Abuso Sexual Contra Menores en La Iglesia. Hacia La Curación y La Renovación - C.J. SCICLUNA

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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C.J.SICLUNA-H. ZOLLNER-D.J. AYOTTE (EDS.)

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Prefacio de los Editores Generales Carta del Secretario de Estado al Rector de la Universidad Gregoriana 1. El abuso sexual contra menores: una respuesta polifacética al reto CARDENAL WILLIAM J.LEVADA 2. «Sanando una herida en el corazón de la Iglesia y la Sociedad» MARIE COLLINS - SHEILA COLLINS 3. Aprender de nuestros errores Cómo abordar de manera eficaz el problema del abuso sexual contra menores MONS. DR. STEPHEN J.ROSSETTI 4. La búsqueda de la verdad en casos de abuso sexual: un deber moral y jurídico MONS. CHARLES J.SCICLUNA 5. Candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa: selección, detección y formación 3+ JORGE CARLOS PATRÓN WONG 6. Comportamiento sexual inapropiado de los sacerdotes Reflexión en el contexto asiático 3+ LUIS ANTONIO G.TAGLE 7. Religión, sociedad y cultura en diálogo P.EDENIO VALLE, SVD 8. Mejores prácticas en la prevención de los abusos sexuales en la Iglesia de Sudáfrica REV. DESMOND NAIR 9. Reflexión teológico-moral sobre la realidad de los de los abusos sexuales contra menores en la Iglesia Católica JOSEP CAROLA, SJ - MARK ROTSAERT, SJ MICHELINA TENACE HUMBERTO MIGUEL YÁÑEZ, SI 11

10. Iglesia, abusos y liderazgo pastoral CARDENAL REINHARD MARX 11. El coste real de la crisis: heridas en el corazón de la Iglesia MICHAEL J.BEMI 12. Internet y pornografía GERARD J.MCGLONE, SJ 13. Prevención y disminución del abuso contra adultos vulnerables PAULJ.ASHTON 14. El Centro para la Protección de la Infancia del Instituto de Psicología de la PUG HUBERT LIEBHARDT, HANS ZOLLNER Vigilia Penitencial en la Iglesia de San Ignacio

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DURANTE los últimos años, el abuso sexual contra menores por parte de miembros de la Iglesia, en especial sacerdotes, ha constituido un escándalo tanto para la jerarquía eclesiástica como para muchas personas en todo el mundo. El propio Papa Benedicto XVI ha abordado la cuestión al afirmar que «se cometieron graves errores de juicio y hubo fallos de gobierno» (Carta Pastoral a los católicos de Irlanda, n. 11). El Santo Padre está convencido de que la crisis derivada de la revelación de tales abusos constituirá un incentivo que impulse «a un honrado examen de conciencia personal y a un convencido programa de renovación eclesial e individual» (Carta Pastoral, n. 2) por parte de todos los pastores y miembros de la comunidad de fieles. El objetivo del Simposio Hacia la Curación y la Renovación, celebrado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma entre el 6 y el 9 de febrero de 2012, fue ayudar a los Obispos, Superiores religiosos y quienes ostentan otras responsabilidades especiales a realizar un examen de conciencia sincero, como pedía el Papa, y a impulsar la renovación personal y eclesial. Este Simposio había de constituir un paso más en el largo y doloroso viaje que ha emprendido la Iglesia para hacer frente a lo que el Papa Benedicto ha denominado la «herida abierta» del abuso. En su mensaje a los participantes del Simposio, comunicado a través de la Secretaría de Estado, el Santo Padre les alentaba a afrontar este desafío con un amor inspirado en el Evangelio, para poder ofrecer a niños indefensos, jóvenes y adultos el espacio vital que haga posible su desarrollo humano y espiritual. Es más, el Papa pidió a todos los participantes que trabajaran en aras de una comprensión más plena de la situación en su totalidad, para que la cultura de la protección efectiva a los jóvenes y el apoyo a las víctimas se pueda convertir en una realidad en toda la Iglesia. Para concretar las esperanzas manifestadas por el Papa Benedicto, en septiembre de 2010 se tomó la decisión de celebrar en la Universidad Gregoriana un simposio dedicado al abuso sexual. La iniciativa recibió desde el principio el apoyo explícito y la ayuda concreta de varios departamentos del Vaticano. Cabe destacar el ánimo infundido por la Secretaría de Estado y las Congregaciones para la Doctrina de la Fe, para los Obispos y para la Evangelización de los Pueblos. El Simposio se había previsto como un seguimiento de la Carta Circular del 3 de mayo de 2011, remitida por la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la que se exhortaba a las Conferencias Episcopales de todo el mundo a desarrollar Directrices para la protección de los menores. En consecuencia, al Simposio fueron invitados en primera instancia los representantes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo, así como Superiores Generales de congregaciones religiosas y otros institutos de vida consagrada. La selección individual de los participantes la llevaron a cabo las Conferencias Episcopales y las 14

Uniones Internacionales de Superiores y Superioras Generales. En total, participaron 110 representantes de Conferencias Episcopales, junto con 35 Superiores Generales. Además, también se contó con la presencia de representantes de Iglesias orientales en comunión con Roma, Rectores de los Pontificios Colegios en Roma y Universidades Católicas, abogados canonistas, psicoterapeutas, psiquiatras y educadores, lo que elevó el número de asistentes a 220 personas de los cinco continentes. Los organizadores del Simposio perseguían los siguientes objetivos: (a) dar voz a las víctimas de abusos y reconocer sinceramente los errores, pecados y delitos que se han cometido en el seno de la Iglesia; (b) contribuir a una cultura de escucha y aprendizaje, para trabajar de forma conjunta en la búsqueda de soluciones al problema del abuso de cara al futuro; (c) colaborar con los medios de comunicación y dar a conocer lo que se puede hacer para proteger de este tipo de agresiones a los más débiles. Los oradores provenían de Filipinas, México, Brasil, Estados Unidos de América, Malta, Sudáfrica, Argentina, Bélgica, Alemania e Irlanda. Una participación tan internacional demuestra que el problema del abuso no se manifiesta solo en los países occidentales, sino en todo el mundo, por lo que supone un reto a nivel internacional para los cristianos y para la sociedad en su conjunto. El Simposio comenzó en la tarde del 6 de febrero de 2012 con un discurso de apertura pronunciado por el Cardenal William Levada, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El Cardenal subrayó, por encima de todo, la necesidad de abogar por un enfoque interdisciplinar (canónico, teológico, pastoral y psicológico) frente a la realidad del abuso en la Iglesia y en la sociedad. Tras la presentación inicial, los temas centrales del Simposio se desarrollaron en nueve conferencias y debates para el grupo completo de participantes durante las tres mañanas siguientes. La primera conferencia la impartió Marie Collins, de Irlanda, víctima de abusos, a la edad de trece años, a manos de un sacerdote. Relató las dolorosas consecuencias de dichos abusos y también los errores cometidos por el Obispo responsable al tratar con ella y con su agresor. Marie Collins contó con el apoyo de la Baronesa Sheila Hollins, una psiquiatra inglesa que llegó a conocer los casos de varios centenares de víctimas de abusos a través de las «sesiones de escucha» que se celebraron como parte de la visita apostólica a la Iglesia de Irlanda en 2010. Monseñor Stephen J. Rossetti habló de sus numerosos años de experiencia en el Instituto Saint Luke, en Silverspring, Maryland (EEUU), en relación con el adecuado tratamiento de los clérigos que han cometido abusos sexuales. El Padre Desmond Nair, de Sudáfrica, expuso el trabajo que la Iglesia desarrolla en su país en el ámbito de la prevención y la educación. Monseñor Charles J.Scicluna, Promotor Iustitiae de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presentó los aspectos canónicos que las Conferencias Episcopales han de tener en cuenta al definir sus Directrices en materia de abusos sexuales. Monseñor Scicluna afirmó que el pleno reconocimiento de la verdad ayudaría a promover la 15

justicia, por lo que la comu nidad cristiana está obligada a una plena cooperación con las autoridades estatales en la lucha contra los abusos sexuales contra menores. El Padre Edenio Valle, SVD, de Brasil, abordó algunos elementos sociológicos y culturales que son necesarios para evaluar los abusos en relación con la sociedad civil. El Obispo Jorge Carlos Patrón Wong, de México, antiguo Presidente de la Conferencia de Rectores de Seminarios en Latinoamérica, habló de la necesidad de que los futuros sacerdotes reciban una concienzuda formación humana y espiritual. El Arzobispo Luis Antonio Tagle, de Manila, Filipinas, dejó claro que las culturas asiáticas no son ajenas a los abusos. Por lo tanto, el contexto cultural ha de tenerse en cuenta al desarrollar respuestas eficaces y pastoralmente relevantes para la curación y la prevención. Cuatro teólogos de la Universidad Gregoriana (los padres Joseph Carola, si, Mark Rotsaert, si, Michelina Tenace y Humberto Miguel Yáñez, si) presentaron una reflexión teológica colectiva sobre el problema del abuso. Por último, el Arzobispo de Múnich y Frisinga, el Cardenal Reinhard Marx, explicó cómo la jerarquía eclesiástica ha de ejercer su responsabilidad tanto frente a las víctimas como frente a los agresores, así como ante los medios de comunicación y la opinión pública. Tal enfoque es esencial para impulsar la credibilidad de la Iglesia y restaurar una atmósfera de confianza. En la tarde del martes 7 y del miércoles 8 de febrero se celebraron talleres dedicados a los siguientes temas: «Los costes reales del abuso»; «Pornografía e Internet»; y «La prevención del abuso de adultos vulnerables». Los talleres estuvieron dirigidos por un equipo de siete personas pertenecientes a vIRTUS, una organización del Grupo Católico Nacional de Prevención de Riesgos (National Catholic Risk Retention Gropp). ViRTUS ha realizado muchos programas de este tipo, destinados a trabajadores y dirigentes de la Iglesia, en más de 115 diócesis de los Estados Unidos de América. En esas mismas tardes del martes y el miércoles, tuvieron lugar una Vigilia penitencial y una Celebración Eucarística especial, con el objetivo de integrar el tema y los objetivos del Simposio. El Cardinal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, condujo la Vigilia penitencial, en la que los participantes pidieron perdón por haber fracasado en la defensa de los jóvenes. Durante la Celebración Eucarística del miércoles, el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, invocó al Espíritu Santo para que guiara a los participantes en su trabajo de curación y renovación. Han sido muchas las contribuciones a la planificación, organización y realización del Simposio, y cabe destacar que se ha tratado de un momento de genuina cooperación eclesial entre obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos. Puesto que no es posible citar los nombres de todas las personas que han colaborado, los organizadores del Simposio y los editores de este volumen desean expresar su agradecimiento a los ponentes y a todos los que han dedicado tan generosamente su tiempo y sus energías. También estamos muy agradecidos a quienes han hecho posible la celebración del Simposio a través de su apoyo financiero: la Archidiócesis de Múnich y Frisinga; la Conferencia Episcopal Alemana; las organizaciones «Aid to the Church in Need», 16

«Renovabis» y «Misereor»; las Diócesis de Brescia, de Pavía y de Bolzano-Bressanone; y las Provincias italiana, suiza y holandesa de la Compañía de Jesús. El Simposio no se había concebido como un evento aislado, sino como un importante paso hacia adelante. En el seno de la Iglesia, todos tendrán que fomentar una actitud de perseverancia y compromiso al aceptar la responsabilidad del pasado y trabajar de forma conjunta en aras de un futuro mejor. La creación del Centro para la Protección de la Infancia, del Instituto de Psicología de la Universidad Gregoriana, puede considerarse un paso más, inspirado en el trabajo realizado en el Simposio. Este Centro, con sede en Múnich, desarrollará un programa de enseñanza a distancia que se prolongará durante tres años y constituirá una plataforma de aprendizaje multilingüe a través de Internet. Esta iniciativa ha de servir como instrumento para la prevención de ulteriores abusos. A través de la colaboración con sus socios en todos los continentes, el Centro para la Protección de la Infancia aspira a centrar su atención en los abusos en la Iglesia y en la sociedad en su conjunto. Los organizadores del simposio y los editores de este volumen esperan que este evento contribuya a una mayor determinación, transparencia y sensibilización con respecto a la responsabilidad de la Iglesia Católica en su conjunto al afrontar la difícil cuestión de los abusos sexuales. Confiamos en que el presente volumen constituya una fuente de inspiración y aliento en el camino hacia la curación y la renovación. Charles J.Scicluna / Hans Zollner, si / David John Ayotte, si Editores Generales Roma, Pascua 2012

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Núm. 198.767

En el Vaticano, a 30 de enero de 2012 ESTIMADO PADRE DUMORTIER: El Santo Padre envía su cordial saludo a todos los participantes en el simposio «Hacia la curación y la renovación», que tendrá lugar del 6 al 9 de febrero de 2012 bajo el auspicio de la Pontificia Universidad Gregoriana, y asegura sus oraciones por esta importante iniciativa. Pide al Señor que, a través de vuestras deliberaciones, numerosos obispos y superiores religiosos en todo el mundo puedan recibir una ayuda para responder de modo realmente conforme a Cristo a la tragedia del abuso contra menores. Como Su Santidad ha observado frecuentemente, la curación de las víctimas debe constituir una solicitud importante en la comunidad cristiana, a la vez que debe propiciar una profunda renovación de la Iglesia en todos los niveles. Nuestro Señor nos recuerda que cada acto de caridad hacia el más pequeño de nuestros hermanos es un acto de caridad hacia él (cf. Mt 25,40). Por lo tanto, el Santo Padre sostiene y alienta todo esfuerzo para responder con caridad evangélica al desafío de ofrecer a los niños y a los adultos indefensos un ambiente que conduzca a su crecimiento humano y espiritual. Exhorta a los participantes en el simposio a continuar haciendo uso de una vasta gama de competencias, a fin de promover en toda la Iglesia una fuerte cultura de tutela eficaz y de apoyo a las víctimas. Encomendando el trabajo del simposio a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, imparte de buen grado su bendición apostólica a todos los participantes, como prenda de fortaleza y de paz en el Señor. Cordialmente en Cristo, El Secretario de Estado

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Subsidio para las Conferencias Episcopales en la preparación de las Directrices para tratar los casos de abuso sexual contra menores por parte del clero ENTRE las importantes responsabilidades del Obispo diocesano para asegurar el bien común de los fieles, y en especial la protección de los niños y de los jóvenes, está el deber de dar una respuesta adecuada a los eventuales casos de abuso sexual contra menores cometidos en su diócesis por parte del clero. Dicha respuesta conlleva instituir procedimientos adecuados tanto para asistir a las víctimas de tales abusos como para la formación de la comunidad eclesial con vistas a la protección de los menores. En ella se deberá implementar la aplicación del Derecho Canónico en la materia al tiempo que deberán tenerse en cuenta las disposiciones de las leyes civiles. 1. Aspectos generales a) Las víctimas del abuso sexual La Iglesia, en la persona del Obispo o de un delegado suyo, debe estar dispuesta a escuchar a las víctimas y a sus familiares y a esforzarse en asistirles espiritual y psicológicamente. El Santo Padre Benedicto XVI, en el curso de sus viajes apostólicos, ha sido particularmente ejemplar con su disponibilidad a encontrarse y escuchar a las víctimas de abusos sexuales. Con ocasión de estos encuentros, el Santo Padre ha querido dirigirse a ellas con palabras de compasión y de apoyo, como en la Carta Pastoral a los católicos de Irlanda (n. 6): «Habéis sufrido inmensamente y me siento muy apesadumbrado por ello. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada, y vuestra dignidad violada». b) La protección de los menores En algunas naciones se han iniciado, en el ámbito eclesial, programas educativos de prevención para propiciar «ambientes seguros» para los menores. Tales programas buscan ayudar a los padres, a los agentes de pastoral y a los empleados escolares a reconocer indicios de abuso sexual y a adoptar medidas adecuadas. Estos programas a menudo han sido reconocidos como modelos en el esfuerzo por eliminar los casos de abuso sexual de menores en la sociedad actual. c) La formación de futuros sacerdotes y religiosos

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En el año 2002, Juan Pablo II dijo: «no hay lugar en el sacerdocio o en la vida religiosa para los que dañen a los jóvenes» (cf. Discurso a los Cardenales Americanos, 23 de abril de 2002, n. 3). Estas palabras evocan la específica responsabilidad de los Obispos, de los Superiores Mayores y de cuantos son responsables de la formación de los futuros sacerdotes y religiosos. Las indicaciones que aporta la Exhortación Pastores Babo vobis, así como las instrucciones de los competentes Dicasterios de la Santa Sede, adquieren todavía mayor importancia con vistas a un correcto discernimiento vocacional y a la formación humana y espiritual de los candidatos. En particular, debe buscarse que estos aprecien la castidad, el celibato y las responsabilidades del clérigo relativas a la paternidad espiritual. En la formación debe asegurarse que los candidatos aprecien y conozcan la disciplina de la Iglesia sobre el tema. Otras indicaciones específicas podrán ser añadidas en los planes formativos de los Seminarios y casas de formación por medio de la respectiva Ratio Institutio nis sacerdotales de cada nación, Instituto de Vida Consagrada o Sociedad de Vida Apostólica. Se debe prestar particular atención al necesario intercambio de información sobre los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa que se trasladan de un seminario a otro, de una Diócesis a otra o de un Instituto religioso a una Diócesis. d) El acompañamiento a los sacerdotes 1.El Obispo tiene la obligación de tratar a sus sacerdotes como padre y hermano. Debe cuidar también con especial atención la formación permanente del clero, particularmente en los primeros años después de la ordenación, valorando la importancia de la oración y de la fraternidad sacerdotal. Los presbíteros deben ser advertidos del daño causado por un sacerdote a una víctima de abuso sexual, de su responsabilidad ante la normativa canónica y civil y de los posibles indicios para reconocer posibles abusos sexuales contra menores cometidos por cualquier persona. 2.Al recibir las denuncias de posibles casos de abuso sexual contra menores, los Obispos deberán asegurar que sean tratados según la disciplina canónica y civil, respetando los derechos de todas las partes. 3.El sacerdote acusado goza de la presunción de inocencia mientras no se pruebe lo contrario. No obstante, el Obispo puede en cualquier momento limitar de modo cautelar el ejercicio de su ministerio, en espera que las acusaciones sean clarificadas. Si fuere el caso, se hará todo lo necesario para restablecer la buena fama del sacerdote que haya sido acusado injustamente. e) La cooperación con la autoridad civil El abuso sexual de menores no es sólo un delito canónico, sino también un crimen 22

perseguido por la autoridad civil. Si bien las relaciones con la autoridad civil difieren en los diversos países, es importante cooperar en el ámbito de las respectivas competencias. En particular, y sin prejuicio del foro interno o sacramental, siempre se siguen las prescripciones de las leyes civiles en lo referente a remitir los delitos a las legítimas autoridades. Naturalmente, esta colaboración no se refiere solo a los casos de abusos sexuales cometidos por clérigos, sino también a aquellos casos de abusos en los que estuviera implicado el personal religioso o laico que coopera en las estructuras eclesiásticas. 2. Breve exposición de la legislación canónica en vigor con relación al delito de abuso sexual contra menores cometido por un clérigo El 30 de abril de 2001, Juan Pablo II promulgó el «motu proprio» Sacramentorum sanctitatis tutela (SST), en el que el abuso sexual contra un menor de 18 años cometido por un clérigo ha sido añadido al elenco de los delicta graviora reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). La prescripción para este delito se estableció en 10 años a partir del cumplimiento del 18° año de edad de la víctima. La normativa del «motu proprio» es válida para clérigos latinos y orientales, ya sean del clero diocesano, ya del clero religioso. En el año 2003, el entonces Prefecto de la CDF, el Cardenal Ratzinger, obtuvo de Juan Pablo II la concesión de algunas prerrogativas especiales para ofrecer mayor flexibilidad en los procedimientos penales por los delicta graviora, entre ellas la aplicación del proceso penal administrativo y la petición de la dimisión ex officio en los casos más graves. Estas prerrogativas fueron integradas en la revisión del «motu proprio» aprobada por el Santo Padre Benedicto XVI el 21 de mayo de 2010. En las nuevas normas, la prescripción es de 20 años, que en el caso de abuso contra menores se calcula desde el momento en que la víctima haya cumplido los 18 años de edad. La CDF puede eventualmente derogar la prescripción para casos particulares. Asimismo, queda especificado como delito canónico la adquisición, posesión o divulgación de material pedo-pornográfico. La responsabilidad para tratar los casos de abuso sexual contra menores compete en primer lugar a los Obispos o a los Superiores Mayores. Si la acusación es verosímil, el Obispo, el Superior Mayor o un delegado suyo debe iniciar una investigación previa, como indican el Codex Iuris Canonici (CIC), can. 1.717; el Codex Canonum Ecclesiarum Orientalium (CCEO), can. 1468; y el SST, art. 16. Si la acusación se considera verosímil, el caso debe ser enviado a la CDF. Una vez estudiado el caso, la CDF indicará al Obispo o al Superior Mayor los ulteriores pasos a cumplir. Mientras tanto, la CDF ayudará a que se tomen las medidas apropiadas para garantizar los procedimientos justos en relación con los sacerdotes acusados, respetando 23

su derecho fundamental de defensa, y para que sea tutelado el bien de la Iglesia, incluido el bien de las víctimas. Es útil recordar que normalmente la imposición de una pena perpetúa, como la dimissio del estado clerical, requiere un proceso judicial. Según el CIC, can. 1.342, el Ordinario propio no puede decretar penas perpetuas por medio de un decreto extrajudicial. Para ello debe dirigirse a la CDF, a la cual corresponderá en este caso tanto el juicio definitivo sobre la culpabilidad y la eventual idoneidad del clérigo para el ministerio como la imposición de la pena perpetua (SST, Art. 21, §2). Las medidas canónicas para un sacerdote que es hallado culpable del abuso sexual contra un menor son generalmente de dos tipos: 1) Medidas que restringen el ejercicio público del ministerio de modo completo o que, al menos, excluyen el contacto con menores; tales medidas pueden ser declaradas por un precepto penal. 2) Penas eclesiásticas, siendo la más grave la dimissio del estado clerical. En algunos casos, cuando lo solicite el propio sacerdote, puede concederse pro bono Ecclesiae la dispensa de las obligaciones inherentes al estado clerical, incluido el celibato. La investigación previa y todo el proceso deben realizarse con el debido respeto a la confidencialidad de las personas implicadas y la debida atención a su reputación. A no ser que haya graves razones en contra, antes de transmitir el caso a la CDF el clérigo acusado debe ser informado de la acusación presentada, para darle la oportunidad de responder a ella. La prudencia del Obispo o del Superior Mayor decidirá cuál será la información que se podrá comunicar al acusado durante la investigación previa. Es deber del Obispo o del Superior Mayor determinar qué medidas cautelares de las previstas en el CIC, can. 1.722, y en el CCEO, can. 1.473, deben ser impuestas para salvaguardar el bien común. Según el SST, art. 19, tales medidas pueden ser impuestas una vez iniciada la investigación preliminar. Asimismo, se recuerda que si una Conferencia Episcopal, con la aprobación de la Santa Sede, quisiera establecer normas específicas, tal normativa deberá ser entendida como complemento a la legislación universal y no como sustitutiva de esta. Por tanto, la normativa particular debe estar en armonía con el CIC / CCEO y, además, con el SST de 30 de abril de 2001, con la actualización del 21 de mayo de 2010. En el supuesto de que la Conferencia Episcopal decidiese establecer normas vinculantes, será necesario pedir la recognitio a los competentes Dicasterios de la Curia Romana. 3. Indicaciones a los Ordinarios sobre el modo de proceder Las Directrices preparadas por la Conferencia Episcopal deberán ofrecer orientaciones a los Obispos diocesanos y a los Superiores Mayores, en caso de que estos tengan noticia de presuntos abusos sexuales contra menores cometidos por clérigos presentes en el 24

territorio de su jurisdicción. Dichas Directrices deberán tener en cuenta las siguientes observaciones: a)El «concepto de abuso sexual de menores» debe coincidir con la definición del «motu proprio» SST, art. 6 («el delito contra el sexto mandamiento del Decálogo cometido por un clérigo con un menor de dieciocho años»), así como con la praxis interpretativa y la jurisprudencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, teniendo en cuenta la leyes civiles del Estado. b)La persona que denuncia debe ser tratada con respeto. En los casos en los que el abuso sexual esté relacionado con un delito contra la dignidad del sacramento de la Penitencia (SST, art. 4), el denunciante tiene derecho a exigir que su nombre no sea comunicado al sacerdote denunciado (SST, art. 24). c)Las autoridades eclesiásticas deben esforzarse para poder ofrecer a las víctimas asistencia espiritual y psicológica. d)La investigación sobre las acusaciones debe realizarse con el debido respeto por el principio de la confidencialidad y la buena fama de las personas. e)A no ser que haya graves razones en contra, ya desde la fase de la investigación previa, el clérigo acusado debe ser informado de las acusaciones, dándole la oportunidad de responder a las mismas. f)Los organismos de consulta para la vigilancia y el discernimiento de los casos particulares previstos en algunos lugares no deben sustituir al discernimiento y a la potestas regiminis de cada Obispo. g)Las Directrices deben tener en cuenta la legislación del Estado en el que la Conferencia Episcopal se encuentra, en particular en lo que se refiere a la eventual obligación de dar aviso a las autoridades civiles. h)En cualquier momento del procedimiento disciplinar o penal se debe asegurar al clérigo acusado una justa y digna sustentación. i)Se debe excluir la readmisión de un clérigo al ejercicio público de su ministerio si ello puede suponer un peligro para los menores o si existe riesgo de escándalo para la comunidad. Conclusión Las Directrices preparadas por las Conferencias Episcopales buscan proteger a los menores y ayudar a las víctimas a encontrar apoyo y reconciliación. Deberán también 25

indicar que la responsabilidad para tratar los casos de delitos de abuso sexual contra me nores por parte de clérigos corresponde, en primer lugar, al Obispo Diocesano. Ellas servirán para dar unidad a la praxis de una misma Conferencia Episcopal, ayudando a armonizar mejor los esfuerzos de cada Obispo para proteger a los menores. Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 3 de mayo de 2011. WILLIAM, CARD. LEVADA Prefecto t Luis F.LADARIA, SJ Arzobispo Titular de Thibica. Secretario

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CARDENAL WILLIAM J.LEVADA* EL nombre de este Simposio sobre los abusos sexuales contra menores, destinado a Obispos católicos y Superiores religiosos es «Hacia la Curación y la Renovación». Se trata de una cuestión tan delicada como acuciante para los dirigentes eclesiásticos a los que está dirigido el evento. Hace tan solo dos años, en sus reflexiones sobre el «Año Sacerdotal» ante la Curia Romana, en el intercambio de felicitaciones con ocasión de la Navidad, el Papa Benedicto XVI habló de forma directa y prolija sobre los sacerdotes que «convierten el Sacramento [del Orden] en su contrario y, bajo el manto de lo sagrado, hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le provocan daños para toda la vida». He elegido esta frase para comenzar mi intervención esta tarde, porque creo que es importante que no perdamos de vista la gravedad de estos delitos cuando abordamos los múltiples aspectos que conforman la respuesta de la Iglesia. Deseo comenzar mi presentación dedicando unas palabras de agradecimiento a la Pontificia Universidad Gregoriana por el desarrollo de esta iniciativa. Incluso quienes llevamos décadas lidiando con el problema, reconocemos que aún estamos aprendiendo y que hemos de ayudamos mutuamente a encontrar la mejor forma de asistir a las víctimas, proteger a los niños y formar a los sacerdotes de hoy y de mañana para que sean conscientes de este flagelo y pa ra poder erradicarlo del sacerdocio. Espero que este Simposio constituya una importante contribución al logro de dichos objetivos. Agradezco especialmente la labor del Padre Francois-Xavier Dumortier, si, Rector de la Universidad, y del Padre Hans Zollner, sJ, y su equipo por la organización del encuentro. Tal y como indica el programa del Simposio, el título de mi presentación es «El abuso sexual contra menores: una respuesta polifacética al reto». Por motivos que explicaré, he decidido estructurar dicha respuesta basándome en algunos comentarios relativos a la «Carta Circular» de la Congregación para la Doctrina de la Fe (en adelante, CDF) que se envió el año pasado a todas las Conferencias Episcopales del mundo para ayudarlas a desarrollar las líneas directrices para el tratamiento de los casos de abusos sexuales cometidos por clérigos. Para contextualizar la Carta haré referencia al importante «motu proprio» Sacramentorum sanctitatis tutela (en adelante, SST), promulgado por el Beato Papa Juan Pablo II el 30 de abril de 2001. Dicho documento papal aclaraba y actualizaba la lista de delitos canónicos tradicionalmente reservados a la CDF (ejemplos clásicos serían los delitos contra la fe, es decir, herejía, apostasía y cisma, pero también los delitos más graves contra los sacramentos, o graviora delicta, 28

como la profanación de la Eucaristía o la violación del sigilo sacramental). Entre estos graves delitos se contaban los relacionados con la solicitación en la confesión, y el Papa Juan Pablo también incluyó explícitamente el abuso sexual de menores por parte de clérigos. Por lo tanto, el «motu proprio» exigía que todos los casos de abusos sexuales de menores cometidos por el clero se comunicaran a la Congregación, para que esta orientara y coordinara una respuesta equitativa por parte de las autoridades de la Iglesia. Bajo la cuidadosa dirección del entonces Prefecto de la CDF, el Cardenal Ratzinger, la Santa Sede consiguió garantizar que se diera una respuesta coordinada al creciente número de informes relativos a abusos sexuales y que se abordaran de manera efectiva los correspondientes aspectos canónicos, incluyendo el recurso contra las decisiones de los Obispos y Superiores Mayores. Cuando, a finales de 2001 y comienzos de 2002, se desató la tormenta mediática sobre los sobre abusos sexuales, que condujo a los obis pos estadounidenses a adoptar su «Carta para la protección de Niños y Jóvenes», un comité de obispos consiguió desarrollar las Normas Esenciales que, tras recibir la recognitio de la Santa Sede, se convirtieron en legislación vinculante complementaria para los obispos de los Estados Unidos y en una gran ayuda para nosotros, en forma de guía, para hacer frente a los numerosos casos históricos que salieron a la luz como consecuencia de la publicidad mediática. Quiero manifestar mi agradecimiento personal al Papa Benedicto, quien, como Prefecto en aquel momento, desempeñó un papel fundamental en la aplicación de las nuevas normas por el bien de la Iglesia, y deseo agradecerle también su apoyo para la aprobación de las Normas Esenciales en los Estados Unidos. Sin embargo, el Papa, que merece el agradecimiento de todos, tanto dentro como fuera de la Iglesia, ha sido objeto de ataques mediáticos en distintos lugares del mundo durante los últimos años. Con la explosión de la cobertura mediática de los casos de abuso sexual contra menores por parte de clérigos de la Iglesia Católica, especialmente - aunque no de forma exclusiva - en los Estados Unidos de América, la Congregación para la Doctrina de la Fe se enfrentó, bajo la firme batuta del Cardenal Joseph Ratzinger, a un aumento drástico en el número de casos comunicados. A través de los informes presentados, la Congregación descubrió los numerosos y complejos aspectos inherentes a los delitos de abuso sexual contra menores por parte de clérigos. Más de 4.000 casos de abusos sexuales contra menores han sido presentados ante la CDF en la última década, incluyendo acusaciones de décadas anteriores. Esto ha demostrado, por una parte, que una respuesta exclusivamente canónica (o de Derecho Canónico) resulta inadecuada ante esta tragedia; y, por otra, que es necesario ofrecer una respuesta realmente polifacética. La responsabilidad principal de la Congregación consiste en aplicar normas equitativas para sancionar a los clérigos culpables, pero necesariamente ha adoptado una perspectiva más amplia, preocupándose también por la manera más eficaz de favorecer el proceso de curación de las víctimas, promover programas para la protección de niños y jóvenes, 29

instar a los obispos a ocuparse de la educación de sus comunidades de fe, responsabilizándose de sus jóvenes, y trabajar con otros Dicaste ríos de la Santa Sede y Conferencias Episcopales para garantizar una adecuada formación de los sacerdotes, en el presente y de cara al futuro, que aborde los diversos aspectos relacionados con los abusos sexuales contra menores. Nueve años después de que se introdujera el Sacramentorum sanctitatis tutela, y a la luz de la experiencia recabada al abordar los miles de casos que se han presentado desde distintos lugares del mundo, la Congregación para la Doctrina de la Fe presentó al Santo Padre una serie de propuestas de modificación de la legislación adoptada en 2001. Las líneas esenciales del SST no sufrieron modificaciones, aunque sí se enmendaron algunas normas sustanciales y procesales, en un esfuerzo por conseguir que la ley permitiera lidiar de forma más eficaz con la complejidad inherente a estos casos. El Papa Benedicto XVI aprobó y ordenó que se promulgaran las normas revisadas el 21 de mayo de 2010. Algunas de las principales aportaciones con respecto a la legislación precedente implican la consolidación de prácticas que habían recibido previamente el reconocimiento y la aprobación de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, como el derecho a derogar el plazo de prescripción de estos delitos; la facultad de dispensar de la vía procesal judicial para permitir el recurso a la extrajudicial (administrativa) en aquellos casos en que los hechos parecen evidentes; la facultad de presentar los casos de extrema gravedad directamente ante el Santo Padre para la expulsión del estado clerical; la inclusión del delito de posesión y/o distribución de pornografía infantil (en el caso de menores de 14 años); y otras especificaciones sobre delitos contra la Eucaristía y el sacramento de la Penitencia, así como un delito contra el sacramento del Orden sacerdotal. La experiencia recabada por la Congregación durante la última década sugiere también que ha llegado el momento de garantizar que las autoridades de la Iglesia en todo el mundo estén preparadas para responder de forma adecuada a la crisis del abuso sexual contra menores. Muchas Conferencias Episcopales habían desarrollado directrices e incluso, algunas de ellas, normas para ofrecer una respuesta uniforme al complejo problema en sus territorios nacionales. Cabe mencionar como ejemplo a Canadá y los Estados Unidos en América del Norte; Brasil, en América del Sur; Gran Bretaña e Irlanda, Alemania, Bélgica y Francia, en Europa; Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda, en el hemisferio sur. Pero en muchos casos tal respuesta solo se produjo después de que los medios de comunicación revelaran comportamientos escandalosos por parte de sacerdotes. Parece útil avanzar a través de un enfoque más proactivo de las Conferencias Episcopales en todo el mundo. ¿Y cómo lograrlo? En un esfuerzo por ayudar a la Iglesia universal a adoptar medidas adecuadas y orientadas a desarrollar un enfoque amplio para hacer frente al problema del abuso sexual contra menores, ya sea por parte del clero o de otros que actúen en nombre de la Iglesia, la Congregación para la Doctrina de la Fe redactó una Carta Circular para ayudar a las 30

Conferencias Episcopales en la preparación de líneas directrices para tratar los casos de abuso sexual contra menores por parte del clero. En dicha carta, con fecha de 3 de mayo de 2011, se invita a las Conferencias Episcopales de todo el mundo a abordar los distintos aspectos de la cuestión: han de prestar la debida atención a las sanciones canónicas para los clérigos culpables de dichos delitos; han de dotarse de normas para evaluar la adecuación del clero y otras personas que ejercen el ministerio en instituciones y agencias de la Iglesia; deberían supervisar los programas educativos para familias y comunidades eclesiásticas, a fin de garantizar la protección de niños y jóvenes frente a los delitos de abuso sexual en el futuro; y han de ser pastores y padres para toda víctima de abuso sexual en su rebaño que acuda a ellos en busca de remedio o ayuda. La Carta Circular se divide en tres secciones: la primera, Aspectos Generales; la segunda, una Breve exposición de la legislación canónica en vigor; y la tercera, Indicaciones a los Ordinarios sobre el modo de proceder. Cada sección de la Carta propone ámbitos dignos de consideración con el objetivo de ayudar a las Conferencias Episcopales a proporcionar líneas directrices uniformes a sus Obispos diocesanos y a los Superiores Mayores de Religiosos que residen en su territorio para responder a los casos de abuso sexual por parte de clérigos y para tomar las medidas necesarias destinadas a erradicar dichos abusos de la Iglesia y de la sociedad. La ley de la Iglesia enuncia con claridad las responsabilidades en materia de acusaciones de abuso sexual contra menores por parte de clérigos, responsabilidades que corresponden a los Obispos diocesanos y a quienes disfrutan de una jurisdicción personal o territorial semejante, así como a los Superiores Mayores de congregaciones religiosas respecto de sus miembros. La Conferencia Episcopal desempeña un doble papel: consiste, por una parte, en ofrecer asistencia a los Obispos diocesanos miembros de la Conferencia en el ejercicio de dicha responsabilidad y, por otra, coordinar una respuesta uniforme y eficaz frente a la crisis de los abusos sexuales contra menores que pueda ser considerada como tal por los fieles cristianos, la sociedad en su conjunto y las autoridades civiles, que ostentan la responsabilidad de garantizar el bienestar público en virtud de las normas del Derecho. Quiero ser meridianamente claro en relación con este punto. La Carta Circular a las Conferencias Episcopales no implica una transferencia de autoridad o responsabilidad de los Obispos diocesanos y los Superiores religiosos a la Conferencia. Al mismo tiempo, la Congregación considera que es obligación de Obispos y Superiores Mayores Religiosos participar en el desarrollo de dichas líneas directrices y respetarlas, por el bien de la Iglesia, una vez que hayan sido aprobadas por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ningún Obispo o Superior Mayor puede considerarse exento de dicha colaboración. Me consta que otros ponentes del Simposio abordarán los importantes aspectos canónicos de la ley de la Iglesia, especialmente el «motu proprio» Sacramentorum sanctitatis tutela. Por ello me gustaría centrarme en la primera sección de la carta, los Aspectos generales, pues creo que es en esta sección donde podemos observar con mayor claridad la «respuesta polifacética» de la Iglesia al reto que presentan los abusos 31

sexuales contra menores por parte de clérigos. 1. Las víctimas del abuso sexual El primer aspecto general que recoge la Carta Circular hace referencia a las víctimas del abuso sexual. La primera necesidad para muchas de dichas víctimas, si no para la mayor parte de ellas, consiste en ser escuchadas, en saber que la Iglesia presta atención a su historia, que comprende la gravedad de lo que han sufrido, que quiere acompañarlas por el camino de la curación, que suele ser largo, y que ha adoptado o está dispuesta a adoptar medidas efectivas para garantizar que se protegerá a otros niños de tales abusos. En su discurso a los Obispos de los Estados Unidos (16 de abril de 2008) en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C., el Papa Benedicto XVI les recordó: «Es una responsabilidad que os viene de Dios, como Pastores, la de vendar las heridas causadas por cada violación de la confianza, favorecer la curación, promover la reconciliación y acercaros con afectuosa preocupación a cuantos han sido tan seriamente dañados». Nuestro Santo Padre ha mostrado con su ejemplo personal la importancia de escuchar a las víctimas durante sus numerosas visitas pastorales, en Gran Bretaña, Malta, Alemania, Australia, así como en los Estados Unidos. Creo que es casi imposible sobrevalorar el ejemplo que constituye para nosotros, Obispos y sacerdotes, al ponerse a disposición de las víctimas en un momento tan importante de su curación y reconciliación. Al fin y al cabo, sufrieron abusos a manos de un representante ungido de la Iglesia. No ha de sorprendernos que nos digan lo importante que es para ellos que, de nuevo a través de uno de sus representantes ungidos, la Iglesia los escuche, reconozca su sufrimiento y les ayude a contemplar el rostro de Cristo, compasión y amor auténticos. Escuchemos una vez más las palabras del primado entre los Pastores en su Carta Pastoral a los Católicos de Irlanda, en la que se dirigía a las víctimas de abusos sexuales: «Habéis sufrido inmensamente, y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada, y vuestra dignidad ha sido violada». Los obispos y sacerdotes deberíamos sentirnos reconfortados por la profunda solidaridad que manifiestan estas palabras cuando - como Cristo, nuestro Buen Pastor - salimos a buscar a los heridos y les aseguramos que hemos comenzado a reconocer la profundidad de la traición que han sufrido. Es más, la voluntad de escuchar a las víctimas hablar del dolor causado por los abusos sexuales de que han sido objeto va acompañada del compromiso de ofrecerles la necesaria asistencia espiritual y psicológica. 2. La protección de los menores El segundo aspecto general que se aborda en la Carta Circular se denomina «protección de los menores». En algunos países, las autoridades locales de la Iglesia ya han 32

desarrollado programas, en un esfuerzo por propiciar «ambientes seguros» para los menores. Estos esfuerzos incluyen la selección y educación de quienes participan en el trabajo pastoral en la Iglesia, en escuelas y en parroquias, así como en divulgación para los jóvenes y programas recreativos, haciendo hincapié en la formación para el reconocimiento de indicios de abuso. La esperanza de dichos programas formativos, destinados tanto al clero como al laicado, es que una mayor sensibilización con respecto al problema permita evitar futuros casos de abuso. Muchos de los programas desarrollados en el seno de la Iglesia para la creación de «ambientes seguros» para los niños han sido alabados como «modelos en el esfuerzo por eliminar los casos de abuso sexual contra menores en la sociedad actual». Un ámbito más delicado, pero no menos importante, de la difusión pastoral es la educación de los padres y de los propios niños con respecto a los abusos sexuales en la sociedad en sentido amplio. Las diferencias culturales se pondrán de relieve de una forma especial en este caso. Las Conferencias Episcopales que están comenzando a explorar la necesidad de desarrollar tales programas de sensibilización pueden aprovechar la experiencia de aquellos que ya han avanzado más por dicho camino. Al evaluar la respuesta a la Carta Circular en este ámbito, espero que nuestra Congregación pueda contar con el apoyo de la red de comunicaciones del Vaticano para establecer un meca nismo de intercambio de información relativa a dichos programas para apoyar a la Iglesia en los lugares en que los recursos son más escasos. 3. La formación de futuros sacerdotes y religiosos Todos reconocemos la importancia de garantizar una formación adecuada para sacerdotes y religiosos, y de hecho se trata del tercer aspecto general recogido en la Carta Circular. En 2002, el Beato Papa Juan Pablo II declaró: «no hay lugar en el sacerdocio o en la vida religiosa para quienes dañen a los jóvenes» (Discurso a los Cardenales Americanos, 23 de abril de 2002, n. 3). Estas palabras recuerdan a Obispos y Superiores Mayores de órdenes Religiosas la necesidad llevar a cabo un control más minucioso en la aceptación de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, así como de proporcionar programas educativos que ofrezcan la necesaria formación humana, incluyendo la formación en sexualidad. En este punto me gustaría citar unas líneas de la Carta Circular: «Las indicaciones que aporta la Exhortación Pastores daño vobis, así como las instrucciones de los competentes Dicasterios de la Santa Sede, adquieren todavía mayor importancia con vistas a un correcto discernimiento vocacional y a la formación humana y espiritual de los candidatos. En particular, debe buscarse que estos aprecien la castidad, el celibato y las responsabilidades del clérigo relativas a la paternidad espiritual». La Carta Circular también subraya la acuciante necesidad de vigilancia, al pedir que se preste especial atención «al necesario intercambio de información sobre los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa que se trasladan de un seminario a otro, de una 33

Diócesis a otra o de un Instituto religioso a una Diócesis». Yo añadiría que la dimensión internacional de dichos traslados está aumentando de forma exponencial, por lo que se hacen necesarias directrices claras de las Conferencias Episcopales y órdenes Religiosas que todos respetarán escrupulosamente por el bien de la Iglesia. 4. El acompañamiento a los sacerdotes El cuarto aspecto general contemplado en la Carta Circular se refiere al clero de forma directa. El Obispo siempre tiene «obligación de tratar a sus sacerdotes como su padre y hermano». Como expresión de su dedicación paternal y fraternal a todos sus sacerdotes, el Obispo debería poner a su disposición programas de formación permanente, especialmente durante los primeros años después de la ordenación. Como padre, el Obispo ha de velar por la vida de oración de sus sacerdotes, alentándolos a apoyarse mutuamente como hermanos y a trabajar de forma conjunta, preocupándose unos de otros, apelándose mutuamente a prestar un servicio más sagrado y perfecto al rebaño de Cristo. Además de la educación permanente y el acompañamiento espiritual de sus sacerdotes, es responsabilidad del Obispo proporcionarles apoyo material, incluso a los que han sido acusados o declarados culpables de abusos sexuales, en virtud de las normas del Derecho Canónico. Si bien el Obispo puede limitar el ejercicio del ministerio de un clérigo acusado incluso durante la investigación previa, si las circunstancias lo justifican (cf. CIC can. 1.722; SST, art. 19 [2010, ed. rev.]), como padre y hermano también le corresponde la responsabilidad de proteger la reputación de sus sacerdotes, y habrá de realizar todos los esfuerzos posibles para restablecer la buena fama de un sacerdote que haya sido acusado injustamente. 5. La Cooperación con la autoridad civil El último aspecto general recogido en la Carta Circular se refiere a la cooperación con las autoridades civiles, que sin duda no reviste menor importancia que cualquiera de los demás elementos. Dicha cooperación en estos casos reconoce la verdad fundamental de que el abuso sexual de menores no es solo un delito recogido en el derecho canónico, sino que se trata también de un delito perseguido por la mayor parte de las autoridades civiles. Puesto que el derecho civil varía de unos países a otros, la interacción en tre los miembros de la Iglesia y las autoridades civiles también puede diferir, y la forma que adopte la cooperación puede ser distinta en cada Estado. Sin embargo, el principio ha de permanecer inamovible. La Iglesia tiene la obligación de cooperar con las exigencias del derecho civil con respecto a la comunicación de dichos delitos a las autoridades competentes. Naturalmente, dicha cooperación abarca también las acusaciones de abusos sexuales por parte de religiosos o laicos que trabajan o son voluntarios en instituciones y programas de la institución. En este sentido, los miembros de la Iglesia han de evitar 34

cualquier compromiso del fuero interno sacramental, que ha de permanecer inviolable. Además de los aspectos generales, la Carta Circular ofrece una síntesis de las normas canónicas aplicables a los casos de abuso sexual contra menores, así como sugerencias con respecto a los diversos procedimientos basadas en la experiencia recabada por la Congregación durante la última década. Estas secciones de la Carta Circular son lo que podríamos llamar la faceta «jurídica» de la «respuesta polifacética» de la Iglesia al reto que representa el abuso sexual contra menores por parte de clérigos. El camino «Hacia la Curación y la Renovación» tiene que recorrerlo toda la Iglesia unida, convencida siempre del poder de Dios, que «sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas» (cf. Sal 147,3). Nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, en su encuentro con las víctimas de abusos sexuales en Malta, no rezaba tan solo por una curación genérica y por la reconciliación de las víctimas, sino también por una curación que las llevara, junto a toda la Iglesia, «hacia una esperanza renovada». Espero que mis comentarios en esta tarde constituyan una pequeña contribución a esta esperanza renovada, en la medida en que presentan las medidas concretas que está adoptando una Iglesia que recibe el nombre de «Católica» - universal-, en un intento de abordar las variadas facetas del reto que representa el abuso sexual contra menores por parte de clérigos. Merece la pena repetir que los abusos han sido cometidos por una pequeña minoría dentro de un clero fiel y comprometido. No obstante, esta pequeña minoría ha infligido un gran daño a las víctimas y a la misión de la Iglesia de llevar el amor de Cristo al mundo de hoy. Personalmente, estoy convencido de que las medidas que se están adoptando, representadas por el «motu proprio» SST y por la Carta Circular de la Congregación, junto con las innumerables iniciativas locales adoptadas como respuesta al reto del abuso sexual de menores por parte de clérigos, nos ayudarán a seguir ofreciendo respuestas fructíferas para curar las heridas del pasado y para renovar nuestro compromiso con el futuro lleno de esperanza que nuestro Dios misericordioso había prometido. Gracias por la iniciativa de celebrar este Simposio «Hacia la Curación y la Renovación»: ojalá sea un modelo para futuros estudios que pueda ayudarnos a todos a afrontar lo que tenemos que hacer como Iglesia. Ojalá constituya también una fuente de conocimientos y esperanza para quienes aspiran a erradicar el flagelo del abuso sexual contra menores de toda la sociedad.

