A. J. Festugiere - La libertad en la Grecia antigua

December 13, 2017 | Author: quandoegoteascipiam | Category: Plato, Soul, Liberty, Philosophical Science, Science
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Descripción: La idea griega y la idea cristiana de libertad son seguramente dos de las piedras fundamentales de la civil...

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*Λ 7

C O L E C CL·'I O N

ESTUDIO

DXü CONOCIM IENTOS

G EN E RA L ES

LA LIBERTAD EN LA

GRECIA ANTIGUA PO R

A.-J. F E 8 T U G1 È R E , O. P. D ire c to r d e

e s tu d io s e n

la “ É c o le d e s H a u t e s É t u d e s '’ d e

P a rís

Traducción, ’ά ς ή μ ιν (ΐυνεΟ·ου πο λ ιτ ε ύ ε σ θ α ι. 54 d 4 : φ ά σ κ ο ν τ έ ς σε ώ μ ο λ ο γ η κ έ ν α ι πο λ ιτ ε ύ ε σ θ α ι κα-9·’ ήμας εργφ ,

ά λ λ ’ ού λ ό γ φ .

52 d 9: άλ λο τι ο ύ ν η σ υ ν θ ή κ α ς τ ά ς π ρ ο ς ή μ α ς

α υ τ ο ύ ς καί ο μ ο λ ο γ ί α ς π α ρ α β α ίν ε ις . 53 a 5 : ν υ ν δε ού κ ε μμ έ νε ις τ ο ίς ώ μ ολ ογη με νο ις .

— 29 —

draron, en el sentido de que nació de un m atrim o­ nio legítim o consagrado por la ley, y ellas le cria ­ ron y educaron, en cuanto prescribieron a su padre la obligación de in stru irle en la m úsica y en la gim nasia. E ra n , pues, como Sócrates lo reconoce, unas leyes buenas. “ Aliora. bien, si nosotras somos quienes te trajim o s al mundo, te criam os y te educa­ mos (50' e 2, cf. 51 c 8), ¿acaso puedes pretender que no eres n u estro (ήμ,έτερος), que no eres nuestro vastago y n u estro esclavo (εκγονος καί δούλος), tú y tu s descendientes ?” L a frase, ciertam ente, no deja de ser curiosa. E l ciudadano es un hom bre libre en cuanto no obedece a otro hombre. P ero es esclavo de la ley. La ciu­ dad le lia hecho libre garantizándole las libertades políticas que m ás a rrib a liemos definido: pero esa m ism a ciudad le considera su esclavo, y a que a ella pertenece por entero. Así es, en efecto, en v irtu d de un contrato. La ciudad propone las leyes a la asam ­ blea, y cada ciudadano es libre de acep tarlas o de d iscu tirlas (*) ; si, no las discute, queda atado por ellas. Lo cual equivale, en definitiva, a decir que el ciudadano es esclavo en la m ism a m edida que es libre. La libertad, p ara él, im plica tom ar p a rte en la vida política. Si p artic ip a en la política, él es quien hace las leyes. Por consiguiente, cuando obe­ dece a la ley no hace m ás que obedecer a sus propios derechos, o dicho de otro modo, a sí mismo. (*) πει&ειν, Π2 a l). L i te r a lm e n te : “ p e r s u a d i r ” a la A sa m b le a , p o r m edio de u n d is c u rs o , d e que re c h a c e la p ro p o s ic ió n . É se es todo eí oficio d el o ra d o r p ú b lico . — 30 —

Y a se com prende cuáles son las consecuencias de sem ejante concepción. A nte todo, no hay verdadera libertad sin p articipación en el gobierno (*), lo cual lleva consigo u n a obligación: el ciudadano debe h a ­ cerse responsable (**). Adem ás, u n a vez votada la ley — y el ciudadano lia tenido el derecho y la posibi­ lidad de oponerse a su votación — hay que obede­ cerla sin restricción. E n una palabra, la lib ertad política obliga a u na disciplina del esp íritu y de las costum bres. E l gobierno del pueblo por el pueblo su ­ pone una educación que h a ría a todos los ciudada­ nos conscientes de sus propios actos. Éste es, en verdad, todo el problem a de la li­ bertad griega. E n el célebre pasaje de la República (V III, 555 b y ss.), los excesos d e la lib ertad condu­ cen a la άναρχία, es decir a un estado donde no liay autorid ad y, p o r consiguiente, todos los p artid o s se desgarran m utuam ente. La a n a rq u ía a su vez con­ duce a la tira n ía . B ajo esta form a, el punto de vista teórico de P la tó n no responde p o r completo a la re a ­ lidad de los hechos en Grecia. P ero no deja de ser in teresan te ver lo que los griegos pensaron respecto a los peligros de la lib ertad y cómo P la tó n llegó a co n stru ir su teo ría de la sucesión de las constitucio­ nes (tim ocracia —> oligarquía —> dem ocracia —> tiran ía). No es exacto que las tira n ía s del siglo v u nacie(*) E n A te n a s , osa p a rtic ip a c ió n no a d m ite in te r m e d ia r io s : no h a y d ip u ta d o s , p o r lo m en o s en la A sa m b le a y en lo s tr ib u n a le s . (**) S i h em o s d e c re e r a A ris tó te le s , C o n s t i t u c i ó n de A t e n a s , V III. S olón c a s tig ó con la p riv a c ió n do d e re c h o s p o lític o s a a q u e llo s que. eu caso de co n flic to en la c iu d a d , 110 h u b ie ra n to m a d o h is a rm a s p o r u n o u o tro p a rtid o . — ,31 —

ra n de los excesos del régim en dem ocrático : en efec­ to, entonces no h abía dem ocracias sino únicam ente oligarquías. E n realidad, las tira n ía s de aquella, épo­ ca no siguieron a l gobierno popular, sino que le p re­ cedieron. Lo que sí es cierto es que las tira n ía s se establecieron con la ayuda del demos. Éste, al adqui­ r ir poco a poco conciencia de sus derechos e in te n ta r liberarse del yugo de los grandes señores, se aliaba a uno de ellos p a ra com batir a los dem ás: el oligarca así convertido en “ p ro tec to r” del pueblo (*) no t a r ­ daba en co n stitu irse en tirano. Además, corno la t i ­ ra n ía era, d e origen popular, generalm ente se m an­ tenía, por lo menos al principio, favorable al de­ mos y hostil a los oligarcas. En este sentido A ris­ tóteles puede escribir (Pol., E 1.0, 1310 b 15, cf. 5, 1305 a 9) : “ Casi todos los tiran o s empezaron por ser jefes del p artid o popular que se aseguraron la con­ fianza. del pueblo atacando a los no tab les’’ ; y cita el caso de Panecio de L eontini (608 a. de J.), de Oipselo de Oorinto (tí55 a. de -I.) y de P is is tra to de A tenas (561 a. de J.). Y en otro pasaje dice m ás explícitam ente (E 5, 1305 a, 21): “ Todos esos p ro ­ tectores del. pueblo (τιροστάται τοϋ δήμιου) no se ele­ varon a la tira n ía h asta después d e haber logrado la confianza del pueblo. Y adquirieron esa confianza porque se veía que odiaban a los ricos: así P isistra to (*.) προστάς η ς του δήμου, H e ro d o to , Γ ΙΙ, ()5 d 1, δήλον o n , δτανπερ φύηταν τύραννος, έκ προστατικής ρίζης... έκβλαστάνει. H e ro d o to y P la tó n p ie n s a n en el caso d e P is is ­ tr a to , qu e es c lá sic o en A te n a s . P o r lo d e m á s, e s te caso d itie re en p a r to d el d e lo s tir a n o s d el sig lo v il. L a t i r a n í a d e P is is tr a to (TíGI-.jIO) v in o d e sp u é s d e l e s ta b le c im ie n to d e u n a p rim e r a fo r m a de ré g im e n d e m o c rá tico ', p o r S o ló n , en 502 (eccïe sia, boule, t r i b u ­ n a le s p o p u la re s ).

