Abordaje Teorico y Clinico Del Adolescente Octavio Fernandez Moujan

September 1, 2017 | Author: Maximiliano Alegre | Category: Grief, Adolescence, Dissociation (Psychology), Adults, Antisocial Personality Disorder
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Descripción: utilizado en psicologia cultural del adolescente...

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Psicología Contemporánea

a d o lescen te del y clínico teórico Abordaje Mouján O. Fernández

,¡E?, este l:bro se ^pira fonda:ner.talmente a exponer el resultado de o.ucc "¿.tíos-da'trabajo con adoi^u&tes, los cuales me fueron permitiendo re* •>Íizar una práctica cada yez más próxima a la realidad y simultáneamente desarrollar conceptos y teorías que brindaran una mayor eficacia para ayudar a los adolescentes y sus familiares a superar la tan mentada “crisis”, El acercamiento al fenómeno biológico, psicológico y social de la adoles­ cencia se ha enriquecido especialmente con algunos conceptos como: dinámica familiar, grupos, complejo de Edipo, objetos y fenómenos transicionales, duelo, etcétera. Pero es sobre todo el desarrollo de la idea so­ bre identidad lo que hizo posible centrar el problema y proponer bases para la comprensión de una psicopatología de la adolescencia. La meta de este período es el logro de la “identidad”, y sus trastornos son los ingredientes que llevan hacia la enfermedad al pasar por este período. Por ejemplo, el “robo” de la identidad estaría relacionado con la psicopatía; la identidad grupalizada, con los trastornos borderline; la anulación, con la esquizofrenia; la seudoidentidad, con la caracteropatía, etcétera. La enfermedad tiene una delimitación particular que no está dada por lo “que” se percibe como síntomas, sino por el “cómo” se per­ ciben dichos problemas, ya que muchas veces es más normal tener pro­ blemas, de modo circunstancial, que adaptarse precozmente a la familia o al ambiente. En otras palabras, habría que tener en cuenta que la adquisición de la identidad es una “lucha”, y por lo tanto lo importante es saber diferenciar qué es expresión de esta lucha (aunque sean sínto­ mas) y qué es claudicación (aunque sea a-sintomática). Esto es tan cierto que un “síntoma” puede expresar más la enfermedad de la familia que del adolescente, y viceversa, un conflicto familiar puede denunciar un problema individual en el hijo adolescente aparentemente sin síntomas. Se subraya la importancia de crear un “campo” teórico específico de la adolescencia y una psicopatología que se extienda y resuelva desde la circunstancia misma adolescente, evitando aplicaciones conceptuales y psicopatológicas de la psiquiatría infantil y de los adultos. Todos los en­ foques, tanto teóricos como clínicos son planteados en forma “abierta”, o sea en pleno desarrollo, y su crecimiento, desde el punto de vista de la psicología y la psicopatología, depende del sistemático encuentro entre la práctica concreta y su desarrollo teórico.

teórico y clínico del adolescente Octavio ffernández Mouján

Nueva Visión

Bibliografía Canguilhem, G., Lo normal y lo patológico, Siglo X X I, México, 1970. Fairbairn, W. R., Estudio psicoanalítico de la personalidad, Hormé, Buenos Aires, 1962, cap. II. Foucault, M., La enfermedad mental y personalidad, Paidós, Buenos Aires, 1961. Sullivan, H. S., La teoría interpersonal de la psiquiatría, Psique, Buenos Aires, 1964.

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Capítulo IV E L DUELO ADOLESCENTE *

Junto al concepto de identidad, el concepto de duelo1 es uno de los más esclarecedores para comprender la adolescencia. Lo aplicaremos a este período de manera bien concreta, tomando su desarrollo en los distintos momentos: pubertad, mediana ado* Escrito en agosto de 1968. 1 El concepto de duelo es tomado simplemente como un difícil proceso que realiza el Yo de una manera consciente e inconsciente ante la pérdida de un objeto. Esta pérdida es importante no sólo respecto del objeto en sí sino por las fantasías, inconscientes o no, ligadas al mismo (a veces es mayor la fantasía de pérdida que la pérdida) y las partes del Yo incluidas en el objeto perdido. Se lo considera una lucha que hace surgir en el Yo dos tendencias: una que rechaza la pérdida y crea una serie de mecanismos inconscientes destinados a tal fin, y la otra que busca liberarse de la tendencia negadora de la realidad (psíquica fundamentalmente) a la cual supone dolorosa y pretende afirmarse en la tendencia reparadora del vacío surgido. Esta situación se ve complicada cuando el odio despertado por la fantasía es muy grande (vivido como herida narcisista) y tiene que ser negado, lo que lleva a un desgaste enorme del Yo en la idealización del objeto. Es complicada también cuando la dependencia ha sido muy grande (idealización previa a la pérdida) y lleva a una sensación de desvalimiento e incapacidad severos que tiene como finalidad inconsciente negar la culpa que traería la fantasía de "incautarse” o "robar” lo bueno puesto en el objeto. Otra complicación se da cuando existe una incapacidad del Yo para sufrir frustraciones, que deben así negarse psicológicamente. Aquí la culpa es por los logros vividos como triunfos sobre el objeto ausente. Podríamos seguir enumerando complicaciones que no se dan en forma

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lescencia y final de la adolescencia. Por ultimo, barcinos la des­ cripción del proceso de duelo a través de sus manifestaciones clí­ nicas más significativas: cambios de carácter, cambios en el pensa­ miento y cambios en las conductas sociales. No estará de más decir que los cambios en la adolescencia tienen un cierto ritmo, que no se dan de golpe y que existe una suerte de sucesión que marca dónde se centra el duelo en cada período adolescente. En la pubertad, por ejemplo, casi no tendría­ mos dudas en centrar el duelo en el cuerpo como objeto, así como en la mediana adolescencia (15 a 17 años) en la identidad sexual (resolución del conflicto edípico genital) y la nueva forma de pen­ sar, y en la adolescencia tardía en los roles sociales. Por supuesto que esto es esquemático y no se puede hacer esta división de una manera muy definida, pero nos sirve para operar porque es una visión más clara de la adolescencia normal. En todos los períodos, el adolescente lucha por restablecer el equi­ librio roto por el monto de pérdidas objetivas (duelo por objetos externos) y subjetivas (duelo por el Yo, objetos internos) a las que se les suman nuevas adquisiciones desconocidas, vividas con mayor o menor persecución. Melanie Klein fue quien describió los mecanismos inconscien­ tes del Yo para elaborar estas ansiedades (de pérdida y de peraislada dentro del proceso. Creo preferible sintetizarlas como 1) persecu­ ción (ansiedad ligada a la fantasía de ser atacado) y 2) culpa (sentimiento ligado a la fantasía de haber atacado). La buena relación con la realidad externa, la autoestima y la capa­ cidad de pensar son las ayudas más importantes durante este proceso. El mundo externo va devolviendo la capacidad de modificar las fantasías y ansiedades persecutorias al hacer experiencias paulatinas que devuelvan la confianza en los nuevos vínculos. La autoestima alivia la culpa, pues compensa la tendencia (en la fantasía) de acusarse por la pérdida. Este hecho es diluido por las buenas capacidades reparatorias dadas por la confianza en el amor. El pensamiento brinda una capacidad reparatoria que no necesita su demostración inmediata y permite planear las conductas reparatorias. La capacidad reparatoria del Yo es la fuerza más importante para aceptar la pérdida y hacer frente a nuevos riesgos: es la capacidad básica para elaborar duelos. Esta capacidad depende no sólo de las experiencias actuales - de pér­ dida sino también de las buenas experiencias previas de separación, lo que significa identificaciones con aspectos valorados de los objetos que fueron asumidos por el Yo.

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secucioü). Por un lado el Yo se siente expuesto externa e interna­ mente ante la “pérdida de objetos" y de partes suyas ligadas a ellos. Trata de controlar las consiguientes rabia, vacío y descon­ fianza, disociándose y proyectando hacia afuera todo “lo malo” (odio, vacío, objetos persecutorios, etcétera) y reteniendo e introyectando todo “lo bueno” (amor, objetos de identificación bonda­ dosos) . Paulatinamente se van intercalando períodos de integra­ ción que tratan de recuperar la identidad perdida. En un primer momento prima la desesperación, pues al unir lo amado y lo re­ chazado, tanto afuera como adentro del self, se teme por el destino de lo valorado y querido. Creemos que en la pubertad priman los períodos de rabia y persecución; el Yo se muestra predominan­ temente pasivo ante las circunstancias y recurre a defensas más individuales y primitivas. Es el período que Bowlby2 describió como “de protesta”: las defensas tienen el carácter de rechazo de la situación. No nos tiene que extrañar entonces que clínicamente veamos un incremento de conductas autoeróticas, inhibitorias, ais­ lacionistas, así como un exagerado “dominio” sobre los objetos, en detrimento de su amplitud y riqueza. Lo que el púber en realidad siente como muy peligroso es el cuerpo adulto que empieza a surgir, especialmente cuando este cuerpo ha sido objeto depositario de lo más rechazado durante la infancia. Por ello creemos que normalmente existe a) en un ni­ vel, un incremento del control del cuerpo a través del baile y el deporte (área 2) y b) en otro nivel de análisis (área 3) la realiza­ ción de identificaciones pasajeras con determinados objetos extrafamiliares, que lo diferencian del grupo primario aliviándolo del temor a la dependencia infantil (que por otro lado también se de* sea). Estas identificaciones le sirven asimismo para defenderse de ciertos modelos de identificación sexual que le propone (casi le impone) la cultura. Pero lo que fundamentalmente consigue el 2 Bowlby en un trabajo publicado en 1962 describió tres fases detectables en todo duelo: 1. Período de protesta: fase durante la cual el Yo trata de recuperar al objeto y se queja de lo acontecido. Se muestra irritable y decepcionado. 2. El Yo acepta la pérdida, pero en medio del caos se muestra deso­ rientado y desorganizado. Los sentimientos de desesperación dan el nombre a esta fase. 3. Fase dé separación, porque el Yo acepta deprimirse e iniciar nue­ vos vínculos.

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púber con estas identificaciones (que llamaremos rasgos de ca­ rácter), es un compás de espera dentro del proceso de duelo en relación con la identidad sexual infantil, que admite inconsciente­ mente la bisexualidad fantaseada. De esta manera se logra postergar el enfrentamiento con el Complejo de Edipo genital, hasta los 15 años.3 Como me referiré a esto en capítulos posteriores, no me ex­ tenderé ahora sobre los lasgos de carácter puberales. Sólo quiero recalcar aquí que dichos rasgos son fenómenos transicionales, en el sentido de que, sin ser externos, permanecen como algo no asi­ milado al Yo. Este mantiene ambos términos de la situación de duelo: los rasgos sexuales del otro sexo con sus modalidades sociales, así como los rasgos sexuales del propio sexo que tiene que asumir. En el varón son frecuentemente los rasgos pasivo-compulsi­ vos los que expresan lo femenino perdido definitivamente y lo masculino por asumir, respectivamente. Los púberes son en general sumisos; ante las chicas pare­ cen mucho menores e inexpertos, con poca iniciativa y mucha tendencia a la disciplina deportiva. Pero unidos a estos rasgos pasivos vemos también las formaciones reactivas de carácter com­ pulsivo: rebelarse con violencia, exhibir valentía, testarudez, mos­ trar tendencia a uniformarse en los grupos para resistir cualquier diferenciación (especialmente sexual). En lo que concierne a las chicas, el rasgo característico es el fálico-narcisista, que les sirve para expresar simultáneamente lo masculino a perder y lo femenino a asumir, enfrentándose a la si­ tuación edípica. Son las típicas “ amazonas”, como las llama Blos, aparente­ mente decididas, con cierto tipo de desparpajo, que dan vuelta y media a los varones de su edad, rechazando toda su sensiblería, lo que les permite cierta indiferencia y superioridad ante ellos. Aparecen rasgos narcisistas por identificación con la madre, se convierten en el objeto deseado por los varones y se vuelven más seductoras, protectoras y cariñosas. 3 La resolución del complejo de Edipo es una de las consecuencias del duelo por la bisexualidad en la adolescencia: aceptar la realidad externa (pareja de los padres) aceptando su propia identidad, y viceversa, lo que supone perder el vínculo edípico con los padres y asumir la rivalidad con los otros por el nuevo objeto de amor e interés (la propia pareja).