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«La verdad os hará libres»: Escuchando, entendiendo y actuando para sanar y empoderar a las víctimas MARIE COLLINS - SHEILA COLLINS Sheila: SE nos ha pedido hablar acerca de los retos que afrontan las víctimas en su experiencia y recuperación del abuso sexual perpetrado por clérigos. Yo me presentaré, y la Sra. Collins lo hará después. Ambas os queremos agradecer vuestra disponibilidad y apertura para escuchar las experiencias de las víctimas. Yo hablo como psiquiatra con más de 35 años de experiencia clínica, al principio como psiquiatra de niños y familias, y después como psicoterapeuta e investigadora interesada en el trauma y el abuso sexual y como psiquiatra especialista que ha trabajado con personas con discapacidades intelectuales y personas con autismo. También hablo como madre de dos hijos adultos discapacitados. Mi experiencia familiar ilumina mi comprensión de los desafíos que las víctimas y sus familias afrontan, incluyendo el de sobrellevar un trauma severo y una agresión. En 2011, el Cardinal Cormac MurphyO'Connor me invitó a asistirlo en la Visita del Vaticano a la Diócesis de Armagh, en Irlanda. Participé en todas las reuniones, privadas y públicas, llevadas a cabo durante la Visita en un periodo de dos semanas y media en dicho año. Fue, ante todo, un ejercicio de escucha el oír hablar del abuso sexual por parte de clérigos, de manera per sonal y por boca de las víctimas y sus familias, de los feligreses, sacerdotes, religiosos y otros. Mi contribución a nuestra presentación compartida se basa en gran medida tanto en mi experiencia personal como profesional. Lo que intentaremos mostrar en los próximos minutos es có- mo el que no crean en uno o, peor aún, el ser culpado por abuso, incrementa enormemente el sufrimiento emocional y mental causado por el abuso sexual, y cómo el hecho de que un abusador no admita su culpa, y que sus superiores no tomen la acción apropiada, agrava aún más el daño. También atenderemos a la dimensión extra del abuso de poder espiritual. Empecemos por definir lo que queremos significar por «abuso». Estamos hablando 37

de cualquier violación de límites íntimos, incluyendo el tacto inapropiado con motivaciones sexuales, comprendiendo hasta la violación. La expresión «agresión sexual» puede reflejar la terrible realidad mejor que simplemente hablar de «abuso». No pongáis en duda la importancia de cruzar estas fronteras. Cualquier intrusión en un espacio corporal privado puede ser tan traumática como una herida física. No se puede excusar sencillamente como exceso de familiaridad. Entonces, ¿qué es lo que hace a alguien vulnerable al abuso? Hay algunas cosas específicas del niño y otras de sus padres o cuidadores. La ignorancia acerca de sus cuerpos, y en particular de sus genitales, es sin duda un factor de riesgo. Una mujer que había sido víctima de abuso siendo una niña pequeña refirió cómo no tuvo el lenguaje apropiado para referirse a esa parte de su cuerpo hasta que llegó a la edad adulta. Pensó que habría sido más fácil decírselo a su madre si hubiera sabido algo del lenguaje anatómico. Por lo general, es inútil exhortar a no frecuentar a personas extrañas sin ofrecer ninguna explicación acerca de lo que tales personas podrían hacer, sobre todo porque el abuso y la violación ejercidos por desconocidos son infrecuentes. La mayoría de los abusos son cometidos por alguien perteneciente al círculo familiar o de amigos. Suele ser un adulto: alguien más grande, más fuerte o con una posición de autoridad, como un padre, un hermano y, más raramente, un maestro o un sacerdote. En el caso de un sa cerdote, hay un nivel adicional de confianza y respeto, lo que hace que la revelación de los abusos sea aún más difícil. Aprender a mantenerse seguro incluye aprender a estimar el gran valor del propio cuerpo y la conciencia de que es algo personal y privado. A los niños se les enseña a mantenerse físicamente seguros (ten cuidado, te puedes caer y hacerte daño; mira a ambos lados antes de cruzar la calle; un coche te puede atropellar; y así sucesivamente). Aprender a mantenerse sexualmente seguros requiere una apertura y una precisión semejantes sobre los riesgos (dile a mamá si alguien quiere mirar o tocar tus partes privadas, aunque digan que es un secreto). Nombrar el riesgo prepara mejor al niño. En mi trabajo con niños y adultos con discapacidades intelectuales he visto lo difícil que es prepararlos con el conocimiento y las habilidades que necesitan para mantenerse a salvo de un depredador sexual. Tal ignorancia no se limita a personas de capacidad cognitiva limitada, ni tan solo a algunas culturas. La ignorancia por parte de sus padres y cuidadores sobre los riesgos que algunos adultos representan - ya sean amigos o extraños - es también un factor importante. Y muchos padres y maestros no reconocen los síntomas y signos del abuso. Por ejemplo, pueden regañar a un niño por masturbarse, pero no preguntar si alguien ha tocado o lastimado sus genitales. 38

Algunos padres son particularmente ingenuos, como por ejemplo una madre soltera con dificultades sociales o de aprendizaje, tal vez sin el apoyo de la familia más amplia, que, mientras lucha por salir adelante, puede entablar amistad con un pedófilo que ve a sus hijos como un blanco fácil. Para algunos niños la negligencia o descuido por parte de uno de los padres es también un factor de riesgo. La mayoría de los padres tienen una capacidad de sospecha casi nula cuando se trata de una figura de autoridad respetada, como un sacerdote, y el poder espiritual adjudicado a un sacerdote les lleva a tener absoluta confianza - o ha llevado a tal confianza en el pasado, antes de que la conciencia de la posibilidad de abuso sexual clerical hubiera sido planteada. Ahora voy a invitar a Marie para que comparta su parte de la historia con vosotros. Marie: Yo fui víctima de abuso sexual por parte de un clérigo. Acababa de cumplir trece años y estaba en mi momento más vulnerable - una niña enferma en el hospital-, cuando un sacerdote abusó sexualmente de mí. A pesar de que han pasado más de cincuenta años, es imposible olvidarlo, y nunca podré escapar de sus efectos. Como era común en los niños en esos días, no tenía conocimiento de asuntos sexuales, y esta inocencia se añadía a mi vulnerabilidad. Tomaba mi religión católica muy en serio y acababa de recibir la confirmación. Yo estaba enferma, ansiosa, lejos de casa y de mi familia por primera vez. Me sentí más segura cuando el capellán católico del hospital se hizo mi amigo, me visitaba y me leía por las noches. Por desgracia, estas visitas por la noche a mi habitación cambiarían mi vida. Este capellán había salido del seminario apenas un par de años antes, pero ya era un experto abusador de menores, aunque yo no podía saberlo. Yo había aprendido que un sacerdote era el representante de Dios en la tierra y, por lo tanto, automáticamente contaba con mi confianza y mi respeto. Cuando empezó a comportarse sexualmente conmigo, fingiendo al principio que solo estaba jugando, me sorprendió y me resistí, diciéndole que parara. No se detuvo. Mientras me agredía, respondía a mi resistencia diciéndome que él era «un sacerdote», que «no podía hacer nada malo». Él tomó fotografías de la parte más privada de mi cuerpo y me dijo que era «estúpida» si yo pensaba que aquello estaba mal. Él tenía poder sobre mí. Me sentí enferma, sentí que todo lo que estaba haciendo estaba mal, pero yo no podía parar, no llamé y no se lo conté a nadie: no sabía cómo hacerlo. Tan solo rezaba pidiendo que no lo volviera a hacer...; pero lo hizo. El hecho de que mi abusador fuera un sacerdote añadió una gran confusión en mi mente. Las manos que abusaban de mí en la noche anterior eran las mismas que me ofrecían la sagrada hostia la mañana siguiente. Las manos que sostenían la cámara para fotografiar mi cuerpo expuesto, a la luz del día eran las manos que sostenían un libro de 39

oraciones cuando venia a escuchar mi con lesión. La afirmación de mi abusador de que él era un sacerdote y que, por lo tanto, no podía equivocarse, sonaba como verdad en mí: se me había enseñado que los sacerdotes estaban por encima del hombre normal. Esto añadía mayor peso a mis sentimientos de culpa y la convicción de que lo que había pasado era culpa mía, no suya. Cuando salí del hospital, no era la misma niña que había entrado. Yo ya no era una niña segura de sí, despreocupada y feliz. Ahora estaba convencida de que era una mala persona y que tenía que ocultar aquello ante todo el mundo. No me volví contra mi religión; me volví contra mí misma. Las palabras que este sacerdote había utilizado, para transferir sobre mí su culpa me robaron todo sentimiento de autoestima. Me refugié dentro de mí misma, me aparté de mi familia y de mis amigos y evitaba el contacto con los demás. Mis años de adolescencia los pasé sola, manteniendo con todos una distancia, por miedo a que se enteraran de la persona mala y sucia que yo era. Esta sensación constante de culpa e inutilidad me llevó a una profunda depresión y problemas de ansiedad que llegaron a ser lo suficientemente graves como para requerir tratamiento médico cuando cumplí diecisiete años. Siguieron luego prolongadas hospitalizaciones por causa de la depresión, y ello no me permitió cursar una carrera. A los veintinueve años me encontré con un hombre maravilloso, me casé y tuve un hijo. Pero todavía no podía hacer frente a la vida: la depresión, la ansiedad severa y los sentimientos de inutilidad continuaban. Desarrollé la agorafobia; es decir, no podía salir de mi casa sin sufrir severos ataques de pánico. No pude darle a mi hijo toda la atención que una madre debería, ni pude gozar plenamente de su infancia. Sentí que era un fracaso como madre y como esposa. Sentí que mi marido y mi hijo serían mucho más felices si yo les dejara o me muriera. Sheila: Marie había guardado el doloroso secreto para sí misma. ¿Por qué las víctimas no denuncian para poner fin a su calvario? Las víctimas de abuso se sienten a menudo sucias y avergonzadas, pensando que es su propia culpa, y de hecho su abusador puede decírselo, como fue el caso que Marie experimentó. Es posible que se les haya dicho que algo malo les pasaría si le contaran a alguien lo que les ha sucedido, o que el abusador se metería en problemas. Este es un problema particular, si el abusador es un padre o un hermano, cuando el niño quiere que el abuso se detenga, pero no quiere romper la familia. Por otro lado, el abusador puede decirle a la víctima que su relación es especial y amorosa, que es su secreto compartido y que el revelárselo a alguien lo estropearía, o incluso que su hermana o su madre u otro compañero de clase o monaguillo se pondrían celosos. Muchas víctimas dicen que no 40

podían hablar a sus padres acerca de su abuso por un sacerdote porque este era una persona respetada y no podía hacer nada malo a los ojos de sus padres. El temor de que no se les crea, o de ser castigados por decir mentiras «repugnantes», significa que es más probable que un niño mantenga el terrible secreto, en lugar de ser capaz de revelarlo a un adulto de confianza. Algunas mujeres jóvenes están confundidas por sus reacciones a la intimidad sexual con un hombre. Una adolescente, halagada por la atención de un hombre, le permitió tener sexo con ella durante muchos meses, pero él la culpó por lo que había sucedido. Imagínense si el hombre fuera también su sacerdote y confesor y utilizara su autoridad espiritual para asegurarse de que su delito sexual se mantuviera en secreto. Las víctimas temen con razón que nadie les va a creer. A veces, después de no ser creído, un niño puede hacer acusaciones infundadas y más elaboradas; alegaciones que se podrán refutar, por lo que luego los muestra como mentirosos o testigos poco fiables. Un resultado triste cuando el niño había tenido una queja real que no fue escuchada. Peter fue repetidamente objeto de abusos físicos, emocionales y sexuales siendo un niño pequeño y con una discapacidad mental, y luego fue admitido a la atención residencial a causa de problemas de conducta. Más tarde, en la edad adulta, Peter acusaba frecuentemente al personal y otros residentes de abusos, pero nunca fue creído. Solo cuando se le tomó en serio en la psicote rapia, comenzaron a desaparecer los flashbacks del abuso que había sufrido en la niñez, y cesaron sus acusaciones al respecto. El hecho de que le creyeran fue el primer paso en el camino hacia su recuperación. Entonces, ¿cómo reaccionan emocionalmente y en su comportamiento frente al abuso los niños y los adultos vulnerables? Por lo general, las niñas se vuelven más introvertidas, y los niños más agresivos. Ambos sexos son propensos a mostrar un comportamiento sexual inapropiado para su edad, lo cual debería ser una señal para estar atentos a la posibilidad de abuso. Ahora sabemos que los adultos que sufrieron abusos cuando eran niños sufren más enfermedades mentales, incluidas depresiones, ansiedades y desórdenes de personalidad. Cuando no han sido creídos, pueden ser percibidos como poco fiables y perturbados. En la escucha que vosotros habéis hecho en preparación para esta semana, habréis conocido a gente cuya credibilidad cuestionabais. Usted podrá pensar que es un buen juez del carácter y fiabilidad de un testigo, pero es fácil equivocarse cuando alguien ha sido objeto de abusos en el pasado. Su propia capacidad emocional para escuchar lo que realmente le ha sucedido puede ser una barrera que dificulte mucho el que la víctima le dé a conocer su experiencia de abuso. Si usted ha sido intimidado o traumatizado, eso también puede ser una barrera para escuchar con empatía el relato de un asalto sufrido por otro. 41

Una minoría de los niños tendrán tanta dificultad para recobrar el sentido de identidad propia que abusarán de su posición de poder sobre otros niños más pequeños o más vulnerables, en un intento de tomar el control de su propia experiencia de trauma. Pasando de la posición y la experiencia de impotencia y terror, se convierten en poderosos que tienen control - el mismo mecanismo que se ha entendido bien como una respuesta psicológica a la intimidación. Daré dos ejemplos de niños que intentaron transformar su propia experiencia de ser víctimas en algo que les proporcionaba una sensación de tener el control. Es posible imaginar que algo similar le suceda a un niño que ha sido objeto de abusos por parte de un sacerdote siendo un monaguillo y que después termine abusando de otros niños cuando él llegue a ser sacerdote. Billy fue objeto de abusos siendo un niño y empezó a abusar de otros niños más pequeños siendo un adolescente. No podía comenzar a sentir empatía por sus propias víctimas hasta que la terapia respondiera a su propia experiencia emocional como una víctima impotente. ¿Cómo podía ponerse en el lugar de otra persona cuando nadie había creído o se había puesto en su lugar o entendido su propio terror como una víctima? O Brendan, cuyo padre había muerto cuando él tenía 6 años, y luego fue objeto de abusos por parte del novio de su madre, un hombre que cuidaba de él regularmente cuando tenia entre 7 y 8 años. Lamentablemente, Brendan era uno de la minoría de los niños objeto de abusos que llegó a abusar de otros. Él había «olvidado» su propio abuso hasta que fue arrestado por cargos de pornografía y, más tarde, por cortejar a una chica adolescente en Internet y encontrarse con ella para tener sexo. Su madre recordó que su ex novio había sido declarado culpable de abusar de otros niños, pero a ella nunca se le había ocurrido el riesgo en que había puesto a su propio hijo. ¿Cuáles son los efectos a largo plazo del abuso? Muchas de las personas que conocí en Irlanda habían estado cargando con los efectos del ASC por muchos años. He oído que algunos habían tratado de hablarles a sus padres en el tiempo en que estaba produciéndose el abuso, pero que sus padres se habían negado a aceptar sus alegatos. Al encontrarse con los encargados de la Visita, buscaban ser oídos, tal vez por primera vez desde que el abuso se había producido. Cuando una persona que ha sido objeto de abusos se acerca, sea quien sea el presunto autor del delito, casi puedo ver la «niebla» de insensibilidad en que está envuelta. Sean solteros o casados, laicos o religiosos, a casi todos se les nota una profunda vulnerabilidad. Con respecto al ASC, creo que muchos mantienen el secreto hasta que la cobertura de los medios de comunicación les lleva a sentirse tan intranquilizados por su propia historia que terminan en una descompensación emocional y, finalmente, encuentran el valor para hablar. Estas personas están enojadas, enojadas de que pocos realmente les crean incluso ahora, enojadas por su inocencia perdida, 42

enojadas por los efecto sobre su vida cotidiana (pesadillas, incapacidad para disfrutar de una relación sexual, renuencia a tener hijos propios por temor a que se conviertan en abusadores o terminen siendo objeto de abusos...). A las víctimas les resulta difícil confiar en otras personas, y ello produce un impacto devastador en su capacidad de formar amistades y tener relaciones íntimas, y afecta también a sus relaciones de trabajo. Influye en su elección de carrera. Lleva a muchos a dar la espalda a la Iglesia y a perder su fe. El abuso ha afectado también a muchos sacerdotes, los cuales han hablado públicamente acerca de cómo su propia experiencia de ser víctimas de un depredador sexual ha contribuido tanto a su incapacidad para comprender su sexualidad como a su decisión de ser célibes como sacerdotes. Un sacerdote a quien atendí en terapia me habló acerca de cómo había sido objeto de abusos siendo seminarista menor en Irlanda y cómo creía merecérselo porque su madre había muerto en el parto. Él era ignorante acerca de cuestiones sexuales y no tuvo contacto con niñas durante sus años de adolescencia. Encontró su primera misión como párroco extremadamente difícil y, años más tarde, se sintió molesto por haber hecho el voto de celibato sin tener ningún conocimiento acerca de la sexualidad humana. Decidió seguir siendo un sacerdote, pero más tarde tuvo una crisis, cuando su superior dejó el estado clerical para casarse. Marie nos hablará del efecto que la mala gestión de las autoridades de la Iglesia ha producido en su fe Marie: Tenía cuarenta y siete años cuando hablé de mi abuso, por primera vez, a un médico que me trataba. Él me aconsejó que advirtiera a la Iglesia acerca de aquel sacerdote. Organicé una reunión con un cura de mi parroquia. Yo estaba muy nerviosa. Era tan solo la segunda vez que yo hablaba con alguien acerca de lo que me había sucedido. El cura se negó a tomar nota del nombre de mi agresor y me dijo que no veía la necesidad de denunciarlo. Me dijo también que lo que había sucedido era probablemente por mi culpa. Aquella respuesta me destrozó. Apenas había empezado a aceptar, a través de la ayuda de mi doctor, que yo no había hecho nada para ser objeto de abusos. Ahora que me dice este sacerdote que «probablemente era por mi culpa», su actitud hizo resurgir todos mis viejos sentimientos de culpa y de vergüenza. Yo no podía afrontar nuevamente el tema, por lo que dejé de ver a mi médico. La respuesta de aquel cura sirvió para mantenerme en silencio durante diez años más, años de estancias en el hospital, de más medicamentos y de desesperanza. Más tarde le dijo a la policía que no tomó nota del nombre de mi abusador porque eso era lo que le habían enseñado en el seminario'. Diez años más tarde, la prensa dio una amplia cobertura a los abusos sexuales en 43

serie por parte de un sacerdote católico. Por primera vez empecé a comprender que el hombre que había abusado de mí podría haber hecho lo mismo con otros. Pensando que era algo en mí que causó que ocurriera, nunca había considerado que mi agresor podría haber hecho daño a otros. Entonces entendí que tenía que volver a intentar hacer público lo que había sucedido, para proteger a otros niños. Esta vez decidí ir a los superiores con la certeza de que, en cuanto supieran que aquel sacerdote era un posible peligro para los niños, la seguridad de los menores de edad sería la prioridad, y se tomarían todas las medidas pertinentes para asegurar que nadie más sería victimizado. Le escribí a mi arzobispo y luego le di detalles de mi abuso a su canciller, un monseñor y canonista. Ahí comenzaron los dos años más difíciles de mi vida. El sacerdote que había abusado sexualmente de mí estaba siendo protegido por sus superiores para evitar que le procesaran. Le dejaron durante meses en su ministerio parroquial, que incluía ejercer la tutoría con los niños que se preparaban para la confirmación, lo que mostraba que la seguridad de los niños era desdeñada por sus superiores. Todo ello iba en contra de las directrices de la Iglesia católica irlandesa en materia de protección infantil de la época - que también fueron ignoradas. Desde entonces, ha salido a la luz que tales directrices fue ron puestas en duda, debido a la opinión del Vaticano de que es posible que no cumplieran con el derecho canónico2. Mi Arzobispo me dijo que no tenía que seguirlas, a pesar de que a la gente se le decía que se estaban siguiendo al pie letra. Me trataron como si estuviera empeñada en dañar a la Iglesia; la investigación policial fue obstruida; y el laicado fue engañado. Yo estaba perpleja. No podía creer que los dirigentes de mi Iglesia pensaran que era moralmente correcto dejar a los niños en situación de riesgo. El sacerdote acusado había admitido su culpabilidad ante la diócesis, pero durante una reunión con mi Arzobispo me quedó claro que la prioridad de este era la protección del «buen nombre» de mi abusador. Le pregunté cómo podía dejar a un abusador reconocido en una posición de confianza con niños. En vez de responder a la pregunta, él me amonestó por referirme al sacerdote como «un abusador», insistiendo en que el abuso había sido mucho tiempo atrás y que yo no podía llamarlo así. El arzobispo consideraba mi abuso «histórico», por lo que sentía que sería injusto manchar el «buen nombre» del sacerdote ahora. He oído este argumento a otros dirigentes de la Iglesia Católica, que muestran su ceguera frente al riesgo real para los niños que constituyen estos hombres. ¿Por qué? Cuando revelé mi abuso a las autoridades del hospital donde se llevó a cabo, recibí una respuesta muy diferente. Ellos se mostraron preocupados por mi bienestar, ofreciéndome consejo y atención, informaron inmediatamente a la policía y cooperaron con la investigación.

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Después de una larga lucha, mi abusador fue llevado ante la justicia y encarcelado por sus crímenes contra mi persona. Mi caso es un ejemplo de cómo los llamados «reportes históricos» deben ser tratados tan seriamente como los actuales. Mi agresor fue encarcelado de nuevo el año pasado por repetidas agresiones sexuales a otra joven. Estos asaltos se llevaron a cabo un cuarto de siglo después de que él abusara de mí y cuando todavía era un sa cerdote de confianza en su parroquia. Amenazó a su víctima en el sentido de que su familia católica sería expulsada de la Iglesia si le contaba a alguien lo que estaba haciendo con ella. Estos hombres pueden abusar durante toda su vida, dejando tras de sí un rastro de vidas destruidas. El mal manejo de mi caso por parte de los dirigentes de la Iglesia condujo a un colapso total de mi confianza y respeto por ellos y por mi Iglesia, confianza que hasta entonces había sobrevivido intacta a pesar de las acciones de mi abusador. Lo que habían hecho era contrario a todo lo que yo valoraba. Yo había creído que la justicia y la centralidad de la ley moral se encarnaban en mi Iglesia Católica. El final de cualquier respeto que pudiera haber sobrevivido en mí hacia mis líderes religiosos llegó después de la condena de mi abusador. Me enteré de que la diócesis había descubierto, pocos meses después de mi abuso, que este sacerdote estaba abusando de niños en el hospital, pero no hizo nada al respecto, salvo trasladarlo a una nueva parroquia. Esto estaba en su archivo cuando hice mi informe, pero, a pesar de saber esto, todavía lo habían protegido. Después del juicio, el Arzobispo emitió un comunicado de prensa para tranquilizar al laicado, diciendo que «la diócesis había cooperado con las autoridades civiles» en mi caso. Al ser presionados sobre esta obvia mentira, el representante diocesano, admitió que, a su juicio, la declaración estaba justificada, ya que no dijo que había cooperado «plenamente» 3. ¿Cómo podía yo creer en cualquier cosa que dijeran los dirigentes de mi Iglesia en el futuro, sabiendo que eran capaces de este tipo de gimnasia mental? (conocido en la Iglesia como «reserva mental»). Sheila: Como Marie tan elocuentemente ha explicado, el trauma del abuso se agrava cuando las instituciones de atención infantil y de la iglesia de confianza fallan a la hora de implementar procedimientos de protección de los niños. No basta con tener las directrices en vigor si no se siguen abierta y rigurosamente. Se dice que en Irlanda muy pocas personas han tenido algún asesoramiento o terapia. Se cree que muy pocas han recibido una disculpa, y casi ninguna había recibido una indemnización. En mi experiencia, la falta de una admisión de culpabilidad y de una 45

disculpa constituye, por lo general, el principal obstáculo para la curación y recuperación. Como persona de fe, soy una gran creyente en el poder del perdón como agente curativo. Pero el perdón rara vez se logra sin la confesión y la reparación. Como psiquiatra y psicoterapeuta, también creo en la eficacia terapéutica. Pero he constatado que, como terapeuta, mi trabajo no puede comenzar propiamente hasta que se haya logrado la justicia, y por eso llamo a mi enfoque profesional «psicoterapia de defensa». Soy consciente de que la consejería y la psicoterapia son recursos escasos en muchos países. Por ejemplo, María, una joven con síndrome de Down, se había vuelto retraída y muda después de haber sido violada en su centro de atención. El hombre que la violó había sufrido abusos, a su vez, cuando era un niño. A María se le prohibió continuar en el Centro y se le pidió que se mantuviera alejada del mismo, porque el abusador también lo frecuentaba. Su agresor continuó usando esos servicios. Sus padres pensaron que aquello era injusto, pero María tenía miedo a salir y no se quejaba. Antes de tratar de iniciar con María una terapia, era importante restablecer su propio acceso a los servicios de guardería. Yo sé de un caso similar de un niño autista que fue violado por un miembro del personal de un internado católico y de su expulsión cuando su familia expresó su preocupación. Como en estos casos, la justicia también es necesaria para las víctimas de abuso sexual por parte de integrantes del clero. Vamos a terminar repitiendo los puntos claves con los que comenzamos: que el hecho de ser creído es en sí mismo curativo, especialmente si se asocia con una admisión de culpa o responsabilidad, y más aún si hay un intento de reparación. Pero este tipo de justicia es tan solo el comienzo. La recuperación es un proceso lento, y algunas personas nunca se recuperan por completo de semejante y profundo abuso de poder y confianza cuando estaban en su momento más vulnerable, especialmente cuando el abusador era un sacerdote. Apoyo continuo y amistad, así como el deseo de escuchar una y otra vez el enojo y la fragilidad que queda, requerirán mucha paciencia, porque la curación para algunas personas es una esperanza muy lejana... Marie hará un punto final sobre su propia recuperación y sobre cómo la admisión de la culpa por parte de su abusador fue clave. Marie: He vivido una vida en la que, durante más de treinta años, cada día era una lucha. Yo pensaba que eran años perdidos, una vida desperdiciada. Tuve muchos tratamientos para mis problemas de salud mental, algunos de los cuales fueron útiles, pero no resolvieron mis problemas. El inicio de mi recuperación fue el día en que, ante el tribunal, mi agresor asumió la responsabilidad por sus acciones y admitió su culpabilidad. 46

Este reconocimiento tuvo un efecto profundo en mí. Con el tiempo, me permitió ser capaz de perdonarle lo que había hecho y no sentirlo ya como una presencia en mi vida. Yo asistí a terapia durante casi dos años, y gracias a ella llegué a entender cómo aquel agresor había deformado mi visión de mí misma. Ello había sucedido en un momento crucial de mi desarrollo. Mis sentimientos de culpa y una muy pobre imagen de mí misma me llevaron a alejarme de los más cercanos a mí y a aislarme. Mi profunda ansiedad me condujo a la depresión. Entender todo esto me ayudó a creer que las cosas podrían cambiar. Yo podía seguir controlando mi vida, en lugar de que el pasado me controlara a mí. Yo era ca paz de dejar atrás los años perdidos. No he vuelto a ser hospitalizada con ningún problema de salud mental desde entonces. Mi único pesar es que muy rara vez puedo decidirme a practicar mi religión católica. Mi fe en Dios ha quedado intacta. Puedo perdonar a mi agresor por sus acciones, porque ha admitido su culpabilidad. Pero ¿cómo puedo recuperar el respeto por los dirigentes de mi iglesia? Pedir perdón por las acciones de los sacerdotes abusadores no es suficiente. Tiene que haber reconocimiento y responsabilidad por los daños y la destrucción que se ha causado a la vida de las víctimas y sus familias con el encubrimiento frecuente e intencional y el mal manejo de los casos por parte de los superiores, y ello como condición para que yo y otras víctimas podamos encontrar la verdadera paz y la curación. Intentar salvar a la institución del escándalo ha causado el mayor de todos los escándalos y ha perpetuado el daño del abuso y la destrucción de la fe de muchas víctimas. Siento que lo mejor de mi vida comenzó hace quince años, cuando mi agresor fue llevado ante la justicia. Durante todos estos años he trabajado con mi diócesis y con toda la Iglesia Católica de Irlanda para mejorar sus políticas para la protección de los niños. He utilizado esos años para participar en el trabajo por la justicia para los sobrevivientes y he hablado a favor de una mejor comprensión del abuso infantil para mejorar la protección de los niños. Mi vida ya no es un terreno baldío. Siento que tiene sentido y que vale la pena. Es por eso por lo que he venido hoy a hablar aquí con la baronesa Hollins. Espero que lo que hemos dicho les sirva a ustedes para entender a las víctimas de este terrible crimen. Gracias por estar abiertos a escuchar nuestra presentación de hoy.

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Cómo abordar de manera eficaz el problema del abuso sexual contra menores MONS. DR. STEPHEN J.ROSSETTI* ABORDAR de manera eficaz las acusaciones de abuso sexual contra menores plantea un problema difícil y complejo, por el entramado de cuestiones de carácter pastoral, legal, clínico y de relaciones públicas que pueden confundir, desconcertar e incluso paralizar. Como es sabido, nos hemos equivocado algunas veces a la hora de encarar este problema. Ello se debe en parte a que no hemos comprendido plenamente este crimen y la patología que lo genera. Asimismo, elementos sistémicos han impedido una respuesta diligente y sin tapujos, pero se vislumbran claras señales de progreso y esperanza. Si bien estos casos no aparecen en los titulares de la prensa, en los últimos años muchos líderes eclesiásticos han obrado correctamente. Un número creciente de obispos en varios países han intervenido de manera resuelta y eficaz cuando se han verificado acusaciones de abuso sexual contra menores. Actualmente, la Iglesia Católica se encuentra ante una importante encrucijada. Las autoridades católicas en los distintos continentes han experimentado un proceso de aprendizaje doloroso a lo largo varias décadas. ¿Es realmente necesario que todos los países del mundo se sometan a este proceso tan atroz? La Iglesia conoce los elementos básicos de un programa eficaz de protección de menores. Debemos adoptar este programa hoy mismo en todo el mundo: de ahí la importancia de este Simposio. Si la Iglesia Católica actuase de forma proactiva para implantar y aplicar de manera eficaz un programa de protección de menores a nivel mundial, se convertiría en lo que está llamada a ser: una autoridad líder en el mundo en la promoción del bienestar y seguridad de los niños. Una parte importante de este programa deberá abordar cómo tratar de manera oportuna y eficaz a los responsables del abuso. Deseo delinear seis errores típicos que los líderes eclesiásticos han cometido a la hora de trabajar con sacerdotes abusadores y sugerir algunas medidas que se han demostrado eficaces. 1. No escuchar a las víctimas: ser despistados por los violadores

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Tal y como hemos aprendido de forma elocuente con ocasión de la primera sesión, nuestra prioridad ha de ser escuchar a las víctimas de abuso sexual. Puesto que los responsables de abuso sexual han sido algunas veces nuestros mismos sacerdotes, los Obispos y sus respectivos vicarios han centrado la atención únicamente en los acusados. La organización de la Iglesia se inclina hacia esa dirección, como se desprende de nuestra manera de abordar las acusaciones. Tal y como ha afirmado un obispo americano, «nuestro error ha sido olvidamos de que también las víctimas constituyen parte integrante de nuestro rebaño». Desgraciadamente, centrarse en los responsables y no en las víctimas acarrea consecuencias devastadoras. Todos los abusadores tienden a minimizar, racionalizar, descargar la culpa y rechazar la verdad de sus crímenes. Para ellos es difícil encarar la verdad de su comportamiento, que el Papa Benedicto XVI, en varias ocasiones, ha calificado justamente como «obsceno». Ante todo, los responsables mienten a menudo a la hora de ser confrontados. En el pasado, los obispos y sus vicarios solían convocar a sus despachos a los sacerdotes acusados. El obispo solía preguntarle al cura si las acusaciones eran verdaderas. Y a menudo el abusador mentía. Es triste comprobar que el obispo frecuentemente no se daba cuenta de que el sacerdote estaba mintiendo. Para aquellos que han tenido la oportunidad de confrontarse con alcohólicos o drogadictos, los mecanismos de negación de los responsables de abuso sexual contra menores son similares a los adoptados por estos individuos, si es que no son aún más intensos. Sin duda alguna, existen acusaciones falsas. Es de importancia clave que hagamos todo lo posible por restaurar la buena reputación del sacerdote si se comprueba que las acusaciones son falsas. Pero décadas de experiencia nos permiten afirmar que la gran mayoría de las acusaciones, por encima de un 95%, son fundadas. Una persona que revela y declara haber sido víctima de acoso sexual por parte de un sacerdote tiene poco que ganar y mucho que perder. Se requiere valor, además de estar dispuesto a ser culpado y ridiculizado. Además, los abusadores suelen adoptar muchas formas de minimizar y racionalizar su comportamiento, que los psicólogos denominan «mecanismos de defensa». Los autores de estos delitos intentan convencer a los líderes de la Iglesia y a sí mismos de que se trató de un evento «excepcional», que ocurrió porque había «bebido demasiado» o que «no pasará nunca más». Un abusador podría afirmar que todo eso es algo pasado, que lo ha confesado y que ha «quedado atrás». También podría culpar a la víctima, diciendo que el menor «se le insinuó» y «quiso seducirlo». Son meros trucos que el abusador pone en juego para que los dirigentes de la Iglesia pasen por alto y den por acabada la situación, aunque no dista mucho de ser así. Consideramos que si aparece una víctima, es muy probable que haya otras'. 50

La mayoría de los dirigentes de la Iglesia no están capacitados para investigar y responder a las acusaciones de abuso sexual contra menores. En el pasado han intentado abordar estos casos com plejos personalmente y «en forma discreta», en ocasiones con escasos resultados. Se requiere la ayuda de profesionales en los campos médico y legal y con experiencia clínica. Pero incluso los expertos en salud mental pueden ser despistados por las racionalizaciones y rechazos de los abusadores. Muchas veces los obispos recurren a profesionales acreditados, pero con escasa experiencia en casos de abusos sexuales contra menores. Por tanto, en el Centro donde trabajo y donde tratamos a centenares de violadores, contamos con equipos de profesionales que han adquirido muchos años de experiencia en este campo. Un abusador podría ser capaz de despistar a una sola persona, pero rara vez podrá despistar a un equipo entero de profesionales expertos. Escuchar a los abusadores y no darse cuenta de sus manipulaciones y racionalizaciones ha llevado a algunos líderes de la Iglesia a equivocarse a la hora de abordar el problema. Cuando la Iglesia escucha antes a las víctimas, como el Papa Benedicto ha reiterado en varias ocasiones, podemos conocer la verdad. A través de las víctimas podremos saber concretamente el dolor que ha sido causado. Por medio de las víctimas nos enteraremos de cómo el violador las sedujo y manipuló y llegaremos a saber que los incidentes no han terminado en realidad, y que lo que hace falta es adoptar medidas de alto impacto y decisivas. Recomendación la: una política de «primero la víctima». Toda averiguación deberá empezar por escuchar a la víctima. En primer lugar, la Iglesia deberá centrar la atención en la víctima, no en el abusador. Recomendación lb: los líderes de la Iglesia no deberían abordar estos casos sin la ayuda de profesionales. Se deberá instituir una comisión experta en varias materias, a saber: abuso sexual contra menores, investigación criminal, aplicación de la ley, derecho canónico y salud mental. Esta comisión deberá investigar y proporcionar el adecuado asesoramiento al Obispo. 2. Infravalorar la prevalencia del abuso sexual contra menores en la propia Diócesis Cuando se hicieron públicos los primeros casos de abuso sexual contra menores, la mayoría creyó que se trataba de eventos aislados. «Sí» - admitieron algunos obispos-, «lamentablemente se produjo un caso de abuso sexual, pero se trata de un caso aislado». En todo el mundo, los dirigentes de la Iglesia afirmaron: «es solo un problema americano». A medida que iban surgiendo más casos en otros países, dijeron que se trataba de «un problema de los países angloparlantes». Luego, con el aumento de los casos, ampliaban el ámbito: «es un problema occidental». Los confines se iban 51

ensanchando cada vez más lejos. Y todas las veces, los líderes de la Iglesia afirmaban: «aquí no sucede eso». Un meta-análisis publicado hace diez meses ha demostrado que el fenómeno del abuso sexual contra menores se registra con la misma elevada incidencia en África, Asia, Australia, Europa, América Latina y América del Norte2. La Organización Mundial de la Salud, en su informe sobre la violencia sexual contra menores, referido al año 2002, ha afirmado: «El abuso y descuido de menores es un problema sanitario a nivel global». Es un problema grave que afecta a todas las generaciones, clases socioeconómicas y sociedades. El abuso sexual contra menores ha sido siempre una plaga en la sociedad y en el seno de la Iglesia. El canon 71 del Concilio de Elvira (306 AD, aproximadamente) reza: «Aquellos que abusan sexualmente de niños no podrán comulgar ni siquiera en punto de muerte». Por lo visto, se verificaron demasiados casos de abuso sexual contra menores en España hace 1.700 años que justificaban la promulgación de un canon con el objeto de combatir semejante plaga. De hecho, el abuso sexual no es un fenómeno nuevo. En su célebre obra Luz del mundo, Benedicto XVI ha hablado claramente del abuso sexual contra menores en la Iglesia. Creo que los años de trabajo en Congregación de la Doctrina de la Fe, en cuyo ámbito se estudiaban y procesaban los casos, le han permitido comprender la dimensión de esta tragedia. Aun cuando el Santo Padre es una persona que, como se dice, «capta la situación rápidamente», cuando le preguntaron por qué no fue más agresivo a la hora de abordar este problema siendo arzobispo de Múnich, respondió: «Para mí fue sorprendente descubrir que en Alemania el abuso sexual era un fenómeno de tan vastas dimensiones». El abuso sexual es un horror que permanece oculto y, como toda maldad, prospera en las tinieblas. La curación comienza únicamente al exponerlo a la luz. Si hay personas en la Iglesia hoy que piensan que este problema no afecta a su país, les exhorto a hablar con todos aquellos que trabajan con los niños. Les recomiendo que contacten con las personas que han puesto en marcha programas dedicados a niños que han sido objeto de abusos o con el personal que trabaja en los servicios de atención telefónica dedicados al abuso contra menores. Les aconsejo que averigüen qué dicen las víctimas a puerta cerrada. En cualquier país en que se encuentren menores víctimas de abuso sexual, algunos de nuestros propios sacerdotes podrían hallarse involucrados en tales casos. Todos desearíamos que nuestros sacerdotes no sufrieran disfunción humana alguna, pero la realidad no es esa. Los sacerdotes padecen de las mismas patologías psicológicas que los laicos. Es verdad que tienen una vocación sagrada, pero también son humanos. Afortunadamente, la mayoría de los sacerdotes no abusan de los menores. Son 52

célibes que practican la castidad y se comportan como generosos servidores del Evangelio. Una razón más por la que debería librarse una batalla campal para procesar a todos los abusadores. En primer lugar, se lo debemos a los niños y a sus respectivas familias. Además, nuestros sacerdotes no merecen que se vea ensuciada la reputación de su vocación de forma tan despreciable, ni deberían tener que vivir bajo la sospecha de que, por el hecho de ser sacerdotes, podrían ser responsables de abusos sexuales. Toda negación de la frecuencia de los abusos sexuales contra menores en el mundo es reflejo de la denegación utilizada por los agresores para seguir ocultando sus crímenes. Cuando no exponemos el mal a la luz del día, este mal sigue contaminando en secreto a la Iglesia desde dentro. Recomendación 2: determinar de manera proactiva la verdad de los abusos sexuales contra menores en todos los países. Desarrollar y poner inmediatamente en marcha un programa global de prevención. 3. Creer que los agresores pueden ser curados, para que no representen riesgo alguno Hace algún tiempo, algunos profesionales en el campo de la salud mental eran excesivamente optimistas, pues creían que la patología psicológica que originaba el abuso sexual contra menores podía ser «curada». Los abusadores eran sometidos a una terapia, al término de la cual recibían un «certificado de buena salud». Los obispos fueron mal asesorados por profesionales de las ciencias de la conducta, debido a la escasa comprensión que se tenía de la patología del abuso sexual infantil, con la triste consecuencia de que muchos culpables volvieron a ejercer el ministerio sacerdotal sin restricción alguna. Si bien muchas de estas personas no cometieron más delitos, algunos reincidieron. Esta situación no solo consternó a las víctimas y a las familias, sino que los dirigentes de la Iglesia fueron acusados de reasignar a estos sacerdotes a otra parroquia sin abordar el problema de manera eficaz. Nunca hubo ni habrá una terapia psicológica específicamente dedicada a los responsables de abuso sexual contra menores, como a ninguna otra patología, que sea eficaz al cien por cien. No es esa la naturaleza de la psicología ni del mundo en que vivimos. Lamentablemente, existe siempre la posibilidad de la recaída. En el programa clínico en el que trabajé, de los 339 sacerdotes tratados por abuso sexual contra menores (incluyendo solo a aquellos que habían sido dados de alta después de al menos cinco años), 21 reincidieron, lo cual equivale a un 6,2%. Estos resultados fueron tan rotundos porque el programa preveía un trata miento intensivo de largo plazo, clientes con una funcionalidad relativa alta, un excelente equipo terapéutico y un extenso programa de seguimiento de varios años que incluía la supervisión. Y, de todas formas, la eficacia del programa no era del 100%. 53

Tras los casos de reincidencia de algunos abusadores, ampliamente difundidos, se ha impuesto el principio, igualmente extremo, según el cual todos los que abusan contra menores son incurables. Algunos piensan que todas estas personas están condenadas a volver a delinquir. Mientras que durante un tiempo vivimos en una época de excesivo optimismo, ahora corremos el riesgo de caer en un pesimismo sin esperanza. En ambos casos, adoptando estos extremos, la seguridad de los menores no se encuentra garantizada. En los últimos treinta años, hemos logrado una mayor comprensión acerca de cómo abordar el tratamiento de los agresores sexuales de menores. Muchas de las creencias iniciales en este campo tuvieron que ser modificadas e incluso descartadas. Algunas de las mejores terapias dedicadas a los abusadores incluyen hoy estrategias encaminadas a prevenir las reincidencias, basadas a menudo en un enfoque cognitivo-comportamental. Pueden incluir una gran variedad de objetivos terapéuticos, a saber: cómo regular las propias emociones, desarrollar relaciones castas con los coetáneos, asumir la propia responsabilidad en caso de abusos, desarrollar sentimientos de empatía para con las víctimas y controlar las fantasías sexuales basadas en situaciones de abuso. Además, las últimas etapas del proceso terapéutico pueden incluir algunas formas del llamado modelo «The Good Lives» (vivir vidas buenas). Este modelo sugiere que los tratamientos más eficaces ayudan a los abusadores a alcanzar las metas fundamentales del ser humano, como son un estilo de vida saludable, una vida laboral gratificante, paz interior, amistad, creatividad, etc. Combinar la estrategia de prevención de reincidencias y la adopción de un buen estilo de vida constituye una combinación eficaz para prevenir el abuso contra menores y para ayudar a los agresores sexuales a llevar una vida más saludable. En cierto modo, el modelo «The Good Lives» se basa en principios que resultan intuitivos para los cristianos. Creemos que vivir una vida buena es algo que nos mantiene lejos del pecado y nos ayuda a aspirar a todo lo que es bueno. Los que han abusado de menores han cometido un crimen atroz. Sin embargo, las tendencias actuales hacia la exclusión y demonización de los agresores sexuales no solo son contrarias a los principios cristianos, sino que incrementan la posibilidad de reincidencia de tales personas. Podría parecer catártico centrar nuestro odio y repulsión en aquellos que abusan de menores y forzarlos a vivir perpetuamente en la vergüenza y en el destierro. Pero tal autoindulgencia social puede reforzar las dinámicas de vergüenza y victimización subyacentes, que impulsan a muchos agresores sexuales a seguir abusando. Es un problema en el que nuestros valores cristianos pueden ser de especial ayuda en el clima social actual. Odiemos el pecado, pero amemos al pecador. Despreciemos los hechos cometidos por los agresores sexuales, pero tratemos de rehabilitarlos para que sean miembros productivos de nuestra sociedad, en cuanto sea posible. Atrevámonos a llamarlos «nuestros hermanos», pecadores al igual que nosotros. Este comportamiento es 54

cristiano. Comportarse así no va solo en beneficio de los infractores, sino también en el mejor interés de nuestros niños. Cuando se asista a los abusadores para que puedan vivir una vida sana, los niños estarán más seguros. Recomendación 3a: promover la seguridad de los niños; por el bien del agresor sexual, todos aquellos que abusan sexualmente de menores deberían someterse a un programa terapéutico inspirado en los modernos protocolos clínicos especialmente elaborados para tratar estas patologías. Estos programas deberían enfocarse no solo a detener el ciclo del abuso, sino a fomentar también un estilo de vida saludable y virtuoso. Recomendación 3b: por la seguridad de los niños y el bien del agresor sexual, debería reconocerse ampliamente la naturaleza atroz de este delito, pero sin demonizar al abusador 4. Malinterpretar el perdón de los agresores sexuales Hubo un tiempo en que los dirigentes de la Iglesia, a menudo en connivencia con las autoridades civiles, protegían de la ley a los sacerdotes responsables de estos crímenes. En aquel entonces se creía que el escándalo del arresto de un sacerdote no era positivo para la sociedad ni para la Iglesia. Asimismo, la Iglesia tenía su propio ordenamiento, sobre la base del cual adoptaría las necesarias medidas disciplinarias. En los casos de abuso sexual contra menores, este enfoque resultó desastroso. Juan Pablo II y su sucesor han reconocido con toda razón que el abuso sexual contra menores es un delito civil en la mayoría de los países. Los curas católicos no deben ser protegidos y han de responder por los crímenes cometidos, ya sea que hayan malversado recursos económicos de sus Iglesias o que sean culpables de abuso sexual contra menores o de cualquier otra violación de las leyes civiles. Cuando un sacerdote ha sido acusado de un delito civil, las autoridades públicas deben poder investigar el delito y aplicar la pena correspondiente. Recuerdo una charla con un sacerdote que había terminado de cumplir una condena de muchos años por abuso sexual contra menores. Le pregunté acerca de su experiencia en la cárcel. Me dijo que había sido difícil, pero que se trataba de «una deuda» que había sentido necesario pagar. Además, los sacerdotes que cometen crímenes deben responder ante las autoridades civiles, no solo por el bien de la sociedad, sino también por su propio bien. Tras la sentencia promulgada por el tribunal civil, la condena y la terapia psicológica, surge la siguiente pregunta difícil de responder: ¿adónde deberían ir? A veces, los abusadores y otras personas podrían decir: «Si realmente me perdonas, deberías reincorporarme a mi ministerio como sacerdote». Sin embargo, el perdón y la 55

reincorporación son dos asuntos diferentes. Podemos perdonar al sacerdote, pero no reincorporarlo. Por ejemplo, podemos perdonar a una persona con antecedentes de atracador de bancos, pero sería imprudente contratarlo como cajero en un establecimiento bancario. Es decir, perdonamos al hombre, pero no le dejamos que maneje el dinero de otros. ¿Deberían los sacerdotes que han abusado de menores volver a ejercer el ministerio sacerdotal de una manera restringida? Es una pregunta difícil de responder. El Santo Padre nos ha ofrecido unas sabias pautas en su obra Luz del Mundo. El Papa declara que «es necesario que la Iglesia vigile y condene a los pecadores y, sobre todo, prevenga que entren en contacto con los niños». Él es el primero en afirmar que los sacerdotes responsables de abusos sexuales deben responder de sus crímenes. Además, establece que no deberían estar más en contacto con los niños durante el resto de sus vidas. Por supuesto, la última afirmación es difícil de aplicar, ya que los niños están por todas partes. Creo que el Santo Padre quiso decir que estos hombres no deberían tener ninguna responsabilidad directa con niños o la oportunidad de contactos privados. En nuestro programa clínico lo afirmamos en nuestras recomendaciones, con la siguiente advertencia: «ningún contacto no supervisado con menores». Sin embargo, es un problema espinoso. Si los sacerdotes responsables de abusos sexuales son destituidos de sus cargos eclesiásticos, quedan completamente fuera del control de la Iglesia; por lo tanto, lo mejor que podríamos esperar es que la sociedad civil los vigilara. Sin embargo, la mayoría de los abusadores no son procesados de manera satisfactoria en los tribunales civiles, por distintas razones; lo cual implica que sin una condena penal vigente, la sociedad civil no tiene forma de supervisar a los abusadores. En el supuesto de que estas personas no sean destituidas de sus cargos eclesiales, algunos líderes de la Iglesia en distintos países han adoptado, formalmente o de hecho, una política mediante la cual el sacerdote no podrá volver a ejercer su ministerio sacerdotal públicamente. En estos casos, el sacerdote no está autorizado a presentarse en público como tal y es despojado de toda facultad sacerdotal. Esto es lo que se ha llamado «política de tolerancia cero». En caso de abuso contra menores, el sacerdote pierde para siempre la posibilidad de ejercer un ministerio pastoral. En los Estados Unidos hemos intentado, a lo largo de una década, que estos sacerdotes permanecieran en el ministerio pastoral después de la terapia y que pudieran ejercer un ministerio limitado, con escaso o ningún contacto con menores. La gran mayo ría de estas personas no volvieron a molestar a ningún menor, pero algunos reincidieron. Además de la tragedia del sufrimiento causado a un mayor número de niños, esta solución resultó ser públicamente intolerable. Es comprensible que un elevado porcentaje de personas no deseen que estas personas vuelvan a desempeñar sus funciones ministeriales, ni siquiera restringidas. Poco a poco, se ha captado la realidad de una 56

consecuencia ineludible, es decir, que si un sacerdote ha abusado de un menor, pierde para siempre el privilegio de ejercer como sacerdote. Esta es ya la situación vigente en muchos países, y creo que lo será en todo el mundo. El reto es el siguiente: si la persona no puede ejercer más como sacerdote, entonces ¿cómo podemos ayudarla para que viva una «vida buena»? Algunos sacerdotes pueden ser capacitados para realizar un trabajo secular. Otros viven supervisados en hogares especiales para sacerdotes que han cometido este tipo de delitos. Otros sacerdotes están sin empleo y vagan por la sociedad sin dirección ni metas. Todavía no hemos solucionado el reto de mantenerlos lejos del ministerio sacerdotal y de los niños y, al mismo tiempo, asistirlos y supervisarlos para que puedan tener una vida productiva. Para aquellos que no han sido destituidos de su estado clerical, pero a quienes no se permite ejercer funciones pastorales, es claro que lo más seguro es supervisarlos manteniéndolos lejos de los menores. Para lograr este objetivo, los dirigentes de la Iglesia en algunos países han comenzado a consultar a profesionales para desarrollar «planes de seguridad». Estos planes establecen pautas dirigidas a sacerdotes que han cometido abusos sexuales y representan una especie de contrato comportamental. Las prácticas clínicas actuales son bastante eficaces cuando se trata de identificar a los abusadores que presentan un riesgo de reincidencia elevado, medio o bajo. En función del nivel de riesgo, el plan será más o menos estricto a la hora de controlar los movimientos del sacerdote. Debo advertirles que hay un pequeño grupo de abusadores de alto riesgo que son personas muy peligrosas. Tal vez hayan abusado de decenas o incluso centenares de niños3. Este tipo de agresor sexual no responde normalmente a la terapia y presenta una elevada probabilidad de reincidencia, si tiene la oportunidad. Es ta minoría con elevado riesgo de reincidencia deberá ser identificada y supervisada rigurosamente. Por supuesto que todos los abusadores no deberán tener jamás contacto no supervisado con menores. Sus respectivos planes de seguridad deberán ser claros y acatados de la mejor manera posible, con claras consecuencias negativas para quienes no los respeten4. El objetivo es garantizar que los infractores permanezcan «seguros» para que los niños se mantengan seguros. Recomendación 4a: Benedicto XVI afirmó que «es necesario que la Iglesia permanezca vigilante, sancione a aquellos que han pecado y, sobre todo, impida que tengan acceso a los niños». Recomendación 4b: En países con sistemas penales equitativos y funcionales, los líderes de la Iglesia deberán referir todas las acusaciones de abuso sexual contra menores a las autoridades civiles competentes. Recomendación 4c: Desarrollar «planes de seguridad» para abusadores sexuales contra 57

menores que estén basados en los distintos niveles de riesgo que presentan los infractores. Supervisar a estas personas, mantenerlas lejos de los niños, implementar los planes. 5. Formación humana insuficiente de los sacerdotes, incluyendo la sexualidad En los Estados Unidos hubo a finales de los años 70 y 80 un incremento de casos de abuso sexual contra menores. ¿Cuál fue la razón? Probablemente, una combinación de factores. En primer lugar, y tal vez el factor más importante, mis investigaciones iniciales me permitieron descubrir que en aquella época se había admitido al sacerdocio a una cohorte de personas con un elevado nivel de disfunciones sexuales5. En segundo lugar, aparentemente habrían contribuido también las condiciones sociales. El ambiente en el que vive un potencial abusador puede influir en su comportamiento delictivo. En aquel período, la Iglesia y la sociedad en general abordaban de manera insuficiente el problema del abuso sexual. En general, ni la una ni la otra habían puesto en marcha iniciativas encaminadas a prevenir de manera oportuna el abuso sexual, tal como las implementarían al cabo de varios años. Además, es probable que también haya contribuido al recrudecimiento del fenómeno el clima cultural generado por la llamada «revolución sexual» de los años sesentab. Es decir se puso a un grupo de personas con diversos problemas de desviación sexual en un ambiente que no solo no condenaba ni sancionaba suficientemente el abuso sexual contra menores, sino que fomentaba abiertamente toda expresión sexual. Una sexualidad anormal, unida a un ambiente cultural permisivo, representa una combinación mortal. Hoy en día, la sociedad estadounidense ha generado leyes que protegen el bienestar de los niños y que son estrictamente aplicadas. Asimismo la Iglesia católica en los EE.UU. lleva a cabo uno de los programas de protección infantil más completos que se hayan realizado en el mundo por institución alguna. En efecto, no sorprende la drástica disminución de la incidencia del abuso sexual contra menores en la Iglesia católica de los Estados Unidos. ¡Gracias a Dios! Ello pone de relieve la importancia de los programas de seguridad infantil para la Iglesia Católica en todo el mundo y para la sociedad en general. Los programas de protec ción infantil tienen como objeto modificar la cultura global en la que operan los potenciales abusadores. Estos programas marcan la diferencia'. También esta situación destaca la necesidad de seleccionar y capacitar mejor a los candidatos al sacerdocio. Reconocemos que es imposible identificar y eliminar todas las desviaciones psicosexuales en los candidatos al sacerdocio. Como ya hemos afirmado, la psicología no puede garantizar la prevención del fenómeno al cien por cien. Además, no podemos descartar el hecho de que hay muchos tipos diferentes de agresores sexuales. 58

Según la opinión pública, todos los responsables de abuso sexual contra menores presentan características análogas; pero lo cierto es que no es así. Con todo, sí es verdad que los abusadores presentan algunos rasgos comunes. Por ejemplo, la mayoría de ellos se distinguen por su escasa capacidad para relacionarse con sus compañeros. Muchos de ellos sufren de una pobre regulación afectiva. Un significativo porcentaje, aunque no la mayoría, han padecido de abusos sexuales siendo niños. Con respecto a algunas de las diferencias principales, podemos decir que algunos abusadores son narcisistas que usan a las personas para satisfacer sus propias necesidades. Otros son hipersexuales y cultivan relaciones sexuales promiscuas con diferentes clases de personas. Algunos son pedófilos tradicionales que se sienten atraídos sexualmente por niños prepuberales. Otros abusan de los niños creyendo que ello podrá curarlos del VIH/SIDA. Algunos son adultos que encuentran a los individuos postpuberales emocionalmente similares a la etapa en la que se encuentra su propio desarrollo emocional atrofiado; etcétera. Hoy día, un tema sumamente debatido es la relación entre abuso sexual contra menores y homosexualidad. Se distinguen dos posiciones extremas: algunos afirman que el abuso sexual contra menores es, sobre todo, un problema de homosexualidad; otros creen que estos dos fenómenos no tienen ninguna relación. Las investigaciones se encuentran aún en una fase preliminar, pero ya podemos aseverar algunos hechos. En primer lugar, las personas que abusan de los niños no son todas homosexuales, y la mayoría de los homosexuales no molestan a los menores. Sin embargo, hay un subgrupo de personas que se identifican como homosexuales y que representan un riesgo elevado. Según los datos recopilados sobre los sacerdotes-abusadores en América del Norte, el principal grupo de víctimas eran varones pospuberales. Cuando se pidió a los abusadores que identificaran su orientación sexual, la incidencia de homosexuales o bisexuales era desproporcionadamente mayor con respecto a la de los heterosexuales8. El Dr. Martin Kafka concluyó que la homosexualidad no es una causa, sino un «posible factor de riesgo» en el problema del abuso sexual de jóvenes varones9. La relación entre homosexualidad y abuso sexual contra menores es compleja y no se ha comprendido aún plenamente. No hay ningún examen que permita identificar a la totalidad de agresores de entre los candidatos al sacerdocio, pero algunos sí podrán ser identificados. Mis colegas y yo coincidimos en que lo más útil y apropiado es llevar a cabo un exhaustivo historial psicosexual, mediante una entrevista en un ambiente confidencial con un profesional acreditado y con experiencia clínica. El experto evaluará si el candidato ha atravesado las normales etapas psicosexuales y si presenta cualquier síntoma de desviación psicosexual o psicosocial. Estos médicos han salvado a la Iglesia de situaciones potencialmente desastrosas. De esta manera, algunos candidatos con anomalías sexuales pueden ser 59

identificados y descartados, aunque, como ya afirmamos, no será posible identificar todos los casos con problemas. Además, una vez que los candidatos han sido aceptados a la formación, es de vital importancia poner en marcha un intenso programa de formación humana. En su obra central sobre la formación sacerdotal, Pastores Dabo Vobis, Juan Pablo II definió la formación humana como la «base necesaria» de toda formación sacerdotal, que deberá capacitar para una vida sacerdotal saludable y casta. Además, deberán incluirse pautas sobre cómo gestionar las propias emociones y entablar relaciones saludables y castas con sus coetáneos. Si una persona cultiva amistades sólidas con sus coetáneos, es improbable que recurra a cometer abusos contra menores. Recomendación 5a: desarrollar eficaces programas educativos de seguridad infantil capaces de crear el ambiente adecuado para disuadir a los potenciales abusadores. Recomendación 5b: efectuar un examen psicosexual de los candidatos al sacerdocio, que deberá incluir un historial psicosexual integral realizado mediante una entrevista clínica confidencial por parte de un médico experto. Recomendación 5c: proporcionar formación amplia y continua acerca de un estilo de vida psicosexual y psicosocial casto para los candidatos al sacerdocio y para los sacerdotes. Estos programas deberán incluir una eficaz regulación afectiva, una gestión casta de la propia sexualidad y el cultivo de relaciones castas con los propios coetáneos. 6. Pasar por alto las señales de peligro El último error del que deseo hablar es el de no dar importancia a las «señales de peligro», es decir, a aquellos indicios claros de abuso sexual inminente. No solo en ocasiones hemos abordado de manera ineficaz las acusaciones, sino que también hemos pasado por alto indicios de un comportamiento peligroso y hemos caído en la cuenta cuando ya era demasiado tarde. Antes de que se verifique el acto del abuso sexual, un agresor atraviesa generalmente un «período de conquista». Puede hacer regalos costosos al menor, sacarle fotos sugerentes, pasar cada vez más tiempo a solas con el niño, tocándolo de manera inapropiada. Puede contarle al niño que él/ella es especial y que este es su secreto. Otros adultos testigos de estas relaciones pueden sentirse preocupados con lo que ven y sospechar que algo indebido está ocurriendo. En el pasado, hemos ignorado en diversas ocasiones relaciones inapropiadas y nos hemos percatado de ellas cuando ya era demasiado tarde. Estos comportamientos son señales de peligro obvio y constituyen un tipo de abuso en sí mismas.

