dado pero no dado como a uno le parece que sería justo que se le diese. El resentido se cierra como la ostra, se recluye en su caparazón como el caracol, se aísla.

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Quien se introduce en el resentimiento, pronto quedará atrapado en estos sentimientos. Alimentar ese fuego, aun desprotegiéndose uno mismo, arranca de la realidad y de la bondad necesaria para caerse bien y estar a gusto en la vida.

El resentido se siente dolido porque no recibe lo que considera que le corresponde: «A menudo me descubro quejándome por pequeños rechazos, faltas de consideración o descuidos. A menudo observo dentro de mí ese murmullo, ese gemido, esa queja, ese lamento, que crece y crece aunque yo no lo quiera. Cuanto más me refugio en él, peor me siento. Cuanto más lo analizo, más razones encuentro para quejarme. Y cuanto más profundamente entro en él, más complicado se vuelve. Hay un enorme y oscuro poder en esta queja interior. La condena a los otros, la condena a mí mismo, el fariseísmo y el rechazo, van creciendo más y más fuertemente. Cada vez que me dejo seducir por él, me enreda en una interminable espiral de rechazo. Cuanto más profundamente entro en el laberinto de mis quejas más y más me pierdo, hasta que al final me siento la persona más incomprendida, más rechazada y más despreciada del mundo» 15. 24

Quien se deja abrazar por los enormes tentáculos de este pulpo, pronto quedará prisionero de estos sentimientos. Y no es fácil liberarse de esta prisión: siempre podemos encontrar razones para sentirnos injustamente tratados y alejarnos interiormente o desconfiar de los demás. Repasar los hechos una y otra vez no hace más que endurecer más el corazón. Pero aunque el yo resentido se levante sobre algo verdadero, el resentimiento no es la mejor respuesta. En el fondo, el yo resentido toma una decisión pasional pero voluntaria, de alejarse y desconfiar con ocasión de algo. El resentido elige el morbo que produce sentirse víctima maltratada, quizá porque no se ve con fuerzas de hacer borrón y cuenta nueva. Para no ser devorado por este sentimiento hay que ser decidido y reaccionar. No es justo que unas determinadas experiencias nos encierren en un falso victimismo. El victimismo nos arranca de la realidad y nos instala en el centro del mundo de forma irreal, haciéndonos olvidar –ahí está el núcleo de la cuestión– que soy donación, y nada debe impedir el desarrollo de mi ser donal. No podemos olvidar que, en ocasiones, la forma que debe adoptar el dar es dar perdón. Es el momento de sacudirse de encima el infantilismo que nos lleva a olvidar que no somos el centro, dejar de exigir el reconocimiento a lo que hemos dado, repasar qué es lo que de verdad uno merece, y buscar la centralidad de los otros. Es curioso constatar que las mejores candidatas a la actitud resentida sean personas entregadas y esforzadas. Observa Nouwen que, frecuentemente, este comportamiento se levanta a partir de lo bueno que hay en el hombre: «¿Acaso no es bueno ser obediente, servicial, cumplidor de las leyes, trabajador y sacrificado? Mis rencores y quejas parecen estar misteriosamente ligadas a estas elogiables actitudes. Esta conexión me desespera. Justo en el momento en que quiero hablar o actuar desde lo más generoso de mí mismo, me encuentro atrapado en la ira y el rencor. Y cuanto más desinteresado quiero ser, más me obsesiono porque me quieran. Cuanto más lo doy todo de mí para que algo salga bien, más me pregunto por qué los demás no lo dan todo como yo. Cuando pienso que soy capaz de vencer mis tentaciones, más envidia siento hacia los que ceden a ellas. Parece que allí donde se encuentra mi mejor yo, se encuentra también el yo resentido y quejicoso» 16. En el espíritu resentido aletea la oscura fuerza de la desconfianza. Retirar la confianza es algo que se decide en el interior y que deja solo en el interior. La vuelta a la confianza también es algo que se decide en el interior; exige un acto de libertad: «a pesar de... lo que sea..., me da la gana olvidar, perdonar, confiar, abrirme a la verdad y valor 25

de lo otro». Esta libre decisión interior es la única salida del callejón en el que se encuentra el resentido y desconfiado. Quien se abandona en el mar del resentimiento, pronto verá que la marea le aísla y aleja más y más del único suelo firme sobre el que puede caerse bien.

El yo venenoso Muy cercano al yo resentido anda el yo venenoso, enfermado por los tentáculos de la envidia, prima hermana del resentimiento. No son lo mismo, pero el caldo de cultivo que da vida a uno también la da al otro. El yo venenoso se siente herido porque algo valioso ha sido dado a otro inmerecidamente; a diferencia del yo resentido, que se duele porque algo valioso y merecido por él no se le ha dado. Cuenta el mito narrado en Metamorfosis que cuando el bello Mercurio abandona el cielo y se dirige a la tierra, pasa delante de la casa de las tres hijas de Cécrope. Va en busca de una de ellas, Herse, pero la primera que sale a su encuentro es su hermana, Aglauros. Mercurio le dice el motivo de su viaje –enamorarse de su hermana Herse–, y le pide que favorezca su amor. Una diosa aprovecha la situación para introducir en Aglauros la envidia. Es sorprendente esta descripción de la envidia que, realizada hace tantos siglos, se corresponde al ciento por ciento con la que podamos sufrir el más moderno de los hombres de ahora.

El envidioso hace daño y se hace daño a la vez, y ese veneno es su propio suplicio. 26

Atarse al cuello la soga de la envidia y arrastrarla, sumido siempre en esa tenebrosa bruma, hace la vida inútil y odiosa.