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El tercer nivel (área 1) que nos falta analizar es el referente a la “protesta” que el púber hace al encontrarse con su forma de pensar infantil (pensamiento lógico concreto) que no satisface a los adultos, ni les basta a.ellos mismos para sublimar el incremen­ to instintivo que los empuja a actuar. El problema lo resuelven incrementando una suerte de pensamiento mágico, que consiste en darles a las mismas palabras doble connotación: una abstracta _ y otra concreta. Consiguen la satisfacción autoerótica con sólo hablar'o pensar (intelectuaiización, erotización del pensamiento, “palabra juguete”) sin importarles mucho que los grandes no los entiendan (como forma de protesta). Desarrollaré este tema más adelante. Examinando superficialmente algunos de los motivos de con­ sulta más frecuentes en esta edad (inhibición intelectual o tras­ tornos de conducta) podemos interpretarlos como formas de “pro­ testar” por el período de duelo que están atravesando. Los 15 años son como vimos,4 una edad clave eri. la crisis adolescente, que coincidiría con el proceso de todo duelo. A esta edad el duelo no se centra tanto en el esquema corpo­ ral, sino más bien en torno de la identidad sexual y de la distancia y control sobre los objetos en niveles más abstractos, posibili­ tados por el desarrollo del pensamiento lógico-formal. El Yo, ya suficientemente discriminado, incrementa una percepción más inte­ grada de los objetos, que dentro del proceso de duelo se puede des­ cribir como una mayor capacidad de-tolerar la ambivalencia, la culpa y la pena. El adolescente de 15 años tiene que defenderse sobre todo de la desesperación por el vacío creado ante la pérdida de par­ tes del Yo, de la culpa intolerable incrementada por las nuevas pulsiones edípicas y de la sensación de impotencia y desorienta­ ción frente a los nuevos vínculos que ahora reconoce mucho mejor. Vemos entonces ante qué situación tan confusa y difícil está el adolescente. Sin embargo, observándolo más cuidadosamente podemos ver una capacidad especial del Yo inexistente en otro período de la vida: lo que Melzer llama “fluctuación del Yo”. A mi entender consiste en una extrema facilidad para realizar identificaciones (tanto dentro del Yo, como en los objetos y el *

Véase cap. III.

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cuerpo)5 de características pasajeras pero de suma utilidad para ir discriminando y modificando en la experiencia el mundo in­ terno caótico, a la vez que ir “familiarizándose” con los nuevos vínculos.15 La importancia de la disociación del Yo en la pubertad equivale a la que tiene en la mediana adolescencia la “fluctua­ ción del Yo” : 7 en.ella la aceptación de algún aspecto del Yo no necesita excluir a otro. Otro elemento relevante para entender el proceso de duelo adolescente durante la mediana adolescencia es la nueva forma de pensar. El adolescente ya puede pensar a partir de ideas y no solamente sobre objetos concretos. Esto indica una mayor capacidad del Yo para separarse de la realidad externa, pues re­ flexiona, o sea, piensa sobre ideas que ya pertenecen al Yo y no sobre las cosas concretas que son pensadas en el Yo, a través de la formación de símbolos. Como diría Piaget, hay primero un intento de centrar el mundo dentro de sí (“egocentrismo”) y después se crean teorías que expliquen la vida desde una pers­ pectiva básicamente subjetiva, que en forma paulatina se apro­ ximará a la realidad. Esta desvinculación relativa del pensa­ miento respecto de la realidad le permite cierto manejo omnipo­ tente de los objetos, importantísimo instrumento para sobrelle­ var la desesperación típica de este período. Las identificaciones transitorias que llamamos seudoidentidades 8 no son “transicionales” como los rasgos de carácter, sino que señalan más bien aspectos adultos no asimilados al Yo, que permiten ubicarse frente a su nuevo ambiente con una identidad sexual aún no sentida totalmente como propia.3 La mayor dis­ criminación de la identidad sexual enfrenta definitivamente al adolescente con la conflictiva edípica genital, motivo por el cual la desesperación propia se incrementa. Las fallas en el pensamiento y en la vida grupal con otros adolescentes, son motivos frecuentes de fracaso en la elabora­ 5 Los mecanismos hipocondríacos, como controladores de objetos perse­ cutorios, son comunes en este período. 6 Este período es fundamentalmente extravertido, opuesto a la introversión puberal. Es la fase grupal de la adolescencia. 1 Véase cap. VIH. 8 Véase cap. V. 9 Lo transicional está puesto en el grupo, como veremos más adelante.

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ción del duelo, que hacen posible la emergencia de depresiones, histerias, tendencia a la actuación y otras conductas regresivas durante este período. El grupo de pares es una ayuda inestimable para sacar a los adolescentes de esta desesperación: por un lado, potencia el pensamiento omnipotente, por otro lo regula al exigirle un cierto reconocimiento de la realidad. Al mismo tiempo facilita las relaciones sociales en base a un “Yo grupal” que potencia la acción social con cierto control (el grupo), y por último le sirve de apoyo para los primeros vínculos heterosexuales dentro de un marco restringido y controlado, dado que el grupo además de ser un grupo social es un grupo psicológico donde la discri­ minación se hace más en función de roles que de personas. El duelo alcanza su culminación después de los 17 años, cuando la desesperación se va convirtiendo en soledad. La se­ paración es definitiva y el compromiso con el otro sexo, con la propia identidad y con la sociedad se realiza de una manera más personal. Las “ayudas” para elaborar el duelo (rasgos de carácter, seudoidentidades, pensamiento omnipotente, pandillas) no se tienen más, por lo menos sin conflicto; no queda más apo­ yo que la propia identidad, la pareja y la comunidad, mediante sus roles y vínculos afectivos. Estas primeras parejas, el experimentar con los roles socia­ les y la tendencia a la autenticidad, conservan aún el espíritu de lucha que todo duelo lleva implícito. Quizá se deba a ello el carácter transitorio y algo extremista que tienen estos prime­ ros ligámenes, que paulatinamente se van integrando: se pasa a tolerar que la novia o el novio no sean tan perfectos, se aceptan más las propias limitaciones y responsabilidades, se reconoce que los roles son logros personales y las ideologías no son ab­ solutas. Por fin, el adolescente entra a los 17 años en el proceso de reparación adquiriendo sus conductas sentido de responsabi­ lidad. Al espíritu de lucha se une el espíritu de solidaridad. En este período último de la adolescencia el fracaso de una relación de pareja puede tener algunas veces consecuencias graves si realmente se estaba negando a través de la misma una depresión por un duelo mal elaborado respecto de la identidad sexual. Lo común es que el fracaso tenga una connotación dolorosa relativa, dado que no se pierde la visión del proceso simul­

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táneo de desprendimiento de la sexualidad infantil y la unión genital adulta. Es también posible detectar depresiones subclínicas ante fracasos y desilusiones en los roles sociales (trabajo, estudio e ideologías). Aquí la reacción toma características dramáticas, porque lo depositado no era el desarrollo de un proceso que for­ talecía la identidad del Yo, sino que lo iba anulando (identifi­ caciones proyectivas masivas) para evitar la soledad y culpa im­ plícitas en todo duelo. A esta edad las consultas son quejas personales por fracasos sexuales o afectivos, depresiones, desorientación o quejas fami­ liares por psicopatías, sociopatías o caracteropatías. Sabemos que los enemigos del duelo en la adolescencia son el resentimiento (“protesta” púbera!), el miedo (“desesperación” adolescente) y el triunfo maníaco (pensamiento omnipotente, idealizaciones grupales, seudoidentidades y vínculos narcisistas). De permanecer éstos, el duelo se resuelve patológicamente: se ne­ cesita seguir negando la culpa y la pena al identificarse el Yo con el objeto perdido, sintiéndose entonces desvalorizado (señal di disociación extrema) según la ubicación dada al objeto persecu­ torio (mundo externo, mente o cuerpo, Yo o Superyó). Ante esta situación el Yo sucumbe; surge entonces la depresión clínica u otra enfermedad como manifestación de un doble fracaso: el de la elaboración del duelo y el de la asunción de la propia identidad. Ciertos duelos patológicos no se manifiestan clínicamente como sufrimientos del Yo, sino como caracteropatías, psicopatías, sociopatías, expresiones exageradas y rigidizadas de las defensas que antes puntualizamos como normales; los rasgos de carácter se vuelven caracteropáticos, las actuaciones sociales se vuelven sociopáticas o psicopáticas. Expresan un duelo patológico de la adolescencia y un trastorno de la identidad: la caracteropatía una seudoidentidad, la psicopatía una difusión de la identidad, y la sociopatía una identidad negativa. Es decir, que expresan la diso­ ciación del objeto y del Yo, por intolerancia a la ambivalencia que enfrentaría con la integración y la culpa. En la sociopatía se idealiza el aspecto malo con el cual el sujeto se identifica, en la psicopatía se pondrá una fragmentación en yoes imposible de integrar, y en la caracteropatía el Yo queda anulado por una "máscara” externa que se hace cargo del objeto perdido y desva­ 72

lorizado, lo cual lleva al sometimiento a un objeto tiránico e iáealizado externo. Si no, dicha máscara encarna el objeto idealizado y se vuelve el líder tiránico. Lo importante es mantener la diso­ ciación dentro del Yo y vivir la culpa o el triunfo maníaco afuera o caracteropáticamente. Para concluir podríamos decir que la conducta social (grupal o comunitaria), el pensamiento, el cuerpo, los rasgos de carácter y seudoidentidades transitorios, son elementos de suma utilidad para que el adolescente vaya elaborando el proceso de duelo por el que tiene que atravesar. Son “objetos continentes” a través de los cuales van elaborando sus ansiedades ligados a los “conteni­ dos” que necesitan proyectar para su paulatina modificación. Es, por ejemplo, a través del pensamiento reflexivo que se van transformando en palabras las que en otro tiempo eran necesi­ dades de realizaciones concretas, limitadas, que no tenían en cuenta el contexto amplio donde se realizaban. Otra forma de ela­ boración es por medio de la actividad grupal, renunciando a la dependencia familiar y yendo en busca de la propia identidad, al comienzo compartida. Cualquier exageración, rigidez y prolongación de estas con­ ductas transitorias son índice para nosotros de mala elaboración del duelo propio de la edad y factores predisponentes de enfer­ medad.

Bibliografía Bowlby, J., ‘‘Processes of Mourning”, Int. ]. of Psycho-Anal., 1962. Fernández Mouján, O., “Manifestaciones clínicas del duelo en la adoles­ cencia”, Primer Congreso Infanto-Juvenil, 1967. Freud, S., “Duelo y melancolía”, O.C., Rueda, Buenos Aires, t. IV. Freud, S., “Psicología de las masas y análisis del Y o”, O.C., Rueda, Bue­ nas Aires, t. IX. Grinberg, L., Culpa y depresión, Paidós, Buenos Aires, 1963. Winnicott, D. W., Realidad y juego, Granica, Buenos Aires, 1972.

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Capítulo V ADOLESCENCIA E IDENTIDAD *

Amplitud del concepto de identidad El concepto de identidad encierra una idea integradora, totaliza­ dora de la persona, que es percibida, negada o deformada por el Yo. Integradora, porque supone al hombre en permanente rela­ ción consigo mismo y con ias personas y cosas que lo rodean. A esta relación se agrega la necesidad intrínseca que el hombre tiene de desarrollarse más plenamente a través de sí y de los demás. Decimos desarrollo “a través de sí” en el sentido de una con­ frontación permanente que el Yo hace entre su imagen y con­ ductas y su ideal de vida, y “a través de los demás”, por la nece­ sidad de desarrollo en confrontación con los ideales de vida que la sociedad (personas, instituciones, ideologías) le propone. Podemos referirnos a la identidad como el logro de una inte­ gración entre el ideal de vida para el Yo y el de la sociedad en la que el hombre vive. Es inevitable que al háblar de crisis, cambios o lucha por la identidad, nos refiramos a la percepción que tiene el Yo de una ruptura no sólo en el tiempo (continuidad), sino también en el propio self (unidad) y en su propia relación con la familia y la sociedad (mismidad). El proceso de duelo adolescente pone al Yo en una situa­ ción tal, que provoca una de las crisis de la identidad más in­ tensas que el hombre tiene durante la vida. La desesperación que provocaría la falta de identidad lleva * Escrito en marzo de 1972,

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a los adolescentes a una lucha por la identidad, fundamental para el futuro de su desarrollo. Se libra en tres campos simultáneos: lucha por construir el nuevo esquema corporal, lucha por cons­ truir su nuevo mundo interno y lucha por construir su nueva sociedad. Proponer a un adolescente que luche por su identidad esca­ moteando cualquiera de estos aspectos que la integran, es tomar la parte por el todo y destinarlo a la mediocridad. Si bien una cara del proceso de identidad es la integración con lo nuevo, no menos importante en esta lucha es la separación de lo viejo. Esta separación comenzó en el nacimiento y termina en la “soledad”;1 la integración empezó en la lactancia (mejor dicho en la fecundación) y termina en la comunidad. Soledad y comunidad (individualidad y socialización) son dos metas humanas que ponen en crisis los sistemas sociales y psicológicos, que proponen un modelo de hombre uniformado por determinados valores culturales: su modificación rompería la es­ tabilidad personal, familiar y social de la clase que los sustenta. No nos ha de extrañar que muchos autores hablen de la lucha por la identidad como de una empresa temporaria, pues propone a la cultura un nuevo tipo de hombre más libre así como una nueva sociedad donde se respete dicha identidad. Antes, el mayor peso de la crisis de la identidad adolescente caía sobre los mismos jóvenes, quienes soportaban un ajuste mo­ derado a los valores impuestos por la sociedad en la que se es­ tablecían. Dos hechos, la actual sociedad de cambio y la nueva moda­ lidad de transmisión de la cultura, han permitido que el peso de la crisis recaiga tanto en los adolescentes como en su familia, en las instituciones, y así por extensión en la sociedad.

