March 31, 2017 | Author: pedroojedamx | Category: N/A
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Prólogo
Para participar en la apasionante aventura de desmitificar falsas creencias sobre los adolescentes y desvelar sus enigmas es preciso adentrarse, de algún modo, en su peculiar laberinto psicológico. El adolescente suele recluirse de forma voluntaria en su mundo interior, sea por necesidad de autoanálisis, de evasión, de pudor o de seguridad. No es un laberinto-trampa sino un recurso más de la naturaleza al servicio del desarrollo. Cuando se prescinde de esa indagación para limitarse a describir los comportamientos externos, surgen los mitos sobre la adolescencia. Aunque suelen tener una base real, son fruto de nuestros deseos, de nuestra imaginación y de la aceptación acrítica de los tópicos sobre el tema. Los enigmas no tienen la connotación negativa de los mitos. El término enigma proviene del latín aenigma, que, a su vez, tiene su origen en un vocablo de la lengua griega. Se trata de un dicho o de una cosa de difícil comprensión. Un enigma también es un conjunto de palabras de sentido encubierto para que el mensaje sea de difícil entendimiento. El enigma, por lo tanto, es un misterio, ya que es algo que no se puede explicar o que no logra descubrirse. Si la explicación del enigma sale a la luz, el hecho o la cosa en cuestión deja de ser un enigma, ya que su comprensión se vuelve accesible para todas las personas. Los mitos dan explicaciones convincentes del mundo, y eximen de seguir interrogándonos, porque “resuelven” el origen de todas las cosas. (Colussi, 2014) Nos invitan al conformismo, a dejar de investigar sobre una cuestión, mientras que los
enigmas son interrogantes y retos que nos incitan a seguir pensando e investigando hasta encontrar respuestas. Por ello, mientras los mitos permanecen, los enigmas van desapareciendo a medida que se resuelven. Desmitificar la adolescencia y desvelar sus enigmas es de gran utilidad para padres y profesores, ya que les permite mejorar el conocimiento de sus hijos o alumnos. Para educar hay que conocer. La acción educativa implica diversificar la exigencia y la ayuda en función de las necesidades de cada educando. Del mismo modo, ayudar a un hijo o alumno adolescente a desmitificar la adolescencia y desvelar sus enigmas será contribuir decisivamente a que descubra el sentido y las posibilidades de la edad que está viviendo. Ese mejor conocimiento de sí mismo ayudará al adolescente a comprenderse y aceptarse a lo largo de su desarrollo evolutivo, eliminando así posibles miedos infundados y trastornos de ansiedad. A diferencia de la infancia, la adolescencia está llena de enigmas. Quien primero se encuentra con ellos es el propio adolescente: el naciente pensamiento reflexivo le mueve a un autoanálisis que estaba ausente en la infancia. El descubrimiento del yo (de un yo que ya no se limita, como antes, a relacionarse con las cosas externas, sino que es capaz de interrogarse y de pensarse a sí mismo) es la puerta abierta a inesperados y desconcertantes enigmas: ideas, sentimientos y estados de ánimo que le resultan incomprensibles. «Los cambios que, en todos los órdenes experimenta hacen al sujeto objetivarse, considerarse a sí mismo como problema. De ahí el proceso de interioridad tan característico. Es precisamente esta situación un aspecto central de la adolescencia: la necesidad de asumir la propia identidad, sentirse uno mismo, distinto de los demás». Los enigmas que encuentra el adolescente a lo largo de la indagación sobre sí mismo le crean en principio desconcierto y desánimo, pero cabe también la
posibilidad de vea los cambios evolutivos como las piezas de un puzle que cobrarán sentido a medida que se ensamblen. Del educador se espera que guie y acompañe al adolescente en su personal proceso de autoconocimiento, no que le sustituya ni que le lleve de la mano. Sobre la base de haber ganado su confianza, tratará de empatizar con él y de establecer una relación afectiva abierta a posibles confidencias. En contra de lo que se ha dicho, los adolescentes no se limitan a confiar sus problemas personales a los amigos de su misma o parecida edad; algunos confiesan que su mejor “amigo” o “amiga” es su padre, su madre o cierto profesor o tutor, ya que es quien más y mejor le puede escuchar, entender y orientar en determinados temas del desarrollo. El lector de este libro se encontrará con muchos mitos y enigmas de la adolescencia. No me he limitado a mencionarlos y describirlos, sino que he intentado explicarlos. En los 13 primeros capítulos se recogen mitos y enigmas que están relacionados con rasgos típicos de la adolescencia «de siempre», mientras que en los 8 últimos se estudian los que están relacionados con rasgos de la adolescencia actual. Esta reflexión sobre los mitos y enigmas de la adolescencia es especialmente conveniente con ocasión de las sucesivas tomas de postura sobre ese concepto a lo largo de la historia: 1. Una transición breve y no problemática de la niñez a la adultez por medio de los ritos de paso; 2. El reconocimiento de que esa esa transición es una etapa más del ciclo vital que es designada por primera vez como «adolescencia»; 3. La constatación de que la adolescencia de la sociedad industrial o modernista típica de los países más desarrollados y de los ambientes urbanos es una fase mucho más larga y problemática, hasta el punto de que ser considerada como un invento o creación social;
4. La adolescencia como un modo de ser conformista, individualista y narcisista, procedente de la cultura escéptica y pesimista del postmodernismo. En cada capítulo hay una referencia inicial a los mitos sobre el tema tratado; a continuación se exponen los enigmas. El libro incluye en sus diferentes capítulos casos reales, soluciones concretas a los problemas planteados y una adenda; todo ello contribuye a su carácter práctico. Espero que el esclarecimiento de tantos mitos y enigmas no le quite a la adolescencia esa magia que suele fascinar a quienes la estudian (no tanto a quienes conviven estrechamente con adolescentes: padres y profesores que «sufren» diariamente en primera línea de «batalla» sus dificultades de adaptación). Confío en que esa labor contribuya a abrir nuevos horizontes en el tema de la adolescencia y a remover obstáculos que actualmente siguen dificultando su comprensión. G. C.
Introducción: Actualidad permanente de un descubrimiento tardío
A diferencia de la infancia, la adolescencia permaneció muchos años invisible. Su estudio metódico es muy reciente, ya que hasta principios del siglo XIX solamente existían nociones empíricas y basadas en el sentido común; se trataba de un conocimiento insuficiente, muy diferente del conocimiento científico que llegaría después. Paradójicamente, en la actualidad la adolescencia ha pasado de ser ignorada como tema de estudio a estar de moda. La Psicología de la Adolescencia se está convirtiendo en uno de los temas científicos más atrayentes; proliferan los estudios y debates científicos que abordan en profundidad esta decisiva etapa del ciclo vital. Por otra parte, los novelistas y guionistas de cine recurren a ella para encontrar temas interesantes. Este interés actual tiene, en mi opinión, varias posibles causas. Una de ellas es que tras la obligatoriedad de la escolaridad secundaria se retrasa la incorporación de los estudiantes al primer trabajo y se prolonga la estancia en casa de los padres en situación de dependencia. Las aulas actuales albergan durante muchos años a una considerable población de estudiantes en unas edades que suelen ser mucho más problemáticas que las de generaciones anteriores. La sociedad de ahora se encuentra con una responsabilidad nueva: prevenir las conductas indisciplinadas de miles de adolescentes decepcionados y aburridos por sentirse frenados en sus deseos de autonomía, en la realización de los ideales y en la formulación de un primer proyecto de vida. El gran protagonismo que actualmente tienen los adolescentes y jóvenes en la vida
pública, el elevado y creciente consumo de alcohol y sustancias estupefacientes, la progresiva inadaptación de muchos adolescentes a la vida familiar y escolar, empieza a preocupar a una sociedad muy tecnificada, culpable de no haber definido el estatus social del adolescente y de no haber establecido procedimientos para la transición de la infancia a la adultez. El profesor Secadas predijo y definió en su día con acierto el nuevo problema: «Muchos autores remarcan la falta en nuestras sociedades de un período de aprendizaje que, en otras sociedades, viene dado por los ritos de iniciación. Estos, sin duda, otorgan al adolescente una seguridad de status, dato importante para neutralizar las múltiples agitaciones de un período “nuevo”, pero cuanto más crece la cultura, más largo habrá de ser el período de adaptación. De ahí el carácter psicológico de la adolescencia y de ahí también su complejidad, tan inevitable como la cultura misma»[1]. Otra causa del nuevo interés por la adolescencia es que actualmente tiende a comenzar antes y a terminar más tarde que en otras épocas. Tanto la precocidad de los cambios biológicos de la pubertad, como el retraso de la inserción en el mundo de los adultos, crean retos educativos nuevos. A los padres y profesores les preocupa que la crisis de la adolescencia no se resuelva en el momento esperado. A ello contribuye también que ese tiempo de crisis suele ser vivido por los hijos con escasa presencia tanto del padre como de la madre, debido a sus horarios de trabajo profesional. Los hijos no suelen encontrarlos cuando los necesitan, por lo que viven con una autonomía precipitada y excesiva para su edad, mayor que la de las generaciones anteriores; a ello se suman las carencias afectivas. Esta nueva adolescencia tiene repercusiones sociales, culturales y económicas que no se pueden ignorar. Una de ellas es que los adolescentes se han convertido en un atractivo mercado; son potenciales compradores compulsivos de productos que
están de moda, sobre todo ropa, calzado deportivo y aparatos electrónicos de todo tipo: «Los adolescentes del siglo XXI son “nativos digitales” (Prensky, 2001). Han nacido y se han criado con Internet, con los teléfonos móviles y videojuegos. Su aprendizaje ha sido, en mucha mayor medida que las generaciones anteriores, a través de la imagen, y sus relaciones están mediadas por las redes sociales (…) Han pasado más tiempo con su ordenador que con juegos físicos, y pasado más horas con sus amigos virtuales que con los reales. Hablan el lenguaje digital con la fluidez de haberlo aprendido en la niñez. En contraposición, los adultos que nos hemos iniciado en la red seremos siempre “inmigrantes digitales”, en palabras de Prensky[2]. Es muy sorprendente por qué hasta el XIX los estudios de psicología evolutiva se ocuparan solamente de la infancia. ¿A qué se debe ese considerable retraso? No se debía tanto a una minusvaloración del papel que la adolescencia desempeña en el desarrollo evolutivo del ser humano como a las dificultades de tipo práctico que se encontraban para estudiarla. Los adolescentes son mucho menos accesibles a la observación que los niños. La reserva típica del adolescente, contrasta con la espontaneidad, ingenuidad, sencillez y franqueza propias del niño. La adolescencia dejó de ser invisible con la llegada del progreso de los métodos de estudio de la conducta humana, a partir del siglo XIX. Ello permitiría descubrir el mundo interior de los adolescentes, tan diferente del mundo exterior en el que se centran los niños. Ese descubrimiento desveló que el paso de la niñez a la adultez no se puede resolver satisfactoriamente entendiéndolo como un tiempo de mera transición.
1. SECADAS, F. y SERRANO, G.: Psicología evolutiva. 14 años. Op. cit. 18. 2. PEREIRA, R.: Adolescentes en el siglo XXI. Morata, Madrid, 2011, p. 12.
Parte I El origen de la adolescencia
1 Los ritos de paso
1. El mito de que los tradicionales ritos iniciáticos eran una transición perfecta de la infancia a la adultez En los pueblos de todas las épocas históricas se vio la necesidad de encontrar procedimientos para atravesar sin demora la frontera que separa la infancia de la adultez. Hay que aclarar que cada paso del ciclo vital conlleva una iniciación, incluido el de la adultez a la vejez; no obstante, la adolescencia ha sido considerada tradicionalmente como el tránsito iniciático por excelencia, a través de los ritos de la pubertad. Los ritos de la iniciación masculina eran más dolorosos que los de la iniciación femenina. La iniciación incluía pruebas difíciles, entre las que sobresalía la de la caza: el chico tenía que cazar un animal salvaje con sus manos, prescindiendo de armas. Algunos ritos de iniciación no constituían una transición global o integral; faltaba el desarrollo psicosocial. En las sociedades primitivas ese segundo desarrollo no era tan necesario como en las complejas sociedades modernas. No obstante, existen casos aislados en los que los ritos iniciáticos incluían también algún desarrollo psicosocial. No siempre eran crueles y algunos de ellos conllevaban educación moral, como por ejemplo, los de una tribu de Nueva Gales del Sur: «Cada muchacho es tomado a su cargo por uno de los ancianos, quien todas las noches lo instruye sobre sus deberes y las normas que regirán su conducta a través de la vida, consejos dados en forma tan afectuosa,
paternal y emotiva que a menudo enternecen el corazón del joven y le arrancan lágrimas»[1].
2. Los supuestos recursos iniciáticos modernos: novatadas y otros procedimientos Las novatadas en residencias son consideradas por algunos autores actuales (Bersani y Pozzi, entre otros) como ritos de iniciación para adolescentes y jóvenes recién llegados a una organización. Para ser aceptados por el grupo deben superar la prueba de ser sometidos a acosos y humillaciones por parte de los miembros veteranos de ese grupo. Estas pruebas conllevan, por tanto, violencia física y/o psicológica. Suelen producirse en todo tipo de centros de enseñanza y clubs deportivos. No son tan nuevas como suele creerse, ya que, por ejemplo, se han registrado por escrito algunas de las que se realizaban en la Academia de Atenas. Se trata de un fenómeno grupal, ya que los roles de agresor y de víctima no se limitan a dos individuos, sino que son compartidos por todos los componentes del grupo desde su condición de testigos y observadores de las agresiones. Algunas novatadas pueden considerarse formas de Bullying, aunque este último fenómeno suele realizarse a escondidas y con un número de observadores más reducido[2].
Las novatadas en las residencias universitarias Las más frecuentes son las siguientes: 1. Tras colocar a los novatos de rodillas, les introducen un embudo en la boca y les echan licor a chorros hasta que se marean. 2. Usan a los novatos de ceniceros en las habitaciones de los «veteranos» que fuman. Están toda la noche con la mano extendida para recoger la ceniza. A veces, la ceniza se les echa en la boca.
3. Beber vinagre, vino mezclado con posos de café y/o gel de baño. 4. Duchas de agua fría, juntos o separados (los novatos), desnudos o vestidos. En ocasiones, se les despierta varias veces por la noche para repetir esta «broma». 5. Tienen que lavarse los dientes con la escobilla del WC. 6. Los desnudan y les depilan las piernas. También les rapan el pelo. 7. Les ponen grapas de papelería en la piel si se han producido lesiones por otras novatadas. 8. Son llevados a sitios céntricos para practicar el «tartazo al novato». A un euro el tiro. Hubo una señora que pagó 10 euros. 9. El pringue. Les hacen pasar por un pasillo humano donde se les azuza y, entre gritos, se les arrojan huevos y harina. Otras veces, se arrojan sustancias altamente peligrosas, como disolventes o sosa cáustica. 10. Servir comidas a los veteranos. Los novatos tienen que sentarse en el regazo de los veteranos y darles la sopa con la cuchara. 11. Tirarse por un terraplén o encima de unos setos. Acaban heridos y ensangrentados. (Diario ABC, Madrid, 19-6-2012)
Otros procedimientos de iniciación • Viajes de estudios tras acabar una etapa de escolaridad; • Puestas de largo en bailes de entrada en sociedad; • Trabajo compatible con el estudio de una carrera; pagarse esa carrera; • Estancia en otros países para aprender un segundo idioma; • Servicio militar; Participar en un proceso de búsqueda de un primer trabajo profesional. Conlleva presentarse a las entrevistas realizadas por una consultaría al servicio de una empresa que demanda candidatos.
Participación activa en movimientos de voluntariado.
3. Adenda La fórmula de los ritos de paso está disminuyendo, pero no se espera su desaparición, debido a que es una de las constantes antropológicas más universales que caracterizan a la persona. Los ritos y sus costumbres correspondientes cambian de nombre y de aspecto, pero su esencia permanece, ya que las diferentes etapas del desarrollo del ser humano están regidas más por lo natural que por lo social. El primer rito de paso sigue siendo el nacimiento; la comunidad da la bienvenida al bebé y le incorpora como un miembro más. El segundo rito común a todas las sociedades sigue siendo el paso de la niñez a la adolescencia y a la edad adulta. Es un rito más largo y difícil para el protagonista del ritual; esto se debe a que para afrontar la vida adulta el adolescente necesita endurecerse y probar que es capaz de soportar situaciones de sufrimiento.
1. Brooks, F. D.: Psicología de la adolescencia. Kapelusz, Buenos Aires, 1948, p. 3. 2. Cfr. Ana AIZPÚN MARCITLLACH y Ana GARCÍA-MINA FREIRE. Consejo de Colegios Mayores Universitarios de España – Universidad Pontificia Comillas. Madrid, 2013.
2 El descubrimiento de la adolescencia como una fase del ciclo vital
1. El mito de que la adolescencia es solamente un invento social El mito transmite que la adolescencia sería una creación exclusiva de la cultura, sin causas genéticas. No sería una fase natural del ciclo vital, sino una creación artificial de las sociedades industrializadas modernas. Este mito ha tenido bastante aceptación porque, a pesar de ser solo una media verdad, es muy sugerente: subraya la fuerte impronta social y cultural que cada época imprime a la adolescencia. Se puede aceptar que, de algún modo, cada sociedad y cada ambiente cultural crea su propia adolescencia. Ocurre que cada adolescente interpreta sus cambios biológicos y psíquicos de acuerdo con los valores predominantes en la época que le ha tocado vivir. Hay que precisar que esa influencia social y cultural no crea por sí misma la adolescencia, sino que se limita a actuar sobre su base genética. No hay evidencias de que el adolescente sea simplemente una invención o construcción social, ni antigua ni moderna. El hecho de que la adolescencia haya sido ignorada durante mucho tiempo no autoriza a declarar la inexistencia de esa etapa natural del ciclo vital. Muchos relatos literarios desde la antigüedad incluyen el concepto de adolescencia como realidad diferenciada que ha ido recibiendo modificaciones con el paso del tiempo: cada época «diseñó» su propia adolescencia, incluida la época moderna, que no la inventa, sino que la modifica al supeditarla a las
exigencias de una sociedad industrializada. A favor de la teoría de la adolescencia como invención social moderna se ha argumentado que en las sociedades poco desarrolladas la transición entre la infancia y la adultez se realizaba de un modo natural, rápido y sin problemas; en cambio, en las sociedades desarrolladas del mundo industrializado occidental los niños no tienen la oportunidad de vivir ese tipo de experiencias; en su lugar son instruidos en las escuelas de forma teórica durante muchos años. La excesiva prolongación de los estudios suele prolongar la dependencia y aplazar la madurez.
2. La adolescencia como un supuesto «segundo nacimiento» y una etapa del ciclo vital ¿Por qué la adolescencia ha sido considerada como un segundo nacimiento? ¿Se puede nacer dos veces? La obra de Juan Jacobo Rosseau, Emilio o de la educación (1762), es un tratado filosófico sobre la naturaleza del hombre, en el que se incorpora una historia novelada del joven Emilio y su tutor. Rosseau considera la adolescencia como una realidad con carácter y valor propio, con características definidas. Sostiene que es un segundo nacimiento doloroso que conlleva tensiones emocionales y desequilibrio psicológico, derivado de las trasformaciones de tipo biológico propias de la pubertad: «Nacemos, por así decirlo, en dos veces: una para existir y la otra para vivir; una para la especie y otra para el sexo (…) El hombre no está hecho para quedarse siempre en la infancia. Sale de ella en el momento prescrito por la naturaleza, y ese momento de crisis, aunque bastante corto, tiene larga influencia. (…) Este es el segundo nacimiento del que he hablado; aquí es donde el hombre nace verdaderamente a la vida y donde nada humano le es extraño»[1]. En 1904 se publicó Adolescence, la obra maestra de Granville Stanley Hall, que
sería un tratado fundamental sobre el tema. En ella se establece claramente la diferencia de la conducta adolescente con respecto a la infancia y a la adultez. Hall fue el primer psicólogo que utilizó métodos científicos en su investigación. Está considerado como el pionero en los estudios de la adolescencia. Para este autor la adolescencia se extiende de los 12 a los 25 años, desde la pubertad hasta la adultez. Coincide con Rousseau en ver la adolescencia como un segundo nacimiento y como una etapa de la vida caracterizada por las perturbaciones de la conducta. Pero, a diferencia de Rousseau, no atribuye todas las conductas de inestabilidad a causas de tipo biológico. A partir de ese momento la adolescencia deja de reducirse al desarrollo físico de la pubertad.
3. Los catalizadores de la maduración personal del adolescente Sabemos por experiencia que adolescentes de una misma edad pueden tener ritmos muy diferentes en su proceso de maduración. Una de las posibles causas de este hecho es la intervención de un catalizador (término procedente de las ciencias químicas que se usó posteriormente en psicología). El catalizador es una sustancia capaz de producir catálisis (proceso por el cual aumenta o disminuye la velocidad de una reacción química y, por extensión, psicológica) Los catalizadores que intervienen en la maduración psicológica del adolescente son factores muy concretos que en algunos casos aceleran el proceso, mientras que en otros casos lo frenan. Los factores de aceleración hacen que el período de transición a la adultez se acorte. Uno de los más importantes es vivir experiencias enriquecedoras relacionadas con la vida de familia, la amistad, el trabajo, la práctica del deporte, los viajes, el voluntariado, las situaciones límite (por ejemplo, un terremoto o una guerra). Este tipo de experiencias pueden influir mucho en la maduración personal, ya que
permiten al adolescente el contacto directo con la realidad, así como decidir formas de comportamiento. Son una fuente de aprendizaje psicológico.
4. Adenda En las sociedades tradicionales los ritos de iniciación testimonian la socialización de las transiciones más importantes en la vida humana y ayudan a preservar la estabilidad de la sociedad regulando la posición de cada miembro dentro de ella. En las sociedades modernas se encuentran huellas de esos rituales iniciáticos en muchos cuentos clásicos. Su protagonista es el héroe, que tras su hazaña de vencer en la lucha contra un enemigo muy poderoso, obtiene el reconocimiento de la comunidad y la mano de la princesa. Es una bella metáfora de la prueba iniciática. A lo largo de la historia diferente tipo de sociedades han recurrido a la aplicación de pruebas para averiguar cuando los adolescentes estaban en condiciones de integrarse en la vida adulta. Las antiguas tribus lo hacían para encontrar cazadores y guerreros; las sociedades modernas lo hacen para seleccionar buenos candidatos para su entrada en el mercado laboral.
1. ROUSSEAU, J. J.: Emilio o la educación. Libro IV. Club Internacional del Libro. Bilbao, 1985, pp. 257-259.
3 Adolescencia: edad de los problemas o de las posibilidades
1. El mito de la adolescencia como una transición exenta de conflictos La adolescencia sin conflictos no existe. Incluso en la idealizada adolescencia de los naturales de Samoa existían conflictos provocados por la adaptación sexual.
2. El mito de la adolescencia como un período turbulento que provoca una ruptura total con el pasado Para Hall, la adolescencia es un período característico de Sturm und Drang, tormenta e ímpetu. De acuerdo con su teoría psicológica de la recapitulación, las características de cada etapa del desarrollo del individuo se corresponden con cada una de las fases históricas primitivas en la evolución de la humanidad. La adolescencia corresponde a la época en que la humanidad se encontraba en una etapa de turbulencia. Hall describe la vida del adolescente como una fluctuación entre varias tendencias contradictorias; por ejemplo, los momentos de crueldad se alternan con los de ternura. Esas tendencias son pautas inevitables, ya que se basan en factores fisiológicos determinados genéticamente. No deja margen para la influencia de factores de tipo ambiental. Gesell no compartía la creencia de que la adolescencia deba ser necesariamente turbulenta. La consideraba como un proceso continuo de maduración, aunque con
irregularidades. En la adolescencia hay alteraciones emocionales y reacciones extremas, como en cualquier otra situación de cambio de roles. Esas nuevas conductas juegan un papel en el proceso de adaptación, por lo que ni originan un período turbulento ni provocan una ruptura con el pasado.
3. La crisis de la adolescencia Habitualmente se acepta que una persona está en crisis cuando vive en un estado de tensión psicológica prolongada que le produce sufrimiento y conflictos. Esta sería la situación del adolescente según la literatura alemana del siglo XVII, que transmitió una imagen romántica del adolescente desgarrado por tensiones y conflictos. Shakespeare trazó una imagen poco racional de los adolescentes, agitados casi ciegamente por sus emociones e instintos. Goethe, en su obra Las desventuras del joven Werther, presentó la adolescencia como una etapa turbulenta de tormenta y drama. Esa visión negativa recogida en la literatura se incorporó más adelante a la psicología. Las teorías psicológicas que surgieron posteriormente describieron la adolescencia como una época de problemas graves. Sin negar que la mayoría de los adolescentes padecen ansiedad y estrés, hay que precisar que lo nuclear de la adolescencia no son las perturbaciones de tipo emocional ni las anomalías del comportamiento, y que esos rasgos son consecuencia o efecto comprensible del fuerte ritmo de crecimiento físico y psíquico. La reducción de la adolescencia a la edad del sufrimiento ha contribuido mucho a que esa fase se vea como una enfermedad, ignorando así el papel que desempeña en la construcción de la personalidad. La adolescencia no es una crisis de tipo patológico, sino de crecimiento, de adaptación a una nueva edad. ¿Cuál es el detonante de la crisis? Los cambios biológicos y fisiológicos de la pubertad, que surgen de forma brusca y se desarrollan
de modo acelerado y asincrónico. El adolescente tiene que adaptarse en poco tiempo a un cuerpo nuevo que le resulta extraño y que no le favorece. La salida de la infancia plantea siempre dificultades de adaptación que son lógicas y normales, ya que el cambio producido es considerable. Esas dificultades tienen una función en el desarrollo: se presentan como un reto que apela al esfuerzo y autosuperación del adolescente temprano. La tradicional imagen negativa de la adolescencia fue cuestionada desde finales del siglo XIX por autores como John Coleman, basándose en datos de investigaciones serias. En ellas se comprobó que la problemática de esa etapa no era superior a la de otras etapas del desarrollo evolutivo, y que la conflictividad grave no era un rasgo generalizado.
