AA. VV. Corpus Romanticismo Inglés

September 19, 2017 | Author: Fran Zamora | Category: Poetry, Emotions, Self-Improvement, Nature, Love
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ANTOLOGÍA DE LA POESÍA INGLESA DEL SIGLO XIX

Precursores del Romanticismo

Edward Young (1683 - 1765) El último día Tarde o temprano, en alguna fecha futura, (Un secreto terrible en el Libro del Destino) Esta hora será sólo en el arcón de la sabiduría, Cuando diez mil cosechas se hayan elevado; Cuando las escenas cambien en esta Tierra que gira, Los viejos imperios caerán, dando a luz a otros; Mientras otros Borbones reinan en otras tierras Y (si el pecado del hombre no lo prohíbe) otras Anas; Mientras todavía el cansado mundo transita Los mismos senderos que otros han caminado, Irreflexivos, como los que ahora corren por sus laberintos De polvo disuelto, o de un sol extinguido; (¡Vosotros, mundos sublunares, despertad, despertad! ¡Vosotros, reyes de las naciones, escuchad y temblad!) Espesas nubes de oscuridad surgirán un día; Una noche repentina dominará el reposo del planeta, Vientos impetuosos desgarrarán los bosques; Las montañas eternas, como sus cedros, cederán, El valle escuchará los rugidos del océano Rompiendo las cadenas de sus costas; Una mancha de sangre crecerá en la luna de plata, Las sombras invadirán el círculo del sol; De la intimidad del cielo rodarán los truenos incesantes, Y su eco profundo atronará en los polos.

Thomas Gray (1716-1771) Elegía escrita en un cementerio de aldea. El toque de campana dobla al caer la tarde, y el balar del rebaño cruza tranquilo el prado; vuelve a casa el labriego con su paso cansado, dejándonos el mundo a la noche y a mí.

En este sitio ausente, quizá puede que duerma algún alma insuflada de fuego celestial o unas manos que asieran el cetro del imperio, o que a la eterna lira al éxtasis llamaran.

El desvaído paisaje va perdiendo colores y en todo el aire flota una solemne calma, que sólo rompe el ruido del moscardón volando y el cencerreo monótono de lejanos rebaños;

Pero el Conocimiento a sus ojos jamás desplegó su amplia página con el saber del tiempo; la gélida Penuria reprimió su noble ira, helando en esas almas su torrente genial.

de la torre a lo lejos recubierta de hiedra la afligida lechuza a la luna se queja de los que merodean por sus íntimas ramas, perturbando su antiguo y desierto dominio.

Muchas piedras preciosas del más puro color soportan sombrías cuevas del insondable océano: muchas flores se abren sin que nadie las vea y malgastan su aroma en el aire desierto.

Bajo estos toscos olmos, a la sombra del tejo, donde la hierba crece en sinuosos montones, yaciendo para siempre, en sus angostas celdas, los sencillos ancestros de la aldea reposan.

Algún Hampden aldeano, que con corazón bravo soportó al tiranuelo que mandaba en sus campos; algún callado Milton o algún Cromwell sin culpa de la sangre en su tierra, puede que aquí descansen.

Ni el alegre reclamo del alba perfumada, el vencejo gorjeando sobre los cobertizos, el gallo cantarín o el eco de las cuernas podrán ya levantarlos de sus humildes lechos.

Ordenar el aplauso del paciente senado, despreciar la miseria y el reto del dolor, distribuir la abundancia sobre risueñas tierras y contar sus historias a ojos de la nación

Para ellos nunca más calentará ya el fuego, ni la ajetreada esposa le ofrecerá sus mimos: no habrá niños que corran gangueando a su regreso trepando a sus rodillas para el deseado beso.

prohibióselo la suerte: no sólo limitando sus crecientes virtudes sino también sus crímenes; prohibióles alcanzar con masacres el trono y cerrarles las puertas de la piedad a los hombres,

Con frecuencia a su hoz se rendían las cosechas y su surco ya ha roto la endurecida tierra. ¡Cuán felices guiaban sus yuntas por el campo! ¡Cómo ante su firme hacha se rendían los bosques!

ocultar las punzadas de la verdad consciente, sofocar los rubores de la ingenua vergüenza o colmar los altares del Orgullo y Lujuria con incienso prendido en llamas de la Musa.

Que la Ambición respete su provechoso esfuerzo, sus gozos hogareños y su destino oscuro; que la Grandeza escuche sin risa desdeñosa las sencillas y simples historias de los pobres.

Lejos de las refriegas de las turbas febriles sus sensatos deseos nunca fueron erróneos; junto al frío y recluido páramo de la vida transcurrió silencioso el curso de su viaje.

La gloria de la heráldica, la pompa del poder, y todo lo que aportan la riqueza y belleza aguardan por igual la inevitable hora: los senderos de gloria conducen a la tumba.

Y así, por proteger estos huesos de ultrajes muy cerca se erigieron frágiles monumentos adornados con toscas esculturas y versos, implorando al transeúnte la ofrenda de un suspiro.

Y vosotros, altivos, no los culpéis del hecho de que en sus tumbas no haya trofeos a la Memoria, mientras que en los pasillos largos, de rancias criptas, el sonoro motete aumenta la alabanza.

Sus nombres y sus años la inculta musa enuncia, la causa de su fama y la razón del poema: y siembra junto a ellos muchos textos sagrados que enseñan a morir al moralista aldeano.

¿Pueden urnas grabadas o bustos animados hacer volver a casa el efímero hálito? ¿Puede la voz altruista retar al mudo polvo o ablandar los halagos a la fría y sorda muerte?

¿Quién sintiéndose presa del estúpido olvido renunció a una existencia ávida y agradable dejando atrás lo cálido de los días felices, sin mirar hacia atrás con tenaz añoranza?

El alma que se marcha confía en un cuerpo amado, los ojos que se cierran requieren llanto amigo; desde la tumba incluso la Natura nos llama y hasta en nuestras cenizas sus anhelos habitan. A ti, que te preocupas por los muertos anónimos estas líneas te narran sus sencillas historias; si alguna vez guiada por su retraída vida se acercara algún alma a conocer tu sino,

al lado de los brezos, junto a su árbol querido; y transcurrió otro día: mas ya no lo encontraron ni al lado del arroyo, en el bosque o el prado; Al siguiente, con cánticos y vestidos de luto, lentamente a la iglesia vimos que lo llevaban. Acércate (tú puedes) y lee esta inscripción grabada aquí en la lápida bajo el vetusto espino”.

podría un zagal granado decir alegremente: “Con frecuencia lo vimos al despuntar el alba con paso presuroso evitando el rocío para el sol descubrir en los prados del valle.

Epitafio Aquí yacen los restos, en la tierra materna, de un joven ignorado por la Fama y Fortuna; bien aceptó la Ciencia su humilde nacimiento, Melancolía marcólo como si fuera suyo.

Allí, al pie de aquella combada y lejana haya que ascendiendo retuerce sus míticas raíces, su longitud indolente al mediodía alargaba y en sonoros arroyos fijaba la mirada.

Tan grande fue su entrega como su alma sincera, por eso envióle el Cielo una gran recompensa: su fortuna (una lágrima) se la dio a la Miseria, un amigo (su anhelo) arrebatóle al cielo.

Junto a aquel bosque estaba sonriendo desdeñoso, vagaba murmurando veleidosas quimeras, cabizbajo, afligido, cual niño abandonado, de preocupación loco o por amor herido.

Para poder contarlos no examines sus méritos ni saques sus flaquezas de su feroz morada: allí también reposan con trémula esperanza el seno de su Padre y el seno de su Dios.

Un día noté su ausencia por la colina amiga,

William Blake (1757 – 1827)

Visión memorable (De El matrimonio del Cielo y el Infierno -1790) Me hallaba en una Imprenta en el Infierno, y vi el método por el cual el conocimiento se transmite de generación en generación. En la cámara primera había un Dragón-Hombre que barría la basura de la boca de una caverna. Adentro, multitud de dragones ahondaban la caverna. En la cámara segunda había una serpiente que se envolvía en torno a la roca de la caverna, y otras que la adornaban con oro, plata y piedras preciosas. En la cámara tercera un Aguila de alas y plumas de aire tornaba el interior de la caverna infinito. Había también multitud de Hombres-Águilas que edificaban palacios en las rocas enormes. En la cámara cuarta Leones de ardientes llamas caminaban furiosos y fundían los metales hasta tornarlos en fluidos vivientes. En la cámara quinta, formas sin Nombre arrojaban al espacio los metales. Allí eran recibidos por los Hombres que ocupaban la cámara sexta. Tomaban la forma de libros y eran dispuestos en bibliotecas.

El tigre (De Canciones de Inocencia y Experiencia -1794. Versión de Antonio Restrepo) Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche ¿qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría? ¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos? ¿Con qué alas osó elevarse? ¿Qué mano osó tomar ese fuego? ¿Y qué hombro, y qué arte pudo tejer la nervadura de tu corazón? Y al comenzar los latidos de tu corazón, ¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies? ¿Qué martillo? ¿Qué cadena? ¿En qué horno se templó tu cerebro? ¿En qué yunque? ¿Qué tremendas garras osaron sus mortales terrores dominar? Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas y bañaron los cielos con sus lágrimas ¿sonrió al ver su obra? ¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz, por los bosques de la noche ¿qué mano inmortal, qué ojo osó idear tu terrible simetría?

El deshollinador Una cosa pequeña y negra entre la nieve, Gritando "¡deshollina!, ¡deshollina!", ¡con notas de infortunio! "¿Dónde están tu padre y tu madre? ¿Lo dirás?" "Ambos ha ido a la iglesia a rezar. Como yo era feliz sobre el brezal, Y sonreía entre la nieve del invierno, Me vistieron con las vestiduras de la muerte Y me enseñaron a cantar las notas del infortunio. Y como soy feliz y bailo y canto, Ellos piensan que no me han hecho daño. Y se han ido a alabar a Dios y su Sacerdote y al Rey, Que hagan un cielo de nuestra miseria." (Traducción de Soledad Capurro)

¡Ah Girasol! ¡Ah, girasol! Hastiado del tiempo, contaste las pisadas del Sol, y buscaste aquel clima dulce y dorado donde concluye el rumbo del viajero: allí donde la juventud ardiente de deseos, y donde la Virgen joven amortajada en nieve, se levantan de sus tumbas y anhelan ir hacia donde mi girasol desea llegar.

Proverbios del Infierno Versiones de Xavier Villaurrutia En tiempo de siembra, aprende; en tiempo de cosecha, enseña; en invierno, goza. Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos. El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría. La Prudencia es una vieja solterona rica y fea cortejada por la Incapacidad. Aquel que desea pero no obra, engendra peste. Los únicos alimentos sanos son aquellos que no prende la red ni el cepo. Ningún pájaro se eleva demasiado alto si vuela con sus propias alas. El acto más sublime consiste en colocar otro delante de ti. Si el necio persistiera en su necedad, se volvería sabio. La cólera del león es la sabiduría de Dios. La desnudez de la mujer es la obra de Dios. El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre. La rata, el ratón, la zorra y el conejo cuidan de las raíces; el león, el tigre, el caballo, el elefante, de los frutos. Un pensamiento llena de inmensidad. La zorra se provee, pero Dios provee al león. Piensa por la mañana, obra al mediodía, come por la tarde y duerme por la noche.

Aquel que ha permitido que abuses de él, te conoce. Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber. Nunca sabrás lo que es suficiente, a condición de que sepas lo que es más que suficiente. Escucha el reproche de los necios: es un título real. Crear una sola flor es trabajo de siglos. Exuberancia es belleza. ¡Bastante! o más aún, demasiado.

La rosa enferma Versión de Màrie Montand Estás enferma, ¡oh rosa! El gusano invisible, que vuela, por la noche, en el aullar del viento, tu lecho descubrió de alegría escarlata, y su amor sombrío y secreto consume tu vida.

Londres (Versión de Jordi Doce) Vago sin fin por las censadas calles, junto a la orilla del censado Támesis, y en cada rostro que me mira advierto señales de impotencia, de infortunio. En cada grito Humano, en cada chillido Infantil de miedo, en cada voz, en cada prohibición, escucho las cadenas forjadas por la mente: y escucho cómo el grito del Deshollinador hace palidecer las oscuras Iglesias, y el dolor del Soldado infortunado ensangrienta los muros de Palacio. Pero, al fin, en las calles de medianoche escucho cómo la maldición de la joven Ramera deseca el llanto del recién nacido, y asola la carroza fúnebre de los Novios.

Fragmento de una carta al Dr. Trustler (23 agosto 1799) El árbol que mueve algunos a lágrimas de felicidad, en la Mirada de otros no es más que un objeto Verde que se interpone en el camino. Algunas personas Ven la Naturaleza como algo Ridículo y Deforme, pero para ellos no dirijo mi discurso; y aun algunos pocos no ven en la naturaleza nada en especial. Pero para los ojos de la persona de imaginación, la Naturaleza es imaginación misma. Así como un hombre es, ve. Así como el ojo es formado, así es como sus potencias quedan establecidas.

Augurios de inocencia

(versión de Silvia Cameroto)

Para ver un mundo en un grano de arena, y un cielo en una flor silvestre, sujeta el infinito en la palma de tu mano, y la eternidad en una hora. Un petirrojo en una jaula despierta la furia de los cielos. Un palomar repleto de palomas y pichones estremece cada región del infierno. Un perro hambriento en la puerta de su amo predice la ruina del Estado. Un caballo maltratado en la carretera reclama al cielo sangre humana. Cada súplica de la liebre perseguida desgarra una fibra del cerebro. Una alondra en el ala herida, un querubín deja de cantar. El gallo de riña armado para la pelea asusta al sol naciente. Cada aullido del lobo y del león despierta un alma humana del infierno. Los ciervos salvajes, vagando aquí y allá, sustraen al alma humana del cuidado. El cordero sacrificado engendra luchas públicas, y sin embargo, perdona el cuchillo del carnicero. El murciélago que revolotea al final de la víspera abandona al cerebro incrédulo. El búho que invoca la noche pregona el temor del no creyente. Quien hiera al pequeño reyezuelo jamás será amado por los hombres. Quien desate la ira del buey jamás será amado por la mujer. El perverso niño que mata a la mosca sufrirá la enemistad de la araña. El que atormenta al espíritu del escarabajo teje una glorieta de noche eterna. La oruga en la hoja reitera el dolor de tu Madre. No mates a la polilla ni la mariposa, porque el Juicio Final se acerca. Aquel que entrene al caballo para la guerra nunca atravesará la franja Polar. Alimenta al perro del mendigo y al gato de la viuda, y engordarás. El mosquito que canta su canción de verano obtiene veneno de la lengua del difamador. El veneno de la serpiente y del tritón es el sudor de los pies de la envidia. El veneno de la abeja es la envidia del artista.

La túnica del príncipe y los harapos del mendigo son hongos venosos en la bolsa del avaro. Una verdad dicha con mala intención derrota todas las mentiras que puedas inventar. Está bien, así debe ser; el hombre fue hecho para la alegría y la tristeza; y cuando lo sabemos, caminamos seguros por el mundo. La alegría y la aflicción se entretejen sutilmente, un vestido divino para el alma: Debajo de cada dolor y tristeza se esconde una alegría hecha de seda. Una criatura es algo más que una apretada faja: en todas estas tierras humanas fueron creadas herramientas y nacidas las manos que cada agricultor comprende. Cada lágrima vertida en cada ojo se convierte en una criatura eterna; Esto es comprendido por la inteligencia femenina y se vuelve regocijo. El balido, el ladrido, el bramido, y el rugido son olas que golpean en las costas del cielo. La criatura que llora por la vara oculta escribe Venganza en los reinos de la muerte. Los andrajos del mendigo, agitándose en el aire, desgarran al cielo en harapos. El soldado armado con espada y pistola, paralizado golpea contra el sol del verano. La moneda de un hombre pobre vale más que todo el oro de la costa africana. Un ácaro arrancado de las manos del labrador comprará y venderá las tierras del avaro: o, protegido desde lo alto, venderá y comprara a la nación entera.