Crisis de identidad Analizando la crisis de identidad a un nivel más personal, encon­ tramos que el púber y más aun el adolescente se encuentran, por sus cambios, en un período transitorio de confusión que rompe con la identidad infantil y enfrenta al Yo con nuevos objetos, im­ pulsos y ansiedades. 3 Término que podría equipararse a "libertad”.

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La podríamos esquematizar así:

1) El adolescente percibe su cuerpo como extraño, cambiado y con nuevos impulsos y sensaciones. 2) Se percibe a sí mismo como diferente a lo que fue, nota cambiadas sus ideas, metas y pensamientos. 3) Percibe que los demás no lo perciben como antes, y nece­ sita hacer un esfuerzo más activo y diferente para obtener res­ puestas que lo orienten. Ante esta eventualidad, las funciones yoicas se esmeran es­ pecialmente en discriminar, controlar y fluctuar entre los objetos de identificación. Con ello se proponen tolerar las ansiedades que provocaría el sentimiento de no identidad, que es uno de los más aniquiladores, sólo comparable a la sensación de muerte psico­ lógica: “no sentirse uno mismo, ni en relación” . Las defensas esquizoparanoides 2 son las que tienen prepon­ derancia, en especial la identificación proyectiva e introyectiva que permiten la confusión necesaria del Yo con los objetos y de los objetos con el Yo, como para permitir la estructuración de un “campo dinámico” ambiguo, que no exija demasiado compromiso con la realidad. La seudoidentidad sería una transacción entre la necesidad perentoria que el Yo tiene de una identidad y los obs­ táculos internos y externos que la rechazan. La vulnerabilidad de los adolescentes (que a veces son comu­ nicativos y otras apartados, tanto se tornan dinámicos como abú­ licos, por momentos se vuelven sobrevalorados y en otros se sienten vacíos e impotentes) dependerá de las fluctuaciones que haga el Yo en sus identificaciones “inauténticas” . Estas fluctuaciones se dan tanto en el cuerpo como en objetos internos y externos. A nivel del cuerpo encontramos con frecuencia somatizacioríes, sen­ timientos de extrañeza o plenitud, abulia, somnolencia, fatigas inmotivadas, etcétera: expresan la utilización del cuerpo en el manejo de los objetos. Respecto de los objetos internos y el pensamiento, es frecuen2 Disociación, proyección, introyección, idealización, omnipotencia y nega­ ción,

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te que la fluctuación se manifieste entre las identidades negati­ vas (que veremos luego), seudoidentidades, grandes teorías, erotización, frialdad del pensamiento, etcétera: modos todos de con­ trolar la ansiedad y discriminar la confusión existente. Por último tenemos el maneio en el mundo externo: cambio de objetos de amor, tendencia al sometimiento o al despotismo, necesidad de pertenecer a grupos nuevos y, si es posible, margina­ dos, etcétera. Durante este proceso, dentro del estado confusional normal (sensación de pérdida de continuidad del Yo y de la unidad del self) se pueden observar verdaderos cuadros de despersonalización y hasta brotes esquizofrénicos. Más adelante describiremos los ctiadros psicopatológicos y trastornos por la pérdida de la identidad del Yo, así como la importancia del medio en esta situación (especialmente la fa­ milia) . No es muy frecuente que este proceso desemboque en la des­ personalización o bloqueo del adolescente, y esto es posible fun­ damentalmente por la enorme flexibilidad que tiene en esta edad, opuesta, por cierto, a la rigidez de la latencia. Dicha movilidad permite enfrentar la confusión amenazadora con aspectos diso­ ciados del Yo, como si no perteneciera al mismo self. Para Meltzer, esta experiencia de la identidad es típica de la adolescencia, señalando el período de inautenticidad necesario para enfrentar la confusión, la pérdida y la persecución. Dice M. Baranger que “el Yo se defiende del Superyó (en la mala fe) por medio de identidades múltiples”. Es fundamentalmente un Yo embebido de omnipotencia, sin la cual sucumbiría ante la movilización de las identificaciones tempranas. Bleger adopta otro enfoque: el adolescente se defendería de la movilización del núcleo aglutinado (estado de indiferenciación) que amenaza con irrumpir en el Yo y desintegrarlo. Para contro­ larlo recurre a la simbiosis, el bloqueo, las somatizaciones o la proyección masiva. La ambigüedad tan típica de la adolescencia, sería la expre­ sión caracterológica (transitoria en esta edad) de este núcleo aglutinado. Sería “un tipo peculiar de identidad u organización del Yo que se caracteriza por coexistir y alternarse, sin que para el sujeto implique confusión o contradicción”. Esto es así, dado

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que el núcleo de cada parte del Yo (“ Yo granular”) se carac­ teriza por la falta de discriminación (“organización sincrética”) . Cabría preguntarse si este estado de ambigüedad pasajero de la adolescencia, .es expresión del núcleo aglutinado previo a la posición esquizoparanoide, o es una posición ambigua y/o tran­ sitoria entre la posición esquizoparanoide y la depresiva (como creo que lo plantea Meltzer). Lo importante de todos modos es lo feliz del término y su descripción (según Bleger) en la clínica, pues justamente la ambigüedad es lo típico de todo período de cambio crítico que ac­ tuaría, como veremos, a la manera de un “fenómeno transicional”.

Vicisitudes de la identidad La confianza (Erikson) da al Yo la capacidad de integrar el mun­ do interno configurado por las fantasías, que siempre están en evolución. Por otra parte, la confianza depende de las tempranas experiencias en las que las proyecciones de objetos, sentimientos y partes del Yo se modifican satisfactoriamente, permitiendo reintroyecciones que, a su vez, modifican el mundo interno. El Yo aprende que las crisis son reversibles y las pérdidas temporarias, lo que aumenta la confiabilidad en el tiempo y la interacción, ele­ mento tan necesario en la adolescencia, pues ayuda a esperar, prever y discriminar. Cuando la confianza se basa en idealizaciones internas y ex­ cesivos cuidados externos, hace posible la negación de los aspec­ tos persecutorios, impidiendo la buena discriminación entre lo bueno y lo malo y llevando a la confusión entre los objetos y los límites del Yo. Cuando el niño encuentra en su familia imágenes adecuadas y positivas para las identificaciones, disminuyen las característi­ cas conflictivas que siempre tienen los momentos críticos de autodefinición. Cada elección, durante el desarrollo, reactualiza el estado de integración del Yo, cuyo grado de división y conflicto depende de las identificaciones, las cuales a su vez están con­ dicionadas por las imágenes familiares introyectadas. Si el chico introyectó imágenes familiares muy conflictivas y negativas (des­ tructivas, perversas), en los momentos de autodefinición necesita negar grandes sectores del Yo, por lo persecutorio de las identi­

ficaciones ligadas al mismo, lo cual lo empobrece porque lo priva de identificaciones asimiladas, que son la base de la identidad. ¿Qué sucede en estos casos desafortunados durante la ado­ lescencia? Hay una incapacidad de elaborar el duelo a causa de las partes del Yo identificadas proyectivamente en estos objetos persecutorios internos porque el Yo, al pretender desligarse, se siente expuesto a un caos interno imposible de tolerar. Esto no ocurriría si las identificaciones negativas (persecu­ torias) estuvieran al mismo tiempo compensadas por identifica­ ciones positivas (constructivas), asimiladas al Yo, dándole una suficiente confianza que le permita soportar el sentimiento de incompletud y de no identidad, propios de la crisis adolescente. En otras palabras, esto es lo que da la capacidad de esperar y pensar sin desorientación. La no compensación lleva a la descar­ ga, base psicogenética de los trastornos del pensamiento, que ha perdido entonces su función elaborativa a expensas de la función evacuativa. El mundo interno con que se encuentra el adolescente durante el proceso de duelo es persecutorio, por lo cual le es imprescindi­ ble disociar y proyectar lo doloroso. Esta “sangría yoica” se com­ pensa con una “transfusión al Yo” que, hambriento de identidad, acepta identificaciones introyectivas ideales, no asimiladas, que le brindan al menos una fachada (un “como si”) . Así se forman las seudoidentidades. Claro que dentro de esta línea existen muchos grados, que van desde las seudoidentidades normales (imitaciones, extremismos, etcétera) hasta las neuróticas y aun las patológicas, que logran estructurar fachadas caracteropáticas. Cuando el monto de persecución es muy grande a causa del exceso de identificaciones negativas (persecutorias), el Yo renun­ cia a su identidad (a lo asimilado) in t-hj y se identifica pro­ yectivamente e intrapsíquicamente con los objetos más indesea­ bles y rechazados, idealizados ahora en la búsqueda de una cer­ teza absoluta, única capaz de calmarlo. Estas identidades nega­ tivas tienen el carácter de perversas y reales, es decir, no son una fachada hecha por identificación con objetos externos idea­ lizados, sino que las propias identificaciones persecutorias nega­ das se idealizan e inundan el Yo. Erikson afirma en este sentido que “es más fácil obtener un 80

sentido de identidad en una total identificación con lo que menos se espera que uno sea, que luchar por un sentimiento de realidad en papeles aceptables, que son inalcanzables con los medios in­ ternos del paciente". En casos de delincuencia y desadaptación juveniles, por ejem­ plo, vemos estos mecanismos de identificación con lo más perse­ cutorio y negado del grupo familiar, sea porque siempre fue drásticamente rechazado a nivel consciente (represión excesiva) o porque estos objetos indeseables fueron transmitidos dramática­ mente en la experiencia directa, aunque negados a nivel verbal. Tanto las seudoidentidades como las identidades negativas, pueden tener características transitorias, ser máscaras que permi­ tan a través de la pandilla o de la interacción en general, ir asimi­ lando al Yo tanto lo ajeno a sí mismo pero adaptado (seudoiden­ tidades) , como lo propio pero desadaptado (identidades negati­ vas) . Esta asimilación dependerá de la confianza básica que permite un mayor grado de autenticidad para consigo mismo y con los demás. En el fondo las seudoidentidades están cargadas de identi­ ficaciones proyectivas, así como las identidades negativas están cargadas de identificaciones introyectivas. Esto va configurando identificaciones nuevas para una adecuada identidad naciente, en la que intervengan tanto los aspectos infantiles reprimidos (iden­ tidad negativa) como los adultos no asimilados (seudoidentidad) unidos a los aspectos del Yo ya asimilados. Las seudoidentidades y las identidades negativas son transacciones e implican disocia­ ción, represión y alienación del Yo. Una identidad propia, en cam­ bio, sería una verdadera adecuación que implica integración, ela­ boración y sublimación.

