Actos de Significado

April 2, 2017 | Author: Felipe Enriquez | Category: N/A
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Actos de significado En este libro, lerome Bruner, uno de los padres de aque­ lla revolución cognitiva que hace más de cuarenta años cambió la psicología, hace una crítica brillante e incisi­ va de su desarrollo histórico y de su situación actual. El autor nos obsequia con un recorrido divertido y agudo por los avatares de la revolución cognitiva, deteniendo su irónica pluma en la actual preocupación por los ordena­ dores y el cálculo que anima a sus herederos intelectuales. Bruner acusa a la actual psicología cognitiva de haberse enredado con problemas técnicos que son marginales a los propósitos y al impulso que animaron aquella revo­ lución que él ayudó a crear y aboga por la creación de una psicología cultural. Este cambio cultural ha quedado reflejado en sus trabajos de investigación en el ámbito de la educación. En Actos de significado se subraya la naturaleza de la cons­ trucción del significado, su conformación cultural, y el papel esencial que desempeña en la acción humana. Es un intento de mostrar cómo debe ser una psicología que se ocupa esencialmente del significado y cómo esta se convierte inevitablemente en una psicología cultural.

EDITORIAL

3492312

]EROME BRUNER

Actos de significado

MÁs ALLÁ DE LA REVOLUCIÓN COGNITIVA

Traducción de

Juan Carlos Gómez Crespo y José Luis Linaza

ALIANZA EDITORIAL

Título original: Am ofMeaning

J, e

Traductores: GótnC1, Crespo (prelitcio, mps, 1, 2 Y4) Y¡04é Luis Linaza (cap, 3)

Reservados todos los derechoS'. El contenido de esOl. obra está protegido por la Ley. que establece penas de prisión y/o mww, a' en las ciencias humanas. El lado «biológico» de la psicología ha abandonado su viejo cuartel ge­ neral para unir sus fuerzas con las neurociencias. Las «ciencias cogniti­ vas», de nuevo cufio, han absorbido a muchos de aquellos que antes trabajaban en las vifias de la percepción, la memoria o el pensamiento, que ahora se conciben como variedades de «procesamiento de infor­ macióm,. Estos nuevos a1ineamienros pueden ser para bien; podrían aportar un vigor teórico nuevo e inesperado a la tarea de comprender al ser humano. Pero, a pesar de las particiones y la fragmentación que parecen es­ tar produciéndose, no creo ni que la psicología esté llegando a su fin ni que esté eternamente condenada a vivir en provincias segregadas. Ya qne la psicología como empresa es muy anterior a su conversión «oficial» en un conjunto de divisiones autónomas. Sus grandes ternas e interrogantes aún están vivos. l.a fundación, en 1879, del laboratorio de psicología «experimental» de Wundt en Leipzig no eliminó estos interrogantes. Se limitó a revestirlos de ropajes nuevos: el «nuevo» es­ tilo positivista, tan caro a los corazones de nuestros precursores de fi­ nales del siglo XIX. El propio Wundt, en sus últimos años, reconoció hasta qué punto el nuevo estilo de «laboratorio» podía ser restrictivo y, al proponer su «psicología cultural», nos exhortó a abrazar un enfoque más histórico e interpretativo para entender los productos culturales del hombre. Los psicólogos actuales obtenemos todavía un generoso sustento de nuestro distante pasado prepositivista: Chomsky reconoce su deuda con Descartes, Piaget no puede concebirse sin Kant; ni Vygorsky sin Hegel o Marx; y lo que un día fuera formidable bastión de la psico­ logía, la «teoría del aprendizaje», se COnstruyó sobre los cimientos que había puesto John Locke. Si los seguidores de Freud hubieran conseguido liberarse del modelo de la «bioenergética», que era el as­ pecto más superficial de su teoría, la estatura teórica del psicoanálisis

habría seguido creciendo brla resultado inconcebib po, sobre el que se sustel más allá de las fronteras e hermanas de las ciencias interés actual por cuesti< siguió a la fundación de Peirce y Nietzsche, Aust: Husserl y Cassirer, Fouca No tiene nada de extn una reacción contra el es ma que aflige a la psicol tiende cada vez más a ha legos en la materia les p' de poca monta e inteIect. no es más que una respu, lares. En el interior de la el estado en que se enCuel comienzo de la búsqued.; pecho de la ética predom pequeños y primorosos» una ocasión la «metodol están volviendo a formul mente y sus procesos, en, nificados y nuestras real mente por la historia y la Y estas cnestiones, qm de la psicología «oficial", gor necesarios para prod. sabemos mucho mejor o resolución siempre ha C(l paradón del hombre y como nifio inmaduro ye tado de buena salud y el la alienación, la «natural, y, por supuesto, tambiér hueso y las máquinas co

PREfACIO

:ada vez más parecido a ida vez más lejos de otras la mente y la condición lpO de las humanidades le ha ocurrido; quizá in­ en las ciencias humanas. nado su viejo cuartel ge­ as. Las «ciencias cogniti­ )8 de aquellos que antes moria o el pensamiento, Jrocesamien to de infor­ l ser para bien; podrían . la tarea de comprender ntación que parecen es­ ~a esté llegando a su fin 1 provincias segregadas. nteríor a su conversión nas. Sus grandes temas e :n 1879, dellaboratorío .dpzig no eliminó estos s nuevos: el «nuevo» es­ .estros precursores de fi­ Liltimos afios, reconoció )" podía ser restrictivo y, :tó a abrazar un enfuque los productos culturales a un generoso sustento msky reconoce su deuda [l Kant; ni Vygotsky sin .ble bastión de la psico­ .yó sobre los cimientos )res de Freud hubieran .ergérica>l, que era el as­ teórica del psicoanálisis

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habría seguido creciendo. La revolución cognitiva, más reciente, ha­ bría resultado inconcebible en ausencia del clima filosófico de su tiem­ po, sobre el que se sustentaba. Y, ciertamente, si echamos un vistazo más allá de las fronteras de la psicología «oficial» a nuestras disciplinas hermanas de las ciencias sociales, nos sorprenderá el renovado y vivo interés actual por cuestiones clásicas planteadas durante el siglo que siguió a la fundación del laboratorio de Leipzig por hombres como Peirce y Nietzsme, Austin y Wittgenstein, Jakobson y De Saussure, Husserl y Cassirer, Foucault y Searle. No tiene nada de extraño, por consiguiente, que se haya producido una reacción contra el estremamiento yel «encerramiento" en sí mis­ ma que aflige a la psicología. La comunidad intelectual más amplia tiende cada vez más a hacer caso omiso de nuestras revistas, que a los legos en la materia les parece que contienen principalmente estudios de poca monta e intelectualmente desubicados, cada uno de los cuales no es más que una respuesta a un puñado de pequeños estudios simi­ lares. En el interior de. la psicología hay inquietud y preocupación por el estado en que se encuentra nuestra disciplina, y se ha producido ya el comienzo de la bósqueda de nuevos medios para reformularla. A des­ pecho de la ética predominante, favorable a la realización de «estudios pequefios y primorosos», y de lo que Gordon Allport denominó en una ocasión la «metodolattía», las grandes cuestiones psicológicas se están volviendo a formular; cuestiones que arañen a la naturaleza de la mente y sus procesos, cuestiones sobre cómo construimos nuestros sig­ nificados y nuestras realidades, cuestiones sobre la formación .de la mente por la historia y la cultura. Y estas cuestiones, que a menudo se investigan con más vigor fuera de la psicología «oficial», .se están reformulando con la sutileza y el ri­ gor necesarios para producir respuestas ricas y fecundas. Actualmente, sabemos mucho mejor cómo enfocar las grandes comparaciones cuya resolución siempre ha constituido un reto para la psicología. La com­ paración del hombre y sus precursores en la evolución, el hombre como nifio inmaduro yel hombre en plena madurez, el hombre en es­ tado de buena salud y el hombre afectado por la enfermedad mental o la alienación, la «naturaleza humana» expresada en diferentes culturas, y, por supuesto, también la comparación entre el hombre de carne y hueso y las máquinas construidas pata imitarlo. Todas y cada una de

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ACTOS DE SlGNIFlCADO

est~ 'cuestiones han avanzado cuando nos hemos decidido a formular . preguntas sobre temas tan tabú como la mente, los estados intenciona­ les, el significado, la construcción de la realidad, las reglas mentales, las formas culturales, y cosas por el estilo. No cabe duda de que la navaja de Occam, al advertirnos que no multiplicásemos las entidades con­ ceptuales más de «lo necesario», no pretendía desterrar de las ciencias de lo mental a la mente misma. Ni los principios inductivos de John Stuart Mill querían sofocar todas las formas de curiosidad intelectual salvo aquellas que pudieran ser reducidas mediante experimentos con­ trolados. Este libro está escrito en contra del trasfondo en que se encuentra situada la psicología actual, con sus confusiones, sus dislocaciones y sus nuevas simplificaciones. Le he puesto e! título de Actos de significa­ do para subrayar su tema principal: la naturaleza de la construcción del significado, su conformación cultutal, yel papel esencial que desempe­ ña en la acción humana. El hecho de que escriba un libro como éste justo en este momento no es un capricho autobiográfico, aunque e! lector no tardará en darse cuenta de que proyecta mi propia historia como psicólogo; ya prolongada. Pero toda voz individual, como nos ha enseñado Bajtin, está abstraída de un diálogo. He tenido la inmensa fortuna de participar prolongadamente en los diálogos que han forma­ do y reformado la psicología. Lo que vaya decir en los capítulos que vienen a continuación refleja mi punto de vista acerca de en dónde se encuentra situado el diálogo en la actualidad. Este libro no pretende ser un estudio .exhaustivo» de todos y cada uno de los aspcc:tos del proceso de construcción del significado. Ésa se­ ría, de todos modos, una empresa imposible. Más bien es un intento de mostrar cómo debe ser una psicología que se ocupe esencialmente del significado, cómo ésta se convierte inevitablemente en una psicología cultural y cómo debe aventurarse más allá de los objetivos convencio­ mues de la ciencia positivista, con sus ideales de reduccionísmo, explica­ ción causal ypredicción. No es necesario tratar estos rres ideales como si fuesen la Santísima Trinidad, porque cuando nos ocupamos del signifi­ cado y de la cultura, inevitablemente nos movemos en dirección a otro ideal. Reducir el significado o la cultura a una base material, decir que «dependem), pongamos por caso, de! hemisferio izquierdo, es trivializar ambos fenómenos al servicio de un concretismo mal entendido. Aferrar­

nos a la explícación en : comprender cómo ínter! interpretamos nosotros St puesto que el objeto de l. telectual} es lograr la con sario comprender con all (que es a lo que se reduce taciones plausibles a las e lograr una explicación ca estudiamos hasta tal pun presentativo de la vida hl El estudio de la mente so en el dilema de ser a h que no puede limitar sus se desarrollaron a partir, mente importante que 1 perspicacia que seamos { el hombre piensa de su r es el espíritu con el que 1

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le reduccíonísmo, explíca­ estos tres ideales como si lOS ocupamos del signifi­ emos en dirección a otro . base material, decir que 10 izquierdo, es trivializar ) mal entendido. Aretrar­

nos a la explicación en función de las «causas» nos impide intentar comprender cómo interpretan sus mundos los seres humanos y cómo interpretamos nosotros sus actos de interpretación. Y si damos por su­ puesto que el objeto de la psicología (como el de cualquier empresa in­ telectual) es lograr la comprensión, ¿por qué nos resulta siempre nece­ sario comprender con antelacíón los fenómenos que hay que observar (que es a lo que se reduce la predicción)? ¿No son preferibles las interpre­ tadones plausibles a las explicaciones causales, sobre todo cuando para lograr una explicación causal nos vemos obligados a artificializar lo que estudiamos hasta tal punto que casi no podernos reconocerlo como re­ presentativo de la vida humana? El estudio de la mente humana es tan dificil, se encuentra tan inmer­ so en el dilema de ser a la vez el objeto y el sujeto de su propio estudio, que no puede limitar sus indagaciones a las formas de pensamiento que se desarrollaron a partir de la física de ayer. La rarea es tan apremiante­ mente importante que merece toda la rica variedad de inteligencia y perspicacia que seamQs capaces de aportar a la comprensión de lo gue el hombre piensa de su mundo, ,de sus congéneres y de sí mismo. Este es el espíritu con el que hemos de avanzar.

