AA. VV. - Conflictos y Estructuras Sociales en La Hispania Antigua

December 27, 2016 | Author: quandoegoteascipiam | Category: N/A
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A.A. V.V. - CONFLICTOS Y ESTRUCTURAS SOCIALES EN LA HISPANIA ANTIGUA A. García Bellido, E. A. Thompson, A. Barbe...

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A.A. V.V.

Conflictos y estructuras sociales en la Hispania Antigua

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ΐΤ'Μ i l l :-ms ig.¿.

El título que hemos dado a este libro puede parecer algo ambicioso e inducir a pensar que comporta un estudio com­ pleto de toda la Península Ibérica bajo dichas perspectivas. En realidad un trabajo de esta índole está por hacer. Er, esta antología hemos recogido una serie de trabajos que pueden servir de modelo o de punto de partida para poste­ riores estudios parciales o totales. Los tres primeros artí­ culos que incluimos en esta selección pueden responder a la prim era parte del título general —conflictos sociales— , mientras los cuatro restantes revisten la form a del estudio de diversos modelos de estructuras sociales propias de diferentes localidades y m omentos de la Hispania A ntigua.

A. García Bellido, E. A. Thompson, A. Barbero de Aguilera, E. M. Schtajerman, Marcelo Vigil, A. M. Prieto Arciniega

CONFLICTOS Y ESTRUCTURAS SOCIALES EN LA HISPANIA ANTIGUA

B AKAL

Maqueta: RAG

«N o está perm itida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratam iento infor­ m ático, ni la transm isión de ninguna form a o por cualquier medio, ya sea electrónico, me­ cánico, por fotocopia, por registro u otros mé­ todos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S. A., 1986 Los Berrocales del Jaram a Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Teléfs.: 656 56 11 - 656 49 11 M adrid - E spaña ISBN: 84-7600-123-1 Depósito legal: M . 31.270-1986 Im preso en G R E F O L , S. A., Pol. II - La Fuensanta M óstoles (M adrid) Printed in Spain

Prólogo

El título que hemos dado a esta obra puede parecer algo ambicioso y pensar que com porta un estudio com ­ pleto de toda la Península Ibérica bajo estas pers­ pectivas. En realidad un trabajo de esta índole está por hacer (1). En esta antología hemos recogido una serie de traba­ jos que pueden servir de modelo o de punto de partida para posteriores estudios parciales o totales. Los tres primeros artículos que incluimos en esta selección pueden responder a la prim era parte del títu ­ lo general —conflictos sociales — , mientras los cuatro restantes revisten la fo rm a del estudio de diversos m o ­ delos de estructuras sociales propias de diferentes loca­ lidades y m om entos de la Hispania Antigua. El artículo de García y Bellido (2) recoge todos los datos existenes en las fu en tes literarias sobre el tema del bandidaje en la Península Ibérica hasta la época de César. Precisamente el bandidaje es un tem a que se ha prestado fácilm ente a la caricatura o al mito en todos los períodos históricos, y sin duda en la Historia de Hispania A ntigua tenemos gran cantidad de ejemplos de cómo se ha enfocado con una óptica falsa. Basta recordar los diversos tópicos usados en torno a la actua­ ción de personajes tan conocidos como Viriato, Serto­ rio, etc. Los estudios del alem án Schulten (3) sobre todo, han contribuido a recalcar la idea de que las bandas y guerrillas «hispanas» planeaban su lucha co(1) H a y q u e re se ñ a r e n ju stic ia q u e los tra b a jo s d e C A R O B A ­ R O J A J ., con u n c rite rio p rim o rd ia lm e n te e tn o ló g ico , su p o n e n la p rin c ip a l ex cep ció n . De ellos m ere ce n d e stac arse los siguientes: «Los pu e b lo s d e E spaña», B a rce lo n a , 1946; «R egím enes sociales y e co n ó ­ m icos de la E sp a ñ a p re rro m a n a » , en R ev ista In te r n a c io n a l d e Socio­ logía, I, 1943; so b re u n á re a c o n c re ta d e staca «Los p u eb lo s del no rte de la P e n ín su la Ib é ric a» ' S an S e b a stiá n , 1973 ( 2 . a e d ic.). (2) G A R C IA Y B E L L ID O , A . «B andas y g u e rrilla s en las lu ch a s con R om a», en H isp a n ia , 21, 1945. (E n este m ism o libro, págs. 13-60 N .E .) (3) S C H U L T E N , Λ. «Sertorio», B a rc e lo n a , 1949; «N um ancia», Vol. 1-4, M u n ic h , 1914-31; «V iriato», en B o letín de la B ib lio ­ teca M e n én d e z y P elayo, 1920.

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ιηυ una «cruzada nacional» para expulsar al romano invasor, como si se pudiera hablar de España y de una conciencia nacional de los supuestos «españoles» (4). Con ello además se olvida lo que es el nudo gordia­ no del bandidaje. Como ha visto Hobsbawn (5) los bandidos surgen cuando aparecen diferencias de clases, o son absorbidos por un sistema fu n d a d o sobre la lucha de clases. Se trata de una fo rm a de resistencia a las fuerzas de los ricos o conquistadores que destruyen el orden tradicional convirtiéndose en opresores. Creemos que es en la línea de las observaciones de H obsbawn como hay que concebir esta situación en el m undo antiguo (6) y en este caso en la Historia A n ti­ gua de la Península Ibérica (7). El mérito del artículo de García y Bellido consiste esencialmente en haber partido para analizar este fenóm eno del lugar donde hay que buscar estos conflictos, es decir, en las diver­ gencias surgidas en el mismo seno de la sociedad tribal (8). L a prim era sagaz observación que apunta García y Bellido es, que estos «bandidos» no actuaban contra su m isma com unidad, sino que siempre robaban a ele­ mentos foráneos y «robaban» para vivir. Por otro lado, la causa que em pujaba a estos h o m ­ bres al robo estribaba en que en sus com unidades las tierras se estaban concentrando en pocas manos y estos sectores com enzaban a verse desprovistos de recursos. Como hábilm ente apunta García y Bellido la rei­ vindicación de estos «bandidos» es que se les concedan tierras que cultivar y cuando los romanos acceden al esta petición la oposición desaparece. En su artículo Thom pson comienza a recalcar un hecho que m uchos historiadores olvidan al exponer la clave de un conflicto: la lucha de clases (9). (4) U n a c rítica a esta c o n cep ció n p u e d e verse e n V IG IL , M. «E dad A ntig u a» , e n H . a de E spaña p o r A rióla, vol. I. p . 27 1 s. (5) H O B S B A W M , E .J . L es bandits, P arís, 1972, p. 7-22. ( 6 ) U n a b u e n a exposición de esta tesis con a b u n d a n te b ib lio ­ g ra fía p u e d e verse e n FL A M -Z A C K E R M A N N , L. «A pro p o s d ’une in sc rip tio n d e Suisse (C IL , X III, 5.010): é tu d e d u p h é n o m è n e d u b rin g a n d a g e d a n s l’E m p ire rom ain», e n L a to m u s, 29, 1970. (7) O bsérvese V IG IL , M. op. cit., p. 263 s. ( 8 ) C on ello no q u e rem o s d e cir que todos los conflictos con R o m a p o r p a rte d e los p u e b lo s in d íg en as o b e d e c ie ra n so la m e n te a estas cau sas, ya q u e ta m b ié n h a b ría q u e te n e r en c u e n ta otros fe n ó m e n o s com o la clientela, h isp itiu m y devotio, a u n q u e ta m b ié n es c ie rto q u e la a p a ric ió n y de sa rro llo d e estas in stitu c io n e s nos sigue re m itie n d o a u n a socied ad d o n d e el sistem a esclavista a ú n n o se h a b ía im p u e sto al trib a l, CF. V IG IL , M. op. c it., p . 261 ss. (9) T H O M P S O N , E. A . «P easant revolts in la te R o m a n G aul a n d Spain», en P a sta n d P resent, 2, 1952. U n a c e rta d o e stu d io de to d as las g a m a s d ife re n te s d e e n fre n ta m ie n to s sociales con u n a

En este sentido Thom pson pasa revista a los diver­ sos movimientos «campesinos» surgidos en el Bajo I m ­ perio en las dos zonas vecinas de Galia e Hispania. Expone cómo la mayoría de estos movimientos no son coyunturales, sino que tienen una continuidad (10) señal de que se trata de una protesta perm anente. Pro­ testa ¿de qué?, o ¿contra quién? Se trata de una protesta de las clases oprim idad dirigidas contra los mismos sectores dirigentes del Esta­ do romano que los había abocado a esta lamentable situación. A l analizar los primeros precedentes —revueltas de M aterno o de Bulla — , se ve cómo se trata de algo más que de un simple m ovim iento de soldados desertores y en cuanto a los objetivos, no sólo se busca enriquecer­ se, sino el acabar con los antiguos propietarios, en su­ ma, con las clases dirigentes. Tras analizar estos precedentes se centra en lo que es el núcleo de su trabajo: los «bacaudae». En el siglo V en su prim era m itad estas luchas alcanzaron su cénit. En cuanto a su programa políticosocial, Thom pson demuestra cómo los «bacaudae» ha­ bían expropiado a los terratenientes de las tierras que a su vez antes les habían pertenecido, viviéndose en estas regiones en un clima de justicia social más equita­ tiva que anteriormente. Por último, expone la im portancia de estos m ovi­ mientos en la propia caída del Im perio Rom ano de Occidente ya que como dice «los imperios sólo caen porque un núm ero suficiente de personas están sufi­ cientem ente determinadas a hacerlos caer». Hasta ahora hemos visto el ejemplo de dos tipos de m ovim ientos sociales, el emanado en el seno de una sociedad tribal en el m om ento de su descomposición y el clásico antagonismo entre ricos y pobres; resta por ver otros movimientos semejantes a los anteriores en cuanto a sus causas pero enmascadas bajo el aspecto fo rm a l de una herejía religiosa (11). n ítid a se p a ra c ió n d e los co nflictos clásicos y los c o y u n tu ra le s puede verse en P A R A IN , C h. «Les c a ra c tè re s spécifiques de la lu tte de classes d a n s l’A n tiq u ité classique», e n L a Pensée, 108, 1963. (10) U n análisis m ás p ro fu n d o d e estos m ovim ientos en la P e n ín su la I b é ric a p u e d e e n c o n tra rs e e n V IG IL , Μ . - B A R B E R O , A. «Sobre los orígenes sociales d e la R e co n q u ista : c á n ta b ro s y vascones desd e fines del Im p e rio R o m a n o h a sta la invasión m u su lm a n a » , en B oletín de la R e a l A c a d e m in a de la H . a, 136, 1965. (11) C f., p o r e jem plo, F O N T A N A , J . «La H istoria», B a rce lo ­ n a , 1973, p . 108, e n d o n d e e x p o n e c ó m o los m o v im ien to s c a m p e ­ sinos d e la B aja E d a d M ed ia, a u n q u e re a lm e n te consistían en e n fre n ta m ie n to s d e clase, la to m a de c o n cien c ia de los sublevados

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El artículo de Barbero (12) sobre el priscilianismo plantea precisam ente este dilema: ¿se trata de una he­ rejía o en realidad consiste en un conflicto social ca­ m uflado bajo la fo rm a de una herejía religiosa? Barbero observa cómo se trata de un conflicto so­ cial, al mismo tiem po que estudia el discurso religioso priscilianista y las contradicciones ideológicas que se plantean dentro de los diversos discursos religosos que se iban gestando en aras de consolidar lo que iba a ser el discurso predom inante del período feudal: el discur­ so religioso cristiano. El trabajo de Schtajerman consiste en un capítulo de su obra «La crisis de la sociedad esclavista en el Oeste del Im perio Romano», precisam ente el capítulo dedicado a Hispania (13). Schtajerm an analiza cómo se desarrolla el sistema esclavista en la Península Ibérica. A través de un minucioso estudio de las fuentes literarias expone cómo este desarrollo esclavista estaba originando que los esclavos y los libertos fu era n obli­ gados a atarse con estrechos lazos con los patronos, tendiendo a perpetuar el propio sistema. Sin embargo, como expone m agistralm ente la autora el propio sis­ tem a estaba generando sus propias contradicciones que los estaban abocando a una gradual agonía. La fec h a de la crisis del sistema esclavista en H ispa­ nia la coloca Schtajerman a mediados del siglo I I d. C., siendo una de las zonas del Im perio R om ano d o n ­ de antes se m anifiestan estos síntomas. A diferencia de otros trabajos sobre el sistema es­ clavista, escritos por autores soviéticos anclados al rí­ gido esquem atismo impuesto por Stalin, aquí se parte de una línea en absoluto dogmática, en consonancia con la exactitud que ofrece el pensam iento marxista cuando se em plea correctamente. En ésta, la Península Ibérica no se concibe como un todo, sino en fu n ció n del diferente grado de desa­ rrollo de las diversas sociedades que existían al mismo tiem po en cada área. En función, pues, de estas diferencias de fo rm a cio ­ nes sociales es como hay que explicarse las a su vez

a d o p ta «con fre c u e n c ia fo rm as d e ex p resió n religiosa, to m a d a del b a g a je c u ltu r a l q u e estos c am p esin o s te n ía n a su alcance». (12) B A R B E R O D E A G U IL E R A , A . «El p risc ilian ism o : ¿H e­ re jía o m o v im ie n to social?», e n C uadernos de H . 3 de E spaña, 1963. (E n este m ism o lib ro , págs. 77-114 N .E .) (13) S C H T A JE R M A N , E. M. «Die K rise d e r S klavenhalte ro rd n u n g in W este n des ro m isch en R eiches», B e rlín , 1964.

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diversas form as de propiedad y de distribución en la producción de las diferentes clases o grupos sociales. El siguiente artículo debido a Vigil (14) analiza precisamente una zona concreta de España —el norte — en relación con la mayor o m enor im plantación del f e ­ nóm eno histórico conocido con el nom bre de rom ani­ zación. Vigil demuestra (15) cómo el sistema social prevaleciente en esta zona es el tribal y cómo R om a no consiguió modificar esta organización salvo en las f o r ­ mas más externas. En este sentido Vigil plantea que por romanización hay que entender «No una sim ple im itación de las f o r ­ mas más exteriores de cultura, sino como un cambio profundo en las estructuras económicas y sociales del país, sin el cual aquella sería imposible o pasaría de la superficie» (16). Con ello Vigil rom pe con el lugar com ún de pensar que una zona está romanizada sim plem ente porque en ella se encuentra con un objeto romano o algún rasgo de la cultura romana. Nos parece que esta lam entable pero, por desgracia, m uy frecuente opinión no se m e­ rece ninguna respuesta. En nuestro artículo exponem os los problem as que tuvo la romanización en la zona m eridional de la Pe­ nínsula Ibérica para cuyo estudio no hay que abusar de muchos tópicos repetidos exhaustivam ente por m u ­ chos historiadores, y por otro lado, los pueblos del sur presentaban una organización social diferente de la de los pueblos del norte (17). Por último, el artículo de Barbero (18) estudia otra zona de España —los Pirineos— y en un m om ento más tardío —siglos V III y I X — y lo analiza desde el ángulo de la situación de esta sociedad. En su análisis, Barbero dem uestra cómo este sector no fu e nunca conquistado, en sentido estricto, al mis(14) V IG IL , M. « R om anización y p e rm a n e n c ia de e stru c tu ra s sociales in d íg e n a s en la E spaña se p te n trio n a l» , en B oletín de lo R e a l A c a d e m in a de la H istoria, 152, 1963. (15) En o tro a rtíc u lo escrito en c o la b o ra c ió n con B a rb ero , V IG IL , M . - B A R B E R O , A. «La o rg a n iz a c ió n social d e los c á n ta ­ b ro s y sus tran sfo rm a c io n e s en re la ció n con los orígenes de la R e ­ conq u ista» , en H ispania A n tig u a , 1, 1971, a m b o s a u to re s d e m u e s­ tr a n de u n a form a irre fu ta b le , con u n a m a y o r c a n tid a d de a r g u ­ m en to s, esta inicial aseveración. (16) V IG IL , M. o p : cit., p. 233. (17) P R IE T O A R C 1N IE G A , A. M. «La R o m a n iz a c ió n de la B ética». (E n este m ism o lib ro , págs. 139-150 N .E .) (18) B A R B E R O , A. «La in te g ra c ió n social d e los h isp a n i del P irin eo o rie n ta l al rein o carolingio», en M ela n g es offe rts a R en é C rozel, P o itiers, 1966, vol. 1. (E n este m ism o lib ro , págs. J5 ] ¡gg págs. 13-60 N .E .)