«“En el acto se encamina a la morada, sucia de negra sangre cuajada, de la Envidia; es una casa oculta en un valle profundo, privada de sol, no accesible a ningún viento, lúgubre, transida de un frío que paraliza, y que, desprovista siempre de fuego, está siempre sumida en tenebrosa bruma”. Llama a la puerta con la punta de su lanza. “Al golpe se abren las dos hojas; ve dentro a la Envidia comiendo carne de víbora, adecuado alimento de su veneno, y al verla, aparta la diosa los ojos. Pero la Envidia se levanta pesadamente de la tierra, abandona los cuerpos a medio comer de las serpientes, y avanza con paso lánguido [...] En su rostro se asienta la palidez, en todo su cuerpo la demacración, nunca mira de frente, sus dientes están lívidos de moho; su pecho verde de hiel; su lengua empapada, en veneno; no hay en ella risa, salvo la que produce el espectáculo de la desdicha, y no goza del sueño, despierta siempre por desvelados afanes; ve la felicidad de los hombres, que le molesta, y se consume de verla; hace daño y se hace daño a la vez, y es ella su propio suplicio”. Y le pide: “Emponzoña con tu veneno a una de las hijas de Cécrope; es necesario; se trata de Aglauros”». Y así lo hace. «Pero una vez que ha entrado en la habitación de la hija de Cécrope, ejecuta lo ordenado». Las características del envidioso quedan formidablemente descritas: «Le toca el pecho con su mano enmohecida, le llena el corazón de espinas punzantes, le sopla dañina pestilencia y difunde por sus huesos y derrama en mitad de sus pulmones un veneno negro como la pez. Y para que los motivos de pesar no se extiendan a una amplia zona le pone delante de los ojos la imagen de su hermana, del feliz matrimonio de su hermana y del dios en toda su belleza, y todo lo presenta agrandado. Irritada por todo ello, la Cecrópide sufre la mordedura de secreto sufrimiento y, angustiada de noche y de día, gime y se va consumiendo la desdichada en lento acabamiento, como el hielo herido por un sol vacilante; la ventura de la dichosa Herse la devora tan inexorablemente como cuando se prende fuego por debajo a hierbas espinosas que sin producir llamas se van quemando en tibio calor» 17. Todas las características de la envidia han quedado magistralmente referidas en el relato; no vale la pena añadir nada, sino –en todo caso– animar a releer el texto.

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El yo endurecido Y llegamos al tercero de los afortunados que se creen desafortunados: el yo endurecido. Una conocida película de Walt Disney tiene por protagonistas a tres patitos. Con ilusión viven los preparativos de la Navidad. Por fin llega el esperado día; cada detalle es motivo para que disfruten «como niños». Cuando llega la noche, con la desilusión del goloso que ve acercarse el final de su pastel, se entristecen y, ya metidos en la cama, comentan compungidos lo maravillosa que sería la vida si todos los días fuesen Navidad. Su sorpresa es grande la mañana siguiente; su deseo se ha realizado: ¡de nuevo es Navidad! Y la siguiente mañana, lo mismo. Y la siguiente y la siguiente y la siguiente… Disfrutan y disfrutan un día y otro.Pero no hacen falta muchos más para encontrar a los pequeños patitos en uno de esos tediosos despertares: sentados al pie de sus camas, con cara de aburrimiento, ven horrorizados que de nuevo les espera otro día de Navidad: «¡Oh, qué peñazo... otra vez Navidad!» Era de suponer. Es que ser reina por un día a cualquiera puede gustar; serlo todos los días, es otro cantar. Si imaginamos cómo viviríamos un solo día de nuestra vida, si solo fuese uno... Seguramente valoraríamos cada detalle. Tener manos no es ninguna tontería; y el matutino café con leche calentito, que se toma charlando con la mujer; y ese árbol; y el beso de un hijo o de un padre, y... Tengo la suerte de conservar la entrevista que hicieron en la radio a Javier Mahillo, compañero mío en la Facultad de Filosofía, padre de cuatro niños. La entrevista se la hacen a propósito del cáncer que padecía: los médicos le dieron seis meses de vida, y se cumplió el pronóstico. Es el testimonio de alguien que redescubre el valor de lo dado: «Sí, pero cuando no tienes la cuenta del tiempo que te queda, se te va más; o sea, un estudiante que dice:”Bueno... el examen será un día del mes, no sé cuándo; bueno, pues ya iremos estudiando...” Pero cuando dicen: “es pasado mañana”, ya controla el tiempo y dice: “me quedan dos mañanas y dos tardes, y tantas horas, y tal”; y entonces aprovecha más. »Como a mí el tiempo ya me escasea, lo estoy aprovechando más que antes – también porque me he quitado el dolor, ¡desde luego!–, pero lo estoy disfrutando porque no sabes, Víctor, la diferencia entre vivir pensando que la vida es muy larga –vete a saber qué es lo que me pasará, vete ahorrando para el futuro...–, y vivir sabiendo que me quedan seis meses, y que tengo ya un pie en el cielo, y que tengo un billete ya y que está a mi nombre y que no lo voy a cambiar con nadie. [...]

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»Disfruto de la primavera tan bonita que tenemos en Mallorca. Y después el café con leche y la tostada de mantequilla, y disfruto de mis hijos como nunca he disfrutado. »- ¿Las cosas cotidianas adquieren un nuevo sentido? »- Una maravilla; si echáramos cuenta, al cabo del día descubriríamos que hay cincuenta, sesenta, ochenta ocasiones en las que es para decir: “¡Qué gustazo, ¡Qué bien me lo estoy pasando!” Lo que pasa es que normalmente las dejamos pasar porque nos quedamos solamente en lo malo: “Es que luego tengo una reunión, es que mañana tengo un examen, es que mi hijo no sé qué...”, y entonces lo malo nos oculta lo bueno. Pero momentos buenos del día... ¡tenemos cincuenta mil!».

Nuestra relación con la realidad, como el pan, si no es del día, se queda dura. Caerse bien exige no caer en el acostumbramiento ante lo recibido, en la indiferencia ante el don.