AG

Apenas puedo empezar a que han dado forma a e, sentan no sólo mis pens decir, un .retorno de lo guiente, se encuentran e of Social Relations de H comenzó a mediados de de personas como Clydc sons y Henry Murray. El todos los meses nos reun ese propósito: cómo COl como individuo particul expresión de la cultura } que sosteníamos aquello: gÚll modo en las páginas Después vino la .Soc George Miller y yo iotel diantes de Hatvard y Ra

AGRADECIMIENTOS

Apenas puedo empezar a enumerar a todas las personas e instituciones que han dado forma a este libro. Porque, en muchos aspectos, repre­ sentan no sólo mis pensamientos más actuales, sino también, por así decir, un «retorno de lo reprimido». Algunas influencias, por consi­ guiente, se encuenrran en e! pasado lejano, como las de! Department of Social Relations de Harvard, donde, a lo largo de una década que· comenzó a mediados de los años cincuenta, me nutrí de la compañía de personas como Clyde K1uckhohn y Gordon Alipon, Talcott Par­ sons y Henry Murray. Era un departamento que tenía un propósito, y todos los meses nos reuníamos en un seminario para intentar desvelar ese propósito: cómo conciliar los puntos de vista sobre el Hombre como individuo particular con los puntos de vista del mismo como expresión de la cultura y como organismo biológico. Las discusiones que sosteníamos aquellos miércoles por la tarde están reflejadas de al­ gún modo en las páginas que vienen a continuación. Después vino la «Soc Sci 8", Concepciones del Hombre, en la que George MiIIer y yo intentamos convencer a una generación de estu­ diantes de Harvard y Radcliffe de que, para conocer al Hombre, hay

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ACTOS DE SIGNIFICADO

que verlo en el contexto del reino animal a partir del cual evolucionó, , en el contexto de la cultura y el lenguaje que proporcionan el mundo simbólico en el que vive, ya la luz de los procesos de crecimiento que coordinan estas dos fuerzas tan podetosas. Por aquel entonces había­ mos llegado al convencimiento de que la psicología no podía enfren­ rarse a la tarea por sí sola. Eso nos llevó a desarrollar nuestra propia versión de una ciencia humana interdisciplinaria de Educación Gene­ ral, y durante la mayor parte de la década de 1960, de septiembre a mayo, nos las arreglamos para ir un paso por delante de nuestros estu­ diantes. En medio de todo esto se fundó el Centro de Estudios Cognitivos, sobre el cual tendré ocasión de hablar mucho más en el primer capítulo. Si lo menciono aquí, es sólo para reconocer mi deuda a orra comunidad que contribuyó a convencerme (a estas alturas no precisamente en con­ tra de mi voluntad) de que las fronteras que separaban campos tales como la psicología, la antropología, la lingüística y la filosoffa eran cues­ tión de conveniencia administrativa y no de sustancia intelectual. y también están esos contertulios vitalicios que constituyen nuestro Otro Generalizado: Gcorge Miller, David Kiech, Alexander Luda, Barbe! Inhelder, CliffOrd Geertz, Alben Guerard, Roman Jakobson, Monon White, Elting Morison, David Olson. Y la lista no está com­ pleta, porque he dejado fuera a mis antiguos estudiantes: los más re­ cientes, de Nueva York; los primeros, de Harvard; y, en medio, los de Oxford. Varios amigos leyeron los primeros borradores de este libro y me hicieron sugerencias muy útiles: Michael Cale, Howard Gardner, Ro­ bect Lifton, Daniel Robinson y Donald Spence. Les agradezco mucho su ayuda. Tengo una deuda muy especial con mis anfitriones de Jerusalén que, en diciembre de 1989, me hicieron la vida tan extraordinaria­ mente agradable cuando pronuncié las conferencias que llevan el nom­ bre de TIJDIO APROPIADO DEL HOMBRE

LSiado rápido, y estoy pasan­ le suelen hacer que los cien­ 'gía centrada en el significa­ que se trara de los mismos ón Cognitiva eludiese a1gn­ os se refieren fllndamental­ «clIestiones fllndamentales» le que ver con la restricción , tanto como datos de la psi­ !rmite aceptarlos, por ejem­ no como conceptos explica­ r acerca del pape! mediador lción en la psicología popu­ l subjetividad a un status ex­ 'Dsitivismo y no nos gustan ues, tales como la creencia, )lles. El otro reparo se refie­ :s. Una psicología basada en tuviera que atascarse en e! ,rla psicológica distinta para 'arme de cada uno de estos nfianza que provoca el sllb­ 'os tiene que ver con la su­ : las personas dicen y lo que la cWtura {especialmente si fa popular como factor me­ ~ lo que hace la gente, sino e dice que la llevó a hacer lo ~nte dice que han hecho los lcupa de cómo dice la gente ltrospección como método ldido a considerar que esos .e, de alguna extrafia mane­ lpación por los criterios ve-

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rificacionistas del significado, como ha sefialado Richard Rorty; nos ha convertido en devotos de la predicción como criterio de la "buena» ciencia, incluida la "buena psicología»". Por consiguiente, juzgamos lo qlle la gente dice sobre sí misma y sobre su mundo, o sobre los de­ más y sus mundos respectivos, en función casi exclusivamente de si predice o proporciona una explicación verificable de lo que hace, ha hecho o hará. Si no es así, entonces, con ferocidad filosófica .hurnea­ na», traramos lo que se ha dicho como «nada más que error e ilusión». O qllizá lo consideramos como un mero «síntOma» que, adecuada­ mente interpretado, nos llevará a la verdadera «causa» de la conducta cuya predicción era nuestro legitimo objetivo. Incluso Freud, con su devoción ocasional a la idea de «realidad psí­ quica», alimentó ~ra actitud mental, ya que, como tan agudamente dice Paul Ricoeur, Freud se adhería a veces a un modelo fisicalisra del siglo XIX que frunda e! ceño ante explicaciones que diesen cabida a es­ tados intencionales 23. Por consiguienteJorma parte de nuestra heren­ cia de modernos hombres y mujeres posrreudianos 0P.Ql1cr una mueca de desdén a lo que dicela gente. Eso·no es más que contenido manifiesto. Las causas reales puede que ni siquiera sean accesibles a nuestra con­ ciencia corriente. Lo sabemos todo sobre la defensa del yo y la raciona­ lización. Y, en cuanto a nuesero Yo, sabemos que es un síntoma de compromiso que cuaja a partir de la interacción entre la inhibición y la ansiedad, una fOrmación que, para ser conocida, ha de ser excavada arqueológicamente con las herramientas del psicoanálisis. En términos más contemporáneos, como muestran Lee Ross y Richard Nisbett en sus minuciosos estudios, es obvio que la gente no es capaz de describir correctamente ni la base de sus elecciones ni los sesgos que afectan a la distribución de esas elecciones 2'. Si fuesen necesarias pruebas aún más contundentes de esta generalización, po­ drían encontrarse en el trabajo de Amos T versky y Daniel Kahneman que, por cierto, citan como antecedente de su trabajo un conocido libro de Bruner, Goodnow y Austin 25. La acusación de que «lo que la gente dice no es necesariamente lo que hace» lleva consigo una curiosa implicación: que lo que la gente hace es más importante, más «real., que lo que dice, o que esto último sólo es importante por lo que pueda revelarnos sobre lo primero. Es como si el psicólogo quisiera lavarse totalmente las manos respecto a

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AcroS DE SIGNIfICADO

los estados mentales y su organización, como si afirmásemos que, a! fin y al cabo, «decir» es algo que versa sólo sobre lo que uno piensa, siente, cree o experÍmenta. Es curioso que haya tan pocos estudios que vayan en la dirección opuesta: ver cómo lo que uno hace revela lo que piensa, siente o cree. Todo ello a pesar del hecho de que nuestra psicología popular es tan atractivamente rica en categorías tales como «hipocresía», «insinceridad», y 0= por el estilo. Esta acentuación sesgada de la psicología científica ciertamente no deja de ser curiosa a la luz de nuestras formas cotidianas de enfrentar­ nos a la relación enrre decir y hacer. Para empezar, cuando alguien ac­ túa de una manera ofensiva, lo primero que hacemos para enfrentar­ nos a esta situación es averiguar si lo que parece que ha hecho es 10 que pretendía hacer realmente; es decir, intentamos enterarnos de si su es­ tado mental (tal y como se pone de manifiesto por lo que nos dice) está o no de acuerdo con sus obras (tal y como se ponen de manifiesto en lo que ha hecho). y si la persona nos dice que lo ha hecho sin querer, la exoneramos de culpa. En cambio, si el acto ofensivo fue a propósito, podemos intentar «razonar con ella>', es decir, «hablarle para que deje de comportarse. de esa manera». O quizá esa persona puede intentar persuadirnos de que no hay r~n para que nos disgustemos por su ac­ ción «presentándonos excusas», que es una forma verbal de explicar que su conducta está exenta de culpa y, por consiguiente, de legitimar­ Ia. Cuando una persona insiste en mostrarse ofensiva hacia un número suficientemente grande de gente, puede que alguien intente incluso convencerla para que vaya a un psiquiatra, que, mediante una terapia oral, intentará enderezar su condut'ta. No cabe duda de que el significado que los participantes en una in­ teracción cotidiana atribuyen a la mayor parte de los actos depende de lo que se dicen mutuamente antes, durante o después de actuar; o de lo que son capaces de presuponer acerca de lo que el otro habría dicho en un contexto determinado. Todo esto es obvio, no sólo en el nivel del diálogo informal, sino también en el nivel de un diálogo formal privilegiado, como, por ejemplo, los diálogos codificados del sistema legal. Las leyes contractuales versan enteramente sobre la relación entre lo que se hace y lo que se dijo. Lo mismo sucede, en un nivel menos formal, con las conductas de matrimonio, parentesco, amistad y com­ pañerismo.

El fenómeno se da en las bra se encuentra poderosam que ocurre (gfa se ocupa sólo de verda­ ~ro hasta la psicología cien-

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tlfica se moverá mejor cuando reconozca que sus verdades, como todas las verdades acerca de la condición humana, son relativas al punto de vista que adopte respecto a esa condición. Y conseguirá una posición más eficaz hacia la cultura en general cuando llegue a reconocer que la psicología popular de la gente corriente no es simplemente un conjunto de ilusiones tranquilizadoras, sino las creencias e hipótesis de tral>ajo de la cultura acerca de qué es lo que hace posible y satisfactorio el que la gente viva junra, aun a costa de grandes sacrificios personales. ÉSte es el punto de parridade la psicología y el punto en que es inseparable de la antropología y las otras ciencias de la cultura. La psicología popular necesira ser explicada, no descalificada.

LAPSICC COMO INSTRUl

En el primer capirulo he cont niúva se vio desviada de su in: nador, y he defendido la idea revolución original, revoluciór cepto fundamental de la psico cesos y transacciones que se d Esta convicción se basa en primero es que, para compr< cómo sus experiencias y sus a tencionales; yel segundo es q sólo puede plasmarse median Iicos de la cultura. En efecto, borrador preliminar de nuesl santes, que llevamos en la ca tros mismos y a los demás só]

CAPfTUL02

LA PSICOLOGtA POPULAR

COMO INSTRUMENTO DE LA CULTURA

1

En el primer capítulo he contado la historia de cómo la revolución cog­ niúva se vio desviada de su impulso originario por la metáfora del orde­ nador, y he defendido la idea de que es necesario renovar y reanimar la revolución original, revolución inspirada por la convicción de que el con­ cepto fundamental de la psicología humana es el de significado y los pro­ cesos y transacciones que se dan en la construcción de los significados. Esta convicción se basa en dos argnmentos relacionados entre sí. El primero es que, para comprender al hombre. es preciso comprender cómo sus experiencias y sus actos están moldeados por sus estados in­ tencionales; yel segundo es que la forma de esos estados intencionales sólo puede plasmarse mediante la participación en los sistemas simbó­ licos de la cnltura. En efecto, la forma misma de nuestras vidas --ese borrador preliminar de nuestra autobiografía, sujeto a cambios ince­ santes, que llevamos en la cabeza- nos resnlta comprensible a noso­ tros mismos y a los demás sólo en virtud de esos sistemas culturales de

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AcroS DE SIGNIFICADO

interpretación. Pero la cultura es también constitutiva de la mente. En virrud de su actualización en la cultura, el significado adopta una for­ ma que es pública y comunitaria en lugar de privada y autista. Sólo al reemplazar este modelo transaccional de la mente por otro aislado e individualista, han sido capaces los filósofos angloamericanos de hacer que las Mentes de los Demás pare'LCan tan opacas e impenetrables. Al entrar en la vida, es corno si saliéramos a un escenario para participar en una obra de teatro que se encuentra en plena representación, una obra cuya trama algo abierta determina qué papeles podemos interpre­ tar y en dirección a qué desenlaces podemos encaminarnos. Otros per~ sonajes que hay en el escenario tienen ya una idea acerca de sobre qué va la obra, una idea lo suficientemente elaborada corno para que la ne­ gociación con el recién llegado sea posible. La idea que propongo invierte la relación tradicional entre la biolo­ gía y la cultura con respecto a la naruraleza humana. La herencia bio­ lógica del hombre se caracteriza, corno he dicho antes, porque no diri­ ge o moldea la acción o la experiencia del hombre, porque no actúa como causa universal. En lugar de ello, lo que hace es imponer límites sobre la acción, límites cuyos efeétos son modificables. Las culturas se caracterizan porque crean «prótesis» que nos permiten trascender nues­ tras limitaciones biológicas «en bruto»; por ejemplo, los límites de nuesrta capacidad de memoria o los limites de nuestra capacidad de audición. El punto de vista inverso que yo propongo es que es la cultura, y no la biología, la que moldea la vida y la mente humanas, la que confiere significado a la acción situando sus estados intencionales subyacentes en un sistema interpretativo. Esto lo consigue imponiendo patrones in­ herentes a los sistemas simbólicos de la culrura: sus modalidades de lenguaje y discurso, las formas de explicación lógica y narrativa y los patrones de vida comunitaria mutuamente interdependientes. En efec­ to, los neurocientíficos y los antropólogos físicos dedican cada vez más atención a la idea de que las necesidades y las oportunidades culturales desempeñaron un papel critico a la hora de seleccionar las característi­ cas neuronales de la evolución humana; esta tesis ha sido adoptada muy recientemente por Gerald Edelman, desde el punto de vista neu­ roanatómico; por Vernon Reynolds, basándose en datos procedentes de la antropología ffsica; y por Roger Lewin y Nicholas Humphrey a partir de datos relativos a la evolución de los primates 1.

LA PSlCOLOGtA P(

Éste es el esqueleto desn he denominado psicología' sólo por recuperar el impul: sino también el del progral Geisteswissenschaften, las cíe vamos a ocuparnos esencial: cultural. Le he puesto el no gía intuitiva» (Folk Psycholo¡ sociales populares o intuiü' común». En todas las cult uno de sus instrumentos ca en un conjunto de descrip. menos conexas sobre cóm( son nuestra propia mente y perar que sea la acción sit cómo se compromete uno psicología popular que cara pronto; la adquirimos al tieo asimilamos y a realizar las tr~ vida comunitaria. Voy a exponer el esqueletc nuación. Lo primero que qui por «psicología popular» corr za su experiencia, conocimie cial. Tendré que detenerme dejar más claro cuál es su pa a ocuparme de algunos de 1, popular, lo cual me llevará, qué clase de sistema cognith cipio de organización es narl la naturaleza de la narración vas establecidas o canónica! respecto a dichas expectativ mos un vistazo más detenid< perienda, utilizando corno < explicaré el proceso de «con lo dicho hasta ahora.

lA PSICOLOGíA POPULAR COMO INSTRUMENTO DE lA CU1:ruRA

"constitutiva de la mente. En ~I significado adopta una for­ r de privada y autista. Sólo al " la mente por otro aislado e tos angloamericanos de hacer n opacas e impenetrables. Al un escenalio para participal en plena representación, una ~é papdes podemos interpre­ 'os encaInÍnalnos. Otros per­ una idea acerca de sobre qué ,borada como pala que la ne­ e.

