Adios a la razon - Paul Feyerabend.pdf

April 27, 2017 | Author: Kino Hernández | Category: N/A
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Adiós a la razón Paul Feyerabend

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PAUL FEYERABEND

ADIOS A LA RAZON

TERCERA EDICION

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Diseño de cubierta: Joaquín Gallego

Traducción de José R. de Rivera

1.a edición, 1984 Reim presión, 1987 2.a edición, 1992 3.a edición, 1996

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está pro­ tegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o m ultas, ade­ más de las correspondientes indem nizaciones por daños y perjui­ cios, para quieres reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o com uni­ caren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transform ación, interpretación o ejecución artísti­ ca fijada en cualquier tipo de soporte o com unicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© P a u l F e y e ra b e n d

© ED ITO RIA L TECNOS, S.A., 1992 Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 M adrid ISBN: 84-309-1071-9 Depòsito Legai: S. 710-1996 P rim ed in Spain. Impreso en España por Gráficas VARONA Polígono Industrial «El M ontalvo», parcela 49. 37008 Salamanca

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IN D IC E

P rólogo

C o n o c im ie n t o ........................................ Pág. A d ió s a la r a z ó n ................................................................... 1. P a n o rá m ic a .................................................................... 2. L a e s tru c tu r a de la cien cia ..................................... 3. E stu d io s de c a so ........................................................ ................ 4. C ien c ia : u n a tra d ic ió n e n tre m u c h a s 5. R a z ó n y p rá c tic a ........................................................ 6. E le m e n to s de u n a so c ie d a d lib re ...................... 7. B ien y m al ....................................................................... 8. A d ió s a la ra z ó n ......................................................... C i e n c i a : ¿ G r u p o d e p r e s ió n p o l í t i c a o i n s t r u ­ m en to d e in v e s t ig a c ió n ? ............................................... C ie n c ia c o m o a r t e ...................................................................... 1. U n e x p e rim e n to r e n a c e n tis ta y su s c o n s e c u e n ­ cias 2. V a lo ra c ió n del e p is o d io .......................................... 3. R e a l i d a d ............................................................................ 4. A b stra c c io n e s: «la» v e rd a d ..................................... 5. L a c o n d ic ió n d e la v e rific a b ilid a d .................... 6. R e su m e n .......................................................................... 7. O tr a s in d ic a c io n e s ...................................................... a

la

e d ic ió n

c a stellana:

P A R A LA S U P E R V I V E N C I A

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PROLOGO A LA EDICION CASTELLANA CONOCIMIENTO PARA LA SUPERVIVENCIA La ascensión del racionalism o en O ccidente es el resultado de dos desarrollos, uno gradual e involun­ tario, y o tro m ás bien repentino y basado en la o b ra de un pequeño grupo de intelectuales. El prim er desarrollo reem plazó los conceptos ricos y dependientes de la situación, p ro p io s de la prim itiva épica, por unas pocas ideas abstractas e independientes de la situación. El segundo d esarro ­ llo dio com ienzo con el descubrim iento, efectuado algo antes p or Parm énides, de que las ideas abstrac­ tas e independientes de la situación generan histo­ rias especiales, p ro n to llam adas «pruebas» o «ar­ gum entos», cuya tram a no es im puesta a los caracteres principales, sino que «se sigue de» la naturaleza de ellos. N o los relatos accidentales de una tradición que son a m enudo contradichos por relatos procedentes de la misma tradición o de otras tradiciones, sino que son las propias cosas las que producen la historia y la dicen «objetivam ente», esto es, independientem ente de las opiniones y de las com pulsiones históricas. Los dos desarrollos p ro n to se fu n d ieron, y su presión co njunta afianzó el criterio de que el conocim iento es único — existe una sola historia aceptable: la «verdad»— , abs­ tracto , independiente de la situación («objetivo») y basado en argum ento. Se pueden hallar detalles y bibliografía en la sección 4 del ensayo «Ciencia com o arte», incluido en el presente volum en, así 9

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com o en mis escritos siguientes: Tratado contra el método (Tecnos, M adrid, 1981), capítulo 17; Philo­ sophical Papers, vol. II (C am bridge, 1981), capí­ tulo I; «X enophanes: a forerunner o f critical ratio ­ nalism ?», en G u n n a r A ndersson (ed.), Rationality in Science and Politics, D ordrecht, 1983. La idea ab stracta del conocim iento desem peñó un im p o rtan te papel en la historia de la ciencia y filo­ sofía occidentales, y ha subsistido hasta hoy. Es a m enudo incom pleta en un im portante aspecto: no revela si, y cóm o, los hum anos van a sacar prove­ cho de ella. Es, en parte, una supervivencia de las m ás prim itivas form as de vida: el conocim iento abs­ tracto , tal com o lo han presentado algunos de sus m ás relevantes cam peones, tiene m ucho en com ún con los decretos divinos, y el p ropósito de los decretos divinos sólo en m uy escasas ocasiones es explicado. La incom pletud es tam bién una conse­ cuencia natu ral del enfoque abstracto: los conceptos «objetivos», es decir, independientes de la situación, no pueden cap tar a los sujetos hum anos y el m undo tal com o es visto y configurado p o r ellos. Con todo, los intelectuales han intentado frecuentem ente extender el enfoque abstracto a todos los aspectos de la vida hum ana. La tentativa es claram ente paradójica: conceptos que son definidos de acuerdo con argum entos o historias-prueba explícitos, claram ente form ulados y drásticam ente no-históricos, no pueden expresar en ab so lu to el con ten ido de conceptos que están ad ap ­ tad o s a las características — en p arte conocidas, en p arte desconocidas, pero siem pre cam biantes— de las vidas de los seres hum anos, y p o r ello constitu­ yen p artes inseparables de su historia. A lgunos de los prim eros físicos fueron conscientes del p ro ­ blem a. R idiculizaron a los filósofos que pretendían reducir todas las enferm edades a unas pocas nocio­ nes simples, y co n trastaro n la pobreza de esas 10

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nociones con la riqueza de su propia experiencia práctica. P lató n , pese a su inclinación fuertem ente teórica, nunca dejó de preocuparse p o r la m ateria, y a m enudo reto rn ab a a las form as tradicionales de pensam iento. P ero la m ayoría de los científicos y de los filósofos científicos no son conscientes de los problem as im plicados; para ellos, el enfoque abs­ trac to es el único p u n to de vista aceptable. (Esto tam bién se aplica a pensadores m odernos, com o Bohm , Prigogine o T hom , que rechazan el arm azón de la física clásica, dem andan una filosofía más adecuada a los asuntos hum anos, pero siguen cre­ yendo que una teoría abstracta que incluya m odelos de con d u cta hu m an a al lado de átom os y galaxias será la que dé en el clavo. Sólo B ohr y, h asta cierto p u n to , P rim as parecen hab er dado cabida a la sub­ jetividad de los seres hum anos individuales.) Es interesante observar que elem entos im portan­ tes del enfoque ab stracto hacen su aparición incluso en cam pos que han sido cultivados en abierta o p o ­ sición a él. Las hum anidades son un ejem plo. R etó­ ricos, poetas, hum anistas, psicólogos hum anistas, historiadores, frecuentem ente han subrayado las deficiencias de los conceptos ab stracto s y «objeti­ vos», y h an d esarro llad o m odos alternativos de investigación y descripción. P or ejem plo, subraya­ ron la im p o rtan cia de «com prender» más allá y p o r encim a de los experim entos, observaciones y arg u ­ m entos basados en ellos. Pero ese «com prender» que em plearon era el suyo propio, o bien un p ro ­ ceso conform ado p or la profesión a la que pertene­ cían; la com prensión de personas ajenas entró a fo rm ar p arte de sus clases docentes y de sus libros sólo después de h ab er sido tam izada p o r ese filtro p articu lar. P o r o tra parte, las ideas de un individuo ingenioso o de un grupo privilegiado se convierten en m odelo p ara la vida de los dem ás. Pero, com o se preguntará el lector im paciente, 11

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¿de qué o tra m anera podem os proceder?, ¿de qué o tra m anera podem os ad q u irir conocim iento sobre el m undo y la posición de los hum anos en él? C on­ seguir saber cosas es una em presa difícil, y sólo unos pocos tienen tiem po y disposición p ara ello. E sta es la razón p o r la cual necesitam os grupos especiales de gente especialm ente preparada; esta es la razón p o r la cual necesitam os expertos. Estoy de acuerdo en que necesitam os expertos. Pero la cues­ tión es: 1) ¿cóm o procederían esos expertos?; 2) ¿cómo han de ser juzgados sus resultados?, y 3) ¿quién tiene que decidir al respecto? La tercera cuestión ya fue discutida en la an ti­ güedad. H ab ía esencialm ente dos respuestas, a saber: 3A) los expertos deben ser juzgados por super-expertos, y 3B) los expertos pueden ser juzga­ dos p o r todos. La respuesta 3A era la de P latón. Los expertos, decía P latón, son m uy buenos dentro de sus propios cam pos, pero carecen de un sentido de perspectiva y desconocen cóm o se hacen consistentes los resul­ tados especiales. Los filósofos (de la línea correcta) sí tienen este conocim iento. P or tan to , debiera d ár­ seles el p o d er de aco m o d ar la sociedad de acuerdo con sus ideas. A ún hoy perdura parte de la res­ puesta de P latón. Se halla en la creencia de que hay ciencias básicas y ciencias m ás periféricas, y que la em presa de av an zar y com entar el conocim iento correspondería exclusivam ente a las ciencias b á­ sicas. La respuesta 3B parece hab er sido la de P rotágoras. Según él, los ciudadanos de una dem ocracia donde la inform ación es fácilm ente disponible des­ cub rirán p ro n to la fuerza y la debilidad de sus expertos. C om o los m iem bros de un ju rad o , descu­ b rirán que los expertos tienden a exagerar la im por­ tancia de su labor; que expertos diferentes tienen a m enudo opiniones diferentes sobre el m ism o asunto: 12

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que están relativam ente bien inform ados en un pequeño cam po, pero que son m uy ignorantes fuera de él; que casi nunca adm iten esta ignorancia y ni siquiera son conscientes de ella, pero la salvan m ediante un lenguaje altisonante, engañando de este m odo a sí m ism os y a los dem ás; que no les repugnan las tácticas de presión de la p eo r especie; que pretenden buscar la verdad y usar la razón cu an d o su guía es la fam a y no la verdad, ni el deseo de e s ta r en lo c o rre c to , ni la ra z ó n , etc. Es inútil esperar — concluirá así su inform e un p ro ­ ponente de la respuesta 3B— que el supercientífico esté libre de tales defectos: muy al contrario, al carecer de controles y contrapesos, pueden cultivar­ los y hacerlos florecer del m odo que deseen. E stos de acuerdo con esta respuesta. Llevo inten­ tando explicarlo hace unos quince años, y m ás recientem ente en La ciencia en una sociedad libre (F ran k fu rt, 1980 [Siglo X X I, M éxico-M adrid-B og otá, 1982]) y en el volum en II, capítulo 1, de mis Philosophical Papers. Los expertos — decía yo— están pagados p o r los ciudadanos; son sus sirvien­ tes, no sus am os, y han de ser supervisados p o r ellos com o el fo n tan ero que rep ara una gotera ha de ser supervisado p o r la persona que lo contrata; de o tra m anera, ésta tendrá que hacerse cargo de i'n a ab u ltad a factura e incluso de una gotera aún m ayor. Es inútil esperar que la ética profesional de un cam po se preocupe del asunto p o r dentro. P ara em pezar, u n a ética supone que el cam po es im por­ tan te y que debe crecer. Los ciudadanos de una sociedad libre pueden tener diferentes prioridades (p o r ejem plo, pueden decidir que es m ás im portante m ejorar la calidad del aire, del agua y de los ali­ m entos, que fin anciar aún m ás esa onerosa versión de la filatelia que se conoce por física de alta ener­ gía). ¿Y p o r qué h abríam os de confiar en los cientí­ ficos d en tro de su cam po cuando no confiam os en 13

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ellos fuera de él, som etiéndolos a las leyes civiles de la sociedad en que viven? Ciertamente, hay científi­ cos que ro b an , asesinan, m ienten, a pesar del hecho de que la ética general parece p ro h ib ir tal com por­ tam iento. ¿Por qué h ab rían de ser m ás honrados al dedicarse a sus especialidades? Pero, ¿es realista querer c o n tro la r no sólo la con­ du cta de los científicos, sino tam bién la dirección de sus investigaciones y la validez de los resultados que ellos obtengan (cuestión 2)? P or ejem plo, ¿es realista esperar que los deseos de los ciudadanos libres p o r una visión m ás arm oniosa del m undo — verbigracia, p o r una visión que utilice la religión p ara p o n er en perspectiva los logros del m ateria­ lismo— pueden re-dirigir la ciencia sin grave dete­ rio ro en la calidad de nuestro conocim iento? ¿No es una locura d ejar que los sueños antediluvianos de unos incom petentes perjudiquen un cuerpo de conocim iento y un m odo de investigación que han sido desarro llad o s d u ra n te siglos y apoyados por excelentes arg u m en tos y p o r la evidencia del tipo m ás poderoso y delicado? El ensayo «Ciencia: ¿grupo de presión política o instrum ento de investi­ gación?» in ten ta responder a estas preguntas. En breves palabras, la respuesta es com o sigue. En prim er lugar, los logros de la ciencia m oderna parecen im po rtan tes, y el dañ o p ara ellos parece desastroso, sólo si ya se ha aceptado u n a cierta visión de la natu raleza y un cierto p ro p ó sito de conocim iento. Sin em bargo, hay m uchas visiones así, y cada u n a de ellas ha engendrado culturas con «resultados» y con «conocim iento» que guían y dan contenido a las vidas de m ucha gente. C ualquier d añ o a un conocim iento de este tipo significa un d añ o personal a la gente im plicada. El hecho de que nuestros intelectuales de tendencia científica hablen de desilusiones y de un progreso glorioso que las elim ina no cam bia esta situación; sólo 14

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revela la falta de respeto que m uestran los intelec­ tuales p o r las form as de vida diferentes a las suyas. E n una dem ocracia, no hay d u d a de que tienen derecho a esa falta de respeto, pero no tienen dere­ cho a que to d a la sociedad se adapte a ella. En segundo lugar, m uchos de los denom inados logros del m aterialism o científico son rum ores, no resultados científicos. P or ejem plo, no existen gru­ pos de co n tro l integrados p o r voluntarios, tratados p o r m étodos no científicos, p ara analizar la eficien­ cia de la m edicina científica m oderna en áreas tales com o el cáncer, la nutrición, etc. En m uchos países, y en m uchos de los E stados de E E .U U ., la form a­ ción de gru p o s de co ntrol está p ro h ib id a p o r la ley, lo cual significa que los físicos han conseguido em plear la ley com o protección c o n tra posibles objeciones científicas. P o r o tro lado, corresponde a los ciu d ad an o s ev aluar y, quizá, cam biar esta situa­ ción m ediante iniciativa o votación popular. En tercer lugar, y lo que es m ás im p o rtan te, la ciencia, tal como es practicada por los grandes cientí­ fico s (en cu an to opuestos a la congregación de escritorzuelos que se dan el m ism o nom bre), tiene un carácter tan abierto que no sólo permite, sino que incluso demanda, la participación democrática. P ara ver esto, supóngase que una visión, A, que goza de las m ás altas credenciales científicas, es co n fro n tad a p or o tra visión, B, que entra en conflicto con A, contradice la evidencia y los m ás im portantes prin­ cipios científicos, y es adem ás b astan te ridicula y carente de desarrollo. En este caso, el juicio de los intelectuales de tendencia científica será claro: A subsiste; los defensores de A reciben to d o lo que la investigación garan tiza estar disponible en el área; B debe desaparecer, y no h abría que desperdiciar tiem po y dinero en intentar desarrollarla más. Este juicio p ara p o r alto algunas características interesantes e im portantes de la investigación cientí­ 15

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fica: solía suceder que determ inados investigadores enfrentados con alternativas tales com o A y B se las ap añ ab an p ara transferir de A a B tan to la eviden­ cia com o el apoyo de los principios básicos; esto es, tran sfo rm ab an B en una parte respetable de la cien­ cia y m o strab an que A carecía de m érito (los capí­ tulos 6 al 12 de Tratado contra el método describen tal desarrollo). A h ora bien, a p artir de la naturaleza de la situación resulta claro que esos desarrollos no p ueden preverse de una m anera científica; ni los p artid a rio s de A ni los p artid ario s de B pueden ofrecer argum entos contundentes p ara la o tra parte. C on to d o , las conseuencias de defender A o B pue­ den afectar a la sociedad en su conjunto, lo cual significa que el asunto ha de decidirse de una m anera dem ocrática, bien p o r votación, bien por consenso. Y, com o todos los casos en que la ciencia entra en conflicto con las dem andas populares son del tipo descrito, toda investigación científica está en principio sujeta a una votación democrática. C on esto llego finalm ente a la cuestión de la supervivencia: la supervivencia de la naturaleza y de la hum anidad ante la m ala adm inistración, la con­ tam inación y la am enaza de una guerra nuclear. E sto, en lo que a mí se refiere, es el problem a más difícil y urgente que existe. N os concierne a todos: to d as las clases, todos los países, to d o el ám bito de la natu raleza están afectados p o r él de la m ism a m anera. Nos fuerza a considerar seriam ente nues­ tras prioridades: ¿podem os co ntinuar desarrollando asu n to s recónditos y explayando sobre la belleza de soluciones que son evidentes para sólo unos pocos especialistas?; ¿podem os co ntinuar siguiendo el ejem plo de nuestros intelectuales, cuando sabem os que ellos aco stu m bran a reem plazar los tem as h um an o s simples p o r m odelos de sí m ism os, com ­ plejos e inútiles (m arxism o, m odelos evolucionistas, teoría de sistem as, etc.)?; ¿podem os continuar acep­ 16

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tando sus proposiciones y sus visiones del m undo que no in co rp o ran a los seres hum anos y sí sus caricaturas teóricas, de las que han sido elim inadas la p arte m ás im p o rta n te de la vida h u m a n a , su subjetividad?, ¿o acaso no es necesario in fo rm ar a todos de las opciones disponibles y dejar que ellos decidan de acuerdo con sus am ores, sus m iedos, su piedad y su sentido de lo sagrado? H em os visto que los cam pos m ás abstractos del conocim iento no sólo perm iten la participación de todos los ciuda­ d anos, sino que invitan a ella. Sabem os que los ciu­ d adanos de la m ayor parte de los países occidenta­ les van m uy p o r delante de sus políticos en su deseo de fren ar la carrera de arm am entos. Sabem os tam ­ bién que el sentido com ún suele ser superior a las p roposiciones de los expertos; esto lo dem uestran los juicios p o r ju ra d o que utilizan expertos. C om bi­ nem os estos descubrim ientos y desarrollem os una nueva clase de conocim iento que sea hum ano no p o rq u e incorpore una idea ab stracta de hum anidad, sino p o rq u e to d o el m undo pueda p articip ar en su construcción y cam bio, y em pleem os este conoci­ m iento p ara resolver los dos problem as pendientes en la actu alid ad , el problem a de la supervivencia y el pro b lem a de la paz; p o r un lado, la paz entre los h u m an o s y, p o r o tro , la paz entre los hu m an o s y to d o el conjunto de la N aturaleza.

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ADIOS A LA RAZON T raducción de la versión inglesa de la respuesta a los ensayos recogidos p o r H. P. D ü rr, en Versuchungen (T entaciones), F ran k fu rt, 1981. D ifiere de la versión alem ana. La versión alem ana de este ensayo se basaba en la tam bién versión alem ana de Against M ethod (tra ­ ducción al castellano: Tratado contra el método, Ed. Tecnos, M adrid, 1981; abreviatura: TCM ), que difiere de las versiones inglesa, francesa y holan­ desa. Erkenntnis fü r freie Menschen (C onocim iento p ara hom bres libres; abreviatura: EFM) es una ver­ sión am pliada al alem án de la o b ra Science in a Free Society (traducción al castellano: L a ciencia en una sociedad libre, M adrid, 1982; abreviatura: C SL). N o contiene los capítulos sobre K uhn, la Revolu­ ción C o p ernicana, A ristóteles y las respuestas a las críticas, que en la versión inglesa su ponían m ás de la m itad del texto. En su luga se ofrece u n a explica­ ción m ás detallada de la relación entre razón y práctica, un capítulo am pliado sobre el Relativism o, un resum en del desarrollo filosófico desde Jenófanes a L akatos, así com o u n a reconstrucción racio­ nal del d ebate entre el a u to r y estudiantes de la U niversidad de Kassel. Las notas a pie de página deben leerse ju n to con el texto: son co n trap u n to , no m eras ideas elab o ra­ das posteriorm ente. 1.

P A N O R A M IC A

En T C M y en EFM he tra ta d o los tem as siguien­ tes: la estructura del raciocinio científico y el papel 19

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de u n a filosofía de la ciencia; la autoridad de la ciencia co m p arad a con o tras form as de vida; la au to rid ad de las tradiciones en general y el papel del p ensam iento científico (filosofía, religión, m eta­ física) y de los ideales abstractos (por ejem plo, el hum anitarism o).

2.

LA E ST R U C T U R A D E LA C IEN C IA

E n lo que concierne al prim er punto, mis ideas son las siguientes: las ciencias no poseen una estruc­ tu ra com ún, no hay elem entos que se den en toda investigación científica y que no aparezcan en otros dom inios O casionalm ente, desarrollos concretos tienen rasgos distintos y p o r ello, en ciertas circuns­ tancias, podem os decir p o r qué y cóm o han co n d u ­ cido tales rasgos al éxito. P ero esto no es verdad p ara to d o desarrollo científico, y un procedim iento que nos ay u d ó en el pasad o puede p ro n to llevarnos al desastre. L a investigación con éxito n o obedece a estándares generales: ya se apoya en una regla, ya en o tra, y no siem pre se conocen explícitam ente los m ovim ientos que la hacen avanzar. U na teoría de la ciencia que ap u n ta a estándares y elem entos estruc­ turales com unes a todas las actividades científicas y las au to rice p o r referencia a alguna teoría de la racionalidad del quehacer científico, puede parecer m uy im ponente, pero es un instrum ento dem asiado tosco p ara ay u d ar al científico en su investigación. P or o tro lado, podem os enum erar m étodos em píri­ cos, aducir ejem plos históricos; usando estudios de caso podem os intentar d em ostrar la inherente com ­ plejidad de la investigación y p rep arar así al cientí1 La objeción de que sin tales elem entos la p a la b ra «ciencia» n o ten d ría significado p resupone una teoría del significado que ha sido c ritic a d a , con razones excelentes, p o r O ckham , Berkeley y "W ittgenstein.

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fico p ara la ciénaga en que va a penetrar. Tal p ro ­ cedim iento le d ará una idea general de la riqueza del proceso histórico en que él quiere influir; le an im ará a d ejar atrá s cosas infantiles, com o la lógica y los sistem as epistem ológicos; le ay udará a pensar en d erro tero s m ás com plejos, y esto es to d o lo que podem os hacer, dada la naturaleza del m ate­ rial. U na teo ría que p retenda m ás perderá el co n ­ tacto con la realid ad precisam ente cu an d o debería ser p uram ente n o rm ativa. N o sólo las norm as son algo que no usan los científicos: es imposible obede­ cerlas, lo m ism o que es im posible escalar el m onte Everest usando los pasos de ballet clásico. Las ideas expuestas (ilustradas con ejem plos his­ tóricos en TCM ) no son nuevas. Las encontram os en B oltzm ann, M ach, D uhem , Einstein y tam bién, de una form a filosóficam ente desecada, en W ittgenstein. E stos científicos y o tro s antes de ellos han exam inado abstracciones com o «espacio», «tiem po», «substancia», «hecho», «espíritu», «cuerpo», y las en co n traro n defectuosas. Ni las m ism as leyes de la lógica q u ed aro n exentas de sus dudas, y, p o r ejem ­ plo, B oltzm ann las consideraba com o ayudas tem ­ porales al pensam iento que p ro n to serían sustitui­ das p or leyes m ejores Estos científicos creían que todo lo que influye en la ciencia debe tam bién ser exam inado p o r ella. H acer ciencia no significa resolver problem as sobre la base de condiciones externas previam ente co n o ­ cidas, po n er restricciones a la investigación y capa­ citarnos p ara an ticip ar propiedades generales de to d as las posibles soluciones (por ejem plo, todas las soluciones son «racionales» y conform es a las leyes de la «lógica»); significa a d a p ta r cualquier conoci­ m iento que un o tenga y cualquier instrum ento (físico, psicológico, etC:) que uno use a las ideas y 10 Populäre Schriften, Leipzig, 1905, p. 318.

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exigencias de un particu lar estadio histórico. Un científico no es un sum iso tra b a ja d o r que obedece piadosam ente a leyes básicas vigiladas p o r sum os sacerdotes estelares (lógicos y /o filósofos de la cien­ cia), sino que es un oportunista que va plegando los resultados del p asad o y los m ás sacros principios del presente a un o u o tro objetivo, suponiendo que llegue siquiera a prestarles atención 2. Los princi­ pios generales pueden desem peñar un papel, pero son usados (y, todavía con m ayor frecuencia, a b u ­ sados) de acuerdo con la situación concreta de la investigación. Es inútil intentar «explicar» o «justi­ ficar» o «presentarlos sistem áticam ente» y los cien­ tíficos q ue acab o de m encionar llam an realm ente a sus invenciones «aperçus» u «observaciones m ar­ ginales» o incluso «jokes» (brom as) 3. Especial­ m ente, M ach rehusaba h ablar de «filosofía». En la m edida en que el científico está interesado, hay tam bién investigación, hay m étodos em píricos ilus­ trados históricam ente p ara científicos del futuro, y no hay m ás que hablar. Los e sq u em atism o s de la lógica form al y de la lógica inductiva tienen sólo poca u tilid ad p a ra la investiga­ ción, p o rq u e la situación intelectual jam á s se repite de la m ism a fo rm a. Sin em b a rg o , los ejem plos de los g ran d es científicos son m uy estim ulantes, y así es co m o se d a el in te n to de realizar experim entos m en ta ­ les a su m an era. E sta es, pues, la fo rm a en que gene­ raciones po sterio res han hecho a v an z ar a la ciencia [...]4. 2 E instein escribe (P. A. Schilpp [éd.], A lbert Einstein: Philo­ sopher Scientist, New Y ork, 1951, pp. 683 ss.): «Las condiciones e xternas establecidas [p a ra el científico] p o r los hechos de la experiencia no le p erm iten restringirse él m ism o d em a siad o en la c onstrucción de su m u n d o conceptual a dhiriéndose a un sistem a epistem ológico. P o r esta razón, a n te los ojos del epistem ologista sistem ático debe a p are ce r com o un o p o rtu n ista sin e scrúpu­ los [...].» 1 «A perçus», en E. M ach, A nalyse der Empfindungen, Jen a, 1922, p. 39; «Jokes», en P hilipp F ra n k , Einstein, his L ife and Times. L on d o n , 1948, p. 261. 4' M ach, E rkenntnis und Irrtum , Leipzig, 1917, p. 200.

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T odas las ciencias, psicología, fisiología incluida, co lab o raro n en el exam en de categorías trad icio n a­ les, com o la categoría de una existencia objetiva, y el estudio de la historia se ad a p ta al m ism o p ro p ó ­ sito 5. Incluso las leyes m ás fundam entales del pen­ sam iento pueden ser derribadas en el curso del cam bio científico. Esto no fue p alab rería vacía; se trató de ideas fecundas: la revolución de la física m oderna hub iera sido im posible sin ellas 6. Surgió entonces una física que no era ya un esquem a de predicciones, sino una concepción filosófica, y esta concepción, a su vez, no era sim ple verbalism o inte­ lectual: estaba llena de contenido concreto. A hora bien, es interesante contem plar cóm o esta fecunda colaboración entre pensam iento filosófico, estudio histórico e investigación científica cesó repentinam ente y fue sustituida por un nuevo prim i­ tivism o filosófico 1. C ircundados p o r descubrim ien­ tos revolucionarios en el cam po de las ciencias, por interesantes p u n to s de vista en las artes, p o r sor­ prendentes desarrollos en política, los «filósofos» del C írculo de Viena se retiraron a un estrecho y mal construido bastión. Se rom pieron los lazos con la historia; dejó de usarse el tra ta r tem as distantes p ara solucionar problem as filosóficos; se im puso una term inología ajena a las ciencias, así com o problem as sin relevancia científica 8. D espués de un largo p erío d o de tiem po, Polanyi y luego K uhn fue­ 5 Se recuerda al lector cóm o usaba A ristóteles la historia para a y u d a r a la filosofía y las ciencias e in te g rab a en el proceso fisica, biología, psicología, filosofía política, retó rica, teoría de las ideas y de la poesía. 6 El in te n to de Z ah a r de m o strar que E instein fue un p o p p e ­ rian o y que sólo M ach le h a b ría p o d id o fren a r en dicha ten d en ­ cia ha sido re fu ta d o en el vol. II, cap. 6, de m is Philosophical Papers, C am bridge, 1981. * Así es com o yo interpreté la situación de form a m uy dife­ rente a la de Ravetz. 8 Para detalles, cf. vol. II, cap. 5, de mis Philosophical Papers.

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ron los prim eros pensadores qué co m p araro n la filosofía escolar resultante con su pretendido objeto — la ciencia— y m ostraron así su carácter de ilu­ sión. E sto no m ejoró la situación. Los filósofos no volvieron a la historia. N o a b a n d o n aro n las c h a ra­ das lógicas que eran su negocio actual. Las enrique­ cieron con nuevos gestos vacíos, la m ayoría to m a­ dos de K hun («paradigm a», «crisis», «revolución», etcétera), sin tener encuenta el contexto, y com pli­ caron su doctrina, pero no la acercaron más a la realidad 9. El positivism o pre-kuhniano era infantil, pero relativam ente claro (esto incluye a P opper que es un positivista en todos los aspectos relevantes). El positivism o post-kuhniano ha perm anecido sien­ do infantil, pero adem ás es muy oscuro. Im re L ak ato s fue el único filósofo de la ciencia que se enfrentó seriam ente con el desafío de Kuhn. C o m b atió a K uhn sobre su propio fu n dam ento y con sus p ro p ias arm as. A dm itió que el positivism o y el falsificacionism o ni ilum inan al científico ni le ayudan en su investigación. Sin em bargo, negó que ad en trarse m ás en la historia fo rzara a u n a relativización de todos los estándares. Esa puede ser la reacción de un racionalista confuso que se enfrenta p o r p rim era vez a la historia en todo su esplendor. Pero un estudio m ás p ro fundo del m ism o m aterial m uestra que los procesos científicos com parten una estru ctu ra y obedecen a reglas generales. H ay una teo ría de la ciencia y, m ás generalm ente, u n a teoría de la racio n alid ad p o r la que el pensam iento pene­ tra en la historia de una form a legítima. 9 Polanyi tiene sólo u n a influencia m enor: él era d em asiad o difícil p a ra los cientos de jóvenes sociólogos y filósofos de la ciencia que preferían fraseologías m ás m anejables y conceptos aca b ad o s a un tip o de com p ren sió n que no puede com prim irse en u n esquem a filosófico. A dem ás, él e stab a influido p o r Kierkegaard, u n o de los m ás radicales enem igos de u n a filosofía de «resultados».

