A Prendi Endo as Er Feliz

March 17, 2018 | Author: Jesus Mochon | Category: Truth, Psychology, Psychology & Cognitive Science, Evil, Personal Development
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APRENDIENDO A SER FELIZ Book · January 2013

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APRENDIENDO A SER FELIZ El recorrido desde vivir a medias hasta ser completamente feliz en un caso de autoestima.

BEATRIZ MONTES BERGES BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

RUIZ DE ALOZA EDITORES, S.L. ISBN: 978-84-92971-... DL: GR.... © BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE. © Ruiz de Aloza Editores, S.L. C/Ingeniero Santa Cruz, nº 1718007-Granada. Teléfono. 958-133.307 www.ruizdealoza.com [email protected]

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A mis abuelas Adolfi y Mercedes, por lo que aportaron en mi autoestima y lo que creyeron siempre en mí. Gracias por quererme y cuidarme desde donde estáis. B.M.B.

A mis padres y hermanas por haberme allanado mi camino y a Juan, por ayudarme a llevar mi mochila. B.C.N.

ÍNDICE

PRÓLOGO

9

INTRODUCCIÓN

11

SESIÓN 1

13

SESIÓN 2

31

SESIÓN 3

40

SESIÓN 4

62

SESIÓN 5

79

SESIÓN 6

92

SESIÓN 7

103

SESIÓN 8

112

SESIÓN 9

122

SESIÓN 10

132

ANEXO 1

151

BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

Prólogo Existen muchos libros sobre terapias y otros tantos sobre autoayuda. Unos y otros cumplen su objetivo. Sin embargo, si con este libro el lector pretende tener uno de ellos, es preferible que lo deje en la estantería de la que lo cogió. Este es un libro diferente; es cierto que habla de terapias que va utilizando en cada una de las sesiones; es más, se ve con facilidad cómo se aplican, cómo se consiguen los objetivos terapéuticos de cada sesión con ellos. Pero desde luego, no se va explicando las terapias paso a paso o por qué se ha elegido una estrategia en lugar de otra. Si esto fuera así, este volumen sólo se dirigiría a psicólogas avanzadas especialistas en clínica. Tampoco es un libro estrictamente de autoayuda, aunque bien es cierto que el recorrido de nuestra paciente hará reflexionar en más de una ocasión al lector que se planteará en su propia vida la adecuación de sus creencias y cómo modificarlas para que le llenen de felicidad. Por estas razones, es fácil entrever que este es un compendio diferente con más propósitos de los que se podrían proponer desde otros tipos de libros. Nuestra finalidad es que el lector acompañe a nuestra paciente Genoveva a través de sus sesiones clínicas en su despertar de conciencia, que entienda los mecanismos que la tienen anclada, que comparta las pesquisas que continuamente hace la terapeuta, que se sorprenda y se emocione con la propia emoción de Genoveva, que se alegre de sus éxitos y se congratule de los propios que pueden llegar a ser espejo de lo que la paciente va descubriendo. En el transcurso de las sesiones hemos utilizado una gran variedad de técnicas de diferentes corrientes, pero siempre con la finalidad de hacer consciente a la paciente y de dotarla de herramientas para llevar las riendas (que no es lo mismo que controlar) de su vida, y ser plenamente feliz. Así, hemos utilizado la confrontación con los derechos asertivos, con los que la paciente toma conciencia de cómo está, de que es posible comportarse de otra manera, y de que es deseable conseguirlo; el uso de autorregistros, para darse cuenta de su propio comportamiento y cómo este procede de unos antecedentes y se sigue de unos consecuentes, que por supuesto cambian en virtud de cómo evoluciona nuestra vida; la focalización en nuestro sistema de creencias y cómo atraemos lo que nos pasa por nuestros pensamientos; el uso de metáforas para explicar conceptos, ideas, verdades que algunas veces nos parecen obvias para los demás o para otras situaciones y que la rigidez de nuestros pensamientos y de la socialización a la que hemos estado sometidos, no nos permite ver; el descubrimiento de la autocrítica que nos machaca con sus infinitas exigencias y que es la base de una escasa autoestima y consiguientemente, de una extrema infelicidad; la explicación 9

APRENDIENDO A SER FELIZ

de las distorsiones cognitivas que solemos realizar para favorecer esa autocrítica y mantener nuestro sistema de penosas creencias que reforzamos porque la incontrolabilidad de no sostenernos en ninguna aún nos parece peor; la reducción al absurdo, utilizando silogismos que lleguen a ridiculizar nuestro comportamiento porque sólo así nos damos cuenta de que todo suele ser más simple de lo que parece. Sin duda, puede ser que en ocasiones se hubieran podido aplicar otras técnicas, pero esto es lo que se hizo, literalmente, y lo que se consiguió. Hoy por hoy, aunque probablemente, también “mañana por mañana”, estamos satisfechas con el trabajo que se realizó y que recondujo a nuestro paciente a ser FELIZ.

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BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

INTRODUCCIÓN

Una tarde de finales de Noviembre fui a impartir un taller sobre autoestima a un pueblo cercano a la ciudad de Jaén. El taller pertenecía a un curso sobre Inteligencia Emocional. Tras una breve exposición explicando los aspectos centrales de la autoestima pasamos a realizar una serie de dinámicas sobre ésta, y entre ellas una visualización con la que me gusta trabajar en la que uso nuestra imagen de bebé. El alumnado estaba completamente implicado con la dinámica, interiorizando cada persona su proceso y emocionándose con su reencuentro. Pero de entre todas ellas, Genoveva fue de las pocas que se quedó hasta el final para poder hablar conmigo personalmente y a solas. Estaba absolutamente sorprendida de cómo había llorado y no le fallaba su intuición cuando me preguntaba por qué, cuál era la razón de que ella tuviera esa reacción. El primer día lectivo después de las vacaciones de Navidad, Genoveva se presentó en el Gabinete de Psicología para pedir ayuda, pero especialmente para buscarme y que la tratara yo. Había estado pensando durante mes y medio sobre su reacción y las razones de la misma. Desde el principio Genoveva ha sido una paciente ejemplar; como el lector verá cuando lo lea, parece (como es) un caso de libro, en el que su baja autoestima había llegado a tener consecuencias importantes y bastantes extremas en su vida, afectando totalmente a todas sus áreas y a cualquier situación en ellas. Pero no sólo por eso este caso resulta interesante de leer –si fuera así, todos los casos graves lo serían- sino porque Genoveva rápidamente se hizo consciente de lo que ocurría, de los mecanismos subyacentes ante cada distorsión y autocrítica, y aún más, fue siempre una paciente disciplinada que realizaba todas las tareas encomendadas. Para ser fiel a la realidad y justa con Genoveva, tengo que decir que después de actuar como psicóloga clínica desde hace más de 14 años, este ha sido el caso de ansiedad por baja autoestima que más me ha gustado, y uno de los que recordaré siempre de mi vida profesional. He disfrutado con este caso, me he alegrado del proceso de hacerse consciente, he vivido su progreso y me he emocionado con el cambio radical de su vida: de vivir a medias a ser completamente feliz. 11

APRENDIENDO A SER FELIZ

En este libro os presentamos las diez sesiones a través de las cuales Genoveva cambió su vida. Todos los nombres propios así como las referencias que pudieran identificar a la paciente o a sus familiares han sido modificados por razones obvias de confidencialidad. Para ser fieles al 100% de lo que se explicó y de nuestras conversaciones, se grabaron y posteriormente se han transcrito literalmente, con la única excepción de omitir repeticiones innecesarias, para que el lenguaje leído fuera más fluido, así como de incorporar el lenguaje no verbal de la paciente y la psicóloga, para completar la información de cómo iban transcurriendo las sesiones. A todas ellas acudió, la segunda autora de este libro, como psicóloga en prácticas, Beatriz Campos Navarrete. Sólo me queda desearos que disfrutéis de la lectura de este libro y que os sirva como terapeutas o, simplemente (pero prioritariamente) para crecer como personas. Si en algo os puede ayudar nos daremos por satisfechas.

Beatriz Montes-Berges

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BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

SESIÓN 1: DÍA 10/1/2012. Objetivo: evaluación e historia personal de la paciente mediante entrevista clínica.1. Psicóloga: Háblame sobre tu familia. Paciente: Con mi padre mal, siempre me está criticando lo que hago, haga lo que haga me dice que eso para qué me va a servir, y cuando se lo explico me dice que yo no lo voy a conseguir, que no sirvo para eso. A mi hermana siempre le he tenido envidia, porque para todo lo que hace recibe el apoyo de mi padre, incluso para salir, ella llega más tarde que yo, pero tampoco puedo decir nada porque sino la perjudico y ya no la dejarían que llegara a esa hora, como alguna vez ya ha pasado. Con mi madre, siempre he tenido apoyo incondicional, siempre me dice que todo lo que hago está bien, por lo que es uno de los apoyos más importantes que tengo, junto con mi novio. Además él, a la hora de aconsejarme y demás, me ayuda y escucha bastante. Con respecto a cómo mi padre me trata, “estoy acostumbrada” y lo llevo bien. Psicóloga: Mira esta listado de derechos y rodea con un círculo aquellos en los que veas que no te crees. (La paciente conforme los fue leyendo, deja algunos de ellos sin señalar). MIS DERECHOS:

1. Tienes derecho a mantener tu dignidad y respeto hacia ti misma comportándote de forma habilidosa o asertiva, incluso si la otra persona se siente herida, mientras que no violes los derechos humanos básicos de los demás.

2. Tienes derecho a ser tratada con respeto y dignidad. 3. Tienes derecho a rechazar peticiones, a decir “NO”, sin tener que sentirte culpable o egoísta.

4. Tienes derecho a decidir qué hacer con tu propio cuerpo, tiempo y propiedad. 5. Tienes derecho a experimentar y expresar tus propios sentimientos. 6. Tienes derecho a expresar tus pensamientos, tu opinión y tu punto de vista. 7. Tienes derecho a cambiar de opinión. 1

Los datos personales de la paciente han sido omitidos por razones obvias de confidencialidad.

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APRENDIENDO A SER FELIZ

8. Tienes derecho a detenerte y pensar antes de actuar. 9. Tienes derecho a no justificarte. Es decir, tienes derecho a no dar a nadie razones que justifiquen tu comportamiento. No tienes que darle excusas a todo el mundo por lo que haces.

10. Tienes derecho a pedir lo que quieres (dándote cuenta de que la otra persona tiene derecho a decir que no).

11. Tienes derecho a hacer menos de lo que humanamente eres capaz de hacer. 12. Tienes derecho a ser independiente. 13. Tienes derecho a pedir información. 14. Tienes derecho a cometer errores y a ser responsable de ellos. 15. Tienes derecho a sentirte a gusto contigo misma. 16. Tienes derecho a no responsabilizarte de los problemas de los demás. 17. Tienes derecho a no anticiparte a los deseos y necesidades de los demás, y a no tener que intuirlos.

18. Tienes derecho a tener tus propias necesidades, y que esas necesidades sean tan importantes como las necesidades de los demás. 19. Tienes derecho a pedir a los demás que respondan a tus necesidades. 20. Tienes derecho a decidir si satisfaces o no las necesidades de los demás. 21. Tienes derecho a juzgar si eres tú la responsable de encontrar solución a los problemas de otras personas. Si las cosas van mal no es necesariamente por culpa tuya, muy probablemente no será tu culpa. Como nos han enseñado a no evadir jamás la responsabilidad, es muy frecuente que otras personas se valgan de esta característica para manipularnos. La palabra nosotros es un indicio de esta manipulación.

22. Tienes derecho a tener opiniones y expresarlas. 23. Tienes derecho a decidir si satisfaces las expectativas de otras personas o si te comportas siguiendo tus intereses.

24. Tienes derecho a ser escuchada y a ser tomada en serio. 25. Tienes derecho a estar sola cuando así lo decidas, incluso cuando los demás deseen tu compañía.

26. Tienes derecho a ser feliz. 27. Tienes derecho a tener derechos y defenderlos. Psicóloga: Vale, empecemos. Lee el primero. Paciente: “Tienes derecho a mantener tu dignidad y respeto hacia ti misma comportándote de forma habilidosa o asertiva, incluso si la otra persona se siente herida, mientras que no violes los derechos humanos básicos de los demás“. La 14

BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

parte en la que dice, “incluso si la otra persona se siente herida”, no lo veo bien, porque yo no soy capaz de hacerle daño nadie. (Le suena el móvil). Beatriz discúlpame un momento que atienda la llamada (cuando termina seguimos donde lo habíamos dejado) Psicóloga: Pero, ¿y si no están respetando tu dignidad, tú no eres capaz de decirle nada a la otra persona? Paciente: Yo no sería capaz de hacerlo, prefiero aguantarme el sufrimiento antes que herir a nadie. Además, no hacerlo sería ser mala persona. A mí me gusta ser así, como soy, y hacer cosas por los demás. Psicóloga: Coge este folio y anota en la parte de arriba, creencias erróneas, e identifica cuál es la creencia errónea que sustenta el que no puedas aplicarte este derecho. Paciente: Pero… ¿cuál sería la creencia?, ¿Qué no tengo derecho a hacer respetar mi dignidad? Psicóloga: No, la creencia sería “Tengo que cuidar a los demás por encima de mí”. Es decir, básicamente lo que tú haces es que en el momento en que la otra persona se pueda sentir herida, tu dignidad y respeto dan igual porque no lucharás por ellas. ¿Eso es así? Paciente: (reflexiona) Sí, sí que es así. Como sospeche lo más mínimo que esa persona se pueda sentir herida me callo. Pero tampoco me cuesta tanto. A mí me gusta ser así. Psicóloga: Sí yo no te digo que no te comportes cuando quieras así. Pero tienes que poder elegir entre hacerlo o no. El problema aparece cuando no tienes elección porque si te comportaras protegiendo tus derechos te castigarías a ti misma. Cuando los valores son inflexibles, y sólo tienes una forma de comportarte para no fustigarte, se convierten en insanos. A ver, ahora reflexiona, ¿tú puedes comportarte de ambas formas? Paciente: No, por supuesto que no. Para mí no existe otra opción. Ni siquiera me lo había planteado hasta ahora mismo. Psicóloga: Bueno vamos a pasar al segundo derecho. Paciente: “Tienes derecho a ser tratada con respeto y dignidad”. Sí claro, este claro que sí. Psicóloga: Entonces si tu padre, por ejemplo, te dice que “no sirves para nada que no lo vas a conseguir”, eres capaz de responderle diciéndole “creo que no me estás hablando de la forma más adecuada”. Paciente: No eso no, porque yo lo de mi padre ya sé llevarlo y estoy acostumbrada. 15

APRENDIENDO A SER FELIZ

Psicóloga: Vamos a ver, no mezclemos cosas. Una cosa es que te afecte poco y otra que no hagas nada por solucionarlo. Si no le dices nada, entonces tampoco te aplicarías este derecho, porque no serías capaz de responderle para poner unos límites, dentro de los cuales te puedan hablar pero sin llegar al faltarte el respeto. Paciente: Llevas razón, tampoco sería capaz de responderle a nadie. ¡Qué mal estoy!, yo sé que tengo derecho a ello, pero no soy capaz de aplicármelo a mí misma. Psicóloga: El caso es que si eres capaz de ver que es un derecho para los demás y no verlo para ti misma, hay una diferencia clara de exigencias entre tú misma y el resto de personas. ¿Lo ves? Paciente: (asiente con la cabeza). Psicóloga: Pues venga, anota la creencia errónea que sustenta que no puedas tener este derecho. ¿Cuál crees que sería esa creencia? Paciente: No sé… (La paciente se queda pensativa). Psicóloga: “No tengo sitio para mí, cualquiera es más importante que yo”, ¿no crees que sería esa? Paciente: Sí, llevas razón. Psicóloga: Venga, pasemos al tercer derecho. Paciente: “Tienes derecho a rechazar peticiones, a decir “NO”, sin tener que sentirte culpable o egoísta”. Ese sí que veo claro que no lo cumplo, porque creo que si lo hiciera, me consideraría una egoísta, que sólo pienso en mí. Además aunque me pidan algo que interrumpa lo que estoy haciendo, atiendo esa persona y dejo de hacer yo lo mío. Psicóloga: Entonces, si a ti te llama una amiga y te propone salir a correr una noche, y tú estás muy cansada porque has estado todo el día haciendo cosas y te habías levantado temprano, y en realidad de lo único que tienes ganas es de sentarte en tu casa, ¿aún así saldrías a correr? Paciente: Sí, sí claro (reflexiona, dándose cuenta de lo que está diciendo), porque no sería capaz de decirle que no, pensaría que ya descansaría en otro momento. Además me estoy dando cuenta de que, la llamada que he atendido antes, era para decirme que si me quería apuntar a un curso, y le he dicho que sí, sin haber escuchado de qué era, ni valorar si me puede servir para algo o no. Psicóloga: Pues tienes que aprender a decirlo, porque en mi caso por ejemplo, esta navidad, he pasado Nochebuena sola, puesto que a mí me apetecía que fuera así. He tenido siete ofertas diferentes para pasarlas con gente, y aún así, he decidido hacer lo que me apetecía, que era estar sola. A pesar de que algunas personas no me entendían, les pedí que respetaran mi decisión y así lo hicieron. 16

BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

Paciente: Fíjate, me estoy dando cuenta de que me siento yo mal. Me estoy sintiendo culpable por haberte dejado sola y eso que ni te conocía. Pero me siento culpable porque yo podría haberla pasado contigo si lo hubiese sabido. Psicóloga: Pero que no se trata de eso. Yo tenía con quien pasar esa noche, pero era yo la que no quería, me apetecía estar sola, y decidí hacer lo que yo quería. Venga, vamos a anotar la creencia errónea que sustenta el que no puedas aplicarte ese derecho. ¿Cuál es esa creencia errónea? Paciente: “No puedo darle a nadie el disgusto de pararle los pies”. Psicóloga: (Asiente con la cabeza) Venga lee el cuarto. Paciente: ”Tienes derecho a decidir qué hacer con tu propio cuerpo, tiempo y propiedad”. Tampoco lo hago, porque, “por ejemplo”, me llamaron el viernes que tenía una entrevista de trabajo para ocupar un puesto de administrativo, y al principio me puse muy contenta, porque pensé “que bien me han llamado para trabajar”, pero cuando me paré a pensarlo fríamente, me di cuenta de que no era eso lo que yo quería, que yo no quería trabajar como administrativa, pero como la situación laboral está tan mal, y mi novio me dijo que fuera, que no está la cosa como para decir que no a un trabajo. Por lo que decidí hacer la entrevista. Psicóloga: Pero si tú sabes que no es eso lo que quieres para ti, ¿no crees que hubiera sido mejor decidir no hacer la entrevista? Paciente: Sí, pero al final fui, y una vez que estuve allí, sabía que el trabajo no iba a ser para mí, porque no fui con ganas. Psicóloga: Entonces, por ejemplo, ¿tu padre te pide que le grabes un disco y tú estás ocupada porque tienes muchas cosas que hacer hoy y aún así se lo grabas? Paciente: Sí. ¡Claro! Psicóloga: Bueno, pues vamos a ensayar cómo en esa situación le dirías que no, que no puedes en ese momento, pero que lo harás el fin de semana. Le preguntas “¿para cuándo lo quieres papá?” y él te responde que lo quiere para hoy, y tú sabes que no puedes hacerlo hoy, y le deberías responder “papá, hoy no puedo, si quieres te lo grabo el sábado”. Y si él te dice “no, lo quiero para hoy, porque tienes tiempo para lo que quieres”, entonces tú lo que le deberías responder es: “¡claro que tengo tiempo para lo que quiero, porque es mi tiempo y yo decido que hacer con él!, entonces ¿qué prefieres, que te grabe hoy el disco y te lo grabe mal por las prisas o que te lo grabe el sábado y te lo pueda decorar y todo?” y así al final dejará de insistirte e imponerte lo que tienes que hacer. Psicóloga: Bueno, pues vamos a ensayar cómo en esa situación le dirías que no puedes en ese momento, pero que lo harás el fin de semana. Tienes que aprender a decirle que no, y a proponerle una alternativa. Para ello, puedes decirle, por 17

APRENDIENDO A SER FELIZ

ejemplo, “papá hoy no puedo, si quieres te lo grabo el sábado”. Venga vamos a probar, yo soy tu padre y tú me tienes que responder. “Genoveva, grábame un disco de música para el coche”.

Paciente: “¿Para cuándo lo quieres papá?” Psicóloga: “Lo quiero para esta tarde”. Paciente: “Papá, hoy no puedo, si quieres te lo grabo el sábado”. Psicóloga: “No, es que yo lo quiero para hoy, porque tienes tiempo para lo que quieres”. Paciente: Tienes razón papá, ahora te lo grabo en un momento. Psicóloga: ¡Cómo que tiene razón! ¡Tienes que decirle que no! Mira puedes responderle diciéndole que claro que tienes tiempo para lo que quieres, porque es tu tiempo y tú eres la que decides qué hacer con él, y entonces le dices: “lo que te he dicho sobre si prefiere que le grabes hoy el disco o el sábado”. Y así él entenderá que hoy no puedes y dejará de insistirte. Venga vamos a ensayarlo de nuevo. “Genoveva, grábame un disco de música para el coche”. Paciente: “¿Para cuándo lo quieres papá?” Psicóloga: “Lo quiero para esta tarde”. Paciente: “Papá, hoy no puedo, si quieres te lo grabo el sábado”. Psicóloga: “No, es que yo lo quiero para hoy, porque tienes tiempo para lo que quieres”. Paciente: “Claro que tengo tiempo para lo quiero, porque es mi tiempo y yo decido que hacer con él, entonces, ¿qué prefieres, que te grabe hoy el disco y te lo grabe mal por las prisas o que te lo grabe el sábado y te lo puedo decorar incluso?” Psicóloga: “Bueno, pues entonces grábamelo el sábado”. Te das cuenta, es mejor decidir qué hacer con tu tiempo y proponerle para ello una alternativa, y de ese modo, al final terminarán respetándola. Vamos a anotar la creencia errónea que sustenta este derecho, para que así te sea más fácil identificarlo. Venga, ¿qué es lo que hace que no puedas decidir qué hacer? Paciente: Que pienso “Hoy por ti, mañana por mí”. Psicóloga: Eso es. Lo que ocurre es que para ti, siempre es hoy, así que el mañana nunca llega para que te toque a ti. Paciente: Sí. (La paciente se queda pensativa). Psicóloga: Pues venga, anótalo como creencia errónea. 18

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Psicóloga: A ver el quinto derecho dice, “tienes derecho a experimentar y expresar tus propios sentimientos”. Paciente: Sé que tengo derecho a ello, pero tampoco soy capaz de hacerlo; lo experimento, pero no suelo expresarlo, porque, “por ejemplo”, cuando mi padre me dice que no lo voy a conseguir, me siento mal, pero no soy capaz de decírselo, sino que me lo callo y yo sola lo intento llevar lo mejor que puedo. Psicóloga: Pues sería mejor que aprendieras a decirlo, porque lo que no puedes hacer es aguantar todo lo que te echen y no expresar nada, puesto que así lo que consigues es sentirte tú peor. Venga vamos a anotar la creencia en la que se sustenta y pasamos al siguiente derecho. (La paciente lo anota). Venga, lee el sexto derecho. Paciente: “Tienes derecho a expresar tus pensamientos, tu opinión y tu punto de vista”. Este sí que lo hago. Psicóloga: Entonces, si tú estás hablando con tu novio, y él te dice que vais a salir y a ti no te apetece, ¿se lo dices o al final sales? Paciente: (Se queda callada, siendo consciente de que otra vez no lo hace). No, no le digo nada, porque pienso que ya una vez que me ponga a arreglarme me iré animando y que luego me alegraré. Psicóloga: Pero, ¿por qué no se lo dices? Tú tienes el mismo derecho que él, de expresar lo que te apetece y dar tu opinión. Paciente: Ya, pero no soy capaz de hacerlo. Me estoy dando cuenta de que no hago nada, que todo lo que hago es por lo demás. ¿Tan mal estoy? ¿No podemos tratar sólo lo de mi negatividad y ya está? Psicóloga: Sí, claro que podemos. Podemos quedarnos en lo superficial, pero así no arreglaremos nada. Mira, imagínate que tú eres una casa. Una casa que por fuera estaba pintada, y se le estropeó la pintura, y la pintaron otra vez. A base de estropearse la pintura llevas ya siete u ocho manos, y ahora los desconchones tienen un dedo de profundidad. ¿Qué crees que es mejor hacer ahora? ¿Le damos otra capa o raspamos la pintura la dejamos lisita y la pintamos de verdad para siempre? Paciente: Hombre, pues mejor rasparla y pintarla. Psicóloga: Pues eso es lo que estamos haciendo. Ahora mismo estamos raspando, y se están cayendo los pegotones de pintura de todas las capas anteriores, por eso duele. Te estás quedando desprotegida porque se te están cayendo todas las creencias erróneas en las que sustentabas tu comportamiento. Luego, cuando hayamos raspado bien, pintaremos, ¿vale? Paciente: Vale. Es que me estoy dando cuenta de que no hago nada bien. ¿De verdad soy tan tonta? 19

APRENDIENDO A SER FELIZ

Psicóloga: ¿Seguimos con el siguiente? El séptimo: “tienes derecho a cambiar de opinión”. Paciente: Ese sí que no lo cumplo, porque creo que eso no está bien. Psicóloga: Entonces si tú has quedado con tu novio para salir, y a la hora de arreglarte no te apetece, ¿no se lo dices? Paciente: Claro que no, porque me diría que a viene ese cambio, que no sé ni yo lo que quiero. Psicóloga: Venga pues anota en el folio cual es la creencia que usas para no hacerlo. ¿Cuál crees que sería esa creencia que hace que no te permitas cambiar de opinión? Paciente: La creencia es “hoy por ti y mañana por mí”. (Sin embargo, apunta: “Hoy por ti y mañana por ti”) Psicóloga: ¿Qué has escrito? Paciente: ¡Ay! ¡Qué barbaridad! Psicóloga: ¿Te das cuenta cómo las equivocaciones son también en la misma dirección? Paciente: Pero bueno, ¿qué me pasa? (sorprendida y descorazonada). De verdad, es que me estoy dando cuenta de que encima lo veo normal, es que ni se me ha pasado nunca por la cabeza que podría ser de otra manera. Psicóloga: Venga, sigamos. El octavo derecho es “tienes derecho a detenerte y pensar antes de actuar”. Paciente: Ese sí que lo hago. Psicóloga: ¿Sí? ¿De verdad? Tú crees que sí lo haces, pero entonces, cuando te han llamado por teléfono para lo del curso, ¿por qué le has dicho que sí, si no habías ni escuchado de qué era el curso? Paciente: Es verdad, ahora que lo pienso me ha pasado más veces lo mismo, porque ha habido cursos a los que me he apuntado y luego, cuando lo he comentado con mi novio, ha sido él el que me ha dicho, “¿pero de verdad tú crees que ese curso te va a ser útil?”, y es entonces cuando me doy cuenta de que debería haber contestado que no, porque ni siquiera tenía que ver con mi carrera. Psicóloga: Te das cuenta entonces, tienes que aprender a pensar antes de actuar, y que valores si realmente es lo que quieres o no. Paciente: Ya, pero no lo hago, porque jamás digo que no. Psicóloga: Pues venga, anota cuál es la creencia errónea que sustenta este derecho. Paciente: ¿Cuál sería? Psicóloga: “Le digo a la gente lo que quiere oír”. ¿No crees? 20

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Paciente: Sí. (La paciente toma nota). Psicóloga: Bueno, vamos a ensayar esto con una situación ficticia. Yo soy una amiga que te llamo y te digo que te quedes a comer hoy conmigo que me voy a quedar sola. Tú me tienes que decir que no, que tienes cosas que hacer y que prefieres seguir tus planes. Paciente: No puedo hacer eso. Si te quedas a comer y me lo pides no puedo decirte que no. Psicóloga: Pero piensa que tú tienes muchas cosas que hacer. Paciente: Ya, pero lo cambiaría todo, aunque luego reventara, pero me quedaría contigo si me lo pidieses. Psicóloga: Vale, por eso mismo, vamos a ensayar cómo me dices que no. Venga. A ver, yo digo “hola Genoveva, me quedo a comer, y no tengo a nadie que se quede conmigo, ¿te quedas conmigo?” Paciente: Sí. Psicóloga: ¿Cómo que sí? Tú me tienes que decir que no. Paciente: Es que no puedo. Psicóloga: Mira es muy fácil. Puedes decir: “mira es que no me viene bien porque tenía otros planes.” Venga, inténtalo tú”. Paciente: Mira, es que no puedo. Psicóloga: No, Genoveva. No uses “no puedo”, sino “prefiero”, es una elección que tú haces, y a la que tienes derecho. Venga, inténtalo de nuevo. Paciente: Ufff, es que no puede decir esa palabra. Psicóloga: ¿Cuál? ¿Prefiero? Paciente: Sí, creo que no la he dicho en mi vida. Psicóloga: ¿Tú has estudiado inglés? Paciente: (Asiente). Psicóloga: En inglés es “I’d rather”. Inténtalo en inglés. Paciente: No puedo. Nunca he podido. Psicóloga: Es fácil, mira, vamos a hacerlo al revés. Tú me dices que me vaya contigo y yo te digo que no. Paciente: “Beatriz, quiero ir a las rebajas, ¿te vienes conmigo?” Psicóloga: “La verdad es que prefiero quedarme y hacer lo que tenía pensado. Si quieres, podemos planificar un día con más tiempo y lo hacemos, ¿vale?” Paciente: ¡Diciéndolo tú parece tan fácil! Psicóloga: Es que es fácil. Inténtalo tú. Venga, a ver. “Genoveva, quiero ir a las rebajas, ¿te vienes conmigo?” 21

APRENDIENDO A SER FELIZ

Paciente: “Bueno, la verdad es que prrr… (titubea con trabajo) prefiero quedarme en casa y hacer lo que quiero” (con tono áspero). Psicóloga: Fíjate que ahora sí lo has dicho pero has resultado borde. No hace falta que lo hagas así. Puedes terminar ofertando otra alternativa, preguntando cómo estás o incluso con un piropo, pero manteniéndote en tu sitio. No se trata de que te comportes como una mala persona ni como una egoísta, pero tampoco de que te trates a ti misma siempre por debajo de los demás. Consiste en encontrar el equilibrio. Bueno, veamos ahora el siguiente derecho. Paciente: “Tienes derecho a no justificarte. Es decir, tienes derecho a no dar a nadie razones que justifiquen tu comportamiento. No tienes que darle excusas a todo el mundo por lo que haces”. Ese sí lo tengo claro que no lo hago, porque siempre me estoy justificando, pero es que la gente se merece una explicación, no puedes decir que no y ya está. Psicóloga: Entonces, si tú has quedado con tus amigos y llegas tarde, ¿qué haces? ¿Le explicas por qué ha pasado? Pero eso no es necesario, si quieres hacerlo, bien, pero si no, es suficiente con decirles únicamente “perdón por el retraso”. Paciente: Claro, pero ellos querrán saber el motivo. Psicóloga: Pero el justificarlo todo es peor. Mira, “por ejemplo”, si a ti te llama una amiga y te dice: “tía, acompáñame de tiendas que hoy estoy fatal y me apetece salir para despejarme” y tú habías hecho ya tus planes para ese día y no puedes acompañarla, y le respondes “es que no puedo porque tenía pensado limpiar mi cuarto y estudiar”. Ella te va a responder “tía, pues déjalo y lo haces mañana y acompáñame, por favor”, y entonces al utilizar esa justificación, acaba organizándote ella los planes. Paciente: Es que eso es lo que me pasa, que al final siempre acabo cediendo, no soy capaz de decir que no porque acabo pensando que lo que yo tenía pensado lo puedo hacer otro día. Por ejemplo, cuando salgo sola con mi novio me siento mal si sé que mi amiga no ha podido salir porque no tenía con quién hacerlo. Es que no soy capaz de decir que no, me siento fatal, prefiero dejar mis planes para otro día e irme con quien lo necesite. Psicóloga: Por eso mismo. ¿No crees que te evitarías esos rodeos si en lugar de justificarte, únicamente le respondieses diciéndole “hoy no puedo, prefiero que otro día lo organicemos con más tiempo si quieres” y así ya no le das pie a que te responda insistiéndote? Y si lo hiciese, le vuelves a repetir a lo mismo, y de ese modo, cuando se lo hayas dicho un par de veces dejará de insistirte. (Suena el móvil de la psicóloga y responde a la llamada. Era una alumna con la que había quedado para repasar algunas cosas, y ella le responde que al final no le va a dar tiempo que ya se pondrían de acuerdo para verlo en otro momento). 22

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¿Ves que fácil me ha resultado a mí decirle que no podía, sin tener darle explicaciones y como, al decírselo en un tono de voz adecuado, y proponiéndole una alternativa, ella ha estado de acuerdo y ni siquiera me ha preguntado el por qué?. Le he tenido que responder que no porque ahora estoy contigo y además me está esperando una paciente fuera, por eso, prefiero hacer dos cosas y hacerlas bien, que hacer tres y hacerlas mal. ¿Qué estas pensado, que quizá ha sonado borde? Paciente: No, estoy pensando en irme yo y que sigamos otro día, para que así la puedas atender. Psicóloga: Pero, ¿en realidad eso es lo que quieres, que lo dejemos así, te vayas a tu casa y los terminas tú, y ya lo comentamos otro día? Paciente: No, prefiero que te quedes conmigo, al menos hasta que terminemos con los derechos. Psicóloga: ¡Por fin has dicho que no! ¿Ves qué fácil?, me has respondido que no, y además has negociado conmigo, pidiéndome que me quede contigo hasta que, por lo menos terminemos con los derechos. (La paciente sonríe y asiente con la cabeza). Venga, vamos a anotar la creencia errónea. Paciente: “Si no me justifico los demás me rechazarán y pensarán que soy egoísta y los decepcionaré”. Psicóloga: Muy bien. Vamos con el siguiente derecho: “Tienes derecho a hacer menos de lo que humanamente eres capaz de hacer”. Paciente: No lo considero así, sino que creo que debo hacer todo lo que pueda, incluso aunque me suponga un esfuerzo. Psicóloga: Pero, ¿te das cuentas de que no es así?, ¿por qué si la gente tiene derecho a dormir ocho horas, tú no lo tienes y prefieres quedarte hasta las dos de la mañana haciendo cosas, aunque te suponga dormir dos horas menos? Tienes el mismo derecho que los demás a dormir esas horas. Paciente (se queda pensativa): ¡Madre mía, es que con lo fácil que es, y que no sea capaz de hacerlo...! Estoy peor de lo que me imaginaba. Psicóloga: Venga, no te preocupes que para eso estamos aquí, para ayudarte a que seas capaz de hacerlo. Toma nota de la creencia errónea que lo sustenta para que así te sea más fácil poder identificarlo en tu vida diaria. Paciente: Sería “Siempre puedo con todo, es cuestión de esforzarme. Con esfuerzo puedo conseguir cualquier cosa”. Psicóloga: Muy bien. Vamos con el siguiente derecho: “Tienes derecho a ser independiente”. Paciente: Ese claro que sí. 23

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Psicóloga: Entonces, si a ti te apetece un día estar sola, tener tu momento de intimidad, ¿te lo permites? Paciente: Eso no, es que siempre necesito estar con alguien. Psicóloga: Claro, tú si estás sola llamas corriendo por teléfono, ¿no? Paciente: Sí, claro. No me gusta estar sola. Psicóloga: ¿Y si tienes ganas de llorar? Paciente: Entonces, sí. Es en los únicos momentos que estoy sola, porque no me permito preocuparle a nadie y que nadie me vea llorar. Psicóloga: ¿Y si en ese momento te llama una amiga y te dice que te vayas con ella, que quiere darse una vuelta para despejarse? Paciente: Entonces, me seco mis lágrimas y me voy con ella. Psicóloga: ¿Aunque no hayas terminado de llorar? Paciente: Sí, pienso que ya lloraré luego cuando no le haga falta a nadie. Psicóloga: ¿No te das cuenta de que no es bueno de que siempre elijas a todo el mundo antes que a ti misma? ¿Cuál es la creencia errónea que lo sustenta? Paciente: “Ama a los demás más que a ti misma”. Psicóloga: Sí, pero ni en el Evangelio viene eso. La frase es: “Ama al prójimo COMO a ti mismo”, no más que a ti misma. Venga escríbelo. Paciente: (Escribe: “Amo al prójimo más que a mí misma”) Psicóloga: Vamos con el siguiente derecho: “Tienes derecho a pedir información”. Paciente: Esto sí que lo hago. Psicóloga: ¿Ah, sí? ¿Cuándo alguien te dice que no quiere hacer algo que ya habíais planeado, tú qué dices? Paciente: Que vale. Psicóloga: ¿Y no pides información? ¿No preguntas por qué? Paciente: No, nunca. Pienso que sus motivos tendrá. Psicóloga: Ya, pero estás en tu derecho de preguntar, y la otra persona de no responder si no quiere. Paciente: ¡Madre mía! Es que esto no lo he hecho en mi vida. De verdad, que ni me había planteado todo esto. Es que se me está derrumbando todo. ¿Cómo he sido incapaz de ver todo esto? Psicóloga: Porque lo tienes muy asumido. Son creencias muy instauradas que se han hecho hábitos y que controlan todos tus pensamientos, y por ende, tus acciones. Paciente: ¿Pero yo de verdad pienso todo esto? Yo no lo pienso tanto. 24

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Psicóloga: No, claro que no lo piensas, porque no te hace falta. Como te digo, estás tan habituada que lo haces de manera automática, pero son estas creencias las que sustentan esos hábitos. Paciente: Es verdad. Psicóloga: ¿Seguimos? (La paciente asiente con la cabeza). El siguiente derecho es: “Tienes derecho a cometer errores y a ser responsable de ellos”. Paciente: Sé que tengo derecho a cometerlos y si los tengo me responsabilizo, pero aún así, cuando los cometo me siento mal, por lo que intento que no sea así. Psicóloga: Tú no te responsabilizas, Genoveva. Tú te culpas. Hay una diferencia entre responsabilizarse y culparse. En ambos sientes control de la acción, pero mientras que en la culpa, te criticas y te martirizas con que no tenías que haberte equivocado, con la responsabilidad, aceptas el error y te propones no hacer la próxima vez lo mismo, sin más. Entiendo que en esa ocasión, tú has dado lo mejor, pero las circunstancias te abocaron a equivocarte y ya está. Paciente: Sí, veo la diferencia. Psicóloga: Pues venga, toma nota de la creencia errónea de este derecho. Paciente: “No puedo cometer errores. No me he esforzado lo suficiente. La única culpable de mis errores soy yo. Es muy fácil echarle la culpa a los demás”. Psicóloga: Muy bien. ¿Cuál es el siguiente derecho? Paciente: El siguiente derecho es: “Tienes derecho a sentirte a gusto contigo misma”. Paciente: Claro que tengo derecho. Psicóloga: Entonces, cuando estás bien, ¿te dejas ser feliz?, o ¿si todos los de tu alrededor no están completamente bien, sientes que tú no te mereces ser feliz? Paciente: ¡Madre mía! (se queda callada, reflexionando). Es que no doy una, ¿eh? No, claro, si hay alguien que esté regular yo siento que no tengo derecho a estar bien. Sería muy egoísta. Pero de verdad que me lo creo. Es que yo creo que es así. ¡Por Dios! Estoy fatal. Psicóloga: Entonces, ¿cuál crees que sería aquí la creencia errónea? Paciente: (La paciente se queda pensativa y en silencio). “No tengo derecho a quejarme de NADA”. Psicóloga: Eso es. Muy bien. Sigamos. “Tienes derecho a no responsabilizarte de los problemas de los demás”. Paciente: Siempre me responsabilizo de todo lo que pasa. Psicóloga: Pero es que tú no eres la responsable de todo. ¡Qué lástima que no hubieras nacido antes para responsabilizarte de la guerra fría! 25

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Paciente: (Se sonríe) La verdad es que sí, que lo hubiera hecho. Yo me responsabilizo de todo. ¡Pero qué tonta soy! Psicóloga: No es cuestión de ser tonta, sino de tener patrones de pensamiento erróneos. Sigamos con el próximo. Paciente: “Tienes derecho a no anticiparte a los deseos y necesidades de los demás, y a no tener que intuirlos”. Siempre me anticipo a ellos, es como que siento la necesidad de saber qué es lo que los demás quieren en cada momento. Psicóloga: Ya, pero es que tú no tienes dotes de adivina y no tienes por qué saber todo lo que la otra persona quiere. Paciente: Lo sé, pero es como una necesidad, y tengo tendencia a hacerlo. Psicóloga: Y si no lo haces, te sientes culpable, ¿no? (La paciente asiente). Lee el siguiente, por favor. Paciente: “Tienes derecho a tener tus propias necesidades, y que esas necesidades sean tan importantes como las necesidades de los demás”. No, yo creo que mis necesidades son secundarias, siempre suelo anteponer las necesidades de los demás, porque considero que las mías pueden esperar. Psicóloga: ¿Y no crees que lo mismo que pueden esperar las tuyas, pueden esperar las de los demás, puesto que las tuyas son igual de importantes y debes de expresarlas del mismo modo que los demás expresan las suyas? Paciente: Ya, si lo sé, pero no soy capaz de hacerlo. Es como si me considerara egoísta o culpable por hacerlo, porque pienso que a lo mejor, mi necesidad, no es tan importante. Psicóloga: Es importante que te des cuenta que son iguales de importantes que las necesidades de los demás, y que igual que las tuyas crees que pueden esperar, las de los demás también pueden hacerlo. Te puede ayudar pensar en tus necesidades como si fueran las de otra persona. Si eres capaz de permitirte lo mismo que tú le permitirías a otra persona y que te parecería bien, estás siendo justa contigo misma, pues te estarás aplicando el mismo baremo que le aplicas a los demás, pero si no, estarás siendo injusta contigo. Paciente: Es verdad. Psicóloga: Pues anota cuál es la creencia errónea que sustenta este derecho. Paciente: “Mis necesidades son secundarias. Son mucho más importantes las de los demás”. Psicóloga: Muy bien. Sigamos. Lee, por favor. Paciente: El siguiente derecho es: “tienes derecho a pedir a los demás que respondan a tus necesidades”. No soy capaz de pedirles a los demás que respondan a ellas, sino que tengo la tendencia a responder yo a las de los demás. 26

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Psicóloga: Ya, pero es que tú tienes derecho a hacerlo, lo mismo que lo hacen el resto de personas contigo, si tú un día estás mal, y necesitas que alguien te escuche y te dé su consejo, tienes derecho a pedírselo, aunque después esa persona te dirá si quiere o no satisfacer esa necesidad. Paciente: (Asiente con la cabeza). Psicóloga: Venga, seguimos: “Tienes derecho a decidir si satisfaces o no las necesidades de los demás”. Paciente: No, yo suelo satisfacerlas si me las expresan, porque creo que tengo el deber de hacerlo. Psicóloga: Pero es que no es un deber, tú puedes decidir si las satisfaces o no. “Por ejemplo”, si tu novio quiere mantener relaciones sexuales y a ti no te apetece, ¿las mantienes?, ¿cuántas veces le has dicho que tú no tenías ganas? Paciente: (Se queda callada, pensando). Nunca, jamás. Eso no está dentro de mis posibilidades. Siempre pienso que ya me animaré. Psicóloga: Pues tienes derecho a no hacerlo si no te apetece, lo mismo que si alguna vez es a ti a la que te apetece, también tienes derecho a decírselo. ¿Te vas dando cuenta? Paciente: Sí, si yo veo que tengo derecho a todo esto, pero con lo fácil que parece... Y nunca me había dado cuenta de actuaba así, llevo toda mi vida haciéndolo mal. Psicóloga: Poco a poco vas a ir sintiéndote mejor. Vamos a tomar nota de la creencia errónea. Paciente: “Una vez que me pidan algo no puedo decir que no”. Psicóloga: Muy bien. Seguimos. “Tienes derecho a juzgar si eres tú la responsable de encontrar solución a los problemas de otras personas. Si las cosas van mal no es necesariamente por culpa tuya, muy probablemente no será tu culpa”. Paciente: Eso es lo mismo de antes. Yo sí que me siento responsable y culpable de todo lo que pase que no sea bueno. Psicóloga: Es verdad, esto ya lo hemos comentado antes. ¿Pero cuál sería la creencia errónea que lo sustenta en este caso? Paciente: No sé. Psicóloga: ¿No crees que sería “Si alguien me expresa sus necesidades yo tengo que estar ahí para satisfacerlas. Todo es cuestión de autoconvencerme de que en realidad me gusta”? Paciente: Sí. (La paciente toma nota). Psicóloga: ¿Puedes leer el siguiente derecho, por favor?