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Por ejemplo, recientemente se supo que un sacerdote sacaba centenares de fotos a menores, pasaba muchísimo tiempo con ellos, solía tener sentados a los niños en su regazo y les hacía hurgar en sus bolsillos; además, le encontraron en su apartamento ropa íntima de una niña pequeña. Pero la Diócesis respondió de manera lenta e ineficaz a la queja formal recibida. Finalmente, el sacerdote fue arrestado por posesión de material pedopornográfico. Todas las señales estaban presentes y aludían a que esta persona presentaba intereses sexuales anormales y que los menores corrían peligro o eran ya objeto de abuso sexual. La gente presentó formalmente quejas; sin embargo, los dirigentes de la Iglesia tardaron en responder. Es nuestra responsabilidad proteger a los niños. Y esto no solo comporta abordar las acusaciones de abuso sexual contra menores de manera oportuna y eficaz, sino también reconocer las señales de peligro, los indicios. Una y otra vez hemos pasado por alto estas señales y nos hemos equivocado a la hora de intervenir adecuadamente. La buena noticia es que un número creciente de dirigentes de la Iglesia están cada vez más atentos a estas «señales». Conozco numerosos casos recientes en los que dichos dirigentes han intervenido en situaciones similares antes de que ocurriera el abuso. De esta manera, muchos niños han sido protegidos de convertirse en víctimas del abuso. El clima de prevención y una cultura que vela por la seguridad infantil se están difundiendo cada vez más en numerosas segmentos de la Iglesia. Recomendación 6: los líderes de la Iglesia deberían reconocer las «señales de peligro» que indican que alguien podría ser si no lo es ya, responsable de abuso sexual contra menores. En caso de significativas «señales de peligro», de transgresión de límites sanos, las intervenciones deberían restablecer los límites adecuados, además de evaluar la situación e intervenir de manera oportuna y apropiada. He enumerado seis áreas generales de errores que hemos cometido y doce recomendaciones relacionadas con ellas, en la esperanza de que no vuelvan a cometerse los mismos errores. He sido testigo de la angustia y la vergüenza de las víctimas, de los abusadores y de todo el pueblo de Dios, que se ha visto conmocionado por esta terrible tragedia. Espero de todo corazón que podamos aprender más rápidamente y responder de manera más eficaz. Ha llegado el momento de erradicar este mal de nuestra sociedad de forma proactiva y agresiva. Debemos comenzar esta tarea exorcizando este mal de entre nosotros. Ha estado con nosotros por muchos siglos y sigue estando hasta la fecha. Los abusadores de niños deben saber que no tendrán refugio seguro en nuestra Iglesia. La Congregación para la Doctrina de la Fe ha comenzado este proceso a nivel mundial, invitando a todas las Conferencias Episcopales a presentar sus propias pautas para abordar el abuso sexual contra menores, dando como fecha límite el final de este 61

año. Sabemos ustedes y yo que las pautas son inútiles si no son respaldadas por la voluntad y el compromiso de implementarlas. El abuso sexual contra menores es un fenómeno que puede interrumpirse. La vertiginosa disminución del abuso sexual de ni ños en la Iglesia Católica de los Estados Unidos y de otras regiones, tras décadas de numerosas iniciativas vigorosas puestas en marcha, demuestra claramente la utilidad de los programas de protección infantil. El proceso comienza con la educación. Agradezco de todo corazón a la Universidad Gregoriana por el coraje y la integridad intelectual de presentar este taller, que ha recibido la aprobación más firme de las más altas esferas de la Iglesia. Recientemente he podido observar los enormes pasos dados por la Iglesia para combatir esta tragedia, con el decidido apoyo del Santo Padre. Esta creciente conciencia deberá difundirse en todo el mundo. Nuestra meta consiste en convertirnos en la voz de millones de niños que han sido objeto de abusos. Debemos estar al lado de todos aquellos que han sido heridos y han sufrido. Un día, las víctimas de abuso sexual en su infancia nos mirarán, no como a un enemigo, sino como a su defensor y amigo. Ese día todavía no ha llegado y, por lo tanto, no somos del todo la Iglesia que estamos llamados a ser. La Iglesia Católica es una gran institución internacional con más de 2.000 años de historia, pero tiende a cambiar muy lentamente. Ahora bien, cuando, finalmente, aúna su fuerza intelectual y su convicción moral y se centra en lo que es justo, el poder de su voz es imparable. Pedro nos ha llamado la atención sobre este mal terrible y también nos ha recordado que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia.

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MONS. CHARLES J.SCICLUNA* EN plena Segunda Guerra Mundial, el 1 de octubre de 1942, el Siervo de Dios Papa Pío XII dirigió un discurso profético a la Rota Romana con respecto a la certeza moral necesaria para dictar sentencia, en el que advertía: «La verdad es la ley de la justicia. El mundo tiene necesidad de la verdad que es justicia, y de la justicia que es verdad». Yo estoy convencido de que nuestra respuesta al triste fenómeno de los abusos sexuales contra menores ha de estar siempre determinada por una búsqueda sincera de la verdad y la justicia. De hecho, la Iglesia tiene necesidad de la verdad que es justicia, y de aquella justicia que es verdad. Mi ponencia se inspira en un discurso que el Beato Juan Pablo II dirigió a la Rota Romana el 28 de enero de 1994, en el que abordaba este tema tan fundamental que es la verdad como base de la justicia (W, 227-230). En su alocución, el Beato Juan Pablo II presentaba una serie de enseñanzas que aplicaré a los casos de abuso sexual contra menores cometido por clérigos, agrupándolas en tomo a cinco puntos o principios. 1. A veces se llama «verdad» a la justicia El primer principio que querría destacar es que «el amor a la verdad tiene que traducirse necesariamente en amor a la justicia y en el consiguiente compromiso por establecer la verdad en las relaciones en el seno de la sociedad humana» (W, 228). Quandoque iustitia veritas vocatur («a veces la justicia se denomina verdad»), recuerda Santo Tomás', viendo el motivo de ello en la exigencia que la justicia plantea de ser actualizada según la recta razón, es decir, según la verdad. Es legítimo, por tanto, hablar del «esplendor de la justicia» (splendor iustitiae) y también del «esplendor de la ley» (splendor legis). Objetivo de todo ordenamiento jurídico, en efecto, es el servicio a la verdad, «único fundamento sólido sobre el que puede gobernarse la vida personal [...] y social» 3. «Es obligado, pues, que las leyes humanas aspiren a reflejar en sí el esplendor de la verdad. Obviamente, esto es válido también en la aplicación concreta de las mismas, que está también confiada a agentes humanos» (W, 227-228). 64

¿Qué nos dicen estas enseñanzas en nuestro contexto concreto? En primer lugar, subrayan la necesidad de analizar los hechos con espíritu imparcial en todos los casos. Esta es la labor que se atribuye al delegado en una investigación previa y ha de constituir la base de toda sentencia, de toda decisión, en todos los casos. Para ayudar a establecer y admitir la verdad de lo realmente ocurrido en un caso concreto, el Derecho Canónico ha desarrollado normas específicas para investigar el delito, para oír a la víctima y a los testigos, para la confrontación con el acusado, garantizando al menos un mínimo de lo que en jerga jurídica se conoce como «contradictorium» (cada parte tiene la posibilidad de defender sus argumentos y responder ante los de la parte contraria). El Derecho Canónico también protege el derecho del acusado a defenderse, a conocer los motivos subyacentes a la decisión y a lograr que se revise una decisión que le afecte. La víctima no solo tiene derecho a presentar su acusación, sino que también puede presentarse como parte perjudicada (pars laesa) en un proceso penal judicial. En segundo lugar, la enseñanza del Beato Juan Pablo II de que la verdad constituye la base de la justicia explica por qué es erróneo e injusto aplicar la ley del silencio, u «omertá». Otros enemigos de la verdad son la negación deliberada de hechos conocidos y la preocupación fuera de lugar por dar absoluta prioridad al buen nombre de la institución en detrimento de la legítima revelación de un delito. 2. La justicia como participación en la verdad evoca una respuesta de la conciencia del individuo El segundo principio enunciado por el Beato Juan Pablo II en 1994 consistía en que la justicia basada en la verdad evoca una respuesta de la conciencia del individuo: «Como participación en la verdad, también la justicia posee un esplendor propio, capaz de evocar en el sujeto una respuesta libre, no meramente externa, sino surgida de la intimidad de la conciencia» (W, 227). «Preocupación del legislador y de los administradores de la ley será, respectivamente, crear y aplicar normas basadas sobre la verdad de lo que es obligado en las relaciones sociales y personales. La autoridad legítima deberá, además, comprometerse y promover la recta formación de la conciencia personal (Veritatis splendor, n. 75), porque, si está bien formada, la conciencia se adhiere naturalmente a la verdad y percibe en sí misma un principio de obediencia que la impulsa a adecuarse a la orientación de la ley» (W, 230). Reconocer y admitir la verdad completa, con todas sus dolorosas repercusiones y consecuencias, es el punto de partida para una curación auténtica, tanto de la víctima como del autor de los abusos. 65

Los expertos en psicología están mejor preparados para explicar cómo y por qué el autor desarrolla mecanismos de defensa, ya sean primitivos o complejos, como negación, sublimación, minimización o proyección. Pero para la conciencia del clérigo, para todo su ser como persona y como ministro de Dios, no hay mecanismo de defensa que pueda remplazar el efecto liberador que proviene del pleno, humilde, sincero y arrepentido reconocimiento de su pecado, su delito, su responsabilidad por los daños causados a las víctimas, a la Iglesia y a la sociedad. Los expertos en psicología también están mejor capacitados para explicar la imperiosa necesidad que siente la víctima de que su voz se escuche con atención, de que su testimonio sea comprendido y creído, de ser tratada con dignidad cuando se embarca en el agotador viaje de la recuperación y la curación. Necesitamos los conocimientos de los expertos para poder evaluar las llamadas «memorias recuperadas» de sucesos supuestamente acontecidos hace décadas. Igualmente complejo es el reto que nos plantea el limitado fenómeno de algunas víctimas que se niegan a seguir adelante con sus vidas, que parecen haberse identificado únicamente con su condición de «víctimas». Estos hermanos y hermanas merecen especialmente nuestra atención y asistencia. En su Discurso a los Obispos de Irlanda de 28 de octubre de 2006, el Papa Benedicto XVI enunciaba de forma sucinta y convincente cuál ha de ser la respuesta de la Iglesia Católica al problema: «En vuestros continuos esfuerzos por afrontar de modo eficaz este problema, es importante establecer la verdad de lo sucedido en el pasado, dar todos los pasos necesarios para evitar que se repita, garantizar que se respeten plenamente los principios de justicia y, sobre todo, curar a las víctimas y a todos los afectados por esos crímenes abominables». En su Carta Pastoral a los Católicos de Irlanda (19 de marzo de 2010), el Papa Benedicto XVI también se dirigió a los autores de abusos: «Os exhorto a examinar vuestra conciencia, a asumir la responsabilidad de los pecados que habéis cometido y a expresar con humildad vuestro pesar. El arrepentimiento sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la verdadera enmienda. Debéis tratar de expiar personalmente vuestras acciones ofrecien do oraciones y penitencias por aquellos a quienes habéis ofendido. El sacrificio redentor de Cristo tiene el poder de perdonar incluso el más grave de los pecados y de sacar el bien incluso del más terrible de los males. Al mismo tiempo, la justicia de Dios nos pide dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia, pero no desesperéis de la misericordia de Dios». 3. El respeto a la verdad genera confianza en el Estado de Derecho: la falta de respeto a la verdad genera desconfianza y sospechas El tercer principio señala que el respeto a la verdad genera confianza en el Estado de 66

Derecho, mientras la falta de respeto por la misma genera desconfianza y sospechas: «Si los administradores de la ley se esfuerzan por observar una actitud de plena disponibilidad a las exigencias de la verdad, en el riguroso respeto de las normas procesales, los fieles podrán mantener la certeza de que la sociedad eclesial desarrolla su vida bajo el régimen de la ley; que los derechos eclesiales están protegidos por la ley; que la ley, en última instancia, es motivo de una respuesta amorosa a la voluntad de Dios» (W, 229). «Por el contrario, la instrumentalización [de la administración] de la justicia al servicio de intereses individuales o de fórmulas pastorales, sinceras acaso, pero no basadas en la verdad, tendrá como consecuencia la creación de situaciones sociales y eclesiales de desconfianza y de sospecha, en las cuales los fieles estarán expuestos a la tentación de ver solamente una lucha de intereses rivales y no un esfuerzo común para vivir según derecho y justicia» (W, 228). Fue el propio Beato Juan Pablo II quien promulgó el «motu proprio» Sacramentorum sanctitatis tutela (SST) el 30 de abril de 2001. Se trataba de una ley especial, en virtud de la cual los abu sos sexuales contra menores de 18 años cometidos por clérigos quedaban incluidos en la lista de delitos más graves (delicta graviora), reservada a la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). La prescripción del delito se estableció en diez años desde el momento en que la víctima cumpliera los 18 años de edad. La normativa del «motu proprio» es válida para clérigos latinos y orientales, ya sean del clero diocesano, ya del clero religioso. En 2003, el entonces Prefecto de la CDF, el Cardenal Ratzinger, obtuvo de Juan Pablo II la concesión de algunas prerrogativas especiales para ofrecer mayor flexibilidad en los procedimientos penales para los delicta graviora, entre las cuales están la aplicación del proceso penal administrativo y la petición de la dimisión del estado clerical ex officio en los casos más graves. Estas prerrogativas fueron integradas en la revisión del «motu proprio» aprobada por el Santo Padre Benedicto XVI el 21 de mayo de 2010. En las nuevas normas, la prescripción es de 20 años, que en el caso de abuso contra menores se calcula desde el momento en el que la víctima haya cumplido los 18 años de edad. La CDF puede eventualmente derogar la prescripción para casos particulares. Asimismo, en la versión revisada del «motu proprio» queda especificado como delito canónico la adquisición, posesión o divulgación de material pedopornográfico (cf. SST, art. 6 § 1, n. 2). Desde mayo de 2010, a efectos del delito canónico de abuso sexual contra menores, una persona que habitualmente tiene un uso imperfecto de la razón se equipara a un menor (cf. SST, art. 6, §1, n. 1). En virtud de esta ley especial, los Obispos o Superiores religiosos ante quienes se presente una acusación verosímil de abuso sexual contra un menor cometido por un clérigo habrán de llevar a cabo una investigación e informar a la CDE La ley fue enmendada en 2010 de forma que los Obispos o Superiores están autorizados a imponer restricciones al ejercicio del ministerio por parte del acusado desde las fases iniciales del 67

procedimiento. La praxis de la Congregación dispone que se escuche al acusado antes de trasladar el caso a Roma. Se le ha de indicar la existencia de distintas opciones en relación con el procedimiento. De hecho, la Congregación puede decantarse por incoar un proceso penal judicial o un proceso penal administrativo. En casos muy graves, se insta al propio acusado a que solicite volver al estado laical por decreto del Santo Padre. En casos en los que el acusado haya sido declarado culpable por un tribunal civil, la Congregación puede llevar el caso directamente ante el Santo Padre para que promulgue la expulsión del estado clerical ex officio. La ley es clara. Pero, como el Beato Juan Pablo II destacó acertadamente en 1994, los fieles han de tener la convicción de que la sociedad eclesiástica respeta la ley. De hecho, la ley puede ser meridianamente clara. Pero no basta para aportar paz y orden a la comunidad. Nuestro pueblo ha de saber que la ley se aplica. 4. La protección de los derechos se aplica en el contexto de la preocupación por el bien común El cuarto principio afirma que la protección de los derechos se aplica en el contexto de la preocupación por el bien común: «La ley eclesiástica se preocupa de proteger los derechos de cada uno en el contexto de los deberes de todos para con el bien común. Al respecto, observa el Catecismo de la Iglesia católica: "...la justicia con respecto a los hombres dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad con respecto a las personas y al bien común" (n. 1.807)» (W, 228). «La verdad, sin embargo, no es siempre fácil; su afirmación resulta a veces demasiado exigente. Ello no quita que dicha verdad deba ser siempre respetada en la comunicación y en las relaciones entre los hombres. Otro tanto sucede con la justicia y con la ley; tampoco estas se presentan siempre fáciles. La misión del legislador - universal o local - no es cómoda. Dado que la ley debe contemplar el bien común - «omnis lex ad bonum commune ordinatur» (toda ley se ordena al bien común): I-IIae, q. 90, art. 2)-, es perfectamente comprensible que el legislador pida, en caso necesario, sacrificios incluso gravosos a las personas. Estas, por su parte, corresponderán a dicha exigencia con la adhesión libre y generosa de quien sabe reconocer, junto a los propios derechos, también los derechos de los demás. Se seguirá de ello una respuesta fuerte, sostenida por un espíritu de sincera apertura a las exigencias del bien común, con el conocimiento de los beneficios que de ahí se derivan, en definitiva, para la persona misma» (W, 229). Una lectura atenta y pormenorizada del reciente magisterio de la Iglesia en materia de 68

abusos sexuales contra menores cometidos por clérigos demuestra que la seguridad de los niños es sumamente preocupante para la Iglesia y forma parte integrante de su concepto del «bien común». En 2002, el Papa Juan Pablo II afirmó: «en el sacerdocio y en la vida religiosa no hay lugar para quienes dañan a los jóvenes»4. Estas palabras evocan la responsabilidad concreta de Obispos, Superiores Mayores y todos aquellos encargados de la formación de futuros sacerdotes y religiosos. Como ya dije en otra ocasión, «las instituciones afectadas por casos de conducta inapropiada de sus agentes se enfrentan al dilema del papel que han de atribuir a los autores de abusos en el futuro, si es que les atribuyen alguno. A la hora de tomar decisiones con respecto a dichas personas, habrá de tenerse en cuenta el criterio esencial del bienestar de los niños y de la comunidad. Los autores de abusos que no pueden respetar los límites establecidos pierden su derecho a participar en la administración de la comunidad»5. Otro corolario de este «criterio esencial» es la obligación de cooperar con las autoridades del Estado en la respuesta al abuso contra menores. El abuso sexual contra menores no es solo un delito canónico o la vulneración del código de conducta interno de una determinada institución, ya sea religiosa o de otra índole. Se trata también de un delito perseguido por el Derecho Civil. Aun que las relaciones con las autoridades civiles varían de unos países a otros, es importante cooperar con dichas autoridades en el marco de sus responsabilidades. La Carta Circular de la CDF (3 de mayo de 2011) precisa ulteriormente: «Sin perjuicio del foro interno o sacramental [el sello de la confesión], siempre se siguen las prescripciones de las leyes civiles en lo referente a remitir los delitos a las legítimas autoridades. Naturalmente, esta colaboración no se refiere solo a los casos de abuso sexual cometido por clérigos, sino también a aquellos casos de abuso en los que estuviera implicado el personal religioso o laico que coopera en las estructuras eclesiásticas». 5. El respeto por las leyes procesales evita desafortunadas distorsiones de la naturaleza «pastoral» de la ley de la Iglesia El quinto principio puntualiza que el respeto por las leyes procesales evita desafortunadas distorsiones de la naturaleza «pastoral» de la ley de la Iglesia. El Beato Juan Pablo II dijo lo siguiente en 1994: «Es para vosotros perfectamente conocida la tentación de reducir, en nombre de un concepto no recto de la compasión y de la misericordia, las pesadas exigencias impuestas por la observancia de la ley. Al respecto es necesario reafirmar que, si se trata de una violación que afecta solamente a la persona, basta con referirse al mandato: "Vete y de ahora en adelante no peques más" (Jn 8,11). Pero si entran en juego los derechos ajenos, la misericordia no puede ser 69

concedida o aceptada sin hacer frente a las obligaciones que corresponden a estos derechos» (W, 229). «Obligado es también ponerse en guardia respecto a la tentación de instrumentalizar las pruebas y las normas procesales, para conseguir un fin "práctico" que acaso es considerado "pastoral" en detrimento, sin embargo, de la verdad y de la justicia». En el discurso dirigido a la Rota Romana el 18 de enero de 1990, el Papa Juan Pablo II ya había hecho referencia a una «distorsión» en la concepción de la naturaleza pastoral de la ley de la Iglesia. Dicha distorsión consiste en «la atribución de alcance e intentos pastorales únicamente a aquellos aspectos de la moderación y de la humanidad que se relacionen inmediatamente con la equidad canónica (aequitas canonica); es decir, sostener que solamente las excepciones a la ley, el eventual no recurso a los procedimientos y a las sanciones canónicas y la dinamización de formalidades judiciales tienen verdadera relevancia pastoral» (W, 210). Sin embargo, el Papa ya advirtió que, de esta forma, es fácil olvidar que «la justicia y el derecho estricto -y, por lo tanto, las normas generales, las sanciones y las demás manifestaciones jurídicas típicas, cuando se hacen necesarias - se requieren en la Iglesia para el bien de las almas y son, por lo tanto, realidades intrínsecamente pastorales» (Ibid.). En 1994, el Beato Juan Pablo II repitió la siguiente frase, ya enunciada en 1990: «Es también cierto que no siempre es fácil resolver el caso práctico según justicia. Pero la caridad o la misericordia [...] no pueden prescindir de las exigencias de la verdad» (W, 211; W, 229-230). Ninguna estrategia de prevención de los abusos de menores funcionará si carece de compromiso y credibilidad. El Papa Benedicto XVI se dirigió a los Obispos de Irlanda en términos inequívocos en 2010: «Sólo una acción decidida llevada a cabo con total honradez y transparencia restablecerá el respeto y el aprecio del pueblo irlandés por la Iglesia a la que hemos consagrado nuestra vida. Debe brotar, en primer lugar, de vuestro examen de conciencia personal, de la purificación interna y de la renovación espiritual. El pueblo de Irlanda, con razón, espera que seáis hombres de Dios, que seáis santos, que viváis con sencillez y busquéis día tras día la conversión personal. Para ellos, en palabras de san Agustín, sois obispos, y sin embargo con ellos estáis llamados a ser discípulos de Cristo (cf. Sermón 340, 1). Os exhorto, por tanto, a renovar vuestro sentido de responsabilidad ante Dios, para crecer en solidaridad con vuestro pueblo y profundizar vuestra solicitud pastoral por todos los miembros de vuestro rebaño. En particular, preocupaos por la vida espiritual y moral de cada uno de vuestros sacerdotes. Servidles de ejemplo con vuestra propia vida, estad cerca de ellos, escuchad sus preocupaciones, ofrecedles aliento en este momento de dificultad y alimentad la llama de su amor a Cristo y su compromiso al servicio de sus hermanos y hermanas. Asimismo, hay que alentar a los laicos a que desempeñen el papel que les corresponde en la vida de la Iglesia. Asegurad su formación para que puedan dar razón del Evangelio, de modo articulado y 70

convincente, en medio de la sociedad moderna (cf. 1 Pe 3,15), y cooperen más plenamente en la vida y en la misión de la Iglesia. Esto, a su vez, os ayudará a volver a ser guías y testigos creíbles de la verdad redentora de Cristo»6. 6. Conclusión Las palabras de nuestro Santo Padre Benedicto XVI nos recuerdan lo que afirma el Señor en el Evangelio de Juan: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32). La búsqueda sincera de la verdad y la justicia es la mejor respuesta que podemos proporcionar al triste fenómeno del abuso contra menores por parte de clérigos.

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~P JORGE CARLOS PATRÓN WONG* EL Papa Benedicto XVI ha señalado que el cambio de época que vivimos genera una «emergencia educativa». Se percibe una dificultad para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia humana y cristiana. En medio de una sociedad secularizada y relativista, nos encontramos con ambientes esperanzadores, llenos de esfuerzo y trabajo por una Iglesia más fiel al Evangelio. Entre esos espacios privilegiados, donde el Espíritu Santo va apuntalando como «semilla de mostaza» modos diferentes de vida, se encuentran los seminarios y las casas de formación. Voy a enumerar algunos de estos destellos que están ya en evolución en nuestros Seminarios. 1. La revolución copernicana Desde hace 10 años, he sido testigo cercano de cómo en la Organización de Seminarios de Latinoamérica y del Caribe (OSLAM), y con ella en las organizaciones nacionales de Seminarios, se ha dado un giro, lo que hemos llamado una «revolución copernicana», un cambio radical en el centro de atención. El centro de gravitación no son ya los métodos, teorías y recursos dirigidos a los seminaristas, sino que las baterías han apuntado hacia la formación permanente de los formadores, porque la experiencia ha constado que lo que realmente forma a la persona del seminarista es la vida y el ejemplo del formador'. La novedad consiste en que el propio formador, ante los retos de la misión formativa actual, toma conciencia de que el Seminario es el espacio formativo permanente para él y no simplemente para los seminaristas; que es una nueva llamada de Cristo a él y no únicamente a los candidatos al sacerdocio; y, por lo tanto, en su servicio como formador descubre un camino discipular cristiano y de conformación sacerdotal para él mismo. La eficacia y los frutos del Seminario «están vinculados a la manera como los propios formadores viven su vocación y al modo como la expresan en el 73

acompañamiento al formando, en el trabajo de equipo y en espíritu de comunión»2. 2. El ambiente de familia Podríamos pasar días enteros hablando de las familias rotas o disfuncionales y con poca vivencia cristiana. La mayoría de nuestros seminaristas provienen de esta realidad. El Seminario resulta la segunda experiencia comunitaria de vida, después de la familia. La segunda familia que es el Seminario está llamada a valorar todo lo positivo de la familia de origen, pero al mismo tiempo tiene que sanar, corregir y aportar todo lo que, como carencia o negatividad en las relaciones afectivas y de convivencia, se trae en el corazón. La precisión que hace la exhortación apostólica «Pastores Babo vobis» 3 en el sentido de que el Seminario, antes que un lugar o espacio material, debe ser un ambiente espiritual, un modo de vida que como atmósfera favorezca y asegure un proceso formativo, adquiere suma relevancia. El «ambiente real» de la vida comunitaria depende directamente de la consistencia humana y espiritual de cada uno de sus miembros. En una comunidad, los seminaristas consistentes y sinceros estimularán recíprocamente el crecimiento vocacional y ayudarán a mantener el ambiente propicio a los ideales sacerdotales. La presencia y prevalencia de seminaristas de «dos rostros o de doble vida», acostumbrados a proclamar públicamente los ideales sacerdotales más elevados y, al mismo tiempo, a traicionarlos en la intimidad de la vida, tiene el poder de destruir los espacios y medios formativos, generando ambientes verdaderamente anti-vocacionales. El paso de un ambiente meramente institucional a un ambiente de familia es indispensable para lograr cambios reales en la manera de pensar y vivir de los seminaristas. El sentido de la paternidad, la filiación, la fraternidad, el bien común, el servicio a los demás, antepuestos a los intereses o gustos personales, solo se puede experimentar en atmósferas familiares. Quienes hemos sido formadores hemos experimentado que, con el paso de los años y de las experiencias formativas, el propio rol o transferencia relacional cambia radicalmente en el organigrama afectivo y perceptivo de los seminaristas y de uno mismo. Recuerdo que en mis primeros años como formador los seminaristas me veían, trataban y se relacionaban conmigo como «hermano mayor». Y me comportaba consciente e inconscientemente - como tal. Con el correr de los años, descubrí que, con las nuevas generaciones, las relaciones habían mutado a la de figura paterna. Sus actitudes y las mías, sus comportamientos y los míos eran propios de una relación semejante a la de hijo-padre, padrehijo. Y más tarde, como rector del Seminario, con sorpresa aprendí que los jóvenes se acercaban buscando una relación casi de nieto74

abuelo, abuelo-nieto, donde la experiencia, la paciencia y la visión de una persona adulta y madura, con «canas», era solicitada para equilibrar la visión y relación de los «prefectos de disciplina» que, como buenos padres, estaban ocupados en las correccio nes inmediatas, el orden y el buen funcionamiento de los procesos cotidianos de la formación. Cada uno de estos roles no solo tiene su encanto, sino también su eficacia como instrumento pedagógico para ir experimentando los valores del Evangelio desde una diversidad y complementariedad semejante a la que se vive en la familia. No es ni con figuras de autoridad únicamente preocupadas por la observancia externa de reglas de pureza y normas de disciplina, ni con aproximaciones ingenuas en que se deja el andar del proceso vocacional a la supuesta libertad y madurez personal del candidato, donde la relación formativa cumple su función. Es la presencia, el acompañamiento cercano y cotidiano, el conocimiento de los motivos profundos y la confrontación evangélicas que realiza el formador al candidato, lo que va tejiendo la reestructuración psicológica y espiritual de la persona ante la llamada de la gracia divina. Si este ambiente familiar no se logra, los traumas e insatisfacciones personales crecerán y se multiplicarán hasta niveles enfermizos y escandalosos en el presbiterado. 3. La gradualidad y la diversidad de las etapas formativas Desde una perspectiva teológica y espiritual, los valores que se proponen al candidato son ideales de gran altura. Es el inicio de un camino donde el don de la gracia tiene que estar secundado por el esfuerzo, la acción ascética, que depende del autoconocimiento y la confrontación. La vocación específica requiere procesos prolongados y etapas gradualmente organizadas. El deseo y la vivencia de los valores vocacionales no brotan de la nada, no son flores silvestres. Son frutos bien cultivados, intencionalmente buscados, propuestos de manera explícita y clara. Este movimiento de especialización en los métodos y contenidos por etapas está cristalizando en auténticos itinerarios formativos que favorecen una interiorización paulatina y evolutiva del ser hombre, cristiano, discípulo y Buen Pastor. Así, el Seminario Menor está dirigido a formar a un buen cristiano. En el Curso Introductorio, con duración de un año, se pro fundiza la experiencia de un cristiano en discernimiento vocacional vivido en comunidad, donde se revisa la iniciación cristiana en términos de catecumenado. La etapa filosófica es propuesta como el aprender a ser discípulo de Cristo, más allá de simples estudios filosóficos. La etapa teológica incluye un itinerario «configurador específico»: los sentimientos, las actitudes, el estilo de vida de Jesucristo Buen Pastor. Debe ser la etapa no solo más prolongada, sino la más exigente 75

de toda la formación inicial. El año o tiempo de experiencia pastoral varía de Seminario a Seminario. Lo importante es la verificación de la vivencia de los valores vocacionales adquiridos y la prevalencia de una auto-exigencia y generosidad personal que demuestren su idoneidad. A este proceso formativo que se realiza dentro del Seminario Mayor, que abarca cuando menos 9 años de formación (un año de curso introductorio, tres de filosofía, cuatro de teología y uno de experiencia pastoral), y en el caso del Seminario Menor tres años más, se añade cuando menos un año de seguimiento vocacional previo a la admisión en el Seminario. Por lo tanto, el esquema de estudio de dos años de filosofía y tres años de teología, que canónicamente es el mínimo para recibir las órdenes sagradas, ha quedado totalmente superado como un hecho del pasado, que ninguna casa de formación seria en Latinoamérica sigue en la actualidad. La selección y formación de los candidatos al sacerdocio cuenta hoy con un proceso mucho más prolongado y cualificado que en el pasado. Esta decisión se fue tomando paulatinamente en los últimos años, como respuesta a los nuevos retos que fueron apareciendo. 4. Algunas líneas pedagógicas y principios formativos prioritarios En la última década se han logrado unificar algunas líneas pedagógicas y principios que se han compartido en las reuniones de formadores. Mencionamos las principales que podrían ser útiles para el propósito de este simposio: 4.1. Conversión integral La conversión es un fenómeno que ocurre en el ámbito de la fe, pero que debe incluir a toda la persona. Implica una conversión a la verdad, al bien y al amor. En los casos de desviaciones sexuales, se descubre que la conversión no se realiza en estos tres planos y de manera dinámica y permanente. El plano de la Verdad: es necesaria la apertura a la realidad, no construir la formación sacerdotal sobre la fantasía, sobre la imaginación o sobre expectativas no realistas. Es la parte intelectual de la conversión, que nos lleva a percibir valores objetivos y a contemplarlos como meta de la propia existencia. Aunque siempre conserva su carácter de misterio, el candidato debe poseer la capacidad de aproximarse a la realidad personal y del entorno, aunque sea dolorosa. Debe preguntarse dónde están sus motivaciones reales más profundas y por qué se adhiere a ciertos valores. Se cuestionan sus móviles inconscientes y sus orígenes, y une la inteligencia y el espíritu sobrenatural para que se encuentre con la verdad de la vocación.

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El plano del Bien: no basta comprender la verdad; es necesario que sea significativa para la persona en el contexto concreto de vida. Que sea percibida como un bien que se elige libremente y que abre a la persona a la experiencia subjetiva de un valor objetivo. Algunos seminaristas no dan ese paso realmente en aspectos centrales de la vocación sacerdotal. Por ejemplo, el celibato es visto interiormente como una norma o un requisito, se acepta como tal, pero jamás es experimentado como un don carismático que significa un bien para la persona y que hay que desarrollar y cuidar para la comunidad. El plano del Amor: es el carácter afectivo, tan central e importante en la vivencia de los valores propuestos. La verdadera amistad, las relaciones cordiales, maduras, fraternas, la vida comunitaria, donde se da y se recibe, deben ser constatadas con mucho cuidado. No se trata de cualquier afectividad, sino que viene caracterizada por el don de sí en favor de los demás. Solo en la conversión a la oblación y no en la gratificación de necesidades personales se puede construir una vida célibe. 4.2. Verificación de la relación con la totalidad del yo y la propia identidad La persona que ha evolucionado normalmente logra la doble capacidad de diferenciarse e integrarse. Esta capacidad lleva al sujeto a fijar sus propios límites ante los demás (diferenciación) y, al mismo tiempo, a asumir su propia realidad compleja y ambivalente, ligando el pasado y el presente con un ideal proyectado hacia el futuro (integración). Ambos movimientos están relacionados entre sí, siendo precisamente esta correlación armónica la que permite tener la certeza de la propia amabilidad subjetiva y el carácter positivo y estable de la persona. Cuando en el candidato no se dan ambos movimientos en el proceso diario de la formación, no se puede reelaborar lo vivido, captar su sentido, recomponer las rupturas y divisiones y reconciliarse con las vivencias negativas o percibidas como tales. Y este conjunto de carencias no permite que se sitúen los ideales vocacionales en la realidad total de la persona. Funcionalmente, los procesos formativos caen en el vacío, y la petición de una coherencia de vida, tarde o temprano, será considerada por la misma persona como un absurdo o un imposible. La verificación se debe realizar en las casas de formación por medio de signos concretos de la vida diaria, como son: a) No limitarse al comportamiento externo, sino incluir también las predisposiciones y motivaciones para obrar, en los sentimientos y en las sensaciones conscientes o inconscientes siempre ligados a relaciones conflictivas con los demás, especialmente en el nivel de los celos, las intrigas y las mentiras; b) cuando las anomalías relacionales no se ven como un problema personal, sino como un conflicto ocasionado siempre por los demás, el candidato percibe sus necesidades afectivas como legítimas y justificables. Sus propias gratificaciones afectivas, sexuales o de poder son realmente la fuente energética de su vocación, y por eso no ve internamente por qué 77

habría de cambiarlas; c) la incapacidad de asumir los canales alternativos sanos que ofrece la formación para vivir la ausencia de gratificación y salir de sí mismo, como son: la oración, la vida fraterna, el deporte y el apostolado. Estos elementos son decisivos para el futuro sacerdote, porque generan una identidad estable que le hace capaz de vivir en forma unitaria la multiplicidad de experiencias y de relaciones, de donde se pueden desarrollar los parámetros fundamentales de la personalidad del Buen Pastor: amor a la verdad, lealtad, respeto por la persona, sentido de la justicia, coherencia y equilibrio de juicio y comportamiento4. Hay que tener en cuenta que, sociológicamente, la certeza sobre la propia identidad y la orientación sexual no es fácil para el joven de hoy, porque su definición tiene que hacerla frente a una sociedad «líquida», por retomar la célebre definición de Bauman, que parece hacer igualmente viables todas las posibilidades, en todos lados y en todo momento, incluyendo las ilusiones virtuales de Internet5. Por eso cobra mayor importancia el ambiente sano del Seminario, con comportamientos y lenguaje que claramente inviten a definiciones de identidad. La complejidad aumenta porque la sexualidad y la afectividad humanas, aun cuando están estrechamente vinculadas entre sí, no coinciden. La sexualidad, entendida como genitalidad, puede ser manifestación privilegiada del afecto, pero no necesariamente. La sexualidad puede también ser vivida en forma totalmente desenganchada de los afectos, como en la perversión, en la que se procura reducir al otro a un objeto sobre el cual centrar la agresividad y la frustración. Por otra parte, la afectividad puede no tener expresiones sexuales, como es el caso de la vida consagrada y del celibato, y encontrar otras formas de expresiones: las relaciones en el interior de la vida comunitaria, los ministerios apostólicos y la amistad. Es una visión que se ve confirmada en investigaciones de la psicología del desarrollo: «La respuesta sexual humana puede ser postergada en forma indefinida o negada funcionalmente durante toda la vida. Ningún otro proceso fisiológico puede reclamar una maleabilidad tal de expresión física [...]. Aun cuando es una función fisiológica natural, la respuesta sexual puede ser sublimada, delimitada, desplazada o tergiversada por la inhibición de sus componentes naturales y/o las alteraciones del ambiente en el que obran. Por ejemplo: la función sexual como proceso natural puede ser sublimada por razones suficientemente válidas, logrando un alto grado de tolerancia a las tensiones sexuales con indulgencia y distorsión»6. Esta complejidad es comprensible si se reconoce el carácter simbólico de la sexualidad y de la afectividad, su referencia estructural a significados escondidos y no reconocidos explícitamente por la persona y, por lo tanto, a significados tan diversos como contrastantes entre los seminaristas que, viviendo formalmente el mismo proceso 78

formativo, generan resultados tan diferentes y opuestos. Un anciano y sabio sacerdote y psicólogo comentaba en clase que en el mundo afectivo y sexual todo podría pasar, todo podría combinarse e imaginarse. Y, por lo tanto, habría que seguir la recomendación directa que nos hizo Jesucristo: «orad y vigilad». Orarlo todo, vigilarlo todo. Esta realidad implica también que los formadores deben tener en cuenta que algunas dificultades, a primera vista marcadamente sexuales, reflejan de hecho problemáticas de otro tipo, como la estima de sí mismo, la madurez y la dificultad de donación y de vivir relaciones profundas y estables. 4.3. La capacidad de amar y de donarse Una de las expresiones más importantes de la madurez afectiva es la capacidad de reconocer y querer el bien del otro en la búsqueda de la empatía. La vocación cristiana es la invitación a salir de sí mismo para poner a Dios en el centro de la propia existencia, contra la tentación de hacer del yo el centro de la propia vida. En el substrato existencial de los abusadores sexuales se encuentra lo contrario: el narcisismo, la auto-suficiencia y la autorrealización como criterio supremo de vida. Criterios que fácilmente pasan como normales y justificables, porque está de moda la cultura de la autorrealización personal como dogma para lograr la supuesta felicidad. El P.Luigi Rulla expresa así el dilema psicológico que se plantea en las relaciones afectivas entre la autorrealización y la auto-trascendencia, confrontadas con los valores cristianos: «Es importante decir que la motivación fundamental de la vocación cristiana no puede ser la autorrealización (self-actualization; self-fulfillment) como fin en sí misma; después de todo, esta comporta una visión antropológica en la que el hombre está centrado en sí mismo y es, por tanto, incapaz de amar y de recibir amor, está imposibilitado para tener una relación con el otro que no tienda a la utilización de este con vistas a la propia autorrealización [...]. Muy distinta es la antropología que subyace a la auto-trascendencia del ágape. Aquí la motivación es el don total de sí para el bien, todo el bien del otro; en esta relación con el otro, el individuo sale de sí hasta el punto de olvidarse de sí mismo; donde no se busca la realización de sus capacidades o posibilidades particulares, sino que se acoge a la otra persona sin reservas, en su totalidad. Así, el hombre se realiza a sí mismo en su libertad de auto-trascendencia del amor; pero esta autorrealización es una consecuencia de la auto-trascendencia. La antropología cristiana es un personalismo del Tú y del tú, no un personalismo del "yo"»7. La verificación humana de la auto-trascendencia, que los formadores deben constatar en el día a día de la vida personal y comunitaria, aunada a las experiencias apostólicas realizadas fuera del Seminario, posee su equivalente en el campo de la vida espiritual, 79

que los buenos directores espirituales saben detectar. Los padres espirituales constatan que, aunque la motivación cristocéntrica y trascendente de la vocación sacerdotal y la vida consagrada debería ser la principal, lamentablemente a veces no lo es, y prevalecen motivos secundarios, como el ocupar un rol, anhelos de protagonismo, realización de actividades de desarrollo humano y de incidencia en la justicia social..., pero no una auténtica experiencia de Dios, un gusto por lo sagrado y un sentido auténtico de vida espiritual. Los pederastas son personas que no han logrado una espiritualidad afectiva capaz de implicar los sentimientos, la mente y la imaginación en una opción cristocéntrica y trascendente de la vida. Dicha opción es propia de quien ha realizado una experiencia auténtica de Dios y sabe encontrar en la relación con Él la razón de ser de su propia vida. El cardenal Hume aconsejaba a los futuros sacerdotes: «el único modo de vivir como célibes es vivir una vida disciplinada de oración. Creo que es esto lo que al final nos salva. Debes llenar tu mente y tu corazón con una enorme aspiración por Dios y por las cosas de Dios. No podrás hacer esto al máximo nivel, pero debería ser aquello a lo que tiendas siempre»8. 4.4. La centralidad de la afectividad En la última década, en los Seminarios latinoamericanos se ha revalorizado la centralidad del mundo afectivo de cada persona y de la comunidad. Esta reafirmación de la afectividad significa ir a la fuente de la propia vocación, que no es simplemente una renuncia al matrimonio, sino un don. Es el amor de Cristo que se apodera del elegido y que siente la necesidad de permanecer libre para responder plenamente a la elección. No es el celibato lo que constituye la esencia de la vida consagrada, sino la respuesta amorosa en la relación al Señor que nos ha amado primero. Realidad profunda, de la que el celibato es un signo concreto en la respuesta diaria de la persona. Por eso, la ausencia de sentimientos es un dato muy preocupante en la dinámica formativa y es también una de las características evidentes en la personalidad de abusadores de menores. Aun cuando no se llegue a estos excesos, permanece igualmente un signo preocupante, porque revela la falta de la alegría, que es propia de quien ha encontrado el tesoro en el campo o la perla preciosa (Mt 13,44-46). Los buenos formadores han aprendido a no ser complacientes con quien se muestra demasiado casto y demasiado serio, con quien es rígido y frío, pero también con quien ya resolvió todos los problemas y no tiene ninguna dificultad y cree poder leerlo todo, sentirlo todo, verlo todo [...]. Son los tipos menos fiables. La presunción es otro pésimo indicador pronóstico»9.

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Cuando un candidato excluye los afectos del itinerario formativo, se corre el riesgo de recurrir al sacerdocio como a una especie de «profesión», de ejercicio de un poder socialmente reconocido. En esta perspectiva, la dimensión del rol se convierte en la motivación central, en el sentido de que el individuo encuentra en ello, más allá de posibles beneficios, una respuesta esencial a la estima de sí mismo, de protección de miedos e inseguridades, de forma que las motivaciones espirituales terminan por volverse del todo secundarias, hasta llegar a ser irrelevantes. De esta forma termina por identificarse psicológicamente «con el rol» que cumple, a costa de los valores vocacionales que debería expresar. Por este motivo, la persona no estará preocupada por no ser coherente con los valores propios de la elección realizada, sino por las posibilidades gratificantes que podría obtener, de las que está siempre más dependiente, hasta no advertir que algunos gestos o acciones desencajan en forma impresionante con la vocación. Y así, a una práctica de «fachada», advertida claramente por algunos con los que se relaciona, no corresponde una adhesión de mente y de corazón, mandando un mensaje claramente contrario. De hecho, en estos casos «el individuo depen de de factores externos: obtener una recompensa, evitar un castigo o mantener una relación gratificante con una persona o con un grupo» `° Por ello, a nivel formativo se presta particular atención al modo en que la persona se relata a sí misma y cuenta la propia historia de su vida en las entrevistas de acompañamiento con los formadores. Los directores espirituales descubren en este tipo de personas una pobre experiencia de dependencia de Dios, un escaso sentido de ser creaturas, que les conduce a una incapacidad fundamental para reconocer las propias debilidades y pecados y, por lo tanto, a una nula disponibilidad para trabajar sobre sí mismos. El descubrimiento de abusos sexuales siempre va precedido por años de mentira espiritual, sin respeto alguno por la dirección espiritual y el sacramento de la reconciliación. 4.5. El valor formativo de la renuncia Otra característica importante a verificar en la formación inicial es la capacidad de vivir la renuncia. La renuncia indica cómo un seminarista puede perseverar en una elección aun sin haber recibido las gratificaciones esperadas, incluso llegando a no prestarles atención conscientemente. Una ayuda práctica para captar el valor de la renuncia es la distinción fundamental entre tensión de renuncia y tensión de frustración. En el primer caso, la renuncia no se considera el elemento central de la motivación, no disturba a la persona, no le quita la paz y la serenidad, porque no es percibida como algo indispensable y necesario para la propia vida: si así fuera, la tensión sería solamente frustración y haría que la vida sacerdotal resultara ser fuente de obsesiones que llevarían a no estar nunca contento con 81

la elección realizada. La tensión de renuncia se fundamenta en la capacidad de autodominio, en el poder vivir con libertad y conscientemente el ori gen de la tensión, que es propio de la lucha espiritual de la vida cristiana. El candidato maduro no niega o trata de cubrir la tensión de crecimiento con justificaciones. No pierde la paz y es capaz de permanecer en la situación, mostrando de esta forma una libertad básica que no se pierde en las dificultades y conflictos, como puede ser la ausencia de aprobación social que sigue a un comportamiento coherente con la propia elección de vida. 4.6. Una espiritualidad de comunión Uno de los principios rectores de la formación sacerdotal en los Seminarios es la espiritualidad de comunión. En la práctica, se deben constatar dos elementos aparentemente opuestos, pero paradójicamente conectados en la experiencia de la comunión: la capacidad de vivir la soledad y las relaciones sanas de amistad. 4.7. Saber vivir la soledad La familiaridad con la soledad, que nace de la familiaridad con el silencio, es un banco de pruebas indispensable para el futuro sacerdote, que en el celibato renuncia a vivir con una persona junto a sí, del mismo modo que renuncia a la relación exclusiva con otra persona. Es una prueba que debe atravesarse para poder conocer el misterio del amor de Dios, descrito por San Agustín como «más interior que lo más íntimo mío». Si el seminarista no sabe estar bien consigo mismo, difícilmente podrá tener relaciones serenas con los demás. El sentido de soledad acompaña a la vida humana, porque existe un aspecto interior, un vacío, que ningún otro ser humano puede colmar. Esta «soledad metafísica», cuando no es aceptada, lleva irremediablemente a expectativas ilusorias que nunca se podrán cumplir y que ocasionan el fracaso en el matrimonio y, en el caso de sacerdotes y religiosos, a una serie de graves compensaciones psicológicas, entre las cuales se encuentran los abusos y desviaciones sexuales, la búsqueda de poder y la acumulación de bienes temporales. 4.8. Las relaciones sanas de amistad Una característica dolorosa de las personas que se han ensuciado con la pedofilia y los abusos sexuales es la falta de relaciones a la par, es decir, de amistades gratuitas, afectuosas, en las que las personas no desempeñan roles o encargos de la vida ordinaria, ni las relaciones se transforman en ejercicio de poder, o en algo meramente funcional, o incluso en chantaje afectivo de una parte o de otra.