Quien se burle de la confianza del niño será burlado en la vejez y en la muerte. Quien enseñe al niño a dudar de la corrompida tumba nunca escapará. Quien respeta la confianza del niño triunfa sobre el infierno y la muerte. Los juguetes del niño y las razones del anciano son los frutos de las dos estaciones. El inquisidor sentado astutamente, nunca sabrá cómo responder. Aquel que responda a las dudas apagará la luz del conocimiento. El más fuerte veneno jamás conocido provino de los laureles del César. Nada puede deformar la raza humana tanto como el brazal de la armadura de hierro. Cuando el oro y piedras preciosas adornen el arado, se inclinará la envidia ante las Artes pacíficas . Un acertijo o el canto del grillo, sirven para dudar de la respuesta correcta. La pulgada de la hormiga y la milla del águila hacen sonreír a la defectuosa filosofía. El que duda de lo que ve nunca creerá, haz lo que te plazca. Si el sol y la luna dudaran, Se apagarían de inmediato. Harás bien en apasionarte pero no es bueno que una pasión te domine. La puta y jugador, autorizados por el Estado, edifican el destino de esa nación. El grito de la ramera de calle en calle tejerá la mortaja de la vieja Inglaterra. El grito del ganador, la maldición del perdedor danzan ante la carroza fúnebre de Inglaterra. Cada noche y cada mañana algunos nacen a la miseria, cada mañana y cada noche algunos nacen al dulce placer. Algunos nacen al dulce placer, algunos nacen a la interminable noche.

Somos conducidos a creer una mentira cuando no vemos a través del ojo, que nació en una noche para perecer en una noche, mientras el alma dormía entre rayos de luz. Dios aparece y Dios es luz para las pobres almas que moran en la noche, pero su forma humana se presenta a aquellos que moran en los reinos del día.

Las bodas del cielo y del infierno (1793) Si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería a los hombre como realmente es: infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna. Para ver el mundo en un grano de arena, Y el Cielo en una flor silvestre, Abarca el infinito en la palma de tu mano Y la eternidad en una hora. Aquel que se liga a una alegría Hace esfumar el fluir de la vida; Aquél quien besa la joya cuando esta cruza su camino Vive en el amanecer de la eternidad.

PRIMERA GENERACIÓN ROMÁNTICA: LAQUISTAS

William Wordsworth (1770-1850) Prólogo a Baladas Líricas (edición de 1800) EL PRIMER VOLUMEN de estos poemas ya ha sido sometido a la cuidadosa lectura de todos. Se publicó como un experimento que, según yo esperaba, podría servir de algún modo para averiguar qué tipo de placer y qué cantidad del mismo puede racionalmente tratar de comunicar un poeta, acomodando al orden métrico una selección del lenguaje real de la gente en estado de intensa emoción. Varios amigos míos desean el éxito de estos poemas en la creencia de que, si se lograran de verdad los objetivos con los que se compusieron, se conseguiría una clase de poesía muy adecuada para interesar al género humano de una forma permanente y no sin importancia en la multiplicidad y cantidad de sus relaciones morales: y, por este motivo, me han aconsejado que escriba como prólogo una defensa sistemática de la teoría según la cual se escribieron los poemas. […] Porque para tratar el tema con la claridad y la coherencia de las que es susceptible, sería necesario dar una relación completa del estado actual del gusto del público en este país, y determinar cuánto hay de sano o de depravado en dicho gusto: lo que, además, no podría determinarse sin señalar de qué manera el lenguaje y el entendimiento humanos actúan y reaccionan recíprocamente, y sin recordar los cambios no sólo de la literatura sino también de la propia sociedad. Se da por supuesto que, por el hecho de escribir en verso, un autor adquiere el compromiso formal de satisfacer ciertos conocidos hábitos de asociación; que, así, informa al lector no sólo acerca de las ideas y expresiones que encontrarán en su libro, sino también de otras que serán cuidadosamente excluidas. Este exponente o símbolo ofrecido por el lenguaje de la métrica debe haber despertado en distintas épocas de la literatura expectativas muy diversas […] Quienes están acostumbrados a la vistosidad y hueca fraseología de nuestros escritores modernos, si persisten en leer este libro hasta el final, sin duda alguna tendrán que enfrentarse muchas veces a sensaciones de extrañeza e incomodidad; mirarán de un sitio a otro en busca de poesía y se sentirán inducidos a preguntar por qué clase de cortesía puede permitirse que estos intentos se arroguen tal título. Espero, pues, que el lector no me censure si intento aclarar lo que me he propuesto llevar a cabo, y también (siempre que los límites de un prólogo lo permitan) explicar algunas de las principales razones que me han orientado en mi propósito. Así pues, el objetivo principal que yo me propuse en estos poemas fue escoger hechos y situaciones de la vida ordinaria y relatarlos o describirlos todos, hasta donde fuera posible, mediante una selección del lenguaje que la gente utiliza en la vida real; y, al mismo tiempo, impregnarlos de un cierto toque de imaginación por medio del cual las cosas ordinarias deberían presentarse al entendimiento de un modo desacostumbrado; y además, y sobre todo, hacer interesantes estos hechos y situaciones descubriendo en ellos, de forma fiel y no ostentosa, las leyes elementales de nuestra naturaleza: principalmente por lo que se refiere a la manera que tenemos de asociar ideas cuando estamos bajo los efectos de la emoción. Se escogió por lo general a campesinos de clase baja porque en esa condición las pasiones esenciales del corazón encuentran un terreno mejor donde poder alcanzar su madurez, son más espontáneas, y usan un lenguaje más llano y enérgico; porque en esa condición nuestras emociones elementales se dan en un estado de mayor sencillez y, por consiguiente, pueden ser contempladas de manera más exacta y comunicadas con más fuerza; porque el modo de ser de los campesinos nace de esas emociones elementales y, debido al invariable carácter de las ocupaciones rurales, se comprende más fácilmente y es más duradero; y, por último, porque en esa condición las pasiones de la gente se añaden a las formas hermosas y permanentes de la naturaleza. Además, se adopta el lenguaje de estas personas (purificado de los que parecen ser sus auténticos defectos y de todos los constantes motivos racionales de rechazo y repugnancia) porque tales personas están en continua comunicación con los objetos mejores de los cuales procede lo mejor de nuestro lenguaje; y porque, por su categoría social y la igualdad y el estrecho círculo de sus relaciones, están menos bajo la influencia de la vanidad social y transmiten sus emociones e ideas con expresiones sencillas y sin elaborar. Por lo tanto, dicho lenguaje, proviniendo de experiencias y emociones que se repiten con regularidad, es un lenguaje más permanente y mucho más filosófico que el que a menudo utilizan los poetas, los cuales piensan que se honran a sí mismos y a su arte en la misma

proporción en la que se alejan de la comprensión de la gente, y se complacen en hábitos de expresión arbitrarios y caprichosos con el fin de alimentar gustos engañosos y falsas apetencias de creación propia. Cada uno de los poemas de estos volúmenes tiene un propósito loable. No quiero decir que siempre escriba con un propósito claro formalmente concebido; pero creo que mis hábitos de contemplación han modelado mis emociones de tal manera que mis descripciones de los objetos que estimulan fuertemente esas emociones llevan en sí un propósito. Si en esto estoy equivocado, poco derecho puedo tener a llamarme poeta. Porque toda buena poesía consiste en el espontáneo desbordamiento de intensas emociones; pero, aunque esto sea así, los poemas a los que se les puede conceder algún valor y sobre temas diversos, siempre han sido escritos por alguien dotado de una sensibilidad innata superior a la normal, y después de una larga y profunda reflexión. Porque son nuestros pensamientos, como representantes de todas nuestras emociones pasadas, los que modifican y dirigen la continua afluencia de emociones; y, del mismo modo que reflexionando sobre la relación que esos representantes generales tienen entre sí descubrimos lo que es realmente importante para las personas, así también las sensaciones relacionadas con temas importantes se nutrirán de la repetición y permanencia de este acto, hasta que, finalmente, si estamos poseídos desde un principio por una gran sensibilidad innata, se crearán tales hábitos mentales que, obedeciendo ciega y mecánicamente a los impulsos de esos hábitos, descubriremos objetos y expresaremos sentimientos de tal naturaleza y tan relacionados unos con otros, que el entendimiento del ser al que nos dirigimos, si se encuentra en un estado favorable de asociación, tiene necesariamente que sentirse de algún modo iluminado, su gusto elevado y sus afectos mejorados. […] He informado al lector de cuál es el propósito principal: a saber, ilustrar el modo en que nuestros sentimientos e ideas se asocian cuando están en estado de emoción. En otras palabras, y utilizando un lenguaje más adecuado, es seguir los flujos y reflujos del entendimiento cuando se ve perturbado por las emociones grandes y sencillas de nuestra naturaleza. […] También ha sido parte de mi propósito general intentar esbozar personajes que están bajo la influencia de emociones menos apasionadas, personajes sencillos, pertenecientes más a la naturaleza que a la civilización, tal como existen hoy y probablemente existirán siempre, y que por su carácter pueden ser estudiados de forma clara y provechosa. No abusaré de la benevolencia del lector insistiendo más sobre el tema; pero es conveniente que mencione otro detalle que distingue a estos poemas de la poesía tan de moda en la actualidad; es éste: que la emoción producida en esas circunstancias realza la acción y la situación, y no la acción y la situación a la emoción. […]¡El tema es lo verdaderamente importante! Porque el entendimiento humano puede emocionarse sin necesidad de estímulos groseros y violentos; quien no sepa esto y quien, además, ignore que un ser es superior a otro en la misma medida en la que posea esta capacidad, debe de tener una percepción muy tenue de su belleza y dignidad. Por eso, me parece que esforzarse en poner de manifiesto y ampliar dicha capacidad es uno de los mejores servicios que un escritor puede prestar en cualquier momento de la historia. Habiéndome extendido demasiado en la temática y el propósito de estos poemas, ruego al lector me permita informarle de algunos detalles relativos a su estilo para que, entre otras razones, no pueda acusarme de no haber realizado lo que jamás tuve intención de realizar. El lector verá que la personificación de ideas abstractas raramente se da en estos volúmenes; y confío en que sea totalmente desechada como un mecanismo habitual para elevar el estilo y situarlo por encima de la prosa. Me he propuesto a mí mismo imitar y, hasta donde sea posible, adoptar el lenguaje propio de la gente y, ciertamente, tales personificaciones no forman parte natural ni corriente de ese lenguaje. […] Por otro lado, se encontrará en estos volúmenes poco de lo que se suele llamar dicción poética; me he esforzado tanto en evitarla como otros en emplearla; he hecho esto por la razón anteriormente alegada: acercar mi lenguaje al lenguaje de la gente; y, además, porque el placer que me he propuesto comunicar es muy distinto al que muchas personas consideran que es el objeto propio de la poesía. No sé cómo, sin ser especialmente culpable, puedo dar al lector una idea más exacta del estilo en que deseaba que estos poemas fueran escritos, si no es informándole de que he procurado en todo momento prestar gran atención al tema; por consiguiente, espero que se vea que en estos poemas hay poca falsedad en la descripción y que mis ideas están expresadas en un lenguaje adecuado a la importancia de cada uno, […] inevitablemente me he desconectado de una gran parte de expresiones y figuras retóricas que, de generación en generación, se han considerado durante mucho tiempo como la herencia común de los poetas. También he creído conveniente limitarme aún más eludiendo muchas expresiones, en sí mismas apropiadas y bellas pero que han sido absurdamente repetidas por malos poetas, hasta el punto de que el sentimiento de repugnancia está tan unido a ellas que, debido a algún arte de asociación, me es casi imposible vencerlo. […] Y sería una tarea facilísima demostrarle que no sólo el lenguaje de una gran parte de todo buen poema, incluidos los de carácter más elevado, no debe en esencia diferenciarse en modo alguno de una buena prosa excepto en la métrica, sino que además algunas de las partes más interesantes de los mejores poemas emplean precisamente el lenguaje de la prosa cuando la prosa está bien escrita.

[…] He demostrado que el lenguaje de la prosa puede adaptarse muy bien a la poesía, y he afirmado anteriormente que una buena parte del lenguaje de todo buen poema puede no diferir en absoluto del de una buena prosa. Iré más lejos. No me cabe duda de que se puede afirmar con plena seguridad que ni existe ni puede existir ninguna diferencia esencial entre el lenguaje de la prosa y el de la composición poética. Si se afirma que el ritmo y el orden métrico por sí mismos constituyen una distinción que tira por tierra lo que he venido sosteniendo acerca de la rigurosa afinidad del lenguaje métrico con el de la prosa, respondo que el lenguaje de la poesía que estoy recomendando es, en la medida de lo posible, una selección del lenguaje que la gente habla en la realidad; que dicha selección, siempre que se haga con verdadero gusto y sentimiento, establecerá por sí misma una distinción mucho mayor que la que pudiera imaginarse en un primer momento, y separará totalmente la composición de la vulgaridad y mezquindad de la vida cotidiana. Si a eso se añade la métrica, creo que se producirá una disparidad del todo suficiente para la satisfacción de una mente racional. […] Tomando la cuestión en términos generales, pregunto: ¿qué es lo que se entiende por la palabra poeta? ¿qué es un poeta? ¿a quién se dirige? ¿cuál es el lenguaje que se ha de esperar de él? Es una persona que habla a personas: una persona, es cierto, dotada de una sensibilidad más viva, de mayor entusiasmo y ternura, que tiene un mejor conocimiento de la naturaleza humana y un alma que abarca más de lo que comúnmente se supone entre el género humano; una persona satisfecha con sus propias pasiones y deseos, y que se alegra más que otras personas del espíritu de vida que hay en su interior; que goza al contemplar deseos y pasiones semejantes a los manifestados en los acontecimientos del Universo, y que habitualmente se siente impulsada a crearlos donde no los encuentra. A estas cualidades el poeta añade una disposición influida, más que en otras personas, por cosas ausentes como si estuvieran presentes; una capacidad para evocar dentro de sí pasiones que verdaderamente están muy lejos de ser iguales a las producidas por sucesos reales y que, no obstante se parecen más a las pasiones producidas por sucesos reales que cualquier otra cosa que, de las operaciones de sus propios pensamientos únicamente, otras personas están acostumbradas a sentir en sí mismas. Por esto y por la práctica, el poeta ha adquirido una mayor disposición y fuerza para expresar lo que piensa y siente, y especialmente esos pensamientos y esos sentimientos que, por elección propia y por la estructura de su propia mente, surgen en él sin necesidad de estímulo externo e inmediato. Pero, sea cual sea la cantidad de esta facultad que nosotros podamos suponer en el más grande de los poetas, no puede haber duda de que el lenguaje que ella le sugiera debe, en viveza y en autenticidad, distar mucho del empleado por las personas en la vida real, bajo la presión real de esas pasiones, cuyas sombras el poeta produce, o cree que se producen, dentro de sí. Aunque deseáramos mantener una idea elevada de la función de poeta, es obvio que, mientras describa e imite pasiones, su situación es completamente servil y mecánica, comparada con la libertad y la fuerza de la acción y el sufrimiento reales. Así pues, el poeta deseará acercar sus emociones a las de la gente cuyas emociones describe, o mejor, introducirse a sí mismo, quizás durante cortos espacios de tiempo, en una completa ilusión e, incluso, confundir e identificar sus propias emociones con las de ellos, modificando el lenguaje que de esta manera se le insinúa teniendo en cuenta solamente que él describe con una intención concreta: la de producir placer. […] Me han dicho que Aristóteles afirmó que la poesía es la más filosófica de todas las formas de escritura; así es: su objeto es la verdad, no la individual o local, sino la general y operativa; no dependiendo de la evidencia externa, sino revivida en el corazón por la pasión; verdad que es su propia evidencia, que da fuerza y cualidades divinas al tribunal al que apela, y las recibe de ese mismo tribunal. La poesía es la imagen del ser humano y de la naturaleza. Los obstáculos que entorpecen la fidelidad del biógrafo y el historiador y su consiguiente utilidad, son incalculablemente más grandes que aquellos a los que debe enfrentarse el poeta, el cual posee una idea adecuada de la dignidad de su arte. El poeta escribe bajo una única restricción, a saber, la de la necesidad de dar placer inmediato a un ser humano poseído de esa información que se puede esperar de él no como abogado, médico, marinero, astrónomo o filósofo de la naturaleza, sino como ser humano. Tampoco esta necesidad de producir un placer inmediato debe ser condenada como una degradación del arte del poeta. Muy al contrario, es un reconocimiento de la belleza del universo, un reconocimiento aún más sincero porque no es formal sino indirecto; es una labor ligera y fácil para quien mira al mundo con amor: más aún, es un homenaje que se hace a la natural y desnuda dignidad del ser humano, al grandioso y elemental principio de placer por el cual conoce, siente, vive y se mueve. Sólo tenemos una cosa en común: hacer las cosas por placer. No quisiera que se me interpretara mal; pero siempre que comprendamos el dolor, hallaremos que la comprensión se debe y se apoya en sutiles combinaciones con el placer. No tenemos conocimiento, es decir, no tenemos principios generales extraídos de la contemplación de hechos particulares sino lo que se ha edificado por placer y existe en nosotros por

