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April 19, 2019 | Author: jlópez_793936 | Category: Memory, Panic Attack, Brain, Fear, Myocardial Infarction
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MENTE y CEREBRO

y MENTE CEREBRO

n.o 30/2008 6,50 €

TOMA DE

DECISIONES ¿Lógica, conocimiento o intuición? A menudo, las decisiones espontáneas son las mejores

PSICOLOGIA DE LA GESTALT MEMORIA CARTOGRAFICA

RETROSPECTIVA MAYO/JUNIO 2008

Felix Vicq d’Azyr

9 771695 088703

DSM: DICCIONARIO DE DEMENCIAS

00030

PANICO A VOLAR

© FOTOLIA / Feng Yu (reloj); © FOTOLIA / Atalanta (ojo)

SUMARIO

62

20

26

80

56

12 Alergias infantiles

26 Panico a volar

40 Pienso, ¿acaso yerro?

M.ª Anunciación Martín Mateos

Rabea Rentschler

S. Alexander Haslam

Convertidas en un problema social, comprenden un grupo de enfermedades no infecciosas, producidas por una respuesta inmunitaria desproporcionada.

Manos húmedas, temblor de rodillas, ansiedad antes del despegue... tales son los síntomas del pasajero con miedo al avión. Ya en vuelo, el miedo puede convertirse en pánico.

Exploramos la conveniencia de decidir con rapidez en cuestiones vitales y la necesidad de actuar con mayor reflexión en otras situaciones.

20 Memoria cartografica

56 Terapia 2.0

James A. Knierim

34 Conclusiones apresuradas

Nikolas Westerhoff

El descubrimiento de ciertas neuronas localizadoras, llamadas células reticulares, ha renovado la neurociencia.

Deanna Kuhn

¿Simulaciones informáticas para luchar contra el dolor, el vértigo o la bulimia? No se trata de ninguna novedad. Pese a ello, la eficacia de tales herramientas sigue en entredicho.

Mayo / Junio de 2008 Nº 30

¿Se puede confiar en que la gente juzgue con fundamento?

34 40 45

Conclusiones apresuradas Pienso, ¿acaso yerro? Entrevista: Toma de decisiones

62 cronopsicologia Pascal Wallisch El paso del tiempo está marcado por los acontecimientos, su secuencia, duración y contenido. La percepción del mismo es hoy campo de controversia entre psicólogos y neurólogos.

74 Origenes de la psicologia de la gestalt

SECCIONES

Helmut E. Lück

5 Encefaloscopio

La creación de la psicología de la Gestalt se atribuye a Max Wertheimer, Kurt Koffka y Wolfgang Köhler. Pero no fueron los únicos que consideraron procesos globales la percepción y el pensamiento.

 Consciencia por choques.  Pago anticipado.  Olvidarse de recordar.  Todo en familia.  Hipersensibilidad.  Una falsa alarma.

9 Retrospectiva Felix Vicq d’Azyr (1748-1794)

68 Teclado o boligrafo: ¿como aprender a escribir? Jean-Luc Velay y Marieke Longcamp Para reconocer las letras nos servimos de la memoria gestual y de la memoria visual. Por eso, a los niños que han aprendido a leer y escribir con un teclado les cuesta luego reconocerlas.

45 Entrevista Gerhard Roth: Toma de decisiones

80 DSM: el diccionario de la demencia Alix Spiegel Robert Spitzer, el hombre que puso orden en el caos de la psiquiatría, coordinó la creación de un texto único de referencia en psiquiatría.

48 Mente, cerebro y sociedad  Apostar a conciencia.  Prosopagnosia infantil.  Deporte de competición.

88 Ilusiones Ilusión de movimiento

91 Syllabus Prejuicios

95 Libros Emociones

MENTE y CEREBRO COLABORADORES DE ESTE NUMERO

DIRECTOR GENERAL



Asesoramiento y traducción:

José M.ª Valderas Gallardo

Alex Santatala: Cronopsicología, Deporte de competición, Terapia 2.0; Juan Ayuso: Pánico a volar; Luis Bou: Conclusiones apresuradas, Encefaloscopio, Ilusiones; F. Asensi: Prosopagnosia infantil, Entrevista; Marián beltrán: Apostar a conciencia, Teclado o bolígrafo: ¿cómo aprender a escribir?, DSM: el diccionario de la demencia; I. Nadal: Orígenes de la psicología de la Gestalt, Syllabus

DIRECTORA FINANCIERA



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EDICIONES



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SECRETARÍA



Purificación Mayoral Martínez

ADMINISTRACIÓN



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Gehirn & Geist

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Portada: © Fotolia / bsilvia

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Artdirector:



Karsten Kramarczik

REDAKTION: Dr. Katja Gaschler, Dr. Hartwig Hanser, Dipl.-Phych. Steve Ayan, Dr. Andreas Jahn, Dipl.-Phych. Christiane Gelitz, Dipl.-Theol. Rabea Rentschler (freie Mitarbeit)

SCHLUSSREDAKTION:







Anke Heinzelmann Anja Albat, Eva Kahlmann, Ursula Wessels

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ENCEFALOSCOPIO Pago anticipado

Consciencia por choques

Animales que se muestran altruistas con extraños

Los implantes electrónicos pueden ofrecer esperanza y aliento a víctimas de lesiones cerebrales

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© istockphoto / Kirill Zdorov

n paciente de graves lesiones cerebrales dio mues  tras de acusada mejoría tras someterse a un tratamiento de estimulación cerebral profunda, técnica en la cual se le inyectan al cerebro impulsos eléctricos desde electrodos implantados quirúrgicamente. El paciente, que sufrió un traumatismo cerebral a causa de una violenta agresión, llevaba seis años en estado de mínima consciencia. Incapaz de comunicarse verbalmente, sólo de forma esporádica parecía tener conciencia de sí mismo y de su entorno. Tras la intervención, la atención, las facultades motoras y la capacidad verbal de ese paciente de 38 años mejoraron durante los intervalos de estimulación cerebral, informan los investigadores, dirigidos por Nicholas D. Schiff, de la facultad de medicina Weill Cornell. A lo largo de un año, el paciente llegó a poder pronunciar palabras inteligibles, a masticar y tragar alimentos, así como utilizar objetos de forma intencionada (por ejemplo, acercarse una taza a los labios). Aunque los resultados sean prometedores, los investigadores advierten que cada lesión cerebral es diferente. Se requiere mucho más trabajo para saber si el tratamiento de estimulación cerebral profunda es el responsable de la mejoría del paciente y averiguar si este mismo procedimiento puede resultar de ayuda para otros. El equipo está preparando ahora un estudio más amplio, con 12 pacientes en estado de mínima consciencia, que sería concluido en el plazo de 2 años. —Amelia Thomas © clinica Cleveland, 2008. todos los derechos reservados. reproducido con permiso

E

MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

s mucho más probable   que uno eche una mano a un extraño si en algún momento del pasado fue, a su vez, objeto de una atención similar. Se ha descubierto que los roedores exhiben también esta conducta. Un equipo de investigadores de la Universidad de Berna entrenó a ratas para que se proporcionaran comida unas a otras tirando de una palanquita. Dividieron después a los animales en dos grupos: unas ratas recibieron comida de otros animales, y otras, no. El equipo observó que las ratas que habían sido ayudadas mostraban una mayor probabilidad de accionar la palanquita en favor de animales desconocidos, lo que supone ir más allá de la mera reciprocidad interesada (“ráscame la espalda, y yo rascaré la tuya”), una actitud que está bien documentada y se observa en muchas especies.

Es posible que una rata ayude a otra desconocida si en el pasado ha sido objeto de una ayuda similar.

Distintos estudios han puesto de relieve que esta clase de altruismo hacia desconocidos —conocido por reciprocidad generalizada— se da en los humanos. En cierto ensayo, se demostró que las personas que se habían encontrado monedas en una cabina telefónica tenían mayor probabilidad de ayudar a un desconocido a recoger papeles que se le hubieran caído. Pero no se ha podido averiguar todavía si la explicación de tales gestos de amabilidad es de carácter cultural o fruto de la selección natural. Como también las ratas dan signos de reciprocidad generalizada, cabe presumir que intervenga un mecanismo de tipo evolutivo. —Nicole Branan

5

Olvidarse de recordar El olvido constituye una función cerebral vital e llamaba Luci? ¿Juani? ¿Alicia? La   próxima vez que tenga el nombre de alguien en la punta de la lengua, no se preocupe: su cerebro está haciendo los deberes. Según dos estudios recientes, el olvido no sólo ayuda al cerebro a conservar energía, sino que mejora también nuestra memoria a corto plazo y la rememoración de detalles importantes. En la Universidad Stanford se solicitó a un grupo de voluntarios que estudiasen 240 pares de palabras, y seguidamente, que se aprendieran de memoria un pequeño subconjunto de la lista sólo, lo cual exigía que los alumnos retuvieran selectivamente ciertos pares y desechasen los demás. A continuación, los investigadores, obtuvieron imágenes por resonancia magnética de la actividad cerebral de los voluntarios, mientras verificaban hasta qué punto se habían aprendido todos los pares. Quienes lograron recordar con mayor frecuencia las parejas-diana fueron también quienes peor recordaron las demás, lo que evidenciaba mayor destreza en el filtrado inconsciente y eliminación de recuerdos no deseados. Además, las resonancias de estos sujetos exhibían una actividad reducida en la corteza prefrontal, un área asociada con la detección y resolución de conflictos de memoria. L a cuestión de si los neandertales poseían lenguaje

es clásica en antro-

pología. El descubrimiento, en ADN neandertal, de un gen relacionado con el habla pudiera ser una pista. Expertos en genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva afirman que el gen FOXP2 que extrajeron de fósiles neandertales en España significa que nuestros parientes homínidos más cercanos pudieron haber compartido con nosotros el don del habla. Los escépticos, en cambio, señalan que FOXP2 es sólo uno más entre los genes relacionados con el lenguaje.

6

getty images

¿S

“Cuando deseamos recordar cosas importantes, el esfuerzo nervioso es mucho menor si hemos olvidado las que son irrelevantes”, afirma Anthony Wagner, coautor del artículo. Estos hallazgos hacen pensar que la supresión de recuerdos contribuye a conservar energía y a mejorar la eficiencia… Hay trabajos que indican que un cerebro eficiente piensa con mayor rapidez.

Un segundo estudio revela que la memoria operativa, una forma de memoria a corto plazo que ejerce la doble función de almacenaje pasivo y de manipulación activa de la información, se beneficia de la inhibición de la memoria a largo plazo. En investigaciones efectuadas sobre ratones fueron utilizados rayos X o técnicas genéticas para detener la formación de neuronas nuevas en el hipocampo, órgano importante en la memoria a largo plazo. Estos ratones realizaron mejor que los ratones normales ciertas tareas de recorrido de laberintos, donde interviene la memoria operativa, lo que induce a pensar que “al mermar uno de los tipos de memoria, la de larga duración, podemos mejorar otras de sus formas”, explica Gaël Malleret, de la Universidad de Columbia y coautora del estudio. Si accidentalmente llamamos “Luci” a Alicia, no se apene: es probable que su cerebro haya eliminado ese nombre en favor de algo más importante. Por ejemplo, dónde se ha dejado las llaves. ­—Melinda Wenner

Todo en familia El orden de nacimiento influye en nuestra personalidad y en nuestra salud

N

uestra familia —el número de her  manos que tenemos y su edad— ejerce un poderoso efecto sobre lo que vamos a ser, según parece deducirse de ciertas investigaciones. Está, por un lado, el aspecto intelectual. Un estudio extenso realizado en Noruega acaba de confirmar que los primogénitos obtienen cocientes intelectuales algo más elevados que sus hermanos menores. Como el mismo estudio hacía ver que los nacidos en segundo lugar cuyo hermano mayor había fallecido a edad temprana son también ligeramente más inteligentes, y dado que los hijos “únicos” no exhiben esta ventaja en el CI, es más probable que las disparida-

des intelectuales en cuestión resulten de diferencias en el ambiente del niño tras su nacimiento, que de efectos biológicos. Se especula que los niños de más edad se comunican con sus hermanos menores y les orientan y dirigen, lo que les exige la consolidación de conocimientos a edad temprana y posiblemente les confiere una ligera ventaja intelectual. Estos hallazgos vienen a sumarse a un conjunto de investigaciones que inducen a pensar que el tamaño de la familia y la posición en el seno de la misma influyen sobre cierto número de rasgos y de factores de riesgo. —Melinda Wenner

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Hipersensibilidad

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a mayoría de las hembras   de mamíferos, en sus períodos fértiles, manifiestan algún tipo de estro y modificaciones de conducta, inducidas por hormonas, que señalan la ovulación. Se solía pensar que la mujer constituía una excepción, pero se multiplican los indicios de que también ella puede atravesar períodos de celo, aunque su expresión sea mucho más sutil. En algunos trabajos se ha sugerido que las féminas en ovulación le resultan más atractivas al hombre, no sólo a la vista, sino también al olfato. Y según un estudio reciente de la Universidad de Nuevo México, las cabareteras duplican su bote durante los intervalos de mayor fertilidad.

Meghan P. Provost, de la Universidad Mount Saint Vincent en Halifax, matiza que las féminas en estro no se interesan por un hombre cualquiera. Las mujeres en fase ovulatoria se fijan en hombres de rasgos viriles resaltados; por ejemplo, un mentón prominente. En un trabajo reciente de Provost se lee que los varones encuentran más incitantes los andares femeninos cuando la mujer no se encuentra en la fase fértil de su ciclo. Provost considera que una posible explicación de este resultado, aparentemente contradictorio, es que las señales atractivas que emiten las mujeres cuando se hallan fértiles se orientan hacia individuos con los que preferiría interactuar, mientras que la deambulación es un acción más pública.

michelle thompson

La mujer, según ciertos estudios, experimenta durante la ovulación una versión humana del “celo”

Geoffrey Miller, director del estudio de Nuevo México, señala que esa “selectividad femenina” no nos hace tan diferentes de nuestros parientes primates. “Se tiene el erróneo prejuicio de

que las hembras son siempre promiscuas durante el celo”, explica Miller. “Pero en casi todas las especies, las hembras son muy selectivas.” —Katherine Leitzell

ORDEN

EFECTO

TEORIA

Primogénito

Mayor probabilidad de

Los padres concentran esfuerzos sobre los niños mayores, que reciben, en promedio, de 20

o hijo único

acabar en profesiones

a 30 minutos más de tiempo de calidad de sus progenitores que los nacidos en segundo

intelectuales

lugar, según un estudio de la Universidad Cornell.

Primogénito

Mayor creatividad

Los niños mayores que tienen muchos hermanos de edades parecidas y de distinto sexo se hallan en contacto con más compañeros de juego, que presentan un abanico de conductas y perspectivas.

Entre los

Mayor probabilidad de

Quienes tienen cuatro o más hermanos menores presentan doble probabilidad de sufrir un

mayores

sufrir un tumor cerebral

tumor cerebral al avanzar en edad, debido, probablemente, a infecciones contagiadas por

Benjamines

Alegres y divertidos

Más de la mitad de las personas que tienen hermanos mayores se declaran capaces de ha-

sus hermanos en la infancia. cer reír a otras personas, debido, tal vez, a que hubieron de competir para recibir atención familiar. Una tercera parte de quienes tienen hermanos menores, y solamente uno de cada 10 hijos únicos, dice poder hacer reír a los demás. Benjamines

Mayor probabilidad de ser

Cuantos más hermanos masculinos y de más edad tiene un niño, mayor es la probabilidad

homosexual

de que sea homosexual. Se cree que este “efecto del orden fraternal” procede de influencias prenatales, como pueden ser las concentraciones hormonales en el útero materno, porque los niños criados con hermanastros mayores no presentan homosexualidad con mayor frecuencia.

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Una falsa alarma Los ataques de pánico pueden advertir erróneamente de asfixia

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© istockphoto / kkgas

n momento antes te sentías perfectamente. De repente,   te encuentras tembloroso, con náuseas y falto de aliento; te galopa el corazón y se te oprime el pecho. Temes hallarte al borde de la muerte. Un ataque de pánico constituye una experiencia aterradora, que puede golpear en cualquier momento. Aunque la causa de los ataques de pánico sigue incierta, se presume que el exceso de dióxido de carbono pudiera ser culpable. Eric Griez y sus colaboradores, de la Universidad de Maas­ tricht, solicitaron de voluntarios sanos que inhalasen aire con diversas concentraciones de dióxido de carbono. Cuanto más elevada era la concentración, más numerosos fueron los probandos que informaron sentir miedo y malestar, así como temor a perder el control de sí mismos, de morir incluso. “La disfunción metabólica se traduce en una dramática disfunción emotiva”, explica Griez. La investigación incide sobre la teoría de “alarma de falsa asfixia” de Donald Klein, de la Universidad de Columbia. A tenor de la misma, los humanos habríamos desarrollado, en el transcurso de la evolución, un sistema de supervisión sensible a las concentraciones de dióxido de carbono y de lactato sódico, que aumentan en el cerebro durante la asfixia. Klein Pánico al ataque cardíaco Los síntomas de un ataque de pánico en su punto culminante son tan graves y aterradores, que a menudo se los confunde con un ataque cardíaco y se corre al hospital. Aunque no está claro si estos ataques ponen directamente en peligro al corazón, quienes los sufren sí podrían correr mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares. De esa opinión participa Jordan Smoller, de la Universidad de Harvard, quien, en un trabajo reciente, apreció que las mujeres posmenopáusicas que informaron de haber sufrido un ataque de pánico en el plazo de seis meses del estudio tenían una probabilidad cuatro veces mayor de sufrir un ataque cardíaco o de fallecer por alguna cardiopatía en el plazo de los cinco años siguientes que el grupo general de mujeres de su edad.

getty images

—C. B.

8

descubrió hace más de diez años que el aire enriquecido en dióxido de carbono inducía ataques en pacientes que ya habían sufrido pánicos. Tales individuos —conjeturaba Klein— cuentan con un supervisor carbónico excesivamente sensible, que desencadena falsas alarmas biológicas en forma de ataques de pánico. El trabajo de Griez refuerza esa idea, al demostrar que las propias personas sanas exhiben signos de pánico si respiran aire con concentraciones elevadas de dióxido de carbono. Este nuevo trabajo puede aportar indicios sobre las causas de los ataques de pánico, en gran medida sumidas hasta ahora en el misterio. Según estudios epidemiológicos de familias y hermanos gemelos, es posible que exista una predisposición genética. Así lo afirma Jordan Smoller, de la Universidad de Harvard. Aunque los genes no la explican en su totalidad. En sujetos que sufren de ciertas fobias o del trastorno de estrés postraumático, los objetos que evocan temor o son recordatorio de sucesos terribles pueden desencadenar los episodios de pánico. En otros tipos de trastornos ansiosos pueden presentarse eventos sin motivos claros, lo que dificulta su prevención. Para complicar el rompecabezas, las personas sanas no quedan exentas de sufrir ataques de pánico, en apariencia inexplicables. La investigación de Griez sobre los efectos del dióxido de carbono podría facilitar el desarrollo de nuevos métodos de ensayo de fármacos y tratamientos ansiolíticos. —Corey Binns MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

RETROSPECTIVA

Felix Vicq d’Azyr (1748-1794) La anatomía descriptiva y comparada del sistema nervioso Jose Maria Lopez Piñero

E

n los diccionarios médicos actuales   de cualquier idioma y país figura una serie de epónimos con el nombre de Vicq d’Azyr (agujero, banda, cuerpo, fascículo, etc.), todos ellos relativos al sistema nervioso. Constituye una excepción, correspondiente a un auténtico reconocimiento de su gran obra neuroanatómica, que contrasta con los debidos a los nacionalismos. Félix Vicq d’Azyr nació el 23 de abril de 1748 en Valognes, localidad del departamento francés de Manche, perteneciente a la Baja Normandía. Como en tantos otros casos, decidió dedicarse a la misma profesión de su padre, que era un médico, con idéntico nombre. Comenzó sus estudios de medicina en París el año 1765 y desde 1773 dio cursos privados sobre anatomía humana y zoológica, cuyo éxito le condujo a enfrentarse con la anquilosada Facultad, que le cerró su anfiteatro. Entonces fue acogido en el Jardin du Roy, la más importante de las instituciones que iniciaron la superación del “iatrocentrismo morfológico”, sobre todo cuando en 1792 la Convención revolucionaria lo reorganizó con el nombre de Muséum d’Histoire Naturelle. A pesar de la gran influencia de Aristóteles en la medicina, los planteamientos sobre la anatomía comparada de su Περι ζωων ιστοριας no habían sido asimilados durante la Antigüedad clásica, ni tampoco en la Edad Media y los primeros tiempos modernos, a causa principalmente de un limitado pragmatismo que redujo la anatomía al estudio descriptivo del cuerpo humano aplicado de modo inmediato a la práctica quirúrgica y clínica.

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1. Lamina de la memoria de Vicq d’Azyr sobre la anatomía de las aves en comparación con la humana (1773).

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2. Seccion horizontal de la base del cerebro para mostrar el origen de los nervios craneales y las cintillas de los bulbos olfatorios. Traité d’anatomie et physiologie (1786) de Vicq d’Azyr, calcografía al aguafuerte y buril.

La limitación del horizonte científico y cultural de los médicos suele llamarse "iatrocentrismo". Por ello, desde 1973 vengo utilizando "iatrocentrismo morfológico" para designar el correspondiente a la anatomía. A Vicq d'Azyr lo acogió personalmente Antoine Petit, catedrático de anatomía en el Jardin, a quien no pudo, sin embargo, suceder. Su principal valedor fue Louis Jean Marie Daubenton, entre otras razones, porque contrajo matrimonio con una sobrina. Daubenton era un médico de la localidad borgoñona de Montbar, a quien George Louis Le-

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clerc, conde de Buffon, había llamado a París en 1742 y nombrado más tarde demostrador anatómico del Jardin. Aprovechando los medios existentes en esta institución, complementó con descripciones morfológicas los capítulos sobre casi doscientas especies de mamíferos de la célebre Histoire naturelle de Buffon, en los volúmenes que se publicaron originalmente desde 1753 hasta 1767. En un texto introductorio, titulado De la description des animaux, expuso los fundamentos de su labor, afirmando que, frente a la anatomía meramente descriptiva, era necesario

investigar las estructuras “más importantes de todos los animales —esqueleto, encéfalo, corazón y aparatos respiratorio, digestivo y genitourinario— y comparar después los resultados obtenidos”. En sus descripciones siguió estrictamente este principio, ordenando siempre los detalles de cada especie conforme a un plan uniforme. El interés de este acercamiento resulta tan evidente como sus limitaciones, ya que, al considerar únicamente las estructuras “más importantes”, excluyó el estudio comparativo de los músculos, los vasos y los nervios. Entre sus trabajos posteriores recordaré solamente una memoria, publicada en 1764 por la Académie des Sciences: Sur les différences essentielles de l’homme et de l’orang-outang. Con la intención de demostrar la peculiaridad del organismo humano, en ella defendió que la situación del agujero occipital en el centro de la base del cráneo es su “diferencia esencial”, porque posibilita la posición erecta que lo caracteriza. Félix Vicq d’Azyr superó en gran parte las limitaciones del planteamiento de Daubenton. A pesar de tener que dedicarse al ejercicio clínico, estudió la morfología de los peces y las aves en relación con la humana (1773) y publicó memorias sobre el análisis comparado de las extremidades (1774), la audición (1776), la voz (1779), la anatomía de los simios (1781), los huesos del hombro (1784), etc. Sólo llegó a editarse el volumen segundo de su Système anatomique des quadrupédes (1792), que formaba parte de la Encyclopédie méthodique, cuya sección zoológica dirigía Daubenton. Sin embargo, lo que más interesó a Vicq d’Azyr fue la anatomía del sistema nervioso, que durante el siglo xviii era el principal tema pendiente de investigación. Otros morfólogos le dedicaron también entonces importantes trabajos, de los que voy a recordar tres ejemplos. El líquido cefalorraquídeo, al que había aludido Valsalva, fue descrito en 1764 por Domenico Cotugno, uno de los discípulos de Morgagni. Michele Vicenzo Malacarne, profesor en Pavía y más tarde en Padua, publicó la monoMENTE Y CEREBRO 30 / 2008

grafía sobre el cerebelo Nuova esposizione della vera struttura del cervelletto humano (1776), de la que proceden los términos “amígdala”, “pirámide”, “língula” y “úvula”. Ya en la tesis doctoral (1778) que hizo en Leiden, Samuel Thomas Soemmerring, que después sería profesor en Kassel y Maguncia, introdujo la ordenación actualmente vigente de los nervios craneales en doce pares. Esta trayectoria culminó con la obra de Vicq d’Azyr, que dedicó desde 1771 varios trabajos de investigación al sistema nervioso, cuyos resultados sistematizó en su Traité d’anatomie et physiologie (1786), del que también sólo pudo publicar un volumen. Junto a la perspectiva comparada, utilizó las técnicas más avanzadas de la época, entre ellas, procedimientos perfeccionados de cerebrotomía, consiguiendo describir por vez primera formaciones como el fascículo desde el cuerpo mamilar al núcleo anterior del tálamo (cinta de Vicq d’Azyr), demostrar la ramificación arteriolar de la base del cerebro y precisar el origen de los nervios craneales. Falleció muy joven, el 20 de junio de 1794, en pleno período revolucionario, a consecuencia de una enfermedad pulmonar que había padecido largo tiempo. De forma póstuma, se publicaron sus Oeuvres, que comprenden seis volúmenes y un atlas (1805). Las editó Jacques-Louis Moreau de la Sarthe, el célebre historiador de la medicina. Por encima de los hallazgos que contiene, la importancia de la obra de Vicq d’Azyr reside en su programa de renovación del saber anatómico basado en el método comparado. Al exponerlo, consideró insatisfactoria la propuesta de Daubenton de limitarse a las estructuras “más importantes”. Estimó que todos los caracteres morfológicos interesaban en principio, aunque la imposibilidad de describirlos en cada especie exigía un criterio de selección de tipo fisiológico, partiendo de las funciones vitales para llegar a los órganos y partes que las realizan. Pocos años más tarde, Georges Cuvier, ya en el Jardin du Roi convertido en Muséum d’Histoire Naturelle, hizo notar que para cumplir este programa hubiera hecho falta analizar MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

3. Oeuvres de Vicq d’Azyr, edición póstuma (1805). Frontispicio.

nada menos que 1339 caracteres anatómicos en cada especie. Sin embargo, el mismo Cuvier no hizo sino desarrollar y llevar a la práctica los puntos de vista de Vicq d’Azyr cuando convirtió la anatomía comparada en una disciplina que aspiraba a formular leyes biológicas generales. Las ilustraciones del Traité (1786) de Vicq d’Azyr, dibujadas y grabadas por Angélique Briceau, representan sus precisas observaciones de modo cuidadoso e influido por la sensibilidad

neoclásica. El frontispicio de la edición de 1805 de sus Oeuvres, dibujado por Anne-Louis Girordet-Troison y grabado por Robert Delaunay, es una brillante alegoría de la ilustración morfológica: la medicina, con la antorcha del estudio, realiza nuevas observaciones anatómicas, mientras la pintura los dibuja bajo la atenta mirada de sus estudiantes; el tiempo y el genio de las ciencias levantan el lienzo que cubre el cadáver; el fondo simboliza las divinidades protectoras.