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Las relaciones, bastantes pobres, de estas personas eran comúnmente vividas en forma «protectora» con gente inferior, sea por edad o por rol, y sobre ella ejercían una fuerte presión, probablemente porque eran incapaces de relacionarse de otra forma. Son personas profundamente solas, heridas, frustradas y angustiadas. ¿Por qué alguien querría tener relaciones emotivas con un menor si no es porque es incapaz de relacionarse con sus pares? La presencia de buenas relaciones de igualdad debe enfatizarse como un elemento esencial para la aprobación de las órdenes sagradas. En palabras de la exhortación apostólica «Pastores Babo vobis»: «Puesto que el carisma del celibato, aun cuando es auténtico y probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y los impulsos del instinto, los candidatos al sacerdocio necesitan una madurez afectiva que capacite para la prudencia, para la renuncia a todo cuanto pueda ponerla en peligro, para la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, para la estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres. Una ayuda valiosa podrá hallarse en una adecuada educación para la verdadera amistad, a semejanza de los vínculos de afecto fraterno que Cristo mismo vivió en su vida»". Por otra parte, allí donde abundan múltiples conflictos afectivos hay que ser muy cuidadosos para distinguir entre los problemas de crecimiento normal afectivo de los candidatos y las dificultades recurrentes ocasionadas por personas que psicológicamente son incapaces de una vida célibe. Estos últimos jamás deben permanecer en el Seminario, ni mucho menos ser ordenados sacerdotes. 4.9. Aprender a integrar la agresividad La agresividad forma parte de la naturaleza humana y es indispensable para vivir. Es un componente psíquico, «pasión irascible», que nos permite afrontar los obstáculos; es la «garra» que da fuerza y coraje para no sucumbir ante las dificultades y permite llevar a buen término cualquier objetivo en la existencia. Las pasiones son fuentes de energía que hay que encauzar. La responsabilidad no está en la pasión en cuanto tal, sino en la dirección que le es asignada. Es la elección del sujeto la que confiere connotaciones morales a las pasiones: él puede usarlas para afrontar las dificultades de una misión trascendente espiritual o para convertirse en un «capo» del narcotráfico. Un estimado maestro de psicología de esta Universidad Pontificia que nos hospeda, a quien recuerdo por sus pintorescos y profundísimos ejemplos, nos dijo en una clase de desarrollo humano que entre los candidatos al sacerdocio había que buscar a gente que tuviera las energías de un «potro» y no la debilidad de una «mula». Y que el papel del formador era ayudar a la transformación de ese «potro salvaje» en un discípulo apóstol de Jesucristo. 83

Dieciséis años como formador en el Seminario me demostraron que ese ejemplo chistoso escondía una sabiduría práctica que siempre me ayudó para acompañar a los seminaristas en su proceso de conocimiento de sí mismos, de escucha y expresión de su propio mundo afectivo y de integración de la agresividad como fuente energética al servicio de la esperanza. La negación de la rabia no lleva, ciertamente, a una vida más reposada y tranquila; esta es más bien exasperada. Los sentimientos se revelan cuando no son escuchados, cuando no encuentran su lugar adecuado. Y las consecuencias pueden ser muy graves para uno mismo y para los demás. En la base de muchos episodios de pedofilia y perversiones se halla justamente la agresividad negada. Cito a continuación resultados de los estudios del Padre Rossetti sobre este tema: «Puede ser sorprendente que detrás de muchas desviaciones y patologías sexuales exista una forma de rabia consolidada, o de rabia que se ha erotizado. Esto es particularmente cierto en el caso de los abusos sexuales contra niños [...]. Muchos me han dicho que, cuando lo hacían, buscaban dar a estos niños el amor de una figura paterna, el amor que ellos no recibieron de sus padres en su infancia. En todo caso, el abuso sexual de niños es un acto destructivo que nace de su rabia y violencia disfrazada, que deja a las víctimas aterrorizadas. Ellos están reviviendo la violencia sufrida cuando eran niños, con los mismos resultados destructivos. "Por sus frutos los conocerán": los frutos nocivos de los abusos sexuales de niños desenmascaran la rabia y la violencia que interiormente están presentes»'. Por eso, uno de los pasos fundamentales en la cura de estas personas, verdugos o víctimas, es reconocer ante todo la importancia que la rabia reviste en relación a lo que sucedió: «La rabia consolidada es el combustible que alimenta una perversión sexual en la vida» 13. Una pedagogía preventiva y propositiva no solamente en nuestros Seminarios, sino también en todas las instituciones educativas, debe incluir la adecuada integración y canalización de la agresividad. Esto mejoraría la prevención, no solamente en relación con los abusos sexuales, sino, en general, con la mayor parte de las acciones de violencia que se multiplican por todas partes y en todos los niveles de la convivencia humana postmoderna. 5. La respuesta formativa: el acompañamiento vocacional El acompañamiento vocacional es la prioridad formativa ante los retos y realidades que se presentan en la integración de las diversas dimensiones en la formación, y permite una selección adecuada de buenos aspirantes, un camino de crecimiento humano y cristiano preventivo y propositivo que genere sacerdotes según el corazón de Cristo. 84

Es tan central que se puede afirmar que la eficacia y eficiencia de la formación sacerdotal, hoy, depende de la calidad y presencia frecuente del acompañamiento vocacional que los formadores brindan a los seminaristas, tanto en lo personal como en lo grupal, en cada etapa formativa. Los itinerarios, proyectos y planes formativos quedan sin alma si falta la relación viva, sincera y profunda entre el formador y el formando. Cuando esta relación no existe o es superficial, simplemente no hay proceso formativo real. Las relaciones defensivas, superficiales o carentes de verdad hacen imposible la formación. Solo en la confianza que da la Fe y la Verdad que inspira el Amor se establece una transformación de la persona. 6. Presencia mariana y vocación a la santidad Un aspecto no accidental en la prospectiva de la formación sacerdotal es el significado formativo que la Virgen María tiene en el cotidiano del mundo afectivo, espiritual, intelectual y pastoral de los futuros sacerdotes. Benedicto XVI ha enfatizado que, antes de cualquier teología, en el conmovedor diálogo entre Jesús, su madre y el discípulo Juan al pie de la cruz, aparece la verdadera humanidad, el verdadero humanismo de Cristo y de los discípulos. La relación simbólica humana y espiritual que se cultive en relación con la Virgen María resulta indispensable en la sana relación humana afectiva que el futuro sacerdote tendrá en las múltiples interacciones con la mujer como madre, hermana, amiga y colaboradora. En palabras de Benedicto XVI, «incluso algunos que casi tienen dificultad para llegar a Jesús en su grandeza de Hijo de Dios se confían a la Madre sin dificultad. Y podemos dirigirnos con mucha confianza a esta madre, que para cada cristiano es su Madre. Por otro lado, la Madre es también expresión de la Iglesia. No podemos ser cristianos solos, con un cristianismo construido según mis ideas. La Madre es imagen de la Iglesia, de la Madre Iglesia; y confiándonos a María, también tenemos que confiarnos a la Iglesia, vivir la Iglesia, ser Iglesia con María» 14. Así como la paternidad espiritual vivida por los formadores en relación con los seminaristas es eje formativo, la vivencia mariana maternal es esencial en el desarrollo y equilibrio vocacional en todas sus dimensiones: en el mundo afectivo personal, en el trato humano delicado y digno, en el proyecto personal de vida de seguimiento cercano y fiel de Jesucristo, en el respeto y valoración de la piedad popular, en su comprensión cristológica y en su experiencia viva de Iglesia. Sin duda, la personalidad mariana del beato Juan Pablo II ha actualizado en los seminaristas y sacerdotes la figura presbiteral, con todas las características masculinas propias armonizadas con una imagen sacerdotal tierna y bondadosa.

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La imagen y el ejemplo con que Juan Pablo II impregnó a generaciones actuales es la de un sacerdote, un obispo y un Papa que es al mismo tiempo y en la misma persona muy varonil y tierno, muy bondadoso y exigente, muy paternal y fraterno. Es un modelo atractivo, popular y muy apreciado por los jóvenes, que es reproducido iconográficamente en todo tipo de imágenes, videos y expresiones cibernéticas juveniles y que en todas las clases sociales y culturales es percibida como ideal posible y real en la vida de un ministro consagrado en el mundo de hoy. 7. Conclusión Mucho insisten los documentos de la Iglesia en el papel del obispo como principal formador y promotor de las vocaciones. Cada diócesis posee prospectivas particulares que ya se están trabajando con la aprobación y el impulso de cada obispo. Las conferencias episcopales nacionales, en el ejercicio del espíritu de comunión y colegialidad, están elaborando directrices formativas y ordenamientos preventivos. Estamos viviendo tiempos propicios para apoyar proyectos que han surgido de una realidad retadora que genera confianza y no pesimismo; que valora la pequeña semilla de mostaza que es regada todos los días y que, por su poder interior, se convierte en un árbol frondoso; que respeta la herencia del pasado y que está atenta a los signos del futuro, donde se busca la fidelidad a Cristo y no el éxito mundano. Que Nuestra Madre María y el beato Juan Pablo II intercedan por nosotros para que secundemos con gozo y confianza la acción de la gracia de Dios en nuestros Seminarios.

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Reflexión en el contexto asiático Luis ANTONIO G.TAGLE* LA llamada crisis del clero que se ha venido desarrollando en los últimos años tiene un alcance muy extenso. Incluye denuncias de malos comportamientos sexuales, sospechas sobre el mal uso del dinero por parte del clero, abuso de autoridad, estilos de vida inapropiados y toda una serie de otras situaciones. Los fieles se encuentran espantados ante la insolencia de sus pastores. Nos encontramos con sacerdotes que no predican bien o que no presiden los sacramentos debidamente, lo cual también produce escándalo. Cuando nos referimos a una crisis en la Iglesia con relación al clero, nos referimos a una realidad con diversas dimensiones. Sin embargo, nuestro coloquio está centrado en las denuncias de casos de mal comportamiento sexual por parte del clero. A primera vista, la crisis parecería solo un problema de conducta sexual explícita. Sin embargo, una mirada más detallada a los casos revela que están involucrados elementos teológicos, espirituales, antropológicos y pastorales. Por esta razón, la manera «impresionista» en que algunas personas abordan el tema es inadecuada e incluso injusta. Asociamos casi automáticamente la palabra «crisis» con un problema o una situación difícil. Sin embargo, la raíz de la palabra crisis vine del griego krino, que significa distinguir y ejercitar el juicio. También tiene la connotación de ser juzgado o de ser llevado a juicio. Por tanto, el núcleo de una crisis está en una situación particular que requiere discernimiento, recto juicio y decisión. Basados en nuestros juicios o decisiones, otros nos juzgarán a nosotros. Creo que las denuncias y los casos de abusos sexuales de parte del clero presentan una crisis en los dos sentidos de la palabra. Por una parte, tenemos que entender, juzgar y decidir con respecto a varios aspectos de esta situación. Por otra parte, debemos escuchar lo que el mundo y el resto de la Iglesia dice sobre el clero. No ayuda el pretender que no existe ningún problema. 1. Un intento de entender la crisis Es bueno recordar desde el principio que los abusos sexuales por parte del clero cubren una amplia gama de acciones que son bastante diversas y no deben ser agrupadas en una 88

sola categoría. Desafortunadamente, tratar todos los casos uniformemente ha sido la respuesta en muchos lugares, como fruto del pánico. Mientras todos estos casos aparecen bajo el título general de «abuso sexual», en realidad cada caso es único. Pero, debido a las limitaciones de tiempo en nuestra conferencia, no podremos tratar los casos individualmente. Mi reflexión tiene la intención de ofrecer perspectivas sobre el abuso sexual del clero perteneciente a las iglesias de Asia. Dado que el vasto continente asiático está formado por diversas culturas, tradiciones e historias, es casi imposible establecer una única perspectiva asiática. Mi trasfondo filipino se hará apreciable en esta presentación, sin lugar a dudas. No obstante, he consultado a algunos obispos, párrocos, religiosos, laicos, sociólogos y teólogos provenientes de las Iglesias que pertenecen a la Federación de Conferencias de Obispos Asiáticos (FABC) para reunir alguna información, aunque no de una manera estrictamente científica. Dado que la Iglesia es una pequeña minoría en la mayoría de los países de Asia, los casos reportados sobre abuso sexual contra menores y otros abusos sexuales por parte del clero son pocos, comparados con los promedios naciones. Esto no significa, sin embargo, que las iglesias ignoren los casos reportados. En algunos lugares de Asia, los casos de pedofilia son menos que los casos debidos a relaciones homosexuales y heterosexuales entre adultos. Algunos sacerdotes han engendrado hijos. En general, hasta ahora ha habido pocos casos legales contra sacerdotes en Asia en lo que respecta a delitos sexuales. Cuando la crisis surgió en el hemisferio Norte, se presentó la tendencia a pensar que el problema estaba ligado a la cultura occidental. Sin embargo, esta idea cambió cuando surgieron casos similares en Asia. Si bien las distintas conferencias episcopales y órdenes religiosas han ido abordando los casos conforme fueron emergiendo, hay una necesidad urgente de formular orientaciones pastorales a nivel nacional para tratar este tipo de casos. La Conferencia de Obispos Católicos de Filipinas ha pasado por un largo proceso para cristalizar sus orientaciones, que van a ser presentadas a la Congregación para la Doctrina de la Fe. El relativo «silencio» con que las victimas y los católicos asiáticos afrontan los abusos es debido, en parte, a la cultura de «vergüenza», que se basa en una gran estima por la propia condición humana, el honor y la dignidad. Para las culturas asiáticas, la vergüenza de una persona contamina a su propia familia, al clan y a su comunidad. Por tanto, el silencio puede ser visto como la única alternativa para preservar lo que queda de honor. Puede ser también señal de trauma. Sin embargo, muchas víctimas y sus terapeutas han descubierto el potencial de entender la «vergüenza» como aprecio por la propia dignidad, como fuente de respeto de sí mismo y como valor y determinación para actuar en función de la sanación y renovación de la Iglesia, especialmente del clero. En este momento me gustaría hacer referencia a algunos aspectos de la crisis generada por los abusos sexuales por parte del clero. Las experiencias de las Iglesias en 89

Asia han orientado nuestra atención hacia los siguientes elementos: En primer lugar el aspecto personal y relacional. En la visión asiática, que tiende a ser global y centrada en la persona, la sexualidad es vista como parte de la identidad de la persona y de sus relaciones, y no solo con respecto a las preferencias sexuales y las acciones que suscitan. La pregunta fundamental de esta visión de la sexualidad es: ¿Quién soy yo? Si hacemos la pregunta en términos más teológicos y filosóficos, sería ¿Qué es un ser humano? ¿Cuál es el papel de las relaciones en el ser humano? ¿Qué tipo de relaciones son verdaderamente humanas y humanizantes? El segundo aspecto de la crisis es cultural. La crisis ha puesto en entredicho a las culturas asiáticas y los comportamientos culturalmente aceptados. Los obispos de Filipinas están participando en una reflexión sobre la cultura filipina y los elementos culturales que pueden crear posibles ambientes donde se propicien los abusos sexuales o comportamientos indebidos. Señalemos algunos ejemplos de la realidad filipina que pueden tener similitudes con lo que se encuentra en otros países de Asia: 1) La cultura filipina favorece y aprecia el tacto. El tocar a los demás es totalmente natural para los filipinos. La gente se aglomera después de la Misa para besarles las manos a los sacerdotes. Aprecian también un toque suave en reciprocidad por parte de sus pastores. Grupos de adolescentes de uno y otro sexo no ven nada malo en abrazarse o caminar abrazados en público. Acariciamos mucho a los niños. Pero los niños no pueden distinguir claramente entre un toque de afecto o un toque malintencionado. Los niños son susceptibles de ser manipulados por las caricias. 2) La cultura filipina concede mucho poder a los adultos y a las personas dotadas de autoridad. Los menores y los subordinados se ven como «posesiones» de los adultos, que pueden hace lo que les venga en gana en nombre de la disciplina y del bien de las personas. La perspectiva del niño o de los subordinados es rara vez tomada en cuenta. Este vacío puede hacer que los adultos sean insensibles a las emociones, al dolor y a las necesidades de los niños. 3) El concepto de familia es normalmente vago y amplio en la cultura filipina. Llama la atención que el sacerdote es fácilmente contado como un «miembro» más de la familia católica filipina. 4) Nuestra cultura tiende a considerar a los sacerdotes como algo más que seres humanos ordinarios, porque poseen poderes extraordinarios o divinos. Todo tipo de poder puede dañar cuando se usa equivocadamente. Dado que la cultura abriga tantas expectativas sobre la condición humana de los sacerdotes, algunos de ellos ocultan su verdadera identidad y viven una doble vida. La simulación puede propiciar tendencias abusivas. En suma, ante estas situaciones las culturas asiáticas son desafiadas a discernir: ¿qué límites debemos fijar para evitar que las muestras de afecto se conviertan en instrumentos para el abuso? El tercero es el aspecto eclesial. Cuando un sacerdote abusa, aunque la acción no sea criminal para el derecho civil, es claro que los votos eclesiásticos o las normas establecidas han sido violados. Esta crisis nos urge a entender más profundamente la disciplina de la Iglesia y también a ayudar al mundo a entenderla. Un punto en cuestión 90

es el celibato. Una manera más justa y completa de entenderlo tendría que ayudar a situarlo dentro de su rica tradición espiritual, pastoral y canónica. La crisis nos ha impulsado a entender nuevamente la promesa de permanecer célibes y de llevar una vida casta. Esta perspectiva resuena con las tradiciones de las religiones antiguas de Asia. Necesitamos una seria evaluación de este tema, especialmente en la formación, la teología, el Derecho Canónico y las diversas opiniones que existen sobre el tema. Muchas personas piensan que el celibato es simplemente una regla que la Iglesia conservadora quiere mantener para seguir la tradición. Algunos la consideran el origen de los abusos. Otros defienden el celibato, pero de un modo poco argumentativo y demasiado legalista, lo que la hace inefectiva. Necesitamos una consideración más serena y comprensiva sobre el tema. El cuarto es el aspecto legal. Las leyes de los diversos países asiáticos consideran algunos actos sexuales como criminales. Existen también definiciones legales que no siempre corresponden a nuestro uso ordinario de los términos. Por ejemplo, es bueno saber la definición que la ley local da de un menor, de la violación, del acoso... Existen leyes que salvaguardan el bienestar de los empleados. La manera en que la ley define el acoso en el lugar de trabajo debe ser conocida por quienes tienen responsabilidades dentro de la Iglesia. ¿Qué clase de afecto y qué tipo de regalos son legalmente aceptables? ¿Qué se puede considerar «aco so»? La diversidad de las situaciones políticas en Asia exige que las Iglesias locales instruyan al clero sobre el sistema legal civil de sus respectivos países. Los sacerdotes no están exentos de conocer y observar las leyes del país ni de afrontar las consecuencia por no acatarlas. Debemos apuntar que en Filipinas la jurisprudencia en lo que se refiere al abuso sexual por parte del clero no ha sido aún totalmente desarrollada. Normalmente, seguimos el desarrollo de la jurisprudencia como en los Estados Unidos. El quinto aspecto son los medios de comunicación. El beato Juan Pablo II llamó a los medios de comunicación contemporáneos «el nuevo areópago». Vivimos en un mundo interdependiente e impulsado por la comunicación social. En sí, el mundo de los medios de comunicación social y de Internet constituye una nueva cultura. Como tal, los medios de comunicación necesitan ser evangelizados y pueden servir como medios para difundir el evangelio y sus valores. Pero aquí hay un problema de credibilidad. Los profesionales de los medios de comunicación constatan que, cuando reportan los abusos cometidos por políticos, financieros, etc., la Iglesia lo aprecia; pero cuando reportan anomalías dentro de la Iglesia, son tachados de estar en contra de ella y de los católicos, incluso cuando su información proviene de personas cercanas a la Iglesia. En suma, la crisis nos invita a reevaluar nuestra relación con los medios de comunicación. Así como nosotros los invitamos a ser justos y verdaderos en todo aquello que reportan, la Iglesia tendría que estar preparada a estar bajo el escrutinio de los medios de comunicación, siempre y cuando estos cumplan las normas básicas de justicia y rectitud. No podemos ignorar el hecho de que en algunas partes de Asia ha penetrado en los medios de comunicación un 91

sentimiento anti-cristiano. Finalmente, está el sentido espiritual y pastoral de la crisis. Esencialmente, la cuestión para el clero es la de la integridad personal delante de Dios y de la Iglesia. Admito que algunas de las bellas enseñanzas de la Iglesia sobre el sacerdocio no siempre son observadas por nosotros, los sacerdotes. La integridad en el ejercicio del ministerio y en las relaciones interpersonales se nos ex¡ ge no solo por el bien del clero, sino también por el bien de la comunidad. La iglesia es dañada y herida cuando los pastores son abusivos en su comportamiento. La crisis, definitivamente, tiene una dimensión pastoral. 2. Algunos elementos de carácter pastoral en respuesta a la crisis Ahora presentamos algunas orientaciones que los obispos de Filipinas han identificado como respuesta a las denuncias de abuso sexual que se han reportado. Muchas iglesias en Asia han optado por las mismas líneas. El primer elemento en la respuesta es el de la atención pastoral a las víctimas y sus familias. Atención pastoral que incluye justicia para las victimas, comprensión, protección y, en algunos casos, restitución. Los líderes de la Iglesia han sido siempre acusados de ayudar al sacerdote que ha cometido los abusos, desatendiendo a la víctima. Es doloroso escuchar a las víctimas. Pero dejarles revelar sus historias no solo les ayuda, sino que despierta una sana compasión en nosotros. Aprendemos cuáles son las dinámicas de acoso y las respuestas de las víctimas a la situación. Tal aprendizaje puede servir como freno al acoso sexual en la Iglesia. El cuidado pastoral de las victimas y sus familias resuena con la cultura y las tradiciones religiosas de Asia, que tienen en gran estima la compasión por los que sufren. El secundo aspecto de la respuesta es la atención a la comunidad herida, ya sea la parroquia, la diócesis o la congregación. Las comunidades donde los abusos ocurrieron han sido también heridas y necesitan atención pastoral. El sacerdote puede ser enviado fuera de la parroquia para poder someterse a una renovación o rehabilitación. La víctima puede cambiar de domicilio. Pero la comunidad permanece. Para una comunidad parroquial, el sufrimiento está en la traición a la confianza. ¿Cómo manejar comunidades cuya confianza sientes que ha sido traicionada por sus sacerdotes? Si no damos los pasos correctos, si no transmitimos empatía, la comunidad llegará a la conclusión de que la Iglesia tolera esta clase de comportamientos, o que simplemente no se preocupa por ellos. De esta manera, sus heridas se vuelven más profundas. Sugiero que se elaboren directrices diocesanas y congregacionales para proteger a las comunidades heridas. Cambiar de pastor no es suficiente. Debemos encontrar un modo efectivo de facilitar que las personas expresen su sufrimiento, para entender, para perdonar y para seguir adelante con esperanza. La tendencia asiática de volver rápidamente al estado de «armonía» nos hace pensar con frecuencia que la herida ya ha sanado, y, sin embargo, puede que no sea 92

así. Necesitamos encontrar maneras de favorecer la sanación que mejor se acomode a la sensibilidad asiática. El tercer aspecto es el cuidado personal por el sacerdote culpable. El culpable se encuentra con frecuencia perdido, confundido y avergonzado. Necesita ayuda, especialmente de expertos, para entender y evaluar su situación. De esta forma, el sacerdote puede descubrir si tiene capacidad para vivir el celibato. Algunas decisiones tendrán que ser tomadas. Y preguntarnos: ¿es este un caso aislado o una señal de la incapacidad de vivir el celibato? La mejor manera de cuidar al infractor es ayudarle a afrontar la falta cometida. Tiene que hacérsele saber con claridad los procesos canónicos y eclesiásticos que gobiernan su caso particular. Los obispos deben observar cuidadosamente los procesos, en especial cuando el caso puede llevar a la pérdida del estado clerical. Y si el culpable decide ser dispensado de las obligaciones del estado clerical, entonces la diócesis o la orden religiosa debe ayudar al sacerdote a iniciar una nueva vida. A través de todo el proceso se deben asegurar todos los pasos para que sea un proceso sin parcialidades, desde la verdad y la compasión. Nos alegra darnos cuenta de que muchos sacerdotes, religiosas, laicos y laicas en Asia se han estado preparando profesionalmente para poder ayudar a los sacerdotes que padecen especiales necesidades. La conferencia de Obispos Católicos de Filipinas (CBCP) estableció y administra el centro Saint John Marie Vianney-Galilee para la renovación del clero, el cual ofrece varios programas, uno de ellos enfocado al cuidado pastoral de sacerdotes ofensores. La CBCP también cuenta con una oficina para los asuntos de los obispos, donde se proporciona una ayuda fraterna a los obispos en situaciones difíciles. El cuarto aspecto, del que se observa una especial necesidad en Asia, es el cuidado de la familia del sacerdote culpable. El sacerdote no es el único que se encuentra perdido, avergonzado y confundido. Los miembros de su familia se sienten traicionados por su hijo o hermano. Incluso se culpan a si mismos: «¿En que nos equivocamos como padres?». Aunque muy pocas veces se expresa con palabras, la culpabilidad invade sus corazones. Se alejan de la comunidad y sufren en silencio. Necesitan atención, particularmente en Asia, donde la deshonra de una persona hiere a la familia y al clan. El quinto aspecto es el cuidado de los sacerdotes que no son culpables. Estos sacerdotes que no han cometido ninguna ofensa se sienten también perdidos, avergonzados y confundidos. Se sienten también temerosos de sus heridas del pasado. Es posible también que los sacerdotes se miren unos otros con cierta desconfianza acerca de sus respectivos pasados. Algunos sacerdotes culpables has sido despedidos del estado clerical, otros están cumpliendo sentencias en prisión, y otros, finalmente, se encuentran recluidos en centros de rehabilitación. Pero ¿quién enfrenta a la comunidad y al resto del mundo? Los sacerdotes no culpables cargan con este peso. Tienen que contestar preguntas. Tienen que compartir la vergüenza de sus compañeros sacerdotes por el hecho de pertenecer al único y mismo sacerdocio. Aunque no hablen abiertamente, pueden suscitarse en ellos dudas sobre su vocación. El cuidado de los sacerdotes no 93

culpables todavía tiene que desarrollarse en las iglesias de Asia. La sexta área es la del cuidado pastoral de los obispos y superiores generales. Es difícil y doloroso ser obispo o superior general en estos días. Te sientes perdido, confundido y avergonzado cuando alguno de tus sacerdotes comete un abuso sexual. Y conforme los ayudas, también los tienes que juzgar. No puedes al mismo tiempo defender al sacerdote y descuidar la obligación de decir la verdad, ser justo y buscar el bien de la víctima y de la comunidad. Los superiores se encuentran, en muchas ocasiones, asediados por todas partes. Son acusados de cubrir la verdad si son discretos. Si son firmes, se les tacha de poco compasivos. Pero la experiencia nos ha enseñado que la inacción, el limitarse a cambiar de lugar a los sacerdotes y la insensibilidad para con las víctimas comprometen la probidad del superior o del obispo. Elogiamos a la oficina de los sacerdotes de la FABC (Federación Asiática de Obispos) por organizar programas de formación que capacitarán a los obispos de Asia para entender y manejar al clero que se encuentra en situaciones de comportamiento sexual inapropiado. La última área es la de la formación, tanto la formación en el seminario como la formación permanente de los sacerdotes. Lo primero es la formación para la madurez humana. De entre los distintos aspectos de la madurez humana, uno muy importante es la responsabilidad en las relaciones. Este es el punto central de la crisis: la capacidad de relacionarse responsablemente. Es preciso desarrollar una sensibilidad especial hacia las mujeres y los niños, entender el propio desarrollo sexual y aprender a trabajar en equipo. Muchos centros de formación, escuelas de teología, comisiones episcopales para mujeres y comunidades religiosas femeninas en Asia han estado activamente involucrados ayudando a seminaristas y sacerdotes en este aspecto y asistiendo también a las victimas. En segundo lugar, está la responsabilidad en el ministerio, que surge de la claridad del sentido y la identidad. Si no tengo claridad sobre mi identidad y el sentido de mi vida, entonces no seré responsable de mis actos como ministro. Soy responsable de todos mis actos en la medida en que tengo claridad acerca de quién soy como sacerdote y del sentido de lo que hago. Como tercer punto está la purificación de las motivaciones. Preguntarse: ¿Por qué elegí este estilo de vida? ¿Fue por el sentido de importancia, de autoridad, que la cultura y la Iglesia le asignan? ¿Fue acaso para poder hacer dinero lo antes posible? En Asia debemos también exhortar a los fieles católicos a no consentir o favorecer a los seminaristas y sacerdotes. Como cuarto elemento, propongo la formación espiritual. Necesitamos desarrollar una espiritualidad que nos permita discernir la llamada de Dios en cada momento y responder en el servicio a Dios a tiempo y en cada momento. Por último, necesitamos tomar pasos preventivos en la formación permanente de los sacerdotes. Los aspectos de la formación mencionados antes deben ser atendidos durante toda la vida de los 94

sacerdotes. Sin embargo, por estar atravesando esta crisis, necesitamos revitalizar la vida en común de los sacerdotes, la oración en común, el compartir recursos, la dirección espiritual, un estilo de vida sencillo y la renovación intelectual, entre otras cosas. Nos alegramos de que el estigma asociado a los «programas de renovación» esté desapareciendo gradualmente. En Filipinas, el Centro Vianney-Galilee de la CBCP ha contribuido en gran medida a hacer que el programa de renovación para sacerdotes sea visto de manera positiva. Los miembros del equipo profesional ofrecen no solo sesiones terapéuticas, sino también programas pro-activos como el de actualización asistida para sacerdotes, cursos sobre la sexualidad humana y en torno a la vivencia del celibato, actualización intensiva para el personal que labora en seminarios, sesiones para sacerdotes que están atravesando la «crisis de la mitad de la vida», y también para los de edad avanzada. El centro ha sido visitado con frecuencia por obispos y sacerdotes de otras diócesis asiáticas. No esperemos a que explote la bomba. Prevenir para que no detone es la mejor respuesta. Las iglesias en Asia comienzan a abordar los casos de abuso sexual y conducta sexual inapropiada por parte del clero. Examinamos las culturas, las tradiciones, las estructuras familiares y las nuevas tendencias en nuestra sociedad para entender las raíces de la crisis. También queremos aprovechar los recursos que ofrecen la filosofía y la religiosidad popular integrada en nuestras culturas, para dar una respuesta adecuada. El recurso más importante para nosotros, sin embargo, es la fe cristiana, que nos impulsa a ser verdaderos discípulos de Cristo en integridad, justicia, verdad y amor. Algunos Materiales de Apoyo -Asian Vocations Symposium: Asian Vocations Today (Samphran, Bangkok [Thailand], 22 - 27 Oct. 2007), FABC Papers No. 123, FABC, Hong Kong 2007. -Sr. BERMISA - M.M.NiLA, That She may Dance Again: Rising from Pain of Violence against Women in the Philippine Catholic Church, Association of Major Religious Superiors in the Philippines, Manila, 2011. -Paulachan KocHAPPILLY, «Sexuality as an Invitation to Intimacy and Integration»: Journal of Dharma 34 (2009), 19-35. -Hormis MYNATTY, «A Comprehensive Vision of Sexuality from a Christian Perspective»: Jeevadhara 33, n. 198, 458-475. -Jose PARAPPULLY, SDB - Joe MANNATH, sis, «Religious and Priestly Formation and Emotional Health»: Vidyajyoti Journal of Theological Reflections 73 (2009), 274-293. -Lawrence PINTO, MSIJ (Ed.), Seminar for Bishops of Asia: Caring for Priests 95

Especially for Those with Difficulties, Redemptorist Center, Pattaya [Thailand], 2731 August 2007, FABC Papers No. 122, FABC, Hong Kong 2007. -Thomas SRAMPICKAL, «Reflections on Celibacy»: Jeevadhara 33, no. 198, 497-509

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P.EDENIO VALLE, SVD* 0. Introducción LA inclusión del tema «Religión, sociedad y cultura en diálogo» en el programa de la presente Conferencia demuestra que sus organizadores han percibido desde un principio la necesidad de situar la crisis interna que sufre la Iglesia en el contexto más amplio de lo que actualmente está sucediendo en la sociedad y en la cultura contemporáneas. Una referencia explícita a la realidad histórica y social, aunque sea rápida, resulta fundamental para plantear adecuadamente el tema más específico del abuso sexual por parte de sacerdotes de nuestra Iglesia. Nos permite orientar la curación y renovación que el Santo Padre nos pide con merecida insistencia, de forma que se puedan discernir con mayor objetividad y lucidez los elementos negativos y positivos que condicionan la manera de vivir la sexualidad en el mundo de hoy. Considerando lo anterior, me propongo dos objetivos principales en mi exposición. Uno es contextualizar social y culturalmente el objeto más inmediato de la Conferencia. El otro es agudizar nuestra conciencia sobre el hecho de que se trata de una cuestión que va más allá de las fronteras de la/s Iglesia/s y de la/s religion/es, pero que la/s desafía de una forma peculiarmente nueva. Los dos objetivos están interrelacionados. Juntos nos permiten ver que únicamente con una respuesta convincente a su pro blema interno tendrá la Iglesia suficiente credibilidad para ejercer las responsabilidades que tiene en la creación de un clima en el que se puedan curar las distorsiones de la sexualidad, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Es el establecimiento de un diálogo respetuoso y honesto entre esas dos instancias. Una condición para que resulten viables medidas ético-filosóficas, políticas, jurídicas, médicas, socio-pedagógicas y religiosas, con vistas a poner límite a la violencia y las distorsiones que las sociedades modernas de consumo y de masas imponen a las personas y a los grupos humanos, incluidos los religiosos. Voy a empezar por trazar un breve cuadro de la situación en Brasil, un país multicultural y en rápida transformación en todos los campos, entre ellos los referentes a las religiones y a las concepciones y comportamientos sexuales. Lo que se observa en lo tocante al problema del abuso sexual' de niños por parte de ministros religiosos y otras profesiones religiosas auxiliares se enmarca en ese contexto.

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En segundo lugar, completaré el panorama con algunas observaciones sobre las situaciones sociológicas y culturales que condicionan históricamente tales abusos en países como Brasil, en los que millones de familias viven en condiciones de desintegración, miseria y abandono, lo que hace que los niños sean incluso más fácilmente víctimas de individuos sexualmente inmaduros. Por último, intentaré hacer un resumen de algunos puntos esenciales que lleven a establecer lo que ha de hacer la Iglesia Católica para influir positivamente en la formulación de leyes, de políticas públicas y del trabajo socio-educativo en defensa de los niños y adolescentes, cumpliendo ante todo lo que es más propio de ella: curar y renovar las mentes y los corazones en línea con los valores evangélicos. Mi presentación se referirá, sobre todo, a la dimensión de la curación psicológica, tal como yo la veo desde mi práctica de muchos decenios como psicoterapeuta y director espiritual de sacerdotes y religiosos - entre los cuales me he encontrado con algunos pedófilos que no contaban con un tratamiento psicológico especializado. 1. La problemática socio-cultural y religiosa de fondo Las transformaciones estructurales que ha creado el modelo globalizado y secularizado, hoy en día dominante en el mundo entero, traen graves desequilibrios entre ciertas configuraciones culturales que han sido útiles en el pasado y otras que emergen de una realidad social nueva, para cuyo cuestionamiento la Iglesia ha de dar respuestas que convenzan. Escándalos como los debidos al abuso sexual por parte del clero han hecho que la opinión pública y los medios de comunicación empezaran a interesarse, casi de manera repentina, por la vida sexual y el comportamiento sexual de los sacerdotes, temática que causa no pocas dificultades a la Iglesia, por tratarse de una cuestión socialmente controvertida. La socióloga Lúcia Ribeiro opina que no hay ninguna necesidad de «demostrar que las formas de vivir la sexualidad - siempre socialmente condicionadas - pasan por cambios profundos» que Ribeiro (2004, pp. 65-66) enumera así, apoyándose en autores como Giddens (1992), Arilha y Calazans (1998); Bozon (1998) y Fuller (1999): •la sexualidad pasa a valorarse por sí misma; •el conocimiento científico sobre la sexualidad humana se ha profundizado, y su divulgación resulta accesible a todos con relativa facilidad; •lo que le da una visibilidad unilateral y exagerada a una dimensión fundamental de la realización humana, pero enfocándola de manera que no favorece la maduración global de la persona; •al adquirir dicha visibilidad, la sexualidad se transforma, de cuestión privada, en tema de 99

debate público, correspondiéndoles a los medios de comunicación y al mercado orquestar la discusión y apuntar los criterios; •simultáneamente, a partir de la llamada «revolución sexual» de los años sesenta, que, pese a haber sido cuestionada, marca un punto de inflexión con cambios significativos, se va afirmando la liberalización de las pautas de comportamiento; •hay también una mayor aceptación de la diversidad sexual que determina la afirmación y una mayor visibilidad cultural de formas alternativas de preferencia sexual que dejan de ser vistas como patología o perversión; •en ese mismo sentido, pese a ser objeto de polémicas, empieza a legitimarse el concepto de derechos sexuales, convirtiéndose en una bandera política de peso; •en los principales países occidentales se organizan movimientos políticos en defensa de las causas LGBT [Lesbianas, Gays, Bisexuales y personas Transgénero]; •lo que da lugar a una tendencia de mayor tolerancia y a un cierto relajamiento en el área moral, toda vez que las normas se vuelven más flexibles, y se afirma una ética del deseo; •todas esas transformaciones afectan de manera particularmente relevante a la mujer, sujeta anteriormente a patrones de control más rígidos. En consecuencia, oscilan también las pautas de comportamiento sexual masculino. No es de extrañar que teólogos, sociólogos y psicólogos empiecen a hablar de una «nueva masculinidad». Para introducir la dimensión del pluralismo y la secularización me valgo de lo que los periódicos brasileños han publicado sobre la postura del Papa Benedicto XVI ante la ola de protestas públicas que se suscitó durante su reciente visita a su tierra natal. Me llamó la atención el énfasis que puso en la secularización como una de los factores que explicarían la actitud no religiosa de muchos de sus compatriotas alemanes. Pienso que, más que su explicación teórica, es su manera de actuar y de hablar lo que puede servirnos como inspiración y guía para el comportamiento que se ha de adoptar en cuanto al abuso sexual de menores, tanto en la sociedad como en la Iglesia. En su vigoroso discurso de Friburgo, el Papa decía que la Iglesia necesitaba «una purificación interior, junto con un despojamiento de su riqueza terrena y de su poder político». Debía respetar la tendencia secularizadora que ha permeado la historia de los últimos siglos, pero que en tiempos más recientes ha adquirido nuevas modalidades de expresión. Dejando de lado preocupaciones simplemente apologéticas, el Papa ha reconocido que esos procesos culturales tan complejos han acabado por hacerle un bien a la Iglesia, «ya que las diferentes épocas han contribuido de manera esencial a su purificación y a su reforma interior» (colaborando para que pudiera) «vivir de manera 100

más libre su llamada al ministerio de la adoración a Dios y al servicio del prójimo». Yendo aún más lejos, en cuanto a las manifestaciones de protesta en contra de su visita a Alemania - en Postdam Platz y en el Bundestag2-, consciente de que esas manifestaciones estaban predominantemente lideradas por grupos hostiles a las concepciones de la Iglesia en lo tocante a la sexualidad y al hecho de que el Papa sea jefe de un Estado religioso, Benedicto XVI ha visto esos comportamientos como expresión del carácter secularizado de la moderna sociedad alemana, tan diferente de la que él conoció cuando era adolescente y, más tarde, como Profesor de Teología y como Obispo. El Papa afirmó que para él era «una cosa normal que en una sociedad secularizada hubiese quien se opusiera a una visita papal». Su posicionamiento sereno y abierto ante las presiones de corrientes antirreligiosas muy activas en la sociedad alemana debe haber valido más que largos discursos de explicación y defensa. El Padre Alberto Antoniazzi (cf. Valle: 2003, p. 127), uno de los más agudos observadores de la evolución vivida por el clero brasileño, sintió la necesidad de asociar el cambio comportamental de los sacerdotes a los cambios que veía producirse en la vivencia de la fe, ya sea en el pueblo católico, ya sea también en sus presbíteros. En países como Brasil, donde el catolicismo de la cristiandad, que duró tres siglos, fue sustituido en un breve lapso de tiempo por otro al que los historiadores de la Iglesia dan el nombre de «catolicismo romanizado», la Iglesia conquistó amplios espacios en la sociedad brasileña. Hoy, pese a todo, es lugar común decir que el modelo colonial que predominó en el escenario religioso brasileño tenía, sociológica y culturalmente hablando, unas raíces frágiles, porque no reconocía la pluralidad cultural existente en nuestro país. El nuevo modelo romanizado siguió ignorando esa realidad conflictiva, pero su implantación tuvo éxito, logrando modernizar y disciplinar el estilo de vida, la formación y el trabajo de la Iglesia. Al finalizar el pontificado de Pío XII, la visibilidad, la organización y la influencia social y cultural de la Iglesia Católica habían llegado a su apogeo. El Concilio Vaticano II, en discusiones más europeas que nuestras, también puso en crisis este modelo. En Europa los tiempos postconciliares también trajeron consigo transformaciones que afectaron profundamente a la vida y la misión de iglesias conocidas por la solidez de sus respectivos cleros (cf. Bressan, 2002; Zulehner & Hennersperger, 2001), pero sin coincidir totalmente con lo que se produjo en Brasil. No obstante, las observaciones de Danielle Hervieu-Léger (1999) sobre los cambios sufridos por la fe católica en países como Francia o España, donde el pueblo católico ha pasado de un régimen de «validación institucional» de la fe a otro en el que la legitimación se da en comunidades, también son pertinentes para Brasil. El católico común ha pasado a valorar más lo que sus comunidades de referencia le plantean como cierto, poniendo en un segundo plano lo que enseña la autoridad instituida y/o propone la tradición. Pero, al mismo tiempo, especialmente en las clases en ascenso social, se ha producido un considerable avance del «individualismo». Las personas han pasado a decidir por sí solas. Su adhesión y pertenencia a grupos no ha desaparecido del todo, 101

pero se ha debilitado. Sin embargo, esa tendencia a subjetivar la experiencia, mayormente la religiosa y la afectivo-sexual, para la mayoría de las personas no es absoluta. Sigue habiendo en las personas y entre ellas lazos de solidaridad. Se mantiene, como dice Hervieu-Léger, una cierta «mutualidad». En Brasil, cuyo proceso de urbanización ha sido rapidísimo, algunos observadores hablan de una masificación (incluso de tipo fundamentalista) de la experiencia de fe y de la sexualidad. Masas urbanas, cuya religiosidad conserva elementos de sus antiguas tradiciones y creencias, buscan una respuesta a sus aflicciones en el pentecostalismo de corte norteamericano, híbridamente combinado con elementos católico-populares. Los grupos católicos que se suman a dichos modelos también reúnen a verdaderas multitudes. Sus sacerdotes, casi todos mediáticos, gozan de gran popularidad y atraen vocaciones laicas, religiosas y sacerdotales cuyo origen es realmente cada vez más «popular». Llaman a la puerta del seminario jóvenes que no han sido socializados en colegios, parroquias y organizaciones católicas. Las vocaciones procedentes de las antiguas clases medias van disminuyendo con rapidez y, paralelamente, hay un incremento de las llamadas «vocaciones populares». Estas últimas radican en los nuevos movimientos, pero mantienen también mucho de sus más antiguas raíces, costumbres y tradiciones. Hoy en día, en las casas de formación y en los seminarios católicos hay un número significativo de seminaristas. Muchos de los sacerdotes más jóve nes tienen la misma procedencia. Una encuesta realizada por el CERIS de Río de Janeiro muestra el perfil cultural-religioso del clero brasileño en 2003 (CNBB-CERIS, 2004), un perfil probablemente muy distinto del que tenía el clero de 30 o 40 años atrás3. En un nivel más general, veo que teólogos de la importancia del Padre Mário Franca Miranda, ex-miembro de la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede, en su libro Iglesia y Sociedad, dedicado al diálogo que la Iglesia, desde su fe, debe saber establecer con la sociedad viva, postula como algo necesario una mayor apertura por parte de la Iglesia en este diálogo, en lo que respecta a las transformaciones, salvaguardado siempre lo que resulta esencial para su misión evangelizadora: «Si la Iglesia no dialoga con la sociedad para ponerse al día en su misión y en sus estructuras, como intuyó Juan XXIII, deja de ser significativa para sus coterráneos. En pocas palabras, falla en su misión salvadora, que es, después de todo, su razón de ser. Pero la misma reflexión vale para el interior de la propia Iglesia, ya que para vivir las verdades de la fe se necesitan las estructuras institucionales correspondientes. Sin ellas, aun siendo correctas y veraces, dichas verdades no logran plasmar y estructurar la vida de los cristianos. Hoy en día vivimos un período crítico de la Iglesia... [que] experimenta el desequilibrio entre una configuración predominante del pasado y la realidad desafiante del presente» (Miranda, 2009, p. 6). Partiendo de estas consideraciones, se pueden hacer dos preguntas: a) ¿tiene lo 102

anterior aplicación al grupo de sacerdotes que abusa sexualmente de su poder sacerdotal?; b) ¿vale también eso mismo para otros presbíteros que adoptan comportamientos afec tivo-sexuales no compatibles con lo que prescribe la Iglesia en el campo de la castidad-celibato por la causa del Reino? Yo diría que mi respuesta a las dos preguntas es positiva; es decir, son hipótesis bastante plausibles que necesitan más y mejores encuestas (véase la parte II del texto) para poder dar una respuesta afirmativa con seguridad'. Para establecer un puente entre lo que se ha dicho en los cinco apartados anteriores y el tema del abuso sexual, me valgo de un segundo texto, obra de otro importante teólogo brasileño, Frei António Moser. Este moralista franciscano menciona tres ejes sociológicos útiles para llegar a comprender el clima cultural que propicia la hiriente aparición y posible aumento de la pedofilia entre sacerdotes católicos: «El contexto de un mundo dominado por el sexo es lo que, sin duda, incide hoy más directamente en los comportamientos de todos. De una u otra forma, todos acabamos contaminados por el aire impuro que respiramos. Pese a todo, quedamos tan solo en ese nivel sería conformarnos con las evidencias, dejando a un lado otros aspectos no menos importantes. No hay duda de que la pedofilia es una aberración, pero tampoco hay duda de que hay muchos otros factores que constituyen un clima propicio para que florezcan las aberraciones en el campo sexual. Hay por lo menos tres ejes' que alimentan ese mismo clima y, por cierto, son tres ejes fuertemente implantados precisamente en las culturas en las que se localizan los episodios más hirientes de pedofilia y de otras parafilias: el primero es el de la banalización de todo lo que es más sagrado; el segundo es el de la insensibilidad con respecto a la miseria que reina en el mundo; el tercero es el de la violencia en todas sus formas que impera en nuestros días» (Moser, 2001, p.7). Esta profunda intuición de António Moser llama la atención sobre aspectos que quizás en países del hemisferio norte no se recordarían con tanto énfasis. Los citaré usando un lenguaje un poco distinto, para dejar más claro lo que quieren subrayar: •la erotización y banalización que somete y corrompe la delicada dimensión de la sexualidad humana, con serias consecuencias éticas y religiosas para la población; •la insensibilidad en cuanto a la marginalización (económica, social, cultural y religiosa) de esa parte de la población brasileña que probablemente es la mayor víctima de abusos, entre ellos el sexual; laviolencia que en muchos aspectos caracteriza la vida cotidiana de esos mismos segmentos en virtud del viciado proceso histórico de nuestra nacionalidad (en Brasil hubo esclavitud hasta 1888), ahora sometida a las presiones de un modelo 103

cultural que ignora y destruye los muchos valores auténticos que siempre han existido en nuestra cultura y en nuestra religiosidad. Los sociólogos y filósofos de la cultura están inventando expresiones nuevas' para traducir lo que, al parecer, está ocurriendo. Z.Bauman, apartándose de una tendencia francesa bastante valorada en Brasil, ha explorado con agudo sentido de la realidad la metáfora de la «modernidad líquida» para hablar de las rupturas responsables por el «malestar» típico de nuestra época. En varios de sus escritos ha demostrado que las sociedades de la modernidad tardía y de consumo se están «derritiendo», con repercusiones di rectas en la «identidad» y «vida» de los individuos (Bauman, 2007, p. 25). Al sentir tan solo como «consumidor-participativo» (1998, pp. 160 y 172) con algún acceso al mercado de ofertas, se da una especie de retorno a la interioridad y a la intimidad del sujeto. La propia crisis que sufre la modernidad llevaría casi, paradójicamente, a la necesidad de que los sujetos sean críticamente reflexivos, pese a que vivan en una cultura masificadora y alienada. En cierto sentido, las personas que viven en sociedades postmodernas no tendrían más salida que rehacer personalmente sus opciones biográficas, toda vez que son esas opciones las que las ayudarán a definir qué es lo que son. Pero también está la otra cara de la moneda, un problema típico de nuestra época que parece repetirse también en un número no despreciable de sacerdotes en Brasil y en el mundo, llevándoles a cuestionarse la forma de vida presbiteral y a abandonar el sacerdocio. Reginaldo Prandi, estudioso del cambio de filiación religiosa entre las religiones populares de Brasil, describe este fenómeno en unos términos que, mutatis mutandis, también podrían aplicarse a aquellos sacerdotes que, al intentar reorientar su vida, creen poder permitirse conductas individualistas que entran con cierta facilidad en el campo de los abusos más o menos leves, también en lo tocante a la sexualidad. Escribe Prandi: «Hubo un tiempo en que cambiar de religión equivalía a una ruptura social y cultural, además de ruptura con la propia biografía [...] Era un drama personal y familiar que representaba un cambio de vida drástico. [Hoy] ese cambio no parece conmover a nadie, como si cambiar de religión fuera ya un derecho incuestionable de quien se ha transformado en una especie de consumidor religioso [...] La religión de hoy es la religión [...] de la pequeña lealtad, del compromiso descartable». (Prandi, 2001, p. 52). El X Encuentro Nacional de Presbíteros (CNP-CNBB, 2004, p. 37) percibía en el clero de principios del siglo XXI un tipo de des-tradicionalización y quiebra de patrones socio-comportamentales del pasado que también constato en la experiencia subjetiva de un buen número de presbíteros que acuden a mí en busca de ayuda psicológica. Experimentan esa misma «pequeña lealtad» que el sociólogo Prandi denuncia en los fieles en general. No opino que esa tendencia sea solo negativa. «La des104

tradicionalización también implica la posibilidad, y hasta casi la necesidad, que lleva a muchos sujetos y grupos afectados por la postmodernidad a sentir la necesidad de asumir reflexivamente su condición de sujetos "libres" y "responsables" de sus actos, actitudes y elecciones. Esos individuos y grupos no se dejan cargar de tradiciones y hábitos instituidos, sienten la necesidad de basar su fidelidad en opciones adoptadas de acuerdo con su conciencia. Son personas "deseosas", no porque las hayan programado los medios de comunicación, las leyes o determinadas verdades prestablecidas, sino porque, teniendo una mayor conciencia de sí mismas y de sus deseos y objetivos, son capaces de discernir con mayor libertad y responsabilidad lo que han o no han de hacer. Esto es, pueden convertirse en sujetos "instituyentes" y no simplemente "instituidos"» (CNPCNBB, 2004, p. 37.). 2. La situación del problema del abuso sexual en Brasil El cuadro sociológico general expuesto en la primera parte de mi intervención sirve para captar y comprender con mayor propiedad la situación vivida por el clero de Brasil. En nuestro país, lamentablemente, no disponemos de datos y análisis tan fidedignos como, por ejemplo, los del John Jay Report (2004; 2006), de los Estados Unidos. Así mismo, nos faltan estudios descriptivos y analíticos como los publicados por Stephen Rossetti (1994; 1996) en EE.UU, o por M.Aletti y P.Gálea (2011) en Italia. Nuestras informaciones sobre el cuadro general y la extensión del problema en Brasil son un tanto precarias. En el campo clínico ya disponemos de más elementos y experiencia, pese a que escaseen las publicaciones de buen nivel. Lo que más falta nos hace son datos resultantes de encuestas bien hechas y que puedan ofrecernos una base fidedigna sobre el estado real de la cuestión. No obstante, las pocas encuestas de que disponemos nos permiten decir con bastante seguridad que la mala conducta y el abuso sexual por parte de clérigos y religiosos brasileños son probablemente parecidos a los que ya han sido mejor detectados, descritos y analizados en otros países con más recursos. Hay, sin embargo, determinados rasgos culturales y sociales que imprimen a nuestra situación un sesgo original que hay que tomar en cuenta. Las diferencias empiezan por la repercusión de los escándalos en la opinión pública y la reacción ante los mismos. Las redes de TV, las revistas y los periódicos de Brasil también divulgan ampliamente los casos que se producen en otras partes del mundo. Esos escándalos nos llegan con detalle a través de las redes internacionales de información que controlan los noticiarios mundiales y nacionales. No obstante, la opinión pública brasileña, incluida la católica, ha reaccionado moderadamente con relación a los episodios que se han hecho públicos. Formulo la hipótesis de que esa relativa moderación en lo tocante a los escándalos de los sacerdotes católicos se deba al hecho de que la pedofilia y la efebofilia son un comportamiento culturalmente más tolerado en Brasil que en los países de Europa y de América del Norte. A la vista está la considerable presencia de prostitución infantil, sobre todo femenina, y el peso del turismo sexual en algunas 105

capitales y ciudades de veraneo que atraen a europeos justamente por la facilidad que hallan aquí para la explotación sexual de menores, prepúberes y adolescentes. Las autoridades de Brasil y de la Iglesia brasileña no han permanecido indiferentes ante una situación que exigía actitudes y políticas definidas. Ha habido reacciones, y el Estado y las iglesias, ecuménicamente, con una presencia destacada de la Iglesia Católica, han tomado muchas iniciativas. Por lo que respecta a la acción del Estado y del Congreso Nacional, por ejemplo, se tomaron algunas medidas importantes en cuanto a la protección del niño y la penalización del abuso sexual, tanto contra los menores como, en otro aspecto, contra las mujeres. Las iniciativas que han tenido más peso y han traído perspectivas nuevas para las prácticas sociales han sido tres: el Estatuto del Niño y del Adolescente, de 2001; la Ley Maria da Penha sobre protección de la mujer; y la creación en el Congreso nacional de una Comisión de Investigación sobre la pedofilia. Sus efectos benéficos ya se pueden observar en el día a día y en las acciones de contención y reeducación. De ahí se han derivado normas jurídicas más precisas y enérgicas con respecto al delito de pedofilia y se han creado instancias especializadas (Secretarías de Estado, Delegaciones de Policía y hasta Ministerios a nivel nacional) a quienes corresponde hacer cumplir esas leyes'. La participación de la Iglesia Católica ha tenido mucho peso en el respaldo a esas y otras iniciativas'. En el ámbito de su acción pastoral directa, en especial tras la redemocratización del país (1985), la Iglesia ha ejercido un papel de liderazgo activo. Baste mencionar algunos de sus grupos de pastoral social: la Pastoral del Menor, la Pastoral de la Mujer Marginalizada, los Grupos de Madres y las muchas ONGs de inspiración católica y ecuménica que trabajan formalmente en defensa de los derechos humanos, actuando en miles de organizaciones locales denominadas «Consejos Tutelares», elegidas por el pueblo y legalmente reconocidas por el Gobierno como responsables de la primera defensa de los niños y adolescentes víctimas de cualquier forma de violencia y abuso. El trabajo de hormiga de esas Pastorales y Organizaciones proporciona a las mujeres y a los niños, a veces de manera indirecta, una mayor conciencia de sus derechos ciudadanos, colaborando desde el punto de vista psicológico y cultural a aumentar la autoestima de millones de familias que viven en la miseria. En ese sentido hay que mencionar la acción perseverante de Don Luciano Mendes de Almeida en cuanto a la elaboración y puesta en práctica del Estatuto del Niño y del Adolescente y la obra de la Dra. Zilda Arns, higienista, cuyo trabajo pastoral y médico-pedagógico beneficia actualmente a cerca de dos millones de niños y familias pobres solo en Brasil. El trabajo de campo de la «Pastoral del Niño» lo realizan hoy cerca de 150.000 voluntarias especialmente entrenadas para ello. En sus primeros años, la acción de esa Pastoral se concentraba más en la lucha contra las enfermedades que diezman a la población infantil de familias pobres. En poco tiempo, el contacto con las madres y las familias pasó a tener objetivos socio-educativos, como el de obtener un desarrollo afectivo-sexual 106

saludable para los niños y para toda la familia. Así las cosas, ha de decirse, en resumidas cuentas, que la Iglesia Católica ejerce un papel importante en la lucha contra la violencia de que son víctimas niños y adolescentes y en contra de su explotación sexual. Pero la llaga de ese mal es mucho más profunda. Tiene características estructurales cuyas raíces vienen del pasado y hallan un fuerte punto de apoyo e incentivo en el modelo económico y la matriz cultural que predominan hoy en día. Sin embargo, en cuanto a nuestro problema más inmediato, el del abuso sexual por parte de sacerdotes, la Iglesia de Brasil está dando los primeros pasos. No hay lugares donde acoger, recuperar y curar a las víctimas, a las que, por regla general, tan solo se las retira de la escena. En cuanto a los sacerdotes infractores, la asistencia psicológica y religiosa, si se propicia, deja mucho que desear. Las medidas adoptadas suelen ser improvisadas y paliativas. No hay centros especializados para acoger y atender ni a los sacerdotes ni a sus víctimas. Se le presta poca atención a las consecuencias que tienen los comportamientos de los abusadores para la comunidad en la que se cometen los abusos. Últimamente, en parte gracias a la insistencia de la Santa Sede, se le presta más atención a la pedofilia, pese a que las medidas parecen limitarse más bien a la aplicación de sanciones canónicas, como el apartamiento o la suspensión de las órdenes. Las diócesis que han conocido casos de presbíteros condenados a prisión o que están sub judice también perciben mejor la gravedad de las implicaciones morales, sociales, jurídicas (¡y financieras!) del problema. Todo hace pensar que en Brasil las condenas también traerán consigo pesadas consecuencias financieras para las diócesis y para las congregaciones religiosas. Personalmente, opino que hay una cierta perplejidad por parte de los obispos sobre lo que se ha de hacer concretamente. No se tiene idea de lo que se podría y se debería hacer. Otros críticos más severos piensan que hay una falta de voluntad política por parte del clero en general. Que yo sepa, no se están programando medidas y procedimientos efectivos a corto, medio y largo plazo por parte de la Iglesia. No se están debatiendo seriamente problemas de fondo. Hay, eso sí, iniciativas puntuales de personas o grupos, pero no una respuesta coherentemente pensada y puesta en práctica en términos de Iglesia. Las anteriores observaciones no significan que la Iglesia no tenga como meta acometer respuestas competentes y urgentes. Un punto fundamental es el de saber lo que está sucediendo de hecho. En esa dirección, presento inicialmente algunos estudios patrocinados por la CNBB para, a continuación, citar otros que han partido de profesionales católicos que se han sentido cuestionados por la problemática del abuso sexual. La primera encuesta descriptiva de que disponemos (cf. Valle, 2003) procede del Consejo Nacional de Presbíteros (CNP), organismo vinculado a la CNBB y cuya tarea es acompañar a la Pastoral de los Presbíteros a nivel nacional. Se trata de una encuesta 107

cuyo objetivo central consistía en valorar el grado de realización personal de los presbíteros brasileños. La muestra incluye a 360 presbíteros de 209 diócesis diferentes. Mediante un cuestionario se preguntaba sobre 15 aspectos relativos a la satisfacción e integración personal correspondientes. Los autores de la encuesta han llegado a sorprenderse de la forma positiva en que respondió la casi totalidad de los participantes (en torno al 90/95%) a la mayoría de las 16 preguntas realizadas. Usando criterios estadísticos bastante simples, los analistas de los resultados (un psicólogo, un sociólogo y un pastoralista) constataron, sin embargo, que en cuatro puntos9 había áreas de palpable inconsistencia que merecían un acompañamiento más cuidadoso; de lo contrario, habría consecuencias para la vida sacerdotal. Voy a explicar mejor en quién aparecen más esas inconsistencias. A efectos comparativos, se dividió a los encuestados en 5 grupos o franjas de edad. Los dos grupos de presbíteros más jóvenes fueron los que demostraron ser más frágiles en cuanto a su experiencia afectivo-sexual. Eran los sacerdotes que aquel año llevaban en el ejercicio de su ministerio entre 1 y 5 años y 6 y 10 años, respectivamente. Un tanto por ciento estadísticamente significativo de esos dos grupos de edad se declaró «poco» o «nada» seguro en cuanto a su integración afectiva y sexual`. Esos mismos segmentos fueron los que también se confesaron insuficientemente seguros en su vida espiritual". Afectividad y espiritualidad son, sin duda, dos aspectos que, tomados en su conjunto, pueden generar un estado anímico propicio a la búsqueda de compensaciones fuera de lo que la Iglesia plantea como modelo ideal para vivir el celibato sacerdotal. La debilidad en esas áreas significa que la maduración psico-afectiva y espiritual, especialmente de los presbíteros más jóvenes, exige ulteriores cuidados. Es válido suponer que influye en las «conductas sexuales inapropiadas» claramente detectadas en el clero brasileño por Nasini (2001, pp. 9394). Aun así, no justifica suponer una conexión inmediata entre esas fragilidades psicológicas y el «abuso» o el «acoso» en sentido estricto, y aún menos se las puede responsabilizar del comportamiento pedófilo o efebófílo en sus distintas variantes (L.Sperry, 2003, pp. 1 17-127) y niveles de gravedad (¡bid., pp. 146-167). El segundo estudio lo llevó a cabo un equipo de investigadores del competente Centro de Estadística Religiosa e Investigaciones Sociales (CERIS) de Río de Janeiro. La muestra de dicha encuesta se recogió con mayor cuidado técnico. De los 1.831 sacerdotes seleccionados al azar (del total de 16.634 presbíteros que había en Brasil en 2002), 758 (o sea, el 41%) respondieron a un cuestionario de 33 preguntas. En el análisis de las respuestas, la espiritualidad y la sexualidad volvieron a representar dos aspectos problemáticos, confirmando los resultados obtenidos en la encuesta del CNP. Así pues, queda demostrado que la integración psico-afectiva y espiritual no es algo que se dé sin más en el presbítero, sino que se configura más bien como «una búsqueda cotidiana para mantener el equilibrio con el fin de obtener la integridad de la identidad personal [que a su vez] es una construcción psicosocial, una realidad en constante formación» (CERIS, 2004, p. 15). 108