llegó a ser tira n o en A tenas cuando hubo form ado un p artid o co n tra los propietarios del llano, y Teágenes lo fué en M égara (625 a. de J.) cuando des­ pués de haber cap tu rad o todo el ganado de los g ra n ­ des pro p ietario s que estaba paciendo junto al río, liubo degollado a todas las reses” . Lo que tam bién es cierto, es que la tira n ía es el térm ino de un pe­ í-iodo de discordias ( σ τ ά σ ε ι ς ) y de asesinatos (φόνοι). Esos dos rasgos fueron observados ya en el siglo v por los prim eros escritores políticos de G recia (*). Veamos an te todo a H erodoto. E n la discusión m ás a rrib a citad a en tre Otanes, Megabizo y D arío (Her., I I I , 80-82), Megabizo critica el gobierno po­ p u la r desde el punto de v ista del régim en oligár­ quico, del cual se ha erigido en campeón. N ada más necio, dice, n i m ás insolente que la m asa, y sería una locura p asar de la hyhris de un tira n o a la hybris, mucho peor, de un populacho desenfrenado. E l prim ero, por lo menos, sabe lo que hace, m ien tras que el segundo ni siquiera lo sabe. Y ¿cómo po d ría saberlo, si no ha recibido nin g u n a instrucción, ni tiene ¡«lea ninguna del bien, y se lanza a la política como un to rre n te , sin reflexionar (δνευ νόου)? (I II, 81). E sa crítica es muy poco original. Xo hace m ás que expresar el desdén, común a todos los oligarcas, por la m asa popular. Teognis (fines del siglo vu) ya había escrito (vv. 53 y ss.) : “ Sin duda, Cirno, esta ciudad se sostiene todavía, pero ¡qué diferencia en quienes la h ab itan ! Esos m iserables, en otro tiem(*) A c e rc a de la l i t e r a t u r a p o lític a en A te n a s d u r a n t e e l s i ­ glo v, cf. W ila m o w itz , A r i s t u t é l e s unci A t h e n I , pp. 169 y ss.

po, no conocían ni trib u n ales ni leyes. C ubierto el flanco por raídas pieles de cabra, pacían fuera do la ciudad como ciervos y ahora, ¡ oh hijo de Polipais!, ellos son los “ hom bres de bien” , y aquellos que en otro tiem po gozaban de prestigio hoy no son n ad ie” . Más in teresan te es lo que dice D arío (Her., I I I , 82), en favor de la m onarquía. E l gobierno de uno solo es el m ejor no ya por sí mismo, sino tam ­ bién porque a él conducen fatalm ente las dos o tra s form as políticas. La oligarquía engendra forzosam en­ te violentas enem istades entre los privilegiados que la componen ; de esas enem istades nacen discordias (στάσεις), de esas discordias, asesinatos (φόνοι) y esos asesinatos conducen a la m onarquía E n el go­ bierno popular, los antiguos oligarcas, que han p a ­ sado a ser los reprobos (κακοί) se entienden entre sí p ara conspirar contra la república (oí γάρ κακοΰντες τά κοινά συγκύψαντες τιοιεύσι). Y así sucede h asta «pie un hom bre se constituye en prolector del pueblo. E ste hom bre se convierte en objeto de la adm iración po p u lar y es proclam ado m onarca. Pero a él le debe el pueblo la lib ertad : “ P uesto que hemos sido libe­ rados g racias a un solo hom bre (ήμέας έλευθερωΟέντας διά Iva ανδρα), n u estras preferencias deben ser por un régim en de esta clase (m onárquico)” . Se lia observado ya desde hace mucho tiem po (**) que la serie de acontecim ientos: “ desórdenes, asesi­ (*) A ris tó te le s , Po l., E 10, 1316 a 35 y ss., c ita c ie rto n ú m e ro de c a so s ou lo s quo se p asó de la o lig a rq u ía a la t i r a n í a : la m a ­ y o r p a r lo de la s a n tig u a s o lig a rq u ía s de S ic ilia , dice, se tro c a ro n eu tir a n ía s , a sí, p o r ejem p lo , en L e o n tin i, G ela y R egio. (,*-*) C f. W . N e stle , P h i lo lo g u e , 10 1 1 , p p . 253 y ss. — 34 —

natos, m o n arq u ía” (*), se halla ya en Teognis a lines del siglo vii (Vv. 43 y ss.) : Los “ buenos” , dice el poeta, no han arru in ad o jam ás ninguna ciudad. P ero cuando los “ m alos” se ponen a ser insolentes (ύβρίζειν), a corrom per al pueblo, a d ictar fallos in ­ ju stos en favor de éste (**) y todo ello porque asp iran a la fo rtu n a y al poder, la tra n q u ilid a d de la ciudad ha llegado a su fin : realm ente, aunque la ciudad p a ­ rezca e s ta r en paz,-todo se lia perdido desde el día en que los “ m alos” quieren enriquecerse a expensas de la cosa pública (δημοσίψ συν κακφ). De alii en efec­ to nacen las discordias (στάσεις), corre la sangre por la ciudad (καί Ιμ,φολοι φόνοι άνδρών) y así se llega a la tira n ía (μούναρχοί 6’ ). E se cuadro corresponde a la génesis de las tira n ía s del siglo vu, vista por un oligarca. Los “ buenos” son las personas bien s itu a ­ das. Los “ m alos” son aquellos oligarcas que, p a ra alcanzar el poder, h alagan al demos. De ello resu l­ ta n luchas in testin as y finalmente la tiran ía. H erodoto rep ite la m ism a fórm ula “ desórdenes, asesinatos, m on arq u ía” , pero la aplica, esta vez, al trá n sito de la o ligarquía a la tira n ía , considerando a esta última como un bien, en cuanto pone té rm i­ no a las rivalidades entre oligarcas. No se habla aquí de lucha entre oligarcas y el p artid o popular. Pero a pesar- de esa diferencia, es m uy posible que, (*) T e o g n is y ' lo s a u to r e s d e l sig lo v e m p le a n to d a v ía in d is ­ tin ta m e n te μοναρχία p o r m o n a rq u ía y t i r a n ía . L a d is tin c ió n no e m p ie za h a s t a el sig lo iv . Cf. W ila m o w itz . A r i s t o t e l e s u n d A t h c n , I, p. 181, n. S5 y A ris tó te le s , Pol., E 10, 1310 b 1 y ss. (**) T a l es el verd ad ero · s e n tid o de δίκας τ’άδίκοισι διδώσιν, v. 45. L os άδικοι son a q u í el p u eblo. Cf. la h is to r ia de P e io c e s en H e ­ ro d o to , I s 96 y ss.