Acostumbrarnos a lo dado equivale a maltratarlo. 29

La enorme capacidad de acostumbramiento que tenemos los hombres adormece el amor. Ante algo que se nos da –pongamos por caso un desayuno, un beso o un saludo, el de esta mañana–, es posible reaccionar pensando: «Es lo que tenía que hacer; ¿qué tiene de especial, si está obligado a comportarse así?; era lo que yo esperaba, pues es lo habitual entre nosotros; ¡solo faltaba que no me diese un beso…!». Pero también se puede reaccionar de esta otra forma: «¡Qué buena persona, que me ha dado esto! ¡Cuánto me quiere! Pudiendo haber estado en otra cosa, me ha tenido presente...» Es muy distinto ver las cosas de un modo u otro. La primera reacción deforma, y pudiendo llegar incluso a arruinar la relación, trivializa el don e impide el agradecimiento. Es preciso combatirla. A pesar de lo ordinario que pueda ser el don, es posible no caer en la indiferencia, y a eso nos enseña la actitud agradecida. ¿Cómo? Es verdad que el hombre necesita novedad, y novedad diaria. Nuestra relación con la realidad, como el pan, si no es del día, se queda dura. Al mismo tiempo, la realidad de la vida de cada uno se repite. ¿Dónde buscar, entonces, la novedad? Si el agradecimiento surge ante lo que me es dado –lo no necesario– que parte de la decisión libre de alguien, el error estaría en dejar de buscar la novedad ahí, en la decisión libre que da inmerecidamente a mi persona. Obligarse a recordar, una y otra vez, un día y otro, ante cada una de las realidades y acontecimientos: «Esto me ha sido dado libremente».

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4 La Operación Gracias Obligarse a recordar, una y otra vez, un día y otro, ante cada una de las realidades y acontecimientos: «Esto me lo ha dado libremente».

Vivir así no es de todos, aunque sí es una conquista a la que todos podemos aspirar. Pero conquista. Veamos algunas batallas que tendrá que pelear quien quiera lograrla: la Operación Gracia.

Una conducta elegida He de reconocer que antes pensaba que el agradecimiento era una de esas actitudes espontáneas, que no se pueden forzar, que uno encuentra en sí mismo sin quererlo. Sin embargo, me doy cuenta de que no es así; ni muchos menos. En ocasiones brota naturalmente el sentimiento agradecido, pero la mayoría de las veces los sentimientos que se nos imponen son otros y el agradecimiento no puede ser más que el resultado de una elección libre y consciente: tenemos que decirnos en muchas ocasiones: «Ante esta realidad elijo –¡y me impongo!– la gratitud». Voy a considerar tres realidades no fáciles de agradecer. a) Ante sentimientos contrarios La verdad de que todo en la vida es un don, puede resultarmás o menos fácil de admitir como formulación abstracta. Sin embargo, resulta más problemático aceptarlo en concreto. No pocas veces lo concreto despierta sentimientos que nos invaden de rechazo, de queja, de amargura, de soledad, de tristeza, de inconformismo... Sin embargo, elegir «la gratitud como disciplina implica una elección consciente. Puedo elegir ser agradecido aún incluso cuando mis emociones y sentimientos están impregnados de dolor y resentimiento. Es sorprendente la cantidad de veces que puedo optar por la gratitud en vez de por la queja y el lamento. Puedo elegir ser agradecido cuando me critican, aunque mi corazón responda con amargura. Puedo optar por hablar de la bondad y la belleza, aunque mi ojo interno siga buscando a alguien para acusarle de algo feo. Puedo elegir escuchar las voces que perdonan y mirar los rostros que sonríen, aún cuando siga oyendo voces de venganza y vea muecas de odio» 18. Me atrevería a decir que, de modo habitual, agradecer es el resultado de un verdadero esfuerzo, de un violento acto de voluntad que quiere vivirlo de este modo contra viento y marea. 31

b) Ante lo que consideramos malo Pido disculpas por esta referencia personal, pero aunqueantes me he resistido a escribirla, ahora cedo: me lo suelo pasar bien escribiendo. Uno de los ratos en los que lo hacía sonriendo es cuando escribía lo de la reina de los mares. No por lo que he escrito – me parece una verdad sobrecogedora–, sino porque imaginaba a muchos lectores con gesto escéptico, pensando algo del tipo «de dónde ha salido este infeliz..., ¡a ver si alguien le lleva de visita al mundo y descubre lo que hay!». Sinceramente, comprendería a quien así pensase si el libro hubiese acabado en esa página; pero –como se ve– ha continuado. Hay muchas realidades en la vida de cada uno que son males, objetivamente males. Sobran elencos. Y... ¿también merecen agradecimiento? ¿He de considerar que son dados en el sentido de «regalos»? ¿Cómo retuerzo mis procesos lógicos y cómo violento mis sentimientos para poder llegar a estar agradecido a la persona –o Persona– que libremente ha querido aquella odiosa realidad para mí? Admito el valor y la dificultad de la cuestión planteada, y sugiero tres posibles relaciones con la realidad del mal19. La primera es no agradecerla. Efectivamente, solo se puede agradecer lo positivo, lo valioso, lo que se recibe como un regalo. La respuesta, entonces, sería la de un «esto es lo que hay», «si no puede ser de otra manera, habrá que aceptarlo». Aceptación, no rebelarse contra la realidad. Una sabia resignación, que ya es bastante: «Como para ponerse a agradecer... ¡Encima! ¡De eso nada!». La segunda es difícil, pero a algunos servirá. El sufrimiento que acompaña a las distintas privaciones es ocasión de algunos bienes: el dolor es medicinal, la vida siempre tiene razón, y con el tiempo pueden sacarse beneficios de esas situaciones: fortaleza de espíritu, robustecimiento de la unidad con quienes me rodean en esas circunstancias, comprensión del sufrimiento ajeno, etc. El pensamiento de Séneca es elocuente a este respecto. Con la sabiduría humana de su tiempo y con la fe en los dioses del Imperio, desconocedor de cualquier revelación acerca de ningún dios, este consejero de Nerón llega a advertir que hay algo valioso en lo que nos hace sufrir: «Dios tiene para con los hombres un espíritu paternal y los ama con entereza. Dice: “que el trabajo, el dolor, el sufrimiento los tengan en vilo para que acumulen la verdadera fuerza”... ¿Te extrañas tú de que Dios, si es que ama a los hombres buenos tanto que quiere que sean los mejores y más destacados, les asigne su suerte para que practiquen? »Dios, digo, se cuida de aquellos que desea que sean los más honestos posibles siempre que les proporciona ocasión de actuar con entereza y valor. »De modo que los dioses siguen con los hombres buenos este método que siguen los 32