La encuesta del CERIS ofrece otros datos dignos de consideración. A la pregunta de si el ministerio como tal les daba una experiencia con sentido, la gran mayoría de los presbíteros (el 72%) contestó que para ellos estaba «llena de sentido» en casi todos los aspectos, mientras que para el 21% resultaba realizadora «en algunos sentidos»; pero el 5%, sin embargo, la consideraba «difícil». Son de nuevo datos que confirman lo que ya había puesto de relieve la encuesta del CNP. Teniendo como telón de fondo lo descrito hasta aquí, merece la pena mencionar algo de las respuestas sobre la relación con las mujeres, área en la que se produce la mayoría de los «comportamientos sexuales inapropiados» de los sacerdotes. Este es un tema delicado que, según los encuestadores del CERIS (2004, p. 17), «la Iglesia está abordando con cierta dificultad». Se tiende a tratarlo más en el ámbito interno de los confesionarios y de las consultas psicológicas, pese a que los reiterados escándalos denunciados por los medios de comunicación mundiales estén obligando a la Iglesia a revisar posiciones de ese tipo. Personalmente, constato que en el clero de Brasil hay un deseo de debatir más abiertamente estas cuestiones. Hay otras tres preguntas sobre la relación de los presbíteros con las mujeres. En una de ellas, nada menos que un 90% de los encuestados coinciden en que «la convivencia con las mujeres se ha desarrollado de forma madura y respetuosa», mientras que cerca de un 10% describe la convivencia como algo que resulta «difícil, por el riesgo de implicación afectiva». Otra pregunta inves tiga la posibilidad que le dan los sacerdotes a una implicación afectiva con las mujeres, con las siguientes respuestas: el 55% de los sacerdotes la consideran algo remoto, pero para el 35% no lo es. Las respuestas a una tercera pregunta análoga provocaron polémicas en cuanto a la interpretación de su significado. Son estas: mientras que el 50% de los encuestados decía «no haberse visto nunca implicado afectivamente con una mujer, siendo presbítero», el 41% afirmaba que ya había vivido ese tipo de experiencia en algún momento de su vida presbiteral, y el 16% declaraba que la convivencia con las mujeres había sido «difícil, por su implicación afectiva en el pasado». Concluyo esta parte, repitiendo una vez más que considero tan solo indicativos los datos anteriormente expuestos. Carecen incluso de ulteriores especificaciones y complementaciones, especialmente en lo que respecta a sus dinámicas afectivas (etiología, génesis, desarrollo y posible integración y maduración). Pero merecen desde ahora mismo una consideración inmediata por parte de las autoridades de la Iglesia. Como psicólogo, y basándome en lo que vengo observando hace ya muchos años en mi atención a presbíteros, orientada a tratamientos especializados, soy de la opinión de que esos datos han recibido poca atención por parte de las autoridades eclesiásticas. No hay duda de que no se puede establecer una conexión directa entre los datos y los abusos sexuales, más concretamente la pedofilia y la efebofilia. De todas formas, los presbíteros frustrados en su realización afectiva y/o espiritual y/o ministerial son probablemente más propensos a comportamientos sexuales que implican abuso - sin excluir el pedofflico- que 109

los que se sienten realizados en ese campo fundamental para personas que anhelan (y siguen anhelando) consagrarse a Dios y a sus hermanos como presbíteros de la Iglesia. ¿Cómo se dan, entonces, los solapamientos? Lo que se produce es más bien una facilitación, reforzada por el clima eróticosexual extremadamente permisivo y seductor que predomina y permea todos los ambientes culturales, incluidos los virtuales. Los seminaristas y los sacerdotes ya no viven encerrados en un mundo exclusivamente eclesiástico y en territorios bien demarcados. Están expuestos a las influencias de un ambiente cultural más amplio. Llegan a frecuentar ambientes totalmente distanciados de lo que la Iglesia propone al común de los fieles. Se ha producido, sin duda, una secularización progresiva de los estilos de vida y del papel del sacerdote. Entre los campos más afectados se cuentan los de la sexualidad y el comportamiento sexual. Hay contaminaciones casi inevitables. Al fin y al cabo, los sacerdotes son hijos de la modernidad que está ahí. A cada uno le toca la tarea de aprender a lidiar con esa realidad, en la que la maduración humano-afectiva, sexual y espiritual ha de pasar por la criba de su vocación y misión de presbítero. También merecen describirse rápidamente otras dos encuestas que ofrecen datos empíricos más precisos sobre el comportamiento sexual abusivo. La más esclarecedora y amplia es la que resulta de una tesis doctoral defendida por Gino Nasini (2001) en una Universidad norteamericana. La pena es que, debido a las enormes dificultades que encontró para obtener una muestra estadísticamente válida, el grupo final de encuestados no pueda considerarse de ningún modo como estadísticamente representativo. No obstante, los datos que recoge nos ofrecen un cuadro detallado y bien documentado de lo que aquí nos interesa. Es la mejor de todas las que hay disponibles en Brasil12. Nos puede servir como referencia hasta que se lleven a cabo ulteriores encuestas. Las muchas tablas y comentarios de Nasini ponen a nuestra disposición un cuadro general probablemente muy próximo a la realidad. Al encontrar serias dificultades para llegar de forma directa a los sacerdotes, Nasini echó mano de sacerdotes informantes que conocen bien la situación de sus colegas presbíteros. Consiguió la colaboración de los miembros del CNP (Consejo Nacional de Presbíteros) y, a través de ellos, también de los regionales. Nasini envió cuestionarios a 435 de ellos. La respuesta, lamentablemente, fue un fracaso. Apenas si contestaron 62 encuestados (esto es, un 14%). De los 62 que respondieron, no obstante, el 77% decía conocer personalmente casos concretos de abusos y conductas sexuales inapropiadas por parte de los presbíteros de sus respectivas diócesis. En total, enumeraron 243 casos relacionados con comportamientos impropios de los tipos que se exponen a continuación. Son números que dan que pensar, pese a que su validez estadística sea altamente cuestionables desde el punto de vista de la encuesta. Cuadro 01: Desglose de 243 casos de abuso sexual y mala conducta

110

Sólo con echar un vistazo superficial al cuadro anterior resulta fácil sacar algunas conclusiones L3. La primera conclusión se refiere al número de pedófilos, que, en sentido estricto, es relativamente pequeño (un 2%). Es un porcentaje que se sitúa dentro de lo que sucede en la población general con individuos del sexo masculino que se dedican a profesiones auxiliares. La segunda: todo indica que el comportamiento sexual del grupo encuestado por Nasini tiene una fuerte orientación hacia comportamientos homosexuales dirigidos predominantemente a adultos (un 35%) y púberes (un 12%) y no a niños. En tercer lugar, hemos de decir que el cuadro más problemático desde el punto de vista del celibato es el que atañe a las relaciones con mujeres (un 52%). Sin duda, algunos de esos casos no son consensuales, sino que en algunos debe de haber acoso y algún uso del poder que otorga el sacerdocio. Con los datos de Nasini no hay forma de saber si hubo o no abuso psicológico o físico por parte de los sacerdotes en sus relaciones con las 126 mujeres y los 28 adolescentes. En sí, tampoco hay elementos suficientes para evaluar los abusos y engaños que hayan podido producirse en dichas relaciones. Mi práctica pastoral y psicoterapéutica me inclina a opinar que sería totalmente ingenuo pensar que eso no ha sucedido, especialmente en los casos en los que están implicados adolescentes. Con referencia al campo clínico propiamente dicho14, solo conozco una encuesta brasileña (Silva, 2008) que proporciona datos sobre trastornos sexuales de sacerdotes. Dicha encuesta ha estudiado la prevalencia sexual de 149 sujetos15 atendidos entre los años 2001 y 2003 por ocho psicoterapeutas del Instituto Terapéutico «Acolher»16. La encuestadora constató que, de ese total de 149 casos, 48 (con edades comprendidas entre 25 y 60 años) incidían en categorías que el DSM IV-TR, así como el CID- 10, definen como «trastornos de la sexualidad», casi siempre asociados a «trastornos de la personalidad» de varios tipos. El Cuadro 02 muestra la distribución diagnóstica de los 48 casos: Cuadro 02: Clasificación de la prevalencia sexual de los 48 casos según el DSM-IV 111

TR

No es este el lugar para un debate más pormenorizado en cuanto a los resultados que constan en el Cuadro anterior. Me limitaré a describir brevemente las categorías diagnósticas que nos interesan de forma inmediata, o sea, las que suelen tener una conexión más directa con los abusos sexuales de menores y otros. Según el DSM IV, esas categorías están relacionadas con el Eje diagnóstico de número II (Trastornos de la personalidad) y el Eje I («trastornos sexuales y de identidad de género»), que, a su vez, abarcan un gran número de indicadores sintomáticos minuciosamente catalogados. Para el CID 10 y el DSM-IV, es aquí donde entran las parafilias (F 65.4 y F 65.8), que constan en el Cuadro 02. Hay que distinguir entre estas y los 23 casos incluidos en el epígrafe F 66 del Cuadro referente a los «Trastornos psicológicos y de comportamiento asociados al desarrollo y la orientación sexual». Aquí es donde se incluyen por regla general los individuos de orientación homosexual. Nótese que, en su conjunto, representan un 62% de los sacerdotes y seminaristas en tratamiento psicoterapéutico en el Instituto Terapéutico «Acolher». En comparación, los pedófilos aparecen en una proporción mucho menor: son 5 y corresponden a un 10,32% de los 48 sujetos del Cuadro 02. Los trastornos sexuales se han de considerar asociados a otros disturbios que pueden provocar importantes disfunciones en la manera en que las personas se relacionan con los demás, con el ambiente que las rodea y consigo mismas. Son categorías psiquiátricas que 112

pueden estar hasta cierto punto asociadas con distintas patologías y trastornos de la personalidad, entre los cuales parecen tener una mayor incidencia los de tipo narcisista, de evitación, el dependiente y el obsesivo-compulsivo. Como ya se dirá en la segunda parte de mi disertación, todos estos trastornos psico-comportamentales se han de comprender a la luz de hechos de la vida cotidiana normal, como son las tensiones familiares o comunitarias, la pérdida de seres queridos, las dificultades y conflictos laborales, el fracaso profesional o, en un aspecto más amplio, las influencias culturales que proceden de modismos divulgados por los grandes medios de comunicación o que se exigen a las personas en función de los grupos de pertenencia o referencia a los que se asocian, aunque no siempre por su propia voluntad. Situaciones más radicales de cambio económico, social, cultural o religioso - como las que se dan en el Brasil contemporáneopueden influir en la mayor o menor intensidad de dichos trastornos psicológicos, dándoles, cada vez con mayor frecuencia, una connotación sexual a la identidad y a la vida religiosa de las personas. Dos teólogos brasileños (Mendonca y Oliveira, 2011, p. 18), que escriben sobre la antropología del presbítero católico, notan que en sociedades como las del Occidente postmoderno se está volviendo bastante común la aparición de «comunidades perchero» (expresión de Z.Bauman, 2003, p. 49), grupos de pertenencia de duración precaria que adoptan un modo cool y distanciado de vivir. En ese estilo de vida, lo que atrae a los sujetos no es relacionarse con el otro, sino compromisos rápidos y fugaces que carecen de la dinámica creativa y la capacidad de asumir riesgos, condiciones estas últimas que suelen prevalecer en grupos saludables. Para los estudiosos susodichos, este representa hoy en día uno de los grandes desafíos que hay que encarar «en la formación de presbíteros, llamados a ser señales sacramentales de Cristo Pastor que da la vida por las personas». Es una situación que fragiliza y hace «líquida» (en el sentido acuñado por Z.Bauman, 2004) la vida comunitaria y afectiva de muchos seminarios. Concluyo esta parte aludiendo a las recientes orientaciones emitidas por la Asamblea General del Episcopado Brasileño de 2011. En esta ocasión, los obispos de Brasil han aprobado un documento con orientaciones y procedimientos relativos a las acusaciones de abuso sexual contra menores (CNBB, 2011). En el fondo, el documento retoma, con elementos propios del derecho brasileño, lo que la Santa Sede ya ha manifestado en varios de sus documentos. En el texto se abordan aspectos psicológicos y aspectos jurídicos de Derecho Canónico y de Derecho Civil y Penal brasileño (Azambuja, 2011). En la parte relativa a las orientaciones prácticas, la atención se centra en la comunicación con la opinión pública y los medios de comunicación, y se alude, de manera un tanto resumida, a la necesidad del acompañamiento pastoral de los casos, terminando con recomendaciones sobre la selección y formación del clero. En lo tocante a los aspectos psicológicos, el documento deja mucho que desear. Los obispos, principalmente los de las muchas diócesis sin recursos, seguirán sin saber qué hacer. Las orientaciones de la CNBB, como tales, representan un paso al frente. Sin 113

embargo, se tiene la impresión de que el episcopado está más preocupado por dar una respuesta a los medios de comunicación que por poner en marcha soluciones factibles para problemas que exigen respuestas inmediatas. No se indica cómo queda la atención pastoral psicológica de los casos más graves; no se dan indicaciones con respecto a la asistencia a las víctimas ni a lo que hay que hacer para ayudar a los presbíteros en peligro; no se mencionan los esfuerzos que la sociedad brasileña está realizando con el objetivo de que, cuando menos, disminuya la incidencia del mal. Hay cuestiones angustiosas para las cuales episcopados como el de los Estados Unidos han adoptado medidas valientes que no se tratan bien en el Documento. Quien conoce la peligrosidad que entrañan las personalidades abusivas, como las de los tipos IV, V y VI, descritos por Ken Sperry (2003, p. 207), se pregunta si las indicaciones del Documento traerán soluciones realistas para ese tipo de casos. Una preocupación que no se puede aplazar por más tiempo es la de la ayuda a diócesis y congregaciones sin recursos, principalmente cuando el diagnóstico apunta a patologías. ¿Son suficientes las medidas canónicas o tratamientos pro forma? ¿Y quién cuidará de las víctimas inocentes? ¿Qué hacer para crear unas condiciones de tratamiento profesional cualificado? ¿Tiene la Iglesia de Brasil condiciones y personal capacitado para fomentar una red de centros de acogida que puedan responder a las necesidades que requiere una asistencia válida para esos casos? ¿Quién financiará los costes de tratamiento? 3. Algunas sugerencias prácticas finales La presente Conferencia tiene objetivos tanto teóricos como prácticos. En mi intervención, considerando el tema que se me ha solicitado («Religión, sociedad y cultura en diálogo»), he procurado incluir los elementos que, en mi opinión, son de mayor utilidad para la formación de un juicio más seguro sobre un problema (el abuso sexual entre el clero católico) que no tiene ni tendrá solución fácil o a corto plazo. Al mismo tiempo, he intentado poner en conocimiento de los participantes de este Simposio los datos estadísticos de que disponemos en Brasil, pues es de ahí de donde se ha de partir para sugerir medidas que sean eficientes y prácticas allí donde se producen los abusos y las malas conductas. De la exposición resulta pa tente que hay una situación, como mínimo, preocupante. Hay indicios que me llevan a sospechar que los datos reales no se están tomando en consideración, lo que me hace suponer que hay silencios y que ciertas verdades duras no se están diciendo. Las soluciones solo se podrán encontrar si hay una voluntad humilde y valiente por parte de las autoridades eclesiásticas y del propio clero. El respaldo a las comunidades que tengan el dolor de experimentar directamente escándalos sexuales será seguramente indispensable para que las medidas tomadas lleguen a sanar realmente las heridas mediante una purificación de la Iglesia, ayudada por la gracia de Dios. 114

Para terminar, y coincidiendo ampliamente con Nasini (2001, pp. 231-235) en su bien fundamentado estudio, indico algunos puntos que me parecen esenciales desde el punto de vista del tema que he intentado presentar: 1.Es preciso que la Iglesia asuma una postura ante los abusos sexuales: •Toda la Iglesia de Brasil, liderada por el Episcopado, necesita adoptar la misma actitud de transparencia y humilde reconocimiento de los errores y omisiones que están impidiendo la «sanación» de esa espina en la carne de toda la Iglesia que es el comportamiento abusivo del clero, aunque tan solo lo cometan muy pocos de sus miembros. •«Ad intra Ecclesiae» se han de debatir y encauzar los aspectos fundamentales que de facto se están aplazando o silenciando. •Ad extra: la Iglesia y todas sus pastorales han de tomar conciencia de que es imprescindible ir hacia un diálogo y una cooperación más sistemática de la Iglesia con las fuerzas vivas de las demás Iglesias y religiones y con las organizaciones de la Sociedad Civil y del Estado que militan en favor de la protección de todos los derechos de los menores y demás víctimas de los múltiples factores que hacen posible y facilitan cualquier forma de abuso sexual. 2.Posibles Comisiones de Orientación •Un Comité Especial ad hoc constituido por Obispos podría asumir la supervisión de todas las medidas que se hayan de adoptar. Le corresponderían las mediaciones con el conjunto del Episcopado y Organismos de la Iglesia ya existentes, garantizando la ejecución de las medidas comunes destinadas a hacer efectiva la curación y sanación que necesitamos implementar. •La experiencia de otros países nos muestra que sería importante (tal vez incluso indispensable) la creación de un Grupo Especial encargado de recoger y sistematizar información para efectuar un estudio de la situación real del problema, a semejanza, por ejemplo, de la John Jay Commission de los Estados Unidos. •Una Comisión Permanente, constituida por especialistas de varias áreas del conocimiento (seglares, religiosos/as y ministros ordenados), podría asesorar y acompañar los procedimientos que se habrán de adoptar, implantados y evaluados en sus efectos en la línea de las indicaciones recientemente aprobadas por la última Asamblea Nacional del Episcopado Brasileño (cf. CNBB, 2011). •La Comisión Nacional de Presbíteros (CNP) podría elaborar, paralelamente, un 115

Código de Ética de los Presbíteros de la Iglesia en Brasil (no solo en lo tocante a la cuestión del abuso sexual), a semejanza de lo que ya han hecho otras categorías profesionales, como los médicos, los abogados y los psicólogos de Brasil. 3.A estas Comisiones les correspondería también: •Garantizar el debido apoyo a las víctimas y a sus familias, así como a las comunidades en las que se hayan producido los escándalos (parroquias, colegios, obras sociales varias, etc.) y a los propios sacerdotes abusadores; y, en caso de ser necesario, deberían sugerir también al Obispo responsable los procedimientos que se hayan de seguir, incluidos losrelativos a las debidas correcciones y/o sanciones previstas por la ley canónica (activación de los Tribunales Eclesiásticos) y por el derecho penal vigente en el país. 4.El acompañamiento médico-psicológico: •Se deberían crear en distintos puntos del país Institutos destinados a dar asistencia especializada a los presbíteros carentes de ayuda médico-psiquiátrica y psicoterapéutica. 5.La CNBB, con ayuda de las instancias susodichas, del Instituto Nacional de Pastoral y de las Facultades de Teología y Universidades de la Iglesia: •Debería fomentar la creación de un Centro de Estudios sobre la Sexualidad Humana que, considerando el enfoque antropológico cristiano y las especificidades sociales y culturales de Brasil, pueda proporcionar asesoramiento para la intervención de la Iglesia en temas cultural y políticamente controvertidos y para la formación del clero, de la Vida Consagrada y del laicado católico en general. Bibliografía ALETTI, Mario - GÁLEA, Paulo (2011), Preti pedofili? La questione degli abusi sessuali nella Chiesa, Cittadella, Assisi. ARILHA, Margareth - CALAZANS, Gabriela (1998), «Sexualidade na adolescencia: o que há de novo?», en Ministério de Planejamento e Orcamento, CNPD, Jovens acontecendo na trilha das politicas publicas, CNPD, Brasília pp. 687-709. AZAMBUJA, Maria Regina F. (2011), Inquiricáo das criancas vítimas de violéncia sexual: protecáo ou violacáo de direitos, Livraria do Advogado Editora, Porto Alegre. BAUMAN, Z. (2004), Amor líquido: sobre a fragilidade dos latos humanos, Zahar, Rio 116

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REY. DESMOND NAIR* La prevención es esencial para proveer una solución contra los abusos sexuales a largo plazo, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Esta presentación se centra en las prácticas de prevención y educación que han sido de gran ayuda en Sudáfrica como respuesta a los abusos sexuales en la Iglesia y la sociedad en general. Preámbulo Si la historia narra el principio del siglo XXI como un tiempo difícil en la Iglesia, entonces dejemos que la historia también registre que este fue un tiempo en que la iglesia aprovechó cualquier oportunidad para aprender de los errores del pasado, para rectificar los errores cometidos y para avanzar hacia adelante con sentido y vigor renovados, especialmente en lo que se refiere a la seguridad y el bienestar de los menores y los más vulnerables. Los hechos ocurridos en otros sectores de la Iglesia en el mundo han tenido efectos en las regiones del sur de África. Cada vez que los medios de comunicación locales publicaron o subrayaron casos e incidentes en otras partes del mundo, hemos tenido que afrontar la aparición de casos similares en nuestra región. El surgimiento de estos casos y el escuchar las historias de otros han permitido afrontar y resolver lo que ha estado encubierto durante muchos años. Es difícil para nosotros imaginar lo que la gente ha tenido que soportar y sufrir en silencio por tanto tiempo. Con la ayuda de la psicología moderna y sus profesionales hemos podido afrontar los hechos del pasado y del presente con mayor compasión, cuidado y comprensión, tanto de las victimas como de los perpetradores, y asegurar la justicia y la corrección moral, así como la correcta y adecuada asistencia a todos los involucrados. Ello ha significado, sin lugar a dudas, una enorme experiencia de aprendizaje para todos. El proceso de aprendizaje continúa. Cada nuevo caso, queja o situación que afrontamos lleva consigo su propia dinámica y sus dificultades. La condición humana es compleja, y el estado clerical conlleva sus propios matices, características y retos. 2. Respuesta inicial y actual a las quejas, prevención y educación 121

En Enero de 1999, la Conferencia de Obispos del Sur de África elaboró un «Protocolo para el personal de la Iglesia en referencia a los abusos sexuales contra menores». Esta fue una respuesta a la preocupación expresada por el Consejo Sudafricano de Sacerdotes durante la asamblea anual celebrada en 1994. Se creó un subcomité de la Conferencia de Obispos que incluía a miembros del Consejo de Sacerdotes. Se estudiaron documentos de otros países y congregaciones religiosas, y el comité decidió adoptar el Protocolo Australiano (Australian Catholic Bishop's Conference, Towards Healing, Hectorville 1996) como documento básico a ser adaptado para su uso en el contexto sudafricano. Una edición revisada fue aprobada por la Conferencia en 2004, y se presentó una serie de directrices como respuesta a las acusaciones de abuso sexual a menores: •La seguridad y el bienestar de las víctimas debe ser la primera y más importante consideración en respuesta a una denuncia sobre abuso sexual contra menores; •Tiene que darse una pronta respuesta a todas las acusaciones de abuso sexual contra menores; •Se debe proveer un cuidado emocional y bienestar espiritual a aquellos que han sido víctimas y a sus familias; •Se debe considerar inmediatamente la protección del menor. Después de haber recibido una acusación, se debe determinar si el sacerdote o el religioso acusado puede continuar ejerciendo el ministerio durante las investigaciones. •Los derechos del sacerdote que pertenecen al ámbito de la justicia natural, del derecho civil y del derecho canónico deben ser respetados; debe también darse una respuesta pastoral apropiada al sacerdote y a la comunidad en general, salvaguardando el derecho a la privacidad de las personas directamente involucradas y a la administración de justicia; •Han de darse pasos positivos y adecuados para restablecer el buen nombre y la reputación del sacerdote o religioso que haya sido falsamente acusado de abuso sexual contra menores. Revisiones adicionales han sido efectuadas en 2007, y más recientemente en 2010, para incluir las Normas de Delitos de Mayor Gravedad aprobadas por el Papa Benedicto XVI el 20 de Mayo de 2010, así como algunas referencias a la legislación de Sudáfrica de acuerdo con la Ley de protección de Menores. Este último protocolo ha sido renombrado «Protocolo para la Investigación Preliminar de las Denuncias contra Sacerdotes y Religiosos con respecto a los Casos de Abuso Sexual contra Menores» y ha sido aprobado por la Conferencia de Obispos de la región. Por otra parte, este protocolo de 2010 es una aplicación en detalle de las directrices del canon 1.717. Adicionalmente, 122

hay un vademécum que acompaña este protocolo. Ambos documentos subrayan el deber del personal de la Iglesia de informar de las ofensas criminales a las autoridades estatales, cosa que ya se ha hecho en algunos de los casos que han sido reportados. En consecuencia con la implementación del protocolo, se han establecido Comités de Conducta Profesional en las provin cias metropolitanas. Además, existe un Comité de Conducta Profesional de la Conferencia de Obispos que coordina el trabajo de los Comités de las provincias Metropolitanas. Profesionales en las siguientes especialidades son nombrados en los Comités Metropolitanos: •Derecho Canónico •Derecho Civil •Psicología/asesoría •Profesionales de salud social/mental •Teología Moral •Medios de comunicación •Un Sacerdote Diocesano •Un delegado del Obispo El trabajo de estos Comités Metropolitanos se remite al comité de la Conferencia de Obispos, que se reúne dos veces al año. 3. Impacto del protocolo en el clero Sacerdotes de todo el país han participado en talleres en lo referente al contenido del protocolo y los pasos a seguir en su aplicación. El protocolo y los procesos fueron vistos inicialmente con sospecha por parte del clero, pero más recientemente, con el impacto producido por las noticias sobre abusos sexuales contra menores alrededor del mundo y las preocupaciones y preguntas que han despertado ente el laicado, se ha provocado un mayor reconocimiento y aceptación de la necesidad de tales protocolos y de la acción y respuesta por parte de la Iglesia. En el transcurso del año 2012 se pondrán en funcionamiento estructuras para poder actualizar al clero y a los religiosos en relación con las últimas revisiones. Esto creará también una conciencia constante de que la Iglesia está dando repuesta a todos los casos de manera seria y profesional y de que los Obispos y Superiores reciben toda la ayuda que necesitan para poder dar respuesta a las denuncias de casos de abusos sexuales. 123

Un documento denominado «Integridad en el Ministerio» ha sido producido por la Conferencia de Obispos Católicos de Sudáfrica (2011) para asistir al clero y a los religiosos en las reflexiones sobre su estilo de vida, la posición de confianza que se les da y la conducta que la Iglesia espera como respuesta a su vocación cristiana. Se espera que todos los sacerdotes y religiosos estén familiarizados con los contenidos de este documento. Además, los candidatos al sacerdocio en los seminarios están obligados a estudiar el documento «Integridad en el Ministerio» y a participar en talleres sobre su práctica y aplicaciones. Se les enseña además el «Protocolo para las Investigaciones Preliminares de las Denuncias contra Clérigos y Religiosos con respecto al Abuso Sexual contra Menores» y los procesos a seguir. 4. Otros documentos que han sido y están siendo elaborados para asistir en la prevención y educación El Instituto Católico de Educación, del que es responsable la Conferencia de Obispos, ha elaborado el documento «Ley para Salvaguardar a Menores en las Escuelas Públicas Católicas de Sudáfrica» (que todavía no he tenido oportunidad de revisar). Ha sido elaborado como una ley de protección a los niños y está dirigido a los trabajadores y voluntarios que trabajan en los Institutos Católicos para la Educación. La Conferencia de Obispos está en proceso de desarrollar una ley que se aplica a los asistentes pastorales, los que trabajan con jóvenes, catequistas y otros laicos que trabajan en la diócesis o que realizan trabajo pastoral en las parroquias, que tendrá como base el «Protocolo para el Personal de la Iglesia en lo que se refiere a la Mala Conducta entre Adultos», aprobado por la Conferencia de Obispos en 2002. Este documento contendrá desarrollos adicionales y será de gran ayuda para los «Comités de Conducta Profesional» en el manejo de casos de abuso sexual y mal comportamiento en que esté implicados algún miembro del clero o algún religioso y una persona adulta. El Comité de Conducta Profesional de la Conferencia de Obispos ha alentado a los obispos a hacer uso de «Cartas Testimoniales, especialmente formuladas, sobre la Idoneidad para el Ministerio» en el caso de sacerdotes o diáconos que desean ejercer el ministerio en sus jurisdicciones. Estas confirman que el sacerdote en cuestión: •Goza de buena reputación en su actual jurisdicción, •Nunca ha sido suspendido o disciplinado canónicamente. •No tiene antecedentes penales ni ha sido declarado culpable de delito criminal. •Nunca se ha comportado de manera que pueda indicar la probabilidad de que se 124

relacione de manera inapropiada con menores o con adultos vulnerables y no ha sido objeto de denuncias a este respecto. •No tiene problema alguno, de alcoholismo u otras substancias, sin resolver. •Puede, por tanto, ejercer el ministerio en la jurisdicción del Obispo. Los obispos que han adoptado estos requisitos para el ejercicio del ministerio en sus diócesis han encontrado en esta práctica una gran ayuda. La «Carta Testimonial» se aplica también para definir la idoneidad para el Ministerio en los religiosos, hermanos, hermanas y otros miembros no-ordenados en formación. 5. Recomendaciones para la implementación en el territorio de las diversas diócesis El Comité de Conducta Profesional de la Conferencia de Obispos ha recomendado que las siguientes acciones sean implementadas en toda diócesis o provincia metropolitana. 5.1. Formación permanente para los Sacerdotes recién ordenados Después de la ordenación, el neo-sacerdote deberá seguir un periodo de formación de cinco años. Además de en la actualización teológica, deberá insistirse en el desarrollo de la formación moral y espiritual. El documento «Integridad en el Ministerio» debe ser reexaminado a la luz de la experiencia pastoral, con especial énfasis en la conducta y el comportamiento que se espera de los miembros del clero. Durante este periodo, la formación permanente debe conceder especial importancia al acompañamiento para la maduración psicológica emocional y sexual y para el desarrollo de habilidades particulares en lo que respecta a las diferentes etapas de la vida por las que habrán de pasar los sacerdotes. Se revisarán también los roles y las responsabilidades que les son confiados y las posibles situaciones con que se encontrarán en el ministerio pastoral. El Consejo Sudafricano de Sacerdotes ha sido animado a desempeñar un papel activo a este respecto. 5.2. Apoyo y supervisión de los sacerdotes recién ordenados Con frecuencia, la escasez de sacerdotes para el ministerio en las parroquias hace que los sacerdotes que han sido recientemente ordenados sean nombrados párrocos, algunas veces en las parroquias de las que provienen, o bien en lugares remotos. Se recomienda que cada diócesis tenga un grupo de sacerdotes expertos, o de mayor 125

experiencia, que estén dispuestos a asumir la responsabilidad de asesorar a los sacerdotes durante los primeros cinco años de su vida sacerdotal. Como figura paterna, se les dará la responsabilidad de orientar, guiar y corregir (cuando sea necesario), así como también dar consejos en temas pastorales y en todo cuanto respecta a la vida sacerdotal en general. Dado el número de casos de abusos en que están implicados los sacerdotes recientemente ordenados, el Comité espera que los programas en los que sacerdotes con más experiencia asesoren a los sacerdotes jóvenes puedan ayudar a prevenir algunas de las trampas que algunos recién ordenados afrontan en el nuevo estilo de vida y el ministerio, fuera de los confines de la vida en el seminario. 5.3. Evaluación psicológica antes de entrar en el seminario Es una necesidad que cada uno de los candidatos al sacerdocio se someta a una evaluación psicológica antes de ser admitido en el seminario. Recomendamos que esta evaluación se actualice regularmente durante los años de formación. Nuestra esperanza es que cualquier incompatibilidad con la vida sacerdotal se detecte a través de este proceso. 5.4. Desarrollo humano permanente para los candidatos al sacerdocio Los seminarios mayores han sido animados a desarrollar e implementar una formación permanente en el crecimiento y desarrollo humano a medida que los candidatos van alcanzando la madurez y abrazan una vida de celibato y castidad, liderazgo, servicio y responsabilidad. Esta necesidad ha surgido a raíz de aquellas experiencias en las que el Comité se ha encontrado con falta de madurez en el comportamiento y las actitudes de algunos sacerdotes recién ordenados. 6. Centro de recuperación (Wellness) El Comité continúa explorando la posibilidad de establecer un Centro de recuperación para sacerdotes que ofrezca asistencia psicológica y espiritual a los sacerdotes necesitados de tal ayuda, proporcionando también un ambiente que les permita descansar, relajarse y renovarse. 7. Conclusión El abuso sexual contra menores (y adultos) por parte del clero y de los religiosos ha causado gran escándalo y un daño inestimable a la Iglesia. Si no se toman medidas decisivas que implementen las medidas preventivas, así como oportunidades para educar, se hará un daño aún mayor y se evidenciará una gran irresponsa bilidad. Estos 126

escándalos son una llamada a mantenerse vigilantes y a actuar con transparencia, honestidad, justicia, humildad y santidad. Si esta llamada es escuchada, entonces la Iglesia puede crecer y renovarse, convirtiéndose en una comunidad afectuosa, vibrante, atenta y llena de fe, enraizada en los valores del Evangelio y auténtica en su misión de servir a Dios y a la humanidad. Nos comprometemos a vivir de manera creciente los valores de Jesús, nuestro Señor y Salvador, quien dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí; porque el Reino de los cielos pertenece a quienes son como ellos» (Mt 19,14).

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JOSEP CAROLA, S7 - MARK ROTSAERT, SJ MICHELINA TENACE HUMBERTO MIGUEL YÁÑEZ, SJ* 1. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones educativas sobre el amor humano. Pautas sobre educación sexual; cf. . EL análisis de los casos de abuso indica que el nexo entre la pedofilia y el celibato es menos significativo que el nexo entre pedofilia y degradación del ambiente familiar. La relación varónmujer, padre-madre, entre ellos mismos y con otros miembros de la familia y el menor, es determinante en la historia de los abusos. La crisis de la familia cuestiona el carácter único de la unión conyugal del varón y de la mujer y, por tanto, también el principio de la fecundidad. La teoría del gender (negación de la dualidad varón-mujer como determinante de la identidad y la maduración de la persona), el aborto (negación de la vida del niño a través de su eliminación violenta después de la concepción) y la pedofilia (abuso de poder sobre uno más débil, un menor, que alimenta un desorden en la vida sexual) tienen en común un significado falsi ficado de la sexualidad, lo que lleva a un rechazo sistemático de la paternidad, de la maternidad y de la filiación. A ello se agrega que, en la opinión común, el celibato religioso fue interpretado como negación de la sexualidad, de tal modo que en la formación se descuidó la integración de la vida sexual afectiva y se minusvaloraron los signos de desviación de los candidatos y de sus formadores. Si Dios es comunión de personas, la humanidad creada a imagen suya lleva en sí los signos de la misma vocación a la comunión de personas. Dios ha creado al ser humano como «varón y mujer» (Gn 1,27). El ser humano encuentra en Dios mismo el origen de su masculinidad y feminidad, llamados a la unidad a través del amor conyugal2. La diferencia sexual ha sido inscrita también en la economía de la salvación, es decir, en la vocación (GS 12; FC 11). El amor es divino en cuanto fuerza de unidad entre las personas, aquello que las hace semejantes (desde el punto de vista de la naturaleza humana) y diferentes (como personas únicas e irrepetibles). La diferencia sexual orienta el amor hacia una unión en la alteridad y hace del amor una fuerza capaz de vencer el 129

egoísmo de considerarse único. Así, el símbolo del amor según Dios es la comunión, una unión en la carne sin fusión de personas, sin posesión y, por tanto, sin muerte, basada en el mutuo respeto. De este modo, nacer varón o mujer conlleva una llamada a llegar a ser una persona capaz de amar a otro y de ser amado como «otro»; una llamada a la búsqueda del otro, a la confianza en el otro... prefiguración de la fe en Dios, el Totalmente Otro. Hay una responsabilidad profunda del cristiano a la hora de testimoniar hoy la fuerza del amor que hace participar al propio cuerpo en la gracia de la salvación, impidiendo identificar la sexualidad con aquella parte de nosotros dejada a merced únicamente de la seducción y del dominio, que no provienen precisamente del sexo, sino del corazón enfermo y del pecado. 2. Las múltiples realidades del pecado Pero ¿qué es el pecado? Precisamente el que es considerado el origen de todos los pecados y es el primero que aparece en la Escritura no está relacionado con la sexualidad; es narrado en los primeros capítulos del Génesis como abuso de libertad, pérdida del paraíso de la relación3. En la relación, el otro es el límite de mi libertad, que lo puede todo, salvo anular la alteridad. En el abuso, la libertad quiere anular la alteridad para poseerlo todo, ser él mismo lo uno y lo otro, la totalidad del ser. Es una idea de libertad como mera expansión del yo sin tomar en cuenta el contexto relacional que la origina. Dios es el Otro con respecto a una humanidad que lo puede todo, salvo ser Dios; puede poseerlo todo, salvo la totalidad del ser, cosa que solo Dios posee; puede conocerlo todo, salvo lo que solo Dios conoce, es decir, la creación y el tiempo. He ahí la grandeza y el límite de la libertad humana. Esto es lo que se indica en el mandamiento que Dios da al ser humano en Gn 2,16-17. El árbol de la vida no es accesible más que a través del camino de comunión, de amor gratuito, de confianza en la libertad del otro y de obediencia a la voluntad divina, porque Dios es principio de toda bondad y de toda vida. Después de la caída, el conocimiento del mal (hacer el mal) se agrega al conocimiento del bien (la familiaridad con Dios). El mal es realizado como rechazo del Otro y como deseo de poseer la totalidad, sin ningún límite. De este modo, «conocer el bien y el mal» (Gn 2,17) será la condición del ser humano, siempre puesto ante el fracaso de un conocimiento que no le procura el Bien (Dios, la vida eterna) ni el amor. Después del pecado, la creatura comete el mal en la búsqueda desenfrenada de vida, usando y abusando de la creación y de las creaturas para colmar el vacío ontológico de amor producido por el pecado. Esta búsqueda de vida, a través del abuso y no a través 130

de la comunión, desemboca en la muerte, que de hecho es el salario del pecado (Rm 6,23). A la vida divina se accede a través de Aquel que es la puerta del Reino de Dios, Jesucristo; Aquel que no ha querido tomar nada para sí; Aquel que no ha querido privilegios, ni el poder, ni servirse de las creaturas para hacerse servir; Aquel que ha conocido y amado el Bien, Dios Padre, y ha hecho el bien que ha conocido, es decir, la voluntad de Dios, obedeciéndolo hasta dar su vida por los pecadores, llegando a ser de este modo Él mismo el nuevo árbol de vida eterna del cual alimentarse. Ha sufrido el pecado y ha tomado sobre sí el mal para sanarlo; ha indicado en su muerte un atajo hacia la vida eterna. En la desviación sexual de los abusos de menores, el mal causado es complejo: el adulto no hace crecer al niño, sino que lo violenta; el creyente no comunica su fe, sino su inmadurez; la vida sexual no testimonia la dignidad de la persona y su vocación a la vida, sino que sigue las desviaciones de la seducción y el dominio, típicas del pecado que lleva a la muerte psíquica, física y espiritual, puesto que la voluntad es tentada por las pasiones (lo que no se puede controlar), y la patología puede llegar a ser la justificación de violencias y injusticias escandalosas. Cuando la teología habla de pecado, es para indicar, en términos típicos para la fe y la revelación, la raíz lejana de los actos malvados, uniéndolos a la primera perversión moral y desviación ontológica, es decir, la perversión de la amistad entre la humanidad y Dios, de la cual derivan las otras perversiones. Al menos dos convicciones acompañan a la fe: sin integración de la sexualidad en la vida humana no tenemos acceso al sentido de la vocación; pero también es necesario considerar que la sexualidad fuera de la vocación a la comunión de amor priva a la persona del código que la hace más humana, en la medida en que está más abierta al misterio de la vida divina. Un pecado es una respuesta personal y libre al Creador y Redentor que acontece en la elección consciente de un mal, motivada por el egoísmo personal. Una pregunta pertinente con respecto a la imputabilidad de un acto se refiere justamente a la capacidad de libertad que una persona puede ejercer en una determina da situación. La teología moral puede decir una palabra sobre el acto libre, pero no tiene ella misma elementos para juzgar cuándo una persona obra libremente o es víctima ella misma de alguna coacción interna que le impide realizar el bien o evitar el mal. Pero ello no autoriza a presuponer con ligereza la falta de libertad, la cual es en sí misma un don y una conquista personal. Así, el principio del voluntarium in causa indica el alcance de la responsabilidad personal más allá del momento presente, para tomar en consideración las causas del estado actual de una persona o de una determinada situación. El dialogo interdisciplinar ayudará a precisar en concreto la situación de un determinado sujeto o de determinadas categorías de personas afectadas por anomalías psicológicas de personalidad por las que su libertad se encuentra limitada o disminuida. Así y todo, se ha de recordar que, si bien 131

la responsabilidad subjetiva llega hasta donde el sujeto es capaz de autodeterminarse por el bien o por el mal, la libertad personal se ha de cultivar siempre a través de todos los medios posibles para superar todo aquello que se pueda, tendiendo a procurar un mayor dominio de sí y una sensibilidad cada vez más profunda con respecto a valores y deberes que solicitan a la persona. Un pecado es un acto interpersonal, ya que al menos es realizado delante de Dios, y generalmente en relación a alguna persona o grupo humano al que se daña. Por otra parte, el acto humano se inserta en un proceso en el que la persona se realiza a sí misma delante de Dios y en relación a los demás, tejiendo de ese modo la historia personal y comunitaria en la que acontecen el pecado y la gracia, la virtud y el vicio, el bien y el mal moral. Por ello, así como el bien tiende a difundirse a través del tejido relacional, también lo hace el mal, creándose de este modo estructuras de bien o de pecado (RP 16; SRS 16c) en medio de las cuales el sujeto es solicitado a actuar conformándose a ellas, o resistiendo, o incluso rechazándolas firmemente. La presencia del mal en la comunidad eclesial llevó a los santos padres a denominar a la Iglesia «santa y pecadora», conscientes de la presencia del Espíritu de su Fundador, que realiza la redención en ella y a través de ella («sacramento de salvación»); pero, contemporáneamente, también la presencia del pecado, obra de sus hijos seducidos por el espíritu del mal. Por ello, a diferencia de Cristo, el único Sumo Sacerdote sin pecado, ningún cristiano puede reivindicar estar libre de pecado. «Si decimos: "no tenemos pecado"» - nos amonesta San Juan-, «nos engañamos, y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1,8). La Iglesia peregrinante es una sociedad mixta de santos y pecadores, cuyos miembros son reconciliados en la misericordia de Cristo. Ella es el campo donde tanto el trigo como la cizaña crecen juntos hasta la última cosecha al final de los tiempos (cf. Mt 13,2430;3643). Ella es la red que contiene tanto peces buenos como malos, que solo serán clasificados cuando la red sea sacada fuera en el Ultimo Día (cf. Mt 13,47-50). Mientras que su vocación es estar sin mancha ni arruga (cf. Ef 5,27), ella reconoce que esta vocación solo se cumplirá plenamente en la vida venidera. Todo fiel cristiano necesita rezar cada día: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden» (Mt 6,12). Los fieles católicos, en cuanto miembros del Cuerpo eclesial de Cristo, son llamados a imitar a este en la administración recíproca de su misericordia, la cual ellos mismos han recibido primero. Así, el primer paso hacia la sanación y la renovación comienza con el reconocimiento sincero de nuestros propios pecados, de nuestra necesidad de misericordia y de nuestra común misión de conducir unos a otros al reconocimiento de la propia culpa para nuestra mutua salvación, una salvación ganada para nosotros por Cristo, el cual llevó la culpa de la humanidad a la cruz. Así, la misericordia de Cristo Cabeza brota hacia los miembros vivos de su Cuerpo eclesial, con vistas a sanar los miembros heridos o muertos por causa del pecado. Es su misericordia la que nos santifica. Mientras camina por el mundo, el cristiano ha de tener presente su situación de lucha 132

entre la carne y el espíritu (Rm 8), en medio de la cual es seriamente invitado a la vigilancia (Mt 25,4; 1 Ts 5,6). 3. El pecado de David: un ejemplo concreto y bien conocido El pecado del rey David (2 Sam 11) presenta una serie de elementos que ilustran e inspiran nuestra reflexión. En primer lugar, el cambio de actitud de un creyente, que en el descuido de su pro pia vocación de rol mediador de la presencia de Yxwx en medio de su pueblo, distrae su atención privilegiando su capricho en desmedro de la lealtad y del respeto debido a un súbdito fiel. Probablemente, la voluntad de poder cegó el corazón del rey David, haciéndole transgredir el precepto divino y provocando un efecto que no se atreve a aceptar oportunamente a través del reconocimiento de su pecado. La acción pecaminosa no registrada como tal le lleva a cometer otros pecados, como es la hipocresía durante su conversación con Urías, a quien tiende a engañar para seducir su corazón, solicitándole que no respete la norma de la pureza ritual, con el fin de encubrir la evidencia de su adulterio. El relato presenta de modo antitético la posibilidad de la pérdida de la piedad por parte del «Ungido de YHWH», en contraposición con la piedad del mercenario extranjero que pone al descubierto la actitud del rey con su comportamiento. Ante la negativa de Urías a colaborar en su plan, David decide ejecutar su muerte valiéndose del valor de su fiel soldado; el relato contrapone la valentía de Urías a la cobardía del Ungido de YHWH. El proceso interior de David es el del empecinamiento en el mal, con tal de encubrir su propio pecado y salvar su reputación a toda costa. El pecado como tal no queda circunscrito a un mero acto, sino que proviene de una actitud previa y se inserta en un proceso personal que, como bien indica San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, va «de pecado (mortal) en pecado (mortal)» (EE § 314). La actitud fundamental del rey ha cambiado, y sus acciones le llevan a una profundización en el mal y a un alejamiento y olvido de YHWH. Pero el pecado también seduce y solicita la complicidad de otras personas, la primera de las cuales es la mujer de Ur as; luego vendrá el intento de inducir a su marido a no cumplir con la norma de la pureza ritual; a continuación, hace cómplice de la muerte de Urías a su general, y hasta el mensajero debe acomodar los hechos para complacer al rey. Seguramente habrá habido otros que vieron, voces que se corrieron...; en definitiva, un mal ejemplo que, dado por el Ungido de YHwx, aparece amplificado. Es la dimensión social del pecado, que no rara vez se estructura solicitando la colaboración directa o indirecta de otros, el silencio cómplice, el mal ejemplo asimilado por otros. Sin embargo, la Sagrada Escritura no oculta estos pecados realizados por los hombres elegidos por Dios para llevar a cabo su plan de salvación. No solo el relato que hemos tomado en consideración abunda en detalles que ponen de manifiesto la maldad de David en su actuación; la misma tradición recoge sin ambages esta realidad cuando, en la genealogía de Jesús, aparece «la mujer de Urías» como madre de Salomón (Mt 1,6). La 133