Concepto de identidad Vamos a agrupar los elementos que componen la identidad en torno a tres sentimientos básicos: unidad, trúémidad y continuidad. Estos sentimientos corresponden a tres aspectos inseparables que conforman la identidad, sólo los separamos á 1los fines de escla­ recimiento. Cada uno de estos aspectos se manifiestan en todas las áreas de experiencia: mente, cuerpo y mundo externo. La unidad de la identidad está basada en la necesidad del 81

Yo de integrarse y diferenciarse en el espacio, como una unidad que interactúa. Correspondería al cuerpo, al esquema corporal y a la recepción y transmisión de estímulos con cierta organización. Ante la crisis de identidad se rompe esta unidad por el cam­ bio físico, el cambio en las sensaciones e impulsos que se expresan con un cierto desorden (polimorfismo) y el cambio de la imagen interna del propio cuerpo. Teniendo en cuenta que en un comienzo el Yo es básicamen­ te corporal, podríamos decir, que la identidad se construye sobre este aspecto y el Yo necesita de este sentimiento.. En lo que concierne a la continuidad de la identidad, po­ dríamos decir que surge de la necesidad del Yo de integrarse en el tiempo: “ser uno mismo a través del tiempo”. Con la adoles­ cencia se produce una ruptura en la continuidad, no sólo un desarrollo más acelerado. Esto es así por la emergencia de una nueva forma de pensar, en la que lo posible incluye lo real per­ mitiendo una proyección hacia lo desconocido y distante. El po­ der pensar a partir de ideas y no sólo sobre objetos concretos, permite el transporte en el tiempo y en el espacio. Por último, tenemos la mismidad en la identidad, a mi juicio el aspecto más descuidado de los tres. Si bien es un sentimiento que parte de la necesidad de reconocerse a uno mismo en el tiempo (área mente) y en el espacio (área cuerpo), se extiende a otra necesidad: la de ser reconocido por los demás. El problema radica en que el reconocimiento que se hace de alguien parte de los valores familiares, sociales y culturales pro­ pios del momento, valores que, por otra parte, permiten mante­ ner cierto equilibrio familiar, institucional o social (lo cual sig­ nifica que tienden a ser estables y rígidos). Por ello decimos que la lucha por la nueva identidad se extiende a la lucha por una nueva familia, nuevas instituciones y nueva sociedad. El motivo es claro: si necesitamos del reconocimiento ex­ terno (mismidad) para tener identidad y este reconocimiento no tiene en cuenta los otros aspectos de la identidad personal (uni­ dad y continuidad), se provoca un conflicto en que se tendería a incluir lo personal' como factor pasivo. Hay algo peor aún: el rechazo de la mismidad ataca el otro reconocimiento que el ado­ lescente tiene, el generacional y el de las nuevas ideologías que surgen de la cultura. 82

Una educación impersonal, estandarizada y autoritaria eres sentimientos de inferioridad que en la adolescencia aparecen co­ mo causales de inhibiciones v seudoidentidades. ñor antodesprecio y sobrevaloración de lo extraño (con lo cual se identifica). Otra particularidad es eme e1 sentimiento de identidad ad­ quiere importancia (necesidad) recién en la preadolescencia, cuan­ do se da el fenómeno de identificación provectiva, no para negar­ se sino para "verse”, reconocerse en el amigo. Surge a esta edad, por primera vez en la vida, la necesidad de las amistades únicas, que se dan con otra persona del mismo sexo, en la que se busca satisfacer una mismidad de intimidad (poder verse a través del amigo o la amiga). Llegada la adolescencia la mismidad infantil se rompe, dado que la definición por medio del otro surpe de la necesidad de inti­ midad, de la necesidad de separarse de lo familiar, donde el pro­ ceso de mismidad es un fenómeno pasivo. En síntesis, habría tres configuraciones de la identidad del Yo. Primero, una configuración interna, formada por las identificacio­ nes infantiles (identidad infantil) aue dan continuidad a las nue­ vas, adultas; este "encuentro” sufre las vicisitudes de todo duelo y se expresa mediante sentimientos de unidad, mismidad y conti­ nuidad que, unidos, dan un nuevo sentimiento en el tiempo, en el espacio y durante las crisis, el de identidad del Yo psicológico. En segundo lugar, la forma de reconciliación entre el concepto de sí y el reconocimiento que la comunidad hace de él. configu­ ración que también se expresa a través de sentimientos de unidad, mismidad v continuidad, crean, juntos el nuevo sentimiento: el de

identidad del Yo social. La tercera configuración, la da la nueva gestalt que se forma en el tiempo, el espacio y durante la crisis, de los sucesivos esque­ mas corporales y las vicisitudes de la libido a través del desarrollo físico. Se expresa con los mismos sentimientos que unidos forman: la identidad del Yo corporal. El Yo psicológico, el Yo social y el Yo corporal configuran, a su vez, la identidad del Yo adolescente, que necesita, por la fase de la vida que atraviesa, formarse sin más retardos y poder ex­ pandirse como persona capaz de intimidades ya no grupales sinó personales, en la pareja, en la tarea social y en su soledad. Esta integración se va dando en el curso de toda h adolescen-

cia, teniendo para cada período disociaciones básicas, discriminadoras, que permiten la unión paulatina mediante la experiencia. Las tres disociaciones básicas instrumentales son: a) diso­ ciación mente-cuerpo, b) disociación pensamiento-acción y c) disociación individuo-sociedad. Durante el período puberal se subraya la disociación mentecuerpo para controlar los peligros típicos: erotización del pen­ samiento y confusión de la identidad sexual. El cambio real fun­ damentalmente recae sobre el Yo personal, que vive al cuerpo como extraño y peligroso. La búsqueda de la identidad, en sus tres aspectos, estimula determinadas conductas que tienen sentido de lucha. La lucha por la unidad perdida se puede detectar, por ejemplo, en algunas conductas regresivas: regímenes de comida, voracidad, inapeten­ cia, etcétera (orales), suciedad, constipación, colecciones, etcé­ tera (anales) v masturbación (fálicas). Los deportes dan una destreza que fortalece la necesidad de unidad: la manía del espejo, que a veces irrita a los padres, está también en esa línea. Respecto de la necesidad de fortalecer la continuidad de la identidad, observamos también en este período conductas regre­ sivas, reflejadas fundamentalmente en los sueños diurnos y los juegos de palabras. Con los sueños diurnos pueden crear los pú­ beres un mundo, una familia, una epopeya, donde los aconteci­ mientos infantiles se relatan en situaciones nuevas, a veces opues­ tas, pero siempre manteniendo una continuidad con lo infantil. La palabra-acción propia de los púberes se debe a la ten­ dencia concreta que tiene el pensamiento infantil; jugar con pa­ labras sería como jugar con cosas, lo cual le permite mantener la continuidad antes de pasar a jugar con ideas. La mismidad del púber está cargada de vergüenza por las fantasías polimorfo-perversas, y teme ser reconocido como tal. Por eso el reconocimiento a través de los demás se circunscribe a la pandilla, dentro de la cual tiende a indiferenciarse. Como su tendencia a la pasivididad en la mismidad es toda­ vía muy intensa (sometimiento), se rebela contra ella o contra quienes la fomentan. Los deportes le dan la posibilidad de ser reconocido en un nivel social. En la mediana adolescencia (15 años) las crisis de la

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identidad recaen más sobre el Yo psicológico. La disociación pensamiento-acción es verdaderamente instrumental, pues discri­ mina entre un pensamiento que busca orientarse hacia un futuro desconocido y una acción que necesita concretar las necesidades más perentorias ligadas a la identidad sexual y la independencia familiar. Un ejemplo de conductas que afianzan la ya adquirida unidad de identidad sería el uso de vestidos extravagantes y am­ biguos “unisex”, así como las parejas narcisísticas. Ambos tienen una doble utilidad: pueden actuar de manera discriminada con respecto al otro sexo, y simultáneamente logran en el vestido y la pareja controlar aspectos del otro sexo. La continuidad se logra por medio del pensamiento reflexivo que permite un cierto dominio y conocimiento de las ideologías imperantes en la cultura. Teoriza y especula de tal manera que la nueva realidad de las ideas se maneja como antes se hizo con los juguetes. Pero, sobre todo, el mundo de las ideas no sumerge al adolescente sólo en el futuro, sino también en el pasado. El senti­ miento de continuidad queda preservado. Por último, la mismidad tiende a buscar reconocerse al ser reconocido primero entre pares (deporte, pareja, amigo íntimo del otro sexo, actividades grupales) y luego ante los adultos, mediante las formas del vestir, pensar y vivir propias de la gene­ ración o grupos de pertenencia. La mismidad, entonces, además de darse individualmente, se debe dar también grupalmente: en el grupo se adquiere identidad reconociéndose y siendo reconocido. Esto es típico de la edad. La identidad grupal, que adquiere mucha importancia, resuelve también el problema de la diso­ ciación pensamiento-acción; la acción social se realiza por un pensamiento grupal, manteniendo la disociación individual hasta su paulatina integración: más aun, el grupo ayuda a esta inte­ gración. Durante la última etapa de la adolescencia la crisis de la -identidad recae sobre el Yo social (disociación individuo-socie­ dad) apoyándose en las identidades adquiridas (Yo corporal y psicológico). La unidad y continuidad básicamente adquiridas permiten instrumentar la disociación individuo-sociedad con la finalidad de dar el toque final a la mismidad d? identidad, que es la tarea básica de esta edad,

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Se podría decir que a los 18 años se ha adquirido la indi­ vidualidad, pero falta desarrollarse aún la integración con la so­ ciedad. Podemos observar conductas que reflejan la crisis funda­ mental de este período, por ejemplo, en la permanente necesidad de autovalerse por medio del trabajo o estudio por un lado y de la pareja por otro. Es frecuente escuchar que recién en esta edad pueden decir que estudian por ellos mismos, o sea que buscan el reconocimiento de manera activa y no como quien busca la coin­ cidencia con las expectativas que de él se tienen. Por eso la desorientación afectiva y laboral es un punto urgente de resolver en este momento. La actividad social y política tiene ahora una fuerza personal, no sólo grupal como en el período anterior. La necesidad de reconocimiento por el otro fuerza a modificar los valores, y así la mismidad de identidad se basa en una verdadera interacción creadora. Es posible que la tendencia a prolongar al máximo la entrada de los adolescentes en la sociedad, se deba a un intento de que la identidad no sea el resultado de una crisis de la que surge algo “nuevo” sino que, calmada la crisis, sea resultado de las presiones surgidas del ambiente. El sistema sólo permitiría ser individuo, pero no tener una identidad que ponga en tela de juicio los valores imperantes. El surgimiento de la nueva identidad termina con las disocia­ ciones instrumentales e integra al Yo del ex adolescente en una unidad espacial consigo mismo en el tiempo, y con la sociedad en que actúa.

Capítulo VIII E L YO ADOLESCENTE *

Por ser claramente la adolescencia una etapa de duelo, el Yo entraría, como en cualquier proceso similar, en un período de crisis. Pero como este duelo es tan abarcativo1 la situación de desamparo psicológico es muy intensa, de modo que el Yo como instancia mediadora y organizadora toma características del Yo temprano, en especial por su carácter omnipotente. Cabría suponer una vinculación del frecuente derrumbe psicótico y las reacciones psicóticas que aparecen en este período con esta labilidad del Yo, tan intensa en relación con otras edades. Pero la adolescencia tiene a su favor que por la intensidad de la crisis del Yo tiene una capacidad de maniobrar excepcional, de ahí que se puede afirmar que no es un duelo “puro”, sino mez­ clado con un renacer que no sigue al proceso: está permanente­ mente presente. Esta diferencia se puede detectar en las fantasías e ilusiones (sueños de vigilia), cuyo tema no se centra tanto en lo perdido (lo que es típico de los duelos “puros”) como en fanta­ sías e ideas prospectivas. La tensión que el Yo adolescente padece por necesidades biológicas lo hace incapaz de expresarse en acciones (y suprimir así dicha tensión: acción específica). Le es imprescindible una ayuda exterior para su desarrollo progresivo, so pena de estruc­ turar defensas que promuevan derrumbes psíquicos (pérdida de la cohesión interna) o formaciones psicológicas que esconden el verdadero “ser” (falso self). * Escrito en marzo de 1970. 1 Véase cap. IV.

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Fue Winnicott quien puso especial énfasis en la importancia de la constitución del falso self, que puede encubrir la verdadera personalidad. El bebé “empieza por existir y no por reaccionar”, o sea que lo que constituye la verdadera identidad del Yo es la existencia personal y no un aprendizaje centrado en maneras de reaccionar ante los estímulos, que constituirían una seudoidentidad. Volvamos a los adolescentes y su desamparo psicológico. Como los bebés, no saben qué hacer con las necesidades biológi­ cas de amor y de odio, en franca contradicción tanto con los requerimientos culturales estatuidos para la edad como con sus propias normas ya incorporadas (Superyó). Como la capacidad del Yo de incluir estos deseos (o sea de contener los riesgos de una posible frustración) es aún muy limi­ tada y lábil, necesita mucho del mundo externo para superar estas contradicciones. El Yo, que normalmente es un eficaz mediador entre las exi­ gencias del mundo externo, las necesidades corporales y afectivas y las propias prohibiciones y mandatos (Superyó), se muestra en una verdadera crisis que no puede superar con los medios habi­ tuales. Requiere, como dijimos, de una ayuda especial del mundo externo, especial porque los “objetos” deben ser idealizados para poder garantizar las necesidades más imperiosas y auténticas del self.2 Claro que esta necesidad sólo se gratifica concretamente en la primera infancia; en la adolescencia se gratifica “psicológicamen­ te”. Quiero decir que el Yo adolescente recurre a mecanismos defensivos muy regresivos y a conductas por medio de objetos transicionales que le permiten mantener la ilusión de una gratifi­ cación incondicional de las necesidades por el mundo externo, don­ de formalmente los objetos conservan su realidad concreta, pero el significado lo dan las identificaciones idealizadas (ideal del Yo) sobre ellos. Cuando la gratificación es puramente imaginaria (representacional) la identificación idealizada se hace sobre el Yo (Yo 2 Con self queremos decir el “sí mismo”, lo que expresa el existir personal en sus relaciones.

