Adam Zagajewski Tierra del fuego ¿ TRADUCCIÓN DE XAVIER FARRÉ
ADAM ZAGAJEWSKI
TIERRA DEL FUEGO TRADUCCION DE X. FARRE
B A R C E L O N A
2 0 0 4
M A C A N T I L A D O
primera edición
septiembre de 2 o o 4 Ziemia Ognista
título original
Publicado por: A C A N T I L A D O
Quaderns Crema, S. A., Sociedad Unipersonal Muntaner, 462 - 08006 Barcelona Tel.: 934 144 906 - Fax: 934 147 107
[email protected] www.acantilado.es Ziemia Ognista by Adam Zagajewski Copyright © 1994 by Adam Zagajewski Originally published by A5, Poznan As appeared in m y s t i c i s m f o r b e g i n n e r s © 1997 Adam Zagajewski Published by arrangement with Farrar, Straus and Giroux, LLC, New York © de la traducción, 2004 by Xavier Farré Vidal © de esta edición, 2004 by Quaderns Crema, S. A. Derechos exclusivos de edición en lengua castellana: Quaderns Crema, S. A. isbn:
84-96136-73-6
D E P Ó S I T O L E G A L : B . 26.369
- 2OO4
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CONTENIDO
CONCHA, 7 CAMBIO, 9 PARA M., IO S E P T I E M B R E , 12 LEJOS DE CASA, 14 ANTOLOGÍA, 15 L O S T R E S R E Y E S M A G O S , 16 JARDÍN DE LAS PALMERAS, l8 P I N T O R E S H O L A N D E S E S , 20 POSTALES, 22 DESPEDIDA DE LOS DÍAS VILES, 24 AÑOS TREINTA, 25 BUSCA, 26 REFERÉNDUM, 27 REFUGIADOS, 29 CARTA DE UN LECTOR, 31 YO NO ESTABA EN ESTE POEMA, 33 ESTO ES SICILIA, 34 VOSOTROS SOIS MIS HERMANOS SILENCIOSOS, UN POEMA RÁPIDO, 36 PASEANDO, 38 LO QUE PASÓ, 39
LA MUCHACHA DE VERMEER, 40 CIGARRAS, 41 TIERRA DEL FUEGO, 42 ALBI, 44 BANDERAS, 46 VIENTO DE DICIEMBRE, 47 VIAJERO, 48 CASA, 49 MOMENTO, 51 MIRLO, 53 TREN A MAISONS-LAFFITTE, 54 ROBESPIERRE ANTE EL ESPEJO, 55 ELEGÍA, 56 VIOLONCHELO, 58 DEGAS: EN LAS SOMBRERIA, 59 PLANETARIUM,
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ESCRIBÍA EN LA OSCURIDAD,
6l
EL AEROPUERTO DE AMSTERDAM, 64 NOCHE, 67 TREN DE HIERRO, 68 ÚLTIMA TORMENTA, 69 PERSÉFONE, 70 ¿QUIERES LLORAR?, 71 AQUEL DÍA LA NADA, 72 TRES ÁNGELES, 73 VERANO,76 UN POEMA CHINO, 77 IBA POR UNA CIUDAD MEDIEVAL, 79
CONCHA
Por la noche los monjes cantaban en voz baja, y un viento fuerte levantaba ramas de abetos igual que alas. No he conocido ciudades antiguas, nunca estuve en Tebas ni en Delfos, ni tampoco sé qué dijo la Sibila a los viajeros. La nieve cubrió calles y barrancos, y en vestidos oscuros las cornejas seguían las huellas de los zorros en silencio. Creía en señales efímeras, en sombras de ruinas y en serpientes de agua, en fuentes de montaña y en pájaros proféticos. Los tilos florecen igual que novias, pero sus frutos son pequeños, ásperos. Ni en la música ni en pinturas bellas ni en hazañas o en el coraje ni aun en el amor hay saber, sino en todas las cosas, en la tierra y el aire, en el silencio y el dolor. Un poema es capaz de retener el eco de la tormenta, como la concha que tocó Orfeo
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al escapar. El tiempo arrebata la vida, y devuelve memoria, dorada por las llamas y negra por las ascuas.
CAMBIO
Hace meses que no escribo ni un solo poema. Vivía humildemente leyendo los periódicos, pensando en el enigma del poder y en las causas de la obediencia. Contemplaba puestas de sol (escarlatas, muy inquietantes), sentía cómo callaban los pájaros y cómo la noche iba enmudeciendo. Veía girasoles que agachaban la cabeza al ocaso, como si un desatento verdugo paseara por los jardines. En el alféizar se iba acumulando el polvo dulce de septiembre mientras las lagartijas se escondían en los salientes de los muros. Salía a dar largos paseos, y deseaba tan sólo una cosa: relámpagos, cambios, a ti.
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PARA M.
A
medianoche bajo estrellas de otro cielo yo yacía en la negra hierba. Lenta, tarda, la medianoche respiraba y yo pensaba en ti, en nosotros, en momentos fulgurantes e intensos de la imaginación sacados cual espina que se quita del pie estrecho de un atleta. Un día, el mar, oscuro, amenazaba, sobre la superficie arrugada del agua pasaban orquídeas de tormentas. Esto podía ser también la infancia, país de éxtasis leves y de un deseo eterno, labios del mediodía con rojas amapolas y atentos campanarios igual que colibríes. Por la calle pasaban soldados, pero la guerra ya se había acabado y florecían los fusiles. Algunos días era tan ardiente el silencio que temíamos movernos. Por el campo corría un zorro. Probamos el sabor de las hojas, el sabor de la luz que cegaba a los inocentes. Pero el aire era amargo, un amargor de clavos, amargor de canela, amargor de bellotas y polvo, 10
del invierno y de la primera semana de otoño. Amargor de la sangre no derramada. Largo tiempo estuvimos allí en el viaducto y puede que pasara un tren, en sus incontables ventanas tan sólo se reflejaba un sol seco. Esto es la risa, dijiste, esto hierro, sal, arena, vidrio. Y el futuro, la tela de tu vestido, la vida que compartimos como una comida durante un viaje.