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Paciente: “Tienes derecho a tener opiniones y expresarlas”. Sé que lo tengo que hacer, pero no lo suelo hacer. Psicóloga: Entonces, ¿qué hacemos? Paciente: Que sí. Que las tengo que expresar. Psicóloga: ¿Y cuál crees que es la creencia errónea que está sustentando este derecho? te”.

Paciente: “Siempre tengo que comportarme como esperan que me compor-

Psicóloga: Vale. Sigamos, “Tienes derecho a decidir si satisfaces las expectativas de otras personas o si te comportas siguiendo tus intereses”. Paciente: No, yo siempre intento satisfacerlas, y sufro cuando no lo hago. Psicóloga: ¿Conoces la frase famosa de Fritz Perls de las expectativas? “Yo no he venido a este mundo a cumplir tus expectativas, ni tú las mías. Si nos encontramos en el camino, será maravilloso, y si no, nada”. (La paciente asiente con la cabeza). Paciente: Es que me resulta muy duro la última parte, ¿cómo que si no, nada? Psicóloga: Sí, Genoveva. ¿Cuánta gente hay en tu vida que pasa sin que os encontréis? Piensa en la gente que pasa a tu lado por la calle, o en la universidad, en las tiendas,… y que sin embargo, no empezáis a formar parte de la vida de la otra persona. ¿Y qué pasa? Nada. No te encuentras en el camino con esas personas, y ya está. ¿Y tienes que sufrir por ello? No. Pues igual. Si no coincides en el proceso con otras personas, pues no pasa nada. Sería deseable, pero no es obligatorio que pase. Vamos, a escribir la frase en el folio. Paciente: (Escribe “Yo no he venido a este mundo a cumplir MIS expectativas, ni YO las mías”. Psicóloga: Fíjate bien lo que has puesto. Paciente: ¡Ay! (lo tacha y rectifica con trabajo, releyendo para darse cuenta dónde lo tenía que cambiar). Psicóloga: ¿Te das cuenta como siempre te estás equivocando en la misma dirección? Constantemente, eliminas tus derechos. Paciente: (Sorprendida y bloqueada) Es verdad. No sé cómo puedo estar así. Psicóloga: Bueno, está bien que te hagas consciente. Pero toma nota de la creencia errónea que sustenta este derecho. Paciente: El siguiente derecho es éste: “Tienes derecho a ser escuchada y a ser tomada en serio”. Paciente: Tampoco lo hago.

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Psicóloga: Entonces si le estás hablando, “por ejemplo”, a tu padre, y no te escucha porque está viendo la televisión, no eres capaz de pedirle que apague la televisión y que te escuche un momento. Paciente: Sería incapaz, si veo que no me escuchan me voy y lo dejo para otro momento. Psicóloga: Pues tienes derecho a pedirle que te escuche un momento y que te preste atención, que va a ser solo un momento. ¿Te das cuenta? Paciente: Sí, si yo lo sé, y lo intento, pero no llego a ser capaz. Psicóloga: Pues a partir de ahora ve ensayándolo, y verás como poco a poco lo vamos consiguiendo. Lee el siguiente derecho por favor. Paciente: “Tienes derecho a estar sola cuando así lo decidas, incluso cuando los demás deseen tu compañía”. Si los demás desean mi compañía no soy capaz de decirles que no, aunque en realidad sea lo que me apetezca. Psicóloga: Pero es que tienes derecho a estarlo, yo misma, por ejemplo, la tarde anterior a Nochebuena, me apetecía estar sola por la tarde, y así lo hice, me tiré toda la tarde sola, y la gente de mi alrededor supo respetarlo. Paciente: Lo entiendo, pero no soy capaz de hacerlo. Psicóloga: Bueno, pero que no hayas sido capaz hasta ahora, no significa que no puedas cambiarlo y que puedas hacerlo a partir de ahora, y que cada día te salga mejor. Vamos a ver el penúltimo derecho. “Tienes derecho a ser feliz”. Paciente: ¡Claro que tengo derecho a serlo! Psicóloga: ¿Sí? ¿De verdad lo crees? Pero, si no puedes ser feliz siempre que hay alguien que no sea plenamente feliz, como has dicho antes, ¿Cuántas opciones te dejas entonces para ser feliz? ¿Qué probabilidad tienes para serlo? Paciente: La verdad es que ninguna. No me lo permito. ¡Madre mía! (con cara de preocupación). Psicóloga: El trabajo que estás haciendo hoy es el principio de una nueva etapa en tu vida. Míralo así. Hoy comienza todo un camino nuevo en el que vas a ser muchísimo más feliz. Paciente: Claro, seguro, si peor no puedo estar. Pero, de verdad, ¿cómo he podido vivir así? Psicóloga: Pues habituándote. Cuando una persona tiene un hábito le parece normal y no lo cuestiona. Veamos el último derecho. “Tienes derecho a tener derechos y defenderlos”. Paciente: Tampoco lo hago, claro. Psicóloga: Bueno pues eso es lo que vamos a ir trabajando: Que termines por creerte y aplicarte todos estos derechos. Para ello, ve anotando en post-it cada 29

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uno de ellos en grande, empezando por los que veas más importantes en tu vida, o que te puedan aportar más cambios. Puedes escribirlos si quieres en unas cartulinas y decorarlos de alguna forma que te llame la atención, o te los pegas en sitios donde los puedas ver de modo que al ir leyéndolos, los vayas interiorizando ¿vale? Paciente: De acuerdo. Psicóloga: Además sería buena idea que te compraras una libreta en la que fueras anotando los pensamientos que vas teniendo y luego los repasamos aquí. Paciente: Vale. Psicóloga: Coge la libreta antes y escribe todo lo que te haya sugerido la sesión de hoy en ella para que te hayas descargado antes de acostarte, ¿vale? Paciente: De acuerdo. Psicóloga: Bueno, pues entonces lo dejamos aquí. Nos vemos la semana que viene. (La psicóloga la abraza y la despide). Paciente: Adiós. Psicóloga: Adiós.

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SESIÓN 2. DÍA 19/1/2012 Psicóloga: Hola Genoveva, ¿cómo pasaste el día después de la sesión anterior? Paciente: La verdad es que mal, me quedé pensando todo lo que habíamos hablado y me di cuenta de que todo lo hacía mal. Además ayer pasé un día malísimo. Psicóloga: ¿Por qué? ¿Qué te pasó? Paciente: Pues, básicamente que me peleé con todo el mundo. Psicóloga: ¿Tenías expectativas demasiado altas de la gente y te fallaron, verdad? Paciente: Sí, básicamente fue eso. Psicóloga: Pero, cuéntame qué te paso. Paciente: Que me esperaba cosas de la gente que luego no hicieron. Por ejemplo, con mi novio, él tiene derecho a hablar y decir lo que quiera, pero yo no puedo decir nada, él se queja de todo y no me deja a mí hablar. Psicóloga: ¿Pero que más te pasó para decir que se te dio mal el día? Paciente: Con mi amiga me pasó igual, me llamó que necesitaba hablar, y me tiré hasta las dos de la mañana hablando con ella, y de la impotencia que sentía, ya no sabía qué hacer, si bajarme del coche y dejármela allí, o decirle que me llevara a mi casa. Además, con mi tutor del doctorado también tuve otro problema. Estuve todo el día detrás de él para que me mirara el trabajo que tenía hecho y porque necesitaba su firma y no tuvo valor de contestarme. Psicóloga: Pero, detrás de él en qué sentido ¿llamándolo, en su despacho…? Paciente: De todas las formas, mandándole correos, mandándole mesajes al móvil, llamándolo... Y al final me decidí venir a la Universidad a ver si lo encontraba en su despacho porque no es la primera vez que me pasaba. Cuando llegué aquí, toqué en la puerta de su despacho y estaba cerraba, pero yo escuchaba ruido y lo llame al móvil, y el móvil sonó dentro del despacho. Tú no sabes la impotencia que me dio, saber que estaba dentro y no me abría, me sentí marginada y despreciada. Me fui a la biblioteca, y al rato volví a su despacho y siguió sin abrirme la puerta, y así lo estuve haciendo toda la tarde hasta que conseguí que me abriera la puerta. Ya estuve hablando con él, al principio un poco resentida por lo que me había hecho, pero él ya empezó a justificarse y al final no fui capaz de decirle nada.

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Psicóloga: Si yo hubiera sido tú, le hubiera abierto la puerta para pedirle que por favor me explicara por qué no me quiere atender, y quedar con él en cuándo lo va a hacer. Paciente: No si yo toco y abro, pero es que estaba cerrado con llave. No te imaginas la impotencia que sentí en ese momento. ¡Vamos! Es que si sabía que no se podía hacer cargo de mí, que me lo hubiera dicho y hubiera buscado a otra persona que hubiera sido mi tutor y que me pudiera atender mis dudas, que tampoco es tan difícil. Psicóloga: Claro, hubieras “preferido” que te lo dijera y hubieras buscado otro tutor, ¿verdad? Paciente: Por supuesto. Psicóloga: Venga, di “hubiera preferido” aunque te cueste trabajo. Paciente: (La paciente se sonríe). Hubiera “preferido” que me dijera que no se podía hacer cargo de mí, porque este año tenía muchas cosas que hacer, y yo hubiera buscado otra persona. Psicóloga: ¡Ves! No es tan difícil, ¡lo has conseguido! Enhorabuena. Paciente: (Se sonríe). Es verdad, me ha salido. Psicóloga: Bueno vamos a repasar lo que te mandé el otro día. ¿Has identificado algo en ti? Paciente: Sí, tengo anotadas bastantes cosas. Pero básicamente todo relacionado con mi padre. Me ha servido sobre todo para darme cuenta de que viene de muy atrás, sobre todo de que hace mucha alusión a mi padre. Nunca he tenido ninguna recompensa. Al escribirlo me he dado cuenta de que he tenido reforzamientos intermitentes. Psicóloga: Comienza a decirme algunas de las cuestiones que tienes señaladas para plantearme. Paciente: Me he dado cuenta de que a mí, mi padre nunca me ha dado mensajes de ánimo. Siempre he estado haciendo cosas buenas para que me dijera “qué bien lo has hecho”, pero nunca me ha dicho nada. Me he dado cuenta de que a mí nunca me ha castigado mi padre, siempre me han gritado, lo que ha hecho que yo cuando me griten, me quede callada. Mi padre, al igual que mi novio algunas veces, lo que han hecho es “pincharme” para ver si así saltaba, pero con eso lo que consiguen es que me hunda, me hace que piense que todo lo hago mal. Por ejemplo, mi novio, con el tema de la entrevista de trabajo que te comenté el otro día, cuando le dije, “sé que no me van a llamar”, él empezó a decirme “claro que no, si tú no sirves para eso” y cosas así para ver si yo saltaba, pero es que él sabe que a mí con eso, lo que hace es hundirme más, que yo no voy a ser capaz de saltarle. 32

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Psicóloga: Pero, ¿te das cuenta de que tú siempre has estado jugando a ser perfecta, para recibir el apoyo de tu padre, y que ese apoyo, por mucho que hayas hecho no lo has recibido? Paciente: Sí, ahora es cuando me estoy dando cuenta de que yo nunca he recibido una sonrisa de mi padre, por todo lo que yo he vivido con él, lo que ha conseguido es que yo le tenga miedo. Yo siempre he buscado la aprobación fuera de mi casa, en los profesores, por ejemplo. Ellos me decían que era lista, que yo valía para todo lo que me propusiera, pero en lugar de quedarme con lo que ellos me decían, siempre me he quedado con lo que a mí me ha dicho mi padre: “nunca lo vas a conseguir, tú no sirves para eso”. Psicóloga: Tienes que ser consciente de que es muy difícil que recibas el apoyo de tu padre, y aprender a no tener que buscar de la gente lo que tú quieres escuchar, eso tienes que hacerlo tú misma, porque no siempre vas a escuchar de la gente lo que tú esperas, ¿lo entiendes? Paciente: Si yo lo sé, pero no me cabe en la cabeza como un padre puede ser así con su hija, ¡qué soy su hija! Psicóloga: Mira, esto que te voy a decir no te lo digo por consolarte sino porque es verdad. Hay personas con baja autoestima que utilizan como mecanismo de defensa el desvalorizar constantemente a las personas que tienes al lado y que consideran valiosas, para así, sentirse ellos mejor. Y eso es exactamente lo que creo que tu padre hace contigo. Paciente: Ya, pero aún así es muy duro. Si es que él no sabe ni lo que yo estoy haciendo, nunca he mantenido una conversación con él. Por ejemplo, el otro día estaba yo sola en mi casa estudiando en el salón, y como había llovido y mi padre no podía ir a la aceituna, entró a mi casa y si no es porque yo le dije “hola” él ni siquiera me hubiera hablado. Se sentó delante de mí, mirándome, y yo le dije que si quería ver la televisión, que yo me subía a mi cuarto a seguir estudiando, y me dijo “no”, y cogió, se levantó y se fue de mi casa. Lo que no entiendo es el por qué me marca tanto lo que me diga, es que aunque yo intento hacerle caso a mi madre, y no hacerle caso a lo que me diga, no lo puedo lograr. Me podría centrar más en mi madre, que siempre me apoyó en todo, pero ¡no!, siempre tengo que quedarme con lo que él me diga. Psicóloga: ¿Has encontrado algo más en el trabajo que te mandé que te haya servido? Paciente: Sí, si es que me he dado cuenta de que todo lo he hecho mal. (La paciente se viene abajo y comienza a llorar). Mi padre todo lo que hacía me lo criticaba, y eso para mí ha sido muy duro.

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Psicóloga: ¿Recuerdas alguna experiencia traumática que hayas vivido con tu padre en tu infancia, alguna con la que sueñes o que reexperimentes a menudo, que se te venga sola a la cabeza? Paciente: Tanto como que me haga soñar con ella no, pero sí recuerdo una vez, que me dejó bastante marcada y que me viene con frecuencia. Recuerdo una vez, que cuando era pequeña (yo creo que no sabía ni leer, tendría 2 o 3 años) vi una chocolatina muy bonita y les insistí hasta que conseguí que me la compraran. Cuando me la dieron por la noche al llegar a mi casa y la probé, dije que no la quería, porque no me gustó, y mi padre me dijo “pues ahora te has quedado sin cenar, así que sube a tu cuarto a dormir”. Él sabía que me daba mucho miedo dormir sola, y yo siempre llamaba a mi madre para que se quedara conmigo leyéndome un cuento, y les pedía que me dejaran una luz encendida y eso no lo permitía, decía que “de gastar luz toda la noche nada”. Lo que él hacía era machacarme con ese tema, siempre me lo echaba en cara, en lugar de decirme que fuese valiente, que no había nada, o algo por el estilo. Otra situación que siempre me ha criticado ha sido la de ducharme por la noche. Yo algunos días me duchaba por la noche porque si durante el día había tenido muchas cosas que hacer, pues lo dejaba para lo último, y cuando mi padre me veía me decía “es que no habrás tenido tiempo en todo el día para ducharte, para que tengas que gastar ahora luz”. Y, sin embargo, yo me daba cuenta que si era mi hermana la que se duchaba por las noches no le decía nada, y eso me hacía a mí pensar, “¿por qué a ella no y a mí sí?”. Psicóloga: Tienes que cambiar esa expectativa que tienes de que tu padre te dé su apoyo, porque eso, por todo lo que me has contado, nunca lo vas a conseguir o al menos, no dependerá nunca de lo que tú hagas si no de lo que él quiera apreciar. Bueno, ¿has encontrado algo más en el capítulo que te haya sido útil para darte cuenta de más cosas? Paciente: Sí, en esta parte del capítulo (la paciente señala la frase) me ha hecho recordar, que mi padre siempre me decía “vas por el mal camino”, “eres como todos los demás”. Y yo me paraba a pensar y decía “¿por qué? Si soy alumna de sobresalientes, no fumo, no bebo apenas, ayudo en casa… ¿Por qué me dice eso? (La paciente se pone a llorar). Psicóloga: No te preocupes Genoveva, aquí vamos a trabajar el que aprendas a que lo que tu padre te diga te sea indiferente, que no te repercuta en tu vida, ni te haga llegar a desvalorizarte. Paciente: Es que es muy duro, no consigo entenderlo, es que somos de la misma sangre, y no logro entender cómo es capaz de hacerme eso. Recuerdo una situación (la paciente no deja de llorar) en la que le pedí a mi pa34

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dre que comprara una bicicleta, aunque no era uno de mis deportes favoritos, pero como era el suyo, era lo único que podía utilizar para estar con él más tiempo. Mi padre me la compró, y yo me iba con él los fines de semana, pero era muy pequeña, y mi padre lo que hacía con la bicicleta era ir de unos pueblos a otros, y yo no lo aguantaba, porque me empezaba a marear. Se lo dije a mi padre, y él me respondió: “nunca te bajes de la bicicleta, estés como estés, nunca te bajes”, y eso me marcó mucho, porque yo llegaba malísima a mi casa y él no era capaz de parar. Por eso, tuve que dejar de irme con él. Psicóloga: No te preocupes, Genoveva, aquí estamos para cambiar eso, y para que no siempre actúes buscando la aprobación de tu padre ni que lo que él te diga te haga hundirte, sino que simplemente te sea indiferente. ¿Tienes algo más anotado en lo que has trabajado? Paciente: Sí, este párrafo (la paciente lo señala en su libreta) me ha hecho darme cuenta de que cuando yo salía con mis amigas, siempre actuaba de forma diferente a ellas, para no parecerme a los demás y que así no me pudiera decir “eres como todas las demás”. Además, por las críticas que mi padre me hacía he dejado de hacer muchas cosas que me gustaban. A mí siempre me ha gustado leer y escribir muchísimo, siempre procuraba ahorrar para poder comprarme libros. Cuando mi padre llegaba a mi casa y me veía leyendo por las noches me decía “¿qué? ¡Qué no habrás tenido tiempo en todo el día de leer y así no tienes que gastar luz ahora!” “Vaya una niña está siempre gastando en libros y folios, para que querrás escribir tanto, si eso no te va a servir de nada”. Por esas críticas que mi padre me hacía dejé de leer y escribir, por eso, escribir el diario que me dijiste, me está costando la vida, porque lo único que pienso cuando escribo es “tengo que hacer la letra bonita” “ponerlo todo con márgenes”. El hábito de leer si lo estoy recuperando de nuevo. Psicóloga: ¿Quieres comentar algo más que hayas encontrado? Paciente: Aquí tengo anotada una frase que yo me repito mucho y a diario “quiero sentirme útil”, sé que es una frase muy fea. Psicóloga: Hombre, pues claro que es fea, eres útil en muchas cosas, lo que pasa es que tú y tu baja autoestima no te dejan verlo. Paciente: Si yo lo sé, ¡para algo tengo que ser útil! Por algo estoy aquí. Yo sé que si una amiga me dijera esa frase le diría “hombre pues mira eres útil para esto, eso y lo otro” y yo sé que lo soy. Si la teoría me la sé, me falta aplicar la práctica. Psicóloga: ¿Alguna cosa más para terminar? Paciente: Este trabajo me ha servido para recordar una situación de mi primer año de carrera (la paciente lo señala en el texto). En el primer año, tenía una compañera que era “perfecta”, era super inteligente, lo llevaba todo con matrícula, era guapa, simpática, vamos un cielo de niña. De repente un día le empezó a doler la 35

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barriga, primero tuvo apendicitis, luego peritonitis, y a los pocos días se murió. Su muerte me hacía pensar en por qué ella, con todo lo que sabía, lo inteligente que era, lo simpática… se había tenido que morir, y cómo yo, que era menos inteligente y demás estaba viva. Psicóloga: Vamos, que pensabas que eras tú la que te merecías estar muerta en lugar de ella. (La paciente asiente con la cabeza y se echa a llorar). Eso es muy duro pensarlo, te machacas tú sola. Si tú estás aquí, y ella se murió, es porque le había llegado su hora. En algunas religiones piensan, que cuando una persona se muere, es porque ya ha aprendido todo lo que tenía que aprender en la vida. Según eso, tu amiga, quizás ya lo tenía todo aprendido y por eso se murió. Piensa si ese pensamiento te trae paz. ¿Tú crees que ya lo tienes todo aprendido? Paciente: Sí, sí que me trae paz. Me siento mucho mejor. Y no, todavía me queda mucho por aprender. El problema es que yo siempre me hago la pregunta de “¿por qué lo voy a hacer, si sé que no lo voy a conseguir?”. Eso siempre me ha hecho buscar apoyo fuera. En mi carrera por ejemplo, había un profesor al que siempre recurría porque me gustaba hablar con él. Y él me daba apoyo, aunque siempre me regañaba diciéndome que no servía de nada que él me diera ese apoyo, que lo que tenía que hacer era dármelo yo misma. Psicóloga: Claro, es que es lo que yo te digo aquí, no puedes esperar que la gente diga lo que quieres oír, sino que tienes que aprender a darte refuerzos a ti misma. Mira, rellena estas escalas (TEP, escala de autorreforzamiento, y escala de conductas objetivo y ahora las comentamos aquí junto con las que hiciste el otro día. Paciente: Vale. (Se pone a rellenarlas y cuando termina se las entrega a la psicóloga y las corrige en un momento y comienzan a comentarlos). Psicóloga: Mira en los test del otro día, te ha salido que tienes baja autoestima, aunque eso ya lo sabíamos, que tienes un nivel de ansiedad por las nubes, pero sin embargo, sale que eres muy asertiva. En las escalas que acabas de rellenar, sale que no te autorrefuerzas nada. Si te parece, anota las formas de autorrefuerzo que creas que te pueden ser útil, y comienza a aplicártelas ¿te parece? Paciente: Sí (comienza a anotarlas en un folio). Psicóloga: Todo lo que ha salido lo vamos a ir trabajando aquí poco a poco para ir modificándolo. Pasemos a otra cosa, ¿has traído el autorregistro?

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Paciente: Sí, aquí lo tengo, son tonterías, me ha servido para ir dándome cuenta de lo que hablamos aquí en la sesión anterior. Psicóloga: (Lee el autorregistro y le llama la atención una situación en la que la paciente cuenta que ella llamó a su amiga, y que para no interrumpirla le dijo “bueno, ya te dejo que te estoy quitando mucho tiempo” y sin embargo, cuando esa misma amiga la llama a ella, no sabe cortarla, aún sabiendo que tiene que mandar un documento urgente, por eso decide trabajarlo mediante role-playing). ¿Por qué no fuiste capaz de decirle, “te llamo en un momento que tengo que mandar un documento”? Paciente: Porque necesitaba hablar. Psicóloga: Pero es que tu también necesitabas mandar el documento, por eso podrías haberle dicho “¿qué me quieres contar?, ¿es muy importante?, es que si no te importa, te llamo en 20 minutos que tengo que mandarle un correo a un profesor” y tu amiga lo hubiera comprendido. Paciente: Lo sé, pero no fui capaz. Psicóloga: Pues venga, vamos a ensayarlo aquí. Yo soy tu amiga y te llamo. “Ring- ring, Hola Genoveva, tía necesito hablar contigo”. Paciente: Pero, ¿es muy importante?, es que si no te importa te llamo luego que tengo que mandar un correo muy urgente. (Lo dice con tono borde). Psicóloga: Bueno vale, llámame ahora, ¿vale? Que no se te olvide que es importante para mí. Paciente: Que no, no te preocupes que te llamo en un momento. Psicóloga: Lo has hecho bien, pero tienes que intentar decirlo con un tono más asertivo, que se note que te importa, pero que ahora mismo no puedes, y además, no le cortes tan directamente, primero pregúntale qué le pasa y después le explicas que después la llamas, pero así le muestras que te preocupas por ella. Otra cosa importante, señálale el tiempo que vas a tardar en llamarla aproximadamente, para evitar que le genere ansiedad y te esté llamando cada cinco minutos. Venga vamos a ensayarlo otra vez. “Ring- ring, Hola Genoveva, necesito hablar contigo”. Paciente: ¿Qué te ha pasado? Psicóloga: Nada que he discutido con mi madre y ya no sé que voy a hacer con ella. Paciente: ¿Te importa que te llame en unos 20 minutos que tengo que terminar una cosa para mandársela a mi profesor y ahora te llamo? (Ahora, lo dice con un tono de voz más acogedor y con muestras de cariño). Psicóloga: Bueno vale, pero que no se te olvide llamarme por favor. 37

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Paciente: No, no te preocupes que en 20 minutos como mucho te llamo y hablamos tranquilamente. Psicóloga: Vale, hasta ahora. Paciente: Adiós. Psicóloga: Muy bien, ¿te das cuenta como es importante la forma en que lo expreses? Paciente: Sí, pero poco a poco (se sonríe), me cuesta mucho trabajo decir que no. Psicóloga: No te preocupes que aquí lo vamos a trabajar hasta que lo consigas. (Termina de leer el autorregistro y el diario, y le explica que lo ha hecho bien, y comienza a decirle lo que tiene que hacer para el próximo día). Mira, para el próximo día vamos a trabajar cómo desarmar la crítica, y así, en la próxima sesión podemos completar el autorregistro y además, ve tomando nota de aquello con lo que te identifiques y que vayas a utilizar, ¿vale? Con este trabajo lo que quiero que aprendas es a tomar la crítica desde la distancia, separándola de tu voz interior. Para conseguir desarmar la crítica hay que hacer tres cosas, que son desenmascarar su propósito, responderle y por último, hacerla inútil. Para desenmascarar su propósito lo más importante es descubrir el motivo de la crítica, de modo que le quites esa función. Para responder a la crítica hay tres métodos para hacerlo. Uno de ellos es creando tus propias frases o palabras, para que cuando aparezca esa crítica, te enojes mentalmente y te repitas esa frase o palabra como, por ejemplo decir “¡Cállate ya, eso es mentira!”. Otra forma de callar la crítica es preguntarte por el precio que estás pagando por ella, porque quizás esa crítica te está haciendo que te sientas más ansioso y reservado con la gente, que tengas que dejar a tu pareja porque pienses que no le gustas, y cosas así, de modo que veas que no merece la pena ese precio. Por último, para responderle puedes utilizar la afirmación de la valía, aunque es difícil, es importante hacerlo, puesto que con los otros dos métodos no es suficiente para callar la crítica. Tienes que llegar a afirmar que no vales por lo que haces, si no que vales simplemente por existir. Para ello, te puedes decir frases como, por ejemplo, “soy valiosa porque respiro y siento”. ¿Lo vas entendiendo? Paciente: Sí. Psicóloga: Para hacer inútil a tu crítica, lo que tienes que hacer es terminar quitándole el papel que tenía, pasando a satisfacer esas necesidades de una forma nueva y más adaptada. Para ello, tienes que encontrar nuevos motivadores, dejando la crítica a un lado. Una forma sana de motivación es visualizar las consecuencias positivas del éxito. Antes tú hacías las cosas por cubrir distintas necesidades que te imponías con tu crítica, tales como la necesidad de hacer 38

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el bien, de sentirte bien, de rendir o de controlar tus sentimientos negativos de cólera, frustración, miedo al fracaso, sentirte mal o carente de valor, de miedo al rechazo y de culpa. Una forma sana de motivación por ejemplo, sería visualizar las consecuencias positivas del éxito, concebirte de forma más realista, actuar según tus valores, etcétera. Eso es lo que quiero que hagas con tu crítica, estos tres pasos para llegar a eliminarla. ¿Vale? (La paciente pone cara de preocupación). No te preocupes, que todo esto te va a resultar más fácil conforme vayamos trabajando en las próximas sesiones, en las cuales iremos viendo diferentes formas de llegar a hacer inútil a la crítica. Paciente: Sé que me va resultar difícil, pero quiero hacerlo. Psicóloga: Muy bien, Genoveva. Además de esto, te voy a pedir que escribas un suceso traumático de tu infancia, pero explicando todo lo que sucedió, cómo te sentistes, qué pensastes, qué hicistes… Todo bien explicado y señalado. Paciente: Buf, eso me va a resultar muy duro, no me gusta recordar esas cosas, ya con lo que he recordado durante el capítulo me he sentido bastante mal, y escribir eso me va a hacer sentir peor, ¿tengo que hacerlo? Psicóloga: Es importante para que solucionemos tu problema de autoestima. Te voy a poner un ejemplo, tú tienes un cajón lleno de cosas que has ido guardando en él durante toda tu vida, tienes piedras de cuando eras pequeña, lazos, una pelota pequeña… En fin, lo tienes lleno hasta arriba y siempre dices “tengo que ordenar el cajón, está súper desordenado” y cuando decides hacerlo, tienes que sacar todo lo que hay en el cajón, y tirar aquello que ya no te sirve y dejar lo que consideras que es importante para ti y que te va a servir, ¿no? Paciente: Claro. Psicóloga: Pues con esto pasa igual, tenemos que buscar desde tu infancia para deshacernos de aquello que no te hace bien y que no te sirve para nada y dejar únicamente lo que te pueda ayudar, ¿lo entiendes? Paciente: Sí, claro, entonces lo escribiré. Psicóloga: Bueno, nos vemos el próximo día. (Le abraza y le da ánimo). Paciente: Hasta la semana que viene, y que pases un buen fin de semana.

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SESIÓN 3. DÍA 26/01/2012 Psicóloga: ¿Qué tal ha ido la semana Genoveva? Paciente: Ha sido una semana intensa, me han pasado muchas cosas y he alternado momentos de llorar con momentos de asimilar cosas. Me he enfadado mucho con mi padre, “es que tengo ganas de liarla”. (Lo dice con rabia). Psicóloga: Y de pegarle, si pudieras le pegabas. Paciente: Sí, pero como sé que no puedo, pues bueno, esa opción está descartada. Por ejemplo, lo de irme a Polonia yo sé que a él, le va a doler en el alma y me va a regañar muchísimo y va a poner el grito en el cielo. Todavía no sé si me voy o no, pero tengo unas ganas de decírselo para ver por dónde salta... Y sobre todo, tengo muchas ganas que me diga “sí, pues no vuelvas más; si eres tan chula para irte, vete, pero no vuelvas más” y voy a decir “¡bien!” (La paciente sonríe sarcásticamente). Psicóloga: De decirle “me acabas de decir lo que quería” (asintiendo mientras parafrasea). Paciente: ¡Tengo unas ganas de hacer eso...! Lo que pasa es que mi novio todavía no me deja porque no lo sabemos seguro. Y tenía muchas dudas con lo de Polonia ¡muchas, muchas!, pero cada vez tengo menos. Psicóloga: Porque lo ves como una liberación, ¿no? Paciente: Sí, pero en todo, yo sé que no lo voy a pasar bien porque el inglés no lo controlo todavía bien, allí no tengo a nadie, voy a estar todo el día sola porque él va a estar trabajando, me tengo que buscar la vida allí. Pero es que lo que tengo aquí no compensa, es que da igual, me compensa más estar sola, no oír gritos, no oír que me regañen, no oír excusas, reclamaciones… Psicóloga: ¿De cuánto tiempo es el contrato de él? Paciente: Indefinido. Psicóloga: A mí me encantó Polonia. ¿Qué ciudad es? Paciente: Cracovia Psicóloga: ¡Con lo bonito que es Cracovia! Es muy bonito. Luego los polacos te encantarán por su forma de ser, ¡ya lo verás! Paciente: No sé, yo estaba… estamos ahí, que si sí, que si no, pero que vamos que yo estas dos semanas… Psicóloga: Los polacos se parecen mucho a los andaluces, en cuanto a la humildad y en la forma de acoger a la gente. Paciente: ¿Si? 40

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Psicóloga: Sí, ha sido un pueblo muy invadido que ha estado, unas veces bajo el dominio de Alemania; y otras veces, ha pertenecido a Rusia. Además como han salido de la guerra fría, del comunismo, tienen mucho retraso y se están poniendo un poco al día, y ahora que llega la crisis, otra vez están en la cola. Se les ve un poco tristes, la cara que tienen todavía es un poco a remolque…, pero son muy acogedores, amables y muy civilizados. Paciente: Me han dicho que hay mucha gente española allí. Psicóloga: ¡Los españoles es que estamos por todo el mundo! Ya los sabes tú, por el programa “españoles por el mundo”. (La paciente se sonríe). Pero, ya lo verás, como dentro de la seriedad que tienen son amables, no todos. Los alemanes son políticamente correctos pero no son acogedores. Pero ya verás como… Paciente: Si mi miedo principal es…, son dos, uno que no sé que voy a hacer allí, hasta que no me busque la vida, porque no tengo nada, yo voy sin nada. Y otro…el momento de decirlo (esta frase la dice sonriendo). Psicóloga: Sí, pero ¡fíjate! Dices “el momento de decirlo” y aparece una sonrisa. Es decir: ¡Estás deseando! (La paciente se sonríe). Paciente: Y yo sé que va a ser un rato muy malo. A mí madre se lo he estado contando. El otro día le dije “mamá, se lo voy a decir en breve ¡eh!” Psicóloga: ¿Y para cuándo sería? Paciente: Sería en Julio. Psicóloga: Te da tiempo a terminar aquí. Paciente: Claro, estos meses serían para terminar mi tesina. Psicóloga: Y para terminar esto. (La paciente sonríe y suspira). A esto le tienes que dar prioridad. Paciente: Sí, sí, e… Inglés por un tubo. Pero eso, es que yo me sentía rara porque yo decía “sí, ¿pero yo a qué voy? ¿A hacerte la comida y a arreglar el piso?” y estoy así un poco… (La paciente se quedó pensativa y pone cara de agobio). Psicóloga: Y a hacer una vida, buscando algo donde trabajar. Paciente: ¡Ya!, lo que pasa es que le ponía muchas pegas a eso y sobre todo, ¿sabes lo que le decía?. Mi novio lo ha pasado mal conmigo porque le decía que yo no quería depender de nadie, que si ahora me peleaba yo no tenía dinero para volver, que iba a estar todo el día sola, que me iba a tener que mantener y que

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tenía que pedirle dinero a él. Y eso es básicamente lo que hace mi madre, y eso es lo que no quería. Psicóloga: ¿Y tú eras consciente de que era exactamente lo que hacía tu madre? Paciente: Sí. Psicóloga: Era como si dijeras, “¡no quiero repetir modelo!”. (La paciente asiente con la cabeza). “Que si no tengo que claudicar todo el día, diga lo que diga”, ¿no? Paciente: Eso de pelearme con él y luego darme dinero para ir a comprar… no cabe… No… Psicóloga: Eso es no tener dignidad, ¿no? Paciente: No. Psicóloga: “Pues sí, es algo así como que si me cabreo, ¡no quiero ni tu dinero!”. Es como si al estar enfadada no te permitieras ni hablarle, ni mirarle, porque eso implicaría que estás cediendo, y te resultaría como si el cabreo o la discusión hubiesen desaparecido, cuando en lugar de eso lo que deseas es aclarar la situación o esperar a que él te pida perdón. (Paciente y psicóloga sonríen). Lo que pasa es que tu madre probablemente no piensa que sea su dinero, sino que ese es el dinero que a ella le toca, es suyo también por lo que le toca aguantar. Paciente: Si mi madre también trabaja, el caso es que también trabaja por las mañanas limpiando, pero… en mi casa es mi padre el que trabaja. El único que se esfuerza, el único que trae dinero a casa, el único que aporta. Psicóloga: Y que es el centro de todo ¿no? Paciente: Sí. Los demás no… Psicóloga: ¿No hacéis nada? Paciente: No. Gastar. Psicóloga: Claro. Paciente: Los demás gastar. Psicóloga: Él es la víctima. Paciente: (La paciente afirma con la cabeza). Sí, los demás gastar. Psicóloga: Vale. Bueno pues entonces me alegra ver que las dudas que tenías el otro día de que no sabías: qué hacer con lo de Polonia, tal y cual, ya te ves más decidida, ya ves lo que estás avanzando, estás viendo, ¿no? (La paciente asiente con la cabeza). Fíjate cómo piensas qué es es lo que puedes hacer, cómo lo puedes solucionar, cómo puedes ponerte a hacer cosas cuando estés allí. 42

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Paciente: Sí. Estoy viendo un poco más de luz, sobre todo también con el inglés que quiero avanzar y sé que yéndome allí, por lo menos estoy dando un paso. Psicóloga: Tengo una alumna polaca que creo que es de Cracovia. Voy a preguntárselo, ¿vale?, que además es de las que hoy me tiene que mandar un trabajo. Si me… sí se lo pregunto y es de Cracovia ¿te interesa que te ponga en contacto con ella? Paciente: Sí, claro. Psicóloga: Porque creo que vuelve ahora en el segundo cuatrimestre, o sea que va a estar allí Junio y Julio. ¿Te interesa? Paciente: Pero al final de… Psicóloga: Vuelve en Marzo a Cracovia. Vamos a Cracovia o donde sea, yo creo que era de Cracovia. Paciente: Sí, al menos para preguntarle. Paciente: En principio es en Cracovia, lo que pasa es que, por ejemplo creo que él se va a tener que desplazar a otra ciudad. Es que a él, la empresa le proporciona el piso y si queremos esa opción nos tenemos que ir a Cracovia. Si vemos otro sitio que a lo mejor el piso valga menos o nos guste más o lo que sea pues va a ser a otro sitio. Psicóloga: Mira, las tres ciudades más importantes de Polonia son Varsovia, Cracovia y Wroclaw. Como si dijéramos aquí, Barcelona, Madrid y… San Sebastián, Sevilla o Valencia. Es que en España no es tan fácil. Las dos primeras las ves muy fácil, pero luego la tercera… ¿verdad? Es más complicado ya. Vale, bueno dime. Paciente: Con lo que estoy más preocupada es… no veo la solución a quitarme el cabreo con… Psicóloga: ¿No ves la solución a quitarte el cabreo con? Paciente: ...mi padre. Psicóloga: Vale, eso lo vamos a trabajar ahora después. De eso ya he tomado yo nota. Mira, quiero que seas consciente de una cosa que has dicho antes, has dicho “mi novio no me deja decírselo a mis padres todavía”. Paciente: Sí, no me deja porque no lo sabe fijo. Psicóloga: Ya, ya, pero ¿por qué dices “mi novio no me deja”? Paciente: Porque… Psicóloga: Podías haber dicho..., mira te lo explico, podías haber dicho muchas cosas. Podías haber dicho “todavía no es el momento”, “yo todavía no lo quiero decir”, “todavía”, como no es fijo, mi novio está intentando retenerme un poco”. Pero has dicho “mi novio no me deja” 43