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Alergias infantiles Convertidas en un problema social, comprenden un grupo de enfermedades no infecciosas, producidas por una respuesta inmunitaria desproporcionada M.ª Anunciacion Martin Mateos

L

Se llaman también enfermedades por hipersensibilidad y atópicas. Afectan a la piel, al aparato digestivo y al aparato respiratorio, sobre todo. En el caso de la piel, aparecen urticaria, angioedema y dermatitis atópica; en el del aparato digestivo, estomatitis, esofagitis eosinofílica y enteritis; en el del aparato respiratorio, rinitis, faringotraqueítis, asma y alveolitis. Afecciones oculares alérgicas son las

© istockphoto / Trent Chambers

as enfermedades alérgicas abarcan un grupo   de patologías no infecciosas, producidas por una respuesta inmunitaria desproporcionada, o hiperrespuesta. De hecho, el concepto de alergia va unido al de hipersensibilidad. En la reacción defensiva se forman anticuerpos frente a antígenos comunes que no deberían causar enfermedad; por ejemplo, la leche de vaca, los ácaros domésticos o el polen del olivo.

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Epidemiología La incidencia de las enfermedades alérgicas ha aumentado de manera considerable y, al ser crónicas, también su prevalencia. Se han convertido en un auténtico problema social. La prevalencia de enfermedades alérgicas en la edad infantil (0-18 años) ha experimentado un crecimiento notable en el curso de los últimos 30 años. En España, según datos de Alergológica 2005, la prevalencia de dermatitis atópica es entre el 15 y el 20 %; la prevalencia del asma infantil, entre el 7 y el 10 % y de la rinitis alérgica entre el 15 y el 20 %. De todos los niños con dermatitis atópica, entre el 10 y el 20 % desarrollarán asma a lo largo de su vida. Diversos estudios prospectivos de todo el mundo ponen de relieve una incidencia de alergia a proteínas de leche de vaca entre el 0,3 y 7,5 % de los niños menores de 1 año. En España la alergia a proteínas de leche de vaca ocupa el tercer lugar, como causa de alergia alimentaMENTE Y CEREBRO 30 / 2008

BRONQUIOS: BRONCOESPASMO todas las ilustraciones de este articulo a partir de esta pagina: cortesia de lA autorA

conjuntivitis, y reacción alérgica general es la anafilaxia. Un mismo alérgeno puede inducir manifestaciones muy diversas; así, la leche de vaca puede ser causa de rinitis, enteropatía, urticaria, gastritis, asma o anafilaxia. Las reacciones de hipersensibilidad, exageradas, están mediadas por anticuerpos, por células o por complejos inmunitarios. El efecto de la respuesta inmunitaria sobre el organismo resulta beneficioso y nos defiende de las infecciones. Pero puede a veces causar enfermedad, como acontece en las afecciones alérgicas y autoin­munitarias. El sistema inmunitario reacciona tras el primer contacto con los alérgenos (sustancias externas con capacidad antigénica) mediante la producción de anticuerpos específicos, generalmente inmunoglobulinas E (IgE), que se unen al antígeno en los órganos y tejidos de choque (piel, mucosas, etcétera); allí liberan mediadores inflamatorios o broncoconstrictores. Estos mediadores causan los síntomas clínicos visibles de las enfermedades alérgicas: urticaria, angioedema, asma, rinitis, dermatitis eccematosa y shock anafiláctico. El concepto de atopia se asimila al de reacción de hipersensibilidad de tipo I, mediada por IgE, es decir, a la mayoría de las enfermedades alérgicas. Se denomina paciente atópico al sujeto con predisposición para las enfermedades alérgicas, ya sea por sus antecedentes familiares, por su alta concentración de IgE o por sufrir alguna enfermedad alérgica previa.

OJOS: CONJUNTIVITIS

NARIZ: RINORREA PRURITO OBSTRUCCION MASTOCITO

PIEL: URTICARIA

ria (24,5 %), precedida por la alergia al huevo (34,4 %) y alergia al pescado (30,4 %). En el futuro se espera un incremento de las enfermedades alérgicas, que para el asma y la rinitis oscilará entre el 15 y el 25 %. El aumento de la prevalencia de las enfermedades alérgicas se debe a factores ambientales (contaminación, mayor contacto con alérgenos animales y profesionales), cambios en el estilo de vida (dietas, hábitos higiénicos y deportes) y factores genéticos y hereditarios.

1. MASTOCITO EN PROCESO DE DEGRANULACION. Liberación de histamina en bronquios (broncoespasmo), en conjuntiva ocular (conjuntivitis), en nariz (rinorrea, prurito, obstrucción), en piel (urticaria).

Patogenia de las enfermedades alérgicas La patogenia refleja las reacciones de hipersensibilidad. Así, la reacción de tipo I, llamada también anafiláctica o inmediata, constituye una respuesta fulminante, que aparece a los pocos minutos del contacto con el antígeno. En ella intervienen anticuerpos citotrópicos

CUADRO 1: Algunos genes candidatos en las enfermedades alérgicas GEN

CROMOSOMA

FENOTIPO ASOCIADO

IL4 IL-4R

5q31-33 16p12.1

IgE total en suero

HLAD

6p21

Atopia

GRL IL 9 ADRB2

5q31

TNF-α

6p21.3

Inflamación alérgica

5LO

10q

Asma

RANTES EOTAXINA

17p12-q11.2

Inflamación alérgica

Ambrosia Acaro Fel d 1

Hiperreactividad bronquial

GRL= receptor de glucocorticoides ADRB2= receptores B adrenérgicos TNF= factor de necrosis tumoral Fel d.1= antígeno de gato

13

2. EL OLIVO (Olea europea) poliniza en los meses de abril y mayo.

3. DERMATITIS ATOPICA EN UN NIÑO ESCOLAR. Lesiones crónicas características en huecos poplíteos.

14

de clase IgE. Los mediadores de la reacción anafiláctica (histamina, leucotrienos, serotonina, factor quimiotáctico para los eosinófilos, factor activador de las plaquetas, prostaglandinas y tromboxanos) se dirigen contra los órganos y células diana —piel, tracto digestivo y vías respiratorias—, donde producen alteraciones funcionales, contracción del músculo liso, con aumento de la permeabilidad vascular y de la secreción. Entre los ejemplos clínicos de esta reacción citaremos el choque anafiláctico, la alergia gastrointestinal, la rinitis alérgica, el asma bronquial, la urticaria, la alergia medicamentosa y el eccema atópico. En la reacción de tipo II, los anticuerpos circulantes, de la clase IgG o IgM, frente a antígenos celulares o frente a sustancias no proteicas (haptenos), se fijan a la célula y activan la cascada del complemento que produce la destrucción celular, fagocitosis y opsonización posterior. Las células diana suelen ser las sanguíneas (hematíes, leucocitos y plaquetas), así como las células de la membrana basal glomerular y el endotelio pulmonar. Se señalan como ejemplos clínicos la anemia hemolítica, la trombocitopenia, la leucopenia, la glomerulonefritis y el síndrome de Goodpasture. En la reacción de tipo III, o reacción por complejos inmunitarios (que abarcan el antígeno, el anticuerpo y el complemento), éstos se depositan en los vasos y tejidos para producir una lesión tisular. Son afecciones con este mecanismo patogénico la reacción de Arthus local, la enfermedad del suero, glomerulonefritis, colagenosis, reacciones medicamentosas, enfermedades autoinmunitarias, asper-

gilosis broncopulmonar y alveolitis alérgica extrínseca. Por fin, la reacción de tipo IV, tardía o celular, viene mediada por linfocitos T sensibilizados frente al antígeno. Intervienen estas reacciones tardías celulares, en la defensa antibacteriana, antiviral, parasitaria y tumoral. Son ejemplos clínicos la alergia tuberculosa, las encefalitis de mecanismo alérgico, la tiroiditis, las dermatitis de contacto y el rechazo de injertos.

Desarrollo de las enfermedades alérgicas en el niño Para que se presenten las enfermedades alérgicas, se requiere el concurso de una predisposición alérgica (o terreno alérgico) y la existencia de factores ambientales, que estimulen la formación de anticuerpos específicos y desencadenen las reacciones de hipersensibilidad antes mencionadas. La predisposición alérgica viene definida por los antecedentes familiares y la carga genética heredada. Se sabe que, si existen enfermedades alérgicas en parientes de primer grado (hermanos o padres), la posibilidad de que el niño sea alérgico es superior a la de la población general, con un riesgo estimado entre el 40 % y el 70 %. Los genes candidatos implicados en la aparición de enfermedades alérgicas son varios (véase el cuadro 1). Los factores ambientales que contribuyen al desarrollo de las enfermedades alérgicas, muy diversos, pueden ser interiores y exteriores. Alérgenos que se encuentran en el interior de los domicilios son los ácaros, esporas de hongos, humo del tabaco y partículas proteicas de origen alimentario, textil o animal (mascotas). Alérgenos exteriores que se inhalan o contactan, son los pólenes, esporas de hongos exteriores, contaminación ambiental por partículas diésel, productos de combustión o industriales. Entre los agentes exteriores que contribuyen al desarrollo de las enfermedades alérgicas respiratorias merecen destacarse las infecciones virales, en particular la bronquiolitis por virus respiratorio sincitial. Como iniciadora de la sensibilización alérgica y la hiperreactividad bronquial, y las reinfecciones sucesivas por virus respiratorios, que en los niños asmáticos propician recaídas de asma típicas, mientras que en niños no asmáticos producen sólo procesos catarrales banales de vías altas (véase el cuadro 2). MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Tras una dilatada e intensa investigación, con seguimiento prospectivo, sobre los factores de riesgo de presentar una enfermedad alérgica se admite ya que los antecedentes familiares de alergia y la enfermedad alérgica, en la madre constituye un factor de riesgo elevado. En la sensibilización alimentaria precoz se advierte un peligro de contraer otras enfermedades alérgicas (dermatitis atópica, asma o rinitis alérgica). En cambio, una IgE elevada en sangre de cordón o la producción de interleucina 4 elevada y el interferón gamma descendido en sangre de cordón servirán de marcadores de alergia, sólo si van unidos a antecedentes familiares positivos (véase el cuadro 3). El comienzo de la alergia suele producirse en la edad pediátrica. Se conoce bastante bien su curso cronológico. La primera manifestación es la alergia alimentaria a las proteínas de la leche de vaca, a las proteínas del huevo y a los alimentos con los que entra en contacto el niño de una manera progresiva. La segunda enfermedad alérgica en el tiempo es la dermatitis atópica o eccema atópico, que se presenta a partir de los 2 meses de vida; en la mitad de los casos, se debe a una alergia alimentaria. En tercer lugar aparece el asma, al comienzo en forma de bronquitis disneizante, con desencadenante infeccioso, y más tarde en forma de crisis recortadas de asma extrínseca. Por último, puede presentarse la rinitis, que se superpone al asma y en otras ocasiones se asocia a conjuntivitis, aunque también puede darse en solitario, como rinitis alérgica (véase el cuadro 4).

Alergia alimentaria De todas las reacciones adversas a alimentos sólo el 20 % de las respuestas son genuinamente alérgicas. Subyace a la alergia alimentaria una base inmunopatológica. La condición puede constituir un factor causal y agravante entre los niños con dermatitis atópica, limitada por lo común a un escaso número de alimentos. Muchos alimentos son glicoproteínas, con un peso molecular entre 14 y 40 kilodalton y resistentes a la desnaturalización. También las moléculas pequeñas pueden causar sensibilización. En la leche de vaca hay más de 40 proteínas que pueden causar sensibilización; los huevos, el pescado, el inhibidor de la tripsina de soja tienen muchos antígenos, cada uno de ellos capaz de inducir alergia. Y no hace mucho se han MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

descubierto varios antígenos del cacahuete con diferentes pesos moleculares, que provocan alergia alimentaria. Los síntomas clínicos van desde manifestaciones cutáneas (urticaria, dermatitis atópica o dermatitis de contacto) hasta generales (anafilaxia) pasando por digestivas (vómitos, diarrea o síndrome de malabsorción) y respiratorias (rinitis o asma). La leche de vaca es el primer alimento con el que entra en contacto el niño. Sus proteínas son la causa principal de reacción alérgica en los lactantes, cuyo mecanismo patogénico consiste en una reacción de hipersensibilidad, mediada por IgE de tipo I. Los síntomas y signos de esa reacción alérgica varían. La clínica más frecuente es extraintestinal, con urticaria, angioedema, tos, rinorrea, shock y, con menos frecuencia, rechazo del biberón, vómitos y diarrea. Puede presentarse dermatitis atópica y asma. A la presencia simultánea de más de un síntoma tras la toma de leche de vaca, se la denomina anafilaxia, que revela una especial gravedad de la reacción. Los antecedentes de enfermedades alérgicas en familiares de primer grado y sobre todo en la madre, son un factor que está presente casi en la mitad de los niños. La alergia a proteínas de leche de vaca tiene en general buen pronóstico. Con independencia de la gravedad de los síntomas iniciales, la mayoría de los niños tolerarán la leche a los 2 años de edad. Al año de vida, entre el 50 y el 60 % son tolerantes, y a los 2 años entre el 70 y el 75 %. A los 4 años son tolerantes el 85 %. Los niños mayores de 4 años que aún no son tolerantes, el 15 %, es posible que lleguen a adultos sin tolerar la leche de vaca. Mediante ciertos tratamientos físicos se logra reducir, e incluso suprimir, la alergenicidad de las proteínas de la leche de vaca. En preparaciones comerciales de fórmulas lácteas para lactantes se recurre a la hidrólisis, que reduce las proteínas a pequeños polipéptidos.

Dermatitis atópica La dermatitis atópica —conocida también por eccema atópico, prúrigo flexurarum o eccema exudativo— es una enfermedad crónica de la piel, asociada a reacciones inflamatorias de patogenia inmunitaria. En más de la mitad de los casos intervienen reacciones de hipersensibilidad a diferentes antígenos, como alimentos, neumoalérgenos o proteínas bacterianas, que producen lesiones eccematosas de la piel. Se

CUADRO 2: Factores ambientales favorecedores de las enfermedades alérgicas ♦ Interiores: Acaros Hongos Partículas Tabaco... ♦ Exteriores: Infecciones por virus respiratorios Pólenes Faneras de animales Contaminación Meteorología... ♦ Estilo de vida

CUADRO 3: Factores de riesgo alérgico neonatal ♦ Historia familiar positiva En familiares de primer grado (fenotipo materno) ♦ ♦ ♦

IgE sangre cordón (?) Producción citocinas sangre cordón (?) Sensibilización alimentaria precoz (huevo)

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presenta mayoritariamente en niños con predisposición genética o con antecedentes personales o familiares de asma, rinitis y alergia alimentaria. Los signos característicos de la enfermedad son el intenso picor, el rascado con erosiones secundarias y las lesiones inflamatorias crónicas de características eccematosas. Acorde con la edad se distinguen tres formas clínicas: dermatitis atópica del lactante, del niño y del adolescente. Entre los 2 meses y los 2 años, la dermatitis atópica del lactante se caracteriza por lesiones en mejillas, cuero cabelludo, cuello y superficie de extensión de extremidades. La dermatitis atópica del niño, entre los 2 y los 12 años, se asienta de preferencia en las superficies de flexión antecubital, poplitea, cuello, muñecas y tobillos; en los párpados inferiores aparecen pliegues transversales. Por fin, menos frecuente, la dermatitis atópica del adolescente genera placas liquenificadas en manos y zona perioral y periorbitaria de la cara. El pronóstico de la dermatitis atópica del lactante suele ser bueno, pero por sí solo constituye un marcador de predisposición alérgica que se acompaña de un alto riesgo de sensibilización alimentaria y, más tarde, de predisposición alérgica a alérgenos inhalados. Hasta un 50 % de los niños pueden desarrollar rinitis alérgica y un 47 % asma antes de los 7 años. En las formas de dermatitis atópica grave, el riesgo de desarrollar asma y rinitis se eleva hasta el 50-75 %. 4. DERMATITIS ATOPICA DEL LACTANTE.

Alergia respiratoria

Lesiones agudas en cara y superficies de extensión.

CUADRO 4: Síntomas alérgicos en función de la edad

INCIDENCIA

RINITIS

ASMA ECCEMA ALERGIA ALIMENTARIA 0

1

2

3

4

5

6

7

8

9 10 11 12 13 14 15

EDAD (AÑOS)

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Tiene una expresión clínica muy variada, desde las manifestaciones de las vías respiratorias superiores (rinitis y faringitis) hasta las vías bajas (traqueítis, bronquitis, asma y alveolitis alérgica extrínseca). La mayor prevalencia de alergia respiratoria corresponde a la rinitis alérgica, que se caracteriza por prurito nasal, estornudos en salvas, rinorrea acuosa y bloqueo nasal. La faringitis alérgica suele ir asociada a traqueítis y se caracteriza por prurito faríngeo, cosquilleo y tos intensa, seca, irritativa, con exacerbaciones nocturnas. El asma bronquial, la enfermedad crónica más frecuente de la edad infantil, se caracteriza por episodios repetidos de tos, sibilancias audibles, disnea y tiraje de distinta intensidad, según la gravedad del asma. Estas crisis se repiten tras contacto con el alérgeno MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

5. PRUEBAS CUTANEAS, que valoran la reacción de la piel tras depositar en ella un extracto del alérgeno sospechoso mediante punción (“prick test”), en este caso puede realizarse también mediante inyección intradérmica o por contacto.

al que está sensibilizado el niño, tras infecciones por virus respiratorios, tras contacto con irritantes como el humo del tabaco y también después de realizar un ejercicio físico intenso. Los alérgenos que desencadenan el asma en los niños difieren con el lugar de residencia. En las zonas urbanas de clima suave y humedad alta, predominan los ácaros, de la familia de los arácnidos, que viven en el polvo de los domicilios y almacenes de cereales. En los climas secos con temperaturas extremas en verano e invierno, como el interior de España, los alérgenos dominantes son los pólenes de gramíneas, olivos y otras especies arbóreas o malezas. En las zonas húmedas, como los valles de ríos, zonas de bosque o zonas de cultivos intensivos de regadío causan alergia respiratoria las esporas de hongos, sobre todo, la Alternaria. En los niños, el pronóstico de las enfermedades alérgicas respiratorias en general y del asma en particular es mucho mejor que en el adulto. Depende, sobre todo, del diagnóstico precoz y el tratamiento. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Urticaria y angioedema La urticaria, una reacción aguda de la piel, se manifiesta con elevaciones cutáneas bien delimitadas, eritematosas o blanquecinas, de tamaño variable y evolución cambiante. Se acompaña de intenso prurito y se cura sin dejar lesiones. No da prurito, en cambio, el angioedema, una lesión del tejido subcutáneo. En los niños se registra una alta incidencia de la urticaria aguda; con duración

6. INFLUENCIA DE LOS FACTORES HEREDITARIOS en el desarrollo de las enfermedades alérgicas.

PADRES

PADRES

PADRES

NIÑO

NIÑO

NIÑO

5-15 %

20-40 %

40-60 %

25-35 %

Ninguno de los padres es alérgico

Uno de los padres es alérgico

Ambos padres son alérgicos

Un hermano es alérgico

Fuente: Kjellmann (1997)

HERMANO NIÑO

60-80 % Ambos padres son alérgicos con los mismos síntomas

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el sol. La urticaria colinérgica se debe a una descarga de acetilcolina procedente de las fibras simpáticas colinérgicas. La secreción de acetilcolina activa la liberación de histamina. El estímulo para la descarga de acetilcolina suele ser una situación de tensión emocional, ejercicio físico intenso o exposición al calor. La causa no es alérgica.

Dermatitis de contacto Las causas habituales de las dermatitis de contacto son agentes de uso tópico (en la piel), grupo al que pertenecen los antibióticos, tintes, formaldehído, cosméticos, perfumes, metales (níquel, cromo) y ciertas plantas (alcachofa, ortiga, lúpulo y cítricos). Suelen iniciarse con un eritema pruriginoso localizado en la zona de contacto con el antígeno, que evoluciona a pápulas, y vesículas pequeñas. Pasa a una fase de cronificación, en que la piel se engruesa y liquenifica.

Anafilaxia 7. LA LACTANCIA MATERNA protege al niño de las infecciones y retrasa la aparición de enfermedades alérgicas.

18

inferior a seis semanas, la padecen entre el 10 y el 20 %; la urticaria crónica, con duración superior a 6 semanas, es mucho menos frecuente. La etiopatogenia de la urticaria y angioedema comprende dos grandes grupos: la urticaria de mecanismo inmunitario, que responde a una reacción de hipersensibilidad inmediata de tipo I, mediada por IgE, y la urticaria no inmunitaria, en la que están implicados agentes que liberan histamina. En la forma inmunitaria (urticaria alérgica o mediada por IgE), los alérgenos suelen ser alimentos, fármacos, picaduras de insectos y aditivos alimentarios. Por su parte, la urticaria y angioedema de mecanismo no inmunitario se producen en el angioedema hereditario familiar por un déficit o disfunción de cierta enzima; tras pequeños traumatismos, infecciones o cambios bruscos de la temperatura, se activa sin freno la vía metabólica del complemento, que da lugar a la aparición de edema y lesiones urticariformes pruriginosas en piel y mucosas de vías respiratoria y digestiva. La urticaria y angioedema de causa física se desencadenan en niños predispuestos, instadas por el roce (dermografismo, urticaria facticia), el frío (urticaria a frigore familiar e idiopática), el calor, el contacto con el agua, la presión de ropa y otros objetos sobre la piel,

La anafilaxia constituye una respuesta clínica, de aparición súbita, grave y producida por una reacción inmunitaria inmediata de tipo I. Se liberan mediadores de forma masiva, que actúan en el sistema cardiovascular, aparato respiratorio, aparato digestivo y piel. Como agentes responsables de su aparición suelen citarse a menudo los antibióticos, picaduras de insectos, extractos alergénicos para diagnóstico o tratamiento, antitoxinas, gammaglobulina antilifocitaria, contrastes radiopacos, alimentos y fármacos diversos. Esa reacción general se presenta en los primeros 30 minutos tras la exposición al antígeno. De intensidad variable, las formas leves se manifiestan como hormigueo y prurito cutáneo, sensación de calor y de plenitud oral y faríngea, congestión nasal, edema periorbitario, lagrimeo y estornudos. En las reacciones sistémicas moderadas, aparecen además broncoespasmo, edema de vías aéreas y disnea, prurito, urticaria y angioedema generalizados, diarrea y vómitos, ansiedad y sensación de calor. En las reacciones graves, se advierten —junto con algunos de los signos anteriores— edema laríngeo súbito, broncoespasmo, disnea intensa, cianosis y posible paro respiratorio. Pueden producirse convulsiones generalizadas y colapso cardiovascular con hipotensión, arritmia y, en definitiva, el cuadro del temido choque anafiláctico. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

8. Acaro del polvo domestico Dermatophagoides pteronyssinus.

Enfermedad del suero La enfermedad del suero, una reacción de hipersensibilidad de Tipo III, se produce tras la entrada en el organismo de suero equino, medicamentos, picaduras de insecto, antitoxinas, suero antilinfocítico empleado en la inmunosupresión y alimentos, entre otros alérgenos. El mecanismo corresponde a la formación de complejos inmunitarios, vehiculados hasta órganos con capacidad filtrante. Ante éstos se detienen y producen lesión vascular directa, activación del complemento y atracción de células al foco inflamatorio, que liberan mediadores de la inflamación para originar el daño tisular. Se manifiesta, a los 8-12 días de la administración del antígeno, a través de una urticaria generalizada, edema de cara y cuello, fiebre, mialgias, adenomegalias generalizadas, artralgias y artritis de grandes articulaciones. Duran de cuatro a cinco días y desaparecen sin secuelas.

Alergia a medicamentos Hablamos de alergia a los medicamentos si la provoca la administración de cualquier remedio (antibiótico, sulfamida, anticonvulsivantes, antitusígeno, expectorante, vacunas y contrastes) y reacciona a través de un mecanismo inmunitario de respuesta de hipersensibilidad. En los niños, la alergia a medicamentos es rara. Sin embargo es frecuente motivo de consulta la aparición de un exantema, erupción o urticaria, tras la toma de un medicamento. La investigación ha demostrado que sólo se demuestra alergia a medicamentos en el 0,8 % de los niños estudiados por una supuesta alergia a fármacos. El resto de las reacciones que se detectan, no son alérgicas, sino debidas a intolerancia al medicamento o reacciones propias de la enfermedad de base, que motiva la administración del fármaco.

Identificación de los alérgenos Para identificar el alérgeno se dispone ya de varios métodos analíticos. La técnica más MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Bibliografia complementaria conocida es la determinación de anticuerpos específicos IgE por radioinmunoensayo (RAST y sus variantes: CAPsystem, entre otros), enzimoinmunoensayo (ELISA) o fluorimetría (FAST), tanto para alérgenos inhalados, como para alimentos, productos animales, medicamentos, etcétera. Menos usuales son la liberación de histamina, que es un método indirecto, consistente en medir la histamina liberada tras poner en contacto basófilos circulantes del paciente con el alérgeno sospechoso: si no es el alérgeno responsable, no habrá liberación de histamina. Similar es la prueba de degranulación de basófilos: se cuenta el número de basófilos de una muestra de sangre total, antes y después de ponerlos en contacto con el alérgeno sospechoso; la prueba se considera positiva cuando el número de células es inferior al 30 % de las que había antes de ponerlas en contacto con el alérgeno, pues éste habrá ocasionado la degranulación del basófilo y la liberación de los mediadores. En la actualidad se han comercializado técnicas de diagnóstico rápido por enzimoinmunoensayo, que detectan anticuerpos específicos IgE a varios aeroalérgenos simultáneamente. Son técnicas de cribaje que deben complementarse, en caso de ser positivas, para identificar correctamente el alérgeno responsable de la enfermedad alérgica.

E l niño asmático. M. A. Martín Mateos. Editorial Martínez Roca; Barcelona, 1991. A llergy. P rinciples and P ractice (5ª edición). E. J. Middleton. Editorial Mosby; St. Louis, 1998. Tratado de A lergología P ediátrica . M. A. Martín Mateos. Editorial Ergon; Barcelona, 2002. A lergia (2.a edición). S. T. Holgate, M. K. Church y L. M. Lichtenstein. Editorial Mosby; Madrid, 2002. Diagnóstico General de la Alergia en Pediatría. M. A. Martín Mateos y F. Muñoz López en Tratado de Pediatría, por M. Cruz (9.ª edición). Editorial Ergón; Barcelona, 2006. A lergológica 2005. Factores epidemiológicos, clí nicos y socioeconómicos

M.a Anunciación Martín Mateos es profesora titular de pediatría de la Universidad de Barcelona, médico consultor de inmunología y alergia pediátrica en el Hospital Clínico y en el de San Juan de Dios, también de Barcelona.

de las enfermedades alér gicas en

España en 2005.

Editorial Esgraf; Madrid, 2006.