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En TCM, así com o en el capítulo 10 del volum en II de mis Philosophical Papers (C am bridge 1981) he in ten tad o refu tar esta tesis. Mi form a de proceder fue parcialm ente ab stracta, consistiendo en una crí­ tica de la interpretación de la historia hecha por L akatos, parcialm ente histórica. A lgunos críticos niegan que mis ejem plos históricos apoyen mi causa (abajo serán trata d as sus objeciones). Sin em bargo, si estoy en lo ju sto — y me hallo b astan te seguro de ello— , entonces es necesario volver a la posición de M ach y Einstein. Entonces es im posible una teoría de la ciencia. Sólo existe un proceso de investiga­ ción, y hay to d o tipo de reglas em píricas que nos ayudan en n u estro in ten to de avanzar, pero que tie­ nen que ser siem pre exam inadas p a ra asegurar que siguen siendo útiles 10. C on esto tenem os una sencilla respuesta a las diversas críticas que o me corrigen p o r oponerm e a las teorías de la ciencia y p o r llegar a desarrollar yo m ism o u na teoría, o me reprenden p o r n o d a r «una determ inación positiva de aquello en que consiste una buen a ciencia» (D iederich): si un conjunto de reglas em píricas es llam ado «teoría», entonces, desde luego, yo tengo una teoría —pero esto difiere considerablem ente de los antisépticos castillos so ñ a­ dos de K ant y Hegel o de las perreras de C arn ap y Popper. Por o tra p arte, M ach y W ittgenstein care­ cen de un im ponente edificio m ental, de un «sis­ tem a», com o les gusta decir a los alem anes, no p o r carecer de potencia especuladora, sino p o r haberse 10 ¿C uáles son los criterio s que guían el proceso de c o m p ro ­ bación? H ay criterios que parecen m ás a p ro p ia d o s p a ra la situa­ ción a m an o . ¿C óm o p o d rá determ in arse su ad ecu ació n ? N os­ o tro s la constituim os en la m ism a investigación que realizam os: los c riterios n o sólo enjuician sucesos y procesos; con frecuencia q u e d an constituidos p o r dichos elem entos y deben ser in tro d u c i­ d o s de e sta fo rm a, o , de lo c o n tra rio , la investigación jam ás p o d rá ser iniciada. Cf. TCM , p. 16.

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p ercatad o de que los «sistem as» po d rían ser la m uerte de las ciencias (artes, religión, etc.) u . Y las ciencias n aturales, especialm ente la física y la a stro ­ nom ía, introducen el argum ento, no porque yo esté «fascinado p o r ellas», com o han no tad o algunos " L ak ato s, W orral y L enk después de él h a n p re sen ta d o la objeción de qu e, si esto p o d ría ser verdad en las reglas episte­ m ológicas que in te n tan guiar la investigación, n o p o d ría , en c am bio, aplicarse a las p a u ta s con que se juzgan resultados. A h o ra bien, tales juicios o lim itan la investigación, o son actos verbales sin consecuencias prácticas. L akatos, W orral y L enk, en reacción a an te rio re s observaciones críticas m ías y de M usg ra v e , e x clu y en la p rim e ra a lte rn a tiv a (cf. L a k a to s , e n C. H ow son [ed.], M eth o d and A ppraisal in the P hysical Sciences, C am bridge, 1976, pp. 15 ss.) e identifican la ho n estid ad cientí­ fica con el o frecim iento de descripciones correctas, en p a la b ras de L ak ato s, de estadios tran sito rio s de la investigación sin afec­ ta r a los m ism os estad io s. P ero ¿cuál es la u tilid ad de u n a ética d o n d e un lad ró n puede ro b a r to d o lo que qu iera, es a la b a d o com o un h o m b re h o n ra d o p o r la policía y p o r el h o m b re de la calle a co ndición de que él cuente a to d o s que es un ladrón? Si éste es el se n tid o en que la m eto d o lo g ía de los p ro g ra m a s de investigación difiere del « a narquism o», entonces yo estoy dis­ p u esto a con v ertirm e en un seguidor de los p ro g ram a s de inves­ tigación. P o rq u e ¿quién no p referirá ser a la b a d o a ser criticado c u an d o to d o lo que tiene que hacer es d escribir sus a cto s en la jerg a de u n a d e te rm in a d a escuela? Cf. mis Phil. Papers, vol. II, cap. 10, n o ta 25. E n su a u to b io g ra fía , que contiene la relación m ás c la ra sobre la filosofía de P o p p er, he leído en algún sitio que G e ra rd R adn itzky escribe que yo he «m alo g rad o el pro b lem a de la evalua­ ción de la teo ría ta n to com o antes lo hizo K uhn» (Philosophers on their own work, ed. A . M ercier am d M. Svilar, vol. 7, BerneLas V egas, 1981, p. 167). El a rg u m e n to en el tex to m u estra que n o hem os e stro p ea d o el p ro b lem a, sino que lo hem os a rtic u la d o — n o existe un p ro b lem a de evaluación de teo rías con u n a so lu ­ ción, sin o que hay ta n to s p ro b lem as y tan ta s soluciones com o teorías m ayores— y le hem os asignado a él, o, m ejor d icho, a los m uchos p ro b lem as que han sido reem plazados p o r los sim ­ plistas cuentos de h a d as de los filósofos, su con tex to adecuado, el de la investigación científica real: las filosofías q u e se o c u p an de la evaluación de teo rías en fo rm a a b stra c ta e independiente­ m ente de la situación en investigación en que debería realizarse la evaluación no son sino necios in ten to s de c o n stru ir un ins­ tru m e n to de m edida sin c o n sid e ra r lo q u e se va a m ed ir y en qué circunstancias. Cf. C SL, p. 33.

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críticos, sino p o rq u e son el tem a en cuestión: m atem áticas, física y astronom ía fueron las arm as que u saro n los positivistas y sus angustiados a n ta ­ gonistas, los racionalistas críticos, p a ra asesinar o tras filosofías; a h o ra esta arm a se vuelve co n tra sus utilizadores y dispara contra ellos llfl. T am poco h ab lo de progreso p o rq u e yo crea en él o sepa lo que significa, sino con el p ro p ó sito de crear dificultades a los racionalistas, que son, pues, los am antes del progreso (utilizar una reductio ad absurdum no im plica que el argum entante tenga que acep tar las prem isas 12 [cf. TCM, página 12]). En lo que concierne al lem a «todo sirve», sin em bargo el asu n to es m uy sencillo. En TCM, esta consigna sólo aparece u n a vez y yo explico lo que significa {TCM, página 12): A quienes consideren el rico m aterial que p ro p o r­ ciona la h isto ria y no intenten em pobrecerlo, p a ra d a r satisfacción a sus m ás bajos in stin to s y a su deseo de se g u rid ad in telectual con el p re te x to de c la rid a d , p re ­ cisión, «objetividad», «verdad», a esas p e rso n as les p a rec erá que sólo hay un principio que puede defen­ derse bajo cualquier circunstancia y en todas las etap as del d e sa rro llo h u m an o . M e refiero al p rin cip io todo sirve.

E sta es u n a explicación en sí ya clara, pero puede leerse to d av ía de dos form as: yo a d o p to dicho lem a y sugiero se use com o base del pensam iento; yo no 110 A dem ás, cu alq u ier niño puede a ta c a r un racio n alism o a b s­ tra c to con m aterial sacado de las ciencias sociales o de las hum anidades. Los rasgos irracionales de las ciencias n atu rales son algo m u ch o m ás difícil de identificar, son m ucho m ás so r­ prendentes y — éste es el p u n to cen tral— tienen substancia. 12 Parece que u n so rp re n d en te n ú m ero de críticas no conoce esta sim ple regla de arg u m e n ta c ió n que era ya a rc h isa b id a p o r P la tó n , y que fue c odificada p o r A ristóteles en sus Tópicos: los m ás cla m o ro so s d efensores del racio n alism o n o conocen el c o n ­ ten id o de su d o c trin a fa v o rita. P a ra m ás detalles, cf. C SL, pa rte tercera («C onversaciones con analfab eto s» ), especialm ente pp. 182 ss.

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lo ad o p to , p ero describo sim plem ente el destino de un am an te de los principios que tom a en considera­ ción la historia: el único principio que le queda será el «todo sirve». En la página 17 de T C M (y lo repito en E F M y en C SL) he rechazado explícita­ m ente la p rim era in terp re tació n . Yo escribo ahí: Mi in ten ció n n o es su stitu ir un c o n ju n to de reglas generales p o r o tro c o n ju n to ; p o r el c o n tra rio , mi intención es convencer al lecto r de que todas las m eto­ dologías, incluidas las m ás obvias, tienen sus lím ites u .

Un crítico irritad o , que desgraciadam ente no ha sido bendecido p o r un exceso de inteligencia, denom ina este co m entario un «intento de inm uniza­ ción». Pero un o , ciertam ente, debe distinguir entre correcciones que d an nuevos significados a afirm a­ ciones an teriores y o tras correcciones que citan afirm aciones ya hechas pero pasadas por alto por la crítica. Mis com entarios son del segundo tipo y reve­ lan o u na falta de pensam iento claro o u n a conside­ rable falta de cu idado p o r p a rte de mis lectores m enos am istosos 14.

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13 El pasaje co n tin ú a: «La m ejor m anera de h acer ver esto consiste en d e m o s tra r los lim ites, e incluso la irrac io n a lid a d de alg u n a de las reglas que la m eto d o lo g ía o el lecto r g u sta n consid e rar com o básicas. En el caso de la inducción (incluida la inducción p o r falsación) lo a n te rio r equivale a d e m o stra r que la co n train d u cció n puede ser defendida satisfactoriam ente con a rg u m en to s [...]»: la co n train d u cció n es una pa rte de la crítica de m éto d o s trad icio n a le s, no el p u n to de p a rtid a de u n a nueva m etodología com o parecen su p o n e r m uchos críticos. 14 U n ejem plo in teresan te, y ex trem o , en cierto m o d o , es la recensión de m is lib ro s en la New York R eview o f B ooks hecha p o r Jo ra v sk y . C ierta m e n te , a Jo ra v sk y no le gusta m i estilo, mi form a de p re sen ta r, mis ideas; esto lo m anifiesta con clarid ad y ab u n d an tem e n te . Sin em b arg o , m e pide que a p o rte criterios p a ra preferir u n a teo ría o un p ro g ram a de investigación a otros. Pero ésta es precisam ente la cuestión que yo p lan teo y respondo en T C M y en C SL. En TCM , el con tex to es la investigación científica y la respuesta es; los c riterio s p a ra la investigación científica varían de un proyecto de investigación al próxim o. In te n ta r d iscutirlos y fijarlos independientem ente de la situación

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La situación se clarifica aún m ás si se consideran las siguientes circunstancias 15. D espués de p ro d u cir la consigna «todo sirve», escribí: «Este principio debe ah o ra ser exam inado y explicado en sus detalles concretos (TC M , pági­ na 12). Lo que quiere decir: el principio carece q u e se presum e deb en g u iar ellos m ism os es algo tan necio com o in te n ta r c o n stru ir un in stru m en to de m edida sin sa b e r lo que u n o va a m edir. En C SL, el con tex to es u n a so cied ad libre, y la respuesta: los resu ltad o s científicos son v a lo ra d o s p o r las p au tas de la trad ició n a que se ofrecen, lo que n a tu ra lm e n te p resupone una separación entre E stad o y ciencia. L a p re g u n ta de Jo ra v sk y m u estra que él no ha pod id o e n c o n tra r estas res­ puestas, a u n q u e están explicadas a lo largo de a m b o s libros y resum idas en las secciones in tro d u c to ria s. L o que h a pod id o e n c o n tra r h a n sido tres líneas de n atu raleza a u to b io g ráfic a que tra ta n del c o lo r de mi orina. O bviam ente, él p o d ría ser un exce­ lente c o rre c to r d e p ru e b as p a ra a nuncios de arabescos. U n o se p reg u n ta q u é es lo que ha m o vido a los e d ito res p a ra c ree r que él tam bién p o d ría recensionar libros. 15 El a nalfabetism o es u n a p a rte esencial de la historia de las ideas: el tem a no existiría sin él. E scritores filosóficos, inclu­ y endo al c u id a d o so Sim plicio, m ucho tiem po p e n sa ro n que Pla­ tón y A ristóteles tenían la m ism a filosofía. En este caso se unían p od ero so s m otivos teóricos. F uertes m otivos teóricos están tam bién suby acen tes en la tesis d e que los filósofos, y tam bién el m ism o A ristóteles, trab a ja n to d o s con un sistem a único y que ja m á s cam b ian de m en talid ad . En el caso de A ristó teles esta idea h a sido su p e ra d a sólo en el siglo xx, co m o re su lta d o del incisivo análisis de W erner Jäger. Los m otivos teóricos se com ­ b in ab a n con v o racidad (de fam a) y la sim ple ignorancia tra n s ­ fo rm ó a M ach en u n filósofo de los d a to s sensibles (cf. vol. II, cap. 6, de m is Phil. Papers p a ra una explicación m ás d etallad a). Niels B ohr inventó una interpretación predisposicional de la p ro b a b ilid ad y una in terp retació n objetiva d e los hechos c u á n ti­ cos sólo p a ra que P o p p er le criticara su subjetivism o, siendo m uy interesante que el m ism o P o p p e r em plea una versión recor­ ta d a de la idea d e Bohr so b re la p ro p en sió n co m o su in stru ­ m ento de crítica (Phil. Papers, vol. I, cap. 16). T o d o holgazán de la filosofía de la ciencia ha criticado, o p o r lo m enos a n a te ­ m atiza d o , a A ristóteles o a H egel, sin el m ás ru d im e n tario co n o cim ien to de las ideas de am bos. Se em plean m uchos p rejui­ cios b asad o s, c iertam en te, en la ignorancia: «¿Q uiere usted que v olvam os a A ristóteles?», escribió M ary H esse en una crítica a u n o de m is prim eros trab a jo s (cf. TCM, p. 32, n o ta 36) e influyó en m uchos lectores que jam á s han leído u n a sola línea de este

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to davía de contenido. Su contenido lo adquiere m ediante un análisis de procesos concretos, lo m ism o que el concepto de R enacim iento, p ara to m ar un ejem plo histórico, recibe su contenido desde la investigación histórica, que tra ta situacio­ nes m uy diferentes y com plejas. Los procesos h istó ­ ricos a que aludo son, desde luego, estudios de caso. Estos estudios m uestran cóm o C opérnico, New ton, G alileo, los presocráticos y Einstein logra­ ron lo que hoy es conocido com o sus éxitos. Los d erro tero s que siguieron no carecían de dirección, y todos ellos tenían ideas m uy concretas sobre sus m étodos, aunque las ideas a las que llegaron fueron muy distintas de sus puntos de partida. T am poco p u d o preverse la dirección final de la investigación. N adie conocía de antem ano los virajes y vueltas que ten d ría que hacer; nadie preveía los m étodos que ten d ría que utilizar en el curso del viaje, p ero nues­ tros viajeros no dudaron y se ad en traro n valerosa­ m en te en t i e r r a d e n a d ie . R e tro s p e c tiv a m e n te podem os con frecuencia identificar itinerarios bien definidos; podem os retrazarlos en detalle y con pre­ cisión (TC M , capítulo 11), pero estos itinerarios difirieron considerablem ente de las heliografías de los filósofos (ver las m alhum oradas objeciones de D escartes a G alileo en TCM, página 53) y no eran conocidos previam ente. O portu n id ad , actividad h u ­ m ana, leyes n aturales, circunstancias sociales; to d o esto co n trib u y ó de la form a m ás curiosa y asom ­ filósofo. B runo y G alileo presentan objeciones de tal fo rm a que se ad vierte que no cono cían o no q u e ría n ten er en c u en ta las excelentes respuestas que A ristóteles d a a las m ism as objeciones. L essing, el g ra n ra cio n alista y p o e ta a le m án , hace tiem p o que re c o n o c ió e sta c a ra c te rís tic a de Ja h is to ria de la s id e a s e in te n tó c o m b a tirla escribiendo «rehabilitaciones» («R ettungen») de gente que h ab ía sido c alum niada p o r crasa ignoran cia y p o r analfab etism o . D esgraciadam ente, su h u m an itarism o nunca fue p o p u la r entre los «líderes» intelectuales cuya fam a y existencia p arece d ep en d er de ru m o res desaprensivos.

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b rosa a llevarles a sus objetivos. P or esta razón, los estudios de caso tienen un resultado positivo y o tro negativo. El resu ltado negativo es que se violan y hay que violar m uchos estándares si querem os obtener lo que ah o ra consideram os ser logros de im portancia. N o hay estándares que tengan un con­ tenido y den una explicación correcta de todos los descubrim ientos hechos en las ciencias. El resultado positivo es que m étodos que hoy parecen poseer cierta racio n alid ad e integridad (estas cosas, sin. em bargo, ten ían un aspecto muy distinto cuando se las usó p o r prim era vez [cf. M argolis]) tuvieron éxito y pueden ser considerados com o útiles reglas em píricas p ara la investigación del futuro. (Estoy muy lejos de recom endar la elim inación de todas las reglas y m étodos de las que intento explicar cóm o ayudaron a conseguir los éxitos pasados, es decir, sobre qué acciones fueron posibles dichos éxitos; yo solam ente hago n o ta r que los éxitos se dieron bajo condiciones específicas prácticam ente desconocidas, que n o sotros frecuentem ente no com prendem os a dónde se dirigían y que su repetición no sólo no es una cosa n atu ral, sino algo b astante im probable; adem ás, que las ideas sobre éxito y progreso cam ­ bian de u n episodio de la investigación al próxim o.) Sólo pocos lectores han escuchado mi advertencia y han p restad o atención a los estudios de caso. La m ayoría de los críticos parecen haber suspendido su lectura después del prim er «todo sirve». P ara ellos, los estudios de caso o han debido ser dem asiado difíciles 16, o dem asiado detallados, o, si es que han tom ado el vacío in terno en sus cabezas com o pauta, 16 Así, G ellner, en su crítica (cf. CSL, p a rte tercera, sec­ ción 2), adm ite su incom petencia en m aterias científicas y de histo ria de la ciencia, p e ro escribe, sin em b a rg o , u n a recensión su p o n ie n d o , co m o tam bién lo h a n hecho o tro s, que m is a firm a ­ ciones pueden ser criticadas independientem ente de los ejem plos que elegí p a ra ilustrarlas.

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han debido pen sar que el vacío y el principio sin explicar eran ya la m ism a cosa. H ay o tra razón que justifica el que no se tom en los ejem plos seriam ente. Se b asa en una idea que desem peña un im p o rtan te papel en todas las trad i­ ciones racionalistas y que puede expresarse diciendo > que lo que importaría en una argumentación no son los ejemplos mismos sino sus descripciones abstractas. D esde luego, las descripciones deben ser exam ina­ das co m p arán d o las con los ejem plos. Sin em bargo, si son verdad, entonces su fuerza argum entativa es independiente de una estrecha fam iliaridad con tales ejem plos. La idea se viene abajo con las obras de arte. P ara ju zg ar logros artísticos, uno tiene que fam iliarizarse con ellos; no b astan las descripciones, p o r «verdaderas» y «bien confirm adas» que sean. A hora bien, un o de los principales p u n to s del análi­ sis de las ciencias en M ach, de la actitud de Einstein an te la investigación científica, de la filosofía de B ohr, así com o de los dos libros que ycr he escrito p ara defender a estos pensadores, es que precisa­ m ente en esta problem ática es donde las ciencias se asem ejan a las artes. O que, p a ra expresarlo de u n a fo rm a algo p arad ó jica, la ciencia en su mejor aspecto, es decir, la ciencia en cuanto es practicada por nuestros grandes científicos, es una habilidad, o un arte, pero no una ciencia en el sentido de una empresa «racional» que obedece estándares inaltera­ bles de la razón y que usa conceptos bien definidos, estables, «objetivos» y por esto también independien­ tes de la práctica. O, p ara utilizar una term inología to m ad a del g ran d eb ate sobre la distinción entre «G eistesw issenschaften» (Ciencias del espíritu) y «N aturw issenschaften» (Ciencias de la naturaleza), no existen «ciencias» en el sentido de nuestros racio­ nalistas; sólo hay humanidades. Las «ciencias» en cuanto opuestas a las humanidades sólo existen en las cabezas de ¡os filósofos cabalgadas por los sueños. 32

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Este resu ltad o ten d rá luego su im portancia cu an d o trate de la política. Los co m entarios de los tres últim os p árrafo s no sólo se aplican a los críticos que se oponen al «todo sirve», sino tam b ién a los au to res que lo siguen y que quieren utilizarlo en provecho propio. En este caso, mi objeción es que la ausencia de estándares «objetivos» no hace la vida m ás fácil: la dificulta aún más. Los científicos no pueden seguir ap o y án ­ dose en reglas de pensam iento y acción bien defini­ das. No pueden decir: nosotros poseem os ya los m étodos y estándares p a ra u n a investigación correc­ ta; to d o lo que necesitam os es aplicarlos. P orque según la visión de la ciencia defendida p o r M ach, B oltzm ann y Einstein, y que yo he presentado de nuevo en TCM, los científicos no sólo son respon­ sables de u na aplicación adecuada de los estándares existentes, sino que además son responsables de esos mismos estándares. Ni siquiera puede uno referirse a las leyes de la lógica, p o rq u e pueden darse circuns­ tancias que nos fuerzan a revisarlas tam bién (p o r ejem plo, la m ecánica cuántica analizada p o r Von N eum ann y B irkhoff, p o r Jau c h y P irón, p o r Pri­ mas y otros). H ay que recordar esta situación cuando consideram os la relación entre los «grandes pensadores», p o r un lado, y los editores, benefacto­ res e instituciones científicas, p o r o tro . Antes, los científicos con ideas inusitadas y las instituciones a las que pedían ay u d a com partían ciertas ideas gene­ rales, y to d o lo que tenía que hacer un científico que necesitaba dinero era m ostrar que su investiga­ ción, ap a rte de contener ciertas sugerencias origina­ les, estaba de acu erdo con estas ideas. Ahora, los científicos y sus jueces tienen tam bién que argum en­ ta r acerca de principios; no pueden confiar ya en tópicos establecidos (su intercam bio es «libre», no «guiado» [CSL, p ágina 28]). En esta situación, la petición de los científicos «anarquistas» de «m ayor 33

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libertad» puede interpretarse de dos form as: se la puede considerar com o deseo de que se realice una discusión científica libre no ligada a regla específica alguna, pero que intenta (cf. de nuevo CSL, pág in a 28) llegar a una base com ún. O puede in ter­ pretarse tam bién com o exigencia de que se acepten ideas de investigación sin examen alguno sim ple­ m ente p a ra h acer la vida m ás fácil a grandes e in u ­ sitadas m entes (o en la m ayoría de las veces a gente que pretende tener tales cabezas). Siguiendo la arg u m en tació n de T C M y de CSL, el segundo tipo de petición puede apoyarse en la puntualización de que las ideas absurdas e inusitadas frecuentem ente han llevado al progreso. La argum entación pasa p o r alto que los jueces, editores, benefactores pue­ den utilizar la m isma fo rm a de razonar: el statu quo tam bién ha llevado al progreso y el «todo sirve» tam bién se aplica a sus defensores. P or esto es nece­ sario ofrecer algo m ás que la arrogante petición de m ayor libertad. Los estudios de caso m uestran que los científicos rebeldes verdaderam ente ofrecieron m ucho m ás. G alileo, p o r ejem plo, no se contentó con quejarse y resignarse: intentó convencer a sus adversarios con los mejores m edios de que disponía. Estos m edios frecuentem ente diferían de los proce­ dim ientos tradicionales —aquí se encuentra la com ­ ponente an arq u ística de la investigación de G ali­ leo— , pero con frecuencia tuvieron éxito. Y no olvidem os que una plena dem ocratización de la ciencia incluso h a rá m ás difícil la vida a los autoproclam ados descubridores de G randes Ideas. P or­ que éstos ten d rán que dirigirse a gentes que no com parten precisam ente su interés p o r la ciencia. ¿Qué h arán nuestros «anarquistas» que am an la libertad en tales circunstancias? Sobre to d o cuando sus adversarios no son ya odiados personajes de alto co turno, sino ciudadanos libres queridos por todos. 34

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E ST U D IO S D E CASO

Mis estudios de caso han sido criticados p o r dos caballeros: clara y hum orísticam ente, p o r G u n n ar A nderson (abreviado en G A); prim itivam ente y de una form a b astan te confusa, p o r Jo n ath an W urril (JW ). Ellos no com entan mis consideraciones gene­ rales (TC M , capítulos 1, 12, 18; CLS, partes 1 y 2); lo que analizan y cuestionan es el m ism o m aterial histórico y las conclusiones que yo he deducido de él. El m aterial —dicen— no apoya las conclusiones. Según G A , el caso G alileo puede poner en peligro una «versión dem asiado sim ple e ingenua del falsificacionism o», pero no am enazaría una filosofía donde teorías y observaciones fueran falibles. Así pues, mi interp retación de las hipótesis de G alileo revelaría que yo no he com prendido la definición de las hipótesis ad hoc dada p o r P opper. G A dice que las h ip ó tesis a d hoc no son m eras su p o sicio n es introducidas p ara explicar efectos específicos, sino que rebajan el grad o de falsificación del sistem a en que o curren. A h o ra bien, esto es precisam ente lo que hacen las suposiciones más fundam entales de Galileo. G alileo no sólo introduce una teoría del m ovim iento que convierte el argum ento de la torre de u na refutación de C opérnico en una confirm a­ ción; el con ten id o de esta teoría del m ovim iento es considerablem ente más restringido que el de la teo­ ría aristotélica que le había precedido {TCM, pági­ nas 128 ss.). La teoría de A ristóteles tal com o se la desarrolla en los libros I, II, VII y V III de la Física es u n a teoría universal del m ovim iento que ab arca el m ovim iento espacial, la generación y corrupción, cam bio cualitativo, crecim iento y decrecim iento. C ontiene teorem as com o los siguientes: to d o m ovi­ m iento es precedido (tem poralm ente) p o r o tro m o v im ien to ; existe u n a cau sa inm óvil del m ovi­ 35

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m iento y un prim er m ovim iento (en la serie causal) cuyo ritm o de cam bio es constante; la longitud de un objeto en m ovim iento no tiene valor exacto, etc. El prim er teorem a se apoya en la suposición de que el m undo es u na entidad som etida a leyes. Puede utilizársele co n tra ideas tales com o la teoría del Bing Bang (estallido inicial) sobre el origen del un i­ verso; y la idea de W igner de que la reducción del paquete de o ndas se debe a la acción de la concien­ cia. Así pues, la teoría de A ristóteles era coherente: existía u na term inología unificada para la descrip­ ción y explicación de todos los tipos de m ovi­ m iento. E stab a confirm ada en un alto grado, esti­ m ulaba la investigación en física, fisiología, biología, epidem iología, y condujo a num erosos descubri­ m ientos 17. Sigue teniendo im portancia hoy porque las ideas de la m ecánica de los siglos x v n y x v m 17 La teo ría que a c a b a de describirse debe distinguirse de las leyes especiales que fo rm u la A ristóteles en el De Coelo. T ene­ m os, pues, q u e p r o c u ra r n o c o n fu n d ir un d e b a te so b re co n d i­ ciones especiales c o n u n d e b ate sobre leyes fu n d am en tales. Así, A ristóteles a firm a m uy explícitam ente que «en un vacío to d o s los objetos tienen la m ism a velocidad» (Física, 216a20), pero niega que el m u n d o c ontenga un vacío: su teo ría del m ovi­ m iento es suficientem ente general com o p a ra cu b rir a m b o s tipos de m ov im ien to , en u n m edio o en el vacío. H ace d e p en d e r el m ovim iento de la fo rm a y n atu raleza del m edio, de la n a tu ra ­ leza de la fu erza inh eren te; lo que m u estra que el fam oso «argum ento» de G a lile o c o n tra la «ley de la caída libre» de A ristóteles (si los objeto s m ás pesados cayeran m ás deprisa que los m enos pesados, entonces un objeto pequeño sujeto a uno m ayor debería h a ce r que am bos se m ovieran m ás dep risa, p o r­ que el objeto co m b in a d o es ah o ra m ás pesado, y n o tan deprisa, p o rq u e el o b jeto peq u eñ o reten d ría el m ovim iento del m ay o r) no se puede a p lic ar a A ristóteles, d onde el m ovim iento resul­ tan te d epende de la m anera com o se co m b in a n los objetos (estam os tra ta n d o de un pro b lem a de m ecánica de fluidos). Y así sucesivam ente. H istó ricam en te, el d eb ate no tuvo lugar entre G alileo y A ristóteles, sin o entre G alileo y un c h a p u rre ro A ristó ­ teles artificio sam en te m o n ta d o p a ra hacer ap arecer com o inven­ cibles los a rg u m e n to s de G alileo. (P a ra este p u n to , cf. tam bién la nota 15 supra.) T am bién nuestros filósofos de la ciencia p re ­ sentan una relación c h ap u rre ra de este m ism o debate.