preceptores con sus discípulos: piden mayor esfuerzo a aquellos en quienes tienen fundadas esperanzas» 20. La tercera no ahorra sufrimiento alguno y requiere el conocimiento más explícito de la personalidad de ese Dios. En el cristianismo es posible: aunque Dios no quiere en ningún caso el mal, sí lo permite cuando es el camino para conseguir bienes mayores al mal permitido. Como el atleta que se permite males como el hambre o el cansancio para alcanzar algún bien mayor –la forma física, la victoria en la competición–. El problema es que nosotros conocemos el mal permitido, y solo Dios sabe el bien mayor que busca. En el momento en que conozco la ventaja o el bien alcanzado por medio de ese sufrimiento, entonces ya puedo agradecer. El problema se plantea antes de conocerlo. Entonces solo sirve la seguridad que pueda dar la fe en el modo de actuar de Dios. Cuando se vive así, la actitud agradecida campea por toda la realidad vivida, sea esta la que sea, eso sí, en ocasiones, haciéndose verdadera violencia. Son muchas las expresiones de la cultura cristiana que expresan este planteamiento: «Dios sabe más», «que sea lo que Dios quiera», «...si Dios quiere…», «Dios aprieta, pero no ahoga», «por algo será», «Dios sabrá por qué»… Transcribo la carta que una niña dirige al Papa, publicada en la prensa. Su ingenuidad y frescura hablan de una correcta relación con la realidad. Es un buen ejemplo de hasta qué punto es posible ser agradecido por muchos que sean los «males» que a uno le acompañen. Solo exige una condición: salir de uno mismo. «Querido Papa: Soy una chica de doce años. Desde que nací sufro parálisis cerebral; ya desde muy pequeña mis padres me llevan a médicos, sigo tratamientos, tomo medicinas y todos los días tengo que hacer rehabilitación. »También, desde que tengo cuatro años, llevo una lentilla para arreglarme la vista de ese ojo, aunque hace unos días también me la empezaron a poner en el otro, pues están muy contentos de cómo mejora. Voy a natación y también al logopeda, llevo ortodoncia y me hacen unos ejercicios con la mandíbula. Lo peor de todo son las plantillas y las dichosas botas que, además de no ser bonitas, dan un calor insoportable. »El mes de abril tuve que pasar por el quirófano, pues, como empecé a andar a los seis años, no lo hago muy bien, quieren intentar ayudarme, pues tengo que ir con andador. »En junio, volvieron a operarme, y los médicos están muy contentos. (Llevo una escayola en la pierna y no puedo mojarme ni apoyar el pie. Pronto ya me la quitan). Lo malo es que tengo que estar todo el día molestando a mi familia, pues, como voy en silla de ruedas y no puedo manejar bien la mano derecha, tienen que llevarme y traerme..., y más cosas. 33

»Pues, Santidad, quiero decirle que todos mis sufrimientos, malos ratos, dolores, molestias, tener peores notas que mis compañeros, pues no dispongo de tanto tiempo ni puedo escribir tan deprisa como ellos..., y, quizá, lo que más duele: no poder tener tantos amigos, o quedar con ellos y que no me llamen... Todo eso se lo ofrezco a Jesús todos los días para que muchas almas se salven y puedan ir al cielo, y muchos más niños y niñas conozcan a Jesús; pues, Santidad, yo tengo la suerte, la gran suerte, de querer un montón a Jesús, de creer en Dios y rezarle cada día para que me dé fuerzas y poder conseguir todo lo que Él me pide. Aunque a veces me cueste mucho, yo sé que no estoy sola. Además, mis padres nos hablan siempre, a mis dos hermanos y a mí, de María, de nuestra Madre del cielo. ¡Eso sí que es una gran suerte! »Por cierto, hace tiempo hice una poesía a la Virgen. Se la voy a mandar para que me diga si, usted que la conoce tanto, cree que le gustaría. Es la primera vez que lo hago, pero es que se la merece, ¿verdad? »Santidad, le doy recuerdos de mis padres. Sepa que en mi casa hay muchas fotos suyas, pues cuando se casaron mis padres fueron a Roma y usted habló con ellos, los bendijo y creo que, desde entonces, dura esa bendición. Dios los mira con cariño, pues no se imagina lo felices que son. También le doy recuerdos de mis hermanos Pablo y Javier: ellos le quieren y me han dicho que se lo diga. »No se olvide de hablar a Dios de Piluca, de decirle todo lo que lo quiero y que no me olvide. Muchas gracias. Un beso, Piluca Rodríguez-Ariel». c) Ante lo que no gusta Tampoco resulta fácil agradecer cuando lo dado no es denuestro gusto. Es curioso observar la cantidad de tiempo que solemospasar pensando en lo que nos gustaría. Con frecuencia nos encontramos que A desea lo que tiene B, mientras que B desea lo que tiene A. Pero sabemos, por experiencia, que este supuesto desajuste no se solucionaría dando a B lo de A y a A lo de B, pues en poco tiempo volverían a producirse los deseos en el mismo sentido: A volvería a desear lo que ahora tiene B. Este modo de vivir como un desdichado Calimero, poseedor siempre de la peor parte, reclama una mirada agradecida: la mirada a lo que no tenemos es sintomática de que no estamos valorando lo que tenemos como un don, un regalo, algo gratuito para mí. Empeñarnos en descubrir lo valioso de lo recibido conduce a ser cada uno forofo de lo suyo, gustando todo lo gustoso de lo dado, que nunca es poco. Otra experiencia que no nos suele gustar es la de las correcciones y prohibiciones. Sin embargo, me llamó la atención la espontaneidad con que lo agradecen los niños en un gran número de casos –eso sí, pasado el tiempo, con cierta perspectiva–: Uno escribe: “Gracias por chillarme cuando me porto mal”. Y una niña: “Gracias

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porque os preocupáis por mí, porque cuando tengo una cosa mal me la corregís, porque me queréis enseñar a comer bien, aunque algunas cosas que antes no me gustaban, tampoco me siguen gustando”. Y otra: “...por hacerme entrar en razón cuando estaba cabezota”. Y otro: “...por no haberme dado paga y no haberme dejado ser un mimado”.