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Paciente: Es que creo que hay ahí trasfondo. Porque… Psicóloga: Claro que hay trasfondo. De eso es lo que quiero hablar. (La paciente y psicóloga sonríen). Paciente: Ya. Psicóloga: Las palabras que escoges tienen un significado. Vamos a ver, no es lo mismo decir “mi novio me está ayudando a no contarlo” a decir “mi novio no me deja”. Paciente: No, no me deja contarlo, pues porque él se lleva muy bien con mi padre. A mi padre le ha caído en gracia. Es de las pocas personas con las que es simpático, agradable…. Entonces, yo sé que en el momento que yo diga eso de Polonia, pues se va a poner a hacer preguntas, va a cambiar la actitud con él, y yo creo que él tiene mucho miedo a eso. A que cambie con él. Psicóloga: Bueno pues entonces quizás habrá que preparar cómo se lo vais a decir. Paciente: Si hay que prepararlo pero… buf. Psicóloga: Sí, que la reacción va a ser la misma. Paciente: Mi madre no me está ayudando mucho en ese aspecto la verdad porque dice que tengo que decirle como que me voy a casar con él, y por eso me voy con él. Digo “mamá, casarme con él ¿es la solución?”, no sé no lo veo yo eso… Psicóloga: Pues si tú no lo sientes, no lo hagas por mucho que te lo diga tu madre. Hombre, puedes encontrar algo intermedio, ¿vale? Puedes decir algo así como “mira que nos ha salido una oportunidad estupenda, que nosotros estamos muy bien juntos, que somos una pareja estable”, si tú quieres hablar de matrimonio puedes decir algo como “esto probablemente nos lleve a casarnos, pero ahora mismo no tenemos un duro ahorrado”. Pero tú, proponlo a largo plazo, a largo plazo. Paciente: Ya, si lo malo es que… Psicóloga: ... que él quiere oír la palabra matrimonio, pues que la oiga ¿sabes?, pero de pasada. (La paciente sonríe). Paciente: No sé todavía controlar cuando hablo con mi padre, lo intento… yo empiezo suave, pero… Psicóloga: Sí, pero yo creo que para que llegue ese momento de comunicárselo a tu padre tiene que pasar mucho tiempo todavía y que tenemos que tratar muchas cosas antes, ¿vale? Por eso, cuando veas que se aproxima el momento y tú quieras lo tratamos y lo hacemos aquí, y también lo podemos ensayar como las situaciones que teníamos antes, incluso si un día quiere venir tu novio, porque lo vais a tener que hacer juntos, me parecería fenomenal. Pero como esto toda44

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vía, no se lo vas a decir mañana ni pasado mañana, que todavía quedan meses y tenemos cosas muy importantes que trabajar, si te parece lo aplazamos hasta ese momento, ¿vale? Porque a mí me interesa mucho más trabajar contigo otras emociones que están surgiendo ahora. En el momento que tú tengas todo esto más trabajado la solución va a venir por su propio peso, ¿vale? Esto es como si dijéramos “estoy pensando en ponerle unos adornos de barandilla a las terrazas que estoy haciendo en mi piso de arriba” cuando no hemos elegido el aislante de las paredes de abajo. (La paciente asiente con la cabeza). Paciente: Vale. Psicóloga: Está bien que lo saques, porque todas las preocupaciones que saques, son preocupaciones de las que te liberas. Y al compartirlas y verbalizarlas se quedan en menos. Y el que yo te diga también, “cuando tu veas que es el momento de hablar, lo trabajamos antes” pues yo creo que también ayuda a decir, “bueno, tengo ahí un resorte del que también puedo tirar”. Paciente: Sí. Psicóloga: Pero creo que para que todo eso se trabaje mejor y que te cueste menos trabajo, tenemos que poner ahora las bases, si te parece. Paciente: Sí, ayer me costó mucho trabajo escribirte la tarea que me mandaste sobre la situación traumática de mi pasado relacionada con mi padre. Psicóloga: Lo sé. Lo leí por la noche. La última parte que es muy reflexionada eso hay que quitarlo cuando lo leamos. Lo intenté imprimir, pero se me ha roto la impresora. Paciente: A mí también. Psicóloga: Pero, me quedé con las ganas. Tú tienes aquí el archivo. Yo sí lo tengo, lo imprimimos ahora mismo. Paciente: No me lo he traído, es que… ¡buf!… no lo quiero ni ver. Me ha costado pensarlo, me ha costado volver a cuál… Psicóloga: Hay algunas cosillas que tenemos que modificar de ahí. (Se imprime el archivo). Bueno, antes de empezar con esto, si te parece, saca las cosas que te mandé el día anterior, para ver cómo lo has trabajado. Paciente: No he anotado lo que me pediste de callar a la crítica. Psicóloga: ¿No lo has anotado? Paciente: No, pero sí que lo he trabajado, pero es que lo de callar a la crítica me cuesta tanto trabajo... (Se refiere al trabajo de “desarmar a la crítica” que se le explicó el día anterior). 45

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Paciente: Me he dado cuenta que… como tú me dijiste, soy un caso de libro. Porque es que, estas frases que me dijiste, yo que sé, me las habré repetido un montón de veces. Mira, creo que siempre estoy a la defensiva. He intentado decirme “esto es veneno, déjalo, esto son mentiras”. Pero es que estoy tan cabreada que no me sale. Es que estoy muy cabreada. Sólo me siento cabreada. Psicóloga: Pero bueno, el cabreo no es malo. El cabreo puede ser cabreo contra esa crítica, por haber creído las palabras de tu padre. Yo creo que ahora mismo, el cabreo que estás sintiendo es el ser consciente de todo lo que te has tragado, de que te lo has creído y estás cabreada, estás cabreada con tu padre y estás cabreada con la crítica, con la parte tuya esa que se lo ha creído, ¿no? Paciente: Si el caso es que a mí la gente me ha dicho mil veces “no te valoras, no te valoras” ¡Pero cómo me voy a valorar yo, si nadie me ha valorado nunca! Psicóloga: Efectivamente. Pero esa parte luego la verás cuando trabajemos la compasión, entender tu proceso y decir “me perdono por haber llegado hasta aquí, me perdono porque no tenía otra cosa que hacer”, ¿vale? Pero ahora mismo, a mí no me molesta para nada que estés cabreada, me parece bien. A mí, lo que me molestaría, lo que me preocuparía sobre todo, es que tú llegaras aquí y dijeras “como llegaste el primer día”, “¡qué tampoco estoy tan mal!, ¿Por qué no le damos una capilla de pintura rápida y ya está? No hace falta que...”. Eso me preocuparía, porque diría “bueno, ¿tú qué pasa? ¿No te estás haciendo consciente de las cosas?”. (La paciente asiente con la cabeza). Pero ¡vamos!, que tú vengas, que te lo leas y que digas “¡joder! Es que todo lo que viene aquí es... ¡qué soy yo!”. Eso es lo que te va a hacer avanzar, ser consciente, porque en el momento que tú veas el problema y lo veas claro, es el momento en el que podemos avanzar. ¿Qué estás cabreada? Es que es normal que estés cabreada, cabreada no, súper cabreada, cabreadísima. Paciente: Pero es que también conmigo misma, porque si yo no hubiera escuchado a mi padre… (La paciente se queda en silencio). Psicóloga: Pues por eso te digo, estás cabreada ahora mismo con la parte de crítica que tú te has creído. Paciente: ¿Por qué la opinión de una persona me afecta tanto y me sigue afectando y… todo este tiempo? Si de las demás a lo mejor tenía alguna que me apoyaba. ¿Por qué él? Si él nunca me ha entendido. Psicóloga: Pues ahora es cuando te vas a quitar eso, ¿qué por qué es él a quien le has hecho siempre caso? Pues mira, y ya enlazo con la actividad que me mandaste ayer por correo electrónico, cuando ocurre algo muy traumático… 46

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Paciente: Tampoco… no fue tan traumático. Psicóloga: ¡Vamos a ver! Los sucesos traumáticos son traumáticos para cada uno, en algún momento de la vida, ¿vale? Esto es como lo de la percepción subjetiva. Para ti, una tontería puede ser lo más mínimo, pero para otra persona puede ser un mundo y al revés, ¿vale? Son percepciones subjetivas, porque cada persona somos diferentes. Esto que vamos a hacer con el ejercicio que me mandaste ayer se basa en la teoría de las emociones, ¿vale? No solamente cuando tenemos una emoción nos sale a la cara, sino que también poniendo ese gesto en la cara podríamos generar esa emoción. Esto en el teatro lo tienen muy integrado… Y efectivamente a base de sonreír, te sientes más alegre. En esto se basa también la Risoterapia. Paciente: ¡Será verdad! Psicóloga: Claro. Paciente: ¿Cómo puede ser? Que si yo estoy cabreada pero me estoy riendo todo el rato, ¿al final me río? Psicóloga: Mira los gestos, eso está demostrado, los gestos que hacemos, no solamente el cerebro manda una orden por los neurotransmisores que trasmitimos, sino que al poner ese gesto, el mecanismo es bidireccional, generamos también unas sustancias, generamos también esos neurotransmisores y al final terminamos sintiéndonos así. Por eso son importantes todos esos mecanismos. Pero lo más importante es que, a base de llorar también te sientes más triste, por eso lo de llorar para descargar, pero sin anclarte, porque como utilices el llorar y le saques gustillo a eso, cada vez que lloras te sientes más triste. Piensa en las chicas que cuando están con la regla necesitan llorar, yo siempre digo “vamos a ver, no le des vueltas a la cabeza sobre por qué estás triste, no estás triste por nada, son los estrógenos”. El problema es, que cómo tú empieces a pensar “y es qué es por esto, y es qué es por lo otro” al final efectivamente te sientes triste, cuando en realidad tú lo único que tenías era una necesidad de descargar emociones puramente emocional, hormonal. El problema es, que cómo te ancles en eso… ¡puf! Pues te puedes imaginar, ya haces un mundo, algo que no existía en realidad, lo creas, lo elaboras, porque necesitas darle una explicación. Cuando la explicación es tan fácil cómo que lo tienes que soltar y punto. Tantas veces que estamos tensos, pues porque hemos pasado así un día intenso, con emociones positivas o negativas, o con una preocupación, o simplemente de las prisas que has tenido, y tú te sientes que tienes ganas de llorar. Tú hechas una lágrima y te quedas como nueva. Ahora, empieza a darle vueltas a las cosas “y por qué estoy así, esto me afecta más que no sé cuanto…” ya te tiras llorando en vez de diez minutos, tres horas. Ya está. Mira lo interesante es conocerse y decir “yo ahora hecho cinco lágrimas y me quedo como Dios”, pues ya está, pero sin más pretensión de darle más 47

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significado a nada, porque no tiene más significado que el de la tensión acumulada. Ya está. Que en vez de darme un masaje para descargar contracturas, pues hecho cinco lágrimas y me quedo igual, nueva, y punto. Sigamos por donde vamos… cuando hay un trauma, existe una situación de miedo, de miedo muy elaborado; no es el miedo por una amenaza física, como que viene un mamut y me va a matar. Pero de alguna manera, el personaje o la situación que te inspira amenaza es como el mamut, la reacción emocional es la misma, es de miedo, o mejor dicho de pánico. Las reacciones de miedo, ¿cómo se focalizan en la cara?, ¿qué gesto haces tú cuando tienes miedo? Paciente: No lo sé. Psicóloga: ¿Sí, qué gesto se hace con los ojos, con la boca, tú o cualquier persona? ¿Cuál es el gesto relacionado cuándo hay miedo? Paciente: Creo que se abren los ojos, ¿no? Psicóloga: Se abren mucho los ojos, ¿qué más? Paciente: La boca se abre también. Psicóloga: Se paralizan los ojos, no se mueven, se abren mucho. La boca se queda abierta, las cejas se suben hacia arriba, y sobre todo, lo más característico es que se paraliza la mirada. Cuando nosotros estamos pensando y cuando nosotros estamos procesando información, -que es igual que pensar pero en términos cognitivos- lo que hacemos continuamente es mover los ojos. Hay un movimiento de los ojos mínimo, que sólo podemos notar si observamos la mirada muy de cerca y atentamente. Si te das cuenta, en el sueño REM, cuando nosotros soñamos, ese movimiento ocular del que hablamos también existe, porque estamos procesando información. En este momento estamos reprocesando información en ese caso, volviendo a vivir lo del día, para tener una solución. Lo que hacemos en el sueño REM es buscar soluciones a lo que hemos vivido, unas veces de manera simbólica y otras veces de manera mucho menos simbólica, más real, más tangible, ¿me sigues? Cuando nosotros tenemos una situación traumática, una situación de miedo, lo que hacemos es paralizar ese pequeño movimiento, que se ha relacionado con dejar de procesar información, ¿vale? Paciente: Sí. Lo que pasa es que no recuerdo ni una sola vez, haber mirado a mi padre mientras me estaba regañando, yo no podía mirarle. Psicóloga: Pero es que eso no tiene nada que ver. Paciente: Es que no me dejaba. Psicóloga: Es que eso no tiene nada que ver. 48

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Paciente: No es que… pero es que… yo tenía que mirar para otro lado, debía mirar para otro lado, porque como le siguiera la mirada…era… (la paciente se muestra nerviosa sólo de recordarlo). Psicóloga: Pero no tiene nada que ver. Da lo mismo Genoveva. Es que no se trata de que tú le mires a tu padre y en ese momento te bloquees, se trata de que tú en ese momento fijas tu mirada y entonces no reprocesas la información, aunque estés mirando al suelo, aunque estés mirando a otro lado, o aunque tengas los ojos cerrados, ¡da lo mismo! Incluso con los ojos cerrados, si tú en ese momento no estás moviendo los ojos porque tu situación es de miedo, no estás reprocesando la información. Entonces esa situación se ancla, y es lo que hace que sea traumática. En 1974, Francine Shapiro empieza a trabajar en el movimiento de los ojos en las situaciones traumáticas e inventa una terapia que se llama EMDR (Reprocesamiento de desensibilización basada en el movimiento ocular) que consiste en justamente en provocar lo contrario: reprocesar esa información del suceso traumático. Concretamente lo que vamos a hacer es que tú escribes la situación, y cuando vengas aquí yo te la leo recreándola mientras que muevo un dedo de uno a otro lado y tú tienes que estar mirándolo. Tu única misión es oírlo, y no perder de vista mi dedo para que reproceses la situación, y que deje de estar anclada. En el momento en que deje esto de anclarse, todas las consecuencias derivadas de ese trauma se reducirán o eliminarán, por ejemplo, tus momentos de reexperimentación que contestaste en la escala, el hecho de revivirlo, el miedo que tienes a lo que dice o hace tu padre; todo eso aparecerán con una importancia muy mermada…, sus palabras se van a ver muy relativizadas, ¿vale? Estoy segura de que esto te va a ayudar un montón. (La paciente se queda mirando con cara de asombro, pensativa y suspira). ¿Eres un poco escéptica? Paciente: Sí. Es que llevo muchos años así con esto. Psicóloga: Mira, Genoveva… Paciente: Estoy aquí porque quiero hacerlo pero…. Psicóloga: Mira Genoveva, he tratado a mucha gente, ¿vale? El año pasado tuve a una paciente que tenía 45 años y hacía 25 que había tenido un marido maltratador, y eso estaba anclado durante 25 años. Ese suceso traumático estaba ancladísimo. Pues en ocho sesiones esto estaba liquidado. No es que no recordara el episodio, pero lo hacía sin revivirlo. Hay una diferencia entre recordar y revivir, ¿verdad? Recordar es a nivel cognitivo, tú recuerdas lo que pasó, sin que te vuelva a doler. Revivir implica que lo vuelves a vivir con todas la emociones que sentiste en ese momento; eso es lo que tú haces: lo reexperimentas y cada vez que oyes a tu padre decir algo se te viene todo lo que has vivido con él. 49

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Paciente: Eso deja de… (intenta decir con una mirada de esperanza e interés). Psicóloga: Eso puede dejar de pasar. ¿Tú quieres intentarlo o no? Paciente: Sí claro. ¡Y tanto! Psicóloga: La cuestión es que una vez que nosotras empecemos a hacer esto, conviene hacerlo todos los días cinco minutos. Paciente: ¿Eso tengo que leerlo todos los días? Psicóloga: No. Te lo tengo que hacer yo todos los días, ¿de acuerdo? Son cinco o diez minutos lo que tardaremos. Paciente: Todos los días tengo que…. Yo pensaba que eso era para ti y ya no… de hecho lo he borrado y todo. Psicóloga: Pero yo no. Paciente: Es que no quería ni oírlo más. De hecho no sé si hay faltas ni nada, porque no quise ni leerlo ni nada para revisarlo. Psicóloga: Ya. Lo más usual es que el primer día lo pases muy mal cuando lo oigas, el segundo día lo pases mejor, el tercero lo pases mejor aún, hasta que llegue un momento en que te dé igual. Lo importante es que cuando llegue ese momento en que te dé igual, todo lo que te diga tú padre, será muy relativizado y te dejará de doler, porque lo dejarás de asociar a esa situación. Paciente: ¿Me puede dejar de doler?, pero es que… ¿cómo te lo explico? Ayer me dio tantos gritos sin importancia…, y yo no soy capaz de decirle, “pero, ¿por qué me gritas?” Psicóloga: Pero serás capaz. Paciente: Pero, ¿sabes qué pasa?, que no le hablo normal, no me sale como estoy hablando con vosotras, me sale tratarle a voces también porque me pongo muy nerviosa. Psicóloga: Claro. Paciente: Pero como no puedo, porque no estoy a su nivel pues… no puedo. Psicóloga: Vamos a ver, para no tratarlo a voces tienes dos cosas que trabajar, una el sentirte tú sin trauma, sin que te duela y para eso está esto (EMDR); y otra que seas capaz de hablar asertivamente y desde el perdón, a él y a ti también por habértelo creído. Si no llegas al estado de perdón hacia tu padre, por lo menos que no te genere ira y para eso tenemos ese material que tenemos que seguir trabajando. Mi pregunta es: ¿te lo vas a creer lo suficiente como para empezar a trabajar? Paciente: Sí. Psicóloga: ¿Te merece la pena? Paciente: Sí. 50

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Psicóloga: Desde luego cuando yo te lea esto, lo vas a pasar mal. Paciente: Ya, lo sé. Psicóloga: Pero es un camino mucho más corto de pasarlo mal con una perspectiva de cambio; sino, podemos seguir como estamos, pero en vez de pasarlo mal con esto, lo vas a pasar cada vez que te grite, o cada vez que te hables con él, y eso además, no tendrá perspectivas de cambio, ¿no? Paciente: Sí, sí, porque es que no sé cómo superarlo. Psicóloga: Entonces vamos a trabajar esto, ¿vale? (La psicóloga pide complementos estimulares que faltan en la historia que había escrito la paciente antes de empezar con EMDR y la completa para que sea más fácil que la paciente imagine y se ponga en la situación. Una vez que da esos detalles, la psicóloga le explica que ya está lista para practicar la técnica). (La psicóloga vuelve sobre el trabajo de desarmar la crítica para ver si tiene alguna duda más antes de empezar con el EDMR). Paciente: Me va a costar esto de “esto es veneno; déjalo, todo son mentiras”… no me… llena, no me lo acabo de creer. Psicóloga: Tienes que crear el tuyo. Esa lista que tienes ahí, son “ejemplos” para que tú veas otros mantras, pero tienes que crear el tuyo propio. Paciente: ¿Aunque sea absurdo? Psicóloga: Pero bueno, si a ti te vale… Paciente: Es que algunas veces lo he intentado. Psicóloga: A mí, por ejemplo, vamos a ver, una cosa que yo utilizo y que suele ayudar a otras personas es decir “tú eres la voz de mi padre (en este caso), no eres mi voz, no eres mi conciencia”, ¿vale? Y eso suele ayudar mucho para pararla; es decir “tú no eres la voz mía, tú eres una voz que he interiorizado de otra persona”. Paciente: ¡Pero le estoy tomando un coraje! Psicóloga: Pero eso está bien, Genoveva. Paciente: Pero, ¿qué eso está bien? Psicóloga: Sí, sí, está bien. Ya no le dices a todo el mundo “amén”. Yo ya te lo he dicho antes, a mí me hubiera preocupado que tú hubieras llegado diciendo… (La paciente la interrumpe). Paciente: …pues yo venía muy preocupada porque venía diciendo lo estoy haciendo muy mal. Psicóloga: Es que esa es la evolución que tienes que tener ahora mismo, enfadarte para luego desenfadarte. Pero yo me preocuparía ahora mismo si tú vinieras en plan “aplatanada” diciendo: “bueno, pero es que a mí no me importa mucho…”, como tú estabas el primer día o diciendo eso de “pero bueno, eso es 51

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ser buena persona, ¿no?” (La paciente se ríe). Ahora te ríes porque lo ves tonto, ¿verdad? Paciente: Sí. Psicóloga: Pero, esa es la evolución, ¿vale? Si tú llegaras así, diría “esto es caso perdido”. Pero a mí, que tú llegues enfadada me encanta, porque supone una evolución que, además, tú estás haciendo muy rápido. Yo ya lo dije al principio, que era muy fácil trabajar contigo porque eres muy disciplinada. (La paciente se sonríe). Vamos a hacer el EMDR para que veas ya en qué consiste. Paciente: ¿Puedo decirte una cosa? Psicóloga: Claro. Paciente: No le estoy contando a mi madre esto. Psicóloga: Como tú quieras. Paciente: No por nada, sino porque mi madre… ayer, por ejemplo, me di muy bien cuenta de lo que hace. Ayer cuando me gritó mi padre por la mañana… tontamente… Psicóloga: … ¿tú te estás dando cuenta de la conciencia que le estás poniendo a esto? Es que está fenomenal. ¿Te estás dando cuenta? Paciente: No. ¿Por qué? Psicóloga: Porque antes no le prestabas atención a nada, lo veías normal y que era de ser buena persona, y ahora dices “me estoy dando cuenta de por qué mi padre hace esto, me estoy dando cuenta mi madre por qué hace lo otro”. Ahora eres súper consciente de las cosas. Paciente: Pero es que me estoy colapsando. Psicóloga: Ahora mismo te estás colapsando de información porque estás siendo de pronto consciente de todo. Paciente: Sí. (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Pero como vamos a empezar ahora con esto, y estás trabajando eso (señala el material que le ha ido dando), pero yo te garantizo casi al cien por cien, o al noventa por cien, que la semana que viene a estas alturas vas a estar mucho mejor. Te lo garantizo. En la medida en que trabajemos ambas cosas te encontrarás mucho mejor porque evolucionas muy rápido. Pero estos primeros días los vas a pasar nada más que regular. (La paciente suspira). Si no te anclas en ese sentimiento de confusión y sigues trabajando, ya lo verás como en cuatro o cinco días te vas a sentir mucho mejor. 52

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Paciente: Mi madre lo que hace es castigar a mi padre de alguna manera, lo trata mal cuando yo le cuento algo que me hace a mí, y eso no… no está bien, no quiero ponerla en contra de él. Yo puedo contarle, vamos a ver, yo le he dicho “mamá, yo te cuento a ti las cosas pues porque te las tengo que contar, porque con alguien tengo que hablarlo y porque… pero yo no quiero que tú seas borde con él, porque él no sabe de dónde viene eso”. Psicóloga: Bueno, pues ahora te digo yo una cosa. Yo lo que no quiero es que tú le digas a tu madre lo que tiene que hacer, ¿vale? Porque tú tienes un proceso y tu madre tiene otro, ¿de acuerdo? Paciente: Pero es que eso no es justo, que yo le diga… Psicóloga: ¡Pero vamos a ver! ¡Qué justo ni que no justo! Ahora, ¿qué vamos a volver a la moralidad extrema del primer día, lo que está bien y lo que está mal? Paciente: No, pero yo no quiero que se enfaden. Psicóloga: ¡Vamos a ver, vamos a ver! Lo primero, eso no te pertenece a ti, ¿vale? Los hijos nos tenemos que meternos en las relaciones de los padres, ¡eso no! Nuestro papel es de hijos. Ellos ya sabrán lo que tienen que hacer. Tercero, la historia de tu madre con tu padre, no se ciñe a lo que tú ves o a lo que no ves. Ella ya sabe cómo manejar la situación. Por lo menos tiene sus estrategias. Tercero, el que se porte bien o mal con tu madre, hace que tu madre tenga que generar algún mecanismo para reforzar o castigar lo que ella cree que está bien o mal, sobre todo contigo, porque tú le dueles. Si su mecanismo es ése, tú no le puedes decir que no lo utilice; y cuarto, a mí me parece justo que tu padre tenga algún tipo de castigo o de lo que sea cuando no lo hace bien; ¿que viene de tu madre? Puede. ¿Que es inadecuado? Bueno, pero es como tu madre sabe hacerlo. Pero tampoco me parece bien que tú vayas en plan víctima o en plan heroína o en plan mártir: “yo puedo con todo”. No, no, porque luego te sale la ira que te sale. Si tu madre castiga a tu padre, tienes que asumir que es su estrategia, no podemos intentar vivir el proceso de todo el mundo, ¿de acuerdo? Yo he tenido aquí una paciente, que se ponía constantemente en el lugar de su director diciendo “pero ¡es que… no entiendo porque hace eso!” Vamos a ver, no tenemos que hacer su proceso ni siquiera comprenderlo. Tú dedícate a que tus objetivos se cumplan, que él intenta hacer lo mismo; él sabrá por qué lo hace, pero ese es su proceso no es el tuyo. Lo que no podemos intentar hacer, es que toda la gente que vive a nuestro alrededor viva sus procesos como nosotros queramos; y además, eso denota muy poca humildad por nuestra parte, ¿no te parece? Paciente: Sí. Psicóloga: Si tu madre ha intentado… pues ¡ya está! Pero esa es su estrategia. Mejor o peor acertada, pero es la que tiene. Si tú la dejas ahora sin estrategia, ¿crees que ella se sentirá mejor? 53

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Paciente: No, de hecho es que no me va a hacer ni caso. Psicóloga: Claro, no te hace caso porque no puede hacerte caso, porque ella necesita poner su grano de arena y defenderte de alguna manera porque tú es que le dueles, ¿sí o no? Paciente: Sí (la paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: De eso si tienes experiencia, ¿no? Paciente: Sí. Psicóloga: Ella lo hace como ella puede, como ella sabe. ¿Qué quizás no sea lo más acertado?, pues quizás no es lo más acertado. Pero dentro de las estrategias que ella tiene disponibles es la mejor que ella ve y tiene que reaccionar y hacer algo contra eso o con eso, ¿lo ves? (La paciente asiente con la cabeza). No juegues a ser la moral de todos, que es un juego muy peligroso. (La paciente asiente con la cabeza). Venga, vamos a hacer esto. (La paciente se sienta justo en frente de la psicóloga, mirándose una a la otra, y ésta le da las instrucciones a la paciente, pidiéndole que no deje de mirar el dedo hasta que no pare de moverlo, para que no afecte negativamente la memoria icónica, que tarda unos segundos más en reprocesar la información. A continuación comienza a aplicarle el EMDR. Durante la aplicación, la paciente intenta retenerse para no llorar. Cuando termina le dice lo siguiente). ¿Qué tal? Te has aguantado muchísimo, ¿eh? (La paciente asiente con la cabeza). ¿Qué ansiedad que tienes ahora mismo de 0 a 10? Paciente: Seis. Psicóloga: ¿Angustia? Paciente: Siete. Psicóloga: ¿Tristeza? Paciente: Ocho. Psicóloga: ¿Frustración? Paciente: Ocho Psicóloga: ¿Vulnerabilidad? Paciente: Ocho Psicóloga: ¿Ira? Paciente: Diez 54

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Psicóloga: ¿Algo que no te haya dicho? Paciente: Impotencia Psicóloga: Hay personas que lo ponen como frustración y personas que lo ponemos separado. ¿Cuánto? ¿Ocho? Paciente: Sí. Psicóloga: Porque es lo mismo. ¿Algo distinto? Paciente: No, pero no es verdad. Psicóloga: No. Claro que no es verdad, pero lo reexperimentas igual que lo viviste, porque se te quedó anclado. (La paciente permanece en silencio y angustiada). ¡Qué no te preocupes que lo vamos a ir reprocesando! (sonriendo). Mañana más. ¿Ha sido tan terrible como lo pensabas o peor? Paciente: No. Psicóloga: Lo esperabas un poco más terrible, ¿verdad? (La paciente asiente con la cabeza). Paciente: Estoy en un punto muy… muy raro. Psicóloga: ¡No! Estás en un punto muy muy bueno, lo que pasa es que te parece raro porque no lo habías vivido nunca. Es nuevo para ti, pero lo estás haciendo muy bien. (La paciente se sonríe). ¡Qué si, qué lo estás haciendo muy bien! (La psicóloga le abraza mientras que le dice que lo está haciendo muy bien). Paciente: ¡Tengo unas ganas de irme… fuera! Psicóloga: ¡Pero bueno no me lo digas a mí que yo te estoy abrazando y parece que te quieres ir de mi lado! (Se lo dice sonriendo). Paciente: No. ¡Tengo unas ganas de cambiar de vida! Psicóloga: Exactamente. Eso es lo que yo quería: hacerte consciente. No quieres irte fuera, no es Polonia, es cambiar de todo, es decir “¡se acabó!, quiero una vida nueva”. Paciente: Si yo sé que Polonia es una excusa. Psicóloga: Pero es una excusa estupenda que te ha venido en un momento estupendo de tu vida. Te va a venir justo después de trabajar todo esto, y te vas a ir nueva con una vida nueva. ¿Tú sabes la de gente que mataría por eso? Lo has encontrado justo en el momento adecuado en tu vida. Paciente: ¡Anda! ¡qué si no hago el curso aquel… no te veo! 55

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Psicóloga: Y yo me alegro, porque ya tengo otra persona que le agradezca a Dios por mi existencia (guiñándole un ojo). (La paciente y psicóloga se sonríen). Paciente: Sí, la verdad es que sí. Vengo… puf… vengo… Psicóloga: Vienes asustada, vienes entre “¡qué bien!” y “¿qué pasará?” (La psicóloga sonríe). Paciente: Sí, vengo asustada pero luego es que me cuesta una pelea todos los días que vengo. Psicóloga: Hasta que te cueste cada vez menos pelea. Pero tú fíjate en lo que has progresado en nada de tiempo, Genoveva, de decir el primer día “pero eso está bien” a tomar conciencia, fíjate qué cambio. Las frases que más repetiste fueron “¿tan mal estoy?”, “es que estoy fatal” y “¿todo eso lo hago yo?”. Paciente: No, pero es que ahora lo que digo es “que estoy bastante mal”. Psicóloga: ¡Ves!, pero ya no lo preguntas. Y además ya has cambiando el “¡qué penita de mí!”, por “estoy enfadada con mi padre”. ¡Y eso está estupendo! Paciente: Ya. Es que… lo que me gustaría es, por ejemplo, poder llegar a mediodía y decirle a mi madre “mamá, mira lo que me ha dicho esta mujer, ¡qué estoy progresando!” Psicóloga: Pues díselo. Paciente: Que estoy… Psicóloga: “Mamá, que me ha dicho la mujer ésta, que es estupenda…” (Ya que nos ponemos… ¿no?). (La paciente y psicóloga sonríen). Paciente: Si es que sólo sabe que vengo a taller de meditación pero ya está. No sabe más nada. Psicóloga: Pues depende de ti que sepa algo más. Paciente: Ya. Psicóloga: “Mira mamá, que empecé hace unos días a ir a… la misma chica que da el taller de meditación que hace también…” no hace falta ni que digas “la psicóloga” si no quieres. Paciente: ¡Ea! Psicóloga: “…Que también trabaja con técnicas de ayudar a gente…” tú lo explicas como tú quieras. ¿Que no quieres decirlo?, pues no lo digas. ¿Te acuerdas de lo que hablamos de no justificar? Paciente: Sí. Ya, pero yo… sabes que pasa, que algunas veces yo me voy contenta, bueno, algunas veces… que me siento mejor, y me voy mejor, y me gustaría decirle… 56

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Psicóloga: ¿Cuánta ira tienes? Paciente: Menos. Psicóloga: Vale, vamos a hacer un ejercicio más. Quiero que durante unos segundos, pongas de nuevo bien la silla y te siente y respires. Pero quiero que te relajes un poco antes de hacer el ejercicio. ¿Ya? (La paciente asiente con la cabeza). Mira, vamos a hacer una cosa, vas a girar otra vez tu silla, ¿de acuerdo? Vas a sentarte ahí, en tu silla y vas a cerrar los ojos y ahora vas a pensar lo que yo te diga. (La psicóloga ha colocado otra silla enfrente de la paciente). Imagínate que tienes a tu padre enfrente, ¿vale? Lo tienes justo ahí enfrente, imagínate, bueno imagínate… visualiza o date cuenta de lo que sientes hacia él, de las cosas que te ha dicho en momentos determinados, de las cosas que te ha removido, de las consecuencias que han tenido esas cosas, de las emociones positivas y negativas que has tenido hacia él. Y cuando estés preparada, vas a abrir los ojos, y le vas a hablar a él de cómo te sientes, le vas a soltar todo lo que tengas que decirle.2 Paciente: No sé por dónde empezar. “¿Por qué me tratas tan mal? ¿Qué te he hecho? Siempre me he esforzado al máximo, siempre, y nunca ha sido suficiente para ti, nunca. Si no me salen las cosas bien, debes apoyarme, deberías apoyarme, soy tu hija. Me tratas peor que a cualquier persona, y quizás sea yo, la que más te quiere y la que mejor te trata de todos juntos.” (La paciente empieza a llorar). “Odio que me grites, porque me estás machacando, nunca valoras lo que hago, y no soy tonta, tampoco es que soy muy lista, pero puedo hacer cosas, sé que sirvo para hacer cosas, y sé que puedo mejorar muchísimo. Pero me está costando la vida porque estás a mi lado; por eso me quiero ir siempre… siempre. Has conseguido que no esté bien en mi casa; fuera, en cualquier sitio estoy mejor que aquí contigo” (La paciente se limpia las lágrimas, suspira y deja de hablar). Psicóloga: ¿Has terminado? Paciente: No lo sé. Psicóloga: Cierra los ojos, céntrate en lo que sientes, mira si te has vaciado, si hay más cosas que decirle. Cuando tengas más cosas que decirle, abre los ojos y se las dices. 2

Esta es la técnica de la silla vacía, una de los procedimientos esenciales de la terapia gestáltica.

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Paciente: “Estoy muy cabreada contigo, muy enfadada, se supone que eres mi padre y me tienes que apoyar. Jamás me has apoyado. Sólo me has dado el dinero, el dinero para hacer cosas, y ¿sabes qué? Que ojalá algún día tenga dinero para devolvértelo todo junto y no me vuelvas a echar en cara las cosas, porque odio que me eches en cara las cosas; si he llegado hasta donde he llegado, sea mucho o sea poco, no es por ti. Nada de lo que he hecho es por ti, sólo me has dado algo de dinero, porque mi madre también trabaja y también me ayuda, pero si he sacado adelante algo ha sido por mí, no ha sido por ti. Yo no te tengo que agradecer nada, porque no me compensa nada ese dinero que tú me has dado, ojalá no me hubieras dado nada. Yo hubiera estudiado por un simple abrazo, una simple caricia, una simple palabra bonita. Pero no has hecho nada. Y sabes lo peor, que creo que no lo vas a hacer. Y lo voy a superar. No sé si te perdonaré con el tiempo, soy de perdonar, creo en el perdón, pero cuando lo supere te perdonaré, porque ahora mismo no puedo.” (La paciente suspira y se queda callada). Psicóloga: Cierra los ojos, y piensa si tienes algo más que decirle. Paciente: No. Psicóloga: ¿No? Paciente: Por ahora no. Psicóloga: Pues ahora cámbiate de silla. Cierra los ojos… (La paciente se cambia de silla y vuelve a cerrar los ojos). Ponte ahora en el lugar de tu padre… piensa que ahora eres tu padre, has cogido las palabras de Genoveva, lo que ella te ha dicho, el por qué te estás portando así, que ella siempre se ha esforzado al máximo, que necesitaba que la apoyaran y no lo has hecho, que todo lo que ha conseguido ha sido sola, que ella sin embargo es la que mejor te trata, que está muy enfadada contigo, y que va a intentar perdonarte pero cuando ella pueda. Recoge todo eso, todo lo que te ha dicho. Busca el eco de esas palabras en tu corazón, y cuándo quieras contestarle, abre los ojos y le contestas. Paciente: “Creo que te trato así, porque no sé tratarte de otra manera, porque yo lo he pasado también mal, mis padres tampoco me han tratado muy bien, yo he sido el mayor, he tenido que sacarlo siempre todo adelante, no me han regalado nada, y no te sé tratar de otra manera. Sí te apoyo en las cosas, pero no las entiendo y cómo no las entiendo es más fácil intentar darte algo de dinero y que así hagas cosas, pero no las voy a entender nunca.” (La paciente suspira y se queda callada). Psicóloga: Cierra los ojos… piensa que tienes algo más que contestarle a Genoveva.

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Paciente: “Es que no voy a cambiar. No voy a cambiar nunca, así que si puedes vive tu vida, y haz lo que tú veas mejor para ti. Yo te querré a mí manera, pero no lo entiendo”. Psicóloga: Cierra los ojos y mira a ver si tienes algo más. Paciente: Creo que no. Psicóloga: Vale, pues cámbiate de silla. Vuelves a ser Genoveva, recoge las palabras que te ha dicho tu padre…. Cierra los ojos… que cree que te trata así porque no sabe hacerlo de otra manera, que prefiere darte dinero a tener que cuidarte, que no va a cambiar nunca, que vivas como creas que es mejor para ti, y que te querrá a su manera y espera que algún día lo entiendas. Recoge todas esas palabras, y cuando quieras contéstale. Paciente: “No te voy a entender nunca. Creo que es fácil querer a un hijo, por muy malo que tú creas que sea, pero además creo que no soy mala. Si al menos, tuvieras el detalle de darme ese dinero para que yo haga cosas, sin reclamármelo luego, sin que te duela tantísimo darme ese dinero. Pero ni si quiera te esfuerzas en decir, mira, si ves que es bueno para ti, toma hazlo, ten el dinero que necesites o… ten en cuenta que no puedo darte mucho. Y yo creo que si ahora me esfuerzo, entonces me esforzaría muchísimo más, por la manera que me lo has dicho. Pero ni siquiera eres capaz de decírmelo así, es que prefiero que no me des dinero simplemente. Y más si luego me lo vas a reclamar. Y vivir mi vida, si la voy a vivir, voy a intentar vivirla, pero sé que contigo ahora mismo, aquí, no. Cuando lo haya superado, cuando haya pasado el tiempo, quizás me pueda llevar contigo de otra manera, pero por el momento no. Y eso de que tus padres te han tratado mal, ahora ¿qué pasa?, ¿que porque me hayas tratado a mal, a mis hijos los voy a tratar mal? Voy a hacer todo lo posible por no tratarlos mal, no voy a ser la madre perfecta pero al menos ya pienso en hijos, porque antes ni si quiera pensaba en hijos. Si te han tratado mal, yo no me alegro por ti, yo no… ¡qué pena que te hayan tratado mal!, pero yo no tengo ninguna culpa. Si no querías hijos, no me hubieras tenido, es muy típico decirlo, pero si no estabas preparado para tenerlos no lo hubieras tenido, porque ahora no me vale eso de que lo has pasado mal. No sé, si lo has pasado mal, intenta… tenías que haber intentado no hacérselo pasar mal a los tuyos.” (La paciente se queda en silencio). Psicóloga: Cierra los ojos, mira si tienes algo más que decirle. ¿Tienes algo más que decirle? Paciente: No. Psicóloga: ¿Cómo te sientes? Ya puedes girar la silla. Paciente: Me siento como que ojalá pasara eso, pero creo que no va a pasar. 59

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Psicóloga: No. Da igual, ahora mismo lo que consiste es que tú saques. Nos da igual que tu padre esté sentado y se lo hayas dicho de verdad o no, pero tú ya lo has dicho. Paciente: Pero me siento muy rara. Me duele el corazón. Psicóloga: ¿Cómo te sientes, como si te hubieras liberado de algo? ¿Te sientes como liberada? Paciente: Sí, lo que pasa es que… no puedo darle solución ahora. Me he dado cuenta de… Psicóloga: Esto no consiste en superarlo todo en un rato. Paciente: No, ya me he dado cuenta de que no puedo… ni perdonarlo ya, ni estar bien con él ya, ni vivir con él ya. Sé que no voy a estar bien. Psicóloga: Vamos a ver, darle una solución no significa hacer una imagen bucólica o ideal, ¿vale? Darle una solución significa poder tú cambiar cosas. Quizás la imagen bucólica esa que piensas, vendrá dentro de muchos años o quizás no vendrá nunca. Porque eso que tú piensas es un ideal, una de las posibles alternativas que podrías tener, pero no es la única. Y no consiste en que esa sea la que vale diez y las demás valen menos. No, es que hay muchas que son de diez. Hay distintas alternativas, y no tiene que pasar directamente por vivir con tu padre. Hay cosas que no se arreglan nunca si siempre estás en el mismo ámbito, porque necesitáis una distancia para poder ver las cosas y salir de ver todos los días lo mismo, para poder verlo con otra perspectiva. (La paciente asiente con la cabeza). Entonces no se trata de que ahora mismo no se pueda solucionar de la manera que únicamente se te está ocurriendo a ti ahora. Es que quizás eso no pase nunca, o quizás sí pasa, pero por supuestísimo no va a ser ahora, porque la solución no es esa. ¡Esa es una alternativa más, pero no es la única! Y por supuesto una alternativa muy difícil de cumplir si estás dentro de ese ámbito porque no tienes esa perspectiva. Paciente: ¡Qué montón de cosas he dicho! Psicóloga: Pero te has quedado muy bien, ¿eh? Lo has hecho fenomenal. Eres la paciente perfecta. (La paciente se sonríe). Paciente: ¿Si? Soy buena en el teatro. Psicóloga: Eres buena en casi todo. Te voy a explicar ahora el siguiente paso que vamos a trabajar. En éste nos vamos a encargar de tu descripción y autoevaluación. Todas las personas tenemos una concepción de nosotras mismas, de manera que nos describimos con bastantes términos. El problema es que en muchas ocasiones esas descripciones no son ni precisas ni equilibradas, 60

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es decir, hay personas que tienen tendencia a resaltar más lo negativo que lo positivo que tienen, ¿estás de acuerdo, verdad? Paciente: ¡Vaya, que sí! Psicóloga: Pues ahora lo que vamos a hacer es partir de la descripción que tú haces ahora mismo, sin más conocimientos, destacando lo positivo y negativo de cada aspecto de las siguientes áreas: Aspecto físico, relación con los demás, personalidad, percepción de los demás, rendimiento mental, aspectos cotidianos, rendimiento en el trabajo o en los estudios y sexualidad. Una vez que tengas todos los aspectos con su signo “+” o “-“ delante en función de que sea positivo o negativo. Luego vas a revisar de nuevo los negativos, transformándolos, de manera que sean precisos, específicos, y que busques las excepciones a los mismos. Por ejemplo, en vez de decir que tienes unos “muslos gordos”, pondrás que tienes unos “muslos de 85cm”, e igual con el pecho, los glúteos, etc. Eso sería buscar la precisión. En el caso de la especificidad, sería cambiar el aspecto general de “soy tímida” a “soy tímida en reuniones con desconocidos durante la primera hora, luego ya me abro más”. En cuanto a la búsqueda de excepciones, nos referimos a cómo no siempre nos comportamos de la misma manera; incluso en los comportamientos que creemos más anclados siempre suele haber excepciones en las que nos comportamos de otra manera. Es interesante y enriquecedor buscarlas, porque además te hace consciente de qué es lo que te motiva a comportarte de una u otra manera. Una vez que hayas hecho esto, vas a hacer la descripción de ti misma en forma de redacción con todos los aspectos juntos, siendo precisa, específica y con todas esas excepciones que hemos buscado. ¿De acuerdo? (La paciente asiente con la cabeza). Resulta buena idea que los rasgos que más te gusten o que creas que te pueden venir bien recordar, te los pongas en unos carteles, cartulinas con colores, y los pongas donde puedas verlos diariamente, en el cuarto de baño, en tu armario o tu agenda. Además, estoy convencida de que tú, con lo creativa que eres, te encantará hacerlos. Paciente: Desde luego, ya estoy disfrutando de pensar cómo los puedo hacer. Me encantan las cosas manuales, siempre me han gustado. Psicóloga: Bueno por hoy hemos terminado. Nos vemos el próximo día. Paciente: Vale. Hasta la semana que viene entonces. Psicóloga: Adiós.