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siguen siendo totalm ente inadecuadas p ara tra ta r el m ovim iento 18. ¿Qué es lo que hace G alileo? El reem plaza esta com pleja y sofisticada teoría con su p ro p ia ley de la inercia, que carece de confirm ación excepto en el contexto de la teoría aristotélica 19, la aplica solam ente a la locom oción y «reduce d rásti­ cam ente el grad o de falsificación de to d o el sis­ tema». Sin em bargo, si se considera la falsificabilidad de las afirm aciones observacionales, la situación es la siguiente: el racionalism o crítico, la «filosofía» que defiende G A , o es un fecundo p u n to de vista que guía al científico, o es m era ch arla hueca que puede ponerse de acuerdo con cualquier m étodo. Los popperianos afirm an que se tra ta de lo prim ero (rechazo de la afirm ación de N eurath de que cual­ quier afirm ación puede ser refutada p o r cualquier razón). P o r esto insisten en que afirm aciones fun­ dam entales que intentan refu tar u n a teo ría tienen que estar m uy bien com probadas. Las observacio­ nes realizadas al telescopio p o r G alileo no satisfa­ cen esta exigencia: p o r autocontradictorias, no p u e­ den ser repetidas p o r cualquiera; los que las repiten com o K epler llegan a resultados diferentes, y no hay teo ría que perm ita separar «fantasm as» de los 18 B ohm , Prigogine, Eigen, Ja n tsc h y o tro s h a n c o m e n tad o los inconvenientes de la m ecánica clásica (incluyendo algunos aspectos de la m ecánica c u án tica ) y han p e d id o u n a filosofía en la que el c am b io no fu era u n a a p arien cia periférica, sino un fenóm eno fu n d am en tal. A ristóteles ha d e sa rro llad o precisa­ m ente u n a filosofía de ese género y podem os a p re n d e r m u ch o de él. Incluso en los detalles, A ristóteles o casio n alm en te va b a s­ tan te m ás lejos que sus m o d ern o s sucesores. U n ejem plo es su teoría de la c o n tin u id ad . Cf. m is «Remarles on A risto tle ’s T h eo ry o f M athem atics», en M idwestern Stu d ies in Philosophy, 1982. 19 C o p é rn ic o y G alileo se m ueven d e n tro del m arc o a risto té ­ lico de u n a op o sició n en tre el m ovim iento rectilíneo y el circ u ­ lar, p ero in te n ta n a d a p ta rlo a la hipótesis de q u e la tierra es un a stro (y p o r ello p a rticip a del m ovim iento circular).

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fenóm enos verídicos (la óptica física m encionada p o r G A es irrelevante, porque las afirm aciones básicas en discusión no trata n de los rayos de luz, sino de la oposición, color y estructuras de los rem iendos visuales, y una hipótesis po p u lar que pone en correlación la prim era con la segunda se puede m o strar fácilm ente que es falsa [TC M , página 148]). P o r esta razón, las afirm aciones bási­ cas de G alileo son hipótesis atrevidas, sin m ucha confirm ación. G A parece aceptar esta descripción: hace falta tiem po — se dirá— para obtener eviden­ cia co n firm ad o ra (y las «teorías-piedra-de-toque» concernientes, p ara usar u n a excelente expresión de Lakatos). La prim era interpretación del raciona­ lismo crítico m encionado arrib a afirm a que du ran te ese tiem po las afirm aciones no tienen poder refutador. Si un o dice, com o G A , que G alileo refutó con­ cepciones populares con sus observaciones, entonces se desplaza u no de la prim era a la segunda interpre­ tación, donde las afirm aciones básicas pueden utili­ zarse de cualquier m anera. La expresión literal sigue siendo crítica, pero su contenido se ha evapo­ ra d o to talm en te. Este es claram ente el p u n to donde un h o n esto ad v ersario de confusiones babilónicas, tal com o pretende serlo G A , debe to m ar posición. Debe confesar que, m ientras que él no puede tener su G alileo y hacerle racional, al m ism o tiem po se encuentra dem asiado em barazado p ara adm itir esto en público. Esta es u n a buena ocasión p ara m encionar una crítica que ha p ublicado T. A. W hitaker en dos car­ tas en la revista Science 20. W hitaker señala que existen dos conjuntos de imágenes de la luna, los grabados en m adera (que m encioné y m ostré en TCM ) y los en cobre, que son m ucho m ás exactos, desde un p u n to de vista m oderno, que los g rabados - 20 2 de m ayo y 10 de o ctubre de 1980.

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en m adera. Según W hitaker, los g rabados en cobre m uestran a un G alileo que era m ucho m ejor obser­ vad o r de la luna que el G alileo que he p in tad o yo. Pues bien, lo p rim ero es que yo jam ás he d u d ad o de la cap acid ad de G alileo com o observador. C itando a R. W olf (Geschichte der Asíronomie, página 396), que escribe que «G alileo no era un gran o b servador astronóm ico, a no ser que las em ociones producidas p o r tantos descubrim ientos telescópicos com o él hizo en este período hubieran dism inuido su destreza o su sentido crítico», res­ pondía yo (TCM, página 117): E sta afirm ació n tal vez sea v erdadera (aunque me inclino a p o n e rla en d u d a a la vista de la e x tra o rd in a ­ ria h ab ilid ad observacional que m anifiesta G alileo en o tra s ocasiones). Pero resulta po b re de c o n te n id o y, creo, poco interesante [...]. E xisten, sin em b a rg o , o tras h ipótesis que sí c o n d u ce n a nuevas sugerencias y que nos revelan cuán com pleja era la situ ació n en tiem pos de G alileo.

Luego m enciono dos de tales hipótesis, u n a que trata de las peculiaridades de la visión telescópica co ntem poránea, la o tra que considera la suposición de que las percepciones, es decir, las cosas vistas con el ojo d esnudo, tienen una historia (que puede descubrirse co m b in ando la histo ria de la a stro n o ­ m ía visual con la de la p in tu ra, poesía, etc.). En segundo lugar, la referencia a los grabados de cobre no elim ina to d o s los aspectos problem áticos de las observaciones de G alileo sobre la luna. G alileo no sólo dibujó, sino que tam bién describió verbalm ente lo visto. P o r ejem plo, pregunta (TCM, página 115): ¿ P o r qué no vem os d esigualdades, rugo sid ad es e irreg u larid a d es en la periferia de la luna creciente, hacia el oeste, o en el o tro borde c ircu lar de la luna m en g u a n te, h acia el este, o en el círcu lo e x te rio r de la luna llena? ¿P or qué aparecen perfectam ente red o n d as y circulares?

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K epler resp o n día, basándose en observaciones hechas a ojo d esnudo (TC M , página 115, n ota 167): Si m iras c u id ad o sam en te la lu n a llena, parece per­ ceptible que algo falla en su círcularidad.

Y contesta a la pregunta de Galileo: N o sé cuán cuidadosam ente has reflexionado sobre este a su n to , o si tu p re g u n ta , co m o es m ás p ro b a b le , se basa en im presiones populares. Pues [...] yo afirm o que existe con seguridad alg u n a im perfección en ese círculo ex tern o d u ra n te el p erío d o de luna llena. Vuelve a estudiar el asu n to e infórm anos qué te parece.

E sta pequeña discusión nos m uestra, en tercer lugar, que el p ro blem a de la observación existente en el tiem po de G alileo no puede resolverse m os­ tran d o que las observaciones de G alileo están de acuerdo con nuestra visión del asunto. P ara m ostrar cóm o actu ab a G alileo, si fue «racional» o si que­ b ra n tó reglas im portantes del m étodo científico, tenem os que co m p arar sus logros y sus sugerencias con su circu n stancia y no con la situación de un fu tu ro todavía desconocido. P or ejem plo, tenem os que preg u n tar: d ados los m edios aceptados y las p au tas de observación de la época, ¿fueron las in fo rm a c io n e s de G a lile o in fo rm a c io n e s de «hechos»?, es decir, ¿eran algo repetible y bien fun­ dam en tad o teóricam ente? P ara en contrar u n a res­ puesta a esta p regunta tenem os que co m p arar las observaciones de G alileo con observaciones hechas p o r astrónom os de su propio tiem po, así com o con teorías de visión y, especialm ente, de la visión teles­ cópica en que se apoyaron dichas observaciones. Si resulta q ue los fenóm enos referidos p o r G alileo no fueron co n firm ados p o r ningún otro , que no había razones p ara confiar en el telescopio com o en un instrum ento de investigación, sino que existían m uchas razones, tan to teóricas com o observacionales, que h ab lab an co n tra tal instrum ento, entonces 40

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tam bién h ab ría sido un m étodo no científico el que G alileo p ro p u g n a ra la existencia de dichos fenóm e­ nos — lo m ism o que tam poco sería científico hoy afirm ar resultados experim entales que carecieran de co rro b o ració n independiente y que se obtuviesen con m étodos no p ro b ad o s— , sin importar hasta qué punto sus observaciones se aproximarán a las nues­ tras. P ara ser científicos en el sentido que discuti­ m os aquí (y que se critica en T C M y C S L ) hay que ac tu a r ad ecu ad am en te con respeto a los conoci­ m ientos existentes y no p o r respeto a las teorías y observaciones de un futuro desconocido. A hora bien, p a ra calibrar las reacciones de los co ntem poráneos de G alileo he utilizado los g ra b a­ dos en m adera. N ótese que no intenté p ro b a r que G alileo fu era un científico m ediocre apoyándom e en el hecho de que los grabados en m ad era difieren de las im ágenes m odernas de la luna (tal argum en­ tación hu b iera co n tradicho las consideraciones que acabo de exponer). Mi suposición fue, más bien, que la luna en cu an to se la contem pla a ojo des­ nudo tiene un aspecto muy distinto del ofrecido por los g rab ad o s en m adera, que podría haber tenido o tro aspecto d istin to p a ra los contem poráneos de G alileo, y que algunos de ellos podrían haber criti­ cado el Sidereus Nuncius apoyándose en sus propias observaciones a ojo desnudo. Esta suposición sigue siendo útil, p o rq u e los grabados en m adera acom ­ p añ ab an la m ayoría de las ediciones de la obra. ¿Se aplica tam bién a las lám inas? Sí, com o se m uestra p o r las críticas de Kepler. P or añ ad id u ra, había m uchas razones p o r las que el telescopio no era considerado unánim em ente com o un fiable p ro d u c­ to r de hechos (algunas de estas razones, em píricas y teóricas, h an sido expuestas en TCM ). La afirm a­ ción de W hitaker, hecha en su segunda com unica­ ción, de que los dibujos de la luna hechos p o r G ali­ leo tienen u n a excelente calidad co m p arad o s con 41

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imágenes m odernas, es algo irrelevante con respecto a esta discusión. El caso de las observaciones de la luna hechas p o r G alileo constituye sólo una pequeña p arte de mi argum entación de que G alileo no aplicó lo que la m ayoría de los científicos y todos los filósofos de la ciencia consideran hoy com o el «m étodo cientí­ fico adecuado» y que no podría haber realizado sus descubrim ientos de dicho m odo. En cuanto la investigación histórica avanza y altera nuestras ideas sobre el p asad o , la evidencia que yo em pleo en mi argum entación tam bién puede, naturalm ente, q u ed ar m odificada. Estoy claram ente decidido a conceder que esto puede hacer más «científico» a G alileo en algunas áreas. Sin em bargo, debates más recientes (algunos de ellos m encionados en TCM: h ablo de la d em ostración hecha en la to rre incli­ n ada, del experim ento con el plan o inclinado de sus observaciones de las lunas de Júpiter, del paso del ím petus a la relatividad galileica) han m ostrado que está más bien aum entando el núm ero de áreas en que aparece m enos «científico». E sto no convertirá en un mal científico a G alileo; sim plem ente m uestra que la ciencia tiene poco que ver con lo que los filósofos, e incluso los mismos científicos, dicen sobre ella. M ientras que G A se equivoca, p o rq u e la perpleji­ dad oscurece su visión, la razón del fallo de JW es sim plem ente incom petencia. V erdaderam ente, su ap o rtació n es un triste ejem plo del deterioro de los estándares de la discusión racional que se han im puesto en la LSE tras la m uerte de Im re L akatos. JW expone cu atro quejas: una concerniente a la p reten d id a originalidad de mis ideas, o tra sobre mi form a de ver la relación entre teorías y hechos, o tra sobre el experim ento de la torre y, finalm ente, otra sobre mi in terpretación del m ovim iento brow niano. - P ara em pezar, yo nunca he pretendido en ningún 42

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sitio haber inventado las ideas que discuto. T odo lo contrario: más de una vez he rehusado el dudoso h o n o r de h ab er sido el iniciador de una y o tra inte­ ligente ideílla 21. D esde luego, he h ab lad o y escrito de una fo rm a muy directa, pero esto, sólo puede crear confusión en los seguidores de «pensadores» que consideran su afirm ación m ás trivial com o su más íntim a pro p ied ad y que carecen de inform ación histórica p a ra conocer m ejor las cosas; en una palabra, entre los popperianos 22. En segundo lugar, JW me atribuye el «truism o de que los “ hechos teó ricos” son dependientes de la 21 C om o ejem plo cf. cap. 6, n o ta 1, de m is P hilosophical Papers, vol. I (C am bridge, 1981). Este tra b a jo se pub licó por p rim era vez en 1965. En la versión original yo tam b ién m encio­ n aba a P opper. H a b ien d o descubierto luego que su c ontribución al pro b lem a d iscu tid o es nula, he b o rra d o su n o m b re de la lista. “ Es curioso o b serv ar la frecuencia con que la gente inter­ p reta u n a fo rm a de escribir directa y sincera com o si im p licara preten d er ser original. P erm ítasem e repetir p o r esto lo que he dicho frecuentem ente en mis conferencias y he su b ra y a d o en m is trabajos escritos: ninguna de las ideas que describo y defiendo es p ro p ied a d m ía. N o soy un c rea d o r de ideas —p a ra eso se necesitan talentos m uy distin to s del m ío— ; soy un d efen so r y un p ro p a g an d ista de ideas valorables pero m altratad a s, es decir, soy u n a especie de p eriodista. ¿Quién inventó las ideas que yo defiendo? N o A d o rn o , com o dice J u tta . Y tam p o c o P opper, c o m o escribe A gassi en su confusa explosión. N o m e interesan efím eros insectos filosóficos com o éstos. P ero he a p ren d id o de P rotágoras, al cual el m ism o P latón le p re sen tó de tal form a que p erm ite q u e u n a te n to lecto r p u ed a re fu ta r la m ism a crítica de P latón. H e a p ren d id o de K ierkegaard, que e la b o ró excelentes a rgum entos c o n tra c ualquier filosofía de resultados y c o n tra c u alq u ier fo rm a de racionalism o b a sa d a en el p ro g reso e n el cam po de los resultados. H e a p ren d id o de H elm h o ltz, M axw ell, B oltzm ann, D uhem y M ach, que hace ya tiem po pusiero n en claro que el c am b io científico p u e d e d e rrib a r c u a lq u ie r p a u ta , aunque sea «racional», sin tener que term in ar en el caos. He a p ren d id o de A ristóteles que las fan tasías a b stra c ta s c u en tan poco c u an d o se las c o m p a ra con los elem entos de las fo rm as de vida de d o n d e surgieron. E sto s y o tro s m uchos escritores h a n sido m is m aestro s, y yo he in te n tad o «rehabilitarlos» del m ism o m o d o que L essing re h ab ilitó en sus R ettungen a g ra n d es y difam ados escritores.

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teoría», así com o argum entos que «dependen de to m ar “ hecho” a un nivel teórico m uy elevado». Lo que realm ente afirm o en el texto en que se explican estos tem as es que todos los hechos son teóricos (o, de m odo fo rm al, «hablando lógicam ente, todos los térm inos son “ teóricos” » 23). Y esto no es una afir­ m ación que introduzco sin m ás p ara convertirla luego en base de posterior retórica: to d o el texto está dedicado a m o strar que, y p o r qué, esto es p re­ ferible a o tras alternativas, incluyendo la que el mism o JW parece tener en la cabeza 24. Las quejas 23 Phil. Papers, vol. I, p. 32, n o ta 22, últim a frase. «T heory ladenness» (carga teórica) fue in tro d u c id a p o r H a n so n en 1958 (P atterns o f D iscovery). El m ism o a ñ o p u b liq u é yo «An A ttem p t a t a R ealistic In te rp re ta tio n o f E xperience» (reim preso co m o cap. 2, vol. I, d e m is Philosophical Papers), d o n d e se in tro d u c e la tesis del c ará cte r plenam ente teó rico de todos los hechos (y n o só lo de los hechos teóricos), se la fu n d a a rg u m e n ­ tativ am en te y se la defiende c o n tra las críticas. A q u í JW puede e n c o n tra r to d o s los «argum entos reales» que quiere escuchar. Sobre el m ism o p u n to pueden en co n trarse m ás a rg u m e n to s en mi tra b a jo « D as Problem d e r E xistenz T h eo retisch er E n titäten » , que ap areció en 1960. JW no tra ta estos a rg u m en to s en ningún sitio. 24 JW tiene g ran dificultad con la n a tu ra le z a de los hechos. Q uiere d istin g u ir en tre hechos em píricos y hechos teóricos, p ero no tiene idea de cóm o separarlos. En alg u n a ocasión define la diferencia en térm in o s p u ra m e n te psicológicos (lo que m ucho antes que él, y de una form a m ucho m ás clara, fue hecho ya p o r C a rn ap , en Testability and Meaning, y p o r mí m ism o, en «A ttem p t» , sección 2), co m o una diferencia entre hechos que son a ce p ta d o s p o r to d o s los expertos en un cierto dom in io y o tro s hechos que suscitan debate. En o tra s ocasiones parece su p o n e r que el acu e rd o logrado es algo m ás que psicológico, p e ro fu n d a m e n ta d o sobre los m ism os hechos: los hechos em pí­ ricos e starían m enos im pregnados de teo ría de lo que lo están los hechos teóricos; ten d rían un «núcleo em pírico». N e u rath , C a rn a p y yo d iría m o s que tales hechos aparecen co m o m enos invadidos p o r teoría: los antiguos griegos p ercibían d irectam ente a sus dioses; estos fenóm enos no m o stra b a n ningún elem ento te ó ric o , p e ro a lg u ie n d e sc u b rió e v e n tu a lm e n te la id e o lo g ía com pleja existente en la base y m o stró cóm o incluso «hechos» m uy sencillos están c o n stitu id o s p o r una e stru ctu ra ex tre m a d a ­ m ente com pleja (cf. TCM , cap. 17). Los físicos clásicos descri-

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de JW n o tienen n a d a que ver con esta posición y con estos argum entos. El arg u m en to de la torre, según JW fue d esarro ­ llado p o r G alileo del siguiente m odo: la tierra en m ovim iento, de acuerdo con la teo ría aristotélica bían y siguen describ ien d o n u estro e n to rn o en un lenguaje que a penas c o n sid era la relación entre el o b se rv ad o r y los objeto s o bservados (suponem os cosas estables e inalterables; basam os nuestros ex perim entos en ellas), pero la teo ría de la relatividad y la teo ría cu án tica nos h a n hecho c o n s ta ta r que este lenguaje, esta form a de percepción y esta m anera de realizar experim entos tienen consecuencias cosm ológicas. N o se fo rm u la n explícita­ m ente las consecuencias — y p o r esto no las a d v ertim o s y seguim os h a b la n d o sencillam ente de «hechos» em p írico s— , pero dichass consecuencias se e n cu e n tra n en la base de to d o s los fenóm enos; es decir, los hechos a p are n te m en te em píricos son plenam ente teóricos aun cuando frecuentem ente fu ncionen como jueces entre alternativas teóricas. JW su p o n e q u e tales jueces deben c o n te n er o u n a c o m p o n e n te teórica n e u tra l, o un núcleo n o-teórico «fáctico»; es decir, supone que los científicos que u ti­ lizan hechos al ex am in ar diversas teorías no los a lte ra n , p o r ejem plo, n o los convierten en hechos diferentes. Se m uestra fácilm ente el e rro r de esta suposición. Los relativistas y los teó ­ ricos del éter tienen hechos diferentes, p recisam en te en el d o m i­ nio de observación. P a ra el relativista, la m asa, la longitud, el intervalo de tiem po ob serv ad o s son proyecciones de estru ctu ras de c u a tro dim ensiones en ciertos sistem as de referencia (cf. Synge, en D e W itt y D e W itt, R elativity, Groups and Topology, New Y ork, 1964), m ientras que el « absolutista» los considera com o p ro p ied ad es intrínsecas de los objetos físicos. El relativista adm ite que las descripciones clásicas (pensadas p a ra expresar hechos clásicos) pueden usarse ocasionalm ente p a ra tra n s p o rta r inform ación so b re hechos relativistas y no las em plea en las cir­ cun stan cias p e rtin en te s. P ero esto n o im plica que él acepte su interpretación clásica. T o d o lo c o n tra rio . Su a ctitu d está m uy cerca de la del p siq u ia tra que puede h a b la r con un pacien te que cree estar poseído, em pleando el lenguaje del paciente, sin que ello im plique que acepte tam bién una o n to lo g ía de d em onios, ángeles, etc.: n u e stra fo rm a no rm al de h a b la r, incluyendo los a r g u m e n to s c ie n tíf ic o s , es m u c h o m á s c lá s ic a d e lo q u e cree JW . T o d as estas cosas h a n sido explicadas con gran d etalle en la lite ratu ra de los p asad o s trein ta años (la arg u m e n ta c ió n de las últim as líneas, p o r ejem plo, se explica en la sección 7 de mi « E x p lan atio n , R eduction a n d E m piricism », que se p ublicó p o r prim era vez en 1962; a h o ra , en el cap. 4 del vol. 1 de m is Philo-

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del m ovim iento, haría que la piedra se ap artase de la torre. La p ied ra no se a p a rta de la torre, luego, afirm a el G alileo de JW , «el experim ento no refuta a C opérnico, sino a un sistem a teórico más am plio», y reem plaza la dinám ica de A ristóteles que es p arte de este sistem a, p o r su p ro p ia ley de iner­ cia. Al hacer esto perm anece dentro del m arco del análisis de la teoría del cam bio de D uhem . Más especialm ente, él corrige un «error lógico» de los anti-copernicanos según el cual la afirm ación falsa (la piedra se m ueve alejándose de la torre) seguiría directam ente de la suposición de que la tierra gira. H asta aquí JW . Pero, en prim er lugar, el pretendido «error lógico» nu n ca fue com etido por los anti-copernicanos. Estos sabían m uy bien que la conclusión nece­ sitaba p o r lo m enos dos prem isas. Tam bién las m encionaban, pero dirigían la flecha de la falsifica­ ción sólo c o n tra una de ellas —el m ovim iento de la tierra— , pues la o tra prem isa era teóricam ente plausible y estaba confirm ada en un alto grado, y, adem ás, no era el asu n to en discusión (cf. los com entarios de P opper a la argum entación de D uhem ). En segundo lugar, el reem plazam iento de la ley de inercia de A ristóteles fue sólo una p arte de los cam bios llevados a cabo por Galileo. La ley aristosophical Papers), y especialm ente en el espléndido ensayo de L ak a to s so b re los p ro g ra m a s de investigación, p e ro JW parece qu e n o ha o íd o nunca n a d a de esto. Su form a de p la n te a r p ro ­ blem as, su term inolo gía, sus sugerencias pertenecen a alguna e d ad arcaica a n te rio r al p rim er p e ríodo de ilustración d e n tro del C írculo de V iena que e n co n tró su expresión en la o b ra de C arn a p , T estatibility and M eaning. P or esto ad m ito que m e equivo­ q u é al d e n o m in a r «falsas» (C SL , p. 256) las sugerencias de JW ; p ero tenía m is razones; d a b a p o r hecho que el a n tig u o a lu m n o de L akatos estaba m ejor in fo rm ad o de lo que está realm ente. La a p o rta c ió n de JW m u estra que m e h a b ía e q uivocado. JW no es u n a persona de intenciones «falsas»; es sim plem ente incom pe­ tente.

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télica describía m ovim ientos absolutos, y lo m ism o hizo el arg u m en to de la torre (la predicha desvia­ ción de la p ied ra de la torre es, desde luego, la dife­ rencia entre dos m ovim ientos absolutos y, p o r eso, un cam bio relativo; pero el problem a es lo que cam bió G alileo y no las razones por las que realizó dichos cam bios). Si se introduce una nueva «hipóte­ sis auxiliar», entonces esta hipótesis tam bién debe utilizar nociones absolutas: debe ser u n a form a de la teoría del Ímpetus. P or o tro lado, G alileo se con­ virtió g radualm ente en un relativista del m ovi­ m iento (TC M , página 63, n ota 82; página 83, n o ta 117). Su hipótesis auxiliar tenía que funcionar sin ímpetus. Así, al final, él no sólo cam bió una hipótesis de un sistem a conceptual no m odificado en lo dem ás (el m ovim iento absoluto es alrededor de la tierra, o alred ed o r del sol, pero no directam ente hacia el centro), sino que sustituyó los concep­ tos del siste m a p o r o tro s c o n c e p to s: in tro d u jo u na nueva m isión del m undo. El prim er proceso puede ex p resarse p o r el esq u em a de D uhem ; el segundo, no. En el caso del m ovim iento brow niano, final­ mente, JW ofrece un análisis ju n to con unos pocos apartes teatrales sórdidos. Estos son ingenuos, o, p ara expresarlo de u n a form a suave: ¿Por qué con­ sideran E xner y G ouy el m ovim iento brow niano com o un riesgo p a ra la segunda ley? P orque consi­ deraban la hipótesis atóm ica, aunque esta hipótesis les condujo ya una vez a dificultades (ver las m edi­ das de Exner que se exponen en TCM, página 24, n o ta 27). Los cálculos del equilibrio de energía que se supone determ inan si la energía de la partícula es o btenida del fluido sin m ás trabajo, usan la prim era ley, no la examinan. En lo que atañe al m ovim iento brow niano, mi respuesta es la siguiente. Yo in tro ­ duzco un argum ento. JW dice que él no com prende este argum ento. H asta aquí to d o va bien. P ara 47

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co m p ren d er el argum ento, JW lo traduce a un len­ guaje fam iliar p a ra él, a una especie de lógica chapurrera. Esto es tam bién un m étodo m uy razonable: si yo no entiendo un argum ento intentaré reform ularlo a mi m odo. JW va m ás allá. L am enta que yo no haya fo rm u lad o mi argum ento en su lenguaje ya desde el principio. Esto sería una queja legítim a si yo hubiera escrito el argum ento personalm ente para JW . Pero esto no lo hice. Lo construí p ara físicos que favorecen un m onism o teórico, y éstos parecen haberlo com prendido perfectam ente (originalm ente, el argum ento provenía de D avid Bohm ). A dem ás, JW no presen ta precisam ente u n a objeción a que se le haya dejado fuera, sino que supone que el len­ guaje que él com prende es el único razonable. En esto, ciertam ente, se equivoca, com o se m uestra p o r el sinsentido que produce su traducción 25. C om o los nativos que hablan un lenguaje del que no conocen sus propios límites, él proyecta el sin­ sentido sobre mi p ro p io argum ento y pretende h aber m o strad o así su incoherencia. Yo, p o r o tro lado, concluiría que hay m uchas cosas que pueden expresarse m ucho m ejor en el lenguaje inform al uti­ lizado p o r los científicos cuando discuten problem as del cam bio teórico; es decir, argum entaría: supon­ gam os que poseem os una teoría T (y con esto aludo a to d a la teoría com pleja más las condiciones inicia­ les, m ás las hipótesis auxiliares, etc.). T afirm a que o cu rrirá C. C no ocurre; en su lugar ocurre C ’. Si se conociera este hecho, entonces uno po d ría decir que T ha sido refutada y C ’ sería la evidencia refu25 Su noción de evidencia, p o r ejem plo, le hace im posible h a b la r de evidencia desconocida o de sucesos que, a u n q u e bien cono cid o s y a u n q u e exista evidencia, no son conocidos com o e v id e n tes. M i n o c ió n de ev id en cia es de o tro tip o d is tin to , m ás cercana a la form a com o h ablan los físicos (y que tam bién c o n cu erd a con el uso del térm in o en S herlock H olm es); JW parece su p o n er que su noción es la única legítim a.

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tad o ra (nótese que yo no distingo entre hechos y afirm aciones; no hay paso en la argum entación que dependa de la distinción, y ninguna persona inteli­ gente se sen tiría confusa ante tal ausencia). S upon­ gam os ah o ra, adem ás, que las leyes de la naturaleza nos previenen p a ra que no sepam os C y C ’: no hay experim ento que pueda inform arnos sobre la dife­ rencia. P o r o tro lado, p o d ría ser posible identificar C ’ de u n a fo rm a vaga, con la ayuda de efectos especiales que o curren ante C ’ pero no en presencia de C y que son excluidos p o r T, pero postulados p or una teo ría altern ativa T \ Un ejem plo de tales efectos sería que C ’ pone en m ovim iento un m acroproceso M 26. En tal caso, T ’ puede ay u d arn o s a en co n trar u n a evidencia co n tra T que no h abría sido descubierta utilizando sólo la teoría T y los experim entos descritos con sus categorías: p ara Dios, M o C ’ son evidencias co n tra T; nosotros, sin em bargo, necesitam os T ’ p ara tener seguridad de este hecho. El m ovim iento brow niano es un caso especial de esta situación general: C son los proce­ sos en un m edio no p ertu rb ad o en equilibrio tér­ mico, según la teo ría fenom enológica de la term o­ dinám ica; C ’ son los procesos en el m ism o m edio( según la teo ría cinética. C y C ' no pueden distin ­ guirse directam ente p o r ningún instrum ento, porque la m edida del contenido en calor contiene las mis­ mas fluctuaciones de calor que suponía revelaría. M es el m ovim iento de u n a partícula brow niana; T ’, la teo ría cinética. C om o en el caso de G alileo, es posible p resio n ar estos elem entos en el esquem a de D uhem diciendo que se ha reem plazado u n a hipóte­ sis auxiliar p o r o tra y que así se h a elim inado algo de la dificultad —pero nótese que, en nuestro caso, no fue la dificultad la que condujo a la sustitución, 26 JW tiene dificu ltad es con «triggers» [«im pulsar», en el sen­ tido del gatillo p a ra d isp a rar (N. del T .)\ C u alq u ier d iccionario le puede in fo rm a r sobre el significado del térm ino.