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Memoria cartográfica El descubrimiento de ciertas neuronas localizadoras, llamadas células reticulares, ha renovado la neurociencia

© istockphoto / Scott Hirko

James A. Knierim

20

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L

enny, el protagonista de Memento, famosa   película de suspense del año 2001, sufría una lesión cerebral que le impedía recordar sucesos durante más de un minuto. Este tipo de amnesia, de grado anterior o anterógrada, es conocida por los neurólogos. Quienes la padecen recuerdan episodios de su vida anteriores a la lesión, pero no pueden mantener memoria de ningún evento que haya ocurrido después. Para ellos, su historia personal acaba poco antes de iniciarse su trastorno. Probablemente Lenny debía ese trastorno a una lesión del hipocampo, par de estructuras cerebrales de importancia crítica para la memoria. Tras décadas de investigación neurológica, parece claro que el hipocampo y la corteza cerebral que lo rodea no se limitan a ordenar en el tiempo los sucesos de nuestra vida. Además, junto con las células reticulares (grid ­cells), un conjunto de células recién descubiertas en la corteza cercana, guarda también registro de nuestros movimientos por el espacio. Y de este modo, suministra un vasto entorno de información que sirve de contexto para colocar los hechos acaecidos. De ahí surge un cuadro de importancia histórica, mucho más que una curiosidad atractiva. ¿Qué proceso exacto sigue el cerebro para crear y almacenar la memoria autobiográfica? Durante siglos la pregunta ha fascinado a científicos, filósofos y escritores, pero hasta mediado el siglo pasado no identificó un área cerebral claramente imprescindible para tales funciones: el hipocampo. El papel de esta estructura se descubrió en 1953, cuando William Scoville, cirujano de Hartford, extirpó la mayor parte del hipocampo de un paciente afectado de ataques epilépticos que amenazaban su vida; observó más tarde que le había dejado incapaz de formar nuevos recuerdos conscientes. Desde entonces, el caso de aquel paciente, unido a una extensa investigación sobre animales, ha establecido con firmeza que el hipocampo actúa a la manera de mecanisMENTE Y CEREBRO 30 / 2008

mo codificador de la memoria, registrando el discurrir de nuestra vida. En los años setenta, otro descubrimiento inspiró la teoría de que el hipocampo codifica nuestro movimiento espacial. En 1971, John O’Keefe y Jonathan Dostrovsky, del Colegio Universitario de Londres, encontraron que las neuronas del hipocampo presentaban un modelo de disparo específico del lugar. Es decir, había “células de lugar”. Así llamó O’Keefe a estas neuronas del hipocampo, que dispararían repentinamente potenciales de acción (impulsos eléctricos que las neuronas utilizan para comunicarse) siempre que una rata ocupara un lugar específico, para permanecer silentes si el animal se hallaba en cualquier otro sitio. Así pues, cada célula de lugar dispararía sólo en una localización, a semejanza de una alarma antirrobo conectada a una baldosa del vestíbulo. Se han notificado resultados similares en otras especies, humana incluida. Hallazgos tan notables impulsaron a O’Keefe y Lynn Nadel, hoy en la Universidad de Arizona, a proponer que el hipocampo era la sede neural de un “mapa cognitivo” del entorno. Sostenían que las células de lugar hipocampales organizan los diversos aspectos de la experiencia dentro del marco de la situación y contexto en que ocurren los sucesos; defendían, además, que ese marco contextual codifica las relaciones entre los diferentes aspectos de un evento, de tal manera que puedan luego recuperarse desde la memoria. La opinión anterior se ha debatido durante años. Pero se converge en la aportación del hipocampo a un contexto espacial, que es vital para la memoria episódica. Cuando recordamos un hecho del pasado, no sólo nos acordamos de las personas, objetos y otros componentes particulares del suceso, sino también del contexto espaciotemporal en el que se produjo; gracias a ello discernimos ese suceso entre episodios parecidos con componentes similares.

RESUMEN

Saber dónde nos encontramos

1

Las ratas (y presumiblemente los humanos) poseen en el cerebro miles de células reticulares, que registran los movimientos del animal dentro de su entorno.

2

Cada célula reticular proyecta una celosía virtual triangulada a través de su entorno. Se excita cuando la rata está en cualquier vértice de triángulo.

3

Cada vez que la rata se mueve, anuncia su localización en múltiples retículas; las células reticulares registran así colectivamente la localización de la rata y su trayectoria.

4

Las células reticulares pueblan áreas corticales próximas al hipocampo, un centro de la memoria. Muchos investigadores creen que los datos espaciales de estas células permiten que el hipocampo construya el contexto necesario para formar y almacenar la memoria autobiográfica.

21

Al recordar un suceso del pasado, también recordamos el contexto espaciotemporal en el que tuvo lugar.

Sí, pero ¿cómo? Pese a intensos estudios, la ciencia no conseguía desentrañar los propios mecanismos por los que el hipocampo crea la representación contextual de la memoria. Un obstáculo capital ha sido nuestro escaso conocimiento de las zonas del cerebro que suministran información al hipocampo. Los primeros trabajos sugerían que la corteza entorrinal, una zona próxima al hipocampo y justo enfrente del mismo, podría codificar la información espacial de un modo similar al del hipocampo, aunque con precisión menor. Esta hipótesis ha sido desmentida radicalmente por el asombroso descubrimiento de un sistema de células reticulares (grid cells) en la corteza entorrinal media, descrito en una serie de publicaciones recientes de Edvard Moser,

May-Britt Moser y sus colegas, de la Universidad Noruega de Ciencia y Técnica. A diferencia de una célula de lugar, que se excita cuando una rata ocupa un lugar acotado, cada célula reticular se excitará cuando la rata se sitúe en cualquiera de las numerosas localizaciones dispuestas en una retícula hexagonal uniforme. Vendría a ser como si la célula estuviese conectada a un número de losetas de alarma separadas a distancias regulares. Las localizaciones que activan una célula reticular específica configuran un patrón preciso y repetitivo formado por triángulos equiláteros que teselan el suelo circundante. Imaginemos docenas de platos de comer redondos que cubren un suelo con densidad óptima, cada plato rodeado por otros platos equidistantes; una tal disposición reduce al mí-

El “mapa cognitivo” del entorno se construye en el hipocampo —de bien reconocida importancia para la memoria— y en las células reticulares de la corteza entorrinal. Una célula proyecta a través del entorno una celosía de triángulos equiláteros (abajo, izquierda), cuyos vértices son sensibles a la presencia de la rata. Dado que las retículas proyectadas por los millares de células reticulares del cerebro se solapan, el sistema formado por estas células se activará siempre que la rata se mueva (abajo, derecha). De ese modo, se va actualizando sin cesar la ubicación del animal.

22

Corteza entorrinal

Hipocampo

DE “NEUROSCIENCE: NEURONS AND NAVIGATION”, GYÖRGY BUZSÁKI, EN NATURE, VOL. 436; 11 AGOSTO; 2005 (retículas triangulares); MAY-BRITT MOSER Universidad Noruega de Ciencia y Técnica (actividad de las células reticulares)

El sistema de seguimiento del cerebro

Una ventana a la cognición A. David Redish

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entorno.) Pero dicho mapa, como aseguraban O’Keefe y su colega Lynn Nadel en The Hippocampus as a Cognitive Map, publicada en 1978, todavía era una construcción cognitiva. Las células de lugar, propiamente entendidas, no reflejaban ningún estímulo ambiental específico, sino la percepción que tenía el animal de su posición en el entorno. Quedaba una pregunta sin contestar: qué es lo que provocaba el disparo de una célula de lugar cuando la rata ocupaba el campo de lugar correspondiente. Los modelos informatizados sugerían que las células de lugar codificaban cierta asociación entre representaciones del espacio externas e internas. Pero nadie sabía realmente qué información llegaba al hipocampo para efectuar tales computaciones.

Cada célula reticular se activa cuando la rata ocupa uno de los múltiples sitios dispuestos en retícula hexagonal uniforme dentro del cerebro. Según observa Knierim, la respuesta exacta ha venido del descubrimiento de las células reticulares (grid cells), de tanto interés en neurología de la cognición. A raíz de la publicación, los autores empezaron a examinar sus trabajos anteriores sobre la corteza entorrinal para encontrar datos sobre células reticulares que hubiesen quedado ocultos. Inmediatamente se inició la construcción de modelos informáticos sobre la formación de la retícula y la manera en que podría gobernar la actividad hipocampal. A semejanza de las células de lugar, las células reticulares pueden ofrecernos un modo de observar y marcar el trayecto de la cognición. Y puesto que las célu-

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Durante los 30 últimos años, la célula de lugar se ha convertido en uno de los ejemplos más estudiados de correlación celular —es decir, conexión demostrable de una neurona a una conducta, sensación o actividad mental determinada—, que no responde a ningún estímulo sensorial o motor inmediato. Como señala James J. Knierim en el artículo, cada célula de lugar del hipocampo dispara potenciales de acción sólo cuando la rata se sitúa en un punto específico dentro del entorno (el “campo de lugar” de esa célula). Por tanto, si conocemos dónde está el campo de lugar de cada una de las células, podremos seguir la trayectoria de un animal por la observación de sus células de lugar. Proceso que los neurocientíficos denominan “reconstrucción”. Cuando el animal duerme, la población de células de lugar “reproduce” la experiencia habida; mediante el proceso de reconstrucción, podemos seguir la secuencia que se está reproduciendo y así conocer, valga la expresión, lo que piensa el animal. Las células de lugar proporcionan un modo de observar directamente la cognición, incluso en las ratas. La expresión “mapa cognitivo” fue acuñada por Edward C. Tolman, psicólogo de la Universidad de California en Berkeley. En un trabajo, ya clásico y aparecido en 1948, sugería que en cierta zona del cerebro existía una representación del entorno —elaborada por el animal— que pudiera servir para hacer planes y moverse por el mundo. La clave estaba en que ese mapa tenía que ser “cognitivo”, es decir, construido internamente a partir de una combinación de estímulos y memoria. En 1971, John O’Keefe y Jonathan Dostrovsky, neurocientíficos del Colegio Universitario de Londres, descubrieron las células de lugar hipocampales, lo que parecía situar en el hipocampo el mapa cognitivo. (La célula de lugar se activa sólo cuando la rata ocupa una posición particular en un determinado

las reticulares entorrinales se proyectan directamente hacia las células de lugar del hipocampo, disponemos ahora de un punto de acceso para examinar en extenso los mecanismos del proceso cognitivo. Exactamente ése es el camino seguido, entre otros, por Edvard Moser y MayBritt Moser, de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega. Uno de los aspectos más sugerentes del descubrimiento de las células reticulares es que nadie lo había predicho. Las teorías y modelos aventuraban que la corteza entorrinal desempeñaría una importante función en el mapa cognitivo, y que sus células presentarían, a través de varios entornos, relaciones intercelulares más estables que las células de lugar. Pero nadie imaginaba que las células entorrinales cubrirían todo el entorno con retículas triangulares yuxtapuestas: si alguien hubiera sugerido tal cosa, habría sido el hazmerreír de la comunidad científica. A. DAVID REDISH es profesor asociado de neurociencia en la Universidad de Minnesota y autor de Beyond the Cognitive Map (MIT Press, 1999).

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Es uno de los hallazgos más notables en la historia de registros de la actividad cerebral realizados por una unidad individual.

Bibliografia complementaria The Hippocampus as a Cognitive

Map. John O’Keefe y

Lynn Nadel, 1978. Agotado. Disponible en www. cognitivemap.net B e yo n d t h e C o g n i t i v e Map. A. David Redish. MIT Press, 1999. M icrostructure of a Spatial

M ap in the Entorrinal

Corte x . Torkel Hafting, Marianne Fyhn, Sturla Molden, May-Britt Moser y Edvard I. Moser en Nature, vol. 436, págs. 801-806; 11 de agosto, 2005. Co n j u n c t i v e R e p r e s e n tat i on of

P osi t i on , D i -

rection , and

V elocit y in

E ntorrinal Cortex . Francesca Sargolini, Marianne Fyhn, Torkel Hafting, Bruce L. McNaugh­ton, Menno P. Witter, May-Britt Moser y Edvard I. Moser en Science, vol. 312, págs. 758 -762; 5 de mayo, 2006.

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nimo el patrón de disparos vinculado a cada célula reticular. Al desplazarse la rata sobre el suelo, se activa en su cerebro una célula reticular cada vez que pisa cerca del centro de una placa. Otras células reticulares, mientras tanto, persisten asociadas con sus propias retículas hexagonales, que se solapan entre sí. Las retículas de células contiguas son de dimensiones similares, aunque ligeramente desplazadas una de otra. Los Moser y sus colaboradores llegan a la conclusión de que estas células reticulares son, probablemente, las componentes esenciales de un mecanismo cerebral que actualiza de un modo continuo el sentido de localización de la rata, incluso en ausencia de información sensorial del exterior. Y es casi seguro que constituyen la información espacial básica que el hipocampo utiliza para crear la configuración de disparo de sus células de lugar, que es altamente específica y dependiente del contexto. Este descubrimiento es uno de los hallazgos más notables en la historia de registros de la actividad cerebral por una unidad individual. Nadie había comunicado jamás una respuesta neuronal tan geométricamente regular, tan cristalina, tan perfecta. ¿Cómo cabía tal posibilidad? Sin embargo, los datos eran convincentes. Por una parte, me entusiasmaba la rigurosa configuración de respuesta de las células re­ ticulares. Además, suponía un paso decisivo en nuestro esfuerzo por comprender el proceso de formación de la base de la memoria episódica en el hipocampo. Las células reticulares nos ofrecen un firme asidero sobre el tipo de información codificada en una de las grandes entradas al hipocampo. Partiendo de ahí, podemos empezar a crear modelos más realistas de las computaciones verificadas en el hipocampo para transformar estas representaciones reticuladas en las propiedades de las células de lugar, más complejas, que se han descubierto en los últimos 30 años. Por ejemplo, al cambiar el entorno se excitan diferentes subgrupos de células de lugar, mientras que en cualquier entorno están activas todas las células reticuladas. ¿Cómo se ha transformado el mapa espacial general codificado por las células reticulares en los mapas específicos del entorno (o del contexto) que elaboran las células de lugar? El descubrimiento de las células reticulares ratifica que el hipocampo y el lóbulo temporal medial son excelentes modelos de sistemas para comprender de qué modo construye el

cerebro representaciones cognitivas del mundo exterior que no están explícitamente ligadas a estimulación sensorial alguna. No existe ningún patrón de referencias visuales, auditivas, somatosensoriales o de otras sensaciones que pudieran producir el disparo de una célula reticular de un modo tan cristalino en cualquier entorno. Este patrón de disparo —que es similar, lo mismo dentro de una estancia familiar bien iluminada que en un rincón extraño y oscuro— tiene que ser una construcción cognitiva pura. Aunque se actualicen y calibren mediante aportaciones del sistema vestibular, visual u otros sistemas sensoriales, los patrones de disparo de las células reticulares no dependen de estímulos sensoriales externos. Hay quienes aducen que las células de lugar del hipocampo presentan una independencia similar. Pero otros se apoyan en la conocida influencia de las referencias externas sobre las células de lugar y en su tendencia a dispararse en ubicaciones solitarias para afirmar que tales células obedecen a combinaciones específicas de referencias sensoriales que sólo existen en determinados sitios. Este argumento no puede explicar los patrones de disparo de las células reticulares.

El camino a recorrer ¿Cómo se explica entonces el comportamiento de las células reticulares? Tales células permiten que el animal actualice sin cesar su localización física en un mapa cognitivo interior mediante un registro de sus propios movimientos. Información que se retransmite al hipocampo, que combina la representación espacial con otros datos relativos a un suceso y crea así memorias específicas, de riqueza contextual, de experiencias singulares: la capacidad que había perdido el Lenny de Memento. Podemos aventurar que la investigación ulterior de las células reticulares (unida a la del otro gran acceso al hipocampo, la corteza lateral entorrinal) revelará los mecanismos neurales que nos permiten recordar nuestras historias personales, proceso vital que constituye el auténtico fundamento del sentido de la identidad propia. James J. Knierim enseña neurobiología y anatomía en la facultad de medicina de la Universidad de Texas en Houston. Investiga sobre el papel del hipocampo y las estructuras cerebrales conexas en el aprendizaje espacial y la memoria. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

¿Depende de los hitos de referencia la memoria, cual si se tratara de un mapa de getty images

carreteras? La reciente serie de hallazgos sobre células reticulares lo atestigua.

Preguntas y respuestas Cartografía de los sueños ¿Hay alguna relación entre la memoria almacenada de los sueños y la actividad de las células reticulares? ¿Se representa lo soñado del mismo modo que la realidad? Los que parecen no recordar nunca sus sueños, ¿es simplemente porque no acceden a esas porciones del mapa espacial mientras duermen? Es una buena pregunta, responde James J. Knierim. Cuando una rata duerme, las células de lugar del hipocampo a veces se disparan en el mismo orden en que lo hacían durante una corta secuencia de conducta cuando estaba despierta. Se cree que el proceso está relacionado con la formación de recuerdos a largo plazo, pues el hipocampo “reproduce” la reciente experiencia de la rata en el neocórtex para un almacenamiento persistente. Es presumible que las células reticulares participen en ese proceso, puesto que actúan como pasarela entre el hipocampo y el neocórtex.

Cartografía mítica Impresiona la relación que parece haber entre las funciones aparentes de las estructuras entorrinales e hipocampales y la propensión humana a proyectar sucesos míticos en paisajes físicos. Los indios de Norteamérica visitan determinados accidentes geográficos para recordar hechos específicos de su historia. Para nosotros, la historia consiste en documentación, pero antes de la escritura era cuestión de memoria: memoria colectiva. La vinculación de la historia a los lugares podría MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

ejercer una función societaria similar a la que desempeñan las células reticulares en las memorias individuales. A lo anterior responde James J. Knierim. Bien podría haber tal relación entre esas prácticas culturales y las conexiones cerebrales que nos permiten recordar sucesos. Un ejemplo bien conocido es el truco mnemotécnico utilizado en escena para memorizar largas listas de objetos en orden aleatorio. A medida que el público va señalando objetos, el ejecutante los coloca imaginariamente en lugares concretos de una habitación que le sea familiar. Cuando llega el momento de repetir la lista ordenada (hacia adelante o hacia atrás), recorre mentalmente la secuencia de lugares y puede recordar los objetos que su imaginación colocó allí. El método de asociación de objetos a lugares conocidos era usado habitualmente por griegos y romanos para recordar largos discursos, agrega David Dobbs. Hay sujetos capaces de recordar cadenas aleatorias de números y palabras. Para ello, cierto individuo asociaba las palabras o los números a puntos que le eran familiares a lo largo de los 18 hoyos de su campo de golf favorito. El método lo ha descrito Frances A. Yates en un documentado y atractivo libro llamado The Art of Memory (University of Chicago Press, 1966).

El factor del éxito El poder de computación que posee el cerebro es asombroso. Un diminuto trazador topográfico o seguidor de posición dentro del cerebro enriquece enormemente la comprensión.

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Pánico a volar Manos húmedas, temblor de rodillas, ansiedad antes del despegue... tales son los síntomas del pasajero con miedo al avión. Ya en vuelo, el miedo puede convertirse en pánico Rabea Rentschler

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TODAS LAS FOTOGRAFIAS DE ESTE ARTICULO: GEHIRN & GEIST / STEFANIE SCHMITT

1. POR ENCIMA DE LAS NUBES. ¿Panorama fantástico u horror de vacío? Vista desde la cabina de un avión, transcurrido poco tiempo desde el despegue.

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V

olar a 10.000 metros de altura sobre el ni  vel del mar era una aventura que Karsten Kramarczik, director artístico de esta revista, no podía ya imaginar como algo agradable. Pese a su natural reticencia, un primo suyo le convenció para que hiciese su primer vuelo a Ibiza. Nunca lo hiciera. Las turbulencias agravaron su pavor. Realizó otros viajes, no obstante. Hasta el último que le llevara a Barcelona. Sintió un ataque de pánico. Kramarczik no es capaz de explicar las causas. Pero nunca más volvió a subir por la escalerilla. El mero pensamiento de verse en el cielo, encerrado en una jaula metálica y a una velocidad de 920 kilómetros por hora desencadena en su interior una cascada de inquietudes: la angostura de la cabina, el ruido de las turbinas, el crujido del tren de aterrizaje o la caída del morro para estabilización del vuelo. Insufrible. Según una encuesta del Instituto Allensbach de Demoscopia, una tercera parte de los usuarios del avión sufren los síntomas generales del miedo a volar. Sólo pensar en ello puede provocar el pánico a “aviófobos” como a Karsten Kramarczik, con su rimero de alteraciones somáticas, como la aceleración del pulso o convulsiones, fenómenos emocionales acompañantes. Al temer precipitarse o morir de miedo, concentran su angustia y no pueden vencer la obsesión. Encuentro a Kramarczik, junto a otros tres participantes, en un seminario en Raunheim, próximo al aeropuerto de Frankfurt. Quiere afrontar su miedo y tiene el firme propósito de subirse al día siguiente en un avión en dirección a Viena. Y los pronósticos son prometedores pues el 90 por ciento de los “aviofóbicos”, tratados con una terapia de exposición, pierden su pánico agudo o al menos pueden hacerle frente de manera positiva. MarcRoman Trautmann, psicólogo y director del seminario del Centro alemán Contra el Miedo al Vuelo de Nieder-Wiesen (DFAZ), declara que quien mira al miedo de frente, ha dado ya el primer paso. El ambiente es tenso y cordial a un tiempo, pues los cuatro participantes en el seminario tienen el mismo problema: pánico a volar. Mas para el éxito de la terapia importa considerar cada caso de miedo por separado. Según un estudio del DFAZ el 62 por ciento de los afectados han volado al menos una vez. El desencadenante del miedo suelen ser las turbulencias, el despegue reiterado u otras incidencias. Sólo el cinco por ciento siente miedo “por la primera vez”.

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Auxilios frente al miedo a volar Los libros y otro material de autoayuda informan sobre las estrategias cognitivas y las técnicas de imaginación y distensión para superar el miedo. En algunos países se ofrecen programas de autoayuda acompañados de la terapia adecuada. Así por ejemplo el Manual del Instituto de Psicología de Vuelo de Würzburg: durante tres semanas los fóbicos hacen diariamente y solos media hora de ejercicios. Al final de cada unidad un terapeuta aclara por teléfono las cuestiones dudosas. Un estudio de la Universidad de Würzburg confirma la eficacia: un 62 por ciento de los participantes pudieron reducir significativamente su miedo. La terapia virtual en el simulador de vuelo puede servir de ayuda a los aviofóbicos que todavía no están dispuestos a subir a un avión real. En un estudio comparado, correspondiente al año 2006 y dirigido por Page Anderson, de la Universidad estatal de Georgia, y por Barbara Rothbaum, de la Universidad Emroy, se registró que la cifra de éxitos de la terapia virtual era tan alta como la resultante del entrenamiento de confrontación en el avión. Si se trata de miedo a volar en sentido estricto basta con la terapia virtual. Y si el trasfondo de ese estado de ánimo es el miedo al espacio abierto, la agorafobia o un trastorno de pánico, se requiere una exposición real para quitarle el horror a esa temida catástrofe. La hipnosis es otra posibilidad de superar el miedo a volar. Está demostrado que la hipnoterapia ofrece buenas posibilidades de superar un vuelo más distendido, siempre y cuando uno sea receptivo a la hipnosis. Un entrenamiento real en la superación del miedo es y sigue siendo, en opinión de la mayoría de los psicoterapeutas, el método más eficaz de controlar la aviofobia. Compañías aéreas, institutos y terapeutas ofrecen seminarios. Además del aprendizaje de técnicas de imaginación y relajación deberían también transmitir conocimientos fundados sobre la seguridad aérea. Lo ideal sería rematar la confrontación con el miedo mediante un vuelo corto. Un tratamiento farmacologico puede ser adecuado en casos particulares y bajo control médico. Ahora bien, los tranquilizantes, los antidepresivos o los bloqueadores beta sólo amortiguan las reacciones vegetativas ante una situación fóbica. En el mejor de los casos pueden amortiguar el miedo, no vencerlo.

PERRITO CON HOCICO DE CERDO. Animal de trapo que simboliza el canalla que llevamos dentro.

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Melanie, de Gustavsburg, está casada y tiene dos hijos. Su familia ha tomado en consideración a lo largo de los años su fobia y se han desplazado siempre en coche a Alicante: once horas de viaje. Y ahora quieren por fin volver a ir de vacaciones en avión. Pero Melanie teme sufrir a bordo un ataque de pánico y hacer el ridículo ante los demás pasajeros. Stefan voló por última vez hace ocho años. En su último vuelo a Fuerteventura se sentó entre sus dos hijos, que veían cómo temblaba de miedo y se contagiaron. No quiere volver a repetir el espectáculo.

Ninguna confianza tras el 11 de septiembre Por último, está Sven. Siempre se había reído de quienes temblaban con las turbulencias. Hasta que sucedió lo del 11 de septiembre de 2001. Desde esa fecha, este director de exportación ha perdido toda confianza en la seguridad de los vuelos. Tras una prolongada negativa, debe volver a volar si no quiere perder el puesto de trabajo. Kramarczik entiende los sentimientos de los otros, pese a describir su propia situación de forma distinta. Por un lado, miedo general a las alturas; por otro, sus experiencias negativas de vuelos. Igual que Melanie, ha vivido varias veces las turbulencias. Conoció la fuerza de la tempestad y el despegue desde Cuba, no obstante los avisos de huracanes. “En una ocasión, el personal de vuelo suspendió el servicio”, lo que no indicaba nada bueno. Y Sven completa: “En un vuelo a Mallorca se desconectó la electrónica de a bordo”. El miedo de todos parecía justificado. En este momento interviene Trautmann en el diálogo. En primer lugar el psicólogo quiere hacer ver a los “fóbicos” lo que sucede en situaciones de tensión. “¿Qué haría usted si alguien le amenaza con un cuchillo?” Lo más probable salir corriendo. “¿Y si alguien le ataca con un objeto más inofensivo?” ¿Posiblemente luchar? Lo natural es que nuestro cuerpo reaccione ante una amenaza huyendo o atacando. El miedo es una reacción normal y general, que se acompaña de tensión, sudores, temblores, aceleración cardiaca o presión en la garganta. El miedo se desarrolla siempre según un patrón establecido: al principio hay un estímulo que percibimos como insólito; el cuerpo reac­ ciona con la respiración acelerada y provee a nuestros músculos de más oxígeno, al tiempo que libera cantidades mayores de noradrenaMENTE Y CEREBRO 30 / 2008

lina, adrenalina y cortisol. Colocados en situación de alarma, tenemos en la mente exclusivamente el estímulo del miedo y lo valoramos en el inconsciente en segundos: ¿cese de la alarma o amenaza? El cuerpo se dispone a una reacción determinada, de huida o lucha. Gracias al correspondiente empleo de energía física se desmontan los síntomas del estrés y nuestros componentes hormonales vuelven a recuperar su equilibrio. Cuando nos encontramos en una situación que no permite ni lo uno ni lo otro — en un avión— el cuerpo no puede desmontar su actividad; se sigue percibiendo todo como si se estuviera atravesando un túnel. Trautmann resalta que el miedo constituye un instinto primitivo de supervivencia. El cuerpo no diferencia si nuestro miedo está o no justificado. Los síntomas son los mismos. Esas reacciones físicas frente a una amenaza real o imaginaria las experimentamos también en otras ocasiones: en el deporte, en un examen, cuando tenemos fiebre o incluso en el caso de un infarto cardiaco. El cerebro decide si se trata de un peligro para el cuerpo y la vida o si consiste en un incómodo fenómeno acompañante. La cuestión es valorar los síntomas de acuerdo con la situación. Y eso es lo que no consiguen los aviofóbicos; aunque no exista ninguna amenaza aguda valoran el vuelo como tal.