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SEPTIEMBRE A Petr Král
Estaba en Praga, buscaba la casa de Vladimir Holan, casa-prisión, donde pasó quince años. (Pensaba que la encontraría sin problemas, que los gallos me guiarían y que un viejo capellán que iba con una sotana zurcida a conciencia me diría: aquí vivió el poeta y el sufrimiento durmió como un gato perdido que se esconde una vez por semana en las mangas de un abrigo de pieles.) Ya brillaba la luz de otoño, el sol estaba un poco molesto. Septiembre besaba las lomas y las copas de los árboles como alguien que se va para largo tiempo y cuando ya está en la estación advierte que ha perdido las llaves de casa. Los turistas iban, cautos, por el interior del laberinto consultando la vacuidad negra de las cámaras fotográficas. Las llamas de los arces se elevaron sobre los parques como el fuego de san Telmo. Hogueras en los jardines 12
y un humo gris sobre la tierra, sobre los pozos. Pero las hojas de los castaños, secas y ligeras como un cierto tipo de vejez despreocupada, planeaban cada vez más alto, más alto. ¿Qué son las iglesias barrocas? Lujosos gimnasios para santos atletas. No me querían ayudar. (Quien busca una casa ajena, me susurró un ángel apuesto y docto, no encuentra la propia.) Nadie me quería ayudar. Los niños chillaban a viva voz, con alegría y sin motivo (llenos de crueldad, por si acaso). El viento estaba lleno de aire, el aire lleno de oxígeno, el oxígeno lleno de recuerdos de un viaje de ultramar. ¿Pensaba realmente que los muros de los palacios, amarillos como de nicotina, se ocupaban de los conflictos fronterizos? No pude encontrar la casa de Holan. Como siempre, triunfó la vida, y el poeta muerto vivía en el olvido, en las chispas que saltaban debajo de la mano del soldador, en mi creciente cansancio. En ningún sitio, en ninguno, sencillamente en ningún sitio. Viene por aquí, pero siempre de noche, me dijo finalmente alguien que no existía.
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LEJOS DE CASA
Por la mañana el cielo estaba negro, cubierto, las nubes de caras impenetrables, orientales, hacia ningún sitio se apresuraban. Al mediodía los largos filos de rayos solares se paseaban como tijeras por los tejados de la ciudad, buscando víctimas. El humo de las hogueras que ardían se inclinaba ante los monarcas, y la sangre (ésa gran ausente) entonaba su canto gregoriano.
ANTOLOGÍA
Por la tarde leía una antología. Detrás de la ventana pacían nubes escarlatas. El día había desaparecido en un museo. Y tú, ¿quién eres? No lo sé. No sabía si había nacido para la felicidad. O para la tristeza. ¿Para una larga espera? En el aire puro del crepúsculo leía una antología. En mí vivían antiguos poetas, cantaban.
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LOS TRES REYES MAGOS «Llegaremos demasiado tarde...» André Frénaud, Los Reyes Magos Si no fuera por el desierto y la risa y la música habríamos llegado, o por nuestra melancolía, que se mezclaba con el polvo de los caminos. Hemos visto países pobres, más pobres aún por su eterno odio; largo tiempo esperaba en la estación un tren con fugitivos y soldados, y ardía. Nos han colmado de muchos honores, hasta llegamos a pensar: ¿Quizás uno de nosotros sea un monarca? Nos detenían prados primaverales, flores de calta y las miradas de las chicas, sedientas de un amor desconocido. Llevamos ofrendas a los dioses, no sabemos si ellos reconocieron nuestras caras en el fuego, cortina mieldorada. Nos caímos de sueño, dormimos varios meses, los sueños tronaban peligrosamente, pesadamente, como cuando las olas rompen en luna llena. Nos despertó el miedo y tuvimos que seguir, 16
maldiciendo el destino y las sucias posadas; sopló un viento frío cuatro años y era amarilla la estrella, cosida sin pensar, un escudo colegial. El taxi olía a anís y a siglo veinte, el conductor hablaba con deje ruso. Nuestro barco se hundió, de repente viró el avión. Discutimos con dureza, y cada uno cogió una dirección hacia otra esperanza. Apenas sí recuerdo qué buscábamos, y dudo si la noche de diciembre se abrirá como la pupila de un aparato fotográfico. Podría ser feliz, viviría tranquilo si no fuera por esa luz que estalla fuera de la ciudad cuando amanece cada día, cegando mi deseo.