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mo tiem po que se estaba operando una transformación de esta sociedad, que de una sociedad gentilicia consanguíanea estaba evolucionando a una territorial cen­ trada en el linaje. En relación con esta situación es como se explica después su cierta dependencia de los francos y su paso hacia fo rm a s feudales a través de la aparición de dife­ rencias de fortunas en la incipiente aristocracia in d í­ gena. En suma, a través de estos diferentes artículos he­ mos querido presentar otra fo rm a de concebir la H is­ toria A ntigua de España, con el ánimo de que el lector aprenda a confrontar, y en este aprendizaje se constru­ ya la Historia que todos deseamos. Alberto M anuel Prieto Arciniega

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Bandas y guerrillas en las luchas con Roma* A ntonio García Bellido

El bandolerismo hispánico en la A ntigüedad Era frecuente entre los pueblos peninsulares, antes y aún después de la llegada de los romanos, la form a­ ción de bandas arm adas que desgajándose de las nor­ mas corrientes de vida se lanzaban a la aventura para vivir del robo y el saqueo. Los descontentos, los deshe­ redados de la fortuna, los segundones, los perseguidos, los arruinados, todos los que, en sum a, no sabían o no podían ganarse el sustento diario en paz y en arm onía con el m edio am biente, iban a n u trir el núcleo siempre vivo y fecundo de estas bandas de forajidos. D ada la procedencia de sus componentes y el régi­ m en de vida a que estaban entregados, es de presum ir — y los textos lo confirm an, como hemos de v er— que en ellas las cualidades más destacadas habían de ser la audacia, la agilidad y la destreza; su modo de ataque preferido, el rápido golpe de m ano; su defensa obliga­ da, la ágil huida. A nidaban, como los pájaros de p re­ sa, en los escarpes de las sierras; allí tenían sus refugios y allí sus familias. Del m onte o de la sierra bajaban al llano, cayendo de m odo imprevisto sobre el pueblo o aldea elegido como víctima. U na noche bastaba para llevarse sus cosechas o sus ganados, volviéndose al am a­ necer a sus recónditos nidos serranos. T am bién ace­ chaban los caminos m ás frecuentados, despojando a quien tuviese la desgracia de caer en sus m anos. Pero a todo otro botín preferían el ganado por su facilidad de conducción, por sus ventajas, como reserva viva y semoviente, y por su m ayor valor. Los cereales necesi­ taban silos para su conservación, lo que no se avenía con los frecuentes traslados de las cuadrillas, a más que su transporte era difícil y engorroso. Los bienes de otro orden es natu ral que no interesasen tanto, pues su modo de vida les im pedía com erciar o cam biar. En sum a, robaban, al parecer, p a ra vivir. Al lector que haya pasado los ojos por el párrafo * P u b lic a d o e n R evista «H isp a n ia », to m o V, n ° 21, M a d rid 1945.

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anterior le h a b rá venido sin duda a las m ientes una palabra que nosotros hemos tenido ahora m ucho cu i­ dado en evitar por im propia, aunque luego por com o­ didad hemos de em plearla con frecuencia: la de «la­ drón», «bandido» o «bandolero». Efectivam ente, los historiadores y analistas romanos, y por ellos tam bién los escritores griegos desde Polybios, em pleaban con frecuencia p ara los individuos que integraban tales bandas estos deningrantes calificativos (praedo, latro, etc.) y, consecuentem ente, el jefe de dichas form acio­ nes no era sino un sim ple«latronun dux»o un λ/,στεύΐΐν, a un cuando se tratase de caudillos como Kaisaros, Púnico, Kaukeno o Viriato, que solían m an d ar sobre form aciones de 15.000 y más hom bres, y aún cuando estos verdaderos ejércitos batallasen a las veces en cam po abierto y sitiasen, con todas las reglas de la poliorcética, ciudades y cam pam entos. Es más, el m odo de luchar de los indígenas cuando form aban pequeños grupos, como la«guerrilla» ,se solía decir en los textos griegos ’^ oTapy'jç‘ aplicando el térm ino incluso a las tropas de Pompeyo (en gran parte lusitanas) que tras su derrota siguieron luchando a la ventura. Carácter del bandolerismo antiguo Claro es que si hemos hablado de «bandas», el dic­ tado de «bandido» se deduce por sí solo; pero tal con­ cepto no coincide con lo que en realidad fueron estas partidas, ni con lo.que significaron dentro de las socie­ dades prim itivas de la España anterrom ana. Estas b a n ­ das no actuaban contra las tribus o pueblos de los cuales salían sus componentes, sino contra aquellos otros pueblos o tribus lindantes o no, con los cuales sus connacionales estaban en guerra o sim plem ente en enem istad, por lo general perm anente. Vivían, pues, — aunque paradójico— de los enemigos de su tribu, a pesar de haber sido su propio clan el que, por las causas que fueren, y que luego procurarem os indagar, les obligó a echarse al cam po, apartándoles de su so­ ciedad. T rátase de una costum bre muy antigua cuyo origen es imposible de fijar en el tiem po y que no es exclusiva de España, como pudiera creer con m anifiesta ligereza el que inadvertidam ente ligase estas noticias viejísimas con las más recientes del bandido rom ántico, tom ando los hechos como factores de una constante histórica. Costumbres como estas nacieron de form as económicas m uy elem entales y en no poca p arte de la división y 14

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subdivision de los pueblos en m u ltitud de tribus o cla­ nes, lo que originaba por lo com ún una perpetua ene­ m istad entre ellas; fue, por tanto, un achaque general en todos los pueblos no entrados aún en m adurez polí­ tica. Estas circunstancias, unidas a ciertas particulari­ dades de los regímenes sociales propias de los pueblos primitivos, dieron en muchos lugares nacim iento a ta ­ les o parecidas costumbres, que perduraron como la ­ cras endémicas hasta que un nivel superior de cultura y una autoridad suprem a basada en leyes generales hizo imposible tanto la lucha parcial de tribu contra tribu como el ejercicio del libre saqueo, destruyendo, por tanto, dos de las causas m ás im portantes de este sistema de vida, tan semejante, exteriorm ente, con el bandolerism o de tiempos posteriores (1). (1) El saq u eo de las tie rra s y las a ld e as d e trib u s vecinas, el ro b o d e g a n ad o s, los asaltos a m a n o a rm a d a c o n tra v ian d a n tes, son co stu m b re s que, e fec tiv a m e n te, se e n c u e n tra n con frec u e n cia en pueb lo s, ta n to a n tig u o s com o m o d ern o s, cuya c u ltu ra se h a lla b a , o se h a lla a ú n , en u n a e ta p a in c ip ie n te . N o son re a lm e n te c o n tra v e n ­ ciones a leyes estatu id as, sino sim ples m o d a lid a d e s de vida o rig i­ n a d a s p o r causas económ icas, a g ra ria s, sociales y a u n te m p e ra ­ m en ta le s. Los q u e así o b ra b a n p o d ría n vivir c o n tra las costum bres ge n era le s, p e ro no al m erg en de la ley, com o o c u rre con los b a n ­ doleros m o d ern o s, de cuyas a n d a n z a s y h a za m o s todos ten em o s u n a id ea . Estos a d o p ta n tal g é n ero de v id a c o n la c o n cien c ia c lara de q u e se c o lo can fre n te a la socied ad y las leyes; los an tig u o s, p o r el c o n tra rio , se e n tre g a b a n a ella com o a u n a fo rm a líc ita de vida, a m p a ra d o s p o r la socied ad d e que p ro c e d ía n , a c tu a n d o c o n tra las trib u s vecinas y no c o n tra los c o n n ac io n a les o aliad o s d e la suya, cosa que d isc u lp a b a y h a sta e n n o b le c ía sus fech o rías. Así, pues, si no h a b ía leyes c o n tra tal m o d o d e vivir, n o p odía decirse que hubiese delito , a u n q u e p a r a nosotros te n g a hoy fo rm a c la ra m e n te d elictiva. S ería ocioso re c o rd a r la m u ltitu d d e veces q u e en c u a lq u ie r h isto ria p rim itiv a d e c u a lq u ie r p u e b lo lla m a d o hoy c u lto se e n ­ c u e n tra n fo rm as de vida sim ilares al a c tu a l b a n d o le rism o . P a ra e je m p lific a r con u n solo caso, y el m e n o r, volvam os la cabeza a G recia. E n los m itos se e n c u e n tra n frec u e n te s alusiones a u n estado de cosas m uy a n te rio r a las leyes de D ra c ó n y S olón. Así vem os que los m ism os dioses e je rcía n la c u a tre ría . C u é n ta n o s la ley en d a, p o r e jem p lo , q u e A polo, q u e fu e u n tie m p o p a sto r d e bueyes del rey A d m eto , se solía e n sim ism a r en el re c u e rd o d e sus am ores. U na vez, al volver a sus a b strac cio n e s, se h a lló con la sorpresa d e que H erm es, ta m b ié n p a sto r a la sazón co m o él, le h a b ía ro b a d o sus bueyes, e scondiéndolos en las e sp esu ras del m o n te . C aco, cuyo n o m b re h a venido a d e sig n a r e n m u c h a s len g u as al la d ró n por a n to n o m a sia , e ra hijo de H efaístos n a d a m enos, del V ulcan o de los latinos, lo cu al n o le im p e d ía ser u n o d e los c u a tre ro s m ás activos del m u n d o m ítico griego. Ulises, el «astuto» y «siem pre fecu n d o en recursos», com o le a p e llid a n los p o e m a s h o m érico s, ro b ó en Sicilia alg u n a s reses de los re b a ñ o s d e A p o lo , lo q u e le a c a rre ó duros castigos p o r p a rte d el e n o ja d o dios. H e rak lé s, el H ércu les de los latinos, c u a n d o vino al O c cid e n te y llevó a c a b o la e stu p en d a h a z a ñ a del H u e rto de las H esp érid es, a ce rtó a p a s a r p o r la región

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Enfoque general sobre sus posibles causas Los historiadores antiguos refieren a veces casos que vierten raudales de luz sobre uno de los factores principales —tal vez el p rin cip al— que dieron lugar o favorecieron semejante régim en de vida, es decir, el económico. A él se unieron tam bién otros coadyuvan­ tes, como fueron el social geográfico, histórico, dem o­ gráfico, etc., pero éstos se nos presentan, en general, involucrados con el prim ero, que sume y resum e en sí mismo todos los demás. Efectivam ente, este género de vida tenía su origen en causas m uy hondas que radicaban sobre todo en la m isma tierra y en su distribución. Era, pues, un p ro ­ blem a que se nos presenta como esencialm ente a g ra ­ rio. Ni todo el suelo era igualm ente fértil, ni todas las regiones estaban pobladas por gentes num éricam ente proporcionadas a los recursos de la tierra. H abía ade­ m ás distintos estratos sociales, form ados, uno, por g ran ­ des terratenientes; otro (prescindo aquí de los libertos y esclavos), por gentes libres, pero pobres hasta la indi­ gencia, que se hallaban en tal estado por m últiples causas, mas cuya vida no hallaría curso fácil. A la constante creación de esta capa social de menesterosos y a su renovación continua hubo de contribuir m ucho un sistema de herencia semejante a nuestro antiguo mayorazgo, en virtud del cual los bienes de la fam ilia se transm itían al mayor de los hijos, dejando al resto en una dependencia con respecto al heredero que se hacía a veces insoportable, o en un estado económico rayano con la verdadera pobreza. De esta institución de derecho civil, aunque tenemos indicios, carecemos de pruebas fehacientes para la A ntigüedad, pero tuvo tal arraigo en toda la Edad Media: y la M oderna que es m uy posible que sus orígenes rem ontes a estos tiempos de que tratam os. De su vitalidad habla claro el hecho

d el b a ñ o G u a d a lq u iv ir, d o n d e ento n ces re in a b a el le g e n d a rio , m o ­ n a r c a tartessio G erió n ; G e rió n e ra fam oso p o r sus in g en te s re b a ñ o s d e to d as clases, p e ro p rin c ip a lm e n te d e toros (los an teceso res d e las g a n a d e ría s a ctu a le s). Pues b ien , H erak lés le ro b ó sus g a n a d o s y se los llevó a T irin to , n o sin h a b e r te n id o an te s u n a é p ic a lu c h a con el rey, c o n su boyero E u ritió n y con pl p e rro O rto s, q u e g u a rd a b a n sus g a n a d o s, todos los cuales m u rie ro n a m a n o s d el h é ro e d o rio del a rco y la clava. E n u n a d e las m e to p a s délficas del tesoro d e los Sicyonios, éstos, lejos de av ergonzarse del h e ch o y d e o fe n d e r con su re c u e rd o a los héroes estelares C á sto r y P ólus, los D ióscuros, re p re sé n ta n lo s a c o m p a ñ a d o s d e Id a s en su regreso d e M essenia, d o n d e , co m o g ita n o s, se h a b ía n llevado los bueyes q u e p u d ie ro n . S o b re h e ch o s m á s históricos cfr. T H O U K ., 1, 5 y ss.