como a p u n ta N estle (*), H erodoto haya tom ado ese rasgo ele Teognis. Lo que dice a continuación se refiere de un modo m uy preciso al caso de P isistra to (**). L a dem ocracia existe (δήμου αρχοντος). Los “ m alos” — que ahora son los oligarcas — conspiran co n tra la república (τά ixotvá). Ellos, que antes se detestaban, cuando el poder estaba en sus manos, ahora m antienen entre sí am istades sólidas (ψίλιοα δ’ίσχυραί) y secretas (συγκύψαντες) (***). l)o hecho, se sabe que apenas es­ tab lecid a la constitución de Solón, los nobles, con­ siderando que no se les hacían bastantes concesio­ nes, com enzaron los tra sto rn o s a. que P isis tra to hubo de poner fin. Un hombre surgió entonces p a ra pro­ teger al pueblo (προστάς τις τού δήμου): lo logró y se proclam ó tiran o . Le descripción, en su conjunto, es exacta. P ero conviene observar que no presenta las cosas, en modo alguno, como lo h ará P lató n . E l tira n o no resu lta de los excesos de la lib e rta d ; míis bien es él quien lib erta al demos (****), H acia el final de la vida de H erodoto (que m urió e n tre 430' y 424), d u ra n te los prim eros tiempos de (*) P h i lo lo g u s , l. c.3 i>. 255. {**) H e ro d o to , I, 50 y ss., so e x tie n d o a c e rc a de e s te caso. (***) E s p o sib le q u e lle r o d o to a lu d a a q u í a la fo rm a c ió n de la s “ h e t a i r í a s ” o lig á rq u ic a s en la A te n a s de su é p o c a ; ta m b ié n es p o ­ sib le que ese elogio de la m o n a rq u ía , d e u n m o n a rc a a q u ie n el p u e b lo debe su lib e rta d , se in s p ire iná.s o· m en o s en el ejem p lo de P e ric le s , b a jo el c u a l l a d e m o c ra c ia íu é , d e h e ch o , ύπό του πρώτου άν&ρός άρχή (T u cíd id es, I I , 6 5 ). E n to d o c aso la d e sig n a c ió n d e los o lig a rc a s com o κακοί p a re c e p ro c e d e r -de u n lib e lo d e te n d e n c ia a n ti­ o lig á rq u ic a . (****) έλε-υθερωθέντας διά fíva avbpa. E s to p u e d e a p lic a r s e a C iro, cf. A ris tó te le s . Pol., E 10, 131Ó b S oi δ’ έλευ^ερώσαντες. ώσπερ Κ ύρ ος, χ)0Γ0 ta m b ié n c o n v ie n e a I ’is ís tr a to .

I.'i g u erra del Peloponeso, se encuentra, en un breve I i'atado politico del que Jám blico (*) nos lia conser­ vado fragm entos, una teoría de la génesis de la t i r a ­ nía que se aproxim a a la tesis de P la to n (**) : “ (12) La tira n ía , ese m al ta n grande y ta n funesto, no tiene o tra causa sino el abandono de las leyes (anom ia). H ay quienes creen, equivocadam ente, que el establecim iento de la tira n ía tiene un origen d is­ tinto, y que los hom bres que pierden la lib e rta d no son personalm ente responsables de esa pérdida, sino que sufrieron la coacción del tira n o , u n a vez éste hubo ocupado el poder ; esta opinión no es correcta (13). E n efecto, es una locura creer que pueda s u r­ gir un rey o un tira n o por u n a razón que no sea el abandono de las leyes y las am biciones desenfre­ nadas (εξ ανομίας τε καί πλεονεξίας). De hecho, eso sólo ocurre cuando la ciudad en tera se inclina hacia el mal, ya que no es posible que los hom bres vivan sin ley n i ju stic ia (14). Así, pues, cuando esas dos cosas, la ley y la ju sticia, son abandonadas por el pueblo, la vigilancia y la salv ag u ard ia de ellas p a ­ san a las m anos de un solo hom bre ; y, en realidad, ¿cómo podría llegarse al poder de uno solo si an tes no se hubiera elim inado la ley que defendía los in ­ tereses del pueblo? (15). E se hom bre que ab o lirá la ju sticia y su p rim irá la ley común y ú til a l pueblo, deberá tener un corazón de hierro, ya que, solo con­ tra la m u ltitu d , deberá a rre b a ta r al pueblo la ley y (*) E n el P r o tr é p t ic o . (*,*) A n o n y m . J a m b lie h i, f r . p. 404, 16 y ss. D ie ls-K ra n z .

7,

12

y -ss. = Yor solcr ati k e r,

II,

como a p u n ta N estle (*), H erodoto haya tom ado ese rasgo de Teognis. Lo que dice a continuación se refiere de un modo m uy preciso a l caso de P isistra to (**). L a dem ocracia existe (δήμου αρχοντος). Los “ m alos” — que ahora son los oligarcas — conspiran co n tra la república (τ'ά κοινά). Ellos, que antes se detestaban, cuando el poder estaba en sus m anos, ahora m antienen entre sí am istades sólidas (φίλιαι δ’ίσχυραί) j secretas (συγκύψαντες) (***). D e hecho, se sabe que apenas es­ tablecida la constitución de Solón, los nobles, con­ siderando que no se les hacían b astantes concesio­ nes, com enzaron los tra sto rn o s a que P isistra to hubo de poner fin. Un hom bre surgió entonces p ara pro­ teger al pueblo (προστάς τις τού δήμου) : lo logró y se proclam ó tiran o . Le descripción, en su conjunto, es exacta. Pero conviene observar que no presenta .las cosas, en modo alguno, como lo h ará P lató n . E l tiran o no resu lta de los excesos de la lib e rta d ; m ás bien es él quien lib erta al demos (****). H acia el final de la vida de H erodoto (que m urió en tre !·".·> y 42á), d u ra n te los prim eros tiem pos de (*) P h i l o l o g u s , l. c., y. 255. (**) H e ro d o to , I, 59 y ss., se e x tie n d e acerca, de e s te caso. (**#) Kg p o sib le q u e lle r o d o to a lu d a a q u í a la fo rm a c ió n de la s “ l i e t a i r í a s ” o lig á rq u ic a s en l a A te n a s de su é p o c a ; ta m b ié n es p o ­ sible que ese elogio de la m o n a rq u ía , d e u n m o n a rc a a q u ie n el p u eblo debe su lib e rta d , se in s p ire m á s o m e n o s en el ejem p lo de r e r ie le s , b a jo el c u a l la d e m o c ra c ia fn é , de h ech o , ύπο του πρώτου άνδρός άρχή (T 'ucídides, I I , 65). E n to d o c aso la d e sig n a c ió n d e los o lig a rc a s com o «αχοί p a re c e p ro c e d e r d.e u n lib e lo d e te n d e n c ia a n tioK g árq u ica. (****) έλειιθ’ερωθ'έντας διά fiva άνδρα. E s to p u e d o a p lic a r s e a C iro, cf. A ris tó te le s , ΡοΙ.„ Ë 10, 131Ó b S ot b ’ έλευθ-ερώσαντες. ώσπερ Κ ύρος, p e ro ta m b ié n c o n v ie n e a P is is tr a to . — 36 —

la. g u erra del Peloponeso, se encuentra, en un breve Iratado político del que Jám blico (*) nos h a conser­ vado fragm entos, una teoría de la génesis de la t i r a ­ nía que se ap ro x im a a. la tesis de P la tó n (**) : “ (12) La tira n ía , ese m al ta n grande y ta n funesto, no tiene o tra causa sino el abandono de las leyes (anem ia). H ay quienes creen, equivocadam ente, que el establecim iento de la tira n ía tiene un origen dis­ tinto, y .que los hom bres que pierden la lib e rta d no son personalm ente responsables de esa pérdida, sino que sufrieron la coacción del tiran o , una vez éste hubo ocupado el poder ; esta opinión no es correcta (13). Un efecto, es una. lo cura creer que pueda s u r­ g ir un rey o un tira n o por una razón que no sea el abandono de las leyes y las am biciones desenfre­ nadas (εξ ανομίας τε και πλεονεξίας). De hecho, eso sólo ocurre cuando la ciudad en tera se inclina hacia el mal, ya que no es posible que los hom bres vivan sin ley n i ju stic ia (14). Así, pues, cuando esas dos cosas, la ley y la ju sticia, son abandonadas p o r el pueblo, la vigilancia y la salvaguardia de ellas p a ­ san a las m anos de un solo hom bre; y, en realidad, ¿cómo podría llegarse al poder de uno solo si an tes no se hubiera elim inado la ley que defendía los in ­ tereses del pueblo? (15). E se hom bre que a b o lirá la ju stic ia y su p rim irá la ley común j ú til a l pueblo, deberá tener un corazón de hierro, ya que, solo con­ tra la m ultitu d , deberá a rre b a ta r al pueblo la ley y (*) E n el P r o tr é p t ic o . (*i*) A no n y m . J a m b lic h i, f r . p. 404, 16 y ss. D iels-K r& nz.