Gotas en el océano de lo vivido Una de las máximas de la Operación Gracias es la de descubrir siempre más dones. Nos tropezamos, para esto, con una dificultad: gusta al hombre gozar de autonomía y autosuficiencia. Una de las características más marcadas de la adolescencia es precisamente el demostrar y demostrarse a sí mismo una gran capacidad de independencia. Es representativa la respuesta de esta joven de dieciséis años en un cuestionario: «- A ver si eres capaz de recordar algún hecho concreto en el que se refleje un cambio en la relación con tus padres entre la niñez y la adolescencia. »- Desde que soy pequeña he sido lo suficientemente autosuficiente como para no tener una relación muy cercana con mis padres. Todavía piensan que me las puedo arreglar yo sola, y en realidad puedo; y lo estoy haciendo. Sin embargo a mi hermano, que es más pequeño, le dan todos los caprichos. A la hora de estudiar o de hacer las tareas en casa, las hacía yo sola, sin ayuda. Mi hermano no: tienen que estar encima suya para que las haga medianamente bien. »Mi hermano está todo el día abrazado a mi madre y haciéndole caricias, y no puede pasar más de tres días sin estar con ella o sin llamarle por teléfono. Yo, por el contrario, estuve casi dos meses en el extranjero y ni siquiera me acordé de ellos. Sé que me quieren y que me apoyan; yo también, pero desde la distancia». Sin embargo, nada se encuentra más lejos de la verdad del hombre que esta pretendida autonomía. Y para crecer en actitud agradecida, es preciso despojarse del tonto engreimiento del autosuficiente. Quien se avergonzase de recibir perdería sensibilidad frente a las cosas buenas recibidas, dejaría de percibir las relaciones con los demás tal como son, y se haría ingrato. Marisa Madieri, en su pequeña obra de carácter autobiográfico Verdes aguas, hace un repaso de «pequeñas gotas en el océano de lo vivido». Al hablar de la dulce oscuridad «que me acogerá un día en la paz en la que ya habitan mi padre y mi madre», apunta esta reflexión:

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«Pero no siento tristeza, solo gratitud. Si he regresado a Ítaca, si en los largos silencios de mi vida han resonado por un instante las notas del vals que los planetas y las estrellas, tan relucientes esta noche, danzan en la odisea de los espacios, siento que debo dar las gracias a una multitud de personas, incluso a las que he olvidado, que al quererme, o simplemente al estar a mi lado, con su presencia fraternal no solo me han ayudado a vivir sino que son, quizá, mi vida misma» 21. No podemos ser nosotros mismos sin todo lo que recibimos. Desde el punto de vista biológico es patente. Cuesta más advertirlo en las demás dimensiones de nuestra vida. Una buena forma de realizar la Operación Gracias: reaccionar con alegre agradecimiento ante cada una de las gotas que engrandecen nuestra vida, en cada ocasión en la que experimentemos la dependencia de otros… ¡Si fuésemos capaces de ver lo mucho recibido solo con algunas presencias!, ¡si advirtiésemos el número de ayudas, escogidas y discretas, que necesitábamos incluso sin saberlo!

Vestirse de agradecido Dicen que el hábito no hace al monje. Sin embargo, en mi opinión, adoptar formas de agradecimiento es un buen modo de buscar y despertar la actitud. Hace unas semanas, un amigo me pedía opinión: están de viaje y toman un taxi; termina la carrera, bajada de bandera, saca dinero, las vueltas, despedida y... «muchas gracias». La hija le echa en cara a su padre que no sea cursi, dando las gracias al taxista. Si pudo resultar cursi no lo sé; probablemente, pues por algo causó cierto rechazo en su hija. Las formas van cambiando, y lo que ahora es oportuno, en unos años resulta extraño o inapropiado. Pero con las formas que sean, lo que no pasará nunca es la oportunidad del agradecimiento: manifestarlo, siempre que tengamos ocasión, cada vez que estamos con alguien, cada mañana al ver la luz del sol, cada saludo que recibimos, cada hora que podemos trabajar, cada minuto que estamos con un amigo, cada vez que tomamos el autobús, o que nos dan el periódico o el pan... En cada ocasión en la que forzamos un «gracias» estamos rompiendo el estado que sitúa al propio yo como única referencia. Aunque queramos alcanzar ser agradecidos y manifestarlo dando gracias, muchas veces el camino para conseguirlo empieza por el final: dar gracias para forzarnos así a ser agradecidos. Sí, se da una evolución: primero, vestirse de agradecido; segundo, serlo; tercero, serlo profundamente siempre y ante todo.

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5 Mi regalo soy yo Aunque queramos alcanzar ser agradecidos y manifestarlo dando gracias, muchas veces el camino para conseguirlo empieza por el final: dar gracias para forzarnos así a ser agradecidos.

Las dos primeras realidades dadas con las que nos encontramos son: la existencia del mundo y la existencia propia. Esta última se nos presenta más problemática, y conviene que terminemos prestándole una atención especial: agradecer nuestra propia persona en sus dimensiones física, psíquica y espiritual: soy este cuerpo, soy este espíritu, con esta forma de ser, con estas tendencias, cualidades y capacidades. Lo primero que cada uno se encuentra es su yo, al que amamos de manera natural. Tanto es así que todos admitimos pacíficamente este amor propio como un movimiento espontáneo, positivo y necesario. Ante mi propia realidad la respuesta natural deberá ser: gracias por el hecho de ser, de ser quien soy, de ser como soy. Sin embargo, sabemos lo difícil que resulta aceptarse a sí mismo y agradecer el yo recibido. ¿Cuál es la razón? Es muy sencillo: en mí encuentro limitación y negatividad.