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SESIÓN 4. DÍA 9/2/2012. Al comienzo de la sesión se le realiza por última vez la técnica EDMR, que se le había practicado durante toda esa semana y ya había conseguido puntuar con 0 las diferentes dimensiones. Psicóloga: Hola Genoveva, ¿qué tal? Paciente: Hola. Bien, aunque tengo un poco de hambre, pero bien. (La paciente se sonríe). Es que hoy no he desayunado porque he tenido que hacer antes unas cosillas y no me ha dado tiempo. Psicóloga: Te entiendo perfectamente. Yo tengo que comer cada hora y media. Además es que lo tengo comprobado, como no coma cada hora y media o dos horas, ya me empiezo a sentir mal. Paciente: ¡Qué suerte! Ojalá pudiera yo comer tantas veces y estar así de delgada. Psicóloga: Hombre, tiene su lado bueno y su lado malo, porque la verdad es que hay situaciones en las que quizás no es el momento de comer, y yo tengo que comer, porque es una necesidad para mí, y sé que si no lo hago, me voy a sentir mal. Además tengo que estar cada dos horas preparándome algo o teniendo comida a mano. Paciente: Ya claro, también tiene su lado malo, pero a mí me encantaría poder comer a todas horas. Psicóloga: Ya, pero es que yo no como por placer, si no porque tengo que comer porque si no me empiezo a sentir mal. Si, por ejemplo, imagínate una situación en la que tengo que ir recoger a mis hijas y he tenido que estar aquí trabajando y no he tenido tiempo de comer, hay veces que incluso veo borroso, y eso pues puede suponerme un accidente. Cualquier otra persona, si no hubiera podido comer, se puede esperar a comer después, pero yo no. Paciente: Ya. Psicóloga: Bueno, veo que has trabajado lo que te mandé. Paciente: Sí. Psicóloga: Venga, pues vamos a verlo. Paciente: El aspecto físico no me costó mucho trabajo hacerlo, es así y punto, puesto que como lo único que tenía que hacer era poner aquello que era peyorativo con las medidas exactas de esas partes de mi cuerpo y añadir aquello que me veía positivo, lo que hacía era que cuando ponía algo negativo simplemente lo 62

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medía y luego lo describía, y es lo que hay. Ese no me dio mucho trabajo, me cuesta aceptarlo, pero... bueno. Psicóloga: Es cuestión de que cada vez que ahora te digas algo crítico de aspecto físico decirle ¡no!, y lo sustituyes por la descripción precisa. Paciente: Vale, eso sí. Con “la personalidad” ya tuve...un poquillo más de problema. Yo te digo los negativos, ¿vale? “Confío en la gente en exceso”. Psicóloga: ¿Cómo lo pusiste? Paciente: Lo puse “Me gusta confiar en mis amigas, pero hay veces que me defraudan porque no se comportan como yo lo haría”. Psicóloga: Pero no tienes que poner cómo se comportan ellas, tienes que poner cómo te comportas tú. “Me gusta confiar en mis amigas...” ¿Qué más? Paciente: Es que... no sé, “Me gusta confiar en mis amigas....” Psicóloga: Mira, lo que puedes hacer es meter algo que diga, por ejemplo “Me gusta confiar en mis amigas, pero me siento decepcionada si no se comportan como yo espero”. Eso si es algo negativo. Me refiero, a que tú lo que tienes que transformar todo es en defectos o cualidades para ti. El que ellas se porten mal, no aumenta tu valía ni la disminuye. Tú fíjate en lo que tú has puesto: “ se comportan como yo lo haría” y eso que significa, que tú pones tu estándar de comportamiento, de moralidad, y por ahí tiene que pasar todo el mundo. (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Y “si tú no pasas por ahí, pues entonces me has defraudado”. Por lo tanto, estás jugando al mismo juego que ha jugado tu padre. Paciente: Sí, sí. Les exijo demasiado. Psicóloga: Pero si no es que les exijas demasiado, que no se trata de dónde pongas el baremo. Se trata de no poner baremo, ¿entiendes? El problema es que tú le pones una raya para que tus amigas salten por encima, tus amigas, tus padres, tu novio, quién sea. El problema no es que me digas: “Es que se la pongo muy alta, se la tengo que poner más baja”. ¡No!, el problema es que no se la tienes que poner, que no tienen porqué saltar para ti. Ellos se tienen que comportar según sus estándares de moralidad. Tú te tienes que comportar cómo tú te comportes, ya está. Es como si te dijeras a ti misma “voy a intentar predecir menos el comportamiento, voy a intentar ponerte menos reglas”. “¡Qué para mí mi regla es esa, ¡genial!, que si tú lo haces conforme a mi regla, yo pienso que yo lo haría igual y me siento cercana a ti, ¡genial también!” Pero es que quizás mi regla no es la mejor o me sirve a mí, pero a ti no. El hecho de que yo tenga que comer cada hora y media, a mí me sirve por ser así, pero a ti no te sirve, entonces, ¿por qué voy a tener que exigirte que tú hagas lo

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mismo que yo o que tú veas la comida igual que yo? No puedo, para ti la comida es una cosa, y para mí es otra. Paciente: Lo sé, tienes razón, lo estoy entendiendo todo, pero es que ellos sí que me lo ponen a mí. Psicóloga: ¿Y qué? Pues que te lo pongan. Cuando antes hemos hablado de la importancia que tenía para mí la comida, tú también me lo has intentado poner a mí, cuando me has intentado convencer de cómo tú veías la comida, sin tener en cuenta que yo te estaba diciendo que es que necesito comer cada hora y media, que es una necesidad y tú no lo veías así, sino que me decías “¡qué suerte!, ojalá yo pudiera cada hora y media y no engordar”. ¿Te has dado cuenta o no? Me has traído a ti, a tu moralidad con respecto a la comida, no estabas entendiendo lo que yo te estaba diciendo, y te he tenido que dar otro repaso, volvértelo a repetir. (La paciente asiente con la cabeza). Pero como para todas las cosas que son necesidades básicas como la comida, todo el mundo, absolutamente todo el mundo tiene una idea moral sobre ella, unos más y otros menos. Es como la comida, el sexo... Quizás si te hablo del deporte puedes tenerla o puedes no tenerla, si te hablo de otro tipo de relaciones puedes tenerla o puedes no tenerla, dependiendo de lo introvertido o extravertido que seas, lo que salgas o lo que entres, o de la realización personal o de otro tipo de necesidades más avanzadas. Pero las necesidades básicas son tan básicas y todo el mundo tiene tanta experiencia de ellas, que todo el mundo tiene una regla moral, ¿verdad? ¿Te has dado cuenta de que has intentado comprenderme desde tu regla? Tú no querías comprender la mía, te ha costado que te lo explicara dos o tres veces. A mí me ha dado igual que tú hicieras eso, me ha dado exactamente igual. La diferencia entre tú y yo en este punto (que no sé más adelante, pero en este punto sí), es que si tú fueras yo y tus amigas me hubieran dicho lo que me has dicho tú a mí, te hubieras sentido mal, hubieras dicho: “tía, no me estás entendiendo nada”. Paciente: Claro, sí. Psicóloga: A mí me da igual. Y te veo desde fuera, tú estás en ese punto, yo estoy aquí y veo las diferencias y te hago consciente de ellas y me río. No pierdo la paz, no pierdo la calma. Paciente: ¿Cómo se llega a ese punto? Psicóloga: A ese punto se llega siendo consciente de lo que está pasando. A ti te ponen el estándar, esa línea como si fuera un salto de pértiga que intentan que hagas, y dirías “tía, que es que me da igual, que no lo voy a saltar”. Es que a ti te ponen una rayita aquí para que tú saltes y tú dices “venga, vale”, y te acoplas y la saltas. Si te la ponen un poco más alta y no puedes saltarla dirías “¡no puedo saltarla!....bájamela anda”. Cuando es que ni si quiera tienes que saltarla. Es tan 64

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fácil como decir, “Mira que no quiero saltarla, me voy por aquí” sin cabrearte ni nada, como cuando no entras al trapo con tu padre, cuando te dice “¡toma!” y le dices “tío, para que me pones esa raya, yo no la salto, me voy por aquí” y no la saltas, y tu padre se queda sujetándola. Por eso se queda tan cabreado. Paciente: Sí, es verdad. Psicóloga: Pues eso mismo es lo que tienes que hacer sin perder la paz. Tú ves lo que la otra persona está haciendo, y te das cuenta de en qué punto estás tú. Para eso la meditación te viene muy bien para tomar conciencia, para ser consciente en todo momento de donde estás, para verte desde fuera, incluso el hecho de cómo disociarte de ti misma, de manera tú eres capaz de verte y decir a la vez que estás cabreada “¿Pero por qué me estoy cabreando?”. ¿Te ha pasado eso alguna vez?, preguntarte “¿tanta importancia tiene esto?” Paciente: No. Me lo han tenido que decir. Yo no, no soy capaz de hacerlo. Psicóloga: Bueno, o quizás no eres capaz cuando estás cabreada, porque con las emociones negativas puede ser un poco más difícil disociarse a veces, que con la emoción positiva. En el caso de la emoción positiva el hecho de disociarte sería estar disfrutando de una cosa y a la vez sin dejar de disfrutarla decir: “¡Qué bien me siento, cuánto estoy disfrutando esto!”. ¿Te ha pasado eso alguna vez? Paciente: Me cuesta, me ha costado, lo he intentado pero me ha costado. Psicóloga: Es complicado, pero tienes que buscar ese punto. ¿Sabes lo que te quiero decir? Es como dejar de sentir al 100%, pero no dejar de sentir para comerte la cabeza. Paciente: Sí, ya, claro. Psicóloga: No, una parte de ti se queda sintiendo eso y la otra parte es consciente de cómo estás sintiendo eso. No te comes la cabeza, no le buscas razonamiento, si no que lo que tienes que hacer es ser consciente de lo que estás sintiendo en ese momento, que es distinto a buscar el por qué te estás sintiendo así o el buscarle cualquier tipo de explicación a esas sensaciones, ¿vale? Paciente: Eso va a ser difícil. Psicóloga: Vamos a ver, es complicado Genoveva, pero es más complicado si no eres consciente de lo que tienes que hacer, si no eres consciente de cuál es el siguiente paso. Cada vez que tengas una emoción intensa ahora, —y empieza con esas porque son más fáciles de identificar—, intenta ser consciente de ellas, tanto positivas como negativas, ya sea que estés enfada, triste, alegre, eufórica, orgullosa o satisfecha. Paciente: Mejor las positivas, ¿verdad? Psicóloga: Me da igual, las que te sean más fáciles, positivas o negativas, ¿vale? Normalmente las positivas son más fáciles, pero dependen de la intensidad 65

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que tengan; resumidamente, te interesa empezar por las que sean más fáciles de identificar. A igualdad de intensidad son más fáciles las positivas. Cuando tú te veas en esa posición, toma perspectiva y dejando sentirte, date cuenta, no quiero que te plantees nada, nada más que te des cuenta “¡cómo me siento de feliz!, ¡tú fíjate!” y te das cuenta de tu postura corporal en ese momento “¡Fíjate cómo puedo respirar de bien, me llega el aire por todos sitios, tengo una claridad mental ahora mismo, estoy fenomenal!” Yo a mis hijas, cuando quiero que hagan eso hago lo siguiente. Desde los dos años, tenemos como un bote de cristal imaginario, de estos como los de “Winnie the Pooh” que se les pone una tela por encima y una cuerda alrededor. Cada una tenemos uno de un color. Cuando estamos muy bien en una situación, como por ejemplo en la montaña, en un sitio muy chulo, en el extranjero o donde sea, cerramos los ojos y le digo que abran su tarro, que se concentren mucho, mucho en la situación que están sintiendo ahora mismo, y que lo metan dentro. Y luego le digo que cuando tengan miedo, cuando estén mal o en una situación difícil, que lo abran y que recuerden esa situación. Entonces cuando estamos en esa situación le digo “Venga, una, dos y tres, abrimos el tarro, ¡venga, corre, metedlo, metedlo rápidamente y cerradlo, que se sale lo que ya guardamos antes dentro, venga!”. (La psicóloga y paciente se sonríen). ¿Entiendes el sentido que tiene? Paciente: Sí. Psicóloga: Pues es un poco como hacer eso. Concentrarte mucho, mucho en esa situación, cerrar los ojos y decir “ya la tengo”. Bueno pues ahora, voy a abrir mi tarro, la voy a meter y cuando yo quiera revivirla, reintegrarla en mi vida, abro mi tarro y lo hago. ¡Venga! Sigamos con lo anterior. Paciente: “Malhumorada conmigo misma cuando no cumplo con mis objetivos” Psicóloga: ¿Con qué objetivos? Puedes ser más precisa. Paciente: Académicos. Psicóloga: Todos los objetivos no son. Si tú te propones ducharte y no te duchas no pasa nada, ¿no? Entonces, ¿cómo podemos transformarlo? ¿“Me pongo a veces objetivos demasiado altos que son imposibles de cumplir”? ¿Pero en qué te pones esos objetivos? Paciente: Académicos. Psicóloga: Pues añade “académicos”. De todas maneras, aquí te falta la parte de malhumorada. Eso lo podías poner en otro enunciado. 66

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Paciente: No me entero. Psicóloga: Puedes poner “Y cuando no consigo esos objetivos académicos me pongo de mal humor”. Eso sería otra. (La paciente lo anota). Paciente: La tercera, “Un poco desordenada con mis documentos y tardo en ordenarlos”. Psicóloga: ¿Cómo los has puesto de manera más precisa? Paciente: “En ocasiones tiendo a querer ordenar los documentos en exceso puesto que tengo que utilizarlos a diario y es más fácil tenerlos a mano que bien guardados”. Aquí me he centrado un poquillo más. Ésta no la veo mal, ¿no? Psicóloga: No, esa está bien. ¿Qué más? Paciente: “Me reprimo y me enfado poco” lo he puesto como “Tiendo a no decir lo que me molesta por miedo al rechazo de los demás” Esa está bien, ¿no? Psicóloga: Sí. Paciente: “Envidiosa del cuerpo de mis amigas” primero lo puse generalizando a todas mis amigas, pero luego pensé, “es sólo de una”. Luego te la voy a presentar para que la veas. (La paciente se sonríe). Lo he corregido como “Mi amiga llama más la atención que yo, sin embargo ella siempre me dice que eso no le interesa y que lo que quiere es tener la pareja que yo tengo”. Psicóloga: Pero aquí nos da igual la respuesta de tu amiga, eso lo tienes que quitar. ¿Qué tiene que ver eso con tu personalidad? Paciente: No sé. Me consuela por eso lo he puesto. Psicóloga: Ya, pero es que eso no es. Paciente: Lo podría poner como “mi amiga llama más la atención que yo…” Psicóloga: Pero si es que nos da igual que tu amiga llame más la atención que tú. Es cómo te sientes tú por eso. Paciente: Yo me siento inferior. Psicóloga: Pues entonces pondrías como punto negativo “Me siento inferior si estoy con una persona que llama más la atención que yo”. Porque en realidad, si no fuera ella y fuera otra persona te pasaría igual. (La paciente asiente). Paciente: “Algo impotente cuando algo no me gusta” lo cambié por “Suelo tender a adaptarme a todos los planes que me proponen mi pareja y mi amiga porque pienso que los míos no van a ser tan buenos”. Psicóloga: Muy bien, el siguiente.

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Paciente: “Suelo inventarme excusas cuando no quiero hacer algo y suelo aceptar con demasiada facilidad todo lo que me proponen y luego me resigno”; éstas las he juntado y lo he puesto como “No sé decir no a planes que me proponen mi pareja y mis amigas; a pesar de no gustarme me resigno y si algún plan no me gusta suelo inventarme excusas bastantes creíbles”. Psicóloga: Es que no tienes que poner excusas, pero está bien que lo añadas, porque es lo que haces y es negativo. Paciente: La cinco sería: “Me cuesta adoptar una posición firme con las injusticias o con la gente que no lleva razón”, luego puse: “A pesar de que mi tutor es injusto conmigo, no hablo con él para solucionar el problema por miedo a que adopte una posición demasiado seria conmigo”. Lo de las injusticias o lo de no llevar la razón es por mi tutor, no es por nadie más. Psicóloga: Vale. Esto lo has hecho muy bien. ¿Te has dado cuenta como lo has hecho? Muy bien, muy preciso. Aquí está centrada la emoción, la situación y la persona que es lo que te propone, ¿lo ves? Tú quizás cuando hubieras llegado aquí hubieras dicho “No, yo es que me lo creo todo, lo acepto todo” y no, no aceptas todo ni te lo crees todo ni te comportas de la misma manera con todo el mundo, lo has puntualizado y está muy bien. Venga más. Paciente: “Cómo me ven los demás”. Psicóloga: (Lee). “Débil”. ¿Cómo has cambiado eso? Paciente: “Suelo ponerme bastante triste cuando la gente de mi alrededor, sobre todo mi tutor, mi pareja, mi padre y mis amigas son injustos conmigo”. Psicóloga: No, “suelo ponerme” no, es cómo te ven los demás. Los demás ¿suelen verme triste? Si estamos hablando de cómo te ven los demás… Paciente: Cada uno me ve de una manera entonces. Psicóloga: Exactamente. Esto no puede ser cómo tú te ves. Paciente: Sí. Psicóloga: Pues entonces esta parte no la has hecho bien. Paciente: No. Psicóloga: Tú eres la que te ves débil y lo que tienes que poner es cómo te ven los demás. Paciente: Sí, pero mi madre sí me ve débil. Psicóloga: Pues entonces esa la tachas y pones “Mi madre me ve débil” ¿Cuándo o en qué situaciones? Paciente: Con respecto a mi padre.

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Psicóloga: Pues venga, modifícalo. No se trata de cuándo yo me veo débil en relación con los demás, sino cómo me ven los demás, ya que si no estaríamos hablando del apartado anterior. La siguiente es “Dispuesta a ayudar siempre”. ¿Los demás te ven así? Paciente: Sí. Psicóloga: Y por qué lo has puesto como negativo. Paciente: Porque no me gusta el “siempre”. mí”.

Psicóloga: Vale, pues entonces ese siempre significa “por encima incluso de Paciente: Sí. Psicóloga: ¿Quién te ve así? Paciente: Se lo pregunté a mi hermana. Psicóloga: Pues mejor si lo matizas. Paciente: Aunque mi novio también me ve así.

Psicóloga: De acuerdo, entonces sería “mi hermana y mi pareja ven que soy capaz de ayudar incluso por encima de mis necesidades”. (La paciente asiente). Vale, seguimos. “Mal carácter al despertarme” a ver, ¿cómo lo has puesto? Paciente: “Me levanto mal por la mañana temprano…” Psicóloga: ¡No!, ¿quién te ve así? Paciente: Mi hermana. Psicóloga: Pues entonces “Mi hermana ve…” Es cómo te ven los demás. Paciente: Entonces ésta no la he hecho bien porque lo que he tratado es de justificarme. Psicóloga: No. Lo que se trata es recoger cómo te ven los demás, que es una parte también de ti, aunque no sea verdad, pero lo que proyectamos es una parte de uno mismo, ¿estás de acuerdo? Forma parte de ti, no quiere decir que esté dentro, pero si tú dejaras de existir, dejarías de proyectar eso, ¿verdad? Mira te voy a poner un ejemplo. (Coge un bolígrafo y rápidamente dibuja un cuadro de doble entrada). Esto que te he dibujado es la ventana de Johari; se trata de una matriz de doble entrada, que se divide en cuatro cuadrantes, y cada uno es un área tuya. Esta columna del cuadrante se refiere a ti y ésta otra columna a los demás, ¿vale? Además una fila refleja lo conocido y la otra lo que no se conoce3. Lo que tú sabes de ti misma y lo que los demás saben se llama área conocida, porque tú lo 3

Ver anexo 1

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conoces y los demás también, por ejemplo, que eres dulce, cariñosa, inteligente… Aquí está lo que tú no sabes y los demás sí saben de ti, creen de ti y esto es lo que queremos aquí, porque la gente te puede ver tonta, aunque tú no lo seas, pero si te ven así es porque hay algo que lo genera, que hace que se interprete así. Es darte control para cambiar las cosas. Si tú no ves o reconoces ese control vas a seguir siempre de la misma manera, ¿verdad? Lo que tú no sabes pero los demás sí, se llama área ciega. Y lo que tú sabes y lo demás no saben se llama área oculta, es decir, los secretos, lo que tú no le cuentas a nadie, es decir, asuntos como tus relaciones sexuales, o como tú te sientes tal evento, … cosas que tú no dices, que no le cuentas a nadie. Algunos son secretos conscientes y otros son inconscientes, es decir eres consciente de eso que ocultas, pero sin embargo, no te das cuenta de que no lo dices nunca. Y el área de lo que tú no sabes y de lo que no saben los demás se llama área desconocida, es decir, hay una parte de ti que tú no conoces y que los demás tampoco conocen, por ejemplo, tus potencialidades, lo que tú serías capaz de hacer en determinados momentos, eso que siempre se piensa de “es que nadie sabría cómo reaccionaría ante un terremoto, ante un incendio, ante…” pues eso está aquí en esta área. Forma parte de ti pero los demás no lo saben y tú tampoco. Se respondería con la pregunta de “¿qué haría yo si estuviera en tal situación?”; la respuesta estaría aquí. Paciente: Vale. Psicóloga: Cuando tú tienes alguna cuestión que los demás continuamente te dicen, aunque tú no estés de acuerdo, es porque hay algo que hace que los demás lleguen a esa situación, puede ser culpa tuya o puede no ser culpa tuya, pero está bien ser consciente de eso, entre otras cosas porque nos protege. Te propongo un ejercicio, pídele a tres personas importantes para ti que te escriban una redacción de cómo eres, para que así veas lo que los demás recogen de ti, que quizás no coincidan con lo que tú consideras más saliente. Proponles que te lo hagan en tres o cuatro días y explícales que te lo han pedido como un ejercicio. No se lo pidas a tu madre y a tu hermana para que sean diferentes, y tu novio sería interesante que estuviera porque puede reflejar aspectos de ti que no conoce nadie, como la parte sexual. Entonces piensa si se la pides a tu madre y a tu amiga, o a tu hermana y a tu amiga, ¿vale? Paciente: Para mí sería muy importante conocer la opinión de mi tutor. Psicóloga: Pero eso no puede ser, no le puedes pedir eso a tu tutor. Además, ¿por qué es tan importante para ti la opinión de tu tutor? ¿Para poder “machacarte” más? Si no vas a poder cambiar nada. Paciente: ¿Por qué no? Psicóloga: Pues porque no, no lo vas a cambiar, y tampoco puedes pretender cambiarlo. 70

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Paciente: No, pero si ya sé que a él no puedo cambiarlo, pero yo sí podría cambiar para que si él dice que hago algo mal y que por eso actúa así conmigo. Psicóloga: ¿Pero va a cambiar lo que tú pienses o lo que tú sientes, si sabes lo que él piensa? No. (La paciente lo piensa y niega con la cabeza). Venga seguimos. Paciente: “Negativa”. Psicóloga: ¿Te refieres a que eres negativa? Paciente: Sí, pero no vale, porque me estoy centrando en cómo me veo yo, no en cómo me ven los demás. Psicóloga: Pues entonces modifica esta parte. Venga más cosas. Paciente: “Rendimiento en el trabajo”. “Pregunto mucho”. Psicóloga: ¿Y eso está mal? Paciente: Regular, no sé si es bueno o malo, yo lo he trasformado como “Tiendo a preguntar cuando no me entero bien de algo”. Psicóloga: Pues ya está. Paciente: “Poco motivada”. Lo he puesto como “Necesito que las personas de mi alrededor me confirmen que puedo hacer las cosas bien”. Psicóloga: ¿En qué? ¿En el plano académico? Paciente: Sí. Psicóloga: Pues venga, añádelo. Paciente: Tengo un problema en el ámbito académico, me estoy dando cuenta. Psicóloga: ¿Por qué todo lo que haces y en todos los ámbitos no es un problema, no? Porque tú no necesitas que te digan que cocinas bien o que te has duchado bien o que te has peinado bien… ¿no? Paciente: No. Psicóloga: Venga el siguiente. Paciente: “Me cuesta dar mi opinión cuando es opuesta a la de mi superior”, lo he puesto como “Me cuesta hablar de manera asertiva sobre todo con mi tutor y mi padre”. Psicóloga: ¡Genial! Muy bien. Paciente: “Si no me atienden me frustro enseguida” lo he modificado a “Mi tutor no me atiende y suelo tener demasiada paciencia, con lo cual al final acabo frustrada en vez de hablar con él claramente”. Psicóloga: Vale. Pero esto no es cómo tú eres. “Cuando mi tutor apenas me atiende…” tienes que añadir “cuando”. Paciente: Vale (la paciente lo modifica). 71

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Psicóloga: Seguimos. Paciente: “Me agobio y tengo mucha ansiedad con los exámenes” lo he cambiado a “Siempre pienso que voy a suspender y sin embargo apruebo más de lo que suspendo”. Psicóloga: ¿Siempre? Paciente: (La paciente se queda en silencio y pensativa un momento). Sí. Siempre pienso eso, sí. No es que sea verdad. Me he parado a pensar porque digo “me centro más en apruebo que en suspendo”. ¡No! Es que lo de pienso que voy a suspender es siempre. Esa no me cambia. Que yo no digo “Éste quizás lo apruebo” ¡no! Psicóloga: ¿Qué bien, no? ¡Qué manera de martirizarte tan buena! Paciente: ¡Y quiero ser profesora! Psicóloga: Bueno. (La psicóloga se sonríe y se lo dice con tono irónico; la paciente sonríe). Venga, seguimos. Paciente: “No me gusta que me evalúen, porque pienso que al evaluarme sólo van a obtener la parte negativa de mí”. Psicóloga: ¿En qué? ¿En todo? Paciente: Sí. Psicóloga: ¿Físicamente, por ejemplo? ¿En todos los aspectos? Paciente: Sí. Por eso te estaba diciendo que me estaba desanimando con esto. Psicóloga: Venga sigue. Paciente: “Tengo muchos fracasos en el mundo académico” lo he modificado a “Sólo me fijo en los éxitos de los demás y en mis fracasos, sin embargo, he conseguido bastantes éxitos”, ¡pero no me compensan! Es que lo estaba escribiendo y digo “Sí, si yo sé que algo habré conseguido”. Psicóloga: Sí, pero eso es tu crítica y eso no nos interesa ahora mismo. Continúa con el siguiente. Paciente: Pues ya está. “Un poco dispersa en cuanto a lo que me gusta, a lo que me apasiona”. No sé lo que me gusta. “Al fijarme sólo en los fracasos no me he detenido a pensar en lo que se me da bien, pero sí sé que hay bastantes temas que me gustan, aunque no sé claramente a cuál dedicarme porque me lo ponen muy difícil. A pesar de eso sigo aguantando”. Psicóloga: “Aguantando” no me gusta. Paciente: ¡Ya! Psicóloga: Quítalo. 72

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Paciente: Pero es que es aguantándolo. Psicóloga: No (con rotundidad). ¿”Sigo qué”? Paciente: Insistiendo. Psicóloga: Insistiendo me gusta mucho más, ¿te das cuenta? Así se refleja que estas ahí positivamente. Tú fíjate, “insistiendo” es activo, “aguantando” es pasivo. Paciente: En estas tres frases no he puesto la versión revisada. “Hago las cosas demasiado rápido en las tareas cotidianas”. Psicóloga: “No me gusta perder mucho el tiempo limpiando”. ¡Muy bien! ¡Genial! Paciente: “Rápida cocinera pero inexperta” Psicóloga: Bueno, ¿y eso cómo lo pondrías? Paciente: Es que no sé cómo… es que es tal cual. Psicóloga: “Me faltan recetas y experiencia, pero sin embargo cocino rápido”, ¿no? Paciente: (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Seguimos. Paciente: “Habitación desordenada” Psicóloga: Habitación desordenada ¿en dónde, por qué y cómo? ¿Todos los días? ¿O cuando te agobias? Paciente: No, todos los días no. Psicóloga: Limita tiempo, limita situación, limita en qué. Paciente: “Sólo ayudo en casa con la comida y las compras”. Psicóloga: Lo podrías poner como “Mi colaboración en casa se restringe a hacer la comida y a comprar”. Venga. Paciente: “Me importa mucho mi aspecto”. (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: ¿En qué te importa? Sobre todo y especialmente en el pelo y en el maquillaje, o en la ropa, o en la apariencia externa o en cómo huelo. No sé, hay gente que está muy obsesionada con la colonia, ¿vale? Lo puedes concretar mucho más. Venga, sigue. Paciente: “Hay ropas con las que no me siento bien, puesto que las tienen también mis amigas y creo que a ellas les quedan mejor”. Psicóloga: Pues ya está, ésa se puede quedar así. Paciente: “Siempre compro comida para hacer dieta y luego no la sigo y la comida caduca”. Psicóloga: Vale. “Soy descuidada comprando comida y no utilizándola”, ¿no? 73

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Paciente: “Funcionamiento mental”, “Cometo mucho errores”. Psicóloga: ¿En qué? Paciente: Académicos. “Me cuesta mucho concentrarme”. Psicóloga: ¿En qué? Paciente: Académicamente. Psicóloga: Eso, tienes que concretar todo lo que puedas para que describas situaciones reales. Venga, seguimos. Paciente: “Le doy muchas vueltas a las cosas porque creo que las podría hacer mejor”. Psicóloga: ¿A qué cosas? Paciente: Académicas. Tengo un problema con esto, ¿no? Psicóloga: ¡Vamos a ver! Tengo problema… En vez de verlo negativo “Tengo un problema con esto”, fíjate cómo lo que estamos haciendo es centrarlo. Tú no tienes un problema con todas las cosas, tienes un problema en ese punto. Mucho mejor, ¿no? Te acabas de descargar de todos los problemas que suponen todas las áreas de tu vida y las has concentrado en una. ¿Tú tienes problemas de concentración en general? No. ¿Tú te pones a conducir y tú sabes dónde vas? No. ¿Tú necesitas que te aprueben o que te vayan diciendo por qué calle ir? No. Lo tienes reducido a un ámbito, y eso es positivo, no negativo, ¿de acuerdo? Paciente: Es que es muy chungo ese. Psicóloga: Bueno, ¡pero será mejor tener uno mal que no diez! Paciente: (La paciente se sonríe). Psicóloga: ¿Será mejor, o no? Paciente: Sí. El siguiente es “No me gusta discutir, no me salen algunos argumentos en el momento”. Es que suelo pensar mejor las cosas después, tarde… Psicóloga: Pues por eso, “Me cuesta trabajo encontrar una respuesta en el momento determinado y sin embargo, las encuentro siempre más tarde”. Ya está, el siguiente. Paciente: “No sé motivarme a mí misma”. Psicóloga: Lo puedes poner como “Me cuesta trabajo encontrar recursos para motivarme”. Paciente: Pero si eso es lo mismo, ¿no? Psicóloga: No, no es lo mismo. “Me cuesta trabajo encontrar recursos para motivarme” supone que lo puedes hacer, es más difícil, pero lo puedes hacer.

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Paciente: (Asiente con la cabeza). La siguiente es “Me frustro cuando no consigo el resultado deseado académicamente”. Psicóloga: Venga, vamos al apartado de “sexualidad”. Paciente: “No me gusta mi cuerpo desnudo”. Psicóloga: A ver, ¿qué es lo que no te gusta? Paciente: ¡Nada! Psicóloga: ¡Nada! Paciente: Nada, o sea, todo no me gusta. Psicóloga: ¿No te gustan ni tus manos, ni tus piernas, ni tus pies…? ¡nada! No hay nada que se salve. Paciente: Los ojos, y encima no me los veo. Aunque yo nunca le había prestado atención, hasta que la gente me lo dijo, y fue entonces cuando empecé a fijarme un poco. Psicóloga: (Leyendo). “Me veo gorda cuando estoy desnuda”. ¿Todo te parece gordo? Paciente: Sí, todo, que le vamos a hacer si lo tengo todo gordito. Psicóloga: Pues así es mejor porque estás proporcionada, ¿no? Paciente: ¿Qué proporcionada? Psicóloga: ¿Ah, no? ¿Estarías mejor teniendo una parte muy gorda y otra muy delgada? Es mejor estar proporcionada. Paciente: ¿Y qué? Psicóloga: Bueno, ¿cómo que “y qué”?, que por ponerte pegas te puedes poner todas las pegas del mundo. Paciente: ¡Ea! Pues no me salen…. Psicóloga: ¿Tú has dormido alguna vez desnuda sola? Paciente: ¡No! (La paciente se sonríe). Psicóloga: Pues inténtalo, pruébalo. Paciente: ¡Ni pensarlo! ¿Por qué? Psicóloga: Porque es una manera de congraciarte con tu cuerpo. ¡Sola! Paciente: (La paciente con cara de asombro). ¡Es que no lo he hecho! Psicóloga: Pues hazlo, te lo propongo como un ejercicio. Paciente: Si es que me voy a sentir súper mal, porque… Psicóloga: Eso es la primera vez. Paciente: ¿La primera vez? Psicóloga: Sí. 75

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Paciente: Este ejercicio sé que me va a costar mucho. Psicóloga: Pues hazlo. Si no te costara, no tendrías que hacerlo. Paciente: Ya. Psicóloga: Si tú quieres que algo no te cueste, que te cueste. Paciente: Al principio, ¿no? Psicóloga: Claro. Hasta que llegue un momento en que no te cuesta. Paciente: Sí. Psicóloga: Venga sigue. Paciente: “Casi siempre le doy a mi pareja lo que me pide”. ¿Qué vamos a hacer? “Me cuesta tomar la iniciativa nueva porque tardaré más en hacer la postura o lo que sea y mi pareja me verá mejor mi cuerpo y no quiero que me lo vea tanto”. Psicóloga: Es decir, ¿que tú eres de las de la luz apagada? Paciente: Sí. Bueno aunque ya voy mejorando. Ya estoy… al menos con… Psicóloga: Con la luz del coche, ¿no? (La psicóloga se sonríe). Paciente: Sí. (Sonriéndose). Como la luz del coche tiene menos intensidad… ¡genial! Psicóloga: Ahora lo que quiero que hagas es que lo pongas todo en forma de redacción, todo lo que hemos ido escribiendo, incluyendo las modificaciones que hemos hecho, ¿vale? Paciente: Sí. Psicóloga: Además de esto, vamos a trabajar con las distorsiones cognitivas que vas a tener que trabajar durante esta semana. (La psicóloga le explica cómo hacerlo). Con este trabajo, lo que pretendo es que, encuentres aquella manera de pensar que te hace daño, a eso nos referimos cuando hablamos de distorsión. Esa distorsión puede ser por hipergeneralización, es decir, que lo extiendes a todos los ámbitos. También tenemos las distorsiones que se producen por designación global, es decir, cuando asumes que, por ejemplo, eres siempre así, y como ya hemos visto antes, aunque tú ponías “siempre” en todas las frases, luego no era “siempre” lo que realmente pensabas, excepto en el plano académico. Otro tipo de distorsiones son las de filtrado, es decir, aquellas en las que te quedas sólo con lo negativo. Paciente: ¿Yo los tengo todos? Psicóloga: ¡No! Cada una de las distorsiones seguramente la tendrás en un plano determinado. Casi todo el mundo tiene un poquito (o mucho) de todas, pero tú, por ejemplo, muestras sólo un tipo de distorsión en muchas de las situaciones. 76

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También hay personas que no tienen ninguna; tú, por ejemplo, has mostrado que había frases en las que no tenías ninguna distorsión. Otro tipo de distorsión es el pensamiento polarizado, es cuando decimos “si no hago tal cosa es un fracaso”. Un ejemplo sería el que yo te he dicho antes, “si mi casa tiene polvo, mi casa es un caos”. Sin embargo, un caos no es, mi casa está ordenada, mi casa está bonita, están las cosas en su sitio, es decir, mi casa SÓLO tiene polvo. Otra distorsión es la autoacusación, con la que una persona se hace responsable de todo. Por ejemplo, tu novio se rompe una pierna, y tú piensas que la culpable eres tú, porque piensas “si no hubiera venido a recogerme, no se la hubiera roto”. Cuando tú viniste aquí, sí tenías distorsiones cognitivas de este tipo, pero ahora ya no las tienes, ¿verdad? ¿Te acuerdas cuando te sentiste culpable por haberme dejado sola en Nochebuena cuando ni siquiera me conocías? (La paciente asiente con la cabeza). La personalización, sería aquella en la que piensas que todo depende de ti, es considerarte el centro del universo. Sería, por ejemplo, pensar “Todo el mundo quiere hacerme daño, todo el mundo se pone de acuerdo para amargarme la vida”. (La paciente sonríe). Ahora nos reímos, pero hay momentos en los que pensamos así. Paciente: No, si me río porque yo he pensado algunas veces así. Psicóloga: Por eso te va a venir bien trabajar esto, porque así podrás tomar conciencia y distancia de las distorsiones. La lectura de la mente sería otro tipo; consiste en ponerte en la cabeza de la otra persona y te imaginas lo que piensa. Por ejemplo, pensar: “Si mi novio me ve desnuda, va a pensar que con qué clase de tía está, si puede estar con cualquiera”. Falacia de control, sería cuando pensamos que podemos controlarlo absolutamente todo. Por ejemplo, “Si yo suspendo un examen, no es porque haya sido difícil, si no que yo tenía que haber sabido que iba a ser difícil”. Razonamiento emocional consiste en intentar explicar las emociones, racionalizándolas cuando en ocasiones, no tienen por qué tener tanta explicación. De esta manera a veces necesitamos llorar como descarga emocional de un periodo de estrés y sin embargo, en vez de verlo así tan sencillo, tendemos a comernos la cabeza pensando: “¿y por qué estoy triste?, ¿es que no estoy también con mi pareja como parece?, ¿tendré algún motivo que estoy pasando por alto?” Paciente: (Sonríe). En eso yo soy experta. Psicóloga: Por eso te decía antes lo de tomar perspectiva, y ser consciente de cómo te sientes, pero no intentar buscarle una explicación a todo. Por ejemplo, estás agusto en un sitio y piensas “¡qué a gusto estoy!, y ¿por qué estaré yo 77

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tan feliz?, ¿qué me habrá pasado?” ¡No! Lo que tienes que hacer es disfrutar ese momento, siendo consciente de lo bien que estás, pero sin buscarle tantas explicaciones. Las emociones son emociones, algunas veces estará bien que te plantees el por qué de esa emoción, y otras no. Combatir las distorsiones es importante. Para ello, tienes que recuperar el autorregistro de las primeras sesiones. Con las afirmaciones sobre tus críticas más negativas, vas a hacer dos cosas, identificar qué tipo de distorsión hay en cada una de esas críticas y cómo eres capaz de cambiarlo, es decir, cómo refutarías esa distorsión cognitiva. ¿Lo has entendido? Paciente: Sí. (La paciente sonríe). Psicóloga: Bueno, Genoveva, ya hemos terminado, nos vemos la semana que viene, ¿vale? Paciente: Sí. Psicóloga: (La psicóloga le abraza y la despide). ¡Qué pases un buen fin de semana! Paciente: Igualmente. Adiós. Psicóloga: Adiós.