placer exclusivamente. […] ¿Qué hace entonces el poeta? Él considera que el ser humano y las cosas que le rodean se relacionan entre sí para producir una complejidad infinita de dolor y placer; considera al ser humano en su propia naturaleza y en su vida ordinaria como un ser que contempla esto con un bagaje determinado de conocimiento inmediato, con ciertas convicciones, intuiciones y deducciones que, por hábito, pasan a ser de la naturaleza de las intuiciones; le estudía como un ser que observa este complejo panorama de ideas y sensaciones, y halla por doquier cosas que inmediatamente despiertan en él afinidades que, debido a su propia naturaleza, van acompañadas de un aumento de placer. El poeta dirige su atención, sobre todo, hacia este conocimiento que todos los seres humanos llevamos en nosotros y hacia estas afinidades que, sin más instrucción que la de nuestra vida diaria, estamos capacitados para disfrutar. Estudia al ser humano y a la naturaleza como esencialmente adaptados el uno para el otro, y al entendimiento humano como, de por sí, el espejo de las cualidades más hermosas y más interesantes de la naturaleza. Y así el poeta, impulsado por esta sensación de placer que le acompaña a lo largo de todos sus estudios, conversa con la naturaleza en general con un amor parecido al que el científico, después de mi prolongado trabajo, experimenta en sí mismo conversando con esos elementos particulares de la naturaleza que son el objeto de su estudio. […] La poesía es la vida y la inspiración más exquisita de todo conocimiento, es la expresión apasionada que está en el semblante de toda ciencia. Podemos decir categóricamente, como Shakespeare dijo del ser humano, que el poeta "ve antes y después". Es el defensor inamovible de la naturaleza humana; un defensor y protector que lleva consigo afinidad y amor a todos los lugares. A pesar de la diferencia de suelo y clima, de lengua y educación, de leyes y costumbres; a pesar de las cosas olvidadas de modo natural y las cosas erradicadas con violencia, el poeta une, a través de la pasión y el conocimiento, el vasto imperio de la sociedad humana extendido por toda la tierra y a lo largo de todos los tiempos. […] La poesía es el primero y el último de todos los conocimientos - es tan inmortal como el corazón del hombre. […] Entre las cualidades que he enumerado y que contribuyen en gran medida a la formación de un poeta no se da a entender nada que le diferencie de las demás personas, sino únicamente en el grado. El resumen de cuanto he dicho es que el poeta se distingue de las demás personas principalmente por una mayor disponibilidad a pensar y sentir sin un estímulo exterior inmediato, y por una fuerza superior al expresar los pensamientos y sentimientos que se producen en él de ese modo. No obstante, estas pasiones y estos pensamientos son las pasiones, los pensamientos y los sentimientos de la gente en general. ¿Y con qué cosas se relacionan? Indudablemente, con nuestros sentimientos morales, con nuestras sensaciones instintivas y con las causas que las originan; con la influencia de los elementos y la presencia del universo visible; con la tormenta y la luz del sol, con los cambios de las estaciones, con el frío y el calor, con la pérdida de amigos y parientes, con heridas y resentimientos, con la gratitud y la esperanza, con el temor y la pena. Éstos y los parecidos a éstos son los sentimientos y las cosas que el poeta describe, ya que son los sentimientos del resto de la gente y lo que les preocupa. El poeta piensa y siente de acuerdo con las pasiones de los demás. ¿Cómo, pues, puede diferir en esencia su lenguaje del de las personas que sienten intensamente y ven con claridad? […] He dicho que la poesía es el espontáneo desbordamiento de intensas emociones y tiene su origen en la emoción rememorada en estado de tranquilidad: la emoción es contemplada hasta que, por una especie de reacción, la tranquilidad desaparece gradualmente y una emoción, semejante a la que existió ante el objeto de la contemplación, va apareciendo paulatinamente hasta cobrar una existencia real en el pensamiento. En esta disposición de áni mo suele comenzar la composición afortunada, y en una disposición similar a ésta se continúa; pero la emoción, sea de la clase y del grado que sea, procedente de causas diversas está investida de placeres diversos; por eso, al describir de forma voluntaria cualquier tipo de pasiones, el entendimiento se encontrará por regla general en estado de placer. Ahora bien, si la naturaleza es tan precavida en preservar en estado de placer a un ser así destinado, el poeta debería sacar provecho de la lección que de este modo se presenta ante él, y debería sobre todo cuidar de que, cualesquiera sean las pasiones que él comunica a sus lectores, dichas pasiones, si el entendimiento de éstos es sano y vigoroso, vayan siempre acompañadas de un aumento de placer. Por otro lado, la musicalidad armoniosa del verso, una vez vencida la sensación de dificultad, y la ciega asociación de placer previamente recibida de obras con rima o versos de igual o parecida construcción, una percepción confusa y constantemente renovada de un lenguaje muy semejante al de la vida real, y no obstante, en el caso del verso, diferenciándose de él de un modo tan considerable, todas estas cosas crean imperceptiblemente una sensación compleja de deleite que es útilísima para mitigar la sensación de dolor que siempre se hallará entremezclada en descripciones intensas de las pasiones más profundas. Tengo que hacer un ruego a mis lectores: que al juzgar estos poemas decidan con sinceridad según sus propias emociones, y no pensando en cuál será el probable juicio de otros […] he de decir al lector que se atenga de forma independiente a sus propias emociones y que, si se encuentra personalmente conmovido, no permita que dichas conjeturas interfieran en su placer.

Si un autor nos ha hecho sentir respeto por su talento con una sola de sus composiciones, es útil considerar que esto nos permite presuponer que en otras ocasiones, en las cuales nos ha desagradado, puede sin embargo que no haya escrito mal ni de manera absurda; más aún, darle tanto crédito por esta sola composición que pudiera llevamos a analizar lo que no haya sido de nuestro agrado con más interés del que, de no ser así, le habríamos concedido. Esto no es sólo un acto de justicia, sino que en nuestras conclusiones, especialmente sobre la poesía, puede contribuir bastante a la mejora de nuestro propio gusto: porque un gusto acertado en poesía, así como en todas las demás artes, es una cualidad adquirida que sólo puede conseguirse a través de la reflexión y el contacto largo y continuado con los mejores modelos de composición.

Ahora, mientras los pájaros cantan alegres melodías... Ahora, mientras los pájaros cantan alegres melodías y los pequeños corderos retozan como si bailaran al son de un tambor, a mí me invade la pena: un lamento me brindó alivio pasajero y ahora recobro la fortaleza. Desde arriba, resuenan las trompetas de las cascadas, un dolor mío no enturbiará otra vez la primavera. Oigo los ecos que retumban en las montañas, el viento llega hasta mí desde valles de ensueño y mi mundo interior se vuelve feliz. La tierra y el mar se entregan a la felicidad, y a mediados de mayo cada animal se siente alegre. ¡Tú, hijo de esa alegría, grita a mi alrededor, quiero oírte gritar, oh, pastor feliz! Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Versos escritos pocas millas más allá de la abadía de Tintern, al volver a las orillas del Wye durante una excursión. Trece de julio de 1798

¡Cinco años han pasado y sus veranos largos como inviernos! Y oigo de nuevo estas aguas correr desde sus fuentes con un suave murmullo. También veo estas altas colinas escarpadas cuya imagen salvaje y solitaria propicia solitarios pensamientos y une el lugar con la quietud del cielo. Por fin, hoy es el día en que descanso bajo este oscuro árbol y contemplo que ahora, con sus frutos inmaduros, visten un verde intenso y se abandonan entre soto y maleza. Al cabo miro estos setos escasos, más bien líneas de bosque asilvestrado, aquellas granjas verdes hasta la puerta misma, el humo que asciende silencioso entre los árboles como el incierto aviso de un errante buhonero de los bosques despoblados o cueva de ermitaño donde aguarda alguien junto al hogar. Estas hermosas formas, cuando era ausente, no me han sido

como un paisaje a la vista de un ciego sino que a veces, en frías estancias y entre el rumor de la ciudad, me han dado en las horas de hastío la dulzura que sentía en el pecho y en la sangre y alcanzaba el más puro pensamiento con tranquilo reposo; sentimientos de placer olvidado que tal vez ejercen un influjo no pequeño en la parte mejor del ser humano: sus secretas, anónimas acciones de amor y de bondad. A ellos creo deber un don de aspecto más sublime, ese bendito estado en que el objeto del misterio y la onerosa carga que compone este mundo incomprensible se aligeran; estado más sereno en el que los afectos nos conducen con suavidad, hasta que el terco aliento de este cerco corpóreo e incluso el movimiento de la sangre casi parecen detenerse y llega el sueño

del cuerpo, la vigilia de las almas: cuando, el ojo calmado por el orden yel poder de la alegría, contemplamo la vida de las cosas. Si ésta es vana creencia, sin embargo qué a menudo en la penumbra o en las formas múltiples de una luz sin viveza o en la estéril impaciencia y la fiebre de este mundo, he sentido en mi pulso su dominio; ¡qué a menudo, en espíritu, me he vuelto hacia ti! ¡Wye silvestre, que entre bosques caminas, cuánto ha vuelto a ti mi espíritu! Y ahora, con destellos de un agónico pensamiento y sus débiles recuerdos y un algo de perpleja pesadumbre, la imagen de la muerte resucita: no sólo mueve aquí mi pensamiento el presente placer sino la idea de que este instante nutrirá los años por venir. Pues esto oso esperar aunque sea distinto del que fui cuando por vez primera visité estas colinas, como un corzo anduve por montañas y arroyos solitarios, donde Naturaleza me dictase: era más una huida que una búsqueda. Pues la Naturaleza entonces (idos mis salvajes placeres de la infancia, sus alegres mociones animales) lo era todo en mi seno; no sabría decir quién era yo: la catarata suponía un hechizo; los peñascos, las cumbres, el profundo, oscuro bosque, sus colores y formas, provocaban una sed, un amor, un sentimiento ajeno a los encantos más remotos de la idea ya todo otro interés que el del mundo visible. Ya ha pasado ese tiempo y no viven su alegría y su inquieto arrebato. Sin embargo, no encuentro en mí lamento ni desmayo: otros dones compensan esta pérdida pues hoy sé contemplar Naturaleza no con esa inconsciencia juvenil sino escuchando en ella la nostálgica música de lo humano, que no es áspera pero tiene el poder de castigar y procurar alivio. Y he sentido un algo que me aturde con la dicha de claros pensamientos: la sublime noción de una simpar omnipresencia cuyo hogar es la luz del sol poniente y el océano inmenso, el aire vivo, el cielo azul, el alma de los hombres; un rapto y un espíritu que empujan a todo cuanto piensa, a todo objeto y por todo discurren. De este modo, soy aún el amante de los bosques

y montañas, de todo cuanto vemos en esta verde tierra: el amplio mundo de oído y ojo, cuanto a medias crean o perciben, contento de tener en la Naturaleza y los sentidos el ancla de mis puros pensamientos, guardián, guía y nodriza de mi alma y de mi ser moral. Si hubiese sido instruido de otro modo, sufriría aún más la decadencia de mi espíritu; pero tú estás conmigo en esta orilla, mi más amada, más querida Amiga, y en tu voz recupera aquel lenguaje mi antiguo corazón y leo aquellos placeres en la lumbre temblorosa de tus ojos. ¡Oh, sólo por un rato puedo ver en tus ojos al que fui, querida hermana! Y rezo esta oración sabiendo que jamás Naturaleza traiciona al que la ama; es privilegio suyo guiarnos siempre entre alegrías a través de los años, darle forma a la vida que bulle y expresarla con quietud y belleza, alimentarla con claros pensamientos de tal modo que ni las malas lenguas, la calumnia, la mofa o el saludo indiferente o el tedioso transcurso de la vida nos venzan o perturben nuestra alegre fe en que todo cuanto contemplamos es bendito. Así, deja a la luna brillar en tu paseo solitario y soplar sobre ti los neblinosos vientos; que al cabo de los años, cuando este éxtasis madure en un placer más sobrio y tu cabeza dé cobijo a toda forma hermosa que haya habido, tu memoria será perfecto albergue de bellas armonías. Oh, entonces, si miedo, soledad, dolor o angustia te asedian, ¡qué consuelo, qué entrañable alegría podrá darte el recuerdo de estos consejos míos! Y si entonces estoy donde no pueda ya escuchar tu voz ni ver tus ojos refulgentes con la vida pasada, tú podrás recordar que en la orilla de este río unidos estuvimos y que yo, adorador de la Naturaleza, llegué hasta aquí gozoso en tal servicio, incluso con mayor celo y amor santo. Y también recordarás que tras los muchos viajes, muchos años de ausencia estos peñascos y estos bosques y esta escena bucólica me fueron amables por sí mismos y por ti. Versión de Gabriel Insausti

La excursión Prospecto

«Cuando medito a solas en el hombre, en la naturaleza, en esta vida, veo alzarse ante mí series de imágenes que acompaña un resquicio de delicia pura, sin mezcla de tristeza. Y soy consciente de afectuosos pensamientos y de gratos recuerdos que sosiegan el alma que desea sopesar el bien y el mal en nuestra condición. A estas emociones -sobrevengan por una circunstancia sólo externa o de un impulso propio del espírituquisiera dedicar copiosos versos. Verdad, amor, belleza o esperanza, miedo o nostalgia por la fe domados, palabras de consuelo en la tristeza, fuerza moral, poder del intelecto, alegría esparcida por el mundo, espíritu del hombre que mantiene su ascético retiro, solamente sujeto a la conciencia y a la ley suprema de aquel Ser que todo rige, esto canto. ¡Que encuentre mi auditorio!» Así rezaba el bardo en su sagrado arrobamiento. «¡Urania, necesito la guía de una musa, si es que hay tales y la tierra o el alto cielo habitan! Porque he de fatigar oscuras simas, hollar profundidades y otros mundos para los que el Azul no es más que un velo. Ningún terror o fuerza indescriptible que haya cobrado jamás una forma, el mismo Yahvé, su trueno y sus ángeles canoros en los tronos del Empíreo, ninguno temo. Ni siquiera el Caos ni el más oscuro pozo del Erebo ni el vacío insondable que los sueños escrutan, me provoca este temor que cae sobre nosotros al volvernos hacia el alma del hombre, mi obsesión y región principal de este mi canto. La belleza -presencia de la tierra que supera las más hermosas formas que el arte haya compuesto con materias terrenales- vigila mi trayecto, prepara el campamento mientras ando y me sigue de cerca. Paraísos, Campos Elíseos que en el Atlántico se buscaban antaño ¿por qué deben ser sólo crónica de un mundo extinto o una mera ficción, jamás reales? Porque cuando el intelecto del hombre Desposa este universo de hermosura

con amor y pasión, los halla como un hecho cotidiano cualquier día. Antes de la hora definitiva cantaré solitario la alegría de este gran desposorio y, con palabras que tan sólo refieren lo que somos, despertaré al sensual del mortal sueño y al vacuo y vanidoso propondré nobles empresas, mientras mi voz canta con qué delicadeza el alma humana (quizá también las mismas facultades de la especie en conjunto) se conforma a este mundo exterior; y al mismo tiempo -tema éste olvidado por los hombrescómo el mundo se adecua al alma humana. También he de cantar la creación -no merece otro nombre- que esta unión puede alcanzar: es éste mi argumento. Con estos mis propósitos, si a veces me vuelvo hacia otra parte -con las tribus y pueblos de los hombres, donde abundan recíprocas pasiones de locura, oigo a la Humanidad cantar su angustia en los campos, o rumio la tormenta del dolor, refugiado ya por siempre en la ciudad- que suenen estos versos ante oídos benévolos y yo no sea despreciado ni abatido. ¡Desciende, aire profético que inspiras al alma con la voz del universo, soñando el porvenir, y que posees un templo en los henchidos corazones de los grandes poetas! Vierte en mí el don de la visión y que mi canto brille con la virtud en su lugar, derramando benéfica influencia segura de sí misma y siempre a salvo del efecto fatal que nos envían, desde el mundo inferior, las mutaciones que acechan a lo humano. Y si con esto mezclo asuntos más bajos (el objeto contemplado y la mente que contempla, el qué y el quién, el hombre transitorio que tuvo esa visión, el cuándo, el dónde y cómo fue su vida) no habrá sido en vano esta tarea. Si este tema roza objetos más altos -¡pavoroso Poder cuyo favor es la semilla de la iluminación!- que mi existencia sea imagen de un tiempo más perfecto, maneras más sencillas, más juiciosos deseos. Nutre mi alma en libertad y puros pensamientos: sea entonces tu amor mi guía, alivio y esperanza.