transparencia con que se narran estos escándalos se basa en la confianza en la actuación de Dios en la historia, recogida en la genealogía de Jesús presentada por Mateo (1,2-17). Y el mismo relato del pecado del rey David desemboca en su conversión, en la que David vuelve a ser el que era, al experimentar el reproche del profeta y la misericordia de su Señor (1 Re 12), si bien el mal realizado continuará su procesualidad en una serie de efectos representados por los castigos anunciados por el profeta (1 Sam 12,10-12). Un análisis apresurado del pecado de David lo centraría en el adulterio y el subsiguiente homicidio de Urías. Sin embargo, hemos visto cómo el relato sugiere un cambio previo de actitud en el Rey que sería la fuente de donde manan los pecados que se suceden como una cadena de efectos que culminan en el homicidio. Más que la «comisión», la forma del pecado es la «omisión»; es decir, todo pecado de «comisión» presupone una «omisión» previa a un nivel profundo de la libertad, de la cual no siempre se es del todo consciente. A través de la narración, el texto nos transmite la finalidad del pecado, que es precisamente la muerte del prójimo. Y ahí reside la seriedad del pecado: lleva a la muerte a través del homicidio de la víctima y la muerte espiritual del asesino, produce la rotura de la comunión y conlleva la pérdida del sentido de la existencia. El pecado sexual, en este caso, evidentemente se basa en la satisfacción de una pasión desordenada, pero a través de ella el Rey corrompe la finalidad de su propia sexualidad para, en lugar de instrumento de amor, hacerla instrumento de egoísmo, que se expresa a través de la violencia, atentando al mismo tiempo contra la dimensión relacional de su propia persona al romper la relación que lo liga a sus súbditos y al pueblo en su conjunto como Ungido de YHWH. La sexualidad, en este caso, es expresión de un poder absoluto que se transforma en violencia, en lugar de servicio. No se trata de disculpar a Betsabé, pero ciertamente una mujer solicitada por el rey, en el esquema de poder de entonces, puede tener connotaciones de abuso. La sexualidad va mas allá de la genitalidad; expresa la totalidad de la persona en su relación interpersonal y social. Es más, como realidad compleja, configura a la persona a la vez que es conformada por ella. 4. Educar a la persona en su dimensión sexuada La educación de la persona en su dimensión sexual requiere instrumentos congruos con la realidad humana de la sexualidad. Ante todo, una educación en la afectividad que se expresa también sexualmente en los diversos niveles que la sexualidad implica. Se trata de comprender la afectividad en su riqueza y potencialidad, para vivir la sexualidad de modo inteligente y creativo, integrando los diversos aspectos y superando la tendencia a disociarlos. La sexualidad se vive en un contexto de valores que asume y expresa en todas sus formas de manifestación4. Para ello será fundamental la valoración personal y 134

del otro, el clima de confianza que favorece la comunicación interpersonal, el cultivo del diálogo en todas sus formas, la gratuidad y el altruismo, la solidaridad y el sentido de justicia. Así pues, la formación personal debería realizarse en un ambiente educativo sano, donde cada uno aprenda a relacionarse cultivando las amistades personales en un contexto de valores encarnado en instituciones y grupos animados por una mística de comunión que el evangelio de Jesús propugnas. La importancia del otro como persona, nunca utilizable como medio, y la dimensión gratuita de la amistad personal son valores que se han de aprender en la misma experiencia de relacionalidad interpersonal, de la que la familia es un lugar privilegiado. Una oportuna información acerca de la sexualidad adecuada a la edad debería ser necesariamente integrada en la formación de la conciencia personal, mostrando el camino de la auténtica libertad que se realiza a través del amor (Gal 5,1). En efecto, solo a través de la experiencia de la gratuidad del amor se puede llegar a comprender el alcance de la obligatoriedad de la fidelidad que compromete a toda la persona en todas y cada una de sus dimensiones, de su pensamiento y de su actividad. 5. Educar a la persona en la mediación del poder como servicio El primer mandamiento de la Primera Alianza proclama al mismo tiempo la unicidad de YHWH como único Señor y el rechazo de los ídolos, es decir, la absolutización de toda realidad intramundana tomada como Dios en lugar de YHWH (Ex 20,2-3; Dt 5,6-7). Este principio clave de interpretación teológica de las realidades humanas o intramundanas llevó a Israel a comprender la misión del Rey como Ungido de YHWH, es decir, como mediador de su presencia en medio de su pueblo, y hermano entre hermanos (Dt 17,20). La teología de la realeza no adjudicaba al Rey ningún rasgo de divinización, como en las culturas vecinas, pero sí una vinculación estrecha a través de la figura de la filiación, mediadora de la presencia de YHWH en medio de su pueblo. A la luz del misterio de la Encarnación, toda mediación humana de la presencia de Dios en la historia humana es relativizada, es decir, puesta al servicio de Dios y de la promoción del hombre. En este sentido, toda autoridad humana es relativa en cuanto constituida por Dios y llamada a mediar su presencia en medio de su pueblo. Los principios teológicos que legitiman el origen divino de la autoridad humana son al mismo tiempo un límite preciso que permite su ejercicio con una clara finalidad de mediación de la presencia de Cristo y de servicio al bien común (Rm 13,1; Jn 19,11). Dios no le puso límites a Adán en su potestad de dominar la naturaleza; sí, en cambio, en el dominio y sometimiento a sus semejantesb. La tentación genesíaca de «ser como Dios» se hace presente en todo ser humano, más aún cuando las circunstancias le llevan a asumir un rol de autoridad en la que es «protegido» por los mismos principios 135

teológicos que lo limitan. Quien asume un rol de legítima autoridad está llamado a asumir su estrecha dependencia del Creador que lo constituye en autoridad, pero también lo limita en su rol legitimado por el servicio al bien común, sobre todo el de los más débiles, cumpliendo en todo la voluntad de Dios, expresada de modo privilegiado en las «Diez palabras» de la Torah (Ex 20,2-17; Dt 5,6-21). El principio teológico de la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza divina, pone un límite al dominio de unos sobre otros. Por otra parte, la misma dimensión creatural exige una cierta regulación de las relaciones interpersonales y sociales, además de la realidad de la concupiscencia, que anida en el corazón humano como consecuencia del pecado e incita a formas de relación interpersonal en las que se privilegia el yo en desmedro del otro, entablando formas de relacionalidad que rebajan al otro a algún modo de sometimiento contrario a su vocación. El ejercicio del poder se legitima moralmente por la necesidad de custodiar y promover el bien común en una determinada sociedad, y desde el punto de vista religioso, para mediar la presencia de Dios según el principio de la Encarnación. 6. Educar a la persona en el sentido de la primacía de Cristo El liderazgo cristiano, tal como Jesús lo define y ejemplifica, es diametralmente opuesto al liderazgo del mundo secular. «Vosotros sabéis» - explica Jesús a sus discípulos - «que los que son tenidos como jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros...» (Mc 10,42-43). Jesús enseña, más bien, que quien ejerce la autoridad en medio de la comunidad cristiana debe servir a los demás. Aquel que está primero debería hacerse es clavo de todos. Cristo mismo da el ejemplo. Primero, insiste en que él no ha venido entre nosotros a ser servido, sino a servir, «a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). En la última Cena, se humilla a si mismo ante sus discípulos y lava sus pies. Después, él mismo explica su actuación: ««Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,1415). Al día siguiente, Jesús revela todas las implicaciones de su liderazgo a través del servicio, al entregar su vida en la cruz. Cuando los cristianos que ejercen su liderazgo a través del servicio miran a su Señor Crucificado, no dejan de recordar que «no es el siervo más que su amo, ni el enviado más que el que lo envía» (Jn 13,16). Así como ha actuado Cristo, del mismo modo deberían actuar ellos mismos. Obispos y sacerdotes participan de un modo único del significado del Sacramento del Orden Sagrado en el liderazgo de Cristo. Ellos están en medio de nosotros y sirven in persona Christi capitis (cf. Catecismo de la Iglesia Católica § 1.548). Describiendo la capitalidad de Cristo sobre su Cuerpo eclesial, San Pablo se refiere al amor de Cristo a su Iglesia, un amor que la purifica y la hace santa e inmaculada (Ef 5,25-27). Cristo ha 136

querido compartir de modo especial su misión salvífica con sus ministros ordenados, que ejercen el liderazgo a través del servicio. En las Sagradas órdenes, ellos reciben el triple oficio de gobernar, enseñar y santificar. Gobernar como Cristo gobierna, participando de su autoridad en la Iglesia, significa quitar de sí toda ambición, para servir dándose enteramente, entregando la propia vida, transformándose en instrumento de la gracia santificante de Cristo para aquellos a quienes sirve. Ello significa estar crucificado con Cristo para que su Esposa pueda crecer en verdadera santidad. El fracaso del servicio desinteresado a imitación de Cristo - fracaso a la hora de ejercer la autoridad en la comunidad cristiana como el mismo Cristo hizo - tiene consecuencias negativas para toda la comunidad cristiana. La historia, tristemente, nos ofrece numerosos ejemplos. Pero cuando obispos y sacerdotes sirven como sirve el mismo Cristo, entonces ellos entregan sus vidas por su re baño y dan testimonio creíble de su misión santificadora, edificando de ese modo a la Iglesia. necesitamos Hoy más que nunca, necesitamos un servicio de este tipo. 7. El abuso y los abusos: poder, sexo y dinero El pecado, por el contrario, expresa una voluntad de dominio que utiliza todos los medios posibles a su alcance para hacer prevalecer el propio interés, el propio privilegio, en menoscabo del prójimo, quien es tomado como un medio más, negándole de este modo la fraternidad. El dinero, como expresión del poder, se presenta como posibilidad de dominio sobre todo el universo relacional. La tentación lleva a creer que con el dinero se puede conseguir todo, incluso las voluntades ajenas y hasta el mismísimo amor, contrariamente a lo que proclama el Cantar de los Cantares (Ct 8,7). Lo que el sujeto no es capaz de conquistar a través de la propia donación se hace apetecible a través de la fuerza de atracción del dinero, que no conoce límites. El sexo, como expresión de la propia afectividad, se corrompe toda vez que expresa la voluntad de dominio, en lugar de la propia donación y acogida del otro. La tentación lleva a tomar al otro como objeto de uso, y no como sujeto-prójimo para la comunión. La propia libertad se interpreta como arbitraria expansión del yo en busca de la satisfacción de pasiones arraigadas en el egoísmo personal. La búsqueda de la felicidad se asocia muchas veces con el tener y el disfrute del placer, olvidando la dimensión espiritual de la persona que se realiza en el amor. Solo la experiencia auténtica del amor de Dios nos purificará de las escorias del egoísmo humano que nos llevan a instrumentalizar al otro a través de conductas, gestos y palabras que no tienen otra finalidad que la de extender el dominio y el privilegio propios sobre los demás. Todo tipo de abuso es contrario a la dignidad del hombre: abuso de poder, de saber, 137

de tener, de ser, de seducciones..., son perversiones todas ellas que se manifiestan en un estilo de vida, de comportamientos, de pensamientos, que constituyen otras tantas desviaciones, entre las que se cuenta el abuso sexual del menor. Y es precisamente en un horizonte de desviaciones donde se sitúan otras que reflejan la misma mentalidad: la hipocresía como sistema de vida; el deseo desenfrenado de hacer carrera; la aspiración a ocupar puestos de prestigio; el placer de ejercer el poder sobre otros; la mentalidad de los privilegios, que es uno de los venenos más perniciosos de la vida espiritual, puesto que produce componendas peligrosas en las relaciones y en los oficios. Como dicen los psicólogos, aquel que abusa de un menor lleva otras huellas de desequilibrio. El delito es la punta de un iceberg complejo y profundo que afecta a la historia personal y familiar, social y cultural; un iceberg que revela en toda su plenitud las numerosas responsabilidades en juego. Sobre la víctima ha caído todo el mal, y en el abusador todo el mal encuentra un cómplice. Desde el punto de vista de la víctima, este delito es un horror sin justificación alguna posible. Desde el punto de vista de aquel que abusa, en tanto se trate de un cristiano que tiene una responsabilidad en la Iglesia, hay que procurar comprender el porqué de semejante fracaso de la libertad, el porqué de tal negación de la vocación cristiana. Cuando el mal se extiende, cuando el pecado golpea la Iglesia desde su interior a través del escándalo, los cristianos, a la vez que se cuestionan, han de orar: ¡Señor ten piedad de nosotros! Señor ¿qué nos quieres decir? ¿Qué mensaje de vida y de verdad conllevan tu justicia y tu misericordia? 8. Educar en la responsabilidad personal Ante el drama de los casos de abusos contra menores y de otros escándalos sexuales por parte de ministros de la Iglesia Católica, se requiere una normativa clara para proceder de modo rápido y eficaz ante estas lamentables situaciones. La urgencia de estas indicaciones no debería distraer la atención sobre la necesidad de cultivar la necesaria responsabilidad personal en todos los niveles de la comunidad cristiana en un clima de necesaria confianza recíproca. Es necesario comprender que la responsabilidad no recae solo en la autoridad eclesiástica. Que esta represente a la comunidad no significa que no deba dar a todos los estamentos eclesiales la debida participación, a diversos niveles de implicación, de la misma responsabilidad educativa, según un espíritu de comunión. Sobre todo en las comunidades de formación de los futuros sacerdotes, los candidatos deben tomar conciencia de la propia responsabilidad en su formación. Es necesario crear un clima de confianza y de responsabilidad para que el formando pueda exponer sin mayores dificultades sus problemas personales, para dejarse ayudar por sus formadores. El formando debe también descifrar cuáles son las limitaciones que le impiden o dificultan seriamente un buen ejercicio del futuro ministerio sacerdotal, de manera que él también pueda discernir con sus formadores acerca de su aptitud. Una carencia seria a nivel psicológico puede ser un signo claro de que el Señor no lo llama al 138

ministerio sacerdotal. Hacerse cargo con sinceridad y realismo del propio límite allana el camino para su curación, permitiendo también de este modo obrar a la gracia en el corazón y en la psique necesitadas de comprensión, de misericordia y aun de perdón. Llevar adelante un proyecto personal a través del celibato presupone una madurez afectivo-sexual suficiente para poder perseverar con la gracia de Dios, la cual presupone siempre la naturaleza del hombre. Quien es capaz de abrirse de verdad al amor vivirá su sexualidad como expresión de su oblatividad'. La renuncia no es un componente accesorio del amor, sino su consecuencia directa, que lo potencia tanto más cuanto más decidida sea. Cuanto más intenso es el amor, tanto más efectiva es la renuncia. A quien ama de veras no le importa renunciar a aquello que se contrapone al objeto de su amor. Y viceversa: cuanto más se debilita el amor, tanto menos firme es la renuncia y tanto más se vacila a la hora de sacrificar lo que es incompatible con el amado/a. Es decir, la renuncia potencia el amor, a la vez que el amor motiva la renuncia. Los grandes místicos, maestros del amor a Dios, también fueron maestros de ascética. No es posible un crecimiento en el misticismo sin una adecuada ascética. Por ello, la verdadera ascesis, la que posibilita y promueve el amor a Dios, no se contrapone a la libertad, sino que la posibilita y promueve. El término «ascesis» significa «ejercitarse», «entrenarse»8. Del mismo modo que los deportistas se entrenan duramente para poder obtener una mayor destreza en su deporte, así también en todos los ámbitos de la vida humana necesitamos un cierto entrenamiento para lograr las metas que nos proponemos. Así entendida la ascesis, como medio para posibilitar y fomentar la mística, como disciplina propia del amor, es necesario repensar creativamente los aspectos concretos de una ascesis que, lejos de coartar nuestra libertad, la potencia en su capacidad más profunda, que es el amor. El cultivo personal de una espiritualidad encarnada será decisivo para llevar adelante una vida espiritual profundamente comprometida con Jesús y su Iglesia. En efecto, todo lo humano tiene que ver con la humanidad de Cristo, y a la luz de su persona discernimos la auténtica humanidad (GS 22). Aun las heridas más profundas de la persona encuentran en Cristo su sentido y su camino de sanación. Por ello, se trata de asumirlas con espíritu confiado en la gracia de Cristo y en el ministerio de su Iglesia, que es servicio de reconciliación y de comunión. 9. ¿Dónde estaba Dios? Hay una pregunta candente de carácter teológico que suelen formular las víctimas de abuso: ¿Dónde estaba Dios mientras sufría el abuso por parte de un adulto? Obviamente, la pregunta adquiere contornos más dramáticos cuando el abusador es un ministro de la Iglesia o un educador o incluso un familiar cercano. La pre gunta surge no solo en la 139

situación de abuso, sino en toda situación donde se hace presente el mal, signo de la nopresencia de Dios. En el caso de abuso sexual de un menor, mayoritariamente de carácter homosexual, al mal sufrido se agrega el escándalo. ¿Cómo puede Dios permitir semejante cosa? Es el misterio de la libertad del hombre, capaz de decidirse por el bien o por el mal, por el amor o por el odio, por la propia donación o por la explotación del prójimo. La Sagrada Escritura comunica no solo la Palabra de Dios, sino también su silencio. La experiencia traumática del exilio del pueblo de Israel, la situación de prueba del justo y, finalmente, la experiencia de la pasión y muerte en cruz de Jesús nos ponen frente al misterio del sufrimiento injusto permitido por Dios, pero también instrumento de purificación, de crecimiento en la fe y en la esperanza, en el amor...; instrumento, en fin, de salvación. Dios no quiere el sufrimiento del hombre, pero le concede el don de la libertad, con la cual puede él elegir el mal, atentando de ese modo contra la dignidad de alguno, provocándole así un sufrimiento injusto. Dios concede el don de la libertad para el bien, para amarlo en el prójimo, para realizarse en el mundo creando espacios de comunión. Pero toda vez que el hombre no responde a su vocación original, allí está Dios de parte de la víctima, aun desde su silencio, obrando a través del Espíritu del amor para convertir los males en bienes, en oportunidades de crecimiento personal y social, de confianza en Dios y no en el hombre, de apertura a la trascendencia a través del perdón. La Sagrada Escritura expresa una estrecha y profunda solidaridad de Dios con las víctimas. Si el mal existe como fruto de la negación de Dios, las víctimas, sobre todo de la injusticia, son objeto de la predilección de Dios. La Iglesia, como sacramento de la presencia actuante de Dios en la historia, sigue el modelo de actuación de Dios mismo, haciéndose solidaria con las víctimas y comprometiéndose en la lucha contra los abusos de menores, en la lucha contra todo tipo de mal presente en la historia de la humanidad; solidaria, por tanto, con toda víctima de cualquier clase de mal, recordándoles una palabra de confort y aliento fundada en la palabra-promesa de Dios en Jesucristo. 10. ¿Qué quiere ser la Iglesia? Dios se manifiesta en la historia del hombre, y es así como a través de su experiencia, sea del bien y aun del mal, Dios tiene una palabra para el ser humano que lo conduce hacia un conocimiento más profundo de sí mismo y de su voluntad. Es así como la Iglesia, cultivando su actitud de escucha de la Palabra de Dios, ha de cultivar también su actitud de escucha de sus propios miembros, sobre todo de aquellos que han sufrido directa o indirectamente abusos sexuales por parte de sus ministros o educadores. La comunidad cristiana, a través de sus estratos intermedios, familias, educadores, escuelas, centros de reflexión..., ha de pronunciar una palabra que recoja en su conjunto lo que Dios quiere decir hoy a su Iglesia. El dialogo sincero y abierto será un camino necesario de discernimiento de la voluntad de Dios. 140

Un aspecto que se percibe hoy día por parte de la comunidad cristiana es la llamada a una mayor o total transparencia en todo cuanto tenga que ver con el ejercicio de la autoridad vivida en el servicio, la cual implica una responsabilidad sobre las personas y sobre los recursos de que se dispone para cumplir la misión. Si bien es cierto que el pecado de los miembros de la Iglesia, sobre todo de sus ministros, escandaliza a sus miembros y a la opinión pública, también es cierto que su ocultamiento puede hacer sospechar o incluso llevar a una hipocresía que, a fin de cuentas, provoca un escándalo aún mayor, una vez que lo que se pretendía ocultar sale a la luz. La Iglesia debe acompañar a las víctimas de abusos, pero no puede renunciar a acompañar a sus victimarios, a quienes hoy se juzga sin piedad, siendo tomados en muchos casos como «chivos expiatorios». La comunidad eclesial no puede dejarse guiar simplemente por las campañas publicitarias adversas que amplifican sus males y ocultan sus bienes. La Iglesia ha de anunciar siempre la misericordia ilimitada de su Señor, sobre todo con respecto a quien se arrepiente de su pecado y se abre al don de la conversión. En la gracia de Cristo encuentra siempre el pecador una nueva posibilidad de vida, de reconciliación, de paz. La emergencia de la problemática de abusos contra menores por parte de ministros de la Iglesia católica no puede quedar a merced de una instrumentalización que siembre la división y la enemistad en el seno de la comunidad. La Iglesia se encuentra ante el desafío de hacer frente al oprobio con honestidad y de poner remedio con eficacia, logrando un acuerdo entre sus miembros para encarar con madurez de espíritu una problemática sensible que pone de manifiesto la llamada del Espíritu a una auténtica renovación. La actitud valiente de Benedicto XVI inspira esta reflexión, que quiere suscitar un renovado compromiso al servicio de la Iglesia, para que esta sea cada día más el reflejo de la Iglesia celestial (Ap 21) en medio de las vicisitudes de este mundo que pasa. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35).

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CARDENAL REINHARD MARX* 1. La conmoción del escándalo de los abusos sexuales y sus repercusiones en la vida de la Iglesia y en el liderazgo al servicio de la misma DESCUBRIR que en el seno de la Iglesia se han producido abusos y maltratos contra niños y adolescentes ha supuesto una profunda conmoción y ha indignado a muchas personas en todo el mundo, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Aun conociendo el inventario de los numerosos errores cometidos por la Iglesia a lo largo de su historia, el alcance de estos abusos, la enorme dimensión del fracaso del clero en sus relaciones con niños y adolescentes, nos ha conmocionado a todos profundamente. A título personal, puedo afirmar que el año 2010, en que el debate sobre los abusos en Alemania alcanzó su punto álgido, fue el peor y más amargo de mi vida. Especialmente durante aquellos meses, me preguntaba una y otra vez: ¿Qué significa esta crisis para la Iglesia? ¿Qué intenta decirnos el Señor con esto? ¿Existe la posibilidad de aceptar un reto tan difícil como una oportunidad espiritual? Hubo - y sigue habiendo en el presente - intentos inmediatos de contextualizar el fenómeno, clasificándolo dentro de un contexto social más amplio de violencia sexual contra niños y adolescentes que también ha ganado visibilidad en otros ámbitos de la sociedad. Esto es sin duda necesario, y los estudios y debates científicos nos ayudarán en los próximos años a comprender mejor las causas de los abusos y los marcos y estructuras más proclives a que se produzcan. Pero para nosotros, como Iglesia, sigue en pie la gran pregunta: ¿Cómo ha podido suceder en nuestras filas? ¿Cómo es posible que niños y adolescentes sufrieran heridas tan profundas, en cuerpo y alma, dentro de la esfera de la Iglesia? ¿Qué lecciones hemos de extraer de lo sucedido, cómo reconsiderar espiritualmente lo ocurrido y convertirlo en un mandato para la Iglesia presente y futura? Al hilo de estas preguntas, desearía formular los siguientes comentarios. 1.1. La discrepancia entre la apariencia y la realidad: la tentación de no afrontar la verdad El propio hecho de que la Iglesia sea una institución dedicada al bien, que representa todo lo sagrado, ilustra por qué la conmoción fue tan profunda tanto dentro como fuera de su seno. ¿Qué es lo sagrado? Para Jesús era - de una forma muy especial - la unión entre el interior y el exterior de la vida de las personas. Él mismo es la imagen de lo sagrado por excelencia. Él es lo que dice, sin discrepancias entre apariencia y realidad. Su vida es idéntica a su misión, sus acciones a sus palabras. Esto apunta también a la naturaleza de 143

lo sacramental, puesto que el sacramento es lo que significa. Y de ahí que Jesús nos inste una y otra vez a poner nuestra vida interior en consonancia con la exterior y a no permitir que nuestras palabras y actos contradigan esta realidad. Porque precisamente de ello acusa a fariseos y escribas. La Iglesia tiene que hacer todo lo posible, tanto en el marco de su estructura institucional como a través de todos sus miembros, para superar esta tensión entre la apariencia y la realidad, y tiene que hacerlo una y otra vez. Por supuesto, no es posible lograrlo únicamente a través de la fuerza moral; sin la gracia, la Iglesia no puede ser Iglesia, y las personas no pueden alcanzar la santidad. Pero también es necesario, tanto para el individuo como para la comunidad, contar con una fuerza moral sólida y con una responsabilidad acompañada de aceptación vinculante y estructuralmente segura. Se trata también de afrontar la realidad del pecado y de avanzar por la senda del arrepentimiento. El debate de los últimos años nos ha ayudado a comprender lo grande que ha sido - y sigue siendo - la tentación de evitar afrontar esta realidad en el seno de la Iglesia. No hay duda de que durante las últimas décadas, ante los episodios de abuso y maltrato, muchos responsables dieron prioridad a la protección de las instituciones, por lo que se produjo un intento de ocultar la terrible verdad, en lugar de reconocerla en toda su amargura. A esta situación contribuyó también el uso de un lenguaje que desdibujaba los límites y restaba importancia a los hechos. Aquellos responsables adoptaron un enfoque centrado en proteger a la institución; y puesto que los sacerdotes se consideraban representantes de la misma, cualquier acusación o cargo imputado a un sacerdote se equiparaba a un ataque contra la propia Iglesia. No se trata aquí de distribuir la culpa a posteriori, sino de reconocer mecanismos a los que hemos de prestar la máxima atención. Hay que señalar que se ignoró sistemáticamente a las víctimas, su punto de vista y su sufrimiento. La sensación de culpa fue escasa o inexistente; y, aun así, el salmo nos recuerda: «¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos» (Sal 19,12). Por lo tanto, retrospectivamente, hay que reconocer una gran deuda de pecado al alegar que entonces se sabía poco sobre las repercusiones que los abusos estaban teniendo en los niños afectados por los mismos. La credibilidad surge cuando la apariencia y la realidad se corresponden, cuando la interioridad y la exterioridad están en la máxima consonancia, cuando lo que uno predica concuerda con el modo en que vive, y cuando lo que se dice se ajusta a lo que se hace. Esta autenticidad ha de ser el distintivo de los discípulos de Cristo. Y, aun así, no es esto precisamente lo que sucede. Este es el motivo por el que la Iglesia ha sufrido una pérdida global de credibilidad, de la que aún tiene que recuperarse. El Papa Benedicto XVI subrayó esto mismo en su discurso a la Curia en diciembre de 2010: «Hemos de acoger esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Solamente la verdad salva. Hemos de preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Hemos de preguntarnos qué había de equivocado en 144

nuestro anuncio, en todo nuestro modo de configurar el ser cristiano, de forma que algo así pudiera suceder. Hemos de hallar una nueva determinación en la fe y en el bien. Hemos de ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos por hacer todo lo posible en la preparación para el sacerdocio, para que algo semejante no vuelva a suceder jamás» (Discurso a la Curia Romana para el intercambio de felicitaciones con ocasión de la Navidad, 20 de diciembre de 2010'). 2. La Iglesia en medio del mundo: el contexto social de la conmoción No hay duda de que la Iglesia vive sumergida en las condiciones sociales imperantes en su tiempo; por lo tanto, todo cuanto dice y hace está influido por dichas limitaciones. Pero precisamente forma parte del misterio de la encarnación el que la Iglesia nunca se pueda considerar aisladamente de su entorno social, como si fuera ajena al mundo. Es una realidad histórica, visible y concreta. Por eso carece de sentido pensar en la Iglesia como si se tratara de una isla o de un barco asediado por un ejército de enemigos. La Iglesia, como pueblo de Dios, vive en medio del mundo, y el mundo está cambiando, plantea distintas exigencias culturales, experimenta progresos y retrocesos. La Iglesia no es del mundo, pero está en el mundo, y dicho mundo la observará continuamente con una mirada crítica, puesto que, al fin y al cabo, de ella emana una elevada demanda moral. De ahí que no resulte sorprendente que, durante los años que ha durado el debate sobre los abusos, las críticas hayan sido especialmente intensas. 2.1. El público y los medios de comunicación La Iglesia no ha estado sometida a la evaluación crítica de la opinión pública y los medios de comunicación - al menos en las sociedades occidentales - únicamente durante los últimos años. De hecho, siempre ha existido una cierta tensión entre, por una parte, la Iglesia y, por otra, la sociedad y, como parte de esta, la opinión pública. El debate público se ve exacerbado por nuestra cultura mediatizada, intensificado a través de Internet y de otros nuevos medios de comunicación. La personalización y el escándalo se han convertido en noticias de primer orden; y sin duda hay medios de comunicación que siguen encontrando motivos para convertir a la Iglesia en su blanco de forma deliberada. Así ha sucedido siempre y continuará sucediendo. Por eso no tiene sentido arremeter contra los medios de comunicación o condenar a la opinión pública; se trata más bien de adoptar una postura de forma abierta y persuasiva a través de una acción ejemplar, de conversaciones y aclaraciones en los medios de comunicación. Las campañas mediáticas que puedan existir solo tendrán éxito si las alegaciones se basan en la verdad. El reto de hacer frente a los medios de comunicación y a la opinión pública han de asumirlo especialmente los obispos. Las técnicas obstruccionistas, la trivialización y la relativización no nos ayudarán a recuperar la credibilidad. Apertura, transparencia y veracidad son, por tanto, insustituibles. No podemos nunca transmitir la sensación de aprovecharnos de los medios. Las declaraciones oficiales y los comentarios públicos de la 145

Iglesia han de ser siempre veraces. En este ámbito, una victoria a corto plazo puede ser efímera y suponer, a la larga, una mayor pérdida de credibilidad. 2.2. Las condiciones del Estado de derecho y la relación entre Iglesia y Estado Los abusos han afectado a la relación entre la Iglesia y el Estado de una forma especial, como lo prueban los debates que han tenido lugar en los últimos años. Aunque la relación entre la Iglesia y el Estado y el estatuto jurídico de la Iglesia varían de unos países a otros, ha de quedar claro que en principio, y en la medida de lo posible, ambos trabajan en estrecha cooperación en estos temas, y que la legislación estatal no ha de percibirse como una injerencia en los asuntos internos de la Iglesia, como venía interpretándose en las últimas décadas. Por supuesto que surgirán dificulta des en aquellos Estados que no reconocen a la Iglesia como institución jurídica o que son abiertamente anticlericales con carácter general. Pero los países en los que el problema de los abusos se ha agudizado en los últimos años son Estados constitucionales cuyos principios reconocemos y acatamos. Ha de considerarse cada marco jurídico específico de forma pormenorizada, y a ello puede contribuir una buena relación con los tribunales y la Fiscalía del Estado. Sin embargo, hay que evitar que los sospechosos se vean situados bajo cualquier tipo de sospecha generalizada y que se incurra en una aplicación excesiva del Estado de derecho. La Iglesia ha comprendido que su jurisdicción y la del Estado no se excluyen mutuamente, sino que más bien deberían complementarse, y que el contacto con la Fiscalía del Estado es necesario cuando existen delitos cometidos por empleados de la Iglesia y siempre estará sujeto a las circunstancias específicas de cada caso. Otro factor social determinante lo constituye el hecho de que la realidad eclesial se percibe hoy a nivel global. Cualquier cosa que suceda en la Iglesia de Sidney, Nueva York, París o Múnich se observa y se discute en todo el mundo. Una Iglesia que opera -y tiene visibilidad - a escala mundial atesora un gran potencial, pero también se enfrenta al reto de que, ocurra lo que ocurra en la Iglesia mundial, puede tener repercusiones hasta en la última parroquia en la que se discute y evalúa lo acontecido. Las consecuencias pueden implicar, por ejemplo, que alguien en Alemania decida abandonar la Iglesia a causa de un escándalo ocurrido en una zona del mundo completamente distinta. Teniendo en cuenta esta globalización eclesial, yo creo personalmente que podemos y debemos desarrollar ulteriormente y mejorar muchos aspectos estructurales, jurídicos y de organización. También en este caso nos encontramos en un nuevo contexto social, un contexto global que plantea un nuevo reto a la comunicación y la organización en el seno de la Iglesia. 3. ¿Cómo pueden responder los obispos? Está claro que, a la luz de la estructura sacramental de la Iglesia, el obispo ostenta una 146

responsabilidad especial con respecto a los aspectos que gobiernan la vida de su iglesia local. En ocasiones, esto se puede percibir como una sobrecarga estructural, y solo es llevadero porque en última instancia es el propio Cristo quien reúne y guía a su Iglesia. Pero la Iglesia es cuerpo de Cristo y es sociedad. Como explica el Cardenal Kasper, «el carácter misterioso de la Iglesia no sublima su naturaleza social». Esta reflexión también repercute en las acciones del obispo como líder. 3.1. Una breve confortación teológica La Iglesia es, de hecho, una estructura que podríamos llamar «calcedónica», como se describe en los documentos del Concilio Vaticano II (cf. LG 8), por analogía con la manera en que el Concilio aborda el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Desde esta perspectiva, la Iglesia es la analogía de la encarnación en sentido teológico; dicho con otras palabras, al igual que ocurre con el misterio de la encarnación de Cristo, la Iglesia es cuerpo y comunidad humana, organización visible e instrumento del Espíritu Santo, misterio y comunidad de forma análoga: del mismo modo que Jesucristo era Dios y hombre al mismo tiempo, «sin división ni confusión», así también la Iglesia es al mismo tiempo la comunidad visible y el cuerpo místico de Cristo. Y por ello se le aplican de forma análoga los principios básicos de la coexistencia humana, como se expresa, por ejemplo, en la Doctrina Social Católica. Por este motivo, la expresión social y la organización de la Iglesia pueden avanzar por el camino del aprendizaje y del cambio histórico sin poner en peligro la estructura fundacional básica que nace de Cristo. Al fin y al cabo, el carácter misterioso de la Iglesia no diluye su naturaleza social, que está sujeta al cambio histórico. En la organización humana visible del pueblo de Dios se revela la obra del Espíritu Santo, que convierte esta comunidad visible en el cuerpo de Cristo. Por eso, el liderazgo del obispo ha de medirse racionalmente en función de la eficacia con que se ejerce y de su orientación hacia los objetivos establecidos. La reflexión racional puede y debe aplicarse incluso a la propia Iglesia, y ello repercute en las acciones del obispo. 3.2. Criterios de las acciones del obispo a la luz de la experiencia con casos de abuso Lo más importante es mantener la concentración en objetivos claros y aplicarlos a un nivel operativo, llegando hasta la organización concreta de la administración. En nuestro contexto, el objetivo claro no es otro que la protección de los niños: garantizar que ocupen un lugar adecuado en el seno de la Iglesia, apoyarlos y orientarlos hacia las oportunidades que Dios les concede, permitiéndoles descubrir que la fe en Cristo le da mayor profundidad a la propia vida, la enriquece y la mejora. A lo largo de los siglos, la Iglesia siempre ha sido un excelente foro para la buena pedagogía, la catequesis, la educación. El obispo ha de dar prioridad a esta labor tan 147

importante, puesto que queda aún más claro que solo se alcanzarán los objetivos perseguidos (buena pedagogía, catequesis...) si se cuenta con personal cualificado, con un control de calidad eficaz, con una buena administración y también con políticas que prevean medidas disciplinarias ante cualquier comportamiento inadecuado. La violencia sexual sufrida por niños y adolescentes nos muestra el lugar absolutamente prioritario que ha de ocupar la prevención para garantizar que la Iglesia sea un lugar en el que niños y jóvenes puedan sentirse realmente seguros. En las últimas décadas, algunos han formulado reservas con respecto al Derecho Canónico, la administración eclesiástica y su burocracia. Sin embargo, la experiencia demuestra que un deterioro de la administración eclesial, que se refleja incluso en el mantenimiento de los registros oficiales, así como el menosprecio de la ley de la Iglesia, de la disciplina y del control de calidad, producen consecuencias indeseables. Esto se pone de manifiesto de forma explícita en el enjuiciamiento de los casos de abuso. 3.3. Orientación al ministerio pastoral de Jesús Los obispos han de inspirarse siempre de forma natural en el ejemplo de Jesús al cumplir con sus obligaciones como líderes eclesiales. No desarrollamos nuestras labores como obispos en nuestro propio nombre, sino en el de Otro. Somos mensajeros, no actuamos simplemente en nuestro propio beneficio. Parte de la espiritualidad del líder consiste en vivir la obediencia como lo hizo Jesús. Por ello, la autoridad episcopal solo se puede ejercer desde el amor, puesto que se trata de una autoridad que se ejerce en nombre de quien «dio su vida en rescate por muchos» (cf. Mc 10,45). Esto ha de quedar claramente visible en el estilo y la calidad del liderazgo del obispo. Esta perspectiva no contradice el Derecho Canónico y la administración eclesiástica; es más, una buena gestión y las visitas sistemáticas son instrumentos a su servicio. Pero el ministerio pastoral de Jesús subraya una vez más que ha de darse prioridad a la perspectiva del débil, especialmente a la de los niños. Jesús quería que ellos ocuparan un lugar central y fueran nuestra guía: «Y Él, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: "En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe"» (Mt 18,2-5). Esta es la norma que ha de inspirar nuestra labor y ante la que hemos de responder de nuestros esfuerzos. 4. Experiencias de las Archidiócesis de Múnich y Frisinga Me gustaría añadir algunos elementos derivados de mi propia experiencia que quizá sean útiles también para otros.

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4.1. El camino gradual hacia el reconocimiento En Alemania, el debate sobre los casos de abuso en la Iglesia comenzó en 2001. El mismo debate en el seno de la Iglesia de los Estados Unidos desencadenó la pregunta de si se habían produci do abusos sexuales en la Iglesia alemana y cómo los había gestionado la propia Iglesia. Sin embargo, el debate tuvo un alcance limitado, puesto que aparentemente la situación no era tan grave como en Estados Unidos. Aun así, en la Conferencia Episcopal Alemana desarrollamos una serie de directrices, y yo invité públicamente a cualquier persona afectada por casos de abuso a manifestarse. Algunos lo hicieron. Pero ni siquiera entonces fuimos plenamente conscientes de la magnitud de la cuestión. Ni tampoco se prestó suficiente atención a las víctimas. Sin embargo, sí existió una voluntad de llamar a las cosas por su nombre de forma transparente, abierta y sin falsas consideraciones, así como de cooperar en cada caso con las oficinas de la Fiscalía del Estado. Solo a comienzos de 2010, cuando salieron a la luz casos de abuso en un colegio de los jesuitas en Alemania, se puso en marcha un movimiento que a nuestros ojos adquirió la velocidad de una avalancha. Incluso, mientras discutíamos un cambio de política en la Conferencia Episcopal Alemana, recibimos noticias sobre casos de abuso en una escuela benedictina perteneciente a mi Archidiócesis de Múnich y Frisinga. De ahí en adelante, fueron pocos los días en que no se publicaron escritos o se produjeron debates sobre los abusos sexuales en la Iglesia Católica. A esto se sumaba el especial interés que esta Archidiócesis revestía para la prensa, puesto que el Papa Benedicto XVI fue Arzobispo de Múnich y Frisinga entre 1977 y 1982, y a algunos medios de comunicación les interesaba considerablemente poder acusar al propio Papa de haber fracasado en este ámbito. Para mí no había duda de que apertura, claridad, educación y un avance proactivo eran la única forma de lidiar con esta crisis. Ello incluía hacer frente a la opinión pública una y otra vez, pero también trabajar en el seno de la Iglesia de forma reveladora y valiente. Se enviaron cartas a fieles y sacerdotes para contribuir a este objetivo. Por encima de todo, en una situación tan tensa, para mí también era importante permanecer al lado de los sacerdotes e impedir que la sospecha generalizada se cerniera sobre ellos, puesto que en su gran mayoría sirven fielmente a nuestra Iglesia. 4.2. La búsqueda de la verdad y su manifestación pública Con el objetivo de acercarnos a la verdad tanto como resultara posible, respondiendo por una parte a la avidez de información de la opinión pública y por otra protegiendo a los sacerdotes de la sospecha generalizada, llevamos a cabo una investigación de todos los registros de personal que se remontara, en la medida de lo posible, al año 1945. El estudio lo realizaron expertos independientes, con miras tanto a los casos de abuso como 149

al comportamiento de los superiores administrativos; el objetivo era aprender del pasado y evitar errores en el futuro. Se presentó al público una síntesis de dicho estudio. El informe completo estaba - y sigue estando hoy en día - guardado bajo llave. El informe indicaba claramente que muy a menudo el tratamiento que se había dado a estos casos estaba orientado a la protección de la Iglesia, y que los registros no eran ni coherentes ni exhaustivos. Para todos los participantes, incluidos los antiguamente responsables, no fue una verdad fácil de aceptar, pero creo que fue beneficioso afrontarla. Por supuesto que se criticó nuestro comportamiento, pero retrospectivamente no hay duda de que esta actitud, que pretendía descubrir la verdad en la medida de lo posible y aprender de ella, fue acogida positivamente tanto dentro como fuera de la institución. 4.3. Admitir la culpa y adoptar medidas concretas Un paso importante consistió en poner énfasis espiritual en la cuestión a través de la aceptación colectiva de la culpa en forma de celebración litúrgica, cosa que se hizo primero con los obispos bávaros, y después con toda la Conferencia Episcopal Alemana. Luego se adoptaron rápidamente medidas concretas, orientadas a la prevención y la educación de sacerdotes y otros empleados, que fueron muy bien acogidas por la opinión pública. A pesar de las numerosas críticas recibidas por la Iglesia, se ponía de manifiesto claramente que la Iglesia Católica había asumido un papel preponderante en la aplicación de medidas para la prevención de abusos sexuales. Con el tiempo, quedó claro que había otros sectores de la sociedad que también tenían que hacer frente al problema. De ahí que en Alemania el gobierno organizara una mesa redonda titulada «Abusos sexuales contra menores en instituciones públicas y privadas y en el seno de la familia», en la que participaron representantes de todos los grupos significativos de la sociedad y de la comunidad científica. Por lo tanto, la Iglesia Católica no fue la única situada en el centro del análisis crítico. Pero queríamos ir más allá de estas medidas. Por ello decidimos participar en esta conferencia y, al mismo tiempo, contribuir al desarrollo de un portal en Internet para la prevención de abusos sexuales. Este proyecto de aprendizaje a distancia se va a presentar en este mismo congreso, y su desarrollo está diseñado para un periodo de tres años. El objetivo del portal multilingüe es facilitar información basada en la red y formación para sacerdotes, diáconos, personal pastoral y profesores de religión. También aspira a desarrollar un enfoque global frente a los abusos en la Iglesia Católica y en la sociedad. Como Archidiócesis de Múnich y Frisinga, contribuimos al contenido, estructura y financiación del proyecto. La Pontificia Universidad Gregoriana ha fundado e inaugurado recientemente un nuevo instituto en Múnich, el «Centro para la Protección de la Infancia», cuyos patrocinadores son la propia Universidad y la Archidiócesis de Múnich 150

y Frisinga. También recibe financiación de otras diócesis, de una orden religiosa y de patrocinadores privados. El Hospital Universitario de Ulm y el Departamento de Psicología de la Universidad Gregoriana de Roma aportan el apoyo científico. Somos cada vez más conscientes de que no se trata solo de un problema alemán, americano o irlandés, sino que la Iglesia necesita trabajar en la materia a escala mundial, especialmente con miras al futuro. Por este motivo se van a lanzar ocho proyectos piloto en diferentes regiones y culturas de todo el mundo. Lo cual demuestra que nosotros, como Iglesia mundial, queremos trabajar juntos, como una red - para garantizar la salud física y mental de niños y jóvenes. Solo así podremos completar la transición, desde una fase de reacción, hasta una actuación positiva y el desarrollo de nuevas perspectivas para el futuro. 5. La crisis como oportunidad de renovación espiritual No hay duda de que el debate sobre los abusos sexuales contra niños y adolescentes ha dañado a la Iglesia en gran medida. Ha conducido a una pérdida de credibilidad tanto interna como externa, y aún no ha terminado. Pero si intentamos comprender estos sucesos también a un nivel espiritual, pueden suponer un gran impulso hacia la conversión y la renovación y, por ende, hacia la recuperación de la credibilidad, paso a paso. Tratar los casos de abuso de forma correcta y coherente, teniendo siempre el valor de ser veraces, puede convertirse en una oportunidad. De hecho, puede tratarse incluso de una contribución a algo que es precioso para el Santo Padre: la evangelización y la reevangelización. Una cosa queda clara: tendremos que seguir lidiando con el debate de los abusos, y la crisis dista mucho de haber concluido. Se trata, más bien, de continuar con el proceso de aprendizaje espiritual y de prestar una atención renovada a la misión de la Iglesia y al testimonio que prescribe el Evangelio. Se trata, en el espíritu de Jesús, de poner la realidad de la vida de la Iglesia en mayor consonancia con lo que nos dice el Evangelio. Este momento histórico, en el que, por supuesto, se escucha la llamada de Dios, prácticamente nos obliga a adoptar una actitud de humildad y acción al mismo tiempo. La parte exteriormente visible de la Iglesia ha de corresponderse con su vida interior; no se puede permitir que la apariencia se separe de la realidad, conduciendo a la Iglesia hacia el falso testimonio. Dejando al margen las medidas y cambios estructurales, se trata, como de hecho pedía el Papa Benedicto XVI, de una renovación espiritual profunda en cuyo centro no se sitúe la supervivencia de la Iglesia o su significado exterior e influencia política, sino la cuestión de si cumple o no su misión de mostrar el camino hacia la comunión con el Dios trino. La labor de la Iglesia consiste en elevar a las personas, alentarlas a redescubrir la fe en el Dios y Padre de Jesucristo, a descubrir y vivir el auténtico potencial de su 151

humanidad. El propio Jesús dijo: «No temas. Solamente ten fe» (Mc 5,36), «Todo es posible para el que cree» (Mc 9,23). Hemos de devolver la visibilidad a una Iglesia que está pre sente para el pueblo, y especialmente para los niños, los pobres y los débiles. Por lo tanto, y sobre todo de cara al debate sobre los abusos, ha de ponerse el acento en trabajar con niños y adolescentes. Sería importante desarrollar una política fundamental y exhaustiva dedicada a niños y jóvenes a través de la educación, la catequesis y la promoción de las familias, que son la base inicial del desarrollo y la promoción de la vida. Después, la Iglesia tendrá que demostrar que realmente es una comunidad comprometida con la vida en sentido amplio, y lo hará a nivel mundial. Especialmente, la Iglesia Católica se ha identificado firme e insistentemente con la protección de la vida y con la defensa de la misma desde su comienzo hasta su final. Y esto es positivo. Pero se trata de la vida en su conjunto, y especialmente de la vida que necesita protección, promoción, formación, educación y amor: la vida de los más pequeños, de los niños y adolescentes. Si la Iglesia asume una vez más la tarea de constituir un símbolo y un sacramento del amor de Dios y de poner la protección y promoción de la vida de los niños en el centro de sus intereses, entonces sus acciones y su labor contribuirán de forma decisiva a la evangelización. Y, como conclusión, la crisis vivida durante los últimos años también puede ser el punto de partida «Hacia la Curación y la Renovación» de la Iglesia en el futuro.

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MICHAEL J.BEMI* 1. Introducción LA crisis internacional de delitos sexuales ha tenido profundas consecuencias negativas en la Iglesia católica. Este es un hecho incuestionable. El coste último de estas consecuencias es imposible de discernir o medir en este momento. Con el tiempo, tanto los historiadores eclesiásticos como los seculares darán sus opiniones, que serán evaluadas por las próximas generaciones. Sin embargo, nosotros, como Iglesia - mucha gente en general en todo el mundo - estamos viviendo actualmente los efectos de la crisis y, por tanto, podemos brindar algún testimonio y análisis sobre el tema. La tarea de intentar valorar el daño causado a la Iglesia por la crisis es ciertamente desalentadora y puede parecer una meta inalcanzable. No puede ponérsele precio a ningún alma. No hay valoración que pueda hacerse a los millares de víctimas cuyas vidas cambiaron para siempre. No puede ponerse un precio a aquellas víctimas que se quitaron la vida por causa de la desesperación. No hay análisis de costes que pueda proporcionarnos el verdadero sentido de lo que le cuesta a la Santa Madre Iglesia, que sigue sufriendo pérdidas todos los días mientras se extiende la crisis alrededor del mundo. San Pablo nos enseña que «...nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo» (Rm 12,5), y si uno de nosotros sufre, todos sufrimos. Estamos aquí reunidos por esa sola razón: para escuchar con claridad el sufrimiento de otros y, juntos, seguir compartiendo y enseñándonos unos a otros a ofrecer sanación y reconciliación. No estamos aquí para calcular nuestras pérdidas; más bien, nos reunimos para valorar las ganancias. Por paradójico que parezca, nos basamos en el poder de Dios y su gracia operante para ver que no todo está perdido. Hemos visto, por medio de esta horrible crisis, el poder sanador de Dios de maneras que nunca creímos posibles. Más específicamente, mucho bien ha venido de las medidas coordinadas de líderes activos en la construcción de comunidades más seguras para niños y adultos vulnerables. Sea como fuere, nunca podremos olvidar las pérdidas. Nos consolamos de nuevo con las palabras de san Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1,21). Nada es más importante aquí que el amor de Cristo por su esposa, la Iglesia. Sin embargo, es posible desglosar el problema en sus elementos constitutivos, que son más fáciles de analizar y resumir. Ese es el propósito de esta presentación.

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2. Preámbulo Antes de proceder con nuestro análisis, es preciso disipar cualquier equívoco que pueda haber, asociado con uno o más de los diversos mitos nacidos de la crisis, entre los que se incluyen los siguientes: 1) la crisis es un problema de los Estados Unidos; 2) la crisis ha sido exagerada por los medios de comunicación ateos, que son antagónicos a las personas o instituciones de fe; 3) la crisis ha sido instigada por abogados avariciosos, cuyo único objetivo es hacerse ricos; y 4) la orientación homosexual es causa de que los hombres sean delincuentes sexuales. [Nota Bene: los delitos sexuales no tienen que ver con la orientación sexual. El corolario lógico de la proposición de que la orientación homosexual hace que los hombres abusen sexualmente de otros hombres es que la orientación heterosexual hace que los hombres abusen sexualmente de las mujeres. La realidad es que ni la orientación ho mosexual ni la heterosexual constituyen un factor de riesgo, sino que es más bien la orientación sexual desordenada o confusa la que constituye un factor de riesgo']. Para ser justos, debemos señalar que hay, en efecto, elementos de verdad en relación con cada una de las proposiciones anteriores; pero ninguna por sí sola, ni todas ellas combinadas, pueden explicar y describir por completo la crisis. Teniendo en cuenta nuestra tradición teológica sobre la comprensión del pecado y la gracia, entendemos también la crisis como un fallo de la naturaleza humana y la realidad siempre presente del pecado y la tentación. Las consecuencias negativas de la crisis que la Iglesia ha padecido han tenido que ver, sin duda, con los cuatro mitos previamente identificados, pero estos no están en el centro de la referida crisis. 3. Costes de la crisis en general Las categorías de costes que la crisis ha generado para la Iglesia son: •Pérdidas financieras que afectan a la misión permanente de la Iglesia. •La victimización de miles de personas. •La angustia emocional causada a los familiares o seres queridos de las víctimas. •La sombra del escándalo y su efecto colateral sobre los buenos sacerdotes, religiosos y ministros laicos. •Distanciamiento de los laicos. •Abandono de la Iglesia -o pérdida de la fe - por parte de muchas personas, como fruto de la desilusión. 155

•Disminución de la autoridad moral de la Iglesia, de su enseñanza y de su vida sacramental. •Daños, en última instancia, a la misión del Evangelio. Examinaremos por su orden cada una de estas categorías. 4. Costes financieros Comenzamos nuestro análisis con este elemento, reconociendo que no es el más importante, sino, más bien, el menos importante de todos los indicados. Sin embargo, tiene su importancia, aunque ninguna suma de dinero pueda compararse con la pérdida de la inocencia de niños y adultos vulnerables. Desearía que quedara muy claro que nada es comparable a las pérdidas que hemos experimentado a través de la victimización de niños y adultos vulnerables. Los costes financieros pueden dividirse en costes directos, costes indirectos y costes de oportunidad. Los costes directos son aquellos que pueden ser identificados específicamente con una determinada actividad, proyecto, servicio, operación o empresa. En el contexto de la crisis, esto incluiría: el coste del arreglo a que se llegó en la demanda; los gastos legales y litigios; los costes de asesoramiento y terapia para individuos específicos; los costes ocasionados por la orientación, terapia y seguimiento de los agresores que no han sido encarcelados; y los costes de los trabajos destinados a desarrollar, implementar y supervisar ambientes más seguros. Los costes indirectos incluyen eso que suele describirse como «gastos generales» y que, en el contexto de la crisis, incluirían: el coste de los esfuerzos para llevar a cabo tareas como la investigación de los archivos personales de los sacerdotes para obtener pruebas de antiguas acusaciones y su manejo en el momento actual; el coste ocasionado por la creación de copias permanentes o la creación de registros informáticos de tales trabajos para su revisión por personal eclesiástico, abogados eclesiásticos u otro tipo de asesores de la Iglesia; el coste incrementado de las primas de seguros que impone una diócesis o instituto religioso; el coste de la reducción de las contribuciones y del apoyo de un laicado descontento o de fundaciones que estarían normalmente inclinadas a ayudar a la Iglesia; y el coste en términos de «daño a la reputación», que se hace evidente a través del abandono de la Iglesia por parte de muchos laicos para unirse a una confesión protestante. Antes de abordar los costes de oportunidad, es ilustrador tratar de estimar el coste financiero internacional de la crisis de la Iglesia.