ón tradicional entre la biolo­ za humana. La herencia bio­ : dicho antes, porque no diri­ .el hombre, porque no actúa , que hace es imponer límites modificables. Las culturas se lOS permiten trascender nues­ ejemplo, los límites de nuestra ;tra capacidad de audición. El es que es la cultura, y no la lte humanas, la que confiere os intencionales subyacentes gue imponiendo patrones in­ cultura: sus modalidades de lción lógica y narrativa y los e interdependientes. En efec­ : físicos dedican cada vez. más "las oportunidades culturales le seleccional las característi­ esta tesis ha sido adoptada desde el punto de vista neu­ tndose el\ datos procedentes .vin y Nicholas Humphrey a los primates 1.

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Éste es el esqueleto desnudo de los argumentos a favor de lo que he denominado psicología «cultural», que constituye un esfuerzo no sólo por recuperar el impulso originario de la Revolución Cognitiva, sino también el del programa que Dilthey denominó hace un siglo Geisteswíssenschaften, las ciencias de la vida mental 2 • En este capítulo vamos a ocupalnos esencialmente de un rasgo crucial de la psicología cultural. Le he puesto el nombre de «psicología populan} o «psicolo­ gía intuitiva» (Folk Psychology), o quizá sería preferible decir «ciencias sociales populales o intuitivas» o, incluso, sencillamente el «sentido común». En todas las culturas hay una psicología popular, que es uno de sus instrumentos constitutivos más podetosos y que consiste en un conjunto de descripciones más o menos normativas y más o menos conexas sobre cómo .funcionan» los seres humanos, cómo son nuestra propia mente y las mentes de los demás, cómo cabe es­ petar que sea la acción situada, qué formas de vida son posibles, cómo se compromete uno a estas últimas, etc. El aprendizaje de la psicología populal que caracteriza.a nuestra cultura se" produce muy pronto; la adquirimos al tiempo que aprendemos a USal el lenguaje que asimilamos y a realizar las transacciones interpersonales que requiere la vida comunitalia. Voy a exponer el esqueleto del razonaInÍento que desalrollaré a conti­ nuación. Lo primero que quiero hacer es explicar qué es lo que entiendo por «psicología popuiaI» como sistema mediante el cual la gente organi­ za su experiencia, conocimiento y transacciones relativos al mundo so­ cial. Tendré que detenerme un poco en la historia de esta idea pala dejal más claro cuál es su papel en la psicología cultural. Luego pasaré a Ocupalme de algunos de los componentes cruciales de la psicología popular, lo cual me lIevaIá, por último, a centtaIme en la cuestión de qué clase de sistema cognitivo es la psicología popular. Como su prin­ cipio de organización es narrativo en vez de conceptual, me ocuparé de la naturaleza de la narración y cómo se construye en torno a expectati­ vas establecidas o canónicas, y el manejo menra! de las desviaciones respecto a dichas expectativas. Pertrechados con estas almas, echare­ mos un vistazo más detenido a cómo organiza la narración nuestra ex­ periencia, utilizando como ejemplo la memoria humana. Finalmente, explicaré el proceso de «construcción del significado» a la luz de todo lo dicho hasta ahora.

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LA PSICOLOGíA PC

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Acufiada como término burlesco por los nuevos científicos cognitivos a causa de la hospitalidad que dispensaba a estados intencionales tales como las creencias, los deseos y los significados, la expresión «psicolo. gía popular» (Folk Psychowgy) no podría ser más apropiada para la uti· lización que yo quiero hacer de ella 3 • Voy a empezar por esbozar breve­ mente la historia intelectual de esta expresión, ya que eso nos ayudará a poner las cosas en un contexto más amplio. Su uso actual comenzó con un elaborado renacimiento de! interés por la «mente salvaje», especialmente por la estructura de los sistemas indígenas de clasificación. C. O. Frake publicó su célebre estudio so­ bre e! sistema de clasificación de las enfermedades de la piel que poseen los subanun de Mindanao, al que siguieron detallados estudios realiza­ dos por otros investigadores sobre etnobotánica, eruonavegación y te· mas semejantes. El estudio sobre la etnonavegación pormenorizaba cómo los nativos de las Islas Marshall eran capaces de ir y venir de! Atolón de Pulluwat attavesando con sus canoas de botalones el mar abierto mediante el uso de las estrellas, signos de la superficie marina, plantas flotantes, troncos de árbol y singulares formas de adivinación. Este trabajo se ocupaba de la navegación de los Pulluwat tal como ellos la veían y la comprendían 4, Pero, aun antes de que el prefijo etno se afiadiese a estas empresas, los antropólogos se habían interesado por la organización subyacente de la experiencia en los pueblos no al&beti7.ados; por qué algunos pueblos, como los talansi, estudiados por Meyes Fortes en la década de 1930, no tenían ninguna definición de crisis ligada al tiempo. Las cosas sucedían cuando estaban «listas». Y hahía incluso estndios anteriores -por ejem­ plo, los de Margaret Mead- en los que se planteaban cuestiones tales como algunos estadios de desarrollo vital, como la adolescencia, se defi· nían de forma tan d.iferente por los nativos de Samoa 5• Como, por regla general, los antropólogos (salvo unas pocas excep­ ciones llamativas) no se habían visto nunca demasiado castigados por el ideal de una ciencia objetiva y positivista, no tardaron mucho en verse enfrentados a la cuestión de si las formas de conciencia y expe­ riencia de otras culturas no diferirían de tal manera y hasta tal punto que se produjese un problema esencial de traducción. ¿Era posible

transmitir la experiencia de miento de un antropólogo c logo occidental a la de los l' por Edward Evans-Pritehard entrevistar a sus informante¡ guntaba cortésmente si les gt Uno de ellos le preguntó tir en su mufieca, a la que consl cisión importante. A Evans-I dificil que le resultó explicar ra no era una deidad tanto, ron) 6, Un poco más tarde, un g se encontraba Harold Garfin epistemológicos que plantea! proponer que, en lugar del n ses sociales, roles y cosas por, podrían avanzar mejor usal creando una ciencia social el líticas y humanas que las pe vida cotidiana. Lo que Garh hecho, una etnosociologfa. Y logo Fritz Heider empezó a ( los seres humanos reaccional psicología (en lugar de, por mejor que estndiásemos la n tUÍtiva» que otorgaba signific propuestas de Garfinkel ni 1 finkel citaba al distinguido e yos escritos sistemáticos, ins) hían prefigurado los program antipositivista de las ciencias En el enunciado schurziar punto de vista que estamol mento institucional Según é yen de tal manera que reflej la conducta humana. Por ID;

LA P51COLOGlA POPULAR COMO INSTRUMENTO DE LA CULTURA

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transmitir la experiencia de un piloto puluwat a lenguaje y el pensa­ miento de un antropólogo occidental; o, al contrario, la del antropó­ logo occidental a la de los Nuer del Nilo, cuya religión fue estudiada por Edward Evans-Pritchard? (Cuando Evans-Pritchard terminaba de entrevistar a sus informantes acerca de sus creencias religiosas, les pre­ guntaba cortésmente si les gustaría preguntarle algo acerca de las suyas. Uno de ellos le preguntó tímidamente sobre la divinidad que llevaba en su mufíeca, a la que consultaba cada vez que parecía tomar una de­ cisión importante. A Evans-Pritchard, católico devoto, le sorprendió lo difícil que le resultó explicar a sus interlocutores que su reloj de pulse­ ra no era una deidad tanto como la pregunta misma que le formula­ ron)ú. Un poco más tarde, un grupo de jóvenes sociólogos, a cuyo frente se encontraba Harold Garfinkel, preocupados por el tipo de problemas epistemológicos que planteaban estas cuestiones, dio el paso radical de proponer que, en lugar del método sociológico clásico -postular cla­ ses sociales, roles y cosas por el estila ex hypothesi-, las- ciencia.~ sociales podrían avanzar mejor usando las reglas de la «etnometodologla», creando una ciencia social en referencia a las distinciones sociales, po­ líticas y humanas que las personas sometidas a estudio hadan en su vida cotidiana. Lo que Garfinkel y sus compañeros proponían era, de hecho, una etnosociolog/a. Y, más o menos al mismo tiempo, el psicó­ logo Frítz Heider empezó a defender elocuentemente que, puesto que los seres humanos reaccionaban mutuamente en función de su propia psicología (en lugar de, por así decir, la psicología del psicólogo), sería mejor que estudiásemos la naturaleza y otlgenes de la psicología «in­ tuitiVa» que otorgaba significado a sus experiencias. En realidad, ni las propuestas de Garfinkel ni las de Heider eran tan innovadoras. Gar­ finkel citaba al distinguido economista y sociólogo Alfred Schurz, cu­ yos escritos sistemáticos, inspirados en la fenomenología europea, ha­ bían prefigurado los programas de Garfinkel y de Heider como reforma antipositivista de las eiencias humanas 7 • En el enunciado schurziano (si se me permite poner esta etiqueta al punto de vista que estarnos considerando) hay un poderoso argu­ mento institucional. Según él, las instituciones culturales se constru­ yen de tal manera que reflejan las creencias de sentido común sobre la conducta humana. Por más que la actitud de «ateo del pueblo» de

LA PSICOLOCIA P(

un B. F. Skinner intente dar por explicadas la libertad y la dignidad del hombre, siempre queda la realidad de la ley de dafios y perjuicios, el principio de los contratos libremente pactados y la inexorable solidez de las cárceles, los tribunales, las sefiales de propiedad y demás. Stich (probablemente el crítico más radical de la psicología popular) regafia a Skinner por intentar «expliCa!» términos intuitivos como «deseo)}, «intención» y «creencia},: lo que hay que hacer, insiste Stich, es senci­ llamente ignorarlos, sin desviarnos de la magna trurea de establecer una psicología sin estados intencionales 8• Pero ignorar los significados ins­ titucionalizados atribuidos a los actos humanos viene a ser tan eficaz como ignorar al gururdia civil que, permaneciendo fríamente en pie frente a la ventanilla de nuestro coche, nos informa de que íbamos a la temeraria velocidad de 140 km por hora, y nos pide el carnet, «Teme­ rario», «carner», «guardia civil,. ... son todos términos que derivan de la matriz institucional que la sociedad construye para imponer una ver­ sion determinada de 10 que constituye la realidad. Son significados culturales que guían y controlan nuestros actos individuales.

III Puesto que lo que propongo es que la psicología popular debe estar en la base de cualquier psicología cultural, me voy a permitir, en calidad de «observador prurticipante», seleccionar algunos componentes funda­ mentales de nuestra psicología populrur prura ilustrar mis propias ideas. Quiero subrayrur que se trata simplemente de componentes, es decir: las creencias o premisas elementales que forman prurte de las narraciones sobre situaciones humanas de que consra la psicología popular, Por ejemplo, es obvio que una premisa de nuestra psicología popular es que la gente tiene creencias y deseos: creemos que el mundo está orga­ nizado de determinada mmera, que queremos determinadas cosas, que algunas cosas importan más que otras, etc. Creemos (o «sabemos») que la gente tiene creencias no sólo sobre el presente, sino también sobre el pasado y el futuro, creencias que nos ponen en relación con el tiempo concebido de una determinada mmera: nuestra manera, no la de los talensi de Fortes o los samoallos de Mead. Creemos, también, que nuestras creencias deben mantener algún tipo de coherencia, que la

gente no debe creer (o qm aunque el principio de col: mente, también creemos qu ser lo suficientemente coher cer el nombre de «comprom se consideran como «dispo: una mujer leal, un padre de< sana es en sí mismo un con como sefiala Charles Taylor, se les niega a quienes formru Hay que tener en cuenta qu do las creencias constitutiva tión sobre la que voy a tene menciono aquí para llamar nónico de la psicología pOF mir cómo son las cosas, sino ta) cómo deberían ser. Cm narraciones de la psicología La psicología popular tal fuera de nosotros que modif cias. Este mundo es el cont, estado en que se encuentre e nuestros deseos y creencias; estaba ahí, por poner un e, crear la demanda, Pero sabe: nos a encontrar significados rían ninguno. Resulta ¡diO! personas disfruten atravesar Esta relación recíproca entr, y nuestros propios deseos, Sé crea un sutil dramatismo el informa la estructura narrar a alguien creyendo, deseanl parece tener en cuenta el es! deramente gratuito, se le co ta de la psicología popular, trucción narrativa de él con

lA PSICOLOGfA POPUlAR COMO INSTRUMENTO DRLA CULTURA

la libertad y la dignidad del ley de dafios y perjuicios, el :tados y la inexorable solidez de propiedad y demás. Srich la psicología popular) regaña IS

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:ología popular debe estar en [le voy a permitir, en calidad llgunos componentes funda­ Lfa ilustrar mis propias ideas. ! de componentes, es decir: las nan parte de las narraciones a la psicología popular. Por uestra psicología popular es mas que el mundo está orga­ 'mas determinadas cosas, que :reemos (o «sabemos») que la sente, sino también sobre el en en relación con el tiempo 'luestra manera, no la de los ad. Creemos, también, que l tipo de coherencia, que la