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SESIÓN 5. DÍA 15/02/2012 Psicóloga: Hola Genoveva. Paciente: Hola. Psicóloga: Veo que has traído la redacción que te pedí. Paciente: Sí. Psicóloga: Muy bien, léela. Paciente: Mido 1.52 m y peso 60kg. Tengo el pelo corto y rubio, aún así me crece rápido. Además, puedo cambiar mucho de peinado y parecer muy natural. Poseo los ojos grandes con un color entre verde y marrón bastante curioso. Mi piel es clara y aunque tengo pecas, esto me da un aspecto juvenil. Tengo una nariz, orejas, manos y pies pequeños y los labios finos. Mis brazos miden 31 cm de grosor, mi pecho 93 cm, mi cintura 73 cm y mi cadera 115 cm, con lo que tengo bastantes curvas y, de esta manera, la ropa entallada me da una forma muy marcada a mi cintura y a mi cuerpo en general. Me sienta muy bien ir maquillada y tengo buen aspecto con ropa formal, atrevida y casual. Me considero una persona responsable, agradable en el trato a los demás, tanto con conocidos como desconocidos, cariñosa y amigable. Sin embargo, hay veces que me siento decepcionada con mis amigas y mi pareja si se comportan de una manera que no espero. Hay veces que me pongo objetivos académicos que son demasiado altos de alcanzar, con lo que me siento frustrada. A pesar de esto, me gusta tener la agenda ocupada y me resulta motivador tener obligaciones. En ocasiones, tiendo a querer ordenar los documentos en exceso, puesto que tengo que utilizarlos a diario y, es más fácil tenerlos “a mano” que bien guardados. Tiendo a no decir lo que me molesta por miedo al rechazo de los demás. Me siento inferior cuando estoy al lado de una persona que llama más la atención que yo. Suelo tender a adaptarme a todos los planes que me proponen mi pareja y mi amiga, porque pienso que los míos no van a ser tan buenos como los de ellos. Soy una persona alegre y abierta con personas que no son de mi entorno. Me cuesta bastante trabajo decir “no” a los planes de mi pareja y mi amiga, a pesar de no gustarme. Me siento resignada y obligada a poner excusas, a veces, por ello. Suelo adaptarme y ser demasiado flexible con las proposiciones de mi pareja, amiga y tutor. Aún siendo éste último injusto conmigo, no hablo con él para solucionar el problema por miedo a que adopte una posición demasiado seria conmigo y perder la amistad que tenemos. Por eso, me cuesta mucho trabajo ser asertiva con estas tres personas. Eso sí, si me comprometo con alguien, en cuestión de trabajo, intento al máximo cumplir los objetivos y realizarlos lo mejor que pueda. 79

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No me importan las horas que tenga que dedicar al trabajo o a los estudios, sin embargo no puedo concentrarme rápidamente. Tiendo a preguntar mucho cuando no me entero bien de algo. Necesito que las personas de mi alrededor me confirmen que puedo hacer las cosas bien en el plano académico. Cuando mi tutor no me atiende, que suele ser a menudo, tiendo a tener demasiada paciencia y, al final, acabo frustrada en vez de hablar con él claramente. Sonrío mucho e intento ser siempre agradable con mis compañeros y ayudarles en lo que pueda. Me cuesta hablar de manera asertiva cuando tengo que dar una opinión opuesta a la de mi tutor o mi padre. Siempre pienso que voy a suspender cuando hago un examen, sin embargo, apruebo más de lo que suspendo. Sólo me fijo en los éxitos de los demás, sobre todo, en los planos académico y profesional, así como en mis fracasos, a pesar de haber conseguido yo también algunos éxitos. Al fijarme sólo en mis fracasos, no me detengo a pararme a pensar lo que se me da bien, pero sí sé que hay bastantes temas que me gustan, sin embargo no sé exactamente a cuál dedicarme. En esto influye que mis superiores, como mi tutor, no me lo ponen fácil, pero por mi parte sigo insistiendo constantemente. No olvido ninguna cita. No me gusta perder mucho tiempo limpiando, es decir, con las tareas del hogar, puesto que lo puedo hacer bien y bastante rápido si me lo propongo. Cuido mi higiene bien. La cocina también la domino bien, sin embargo, me falta experiencia. Mi habitación suele estar desordenada a finales de semana, aunque los sábados ordeno todo a conciencia. En casa suelo ayudar con las compras y con la comida porque es lo que mejor se me da. Me importa mucho mi aspecto, mi ropa, mi apariencia y mi estilo, porque pienso en “el qué dirán”. Soy un poco descuidada comprando comida para hacer dieta, ya que luego me cuesta comérmela. Aunque soy sexualmente activa, no me gusta demasiado mi cuerpo desnudo y, por eso, no acepto con facilidad nuevas posturas. Por otro lado, no sé decir “no” cuando no me apetece tener sexo. A pesar de ello, me siento muy bien y disfruto mucho en algunas ocasiones en las que veo que mi pareja disfruta conmigo. Psicóloga: ¡Muy bien! (La paciente se sonríe). Lo has hecho fantástico. Paciente: Bueno… (La paciente se sonríe quitándole importancia). Psicóloga: Mírala, ya se está quitando importancia. ¿Te das cuenta? Paciente: Bueno, es que tampoco hay muchas cosas buenas… Psicóloga: Pero si no se trata de que haya muchas cosas buenas, que también las hay, es que lo has hecho muy bien. Es que se trataba de hacer lo que has hecho. Está muy bien hecho. 80

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Paciente: ¡Gracias! Psicóloga: De nada. Así me gusta, que aceptes, que digas gracias y que no le des más vueltas. Eso es lo que tienes que hacer cuando te digan un piropo, intentas respirarlo, introducirlo en ti, y dices “Gracias”. Bueno, sigamos. Paciente: He traído la descripción de mi amiga, de mi hermana y de mi novio de cómo soy, que me pediste. Psicóloga: ¡Qué bien! Lo han hecho todos, ¿no? Paciente: Sí. Psicóloga: ¿Y qué tal? Paciente: Bien, no he cambiado nada. Empiezo a leértelas. (La paciente lee las tres redacciones de cómo es que le han hecho su hermana, su amiga y su novio). Psicóloga: Bueno, ¿con qué estás de acuerdo o con qué no estás de acuerdo? Básicamente estás de acuerdo con todo menos con… Paciente: Pues… (La paciente se queda pensativa y en silencio) no lo sé. Eso de “Alta capacidad de resistencia ante situaciones difíciles”… (la paciente suspira), yo creo que me vengo abajo. Y “capacidad de superación”, yo no la llego a ver, aunque creo que la tengo, pero no soy capaz de expresarla. Aunque ya me estoy empezando a soltar a la hora de decirlo. Psicóloga: Es que esas dos cosas que me acabas de poner de ejemplo, precisamente esas cosas, se ven mejor desde fuera que desde dentro. Paciente: Será eso. Psicóloga: Porque tú sabes lo que a ti te cuesta, pero lo que la gente ve es que quizás tú no te pones a llorar en público, y ese tipo de comportamientos… Venga de tu amiga o de tu… Paciente: Mi amiga me ha puesto creo que demasiado buena… (se queda en silencio y suspira); por ejemplo, “sincera”, no soy tan sincera. Psicóloga: Claro. Entre otras cosas porque como buscas la aprobación de los demás… Paciente: Claro, no soy asertiva y busco la aprobación de los demás, por eso no soy tan sincera. Psicóloga: ¿Y de tu hermana? Paciente: De mi hermana, me ha resultado muy curioso que ha destacado que en mi relación anterior dice que yo parecía superior. Yo no veía eso así. Y dice que ahora me ve más humilde que antes, que antes parecía… Psicóloga: Puede quizás que ella percibiera la asimetría que había en la relación, ¿no? 81

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Paciente: Mi antiguo novio era muy… (La paciente se queda pensativa y en silencio). ¿Cómo te digo yo…? Daba una impresión de muy subido, muy arrogante, muy prepotente, y dice que yo lo acompañaba a él, que yo me puse así también. Y ahora como mi novio no es así, él es más humilde, pues yo me he puesto más humilde también. (La paciente y psicóloga se sonríen). Psicóloga: Vamos, como si fueras un espejo, ¿no? Paciente: Sí. Bueno… la verdad es que no me gusta ser así porque soy…. Es que me adapto. No debería adaptarme. Psicóloga: No, deberías ser tú. Paciente: ¡Ya! Psicóloga: Obviamente siempre que estamos en una relación nos adaptamos un poco. Siempre. Pero siendo tú, no poniéndote más soberbia o menos soberbia. Siendo tú. Todos tenemos experiencias de que hemos estado con una persona y hemos hecho más de una cosa que quizás a nosotros pues no gustaba tanto, pero bueno era un punto de encuentro con la otra persona; luego cambias de pareja y quizás esa actividad la haces menos y haces más otra que le guste más a esa nueva pareja. Eso es normal. Pero de ahí a que tú cambies tu visión de ser más humilde o más soberbia… Bueno, está bien saberlo para que te hagas consciente. Tú también te puedes revisar de vez en cuando y decir “Vamos a ver, soy así o no soy así”. Paciente: Vale. En lo que han coincidido los tres es en que estoy cambiando. Psicóloga: Sí. Y te habrá dado muchísima alegría, ¿no? Paciente: Sí. Psicóloga: Eso te demuestra que no es solamente una cosa que veas o creas tú sino que es algo externo que se percibe´”. Y además un cambio positivo, un cambio en el que todos te ven progresar a mejor. Los demás pensarán, “estás menos negativa, menos exigente, está cambiando, se está expresando”. ¡Muy bien! ¿Y esas notas que tienes hay tan bonitas que son? Paciente: Esas notas son mis frases que las he puesto así de bonitas porque me encanta trabajar en estas cosas. Psicóloga: ¡Muy bien, Genoveva, te han quedado muy bonitas! Paciente: Es que me estoy leyendo un libro del “Yo soy” y por eso he puesto las frases con el “Yo soy”, en lugar de “soy” solamente. Psicóloga: Como la meditación que hicimos en el taller, ¿no? Paciente: Sí. Me he fijado un poco en lo que me han dicho para hacerlas. Y luego me he hecho carteles más pequeños con muchas… sobre todo en lo que se 82

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refiere al plano académico para ponerlos en mi agenda y verlos cuando necesito “ser fuerte, ser polivalente…”. Psicóloga: ¡Qué bien! Paciente: Y me lo pongo en la agenda para que yo lo vea. Psicóloga: Muy bien. ¡Qué bonitos te han quedado! Espérate que le vamos a hacer una foto, porque quizás en algún momento determinado, se lo podamos enseñar a alguna paciente, para que vean lo bien que lo has hecho y que así se animen a hacerlos. (La psicóloga prepara los carteles para hacerle la fotografía). Paciente: Yo de pequeña ganaba muchos concursos. Tengo muchas copas por hacer dibujos y cosas así. Es que me gustaba mucho, pero ya entré a la universidad y ya… se me fue toda la creatividad y todo. Psicóloga: ¡Mira qué bonita ha quedado la foto! Quedaría bonita para la portada de un libro4. Paciente: Tengo que escribir alguna vez un libro. No sé de qué pero lo tengo que escribir. Psicóloga: Claro que sí. Paciente: Te enseño otra cosa que he hecho. (La paciente saca el trabajo sobre las distorsiones cognitivas que se le pidió que trabajara en la sesión anterior). Psicóloga: Esto son las distorsiones cognitivas, ¿no? Paciente: Sí. A ver, he intentado poner la distorsión que más he visto. Creo que algunas quizás pueden coincidir con dos. Psicóloga: Vale, si tú ves que pueden coincidir con dos tienes que poner dos. Paciente: En algunas si he puesto las dos, en otras no. Psicóloga: A ver, venga, empecemos. Paciente: Uno: “El sentimiento de culpabilidad porque llamé a mi amiga y me sentía mal porque pensaba que ella estaba perdiendo el tiempo”. La distorsión cognitiva es “Lectura de mente”. La refutación sería “No tengo forma de saber que está pensando; si está hablando conmigo es cosa suya”. Psicóloga: Sí, de acuerdo, sigue con la siguiente. Paciente: Dos: “Otra vez llamó mi amiga, pero yo ahora tenía estrés porque yo no tenía tiempo”. Aquí sería “Falacia de control”. Refutación: “¿Qué podría hacer? Decirle de forma asertiva que no puedo hablar, y así no me sentiría impotente”. Psicóloga: Vale. 4

De hecho, la portada de este libro está confeccionada con los cartelitos que Genoveva hizo en esta sesión.

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Paciente: Tres: “Ansiedad y cansancio porque me puse a pensar por la noche todo lo que tenía que hacer al día siguiente”. La distorsión cognitiva sería “Falacia de control”. Refutación: “No tengo porque controlarlo todo, puedo priorizar”. Psicóloga: Vale. (Asiente con la cabeza). Paciente: Cuatro: “Estaba en la biblioteca y tenía que hacer muchas cosas, pero me tenía que volver a casa con una amiga de mi hermana y no podía controlarlo”. Distorsión cognitiva: “Falacia de control”. Refutación: “Tengo más opciones. Sólo tengo que organizarme de manera adecuada y buscar soluciones”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Cinco: “Tengo que pasar delante de un montón de gente en la biblioteca y me sentía inferior y con dudas”. Distorsión cognitiva de “Lectura de mente”. Refutación: “¿Pero por qué me van a estar mirando sólo a mí? No van a preocuparse por mi aspecto, eso es cosa mía”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Seis: “Tengo que almorzar deprisa, porque para las dos y media tengo que estar en Jaén y estaba agobiada. Debilidad, falta de voluntad, poco esfuerzo”. Distorsión cognitiva: “Designación global”. Refutación: “No soy una persona débil, todo lo contrario, soy una persona fuerte. Sólo me apetecía descansar un poco y seguir con mi ritmo”. Psicóloga: Muy bien, fenomenal. Paciente: Siete: “Mi madre está agobiada porque necesitaba ir a comprar con el coche y sólo yo la podía llevar. Me sentía agobiada e incapaz de decirle que no”. Distorsión cognitiva: “Falacia de control”. Refutación: “No tengo por qué sentirme responsable de todo. Si no puedo ayudar a mi madre, sólo tengo que decírselo de manera asertiva y proponerle otras soluciones”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Ocho: “Me llamó mi novio para decirme que si hubiera ido a la universidad podríamos habernos visto y haber cenado juntos”. Distorsión cognitiva: “Personalización”. Refutación: “No tengo la culpa de que mi novio tenga más cosas que hacer que yo. No tengo por qué comparar. Cada uno tiene su vida”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Nueve: “Tengo que levantarme para ir al gimnasio, pero estoy muy cansada y no tengo ganas. Debilidad y culpabilidad”. Distorsión cognitiva: “Filtrado”. Refutación: “Si por ejemplo, no voy al gimnasio me puedo quedar en mi casa haciendo cosas. No tengo que fijarme sólo en lo negativo; además sólo he faltado algunos días, no hay que generalizar”. Psicóloga: Muy bien. 84

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Paciente: Diez: “Estoy asistiendo a la exposición de una tesina y me siento mal porque siento impotencia y no voy a llegar a conseguir una tesina tan buena como la que vi”. Distorsión cognitiva: “Personalización”. Refutación: “Porque esa persona no obtuviera buena nota, no tuviera buena puntuación, no significa que yo tampoco vaya a tenerla. Las tesinas son diferentes, así como las personas. No tengo que comparar mi trabajo con el de nadie”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Once: “Estoy en clase de inglés y me equivoco en algunos ejercicios. No estaba concentrada porque estaba pensando en la tesina”. Distorsión cognitiva: “Autoacusación”. Refutación: “Todo el mundo comete errores, quizás ese día estaba más distraída, pero no significa que lo esté siempre y menos aún que me vaya a ir mal en inglés”. Doce: “He llamado a mi novio para ver cómo iba estudiando y me ha dicho que mal porque tenía sueño. Culpabilidad porque la noche anterior estuve con él”. Distorsión cognitiva: “Falacia de control”. Refutación: “No me tengo que sentir culpable porque mi novio tenga sueño, es cosa suya. Si estuvimos juntos la noche de antes, él fue libre para quedarse o no. No soy responsable de eso”. Trece: “Estoy leyendo un libro que me he comprado y que me encanta, y pienso que estoy perdiendo el tiempo, que podría aprovecharlo en otras cosas. Distorsión cognitiva: “Pensamiento polarizado”. Refutación: “Si estoy leyendo un libro, puedo disfrutar de él sin sentirme culpable por ello. Cuando esté estudiando me dedicaré a ello por completo; todo no es bueno o malo, perder el tiempo o no perderlo”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: La catorce es lo mismo. ¿Sigo o no sigo? Ya lo he hecho todo así. Psicóloga: No. Muy bien, lo has hecho todo muy bien. Si tienes alguno en el que tengas duda o quieras leer especialmente puedes hacerlo. Paciente: No. La verdad es que lo he entendido. Psicóloga: ¿Y eres capaz de verlo y de hacerlo ahora? Paciente: Algunas veces sí, pero todavía… Ayer, por ejemplo, me frustré y me decepcioné demasiado, lo que pasa es que necesité un poco de tiempo. Necesité unas cuantas horas para verlo desde fuera. Psicóloga: Con perspectiva. Paciente: ¡Tardé! No soy capaz todavía de decir buf… Psicóloga: Pero irás acelerando el proceso, poco a poco, con el tiempo, con entrenamiento. Paciente: Tardé un par de días en verlo. Le llevé un regalo a mi novio al salir del trabajo, y a él, aparte de no hacerle mucha gracia, pues me dijo que era una 85

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cursilada y… que le hizo ilusión pero no… tanta como yo esperaba. Y yo me había tirado toda la mañana para hacérselo, y me gasté bastante dinero en ello y me sentó como una patada. Le dije que me había sentado mal, pero bueno que ya está, que no pasaba nada. Entonces tardé unas cuantas horas en ver que él hoy tenía un examen, que estaba súper estresado y que le hubiera regalado lo que fuera, le habría dado igual, porque no estaba en eso y… que bueno… que tampoco es tan grave. Ya al menos sé lo que le gusta y lo que no. Psicóloga: Pero también se lo puedes decir. Si su comportamiento no te ha gustado, díselo. Paciente: Sí, y se lo he dicho. Psicóloga: Eso. Y mantente enfadada y hoy cuando termine el examen háblalo. Tú no te bajes del carro tan pronto. Paciente: Ayer se lo dije. Psicóloga: Está bien que comprendas esa parte, pero sin que se lo digas tan pronto. (La paciente y psicóloga se sonríen). Paciente: Le dije que me había hecho sentir mal, no estaba valorando el esfuerzo que estaba haciendo, porque por mi parte es bastante difícil que yo pueda coger el coche, que hoy yo también tenía mi cita con el tutor, que tengo que prepararme la tesina bien y no valoró nada. Y él dice que sí, que tengo razón que lo sentía, pero que después de los exámenes ya me pedirá perdón. Psicóloga: Vale, pues que lo haga. Paciente: Me va a compensar con un fin de semana en Málaga. Psicóloga: Pero primero que te pida perdón. Es que si no, empezamos a “pervertir” el momento del perdón. Si lo has hecho mal, no me compres, primero te disculpas. Si quieres lo perdonas a la primera y si no quieres no. Siéntete libre para decirle “mira, no me ha gustado lo que has hecho y no va a ser suficiente con que me pidas una vez perdón”. Que el día de mañana cuando estés trabajando y estés en otro sitio y yo te necesite o te traiga una sorpresa, ¿también vas a reaccionar igual?, es decir, ¿que tú te eclipsas, cuando tienes una preocupación ya no ves otra cosa en el mundo?”. Paciente: ¡Ya! Es que está ahora mismo que salta. Psicóloga: Me da lo mismo. Espera que termine… Paciente: Ya, estoy esperando esta tarde, esta tarde va a ser mi tarde. (La paciente se sonríe). Psicóloga: Sí, pero si no está él para pedir perdón, tampoco está para que se apoye en ti. Si te dice “déjame tranquilo que estoy estudiando”, tradúcelo por déjame tranquilo que estoy estudiando, no te llamo y te digo “cari, ¿cómo vas?”. Es decir, que estás para lo que él quiere, ¿no? Si no está para pedir perdón, 86

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tampoco está para apoyarse. Aprende a ser asertiva y a expresar tus sentimientos. Dile, “¿aquí que estamos en un impass hasta que tú tengas tiempo de pedirme perdón? Bueno, pues un impass es en todo. ¿Entiendes lo que te quiero decir? Hazte tú de valer. Paciente: Eso se me ha quedado. Psicóloga: Por eso te estoy insistiendo en esto, porque si no te diría “esto es un problema de pareja y lo solucionas tú como quieras”, pero es que al final vamos al mismo sitio, que no te haces suficientemente de valer, ¿o no? Paciente: Sí. Psicóloga: Tú lo llamas y le dices: “Sí, sí, cariño que tengas mucha suerte para el examen…” y el momento del perdón lo postergamos, y ya dentro de dos días él dirá “si hemos estado hablando normal, ¿ahora que quieres que te pida perdón?, si esto ya no viene a cuento”, ¿o no? No has tenido algunas veces la sensación de decir “si es que ya no pega hacer algo que tenía que haberse hecho hace ya una semana…”. Lo has postergado tanto, tanto, que ya dices “si es que ya no pega, ya hago como que me olvido y ya está”, pero eso se queda ahí. Pues eso es lo que tienes que hacer en todas las relaciones. “¿Qué para ti no es momento ahora?, ¡muy bien!, yo te espero, ¡pero te voy a esperar para todo!, no te voy a esperar para lo que tú quieras sí y para lo que quieras no” ¿Entiendes lo que te quiero decir? En un momento determinado que te diga tu director de tesina “Mira, que es que ahora no tengo tiempo para esto” y se pone tres horas a explicarte un problema suyo o que le hagas alguna cosa. “No, no, si no tienes tiempo, no tienes tiempo para nada”. ¿Entiendes? Es un juego muy sutil, que solemos jugar, y que además, las personas con baja autoestima dan pie a… Paciente: Sí. Psicóloga: Porque es como “Vale, vale, yo te entiendo” pero a la misma vez le transmites el mensaje de “siempre que me necesites yo estaré aquí, incluso por encima de mí misma”. ¡No! Paciente: Claro, estoy tan desesperada porque me apruebe… Psicóloga: …que te conformas con lo que sea, y no. Tú tienes que tener claro “no te voy a dar lo que tú quieras, tienes que estar para todo y entonces lo tendrás todo”. Tú tienes que ser un “Mercedes Benz” que tiene todos sus extras, pero que también te dicen: - “Mire, pero es que este coche consume mucho”. - “Ah bueno, pero es que yo quiero todos los extras”. - “Bueno, pues que sepa usted que le va a consumir más gasolina”. - “Bueno, bueno, pero yo lo quiero”. 87

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¿Entiendes? Va todo junto. “Tú me quieres a mí porque sabes lo especial que soy, pues ya sabes que esto tiene más coste”. ¡Qué no hay ningún Mercedes que gaste lo mismo que un Corsa! ¿A qué no? Paciente: No. Psicóloga: Pues eso es lo que le tienes que decir a tu novio. “Majo, si tú quieres el Mercedes, tienes que gastarte más en gasolina”. Voy a no contestarte a lo que has pensado. Paciente: ¿Qué he pensado? (La paciente se sonríe). Psicóloga: Que tú no eres un Mercedes. Paciente: ¡Todavía! (La paciente se sonríe). Psicóloga: ¡No!, tú ya eres un Mercedes. Bueno te explico lo que tienes que hacer para la siguiente sesión. (Se le explica cómo trabajar la compasión). Bueno, para trabajar la compasión lo que vamos a hacer va a ser trabajar la compasión contigo misma, así como la compasión con aquellas personas con las que tengas algún tipo de problemas, bien sea tu padre o bien sea tu tutor, por ejemplo. La compasión tiene tres fases, que son la comprensión, la aceptación y el perdón. La comprensión es meramente cognitiva. Yo comprendo, por ejemplo, que tu infancia ha sido así, etc. La aceptación es aceptar algo, por lo que la aceptación es un paso más allá de la comprensión. De esta manera puede haber personas que digan “yo lo comprendo, pero no lo acepto”. Y por último, el perdón, que viene después de la aceptación de un hecho, es decir, además de aceptarlo, eres capaz de perdonarlo. Todo esto es un proceso. ¿Te acuerdas cuando yo te decía a ti que la mejor decisión es siempre la que se toma en ese momento? Paciente: Sí. (La paciente asiente con la cabeza y permanece atenta a la psicóloga). Psicóloga: A lo que me refería es que, en un determinado momento, con tus circunstancias, con tu estado de ánimo, tus condicionamientos, tu salud y con todo lo que tú tienes a tu alrededor, la decisión que tomes en ese momento, es la mejor que puedes tomar. Ahora bien, esa misma decisión puede ser diferente cuando alguno de esos factores cambie, y es en ese momento cuando nos martirizamos diciéndonos “podía haber hecho esto, podía haber hecho lo otro…” y no, no podía haber hecho eso, porque lo que hiciste fue lo que se te ocurrió en ese momento porque las condiciones eran diferentes a las del momento actual. Paciente: ¿Esto va con mi padre? Psicóloga: Esto va con todo, con tu padre, con tu amiga, con tu novio, contigo misma y con todo el mundo que encuentres en tu vida, pero fundamentalmente

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te puede ayudar más con personas con las que tienes o puedes tener una respuesta de ira o de enfado, o asuntos que tú puedas tener que superar. También vas a trabajar cuál es el problema de tu valía, en qué basas tu valía y vas a trabajar para afirmarla. Reflexiona sobre por qué crees que vales. Por último, vas a trabajar con la compasión hacia los demás, y ahí encuadraríamos la empatía, para lo que te voy a pedir que hagas tres ejercicios. Uno de escucha activa con un amigo, escuchándolo y dándote cuenta de por qué dice las cosas y de los tres pasos del proceso: comprensión, aceptación y perdón. El segundo ejercicio es que tienes que hacer lo mismo que antes, pero con personas conocidas que aún no lleguen a ser amigos, como por ejemplo con el panadero, alguien de una tienda frecuentada… Y, por último, tienes que hacer esto mismo con una persona extraña, como por ejemplo, alguien que conozcas en un autobús o en una fiesta. No hace falta que hables con esa persona, sólo con observarla es suficiente. Paciente: ¿Y tengo que apuntar algo? Psicóloga: Puedes anotar si quieres después lo que te ha aportado esa experiencia. Paciente: ¿Y qué tengo que hacer? ¿Fijarme y comprender? Psicóloga: Sí, fijarte, comprender, darte cuenta de qué está sintiendo esa persona en ese momento, fíjate en el comportamiento no verbal, etcétera. Lo último que te voy a pedir que trabajes es la compasión por cosas pasadas, como por ejemplo, por algún error que hayas cometido y que te eches en cara. Con eso lo que tienes que hacer es lo mismo, comprenderlo, aceptarlo y perdonarte a ti misma, ¿vale? Paciente: Sí. (La paciente asiente con la cabeza) ¿Puedes ayudarme en una cosa que no tiene nada que ver con esto? Psicóloga: ¿Qué? Paciente: Es que estoy un poco nerviosa por esta tarde, con la cita de mi tutor. Todavía no sé cómo preguntarle que por qué me engaña. A mí me gusta mucho escribir, y seguramente podría escribir algo, no sé si interesante o no, pero seguramente podría escribir algo. Y podía haber escrito ya y mi tutor me ha estado diciendo todo este año que no podía escribir hasta que no terminara la tesina. Y una muchacha que tiene al lado, ha escrito ya muchos artículos, en varias revistas y en temas variados y no tiene hecha la tesina. ¿Por qué ella sí y yo no? Tú no sabes el trabajo que me cuesta decir eso. Psicóloga: Pues cómo me lo estás diciendo a mí. ¿Qué quieres que hagamos un role-play? ¿Qué me lo digas a mí?

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Paciente: No, no. No porque es que no… Si sé lo que le tengo que decir perfectamente. Si sé que… Psicóloga: ¿Qué quieres que hagamos? Una relajación, una visualización, un role-play, ¿qué es lo que quieres? Paciente: No, quiero que lo digas tú, quiero verte a ti cómo lo dirías. (La psicóloga se sonríe). Psicóloga: Hacemos un role-play en el que tú seas tú director y yo sea tú. Paciente: No, es que no puedo hacer de mi tutor. Psicóloga: Bueno, pues entonces lo hago con Beatriz. (Beatriz es la coterapeuta). Beatriz va a hacer de director y yo seré tú. Coterapeuta: Vale, pero descríbeme cuál es la posición que adopta tu tutor, para poder hacerlo más o menos parecido a como lo haría él. Paciente: Mira, yo te explico. De mí pasa, lo único que él siempre se está, siempre está de cachondeo, porque es que es muy cachondo él… Psicóloga: ¿Cómo se llama? Paciente: Ricardo5. Paciente: Tiene veinte mil proyectos, con mucha gente y… ya está. (La coterapeuta y psicóloga se giran, de modo que están una enfrente de la otra) Psicóloga (haciendo de Genoveva): Buenas tardes, Ricardo. Coterapeuta (haciendo de tutor): Buenas tardes. Psicóloga (haciendo de Genoveva): He venido a hablar contigo de una cosilla, que me tiene un poco preocupada. Coterapeuta: Dime. Psicóloga (haciendo de Genoveva): Pues mira, venía a decirte que la verdad es que me he enterado hace relativamente poco que la otra alumna que tienes de doctorado está escribiendo un montón de cosas, pese a que todavía no está con la tesina avanzada y yo también quiero escribir. Coterapeuta (haciendo de tutor): Pero es que todavía te dije que es mejor que hasta que no termines la tesina no escribas nada, porque todavía no tienes experiencia para escribir nada bien sobre algún tema. Psicóloga (haciendo de Genoveva): Bueno, pero quizás yo podría escribir bien si luego tú me lo revisaras. Yo te prometo que al mismo tiempo voy a seguir escribiendo la tesina, que no la voy a dejar. Pero la verdad es que creo que a mí eso me motivaría lo suficiente como para pegarle un avance importante a mi trabajo. 5

Nombre ficticio por razones de confidencialidad.

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Coterapeuta (haciendo de tutor): Bueno, tú no te preocupes por eso, eso lo podemos hablar en otro momento. Psicóloga (haciendo de Genoveva): No, pero yo es que he venido hoy para hablar de esto contigo. Creo que es importante que esto se quede hoy hablado. Coterapeuta (haciendo de tutor): Bueno, pero entonces tú, ¿en qué estarías interesada en escribir? Psicóloga (haciendo de Genoveva): Pues, básicamente en todos los temas que tengan algo que ver con mi tesina. Además, yo considero que soy capaz de escribirlo, porque se me da bien y seguro que cometería fallos, pero que con sus guías y correcciones conseguiría hacerlo bien. Coterapeuta (haciendo de tutor): Bueno, pues no te preocupes, si me entero de algo te avisaré para que lo escribas tú en lugar de que lo haga la otra muchacha. Psicóloga (haciendo de Genoveva): Yo esta semana de todas formas, te escribo un e-mail para que no se te olvide. Coterapeuta (haciendo de tutor): Vale. Paciente: Sí, pero es que en medio de esa conversación tan directa, es capaz de decirme “Si, pero es que tengo que irme a Málaga, tengo el proyecto de no sé cuanto…” Psicóloga: Vale, pues en ese momento le dices: “Bueno, luego si quieres hablamos de eso, pero ahora vamos a seguir con lo que yo te he planteado”. Y le empiezas otra vez la conversación. Cuando eso se lo digas dos veces, a la tercera ya no te lo dice. Paciente: Vale. Muchas gracias. Psicóloga: Bueno, pues si no necesitas nada más, lo dejamos aquí y seguimos el próximo día, ¿te parece? Paciente: Sí. Hasta la semana que viene entonces. Psicóloga: Adiós y suerte para esta tarde. (La psicóloga le da un abrazo de despedida).

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SESIÓN 6. DÍA 1/3/2012 Psicóloga: Hola Genoveva, ¿Qué tal? Paciente: Muy bien, me han pasado cosas importantes. ¡Me van a contratar, tengo un presentimiento! Psicóloga: ¿Sí? Paciente: Sí, estoy muy positiva, y estoy meditando mucho para conseguirlo también. ¿Se puede meditar así? Psicóloga: Se puede visualizar. Paciente: Vale, eso. ¿Y te puede dar mucha hambre después? Psicóloga: Sí, puede. A mí siempre me da hambre después. Paciente: El otro día me puse yo a meditar con una vela, y al rato me dio un hambre, y dije “eso ya no me gusta tanto, que me dé tanta hambre”. Psicóloga: Si tienes hambre significa que gastas energía, así que no está mal, ¿no? Paciente: ¿Cómo que gastas? Psicóloga: Que lo quemas. El hambre de después de meditar no es hambre que genera la ansiedad, porque precisamente has disminuido los niveles de ansiedad; sino que aparece porque tu cuerpo ha gastado esa energía y necesita reponerla, y para ello tienes que volver a comer. Paciente: Vale, vale. (La paciente pone cara de tranquilidad y se sonríe como si le hubiesen quitado un peso de encima). Psicóloga: Vamos a pasar a trabajar lo que traías para hoy. Paciente: Sí, que tenía que hacer escucha activa con un amigo, con personas conocidas y con extraños. Psicóloga: Eso es. A ver lo que has puesto. Paciente: Para el caso del amigo yo elegí a Alejandra que me llamó para hablar de cosas en general, pero yo le introduje en una conversación que yo sé que a ella le preocupa bastante, y el problema consistía en que los hombres de su alrededor sólo la quieren para estar sexualmente con ella, pero no de forma estable. Ese es siempre su continuo problema. Y por mi parte intenté hacerle preguntas del tipo: “A ver, explícame la situación, ¿cómo te sientes?, ¿pero por qué te sientes así?, ¿dónde está el problema?, ¿pero estás aprendiendo algo?”. Pero todas estas preguntas se las hice poco a poco, cuando ella me iba contestando.

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Psicóloga: (Sonriendo y bromeando). Estás aprendiendo algo de mí, ¿no? Paciente: Sí. (La paciente se sonríe). Y al final, después de una hora mi amiga me dio las gracias por escucharla, y me dijo que se sentía mejor por haberlo hablado tranquilamente. Solucionarle el problema no se lo solucioné obviamente, pero sí se sentía mejor, bastante desahogada. “Con personas conocidas”. Tuve una cita con mi tutor y tuvimos una larga conversación sobre qué había sucedido durante los meses que habían pasado sin poder vernos. Intenté relajarme todo lo que puede, aunque notaba que por dentro sentía tensión y rabia. Él comenzó a excusarse, por todos los motivos de anulación de citas, y por mi parte le escuché atentamente, puesto que él estaba intentando satisfacer la necesidad de comprensión que quería que yo tuviera. ¿Qué creencias influyeron en la conducta? Él, por un lado, creía que su forma de actuar yo ya la había asumido, sin embargo, no era así. Tuvimos que llegar a un acuerdo, ya que yo lo había entendido de otra forma. La cosa era que él pensaba que yo ya le conocía a él, y por lo visto no. Él funciona de una manera y yo no creía que él funcionaba así. Yo le mando un correo y cuando él quiera, él pueda o él tenga un hueco, entonces me contestará, pero el correo lo ha visto, yo no me tengo que preocupar más. No tengo que insistirle tanto”. Ese era… Psicóloga: …el mensaje. Paciente: Sí. Yo no lo pillé, él pensaba que yo lo había cogido, pero… ya está. “¿Qué sentimientos influyeron en la conducta?” Pues que él se sentía culpable, agobiado, cansado y frustrado, porque no tenía tiempo para todo lo que tenía que hacer, y sobre todo, para atender a las personas con las que se había comprometido, incluida yo. Desearía que no hubiera ocurrido, pero fue un intento de satisfacer sus necesidades. Lo acepto sin valoración de maldad e intento comprender el estado en el que él estaba y aceptarlo sin más. Psicóloga: Vale, muy bien. Paciente: Aunque sé que su actuación no fue acertada, pero entiendo que tenía que hacerlo, aunque ya ha pasado y ya está. “Con extraños”. Ésta me costó más. “Tuve una conversación con una persona conocida por mi pareja, pero la cual me cuesta entender. Es una amiga suya de toda la vida. Ella comenzó a hablar de sus logros, de sus éxitos, de lo genial que le iba en la vida. Yo por mi parte asentía y le decía la suerte que tenía pues mira me alegro por ti. Me preguntó en un momento de la conversación que a qué me dedicaba yo, y le contesté que estaba haciendo un doctorado, y me respondió que para qué servía, pero con cara de desprecio y no dándole nada de importancia”. Psicóloga: “Eso, ¿para qué sirve?”. (La psicóloga lo dijo con tono de indiferencia). 93

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Paciente: ¿Cómo que para qué sirve? Psicóloga: Así te lo dijo, ¿no? Paciente: Sí, eso es. Exacto, esa es la actitud. Noté una actitud distante y desinteresada por su parte hacia lo que yo dije. Me estaba sintiendo enfadada e incomprendida y un poco desvalorizada. Todo giraba en torno a ella y sus éxitos. Entonces fue cuando me esforcé por pensar todo el mundo intenta luchar por sobrevivir, es lo único que está haciendo. ¿Qué necesidad estaba satisfaciendo? Creo que era la de comprensión. Intentaba valorar y conocer todo lo que había conseguido, no por ello sin esfuerzo. ¿Cómo se sentía ella más segura? Pues valorando por encima de todo sus éxitos. Psicóloga: Eso no es comprensión, eso es aprobación. Es diferente. Paciente: Vale. Psicóloga: ¿Vale? Hay gente que no busca que la comprendas y solamente buscan que le digas “¡Qué bien lo has hecho todo!”. Paciente: ¡Ya!, sólo buscan que le digas que qué bien lo ha hecho, pero yo lo entendí como comprensión. Psicóloga: ¡Claro! Pero es que es normal que lo hayas confundido porque es fácil hacerlo, pero te lo digo para que lo sepas diferenciar. Paciente: Vale. Yo entendía que así mantenía ella el control. ¿Qué creencias influyeron? Pues supuse que no entendía bien que era un doctorado, y que intentaba desviar la atención de ese tema al suyo propio que era el que manejaba. Mi pareja luego me contó lo mal que lo pasó para conseguir esos éxitos que me estaba contando. Tuvo que luchar bastante, así que intenté también aceptar su postura y no intervenir mucho en la conversación. Voy a corregir en lo que escribí que se trata de necesidad de aprobación. Psicóloga: Ya has tachado mejor, mucho mejor que el otro día. Paciente: Sí, con una sola raya. (Sonriendo). Psicóloga: ¡No! Con una sola raya tampoco lo has hecho. Has hecho tres, pero ya no te ha salido así con tanta ira… aunque lo has seguido haciendo con más energía de la cuenta. (La psicóloga se sonríe). Paciente: Es que esta escucha me costó mucho trabajo. Psicóloga: Pero lo has hecho muy bien. Eres una alumna estupendísima. Paciente: Gracias (sonriéndose). Psicóloga: (La psicóloga le explica el siguiente trabajo sobre “los deberías”). Bueno te voy a explicar lo que tienes que hacer para el próximo día. Vamos a trabajar los deberías. 94

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Paciente: Eso tiene que ser interesante. Psicóloga: Para trabajarlos vas a tener que encontrar de dónde salen los deberías y cuál es la diferencia entre el deber y el querer, lo que tú debes hacer y la por hacerlo, ¿vale? Paciente: (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: En las próximas sesiones encontrarás la diferencia entre las necesidades y los deseos, aunque vas a ver cómo se introduce esa diferencia al trabajar los deberías, puesto que en realidad estamos hablando de lo mismo. ¿Qué es importante para eso, Genoveva? Pues que cada vez que digas “debo hacer algo”, te mires a ti misma y digas “vamos a ver, ¿esto es en realidad una imposición o es lo que yo he elegido?” Porque fíjate lo diferente que se ven las cosas desde que tú lo eliges hasta que no te queda otro remedio que hacerlo. Es que no es lo mismo decir “es que tengo que ducharme” a decir “es que quiero ducharme”, puesto que tú eliges si te quieres duchar o no, y si no te duchas un día tampoco pasa nada. Ahora, si yo ya tengo una mente tan cuadriculada que tengo que hacer las cosas siempre de la misma manera y no me puedo salir de ese plan, entonces tengo un problema de rigidez mental, ¿sí o no? Paciente: Sí. Psicóloga: Es como cuando dices “es que tengo que ducharme por la noche”. No TIENES que ducharte por la noche. Incluso aunque eso no venga de ti, tú puedes elegir ducharte por la noche para no discutir con tu padre, pero tú tendrías la opción de ducharte por la mañana, ¿verdad? Paciente: Sí. Psicóloga: Por ejemplo, tú dices “es que he tenido que colgar el bolso ahí porque no lo voy a dejar en el suelo”. ¡No!, yo elijo dejarlo ahí. Existe la opción de dejarlo en el suelo, otra cosa es que para mí esa opción no exista porque no me gusta, pero esa opción existe. Tendemos, en nuestra pobre economía cognitiva, como estamos tan limitados, a reducir las alternativas normalmente a dos, “se hace o no se hace”. De ahí sale luego la distorsión cognitiva que supongo que recordarás de las sesiones anteriores, de la designación global y de la polarización, “o hago esto o ya esto es un fracaso”, “o apruebo el examen de inglés o mi vida es una mierda, ya todo va a ir mal, no me voy a poder ir a Polonia, no voy a encontrar trabajo”. Todo sería así. Otro ejemplo sería si dijeras: “o se lo digo ya a mi padre o vamos a ir mal”, ¿vale? Eso serían los pensamientos polarizados. Los de designación global serían: “o consigo esto o se ha acabado ¡todo, todo!”. Fíjate como no diríamos “se ha acabado una parte” o “me irá mal en un ámbito”; “no, una parte no ¡todo!”. 95

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¿Qué es lo que pasa con esto? Eso es un extremo al que llegamos al cargarnos el resto de alternativas, porque precisamente lo que hacemos es dicotomizarlas, decir “tengo que elegir entre ésta o ésta”. El problema es que eso no es real, las alternativas son múltiples, de hecho, hay libros, que hace cuatro o cinco años se pusieron de moda, acerca del pensamiento lateral que consisten en generar más alternativas de las que ves en un primer vistazo. Es decir, se trata de entrenarte en generar alternativas. Yo te digo, por ejemplo, “¿De qué manera podrías conseguir que no se caigan los bolígrafos con el estuche abierto?, ¿qué podrías hacer?”. (La terapeuta señala con la mano con ademán de que comience a decir alternativas de respuesta a la pregunta que ha planteado). Paciente: Dejarlo quieto. Psicóloga: Vale, ¿qué más? Paciente: Ponerlo de modo que se quede de pie. Psicóloga: ¿Qué más? Paciente: Ponerlo tumbado. Psicóloga: De acuerdo, ¿qué más? Paciente: Cerrar la cremallera. Psicóloga: Vale, cerrar la cremallera. ¿Más? Paciente: Guardarlo en el bolso con la cremallera cerrada. Psicóloga: Por ejemplo. ¿Qué más? Paciente: (La paciente no sabe qué decir y sonríe). ¿Cuántas quieres? Psicóloga: Veinte como mínimo. Por ejemplo, podría coger una aguja y coserlo, o puedo ponerle imperdibles, incluso botones, o broches. Y también puedo sacar los bolígrafos y así ya no se caen. ¿Entiendes lo que te digo? Paciente: Sí. Psicóloga: Por eso, si le preguntáramos a cualquier otra persona lo que probablemente te diría sería “si no quieres que se caigan los bolígrafos, pues espérate y cierro la cremallera y ya está”. No verían otras alternativas, si no que sólo ven esa opción, cuando en realidad ya hemos visto que hay muchas formas. Está bien que se tome una opción de entre un conjunto de opciones, pero el problema, es que la mayoría de las veces no nos damos cuenta de que tenemos más opciones. No sentimos la libertad de la opción de elegir una alternativa. Lo más fácil sería elegir el cerrar la cremallera, pero se trata de que yo cuando cierro la cremallera SIENTO QUE HE ELEGIDO cerrar la cremallera, pero que en realidad tengo muchas más opciones. Paciente: Vale. (La paciente asiente con la cabeza y sonríe al comprender lo que la psicóloga le explica). 96

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Psicóloga: Vamos a poner otro ejemplo. El de una relación con una persona que te importa, con tu novio o con una pareja, ¿vale? Paciente: Vale. Psicóloga: Pese a que te sientes súper dolida después de una discusión, puede ser que reflexionando te des cuenta de que es lo mejor, has tenido otras opciones, te podías haber bajado del burro, podías haber pedido perdón a pesar de que no hubiera sido culpa tuya, dejarlo pasar, no haberle hecho caso cuando no quería hablar, haber dicho “mañana lo hablamos más tranquilamente”, es decir, podías haber llevado a cabo muchísimos comportamientos, infinidades de alternativas. La que eliges, la eliges por algo, ¿sí o no? Paciente: Sí. (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Puede ser porque no quieres que las cosas pasen y tú necesites poner límites, porque no vas a decir algo que no está bien según tu conciencia… El caso es que la que has elegido, por mucho que te haga sentir mal en ese momento, la has elegido tú. Paciente: Pero eso se puede entrenar, ¿no? Eso de ver más alternativas. Psicóloga: Eso es lo que vas a hacer esta semana. Paciente: ¿Me puedo leer algún libro? Psicóloga: Hay libros de pensamiento lateral, los puedes buscar. Paciente: Vale. Psicóloga: Pero no vas a encontrar muchas más cosas diferentes de lo que te estoy diciendo, puesto que lo que te estoy diciendo es un resumen. Es cuestión de que cada decisión que vayas a tomar, seas consciente de que no es la única alternativa. Paciente: Es que soy muy propensa a hacer eso. Psicóloga: “NO ES LA ÚNICA ALTERNATIVA”. ¿Tú puedes aprobar el examen de inglés? Sí, y sería maravilloso, pero si lo suspendes no pasa nada. No es la única alternativa de tu vida. Paciente: Cambiando de tema, he vuelto a aprobar el examen de inglés. (La paciente lo dice sonriendo). Psicóloga: ¡Enhorabuena! Pero si no hubieras aprobado no hubiera pasado nada, aunque, por supuesto, ahora piensas “¡qué contenta estoy de haber aprobado!”. (La paciente se sonríe). Ese es el punto. Luego también nos podemos encontrar personas que dicen “tía, enhorabuena, que has hecho no sé qué” y que responden “¡Bah! Tampoco es para tanto”. Sí, mujer, disfruta de tus éxitos, alégrate. 97

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Paciente: Quiero tener esas alternativas. Ahora mismo no me salen tantas. Psicóloga: En el momento en que tú ves todas las alternativas que tienes y ves cómo decides, te sientes más libre, ya no es “deber que”. “Es que tengo que llamar a mi amiga”, ¡no!, “es que QUIERO llamar a mi amiga, es que mi amiga me ha llamado a mí y QUIERO devolverle la llamada”. Fíjate en la diferencia que es hacer algo por obligación y hacer algo por devoción, porque quieres, ¿verdad? (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Formas de cambiar los deberías de nuestro vocabulario para ser conscientes de eso, “deber de” o “tener que”. Anota las que serían las palabras “mágicas” para ti y que tanto trabajo te costaban decir el primer día. (La psicóloga y paciente se sonríen). Venga, apunta. - Eso sería conveniente. - Sería recomendable. - Sería mejor. - Prefiero. - Quiero. - Eso sería una buena idea. Todo lo que supone que hay varias alternativas es más adecuado que si utilizamos expresiones que no nos dejan elegir, sino que simplemente nos marcan un único camino. Por ejemplo, imagínate que sales con tu novio, él quiere seguir con la fiesta, pero tú estás cansada y quieres irte a tu casa, pues una forma de decírselo es “sería una buena idea que me fuera ya a la cama. Prefiero irme ya a mi casa”. Todas estas palabras también te va ayudar a tener más asertividad. Paciente: Ya. Psicóloga: Venga, pasamos ahora a las frases prohibidas. Apunta. Paciente: Espera un momento, por favor, que para las prohibidas voy a coger un color más oscuro, más serio. Psicóloga: ¿Ya? Paciente: Sí. Psicóloga: Frases prohibidas. - Debo o debo de. - Tengo que. - No tengo otra opción. (Esta frase es la peor de todas). - No hay alternativa.