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sino que ésta nos ayudó a encontrar la dificultad— y este p u n to se ha perdido com pletam ente en el análisis de JW (es com o si alguien negara la dife­ rencia entre los m étodos de inducción y de falsifica­ ción p o r el m o tiv o de que en am bos casos se d ed u ­ cen afirm aciones singulares de. otras generales). Estoy dispuesto sinceram ente a adm itir con Ian H acking (IH ) que la ciencia es más com pleja y poli­ facética de lo que yo he expuesto en alguno de mis escritos an teriores e incluso en algunas partes del TCM. He com etido dos tipos de equivocaciones: he tenido u na idea dem asiado sim plista de los elemen­ tos de la ciencia, y he tenido u n a idea dem asiado sim plista de la relación entre los elem entos. La cien­ cia contiene teorías, pero éstas no son sus únicos ingredientes ni pueden analizarse éstos en térm inos de proposiciones asertivas (o de entidades de Sneed, en esta m ateria). La ciencia ocasionalm ente analiza sus ingredientes en térm inos de los conceptos dis­ ponibles m ás abstractos, pero este m étodo no es universal ni aplicable universalm ente. P or ejem plo, puede que no sea posible tra ta r teorías ya d errib a­ das com o casos especiales de sus sucesores; en cam ­ bio, quizá debam os restringirlas am bas a dom inios especiales (por ejem plo, la teoría cuántica y la m ecánica clásica del punto). En conjunto, la em presa científica puede ser algo m ás cercano a la m ultiform idad de las artes de lo que han supuesto los lógicos (y yo entre ellos) y existen indicios de que el progreso científico es im posible m ientras prevalezcan tendencias abstractas y universalizadoras. Mis prim eras dudas sobre el m étodo ab stracto surgieron del estudio de los escritos de W ittgenstein; p ero yo expresaba entonces mis dudas de form a ab stracta, en térm inos de problem as concep­ tuales (inconm ensurabilidad, elem entos «subjetivos» de la teoría de la explicación). Al iniciar el trab a jo del capítulo 17 de T C M me encontré ante cuestiones 50

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m ás precisas sobre la naturaleza, el origen y la ade­ cuación de los m étodos abstractos, ta n to en las ciencias com o en la filosofía de la ciencia 27. Inten­ tando co n testar a las cuestiones y resolver las dudas, distinguí entre dos tipos de tradiciones que yo he d en o m in ad o tradiciones abstractas y trad icio ­ nes históricas respectivam ente 28. H ay m uchos m odos de caracterizar estas tradiciones. U na dife­ rencia que encontré com o p u n to de p artid a favora­ ble es la fo rm a en que los dos tipos de tradiciones tratan sus objetos (gente, ideas, dioses, m ateria, universo, sociedades, etc.). Las tradiciones ab strac­ tas form ulan proposiciones. Las proposiciones se sujetan a ciertas reglas (reglas lógicas, reglas de experim entación, reglas de argum entación, etc.) y los objetos sólo afectan a las proposiciones en con­ form idad con las reglas. Esto — se dice— garantiza la «objetividad» de la inform ación tran sm itid a p o r las proposiciones o el «conocim iento» que ellas con­ tienen. Es posible entender, criticar y m ejo rar tales proposiciones sin h aber tro p ezad o con u n o solo de los objetos descritos (ejem plos: física de las p a rtíc u ­ las elem entales; psicología conductista; biología 27 A quí me a y u d a ro n tres libros: el m agnífico Discovery o f the Mind, de B runo Snell; Principies o f E gyptian Art, de H einrich Schäfer, O xford, 1974 (lie u tilizado la edición ale m an a m ucho m ás d e so rd en a d a , p e ro tam bién m ucho m ás in teresan te, que fue p re p ara d a to d av ía p o r el m ism o a u to r), y la o b ra de V asco R onchi, Optics, the Science o f Vision. H o y a ñ a d iría los escritos sobre la h isto ria del arte de Panofsky y, especialm ente, su o b ra que ab re nuevas ru tas, D ie P erspektive als «Sym bolische Form», (reim presa en A u fsätze zu Grundfragen der Kunstw issenschaft, Berlin, 1974), y A lois Riegl, Spätröm ische Kunstindustrie, W is­ senschaftliche Buchgesellschaft, D a rm stad t, 1973. E stos e scrito ­ res h a n c o m p re n d id o m ejor que casi to d o s los filósofos m o d er­ nos el p roceso de la adquisición del co nocim iento y el cam bio de conocim iento. 28 P ara detalles, cf. cap. I, vol. II, de m is Philosophical Papers. El tem a fue m ás e la b o ra d o en mi lección in au g u ra l, E T H -Z ü rich , 7 de ju lio de 1981, con el título de W issenschaft als Kunst (C iencia co m o A rte).

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m olecular que puede ser expuesta por personas que jam ás han visto en su vida un perro o un cerdo). Los m iem bros de las tradiciones históricas tam bién form ulan proposiciones, pero llegan a ellas y las exam inan de u n a form a totalm ente distinta. A ctúan com o si supusieran que los objetos poseen un len­ guaje pro p io e intentan aprenderlo. Intentan ap ren ­ derlo no basándose en teorías lingüísticas, sino p o r inm ersión, lo m ism o que los niños pequeños se fam iliarizan con el m undo. P ara describir un p ro ­ ceso de este tip o son totalm ente inadecuadas cate­ gorías del m étodo de acceso abstracto, com o, p o r ejem plo, el concepto de verdad objetiva. S uponga­ mos que un extranjero quiere entender el signifi­ cado de una expresión facial concreta. Al principio, él no tiene idea de que hay una cosa «objetiva» que debe entenderse: él reacciona sim plem ente. Su p ri­ m era reacción d a form a a lo que de o tro m odo sería un fenóm eno neutral o am biguo (¡relaciones de figura y trasfondo!). El cam bio es advertido por la persona observ ada, provoca u n a to m a de con­ ciencia de sí y cam bia, adem ás, el am biente del fenóm eno (la am abilidad de una persona am able que vive entre gente am able es diferente de la am a­ bilidad de un proscrito). A ñádase la articulación debida al lenguaje, norm as sociales, pensam iento, poesía, artes, costum bres y religión; considérese cóm o el desarrollo, el descubrim iento de cosas irre­ levantes, accidentes, m itos interfieren constante­ m ente en el proceso y p o d rá verse lo absurdo de la idea de una sonrisa am istosa «objetiva» que estaría sim plem ente d ad a ahí, y la de un investigador «científico» que se acercaría gradualm ente cada vez más a su «verdad» 28°. El ejem plo tiene aplicaciones 280 W illy H ochkeppel, cuya noción de verd ad está firm em ente fu n d a d a en trad icio n e s a b strac ta s, no parece c o m p re n d er que la v erdad, tal com o o c u rre en las tradiciones históricas, no sólo guía d e sa rro llo s, sino que también queda constituida por ellos, y

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inm ediatas a cam pos tales com o la psicología, la sociología, la antropología, pero tam bién se aplica a la física (com plem entariedad). En m edicina tenem os la vieja d isp u ta entre los curadores que aprenden m edicina en co ntacto directo con m aestros y gente enferm a (sana) y los teóricos que desarrollan nocio­ nes ab stractas de salud, enferm edad y los corres­ pondientes tests abstractos 29. A m bas tradiciones históricas em plean todos los talentos del hom bre, m ientras que las observaciones abstractas se reali­ zan de u na form a rigurosam ente som etida a reglas. Es b astan te interesante n o tar que las tradiciones abstractas frecuentem ente se convierten en tradicio­ nes históricas y conservan su fecundidad sólo si no se excluyen del to d o tales cam bios. Esto está tam ­ bién co n firm ad o p o r lo que decía yo hacia el final de la sección 2: la ciencia buena es un arte, no una ciencia 30. El análisis de IH es una excelente ilustra­ p o r eso se m odifica de un p erío d o h istórico a o tro . E sto es un rasgo in m am ente de la histo ria, no un fin objetivo situ ad o fuera de ella. T eniendo este c ará cte r, ni puede a poyarse en « d e sa rro ­ llos o ntogenéticos o filogenéticos», ni tam p o c o puede ser una «alternativa»: es d e m a siad o b lan d a e in articu lad a com o noción que p u d iera fu n c io n a r com o a ltern ativ a o su m in istra r u n a base p a ra una alternativa. 29 P arte del d e b ate se explica en Paul M eehl, Clinical vj. Slatistical Prediction, M inneapolis, 1966. 50 M arg h erita von B rentano afirm a que las trad icio n es h istó ­ rica y a b stra c ta son p a rte s de un proceso universal de racio n ali­ zación, que com enzó en la a n tig ü e d ad y que p e rd u ra h a sta hoy. E sto es v erd ad , p ero no elim ina el a n tag o n ism o , el ansia del lado a b stra c to p o r lo g rar el pred o m in io , ni tam p o c o elim ina las d istorsiones del proceso cau sad as p o r tal ansia. Jen ó fan e s, Parm énides, H eráclito y especialm ente P latón se o p onen a H om ero, el « ed u cad o r de to d o s los griegos» (Jenófanes), el «general» de to d o s los filósofos (P latón); critican en p a rte el co n ten id o , en p a rte la fo rm a del pensam iento hom érico (las objeciones del Sócrates p lató n ico , que parecen revelar equivocaciones triviales de los interlo cu to res, son de hecho objeciones a tradiciones in d e p e n d ie n te s d e c o n te n id o p ro p io ; cf. B ru n o S n e ll, D ie E nldeckung des Geistes, G ó ttin g e n , 1975, así com o K. J. D over, G reek Popular M orality, Berkeley-L os A ngeles, 1974). L os nue-

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ción del aspecto-arte de la experim entación cientí­ fica (y de o tras cosas que ocurren en las ciencias). A nthony Perovich (AP) m uestra que, al discutir la in co n m ensurabilidad, yo he pasado de una ver­ sión sem ántica a u n a versión ontológica, y que oca­ sionalm ente ha co n fundido am bas cosas. El cam bio se explica (post hoc, ¡desde luego!) p o r mi creciente convicción de que la m etodología es algo p arasita­ rio en la o n tología y no al revés. La idea del au m en to de conten ido, p a ra aducir un único ejem ­ plo, tiene sentido en un m undo infinito ta n to cuali­ tativa com o cuantitativam ente; no tiene sentido en un m undo finito. Yo añ ad iría que los «principios universales» no deben interpretarse de una form a d em asiado intelectualista (TC M , página 264 y siguientes). P or ejem plo, no deben interpretarse com o principio de uso lingüístico que pueden sepa­ rarse de su em pleo y discutirse aisladam ente. Q ui­ siera, pues, su b ray ar que la inconm ensurabilidad no dificulta el tráfico entre las tradiciones, com o han dicho D uerr, F ran z y otros antes de ellos 30a; y que vos conceptos que in tro d u c e el criticism o son de p o b re c o n te ­ nid o , pero este m ism o rasgo es lo que les perm ite u sarlos en p ru e b as «objetivas». Los co n cep to s a n te rio re s son m ás ricos: dependen de circunstancias, no o riginan pru eb as, sino conside­ raciones d e p lau sib ilid ad (cf. Snell, op. c it., cap. I, así co m o Die A usdrücke f ü r den B e g riff des W issens in der Vorplalonischen Philosophie. B erlín, 1924, reim preso en New Y ork, 1976). La « p rueb am anía» se extiende y ejerce u n a fuerte influencia sobre el de sa rro llo de las ciencias: las consideraciones de objetividad logran el pred o m in io . M uchos tem as del pen sam ien to en el siglo xx (m étodos clínicos versus estadísticos en psiq u iatría; m edicina analítica versus holística; intuicionism o versus fo rm a ­ lism o en m atem áticas; m atem áticas de d e m o stra ció n versus m atem áticas de raciocinio plausible; y así sucesivam ente) son la expresión tard ía de esta «vieja querella entre las artes y las cien­ cias», tal com o lo ex p resab a ya P la tó n , y no o tra cosa es la dis­ p u ta en tre los filósofos del lenguaje o rd in ario y los filósofos que recom iendan la c onstrucción de lenguajes form alizados. Los p aralelo s e n tre H o m e ro y los filósofos del C om m onsense están, p o r tan to , lejos del anacronism o. 3-°a Yo d iscutí la in co n m e n su rab ilid a d varios añ o s antes que

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esto no es una objeción al intento de encontrar p untos de vista unificados (com o parece haber supuesto Scheurer cierto tiem po 31). Lo que esto im pide es un «cam bio dirigido» (C SL , página 28) que restringe un debate im poniendo ciertas condi­ ciones 32. Estoy de acuerdo en que la inconm ensu­ rabilidad no excluye un realism o en el sentido de AP, pero, cuando los científicos declaran que las cosas son reales, piensan en objetos fenom enológicos, y aquí mi argum entación conserva to d a su fuerza. A lan M usgrave ha m ostrado que la trad ició n instrum entalista de la astronom ía antigua era m ucho m ás débil de lo que pretendía D uhem . Lo que él olvidó m encionar es que la ciencia m oderna con­ K uhn in tro d u je ra el térm ino, y m ostré ya cóm o p o d ría c o m p a ­ rarse teorías in conm ensurables y cóm o p o d ría n p re p ara rse entre ellas experim entos cruciales. Cf. Philosophical Papers, vol. I, cap. 2, n o ta 21 y texto. Cf. su R évolutions de la Science et perm anence du réel, París, 1979. 32 Las condiciones son, en su m ayoría, de tipo sem ántico (estabilidad del significado, a u m e n to de co n ten id o , y así sucesi­ vam ente). Se las viola en to d a discusión in teresante. Y, cierta­ m ente, son violadas d u ra n te las revoluciones científicas. Pero n o so tro s po d em o s, n a tu ra lm e n te , c o m p a ra r teorías de otras m uchas m aneras. Así, una teo ría lineal (es decir, una teoría cuyas ecuaciones fundam entales sean ecuaciones diferenciales lineales) es preferible a u n a teoría no lineal; u n a teo ría que p ro ­ duce fácilm ente hechos es preferible a u n a teo ría q u e no es coherente (en la práctica, esta exigencia puede e n tra r en con­ flicto con la exigencia precedente), pues existen condiciones m etafísicas tales com o el «principio de realidad» de E instein, etcétera. Así pues, p odem os e n c o n tra r (y se han e n c o n tra d o fre­ cuentem ente) teorías que tra ta n con áreas que antes eran cub ier­ tas p o r u n a varied ad de diversas teorías. Este caso, sin em bargo, im plica casi siem pre un cam bio de significado: lo que la nueva teo ría a firm a so b re el d o m in io es d istin to de lo que d ecían las teorías p recedentes sobre él y, así, las condiciones sem ánticas m encionadas a rrib a pueden tam bién ser v ioladas (nótese, inci­ d en talm en te, que el m ero cam bio de significado no es suficiente p a ra la in co n m e n su rab ilid a d : el c am b io d ebe ser de tip o es­ pecial).

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du jo a un instrum entalism o de signo contrario: ah o ra se considera com o instrum entos a cualidades y leyes cualitativas. Lo m ism o se aplica a los lazos entre observaciones (subjetivas) y predicciones (obje­ tivas) que están en la base de to d as las observacio­ nes o experim entos «m odernos». A ristóteles ha establecido dichos lazos en su Física; ahí no existía el problem a cuerpo-espíritu. La ciencia m oderna utiliza el instrum entalism o en su p ro p ia base, y lo m uestra (p o r ejem plo, la teoría cuántica de la m edida). En u n a co rta introducción que no tiene n ad a que ver con el tem a central de su texto y que parece h ab er añ ad id o com o una especie de reflexio­ nes posteriores, M usgrave presenta una curiosa crí­ tica de un tra b a jo m ío a n terio r 33. En dicho tra b a jo m o strab a yo que la m ayoría de los argum entos filo­ sóficos en favor de una interpretación realista de la ciencia eran dem asiado débiles, que existían casos especiales d o n d e podían ser derribados p o r conside­ raciones físicas, que p o r esta razón debía hacérseles m ás fuertes, y pasaba entonces a desarrollar una versión m ás fuerte de realism o que pudiera resistir incluso a los co n tra-argum entos físicos. Según M usgrave, yo hago lo contrario: intento en co n trar argum entos universales p a ra el instrumentalismo. No puedo pen sar que A lan haya leído m al mi trab ajo , pues es un crítico m uy esm erado y mi texto es uno de los m ás claros que he escrito yo jam ás, pero estoy dispuesto a aceptar un alegato de dem encia tem poral. Perm ítasem e añadir, incidentalm ente, que ya no creo en la im p o rtan cia de tales pruebas gene­ rales, com o las que expuse en dicho trab a jo , p a ra nuestra com prensión de la ciencia. Estoy de acuerdo con prácticam ente todos los p untos y objeciones presentados en el herm oso 33 R e im p re so c o m o c ap . 11, vol. I, de m is P h ilo so p h ica l Papers.

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ensayo de G ro v er Maxwell sobre el problem a cuerpo-espíritu. A d m ito que, a pesar de mis buenas intenciones, «con dem asiada frecuencia recaí en la [...] p ráctica em piricista [...] de tra ta r el significado de una fo rm a apriórica» (pero tam bién tuve mis m om entos de lucidez y entonces tra té los significa­ dos com o estru ctu ras neurofisiológicas o com o «program as» 34). T am bién adm ito que ocasional­ m ente olvidé la natu raleza d e la teo ría pragm ática de la observación (p ara mis m om entos de lucidez en este p u n to , cf. mi p equeña nota «Science w ithout Experience» 35). Es verdad que, al criticar relaciones de fam iliarización cognitiva, «presenté un títere». Pero, realm ente, yo no fui el que lo presentó, sino los p artid ario s de d ato s sensibles, aunque al elim i­ n arlo creo que he elim inado todos los aspectos de fam iliarización cognitiva, y así, ciertam ente, me he equivocado. N o fui coherente en mi e rro r porque ocasionalm ente supuse, com o había hecho Russell, que el cerebro p o d ría ser directam ente percibido, pero no saqué la conclusión lógica y declaré que algunos hechos eran m entales. No me p ertu rb a dem asiado que algunos de mis argum entos sum inis­ tren m unición al m entalista elim inativo (esto me parece que se aplica a todos los argum entos sobre tem as contingentes). En lo que concierne a la p ro ­ pia teo ría de G ro v er, mi único problem a es que se apoya dem asiado en nociones y m étodos científicos. Ya sé que en el p asad o yo m ism o fui un caprichoso de la ciencia, pero actualm ente me he hecho muy escéptico sobre la a u to rid a d de la ciencia en tem as ontológicos. El hecho de que la «ciencia funciona» no elim ina mi incom odidad. La ciencia funciona algunas veces, y con frecuencia falla. Y, adem ás, la eficiencia de la ciencia viene determ inada p o r crite­ 54 C fr. m is P hilosophical Papers, vol. I, cap. 6, vol. II, cap. 9. 35 N ueva p u blicación en cap. 7, del vol. I de Phil. Papers.

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rios que pertenecen a la tradición científica. La ciencia no salva alm as, pero esto no es parte de su «funciona». Yo concluiría, pues, que G M ha m os­ trad o cóm o nuestras ideas sobre espíritu y cuerpo pueden desarrollarse d en tro del m arco científico sin p or eso elim inar nociones que pueden desem peñar un im p o rtan te papel en otros m arcos de referencia. F inalm ente, el sutil estudio de caso de Van de Vate tiene un significado m uy personal p a ra mí. Joachim -C asim ir Schm oller (no Schm óller, com o sugiere equivocadam ente: el papel del m anuscrito que utiliza debe de haber tenido un grano muy grueso o h a sido incidentalm ente desfigurado por depósitos de insectos; debería dársele un buen cris­ tal de aum ento o hacérsele m irar m ás exactam ente) es un p ariente lejano mío. El legado literario de mi tía m aterna, Josefine M utzenbacher, contiene un m anuscrito b astan te confuso de su p ro p ia m ano, que ah o ra, finalm ente, encuentra su explicación. Puedo co nfirm ar las atrocidades de su latín, aunque su alem án no es m ucho mejor: Schm oller era de origen polaco (no se conserva su nom bre polaco, lo que confirm a o tra de las hipótesis de Van de Vate o su actividad com o agente doble); su principal obje­ tivo vital parece haber sido salvar a C opérnico de la rein terpretación m odernista de G alileo. Pero su am bición no se detuvo ahí; no sólo pretendió m os­ tra r que A ristóteles no fue superado en asu n to s de física y filosofía (un pu n to que nunca puso en d u d a C opérnico); tam bién quiso p ro b a r que el principio vital de A ristóteles afectaría tam bién a la trayecto­ ria de los organism os en caída libre. D om inado por un ataq u e pasajero de dem encia (que en sus cartas describe de m anera conm ovedora com o causada p o r su gran am o r a la V erdad; tengo la ca rta ante mí y el texto casi ilegible donde alrededor de la p alab ra vertías se desintegra, en m ovim ientos espás^tioos, sin sentido, lo que revela claram ente su 58

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estado m ental), él levantó a su hijita de seis años, que ju g ab a a su lado en lo m ás alto de la to rre inclinada, y sólo la decidida intervención de una vigorosa pisana le im pidió arro jarla a u n a m uerte cierta. D u ran te la lucha, dos piedras de tam año desigual se desp ren d ieron del p a rap eto y cayeron a\ suelo (debieron p ro v o car los huecos m encionados p or Van de Vate). La hija era un an tep asad o lejano de mi m adre, y yo agradezco al destino y a la m en­ cionada m ujer h aberla salvado, porque su supervi­ vencia me d a o p o rtu n id a d p a ra defender la sana causa de la falta de salud m ental de Schmoller.

4.

C IEN C IA : U N A T R A D IC IO N ENTRE MUCHAS

Mi segundo tem a era la au to rid ad de la ciencia: no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y el racionalism o occidental a o tras tradiciones, o que les presten m ayor peso. Desde luego podem os deci­ dir in ten tar expulsarlos. Intentándolo, podem os co n struir instituciones que resistan el cam bio; podem os llegar a habituarnos a dichas instituciones, y al final seríam os incapaces de im aginar la vida sin ellas. T odas estas cosas pueden o cu rrir, y h an ocu­ rrido. Mi p u n to de vista es que su excelencia sólo puede dem o strarse de una form a circular, supo­ niendo u n a p arte de lo que debería dem ostrarse. Los más recientes intentos de revitalizar viejas tra ­ diciones, o de sep arar la ciencia y la instituciones relacionadas con ella de las instituciones del E stado, no son p o r esta razón sim ples síntom as de irracio ­ nalidad; son los prim eros pasos de tan teo hacia una nueva ilustración: los ciudadanos no aceptan p o r más tiem po los juicios de sus expertos; no siguen d an d o p o r seguro que los problem as difíciles son m ejor gestionados p o r los especialistas; hacen lo 59

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que se supone que hace la gente m adura 36: configu­ ran sus propias m entes y actúan según las conclu­ siones que han logrado ellos mismos. Principalm ente tengo dos razones p ara mi afir­ m ación. Mi p rim era razón es que no existe ninguna cosa que co rresp o n d a a la palab ra «ciencia» o a la p alab ra «racionalism o». Ni hay nada así com o un «m étodo científico», o un «m odo científico de tra ­ bajo» que g uiaría todas las etapas de la em presa científica (cf. arrib a, sección 2). Pero sin tales uni­ dades y tales m étodos unifícadores no tiene sentido h ab lar de la « au toridad de la ciencia» o de la « au to rid ad de la razón» o afirm ar la excelencia co m p arativ a de la ciencia y /o de la racionalidad. En segundo lugar, los argum entos en favor de la ciencia o del racionalism o occidental em plean siem ­ pre ciertos valores. Preferim os la ciencia, aceptam os sus p ro d u cto s, los atesoram os p o rq u e están de acuerdo con dichos valores. Ejem plos de valores que nos hacen preferir la ciencia a o tras tradiciones son la eficiencia, el dom inio de la n aturaleza, la com prensión de ésta en térm inos de ideas abstractas y de principios com puestos p o r ellas. Sin em bargo siem pre h u b o y sigue habiendo valores m uy d istin­ tos (cf. los ensayos de Naess y D eloria). A dem ás, la ciencia m ism a ha d ad o con frecuencia u n a o p o rtu ­ n idad a tradiciones extracientíficas, precisam ente en el campo de los valores científicos: tienen m ejores 56 Según K ant, la ilustración se realiza cuan d o la gente supera una inm adurez que ellos m ism os se cen su ran . La ilu stra c ió n del siglo x v in hizo a la gente m ás m a d u ra an te las iglesias. U n ins­ tru m e n to esencial p a ra conseguir esta m ad u rez fue un m ayor c o nocim iento del h o m b re y del m undo. Pero las instituciones que c rearon y ex p an d iero n los conocim ientos necesarios m uy p ro n to co n d u je ro n a una nueva especie de inm adurez. H o y se ace p ta el veredicto de científicos o de o tro s ex p erto s con la m ism a reverencia p ro p ia de débiles m entales que se reservaba an te s a o bispos y card en ales, y los filósofos, en lu g ar de criticar este proceso, in te n tan d e m o stra r su «racionalidad» interna.

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resultados; los resultados se logran de una form a más sim ple y producen daños m enores en o tras p ar­ tes (m étodos de diagnóstico m édico, tratam iento del suelo en ag ricu ltu ra, interferencias terapéuticas en m edicina y psicoterapia, etc.). Pueden encontrarse detalles en la p arte 2, secciones 8 y 9 de EFM, así com o en la introducción a este libro. La dependencia de valores específicos ha sido p asad a p o r alto precisam ente p o r aquellos críticos que se h an dad o cuenta de los límites de un p u n to de vista m eram ente científico. Así, el intento de Kekes de su perar el relativism o parece tener éxito solam ente p o rque él ha ad o p tad o ya cierta posición. E sta es co m p artid a p o r m uchos de sus lectores; no se dan cuenta de las suposiciones hechas y conside­ ra r a h o ra las razones deducidas com o «algo o b ­ jetiv o » e in d ep en d ien te de la trad ició n . L a posi­ ción (tradición) de que procede Kekes contiene tres suposiciones: 1) es im portante resolver problem as; 2) existen m étodos más o m enos am biguos p ara resolver problem as, y 3) algunos problem as son independientes de todas las tradiciones; Kekes llam a a los problem as de este género problem as de vida. Se supone, pues, que la conceptualización desem ­ peña una p arte m uy im p o rtan te en el reconoci­ m iento, form ulación y solución de problem as. Pero algunas sectas cristianas, grupos religiosos, tribus enteras consideran las cosas, que nosotros denom i­ nam os problem as que necesitan u n a «solución», com o tests necesarios de fibra m oral, o com o pre­ paraciones p a ra u n a difícil tarea (cf. el D euteroIsaías) o com o caprichos que divierten en vez de co n stern ar y que u n o sim plem ente deja pasar en lugar de in ten tar resolverlos 37. O tros solucionan 57 Los rep resen tan tes g u bernam entales blancos del A frica C entral a m enudo se vieron to talm en te d esconcertados p o r el hécho de que p ro b lem as que ellos h ab ían a d v ertid o , sobre los

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problem as básicos recurriendo a una escatología que los convierte en pasos necesarios hacia la vida espiritual: «los p roblem as de la vida» en el sentido de Kekes desem peñan un papel sólo en tradiciones especiales y relativam ente jóvenes, donde los cuer­ pos h um anos, los progresos m ateriales y el pensa­ m iento ab stracto son las únicas cosas consideradas com o im portantes o, p ara expresarlo de o tra form a, tales problem as son «relativos a» las tradiciones fundam entadas en valores m aterialistas y hum anís­ ticos. Sus soluciones es claro que no pueden ser jueces im parciales de tales tradiciones. A dem ás, dependen de lo que nosotros esperam os de la vida, p o rq u e hay m uchas form as distintas de vida. Esto se m uestra en nuestros artistas. Incluso cam pos «objetivos» com o la m edicina dependen de nociones tales com o las de enferm edad y salud, que no sólo poseen una historia, sino que pueden cam biar tam ­ bién con la cu ltura a que pertenece la persona enferm a (cf. los resultados de F oucault que fueron anticipados p o r algunos m édicos antiguos). Hay que ad m itir que m uchos valores y m uchas culturas han cesado de existir: nadie sigue tom ándolos ya en serio. Pero Kekes quiere una solución teórica del p roblem a del relativism o, y tal solución no se encuentra en cam ino. O bservaciones sim ilares hay que aplicar al intere­ sante y p ro v o cad o r ensayo de N o re tta K oertge. En la m edida en que yo puedo verlo, hay m ucho que h abían tra b a ja d o y presen tad o luego a sus colegas negros, no eran tra ta d o s seriam ente, con un m ay o r esfuerzo m ental, sino q u e e ran d e ja d o s de lad o c o n risas: m ie n tras m ás grave era el pro b lem a, m ay o r era la h ilaridad. E sto — decía el racionalista b lan co — era una fo rm a de c o n d u cta m uy irracional (y real­ m ente lo era de acu e rd o a sus p au tas). P o r o tro lad o , ¡qué espléndido m o d o de e v ita r gu e rra s y to d a la m iseria q u e ellas a p o rta n ! Los p rincipios de K ekes articu lan los m étodos h a b itu a ­ les en ciertas tradiciones: no tienen u n status «objetivo», es decir, trans-tradicional.