4. ¿Por qué se aburren tanto muchos adolescentes de hoy? Una de las frases más frecuentes que se escuchan a los adolescentes de ahora es «me aburro». Sus padres se preguntan muy sorprendidos cómo es posible que ocurra eso con la cantidad de recursos que actualmente tienen a su disposición para vivir el tiempo libre. Mientras esos padres se ocupan casi todo el día en cumplir con todas sus obligaciones, sin dejar margen para el aburrimiento, ven como sus hijos se quejan de aburrimiento porque están ociosos. Thibon también lo considera una paradoja: «Cuando los hombres tenían más razones objetivas para aburrirse se acomodaban mejor a una existencia aparentemente insípida, y cuando tienen todas las posibilidades para distraerse, se aburren más. La explicación es sencilla. No es la falta de alimento la causante del aburrimiento, sino la inapetencia. Y lo que crea la inapetencia es la saciedad. El aburrimiento es como una toxina segregada por la abundancia mal asimilada. La peor miseria del hombre no es la de no tener nada, sino la de no querer nada. Entonces busca un remedio para la
inapetencia, no en el ayuno, que le devolvería el gusto por los verdaderos alimentos, sino en excitaciones artificiales cuyo efecto se apaga muy pronto, pues, al no corresponder a ninguna necesidad material, agrava en profundidad el mal que aplaca superficialmente, lo que exige medios aún más adulterados y más nocivos»[1]. Los adolescentes de ahora le dan un ritmo excesivamente rápido, trepidante, a su vida, viven de forma acelerada, están desasosegados. Y el desasosiego incapacita para el ocio. Cuando intentan divertirse en las prolongadas y masivas salidas nocturnas están haciendo de la evasión una fuga de su propia realidad personal para perseguir cosas que están fuera de ella. Esta fuga les deja desvalidos de identidad y, por ello, predispuestos al aburrimiento. El aburrimiento está ligado al conformismo; es la permanencia en lo mismo, sin apertura a la novedad. Siete horas seguidas sin otro recurso que ingerir alcohol en el «botellón», garantiza el aburrimiento, aunque los protagonistas no lo confiesen. El aburrimiento de estos adolescentes no se debe a factores externos, sino a factores internos. No se aburren de ninguna cosa en concreto, sino de sí mismos: no se ven como seres interesantes, lo que también les incapacita para el ocio. Polaino comparte la opinión de Kierkegaard de que el aburrimiento es, en algunos casos, una forma existencial de desesperación: el adolescente «no se desespera del acontecer, de la desgracia, de los sucesos que más o menos distantes o lejanos, salpican y llegan a bloquear las trayectorias de la vida humana. Aquí se desespera de uno mismo, porque lo que en definitiva aburre, lo que conduce a la experiencia del hastío y del tedio no son los otros, sino uno mismo. Por eso alguien se aburre cuando se experimenta a sí mismo como vacío»[2].
5. ¿Por qué los adolescentes suelen ser tímidos? La timidez es un estado de bloqueo emocional que impide actuar en presencia de
otras personas. Es miedo crónico a obrar derivado de la falta de confianza en sí mismo y en los demás. Aunque puede iniciarse en la tercera infancia, en la adolescencia se hace mucho más consciente: «No afirmamos que la timidez sea característica exclusiva de la adolescencia, sino que la adolescencia es la edad normal de la timidez. El adolescente es tímido por naturaleza»[3]. Para que se produzca un comportamiento de timidez es necesaria la presencia del otro; no hay timidez en la soledad. «A solas, el adolescente se siente valeroso y cree que todo podrá afrontarlo; pero en el momento en que se aproxima a la realidad donde existe el otro, comienza a sonrojarse por el temor de ponerse sonrojado, comienza a temblar por el temor de ponerse tembloroso»[4]. Timidez y sentimiento de inferioridad están muy relacionados. La intimidación ante otras personas es consecuencia de la inseguridad interior. La inadaptación ante los cambios físicos de la pubertad origina un sentimiento de inseguridad. La timidez es problemática solamente cuando es excesiva; en esa situación puede perturbar la vida mental y emocional y crear un estado habitual de ansiedad. En la prevención es aconsejable acostumbrar a los hijos, desde la infancia, a que actúen en presencia de otras personas; también crear situaciones en las que puedan ir conociéndose a sí mismos, para que cultiven sus puntos fuertes y mejoren su autoestima. Hay que lograr que se atrevan a actuar, luchando contra el orgullo que lo impide.
6. ¿Por qué los adolescentes «sueñan despiertos»? El fenómeno de la ensoñación La ensoñación es un rasgo típico de la adolescencia, aunque no es exclusivo de esa edad. Tiene una importante función en el desarrollo de los adolescentes que suele ser ignorada por sus padres. Estos últimos la ven como un defecto a corregir; además les molesta ese aparente «fuera de juego» en el que de vez en cuando se
encuentran los hijos, como lo prueba este tipo de burlas: «¡Ya estás otra vez en la luna! ¡despierta!, ¡regresa!». La ensoñación se ha definido en psicología como un proceso mental que nos permite divagar sobre nuestros deseos y sobre lo que puede o no ocurrir en un tiempo determinado. Es tener fantasías en estado de vigilia, soñar despierto, fantasear. El adolescente se deja llevar por sus ensoñaciones para tomar distancia de la realidad y recrearla de acuerdo con las necesidades afectivas del momento. Es una forma de autodefensa ante los peligros que existen en el mundo real.
7. Adenda Los adolescentes son inestables por cuatro posibles causas. Primera: porque es una etapa de transición que, como en todas las demás, se dan oscilaciones del comportamiento entre la edad de partida y la de llegada. Las actitudes antiguas de la infancia se entrecruzan, durante algún tiempo, con las actitudes nuevas propias de la adultez. El adolescente no es niño ni adulto; por eso puede obrar ocasionalmente como lo primero o como lo segundo. Segunda: porque la súbita aceleración del crecimiento físico y mental típico de la adolescencia contrasta fuertemente con el crecimiento más pausado de la niñez. El cambio de ritmo le desconcierta. Tercera: porque al carecer de un estatus social, no sabe a qué atenerse con respecto a lo que se espera de él. Se encuentra con exigencias contradictorias en la familia y en la escuela. Se le exige como si fuera adulto (ya eres mayor para…) y, al mismo tiempo, se le trata como a un niño (todavía no eres lo bastante mayor para…). Cuarta: porque a lo largo de la adolescencia prosigue el proceso de maduración. La adolescencia no es un tiempo de madurez, sino de búsqueda de la madurez. Consta de un conjunto de maduraciones (biológica, cognitiva, afectiva, moral y social), que se orientan a la madurez adulta, entendida como autonomía responsable. No debe confundirse el resultado final deseado (madurez), con el proceso formativo que se encamina gradualmente a ese resultado (maduración). Al encontrarse en continua evolución, no cabe
esperar del adolescente grandes frutos a corto plazo ni un comportamiento homogéneo.
1. THIBON, G.: El equilibrio y la armonía. RIALP, Madrid, 1978, pp. 92-93. 2. POLAINO, A.: Aburrimiento y soledad en los adolescentes. Palabra, Madrid, 1989 pp. 29-30. 3. LACROIX, J.: Timidez y adolescencia. Fontanella, Barcelona, 1967, pp. 17-18. 4. DE MORAGAS, J.: Psicología del niño y del adolescente. Labor, Barcelona, 1963, p. 239.
Parte II Las conductas típicas de la adolescencia
4 La meteórica transformación del cuerpo infantil en un cuerpo adulto
1. El mito de que la pubertad es una perturbación del desarrollo evolutivo La pubertad o adolescencia inicial está considerada por los autores clásicos como una etapa clave del desarrollo evolutivo. En ella se producen los cambios físicos que trasforman en pocos años el organismo infantil en un organismo adulto. La función inicial de la pubertad es el logro de la madurez biológica. Se trata de un movimiento vital que afecta más al comportamiento externo que al interno. No obstante, se da una primera autoafirmación del yo como claro indicio de que la personalidad está despertando. Ambos aspectos del desarrollo (biológico y psíquico) manifiestan que la pubertad no es una perturbación o anomalía del desarrollo evolutivo, sino una etapa necesaria del mismo.
2. El mito de la «edad ingrata» Una de las acepciones de ingrato/a es la siguiente: «Que es desagradable y produce mucho disgusto: un trabajo ingrato». La pubertad es una etapa difícil y problemática, tanto para el adolescente como para su familia, debido a que el púber está iniciando el difícil proceso de transición entre la infancia y la edad adulta; durante ese tiempo no se reconoce a sí mismo. Esta situación de desconcierto suele afectar también a los padres. Un segundo problema son los efectos psicológicos (sobre todo descenso de la autoestima) que las
anárquicas transformaciones corporales producen en el púber; una de las principales es que la estatura y el peso no aumentan de forma simultánea: las fases de estiramiento se van alternando con las fases de ensanchamiento, lo que contribuye a la disarmonía de las proporciones, que tanto disgusta y preocupa al púber. El hecho de que la pubertad sea problemática no significa que sea una edad ingrata. Para los púberes y padres que conocen a tiempo su sentido y función puede ser una etapa y una experiencia gratificante, sobre todo si la plantean como un conjunto de retos del crecimiento y de retos educativos.
3. ¿Adolescencia y pubertad son conceptos equivalentes? Es cierto que existen conductas comunes y aplicables a ambos conceptos, pero ni la «pubertad» se reduce a cambios de tipo físico, ni la «adolescencia» se limita a cambios psíquicos. «Son dos procesos íntimamente relacionados de la evolución del ser, pero no son el mismo proceso, ni son exactamente simultáneos, y en alguno de sus aspectos son independientes por completo (…). La pubertad es un cambio radical en las estructuras bioquímicas y morfológicas del soma, que queda total y definitivamente establecido en un período aproximado de cuatro años. La adolescencia es un cambio ora lento, ora tumultuoso, en lo que se refiere a los deseos y las aspiraciones, los estados de ánimo y la estimativa de los valores, y que produce una nueva concepción del mundo interior y del mundo exterior, un nuevo enfrentamiento con los conceptos éticos, religiosos y sociales, y una nueva valorización de lo pasado y, sobre todo, de lo futuro, que colocan al ser en una crisis humana acuciante, profunda y larga»[1]. El desarrollo humano tiene carácter global en todas sus fases. Lo que cambia siempre es la personalidad en su conjunto, en sus aspectos físico, mental, afectivo y social. En la pubertad también existe cambio psíquico, aunque es menos relevante y
ostensible que el biológico; se inicia ya de algún modo la interiorización de la vida mental. También se aprecia un primer desarrollo de la vida afectiva, el de las reacciones emocionales primarias (por ejemplo, de inquietud y miedo); se trata de reacciones superficiales y espontáneas. originadas simplemente en el conocimiento y apetencia sensible. No suelen llegar al nivel de los sentimientos, que se desarrollarán en la adolescencia media a partir de un conocer y apetecer intelectual. Granville Stanley Hall explicó que el comportamiento psicológico del adolescente no se limita a la repercusión de los cambios biológicos de la pubertad, sino que tiene una entidad propia. Menciona rasgos y conductas que no son mero resultado de los cambios puberales, sino de una toma de conciencia de sí mismo.
4. Por qué los cambios de la pubertad crean más desasosiego que los de la infancia La causa principal de ese desasosiego no es la velocidad y magnitud de los cambios físicos; de hecho son como los del primer año de vida, que no ocasionan ningún trauma en el niño. Pero hay una diferencia clave: el adolescente es consciente de sus cambios y piensa que la nueva imagen corpórea le desfavorece mucho. Su disgusto y preocupación no se limita a los cambios ostensibles (estatura, peso, voz…), sino que se refiere también a pequeños cambios que solo son visibles por quien está obsesionado con su nuevo cuerpo (por ejemplo, un grano). El adolescente cree que ese grano es visto por todas las personas con las que se relaciona; sufre innecesariamente al sentirse minusvalorado por espectadores imaginarios: «Los adolescentes suelen pensar que sus personas ocupan el centro de la escena, que todos los ojos están puestos en ellos, porque su egocentrismo los lleva a concluir que las otras personas están tan intensamente interesadas en ellos como ellos mismos. En consecuencia, tienden a fantasear acerca de cómo podrían reaccionar
los otros ante su apariencia y conducta. La audiencia imaginaria puede hacer que un adolescente entre en una sala atestada de gente creyendo que es el ser humano más atractivo. También puede ocurrir lo contrario: los adolescentes podrían intentar evitar a todos para que no noten una imperfección en su mentón o una mancha en su manga»[2].
5. Los casos de pubertad precoz y de pubertad tardía Desde la llegada de la sociedad postmoderna se viene observando un reciente adelanto en la edad de inicio de la pubertad. Los púberes precoces muestran una considerable madurez física que contrasta con su inmadurez psicológica, lo que constituye un factor de riesgo. Los padres suelen ignorar que su hijo sigue siendo – psicológicamente– un niño, por lo que le dan una autonomía que es incapaz de asumir. La pubertad precoz interrumpe de forma prematura la fase infantil, generando así diversos posibles trastornos psicológicos, entre ellos ansiedad, agresividad, y descenso de la autoestima. La pubertad se considera atrasada o tardía cuando los síntomas no aparecen a los 13 años. Está muy relacionada con la ausencia de caracteres sexuales y con anomalías del crecimiento que dañan la glándula pìtuitaria o el hipotálamo. Ello condiciona la maduración. El retraso suele afectar psicológicamente a los adolescentes, sobre todo a los varones.
6. Adenda Los cambios corporales de la pubertad suelen originar problemas de inadaptación psicosocial. Esos cambios bruscos y no sincronizados crean desconcierto en el púber; no se reconoce a sí mismo en la nueva envoltura, alejado además de los prototipos de belleza
que están de moda. Por eso rechaza la nueva imagen corpórea e intenta reajustar la imagen que tiene de sí mismo. A ello hay que unir la incertidumbre sobre cómo seguirá evolucionando su cuerpo. La crisis de crecimiento suele originar una primera crisis de identidad y de autoestima. Para ayudar al púber a que acepte su nueva imagen corpórea hay que decirle cuanto antes que ese cuerpo desestructurado y aparentemente a la deriva está en una fase de nueva construcción y en camino de adquirir armonía en sus proporciones. Que sepa anticipadamente que, poco a poco, las piezas sueltas y revueltas del puzzle se irán colocando en su sitio. Hasta ese momento, le toca saber esperar.
1. DE MORAGAS, J.: Psicología del niño y del adolescente. Op. cit. pp. 218 y 221. 2. COLEMAN, T. C. y HENDRI, L. B.: Psicología de la adolescencia. Morata, Madrid, 2003, pp. 336-338.
5 Un gran salto cualitativo: del pensamiento concreto al pensamiento formal o abstracto
1. El mito de que el pensamiento del adolescente es irracional e infantil ¿Puede ser irracional el comportamiento en la fase en la que aparecen las operaciones mentales formales y se adquiere la capacidad de formular hipótesis y llegar a conclusiones? La respuesta es no. Tampoco puede ser infantil en el momento en que surge la capacidad de la empatía y el altruismo. Desde la infancia existe un desarrollo cognitivo que, con el paso de los años, va atravesando diferentes estadios bien diferenciados. El de la adolescencia media suele denominarse «estadio de las operaciones formales». En ese estadio se pueden realizar tareas mentales que ningún niño podría abordar. Piaget descubrió que la adolescencia es la fase de la vida en que surgen las mencionadas operaciones mentales formales, comienzan a formularse hipótesis y pueden establecerse conclusiones. Las nuevas capacidades del pensamiento permiten al adolescente reconstruir su niñez y verla bajo una luz muy diferente de como la percibía cuando era niño. Gracias a la aparición del pensamiento reflexivo el adolescente puede escapar de lo concreto hacia el ámbito de lo abstracto y de lo posible. Ahora es capaz de crear y utilizar conceptos, generar argumentos e incluso analizar y criticar sus propios procesos de pensamiento.
2. ¿Qué significa la aparición del pensamiento formal? Las críticas a la teoría de Piaget sobre el período operatorio formal pusieron en tela de juicio si constituye un cambio evolutivo real. La mayoría de los especialistas actuales coinciden en afirmar que a partir de los 12 años se produce ese cambio evolutivo; también que se trata de un cambio cualitativo, ya que el pensamiento formal no existe en la infancia. En cambio, no lo consideran un cambio estructural, ya que contiene desfases y gran variabilidad entre los sujetos, debidos posiblemente a que las conductas formales son difícilmente adaptativas en la sociedad[1]. Con el desarrollo del pensamiento formal surge el despertar a la vida interior. Ahora la inteligencia desempeña un papel instrumental muy importante en la búsqueda del yo. Pero la creencia del adolescente en que sus pensamientos tienen un poder ilimitado da lugar, según Piaget, al egocentrismo intelectual de la adolescencia. Lo considera un egocentrismo cognoscitivo surgido en lo que denomina «la edad metafísica por excelencia». El psicólogo suizo señala que, al igual que los egocentrismos de la infancia, será superado a medida que un mejor conocimiento de la realidad le proporcione el equilibrio del que carece. El egocentrismo del pensamiento también se advierte en la llamada fábula personal (Elkind, 1967): el adolescente tiene la sensación de que cada una de sus experiencias es algo excepcional que nadie más ha vivido, por lo que nadie lo puede comprender. Esa doble sensación le lleva a considerarse especialmente importante y a instalarse en la soledad[2]. El desarrollo cognitivo propio de la adolescencia suele pasar desapercibido, debido a que apenas tiene manifestaciones externas y visibles. Es preocupante que estos avances en la función intelectual permanezcan ocultos para muchos educadores, ya que tienen importantes implicaciones en el desarrollo global de la personalidad:
3. El paso de la moral por imitación al razonamiento moral El desarrollo cognitivo del adolescente favorece el desarrollo del pensamiento moral. Esto implica el paso de la moral heterónoma de la infancia a la moral autónoma, a la personalización de la vida moral. Las normas dejan de ser vistas como algo meramente coercitivo, para convertirse en valores que hay que interiorizar. Esa interiorización posibilita la conciencia del deber. La mejor explicación sobre el concepto de moralidad en los niños y adolescentes sigue siendo el enfoque cognitivo-evolutivo de Piaget, expuesto en su trabajo sobre el juicio moral del niño (1932). Posteriormente Kohlberg amplió los dos estadios de Piaget a seis, derivados de presentar a niños y adolescentes situaciones con dilemas morales.
4. Adenda Ciertas conductas del adolescente suelen dificultar más su evolución mental. Una de ellas es la emocionalidad: «No nos referimos a la connotación afectiva que acompaña a los actos y pensamientos, sino a la tendencia a reaccionar primariamente, a veces compulsivamente, frente a los estímulos, sin mediación alguna de carácter racional. El individuo maduro, entre el estímulo y la respuesta sitúa su inteligencia. Es decir, ante la situación estimulante hace un análisis racional de la misma, la aprehende, e idea la respuesta más adecuada. La reacción emocional elude este proceso, responde inmediatamente y no en consonancia con la situación objetiva, sino con su estado de ánimo, lo cual imposibilita el ajuste de la respuesta». Otra es el dogmatismo, una actitud que denota inseguridad y necesidad de reafirmarse en algo ya conocido, que suele ser un aspecto parcial de la realidad analizada: «El dogmático se aferra a lo que sabe, se defiende de lo nuevo a través de reacciones inadecuadas o de la crítica negativista y estéril»[3].
1. Cfr. GARCÍA MADRUGA, J. y CARRIEDO LÓPEZ, N.: “La adquisición del pensamiento formal”. En Psicología evolutiva II. Desarrollo cognitivo y lingüistico. Volumen 2. UNED, Madrid, 2.002, p. 261-265. 2. Cfr.: DELGADO, B. (Coord.): Psicología del desarrollo. Desde la infancia a la vejez. McGraw-Hill Interamericana de España. Madrid, 2.008. pp. 109-110. 3. SECADAS, F. y SERRANO, G.: Psicología evolutiva. 14 años. Op. ct. Pp. 102-103.
6 La nueva vida en el grupo de iguales
1. El mito de que la integración en el grupo de iguales es siempre beneficiosa El adolescente busca una nueva vida social como alternativa o como complemento a la de la familia. Lo hace integrándose en un grupo de pares o iguales, lo que dará lugar a una segunda socialización. Los adolescentes que más ansían incorporarse al grupo son los que se sienten más inseguros. El grupo de iguales está compuesto por adolescentes de la misma edad. Una de sus posibilidades es eludir el control de los adultos, lo que favorece la independencia personal. Esto ayuda a formarse una imagen de sí mismos diferente de la que recibían a través de su familia. Ausubel (1952) afirma que la «desatelización» familiar del adolescente se realiza por medio de una «resatelización» grupal. El sentimiento de adhesión al grupo despierta valores clave para la construcción de la identidad. El grupo cumple varias funciones, entre ellas cuatro especialmente importantes: proporciona seguridad, estabilidad emocional (relativizando los problemas), integración social (aprendiendo roles sociales), e incita a una continua superación de sí mismo. Estas funciones no se cumplen cuando los adolescentes se identifican excesivamente con el grupo, hasta el punto de fundirse con él, al precio de renunciar a su forma de ser. Este fenómeno se observa en grado patológico en la banda de adolescentes delincuentes. El grupo puede ser una solución puntual para los conflictos de la edad y una
preparación para la vida futura, siempre que no sofoque la afirmación personal de sus componentes y no se desvíe hacia comportamientos antisociales. La sumisión total del púber al objetivo colectivo conlleva la abdicación de las metas personales. De este modo, lo que inicialmente podía ser una situación favorable para la maduración de la personalidad, a la larga puede obstaculizar ese proceso; en vez de ser el trampolín que lanza al adolescente a la vida adulta, se convierte en un refugio permanente que le mantiene en la inmadurez. La vida en el seno del grupo puede ser aún más problemática si el grupo es muy absorbente y cerrado y si la duración del grupo se alarga mucho.
2. ¿Por qué el grupo de iguales es como un imán para el adolescente? La respuesta a esta cuestión es la siguiente: porque los miembros del grupo tienen similares intereses y necesidades, lo que facilita el mutuo entendimiento. «Los pares se entienden entre sí porque comparten códigos generacionales, jergas, espacios de ocio y diversión comunes, y la misma necesidad de autonomía e individuación. En el grupo el adolescente encuentra la posibilidad de satisfacer su necesidad de pertenencia y vinculación afectiva, sin que ello esté determinado por ninguna otra cosa que su propia voluntad. En el sistema de pares, el adolescente halla fuera de él algo que también encuentra en sí mismo: esa búsqueda, esa exploración de experiencias que constituirán uno de los elementos de su identidad. Encuentra lo mismo, lo que comparte con sus colegas y amigos y, además, lo que le singulariza y le vuelve diverso y único»[1]. La fuerte atracción del grupo de iguales no conlleva necesariamente prescindir de los padres: «Los adolescentes centran su relación social primero en sus iguales y más tarde en sus amigos. Los iguales son vistos como compañeros, fuentes de información, consejeros y modelos de comportamiento (…). Aunque los iguales
tienen una influencia mayor sobre los acontecimientos actuales, el tiempo libre y las modas, los adolescentes aceptan la referencia de sus padres en el tema de los valores que dan sentido a la vida. Por otra parte, aunque los adolescentes buscan preferentemente el apoyo de los iguales, en situaciones de emergencia buscan el de sus padres»[2]. El adolescente se apoya en la identidad grupal: «El vínculo grupal le va a proporcionar todo aquello que anhela encontrar como consecuencia de las serias transformaciones psicofísicas sufridas: una seguridad, un reconocimiento social, un marco afectivo, y un medio de acción. En definitiva, un espacio vital e imaginario, todo ello fuera del dominio adulto»[3].
3. ¿La actual ausencia de héroes afecta a la función positiva del grupo? El héroe, con sus hazañas y virtudes humanas (sacrificio, valentía, fortaleza, solidaridad, generosidad, etc.) es el arquetipo iniciático que mejor caracteriza la etapa adolescente. «Los héroes nos inspiran y nos llevan a maravillarnos de los prodigios del potencial humano. Nos abren los ojos a nuevas posibilidades y avivan nuestras aspiraciones. Puede que incluso nos empujen a seguir su ejemplo, haciendo que pasemos a dedicarnos al servicio público, a la exploración, a romper barreras o reducir las injusticias. De esta forma, estos héroes desempeñan una función parecida a la de los mentores»[4]. Lamentablemente los adolescentes de hoy no suelen encontrar héroes auténticos que les sirvan de espejo. Solo disponen de héroes de ficción y de ídolos con pies de barro, que, aunque triunfan en su actividad, son personas individualistas que únicamente buscan la fama y el éxito por el éxito, como un fin en sí mismo; aspiran simplemente a ser «ganadores» y millonarios, como sea, antes de los 25 años. Al integrarse imaginativamente en ese mundo de famosos sin valores, los
adolescentes viven de forma ilusoria la superación de sus problemas y fracasos. Estos ídolos pertenecen principalmente al deporte de élite, la música y el cine. Mantener esa ficción exige un alto precio: «Implica un gran coste psíquico que el adolescente a duras penas puede pagar; es por ello que necesita del grupo, de la vivencia común (grupofatría), de los valores emocionales: la solidaridad, la afectividad, el compañerismo, que sirven de argamasa contra los poderes patriarcales (…). Es así como en el seno del grupo se gesta la “epifanía heroica” o la ilusión grupal (el estar bien juntos): llevar determinada ropa, hablar un lenguaje determinado, usar una marca de cigarrillos, escuchar una determinada música, adorar a un mismo ídolo, etc. La hazaña del grupo heroico se traslada de esta forma al objeto fetiche, el cual da sentido de pertenencia y emblematiza una corporación»[5]. Esta carencia de héroes suele originar en los adolescentes y jóvenes un vacío interior que, en ocasiones, se intenta llenar con las creencias mágicas que les ofrece las sectas o con el recurso a las drogas. Con la experiencia del consumo de drogas pretenden salir artificialmente de una vida solitaria, rutinaria y aburrida. Afortunadamente, los adolescentes disponen de ejemplos de heroísmo cotidiano protagonizado por héroes no famosos, personas corrientes que de forma callada realizan sus deberes familiares y profesionales con perfección.