Cuando no me gusto Es fácil llegar a comprender que solo puede haber un ser absolutamente ilimitado, perfecto, sin carencias ni defectos: solo uno. Cuando comprobamos que no nos ha tocado a nosotros ser ese…, empiezan los problemas. Muy pronto nos damos cuenta de que somos limitados. Algunas filosofías han querido anular estos límites, afirmando que el yo-limitado es un momento, una concreción o una cara del yo-absoluto. Entre ellas se encuentran el idealismo alemán y los distintos panteísmos. Pero esta afirmación no puede negar la experiencia más elemental: el yo dado que he recibido es limitado. De hecho, yo soy el que soy, sin haber intervenido ni elegido nada de lo que soy inicialmente. Me experimento como una realidad recibida, con unas determinaciones concretas. No soy porque mi yo exija ser – los filósofos dicen «no soy por esencia»–, sino que soy porque la iniciativa de alguien distinto a mí me ha dado el ser. Por ser limitados no podemos más que ser de una forma determinada: soy rubio o moreno o castaño; soy alto o bajo o mediano; intuitivo o discursivo; extrovertido o introvertido... Las determinaciones concretas que me son dadas son las que configuran mi yo-limitado. 38

Ser limitado significa tener límites: no puedo tenerlo o serlo todo: tengo o soy lo que tengo o soy, y carezco de lo que no tengo ni soy. O vivo en París o en los Alpes o en la orilla del Mediterráneo, pero no en más de un sitio a la vez. Por tanto, siempre y necesariamente, en el propio yo encontramos ser y no ser, algo valioso y carencias –todo lo posible que no soy–. Somos así y no puede ser de otra manera. Ser limitado es la condición básica de nuestra forma de ser, y a partir de esta condición se presentan algunas experiencias que es bueno distinguir: - Tenemos carencias: mi yo está limitado a ser lo que es, y no puede ser lo que no es. - Tenemos defectos: mi yo es limitado en el modo de ser lo que es; o mejor, no solo es lo que es, sino que lo es limitadamente, con imperfecciones: la altura es insuficiente, la disposición de los dientes es antiestética; la memoria es escasa; la vergüenza es dominante... - Tenemos debilidades: mi yo tiene una voluntad limitada y, en ocasiones, su obrar no es el que querría. - Tenemos errores: mi yo tiene un entendimiento limitado y no siempre conoce con verdad. - Tenemos traiciones: la voluntad de mi yo es libre, y puede obrar en contra de la respuesta debida.

¡Qué difícil es besarme! ¿Por qué nos resulta tan difícil querernos? Con frecuencia estropeamos la relación hacia nosotros mismos provocando una actitud antinatural, de rechazo hacia la realidad personal, que se manifiesta en comportamientos enfermizos. Un ejemplo de estas enfermedades es la anorexia. En una entrevista preguntaban a una joven, anoréxica desde los doce años: «- ¿Tienes ilusión por vivir? »- Sólo a veces. Me encantaría levantarme y meterme un desayuno fuerte, pero no puedo. No sé si algún día llegaré a ser normal. Hay días en que me miro al espejo y digo: “¡Qué asco de vida! No me gusta vivir. Me doy asco cuando me veo”. »- ¿Por qué dices eso? »- Aborrezco mi cuerpo. Me veo mal por todos los sitios. No me gustan mis manos, mis piernas, mis brazos...» 22.

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En la raíz de estos comportamientos –cuando no son causadas por anomalías psíquicas– se encuentra haber seguido pautas contrarias al agradecimiento, como las del yo resentido y del yo venenoso. Nuestra protagonista habla de «lo de mi hermana Amaya»: «Le tenía un poquito de envidia. Aunque soy la pequeña de la casa, cuando nos visitaban algunos familiares, a Amaya le hacían más caso que a mí. Pensé que la querían más porque estaba delgadita. Creí que si perdía peso sería más feliz; así que dije: “coño, yo también deseo que me quiera la gente”». Pero tenemos que admitir que la única respuesta correcta ante nuestra propia persona es la de estar agradecido. Quien está «sano» agradece su yo. ¿Por qué? Porque es lo justo. Es justo advertir lo bueno de mi yo. El hombre está hecho para el ser y no para el no ser: busca la verdad que es, ama el bien que es, goza de la belleza que es... No se puede encontrar, ni amar ni gozar lo que no es. Es justo dirigirse hacia lo que uno es, no hacia lo que uno no es. Cuando damos vueltas a los que somos, a nuestras carencias y defectos, nos estamos enfocando hacia el vacío, hacia el no-ser, hacia el no-valor. Sin darnos cuenta con frecuencia definimos a personas por sus carencias o defectos; eso es una injusticia ontológica. En cierta ocasión, quedé en un lugar de Madrid con un escritor al que no conocía. «¿Cómo nos reconocemos?», le pregunté. Su contestación: «Yo soy bajito y calvo». Me hizo gracia que se identificase con dos carencias: altura y pelo. En este caso no tenía importancia: buscaba eficacia y la obtuvo: en cuanto le vi, supe que era él. Otro ejemplo: recuerdo cómo molestaba, y con razón, a las personas que trabajaban en una empresa educativa que les llamasen «personal no docente»; justo se les designa por lo que no hacen en vez de por lo que hacen. Del mismo modo se comete una injusticia ontológica cuando uno solo contempla de sí mismo lo que no es, sus carencias, sus vacíos. Si queremos establecer una correcta relación deberemos fomentar ser forofos de nuestra realidad y de nuestras circunstancias. Si, en vez de fijar la atención en los límites y carencias personales, la fijáramos en lo recibido y en el modo de potenciar y ejercitar la donación con los privilegios que nos acompañan, llegaríamos mucho más lejos.