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ideal),’ el cual de esta manera contiene las necesidades básicas de esta edad. También las identificaciones idealizadas pueden recaer so­ bre el cuerpo o parte de él, que se convierte así en objeto gratificador, controlando el miedo a la frustración. Todos conocemos la marcada tendencia de los adolescentes a idealizar sus amistades o alguna figura deportiva, política o hu­ manística: se sienten muy interpretados y se suelen reconocer por medio de ellos. Los grupos 4 son el lugar por excelencia donde logran las satisfacciones de una manera idealizada, única forma de conformar las nuevas representaciones del Yo y del Superyó. Las gratificaciones referidas al Yo ideal (narcisistas) son también muy frecuentes; el mundo imaginario suele ser muy im­ portante (sueños diurnos), lo mismo que la pasión por juegos y conversaciones dramáticos que permite experimentar vivamente los sucesos como si fueran reales. La masturbación y el exhibicionismo serían los ejemplos tí­ picos donde los adolescentes satisfacen de manera idealizada e ilusoria sus necesidades más urgentes. Los mecanismos regresivos a que recurre el Yo adolescente son básicamente la disociación, la identificación proyectiva e introyectiva, la idealización y la omnipotencia; la idealización se hace a costa de la disociación y proyección de los aspectos más persecutorios o rechazantes. No sólo es importante describir a .qué mecanismo recurre el Yo adolescente para mantener su coherencia y el contacto con la realidad,5 sino también entender que tienen que recurrir a estos mecanismos yoicos en tal grado que llegan a expresarse en sínto­ mas o extraños rasgos de carácter a veces, que pueden dar lugar a confusiones con algún proceso patológico. El propio Blos llega a decir que puede ser un signo de la fuerza del Yo la transitoria desadaptación mental y conductal; esto está vinculado con la flexibilidad enorme que puede llegar a tener el Yo durante este proceso. 3 El ideal del Yo serían las identificaciones idealizadas sobre objetos exter­ nos que se vuelven ideales para el Yo. El Yo ideal estaría referido al nar­ cisismo, las identificaciones idealizadas recaen aquí en el propio Yo. * Véase cap. X II. 6 Estas funciones básicas serían, en otras palabras, asegurar el alivio de las tensiones internas sin perder el contacto con la realidad externa.

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Dijimos en este sentido al comienzo del capítulo que la labi­ lidad del Yo durante este período podría llevar a derrumbes psicóticos; creo que esta labilidad no sólo se debe al desamparo objetal (pérdida de los vínculos familiares) sino también al des­ gaste psicológico que implica el mantener la idealización de ciertos vínculos con la mayor distancia posible de lo rechazado y/o per­ secutorio. Se podría agregar que el derrumbe psicótico es un caso ex­ tremo; lo más habitual es la frecuencia con que los adolescentes tienen ciertas conductas que aisladamente se podrían tildar de patológicas, pero que son expresión de determinadas maniobras francamente defensivas del Yo en este período crítico. El problema de que verdaderos síntomas puedan no signifi­ car enfermedad grave, sino a veces signo de salud, es algo que podríamos discutir a la luz de estas ideas sobre lo que hemos llamado la lucha por la identidad del Yo. Esta lucha en momentos cruciales rompe con el compromiso de comportarse adecuadamen­ te con lo estipulado socialmente, compromiso que normalmente se acepta mientras existe la “zona” donde el Yo adolescente exDeriencia a fondo sus capacidades vitales. Esta zona, como vimos, necesita ser idealizada. Lo que sucede es que no siempre el Yo adolescente tiene la posibilidad de ayudar al desarrollo del verdadero self; es muy frecuente que por medio de instituciones, de la familia o de pautas culturales se trate de imponer a los adolescentes determi­ nadas maneras de existir sin dar lugar a la elaboración paulatina del emerger de su verdadero self, el que posibilitaría alcanzar la autoexistencia de la identidad del Yo.6 Como si el Yo (media­ dor) dejara de “obedecer” las demandas ambientales y se par­ cializara ligándose al Yo de los deseos, que entonces buscan su expresión a través de conductas que tienden a autoprotegerse, a denunciar, protestar o destruir los obstáculos que desde afuera impiden o están indiferentes a sus necesidades existenciales. No romper con un ambiente que no permite idealizar, ni crear, ni imaginarse, ni descubrir, ni elaborar la crisis, lleva al 8 El concepto de self (“el sí mismo”) es un concepto teórico; la identidad es una experiencia concreta del Yo. El self abarca al Yo, el Ello, el Superyó y el esquema corporal.

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sometimiento, al sbandcno de iodo lo que siente como verdadero, propio, por lo impuesto. Se crea así un falso self que el Yo asume como propio constituyendo una falsa identidad o seudoidentidad. Sin embargo, durante todo el proceso y mucho más en su primera parte existe una seudoidentidad no estructurada, instru­ mental, que está al servicio del Yo, posibilitándole mantenerse in­ tegrado cuando las circunstancias ambientales imposibilitan la ten­ dencia a idealizar de los Yo es puberal y adolescente mediano. La confusión que traería el monto de las identificaciones lo llevaría si no a regresiones aún mayores para controlar la ansiedad confusional. Esta ansiedad es la más temida por el Yo, ya que es la que más deteriora el sentido de identidad. Podremos analizar ahora algunas conductas frecuentes en los adolescentes que podrían preocupar a un terapetua desprevenido o a los padres por lo “desadaptadas” que suelen ser. La inhibición intelectual puede ser expresión del desplaza­ miento inconsciente de la sexualidad, que el Yo realiza al no tener posibilidades de sublimar o de gratificarse sexualmente. La mente se erotiza y el Yo bloquea su capacidad de pensar por el signifi­ cado inconsciente que tienen las ideas. A veces aumentar los objetos de interés (ayudar a la sublimación), disminuir las pro­ hibiciones, discutir la ideología sexual de la familia permiten mejorar rápidamente la conducta. (Esto no descarta otras causas patológicas posibles en otros casos con el mismo síntoma.) La intelectualización es otra forma inconsciente con que el Yo se defiende de la opresión del medio que lo obligaría a diso­ ciarse y desconocer los aspectos que este medio más rechaza como la sexualidad, los afectos, el cuerpo, la acción política, etcétera. Es un mecanismo operativo en la medida en que niega momen­ táneamente aspectos del self y le permite exponerse a grandes frustraciones. Insisto en esto, no porque no reconozca que existen las intelectualizaciones obsesivas o maníacas, sino para poner énfasis en que los problemas con la sexualidad, por ejemplo, no siempre responden a perturbaciones internas (por ejemplo en la histeria) sino a una imposibilidad del Yo adolescente de poder vivir la sexualidad como algo propio, lo cual lleva a protegerse inconscientemente esperando una relación externa que le ayude a reencontrarse consigo mismo. La implicancia respecto de la terapia sería dejar de lado nues­

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tra propensión a indicar enseguida psicoanálisis individual u otro tratamiento cuando en realidad puede bastar con la creación de nuevos vínculos que lo saquen del bloqueo afectivo, por ejemplo, y le permitan no disociar tanto y poder experimentar más plena­ mente su identidad. Otro motivo de consulta frecuente es el aislamiento y la indiferencia; a la luz de las ideas que estamos planteando se pueden ver como reforzamiento del narcisismo (identificación con un Yo ideal) para evitar la excesiva envidia o frustración ante deseos no alcanzables ni siquiera ilusoriamente o la rápida de­ volución que el ambiente hace de sus aspectos más rechazados, o bien como barrera de contención de las proyecciones ambientales (es frecuente que los adolescentes sean los chivos emisarios del grupo familiar). Sin desconocer que estos síntomas pueden encu­ brir el camino de una esquizofrenia, una fobia o una neurosis obsesiva, quisiera recalcar que pueden ser expresión de salud, que no aislarse en determinadas circunstancias puede ser real­ mente patológico. Por eso es importante que ante un síntoma tengamos presente la enorme flexibilidad que tiene el Yo adoles­ cente para sobrevivir durante su crisis o defender su identidad verdadera, flexibilidad que puede llevarlo durante períodos más o menos largos a vivir una gran inestabilidad y desgaste que lo limita aunque no tenga plena conciencia de ello.7 Otras veces la reacción de rechazo a formas muy impuestas de vida que no dan margen a la idealización tan necesaria en esta edad, es la irritabilidad y la anorexia. A través de estos síntomas el Yo expresa su displacer profundo (porque no lo dejan tener vida propia) y un excesivo narcisismo defensivo que le permite cierta autonomía. También la autonomía se expresa de viva voz en la clásica rebeldía de los adolescentes, que tanto preocupa a padres y educadores. Es típico de adolescentes muy dependientes que tratan de proyectar afuera la enorme opresión interna; esto no tiene que ver siempre con la lucha por la iden­ tidad, muchas veces se trata de un pedido de liberación, y la respuesta tiene que venir desde afuera. Una prueba es que mu­ chos de estos adolescentes cuando dejan la adolescencia o la ju­ ventud se vuelven verdaderos tiranos o reaccionarios. 7 No tienen plena conciencia, pero en la entrevista muestran una actitud terapéutica positiva, por supuesto si se sienten comprendidos.

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La rebeldía en estos casos es un grito de auxilio y no de protesta como se puede interpretar en otros casos; es ahí, en la rebeldía misma, donde muestra su máxima autonomía el verdade­ ro self, pues permite ilusionarse de que no se tiene miedo. Gene­ ralmente son rebeldes donde corren pocos riesgos. El problema lo centraríamos, con nuestro esquema, en un fracaso muy grande en la idealización del Yo, que daría lugar a una idealización de los objetos, especialmente de alguien muy idealizado desde la infancia de quien el Yo no puede liberarse. Esta protesta, la estructuración del síntoma rebelde, es latente­ mente un pedido de auxilio por fracasar uno de los polos de todo el proceso de idealización adolescente: el polo narcisista (Yo ideal) que requiere suministros urgentes. Suele pasar en adolescentes de familias muy “correctas” o con algún miembro excesivamente valorado; entonces nada de lo que hagan podrá alcanzar al ideal del Yo y no puede ni fanfa­ rronear porque no es “correcto”. Un último síntoma sería la temeridad en los adolescentes. Como otros, puede indicar un cuadro depresivo grave o una fobia; pero aquí nos interesa ver otra perspectiva. Dentro de la encrucijada planteada, al renunciar el Yo a su vieja identidad in­ fantil en poco tiempo se ve frente a nuevas tensiones, causadas por pulsiones internas de gran intensidad, lo que trae aparejada mucha ansiedad, dado lo desconocido de estas pulsiones o lo peli­ groso de otras (especialmente en la pubertad). La' tensión que soporta el Yo también se debe a exigencias de la vida real en el sentido de una adaptación forzosa. Ante esta coyuntura el Yo busca en la experiencia ilusoria una solución, pues al permitirse y permitírsele (en las “zonas” transicionales) un manejo más om­ nipotente de las pulsiones y objetos, la tensión disminuye y la operatividad del Yo aumenta, permitiendo reducir primero en las zonas y paulatinamente en la vida cotidiana, la adaptación exigida. Sus experiencias ilusorias objetales le dan la posibilidad de expe­ rimentar creativamente, lo que le permite asumir en su trabajo sus propias pulsiones, las relaciones con los otros desde el centro de la interacción (en las zonas al principio) e ir conociendo su pro­ pia identidad dentro del proceso de esta experiencia. Puede darse el caso de un adolescente que carezca de representaciones que den cuenta de sus nuevas sensaciones o impulsos, lo que lo lle­ 129