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gente no debe creer (o querer) cosas aparentemente incompatibles, aunque el principio de coherencia sea ligeramente confuso. Cierta­ mente, también creemos que las creencias y deseos de la gente llegan a ser lo suficientemente coherentes y bien organizados como para mere­ cer el nombre de «compromisos» o «formas de vida», y esas coherencias se consideran como «cIisposiciones» que caracterizan a las personas: una mujer leal, un padre declicado, un amigo fiel. El concepto de per­ sona es en sí mismo un componente de nuestra psicología popular y, como sefiala Charles Taylor, Se atribuye de furma selectiva, ya menudo se les niega a quienes forman parte de un grupo c1istinto del nuestro 9. Hay que tener en cuenta que las narraciones se construyen sólo cuan­ do las creencias constitutivas de la psicología popular se violan, cues­ tión sobre la que voy a tener ocasión de extenderme más adelante. La menciono aquí para llamar la atención del lector sobre el carácter ca­ nónico de la psicología popular: el hecho de que no se limita a resu­ mir cómo son las cosas, sino también (m.uchas veces de forma implíci­ ta) cómo deberían ser. Cuando I~ cosas «son como. deben ser», las narraciones de la psicología popular son innecesarias. La psicología popular también postula la existencia de un mundo fuera de nosotros que modifica la expresión de nuestros deseos y creen­ cias. Este mundo es el contexto en el que se sitúan nuestros actos, y el estado en que se encuentre el mundo puede proporcionar razones para nuestros deseos y creencias; como Hillary, que escaló el Everest porque estaba ahí, por poner un ejemplo extremo de cómo la oferta puede crear la demanda. Pero sabemos también que los deseos pueden llevar­ nos a encontrar significados en contextos en los que otros no encontra­ rían ninguno. Resulta idiosincrático, pero explicable, el que algunas personas disfruten atravesando el Sahara a pie o el Atlántico en barca. Esta relación recíproca entre los estados que percibimos en el mundo y nuestros propios deseos, según la cual ambos se afuctan mutuamente, crea un sutil dramatismo en torno a la acción humana, que también informa la estructura narrativa de la psicología popular. Cuando se ve a alguien creyendo, deseando o actuando de una manera tal que no parece tener en cuenta el estado del mundo, realizando un acto verda­ deramente gratuito, se le considera un demente desde el punto de vis­ ta de la psicología popular, a menos que pueda efectuarse una recons­ trucción narrativa de él como agente en la que aparezca como víctima

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ACTOS DE SIGNIFICADO

de algún conflicto atenuante o de circunstancias sumamente adversas. Una reconstrucción de este tipo puede efectuatSe en la vida real me­ diante las indagaciones de un proceso judicial o puede dar lugar, en la ficción, a toda una novela (como sucede en Los sótanos del Vaticano de André Gide)lO. Pero la psicología popular deja sitio a estas reconstruc­ ciones: ' a la experí nes de Emily parecen esta expresar una estructura narr manos y su importancia para es la versión oficial de la adq pecificar algunos detalles de Los tres logros más precoo Emily tuvieron como resulta lenguaje. En primer lugar, se mas lingüisticas que le permit había pasado». Sus primeras diante simples conjunciones. como y entonces para pasar a 1 los porqués, l'lUl frecuentes en esta labor de ordenar, hasta e quién o qué precedió o sigui< más que hablándose a sí mísl co articulo sobre la estructuró que «ha sucedido» está estríe ma de su sccucnciación 38. És En segundo lugar, hay UI Iy por lo canónico y habituó de lo inusual. Palabras com quios del segundo afio y son hincapié en ellas. Emily mt estable, fiable, ordinario. El de fondo para explicar lo ex­ aclarar este tipo de cosas. El dos por Dunn en Cambrid! Sin embargo, una vez ql sar lo que era cuantitativa!

LA ENTRADA EN EL SIGNIFICADO

soliloquios eran relatos narra­ 1 que habia hecho o sobre lo iente. Al escuchar las cintas ones de las mismas, nos sor­ n estas narraciones monoló­ ucedido, sino que trataba de ueda estar buscando una es­ simultáneamente de lo que ,i todos los niños mejora sin da, tendemos a dar por su­ :s «autónoma». De acuerdo ~rencia chomskiana a la que guaje no precisa de ninguna 'yo explfcito y especializado despliegue de algún tipo de diente. Sin embargo, miran­ escuchando las cintas, había ble impresión de que los sal­ staban alimentados por una concretamente significados itir que para lograr la cons­ ) de una gramática y de un lÍsmo éstos no sean necesa­ le sus trabajos, al igual que ;a a conseguir de, por ejem­ [irigido por su interés en las En un sentido muy pareci­ Lstrucción gramatical y am­ lad de organizar las cosas en , por lo que tienen de espe­ a ellas. Sin duda, los niños ,nguaje en cuanto tal, como \nthony en la obra de Ruth ~uaje» en algunos de sus úl­ ecía haber algo más 37. ¿De

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Decimos en lingü1stica evolutiva que «la función precede a la for­ ma». Hay, por ejemplo, formas gesruales de pedir e indicar muyante­ riores al habla léxico-gramatical que permite expresar dichas funciones. Son estas intenciones prelingüísticas de pedir e indicar las que parecen guiar la búsqueda y el dominio de las expresiones lingüísticas apropia­ das. Y eso mismo debe suceder con el impulso infantil de dar significa­ do o «estructura» a la experiencia. Muchas de las primeras adquisicio­ nes de Emily parecen estar dirigidas por una necesidad de fijar y expresar una estructura narrativa: el orden de los acontecimientos hu­ manos y su imponancia para el narrador/protagonista. Ya sé que esta no es la versión oficial de la adquisición del lenguaje, pero me gustaría es­ pecificar algunos detalles de ella. Los tres logros más precoces y notables de los soliloquios narrativos de Emily tuvieron como resultado fijar sus narraciones más firmemente al lenguaje. En primer lugar, se produjo un dominio cada vez mayor de for­ mas lingüísticas que le permitían alineary.~ecuenciar sus relatos de «lo que había pasado». Sus primeros relatos comenzaban ligandq,lps sucesos me­ diante simples conjunciones. Luego empeZó a usar adverbios temporales como y entonces pata pasar a utilizar finalmente partículas causales, como los porqués, tan frecuentes en su lenguaje. ¿Por qué era tan cuidadosa en esta labor de ordenar, hasta el punto de autocorregirse a veces respecto a quién o qué precedió o siguió a quién o a qué? Al fin y al cabo, no estaba más que hablándose a sí misma. Comenta William Lahov, en su históri­ co artículo sobre la estructura de las narraciones, que el significado de lo que «ha sucedido» está estrictamente determinado por el orden y la for­ ma de su secuenciación 38. Éste parece ser el significado que busca Emily. En segundo lugar, hay un progreso muy rápido del interés de Emi­ Iy por lo canónico y habitual y por las formas para lograr distinguirlo de lo inusual. Palabras como a veces o siempre aparecen en los solilo­ quios del segundo año y son utilizadas de forma deliberada y haciendo hincapié en ellas. Emily muestra un claro interés por lo que le parece estable, fiable, ordinario. El conocimiento de ello le sirve como telón de rondo para explicar lo excepcional. Trabajaba deliberadamente para aclarar este tipo de cosas. En ello se parece mucho a los niños estudia­ dos por Dunn en Cambridge. Sin embargo, una vez que Emily hubo logrado estabLecer y expre­ sar lo que era cuantitativamente fiable, comenzó a introducir algu­

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AGroS DE SIGNIFICADO

nos apuntes de necesidad óntica. Hay que aparece en su léxico y sirve para marcar aquellos acontecimientos que no s6lo son frecuentes, sino que son, como si dijéramos, comme ilfout. Esto es lo que sucede cuando anuncia en uno de sus soliloquios, tras una visita en avi6n a su abuela, que «hay que tener equipaje» para poder subir al avi6n. Y. a partir de ese momento de su desarrollo. comenzó a utilizar el tiempo verbal del presente atemporal para referirse a los acontecimientos ca­ n6nicos rituales. Ya no le basta con relatar el desayuno de un domin­ go como Papd hizo pan de malz para que lo tomara Emily. A partir de ahora. los domingos son una especie de acontecimiento atemporal:

cuando te despiertas, pero tos domingos por la mañana nos desperta­ mos... a veces nos despertamos por la mañana. Estos relatos atempora­ les aumentan su frecuencia relativa al doble entre los 22 y los 33 me­ ses. Tienen un significado especial sobre el que volveremos en breve. En tercer y último lugar. Emily introducía una perspectiva y una evaluaci6n personal en sus narraciones, que es la manera habitnal de añadir al paisaje de acción de una narración un paisaje de conciencia. Emily hacía ~~9 de una manera cada vez más frecuente a lo largo del período estudiado, normalmt:llte mediante la expresión de sus propios sentimientos acerca de lo que estaba narrando. Pero también establecía una perspectiva epistémica. por ejemplo sobre su incapacidad para en­ tender por qué su padre no había sido admitido en una marat6n local. En sus últimos soliloquios parecía distinguir claramente entre sus pro­ pias dudas (pienso que quízd...) y los estados de incertidumbre del mun­ do (a veces, Carl viene ajugar...). Ambos tienen significados diferentes en sus soliloquios. El primero se refiere a estados mentales del Actor­ Narrador (es decir, del autobiógrafo). El otto se refiere al Escenario. Ambos tienen perspectiva y ambos tienen que ver con los "y por eso••." de los relatos sobre sucesos. El motor de todo este esfuerzo lingüístico no es tanto un impulso hacia la coherencia lógica. aunque éste también esté presente. como una necesidad de «construir bien la historia»: quién hizo qué a quién y dónde. si fue lo que sucedió «realmente», si era lo habitual o algo sin­ gular, y qué es lo que siento acerca de ello. El lenguaje de Emily la ayu­ daba pero no la obligaba a hablar y pensar de esa manera. Utilizaba un género, al que había accedido de modo fácil y. quizá, natural. Sin em­

bargo, como nos muestra ( quios de Emily mientras resl te otro género que utilizaba entretiene con las categorías butos e identidades. con los como lo de.~cribe Feldman, de rompecabezas que se ph soluciones que se alcanzan Emily, en el que trata de ent do en el maratón:

Hoy papá fue, intentaba ir ' tuvo que verla por la televi porque habia mucha gente. la... Me hubiera gustado Ve Pero ellos dijeron que no, que, tengo que verla por la Por supuesto que, al final, E básicos (como el resto de r ilustrar al otro. Tenemos un ses. Conviene fijarse en que, tinuación se ocupa de lo can bargo, esta canonicidad se ! preocupante: haber sido dej cuela infantil:

Mañana. cuando nos levan mamá. tú, toma el desayLU mente y, luego vamos a¡-u­ a venir Carl y entonces van a ir en coche con alguien, luego cuando lleguemos aIl trae en la escuela y papá nO! y luego va a trabajar y van:

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aparece en su léxico y sirve ue no sólo son frecuentes, ,1fout. Esto es lo que sucede , tras una visita en avión a su 'a poder subir al avión. y, a omenzó a utilizar el tiempo se a los acontecimientos ca­ r el desayuno de un domin­ io tomara Emily. A partir de acontecimiento atemporal:

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bargo, como nos muestra Carol Feldman en su análisis de los solilo­ quios de Emily mientras resuelve problemas, ésta ya poseía previamen­ te otro género que utilizaba y perfeccionaba 39. En aquéllos, Emily se entretiene con las categorías de un mundo cambiante, sus causas, atri­ butos e identidades, con los «porqués» de las cosas. Este género, tal y como lo describe Feldman, «plantea un patrón ordenado e intrincado de rompecabezas que se plantean, consideraciones que se sugieren y soluciones que se alcanzan». Fijémonos en el siguiente ejemplo de Emily, en el que trara de entender por qué su padre no ha sido admiti­ do en el maratÓn: Hoy papá fue, intentaba ir en la carrera, pero la gente dijo que no así que tuvo que verla por la televisión. No sé por qué se lo dijeron, a lo mejor porque había mucha gente. Creo que eca por eso, por eso 110 pudo correr­ la... Me hubiera gustado verle. Me hubiera gustado haber podido verle. Pero ellos dijeron que no, no, no, papá, papá, papá. No, no, no. Tengo que, tengo que verla por la televisión. Por supuesto que, al final, Emily aprende a intercalar estos dos géneros básicos (como el resto de nosotros), utilizando uno para clarificar o ilustrar al otro. Tenemos un ejemplo sorprendente de ello a los 32 me­ ses. Conviene fijarse en que el fragmento de narración que viene a con­ tinuación se ocupa de lo canÓnico, más que de lo excepcional. Sin em­ bargo, esra canonicidad se superpone a otro acontecimiento bastante preocupante: haber sido dejado por los padres, aunque sea en una es­ cuela infantil: Mañana, cuando nos levantemos de la cama, primero yo y luego papá y mamá, rú, toma el desayuno, toma el desayuno como hacemos normal­ mente y, luego vamos a j-u-g-a-r, y luego cuando venga enseguida papá va a venir Cad y entonces vamos a jugar un poco. Y luego Cad y Emily van a ir en coche con alguien, y nos van a llevar a la escuela (susurrando), y luego cuando lleguemos allí vamos a bajar rodos del coche y vamos a en­ trar en la escuela y papá nos va a dar besos y luego se va y luego dice adiós, y luego va a trabajar y vamos a jugar a las escuelas. ,A que va a ser muy divertido? E inmediaramente cambia al género de resolución de problemas:

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ACTOS DE SIGNIFICADO

Porque algunas veces voy a la escuda porque es un día de ir a la escuela.

Algunas veces me quedo con Tanta toda la semana. Y algunas veces juga­

mos a las mamás. Pero normalmente, algunas veces, voy... hum ... a la es­

cuela.

[le. modo que, a ~us tres años de edad, Emily sabe cómo poner al ser­ VICl~ de su capacidad para narrar experiencias la secuenciación, la ca­ n.olllcldad,r la per~pectiva. El género sirve para organizar su experien­ C1~ de la~ lnteraCClOnes humanas de una forma narrativa y natural al mismo tiempo. Su entorno narrativo era, a su manera, tan característi­ co como ~I de los niños negros del gueto de Baltimore. Sabemos, por las entrevistas con sus padres, previas a los soliloquios, que este entor­ no hacía mucho hincapié en «hacer bien las cosas», en ser capaz de dar "r:azones» y entender las opciones que se ofrecen. ¡Después de todo es h9a de padres ~iversitarios! Como los niños de Cambridge que estu­ dió Dunn, Emlly aprende a hablar y pensar retóricamente, a diseñar s~ emisiones de forma más convincente para que expresen su posi­ Clon.