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acuerdo p ráctico entre nosotros. Sin em bargo, N oretta to d av ía distingue entre apariencia y reali­ dad y afirm a que la ciencia produce resultados auto rizad o s sobre la últim a. H ay que alab arla p o r su b ray ar que, al tra ta r con otros, la apariencia de los ciu d ad an o s (que después de to d o es nuestra única guía) es p o r lo m enos tan im p o rtan te com o la «realidad» (que es precisam ente la form a com o a p a ­ recen las cosas a los expertos de m oda): «N o sólo debe hacerse justicia, sino que debe parecer que se hace justicia». Lo que cuenta en una dem ocracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir, su subje­ tividad y no lo que pequeñas bandas de intelectua­ les autistas declaran que es real (si a u n experto no le gustan las ideas de la gente corriente, to d o lo que tiene que hacer es h ablar con ella e in ten tar p ersu a­ dirla p ara pensar en líneas distintas; sin em bargo, no debe o lv id ar q ue m ientras él se com prom ete en esta actividad, es un m endigo y no un «m aestro» que intenta presionar cierta verdad en las cabezas de alum nos renitentes). P ero la distinción que introduce N o retta no puede sostenerse. Estoy de acuerdo en que las ciencias y las civilizaciones cons­ tru id as a su alred ed o r contienen algo llam ado «opi­ nión de expertos», pero esto tam bién es verdad en o tras tradiciones (p o r ejem plo, es verdad del D ogon tal com o ha m o strad o G riaule en su m aravilloso libro). T am bién adm ito que la opinión de los exper­ tos ocasionalm ente m uestra convergencias. Pero la convergencia en algunas áreas, en cierto m om ento, está m ás que com pensada p o r la extrem a divergen­ cia en otras. Sin em bargo, la convergencia ocasional de la opinión de los expertos no establece u n a a u to ­ ridad objetiva, y, si lo hace, entonces tendrem os que elegir entre m uchas au to rid ad es diferentes: la distinción entre experto-realidad, p o r un lado, y lego-apariencia, p o r otro, se diluye en lo que le pare­ ce a cada un o de n o sotros, incluyendo los expertos. 63

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Lo que los racionalistas clam ando p o r la objeti­ vidad y la racio n alidad intentan vender es u n a ideo­ logía tribal p ro p ia, y esto se adviente claram ente en las reacciones de algunos de los m iem bros de la trib u m enos d o tados. Así, T ibor M acham (TM ), escribiendo a co sta de un equipo om inosam ente denom inado The Reason Foundation 3S, distingue entre pau tas, ideas y tradiciones aceptables y tra ­ diciones que son «sim plem ente caprichosas y des­ tru ctiv as p a ra la vida hum ana». ¿Qué es lo racional en esta distinción? U na teoría del hom bre. ¿D ónde está la substancia de su teoría del hom bre? En que los «seres hum anos son anim ales racionales [...], seres biológicos con la necesidad característica y con la capacidad de pensar según principios (o con­ ceptualm ente) y de acción». Esto, desde luego, es una descripción perfecta del intelectual, pero una p ersona con u na perspectiva algo distinta podría objetar, m odestam ente, que la «teoría del hom bre» de TM es sólo una entre m uchas y que los intelec­ tuales sólo constituyen todavía un débil porcentaje de la hum anidad. Existe tam bién la idea de que el hom bre es un e rro r del m undo m aterial, incapaz de com prender su posición y su finalidad y «con una necesidad característica» de salvación; existe la idea, íntim a­ m ente relacio n ad a con la m encionada, de que el hom bre es una chispa divina encerrada en una vasija terren a, u n a «huella de oro im plantada en el b arro», com o solían decir los gnósticos «con la característica necesidad» de liberarse p o r la fe. Y éstas no son precisam ente ideas abstractas: pertene­ cen a form as de vida que se estru ctu raro n de acuerdo con ellas. O tra form a de vida de este género contiene la idea de que el hom bre quiere 38 Me refiero a u n a recensión de C S L que a p are ce rá en Philo­ sophy o f the Social Sciences.

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huir del sufrim iento, que el pensam iento y la activi­ dad finalizada b asad a en el pensam iento son las principales causas del sufrim iento y que el sufri­ m iento sólo cesará cuando se elim inen las distincio­ nes habituales y los fines usuales. El Génesis de los H opi p resenta al hom bre en u n a arm onía inicial con la n aturaleza. El pensar y el esfuerzo, es decir, la m ism a «necesidad de pensam iento según princi­ pios y acción» que TM pone en el centro de su teo­ ría del h om bre, destruyen la arm onía, los anim ales se retiran del hom bre, la especie hum ana se divide en razas, surgen trib u s con ideas y lenguajes dife­ rentes, h asta que los individuos ni se entienden unos a otros. Pero los seres hum anos, teniendo esa «característica necesidad y capacidad de» arm onía pueden su p erar la fragm entación liberándose de las cadenas del pensam iento conceptual y de la lucha así o rig in ad a y recu p erar el equilibrio original. H ay num erosas ideas de este tipo y todas ellas difieren de la «teoría» m encionada y considerada como demostrada p o r TM . D esde luego, TM está en su derecho de favorecer una visión o condenar otra. Pero lo hace en una pose de racionalista y hum anitarista. P retende no tener sólo anatem as, sino tam ­ bién arg um entos, y pretende que le m otiva su am o r a la hu m an id ad . Un exam en de su crítica m uestra que am bas pretensiones son espurias. Sus argum en­ tos no son sino an atem as pronunciados con la envarada retórica del erudito endiosado, y su am o r p o r la hum anidad se detiene ju stam ente a la puerta de su oficina. C om o es h ab itu al entre los eruditos, TM utiliza casos no analizad o s com o el de las m uertes de Jonestow n p a ra asu star a su lector en lugar de inten tar ilustrarle (los «racionalistas» germ anos uti­ lizan A uschw itz y, más recientem ente, el terrorism o ad nauseam, con el m ism o propósito). «Estos son casos sencillos», dice TM . ¿H asta dónde puede lle­ 65

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gar tu ingenuidad? A lgunas personas, se suicidaron librem ente, sabiendo a conciencia lo que hacían (caso 1). O tros vacilaban, estaban indecisos, les h ab ría gustado sobrevivir, pero se som etieron a la presión de sus com pañeros y de sus líderes (caso 2). Finalm ente, otro s fueron sim plem ente asesinados (caso 3). P ara TM no existen estas distinciones. Pero son com pletam ente esenciales p ara un análisis aleccio n ad o r del caso. El caso 3 puede ser «fácil» si uno prefiere h ab lar de esta form a superficial, a u n ­ que hay notables problem as precisam ente aquí (¿H abría que m atar el cuerpo p a ra salvar las almas? Los inquisidores racionales pensaban así y con argum entos excelentes. ¿Pueden dejarse de lado tales argum entos? ¿H em os de to m ar el m aterialism o com o algo dem ostrado? No tengo dificultad ante el últim o m étodo, pero ¿a dónde llevaría esto a un racionalista, es decir, a una persona que pretende tener razones p a ra cada m ovim iento que hace?) El caso 1 es de nuevo «fácil», aunque no de form a que supone TM . Desee luego, es «destructivo p a ra la vida hum ana», pero ¿es la vida hum ana el valor suprem o? Los m ártires cristianos ciertam ente no p en sab an así (y ni TM ni otros racionalistas han logrado d em o strar que estuvieran en el error). Tenían u na opinión diferente, y eso es todo. Sócra­ tes expresaba sentim ientos sim ilares cuando se sui­ cidó (¡recuérdese que h abría podido ab a n d o n ar A tenas!). Ni p o r una vez se le ocurre a TM que su visión del hom bre no es sino u n a entre m uchas posibles, y que él m ism o form a parte del debate, no es su supervisor. Q ueda el caso 2: aquí estoy ple­ nam ente con los que piden que la gente debe ser protegida ante las presiones de los m iem bros del grupo o de los líderes. Pero este «caveat» debe apli­ carse tan to a los líderes religioso del tipo del Reve­ rendo Jo n es com o a los líderes seculares, com o son filósofos, Prem ios N obel, m arxistas, liberales, per­ 66

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sonas de influjo en fundaciones y sus representantes educacionales: hay que robustecer al joven contra la m anipulación p o r los llam ados m aestros y, sobre to do, co n tra los racio-fascistas com o TM y sus cole­ gas; de lo co n trario , estarán en peligro de p erd er su alm a sin haber tenido una o p o rtu n id ad de conside­ ra r siquiera la m ateria y de haber tenido en cuenta sus propios deseos. N o es necesario decirlo: la edu­ cación co n tem p o rán ea está lejos de co n co rd ar con este principio. F inalm ente quiero re fu tar un argum ento sobre la superioridad de la ciencia que parece ser m uy p o p u ­ lar, pero que está totalm ente equivocado. Según este argum ento, las tradiciones no-científicas tuvie­ ron ya su o p o rtu n id ad , pero no sobrevivieron a la com petencia de la ciencia y del racionalism o. D esde luego, la cuestión obvia es: ¿fueron elim inadas p o r m otivos racionales, o su desaparición fue resultado de presiones m ilitares, políticas, económ icas, etc? Por ejem plo, ¿se elim inaron los rem edios ofrecidos p o r la m edicina india (que m uchos m édicos norteram ericanos to davía utilizaban el siglo xix) p o r haberse co m p ro b ad o que eran inútiles o peligrosos, o p o rq u e sus inventores, los indios, carecían de p o d er político y financiero? 39 ¿Se elim inaron los m étodos tradicionales de la agricultura y fueron sustituidos p o r m étodos quím icos p o r una superio­ ridad sobre el terreno, o p o r ser la quím ica clara­ m ente superior, o p o rque se generalizaron sin más exam en los éxitos de la quím ica en otros dom inios muy lim itados y p o rque las instituciones que a p o ­ yaban la quím ica tuvieron el poder de sustituir este 39 R ecientem ente, un in stitu to de investigación alem án exa­ m inó unos 800 p ro d u c to s farm acéuticos c o n tra varias fo rm as de e nferm edades del co razó n y e n c o n tró que p o r lo m enos el 80 % de ellos eran to ta lm e n te inútiles. ¿C óm o h ab ían sido a ce p ta d o s tales m edios al p rincipio? C iertam en te, la investigación n o des­ e m peñó ahí ningún papel.

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brinco intelectual con coacción práctica? En m uchos casos, la contestación es del segundo tipo: las trad i­ ciones diversas de las del racionalism o y de las ciencias fueron elim inadas no porque un exam en racional hubiera dem ostrado su inferioridad, sino p o rque presiones políticas (incluida la política de ciencia) arro llaro n a sus defensores. La referencia a oportunidades pasadas pasa tam ­ bién p o r alto un im portante rasgo en el desarrollo de las ciencias: incluso refutaciones claras e inequí­ vocas no sellan el destino de un interesante punto de vista (p ara lo que sigue, cf. C SL, páginas 115 y siguientes): la idea del m ovim iento de la tierra fue exam inada y refutada en la A ntigüedad, pero reto rn ó y arro lló a sus arrolladores. La teoría a tó ­ m ica se in tro d u jo (en O ccidente) p ara «salvar» m acrofenóm enos, com o el del m ovim iento. Fue superada p o r la filosofía, m ás sofisticada en los aspectos dinám icos, de los aristotélicos; regresó con la revolución científica, tuvo que retroceder al des­ arro llarse las teorías de la continuidad, volvió de nuevo a fines del siglo xix y experim entó un nuevo retroceso con la com plem entariedad. La lección a sacar de ejem plos de este género es que un re tro ­ ceso tem poral en una ideología, u n a teoría o una tradición no debe tom arse com o fundam ento p ara elim inarlos 39°. U no advertiría tam bién chocantes y b astan te incóm odas sem ejanzas entre esta argum en­ 590 L os teólogos católicos y p ro testa n tes se han hecho m uy h u m ild e s a n te la s c ie n c ia s . S u p o n e n q u e los a r g u m e n to s científicos c o n tra un d e te rm in a d o p lan team ien to pueden a ca b ar con dich o p u n to de vista de u n a vez p a ra siem pre y q u e nadie g a n aría n a d a p rosiguiendo su defensa. Pero si los científicos no a ce p ta n el veredicto de sus colegas, si c o n tin ú a n tra b a ja n d o ideas d e sa cre d ita d as y si su testaru d ez les conduce ocasio n al­ m ente a un gran éxito, entonces ¿por qué debería detenerse a los teólogos, so b re to d o si ellos poseen no sólo u n a m etodología, sino tam b ién u n a visión del ho m b re, un ingrediente que d esg ra­ ciad am en te fa lta en la ciencia? P a ra m ás detalles so b re el tem a a rrib a m encionado, cf. vol. I, cap. 8, de mis Philosophical Papers.

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tación y com en tario s com o los que hacían los nazis después de su triu n fo de 1933: el liberalism o ha tenido ya su o p o rtu n id ad , ha sido superado p o r nuevas fuerzas que han p ro b a d o así su excelencia. Finalm ente, b asta con que los ciudadanos elijan las tradiciones que ellos prefieren. La dem ocracia, la fatal incom pletud de to d a crítica, el descubrim iento de que el pred o m in io de u n a m anera de ver nunca es ni ha sido el resu ltado de una aplicación exclusi­ vista de los principios defendidos p o r dicho m odo de ver, to d o esto sugiere que los intentos de revivir tradiciones antiguas y de intro d u cir nuevas perspec­ tivas anticientíficas han de ser acogidos com o al com ienzo de u n a nueva era de ilustración donde nuestra acción sea guiada p o r cierta dosis de visión y no sim plem ente p o r eslóganes piadosos y con fre­ cuencia totalm ente enajenados m entalm ente.

5.

R A ZO N Y P R A C T IC A

En este p u n to , m uchos críticos, al parecer, están b astan te más adelan tados que yo. Pueden estar de acuerdo con mis sentim ientos, pero me urgen a tra ­ ta r de tem as m ás im portantes. Es verdad — dicen— que el racionalism o no puede ser defendido de u n a form a racional y que no existe pru eb a científica de la ciencia, p ero esto apenas si es un descubrim iento de interés. A dem ás, una m era reseña intelectual de sus defectos no alterará las instituciones que lo sos­ tienen. Tal reseña no puede explicar precisam ente el p o d er de la ciencia en el curso de la historia. P or esta razón, mi n arración es incom pleta e induce a erro r. H asta qué p u n to es incom pleta se m uestra en mi política. P orque aquí yo o no digo n ad a en ab soluto, o solam ente cosas infantiles. Vuelve a tus libros — exclam an estos críticos— , estudia las cosas más detenidam ente, léete a M arx (¡desde luego!), 69

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quizá tam bién un poco a W eber y A dorno, y vuelve a no so tro s sólo cu ando hayas com enzado a exam i­ n ar seriam ente la sociedad. Yo adm ito , sin m ás, que mis observaciones sobre ciencia y política son incom pletas y que no llegan ni a un tosco esbozo. Esto parcialm ente se debe al p ro p ó sito que yo m ism o me he fijado. Mi intención no era desarrollar una nueva teoría del conoci­ m iento y de la sociedad, sino m o strar la fatal debi­ lidad de u n a vieja teoría. P ero yo tam bién expliqué que, y p o r qué, no podem os tener más. C om o he sub ray ad o en T C M y en C SL (EFM), y com o he vuelto a arg u m en tar en la sección 2 del presente ensayo, no puede haber ninguna teoría del conoci­ miento y de la ciencia que sea a la vez adecuada e informativa prescindiendo de qué ingredientes socia­ les, económicos, etc., quiera uno añadir a la teoría. Yo ofrecí dos razones de esta situación. El m undo en que vivimos es dem asiado com plejo para ser com prendido p or teorías que obedecen a principios (generales) epistem ológicos. Y los científicos, los políticos —cualquiera que intente com prender y /o influir al m undo— , teniendo en cuenta esta situa­ ción, violan reglas universales, abusan de los con­ ceptos elaborados, distorsionan el conocim iento ya obtenido y d esbaratan constantem ente el intento de im poner una ciencia en el sentido de nuestros epistem ologistas. El proceso, en un alto grado, es inconsciente, com o puede verse en los m uchos intentos p o r p resentarlo com o algo realizado en con fo rm id ad con las «leyes de la razón»: «subjeti­ vam ente», la m ayoría de los científicos obedece a reglas estrictas y sin piedad. «O bjetivam ente» p ra c­ tican un arte o un oficio. Yo no niego que las con­ diciones que influyen sobre habilidades en el des­ em peño de un oficio pu ed an ser descritas y que puedan explicarse sus efectos. Pero la explicación consiste en cam biar al interro g ad o r hasta que llegue 70

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a ser capaz de p a rtic ip a r en la habilidad que quiere explicar y en usar las historias que llegan así a su m ente, y no en u n a deducción a p a rtir de principios «objetivos» que no presuponen un dom inio de tal habilidad (cf. Phil. Papers, volum en II, páginas 5 y siguientes). T am poco quiero negar a las artes un puesto den tro de las ciencias; to d o lo co n tra rio , me parece que lós artistas han resuelto problem as que todavía confunden a serios pensadores objetivos (por ejem plo, cóm o cap tar la subjetividad de una persona de u n a fo rm a que la haga accesible a otras), y que sus m edios de presentación son m ucho m ás ricos, m ucho m ás adaptables y m ucho más realistas que los estériles esquem as que uno puede en c o n trar en las ciencias sociales. Pero los críticos, al n o ta r la po b reza de mis sugerencias positivas, apenas han pensado en las artes; lo que ellos desea­ ban eran teorías científicas y program as políticos basados en la ciencia. Y aquí es donde se aplican en to d a su fuerza mis objeciones: el desarrollo de la ciencia, su relación con las condiciones externas, sean ideas o circunstancias m ateriales, tales com o las exigencias de gu erra, sólo pueden ser determ ina­ das de una fo rm a práctica, p o r ejem plo, p o r científi­ cos y generales que colaboren, en un determ inado tiem po, con un cierto objetivo; y los resultados de tal colaboración no p o d rán pasarse p o r alto. Pode­ m os describirlos después de que se ha concluido el proceso, pero todo intento de generalizar esta des­ cripción y convertirla en una teoría del cam bio científico debe fracasar. ¿Por qué? Porque el resul­ tad o depende de condiciones que son en parte «objetivas» (por ejem plo, propiedades de los m ate­ riales), pero que tam bién contienen un am plio com ­ ponente «subjetivo» (por ejem plo, el tem peram ento de un particip an te). A m bas condiciones pueden perm anecer estables du ran te largos períodos de tiem po, pero la estabilidad de las relaciones ab strac­ 71

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tas causadas p o r ello no m uestran que hayam os en contrado p o r fin la naturaleza de la R azón Cien­ tífica; sólo m uestra que el espíritu del m undo a veces duerm e. Así que no soy yo quien tiene dem asiada con­ fianza en el p o d er de la teoría y del esfuerzo del espíritu hum ano, sino mis contrarios. Ellos escriben libros que in ten tan ap reh en d er la ciencia y el racio­ nalism o desde fu era, y luego sugieren reform as sobre la base de los m odelos obtenidos. Ellos creen que debe ser posible desem brollar y do m in ar la ciencia, el capitalism o, el im perialism o y m uchas o tras cosas con la ayuda de alguna bonita teoría pequeña; ellos me piden que lea libros p a ra que lle­ gue a co m p ren d er m ejor el papel social de la cien­ cia, m ientras que yo he intentado dem ostrar que la práctica científica y la teoría filosófica difieren ya en casos tan sim ples com o el surgim iento de la teo ­ ría de la relatividad o de la m ecánica cuántica. C onfían en el po d er de la razón en áreas donde sólo puede obstaculizar el progreso, y dudan de ella donde p o d ría realm ente ayudar. P orque la inteligencia y las ideas que vienen con ella tienen m ucha m ás influencia de lo que suponen los apóstoles de u n a visión m ás com pleja de la his­ toria. M ás del 30 % de los ciudadanos de los E sta­ dos Unidos superan actualm ente el pugilato de la capacitación a estudios superiores. La indoctrina­ ción que reciben deja huellas claras y precisas. Es verdad que m uestra m uy poco de la calidad de la m ism a inteligencia; to d o lo que m uestra son sus reflexiones toscam ente distorsionadas en las oficinas universitarias, sus corredores y aulas, pero sigue creando la im presión de que ha sido una cierta fo rm a de pensar lo que ha hecho del m undo lo que es hoy. Precisam ente aquellos autores tan fascina­ dos p o r las fuerzas sociales, y que se m ofan de los poderes del pensam iento puro, sólo raras veces 72

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intentan vigilar de cerca dichas fuerzas. Ellos no participan en las prácticas que pretenden haber creado, no perm iten que ellas guíen su pensam iento, no, perm anecen hundidos en sus pupitres, en sus oficinas, en sus bibliotecas, en sus buhardillas, y allí escriben ensayos y libros donde la fatal incom pletud de los m étodos p uram ente intelectuales se m uestra con argum entos brillantes e irrisión m ordaz. El gran respeto que precisam ente la gente crítica m ani­ fiesta ante los expertos se m uestra en la angustiada reverencia con que m uchos de ellos aceptan el juicio de sus m édicos y cum plen sus órdenes. U na persona que acab a de o ír que él, o ella, debe ser o p e ra d a de cáncer; que es in fo rm ad a de su tragedia en la atm ósfera carcelaria de un hospital m oderno donde uno se p regunta, donde uno nunca sabe exacta­ m ente lo que sucede pero cum ple toda orden reci­ bida; una p ersona que busca consuelo y fortaleza p ara enfrentarse con lo inevitable en un psiquiatra (p alab ra de m édico = juicio divino); este paciente apenas es ya u na persona; indefenso y consum ido p o r el tem or, él o ella es sim plem ente el objeto de las m aquinaciones de torturadores expertos 40. A hora bien, si u no explica que todo este circo del destino no es algo inevitable; que es el p roducto falible de seres hum anos; que parece sólo im presio­ nante p o r el excelente trab a jo de relaciones públicas y la buena gestión del escenario; si uno añade que la gente que h ab ita el circo, aunque conozca algu­ nos buenos trucos (recosido de m iem bros heridos, incluido el pene), usa tales trucos m ucho m ás allá de su dom inio de aplicabilidad (cortando, que­ 40 Situaciones com o éstas no han sido inventadas: suceden día tras día en n u e stro s hospitales, ju stific an d o el dicho de N o rm a n C ousin de que un h o sp ital es el p e o r sitio p a ra qu ien in te n ta ponerse b ueno (los hospitales tienen tam bién el m ay o r coefi­ ciente de accidentes de c ualquier tip o de em presa; cf. Iván Illich, M edical Nemesis.

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m ando, serran d o al m enor pretexto, usando im pre­ sionantes m aquinarias p ara achaques triviales; muy p ro n to tendrem os una m áquina-de-extracción-deastillitas-de-un-m illón-dólares), que con m ucha fre­ cuencia no saben ni de lo que hablan, pero que o cu ltan su ignorancia con u n a tan d a de tests aquí, algo de cirugía ex p loratoria allá, sólo para d ar la im presión de que están al cabo de todo; que a m enudo rechazan procedim ientos inofensivos (dieta en el caso de cáncer), sin exam inarlos siquiera y sin la m ás m ínim a curiosidad; que los éxitos de la m edicina científica en conjunto son un tem a b as­ tante quisquilloso, precisam ente en el dom inio donde pretende ser plenam ente com petente; que existen estudios que m uestran fallos totales en cier­ tas áreas (fallo total práctico, pues la teoría puede seguir en su apacible sendero); que «el m étodo cien­ tífico» a que se apela en caso de dificultad sim ple­ m ente no existe; que en m edicina, lo m ism o que en cualquier o tro cam po, los deficientes m entales supe­ ran con m ucho el n úm ero de la gente inteligente; si uno explica todas estas cosas a la víctim a o a la víc­ tim a planeada, entonces el poder institucional de las sociedades médicas no h ab rá dism inuido en un ápice, pero uno h ab rá elim inado la angustia, la im presión de inevitabilidad, y h ab rá ayudado a un ser h um ano en su esfuerzo p o r seguir siendo una persona con dignidad y respeto propio, aun en situaciones de auténtica prueba. Los científicos sociales m uestran poco conocim iento de la n a tu ra ­ leza h u m an a al dejar de lado estos aspectos y to d a ­ vía m enos com pasión al p roponer que se pase a otros tem as pretendidam ente m ás im portantes. H oy, cuando la «form a correcta de pensar» desem ­ peña un papel tan im portante y cuando sus preten­ didos resultados tienen tal au to rid ad , u n a ilusión m eram ente intelectual es m ucho más que un lujo. N o sólo sum inistra inform ación, sino que ayuda 74

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tam bién a la gente a resistir los intentos de los polí­ ticos, cardenales, cirujanos y físicos nucleares que quieren convertirla en dóciles instrum entos de sus m aquinaciones. Y cuando el tem a llegue a co n o ­ cerse m ejor y cada vez m ás gente em piece a consul­ ta r a curanderos en vez de a fontaneros científicos del cuerpo, entonces tam bién se irá erosionando el poder social de la m edicina científica. T om em os o tro ejem plo. Un prisionero, al que exam ina un p siq u iatra de la prisión y le dice que sus tendencias antisociales están relacionadas con sucesos en p arte dolorosos, en parte incom prensi­ bles de su niñez, está som etido a u n a gran presión psicológica y física 41. Parecen inevitables cam bios de perso n alid ad . A quí, de nuevo, algunas ideas sobre las lagunas, y, quizá, la com pleta vacuidad de la p siq u iatría científica, po d rían au m en tar su m ar­ gen de libertad 42. C onsidérese, adem ás, a personas que particip an en culturas diferentes, com o Josephus Flavius, el h isto riad o r 43, los intelectuales de H aití, o jóvenes indios a que se obliga al conflicto y que sufren de él 44. Las ventajas, p o r un lado —ciencia occiden­ tal— , parecen ap o yarse en una com binación única de principios filosóficos y de éxitos prácticos: el pensam iento y la m ateria se com binan de una form a tal que p erm ite llegar a grandes ideas y a resultados prácticos terroríficos, especialm ente en el 41 S obre los efectos de tal presión, cf. la biografía de G enet p o r Sartre. 42 Los p resid iario s calan las p retensiones científicas de los psiq u iatras de las prisiones, los m anejan a su gusto, consiguen excelentes evaluaciones, son liberados antes de tiem p o y así m uestran que su sen tid o com ún es m uy su p e rio r a las sutiles teorías de los expertos. 41 Cf. la novela de Lion F euchtw anger com o u n a buena des­ cripción de la vida en el lím ite entre tradiciones diferentes. Cf. C hildhood and Society, de Erik E rikson, así com o la b iografía de E rikson escrita p o r Colé.

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dom inio de la guerra 45. Si uno m uestra que el com ­ ponente intelectual es m ucho más débil de lo que pretenden los apóstoles de la racionalidad, si uno explica que no puede existir p o r sí m ism o, que los llam ados argum entos en su favor son engaño y sus principios m itos, si uno recuerda a sus potenciales seguidores que los m ism os resultados prácticos son m ucho más restringidos de lo que se anuncia y que deben ser exam inados en cada caso (la habilidad en la construcción de cañones no im plica una excelente m edicina; los éxitos en la elim inación de plagas no van m ano a m ano con la habilidad p ara cu rar el cáncer), entonces surgirá la posibilidad de utilizar las ventajas del racionalism o occidental, sin destruir al m ism o tiem po los valores tradicionales 46. D esde luego, to davía no poseerem os una teoría de la cien­ cia, o del im perialism o, pero tendrem os algo m ucho m ás im p ortante: habrem os reducido la presión psi­ cológica del éxito (parcial), habrem os reconocido que hay m ás de u n a m ísera m anera de hacer las 45 E sta hipótesis es lo que condujo a un chauvinism o cientí­ fico en C h in a y en J a p ó n . Los co m u n istas fu e ro n suficiente­ m ente inteligentes co m o p a ra no doblegarse an te la a u to rid a d de la ciencia (TC M , p. 35), y los vietn am itas, m ás tard e , re fu ta ­ ron la idea de que la ciencia d a la victoria al p o d e r m ilitar. Sobre el d e sa rro llo en el Ja p ó n , cf. C arm en B lacker, The Japa­ nese Enlightenm ent, C am bridge, 1969. 46 M arg h erita von B ren tan o escribe que el racio n alism o no fue in ventado p o r los filósofos, sino que surgió en el curso de un proceso m ás am p lio de racionalización, y pone com o parte de dicho proceso la a p ro p iació n de las arm as e ideas de Occi­ dente p o r las naciones d o m in ad as. Si u n o lo adm ite, com o lo he hecho yo (Phil. Papers, vol. II, cap. 1), entonces n o puede p asar p o r a lto las o p o rtu n id a d e s que se p e rd ie ro n en la recepción: los «m odernistas» fueron m ás lejos: elim inaron sus p ro p ias tra ­ diciones en lu g ar de co n te n tarse con m odificarlas. A lgo m ás de reflexión p o d ría haberles enseñado las desventajas de tales exce­ sos. P or o tro lado, he su b ray ad o con frecuencia que el m ito, la religión o las form as trad icio n ales de p en sar no desap areciero n p o r ser m ejores las ciencias, sino «porque los apóstoles de la ciencia eran los conquistadores m ás decididos» (C SL, p. 118, en cursiva en el original).

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cosas, y así habrem os abierto el cam ino a sueños que h asta ah o ra no tenían posibilidad de llegar a realizarse. C on esto, vuelvo ah o ra a la objeción que afirm a que yo digo m uy poco sobre cóm o puede usarse esta libertad recién conquistada. Esto es com pleta­ m ente cierto, pero ya he expuesto mis razones. Vivir es un ofició que sólo puede ser com prendido p o r los que lo p ractican, y lo m ism o puede decirse de la política. Yo no creo que los planes políticos deban desarrollarse desde deseos, observaciones o ideas que se originan independientem ente de la realidad (social, psicológica, física) que hay que reform ar, com o resultado de un raciocinio «obje­ tivo» sobre dicha realidad, y dudo de que acciones pertinentes puedan discutirse independientem ente de las intuiciones y em ociones que las guiarían dentro de los en to rn o s pertinentes. D esde luego, una discu­ sión ab stracta tiene resultados; tenem os ah o ra teo­ rías, ideas, planes, argum entos y, quizá, incluso algunos principios sobre el juicio m oral, pero el intento de p asa r a la realidad lo hablado conduce siem pre a situaciones inesperadas o, si uno no las percibe p o r estar dem asiado em bebido en la ideolo­ gía m im ada, a penosas distorsiones del hom bre y de la sociedad 47. Tóm ese el ejem plo m ás sencillo: dos personas que se am an. A quí tenem os ya m uchos desarrollos no previstos e imprevisibles. C om enza­ mos con dos seres hum anos m ás o m enos definidos; pero éstos cam bian, sus ideas, em ociones y deseos se tran sfo rm an , to d o el m undo se les m uestra a una luz distinta. ¿Quién com prende tales transform acio­ nes, quién las advierte, quién sabe cóm o ac tu a r d u ran te su curso? Los am igos y los íntim os, no teó­ 47 Estoy plenam ente de acu erd o con la aversión de H ayek a los esquem as a b strac to s en política, pero yo extendería tam bién dichas razones a las ciencias naturales.