varía a convertirse en impulsivo o en reactivo a la sobreestimulación del ambiente. Por estos motivos, surge la necesidad de alguna experiencia ilusoria que permita crear nuevas representa­ ciones que estructuren al Yo ante los acontecimientos, permi­ tiendo relacionarse de una manera transformadora (no reactiva) y desde su verdadero self (no de uno falso o primitivo). Para resolver esto busca en las zonas transicionales una interacción que desarrolle su verdadero self sin negar la realidad. En caso de que no tenga estas experiencias transicionales, es frecuente que busque situaciones riesgosas de las que tiene que salvarse. La temeridad puede ser un síntoma pasajero, cuya posi­ ble gravedad estará en relación al riesgo real que se necesita correr para sentirse con identidad.. Con ello tendríamos el grado de muer­ te interna del verdadero self que necesita resucitar, “hacer reac­ cionar”.8 Hemos visto cómo, en términos generales, las conductas ado­ lescentes son polares: tienden o a la introversión (aislamiento, indiferencia, masturbación, etcétera) o a la extroversión (rebeldía, temeridad, irritabilidad, etcétera) . Esto no es casual, sino que expresa los mecanismos esenciales con que el Yo adolescente ins­ trumenta sus defensas para elaborar el duelo y asumir su iden­ tidad. ¿Por qué se crea esta zona ilusoria, transicional? Creo que la respuesta es compleja, pero quisiera subrayar el origen en el deseo que surge del verdadero self, base fundamental para la forma­ ción de una verdadera identidad. Este deseo se constituye en la adolescencia desde tres dimensiones: a) necesidades biológicas francamente ligadas a una sexualidad muy reactivada; b) la me­ diación de un Yo que percibe tensiones (necesidades) internas y externas, muchas de ellas en contradicción, y c) la posibilidad del Yo de actuar modificando su subjetividad (pensando) y la reali­ dad externa (produciendo) con el fin de realizarse, con los demás (logro de la identidad). O sea que el deseo no es algo puramente instintivo o sexual; lleva implícito necesidades objetales y de modificación de las realidades interna y externa para satisfacer esas necesidades. Así las cosas, podemos entender mejor la necesidad que tiene el Yo adolescente de crear esa zona transicional, ilusoria. 8 Véase cap. X IX .

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La contradicción del Yo entre las necesidades individuales y sociales necesita un lugar para su resolución sin quedar sometido y sin negar la realidad social. Los requerimientos biológicos se hacen sentir perentoriamente, en especial en la pubertad. Aquí las conductas tenderían a hacerse impulsivas si no fuera por el fuerte contenido idealizado de los vínculos que permiten la ilu­ sión de gratificarse, resolviendo la contradicción (subjetivo-objetivo) porque se crea una zona donde el vínculo objetal permite al Yo sentirse capaz de realizar cambios realmente buscados, en sí mismo (subjetividad) y en el otro (objetividad). Estos cam­ bios van más allá de la realidad concreta, pero satisfacen psico­ lógicamente por una suerte de confusión entre la realidad psicoló­ gica y la concreta. La masturbación, por ejemplo: la satisfacción es como si fuera un acto genital utilizando una representación o una imagen concreta, pero la realidad concreta es un acto pregenital donde la persona representada no tiene nada que ver. Otro ejemplo son los enamoramientos fugaces, rodeados de un halo ilusorio de que el vínculo es de amor objetal cuando en realidad el vínculo es de amor idealizado donde se ha disociado y proyectado lo ne­ gativo. Esta posibilidad experimental permite la creación de un nuevo mundo imaginario donde las representaciones han surgido de la propia experiencia y han permitido al Yo “contener” las pulsiones y exigencias de la realidad. Así se consigue ligar necesidad real, representación de nuevos objetos (símbolos) y acciones trans­ formadoras para resolver las tensiones. Al estar el Yo más posi­ bilitado de contener las demandas los adolescentes aprenden a esperar, el Yo puede pensar diferenciando cada vez más las autorepresentaciones (idealizadas) de las representaciones de objeto. Cuando estas capacidades “contenedoras” y “mediatizadoras” se van consolidando también se van reduciendo los cambios bruscos en el manejo de las interacciones, dejan de actuar en estas zonas y pasan a las relaciones comunes con los adultos. Como pueden manejar las identificaciones como en las relaciones de ob­ jeto transicionales (zonas), la ansiedad confusional amenaza por el monto de pérdidas de parte del Yo y nuevas identificaciones aún “asimiladas”. Para controlar esta ansiedad sin tener que re­ currir a mecanismos defensivos del Yo aún más primitivos, el Yo

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acepta transitoriamente seudoidentidades que hemos llamado tran­ sicionales 9 con el fin de no entrar en conflicto con el medio. Es co­ mo si el Yo detuviera el proceso elaborativo y creativo de la nue­ va identidad y esperara consolidarse para poder afirmarse más ante el medio interno y externo. La capacidad mediatizadora del Yo llega al máximo entre los 15 y 16 años, que es cuando se adquiere la capacidad de pensar a partir de ideas propias (reflexionar) y de incluir lo real dentro de las operaciones posibles, o sea, diferenciar las autorepresentaciones y pensar sobre ellas y quitarle a lo real concreto el centro de todo criterio de realidad. De esta manera se han ad­ quirido las estructuras lógico-formales del pensamiento adulto. Esto es importante respecto de lo que estábamos analizando, pues el reflexionar permite tomar cierta distancia de las necesi­ dades concretas de la pubertad. Se puede pensar a partir de las propias ideas y actuar posteriormente, así como se pueden des­ cubrir varias operaciones posibles para satisfacer las necesidades planteadas, lo que da un margen de operatividad y quita peren­ toriedad.10 También a esta edad (alrededor de los 15 años) se supone que el desarrollo corporal está más o menos terminado, y esto ayuda a definir aun más la identidad sexual, así como da seguri­ dad para una actividad no familiar basada especialmente en la experiencia grupal. Estas adquisiones influyen y vuelven a ser influidas dentro del proceso que realiza el Yo adolescente para resolver la crisis a la que el duelo lo enfrentó. Esta crisis, según hemos visto, llevó al Yo a un gran “em­ pobrecimiento” y confusión, se vio por un lado desganado al perder los “objetos” infantiles (relacionados a todos sus vínculos) y por otro inundado de identificaciones compensatorias del vacío provocado, las cuales por su masividad no se “asimilaron” al Yo. De esta forma el Yo está expuesto como nunca a un derrumbe 9 Véase cap. X. 10 Se ha descrito en los adolescentes y artistas la tendencia a tener signos de pensamiento primario: impulsividad, autismo, asociaciones laxas en la lógica y deformación de la realidad. Pero no pasan de ser signos. Puede ser debido al deseo oculto de retorno a una situación infantil-omnipotente con los objetos.

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psicótico (enorme influencia desde la pasividad), a un someti­ miento forzoso (formación de un falso self) o a la creación de una zona de experiencias especiales, que le permitan irse repo* niendo de la crisis. Sinteticemos este enfoque de las vicisitudes del Yo adoles­ cente que, teóricamente, comenzaría en la pubertad (pero podría empezar en cualquier momento en que las circunstancias sean propicias) y terminaría, teóricamente, alrededor de los 18 años. Partimos de la idea que el Yo adolescente se veía enormemente “empobrecido” y confundido por los procesos de duelo que tiene que sobrellevar. Ante esta circunstancia pierde momentáneamente su función de mediador entre sus pulsiones, sus normas (Superyó) y las exigencias del mundo externo. Una salida posible sería aliarse al medio ambiente adquirien­ do un falso self (base de la formación de seudoidentidades), lo que equivale a someter al Yo y perder la lucha por la identidad. Otra, someterse al Superyó, lo que llevaría a una enorme rigidez o probable proceso melancólico; otra dar rienda suelta a sus ne­ cesidades más elementales y convertirse en un impulsivo e infan­ til. Todas son salidas que llevan a la pérdida de la verdadera identidad. No le queda otra cosa al Yo que saber “esperar”, diso­ ciándose y creando su pequeño mundo de experiencias (“zonas”) . Esta zona o “pequeño mundo” es verdaderamente esencial para que el Yo realice una regresión no psicótica, en la cual tenga la ilusión de estar identificado únicamente con lo deseado, lo bue­ no, o sea que prime el Yo ideal en su mundo interno, y además se rodee de objetos también idealizados (ideal del Yo) con los que logra la gratificación. Esta es sumamente necesaria para un Yo tan exigido que busca reforzarse urgentemente, como el bebé que necesita ilusionarse de que la madre le es incondicional para constituir dentro de él un objeto bueno, fuerte, que responda a su identidad. Esta zona transicional tiene la particularidad de que lo sub­ jetivo y lo objetivo no aparecen como opuestos, no hay una clara diferenciación entre las autorrepresentaciones y las representacio­ nes de objeto, los objetos son manipulados ilusoriamente (por la disociación e idealización), no son ni enteramente subjetivos, ni enteramente objetivos. Se puede sobre ellos crear, hacer experien­ cias e ir formando nuevas representaciones.

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Esta zona, que quede claro, existe geográficamente, pues es una zona de experiencia que requiere tiempo y espacio. Sean los momentos de aislamiento en que los adolescentes viven de su ima­ ginación, sus experiencias en los grupos espontáneos, la masturba­ ción, la relación imaginaria con el ídolo o concreta con un íntimo amigo, etcétera. Destruir esto a los adolescentes es exponer su Yo a los peligros a que nos referimos. Prosigamos nuestra síntesis. En esta zona elaborativa por ex­ celencia el Yo adquiere básicamente una experiencia: reconoce que su identidad es algo que construye él con una parte cada vez más amplia del mundo que lo rodea. Descubre que los tremendos deseos que no podía contener, o las exigencias tiránicas del am­ biente pueden conformar una unidad en la que sus reales nece­ sidades (verdadero self) de existencia perciben los objetos según las representaciones que va modificando con la experiencia y que a su vez esta experiencia, al comienzo idealizada, le va per­ mitiendo descubrir que pusde modificar la realidad de acuerdo con sus necesidades. O sea que la transformación es' subjetiva y ob­ jetiva. La identidad se construye no sólo a partir de sensaciones consideradas subjetivas sino también a partir de las sensaciones que se hace sentir a los otros, o sea, a partir de lo individual auténtico y de lo otro de lo cual se siente parte porque ayudó a la propia constitución (núcleos de pertenencia). El proceso se da además por medio de las seudoidentidades instrumentales' que, dijimos, permiten un compromiso con el medio sin tener que llegar a mayores regresiones por la ansiedad confusional que traería al Yo el no actuar dentro de las “zonas”. Así y paulatinamente el Yo adolescente empieza a “contener” a través de las nuevas representaciones que le da la experiencia las pulsiones internas que sentía, incapaces de sufrir limitaciones en sus exigencias y simultáneamente tiene también otra percepción de las exigencias del medio a las que también descubre transfor­ mables. La identidad en sentido estricto está salvada, o sea, permite al Yo tener autoconciencia de que su historia, su cuerpo y su ambiente social lo determinan y a su vez él determina, definiendo su persona. Paralelamente en relación a esta zona, el resto de la realidad disociada, tanto subjetiva como objetiva, va siendo incorporada

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en la medida que el Yo se fortalece, porque es más “contenedor” y porque su cuerpo se termina de desarrollar así como su forma de pensar. Llegamos de esta manera a los 15-16 años, época en que teóricamente esta zona (del Yo) idealizada (que coincide con el tipo de grupos espontáneos de púberes) empieza a resquebra­ jarse y aceptar más lo disociado y rechazado del self y del mundo externo.11 En este momento del proceso empiezan a tener importancia las relaciones de objeto ambivalentes,12 “lo bueno y lo malo” em­ piezan a integrarse. La zona transicional va dando cabida a un nuevo tipo de relación con la realidad mucho más amplio que podríamos llamar de “compromiso”, en el sentido que existe de parte del Yo renuncias a muchos de sus deseos de existir teniendo entonces que aceptar relaciones más reactivas (artificiales) que no llegan a anular la propia identidad. En esta época (15 a 18 años) los adolescentes tienen una actitud, en particular con los padres de mayor “amabilidad” y cierta reserva, renunciando a la omnipotencia infantil de man­ tener, aunque sea en determinadas zonas, la ilusión de que el medio reacciona favorablemente a los propios requerimientos sin necesidad de modificarlo y modificarse. También es cuando las depresiones comunes, y las patologías tienen mayor frecuencia, y cabe suponer que es justamente porque el Yo puede tolerar más las relaciones objetales ambivalentes, principales motivadoras de los sentimientos de culpa. Y es también en esta edad cuando se puede observar la plena capacidad de pensar que tiene el Yo adolescente, así como de renunciar de una manera más concreta al narcisismo: se arries­ gan a querer o sea a defender (nacen las primeras parejas más diferenciadlas). De todos modos, todos estos cambios son graduales y llegan a su verdadera plenitud (teóricamente hablando) a los 18 años. Aquí verdaderamente se abandona totalmente la “zona” transi­ cional y se acepta en el contexto social el nuevo núcleo de perte­ 11 El enfoque terapéutico de los grupos de adolescentes que coordino tiene, a grandes rasgos, este modelo teórico, aplicado en cada sesión a cada tra­ tamiento personal. 12 Véase cap. VII.