('.omo vem.~~, con el tiempo im;:orpora a sus. narraciones otro géne­ ro, el d~ solUCionar pro~lem~. y, muy pronto, este género importado se conviene en un obbl'gato de sus narraciones. Utilizo el término mu­ sical expresamente. Co~~ señala el Diccionario Oxford, el obbligato es algo «q~e. no puede omlt1fsc... una parre esencial para completar una composIClón». No es que los modos de discurso narrativo y paradig­ mátICO se fundan. No lo hacen. Sucede, más bien, que se utiliza el ~odo lógico. o ~aradigmático para explicar las rupturas de la narra­ ción. La explicaCión se da en forma de «razones», y es interesante que esas razones se expresen en un presente atemporal, que es el más ade­ cuado para distin~irlas del curso de los acontecimientos pasados. Pero, cuando se utilIZan así las razones, conviene que no sean única­ mente lógicas, sino que además se parezcan a las de la vida real, puesto que los requisitos de la narración siguen pesando. Ésta es la intersec­ ción crItica en que verificabilidad y verosimilitud se unen. Lograr una buena convergencia de ambas equivale a lograr una buena retórica. El próxi~o, ~vance impo:tante en r:uestra comprensión del proceso de adqUlslclon del lenguaJe se lograra probablemente cuando este intrin­ cado tema sea iluminado por la investigación evolutiva.

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El punto de vista que he pi respecta a cómo ve a quien< lo relativo a los sujetos que e punto de vista, lo que const compartir creencias acerca acerca de cómo valorar las tipo de consenso que asegu que puede ser igual de impo tura, y es la existencia de PI mitan juzgar las diversas COI bies en cualquier sociedad. 1 cuando habla de la solidad mas y personajes 40. Sin eml fa explicar por qué. Es muy probable que los intereses con las consiguien de alianzas. Pero lo interesru que consiguen separarnos c dos, olvidados o excusados. tra la tendencia de los etólol (incluido el hombre) ya iuf enorme cantidad de proced superiores mantienen la pa2 prodigiosa capacidad para mantener la paz consiste en tancias atenuantes que rod, en la vida ordinaria. El obÍ' reconciliar o legitimar, ni ! y las explicaciones ofrecida nes no siempre perdonan al trario, suele ser el narrador quier caso, la narración hac con el telón de fondo de lo básico de la vida, aun cuan haga que nos resulte más a

LA ENTRADA EN EL SIGNIFICADO

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lily sabe cómo poner al ser­ ,cías la secuencíación, la ca­ para organi7M su experien­ 'Orma narrativa y natural al "su manera, tan caracteristi­ ie Baltimore. Sabemos, por soliloquios, que este entor­ s cosas», en ser capaz de dar frecen. ¡Después de todo es íos de Cambridge que estu­ ,ar retóricamente, a disefíar para que expresen su posi­ a sus narraciones otro géne­ 'nto, este género importado ,nes. Utilizo el término mu­ latio Oxfurd, e! obbligato es "encía! para completar una scurso narrativo y paradig­ más bien, que se utiliza el lr las rupturas de la narra­ rones», y es interesante que :mporal, que es el más ade­ : acontecimientos pasados. ,nviene que no sean única­ a las de la vida real, puesto esando. Ésta es la intersec­ lilitud se unen. Lograr una grar una buena retórica. El ,mprensión de! proceso de emente cuando este intrin­ Sn evolutiva.

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VII El punto de vista que he propuesto es interpretativo, tanto en lo que respecta a cómo ve a quienes practican Ia.~ ciencias humanas como en lo relativo a los sujetos que estas ciencias estudian. De acuerdo con este punto de vista. lo que constituye una comunidad cultural no es sólo e! compartir creencias acerca de cómo son las personas y el mundo o acerca de cómo valorar las cosas. Evidentemente, debe existir algún tipo de consenso que asegure la convivencia civilizada. Pero hay algo que puede ser igual de importante para lograr la coherencia de una cul­ tura, y es la existencia de procedimientos interpretativos que nos per­ mitan juzgar las diversas construcciones de la realidad que son inevita­ bles en cualquier sociedad. Posiblemente tenga razón Michelle Rosaldo cuando habla de la solidaridad creada por un acervo cultural de dra­ mas y personajes 40. Sin embargo, dudo que eso sea suficiente y quisie­ ra explicar por qué. Es muy probable que los seres humanos sufran siempre conflictos de intereses con las consiguientes rifías, facciones, coaliciones y cambios de alianzas. Pero lo interesante de estos fraccionamientos no es tanto lo que consiguen separarnos como la frecuencia con que son neutraliza­ dos, olvidados o excusados. El primatólogo Frans de Waal advierte con­ tra la tendencia de los etólogos a exagerar la agresividad de los primates (incluido e! hombre) ya infravalorar (y no observar adecuadamente) la enorme cantidad de procedimientos mediante los cuales esras especies superiores mantienen la paz 41. En el caso de los seres humanos, con su prodigiosa capacidad para narrar, uno de los principales medios de mantener la paz consiste en presentar, dramatizar y explicar las circuns­ tancias atenuantes que rodean las rupturas originadoras de conflictos en la vida ordinaria. El objetivo de tales narraciones no es tanto el de reconciliar o legitimar, ni siquiera el de excusar, como el de explicar. y las explicaciones ofrecidas en los relatos habituales de estas narracio­ nes no siempre perdonan al protagonista objeto de la narración. Al con­ trario, suele ser el nartador quien sale mejor parado en ellas. En cual­ quier caso, la narración hace comprensible lo sucedido, contrastándolo con e! telón de fundo de lo que es habitual y aceptarnos como el estado básico de la vida, aun cuando el hecho de comprender lo sucedido no haga que nos resulte más agradable. Pertenecer a una cultura viable es

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estar ligado a un conjunto de historias interconectadas, aunque esa in­ terconexión no suponga necesariamente un consenso. Cuando se produce una ruptura en una cultura (o incluso en una microcultura como es la familia), ésta puede vincularse con varias cau­ sas. La primera seria la existencia de una profunda discrepancia sobre lo que es lo ordinario y lo canónico en la vida, y qué es lo excepcional o divergente. De ello sabemos bastante hoy en día por lo que podríamos llamar las «batallas por los estilos de vida», tan exacerbadas por los con­ llictos intergeneracionales. Hay una segunda amenaza que es inherente a la excesiva especialización retórica de las narraciones, cuando las his­ torias se hacen tan ideológicas y de motivación tan egoísta que la des­ confianza sustituye a la interpretación, y «lo sucedido» se descalifica como puramente fabricado. Esto es lo que sucede a gran escala en los regímenes totalitarios, y los novelistas contemporáneos de Europa cen­ trallo han documentado con una dolorosa exquisitez (Milan Kundera, Danílo Kis y muchos otros) 42 • El mismo fenómeno se manifiesta en las burocracias modernas en las que se silencia y oculta todo lo que no sea la versión oficial. Por último, hay una ruptura que proviene directa­ mente dcl empobrecimiento ·extremo de los reéursos narrativos, como sucede con el subprolerariadc:rpermanente de los guetos urbanos, con la segunda y tercera generaciones de los campos de refugiados palesti­ nos, con los pueblos permanentemente hambrientos de las aldeas azo­ tadas por las sequías del Sabara inferior africano. No es que se haya perdido totalmente la capacidad para narrar la propia experiencia, sino que el «peor de los escenarios» se ha vuelto tan dominante en la vida diaria que las variaciones ya no parecen posibles. Confío en que esto no parezca excesivamente alejado del detallado análisis de las primeras narraciones infantiles que consrituyen el núcleo de este capítulo. He querido dejar bien claro que nuestra capacidad para contar nuestras experiencias en forma de narración no es sólo un juego de niños, sino también un instrumento para proporcionar signi­ ficado que domina gran parte de la vida en una cultura, desde los soli­ loquios a la hora de dormir hasta los testimonios de los testigos en nuestro sistema legal. En último término, no resulta tan sorprendente que Ronald Dworkin compare el proceso de interpretación jurídica con el de interpretación literaria, ni que muchos estudiosos de la juris­ prudencia le sigan en esa comparación 43. Nuestro sentido de lo nor­

mativo se alimenta en la na concepción de la ruptura y «realidad» una realidad ater ralmente predispuestos a CA ese espíritu. Y nosotros les para que perfeccionen esas ces de sobreponernos a los vida en sociedad, y nos ce dentro de una cultura.

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mativo se alimenta en la narración, pero lo mismo sucede con nuestra concepción de la ruptura y de lo excepcional. Las historias hacen de la «realidad. una realidad atenuada. En mi opinión, los niños están natu­ ralmente predispuestos a comenzar sus carreras como narradores con ese espíritu. Y nosotros les equipamos con modelos y procedimientos para que perfeccionen esas habilidades. Sin ellas nunca seríamos capa­ ces de sobreponernos a los conflictos y contradicciones que genera la vida en sociedad, y nos convertiríamos en incompetentes para vivir dentro de una cultura.

LA AUTC

Lo que me gustada hacer e mado «psicología cultural. sar a un concepto clásico y que he seleccionado para; mental, clásico e intrataM conceptual. ¿Puede la psio tema tan complicado? Como qualia de la exp' historia peculiar y acorme¡ nes teóricas que ha generac cado tantas veces la búsqu una sustancia o una esenc esfuerzo por describirlo, e para descubrir su naturale de hacerlo de esta manera

CAPfTUL04

LAAUTOBIOGRAFfA Y EL YO

1 Lo que me gustaría hacer en este capítulo final es ilustrar lo que he lla­ mado "psicología cultural». Voy a hacerlo aplicando su forma de pen­ sar a un concepto clásico y fundamental de la psicología. El concepto que he seleccionado para realizar este ejercicio es "el Yo», tan funda­ mental, clásico e intratable como el que más en nuestro vocabulario conceptual. ¿Puede la psicología cultural arrojar alguna luz sobre este tema tan complicado? Como qualia de la experiencia humana «directa», el Yo posee una historia peculiar y atormentada. Sospeeho que parte de las tribulacio­ nes teóricas que ha generado provienen del «esencialismo» que ha mar­ cado tantas veces la búsqueda de su elucidación, como si el Yo fuera una sustancia o una esencia que existiese con anterioridad a nuestro esfuerzo por describirlo, como si todo lo que uno tuviese que hacer para descubrir su naturaleza fuese inspeccionarlo. Pero la idea misma de hacerlo de esta manera resulta sospechosa por muchas razones. Lo

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ACTOS DE SIGN!FICADO

que finalmente llevó al hijo intelectual favorito de E. B. Titchener, Ed­ win G. Boring, a abandonat por completo la empresa introspeccionis­ ta fue precisamente eso; el hecho de que, como nos ensefió a todos nosotros cuando éramos estudiantes, la introspección es, en el mejor de los casos, una «retrospección inmediata» y está sujeta a los mismos procesos de selectividad y construcción que cualquier otro tipo de me­ moria 1. La introspección está tan sujeta al proceso de esquematización «de atriba abajo» como la memoria misma. Dc manera que la alternativa que surgió a la idea de que existía un Yo directamente observable fue la noción de un Yo conceptual, el Yo como concepto creado por la reflexión, UD concepto construido más o menos como construimos otros conceptos. Pero el «realismo del yO» persistía 2 • Ya que la cuestión se convirtió ahora en si el concepto de Yo construido de esa forma era un concepto verdadero, si reflejaba el Yo «fea!» o esencial. El psicoanálisis, cómo no, cometió el pecado capital dd esencialismo: su topografía del yo, el superyó y el ello era la realidad, y el método psicoanalítico era el microscopio electrónico que la desnudaba a nuestros ojos. Las cuestiones ontológicas-acerca del «Yo conceptual» no tardaron en ser reemplazadas por un nmjunto de preocupaciones más intere­ santes: ¿Mediante qué procesos y en rererencia a qué tipos de experien­ cia formulan los seres humanos su propio concepto de Yo, y qué tipos de Yo formulan? ¿Consta el Yo (como había sugerido William James) de un Yo «extenso» que comprende la propia familia, los amigos, las po­ sesiones, etc.?3. ¿O, como sugerían Hazel Markus y Pauta Nurius, so­ mos una colonia de Yoes Posibles, entre los que se encuentran algunos temidos y otros deseados, todos ellos aglomerados pata tomar posesión de un Yo acrual?4. Tengo la sospecha de que en el clima intelectual hubo algo aún más trascendente que provocó el rechazo del realismo en nuestra visión del Yo. Eso sucedió durante el mismo medio siglo que había contemplado una ascención semejante del antirtealismo en la fisica moderna, del pers­ pecrivismo escéptico en la filosofía, del consrructivismo en las ciencias sociales, y la propuesta de los «cambios de paradigma» en la historia in­ telectual. Con la metaflsica cada vez más pasada de moda, la epistemo­ logía se convirtió en una especie de réplica seculat de ella: las ideas on­ tológicas resultaban digeribles en la medida en que podian convertirse

en problemas relativos a la I cía fue que el Yo Esencial de rase apenas un solo tiro 5. Después de liberarnos d menzó a surgir una serie d, za del Yo, preocupaciones Yo una relación transacciol un Otro Generalizadol 6 • e conciencia, la postura, la id respecto a otro? El Yo, des, te del diálogo», concebido como pata fines intrapsíqt logía cultural tuvieron un general. Creo que lo que impidi, en esta dirección tan prom, sófica, que la mantuvo als], producían en sus disciplin En lugat de intentar hacer finir ideas tan fundamena los psicólogos, hemos prefi normalizados para «definir que estos paradigmas de in el concepto que estudiam experimentales y cosas pOI convierten, por así decir, el definir rígidamente el fenó miden las pruebas de inte del Yo; es lo que se mide C( nera ha prosperado una p torno a un conjunto de cada uno de los cuales den blicado incluso un manua plejidades metodológicas , ba crea su propio módulo uno de los cuales viene a ción más amplia del Yo qt