¡Vive tu vida! Recuerdo el expresivo título de un libro, Justo a mí te tocó ser yo, refiriéndose al

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autorrechazo característico de la adolescencia. Estas son algunas pautas que pueden guiar la tarea de transformar esa expresión de queja en expresión de privilegio: a) Ayuda crecer en un ambiente en que uno es aceptado como es, y en el que se enseña a aceptar pacíficamente la necesaria negatividad inherente a la condición humana. b) Es preciso crear el hábito de fijarse en lo positivo, sin ignorar las limitaciones y carencias; lo positivo, agradecerlo; las limitaciones y carencias, tomarlas como campos para esforzarnos en la conquista de lo más perfecto. c) Conviene considerar la jerarquía de las realidades: lo más valioso se puede conquistar; lo menos valioso –como es el tener material y lo que hace referencia al físico– es accidental y secundario para alcanzar la perfección y felicidad. d) Puesto que la persona es donación, requiere descubrir cómo se puede ser donación con las limitaciones y carencias con las que uno cuenta. --Yo me encuentro dado a mí mismo. Este hecho significa que se me ofrece la oportunidad de ser yo. A mí me toca ser yo; me he sido dado a mí mismo para ser yo. Y ser yo significa recorrer el camino que parte del yo inicial –con sus límites, carencias y defectos– hacia el yo en plenitud. El punto de partida es el yo mío y no el de otro. Solo yo tengo el privilegio de vivir mi vida, que parte de una realidad dada y, al mismo tiempo, perfeccionable: he de conducir hacia su plenitud el yo que me ha sido regalado. Así es el hombre. No cabe duda de que si, además, el hombre puede conocer la intención del que le ha dado, el camino a recorrer quedará confirmado e iluminado. Como dice Guardini, quien sea cristiano lo tiene fácil porque sabe que «si aquel que me ha dado a mí mismo es el Sabio y Bondadoso, e incluso, como dice Cristo, mi Padre, entonces, según las mismas palabras de Cristo, quiere “que yo viva, y viva en plenitud”. Y esa plenitud de vida solo puede ser la mía, no la de otro. Por eso el camino a todo lo bueno arranca de mi puesta en juego esencial, y la valentía de la aceptación de mí mismo significa a la vez confianza en ese camino» 23. En cualquier caso, sí podemos afirmar que para toda persona humana la más radical actitud de agradecimiento es la que conduce a cada uno a ser yo; esto es, la mejor forma de ser agradecido es comprometerse a llevar el yo hacia la plenitud, que es tanto como responder libremente «sí» a quienes libre e intencionadamente han hecho posibles mi 41

persona y mis circunstancias.

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Como agradecimiento a Isabel y a Antonio, sigue este yo, el yo de Mingote, que cierra con una propuesta oportuna y acertada, como una síntesis en la que está presente de manera implícita el contenido de las páginas anteriores. Mingote descubre lo más valioso que guarda en su intimidad, lo que le permite vivir y ser feliz. No está su valor en sus logros, ni en sus aptitudes, en lo que él posee, hace o crea. Su grandeza se encuentra en lo que recibe, en «ser amado» de manera incondicional. Esa es la roca sobre la que se levanta él, sobre la que edifica su vida y su obra. El yo que renuncia a una pretendida autosuficiencia y se declara necesitado, es un yo sabio y sobrio, estable y fecundo, alegre y optimista, seguro en su precariedad. El reconocimiento de que «ser amado» es lo único importante, con la fuerza de lo autobiográfico, hacen de este testimonio una valiosa aportación para quien quiere seguir las huellas de alguien que ha enseñado durante años la ciencia de caerse bien. Su mujer, Isabel, es quien nos ha proporcionado este testimonio. Dejamos que sea ella quien nos lo cuente: «A pesar de encontrar a Antonio Mingote el ser más admirable del universo, […] a veces, en la vida cotidiana, durante tantos años de convivencia, sorprendo en él numerosos defectos que le reprocho sin piedad. A esto se une aquello de que no hay hombre admirable para su ayuda de cámara, y en este caso el ayuda de cámara es Carmen, la persona que vive y trabaja con nosotros desde hace más de treinta años. Antonio casi diariamente tira agua, café o tinta sobre todas las mesas que tiene llenas de papeles, y grita: “¡Carmen!” Y allá va Carmen llena de trapos y cubos “rezando” (expresión suya, es andaluza): “A ver qué tontería ha hecho el señor”. »Otras veces dice, cuando Antonio le pide que conecte un enchufe o no acierta a encender el gas o a manejar un aparato: “Es que al señor no se le ocurre nada”. »Hace bastante tiempo, un día, abrumado por estos reproches de Carmen u por los constante míos, que estoy harta de limpiarle manchas en la ropa y remediar continuos desperfectos que produce generosamente, se levantó abatido de la mesa, se fue a la de su estudio y regresó dándome la hojita que copio al final. »Confieso que me conmovió bastante y me propuse no regañarle más. Sigo intentando, con gran dificultad, cumplir este propósito. Mientras tanto, y como expiación a mi dureza en el trato con este ser angelical, transcribo exactamente lo que me puso en la hojita, a ver si ustedes también se conmueven como yo y lo quieren aún más».