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de que haya perdurado, y aún perdure en realidad, en ciertas regiones de España, como es bien sabido. Conviene adelantar que esta especie sui generis de «bandolerismo» no era corriente en toda la Península por igual. De existir en la Bética y en el Levante había de ser en pequeña escala. Los textos no hablan propia­ m ente de esta costum bre sino refiriéndose sobre todo a los pueblos del Occidente y N orte de España, es decir, de lusitanos, galaicos y cántabros, y en m enor cuantía a los celtíberos y tribus del N .E . peninsular (ilergetes, lacetanos y bergistanos). Ello encuentra su explicación en la m ayor riqueza de A ndalucía y Levante y, sin duda, en su mayor cultura. No es una casualidad que fuese precisam ente A ndalucía la tierra preferida para las «razzias» de estas bandas. El desarrollo de este tema —m ero esbozo a ú n — ha surgido directam ente del estudio y análisis de los textos antiguos. Al tenerlo casi ultim ado, hallamos en el libro de Costa, Tutela de Pueblos (conferencia en el Ateneo de M adrid, en 18...) algunas coincidencias que fueron motivo de íntim a satisfacción y que, lejos de am inorar el interés del tem a, lo subrayan, por dem ostrarnos que nuestras conclusiones han de erra r en m ucho con res­ pecto a la realidad pretérita, ya que, por caminos dis­ tintos, una personalidad de tan ta intuición como Costa había llegado a parecidos resultados. No hemos consi­ derado necesario a d a p ta r nuestro estudio al anteceden­ te de Costa, pero sí el hacer la advertencia que p re­ cede. El punto de vista romano Los romanos, que venían ya plenam ente constitui­ dos en nación organizada, lo que quiere decir que en sus leyes se había superado con m ucho el estado prim i­ tivo donde tenían origen costum bres como éstas, se hallaron con que gran parte de España vivía en un estado de cosas muy sim ilar a la anarquía, que no dejó de extrañarles y que sin duda trataron de evitar, au n ­ que con muy poco acierto, como hemos de ver. Para los romanos, pues, los que así vivían eran «bandoleros» y «ladrones», sin reparar que dentro del m arco social, económico y consuetudinario de las sociedades de que procedían estos desgraciados, no tenían ni m ucho m e­ nos tal carácter. Dado este p unto de vista, la política que muchos de los gobernadores o generales siguieron en España, lejos de extirpar las bandas de salteadores, no hizo, en un principio, sino acrecerlas en núm ero y 17

volumen. Y esto se explica porque la guerra contra ellas, lo que equivale a decir contra las tribus de que procedían y en las cuales se am paraban, fue llevada como si se tratase de bandoleros o salteadores vulgares, tom ando por ello un cariz tan enconado y b rutal que dio lugar a trem endas represalias, no contra los b a n ­ doleros sólo, sino tam bién contra las mismas entidades tribales, pues no era posible separar a los unos de las otras. Así pues, se desorganizó aún más la sociedad, d a n ­ do lugar a que creciese el desbarajuste y aum entasen las partidas. La guerra misma, actuando de consumo con la falta de comprensión para la verdadera raíz del m al, acentuó la desorganización económica, creó odios irreconciliables y exacerbó los males preexistentes, siendo entonces las cuadrillas serranas las que sirvieron de centros de recluta a todos cuantos, huyendo del rom ano por una razón u otra, querían oponerse a las brutalidades e injusticias del invasor o sim plem ente vengar las afrenas recibidas, los pactos alevosamente rotos o las exacciones hechas sin pudor alguno. Consecuencias de este punto de wsta Así nació el grandioso movimiento de resistencia español que entonces, como durante las guerras n a p o ­ leónicas, asombró a todo el m undo, incluso a los p ro ­ pios enemigos, sirviendo de espejo y ejemplo para otros pueblos menos decididos o más sumisos. Fue entonces cuando las luchas y depredaciones de estas bandas a d ­ quirieron un carácter muy distinto del pasado, to m an ­ do m odalidades m ucho más violentas; se alzaban los hom bres tanto contra los enemigos invasores como contra aquellas tribus indígenas que, por grado o por fuerza, se habían convertido en aliadas o colaboradoras del intruso, ya porque sus ciudades eran bases m ilitares del rom ano, ya porque les daban hom bres o p ro ­ porcionaban sustento a sus ejércitos. Las bandas prim i- * tivas, poco numerosas por naturaleza, se convirtieron pronto, ante la presencia del enemigo com ún, en n u ­ tridos ejércitos 'de diez y quince mil hom bres, en los que figuraban gentes de tribus muy distantes y a veces enemigas tradicionales; ejércitos que recorrían com ar­ cas enteras no sólo por procurarse modos de subsisten­ cia en m edio de una región devastada por las guerras y arrasada por los enemigos, sino, sobre todo, por debili­ tar las fuerzas rom anas que vivían del país, por poner en duro aprieto a sus formaciones, desorganizando sus 18

planes y privándoles en lo posible de provisiones de todo orden. Fue una im ponente rebelión, que si no era nacional por faltarle cohesión y unidad y por carecer de m iras superiores, si era patriótica si entendemos que esta palabra significaba p a ra los guerrilleros espa­ ñoles de entonces la defensa de su p a tria tribal, de sus viejas tradiciones, de su patrim onio, de sus costumbres propias, de su tierra, de sus cosechas y ganados. Era la lucha en defensa de la patria pequeña, del solar de los padres, de sus instituciones, sus ciudades y sus bienes de todo orden. Pero como lo dicho hasta ahora es sólo una visión general del problem a, vayamos a continuación al estu­ dio circunstanciado de sus causas móviles y aspectos varios. El problema es serio Un curioso texto de Diódoros nos da a conocer con suficiente claridad, p arte al menos de lo que pretende­ mos. «Hay una costum bre m uy propia de los iberos - d ic e textualm ente—, más sobre todo de los lusita­ nos, y es que, cuando alcanzan la edad adulta, aque­ llos que se encuentran más apurados de recursos, pero destacan por el vigor de sus cuerpos y su denuedo, proveyéndose de valor y de arm as van a reunirse en las asperezas de los montes; allí form an bandas conside­ rables que recorren Iberia, acum ulando riquezas con el robo y ello lo hacen con el m ás completo desprecio a todo (2). El texto procede de Poseidonios, que estuvo en Es­ paña hacia el año 100 antes de J. C., y escribió cosas muy interesantes sobre la Península. Para Poseidonios, pues, la vida aventurera de estas gentes tenía una de sus causas visible en la indigencia de aquellos que h a ­ biendo alcanzado cierta edad no poseían medios de vida. Sin duda alude a los desheredados en virtud de una institución similar al mayorazgo. El refugio, cuando era necesario, lo buscaban en los montes. Es el mismo Poseidonios-Diódoros quien no los cuenta en el párrafo antes citado, que ahora refuer­ za con esta otra frase: «Para ellos —d ice —, las aspere(2)

“ISio\: ü τι παρά τοις "ίβηραι · χα! μάλιατα παρα τοίς Λοαιτανοίς έητη-

δεύεται · τών γαρ' άχμαζόντω ν ταΐς ήλιχίαις οί μάλιστα απορώτατοι ταις ούσίαις, ρώμη δέ σώματος χαι θράσει διαφέροντες, έφοδιάσαντες αυτούς αλχγ} χαί ΐοίς δπλοις εις τάς ορεινας δυσ/ω ρίας αθροίζονται, συστήματα 0έ ποιήσαντες αξιόλογα χστατρέχουσι τήν Μβηρίαν χαί λ^τεύοντες πλούτου; αθροίζουσι, χαί τούτο διατελούσι ζράττοντες μετα τ.άσης χαταφρονήσειυ;. D I O D . , V , 3 4 , 6.

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zas de las m ontañas y sus fragosidades son como su p atria, y en éstas va a buscar un refugio por ser im ­ practicables p a ra ejércitos grandes y pesados (3). Los rom anos fracasaban cuando, queriendo resol­ ver tal estado de cosas, perseguían a estas gentes y a sus m ujeres e hijos hasta sus propias guaridas; fracasaban por enforcar el problem a como si se tratase de un asunto de policía colonial, no viendo en él su carácter estricta­ m ente social y económico. Poseidonios (apud Diódoros) dice: «Pudieron contener su audacia, pero no lo ­ graron, a pesar de todos los esfuerzos, term inar con sus depredaciones (4). No son sólo los textos de Diódoros los que nos h a ­ b lan del aspecto económico de esta costum bre. En Estrabón, su coetáneo, hallamos una exposición muy lum inosa del verdadero fondo del problem a. En p ri­ m er lugar nos describe en breves palabras la riqueza natu ral de la región sita entre el Tajo y la provincia de La Coruña, en la que no faltan —d ice —, ju n to a la abundancia de frutos y ganados, m uchos m etales, entre ellos el oro y la plata (5). Luego añade que siendo, por el contrario, las m ontañas de gran pobreza, sus gentes «que h ab itan —viene a decir — un suelo pobre y ca re n ­ te de lo m ás necesario, habían de desear los bienes de los otros» (6). Pero el m al no se lim itaba sólo a que las tribus m ontañesas bajasen de vez en cuando a despojar de sus productos a las del llano, más afortunadas, sino que el constante estado de alarm a y de guerra hacía que en estas últim as las labores del cam po cayesen en el abandono, originando a §u vez la m iseria de las tribus ricas, y, por tanto, el crear en ellas la necesidad de lanzarse a su vez al saqueo de las tribus vecinas p a ra poder subsistir. El m al se extendía así como un reguero de pólvora, contam inándose unas tribus a otras y sem ­ b rando la anarquía por doquier. Es el mismo Estrabón quien nos lo ha dicho, y p ara mayor objetividad en nuestro juicio oigamos sus mismas palabras: «Como éstas (alude a las tribus ricas del llano) tenían que ab andonar sus propias labores para rechazar a los de «* (3) Καβάλου δε τάς ¿v τοΐς δρεοι δυσχωρίας καί τρα'/ύτητας ηγούμενο» πατρίδας είναι, εις ταότας χαταφεύγουαι, δυςδιεξοδους οΰοα; μεγάλοι; και βαρέα* στρατοπέδοις. D IO D .. V . 34, 7. (4) Διό καί 'Ρωμαίοι πολλάχις έπ’αύτοΰς οτρατεύ^αντες ττ,ς μ έν ζολλτ,ς καταφρονήσεως απέστησαν αυτούς, εις τέλος δε τα ληστήρια καταλΰααι πολλάκις —ο·.

Α Τ Η Ε Ν .,3 3 0 .

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P O L Y B .,

XXX,

S.

en

,

la densidad de la población no ya sólo de la Lusitania, sino de toda la región occidental que cae sobre el A t­ lántico (región que aún no tiene nom bre, dice, por ha ber sido conocida poco tiem po ha), «está ocupada en­ teram ente —añade el historiador griego— por nacio­ nes bárbaras muy populosas (18). El trozo transcrito prom ete a continuación que luego se ocupará concre­ tam ente de estas cosas, pero desgraciadam ente el libro en el cual lo hizo (el XXXIV) no h a llegado a nosotros sino en fragm entos escasísimos. No obstante, hay una noticia conservada gracias a Estrabón que parece estar tom ada de Polybios y desde luego se refiere a la po b la­ ción de la Lusitania y de la Gallaecia, es decir, de toda la zona occidental de la Península. Helo aquí textual­ m ente: «la tierra com prendida entre el T ajo y la región de los ártabros (La Coruña) está ocupada por unas cincuenta tribus (19). Menos de un siglo después de que Estrabón escribie­ se estas líneas, Plinio, que estuvo en España y conocía bastante bien algunas regiones, dice del Conventus Lu­ censis —este Conventus correspondía entonces aproxi­ m adam ente a nuestras provincias gallegas— que esta­ ba habitado por 16 pueblos de unos 166.000 individuos libres (20). Así pues, en Galicia había una población m uy densa para entonces y téngase en cuenta no sólo las deficiencias, siempre por defecto, en los cálculos estadísticos de entonces, sino adem ás que Plinio no cuenta en esta cantidad ni a los esclavos ni a dos de las tribus forasteras, o mejor no indígenas, llegadas, por lo menos en parte, poco antes del cam bio de cóm puto, como sabemos por otros textos. El mismo Plinio habla luego de la población del Conventus B racarum , que correspondía aproxim ada­ m ente al N. del Duero (entre Douro e M inho y Traz os Montes), y da estas cantidades: «24 pueblos y 285.000 personas libres» (21). P ara las Asturiae (com prendía entonces no sólo Asturias, sino León y parte de Zam o­ ra, hasta el Duero) da el mismo Plinio 22 pueblos y

( 1 8 ) Κ α τ ο ικ ε ί τα ι ί ε “ α ν

τ/t

βαρβάοοιν έΟναιν καί ι:ολυανΟρώ~(ι>ν. P O L Y B .

1 1 1 ,3 7 ,9 . (1 9 ) Έ θ νη

μέν οδ ν ~ ερ ί τρ ιά κ οντα [ o tr o s cód. τ:ενΐή κ οντα J τή ν

χώ ραν

ν έ μ ετα ι τή ν μ ε τα ςύ T ú 'fo a κα ί τ ω ν ’Λ ρ τά 'ίρ ω ν . S T R A B . , 111, 3 , 5 .

(20) «Lucensis conv en tu s est sedecim , p r a e te r C elticos et Lem avos ig n o b iliu m ac b a rb a ra e a p ellatio n is, sed lib re o ru m c a p itu m ferm e» C L X V I. P L IN ., N . H ., III, 28. (21) «Simili m o d o B ra c a ru m X X I II civitates C C L X X X V capiuim » . P L I N ., N . H ., I l l , 28.

una población libre de 240.000 (22). Es decir, que todo el N .E. sum aba 62 cantidades étnicas distintas y unos 700.000 hom bres libres. Estas cifras proceden, sin duda, de censos romanos hechos con fines fiscales; por ello prescinde de la p o ­ blación no libre y en algunos casos de los com ponentes de tribus recientem ente inm igradas o de vida nóm ada pastoril, que es lo que ocurría con ciertos célticos y con los tribus ganaderas. Las castros o citanias, de esta época precisam ente son numerosísimos en toda la región al N. del Duero y denuncian una población densa distribuida en aldeas por lo general pequeñas, pero muy próxim as. No es raro que desde uno de estos castros se divisen ocho o diez más, salpicando el horizonte. En Galicia se calcula haber existido unos cuatro o cinco mil castros. Conse­ cuencia de esta densidad eran, sin duda, los conflictos entre ciudades próximas o entre vecinos a causa de la, imprecisión de límites y de la división de la propiedad. Es muy curioso que la actual afición a los pleitos galle­ gos se halle atestiguada ya en una fecha que dista de la nuestra nada menos que veintiún siglos. Cuéntanos Plutarco al hacer la biografía de César, que cuando es­ te entró en Galicia (esto ocurría el año 61-60, cuando el joven Caio Julio no era aún más que un simple propretor) se dedicó entre otras cosas a dirim ir pleitos entre ciudades o entre particulares, «arreglando las d i­ ferencias entre deudores y acreedores» (23). Como se ve, las mismas causas provocan los mismos efectos, y entonces como ahora el N.O. de la Península era tierra fecunda en hombres y de propiedad casi atom izada. La lucha mercenaria como válvula de escape La casi totalidad de los m ercenarios españoles, cu ­ yas andanzas por el m undo clásico, por Grecia, Italia, Córcega, Cerdeña, Africa del N orte, Sicilia, he recogí(22) « Iu n g u n tu r ¡is A stu ru m X X II p o p u li... n u m e ra s om nis m u ltitu d in is a d C C X L lib e ro ru m c a p itu m » . P L I N ., N . H ., I l l , 28. (2 3 ).. . ού χείρον ¿βράβευε τά της ειρήνης, όμονοιάν τε ταΐς πόλεσι χαβιστάς· r.tv. μάλιστα τάς των χρεωιρειλετών καϊ δανειστών ίώμενος διαφορά?. PLOÜT., Caes., Χ Π .

P L O U T ., Caes., X II. S obre el fa c to r e conóm ico se sa b e poco q u e p u e d a ser aquí a p re c ia d o . U n a id ea del e stad o a c tu a l d e estos p ro b le m a s p u e d e a d q u irirse e n C A R O B A R O JA : «R egím enes sociales y económ icos d e la E sp a ñ a p re rro m a n a » . R e w sta In te rn a c io n a l d e Sociología, vol: I y I I . M a d rid , 1944.