2. DISPUESTO PARA EL DESPEGUE. Karsten Kramarczik ya tiene el billete en sus manos. Todavía puede arrepentirse, pero sólo el que se enfrenta al miedo es capaz de superarlo.

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3. COMO SARDINAS EN LATA. La claustrofobia desempeña un papel determinante en el miedo a volar.

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Melanie dice que “me encuentro tan mal, que tengo la sensación de que voy a morir”. Y no le queda tiempo para una valoración adecuada. Trautmann intenta tranquilizarla: lo que ocurre, le dice, es que “no tienen suficiente confianza en su propio cuerpo, pero nadie se muere de miedo”. Melanie y los demás le miran con escepticismo. El psicólogo prosigue: “conozco su miedo, lo tengo aquí”. Saca de la cartera un animal de trapo y lo pone en el centro. Se trata de un perro de peluche con hocico de cerdo. Provoca una sonrisa contenida. Hay que dominar al canalla que llevamos dentro, tal es la moraleja. A diferencia de los miedos reales, lo que llevamos siempre con nosotros son los trastornos fóbicos, como el miedo a volar. Con ello podemos convivir día a día, pero torna con violencia cuando llega el momento de planificar las próximas vacaciones. Se reaviva la ansiedad. Los afectados deben adquirir conciencia de esta situación con ayuda de una confrontación mental. Trautmann exclama de pronto: “¡Kramarczik, empecemos con usted!” El aludido traga saliva, pues es evidente que su canalla interno empieza a rebelarse. Para dominar los síntomas del miedo ha de lucharse con el cuerpo y con la mente. Mientras que Kramarczik revive mentalmente la quimera —Frankfurt, Barcelona, reunión, comida de trabajo en torre panorámica con una vista terrible a las profundidades, Barcelona, Frankfurt—, Trautmann construye su curva individual del miedo. La empieza días antes del vuelo propiamente dicho y hace que Kramarczik pueda valorar —en una escala de 1 a 100— la magnitud del

miedo al reservar el billete de avión, la víspera, en su camino al aeropuerto... Los demás participantes en el seminario le acompañan en el sufrimiento.

Sólo la punta del iceberg Al término de este viaje imaginario se evidencia que el miedo a volar no se puede reducir a un punto concreto, por ejemplo, el despegue o el aterrizaje. Se trata de un proceso; en función de la intensidad general del nivel de estrés en la vida, Kramarczik y los demás superan un vuelo unas veces mejor y otras peor. Y es que coinciden muchas cosas antes de que se desate el pánico. En realidad un vuelo es sólo la gota que colma el vaso. Los participantes se ejercitan en la relajación progresiva de la musculatura (RPM) de acuerdo con el método de Edmund Jacobson. Se empieza con el parasimpático. El llamado “nervio de la tranquilidad” se encarga de la regeneración y desahogo del sistema nervioso vegetativo. Su antagonista —el nervio simpático— activa y aviva la capacidad de producción en actitudes de ataque o de huida y en casos de esfuerzos extraordinarios. El entrenamiento, dirigido por Trautmann, debe fortalecer el parasimpático frente al simpático. Sólo cuando ambos componentes del sistema nervioso vegetativo trabajan en armonía nos sentimos bien. Gracias a una técnica aguda como la del PMR se puede intervenir en el circuito del miedo, pues quien está relajado no puede desarrollar síntomas del miedo, que están vinculados a la tensión. Trautmann introduce en el ejercicio: “Piense en su lugar preferido, diríjase allí mentalmente. Apriete con fuerza el puño derecho, manténgalo así y después ponga la mano, ya relajada, en la rodilla. A continuación, las dos MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

manos”. Y siguen los antebrazos, los brazos, los muslos, las piernas, el vientre, los hombros y la nuca, y, al final, todo el cuerpo. Tras repetirlo unas cuantas veces todos sienten que remite la tensión corporal. ¿Funcionará todo durante el vuelo de mañana? Los cuatro del entrenamiento persisten en sus reservas sobre si podrán controlar sus reacciones instintivas. Después de un descanso vuelven a reunirse para acometer la segunda fase del seminario. En el programa figuran los hechos en torno al transporte aéreo. Stefan, Sven y Kramarczik tienen aquí puestas muchas esperanzas, pues hasta que alguien les convenza de lo contrario para los tres hombres cada avión sigue constituyendo un factor de inseguridad. Para Trautmann, una de las causas del miedo a volar reside en la falta de información. La racionalización desempeña una función muy importante a la hora de superar el miedo, ante todo en las personas a quienes les resulta difícil deshacerse del control. El grupo se traslada a un hangar de Condor, donde los Boeing se someten a una revisión rutinaria. Tras un control de seguridad muy severo, entregamos la documentación y penetramos en la zona de alta seguridad. Hay varios Jumbos en línea, desprovistos de la carcasa. Un ejército de mecánicos e ingenieros van contrastando los listados de chequeo. Cada paso se controla exhaustivamente y después es vuelto a examinar por otro colega. El principio según el cual en la aeronáutica se fabrica, se revisa y al final se vuela lleva el nombre de redundancia. Todos los sistemas importantes, así los propulsores, se construyen de suerte que, en caso de emergencia, una pieza de recambio del mismo valor y función asuma de inmediato idéntica tarea. El avión no puede despegar si se evidencia cualquier irregularidad en la cadena. Además de los técnicos, el capitán y el primer oficial controlan antes de cada despegue y con una lista detallada si todo está en regla. Sólo cuando se han comprobado todos los elementos, arrancan y despegan. Pero Kramarczik no se convence tan pronto. “Muy bien, pero ¿qué pasa cuando un avión, al tomar una curva, asciende demasiado bruscamente? Al aterrizar yo he pensado muchas veces que estábamos a punto de volcar.” A lo que el técnico responde: “Eso es completamente imposible. Cuando el aparato se acerca a la pista de aterrizaje, el pasajero sufre a menudo un espejismo óptico. Si uno mira en una dirección desde la ventana se ve cómo la pista MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

4. PERMANECER RELAJADO. Poco antes del despegue Kramarczik lo intenta con una relajación muscular progresiva. Cuando uno supera la tensión dejan de presentarse los síntomas del miedo a volar.

de aterrizaje o el nivel de agua del mar cursan aparentemente en sentido vertical al avión. Y si se mira hacia arriba desde la ventanilla del otro lado sólo se reconocen nubes”. A causa del campo visual limitado surge en el despegue o en el aterrizaje una línea aparente que hace creer a nuestra percepción que el aparato está a punto de volcar. En realidad, el aparato se inclina en la curva con una ángulo de apenas 25 grados. Esto es algo comprobable, por ejemplo, en el nivel del café de la taza de plástico. “Aquí apenas se puede reconocer una inclinación; se derramará sólo si no se mantiene derecho el vaso. Además un avión comercial podría en teoría tomar curvas de 60 grados.” Sven confiesa la plena confianza técnica que le inspira un avión comercial, pero le preocupan otras cuestiones. “¿Podría suceder que un loco cualquiera se hiciera con los mandos del avión como sucedió con el ataque al World Trade Center?” El miedo ante el terror desempeña

5. FUERZA DE EMPUJE. El aerobús, de 80 toneladas de peso, despega con una velocidad de 300 kilómetros por hora. Es un momento crítico para las personas con miedo a volar.

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ENTREVISTA

“No hemos nacido para volar” Entrevista con Niki Lauda en la cabina de un A 320 de la línea Nikifly de camino a Viena

Señor Lauda, ¿ha vivido usted alguna vez una situación crítica en vuelo? No, nunca hasta ahora. Yo, como cualquier otro piloto, me entreno varias veces al año en un simulador para, en caso de necesidad, superar los peligros y las complicaciones posibles en un vuelo comercial. Hasta ahora no se ha presentado ninguna situación excepcional. ¿Qué experiencias ha vivido con pasajeros que tienen miedo a volar? Fue en un vuelo de Múnich a Miami. Nos estábamos poniendo en marcha cuando de pronto una mujer empezó a gritar. ¡Auxilio, quiero salir de aquí! Las azafatas no podían tranquilizar a esta señora, por lo que yo la hice venir a la cabina para que pudiera ver que los pilotos lo teníamos todo controlado. ¿Y le sirvió de algo esa propuesta? Lamentablemente no. Apenas avanzábamos camino de la pista de despegue cuando empezó a gritar de nuevo, al tiempo que agarraba convulsivamente un rosario. Presa de pánico, quería bajar del avión a toda costa. Y usted, ¿cómo reaccionó? Intenté transmitir a la mujer que no había ningún motivo para el pánico. Sin convencerla. Le rogué entonces que se tranquilizara y que si rezaba lo conseguiría enseguida. Para distraerla le dejé un auricular para que pudiera seguir toda nuestra comunicación telefónica. Pareció calmarse. ¿Y se repuso de su miedo durante el vuelo? Así daba a entender hasta que, de repente, gritó y empezó de nuevo a temblar. Mi copiloto y yo no entendíamos en absoluto dónde radicaba el problema. Me percaté en seguida que entrábamos volando en una nueva zona aérea y que se había

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cambiado la frecuencia radiofónica. Lamentablemente habíamos olvidado cambiar ese detalle técnico en su auricular, por lo que ella había seguido oyendo en otra onda a donde se envió una llamada de socorro. Y ella gritó “¡Mayday!” creyendo que nos íbamos a estrellar. Había oído nada menos que una llamada de socorro. Sí, claro, pero aun en caso grave un avión no se estrella así porque sí. Aun cuando se paralizasen todos los propulsores, algo que es casi totalmente imposible, podríamos seguir volando con la fuerza del viento por lo menos 200 o 300 kilómetros más y aterrizar con seguridad. Quizá no tan cómodamente como en circunstancias normales, pero con seguridad. ¿Cómo transcurrió el resto del vuelo? La mujer se quedó con nosotros en la cabina las doce horas restantes. Después de haber aterrizado me preguntó además: “Mister Lauda, if what you say is true, why did your plane crash in Bangkok in 1991?” (“Señor Lauda, si lo que dice es cierto, ¿por qué se estrelló su avión en Bangkok en 1991?”) ¿Y qué le respondió usted? Yo le expliqué la causa de la caída: un fallo de construcción en los propulsores del Boeing 767, que hace tiempo que se ha eliminado y no puede volverse a repetir. Casi nadie sabe que a diez mil accidentes de automóvil sólo le corresponde uno de aviación. Todo accidente se analiza hasta el último detalle y con el tiempo, volar es cada vez más seguro. ¿Puede usted no obstante comprender que haya personas con miedo a volar? ¡Por supuesto! Al fin y al cabo los hombres no somos pájaros. Entrevista realizada por Rabea Rentschler. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

un papel muy importante en algunos afectados, pese a que, según un estudio del Centro alemán del Miedo, el 11 de septiembre de 2001 no incrementó de forma significativa el número de los aviofóbicos.

La carlinga, cámara de alta seguridad Trautmann explica al director de exportación que “no sólo en el control de entrada, sino también en los propios aviones se establecieron nuevas medidas de seguridad. La cabina de los pilotos está protegida por una puerta de alta seguridad”. Incluso el personal acompañante de vuelo tienen que pulsar el timbre si quieren entrar en la cabina. Los pilotos examinan por vídeo la situación en la cabina y sólo entonces desbloquean la puerta. Según la estadísticas, un pasajero tendría que hacer recorridos en avión de una distancia de cuatro mil millones de kilómetros antes de sufrir un accidente, lo que equivale a 14 vuelos de ida y vuelta al Sol. Lo más peligroso es y sigue siendo el camino al aeropuerto. Son las ocho de la mañana del miércoles de ceniza. Ya se ha superado sin problemas el viaje hasta el aeropuerto. Pero, aunque desde el punto de vista estadístico no tiene sentido, los aviofóbicos se ven acosados por los miedos de siempre. Trautmann recomienda controlar el pánicos. Deben apartar de sus mentes las terribles imágenes mediante un corte consciente de su proceso cerebral y pensar en algo positivo. Y para ello no queda mucho tiempo. Siguiendo el consejo de Jacobson hay que relajarse en un rincón de la sala de embarque y a continuación desplazarse en autobús hasta la pista de despegue A 320 de Nikifly.

Con palo y zanahoria El tiempo está nebuloso y húmedo. Sven, Stefan y Kramarczik suben al avión. Pero Melanie titubea, se le saltan las lágrimas y quiere darse la vuelta. Pero en ese momento —los cuatro apenas pueden dar crédito a lo que ven sus ojos— baja Niki Lauda por la escalerilla y les ruega a los temblorosos pasajeros que pasen y miren la cabina. Cuando ven a esa figura legendaria de las carreras de coches hasta la estupefacta Melanie olvida su miedo. Sigue a Lauda a la cabina, quien le invita a sentarse a su lado en el momento del despegue. Kramarczik, Stefan y Sven pasan a sus asientos, entre los pasajeros. Sus rostros están tensos y vuelven a hablar de lo que aprendieron ayer. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

El A 320 se pone en marcha y los tres siguen atentamente lo que sucede, con una diferencia respecto a vuelos anteriores: ahora pueden distinguir cada ruido y maniobra del avión. Se aceleran las turbinas y se levanta el morro de la nave. Todos se aprietan suavemente en sus asientos y no tarda en alcanzar la altura de vuelo. Luego, pueden pasar uno a uno a ver los mandos del piloto. A Kramarczik le resplandece la cara cuando Niki le pregunta: “¿Por qué tiene usted miedo a volar?”. “Jamás me ha gustado volar”, confiesa, “pero ese sentimiento empeoró desde que terminé un vuelo con fuertes turbulencias”. A lo que Lauda responde con vehemencia: “Jamás las turbulencias han derribado un avión, ¡nunca! Es natural que para los pasajeros sean las turbulencias algo desagradable, como puede serlo correr en coche por una carretera accidentada. Pero al avión no le afecta. Ni siquiera los temporales más fuertes afectan a la resistencia de un avión comercial más allá del treinta por ciento. Además, por encima de las nubes jamás puede explotar un neumático, por muy profundo que sea el bache aéreo.” Kramarczik se relaja poco a poco. Lauda y su copiloto interrumpen el diálogo una y otra vez para controlar un aparato de medición o porque les llega un mensaje de radio. Y en todo momento se muestran tranquilos y reposados. Da la impresión de que nuestro director de arte hubiera olvidado su reticencia. Y los cuatro, todos, lo han conseguido. Tras más de 90 minutos de vuelo descienden del avión sanos y salvos en Viena. Trautmann está orgulloso de sus pupilos: “Ya han dado el paso más difícil, pero no olviden que pronto tendrán que volver a volar y el canalla interior tornará a dar señales de vida. Si ese perro ladra demasiado fuerte contéstenle ustedes también con ladridos.”

6. BUEN ATERRIZAJE. Sven, Melanie, Kramarczik, la autora del artículo, Stefan y el director del Seminario Trautmann (de izqda. a dcha.) disfrutan de un paseo por Viena.

Bibliografia complementaria Ther apie der F lugangst. V. Günther, Ch. Haller y J. Kinzl en Wiener Medizinische Wochenschrift, vol. 152, págs. 441-444; 2002. Warum sie oben bleiben . Ein Flugbegleiter für Passagiere vom

mann. Insel; Frankfur t a.M., 2005. N i e w i e d er F lu g a n gs t . E in S elbsthilfeprogramm in sechs

Rabea Rentschler es teóloga y filósofa. Antes de sus estudios universitarios trabajó durante un año como acompañante de vuelo.

Start bis zur

L andung . Jürgen Heer-

S chritten . Karin

Honner. Patmos; Düsseldorf, 2007.

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Conclusiones apresuradas ¿Se puede confiar en que la gente juzgue con fundamento? Deanna Kuhn

U

n niño de cuatro años observa cómo un   monito de peluche se aproxima a un florero que contiene una flor roja y una flor azul, ambas de plástico. El mono estornuda. El mono se retira. Regresa, olisquea y vuelve a estornudar. Entonces un adulto retira la flor roja y la sustituye por una flor amarilla. El mono se acerca, olisquea por dos veces las flores amarilla y azul, y en cada vez estornuda. A continuación, el adulto reemplaza la flor azul por la flor roja. El mono se vuelve a acercar, olfatea las flores amarilla y roja, y esta vez no estornuda. Seguidamente se le pregunta al niño, “¿Puedes darme la flor que hace estornudar al monito?” Cuando Laura E. Schulz y Alison Gopnik, de la Universidad de California en Berkeley, realizaron este experimento, el 79 por ciento de los niños de cuatro años eligió correctamente la flor azul. La investigación nos descubre que incluso los niños de muy corta edad empiezan a comprender las relaciones causales. Tal proceso es crítico para que comprendan su mundo y se abran camino en él. Si tal capacidad de discernimiento hállase implantada ya a la edad de cuatro años, sería de suponer que en la edad adulta las personas demostrasen gran destreza en la identificación de relaciones causales y en el razonamiento deductivo. ¿No es cierto? De hecho, un conjunto sustancial de investigaciones contemporáneas sugiere que así es, precisamente, y resalta la capacidad de matización que los adultos exhiben en sus juicios; por ejemplo, su destreza para efectuar estimaciones coherentes, en diferentes circunstancias, de las probabilidades numéricas de que dos acontecimientos se encuentren en relación causal. Voy a presentar aquí ciertos resultados que producen una impresión muy diferente: el razonamiento causal de los adultos medios parece ser sumamente falible en asuntos que conocen bien. Es frecuente que conecten dos sucesos y juzguen que se encuentran en relación causa-efecto, basándose en pruebas muy

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débiles o inexistentes, y actúen de seguido fundándose en tales juicios. Es decir, llegan a conclusiones apresuradas, sin detenerse a considerar todos los hechos. Un conocimiento más preciso de tal proceder permitiría quizá preparar métodos para mejorar el razonamiento. Tales empeños podrían ayudar a los educadores en su misión de inspirar, en las mentes de los jóvenes, hábitos de razonamientos cuidadosos y bien fundados. Una posible explicación de las discrepancias entre nuestros hallazgos y una gran parte de la literatura al caso es que las investigaciones sobre destrezas de razonamiento causal en adultos han basado sus conclusiones en estudios de un estrecho segmento de la población adulta. Además, han planteado sus experimentos en situaciones especiales: estudiantes universitarios en condiciones de laboratorio, que habían de realizar tareas complejas con lápiz y papel. En un estudio de 2000, Patricia Cheng, de la Universidad de California en Los Angeles, y Yunnwen Lien, de la Universidad Nacional de Taiwán en Taipe, les presentaron a universitarios una colección de ejemplos que describían las frecuencias de floración de plantas que habían sido abonadas con materiales de distintas formas y colores. Después de examinar cada caso, los estudiantes valoraban sobre una escala numérica la verosimilitud o grado de influencia causal de cada uno de los factores, y formulaban pronósticos sobre los resultados de nuevos ejemplos o ambos. En esta tarea obtuvieron resultados buenos y fiables. Tales estudios ponen de relieve la destreza que los estudiantes universitarios exhiben en tareas como ésa, pero ¿son verdaderamente representativos de la capacidad cognitiva de la gente ordinaria al razonar sobre asuntos cotidianos? Para abordar esta cuestión, me fui con mi alumna Joanna Saab, el año pasado, a la estación de Pennsylvania, en la ciudad de Nueva MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

York. Preguntamos a 40 personas, de entre las sentadas en la sala de espera, si estaban dispuestas a dedicar 10 minutos a contestar a una encuesta remunerada con 5 dólares. Prácticamente todas aceptaron. Les explicamos que un grupo estaba probando distintas combinaciones de actuaciones y divertimentos en reuniones de colecta de fondos, para ver cuál de ellas lograría vender más boletos, y mostramos a cada persona un gráfico con algunos de los resultados. En el cartel de la primera fiesta se enumeraban premios de asistencia, actuaciones de un humorista y disfraces; las ventas eran “medianas”. En la segunda reunión se mencionaban premios de asistencia, una subasta y disfraces; sus ventas eran “elevadas”. La tercera reunión contaba con premios de asistencia, subasta, actuación cómica y disfraces; sus ventas eran “elevadas”. Dejábamos el diagrama a la vista mientras hablábamos a cada uno de nuestros entrevistados. Les preguntábamos: “A la vista de estos resultados, ¿cree usted que la subasta sirve para aumentar la venta de boletos?” Inquiríamos también cuánta certeza les merecía su respuesta. El sujeto podía elegir entre “certeza total”, “certeza”, “[estoy seguro, pero] no del todo” y “lo supongo [nada más]”. Les hicimos la misma pregunta para cada una de las opciones restantes: la actuación de un humorista, los premios de asistencia y los disfraces. Como puede deducirse fácilmente si se examinan la primera y la tercera reunión (véase el recuadro “Estudios modelo sobre relaciones causales”), al añadir la subasta suben las ventas.

En la comparación de las reuniones segunda y tercera se aprecia que añadir la actuación cómica no repercute en las ventas. La información disponible no basta para evaluar el valor causal de los premios de asistencia o de los disfraces (pues figuran en todos los casos). ¿Dio pruebas este heterogéneo grupo de adultos de la estación neoyorquina de igual destreza en aislar relaciones causales que la atribuida por los investigadores a los estudiantes universitarios? ¿O la de los niños de cuatro años del ejemplo inicial? En una palabra: no. En conjunto, manifestaron que había muchas más relaciones causales de las justificadas por los datos. El 83 por ciento juzgó que eran dos o más las actividades que hacían aumentar las ventas. El 45 por ciento afirmó que eran tres, e incluso cuatro, las que así lo hacían (y recordemos, los datos proporcionados solamente justificaban una relación causal entre una de las actividades —la subasta— y el resultado). Más chocante todavía: la mayoría de los entrevistados se mostró convencida de que su juicio era correcto. En el caso de dos de las cuatro actividades, la certidumbre media manifestada VIA LIBRE A LOS SENTIMIENTOS. Como un brioso caballo que se liberase del corsé de una figura de ajedrez, nuestro pensamiento no siempre sigue las estrictas reglas de la lógica. A menudo, ideas preconcebidas y emociones toman las riendas a la hora de formar un juicio.

todas las ilustraciones de este articulo: gehirn & geist / moritz vahrmeyer

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El rendimiento cognitivo de la gente, al razonar sobre asuntos cotidianos ¿resulta correctamente valorado en los estudios de los psicólogos? 36

superaba la “certeza” (y tendiendo hacia “certeza total”), mientras que el promedio correspondiente a las otras dos se hallaba sólo un poco por debajo de “certeza”. El sexo de los encuestados no era relevante. No se apreciaron diferencias significativas entre los juicios de varones y mujeres, ni tampoco en su grado de certidumbre. ¿Por qué razón estaban estos encuestados tan seguros de cuáles serían las actividades que condicionarían resultado y cuáles no? Nosotros les habíamos recalcado que habían de fundar sus conclusiones en los datos presentados para el grupo particular de personas indicado (y no en sus propias opiniones sobre la eficacia de estas actividades). A una pregunta de seguimiento que había al final de la encuesta, todos aseguraron haberlo hecho así. De hecho, sus respuestas revelaban, sin embargo, que en sus juicios pesaban sus prejuicios sobre la presunta eficacia de las actividades de la encuesta. Los encuestados opinaron con mucha mayor frecuencia que los premios de asistencia repercutían en el resultado (así lo vio el 83 por ciento), frente a los disfraces (33 por ciento), aunque los datos relativos a estas dos opciones eran los mismos. Para lograr una comprensión más completa, les propusimos a los encuestados una tarea adicional (véase el recuadro “Estudios modelo sobre relaciones causales”). En este segundo caso no había respuestas correctas. No se podían hacer predicciones justificadas, en vista del indeterminado estatuto causal de dos de las características: premios de asistencia y disfraces. Sin embargo, la certidumbre de los encuestados con respecto a sus predicciones seguía siendo tan elevada como lo había sido para sus juicios causales. Sus predicciones, además, resultaron ilustrativas. Por ejemplo, para inferir si un entrevistado juzgaba si la actividad de subasta era causal, comparamos las predicciones que había hecho esa persona en una pareja particular de casos, concretamente, los dos en que había premios de asistencia. Si la subasta era considerada causal, las predicciones correspondientes a estos dos casos (uno en el que figuraba y otro donde faltaba) hubieran tenido que ser diferentes. Si la subasta no era tenida por causal, hubiera sido indiferente que figurase o no; y las predicciones correspondientes a estos dos casos deberían haber sido idénticas. Análogamente, la comparación de las predicciones relativas a los disfraces en ambos casos nos permitió inferir si el entrevistado consideraba que el humorista era causal.

Los juicios implícitos que los entrevistados formularon en la tarea de predicción propendían a no ser coherentes con los juicios causales que habían formulado cuando se les pidió que indicasen explícitamente si consideraban que un factor era causal (“ayudaba a vender más boletos”). Tan sólo el 15 por ciento efectuó juicios coherentes en ambas tareas. De manera similar, los probandos fueron incoherentes en las atribuciones causales implícitas que efectuaron al responder a las preguntas sobre cuáles habían sido las actividades que influyeron en cada una de sus predicciones. Entre el 63 por ciento que en la tarea de enjuiciamiento había juzgado correc­tamente que la inclusión de un humorista carecía de efecto causal, por ejemplo, hubo una mayoría que indicó que la presencia o ausencia del humorista había influido en sus decisiones. Especial dificultad revistió el reconocimiento de que una actuación cuya presencia afectase positivamente a un resultado ejercería un efecto negativo sobre al resultado al ser eliminada.

Reconciliar las incoherencias ¿De qué modo se podrían reconciliar los juicios causales carentes de coherencia y de rigor crítico que formularon las personas de la sala de espera de una estación —juicios de los que afirmaron estar seguros— con las destrezas de razonamiento observadas en estudiantes universitarios, e incluso en niños de preescolar? La respuesta, invariablemente, es polifacética. Nuestros probandos acometieron la tarea con seriedad. Hallábanse motivados para responder a las preguntas lo mejor que supieran, pues debían justificar sus cinco dólares de premio. Pero no estaban dispuestos a centrarse en la tarea como una prueba de razonamiento, diseñada para evaluar sus procesos mentales, con la facilidad que exhibían los estudiantes universitarios, familiarizados ya con este tipo de tests. El propósito, que la mayoría de los estudiantes reconoció, no consistía en llegar a una solución (se tratara de maximizar la venta de entradas o de diseñar un puente adecuado para soportar una determinada carga), sino mostrar cómo procedían para abordar el problema. Los estudiantes habían aprendido a conducirse en consecuencia, es decir: examinar primero la información proporcionada y determinar después cómo habrían de utilizarla para dar una respuesta. No sorprende, pues, que encontrásemos que los encuestados que habían recibido educación superior formulasen juicios más competentes que quienes carecían de ella. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Estudios modelo sobre relaciones causales En uno de estos estudios, las personas adultas tenían dificultades para juzgar qué actividades proporcionaban mejores resultados en reuniones destinadas a recaudar fondos. De los datos suministrados (abajo) se infería una relación causal entre “subasta” y ventas (compárense las reuniones primera y tercera), relación que no existía entre “actuaciones” y ventas (compárense la segunda y la tercera). La información era insuficiente para determinar la eficacia de otras actividades. Sin embargo, el 83 por ciento de los encuestados afirmó que dos o más características aumentaban las ventas, y un 45 por ciento aseguró que tres, o incluso las cuatro, también lo harían. La mayoría manifestó estar segura de la corrección de sus juicios (a menudo, erróneos).