¿Para qué sirvo yo? «Para nada. No sirvo para nada. Excepto dibujar y escribir torpemente, dudosas 44

habilidades con las que, sorprendentemente, me gano la vida y la de los míos, no sé hacer nada más. »No sé administrar el dinero que gano (sin mi mujer, se disiparía como el humo) ni elegir mis trajes, ni cortarme las uñas de los pies. No sé donde hay que llamar para que venga un fontanero, ni cuidar a un enfermo, ni poner una inyección ni consolar al triste. No soy capaz de hilvanar un discurso medianamente coherente, de mantener una discusión razonable, de mediar con algún éxito en un pleito. No sé nada de economía, ni de política, ni de astronomía, ni de filatelia. No sé encargar por teléfono un pasaje de avión, ni comprarme unos calcetines, ni buscar un médico. No puedo recordar cómo se llama esa señora tan simpática con la que comí ayer, ni la protagonista de aquella película que me gustó tanto y cuyo título he olvidado. No sé montar en bicicleta, ni hablar francés (ni ningún otro idioma excepto el mío y este con dificultad). No sé comunicarme con mis semejantes (ni con los más queridos), ni programar un despertador, ni jugar al póquer, ni al bridge, ni al ajedrez. Ni cazar, ni pescar, ni saltar con pértiga más de cuarenta centímetros. No sé como se escribe Schopenjagüer, ni resolver una ecuación, ni bailar sevillanas, ni distinguir un álamo de un chopo. No sé divertirme con las diversiones normales, y no sé nada de toros ni de fútbol. No sé contar chistes y si supiera no recordaría ninguno. No sé guisar. No sé manejar en absoluto un ordenador, muy poco un vídeo y apenas el teléfono. »No sé tocar el piano ni las castañuelas ni ningún otro instrumento. No sé bailar. »No sé nunca lo que me conviene hacer o decir, ni gobernar mis sentimientos, ni resolver un conflicto. Y cualquiera puede convencerme de cualquier cosa. »No sé patinar, ni navegar a vela. »No sé como hace funcionar una lavadora, ni un lavaplatos, ni usar un microondas. »No distingo el whisky escocés del americano, ni una noruega de una sueca, ni un chino de un japonés. »Además soy un viejo caduco (caducado) fuera de uso. »Soy un completo inútil. »Pero algunas personas me quieren. »Y si soy capaz de suscitar en esos pocos los gratificantes sentimientos de amor, amistad o camaradería, tendré que aceptar que soy un inútil muy afortunado».

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NOTAS 1

Calderón de la Barca, La vida es sueño, Escena segunda, Segismundo. 2 Violeta Parra, Chile. 3 Una de las verdades básicas que rebela el cristianismo es que la creación es buena (Cfr. Génesis 1). 4 Joseph Roth, Las ciudades blancas, Minúscula, Barcelona 2001, págs. 27-28. 5 Sandor Márai, El último encuentro, Salamandra, Barcelona 2000, págs. 43-44. 6 Este es el fundamento antropológico del derecho a una familia, y de la necesidad de ésta para alcanzar un desarrollo normal de la personalidad. 7 Kierkegaard, Gesammelte Werke, sección 20: “Christliche Reden” 1948, A., Die Sorgen der Heiden, I, pág. 14. 8 Sobre esto tratamos en el libro Respeto, de esta misma colección. 9 Es compatible que la dignidad del hombre sea superior la del resto de la creación, con el hecho de que esta deba un respeto a las cosas creadas; que lo demás esté en función del hombre no significa que pueda disponer de ellas con absoluta arbitrariedad. 10 Dietrich von Hildebrand, La gratitud, Encuentro, Madrid 2000, págs. 48-49. 11 La forma de agradecer es la disposición a actuar ofreciéndose. 12 Sándor Márai, El último encuentro, págs. 44-45. 13 Así ocurre en toda filosofía y religión. Dependiendo de en qué realidad se ponga el primer movimiento que da valor a la propia vida, enseña a dirigir la vida respondiendo a esa realidad. Por ejemplo, el marxismo entiende que lo que constituye al hombre es resultado de la valoración social que merece por su trabajo, y por eso el hombre debe vivir sometido al bien común social y emplearse en su realización por encima de cualquier búsqueda personal. Otro ejemplo: el cristianismo tiene su punto central en lo que expresa San Juan de forma sintética: “Èl (Jesús) nos amó primero”; el amor de Dios a mi persona está en mi origen, y la vida del cristiano no es más que respuesta a ese amor: su amor es el generador de mis respuestas. 14 Mi madre, in memoriam, Lumen, Barcelona 1999, pág. 86-88. 15 Henri J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, PPC, Madrid 1998, pág. 79. 16 Ibidem, pág. 82. 17 Metamorfosis, Aglauros, págs. 67-69. 18 Henri J. M. Nouwen, El regreso del hijo pródigo, PPC, Madrid 1998, pág. 93. 19 Este tema lo he tratado con más extensión en ¿Se puede aprender a sufrir?, editorial Desclée De Brouwer. Aquí expongo una breve síntesis.

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Séneca, De providentia, 2, 5-7; 4, 5; 4, 11. 21 Marisa Madieri, Verdes aguas, Minúscula, Barcelona 2001, págs. 184-185. 22 El Correo, 18 de septiembre de 1997, pág 3 (edición Vizcaya). 23 Romano Guardini, La aceptación de sí mismo, Cristiandad, Madrid 1979, pág. 31.

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JOSÉ PEDRO MANGLANO José Pedro Manglano es sacerdote, profesor universitario, doctor en Filosofía, teólogo y escritor. Desde hace más de diez años dirige Planeta Testimonio. Los jóvenes son el centro de su trabajo. Vive en un colegio mayor universitario.

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Es el creador de “Showing Foundation”, una fundación dirigida a jóvenes de todo el mundo, que promueve la conciencia social y solidaria con actividades internacionales y promociona actividades artísticas que ayuden a hacer de los jóvenes buenas personas.

Uno de los autores de libros espirituales más leídos, con más de un millón de ejemplares vendidos y más de treinta títulos publicados.

Con la convicción de que las nuevas tecnologías tienen mucho que aportar, es asimismo autor de ocho aplicaciones que superan el millón de descargas de sus episodios.

+ info www.manglano.org

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Index AGRADECIMIENTO. DIME QUÉ AGRADECES Y TE DIRÉ CÓMO ERES PRÓLOGO INTRODUCCIÓN 1. LOS CUATRO INVISIBLES 2. SOY EL CENTRO 3. AFORTUNADOS INGRATOS 4. LA OPERACIÓN GRACIAS 5. MI REGALO SOY YO EL YO MINGOTIANO NOTAS AUTOR

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