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do en distintos trabajos (24), fueron reclutados entre estas gentes sin recursos. A España llegaban los «cons­ criptores» púnicos cargados de dinero para llevarse con las prim eras soldadas y el contrato p a ra un tiempo cualquiera, a miles y miles de hom bres que sin otro patrim onio que su cuerpo y sus fuerzas se alquilaban p ara defender con ellas y su sangre causas que no co­ nocían y en tierras tan lejanas como extrañas. Un texto tardío, pero verosímil, que T. Livio pone en boca de Aníbal, nos sale al encuentro de lo dicho como prueba fehaciente de nuestra hipótesis. Sabido es que en el ejército con que A níbal atrave­ só los Alpes e invadió la Península apennina figuraban los españoles m ercenarios en u n a cantidad superior a la tercera parte del total de las tropas púnicas de inva­ sión. Pues bien, Aníbal, poco antes de la batalla de T rebia (año 218), en la que tanto se distinguieron los iberos y baleares, para anim ar a los lusitanos y los celtíberos al com bate se dirigió a ellos en estos térm i­ nos: «Hasta ahora persiguiendo los ganados por los amplios montes de Lusitania y Celtiberia no habéis visto el fruto de tantos trabajos y peligros; ya es tiempo de daros esta recompensa y que logréis el prem io de vuestra fatiga» (25). La recom pensa que ofrecía A ní­ bal, no creo fuese sólo el botín sobre el ejército venci­ do y sobre las ciudades tomadas; sin duda se refería tam bién a la entrega de tierras para su cultivo, a la creación de una propiedad. De estos mismos y curiosísimos episodios en los que vemos tan a m enudo el nom bre de los españoles ga­ nando las batallas de Aníbal en el Sur de Francia, en Italia y Sicilia, surgen dos ejemplos que tienen valor de (24) «Los Ib e ro s e n C erd eñ a» , E m e rita , 1935:' «Los Ib e ro s en la G recia p ro p ia y e n el O rie n te H elenístico», B ol. de la A cad. de la H istoria, 1934; «Los Ib e ro s en Sicilia», E m e rita , 1939. P a ra la a c tu a c ió n en Ita lia d u r a n te la se g u n d a G u e rra P ú n ic a , vide m i libro F enicios y C arthagineses en O ccidente. M a d rid , 1942, págs. 150 y ss., d o n d e resum o tra b a jo s a ú n in éd ito s. P a ra el N . de A frica, véase m i tra b a jo «Una n ecrópolis Ib é ric a e n O rán » , Investig a ció n y Progreso, 1934, y u n a n o ta en A rchivo E spañol d e A rqueología, 1941, n ú m . 43. (25) «Satis a d h u c in vastis L u sita n ia e C e ltib e ria e q u e m o n tib u s p e co ra c o n se ctan d o n u llu m e m o lu m e n tu m to t la b o ru m periculoru m q u e v estro ru m vidistis, te m p u s est ia m o p u le n ta vos ac d itia stip e n d ia fa ce re e t m a g n a o p e ra e m ere ri.» L IV ., X X I, 43, 8 . EI tex to p a re c e reférirse a los la d ro n e s d e g a n ad o s, es decir, a los «bandoleros» de q u e tra ta m o s . N a tu ra lm e n te , la frase de Livio es p u ro in v en to re tó rico , p ero e n el fo n d o h u b o d e ser c ie rta , pues tra d u c e u n a re a lid a d evidente, q u e el m ism o Livio conoció n o sólo p o r los textos d e q u e se valió p a r a su h isto ria , sino p o rq u e el fe n ó ­ m e n o persistía en su p ro p io tie m p o .

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prueba: a M oerico y Belligeno, dos españoles al servi­ cio de A níbal, cuyos papeles en la tom a de Siracusa por Marcelo (año 212) tuvieron tan ta im portancia, se les prem ió no con dinero ni riquezas, sino con tierras; al prim ero, que era gobernador entonces de Siracusa, se le dio la ciudad de M urgantia y su territorio, y a Belligeno se le donaron allí mismo 400 yugadas (26). El m ercenario era utilizado tam bién por las tribus m ás ricas de la Bética. Los turdetanos tenían gentes asalariadas célticas cuando las conquistas de Am ílcar, y posteriorm ente estos m ercenarios son citados alguna vez más durante las luchas con Rom a. Algunos rasgos de la ocupación romana como excitan­ tes psicológicos de la rebelión. Las «guerrillas»

a) Atrocidades romanas. —H asta ahora no hemo hecho sino exponer las razones de índole agraria que justifican o explican, por lo menos en parte, la existen­ cia de aquellas bandas de depredadores. Pero las gue­ rras que durante dos siglos consecutivos asolaron casi toda España no hicieron sino agravar el m al. D ada su duración, sus dificultades y sus enconos, trajo, como es natural, consecuencias económicas m uy duras para los indígenas, pero tam bién determ inó reacciones de índo­ le psíquica tan fuertes que figuran entre las principales causas que dieron lugar al nacim iento de las «guerri­ llas». Las frecuentes crueldades propias de aquellos tiempos y de aquellas guerras, tanto por parte de unos como de otros; las represalias atroces en las que com ­ petían invasores e invadidos, y la ru p tu ra de los tra ta ­ dos según las m om entáneas conveniencias de unos y otros, eran procedim ientos los más apropiados para que las causas de origen económico, agrario o dem o­ gráfico, no fuesen las únicas, antes bien se viesen fo­ m entadas por estimulantes de odio y venganza. Ya hemos visto que la falta de tierras de labor determ inaba, en buena parte al menos, la escapada al m onte en busca de aventuras o el robo a m ano a rm a ­ da. T am bién hemos advertido cómo la sola oferta de tierras era bastante para aplacar y hasta desarm ar a los forajidos, reduciéndoles a la pacífica condición de labradores. Pero nos falta por ver la m ucha parte que (26) L IV ., X X V I, 21, 13 y 17; 30, 6 y 31, 4. M u rg a n tia es u n a c iu d a d d e Sicilia sita al E. d e C a ta n a y e n las fa ld a s d e l E tn a . P a ra la a c tu a c ió n d e M oerico y B elligeno e n Sicilia, véase m i lib ro F enicios y C arthagineses en O ccidente, M a d rid , 1942, p á g . 162 y ss.

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los rom anos tuvieron con sus crueldades y expoliaciones en la aparición y m ultiplicación de las bandas arm a ­ das. Conocemos muchos hechos verdaderam ente atro ­ ces que vamos a recoger, en parte, como testimonio de lo dicho. H ubo casos en que am parándose los invasores en una favorable predisposición de ánim o hacia la paz por parte de los indígenas, llegaron a com eter verdade­ ros crímenes, saltando por encim a de la palabra dada, de la confianza prestada, del honor jurado y toda serie de garantías en los pactos. Hechos como los que vamos a n a rra r fueron sin duda alguna alicientes fortísimos en favor de la aparición de guerrilleros en m asa, de la resistencia a m uerte, de la lucha hasta la últim a conse­ cuencia, de esas adm irables epopeyas que todos cono­ cen con los nombres de Viriato, de N um ancia, de Galagurris o de Astapa. Citemos en prim er lugar la de Lúculo y advirtamos de paso que éste, como los demás episodios, no han llegado a nosotros por historiadores iberos —que no los conocemos —, sino por los latinos y griegos; y que, por tanto, sus negras tintas proceden de los propios escritos romanos. Lúculo había venido a España con el decidi­ do propósito de hacerse rico a toda costa. Pero éste no es delito que nos asombre por lo nuevo ni nos interesa por el m om ento. Más trascendencia que su afán por el oro tuvo la atroz crueldad y la infam ante traición co­ m etida con los habitantes de Cauca (la actual Coca, en la provincia de Segovia). Lúculo había atacado esta ciudad sin motivo alguno que lo justificase, y los caucenses, tras una inútil y corta resistencia, acabaron por entregarse accediendo de grado a las exorbitantes im ­ posiciones de Lúculo (entre otras, a la entrega de cien talentos de plata, es decir, 2.216 kilos). Lúculo les pidió que como garantía de paz dejasen entrar en la ciudad u n a guarnición rom ana, a lo que tam bién ac­ cedieron; pero tan pronto como ésta entró en el recinto y tomó las m urallas por dentro, otras tropas romanas la asaltaron desde fuera, dando la señal, a toque de trom peta, de «matar a todos los caucenses en edad de tom ar las armas», dice Appianós, y añade a continua­ ción textualm ente: «éstos (los caucenses) invocando los pactos y los dioses testigos y execrando la perfidia de los romanos, eran m uertos cruelm ente; de entre las veinte mil almas sólo unos cuantos pudieron escapar forzando las puertas (27). (27)

έσήγαγε τήν άλλην στρατιάν ό Λεύκολλος, καί -rrj σάλχι-[γι

ύττεσήμαινε κτείνειν Καυκαίουζ « τα ν τα ς ήβηδον...., έκ δισμορίων άνδρών κανί πύλας" απόκρημνους διαφυγόντων ολίγων. Α Ρ Ρ . , I b e r . 5 2 .

La felonía ocurrió en el año 151 antes de J.C . y justifica, como una brutal provocación que era, los levantam ientos que poco después habían de cundir por toda Castilla llevando al grandioso final de N um ancia. O tra alevosía como la referida ocurría al mismo tiempo, pero no en Castilla, sino en Portugal, en la Lusitania. Era hacia el año 151 ó 150 antes de J.C ., cuando G alba, que había sufrido un serio descalabro por m ano de los lusitanos —éstos deshicieron su ejérci­ to y m ataron a siete mil romanos —, queriendo tom ar venganza de un daño debido a su propia torpeza, pasó a la Lusitania saqueándola a su placer. Los lusitanos, sin duda atemorizados, se presentaron a G alba en son de paz, diciendo que querían renovar el tratad o hecho anteriorm ente con Atilio, antecesor de G alba, que ellos habían violado. Pero cedamos ahora la palabra al historiador griego Apiano para no perder ni una tilde de lo ocurrido en aquella triste y m em orable ocasión. «Fueron recibidos favorablem ente —dice A p ian o — y* pactó con ellos, fingiendo lam entar el estado, en que por necesidad se veían, de entregarse al saqueo, de hacer la guerra y de faltar a los compromisos contraí­ dos. La pobreza de vuestros suelos y la indigencia en que vivís —les d ecía— es lo que os fuerza a hacer estas cosas. Yo daré tierra buena a los amigos necesitados y las distribuiré para su colonización áin tacañería, divi­ diéndola en tres lotes. Atraídos por tales palabras, dejaron sus propias haciendas, partiendo al lugar p re p a ­ rado por G alba. Este los dividió en tres grupos, llevan­ do a cada uno de ellos a un determ inado llano y m a n ­ dándoles que perm aneciesen en él hasta que volviese una vez procurado el asiento definitivo. Dirigiéndose a los prim eros, ordenóles que, como amigos que eran, entregasen las arm as, y habiéndolas entregado los aco­ rraló dentro de una cerca, envió contra ellos soldados arm ados y m ató a todos, aun cuando ellos se lam enta­ ban ante el nom bre de los dioses e invocaban la fe ju rad a. Del mismo modo con gran rapidez m ató a los del segundo grupo y a los del tercero, los cuales ignora·1 ban aun lo ocurrido con los del grupo prim ero » (28). Orosio (29) dice que estos lusitanos eran de aquende el ( 2 8 ) A P P . 7 6 e r .5 6 y 6 0 . P a r t e d e e s t e p á r r a f o h a s id o r e c o g i d o ya c n la n o t a 9 . E l f i n a l r e z a a s i: ως o ’ ηκεν έτ:ί τούς π ρ ώ τ ο υ ς 1, έ /.έ λ ε υ ε ν ώ ς φίλους ΟέαΟαι τ ά ο 'λ α , Οεμένους ô 1 ¿ “ ετάφρευέ τ ε , καί μ ετά ς'.φών τ ’.νας έσιτέμψας άνεΐλεν ά - α ’η α ς , όδυρομένους τε χαί θεών όνοματα χαί r.im z’.ç «νακαλοϋντας. τ ω 5 ’ α ΰτω τ ρ ό π ω χαί τούς δευτέρους καί τρ ίτο υ ς ε~Ξΐ*/0είς άνεΐλεν, άγνοοδντας ε τ ι τά π άθη τ« τ ώ ν π ρ ο τέ ρ ω ν . Α Ρ Ρ . I b e r . 6 0 .

(29)

>0

IV , 21, 10.

T ajo. Valeriano M áximo añade que el núm ero de los asesinados era de ocho mil, entre ellos la flor de la juventud (30); pero Suetonio hace subir la cifra a trein­ ta mil. De Livio y Valerio M áximo se deduce que parte de ellos fueron vendidos como esclavos en las Galias. Un crim en de tal m agnitud no podía quedar oculto ni dejar de conmover a todo ser hum ano conocedor del hecho. Lo de menos es, tal vez, la cantidad precisa de víctimas inútiles, con ser ello atroz; lo de más la pérfi­ da alevosía con que se cometió el crim en (31). El crim en de Galba no podía quedar im pune, al menos ante los lusitanos. Como un hecho delictivo, sobre todo si ha quedado sin ejem plar castigo, suele conducir a veces a consecuencias m ucho más trascen­ dentales que las presumibles, la atroz m atanza de G al­ ba provocó el levantam iento general conocido por «guerras lusitanas». D urante veinte años, y paralela­ m ente a las de N um ancia, todo el Occidente de Espa­ ña se vio regado a raudales de sangre de lusitanos y rom anos... No era sólo el problem a económico ni de­ m ográfico el que im portaba ya, era la sed legítim a de venganza y la certeza de que con un enemigo cruel, injusto y pérfido y sin el honor debido a su mayor cul­ tura, no había ya más que vencer o m orir en la lu ­ cha. Todo lo demás carecía de interés; no valía la pena supervivir vencidos para caer en la m uerte de la es­ clavitud, del destierro y de la vergüenza. El incendio estalló brutalm ente ilum inando las riberas del Tajo, del Duero, del G uadiana y del G uadalquivir. Por do­ quier se buscaba al rom ano por todas partes se castiga­ ba al que le servía de ayuda, y hom bres de todos p u n ­ tos acudían a engrosar las filas de aquellas guerrillas de «bandoleros» m andadas entonces por un verdadero genio de la guerra, que a sus dotes políticas, dotes tan extraordinarias como las guerreras, se unían el ím petu y la rabia cosechada cuando, viendo cómo eran dego(30) V A L ., M A X ., IX , 6 , 2. (31) C onocido éste p o r los ro m an o s, h a lló en C a tó n el M ayor, n o m b re q u e h a p a sa d o a la h isto ria p o r su in te g rid a d m o ral y la re c titu d de su co n cien cia p o lítica , u n a c u s a d o r te m ib le , al q u e se u n ie ro n o tro s m ás, p e ro éstos a c u s a b a n ya con m óviles políticos, in te resad o s, G a lb a , e n efecto, fue llevado al a ñ o sigu ien te, tra s el c u m p lim ie n to de su m a g is tra tu ra , a n te los rostra, d o n d e oyó sus p ro p io s crím enes, p e ro com o te n ía apoyos d e to d a ín d o le lo g ró la a b so lu ció n de un trib u n a l v e n d id o al favor. Su n o m b re , e m p e ro , n o se b o rró d e las m en tes ro m a n a s y sus hechos y el proceso ver­ gonzoso a q u e d ie ro n lu g a r pervivió co m o caso e x ec rab le e n la m e m o ria d e todos. C icerón, Q u in tilia n o , S u eto n io , G elio, F ro n tin o y a lgunos m á s lo re c u e rd a n a m a rg a m e n te , com o lo h acem os a ú n hoy, p asa d o s ya veintidós siglos.