7,

12

y

ss. = V o r s o h r a tih e r ,

II,

Ja ju sticia (10). Si no fuera m ás que un ser carnal sem ejante a los demás, no podría lo g rar su propó­ sito, pero su poder m onárquico consistiría en re sta ­ b le c e r'la antigua, constitución” (*). E sta vez, la tira n ía so nos m uestra como el resul­ tado de la corrupción de la lib ertad dem ocrática. P o r exceso de libertad, el pueblo llega a la anomia, es decir a un estado de cosas en el que se dejan de re sp etar las leyes. Y entonces reina tam bién otro mal, la pleoneaefa, es decir, que los individuos en la ciudad, al no estar retenidos por nada, se dejan lle­ var por el deseo, innato en todos nosotros, de po­ seer cada vez más. E n u n a palabra, el interés p ri­ vado se sobrepone al interés general, y de ello se siguen necesariam ente discordias. Todo el m undo se inclina hacia el m al; no hay ley ni. ju s tic ia ; y como no puede vivirse sin gobierno, es necesario que ap a­ rezca un hombre que asum a el mando : este hombre será el tiran o . De donde resu lta que la tira n ía es el térm ino inevitable de los excesos de la libertad. E sta conclusión, sin duda debida a un p a rtid a rio de la oligarquía, an u n cia ya la d octrina de P latón. Los excesos de la lib ertad fueron adm irablem ente descritos p o r Tucídides en su resum en de los acon­ tecim ientos que siguieron a la m uerte -de Pericles (II, 05) (**) : “Pericles decía a los atenienses que, si no se alborotaban, si p restab an atención a la flota, si, en la guerra, se abstenían de conquistas, y final(*) E l fin a l u e e ste p a sa jo no os se g u ro en e l te x to . (**) L a s c ita s fio h a c e n on g ra n p a r t e s e g ú n l a tra d u c c ió n , a m e n u d o e x ce le n te , de A m b ro ise É irin in -D id o t, P a r ís , 1833. — 38 —

m ente si no exponían su ciudad a los. peligros, aca­ barían ganando. P ero los atenienses hicieron todo lo contrario. Incluso en las cosas que parecían aje­ nas a la g u erra, ad m in istrab an según sus am bicio­ nes individuales y sus intereses p artic u la res (κατά τάς ιδίας φιλοτιμίας και ίδια κέρδη) en su propio d etrim en­ to y el de sus aliados. E l resultado de esas em presas no procuraba honor y provecho m ás que a los p a rtic u ­ lares, m ien tras que los reveses perjudicaban al estado en vistas a la guerra. Los sucesores de Pericles, m ás iguales entre ellos (*), y aspirando todos al p rim er puesto, em pezaron a, re la ja r la adm inistración p ú ­ blica según el capricho del pueblo. De ello resultó que, como suele suceder en un E stado vasto y pode­ roso, se com etieron muchos errores, entre otros, la expedición m arítim a a Sicilia. E n este caso el erro r consistió, m ás que en a ta c a r a los sicilianos, en que los mismos que enviaron el ejército a aquella isla, lejos de pensar en abastecerle después que hubo m archado, únicam ente se ocuparon de sus propias querellas, por la, je fa tu ra del pueblo : desde entonces, no sólo no se interesab an apenas por lo que concer­ n ía al ejército, sino que, en lo relativo a la ciudad, em pezaron a entregarse a luchas in te stin a s” . E sas discordias in terio res (**), y no los enemigos ex terio ­ res, fueron la causa p rin cip al de que A tenas, al fin, sucum biera.

i*) ilrm íls.

D e lo que h a b ía sido P e ric le s , q u e d o m in a b a a to d o s lo s

( * ’M έν στάσει ο ντε ς..., α ύτοι έν σ φ ίσ ι κα τά τ ά ς ίδ ια ς δ ια φ ο ρ ά ς περιττεππνπ :ς.

No puede decirse que el régim en de los T rein ta T iranos saliera directam ente de los abusos de la de­ m ocracia ateniense. F ué un régim en im puesto por el ex tran jero y representó en A tenas el p artid o “ co­ lab o racio n ista” . In m ediatam ente suscitó u n a resis­ ten cia activa, que acabó por im ponerse. Los exce­ sos de la lib ertad tuvieron p a ra A tenas las conse­ cuencias más funestas, en cuanto le hicieron perder la guerra, pero no la condujeron a la tiran ía. El ejemplo en que P la tó n pudo in sp irarse p a ra expli­ car la tira n ía como un resultado de la dem ocracia, no fué el de su p a tria , sino el de Dionisio I, tiran o de S iracusa (405-367), a quien P la tó n conoció perso­ nalm ente. Veamos pues lo que dice P latón. Después de h a­ ber analizado, en los libros I I a V II de la R ep ú b li­ ca (*), la organización de la ciudad ju sta, describe como co n tra p artid a, en los libros VI I I IX. las cons­ tituciones in ju sta s y sus tipos individuales, desde el régim en que menos se aleja de la ciudad ju sta, o sea la tim ocracia, h asta el que se aleja más, o sea la tira n ía (V III, 545 c - IX , 576 b). E n esa descripción P la tó n rean u d a y am plía el m étodo indicado ya por H erodoto en el discurso que éste pone en boca de D arío ( I II, 82), en el sentido que deduce uno de otro esos regím enes cada vez peores: el régim en de la ciudad ju s ta se consideraba el m ejor porque en él el poder residía en los filósofos ( τον μέν δ ή τή αριστο­ κρατία δμοιον διεληλύθαμ,εν ή δ η , 544 e 7); la corrup­ (*)

R esu m id o s a l p rin c ip io del lib ro — 40 —

V I I I , 5 4 3 a-c.

ción de e s ta aristocracia d a rá nacim iento a la timocracia, en la que los dirigentes asp ira n al honor (r¡ φιλότιμος πολιτεία, 545 b 5, cf. 545 a 2); de la iim ocracia sald rá la oligarquía, en la que los d ir i­ gentes no tien d en m ás que a la riqueza ; de la oligar­ quía, la democracia, y de ésta, finalm ente, la tiranía. Aquí nos in tere sa n las ú ltim as etap as de esa evo­ lución. Los orígenes de la dem ocracia, según los ve P la ­ tón, corresponden a los hechos m ás a rrib a referidos : la dem ocracia se establece cuando el demos, que es pobre, se da cuenta de que los grandes señores no deben su riqueza m ás que a la cobardía de los pobres (xavda τη σφετέρα πλουτεϊν τούς τοιούτους, 556 d 6). E l pueblo entonces se rebela, triu n fa de los ricos “ alim entados a la som bra y cargados de u n a g ra sa excesiva” (556 d 4), da m uerte o d estierra al m ayor núm ero de ellos y com parte por igual (έξ ’ίσου) con aquellos que quedan el gobierno y las m ag istratu ra s, que, a p a r tir de entonces, se confieren por sorteo (557 a). Ese régim en es esencialm ente el de la lib e rta d : “ ¿No es verdad que al principio el hom bre es libre en sem ejante E stad o y que por todas p artes re in a n la libertad, la franqueza (*) y la licencia de vivir como cada uno q u ie ra ? ” (**). E n apariencia, esa lib ertad es algo adm irable. B ajo sem ejante régim en, cada uno vive como le acomoda, y n ad a es ta n variado como {*,) π α ρ ρ η σ ία . C f. τεκο υσ ’ είη γ υ ν ή , || ώ ς μοι (* * ) έξ ο υ σ ία .,. ποιενν f>7, A r i s t o t e l e s , P o l ., Z

E u r í p i d e s , I o n , G 71-672 : εκ τω ν ’Α θ η ν ώ ν μ'η, γέν η τα ι μήτροθ· ενπα ρ ρ η σ ία. δ τι τις β ούλ ετα ι, 5 5 7 b 5, c f. T n c íd id e s , II,. 1 0 , 1 3 1 7 b 12 : vo ζην ώ ς βούλεται τ ις .