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Para empezar, tenemos que aceptar que este coste es desconocido y no se conocerá nunca por completo. ¿Por qué? Recurriendo a la experiencia de la Iglesia de EE.UU. como un ejemplo, el estudio del «John Jay College of Criminal Justice» titulado La naturaleza y el alcance del abuso sexual contra menores por sacerdotes católicos y diáconos en los Estados Unidos, 1950-2002 (publicado en febrero de 2004), basado en las encuestas entregadas por diócesis e institutos religiosos, reportó la suma de 472 millones de dólares. Sin embargo, la cantidad real es mucho mayor actualmente, por las siguientes razones: 1)El estudio únicamente abordó los costes asociados a delitos perpetrados por sacerdotes y diáconos, pero se han realizado importantes acuerdos económicos en relación con delitos cometidos por profesores, entrenadores, preparadores físicos, agentes de pastoral juvenil, directores de coro, etc. 2)El índice de respuesta diocesana para el estudio fue muy superior a la de los institutos religiosos, aunque estos han llegado a arreglos finales por delitos sexuales mucho más costosos. 3)En los Estados Unidos, se han realizado arreglos finales que suman al menos mil ochocientos millones de dólares, después del período analizado por los investigadores del «John Jay». 4)Los investigadores estipulan que no estaba claro qué porcentaje de todos los casos concretos se registró en las cifras presentadas en las encuestas. 5)Por lo menos algunas diócesis habían realizado de manera confidencial, a lo largo de los años, muchos acuerdos cuyo monto total nunca se sabrá. 6)Algunos acuerdos exigían terapia continua y servicios de apoyo a las víctimas, cuyo coste final no es posible determinar. 7)En ningún caso las compañías de seguros rembolsaron una cantidad ni lejanamente aproximada al valor total de los arreglos finales. 8)Si bien la incidencia y la tasa de nuevas demandas se ha reducido enormemente, con todo, hay nuevas demandas cada año. Lo anterior no refleja en modo alguno la situación fuera de los Estados Unidos y los costes internacionales relacionados con las investigaciones y litigios en curso en países como Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, Alemania, India, Irlanda, los Países Bajos, Filipinas, Suiza y varias naciones africanas. Probablemente sea razonable estimar que hasta el momento la Iglesia, a nivel internacional, ha tenido que pagar de su propio bolsillo una cantidad muy por encima de 157

los dos mil millones de dólares. Ahora vamos a hablar del coste de oportunidad. El coste de oportunidad es el importe de cualquier actividad medida en términos del valor de las actividades alternativas a las que se ha renunciado. Se ha renunciado a estas actividades alternativas precisamente porque los recursos disponibles de dinero, tiempo y trabajo humano son finitos y no renovables y ya se han reducido o agotado totalmente en la búsqueda de alguna otra iniciativa o actividad. En consecuencia, las oportunidades asociadas a estas alternativas están perdidas para siempre o, por lo menos, indefinidamente pospuestas. El coste de oportunidad es dinero perdido para siempre. Por ejemplo, usando nuestro cálculo de dos mil millones de dólares (1.500 millones de euros aproximadamente) o más, como un medio para evaluar el coste de oportunidad, tendríamos que hacernos preguntas como las siguientes: ¿Cuántos hospitales, seminarios, escuelas, iglesias, centros de acogida para mujeres y niños maltratados, comedores, clínicas médicas y dentales, etc. podríamos haber construido con esta cantidad de dinero? ¿Cuántas organizaciones católicas de caridad o programas de servicio social y volunta riado podríamos haber financiado? ¿Cuántos nuevos empleados, urgentemente necesitados, podríamos haber contratado? En cambio, no construimos, no financiamos y no contratamos. El coste de oportunidad es también tiempo perdido para siempre. Por ejemplo, los litigios relacionados con la crisis de abuso sexual no solo son costosos en términos del precio de los servicios prestados a la Iglesia por sus abogados, gestores de riesgo, asesores financieros, etc., sino también en relación con la inmensa cantidad de tiempo tiempo empleado por el clero, religiosos y ministros laicos - dedicado a responder a estas demandas, en forma de interrogatorios, declaraciones, reuniones con abogados para discutir y determinar las estrategias de la conciliación o del juicio, declaraciones como testigos..., todo lo cual es extremadamente lento. Imagínese la enorme cantidad de tiempo utilizada que se ha perdido para siempre y que podría haber sido empleado en la misión. Por último, el coste de oportunidad es esfuerzo perdido para siempre. Téngase en cuenta el talento pastoral y los esfuerzos que se han desviado y distraído por la crisis de los abusos sexuales: los obispos comprometidos en conferencias de prensa y reuniones con los medios de comunicación, asesores legales y financieros; las horas de esfuerzo que sacerdotes, religiosos, ministros laicos y fieles laicos han invertido en la capacitación y educación para la prevención del abuso infantil y otras formas de abuso sexual; portavoces de la Iglesia, incluyendo no solo a directores de comunicación, sino también a obispos, sacerdotes, religiosos e incluso el Santo Padre, empleando su valioso tiempo en responder a las consultas o implicados en entrevistas con la prensa. Además, no podemos pasar por alto los esfuerzos de los fieles laicos católicos, hombres y mujeres, que intentan defender a la Iglesia y sus acciones en respuesta a la crisis, cuando se enfrentan a críticos, escépticos o, simplemente, a gente que busca genuinamente la verdad y una 158

explicación razonable. Todos estos esfuerzos podrían haber sido invertidos en actividades pastorales, de beneficencia o de devoción; sin embargo, han sido absorbidos por los asuntos relacionados con los abusos sexuales. La triste realidad es que hay una enorme cantidad de bien que podríamos estar haciendo ahora - y en los próximos años - y que nunca se hará, debido al dinero, el tiempo y el esfuerzo que ya se han empleado y continúan empleándose para afrontar la crisis de los abusos sexuales. 5. Victimización «Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán». -Lucas 6, 21 A lo largo del Nuevo Testamento, con sus palabras y su ejemplo, insiste Jesús en el cuidado de los necesitados, sea cual sea el origen o naturaleza de su aflicción. Es una abominación que la Iglesia - a través de las acciones de algunos de sus miembros más admirados y en los que más se confia - causara, de hecho, miles de víctimas. Solo en los Estados Unidos, el estudio del «John Jay» (La naturaleza y el alcance...) identificó 10.667 denuncias de víctimas en el período de 1950 a 2002, cuyo número aumentó a 15.235, según datos obtenidos hasta 2009. Un fenómeno bien conocido y aceptado es que muchas de las víctimas de agresión sexual nunca informan sobre el abuso sufrido. Algunos observadores estiman que puede haber hasta 100.000 víctimas en total en los Estados Unidos. Solo recientemente hemos comenzado a reunir datos del tema del abuso sexual en diversas culturas fuera de Norteamérica y Europa. Las víctimas de abuso sexual no pueden simplemente «superarlo y seguir adelante». La recuperación definitiva de la víctima se ve afectada e influenciada por una serie de factores, entre los que se incluyen: 1) la naturaleza específica del delito; 2) la frecuencia y duración de la infracción; 3) el nivel de confianza existente en la relación entre la víctima y el delincuente y, por lo tanto, la extensión y el grado de traición experimentado; 4) el medio ambiente del delito; 5) la resistencia innata de la víctima; y 6) la presencia o no de una persona afectuosa y de confianza para confortar y ayudar a la víctima. Las víctimas suelen presentar secuelas del abuso en siete categorías distintas, pero que se superponen: reacciones emociona les, trastorno de estrés postraumático (TEPT), autopercepción, efectos físicos y biomédicos, efectos en la sexualidad, efectos interpersonales y de interacción social... Algunos de los síntomas físicos experimentados por las víctimas de abuso sexual infantil son: 159

•Dolor pélvico crónico. •Trastornos gastrointestinales. •Molestias musculo-esqueléticas. •Obesidad y trastornos alimentarios. •Insomnio y trastornos del sueño. •Pseudociesis (síntomas de embarazo sin un embarazo real). •Disfunción sexual. •Asma y otras enfermedades respiratorias. •Adicciones y abuso de sustancias. •Dolor de cabeza crónico. •Dolor de espalda crónico. Algunos de los síntomas psicológicos y del comportamiento experimentados por víctimas de abuso sexual infantil son: •Depresión y ansiedad. •Trastorno por estrés postraumático (TEPT). •Estados disociativos (personalidad múltiple y esquizofrenia). •Autolesión repetitiva. •Suicidio. •Comportamientos sexuales compulsivos. •Disfunción sexual. •Trastornos de somatización (manifestaciones físicas de los estados mentales anormales). •Trastornos alimenticios. •Poca adherencia a las recomendaciones médicas. 160

•Intolerancia a la intimidad o búsqueda constante de ella. •La expectativa de una muerte prematura. •Incapacidad para confiar. •Conductas inapropiadas (mentir, robar, huir, etc.). •Incapacidad de conservar el empleo. Incluso víctimas que «se han recuperado» se ven a veces perseguidas por la experiencia de lo que tuvieron que soportar (mecanismos de memoria). El Obispo Blasé Cupich lo ha expresado muy bien en su artículo Doce cosas que los obispos han aprendido de la crisis de abuso sexual del clero: «La lesión de las víctimas es más profunda de lo que ellas mismas pueden imaginar. El abuso sexual contra menores es aplastante, precisamente porque llega en un momento de sus vidas en que son criaturas tiernas, vulnerables, entusiastas, con esperanza en el futuro y con ganas de amistades basadas en la confianza y la lealtad». Es también un mito el que exista una gran proporción de denuncias inventadas por personas que buscan usar a la Iglesia como una «mina de oro». Los investigadores coinciden en que la mayoría de las denuncias realizadas por los niños son informes válidos, y que los argumentos de los adultos que presentan las acusaciones mucho después deben pasar por minuciosas revisiones de la junta diocesana y por las investigaciones de las compañías de seguros, además de los exámenes médicos, declaraciones legales, etc. Nosotros «nos alegramos en la esperanza» (Rm 12,12) cada vez que encontramos víctimas que han logrado sobrevivir y, finalmente, dar fruto en nuestra Iglesia. De hecho, muchos se han curado a través de la gran cantidad de programas que se llevan a cabo en todo el mundo para ayudar a aquellos que han sido víctimas de abusos. Esto es lo que pedimos para cada víctima: que no queden encadenadas a su victimización, sino que lleguen a ser lo mejor que pueden ser: miembros aceptados, fortalecidos y apoyados de nuestras comunidades. 6. Trauma familiar Las familias también son víctimas del abuso sexual infantil. A menudo se encuentran Inicialmente en estado de choque emocional, confusos en cuanto a si la información que han recibido es creíble y totalmente fiable o solo en parte. Esto es particularmente cierto cuando el presunto delincuente es una persona admirada y 161

de confianza. A veces las familias realmente harán mayor el dolor de la víctima, ya que creen o sospechan que esta, de alguna manera, incitó al delito y/o cooperó y/o disfrutó con él. Algunos miembros de la familia se alejan del ser querido que ha hecho la denuncia, cuando el presunto delincuente es una persona muy querida por la familia y con la que mantienen una estrecha relación - como suele ser el caso-. Esto puede ocurrir incluso cuando creen que la acusación es verdadera. Los padres a menudo entran en pánico, buscando desesperadamente algún modo de que le sea devuelta a su hijo o hija victimizado la inocencia que tenía antes del delito. Otras reacciones emocionales comunes de los padres y hermanos son la ira, sobre todo cuando creen que el delito podría o debería haber sido evitado; el dolor, al ir tomando conciencia gradualmente de que su hijo ha sido gravemente herido y, de alguna manera, alterado para siempre; y en algunos casos, depresión, especialmente si creen que no han protegido adecuadamente a su ser querido. Por todas estas razones, es imperativo que la Iglesia haga llegar a los padres y hermanos de las víctimas su compasión, comprensión y paciencia, pidiendo perdón, sin juzgar, y ofreciendo la ayuda profesional necesaria. 7. La sombra del escándalo: desprestigiar al buen clero y a los ministros laicos Miles de buenos sacerdotes, religiosos y ministros laicos se han visto desprestigiados por el escándalo de los abusos sexuales. A menudo deben hacer frente a la desconfianza, la resistencia, la sospecha e incluso la ridiculización de las personas con las que interactúan, porque han sido «metidos en el mismo saco» que caracteriza el comportamiento atroz de los abusadores eclesiásticos. Además de sus ministerios normales, tienen que mediar en los conflictos en sus parroquias, causados por la percepción de los feligreses sobre el escándalo y la forma en que debe ser - o debería haber sido - manejado. Según Gregory Erlandson y Matthew Bunson, en una entrevista para ZENIT del? de julio de 2010 sobre su libro El Papa Benedicto XVI y la crisis de los abusos sexuales: Trabajando para la reforma y la renovación, «la inmensa mayoría de sacerdotes son dedicados y fieles a sus compromisos; sin embargo, también han visto su reputación mermada y han sentido la desconfianza de los extraños... Las relaciones de los sacerdotes con su obispo también han sido dañadas. No es infrecuente que los sacerdotes sientan que, mientras falta muy poco para que se destruya su reputación por completo, sus obispos no se hacen responsables e incluso los han convertido en chivos expiatorios de grandes problemas institucionales». 162

La Junta de Revisión Nacional para la Protección de Niños y Jóvenes de la Iglesia de los Estados Unidos reiteró este tema en su informe de diciembre de 2007, en el que señala que «otra serie de asuntos tienen que ver con la relación de la Iglesia con sus sacerdotes, que en su gran mayoría no están involucrados en los escándalos, pero muchos de los cuales se sienten alejados tanto de los obispos como de los laicos». Este fenómeno general conduce a la depresión, ansiedad y agotamiento de buenos sacerdotes, religiosos y ministros laicos. 8. Alejamiento de los laicos El Obispo Blasé Cupich nos vuelve a ofrecer información valiosa en dos de los comentarios que hace en Doce cosas que los obispos han aprendido de la crisis de abusos sexuales del clero: «Los católicos han sido heridos por los fallos morales de algunos sa cerdotes, pero han sido aún más lastimados por los obispos que no han puesto a los niños como prioridad, y se han indignado ante tal comportamiento. La gente esperaba que fuesen los líderes religiosos, sobre todo, los primeros en oponerse frontalmente al mal, como es el caso del daño hecho a niños y jóvenes por los abusos sexuales. El consejo de los laicos, especialmente de los padres de familia, es indispensable en un asunto que afecta tan profundamente a las familias. Nuestra capacidad para responder al abuso sexual contra los jóvenes se ha visto reforzada por la visión de que los padres de familia nos han hecho partícipes en cuanto a cómo hacerlo con eficacia». Estos comentarios se deben situar en el contexto de la reacción absolutamente natural de la mayoría de los católicos de los Estados Unidos ante las revelaciones de abusos que estallaron en 2002. El laicado mismo explotó en ese momento - y lo sigue haciendo, hasta cierto punto - mostrando fuertes sentimientos de traición, desilusión y desconfianza. Además, muchos creyentes se sienten avergonzados, impotentes y abrumados al enfrentarse a las percepciones negativas, la crítica y el cinismo con respecto a la Iglesia, manifestados por sus familiares, amigos, vecinos u otros observadores. Es importante destacar que, para los católicos que viven esta situación en los Estados Unidos, una ayuda para resolver el problema consistió, en gran medida, en comprometerse en el trabajo eclesial para crear entornos seguros, así como en realizar labores de asistencia a las víctimas. Su enorme demostración de solicitud y entrega fue otro ejemplo de la esperanza que «florece eternamente» en medio de la maldad en nuestro mundo. Un incontable número de niños y adultos vulnerables están a salvo de los tormentos del abuso gracias a los esfuerzos coordinados de los miembros de la Iglesia que se ofrecieron para recrear ambientes y establecer programas seguros. Hay que decir que algunos ven esto como un compromiso personal para manejar una 163

situación que muchos líderes de la Iglesia no supieron manejar. 9. Reacciones de católicos profundamente heridos Si bien la misión de la Iglesia en este mundo es servir como faro que orienta a la salvación por medio de Cristo, la confusión, la desilusión, la decepción y la ira derivadas de la crisis de abusos sexuales ha tenido trágicamente, a menudo, el efecto contrario en aquellos a quienes sirve. Conozco personalmente a personas que dejaron la Iglesia y se unieron a otras confesiones o, peor aún, que han abandonado su fe por completo. Mientras, esperanzados, confiamos en que la acción misteriosa de la gracia de Dios seguirá actuando en aquellos que han abandonado la Iglesia debido a esta crisis, queda el hecho de una terrible falta de responsabilidad por parte de sacerdotes y líderes de la Iglesia; queda también el fallo de la Iglesia en su misión de reconciliar y ser instrumento de realización de la llamada común a la santidad de todo ser humano, una vida en Dios por medio de Jesucristo. Me permito recordar a estas personas que se han marchado que el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que, «mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación. Todos los miembros de la Iglesia, incluidos sus ministros, deben reconocerse pecadores. En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos» (n. 827). Sin embargo, para algunos la herida y el dolor de la traición son demasiado profundos, y el abismo entre ellos y la Iglesia es demasiado grande para escuchar este mensaje. 10. Disminución de autoridad moral, de impacto del Magisterio y de vida sacramental «Pero no seguirán a un extraño, huirán de él, porque no reconocen la voz de los extraños». -Jn 10,5 El lector reconocerá, sin duda, este pasaje de la parábola del Buen Pastor. Aunque Jesús estaba hablando de los fariseos, el lenguaje de la parábola describe muy bien el daño que la crisis ha causado sobre el ejercicio de la autoridad moral de la Iglesia, su Magisterio y su función santificadora. 164

Muchos en la Iglesia encuentran inexplicable e inaceptable que la fuente de liderazgo moral, educación doctrinal y ejemplo de santificación haya podido llegar tan lejos por el mal camino, en tantos lugares diferentes, implicando a tan diversas personas y durante tanto tiempo. Algunos cuestionan la afirmación de que «el obispo y los presbíteros santifican a la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La santifican con su ejemplo, "no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 Pe 5,3)» (CIC 893). Fuera de la Iglesia, los observadores más agudos son frecuentemente muy críticos con la Iglesia, mientras que los menos racionales hacen de la Iglesia blanco del ridículo y de la burla con sus publicaciones. 11. Daños a la misión de Evangelio «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado». -Mateo 28: 19-20 Todas las fuentes de daño que hemos descrito y su naturaleza suman una terrible carga que obstaculiza enormemente a la Iglesia en su intento de guardar el mandamiento de Jesús de hacer discípulos de todas las naciones. El trabajo del Santo Padre y de todos los obispos, sacerdotes, religiosos y ministros laicos se ha hecho más difícil, debido a la mala conducta sexual y a los escándalos relacionados con ella. La fe de todos los miembros del laicado ha sido probada por la crisis y seguirá siéndolo por algún tiempo. El testimonio del amor de Dios a todos los bautizados se ha oscurecido y se ha visto comprometido por la magnitud del escándalo. Todos los miembros del Cuerpo de Cristo se enfrentan, como nunca anteriormente, al escepticismo del mundo. Conclusión «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». -Mateo 28,20 Seguimos confiando en que no todo está perdido. La respuesta de la Iglesia estadounidense a la crisis - aunque todavía es un «trabajo en curso» - puede presentar muchos éxitos y logros muy positivos en el trabajo por erradicar el abuso sexual contra niños y adultos vulnerables. Existen protocolos, políticas, procedimientos y programas 165

que se han demostrado valiosos y útiles. Se ha ganado experiencia, a menudo dolorosa, que se puede compartir. Existen modelos de formación «probados y veraces» e inmediatamente disponibles como modelos. Ninguna iglesia local tiene que «empezar de cero» o «reinventar la rueda». Ya tenemos los medios para ayudar a restaurar la Iglesia como la fuerza más reconocida en la lucha por el bien en el mundo. La Iglesia tiene la oportunidad única de convertirse en modelo internacional y líder en la protección de niños, jóvenes y adultos vulnerables. Esta Iglesia ha sido probada en varias ocasiones a lo largo de los siglos y ha afrontado varias crisis graves, siempre gracias a Jesús, que es su sustento. El trabajo será largo y a veces difícil, pero tiene una meta posible y provechosa. Oramos para que Dios bendiga abundantemente estos esfuerzos; que el Espíritu Santo les ayude a discernir el camino a seguir; y que la gracia que nos ha ganado Cristo continúe dándoles fortaleza y esperanza. «La paz sea con vosotros» (Lucas 24,36).

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GERARD J.MCGLONE, SJ* 0. Introducción EN palabras de su Santidad el Papa Benedicto XVI, la nueva tecnología nos ha traído grandes oportunidades, y esta época está siendo «transformada» por una nueva «revolución» como lo fue la revolución industrial, que en su día supuso una profunda transformación de la sociedad por las modificaciones que introdujo en los ciclos de producción y en la vida de los trabajadores. Los cambios radicales acaecidos en el terreno de las comunicaciones están conduciéndonos a desarrollos culturales y sociales significativos. Las nuevas tecnologías están modificando no solo la forma en que nos comunicamos, sino la comunicación misma. Podemos decir que estamos pasando por un periodo de gran transformación cultural. Estos medios de difundir información y conocimiento están dando a luz una forma nueva de aprender y de pensar, así como inigualables oportunidades de establecer relaciones y construir amistades. Acojamos estas palabras en el corazón. Aprovecharemos esta oportunidad no solo para desarrollar las posibilidades que la tecnología moderna nos proporciona a nosotros y a los que servimos, sino que además trataremos de explicitar las amenazas y los problemas asociados a formas de uso de es tas tecnologías que son inapropiadas, a veces preocupantes y posiblemente adictivas. Su Santidad nos reta a nosotros y a nuestros jóvenes a ser conscientes de los posibles peligros que estas nuevas oportunidades nos pueden crear. «Entrar en el ciberespacio puede ser signo de una auténtica búsqueda de encuentro personal con otros, pero también precisamos evitar el riesgo de encerrarnos en nosotros mismos, en un tipo de existencia paralela, o de estar excesivamente expuestos al mundo virtual. En el intento de compartir y de hacer "amigos" se presenta el reto de ser auténticos y fieles y de no caer en la ilusión de construir un perfil artificial de uno mismo». 1. Recuperar nuestra tradición Hoy en día, nuestra preocupación principal con respecto a estas tecnologías debería ser la seguridad y el cuidado de los niños, jóvenes y adultos, de los padres de familia y personas mayores, en suma, de todos aquellos a los que servimos. Esta solicitud por el prójimo ha sido y es parte fundamental de nuestra tradición. En este sentido, puede que nos sintamos retados por la crisis actual, pero también precisamos ser objetivos sobre esta situación y nuestro esfuerzo por afrontarla. En nuestra tradición siempre ha ocupado un lugar primordial la atención especial a «el último de entre nosotros» (Mt 25,40). 168

Ciertamente, estos días presentan nuevos y desafiantes problemas para todos los que usamos Internet y las nuevas tecnologías de comunicación. Nos dirigimos específicamente a quienes tienen responsabilidades en la crianza, educación y atención pastoral de nuestros niños, si bien ellos mismos, como adultos, pueden sentirse agobiados por estos cambios y oportunidades. Ellos también deben vigilar y ser sensibles a las posibilidades y problemas asociados al uso apropiado o inapropiado de Internet y la tecnología. Un estudio basado en diferentes culturas y países indica que los estudiantes y jóvenes en general son los que más usan las nuevas tecnologías. Nos gustaría desarrollar este dato de manera sabia, complexiva y ágil. Nuestra primera preocupación es la seguridad. Como hemos dicho, esta atención a los más vulnerables ha sido y sigue siendo esencial a nuestra tradición cristiana. La realidad nos muestra que niños y adultos entran comúnmente en el mundo de Internet y la tecnología sin la debida formación y capacitación. Las investigaciones sobre los efectos negativos del uso de este medio demuestran que, si nos educásemos a nosotros y a nuestros niños en la manera correcta de usar tales medios, las probabilidades de un mal uso y de adicción a los mismos decrecerían de forma espectacular. Dicho más claramente: los estudios demuestran que el uso sano y apropiado de Internet y de la tecnología debe ser una disciplina aprendida, como la habilidad de conducir un auto. Análogamente, deberíamos ser adiestrados por un adulto que ya ha aprendido a conducir, hasta llegar a sentirnos seguros y haber aprendido las normas de tráfico. Nunca se nos ocurriría darle a un adolescente las llaves del auto y ponerlo al volante sin estar seguros de que es lo suficientemente maduro para observar el camino, saber cómo guiar el auto, usar la velocidad adecuada, tomar decisiones prudentes ante imprevistos, interpretar un mapa para alcanzar su destino, detener y guardar el auto con cuidado, etc. ¿Por qué pensamos que no debemos tener el mismo cuidado antes de confiar a los niños y jóvenes Internet, los teléfonos móviles y otros aparatos de la tecnología moderna? Es cierto que estas reglas tienen un referente cultural. Por ejemplo, aquí en Roma, todos tenemos muy claro que los romanos tienen un estilo muy particular de conducir... Puede que en Roma, a muchos padres de familia se les haya olvidado enseñar a sus hijos a usar correctamente Internet, así como a muchos se les pudo haber olvidado enseñarles a transitar correctamente por las calles, a interpretar y obedecer las señales de tráfico y a conducir de forma segura y prudente. Y a nosotros nos ha tocado sufrir las consecuencias. Es importante perder el miedo a hablar sobre el tema de la educación para el uso de las nuevas tecnologías y sobre las reglas para una «navegación» apropiada. Está en juego la seguridad de todos. 2. Una nueva forma de relacionarnos El segundo punto importante en el uso de Internet y la tecnología es que debemos ver este don como algo muy diverso y particular, diferente de la mayoría de las realidades 169

que conocemos. Por ejemplo, estas nuevas tecnologías de la comunicación nos están envolviendo y cambiando en todo momento. Esto exige una forma nueva de relacionarnos y una adaptación permanente. Mientras escribimos esta presentación, ya se han desarrollado nuevas tecnologías y formas de navegar en Internet que nos piden diferentes respuestas y lineamentos adicionales. La mayoría de las compañías, gobiernos y universidades tienen lo que se llama «obsolescencia planificada», es decir, que los administradores saben que, tan pronto como un ordenador es vendido y comprado, la siguiente versión, más rápida y mejor, está siendo desarrollada para remplazar a la que acaba de ser puesta en el mercado. Esto implica un tipo de adaptación y dinamismo para quienes se encuentran en la investigación o en el mundo de los negocios. Quien no lo hace se queda fuera. Esta nueva realidad, por lo tanto, se nos presenta con una dramática y nueva forma de saber, de relacionarnos y de ser. Si no logramos comprenderla desde su naturaleza dinámica, nuestros niños, padres de familia, sacerdotes..., en suma, toda nuestra gente y su seguridad estarán en grave peligro. No conocer lo que tenemos entre manos afecta a nuestra seguridad y nos deja vulnerables. Podemos ignorar este problema, con las terribles consecuencias que implicaría tal desidia, o atender al reto de adaptación que conlleva. No hacerlo es ya una decisión que puede dejar sin protección a nuestra gente. Niños, jóvenes, padres de familia, profesores y sacerdotes podrían ser usados como meros objetos. Es esencial que cualquier forma de comportamiento y relación en el uso de la tecnología tenga también sus reglas. Aunque quizá la palabra «regla» no sea la apropiada. Estas son solo líneas generales de orientación y, como tales, necesitan y deben ser cambiadas. Conscientes de ser sugerencias concretas y limitadas, deben usar un lenguaje adaptable. «Guidelines» o «policies» (que podríamos traducir al español como «directrices» o «políticas») son términos ingleses que evocan sugerencias concretas, pero que al mismo tiempo no pretenden ser definitivas ni incuestionables, ya que deben mantenerse adaptables al desarrollo de la tecnología y los problemas que emergen de ella. Como hemos dicho antes, los límites de velocidad y los semáforos significan algo aquí, en Roma, que podríamos considerar diferente de lo que los mismos signos transmiten en Londres o en Berlín, donde podríamos decir que la precisión y atención a cada detalle de la norma es muy importante. Nuestras propias directrices en el uso de la tecnología y de Internet deben ser ajustadas a los cambios que se producen y seguirán produciéndose frecuentemente. La Escuela y Centro Anneberg para el estudio del futuro digital, de la Universidad del Sur de California (The Anneberg School/Center for a Digital Future, University of Southern California) es una de las primeras instituciones en el mundo en investigar con datos internacionales el uso y las amenazas de Internet. Ha conseguido bastante información sobre el uso de Internet en las empresas, instituciones académicas y usuarios particulares. Y declara que «a lo largo de diez años de estudios, hemos observado que el comportamiento online cambia continuamente, y que usuarios y no usuarios desarrollan 170

actitudes y acciones que se transforman en conformidad con los cambios de la tecnología. Este reporte y los nueve estudios que lo precedieron han sido un constante esfuerzo de conocer y describir esta extraordinaria interacción entre tecnología y comportamiento». La información internacional sobre el uso de Internet parece indicar que se ha desarrollado una gran capacidad de establecer conexiones y comunicaciones sanas con nuestros seres queridos y con aquellos con quienes trabajamos. Estos datos conclusivos de estudios empíricos nos confortan e impulsan a valorar las nuevas tecnologías para la comunicación. 3. Entender las nuevas tecnologías desde la perspectiva del Evangelio Pocas presentaciones empiezan desarrollando el aspecto de oportunidad que representa Internet, pero para esta presentación que ahora ofrecemos es esencial. Las nuevas tecnologías e Internet en sí mismo son ciertamente dones increíbles. La «transformación» que generan, como lo ha descrito Su Santidad, está ocurriendo ahora y proseguirá en los años venideros. El intercambio de información es enorme, siempre expandible y cada vez mas rápido. Nuevas tecnologías de telefonía celular se están utilizando en todos los rincones del planeta, para beneficio de ricos y pobres. Por ejemplo, los campesinos en África tienen acceso a la información de los precios de sus productos y pueden anticipar mejor las necesidades del mercado mientras preparan sus tierras. Wall Street y Main Street se están beneficiando de información inmediata y asequible sobre el mercado accionarial y el comercio en general. Las comunicaciones universalmente asequibles e inmediatas dentro de las aulas, en las relaciones interpersonales, en los negocios, en el mundo del ocio, etc. muestran las grandes posibilidades que encontramos en estas nuevas tecnologías. Frente a esta avalancha de novedades es fundamental no entrar en pánico. La mayoría de los investigadores ha encontrado que un uso sano y apropiado de Internet nos lleva a una mayor conexión social y a unas no menos sanas relaciones humanas en general. Aun así, debemos evitar lo que algún investigador ha llamado «jovenoia», en alusión al concepto de «paranoia». No existe evidencia que sugiera que Internet o la tecnología sean en sí mismos malos para nosotros y nuestros jóvenes. Tal lenguaje y actitud de pánico son claramente injustificables. Por el contrario, existe mucha información que nos dice lo contrario. Recordando las palabras del Santo Padre, estamos pasando por una «revolución» similar a muchas revoluciones acaecidas en la historia del ser humano y de nuestro planeta. Esta es la gracia, así como el reto y la dificultad del momento. Si no logramos entender el don, nos fallaremos a nosotros mismos y nuestra responsabilidad de proteger a nuestra gente. También fallamos a nuestro Dios por no seguir el ejemplo del Señor, en el Evangelio de Juan, de «cuidar de aquellos que nos han sido confiados». Hemos de partir de la convicción de que estas tecnologías son un don que debemos aprender a usar 171

con criterios evangélicos. Las primeras investigaciones en diversas culturas y países tienden a apoyar la noción simple y fundamental de que Internet refuerza los lazos familiares y sociales. Este dato se repite en varios estudios y ha hecho que sea bien aceptado el uso de Internet. La «Primavera Árabe» es un testimonio de los posibles beneficios del uso de Internet en la arena política. Internet, como cualquier otro don, tiene también una parte oscura. Pueden ser sacrificadas la información confiable y las noticias, y distintas investigaciones nos muestran esta desconfianza en Internet. Además, el Derecho Canónico y nuestro Santo Padre han dejado claro que los padres de familia deben ser los primeros maestros en materia de sexualidad. Aun así, investigaciones en diversas culturas indican claramente que no es eso lo que sucede. Este es un problema y una preocupación aun mayor. Obispos, pastores y maestros deben dejar muy claro que no se puede hablar de prevenir el abuso contra menores si primero no se enseña al menor la gracia, la belleza y el don de la sexualidad dada por Dios. Los estudios indican que, si un menor ve y experimenta la sexualidad antes de que sus padres de la hayan hecho entender debidamente, quedará enmarcada o registrada en ellos con patrones malsanos e inadaptados. Los centros contra enfermedades y los institutos nacionales de salud en los Estados Unidos e investigadores de distintos países han alertado a profesores y padres de familia sobre la importancia del control y uso apropiado de Internet y las nuevas tecnologías. La pornografía a través del teléfono móvil ha mostrado estar vinculada a formas de esclavitud sexual y tráfico de mujeres y niños. Padres de familia y profesores deben ejercer su rol tradicional, pero ahora en un nuevo medio y con nuevas aproximaciones. Parece ser que el cerebro y su desarrollo están siendo negativamente afectados por el uso inadecuado y el abuso de estos medios. Cada día salen a la luz nuevos datos al respecto, y algún estudio ha definido la condición o diagnóstico de la «adicción a Internet». Los primeros estudios sugieren que el uso demasiado temprano de la tecnología y el constante sobreuso de esta puede estar teniendo efectos negativos en el neuro-desarrollo de niños y adolescentes. Los estudios sugieren que los efectos de este sobreuso en los niños inhibe principalmente el desarrollo de habilidades interpersonales y relacionales, la capacidad de atención, la capacidad de mantener conversaciones cara a cara y otras habilidades verbales. Además, cualquier predisposición a otro desorden mental parece agravarse, como es el caso, por ejemplo, de la depresión y los desórdenes de déficit social. Más aún, los investigadores están comenzando a localizar en el cerebro rutas nerviosas semejantes a las de la adicción a las drogas, lo que parece indicar el peligro de una posible nueva adicción a la pornografía por Internet. En suma, adoptar medidas de prevención y evitar la temprana exposición a Internet es esencial pero también son esenciales las intervenciones a tiempo ante la detección de problemas de uso y comportamiento, antes de caer en una total adicción a Internet y a la pornografía por Internet. Por lo tanto, cuanto más pronta sea la intervención en esta enfermedad, tanto más eficazmente se podrá tratar. Este punto no debe ser ignorado. 172

Aun así, la buena noticia sobre esta realidad es que, en nuestra Iglesia, hemos conseguido manejar bien la adicción al alcohol y a la droga en este sentido, no tenemos que descubrir el Mediterráneo. Conocemos esta realidad bastante bien. Aun así, debemos utilizar a tiempo el conocimiento que ya poseemos y no esperar a que sea demasiado tarde. Esto lo sabemos y lo hemos hecho bien en el pasado. No podemos olvidar que estamos caminando más específicamente sobre lo que ya conocemos. 4. Las diferencias dentro de esta «nueva realidad» La información proveniente de varios países y culturas parece indicar que la gran mayoría de los jóvenes están totalmente envueltos en el uso de Internet tanto en su casa como en el ámbito académico. El uso varía según las facilidades y la realidad sociocultural; pero cuando es asequible, Internet provee de nuevas y extensas formas de relación entre grupos de la misma edad. También es claro que cuanto mayor es la persona, tanto menor es el uso que hace de Internet. Es interesante que los datos sugieran menos interés en las generaciones mayores. Lo cual, a su vez, es alarmante, ya que este grupo puede quedar rezagado en la «era de la información». Teniendo esto en cuenta, algunas diferencias en el uso de la tecnología nos pueden hacer detenemos y preocupamos seriamente. Una nueva diferencia clave en el uso y abuso de Internet es el hecho de que el sentido básico de la realidad de una persona puede desintegrarse rápidamente. Varios aspectos del reality testing o de la orientación de un individuo en la realidad pueden incluir típicamente los siguientes aspectos: 1)Conocimiento del espacio y el tiempo actual. 2)Visión convencional de uno mismo. 3)Visión precisa de uno mismo. 4)Habilidad para interpretar adecuadamente la presencia de otros. 5)Habilidad para anticipar las consecuencias de acciones y comportamientos. 6)Pensar y comportarse adecuadamente en distintas situaciones. Internet, el sobreuso y uso constante del mismo, afecta a muchos de estos modos ordinarios de relacionarse con la realidad, con uno mismo, con los demás y con el ambiente. «Siento como si yo fuese el único en el mundo». A menudo, los adictos a Internet o las personas con problemas de comportamiento por su uso pierden las nociones básicas del tiempo y del espacio..., se les escapa la realidad... Más aún, los adictos a Internet parecen carecer de la habilidad para saber cómo 173

transitar por «la autopista de la información» sin meterse en serias dificultades y sin caer constantemente en sus «baches». Literalmente, fracasan a la hora de ver el camino que tienen delante. Si nos fijamos en el sentido literal de la palabra pitfall (trampa) como caer (fall) en un agujero (pit), Internet constituye un auténtico «pitfall» para los adictos, cuidadosamente camuflado y utilizado para capturar «presas» se convierte en una auténtica trampa, un señuelo que no es fácilmente detectable. Pero no entremos en pánico: ¡lo sabemos! Los usuarios problemáticos, a diferencia de los adictivos, son conscientes de que tienen un problema. Ellos ven que han caído en un hoyo y piden ayuda. Son capaces de salir de la trampa o de pedir ayuda para ha cerio. La diferencia clave que vemos entre un proceso adictivo y un proceso problemático está en la habilidad para ver la necesidad de ayuda y para buscarla. Esta capacidad autoreflexiva debe ser evaluada y, en su caso, reforzada. Los comportamientos problemáticos pueden convertirse en adicciones, y los procesos adictivos son claramente problemáticos. ¿Cuáles son los síntomas comunes de cualquier adicción? •Negación - No lo veo - No es un problema. •Falta de Control - No puedo controlar y manejar mis adicciones - Ellas me controlan a mí. •El tiempo es irrelevante - Pierdo el sentido del limite, el sentido de quién soy yo y quiénes son los otros, el sentido del espacio. •La relación con otros cambia, se atrofia, se abandona y causa daño. •Seguidamente fallan los intentos de limitar el comportamiento. •Necesidad de más «droga», porque se desarrolla una tolerancia. •Negligencia en las actividades cotidianas. 5. Estadísticas sobre el uso de Internet para pornografía El Laboratorio sobre Delitos contra Menores (Laboratory for Crimes against Children) de la Universidad de New Hampshire recomienda lo siguiente: La imagen publicitada de «depredadores» online que victiman a niños inocentes usando engaños y violencia es fundamentalmente falsa. Los delitos sexuales por Internet que implican a adultos y adolescentes caen más bien dentro del tipo legal del estupro, es decir, adultos que encuentran a menores en la red, que desarrollan relaciones con ellos y terminan seduciéndolos sin emplear la violencia. No se trata, en su mayoría, de 174

violadores agresivos o pedófilos violentos. Este es un problema serio que requiere dife rentes acercamientos, como, por ejemplo, mensajes preventivos que subrayen la necesaria intervención y control por parte de los padres del uso que hacen sus hijos de Internet, así como los peligros de divulgar información personal «en línea». Se necesitan estrategias de prevención apropiadas y bien desarrolladas, dirigidas a los jóvenes y enfocadas a un sano desarrollo sexual. Se debe alertar a los adolescentes y educar a los adultos mayores sobre los «pitfalls» de las relaciones con adultos y su naturaleza criminal. Se debe prestar particular atención a los jóvenes, incluidos aquellos que están más en riesgo, dadas sus historias de abuso sexual, su orientación sexual y su disposición a comportamientos arriesgados. •Evitar las descripciones del problema que identifiquen a las víctimas solamente como niños pequeños o que subrayen la violencia y el engaño. •Ser claros a la hora de explicar por qué no es correcto que los adultos mantengan relaciones sexuales con menores. •Enfocar más los esfuerzos de prevención en los adolescentes que en los padres, atendiendo a los intereses de los menores, como el respeto a su autonomía, sus maneras de vivir el romance y sus dudas sobre el ejercicio de la sexualidad. •Informar a los jóvenes sobre los comportamientos criminales y la pornografía infantil. •Desarrollar modos de acercamiento a la población joven que está más expuesta al riesgo. •Evaluar los modelos de comportamiento arriesgado online. ¿Qué hacemos frente a estas estadísticas? Es esencial reconocer la complejidad de estos asuntos, mantenernos informados de nuevos datos y comunicarlos a nuestros niños, profesores, padres de familia y sacerdotes. Primero: ¿por qué es tan problemático Internet? Porque es (según Delmonico y Griffin): 1)Interactivo - Parece ser relacional. 2)De bajo costo - Nada peor que una diversión aparentemente gratuita. 3)Impresionante - Hay mucho que elegir en la web. 4)Integral - Parece ser parte integrante de las actividades diarias. 5)Aislador - Limita las relaciones interpersonales. 175

6)Intoxicador - Parece afectar a partes del cerebro y del cuerpo de igual forma que las drogas. Algunos le atribuyen el «efecto desinhibidor del estar online», que implica: •No me conoces. •No puedes verme. •Nos vemos después. •Todo está en mi mente (fantasía-fuera de la realidad). •Es solo un juego. •Es mera diversión. •Todos somos iguales. Algunos incluso sugieren que hay un «Desorden por Adicción a Internet» (o IAD, según sus siglas en inglés) e incluso especifican subtipos para esta psicopatología: a) Adicción al ciber-sexo; b) adicción a las ciber-relaciones; c) comportamientos adictivos de consumo (compras online), juegos, apuestas, etc.; d) sobrecarga de información. Los ministros de diversas religiones y culturas suelen ser conscientes de los problemas de sus fieles, sus alumnos y aquellos a los que sirven. Los mismos seminaristas y sacerdotes no son inmunes a la problemática descrita. Hasta ahora hay pocas investigaciones que sustenten firmemente los hechos. Aun así, las impresiones iniciales de estudios realizados en otras comunidades religiosas parecen indicar que aquellos que luchan contra otras adicciones pueden ser más susceptibles de caer en la adicción a la pornografía en Internet (el 88% de los clérigos que la reportan tienen otros desordenes adictivos). Cerca del 51% de los pastores activos de diversas denominaciones afirman sentirse tentados por la pornografía en Internet. Además, en este mismo test, el 37% de los pastores declaran que mantenerse lejos de la pornografía «en línea» es una lucha constante. Alrededor del 57% se reconocen como usuarios compulsivos del cibersexo. Las condiciones reportadas como coadyuvantes a esta vulnerabilidad son las relacionadas con la soledad y el aislamiento; la falta de cuidado de sus personas y unas expectativas demasiado altas sobre sí mismos; falta de formación en cuanto al uso apropiado de Internet; capacidad de «compartimentarse» a sí mismos, separando, por ejemplo, la imagen propia y la imagen de Dios; sentimientos de vergüenza, hipocresía y desacreditación... Si estos datos son apoyados por futuras investigaciones, resultará más evidente que los clérigos en la Iglesia Católica necesitan una mejor formación y educación en esta materia.

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6. Prevención Es esencial entender la importancia de la prevención. A diferencia de otros inventos de siglos pasados, la web y las nuevas tecnologías tienen grandes posibilidades como instrumento de ayuda a nuestra evangelización y al cuidado pastoral de aquellos a quienes servimos. Eso también nos presenta un reto. Viajar, que solo unos siglos atrás nos llevaba meses, ahora nos lleva segundos. La comunicación, que era tan difícil y laboriosa, ahora es fácil e inmediata. Las estadísticas sobre el abuso contra menores en diversas culturas y países sugieren que la misma realidad se repite, ante lo cual deben desarrollarse y ofrecerse medidas de prevención. Datos contundentes sugieren que los principales agentes en la promoción de la pornografía y tráfico de menores son personas que los conocen y deberían protegerlos, entre los que abundan padres/madres de familia, padrastros/madrastras, tíos/tías, hermanos/hermanas... Esta realidad hace necesaria una urgente investigación y atención. La adicción a Internet y a las nuevas tecnologías y todas sus manifestaciones parece ser igual que cualquiera otra de las adicciones que se desarrollan en nuestras sociedades. La educación es muy importante para la prevención. El conocimiento puede y de be llevarnos a un uso más sano de las nuevas formas de comunicación. Las intervenciones a tiempo ayudan al individuo a afrontar esta nueva forma de la antigua lucha del espíritu humano. Los estudios son solo el principio para comprender este tema, y cuanto más investigamos, tanta más información sale a la luz. Ciertas culturas parecen mas vulnerables (la asiática y la americana, por ejemplo), y ciertos individuos con otras afecciones psicológicas (como la depresión, el ADHD, conflictos en la vida familiar, etc.) y condiciones pre-existentes o concurrentes parecen presentar más riesgo para el uso problemático y/o adictivo de las nuevas tecnologías. Estos son los primeros datos, y así deben ser considerados. Además, sabemos que las mujeres, a diferencia de los hombres (un 25% frente a un 5%), involucradas en ciberrelaciones tienden, de hecho, a reunirse con sus interlocutores fuera del «chat room. Es en esas reuniones donde se produce la mayor parte de la violencia física y sexual. Es preciso que nuestra gente esté al tanto de esta realidad. Además, en la arena pública, debemos saber y desenmascarar cuánto dinero genera la industria de la pornografía. Rusia, los Estados Unidos, Alemania, Suiza y España parecen ser los países que generan la mayor parte de la pornografía, y es a esos países adonde va a parar la mayor parte de las ganancias. Esta presentación simplemente ofrece algunas alternativas para trabajar juntos. La familia, los padres, determinarán la manera en que cada hogar afronte estos retos. Este es un concepto básico en nuestro Derecho Canónico y debe ser el primer espacio donde se trate el tema de una sexualidad sana. Cuando los niños ven y escuchan imágenes pornográficas e incluso mensajes de prevención de abusos sexuales, estos deben ser claramente comprendidos. Esto es fundamental, sabiendo como sabemos que los 177

depredadores envuelven y seducen a los menores valiéndose de su fascinación por la sexualidad. En un principio, los adolescentes no son tratados violentamente los estudios indican que, comúnmente, los adolescentes están interesados en materias sexuales, y ese interés es el que los depredadores utilizan para abordarlos y engañarlos. Los programas de prevención deben tomar en cuenta este dato. También sabemos que el abuso sexual contra menores por Internet es similar a la mayoría de los abusos sexuales en la sociedad. Padres, familiares, tíos, padrastros e individuos que conocen a los niños son los mismo «traficantes» de los menores. Esto es así en casi un 75-80% de los casos. La mayoría de los hombres y mujeres participantes en estas investigaciones, provenientes de diversas culturas, coinciden en declarar que no fueron sus padres, sino sus compañeros, amigos o hermanos, o familiares de su misma edad, quienes les iniciaron en el mundo de la sexualidad. La Iglesia puede ser un poderoso ejemplo de cambio cultural al invitar a los padres a asumir su rol natural. Una educación sexual normal y sana, así como el uso correcto de Internet, es esencial para la prevención de los abusos. Internet nos presenta un reto, pero es también un medio de protegernos unos a otros y puede ser usado para una sana educación en esta materia. Es cada vez mayor el número de personas que promueven una educación segura en el uso de Internet, en un esfuerzo por ayudar a los más jóvenes a mantenerse fuera del alcance de los abusadores sexuales de Internet. Aun así, cierta información ofrecida en las lecturas, trípticos, videos y páginas web no reflexiona sobre lo que los investigadores han aprendido de la importancia y peligrosidad de estos delitos. Aquí transmitimos algunos datos, basados en investigaciones actuales, para elaborar materiales más sólidos para la formación en el uso seguro de Internet (tomados del «Crimes Against Children Lab», de la Universidad de New Hampshire, y elaboradas por David Finkelhor, Janis Wolak, y Kimberly Mitchell. Para más información: . Investigación financiada por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos de América y por el Centro Nacional para Menores Desaparecidos y Explotados. El programa de apoyo es provisto por la Fundación Verizon): 1)Uno de cada veinticinco jóvenes recibe al año, una solicitud sexual online en la que el solicitante trata de tener un contacto offline. 2)Los delincuentes de Internet conducen a los jóvenes a relaciones sexuales delictivas, aprovechándose de su deseo de ser apreciados, entendidos, asumir riesgos y conocer más sobre sexo. 3)Según los estudios sobre delitos que terminan en arrestos, la violencia ocurre únicamente en un 5% de los casos. En la mayoría de los encuentros, las víctimas se reúnen con sus ofensores voluntariamente y esperan una actividad sexual, ya que sienten aprecio y afecto por la persona. Típicamente, tienen sexo con el adulto en 178

múltiples ocasiones. La mayoría de estos actos criminales son por aceptación voluntaria del menor, más que violaciones forzadas. 4)Los delincuentes de Intenet se dirigen a adolescentes que buscan hablar de sexo «en línea». 5)Tener mucho cuidado sobre a quién se proporciona la información personal y el tipo de cosas que se comparten en Internet. 6)Hay que ser muy cuidadoso con lo que se hace en las redes sociales o páginas web personales. Aunque la mayoría de las victimas acuden voluntariamente al encuentro personal y a tener sexo con los ofensores de Internet, estos delitos sexuales no son menos serios, ya que se aprovechan de gente joven, inexperta y vulnerable. Los siguientes son algunos consejos de seguridad «en línea» para compartir con los niños: 1)Establece unas reglas claras, simples y fáciles de leer y ponlas cerca del monitor. Puedes crear tus propias reglas o imprimir las reglas de garantía y seguridad en Internet que ofrecen algunas páginas web dedicadas a ello. Tú y tus hijos deberíais revisarlas periódicamente. 2)Utiliza filtros. Considera el uso de filtros o monitores software para tu ordenador. Busca programas de seguridad u otra opción que tu servidor online ofrezca. Usa las opciones «child friendly» cuando tus hijos realicen investigaciones online. 3)Utiliza protectores. Como padre, las cuentas de Internet deben estar a tu nombre, y tú debes tener el nombre principal de pantalla y control de claves de acceso (passwords). No permitas que los niños completen el perfil de un proveedor de servicios, y asegúrate de que sus nombres de pantalla no sean tan comunes que cualquier extraño pueda saber que el usuario es un niño. Los ofensores sexuales usan sitios de niños, se hacen pasar por niños y buscan a los niños. 4)Cerciórate de las políticas de privacidad de cada sitio web. Lee siempre las políticas de privacidad antes de que tú o tus hijos proporcionéis información personal. Asegúrate, además, de que una página web ofrezca una conexión segura antes de dar cualquier información de tu tarjeta de crédito. A las páginas web para niños no se les permite pedir información personal sin la vigilancia de sus padres. Habla con tus hijos acerca de qué es información personal y por qué no se debe proporcionar a nadie online. 5)Habla de los peligros del correo electrónico y del «chat». Si tus hijos los utilizan, adviérteles que nunca deben reunirse con un «amigo desconocido» online. Las mujeres, más que los hombres, tienden mucho más a encontrarse cara a cara con 179

alguien a quien han conocido online (25-30% entre ellas, frente a un 2-5% entre ellos). Habla con tus hijos sobre la conveniencia de no responder a correos electrónicos ofensivos o «chats» no deseados. Informa a las autoridades sobre cualquier tipo de material de esta naturaleza. Entérate con quiénes intercambian correos tus hijos y permíteles usar únicamente áreas de «chat» que tú conozcas. Los padres y los tutores deben vigilar Internet como vigilarían cualquier lugar adonde llevan a jugar a sus hijos. 6)Procura estar al tanto de lo que ocurre. Mantén tu ordenador en la sala familiar o en cualquier otro lugar de uso común de la casa. Incita a tus hijos a mostrarte y compartir lo que hacen online y visita con ellos sus páginas y salas de «chat» favoritas. Si sospechas de un caso de bullying o intento de explotación sexual online, informa inmediatamente a las autoridades. El Centro Nacional para Menores Desaparecidos y Explotados (National Center for Missing and Exploited Children, NCMEC) tiene un sistema para identificar a los depredadores y promotores de pornografía online y colabora en la investigación de las autoridades locales. Estos avances en la investi gación son conocidos y compartidos con autoridades y agencias de investigación legítimas. Siguiendo estas recomendaciones, los padres de familia pueden ayudar a hacer de Internet un lugar seguro para que sus hijos puedan aprender, jugar y crecer. Los padres no deben nunca soslayar su responsabilidad de proteger constantemente la seguridad de sus hijos. Terminamos como comenzábamos, reflexionando sobre las palabras de Su Santidad: «Los fieles que dan testimonio desde sus más profundas convicciones ayudan grandemente a evitar que la web se convierta en un instrumento que despersonaliza a la gente, que manipula emocionalmente o permite que los poderosos monopolicen las opiniones de otros. Por el contrario, los fieles impulsan a todos a mantener vivas las eternas búsquedas humanas que testifican nuestros deseos de trascendencia y procurarnos una vida auténtica que realmente merezca la pena de ser vivida. Es precisamente esta común búsqueda espiritual humana lo que inspira nuestra propia búsqueda de la verdad y la comunión, y es lo que nos mueve a comunicarnos con integridad y honestidad». Referencias -J. WOLAK - K.MITCHELL - D.FINKELHOR, Online victimization: 5 years later, National Center for Missing & Exploited Children, Alexandria, VA., 2006. Disponible en . -J. WOLAK - K.MITCHELL - D.FINKELHOR, «Internet-initiated sex crimes against minors: Implications for prevention based on findings from a National study»: Journal 180

of Adolescent Health 35/5 (2004), 424.e11 - 424.e20. -J. WOLAK - K.MITCHELL - D.FINKELHOR et al., «Online "predators" and their victims: Myths, realities and implications for prevention and treatment»: American Psychologist 63 (2008) [in press]. -M.L. YBARRA - K.J.MITCHELL - J.WOLAK - D.FINKELHOR, «Internet prevention messages: Targeting the right online behaviors?»: Archives of Pediatric and Adolescent Medicine 161/2 (2007), 138-145. Anexo: algunas estadísticas básicas: Para poder entender mejor estas realidades, consideraremos algunos datos básicos. En los Estados Unidos, el uso de Internet inalámbrico es especialmente alto en los jóvenes, y los ordenadores portátiles han remplazado a los ordenadores convencionales como la primera elección de compra entre los menores de treinta años. 1)El 81% de los adultos entre 18 y 29 años son usuarios de Internet inalámbrico. En comparación, lo son el 63% entre 30 y 49 años, y el 34% de los mayores de 50. 2)Aproximadamente la mitad de quienes cuentan entre 18 y 29 años de edad tienen acceso a Internet inalámbrico en el ordenador portátil (55%) y/o en el teléfono móvil (55%), y la cuarta parte de este grupo (el 28% de quienes tienen entre 18 y 29 años) tienen acceso a Internet inalámbrico en algún otro instrumento, como un lector de libros electrónicos (e-book), o en instrumentos para hacer apuestas online. 3)El impacto del acceso inalámbrico a la web puede verse en las opciones de compra de ordenadores por parte de jóvenes adultos. Dos terceras partes de quienes tienen entre 18 y 29 años de edad (66%) cuentan con un ordenador o un notebook, mientras el 53% tienen un ordenador de mesa. Los adultos jóvenes constituyen el único grupo para el que los ordenadores portátiles son más comunes que el ordenador convencional. 4)Los adultos afro-americanos son los usuarios más activos del acceso inalámbrico a la web, y su uso esta creciendo también entre los adultos blancos y los hispanos 5)Poseer un teléfono celular es considerado una obviedad entre los adolescentes y adultos jóvenes ahora también se está volviendo común entre los adolescentes menores. 6)Un 75% de los adolescentes y un 93% de los adultos entre 18 y 29 años poseen actualmente un teléfono móvil. 7)En los pasados cinco años, tener un teléfono móvil se ha vuelto normal incluso entre 181

los adolescentes menores. Un 58% de los niños de 12 años de edad tienen un teléfono móvil, mientras que en 2004 tan solo lo poseía un 18%. El uso de Internet es casi universal entre adolescentes y adultos jóvenes. En la década pasada, la población de adultos jóvenes ha sido la que más ha recurrido a Internet. 1)Del 93 al 100% de los adolescentes entre 12 y 17 años van online, así como el 93% de los adultos entre 18 y 29 años. Una cuarta parte (74%) de los adultos de más de 18 años van online. 2)Si bien los adolescentes y adultos jóvenes son los dos grupos que más recurren al online, la población de usuarios de Internet ha aumentado incluso en grupos de otras edades (por ejemplo, los adultos mayores de 65 años). 3)La nueva realidad del ciber-bullying está afectando a muchos adolescentes y familias, redundando en altos índices de suicidios. 4)Enviar mensajes por teléfono móvil es el mayor problema, especialmente cuando no es supervisado por los padres. Recientes investigaciones sugieren que con solo limitar el uso del teléfono móvil por la noche se previenen periodos prolongados de falta de sueño, lo que se ha demostrado ligado a muchos casos de suicidio de adolescentes. Controlar el uso, el tiempo y el acceso a los teléfonos móviles es un elemento crucial. 5)Enviar demasiados mensajes ocasiona un uso excesivo de los músculos de las manos, lo que redunda en problemas de salud y accidentes en las calles. Algunos investigadores indican que es difícil de calcular la cantidad de pornografía en Internet. Un total de 4,2 millones de páginas web contienen pornografía. Eso significa un 12% del total de las páginas web. Hay 100.000 páginas web que ofrecen pornografía infantil, y uno de cada diecisiete jóvenes reconoce haber recibido una solicitud de sexo por Internet.