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ricos distantes. Volvem os a en co n trar de nuevo una im p o rtan tísim a diferencia entre problem as ab strac­ tos, tales com o los que he discutido en la sección 2, y los problem as de la acción práctica (incluyendo las acciones prácticas del teórico). Los problem as surgen p o rque usam os principios abstractos (prim er ejem plo extrem o: el U no incam biable y hom ogéneo de Parm énides). O casionalm ente pueden resolverse de form a ab stra cta (lo que no es enteram ente ver­ d ad, pero contentém onos ah o ra con una prim era aproxim ación). P or ejem plo, es relativam ente fácil exponer los errores de los racionalistas m odernos (positivistas, racionalistas críticos, m arxistas), que pretenden h ab er en co n trad o reglas adecuadas y fecundas p ara la investigación. Pero, si uno quiere hacer avan zar las m ism as ciencias, entonces no bas­ tan ya los arg u m en tos abstractos: uno m ism o debe sum ergirse en la práctica del dom inio que uno quiere hacer progresar; hay que in ten tar el Fingers­ pitzengefühl * necesitado en este dom inio, lo m ism o que un artista adquiere conocim iento y habilidades técnicas, y la investigación sólo puede com enzar después de que este proceso de crecim iento ha lo grado un equilibrio tem poral. En política, la situación es exactam ente la m ism a. Es fácil soñar con teorías grandiosas sobre la naturaleza hum ana y la sociedad, y es igualm ente fácil ridiculizar tales teorías co m p arándolas con la inagotable riqueza de la realidad y con la infinita variedad de deseos, ideas, sentim ientos y aspiraciones del hom bre. Pero después, la dim ensión crítica de las teorías queda reem plazada, no p o r un esquem a m ejor o p o r ideas m ás sofisticadas, sino una vez m ás p o r la acción. D esde luego, no so tros nunca actuam os sin pensar; * L iteralm ente trad u c id o significa «sensibilidad en las yem as de los dedos», p ero en el uso se refiere a u n a persona que «tiene a ntena», tacto , in tuición, sensibilidad (N. del T.).

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pero las ideas que usam os al actu ar han superado el test de la práctica; h an sido m odificadas p o r em o­ ciones, deseos, sueños de quienes participan en la acción (E F M , p ág in a 153 y siguientes), lo que signi­ fica que han ab so rb id o u n a gran parte de la subjeti­ vidad de los agentes. E sta es, p o r tan to , la razón p o r la que no tengo n ad a que decir sobre proble­ m as políticos, éticos, estéticos, científicos, etc.: una discusión abstracta de las vidas de gentes que no conozco, y cuya situación no me es fam iliar, no es sino una pérdida de tiempo. Tam bién es algo impertinente. N o teniendo fam i­ liaridad con las condiciones en que viven esos extraños, con la m an era en que tales condiciones se les m u estran a ellos m ism os, no teniendo experien­ cia directa de sus sueños, tem ores o deseos, yo rehúso co n stru ir mis propios estándares, mis form as de ver las cosas, mi presunto conocim iento (grande o pequeño, esto no im porta); en una p alab ra, rehúso poner com o base de diagnóstico y sugeren­ cias «objetivos» mi p ropia y m uy lim itada hum ani­ dad. (Sólo gente m uy ingenua o muy intolerante puede creer que un estudio de la « naturaleza del hom bre» es algo superior a contactos personales, tan to en la vida priv ada propia com o en la polí­ tica.) J u tta , que tiene un nom bre de jum er, pero que fácilm ente alcanza el nivel de chauvinism o de sus m ás fogosos colegas académ icos m asculinos, dice que carezco de corazón e im aginación. T odo lo contrario: yo puedo im aginarm e que hay situaciones en las que nunca he pensado, que no están descritas en libros, que nunca han sido encontradas p o r los científicos y que si se vieran confrontados con ellas no reconocerían, y creo que tales situaciones tienen un aspecto distinto p ara personas diferentes, que las afectan de form a diversa, que suscitan diferentes tem ores y esperanzas y tengo corazón para som eter mis sospechas distantes a las im presiones de los 79

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directam ente afectados. J u tta dice que debería «exam inar», y con «respeto», lo que yo conozco. ¿Exam inar? Si yo am o a una m ujer y quiero com ­ p a rtir su vida en provecho p ro p io y de ella, enton­ ces no debo «exam inar» esa vida ni respetuosa­ m ente ni con desdén; debo in ten tar participar en ella (supuesto que ella me lo perm ita), de fo rm a que pueda com prenderla desde dentro. H aciéndolo, me transform aré en u na nueva persona con ideas nue­ vas, con sentim ientos nuevos, con nuevas form as de ver el m undo. N aturalm ente, yo podré seguir haciendo sugerencias, pero sólo después de que haya ocurrido el cambio y sobre la base de las nuevas sensibilidades creadas con él. La política, bien com ­ pren d id a, tiene m ucho en com ún con el am or; res­ p eta a las gentes, considera sus deseos personales, no las «estudia», sino que in ten ta com prenderlas desde d en tro y une sugerencias de cam bio con las ideas y em ociones que fluyen de tal com prensión. Tal com prensión personal y puram ente subjetiva es lo que decide el asunto, no las teorías políticas «objetivas». Pero el h áb itat de J u tta parece ser el de los pasillos de la vida académ ica. Así, ¿por qué no tra ta r con lo que ella encuentra allí? ¿Por qué no in ten tar log rar m ejores salarios p ara sus am igos y colegas? (El dinero parece estar muy cerca de su corazón, com o se advierte p o r sus envidiosas obser­ vaciones sobre mis dos puestos de trab ajo .) En vez de suponer tales cosas, si usara su corazón y su im aginación p ara «respetuosos» «exámenes» podría ser capaz de en tender las vidas de los cam pesinos de la P rovenza, o de los esqim ales, o de los an cia­ nos clérigos b áv aros 48. P or o tro lado, quizá se me 48 J u tta a rm a tam b ién un g ra n a lb o ro to an te el hecho de que no tengo n ad a nuevo que decir. E stoy to ta lm e n te de a cuerdo, p e ro ¿he p re te n d id o yo jam á s h a b er sido el in v en to r de nuevas cosas? (Cf. n o ta 22.) A dem ás, ¿qué diferencia su p o n d ría esto? Las ideas que yo discuto y defiendo puede que no sean nuevas,

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perdone si al enfren tarm e con vanos sueños com o los del criticism o yo me refugie en la realidad de un m elodram ático serial o de una función de teatro; si es necesario, incluso con la ayuda de un taxi.

6.

E LE M E N T O S D E UN A S O C IE D A D LIB R E

¿C óm o arm o n izar esta exposición con mis ideas sobre policía, igualdad de tradiciones, separación de E stad o y de ciencia? La respuesta ha sido d a d a ya en C SL y en EFM (EF M , pág in a 77 y pàssim ): estas ideas deben atravesar el filtr o de las tradiciones (ini­ ciativas de los ciudadanos) para las que han sido des­ arrolladas. Un erro r fundam ental de casi todos los que trata n con esta p arte de mis escritos —y esto incluye a C hristiane van Briessen, que en m uchos otros p u n to s ap o stó p o r mi núm ero— es que ellos in terp retan mis sugerencias de la m ism a form a en que los políticos, filósofos, críticos sociales y gran ­ des hom bres de to d o tipo quieren que se les lea: los in terp retan com o la silueta de un nuevo orden social que debe im ponerse ah o ra a la gente con la ayuda de un chantaje m oral, una b onita revolucioncita, eslóganes m elosos (com o «la verdad os h ará libres»), o utilizando las presiones de instituciones existentes (educacionales, etc.). Pero sueños de poder com o éstos no sólo están m uy lejos de mi m ente; realm ente me ponen enferm o. Me gusta muy poco la actitu d del ed u cad o r o la del re fo rm ad o r m oral que tra ta sus infelices ideas com o si fueran un nuevo sol que ilum ina las vidas de los que viven en las tinieblas; desprecio a los m aestros que inten­ tan el ap etito de sus discípulos, h asta que, perdidos p e ro cie rta m en te no se las com prende bien. Así, u n o debe repe­ tirlas, lo m ism o que un m aestro en la escuela elem ental repite la tabla de m ultip licar an te cada nueva generación.

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to d o respeto pro p io y autocontrol, se revuelcan en la verdad com o cerdos en el fango; sólo tengo des­ precio p ara todos los bellos planes de esclavizar a la gente en nom bre de D ios, de la verdad, de la ju sti­ cia o de o tras abstracciones vacías, especialm ente cuando los que p erp etran tales delitos son dem a­ siado cobardes p a ra acep tar la responsabilidad y se o cultan d etrás de la «objetividad» de lo que preten­ den im ponernos. M uchos de mis lectores parecen considerar tales m aquinaciones com o u n m étodo muy norm al; si no, ¿cómo podré explicar que lean mis p ropuestas de dicha form a? Pero las observa­ ciones que he hecho ocasionalm ente de form a totalm ente incom pleta sobre E stado, ética, educa­ ción y el negocio de la ciencia deben p ro b arse pri­ m ero en la subjetividad de la gente a que se dirigen. Son opiniones subjetivas, no una guía objetiva. No se dirigen a instituciones influyentes, a grupos de p o d er político, a líderes intelectuales, y, cierta­ m ente, no p retenden ofuscar las alm as esclavas de potenciales «pupilos», se dirigen a gente de cuya situación tengo una vaga idea, cuyos problem as creo p o d er en ten d er en cierta m edida; yo les hablo con la esperanza de que esto increm ente su libertad e independencia, incluyendo independencia ante mis propias sugerencias. L a objeción de que prim ero debe enseñarse a la gente el correcto uso de la libertad sólo refleja el engreim iento y la ignorancia de los que la hacen, po rque el problem a fundam ental es: ¿quién puede h ab lar y quién debe perm anecer callado? ¿Quién tiene conocim iento y quién es m eram ente un obsti­ nado? ¿Podem os confiar en nuestros expertos, en nuestros físicos, filósofos, senadores y educadores? ¿Saben ellos de qué hablan, o sim plem ente quieren m ultiplicar su p ro p ia y m ísera existencia? ¿Tienen nuestras grandes cabezas, tienen P latón, L utero, R ousseau, M arx algo que ofrecer, o es la reverencia 82

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que sentim os ante ellos un m ero reflejo de nuestra credulidad? Estas son cuestiones que nos afectan a todos, y todos debem os p articip ar en su solución. El estu­ d iante estúpido y el más ladino cam pesino, el más h o n rad o servidor de la sociedad y su m ujer que hace tan to tiem po sufre, personalidades de la vida académ ica y perreros, asesinos y santos, todos ellos tienen el derecho de decir: m irad aquí, yo tam bién soy h um ano; yo tam bién tengo ideas, sueños, sen­ tim ientos, deseos; yo tam bién he sido creado a im a­ gen de D ios, pero vosotros nunca me prestáis la m á s m ín im a a t e n c i ó n e n v u e s t r o s p r e c io s o s cuentos 49. La im p o rtan cia de cuestiones ab stractas, el con­ tenido de las respuestas que se les han d ad o , la calidad de vida entrevista en estas contestaciones, todas estas cosas sólo pueden decidirse si todos pueden p artic ip a r en el debate y si se les anim a a exponer sus p u n to s de vista sobre la m ateria. El m ejor y m ás sencillo resum en de esta posición se encuentra en el gran discurso de P rotágoras (P la­ tón, Protágoras, 320c-328d): los ciudadanos de A te­ nas no necesitan que se les instruya en su idiom a, en la práctica de la justicia, en el tratam ien to de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitec­ tos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no m ediada y p ertu rb ad a p o r educadores, ellos han aprendido todas estas cosas de n ada, sim plem ente. Sin em bargo, la o tra objeción de que los E stados y las iniciativas de ciu­ dadanos no surgen inesperadam ente, sino que deben ser puestos en m ovim iento p o r acciones intencionadas, es fácil de contestar: perm ítase al 49 T al actitu d estaba m uy extendida en la E dad M edia. No sobrevivió a la tran sició n a lo m o d ern o , que era hostil a las alternativas y que elim inó un gran núm ero de ellas. Cf. F riedrich H eer, Die D ril te K raft, F ra n k fu rt, 1959.

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o b jeto r iniciar u n a iniciativa de ciudadanos, y p ro n to en co n trará lo que necesita, lo que fom enta sus fines am b icio n ados, lo que obstruye, h asta qué p u n to sus ideas son una ayuda a otros, h asta qué p u n to les estorban, etc. 50. E sta es, pues, mi respuesta a las diversas críticas de «mi» « m o d elo » p o lític o . El m o d elo es vago — ello es cierto — , pero la vaguedad es necesaria p o rq u e se p resum e que « h ará sitio» (E F M , pági­ na 160) a las decisiones concretas de los que lo usen. El m odelo recom ienda una igualdad de trad i­ ciones: prim ero debe com probarse esta propuesta en las tradiciones e iniciativas de ciudadanos p ara las que ha sido p ensado y nadie puede prever los resultados. Los conflictos se trata n , no con una «educación», sino con las fuerzas de policía. M arg­ h erita von B rentano in terp reta las últim as sugeren­ cias com o im plicando que los ciudadanos sólo pue­ den hablar, y quizá escribir, pero que sus acciones están gravem ente lim itadas, y otros críticos han levantado desesperados sus brazos: H ablan de poli­ cía, de liberales y de m arxistas com o si se fueran a 50 M uchos críticos o b jetan que las iniciativas de los c iu d a d a ­ nos tienen una calidad m uy desigual y que com eten graves equi­ vocaciones. P ero lo m ism o sucede en todas las instituciones. P or ejem plo, la m edicina científica fue y to d av ía es g o b e rn ad a p o r m odas ridiculas de dud o so valor (em pleo de calom elanos, san­ grías que fueron an im ad as p o r el m onism o m édico de B. R ush, m anía o p e ra to ria de m édicos m o d ern o s, c o n cen tració n en la m icrobiología excluyendo m étodos diversos que p o d rían signifi­ car un avance en la lucha c o n tra el cáncer, etc.). A h o ra bien, ¿qué m étodo debe preferirse? ¿Un procedim iento en que los «líderes» científicos e intelectuales com eten o corrigen sus e rro ­ res sobre las espaldas de los ciu d ad an o s sin darles u n a o p o rtu ­ n id ad p a ra a p ren d e r, o u n p ro ced im ien to en que los m ism os c iu d a d an o s com eterían los errores y p u d iera n a p ren d e r de ellos? E xisten instituciones com o el juicio con ju ra d o d o n d e los no especialistas pued en a p ren d e r y utilizar lo a p ren d id o p a ra enjui­ ciar la o p inión de expertos, y estas instituciones fun cio n an muy bien. T o d o lo que se necesita es extender in stituciones de este género al c o n ju n to de la sociedad.

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m ojar los calzones. Pero éste es precisam ente el erro r descrito arrib a. P orque la policía no es un agente externo que vaya em pujando a la gente de un lado p a ra o tro ; es introducida por los m ism os ciudadanos, consta de ciudadanos y sirve a sus nece­ sidades (cf. mis co m entarios sobre la gu ard ia de protección de los Black M uslims en EFM , páginas 162 y 297). Los ciudadanos no sólo piensan; tam ­ bién deciden sobre su entorno, incluyendo asuntos de policía. Yo sim plem ente sugiero que es más h um ano regular el co m portam iento con restriccio­ nes exteriores — éstas pueden elim inarse fácilm ente si se co m p ru eb a que n o son prácticas— que el m ejorar las alm as. P orque, suponiendo que tuvié­ ram os éxito en im p lan tar el Bien en todos, ¿cómo seríam os capaces entonces de volver jam ás al Mal?

7.

BIEN Y M AL

C o n esta o b servación llego a un p u n to que ha encolerizado a m uchos lectores y m olestado a m uchos am igos: mi negativa a condenar incluso un fascism o extrem o y mi sugerencia de que se le p er­ m ita sobrevivir. A h o ra bien, debería haber quedado claro p o r lo m enos esto: el fascism o no es mi taza de té (cf. EFM, página 156: «a pesar de mi p ro p io y muy d esarrollado sentim entalism o y de mi tenden­ cia casi in stin tiv a a “ ac tu a r de u n a form a hum ani­ ta ria ” »). E ste no es el problem a. El problem a es la pertinencia de mi actitud: ¿se tra ta de u n a m era inclinación a la que sigo y acojo favorablem ente en otros, o existe un «núcleo objetivo» que me capaci­ taría p ara co m b atir el fascism o no precisam ente porque no m e guste, sino porque es algo intrínseca­ m ente malo? Y mi respuesta es: tenem os una incli­ nación, y n ad a m ás. N aturalm ente, esta inclinación, com o cualquier o tra, está circundada p o r nubes de 85

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p alab rería y sobre ella se han construido sistem as filosóficos enteros. A lgunos de estos sistem as hablan de cualidades «objetivas» y de «deberes objetivos» p ara m antener o destruir dichas cualida­ des. Sin em bargo, la cuestión no es cóm o h ablar sino qué co ntenido puede darse a nuestra palabre­ ría. Y todo lo que podem os en co n trar al intentar identificar ciertos contenidos son diversos sistem as que afirm an diferentes conjuntos de valores con n ad a m ás que nuestras inclinaciones p a ra decidir entre ellos (C S L , p arte I). A hora bien, si una incli­ nación se co n trap o n e a o tra inclinación, al final la inclinación m ás fuerte g anará, y esto es lo que sig­ nifican los bancos, o los libros más gordos, o los educadores m ás decididos, o los cañones más gran ­ des. A hora, lo m ás significativo en el D erecho y en O ccidente parece ser favorecer a la gente que p ro ­ fesa defender valores hum anitarios, y así queda resuelta la cuestión. Esta, entre paréntesis, fue una de las lecciones que yo ap ren d í de la vida de Remigius, el inquisidor. M argherita von B rentano, que m enciona mi referencia a él, ha sido suficientem ente am able com o p ara no suponer que yo estaba p idiendo u n a resurrección de la brujería y de las persecuciones de brujas. N aturalm ente, no es ésa mi intención. T am p o ca creo que yo fuera un silencioso testigo de tales persecuciones 51. Pero mi explicación sería que el tem a no me agrada, y no que es algo intrínsecam ente m alo y basado en ideas retrógradas sobre el universo. Tales expresiones superan con m ucho lo que puede fundam entarse en las mejores intenciones y en los argum entos. Prestan al que las usa una au to rid ad que él sencillam ente no posee. Le colocan del lado de los ángeles, cuando to d o lo que hace es expresar sus opiniones personales. Parece 51 Al a rg u m e n ta r a h o ra d e n tro de u n a trad ició n p a rtic u la r no e n tro en conflicto con mi a n te rio r afirm ación de que d eberían darse iguales derechos a to d as las tradiciones.

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que es la m ism a verdad la que le acom paña cuando es una m era opinión lo que guía sus acciones, y una opinión m uy m al argumentada en este punto. Existen cantidades de argum entos contra los átom os, el m ovim iento de la T ierra, el éter del siglo xix, cosas to d as que, aunque refutadas, han vuelto a la escena. La existencia de D ios, el dem onio, el cielo y el infierno nunca ha sido atacada con razones p o r lo m enos m edio decorosas. Así, si yo quiero elim inar a Rem igius y el espíritu de su época, desde luego puedo com enzar a hacerlo, pero debo ad m itir que los únicos in stru m en tos de que dispongo son el poder, la retórica y el agradable sentim iento de estar en el lado de la verdad. Si, p o r o tra p arte, acepto sólo razones «objeti­ vas», entonces la situación me obliga a ser tole­ rante, porque no existen tales razones, ni en éste ni en o tro s casos (cf. C SL , p artes I y II, cap ítu lo 3 de EFM). R em igius cree en D ios, cree en una in m o rta ­ lidad, cree en el infierno y en sus torm entos, y tam ­ bién cree que los niños de las brujas que no son quem adas term in arán en el infierno. Y él no sólo cree en estas cosas, sino que a p o rta tam bién argu­ m entos. N o arg u m en ta a nuestro m odo, y su evi­ dencia (la Biblia, las afirm aciones de los Padres de la Iglesia, las decisiones de los Concilios) no es lo que n o sotros llam aríam os hoy evidencia. Pero esto no significa que sus ideas carezcan de substancia. Porque ¿qué es lo que tenem os p ara oponerle? ¿La creencia de que existe un m étodo científico y que éste ha llevado al éxito? La prim era p arte de esta creencia es falsa (cf. de nuevo sección 2); la segunda p arte es, desde luego, correcta, pero debe com ple­ tarse con el com entario de que se han dad o y siguen dándose m uchos fallos, así com o que los éxi­ tos ocurren en un estrecho dom inio que apenas llega a to car lo que está en discusión (p o r ejem plo, el alm a queda com pletam ente olvidada). Lo que cae 87

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fuera del dom inio, com o la idea del infierno, es algo que nunca fue examinado, excepto de la form a m ás superficial; se han perdido lo m ism o que los logros científicos de la A ntigüedad se perdieron en los prim eros cristianos. D e n tro del m arco de este pensam iento, Rem igius actú a com o un ser hum ano responsable y racional, y h ab ría que elogiarlo. Si nos repelen sus ideas y som os incapaces de darle lo que le debem os, entonces tenem os que reconocer que no existen ab so lutam ente argum entos «objeti­ vos» p ara ap o y ar nu estra repulsión. Podem os, n a tu ­ ralm ente, decir m uchas cosas, y éstas pueden con­ co rd ar m u tu am en te de una form a muy herm osa, pero no podem os co nstruir con esta p alabrería nin­ gún puente a Rem igius y, apelando a su razón, traerle p o r él a n u estro lado. P orque él usa su razó n , pero con un fin diferente, de acuerdo con reglas diferentes y sobre la base de una evidencia diferente. No hay escapatoria: cargam os con la plena responsabilidad de no ac tu a r com o lo hizo Remigius, y no hay valores objetivos que nos defiendan si descubriéram os que nuestras acciones han llevado al desastre. P o r o tro lado, no olvidem os que nuestros tiem pos tam p o co carecen de inquisidores, aunque no los encontram os en la teología, sino en las ciencias, en la m edicina, en la educación, en la teoría política. Basta m irar a los m édicos que cortan, envenenan, o som eten a radiaciones a gente sin haber estudiado m étodos alternativos de tratam ien to que son bien conocidos, que no tienen consecuencias peligrosas y que pueden ap elar a sus éxitos. No vale la pena experim entar tales m étodos (¿no vale la pena inten­ ta r m antener vivos a los niños de las brujas?). Vale la pena p ro b ar. P ero considerando tales sugeren­ cias, nuestros inquisidores m odernos sólo tienen una respuesta: ¡Anathema sint! O perm ítasenos exam inar los esfuerzos de nuestros educadores, a

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quienes de añ o en añ o se les suelta sobre la genera­ ción joven y que han aprendido muy bien a disim u­ lar su estupidez n atu ral, su intolerancia y presun­ ción tras u n a term inología científica 52. El espíritu de Rem igius, mi querida M argherita von B rentano, sigue vivo entre n o sotros, en la econom ía, en la pro d u cció n y uso (abuso) de la energía, en la ed u ­ cación, en las ciencias. La única diferencia im por­ tante es que Rem igius actuaba p o r razones humani­ tarias (quería salvar a los niños pequeños de la condenación eterna), m ientras que sus sucesores m odernos sólo se preocupan de su «integridad pro­ fesional». No sólo les falta perspectiva: también les fa lta humanidad. A mí no me gustan, pero mis razones, de nuevo, no son norm as objetivas, sino sueños de una vida m ejor. Si uno com bina tales sueños (los que yo tengo) con una idea de valores objetivos (que yo rechazo) y denom ina el resultado u na conciencia m oral, entonces no tengo conciencia moral, afo rtu n ad am en te, porque, diría yo, la m ayo­ ría de la m iseria de nuestro m undo, guerras, des­ trucción de alm as y cuerpos, carnicerías sin fin, son algo causado no p o r individuos m alos, sino por gente que objetiviza sus deseos m ás personales e inclinaciones y así los hace inhum anos. Esto, entre paréntesis, es la única cosa que parece haber advertido Agassi en su extraño estallido. Agassi dice que quiere expresar la verdad. Algo muy bo n ito en él, pero que no nos alivia m ucho. P orque los críticos de su o b ra científica han n o tad o ya hace tiem po que él ra ra vez sabe de qué habla, incluso cuan d o in ten ta contarnos la verdad 53. Su artícu lo confirm a esta im presión. Dice que yo entré 52 Cf. I. M ich, Deschooling Society, y, en un cam p o m ás espe­ cial, J. Jaegge, D um m heil ist lernbar, Berne, 1976. 53 Cf. p. e. los c o m e n tario s del e ru d ito en C o p é rn ic o E. R osen, en el ítem 882 de su gran bib lio g rafía so b re C opérnico, Three Copernican Treatises, New Y ork, 1971.

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de v o lu n tario en el ejército alem án: se me reclutó. Dice q ue intenté o lvidar los aspectos m orales y políticos de la Segunda G u erra M undial: no háblé de ellos. Dice que yo idolatré a P opper. Es cierto que me gusta id o latrar a la gente, me gusta ser capaz de m irar desde abajo a alguien, adm irarla o adm irarle, tom arle com o ejem plo, p ero P opper no es de la m ad era de que se hacen los ídolos. Agassi me llam a discípulo de Popper. Esto es verdad en un sentido, y com pletam ente falso en otro. Es verdad que yo asistí a las clases de P opper, asistí a su sem inario, ocasionalm ente le visité y hablé con o tro s estudiantes en la L ondon School o f Economics. No lo hice p o r mi p ro p io deseo, sino porque P opper era mi supervisor: una condición de mi estancia en In g laterra era que trab a jara con él. No elegí a Popper p ara esta tarea: yo había elegido a W ittgenstein. Pero W ittgenstein m urió y P opper era el siguiente ca n d id a to en mi lista. ¿Tam poco se acu erd a Agassi de cuántas veces me rogó, de ro d i­ llas, que a b a n d o n ara mi reservatio mentalis p ara que me entregara totalm ente a la filosofía de Popper y especialm ente que desperdigara cantidades de no tas de pie de p ágina con P opper en todos mis ensayos? Lo últim o lo cum plí 54 — bueno, yo soy un 54 Yo n o tenía la m en o r idea de que gestos am istosos com o éstos p r o n to serían in te rp reta d o s co m o signos de la g ran origi­ nalidad y del p o d e r c re a d o r de escuela de Popper. C reo m ás bien que se tra ta de signos de su h a b ilid ad p a ra c o n v ertir a m is­ tad en u n a escala a la fam a. E studié a W ittgenstein m ucho m ás deten id am en te de lo que jam á s hice con P o p p e r (y con razón, p o rq u e W ittgenstein es un filósofo, m ie n tras que P o p p e r es un am bicioso m aestro de escuela); d u ra n te cierto tiem po estuve m uy cerca de em inentes w ittgensteinianos, p e ro ellos ja m á s me p id ie ro n que e n riq u e cie ra m is n o tas de pie de p ág in a con sus nom bres, y jam á s se les h a b ría o c u rrid o c o n fu n d ir mi interés perso n al p o r las ideas de W ittgenstein con la pertenencia o con el h acerm e discípulo d e n tro de cierta escuela. D esde luego, ellos po d ían c o n sid era r con to ta l serenidad la cuestión, pues, después de to d o , W ittgenstein tenía algo que decir.

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tipo bon d ad o so y totalm ente dispuesto a ayudar a los que parece que sólo existen cuando ven su nom bre im preso— , pero no cum plí lo prim ero: al final del añ o de que habla Agassi (1953), P opper me pidió que fuera su asistente; dije que no, a pesar del hecho de que no disponía de ningún dinero y tenía que ser alim entado una vez p o r uno, o tra vez p o r o tro , de mis am igos que sí disponían de él. Agassi cu en ta tam bién algunos de los rum ores que cenvertían la vida en el círculo popperiano en u n a experiencia tan agradable: dice que P opper afirm ó que ya había lam en tado u n a vez, llorando, haber particip ad o en la Segunda G u e rra M undial. Esto es com pletam ente posible —soy una persona em ocio­ nal y he hecho m uchas cosas estúpidas en mi vida— , p ero es m uy poco probable: jam ás discuto tem as personales con extraños y, adem ás, no había nada que lam entar, excepto quizá la insuficiente inteli­ gencia m o strad a en el intento de escapar al reclu­ tam iento. Las lágrim as —esto es m ás pro b ab le— serían lágrim as de aburrim iento que fluyeron b astan te librem ente durante mis visitas al m aestro. Es un triste signo de la decadencia de los estándares de la vida académ ica en A lem ania que u n a pieza de desperdicios lacrim ales com o el ensayo de Agassi haya p o d id o escribirse con la ayuda de u n a beca que lleva el viejo, y h o norable nom bre de A lexander von H u m b o ld t 5S. H ay sólo un pu n to donde Agassi m uestra cierto sentido de la realidad, y esto con­ cierne a nuestra discusión sobre tem as m orales. Yo tam bién recuerdo la discusión. Agassi me pidió que 55 Agassi nos da tam bién un fascinante ejem plo de política en el círculo p o p p e ria n o . D ice que él no co n fiab a en mí y que no q uería convertirse en am igo m ío. Pero el m aestro, o lfa te a n d o un potencial con v erso (yo) y el co rre sp o n d ie n te in crem ento de su e n to rn o , pidió a Agassi que su p e rara su aversión, y Agassi superó su aversión. Así de fácil es co n v ertir a un p u rita n o israelí en un escabel a los pies de la razón crítica.