— 41 —

lina ciudad dem ocrática: es como una herm osa capa ab ig arrad a (557 b e) y no ya una constitución, sino una feria de constituciones (χαντοχώλιον πολιτειών, 557 (i 8). N adie está obligado a m andar, aunque sea capaz de hacerlo ; en cambio, se puede a sp ira r a todas las m ag istratu ra s o ju d icatu ras, aunque la ley m is­ ma lo prohiba; ¿Xo es ello algo divino y delicioso? (557 e - 558 a). P o r todas p artes ruinan la indulgen­ cia y la am p litu d de m iras : nadie se pregunta por medio de qué estudios el gobernante se lia preparado a la po lítica; le b a sta con proclam arse amigo del pueblo p a ra verse colmado de honores (558 b-c). En conclusión, ese agradable régimen de la dem ocracia es, en verdad, u n a an a rq u ía (πολιτεία άναρχος) que dispensa indiferentem ente la igualdad a lo desigual y a lo ig u al (558 c 4-6). A hora bien, ¿p o r qué se. pasa de la dem ocracia a la tira n ía ? P o r la misma especie de enferm edad que produce la ruina, d e todos los regím enes: el ex­ ceso en el bien que caracteriza a éste. La dem ocracia tiende a la libertad, -que es sin duda un bien, pero ese bien, lo am a con un am or insaciable (απληστία), sin p reocuparse de n ad a m ás (502 b-c)- Así, “ cuan­ do un E stado dem ocrático, sediento de libertad, tiene a su frente a malos coperos, pierde el sentido de la m esura y se em briaga de lib ertad sin m ezcla; en­ tonces, si los que gobiernan no se m uestran e x tre ­ m adam ente acom odaticios y no le conceden una li­ b ertad com pleta, los acusa y los castiga como a cri­ m inales y olig arcas” (562 c-d). Til m undo está vuelto del revés. Los que obedecen a los m agistrados se oyen — 42 —

m otejar de esclavos voluntarios (*) y de hom bres sin carácter. Lo mismo en la vida p a rtic u la r que en la vida pública, sólo se alaba y honra a los gobernantes que parecen gobernados, y a los gobernados que pa­ recen gobernantes. E n una palabra, la a n a rq u ía reina en to d as p arte s (562 d-e). El hijo es el igual del p ad re; el meteco es el igual del ciudadano, el alum ­ no se eq u ip ara al m aestro, el joven al viejo, el es­ clavo al hom bre libre, la m ujer al m arido, y el an i­ m al al hom bre (562 e - 563 d). Y en esa som bría susceptibilidad ¡inte todo cuanto p u d iera parecer­ se a la esclavitud, y en esa repugnancia a reconocer tod a au to rid a d (h a δή μηδαμτ] μηδείς αΰτοϊς f¡ δεσ­ πότης), se llega a p erd er el respeto ta n to a las leyes escritas como a las leyes no escritas (563 d). A hora bien, de ese extrem o de la lib ertad surge precisam ente el extrem o de la esclavitud; porque, si todo exceso produce generalm ente una, reacción violenta, lo mismo en las estaciones del año que en las p lan tas o en los cuerpos, ello es todavía m ás cierto en los regím enes políticos (563 e - 564 b). ¿Cómo se efectúa ese paso? E l E stad o dem ocrático com prende tres clases : los que n ad a poseen, v iru len ­ ta tu rb a donde se reclutan ios agitadores que a su ­ men casi exclusivam ente el m ando (το προεστός τής δημοκρατίας, 564 d D) ; las personas n atu ra lm e n te o r­ denadas, que componen la clase re strin g id a de los ricos (564 a 6-7 ) , y finalm ente, el pueblo propiam en­ te dicho, o sea el conjunto de los trab a jad o res aje(*)

εΟ'ελοδουλοι : cf. ol ru er e in s e r v i t u t e m cíe· T fieilo. — 43 —

nos a los negocios, que, una vez reunidos, constituye la clase m ás num erosa y m ás potente (565 a 1-3). E stos últim os, en el fondo, no se interesan d irec ta­ m ente por la política. H ay que atra erles a la asam ­ blea y el m ejor medio de lograrlo es prom eterles r i ­ quezas. Así lo hacen los agitadores. P a ra despojar legalm ente a lo's ricos, necesitan un decreto de la asam blea; p a ra obtener ese decreto, deslum bran a sus miem bros con el espejuelo del re p arto de los bie­ nes de los ricos; y una vez obtenido el decreto, se g u ard an la p arte m ás considerable y sólo d istrib u ­ yen los restos (565 a 4-8). Sin em bargo, como es n a ­ tu ra l, los ricos se defienden por medio d e la palab ra en la asam blea y por todos los demás medios de que disponen. P ero a p a r tir de ese momento, hicieren lo que hicieren, pasan p o r revolucionarios : se les acusa de co n sp irar c o n tra el pueblo y de a sp ira r a la oli­ g arq u ía ; de modo que, aunque al principio no hubie­ ra n sido oligarcas, acaban siéndolo realm ente (565 b-c). Entonces viene la g u erra civil: las denuncias y los procesos m enudean (565 c 6-7). Ha. llegado la h o ra del tiran o . E l pueblo se¡ busca u n “ p ro tec to r” (ενα τινά άεί δήμος ε’ίωθεν... προίστασθαί ¿αυτού, 565, c 9-10). Ese protector, que nunca habla de o tra cosa que de rem isión de las deudas y de dis­ tribución de las tie rra s, se hace conceder plenos po­ deres por el pueblo, .y después, lleva a los ricos ante los trib u n ales y les m anda d ar m uerte o les destierra (565 e - 566 a). Como con estas m edidas se ha creado enemigos m ortales y tem e por su vida, reclam a del pueblo una g u ard ia personal (566 a-b). Desde enton— 44 —

ces todo se acabó: los ricos que quedan no tienen otro recurso que h u ir, y el p ro tec to r del pueblo es el Tínico dueño, que rápidam ente se convierte en un verdadero tira n o (566 c d ). Al principio, todo parece m arc h ar m aravillosa­ m ente p a ra el pueblo. E l tira n o se deshace en so n ri­ sas, m u ltip lica las prom esas, perdona las deudas y distrib u y e las tie rra s (566 d-e). P ero después, una vez ha librado al pueblo ele los oligarcas y ha te rm i­ nado en cierto modo su ta re a de “ p ro te c to r” ¿cómo se m an ten d rá en el poder? P a ra ju stificar su ex is­ tencia, p a ra conservar su hegem onía sobre el pue­ blo, y asim ism o p ara ocuparle e im pedirle conspirar, no tiene otro recurso que estar continuam ente sus­ citando g u erras (566 e- -567 b). Desde entonces, no ta r d a en hacerse odioso al pueblo, y la tira n ía , que al principio no era cruel, acaba necesariam ente por serlo. F u n d a d a en la ilegalidad, no puede to le ra r nin g u n a crítica. E l tira n o se ve -obligado a su p rim ir a todo aquel que dem uestre valentía, grandeza de alm a, prudencia o sim plem ente fo rtu n a. Sólo puede rodearse de u na corte servil a la que desprecia, y de u n a g u ard ia cada vez m ás num erosa, en la m ism a m edida que au m en ta el núm ero de sus enemigos (567 b - 568 d). P a ra m antener y pag ar esa g u ard ia se ve obligado, prim eram ente, a echar m ano del te ­ soro sagrado. P ero cuando le fa lta rá n esos fondos, se verá fatalm en te llevado a exigir del pueblo im ­ puestos cada vez más gravosos. De suerte que el pue­ blo, que sólo h abía llam ado al tira n o p a ra lib rarse de los oligarcas, caerá en u n a esclavitud mucho peor — 45 —