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en problemas relativos a la naturaleza del conocimiento. La consecuen­ cia fue que el Yo Esencial dejó su sitio al Yo Conceptual sin que se dispa­ rase apenas un solo tir0 5• Después de liberarnos de los grilletes del realismo ontológico, co­ menzó a surgir una serie de nuevas preocupaciones sobre la naturale­ za del Yo, preocupaciones de carácter más «transaccional». ¿No es el Yo una relación transaccional entre un hablante y un Otro; de hecho, un Otro Generalizado? 6. ¡No es una manera de enmarcar la propia conciencia, la postura, la identidad, el compromiso de uno mismo con respecto a otro? El Yo, desde este punto de vista, se hace «dependien­ te del diálogo», concebido tamo para el receptor de nuestro discurso como para fines intrapsíquícos 7, Pero estos esfuer7.Gs por una psico­ logía cultural tuvieron un efecto muy limitado sobre la psicología en general. Creo que lo que impidió que la psicología siguiese desarrollándose en esta dirección tan prometedora fue su reea1citrante postura antifllo­ sófica, que la mamuv,? aislada de l~s corrientes de pensamiento que se producían en sus disciplinas vecinas dentro de las ciencias humanas. En lugar de intentar hacer causa común con nuestros vecinos para de­ finir ideas tan fundamentales como las de «mente» o "Yo», nosotros, los psicólogos, hemos preferido recurrir a paradigmas de investigación normalizados para .definir» nuestros «propios» conceptos. Aceptamos que estos paradigmas de investigación son las operaciones que definen el concepto que estudiamos: pruebas psicométricas, procedimientos experimenrales y cosas por el estilo. Con el tiempo, estos métodos se convierten, por así decir, en una especie de marca registrada, y llegan a definir rígidamente el fenómeno en cuestión: «La inteligencia es lo que miden las pruebas de inteligencia». Lo mismo sucedió con el estudio del Yo: es 10 que se mide con las pruebas de autoconcepto. De esta ma­ nera ha prosperado una pujame industria psicométrica construida en torno a un conjunto de conceptos del Yo estrechamente definidos, cada uno de los cuales tiene su propia prueba; recientemente se ha pu­ blicado incluso un manual en dos volúmenes dedicado más a las com­ plejidades metodológicas que a los problemas sustantivos". Cada prue­ ba crea su propio módulo de investigación separado de los demás, cada uno de los cuales viene a considerarse como un «aspecto» de una no­ ciÓn más amplia del Yo que, de momento, sigue sin formularse.

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ACTOS DE SIGNIFICADO

Hasta la mejor parte de estas investigaciones ha sufrido las conse­ cuencias de estar atada al yugo de su propio paradigma psicométrico. Tomemos, por ejemplo, d aspecto del Yo encarnado en los estudios sobre el «nivel de aspiración., que se mide pidiendo a los sujetos que predigan cuál creen que va a ser su rendimiento en una tarea después de que hayan conseguido o no resolver tareas similares en ensayos an­ teriores. Inicialmente formulada por Kun Lewin, esta idea al menos se encontraba localizada teóricamente en su sistema de pensamiento. Ge­ neró muchas investigaciones, algunas de ellas muy interesantes. Pero, sospecho que murió a causa de su singular paradigma de laboratorio. Procedimentalmente, se habla «endurecido» demasiado como para po­ der ser ampliada, pongamos por caso, a una teorla general de la «au­ toestimal), y, sin duda, se encontraba dctnasiado aislada como para po­ der ser incorporada a una teoría más general del Yo 9. Además, creció sin prestar demasiada atención a los avances conceptuales más amplios que se estaban produciendo en las otras ciencias humanas: el antiposi­ tivismo, el transaccionalismo y la valoración del contexto. Esto ha cambiado en la acrualidad, o, al menos, está en proceso de cambiar. Pero para apreciar este cambio va a reSultarnos de ayuda, en mi opinión, que analicemos tln cambio semejante en otro concepto germinal de la psicología, concepto que, a primera visea, podría pare­ cer bastante alejado del concepto de yo. Este ejemplo podría servir además para mostrar cómo los avances que se producen en la comuni­ dad intelectual más amplia terminan por penetrar incluso en los estre­ chos canales por los que navegan nuestros paradigmas experimentales tfpicos. Me voy a permitir tomar como ejemplo la historia reciente del concepto de «aprendizaje», y voy a intentar demostrar cómo este con­ cepto terminó por ser absorbido por una cultura más amplia de ideas cuando llegó a ser definido como el estudio de «la adquisición del co­ nocimiento». Esta historia contiene ligeros paralelismos (¿o se trata de réplicas?) fascinantes con nuestro terna del Yo. 'Ienemos que comenzar con el «aprendizaje animal» porque ése fue el anfiteatro paradigmático en el que, durante al menos medio siglo, se libraron las principales batallas relativas a los problemas de la teoría del aprendizaje. Dentro de esta esfera, las teorías beligerantes construían sus modelos del proceso de aprendizaje sobre procedimientos paradig­ máticos concretos para el estudio dd aprendizaje, llegando incluso a

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diseñar algunos que cumplían el requisito especial de trabajar con una especie determinada. Oark Hull Y sus discípulos, por ejemplo, eligie­ ron el laberinto en T múltiple como su instrumento favorito. Era un artilugio que se adaptaba muy bien a la rata y a la medición de los efec­ tos acumulativos del refuerzo terminal en la reducción de errores. La teoría hulliana, de hemo, fue concebida para dar cuenta de los datos generados por este patadigma de investigación. A pesar de su conduc­ tismo draconiano, la «teoría del aprendizaje de Yale» tuvo incluso que producir un simulacro mecanicísta de la teleología para explicar por qué los errores que ocurrían casi al final del laberinto (donde se en­ contraba la recompensa) se eliminaban antes durante el proceso de aprendizaje. ¡Uno vivía de acuerdo con su propio paradigma! Edward Tolman, más cognitivo y «propositivista» en su enfoque, también uti­ lizó ratas y laberintos (casi como si pretendiese llevar el juego a la can­ cha de Hull), pero él y sus discípulos preferían los laberintos abiertos de varios brazos situados en un ambiente visual rico, en lugar de los laberintos simples y cerrados queHull usaba en Yale. I:os californianos querían que sus animales tuvieran acceso a un abanico más amplio de claves, sobre todo las espaciales situadas fuera del laberinto. No tiene nada de ex:trafio, por consiguiente, que la teoría de Tolman terminase por asimilar el aprendizaje con la construcción de un mapa, un «mapa cognitivo» que representaba el mundo de las posibles «relaciones me­ dios-fines». Hull terminó por desarrollar una teoría que trataba los efectos acumulativos del refuerzo que «fortalecía» las respuestas a los estímulos. En el lenguaje de aquella época, la de Tolman era una teoría de «habi­ tación con mapa», en tanto que la de Hull era una teoría de «tablero de interruptores» l0. Obviamente, sea lo que sea lo que investiguemos, nuestros resul­ tados reflejarán los procedimientos de observación y medición que usemos. La ciencia siempre inventa una realidad acorde de esa mane­ ra. Cuando «confirmamos» nuestra teoria mediante «observaciones», diseñamos procedimientos que favorezcan la plausibilidad de la teo­ ría. Cualquiera que tenga una objeción contra ella puede echárnosla a perder diseñando variantes de nuesrros propios procedimientos para demostrar que existen excepciones y pruebas en contra. Y así fue como se libraron las batallas de la teoría del aprendizaje. Así fue, por ejemplo, como I. Krechevsky pudo demostrar que la teoría de la con­

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ACTOS DE SIGNIFICADO

dueta desarrollada en Yale tenía que Ser errónea, mostrando que las ratas en los laberintos en T parecían impulsadas aparentemente por distintos tipos de «hipótesis» espontáneamente generadas, corno las de torcer a la derecha o torcer a la izquierda, y que los refuerzos sólo eran efectivos sobre respuestas guiadas por hipótesis que tuviesen fuerza en ese momento, lo que significaba que el refuerzo no era más que la «confirmación de una hipótesis •. Pero es raro que se produzcan cambios radicales a partir de luchas intestinas corno éstas, aunque la diferencia entre una teoría basada en el refuerzo de respuestas y otra basada en la confirmación de hipótesis no es en absoluto triviaL In­ cluso, retrospectivamente, la batalla del «refurzamiento de hipótesis frente al refurzamiento al azar» podría considerarse corno un precursor de la revolución cognitiva. Pero en la medida en que ellocus classicus de la disputa era el laberinto de las raras, abierto o cerrado, no fue más que un precursor sin consecuencias. Al final, la «teoría del aprendizaje» murió, o quizá sería mejor decir que se marchitó, dejando tras de sí fundamentalmente huellas tecnoló­ gicas. El aburrimiento desempefiÓ su habitual papel saludable: las dis­ cusiones se hid~on demasiado espécializadas cómo para atraer el inte­ rés genetal. Pero dos movimientos históricos se encontraban ya en marcha, los cuales, en una década o dos, habrían de relegar a un papel marginal la teoría clásica del aprendizaje. Uno era la revolución cogni­ tiva; el otro, el transaccionalismo. La revolución cognitiva se limitó a absorber el concepto de aprendizaje dentro del concepto más amplio de «adquisición del conocimiento». Hasta los esfuerzos de la teoría del aprendizaje por ampliar su base intenrando reducir las teorías de la per­ sonalidad a sus propios términos se vieron interrumpidos, cuestión de la que nos volveremos a ocupar más adelante. Antes de esa revolución, las teorías de la personalidad se habían concentrado casi en exclusiva sobre la motivación, el afecto y sus transformaciones, cuestiones que pareelan encontrarse al alcance de la teoría del aprendizaje. De hecho, hubo un período en la década de 1940 en que esas «traducciones a la teoría del aprendizaje llegaron a constituir una especie de industria caseta>' ". Pero, con el advenimiento de la revolución cognitiva, el interés de la teoría de la personalidad también cambió a aspectos más cognitivos; por ejemplo, qué tipo de «constructo, personales» usaba la gente para dar sentido a su mundo y a sí misma 12.

Pero el segundo movimier bía llegado aún a la psicoloE que se expresaba en la sociol como la «etnometodología) tulo 2. Se trataba de la idea d se por completo ni de forma fuera; es decir, refiriéndonos s rasgos, capacidades de apren< jante. Para poder ser explica concebida como un continu que la gente construía eran re trihuidas entre ellos. El mun< así decir, ni «en la cabeza» ni positivista. Y tanto la mente, social. Si la revolución cogni conrexrua1 (al menos en psicc Detengámonos a consider tualismo a nuestras ideas sol adquirimos. Como dicen act el conocimiento de una "pe! cabeza, en un «solo de perso uno ha tornado en cuaderno brayados que almacenamos que hemos aprendido a com hemos conecrado a nuestro ( mos recurrir en busca de uru casi infmitamente. Todos esl parte del flujo de conocimien y ese flujo incluye incluso es retórica que utilizamos para, una de ellas convenientemenl en que la usamos. Llegar a sa la vez situada y (por usar el té sar por alto la naturaleza situ conocer supone perder de vis cimiento, sino también la c, adquisición del conocimient(

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Pero el segundo movimiento histórico al que he aludido antes no ha­ bía llegado aún a la psicología: el nuevo contextualismo transaccional que se expresaba en la sociología y la antropología con doctrinas tales como la «etnometodología» y demás avances anali7,ados en el capí­ tulo 2. Se trataba de la idea de que la acción humana no podía explicar­ se por completo ni de forma adecuada en la dirección de dentro hacia fuera: es decir, refiriéndonos sólo a factores intrapsíquic05: disposiciones, rasgos, capacidades de aprendizaje, motivos o cualquier otra cosa seme­ jante. Para poder ser explicada, la acción necesitaba estar situada, ser concebida como un continuo con un mundo cultural. Las realidades que la gente constrUía eran realidades sociales, negociadas con orros, dis­ tribuidas entre ellos. El mundo social en el que vivíamos no estaba, por así decir, ni «en la cabeza» ni «en el exteriOr» de algún primitivo modo positivista. Y tanto la mente como el Yo formaban parte de ese mundo social. Si la revolución cognitiva hizo erupción en 1956, la revolución contexrual (al menos en psicología) se está produciendo ahora. Detengámonos a considerar en primer lugar cómo afecta el contex­ tualismo a nuestras ideas sobre el conocimiento y acerca de cómo 10 adquirimos. Como dicen actualmente Roy Pea, David Perlcins y otros, el conocimiento de una "persona» no se encuentra simplemente en su cabeza, en un «solo de persona», sino también en las anotaciones que uno ha tomado en cuadernos accesibles, en los libros con pasajes su­ brayados que almacenamos en nuestras estanterías, en los manuales que hemos aprendido a consultar, en las fuentes de información que hemos conectado a nuestro ordenador, en los amigos a los que pode­ mos recurrir en busca de una referencia o un consejo, y así sucesiva y casi infinitamente. Todos estos elementos, como señala Perkins, son patre del flujo de conocimiento del que uno ha llegado a formar parte. y ese flujo incluye incluso esas formas sumamente convencionales de retórica que utilizamos para justificar y explicar lo que hacemos, cada una de ellas convenientemente ajustada y «apuntalada» para la ocasión en que la usamos. llegar a saber algo, en este sentido, es una acción a la vez situada y (por usar el término de Pea y PerIcins) dístribuída13. Pa­ sar por alto la naturaleza situada y distribuida del conocimiento y del conocer supone perder de vista no sólo la naturaleza cultural del cono­ cimiento, sino también la correspondiente naturaleza cultural de la adquisición del conocimiento.