Segunda reunión

Primera reunión   

Premios de asistencia Actuación de un humorista Disfraces

  

Tercera reunión

Premios de asistencia Subasta Disfraces

   

VENTAS: FLOJAS

VENTAS: ELEVADAS

Premios de asistencia Subasta Actuación de un humorista Disfraces

VENTAS: ELEVADAS

En una segunda tarea de razonamiento se les pedía a los voluntarios que hiciesen pronósticos, todos los cuales eran indeterminados (porque se desconocían los efectos de los premios de asistencia y de los disfraces). Los encuestados adolecieron de incoherencia lógica. Les resultó especialmente difícil reconocer que una actividad cuya presencia tenía efectos positivos sobre un resultado pudiera afectar negativamente al resultado al ser eliminada. Por ejemplo, en la pregunta predictiva referente a los premios de asistencia y a las actuaciones de humorismo (abajo, a la izquierda), sólo el 40 por ciento de los encuestados señalaron que la desaparición de la subasta repercutiría en el resultado, a pesar de que el 85 por ciento la había considerado causal. No obstante, ahora también casi todos aseguraron que sus juicios eran correctos.

 Premios

de asistencia

 Subasta

 Cómico

 Cómico

 Subasta

 Disfraces

VENTAS:

MALAS

REGULARES

ALTAS

VENTAS:

MALAS

REGULARES

ALTAS

¿Cuánta certeza tiene? (rodee una respuesta)

¿Cuánta certeza tiene? (rodee una respuesta)

Certeza total No del todo seguro

Certeza total No del todo seguro

Certeza Lo supongo

¿Qué influyó en su decisión? (rodee tantas respuestas como proceda)    

¿Qué influyó en su decisión? (rodee tantas respuestas como proceda)

Premios de asistencia Subasta Cómico Ausencia de disfraces

 Premios

   

de asistencia

Subasta Disfraces Cómico Ausencia de premios de asistencia

 Subasta

 Cómico

VENTAS:

Certeza Lo supongo

 Disfraces

MALAS

REGULARES

ALTAS

VENTAS:

MALAS

REGULARES

ALTAS

¿Cuánta certeza tiene? (rodee una respuesta)

¿Cuánta certeza tiene? (rodee una respuesta)

Certeza total No del todo seguro

Certeza total No del todo seguro

Certeza Lo supongo

¿Qué influyó en su decisión? (rodee tantas respuestas como proceda)    

Premios de asistencia Cómico Ausencia de subasta Ausencia de disfraces

MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Certeza Lo supongo

¿Qué influyó en su decisión? (rodee tantas respuestas como proceda)    

Subasta Disfraces Ausencia de cómico Ausencia de premios

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¿No es más probable que lleguemos a las conclusiones más acertadas si hacemos uso de todo cuanto sabemos?

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En cambio, quienes no cuentan con esta disposición mental “académica” tienden a centrarse en resolver el problema de que se trate, y asignan escasa atención a las operaciones mentales que utilizan en tal proceso. Para llegar a una solución recurren a todo cuanto saben que podría resultar útil. Basándose en sus conocimientos anteriores —que los premios de asistencia suelen ser más eficaces que los disfraces en las colectas de fondos— juzgan que los premios de asistencia son causales, a pesar de que los datos ofrecidos no apoyan en absoluto tal diferencia. El mantenimiento de la coherencia, teniendo presente cómo respondieron en una parte anterior de la entrevista, no ayudaría a resolver el problema: no es, por lo tanto, de máxima prioridad. Para las personas en cuestión, lo que importa es la mejor lectura de cómo se presentan las cosas en el momento. Y una vez tomada una decisión, es preferible expresar confianza que dubitación. ¿Cuál será, pues, el proceder más acertado? ¿Por qué hemos de prescindir de nuestras convicciones de siempre al evaluar nueva información? ¿No será más probable que se llegue a conclusiones óptimas si se hace uso a tal fin de todo cuanto sabemos? En muchos contextos, la respuesta es afirmativa. Por otra parte, ser capaz de evaluar “la información que se tiene” para determinar exactamente cuáles son (y cuáles no son) sus consecuencias, constituye una destreza importante; y no, tan sólo, en los enrarecidos ambientes de las facultades universitarias. Supongamos que estoy considerando probar el nuevo producto de adelgazamiento que me recomiendan mis amigas, aunque han oído decir que podría provocar cáncer. Cuando yo vaya a la biblioteca médica para consultar un estudio reciente sobre ese producto, quiero ser capaz de interpretar lo que en él se dice, prescindiendo de las posibles opiniones previas que yo pueda tener. Es posible que para tomar una decisión acabe yo integrando lo que diga el informe con otras consideraciones. Pero no podría hacer tal cosa de no haber sabido interpretar el documento por sus propios méritos. Keith E. Stanovich, de la Universidad de Toronto, plantea en su libro The Robot’s Rebellion (2004) un alegato sobre la importancia de lo que él llama razonamiento “descontextualizado”. Trae a colación estudios en los que los participantes no llegan a utilizarlo. La importancia de tal razonamiento no se limita a la reflexión sobre causalidad. Se tiene un ejemplo

claro en las vistas ante los tribunales, donde se exige a los miembros del jurado que, para llegar a un veredicto, se basen exclusivamente en las pruebas presentadas y no en ninguna otra cosa que les parezca relacionada con el caso. Así sucede en el razonamiento deductivo, que se funda en los clásicos silogismos de Aristóteles. Stanovich señala, por ejemplo, que un 70 por ciento de probandos adultos dieron por válido el silogismo siguiente: Premisa 1: Todos los seres vivos necesitan agua. Premisa 2: Las rosas necesitan agua. Conclusión: Las rosas son seres vivos. Como sabemos que la conclusión es verdadera en el mundo real, resulta fácil de aceptar, a pesar de que no es consecuencia lógica de las premisas. Para convencernos de este hecho basta compararlo con un silogismo idéntico en su forma: Premisa 1: Todos los animales de la clase hudón son feroces. Premisa 2: Los guampets son feroces. Conclusión: Los guampets son de la clase hudón. Típicamente, sólo un 20 por ciento de la gente acepta que tal conclusión sea correcta. El otro 80 por ciento, que la rechaza, está en lo correcto. Esta mejoría en el rendimiento es resultado, presumiblemente, de que no existen conocimientos previos, del mundo real, que se interpongan y ofusquen la mente. Como nos lleva a pensar la investigación que realizamos en la estación ferroviaria, no es la descontextualización la única destreza del equipamiento mental de quien razona con rigor. También son importantes la coherencia en los razonamientos y la evitación de indebidas certidumbres sobre los juicios propios. La certeza indebida refleja la incapacidad de “saber qué es lo que uno sabe” (lo que se llama metacognición) y subyace a la rigidez de pensamiento que es una de las principales causas de los conflictos entre humanos. La incoherencia puede ser un escudo para nuestras teorías favoritas y quizá las proteja del severo escrutinio y crítica que aplicamos a las ideas de otros. Si gana nuestro equipo, sostenemos que su victoria se debió a su calidad; si vence el adversario, seguro que ha sido por pura suerte. Las autoras no hicieron evaluaciones de la coherencia o la certidumbre de los juicios causales de los niños de cuatro años del estudio mencionado al comienzo. Pero podemos ver por qué a estos niños les resultó más fácil la MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

valoración de las pruebas que a los adultos de nuestro estudio. El ejercicio con flores de varios colores implicaba muy escasos conocimientos que guardaran relación con lo que haría estornudar a un mono. Los adultos, en cambio, tenían una experiencia mucho mayor sobre la planificación de actos públicos, venta de entradas y lo grato o aburrido de diversas actividades. La avalancha de este conocimiento les dificulta más todavía la evaluación de las pruebas en sí mismas. Lo que sí nos muestra la competencia exhibida por los niños del estudio de Schulz y Gopnik es, en cambio, que los procesos de razonamiento subyacentes a la inferencia causal multivariable (la que entraña multitud de posibles causas) se han desarrollado, aunque sea en grado rudimentario, en niños de cuatro años. Y algo más importante: podemos fundarnos en esta competencia para diseñar la clase de experiencias educativas que contribuirán a que niños de más edad, los adolescentes, e incluso los adultos, lleguen a ser individuos con mayor capacidad de razonamiento lógico. Otra investigación que hemos realizado mis colegas y yo hace ver que lo mismo los niños que los adultos sí llegan a razonar más críticamente en lo tocante a causalidad si cuentan con la oportunidad de practicar a menudo la evaluación de pruebas y de realizar juicios y predicciones causales. Los alumnos que acaban de entrar en la adolescencia acusan al principio los tipos defectuosos de razonamiento causal multivariable que se han ilustrado aquí. Pero si practican con problemas de esta naturaleza durante varios meses, su razonamiento mejora con presteza. Dígase lo propio para los adultos jóvenes inscritos en el colegio universitario de su comunidad.

Pensamiento progresivo

rendimiento en tests estandarizados de “destrezas básicas” de lectura, escritura y cálculo aritmético ha llegado a ocupar el centro del escenario en cuanto medida del éxito de la escuela en enseñar a los estudiantes lo que necesitan saber. En cambio, aprender a realizar juicios bien fundados sobre la clase de asuntos que nos encontramos en la vida diaria no ha constituido hasta la fecha un objetivo prioritario en educación. Se podría reconocer que tales aspectos de la cognición son merecedores de mayor atención, pues hoy todos hemos de esforzarnos en interpretar volúmenes de información cada vez mayores sobre asuntos cada vez más complejos, algunos de los cuales repercuten en nuestra propia supervivencia. Al promover el desarrollo de habilidades que nos ayuden a afrontar este reto, podríamos reforzar ciertas nociones que es importante que aprendan los escolares. Como se ha señalado más arriba, si se les ofrecen ocasiones frecuentes de investigar diversas formas de datos y de extraer conclusiones sobre ellos, se potencian sus destrezas de razonamiento. Incluso la adquisición del hábito de preguntarse “¿Cómo se sabe?” o “¿Podemos estar seguros?” supone ya llevar andado mucho camino hacia un pensamiento riguroso y bien fundado. En unos tiempos en los que los educadores han de lograr los resultados estandarizados y superar el fracaso escolar, ¿es razonable esperar que piensen siquiera en asumir nuevas tareas? Es indiscutible que los jóvenes deben saber leer, escribir y calcular. Pero, en última instancia, ¿qué propósito más importante podría tener la educación que contribuir a que los escolares aprendan a ejercitar sus mentes para realizar la clase de juicios cuidadosos y reflexivos que tan bien les habrán de servir durante toda una vida?

El mensaje que se extrae de la investigación que he descrito es bivalente. En primer lugar, el razonamiento causal de adultos “normales”, al tratar de asuntos cotidianos, es sumamente falible. A menudo se realizan inferencias infundadas con un grado de certidumbre no menos incierto. Y es posible que se actúe basándose en muchas de estas inferencias. En segundo lugar, aunque la gente pueda saltar a conclusiones infundadas en sus juicios sobre causalidad, no debemos apresurarnos y concluir que así son inevitablemente las cosas. El razonamiento es susceptible de mejora. Con la práctica, se depura y se torna más crítico. El

Deanna Kuhn es profesora de psicología y educación en la Universidad de Columbia. Posee un doctorado en psicología del desarrollo, por la Universidad de California en Berkeley. Docente cierto tiempo en la facultad de pedagogía de la Universidad de Harvard, dirige el comité editorial de la revista Cognitive Development y es coeditora del volumen Cognition, Perception, and Language, del Handbook of Child Psychology. Kuhn es, además, coautora de The Development of Scientific Thinking Skills. En su libro más reciente, Education for Thinking, se propone identificar y examinar las destrezas de razonamiento que podrían justificadamente constituir objetivos de la educación.

MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

La abundancia de conocimien­ tos puede hacer más ardua la valoración de pruebas en sus propios términos.

Bibliografia complementaria Who I s R ational? Studies of I ndividual in

D ifferences

Reasoning. Keith E. Sta-

novich. Lawrence Erlbaum Associates, 1999. The Everyday P roduction of

K nowledge: I ndividual

D ifferences in Epistemolo gical

U nderstanding and

J uror R e a so n i ng S ki l l . M. Weinstock y M. A. Cronin en Applied Cognitive Psychology, vol. 17, n.o 2, págs. 161-181; 2003. The Robot ’s Rebellion: Fin ding of

M eaning in the Age

Darwin. Keith E. Stano-

vich. University of Chicago Press, 2004. E ducation for Thinking . Deanna Kuhn. Har vard University Press, 2005.

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© fotolia / dmitri ilinykh (izquierda); © fotolia / urbanhearts (derecha)

Pienso, ¿acaso yerro? Exploramos la conveniencia de decidir con rapidez en cuestiones vitales y la necesidad de actuar con mayor reflexión en otras situaciones S. Alexander Haslam

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MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

¿RAZON MASCULINA CONTRA INTUICION FEMENINA? Que conservemos la cabeza fría o nos aferremos a una de las opciones por un impulso no depende de que seamos hombres o mujeres, sino de nuestra habituación a las circunstancias correspondientes.

E

n Gordión (Frigia), allá por el siglo cuarto   antes de Cristo, había una carreta de bueyes atada a un poste con un nudo muy complicado; se decía que la primera persona que lograra deshacerlo se convertiría en el rey de Asia. Nadie fue capaz de ello, hasta que —según la leyenda— Alejandro Magno no perdió el tiempo en cavilaciones, sino que sacó su espada y cortó la soga de un solo tajo, marchando después a conquistar Asia. Desde entonces, una solución sencilla y atractiva de un problema que parecía irresoluble se compara al corte del “nudo gordiano”. Estas soluciones, sin embargo, no suelen entusiasmar a los psicólogos que investigan los mecanismos decisorios. En particular, el “modelo de conflicto” para la toma de decisiones propuesto por Irving Manis y Leon Mann MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

en su obra Decision Making (Free Press, 1977), defendía la esencial importancia de un proceso de decisión complejo para proteger a los individuos y grupos de los peligros de “pensar en colectivo”. Una decisión tomada sin escrutar, examinar, sopesar una y otra vez las informaciones y opciones pertinentes, sería insuficiente y llevaría al desastre. Como ejemplo de tales peligros suele citarse la calamitosa decisión de la Administración Kennedy para invadir Cuba desde la Bahía de Cochinos en 1961; en cambio, el acertado tratamiento de la crisis de los misiles cubanos en 1962 muestra las ventajas de una cuidadosa deliberación. Peter Suedfeld, de la Universidad de la Columbia Británica, y Roderick Kramer, de la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Stanford,

LO QUE CON GRAMATICA PARDA NO SE SEPA... Gerd Gigerenzer, director del Instituto Max Planck de Desarrollo Humano, de Berlín, preguntó en Múnich y Nueva York a los viandantes qué empresas que cotizasen en bolsa conocían. Invirtió 50.000 euros (ficticios) en las sociedades anónimas que más se citaron. Al medio año, no cabía duda: la cartera de acciones así confeccionada había batido a la mayoría de los fondos de inversión profesionales. Cuando hay que tomar decisiones complicadas, a menudo lo que vale es lo consabido.

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RESUMEN

encontraron escasas diferencias entre los dos procesos decisorios; las dos crisis necesitaban un complejo examen y tratamiento. Kennedy sólo lo hizo en la segunda ocasión.

Decidir correctamente

1

Los experimentos descubren una paradoja: cuanto más complicada es una decisión, menos requiere una larga reflexión. Procesamos inconscientemente mucha más información que cuando empleamos activamente nuestras células grises.

Decisiones repentinas En general, no obstante, los análisis de organizaciones y políticas ofrecen escasas pruebas de que las decisiones complejas sean mejores que las sencillas. De hecho, cada vez hay más resultados en favor de que, en numerosas situaciones, las decisiones “relámpago” son preferibles a otras más elaboradas. Esta idea prendió en el público tras el éxito de la obra Blink de Malcolm Gladwell (Little, Brown, 2005). El artículo publicado en Science en febrero de 2006 por Ap Dijksterhuis, de la Universidad de Amsterdam, “On making the right choice: the deliberation-without-attention effect” (“Tomar la decisión adecuada: el efecto de la intencionalidad sin atención”), va en la línea del texto de Gladwell. Su tesis central es que las decisiones conscientes (deliberadas) requieren recursos cognitivos para ser eficaces. Y como al aumentar la complejidad de las decisiones crece también la presión ejercida sobre tales recursos, la calidad de nuestras decisiones descenderá a medida que su complejidad sea mayor. En pocas palabras, las decisiones complejas sobrepasan nuestras facultades cognitivas. Por otro lado, una toma de decisiones instintivas (denominada por el autor “deliberación sin atención”, parecida a la de “dormir sobre el pro-

2

El neurólogo Gerhard Roth recomienda que se den tres pasos: primero pensar racionalmente sobre el problema, retrasar sin embargo la decisión y al final hacer caso de los sentimientos.

3

También nuestra lógica cotidiana es propensa a los errores. Debemos, pues, someter tanto nuestras ideas preconcebidas como los juicios supuestamente seguros a evaluación crítica. Si no, corremos el riesgo de tomar decisiones basándonos en errores de pensamiento de los que no somos conscientes.

Sian Leah Bellock, de la Universidad de Chicago, ha descubierto que los jugadores profesionales de golf juegan mejor cuando no se toman tiempo para pensar el golpe. Sin embargo, con los principiantes es al revés. Cuando se tiene experiencia en algo y se está bien entrenado, se puede confiar más en la propia intuición.

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LA EXPERIENCIA PROTEGE DE LAS PIFIAS

blema”) no requiere recursos cognitivos, por lo que la complejidad de la tarea no degrada su eficacia. La conclusión, contraria a la intuición en su epidermis, es que, aunque una reflexión consciente favorece las decisiones sencillas, en decisiones más complejas sucede lo contrario. Como demostró Alejandro, a veces no merece la pena dar muchas vueltas a problemas complicados. Dijksterhuis y sus colaboradores aportan cuatro estudios sencillos y elegantes en pro de este argumento. En uno, los participantes evaluaron la calidad de cuatro supuestos coches mediante el examen de cuatro atributos (tarea sencilla), o bien de 12 atributos (tarea compleja). Entre los que consideraban cuatro atributos, aquellos que pudieron concentrarse en reflexiones deliberadas hicieron una discriminación de calidad entre unos coches y otros mejor que los que sufrieron distracciones y, por tanto, no fueron capaces de reflexionar. Cuando la gente consideró 12 criterios, la situación fue la opuesta: la reflexión deliberativa condujo a una peor discriminación y a decisiones ineficaces. En otro estudio, Dijksterhuis y su equipo observaron a los compradores que salían del departamento holandés de los almacenes Bijenkorf (que ofrecen productos “sencillos”, del tipo de ropas) o bien de IKEA (donde venden artículos más “complejos”, por ejemplo, muebles). En comparación con los que afirmaban haberlo pensado largo tiempo y a fondo, los que compraron con poca deliberación consciente se sentían menos satisfechos de sus sencillas adquisiciones en Bijenkorf pero más contentos con las compras complejas en IKEA. La deliberación sin atención de hecho dio mejores resultados al complicarse más las decisiones. Escoja los calcetines con todo cuidado, pero no se obsesione por los detalles de la cama. A partir de ahí, sin embargo, los investigadores dan un gran paso. En sus propias palabras: “No hay razones para suponer que el efecto de deliberación sin atención no se generalice a otros tipos de decisiones: políticas, gerenciales o de otra índole. En tales casos, sería más provechoso para el individuo reflexionar conscientemente sobre los asuntos sencillos y delegar al inconsciente la consideración de cuestiones más complejas.” Esta deducción radical desafía teorías admitidas en política y gestión (recuérdese, por ejemplo, las advertencias de Manis y Mann sobre el MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

La importancia de la presentación: argucias dialécticas para la toma de decisiones Imagínese el lector que quiere cocinar esta noche hamburguesas para sus amigos. En el supermercado puede elegir entre dos paquetes de carne picada de 500 gramos. Cuestan lo mismo, pero en uno de ellos se indica “80 % grasa” y en el otro “20 % sin grasa”. ¿Por cuál se decide? Probablemente por el último. Así reaccionan la mayoría de las personas, pese a que el contenido de la información es el mismo. Lo único que cambia es la formulación. Pero eso es lo decisivo. Expresar un mensaje de forma positiva o negativa condiciona la decisión. Los psicólogos lo denominan efecto de encuadramiento o presentación. Se trata de un fenómeno investigado en 2006 por un equipo del Colegio Universitario en Londres. Un grupo de 20 voluntarios debía tomar decisiones sobre su economía mientras su actividad neuronal era registrada por un dispositivo de tomografía de resonancia magnética funcional. Los probandos disponían de una suma inicial de 50 libras. Se les proponía dos alternativas, A o B. En el caso de A, podían elegir entre obtener directamente ganancias de 20 libras o participar en una apuesta de todo o nada. En la alternativa B, las opciones eran dejar escapar directamente 30 libras y el juego de azar (véase el gráfico inferior). Tras varias rondas, la ganancia esperada de ambas opciones era, por lo tanto, idéntica. De ello se percataron pronto los voluntarios, según reconocieron luego. Por este motivo manifestaron haber elegido con la misma frecuencia la opción de ganancia/pérdida segura que la consistente en la apuesta. Pero su afirmación resultó ser

falsa. Si la variante consistía en ganancia segura de 20 libras, sólo un 43 % de los participantes se arriesgaban con el juego. No obstante, si la opción rezaba “Usted pierde 30 libras”, un 62 % decidía arriesgarse. El análisis de los datos del tomógrafo arrojaba los siguientes resultados: la amígdala se activaba cuando los voluntarios se decidían por la ganancia garantizada o bien cuando elegían el juego de azar, en caso de estar amenazados por una pérdida segura de 30 libras. Si los participantes optaban por una pérdida segura o bien por apostar cuando la situación del enunciado era la correspondiente a la posibilidad “tener 20 libras de ganancia segura”, en tal caso no se observaba reacción del “centro del miedo” del cerebro. La actividad de la amígdala señalaba, por tanto, una reacción emocional que inducía a los voluntarios a buscar una ganancia segura o bien a apostar en caso de tener certeza de perder en caso de no hacerlo. Reaccionaron tal y como presupone el efecto de encuadramiento. Los investigadores observaron, además, actividad cerebral de otro tipo. El córtex prefrontal orbitomedial (OMPFC) reflejaba mayor actividad cuanto menos seguía un voluntario una propuesta formulada en positivo. Pese a que la actividad de las amígdalas era prácticamente idéntica en todos ellos, las personas con un patrón de comportamiento marcado por la actividad OMPFC podían dominar sus emociones mejor. La conclusión de los investigadores: quien puede decidir de forma racional, no siente menos que aquellos que deciden visceralmente; además, domina mejor sus impulsos emocionales.

A

B

Recibe 50 libras

Juego de azar

Recibe 50 libras

Mantiene 20 libras

Juego de azar

Pierde 30 libras Probabilidad Lo mantiene todo Lo pierde todo

Saldo inicial

Probabilidad

Elija Tiempo

Lo mantiene todo Lo pierde todo

Saldo inicial Elija Tiempo

¿RIESGO TOTAL O BUSQUEDA DE SEGURIDAD? La decisión de los voluntarios de arriesgar sus “fondos” apostando en un juego de azar dependía de la formulación. Porque las pérdidas nos aterrorizan, la alternativa de riesgo en el escenario B se producía con mayor frecuencia. De “Frames, Biases, and Rational Decision-Making in the Human Brain”, por B. Martino en Science, vol. 313, n.o 5787, págs. 684-687; 2006.)

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¡BASTA CON ECHAR UN SUEÑO!

En el ancho mundo, no está en absoluto “establecido” lo que constituye una decisión compleja ni un buen resultado.

Bibliografia complementaria On Making the Right Choice: The D eliberation Without-Attention Effect. Ap Dijksterhuis, Maarten W. Bos, Loran F. Nord y Rick van Baaren en Science, vol. 311, págs. 1005-1007; 17 de febrero, 2006.

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pensamiento en grupo). Sin duda, respalda lo que haría Alejandro Magno en esas materias. Sospechamos que muchos de nuestros líderes asimilan ya esa sabiduría. ¿Qué falta hacen las Naciones Unidas? ¿Quién necesita los procesos parlamentarios? ¿Quién necesita la democracia? Como explicó el Presidente George W. Bush el 4 de junio de 2003, tras la invasión de Irak, “Yo... no analizo mucho. Sepan que no gasto mucho tiempo en pensar en mí mismo, en el porqué de mis acciones”. Sin embargo, es ahí, en los dominios de la sociedad y su gobierno, donde empiezan a aflorar los problemas derivados de la deliberación sin atención. Las variables susceptibles de acotarse con nitidez en las decisiones sobre compras pierden claridad en un mundo de dinámica de grupos, interacción social, historia y política. Dos preguntas surgen, al respecto. La primera, ¿qué se estima como decisión compleja? Y la segunda, ¿qué se acepta como buen resultado? El que está comprando unos calcetines o un coche podrá responder directamente a ambas. Pero en el ancho mundo, no está en absoluto “establecido” lo que constituye una decisión compleja ni un buen resultado, y hay que dedicar una gran cantidad de energía política a definir (y redefinir) estos conceptos con precisión. Con todo, la psicología social sugiere que, cuando se trata de decisiones que afectan a grupos, el proceso deliberativo en sí aumenta enormemente la viabilidad del resultado. Los estudios sobre justicia criminal de Tom Tyler, de la Universidad de Nueva York, demuestran que la gente no valora tanto los resultados del sistema legal cuanto la oportunidad de ver que se hace justicia. Y, como ya advirtiera el pionero de la psicología social Kart Lewin (1890-1947),

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Dormir es fundamental para la capacidad del cerebro de pensar y recordar, como es de sobra sabido. Pero el dulce sueño, además, mejora nuestro buen juicio. Las nuevas informaciones primero se almacenan en el hipocampo; luego, en el sueño profundo, la corteza cerebral las reordena parcialmente. “Eso posibilita que resolvamos problemas mientras dormimos”, explica el neurocientífico Jan Born, de la Universidad de Lübeck.

una decisión “buena” que no respete nadie es, en realidad, mala. Sus estudios clásicos sobre la toma de decisiones revelaron que los participantes en procesos deliberativos se dejan guiar más por los resultados.