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nencia que conformará la nueva identidad naciente. Los Yo “corporal”, “psicológico” y “social” se integran definitivamente. El empobrecido Yo psicológico de la pubertad, es inmediatamente fortalecido por el Yo “corporal” (zona transicional) para luego fortalecerse por el Yo “social” (zona de compromiso). Esto es un esquema, ya que aunque disociado el Yo conserva constantemente en su parte reconocida los tres aspectos: ne­ cesidades biológicas (Yo corporal), percepción y elaboración (Yo psicológico) y modificaciones de las relaciones de objeto (Yo social). Lo que pasa es que dentro del proceso el Yo se va fortaleciendo en su capacidad de mediador, en la medida de las posibilidades reales y no teóricas. En este sentido el aspecto de identidad social (autoconciencia) es el último que se logra (18 años). La primera contradicción (no antagónica) entre el Yo ideal y el ideal del Yo se elabora en una zona disociada que llamamos transicional, para luego resolverse en el Yo real inte­ grado intrínsecamente en el proceso social del cual tomó autoconciencia desde esa zona transicional. De más está decir, entonces, los trastornos que puede traer en el desarrollo y logro de la identidad del Yo, el perturbar excesivamente la vida de los adolescentes en su zona y apurar o exigir sus “compromisos”. Una cosa es someterse (por más acep­ table que pueda parécer) a un sistema social con sus pautas cul­ turales, y otra es asumirlo como algo propio susceptible de ser transformado como la propia identidad del Yo. Este aprendizaje tendría que realizarse durante la adolescencia. Bibliografía Bellak, L., Esquizofrenia, Herder, Barcelona, 1962. Blos, P., Psicoanálisis de la adolescencia, Mortiz, México, 1971. Fernández Mouján, O., “El yo en la adolescencia”, publicación interna del Serv. de Patología del Policlínico de Lanús, curso de residentes. Freud, S., “El Yo y el Ello” y “ Psicología de las masas y análisis del Y o”, Obras Completas, Rueda, Buenos Aires. Hartman, H., “El desarrollo del concepto del Yo en la obra de Freud”, Int. Journal of Psychoanal., vol. X X X V II, 1956. Heimann, P., “Algunas funciones de intro y pro en la temprana infan­ cia”, en Desarrollos en psicoanálisis, Hormé, Buenos Aires, 1958. Laplanche y Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, Labor, 1970. Rapaport, D., “Reseña histórica de la psicología psicoanalítica del Y o”, en Aportaciones a la teoría y técnica psicoanaliticas, Pax, México.

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Capítulo IX E L PENSAMIENTO ADOLESCENTE *

Según vimos, las tareas más urgentes del adolescente serían cris­ talizar su identidad, jerarquizar las funciones yoicas y asumir los roles sociales. Evidentemente son tareas que se superponen, pero que, con finalidades de estudio, separamos para dedicarnos a una de ellas: jerarquizar las funciones yoicas. De estas funciones, la más prominente es sin duda el pen­ samiento. Cabría preguntarnos ¿por qué es tan importante esta función durante la adolescencia? Como todo duelo, la adolescencia estimula al Yo en las tareas de aceptación de la pérdida y redistribución libidinal en los nuevos objetos. Esto no es fácil, no sólo por las vicisitudes propias del duelo, sino también por las características confusionales de este período. Por lo tanto, el Yo está ante la tarea de elaborar la pérdida, discriminar su mundo interno del circundante y volver a relacionarse con lo nuevo. Sabemos que la externalización del caos durante el trabajo de duelo es indispensable en los adolescentes, y se debe a los mecanismos disociativo-proyectivos. La solución radicaría en po­ der “aliviarse” del caos interior sin proyectarlo masivamente al mundo externo de modo que impida toda interacción discriminativa (separación-unión). Rodrigué describe una modalidad de proyección, la proyec­ ción identificativa, que a mi juicio se utiliza mucho en la ado­ lescencia. Tiene la característica de lograr “alivio” pero respe­ • Escrito en mayo de 1970.

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tando al objeto sobre el que proyecta; no lo incluye en su mundo, como haría la identificación proyectiva “oral”: sería fundamen­ talmente centrífuga. Hay entonces una posible interacción en la que se reconoce al objeto como tal, externo (cuando hablo de reconocimiento me refiero a todas sus características, especial­ mente objetividad y autonomía). Lo mismo pasaría con las identificaciones introyectivas: al­ gunas son precursoras de símbolos que no niegan la pérdida y permiten reconocer al objeto como autónomo. Pero en otras iden­ tificaciones la autonomía del objeto no se percibe, se lo sigue controlando desde el interior. Esta situación discriminativa crea un contexto depresivo de unión y pérdida saludable para que el Yo, con su función de pensar, vaya dejando “vínculos” infantiles que requerían deter­ minada forma de pensamiento, por nuevos “vínculos” adultos que requieren un nuevo tipo de pensamiento. Los vínculos infantiles toman una característica especial, que Piaget conceptualizó como “la inclusión de lo posible dentro de lo real” : son vínculos inmediatos, en los que se requiere un pensamiento lógico concreto capaz de reproducir configuraciones mentales similares a las propuestas por la realidad. El pensa­ miento es un compás de espera para la acción. Los vínculos adultos que el adolescente empieza a descubrir se caracterizan porque hay una percepción de los “objetos reales incluidos dentro de los posibles”, lo cual quiere decir que existiría un tipo de pensamiento lógico-formal capaz de pensar a partir de ideas y no sólo sobre objetos reales (dichas ideas, más ade­ lante, son transformadas en reales o n o). A¡ ir dejando sus vínculos infantiles, el adolescente va de­ jando también una forma de pensar que le permitía operar de una manera eficaz y va adquiriendo una nueva forma de pensar, que le permitirá a su vez una nueva forma de vincularse con la realidad. Se da una suerte de movimiento que va de la acción al pen­ samiento, para luego pasar del pensamiento a una nueva forma de operar, ya no sólo sobre objetos reales que configuran una realidad conocida, sino sobre objetos ideales que harán posible nuevas configuraciones. Esta doble actitud de replegamiento y expansión del Yo es

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característica en todo el desarrollo de la persona. Píaget las ¡lama fases de egocentrismo y de descentralización. En la primera fase infantil sensorlomotriz el objeto es poco discriminado del sujeto, primando lo sensorial como centro ego­ céntrico. Luego el Yo va perdiendo dicha hegemonía con la apa­ rición de la posible coordinación de sus acciones, que van dando al sujeto la sensación de límite en el dominio de la realidad, así como la posibilidad de ir discriminando entre el pensar sobre el cuerpo y la acción con el cuerpo. A la fase siguiente la llama Piaget de lenguaje simbólico (pensamiento verbal); en ella nuevamente el Yo se expande a través del pensamiento. Las representaciones son el centro ego­ céntrico desde donde se controla la realidad: lo subjetivo se con­ funde con lo objetivo. La descentralización paulatina se efectúa mediante las ope­ raciones concretas (pensamiento concreto) con que el chico va reemplazando sus primitivos puntos de vista (forzado por el juicio de realidad) por otros más reales, que lo limitan en el dominio de los objetos. Por último, se da una nueva expansión del Yo con el pen­ samiento lógico-formal. El sujeto vuelve a dominar la realidad, esta vez con teorías, confundiendo, en distinto grado, Yo-no yo, el símbolo con lo simbolizado, lo posible con lo real, las proposicio­ nes con los hechos reales. La descentralización aparece con la vida grupal y el trabajo. En esto podemos ver cómo hay un ir y venir entre dos tipos de pensamiento: 1) mágico, que controla el objeto omnipotente­ mente y 2) científico que controla los objetos de una manera más real. Uno intenta controlar la realidad; el otro se prepara para conectarse con la realidad haciendo proposiciones (hipótesis) que tienen que ser puestas a prueba. Durante la adolescencia, el pasaje del pensamiento lógicoformal con características “mágicas”, al pensamiento lógico-formal con características “científicas” se realiza en tres tiempos, que corresponden a los tres períodos en que hemos dividido las etapas de la adolescencia. La primera forma de pensar la encontramos en la pubertad, período en que se ejercita por primera vez el pensamiento que hemos llamado mágico.

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En la mediana adolescencia se acepta la pérdida de la omni­ potencia del pensamiento aunque no totalmente: se mantiene en los grupos donde el control es compartido. | Al final de la adolescencia se supone que se ha adquirido; totalmente el pensamiento lógico-formal, lo que permite al ado­ lescente estar a la par de los adultos para entender y criticar la cultura. Antes de entrar en más detalles haré un paréntesis para ha­ blar de las ideas como objetos transicionales.

Las ideas y palabras como objetos transicionales Las palabras y las ideas tienen en el adolescente funciones de evacuación, control, tanteo y elaboración de la pérdida. La fun­ ción que adquieran depende fundamentalmente de las fantasías subyacentes y de la fortaleza del Y e para tolerar las ansiedades. El adolescente busca ir conjugando, de alguna manera, su mundo infantil y la nueva realidad. Para ello reemplaza los obje­ tos primitivos por abstracciones simbólicas, palabras, que luego se estructuran en teorías que tienen al comienzo la forma del código adulto, pero el contenido mágico del mundo infantil. Son una transición: por un lado, se alejan de los objetos infan­ tiles, reemplazándolos por símbolos abstractos, pero por otro lado son utilizados mágicamente como si fueran juguetes (la cáscara formal es adulta, pero el contenido es infantil). Es por esto que las llamaremos “ palabras juguetes”, considerando que apuntan a la misma finalidad que los objetos transicionales: desprendimiento paulatino de lo familiar y control de lo desconocido. Es justamente en esta transición donde lo adulto y lo infantil se mezclan y se modifican. Por un lado, el mundo se llena para el adolescente de sentimientos y fantasías infantiles; por otro, va adquiriendo una estructura formal que lo familiariza con lo nuevo. La abstracción simbólica (palabras y teorías) sirve como pasaje y elaboración, siempre que no se convierta en una huida de la realidad, siempre y cuando acepte ser luego sometida a la prueba de la realidad (semejante al método científico que elabo­ ra teorías e hipótesis con la condición de que puedan ser confron­ tadas con la realidad empírica). Una dificultad importante para abandonar el pensamiento

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infantil consiste en que, en la nueva forma de pensar, lo real (cercano) no incluye lo posible (lejano) perdiéndose entonces el control, sobre todo si se tiene en cuenta que el pensamiento lógico concreto infantil sólo sirve para manejarse dentro de un marco cultural restringido, y no descifra el código social adulto más amplio, al que tiene que adaptarse. Esta pérdida importante del control sobre el mundo circun­ dante es enmascarada por la confusión que domina el pensamiento del púber (palabras juguetes). Ellas son además de un instrumento de comunicación, un importante medio de evacuación y control omnipotente (confusión) de lo real. El verdadero interés por lo real no existe; es una etapa centralizadora del Yo quien, en señal de “protesta”, rechaza la realidad que le incomoda y lo expone. El pensamiento reflexivo, fruto de la lógica formal, va permi­ tiendo elaborar teorías anticipatorias, que disminuyen la perse­ cución aunque al comienzo estén lejos de lo real. Lo importante es confundirse primero con el objeto nuevo, para luego simboli­ zarlo como algo personal, libremente adquirido. La etapa de la adolescencia en que mejor se pueden detectar las palabras e ideas transicionales es la pubertad. El pensamiento tiene caracteres mágicos que luego, en la mediana adolescencia, se conservan aunque a nivel grupal, aceptándose más las limita­ ciones de la realidad; tiene el carácter mesiánico típico: elabora­ ción de teorías que no exigen aún su concretización. En la pu­ bertad recién se empieza a familiarizar con esta nueva estructura del pensar; en la mediana adolescencia se desarrolla y ejercita restringidamente para que luego, en la adolescencia tardía, se detecte la caída definitiva de la omnipotencia del pensar, en aras de un manejo más real de los objetos y de la comunicación con sus pares y adultos.