4. Adenda Un factor decisivo para el desarrollo de la autoestima del adolescente es la opinión que tienen sobre él personas que son importantes en su vida. Una investigación de Harter (1990) muestra que los padres pierden importancia en la etapa de la adolescencia. Para el niño las valoraciones de los padres eran más relevantes que ninguna otra variable en el desarrollo de la autoestima; en cambio, con la llegada de la adolescencia los «iguales» y
los amigos tienen un papel más importante que los padres ¿A qué ese debe ese cambio? El adolescente necesita realizar diversos aprendizajes relacionados con su nuevo estatus psicológico y social. Para lograrlo centra su atención en modelos que están viviendo su misma experiencia vital y que, por ello, le merecen más confianza que los modelos adultos, incluidos sus padres. Por otra parte, para ganar en autonomía necesita liberarse de la excesiva tutela de sus padres, lo que no significa necesariamente llegar a una confrontación. Algunos estudios (por ejemplo, Helder, 1963) muestran que los padres que saben adaptarse a los cambios de la adolescencia, fomentando el diálogo y las conductas libres, son aceptados como modelos de comportamiento. Por el contrario, los padres dogmáticos y autoritarios provocan rechazos y hacen imposible la comunicación; en esa situación hay un mutuo desconocimiento entre padres e hijos que genera mutua incomprensión. Este tipo de padres no suelen hablar a solas con el hijo adolescente, y cuando lo hacen no le escuchan ni intentan ponerse en su lugar. La excesiva prolongación en el tiempo del grupo de iguales puede ser perjudicial. La experiencia colectiva del grupo de la pubertad, caracterizada por el gregarismo, desempeñó una función en su momento, como una primera fase del proceso de maduración social. En cambio, su prolongación en la adolescencia media sería disfuncional para el desarrollo de la personalidad, ya que impediría la emergencia del propio yo.
1. PEREIRA, R. y otros: Adolescentes en el siglo XXI. Op. cit., p. 4. 2. Cfr. Cfr. COLEMAN, J. C. y HENDRY, L. B.: Psicología de la adolescencia. Op. cit., 156-157. 3. RODRÍGUEZ, M.: «La vivencia grupal en la adolescencia». En AGUIRRE, A.(Edit.) Psicología de la adolescencia. Op. cit, p. 195. 4. ROBINSON, K.: El Elemento. Grijalbo, Barcelona, 2009, p. 247. 5. RODRIGUEZ, M.: “La vivencia grupal en la adolescencia”. Op. cit, pp. 207-209.
7 Una gran epopeya: el descubrimiento y la exploración del yo
1. El mito de que la autoafirmación del yo es una conducta disfuncional y negativa Tras el descubrimiento del propio yo, el adolescente se comporta con obstinación, afán de contradicción (llevar la contraria, sobre todo a sus padres), terquedad y excentricidades. Muchos padres intentan reprimir esa nueva conducta, por considerar que se trata de una rebeldía agresiva, lo que solo sirve para que se radicalice. Eso rasgos de aparente indisciplina y falta de respeto son simplemente la expresión exterior de una oculta autoafirmación interior, una autoafirmación del yo, de la personalidad naciente. El adolescente necesita autoafirmarse en contra de la prolongada dependencia de sus padres y de la etapa infantil, para ser él mismo y encontrarse consigo mismo. El descubrimiento de que es diferente del niño que fue y de los chicos de su misma edad le incita a preservar esa diferencia, defenderla y acentuarla. Se autodefine como una personalidad única; por eso busca la conducta original o singular. Debesse definió la adolescencia como una crisis de originalidad. Una manifestación del afán de originalidad del adolescente son las conductas excéntricas: exagerando el comportamiento exterior (vestimenta, peinado, lenguaje, gestos, etc.) intenta llamar la atención de los demás y resaltar su independencia y diferencia. Ese comportamiento excéntrico suele desconcertar y molestar mucho a
los padres, ya que lo encuentran absurdo y hasta provocador. Si lo reprimen pueden generar en los hijos rebeldías agresivas, sentimientos de inferioridad, timidez y compensaciones imaginarias. Da mejor resultado mostrar comprensión, no darle importancia y esperar a que pase esa conducta, que es casi siempre pasajera[1].
2. ¿Qué aporta el nacimiento de la capacidad de reflexión? La raíz psicológica de la experiencia del encuentro consigo mismo está en la aparición de la capacidad de reflexión. Después de explorar el mundo exterior, la inteligencia se vuelve hacia el interior. El adolescente se encuentra de forma repentina con su propio yo, como una revelación. Y por primera vez dirige su mirada hacia dentro de sí mismo, pero lo que encuentra le llena de incertidumbre. Lo único que percibe claramente es que es distinto de los demás, que es un mundo propio, pero ignora quien es y quien llegará a ser. Al examinarse a sí mismo no encuentra nada definido ni estable; además descubre diferentes fisonomías del yo que se disputan entre sí el dominio. Todas se le ofrecen como su auténtico yo, por lo que tiene que seleccionar una de ellas, pero no sabe. La ayuda psicológica del orientador es clave en ese momento[2].
3. Adenda A medida que el adolescente se adentra en su vida interior siente una necesidad creciente de aislarse, de recogerse en su intimidad y preservarla, de estar consigo mismo. Esa es la situación que le permitirá seguir profundizando en su nueva realidad. Surge así el gusto por una positiva soledad. No se trata, en principio, de una fuga, de un rechazo o de una inadaptación al medio familiar; pero puede llegar a serlo si los padres no entienden y aceptan esa necesidad de sana soledad. Algunos adolescentes se aíslan no para profundizar en su mundo interior, sino para
esconderse de un mundo exterior que perciben como amenaza y agobio. En ese caso pueden surgir comportamientos de retraimiento y repliegue sobre sí mismo que conllevan problemas emocionales, como la melancolía y la depresión. El mutismo de los adolescentes. A diferencia de lo que suele ocurrir con el niño, el adolescente calla, tiene largos silencios, sobre todo en el ámbito familiar. A muchos padres les molesta, porque lo interpretan como una actitud hostil; ignoran que es una conducta típica de la adolescencia que surge tras el despertar del yo. El silencio suele ser un recurso para preservar un yo que se siente inseguro. Está muy ligado a la timidez típica de la adolescencia. En otros casos el silencio se debe al blocaje afectivo, situación que obstaculiza la capacidad de expresarse. Tampoco hay que descartar los casos en los que el silencio es una forma de evasión de una realidad familiar que resulta molesta o incómoda.
1. Cfr. SECADAS, F. y SERRANO, G.: Psicología evolutiva. 14 años. Op. cit. Pp. 102-103 2. Cfr. W ALLENSTEIN, A.: La educación del niño y del adolescente. Op.cit. pp. 232-236.
8 La influencia de la autoestima en la vida de los adolescentes
1. El mito de que la autoestima lo es casi todo en la conducta exitosa de los adolescentes En la etapa adolescente (etapa de los cambios bruscos en el desarrollo físico, de los miedos, de las dudas, de las indecisiones, de los complejos, de la inseguridad), suele aumentar considerablemente la necesidad de autoestima. En algunas investigaciones recientes se ha comprobado que la mayor o menor autoestima influye significativamente en la motivación y en el rendimiento académico de los adolescentes. Pero una cosa es reconocer que cierto grado de autoestima es conveniente y otra muy diferente considerar que la autoestima lo es todo en la vida o que es lo más importante. En algunos países (sobre todo en Estados Unidos) se ha puesto de moda últimamente la preocupación por la autoestima, hasta el punto de hacer de ella una obsesión. Desde algunas ideologías de tipo permisivo se está intentando asustar a los padres y profesores con un «mal terrible» que acecha a sus hijos o alumnos: la falta de autoestima. Y para evitar que estos últimos lleguen a ser víctimas de ese mal, se recomienda a sus educadores desarrollar artificialmente y a corto plazo la autoestima de los niños y de los adolescentes. Como veremos más adelante, la obsesión por la autoestima de los hijos suele ocasionar –paradójicamente– crisis de autoestima.
2. ¿Cuál es el origen de la autoestima y cómo influye en el aprendizaje? A medida que el adolescente avanza en su proceso de autoconocimiento hace juicios valorativos sobre sí mismo. Se trata de una necesidad vital que exige ser satisfecha. La autoestima surge de una percepción doble: la de la estimación propia y la de cómo se siente estimado por los demás. La segunda es un referente esencial que procede sobre todo del ambiente familiar. Algunas actitudes de los padres favorecen la autoestima de los hijos: la aceptación incondicional de los hijos, con independencia de sus capacidades; el afecto permanente; la confianza en los hijos.
Aciertos y errores en la educación de la autoestima Una cosa es favorecer las condiciones para que la autoestima se desarrolle de un modo natural y otra muy diferente es provocar artificialmente una autoestima que, además, no es real. Todos los procedimientos están orientados al logro de un único objetivo: fortalecer el ego de los educandos para que se sientan bien consigo mismos: alabar a los hijos o alumnos, con independencia de su comportamiento; no importa que fracasen en sus estudios a causa de su vagancia, que derrochen el dinero, que vivan solo para satisfacer sus gustos y caprichos, sin pensar en las necesidades de los demás. Lo único que importa es que se quieran cada vez más a sí mismos. El logro de ese objetivo requiere no culpabilizarlos nunca de nada, suceda lo que suceda (para que no pasen por la humillación de sentirse avergonzados); no cuestionar ni criticar nunca lo que dicen o hacen (para evitar que se enfaden); rebajar los ideales de vida (para que luego no sufran posibles decepciones); reducir la exigencia todo lo que se pueda; llegar a la tolerancia total o casi total; proclamar que todo vale, todo está permitido (para que puedan actuar siempre de acuerdo con el valor supremo: la espontaneidad).
Estos padres tan indulgentes con sus hijos suelen ser los mismos que esperan de ellos solamente una cosa: que triunfen en la vida como sea (que tengan un rápido éxito económico conducente al bienestar material y al brillo social). Esperan que triunfen en una sociedad muy competitiva con la única actitud que se les ha desarrollado: la de quererse a sí mismos. ¿Cabe mayor contradicción? Lo más práctico para desmitificar una educación reducida a autoestima, y una autoestima reducida, a su vez, a culto del propio yo, es comprobar cuál es el resultado al que se llega con ese planteamiento. Los hijos acostumbrados a ser alabados de forma incondicional suelen sentirse muy defraudados cuando, al incorporarse a la vida adulta, chocan con la realidad. Esa colisión les descubre, de pronto, que su autoestima está mal fundamentada y que, por ello, no es real. Ese tipo de hijos tropezarán en el futuro con dificultades reveladoras de que no eran tan capaces como habían supuesto; descubrirán que su autoestima está basada en el engaño. Cristopher Lasch descubrió en sus estudios sociológicos que el choque de la falsa estima de sí mismo con la dura realidad produce crisis de autoestima. Por otra parte, la experiencia dice que la autoestima no se desarrolla por la vía del elogio continuo e injustificado o de la tolerancia sin límites; quienes pretenden fortalecer el ego por ese camino, lo único que consiguen es debilitarlo. La autoestima, como la alegría o la felicidad no se puede buscar directamente. Y menos todavía por la vía del engaño. La autoestima es una consecuencia de poner ilusión en lo que se hace y de intentar hacerlo cada vez mejor. La mejor autoestima es la autoestima merecida, la que se basa en logros reales[1]. La autoestima implica confianza en sí mismo, en las propias posibilidades. Un estudiante con autoestima cree en la capacidad de aprender por sí mismo y de aprender cada vez más y mejor. Ello hace que tenga expectativas cada vez más
altas en su aprendizaje. Es un estudiante que considera que el aprender depende más de sí mismo que de otras personas o de las circunstancias. Cree que se le puede sacar más partido a la capacidad que cada uno tenga para el estudio. Esto conlleva creer que la inteligencia se puede mejorar con más esfuerzo y con mejores estrategias de aprendizaje. Si un estudiante tiene metas bajas en el estudio y no las eleva progresivamente, su capacidad de aprender se estancará. En cambio, si se propone cada vez metas más ambiciosas, estará tirando de sí mismo hacia arriba: tendrá mayor autoexigencia en su forma de aprender.
Un estudiante con autoestima tiene los siguientes comportamientos: Se propone metas personales de aprendizaje cada vez más altas. Se trata de metas-reto, porque para alcanzarlas es necesario resolver problemas nuevos, estudiar de otro modo y esforzarse más; Tiene confianza en que conseguirá las metas que se ha propuesto; Averigua que tiene qué hacer para lograr las metas (qué tipo de actividades y qué tipo de estrategias de aprendizaje); Se centra en los factores del aprendizaje que dependen de él y que puede controlar (por ejemplo, el interés, la concentración, el esfuerzo y el método de estudio) y no pierde el tiempo preocupándose de factores sobre los que no puede influir (por ejemplo, la calidad de las clases); Se considera el protagonista de su proceso de aprender (acepta llevar la iniciativa, sin ir a remolque de los profesores); está predispuesto a la comunicación con los profesores, desea que le pregunten y hace preguntas en clase; es perseverante en la realización de cada tarea, sin desanimarse ante las dificultades que van surgiendo; Termina cada actividad emprendida;
Atribuye los éxitos al trabajo bien hecho y a haber mejorado su capacidad de aprender; Atribuye los fracasos al trabajo mal hecho y a no haber mejorado su capacidad de aprender mejor.
Un estudiante sin autoestima se comporta del siguiente modo: No se plantea nuevas metas personales de aprendizaje; Se preocupa más de los factores del aprendizaje que no puede controlar (la clase, el tipo de examen, etc.),que de los factores que dependen de él (por ejemplo, el esfuerzo y la forma de estudiar). Esto se debe a que no confía en su propia eficacia como estudiante («haga lo que haga no servirá para aprobar»); Se considera a sí mismo un comparsa en el aprendizaje de cada materia. Se limita a hacer lo que piden los profesores sin aprender nada por iniciativa propia; Está centrado más en aprobar que en saber. El miedo al error y al fracaso puede paralizarle, quedando con la mente en blanco en un examen. Encaja cada vez peor un fracaso, con reacciones emocionales negativas; Teme no parecer inteligente. Para evitarlo suele utilizar mecanismos de defensa. Por ejemplo, «no he aprobado esa asignatura porque no me interesa».
3. Adenda La baja autoestima de los estudiantes adolescentes puede predisponer a la rebeldía e indisciplina en el aula. Algunos adolescentes con baja autoestima «necesitan» llamar la atención con comportamientos públicos de rebeldía e indisciplina. Con su rebeldía intentan autoafirmar un yo inseguro que muchas veces es consecuencia de serias deficiencias del ambiente familiar (por ejemplo, poca presencia de los padres, autoritarismo y maltrato). Los padres y profesores pueden fomentar la confianza en aprender cada vez mejor
confiando en cada estudiante e infundiéndole confianza en sí mismo; haciéndole saber que tiene margen para mejorar; valorando más el esfuerzo realizado que los resultados en sí mismos; favoreciendo el aprendizaje autónomo: que cada estudiante tenga la oportunidad de hacer elecciones en el estudio entre diferentes tareas, momentos, métodos, etc.; explicando cuál es el sentido y utilidad de cada tarea; enseñando a estudiar; favoreciendo el estilo personal de aprender.
1. Cfr. CASTILLO, G.: El adolescente y sus retos. Pirámide, Madrid, 2009, pp. 103-106.
9 Los estilos educativos paternos y su repercusión en la autoestima de los hijos
1. El mito de que la autoestima de los hijos crece con padres sobreprotectores Conviene distinguir entre actos aislados de protección a un hijo (justificados por el deseo de librarle de algún peligro concreto que ignora) y un estilo educativo basado en la sobreprotección, que se caracteriza por lo siguiente: los padres tienden a resolver todos los problemas de sus hijos, les quitan todo tipo de obstáculos, les dan ayudas innecesarias y les sustituyen en la toma de decisiones. La sobreprotección suele producir este tipo de efectos en los hijos: se acostumbran a conseguir lo que desean sin necesidad de esforzarse y luchar; desarrollan una identidad personal muy poco autoexigente y sin capacidad creadora; personalidad débil no apta para afrontar los problemas de la vida; ante una situación difícil y sin la protección habitual recurren a respuestas de evasión (por ejemplo, consumir alcohol y/o droga); dependencia excesiva de los padres; egocentrismo; inseguridad; timidez; no asumir las consecuencias de sus actos; labilidad emocional; miedos; fobias sociales; ausencia de empatía; carencia de iniciativa; sentimientos de inutilidad; incapacidad para tomar decisiones. Hay que querer a los hijos o alumnos como ellos necesitan ser queridos para que puedan crecer como personas (para que lleguen a ser más responsables, más seguros, más dueños de sí mismos, más generosos, más serviciales, etc.).
Quererles es, por tanto, querer que sean más libres y mejores. En cambio, complacerles en casi todo, satisfacer por sistema sus gustos, ahorrarles cualquier tipo de esfuerzo, dejar de corregirles, no es quererles. Esto último sirve únicamente para formar personas egoístas, cómodas, caprichosas, sin voluntad, y sin disposición de sacrificarse por los demás. La falta de entrenamiento en afrontar dificultades por sí mismos está generando hijos inseguros, no preparados para la vida. La vida es problema y exige hábito de lucha personal. En el primer momento en el que estas personas sin voluntad tengan que resolver por sí mismas un problema se encontrarán desvalidas y fracasarán. Las sucesivas experiencias de fracaso les impedirá estimarse a sí mismas. Los hijos, por ser personas, tienen la necesidad y el derecho a ser exigidos para así, desarrollar su inteligencia y su voluntad. Los padres que intentan «ganarse» a sus hijos por la vía fácil (darles todo lo que piden) son, en contra de lo que ellos creen, malos padres. Son padres que no quieren de verdad a sus hijos, sino que se quieren a sí mismos a través de los hijos.
2. El mito de que la autoestima de los hijos se desarrolla con padres permisivos y neutrales o indiferentes El estilo permisivo se basa en la tolerancia: mucho afecto pero escaso control; poca exigencia; no se establecen normas de conducta ni límites; no existen premios ni castigos. Se le atribuyen estos efectos: los hijos anteponen sus deseos y necesidades a los de otras personas; son incapaces de controlar sus impulsos; muy egocéntricos y dependientes; rehúyen el esfuerzo, lo que genera malos resultados escolares y carencia de otro tipo de logros, con el consiguiente descenso de la autoestima. El estilo neutral o indiferente suele ser el de los padres negligentes que abdican de
su responsabilidad educativa con la coartadas de la bondad natural del ser humano y de un supuesto liberalismo. Algunos efectos en la conducta de los hijos: graves carencias de autoconfianza; autoconcepto negativo; baja autoestima; baja empatía; muy vulnerables ante conflictos personales y sociales; predisposición a trastornos psicológicos y a desviaciones de conducta.
Los padres tienen el derecho-deber de ejercer la autoridad El ejercicio de la autoridad es imprescindible para educar a los hijos. Es un servicio de los padres que ayuda a los hijos a desarrollar sus capacidades y disposiciones y a superar sus defectos y limitaciones. Esa función se advierte ya en su significado etimológico. La voz autoridad viene del latín auctoritas, que proviene a su vez del verbo augere, que significa sostener, acrecentar, elevar, las posibilidades de otro. Por eso el ejercicio de la autoridad favorece que los hijos se estimen a sí mismos, mientras que su ausencia impide que se desarrolle la autoestima. La experiencia dice que el comportamiento espontáneo de los chicos y chicas no es suficiente para que lleguen a ser lo que deben ser: es necesario intervenir en su vida. Sin autoridad no llegarían a adquirir buenos hábitos: de autocontrol, autodisciplina, orden, respeto, fortaleza. La autoridad es una forma de amor, ya que con su ejercicio se desea al bien de los hijos y alumnos. Los padres que no ejercen la autoridad han dimitido ya como padres, y sus hijos son, con palabras de san Juan Pablo II, «huérfanos de padres vivos». El abandono de la autoridad ha desembocado en el permisivismo educativo (no exigir, no controlar, no prohibir, no corregir, no sancionar…). Como consecuencia, no se ejercita la voluntad. La autoridad es, a la vez, exigencia y estímulo. Se ejerce a través del buen ejemplo, de las correcciones oportunas, de la invitación a la conducta coherente, de los premios y los castigos. Requiere fortaleza en los padres.
El buen ejercicio de la autoridad contribuye decisivamente a formar la voluntad de los hijos. No debe confundirse con el autoritarismo, que es el uso arbitrario o caprichoso de la autoridad y, también la autoridad sin comprensión y sin razones. Los padres deben ejercer la autoridad sin separarla del amor a los hijos: con cariño, con tacto, con serenidad, con paciencia, con realismo. Cuando el ejercicio de la autoridad es simple desahogo de los padres o afán de dominar a los hijos, la autoridad deja de ser educativa.
3. ¿Cómo influyen en la autoestima de los hijos los estilos educativos autoritarios? El estilo autoritario se caracteriza por una autoridad impuesta con exigencia elevada e indiscriminada (criterios cambiantes) sin dar a los hijos ninguna explicación; las pautas de comportamiento vienen prescritas de arriba abajo; no se cuenta con las necesidades, los intereses y la opinión de los hijos; se recurre de forma única y habitual a prohibiciones y castigos; se les pide obediencia ciega y que sean sumisos; provoca enfrentamientos y conflictos entre padres e hijos; los hijos descubren la libertad solamente de forma reactiva (contra algo o contra alguien) y luego no saben qué hacer con ella. Algunos efectos de este estilo en los hijos: creatividad atrofiada; tendencia a sentirse culpables y frustrados (por no satisfacer algunas exigencias de sus padres); escasas habilidades sociales; ansiedad por la distancia emocional de sus padres; baja autoestima.
4. ¿Por qué el estilo educativo democrático o asertivo es el más beneficioso para la autoestima de los hijos? Este estilo, a diferencia de los demás, no está centrado en los padres, sino en los
hijos; es afectivo, pero establece límites y normas en la vida familiar, que son explicadas y razonadas a los hijos; son padres cálidos, que fomentan la comunicación, pero sin dejar de ser exigentes; autoridad basada en la persuasión; se exige con firmeza, pero sin coaccionar ni obligar; entre padres e hijos se establece una relación de confianza, respeto y cooperación; la exigencia es realista, adecuada a las posibilidades de cada hijo; se fomenta la iniciativa y creatividad de cada uno. Algunos efectos de este estilo en los hijos: favorece la autonomía personal ligada a la responsabilidad y el autocontrol; desarrolla competencias sociales, actitudes de cooperación y de respeto a las reglas; crea una elevada motivación de logro; desarrolla un auto-concepto realista y positivo que genera alta autoestima; favorece un desarrollo positivo de la identidad personal.
5. ¿Por qué la educación de la voluntad es clave en el desarrollo de la autoestima? El proceso de humanización del hombre consiste en el recto comportamiento, en cumplir los deberes propios de la naturaleza humana. Esta humanización o plenificación del hombre no se logra sin autoexigencia, sin esfuerzo personal, sin voluntad. Pero al llegar a este punto nos encontramos con un problema fundamental: la voluntad tiende al bien que la propone el entendimiento, siendo en sí misma una facultad ciega. Y puede ocurrir que –por un error en el conocer– el entendimiento le presente, en alguna ocasión, el mal con apariencia de bien. También puede suceder que, habiendo conocido el auténtico bien, no sea capaz de realizarlo. El acierto o el desacierto de la voluntad en esta doble cuestión tiene consecuencias muy importantes: cuando la voluntad elige y realiza el bien, se afirma, se afianza o construye propiamente como voluntad con libertad; cuando elige y realiza el mal, se va autodestruyendo, anquilosando, va perdiendo libertad. Para que la voluntad pueda
descubrir y seguir el camino que conduce al verdadero bien necesita ser educada; de lo contrario, el hombre no conseguirá su finalidad última, en la que radica su felicidad. La educación es una perfección que el hombre adquiere por medio del cultivo apropiado de sus facultades específicamente humanas: memoria, inteligencia, voluntad, afectividad. Pero toda la educación se hace por la voluntad, en cuanto que esta última facultad gobierna toda la vida psíquica. La bondad y utilidad de las restantes facultades y capacidades dependerá de cómo sean utilizadas por la voluntad. Con una voluntad educada aumenta el autocontrol y la autoposesión propia de ser persona; en cambio, una voluntad no educada hace que el comportamiento se guíe por el simple deseo –por la irreflexión–, siendo así un comportamiento menos libre. La voluntad debe ser educada siempre, en todas las épocas y en todas las personas. Pero esto es especialmente difícil en la sociedad de hoy en la que, en términos generales, no se valora esa facultad. Actualmente no se valora el esfuerzo y la autodisciplina; en cambio, se mitifica la conducta espontánea, que es una conducta sin reflexión y sin esfuerzo. Cómo hoy no se valora la voluntad, tampoco se educa. Esta omisión educativa está teniendo consecuencias graves en la conducta de los niños y de los adolescentes. Muchos de ellos son personas débiles de voluntad. Esto se observa en conductas como las siguientes: incapacidad para adoptar decisiones personales (con estados de indecisión y de duda permanente); incapacidad para actuar; incapacidad para continuar la tarea iniciada. La falta de voluntad contribuye a que muchos niños y adolescentes de hoy eludan los problemas habituales en su vida a través de múltiples formas de evasión. No están en condiciones de afrontar problemas, de elaborar proyectos y de aceptar compromisos. Viven solo en el instante presente y evitan todo lo que les puede
complicar la vida. Solo tienen una aspiración: la aspiración a la vida tranquila. Pretenden vivir sin problemas. Pero esta pretensión convierte su existencia en una tragedia, ya que la vida sin problemas o no existe o no es vida. Esta es la tragedia del pasota. La ausencia de educación de la voluntad está originando también alteraciones y enfermedades de la voluntad, como, por ejemplo, la abulia, la apatía, la dispersión, el atolondramiento, la ansiedad y la conducta en función del capricho. Educar la voluntad consiste, por una parte, en favorecer o fomentar la «buena voluntad». Se trata de conseguir una voluntad fuerte, decidida, tenaz. Implica capacidad para el esfuerzo, fuerza de ánimo, carácter, autocontrol. Pero lograr mucha voluntad, fuerza de voluntad, no es todo en la educación de la voluntad. Esta capacidad la poseen incluso los antihéroes que protagonizan muchas películas de cine y televisión. La educación de la voluntad incluye, además, orientar esa voluntad al bien, de acuerdo con normas morales. Ello significa desarrollar una «voluntad buena» y se logra por medio de la educación moral. Se trata de orientar el querer: que la voluntad quiera el verdadero bien, sin dejarse arrastrar por el deseo.