Menos es menos Citemos sólo algunas razones por las que la máxima “menos es más” encierra riesgos al aplicarse a decisiones importantes. La realidad enseña que, por cada gestor intuitivo, hay un tirano autócrata. Y por cada Alejandro que emprende la vía de la no deliberación hacia la gloria, aparece un Bush o dos que la recorren (y nos arrastran) hacia lugares mucho más conflictivos. El caso es que, cuando los responsables políticos yerran, el fallo suele proceder menos de su psicología o estilo de decisiones que de su política: más concretamente, de la relación entre su política y la nuestra. Como la obra de Gladwell, el artículo de Dijk­ sterhuis y sus colaboradores en Science tiene un enorme valor por señalar las limitaciones del saber convencional, que asocia la calidad de la decisión con la complejidad del proceso decisorio. Pero nos acecha un peligro: este trabajo sigue incitando a creer que la calidad de una decisión es sólo una cuestión de psicología (en este caso, adaptar la carga cognitiva a los recursos cognitivos) y que no pone en juego la política, la ideología y las agrupaciones en sociedades. Esquivar estas consideraciones sociales en la busca de una seducción general nos puede alejar de la luz en vez de dirigirnos a ella. S. Alexander Haslam es profesor de psicología social en la Universidad de Exeter. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

ENTREVISTA

Toma de decisiones Diálogo con Gerhard Roth, neurobiólogo de Bremen, sobre las bases cerebrales de la toma de decisiones en la vida diaria

Cuando decidió aceptar esta entrevista sobre toma de decisiones, ¿qué pasó por su cerebro? En primer lugar tenemos el plano lingüísticológico. En él entiendo su deseo y lo considero razonable. Luego, se presenta el aspecto emocional: me siento halagado, sé que la revista donde aparece es una publicación prestigiosa y que en ella me puedo expresar con toda claridad sobre el tema. Pero aparece también una reacción en el plano inconsciente: mi “ego” se hincha cuando la revista me menciona o habla del libro. ¿Comprueba cada uno de estos componentes en su cerebro? En este caso no, porque todo sucede simultáneamente y habría que comparar mi actividad cerebral con la de otros en escenarios diferentes. En cualquier caso cabe separar neuronalmente cada uno de los aspectos concretos. En experimentos estandarizados, trabajando con diversas opciones de elección y diferentes posibilidades de acierto, se ha medido la actividad cerebral mediante la tomografía nuclear de espín. Se ha comprobado que las personas que han de tomar una decisión que entraña riesgo presentan un estado de nucleus accumbens muy distinto del que ofrece esa misma estructura en las personas que tienen poco que ganar o perder al tomar su decisión. Perteneciente al sistema límbico, el nucleus accumbens participa en la valoración inconsciente del riesgo. ¿Hasta qué punto? En experimentación animal sobre monos se han descubierto neuronas que evidencian diferentes expectativas de conseguir una recompensa. Ciertos tipos de tales neuronas se MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

activan cuando se asiste a un elevado riesgo de pérdida; permanecen silentes si el riesgo sobrevenido es bajo. Las activaciones en el nucleus accumbens tienen lugar mucho tiempo antes de que se produzca la decisión. Con una alta probabilidad también en humanos puede predecirse, mediante la tomografía nuclear de espín, qué elección tendrá lugar conscientemente unos segundos más tarde. ¿Significa esto que los fundamentos racionales que una persona esgrime para tomar una decisión en realidad se plantean “a posteriori”? Lo que es seguro es que nuestra conciencia es una mínima isla dentro del océano de procesos que ocurren en el cerebro cada segundo. La mayoría de ellos nos proporcionan sensaciones subliminales de placer o desagrado. Y ocurre que, para responder a la pregunta “¿por qué has tomado precisamente esa decisión?”, montamos una serie compleja de argumentos ya que sencillamente no tenemos acceso a los motivos e impulsos inconscientes.

cortesia del hanse-wissenschaftskolleg

Steven Ayan

GERHARD ROTH nació en Marburg en 1942. Estudió filosofía, germanística y musicología en Münster y Roma. En 1969 se licenció en filosofía. Luego se interesó por la biología, obteniendo el título de licenciado en zoología en 1974, especialidad que cursó en Münster y Berkeley. Desde 1976 enseña psicología de la conducta y neurobiología evolutiva en la Universidad de Bremen, cuyo Instituto de Neurología dirigió.

¿Podríamos tener acceso a nuestros conocimientos inconscientes, intuitivos? Conviene avanzar con precisión. Intuición no es lo mismo que procesos inconscientes. Cuando abrigo la oscura idea de qué hacer o qué evitar, hablo de una consciente. Pero se me vela la razón u origen de la idea. Según un consejo muy útil, valora primero minuciosamente con la razón y, luego, deja las cosas aparcadas durante un tiempo. Si la opción escogida sigue considerándose “buena”, ejecútala. Al final, la decisión que tomamos es siempre emocional. En realidad no hay decisiones racionales, lo único que hay son valoraciones racionales.

Ocupa el rectorado del Colegio Hanseático de Ciencias en Delmenhorst, desde 1997. Preside la Fundación para el Estudio del Pueblo Alemán

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¿Cómo ha llegado a esa conclusión? Supongamos que un profesor da clases en la universidad de la ciudad A y recibe una tentadora oferta para pasar a una universidad privada de la ciudad B. Se pregunta si ha de aceptar el traslado o no, considera detenidamente los pros y contras, aunque, a la postre, el factor determinante es el emocional: ¿nos gustará a mí y a mi familia vivir en B? El arte consiste en compaginar los motivos racionales con las experiencias emocionales. Importa seguir el consejo de no precipitarse.

“La mayoría de las decisiones que lamentamos haber tomado en la vida diaria las tomamos de forma precipitada.”

ALTRUISTA Un grupo de investigadores dirigidos por William Harbaugh, de la Universidad de Oregón en Eugene, demostraron que las personas que aportaban voluntariamente dinero en una recaudación activaban el sistema de recompensa en su cerebro. Si la aportación se hacía por orden “de la superioridad” no aparecía el efecto, aun cuando el dinero estuviera destinado a una buena finalidad. Las decisiones no tienen por qué tomarse siempre en beneficio propio; también el amor al prójimo desempeña su función. Neural Responses to Taxation and Voluntary Giving Reveal Motivs for Charitable Donations. W. T. Harbauch et al. en Science, vol. 316, págs. 1622-1625; 2007.

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¿En qué ocasiones resulta particularmente útil este consejo? Podemos distinguir al menos cuatro tipos de decisiones. La mayoría de nuestros actos cotidianos derivan de decisiones de las que no somos conscientes. Sucede con las rutinas automáticas: tomar una taza de café o no tomarla, cambiar de marcha cuando conducimos un automóvil, etcétera. Luego tenemos las decisiones que hemos de tomar con una gran premura (por ejemplo, frenar cuando el semáforo se pone rojo), sobre las que no podemos recapacitar durante mucho tiempo; y las que tomamos guiados por una gran carga emocional (cuando estamos enfadados). En las circunstancias reseñadas acostumbramos tomar decisiones equivocadas, de las que luego nos arrepentimos. Por el contrario, todas las decisiones importantes de la vida que no requieran una extraordinaria urgencia se han de tomar con calma, después de lo que denomino juicio intuitivo. Según una opinión extendida hay personas que actúan “con la cabeza” y otras que actúan “con las vísceras”, es decir, según predomine la mitad derecha emocional del cerebro o la mitad izquierda lógica. ¿Qué hay de cierto en ello? Se trata de una idea tan popular cuan falsa. La lateralización del cerebro es un hecho demostrado. El hemisferio izquierdo rige las tareas

lingüístico-abstractas, mientras que el derecho lo hace con las espaciales y globales. Sin embargo, no es fácil distinguir por las imágenes del cerebro una personalidad que recapacite de otro sujeto que actúe movido por su estado de ánimo. En la vida diaria rara vez somos conscientes del riesgo que comportan nuestros actos. En caso de duda, ¿hemos de abstenernos de cualquier movimiento? Ni a las personas ni a sus cerebros les gusta soportar la inseguridad. En consecuencia, la mayoría de las veces nos guiamos por reglas elementales, las heurísticas. El grupo de trabajo berlinés dirigido por Gerd Gigerenzer demostró que, por regla general, con eso basta para desenvolvernos en la vida diaria. Vamos a un supermercado porque lo conocemos o porque confiamos en el consejo de vecinos o amigos, sin hacer más especulaciones científicas cada vez que tomamos un producto de la estantería. Si se trata de tomar decisiones más importantes (compra de un coche o de una casa), no debemos limitarnos a considerar modelos sociales o factores de prestigio, sino evaluar las cosas con calma y atender a otros factores, hasta que llegue el momento de tomar la decisión. Según una opinión ingenua, cuanto más agudo sea un problema, tanto menos conviene pensar en él. Esto es rotundamente falso. Si bien todo lo que sea tomar en cuenta más de dos o tres factores fundamentales supera nuestra capacidad consciente para procesarlos. ¿Significa eso que he de recapacitar para elegir los calcetines y, en cambio obrar de forma espontánea en la compra de una cocina? “Espontánea” no es el adjetivo correcto. Digamos que se ha de decidir después de un “período de incubación”. Nuestra capacidad de memoria operativa es limitada. En las decisiones diferidas, intuitivas, los conocimientos previos desempeñan un papel importante. Se conserva lo que en otro tiempo fue consciente y ha dejado de serlo. Lo mismo que en el pensamiento vigil, estos conocimientos previos se hallan almacenados en la corteza cerebral. Mas, a diferencia de lo que ocurre con los contenidos conscientes que están íntima y directamente relacionados, en este caso las relaciones se realizan mediante un MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Un área para todas las estaciones: así decide el cerebro ¿Qué coche comprar? ¿El elegante “coupé” para impresionar a los vecinos, con el quebranto consiguiente de la economía familiar? ¿Sería mejor un modelo de precio moderado que no cabe por la entrada? En la elección de un nuevo coche hay que valorar muchos argumentos racionales (costes de adquisición y de mantenimiento, consumo de combustible, reparaciones, etc.). Intervienen también los factores emocionales: ¿aumenta el prestigio? ¿cómo funciona? En el cerebro pueden distinguirse a grandes rasgos tres instancias de toma de decisión: en la valoración consciente de los pros y contras actúa la corteza cerebral. Hacia la misma se encamina la información sobre experiencias anteriores almacenada en el hipocampo (verde en

la figura). Según se ha demostrado en experimentos realizados con técnicas de imagen, en el control mental interviene de forma destacada el lóbulo frontal, en particular la corteza prefrontal orbitomedial (OMPFC) (en azul). Las valoraciones emocionales están regidas por estructuras límbicas (en rojo), la amígdala sobre todo. El “sistema de recompensa” con el nucleus accumbens y las áreas tegmentales ventrales (VTA) anticipan las posibles recompensas al esfuerzo y suponen un importante impulso motor. En la práctica el pensamiento consciente, las reacciones emocionales y los procesos inconscientes (intuición) van juntos. Por ahora no puede hacerse una clara delimitación en el cerebro.

Nucleus accumbens

Area tegmental ventral (VTA)

Corteza prefrontal orbitomedial (OMPFC) Amígdalas

Tronco del encéfalo

Hipófisis

Hipotálamo

procesamiento en paralelo. Los sigo pensando aunque esté ocupado con algo completamente diferente. El concepto de “preconsciente” procede de Sigmund Freud. ¿Se da convergencia entre el psicoanálisis y la neurobiología? Sí. Nuestra experiencia lo reconoce sin necesidad de ser ni psicoanalista ni neurobiólogo. Imagine que se encuentra con un viejo conocido. Lo tiene delante y lo reconoce perfectamente, aunque no recuerda el nombre. El hipocampo determina qué parte de los conocimientos previos se hacen conscientes, fenómeno que no depende enteramente de nuestra voluntad. A veces hemos de utilizar determinados trucos para salir del paso; por ejemplo, recordar MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

gehirn & geist / siganim y emde-grafik

Hipocampo

alguna característica peculiar de la persona conocida para que así nos venga su nombre a la memoria. Lo mismo ocurre con los conocimientos importantes a la hora de tomar una decisión. ¿Sirven los impulsos viscerales sólo para satisfacer la necesidad de decidir lo más rápida y certeramente posible? Si todo resultara tan fácil, a nadie le desagradaría. Sin embargo, las decisiones viscerales, sobre todo si se toman con premura o en especiales situaciones afectivas, no conducen a los mejores resultados, sino todo lo contrario. La mayoría de las decisiones que lamentamos haber tomado en nuestra vida diaria se resolvieron con precipitación.

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MENTE, CEREBRO Y SOCIEDAD Apostar a conciencia Los juegos de azar pueden proporcionar un modo de comprobar la percepción consciente sin perturbarla Christof Koch y Kerstin Preuschoff

G

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ran parte de lo que hacemos queda fuera   de los límites de la conciencia. Cam­ biemos de postura corporal o tomemos la decisión de casarnos, a menudo no tenemos ni idea de por qué o cómo hacemos lo que hacemos. Es difícil demostrar con rigor la noción freudiana de que la mayor parte de nuestra vida mental es inconsciente. Aun­ que parece sencillo contestar la pregunta “¿Ve usted (conscientemente) encenderse la luz?”, más de 100 años de investigación han demostrado lo contrario. El problema clave consiste en definir la conciencia de suerte tal, que pueda medirse captando su carácter subjetivo, al tiempo que indepen­ dientemente del estado interno del cerebro del individuo. Una manera común de evaluar de forma experimental la conciencia —vale decir, el percatarse de una sensación, percepción o pensamiento— se basa en la “confianza”. Por ejemplo, un sujeto tiene que juzgar si una nube de puntos que aparece en la pantalla de un ordenador se mueve hacia la izquierda o hacia la derecha. Después, debe asignar un número al grado de confianza que tiene en su dictamen; por ejemplo, 1 para indicar que ha hecho una pura suposición, 2 que tiene alguna duda y 3 que tiene cer­ teza absoluta. Este procedimiento implica que, cuando el sujeto no se ha percatado bien de la dirección del movimiento de los puntos, su confianza es baja, mientras que si claramente “vio” el movimiento, la con­ fianza es alta.

Una cuestión de dinero En un trabajo reciente, Navindra Persaud, de la Universidad de Toronto, y Peter McLeod y Alan Cowey, de la Universidad de Oxford, presentan un modo más objetivo de evaluar la conciencia. Se trata de sacarle partido al deseo común de ganar dinero. Este método es utilizado en economía para determinar las creencias de un sujeto en el resultado probable de un aconte­ cimiento. Quienes saben que tienen informa­

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Es difícil demostrar con rigor la noción freudiana de que la mayor parte de nuestra vida mental es inconsciente. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Los conductores del experimento han aplicado esa técnica de apuesta en tres ejemplos de procesamiento no consciente. ción están dispuestos a apostar sobre ello. Es decir, están dispuestos a avalar sus palabras apostando por ellas. Consideremos la posibi­ lidad de adquirir fondos de inversión. Cuanto más seguro está uno de que la tecnología de punta marchará en los próximos meses, más cantidad de dinero colocará en un fondo de dicho sector. Persaud y sus colaboradores utilizaron este tipo de apuesta para traer a la luz la conciencia, o su ausencia. En los experimen­ tos, los sujetos no manifiestan directamente si confían o no en su percepción consciente. Antes bien, primero toman una decisión se­ gún hayan percibido algo y entonces deben elegir entre apostar mucho o poco dinero según la confianza que tienen en su propia decisión. Si la decisión demuestra ser correcta, ganan dinero; de otra manera, lo pierden. La estrate­ gia óptima consiste en apostar mucho cuando uno siente que no se mueve en el terreno de la mera conjetura. Los conductores del expe­ rimento han aplicado esa técnica de apuesta en tres ejemplos de procesamiento no cons­ ciente. El primer experimento se lleva a cabo con el paciente G. Y., que tiene “ceguera” debido a un accidente de coche que le dañó áreas del cerebro relacionadas con el procesamiento visual. Su nueva condición le deja con la habi­ lidad inconsciente de localizar una luz o saber la dirección en la que se mueve una barra de colores en la pantalla de un ordenador, aun­ que el sujeto niega poseer ninguna experiencia visual de la barra en cuestión. Insiste en que se limita a conjeturar. Nuestro paciente puede acertar en el 70 por ciento de las pruebas sobre la presencia o ausencia de una rejilla sutil, un porcentaje muy por encima del acierto aleato­ rio (50 por ciento). Con todo, nuestro hombre fracasa a la hora de traducir esa habilidad en apuesta; sólo apuesta alto en alrededor de la mitad (48 por ciento) de lo que acierta. Cuando G. Y. se per­ cata, consciente, del estímulo, apuesta alto; más de lo que usted o yo apostaríamos. Así, sus apuestas parecen reflejar más su percepción consciente del estímulo (es decir, su confianza en que lo vio) que la propia de­ tección (inconsciente) del estímulo, lo que su­ MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

giere que apostar puede proporcionar el medio para medir el grado en que nos percatamos de algo. El segundo experimento implica una tarea gramatical artificial. A los participantes se les enseña una ristra breve de series cortas de letras. Se les dice que las series obedecen una regla sencilla (verbigracia, a cada “x” le sigue una “a”). Pero no se les descubre la regla. Cuando se les muestra una nueva serie y se les pide que determinen si ésta obede­ ce la regla desconocida, los sujetos aciertan más que fallan. Sin embargo, pocas veces saben explicar por qué creen que una serie obedece o no la regla. El porcentaje total de clasificaciones correctas (81 por ciento) está muy por encima del acierto al azar. Pese a lo cual, los sujetos no convierten sus habilidades en dinero. Quienes apuestan mucho eligen correctamente el 45 por ciento de las veces y erróneamente el 32 por ciento. En resu­ men, los participantes en el estudio aciertan en general sobre si la serie sigue una regla, pero carecen de la confianza suficiente para apostar por ella.

Bazas ganadoras En el experimento final, llamado “test del juego de Iowa”, los sujetos deben elegir una de las cartas de arriba de entre cuatro bara­ jas. Con cada carta la persona puede ganar o perder cierta suma de dinero. Sin saberlo los participantes, dos de las cuatro barajas tienen un rendimiento neto positivo y dos, negativo. Deben apostar mucho o poco a la carta elegida antes de que se muestre y per­ derán o ganarán según la elección que hagan. En el test, los sujetos voltean las cartas una a una, viendo cada vez si ganan o pierden. Casi siempre se imaginan qué barajas son las ganadoras y empiezan a elegir entre las cartas de tales mazos; pero generalmente voltean al menos 30 cartas antes de ganar la confianza suficiente para apostar con firmeza por los resultados. Es decir, los sujetos sólo comien­ zan a hacer dinero mucho después de que su propio comportamiento debería haberles revelado que sabían cuáles eran las barajas ganadoras. Para investigar semejante indecisión, Per­ saud y sus colaboradores utilizaron una va­

riante del ensayo. Tras cada diez intentos que hacían los sujetos, se les interrogaba sobre lo que sabían acerca del juego y las barajas. Cuando los sujetos examinaban así su conoci­ miento del juego, desaparecía la distancia que había entre la selección de la baraja buena y la apuesta ventajosa, lo que sugiere que el acto de introspección altera, en el sujeto, su grado de percepción de la situación. Examinar sus conocimientos les hacía percatarse mejor de lo que sabían. Este descubrimiento indica que, si los sujetos aprenden a confiar en su instinto —y apostar por lo que saben pero de lo que todavía no son conscientes—, lo pueden hacer mejor. Las técnicas de apuesta utilizadas por Persaud, McLeod y Cowey se basan en el instinto del hombre para obtener un bene­ ficio. Comparado con forzar a los sujetos para que se percaten de su grado de con­ ciencia —y perturbando en el proceso el mismo fenómeno que uno desea medir—, el apostar nos ofrece una manera más sutil de evaluar la conciencia. Es una nueva forma, fascinante y reveladora, de estudiar nues­ tra percepción consciente, del grado en que nos percatamos de ello. Con estos pequeños pasos se va progresando en la búsqueda de una respuesta a la permanente cuestión so­ bre la emergencia de la conciencia a partir de la experiencia. Christof Koch es profesor de biología e ingeniería del Instituto de Tecnología de California. Kerstin Preuschoff es investigadora posdoctoral en teoría de la decisión y neurociencia, también en el Caltech.

Bibliografia complementaria The Quest for Consciousness: A Neuro biological

Approach. Christof Koch. Ro­

berts and Company Publishers; 2004. P ost-D ecision Wagering O bjectively M easures A wareness . Navindra Pers­ aud, Peter McLeod y Alan Cowey en Nature Neuroscience, vol. 10, págs. 257-261; enero 2007.

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Prosopagnosia infantil Reconocen a su propia madre sólo por la voz o el cabello; los compañeros de juego de ayer les resultan hoy extraños. Según recientes estudios, en cada dos aulas escolares se sienta un niño con prosopagnosia Thomas Grüter

ven perfectamente la cara del interlocutor, no retienen sus rasgos, ni pueden reconocerlos. En consecuencia, esta parte del cuerpo no les merece ninguna atención especial: para ellos la cara tiene tanta importancia como para otros pueda tener la rodilla o la pantorrilla. En la Universidad de Münster hemos inves­ tigado la variante congénita de este trastorno perceptivo y hemos comprobado que es mucho más frecuente de lo que suponíamos. Desde el año pasado estamos realizando un proyecto en la Universidad de Viena para estudiar los efectos que pueden derivarse de este trastorno en los niños. El término prosopagnosia es moderno y de­ riva de las palabras griegas prosopon (cara) y agnosia (desconocimiento). El término fue introducido por Joachim Bodamer, neurólogo que durante la segunda guerra mundial y años posteriores trabajó en el sanatorio psiquiátri­ co de Winnental, en Württenber. En dos sol­ dados que presentaban graves heridas en la cabeza observó un manifiesto trastorno en el reconocimiento de caras. Los pacientes veían perfectamente las caras de sus compañeros, pero no podían identificarlas. Los dos compen­ saban bastante bien su déficit; uno de ellos ni siquiera era consciente de padecerlo. Un tercer paciente estuvo ingresado por heridas graves de metralla de granada en la parte posterior de la cabeza. Durante varias semanas después del accidente veía las caras con deformaciones grotescas, aunque reconocía sin problemas a sus allegados. Bodamer dedujo de todo ello que la visión y el reconocimiento de caras cons­ tituían funciones diferenciadas del cerebro. En el año 1947 describió estos casos en un trabajo titulado “La prosopo-agnosia”.

1. RARA VEZ MIRA. Los niños con prosopagnosia no suelen darse cuenta de la presencia de un copo de espuma de afeitar en la cara, que difícilmente pasa inadvertido para las personas normales, hasta que no dan el segundo vistazo.

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Fueron desgranándose comunicaciones de médicos que observaron el mismo fenómeno en pacientes que habían sufrido accidentes ce­ rebrovasculares u otras lesiones neurológicas, sobre todo cuando resultaban afectadas las áreas situadas en la transición entre el lóbulo occipital y el temporal. Pero hasta 1976 no se describió ninguna forma congénita de proso­ pagnosia. En ese año se publicó el primer caso. A lo largo del cuarto de siglo subsiguiente se reseñó una docena más de casos. Nuestro grupo de trabajo en el Instituto de Genética Humana de Münster llegó a la con­ clusión de que más o menos el 2% de la pobla­ ción sufre el trastorno. En un estudio realizado sobre 689 alumnos de enseñanza primaria y

todas las fotografias del articulo: GEHIRN & GEIST / manfred zentsch

“M

ira, ¿qué te llama la atención en mí?”,   pregunta Sofía a su hermano mayor. En la nariz de la niña hay un copo de espuma de afeitar. Julián empieza a darle vueltas: “¿Te has puesto un traje muy bonito?”. “¡No!” “Llevas unas nuevas zapatillas de deporte.” Sofía va inquietándose. “¡Mira a la cara!”, le grita. Por fin, el hermano repara en la espuma de afeitar. Martina Grüter, mi mujer, y yo conocemos docenas de anécdotas como ésta, extraídas de nuestra actividad profesional. En lenguaje médico, el déficit de percepción de Julián se denomina prosopagnosia. Los afectados, que

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estudiantes de bachiller se comprobó que 17 padecían el trastorno. En 14 de ellos un estu­ dio familiar permitió reconocer que algunos parientes presentaban también síntomas de prosopagnosia.

Trastorno hereditario dominante Basta que uno de los padres padezca el tras­ torno para que haya un 50 % de probabilida­ des de que el hijo lo sufra también. Se trata, pues, de un alelo dominante. La prosopagnosia se presenta por igual en varones y mujeres, prueba de que no se hereda a través de los cromosomas sexuales sino de cualquier otro cromosoma, es decir, nos hallamos ante un ras­ go de herencia “autosómica”. Puede afirmarse que es una herencia autosómica dominante. La prosopagnosia congénita no tiene por qué deberse a las mismas alteraciones neuro­ lógicas que la adquirida a raíz de una lesión cerebral [véase “Prosopagnosia”, por Thomas Grüter; Mente y cerebro, n.o 6, 2004]. Lo único que sabemos hasta ahora es que el trastorno hereditario parece deberse sólo a una muta­ ción genética singular. Como todos los primates, los humanos dis­ ponemos de un sentido del olfato bastante débil que, en general, no nos permite identi­ ficar a nuestros congéneres por su “perfume” corporal. En su lugar utilizamos para identi­ ficarlos el sentido de la vista, que tenemos muy desarrollado. Los monos rhesus gozan, además, de una percepción facial muy buena regida por las misma áreas cerebrales que los humanos. Probablemente, esta última capaci­ dad común en las dos especies se desarrolló hace unos 25 millones de años. En los años ochenta, un equipo de la Uni­ versidad de Glasgow confirmaron algo que las madres ya sabían desde hacía mucho tiempo: los lactantes reconocen la cara de su madre y la prefieren a todas las demás. Los investiga­ dores estudiaron 40 niños de dos días de edad a quienes se les presentaba simultáneamente la cara de su madre y la de otra mujer. Los ni­ ños contemplaban la cara de su madre durante un tiempo significativamente más prolongado que el dedicado a la otra. Los investigadores procuraron que los niños se orientaran por el olor o que la madre atrajera más la atención de su hijo mediante su mímica. Con pocas semanas de edad, el niño ad­ vierte si alguien le mira o le dirige fugazmente la mirada. Al nacer, su capacidad de reconocer caras todavía es inespecífica y sólo a lo largo MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

de los primeros años se concreta en las caras humanas. En 2005, Olivier Pascalis y su grupo, de la Universidad de Sheffield, publicaron un estudio donde demostraban que los lactantes identificaban también caras de monos, capa­ cidad que pierden al llegar máximo los nueve meses. (Si los niños, durante varios meses, han sido “entrenados” mostrándoles fotos de monos, pueden identificar todavía las caras de los simios más allá de los nueve meses.) Es evidente que el cerebro se especializa muy pronto en el reconocimiento de las caras con las que el niño se encuentra con mayor fre­ cuencia. Cuando la dificultad en el reconocimien­ to de caras sobrepasa determinado umbral, puede detectarse muy pronto. A las madres de niños con prosopagnosia demostrada les preguntamos si recuerdan algo que les llamara la atención. Las respuestas coinciden: ya en el primer año de vida, muchos niños y niñas daban muestras de un miedo extraordinario cuando la madre se alejaba. Toleraban mal la compañía de otras personas e incluso recha­ zaban que los abuelos los cogieran en brazos. El llamado “extrañamiento” es normal entre los ocho y los doce meses. En los niños con prosopagnosia parece que esta fase se pro­ longa bastante. Algunos niños reaccionan irritados si la madre se presenta con un peinado nuevo o sale del baño con la cabeza envuelta en una toalla. Está claro que dejan de reconocer a su principal persona de referencia. Cierta madre declaraba que “el encuentro en grupo de pa­ dres y niños era una tortura para mí”. “Todos los niños estaban alegres jugueteando; sólo Estefanía se quedaba temerosa sentada en mi regazo y no quería unirse al grupo de compa­ ñeros. Temía que al dejarla para reunirme con las demás madres no me volvería a encontrar. No había duda de que tal era el motivo: si me quedaba como única persona adulta con los niños, se ponía a jugar con los demás.” En la guardería Estefanía necesitaba mucho tiempo hasta encontrarse a gusto en el grupo y empezar a jugar con sus compañeros. Todas las madres de niños con prosopagnosia nos lo confirmaban. Con frecuencia al cabo de tan sólo media hora los niños no sabían con quién habían jugado o con quién se habían peleado. En ocasiones no reconocían a sus madres cuando venían a recogerlos, o por lo menos no lo hacían desde el primer instante. Además, las cuidadoras notaban que, cuando

Lo que han de conocer los padres: indicios de prosopagnosia  Un niño con este trastorno no reconoce a las personas por su cara, sino por otras caracterís­ ticas: vestido, voz, peinado o la forma típica de moverse.  No necesita contacto visual con el interlocutor y en consecuencia no lo busca.  Tiene especiales dificultades en identificar a los conocidos cuando están en un grupo. Por ello, pro­ cura no soltarse de la mano del padre o la madre.  Con frecuencia un niño con proso­ pagnosia no reconoce a personas familiares que realizan movimien­ tos inesperados.  No se presentan síntomas de autismo: no mantienen de forma exageradamente inalterada deter­ minados hábitos ni repite cons­ tantemente ciertos rituales.  Capta los sentimientos de los de­ más y reacciona en consecuencia. La adquisición del habla no está retrasada.  De pequeño extraña la gente durante más tiempo de lo normal; tarda más en integrarse en un grupo.  En caso de prosopagnosia con­ génita, uno de los padres, por lo menos, padece la misma dificul­ tad para reconocer rostros.

conversaban con tales niños, éstos apenas les prestaban atención. Por regla general, las exploraciones psi­ cológicas realizadas a los niños de cuatro a seis años no demostraron ninguna alteración psíquica. Los tests de inteligencia solían mos­ trar en esos niños un desarrollo del habla más avanzado que el de las habilidades manuales o la percepción visual. Si se preguntaba a los niños en qué reconocen a los demás, la res­ puesta era: “en el peinado”, “en la voz” o “en el vestido”.