JARDÍN DE LAS PALMERAS
En esta negra y pequeña ciudad, tu ciudad, donde incluso los trenes se paran indolentes, sin girar la cabeza a sus destinos últimos, como desafiando las sombras y el hollín, se alza en el parque un bloque gris de interiores perla. Ahora olvídate de la nieve, de los latigazos del frío, aquí una húmeda antología de vientos tropicales te recibe y el enigmático susurro de hojas enormes y enredadas como perezosas serpientes (ni un egiptólogo es capaz de entender su sentido). Olvídate de la tristeza de calles pequeñas y estadios, del peso de domingos malogrados. Acepta este respirar cálido que surge de las plantas. El ligero perfume de apagados relámpagos te rodea y te lleva lejos, lejos. Quizá veas velas de herrumbre, sus barcos no navegan, islas con rosácea niebla, torres de destruidos templos, contemples lo que se ha perdido, lo que nunca existió, 18
y también los que viven su vida que es igual u la tuya. Bajo otra luz ves de repente el mundo, las puertas de casas ajenas se entreabrirán por un momento, los pensamientos secretos saldrán, serán las fiestas menos dolorosas, más comprensible la alegría ajena, y más bellas las caras. Olvídate de ti, ciégate de éxtasis, olvídate de todo, volverá así quizás una fraternidad y una memoria más profundas, y dirás no lo sé, no sé cómo ocurrió: las palmeras abrieron mi corazón ansioso.
PINTORES HOLANDESES
Escudillas de estaño repletas y pesadas de metal. Gruesas ventanas hinchadas por la luz. Materialidad de plomizas nubes. Vestidos como colchas. Ostras húmedas. Objetos inmortales, pero que no nos sirven. Andan solos los zuecos de madera. Las baldosas nunca se aburren, y juegan al ajedrez con la luna. Una chica fea estudia una carta escrita con tinta simpática. ¿Será de amor o de dinero? El mantel huele a moral y almidón. La superficie no conecta con la profundidad. ¿Misterio? No hay misterio alguno, sólo el azul del cielo, hospitalario e intranquilo como gritos de gaviotas. Absorta, una mujer pela una manzana roja. Los niños sueñan con la vejez. Alguien lee un libro (un libro es leído), alguien se duerme y se vuelve un objeto cálido, que respira (como un acordeón). Les gustaba habitar. Y lo habitaban todo, 20
el respaldo de madera de una silla y en hilos finos de leche como el estrecho de Bering. Puertas de par en par, el viento era afable, las escobas descansaban tras el trabajo a conciencia. Descubiertas las casas. Pintura de un país donde la policía secreta no existía. Sólo una sombra prematura entró en el rostro del joven Rembrandt. ¿Por qué? Pintores holandeses, decid, ¿qué pasará al pelar la manzana, cuando falte la seda, cuando todos los colores sean fríos? Decidnos, ¿qué es la oscuridad?
POSTALES
Brillan ásteres con resplandor mate de las cintas de terciopelo. Después aparecen los crisantemos, con el pálido amarillo del norte. Era Todos los Santos, pero no teníamos adonde ir. No están, en este país, nuestros muertos, vagan en la memoria de otros muertos, en frutos de baya y de plomo. Toda la semana con lluvia, lluvia como guerreros chinos bajo tierra con la cara inmutable. Los ríos que fluían boca arriba, bebían agua y octubre con ansia, y el barro formaba figuras cada vez más perfectas. No teníamos adonde ir, a pesar de la vaciedad del día, que parece una manga llevada por el viento. 22
Las visitas, distinguidas e invisibles, rebosaban los cementerios, igual que una sala de baile al alba, al desvanecerse los sueños. No están, en este país, nuestros muertos (hace años que se fueron de viaje). Postales amarillentas con señas ilegibles, y sellos donde se ven países que dejaron de existir hace tiempo.
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DESPEDIDA DE LOS DÍAS VILES
El dictador apenas cabía en la pantalla del televisor. Florecían paracaídas en el aire como nomeolvides. Despedios, días viles. Los tótems antiguos se van. Uremia de la justicia.
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AÑOS TREINTA
Años treinta Aún no estoy Germina la hierba Una niña come un helado de fresa Alguien escucha a Schumann (el loco Schumann, el perdido) Qué suerte, Aún no estoy Lo oigo todo
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BUSCA
Volví a la ciudad donde fui niño y adolescente y un viejo de treinta años. La ciudad me recibió con indiferencia, los megáfonos de sus calles murmuraban: ¿no ves que el fuego todavía arde?, ¿no oyes el estrépito de las llamas? Vete. Busca en otro lugar. Busca. Busca la verdadera patria.
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REFERÉNDUM
En Ucrania se celebró un referéndum sobre la independencia. Caía la niebla sobre París, los meteorólogos predijeron un día frío y nublado. Sentía ira contra mí, contra mi estrecha y atada vida. El Sena se asfixiaba en el amarradero. Las librerías mostraban una nueva edición de Schopenhauer: Douleurs du monde.
Los parisinos vagaban por la ciudad escondidos en cálidos abrigos loden. La niebla entraba en la boca, en los pulmones, como si el aire llorara y explicara algo de sí mismo, del frío al amanecer, de cuán larga es la noche y de cómo las estrellas aparecen sin piedad. Iba en autobús en dirección a la Bastilla, destruida doscientos años atrás, intentaba leer algunos poemas, pero no entendía nada.
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Lo que venga será invisible y ligero. Lo que existe, vacila entre la ironía y el temor. Lo que perdure será azul como el ojo de una guillotina.