Las palancas de la voluntad Para hacer algo que cuesta lo más importante es quererlo hacer. Los motivos son las palancas de la voluntad. Es muy difícil, por ejemplo, aprender alguna cosa si no se espera alcanzar algún bien por medio de lo aprendido. La cuestión clave en el desarrollo de la voluntad es interiorizar los valores. Un valor interiorizado, tomado como algo propio, es un motivo. Dado que, aunque la voluntad tiende al bien, es una facultad ciega, en la educación de la voluntad es necesario iluminar el entendimiento del educando, con el fin de que se incline al verdadero bien, y no a un bien aparente. Esto exige informar a los hijos sobre la bondad y malicia de
los actos; ayudarles a descubrir una jerarquía de valores; enseñarles a distinguir entre verdaderos y falsos valores. Los valores y motivos nobles, elevados, jerarquizados en torno a uno que les da unidad y sentido, constituyen el ideal. El ideal es la gran energía que mueve la voluntad. La educación de la voluntad requiere despertar en los educandos ideas claras sobre qué es lo que quieren de verdad en la vida, sin confundirlo con lo que simplemente es objeto de deseo, de los gustos o de las apetencias. Incluye, además, estimular sentimientos subordinados a esas ideas. Se trata de conseguir una inclinación positiva hacia lo noble, lo bello, lo bueno, lo verdadero, lo honesto, lo limpio, lo elevado. Para ello es necesario que los educadores –padres y profesores– sepan presentar de modo atractivo los fines valiosos que se logran con las conductas morales buenas. Esto significa hacer atractiva la virtud, evitando que aparezca como algo propio de personas extrañas, raras, tristes o antipáticas. Las virtudes no se hacen atractivas rebajando la exigencia, yendo por la «línea fácil», sino presentándolas tal como son, mostrándolas por medio del testimonio de personas que las están viviendo con alegría, naturalidad y lucha diaria. Un planteamiento de este tipo favorece que la voluntad del educando se enamore de los verdaderos valores y se decida a poner los medios para vivirlos, aunque ello resulte arduo y doloroso. En la medida en que se ayude a los hijos a descubrir el valor que hay detrás de cada actividad, lo que se les pide tendrá sentido para ellos. Conviene, de todos modos, no exagerar la función del interés y de la motivación. En la vida hay situaciones que no agradan y que es preciso afrontar. Es bueno que los hijos se acostumbren a hacer cosas que no les gustan y a trabajar cansados y desmotivados. También es necesario enseñarles a interesarse voluntariamente en lo que en principio no les interesa.
Todo esto requiere hablar de la necesidad y del valor del esfuerzo. Además debe presentarse el esfuerzo tal como es, sin disfrazarlo con conductas menos exigentes. Hay que aclarar, por ejemplo, que no se puede aprender jugando, que no hay aprendizaje sin esfuerzo. Y añadir que el esfuerzo es empleo enérgico del vigor, brío o actividad del ánimo para conseguir algo realmente dificultoso. Eugenio D´Ors decía que en la educación y en el aprendizaje es preciso «evitar la superstición de lo espontáneo», que implica repugnancia hacia los medios fatigosos de aprender. Para él no hay educación ni humanismo sin la exaltación del esfuerzo, de la tensión en cada hora y en cada minuto. Por eso proponía rehabilitar el valor del esfuerzo, del dolor, de la disciplina de la voluntad, ligado no a aquello que place, sino a aquello que displace». Añadía D´Ors que «cuantos sometidos a la superstición de lo espontáneo, han querido llevar hasta su extremo lógico la metodología de lo “razonable”, de lo “instructivo” de lo “fácil”, de lo “atrayente”, del interés sin conocimiento previo, han tenido que confesar, si son sinceros, su fracaso»[1].
6. Adenda Los adolescentes tienen una especial necesidad de autoestima. Se debe a que los importantes cambios físicos y de identidad sufridos en poco tiempo generan inadaptación a la nueva situación, incertidumbre e inseguridad. Rosemberg (1965) probó que la baja autoestima era consecuencia de alguno de estos factores: la falta de confianza en el éxito escolar, la ansiedad, la depresión, la incapacidad para las relaciones sociales y el sentirse no comprendido y respetado por los adultos. A partir de la investigación de Rosenberg (1965) la mayoría de los estudios confirman que tanto el autoconcepto como la autoestima son multidimensionales. Así, por ejemplo, un adolescente puede tener una alta autoestima practicando un determinado deporte y una baja autovaloración afrontando tareas escolares. La autoestima suele aumentar con la aceptación social por los iguales (la opinión que de él
tienen sus padres les importa menos que la de sus compañeros y amigos). En menor grado con el éxito en los deportes y el logro académico (Harter, 1990).
1. D’ORS, E.: Aprendizaje y heroísmo. Grandeza y servidumbre de la inteligencia. EUNSA, Pamplona, 1973, págs. 29-35.
10 La difícil búsqueda de la identidad personal
1. El mito de que la crisis de identidad del adolescente es una anomalía en el desarrollo de la personalidad Desde los estudios de Erikson (1968) se considera que el problema clave de la adolescencia es el de encontrar una identidad personal. Al adolescente no le basta ser consciente de un yo propio; necesita también averiguar quién es exactamente, cuál su diferencia con otros «yoes». El logro de un sentido claro de la identidad es el último paso en la fase de transición de la niñez a la adultez. El adolescente, a diferencia del niño, no se limita ya a identificarse pasivamente con algo de lo que hace o le sucede, sino que intenta esclarecer y definir quién es él mismo y quién quiere ser. El principal recurso es proyectar la imagen que tiene de sí mismo sobre el amigo, que hace de espejo. Diferentes especialistas confiesan que es fácil tener una comprensión intuitiva de la identidad, pero nada fácil definirla. Fierro (1997) afirma que la identidad es autodefinición de una persona con respecto a otras personas, a la realidad y a los valores; diferenciación personal inconfundible; coherencia con lo que uno es y debe seguir siendo; autenticidad. Para Hopkins, (1987), es un sentimiento de separación y de singularidad individual; la percepción de uno mismo como algo distinto y separado de los demás, aunque comparta con ellos los mismos valores e intereses. La identidad es la sensación de continuidad de la vida personal en el tiempo; es
referir los sucesivos tiempos a una misma persona.
2. ¿Cuáles son las consecuencias de no haber encontrado la identidad o de haberla perdido? El Caso Chapman Cuando alguien carece de identidad, aunque sea temporalmente, siente que se ha roto la continuidad en su vida. El vacío de identidad y la crisis de identidad no resueltos en su momento (la adolescencia) suele crear una perturbación grave que puede afectar a la conducta futura. Un buen ejemplo es la personalidad del joven Mark David Chapman, que a los 25 años asesinó a John Lennon. Mark David Chapman nació en Texas, en 1955. Su padre, David Curtis, era sargento de aviación y su madre, Kathryn Pease, enfermera. Chapman declaró recientemente que tenía miedo a su padre cuando era niño, ya que maltrataba físicamente a su esposa e hijo. Siendo adolescente consumía drogas. Su música preferida era la de The Beatles. La lectura del libro de J. D. Salinger El guardián entre el centeno le impactó tanto que decidió modelar su vida a imagen de la del protagonista, Holden Caulfield. Un día Chapman descubre en una biblioteca un álbum de fotos de su ídolo Lennon y se pregunta cómo un hombre tan rico nos puede decir –en la canción Imagine– que imaginemos que no hay posesiones. A partir de ese momento considerará a Lennon como un farsante. El engaño y la decepción le impactó tanto que decidió asesinarle. Para realizarlo viajó a Nueva York e hizo guardia durante varios días frente al apartamento del edificio Dakota, donde el famoso músico vivía con su esposa japonesa Yoko Ono. El 8 de diciembre de 1980 tuvo la premonición de que ese era al día para acabar con Lennon. Acto seguido compró un ejemplar del libro El guardián entre el centeno en el que escribió lo siguiente: «esta es mi declaración», y lo firmó como Holden Caulfield.
Tras entrar al apartamento de Lennon le disparó con un revólver cinco veces por la espalda. Posteriormente declaró: «Yo era un don nadie hasta que asesiné al tipo más grande de la tierra». Fue condenado a 20 años de reclusión. Cumplió su condena en el año 2000, pero siguió en la cárcel Correccional Attica de Nueba York debido a la especial gravedad de su crimen. Allí explicó el motivo que le impulsó a cometer ese crimen: «Tenía una crisis de identidad tan grande que necesitaba matar a alguien. Quería ser alguien que no era». Chapman se consideraba a sí mismo un «don nadie» y quiso, desesperadamente, «ser alguien». Sufría un vacío de identidad que le resultaba insoportable y pensó que tenía que hacer algo con mucho impacto social para resolverlo. Adoptaría una identidad que la sociedad le daría: sería «el hombre que mató a John Lennon» (Una identidad negativa). Tras disparar tres balas mortales a Lennon escapó. Antes de ser detenido volvió varias veces al escenario del crimen (para mantener la identidad que había elegido). Con el paso de los años Chapman sintió que esa nueva identidad no le servía: «No se puede ir a muchos sitios cuando has matado a alguien como John Lennon; además, ese Mark Chapman que está en los periódicos no existe: no es mi vida». Chapman comprobó que una identidad negativa es peor que no tener ninguna: «Creí que matando a John Lennon me convertiría en alguien, y en lugar de eso me convertí en un asesino, y los asesinos no son nadie». Mark David Chapman, que cumplió su condena de 20 años en el año 2000, siguió en la cárcel, en su celda del Correccional de Attica (Nueva York). Posteriormente le fue denegada la libertad condicional en varias ocasiones, a causa de la especial gravedad de su crimen. En 2010 admitió por primera vez que estaba arrepentido de lo que hizo con estas palabras: «Siento que ahora tengo una mayor comprensión de lo que es una vida humana, he cambiado mucho. Estoy avergonzado. Lamento lo que
hice». Pero a pesar de ello se le volvió a denegar su liberación. Lo mismo sucedió en agosto de 2014.
3. Adenda La identidad personal naciente corre el peligro de ser absorbida o sofocada por la identidad de un grupo-masa. También el de adoptar una identidad negativa. Al adolescente le cuesta formar su identidad porque esa formación es el resultado de un proceso de varios años, a lo largo de los cuales se necesita evaluar las posibilidades de diferentes identificaciones y de diferentes tipos de roles. Ello exige esfuerzo y constancia. El adolescente debe examinar distinto tipo de opciones: personas que le sirvan de ejemplo o modelo, filosofías, estudios, trabajos, etc., antes de elegir entre ellas. Como suele disponer de poca información sobre sí mismo y sobre la realidad en la que vive, es normal que dude. ¿Cómo se puede fomentar el desarrollo de una identidad realista en el adolescente? Dado que el autoconcepto y la autoestima son elementos integrantes de la identidad personal, el proceso de construcción de la identidad se favorece con un autoconcepto realista que conlleve estima de sí mismo; en cambio, se dificulta con un autoconcepto ilusorio acompañado de una autoestima irreal. En segundo lugar, estimulando la actitud de no precipitarse en la toma de decisiones sobre la vida futura; que se tomen el tiempo necesario para experimentar nuevos papeles y encontrar buenas pautas de identificación.
11 La rebeldía de los adolescentes
1. El mito de que todos los adolescentes son rebeldes La rebeldía de los adolescentes no se manifiesta en todas las culturas históricas. Es bastante común en las sociedades occidentales industrializadas, pero apenas aparece en la época preindustrial, en la que los adolescentes no pretendían oponerse a los adultos y separarse de ellos, sino que, por el contrario, querían seguir a su lado hasta aprender lo necesario para una posterior vida autónoma.
2. El mito del rebelde sin causa Este mito se basa en un estereotipo muy extendido y exitoso, hasta el punto de haber llegado a ser el título de libros y el argumento de guiones de cine muy populares. Está relacionado con un prejuicio: la rebeldía del adolescente es siempre una conducta negativa en sí misma que expresa desobediencia y falta de respeto. También denota una suposición: que los adolescentes no saben qué es lo que quieren ni tienen ideas propias. Por consiguiente, la rebeldía sería una anomalía que hay que curar; la educación debería formar adolescentes acríticos y conformistas. Esto último es el método infalible para detener el desarrollo evolutivo y para fomentar la eterna inmadurez. El mencionado estereotipo es una venda que impide ver que detrás de las rebeldías no transgresivas existe una expresión positiva de la personalidad, un deseo del comportamiento autónomo y una primera toma de postura ante los acontecimientos de la vida.
3. ¿Por qué la rebeldía surge en la adolescencia? Adolescencia y rebeldía suelen darse unidas. La rebeldía es un rasgo típico de la adolescencia y primera juventud. En la infancia hay desobediencia, pero no rebeldía. Esta última es una forma de insubordinación, de rechazo a la dependencia y tutela de otros. La rebeldía del adolescente surge como una forma de autoafirmación personal frente a quienes cree que dificultan su afán de autonomía y emancipación. La actitud de rebelarse evoluciona a lo largo de la etapa, pasando de formas primarias cargadas de pasión, a formas reflexivas.
El paso a la rebeldía en función de valores En la adolescencia superior o edad juvenil suele aparecer una rebeldía más evolucionada, propia de quienes empiezan a saber qué es lo que quieren en la vida. Es la rebeldía en función de valores: «Se siente como deber más que como derecho. No es propia del asustado, ni del débil, ni del amoral. Es, al contrario, el signo del que se atreve a vivir, pero quiere vivir dignamente; del que sabe soportar el peso de la realidad, pero no el de la injusticia; del que acepta las reglas de los hombres, pero las discute y critica para mejorarlas»[1]. La mayoría de los adolescentes piensan que quienes más se oponen o resisten a su deseo de autonomía y emancipación son sus propios padres, que pretenden prolongar indefinidamente la relación de dependencia propia de la etapa infantil. La emancipación buscada es esencialmente mental; es autonomía en el pensar. No conlleva necesariamente deseo de marcharse de casa, sino vivir en ella sin ser tratado como a un niño (por ejemplo, que los padres dejen de verle como un ser indefenso al que hay que proteger continuamente de supuestos múltiples peligros). Los padres dirán en su propia defensa que los hijos adolescentes aspiran a una utópica independencia casi total y desvinculada (lo que es verdad), pero esa actitud
inmadura no se encauza reglamentando toda su vida. Esto último fomentará la conducta desafiante frente a lo prohibido y el distanciamiento de la familia. El hijo buscará la comprensión negada por sus padres fuera de casa.
4. Adenda La actitud que deben adoptar los padres ante la rebeldía de su hijo adolescente consiste, en primer lugar, en aceptarla, ya que es un rasgo de la edad adolescente que juega un importante papel en el desarrollo de la personalidad. Sería más preocupante que los hijos fueran conformistas. En segundo lugar orientarla, elevar el punto de mira de esa rebeldía: que se rebelen por lo que vale la pena. Que la pongan al servicio de metas valiosas, relacionadas con los ideales nobles de esta edad (por ejemplo, la libertad, la igualdad, la solidaridad). Que se rebelen no solo en función de sus derechos, sino también de sus deberes. El ejemplo de unos padres con rebeldía positiva es fundamental. Los hijos adolescentes necesitan buenos ejemplos, ser exigidos y corregidos en su comportamiento. Todo eso forma parte del ejercicio de la autoridad. Los padres no deben ser tolerantes con las faltas de respeto, con la indisciplina, con el desorden o con la vagancia. La autoridad es un servicio a los educandos para que sean mejores. Si se ejerce con fortaleza, comprensión, respeto y tacto, ayuda tanto a provocar rebeldías positivas como a reorientar las negativa.
1. YELA, M.: «Juventud y rebeldía». En Anuario de los Colegios de San Estanislao de Kostka, 1968, p. 64.
12 Crisis de la adolescencia y crisis familiar
1. El mito de que los hijos adolescentes logran su autonomía progresiva sin el apoyo de los padres La experiencia lo desmiente: sin las normas y deberes propios del ambiente familiar la supuesta autonomía de los hijos se reduce a independencia desvinculada. La educación de la libertad realizada en la familia estimula sucesivos grados de autonomía responsable (por ejemplo, en la toma de decisiones). El hijo adolescente no es el único protagonista de la etapa crítica que está atravesando. Las actuales teorías sistémicas de la orientación familiar conciben a la familia como un todo, como un sistema en cuyos cambios están involucrados todos los miembros que la integran. Por este motivo postulan la necesidad de realizar las intervenciones psicopedagógicas desde una óptica que abarque a toda la familia en su conjunto, y no únicamente a uno solo de sus miembros. El problema no es solamente del adolescente, sino de todos los integrantes de la familia, tanto porque les afecta la crisis como porque pueden y deben ayudar al adolescente a afrontarla[1]. La crisis de los adolescentes suele provocar una crisis de sus padres, debido, entre otras causas, a que los cambios típicos de la edad ponen a prueba las expectativas y proyectos ideados por los padres para sus hijos en la fase infantil. En contra de la creencia general de que una característica típica de la adolescencia son los fuertes conflictos entre padres e hijos, algunas investigaciones actuales sobre
el desarrollo de la autonomía en los adolescentes muestran que los hijos no se distancian totalmente de sus padres durante esa etapa. A pesar de las discrepancias y rebeldías, los hijos siguen necesitando a sus padres. Esa relación continuada es clave para la transición a la adultez. La creciente autonomía de los hijos adolescentes es compatible con el mantenimiento del vínculo con sus padres. Uno de los factores que contribuyen a evitar el conflicto, o al menos a reducirlo, es la capacidad de los padres para establecer una buena comunicación con sus hijos. Esto supone, principalmente, actuar con comprensión empática y saber escuchar. Un segundo factor es tener un buen estilo de educación. Investigaciones recientes han hallado que la educación con autoridad (exigencia comprensiva, afectuosa y respetuosa, que se apoya en el buen ejemplo), favorece el desarrollo de una autonomía responsable. Por el contrario, las formas de educación autoritarias y permisivas fomentan un desarrollo adolescente menos autónomo y adaptativo.
2. ¿Cuáles son las causas profundas del conflicto generacional? El conflicto generacional en la familia se debe a la interacción de tres factores: la personalidad conflictiva del adolescente, las actitudes disfuncionales de muchos padres, las influencias negativas del ambiente social. Entre ellos existe tanto una distancia psicológica como una distancia histórica: son de otra generación. Es una distancia triple: biológica, psicológica y generacional. Los separa no solo la edad y la forma de pensar, sino también el hecho de pertenecer a otra época histórica. Los adultos están más centrados en el pasado y tienden a conservar, mientras que los jóvenes están más interesados en el presente y en el futuro y tienden a innovar. La personalidad inmadura del adolescente es una permanente fuente potencial de conflictos. Las actitudes disfuncionales de los padres con respecto a las necesidades
psicológicas de los hijos adolescentes son, frecuentemente, la chispa que provoca la explosión, es decir, el conflicto. Así, por ejemplo, cuando los padres se limitan a reaccionar ante las molestias o contrariedades que les ocasiona la forma de ser o de actuar de sus hijos adolescentes, es decir, cuando se dejan llevar por el amor propio herido, suelen producirse efectos en cadena. El proceso puede describirse del siguiente modo: 1) impertinencia del hijo; 2) irritación de los padres; 3) mayor impertinencia del hijo; 4) mayor irritación de los padres... Esta colisión de la postura de los padres con la de los hijos adolescentes no siempre se manifiesta abiertamente. En ciertos casos no se observan enfrentamientos ni riñas, pero sí un ambiente de tensión contenida o de indiferencia aún más preocupante que el de los conflictos abiertos. Las actitudes negativas o disfuncionales de muchos padres surgen a raíz del desconcierto producido por la transformación de la forma de ser y de comportarse de su hijo. Durante alrededor de doce años los padres hemos sido el modelo e incluso los ídolos de los hijos: nos lo preguntaban todo; nos pedían ayuda; querían parecerse a nosotros; les gustaba estar con nosotros... Pero con la llegada de la pubertad se produce un cambio de decoración radical: dejan de pedirnos ayuda; pasan la mayor parte de su tiempo libre fuera de casa; rehúyen nuestra presencia. Tenemos así la impresión de que ya no nos necesitan. Hemos dejado de ser el centro de sus vidas. El lugar que hemos perdido lo ocupan ahora los amigos de nuestros hijos. Algunos padres se resisten a este alejamiento de los hijos. Quieren seguir siendo imprescindibles en su vida, usan la autoridad de forma arbitraria, en un intento de dominar al hijo, de que no se les escape de las manos. Pero solo obtienen resultados opuestos a sus deseos: cuanto más pretenden sujetarle menos lo consiguen. Las actitudes proteccionistas y autoritarias de los padres solo sirven para desencadenar
y mantener en el tiempo el conflicto con sus hijos adolescentes. El conflicto se manifiesta de modo preferente en ciertos temas y situaciones: los estudios; el dinero; las reglas y costumbres de la familia; la forma de vestir; el uso del tiempo libre. Dentro de este último aspecto suelen ser motivo de discrepancia las lecturas, la televisión, las diversiones y los amigos.
La personalidad conflictiva del adolescente El hijo adolescente es fuente potencial de conflictos porque entiende de forma radical o extremista sus nuevas necesidades (ser yo mismo; valerme por mí mismo; tener éxito, etc.). En su desmedido afán de ser diferente, original y libre, el adolescente cae en el dogmatismo y la utopía. Para él, por ejemplo, la libertad es absoluta, sin ningún tipo de condicionamientos o limitaciones. Si los padres prohíben justamente algo dirá que están atentando contra su libertad.
¿La sociedad ha dejado de ser educadora? La responsabilidad sobre la educación de niños, adolescentes y jóvenes es una competencia colectiva que no corresponde solo ni principalmente al Estado, sino que debe involucrar a toda la sociedad. Por ello es preciso corregir una idea bastante extendida: que el lugar donde se adquieren los aprendizajes que preparan para la vida es solamente la escuela. La escuela no puede ignorar lo que sucede en el mundo externo a ella. Las familias, los municipios, empresas y medios de comunicación son lugares de aprendizaje que, si convergen en propósitos comunes, constituyen una sociedad educadora. La sociedad educadora asume una responsabilidad en la formación permanente de todos sus miembros. Para ello promueve espacios de convivencia y de participación social. En épocas pasadas la sociedad era educadora. Los padres de familia contaban con
aliados que compartían sus mismos valores; sabían que la escuela, los medios de comunicación, los centros de ocio y diversión, etc. iban, de algún modo, en su misma dirección. Esa diferencia entre la sociedad de antes y la de ahora se puede ver, por ejemplo, en la idea de fiesta. Una fiesta respondía a la conocida definición de Piepper: era uno o más días libres en los que los miembros de una comunidad se comunicaban entre sí sus sentimientos y exteriorizaban su alegría con ocasión de algún acontecimiento importante. La fiesta era un encuentro entre un grupo reducido de personas. Hoy, en cambio, se llama fiesta a una coincidencia casual –por ejemplo en una discoteca– con una multitud de personas desconocidas que no se comunican entre sí y que «necesitan» tomar bebidas alcohólicas para estar animados a lo largo de toda una noche. Otro ejemplo: los hijos vivían la urbanidad y el respeto a los demás tanto en su casa como en la escuela y en la calle; era corriente que cedieran el asiento del autobús a una persona mayor o impedida, y que ayudaran a cruzar la calle a una persona ciega; en el caso de que alguien no lo hiciera así su comportamiento resultaba socialmente chocante. Actualmente, en cambio, la mayoría omite ese tipo de comportamientos y sin que sea chocante para quienes lo ven. Hoy la sociedad ha dejado de desempeñar la antigua función de convergencia de propósitos educativos. Además, en algunos casos, no solo no educa, sino que maleduca, dado que los valores que predominan en ella están en la parte inferior de la escala axiológica o incluso fuera de esa escala.