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Paciente: (La paciente comienza a reírse). Me río no por nada, sino porque estás son mis frases. (Se queda un momento en silencio y pensativa). No, pero ya no las utilizo tanto. Psicóloga: ¡Hombre! Ya no, si has cambiado un montón. (La psicóloga lo dice sonriendo y con tono irónico). Paciente: (La paciente se sonríe). No, de verdad. Además, ¿sabes qué? No sé si para bien o para mal, pero mi novio me está diciendo que últimamente me cabreo. No es que me cabree y yo me enfade, sino que… Psicóloga: … que pones límites. Paciente: Sí. Contesto. Psicóloga: ¿Y eso le gusta o no? Paciente: No. (La paciente pone cara de felicidad y se ríe). La verdad es que no me lo dice cabreado pero me dice: “Hay que ver cómo te agobias”, pero como si estuviera bromeando. Y yo le digo “No, no, es que hay que ser así”. Eso de adaptarme a todo el mundo… Psicóloga: Eso está muy bien. No eres la primera paciente a la que le advierto de “ten cuidadito que el cambio no le suele gustar a todo el mundo”. Paciente: Sí, lo estoy notando. Psicóloga: Porque claro, tú has puesto un límite entre él y tú aquí, dónde a él le has dejado muchísimo espacio para maniobrar y tú tenías una pizca nada más. (La psicóloga se lo representa con las manos). Y ahora estás corriendo el límite, esa frontera, de modo que él está perdiendo todo el espacio que tenía, cuando ya estaba acostumbrado a que fueras tú la que siempre te adaptaras sin poner ninguna pega. Paciente: Es que me estoy dando cuenta por días que él vivía muy fácil. Que no es que… Psicóloga: Si no era por nada, sino porque simplemente tú te adaptabas a todo lo que él quería. A todo, todo. Paciente: En algún momento que le he dicho yo “Bueno no, pero, ¿y si hacemos esto?”, él me miraba con cara de asombro y me decía “Jo, ¿y eso?, pero… ¿por qué?”, y yo le decía “¿Por qué? Pues porque a mí también me apetece…” y me contesta “Bueno, ya está”, pero que se quedaba así un poco… Es verdad, es que siempre tenía que decir sí a todo y adaptarme. Psicóloga: ¡Tenía, tenía! Paciente: Tenía, tenía. Solía. (La paciente lo dice sonriéndose y con cara de sorprendida al verbalizar sus progresos). Solía adaptarme pero a todo.

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Psicóloga: Bueno volviendo a lo de las frases prohibidas y las adecuadas, hazme una frase que yo te vea cómo lo haces. Paciente: El “prefiero”. El “prefiero” me gusta, porque me costaba trabajo. Psicóloga: ¿Recuerdas que no podías decir “prefiero”? Paciente: Sí, es que no podía. Psicóloga: Intentabas decirlo y balbuceabas (La psicóloga imita como lo hacía y la paciente se sonríe), pero no llegabas a decirlo. ¡Te lo dije hasta en inglés! Paciente: Es verdad, pero no sé… es que me salía como el “tengo”, tengo que, tengo que… Psicóloga: Si no se trata de que te vuelvas ahora mala, malísima. Se trata de que las cosas que hagas, las hagas porque las eliges tú. Si tú eres una buena amiga, eres una buena amiga porque quieres ser una buena amiga, porque prefieras ser una buena amiga, no porque “tienes que serlo”, ¿entiendes? Yo elijo ser buena persona, me gusta ser buena persona. Eso no quiere decir que un momento determinado yo no me cabreé y ponga a todo el mundo “verdes”. Yo también tengo derecho a descargarme y expresar mis emociones y mis sentimientos. Y soy una buena persona. Un determinado momento no me hace cambiar. Una cosa es tu rasgo, y otra cosa es tu estado. Un comportamiento puntual es un estado, un comportamiento mantenido es un rasgo, ¿vale? Paciente: Sí. Pues yo voy a cambiar rasgos. Psicóloga: ¿Qué vas a cambiar rasgos? ¿Por qué? Paciente: Porque sí. Psicóloga: ¿Pero cuáles? Paciente: Lo de adaptativa no me gusta. Psicóloga: Pues eso ahora lo vuelves un estado. Te adaptas cuando haya que adaptarse y cuando la situación lo requiera porque sea algo verdaderamente importante y vital. Paciente: Quiero ser tolerante, pero adaptativa no. Psicóloga: Creo que no te refieres a ser adaptativa, sino a ser sumisa. Paciente: Sí, ya lo sé. Pero no me sentaba mal, por eso no lo veía. Psicóloga: ¿Qué no te sentaba mal? Pues fíjate cómo lo has cambiado. Paciente: Quizás es que automáticamente… Psicóloga: No es que no te sentara mal, es que no lo detectabas, Genoveva, porque el día que yo fui a tu pueblo a aquel taller y tú te echaste a llorar, obviamente era porque te sentaba mal. Paciente: Sí, algo falló. Ahí me di cuenta de que algo estaba fallando, y que no tenía nada que ver con…. 100

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Psicóloga: Tú te acuerdas el primer día cuando decías “¿Y esto es necesario que lo hagamos así? No podría ser…” Tú querías una capa de “chapa y pintura”. (La psicóloga se lo dice sonriendo, y la paciente se sonríe acto seguido). Y yo te dije “Hay que desconchar toda la casa”. ¿Cómo te ves ahora? Paciente: La verdad es que bastante mejor. Y con mi padre también. Psicóloga: ¿Cómo va ese tema? Paciente: Voy bien, lo que pasa es que todavía… hay veces que lo tomo como una persona normal y hablo, y es cuando la lío. Es decir, mi padre llega, pone la televisión y se sienta, y yo la única conversación que tengo con él es “hola” y “adiós”. Yo no hablo, él quizás me dice “¿Y la universidad cómo va?” y yo no le respondo y me dirijo a mi madre y le digo “Mamá sí, sí, ya voy”, y él se queda tranquilo, que no me dice “No me contestas, no…”, sino que se queda tranquilo. Yo en mi casa hablo con mi madre y con mi hermana, con él nada. Pero, vamos, que no lo echo en falta. Psicóloga: Así que has llegado a un momento de paz. Paciente: Sí, pero la paz viene cuando yo estoy callada, en el momento que yo hablo… porque el otro día hablé un poco, porque quería ponerme una pulsera y yo sé que él es bastante bruto para esas cosas y le dije “no, que me vas a hacer daño”, pero me salió así. No supe decirlo de otra manera o decir “bueno, venga, inténtalo”. Y ya él empezó a decirme “es que eres muy floja, es que no sirves para nada, es que eres muy blanda”. Psicóloga: ¿Y tú cómo te sentiste? Paciente: Yo me fui. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Dije: “Vale, es verdad, no tengo que hablarte, se me había olvidado, no pasa nada, ya no vuelve a pasar”. Ya está, esa es la conversación que tengo con mi padre, ¡nada! Psicóloga: ¿No te remueve nada, no? Paciente: No. Me da un poco de pena, tener que tener esa actitud, de no tener relación con él, pero es que así, es cuando no me hace daño. Psicóloga: Ya está. Es lo que ahora mismo requiere la situación. Paciente: Sí. Yo no quiero otra cosa ahora mismo. No quiero que me haga daño, y si no quiero que me haga daño, la única forma es no hablarle. Bueno, no es no hablarle, es no prestarle atención. Un poco triste, porque es mi padre, pero bueno, se lo ha ganado a pulso. Psicóloga: Si tú te sientes bien así, pues ya está.

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Paciente: Bueno, que estoy muy contenta, ¡qué me van a contratar! Estoy yo con el presentimiento de que me van a contratar en un sitio muy chulo. Psicóloga: ¿En Polonia? Paciente: No, me vendría a vivir aquí a Jaén. Además lo de Polonia no lo sé, porque es que ahora a mi novio lo han contratado en otro sitio, y sigue de Ingeniero, y entonces está ahí que no sabe qué va a hacer. Psicóloga: ¿No sabe qué hacer de las dos cosas? Paciente: Sí. Pero yo le he dicho “a mí no me tengas así, o nos vamos o nos quedamos, pero las cosas claras”. A ver si ahora yo voy a encontrar el trabajo que quiero, que estoy detrás de él, y después me vas a decir: “nos vamos a Polonia”. Y te voy a decir: “pues no”. Pero bueno ahí estamos. Psicóloga: Bueno, pues ya está. El próximo día seguimos con lo que hemos empezado hoy a trabajar, ¿de acuerdo? Paciente: De acuerdo. Gracias, por todo. Psicóloga: (La abraza). A ti. Hasta la semana que viene.

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SESIÓN 7. DÍA 15/03/2012 Psicóloga: Hola Genoveva, ¿cómo te encuentras hoy? Paciente: Bien, ¡genial!, es que por casualidad miré una beca... Psicóloga: Las casualidades no existen. (La psicóloga lo dice con tono irónico para que se diera cuenta de que sus logros no son casuales). Paciente: Ya, lo sé, pero bueno… (La paciente se queda pensativa y continúa hablando). Estuve buscando, como siempre, algo para trabajar, y encontré una beca y mandé los papeles, los documentos, por casualidad también, porque los mandé pese a que no cumplía bien los requisitos, pero dije “bueno venga, vamos a intentarlo, total, no voy a perder nada”, y ayer me informé y estoy admitida. Solamente tengo un examen el 27 de este mes. Psicóloga: ¿Cuántos estáis admitidos? Paciente: No lo sé. Es que no han salido las listas oficiales. Es que me lo ha dicho la mujer por detrás. (La paciente se sonríe). Le insistí mucho, y me vio así que estaba muy ilusionada y yo le dije “¡venga, por favor, que tengo muchas ganas de saberlo!” y me lo dijo, lo que pasa es que no ha salido todavía en el B.O.E. y nada más. Bueno que el 27 tengo una pruebecilla, que no sé muy bien de qué va, pero voy a preparármela bien y ya está. (La paciente sonriendo y con tono de felicidad continúa hablando). Me queda nada, ¡ya mismo me vengo aquí a vivir! Lo he pensado, como me la den me quedo aquí a vivir, y así ya sería todo encaminando. Psicóloga: ¡Qué bien! Paciente: Sobre todo ya fuera de mi casa. Psicóloga: Porque ahora mismo vives en tu pueblo, ¿no? Paciente: Claro. Entonces es que si me vengo aquí a vivir, no tendría el problema del coche, no tendría a mi padre, no… tengo libertad, sobre todo lo que quiero es libertad. Psicóloga: ¡Qué bien, Genoveva! Paciente: Viviría sin presión. Me encantaría, vamos. Estoy ahí concentrada para conseguirlo. Medito todos los días y visualizo cómo lo consigo. Psicóloga: ¡Eso! Tú visualiza que te lo dan. Paciente: Además, fíjate que la respiración no la llevo tan bien, pero lo de visualizar lo llevo genial, yo es que visualizo que me meto allí y veo cómo hago mis cosas y todo. (La paciente y psicóloga sonríen). 103

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Sí, porque además como me he metido en la página del Instituto para ver cómo son las habitaciones, las mesas, las plantas, es decir, ¡todo! Pues yo me meto allí, veo cómo elijo mi ropa por las mañanas, me voy…. (La paciente y psicóloga sonríen). Mira, me caliento la cabeza incluso para ver lo que voy a hacer de comer a mediodía. ¡Genial! Bueno, muy bien. (La paciente sonríe de nuevo). Con mucha ilusión. Y luego lo de la sierra, que fui desde mi pueblo hasta otro sitio andando con mi padre, y no hable casi nada con él por el camino. Lo que sí hice fue también concentrarme, meditar. ¿Se puede meditar andando, no? Psicóloga: Por supuesto. Paciente: Estuve tres horas andado, ¡hombre, tres horas! Iba parando, pero tú no sabes la fuerza que me dio eso, porque es que no podía más, hubo un punto en el que se me engarrotaron los músculos de las ingles, que seguramente fue lo único que no estiré y no podía andar. Fue entonces cuando me empecé a concentrar y me decía a mí misma “yo soy fuerza, yo soy resistencia, yo soy dureza y yo soy velocidad”. Solamente me decía eso durante todo el camino. La gente, bueno en concreto mi tía que iba a mi lado, iba muy aburrida, porque yo le decía “no te voy a poder hablar porque estoy concentrada en esto”. Todo el camino me fui diciendo eso y llegué. (La paciente sonríe). Psicóloga: Enhorabuena. Te ha servido el taller de meditación por lo que veo, ¿no? Paciente: ¡Un montón! De verdad. Se reían un poco de mí, mi familia, porque iba tan concentrada que me decían “¿qué te pasa que vas muy seria?” y lo les decía, “no si no es seria, es que voy pensando”. “¿Pero cómo vas a ir pensando si lo que vamos es cansados?”, y yo les decía “sí, pero si yo voy cansada, pero es que no voy pensando en eso, voy concentrada en estas frases, sólo en estas frases”. Me dieron un montón de fuerza, de verdad, fue genial. Psicóloga: Eres una máquina, se te da una herramienta, y te sirve para todo. (La psicóloga y paciente sonríen). Me alegro mucho por ti, Genoveva. Paciente: Estoy muy contenta. Psicóloga: Bendito curso en que empezaste a despertar a todo esto, ¿no? Paciente: ¡Buf! ¡Madre mía! Sí, ya ves cómo me está cambiando la vida. Ese curso lo hice porque yo quise, es decir, porque me interesaba mucho, pero para mí. Porque allí dije que era por lo de mi tesina y todo eso pero era para mí, porque me gustaba ese tema. Psicóloga: Me alegro mucho. Bueno, a ver qué me has traído hoy. 104

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Paciente: Te he traído el trabajo de los deberías que me explicaste. Psicóloga: Muy bien. Paciente: He puesto algunos de mis “debo” que suelo decirme y he intentado cambiarlos a los prefiero, y he puesto las cosas positivas y las cosas negativas. Psicóloga: Muy bien. (La psicóloga sonríe). Paciente: Vale. Te digo unos cuantos y si quieres ya está. Psicóloga: Sí. Paciente: Venga, primero: “debo vestir de la mejor manera posible para que atraiga la atención de mi pareja”. (La paciente se queda pensativa). Es duro, pero lo pensé, luego lo pensé, y dije “prefiero vestirme según me apetezca a mí, aunque a veces puedo elegir la mejor manera de hacerlo para atraer la atención de mi pareja”. Las cosas positivas serían que mi pareja me prestaría más atención, estaría más pendiente de mí y resaltaría positivamente mi aspecto; y las negativas, pues que me hace pensar bastante en elegir una simple vestimenta, gasto mucho tiempo en pensar en dicha ropa, hay veces que no me siento cómoda con ese tipo de ropa y me hace sentir un poco presionada. (La psicóloga asiente con la cabeza). Segundo: “No debo hacerle dudar con temas relacionados con viajes porque si no le fallaré”; esto es un deber para mí. “Prefiero investigar las posibles alternativas que haya respecto a los viajes, y si tuviera que decirle algo a mi pareja, sería mejor decírselo de manera asertiva”. Cosas positivas: no tendría discusiones con mi pareja, no se enfadaría ni le cambiaría el humor, y estaría siempre contento y no se sentiría desilusionado. Cosas negativas: yo me siento bastante presionada y agobiada cuando el viaje no me convence, no puedo mostrar nunca las dudas que me surgen, me hace sentir culpable por no decir lo que pienso a mi propia pareja y en ocasiones me guardo cosas importantes que teníamos que haber tenido en cuenta y por no hablarlo hemos cometido errores en los viajes. Psicóloga: Es decir, está clarísimo que lo que parece mejor es que prefieras investigar, ¿no? Paciente: Sí, me estoy dando cuenta poco a poco de todas las cosas. “Debo demostrar a mis padres continuamente que estoy aprovechando el tiempo por no tener un trabajo”. Este lo tenía muy arraigado. (La paciente suspira y coge aire por la nariz). Lo he cambiado a: “sería una buena idea que mientras que busco trabajo pudiera realizar cursos prácticos y útiles para mí, pero sin sentirme culpable por ello”. Psicóloga: ¿Te has dado cuenta cómo lo has leído? Coges aire antes de decir “Sería una buena idea”. Paciente: Sí, pero es porque tengo muy arraigado este debo. 105

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Psicóloga: Te cuesta mucho trabajo ahí decir “sería buena idea”. Paciente: Sí. Sobre todo con lo del trabajo. Es que mi padre me lo recuerda continuamente, entonces es la idea que tengo más arraigada. Cosas positivas, mis padres me ven haciendo siempre cosas y ven que aprovecho el tiempo, y si estoy haciendo cosas, no pierdo tanto el tiempo con distracciones. Y negativas, pues casi todas. Me siento agobiada y presionada por tener que estar siempre haciendo cosas para que mis padres no me vean parada, porque se supone que es parada, no tengo apenas tiempo libre para disfrutar de mi hobbies. En ocasiones me siento quemada por tener que buscar siempre cursos para estar ocupada y aparentar, al menos delante de mis padres, que estoy haciendo cosas útiles, y he llegado a decir sí a demasiados cursos que no aportaban nada. Psicóloga: Muy bien, me parece que estás haciendo un trabajo muy inteligente. Paciente: Estas dos (la paciente señala en el folio), son casi las mismas, las positivas y las negativas son casi las mismas, por eso no las he escrito. “Debo buscar trabajo todos los días y dedicarle bastante tiempo, ya que para eso he estudiado una carrera que, en mucha parte, me han pagado mis padres”. Lo he cambiado por: “sería conveniente que los días que pueda enviar currículum a sitios en los que quiera trabajar, centrándome en una meta, sólo en mi futuro profesional; mientras tanto, prefiero dedicar tiempo a los cursos que estoy realizando ahora”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Y estos son… (la paciente suspira) mis “debo”. “Debo estar continuamente formándome” y… este es casi igual. Psicóloga: (La psicóloga lee por lo que lo ha sustituido). “Yo elijo libremente realizar cursos interesantes para mí y para mi futura profesión”. Paciente: Eso. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Mi madre, con lo de cocinar. “Debes aprender a cocinar”. Yo creo que por eso estoy ya pensando en que tengo que cocinar. En lo negativo he puesto que me quita tiempo, hay comidas que no me interesan hacer, me hago a la idea de que tengo que cocinar bien para los demás y no me deja la opción de experimentar y aprender comidas nuevas. Es una tontería, pero mi madre tiene sus… Psicóloga: … sus pautas. Paciente: Sí, sus comidas, sus pautas, y la verdad es que a mí no me gusta todo lo que hace. Yo ayer estuve hablando con ella y le decía “mamá, si es que en el fondo, la comida que me estás enseñando a hacer ni me gusta, ni la voy a hacer, estamos perdiendo el tiempo las dos tontamente”. 106

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Psicóloga: Yo hago las lentejas diferentes a las de mi madre, no se parecen en nada. Además mi madre intenta que las haga como ella y es que no, no me gustan sus lentejas, me gustan las mías. (La psicóloga y paciente sonríen). Además, a mis hijas les gustan las mías. Me salen buenísimas. (Ambas se vuelven a reír). Bueno está muy bien lo que has trabajado. Paciente: Muchas gracias. (La paciente sonríe). Psicóloga: Te voy a explicar ahora lo que vas a trabajar esta semana, se llama “el manejo de los errores”; además, creo que te va a gustar trabajarlo más que los deberías, pero es que también tenías que trabajarlo, porque además te ha sido muy fructífero. Paciente: Sí. Psicóloga: Los deberías es que nos los imponemos nosotros por una historia previa. Paciente: Sí, además, me he dado cuenta de que todos esos “deberías” no son por mí. Me he dado cuenta de que todos mis deberías son muy parecidos: “es que mi padre quiere…”, “es que mi madre quiere…”, “es que mi amiga quiere…”. Psicóloga: Y yo me dedico todo el tiempo a que me aprueben los demás y tengo que hacer las cosas que a los demás le gustan. Paciente: (La paciente asiente con la cabeza). Es que yo me los impongo, si alguien lo quiere yo me lo impongo. Psicóloga: Y en el momento en que tú eres consciente de eso… Paciente: Me los imponía. (La paciente sonríe). Psicóloga: Y en ese momento es cuando tú quitas eso para decir “no, no, no, si quiero eso ya lo haré porque ahora soy consciente de que yo lo hago, y ahora yo tengo poder para decir, prefiero hacerlo o prefiero no hacerlo”. (La paciente asiente con la cabeza). Bueno te sigo explicando lo que tienes que hacer con el manejo de errores. Se trata de remarcar los errores, es decir, darle un marco nuevo, entender para qué sirven los errores. Hay gente que se agobia mucho cuando comete errores, pero los errores tienen un significado, nos enseñan. Por ejemplo, “el magisterio de los errores” significa que hay cosas que aprendemos únicamente si nos equivocamos. Cuando estás aprendiendo a andar, o estás aprendiendo a hablar, es necesario que te equivoques. Para aprender un idioma, si tú no quisieras cometer nunca un error hablando un idioma, no aprenderías nunca, porque eso te haría no hablar, y eso conllevaría no aprender nada. Paciente: (La paciente asiente con la cabeza). 107

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Psicóloga: Luego están “los errores como aviso”, ya que los errores muchas veces son avisos, como, por ejemplo, cuando tocas el fondo de una sartén y te quemas, es un aviso para que no toques más el fondo de una sartén porque te va a salir una ampolla. Cuando tu abres el horno e intentas sacar lo de dentro sin ponerte nada en las manos antes, de pronto gritas. Eso sería un error como aviso. Paciente: Sí. Psicóloga: O cuando tú te dejas varios días el coche con la batería sin desconectar y al cuarto día resulta que te quedas sin batería, pues es un aviso para que la próxima vez no lo hagas porque sabes que si no vas a tener un problema, porque el coche no va a arrancar. Luego están “los errores como prerrequisito de la espontaneidad”. Esos son los errores que se cometen por simplemente ser una persona espontánea. Sería el ejemplo de las veces que dices, “no tenía que haber dicho X”. Claro, no tenía que haber dicho eso, pero si siempre estoy pensando hasta el límite todas las palabras que digo, probablemente perdería frescura, perdería espontaneidad. Hay que entender esos errores como un precio que hay que pagar, como un impuesto para tener la posibilidad de ser espontánea. Cuántas veces no decimos algo y luego pensamos “anda si a esta persona le he dicho justo lo que no le tenía que decir”, ¿verdad?, pero tú no lo has dicho pensando en eso, te ha salido así, lo has dicho espontáneamente. “Errores como una cuota necesaria”, como una cuota necesaria de aprendizaje, de hacer cosas. Una cuota necesaria, por ejemplo, sería “es que no voy a hacer este curso porque…, y si luego…, no voy a contestar esta pregunta porque si luego la tengo mal y…”, ya pero es una cuota necesaria, para sacar una buena nota tienes que contestar un examen, y eso conllevaría preguntas que vas a tener mal, no vas a ser perfecta en todo, ¿verdad? Los “errores como algo inexistente en el presente”, los errores siempre son del pasado, porque si no, no lo puedes catalogar como un error; los errores ya los has cometido. Cuando te das cuenta de que lo son, es que ya los has hecho. Ahora, dentro de los tipos de errores, hay muchos. Están los “errores de hecho”. Los errores de hecho son cuando, por ejemplo, estás pensando una cosa pero dices otra, como si quisieras llamar a Isabel y dices Marta, o cuando te dicen un número de teléfono, y te lo están diciendo bien, pero tú lo apuntas mal. Esos son los errores de hecho. Luego están “los fracasos en la consecución de un fin”, que se refieren a cuando te pones una meta, y no la puedes conseguir. Paciente: Eso es duro.

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Psicóloga: Sí es duro, pero depende de la meta que te hayas puesto. Si tú te pones como meta en una semana perder ocho kilos, pues muy probablemente fracases. Depende de la meta que te pongas. “El esfuerzo desperdiciado”, consiste en que necesitas, por ejemplo, tener 300 firmas para tener una petición, y consigues 250 en el plazo, y por lo tanto, no te ha servido para nada el esfuerzo. O cuando estás estudiando muchísimo para un examen, y al final suspendes, y piensas: “con todo lo que he estudiado, que no he ido a la fiesta y al final no he aprobado el examen”. Ese sería el error por esfuerzo desperdiciado. Algunas veces, es interesante que evalúes el esfuerzo que vas a realizar para realizar una tarea, para ver si te compensa. Quizás la tarea es posible, pero te va a suponer un esfuerzo exacerbado para en realidad lo que vas a conseguir; demasiado coste para poco beneficio. Sería por ejemplo, cuando una persona se quiere sacar el nivel más alto de inglés, pero eso no te hace falta, y entonces tienes que pensar: “bueno y ¿para qué quieres ese nivel?, ¿cuántas horas le vas a dedicar a eso? ¿Esas horas se las puedes quitar a otras cosas?” Ahora resulta que tienes que elegir un error por esfuerzo desperdiciado cuando lleguen en junio los exámenes, o seguir adelante, y no compensarte, puesto que vas a suspender algunas asignaturas por perder ese tiempo, cuando eso en realidad no es tan urgente. Cuando tú al principio de las sesiones proponías todo el trabajo con tus padres, con tu novio… y yo te decía “vamos a ir de uno en uno”. Si no hubiera llegado un momento en que lo que nos estaría pasando esto: estaríamos desperdiciando todo el esfuerzo. “Las oportunidades perdidas”. Sería, por ejemplo, cuando decimos “me voy a comprar ésta camiseta, que chula es por sólo cinco euros. Ahora cuando vuelva me la compro, y cuando vuelves ya no está. Una oportunidad perdida. Paciente: A mí se me ha venido la imagen de cuando yo fallé la entrevista. Psicóloga: Vale. Yo te pongo ejemplos fáciles para que así tú los veas en otros sitios. Sería entonces cuando dirías: “¡qué tonta fui por fallar la entrevista!” O cuando perdemos la oportunidad de pedirle perdón a una amiga en el momento que la tenías, o de irte a una fiesta cuando te lo propusieron. ¡Todo eso son oportunidades perdidas! “Olvido”, pues todos los olvidos que podemos tener. “La híperindulgencia en placeres legítimos”. Por ejemplo, tienes que estudiar pero estás viendo la televisión y también te apetece descansar, y luego, al día siguiente estás que te tiras de los pelos porque no has hecho lo que tenías que hacer. 109

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Paciente: ¿Y qué haces? Psicóloga: Pues ya nada, pero eso sería un error. Que está muy bien darse gustos cuando se tengan que dar, pero también hay que reconocer en momentos determinados: “esta noche no me puedo dar este gusto porque mañana tengo un examen”. “Estadillos emocionales inadecuados”. Estos, por tu historia personal, creo que no hace falta que te los explique, ¿verdad? (La psicóloga se lo dice con tono irónico y sonriendo). Paciente: No. (La paciente sonríe). Psicóloga: “El retraso”, vas retrasando las cosas y vas diciendo “sí, si eso lo tengo que hacer, a ver si ya me desahogo y hago esto…”. Vas retrasando, vas retrasando, con muchísimas justificaciones, pero al final no lo haces. “La impaciencia”, sería cuando por ejemplo, vas con prisas, y por ir con prisas rompes algo. “La violación de tu propia moral”, que se refiere a cuando haces algo en contra de tus principios, ¿de acuerdo? Paciente: Sí. Psicóloga: También vas a trabajar “el problema de tu conocimiento consciente”, y aquí se incluiría la motivación de la elección, la responsabilidad, los límites de su conocimiento consciente, es decir, qué te lleva a eso, cuáles son los límites de lo que sabes conscientemente. También estaría la ignorancia, hay muchas cosas que no sabes; o el olvido, que se te olvida pero lo sabes; la negación, la falta de alternativas, puesto que muchas veces no tienes dónde elegir. Por ejemplo, o llegas tarde o vas al baño, y no tienes en cuenta que sintiéndolo mucho tienes que ir al baño. Los hábitos, que algunas veces hacen también que tengas unos criterios muy rígidos a la hora de actuar, como por ejemplo, las horas de comida, porque llegan a limitar, porque estás acostumbrada a comer de tal a tal hora, y más allá de esa hora no rindes. Dentro del hábito de la consciencia está el compromiso de decir las consecuencias probables, tanto a corto como a largo plazo de cualquier decisión significativa. Entonces, te tienes que preguntar “¿he experimentado antes esta situación o algo que se le parezca?”, “¿qué consecuencias negativas se produjeron en ese momento o puedo esperar?”, “¿valen la pena esas consecuencias?”, “¿conozco alguna alternativa?” Es importante aprender de nuestros propios errores, y eso es lo que pretendo que hagas al trabajar esto. Luego estarían “los errores crónicos”, que serían aquellos que una y otra vez vuelven a ocurrir. 110

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También vas a trabajar el “implementar la consciencia del error”, es decir, congraciarte con los errores, hacer las paces con los errores, y para ello, vas a hacer un ejercicio en el que revises y enumeres errores que tienen otras personas y los que cometes tú misma. El próximo día vamos a hacer una visualización del perdón de tus errores, ¿de acuerdo? Paciente: Vale. Psicóloga: Bueno pues entonces, si no tienes ninguna duda, ya hemos terminado. Paciente: No, está todo muy claro. (La paciente sonríe). Psicóloga: Nos vemos la semana que viene. (Le abraza y le da un beso de despedida). Paciente: Muy bien, hasta la semana que viene entonces. Adiós. Psicóloga: Adiós, Genoveva.

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SESIÓN 8. DÍA 15/03/2012 Psicóloga: Hola Genoveva, ¿qué tal estás? Paciente: Bien, muy contenta porque me voy a París en Semana Santa. Psicóloga: ¡Qué bien! Paciente: Sí, (la paciente sonríe) me lo ha regalado mi novio. Psicóloga: ¡Me alegro mucho! Paciente: Bueno, aquí tengo la lista de errores que me pediste. Me han costado más trabajo ver los errores de las otras personas que los míos, obviamente. Psicóloga: Suele pasar cuando hay baja autoestima (la psicóloga lo dice con tono irónico). (La paciente y la psicóloga sonríen). Paciente: Sí, pero yo ya me noto mejor. Psicóloga: Bueno, léelo. Paciente: Venga, empiezo: “Mi tutor se compromete con demasiada gente y luego no las atiende, no les presta atención”. “Mi padre…”, (la paciente sonríe) ese sí me ha salido más fácil. “Mi padre me regaña cuando no tengo la culpa, y a pesar de ello no lo reconoce”. “Mi madre, hace cosas por las que luego me regaña a mí, es decir, ella hace algo, que cinco minutos antes me había dicho que no hiciera. Pero no me lo dice “mira, ten cuidado” ¡no!, me lo dice gritando y con mala leche. Luego se da cuenta.” “Mi pareja por no escucharme, por ejemplo, en los viajes, hemos tenido contra tiempos que podíamos haber evitado si me hubiera escuchado.” “Mi hermana, nunca acepta que le gusta la ropa que me compro, de hecho, dice literalmente que no le gusta, y en cuanto puede me la coge y se la pone.” “Mi amiga, quiere aparentar lo que no es. Después me llama muy triste contándome la realidad.” Estos son los errores que he visto, pero…. en general no me duelen mucho, puedo aceptarlos. Psicóloga: Vale. Paciente: Aunque últimamente me sientan peor. Psicóloga (sonriendo): Eso es la primavera. (Paciente y psicóloga sonríen). Paciente: A ver, la lista de mis errores. He puesto cinco errores que ahora mismo pienso que son más importantes, los que primero se me han venido a la cabeza.

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He puesto por qué tuve el error, qué sentía en ese momento y qué cambiaría ahora. “Tuve una relación con una persona que no me convenía. En ese momento de mi vida sólo me apetecía divertirme y salir de mi círculo de amigos. Estaba bastante triste porque no me iba muy bien en la carrera, y necesitaba desconectar de todo. Si volviera atrás no hubiera tenido esa relación, me habría parado a pensar otras alternativas que a largo plazo sí serían mejor para mí. Podría haber estudiado más y simplemente expresar cómo me sentía.” Psicóloga: Muy bien. Paciente: Dos: “Perdí a mi mejor amiga de toda la vida. Durante un tiempo concreto de mi vida comencé a sentirme muy sola porque mi pareja se había ido a Alemania a estudiar, y yo por mi parte tenía más trabajo del que podía. Si volviera atrás, quizás habría renunciado a alguno de los trabajos que tenía, y así podría a ver tenido tiempo para salir con ella. Sin embargo, en esa época sentía que si me paraba y no trabajaba, me asaltarían los pensamientos de soledad, con lo cual, estaba todos los días trabajando y estudiando, con tal de no tener tiempo libre.” Me he dado cuenta que en casi todos, la razón era que me sentía sola. Psicóloga: ¿Y por qué piensas que te sentías sola? ¿A qué le achacas tú ese sentimiento de soledad? Paciente: No lo sé (la paciente se queda pensativa); no lo sé, pero en casi todos era sentirme sola, sentirme muy sola. Psicóloga: ¿Cuál es la diferencia entre las personas que están solas y las que se sienten solas? No todo el mundo que está sólo, se siente sólo, ¿no? Paciente: Sentirse querido. Psicóloga: ¿Sentirse querido? Paciente: Sí. Psicóloga: ¿Y de dónde tiene que salir ese sentirse querido? Paciente: (La paciente se queda pensativa). Pues de mí. Psicóloga: ¿Puede ser? Paciente: Sí. Psicóloga: Si ahora tu novio se fuera a trabajar fuera, ¿te volverías a sentir así de sola? Paciente: Pues seguro. Psicóloga: ¿También? Paciente: Un poco sí. Psicóloga: Pues yo creo que no. 113

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Paciente: (La paciente se queda pensativa). De la misma manera, quizás no. Psicóloga: No, quizás no, seguro que no. ¿Tú sabes dónde se encuentra la necesidad imperiosa de estar acompañado de personas? Cuando tú te encuentras mal contigo misma. Paciente: Y por eso necesitas estar con otros. Psicóloga: Claro, cuanto más te hablen mejor, así te distraes de ti misma, ¿no? Paciente: Sí. Psicóloga: Luego también reconoces en ti misma situaciones en las que has estado con alguien y has tenido que estar continuamente hablando o queriendo que hable la otra persona. Paciente: En mi caso, que hable la otra persona. Psicóloga: Uno de los dos, pero en cualquier caso tiene que haber una conversación. Hay una frase, que vino a mí cuando tenía dieciocho años, que a mí me ha gustado mucho siempre y la he tenido muy presente en mi vida. Esa frase dice algo así como: “la verdadera amistad existe cuando eres capaz de estar una tarde con esa persona sin hablar, sintiéndote bien”. Paciente: ¡Qué difícil! Psicóloga: Si no puedes hacerlo, no hay verdadera amistad. Si necesitas estar hablando, no hay verdadera amistad. Porque no te sientes tú bien, y si no te sientes tú bien no puede haberla. Si tienes que estar constantemente comparando y contrastando lo que la otra persona piensa de ti, tampoco hay verdadera amistad, porque lo estás haciendo por la necesidad de aprobación, estás dando la cara que tú quieres que esa persona tenga, así que tampoco estás siendo sincera, ¿no? Paciente: Sí, y además de verdad. Psicóloga: Cuando tú estás agusto contigo misma, puedes estar sola todo el tiempo que haga falta. Tú ya tienes tu fuente de aceptación, aprobación y de amor. Es una celebración estar con más personas, pero no es una necesidad. Paciente: Ya, pero lo necesitaba siempre. Psicóloga: ¿Y ahora? Paciente: Ahora no tanto. Psicóloga: ¿Te das cuenta? Paciente: Sí, de hecho, hay veces que necesito estar sola. Psicóloga: ¿Ves? Eso es lo bueno. Paciente: Y me gusta estar en silencio, cosa que no me gustaba. 114

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Psicóloga: Claro, porque antes cuando estabas en silencio oías la crítica, y ya cada día la oyes menos, ¿no? Ahora estar en silencio es estar en paz. Paciente: Estoy muy bien. Psicóloga: ¿Te das cuenta de que cuando dices que en cada una de esas historias ha habido soledad, cómo te ha determinado la baja autoestima? Paciente: Sí. Psicóloga: ¿Te das cuenta como en cada una de esas historias, lo que hay de fondo es eso? Paciente: Sí. Lo sé. Y recuerdo que en todas me sentía mal. Pero es que luego encima me sentía culpable por haberlo hecho mal. Y no me daba cuenta de que me estaba fallando algo. Psicóloga: Es que es complicado darse cuenta. Hasta que algunas veces la persona estalla… Paciente: …por una tontería. Yo no me di cuenta hasta… aunque yo sabía que algo me estaba fallando, pero yo pensaba que era mi culpa porque me lo estaba tomando mal, y no que yo estuviera mal. Ayer me acordé de ti. Psicóloga: Sí, ¿por qué? Paciente: Porque mi padre es increíble. Me acordé mucho de cuando me dijiste “me has puesto la valla Genoveva, el límite para que yo lo salte”, porque mi padre lo hace continuamente, pero vamos, increíble. Ayer estuve tumbada en el sofá, porque he estado unos días con fiebre, estaba en silencio y con la luz apagada. Y cuando estaba así, tumbada en el sofá, llegó mi padre de trabajar, y sin decir “hola”, ni decir nada, entró y me dijo “¡los pies!, cuando compre el sofá nuevo, ni se te ocurra tumbarte”. Mira en ese momento, me apareció un cúmulo de sensaciones, de frases que le podía haber dicho, pero increíble, pasaban todas por mi mente. Incluso se me pasó levantarme y decirle… yo que sé Beatriz, de todo. Y simplemente, me callé y ya está. Psicóloga: ¿Y cómo te sentiste? Paciente: No me sentí mal. Psicóloga: ¿Elegiste callarte o te callaste por qué no tenías otra opción que callarte? Paciente: No, porque no tenía otra opción no. La opción más fácil hubiera sido contestarle. Psicóloga: Elegiste callarte entonces. Paciente: Sí. Psicóloga: Por eso te sentiste bien.