REFUGIADOS
Encorvados por una carga que a veces es visible, otras no, avanzan por el barro, o arena del desierto, inclinados, hambrientos, hombres taciturnos con gruesos caftanes, vestidos para las cuatro estaciones, ancianas con caras llenas de arrugas llevando algo, que puede ser un bebé, una lámpara (familiar), o quizá la última hogaza. Esto puede ser Bosnia, hoy, Polonia en septiembre del 39, Francia (ocho meses después), Turingia en el 45,
Somalia, Afganistán, Egipto. Siempre hay un carro, o como mínimo un carretón repleto de tesoros (colchas, tazas de plata, y el aroma de casa que se evapora rápidamente), un coche sin gasolina, abandonado en la cuneta, un caballo (será traicionado), nieve, mucha nieve, demasiada nieve, demasiado sol, demasiada lluvia, 29
y esta inclinación tan característica, como hacia otro planeta mejor, un planeta que tiene generales con menos ambición, menos cañones, menos nieve, menos viento, menos Historia (este planeta, por desgracia, no existe, sólo existe la inclinación). Arrastrando las piernas van despacio, muy despacio al país de Ningún Sitio, a la ciudad Nadie en la orilla del río Nunca.
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CARTA DE UN LECTOR
Demasiado sobre la muerte, sobre las sombras. Escribe sobre la vida, sobre un día normal, sobre el deseo de orden. La campana de la escuela puede ser un modelo de templanza, hasta de erudición. Demasiada muerte, un exceso de negro deslumbramiento. Mira, naciones amontonadas en estadios apretujados cantan himnos de odio. Demasiada música, falta harmonía, tranquilidad, cordura. 31
Escribe sobre los momentos cuando los puentes de la amistad parecen ser más duraderos que la desesperación. Escribe sobre el amor, sobre los largos atardeceres, sobre el amanecer, los árboles, sobre la infinita paciencia de la luz.
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YO NO ESTABA EN ESTE POEMA
Yo no estaba en este poema, sólo había un charco puro y brillante, pequeño ojo de lagartija, el viento y la música de una armónica que no se había pegado a mis labios.
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ESTO ES SICILIA
Navegamos de noche por orillas sombrías, enigmáticas, se movían grandes hojas de las colinas a lo lejos, lentas como los sueños de un gigante. Las olas golpeaban la madera del bote, un viento tibio besaba las velas, las estrellas, confusas, intentaban explicar la historia del mundo. Esto es Sicilia, alguien murmuró, isla triangular, aliento de lechuza, el pañuelo de los muertos.
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VOSOTROS SOIS MIS HERMANOS SILENCIOSOS
Vosotros sois mis hermanos silenciosos, muertos. No os olvidaré nunca. n viejas cartas veo huellas de vuestra letra, que se encarama al extremo de la página como un caracol por la pared de un psiquiátrico. Direcciones, teléfonos que acampan aún en mi agenda, esperan, dormitan. Ayer estuve en París, vi centenares de turistas c ansados y helados. Pensé que se os parecían, no pueden encontrar su lugar, vagan intranquilos. Y creía que esto era muy fácil: ¡vivir! Basta con un puñado de tierra, un barco, un nido, una prisión, un poco de aire, unas gotas de sangre y nostalgia. Vosotros sois mis maestros, muertos. No os olvidéis de mí.
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UN POEMA RÁPIDO
Escuchaba canto gregoriano corriendo en un coche por la autopista, en Francia. Arboles con prisa. Voces de monjes que alababan al Señor invisible (al alba, en la capilla que temblaba de frío). Domine, exaudi orationem meam, las voces masculinas rogaban tan serenas como si en el jardín la salvación creciera. ¿Adónde iba? ¿Dónde se escondió el sol? Mi vida desgarrada yacía a ambos lados del asfalto, frágil como el papel de un mapa. Con los dulces monjes me dirigía hacia las violetas nubes, pesadas, impenetrables, hacia el futuro, un abismo que traga duras lágrimas de granizo. Lejos del alba, lejos de casa. En lugar de paredes, una lámina fina. En vez de vigilar, una escapada. Un viaje en vez del olvido. Un poema rápido en vez de un himno. 36
Delante de mí corría una pequeña y cansada estrella y destelló el asfalto del carril, indicando dónde estaba la tierra, dónde se oculta el filo del horizonte, dónde la negra araña de la tarde y la noche, viuda de tantos sueños.
PASEANDO
Alguna vez cuando estás paseando por un camino rural, o en un bosque verde y solitario, oyes fragmentos de voces, quizás unos gritos; no quieres acudir, y aceleras el ritmo, y durante un rato te persiguen como un animal adiestrado. No quieres acudir, pero después, en el bullicio de una gran ciudad, te arrepientes de no haber hecho caso e intentas recordar cómo eran sus sonidos, sus sílabas y las pausas que había. Pero ya es demasiado tarde, nunca podrás saber quién cantaba, qué música se oía y qué invocación encerraban.
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LO QUE PASÓ
Lo que pasó, había pasado antes. Cuatro toneladas de muerte yacen en la hierba y duran las lágrimas secas entre las hojas del herbolario. Lo que pasó, se quedará con nosotros, y crecerá y disminuirá. Pero nosotros tenemos que vivir, dice un castaño casi enmohecido. Nosotros tenemos que vivir, canta la langosta, nosotros tenemos que vivir, murmura el verdugo.
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LA MUCHACHA DE VERMEER
La muchacha de Vermeer, famosa ahora, me está mirando. La perla me mira. La muchacha de Vermeer tiene los labios rojos, húmedos y brillantes. Muchacha de Vermeer, perla, turbante azul: eres la luz, y yo estoy hecho de sombra. La luz mira a la sombra con altivez, con indulgencia, quizá con tristeza.
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CIGARRAS
Un azor, que estaba un poco perdido, (así me parecía), volaba sobre el mar azul. Las rocas, calentándose, crecían. Nadamos un buen rato, sumergidos en el agua. Un pequeño autobús trajo a la playa niños deficientes de caras pálidas como esculturas de mármol a medias. Mi piel sabía a sal, me transformé en piedra, mineral. Con pereza leimos libros calentados. La resina se fundía en los pinos. Nos hallamos entre los elementos, entre el fuego y el sueño. El sufrimiento nos persigue o nos adelanta.