(568 d -56!) 1)). Y si quiere rebelarse se d ará cuenta del erro r que cometió. “ Henos aquí, al parecer, lle­ gado.’, a lo que todo el m undo llam a la tira n ía ; el pueblo, pretendiendo, como suele decirse, escapar del humo de la esclavitud al servicio de hom bres libres, ha caído en el fuego del despotism o de los escla­ vos, y, a cambio de esa libertad extrem a y desorde­ nada, ha tom ado la librea de la servidum bre más d u ra y m ás am arga, al hacerse esclavo de los es­ clavos” (50!) b - 8 c 4) (*). A pesar d e las críticas d e A ristóteles (Pol., E 10, 131G a 1 - b 27), esa descripción, prodigiosa por su inteligencia y su vigor, sigue todavía vigente. Sin duda no se a ju s ta de un modo absoluto a la realidad de los hechos ta l como se produjeron en la m ism a Grecia. Como señala A ristóteles, los excesos de la dem ocracia no conducen necesariam ente a una tir a ­ nía ; tam bién dan lu gar, e incluso m ás a m enudo, a. un régimen, oligárquico (131(5 a 24-25). Y por o tra parte, toda revolución en. un régim en oligárquico no conduce fatalm en te a la dem ocracia; el cambio pue­ de hacerse hacia o tras form as de constitución (131(5 b 20-21). Parece, pues, que el edificio platónico es m ás bien u n a construcción, del esp íritu que un re ­ sultado de la experiencia. H echas estas reservas, no podemos por menos que a d m ira r la penetración de P latón como filósofo po­ lítico. L a h isto ria h a dem ostrado am pliam ente que toda d ictad u ra ilegal que se hubiese dado por p re­ (*) Esori esc la v o s, de lo s que el p u e b lo g u a r d ia s du co rp s p a g a d o s p o r el tir a n o . — 46 —

es

e sclav o ,

son

lo s

texto la defensa de los intereses populares ha te r ­ m inado en la esclavitud del pueblo; que toda d ic ta ­ d u ra en gendra de por sí la g u e rra ; que toda d ic ta d u ­ ra im plica u n a tira n ía policíaca cada vez más cruel y finalmente que un régim en sem ejante, después de haber agotado los fondos públicos, se ve necesaria­ m ente obligado a expoliar los tesoros sagrados. P ero la h isto ria dem uestra, tam bién que esas d ictad u ras suelen suceder generalm ente a períodos de p e rtu rb a ­ ciones sociales en las que la au to rid a d es impotente, nadie obedece a las leyes y los demagogos no gobier­ nan más que p o r decretos ilegales. Así, la ilegalidad de la tira n ía nace de esa o tra ilegalidad fundam ental a la (pie conducen los excesos del gobierno popular. La tiranía, sale de la anarquía. Si el m ayor bien de la dem ocracia es sin duda, la lib ertad , ésta, a su vez, no tiene* m ejor g a ra n tía que el respeto a las leyes y la común preocupación por el interés público.



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Ill LA LIBE R T A D INTERIO R DEL SABIO E n 338/337, algunas sem anas después de la ba­ ta lla de Queronea, las ciudades griegas firm aban un pacto de alianza con Filipo. E n él ju rab a n no hacer arm as ni co n tra éste, n aturalm ente, ni co n tra n in g u ­ na do las ciudades signantes del pacto, y no in te n ­ t a r d errib ar ni la m onarquía de F ilipo y de sus su­ cesores ni los regím enes que cada una de las ciuda­ des co n tra tan tes tu v iera en el momento de firm ar el pacto. Si u na de ellas lo violase, perturbando la paz común, las o tras le d eclararían la guerra, “ conforme — decía el tex to del ju ram en to — a io que me ha sido im puesto y a las órdenes del general en jefe” , es decir, el rey de M acedonia (*). E s ta fecha memo­ rab le a o sólo m arca el fin de la autonom ía de las ciudades griegas, sino que in a u g u ra u n período nue­ vo p a ra la vida m oral y esp iritu al del hom bre de Occidente. H a sta entonces, el hom bre antiguo, en cuanto persona m oral, se había definido esencialm ente como m iem bro de u n a ciudad. El ciudadano, por n a tu ra ­ leza, era u n ελεύθερος, en el sentido de que no obe­ (*)

D itte u b firg e r, 8-yll. I n s c r . G-r., 2G0. — 48

decía a ningún o tro hom bre ni se h allab a al servi­ cio de nadie (*). Sólo obedecía a la ley; y la ley, como liemos visto, es, en teoría, un pacto que el ciu­ dadano contrae librem ente con la ciudad. P o r su parte, la ciudad tam bién es libre. P o r pequeña que la supongam os — pues la extensión de su te rrito rio no modifica en n ad a sus derechos— , es dueña ab ­ solu ta de sus actos, decide la paz y la guerra, cam ­ bia su constitución si así lo cree necesario, y se gobierna en to ta l independencia. P ero a p a r tir de la liga de Corinto, la ciudad deja de ser autónom a, p ara obedecer a un señor, el rey de Macedonia. D es­ pués de algunos in ten tos de rebelión, A tenas acabará por recibir una guarnición de soldados macedonios, y la gobernará uno u otro p artido, de acuerdo con las órdenes de aquel rey. Sem ejantes cambios, incluso en nuestros E stad o s m oderno s,. pueden sacu dir prof lindam ente la concien­ cia m oral. P ero el hombre m oderno halla otros refu ­ gios: la religión, la filosofía, las investigaciones de orden puram ente científico. E l h a b ita n te de la G re­ cia clásica carecía de estos recursos. P a r a él el E s­ tado lo era todo. E ra una Iglesia, y a que la religión apenas se distinguía de la ciudad. E l E stad o le en­ señaba la m anera de vivir y le b rin d ab a el m ás bello fin a que pudiera en tregarse: servir a la p a tria . To­ davía P lató n , en la Academ ia, se propone form ar futuros gobernantes y con ello no pretende otra cosa que tra b a ja r p ara el bien de la ciudad. Lo único que (*) D esd e lue,ico. se a d m ite oí h e ch o de la e s c la v itu d , p e ro p r e ­ c isa m e n te e l e sc la v o 110 es u n a p e rs o n a m o ra l. — 40 —