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Paciente: Dentro sigue habiendo algo que tiene muchísimas ganas de contestarle, pero como sé que así me va muchísimo mejor, que no me duele tanto como antes, prefiero hacerlo así. Pero como vio que no le seguí, se fue a la cocina, y volvió, y puso de nuevo la valla, me dijo “¿para qué has cogido el coche hoy?”, y ya pensé: “¡buf! ésta si se la voy a tener que contestar! (La paciente y la psicóloga sonríen). Y le dije “nada, porque he ido a Jaén”, y ya está. En ese momento, se me quedó mirando y me dijo: “pero, ¿a qué has ido a Jaén?” Yo contesté: “Pues porque he ido a un curso”. Se va y vuelve a venir diciéndome: “espero que aguantes ir a la sierra, y no te canses, estarás entrenando, ¿no?...” Y yo me mantuve callada pensando: “venga, si esto se va a acabar ya mismo”, y se volvió a ir otra vez. Son continuas vallas que me pone, siempre, siempre, siempre… y noto cómo le molesta que no le conteste. Pero vamos, se pone encendido. (La paciente y psicóloga sonríen). Psicóloga: Claro, porque eso es lo peor que le puedes hacer. Lo que él quiere es que le contestes, que entres al trapo. Paciente: ¡Es qué me busca! Psicóloga: Claro, Genoveva, porque han sido muchos años entrando al trapo. Paciente: Toda la vida. Psicóloga: Por eso ahora la extinción es mucho más larga. Además, unas veces te callabas y otras veces le entrabas al trapo, con lo cual, era un reforzamiento intermitente perfecto. ¿Cuántos años de reforzamiento intermitente? Paciente: Veintiséis. Psicóloga: ¡Hombre! Desde que naciste no, vamos a decir que desde hace veinte años. Por eso ahora, ponle por lo menos cinco, para que se extinga. Paciente: No, porque es que cinco no me pienso quedar en mi casa. Psicóloga: Bueno, pero da igual, aunque no estés en tu casa, cuando te vea va a seguir entrándote al trapo. Paciente: Ya, pero sigo teniendo esa idea de que cuando salga de allí, voy a ser completamente feliz. Psicóloga: Pues probablemente, si la tienes, lo serás. Bueno sigue leyendo los errores. Paciente: No, si ya está, si son todos iguales, si no quieres no leo más. Psicóloga: ¿Te ha servido? Paciente: Sí, sobre todo para ver eso, que son errores que cometí, pero que todos venían de la raíz de que me sentía muy mal, y aunque lo dijera, porque había veces que lo decía, también me decía “pues mira me siento mal y no puedo”, pero 116

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no sabía por qué me sentía mal, y he llegado a cometer bastantes errores graves. Psicóloga: ¿Y te sientes reconfortada de ver que cuando termines todo esto, esos errores no los vas a volver a cometer? Paciente: ¡Muy! Psicóloga: ¿Muy? Paciente: Muy reconfortada. Además, llevo dos semanas de oportunidades buenas, de cosillas, y estoy súper agobiada, pero me encanta. (La paciente sonríe). Psicóloga: Pero, ¿te das cuenta de que todo eso va cambiando conforme vas cambiando tú tu imagen de ti misma? Paciente: Ya. Psicóloga: Si tú crees que eres una fracasada y que nunca tendrás nada, pese que te has matado a estudiar, las oportunidades que van a llegar a tu vida serán mucho menores, tanto en cantidad como en calidad de lo que tú te merecerías, eso es lo que te va a pasar. Paciente: Es que estaba completamente… desilusionada con todo. Psicóloga: Si tú lo que quieres es lo contrario, piensa que lo que te va a llegar es lo contrario. Piensa: “soy una persona dichosa, ¡qué suerte tengo, tengo oportunidades por doquier!”, y así llegarán. Paciente: Eso es como la ley de la atracción. Psicóloga: ¡No!, “es como” no, es la ley de la atracción. Nuestros pensamientos nos dan más poder del que creemos. Nuestros pensamientos son vibraciones. Paciente: Pues de aquí para atrás, mis vibraciones han sido… ¡puf! Además, es que yo no tenía ni un pensamiento bueno, ni positivo, ni nada. Psicóloga: ¿Y cómo te ha ido? Paciente: Pues que no sé ni cómo he sacado algo. Psicóloga: ¿Y cómo son tus pensamientos ahora? Paciente: ¡Buf!, veo muchas más esperanzas. Psicóloga: ¿Tú sabes por qué has sacado algo? Porque en realidad pensabas “después de mucho esfuerzo, soy capaz de conseguir las cosas”, y así es como te iba. Paciente (afirmando y con cierta nostalgia y alegría de superación): Después de mucho esfuerzo. Psicóloga: Claro, después de mucho esfuerzo. ¿Cuánta gente conoces, que su creencia es la contraria: “apenas me esfuerzo algo, y siempre apruebo”? Paciente: Mi novio.

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Psicóloga: Yo también soy una de esas, que jamás estudio, como para los exámenes de yoga o inglés, y luego saco nueve o diez. Bueno “jamás estudio” tampoco es cierto totalmente; yo presto mucha atención cuando estoy en clase, pero luego en mi vida diaria, cuando tengo que elegir entre estudiar o hacer otras cosas, prefiero hacer otras cosas, porque normalmente para mí son más necesarias o más urgentes. (La paciente y la psicóloga sonríen). Si tengo que elegir entre ir a la montaña o estudiar inglés, elijo irme a la montaña, porque eso a mí me recarga y lo necesito, o si tengo que ir al hospital a acompañar a alguien, para mí eso es más importante que estudiar. Pero en el fondo, en mi fuero interno, sigo pensando y creyendo, que da igual lo que estudie, si al final voy a sacar un sobresaliente. Paciente: ¿Estás tan convencida de que llegas a ese punto justo así? Psicóloga: Exactamente. Paciente: Es que es difícil convencerte. Psicóloga: Claro, pero haz la prueba y lo verás. Paciente: Ya lo sé, yo sé que es eso, pero convencerte al cien por cien, yo sé que no llego a ese nivel. Psicóloga: Y sin embargo, yo en mi carrera, yo era de las que pensaba “yo saco muy buenas notas, pero porque me lo curro un montón” y siempre me lo tenía que currar un montón para sacar buenas notas. En el momento, en el que yo me dejaba una frase sin estudiar o que simplemente esa frase la entendiera peor, esa frase me caía. Porque yo pensaba “tengo tan mala suerte que seguro que me cae” y efectivamente me pasaba. Cuando yo fui consciente de eso, dije: “no, no, no, a esto voy a darle yo la vuelta. Yo soy una persona afortunada, una persona inteligente, tan inteligente que no necesito nada más que atender en clase”. Esto que parece que es muy fácil, pero no lo es, porque te lo tienes que creer y lo tienes que generalizar a otras situaciones en las que, por ejemplo, a mí me cuesta más trabajo. Paciente: Es que eso es lo que te iba a decir, ¿nunca te va a venir ni una duda, ni una duda? Psicóloga: Es que no puede venirte esa duda. Paciente: Ya lo sé, yo estoy así ahora con el examen ese que me tienen que hacer para lo de la beca, estoy súper concentrada en que es para mí. Psicóloga: ¿Tú dudas que tu madre te quiera? Paciente: No. 118

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Psicóloga: Pues así tiene que ser. ¿A que jamás te asalta ninguna duda de que tu madre te quiere? Paciente: No. Psicóloga: Te puede venir la idea en distintas situaciones; algo así como “¡cómo se equivoca mi madre, qué manera de meter la pata, qué egoísta se está volviendo!” o lo que tú quieras, pero jamás dudas de que tu madre te quiere. Paciente: Sí. Psicóloga: Es bastante fácil el ejemplo, ¿verdad? Paciente: Sí. (La paciente asiente con la cabeza y pone cara de tranquilidad al haberlo comprendido). Psicóloga: Te pueden asaltar dudas de otras cosas, pero no de eso. Por ejemplo, yo pienso que soy una magnífica terapeuta. Que me lleva eso, a que sea cual sea el problema de la persona que tenga delante, siempre ayudo a solucionarlo, ¿entiendes? Yo pienso que soy todo lo buena que puedo ser, seguramente podría ser mejor, y probablemente dentro de unos años seré mejor, cuando vaya acumulando experiencias, historias previas y demás. Pero el hecho de que yo crea, que lo que tengo enfrente siempre lo voy a poder solucionar, hace que lo haga. Tengo todo más disponible, ¿entiendes? No podemos confundir el creer en nosotras mismas con pensar que somos soberbias, y menos aún con dejar que nos influya que otros lo consideren, porque detrás lo que suele haber es sólo envidia. Tú te vas al extranjero, con el inglés que sabes y dices “¡qué bien lo voy a hacer! Con todo lo que sé, es cuestión de que esté disponible en mi cabeza para que yo lo suelte en un momento determinado.” Y eso hace que efectivamente esté disponible. Ahora, imagina la situación contraria: que lo tengas tú todo en la cabeza y digas “es que no he hablado, no he hablado lo suficiente, es que no tengo práctica; sí, tengo mucho conocimiento teórico pero poca práctica”. Eso hará que en un momento determinado, te quedarás trabada al hablar, y luego pensarás: “será posible, con todo lo que sé y no puedo hablar”; pero tú sola lo has provocado, ¿lo ves? Paciente: Sí, estoy trabajando en ello. Psicóloga: ¿Has visto en eso en los concursos? Paciente: Algunas veces. Psicóloga: Yo recuerdo ahora mismo uno, y a un concursante concreto que llegó a los cien programas de un tirón. Este hombre tenía cara de no saber nada, cara de pringado (la psicóloga y la paciente sonríen), pero lo acertaba todo. Lo curioso era que cuando decía algo como por azar y acertaba, ponía cara de pensar “¡qué suerte, no tenía ni idea!” (la psicóloga pone la cara que el concursante ponía). 119

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Obviamente, ese conocimiento estaba en su cabeza, no acertaba por casualidad. Probablemente habría cosas que había leído de pequeño, o había leído en una revista, o incluso conocimientos que cruzaba entre sí, y llegaba a una solución correcta, aunque en sí mismo, ese conocimiento no hubiera llegado a él, ¿me explico? (La paciente asiente con la cabeza). ¿Qué es lo que hacía que todo eso estuviera disponible? Pues que creía que podía estar disponible. Él se consideraba una persona con mucha suerte, y de hecho varias veces lo verbalizó. Obviamente, no se llega al programa cien con suerte, pero él estaba tan convencido de que tenía suerte, que le funcionaba. Paciente: Yo he estado años, años y años con la mala suerte, diciéndome “tengo mala suerte, voy a ser una pringada toda la vida, y voy a fastidiar todas las oportunidades que tenga”. Psicóloga: Cambia eso, porque si no, no saldrás de ahí. Paciente: No si ya lo estoy haciendo. Psicóloga: Eso es. Bueno te voy a explicar lo que vas a trabajar esta semana. Vas a trabajar la respuesta a la crítica, y esto va a retomar lo que trabajamos al principio con lo de “callar a la crítica”. Para ello, tendrás que ver la crítica como “una pantalla de televisión en la cabeza”, es decir, como si alguien te estuviera hablando desde dentro. Esto es para que tú termines de integrar los conceptos y las experiencias que has tenido durante estas semanas. Aunque tú ya lo tienes más que superado, pero aún así, prefiero que lo trabajes para asegurar que lo tienes integrado. Hay una constitución innata que hace que puedas escucharte más a ti misma, como por ejemplo, las personas introvertidas. Aquí podrían influir las necesidades, las creencias, el estado emocional, el estado fisiológico, la constitución innata y las pautas de conducta habituales. Después de esto, trabajarás la respuesta a la crítica, para lo que te encontrarás los mantras para afrontar la crítica, y los tipos de respuesta que se le pueden dar a la crítica. Dentro de estos últimos hay tres estilos: un estilo pasivo, en el que diríamos “sí, sí, tal…” sin decir lo que realmente pensamos, y luego están los tipos de respuesta agresivo, donde se respondería con agresividad, y el estilo asertivo que supone el reconocimiento de la parte de verdad que tiene la crítica y la rectificación de lo que no lo es. Un tipo de estrategia útil para responder a la crítica es el oscurecimiento, que consiste en asentir en parte a las críticas que te hagan, tanto desde dentro como desde fuera, sobre todo desde fuera. “Asentir en parte” significa asentir la mitad de lo que te digan. Por ejemplo, tú llegas tarde y te dicen “tía, que has 120

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llegado tarde, que por tu culpa ya no vamos a poder hacer nada, no vamos a poder terminar”. Entonces, tú reconoces la parte de que sí es verdad que has llegado tarde, pero también dirías, “creo que todavía tenemos tiempo suficiente para terminar”. Reconoces la parte que te interesa y la otra la desmientes o haces lo que sea. Esto ya hace que se eviten problemas. Esto te será útil para tu director de tesis y para tu padre, ya que puedes asentir una parte y la otra negarla o simplemente no contestarla. También tienes la posibilidad de asentir en términos de probabilidad, es decir, se puede tener razón en parte; por ejemplo, sí que es verdad que podría ocurrirte un accidente si conduces a más velocidad de la cuenta. Por eso se puede asentir a esa parte de verdad. Luego estaría la interrogación, que surge cuando necesitamos pedir más información. Por último, tienes que integrarlo todo a modo de esquema para ir diciendo al crítico, “¿es constructivo? Sí, no o no lo sé”. Si decides que sí es constructivo, tienes que ver si es exacto o no es exacto; si no es exacto, se corrige el error, y si es exacto, se reconoce, aunque sea una parte concreta, corrigiéndose el error. Por otro lado, si decides que no es constructivo tienes que ver también si es o no exacto. Si lo es, se reconoce, y si no es exacto, se oscurece. Por último, si no se sabe si es constructivo, has de preguntar para salir de la duda. Por ejemplo, si alguien te dice, tu trabajo no está todo lo bien que debería, y tú no sabes si eso es constructivo o no, entonces preguntarías “¿a qué te refieres con eso?, ¿cómo debería haberlo hecho según tú?”, y dependiendo de la respuesta vuelves otra vez a ver si es constructivo o no. Paciente: Muy bien, entonces ya está, ¿no? Psicóloga: Sí, si no tienes ninguna duda, nos vemos ya la semana que viene. Paciente: Pues hasta la semana que viene entonces. ¡Qué paséis buen fin de semana! Psicóloga: Igualmente. (La psicóloga le abraza). Adiós, Genoveva. Paciente: Adiós.

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SESIÓN 9. DÍA 20/03/2012 Psicóloga: Hola Genoveva. Paciente: Hola. Psicóloga: ¿Qué tal? Paciente: Muy bien, muy contenta. Psicóloga: Venga, enséñame cómo has trabajado lo que te mandé el otro día. Paciente: No he escrito lo de la respuesta a la crítica, no lo he escrito porque lo tengo bien claro. Psicóloga: Vale. Paciente: Primero, lo de la pantalla que me explicaste, cómo lo que ocurre alrededor depende de mí más que de nadie más; que depende de cómo yo lo vea, y que eso a su vez puede depender del estado de ánimo del momento, de las necesidades fisiológicas, de las experiencias previas, etc. Eso me pasó durante las once horas que estuve andando, ahí lo vi bastante claro. Por ejemplo, mi padre, durante todo el rato criticándome porque yo era la última de toda la familia en el camino, en lo del senderismo que te conté. Era la última y estaba todo el rato diciéndome “te vas a quedar atrás, no vas a poder llegar, te vas a caer…”. Todo mensajes negativos, y yo me centré sólo en escucharlo y en oír los mensajes negativos, pero después, en una de esas paradas que hicimos, hablé con mi tío y le dije: “me tiene un poco harta, no puedo llegar así con estos mensajes negativos”. Y mi tío me dijo: “para mí, eso no serían mensajes negativos, sino que intenta motivarte. Se supone que él quiere motivarte para que sigas adelante, para que lo consigas y no te quedes la última, y que no vea la gente que te quedas atrás”. Pero mi pantalla sólo veía los mensajes negativos. Además, ese tipo de motivación a mí no me servía. Luego también vi la pantalla de mi novio con mi padre. Mi novio tiene a mi padre en un pedestal, porque mi padre lo trata súper bien. Le ha caído bien, le ha caído en gracia. Cuando vamos a cenar siempre habla con él, cosa que conmigo no ha hecho nunca, pero con él lo hace. Por todo eso, mi novio lo aprecia, pero durante el camino, se dio cuenta de cómo era, de todo lo negativo que era, de todos los mensajes negativos que daba tales como “no vas a llegar, cuidado porque así no vas a conseguir esto, te vas a caer…”. Todo negativo, todo negativo, y eso le hizo cambiar la pantalla que tenía de suegro perfecto. Y esas son las pantallas que más fácilmente he visto durante todo el camino. Además, ninguno de los mensajes que me daba mi padre era constructivo, porque me decía cosas como “te pesa el culo”. Eso durante todo el camino, y yo 122

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me decía a mí misma: “esto es una valla, no pasa nada, ¿es constructivo? ¡No!, ¿es exacto?, ¡pues no!”, tendré el culo gordete, pero pesarme no me pesa. (La paciente sonríe). Ante eso, lo que hacía era decirle “bueno, vale”, pero cuando ya me cansé le dije: “mira, sabes que pasa, que yo llevo este ritmo”. La gente que iba delante de mí, que era de mi familia todo el mundo, iban muy deprisa y luego se paraban; sin embargo, yo iba la última, pero siempre tenía el mismo ritmo. Sin embargo, en las cuestas ellos se venían abajo, y yo seguía con el mismo ritmo, y desde mi punto de vista eso no es malo, ¿no? Pues bueno, él lo único que decía era: “¡qué te he dicho que no te quedes atrás!”. Ya está, eso era todo lo que me decía. Psicóloga: Pero, ¿te afectaba? Paciente: No. Psicóloga: Lo que pensabas era cuando lo veías venir era algo así como: “ya viene a decirme que me pesa el culo, venga que voy a contar, uno, dos tres. ¡Ya me lo ha dicho!”. (La paciente y la psicóloga sonríen). Paciente: Sí. Es que ése era el mensaje más bonito que me decía. Pero bueno. Psicóloga: Casi podías predecir qué te iba a decir y el tiempo que iba a tardar en hacerlo. Paciente: Sí. Cada vez que bebía agua él me decía: “el agua, ¿para qué? No te pares”. Y yo, en vez de responder y decirle “necesito beber, necesito pararme un minuto, estirar y después seguir” que era lo más fácil, lo que hacía era quedarme callada. Psicóloga: ¿De cuántos kilómetros estamos hablando? Paciente: No eran tantos, pero es que nos perdimos. Hubiésemos tardado seis horas aproximadamente, todo el mundo tarda seis horas, pero tardamos once, porque mi padre no recordaba bien el camino. Psicóloga: Y fue incapaz de admitirlo, ¿no? Ni de pedir ayuda, ni de preguntar. Paciente: Sí. Cuando se dio cuenta ya era tarde. Habíamos perdido tres horas andando, estábamos dando vueltas, bordeando un pueblo. Hubo gente que no pudo llegar por eso. A mi tía, por ejemplo, tuvieron que montarla en un caballo, que pasaba por casualidad también de ruta y llevarla hasta la carretera para que la recogieran con un coche porque se le engarrotaron los músculos, se le tensaron y se quedó paralizada de lo nerviosa que se puso. Acabaron engarrotándosele todos los músculos. Todos teníamos los músculos muy tensos de haber estado subiendo y bajando, continuamente. ¡Es que eso era escalar, no era andar! Cuando ya llegamos al 123

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camino que teníamos que seguir, ya llevábamos cuatro horas andando, íbamos todos muertos. Ninguno teníamos ya ánimo, él era el único que tenía ánimo. Psicóloga: ¡Claro, porque no podía hacer otra cosa! ¿No? (La paciente y psicóloga sonríen). Paciente: Pero bueno, al final se dio muy bien, ya he dejado eso hecho. Y llegué, cosa que yo creo que habría dudado bastante hace un tiempo. Era la última, tenía el paso muy corto, pero iba muy bien, la verdad es que me sorprendí. Psicóloga: ¿Y tu novio que iba a tu lado? Paciente: Sí, a mi lado. Bueno no, al principio iba también de chulito, iban todos de subidos, diciéndome que no podían seguir mi ritmo porque se le cargaban los músculos de ir tan despacio. Yo le decía “de acuerdo, no pasa nada, sigue delante y tú te paras cuando os paréis todos a descansar, y mientras llego yo”. Llegó un punto en el que ya estaban todos cansados de dar pasos demasiado largos, de haber avanzado mucho y ya se quedaron todos a mi paso, a mi ritmo. Yo le decía, con cierto tono de ironía: “Alberto, pero tú sigue, sigue delante que a mí me da igual, yo me sé el camino, si es todo recto, es seguir el camino”. Y él me decía: “no, no si es qué voy bien a este ritmo”. (La paciente sonríe). Y yo le increpaba: “¡Venga ya! ¿Ahora vas bien a mi ritmo? (La paciente lo dice con tono irónico). Pues venga entonces”. (La paciente y psicóloga sonríen). Yo me lo tomé muy bien, para lo duro que fue, me lo tomé muy bien, muy bien. Psicóloga: Me alegro muchísimo. Y además, tú sola te das cuenta de que si esto hubiera sido hace dos o tres meses, hubiera sido impensable que lo hubieras hecho, y que te hubieras sentido tan bien. Eres consciente de que en esto ha tenido mucho que ver el proceso que estás haciendo. Paciente: Claro. Yo no quería ni ir a comprar con mi padre. Cuando vamos a comprar, -que hacemos la compra de la semana-, yo no era capaz de ir con él. ¡Pensar que tenía que aguantarlo durante unas horas! Me era imposible ir con él. Y mira, he aguantado ir con él, pese a que iba todo el camino machacándome, pero bueno, lo he hecho. Psicóloga: ¡Qué bien!, me alegro un montón. Paciente: Yo también me alegro. (La paciente y psicóloga sonríen). Psicóloga: Bueno, pues dejamos esto aquí. Te voy a explicar el penúltimo trabajo que tienes que hacer. Paciente: ¿El penúltimo? ¡Qué bien!

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Psicóloga: Vamos a trabajar cómo pedir lo que se quiere. Para ello, vas a ver las necesidades legítimas, vas a diferenciar que son las necesidades y que son los deseos. Hay necesidades físicas, tales como el agua, los alimentos, de ropa, de temperatura, sexuales, etc. Luego también hay necesidades emocionales, tales como las de amar y ser amado, tener compañía, sentirse respetado o respetar a los demás, necesidad de simpatía y compasión, de aprobación, de reconocimiento. ¿Me sigues? Te recuerda esto algunas cosas, ¿verdad? Paciente: Sí, pero estoy pensando que hay personas de las que ya no necesito nada. Psicóloga: Pero con esto no se trata de ver si las necesitas de una persona o de otras. Paciente: Ya, aquí lo que voy a trabajar es lo que necesito. Psicóloga: Eso es, pero teniendo en cuenta que frecuentemente cometemos el error de confundir lo que necesitamos y lo que deseamos. Paciente: Es que yo necesitaba muchísimo la de mi padre. Psicóloga: Pero eso no es una necesidad para ti ahora. Tú necesitas reconocimiento, pero no reconocimiento de tu padre. Cuanto más larga hacemos la oración, más difícil hacemos el recibirla. Tú como persona necesitas aprobación, ¿vale?, pero de quién venga ese reconocimiento no forma parte de esa necesidad. Cuanto menos larga hagas la frase, menos difícil harás el poder ejecutarla. Por ejemplo, si la frase fuera “necesito reconocimiento de mi padre cada vez que apruebo un examen” esto sería más difícil de conseguir que si nos limitamos a “necesito reconocimiento de mi padre” a secas, o “necesito reconocimiento cuando apruebo un examen”. ¡Qué necesitas aprobación!, pero aprobación en general. Primero de ti misma, y eso hará que necesites en mucha menos cuantía la de los demás. A mí me habrás oído muchas veces decir que estoy muy bien sola, independientemente de que tenga o no pareja, porque yo cuando quiero cariño, tengo mucha gente que me quiere, cuando quiero que me escuchen, tengo mucha gente que me escucha, cuando quiero compañía, tengo mucha gente para que me haga compañía. ¿Me explico? Si yo me centrara en “yo quiero una pareja, que me escuche, que me comprenda, que me dé cariño, que…”, probablemente, cada vez que estuviera sola, estaría amargada. Yo no le pongo nombres y apellidos a de quién recibir eso. Eso lo tengo de muchas personas pero es que a mí me da igual de quién lo reciba. Eso es muy importante. Todo lo demás, son esquemas y establecimientos sociales, arqueotipos, o introyectos que no tienen por qué existir. Eso de que tienes que tener una pareja que te haga sentir de una manera muy concreta te esclaviza. Y si a una persona no la hace sentir así, ¿entonces eres o no eres feliz? La idea que hay de que “con una pareja tienes que compartirlo todo”, 125

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tampoco es del todo cierta, porque hay parejas que no lo comparten todo, ni el cincuenta por ciento y son plenamente felices. ¿Dónde está escrito eso de que tenga que ser así? Y lo mismo que te digo sobre la pareja, te lo digo en relación con los padres. Tú puedes tener una estupendísima y buena relación con tu madre y tu madre no entenderte en algo en toda la vida, ¿y qué?, ¿y eso va a hacer que la quieras menos o que te quiera ella menos a ti? ¡Pues no! ¿Dónde está escrito que para que el amor materno-filial o paterno-filial sea completo y pleno tiene que ser comprensible en todas las dimensiones de tu persona, ¿por qué? Paciente: Sí. (La paciente pone cara de asombro y asiente con la cabeza). Psicóloga: No le pongas nombre a esos deseos. Venga seguimos. También están tus necesidades intelectuales, que serían aquellas de crecer, de cambiar, de comprender, de estimularte en tu desarrollo intelectual. Por otro lado, estarían tus necesidades sociales, que serían las de necesidad de interacción con los demás, de sentirte perteneciente a un grupo y de ser autónoma. También están tus necesidades espirituales, de darle un sentido a tu vida, de introducir un valor a tu propia vida. ¿De acuerdo? Paciente: Sí. Psicóloga: Vas a trabajar la diferencia entre las necesidades y los deseos, porque es muy importante. Las necesidades no se pueden elegir, los deseos sí. A mí no me gusta utilizar la palabra capricho, porque los caprichos son deseos tontos e innecesarios y algunas veces incluso irracionales. Pero el siguiente paso de un deseo, sería un capricho. Las necesidades, son imprescindibles para vivir, para vivir bien, desarrollándote como persona. Los deseos son elegibles, ¿vale? (La paciente asiente con la cabeza). Sabiendo todo eso, vas a hacer un inventario de tus deseos, en el que pongas cuáles son tus deseos y el malestar que te produce no tenerlo, tales como la aprobación de una persona. Tienes que poner también a quién tienes dificultad para pedir y cuándo tienes dificultad para pedir, qué cosas te cuestan más trabajo pedir, etc. Una vez que hayas hecho eso, vas a practicar diferentes maneras de pedir. Poniendo el nombre de a quién le quieres pedir, lo que le quieres pedir, cuándo, dónde y con quién. Es decir, tienes que pensar en cosas que tú quieres, y en cómo lo pedirías. También vamos a trabajar los mensajes completos, que incluyen tus pensamientos y tus sentimientos, y que se integran en los mensajes Yo. Por ejemplo, imagínate que llegaras tarde a tus sesiones, y yo te podría decir “Genoveva, 126

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creo que ya llevas varios días llegando tarde, y cuando tú llegas tarde siento que consideras que mi tiempo no es tan importante como el tuyo y yo siempre estoy en desventaja, por eso me gustaría que hicieras un esfuerzo por llegar a tu hora”. (La paciente se queda en silencio y con cara de asombro). ¿Te ha gustado, no? Paciente: Sí. (La paciente y psicóloga sonríen). Es que a mí siempre me ha costado mucho trabajo hablar así. Psicóloga: Pues mira, también vas a trabajar las reglas de las peticiones, cómo se hacen las peticiones. Tienes que realizar tres peticiones lo más claras posibles, para lo que tienes que convenir con la otra persona el momento y lugar; que la petición sea lo suficientemente pequeña, para evitar una resistencia. Imagínate que tú por ejemplo le pides a tu novio: “por favor, te pido que me quieras para siempre”; él podría seguramente decirte: “te has pasado un poquillo, ¿no? Me podías haber pedido algo más concreto”. (La paciente sonríe). Para hacer esas tres peticiones, no puedes culpar o atacar a la otra persona; si no, pierdes la fuerza de la petición aunque sea muy legítima. Además, tienes que ser específica, diciendo, si es posible, cifras y horas de lo que deseas. Utiliza una expresión corporal afirmativa, y abierta. Puede resultarte útil, decir las consecuencias positivas tales como “así yo me voy a sentir mejor”, o “me resultará mucho más fácil hacer mi trabajo”. ¿Te gusta? Paciente: Sí, mucho. La verdad es que esto me va a ayudar un montón con mi tutor de tesina. Psicóloga: ¡Por cierto! ¿Qué pasó con la sorpresa aquella que le diste a tu novio el día de los enamorados, que quedó pendiente la conversación de lo mal que lo había hecho cuando terminara los exámenes? Paciente: Hablamos, hablamos. Psicóloga: ¿Y qué? Eso no me lo contaste. Paciente: No, eso no te lo conté. Hablamos, pero le costó, le costó porque dice que eso estaba ya pasado, tal y como tú me dijiste. Me dijo: “eso ya es pasado; eso ya lo asumimos los dos y no pasaba nada”. Psicóloga: Y has aprendido de eso, ¿no? Has aprendido que es mejor no dejarlo pasar. Paciente: Sí. (La paciente y psicóloga sonríen).

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Aunque ya ha colgado lo que le hice en el retrovisor de dentro del coche, porque te dije que era un corazón de botones, ¿no? Psicóloga: No, no me lo dijiste. Paciente: ¡Ah, no te lo dije! Bueno, hice un corazón de cartulina rosa, y pegué toda clase de botones, que no me imaginaba que los botones pudieran costar tanto, y quedo muy bonito. Le puse una cinta roja para que lo colgara en el retrovisor del coche. Me costó mucho trabajo hacerlo y me quitó mucho tiempo, dejando de lado las mil cosas que tenía que hacer. Así se lo explique a él, le estuve diciendo “mira, ese simple corazón era solamente un detalle, por el día que era, porque sabía que no podíamos vernos, y me molesté en ir a buscarte al trabajo y además me costó mucho trabajo hacerlo. Por eso, preferiría que si no te gustaba o no querías colgarlo ahí, dímelo de otra manera, me dices mira Genoveva, yo prefiero colgarlo en mi casa, que en el coche no soy yo de poner muchas cosas, pero yo que sé, no me lo digas de la forma que me lo dijiste”. Él se quedo parado y me contestó “mira, ahí llevas razón. Es que estaba estresado con los exámenes, pero perdóname”. Yo le dije “bueno, vale, pero si quieres quítalo del coche, que no pasa nada, si no te gusta ponlo en otro sitio y ya está”, pero él me dijo que no, que le estaba cogiendo mucho cariño ya. Psicóloga: ¿Y qué has aprendido tú de esto? Paciente: Pues… (La paciente suspira), primero a controlarme un poquillo, porque yo me enfadé muchísimo, y no supe tampoco controlarme. Psicóloga: ¿Y a quitarle importancia, a relativizar? Paciente: Sí, a quitarle importancia, porque le di demasiada. Sólo me centré en lo negativo. Luego… Psicóloga: Y… ¿evitaste qué? Pensaste, por ejemplo, lo que te había gustado a ti hacerlo. Había cosas positivas que no habías visto antes, ¿no? Paciente: Sí, había cosas positivas. Psicóloga: ¿Cómo qué? Paciente: Pues la ilusión con lo que lo hice, el trabajo, la imaginación. Psicóloga: ¿Que había quedado muy chulo? Paciente: ¡Pues sí! (La paciente sonríe). Psicóloga: A mí me puedes hacer uno si quieres. (La psicóloga sonríe). Paciente: ¿Tú quieres uno? Psicóloga: Sí, para cuando te dé el alta, si quieres me haces uno, que lo voy a llevar con mucho cariño. Paciente: La verdad es que me quedó muy chulo. (La paciente sonríe). Psicóloga: Pues por eso. (La paciente sonríe). Bueno, ¿qué más aprendiste? 128

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Paciente: Luego pensé que no era todo mi culpa, porque en el momento de aquel día cuando me enfadé, pensé “no, no, si es que lleva razón él, porque está súper estresado con los exámenes y tengo yo la culpa por haber ido”. Psicóloga: Es decir, ya apareció tu crítica, ¿no? Paciente: Sí, pero le di la vuelta, y dije: “pero, ¿dónde voy?, ¿yo tengo la culpa de haberle llevado un regalo, de ir a la puerta de su trabajo a saludarle? ¡Tampoco este es el camino!” (La paciente sonríe). Y sobre todo, aprendí a hablarlo después tranquilamente. Psicóloga: Vale, ¿y qué has aprendido de la forma de hablarlo? Paciente: De eso un montón. Psicóloga: Espero que hayas aprendido que cuando discutas, no puedes decir: “bueno, pues nada, yo eso lo aparco y luego lo hablamos, y ahora hago como si nada hubiera pasado”. Eso has aprendido que no funciona, ¿verdad? Paciente: Sí, eso he visto que no funciona. Psicóloga: Si tú estás enfadada conmigo y tienes algo pendiente, estamos enfadadas hasta que se hable. Paciente: Sí, estaba resentida. Psicóloga: Porque el hacer un intermedio, eso ya es dejarlo, y así luego puede decirla otra persona: “pero si ya es pasado, tú eres una comedura de cabezas, que te empeñas en sacar algo negativo para poder quejarte de mí; si estábamos bien, a qué viene esto ahora”. Paciente: Sí. (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Entonces ya sabes que eso no es buena idea hacerlo. Paciente: Eso me costaba también mucho trabajo. Psicóloga: Sí, pero bueno. ¿A qué te quedas fenomenal cuando lo hablas? Paciente: Sí. Psicóloga: Lo que pasa es que en ese momento estás de cinco sobre diez y piensas: “como discutamos me voy a bajar de la puntuación, me voy a bajar”. Pero es que esa es la única manera de que puedas llegar al nueve, porque ¿para qué quieres estar en el cinco? Te tendrás que presentar a subir nota, ¿no? (Ambas sonríen). Paciente: Sí, lo sé, lo sé. Psicóloga: Porque estar en una relación con un cinco, compensa poco. Paciente: Ya, he aprendido de eso. Yo creo que con mi novio voy bastante mejor, en la manera de hablar, en la manera de… Psicóloga: ¿Y con qué no? 129

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Paciente: Con mi tutor. No lo he visto todavía. Me queda la prueba de mi tutor. (La paciente y psicóloga sonríen). Y ese el único que me queda para pasar la prueba. Psicóloga: ¡Qué bien! Paciente: Además, me están saliendo hasta bien las cosas. Psicóloga: “¡Hasta bien!” Parece que no te has dado cuenta del “hasta”. (La psicóloga lo dice con tono irónico y sonriendo). Paciente: Sí, porque es que antes era impensable. Psicóloga: Pero ¿qué significa ese “hasta”? ¿Qué todavía no te lo mereces? Paciente: No, que no me lo merezca no; que me queda un paso para conseguirlo. Psicóloga: No, tú has dicho “hasta bien”, “me están saliendo hasta bien las cosas”; es algo así como “no me lo creo, me están saliendo hasta bien”. ¿Tú no te has dado cuenta del “hasta”? Paciente: Sí, sí me he dado cuenta, pero… Psicóloga: Pues modifica ese “hasta”, por favor. Paciente: ¡Me están saliendo las cosas bien! (La paciente dice la frase con decisión, a la vez que golpea con la mano la mesa). Psicóloga: ¡Eso!, y la mano así (la psicóloga repite sus golpes sobre la mesa) ¡me encanta! (La paciente sonríe). “Me están saliendo las cosas bien, y me van a seguir saliendo”. (Lo dice de nuevo golpeando la mesa, igual que lo hizo la paciente). Paciente: Me van a seguir saliendo bien, perfectas. Psicóloga: Bien, nada de “hasta”. Eso es como cuando dice la gente “¡Tío, si hasta me quiere!”. Es como decir: “esto no me lo merezco yo”. Pues igual porque lleva el significado subliminal de “si hasta me están saliendo bien, esto se me va a acabar ya mismo, porque esto no me lo merezco yo”. (La psicóloga lo dice con tono irónico y sonriendo). Paciente: No, no, no se me va a acabar. Psicóloga: ¿Seguro? Paciente: Sí. Psicóloga: Entonces quita el “hasta”. Paciente: Me van a seguir saliendo bien porque… ¡yo lo valgo! Psicóloga: Muy bien. Pues ya hemos terminado por hoy. 130

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Paciente: Muy bien, pues hasta la semana que viene. (La paciente se dirige a la psicóloga y la abraza). Adiós. Psicóloga: Adiós, Genoveva.

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SESIÓN 10. DÍA 30/3/2012 Psicóloga: Hola Genoveva, ¿qué tal? Paciente: Bien. Traigo aquí mis ejercicios. (La paciente sonríe). Psicóloga: ¿Te ha gustado trabajar con las peticiones? Paciente: Sí. He pedido, tal y como me decía el ejercicio. Pero esta semana más que pedir, he recapacitado, me he dado cuenta de lo bien que estoy. (La paciente lo dice con seguridad). Psicóloga: ¡Qué bien! Paciente: Sé que no tiene mucho que ver con el trabajo que mandaste, pero he recapacitado bastante. Psicóloga: Eso está muy bien, es tomar conciencia. ¡Qué no te dé miedo! Paciente: Ya lo sé. (La paciente y la psicóloga sonríen). Voy a empezar primero a leerte el ejercicio que mandaste, ¿vale? Psicóloga: Vale. Paciente: La primera petición es para mi novio. Lo que quiero conseguir con él es proponer planes. ¿Cuándo? Los fines de semana. ¿Cómo? Con él a solas o con nuestros amigos. A mi novio se lo diría así: “En realidad, me gusta poder proponer planes para los fines de semana. Necesito saber que mi opinión también es importante en nuestra relación y que no siempre me tengo que adaptar a todo. Habrá veces que quiera estar contigo a solas y otras veces podríamos hablarlo para poder salir acompañados con nuestros amigos”. Conseguí hacerlo el viernes pasado, por la noche, porque… (Le empieza a vibrar el móvil, se lo saca del bolsillo y sonriendo dice lo siguiente). “Estoy hablando de ti Alfredo (pareja de Genoveva), pero ahora mismo no puedo”. (Le cuelga la llamada sin pensarlo y continúa con la frase del ejercicio). … porque llevaba toda la semana sin salir y me apetecía mucho ir al cine. Psicóloga: Espera un momento Genoveva, perdona que te interrumpa, pero quiero que seas consciente de una cosa. ¿Te has dado cuenta de que, el primer o segundo día cuando tú viniste, cogiste el móvil varias veces? Paciente: Sí. (La paciente pone cara de asombrada). Psicóloga: ¿Te has dado cuenta de la asertividad con la que, ahora mismo, acabas de apagar el teléfono? 132

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Paciente: No. (La paciente sonríe). Psicóloga: Ni lo has dudado. Has notado que el móvil te estaba vibrando, y lo has sacado del bolsillo justo cuando ha empezado a vibrar, y sin dudarlo ni una milésima de segundo, has cortado la llamada, y encima le has respondido indirectamente cuando has dicho: “estoy hablando de ti Alfredo, pero ahora mismo no puedo”. ¿Te has sentido mal? Paciente: No. Psicóloga: ¿Te das cuenta? Paciente: Sí. (La paciente sigue con la misma cara de asombro, y asiente con la cabeza). Psicóloga: Muy bien, quería que fueras consciente de ese cambio. Venga, sigue con lo que me estabas diciendo antes. Paciente: Alfredo no es de los que le gusta ir al cine si tiene que hacer muchos kilómetros, por lo que llevarme al cine, como no está en mi pueblo, le supone trabajo y esfuerzo. Pero yo me las apañé para convencerlo, pero no de cualquier manera, sino que le dije “mira Alfredo, quiero ir al cine porque me apetece ver esta película. Llevo toda la semana sin salir y…”. Psicóloga: ¿Qué película era? Paciente: Todos los días de mi vida. Psicóloga: ¿Y te gustó? Paciente: Sí, mucho. Es muy bonita. Al final lo convencí, y después se alegró, porque estuvo genial. Así que por esa parte muy bien, muy contenta. (La paciente sonríe). Psicóloga: Muy bien, me alegro. Paciente: La otra petición que hice fue a mi tutor de tesina. Lo que quiero, es que tome mi trabajo en serio. ¿Cuándo? En las citas que tenemos. ¿Cómo? Con él a solas. Es decir, se supone que lo que le tendría que decir es “Carlos, necesito aprovechar el tiempo en nuestras reuniones, porque me estoy esforzando en sacar este trabajo adelante, y requiero de tu apoyo y orientación. Preferiría que a pesar de vernos poco, las veces que nos viéramos, sacáramos todas las dudas y las resolviéramos”. Psicóloga: ¿Lo hiciste? Paciente: Obviamente así no se lo dije, porque no me acordé literalmente de todo, pero ha sido de las pocas veces, que en cuestión de una hora u hora y media, hemos dejado todo zanjado. A partir de ahora, casi todo lo tengo que hacer yo, ya con él tengo que hacer poca cosa, ya no lo voy a necesitar. Lo que pasó es que él se sentó, y vio lo que tenía hecho, y como vio que lo tenía hecho desde hace bastante tiempo y que estaba parada por él, me pidió que me pusiera a su 133

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lado y me dijo: “¿Qué te queda, qué te falta…? Venga, vamos a poner fechas, vamos a poner tal y cual…”. Salí muy contenta. (La paciente sonríe). Psicóloga: Muy bien, ¡cuánto me alegro! ¡Cómo ha cambiado tu vida! (La paciente y psicóloga sonríe). Venga, continúa. Paciente: La siguiente petición fue para Alejandra, mi mejor amiga. Lo que quiero es poder elegir decirle cuándo salgo y cuándo no, porque mi amiga está sola, no tiene pareja… Psicóloga: ¿Es muy rígida? Paciente: Sí, un poco rígida pero para la hora de salir. Con ella hay que salir sí o sí. (La paciente sonríe). Eso de ver películas y quedarse en casa tranquilamente, ¡no! Hay que salir. El problema es que yo no soy así, entonces lo que le intenté decir fue lo siguiente: “Alejandra, habrá veces en las que no podré salir contigo, pero puedes contar conmigo para otro día, ya que los fines de semana me gusta estar con Alfredo. Sin embargo, nosotras podemos quedar cualquier día entre semana tranquilamente. Además puedes llamarme cuando lo necesites, intentaré estar siempre que pueda”. Esto es lo que he hecho. Psicóloga: ¿Se lo has dicho? Paciente: Sí. Y al final… te lo juro que no sé cómo lo he hecho, pero ha decidido salir con los amigos de mi novio. Se han hecho amigos y salen juntos. (La paciente sonríe). Psicóloga: ¡Qué bien! ¿Tú te das cuenta que en realidad es tu predisposición y tener claro lo que vas a hacer o decir, a atraer, y tener seguro lo que le vas a decir, lo que hace que al final lo consigas? Paciente: Sí. Psicóloga: No es eso que tú dices de “no sé ni cómo lo he hecho”. Paciente: Sí, es que no sé ni cómo lo he hecho. Psicóloga: Es que, probablemente, lo único que has hecho tú ha sido atraerlo, y el universo6 se ha organizado para que al final ocurra, ¿no? Paciente: Esta semana me he estado sintiendo un poquillo mal, porque llevo dos días fallándole, diciéndole que no podía quedar, y ya lo habíamos hablado la semana anterior. Hace dos semanas habíamos quedado en dos días de esta semana para vernos. Lo teníamos planeado, y el día de antes, se la he jugado y le he dicho que no podía. ¡Es que no podía! Me han surgido veinte mil cosas y no 6

Según la Ley de la atracción, atraemos lo que queremos, lo que pensamos. Se puede leer entre otros libros en El Secreto de Rhonda Byrne.