El pensamiento lógico-formal como el verdadero cambio en el pensamiento adolescente Recién en la adolescencia es cuando el hombre adquiere la capaci­ dad de pensar con las estructuras formales que no son innatas ni socialmente adquiridas; dice Piaget: dependen de la interacción del sistema social por un lado y el sistema biológico por otro;

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entre ambos, sus propias experiencias psicológicas lo van Incor­ porando a la vida de los adultos. Dice Piaget que el adolescente se incorpora al mundo adulto liberando su pensamiento infantil subordinado, programando su futuro y reformando el mundo donde va a vivir. Para ello cons­ truye sistemas y teorías que le posibilitan un cierto manejo de lo desconocido: tiene pensamientos a la segunda potencia (es capaz de pensar sus pensamientos: reflexión) yendo de lo concreto hacia lo abstracto y posible. Por último, maneja los símbolos adultos conociendo sus ideologías. ¿Cómo consigue todo esto? Con su nuevo instrumento, el pensamiento formal. Para Piaget consiste en 1) la capacidad de reflexionar, o sea, operar no sobre las cosas (lógica concreta) sino sobre sus ideas (lógica formal) o proposiciones, y 2) la po­ sibilidad de inversión de relaciones entre lo posible y lo real: lo real injertado dentro del conjunto de operaciones posibles. Como podemos ver, la lógica formal equivaldría a un símbolo con el cual uno se abstrae de sí mismo con proposiciones concretas, a la vez que abstrae lo posible de lo real convirtiéndolo en un aspecto dentro de las posibilidades (como es el símbolo “madre” respecto a “mi mamá”) . La lógica formal permite al pensamiento adolescente no sólo una incorporación a la sociedad (por manejar el mismo código de los adultos), sino también un mayor dominio de los impulsos al poder ampliar el mundo de los objetos gratificantes a nivel del pensamiento, dado que lo posible es mayor que lo real y con ello la espera se hace posible. La lógica formal crea, por fin, un nuevo tipo de sensibilidad, permite captar valores culturales abstractos como patria, ideología, etcétera, hasta ahora no reconocibles, pues la sensibilidad se limitaba a ideales encarnados u objetos concretos. Según esto, se trataría de un instrumento del pensamiento muy similar al símbolo en sus funciones. Pero no surgió como éste para dominar objetos sensiblemente reconocidos, sino que surgió filo y ontogenéticamente como necesidad de dominar lo desconocido, lo misterioso. Lo desconocido está principalmente centrado en la comprensión de la cultura, especialmente si ésta es cambiante, con futuro incierto y oculto y no se pueden utilizar los modelos del pasado para su comprensión.

Creo que la adquisición de un tipo de pensamiento que pasa 142

del interés por lo concreto (cosas y personas) al interés por las ideas permite a los adolescentes, especialmente después de los 15 años, salirse del tiempo y espacio dados, descubrir dentro de sus “mundos” (grupo, generación) una nueva idealidad personal y proyectar una futura cultura, distinta de la que se les propone. Esta disposición es única, ya que todavía no les es imperioso concretizar sus teorías y pueden discutirlas en un ámbito bien diferente al de los adultos, ya estructurado y que limita en muchos sentidos. Los interrogantes que se plantean difieren de los de los adultos, sumergidos en una cultura que pide respuestas sin dar tiempo a tomar distancia y reconocer lo desconocido. Los adultos no toleran el misterio: para los adolescentes es un “acompañante” que les amplía el sentido de identidad. En este contexto tan inestructurado, la identidad adolescente adquiere un sentido de lo propio surgido desde adentro: el sujeto necesita definirse, recortarse, diferenciarse de los demás como unidad; descubrir frente a sí mismo la continuidad de la propia identidad en un tiempo que percibe confuso, así como ser recono­ cido por los demás como tal, y así sentirse incluido sócialmente. En esta inclusión, que llamamos “mismidad” de la identidad, es importante la ideología como sentimiento de pertenencia a un grupo o cultura donde se comparte una visión diferenciada del mundo, dentro del cual uno se siente incluido física y moral­ mente. El pensamiento lógico-formal permite entonces al adolescente ubicar su identidad en un nuevo contexto, capacitándolo para 1) percibir intelectualmente todas las partes del self como formando una unidad, 2) percibir vivencialmente el sentido de continuidad de su identidad, y 3) percibir el sentido de pertenencia que tiene el Yo, incluido social e ideológicamente dentro de una cultura. (El concepto de identidad se trató en el capítulo V.)

Etapas evolutivas y pensamiento El pensamiento y la acción son los instrumentos básicos que tienen los adolescentes para elaborar el cambio. No nos tiene que extrañar que muchas de las consultas en esta edad se deban justamente a problemas en el pensar. La pubertad es un período donde el pensamiento se encuentra

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en una etapa de transición. Las ideas se convierten en “objetos" que reemplazan a los objetos reales, hasta tal punto que las palabras y la acción son muchas veces reemplazadas por el pensar, o viceversa (restos. del pensamiento lógico concreto). Por eso lo llamamos período mágico del pensamiento adolescente, por la confusión normal que aún existe entre ideas y palabras, hechos e ideas, forma y contenido del lenguaje. Lo cual llevaría a actuar omnipotentemente sobre la realidad dominada por el pensar, y explicaría en parte la tendencia marcada que tienen los púberes a los sueños' diurnos, juegos de palabras, lenguajes cifrados, equi­ vocaciones entre el sentido y “la letra”, etcétera. Por otro lado, dada la importancia de las fantasías masturbatorias de esta edad, el pensar (por los caracteres que le hemos asignado) se puede fácilmente convertir en algo peligroso y malo. La inhibición inte­ lectual de esta edad muchas veces se explica en términos de erotización del pensamiento. Manipular por primera vez la realidad concreta como abs­ tracta y viceversa, permite al púber, mágicamente, salir del tiempo y el espacio, pensar como si volviera al pasado o meterse en el futuro y vivirlo como si fuera presente; respecto a las personas y objetos que necesita controlar en el espacio ficticio que es su mente actúa como antes en el juego personificante. Es frecuente encontrarse con púberes que discuten conven­ cidos de haber hecho cosas que sólo han pasado por su pensa­ miento. En la mediana adolescencia, el pensamiento sufre un cambio muy importante: pierde el carácter transicional y confuso de la pubertad y adquiere un fuerte carácter grupal. Aún conserva algunos de sus caracteres omnipotentes, pero a nivel grupal. Los adolescentes de esta edad pueden discutir lo que piensan (sus ideas son realmente ideas para comunicarse) aunque restringidamente. Las ideas se comparten y discuten en grupos de pares, es decir que se acepta hasta cierto punto una prueba de realidad aunque al principio se busquen grupos ideo­ lógicos muy semejantes y no se toleren los diferentes. Llamamos al pensar de este período pensamiento mesiánico, porque es com­ partido necesariamente por otros que expresan ideas semejantes, salvadoras y redentoras, que no necesitan ser puestas a prueba más allá de su ámbito. Si se incluyen dentro de alguna ideología

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imperante dentro de la cultura, lo hacen con un sentido verdade­ ramente mesiánico, de salvación, sin aceptar la relatividad de las verdades sustentadas. Esta forma de pensar ubica a los adolescentes en pie de igualdad con los adultos, permitiéndoles incluso descubrir que se pueden preguntar por un futuro que los adultos no perciben por sus trabas culturales. Realmente, se da un importante des­ prendimiento de sus padres y mayores: ya no reciben de ellos información y aprendizaje, sino de su propia generación o grupos elegidos. Es importante ver que la relación que adquieran con estos nuevos grupos en vez de transformarse en un sometimiento estable, no sea más que una reedición de su situación infantil. Cuando se inhiben intelectualmente, el fondo depresivo da una explicación del síntoma; otras veces la inhibición se manifiesta más como una rigidez en la forma de pensar, convirtiendo la actividad pensante básicamente elaborativa y creativa en una acti­ vidad estabilizante: intelectualización. En la adolescencia tardía, la identidad está más afirmada, el duelo ha pasado sus etapas críticas y el pensamiento lógicoformal ha sido totalmente aprendido: todo esto permite al ado­ lescente renunciar al pensamiento omnipotente, mágico y mesiánico de las etapas anteriores y adoptar un pensamiento creador y rea­ lizador: ni la erotización ni el control de los objetos son obstácu­ los para pensar de una manera más personal, flexible y capaz de interrogarse sobre el futuro y proponer ciertos cambios. Ahora sí acepta poner a prueba sus ideas por medio del trabajo y la ampliación de sus relaciones sociales. Al empezar a asumir su rol social, lo mesiánico se realiza. Quisiera ejemplificar estas hipótesis sobre el pensamiento en las distintas fases de la adolescencia, con ejemplos extraídos de historias del test de Phillipson (respuestas a la lámina n? 1). Luis tiene 12 años. Responde así a la primera lámina del Phillipson: “ Acá no veo n a d a ... no veo nada, no se ve (¿qué podría ser?) un hombre (trate de imaginar algo) . . . ¿Del paisaje también le tengo que decir? Un hombre en un restaurant. . . o veo la gente acá, una mesa, y esto. . . no puedo. . . esto es el maítre. . . y esto pa­

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reciera una bailarina que está dando vueltas, pero no puede ser, después hay una ventana y gente.” Se ve con claridad la dificultad de evadirse de lo concreto que le impide reflexionar. Busca “adivinar” qué hay en la lá­ mina, no lo que hay en la mente respecto a ella. Se limita a des­ cribir lo concreto sin finalidad ni cálculo de probabilidades, es algo “ya hecho”. Por otro lado la lámina está bastante mal observada, lo cual muestra que si bien se aferra a lo concreto, al mismo tiempo se sumerge en su propio mundo subjetivizado. El carácter mágico del pensamiento que describimos para esta edad se evidenciaría en la forma en que trata la lámina, suponiendo que hay algo oculto, misterioso, que tiene que desen­ trañar, tiene que dar vida propia a algo muerto (la lámina). Daniel, de 15 años contesta: “Yo pienso que es un ser divino, alguien que va cami­ nando hacia el infierno rodeado de nubes, y marcha con el propósito de encontrar a alguien. Es un ser vivo, pero trata de conocer la muerte, para saber enfrentarla. Vivir pensando que va a morir, pensando, ¿adonde va a ir? Es un hombre que ha pecado, por eso va a visitar ese lugar (se le pregunta por qué “ser divino”) . Podría ser un héroe griego, una persona grande que haya hecho una hazaña.” En seguida vemos que piensa en imágenes no concretas sobre las que construye una historia de carácter mesiánico (piensa en el más allá), cargada de misterio y con un tinte reivindicatorío (héroe que hace una hazaña). No se preocupa mucho porque su pensamiento se concrete en alguna realización. La meta de este tipo de pensamiento es desentrañar el mundo desconocido, cargado de posibilidades, mediante ideas mesiánicas y fantasías omnipo­ tentes (héroe), únicas capaces de enfrentarlo. Mirta, de 18 años, dice: “Veo un hombre o una mujer, fracasado, no sé si fracasado en la vida, lo veo un poco como cosa así, no

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sé, un hombre con culpa; rne imagino esto, tipo el in­ fierno, que puede ser dentro de él mismo; se siente fracasado en algún aspecto de su vida, veo que esta persona está fracasada, no sé si en el amor, o en la religión o en el trabajo. Veo tristeza.” Se ve que Mirta reflexiona, piensa sobre sus ideas con una preocupación concreta de realización (fracasada). Acepta que lo real está sumergido en un mundo de posibilidades y se pregunta cuál de ellas explica lo real (el fracaso). Lo mesiánico, el más allá (como podría ser el infierno) es ubicado inmediatamente en el campo real: dentro de sí. Tiene todas las características del pensamiento lógico-formal: a) piensa sobre ideas que buscan realizarse, y b) parte de lo real, la lámina bien observada, sumer­ giéndose allí, con los personajes, en el mundo de posibilidades que incluyen lo real. La hipótesis planteada en este capítulo se basa en la estadís­ tica sobre trastornos en el aprendizaje según la edad, que muestra un aumento en la pubertad, un descenso en la crisis media y un nuevo aumento en la adolescencia tardía. Inferimos entonces que el pensamiento formal necesario que aparece en la adolescencia, se presenta poco desarrollado y en pleno cambio en la pubertad; en la mediana adolescencia, el ins­ trumento lógico formal ha sido adquirido, pero manteniendo la connotación mesiánica por la necesidad de poseer cierta omni­ potencia. Por fin, en el final de la adolescencia, el contenido mágico mesiánico se pierde y el pensamiento pasa a ser similar al de los adultos.

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