cambia es el método, pero no el objetivo. Isócrates, en su escuela, hace lo mismo. Cabe, pues, im aginar la grave significación que tuvo, p ara el bom bre a n ­ tiguo, la caíd a de la ciudad. Con ella se derrum baba todo cuanto encuadraba su vida. Pocas veces la hu­ m anidad pensante se h a visto llam ada a revisar sus valores y toda su concepción de la vida en una fo r­ m a ta n completa. E n circu n stan cias análogas, decíamos antes, el hombre moderno puede refugiarse en la religión, la filosofía o la ciencia. P recisam ente en aquella época esos tres caminos em piezan a ad q u irir su autonom ía. Son los tiem pos en que, bajo la influencia del Timeo, de las Leyes, del Upinomin, del περί Φιλοσοφίας de A ristóteles, s© fu n d a la religión del Dios cósmico que por ñn propone al hom bre un objeto de adoración que pueda co n ten tar a la vez las exigencias de su razón y de su corazón al. tiem po que le m u estra en el cielo y los astro s divinos un objeto de contem pla­ ción que le embelesa y le libera de las m iserias te rre ­ nales. Isó crates y P la tó n asp irab an a form ar gober­ nan tes; A ristóteles 110 se propone otro objeto que fom entar la ciencia. E l Liceo es el prim er estableci­ m iento de la antig ü ed ad del que puede afirm arse que 110 ten ía otro objeto que la ciencia pura. Del Liceo la trad ició n p a sa rá al Museo de A lejandría, y los trab a jo s de los críticos alejandrinos h ab rán de fijar­ la le tra de los grandes tex to s del pasado y p re p ara r los grandes descubrim ientos del porvenir. Finalm en te, aquélla es tam bién la época en que la filosofía se convierte en un refugio. E picuro, en 306, funda la — 50 —

escuela del J a r d ín ; Zenón, en 801, la del Pórtico, lin a y o tra a sp ira n a d a r al hom bre nuevos m arcos, en su stitu ció n del de la ciudad, ya desaparecido. E n la filosofía del J a rd ín , el medio nuevo en que el hom bre se sen tirá acogido y en que podrá d esarro ­ llarse a su gusto, será la fam ilia de los “ am igos” . La am istad epicúrea no es tínicam ente el signo exte­ rio r que liga en tre sí a los discípulos del m aestro, sino el fundam ento mismo de la sab id u ría (*). E l hom bre debe ten d er a la serenidad (ataraxia) ; pero no puede alcanzar esa. m eta si no le sostienen, con­ fortan y consuelan la presencia y el afecto de los “ am igos” . E n la filosofía del P órtico, el concepto de la ciudad se extiende h asta el universo. E l sabio es ciudadano de la ciudad del m undo, en la que los mo­ vim ientos regulares de los astro s m anifiestan un O r­ den y un Pensam iento. Tina m ism a A lm a y una m ism a Ka.zón p en etran a todos los seres del m undo ; pero se m anifiestan sobre todo en el hom bre y en los dioses-astros, igualm ente dotados de razón. E l m un­ do es, pues, la verdadera ciudad, o si se quiere la verdadera fam ilia, en la que el hom bre está em pa­ rentado con los dioses. Desde entonces el hom bre ya no está solo. Tampoco lo está en el seno de los pe­ queños grupos de amigos form ados por los discípulos de Epicuro. Y, después de todo, tam poco lo está en la ciudad del mundo, ya que a cada momento puede, volver en idea al lado de su fam ilia divina. Así los sabios de A tenas, en aquellos tiem pos de í*) A c crca (le e ste p u n to , v é ase F e s tu g ie re , JÉp ic u re e t scs d i e u x ,. P a r ís , 194.6, c ap . I I I . — 51 —

profunda m iseria, a p o rta ro n al m undo una nueva concepción de la lib ertad. H a sta entonces A tenas h a­ bía sido la campeona de la lib ertad : de la lib ertad del individuo en la ciudad, y de la lib ertad de la ciudad en Grecia. Cuando la lib ertad política hubo perecido, los filósofos de A tenas enseñaron que el sabio se m antiene libre si aprende a b astarse a sí mismo y a vivir de acuerdo con el orden del cos. m os (*). Según la bella frase del h isto riad o r Hegesan d ro (**) “ si todo lo dem ás es común a todos los griegos, sólo A tenas supo enseñar a los hom bres el camino que conduce al cielo” . A hora, en lu g ar de perdernos en el detalle de las doctrinas, encarém onos con las realidades de la vida. Procurem os av eriguar por qué esas m orales helenís­ ticas fueron realm ente in stru m en to s de consuelo y ta n p a re c id o a la d iv in id a d c u a n to es p o sib le a u n h o m b r e ” (R epúblic a, X , 01 o a 5 - b 1 ). S in e m b a rg o , 110 d e ja de s e r c ie rto que ei filó­ sofo d e la G re c ia c lá sic a , .S ó c ra te s o P la tó n , se p ro p o n ía r e fo r m a r la c iu d a d t e r r e s tr e , y e d u c a r a loe h o m b re s q u e d irig ie s e n i 0g n e _ gocios s e g ú n el m o d elo d e la C iu d a d j u s t a . E l sab io h e le n ístic o h a re n u n c ia d o a ese p ro p ó s ito y sólo p ie n s a en s a lv a r a l in d i­ vid u o . (**) A p . A te n eo , V I, 250 f. : ταλλα πάντα είναι κοινά Ελλήνω ν, την δ ’έπι τόν ούρανόν ανθρώπους φέρουσαν όδόν Α θηναίους κί&έναι μόνους· H e g c s a n d ro d e D e lfo s v iv ió h a c ia m e d ia d o s d e l sig lo 11 a. de .T. C. Of. J a c o b y ap. F a u li-W is s o w a , V II, 2 6 0 0 -2602. — 52 ~

rencia de los sistem as éticos de P la tó n y de A ristó ­ teles que ya no nos dicen nada, los de E picuro y de Zenón conserven todavía adeptos, ta l vez inconscien­ tes de pertenecer a sus sectas, pero que no por ello son menos au tén tico s epicúreos (en el verdadero sen­ tido de la p alab ra) o auténticos estoicos. E picuro era un enfermo, C leanto un aguador que trab a jab a, por las noches, al servicio de u n a p a n a ­ dera, y E p icteto fué esclavo y luego vivió en el des­ tierro. E picuro y Zenón pertenecen a u n a época en que a cada paso se cernía sobre los hom bres la am e­ naza del ham bre y de la m uerte. E picuro fundó su escuela en 306 y m urió en 270; Zenón fundó la suya en 301 y m urió en 261. E n ese lapso ele 45 años, apenas una, vida de hombre, A tenas cambió de m a­ nos siete veces ; se sublevó o tras tres y las tre s re ­ beliones fueron ahogadas en san g re; soportó cinco asedios y fué tom ada cinco veces; finalm ente, d u ra n ­ te esos 45 años, guarniciones inacedonias dom inaron el P ireo, los puertos del A tica y d u ran te cinco años incluso la colina de las M usas en A tenas. E s verda­ deram ente una de aquellas épocas en las que se tiene el sentim iento de lo absurdo, y en las que se d iría que sólo lo absurdo gobierna el mundo. Y, p recisa­ m ente entonces, la noción d e absurdo aparece por prim era vez en la, filosofía de la, vida, bajo el nom ­ bre de Tyche, la. fortuna, o el azar, que la época, hele­ nística convierte en divinidad, y aun en tínica d iv i­ nidad todopoderosa. Aquellos dos sistem as de m oral se form aron, pues, en épocas de m iseria y responden a la m iseria del hom bre m oderno que, a su vez, em ­

pieza a aparecer tam bién por aquellos tiempos. El hom bre moderno, es decir el hom bre desencuadrado, el h ab itan te de las grandes ciudades, perdido en me­ dio de la m u ltitu d , convertido en un sim ple núm ero en medio de una infinidad de seres hum anos seme­ ja n te s a él, que nada saben de él y d 2). Se n u tr e y se a c r e c ie n ta d e su m is m a s u s ta n c ia , m ie n tr a s q u e to d a s s u s p a r t e s se c a m b ia n u n a en o t r a ” . >S. V. F ., I I , 604. — 66 —