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ACTOS DE SIGNIFICADO

Ann Brown y Joseph Campione añaden otra dimensión a esra ima­ gen distribuida. Los colegios, según ellos, son «comunidades de apren­ dizaje o pensamiento» en las que hay procedimientos, modelos, cana­ les de retroalimentación, y otras cosas por e! estilo, que determinan cómo, qué, cuánto y de qué manera «aprende» un niño. La palabra aprende merece aparecer entre comillas, puesto que lo que hace e! niño que aprende es participar en una especie de geografía cultural que sos­ tiene y conforma lo que hace, y sin la cual no habría, por así decir, nin­ gún aprendizaje. Como dice David Perkins al final de su análisis, quizá la "persona propiamente dicha deba concebirse..• no como el núcleo puro y permanente, sino [comolla suma y enjambre de participacio­ nes)) 14. De un solo golpe, las «teorías del aprendizaje» de la década de 1930 se han situado en una nueva perspectiva distributiva 15. La marea alra que se avecinaba no tardó en lamer las faldas de la búsqueda de! Yo en la psicología 16. ¿Debe considerarse el Yo como un núcleo permanente y subjetivo, o sería mejor considerarlo también como "distribuido»? De hedio, la concepción «distribuida>' del Yo no era tan nueva foera de la psicología: tenía una larga tradición en la in­ vestigación histórica y antropológica, es decir, 'en la antigua tradición de la hisroria interpretativa ten la más reciente, pero pujante, tradi­ ción interprerativista de la antropología cultural. Por supuesto, tengo en mente trabajos como e! estudio histórico sobre la individualidad de Karl Joadiim Weintraub, El Valor de/Individuo, y la obra clásica de E. R. Dodd Los griegos y lo irraciona4 y más recientemente el estudio antropológico de Michelle Rosaldo sobre el «Yo» en los ilongotes o el de Fred Mayer sobre el «Yo» de los pintupi. También podríamos men­ cionar trabajos dirigidos a cuestiones históricas más concretas, tales como las indagaciones de Brian Stock acerca de si la introducción de la «lectura silenciosa» no podría haber cambiado las concepciones oc­ cidentales del Yo, o el trabajo de la \!scuela francesa de los Annales sobre la historia de la vida privada. Más adelante nos ocuparemos de los es­ tudios monumentales de esta última en los que se aborda la interesan­ te cuestión de si la «historia de lo privado» en el mundo occidental no podría considerarse también un ejercicio para comprender la aparición del Yo occidental 17. Lo que todos estoS trabajos tienen en común es la meta (y la virtud) de localizar el Yo, no en la rapidez de la conciencia privada inmediata, sino en una situación histórico-cultural. Como ya

hemos señalado, los filósofm zaga a este respecto, porqul cuestionar la tesis previamen ta sobre las ciencias socialel «objetiva» y autónoma cuya' apropiados-, se hizo evide: como una construcción que, ríOt, ranto como de! interior como de la mente a la cultUl Aunque no sean «verificab positivista, al menos la plaus históricos francamente ínter un guardián ran austero de la I.ce Cronbach nos recuerda q la plausibilidad de la conclusi modificar el dicho, reside en la validez es un concepto inre do16gico. Vaya resumir brevementl abierto camino en las conce¡ sobre el Yo. No voy a poder a do decir lo bastante para in marca un nuevo hito en e! e pero ser capaz de ilustrar me El nuevo punto de vista SI objetivismo engañoso ranto de la personalidad. Entre los uno de los primeros en darse logia social adoptando una c( «distributiVa» de los fenómel ros trabajos abordaron prec; del Yo. En este trabajo, que ¿ trat cómo la autoestima y el abruptamente en reacción a traban, y cambiaban más aúr o negativas que la genre hací~ mente que desempeñasen un

, otra dimensi6n a esra ima­ on «comunidades de apren­ edimientos, modelos, cana­ ·r el estilo, que determinan 'ende» un niño. La palabra esto que lo que hace el nifio e geografía culrural que sos­ (lO habría, por así decir, nin­ ¡ al final de su análisis, quizá ebirse ... no como el núcleo y enjambre de participado­ lprendizaje)) de la década de tiva distributiva 15. i6 en lamer las faldas de la considerarse el Yo como un nejor considerarlo también ~ión «distribuida>' de! Yo no una larga tradici6n en la in­ ,edr, en la antigua tradición ~ciente, pero pujante, tradí­ ultural. Por supuesto, tengo rico sobre la individualidad ~divíduo, y la obra clásica de lás recientemente el estudio el , ¡;óntad¡¡. á Una per­ ;,~ sona 'détérminadaés, en sentido profundo, el producto comiín de quien ~aC)leIíta y qhic\lla ~sc~cha. El Yo, cualquiera que sea la POstu­ ra m~tafísica qúeuno ~~ofte sobr; 1~«re'alidadJ" ~ólo p~ede revelarse

medlan.te una transaCClon entre rugUlen que habla y alguien que escuc

cha, y, tÓmO nós recuerda Mishler, cualquier téma queapordemos en

una entrevista debe .ev:almrrse ,Íl; la luz de esa, mulsacción 4i: Di¡:ho estQ, .

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ACTOS DE SIGNIFICADO

el único consejo que puede darse es el de ejercer una cierta precaución interpretativa. Confeccionamos una lista de doce "preguntas gula>, que formulá­ bamos cuando los sujetos finalizaban su primera descripción espontá­ nea, que ocupaban entre un cuarto de hora y una hora en la entrevis­ ta y que siempre se formulaban en el mismo orden. Abarcaban desde preguntas iniciales muy abiertas, como: «¿Qué idea dirla que tenían sus padres de usted cuando era pequefío?", a indagaciones posteriores más orientativas, como: «¿Ha habido algo en su vida que le parezca poco típico de usted?» o «¿Si tuviera que describir su vida como una novela, una obra de teatro o un cuento, a qué diría usted que se pare­ ce más?». Las entrevistas duraban desde un hora hasta casi dos horas y, como es lógico, eran grabadas. Los seis miembros de la familia Go­ odhertz comentaron más adelante espontáneamente, en un contexto u otro, que habían dísfrutado de la entrevista o que, personalmente, les habla resultado muy útil. Algunos díjeron que les habla sorprendi­ do bastante lo que habla salido a la luz. Esto último, dicho sea de paso, es algo corriente en las entrevistas autobiográficas, y resulta muy interesante en. relación con la naturaleza constructiva de la actividad de «contar la propia vida». En cuanto a la «sesión de fumilia», la comencé yo mismo diciéndo­ les que hablamos estudíado sus autobiograflas y estábamos deseando oír su opinión acerca de qué es crecer siendo un Goodhcrtz. La sesión se extendíó a lo largo de tres horas sin que se nos presentase ninguna ocasión en la que fuese necesario hacer uso de las cuestiones orientati­ vas que habíamos tenido la precaución de planear por si acaso. La se­ sión seguía addante con toda su fuerza cuando la dimos por finalizada; habíamos decidido de antemano que tres horas eran suficientes. Nos juntamos en torno a una mesa de reuniones, con café y otros refrige­ rios a nuestra disposición. No era una entrevista, aunque no cabe duda de que los Goodhertz nos tenían presentes en todo momento y, en cieno modo, nos hablaban a nosotros, aun cuando pareciese que se dí­ riglan sus comentarios entre dios con tanta frecuencia como nos los dirigían directamente a nosotros. Incluso hubo momentos en que pa­ redan ignorarnos por completo a nosotros, los investigadores. Sabíamos que era una familia «unida» cuyos miembros presumían de la libertad con que eran capaces de discutir «cualquier tema» en fu­

milia. Y actuaban con la sufi versación en torno a la mes, confrontación, especialmen! les. En un momento dado, 1 25 años pero aún era tratad acusó a sus padres de «racisn suyo que era negro. Su madi que las razas se mezclasen, r Como cualquier persona int dable, aproveché la pausa que que acababa de llegar una 1 cuellta de que me estaba con indicó Clifford Geertz en lo fumilias son sistemas que sin da centrífugamente por lnte fumilia tenía dos técnicas p' ejercicio de hábiles maniobr, atención, y cosas por d estil< había más café). La otra COill miliares establecidos, lIegand que sirven para resaltar esm cuantas historias de estas all con mucha habilidad, como

Comenzaré por hacer un brc justo para que lo que sigue r· es George Goodhertz: un ha cumplido los sesenta. Su afie facción, y es un hombre dedí de orguUoso en su papel de 1 que acuden los amigos que: busca de consejo o para pedíl propio testimonio, era un «h lía, y, cuando los abandonó,

IAAUTOBIOGRAFfA y EL YO

ejercer una cierta precaución reguntas guía" que formulá­ )tÍmera descripción espontá­ ,ra y una hora en la entrevís­ :mo orden. Abarcaban desde «¿Qué idea dirfa que tenían », a indagaciones posteriores lO en su vida que le parezca · describir su vida como una · qué diría usted que se pare­ lln hora hasta casi dos horas miembros de la fumilia Go­ táneamente, en un contexto ~vista o que, personalmente, ,ron que les había sorprendi­ · Esto último, dicho sea de ltobiográficas, y resulta muy constructiva de la actividad omencé yo mismo diciéndo­ ,afías y estábamos deseando Ido un Goodhertz. La sesión le se nos presentase ninguna o de las cuestiones orientad­ ~ planear por si acaso. La se­ mdo la dimos por finalizada; ¡ horas eran suficientes. Nos nes, con café y otros refrige­ ,evista, aunque no cabe duda tes en tudo momento y, en 1 cuando pareciese que se di­ [lta frecuencia como nos los hubo momentos en que pa­ s, los investigadores. cuyos miembros presumían ~utir «cualquier tema» en fa-

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milia. Y actuaban con la suficiente naturalidad como para que su con­ versación en torno a la mesa de reuniones adoptara algunos tintes de confrontación, especialmente acerca de probJemas intergeneraciona­ les. En un momento dado, Debby; la hija más joven, que rondaba los 25 años pero aún era tratada como ,da nifia pequeña de la familia», acusó a sus padres de «racismo» por su actitud hacia un antiguo novio suyo que era negro. Su madre respondió que, si Dios hubiera querido que las razas se mezclasen, no las habría hecho de diferentes colores. Como cualquier persona interesada en mantener una atmósfera agra­ dable, aproveché la pausa que se produjo después de esto para anunciar que acababa de llegar una nueva jarra de café. Sólo después me di cuenta de que me estaba comportando «en fumilia». Porque, como me indicó Clifford Geertz en [os comienzos de nuestra investigación, las fumilias son sistemas que sirven para evitar que la gente se vea arrastra­ da centrffugamente por intereses inevitablemente encontrados, y esta familia tenía dos técnicas para alcanza¡; este fm. Una consistía en el ejercicio de hábiles mf!1liobras inte~personales: hacer chistes, desviar la atención, y cosas por el estilo (como en el caso de mi anuncio de que habia más café). La otra consistía en adoptar y desempeñar papeles fa­ miliares establecidos, llegando incluso a usar historias fumiliares típicas que sirven para resaltar esos papeles. Todas las familias tienen unas cuantas historias de estas almacenadas, y la que nos ocupa las usaba con mucha habilidad, como veremos a continuación.

v Comenzaré por hacer un breve bosquejo de la familia Goodhertz, lo justo para que lo que sigue resulte comprensible. El cabeza de familia es George Goodhertz: un hombre que se hizo a sí mismo y que ya ha cumplido los sesenta. Su oficio es el de contratista de sistemas de cale­ facción, y es un hombre dedicado a su trabajo, pero que se siente igual de orgulloso en su papel de hombre de confianza de la comunidad al que acuden los amigos que se encuentran en algún apuro, ya sea en busca de consejo o para pedir pequeños préstamos. Su padre, según su propio testimoIÚo, era un «borracho» que no aportaba nada a la fami­ lia, y, cuando los abandonó, George fue enviado a una escuela parro­

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AGTÓS DE SIGNIFICADO

quial gratuita. Según él, se convirtió en el alumno favorito de las mon­ jas, que sabían apreciar sus ganas de ayudar en la escuela. Se hizo católico; hasta entonces, su familia sólo habla tenido vagas conexiones protestantes. Confiesa que ya no es creyente, pero sigue siendo muy consciente de las obligaciones morales que aprendió en la Iglesia, e in­ tenta vivir de acuerdo con ellas. Es un hombre reflexivo, a pesar de que no llegó a terminar los estudios secundarios, y el lenguaje de su auto­ biografía contiene u'1a elevada densidad de palabras o expresiones qlJe distinguen entre «ló ~ue parece ser» y «lo que es». Es una persona eficaz e independiente, pero le preocupa el que sU vida haya perdido intimi­ dad. Falsificando su fecha de nacimiento, entró en el ejércitO antes de tener la edad reglamentaria; lo' dejó cinco afios después cuando aún no había cumplido 25 afias, con el grado dé sargento mayor. Péro no se considera en modo algtinó un «tipo duro»" a pesar de que se muestra convencido de que, para salir"adelante en este mundo, hay que poseer la astucia de la calle. " , Su tnujer;Rose, ~,unaamericana de ascendencia italiana de segun­ da generadón,muy~v:oIGlda en su familia, muy relacionada eón los viejos amigos .del bru:rio de Brooklyn¡t;:n el que vivieron durante treinta ,afios, «católiGl y demócrata»~ Como su marido, es hija de un; padre que, en sus propias paIab~, era .de la vieja escuela.»: fanfarrón, borra­ cho, desleal)' un pobre sostén para la familia. Los dos, marido y mujer, dedi~ióil a: dar a sus hijos una vida mejor que laque cornparten ellos tuvilÍ'on. Le gusta la reputación de testaruda de que disfruta en la , familia.é~ando sUs 'hijos se hicieron rnayores, (

sidad decididamente secula cuendal y didáctico, y su e~ «si hubiera sabido entonces hasta qué punto ha superad un contacto estrecho con lo nal de su autobiografia se pr, lándose de sí mismo tan só] oldyn acá arriba?». Cree que a través de la hipocresía y el el aliado natural de su herm~ espontáneo de la familia, soltero; vive en Manhattan, dor, pero los domingos suel, Nina es la siguiente herrr gordita, pero empezó a reb, padre por la informalidad d, sión. "Se daba por supuesto y estarme callada.. No rard acabó alcohólico, con el que ver a casa, Entonces descubr vender tartas caseras a tiend ella. Pertrechada con una c( ces, entr6 a trabajar en una, cas, y no tardó mucho en cn va muy bien, Cuando, al 61 guntamos qué era lo que m pondió riéndose que "Más», ayudar a sus padres y sus he] meten. Durante el enfrentan bre el tema del racismo, pue( reconciliaci6n. Con indepen lándose de si misma es una ( familia. Cuando realizamos sado y divorciado de nuevo ( de que la entrevistamos a el estilo de «mujer grande y al que el matrimonio es ahora 1