Los narcisos Deambulaba solitario como una nube Que flota en lo alto sobre valles y colinas, Cuando de pronto vi una muchedumbre, Una multitud, de narcisos dorados; Junto al lago, bajo los árboles, Agitándose y danzando en la brisa. Continuos como las estrellas que brillan Y titilan en la vía láctea, Se extendían en una línea infinita A lo largo de la orilla de una bahía: Diez mil vi de un vistazo, Moviendo sus cabezas en animada danza. Las olas danzaban junto a ellos, que Superaban al brillante oleaje en alegría: Un poeta no podría sino estar feliz, En tan jocosa compañía: Yo miraba –y miraba- pero poco pensé Cuánta riqueza la visión me había dado: Pues a menudo, al descansar Distraído o con ánimo vacío, Ellos destellan sobre ese ojo interior Que es la dicha de la soledad; Y entonces mi corazón se llena de placer, Y danza junto con los narcisos.

En las orillas de un torrente rocoso ¡Este es un emblema de la mente humana Atestada de pensamientos que necesitan un hogar estable, Pero, como arremolinados ovillos de espuma En este torbellino, uno a otro se persiguen Vuelta tras vuelta, y no encuentran Salida o sitio de descanso! Forastero, si este es tu caso, Ponte de rodillas y pide auxilio al cielo.

Oda: Indicios de inmortalidad en la memoria de la primera infancia (fragmento, vv. 168 a 203) El niño es padre del hombre; y cuanto deseo es que mis días se enlacen uno a otro con natural afecto. [...] ¡Entonces canten pájaros, canten, canten un canto alegre y salten corderos como al son de un tambor! ¡Nosotros en el pensamiento acompañamos al rebaño; tocando la flauta y jugando vamos con quienes sienten en su corazón

la alegría de este día de mayo! Que aunque el resplandor que una vez brilló para siempre haya desaparecido de mi vista; aunque nada restituya la hora de resplandor en la hierba, de gloria en las flores, no me lamentaré, más bien encontraré fuerza en lo que resta: en la primordial simpatía, la que habiendo existido debe existir siempre; los reconfortantes pensamientos que apaciguan el sufrimiento humano; en la fe cuya mirada atraviesa la muerte; en los años que traen reflexión a la mente. ¡Y ustedes, oh fuentes, prados, colinas y arboledas, no permitieron que nuestros amores fueran separados! En lo hondo del corazón yo siento su fuerza: yo solo tengo un éxtasis, vivir bajo este habitual influjo. Amo los arroyos que bajan inquietos por sus cauces, más que cuando yo viajaba ligero como ellos; la inocente claridad del día recién nacido es dulce también; las nubes que se congregan alrededor del sol poniente y toman el sobrio colorido de un ojo que vigila constante nuestra humana mortalidad. Otra carrera ha terminado y tenemos nuevas palmas. Gracias al corazón humano que nos da vida, gracias a su ternura, su alegría y sus miedos, la flor más vulgar al abrirse puede darme pensamientos a menudo demasiado profundos para el llanto. (Version de Jorge Aulicino)

Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

Kubla Khan

En Xanadú ordenó Kubla Khan Un majestuoso domo de placer: Donde Alfa, el río sacro, corre Entre cavernas no sondeadas por un hombre Para caer en un mar sin sol. Entonces, dos veces cinco millas de tierra fértil, Con murallas y torres fueron ceñidas en redondo: Y allí había jardines con brillos de sinuosos riachuelos, En los que florecía abundante un árbol de incienso; Y allí selvas antiguas como las colinas Abrazaban soleadas manchas de verdor. Pero ¡ese profundo abismo romántico en declive Bajo la verde colina cubierta de cedros! ¡Un lugar salvaje!, ¡tan sacro y encantado Como el que nunca fue rondado bajo luna menguante Por la mujer que llora su demonio amante! Y de ese abismo, en perpetuo tumulto hirviendo, Como si esa tierra respirara en rápido jadeo, Una poderosa fuente de pronto fue impelida: En medio de cuyo imprevisto estallido intermitente Enormes fragmentos saltaban como repiqueteante granizo O como paja de trigo bajo la trilladora del mayal: Y en medio de esas rocas danzantes, una vez para siempre, Se lanzó de un salto el río sacro. Cinco millas serpenteando en laberíntico movimiento Por bosques y valles el sacro río corrió, Y alcanzó las cavernas no sondeadas por un hombre Y se hundió tumultuoso en un océano sin vida: ¡Y en medio del tumulto Kubla escuchó lejanas Voces ancestrales que profetizaban guerra! La sombra del domo del placer Flotaba en medio de las olas; Donde se oía la mezclada melodía De las grutas y la fuente. ¡Era un milagro de extraño mecanismo El soleado domo con las cuevas de hielo! Una joven dama con un dulcémele En un ensueño vi una vez: Era una doncella abisinia Y tocaba su instrumento Cantando del Monte Abora. Si pudiese revivir en mí La sinfonía y la canción, Tan honda delicia me ganaría Que con música sostenida y elevada Podría construir esa cúpula en el aire, ¡Ese soleado domo! ¡Esas cuevas heladas! Y todos los que oyeran los verían,

Y podrían gritar: ¡Cuidado, cuidado! ¡Sus ojos destellantes, su pelo flotante! Tramen a su alrededor un círculo tres veces, Y cierren sus ojos con sagrado pavor Porque él ha probado la ambrosía Y bebió la leche del Edén. Versión de J. Aulicino

Escarcha a medianoche

La Escarcha realiza su secreto trabajo sin ayuda de viento. El grito del mochuelo llegó otra vez, ruidoso; óyelo tan sonoro. Las gentes de esta casa, todos en su descanso, me han entregado a esta soledad apropiada para el pensar abstruso: mi niño duerme en paz en la cuna. ¡Qué calma! Sí, es una calma tal que perturba y humilla a la meditación con su extremo y extraño silencio. ¡Mar, montaña, bosque y esta poblada aldea! ¡Mar, montaña, bosque y los incontables sucesos del vivir, inaudibles, igual que sueños! La sutil llama azul de mi fuego que arde bajo, no tiembla. La única cosa inquieta es un velo que oscila sobre el hogar de hierro. Su movimiento, creo, en este gran silencio natural, le concede borrosas simpatías conmigo, que estoy vivo, haciéndolo una forma que me acompaña, cuyos pequeños aleteos y chasquidos mi ocioso Espíritu interpreta según su propio estado de alma, que en todas partes persigue de sí mismo un eco o un espejo y convierte en juguete al Pensamiento. Pero ¡qué a menudo, en la escuela, con la mente más crédula y llena de presagios, yo miraba en el fuego ese velo aleteante! Y también a menudo, con párpados abiertos, soñaba de mi dulce lugar de nacimiento, y el viejo campanario, cuyas campanas, única música de los pobres, sonaban todo el día, en la cálida fiesta, tan dulces que un placer loco me removía y acosaba, ¡cayendo en mis oídos como sonidos que me hablaban de las cosas futuras! Y así yo cavilaba la mañana siguiente, con miedo de la grave cara de mi maestro, con los ojos fingiendo estudiar en mi libro neblinoso, a no ser que se abriera la puerta

un poco y yo captara un atisbo, y entonces mi corazón saltaba, pues tenía esperanzas de ver tras ese velo quién venía: ¡un paisano, una hermana querida, o una tía, o mi amigo de juegos cuando estábamos igualmente vestidos! ¡Niño mío, en tu cuna a mi lado durmiendo, cuyos suaves alientos, en este hondo silencio, rellenan los dispersos vacíos, momentáneas pausas del pensamiento! Mi bello niño, al verte mi corazón se agita con alegre ternura, ¡al pensar que tú habrías de aprender otras magias en sitios muy diversos! Porque yo me eduqué en la gran ciudad, preso entre sombríos claustros, y no vi nada amable sino cielo y estrellas. Pero tú, niño mío, andarás como brisa por lagos y arenosas riberas, entre peñas de la vieja montaña, debajo de las nubes que imitan en sus formas los lagos y riberas y las peñas del monte: así verás y oirás las formas deliciosas y el son inteligible de ese lenguaje eterno que pronuncia tu Dios, que se enseña a Sí mismo desde la eternidad en todo, y que en sí mismo muestra todas las cosas. ¡Maestro universal! Él ha de moldear tu espíritu, y al darle le hará también pedir. Todas las estaciones así te serán dulces, lo mismo si el verano reviste el mundo entero de verde, o si se posa el petirrojo y canta entre manchas de nieve en la rama desnuda del musgoso manzano, mientras al lado el bálago humea en el deshielo al sol: o si las gotas del canalón se escuchan sólo entre el viento en ráfagas, o si el secreto oficio de la escarcha las deja colgando en silenciosos carámbanos que brillan calladamente al pie de la callada Luna. 1798 (Traducción de José María Valverde)

ABATIMIENTO: UNA ODA Ayer, muy tarde, vi a la Luna nueva llevar la Luna vieja entre sus brazos, y me temo, me temo, Amo querido, que tendremos una mortal tormenta.

Balada de Sir Patrick Spence

I ¡Bien! Si el Bardo era bueno en predecir el tiempo, el que hizo la balada vieja de Patrick Spence, esta noche, tranquila ahora, no se irá sin que la agiten vientos, que están más ocupados que aquellos en su nube, en copos perezosos, o el leve aura en sollozos que gime y se despeina en las cuerdas del arpa eólica, que fuera mejor que se callara. Pues ved la luna nueva con claridad de invierno, toda ella recubierta de una luz fantasmal (de flotante fulgor fantasmal toda envuelta, pero con cerco en torno, de unas hebras plateadas); en su regazo veo así a la Luna vieja prediciendo la lluvia y una tormenta en rachas. ¡Y ojalá que ahora mismo la ráfaga se hinchara y el oblicuo aguacero nocturno resonase! Tales sones que tanto me elevaron, a un tiempo, infundiéndome un ánimo de respeto, y enviando mi alma hacia lo lejano, quizá ahora podrían dar su impulso de siempre; ¡podrían agitar esta pena en sopor, moviéndola a vivir! II Dolor sin un espasmo, vacío, oscuro, grave, sofocado dolor, aturdido, impasible, sin hallar desahogo ni alivio natural en palabra, o suspiro, o lágrima —¡oh, Señora!—, en este estado de ánimo, macilento y sin vida, seducido por ese tordo hacia otros pensares, toda esta larga tarde, tan calma y perfumada, ha estado contemplando el cielo de poniente con ese peculiar matiz verde amarillo: y contemplando sigo ¡con qué ojos tan sin nada! Las altas nubecillas, en cúmulos y líneas, que revelan y entregan su marcha a las estrellas; las estrellas que brillan entre ellas o detrás, ya chispeantes, ya tenues, pero siempre visibles: esa luna en creciente, fija, como creciendo en su lago de azul, sin nubes, sin estrellas: esas cosas las veo tan claras, tan hermosas, las veo, pero no siento qué bellas son.

III El ánimo jovial me falla: ¿cómo pueden estas cosas servirme para elevar del pecho el peso que me ahoga? Intento vano fuera, aun poniendo los ojos para siempre en aquella luz verde demorada a poniente; yo no puedo esperar obtener de las cosas exteriores pasión y vida, si sus fuentes están dentro de mí. IV ¡Señora! recibimos tan sólo lo que damos,

y la Naturaleza en nuestra vida sólo vive: ¡es nuestro su manto de boda y su mortaja! Si algo queremos ver de más alta valía que lo que nuestro frío e inanimado mundo concede a la infeliz gente ansiosa y no amada, ah, desde el alma misma habrían de brotar una luz, una gloria, una nube brillante que envolviera la Tierra: y desde el alma misma debería surgir una voz fuerte y dulce, nacida de ella misma, ¡la vida, el elemento de todo dulce son! V ¡Pura de corazón! ¡Tú no has de preguntarme qué puede ser la música fuerte que hay en el alma; qué es y de dónde existe esta luz, esta gloria, esta hermosa neblina luminosa, este bello poder que da belleza! ¡Oh virtuosa Señora, alegría! Alegría como sólo a los puros se dio, en su hora más pura; la Vida y el rebose de la Vida, que es nube y es lluvia al mismo tiempo; alegría, Señora; es la fuerza, el espíritu que la Naturaleza, haciendo matrimonios, nos da en dote: una nueva Tierra y un nuevo Cielo, que no pudo soñar el sensual ni el soberbio. Alegría es la dulce voz, la nube fulgente, ¡hallamos alegría sólo en nosotros mismos! Y de ahí mana cuanto encanta oído o vista, todas las melodías son ecos de esa voz, todo color, reflejo de esa luz. VI Hubo un tiempo en que, aunque mi sendero era duro, esta alegría en mí charlaba con la pena, y todas las desdichas sólo eran la materia de que la Fantasía me hizo sueños felices: pues la esperanza en torno de mí crecía, como la viña que se enreda, y las hojas y frutos me parecían míos, sin serlo. Pero ahora las aflicciones me hacen inclinarme a la tierra: no me importa que vengan a robarme mi júbilo, pero, ay, cada visita del desastre suspende lo que Naturaleza me dio por nacimiento, el conformante espíritu de mi Imaginación. Pues no pensar en cuanto por fuerza he de sentir, sino estar en silencio y en calma, cuanto pueda, y acaso, con abstrusa búsqueda, de mi propia entidad robar todo el hombre natural, ése era mi recurso único, mi plan único, hasta que lo que va bien a una parte afecte al todo, y casi se ha hecho el hábito de mi alma. VII ¡Marchaos, pensamientos víboras, enroscados en mi mente, sombrío sueño de realidad! De vosotros me vuelvo, escuchando hacia el viento que con furia ha soplado mucho sin ser oído. ¡Qué chillido de angustia, que la tortura alarga,

ese laúd lanzó! Viento, furioso ahí fuera, tal un canto tierno del propio bardo Otway; es la canción riscos del monte, lago, o árbol que partió el rayo, de una niñita, en medio de un yermo solitario, pinos a donde nunca el leñador subió, no lejos de su casa, pero que se ha extraviado; casa sola, de siempre creída hogar de brujas, y a veces gime, bajo, con dolor y temor, creo que hubieran sido mejores instrumentos para ti, laudista, y a veces grita, fuerte, para que oiga su madre. que, en este mes de lluvias, de jardines oscuros y flores que se asoman, VIII haces la Navidad del Diablo, con canciones peores Es medianoche, pero poco pienso en dormir: que invernales, ojalá que mi amiga no vele así a menudo. que dejan entre medias los capullos, las flores Ve a verla, amable sueño, con alas saludables, y las tímidas hojas. y ojalá esta tormenta sea un parto de montes, ¡Tú, Actor perfecto en todo sonido de tragedia! y las estrellas pendan claras sobre su casa, ¡Tú, gran Poeta, osado aun hasta la locura! ¡mudas como velando a la tierra dormida! ¿Qué dices de esto tú? Con corazón ligero se levante, Esto es el agolparse de una hueste en derrota, con fantasía alegre, con ojos animosos; con ayes de soldados helados y pisados, que la alegría eleve su voz y su voz temple; que gritan de dolor y tiritan de frío. que viva para ella todo, de polo a polo, Pero ¡silencio! ¡Hay una pausa de hondo silencio! rodeando en remolino el vivir de su alma. Y el ruido, todo, como de una masa en tropel, ¡Oh espíritu sencillo, guiado desde lo alto! con gemidos y trémulos escalofríos, todo se acabó; Señora amada, amiga de que soy más devoto, ¡cuenta ahora otro cuento, sonando menos así puedas tú siempre alegrarte, por siempre. hondo y ruidoso! 1802 (Traduccion de José María Valverde) Un cuento de menor espanto, y con deleites templado:

SEGUNDA GENERACIÓN: GENIOS, JÓVENES, MALDITOS George Gordon, sexto Lord de Byron (Londres, 1788–Missolonghi, Grecia, 1824) Hoy cumplo treinta y seis años Este día el corazón debería estar inmóvil Puesto que a otros ha dejado de mover: Pero aunque yo no pueda ser querido, Déjenme amar. Mis días yacen entre hojas amarillas, Se fueron flores y frutos del amor, El gusano, la llaga y la profunda pena Son lo único mío. El fuego que de mi seno hace presa Arde a solas como una isla volcánica, Ninguna antorcha se enciende en su hoguera Una pira funeraria. Esperanza, miedo, celoso cuidado, Mi exaltada porción de dolor, El poder del amor no puedo compartir, Sino su corrupción. Pero no es hora -ni éste el lugarPara que tales ideas agiten mi alma Cuando el ataúd ornamenta la gloria del héroe Si ella no rodea su frente. La espada, el estandarte, la tierra, la gloria y Grecia veo en torno a mí. El espartano detrás de su escudo No fue más libre. ¡Despierten! (no Grecia: ella vigila). Mi espíritu despierte. Piensa por dónde La sangre vital fluye del lago original Y golpea en ti. Pisa esas pasiones revividas -Indigna virilidad-: indiferentes Para ti la sonrisa o el ceño adusto De la belleza deberían ser. Si reniegas de tu juventud, ¿para qué vivir? La tierra de la muerte honorable Está aquí: entra al campo y entrega Tu aliento. Busca -menos a menudo se busca que se encuentraLa tumba del soldado, la mejor para ti; Mira alrededor, elige tu parcela Y toma tu descanso.

Versión libre de J. Aulicino

No volveremos a vagar (Versión de Arturo Rizzi) Así es, no volveremos a vagar tan tarde en la noche, aunque el corazón siga amando y la luna conserve el mismo brillo. Pues así como la espada gasta su vaina, y el alma consume el pecho, asimismo el corazón debe detenerse a respirar, e incluso el amor debe descansar. Aunque la noche fue hecha para amar, y los días vuelven demasiado pronto, aún así no volveremos a vagar a la luz de la luna.

Cuando nos separamos Cuando nosotros nos separamos con silencio y lágrimas, con el corazón medio roto, para desunirnos por años, pálidas se volvieron tus mejillas y frías y aún más frío tu beso; en verdad esa hora predijo aflicción a ésta. El rocío de la mañana se hundió frío en mi frente lo sentía como el aviso de lo que ahora siento. Todas las promesas están rotas e inconstante es tu reputación; oigo pronunciar tu nombre y comparto su vergüenza. Ante mí te nombran, tañido de muerte que escucho; un temblor me recorre: ¿por qué te quise tanto? No saben que te conocía, que te conocía muy bien: mucho, mucho tiempo te lamentaré, muy hondamente para expresarlo. En secreto nos encontramos, en silencio me duelo (lamento) de que tu corazón pueda olvidar y tu espíritu engañarme. Si lte volviese a encontrar, después de muchos años, ¿cómo debería acogerte? Con silencio y lágrimas. (Traducción de José María Martín Triana)

Líneas inscritas sobre una calavera que formaba una copa No te asustes -ni juzgues mi espíritu acabado:

contempla en mí la calavera única, desde la que, a diferencia de una cabeza viva, nada de lo que fluye es aburrido. Viví, amé, bebí, como tú; morí: la tierra renunció a mis huesos. Lléname, no puedes injuriarme; labios más repugnantes tiene el gusano. Mejor sostener la uva chispeante que acunar una nidada viscosa; y rodear con la forma de una copa el trago de Dios, que alimentar reptiles. Donde un vez, quizá, brilló mi ingenio, para servir a otros deja que brille; y cuando, ay, nuestros cerebros ya se han ido, ¿qué más noble sustituto que el vino? Puedes beber, entonces: otra raza, cuando tú y los tuyos, como yo, hayan pasado, podrá rescatarte del abrazo de la tierra y con los muertos rimar y deleitarse. ¿Por qué no? Ya que en el breve día de la vida nuestras cabezas efectos tan malos causan, redimidas de gusanos y limpias de arcilla, esta chance les queda: ser bien usadas. Versión de Jorge Aulicino

Canción de los tejedores Como los compañeros de la Libertad allende el mar compraron la independencia al precio de la sangre, también nosotros, también, moriremos luchando o viviremos libres, ¡y abajo todos los reyes menos el Rey Ludd*! Cuando se acabe la tela que hoy tejemos y cambiemos la lanzadera por la espada, le pondremos la mortaja al tirano derribado para teñirla con su sangre derramada. Aunque negro sea como su corazón el tinte porque sus venas corrompidas van de cieno, éste será el rocío que hará reverdecer el árbol de la Libertad, plantado por Ludd. en una carta a Thomas Moore, Débil es la carne -Correspondencia veneciana (1816-1819), traducción de Eduardo Mendoza, Tusquets, Barcelona, 1999 *Al celta Ned Ludd, legendario y probablemente imaginario, se le atribuye ascendencia troyana y la fundación de Londres. Los obreros textiles que se oponían a la maquinaria en Nottinghamshire, entre 1811 y 1813, adoptaron burlonamente a Ludd como único líder. Catorce luddistas fueron ejecutados y varios confinados bajo acusación de sabotaje, además de los que murieron en enfrentamientos con la milicia. George Gordon propuso en la Cámara de los Lores una ley en su defensa. Desde Venecia, tres años después, pregunta a Moore: "¿No te caen bien los luditas? ¡Válgame Dios, si hay alboroto, contad

conmigo! ¿Cómo siguen los tejedores -esos que destruyen los telares -los luteranos de la política -los reformadores?"

Oscuridad Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. El brillante sol se apagaba, y los astros Vagaban apagándose por el espacio eterno, Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra Oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna; La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día, Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror De esta desolación; y todos los corazones Se congelaron en una plegaria egoísta por luz; Y vivieron junto a hogueras - y los tronos, Los palacios de los reyes coronados - las chozas, Las viviendas de todas las cosas que habitaban, Fueron quemadas en los fogones; las ciudades se consumieron, Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas Para verse de nuevo las caras unos a otros; Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo De los volcanes, y su antorcha montañosa: Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía; Se encendió fuego a los bosques - pero otra tras hora Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos Se extinguieron con un estrépito - y todo estuvo negro. Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza Tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto Los haces caían sobre ellos; algunos se tendían Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban Sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían; Y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba Con loca inquietud al sordo cielo, El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo, Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban, Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo, Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron Y se enroscaron entre la multitud, Sisando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento: Y la Guerra, que por un momento se había ido, Se sació otra vez; - una comida se compraba Con sangre, y cada uno se sentó resentido y solo Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor; Toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte, Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo Del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres Morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne; El magro por el magro fue devorado, Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno, Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres, Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida, Sino que con un gemido piadoso y perpetuo Y un corto grito desolado, lamiendo la mano Que no respondió con una caricia - murió.

De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos De una ciudad enorme sobrevivieron, Y eran enemigos; se encontraron junto A las agonizantes brasas de un altar Donde se había apilado una masa de cosas santas Para un fin impío; hurgaron, Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas En las débiles cenizas, y sus débiles alientos Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama Que era una burla; entonces levantaron Sus ojos al verla palidecer, y observaron El aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron De su propio espanto mutuo murieron, Sin saber quién era aquel sobre cuya frente La hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío, Lo populoso y lo poderoso - era una masa, Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida Una masa de muerte - un caos de dura arcilla. Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos, Y nada se movía en sus silenciosos abismos; Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar, Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían Dormían en el abismo sin un vaivén Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas, Antes ya había expirado su señora la luna; Los vientos se marchitaron en el aire estancado, Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba De su ayuda - Ella era el universo.

John Clare (1793 – 1864)

Soy Soy —pero a quién le importa, quién sabe lo que soy, Como a un vago recuerdo me apartan mis amigos; Soy el que se alimenta con sus propios pesares, Que suben y se esfuman en multitud de olvidos, Sombras en los ahogados espasmos del amor, Y sin embargo soy, semejante a vapores Lanzados a la nada del desprecio y del ruido, Al océano vivo de los sueños despiertos, Donde no hay ni sentido de la vida ni dichas, Sólo el vasto naufragio de las cosas que estimo; Y hasta lo más querido —aquello que más amo— Extraño me es —por cierto, más extraño que todo. Anhelo esas regiones no holladas por el hombre; Un lugar en que nunca sonrió o lloró mujer; Para vivir allí con Dios, mi Creador, Y dormir dulcemente como dormí de niño: Yacer sin molestar y sin ser molestado; Hierba debajo —arriba, la bóveda del cielo. (Otra traducción – Leopoldo María Panero) Soy—más qué soy nadie sabe ni a nadie le interesa—mis amigos me dejaron como un recuerdo inútil que sólo se alimenta de su propia desdicha de mis penas que surgen y se van, sin más, y para nada ejército en marcha hacia el olvido sombras confusamente mezcladas a los pálidos mudos, convulsivos, escalofríos de algo parecido al amor—y pese a todo soy, y vivo como vapor en el cristal, que borrarán seguro cuando llegue el día. En la nada del desprecio, en el ruido de muerte de la vida en el mar frenético de los sueños despiertos, del delirio que tranquiliza a los hombres, pero más allá aún donde hay rastro de sensación de vida nada más que un gran naufragio en mi vida de todo lo que quería hasta de los más íntimos amores, por los que hubiera dado la vida son ahora extraños—mas todavía que el resto. Languidezco en una morada que ningún hombre holló un lugar en que jamás aún mujer lloró o sonrió para estar a solas con Dios; el Creador y dormir ese sueño que dormía en la infancia procurando no molestar a nadie—helado, mudo, yazco sobre la hierba como un perro, irreal como el cielo.

John Keats (1795-1821)

Oda a una urna griega ¡Tú, aún, desencantada novia de la calma! Tú, hija adoptiva del silencio y el tiempo lento, Historiadora salvaje quien así expresa Un florido cuento más dulce que nuestra rima, ¿Qué adornada leyenda hechiza por alrededor tu forma De deidades o de mortales o de ambos En Tempe o en los valles de la Arcadia? ¿Qué hombres o dioses son estos? ¿Qué esquivas doncellas? ¿Qué propósito loco? ¿Qué lucha por huir? ¿Qué gaitas y timbales? ¿Qué éxtasis salvaje? Las melodías oídas son dulces, pero aquellas no oídas Son más dulces. Por lo tanto, suaves gaitas, toquen, No para el sensual oído sino para alguien más querido, El espíritu, gaitas, cancioncitas sin tono. Hermosa muchacha, debajo de los árboles no puedes dejar Tu canción, ni pueden estos árboles estar desnudos. Atrevido amante, nunca, nunca podrás besar Tu dura ganancia ya cerca de la meta. No entristezcas, Ella no puede desvanecerse y aunque no obtengas su encanto ¡Tú las amarás siempre y ella será hermosa! ¡Felices, felices ramas que no pueden desprenderse de sus hojas ni decir adiós a la Primavera! Y feliz el músico incansable que por siempre toca canciones siempre nuevas. ¡Y más feliz el amor, más feliz, feliz amor! Por siempre cálido y calmo y disfrutable, Por siempre anhelante y siempre joven, Todo respirando la elevada pasión humana Que deja el corazón pesaroso y saciado, La frente quemada y la lengua reseca. ¿Quiénes son estos que van al sacrificio? ¿Hasta qué verde altar, oh misterioso sacerdote, Conduces este becerro que lanza su grito al cielo, Con sus sedosos flancos adornados con guirnaldas? ¿Qué pequeña ciudad junto al río o al mar O pacífica ciudadela coronando una montaña Quedó deshabitada esta pía mañana? Y, pequeña ciudad, tus calles para siempre Estarán silenciosas, sin un alma siquiera que cuente Por qué estás desolada y nadie volverá. ¡Oh figura del Atica! ¡Bello gesto! Con hombres de mármol y doncellas muy bien torneadas; con ramas de bosque y hollada hierba, tú, forma silenciosa, no tomas a broma el pensamiento como lo hace la Eternidad: ¡Fría Pastoral! Cuando el viejo tiempo devaste a esta generación, Tú permanecerás en medio de otra aflicción Como la nuestra; amiga del hombre a quien dices: "Belleza es verdad, verdad belleza... esto es todo lo que sabes en la tierra, y todo lo que necesitas saber".

En Robin Hood y otros poemas, versiones de Jorge Aulicino, Selecciones de Amadeo Mandarino, Buenos Aires, 2001

Oh soledad, si debo vivir contigo Oh soledad, si debo vivir contigo que no sea entre un montón enmarañado de edificios sombríos; trepa conmigo la cuesta -mirador de la naturaleza- desde donde el valle, sus prados floridos y el flujo cristalino de su río son un remanso; déjame guardar tus vigilias entre el ramaje, donde el brinco veloz del ciervo espanta a la abeja posada en la campanilla... Con todo, aunque feliz descubra esas escenas contigo, es el hablar dulce de una mente limpia, cuya palabra es imagen de fino pensamiento, el placer de mi alma; y casi seguro debe ser la dicha más alta de los humanos, toda vez que a tu morada vuelan dos espíritus afines. En La poesía de la tierra, selección y traducción de Ana Bravo y Javier Adúriz, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2003

Escrito en la cumbre del Ben Nevis ¡Musa, dame una lección en voz bien alta sobre la cumbre del Nevis, ciega de niebla! Miro los abismos y una mortaja vaporosa los esconde: justo así, quisiera que el hombre sepa que hay infierno; miro hacia arriba y veo una niebla plomiza: y así tal cual, el hombre conoce el cielo; la niebla cubre la tierra a mis pies, y así, del mismo modo, tan vaga es la visión del hombre sobre sí. Bajo mis pies están las piedras escarpadas, y todo cuanto sé, pobre duende sin ingenio, es que piso sobre ellas, que todo lo que mi ojo ve es niebla y riscos, no sólo en esta altura sino en el mundo de la mente y su poder.

Un sueño luego de leer el episodio de Dante sobre Paolo y Francesca Como Hermes cuando agitó sus plumas ligeras mientras el arrullado Argos estaba atontado, desmayado, dormido, así mi ocioso espíritu sopló en una caña délfica así encantó, así conquistó, así despojó al dragón del mundo de sus cientos de ojos, y lo miró mientras dormía y huyó muy lejos, no hacia la pura Ida con sus cielos helados, ni hacia Tempe donde Júpiter penó algún día, sino hacia ese segundo círculo del triste Infierno donde entre las ráfagas, los torbellinos y los golpes

de la lluvia y el granizo los amantes no necesitan decir sus pesares. Pálidos eran los dulces labios que vi; pálidos eran los labios que besé y bella la forma que flotó conmigo sobre aquella melancólica tormenta. (Versión J. Aulicino)

Esta viva mano Esta viva mano hoy cálida y capaz de ansioso estrechamiento, si estuviera fría y en el helado silencio de la tumba, tanto perseguiría tus días y helaría tus noches soñadas,q ue desearías que en tu propio corazón se secase la sangre para que en mis venas volviese a correr la roja vida, y así te calmases la consciencia. Mírala, aquí está: hacia ti la extiendo.