b asta la grandeza, de alm a, aun no siendo m ás que una p arte de la v irtu d, la v irtu d en si es suficiente p a ra d ar la felicidad, y a que desdeña, además, aque­ llas cosas que son consideradas desgracias” (S. Y. F., I, 187 y I I I , 49). Desde entonces, por lo tan to , el sabio es to ta l­ m ente independiente. Lo es respecto a los grandes de este m undo: Zenón, enm endando la frase de Sófo­ cles (fr. 25;? X) “ aquel que se va a vivir ju n to a un tira n o se convierte en su esclavo, aunque hubiera sido hom bre libre cuando llegó” , decía: “ ...no se con­ vierte en esclavo, si al llegar era realm ente lib re ” , ya que, con esa expresión “ lib re ” entendía el hom ­ bre sin miedo, de alm a grande, a quien nada abate (S. Y. F., I, 219). N ada puede obligar al sabio. Al decir de Zenón, “ antes se h u n d iría en el agua un odre henchido de aire que se fo rzaría a un sabio, quienquiera, que sea, a cometer un acto contrario a su voluntad : su alm a es inflexible e invencible, pues la recta razón le d a la tensión (*) de las fuertes doc­ trin a s ” (S. Y. F., I, 218). E l sabio, asimismo, es tam bién com pletam ente in ­ dependiente respecto a. los bienes de la fo rtu n a : “ En el segundo libro Sobre los géneros (le vida, C risipo t r a ta tam bién de la cuestión de si liay que p reo cu p ar­ se por g an ar dinero, y enseña cómo debe com por­ ta rse el sabio en ese punto. ¿ P a r a qué te n d ría el sabio que g an ar dinero? ¿ P a ra vivir? La vida es cosa indiferente. ¿ P a ra p rocurarse placeres? E l pía(*)

L a p o n e te n s a com o u n m ú sc u lo : ένεύρωσε. — 67 —

cer tam bién le es indiferente. ¿ P a r a p ra c tic a r la v irtu d ? La v irtu d posee en sí m ism a todas las con­ diciones de la felicidad. Además, todos los medios que se em plean p ara gan ar dinero son despreciables. ¿S e dirige uno al príncipe? Tiene que cederle en todo. ¿ Se dirige uno a los amigos ? E s vender su am istad a cambio de un provecho. ¿P one lino precio a su sab id u ría? Es traficar con ella” (S. V. P., I I I , 685). E n u na p alabra, la v irtu d por sí sola nos p ro ­ cura todo cuanto es necesario p a ra v iv ir: “ L a aiitarkeia es una disposición h ab itu al (εξίς) que se con­ te n ta con lo indispensable (άρκουμένη οΐς δει) y que po r sí misma pro cu ra todo cuanto es necesario p a ra la v id a” (S. Y. F., I I I , 272) (*). P o r o tra parte, el sabio es libre, e incluso es el único ser realm ente libre, porque obedece a la Ley divina, es decir a esa Razón universal de la que él mismo p a rtic ip a por su razón. Lleva en sí la huella de Dios, y, como está establecido en e sta conform i­ dad, o, en otros térm inos, en la sabiduría, es libre de o b ra r a su guisa. E n efecto, obra bien en todas las cosas. Como está conforme con la Kazón del mundo, y como ese consentim iento inicial confiere un carác­ te r específico a todos sus actos, estos actos son nece­ sariam ente buenos. De ello re su lta que el sabio es­ toico, según u n a p a rad o ja famosa, puede decirse que es el único ciudadano verdadero, el único verdadero pariente, verdadero amigo y verdadero hom bre libre. “ E n su República, Zenón ha dem ostrado que sólo el (*) E s t a 'es la d o c tr in a c o m ú n ü e la e sc u e la : cf. A n tip a tr o d e T a rs o , f r . 56, S. V. F ., I I I , p. 252, 30. — 6S —

ta m b ié n

sabio merece los nom bres de ciudadano, amigo, p a ­ rien te y hom bre lib re ” (S. V. P ., I, 222). “ Sólo el sabio es hom bre libre y los no sabios son esclavos. E n efecto, la lib ertad es la fa cu ltad de obrar a su guisa (αύτοιτραγία), y la esclavitud es la privación de esa fa c u lta d ” ( I II, 355). A hora bien, esa fa cu ltad de o b rar a n u estra guisa deriva de n u e stra conform i­ dad a la Ley d ivina: en virtud de esa m ism a Ley, poseemos el derecho a decidir de nuestros propios actos ("). “ Todos cuantos viven según la. Ley son libres. E n efecto, la verdadera. Ley es el recto juicio que fue grabado en caracteres indelebles en n u estra razón in m o rtal por la in m o rtal n a tu ra le z a ” (S. V. F., I I I , 300). P o r ello sólo el sabio es lib re: el no sabio, p or el contrario, es esclavo a causa de su dis­ posición de ánim o servil (S. V. í'.. I I I , 593). V arios escritos de los siglos i y n de n u e stra E ra tienen por objeto esa noción de la lib ertad del sabio : el tra ta d o de F iló n titu lad o De la libertad de todo sabio (t. V I, Colín-W endland), el tra ta d o D e ¡a ver­ dadera nobleza (xepi εύγενείας), de P lu ta rco , los dis­ cursos de ¡>¡on Crisóstom o .Sobre la, esclavitud y Ιβ libertad (XIV-XV, t. I I , 6-1 y 65 A rn.), el extenso capítulo Sobre la libertad (TV, 1) -de los Diálogos de E picteto, y finalm ente una. inscripción ru p e stre g ra ­ bada en un san tu ario de Apolo en P isid ia (**)· S ería in teresan te com parar estas obras y d em o strar el (*) νομι’μη επιτροπή, S. V. ΙΛ, I I I , 544. (**) H e r m e s , X X I I I (1S8S), p p . 542-54IJ (K a ib e l). A e s ta lis ta h a y que a ñ a d ir, n a tu r a lm e n te , los p a s a je s d e S én eca, M arco A u re ­ lio, etc ., relativo-a a la lib e rta d . P a r a S é n e ca , v é a n s e so b re to d o E i 75, 18. D e P r o v i d e n t i a , 1, 5 ; 6 , G. — GO —

influjo que ejercieron en la vida e sp iritu a l bajo el Im perio (*). Tam bién seria in tere sa n te estu d iar la noción de lib ertad in terio r en E picteto. Se ha observado (**) que los térm inos ελεύθερος, ελευθερώ, ελευθερία se en cuentran tinas 130 veces en E picteto, o sea seis veces m ás que en el Nuevo Testam ento y dos veces m ás que en M arco Aurelio. E picteto, nacido esclavo, caído, en Roma, al servicio de E p afro d ita, liberto de Nerón, el cual, según algunas tradiciones, le m altrató , y luego, después de haber obtenido la libertad, desterrado a N icópolis (Epiro), sabía por experiencia qué es la esclavitud y cuanto m érito tiene, en sem ejante estado, conquistar la lib ertad del alm a. De ahí la insistencia con que tra ta de esa lib ertad y el acento de convicción con que h ab la de ella. Pero como no es posible seguir m ultiplicando las citas, nos lim itarem os, como conclusión, a trad u c ir

(*) E s in te r e s a n te o b s e r v a r q u e e sto s a u to re s , so b ro todo D ión C ris ó sto m o y E p ic te to (v é a n se lo s ín dic as de V on A rn im , p. MO5 y d e S c h e n k l), se v a le n a m e n u d o del eje m p lo d e .S ó c ra te s q u e es, para, ellos, el tip o m ism o d e l v e rd a d e ro sab io . ‘‘L o s filó so fo s d el P ó r tic o —
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