La escuela está sustituyendo a los padres Existen muchos padres que conceden a la escuela el protagonismo en la educación de sus hijos. A la escuela no se le puede pedir que sustituya a los padres en su función educativa. Los padres son los primeros y principales educadores; pueden
delegar el aspecto instructivo, pero no el formativo. Esto último es propio del ámbito natural de educación que es la familia (ámbito de intimidad, de amor y de convivencia intensa en el que se descubren y adquieren los valores que dan sentido a la vida humana). El fenómeno actual del trabajo profesional tanto del padre como de la madre está fomentando mucho la delegación total de la educación en la escuela. Va ligado a la escasa presencia de los padres en casa. Los hijos viven una forma de orfandad que no se resuelve comprándoles más cosas y los padres quedan reducidos a proveedores en lo material. En estas condiciones la educación más que difícil es casi imposible.
El error de educar a los hijos solamente «de puertas hacia adentro» En la sociedad actual la dimensión placentera y utilitarista de la vida predomina claramente sobre la dimensión ética. Valores de moda: el individualismo (cada uno a lo suyo) el deseo, el placer sensible, el dinero, el bienestar material. Valores olvidados: la verdad, el bien, la belleza, la honradez, la honestidad, el esfuerzo, la disciplina, la responsabilidad, el servicio. Los padres que educan a sus hijos solo «de puertas hacia adentro» suelen llevarse una desagradable sorpresa: los valores que habían fomentado en la familia durante años son desplazados en poco tiempo por pseudovalores del ambiente social. Se hallan en las malas «movidas», las falsas amistades, el «botellón» o fiesta del alcohol, los coqueteos con la droga, etc. El problema afecta de modo especial a los chicos y chicas que dedican muchas horas los fines de semana a diversiones en grupos-masa, sin atenerse a ninguna norma moral; todo vale en esos espacios de vida permisiva. Los padres de estos adolescentes que han perdido el rumbo suelen ser muy
culpabilizados, sin tener en cuenta que los cambios sociales han dificultado mucho la educación de sus hijos. Christine Collange, una periodista francesa con varios hijos en edad adolescente, ha escrito un libro en defensa de los padres de hoy. Selecciono un fragmento: «Estoy harta de oír hablar en cada momento de adolescentes que sufren debido a la incomprensión de sus padres; lo contrario también existe: padres que se sienten rechazados por sus hijos. De esto nunca se habla. ¡Tened piedad de los padres de hoy! Se nos acusa de todos sus defectos, lo que sirve a los hijos como coartada para sus errores. No hemos sido unos padres tan malos; no era fácil llevar el timón educativo en una sociedad en completa transformación, en la que todos los valores han envejecido de repente. No siempre somos culpables; a veces los hijos son más culpables que los padres. Además, ¿por qué no nos ayudan?»[2].
3. Cómo armonizar las diferencias entre padres e hijos adolescentes En una familia hay varias generaciones que deben aprender a relacionarse entre sí de manera armónica: la de los abuelos, los padres, los hijos y los nietos. La falta de armonía tiende a provocar conflictos, especialmente en la relación entre los padres y sus hijos adolescentes. El mejor medio para lograr esa armonía es la confianza y amistad (no como la de los iguales) entre padres e hijos. Los problemas que suscitan las diferencias y desigualdades entre los hombres y entre los grupos sociales, se intentan resolver hoy –con mucha frecuencia– con la búsqueda del equilibrio. Se cree que anulando esas diferencias, es decir, haciendo que los hombres y los grupos sean iguales, se resolverán todos los problemas. Para Thibón la solución no está en el equilibrio, sino en la armonía. Para justificar esta tesis, el mismo autor analiza el significado de los dos conceptos aludidos[3]. Hay equilibrio cuando las fuerzas que actúan sobre un cuerpo se destruyen entre sí.
De ese modo se consigue una situación de igualdad. Tal sucede, por ejemplo, cuando el fiel de la balanza se encuentra en el punto cero. Hay armonía cuando las fuerzas opuestas no se anulan recíprocamente, sino que convergen. Esto ocurre, por ejemplo, con un instrumento musical, la lira: la justa proporción entre los diferentes sonidos de cada cuerda hace posible la belleza de la música. Concluye Thibón que «en el equilibrio las cantidades se contrapesan entre sí; en la armonía las cualidades se complementan»[4]. Las soluciones de equilibrio anulan las desigualdades. Las soluciones de armonía, en cambio, necesitan la desigualdad para poder operar con ella. La desigualdad se convierte en factor de armonía. Padres e hijos deben buscar no la convivencia obligada y reducida a simple formalidad, sino la convivencia voluntaria y sincera. Pero esto exige ser optimistas: creer que es posible; esperar algo positivo de la otra parte. Unos y otros deben aprender a conjugar sus diferencias, en vez de oponerlas entre sí. ¿En qué consiste esta conjugación de las diferencias? En primer lugar, en descubrir la relación que existe entre lo que quiere cada parte; en averiguar qué es lo común a las dos posturas. Normalmente las posiciones de padres e hijos están menos distantes de lo que parece a primera vista. Gran parte del problema suele ser un problema de lenguaje, es decir, de no haber captado a través de la expresión del otro sus verdaderas intenciones. En segundo lugar, se trata de centrar la comunicación padres-hijos adolescentes en lo que les une, y no en lo que les separa. En tercer lugar, hay que saber aprovechar las posibilidades que la otra postura tiene para los propios fines. Esta aproximación de las posturas distantes por medio de la armonía puede concretarse en actitudes como las siguientes: • que los padres vean y acepten que la rebeldía de sus hijos adolescentes permite
desarrollar (si se sabe orientar) cualidades personales incluidas en los objetivos educativos de la familia; • que los padres descubran que los amigos de sus hijos pueden ser colaboradores de la acción educativa de la familia; • que el hijo descubra que la exigencia de los padres es una valiosa ayuda para su falta de voluntad; • que el hijo vea que la autoridad y el buen ejemplo de los padres es una buena forma de rebeldía.
5. Adenda El conflicto generacional se da con más frecuencia en el ámbito del hogar. Ello suele ocurrir por lo siguiente: porque es donde los adolescentes se atreven más a autoafirmarse y rebelarse; porque es donde la autoridad se ejerce más directamente; porque es donde la convivencia es más continuada, lo que favorece que se produzcan roces frecuentes. Con frecuencia, los padres se enteran muy tarde de que su hijo de 13 años ya no es un niño, por lo que mantienen con él la misma relación de dependencia (por ejemplo, no le dejan cruzar una calle solo, le ayudan a abrocharse los botones y los cordones de los zapatos). Como no le conceden espacios para la conducta autónoma, el hijo los intenta conquistarla a la fuerza.
1. Cfr.: URPÍ, C.: «El período de la adolescencia: necesidades y posibilidades educativas». En Educación familiar. Infancia y adolescencia. Pirámide, Madrid, 2012, p. 23. 2. Collange, C.: Yo, tu madre. Seix Barral, Barcelona, 1985, pp. 16 y 18. 3. Cfr. Thibon, G.: El equilibrio y la armonía. Op. cit. 119. 4. Thibon, G.: El equilibrio y la armonía. Op. cit. 119.
13 La llamada a seguir un determinado camino en la vida activa: la vocación profesional
1. El mito de que acertar en la elección de profesión es una cuestión de simple intuición Muchos adolescentes y jóvenes eligen un tipo de formación (una carrera o una modalidad de formación profesional) y un tipo de salida profesional, por mera intuición, sin averiguar previamente si sus capacidades se corresponden con las exigencias de lo elegido. De esta forma se suelen dejar engañar por lo que Marañón llamaba «los espejismos de la vocación». Algunos de ellos eligen lo que está de moda o lo que han idealizado influidos por la televisión. Un ejemplo: en un momento en el que en Estado Unidos había escasez de médicos se diseñó una serie televisiva para promocionar la carrera de Medicina. El protagonista era un atractivo médico que triunfaba espectacularmente, tanto en su profesión como en el campo amoroso. En la serie no aparecían los muchos sacrificios, incomodidades, disgustos y trabajo oscuro de la profesión, como por ejemplo, ser despertado a las cuatro de la madrugada por un simple dolor de muelas de un paciente que vive en una aldea perdida, las muchas horas de monótona guardia nocturna, la muerte inesperada e inexplicable de un enfermo, etc. Los resultados de la serie televisiva no se hicieron esperar: se triplicaron las inscripciones para estudiar Medicina. Estos adolescentes y jóvenes eligen sin criterio, lo que denota que se encuentran
todavía en una fase de inmadurez vocacional. A la capacidad de saber qué es lo que se quiere se opuso la ignorancia, la simple imitación, el capricho y las modas; a la capacidad de apertura se opuso el egocentrismo; a la capacidad de informarse y de pensar se opuso la pereza y la pasividad; a la capacidad de elegir se opuso la rigidez y la precipitación; a la capacidad de decidir y de realizar lo decidido se opuso el estado de indecisión habitual y el miedo a equivocarse y a fracasar. Para prevenir estas actitudes inmaduras los educadores deben entrenar a los niños y adolescentes en la toma de decisiones de dificultad progresiva. Habrá que darles muchas oportunidades para decidir, animándoles a que actúen con criterios propios, a que no se precipiten, a que se informen y piensen antes optar por un camino, a que aprendan de sus errores y de sus aciertos, a que superen el miedo a elegir.
2. El mito de que hay que renunciar a las salidas profesionales que no son vocacionales No es razonable que la formación profesional se oriente únicamente a responder a las demandas de la vocación, en una época en la que se necesita flexibilidad y capacidad de adaptación ante la movilidad de las profesiones y puestos de trabajo. Esa formación debe desarrollar la actitud para acceder a salidas profesionales que no son las ideales, aunque se ha de procurar que lo elegido sea lo más próximo a lo que uno se siente llamado a hacer en la vida. ¿La colaboración de los padres con los especialistas en orientación profesional suele ser funcional o disfuncional? Aunque los padres no son profesionales de la orientación profesional, su colaboración en el proceso orientador de sus hijos es muy necesaria. En primer lugar porque poseen una información sobre las capacidades e inclinaciones de cada hijo, obtenida por observación en el ámbito familiar, muy útil para el responsable
profesional de la orientación; en segundo lugar porque la orientación profesional no es simplemente una actividad técnica para asesorar a un candidato en relación con una salida profesional, sino también una actividad educativa relacionada con la formación de una persona para el mundo del trabajo. Se trata de ayudarla a mejorar como persona con ocasión de la toma de decisiones sobre su vida futura; en tercer lugar porque la auténtica orientación no se realiza en pocos días con la aplicación masiva de pruebas, sino que es un amplio proceso ligado al proceso educativo desde la infancia realizado en la familia y en la escuela. El hecho de que el núcleo y el punto de referencia de la orientación sea la persona nos lleva a preguntarnos cómo inciden en el proceso orientador los diversos elementos o aspectos de la educación familiar. ¿Cómo pueden contribuir los padres a una adecuada elección profesional de sus hijos? ¿Cómo ser funcionales dentro del equipo orientador coordinado por un psicólogo o un pedagogo? Ayudar a los hijos a descubrir su vocación profesional (la conjunción fecunda entre aptitudes e intereses) no es algo independiente o separable de los restantes aspectos de la educación promovida en la familia. Sucede, por el contrario, que la capacitación de los hijos para adoptar una elección acertada está ligada a las diferentes etapas de la educación; el posible éxito en esa importante tarea es una consecuencia de haberles ayudado a mejorar en otros sectores de su vida, tanto en la familia como en la escuela.
3. ¿Qué tipo de educación familiar favorece una futura buena decisión profesional? El conocimiento de los hijos en aspectos relacionados con la posterior elección profesional. Si los padres se proponen ayudar a sus hijos en esta cuestión deben preocuparse de conocerlos a lo largo de la tercera infancia, pubertad y adolescencia
media. La vocación profesional se va insinuando y desarrollando a lo largo de esas fases. Sugiero que los padres recojan información acumulativa basada en la observación sobre cada hijo en las siguientes cuestiones: ¿Cuál es su autoconcepto? ¿Qué tipo de aptitudes generales y específicas se aprecian? ¿Qué intereses va adquiriendo con cierta estabilidad? ¿Se observa alguna coincidencia entre aptitudes e intereses en algún campo del mundo del trabajo? ¿Cuál es su nivel de aspiración profesional? ¿Ese nivel es realista o, por el contrario, está por encima por debajo de las posibilidades personales? ¿Cómo es su motivo de logro? (esperanza de éxito o de fracaso ante las actividades profesionales preferidas) En la pubertad y adolescencia media el estudiante cuenta con la aparición de importantes capacidades ligadas al desarrollo del pensamiento abstracto, entre ellas las de análisis y síntesis, pero en cambio, experimenta una reducción de los intereses, especialmente los relacionados con la realidad escolar. Por otra parte, dejan de actuar en función de las expectativas de los adultos para seguir sus gustos personales. Enseñar a ejercitar la libertad como tarea preventiva para afrontar las posteriores exigencias de la decisión profesional. La elección de carrera o profesión supone ejercitar algunas capacidades que integran la libertad y que están presentes en el proceso decisorio. Descubrir la verdadera inclinación personal hacia una determinada área profesional implica saber ver las posibilidades o alternativas de trabajo que pueden servir para encauzar lo que se quiere ser. Ello requiere capacidad de apertura y de informarse y deliberar en torno a la conveniencia de cada alternativa, sopesando los pros y los contras, exige ejercitar la capacidad de pensar. La aceptación de una determinada opción, con rechazo de las restantes, implica ejercitarse en actuar por propia cuenta, con
creciente autonomía. La elección profesional final es resultado de un proceso decisorio que conlleva saber informarse, saber pensar, saber decidir y saber realizar lo decidido.
4. Adenda La vocación profesional es resultado de la de la interacción entre lo innato y lo adquirido. Existe una predisposición natural en cada persona que posteriormente se desarrolla por influencia del ambiente. «La vocación está determinada por el mutuo juego entre los impulsos procedentes del sujeto y las atracciones despertadas por los objetos existentes en el medio ambiente»[1]. La vocación no surge de improviso, sino que se va desarrollando y concretando durante años a través de un proceso de maduración interna y de educación externa. El concepto de madurez vocacional proviene de las primeras investigaciones de Super en 1955. La define como «la disposición para hacer frente a las tareas vocacionales o al desarrollo de la carrera con las que uno está realmente confrontado o a punto de estarlo, comparado con otros que se hallan en la misma época de la vida y frente a las mismas tareas del desarrollo»[2]. La madurez vocacional no es un simple factor, sino un conjunto de ellos; es una variable psicológica multifactorial. Esos factores pertenecen a tres apartados: actitudes positivas hacia la elección vocacional; rasgos psicológicos definidos; personalidad madura. Dentro del primer apartado debe destacarse la apertura a la información sobre sí mismo (especialmente, aptitudes e intereses) y búsqueda personal de ese tipo de información. En el segundo apartado es clave la concordancia entre las aptitudes del sujeto y sus intereses o preferencias vocacionales. En el tercero es básico la capacidad de decidir y la de asumir con responsabilidad lo decidido. La madurez vocacional permite adoptar decisiones más prudentes, realistas estables y duraderas. Como consecuencia, propicia la existencia de personas con más logros profesionales.
1. CASTAÑO, C.: Psicología y orientación vocacional. Marova, Madrid, 1983, p. 100. 2. CASTAÑO, C.: Op. cit. p. 85.
Parte III Las deriva de la adolescencia en la era del postmodernismo
14 La adolescencia tras la aparición de las idolatrías postmodernas
1. El mito de la excelencia de la postmodernidad La personalidad del adolescente del siglo XXI sería incomprensible sin situarle en el nuevo marco social y cultural en el que se produce el paso de la modernidad a la postmodernidad. Las mutaciones socioculturales de la era postmodernista ocasionarían un giro copernicano en la concepción de la adolescencia, iniciado por una histórica nueva crisis de identidad El hombre modernista valoraba la razón por encima del sentimiento y confiaba en la transformación de la sociedad; en cambio el hombre postmoderno valora el sentimiento por encima de la razón y no cree en la posibilidad de un cambio social. Como además carece de ideales, se limita a disfrutar del tiempo presente y a buscar una autorrealización personal centrada en la satisfacción de sus apetencias. Le interesa especialmente cuidar la salud y mantenerse joven. En su vocabulario se repite el «yo» y se omite el «nosotros». El postmodernismo introduce una ideología individualista y hedonista que predica que todo (incluso las instituciones) debe subordinarse a los deseos y apetencias individuales. Se llegará incluso a la legitimación del disfrute máximo o sin límites. El vacío de ideales y convicciones suele llenarse con idolatrías, tal como se explica en un reciente libro con este título: Contra los ídolos posmodernos. En la contraportada se resume su contenido con estas palabras:
«Sequeri analiza las idolatrías de la sociedad posmoderna que han inducido su degradación antropológica. La sociedad de consumo y la cultura del espectáculo se erigen sobre cuatro ídolos “mentales”: la eterna juventud, el crecimiento económico y el dinero fácil, el totalitarismo de la comunicación y la irreligión de la secularización. (…) Nosotros, pueblos cristianos de Occidente, hemos merecido las consecuencias de esta recaída en el paganismo. Pero podemos desenmascarar la estupidez de la cultura que pretende representarnos, y abrir mil lugares de liberación. El ídolo de lo posmoderno no nos representa»[1]. El mito del postmodernismo nació, por tanto, de la interpretación en clave ideológica de la reacción histórica contra el modernismo. Esa interpretación manipulada privaría al ser humano, especialmente en la etapa adolescente y juvenil, de sus valores y posibilidades para la maduración personal. El postmodernismo supuso una decisiva y preocupante deriva de la adolescencia, un erróneo cambio de rumbo. El diccionario de la lengua española define la voz “deriva” de este modo: «sin rumbo propio, a merced de las circunstancias». Una segunda acepción dice lo siguiente: «Desvío de una nave de su verdadero rumbo por causas no controlables».
2. ¿Cómo se produce la emergencia del postmodernismo? La postmodernidad de los primeros años del siglo XXI nace y se define por su contraste con la modernidad de los dos siglos anteriores. El desencanto experimentado en el seno de la sociedad hiperracionalizada y burocratizada (debido a no conseguir el prometido progreso ilimitado y la abundancia permanente), generó un cambio de valores. Lo prioritario ahora es el bienestar material: «El afán productivo de la sociedad moderna, orientado por la demanda o la necesidad, se ha transmutado en consumo desaforado y despilfarrador. Ya no es la
necesidad la que dicta las leyes del desarrollo social y económico de la comunidad, sino el deseo, que es individual, pluriforme, subjetivo e ilimitado. Se vive para consumir.(…) Soy lo que deseo y consumo (…). En una sociedad gobernada por el consumo nada es para siempre. La provisionalidad es la norma. Todo ha de ser fácil, agradable, superficial, rápido y divertido (…) El deseo satisfecho ya no es nada, sino hueco para generar nuevos deseos. De ahí el presentismo, ese carpe diem de la inmediatez sin mañana. La cultura postmoderna es hedonista»[2]. En la sociedad postmoderna los mass-media y las tecnologías infotelemáticas trasforman el mundo en lo que Mac Luhan denominó una «aldea global». En ella todos somos espectadores de los demás «en directo». Junto a la ventaja de las relaciones de interdependencia con todos los habitantes del globo, se produce el inconveniente de la uniformidad del comportamiento. El postmodernismo como movimiento cultural tiene su origen en el mayo francés del 68. Pero su función como supuesta contracultura se limitará a una crisis de la razón en la que lo consistente es sustituido por lo banal. Uno de sus «logros» será le emergencia del hombre light o provisorio. Entre finales del siglo XX y comienzos del XXI el postmodernismo tuvo otras manifestaciones importantes: la prolongación sine die de la adolescencia como un fin en sí misma; las tribus urbanas; la generación X; la sumisión de los adolescentes a las presiones mediáticas y a las nuevas tecnologías; el acoso escolar; los trastornos afectivos y de conducta alimentaria; la prisa por vivir; la adicción al alcohol y a las drogas.
3. El «nuevo individualismo» En un reciente estudio se ha descubierto que en la sociedad americana existe un nuevo estilo de vida: la moral de la tolerancia. «El life-style justifica cualquier modo
de vida, proporciona una garantía moral a la gente para vivir exactamente como quiere (…) Esta moral establece que cualquier cosa que yo haga es buena, porque yo la quiero. Lo que le da garantía de bondad es que emana de mi deseo. Por ese simple hecho queda justificada en sí misma, sin que sea necesario un contraste con una norma moral. Precisamente la norma moral que hay que respetar es la espontaneidad de mi deseo, que pueda fluir sin trabas ni imposiciones. La norma es la ausencia de toda norma»[3]. Estamos ante una nueva forma de individualismo que es incompatible con un proyecto vital comprometido y solidario.
La multiplicación de los solos Thibon señala que en la sociedad actual existe un enclaustramiento de los individuos y una indiferencia masiva respecto del prójimo. Añade que se está dando un proceso de erosión social que Paul Valéry llamaba «la multiplicación de los solos». Para Thibon este fenómeno responde a dos causas principales. La primera es el advenimiento de las masas que ha originado el crecimiento caótico de las grandes concentraciones urbanas, en las que sus habitantes hacen vida independiente; la segunda es un factor de disgregación: la socialización de la humanidad. Con el pretexto del mito de la igualdad se favorece la disolución de la familia y otras comunidades naturales[4].
La era del vacío Uno de los autores que ha analizado más y mejor el postmodernismo es Lipovetsky, que sitúa esa corriente de pensamiento en el ámbito del individualismo: «La cultura posmoderna es un vector de ampliación del individualismo; al diversificar las posibilidades de elección, al anular los puntos de referencia, al destruir los sentidos
únicos y los valores superiores de la modernidad, pone en marcha una cultura personalizada o hecha a medida, que permite al átomo social emanciparse del balizaje disciplinario-revolucionario»[5]. Para este filósofo el postmodernismo es una cultura decadente que ha provocado en el hombre la pérdida de convicciones y el conformismo: «Se ha afirmado que estamos en la era posmoderna. Estallido de lo social, disolución de lo político: el individuo es el rey y maneja su existencia a la carta... La era del vacío ausculta esta mutación esencial, investigando los rasgos significativos de los tiempos actuales, tan alejados de la rebelión y el disentimiento característicos de los años de expansión. Nuevas actitudes: apatía, indiferencia, deserción, el principio de seducción sustituyendo al principio de convicción, generalización de la actitud humorística. (…) Nuevo estado de la cultura, caracterizado por el agotamiento y derrumbe de lo que ha significado la vanguardia durante el último siglo. Gilles Lipovetsky atribuye el conjunto de estos fenómenos a un mismo factor: el individualismo es el nuevo estado histórico propio de las sociedades democráticas avanzadas, que definiría precisamente la era posmoderna»[6]. En La era del vacío, publicado por primera vez en 1983, Lipovetsky describe las bases de su concepción de la sociedad actual. Desarrolla los principales conceptos sobre esa sociedad: proceso de personalización (hiperindividualismo), destrucción de las estructuras colectivas de sentido, hedonismo, consumismo, la seducción como forma de regulación social. Con la publicación posterior de El imperio de lo efímero (1987) completó su descripción del «narciso» individualista y consumista: está dotado de un optimismo superficial y polarizado en el tiempo presente, hasta el punto de que vive olvidado del pasado y despreocupado del futuro. El postmodernismo conlleva fugacidad: todo es rápido, descartable y recargable. Los
adolescentes se acostumbran así al ritmo de lo fugaz; no soportan la rutina y lo cotidiano, disfrutando en cambio con lo cambiante, lo novedoso y lo desacostumbrado. Esto les hace inconstantes e impacientes. Esa situación obstaculiza mantener relaciones interpersonales. Otro rasgo del postmodernismo es el presentismo: culto al presente y deseo de disfrutar del momento actual. Esto obstaculiza que adolescentes y jóvenes elaboren un proyecto vital, ya que el proyecto implica renuncia al bien inmediato en función de un bien superior y a largo plazo. Los adolescentes postmodernos desconocen alternativas al entretenimiento fugaz como, por ejemplo, la lectura y el deporte.
4. El perfil del adolescente postmoderno En la época de la modernidad se aspiraba a ser adulto, aun cuando se tuviera nostalgia de la niñez. Tan fuerte era el modelo adulto para la modernidad que la infancia se consideraba una especie de larga incubación. Antes de 1939, la adolescencia era contada como una crisis subjetiva; después de 1950, la adolescencia es considerada como un estado, siendo la era posindustrial la que propició alargar de forma ilimitada esa etapa. Hubo un tipo de adolescente moderno descrito como un individuo que vivía una crisis, inseguro, introvertido, una persona en busca de su identidad, idealista, rebelde dentro de lo que el marco social les permitía. Rebelarse, confrontar, era la tarea de la adolescencia. Este proceso de enfrentamiento generacional destruía ídolos, provocaba temores pero también sensación de libertad. En cambio los hedonistas llevan al extremo el papel de adolescentes postmodernos, convirtiéndolo en su estilo de vida. Se sienten ajenos al mundo adulto, pero optan por no combatirlo, ya que para ellos lo prioritario no es complicarse la vida, sino disfrutar al máximo de ella. Paradójicamente, esa actitud de indiferencia y de pacifismo
artificial, en la que las diferencias ideológicas están soterradas, mantendrá viva la distancia generacional y la hará más problemática: «Considero que esta neutralidad pasiva es quizá más grave que los conflictos violentos entre las generaciones. Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, la neutralización de las relaciones, el silencio contra el que no se reacciona»[7].