ENDYMIÓN [Fragmentos] LIBRO I Un poco de belleza es gozo para siempre: su encanto aumenta: nunca pasará hacia la nada; sino que guardará un rincón de verdor en paz para nosotros, y un tiempo de dormir lleno de dulces sueños, salud y aliento en paz. Así, cada mañana, vamos entretejiendo un vínculo de flores que nos ate a la tierra, a pesar de tristezas, la inhumana escasez de caracteres nobles, los días de tiniebla, y todos los caminos oscuros y funestos a nuestra busca abiertos: a pesar de esas cosas, un toque de belleza quita el pesado velo de nuestro oscuro espíritu: así es el sol, la luna, viejos y nuevos árboles, brotando en don de sombra para simples ovejas: así son los narcisos con todo el verde mundo en que viven: barrancos claros, que se procuran un techo de frescura contra el calor del tiempo: la espesura del bosque rica de un salpicado de rosas almizcladas; y así es el esplendor de los destinos que hemos imaginado para los poderosos muertos; una fuente sin fin de bebida inmortal que nos llega manando desde el borde del cielo. Y no sentimos esas esencias meramente en una hora fugaz: no, tal como los árboles que susurran en torno de un templo, pronto se hacen tan caros como el templo, tal pasa con la luna, con la pasión poética, las glorias infinitas, que nos siguen, haciéndose una luz de alegría en nuestra alma, enlazada con nosotros tan firme: tanto con sol brillante como con gris nublado, han de estar con nosotros siempre, o si no, morimos. Por tanto, con entera felicidad ahora voy a contar la historia de Endymión. Aun la misma música de su nombre se ha metido en mi ser; y cada grata escena surge, fresca, ante mí, como el verdor de nuestros valles: así comienzo, hoy que no escucho el ruido de la ciudad: ahora que las flores tempranas están nuevas y corren formando laberintos del más joven matiz,

por viejos bosques; mientras el sauce balancea su ámbar delicadísimo, y en cubos, los vaqueros traen rebose a casa de leche. Y como el año se complace en jugosos tallos, guiaré, suave, mi barca, muchas horas de silencio, en arroyos que con frescor se ahondan en verdes escondites. Muchos versos espero poder escribir, antes de que las margaritas áureas, de blanco borde, se escondan en la hierba honda, y antes que zumben las abejas en torno de guisantes de olor espero tener casi la mitad de mi historia. Que no pueda el invierno, canoso y despojado, verla a medio acabar, sino el osado otoño, con tinte universal de oro sobrio, esté en torno de mí cuando la acabe. Y ahora, aventurero, al momento ya envío mi pensamiento heraldo hacia una soledad: suene allí su trompeta, y revista de prisa mi camino inseguro de verdores, que yo pueda avanzar de prisa fácilmente, a través de flores y de hierbas. Un poderoso bosque cubría las laderas de Latmos: la humedad de esa tierra nutría tan ricas, las raíces cubiertas de hierbajos bajo ramas colgantes, abundantes en frutos. Había densas sombras, honduras apartadas donde no entraba nadie: si, huyendo del pastor, penetraba un cordero esos rincones íntimos, nunca vería más los felices rediles a donde sus hermanos, balando de contento, a cada atardecer iban por las colinas. Creían los pastores siempre que ni un lanudo cordero que de tal modo se separara de su blanco rebaño se vería atacado por feroz lobo, o fiera de cabeza acechante, hasta llegar a ciertos llanos hollados donde pacían los rebaños de Pan: es más, ganaba mucho el que así perdía un cordero. Senderos, muchos había; helechos y juncos abundantes y laderas con hiedras: todos llevando, gratos, a un ancho césped donde sólo podían verse densos tallos en torno, en medio de la hierba y las ramas colgantes: ¿qué podría decir la frescura del cielo, del espacio en la altura rodeado de oscuras copas de árbol? A veces pasaba una paloma, aleteando, y a veces iba una nubecilla a través del azul. En medio del verdor de ese espacio tan grato se elevaba un altar de mármol, adornado de un trenzado de flores aún llenas de rocío. […] [Del LIBRO II] ¡Oh poder soberano de amor! ¡Oh pena, oh bálsamo! Toda noticia, salvo las tuyas, llega fría, con calma, en sombras, entre la niebla de los años pasados; para otros, buenos o malos, odio y lágrimas se han vuelto indiferentes, pero en lo tuyo, un suspiro tiene eco; y un sollozo es queja, un beso trae el rocío de miel

de días sepultados. Los dolores de Troya, las torres sofocando su incendio, los escudos bien cogidos, los dardos de lejos traspasando, los filos bien agudos, en lucha, y sangre y gritos... todo eso, a media luz se borra, en un rincón del fondo del cerebro: pero, en nuestras mismísimas almas, sentimos, dulce, la unión de Troilo y Crésida. ¡Fuera, historia en escenas; fuera, dorada trampa! ¡Negro planeta en vuestro universo de acciones! ¡ancho mar que da un solo continuado murmullo en la memoria, orilla de guijarros rodados! Muchas barcas de viejas tablas podridas hay en tu seno de niebla, engrandecidas como espléndidos bajeles: muchas velas ufanas, con áurea quilla, quedan en seco, sin botar. Pero ¿por qué? ¿Qué importa el que volara el búho junto al mástil del gran almirante ateniense? ¿Qué importa si Alejandro cruzó con raudos pasos el Indus con sus huestes macedonias? Si el viejo Ulises torturó al Cíclope saciado sacándole del sueño, ¿qué más nos da? Julieta, asomada entre flores al balcón, suspirando, sacando tiernamente su infantil fantasía de su virginal nieve, nos importa más que eso: el plateado río de las lágrimas de Hero, el desmayo de Imogen, la bella Pastorella presa por el bandido en su cueva, son cosas que meditar con más ardor que el día de muerte de los Imperios. Esta convicción, con temor, debe invadir a aquel que, descontento, hasta hoy, se ha atrevido a pisar, sin que le sonriera ni una Musa, ni el éxito, la senda del amor y de la poesía. Pero el ocio, *en caliente inquietud, es peor que el quedar aplastado, intentando elevar el pendón del Amor en los muros del canto. Así que, una vez más, ayúdenme a seguir los días y las noches, soldados en legión […] (Traducción de J.M.Valverde)

Oda a un ruiseñor I Me duele el corazón, y un sopor doloroso aturde mis sentidos, como el tomar beleño, o con un opio turbio bebido hasta las heces hace un momento, hundiéndose, camino del Leteo: y no por envidiar tu destino feliz, sino por demasiado dichoso con tu dicha, pues tú, Dríada de alas ligeras en los árboles, en algún bosquecillo melodioso de verdes abedules y sombras innumerables, cantas del verano, con toda la garganta, tranquilo. II ¡Ah, si tuviera un sorbo de vino, refrescado largo tiempo en la tierra de profundas cavernas, gustando así de Flora y el campo verde, el baile, la canción provenzal, y el júbilo soleado! ¡Ah, si tuviera un jarro lleno del Sur caliente,

lleno del ruboroso Hipocrene, el auténtico, con burbujas guiñando en el borde, en rosario, y mi boca manchada de púrpura! Ojalá bebiera, abandonando el mundo sin ser visto, contigo disipándome por el bosque en penumbra. III Disolviéndose lejos, olvidando del todo lo que tú no has sabido jamás entre las hojas; la fatiga, la fiebre, la prisa, aquí, sentados donde los hombres se oyen gemir unos a otros, la vejez quita pocos, tristes, pálidos pelos; la juventud marchita, hecha un espectro, muere; donde sólo pensar ya es llenarse de pena y desesperación de plomiza mirada; sin poder la Belleza guardar sus claros ojos, ni el nuevo Amor por ellos llorar más que mañana. IV Lejos, lejos, pues quiero escapar hacia ti, no llevado en su carro por Baco y sus leopardos, sino en las invisibles alas de la Poesía, aunque el torpe cerebro se retarde, perplejo: ¡ya contigo! la noche es tierna, y por ventura la Reina de la noche está en su trono; en torno de ella el tropel de todas sus estelares Hadas; pero no hay luz aquí, sino la que del cielo desciende con el soplo de las brisas, por sombras de verdura y musgosos caminos serpentinos. V No puedo ver qué flores hay a mis pies, ni qué suave incienso se enreda entre las ramas, pero en balsámica sombra, cada aroma adivino, con que la estación dota en este mes la hierba, el seto, la espesura de frutales: el blanco espino, y la englantina pastoral: las violetas, tan pronto marchitadas, escondidas entre hojas; la hija primogénita de mediados de mayo, rosa almizclada, llena de vino de rocío, toda zumbar de moscas en ocasos de estío. VI Escucho entre la sombra; muchas veces estuve enamorado casi de la cómoda Muerte, y le di dulces nombres en rimas de mi Musa, que se llevara al aire mi aliento silencioso; hoy más que nunca pienso que es riqueza el morir, acabar sin dolor hacia la medianoche, ¡mientras estás lanzando hacia lo lejos tu alma en un éxtasis tal! Tú cantarías siempre, pero no servirían mis oídos: me habría vuelto un trozo de tierra para tu claro réquiem. VII Tú no has nacido para la Muerte, ¡inmortal Pájaro! No han de pisotearte otras gentes hambrientas: la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron en los días antiguos, el labriego y el rey; quizá este mismo canto se abrió camino al triste

corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar, llorando, se detuvo en el trigal ajeno; el mismo, tantas veces, fue un hechizo en murallas mágicas, que se abrían a la espuma de mares peligrosos, en tierras de leyenda, olvidadas. VIII ¡Olvidadas! La misma palabra es la campana que me hace con su son volver a rtii ser solo. ¡Adiós! Tu quejumbrosa canción se va borrando tras los prados cercanos, sobre el callado arroyo, por la ladera: ahora se ha enterrado bien hondo en los otros barrancos de los valles: ¿ha sido una visión, o un sueño con los ojos abiertos? Esa música huyó. ¿Duermo o estoy despierto?

Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

El pasado ¿Olvidarás las horas felices que enterramos En las dulces alcobas del amor, Hacinando sobre sus fríos cadáveres Los ecos efímeros de una hoja y una flor? Flores dónde la alegría cayó, Y hojas dónde aún habita la esperanza. ¿Olvidarás a los muertos, al pasado? Todavía no son fantasmas que puedan vengarse; Recuerdos que hacen del corazón su tumba, Lamentos que se deslizan sobre la penumbra, Susurrando con horribles voces Que la felicidad sentida se convierte en dolor.

Adonais (Selección) I Murió Adonais y por su muerte lloro. Llorad por él aunque el ardiente llanto no deshaga la nieve que le cubre. Y tú, hora fatal, la que escogida fue de los años para que él muriese, despierta a tus oscuras compañeras, muéstrales tu dolor y di: conmigo murió Adonais y mientras que el futuro al pasado no olvide, su destino y su fama serán eternamente un eco y una luz para los hombres. II Cuando Adonais murió di, ¿dónde estabas? ¿En dónde estabas tú, madre potente, cuando tu hijo yacía traspasado por el dardo que surca las tinieblas? ¿En dónde estabas tú, perdida Urania? Allá en su paraíso, sentada entre los Ecos vigilantes y mientras con suspiros amorosos y blandos reanimaba una de las ya marchitas melodías, con las que, como flores que se burlan del cadáver, ornar y esconder quiso el futuro volumen de la muerte. III ¡Melancólica madre, vela y llora, por Adonais, difunto, vela y llora! Mas ¿para qué? En su ardiente lecho apaga tus encendidas lágrimas y deja a tu gimiente corazón que guarde tan silencioso sueño como el suyo. Porque se fue, hundido en donde todas las bellas cosas graves descendieron, no sueñes ¡ay!, que el amoroso abismo

te lo devuelva al aire. No. La muerte devorando su voz muda se ríe de tu desesperanza y de la mía. V Tú, la más musical lamentadora llora y gime otra vez porque no todos a tan gran esplendor subir osaron; y más felices los que conocieron su dicha y cuya antorcha brilla aún en la noche del tiempo en que los soles han muerto; más sublimes los heridos por la envidiosa cólera del hombre o de los dioses, que derrumbaron fundidos en su aurora refulgente. Y otros viven aún y van pisando el sendero espinoso que conduce a través de los odios y fatigas a la mansión serena de la fama. VI Tu más joven y amado niño ha muerto, el de tu viudedad; creció cual pálida flor cultivada por doncella triste y nutrida con lágrimas de amor inconsolable en lugar de rocío. ¡Tú, la más musical lamentadora, llora de nuevo tu esperanza última! Perdida está la flor, sus mustios pétalos murieron sin abrirse en la promesa de su fruto mejor. El lirio amado quebrado duerme y la tormenta pasa. VII A esa alta capital en donde reina con una corte pálida la muerte subió y pagando con su aliento puro en la gloria compró morada eterna. Retírate de prisa. Mientras sea un azul día italiano el mejor cielo para su osario, mientras él repose en un sueño cubierto de rocío, no le despiertes, no, porque es seguro que halló su plenitud en la gran calma de su profundo y líquido descanso, porque todo lo malo dió al olvido. IX ¡Llorad por Adonais! Los sueños rápidos, los pensares con alas de pasión, huyeron en bandadas desde el vivo torrente que su espíritu nutría, enseñando el amor como una música. No vuelan más ardiendo en la memoria y perecen allí donde nacieron. Lloran su triste pérdida girando sobre su helado corazón, en donde ya no recobrarán fuerzas perdidas ni después de tan dulce pena nunca encontrarán de nuevo una morada.

XII Otra luz se posó sobre su boca, aquella boca fina, acostumbrada a sorber un aliento que tenía fuerza para adentrarse en los ocultos espíritus y entrar al palpitante profundo corazón, con brillo y música. La húmeda muerte sobre el yerto labio, extinguió sus caricias, meteoro agónico que cruza la fría noche manchando su corona en lunáticas luces y nieblas, tal recorrió el pálido cuerpo sin vida hasta el total eclipse. XIV Todo lo que él amó, lo que amoldado fue por su pensamiento, formas, tonos, perfumes y sonidos melodiosos, por Adonais gemían. La mañana buscaba la atalaya de la aurora y sus cabellos, húmedos de lágrimas que son gala del suelo, oscurecieron los ojos claros que dan luz al día. Distante el trueno sordo se quejaba. En un sopor inquieto, el océano pálido yacía. En las alturas sollozaban los vientos alocados. XX Por este tierno espíritu tocado exhala flores de gentil aroma el cadáver leproso; cuando el brillo se transforma en fragancia, las estrellas encarnan para dar luz a la muerte y así se burlan del feliz gusano que abajo se despierta. Nada muere de lo que conocemos. ¿Será todo una espada que fuera de su vaina por el cielo relámpago es fundida? Un momento reluce intenso el átomo, luego se apaga en un reposo frío. XXI ¡Ay! ¡Que tenga que estar como si nunca hubiera en él vivido lo que tanto amábamos nosotros, y que sea mortal también nuestro dolor! ¿De dónde hemos venido y para qué vivimos? ¿Y de qué escena somos los actores o los testigos? Grandes y pequeños los confunde la muerte que anticipa lo que la vida pide de prestado. En tanto que los cielos. sean azules y verdes sean los campos, la mañana empujada será por negra noche cuyas sombras la tarde anunciará, y los años y meses con gemido despertarán a los años y los meses.