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Las ganancias en la industria pornográfica no guardan necesariamente relación con el número de habitantes de los distintos países. El primero de la lista en 2006 era China, el 183

país con mayor población y ganancias, con más de 27.000 millones de dóla res en utilidades. Pero le sigue Corea del Sur, con más de 25.000 millones en ganancias por pornografía, aunque ocupe en el mundo el 27° lugar en número de habitantes. Internet no es la forma más popular de pornografía en los Estados Unidos. La renta y venta de videos sumó 3.630 millones de dólares de ganancias en 2006, mientras que las utilidades por pornografía vendida en Internet fueron únicamente de 2.840 millones. En lo que respecta a las estadísticas de la pornografía por Internet en lo que respecta a los menores de edad, hay que decir que el acceso a la pornografía es a muy temprana edad. La edad promedio de la primera exposición a la pornografía se encuentra entre los 11 y los 14 años de edad.

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En términos demográficos, los consumidores de pornografía en Internet se dividen equitativamente por edad, pero no en cuanto a ingresos. Quienes ganan más de 75.000 dólares por año representan el 35% de los que negocian con pornografía. El 26% de consumidores de pornografía gana entre 50.000 y 75.000 dólares al año. La edad no es el principal factor. Los consumidores de pornografía están casi equitativamente divididos. En los Estados Unidos, los individuos entre 35 y 44 años de edad son los que consumen más pornografía (26%), y los individuos entre 18 y 24 años son los que consumen menos (14%). Demografía de usuarios adultos en EE.UU. Ingresos (en miles de dólares US)

Demografía de usuarios adultos - Edad (años)

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PAUL J.ASHTON* «Os digo que si estos callan, gritarán las piedras». -Lucas 19, 40 1. Introducción Según el diccionario, «vulnerable» significa: •Posibilidad de ser herido o dañado física o moralmente: •Abierto al ataque o daño, atacable [vulnerable a las críticas] Así que el estar aquí, simplemente presentando este discurso delante de ustedes, me pone en una posición muy vulnerable. Tengan piedad de este humilde mensajero. Podría ser un ángel a quien ustedes podrían herir emocionalmente. Por tanto, por definición, por nuestras acciones cotidianas, nuestras idas y venidas y nuestros compromisos de cada día, todos somos vulnerables. Nosotros, hijos amados de Dios, bien hechos y en camino hacia la perfección del amor de Dios mediante la apertura a su voluntad y deseo para con nosotros, nos situamos en la posición más vulnerable, ya que ponemos toda nuestra confianza en otros para que nos ayuden, guíen y nutran. Buscamos un delicado equilibrio, en el que estemos abiertos a la voluntad de Dios, confiados en el camino que hemos elegido y determinados en nuestra fe, todo al mismo tiempo. Los santos nos dan ejemplo concreto de esto, nos muestran claramente tanto las alegrías como los sufrimientos que supone el adoptar una posición vulnerable. Jesús mismo, por amor a nosotros, se hizo vulnerable. Siguiendo su ejemplo, nos esforzamos por ser criaturas que viven en la certeza de la fe, a la vez que buscamos el camino en medio de momentos, lugares y circunstancias de vulnerabilidad en nuestras vidas. Si buscamos lo contrario a la vulnerabilidad, nos encontramos con lo «invulnerable», es decir, lo invencible. Estaríamos viviendo en un mundo a prueba de balas, infranqueable, impenetrable, invulnerable, indestructible, potente, seguro, fuerte, invencible e intocable. 188

Mientras que a primera vista estas palabras evocan posiciones de poder y privilegio y situaciones que ofrecen paz de mente y de corazón, lo cierto es que son palabras que en modo alguno indican las cualidades de un buen ministro cristiano. Los sinónimos de la palabra «vulnerable» son: atacable, delicado, débil, desvalido, desprotegido, desamparado, desnudo, endeble, expuesto, frágil, inerme, indefenso, inseguro, sensible, susceptible. Los antónimos son: cerrado, resguardado, protegido, seguro y defendido. Hay mucho poder en las palabras, aunque solo se por la adición de un prefijo: un par de letras puede cambiarlo todo, del mismo modo que un título, una posición o una circunstancia de la vida marca la diferencia en nuestra forma de percibir, acoger y aceptar la vulnerabilidad. Para los que tienen mucho, el asumir una postura vulnerable puede significar desde un pequeño paso hasta un gran salto hacia ese mundo desconocido de la vulnerabilidad. Todo depende de las circunstancias favorables y los recursos disponibles. Para quienes disponen de menos recursos, el paso hacia la vulnerabilidad puede ser más corto en distancia, pero emocionalmente puede suponer mucho más para la persona. La medida no puede ser cuantificada ni cualificada para nadie. Por lo tanto, no podemos comparar con certeza la vida de las per sonas que viven con o sin discapacidades. ¿Cuán frecuentemente los dones de Dios, que para muchos son bendiciones desbordantes, se convierten en retos para otros? 2. La paradoja de la vulnerabilidad Todas estas palabras de introducción, tal vez algo confusas, nos llevan a la gran paradoja de la vulnerabilidad. La vulnerabilidad se asocia frecuentemente con el ser indefenso y débil. Pero nos encontramos con que el ser vulnerables nos da la oportunidad de aceptar la bondad de los demás de formas que nunca esperábamos. El episodio de Jesús y el ciego de nacimiento en Juan 9,3 es un ejemplo perfecto de nuestra llamada cristiana a socorrer a quienes son menos afortunados que nosotros. A la pregunta de los discípulos acerca de por qué un hombre había nacido ciego, Jesús responde afirmando: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios». Ser vulnerables nos hace también estar abiertos a ser heridos. Como cuando los discípulos preguntaban a Jesús por el origen de la ceguera del ciego de nacimiento, asociándolo a la idea teológica, común entonces, de que era debido al pecado. Cuando las personas usan la vulnerabilidad de los demás para marcarlos o controlarlos, proyectar sobre ellos sus frustraciones o su ira, o explotarlos, nos hallamos ante al más grave de los pecados. Dañar a los indefensos es absolutamente condenable. Este problema se ha repetido en las distintas etapas de la historia en diversas formas, muchas de ellas horribles. Por desgracia, vemos esto como algo muy lejos de nuestro 189

alcance y salimos al rescate demasiado tarde. Es aún más lamentable el hecho de que no hayamos erradicado por completo de nuestras costumbres el daño a los indefensos. Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), carmelita, después de haber pasado por los tormentos de los campos de concentración, resumió muy bien la respuesta cristiana adecuada a estas tragedias: «La carga de la cruz que Cristo asumió es la de la naturaleza humana corrompida, con todas sus consecuencias: el pecado y el sufrimiento que padece la humanidad caída. El significado del camino de la cruz es llevar esta carga fuera del mundo. El sufrimiento nos pone cara a cara con nosotros mismos y a unos con otros en formas imposibles de evitar. El dolor roba nuestra atención y nos obliga a averiguar cuál es nuestra posición, de qué tratan la vida y la muerte. Las respuestas no son totalmente satisfactorias a nivel intelectual. Por lo tanto, nos encontramos, a regañadientes al principio, en un peregrinaje con Dios a través de lo peor de lo que la humanidad es capaz de perpetrar. Estamos de camino con Dios a través de realidades aplastantes que brotan justamente en medio de nuestra vida: la enfermedad, la muerte, la pérdida de fortuna o de amigos, de oportunidades y sueños... ¿Qué respuesta aceptable podría tener esto?»'. Santa Teresa Benedicta se remonta a la vieja pregunta que los discípulos hicieron a Jesús: «¿Por qué existe el sufrimiento?». La respuesta de Jesús es clara: hacer visible las obras de Dios, lo cual es nuestro deber, llevando el peso de la cruz por el mundo. Vemos de nuevo la gran paradoja: «Ser vulnerable no consiste en ser débil, sino en tener la fuerza necesaria para estar abierto y ser auténtico». Ser fieles a nuestra llamada como cristianos es dejar que el poder y la gracia de Dios trabajen a través de nosotros para dar voz a todas las personas vulnerables con quienes nos encontramos. Para salir de la paradoja debemos encontrar las diversas formas en que nosotros mismos somos vulnerables, de manera que podamos estar abiertos a curar y vendar las heridas de otros. Acoger las oportunidades que se nos presentan para vivir el gran mandato de Jesús es una tarea tan única como la obra especial que somos todos y cada uno de nosotros. No hay receta, fórmula o manera específica de llevar las cargas del mundo. En pocas palabras, debemos prestar mucha atención a nuestra propia vi da interior y dejarnos impulsar por la gracia, para dar voz y tender una mano a otras personas vulnerables. Si nos centramos en incrementar el bien que podemos hacer individualmente, crearemos comunidades de apoyo y de ayuda a todos, donde todas las voces, especialmente las más vulnerables y las que jamás han sido escuchadas, se escuchen con claridad. Como líderes en nuestra bendita Iglesia, tenemos la oportunidad de buscar a las personas vulnerables, escucharlas y brindarles un plan para su seguridad y bienestar. Nuestra historia de salvación demuestra que, a través de los tiempos, Dios ha cumplido sus promesas para con nosotros. Él nunca nos abandonará al sufrimiento sin esperanza. Su gracia, que actúa en todos nosotros, desde los más débiles hasta los más poderosos, nos fortalece para avivar las voces de aquellos que han sido silenciados. 190

Nuestra intención es protegerlos, levantarlos y lograr que se sepan amados, queridos, miembros valiosos de la comunidad en la que sus dones se afirman y alientan. Si bien cada uno de nosotros puede ser vulnerable en cualquier situación o conjunto de circunstancias, vamos a ver cuatro tipos básicos de personas vulnerables, escuchando de viva voz sus propias experiencias de abuso. Como he comentado, los adultos vulnerables pueden ser personas con determinadas condiciones físicas, mentales o emocionales, o con una enfermedad que les hace incapaces de defenderse, protegerse o buscar ayuda cuando son heridos o maltratados emocionalmente. El término se aplica también a los ancianos cuyas diversas circunstancias les hacen vulnerables frente a personas que podrían dañarles. 3. La preparación del abuso Tan complejo es comprender el abuso sexual contra adultos vulnerables como el que se comete contra los niños. Las pautas de comportamiento del abusador de adultos vulnerables son similares a los del abusador de niños. En particular, hay quienes buscan y «preparan meticulosamente» a sus víctimas, y hay también quienes obtienen ventaja de situaciones particulares, aprovechán dose de ellas para abusar del otro. Por desgracia, los abusadores se encuentran principalmente entre los miembros de la familia, los cuidadores y otras personas conocidas y de confianza para el adulto vulnerable. Los agresores realizan ciertas actividades de preparación, mediante las cuales identifican e involucran a sus víctimas. Una forma de actuar del abusador consiste en tomar el control sobre el adulto vulnerable, logrando así su cooperación. El depredador, con atención y paciencia, prepara al adulto vulnerable para el tipo de relación que busca. Se gana la confianza de la persona vulnerable, rompe sus defensas y la manipula para realizar o autorizar el acto sexual o el comportamiento deseado. Si es necesario, el depredador conseguirá el acceso al adulto vulnerable empleando las mismas técnicas con sus padres o cuidadores. Este proceso (en inglés, «grooming») se traduce literalmente como «cortejar», preparar meticulosamente. Este proceso aumenta el acceso del depredador a su víctima y reduce las probabilidades de ser descubierto. La preparación se hace de tres formas básicas: •Física •Psicológica •Comunitaria La preparación física tiene que ver con el tacto. Al principio, el abusador puede tocar al adulto vulnerable de maneras totalmente aceptables, y cuando la víctima se familiariza con ello, él o ella aumenta el nivel de contacto sexual de forma gradual, condicionando al 191

adulto vulnerable. Con el tiempo, esto conducirá al contacto sexual. Esto actos son tan sutiles en el tiempo que el adulto vulnerable no cae en la cuenta de lo que está sucediendo. La preparación psicológica es igualmente sutil y progresiva. El depredador puede comenzar por mostrar una especial y cuidadosa atención para con el adulto vulnerable, siendo amable, empático y demasiado comprensivo. Crea un tipo de dependencia en el adulto vulnerable mediante el desarrollo de una relación especial con él. Finalmente, el agresor convence a su víctima de ser el o la causante de su conducta. En muchos sentidos, es un «lavado de cerebro» de los adultos vulnerables. Pueden incluso tener lugar amenazas de daños físicos a la víctima o a su familia. Todas estas técnicas dejan al adulto vulnerable sumido en un auténtico conflicto, confundido, impotente y dependiente. La preparación comunitaria proporciona al agresor el medio ambiente que necesita para realizar sus manipulaciones. Se proyecta a las familias y a otros miembros de la comunidad la imagen de una persona maravillosa. Imitan el comportamiento de los buenos cuidadores, con el fin de obtener acceso a sus víctimas. Hacen cosas buenas para realizar un acto nefasto. Cuando alguien hace un comentario sobre la integridad del agresor, la comunidad se indigna, no contra el agresor, sino contra quien le acusa, ya que parece inconcebible que tal persona haya realizado semejantes acciones. 4. Disminución De acuerdo con las estadísticas, el abuso de adultos vulnerables es más emocional, físico y financiero que sexual; según se ha informado, este representa solo el uno por ciento de los casos de abuso. En los Estados Unidos, cada año se presentan ante los Servicios de Protección para Adultos aproximadamente 500.000 denuncias de abuso de adultos vulnerables, pero se cree que en realidad solo se denuncia un porcentaje mínimo de casos. Los estudios indican que hasta un 10 por ciento de la población adulta vulnerable es objeto de abusos, y que solo uno de cada seis lo denuncia. Así como los prejuicios en contra de los adultos vulnerables son un factor importante que contribuye al escaso número de casos que se denuncian y a las bajas tasas de procesamiento, los mismos factores que tienen gran impacto en juicios por abuso sexual de niños desempeñan también un papel importante cuando la víctima es un adulto vulnerable. Un aspecto importante del problema es el hecho de que se trata de adultos que tienen el derecho de consentir o negarse a participar en el informe, la investigación o el enjuiciamiento de la cuestión. Muchos temen hacerlo. Cuando la víctima es un adulto con discapacidades del desarrollo, a menudo el agresor es la persona que lo cuida. Sin embargo, cuando la víctima es una persona mayor, el autor más probable es un miembro de la familia. Es difícil encontrar evidencia 192

forense; a la vez, constituye un gran desafío para los fiscales encontrar una forma de convencer a un jurado de que un hijo adulto haya agredido deliberadamente a un padre o a un familiar anciano. Algunas de las señales de alarma sobre una relación inapropiada con un adulto vulnerable son las mismas que las que indican que alguien es un agresor potencial para un niño. Las señales de advertencia son: •Siempre quiere estar a solas con la persona. •Hace que los demás se alejen y se las arregla para ser el objeto de atención de la persona en zonas donde no se le puede controlar. •Piensa que las reglas no se le aplican a él. •Utiliza malas palabras o cuenta chistes obscenos cerca de la persona. Otros signos que indican que un cuidador es un riesgo para un adulto vulnerable son los siguientes: •La persona actúa con indiferencia hacia el adulto vulnerable en su cuidado. •El miembro de la familia o cuidador evita que el adulto hable a sus visitantes. Además de usar estas señales de advertencia como guía para detectar a los posibles autores de abusos, protegeremos aún más a los adultos vulnerables controlando el acceso a estos mediante: •El uso de formularios estandarizados por escrito cuando se contrata a un cuidador. •Solicitar una verificación de antecedentes penales, o asegurarse de que el establecimiento donde vive el adulto vulnerable realiza este procedimiento al contratar a su personal. •Solicitar referencias de las personas que se presentan como cuidadores. •Entrevistarse cara a cara con los cuidadores y comunicarse con ellos a menudo. Entre las técnicas de monitorización que deben emplearse habría que incluir el asegurarse de que todos los miembros de la familia tengan acceso a los programas en los que está involucrado el adulto vulnerable. Además, los establecimientos al servicio de este tipo de personas deben incluir directrices acerca del uso de zonas aisladas. Si se trata de una situación en el hogar, los miembros de la familia deben entrar a revisar incluso los momentos de baño o ducha durante todo el día, de forma aleatoria. 193

Lo más importante: es crucial tomar conciencia de las personas vulnerables con las que convivimos. Es muy importante hablarlas, escucharlas y observarlas. Escuche entre líneas y preste especial atención al menor signo de miedo en un adulto vulnerable. No ignore ningún signo que le haga sentir incómodo. Actúe e investigue esto tan pronto como le sea posible. Muy especialmente, observe lo siguiente: •Lesiones como cortes, contusiones y otras heridas que parecen descuidadas o no parecen sanar. •Palidez de la piel, ojos hundidos, deshidratación o desnutrición evidente. •Frecuentes visitas al hospital. •Ropa sucia, aparente dolor al tacto. •Falta de contacto social. •Miedo, ansiedad, ira, depresión y confusión. •Desorientación o confusión aparente e historias exageradas al explicar su situación o circunstancias. Es muy importante recordar que uno de los principales signos de advertencia de que un cuidador o miembro de la familia está abusando de un adulto vulnerable es que aísla a la víctima de otras personas. Se niega a permitir las visitas y mantiene al adulto vulnerable lejos de cualquiera que pueda observar los signos del abu so. Además, cualquier referencia que dé el adulto vulnerable es presentada por el cuidador como parte de su vulnerabilidad: está confundido, no es de fiar, tiene demencia u otra disfunción cognitiva... Afirma que la persona se está vengando de él por no permitirle comer sus caramelos favoritos, o que le molesta el cuidador y está inventando historias para hacerle daño. Una vez más, observamos la «preparación meticulosa». Además, hay señales ambientales de que un adulto vulnerable está siendo objeto de abusos. Las condiciones de vida inadecuadas o desaseadas son motivo de preocupación. Otras pistas son la temperatura ambiental demasiado elevada y los malos olores en casa. Cuando el adulto vulnerable está siempre hambriento, desaseado de forma inusual, tiene nuevos problemas económicos, le han desaparecido objetos personales, joyas, ropa, etc., es hora de actuar. Lo más importante que podemos hacer para evitar que esto suceda es informar a las autoridades, tan pronto como sea posible, sobre cualquier sospecha de abuso de un adulto vulnerable. Comunicar nuestras sospechas impide que el abuso continúe. Hay que 194

ir tan lejos como sea posible, dar seguimiento a las sospechas hasta lograr la completa satisfacción y la mayor seguridad posible. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad moral de denunciar la sospecha de abuso. Si nos damos cuenta de que el comportamiento de un cuidador o un familiar puede ser un riesgo para el adulto vulnerable, debemos comunicar nuestra inquietud a esa persona o a alguien que pueda hacer algo con la persona en cuestión tan pronto como sea posible. 5. Otro tipo de vulnerabilidad Por último, un adulto vulnerable puede ser cualquier persona que se encuentre en una relación pastoral o de ayuda con otra persona en la que existe un poder unilateral. Por ejemplo, relaciones como las que se dan entre un profesor y un estudiante, un acompañante espiritual y su acompañado, un psicoterapeuta y su cliente, un médico y su paciente; todas estas son relaciones de ayuda en las que una persona tiene poder sobre la otra. Independientemente de la edad, el consentimiento y la disposición del adulto en este tipo de relación, quien presta el servicio es responsable de mantener siempre los límites profesionales. Cuando un profesional, un agente de pastoral o un voluntario abusan de su posición de poder sobre la otra persona, es una grave falta a la confianza, la ética y la moral. A este respecto, quienes se acercan a recibir la ayuda de otros son vulnerables siempre. Hay personas con trastornos psicológicos o de personalidad que solicitan ayuda pastoral. En muchos casos, no se les conoce mínimamente hasta bien avanzada la relación de ayuda. Debemos prestar mucha atención en toda situación. Es recomendable, por no decir obligatoria, la supervisión cuando un miembro del clero, religioso, agente de pastoral o voluntario ofrece orientación pastoral, dirección espiritual o algún otro servicio pastoral. Muchos sacerdotes, diáconos y religiosos bien intencionados se han visto envueltos en relaciones pastorales con resultados desastrosos y de graves consecuencias, debido a que no se percataron del trastorno de la personalidad que padecían los feligreses o estudiantes que, bien intencionadamente, solicitaban su ayuda. A menudo las necesidades de la Iglesia requieren la ayuda de voluntarios para enseñar, servir y difundir el evangelio. Las necesidades que tenemos son grandes, pero a menudo las necesidades de quienes se ofrecen para ser voluntarios son aún mayores. La gente se ofrece a hacer voluntariado por muchas y buenas razones, y es nuestra misión ayudarles en todo lo posible. Sin embargo, debemos tener cuidado, ver las cosas claramente al comienzo de estos encuentros y relaciones; si una persona parece ser «demasiado buena para ser verdad», con eso es precisamente con lo que hemos de tener cuidado; hay que proceder con cautela y atención. Una de las situaciones más difíciles de tratar en la pastoral es el trastorno límite de la 195

personalidad, que afecta el sentimiento sobre uno mismo, a las relaciones con los demás y a la conducta. Una persona que sufre de trastorno límite de personalidad, a menudo está insegura de quién es. Es decir, con frecuencia su auto-imagen o sentido de sí misma cambia rápidamente. Puede verse a sí misma como un ser malvado, y otras veces puede tener la sensación de que no existe en absoluto. Una imagen inestable de uno mismo hace que se produzcan cambios frecuentes de empleo, de amistades, de metas y de valores. Generalmente, sus relaciones son agitadas, y a menudo mantienen unas relaciones de amor-odio con los demás. Pueden idealizar a alguien en un momento, y luego, abrupta y dramáticamente, experimentar la furia y el odio por un desaire que ha percibido o incluso por un simple malentendido. Esto se debe a que las personas con este trastorno a menudo tienen dificultades para aceptar los tonos grises: las cosas parecen ser o blancas o negras. Los síntomas del trastorno límite de personalidad pueden sera: •Comportamiento impulsivo y arriesgado (conducción peligrosa, relaciones sexuales sin protección, juegos de apuestas, consumo de drogas ilegales...). •Emociones fuertes que aumentan y disminuyen con frecuencia. •Episodios cortos pero intensos de ansiedad o depresión. •Ira inapropiada, que a veces degenera en enfrentamiento físico. •Dificultad para controlar las emociones o impulsos. 9Comportamiento suicida. •Miedo a la soledad. Cuando se afrontan dificultades de este tipo en el trabajo pastoral o en el voluntariado, lo mejor es buscar la asesoría de un profesional externo. Aunque la prevención del abuso de las personas vulnerables es fundamental para la pastoral de la Iglesia, la mejor práctica es prestar mucha atención a nuestras propias vidas y a la forma en que ejercemos nuestro liderazgo en la pastoral: establecer claramente nuestros límites personales, ganar en profundidad en nuestra vida espiritual y buscar oportunidades de crecimiento y formación, para tener un fundamento sólido y practicar una pastoral efectiva.

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DR. HUBERT LIEBHARDT / PROF. HANS ZOLLNER, SJ* Visión y misión EL Centro para la Protección de la Infancia nació como iniciativa de una cooperación entre el Instituto de Psicología de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma, Italia), el Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia de la Infancia y la Adolescencia del Hospital Universitario de Ulm (Alemania) y la Archidiócesis de Múnich y Frisinga (Alemania). El objetivo fundamental es la creación de un centro global de formación y aprendizaje a distancia que disponga de recursos académicos orientados a los trabajadores pastorales que hacen frente a los abusos sexuales de menores y que tenga en cuenta elementos multilingües e interculturales. Inicialmente, el Centro para la Protección de la Infancia se ha creado con un horizonte temporal de tres años (2012-2014), con el objetivo de desarrollar y aplicar un programa de aprendizaje electrónico que suma treinta horas y se imparte en cuatro idiomas (inglés, español, italiano y alemán). Participarán en la iniciativa ocho socios de todo el mundo (Argentina, Ecuador, Alemania, Ghana, India, Indonesia, Italia y Kenia), que asumirán un papel activo en la selección de participantes y en la certificación y evaluación permanente del programa formativo. En una fase posterior, el programa formativo estará abierto también a la participación de otros usuarios interesados de todo el mundo, tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica. Estructura e infraestructura El responsable del proyecto y del Centro será el Prof. Hans Zollner SJ, Vicerrector académico de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Dicha Universidad supervisará el proyecto, con el Profesor Invitado Dr. Hubert Liebhardt como director del Centro. La plantilla de colaboradores del Centro estará formada por psicólogos, diseñadores de material pedagógico, antropólogos, teólogos y expertos multilingües. La Archidiócesis de Múnich y Frisinga es la institución que hospeda el Centro para la Protección de la Infancia, situado en Múnich, así como uno de los organismos fundamentales para su financiación. El comité directivo lo forman el Prof. Hans Zollner, si (Presidente), Monseñor Klaus Peter Franzl (Director de Recursos Humanos de la Archidiócesis de Múnich y Frisinga) y el Prof. Jdrg M.Fegert (Clínica Universitaria de Ulm). El proyecto cuenta con el apoyo 198

de un consejo consultivo científico, formado por hasta seis expertos en diferentes ámbitos de la investigación y la práctica que se encargarán de la supervisión del desarrollo de contenidos, así como de la integración del servicio de aprendizaje electrónico en las estructuras específicas de educación y formación para trabajadores pastorales y educacionales. El consejo consultivo lo forman Monseñor Prof. Peter Beer, la Dra. Maria Pia Capozza, la Prof. Sheila Hollins, Monseñor Dr. Charles J.Scicluna, y la Dra. Delphine Collin-Vézina. Destinatarios En este periodo inicial o piloto se incluirá a personas de prueba en el proceso de desarrollo, la evaluación del programa y la concesión de certificaciones, como parte de la formación de sacerdotes, diáconos, asistentes parroquiales, educadores, catequistas, voluntarios y otros miembros del equipo pastoral. Por lo tanto, cada socio designará a un gestor local del proyecto y a un experto en «formación de formadores», y ambos llevarán a cabo la selección de participantes a nivel local, y después los formarán para utilizar el programa de aprendizaje electrónico. Contenido y Diseño Pedagógico El currículo del programa de aprendizaje a distancia consta de seis módulos que suman 26 unidades didácticas, cuyos contenidos están basados en conocimientos y se presentan en forma de textos, gráficos e imágenes, y también fomentan la realización de ejercicios de profundización orientados a la práctica a través de elementos interactivos y audiovisuales. Para cada módulo se han planificado entre tres y cuatro unidades de unos 40-50 minutos, y su estructura se basa en el proceso de detección de casos de abuso. Las unidades didácticas se centrarán en comprender y prevenir los abusos sexuales en la Iglesia Católica, abordar, por ejemplo, las consecuencias legales, realizar ejercicios de reflexión individual y examinar las perspectivas teológicas y pastorales, haciendo hincapié en la diversidad cultural, tratando con los fieles en diversas situaciones parroquiales y teniendo en cuenta la cercanía o distancia respecto de los menores, los factores de riesgo de abuso sexual relacionados con la víctima y con el agresor, los contextos familiares e institucionales, los signos visibles, las situaciones en que se sospecha la existencia de un abuso, las técnicas de conversación y documentación, prestando una ayuda inmediata, facilitando la asistencia a los niños que han sido víctimas de abusos y a las personas que tienen contacto con ellos, procurando una de gestión de calidad en las instituciones y las oportu nas medidas preventivas, entre las que se incluye el refuerzo de los niños. La formación a distancia permite ofrecer información de forma rápida y con amplio alcance; pero una versión exclusivamente en línea concede escasas oportunidades al aprendizaje emocional. Por ello el proyecto incluirá enfoques didácticos que permitirán una enseñanza individualizada, sistemática y basada en casos concretos sobre abuso 199

sexual contra menores, tanto en forma individual (estudio autónomo), como de aprendizaje mixto (estudio autónomo y en el aula). Los cursos presenciales enmarcados en el aprendizaje mixto son una opción vinculada con la fase de estudio autónomo.

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Cuadro 1 La iglesia está a oscuras. En el crucero se alza una gran cruz, también a oscuras. Los participantes van entrando en silencio. Llevan una vela apagada en la mano y se colocan alrededor de la cruz. Detrás de la cruz hay una pantalla para la proyección de un film, que es una relectura de la contemplación ignaciana de la Encarnación:

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Voz: «¿A quién mandaré?, ¿quién irá de nuestra parte?» (Is 6,8)

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Voz Resucitado la mañana del primer día después del sábado, Jesús se apareció a los once cuando estaban a la mesa. Él les reprendió su incredulidad y obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado de la muerte. Y les dijo: «Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos se curarán». El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. (Se representan algunas misiones de evangelización confiadas a la Iglesia). Entonces ellos salieron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba el mensaje con las señales que lo acompañaban. Cuadro II El celebrante se coloca ante la cruz [la luz ilumina, sobre todo, el costado abierto] y, haciéndose voz de la Iglesia, entabla un diálogo con el Crucificado siguiendo la gran Oración Penitencial de Nehemías 9:

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¡Bendito sea Dios desde siempre y por siempre!

¡Bendito sea Dios desde siempre y por siempre!

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¡Bendito sea Dios desde siempre y por siempre!

¡Bendito sea Dios desde siempre y por siempre!

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Volgiti a noi, Signore, ed abbi pieti, perché abbiamo pecento contro di te. Vuélvete a nosotros, Señor y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

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Attende Dómine, et miserere, quia peccavimus tibi.

Attende Dómine, et miserere, quia peccavimus tibi.

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Attende Dómine, et miserere, quia peccavimus tibi.

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Attende Dómine, et miserere, quia peccavimus tibi.

Attende Dómine, et miserere, quia peccavimus tibi.

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Attende Dómine, et miserere, quia peccavimus tibi.

«¿Quién nos librará de este cuerpo de muerte?».

Cuadro III (La voz-guía anuncia el perdón del Crucificado). l° Voz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». (Le 23, 34) (Entran algunos representantes de la categoría de «los pequeños» con lámparas encendidas y las depositan alrededor de la cruz, después de haber pronunciado la fórmula de perdón. La iglesia se va iluminando gradualmente).

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(Canto apropiado).

(Canto apropiado).

(Canto apropiado).

(Canto apropiado).

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(Canto apropiado).

(Canto apropiado).

(Canto apropiado).

(Canto apropiado). Proclamación del envío de los discípulos después del abandono y la traición:

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(Jn 20, 19-22)

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Celebrante: Bendigamos al Señor. Todos: Demos gracias a Dios.

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Nacido en Long Beach en 1936, el cardenal William Joseph Levada es Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Comisión Teológica Internacional. 2. Ibid., nn. 7.13/7.14. 1. Comisión de Investigación, Informe de la Archidiócesis de Dublín, nn. 13.12. 3. Algunos años después (el 13 de abril de 2002), el arzobispo emitió un comunicado en el que se disculpaba por no haber cooperado con la policía. Stphen J.Rossetti, sacerdote y psicólogo norteamericano, es profesor en la Facultad de Teología y Estudios Religiosos de la Catholic University of America. 1. En un estudio inédito de 2011, realizado por el Saint Luke Institute, de 91 sacerdotes que habían abusado de menores, solo un 14% (es decir, 13 agresores sexuales) habían referido haber abusado tan solo de una víctima. Un 47% declaró haber abusado de 5 o más víctimas. El número modal de víctimas referido a esta muestra era de cuatro. 2. Marije STOLTENBORGH et al., «A Global Perspective on Child Sexual Abuse: Meta-Analysis of Prevalence Around the World»: Child Maltreatment 16/2 (2011), p. 87. 4. Una consecuencia negativa de no cumplir el Plan de seguridad podría ser la pérdida total del estado clerical. 3. En el estudio previamente citado de unos 91 agresores sexuales tratados en el Saint Luke Institute, un 10% (9 de 91) declaró haber abusado de 30 o más víctimas. Un sacerdote declaró 500 víctimas; dos declararon 100 víctimas; uno, 50; otro, 40; mientras que un sacerdote declaró 35; y 3 sacerdotes declararon haber abusado de 30 víctimas. 5. Stephen J.RossETTI, Why Priests are Happy: A Study of the Psychological and Spiritual Health of Priests, Ave Maria Press, Notre Dame (Indiana) 2011), pp. 48-52. 6. «John Jay College of Criminal Justice», The Causes and Context of the Sexual Abuse of Minors by Catholic Priests in the United States, 1950-2010 (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Washington, DC 2011, p. 36). 8. G.McGLONE - D.J.VIGLIONE - B.GEARY, Datafrom one treatment center in USA (n=150 catholic clergy) who have sexually offended. Estudio presentado con ocasión 216

de la Conferencia anual sobre el Tratamiento y la Investigación, organizada por la Asociación para el Tratamiento de Abusadores Sexuales (Montreal, Ontario, Octubre de 2002). En un estudio realizado sobre una muestra de 158 sacerdotes tratados en el Saint Luke Institute, de todos aquellos que habían abusado de niños prepuberales un 54% se identificaba como heterosexual, un 32% como homosexual, y un 14% afirmaba ser bisexual. De los sacerdotes que habían abusado de menores pospuberales, un 46% había declarado ser homosexual, un 35% heterosexual, y un 19% se identificaba como bisexual. Véase también D.MIRIAM - CH. DODGSON, «Clergy Who Violate Boundaries»: Seminary Journal 13/3 (Winter 2007), pp. 7-19. 7. David FINKELHOR, et al., Updated Trends in Child Maltreatment, 2008, Crimes Against Children Research Center, New Hampshire University, Durham, New Hampshire. Para más información, visitar: http://www.unh.edu/ccrc/Trends/l*ndex.html. II. -- 9. M.KAFKA, «Sexual Molesters of Adolescents, Ephebophilia and Catholic Clergy: A Review and Synthesis», en R.K.HANSON et al. (eds.), Sexual Abuse in the Catholic Church: Scientific and Legal Perspectives, Libreria Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano 2004, p. 54. 1. Cf. W.H.WOESTMAN, Papal Allocutions to the Roznan Rota. 1939-2002, Ottawa 2002 (en adelante, W). p. 21. Promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe y profesor invitado en la Pontificia Universidad Gregoriana. 3. JUAN PABLO II, Discurso a la Rota Romana, 18 de enero de 1990: W, 211. 2. Summa Theologice II-IIae, q. 58, art. 4 ad 1. 4. Discurso a los Cardenales de los Estados Unidos, 23 de abril de 2002, n. 3. 5. Ch. J.SCICLUNA, Alocución ante el Foro Internacional «The World's Children and the Abuse of their Rights», Senado de la República de Italia, 3 de noviembre de 2011. 6. Carta a los Católicos de Irlanda, 19 de marzo de 2010, § 11. Obispo Coadjutor de Papantla (Veracruz), México. 2. Ibid., n 49 3. PDV, 42

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1. Cf. Orientaciones para la formación del formador Conclusiones de la XVII Asamblea General de la Oslam, Medellín, Colombia, 1-6 diciembre 2003. Cf. Conclusiones de la Asamblea Extraordinaria de la Oslam, Mérida, México, 13-18 octubre 2008 4. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius, 11. 5. H.ZOLLNER, «II Se: contenuto, processi, mistero», en A.MANENTI - S. GUARINELLI - H.ZOLLNER (eds), Persona e Formazione. Riflessioni per la pratica educativa e psicoterapeutica, EDB, Bologna 2007. 6. W.MASTERS - V.JOHNSON, La respuesta sexual humana, Intermédica, Buenos Aires 1978. 7. L.RULLA, Antropología de la vocación cristiana. I: Bases interdisciplinares, Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1990. 8. B.HUME, Opera¡ del Vangelo. Diaconi, preti, vescovi, laici, Paoline, Milano 1992. 9. A.CENCINI, Nel amore. Libertá e maturitá affettiva nel celibato consacrato, EDB, Bologna 1995. 10. Ibid. 11. PDV, 44. 13. Ibid. 12. S.J.ROSSETrI, «From Anger to Gratitude. Becoming Eucharistic People: the Journey of Human Formation», conferencia pronunciada en la Pontificia Universidad Gregoriana el 26 de marzo de 2004. 14. Benedicto XVI responde en televisión a las preguntas del público. 22 de abril de 2011. Televisión Italiana (RAI-1). L'Osservatore Romano, edición española, n. 18, Mayo 2011. de Manila, Filipinas y profesor agregado de Teología Sistemática en la Atheneo de Manila University. Sacerdote y psicólogo, asesor de la Conferencia Nacional de los Obispos Brasileños (CNBB). 1 El término «abuso sexual» se utilizará aquí para designar el uso directo o indirecto del poder y la ascendencia moral que el sacerdote tiene para aprovecharse sexualmente 218

de personas (en nuestro caso niños) a las que, por el deber de su oficio, debería defender, dar protección y acompañar en su crecimiento. En general, implica también un «acoso sexual» que puede servirse o no de varias formas de coacción. Con la palabra «acoso» me refiero a la forma engañosa con que el abusador acostumbra a abordar a su víctima. El acoso está casi siempre vinculado con el abuso propiamente dicho. En las sociedades y en los códigos de derecho modernos, ambos comportamientos son punibles, especialmente la pedofilia. Añado otros dos conceptos, ambos referentes también a comportamientos sexuales no compatibles con lo que la Iglesia plantea a sus ministros al poner el celibato como condición para ser ordenado sacerdote. El término «conducta sexual inapropiada» es más genérico. Lo reservaré más concretamente para las relaciones entre adultos, pudiendo implicar algún grado de consentimiento entre las partes. Hay otros dos términos aparentemente antitéticos: el de «seducción», un comportamiento no infrecuente en el abordaje del pedófilo a la víctima, y el de «violencia», que puede ser rayano en el comportamiento patológico. 2. En Postdam Platz, la manifestación contaba con la participación y el liderazgo de grupos agresivamente hostiles a los principios que la Iglesia defiende en cuanto a la sexualidad humana y a los derechos de las minorías sexuales. En el Bundestag, el comportamiento revelaba la disconformidad política de los diputados que abandonaron el recinto en lo tocante a privilegios que el Estado alemán sigue concediendo a la Santa Sede y al Papa. 3. Lamentablemente, no disponemos de datos para hacer una comparación segura entre los sacerdotes de hoy y, por ejemplo, los que se ordenaron inmediatamente después del Concilio Vaticano II (que estudié en mi tesis de doctorado, de principios de los años setenta). 4. No hay aquí posibilidad de abordar con rigor la compleja problemática socio-cultural y teológico-pastoral que implica lo enunciado por el Padre Franca Miranda. Al citarle, mi intención es hacer hincapié en que esta cuestión tan importante tiene que ver con el tema de que trata esta Conferencia. 5. Moser analiza y sitúa cada uno de esos tres ejes en el contexto brasileño. Sus sabias consideraciones, que en uno de sus libros explican esa esfinge que sigue representando la sexualidad para el hombre y la mujer de hoy día, no se pueden resumir en pocas palabras. Cf. Moser (2002a.). 6. He aquí algunos ejemplos: Castells (1999) habla de «sociedad en red»; Beck (1992), de «sociedad de riesgo»; Lipovetsky, de «hipermodernidad»; Giddens (1997), de «sociedad reflexiva»; Lyotard (1979), de «sociedad sin grandes narrativas»; etc. 7. A semejanza de lo que ha sucedido en otros países, y por lo que todo deja entender, 219

en Brasil las consecuencias de los comportamientos abusivos de los sacerdotes (incluidos los relacionados con la mujer) también serán mucho más duras para los infractores y afectarán también a las diócesis y congregaciones religiosas a las que pertenecen. 8. Nótese, no obstante, que ha habido por parte de grupos, también religiosos, tentativas de investigar algunos hechos (¡casi siempre reales!) que han sucedido con clérigos católicos - como en el famoso caso de Arapiraca - en función de una campaña contra la idoneidad del clero católico. 9. Los cuatro puntos frágiles son los siguientes: la integración afectivo-sexual; la espiritualidad; la inseguridad de cara al futuro; y una relación insatisfactoria con los respectivos obispos. 10. Del grupo que llevaba ordenado entre 1 y 5 años (sobre un total de 102 encuestados), el 14,6% decían sentirse inseguros en la dimensión afectiva, mientras que el 12,6% (de un total de 95 sacerdotes) que llevaban ordenados entre 6 y 10 años se sentían igualmente inseguros en ese mismo aspecto. 11. Del grupo que llevaba ordenado entre 1 y 5 años, el 16% (de 100 encuestador) se sentían poco o nada integrados espiritualmente, mientras que el 13,9% del grupo que tenían entre 6 y 10 años de ministerio decían lo mismo de su vida espiritual. 12. En los nueve capítulos del libro se tratan temas accesorios importantes para formarse un juicio global del problema. Se tratan cuestiones carentes de un mejor redimensionamiento psicológico, como las del celibato y el sacerdocio de hoy, la atención a las víctimas y familias, la acción pedagógica relativa a la comunidad, las satisfacciones que se le dan a la sociedad y a los medios de comunicación, las relaciones con las autoridades civiles y la policía, etc. El autor se vale mucho de lo que puede conocer y acompañar en la Iglesia norteamericana. La bibliografía que utiliza tiene también la misma procedencia. 13. Las mismas que se pueden complementar con la preocupante información proporcionada por Nasini, quien indica otros tres datos importantes para formarse un juicio de conjunto: 41 de los encuestador (un 23%) dejaron posteriormente el ministerio, mientras que 35 (un 20%) cambiaron su comportamiento. Pero 56 (un 32%) mantuvieron (!) el comportamiento impropio hasta el momento de la encuesta. Si se confirman datos de este porte, creo que la Iglesia se debe a sí misma una toma de posición. La cuestión que se suscita es la siguiente: ¿qué decir sobre la ley del celibato? 14. En el campo sociológico hay algunos otros estudios. Uno de ellos, que responde a posiciones feministas defendidas también dentro de la Iglesia Católica, es la encuesta 220

de la estudiosa de la religión Regina Jurkewicz (2005) sobre el abuso sexual de mujeres por parte de sacerdotes católicos. La autora examinó episodios divulgados por la prensa entre 1994 y 2003 y consultó a casi 100 organizaciones que trabajan en el campo de los derechos humanos. Seleccionó 21 casos de «niñas, adolescentes y mujeres», algunas menores de 15 o 16 años. 15. De los 48 sujetos del cuadro, no todos eran sacerdotes ya ordenados. 25 eran presbíteros (un 52%), y 23 (un 48%) estaban a punto de ordenarse. 16. El Instituto Terapéutico «Acolher» se fundó en el año 2000. En sus inicios tuvo el respaldo del Saint Luke Institute de los Estados Unidos, y del Southdown Institute de Canadá. En su plantilla permanente cuenta con unos 15 psicólogos clínicos o psiquiatras especializados en el estudio sis- temático de las especificidades encontradas en la psicoterapia de clérigos católicos. El trabajo de Rosa Eliza da Silva forma parte de un grupo de seis encuestas elaboradas para la obtención del master y del doctorado en el Programa de Estudios de Postgrado de la Pontificia Universidad Católica de Sáo Paulo, entre los años 2005 y 2011. Sacerdote de la Archidiócesis de Durban (República Sudafricana). Joseph Carola, si es Profesor de Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana (PUG) de Roma. Mark Rotsaert, si es Director del Centro de Espiritualidad Ignaciana de la PUG. Michelina Tenace es Profesora de Patrística en la PUG. Humberto Miguel Yáñez, si es Profesor de Teología Moral también en la PUG. 2. Ibid., n.26. 3. Cf. A.WÉNIN, D'Adam d Abraham ou les errances de l'humain: lecture de Genése 1,1-12-4, Paris 2007. 4. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Op. Cit., 1111. 35-37. 5. Ibid., nn.90-93. 6. Cf. JUAN PABLO II, «Discurso en el centenario de G.Mendel»: Ecclesia 2.168 (31marzo-1984), 397. 7. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Op. Cit., n.36. 8. A.CENCINI, Por amor con amor en el amor. Libertad y madurez afectiva en el celibato consagrado, Atenas, Madrid 1996, 594.

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Cardenal-arzobispo de Múnich y Frisinga y Presidente de la Comisión de los Obispos de la Unión Europea. 1. Traducción oficial extraída del archivo en línea de la Santa Sede: Presidente y Director Ejecutivo de The National Catholic Risk Retention Group, Lisle, 111. (USA). L K.TERRY - M.SMITH - K.SCHUTH - R.KELLY et al. The Causes and Context of Sexual Abuse of Minors by Catholic Priests in the United States, 1950-2010, John Jay College of Criminal Justice of the City, University of New York, 38, 62, 63, 64, 74, 100, 102, 119 Doctor en Medicina. Investigador clínico en la John Hopkins University, Facultad de Medicina, Departamento de Ciencias Psiquiátricas y del Comportamiento. Baltimore. Director Ejecutivo del Saint John Vianney Treatment Center, Downingtown, Pa. USA. * Doctor en Psicología y en Teología Pastoral. Asesor de los Programas viRTUS. 1. Edith STEIN. «The Hidden Life: Hagiographic Essays, Meditations, Spiritual Texts», en el Volumen IV de Collected Works of Sister Teresa Benedicta of the Cross, Discalced Carmelite, Editado por el Dr. L.Gelber y Michael Linssen, OCD, ICS Publications, Washington 1992. 2. Tomado del blog: , acceso el 26.09.11. 3. Encontrado en Fundación Mayo para la educación y la investigación médicas (MFMER) 2011. El Dr. Hubert Liebhardt, Profesor visitante en la Pontificia Universidad Gregoriana, diácono, científico educacional y jefe del grupo de investigación sobre Psiquiatría y Psicoterapia de la Infancia y la Adolescencia de la Universidad de Ulm, Alemania (Director Médico: Prof. Jórg M.Fegert), es Director del Centro para la Protección de la Infancia. El Prof. Hans Zollner, si, es Vicepresidente Académico de la Pontificia Universidad Gregoriana.

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Índice Prefacio de los Editores Generales Carta del Secretario de Estado al Rector de la Universidad Gregoriana CARDENAL WILLIAM J.LEVADA MARIE COLLINS - SHEILA COLLINS MONS. DR. STEPHEN J.ROSSETTI MONS. CHARLES J.SCICLUNA 3+ JORGE CARLOS PATRÓN WONG 3+ LUIS ANTONIO G.TAGLE P.EDENIO VALLE, SVD REV. DESMOND NAIR JOSEP CAROLA, SJ - MARK ROTSAERT, SJ MICHELINA TENACE - HUMBERTO MIGUEL YÁÑEZ, SI CARDENAL REINHARD MARX MICHAEL J.BEMI GERARD J.MCGLONE, SJ PAULJ.ASHTON HUBERT LIEBHARDT, HANS ZOLLNER Vigilia Penitencial en la Iglesia de San Ignacio

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12 17 26 35 47 62 71 86 96 119 127 141 152 166 186 196 200

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