TIERRA DEL FUEGO
Tú, que ves nuestras casas por la noche y las finas paredes de nuestras conciencias, tú, que oyes el zumbido de las máquinas de coser de nuestras conversaciones, sálvame, arráncame de este sueño, de esta amnesia. ¿Por qué es la infancia, ¡oh, tesoros de aluminio, oh, susurro de plomo, amenazante y bello, la única fuente, la única añoranza!? La vejez, posterior a la edad madura, ¿por qué es un camino inacabable, amarillo como si fuera el Sáhara? Sabes muy bien que algunos días incluso el deseo se vuelve seco, y los labios al rezar se endurecen. A veces la moneda del sol se vuelve mate y la vida empequeñece hasta tal punto que podría caber en los guantes azules de una gitana 42
que predice el pasado de hasta siete generaciones. Y es entonces cuando en un pueblo del sur un charlatán decide destruirte, a ti, y a mí y a sí mismo. Tú, que ves el blanco de nuestros ojos, tú, que te escondes igual que un pinzón en los serbales, y en las cálidas medias de las nubes como un halcón, abre las repletas cajas de cantos, abre la sangre que late en las aortas de animales y piedras, enciende las farolas en los negros jardines. Innombrable, invisible, silencioso, libérame de la anestesia, llévame a la Tierra del Fuego, llévame allí, donde los ríos fluyen verticalmente, verticalmente fluyen ríos horizontales.
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ALBI
El viajero saluda regiones desconocidas donde gozar querría de la felicidad y hasta recuperar la memoria. Albi se abre delante de mí, es una hoja de acacia, suave y afectuosa, pero es infranqueable la basílica, sus punzantes ventanas y sus paredes lisas se protegen de mi emoción. Sopla viento del oeste, de España, trae una gota de tristeza y un átomo del océano. Los plátanos se inclinan mutuamente, parecen cortesanos en trajes esmeralda polvorientos por un trayecto en carro. Todavía no sé qué es el mundo, una ola alta que inunda los sentidos, valor y la tranquilidad y las calladas llamas de las linternas en esta noche, cuando despedimos a los muertos;
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cansancio y sueños fértiles que van como incansables peregrinos a través de nosotros. La paciente basílica está quieta. Navegan nubes lentas, con sueño, como un río en tierras bajas. El fuego-arquero está sobre mí, navegando. Ya no estás en la tierra mientras yo vivo, y vivo, y observo y el círculo de mi respiración rueda entre carreteras de provincia.
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BANDERAS
Banderas, abrigos donde naciones cansadas, negras por falta de sueño, vivaquean, banderas, arrugadas sábanas de héroes, banderas, dejad ya de taparnos los ojos, volved a vuestros campos de algodón, volved a Asia. ¿No sabéis que se acerca la noche y que se inquieta un tornado de estrellas y lentejuelas?
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VIENTO DE DICIEMBRE
El viento de diciembre te mata la esperanza, pero no permitas que te arrebate la niebla azul que existe sobre el mar y una benigna mañana en verano. ¿Cree alguien que todavía existen ligeras e invisibles islas, y manchas de un brillo solar en el entarimado de madera? El sueño lleva un vestido andrajoso y va pidiendo una limosna, mientras se apaga en una celda, como María Estuardo, la memoria.
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VIAJERO
Un viajero, incrédulo de todo, se encontraba en verano en un lugar ajeno. Florecían los tilos, y con fervor lo extraño. Iba el gentío anónimo por la fragante calle, lenta y llena de temor, tal vez porque pesaba más la puesta de sol que el horizonte, y el escarlata en el asfalto podía ser no sólo una sombra, una guillotina podía adornar no sólo un museo, y tocando al unísono podían expresar más aquellas campanas de la iglesia. Quizá por eso una y otra vez, el viajero con recelo comprobaba en su pecho si conservaba el billete de vuelta para los sitios de costumbre donde vivimos.
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CASA
¿Lo recuerdas aún, qué era una casa? Casa, un bolsillo en el abrigo de enero para la tormenta, casas, pequeñas y rechonchas igual que vocales egipcias. Siempre al amparo de las lenguas verdes de los árboles (el más fiel era el tilo, que en otoño lloraba lágrimas secas). Se balanceaban en el desván anticuados vestidos como un colgado. Ardían viejas cartas. Un antiguo piano, hipopótamo de dientes negros y amarillos, dormitaba en el salón. Una cruz de un alzamiento perdido colgaba, en la pared, torcida, junto a fotografías con una niña triste (una vida perdida). Aquel aire olía a vermut, era amargo y dulce a la vez. Casas, casas, ¿dónde buscaros?, ¿en qué océano?, ¿en qué recuerdos?, ¿bajo la teja de qué inexistencia? 49
Cuando el viento abrió la ventana, un futuro morado entró en la habitación, las cortinas de muselina, ahogadas, ya no respiraban. El fuego, prometido de la muerte, le daba todavía ramos de chispas pálidas.