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2. ¡MIRA QUIEN HABLA! La misma persona con otra indumentaria o peinado puede ofrecer un aspecto muy diferente. Esto supone un grave problema para los niños con prosopagnosia.

Consejos para maestros y educadores  Una ayuda importante para los ni­ ños con prosopagnosia es exigirles siempre que miren la cara de aquel con quien hablan. Con frecuencia lo olvidan, pues para ellos la cara carece de mayor importancia.  Reconocen antes a sus compa­ ñeros de clase si en las paredes del aula se cuelgan fotos con sus nombres.  Al principio de la asistencia al jardín de infancia y a la escuela primaria son útiles los juegos de reconocimiento en los que se ha­ bla mucho. Esto ayuda a que los niños con prosopagnosia retengan rápidamente las voces de sus com­ pañeros.  Los compañeros de juego y de escuela deben identificarse por el nombre junto a cualquier otra característica, por ejemplo: “Lleva este libro a Catalina, la del pelo rojo”.  Es útil que el niño con este tras­ torno visite la escuela y conozca al maestro antes del primer día de clase. De esta forma cuando em­ piece oficialmente el curso podrá concentrarse mejor en el recono­ cimiento de sus compañeros.  En los primeros días de clase los maestros deben cuidar de no hacer cambios frecuentes en los acceso­ rios de su indumentaria o en sus gafas. Por el contrario, deberían procurar conservar unas “caracte­ rísticas estables”.

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Prosopagnosia en la vida diaria En la escuela se repiten las dificultades: “Ana ha necesitado medio año para hacerse amiga de otros niños”, nos cuenta una madre. Tam­ bién la maestra tenía dificultades con ella. La niña se mostraba ausente en la clase; miraba a todas partes, excepto a la maestra. Hacía bien los deberes y seguía con aprovecha­ miento las enseñanzas, pero a la maestra le molestaba que durante la clase la alumna persistiera pendiente de la ventana. Ana se defendía: podía seguir mejor a la profesora si durante la lección no se veía obligada a fijarse en nadie. Algunos padres del estudio, preocupados, habían acudido al médico sospechando que su hijo padecía autismo, lo que no se confirmó en ningún caso. Sin embargo, nadie diagnosticó una prosopagnosia congénita. (Se trata de un trastorno desconocido hasta hace poco entre psicólogos y pediatras.) Entre los 10 y 14 años, los síntomas remi­ ten. Los niños desarrollan estrategias con que afrontar mejor las dificultades en el reconoci­ miento de caras. Pero el problema fundamen­ tal persiste. Incluso en la edad adulta puede llevar a situaciones embarazosas. Relata un joven: “En una reunión me estaba divirtiendo estupendamente con una chica. Fui por unas bebidas y a la vuelta había olvidado su cara. No la encontré en toda la noche. ¡Seguro que quedé como un idiota!”. ¿Hubiera podido evitarse esta desagrada­ ble experiencia? Hasta ahora no existe ningún tratamiento de la causa de la prosopagnosia. Lo que no impide que se pueda ayudar a los afectados para que, desde la infancia, reconoz­ can otras características de las personas con que se encuentran. Además se ha de insistir a los jóvenes en que miren a la cara a sus inter­ locutores, pues a la mayoría de las personas

les irrita que no les miren quienes les dirigen la palabra. Los niños con prosopagnosia están capaci­ tados para obtener una importante informa­ ción al mirar la cara de quien les habla: edad aproximada, estado de salud, humor en ese momento, etc. El problema es que rara vez le dirigen la mirada. A menudo, bastan pequeñas ayudas para facilitar que estos niños se intro­ duzcan en un grupo. Sin olvidar cierta labor pedagógica, pues la prosopagnosia congénita es un trastorno frecuente: en cada dos aulas escolares es de esperar encontrar un niño con este defecto. Cuantos más maestros y padres lo conozcan tanto mayor es la posibilidad de que estos niños no sufran por su causa. Thomas Grüter colabora con la facultad de psicología de la Universidad de Viena en el proyecto “Prosopagnosia/Ceguera congénita para el reconocimiento de caras en la infancia”.

Bibliografia complementaria F irst R eport of P revalence of N on Syndromic H ereditary P rosopagnosia (HPA). I. Kennerknecht et al. en American Journal of Medical Genetics, parte A 140A, págs. 1617-1622; 2006. H ereditary P rosopagnosia : The F irst Case Series. M. Grüter et al. en Cortex (Publicación-E, en prensa); 2007. N eural Systems for R ecognition of Familiar Faces.

J. V. Haxby y M. I. Gobbi­

ni en Neuropsychologia, vol. 45, págs. 32-41; 2007.

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Deporte de competicion ¿Cómo puede un joven deportista con talento madurar y convertirse en un profesional? La clave se esconde en una absoluta confianza en sí mismo y en el ejercicio constante Christiane Gelitz

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uando Adrian, Felix y Tobias sueñan, su   fantasía no vuela demasiado lejos. A es­ tos jóvenes aspirantes a futbolista les basta con apoyarse, cualquier tarde de sábado, sobre el alféizar de la ventana del pasillo de su in­ ternado, que da al campo del Werder Bremen, e imaginarse protagonistas del partido, acla­ mados por los 40.000 aficionados que llenan las gradas. Para los jóvenes de la cantera del Werder Bremen no existen problemas de motivación. Adrian, Felix y Tobias tienen entre 17 y 18 años y viven en el internado Wilhelm-Scharnow, em­ plazado en el gol este del estadio Weser por encima de los palcos reservados a las empre­ sas. Las habitaciones individuales y dobles dan cabida a 20 jóvenes. Cuando las promesas visitan el museo del club situado junto a la residencia, abierta en 1978, se encuentran de entrada con las huellas de quienes han forjado la historia del club: el entrenador Thomas Schaaf y los goleadores Milton y Rudi Völler. Sus pisadas son como icnitas archivadas en cemento. Para dejar también su rastro, los jóvenes invierten nada menos que su juventud. Durante los últimos años de bachillerato, previos al ingreso en la universidad, mientras sus compañeros de clase se divierten los fines de semana, ellos deben seguir un estricto horario donde todo está pla­ nificado: clase, deberes, entrenamiento diario, momento de acostarse (a las 23 horas) y de

Cuestión de carácter Los aficionados al fútbol constituyen un grupo característico. A esa con­ clusión llegó Günter Kuseschin, de la Universidad de Graz, quien en 1990 realizó una encuesta entre 200 jóvenes austriacos con el resultado siguiente: el entusiasta del balompié es más agresi­ vo, abierto, extravertido, da más valor a la amistad y se muestra optimista ante el futuro.

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TODAS LAS FOTOGRAFIAS DE ESTE ARTICULO: GEHIRN & GEIST / MARTIN ROSPEK

levantarse (a las seis y media). En el instituto rinden por igual que sus compañeros sin tales obligaciones deportivas. Abandonan todos el internado con la prueba de selectividad apro­ bada; pueden, pues, seguir en el centro aun cuando fracasen en sus expectativas deporti­ vas. Pero todos han entrado allí con una misma meta: ser un profesional de elite. Pero, ¿qué ocurre si eso finalmente no puede ser?

El 95 por ciento quieren ser “profesionales a toda costa” Uwe Harttgen, psicólogo y gerente del inter­ nado de Bremen, planteó la cuestión anterior a 331 chicos dentro del marco de un estudio realizado en 2004 en cooperación con la Fede­ ración de Fútbol y la Universidad de Bremen. Las promesas futbolistas más destacadas, entre los 14 y los 18 años de edad, habían superado la primera barrera: entrenaban con diferentes equipos de primera división. De ellos, 70 eran internacionales con las selecciones inferiores. Aproximadamente un 95 por ciento quería ser “profesional a toda costa”. Muchos ni si­ quiera contemplaban otra alternativa. “Si no

1. OBJETIVO A LA VISTA. Las promesas del equipo de Bremen disponen de una vista directa del estadio Weser desde una de las ventanas del pasillo de su internado.

soy jugador de primera división, entonces he fracasado, no seré nadie”, expresaba uno de los encuestados. “En eso ni siquiera pienso”, apuntaba otro. Más de la mitad de los encuestados reco­ nocía temer tras un partido no volver a ser alineado en el siguiente. No se sentían sobre­ cargados, aunque a veces cansados. La mitad declaraba que “tantos compromisos les coarta­ ba” y dos de cada tres no tenían tiempo para otras aficiones. Pese a que no se consideraban fuertes, estables y capaces, no ocultaban su miedo al fracaso. Las presiones que sufren estos jóvenes proceden de sus familias, sus equipos y, por supuesto, de ellos mismos. Todos esperan el salto a la categoría profesional. Se sienten bajo observación permanente. Sólo cuenta lo que les acerque más a un contrato. Sin em­

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¿Una vuelta a la astrología? Se estudió en Estados Unidos, en 2004. Allí los talentos del fútbol suelen tener fechas de nacimiento situadas entre los meses de enero, febrero o marzo con el triple de probabilidad que los nacidos entre octubre y diciembre. Realizaron el trabajo Francis D. Glamser, de la Universidad del Sur de Mississippi en Hattiesburg, y John Vincent, de la Universidad de Alabama en Tuscaloosa. Si la comparación se realizaba tomando como referencia los meses de enero y diciembre, se registraban cinco veces más deportistas nacidos en enero que en diciembre. Los investigadores tomaron por referencia 147 seleccionados olímpicos nacidos en 1984. Pero había sido anteriormente, ya durante los ochenta, cuando los investigadores se encontraron con el “efecto de la edad relativa”. Cuanto menor era el período entre el día límite que fija la pertenencia de un niño a una categoría u otra y el día de cum­ pleaños del chico, tanto mayores eran sus posibilidades de convertirse alguna vez en deportista de elite. Jochen Musch, de la Universidad de Düsseldorf, y Simon Grondin, de la Universidad de Laval en Québec, manifiestan que este planteamiento ha podido quedar demostrado en numerosas disciplinas. Los investigadores creen que los mayores de cada promoción presentan a menudo un mayor rendimiento debido a su ventaja en cuanto a su desarrollo corporal y cogni­ tivo. Eso les hace más seguros de sí mismos, más motivados y se entrenan más y con superior concentración que los menos favorecidos por su fecha de nacimiento, quienes tienden a retirarse frustrados. J. Musch y S. Grondin en Developmental Review, vol. 21, págs. 147-167; 2001.

bargo, existe una amplia disparidad entre el objetivo a largo plazo, la primera división, y los criterios de rendimiento deportivo más in­ mediatos, explica Harttgen. En esta situación, los altibajos de rendimiento característicos les hunden en la pesadumbre. Cuando, ante un menor rendimiento, el entrenador sustituye en el campo a un jugador por otro, ningún profesional se aviene. Si a esto le añadimos el hecho de que para los jóvenes la opinión del entrenador es una auténtica referencia de

autoridad, la situación se torna todavía más gravosa psicológicamente. Se sabe que los adolescentes suelen comen­ tar estos problemas deportivos en su círculo familiar con una frecuencia doble que con sus compañeros o el entrenador. Compete al psi­ cólogo del internado ayudarles a superar este tipo de crisis, deportivas o personales. A sus 43 años, y con la experiencia de su carrera académica y deportiva, Harttgen con­ sidera fundamental para los jóvenes que la

2. EL EQUIPO A DEL WERDER BREMEN. Los campeones de la liga A de junior para el norte de Alemania en la temporada 2006/2007: Philip Bargfrede, Mirko-Alexander Jankowski, Adrian Schedlinski, Tobias Kempe y Felix Schiller con el entrenador Mirko Votava (de izquierda a derecha).

potenciación del rendimiento se realice bajo un marco de integración psicosocial. Por eso, los entrenadores deberían empezar por evaluar el desarrollo psicológico y social de los chicos a los 14, 16 y 18 años, para así optimizar su rendimiento personal. Es el momento de dar respuesta a cuestiones del tenor siguiente: ¿entrena el jugador de forma voluntaria? ¿Se concentra? ¿Le gusta estudiar y aprender? ¿Tie­ ne seguridad en sí mismo? ¿Puede dirigir un equipo? ¿Le apoyan sus amigos y familia? El cuidado integral de la cantera le cuesta al Werder Bremen unos dos millones de euros al año. Inversión que suele recuperarse cuando algún interno da el gran salto a la competición profesional. Así ha ocurrido con Tim Borowski y Christian Schulz, internacionales con la selec­ ción alemana absoluta. ¿Por qué ellos y no sus compañeros? ¿En qué se diferencian muchas promesas de sus compañeros de equipo de la misma edad, más allá del éxito deportivo? Esta cuestión fue objeto de la investigación emprendida por Jürgen Beckmann, Anne-Marie Elbe y Birgit Szymanski, de la Universidad de Potsdam, entre 1998 y 2004. Compararon el rendimiento de 760 jóvenes deportistas, pro­ cedentes del centro de alto rendimiento para deportistas de elite Friedrich Ludwig Jahn, con el de 874 alumnos de una escuela “nor­ mal”. Comprobaron que los deportistas de

Nomen est omen (Los nombres son un presagio) ¿Determina el nombre el potencial de una persona para una determinada especialidad deportiva? Los psicólo­ gos que han prestado cierta atención al fenómeno, declaran que los atletas de máximo nivel cuya especialidad requiere fuerza y envergadura suelen llamarse Schmied (Herrero) con mayor frecuencia que Schneider (Sastre). Por el contrario hay más Schneider que Schmieds entre los deportistas de resistencia. Creen ver la razón en la genética: antaño, las personas más fuertes y grandes solían aprender la profesión de herrero y por eso recibían el nombre correspondiente. M. Stemmler y G. Bäumler en Psy­ chology Science, vol. 45, n.o 2, págs. 254-262; 2003.

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10.000.000 de euros invierte la Federación Alemana de fútbol cada año en la cantera. Con ellos subvenciona a unos 16.000 jóvenes de entre 11 y 17 años. elite muestran menos miedo al fracaso y se concentran mejor en la realización efectiva de las tareas, en lugar de divagar sobre posibles fallos. Además, quienes vivían en el interna­ do evidenciaban una mayor confianza en sus propias fuerzas, tenían más iniciativa y veían con mayor nitidez la meta a alcanzar. Un aspecto sorprendente del estudio con­ cernía a los descartados, los que no culminan su carrera. Según dicho trabajo, el rendimiento de los descartados era equivalente al de sus compañeros de clase. Cuando ingresaron en el centro de elite empezaban a destacar, a me­ nudo, y demostraban mayor capacidad para ejecutar lo planificado. Mas, con el paso de los años, fueron perdiendo esa capacidad, sin desarrollarse como sus competidores. El estudio de Potsdam hacía referencia es­ pecialmente a aptitudes psíquicas como la mo­ tivación y el autocontrol. Los jóvenes talentos sobresalen por características especiales. A los 9 años superan a sus compañeros de promoción en percepción y funciones cognitivas, según ex­ plicaron Paul Ward y A. Mark Williams, de la Universidad de John Moores, en Liverpool, en 2003. Alumnos del centro deportivo de elite y otros menos dotados de entre 9 y 17 años se diferencian sobre todo en la manera de reco­ nocer y distinguir patrones estructurados. Estos trabajos se ceñían a las peculiaridades de las nuevas generaciones de candidatos. Pero, ¿cuá­ les son los rasgos del carácter que influyen en la evolución exitosa de estos privilegiados?

La esperanza como principio del éxito El estudio de Potsdam profundizaba en esa cuestión. El rendimiento de los jóvenes en las futuras competiciones guardaba una relación directa con la motivación demostrada durante su entrenamiento en el año precedente o con la esperanza que tenían en la consecución del éxito. Para ambos casos es válida la máxima: cuanto más, mejor. Un atleta debe trabajar diez

años sin interrupción para entrar en el mundo de la competición profesional. El papel especial que desempeñan el deseo del éxito y la confianza en conseguirlo ha sido confirmado por numerosos investigadores. La esperanza de éxito deberá ser mayor que el miedo al fracaso; si así no fuera, el deportista evitaría la competición. Contribuye también la existencia de objetivos ambiciosos, aunque rea­ listas, como etapas intermedias, que sirven para evitar que se produzca una diferencia excesiva entre el rendimiento actual y la lejana meta. Si el deportista se vuelca en la competición y deja de lado la rentabilidad en beneficio propio, se multiplicarán las probabilidades de éxito. Ralph Piedmont, del Colegio Universitario Loyola de Baltimore, explicaba en 1999 el rendimiento de 80 jugadoras de fútbol de la primera división americana a través de de­ terminados rasgos de su personalidad. Las voluntarias debían autoevaluarse partiendo de los rasgos distintivos del carácter de las personas. Debían, pues, responder a preguntas del tenor siguiente: ¿Soy habladora o tímida (extravertida o introvertida)? ¿Soy veleidosa (emocionalmente frágil o estable)? ¿Soy or­ ganizada (concienzuda)? ¿Soy amigable (so­ ciable)? ¿Soy creativa e intelectual (abierta a nuevas experiencias)? Se llegó al resultado siguiente: cuanto más reflexiva manifestaba ser una jugadora, tan­ to mejores eran sus estadísticas en el juego. Para el resto de las características no se pudo demostrar una influencia en su rendimiento deportivo. Según criterio del entrenador, no sólo era dependiente del esmero en el trabajo, sino también de la estabilidad emocional de la jugadora. Este juicio denota que el entrenador se deja influir por un comportamiento neuró­ tico, más que por lo que refleja la estadística objetiva. De ese resultado se infiere, además, que la forma de ser de cada individuo deter­ mina el rendimiento, en particular a través de la disciplina del entrenamiento.

3. ADRIAN SCHEDLINSKI (18). Defensa de los juveniles A del Werder Bremen.

Per Mertesacker, del Werder Bremen e in­ ternacional absoluto con Alemania, recuerda su juventud: “No era en mi juventud el talento que alguien se puede imaginar: eso vino des­ pués”. Y recomienda a las promesas “intentar mejorar de forma permanente. No sentirse pre­ sionado y sobre todo no presionarse a sí mis­ mo”. Torsten Frings aconseja a los jóvenes: “No debes dejar que nada te desvíe de tu objetivo, y nunca pensar en dejarlo”. El mismo agradece su esfuerzo a tres cosas: “un poco de talento, mucho entrenamiento y mucha suerte”. Christiane Gelitz es psicóloga.

Bibliografia complementaria H aup tsache F ussball . S ozialwissen scha f t l iche

E i n würfe . H. Brandes,

H. Christa y R. Evers. PsychosozialVerlag; Giessen, 2006. P sychologische A spekte sportlichen Talents . A.-M Elbe y J. Beckmann

“El rigor mental es la habilidad natural o aprendida para poder afrontar retos mejor que el contrario.”

en Beiträge zum Nachwuchsleistungssport, dirigido por E. Emrich et al., págs. 139-166. Hofmann; Schorn­ dorf, 2005.

Richard Thellwell, psicólogo deportivo de la Universidad de Portsmouth, 2005

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Terapia 2.0 ¿Simulaciones informáticas para luchar contra el dolor, el vértigo o la bulimia? No se trata de ninguna novedad. Pese a ello, la eficacia de tales herramientas sigue en entredicho Nikolas Westerhoff

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ambas ilustraciones: hunter hoffman, universidad de washington

1. FRIO, MAS FRIO... ¡VENDAS FUERA! Los pacientes con quemaduras soportan mejor el dolor del cambio de venda si durante el proceso pueden sumergirse en un mundo virtual de nieve y hielo.

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RESUMEN

Sistemas multimedia para el espíritu

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En la psicoterapia los ordenadores y teléfonos móviles se convierten en herra­ mientas de ayuda a los clínicos: mundos virtuales permiten a los pacientes moverse y actuar sin miedo ensayando nuevos patrones de conducta más saludables. Los teléfonos móvi­ les se utilizan para control y motivación.

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Hay en marcha varios proyectos piloto sobre nuevos medios en psicoterapia. En la Clínica Universitaria de Heidelberg los investigadores comprueban la utilidad de una terapia de control basada en SMS para pacientes bulímicas que se hallan en estado pos­­­­ testacionario.

3

En Estados Unidos hay un dos por ciento de terapeu­ tas que desarrollan tratamien­ tos basados en herramientas multimedia.

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or la fachada de un rascacielos asciende   Juan López. Lo hace lentamente, montado en una plataforma transparente. El habitáculo de cristal se eleva hasta 70 pisos y siempre que alcanza un nuevo nivel, López marca su sensación de miedo en una escala de 1 a 100. Una vez arriba, el joven dirige su mirada a la ciudad que yace a sus pies, un microcosmos de rascacielos, anchas avenidas y estaciones de servicio. No existe, en realidad. Juan López está conectado a cables y sobre su cabeza lleva un casco de transferencia de señales de datos que genera imágenes en tres dimensiones. La ciudad que contempla es mera simulación, lo mismo que el ascensor. De hecho, López se halla sentado en el laboratorio del profesor Marcus Kuntze, psiquiatra de Berna. Está en tratamiento contra el vértigo que le viene tor­ turando desde hace años. La velocidad del ascensor, la mirada al ho­ rizonte, el suelo grisáceo: el miedo se genera mediante determinados estímulos artificiales. “En la mayoría de los pacientes basta con una simple representación en tres dimensiones de la realidad para despertar el miedo”, explica Kuntze. Se busca mantener bajo control las situaciones desencadenadas y para ello ha de modificarse la confrontación in situ y directa. Durante su viaje virtual, el psiquiatra ob­ serva que el pulso del paciente se acelera, que sube la tensión arterial sistólica. Si el pánico se hace insoportable, el paciente puede presio­ nar un botón de “parada de emergencia”. Pero ninguno ha pulsado todavía el botón, aunque suele jugarse con esa posibilidad. Los pacien­ tes se enfrentan a la situación, no la rehúyen. En todo ello, el terapeuta en tres dimensiones representa un componente muy importante del tratamiento: a diferencia de una terapia conductiva al uso, los pacientes no exhiben comportamiento de rechazo y evasión. El ejercicio, que dura varias horas, se basa en un principio sencillo: el hábito. El ascensor se detiene, a veces hasta 40 minutos, en la plan­ ta más alta, demora suficiente para que el pa­ ciente le pierda el miedo. Al final, hasta mirar hacia abajo se convierte en algo trivial. En los primeros minutos, los niveles de miedo según la escala de 100 se encuentran frecuentemente entre 80 y 90. Tras unas horas el miedo deja de aumentar a cada nueva planta. No es infre­ cuente que, en las últimas plantas, el proceso incluso se invierta: el ascensor sube, el miedo baja. Si los pacientes a lo largo del recorrido dan valores de miedo por debajo de 30, la terapia

se da por terminada; el vértigo se ha superado, gracias al programa de animación.

De actualización a actualización En el ámbito de la “realidad virtual” se están desarrollando numerosos programas infor­ máticos destinados a tratar a quienes sufren dolor o miedos. Psicólogos clínicos de Italia, Inglaterra y España se han unido en torno al proyecto “Vepsy updated”, para introducir las simulaciones en la psicoterapia. Giuseppe Riva, de la Universidad Católica Sacro Cuore de Mi­ lán y uno de los creadores de Vepsy Updated, sostiene que las terapias virtuales ayudan en el tratamiento de fobias, alteraciones en la conducta alimentaria, alteraciones residuales postraumáticas, comportamiento obsesivo y trastornos sexuales. Las terapias virtuales son especialmente eficaces en combinación con elementos ya consolidados de las terapias conductivas tra­ dicionales. Especialmente efectivo resultó también unir el tratamiento virtual con una retroalimentación informativa visual. Así, en cierto experimento llevado a cabo en 2003 por Brenda K. Wiederhold, del Centro Médico de Realidad Virtual de San Diego en California, los voluntarios podían ver en una pantalla cómo su respiración se aceleraba o amortiguaba. Se­ mejante retroalimentación “objetiva” mejoraba la sensibilidad propia de forma duradera. Para Barbara Rothbaum, los principios tera­ péuticos virtuales en el caso de miedos a volar, alturas o arañas son tan eficaces como las clásicas terapias conductivas. No obstante, faltan datos suficientes y de peso para ratificarlo. Por lo co­ mún, sólo se le pregunta al paciente sobre su va­ loración personal acerca del éxito de la terapia. Hunter Hoffman, de la Universidad de Was­ hington y pionero en la aplicación de la terapia virtual, trataba a las víctimas de quemaduras colocándoles frente a un PC e introduciéndo­ les en un “mundo de hielo” virtual. Mientras se procedía a limpiar las dolorosísimas heridas, los pacientes podían lanzar bolas de nieve sobre iglúes o muñecos de nieve. Lanzar una bola o no y la dirección eran acciones que ejecutaba el paciente con una palanca (joystick). El viaje por el mundo imaginario de nieve y hielo mitigaba de forma comprobada la sensación de dolor de los pacientes. “La realidad virtual desvía la atención, lejos de la preocupación sobre la herida, en direc­ ción del mundo artificial”, declara Hoffman. Para Todd Richards ese efecto es superior al de una mera representación. Por la sencilla razón MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

guiseppe riva, universidad catolica de milan

de que las áreas cerebrales que procesan el dolor muestran una excitación en las víctimas de que­ maduras sometidas al tratamiento entre un 50 y un 97 por ciento menos intensa que en el grupo de control. Aunque muchas personas sean capa­ ces de inventarse un mundo de nieve, la fuerza de la imaginación de la mayoría podría no ser suficiente para someter a un dolor intenso. Si una paciente de cáncer de mama en pro­ ceso de quimioterapia realiza un paseo virtual por la playa o contempla en una exposición obras de Picasso u otro pintor favorito, se sen­ tirá menos débil. En niños con leucemia u otras patologías, las excursiones por la realidad vir­ tual actúan de forma balsámica. En pacientes con parálisis importantes determinados esce­ narios causan mayor autoestima y sentimiento de satisfacción con la propia vida. A la postre, tales técnicas se limitan a cumplir su función habitual: entretener y distraer. En tiempos de Sigmund Freud, el terapeu­ ta escuchaba, pipa en la boca, sentado en su sillón reclinable mientras el paciente estaba tendido en un sofá y se establecían asociacio­ nes libres. Ambos formaban una comunidad cerrada, un binomio indivisible. La sala de te­ rapia era un lugar sagrado, alejado y aislado del mundo exterior: no había ruidos del exterior y por supuesto mucho menos de una pantalla parlante.