La nueva crisis de identidad La posibilidad actual de relacionarnos con personas de todo el planeta gracias al desarrollo tecnológico nos predispone a adquirir diferentes y sucesivas identidades. La posible saturación crea confusión y problemas de identidad que afectan especialmente a los adolescentes, tanto por ser la población más amplia de consumidores de internet como por encontrase en pleno proceso de formación de su identidad personal[8]. En el período de la modernidad aún se consideraba la adolescencia como una crisis transitoria y subjetiva. Los hijos se rebelaban contra los padres y la sociedad y pretendían llegar rápidamente a la adultez. En cambio, con la llegada de la posmodernidad la adolescencia deja de ser concebida como una fase de transición para convertirse en un estado permanente. Los adolescentes y jóvenes, movidos más por lo afectivo que por lo racional, se desentienden del futuro para polarizarse en lo inmediato. Esta actitud les incapacita para ver su vida como una realidad proyectiva, descartándose así la posibilidad de elaborar un proyecto vital.
5. ¿Cómo surgen los tiempos hipermodernos y cómo influyen en la personalidad de los adolescentes? El postmodernismo fue sustituido por el hipermodernismo, un movimiento cultural fue estudiado también por Lipovestky. En sus nuevas publicaciones, el filósofo francés
critica lo que llama «postmodernismo amorfo», explicando por qué: se caracteriza por un neoindividualismo de tipo narcisista que conlleva una segunda revolución individualista, el dominio de las nuevas tecnologías y una cultura comercial dominada por la tecnociencia. Lipovestky nos desvela que «el hipermodernismo es un regreso al modernismo para intentar modernizarlo. Es una segunda modernidad desreglamentada y globalizada, totalmente moderna, que se basa en lo esencial en tres componentes axiomáticos de la misma modernidad: el mercado, la eficacia técnica y el individuo. Teníamos una modernidad limitada y ha llegado el tiempo de la modernidad acabada»[9]. En los adolescentes y jóvenes de la hipermodernidad se observa inseguridad y miedo al futuro. Las crisis económicas y el desempleo generan ansiedad individual y colectiva. En la sociedad hipermoderna existe hiperconsumo, pero el peligro principal no procede del consumismo, sino de lo que Lipovetsky denomina una inquietante fragilización y desestabilización emocional de los individuos, que sienten la tensión e inquietud que surge de vivir en un mundo que se ha disociado de la tradición y afronta un futuro incierto.
6. ¿Cuál es el origen de las tribus urbanas, el piercing y los grafftis? El miedo de los adolescentes y jóvenes al futuro es uno de los motivos por los que actualmente están resurgiendo las tribus urbanas. Ese miedo es una de las afinidades que existe entre ellos. El concepto de «tribu urbana» fue acuñado por el sociólogo Michael Maffessoli en 1990 para referirse a adolescentes y jóvenes con valores similares, que buscaban una identidad diferenciada y nuevas formas de expresión frente a la homogeneidad cultural de la sociedad adulta. Para este autor el tribalismo es una de las manifestaciones de la posmodernidad, ya que la sociedad posmoderna está
integrada por pequeñas comunidades creadas por afinidades. Maffessoli concibe las tribus urbanas como comunidades emocionales opuestas a las comunidades racionales. Se basan en la satisfacción del sentimiento de pertenencia y sensación de proximidad espacial. Pretenden evitar el aislamiento y soledad de quienes viven en grandes ciudades[10]. La peculiaridad de cada tribu varía según su ideología. Por ejemplo, los hippies son pacifistas, mientras que los skinheads tienen tendencia a la violencia. El motivo principal para integrarse en una de estas tribus es la búsqueda de identidad. Algunos libros sobre el tema lo expresan ya en su título: «Cazadores de identidad»[11]. Los adolescentes y los jóvenes se sienten atraídos por una tribu urbana porque creen que en ella pueden adquirir el estatus que la sociedad adulta les niega. Para conseguirlo, suelen adoptar actitudes de contestación: «Se sienten minusvalorados o desplazados por el sistema, y quieren conducirse de un modo que expresa que se resisten a ese desplazamiento. De esta manera, cuando se visten, se adornan o se comportan siguiendo ritos, ritmos y costumbres que no pertenecen a la normalidad adulta, están manifestando su rebeldía y buscando, a través de ella, la construcción de una nueva identidad y de una nueva reputación»[12]. El grupo de adolescentes que integran una tribu urbana actúa de acuerdo con la ideología de una determinada subcultura. Las subculturas como tribus urbanas surgen preferentemente en ciudades muy grandes, en las que el tamaño y complejidad pueden crear en los adolescentes una impresión de opresión, aislamiento y soledad que obstaculiza la formación de una identidad personal. El fenómeno del neotribalismo responde a un cambio social. «Se trata de la crisis de uno de los fundamentos de la modernidad: el sentido del individualismo y el sentimiento de lo propio, que dio paso a conductas autoafirmativas. La pérdida de la capacidad cohesiva de una sociedad compleja cada vez más burocratizada,
abstracta y aislacionista, provocó la emergencia de microgrupos (tribus) que sentían nostalgia de los lazos primitivos de identidad. Lo tribal surge como reacción y compensación ante la progresiva fragilidad de la cohesión social»[13]. La palabra piercing es un anglicismo que procede del verbo to pierce (atravesar, perforar). Se aplica a la actividad de perforar una parte del cuerpo humano para insertar pendientes o aretes. Estas perforaciones expresan valores culturales o espirituales, inconformismo e identificación con una subcultura. En las culturas de la antigüedad este perforado era una señal de pertenencia a una determinada tribu. Se llama graffti (del italiano graffire) a la actividad de hacer inscripciones sobre paredes urbanas. El graffiti es parte del hip-hop, un fenómeno de la década del setenta que surge como reacción a la discriminación social. El graffiti es un diseño con novedosas estrategias creativas que sigue teniendo vigencia en la época actual, aunque la opinión sobre el mismo está muy dividida. Para algunos es arte urbano popular que decora las paredes de la calle para que todos lo vean y disfruten día a día; para otros es simplemente una forma de manchar o ensuciar con pintura esas paredes, ya que no sigue reglas artísticas. Últimamente el graffiti es un lenguaje que ha invadido la publicidad, la televisión, el diseño gráfico y los videojuegos. Los graffiteros ya no son vistos como vándalos, sino como artistas. En algunos países el graffiti es todavía un delito, por ocasionar suciedad y daño en la propiedad privada; en otros países ya está integrado en el ambiente urbano y está considerado una forma de expresión cultural y popular. ¿Por qué muchos adolescentes son graffiteros? Son varias las motivaciones de los adolescentes para realizar esta aventura creativa esencialmente urbana. Una de ellas es la busca de notoriedad y publicidad; otra el riesgo que comporta. Los grafiteros suelen elegir lugares de difícil acceso y en muchos casos prohibidos. La pasión por el riesgo les lleva a introducirse, por ejemplo, en las cocheras del metro o del tren.
La búsqueda de identidad grupal convierte esta actividad en una de las proyecciones sociales de la adolescencia actual.
7. Adenda La relación existente entre el narcisismo y la autoestima. Algunos autores sostienen que que tanto el aumento excesivo de la autoestima como su brusco descenso pueden suscitar un trastorno narcisista de la personalidad. «Cuando en una persona crece demasiado la autoestima, puede transformarse en otra cosa y emerger el narcisismo. (…) Y casi siempre que la autoestima entra en crisis, por las razones que fuere, el narcisismo o una cierta crisis narcisista está muy cerca de hacerse presente. Como tal crisis, comparece a través de un nuevo modo de comportarse, consistente en que lo único que importa en el fondo es el propio yo. Allí donde hay un yo dolorido por cualquier causa, el riesgo del narcisismo se incrementa»[14]. Efectos psicológicos que está teniendo actualmente el individualismo neonarcisista en los adolescentes: Cuando el cuadro de narcisismo no es exagerado o extremista, se trata simplemente de un rasgo habitual en la fase del despertar de la personalidad. El problema surge cuando deja de ser moderado, ya que los adolescentes se comportan de forma muy agresiva y, además, sin considerarse culpables ni sentir arrepentimiento, por lo que las malas conductas pueden evolucionar hacia la delincuencia. Los adolescentes con trastorno narcisista de la personalidad son fiel reflejo de un contexto social postmoderno que potencia el individualismo y que sustituye la ética por la estética. Han nacido y crecido en una sociedad narcisista y exhibicionista. Como consecuencia, han adquirido un estilo de vida con estos rasgos: excesivo amor a sí mismo unido a incapacidad para amar a los demás; ansia de éxito fácil; necesidad de obtener admiración, exhibicionismo; carencia de empatía; incertidumbre sobre su identidad; aburrimiento permanente; sentimientos de envidia. Los adolescentes narcisistas captan la realidad de forma egocéntrica: solamente perciben y aceptan los aspectos que confirman la hiperbólica
imagen positiva que tienen de sí mismos.
1. SEQUERI, P.: Contra los ídolos modernos. Herder, Barcelona, 2014. 2. PEREIRA, R.; y otros: Adolescentes en el siglo XXI. Op. cit., p, 29. 3. YEPES, R.: «El nuevo individualismo». En Rev. Nuestro Tiempo, nº 502, p. 66. 4. YEPES, R.: «El nuevo individualismo». Op. cit., p. 66. 5. LIPOVETSKY, G.: La era del vacío. Anagrama, Barcelona, 2003, p. 11. 6. Texto de contraportada del libro de LIPOVETSKY, G.: La era del vacío. Anagrama, Barcelona, 2003. 7. OBIOLS, G. y DI SEGNI, S.: Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria. Centro de publicaciones educativas. Buenos Aires, 2008, p. 107. 8. Cfr. GERGEN, K. J.: El yo saturado: dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Paidós Ibérica, Madrid, 2006. 9. LIPOVETSKY, G.: Los tiempos hipermodernos. Anagrama, Barcelona, 2014, pp. 56-60. 10. Cfr. MAFFESOLI, M.: El tiempo de las tribus. Icaria, Madrid, 1990. Idem Informe del INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo. Argentina, marzo de 2012). 11. Cfr. CAFFARELLI, C.: Cazadores de identidad. Lumen humanitas, 2009. 12. COSTA, P. O. y otros: Tribus urbanas. Op. cit. p. 13. 13. COSTA, P. O. y otros: Tribus urbanas. Op. cit. pp. 32 y 35. 14. POLAINO, A.: En busca de la autoestima perdida. Desclée De Brouwer, Bilbao, 2003, p. 137.
15 Los adolescentes «light»
1. El mito de la supremacía de conducta espontánea Actualmente se observa, tanto en adultos como en adolescentes, una creciente mitificación de la conducta espontánea, que es presentada como «sincera» y «natural», en detrimento de la conducta pensada, que sería insincera y artificial. La espontaneidad es elevada así a la categoría de un valor (y, además, un valor importante). En nombre de la espontaneidad se pretende justificar cualquier tipo de exceso o mal comportamiento. Un ejemplo: «inopinadamente abandonó a su cónyuge y a sus hijos para irse a vivir con una persona mucho más joven, pero lo hizo porque quiso ser sincero (a) con los demás y consigo mismo, no como otros, cuya vida es una comedia». La conducta espontánea es impulsiva e irreflexiva. A diferencia de la conducta pensada, no permite buscar y encontrar la mejor solución para los problemas que surgen. ¿Por qué, a pesar de esa desventaja, sigue siendo idealizada por muchos adolescentes? Una de las razones es porque en esa edad el sentimiento predomina sobre la razón; otra porque suelen creer que lo no espontáneo obstaculiza la creatividad. El llamado espontaneismo juvenil implica que toda actividad emprendida ha de ser contraria a la disciplina y al oficio, ya que cualquier forma de artificio o cálculo no solo no es creadora, sino que impide la creatividad La mitificación de la conducta espontánea lleva a los hijos a ser menos libres y
menos responsables, y a sus padres al permisivismo educativo y a la tolerancia sin límites. La experiencia dice que los niños y adolescentes no son, espontáneamente, lo que deben ser; hay que intervenir en sus vidas. Sin esa intervención de los educadores –en forma de exigencia, orientación y consejo– los niños suelen seguir siendo perezosos, caprichosos y egoístas.
2. ¿Cuál es el origen y las características de la cultura light? El término “light”, que significa “ligero,” nació para designar una nueva cultura surgida en 1980 en EE.UU. Inicialmente se relacionó con el “jogging” y la vida de gimnasio, pero aplicado a la vida, da como resultado el mensaje de que todo es ligero, descafeinado, lo que refleja un modelo de vida pobre en el que la esencia de las cosas ya no importa. Solo importa lo superficial. Ese modelo conduce a la persona que lo acepta a vivir y gozar la vida aquí y ahora, una vida sin consistencia ni compromisos; descuidan sus deberes, mientras reclaman continuamente sus derechos, no para asumir mayores responsabilidades, sino para poder disfrutar y gozar con menos limitaciones. La cultura light no solo sigue vigente, sino que es una realidad creciente. Así lo considera, por ejemplo, Mario Vargas Llosa, que sitúa el fenómeno light dentro de lo que denomina «la degradación de la cultura». Ese es el tema de su libro La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012). El prestigioso escritor denuncia en su libro el auge de la cultura del gran público o la civilización del espectáculo, que implica la creciente banalización del arte, la literatura y el cine. Acusa de masificación y frivolidad a la cultura de nuestro tiempo.
3. ¿Qué es una familia light? El hombre light no surge por generación espontánea; tiene su origen en la familia
light. Contrariamente a lo que la familia es en principio –un ámbito de valores–, la familia light es un ámbito de pseudovalores. El hombre light es un reflejo de la pérdida de valores propio de la sociedad relativista y permisiva. Algunas características de la familia light: abuso de la tecnología audiovisual (internet, ordenador, tablet y teléfono móvil para cada miembro la familia) lo que hace que vivan aislados; escasez de libros; el posible tiempo para la lectura se dedica a ver televisión; no existen principios ni convicciones estables en la educación de los hijos (son sustituidos por las modas supuestamente culturales).
4. Adenda Marcelo Colussi afirma que la cultura light es el resultado de un conjunto de corrientes pseudoideológicas que van retroalimentándose entre sí: relativismo, permisivismo, facilismo y consumismo compulsivo. Se caracteriza por el individualismo extremo, la búsqueda de la satisfacción inmediata, falta de profundidad en el tratamiento de cualquier tema, superficialidad, falta de compromiso y banalidad, liviandad. A ello se añade un culto a las apariencias. Se juzga al otro por cómo va vestido o el auto que tiene. El soporte básico de esta cultura de lo banal son los medios audiovisuales, sobre todo la televisión. El slogan «mira, no pienses» está teniendo éxito con muchos adolescentes de ahora; subyugados por las imágenes, los teleadictos miran y miran, pero no reflexionan. Esta «cultura» ha tenido y sigue teniendo un gran auge en el comportamiento de muchos adolescentes y jóvenes.
16 La generación perdida
1. El mito de la eterna adolescencia Existen niños que no quieren crecer, hacerse mayores. A algunos les mueve el deseo de no abandonar el mundo idílico de la fantasía infantil, en el que todo es posible. A otros la incapacidad para dejar de ser niños, para madurar y hacerse adultos. La primera de esas situaciones fue descrita por J.M. Barrie en una obra de teatro, con el título de Peter Pan y Wendi. Más tarde se publicó en forma de novela. El personaje del niño eterno se convertiría en un mito referido también al adolescente y al joven. Su historia daría nombre a un fenómeno muy interesante de la psicología: el Síndrome de Peter Pan, un conjunto de síntomas que denotan gran dificultad para llegar a la madurez propia del adulto. Estos adolescentes y jóvenes acusan un desfase patológico entre su edad cronológica y su edad emocional, lo que origina un desequilibrio en su comportamiento. Como consecuencia, se muestran incapaces de asumir compromisos, hasta el punto de que personas de más de 35 años son incapaces de asumir roles adultos.
Factores que se han señalado como causantes de ese problema Uno de ellos es el de carencias afectivas durante la infancia, que crearían posteriormente un sentimiento de inseguridad ante lo desconocido. Otro es el permisivismo educativo en la familia y en la escuela, que prescinde de la educación de la voluntad, no preparando así para afrontar los problemas de la vida. La forma
de vida en la sociedad consumista y hedonista de hoy ha contribuido también a que el viejo mito sea, además, un paradigma. En ese ambiente social se prolonga artificialmente la edad adolescente (por ejemplo, atribuyendo virtudes a los jóvenes por el mero hecho de serlo y ofreciéndoles ser estudiantes vitalicios). Esto explica por qué personas de más de 35 años sigan evadiéndose de sus deberes y sean incapaces de asumir roles adultos. Los adolescentes y jóvenes con Síndrome de Peter Pan suelen ser inseguros, con baja autoestima, muy egocéntricos, escasa autocrítica e incapaces de adoptar decisiones y de plantearse metas a medio y largo plazo. La prolongación indefinida de la adolescencia es una anomalía evitable desde una educación preventiva y no un paradigma. No es aceptable presentar como modelo de vida la permanencia indefinida en la inmadurez, sobre todo por las consecuencias negativas que ello tiene para el desarrollo personal y para el bien social.
2. ¿Cuál es la mentalidad de los adolescentes «Nini»? «NiNi» equivale a «Neet», acrónimo en inglés de la expresión not in employment, education or training (ni trabaja, ni estudia ni recibe formación). Los Nini son una generación de adolescentes y jóvenes que optan por la pasividad y ociosidad permanente. Se trata de una generación conformista que se limita a instalarse en la vida fácil, por lo que permanece cerrada en sí misma. Las encuestas recientes revelan que la generación Nini ya no es minoritaria. La generación Nini es un fenómeno social que hasta ahora se estimaba minoritario en algunos países. En otros no existe este fenómeno porque los hijos cuando llegan a los 18 años se independizan de la casa familiar, dedicándose a estudiar o a trabajar. ¿Por qué han surgido los Nini? No es creíble la razón que suelen alegar: el desempleo, ya que para muchos adolescentes y jóvenes ese problema es un reto
para prepararse más y mejor, lo que suele ser decisivo para encontrar un empleo. La causa principal es un arraigado conformismo que denota un importante déficit en la educación de la voluntad. Suelen proceder tanto de familias desestructuradas, como de familias sobreprotectoras o excesivamente liberales en la educación de los hijos. ¿Qué tipo de riesgos tiene para los adolescentes el modo de vida Nini? Necesitan mucho dinero para mantener el ocio continuo de sus vidas, lo que les convierte en presa fácil de organizaciones sin escrúpulos. No es infrecuente que caigan en el mundo de la droga. Alguien debiera ofrecer a los Nini ideales y referentes que hagan que no se resignen a seguir siendo mediocres y fracasados. Sugiero que quienes mejor pueden hacerlo son otros jóvenes con valores y liderazgo. Ello no hace innecesaria la labor de los padres, que deben actuar con la virtud de la fortaleza. Los padres tienen que decir en algún momento un «hasta aquí hemos llegado. Estudias o trabajas, o las dos cosas a la vez, o te vas de la casa». Los hijos Nini son tan pasivos porque lo han tenido todo sin hacer el mínimo esfuerzo. Suelen ser hijos de padres que trabajan excesivamente, que viven para acumular dinero con el que proporcionar a sus hijos una mejor forma de vivir que la que ellos tuvieron («que no sufran lo que yo sufrí; que tengan lo que yo no tuve»). Cuando más adelante observan el pasotismo de sus hijos admiten su fracaso como educadores, pero no saben qué hacer. Además esos hijos aburguesados se niegan a cambiar. La actitud apática de los Ninis es impropia de la etapa de la rebeldía y de los grandes ideales. Lo más preocupante de los Ninis no es que sean improductivos, sino que carezcan de proyectos, de ilusión y de esperanza en la edad de tener todo eso: «Los jóvenes de la generación Nini, salvo excepciones, son un grupo social con edades entre los 18 y los 30 años, que viven mantenidos en la casa de sus padres y que justifica su existencia, pasando los días sin hacer nada. Ni trabajan, ni estudian, ni buscan trabajo y ven llegar su incierto futuro, entre la indolencia y el conformismo.
La mayoría son jóvenes inmaduros, neo adolescentes que no tienen esperanza de nada, ni un proyecto de vida que les ilusione. Aunque se crean felices y privilegiados por no hacer nada, se han convertido en esclavos de su propia vagancia. Algunos jóvenes se auto engañan haciendo como que estudian o como que trabajan, cuando solamente emplean el 10% de su capacidad»[1]. La mayoría de los Nini surgieron porque sus padres no fomentaron en ellos desde las primeras edades el sacrificio y las virtudes relacionadas con el estudio, el trabajo y el uso del dinero. Muchos de ellos fueron niños consentidos y mimados. Además se convirtieron en víctimas del ambiente de consumismo que respiraban, recibiendo continuas invitaciones a comprar cosas superfluas, que eran satisfechas con el dinero de sus padres. La los adolescentes y jóvenes NiNi viven en una ociosidad permanente, lo que les incita a realizar muchos gastos superfluos; no tienen el dinero que necesitan, por lo que pueden caer en la tentación de obtenerlo de forma demasiado fácil. Además, al ser tan vulnerables, están expuestos a que algún desaprensivo se aproveche de ellos (por ejemplo, un narcotraficante). Cuando más tiempo estén sin estudiar ni trabajar, más difícil les resultará cambiar. Y aún en el caso de que buscaran un trabajo, no les resultará fácil superar a los demás candidatos (no NiNis) para el mismo puesto en una prueba de selección, tanto por no estar actualizados en la formación como por su mal currículum. El vacío de actividades durante un amplio espacio de tiempo les suele eliminar como candidatos. Desde finales de los 90 se habla de una nueva etapa del ciclo vital, entre la adolescencia y la adultez, con sentido en sí misma. El periodo comprendido entre los 18 y los 25 años, que tradicionalmente estaba destinado a la adquisición de responsabilidades propias de la adultez, habría perdido la función de transición. Cien científicos sociales han detectado, en los adolescentes del siglo XXI, la existencia de
otra etapa previa a la llegada de la adultez: la de los adultos emergentes. El más representativo es el Dr. Jeffrey J. Arnett, que ha revolucionado los criterios sobre las fases del desarrollo evolutivo del ser humano al afirmar que la adolescencia ya no es la etapa de la transición, sino una de ellas. El término «adultos emergentes» lo acuñó Arnett tras entrevistar a jóvenes de 20 años. No le parecieron adolescentes pero tampoco adultos, por lo que concluyó que no pertenecían a ninguna de las categorías conocidas. Explicó con detalle esta teoría en su libro Emerging Adulthood: The Winding Road from Late Teens through the Twenties, donde afirma que la adultez es un nuevo patrón de vida promovido por los cambios sociales. Añadió que la llegada de los adultos emergentes no es una tendencia pasajera, sino una realidad permanente. Personalmente no comparto la pretensión de que el comportamiento del «adulto emergente» sea atribuido a una nueva etapa de la vida y de la educación. Aunque – como ya he mencionado más atrás– las diferentes fases del desarrollo evolutivo se conforman tanto con factores genéticos como sociales, no considero justificable científicamente elevar a la categoría de etapa de la vida la actitud circunstancial de ser un «eterno adolescente».
3. Las similitudes entre los «Ninis» y los «Adultos emergentes» Coincidencias: mismas edades, siguen en casa de sus padres, dependientes de su familia, no asumen responsabilidades, aplazan indefinidamente emanciparse y formar una familia. Diferencias: los segundos estudian (de modo permanente) y trabajan (solo en empleos no fijos), están activos; su modo de vida se está presentando no como una prolongación de la inmadurez adolescente, sino como una nueva etapa de la vida. Problema común: ambos viven solo para sí mismos, con un modo de vida egoísta; ambos viven una situación de convivencia familiar problemática (no porque
sigan en la casa paterna, sino porque para ellos esa casa es simplemente un refugio).