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MOMENTO
En un templo románico las piedras redondas, que los rezos y las generaciones gastaron, humildemente callaban, mientras dormían sombras en el ábside como murciélagos en abrigos de invierno. Salimos y relucía un sol pálido, débilmente nos llegaba la música de un coche, había dos arrendajos que nos miraban con mucha atención, hilos de nostalgia llevaba el aire. Este momento es tan impertinente que se permite una existencia frívola al lado mismo de este antiguo templo, que se encuentra ya muy cansado, y esperando millones de años próximos, próximas guerras, eras geológicas, cambios climáticos, treguas, congresos, este momento, que aunque sólo sea
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un mosquito, una mosca, polvo, aliento, se ha extendido por todas partes, llegando al interior de la hierba azorada, vive en los tallos y en los genes y en las pupilas de nuestros ojos. Este momento, mortal como tú y yo, estaba repleto de una felicidad sin sentido, sin límite, loca, como sabiendo algo que no sabíamos nosotros.
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MIRLO
Se sentó un mirlo en la antena de t v , cantaba una dulte canción de jazz. ¿A quién dices adiós? ¿Qué lloras? Pregunté. A los que ya no están, contestó el mirlo, me despido del día (de sus ojos y párpados), lloro a una chica que ha vivido en Tracia, no la pudiste conocer. Me apena el mimbre que mata la escarcha, lloro porque tocb perece y cambia y regresa, pero nunca es igual. En mi pequeña garganta apenas cabe tristeza y desconsuelo, alegría y orgullo, por esta radical metamorfosis. Veo avanzar la comitiva fúnebre, allí, igual cada día, al filo del horizonte. Van todos, los observo y me despido. Veo sables, sombreros, pañuelos, pies descalzos, cañones, sangre y tinta. Avanzan lentos, desaparecen en la niebla de la orilla, por la derecha. De ellos, de ti y de la luz me despido, y saludo a la noche, porque a la noche sirvo, a las negras sedas, a las negras fuerzas. 53
TREN A MAISONS-LAFFITTE
A lo largo de un prado rojizo, donde un circo ambulante montó su carpa, va mi tren. En camisetas rosas los acróbatas juegan a fútbol; un tigre bosteza. El Sena fluye hacia el norte, lo llevan barcos, botes y barcas. Una enorme nube cubrirá el cielo. Pero las golondrinas se despiden ya del otoño, hablan con el viento y con el árbol de Judas, que está triste. Duermen, despiertan los cuatro elementos. Detrás de la negra nube se divierte una estrellita, ¿quién sabe? Voy a ver a mi amigo, mi maestro. Mi amigo va perdiendo la memoria. Su lugar lo ocupa un saber ligero como una fuente en la noche.
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ROBESPIERRE ANTE EL ESPEJO
Tengo los labios finos, la nariz afilada. Mi cara encierra algo de asceta. Mi mirada puede ser dura e inflexible. Sin duda me describirán así los que historien la gran revolución: «Despiadado, inflexible, ambicioso.» Ni siquiera yo mismo puedo saber quién soy, pero ahora, al amanecer, en junio, en el pueblo, ante el espejo rosado por la salida del sol, advierto una sonrisa en mi cara y una benevolencia que suele acompañar a la ternura y a la debilidad. En la mejilla izquierda llevo una nube negra.
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ELEGÍA
Esto era un gris paisaje, pequeñas casas como ponis tártaros, bloques inmensos de cemento con la muerte al nacer, uniformes y lluvia, adormecidos ríos que no saben su curso, polvo, dioses soviéticos de párpados hinchados, acre olor a gasolina, dulce olor a aburrimiento, trenes sucios, alba de rojos párpados. Esto era un pequeño paisaje, en los inviernos infinitos, como en copas de viejos tilos, vivían pájaros y cuchillos y la amistad y hojitas de traición, arcos de pueblos, prados angostos, en un banco del parque alguien tocaba sin ganas el acordeón, y entonces se podía respirar un aire más ligero que el cansancio. Esto era una sala de espera de paredes marrones, un juzgado, una clínica, un lugar en que el peso de las actas doblegaba las mesas, mientras los ceniceros rebosaban ceniza. Esto era el silencio o megáfonos llenos de rabia. Una sala de espera, había que esperar toda una larga vida para poder nacer. 56
Nuestros breves amores, durando mucho tiempo, nuestras enormes risas, ironías, triunfos, quizás en el cuartel se apaguen, en el margen del mapa, en la frontera de la imaginación. Esto son voces, cabellos de muertos. Esto eran los cronómetros de nuestro gran deseo, esto era el tiempo lleno de vacío. Esto era un negro paisaje, montañas azules y un arco iris sesgado. Sin promesas ni esperanzas allí, sin ser extranjeros, vivíamos. Esto era la vida que nos fue dada. Esto era la paciencia, pálida como un glaciar. Esto era el temor, lleno de culpa. Esto el coraje, lleno de angustia. Esto la angustia, llena de fuerza.
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VIOLONCHELO
Sus adversarios dicen: es tan sólo un violín que ha pasado una muda y fue apartado del coro. No es verdad. Un violonchelo encierra secretos, pero nunca llora, sólo canta con su voz grave. Pero no todo se convierte en canto. A veces se puede oír como un murmullo, o un susurro: me siento solo, no consigo dormir.
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DEGAS: EN LAS SOMBRERERÍA
Los sombreros, calados de una luz que afina sus trazos, son inocentes. Una joven se ocupa del trabajo. Arboledas y arroyos ¿dónde están? ¿Dónde la risa sensual de las ninfas? Este mundo está hambriento y cualquier día irrumpirá en esta habitación cómoda. Le bastan ahora los embajadores que anuncian: yo soy el ocre. Yo el siena, yo soy como la ceniza, el color del espanto. En mí naufragan los barcos. Yo soy el color azul, soy muy frío, podría llegar a ser despiadado. Yo soy el color del morir, tengo mucha paciencia. Yo soy el púrpura (casi invisible), me quedo con triunfos y desfiles. Yo soy el verde, soy sensible, vivo en fuentes y en hojas de abedules. La joven de hábiles dedos no puede oír las voces, porque ella es mortal. Piensa en el domingo, en su cita 59
con el hijo del carnicero, que tiene ásperos labios y grandes manos manchadas de sangre.