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liados sus compañeros, no pensó en otra cosa que en la salvación propia p ara vengarlos. He aludido, bien se echa de ver, a Viriato. V iriato, en efecto, era uno de los varios miles que cayeron en la red m ortal de Galba; pero Viriato fue tam bién uno de los pocos que lograron evadirse en el tum ulto del homicidio en m asa. Es entonces cuando entra en la Historia y entra rodeado de sangre, de traición y ardiendo en santa ira. De entonces en ade­ lante su vida ha de vivirla para perseguir al rom ano y sus aliados, ya no en encrucijadas y caminos, como antes, cuando siendo «bandolero», como dicen des­ pectivam ente algunos textos acechaban con un puñado de hom bres el paso de un convoy rom ano o caía de improviso sobre u n a ciudad aliada del invasor, sa­ queándola y llevándose sus mieses y ganados; Viriato iba a buscar ahora a los romanos p ara dar batallas de . m ás trascendencia, m andando no cuadrillas, sino ver­ daderos ejércitos, de varios miles de hom bres decididos a todo. El móvil no será ya el robo de ganados, como simples cuatreros, ni la venganza m ezquina de una tribu contra otra, ni el problem a de la tierra, ni el del sustento diario, sino el de aniquilar al enemigo. El arte m enor m ilitar del golpe de m ano, de la tram pa, de la em boscada, propia de aquellas em brionarias cuadrillas semejantes a las de los bandoleros, se van a convenir en un arte mayor, con grandes masas de soldados, con objetivos im portantes y decisivos, con expediciones p e r­ fectam ente planeadas, con iniciativas trascendentales. La guerra iba a dejar de ser para el rom ano una gue­ rra de policía colonial para convertirse en algo m ucho más serio en una guerra para la cual no bastaban ya los ejércitos ni los generales, era necesario sobre todo un valor sobrehum ano, porque el enemigo no entendía de treguas, de perdón ni de claudicaciones. Los histo­ riadores latinos mismos nos dicen que en R om a tem ­ blaba la juventud cuando se hablaba de reclutar hom ­ bres p ara España. Los historiadores nos dicen que los muchachdS se ocultaban, desertaban, sim ulaban servicios secunda­ rios, porque el solo nom bre de N um ancia les daba escalofríos. Dejemos a Viriato consagrado apasionadam ente a su guerra de venganza, pues no es tem a nuestro en el m om ento. Lo hemos sacado a colación porque es el caso más típico del factor psicológico en la form ación de estas «guerrillas», en el origen de nuestras prim eras form aciones m ilitares, superando en m ucho a I3S p ri­ mitivas bandas que salteaban pueblos, campos y caminos 32

de las tribus vecinas, impulsadas por hábitos b a r­ baros y por regímenes económicos evidentem ente pri­ mitivos y, por tanto, poco aptos para la paz de las tribus fronterizas. Ahora el enemigo no es ya el vecino, con el que están por el m om ento aliados, sino el rom a­ no r y no porque fuese extranjero —que esta idea no tenía entonces el matiz nacional de ahora —, sino por lo que tenía de cruel, de injusto, de avariento y de perturbador. Antes de pasar a otro punto no estará de más el recoger como último ejemplo la hazaña de Didio, cón­ sul de la citerior entre el 98 y el 94 antes de jesucristo. C. T . Didio repitió la alevosía de G alba. C uenta el historiador Apiano, entre otras atrocidades (como la de haber m atado a cerca de 20.000 arévacos, no sabe­ mos si en guerra o en paz), que habiendo tom ado tras nueve meses de sitio una ciudad llam ada Kolenda, de situación desconocida p ara nosotros, vendió como es­ clavos a todos sus habitantes, incluso las mujeres y los niños. El mismo historiador nos cuenta a renglón se­ guido cómo resolvió el problem a económico que ago­ biaba a los habitantes de cierta ciudad, que no nom bra, sita cerca de la anterior, de Kolenda. En tal ciudad vivían gentes celtibéricas p ro ced en tes de diversos lugares, sin duda refugiadas de los pueblos vecinos. Vivían a la sazón en arm onía con los romanos; es más, cinco años antes habían servido bajo las filas romanas com batiendo a los lusitanos. Cesadas las guerras, estos hom bres, que no tenían hacienda propia ni modos de ganarse la vida, vacaron en el ejército, y ante la im pe­ riosa necesidad de vivir hubieron de lanzarse al monte; «su indigencia —empleemos las mismas palabras de A piano— les im pulsaba a vivir del robo» (32). El cón­ sul se decidió a exterm inarlos, sin tener en cuenta la rea ­ lidad de su situación ni sus m éritos ya contraídos para la causa rom ana. Y no cabe pensar en la m iopía políti­ ca de Didio —lo que haría en cierto modo disculpable su decisión —, porque para atraerlos al lugar de su sacrificio empleó el vergonzoso ardid de ofrecerles lo que verdaderam ente necesitaban p ara la paz de todos: tierra. Pero es mejor que leamos las mismas palabras conque n arra el hecho el historiador alejandrino: «Di­ dio —refiere A piano— se decidió a aniquilarlos con­ tando con la aquiescencia de los diez legados entonces presentes. Hizo saber a las personas más destacadas de entre ellos (33) que quería d ar a los necesitados las (32) έλήστευον S' i í ϊπ ο μ α ,ζ ούτοι. ( 33 ) τοΐς επιφ ανίω ν αύτων.

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tierras de los kolendanos. Viendo que la noticia había sido acogida con alegría, mandóles la participasen a sus conciudadanos y que se partiesen con sus mujeres y niños a recibir la tierra. No bien llegaron ordenó a los soldados salir de la em palizada y a las futuras vícti­ mas e n tra r dentro de ella y so pretexto de contar su núm ero fue separando en un lugar a los hom bres, en otro a los niños con las mujeres, a fin de poder calcular qué cantidad de tierra había de serles distribuida. Cuando entraron en el interior del foso y de la em pali­ zada, Didio, rodeándoles de soldados, aniquiló a to ­ dos. Didio, por estas cosas, fue honrado con el triunfo (34). b) Exacciones romanas. —¿Para qué seguir contan­ do casos y cosas como éstas? ¿Para qué h a b la r de las em bajadas que algunas ciudades hubieron de enviar a Rom a quejándose ante el mismo Senado de abusos sin, cuento, de expoliaciones sin m edida, de crímenes y de injusticias de toda laya cometidas por los gobernadores enviados por la ciudad del T ?„;r? Los hechos referidos son bastantes para explicarse lo que los rom anos p a re ­ cían obstinarse en ingnorar y en no rem ediar, es decir, que las bandas o los ejércitos de «ladrones», como ellos decían, no eran tales sino desde su parcial punto de vista y que fueron ellos mismos, los romanos, los que estim ularon con sus desmanes de todo género la ap a ri­ ción de aquellas grandes unidades que dentro de poco veremos recorrer toda España dando frente, cuando era necesario, a verdaderos ejércitos. No quiero extenderm e m ucho en añadir a las cruel­ dades ya recordadas la asombrosa lista de las expolia­ ciones rom anas contenidas en los autores latinos, espe­ cialm ente en T ito Livio; pero sépase que causarían asombro si sum adas las conocidas —ya de por sí ingen­ tes— hiciésemos el cálculo de las calladas. No resisto, empero, a dar un puñado de ejemplos para que sobre ellos se pueda entrever un juicio, siem pre pálido, ante lo que debió ser la realidad, escipión, el vencedor de los cartagineses en la segunda guerra púnica, se llevó de España 14.342 libras de plata sin acuñar, más la acuñada (35). Léntulo, en el año 200 antes de Jesu­ cristo, transportó a Roma 43.000 libras de plata y 2.450 de oro (36). En el año 197 Blasio arrebataba a la Citerior 1.515 libras de oro, 20.000 de plata en bruto, más 34.550 denarios de plata acuñada, y Estertinio (34) (35) (36)

34

A P P ., Ib e r., 99 y 100. L IV ., X X V III, 38, 5. L IV . X X X I, 20, 7.

privó a la Ulterior de 50.000 libras de p lata (37). ¿Qué sería el botín que se llevó de España Lucio Emilio Paulo cuando los historiadores dicen que él era «la m ayor cantidad de dinero» (38), «la m ayor cantidad de oro» (39) o «riquezas inmensas?» (40). Entre Sempronio Graco y Postumio Albino sacaron en el año 179, el uno de la Citerior y el otro de la U lterior, la cantidad de 60.000 libras de plata (41). Lúculo, el que pasó a cu­ chillo sin piedad a los 20.000 habitantes de Cauca (Co­ ca), llevó de sus casas, además, la cantidad de 100 talentos de plata, lo que supone 2.216 kilos (42). Estos cuantos ejemplos, repito, bastan para form ar­ se un ligero concepto de lo que significaban las expo­ liaciones rom anas. Paso en silencio otras m uchas de m enor cuantía, pero no debo callar que tales cifras proceden de las cuentas oficiales del Erario romano; son, pues, datos fidedignos que Livio trasladó a sus Historias sin ver en ello deshonor alguno, pues eran legítimo botín del pueblo, quien lo recibía de sus gene­ rales al term inar sus cam pañas y celebrar el triunfo. Lo que ya no sabemos son las cantidades que se queda­ ban para sí los rapaces gobernadores romanos; ni las que daban en prem io a sus soldados, aunque de esto tenemos algunas noticias más; ni las que los soldados se quedaban en propiedad cuando en trab an a saco en una ciudad o degollaban a sus habitantes. Así Catón, el pulcro Catón, modelo de ciudadano, cuyo nom bre conocen los niños españoles desde que em piezan a bal­ bucear nuestra lengua; distribuyó entre sus soldados la cantidad no pequeña de una libra de plata por cabeza; eso aparte del botín ya colectado por ellos, que era grande, según el historiador griego Plutarco. ¡Bien cumplió Catón su propia m áxim a, que decía era mejor que regresasen muchos rom anos con plata que pocos con oro! (43). No es, sin em bargo, mi propósito hacer ahora un balance negativo de lo que fue la conquista rom ana de España, pues se me diría con razón que los tiempos aquellos no daban otra cosa; que Rom a y el Senado no enviaban a sus generales a com eter desmanes, sino a gobernar; que a m enudo se les residenciaba por malas

(37) (38) (39) (40) (41) (42) (43)

L IV ., X X X III, 27, 2 y 3. P O L Y B ., X X X II, 8 . D IO D ., X X X I, 26, 1. L IV ., p e r., 46. L IV ., X L I, 7, 2. A P P ., I b e r ., 52. P L U T ., C atón, 10.

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artes en su gobierno y que, en definitiva, todo em pali­ dece al ver que por estos medios, aunque vituperables, y a pesar de ellos, se alcanzó el bien inmenso de entrar por am plias puertas en el recinto de los pueblos civili­ zados, en cuyas labores tan pronto y tan dignam ente tomamos parte, dando a Rom a y a su Historia no sólo literatos, jurisconsultos, oradores, geógrafos, legiona­ rios y generales, sino incluso em peradores y de los más eximios. No trato, pues, de enfocar los hechos por su lado m alo y juzgarlos sin perspectivas históricas, no; si lo he sacado de la m em oria es p a ra argum entar en favor de lo que parece evidente, que en la form ación de guerrillas y en la aparición de ejércitos como los de Viriato jugaron un papel muy im portante, a más de la pobreza de aquellas gentes, un reactivo tan violento como es la indignación, el odio provocado y la vengan­ za insatisfecha contra gentes que actuaban sin escrúpu·’1 los en sus procedim ientos, creándose obstáculos en lugar de apartados con un gobierno más hum ano y sensato. Actuación de las «guerrillas» Pasemos ahora a n arrar algunos hechos —sólo los más destacados— de estas «guerrillas» nutridas y fa n á ­ ticas que m andadas por jefes resueltos recorrieron la Península poniendo en durísimo aprieto durante años y años a las legiones de Roma. Los brutales procedimientos que hemos visto em ­ plear por generales como Lúculo, Galba y Didio lanza­ ron a todas las tribus lusitanas a una lucha desespera­ da en la que ya no se ventilaban cuestiones de tierras o de clases sociales, sino la disyuntiva tajante de vivir o perecer. A aquellos que impulsados por su indigencia vivían antes del asalto a las tribus próxim as, se unieron los que como víctimas de la guerra, de tas exacciones y de las atroces represalias rom anas se hallaban en ¿ina situación parecida o tenían ofensas de sangre que ven­ gar. Todos, excepto naturalm ente una m inoría de ri­ cos latifundistas, que se sentían am parados por el o r­ den que Roma quería restablecer, aliáronse entre sí, olvidando rencillas tribales pasadas (44). Surgieron po(44) L os textos no son claro s c u a n d o q u e re m o s e n tre sa c a r de ellos algo q u e nos in stru y a so b re la posición d e las d istin ta s c ap as sociales a n te el h e ch o revulsivo d e la p re sen c ia ro m a n a . Sólo se lo g ra a d iv in a r q u e c o n la p e n e tra c ió n de las legiones su rg iero n e n tr e los m ism os in d íg e n a s d isc rep a n cia s m o tiv a d a s p o r la a c titu d de unos y o tro s c o n resp ecto al invasor, u n ié n d o se a los m otivos

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tentes ejércitos que actuaron con sus m odalidades p e ­ culiares contra el enemigo com ún y contra los que, de grado o por fuerza, se h allab an al lado del rom ano como auxiliares o proveedores. Los mismos textos d e ­ ja n expreso clara y repetidam ente que las incursiones y correrías de estas nutridas form aciones lusitanas, celtí­ beras, lacetanas o vetton.as, aliadas entre sí, y form an­ do a veces grupos mixtos, no sólo tenían por objetivo batir como fuese al ejército invasor, sino destruir en lo posible sus bases de operación y desorganizar sus cene co n ó m ico s otros p olíticos q u e e n c o n a ro n d ifere n cia s. T a l vez el caso m ás e lo c u en te lo h a lle m o s en u n ep iso d io d e la vida d e V iria ­ to, el d e su b o d a , c o n ta n d o con b a s ta n te s d e ta lle s p o r D iodoro, q u e d e b e se g u ir a q u í ta m b ié n a su fu e n te P oseidonios. El c ab ecilla ib a a c o n tra e r m a trim o n io c o n u n a m u c h a c h a h ija d e u n o de los m a g n a te s d e aq u el tie m p o , u n tal Isto lp as. Isto lp as, p a r a a se g u ra r su h a c ie n d a , no d u d ó ta m b ié n en fo m e n ta r al m ism o tie m p o su a m ista d c o n los ro m a n o s. El d ía de la b o d a d e su h ija c o n V iriato , Istolpas, cogido e n tre estos dos c o m p ro m iso s ta n c o n tra p u esto s, o p tó p o r p o n e r, co m o se d ice v u lg a rm e n te , u n a vela a D ios y o tra al d ia b lo . Y a la b o d a de V iria to inv itó a c ie rto s ro m a n o s, p ro b a ­ b le m e n te m ilita re s o altos fu n c io n a rio s , a u n q u e ello n o consta. L a so rp re sa d el c ab e cilla re b e ld e h u b o d e ser g ra n d e al e n co n trarse co m o in v ita d o s en su b o d a a sus p ro p io s e n em ig o s, y e n tre el fu tu ro su e g ro y el p ró x im o yerno sa ltó u n a viva d isc u sió n e n la q u e V iriato ech ó e n c a ra a Istolpas su d oblez, re c rim in á n d o le su in c lin a c ió n h acia el ro m a n o y su in ex p lica b le c o n se n tim ie n to e n c a s a r a su h ija con u n hom b re d e o rig en y rú stic a ed u cació n c o m o él : (έ-ηρώτησΐ τον Ίστόλζαν, "εΐτα ταΰϋ ’ όρώντε; οϊ 'Ρωμαίοι τ.αοά σου χατά εστιάσει; ~ω; ~rfi τούτων πολυτελεία? ά~εί·/οντο, δυνά^ενοι τοΰτ ’ άφαιρεΐσΟαι διά τήν έ-ουσίαν;" τοΟ δέ εί-όντο? ότι πολλών ίδόντοιν ούδεις έπεβάλετο λαβεΐν ή αίτήσαι, "τί ούν, εΐττεν, άνβρωττε, οιδόντων σοί τήν άδειαν και τήν ασφαλή τούτων άπόλαυσιν των κρατουντών, καταλι;:ών τούτους έπεΟύμησας τή; έμης άγραολίας καί άγενείας οικείο; γενέσΟαι"; Diôdoros, X X X III, 7, 4.)