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to m ara una posición, es decir, que c a n ta ra arias m orales. Yo me sentí muy incóm odo. P or un lado, la m ateria parecía m uy idiota. Yo canté mi aria, el nazi can ta su aria; ah o ra bien, ¿cuál? P or o tro lado, sentía yo fuertem ente la irracional presión de Auschw itz que Agassi y m uchos otros cantores callejeros antes y después de él han utilizado des­ vergonzadam ente p ara im pulsar a la gente a gestos vacíos. ¿Qué digo yo hoy? D igo que A uschw itz no es el problem a. El p roblem a es el tratam ien to de las m inorías en las dem ocracias industriales; el proble­ m a es la «educación», educación hacia un p u n to de vista hum anitario, incluido el hecho de que la m ayo­ ría del tiem po consiste en tran sfo rm ar a m aravillosa gente joven en copias incoloras y farisaicas de sus m aestros; el problem a es el colosal engreim iento de nuestros intelectuales, su creencia de que saben pre­ cisam ente lo que la hum anidad necesita y sus esfuer­ zos inexorables p o r recrear a la gente a su triste im agen y sem ejanza; el problem a es la infantil m egalom anía de algunos de nuestros m édicos que ch an tajean con tem ores a sus pacientes, los m utilan y, finalm ente, los persiguen con enorm es cuentas; el problem a es la falta de sentim iento de m uchos a u to ­ d en o m inados buscadores de la verdad, que to rtu ra n sistem áticam ente anim ales, estudian sus m olestias y reciben prem ios p or su crueldad. En lo que a mí con­ cierne, no existe diferencia alguna entre los verdugos de A uschw itz y esos «benefactores de la h um ani­ dad»: en am bos casos se abusa de la vida p a ra p ro ­ pósitos especiales. El problem a es la falta de consi­ deración de valores espirituales y su sustitución p o r un m aterialism o o un hum anism o crudo, pero «cien­ tífico»: el h om bre (es decir, seres hum anos en cuan­ to en tren ad o s p o r sus intelectuales) puede resolver todos los problem as; no necesita ninguna confianza y ninguna asistencia de o tras agencias. ¿Cóm o puedo to m ar yo en serio a una persona que deplora 92

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crím enes lejanos, pero alab a a los crim inales de su entorno? ¿y cóm o puedo decidir un caso desde lejos viendo que la realid ad es m ás rica que la más m aravillosa im aginación? Ya lo sé: m uchos de mis am igos pueden to m ar u n a decisión así con am bas m anos atad as a su espalda; bien, ellos pueden haber logrado u na conciencia m oral bien desarrollada. Yo, p o r o tra p arte, quisiera considerar un p u n to de vista d istin to d o n d e el m al es p arte de la vida, lo m ism o que es p arte de la creación. U no no lo verá con ag rad o , p ero tam poco se c o n ten ta con reac­ ciones infantiles. U no lo delim ita, pero lo deja per­ sistir en su dom inio. P orque nadie puede decir cu án to bien contiene todavía, y h asta qué p u n to la existencia precisam ente de la m ás insignificante cosa buena está ligada a los crím enes más atroces.

8.

A D IO S A LA R A ZO N

¿Cuál es el origen de esta extraña colección que yace aquí ante los atónitos ojos del lector? Y ¿por qué he escrito una respuesta? Es fácil responder a la prim era pregunta. H ace dos años, en 1979, H ans Peter D u err fue invitado a convertirse en a u to r de la prestigiosa E ditorial S u hrkam p en A lem ania. R ehusó p o r tener otras obligaciones. Pero le quedó la conciencia tranquila: a H ans Peter no le resulta cóm odo recha­ zar invitaciones am istosas. El D r. Unseld, espíritu que guía la E dito rial S uhrkam p, cuya habilidad en olfatear la conciencia intranquila de la gente sólo es superada p o r su pericia en m anipularles, descubrió la situación en que se h allab a H ans Peter y le tra tó con p alabras, alim entos y bebida 56. R esultado: 56 obra.

E sta frase fue c en su rad a en la edición a le m an a de esta

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H ans Peter concibió la idea de un festival PK F (Paul K arl Feyerabend) y com enzó a enviar cartas en todas direcciones. A lgunas de las cartas regresa­ ron sin haber sido abiertas, o tras con reflexiones sobre su salud m ental, o tras con la excusa de falta de tiem po, p ero tam bién algunas personas decidie­ ron alabarm e o m aldecirm e o realizar exorcism os sobre mí rodeándom e con círculos de retórica. No fue, pues, el m érito de mi o b ra el que ha p roducido tal colección, sino el poder del alcohol. M ucho m ás difícil es contestar a la segunda pre­ gunta. M ucha gente, científicos, artistas, juristas, políticos, sacerdotes, no hacen distinción alguna entre su profesión y sus vidas. Si logran éxito, ello se entiende com o u n a afirm ación de to d a su exis­ tencia. Si fracasan en su profesión, creen que han fracasado tam bién com o seres hum anos, sin im por­ tarles las alegrías que puedan sentir con sus am igos, hijos, esposas, am antes o perros. Si escriben libros, novelas, colecciones de poem as o tratad o s filosófi­ cos, esos libros se convierten en parte de un edificio co n stru id o desde su más íntim a substancia. «¿Quién soy yo?», se interroga Schopenhauer, y responde: «El que ha escrito El mundo como voluntad y repre­ sentación y el que ha resuelto el gran problem a del ser». Padres, herm anos, herm anas, esposas, m ari­ dos, queridas, periquitos, los sentim ientos m ás per­ sonales del au to r, sus sueños, sus tem ores, sus espe­ ranzas, todo esto sólo tiene significado con referen­ cia al edificio que construyen, y de acuerdo a este hecho se describe todo el resto: la m ujer, los am i­ gos, los hijos crearon la atm ósfera adecuada o per­ tu rb aro n al pobre chico; lo com prendieron, lo ali­ m entaron, lo anim aron, le prestaron dinero, lo ay u d aro n afanosam ente en el p a c to de los m ons­ tru o s que alu m b ró , o les faltó lealtad y han hecho aú n m ás pesada la ya grave carga de su «obra»; el p erro lo acom pañó en sus paseos y lo entretuvo con 94

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sus cabriolas, o lo m an tu v o despierto en la noche con su p lañ id era atención a la luna, y así sucesiva­ m ente. E sta actitu d se encuentra m uy extendida. Es la base de casi todas las biografías y autobiografías. Se dio en pensadores realm ente grandes (Sócrates, pocas horas antes de su m uerte, echa fuera a su m ujer e hijos p a ra po der p arlo te ar sobre cosas muy profundas con -sus estudiantes que le ad o rab an [Fedón 60a]) 57, pero es tam bién m uy corriente entre los roedores académ icos de hoy. P ara mí, esta actitu d es extraña, incom prensible y ligeram ente siniestra. C ierto que yo tam bién adm iré un día este fenóm eno desde lejos; esperaba entonces en tra r en los castillos desde donde residía éste y particip ar en las guerras de ilustración que los eru ­ ditos caballeros de aquellos castillos, los cated ráti­ cos, habían lanzado sobre to d o el m undo. O casio­ nalm ente advertí, sin em bargo, los aspectos más pedestres del asu n to , el hecho es que los caballeros sirven a m aestros que los pagan y les dicen lo que tienen que hacer; no son m entes libres buscando la arm o n ía y la felicidad p ara todos, sino sirvientes civiles (D enkbeam te —funcionarios del pensam ien­ to — , p ara usar una m aravillosa palabra alem ana), y su m anía p o r el orden no es resultado de u n a inves­ tigación eq u ilib rad a, sino u n a enferm edad profesio­ nal. Así, m ientras que yo utilicé plenam ente los apreciables salarios que adquirí p o r hacer muy poco, me p reo cu p ab a de proteger de dicha enfer­ m edad a los pobres hum anos (y en Berkeley a perros, gatos, m apaches y tam bién, de vez en cuando, a un m ono) que venían a mis lecciones. Después de todo — me decía a mí m ism o— , tengo algo de responsabilidad sobre esta gente y no debo ab u sa r de su confianza. Les co n tab a historias y 57 El paralelo en el caso de artistas es n a rra d o «con gusto», p ero tam bién con m ucho resentim iento, p o r C laire G oll en su au to b io g rafía, Ich verzeihe keinem , M ünchen, 1980.

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p ro c u rab a fortalecer su natu ral testarudez y resis­ tencia, p orque — pensaba— esto sería la m ejor defensa co n tra los cantores callejeros ideológicos con que iban a tropezar: la mejor educación consiste en inmunizar contra toda educación organizada per­ petradle. Pero estas am ables consideraciones nunca siquiera llegaron a establecer un lazo cerrado entre mi tra ­ bajo y yo. F recuentem ente, al conducir p o r la uni­ versidad, ya sea en Berkeley, o bien en Zurich, d o n d e se me paga en buenos francos suizos,co­ m encé a pensar que yo era «uno de ellos», «soy un profesor en esta U niversidad» — me decía a mí m ism o— , «im posible, ¿cómo ha sucedido esto?». En lo que concierne a mis llam adas «ideas», mi actitu d es exactam ente la m ism a. A mí siem pre me gustó el diálogo con los am igos sobre religión, polí­ tica, sexo, asesinato, la teoría cuántica de la m edida y m uchos o tro s asuntos. En tales discusiones yo to m ab a una vez una posición, o tra vez o tra, cam ­ biaba de posición, e incluso la form a de mi vida, en p arte p ara escapar al aburrim iento, en parte porque soy an tisu g erid o r (com o advirtió K arl P opper una vez con tristeza), y en parte p o r mi creciente con­ vicción de que incluso el p u n to de vista m ás estú­ pido e in h u m an o tiene sus m éritos y m erece una buena defensa. Casi todos mis escritos — bien, per­ m ítasenos llam arlos «obra»— , com enzando con mi tesis, surgieron de tales discusiones vivas y m ues­ tran el im pacto de los participantes: V ictor K raft y los m iem bros del C írculo K raft du ran te mis prim e­ ros años en Viena (cf. C SL, páginas 126 y siguien­ tes; era la época en que me sentí m uy im presionado p o r los escritos de H ugo D ingler, el convencionalista alem án); K órner, Bohm , Edgley, P opper, W atkins, en In g laterra; Feigl y los m iem bros de su m aravilloso C en tro (H em pel, Nagel, G rü n b au m , Maxwell, Putnam , Landé, Hill, Scriven y m uchos 96

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otros), en los E stad o s U nidos; en V iena, H ollitscher, uno de mis m aestros, me cam bió de positivista cabezota en realista algo m enos cabezota; K uhn y L akatos tam bién discutieron conm igo algo después. E lizabeth A ncscom be, con quien vivam ente discutí d u ra n te días enteros sobre W ittgenstein, y los escri­ tos del m ism o W ittgenstein desem peñaron un papel muy im p o rtan te en mi pensam iento. A veces creía que tenía ideas p ro p ias — alguna vez todos som os víctim as de tales ilusiones— , pero nunca habría soñado en considerar tales pensam ientos com o p ar­ tes esenciales de mí m ismo. C om o dije al com enzar a tra ta r este tem a, verdaderam ente soy algo muy distinto de la m ás sublim e invención que haya p ro ­ ducido yo m ism o y de la convicción más p ro fu n ­ dam ente sentida que me haya invadido, y nunca debo p erm itir que estas invenciones y convicciones lleguen a d o m in ar y a convertirm e en su obediente servidor. D e vez en cuando puedo «tom ar una posi­ ción» (aunque la práctica e incluso las palabras me sacan de ella), pero, si lo hago, entonces la razón es un an to jo pasajero, no una «consciencia m oral» o algún o tro m onstruo de esta índole. C on esto, pienso que puedo finalm ente d ar una respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué escribí u na réplica? Escribí u n a réplica, en prim er lugar, p o r curiosi­ d ad infantil: ¿C óm o se relacionan m utuam ente los trab a jo s que he p u blicado a lo largo de los años? ¿Existe siquiera un nexo o sólo hay cam bios arb i­ trarios? La respuesta es que, en efecto, existe un nexo. (Lo he descrito en parte en la introducción a los volúm enes I y II de mis Philosophical Papers. El rem anente m ental que me guió tras lo que yo digo en dicha introducción está fuera del dom inio de racio n alid ad tal com o se lo concibe en el libro.) En segundo lugar, escribí mi réplica p ara m ostrar cóm o los racionalistas m enores observan el dictam en del 97

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instrum ento tan restringido que han to m ad o com o guía. Se p resentan com o eruditos, navegan bajo la b an d era de la razón, pero casi nunca conocen ni un arg u m en to fu n d a d o en u n a perforación del suelo. Los académ icos son dem asiado educados, o están dem asiado asustados o dem asiado preocupados, o son dem asiado incom petentes p ara que puedan in fo rm ar al público sobre los deficientes m entales en su seno. Yo no tengo tales reparos. En tercer lugar, habiendo finalm ente constatado los inconve­ nientes del racionalism o m oderno, quise defender aquellas contribuciones m ías que lo apoyaban, a u n ­ que fuera sólo indirectam ente. La razón es una d am a m uy atractiv a. Los asuntos con ella han ins­ p irad o algunos m aravillosos cuentos de hadas, tan to en las artes com o en las ciencias. Pero es una característica peculiar de esta singular d am a que el m atrim onio la cam bia en una vieja b ru ja p arla n ­ chína y dom inante. M uchos de mis am igos no im a­ ginan la m ugre de un m atrim onio así y llegan a alabarse a sí m ism os p o r el vigor m oral que les capacita p ara sobrevivir en las circunstancias. U na b o n ita cosa en lo que a mí concierne. Lo que no me gusta es que intenten extender su m ugre a su alre­ d ed o r y que creen instituciones que garantizan que tam p o co generaciones futuras lleguen jam ás a libe­ rarse de ella. En los últim os años he descubierto que esta acti­ tud mía no es precisam ente un capricho personal, sino que ha sido y sigue siendo c o m p artid a p o r m uchas tradiciones. Los medievales investigaban en cam pos estrechos, p ero tam bién eran fieles m iem ­ bros de la Iglesia. Pertenecían a la com unidad de los eruditos, p ero tam bién eran m iem bros po ten cia­ les de la com unidad de los santos y eran conscientes de ello. E sta consciencia les im pedía obtener, de una em presa lim itada, estrecha e históricam ente accidental, una m edida de la hum anidad en su con­ 98

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ju n to . Los ju d ío s am aron y siguen am an d o el cono­ cim iento. P ero p a ra ellos el conocim iento pertenece a un rico y cro m ático tapiz. Ilum ina cada u n a de las partes de este tapiz y es hum anizado p o r él (el nexo fue trad u cid o a térm inos intelectuales p o r M aim ónides y d estru ido p o r el intelectualism o agre­ sivo e inhum ano de Spinoza). Las ciencia, en am bos casos, no es im p o rtan te p o r sí y en sí m ism a. No tiene im p o rtan cia independiente; recibe su substan­ cia com o p arte de una vida dedicada a m aterias incom parablem ente m ás im portantes. Un ser h u m a­ no puede ser un científico, pero él, o ella, es sólo un verdadero científico si es consciente de esos asu n to s m ás am plios. O , dicho con las palabras de Einstein, la g randeza de un científico consiste en que él p er­ m anece cuando se le sustrae su ciencia í8. El surgim iento de la ciencia m oderna ha elim i­ nad o tales m ecanism os com pensadores y los ha reem plazado p o r u na «filosofía» m aterialista estre­ cha (a veces tam bién llam ada «hum anística»). A h o ra n ad a im pide a un individuo destruirse él m ism o y a los otro s, en nom bre de versiones p u ra ­ m ente seculares, es decir, que p ro n to se especializa­ ro n , de la verdad, de la realidad y de la justicia. N ad a le im pide destruirse a sí m ism o y a los otros en nom bre de la Razón. Porque las prom esas de éxito y hum anidad que aco m p añ ab an el ascenso del racionalism o científico se convirtieron p ro n to en gestos vacíos. Es cierto que las ciencias p rogresaron (en un sentido que fue definido p o r ellas y que cam bió de un perío d o a otro), pero el racionalism o tiene poco que ver con 58 D e b o esta cita al D r. T h eo G in sb u rg , del In stitu to F ederal de T ecnología, en Z urich. La leyó d u ra n te una discusión m uy in stru ctiv a, p e ro tam b ién m uy m ovida, so b re el papel de la ciencia en la trad ició n ju d ía . Los o tro s p a rticip a n te s fu ero n el R e cto r M ichael B ollag, el ra b in o D r. J a k o b T eich m an n y el Prof, D r. H . St. H erzka.

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este hecho (detalles en TC M y en la sección 2, supra). Es verdad que ocasionalm ente la gente ha sacado provecho de los resultados científicos, pero no com prendieron lo que sucedía, no tenían nada que decir sobre el tem a, se m antenían en un estado de ignorancia, y, p o r o tra parte, se producían m uchos fracasos y desastres. Las instituciones se hicieron m ás hum anas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las ciencias. U na total dem ocrati­ zación del conocim iento podría haber restaurado p o r lo m enos p arte del contexto más am plio, habría establecido un nexo real y no m eram ente verbal con la h u m an id ad , y h ab ría podido llevar a una a u tén ­ tica ilustración, y no sim plem ente a la sustitución de una clase de inm adurez (fe firm e e ignorante en la Iglesia) p o r o tra (fe firm e e ignorante en la C ien­ cia). En cam bio, sólo unos pocos intelectuales p er­ m itirían que un lego les to cara su m ás exquisita posesión: la ciencia. Luego, incluso em presas secu­ lares fueron subdivididas y convertidas en especiali­ dades. K ant, Hegel, Schopenhauer, Steiner estud ia­ ron las ciencias y las artes, exploraron la religión, el derecho y la política, e intentaron hallar un arreglo eq u ilibrado entre estos asuntos y los talentos hum anos que los había creado (y que fueron m ucho más allá de cualesquiera resultados particulares). E rnst M ach, que era un científico y un filósofo de la ciencia, situado p o r encim a de las m edianías inte­ lectuales que pueblan este^cam po, no habló sim ple­ m ente de racionalidad y Vérdad: intentó transformar las ciencias, hacerlas m enos especializadas, y en este proceso hizo contribuciones a la psicología, fisiolo­ gía, filosofía, física- historia del conocim iento, e incluso a la literatura; al darse cuenta de que el proceso del desarrollo científico es dem asiado com ­ plejo p ara ser cap tad o p o r categorías ordenadas, ello le hizo esforzarse p o r conseguir un estilo n a rra ­ tivo que siem pre m antuviera la incom pletud ante 100

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los ojos del lector. Sin em bargo, incluso esta activi­ dad ya am pliam ente lim itada es dem asiado com ­ pleja p a ra los «racionalistas» de hoy que se enorgu­ llecen de h aber superado el dogm atism o de sus predecesores al tiem po de precisar de los talentos y, en la m ayoría de los casos, del conocim iento histó­ rico p ara beneficiarse de los éxitos de ellos 59. Sepa­ rad o ta n to de los intereses de la hum anidad (aun­ que no de los eslóganes edulcoradam ente h u m an ita­ rios, este «racionalism o» es una buena ayuda p ara los llam ados pensadores que pueblan ah o ra nues­ tras universidades y m arcan pautas a la hum anidad m ientras que carecen de los elem entos m ás básicos de ella. No los acuso. La m iseria que constituye su h áb itat n atu ra l fue preparada p o r grandes y vanido­ sos escritores, com o Spinoza y K ant, que intentaron encajar a D ios y el M undo en las dim inutas áreas de sus cerebros capaces de una actividad constante y desarrolladas en profundidad p o r hordas de inte­ lectuales apoyados estatalm ente. Sus denom inadas filosofías han envenenado nuestras vidas y torcido nuestras alm as. Ya es hora de elim inar esta enfer­ m edad de entre no sotros y re to rn ar a ideas más m odestas p ero tam bién m ás abiertas. Ya es h o ra de volver a ap reciar la m ás am plia perspectiva de las visiones religiosas del m undo.

59 M ach reco m en d ab a el uso de hipótesis audaces e inductivism o criticad o . Lo hacía en unas pocas líneas e ilu stra b a sus p ro p u estas con ejem plos tom ados de la historia de la ciencia. P o p p e r extendió esas pocas líneas a to d a u n a c arre ra sin incre­ m en tar su contenido.

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CIENCIA: ¿GRUPO DE PRESION POLITICA O INSTRUMENTO DE INVESTIGACION? 1. Las discusiones generales sobre las ciencias, su naturaleza, sus im plicaciones, o sobre su papel en la sociedad, plantean las dos cuestiones si­ guientes: a) ¿Qué es ciencia? b) ¿Qué es lo que hace que la ciencia sea tan im portante? P or ejem plo, el reciente juicio sobre el creacio­ nism o en A rkansas (EE. UU.) 1 giró alrededor de la cuestión de si el creacionism o era una ciencia, y el deseo de revivir m étodos tradicionales de diagnós­ tico y terap ia en M edicina ha surgido porque algu­ nos creían que la ciencia, aunque haya conseguido sorprendentes éxitos en Física o A stronom ía, ha fracasado en los asuntos hum anos. Me parece que hasta ah o ra am bas cuestiones no han obtenido u na respuesta satisfactoria. Decisiones legales que im plican ciencia, proyectos basados en ella, políticos influidos p o r su au to rid ad , se apoyan en rum ores, no en conocim ientos serios. Pero ¿cuál será la respuesta satisfactoria a nues­ tras dos cuestiones y cóm o p o d rá obtenerse? 2. La cuestión a) supone que todas las discipli­ nas científicas en todos los estadios de su historia 1 Para una inform ación sobre el caso, c o n su lta r Science, vol. 125 (enero 1982), pp. 142 ss., y la literatura citada. El juicio final fue p ublicado en Science, vol. 125 (1982), pp. 934 ss.

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tienen en com ún ciertos rasgos y que estos rasgos pueden ser identificados, descritos y com prendidos independientem ente de la com plejidad de las p rá cti­ cas a que pertenecen. E sta es u na suposición com pletam ente ingenua. Incluso u na m irada superficial sobre el estado actual de las ciencias m uestra u n a m ultitud de ideas, m étodos, preferencias y aversiones que resiste todo intento de unificación teórica 2. D esde luego, el observ ad o r debe considerar todas las ciencias: la física de altas presiones y la topología de los con­ ju n to s puntuales; la etología y la botánica, lo m ism o que las especulaciones sobre el origen del m u n d o , y no puede p asa r p o r alto la enorm e varie­ d ad de vías de acceso existentes en cada cam po: algunos m atem áticos llegan a sus resultados con la ay u d a de ingeniosos experim entos m entales; otros perm anecen en un nivel de estricto form alism o; algunos físicos (p o r ejem plo, V on N eum ann) ofre­ cen m odelos teóricos bien construidos; otros (com o B ohr) n arran historias. A lgunos psicólogos intentan e n c o n trar un único principio subyacente en todas las conductas hum anas. O tros se contentan con una d etallad a descripción ideográfica de los fenóm enos. M irando hacia atrás, com probarem os que en la his­ to ria no ha existido u n a sola regla que no fuera cri­ ticad a o mal utilizada, y ningún principio que no suscitara oposición. El atom ism o fue u n a hipótesis útil y valiosa p a ra M axwell, y un m o n struo m etafísico p a ra M ach. El tiem po fue un m edio de existencia relativam ente no estru ctu rad o p a ra los geólogos uniform istas, y una 2 U n in te n to fu n d a d o en algo m ás que en p erogrulladas p ia­ d o sas, q u iero decir. Así es com pletam ente verdad que los cientí­ ficos son gente «crítica». Pero n o son críticos an te cualquier cosa, no son la única gente crítica, y puede que la a ctitu d m ás dogm ática se in tro d u z ca , com o ha sucedido con frecuencia, a través de una d etallad a crítica de m étodos m ás liberales.

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entidad m edible exactam ente p ara Kelvin, su m ayor enemigo entre los físicos. La increíble sofisticación de la ciencia no ha m ejorado las cosas; to d o lo con­ trario , ha m inado todavía m ás ideas fundam entales (límites estrictos entre observador y objetos obser­ vados, existencia de leyes físicas am plias, validez universal de las leyes de la lógica form al, etc.), pero, p o r o tro lado, ha reintroducido ideas an ted i­ luvianas (idea de un universo finito con un com ienzo ab soluto tem poral). En esta situación, ¿cuál puede ser la respuesta a la cuestión a)? H ay dos cosas obvias: la respuesta no puede ser un a contestación ab stracta, y no puede restringir investigaciones futuras. T odo lo que podem os decir es: éstas son las ideas existentes hoy (y h ab rá m uchas ideas conflictivas sobre ellas), éstas son las razones p o r las que algunos científicos las aceptan, éstas son las razones (frecuentem ente m uy distintas) p o r las que otro s científicos las rechazan, éstas son las form as en que m uchos científicos (pero, desde luego, no todos) delim itan y valoran la investiga­ ción. Pero nuevas ideas y nuevos m odos de hacer ciencia pueden estar ya a la vuelta de la esquina. 3. A lgunos de los m ejores científicos están de acuerdo con esta idea. Según E rnst M ach 3, «los esquem as de la lógica form al y de la lógica induc­ tiva tienen p oca u tilidad (para los científicos), p o r­ que la situación intelectual jam ás es exactam ente la m ism a; pero los ejem plos de los grandes científicos son m uy instructivos». No son instructivos p o r con­ tener elem entos com unes que el investigador sólo tendría que d estacar y que tendrían tam bién sentido aislado, sino p orque sum inistran un rico y variado fundam ento p ara en tren ar su capacidad inventiva. 3 E rnst M ach, E rkenntnis und Irrtum , Leipzig, 1917, p. 200.

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P enetrando en este fundam ento p ara el adiestra­ m iento, el investigador desarrolla su m ente, la hace m ás despierta y versátil, m ás capaz de crear nuevas form as de pensam iento y nuevas posibilidades de investigación. P o r esto, en cierto sentido «no se puede enseñar la investigación» 4, no es «un saco con trucos de legistas» 5; es un arte cuyos rasgos específicos sólo revelan u n a tenue p arte de sus posibilidades y cuyas reglas nunca llegan a estar perm itidas p ara crear dificultades insuperables a la ingenuidad hum ana. Estas reglas pueden ocasionalm ente guiar la investigación, pero frecuentem ente quedan reconsti­ tuidas p o r nuevas invenciones y nuevos m étodos. Según Einstein 6, «las condiciones externas estable­ cidas [para el científico] p o r los hechos de la expe­ riencia no le perm iten lim itarse él m ism o dem asiado en la construcción de su m undo conceptual al ad h e­ rirse a un sistem a epistem ológico. P or esto, p a ra un epistem ólogo sistem ático aparecerá él com o el tipo de un o p o rtu n ista sin escrúpulos.» «Sí, yo la he ini­ ciado —dijo a Infeld sobre una nueva m anera de tra b a ja r en física— , pero consideraba estas ideas com o algo provisional. Jam ás pensé que otros las to m arían m ucho m ás en serio de lo que yo m ism o lo hice.» 7 D icho de form a m ás ligera, «una buena b ro m a no debe repetirse dem asiado» 8. Niels B ohr 4 Loe. cit. 5 O p. cit., p. 401, n. 1. 6 P. A. Schillpp (ed.), A lbert Einstein, Philosopher-Scientist. E vanston, 1951, pp. 683 ss. 7 C ita d o de R. W. C lark , Einstein, New Y ork, 1971, p. 360. La a ctitu d de M ach fue sim ilar, D e n o m in a b a a sus ideas sobre la ciencia sugerencias p rovechosas o «aperçus» (Analyse der Empfindungen, Je n a , 1922, p. 39), y a firm ab a que «no hay nece­ sidad de cam b iar este punto de vista transitorio p o r un sistem a de p o r vida del que nos con v ertiríam o s en esclavos» (Populär­ wissenschaftliche Vorlesungen, Leipzig, 1896, p. 226). 8 Philipp F ra n k , Einstein, H is L ife and Times, L o ndon, 1946, p. .261.

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(y W illiam Jam es, a quien B ohr ad m irab a m ucho) subrayaba la inestabilidad de los logros científicos. P or esto los presen taba históricam ente com o p ro ­ ductos provisionales dentro de un desarrollo largo y com plejo y se oponía a los intentos de clarificación independientes de la investigación (Som m erfeld, Von N eum ann, teorías axiom áticas de cam po). Pen­ saba que tales intentos estabilizarían am plias zonas científicas y dificultarían la investigación 9. Boltz­ m ann, al ap licar el darw inism o a la ciencia, ha in terp retad o precisam ente de esta m anera las leyes del pensam iento com o ingredientes del estadio de d esarrollo m ás reciente, pero todavía transicional, que las cam bia en el preciso m om ento en que com ienzan a existir 10. Podem os resum ir la actitud de estos científicos diciendo que no existen condicio­ nes restrictivas perm anentes de la investigación y que la investigación y sus resultados no son »racionales» en el sentido de tales condiciones restrictivas. 4. La situación que acaba de describirse tiene consecuencias obvias. Si la ciencia está abierta a todo cam bio, si hay ideas y pau tas incom patibles con cierto estadio científico que todavía pueden im ponerse y tra n s­ fo rm ar la ciencia — lo que ha sucedido num erosas veces en la historia de las ideas científicas— , en to n ­ ces el exam en científico de las nuevas sugerencias y de los m itos antiguos no puede consistir sim ple­ m ente en co m pararlos con este estadio del conoci­ m iento y rechazarlos cuando no encajan. H ay que perm itir que los m itos, que las sugerencias lleguen a fo rm ar p arte de la ciencia y a influir en su d esa rro ­ llo. N o sirve de n ada insistir en que carecen de base 9 P ara detalles, cf. sección 6 de mi ensayo «Niels B o h r’s W orld View», en Phil. Papers, vol. 1, C am bridge, 1981. 10 Cf. sus Populare Vorlesungen. Leipzig, 1906, p. 318.

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em pírica, o que son incoherentes, o que tropiezan con hechos básicos. A lgunas de las m ás bellas teo­ rías m odernas fueron en su día incoherentes, care­ cieron de base y chocaron con los hechos básicos del tiem po en que se las p ro p u so p o r prim era vez. Tuvieron éxito p o rque se las usó de una form a que ah o ra se niega a los recién llegados n . Después de todo, la base evidencial, la adecuación a lo fáctico, la coherencia son algo producido por la investigación y, por tanto, algo que no puede impo­ nerse como precondición de ella. A dem ás, la misma investigación que p roduce evidencia en favor de un p u n to de vista, o que rem ueve las dificultades de ese m ism o p u n to de vista considerado hasta el m om ento com o sin fundam ento, puede dism inuir su evidencia o crear dificultades p a ra los «hechos» que aparentem ente p ro b arían su inadecuación 12. R echa­ zar u n a hipótesis p o r estar en pugna con hechos bien establecidos favorecidos científicam ente signi­ fica em pezar la casa p o r el tejado. El conflicto m uestra que no concuerdan los hechos y la h ipóte­ sis. Pero no m uestra que los hechos no puedan ser abatidos p o r la hipótesis l3. T am poco es posible rechazar un pu n to de vista p o r haber sido exam inado ya, y, si ha fracasado p ara la ciencia de hoy, no es la ciencia la que lo hace fracasar. La ciencia m oderna está llena de ingredientes que frecuentem ente fracasaron en el 11 Los científicos que presen tan ideas nuevas e inusitadas o c u lta n frecuentem ente estos defectos d a n d o una relación enga­ ñosa de sus descubrim ientos. E jem plos son: G alileo (cf. caps. 8 y siguientes de mi TCM , versión española, M adrid, 1981) y N ew ton (cf. Philosophical Papers, vol. II, cap. 2). 12 Cf. la form a en que G alileo cam bia el experim ento de la to rre de u n a refutación en u n a co nfirm ación del p u n to de vista copernicano. 13 E sto supone que las ciencias sólo p ro p o rcio n a n una serie co n sisten te de hechos p a ra e n fre n tarlo s a la hipótesis. E sto sólo se d a ra ra vez y, adem ás, debilita la posición de la «ciencia» an te nuevas (o viejas) form as de hipótesis.