6o
PLANETARIUM
Supongamos que fue en septiembre. Un cielo artificial giraba encima de nosotros. Una excursión escolar. Yo, mis ojos, mi tierna vida, con dieciséis años. En el techo emergían las estrellas como bailarinas, los cometas corrían a cumplir sus tareas en el confín del mundo. Las pequeñas descargas en la pantalla, dijo una voz por el megáfono, en realidad son terriblemente grandes, pero previstas e indispensables. Imaginemos que por un momento no hubiese luz, se hiciera todo oscuro con una ráfaga de viento negro. Parecería que llueve, graniza, que viene una tormenta y alguien grita, pide ayuda, reclama las estrellas verdaderas. Digamos que vinieron, brillando con un ciego resplandor.
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ESCRIBÍA EN LA OSCURIDAD A Ryszard Krynicki Cuando vivía en Estocolmo, Nelly Sachs trabajaba por las noches con una luz apagada para no despertar a su madre enferma.
Escribía en la oscuridad. La desesperación le dictaba palabras tan pesadas como colas de cometa. Escribía en la oscuridad, en silencio, que sólo interrumpía el reloj de pared con sus suspiros. Hasta las letras eran soñolientas, sus cabezas caían en las hojas. La oscuridad escribía tras coger esta mujer ya no joven como si fuese su pluma. La noche se compadecía de ella, sobre la ciudad se erigía 62
una gris prisión del alba, la aurora de dedos rosa. Cuando se dormía ella los mirlos ya despertaban y no hubo ninguna pausa en la tristeza y el canto.
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EL AEROPUERTO DE AMSTERDAM
A la memoria de mi madre
Rosa de diciembre, estrecho deseo en un jardín negro y vacío, roya en los árboles y un humo denso como si ardiera la soledad de alguien. Ayer pescando volví a pensar en el aeropuerto de Amsterdam, en sus pasillos sin pisos, en salas de espera llenas de sueños ajenos, manchados con el infortunio. Los aviones, halcones sin botín, hambrientos, golpeaban el cemento casi con rabia. Aquí podría haber sido tu entierro, (inatención, multitudes huyendo), un buen lugar para la ausencia.
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Hay que velar a los muertos bajo la gran carpa del aeropuerto. Volvimos a ser nómadas, ibas rumbo al oeste en ropa de verano, te sorprendían la guerra y el tiempo, las ruinas con moho, la imagen del espejo: era una vida pequeña y cansada. Cuando hay oscuridad brillan las cosas últimas, las salidas del sol, cuchillos y horizontes. Te despedí en el aeropuerto, valle de la prisa, con lágrimas en venta. Rosa de diciembre, dulce naranja, sin ti ya no tendremos Navidad. La menta suavizaba la migraña... En el restaurante siempre eras quien más estudiaba el menú... En nuestra ascética familia eras la maestra de la expresión, pero moriste tan discretamente... Farfullará tu nombre un viejo cura. El tren se detendrá en el bosque. Al amanecer nevará sobre el aeropuerto de Amsterdam. 65
¿Dónde estás? Allí donde enterraron la memoria. Allí donde crece la memoria. Allí donde enterraron la rosa, la naranja y la nieve. Allí donde crece la ceniza.
NOCHE
Baila muy bien y tiene un gran deseo. Busca un camino. Llora en el bosque. La matarán el alba, la fiebre y el gallo.
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TREN DE HIERRO
Se paró el tren en la estación y permaneció inmóvil un momento. Dieron portazos, bajo los zapatos chirrió la grava. Alguien dijo hasta siempre, cayó un guante, se apagó el sol, de nuevo portazos, aun más fuertes, y el tren de hierro avanzó lento. En la niebla se perdió, como el siglo diecinueve.
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ÚLTIMA TORMENTA
Alguien se va. Alguien ha bebido silencio. Sólo en agosto gritan las tormentas como dementes en una ambulancia. Las ramas nos golpean las mejillas. Huelen hojas de alisios a aceite de heno, a sueño. Cabe escuchar, escuchar, escuchar. Bajo el agua respiran manantiales cansados. A las cuatro de la mañana un solitario y último relámpago con rapidez dibuja algo en el cielo. Dice «No». O «nunca». O tal vez: «Valor, no se apagó el fuego.»
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PERSÉFONE
Una vez más Perséfone bajo tierra con un ligero vestido, ojos grandes de niño judío. Vuela el polvo otoñal, hojas amarillas, cometas, un avión blanco, alas negras de las cornejas. Alguien corre llevando una carta atrasada. Con sandalias de corcho pasará frío. No la guardarán los cabellos del viento ciego, del olvido. Se pierde en la sombra de los castaños y sólo una cinta en su trenza brilla con el fulgor rosa de la renuncia. Una vez más Perséfone bajo tierra y de nuevo la misma cinta de indiferencia ciñe mi corazoncito de pájaro.
7o
¿QUIERES LLORAR?
Pasaba bajo los toldos de los árboles y a veces me alcanzaban las gotas de lluvia como preguntando: ¿quieres sufrir? ¿Quieres llorar? Había humedad en el aire, brillaban las hojas, olía a primavera y a desgracia.
AQUEL DÍA LA NADA
Aquel día la nada como para llevar la contraria se convirtió en fuego y quemó los labios a los niños y a los poetas.