Isto lp as ju g a b a c o n dos b a ra ja s p a r a s a lv a g u a rd a r sus bienes: con u n a b u sc a b a el p a re n te sc o c o n el je fe d e la rev o lu ció n triu n fa n te , con V iria to , y con la o tra p re te n d ía n o p e rd e r la a m ista d con los ro m an o s, p ro te c to re s de su h a c ie n d a , y q u e a la la rg a h a b ía n de v en cer p o r sus fuerzas. A lgo m ás q u e u n a m e ra sim p a tía d e b ía de h a b e r e n tre los ro m a n o s e Istolpas, p u e s la p rim e ra p re g u n ta de V iria to p a re c e in d ic a r q u e e n v irtu d d e u n a in te lig e n c ia los ro ­ m an o s n o sólo re s p e ta b a n las riq u ez as d e Istolpas, sino q u e incluso las p ro te g ía n , cosa al p a re c e r r a r a y e x tra ñ a , sie n d o ta n avaros de p la ta y o ro . P ero a ú n co n o cem o s d e e sta b o d a o tro s d e ta lle s m uy curiosos. V olvam os, pues, d e n uevo a D iodoro: “H a b ié n d o se e x p u esto c o n m o tiv o d e sus b o d a s —dice el h isto ­ r i a d o r — g r a n c a n tid a d de co p as de p la ta y d e o ro y vestidos de m u c h a s clases y colores, V iria to , a p o y án d o se e n la lan z a, m iró con d e sd é n to d a s estas riq u ezas, sin a so m b ra rse y m a ra v illa rs e d e ellas, a n te s b ien m a n ife s ta n d o d e sp rec io . Y ... q u e estas fam osas riquezas d e su su eg ro e sta b a n so m e tid a s al q u e tuviese la lan z a, y q u e p o r ta n to m ás bien a él se le d e b ía g r a titu d , pues n a d a le d a b a siendo él el d u e ñ o d e to d o ” (D IO D .; X X X I J I , 7, 1). T a m b ié n e n este p á rra fo está c la ra la ra zó n q u e m ovía a Isto l­ p a s a a liarse e n p a re n te s c o c o n V iria to y el d isg u sto q u e éste m ani-

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tros de aprovisionam iento, aunque éstos fuesen regio­ nes o ciudades indígenas. Como en los ejércitos romanos se apoyaban princi­ palm ente en las ricas tierras andaluzas y levantinas, ya casi totalm ente pacificadas y en trance de rom aniza­ ción, fue hacia estas regiones donde dirigieron los lusi­ tanos y sus aliados los principales golpes de m ano. Por ello las víctimas eran frecuentem ente poblaciones o tri­ bus andaluzas o levantinas, y por ello se explica en parte que para los romanos, más que ejércitos de libefe sta b a p o r el a la rd e de riq u ez a y p o r la in te re s a d a a m ista d de Isto lp as c o n el ro m a n o , al m ism o tie m p o q u e m im a b a la del jefe lu sita n o . M as a n te s d e p a s a r a o tro testim o n io so b re las d ifere n cia s so ­ ciales, séanos p e rm itid o re la ta r el fin a l de e sta cu rio sa b o d a , en la q u e suegro y yerno, o riu n d o s de d istin ta s clases sociales, son a d e ­ m ás rivales políticos, y e n la q u e , pese a la so le m n id a d d e la c e re ­ m o n ia y a la p re sen c ia d e los invitados, el yerno n o o c u lta su in d ig n a c ió n h a c ia el suegro. U n a b o d a así n o d e b ía d e te rm in a r sino con u n a r u p tu r a violenta; p ero , si bien la h u b o , el final fue m ás bien el d e u n a m ag n ífica e sta m p a d ig n a d e f ig u ra r en la h is­ to ria novelesca de c u a lq u ie ra de aquellos b a n d id o s ro m á n tic o s a n ­ d a lu c es q u e a su g e n ero sid a d u n ía n n o b le a rro g a n c ia y m ag n ífica m aje za . H e a q u í las p a la b ra s de D iodoro; «V iriato, a p e sa r d e n o h a b e r sido ro g a d o in siste n te m e n te a to m a r p a r te e n el b a n q u e te d e b o d a , n o se lavó ni to m ó asiento en la m esa, q u e e stab a llen a d e to d a clase de m a n ja re s. U n ic a m e n te to m ó p a n y c a rn e y la d istrib u y ó e n tre su sé q u ito , lim itá n d o se p o r su p a rte a llevarse a la b o c a u n poco de a lim e n to . L u eg o m a n d ó q u e le tra je se n la n ovia, sacrificó a los dioses al m o d o q u e suelen h a c e rlo los íb ero s, sen tó a la d o n c ella sobre el c a b a llo y se p a rtió al p u n to h a c ia la sie rra en busca de su esc o n d id a m o r a d a ” (D ió d ., X X X III, 7). De la e x isten cia d e siervos, a p a rte las vagas alusiones q u e p o ­ d ría n ra stre a rse e n los textos, tenem os las c la ra s p a la b ra s del d e ­ c reto d a d o p o r el g e n era l ro m a n o E m ilio P a u lo en 189 a n te de J.C . y co n se rv a d o en el b ro n c e de L a s c u ta . P o r él se d a lib e rta d a ciertos siervos d e los hastenses, q u e h a b ita b a n la T o r re L a s c u ta n a , m a n d a n d o q u e los tales sig u iera n te n ie n d o y poseyendo las tie rra s y el “o p p id u m ” q u e en to n ces poseyeran (C. I. L ., 5 .0 4 1 ). Los hjfttenses son los h a b ita n te s de H a sta R eg ia, cuyas ru in a s e stá n ju n to a Jerez, e n las M esas d e A sta. C fr. a q u í n o tas 80-81 y tex to c o rre s­ p o n d ie n te . Los tex to s q u e fo rm a n la u rd im b re de este ensayo son ta m b ié n a b u n d a n te s testim o n io de la ex istencia de u n a clase social d e sp o ­ seída d e to d o b ien; n i tie rras, ni casa, ni p a trim o n io a lg u n o te n ía n , co m o h em o s visto y a ú n verem os. E stas d ifere n cia s en los e strato s sociales h u b ie ro n d e h a lla r su n a tu r a l re p erc u sió n e n la a c titu d a d o p ta d a p o r los in d íg e n a s a n te los a co n te c im ie n to s q u e su c e d ie ro n a la se g u n d a G u e rra P ú n ic a. Sin q u e p o d a m o s tam p o c o a q u í h a lla r testim o n io s m u y explícitos, se p u e d e d e d u c ir p o r ciertos casos aislados, co m o el d e Istolpas, q u e n o to d o s to m a ro n u n a a c titu d o p u e sta al ro m a n o . El re ac tiv o d e estas g u e rra s e ra lo su fic ie n te m e n te p o te n te p a ra a c u s a r tale s d iferen cias, y, e fec tiv a m e n te, ten em o s el caso de Itu c c i, la a c tu a l M artos, en la p ro v in cia d e J a é n , d o n d e vem os c la ra m e n te d e fin id a s dos a c titu d e s c o n tra p u e s ta s. P e ro ced am o s la

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ración, los lusitanos fuesen bandas de «ladrones» que expoliaban a sus convecinos. Pero ello no era sino un forzado recurso de guerra, que los mismos romanos em plearon m uchas veces atacando a tribus que, sin es­ tar en guerra con Rom a, subvenían a las necesidades de sus vecinas beligerantes. Unos y otros estaban igual­ m ente interesados en entorpecer la organización del enemigo, privándole de vituallas y sustento o dificul­ tando su acopio en últim o caso sem brando la alarm a en la retaguardia. Livio, narrando las cam pañas de C atón en el 195, dice que los bergistanos, a los que llam a «bandidos», como es costum bre, gentes que h ab itaban hacia la ac­ tual Berga, en la provincia de Barcelona, «hacían in­ cursiones por los territorios sometidos de la región», según sus propias palabras (45). H ablando el mismo autor latino de A stapa (actual Estepa, cerca de Sevilla), m anifiesta que a raíz de la expulsión de los cartagine­ ses, sus m oradores, a pesar de sus escasas defensas, p a la b ra a D iodoro, q u e al tie m p o de n a rra rn o s los hechos nos va a o b se q u ia r con el p rim e r a pólogo de n u e s tra lite r a tu r a , ap ó lo g o que el h isto ria d o r pone e n boca del h éro e lu sitan o . " V iria to —d ic e — m o stra b a e n la c h a rla u n in g en io o p o rtu n o llev an d o la conversación co m o h o m b re a u to d id a c to y de n a tu ra le z a n o m a le a d a . Así, pues, com o los h a b ita n te s d e T u k k e n o o bserva­ sen n u n c a sus com prom isos d e fid e lid a d , a n tes b ien ta n p ro n to se in c lin a b a n d e p a rte de los ro m an o s co m o d e la suya, les refirió c ie rta fá b u la no desprovista d e in g en io con el fin de p o n e r en evidencia al m ism o tie m p o la in c o n sta n c ia h a c ia su c au sa. C o n tó ­ les, pues, q u e cierto h o m b re d e e d a d y a m e d ia n a se casó c o n dos m ujeres. L a u n a , m ás joven q u e él, c o n el deseo de h a c e rle m ás se m ejan te a sí m ism a en la a p a rie n c ia d e la e d a d , le iba q u ita n d o los pelos canos de la c ab eza, al tie m p o q u e la d e m ás e d a d le a tr a n c a b a los negros, de m o d o q u e e n poco tie m p o , d e p ila d o p o r a m b a s, quedóse fin a lm e n te calvo. L o m ism o h a b ía h a b ía d e ocurrirle s ta m b ié n a los h a b ita n te s de T u k k e , pues com o los rom anos m a ta b a n a los q u e m ilita b a n en su p a rtid o y los lusitanos a su vez m a ta b a n a los q u e fig u ra b a n com o enem igos suyos, p ro n to h a b ía d e verse la c iu d a d despoblada» (D IO D ., X X X III, 7, 5 ).L a a n é c ­ d o ta no d e ja de te n e r u n c ie rto h u m o r, p e ro n o d e ja de ser ta m ­ b ié n u n d u ro reflejo d el a m b ie n te p o lític o e n q u e vivía aquella so cied ad , cuyas op in io n es se p o la riz a b a n e n dos e x tre m o s to ta l­ m e n te a n tag ó n ico s, el d e los p a rtid a rio s de V iria to y el de los secuaces del ro m a n o . U nos y otros, seg ú n los vaivenes d e las c ir­ c u n stan c ia s, e lim in a b a n sin m ás c o n sid era cio n e s a los d el p a rtid o opu esto . S obre las clases sociales, a p a rte los lib ro s d e C osta ( T u te la d e p u e b lo s en la H isto ria y C olectivism o agrario en E spaña), todos m u y intuitivos, d e b e c o n su ltarse los estudios m o d e rn o s d e C aro' B a ro ja : «R egím enes sociales y econ ó m ico s d e la E sp a ñ a p re rro m a ­ na», en la R ev ista In te r n a c io n a l de Sociología, vol. I y II. M a­ d rid , 1944. (45) «V ergium c a stru m , re c e p ta c u lu m id m a x im e p ra e d o n u m e r a t et in d e incursiones in agros p a c a to s p ro v in ciae eius fieb an t.» L IV ., X X X IV , 21. 1.

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hacían incursiones por los «campos y pueblos vecinos aliados de los romanos», capturando a los soldados y m ercaderes perdidos. Llegaron incluso hasta asaltar una caravana que, sabiendo lo poco seguro del cam i­ no, discurría acom pañada de fuerte escolta a través de su territorio (46). El episodio tiene todo el aspecto de las fechorías que hace un siglo solían com eter por estas mismas tierras los bandidos rom ánticos, descendientes de estos astapenses. La identidad de paisaje, la conti­ nuidad racial de sus autores y la semejanza en los p ro ­ cedimientos (viandantes, com erciantes y diligencias asaltadas) invita a llamarlos tam bién «bandidos»; pero nótese que no caían sino contra romanos y aliados, como el texto claram ente dice, lo que no im pide q u e ,, aparte el móvil estratégico, pudiéram os decir, les espo­ leasen tam bién otros menos nobles. En todo caso, no hay que olvidar que la acción de los astapenses tuvo lugar en el 206, cuando Cartago perdía sus últimas· posiciones en la Península, y que A stapa era del p a rti­ do de C artago y enemiga de los romanos. F u e,'p u es, no un acto de bandidaje, sino lo que hoy llam aríam os un golpe m ano. E ran form as de lucha que entonces tenían poco o nada que ver con el verdadero «bandidaje». Ello lo atestigua igualm ente el hecho de que aquellas m odali­ dades se dab an tam bién en regiones donde posterior­ m ente no fructificó tal lacra social, como unos cuantos casos que vamos a citar sum ariam ente lo acreditan. Livio cuenta que hacia el año 195 los lacetanos, habitantes de una parte de la C ataluña actual, saquea­ ban con súbitas incursiones a los «aliados de los rom a: nos» (47). La afición que estos lacetanos tenían a apoderarse de cabezas de ganado fue bien aprovechada por Escipión en el 206, quien como quisiera castigarlos jjor cierta versatilidad partió contra ellos y para sacarlos al cam po de batalla echó al valle algún ganado del que llevaba su ejército. Los indígenas, refiere Polybios, al (46) «Nec u rb e m a u t situ a u t m u n im e n to tu ta m h a b e b a n t q u a e ferociores iis an im o s fa ce ret, sed in g en ia in c o la ru m la tro c in io la e ta , u t excursiones in fin itim u n a g ru m so c io ru m p o p u li R o m a n i fa c e te n t, im p u le ra n t e t vagos m ilites R o m an o s lix a sq u e e t m e rc a ­ tores e x c ip e re n t, m a g n u m e tia m c o m ita tu m q u i a p a u c is p a ru m tu tu m fu e ra t tra n s g re d ie n te m fines pisitis insidis c irc u m v e n tu m in iq u o loc in te rfe c e ra n t.» L IV ., X X V III, 22, 3. (47) «L acetanos, d eviam et silvestrem g e n te m , c u m in sita fe ­ rita s c o n tin e b a t in arm is, tu m c o n sc ie n tia , d u m co n su l exercitusq u e T u rd u llo b ello est o c cu p a tu s, d e p o p u la to ru m su b itis in c u rsio ­ n ib u s sociorum .» L IV . X X X IV , 20, 1.

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ver las reses al alcance de la m ano, se arrojaron a ellas, entablándose así la batalla con las tropas rom anas en acecho (48), Pero no deja de ser instructivo este reverso de la m edalla, que ya no cuenta Polybios, sino Livio, y es que aquellas cabezas de ganado que el vencedor de Aníbal puso al alcance de la codicia de los lacetanos eran ganados «robados por los rom anos del mismo cam po enemigo en su mayor parte» (49). Para Livio, los ilergetes, trib u que vivía en la re ­ gión de Lérida, no eran más que «bandidos y jefes de bandidos que si algún valor tenían p ara devastar los campos vecinos, incendiar poblados y robar ganados, nada valían encuadrados en ejército y en com bate re ­ gular (50). Ya hemos tratado antes de los «bandoleros» de la com arca de la actual Berga. En cuanto a los pueblos de la meseta, tenemos noticias que hablan de bandas vettonas que acom pañaban a las lusitanas en ciertas «razzias» por A ndalucía, como luego veremos. Los cel­ tíberos son citados por los textos penetrando en la re ­ gión de Vich en el año 183, donde se habían fortifica­ do (51). No sabemos quiénes eran los que en el 141 entraron a saco por la región de los edetanos, en la parte de Valencia, pero iban acaudillados por un tal Tanginus que el texto griego llam a «capitán de bando­ leros» (52); parece ser, empero, a juzgar por el aspeto céltico del nom bre, que procedían de entre los celtíbe­ ros de la meseta superior. No era, pues, sólo en Lusita­ nia, sino tam bién, aunque sin duda en m enor escala, en Castilla y Cataluña. Las incursiones acabadas de citar fueron en su m a­ yoría de poca m onta; al menos, com paradas con las de los lusitanos, que expondrem os a continuación, resul­ tan modestas, como m eras escaramuzas. Bien es ver­ dad que casi todas ellas acaecen en los primeros tiem ­ pos de la dom inación rom ana, época en la que el buen

(48) P O L Y B ., X I, 32. (49) «... p e co ra , ra p ta p le ra q u e ex ip so ru m h o stiu m ag ris.» (L IV ., X X V III, 33, 2. (50) T e x to re fe re n te al a ñ o 206: «... hic la tro n e s la tro n u m q u e duces, q u ib u s u t ad p o p u la n d o s fin itim o ru m agros te c ta q u e u re n ­ d a et ra p ie n d a p e c o ra a liq u a vis sit, ita in acie ac signis colantis n u lla m esse.» L I V ., X X V III, 32, 9. (51) «Eodem a n n o '— 1 8 3 — A. T e re n tiu s pro co n su l h a u d p ro c u flu m in e H ib e ro in ag ro A u se ta n o e t p ro e lia se c u n d a c u m C e ltib e ­ ris fecit e t o p p id a , q u a e ibi c o m m u n ie ra n t, a liq u o t expugnavit.» L IV ., X X X IX , 56, 1. (52) .... Σηδητανίαν, ήν έδήου λήσταχοζ 6νομα Ταγγΐνοζ. Α Ρ Ρ ., lb e r .,