4. La difícil la convivencia de padres mayores con hijos postadolescentes La convivencia diaria entre padres mayores –ya jubilados y que viven de una modesta pensión– con hijos parados de más de treinta años no suele ser fácil, especialmente cuando los hijos no han querido salir del nido por miedo o por comodidad. Una de las dificultades es que padres e hijos logren ponerse de acuerdo acerca cuál es el estatus de estos últimos en esa situación. Los hijos pueden incurrir en el error de vivir en la casa paterna como si fuera un hotel. Los padres pueden ser tan permisivos como lo fueron en el pasado; en su descargo hay que decir que tienen que afrontar una situación nueva e inesperada sin disponer de modelos ya establecidos y soluciones homologadas en épocas anteriores. Para los padres la situación es desconcertante: ellos esperaban que después de muchos años de sacrifico por el bien de los hijos vendría un tiempo de descanso y tranquilidad. Además, la nueva dependencia les coge ya cansados. Sobre este tema, la escritora y periodista francesa Christiane Collange, ha publicado un libro en el que reflexiona sobre la experiencia propia y ajena de madre de varios hijos mayores que siguen en casa, pero sin compartir la misma vida. Con estos testimonios disculpa a los padres y responsabiliza a los hijos jóvenes de los frecuentes conflictos: «Estoy harta de oír hablar a cada momento de jóvenes que sufren debido a las malas relaciones con sus padres. Lo contrario también existe: padres que se sienten rechazados por sus hijos y que no logran comunicarse con ellos. De estos nunca se habla (…) ¡Tened piedad de los padres de los jóvenes de hoy! Se nos acusa de todos sus defectos, se nos hace responsables de todos sus delitos, con grandes
dosis de medios psicológicos de comunicación se abona nuestra culpabilidad, que les sirve de excusa y de coartada para todos sus errores. No, no hemos sido unos padres tan malos. No era fácil llevar el timón educativo en una sociedad en completa transformación, en pleno delirio consumista, en la que todos los valores han envejecido de repente, en la que todo se puede comprar y desechar a voluntad». Una de sus quejas concretas de esta madre se refiere a los horarios anárquicos de los hijos, que impiden la vida en común y dificultan el trabajo doméstico: «Cohabitando bajo el mismo techo, entramos constantemente en conflicto. Dormís mientras nosotros vivimos, coméis cuando estamos trabajando, llegáis cuando estamos levantándonos de la mesa, tenéis hambre justo cuando acabamos de recoger. Este rechazo a adaptaros a costumbres de la vida normal nos preocupa por vuestro futuro. Nosotros, que trabajamos y vivimos según los horarios de la mayoría, sabemos que la noche y el día no nos pertenecen a título individual (…) Para ganarse la vida en esta sociedad, integrarse en un sistema de producción, cualquiera que sea, es necesario poder pronunciar alguna palabra antes del mediodía, es indispensable dormir durante la noche en vez de toda la mañana, se impone consultar el reloj para respetar los compromisos, es inútil adoptar un aire de “sorpresa” cuando se “descubre” que es una hora más tarde de lo que pensábamos, etc.». El fenómeno actual de la adolescencia ampliada artificialmente hasta bien entrada la adultez tiene diferentes posibles causas. Una de ellas es el excesivo tiempo de tutela al que están sometidos los jóvenes: «Una de las paradojas de las actuales sociedades es que, con más medios que nunca para convertir a los niños en adultos, retrasan ese proceso todo lo que pueden. Esa es justamente la noción de adolescencia ampliada Son, cada vez más, unos años de dependencia forzosa respecto al hogar paterno y su prolongación simbólica a través de las instituciones educativas. El joven podría vivir por sí solo, pero se considera que tiene que
formarse, depender de la tutela de los padres o de las instituciones»[2]. Otra causa de la adolescencia ampliada es el actual paro juvenil, que dificulta la emancipación del hogar. La situación de parado, para quien desea y necesita trabajar, crea una situación de dependencia involuntaria, con sentimientos de inutilidad, baja autoestima, frustración y angustia. Un joven que cree que no es nadie en la edad de ser alguien; que no puede hacer un proyecto vital; que tiene que pasar una y otra vez por la humillación de pedir dinero a sus padres, corre el riesgo de querer olvidarlo todo recurriendo a paraísos artificiales. Una tercera posible causa es el caso de adolescentes y jóvenes con el síndrome de Peter Pan. Tienen miedo a ser independientes, a valerse por sí mismos y a vivir con menos comodidades que en el hogar familiar, por lo que no buscan trabajo ni siguen formándose para encontrarlo; optan voluntariamente por seguir viviendo con sus padres y a su costa. La casa es así para ellos un refugio permanente. Se trata de una conducta inédita en la evolución de la humanidad, ya que los jóvenes siempre han esperado con impaciencia su mayoría de edad y la emancipación del hogar familiar. Si no cambian de actitud serán eternos adolescentes. El problema no es seguir viviendo durante algún tiempo en la casa paterna (algunos hijos lo hacen, con buen criterio, para acompañar y cuidar a unos padres muy mayores o muy enfermos); lo preocupante es refugiarse allí de forma indefinida y sin justificación alguna. ¿Cómo pueden ayudar lo padres a los hijos con una postadolescencia prolongada? Conviene favorecer en ellos el desarrollo de una actitud de tolerancia y resiliencia frente situaciones de problemáticas; acompañarle en su búsqueda existencial; fomentar actividades creativas y la formulación de un proyecto vital a medida que se va conociendo mejor a sí mismo y conociendo las posibilidades que le ofrece la sociedad. Los padres deben procurar que sus hijos no caigan en el desánimo y en la
desesperación ante la idea de que son una generación sin futuro. Pero eso no debe entenderse como sobreprotección, sino como exigencia: que asuman las consecuencias de su conducta. Por ejemplo, la familia no debe seguir fin pagando sus caprichos; si quieren lujos que se los paguen. Es muy importante que los adolescentes y jóvenes no aplacen indefinidamente sus elecciones personales por miedo a nuevos compromisos o por comodidad, ya que ello retrasaría mucho la llegada de la madurez personal: «Hay que decidir en qué vamos a gastar fundamentalmente el tiempo de nuestra vida y sus energías. Y hay que hacer las elecciones en su momento, porque el tiempo vuela. Son instantes de gran belleza los momentos en los que se compromete el futuro. No hay que tenerles miedo: si se deja pasar el tiempo se come la vida. Cronos devora a sus hijos, como supo pintar genial y desgarradamente Goya. Es una pena vivir como eternos adolescentes, sin acabarse de comprometer en ningún trabajo, en ninguna dedicación. La vida de un hombre maduro debe emplearse en algo que valga la pena»[3]. En su libro Memoria y esperanza: un mensaje a los jóvenes, un Mario Benedetti octogenario invita a los adolescentes y jóvenes conformistas y descomprometidos a rectificar, reencontrándose con los valores de la auténtica juventud. Les habla de la necesidad de luchar contra el conformismo, de no dejarse vencer por el derrotismo y de mantener los sueños, la esperanza, el idealismo y la rebeldía[4]. Veamos un fragmento del poema de Benedetti «¿Qué les queda a los jóvenes?»: ¿Qué les queda por probar a los jóvenes/en este mundo de paciencia y asco?/ ¿solo graffti? ¿rock? ¿escepticismo?)/ también les queda no decir amén/ no dejar que les maten el amor/ recuperar el habla y la utopía/ ser jóvenes sin prisa y con memoria /situarse en una historia que es la suya/ no convertirse en viejos prematuros/ ¿qué les queda por probar a los jóvenes/ en este mundo de rutina y ruina/ ¿cocaína?
¿cerveza? ¿barras bravas?/ les queda respirar/ abrir los ojos/ descubrir las raíces del horror/ inventar paz así sea a ponchazos.
4. Adenda Rasgos personales del adolescente y del joven sin capacidad de proyecto vital: Vive para disfrutar de lo instantáneo. Cada instante es considerado como algo suelto, separado del pasado y del futuro. Así no percibe el tiempo como duración ni la vida como continuidad; es conformista; no tiende a la superación personal; vive solo para sí mismo. Si pertenece a un grupo es porque lo necesita como refugio de su inseguridad, no porque aprecie la solidaridad. Rehuye cualquier tipo de compromiso por entender –erróneamente– que le quita libertad y porque conlleva deberes que no está dispuesto a asumir. La incapacidad de algunos adolescentes y jóvenes para anticipar su vida futura suele estar relacionada con algunos errores en la educación familiar. Esos errores tienen una raíz común: un amor equivocado a los hijos, en el que el bien deseado a la persona amada se reduce a que disfrute de la vida y tenga éxito en lo material.. Al no estar habituados ni preparados para afrontar problemas por sí mismos, con iniciativa y esfuerzo personal, los hijos tenderán a rehuir cualquier tipo de vida futura autónoma. Tendrán miedo a vivir por su cuenta, sin el paraguas protector de sus padres. Algunos de estos padres pudieron comprobar con mucho retraso los efectos negativos de ese método educativo. Lo podemos ver en el testimonio de uno de ellos: «Estábamos satisfechos porque les habíamos dado a los hijos todo lo que nosotros no tuvimos: buenos alimentos, juguetes, caprichos, vacaciones, colegios caros, televisión, diversiones. Les solucionábamos los problemas antes de que les afectaran. Todo fue bien hasta el día que tuvieron que afrontar dificultades por sí mismos, sin la presencia de sus padres. Uno de nuestros hijos está en un mar de confusiones, en un pozo; no sabe salir de él ni nosotros sabemos ayudarle.
1. Cfr. Revista La familia hoy. Nº 136, agosto 2014. Gualeguay, Entre Ríos, Argentina. 2. DE MIGUEL, A.: «Los jóvenes y los valores». En Vela Mayor, Rev. Anaya Educación, nº 2, Madrid, 1994, p. 43. 3. LORDA, J. L.: Moral. El arte de vivir. Palabra. Madrid, 1993, p. 106. 4. Cfr. BENEDETTI, M.: Memoria y esperanza: un mensaje a los jóvenes. Destino, Barcelona, 2004.
17 Los adolescentes de la generación X
1. El mito del carpe diem Carpe diem es un lema de origen latino acuñado por el poeta Horacio (Odas, I 11) La frase completa es la siguiente: «carpe diem quam minimun crédula postero» (Aprovecha el día, no te fíes del mañana). El lema invita a aprovechar el tiempo, a no malgastarlo. Se trata, en principio, de una propuesta positiva que apela a la laboriosidad y a la responsabilidad. Pero a lo largo de la historia fue interpretada como una invitación a un modo de vida hedonista: disfruta en el tiempo presente de todos los placeres sensibles, sin pensar en el futuro, que es imprevisible. Es la conducta juvenil que Polaino definió como «instantaneismo hedonista», de la que me ocuparé con detalle en otro capítulo de este libro, al analizar el fenómeno de la «la prisa por vivir». Esta segunda acepción tiene un sentido negativo, ya que propone una forma irreflexiva, impaciente, egoísta e irresponsable de vivir. Lamentablemente, muchos adolescentes y jóvenes de hoy la están siguiendo y, además, idealizándola. Para ellos significa estar liberados de tabús y de prejuicios morales, atreviéndose así a vivir de forma «natural». Todo esto denota que confunden la libertad con el libertinaje, la norma moral con la represión y lo natural con lo instintivo.
2. ¿Por qué es una generación difícil de definir? El prólogo de Vicente Verdú a la novela de Douglas Coupland Generación X, sitúa
perfectamente el tema. Nos adelanta que el autor describe a la adolescencia y juventud de la crisis de los años 90 como un gran aglomerado que es todavía una incógnita, por lo que lo ha calificado como generación X: «No se identifican por la adscripción a un uniforme como los punky, ni a una comunidad como los hippies; tampoco forma parte de un grupo consumidor, tipo Nike o Armani, ni se mueven por himnos o al impulso de ritmos o líderes. Recuerdan por su aire pacifista a los hippies de los sesenta, pero las afinidades terminan enseguida. Son más complejos y sutiles, mejor provistos de aparato crítico para juzgar la contemporaneidad. Lo que sí está claro es que son personas pasivas y abúlicas que les afecta vivir en un período de escasez. Pero no protestan, simplemente se resignan. «Los X carecen de furor reivindicativo. No se han gestado como rebeldes, sino como residuos. No se sienten solidarios, sino individuos. No son piña; son la peña: No tienden a manifestarse sino a desaparecer. No constituyen un movimiento; se encuentran, en su mayoría, parados»[1]. Esta actitud ha generado una nueva cultura, «la cultura del desastre». Ese es el tema de la novela neorrealista (o de la generación X) de la década de los noventa. Los protagonistas son adolescentes que disfrutan con la música rock y que están habituados a las salidas nocturnas y al consumo de alcohol y drogas.
3. ¿Cuál es el perfil de un adolescente X? La novela de José Ángel Mañas Historias del Kronen, (1994) es una buena referencia para elaborar ese perfil. El titulo se refiere al lugar donde un grupo de amigos adolescentes quedan para salir por la noche, el bar Kronen de Madrid. Saliendo de este lugar recorren gran parte de la ciudad de bar en bar. La novela cuenta la vida durante un verano de un grupo de jóvenes madrileños, criados en la cultura audiovisual y fascinados por la violencia, que se mueven en un
mundo cerrado dominado por las drogas, el sexo, los bares de copas y los conciertos de rock. Su publicación tuvo un fuerte impacto social al exponer con crudeza la forma de vida y las opiniones de un sector de la adolescencia y juventud, que al parecer habían pasado desapercibidas hasta ese momento para sus mayores. Escandaliza y provoca rechazo a algunos, mientras que otros, principalmente jóvenes, se ven reflejados en su lenguaje, la geografía de sus noches, y las perplejidades desoladas de sus personajes. En la contraportada de la novela se informa de que el libro nos introduce en un mundo que la generación adulta solo conoce de forma fragmentaria. Se nos presenta el mundo fácil de la diversión nocturna de un grupo de adolescentes y jóvenes madrileños, con sus motivaciones y actividades cotidianas: proveerse de drogas, el sexo, los bares de copas, los conciertos de rock… El narrador es uno de esos muchachos que intentan olvidar sus sentimientos y escrúpulos[2]. La novela coincide en el tiempo con fenómenos semejantes en otros países, principalmente Estados Unidos e Italia, y contribuye a que se popularice el concepto «Generación X» importado de Estados Unidos, que aquí se transmuta en “Generación Kronen” o “Gente Kronen”, la juventud mejor preparada de la historia española, los hijos sin futuro del desarrollo. El gran éxito del libro se debió en gran parte a que los adolescentes y jóvenes protagonistas reflejaban muy bien a los que en su mismo tiempo buscan con dificultad su identidad.
4. Adenda Las ideologías totalitarias están teniendo una influencia creciente en los adolescentes. Ello se debe a que la cultura ideologizada tiende a ocupar el vacío de ideales de los adolescentes. Detrás de ese vacío hay muchas lagunas de tipo cultural que no supieron
llenar en su momento las familias y las escuelas. Las ideologías totalitarias ofrecen una respuesta «total» a las incertidumbres de los adolescentes, actuando así como pseudoreligiones «redentoras» del hombre y de la sociedad. Esas ideologías se disfrazan de contracultura y explotan la fascinación de los adolescentes por la acción irreflexiva presentada como «revolución». A los adolescentes hay que invitarles a pasar poco a poco de la conducta por imitación a la conducta original y de la tutela al autogobierno. Deben saber a tiempo que hacerse mayor no consiste en la «liberación» de saltarse las normas establecidas en la familia y en la escuela, sino en crecer en libertad responsable. Llegada la adolescencia propongo sustituir los sermones y discursos educativos por las preguntas que hagan pensar y apelen a la responsabilidad personal. Sugiero algunas: ¿Eres capaz de ser tú mismo, sin dejarte dominar y arrastrar por las imposiciones del grupo de iguales?; ¿Eres capaz de afrontar los problemas típicos de tu edad sin pedir ayudas innecesarias? ¿Eres capaz de controlar tus reacciones y mantener la calma cuando aparecen las contradicciones?
1. COUPLAND, D.: Generación X. Ediciones B, Barcelona, 1993, pp. 7-11. 2. Cfr.: MAÑAS, J. A.: Historias del Kronen. Destino, Barcelona,1994.
18 La dependencia de las pantallas y de las nuevas tecnologías
1. El mito tecnológico Frente a las dos conocidas posturas extremas sobre el uso de los avances tecnológicos (rechazo total y aceptación indiscriminada) conviene precisar que la tecnología en sí misma no es ni buena ni mala. Todos los instrumentos que los hombres han ido creando a lo largo de la historia –desde la rueda hasta el cohete espacial– contribuyen a una vida más humana. Los instrumentos no tienen un valor por sí mismos; lo adquieren o no cuando se les confronta con la ética, el ideal de ser humano y el bien social. Las tecnologías de la información y la comunicación tienen hoy una fuerza creciente y son las que marcan el camino en lo que cada vez más se conoce e impone como «sociedad de la información». El ámbito de la informática va definiendo nuestra vida y nuestra forma de movernos en ese mundo. Cada vez más la computadora y una conexión a la red de redes, el internet; conforman a su imagen nuestra existencia. Para infinidad de cosas (informarnos, divertirnos, producir, realizar compras, buscar amigos, calcular la trayectoria de una nave espacial o separar la basura orgánica de la inorgánica, etc.) dependemos cada vez más de su uso. La informática es una herramienta que sería absurdo desechar; pero su uso debe ser regulado conforme a buenos criterios. Por ejemplo, el abuso del correo electrónico reduce la comunicación verbal y personal (hoy hasta las declaraciones de amor se
están haciendo, en algunos casos, por medio de un e-mail). Sin ignorar ese peligro, hay que escuchar también a quienes defienden lo contrario. Un ejemplo propuesto por Setphenson: algunos se quejan de que el correo electrónico es impersonal. Alegan que tu contacto conmigo durante la fase por correo de nuestra relación estuvo mediatizado por cables y pantallas. Por eso no es tan buen medio como charlar cara a cara. Y, sin embargo, nuestra visión de las cosas siempre está mediatizado por las córneas, retinas y cierta maquinaria neurológica que toma la información de nuestros nervios ópticos y la propagan a nuestra mente. Por tanto, ¿es inferior mirar palabras en la pantalla? Yo creo que no; al menos en ese caso eres consciente de la distorsión, mientras que cuando ves a alguien con tus propios ojos te olvidas de la distorsión y re imaginas que tienes una experiencia pura e inmediata (Neal Stephenson, 1999). Con todo, es un hecho que la revolución científico-técnica de los dos últimos siglos ha suscitado la idolatría del poder técnico y el mito de la tecnología ligada al progreso indefinido. Eso es lo que ha sucedido con Internet, un gran invento que hay que aprovechar todo lo que sea posible, pero sin silenciar sus limitaciones y posibles efectos negativos. Por ejemplo, la primacía de lo audiovisual, hace que manejemos mucha información, pero al precio de leer menos; los saberes pensados propios de la auténtica cultura son sustituidos por los saberes sin pensamiento típicos de la cultura de lo virtual. Hoy estamos más informados, pero somos menos cultos que nuestros abuelos. Los usuarios de internet adquieren información desconectada de la realidad diaria, dedican poco tiempo y esfuerzo al estudio, adoptan una actitud pasiva frente al conocimiento, tienen dificultades para manejar conceptos abstractos y para establecer relaciones teoría y práctica[1].
2. El mito de que las nuevas tecnologías no crean adicción Cada día son más los adolescentes que pasan muchas horas diarias pendientes del monitor de videojuegos, de Internet y del teléfono móvil. No suelen hacerlo para aprovechar sus posibilidades instructivas, sino simplemente para divertirse. El ocio digital les aleja así del mundo real para hacerles dependientes de la realidad virtual. Está ocurriendo especialmente con los videojuegos. Uno de los motivos principales del éxito de los videojuegos es que tienen una calidad y un verismo que los hace muy impactantes y atractivos. Pero conviene no olvidar que algunos son antieducativos, como, por ejemplo, los que incitan a la violencia. Por ello es muy aconsejable que los padres seleccionen los juegos con sus hijos y que, en algunas ocasiones, jueguen juntos. Los padres deben promover experiencias de ocio digital compartido; así podrán hacer compatible el ocio digital como diversión y como conocimiento[2]. Hay que orientar a los hijos para que limiten el tiempo dedicado al uso de los videojuegos y de otras nuevas tecnologías; no basta con corregir: lo más eficaz es que tengan intereses variados para practicarlos en su tiempo libre: juegos de siempre, deporte, aficiones, lectura, salidas al campo, etc. Las nuevas tecnologías solo perjudican cuando se les dedica un tiempo excesivo y cuando se recibe sin sentido crítico la información que ofrecen. En este caso suelen ocasionar alteraciones del sueño, ansiedad y aislamiento social. También influyen negativamente en el rendimiento escolar (tanto por restarle mucho tiempo a la actividad de estudiar, como por disminución de la concentración que requiere el estudio). Los adolescentes suelen autoengañarse con argumentos como los dos siguientes: «Puedo enviar emails y estudiar al mismo tiempo»; «No necesito memorizar, porque
en Internet está toda la información».
3. ¿Quiénes son los adolescentes con alto riesgo de adicción a las pantallas? Los adolescentes en peligro son «aquellos que demandan más afecto, más confirmación y reconocimiento del entorno, que no saben rehacerse ante las dificultades y que presentan una actitud de baja autoestima ante los retos de la vida. Esta incapacidad de superarse, esa necesidad de reconocimiento de sus iguales les lleva a buscar pequeños éxitos y satisfacciones que les hagan olvidar sus dificultades en la vida real. Y así se entregarán sumisamente en brazos de la realidad virtual, mucho más gratificante»[3]. Las señales de alarma de que un adolescente está abusando de las tecnologías son parecidas a las de cualquier otra adicción. Cada vez necesitan dedicar más tiempo al uso de las nuevas tecnologías para obtener el mismo nivel de satisfacción. Esto se manifiesta en cambios en la conducta social –que se va restringiendo– cambios en las relaciones familiares y en el rendimiento académico.
Algunos consejos para los padres de familia: • Los dispositivos tecnológicos no pueden estar en la habitación del niño o adolescente, sino en una habitación de tránsito, como el salón o un despacho. • Tiene que haber una persona adulta presente cuando el menor esté utilizando la tecnología para que controle el tiempo de exposición, así como los contenidos que se visitan. • Las contraseñas de acceso a las redes sociales y otros canales no pueden estar solo en posesión del niño, sino que los padres también deben conocerlas. • Limitación del uso de diferentes pantallas: móvil, ordenador, tableta o consola.
• Pactar con los hijos en qué circunstancias no deben utilizar nunca el móvil, por ejemplo, no llevarlo al colegio o en reuniones familiares. Es muy importante que los padres sepan detectar los primeros síntomas de una posible adicción. Deben estar muy atentos, por ejemplo, a la actividad de chatear, que impulsa al adicto a buscar el contacto con los ciberamigos, descuidando el trato con los amigos reales. En esta cuestión «el verdadero éxito radica en la existencia de un proyecto educativo familiar que sirva como falsilla de cualquier salida al ciberespacio»[4].
4. ¿Cuáles son las posibles consecuencias de la adicción al teléfono móvil? Los adolescentes de ahora suelen utilizar su teléfono móvil a lo largo de cada día y en cualquier lugar, incluso en clase (a escondidas). Se está convirtiendo en símbolo de un nuevo estatus. El móvil les hace sentirse más importantes e independientes. Detrás de su uso compulsivo suele haber problemas de inseguridad, soledad y autoestima. Entre los factores de riesgo de la adicción al móvil están las dos siguientes: tener problemas de tipo afectivo y ser vulnerable a la presión de amigos que usan el móvil de forma intensiva. Una de las consecuencias negativas del abuso del móvil es adquirir la costumbre de utilizar su lenguaje en las actividades escolares. Es un lenguaje excesivamente sintético que carece de signos de puntuación, tiene un vocabulario muy pobre y exceso de abreviaturas. Ello ha sido una de las causas de las bajas puntuaciones de los estudiantes españoles en comprensión y expresión escrita incluidas en los Informes PISA de los últimos años. A todo ello hay que añadir un descubrimiento muy reciente: el uso continuo del móvil está produciendo tendinitis en las manos. Un síntoma del inicio de la adicción al móvil es estar pendiente de él de forma
permanente y consultarlo de forma continuada. Un segundo síntoma es que cuando se olvida el teléfono en casa, se queda sin batería, sin cobertura, o sin fondos en la tarjeta de prepago, el adolescente lo pasa muy mal. Los adictos que renuncian a usar el móvil suelen sufrir el síndrome de abstinencia psicológica y física, con comportamientos de angustia, ansiedad, irritabilidad y nerviosismo.
5. ¿Por qué está aumentando la ludopatía en los adolescentes? La ludopatía es un impulso irreprimible de jugar, a pesar de ser consciente de sus consecuencias negativas. Está reconocida como una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud (OMS). El jugador patológico se caracteriza por la pérdida de control, la dependencia emocional respecto al juego y la interferencia grave en la vida cotidiana y en sus relaciones familiares y sociales ¿Cómo es el paso del juego normal a la ludopatía? Cuando un adolescente comienza a jugar más dinero de lo planeado, prefiere hacerlo solo, vuelve a jugar para intentar ganar y recuperar lo perdido, continua jugando incluso cuando va perdiendo reiteradamente, y recurre a mentiras, está ya a las puertas del juego patológico. ¿Qué clase de motivaciones suelen inducir inicialmente al adolescente al juego que desemboca en ludopatía? Principalmente las siguientes: salir del aburrimiento; ganar dinero fácil; olvidar problemas personales; crear situaciones de elevada excitación. Las experiencias provocadas y obtenidas decepcionan y generan aún mayor insatisfacción, pero no por ello llevan necesariamente al jugador a rectificar; la fuerza de la creciente dependencia lo suele impedir.
6. Adenda La moda actual del juego on-line
Un estudio reciente realizado por la Universidad de Valencia y la Fundación Codere revela que en España apuestan on-line el 18 por ciento de los menores y que empiezan sobre los 13 años. Aunque ese tipo de juego está prohibido a menores, muchos consiguen acceder a internet utilizando identidades falsas. Como consecuencia de ello suelen acabar siendo ludópatas. La psiquiatra Susana Jiménez, directora de la Unidad de Juego Patológico del Hospital de Bellvitge de Barcelona ha declarado que el juego on-line se está propagando a un ritmo creciente entre los adolescentes. Ha señalado cuál es una de las causas principales de ese fenómeno social: «Al eliminar las restricciones físicas y horarias, permite apostar desde tu habitación, tu móvil o tu Tablet 24 horas al día y sin que nadie se entere. Para un jugador patológico es una puerta abierta al descontrol. Y para adolescentes que no pueden entrar en casinos, bingos ni salas de apuestas, ni jugar en máquinas traga perras, se abre una oportunidad inédita hasta hoy para acceder a los juegos de azar»[5]. El caso de Mario
En el mismo medio se publica el caso de Mario, un adolescente ludópata que está en tratamiento. Un día, navegando por Internet, como cualquier otro día, aceptó la oferta de una web de apuestas deportivas cuyos banners llevaban tiempo invadiendo su navegador. “Me regalaban cien euros. Para apostar, claro. Así, sin más, por mi cara bonita. Ya había entrado antes, pero había que registrarse, dar una cuenta, y, no sé, me daba pereza y desconfiaba. Pero, en cambio, en este momento me lo ponían muy fácil. Fui primero con 20 euros. Gané. Luego otros 20. Otros 40. En unos minutos tenía más de 500. ¡Flipaba! Y entonces, de pronto, en una mano lo perdí todo. Estaba como poseído; cabreado, excitado, no sé, como una moto. Estaba en la universidad, fuera de casa, con tarjeta de crédito de mis padres. Perdí otros mil euros. Lo pienso ahora y todo me parece absurdo, estúpido. Estás en tu habitación tan tranquilo, haces un clic con el ratón, y ya no puedes parar”. Cinco años después nadie confía en Mario. Ni su familia, ni su novia, ni sus amigos; a tos ellos les ha mentido y engañado alguna vez».