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TRES ÁNGELES
De repente aparecieron tres ángeles en la calle San Jorge, justo al lado del horno. ¡Vaya!, otra encuesta sociológica, suspiró un hombre ya aburrido. No, aclaró paciente el primer ángel, tan sólo queremos saber en qué se ha convertido vuestra vida, a qué saben los días y por qué están marcadas las noches por la angustia y el temor. ¡Oh, sí!, el temor, dijo una mujer bella de soñolientos ojos, pero yo sé por qué. Las obras de la mente son muy débiles y parecen necesitar ayuda, apoyo, que no tienen. Por favor, mire, ¡trató de usted al ángel! Por ejemplo Wittgenstein. Nuestros sabios y guías son tristes, desorientados, y quizá sepan menos que nosotros, la gente normal (aunque ella no era normal). Y también, dijo un muchacho 73
que aprendía a tocar el violín, las tardes son sólo un estuche vacío, una caja privada de secretos, y por la mañana el cosmos parece seco y ajeno como la pantalla del televisor. Y además, muy poca gente ama la música por sí misma. Otros también hablaron, multiplicando quejas, creando una inmensa sonata de ira. Si queréis saber la verdad, gritó un estudiante alto cuya madre murió, estamos hartos de persecuciones, enfermedades, muerte y crueldad, y de las largas horas de aburrimiento inmóvil como el ojo de una serpiente. Nos falta tierra. Hay demasiado fuego. No sabemos quiénes somos. Erramos por el bosque y las negras estrellas se pasean lentas, como si fueran tan sólo nuestro sueño. Pero aún hay un poco de alegría, el segundo ángel, tímido, dijo, e incluso la belleza está aquí mismo, bajo la capa de cada hora, en el tranquilo corazón del recogimiento, y todos tenéis dentro una persona universal, fuerte, invencible. A veces las rosas silvestres huelen 74
a infancia, y las chicas, cuando es un día festivo, van a pasear como antes, y hay algo inmortal cuando llevan bufandas de colores. La memoria vive en el océano y el trote de la sangre, en las negras, quemadas piedras, en los poemas y en cada tranquila conversación. El mundo es como siempre, lleno de sombras y de esperas. Habría hablado más, pero la multitud crecía sin parar y resonaba un murmullo de sorda rabia, hasta que los enviados levitaron y cuando se alejaban decían con dulzura: que la paz sea con vosotros, con los vivos, los muertos, los que van a nacer. Tan sólo el tercer ángel no dijo una palabra, pues era el ángel del largo silencio.
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VERANO
Qué calor en verano, qué sofoco... Sobre mí el cielo blanco como una carpa de circo. Te estuve hablando, escribí cartas, marqué números de muchas cifras. Era tal el bochorno que se evaporó la tinta de las plumas. Los astores se desmayaban. Hasta envié un telegrama, el correo soñoliento lo aceptó con sorpresa. Las avispas, borrachas, rodaban en la mesa, los terrones de azúcar estallan en el café negro. Vagué por la ciudad y me volví algo invisible, quizá por costumbre. Por desesperación. Me dirigí a ti. Se elevaba al final de cada calle una estación, un aeropuerto, una iglesia. Los viajeros hablaban de incendios y de signos. Te busqué, sin parar, en todos los rincones. Cerraron los postigos, herméticas fronteras, sólo las nubes iban a occidente. Hizo tanto calor que el plomo se fundió en las vidrieras.
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UN POEMA CHINO
Leo un poema chino escrito hace mil años. El autor habla de la lluvia que cae toda la noche sobre el techo de bambú de la barca, y de la paz que finalmente anidó en su corazón. ¿Será casualidad que vuelva a ser noviembre, haya niebla y una puesta de sol plomiza? ¿Será por azar que otra vez alguien viva? Los poetas dan mucha importancia a los éxitos y a los premios, pero otoño tras otoño los árboles orgullosos van deshojándose y si algo queda es el murmullo delicado de la lluvia en los poemas que no son ni alegres ni tristes. Tan sólo la pureza es invisible y el atardecer, cuando luz y sombra 77
se olvidan de nosotros un momento, ocupados en barajar secretos.
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IBA POR UNA CIUDAD MEDIEVAL
Ib a por una ciudad medieval, por la tarde o al alba, era muy joven o bastante viejo. No llevaba ningún reloj ni calendario, sólo la terca sangre que medía una eterna lejanía. Podía volver a empezar esta propia o impropia vida, todo parecía sencillo, las ventanas no cerraban del todo, los destinos ajenos, entreabiertos. En primavera o al comienzo del verano, muros calientes, un viento suave como la piel de una naranja, era muy joven o bastante viejo, podía escoger, podía vivir.
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C
A
N
T
I
L
A
D
O
Adam Zagajewski es un poeta de la claridad. En sus versos asoman inviernos infinitos, sa bor de hojas, arboledas y sonidos, casas como un bolsillo en un abrigo, violonchelos, aero puertos, los vivos y los muertos, un anhelo, la memoria y, a veces, el tiempo circular. Zaga jewski es asimismo un poeta visual, de pala bras que son celebración del mundo y sus imágenes. Es el canto de un instante que se expande, que involucra, y en el que converge la realidad toda, epifánica y plural, siempre presente. Poeta exiliado, la suya no es, sin embargo, una poesía del exilio. Se le conside ra una de las figuras más relevantes y con más repercusión internacional de la nueva gene ración de poetas polacos y, con el libro que hoy presentamos, Acantilado empieza la pu blicación de su obra poética.