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juicio de Escipión y de Catón no llegó a excitar la cólera e indignación de los iberos, como más tarde los desmanes de Lúculo, Galba y Dicio, que ya hemos narrado. Los brutales procedimientos de éstos y otros gobernadores por el estilo crearon, andando el siglo II, el mayor conflicto que tuvo Rom a en España; entonces las cosas cam biaron radicalm ente, como vamos a ver en unos cuantos ejemplos a m odo de estam pas. Las grandes campañas de las guerrillas lusitanas Las prim eras menciones de los lusitanos actuando * en franca rebeldía contra las legiones rom anas datan de los prim eros decenios del siglo II y son como p relu ­ dio de lo que van a ser bajo el caudillaje de Viriato, de Púnico, de Kaisaron y de Kaukeno en los comedios del mismo siglo. En el 194, una poderosa colum na de lusitanos h a ­ bía penetrado en la provincia Ulterior (Andalucía), devastando y pillando los campos y las aldeas. Regresa­ ba a su tierra seguida de una pesada im pedim enta, consistente en numerosas cabezas de ganado y otra cla­ se de botín. A la altura de Sevilla, precisam ente en Ilipa, donde está hoy Alcalá del Río, les salió al encuen­ tro P. Cornelio Escipión, hijo de Cneo. Sin duda Esci­ pión quería atajarles en su regreso aprovechando las dificultades del cruce del Guadalquivir. El hecho es que se com batió m ucho y con varia fortuna, hasta que los lusitanos, fatigados por las m archas y em barazados por el cuantioso ganado que llevaban, fueron desbara­ tados, cayendo en manos de Escipión buena parte de su botín (53). Cuatro años después el cónsul Emiliano* Paulo fue derrotado en un lugar llam ado Lycon, sitio entre los bastetanos, probablem ente cerca de Baeza, Jaén, por ciertos lusitanos entretenidos en correrías por dichas tierras. Seis mil hom bres del ejército romano perecieron; el resto disperso y derrotado, logró salvarse a duras penas (54). (53) «... idem p ro p ra e to re L u sita n o s p e rv a sta ta U lteriore Pro v in cia c u m in g e n ti p ra e d a d o m u m re d e u n tis in ipso itin ere adgressus a b h o ra te rtia diei a d o c ta v am in c e rto ev en tu p u g n a v it; n u m e ro m ilitu m im p a r, su p e rio r aliis, n a m e t acie fre q u e n ti a r ­ m a tis adversus lo n g u m et im p e d itu m tu rb a p e c o ru m a g m e n et re c e n ti m ilite adversus fessos longo itin e re c o n c u rre ra t...» L IV ., X X X V , 1 ,5 y 6. (54) «... adversa p u g n a in B a steta n is d u c tu L. A em iliii p r o ­ consulis a p u d o p p id u m L yconem c u m L u sita n is sex m ilia d e e x e r­ c itu R o m a n o cedidise.» L IV ., X X X V II, 46, 7.

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El el 188-187, vemos de nuevo a los lusitanos devas­ tando los campos andaluces de las tribus aliadas del los romanos. C. Atilio les salió al encuentro cerca de Jerez, en H asta Regia. El núm ero de estas gentes debía de ser grande, ya que, según se cuenta, perecieron de los lusitanos unos seis mil hom bres, siendo dispersado el resto (55). Al mismo tiem po los celtíberos de las mesetas hacían tam bién incursiones sobre los aliados de los romanos (56). En todos estos casos y otros más que no podemos recoger aquí porque ello sería repetir la historia de las luchas de independencia, vemos que aquellos llamados «bandidos» no son ni más ni menos que «guerrilleros» que ya no caen de improviso sobre tribus vecinas y pacíficas, sino sobre aquellas que hoy llam aríam os «co­ laboracionistas» . La rebelión iba tom ando entre tanto grandes vue­ los. Cuéntanos Apiano que por los años 155 a 153 unas nutridas huestes de lusitanos, m andadas por un tal Púnico, recorrieron toda la zona m arítim a de A ndalu­ cía, la región costera que entonces estaba habitada por los blast ophoenices —gentes en gran parte de origen fenicio y cartaginés—, lo que equivale a decir que sus nuevas correrías tuvieron por teatro la franja litoral com prendida entre el Estrecho de G ibraltar y la pro ­ vincia de Almería. Esta vez los lusitanos no iban solos, sino acom pañados de los vettones, gentes de Castilla la Vieja, colindante con los lusitanos por el N.E. de su territorio. Es muy posible que ambos pueblos fuesen enemigos más de una vez, pero la causa común les hizo olvidar rencillas pasadas y unirse contra el enemigo. De esta acción estamos bastante bien informados. Sa­ bemos que los blastophoenices eran aliados de Roma, lo que justificaba la larga y peligrosa expedición, en la que vettones y lusitanos hubieron de bajar hasta objeti­ vos distantes de sus bases más de quinientos kilómetros. Los lusitanos pusieron en fuga a dos generales ro ­ manos y m ataron a un cuestor, haciéndoles en conjun­ to más de seis mil m uertos. Púnico fue herido más tarde de una pedrada en la cabeza, de la cual murió. Sucedióle otro jefe, que Apiano llam a Késaro. Entre tanto había llegado de Roma otro ejército al m ando de M ummio. El general rom ano logró dispersar a los lusi(55) «... cum L u sitan is in agro A stensi signis collatis p u g n a v it, a d sex m ilia ho stiu m su n t caesa, c a te ri fusi e t fu g a ti castrisque e x uti.» L IV ., X X X IX , 21, 2. (56) «... ex iis litteris c o n g n itu m est C eltib ero s L u sitan o sq u e in arm is esse et sociorum agros p o p u la ri.» L IV ., X X X IX , 7, 6 .

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taños, pero éstos, habiéndose vuelto repentinam ente sobre sus perseguidores, en una m aniobra del gusto de los guerrilleros, hicieron a M ummio nada menos que nueve m il m uertos, es decir, las dos terceras partes de sus contingentes, y conste que estos datos proceden de fuentes rom anas o grkgas con base en docum entos ofi­ ciales. En manos de los guerrilleros cayeron, a más del botín, arm as e insignias romanas, las cuales fueron paseadas triunfalm ente por toda la Celtiberia, siendo un incentivo p ara el levantam iento general que condu­ jo a las guerras num antinas (57). Al mismo tiempo, como si obedeciese a un plan general apreviam ente establecido entre los pueblos pe-' ninsulares, comienzan a agitarse las tribus celtibéricas y los lusitanos del N. del Tajo bajan de nuevo y entran en el Algarve y saquean toda la región de los' cuneos o Kynetes, súbditos entonces de Rom a, tom ando su capi­ tal, Conistorgis. Luego se corren por el S.E., llegando hasta „el Estrecho de G ibraltar, el cual atravesaron a u ­ dazm ente, poniendo pie en el N. de Africa. Uno de los grupos devastó esta región, m ientras otro puso sitio a Okile, ciudad que se ha querido identificar con Arcila, en la costa atlántica de Marruecos. El jefe de estos lusitanos se llam aba Kaukeno. Sobre el contingente lusitano habla bien claro el núm ero de m uertos que M ummio logró hacerles: si las cifras no son exagera­ das, subió hasta 15.000, que los textos dicen era el total de las fuerzas lusitanas; pero es m uÿ posible que estén am añadas por los analistas romanos, quienes fija­ ron esta cantidad sin duda como réplica a los otros 15.000 hom bres que perdieron poco antes en las accio­ nes de Púnico y de Késaro (58). Perm ítasem e subrayar que la acción de Kaukeno en el N. de Africa es L·. prim era intervención m ilitar conocida en nuestra historia dentro de estas tierras, y que preludia en diecisie( 5 7 ) Ote; έπβρ θείς ó Πούνικος τα μέχρι ωκεανού κατέδραμε, καί Ούεττονας ές τήν στρατείαν προσλαβών έπολιόρκει 'Ρ ω μ α ίω ν υττηκόους τούς λεγομένους Β λαπτοφοίνικα;..... Π ούνικος μέν ούν λίΟω π λ η γ ε ίς ές τήν κεφαλήν άπέΟανε,

διαδέχεται Ô’ αυτόν ανήρ ώ όνομα ήν Καίσαρος · ουΐος ¿ Καίσοροί Μουμμίω, ( μετά στρατιας άλλης επελθόντι δπο *Ρώμης, èc μάχην συνηνέχΟη και ήττώ>μενοΓ έφυγεν. Μ ουμμίου 0 ’ αύτδν άτάκτως' έπιστρα ^εις έκτεινεν ες έννακισχιλίους, και την τε λείαν τήν ήρπασμένην καί το οίκεΐον στρατόζεδον άνεσώτατο, καί τδ 'Ρ ω μ α ίω ν π ρ ο σ έλ α βέ τε, καί διήρτ:ασεν οπλα καί σ η μ εΐα π ο λλά, ά π ερ ο ί βάρβαροι κατα τήν Κ ελτιβηρίαν όλη π ερ ιφ έρ ο ντε; έ π ε τ ώ θ α ζ ο ν .Α Ρ Ρ ., Ib e r ., 5 6 . ( 5 8 ) Λ υσιτανώ ν δ ’ οί έ π ί θάτερα τού Τ ά γο υ ποταμ ού, .χάχεΐνοι 'Ρ ω μ α ίο ις πεπολεμ νιμ ενοι, Καυκαίνου σr de un panegírico del E m pe­ rador M axim iano, por cuya victoria sobre los B acaudae en el 286 no podía evitar mencionarlos juntos (pues era la prim era y, en cierto modo, la más interesante de las victorias del Em perador), se satisfizo a sí mismo aludien­ do brevem ente al carácter de los enemigos del E m pera­ dor, añadiendo a renglón seguido: «Paso sobre ello rápidam ente, pues veo preferirías el olvido de esta vic­ toria más que su gloria». Y poco después no se atreve a tanto sino que desprecia todo el tem a en una breve frase en la que se m enciona explícitam ente a los odia­ dos Bacaudae: «Omito tus innum erables luchas y victo­ rias por toda la Galia», en las que sus enemigos habían sido campesinos romanos (4). Esta costum bre de om itir a los B acaudae se repite en un historiador, por otra parte, escrupuloso, del siglo cuarto que nunca se c a n ­ saba de asegurar a sus lectores que falsificar la historia no es menos crim inal que om itir m encionar los hechos p e rit C a rin i discessu H e lie n u m A m a n d u m q u e p a r G a llia m excita m a n u a g re stiu m ac la tro n u m , quos S ag au d es in co la e vocent, p o p u ­ latis la te agris p le ra sq u e u rb iu m ten ta re » , etc. ; J E R O N IM O , C hron. a. 2303; O rosio, V II 25, 2 «dehinc c u m in G a llia A m a n d u s et A e lia n u s collecta ru stic a n o ru m m a n u , quos B a c a u d a s v o c a b a n t, pern icio so s tu m u ltu s excitavissent», etc. E n C hron. M in g ., la p a ­ la b ra B a c a u d a n o h a c e re fe re n cia a u n c am p esin o q u e to m a p a rte en el m o v im ien to , sino al m ov im ien to m ism o. N o h a y a c u e rd o so b re la e tim o lo g ía d e la p a la b ra . (4) P a n e g , L a t. X (II) 4 .4 . «quod ego cu rsim p ra e te re o : video e n im te, q u a p ista te est. oblivionem illius victories m eile q u a m gloriam », 6.1 «transeo in n u m e ra b ile s tu a s to ta G a llia p u g n a s a tq u e victorias».

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im portantes (5). De la misma m anera, sobre los objeti­ vos de los rebeldes se da el hecho exasperante pero en absoluto inesperado de que en la literatu ra de la E uro­ pa Occidental de los siglos tercero, cuarto y quinto, sólo una frase, una línea de un poeta apoético, un m ero pentám etro, nos habla de ello (6). Parece correc­ to deducir entonces que las revueltas campesinas fue­ ron considerablem ente más frecuentes y extensas de lo que nuestras fuentes explícitam ente nos refieren de ellas. Y a pesar de que la palabra Bacaudae no fue usada hasta fines del siglo tercero, el fenómeno que designa se había forjado en la atención de los historia­ dores de un siglo antes. La prim era gran revuelta gala e hispana del tipo que nos interesa tuvo lugar a fines del siglo segundo, cuando las calamitosas guerras de M arco Aurelio y la interm inable plaga, fueron seguidas por las guerras civiles de Septimio Severo y sus rivales. Esto es, que los grandes propietaros hicieron cuanto pudieron por p a ­ sar las cargas colosales creadas por estos desastres sobre los hom bros de las clases más pobres. Y la masiva reac­ ción de los oprimidos se inició en los años ochenta del siglo segundo. La revuelta de M aterno es, en su m agni­ tud, y sin duda en su fin tam bién, única en la historia del Alto Im perio (7). M aterno era un soldado con grandes hazañas en su haber que desertó del ejército sobre el año 186 y persua­ dió a algunos de sus cam aradas de hacer lo mismo. «En poco tiempo», escribe nuestra única fuente sobre su carrera, «reunió una banda num erosa de malhechores, y al principio recorría pueblos y campos y los asolaba; pero cuando fue más poderoso agrupó una mayor m u l­ titud de m alhechores con promesas de buenos botines y una porción de los ya obtenidos, de tal m odo que no tuvieron más el status de bandidos sino de enmigos. Pues ellos ahora atacaban las ciudades m ás grandes y abriendo las prisiones liberaban a aquellos que habían sido confinados en ellas, no im porta de qué se les hubie­ ra acusado, les prom etían la im punidad y con buenos tratos conseguían que se les unieran. R ecorrían toda la tierra de los galos e hispanos atacando las ciudades más (5) A m m . M arc, c ita d o S idonius n o utiliza la p a la b r a Bacauda. (6) R U T IL IU S , ver n o ta 51. (7) P a ra m a te rn o ver H E R O D IA N O I. 10.3, I I . 5; SH A , Pese N ig. III 3f. P a ra ver sobre las T e rm a s c erc a de Y onne q u e p u ­ d ie ro n ser d e stru id a s p o r estos h ô m b re s ver, R e v u e des é tu d es a n ­ ciennes, X L I, 1939, p. 1943.