1. Cfr.: COLUSSI, Marcelo, dos artículos publicados en Aporrea.org:
«Corta y pega: un cáncer creciente. ¿Hacia una cultura del facilismo?». «No piense y mire la pantalla. La lectura está herida, pero no de muerte». 2. Cfr. CASTELLS, P. y BOFARULL, I.: Enganchados a las pantallas. Planeta, Barcelona, 2002, pp.171-196. 3. CASTELLS, P. y BOFARULL, I.: Enganchados a las pantallas. Op cit., p. 36. 4. GARCÍA FERNÁNDEZ, F.: y BRINGUÉ, J.: Una familia en el ciberespacio. Cómo aprovechar Internet en la familia. Palabra, Madrid, 2002, pp. 100-101. 5. Declaraciones a la Revista Semanal, número 1421, 18 al 24 de enero de 2014.
19 Adolescentes con prisa por vivir
1. El mito de la felicidad como forma acelerada de vivir La sociedad actual es la sociedad del interruptor, de las casas prefabricadas, de los cursos acelerados («aprenda inglés en 15 días»), de la comida inmediata. Hoy nos cuesta cada vez más adaptarnos al necesario ritmo de maduración de las cosas. En la sociedad de ahora está desapareciendo la espera. La gente cada vez está menos dispuesta a esperar. No se aguarda pacientemente el desenlace de cada edad de la vida. Se quiere todo «aquí y ahora» y además, con carácter de exigencia. Esa prisa por vivir se considera un valor y una situación que nos hace felices. Se está ignorando que la forma acelerada de vivir es un serio obstáculo para la libertad interior del hombre, y, por tanto, para su felicidad. Arrastrado por esta compulsión irrefrenable de satisfacerse, el hombre pierde el dominio de sí, aquello que antes se denominaba aguantarse y aguantar, tanto el deseo de placer como las inevitables situaciones dolorosas de la vida. La espera es un componente fundamental de la vida humana. Existe la espera en el amor, en la adquisición de los diferentes saberes, en la realización de un trabajo, en la maduración de la personalidad, en el nacimiento de un hijo. La vida del hombre se desarrolla en diferentes y sucesivas etapas que son proyectadas y esperadas. Saber esperar es saber vivir en el tiempo. Ello supone ser paciente. Necesitamos tiempo suficiente para salir de la infancia y de la adolescencia, para aprender una profesión u oficio, para enamorarnos, para descubrir y asimilar verdades, para llevar
a cabo un trabajo bien hecho. El labrador cuenta con el tiempo de espera de la cosecha; la madre cuenta con el tiempo de espera del hijo que va a nacer. La espera no es pasividad, sino disponibilidad activa hacia lo que se aproxima. Necesitamos aprender a amar el tiempo: «Para el hombre paciente, el tiempo no es ningún enemigo, aunque a muchos les atemorice. Si lo dejamos transcurrir pacientemente, el tiempo nos trae siempre, pronto o tarde, tan solo cosas buenas. Hay que amar el tiempo con todas sus lentitudes, sus repentinas mudanzas, no atosigarlo, no envenenarlo, ni llorarlo, ni temerlo, ni quemarlo, ni matarlo. Vivir en el tiempo significa acoplarse al ritmo de Dios, que mueve el sol y las demás estrellas, y con ello, aprender a saborear la novedad y la frescura de cada instante huidizo»[1]. Saber vivir pacientemente en el tiempo implica desarrollar la capacidad de afrontar la aparente monotonía de esos días, meses y años en los que no ocurre nada especial. Ello exige aprender a aguantar situaciones nada gratificantes y aprender a superar desánimos y cansancios.
2. El «instantaneisno hedonista» en los adolescentes El fenómeno de la prisa por vivir afecta actualmente más a los adolescentes y jóvenes que a los adultos; tienen una prisa exagerada por probarlo todo, por tener todo tipo de experiencias. Y exigen que sus caprichos sean satisfechos inmediatamente, porque creen que se trata de sus derechos. «La velocidad excesiva en el manejo de un vehículo supone correr un riesgo absurdo, pero el riesgo es afirmación –no negación– y por eso tiene alguna nobleza. En cambio, la prisa es siempre negación; denota falta de confianza en la vida (por eso no se aceptan sus etapas y su duración). La prisa s nihilista. En la prisa se queman las etapas. Lo peor no es que se quemen las etapas en un viaje por carretera o avión, sino que se quemen las etapas de la vida misma»[2].
La prisa por vivir es, para muchos jóvenes de hoy, una fiebre. El ansia de vivir cuanto antes como adulto (con todas las ventajas y satisfacciones que permite esa etapa de la vida), origina en el joven una agitación similar a la de la fiebre. Tienen un ansia desmedida de independencia, de placer, de dinero, de cosas. Esto influye negativamente en su actitud hacia la familia, hacia la diversión, hacia el estudio y hacia el amor. En el terreno del amor, los adolescentes se encuentran, a veces, con estímulos ambientales que les empujan a no esperar. Se les dice que el instinto debe ser liberado siempre y de forma total. Se les presenta la sexualidad como un juego, y el amor como una pasión. Se añade que cualquier restricción o aplazamiento de la conducta instintiva ocasionaría desequilibrio emocional e infelicidad. Estos mensajes les llegan a través de la literatura, del cine, de las canciones, de la televisión. No hay que extrañarse, por tanto, de que muchos de estos adolescentes reduzcan el amor a un erotismo prematuro. El ansia de placer y de independencia desvinculada, lleva a muchos adolescentes a no aceptar ningún tipo de límite en el terreno de la diversión. Los adolescentes con prisa por vivir plantean su vida como persecución continua de satisfacciones. Creen que encontrarán la felicidad en el goce de los placeres inmediatos. Muchos de ellos viven para el disfrute de lo instantáneo, de lo que ocurre en cada instante, de lo que dura solamente un instante. Al vivir para el goce de lo instantáneo, los jóvenes se instalan en lo efímero, en lo pasajero, impidiendo así que su vida sea una vida con historia y con argumento[3]. Los adolescentes y jóvenes de nuestro tiempo están afectados por el «instantaneismo hedonista». Polaino ha explicado que este fenómeno consiste en reducir la temporalidad al mero instante fugitivo: al conceder importancia solo al instante presente, lo pasado está muerto y el futuro todavía no ha llegado a ser. Del
tiempo solo resta por eso el instante, un instante del cual se toma conciencia instantánea solo en la medida en que su presencia nos traiga un cierto placer. Instalados en el instantaneismo hedonista, los jóvenes no esperan nada del futuro. Como el futuro no existe, carece de sentido hacer cualquier tipo de proyecto. Tampoco tiene sentido para ellos aplazar la satisfacción de sus necesidades. Desde la voluptuosidad (complacencia en los deleites sensuales) desean que el tiempo se detenga y que el instante permanezca. Así el instante podrá ser más placentero[4]. Los adolescentes con prisa por vivir necesitan que alguien les ayude a adquirir la virtud de la paciencia. La paciencia es la actitud que nos permite soportar las molestias inevitables que nos causan los bienes que tardan en llegar. «La paciencia nos enseña a vivir entre cosas inacabadas, a soportar la demora de su culminación (...). Es también la virtud que regula el trato con las cosas que no dependen de nosotros, por consiguiente una virtud central en un mundo como el nuestro de creciente complejidad, es decir, en el que hay cada vez más cosas que no dependen de nosotros»[5]. Necesitamos tener paciencia con los acontecimientos que nos son contrarios (enfermedad, ruina económica, etc.); con uno mismo (no desalentarse ante los errores y defectos que se repiten); con los demás. La paciencia es una forma de solidaridad con los más débiles y con los más lentos, que son los nuevos marginados en una época demasiado feliz (Innerarity, D., 1994).
3. Adenda El hombre del siglo XXI experimenta la necesidad de liberarse de los imperativos de la prisa para encontrar momentos de sosiego (quietud, tranquilidad serenidad). Son recursos y estrategias de la lentitud que nos defienden de la agobiante trepidación continua. Uno de ellos es el arte: no se puede contemplar el cuadro de Las meninas de Velázquez en
un momento suelto, entre una gestión y otra. Otros recursos: la conversación distendida, la lectura de un libro, un paseo por el campo, la pesca, oír buena música, el culto, el rito, la fiesta (un encuentro consigo mismo y con las personas queridas), el buen humor (un factor que relativiza la rigidez de la vida).
1. TORELLÓ, J. B.: Psicología abierta. Op. cit. p. 26. 2. LÓPEZ IBOR, J. J.: Rebeldes. Rialp, Madrid, 1960, p. 33. 3. Cfr.: CASTILLO, G.: La fiebre de la prisa por vivir. Jóvenes que no saben esperar. EUNSA. Pamplona, 1996. 4. Cfr. POLAINO, A.: Aburrimiento y soledad en los adolescentes. Op. cit. p. 34. 5. INNERARITY, D.: Las virtudes del tiempo. Revista Istmo, nº 214, México 1994, p. 66.
20 La adicción al alcohol
1. El mito de que el consumo de alcohol da energía y vitalidad La realidad es que produce lo contrario, ya que es un depresor. Reduce la capacidad de pensar, hablar y actuar.
2. El mito de que el alcohol no engorda Está comprobado que el alcohol proporciona calorías en grado solo inferior a las grasas. Es uno de los factores del sobrepeso.
3. ¿Por qué muchos adolescentes beben de forma compulsiva desde la pubertad? Desde los años 80 se viene produciendo un aumento considerable en el consumo de alcohol por parte de los adolescentes y jóvenes. También se ha detectado que la edad de iniciación en la bebida se está adelantando; la primera borrachera se sitúa en los 13 años. Ese consumo se realiza principalmente en el grupo de diversión de las noches del fin de semana en diferentes lugares: en la calle, en los bares y en las discotecas. Para bastantes adolescentes la bebida tiene un simbolismo social y cultural. La mayoría identifica salir con beber: si no beben no salen. Asocian diversión con consumo de bebidas alcohólicas. Creen que si no beben no se divierten. Muchos beben nada más salir, de forma compulsiva, para estar pronto «colocados»; de ese
modo el alcohol funciona como una droga. El riesgo de llegar al alcoholismo aumenta a medida que se adelanta la edad de empezar a beber.
4. ¿El consumismo de alcohol está relacionado con la psicología del adolescente? La Organización Mundial de la Salud ha señalado varias causas del consumo de alcohol por parte de los adolescentes: por curiosidad; para ser aceptado en el grupo de amigos que beben; por la presencia del alcohol al alcance de cualquiera; por falta de afecto e indiferencia en el ambiente familiar; por separación, enfermedad o muerte de los padres; por presiones y tensiones familiares o escolares; por bajo nivel de auto-aceptación y autoestima. Los adolescentes tienden a probar y experimentar, buscan sensaciones y experiencias nuevas. Pueden recurrir al alcohol cuando no se consideran capaces de satisfacer las expectativas de sus padres, sobre todo en las calificaciones escolares. Beber y fumar suele convertirse en un ritual de iniciación en la vida adulta. Para poder integrarse en el grupo de iguales hay que adaptarse a sus costumbres; con frecuencia, una de ellas es el consumo de alcohol. Quien se niegue a beber suele ser primero ridiculizado («todavía eres un niño») y después rechazado; la presión del grupo les aterra. Beben para superar algunas limitaciones personales a la hora de divertirse, sobre todo en grupos mixtos. Evitan mostrarse como son (sosos, tímidos, etc.) por miedo a aburrir y aburrirse y para aparentar que son atrevidos y graciosos. El alcohol les desinhibe, anima y «libera». Los adolescentes que dependen del alcohol para divertirse suelen tener problemas personales de este tipo: mucha inseguridad; personalidad débil; falta de carácter;
falta de voluntad; falta de imaginación; vacío interior (esto último le hace recurrir a medios externos –las copas– para obtener una falsa alegría, que es simple euforia pasajera).
5. La moda del «botellón» Este fenómeno ha sido estudiado por los sociólogos, que lo definen así: reunión masiva de adolescentes y jóvenes, entre 13 y 24 años, para consumir grandes cantidades de bebida alcohólica que han adquirido previamente en comercios. Se suele realizar al aire en lugares públicos, como plazas y parques. También existen botellones itinerantes. El botellón sigue recibiendo muchas críticas por parte de las autoridades, de padres y de vecinos por la masificación, el ruido producido hasta bien entrada la madrugada, la suciedad ocasionada, los restos de micciones, las peleas, los actos de vandalismo –como rotura del mobiliario urbano– las frecuentes borracheras y la intoxicación etílica. Los defensores del botellón son, en su mayoría, adolescentes y jóvenes. Lo justifican con estos argumentos: no es solamente una situación para consumir alcohol, sino también un encuentro social abierto, sin discriminaciones; es una alternativa barata a los elevados precios de los bares; en la mayoría de las fiestas populares y familiares se toman bebidas alcohólicas. Quienes se oponen al botellón, en su mayoría adultos, lo hacen con estos argumentos: es la puerta de entrada a una posible adicción al alcohol y a otro tipo de drogas; la edad de inicio cada vez es más temprana; ocasiona muchas molestias a los vecinos; genera peleas y destrozos. Los adolescentes y jóvenes necesitan que se les ofrezcan alternativas al botellón. Los ayuntamientos de muchas ciudades están ofreciendo en su página web
actividades sanas de ocio, tanto diurnas como nocturnas. Es urgente erradicar el botellón, sobre todo por el daño que hace a la salud de los adolescentes.
6. Adenda • ¿Cómo pueden saber los padres si un hijo que bebe ha llegado o no a ser alcohólico? La Asociación «Alcohólicos Anónimos» ha elaborado un folleto de divulgación que contiene una serie de preguntas para detectar los problemas con la bebida en los jóvenes. Veamos un resumen del mismo: 1. ¿Bebes porque tienes problemas? (recurrir a la bebida huyendo de dificultades es un síntoma de adicción). 2. ¿Bebes cuando te enojas con otros? (tiene el mismo significado que la cuestión anterior). 3. ¿Prefieres beber a solas en lugar de hacerlo con otras personas? (en el camino a la adicción se suele empezar a beber en compañía, y se termina bebiendo a solas, para ocultar esa debilidad). 4. ¿Empiezas a bajar en tus calificaciones o eres chapucero en el trabajo? (el bajo rendimiento académico o laboral de un joven puede ser un síntoma de dependencia de la bebida). 5. ¿Has intentado beber menos y has fracasado? 6. ¿Bebes por la mañana, antes de ir a clase o al trabajo? (beber para funcionar es uno de los peores síntomas). 7. ¿Bebes de golpe? (significa que se es un bebedor compulsivo que busca efecto rápido en la bebida. Las primeras copas son tragadas más que bebidas). 8. ¿Pierdes la memoria con frecuencia? (el consumo excesivo de alcohol ocasiona lagunas mentales y olvidos). 9. ¿Mientes acerca de tu forma de beber? 10. ¿Te sueles meter en problemas cuando bebes? (las borracheras habituales suelen ir seguidas de peleas y enfrentamientos callejeros).
• ¿Qué pasos hay que dar en el tratamiento de una adicción al alcohol? Los cuatro primeros se refieren a un cambio de actitud por parte del adicto: 1. Reconocer ante los demás que tiene un problema. Tiene que admitir que ha sido derrotado por el alcohol. 2. Tomar la decisión de cambiar. Debe querer salir de la situación en la que se encuentra. 3. Pedir ayuda (a su familia, a sus amigos o a Servicios especializados). 4. Comprometerse a seguir un plan de curación y de rehabilitación. Tras el cambio de actitud viene la desintoxicación del paciente. Supone la supresión total del alcohol. Requiere el ingreso en un hospital que trate a este tipo de enfermos. A continuación se desarrolla el proceso de deshabituación y rehabilitación del paciente. Se pretende crear aversión hacia el alcohol y reforzar la personalidad. También despertar la ilusión y la esperanza de salir de la situación y de perseverar. Esto se consigue tanto con psicoterapia como con fármacos y reconstituyentes. Un método muy usado en psicoterapia es la ayuda mutua entre los alcohólicos. Cada uno confiesa ante los demás que es un alcohólico. Explica cuál es su problema y cómo llegó a él. Luego participa en grupos terapéuticos de discusión. Es muy importante enseñarles a resolver sus problemas de otro modo (sin recurrir a ayudas artificiales). No hay curación sin abstinencia absoluta de por vida. Un paciente que haga alguna excepción está condenado a reincidir. El apoyo afectivo de la familia y de los buenos amigos es fundamental tanto en la fase inicial del tratamiento (conseguir un cambio de actitud del enfermo) como en la fase final de la rehabilitación (ayudarle a perseverar). En el tema de la perseverancia es esencial crear en el hijo ilusión por algo. La ilusión de aprender algo nuevo, de llevar a cabo un proyecto de estudio o de trabajo, de amar a una persona y ser amado por ella (por ejemplo, en un noviazgo), de enriquecerse con un plan de lecturas interesantes, de formar parte de un equipo de fútbol o de baloncesto, de hacer un viaje, de escribir, etc.).
21 La adicción a las drogas
1. El mito de que el consumo de marihuana no perjudica Esta droga origina dependencia. Además, afecta a los pulmones, ya que el humo queda retenido en ellos con su monóxido de carbono. Esto ocasiona riesgo de contraer enfermedades, como la bronquitis crónica y la neumonía. A ello hay que añadir que reduce la capacidad de aprender, desmotiva, dificulta la concentración y altera la memoria inmediata.
2. El mito de que con el consumo de cocaína aumenta el rendimiento físico Aunque inicialmente, y durante un tiempo muy breve, tiene efecto estimulante y da sensación de energía, en un segundo momento esos efectos desaparecen y llega el «bajón», con estas manifestaciones: cansancio, decaimiento, nerviosismo, ansiedad, irritabilidad y agresividad.
3. El mito de que el consumo de drogas favorece la creatividad Ante la falta de inspiración algunos artistas la han buscado de un modo artificial, recurriendo a un atajo: el consumo de droga. No hay que extrañarse de su fracaso, porque el uso de las drogas es la renuncia al proceso creativo. Existen genios que se drogan, pero no drogadictos que se convierten en genios. En el transcurso de las XXXVII Jornadas Nacionales «Socidrogalcohol», que se celebraron en 2015 en Zaragoza, Julio Bobes, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo y
presidente de «Socidrogalcohol», manifestó que las drogas no solo no mejoran la creatividad de los artistas, sino que la empeoran.
4. El mito de que el mundo de las drogas es una nueva cultura Las estadísticas dicen que muchos adolescentes y jóvenes han llegado al consumo de «drogas duras» tras el consumo inicial de «drogas blandas», también conocidas como «drogas legales». La tolerancia social y legal del consumo de estas drogas es una incoherencia grave. Significa que actualmente vivimos en una «cultura de drogas», que son presentadas como «sustancias amigas». La denominada «cultura psicodélica» está promocionando tanto las drogas legales como las ilegales. Existen libros, revistas y blogs de internet que incitan al consumo de todo tipo de drogas. La droga es presentada como una costumbre social agradable entre amigos y como una forma de liberarse de todos los problemas, sobre todo los de la soledad y el aburrimiento.
5. ¿Por qué actualmente está creciendo mucho la demanda de la droga en la población adolescente y joven? El consumo de drogas por parte de adolescentes y jóvenes está aumentando en muchos países a pesar de las medidas adoptadas para frenarlo, como por ejemplo perseguir a los traficantes. La causa del problema no es simplemente que hay mucha oferta y redes de distribución bien establecidas; el factor fundamental es que existe mucha demanda. Muchos adolescentes y jóvenes inhalan goma de pegar y otros productos caseros: si no les llega la droga se la inventan. Los estudios sobre el tema han comprobado que la edad en la que se comienza a experimentar con las drogas es cada día más temprana. También que las drogas son ya muy accesibles para cualquiera.
Las campañas informativas para prevenir sobre sus perniciosos efectos son necesarias, pero están resultando insuficientes: «No se ha obtenido ninguna prueba convincente de que participar en un programa de educación sobre las drogas disuada a los adolescentes de su consumo. Por el contrario, muchos investigadores observaron que proporcionar a los adolescentes información sobre las drogas producía un efecto bumerán que, en vez de reducir, aumentaba el nivel de implicación en las drogas (Fialkov, 1989; Toblert, 1986)»[1]. El fracaso de algunas campañas informativas se debe a que llegan tarde, cuando muchos adolescentes se han iniciado ya en el consumo de drogas. Otra posible causa es centrar la información en los peligros de ese consumo. Por ello, actualmente esas campañas se están adelantando, dirigiéndose a chicos y chicas de la tercera infancia; además, se centran en las ventajas de evitar el consumo. A la información se añade formación de la voluntad: se ayuda a los adolescentes a ser asertivos y decididos en la resistencia a las invitaciones para probar las drogas; a ser capaces de decir «no» a la droga.
6. ¿La actual crisis social de valores favorece el recurso de los adolescentes a la droga? Un prestigioso psiquiatra clásico, López Ibor, afirma que el factor fundamental de la drogadicción de adolescentes y jóvenes es la destrucción de los valores, el nihilismo que caracteriza a la sociedad contemporánea. Añade que la falta de una referencia ética entorpece el proceso de formación, creando personalidades inseguras que desembocan en la angustia. «Por eso el joven busca la afirmación por las rutas mágicas de la psicodelia»[2]. La característica más importante de los adolescentes y jóvenes que acuden a la consulta de los psiquiatras es el vacío interior, falta de sentido de la propia vida: «El
valor de la vida se les aparece como un inmenso cero. Podría decirse que la falta de sentido de la vida, carga de sentido a la droga»[3].
7. ¿La crisis de la adolescencia puede predisponer al consumo de drogas? La droga es esencialmente un problema juvenil, porque ejerce un poder de fascinación ante quienes están padeciendo la crisis de la adolescencia y primera juventud. Diferentes investigaciones han descubierto que existe mucha correlación entre la psicología del adolescente y la función de las drogas. Esto no significa que los adolescentes estén abocados necesariamente a la drogadicción. Sí significa que cada vez son más los adolescentes que ven en la droga la solución para los problemas propios de la edad. Uno de los rasgos típicos de la adolescencia es la búsqueda de experiencias; la droga aparece como una nueva experiencia que conlleva además una carga de misterio y aventura que sugestiona a los adolescentes. La droga es vista también como un medio para liberarse de las frustraciones, los miedos y la ansiedad. «El adolescente se caracteriza por su tendencia a la reacción angustiosa depresiva frente a situaciones que para él resultan desconocidas»[4]. Los adolescentes tienden a evadirse de realidades que les agobian, empezando por su propia realidad personal en una fase de transición. Por ello en algunos casos la droga puede ser vista como una gran evasión. La crisis de personalidad del adolescente tiene manifestaciones que coinciden bastante con la psicología de los adictos a la droga. El doctor Vallejo Nájera comprobó que los drogodependientes son individuos con graves problemas de socialización; con un bajo umbral para las frustraciones, fracasos y dolor; deseosos de satisfacciones inmediatas; con necesidad de dependencia no satisfecha; con
inmadurez sexual; sin control interno y con falta de recursos para enfrentarse a los problemas de la vida y a las demandas de la sociedad[5]. Thibon afirma que muchos de esos adolescentes se drogan porque están en un estado insufrible de aburrimiento casi permanente, derivado de su vacío interior. En esa situación ven en la droga un paraíso artificial. La droga es una huida a lo irreal en la que se encuentra el último refugio contra el aburrimiento en la disolución de la propia personalidad[6].
8. Adenda Diferentes estudios han hallado que existen diversos factores concretos que predisponen a los adolescentes y jóvenes al consumo de drogas. Factores personales: deseo de tener nuevas experiencias y de buscar nuevas sensaciones; la curiosidad; la atracción del riesgo y de lo prohibido. Factores sociales: consumo de drogas por parte del grupo de compañeros y amigos. Factores familiares: padres que no se ocupan de sus hijos o que son autoritarios o permisivos. Las fases en el consumo de drogas «Denise Kandel (1975) identificó una secuencia de cuatro fases en el consumo de drogas entre los adolescentes y jóvenes: 1) beber cerveza y vino; 2) tomar bebidas alcohólicas fuertes; 3) fumar marihuana (droga blanda); 4) consumir otras sustancias, como estimulantes, sedantes, alucinógenos, cocaína y heroína (drogas duras). Sus hallazgos y los de otros investigadores revelan que, con pocas excepciones, solo los jóvenes que han consumido drogas en una fase se vuelven consumidores en la fase siguiente»[7].
1. KIMMEL, D. y W EINERT, I.: La adolescencia: una transición del desarrollo. Op. cit. p. 488. 2. LÓPEZ IBOR, J.J.: Alienación y nenúfaresamarillos. Dopesa, Barcelona, 1976, pp. 154-155. 3. LÓPEZ IBOR, J.J.: Alienación y nenúfares amarillos. Dopesa, Barcelona, 1976, pp. 154-155.
4. LÓPEZ IBOR, J.J.: Alienación y nenúfares amarillos. Dopesa, Barcelona, 1976, pp. 160. 5. VALLEJO NÁJERA, J.A.: Introducción a la psiquiatría. E. Científico Médica, Barcelona, 1979. 6. THIBON, G.: El equilibrio y la armonía. op. cit. p. 92. 7. KIMMEL, D. y W EINERT, I.: La adolescencia: una transición del desarrollo. Op. cit. p. 480.
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Acerca del autor
Gerardo Castillo Ceballos, es Doctor en Pedagogía, es actualmente Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra. Ha sido profesor en el Máster sobre Matrimonio y Familia de la misma Universidad y pionero en la formación de Orientadores Familiares en España y otros países. Sus principales temas de investigación siguen siendo el trabajo Intelectual, la creatividad, la adolescencia y la educación familiar. Sobre estas cuestiones ha publicado más de treinta libros.
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