XXV En la cámara fúnebre un momento enrojeció la muerte que humillada ante tal poder vivo aniquilóse. Alentaron de nuevo aquellos labios y destelló la luz de la existencia en los pálidos miembros que habían sido momentos antes su deleite. "No me dejes así, desconsolada, solitaria y demente, como mudo relámpago a una noche sin estrellas." ¡Ay, no me dejes!" -exclamaba Urania. Con sus gemidos; despertó la muerte y la muerte se irguió sonriente y vino a encontrar sus inútiles caricias. XXVI "Detente un poco y háblame otra vez, bésame lo que un beso durar pueda. Dentro, en mi pecho descorazonado y en mi ardiente cerebro esas palabras y ese beso serán más permanentes que todos los recuerdos de mi vida, como si fueran una parte tuya ahora que tú estás muerto vivirán con alimentos de memorias tristes, oh, mi Adonais. Yo lo daría todo por estar como tú, no encadenado al tiempo que no puede libertarme". XXVII "Oh, gentil niño, si eras tan hermoso, ¿por qué tan pronto dejas los senderos pisados por el hombre? ¿Cómo osaste desafiar con puños tan endebles aunque con pecho firme, en su antro mismo al hambriento dragón? Ay, indefenso, ¿dónde estaba el escudo reluciente de tu saber, la lanza del desdén? Si tú hubieras esperado el fin del ciclo hasta cuando tu espíritu alcanzara la plenitud de tu creciente esfera, los monstruos del desierto de la vida huyeran ante ti como los gamos". XXVIII "Los lobos en manada son audaces sólo cuando persiguen; los obscenos cuervos sobre los muertos clamorean los buitres sólo fieles al emblema del saqueador, no comen sino sobras de lo arrasado y de sus alas llueve sucio contagio. Cómo huyeron cuando tal nuevo Apolo, el Pitio de este tiempo, con arco de oro disparó su flecha sonriendo después. No insisten nunca los despojadores. Viles se doblegan hasta besar los pies del orgulloso que con desdén altivo los aparta".

LII Lo uno queda, lo vario muda y pasa. La luz del cielo es resplandor eterno, la tierra sombra efímera. La vida cual cristalino domo de colores mancha y quiebra la blanca eternidad esplendorosa hasta que cae a los pies de la muerte en mil pedazos. Para encontrar lo que persigues, ¡muere! ¡ Sigue la vía de todo lo que huye! Flores, ruinas, el cielo azul de Roma, estatuas, melodías y palabras no alcanzan la verdad resplandeciente de la gloria que viven y trasfunden. LIII ¿Por qué esperas y vuelves y resistes? Se fueron, corazón, antes de ti tus esperanzas y dejaron todas las cosas de la tierra. ¡Parte ya! Pasó una luz en el rodar del año, pasó para los hombres y mujeres. Todo lo grato que en el mundo queda atrae para perder y se resiste para agotar tu vida lentamente. Sonríe el cielo plácido, murmura cerca el viento. Es Adonais que llama. Vuela con él, que la vida no aparte lo que unirá la muerte para siempre. LIV Este fulgor cuya sonrisa inflama al universo, esta pura belleza en que las cosas obran y palpitan, esta gracia que nunca extinguirá la maldición oscura del nacer, este perenne amor que entre las mallas que ciegamente van tramando hombres, bestias y tierra y mar y cielo refulge esplendoroso o mortecino, pues todo es un reflejo de la lumbre que apaga nuestra sed, brilla ora en mí y consume las nubes de esta fría mortalidad, olvidadas y solas. LV Desciende a mí la vida cuya esencia invocó el canto. Lejos de la playa la barca de mi espíritu deriva, muy lejos de la turba temblorosa que nunca dió su vela al huracán. ¡La tierra ponderosa se desgaja de la celeste esfera! Voy llevado a lejanías de pavura y sombra, mientras en lo más íntimo del cielo el alma de Adonais como una estrella, fulgura en su mansión de eternidad.

Ozymandias Encontré un viajero de comarcas remotas, que me dijo: «Dos piernas de granito, sin tronco, yacen en el desierto. Cerca, en la arena, rotas, las facciones de un rostro duermen... El ceño bronco,

Cuenta el viajero de un país remoto: “Se alzan dos grandes piernas de granito, sin tronco, en el desierto, cerca, roto, semisepulto, yace el rostro inscrito

el labio contraído por el desdén, el gesto imperativo y tenso, del escultor conservan la penetrante fuerza que al esculpir ha puesto en su mano la burla del alma que preservan.

por el desdén soberbio, signo inmoto del poder sin medida y las pasiones que el estatuario sometió a sus leyes y aún viven, con su mano en las facciones.

Estas palabras solas el pedestal conmina: "Me llamo Ozymandias, rey de reyes. ¡Aprende en mi obra, oh poderoso, y al verla desespera!"

Ostenta el pedestal este comento: MI NOMBRE ES OZYMANDIAS, REY DE REYES. MIRAD MIS OBRAS Y PERDED ALIENTO.

Nada más permanece. Y en torno a la ruina del colosal naufragio, sin límites, se extiende la arena lisa y sola que en el principio era.» (traducción de Leopoldo Panero)

Nada veréis. Desnudas y serenas al redor del ruinoso monumento su soledad extienden las arenas (Traducción de Rafael Arrieta)

La pregunta Soñé que al caminar, extraviado, se trocaba el invierno en primavera, y el alma me llevó su olor mezclado con el claro sonar de la ribera. En su borde de césped sombreado vi una zarza que osaba, prisionera, la otra orilla alcanzar con una rama, como suele en sus sueños el que ama. Allí la leve anémona y violeta brotaban, y estelares margaritas constelando la hierba nunca quieta; campánulas azules; velloritas que apenas rompen su mansión secreta al crecer; y narciso de infinitas gotas desfallecido, que del viento la música acompasa y movimiento. Y en la tibia ribera la eglantina, la madreselva verde y la lunada; los cerezos en flor; la copa fina del lirio, hasta los bordes derramada; las rosas; y la hiedra que camina entre sus propias ramas enlazada; y azules o sombrías, áureas, rosas, flores que nadie corta tan hermosas. Mas cerca de la orilla que temblaba la espadaña su nieve enrojecía, y entre líquido juncia se doblaba. El lánguido nenúfar parecía como un rayo de luna que pasaba entre los robles verdes, y moría junto a esas cañas de verdor tan fino, que el alma pulsan con rumor divino.

Pensé que de estas flores visionarias cortaba un verde ramo, entretejido con sus juntas bellezas y contrarias, para guardar las horas que he vivido, las horas y las flores solitarias, en mi mano infantil, igual que un nido. Me apresuré a volver. Mis labios: "¡Ten estas flores!", dijeron. Pero ¿a quién?

POSTROMÁNTICOS (POESÍA VICTORIANA) POESÍA VICTORIANA TEMPRANA Lord Alfred Tennyson (Somersby, 1809-Aldworth, 1892) In Memoriam VII, Oscura casa. Oscura casa: otra vez regreso a tu lado, a esta larga calle inhóspita, puertas donde mi corazón se habituó a temblar esperando una mano, Una mano que ya no podré estrechar. Obsérvame, pues como un insomne, como un condenado me arrastro muy temprano hacia la puerta. Él no está aquí; pero en la distancia comienza el murmullo de la vida, y como un fantasma entre la lluvia rompe el nuevo día sobre las calles desiertas.

In memoriam XV. Esta noche los vientos comienzan a soplar Esta noche los vientos comienzan a soplar Y el día que declina ruge en la distancia: La última hoja se pierde en remolinos, Los grajos vagan en los cielos. Los bosques arrasados, las aguas crispadas, Los rebaños reunidos en el prado; Y con intenso brillo sobre árboles y torres Emerge el sol aclarando el mundo. Y si estos ensueños no probaran Que cruzas con suaves gestos La llanura de cristal líquido, Apenas podría soportar la agitación Que hace tan ruidosas las ramas yertas; Y no es así sólo por miedo; La salvaje inquietud que vive en el dolor Embelesada adoraría aquella nube Que hacia las alturas siempre se dirige, Y empuja hacia arriba un pecho fatigado, Y luego se deshace en el triste ocaso, Ese muro naciente orlado de fuego.

In memoriam L. Permanece cerca Permanece cerca cuando se extinga mi luz, Y la sangre se arrastre y mis nervios se quiebren Con punzadas lacerantes. Y el corazón enfermo Y las ruedas del tiempo giren pausadamente.

Permanece cerca cuando mi carne frágil Sea atormentada por dolores que rozan la verdad. Y el tiempo lunático siga esparciendo el polvo, Y la vida furiosa arroje llamas. Permanece cerca cuando mi fe se marchite, Y los hombres, las moscas del último estío Que colocan sus huevos, y piquen y canten Y tejan sus diminutas celdas y mueran. Permanece cerca cuando desvaneciéndome, Y puedas apuntar el final de mi lucha En el atardecer de los días eternos, En el bajo y oscuro abismo de la vida.

No vengas cuando esté muerto No vengas cuando esté muerto A derramar inocentes lágrimas sobre mi tumba, A pisotear alrededor de mi cabeza caída. Atormentar el infame polvo no nos salvará; Deja que el viento me acaricie y que las aves me lloren, Pero tú, aléjate. Niña, si esto fuera un error o un crimen, Poco me importa, siendo mi existencia maldita: Enlaza tu mano con quien desees, Pues cansado estoy del Tiempo, Y mi único anhelo es descansar. Pasa, corazón débil, Y abandona este lecho de tierra. Aléjate, no retornes jamás.

Robert Browning (Surrey, 1812 – Venecia, 1889) El amante de Porfiria La lluvia esta noche comenzó temprano, el áspero viento pronto despertó, desgarraba airado las copas de los olmos, y agitaba el lago con todo su furor: con el corazón acongojado, yo escuchaba cuando Porfiria entró silenciosamente, y sin demora afuera dejó el frío y la tormenta, atizando arrodillada el fuego del hogar y rápidamente entibió la estancia; al terminar, se incorporó y se quitó la capa y el chal empapados, dejó sus guantes sucios a un costado, desató su sombrero, soltando el cabello húmedo, y, por último, se sentó junto a mí y me llamó. Ante mi silencio, rodeó su cintura con mi brazo, descubrió su blanco y terso hombro, despejándolo de su rubia cabellera, y se inclinó para que en él descansara mi mejilla, y me cubrió con su rubia cabellera, susurrando lo mucho que me amaba —ella, demasiado débil, pese a los esfuerzos de su corazón, por liberar del orgullo su pasión agobiante y romper los lazos más triviales y entregarse para siempre a mí. Pero a veces, la pasión prevalecía, y la alegre fiesta de esta noche no podía detener un súbito pensamiento de alguien tan perdido de amor por ella, y todo en vano; Así apareció ella, a través del viento y de la lluvia. Créanme que alcé mi vista mirándola a los ojos, orgulloso y feliz; y supe finalmente que Porfiria me adoraba; la sorpresa henchía mi corazón, y aún crecía mientras pensaba qué hacer. En ese momento era mía, mía, bella, del todo pura y buena; entonces descubrí qué hacer: y enrosqué todo su largo cabello, de larga y dorada trenza, tres veces alrededor del delicado cuello, y así la estrangulé. No sintió dolor alguno; estoy seguro de que no sintió dolor. Cauto abrí sus párpados, como un capullo cerrado que esconde una abeja: y de nuevo rieron sus ojos de azul puro. Y luego desaté la trenza de su cuello; su mejilla una vez más se encendió brillando bajo mi beso ardiente: esta vez fue mi hombro el que la cabeza inmóvil sujetó, apoyada sobre él; el pequeño rostro sonriente y rosado, tan feliz de alcanzar su supremo deseo: que todo aquello que desdeñaba se esfumara de golpe, ¡y que yo, su amor, triunfara en su lugar!

El amor de Porfiria: ella nunca adivinó hasta dónde sería escuchado el preciado deseo. Y así, descansamos ahora juntos, sentados, y en toda la noche no nos hemos movido, ¡Y ni siquiera Dios ha dicho una palabra!

Elizabeth Barret Browning (1806-1861) La mejor cosa del mundo ¿Cuál es la mejor cosa del mundo? Las rosas de junio perladas por el rocío de mayo; El dulce viento del sur diciendo que no lloverá; La Verdad, con los amigos despojada de crueldad; La Belleza, no envanecida hasta agotar su orgullo; El Amor, cuando somos amados de nuevo. ¿Cuál es la mejor cosa del mundo? Algo fuera de él, pienso.

Soneto VII El mundo me parece tan distinto desde que oí los pasos de tu alma muy leves, sí, muy leves, a mi lado, en la orilla terrible de la muerte donde yo iba a anegarme, y me salvó el amor descubriéndome una vida hecha música nueva. Aquellas hieles destinadas por Dios quiero beber, cantando su dulzura, junto a ti. Los nombres de lugar son diferentes porque estás o estarás aquí o allá. Y ese don de cantar que yo amé tanto (los ángeles lo saben) me es querido sólo porque hace resonar tu nombre.

Soneto XIV Si has de amarme que sea solamente por amor de mi amor. No digas nunca que es por mi aspecto, mi sonrisa, el modo de hablar o por un rasgo de carácter que concuerda contigo o que aquel día hizo que nos sintiéramos felices... Porque, amor mío, todas estas cosas pueden cambiar, y hasta el amor se muere. No me quieras tampoco por las lágrimas que compasivo enjugas en mi rostro... ¡Porque puedo olvidarme de llorar gracias a ti, y así perder tu amor! Por amor de mi amor quiero que me ames, para que dure amor eternamente.

POESÍA VICTORIANA MEDIA Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) Luz Repentina Yo estuve aquí antes, pero no puedo decir ni cuándo ni cómo: conozco el prado del otro lado de la puerta, el aroma dulce e intenso, el sonido susurrante, las luces a lo largo de la costa. Has sido mía antes −No puedo saber hace cuánto: Pero hace un momento cuando remontó vuelo esa golondrina y giraste tu cuello de esa forma, cayó algún velo − lo supe todo, lo reconocí. ¿Ha sido esto antes así? ¿Y entonces no será que el vuelo arremolinado del tiempo restaura con nuestras vidas nuestro amor a pesar de la muerte, y el día y la noche nos dan este deleite una vez más? Entonces, ahora − ¡por ventura otra vez!... ¡Alrededor de mis ojos tiembla tu pelo! ¿No volveremos a estar como estamos ahora, acostados y así, en nombre del amor, dormir, y despertar, y no romper nunca la cadena? (Versión de Inés Garland)

El corazón de la noche De la niñez a la juventud; de la juventud a la ardua hombría; Del letargo a la fiebre del corazón; De la vida fiel a soñar con sombríos y perdidos días; De la confianza a la duda; de la duda al borde de la prohibición; Estos cambios han pasado como una ráfaga cíclica Hasta ahora. ¡Oh, El Alma! Cuan rápido debió Aceptar su primitiva inmortalidad, ¿Es que la carne reencarna en el polvo de dónde comenzó? ¡Oh, Señor del trabajo y la paz! ¡Señor de la vida! ¡Oh, Señor, horrible Señor de la voluntad! Aunque sea tarde, Renovad esta alma con el obediente aliento: Que cuando la paz se reúna con la furia, El trabajo se recupere, y la voluntad resurja, Esta alma tal vez vea tu rostro: Oh, Señor de la Muerte.

El retrato He aquí su retrato, tal como era: no me asombrara tanto si al marcharme del cuarto quedase cautivo mi rostro en el espejo tras mirarme. Lo observo largamente y me parece que aún respira y su boca se estremece, que se entreabren sus labios, que podría

oír su dulce acento todavía, y no obstante en la tierra permanece. Así fue, como rayo que silencioso hace la prisión aun más tenebrosa, del rocío constante ese latido que da a la soledad su propia prosa.