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podía. La verdad es que por eso me estaba sintiendo un poco culpable, pero ¡no sé cómo!, al final ella ha salido por su cuenta. Psicóloga: Muy bien. ¿Te das cuenta como no eres tan imprescindible? Paciente: (La paciente asiente con la cabeza). Ni se ha enfadado, ni me ha tratado diferente…. Al revés, me ha llamado, me ha dicho que cuando pueda que hablemos, que… Psicóloga: Eso te da más seguridad, ¿no? Paciente: (La paciente suspira y sonría). Sí, estoy genial. Psicóloga: ¿Te das cuenta de cómo la sensación esa que tú tenías al principio de “en el momento en que les falle no me van a querer” era falsa? Paciente: Sí, totalmente. Sobre todo con mi amiga me sentía muchas veces culpable, porque había veces que no sabía cómo hacerlo, que no podía dividirme entre mi novio y ella. Psicóloga: Ya nunca más la volverás a tener, ¿no? Paciente: (La paciente suspira). No, por favor, ¡no! No quiero sentirme mal. De hecho, ¡no voy a sentirme mal! (La paciente y psicóloga lo dicen al unísono y sonríen). Psicóloga: ¡Muy bien! (La psicóloga le aplaude y ambas sonríen). Paciente: Bueno, y por último, a la última persona que he puesto ha sido a mi madre. Lo que quiero es que intente comprenderme a la hora de poner en común nuestros pensamientos respecto a la comida, porque llevo dos semanas que no estoy comiendo mucho, pero yo estoy bien. Se lo intenté decir y le dije: “Mira mamá, hay veces en las que no me apetece comer tanto, y necesito que respetes mi decisión. No te preocupes, me siento bien, estoy bien, como lo que me apetece y me siento mejor que nunca, pero, por favor, no insistas tanto en la comidas. Agradezco tu intención pero necesito algo de espacio”. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Hay veces que me comprende y lo respeta, y veces que no, pero bueno, ahí la comprendo también. Psicóloga: Con las madres y la comida hay que usar la técnica del disco rayado. (La psicóloga y paciente sonríen). ¿Tú sabes cuál es esa técnica? Paciente: Decirle todo el tiempo “Sí, mamá”. Psicóloga: No, la técnica consiste en repetirle el mismo discurso como cuarenta veces a la semana, y llegará un momento en que, algunas de las veces, le llegue a su cerebro. (La psicóloga lo dice con tono bromista y sonriendo). Yo creo que las madres tenemos algún triángulo de las Bermudas en nuestro cerebro, de manera que los mensajes sobre la comida se pierden en él. Hacen eco en la cabeza y no 135

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llegan totalmente a conectar. (La psicóloga y paciente se ríen). Es cómo sí se quedara grabada en la cabeza la frase de la infancia de “niña come, niña come, que tienes que ganar un poco de peso”. Paciente: A mí, mi madre me dice “eres sólo ojos, sólo tienes ojos”. Psicóloga: Pero tienes más cosas a parte de ojos. (La psicóloga lo dice con tono irónico y sonríen). Muy bien, Genoveva. Lo has hecho muy bien. Paciente: Gracias. Bueno, aquí tengo lo que quiero comentarte. Son mis logros. Psicóloga: Venga, me parece muy bien. Paciente: Se sale del tema pero bueno, es lo que he hecho. Bueno, empiezo por el examen que tuve que hacer de la beca que te comenté. Al final, no sé cómo me las apañé, que sólo pude estudiar la tarde de antes, porque tuve una serie de problemas ya que me dolió la cabeza, me surgió un trabajo el día de las elecciones de hacer encuestas todo el día, y no pude estudiar, por lo que iba muy justa. Sin embargo, iba con la convicción, de que el trabajo era para mí. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Dije “mira, no sé cómo lo voy a hacer, porque no tengo ni idea. Me lo he mirado porque me lo he mirado…” (La paciente lo decía sonriendo y con cara de entusiasmo). Psicóloga: ¿Te sirvió el ejemplo que te puse sobre mis exámenes? Paciente: Sí, me acordé un montón de ti. (La paciente sonríe). Psicóloga: Me alegro. Paciente: A pesar de la dificultad del examen, porque fue muy duro obviamente, me sorprendió el estado de ánimo en el que me encontraba. Psicóloga: La seguridad con la que ibas, ¿no? Paciente: Vosotras es que nunca me habéis visto antes de un examen. Psicóloga: Hombre, me lo puedo imaginar, teniendo en cuenta cómo te vi el primer día. (La psicóloga lo dice con tono irónico, y la paciente y ella sonríen). Paciente: A mí, antes de un examen, no me hables, porque te puedo saltar por cualquier lado, estoy súper nerviosa, puf…. No creía en mí, pero para nada, reírme, era lo último. ¡Reír!, una simple sonrisa estaba fuera de lugar. Me decía a mí misma “¡pero tú qué te has creído! ¡Reírte antes de un examen! Psicóloga: ¡Estás chalada! (continuando con la voz de la crítica). Paciente: Eso es. Me sorprendí porque conocí a gente. Al principio estaba un poco nerviosa, porque éramos casi unas trescientas personas, y al estar yo sola, al principio estaba un poco nerviosa, pero me puse a decirme el “yo soy” otra vez. 136

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(La paciente sonríe). Yo estoy muy concienciada, y empezaba “yo soy tal, yo soy esto, yo puedo”, vamos, me reforzaba. Por eso, sobre todo, lo que me sorprendió del examen fue el estado de ánimo, el relacionarme con la gente y que a pesar de lo nerviosa que estaba y de la situación, y de lo que me estaba jugando con ese examen, pude abrirme. Psicóloga: Pudiste saludar… Paciente: Sí, y ayudar a gente y que me ayudaran a mí, compartir con gente cosas, y aguantar la prueba, aunque suene así raro, soportarla, porque es que fue bastante dura, pues consistió en pasar muchas horas esperando para hacer un examen. Psicóloga: Sí, una situación muy estresante mantenida durante mucho tiempo. Paciente: Sí. Yo sé que si esto me hubiera pasado antes de conoceros a vosotras, antes de llegar aquí, no lo hubiera aguantado, y sí lo hubiera aguantado, yo creo que a otro día, hubiera caído mala ¡seguro!, porque es que es lo que siempre me pasaba antes de un examen, que aguantaba tanto y retenía tanto estrés, que al día siguiente me ponía mala. Entonces del examen, de lo que más me alegro es sobre todo del estado de ánimo. Me llamaba Alfredo diciéndome: “¿qué pasa, cómo vas?”. Y yo le decía: “pues mira, yo sé que esto va a ser para mí, esto está tirado. Quizás me voy hasta para la NASA”, pero con humor y todo, y eso para mí era impensable. (La paciente lo decía con entusiasmo y asombrada). Psicóloga: ¿Y Alfredo que te decía? Paciente: A Alfredo le he enseñado también a que me ayude, pero con refuerzo positivo, no con el coraje o con la competición. Psicóloga: Sí, quitando las estrategias que usaba contigo antes que no te servían, ¿no? Paciente: Claro. Entonces lo que me decía era: “venga que tú puedes, que ya mismo estamos viviendo en Jaén”. ¡Muy bien! Psicóloga: ¿Te has dado cuenta de cómo lo has cambiado todo? Tu trabajo, tu relación… Paciente: Sí, me di cuenta cuando me puse ayer a hacer la lista de mis logros. Psicóloga: Pensarías “he cambiado en todas las áreas de mi vida”. Paciente: Sí. Psicóloga: Venga, sigue con el siguiente logro. Paciente: También conseguí lo de Alfredo que te he comentado antes, de dar mi opinión. Otro logro fue con mi tutor de tesina, que se ha dado cuenta con las actividades que estoy haciendo algo, aunque no me haga caso. Creo que le 137

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sorprendí un poco porque yo le he dejado siempre claro que lo que quiero es quedarme aquí en la universidad, y él, lo único que sabía decirme era: “es que no hay plazas, que están echando a gente, que está la cosa muy mal…”. Yo no le decía nada, ya está. Psicóloga: Sí, claro, él te dice eso, pues ya está, eso no tiene contrarréplica. Paciente: Claro, yo pensaba: “ya está, tú eres el que está ahí, el que sabe, el profesional, y yo no soy aquí nadie, así que ya está”; pero en ese momento le dije: “¿Sabes que te digo? Que tengo tiempo…” (La paciente lo decía seria y con tono desafiante). (La psicóloga sonríe). Paciente: Sí, sí, es qué se lo dije así. (La paciente sonríe). Me puse un poco agresiva. Psicóloga: Eso no es ser agresiva, es ser clara y coherente, ¿no? Paciente: Le dije: “Tengo tiempo y no tengo prisa. Estoy viendo a gente que lo ha conseguido. Son de la misma edad, tienen las mismas características que yo, y no son más que yo. Si ellas han podido, yo puedo. ¿Qué pasa, qué quizás no es mi momento? Pues puede ser que no, pero ¿sabes que te digo?, que me estoy preparando, que me estoy preparando y lo voy a conseguir”. (La paciente lo decía con total decisión y seriedad). Psicóloga: Muy bien dicho. Paciente: Y se quedo así un poco… Psicóloga: Pillado, ¿no? Paciente: Sí, porque como siempre llego quejándome. Psicóloga: Siempre “llego”… ¿qué? Paciente: Siempre llegaba. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Siempre llegaba quejándome y le decía “mira, no me sale nada, no tengo ninguna oportunidad, no…”. Psicóloga: Y eso ha cambiado, ¿no? Paciente: Sí. ¡Para siempre! (La paciente sonríe). Es que todo esto de mi tutor viene porque vi a una compañera mía, a la que le dije que quería ser profesora de universidad y me dijo que a ella la habían llamado para serlo, pero que lo había rechazado porque para ella lo más importante ahora mismo eran sus oposiciones, que el trabajo en la universidad era una tontería. Fui a una conferencia de emprendedores y me la encontré dando clase. Mira, fue un cúmulo de sensaciones. Al principio, tenía un café en la mano, y me dio ganas de tirárselo, pensando: “en la cara te lo voy a poner”. Después dije…, bueno después me dio mucho coraje. Y luego me acerqué y la saludé y le dije “mira, ¿qué haces aquí?” 138

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(La paciente lo dijo con tono irónico y sonriendo). Ella me contestó: “pues mira, aquí dando clase”. Y le dije: “¡qué bien! ¿Y tus oposiciones?”. Me contestó: “pues mira, las he tenido que dejar.” Y yo le dije: “¿y eso?”. Y me contestó: “porque me llamaron, y…. puf…. ¡qué agobio!, ¡qué mal! Tengo que hacer un montón de cosas, tengo un montón de clases, estoy súper agobiada y tengo mucho trabajo…”. Yo me mantuve muy tranquila, estaba muy tranquila. (La paciente sonríe). Luego ella me dijo: “¿y tú, qué haces?” Le contesté: “pues yo estoy aquí en la conferencia que hay ahora de emprendedores”. Ella puso cara de sorprendida y me dijo: “pero ¿y tú que estás haciendo?” Le respondí: “yo sigo con mi doctorado”, y ella insistió: “pero bueno, ¿y qué más haces?”. Pero lo decía con un tono, como intentando sacar información y le dije: “Yo estoy estupendamente. Me gusta el tema de los emprendedores, por eso estoy aquí en la conferencia, ganándome mis puntos y tomándome un café tranquilamente…”. (La paciente sonríe). Psicóloga: Sentías que manejabas tú la situación. Paciente: Sí. (La paciente pone cara de asombrada y sonríe). Sí, Beatriz, sí. (Muestra un gesto de orgullo y satisfacción por su conducta). Psicóloga: Si hubiera sido antes te hubiera sacado hasta el número de zapato que llevabas, ¿no? Paciente: Sí, sí. Le dije “bueno me voy, que quiero tomarme el café tranquilamente que me espera una conferencia estupenda”. Psicóloga: Muy bien. Supiste parar la situación cuando quisiste… Muy bien. (La psicóloga sonríe). Paciente: Sí, sí, porque sabía que iba como siempre a machacarme, como siempre. (La paciente sonríe). Pero bueno, quiero decirte, que aunque pasé un poco de coraje porque me tiró por tierra bastante mi sueño de quedarme aquí, cuando la vi dije: “tanto que me has criticado, y ahora vas y te quedas tú aquí; sabes que te digo, que estoy aquí por algo”. Psicóloga: Las cosas no son estables. Temporalmente yo estaba haciendo eso, quizás luego ya no. Y quizás tú ahora estás haciendo esto, y después no. Paciente: Pues eso es lo que luego me puse yo a pensar. Como tuve un poco de tiempo hasta que llegó el siguiente ponente de la conferencia, dije: “¿sabes qué pasa?, que seguro que estoy aquí por algo. Si estoy aquí, y no estoy detrás de la mesa, pues seguro que me estoy preparando, y si no es mi momento pues…”. Psicóloga: Todo es por algo. Paciente: Ya llegará. 139

APRENDIENDO A SER FELIZ

Psicóloga: Tú pídele al universo primero ser feliz, y después lo que tú quieras, pero siempre para bien, ¿vale? Paciente: Sí. Psicóloga: Hay muchas veces que creemos que nuestra felicidad está en algo, y se lo pedimos tan fuertemente al Ser Superior (Dios, el Universo, la Madre Tierra o como queramos llamarlo), que cuando luego lo tenemos decimos: “¡Jo! Pues aquí no estaba mi felicidad, lo tengo y ahora no lo quiero; no era esto lo que yo había pensado”. ¡Pues te aguantas! Es lo que le has pedido al universo. Al universo hay que dejarle siempre el beneficio de obtenerlo como él crea conveniente; algo así como “pero que se haga lo que tú quieras, porque lo que tú quieras siempre va a ser beneficioso”. Es decir: “quiero ser feliz, y si mi felicidad está aquí, pues quiero esto, y si no lo está, no lo quiero”, ¿vale? Paciente: Sí. (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Te voy a poner un ejemplo. Cuando las personas no sabemos la realidad de las cosas, algunas veces deseamos algo, que posteriormente aborrecemos. Por ejemplo, de esto hay muchas películas como la de “El patriota”, cuando los muchachillos en aras de la patria y en la exaltación del idealismo y el deseo de ser varoniles, defender a los suyos, etcétera, se apuntaban a las listas de la guerra, deseaban fervientemente hacer eso, porque tenían una idea muy heroica, muy estereotipada y muy idealista de lo que era una guerra, y posteriormente, al cabo de unos meses, lo tenían aborrecido. No sabían cómo enfrentarse, y querían salir de ahí, ¿verdad? Paciente: Sí (la paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Que no te pase lo mismo, pero ni ahora ni nunca. Ten en cuenta esa imagen, y di “¿Qué parte de esto puedo estar idealizando? Voy a dejarle al universo la coletilla de “quiero esto, pero si es bueno para mí”, ¿entiendes? Paciente: (La paciente asiente con la cabeza). Psicóloga: Porque mi idea puede ser muy idealizada, y quizás, desde mi desconocimiento de no estar dentro, pues no tengo en cuenta que esto podría hacerme romper con mi novio, que es lo que en realidad me hace feliz, o tener tiempo libre, que ahora mismo que estoy bien es para lo que lo quiero emplear, etcétera, ¿de acuerdo? Tienes que pensar “si esto viene a mí, que sea para ser feliz, y si no, que no entre yo allí”, ¿me sigues? Siempre hay que tener presente el objetivo de ser feliz y pedirlo, aunque yo no sepa cómo hacerlo completamente, aunque yo no sepa cómo conseguirlo, aunque yo no sepa sí esto es bueno para mí o no. Yo lo puedo pedir con esa coletilla. Paciente: Esa coletilla no la sabía yo. 140

BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

Psicóloga: Imagínate que yo pido ahora “quiero ir al Caribe, quiero ir al Caribe, quiero ir al Caribe en Semana Santa, por favor, que necesito descansar…”, y ahora resulta que en el avión en el que me monto, se estrella. Es lo que he pedido y ¡lo he pedido tanto…! Paciente: Sí, (la paciente tiene cara de asombro). Psicóloga: Bueno venga, dime más cosillas. Paciente: Pues mira, otro logro es que mi padre ha cambiado un poco la actitud. Psicóloga: ¿Un poquito? Paciente: Un poquito. Yo sigo con lo mismo, la relación que tengo con él es la justa y la correcta, ni más ni menos. Psicóloga: Perfecto. Paciente: Si él da un paso más…, quizás hay días que me da un abrazo. Si algún día me ve más cansada porque salgo de mi casa muy temprano y llego muy tarde, y sabe que he estado todo el día haciendo cosas, eso él lo valora muchísimo, aunque esté de juerga (o no), pero eso él lo valora muchísimo, viene y me da un abrazo, yo se lo acepto, pero ya está. Lo que quiero decir es que, quizás esos detalles no los tenía antes. Psicóloga: Muy bien. Enhorabuena. Estarás muy contenta. Paciente: Sí, está bien. Otro logro con mi hermana. Me he dado cuenta de que le gritaba bastante. Psicóloga: ¿Tú a ella? Paciente: Sí. Psicóloga: Vale. Paciente: Y estoy aprendiendo, y he aprendido a pedirle perdón después. Me doy cuenta de que le grito, y voy le pido perdón, le doy un abrazo, y automáticamente ella vuelva a comportarse normal conmigo y a ser buena la relación, cosa que antes no ocurría, antes nos tirábamos muchos días peleadas. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Con mi amiga Alejandra, que ya te lo he dicho antes, he conseguido que no me necesite para salir. Mi estado de ánimo es otro de mis logros, puesto que ha cambiado totalmente, pero enormemente. (La paciente sonríe y pone cara de felicidad). Estoy muy cansada, estoy al límite porque en cuestión de dos semanas, y sin saber cómo otra vez, tengo cinco o seis cursos, me he apuntado a un congreso, me ha salido un trabajillo ahí por medio, me voy a París… Estoy haciendo muchas cosas a la vez, que jamás pensaba que me iban a aparecer y mucho menos que iba a poder soportarlas, que iba a tener… 141

APRENDIENDO A SER FELIZ

Psicóloga: A poder hacerle frente. Paciente: Sí. Psicóloga: Soportarlas no, poder hacerle frente. Paciente: Esta mañana me he levantado y…. (La paciente titubea). Es que antes, ¿sabes qué pasaba? Me acostaba y ya no sabía cuándo me iba a levantar. A mí me daba igual levantarme o no por la mañana, no tenía ganas de levantarme. Psicóloga: ¿Y ahora? Paciente: ¡Es que no me cuesta trabajo levantarme! Tengo mucho sueño, pero es que necesito levantarme. Psicóloga: Porque te levantas con ilusión, con entusiasmo. Paciente: Sí. (La paciente mantiene el gesto de felicidad y sonríe). Psicóloga: Muy bien. Estoy orgullosa de ti. Paciente: Yo también. Otro de mis logros son las oportunidades que tengo. Tampoco sé cómo me llegan, pero me llegan. Psicóloga: No sabes cómo te llegan, pero sabes que eres tú quién las atrae. Paciente: Sí, eso sí, porque tengo muchas ganas, las he tenido siempre, pero he sido yo también las que me las quitaba. Psicóloga: La que hacía que no llegaran. Paciente: Sí. Además, doy gracias por la gente que me rodea, y también noto mucho cuando la gente me intenta minar la moral. (La paciente sonríe). Psicóloga: Eres muy consciente. Paciente: Sí, y estoy siendo cada vez más consciente. Psicóloga: Te das cuenta rápidamente y le pones el muro como hablamos. Paciente: Sí, cada vez lo veo más clara, como por ejemplo, cuando me dicen: “y me ha pasado esto, y mira que mal, y esto mal, y esto mal y mira que no sé qué…”, y entonces es cuando me doy cuenta de que yo era un buque, todo lo negativo y lo malo iba para mí. Psicóloga: Y ahora, ¿qué has conseguido? Paciente: Pues que me digan algo positivo. Ahora le digo a la gente “Vale, desahógate, pero dime algo bueno, qué has aprendido, qué hay de positivo por ahí”. Es decir, ahora noto mucho lo negativo y lo aparto de mí. Psicóloga: ¿Lo detectas con facilidad, no? Has aprendido a detectarlo en ti y también en los demás. Paciente: Sí. La verdad es que sí. Psicóloga: Y ahora le pones la barrera al decir: “vale, pero ahora dime lo positivo”. Te has dado cuenta de que todos los muros tienen un poco de musgo. 142

BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

Paciente: Sí, estoy muy contenta por eso. Mucho, mucho, mucho. Psicóloga: Muy bien. Paciente: Además he aprendido a ver cómo me ayuda el refuerzo positivo. ¡Oh! Los mensajes positivos… ¡Jamás me había dicho un mensaje positivo!, pero nunca, nunca. Y me sirven bastante, por ejemplo, para el examen y en situaciones de tensión me ayudan muchísimo. Psicóloga: Muy bien, estamos muy orgullosas de ti. Paciente: También me he dado cuenta de cuánto valoro ahora las cosas de mi alrededor, las valoro mucho más, doy bastante las gracias por la noche de lo que tengo. Por otro lado, me quejo bastante menos y la última frase que he puesto en esta lista de logros es “cuánto soy capaz de esforzarme”, porque estoy haciendo bastantes cosas a la vez, por las circunstancias, que jamás hubiera pensado que soy capaz de hacerlas. ¡Es qué no lo hubiera pensado que podía ser capaz de hacerlas! Psicóloga: ¡Qué bien! ¡Qué contenta estoy por ti! Paciente: Lo estoy consiguiendo. Psicóloga: Totalmente. (La paciente y psicóloga sonríen). Muy bien. Bueno he traído lo último que te voy a pedir que trabajes, y es que hagas visualizaciones. Aquí hoy vamos a hacer una o dos, y el resto las vas a hacer tú, ¿vale? (La paciente asiente con la cabeza). La visualización consiste en imaginar escenas, y se hace sobre todo para que seas capaz de sacarle el máximo partido a una situación concreta. Paciente: (La paciente sonríe). Eso lo hago yo todas noches. Psicóloga: Por eso quiero explicártelo y que lo hagamos y así le sacarás el mayor partido posible a esas visualizaciones. Tú ya sabes por qué funcionan, porque programamos nuestra mente y atraemos eso. Paciente: Beatriz (la paciente tiene cara de felicidad y con los ojos a punto de llorar por ella), soy capaz de llorar por las noches de felicidad. Psicóloga: Lo sé, has estado a punto antes, hace unos minutos has estado a punto de emocionarte. Paciente: Sí. Por la noche visualizo las cosas que quiero conseguir y… ¡me veo tan bien! Quizás ya no es tanto estar ahí, en esa posición, si no lo que estoy sintiendo, cómo… te va sonar tonta otra vez la frase de “ser útil”, y no es ser útil, es ser capaz. Psicóloga: No es sentirte útil, es sacar tu potencial. Paciente: Sí, es poder verme al final ahí, y decir… Psicóloga: … y decir “yo era eso y estaba escondida”. 143

APRENDIENDO A SER FELIZ

Paciente: Sí. Y soy capaz de llorar con los ojos cerrados perfectamente, nada más que visualizando. Psicóloga: Hay algunas reglas para que la visualización sea efectiva, por ejemplo, imaginarnos dando pasos para conseguir tu meta, no imaginarnos directamente el resultado. Visualizar tu conducta manifiesta, concretamente las cosas que haces, cómo te sientes, incluir las consecuencias positivas para mejorar la autoestima, tales como que alguien se dirija a darte la enhorabuena en tu visualización. Incluir un lenguaje corporal afirmativo, es decir, si te ves dando una charla, verte moviendo las manos, buscando contacto ocular, sonriendo… Otra regla sería imaginarte a ti misma luchando al principio y luego triunfando para que se asemeje más a la realidad; imaginarte agradándote a ti misma más; estando orgullosa de ti misma; no viéndote solamente como la mejor en el futuro, si no también ahora, encontrándote bien ahora, no viéndolo como una cosa muy lejana; pensando en la autoestima como algo que ya tienes; buscando visualizar con las afirmaciones, con esas afirmaciones que tenías tú en tus tarjetitas. Además de las sesiones de visualización, dentro de ellas hay sesiones de autoestima, y aunque esto a ti ya no te hace falta, seguramente te gustará hacerlo. Habría sesiones de autoestima de relaciones, sesión de autoestima de autoimagen y sesión de consecución de metas. Las visualizaciones las puedes hacer grabándote a ti misma cuando la estás narrando, para que luego te las puedas poner. Yo aquí te voy a hacer una, puedes elegir la que tú quieras de esas tres. ¿Qué quieres una relajación condicionada sobre la playa? ¿Una basaba en un objeto y cómo este se percibe desde cualquier sentido? O si lo prefieres podemos hacer alguna de las de autoestima, la que prefieras. ¿Cuál quieres? Paciente: La de visualización de metas. Psicóloga: Muy bien. Pásate al sillón. (La paciente se coloca y se tumba en el sillón y la psicóloga se sienta a su lado para ir dándole las instrucciones. Comienza a darle las instrucciones, dejando pasar un intervalo de tiempo entre cada una de ellas para que la paciente las vaya realizando). Cierra los ojos, con las palmas de las manos hacia arriba, en actitud de recibir. Relaja tu cuerpo poco a poco, siente como relajas tus pies, tus tobillos, tus rodillas, tus muslos. Como poco a poco, tus piernas, tus caderas, se van relajando. Deja los muslos sueltos, tus piernas sueltas, los pies ligeramente separados. Relaja tus dedos, tus manos, tus muñecas. Percibe como se disuelve la tensión de tus codos, de tus brazos. Deja la espalda caer, el abdomen, el pecho, el diafragma. Relaja el cuello, la mandíbula. El aire entra levemente por los labios, descolgando suavemente la mandíbula de abajo, dejando entreabrir un poquito los labios. 144

BEATRIZ MONTES BERGES y BEATRIZ CAMPOS NAVARRETE

Relaja las mejillas, los ojos, el entrecejo. Haz una respiración completa, llevando el aire al estómago, al abdomen, al diafragma, la clavícula, y soltando justo al revés, como si fuera una jarra de agua, primero la clavícula, luego el diafragma y por último, el abdomen. Visualiza que llegas un día cualquiera a un trabajo o a una clase. Ves como te levantas, paras el despertador y sales de la cama. Como sigues con tu rutina de higiene, vestirte, desayunar y salir de casa con tiempo para llegar puntualmente a tu destino, pero para llegar sin prisas. Imagínate todos los detalles, el sabor del café, de tu desayuno, el agua de la ducha o del lavabo, de la cara, el tacto del peine, el olor del maquillaje, el roce del vestido, el sonido de la puerta cuando la cierras, si vas en coche o en autobús, los ruidos concretos, el tacto de las cosas que tienes que tocar para llegar al transporte y siempre estás relajada y sin prisa. Encuentras siempre las llaves y los papeles donde los pusiste el día anterior. Tienes todo lo que necesitas para llegar puntualmente a tu destino. Dite a ti misma: “soy organizada y puntual”. Invéntate algunos obstáculos, como por ejemplo, el timbre del teléfono cuando te vas a ir, encontrarte que el coche se ha quedado sin batería, e imagínate tranquilamente despachando primero la llamada o solucionando el tema del coche mientras que te dices a ti misma “puedo estar relajada y centrada en mis horarios, no voy a acumular la ansiedad, porque no me va a hacer llegar antes”. Visualiza los beneficios positivos de llegar a tu destino en punto. Estás relajada y dispuesta a empezar el día. Tu jefe, tu profesor o tus compañeros de trabajo están complacidos contigo. Has empezado bien. Dite a ti misma: “organizo bien mi tiempo”. Antes de dejar esta escena dite a ti mismo: “nada más terminar hoy me daré un premio”. Y elige tu premio, tu refuerzo, que puede ser hablar con tu pareja un rato, puede ser ver un rato de película o televisión, puede ser hacer un rato de meditación, puede ser cuidarte, echarte alguna crema, escuchar música o leer, pero lo importante es que cuando hagas eso tengas la conciencia plena de que te estás permitiendo un rato de placer, de refuerzo por lo bien que lo has hecho. Disfruta de ese rato de refuerzo, y poco a poco, cuando te apetezca ve moviendo los dedos de las manos, de los pies, muñecas, tobillos, brazos, piernas, gira la cabeza hacia la derecha, centro, izquierda y centro. Dobla los brazos y piernas. Cuando quieras abre los ojos, y poquito a poco incorpórate. ¿Te ha gustado? Paciente: Sí. (La paciente sonríe y asiente con la cabeza). Muy bien, lo que pasa es que ciertas cosas ya las tengo claras, y las tengo tan asimiladas que es muy fácil ya meterme en esa visualización. Psicóloga: ¡Qué bien!

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APRENDIENDO A SER FELIZ

Paciente: Lo del autobús y el coche no lo había pensado, eso no lo había pensado, pero lo demás… Bueno, lo del premio tampoco lo había pensado, pero también me ha venido muy rápido. Psicóloga: Muy bien. Bueno, Genoveva, vamos a pasar a reevaluarte. Paciente: ¿Sí? (La paciente pone cara de asombro y sonríe, mientras, se levanta del sillón y vuelve a la silla). Psicóloga: Sí. Tienes que volver a contestar todos los cuestionarios que rellenaste al principio, y mientras nosotras los iremos corrigiendo. Paciente: ¡Sí, hombre! Y será verdad… (La paciente vuelve a poner cara de asombro). Psicóloga: Sí, así es como hacemos la reevaluación. Paciente: ¡Qué buena profesora voy a ser! (La paciente suspira y sonríe). Beatriz, un detalle muy tonto que me he dado cuenta también. (La paciente permanece en silencio unos segundos). Soy amiga de un profesor de aquí de la universidad, que ha estado siempre pendiente de mí y ayudándome casi siempre, y me ha estado intentando proponer cosas desde el año pasado, todo un año. Psicóloga: ¡Qué bien! Paciente: Sí, insistiéndome todo un año, pero yo no he intentado hacerlas, jamás lo he intentado, jamás. Siempre ponía una excusa, siempre, y en cuestión de estas dos últimas semanas, he dicho, “mira sí, voy a hacerlo”. Psicóloga: ¡Qué bien! Paciente: Bueno, se ha quedado sorprendido, y yo más aún, porque he tenido ahí una persona, durante un año entero proponiéndome cosas y no lo he visto hasta ahora, ¡madre mía! Tenía los ojos completamente cerrados y… no sé. (La paciente pone cara de asombro). Psicóloga: Bueno, toma los test. (La psicóloga le explica cómo se rellena cada test y se los deja para que los vaya rellenando. Conforme va terminando, se van corrigiendo para posteriormente comentar con ella su mejora después de la intervención. Mientras lo rellena la paciente va haciendo una serie de comentarios que se citan a continuación). Paciente: Recuerdo que te dije que las tres cosas que quería evitar a toda costa era hacer una carrera, casarme y tener hijos. (Pone cara de asombro y sonríe). Es que me ha cambiado totalmente la vida. Es que no es que haya cambiado yo sola, es que todo lo de mi alrededor ha cambiado. ¡Porque yo le he atraído! Psicóloga: Eso es, ¡muy bien! (La paciente y psicóloga sonríen). 146

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Paciente: Y la meditación me ha ayudado tela. Psicóloga: Muchísimo. Paciente: Sí. Y pensar que me apuntaba al gimnasio para relajarme y concentrarme… (La paciente sonríe). Y luego salía más cabreada todavía, porque me dolía todo. Psicóloga: Bueno, vamos a empezar a comentar la reevaluación, para que veas los cambios que has tenido desde que viniste aquí, aunque tú ya lo sabes, pero así lo vas también a confirmar. Cuando tú viniste aquí, tenías un trastorno de estrés postraumático con una puntuación de 41 sobre 51, mantenido durante 25 años, y ahora tienes una puntuación de 1, así que ya no muestras este trastorno. Paciente: ¿De 1 sobre 51? (La paciente pone cara de asombro). Psicóloga: Sí. Se necesitan como 12 o 13 puntos como mínimo para tener estrés postraumático, es decir, lo superabas con creces. Paciente: ¡41 tenía! Psicóloga: Sí, 41. Venías con una ansiedad estado que te situaba en el percentil 92, es decir, que estabas por encima del 92 por ciento de las personas, ¿vale? Ahora estás en el percentil 4, es decir, solamente hay cuatro personas que tengan menos ansiedad que tú de cada cien. (La paciente sonríe). La ansiedad rasgo con la que venías te situaba en el percentil 99, es decir, no hay nadie más que fuera más neurótica y más ansiosa que tú. Ahora estás en el percentil 1. Paciente: ¡Madre mía! Psicóloga: Venías con una puntuación de autoestima de 31 sobre 40, a más puntuación peor, lo que significaba una autoestima muy baja, y ahora tienes una puntuación de 14 sobre 40. Estás en el extremo opuesto. Tienes la autoestima alta. En la escala de autorreforzamiento tenías una puntuación de 28 sobre 30. Eso significa un autorreforzamiento bajísimo, no te autorreforzabas nunca. Ahora tienes una puntuación de 2 sobre 30, es decir, te refuerzas prácticamente siempre. Paciente: Eso sí lo sabía. (La paciente sonríe). Psicóloga: Has pasado de un extremo a otro. Tenías satisfacción con la vida de 13 sobre 35, totalmente insatisfecha con tu vida. Ahora tienes una puntuación de 28 sobre 35, es decir, estás bastante satisfecha con tu vida. En las conductas objetivo que querías conseguir, la primera conducta, ser positiva, tenía una dificultad de 9, ahora de 0. Un grado de evitación de 5, ahora de 0 y un grado de miedo de 4 y ahora de 0.

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APRENDIENDO A SER FELIZ

La conducta de ser asertiva con todo el mundo, tenía una dificultad de 9, ahora de 2. Un grado de evitación de 2, ahora de 1 y un grado de miedo de 5 y ahora de 0. (La paciente se emociona pero intenta no llorar). Puedes llorar si quieres. La conducta que tú querías conseguir de trabajar, de avanzar, de investigar, tenía una dificultad de 9, ahora de 0. Un grado de evitación de 3, ahora de 0 y un grado de miedo de 3 y ahora de 0. Sentirte útil y ser valorada por ello, que era tu cuarta conducta objetivo, tenía una dificultad de 10, ahora de 0. Un grado de evitación de 4, ahora de 0 y un grado de miedo de 4 y ahora de 0. (La paciente rompe llorando de felicidad). La conducta de sentirte feliz cuando haces cosas que te gustan, tenía una dificultad de 10, ahora de 0. Un grado de evitación de 4, ahora de 0 y un grado de miedo de 4 y ahora de 0. (La paciente golpea la mesa suavemente, a la vez que llora). ¿Prefieres que lo lea? ¿Sigo? Paciente: (La paciente sigue llorando y tarda unos segundos en responder). Es que no era feliz ni haciendo las cosas que me gustaban. ¡Bendito taller en el que te encontré! (La paciente sonríe, sin dejar de llorar). ¡Buf! ¡Qué bien! No sabes cómo ha cambiado mi vida. Psicóloga: Sí, sí lo sé, lo tengo aquí. (La paciente y psicóloga sonríen). Paciente: Es que no son datos, es que es mi vida. (La paciente se vuelve a emocionar y llora). Lo estoy viviendo. Psicóloga: Venga, sigo. En la Escala de afrontamiento, tenías un afrontamiento conductual de 9, bajísimo, nunca hacías nada para solucionar tus problemas. Ahora tienes una puntuación de 31. En el afrontamiento cognitivo que consiste en ponerte a pensar cómo solucionar las cosas, tenías 8, ahora 28. Tenías un escape cognitivo antes de 10, y ahora de 14, por lo que antes rumiabas más. El afrontamiento de emociones puntuaba antes en 12 y ahora en 20, es decir, te dejas sentir. Antes tenías un escape conductual de 10 y ahora de 5, porque no necesitas escaparte o evadirte de una situación; la afrontas de otra manera. Tu afrontamiento con alcohol y drogas era de 4, sólo de alcohol, y ahora de 0, porque no lo necesitas, ni siquiera cuando sales lo echas de menos para estar “contentilla”. Paciente: Es muy surrealista porque ya te digo yo, con mis amigas… ¡puf! Psicóloga: No es surrealista, es significativo. Paciente: Para mí, es que eso es increíble, porque el alcohol, yo valoraba mucho el alcohol, ese rato de estar con mis amigas y beber. Psicóloga: Claro, porque beber para ti era cambiar de vida, desinhibirte, y ahora no te hace falta.

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Paciente: Hace más de un mes que no bebo nada, pero es que ni olerlo, es que no quiero. Psicóloga: Sigamos por las habilidades sociales. La ansiedad social de rechazar peticiones para ti, era de 25, y ahora de 10. Expresar limitaciones 6, ahora 3; iniciar contacto social 13, ahora 6; expresar sentimientos positivos no te costaba trabajo, antes 7 y ahora 6; encajar las críticas, no te costaba trabajo, 3, ahora tampoco, 2; discrepar de las opiniones de los otros 17, y ahora 8; asertivo con los servicios antes 29, ahora 15. Es todo la mitad, sí te fijas, es todo la mitad. Crítica a los otros, 16, ahora 7. En la Escala de percepción del cambio percibido, has dicho que te ves mucho mejor desde la primera sesión, dándole una puntuación de 7, y que estás súper satisfecha con el tratamiento. Paciente: (La paciente sonríe y asiente con la cabeza). Sí, pero sobre todo… a ver, cuando te salen las cosas es muy sencillo tomártelas bien y disfrutar, es sencillo. Pero lo estoy viendo también cuando tengo un problema o me sale algo mal; la forma en que me lo tomo, es totalmente distinta. Psicóloga: Totalmente. Paciente: Quizás es que puedo vivir. Tenía una vida y no lo sabía. Gracias a vosotras la he visto. Psicóloga: Ahora estás muy desarrollada, le estás sacando partido a tu potencial. Paciente: Sí. (La paciente se vuelve a emocionar y asiente con la cabeza). Psicóloga: Pues ya está, ahora ya puedes VIVIR. ¡Mucha suerte! Aquí estamos para lo que necesites, pero ya hemos terminado tu tratamiento. Ya tienes que andar tú solita, tienes que hacerlo tú sola. Paciente: Voy a ello. Psicóloga: Muy bien. Bueno, Genoveva. (La psicóloga la abraza). Espero que a partir de ahora, todo te vaya genial, y ya sabes que aquí estamos. (La psicóloga le da dos besos). Paciente: Muchas gracias por todo, no sabéis cómo me habéis cambiado la vida, de verdad, ¡muchas gracias! (La paciente abraza también a la coterapeuta y le da dos besos). Bueno, pues hasta luego entonces, que paséis buena Semana Santa. Psicóloga: Adiós, Genoveva. Cuídate. Y ahora que has aprendido a ser feliz, no lo olvides.

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ANEXO 1: “LA VENTANA DE JOHARI”

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