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LAAUTORIOGRAFfAVELID

alumno favorito de las mon­ udar en la escuela. Se hiw abía tenido vagas conexiones ;:nte, pero sigue siendo muy e aprendió en la Iglesia, e in­ nbre reflexivo, a pesar de que ios, y el lenguaje de su auto­ ie palabras o expresiones qt¡e lue es)). Es unapersona eficaz sU vida haya perdido intimi­ , entró en el ejército antes de aftos después cuando aún no : sargento mayor. Pero no se "'. a pesar de que se, muestra este mundo, hay que poseer ¡cendencia italiana de segun~ ia, muy.relacionada cón los 1que vivieron duran,te tteinta marido, es hija de un: padre 'ja escuela»:' fanfarrón, borra­ ilia. Los dos, marido ymujer, 's uná vida mejor que laque estaruda de que disfruta en la ores, «volvió al trabajo»: con­ an reflexiva como su esposo, , que puede verse muy influí­ leda que «con ayuda del des­ le diese por las j:hogas». La ílea está llena de '\expresiones )COS' esfuerzOs de «interpretar .. tivaménte en el Movimiento liante preuniversltario, fue e! Liversidad, a uria universidad ciatura para irse .fuera>} a ha­ fe los sel).tidos,a una univer, ,o, "

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sidad decididamente secular. Su relato aurobiográfiec es reflexivo, se­ cuencial y didáctico, y su espíritu se refleja en expresiones tales como «si hubiera sabido entonces lo que sé ahora». Aunque es ecnsciente de hasta qué punto ha superado e! nivel de educación familiar, mantiene un contacto estrecho con los miembros de su familia. Pero hacia el fi­ nal de su autobiografía se pregunta, un poco en el pape! de fearo y bur­ lándose de sí mismo tan sólo a medias, «¡Qué hace un chico de Bro­ oklyn acá arriba?)). Cree que hay algo «especial» en él que le permite ver a través de la hipocresía y el fingimiento y seguir su propio camino. Es el aliado natural de su hermana Debby, el miembro menos lineal y más espontáneo de la familia. Cercano a cumplir los cuarenta, permanece soltero; vive en Manhattan, donde trabaja en un puesto de investiga­ dor, pero los domingos suele ir a Brooklyn a cenar etÍ. casa. Nina es la siguiente hermana. Según ella, era una niña obediente y gordita, pero empezó a rebelarse ante los problemas que le ponía su padre por la informalidad de sus vestid.,. y su despreocupada extrover­ sión.•Se daba por supuesto que tenía que vestirme de'negro y marrón y estarme callada>,. No tardó mucho en casarse con un hombre que acabó alcohólico, ecn el que tuvo una hija y del que se sepa¡;ó para vol­ ver a casa. Entonces descubrió su espíritu emprendedor dedicándose a vender tartas caseras a tiendas de la vecindad. Su vida cambió, según ella. Pertrechada con una confianza en sí misma inédita hasta enton­ ces, entró a trabajar en una empresa de atención de llamadas telefóni­ cas, y no tardó mucho en crear su propia empresa, con la que ahora le va muy bien. Cuando, al final de la entrevista autobiográfica, le pre­ guntamos qué era lo que más le gustaría obtener de la vida, nos res­ pondió riéndose que «Más». Nina tiene una risa fácil, y lá utiliza para ayudar a sus padres y sus hermanos a salir de los atolladeros en que se meten. Durante el enfrentamiento que Debby tuvo con sus padres so­ bre e! tema del racismo, pueden oírse al fondo sus jocosos esfuerzos de reconciliación. Con independencia dI' que sea fingida o genuina, bur­ lándose de sí misma es una de las formas en que se hace querer por su familia. Cuando realizamos la sesión familiar, resultó que se había ca­ sado y divorciado de nuevo dur,ante el año que había 'transcurrido des­ de que la entrevistamos a ella. Cuando nos lo comentó, en su mejor estilo de .mujer grande y alegre que se ríe de sí misma)}, dijo: "Creo que el matrimonio es ahora mi pasatiempo favorito». A pesar de su es­

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ACTOS DE SIGNIFICADO

plritu emprendedor, se siente muy identificada con su familia y con su hija, y se ve a sí misma como formada en el molde de su madre. Harry representa la mala suerte en la familia. Fue el que más se es­ forzó por complacer, pero no fue lo que se dice un nifio feliz. Cuando era pequefio, llegó a comer de forma tan exagerada que su madre le colgaba del cuello un cartel de NO DAR DE COMER cuando salían de casa. El relato autobiográfico de Harry resulta un poco disfásico. No se le da demasiado bien conservar el.orden de los acontecimientos; no consigue transmitir demasiado bien sus intenciones, y sus referen­ cias resultan confusamente «exofóricas», en el sentido de que el texto no siempre revela a qué es a lo que se refiere. Se casÓ con una mucha­ cha del vecindario cuando aún era muy joven, y para hacer que «se sin­ tiese mejor» la animó a ver a sus antiguos amigos, incluido un antiguo novio, y eso les causó problemas. Llegó un momento en que ella le «robó» el dinero que él habla ahorrado gracias a su club de bolos. Eso hizo que él «le diese una paliza», según nos dijo. Tuvieron un nifio, se divorciaron poco después y en su relaro no queda claro cómo se las arregló ella para que él no gozase de derechos de visita. Sea como fuere, durante este periodo de tanta ansiedad, un dla éstalló frente a un clien­ te en su trabajo y fue despedido o sancionado con suspensión de em­ pleo. Cuando nos contó la historia, estaba inmerso en dos procesos judiciales: uno para conseguir que se le reconociese el derecho de visi­ tar a su hijo, y el otro para que le diesen de nuevo el trabajo. Su vida estaba en suspenso. Su relato era el que tenia una mayor proporción de oraciones incompletas, no analizables, y presentaba una forma narrati­ va más desestructurada. Resultaba entrafíable ver cómo, tanto en las entrevistas como en la sesión familiar, había verdadera deferencia y preocupación por Harry. Su madre llegó a decir: «Creo que es el mejor de todos nosotros». Debby disfrutó de la placentera infancia de la más joven de la fa­ milia, según dijo ella misma, siendo además la más joven por varios afias de diferencia. Tenía muchos amigos en el vecindario, caía bien y fue a una universidad local en la que no podía soportar el anonimato. La personalización es lo que más le preocupa, pero no una personali­ zación de esas que te dejan atrapado en las viejas rutinas del vecinda­ rio, «casarse y acabar encerrada entre cuatro paredes con cuatro críos». Debby quiere «experiencias», conocer el mundo. Su ideal es la «es­

pontaneidad» y la «ligereza». de arte dramático. Trabajar más le divierte. Su aurobiog critas vlvidamente, combina bre los temas de la experienc que un lector de su relato d, tan ordenada como Cad, en tre sí, pero, mientras que el es un flujo de temas metafó¡ unos con otros. Las expresio su falta se ve compensada Pi evocados. Debby es aceptad pontánea, leal a la familia, Quiere ser actriz, pero su de, mundana. Toda cultura cara a cara t que sus miembros se reúnen reajustar sus sentimientos m el canon. Las familias no son Día de Acción de Gracias, L: de los Goodhertz se debla, e menudo. No vivían muy lej. taban juntos alrededor de la mas empleaban, al menos Ul gún tema estaba prohibido f torno a ella desde que los n norma no escrita según la Cl casa y reclamar su antigua t después de sus divorcios; lo ciada ruptura. En el mamen! gráfica, Debby aún vivía allí padres para irse a vivir más que iba, situada en otra part' mas bienintencionadas por, que se la lavasen en casa.

LA AUTOBIOGRAFÍA YEL YO

da con su fumilia y con su molde de su madre. tilia. Fue el que más se es­ lce un niño feliz. Cuando xagerada que su madre le E COMER cuando salían resulta un poco disfásico. ~n de los acontecimientos; intenciones, y sus referen­ el sentido de que el texto :. Se casó con una mucha­ ~, y para hacer que «se sin­ ligos, incluido un antiguo l momento en que ella le ¡as a su club de bolos. Eso dijo. Tuvieron un niño, se ) queda claro cómo se las ¡ de visita. Sea como fuere, fa estalló frente a un clien­ do con suspensión de em­ inmerso en dos procesos nociese el derecho de visi­ , nuevo el trabajo. Su vida una mayor proporción de sentaba una forma narrati­ )le ver cómo, tanto en las lía verdadera deferencia y ecir: «Creo que es el mejor l de la más joven de la fa­ :ís la más j oven por varios 1 el vecindario, caía bien y :Ha soportar el anonimato. Ja, pero no una personali­ viejas rutinas del vecinda­ paredes con cuatro críos». lUndo. Su ideal es la «es­

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pontaneidad» y la «ligereza». Ha decidido ser actriz y va a una escuela de arte dramático. Trabajar en papeles nuevos es, según ella, lo que más le divierte. Su autobiogtafía es una sucesión de impresiones des­ critas vívidamente, combinadas como un conjunto de variaciones so­ bre los temas de la experiencia, la intimidad y la espontaneidad. En lo que un lector de su relato denominó «estilo posmoderno», Debby es tan ordenada como Carl, en el sentido de que relaciona los temas en­ tre sí, pero, mientras que el de él es un relato causal, lineal, el de ella es un flujo de temas metafóricamente ligados cntre sí y que se funden unos con otrOs. Las expresiones causales son relativamente raras, pero su <a se ve compensada por la viveza y especificidad de los detalles evocados. Debby es aceptada en la fumilia tal y como es: cálida, es­ pontánea, leal a la fumilia, pero deficiente en «astucia de la calle». Quiere ser actriz, pero su deseo parece de naturaleza más personal que mundana. Toda cultura cara a cara tiene ocasiones de «atención conjunta» en que sus miembros se reúnen para actualiw el estado de las cosas, para reajustar sus sentimientos mutuos y, como si dijéramos, pru-a reafirmar el canon. Las familias no son una excepción: las cenas de Navidad o del Día de Acción de Gracias, La Pascua Judía, las bodas, etc. La «unidad" de los Gooclhertz se debía, en su opinión, a que solían comer juntos a menudo. No vivían muy lejos unos de otros (excepto Carl), y «se sen­ taban juntos alrededor de la mesa», por usar la expresión que ellos mis­ mos empleaban, al menos una vez a la semana. Presumían de que nin­ gún tema estaba prohibido en torno a la mesa. Y se habían sentado en torno a ella desde que los nifios eran pequeños. Existía también una norma no escrita según la cual, si uno tenía problemas, podía volver a casa y reclamar su antigua habitación. Nina volvió a casa con su hija después de sus divorcios; 10 mismo hizo Harry después de su desgra­ ciada ruptura. En el momento en que real1zamos su entrevista autobio­ gráfica, Debby aún vlvía allí. Cuando más adelante dejó la casa de sus padres para irse a vivir más cerca de la escuela de arte dramático a la que iba, situada en otra parte de Btooklyn, su hermana le gastaba bro­ mas bienintencionadas por el hecho de que llevase la ropa sucia para que se la lavasen en casa.

138 ACTOS DE SIGNlE'lrADO

VI En esta sección voy a volver al problema que me había planteado abor­ dar al principio: la formación y distribución del Yo en las prácticas de una fumilia, siendo la función de la fumilia la de vicario de la cultura. Sólo voy a poder ocuparme de un tema: la distinción que todos los miembros de la familia Goodhertz hacen entre lo público y lo privado, distinción cultural que penetra desde la sociedad en la ideología de la f.unilia y scve finalmente incorporada en los Yoes de sus miembros. Mi objetivo no es tanto presentar unos «resultados. como transmitir la idea de cómo se puede investigar dentro del espíritu de la psicología cultutal. Como sin duda habrá ya captado el lector, el contraste entre el «ho­ gar» y, por usar la expresión de los Goodher17¿, «el mundo real» es esen­ cial pata esta f.uni1ia y para cada uno de sus miembros. De todos los «ternas» discutidos en las autobiografías y en la sesión f.uniliar, éste es el dominante. Es el que se menciona con más frecuencia, y es también el que se encuentra implícito más a menudo en la resolución de los des­ equilibrios drld (Nueva York: Oxford University Press, 1985). 30 Hans Peter Rielanan, Wilhelm Dilthey: Pi.neer ofthe Humt1J7. Studies (Berke­ ley: University ofCalifomia Press, 1979). Wilhelm Dilthey, Descriptíve Psychowgy and Historical Understanding (1911), traducido por Richard M. Zaner y Kcnneth L Heiges (The Hague: Nijhoff. 1977). " V¿ase Goodman, OfM/nd and Other Matte", para un. exposición bien razo­ nada de los fundamentos filosóficos de esta postura. " Carol Fleisher Feldman, «Thought fmm Language: The Línguistic Cons­ cruedon of Cognitive representations», en Jerome Brunor y Helen Haste (e: Roca, 1986. " Woltgang Kohler, The Place of Value in ti World ofFacts (Nueva York: Live­ right, 1938).

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NOTAS

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ra una exposlci6n bien ra7..ow ¡age: The Linguistic Cons­ 'uner y Helen Haste (eds.), (Londres: Merbuen, 1987; lona: Paidós: 1989. r, 1972-1980 (Mínneapolis: ltiQnalism», en Consequences

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ACTOS DESIGNIFlCADO

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