Del galardón de amor sólo perdura esto, y lo que con tristes andrajos recogen de mi alma su consejo, queda lo que es secreto y es reflejo bajo tierra sepulto o allí, en la alta tersura. Al pintar yo, devoto, su figura entre árboles la puse, donde apenas la luz penetra el místico verdor, y el dulce susurrar de las amenas voces llega apagado; ante el brillante fuego fatuo, y figuras cuyo ausente nombre ignoran de sí, y aquella lluvia de otro tiempo, y sus pasos detrás mío, escapando como vino, quedamente. Un bosque sombrío y profundo; allí está ella como lo estuvo un tiempo, así era entonces: sus manos sosegadas de doncella, y el grato fluir de líneas puras, bronces, la cifra rebasando de lo hermoso cual ignota presencia o cual dichoso sueño. Es ella y ya no es ni sombra leve de si misma en la hierba ni ese breve reflejo sobre el río rumoroso. Solos nos encontramos aquel día y nada entonces turba o importuna nuestra perfecta dicha y armonía. —La memoria hace hoy triste, cual la luna que aparece de día, aquel momento—. Junto a ella bebo en la fuente, sediento de otras aguas que fluyen a mi vera, canta ella donde el eco reverbera y allí mi alma se llena de contento. Apenas tuve el ánimo dispuesto para decir lo que en secreto arde, estalló la tormenta, el trueno atento resonó entre los montes. Esa tarde, junto al cristal que la lluvia batía, repetí mis palabras, ella oía con sus ojos perdidos en los campos por la lluvia y el viento aún apagados, desiertos y cenagosos todavía. Aún se agitaba el recuerdo, al otro día, de todas esas cosas, como el viento que acaricia la hoja, aún batía el amor con su ala. Ese momento deseaba hacer mío y un retrato me propuse pintar. En dulce trato fui, entre silencio y platica, trazando

su imagen entre ramas, imitando la sombra de los árboles. Y aun cuando la pintaba, todo era aire fragante en torno mío, mi amor en su pesar adivinaba en cada flor bañada de rocío un corazón latiendo en la espesura. Oh corazón que ya no se late, que yace en las tinieblas exiliado ¿Qué es para ti mi amor o esta delgada red que el sol urde con ternura? Ya que ahora la luz niega esos días, nada para escuchar o ver nos queda, sólo un grave murmullo en las sombrías tinieblas trae a mi oído su voz queda, cuando la brisa inclina hacia el sendero, la sombra de las hojas, y la ribera, el bosque y las aguas, que el dorado rubor de las estrellas ha coronado, yacen igual que yace lo olvidado. Pude anoche dormir y fantaseando fui diluyendo mi sueño hasta perderlo. El llanto mansamente fue brotando de mis ojos, pues, sin yo pretenderlo, me hallé en aquellos bosques que un día con ella recorrí; y allí permanecía, en una mota de noche sumergida, cuando al borde de luz llegó el estampido del océano que tiene corazón de arpía. Donde el cielo su hálito contiene y del amor escucha su latido, donde el ángel reposa su ala tenue en torno a los astros escondido ¡Cómo habrá de embelesarse complacida mi alma cuando libre y renacida, tras los acordes de la celestial danza, en su alma penetre sin tardanza y en su silencio a Dios conozca en vida! Aquí, cercano a su rostro, mi memoria queda mientras aguarda el dulce ocaso, hasta que con la mirada gloriosa, con los ojos más tiernos, oh Parnaso, que los de ayer, pueda mirar. Y en tanto anhelo y esperanza, ya quebranto, se han perdido, en su imagen permanecen intactos, cual cruzados que perecen y reposan junto al Sepulcro Santo.

Christina Rossetti (1830-1894)

Rememoración Recuérdame cuando en sombría hora de ti me aleje hacia un silencio arcano, retenerme no logre ya tu mano ni prolongar yo pueda mi demora.

Recuérdame después de haberme ido; cuando, bajo la tierra silenciosa, no me alcance tu mano temblorosa ni pueda desandar lo recorrido.

Recuérdame cuando a futura aurora no me una ya tu ensueño cotidiano; sólo recuérdame, que entonces vano será lo que aconseja y lo que implora.

Recuérdame sin más cuando, perdido nuestro sueño común, como la rosa marchita, esté; pues ya ninguna cosa, promesa o ruego, llegará a mi oído.

Mas si tras olvidarme algunos días tornas a mi recuerdo, no te apenes; pues si de lo que hoy pasa entre mis sienes

Mas si me olvidas por un tiempo, amado, no sufras si el recuerdo luego insiste. Si tinieblas y vermes han dejado

algo, bajo mi lápida, subsiste: preferiré tu olvido y que sonrías a que pensando en mi te sientas triste. (Traducción de Rafael Arrieta)

algún vestigio de mi pensamiento, prefiero que me olvides si contento estás a que me evoques y estés triste. (Traducción de F. López Serrano)

Eco Ven a mí en el silencio de la noche; ven en el silencio susurrante de un sueño; ven con las mejillas redondas y suaves, y ojos brillantes como el brillo del sol en un arroyo; vuelve envuelto en lágrimas, oh recuerdo, esperanza, amor de los años terminados. Oh sueño, qué suave, dulcísimo, demasiado agridulce, cuyo despertar debiera ser en el Paraíso donde las almas colmadas de amor se reúnen y moran; donde sedientos ojos anhelantes miran la lenta puerta que, abriéndose, dejando entrar, no deja salir más. Pero ven a mí en sueños, y así pueda vivir mi vida verdadera otra vez, aun fría y muerta: regresa a mí en sueños, y así pueda dar pulso por pulso, latido por latido: habla bajo, reclínate, como hace tiempo, amor, mucho tiempo.

Matthew Arnold (1822 – 1888) La playa de Dover El mar está en calma esta noche. La marea alta, la luna duerme hermosa Sobre el estrecho – en la costa francesa la luz Resplandece y se ha ido; los acantilados de Inglaterra alzan, Tenues y vastos, allá en la plácida bahía. Ven a la ventana, el aire nocturno es dulce, Soñoliento, desde la larga línea de espuma Donde el mar besa la tierra empalidecida por la luna, ¡Escucha! Puedes oír el rugir de las piedras Que las olas agitan, arrojándolas a su regreso allá en el ramal de arriba, Comienza y cesa, y luego comienza otra vez, Con trémula cadencia disminuye, y trae La eterna nota de la melancolía. Sófocles, hace mucho tiempo Lo escuchó en el Egeo, y trajo A su mente el turbio flujo y reflujo De la miseria humana, nosotros También encontramos una idea en el sonido, Cerca de este remoto mar del norte.

El Mar de la Fe También era uno, en su plenitud, Y rodaba en las orillas de la tierra, Yacía como los pliegues de una gloriosa diadema. Pero ahora sólo escucho su rugir lleno de tristeza, largo y en retirada, alejándose hacia el sereno de la noche Hacia los extensos bordes monótonos. Oh, mi amor, ¡seamos fieles el uno al otro! Pues el mundo, que parece yacer ante nosotros Como una tierra de sueños, Tan variada, tan bella, tan nueva, No posee en realidad ni gozo, ni amor, ni luz, Ni certeza, ni paz, ni alivio para el dolor; Estamos aquí como en una llanura sombría Envueltos en alarmas confusas de fugas y batallas, donde los ejércitos, ignorantes, se enfrentan por la noche.

Gerard Manley Hopkins (Essex, 1844-Dublin, 1889) El eco polmizo ¿Cómo conservarla... hay algo, algo, no hay nada en ningún lugar conocido, lazo o broche o trenza o traba, cuerda, cerrojo o pasador o llave para retener la belleza, preservarla, belleza, belleza... de la disolución? Oh, ¿no hay un medio de alisar estas arrugas, estriadas arrugas profundas, de alejar estos funestísimos mensajeros, callados mensajeros, tristes y furtivos mensajeros del gris? No, no hay ninguno, no hay ninguno, oh, no hay ninguno, ni por mucho tiempo podrás, como ahora, ser llamada bella, a pesar de cuanto puedas hacer, de que hagas lo que puedas, es sabiduría desesperarse por anticipado: comienza, pues, tú; ya que no, nada puede hacerse para tener a raya los años y los males de la edad, cabellos blancos, pliegues y arrugas, la declinación, el morir, el detrimento de la muerte, sudarios, tumbas y gusanos y el desplomarse de la disolución; de modo que comienza, comienza a desesperar: Oh, no hay nada; no, no, no, no hay nada: comienza a desesperar, a desesperar, desespera, desespera, desespera. Versión de Alberto Girri.

(Despierto y siento la pelambre…) Despierto y siento la pelambre de la sombra, no del día. ¡Qué horas, oh qué horas tan negras pasamos esta noche! ¡Qué visiones, corazón, has visto, qué caminos caminado! Y muchos más vendrán, hasta la luz última y tardía. Doy fe de lo que digo. Pero donde digo horas quiero decir años, decir vida. Y mi lamento es reclamo innumerable, cartas muertas que yo intento enviar al tan distante, ¡ay!, y más amado amigo. Soy pura hiel, ardor de estómago. Los más hondos decretos de Dios me hicieron probar sabor amargo: yo era mi sabor; los huesos en mí se apuntalaron, la carne se llenó, la sangre colmó la maldición. El leudante del espíritu fermenta una masa sosa. Veo que así son los condenados, y sus flagelos son como yo el mío, sus propios yóes sudorosos, mas peor. Versión de Mirta Rosenberg.

Consuelo de la carroña No. Desesperación, no, podrido alimento, no haré de ti mi banquete;

no quiero desatar -por flojas que estén- estas últimas ligaduras del hombre en mí, ni, en la extrema fatiga, gritar: no puedo más. Puedo; algo puedo: esperar, desear que llegue el día, no elegir no ser. Pero ah, pero oh tú, terrible, ¿por qué rudamente quieres sobre mí grabar cono en la roca tu pie derecho, retorcedor del mundo? /¿Clavar en mí una garra de león? ¿Hurgar con tenebrosos ojos en mis huesos quebrados? ¿Aventarme, oh, en remolinos de tempestad, amontonarme allí, furioso por esquivarte y escapar? ¿Por qué? Para que mi paja se disperse, mi grano permanezca limpio y puro. Más aun, en toda ese pena, esa tortura desde que (parece) besé el látigo, antes bien, la mano, mi corazón, ¡oh, mira!, mi fuerza replegada, /furtiva mi alegría, quisiera reír, vivar. ¿Vivar a quién? ¿Al héroe cuyo gesto me precipitó abajo, su pie me aplastó? ¿O a mí que combatí? ¿Cuál de los dos? ¿El uno y el otro? Aquella noche, aquel año de tinieblas ahora disipadas, me tendí, miserable, luchando (¡oh Dios mío!) con mi Dios. Versión de Alberto Girri

El hábito de la perfección Silencio elegido, canta para mí Y bate en mi oreja de caracol, Condúceme a calmas pasturas y sea Tu música la que guarda el corazón. No den forma a nada, labios, amorosamente mudos: Es el cierre, el toque de queda enviado Desde donde vienen todas las capitulaciones Lo único que los hace elocuentes. Cubiertos sean los ojos por doble penumbra Y encuentren la luz no creada: Esa muchedumbre vacilante que observas Enreda, roba, se burla de la simple visión. ¡Paladar, conejera de sabrosa lujuria, No desees ser lavado con vino: Debería ser tan dulce su cántaro, su piel Tan fresca como la del divino ayuno! ¡Fosas de la nariz, el descuidado aire que gastan Sobre la agitación y las torres del orgullo Con qué deleite dispersarán los incensarios A lo largo de las naves del santuario! Oh manos como prímulas al tacto, pies Que quieren pisar el césped afelpado; Pero tú caminarás la calle dorada Y tú revelarás y hospedarás al Señor. Y, Pobreza, sé tú la esposa Inicia ahora la fiesta de bodas, Y ropas del color de los lirios trae A tu esposo, no trabajadas ni tejidas. (Versión de J. Aulicino)

La noche estrellada ¡Mira las estrellas! ¡Mira, mira arriba hacia el cielo! ¡Oh, mira ese pueblo de fuego posándose en el aire!

¡Las villas luminosas, las ciudadelas circulares! Abajo, en sombríos bosques, las minas de diamantes, los ojos de los elfos, el césped gris helado allí donde el oro, el oro veloz yace. ¡Mostellares batidos por el viento! ¡Etéreos álamos encendidos en llamas! Copos de palomas se lanzan flotando para sobresalto del corral. ¡Ah bien! todo eso está en venta, todo eso tiene un precio. ¡Compra entonces, oferta entonces! —¿Cómo?— con oraciones, paciencia, limosnas, votos. ¡Mira, mira, el revuelo de mayo sobre las ramas del huerto! ¡Mira, marzo en flor sobre los sauces alimentados de amarillo! Éstos son en verdad el granero; puertas adentro de la casa las mieses. La empalizada brillante encierra a los esposos: Hogar de Cristo, Cristo y su madre y todos sus santos. (Traducción: Delia Pasini)

Victorianos Tardíos

A.E. Housman (Bromsgrove, 1859-Cambridge, 1936) En mi corazón un aire que mata En mi corazón un aire que mata Desde tu lejano país sopla: Qué son esas tristes colinas, Qué cimas y granjas son esas. Esa es la tierra del contento perdido, Veo resplandecer muy ceñido El alegre sendero que atrás dejé Y por el que no ya puedo volver. (de El muchacho de Shropshire Versión de Angel Faretta)

Mis sueños son de un campo muy lejano Mis sueños son de un campo muy lejano entre la sangre, el humo y los disparos: allí están mis amigos en sus tumbas pero yo en mi sepulcro no me encuentro. Conocí los oficios de los hombres, Yo también aprendí la lección simple: Mas cuando olvidé y corrí, ellos rememoraron y permanecieron. (Versión de Silvina Ocampo)

Algernon Charles Swinburne (1837 – 1909) El Mar Retornaré a ti, madre generosa y dulce, amante de los hombres, escondida bajo las aguas del mar. Hasta tus profundidades descenderé, lejos de los hombres, pugnando por besarte y fundirme a ti, por asirte en un feroz abrazo. ¡Oh madre hermosa y blanca, que en días pretéritos naciste sin hermanos ni hermanas! Haz que mi alma sea libre, como libre es la tuya. ¡Oh bella madre mía, ceñida por verdores, bajo las aguas del mar, vestida por el sol y la lluvia, tus besos dulces y resueltos son fuertes como el vino y tu abrazo, como el dolor, es hondo y vasto! Sálvame y ocúltame con todas tus olas, encuentra una tumba para mí entre los miles de sepulcros helados que albergas en tus profundidades y que forjaste sin necesidad de los hombres para un mundo más puro.

Dormiré. surcaré tus agua junto a los barcos, seguiré el curso de tus vientos y mareas, mis labios harán un festín en la espuma de los tuyos; contigo he de alzarme y hundirme. Dormiré, sin preguntarme de dónde eres o adónde vas, con mis ojos y mis cabellos plenos de vida, como una rosa colmada hasta los bordes de brillo, fragancia y orgullo. Y si esta vestidura mortal, tejida por la noche y el día alguna vez me fuese arrebatada, desnudo y contento zarpará hacia tus confines, lleno de vida, sensible a ti y a tus caminos, libre del mundo, buscando refugio en tu hogar engalanado de verdores y coronado por la espuma, sintiendo el pulso de la vida en tus radas y bahías, como una vena en el corazón de las corrientes marinas.

Antes del Ocaso Antes que la noche se abrace a la tierra la luz crepuscular del amor declina en el cielo. Antes que al miedo le sea posible sentir temblores o escalofríos, la luz crepuscular del amor declina en el cielo. Cuando el insaciable corazón murmura entre lamentos "o es demasiado o es poco", y la boca sedienta tardíamente se abstiene. Blandas, deslizándose por el cuello de cada amante, las manos del amor sostienen secretamente la brida; y mientras buscamos en él la señal esperada, su luz crepuscular declina en el cielo.

Bibliografía teórico-crítica recomendada: Argullol, Rafael: El héroe y el único. El espíritun trágico del Romanticismo. Ed. Destino, Barcelona. 1990 Abrams, M.H.: El Romanticismo: tradición y revolución. Visor, Madrid. 1992 -----------------: El espejo y la lámpara. Nova, Bs. As. 1982 Beguin, Albert: El alma romántica y el sueño. FCE, México. 1992 Bloom, Harold: La compañía visionaria: William Blake. Adriana Hidalgo, Bs As. 1999 ------------------: La compañía visionaria: Wordsworth, Coleridge, Keats. Adriana Hidalgo. Bs. As. 2003 Coregudo, S. y Chamosa, J.L.: “Introducción” a Baladas Líricas de Wordsworth y Coleridge. Cátedra, Madrid. 2001 Paz, Octavio: Los hijos del limo. Seix Barral, Barcelona. 1990 Rest, Jaime: “Estudio Preliminar” a Poesía inglesa del Siglo XIX. CEAL, Bs. As. 1979 Stevens, Wallace: El angel necesario: ensayos sobre la realidad y la imaginación. Visor, Madrid. 1994 Valverde, José María, “Introducción” a Poetas románticos ingleses. RBA, Barcelona. 1994

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