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grandes; quem ando parte de ellas y asolando el resto antes de retirarse». M aterno tuvo solo que levantar el estandarte de la revuelta p ara ser secundado por «una banda de m alh e­ chores». Eran, evidentem ente, hom bres oprim idos y ex­ propiados prestos a recurrir a la violencia en m uchas partes del oeste del Im perio (el mismo M arco Aurelio se había visto obligado a enrolar «a los bandidos de Dalm acia y Dardania» (8) en sus ejércitos en un período de crisis desesperada durante sus luchas contra los b á rb a ­ ros) y cuando M aterno puso en m archa sus operaciones pudo obtener (como debemos suponer) un vasto núm e­ ro de esclavos huidos, colonos, granjeros arruinados, desertores del ejército y demás. O tra fuente reseña que durante la revuelta de M aterno «innumerables deserto­ res arrasaron las provincias de la Galia»; y llam a a la revuelta «la G uerra de los Desertores», para anunciar la cual «los cielos se abrieron en llamas» (9). Pero el movim iento fue claram ente algo más que un problem a de desertores del ejército a pesar de que éstos sin duda proveyeron los líderes. Independientem ente de la descripción de Herodiano de aquellos que tom aron parte en ella, su misma am plitud indica que era un peligroso levantam iento de las clases oprim idas de la Galia e H ispania: era el prólogo de los B acaudae (10). Un movim iento como éste no puede ser explicado sola­ m ente por el deseo de un grupo, de pobres y solitarios soldados, de enriquecerse a través del robo y el asalto de carreteras; por eso Herodiano no tra ta de explicarlo. Esta era una organización que operó desde la Galia Lugdunensis hasta Hispania durante unos cuantos años, y, como un em inente jurista rom ano puntualizó, los «bandidos» no podían escapar a la destrucción a menos que fueran sostenidos por la población entre la que actuaban (11). Más aún, eran tan poderosos que podían atacar «a las mayores ciudades» con éxito. Inclu­ so el eficiente y cruel Septimio Severo, que fue gob ern a­ dor de la Galia Lugdunensis, fue incapaz de suprim ir­ los, tuvo que pedir ayuda al gobierno central, quien se vio obligado a enviar un ejército a la Galia central y m eridional. Las grandes zonas de las provincias que cayeron bajo el control de los hom bres de M aterno pueden ser (8) SH A M a rc u s X X I, 7. (9) Ib id . Pese. N ig. I l l , 4; C o m m o d , X V I, 2. (10) A . D . D M IT R E V , D vizh en ie B a g a u d o v, V estn ik D revnei Isto rii, 1940, III , IV , p p . 101-114, p rim e ro in d ic a el sig n ific a d o d e M a te rn o y sus seguidores. (11) U L P IA N O , D igest, 1, 18, 13 p r.

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difícilm ente consideradas como zonas de pillaje en m a ­ sa. M uchas propiedades debieron haber pasado al po­ der de M aterno y es difícil creer que los propietarios continuaran ejerciendo sin problem as la posesión de sus tierras y explotando tranquilam ente a aquellos esclavos y otros trabajadores que no se habían sum ado ya a las bandas de M aterno. No tenemos m uchas pruebas direc­ tas acerca de lo que les ocurrió a los propietarios de tierras, pero pudo ser que fuesen expropiados y posible­ m ente esclavizados: de cualquier m anera, esto es lo que parece que les sucedió durante las revueltas Bacaudae posteriores. Como quiera que fuese, cuando un ejército del go­ bierno central fue enviado a la Lug’dunensis, los hom ­ bres de M aterno, o algunos de ellos, se retiraron de la escena de sus actividades, pero solam ente para acom e­ ter lo que fue después su em presa m ás dram ática y la causa inm ediata de su caída. En pequeños grupos co­ m enzaron a infiltrarse en Italia y Rom a, como Rómulo y sus pastores tiem po atrás, determ inados a asesinar al E m p e ra d o r C om odo c u a n d o to m a b a p a r te en un festival a la M adre de los Dioses y hacer a M aterno em perador en su lugar. El plan mismo nos sugiere que M aterno y sus seguidores no eran representantes ni p re ­ decesores de form a alguna de sociedad futura: sus ideas no incluyen ningún nuevo m odo de vida social. Su fin era solam ente reem plazar un E m perador por otro, si bien éste sería uno de los suyos. Métodos «anarquistas», de terrorism o personal ju nto a fuertes ambiciones perso­ nales hicieron su aparición, y, como ha sucedido frecuentem ente bajo circunstancias similares, la desinte­ gración de la banda no estaba lejos. Los éxitos y am b i­ ciones de M aterno le hicieron perder el contacto con los intereses de sus seguidores, y fue traicionado por algu­ nos de sus cam aradas contentos de ser dirigidos por un bandido pero no por un ««señor y un Em perador». M aterno fue cogido y decapitado, pero el movimiento que él había dirigido de ninguna m anera desapareció totalm ente. A proxim adam ente unos veinte años des­ pués, un general se vio obligado a operar en la Galia con destacam entos de no menos de cuatro legiones con­ tra «disidentes y rebeldes», sin duda m uchos de ellos del mismo tipo de personas que habían actuado bajo las órdenes del mismo M aterno; y no se dice que las fuerzas gubernam entales obtuvieron im portantes victorias (12). (12) D ESSA U , 1153. P ro b a b le m e n te ellos fu e ro n reforzados p o r los re m a n e n te s d e e jé rcito d e C lodio A lb in o . S o b re u n eje'rcito d a to a l b a n d o le ris m o tra s su v ic to ria ver L IB A N IU S , O r X V III, 104 (M a g n en tiu s).

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Para H erodiano, M aterno era un m ero desertor, es decir, un agitador, y sus seguidores una banda de crim i­ nales y terroristas. De hecho, a pesar de todo, parecían más un poderoso ejército, una· com binación de solda­ dos, campesinos y otros, cuya actuación fue el prim er acto en la larga historia de los Bacaude. El carácter de su movimiento debe ser distinguido claram ente del típ i­ co bandolerism o que podía ser encontrado en las esqui­ nas del Im perio por aquel tiempo y cuya elim inación era parte de los deberes diarios de las fuerzas arm adas gubernam entales (13), para los bandidos norm ales era de poco interés obtener el control de amplias zonas d i las-provincias y expropiar a los propietarios de tierras. Sería conveniente, a fin de contrastar con M aterno, acercarnos a una de estas bandas de bandidos, la única de la que nos queda inform ación detallada: pues captó la atención de un historiador porque operaba con éxito en las mismas puertas de Roma y en el corazón de la misma Italia. Es la banda de Bulla, alias Félix (14). Bulla era un italiano, quien con 600 cam aradas «saqueó Italia» durante un par de años a comienzos del siglo tercero, y nada de lo que el E m perador y sus ejércitos pudieran hacer pudo p a ra r su actividad. T enía un m agnífico sistema de espionaje centrado fuera de Roma y Brindisium y era sostenido por m iem bros de la población local (bien porque los persuadía astutam en­ te, tal como nuestra fuente sugiere, bien porque ellos sim patizaban con sus acciones). A la m ayoría de sus víctimas les quitaba solamente una p arte de su propie­ dad y luego les dejaba ir inm ediatam ente. Pero cu a n ­ do captu raba artesanos o trabajadores m anuales no les quitaba nada, sino que hacía uso de su pericia durante algún tiem po y les pagaba razonablem ente antes de soltarlos. Sus,hazañas, tal como las relata un Senador rom ana, que habla de él como una tolerandia que jam ás habría m ostrado por los Bacaudae, no fueron sino aven­ turas. Septimio Severo, cuando fue inform ado de los «golpes» de Bulla, contestó que m ientras sus generales pudiesen ganar guerras en Bretaña, él no era adversa­ rio de un bandido en Italia (nefastas palabras para las clases propietarias si el bandido hubiese pasado a ser algo más que un simple bandido). Pero los éxitos, de (13) S. N . M IL L E R , C a m b rid g e A n c ie n t H isto ry, X II, p p . 21 f . , h a c e re fe re n c ia al b a n d o le rism o e n estas fechas. U n h e ch o d e sta c a d o d e los b a n d id o s d e los A lpes Julios es recogido en D essau, 2646. (14) P a ra B u lla ver D iocasio L X X X V I, 10; Z o n ras, X II, 10 (I II, p p . 104 f., D in d o rf).

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Bulla son insignificantes en com paración con su co­ m entario a un centurión a quien capturó y más tarde dejó libre, com entario en el que explicó la causa básica del bandolerism o en todo tiempo y lugar: «Di a tus señores que si quieren poner fin al bandolerism o deben alim entar a sus esclavos». Al final Bulla fue traicionado por su m ujer y tras su arresto, el Prefecto de la ciudad le interrogó y pre­ guntó: «¿Por qué te hiciste ladrón?» A lo que Bulla, alias Félix, respondió: «¿Por qué eres Prefecto?» Fue prontam ente echado a los animales salvajes en la are­ na, y éstos com pletaron con satisfacción el trabajo de restauración de la ley y el orden. Si se está de acuerdo en que M aterno expropió a los grandes terratenientes (y sin duda sería extraño que las tierras no hubiesen sido tocadas por hom bres como él), entonces parece desprenderse que el movimiento de Bulla fue totalm ente diferente al de M aterno. C ierta­ m ente eran distintos en am plitud, p ara cazar a Bulla fue considerado suficiente, durante un tiem po, un cen­ turión y una com pañía de soldados, m ientras que con­ tra M aterno fue concentrado un ejército entero. Y m ientras Bulla fue sim plem ente un ladrón simpático, un agradable Robin Hood, M aterno, parecía haberse ganado el favor del cam pesinado de la Galia e H ispa­ nia de tal m anera que podía atacar ciudades y propie­ dades de la misma m anera. La, diferencia entre Bulla y M aterno, parece ser, es la diferencia que va del pillaje a algo parecido a la revolución. Lo que es de la mayor im portancia para nosotros, es registrar el hecho de que en este período del Imperio, m ientras algunos romanos escapaban de la opresión de la vida rom ana uniéndose a M aterno, otros hacían lo mismo de otra m anera, huyendo hacia los bárbaros Y una y otra vez, en sus tratados con los bárbaros del norte, hallamos, a fines del siglo tercero, a los em pera­ dores pidiendo el regreso de estos «desertores». Esto tam bién nos viene a dar una idea de lo que iba a venir (15). Para concluir este esbozo de la pre-historia, como podíam os llam arla, de los Bacaude, es preciso p u n tu a ­ lizar que no todos los bandidos perm anecieron pobres y honrados toda su vida. Se cuenta de un usurpador de fines del siglo tercero que, com enzando su vida como bandido, era poco menos que un noble en su patria chica, los Alpes M arítimos, proveniendo de un linaje (15) D iocasio, L X X I, 11.2,4,20, I, L X X II. 2 .2 .; p a ra el tie m ­ p o d e T ra ja n o , P e d ro del P a tric io , fra g . 5.

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de bandidos como él mismo; y, «en consecuencia», era muy rico en ganado, esclavos y cualquier otra cosa que hubiesen robado. Como resultado, cuando ciñó la co­ rona im perial, pudo arm ar a no menos de 2.000 escla­ vos de su propiedad p ara que le ayudasen en sus aven­ turas (16). Fue cerca del 283-4 cuando los B acaudae hicieron su prim era aparición bajo ese nom bre. Las calam ida­ des de la m itad del siglo tercero cayeron más pesada­ m ente sobre las clases más pobres; y nuestras fuentes hablan, tan breve y desganadam ente como les es posi­ ble, de la ferocidad con que los campesinos galos res­ pondieron a sus opresores (17). El em perádor Carinus, totalm ente ocupado con los bárbaros en alguna parte del Im perio, n ad a pudo hacer contra ellos; y no fue sino hasta el 286 cuando el em perador Diocleciano se vio obligado a nom brar a M axim iano, como co-gobernador en el Oeste, con la función específica de aplastar a los Bacaudae (18). En esta misión M axim iano tuvo éxito, por lo menos algún tiempo, aunque parece que hubo de reunir a las tropas del oriente para conseguir com pletar su victoria; y una extendida tradición sobre estas tropas afirm a que se sublevaron antes de com ba­ tir a los Bacaudae, teniendo que ser reprim idos por M axim iano (19). Realm ente, con posterioridad, algu­ nas personas parecían haber tenido relaciones más am ­ biguas aún con los bandidos. No eran en absoluto anorm al en los últimos tiempos de Rom a, entre los oficiales de los ejércitos imperiales, buscar un pacto con los bárbaros allende la frontera: por ejemplo, p e r­ m itían a partidas de saqueo salir y e n tra r del territorio rom ano a cam bio de una parte del botín tom ado de las

(16) SH A . P ro c u lu s, X II, 1-2,5 F u en tes so b re los m ov im ien to s c am p esin o s (com o p a ra casi c u a lq u ie r o tra cosa) de la m ita d del siglo te rc e ro son, p o r su p u e sto n ecesarias: p e ro q u e tale s m o v i­ m ie n to s e x istiero n d e hech o se p ru e b a p o r las p rogresivas m ed id a s represivas to m a d a s p o r el g o b iern o : ver M. R O S T O V T Z E F F , S o ­ cial & E c o n o m ic H istory o f th e R o m a n E m p ire (O x fo rd , 1926), p. 620. (17) P a n e g . L a t. V II (V I), 8.3 «Gallias p rio ru m te m p o ru m in iu riis e fferatas» , X I (III), 5.3 “e x a c e rb a ta s saeculi p rio ris iniuriis ... provincias». (18) V e r los pasajes d e E u tro p io , V icto r y O rosio de la n o ta 3. (19) V e r la ju icio sa discusión so b re la leg ió n te b a n a p o r C. J u llia n , “N o ta s G a lo -ro m a in e s” R e v u e des é tu d e s a n cien n es, X X II (1920), p p . 41-7: p e ro su p u n to de vista (p. 45, n. 1) d e q u e las tro p a s se n e g a ro n a c o m b a tir “p a r a m o u r p r o p re d e m étier» , p o r ­ q u e los B a c a u d e e ra n c o n sid erad o s “ n o n c o m m e des en em is h o n o ­ ra b le s, m ais u n ra m a s d e b rig a n d s" es m uy im p ro b a b le .

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desafortunadas provincias (20). No h ab ía ninguna ra ­ zón por la que unos hom bres así no fueran a trabajar en perfecta arm onía con los Bacaudae tan decidida­ m ente como lo hicieron con los bárbaros, si satisfacía sus intereses el hacerlo. Algunas líneas del poeta Auso­ nio sugieren que no dejaban escapar sus oportunidades por muy desusadas que fueran (21). El teatro principal de las actividades Bacaudae en la Galia fue el tractus A rm oricanus (22), área que p a ­ rece se extendía por lo menos desde la desem bocadura del Loira a la del Sena. Fue aquí donde la gran revuel­ ta del 407 estalló (la mayor y más fructífera revuelta Bagauda conocida por nosotros, pues no fue aplastada hasta el 417). Fue aquí, tam bién, donde T ibatón capi­ taneó la rebelión del 435-7, y, otra vez, la del 442 (23). Pero los bacaudae estuvieron tam bién activos entre los Alpes a comienzo del siglo quinto (24) y, sin duda, si nuestras fuentes fuesen más explícitas, los encontraría­ mos, por lo menos localmente, a lo largo y ancho de la Galia (25). En Hispania, m ediado el siglo quinto, los Bacaudae estaban levantados en arm as en la T arraco ­ nense, donde eran tan fuertes, que n ad a más y nada menos que el Jefe de los Dos Ejércitos, Flavio Asturio, hubo de viajar a Hispania p ara llevar a cabo la cam pa­ ña contra ellos en el 441. Se nos ha dicho (26): m ató «una m ultitud de Bacaudae de la Tarraconense»; pero evidentem ente no m ató suficientes (desde su punto de vista) pues su sucesor y yerno hubo de continuar el trabajo de «mantener el orden». Este era el poeta Me(20) C th . V il, I, I; A m m . M a rc. X X V III, 3, 8, X X X , 5, 3 etc. (21) A usonio, E pist. X IV , 22-7: esp e cu la so b re la im p ro b a b le p e ro n o im p o sib le a c tiv id a d d e T h e o n e n M edoc: «An m a io ra g e ­ ren s to ta reg io n e v ag an tes. P e rse q u eris fures, q u i te p o stre m a tim w ntes In p a rte m p ra e d a m q u e v o cen t ¿tu m itis et osor S anguinis h u m a n i c o n d o n as c rim in a n u m m is E rro re m q u e vocas p re tiu m q u e in p o n is a b a c tis B u b u s e t in p a r te m sceleru m d e iu d ice transis?». (22) Z osim o, V I, 5, 3; R u tilio , I, 213. Sidonius, c a rm V II 247; M ero b au d e s. P a n e g , II, B; J u a n d e A n tio q u ia , frag . 201, 3. (23) P a ra la del 407-17 ver Zosim o, V I 5 .3 , R u tilio y sobre las d e T ib a tó n ver Chron. M in . p. 660 (n. 1) y s. a. 437
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