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pasado. La filosofía del atom ism o ofrece un buen ejem plo. Fue in tro d u cida (en O ccidente), en la A ntigüedad, con el p ro p ó sito de «salvar» m acrofenóm enos tales com o el del m ovim iento. Fue asu­ m ida luego p o r la filosofía de A ristóteles dinám i­ cam ente más sofisticada, volvió con la revolución científica, fue considerada com o un m onstruo an te­ diluviano a fines del siglo xix (en el continente europeo, no en Inglaterra), tuvo un regreso triunfal al cam bio de siglo sólo p ara volver a quedar de nuevo restringida p o r la com plem entariedad. O tro ejem plo es el m ovim iento de la tierra. Se aceptó en la A n tigüedad, fue d erro tad o p o r la poderosa argum entación de los aristotélicos considerado com o una concepción «increíblem ente ridicula» por Ptolom eo l4, inició un regreso triunfal en el siglo x v n sólo p a ra volver a ser considerado com o una de las m últiples posibilidades de la teoría general de la relatividad. Lo que rige en el caso de las teorías es tam bién verdad en los m étodos o «estándares». El conocim iento, p rim ero, fue algo basado en la especulación y en la lógica; luego, A ristóteles in tro ­ dujo m étodos m ás «em píricos», que fueron a su vez reem plazados p o r los m étodos m atem áticos de G alileo y D escartes 15, sólo p a ra volver a com binarse con consideraciones cualitativas en los siglos xix y xx. La idea de que el universo es finito y con un com ienzo en el tiem po fue considerada du ran te m ucho tiem po com o un vástago de ideas religiosas y ridiculizada h asta el advenim iento de la teoría general de la relatividad, que le perm itió volver 14 Synlaxis, trad u c id a p o r M anitius, Handbuch mie, vol. I, Leipzig, 1963, p. 18. 15 A ristóteles m aneja m uy c uidadosam ente las (cf. mi ensayo «C om m ents on A risto tle ’s T heory tics», en M idwestern Studies in Philosophy (1982), asigna una función auxiliar.

der A stronom atem áticas o f M a th em a ­ pero sólo les

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com o una hipótesis científica respetable, aunque «repulsiva» 16. Hoy es u n a idea que form a p arte del sentido com ún científico. La lección a sacar de este esbozo histórico es que la relegación tem poral de una teoría, de un pu n to de vista o de u na ideología no puede tom arse com o u na razón p ara elim inarlos. U na ciencia interesada p o r en co n trar la verdad debe retener todas las ideas de la h u m an id ad p ara su posible uso, o, dicho de o tra fo rm a, la historia de las ideas es un constitutivo esencial de la investigación científica 17. Recíprocam ente, un debate que elim ina ideas p o r estar en pugna con concepciones populares científi­ cas (principios, teorías, «hechos», estándares) no es un debate científico, no puede invocar la au to rid ad de la ciencia en fav or del m odo con que se trab a ja, y u na victoria gan ada en el curso de dicho debate no es una victoria de la ciencia, sino de aquellos que han decidido convertir el estado tran sito rio del conocim iento en un árb itro perm anente de disputas. O, p ara describirlo de o tra m anera, se tra ta de una victoria de los que han decidido convertir la ciencia de instrum ento de investigación en grupo de presión política 18. La «victoria» de la evolución, la sustitu­ ción de la au to rid ad de la iglesia p o r la au to rid ad de los científicos, educadores, intelectuales del m ontón, la expulsión del alm a en psicología, la elim inación 16 Cf. el m em orial presidencial, m uy instructivo, de E ddington (M ath em at. A ssoc., 5 de enero de 1931), p u b lic a d o en Nature, vol. 127 (1931), pp. 447 ss. 17 U n im p o rta n te c o ro la rio es el siguiente: los p ro p io s teó lo ­ gos que basan sus ideas en escritos sa g rad o s n o se lim itan a tem as éticos, sino que pu ed en c o m p e tir con las ideas m ás a v a n ­ z ad as d e las ciencias físicas. Sin e m b a rg o , varam ente se d a tal fortaleza en los p en sad o res religiosos m odernos (en O ccidente; las religiones orientales no se dejan im p resio n ar ta n to p o r las conquistas de la ciencia). 18 Parece que el p rim e r p e n sa d o r que criticó tal m éto d o fue P latón. Cf. sus objeciones a los «antilógicos» (Rep., 453e, y Teeteto, 164c) (el térm ino significa inclinación a la controversia).

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de la m edicina trib al de la praxis m édicá en el si­ glo xix 19, la decisión de los teólogos de no seguir interfiriendo en los debates sobre la estructura del universo m aterial sino de dejar dichas m aterias a los científicos, to d o esto han sido victorias políticas en el sentido descrito 20. El hábito de considerar los desarrollos que conducen a tales victorias oscurece esta situación. P roduce la im presión de que las norm as de valor actualm ente aceptadas tenían ya fuerza entonces y que los perdedores fueron conde­ nados p o r ellas y no precisam ente vencidos p o r un m ero trab ajo de relaciones públicas (ejem plo sobre­ saliente de esta ilusión es la discusión entre la física aristotélica y la nueva ciencia de G alileo y sus seguidores). 5. La tesis central de la últim a sección era que el exam en científico de ideas, m étodos y p u n to s de vista no consiste en com pararlos con los m étodos, hechos y teorías de la disciplina científica ap ro p iad a y en rechazarlos cuando no encajan. Tal procedi­ m iento 21 no sólo es dem asiado ingenuo, sino que está en conflicto con lo que sabem os sobre im por­ tantes episodios de la historia de la investigación científica. Un exam en científico ad ecuado (y, en esta m ateria, cualquier exam en de cualquier pu n to de vista) consiste en el intento de reestructurar la ciencia (y las disciplinas utilizadas en el curso del exam en), de m an era que puedan acom odarse al 19 E n el siglo xix , los m édicos de los E stad o s U n id o s hicieron frecuente uso de la sa b id u ría m édica india hasta que las co m p a ­ ñías farm acéuticas consiguieron elim inarla sin haberla exam i­ nado. El actual avance de las prácticas científicas está incluso m enos fu n d a d o en la «razón» de lo que se acab a de describir. 20 Y no debem os o lv id a r que incluso estas victorias h a n sido a m en u d o conseguidas sin el m ás somero exam en de la m ateria en cuestión. 21 Q ue fue re co m en d a d o p o r G alileo en su fam osa c arta a C astelli, y p o r Jo h n S tu a rt Mili en su ensayo sobre el teísm o: Jo h n S tu a rt M ili, Theism, ed. R. T aylor, New Y ork, 1957, p. 5.

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m aterial del que se d u d a, así com o en u n a evalua­ ción de las dificultades que im plica tal intento. A quí hem os de conservar una perspectiva del conjunto: hay que superar grandes obstáculos; a largos períodos de fracaso pueden suceder éxitos brillantes que, a su vez, pueden revelarse luego com o ficticios y com o preludio de fallos aún m ayo­ res. Incluso la idea aparentem ente m enos esperanzadora puede finalm ente convertirse en un principio científico básico; y el principio aparentem ente m ás fundam ental puede revelarse com o un disparate. Y n o olvidem os que las p au tas según las cuales enjui­ ciam os un logro son precisam ente tan móviles com o el logro enjuiciado: p ara los aristotélicos, una teoría del m ovim iento sólo era satisfactoria si cubría todos los casos de cam bio y m ovim iento, m ovim iento espacial y cam bio cualitativo, crecim iento y m ero increm ento, y en cu anto preservaba la un id ad cuali­ tativa del m ovim iento. En cam bio, los seguidores de G alileo se co n centran en el m ovim iento espacial y se d ab an p o r satisfechos si podían usarlo m era­ m ente p ara predicciones. C am bios com o el ru b o ri­ zarse o el proceso de aprendizaje de un alum no bajo un m aestro con talento y constancia no eran, p o r tan to , sujeto de explicación, ni siquiera de con­ sideración. Lo co nsiderado era el m ovim iento de objetos sim ples sin vida en condiciones enorm e­ m ente idealizadas, e incluso se suponía que este m ovim iento co n stab a de m om entos individuales indivisibles. C ualquier idea que en determ inado m om ento queda fuera de la ciencia puede llegar a convertirse en un refo rm ad o r potencial de la cien­ cia, y cualquier idea «científica» puede tam bién term in ar su vida en el m o n tó n de desperdicios de la historia. 6. P o r o tro lado, está claro que los científicos no poseen ni el dinero ni la fuerza p ara exponer su 112

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cam po de trab a jo a la enorm e cantidad de ideas que han sido creídas y respetadas en las sociedades en que viven. Tienen que seleccionar, tienen que h acer una elección, tienen que elim inar sugerencias sin haberlas exam inado de la form a que acaba de describirse. A quí la ciencia no se diferencia de la vida cotidiana. N osotros tam bién elegim os profe­ siones, cam pos de interés, pareja, países, tom am os decisiones que nos afectan a nosotros m ism os o a otro s de u n a form a fundam ental sin un detallado estudio de to d as las rutas, pero rechazam os otras sim plem ente, sin a rro jar ni u n a m irada en su direc­ ción, y esto es lo adecuado, pues todavía no han tenido éxito los hom bres sabios de todos los tiem ­ pos en iniciar siquiera un estudio com pleto de todas las posibles historias vividas. La analogía entre la ciencia y la vida va m ás allá. La decisión de p asa r p o r alto posibilidades im por­ tantes conduce siem pre a cam bios irreversibles: habiendo decidido vivir con preferencia en un país, ap ren d o su idiom a; me fam iliarizo con su arte, lite­ ra tu ra, burdeles; hago am istades, y con to d o esto llego a ser u n a persona muy diferente de la que hizo la elección. Igualm ente, la decisión de invertir dinero, energía, form ación o esfuerzo intelectual en un d eterm inado pro g ram a científico cam bia ciencia y sociedad de una form a que im posibilita volver de nuevo a la decisión y al p u n to de p artid a. Precisa­ m ente en los cam pos puram ente teóricos ocurren cam bios irreversibles. C uando se acababa de pre­ sen tar la teo ría de la relatividad, a m ucha gente le chocaba aquella extraña form a de hacer física y estaba dispuesta a rechazarla al m enor pretexto. P osteriorm ente no hubiera sido posible desalojarla ni con argum entos m ucho más fuertes. P or eso podem os decir que una decisión científica es una decisión existencial, que, m ás que seleccionar posibilidades de acuerdo a m étodos previam ente 113

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determ inados desde un conjunto preexistente de alternativas, llega a crear esas m ismas posibilidades. T o d o estadio de la ciencia, to d a etapa de nuestras vidas han sido creados p o r decisiones que ni acep­ tan los m étodos y resultados de la ciencia ni son justificados p o r los ingredientes conocidos de nues­ tras vidas. 7. Pocas personas están preparadas p ara poder acep tar lagunas tan grandes en sus vidas e intentan tap arlas. Casi to d as las autobiografías creadas por «grandes hom bres» o «grandes m ujeres», casi todas las biografías en ciencias, artes o política son un intento de m o strar razón y finalidad donde una visión más d etallada revela una serie de accidentes benéficos felizmente fom entados p o r la ignorancia y /o la incom petencia de la persona sujeta a ellos. V erdaderam ente, m uchos de los llam ados grandes son m onom aniacos que no tuvieron escrúpulos en d estruir su h u m anidad (y la de sus am igos y cola­ boradores) para poder acabar así el cuadro per­ fecto, la teo ría perfecta, el arm a perfecta; pero incluso estas vidas pueden encajar sólo en un plano después de que la elim inación de num erosas equi­ vocaciones, falsos com ienzos y accidentes produce la ilusión de sim plicidad. El hecho es que nosotros creamos nuestras vidas actuando en y sobre condi­ ciones que nos re-crean constantem ente. Los científicos, así com o los intelectuales inclina­ dos a lo científico, pueden conceder que sus vidas tienen m uchos cabos sueltos, pero se oponen a con­ siderar la ciencia del m ism o m odo. Incluso científi­ cos de m en talidad to leran te y liberal tienen la sen­ sación de que las afirm aciones científicas y las de fuera de la ciencia tienen distinta autoridad: que la prim era puede desplazar a la segunda, pero no al revés. H em os visto que esto es una visión bastan te ingenua de la relación entre ciencia y no-ciencia. 114

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P ara ap o y ar esta idea, p ara m o strar su «raciona­ lidad» y elim inar, o por lo m enos reducir, el tam añ o de las lagunas d en tro de la ciencia, algunos científicos y filósofos han apelado a principios de gran generalidad. Si esta apelación parece tener éxito es sólo p o rque los principios utilizados son vacíos — es decir, pueden ad o rn ar, com o un b ro ­ cado, to d o tip o de actividad, con lo que parece que estas les ap o y an — o porque todos han olvi­ dad o las altern ativ as. La observación de que la ciencia es au to crítica pertenece a la prim era catego­ ría: cualquier form a de actuar puede ser introducida criticando alternativas dentro de un cierto cam bio (el dogm atism o, p o r ejem plo, fue frecuentem ente introducido basándose en una detallada y to ta l­ m ente rebuscada crítica de alternativas liberales). El principio de que la ciencia crea y debe au m en tar el conocim iento y el requerim iento reseñado contra las hipótesis ad hoc 22 en tra dentro de la segunda cate­ goría: p en etra en un m undo que es finito c u a n tita­ tiva y cu alitativam ente. Un llam am iento a una cosa llam ada «lógica» parece im presionar a un gran núm ero de personas, pero sólo porque no saben m ucho de ella. P ara em pezar, hay que recordar que no existe «una lógica», sino m uchos sistem as dife­ rentes lógicos, unos m ás fam iliares, otros casi des­ conocidos. La física clásica estaba m ás en co n fo r­ m idad con sistem as m ás fam iliares; la teoría cuántica, en cam bio, no. (Y cuando hablo de la «física clásica» o de la «teoría cuántica» no me refiero a la investigación en estas disciplinas, sino a algunos estadios tran sito rio s idealizados en ese cam po de investigación.) Más im portante aún: las leyes de to d o sistem a lógico se aplican solam ente en la m edida en que los conceptos se m antienen esta­ 22 Lo que es u n a repetición, en el «m odo form al de hablar», de la a ntigua aversión c o n tra las cualidades ocultas.

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bles a través de u n a argum entación: condición raram en te cum plida en un debate científico de inte­ rés. E sta es la razón p o r la que los científicos logran hacer buena física con teorías que adolecen de serios defectos lógicos 23. Un tercer intento de d ar poder a la ciencia sobre p u n to s de vista no científicos es construir teorías científicas que no sólo reclam an una jurisdicción sobre una gran variedad de hechos, sino que tom an m uchos de estos hechos en su valor aparente. La m ecánica clásica, tal com o la interpretaban m uchos científicos del siglo xix, tenía la pretensión de ser una descripción adecuada del m undo. El que no pu d iera d ar cuenta de cualidades, crecim iento, novedad, conciencia, era considerado com o u n a crí­ tica de estos fenóm enos — que serían m eras aparien cias— , no de la m ecánica. Las teorías de Bohm , Prigogine y otros intentan conseguir m ayor alcance sin negar realidad a tales fenóm enos. Esto h a dism inuido el abism o entre las ciencias y las artes y hum anidades, haciendo esperar que una teo­ ría nueva y m ás am plia pueda llegar un día a capa­ citar a los físicos de form a que pu ed an tra ta r todos estos temas. P ero la m encionada laguna no desaparecería así. Tóm ese la cosm ología de Prigogine. Es inm anentista en el sentido de que el m ovim iento no es 23 Niels B ohr, p o r ejem plo, «nunca in te n ta ría bo sq u ejar un cu a d ro aca b ad o , sino que re co rre ría pacientem ente to d as las fases de d esarrollo del p ro b lem a, p a rtie n d o de algo a p are n te ­ m ente p arad ó jico y c am in an d o g ra d u alm e n te a su dilucidación. De hecho, él nunca c o n sid eró los resu ltad o s logrados a o tra luz que com o p u n to s de p a rtid a p a ra nuevas exploraciones. E specu­ lan d o so b re las perspectivas de alguna línea de investigación, d e sc artaría las usuales consideraciones sobre sim plicidad, ele­ gancia o incluso consistencia, con la advertencia de que tales cualidades sólo pueden ser enjuiciadas a p ro p ia d am e n te después del acontecim iento [...]» (L. R osenfeld, en S. R ozenthal [ed.], N iels Bohr, his L ife and W ork as Seen by his Friends, New Y ork, 1967, p. 117).

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im puesto desde fuera, sino que es un constitutivo de las entidades m ovidas (cf. A ristóteles: «T odo p ro ­ ducto de la natu raleza tiene dentro de sí un princi­ pio de m ovim iento y quietud»). Existen alternativas que contienen fuentes de cam bio y de m ovim iento y que no están ellas m ism as som etidas al cam bio y al m ovim iento (un ejem plo es el «prim er m otor» de Aristóteles; la concepción del átom o de N ew ton es otro). Una altern ativ a es to d o lo que necesitam os p a ra lanzar los argum entos de la sección 5. Ni la lógica ni la ciencia ni la filosofía pueden cerrar las lagunas descritas en esa sección. ¿Existe u n a form a de aceptar la esencial arbitrariedad, la naturaleza existencial, y, p o r tan to , «subjetiva», incluso de nuestras decisiones «más racionales», o p o r lo m enos de im poner cierto orden en las elecciones hechas p o r los científicos? 8. C reo que existe un cam ino así, pero p ara tom arlo tenem os que rechazar todos los ^iogm atism os y racionalizaciones superficiales. H ay que poner to talm en te de m anifiesto las partes arb itrarias de nu estro raciocinio. Y entonces la argum entación es com o sigue: Prim er paso: considerar una carrera de caballos. T o d o ap o stad o r dispone de ciertas inform aciones. U sando la inform ación, puede g anar con u n a raza particular, pero tam bién puede perder: no existe un sistem a (aparte de interferencias en la m archa) que garantice tener éxito en determ inada carrera. Un ap o stad o r que vaya co n tra to d a suposición razo n a­ ble tam bién puede g an ar un buen fajo. La organi­ zación refleja esta situación: el dinero p a ra la apu esta es su m inistrado p o r el m ism o ap o stad o r (y p o r aquellos asociados a los que ha logrado p er­ suadir). No hay leyes que autom áticam ente em pleen p arte del dinero de todos p ara financiar apuestas particulares. 117

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Segundo paso: la ciencia difiere de la carrera de caballos en varios puntos. P or ejem plo, la situación de apuesta en las ciencias no está regida p o r están­ dares sim ilares. C ad a estadio alcanzado en la cien­ cia introduce nuevas reglas, nuevos hechos, nuevas condiciones enm arcantes: «la situación intelectual nu n ca es exactam ente la m ism a» (E. M ach; cf. n o ta 3). En el siglo x v n , el experim ento de M ichelsonM orley h abría sido una im presionante pru eb a de la inm ovilidad de la tierra; hoy constituye la base de u n a teoría que la m ayoría de los científicos da p o r supuesta. Existe o tra diferencia aún más im por­ tante: en u na carrera de caballos, todos los cab a­ llos, incluso, aquellos p o r los que nadie soñaría ap o star ni un penique, pueden acabar la carrera. En las ciencias, sólo los caballos agraciados son sufi­ cientem ente bien m antenidos p ara que puedan correr. Al final sabem os que han llegado a un sitio; no sabem os si otro s caballos no hubieran ido más lejos. (Sabem os h asta dónde nos ha llevado la m edicina científica; no sabem os si la m edicina de los Nei Ching, si hubiera dispuesto de m edios sim i­ lares y con an álo g o prestigio social, no nos habría llevado m ás lejos.) F inalm ente, el resultado de u n a carrera de caballos puede afectar al ap o stad o r y a su fam ilia, p ero la decisión sobre un p ro g ram a de investigación en ciencia (m edicina) frecuentem ente altera grandes zonas de todas nuestras vidas de una form a irreversible. Eligiéndolo, hem os elegido una form a de vida sin conocer ni su form a ni sus consecuencias. R esultado: la elección de un p ro g ram a de investi­ gación es u n a apuesta. P ero es u n a apuesta cuyo resultado no puede ser com probado. La apuesta es p ag ad a p o r los ciudadanos; puede afectar a sus vidas y a las de generaciones futuras (basta conside­ ra r cóm o la relación de los hom bres con D ios 118

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quedó afectada al surgir la ciencia m oderna). A ho ra bien, si tenem os cierta seguridad de que existe un g rupo de p ersonas que p o r su en trenam iento son capaces de elegir alternativas que im plicarían gran ­ des beneficios p ara todos, entonces nos inclinaría­ mos a pagarles y a dejarles actu ar sin más control d u ran te largos períodos de tiem po. N o existe tal seguridad ni p o r m otivos teóricos ni p o r o tro s per­ sonales. H em os de concluir que, en una democracia, la elección de programas de investigación en todas las ciencias es una tarea en la que deben poder participar todos los ciudadanos. Esta dem ocratización de la ciencia y de otras form as de conocim iento no hará desaparecer las lagunas descritas en la sección 5. Sin em bargo, dadas estas lagunas, el curso más racional de acción a to m ar es: si debe existir una elección, pero no hay g aran tía de éxito, entonces la elección deberá dejarse a aquellos que paguen la política elegida y que sufran sus consecuencias. En tales circunstan­ cias, dejar la ciencia a los científicos significaría a b a n d o n ar nuestra responsabilidad ante una de las instituciones m ás poderosas y, si no se tom an gran ­ des precauciones, tam bién m ortales de nuestro m edio, m ortal p ara las m entes tan to com o p ara los cuerpos. 9. En este p u n to suelen presentarse las siguien­ tes objeciones: O bjeción n úm ero uno: el caso Lyssenko. Res­ puesta: el caso Lyssenko m uestra lo que sucede en un E stado to talitario ; no es un argum ento contra to d a interferencia estatal. A dem ás, muy pocos cien­ tíficos se h ab ría n inquietado si Lyssenko hubiera sido un especialista delicado y sensible en genética. O bjeción núm ero dos: el público en general no com prende suficientem ente la ciencia com o p ara participar en la elección de program as de investiga­ 119

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ción. R espuesta: tam poco los científicos com pren­ den la ciencia. La m ayoría de ellos intenta sustituir opiniones im populares m ediante argum entos tan sim plistas com o los descritos al com ienzo de la sec­ ción 5, m ientras que la investigación que nos ap o rtó las teorías m ás destacadas de la ciencia m oderna era m ucho más com pleja. A dem ás, hay m uchos científicos que son egom aníacos de m entalidad estrecha y que inten tan m ejorar su posición en la profesión y están com pletam ente desinteresados p o r el bienestar hum ano. O bjeción n úm ero tres: la m ejor m anera de hacer u n a ciencia que m uestre m ás interés p o r las necesi­ dades públicas es «educar» a los científicos, es decir, fam iliarizarlos con las hum anidades. Res­ puesta: una sugerencia m uy poco realista. ¿Quién va a sacar a los científicos de sus laboratorios y llevar­ los, digam os, a una conferencia filosófica? Adem ás, la m otivación es egoísta: uno quiere m antener al público fuera de los asuntos académ icos. P ero, si la ciencia necesita u n a supervisión pública, tam bién las hum anidades y cualquier com binación de am bas. O bjeción núm ero cuatro: la analogía con u na carrera de caballos es u n a caricatu ra de la situación actual de las ciencias. En la ciencia tenem os hechos y leyes que deben perm anecer siendo válidas — no im p o rta cuáles— , que crean nexos entre distintos program as de investigación y posibilitan a los cien­ tíficos el hacer predicciones sobre la estructura de p ro g ram as de investigación que tengan éxito. Res­ puesta: pueden predecir que una tosca conjetura que colisione con un detallado program a de investi­ gación no llegará a resolver los problem as resueltos p o r dicho program a. Pero no pueden predecir lo que sucedería si se d esarro llara tal conjetura en to d o su detalle. A dem ás, nuevos desarrollos ponen frecuentem ente de relieve zonas todavía nuevas y no 120

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tratadas. En éstas pueden pronto superar a sus riva­ les. El problem a entre la biología m olecular y la m edicina del N ei Ching es un caso m ás de dicha situación. 10. La respuesta a la cuestión b) es ah o ra obvia: depende del p u n to de vista. U na persona práctica, interesada p o r el p o d er sobre el universo m aterial y convencida de que la ciencia va a sum inistrarle tal poder, ten d rá la m ayor estim a de la ciencia. Se con­ ten tará con aproxim aciones y m o strará sólo un leve interés p o r una investigación básica. U na persona interesada en el conocimiento (fáctico) q u ed a rá insa­ tisfecha ante m eras aproxim aciones e in ten tará co n stru ir teorías de gran alcance. Pero p a ra una persona espiritual, interesada en el bienestar de las almas, la ciencia p o d rá ser un trem endo ejercicio de futilidad: cu an to m ejor sea, tan to peor serán sus efectos. Tal p erso n a p o d rá adm itir que, viviendo en un a era científica, no podem os existir sin cierta preparación en m aterias científicas, pero esto ape­ nas le reconciliará con la ciencia, lo m ism o que la necesidad de estudiar la langosta en zonas infecta­ das p o r ella no h a rá que la gente am e la langosta. En una dem ocracia, la decisión sobre el poder a entregar a distintos puntos de vista está en las m anos del electorado. P or esto, en una dem ocracia, tam bién el puesto de la ciencia en la educación, etcétera, está en las m anos del electorado. Supongam os ah o ra que valoram os el conoci­ m iento del p o d er sobre la naturaleza. ¿O btendrá así la ciencia el sobresaliente? La respuesta a esta p re­ gu n ta es que no lo sabem os. Sabem os lo que han logrado las ciencias y hasta dónde nos han traído (a través del trab a jo de relaciones públicas de la cien­ cia, con dem asiada frecuencia este conocim iento se convierte en m itos o rum ores), pero no sabem os lo que h ab ría logrado un procedim iento distinto, y 121

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tam poco sabem os cóm o habríam os enjuiciado los logros que h ab rían surgido así en nuestro m edio. Podem os p lan tear la pregunta en térm inos todavía más concretos. Supongam os que los m étodos cientí­ ficos de diagnóstico, tratam ien to o prevención de la enferm edad, adm inistración, etc., son reem plazados totalm ente p o r m étodos de un sistem a m édico alter­ nativo: ¿m ejoraría esto la calidad general de vida vista desde la perspectiva de los que reciben un tra ­ tam iento? No lo sabem os. T odavía peor: no existe ninguna evidencia científica que nos capacite p ara responder a esta cuestión en térm inos científicos. U na evidencia científica necesita grupos de control tratad o s de una form a no científica, pero la form a­ ción de tales grupos de control está frecuentem ente h asta p ro h ib id a p o r la ley, y la profesión m édica se opone fuertem ente a ella. Así es que poseem os inform aciones aisladas sobre éxitos y fracasos en am bas zonas, p ero no tenem os idea de lo que tales logros nos refieren sobre el cuadro total (por ejem ­ plo, el papel de la m edicina científica en la elim ina­ ción de plagas sigue siendo todavía muy oscuro). La m edicina científica, tal com o se la practica hoy, p o d ría ser muy bien u n a enferm edad social peligrosa que ocasionalm ente d a a la gente la sensa­ ción de estar bien, pero su desaparición podría q uizá m ejorar la calidad de vida de u n a form a ni so ñ ad a aún. E sto, desde luego, no es nada nuevo: cualquier estadio de la ciencia puede revelarse luego que es una m era ilusión p o r cualquier conjetura p o r ab su rd a que parezca ésta a prim era vista (cf. sec­ ciones 4 y 5, supra). La conclusión es la m ism a que antes: en u na dem ocracia, la decisión final sobre la investigación a hacer y los resultados que deben ser enseñados co rresponden a los ciudadanos, NO a los expertos.

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CIENCIA COMO ARTE UNA D IS C U S IO N D E LA T E O R IA D E L A R T E D E R IE G L R E A L IZ A D A C O N EL IN T EN TO D E A P L IC A R L A A LA C IE N C IA El siguiente ensayo sigue mi lección inaugural en la Escuela Técnica Superior de la C onfederación, en Zurich, del 7 de ju lio de 1981. R ealm ente, esta lec­ ción no fue tal, sino una conferencia de tem a libre. En el texto escrito se ha m antenido en lo posible el estilo de la conferencia pronunciada.

1.

UN E X P E R IM E N T O R EN A C EN TISTA Y SUS C O N SE C U EN C IA S

En u na biografía de Filippo Brunelleschi, M anetti, am igo y a d m ira d o r del gran arquitecto, p re­ senta la siguiente n arración de un suceso que ocu­ rrió en F lorencia el añ o 1425: En este caso de perspectiva, p o r p rim era vez m o stró él una tab la de ap ro x im ad am en te m edio codo en c u a­ d ro en que h a b ía realizad o u n a represen tació n de la vista e x te rio r del tem p lo de San G io v an n i en F lo re n ­ cia (es decir, del B aptisterio). Y lo d ibujó tal com o se ve desde fu era. Al parecer, m ien tras d ib u ja b a se e n co n trab a a unos tres codos hacia el in terio r de la p u e rta c en tral de S anta M aría del F iore. Y ha creado su c u a d ro con ta n ta diligencia y belleza, con tan ta exactitud en los colores del m árm ol b lanco y negro, que ningún p in to r m in ia tu rista lo h ab ría p o d id o hacer m ejor [...] y to m ó com o tran sfo n d o del d ibujo un espejo pulid o , de fo rm a que reflejara la a tm ó sfera y el cielo n a tu ra l, así com o las nubes que e m p u ja b an el viento c u a n d o so p lab a. El p in to r p ro c u ra b a determ i-

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