Diferente concepto de relación Hoy en día la psicoterapia no implica, por nece­ sidad, la interacción cara a cara. Entre paciente y terapeuta hay una televisión, una videocá­ mara, un programa de correo electrónico, un software, en definitiva, algún medio para re­ gistrar, controlar, modificar o documentar el proceso. Así se ha ido haciendo esta terapia cada vez más dependiente de los medios técnicos. Las personas que han vivido experiencias traumá­ ticas optan cada vez más por el tratamiento on-line. Pacientes con fijaciones compulsivas son filmados para evaluar sus progresos; ado­ lescentes con ataques de gula reciben un aviso de su terapeuta a través de un SMS, para evitar el saqueo de la nevera. Christiane Eichenberg, especialista en terapias asistidas por sistemas multimedia, ha llegado a la conclusión, tras un exhaustivo estudio de campo, que los teléfonos móviles, agendas o consolas de juegos resultan muy eficaces en las terapias. El departamento de investigación de psico­ terapia de la Universidad Clínica de Heidel­ MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

berg creó en cooperación con la Clínica Bad Pyrmont, especializada en trastornos psico­ somáticos, un tratamiento postestacionario para pacientes afectadas de bulimia basado en SMS. “Las pacientes participantes envían una vez cada semana un SMS en el que informan de la sensación que tienen de su cuerpo y su comportamiento alimentario”, explica la res­ ponsable del proyecto, Stephanie Bauer. Empezó hace cinco años y ahora entra en una nueva fase. “Cuando una paciente introduce los números 4-1-1 a través del teclado de su móvil, eso significa: sensación corporal negativa, nin­ gún ataque, ningún patrón de comportamiento insano como vómitos voluntarios.” Este código numérico es enviado por la paciente a un orde­ nador de la clínica, que verifica si la sintoma­ tología ha mejorado o empeorado respecto la semana anterior. Según el resultado, se prepara una respuesta u otra, que la terapeuta envía a la paciente vía SMS. Un mensaje de este tipo sería por ejemplo: “No deje que una sensación nega­

2. LA PRUEBA DE LAS COMPRAS. Pacientes con alteraciones alimentarias realizan simulacros de situaciones de riesgo: hacen la compra en un supermercado virtual

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christoph wölk, universidad de osnabrück

3. LA CONFIANZA ES BUENA, el control es mejor. El terapeuta virtual “Brainy” supervisa el comportamiento de pacientes con comporta-

tiva de su propio cuerpo le haga dudar. Tiene los hábitos alimentarios bajo control. ¡Puede estar orgullosa de ello!” Los pacientes aceptan con agrado la atención mediante SMS, unida al tratamiento en el hospital.

mientos obsesivos y avisa si éstos invierten inútilmente un

“¡Tiene un mensaje de texto!”

tiempo excesivo en la realiza-

La terapia basada en dispositivos de telefonía móviles podría tener un futuro prometedor. No hay ciudadano sin su teléfono celular. En el año 2002, John Norcross y Melissa Hedges pidieron a 60 psicoterapeutas un pronóstico. De acuer­ do con las previsiones recogidas, las terapias virtuales y basadas en sistemas multimedia iban a ganar en importancia hasta el año 2010, mientras que otras terapias, ya anticuadas, des­ aparecerían del repertorio. “Retroalimentación por vídeo, correo electrónico o programas de si­ mulación. La terapia clásica se complementará de forma progresiva con componentes basados en técnicas multimedia”, abunda Kuntze. Martin Bohus, del Instituto central de Mann­ heim para Salud Mental, y otros desarrollan programas informáticos que permiten a enfer­ mos mentales la práctica autónoma de determi­ nadas técnicas de conducta. Otros especialistas clínicos ya sueñan con una terapia íntegramen­ te basada en técnicas multimedia. Este es el caso de Christoph Wölk, de la Universidad de Osnabrück, quien ha creado al terapeuta in­ formático “Brainy”, presto a ayudar a personas con trastornos obsesivos. Se caracterizan éstas por controlar una y otra vez si el fogón está apagado, el grifo cerrado, etcétera. Brainy supervisa el comportamiento de los individuos obsesos. Si los controles duran más que un plazo predeterminado, se activa el ayu­ dante virtual, en forma de dibujo animado, y avisa: “El tiempo previsto para dicha actividad ha expirado”. Brainy sólo descansa cuando el

ción de una tarea.

Todos los medios pueden ayudar, de alguna manera, en algún momento y a un determinado individuo. Pero el éxito de una terapia se mide en el mundo real y no en el espacio virtual.

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paciente ha realizado ya su ronda de control y se halla de nuevo frente al ordenador. David A. Clark, psicólogo de la Universidad de Nueva Brunswick, ha desarrollado su propio juego de ordenador para pacientes obsesivos. Opera sin el concurso de un terapeuta huma­ no. Si el paciente es un maniático de la higiene deberá demostrar que es capaz de sumergir las manos de un agente virtual en un cubo con agua sucia; y suma puntos, si lo consigue. Si logra, además, resistirse al impulso de lavarse las manos inmediatamente después, entonces recibe un bonus extra. El pánico a la suciedad hace que los maniáticos estén continuamente lavándose las manos. Si el comportamiento del paciente virtual mejora, el paciente real estará pronto curado; al menos, en ello confía Clark. En un escenario creado por Daniel Freeman, del King’s College de Londres, el voluntario orienta a su agente virtual por una bibliote­ ca, donde hay estudiantes leyendo. De vez en cuando se giran y dirigen la mirada al agen­ te virtual y cuchichean entre ellos. El agente debe permanecer cinco minutos en la biblio­ teca. Este tiempo basta para que el voluntario tenga la sensación de que su agente está siendo perseguido. Lo más interesante de este escena­ rio: cuanto más atemorizable y frágil sea o se sienta el participante, tanto más rápidamente desarrollará dichas “manías persecutorias”, admite Freeman. Albert Rizzo creó en el año 2002 un software que permitía identificar niños hiperactivos. Para conseguirlo, el sistema capta el grado de dispersión de los alumnos, que se encuentran en un aula virtual con su pizarra, mesas y bancos; delante de ellos se halla una profeso­ ra igualmente virtual que les pone ejercicios. Mientras el participante resuelve los cálculos, unos niños de un patio virtual próximo arman MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

ruido. Bajo ello subyace la idea de que las per­ sonas estamos expuestas constantemente a estímulos enojosos.

de que su cuerpo tiene un peso inferior a los valores ideales.

Un juez imparcial Peligro simulado La forma en que las distracciones generan dis­ persión en el individuo es registrada y analizada desde la perspectiva psicológica; en alteraciones de la atención, el aprovechamiento diagnóstico del software de simulación resulta más inme­ diato. El estado de la técnica permite desarrollar escenarios virtuales para analizar el comporta­ miento de los niños en situaciones de peligro. En este sentido, Lucy Johnston, psicóloga de la Universidad de Canterbury, analizó la forma de reaccionar de los infantes cuando se disponen a atravesar un cruce intensamente transitado. Los coches circulaban entre los 40 y los 60 ki­ lómetros por hora y se iban acercando y aproxi­ mando al niño que en ese momento se disponía a cruzar la calle. Se observó que muchos infantes que participaron tomaban la decisión de cruzar o no en función de la velocidad de los vehículos. Un error fatal, tal y como se podía comprobar posteriormente al producirse de esta manera más accidentes, en comparación con el grupo de referencia de adultos que se rigen mayormente por la distancia de los vehículos. Este ejemplo ilustra de qué modo las simulaciones facultan a los terapeutas para detectar problemas cogni­ tivos específicos en los niños. En los sistemas de espejo, el paciente puede incluso observarse a sí mismo en el mundo de la realidad virtual. Hay un programa para tras­ tornos de la alimentación ideado por Giuseppe Riva. El ordenador capta informaciones corpora­ les de una paciente y las plasma en una imagen de ordenador. A partir de ahí, la paciente dirige su imagen virtual por una casa con numerosas puertas en la que encuentra personas más esti­ lizadas o rellenitas, así como personas que con anterioridad había considerado esbeltas. En cierto momento se encuentra tras una puerta con su propia figura. Según Riva, “la vi­ sión del propio cuerpo desencadena sentimien­ tos y emociones intensas”. La paciente puede comprobar que su cuerpo es notablemente más delgado que los cuerpos que antes había repu­ tado ideales y que se han ido apareciendo en su recorrido. En este caso, el sistema actuaría como “juez objetivo”. Desde la perspectiva de un tercero no impli­ cado, a la paciente le queda claro que la visión que ella tiene de su propio físico está distor­ sionada. El ordenador la dirige a la conclusión MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Las primeras valoraciones apuntan hacia un éxito terapéutico del programa de Riva. Puede aplicarse también en personas con sobrepeso. Se requiere que la representación del cuerpo sea realista. Para ello, el mismo Riva ha de­ sarrollado un módulo de software denominado “Body Image Virtual Reality Scale”, que le per­ mite hacer modificaciones tridimensionales de anchura de hombros, perímetro de pecho y talla de un cuerpo virtual. El uso que los médicos y terapeutas tradicio­ nales hagan de estos nuevos medios es algo que todavía está por ver. No obstante, según estima­ ciones de la Asociación Americana de Psicología (APA), aproximadamente un 2 % del conjunto de los terapeutas ya realizan tratamientos ba­ sados en herramientas multimedia. En la fase actual, importa sobre todo demos­ trar científicamente la utilidad de determina­ das tecnologías y herramientas multimedia para la psicoterapia, opina Rainer Richter, pre­ sidente del colegio nacional alemán de psico­ terapeutas: “Sólo entonces se podrá afrontar la cuestión de las consecuencias para los servicios psicoterapéuticos”. Entretanto prima la regla: “La entrevista personal no puede ser reempla­ zada por medios electrónicos”. Helmuth Huber, psicólogo de la Universidad de Graz, insisten en que “todavía no existen suficientes trabajos que cumplan con los cri­ terios de un estudio terapéutico riguroso y controlado”. Lo que no impide que los sistemas virtuales constituyan hoy uno de los temas de investigación preferidos. Se registra, además, un aumento de los artículos especializados. Se habla ya de “ciberpsicología clínica”. Para terapeutas entusiastas de la técnica, no cabe la menor duda de que todos los medios pueden ayudar, de alguna manera, en algún momento y a un determinado individuo. Pero el éxito de una terapia se mide en el mundo real y no en el espacio virtual. El hecho de que un agente virtual dirigido por un paciente real consiga superar su pensamiento obsesivo puede ser, sin duda, una buena señal, pero el paciente de carne y hueso no es idéntico a la figura vir­ tual. Si se va a encontrar mejor y presentar me­ nos síntomas de su enfermedad tras la terapia virtual permanecerá en el nivel de la utopía.

Bibliografia complementaria Die Behandlung der Höhenangst in einer virtuellen

U mgebung . M. F. Kuntze et al. en Nervenarzt, vol. 74, págs. 428-435: 2003. K linisch - psychologische I nterventionen mit M obilmedien :

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H. O. Huber en

Zeitschrift für Klinische Psychologie und Psychotherapie, vol. 35, n. o 1, págs. 39-48; 2006. O ne -S ession V irtual R ea ­ lit y

E xposure Treatment

for

F ear of F lying: O ne

Ye a r

Follow- up

and

G r a duat i o n F l i gh t A ccompaniment

E ffects . A.

Mühlberger et al. en Psychotherapy Research, vol. 16, págs. 26-40; 2006.

Nikolas Westerhoff es psicólogo.

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El paso del tiempo está marcado por los acontecimientos, su secuencia, duración y contenido. La percepción del mismo es hoy campo de controversia entre psicólogos y neurólogos Pascal Wallisch

C

ronos, dios del tiempo, se distinguía por   su veleidad. Cuando estamos enfrascados en una conversación animada, departiendo con nuestros amigos o implicados en el juego, el tiempo pasa volando; en la sala de espera del dentista, parece, sin embargo, estancado. Diríase que la duración real diverge mucho de la percibida. El curso del tiempo, intrínsecamente homogéneo, viene modulado por nuestra vivencia; a veces avanza con lentitud exasperante mientras otra vuela. Este fenómeno común se ha convertido en objeto de estudio. David Eagleman, neuropsicólogo de la Universidad Baylor de Houston, acometió un experimento arriesgado para comprobar si las personas que se encuentran en estado de tensión emocional notaban que el tiempo se les detenía. ¿Qué información se extrae de los testimonios aportados por víctimas de accidentes, que narran los hechos como si hubieran sido filmados en cámara lenta? Para llevar a cabo su investigación, Eagle­man hizo que los voluntarios, alumnos de psicología, sufrieran un buen susto. Conseguían las sensaciones de angustia tirándose al vacío desde la punta de una estructura metálica de 50 metros de altura. Una red tensada en la base de la estructura actuaba de protección. Los candidatos realizaban una prueba de percepción muy sencilla mientras estaban en caída libre: llevaban una pantalla en la muñeca donde los números aparecían en una secuencia que cambiaba muy deprisa. Los dígitos se sucedían con tal celeridad, que en circunstancias normales no resultaban legibles. ¿Se modificaba esa pauta durante la caída libre? Si el pánico ralentiza el paso del tiempo subjetivo, podría aumentar quizá la resolución temporal de nuestra percepción visual y, por tanto, darse la posibilidad de que los voluntarios captasen más información en un determinado intervalo de tiempo hasta que, de pronto,

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consiguieran leer los números en la pantalla. Tal era la hipótesis que Eagleman se proponía comprobar con los voluntarios. Tras “sobrevivir” a la caída, los testimonios reconocían haber pasado un miedo cerval. Realizaron una estimación media del tiempo de caída que doblaba su valor real. Aunque en los instantes terroríficos de la caída no lograron leer con acierto los dígitos de la pantalla. Por tanto, un estado anímico de tensión excepcional puede dilatar el tiempo percibido, pero no aumentar la capacidad de procesamiento del cerebro. El poder de cambiar la velocidad de proyección de la película de la propia vida y ponerla en cámara lenta queda restringido a Neo, protagonista de la trilogía de Matrix, y otros héroes cinematográficos. ¿A qué se debe la variabilidad en nuestra percepción del tiempo? Los investigadores abordan esta cuestión con diferentes metodologías, desde tests de reacción hasta escáneres en tomógrafos computerizados. No perdamos de vista, sin embargo, que resulta harto difícil manipular a voluntad nuestra percepción del tiempo. A diferencia de la vista, el oído, el tacto, el gusto o el olfato, nuestro sentido del tiempo no dispone de un órgano sensorial acotado y definido. Además, en el caso del tamaño y peso de los objetos o la tonalidad e intensidad de los sonidos, nuestra percepción se aproxima bastante a la realidad física o, por lo menos, a lo que interpreta la física desde hace más de 100 años. Para el tiempo no rigen tales explicaciones: cuán largo o cuán breve nos parezca un minuto o un día dependerá de múltiples factores. Nuestro espectro de gestión cotidiana del tiempo alcanza desde pocos milisegundos hasta decenas de ellos. El control motor requiere a menudo referencias temporales del orden de los milisegundos. El futbolista que quiere rematar un córner centrado con efecto desde la banda, debe coordinar

1. AMOR IMPACIENTE. Cuando esperamos algo ansiosamente, como la llegada de alguien querido, los minutos se nos hacen eternos.

RESUMEN

El “reloj interno”

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La percepción temporal humana no es invariable: cuando se trata de “ahora” y “aquí”, las fases repletas de eventos nos parecen largas, mientras que las monótonas se nos antojan cortas. En el recuerdo acontece lo contrario.

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Los umbrales de percepción y “el presente subjetivo” son parámetros importantes para la cronopsicología.

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Existen en el cerebro marcapasos y detectores de ritmo que influyen en la percepción del tiempo. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

GEHIRN & GEIST / gina gorny

MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

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La mujer perdida en el tiempo Cadencia temporal en el cerebro de personas sanas

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cerveau et psycho / philippe plateaux

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Patrick Verstichel, del Centro Hospitalario Intercomunal de Créteil, trajo a primer plano el caso de cierta paciente que perdía la orientación sobre duración y ordenación temporal. Los familiares, preocupados, habían llevado a la mujer, de 75 años de edad, al hospital. El reconocimiento clínico reveló que no sabía ni la fecha ni el día de la semana ni la hora aproximada. La propia estimación que hacía de la duración de los eventos era escandalosa: el reconocimiento de media hora de duración fue de apenas cinco minutos en su mente. Al cabo de varios días ni siquiera era capaz de decir cuántos llevaba hospitalizada. Confundía la fecha de su boda y las de nacimiento de sus hijos. El esclarecimiento de la causa llegó mediante una tomografía computerizada. La señora había sufrido un pequeño infarto en el tálamo (1) del hemisferio cerebral derecho. Esta estructura canaliza las informaciones de los sentidos hacia los centros superiores de procesamiento sitos en la corteza cerebral, algo así como una puerta de entrada que controla el córtex prefrontal (2). El estriado (3) registra, probablemente a partir de ráfagas de impulsos de este bucle tálamo-cortical, la duración de las distintas percepciones, mientras que el córtex parietal (4) las ordena cronológicamente. Si falla la comunicación de esta red, el sistema de percepción temporal se resiente. (Cerveau&Psycho, n.o 21, págs. 76-79; 2007)

2. LA TORRE DE EAGLEMAN. En un ensayo célebre, David Eagleman solicitó a los voluntarios lanzarse al vacío desde una altura de 50 metros. El susto dilató el tiempo percibido.

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Paciente con percepción temporal distorsionada

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www.gojump.com

su posición y movimientos y prever la trayectoria de la pelota en décimas de segundo para tomar la posición y anticiparse al defensor. Otras actividades físicas —caminar, jugar a tenis de mesa o realizar malabarismos— incluso requieren también una buena gestión de los tiempos, aun cuando no seamos conscientes de ello. Una coordinación temporal que resulta del trabajo combinado de una serie de regiones cerebrales familiarizadas con el control motor. Las áreas motoras de la corteza, los ganglios basales situados en las profundidades del cerebro y el cerebelo desempeñan una función determinante. La arquitectura de este último le convierte en estructura idónea para la tarea: las extensiones de las grandes células de Purkinje en la corteza cerebelar crean árboles dendríticos planos, distantes entre sí a intervalos homogéneos. Los recorridos conectivos de otras neuronas atraviesan tales estructuras transversalmente. Como sus impulsos eléctricos se transmiten a una misma velocidad por el axón, las señales de movimiento pueden medirse con precisión. Si el cerebelo pierde en parte su función a raíz de un traumatismo o un accidente cerebrovascular, se resienten la coordinación de movimientos finos y la coordinación temporal. Los pacientes fallan en la estimación de intervalos de tiempo cortos, de segundos. Las órdenes de movimiento van surgiendo sin nuestra participación consciente y sólo pueden ser modificadas en pequeña medida con un ejercicio intensivo. Constituyen un elemento bastante estático de la maquinaria del hombre. No podemos buscar por ese camino la variabilidad de la percepción del tiempo. Basándonos en premisas más sólidas, el cronómetro mental debería tener su origen en los

ritmos de actividad de determinadas neuronas. Al igual que la medición física del tiempo mediante relojes, bastaría con que dichas ráfagas periódicas de impulsos se contasen por otras neuronas a la manera de cadencia de un metrónomo. Con ello el reloj interno sería perfecto. Un generador de cadencia central de este estilo capaz de ser acelerado o decelerado mediante procesos bioquímicos del propio cuerpo fue postulado por Hudson Hoagland, de la Universidad de Harvard, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Pero hubo que esperar hasta principios de los ochenta para que los investigadores consiguieran identificar en el cerebro un candidato verosímil: el núcleo supraquiasmático (NSQ). MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

La fábrica de hormonas trabaja a turnos Integrado por unas 3000 neuronas, ese núcleo se aloja sobre el quiasma óptico. Marca la pauta del ritmo sueño-vigilia del organismo. Participa también en la regulación de la temperatura corporal, el mantenimiento de la concentración hormonal y la persistencia del nivel de atención general. El NSQ, correspondiente al hipotálamo, genera la cadencia de envío de señales a la hipófisis (glándula pituitaria), que, a su vez, vierte los neurotransmisores al torrente sanguíneo. En circunstancias normales, se trata de un ciclo natural de algo más de un día de duración, de donde el calificativo de circadiano. La invariabilidad de su funcionamiento la sufren los pasajeros de avión que realizan largos trayectos y los trabajadores a turnos. Las consecuencias de un jetlag o de un cambio de turno de trabajo se superan al cabo de unos días, cuando el biorritmo se ha adaptado a su nuevo entorno y horario. La percepción psíquica del tiempo viene condicionada por factores físicos. Desde hace tiempo se sabe que el cansancio, la fiebre, el LSD, el hachís y otras drogas tienden a dilatar el tiempo percibido. Un valor de dopamina alterado (característico de los esquizofrénicos), el consumo de cocaína o una temperatura baja tienden a acelerar la vivencia y así se hace más corto el intervalo transcurrido. Mas, si analizamos con detenimiento la riquísima casuística de percepciones del tiempo, parece ingenuo e improbable que exista un mecanismo de funcionamiento exclusivo y fijo. Antes bien, la cadencia temporal mental se basa en una combinación compleja de atención, percepción y memoria. Uno de los expertos de las implicaciones cognitivas en la investigación del tiempo fue Robert Ornstein, de la Universidad de California en San Francisco, para quien cualquier vivencia en relación al tiempo la construía la mente. De hecho, muchos experimentos demostraban que la manipulación resultaba más sencilla si se plantea una base psíquica, no física. El reloj mental comienza a volar cuando estamos frente a numerosos estímulos nuevos, rápidamente cambiantes o especialmente complejos. Ante esa situación, urge la intervención de todos los recursos, muy escasos, que tenemos destinados a prestar atención. En contraste, los períodos de tiempo carentes de estímulos, peculiares de la rutina cotidiana, transcurren despacio, con parsimonia. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

En la recordación, cambia el proceso, según puso de manifiesto en 2003 John Wearden, de la Universidad de Keele en Staffordshire. Ante un grupo de voluntarios proyectó un fragmento de nueve minutos de duración de la película Armageddon. Otro grupo pasó el mismo tiempo en una sala de espera, ocioso. ¿Para quién transcurrió el tiempo más rápido? Evidentemente, la proyección hizo que el tiempo pareciese volar. Pero cuando los investigadores lo preguntaron, transcurrido cierto tiempo, los participantes ociosos evaluaron el tiempo de duración del experimento un diez por ciento por debajo de la valoración correspondiente de los espectadores. Ello nos lleva a declarar que un intervalo prolífico de estímulos y sucesos se antoja retrospectivamente más extenso, mientras que los momentos de aburrimiento parecen más cortos, sensación que se acentúa cuanto más lejos queda el intervalo de tiempo en particular. Cabe admitir que el factor decisivo sea la cantidad de recuerdos acumulados. Un haz nutrido de recuerdos se asocia a períodos largos; recuerdos escasos se vinculan a períodos cortos. De acuerdo con esa premisa, podemos explicar el efecto común entre personas de edad avanzada: el tiempo parece pasar más rápido. Con la edad se pierde capacidad de memorización. Quien menos retenga, se quedará también con la impresión de que los acontecimientos que acaba de vivir han transcurrido céleres. La estimación de intervalos de tiempo y duración constituye uno de los métodos preferidos desde los inicios de la psicología empírica. En 1868 Karl von Vierordt (1818-1884), pionero de la investigación de la conciencia, describió el punto de indiferencia. Solicitaba a los voluntarios que indicaran cuánto había durado un tono acústico y comprobó que los intervalos superiores a tres segundos eran subestimados de forma regular. Por el contrario, intervalos más breves sufrían una variación de apreciación en el sentido opuesto: los voluntarios los estimaron más largos que la realidad. El punto de indiferencia —el intervalo en el que impresión subjetiva y duración objetiva vienen a equivaler— ha permanecido invariable desde entonces. El valor sigue estando en torno a los 3 segundos. Fenómeno que podría no compadecerse, a primera vista, con la evolución de la técnica y la sociedad en el transcurso de los últimos cien años. Se ha reducido el tiempo que dedicamos a cada actividad de nuestra vida cotidiana; los medios de transporte y de comuni-

El estrés comienza por la cabeza

CINCO CONSEJOS CONTRA LAS PRISAS 

FIJAR PRIORIDADES La búsqueda de la perfección es uno de los acompañantes principales del estrés. En lugar de quererlo todo a la vez, habría que preguntarse por lo realmente importante en cada momento.



SABER DECIR ¡NO! A menudo, la presión en el día a día nos la autogeneramos por no querer desviarnos, ni un ápice, del plan trazado. Pero, ¿vale la pena?



HUIR DE LA RUTINA Altere de vez en cuando las costumbres. ¿Debe llevar el pantalón a la tintorería porque toca hacerlo? ¿No puede esperar el correo electrónico? Ello abre la mente y fomenta la creatividad.



POR FAVOR, ¡MAS MOVIMIENTO! La actividad física habría que considerarla no tanto una obligación cuanto una ayuda para vivir el momento.



¿DISTRACCIONES? ¡NO, POR FAVOR! Listas de “Pendiente”, planes y calendarios a veces complican más que ayudan. Deje espacio suficiente a la espontaneidad.

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Cuando los estímulos se fusionan

3. EMBRIAGADOS DE TRABAJO. Si nos agobian las obligaciones, la percepción del paso del tiempo es más acelerada.

4. A UN RITMO DE 3 SEGUNDOS. El “cubo de Necker” presenta una ambigüedad en su percepción: podemos apreciarla en la perspectiva diagonal de la parte izquierda inferior o bien desde la esquina superior derecha. Sin concentración específica en una de ambas, la impresión recibida cambia aproximadamente cada 3 segundos.

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cación modernos nos van marcando ritmos más rápidos; la televisión y los videoclips aceleran nuestros hábitos de visualización. Sin embargo, la barrera crítica de los tres segundos persiste estable, lo que sin duda supone un vigoroso aval de la hipótesis sobre su base cerebral. Así opina Ernst Pöppel, de la Universidad Ludwig Maximilians de Múnich, quien acuñó la expresión “presente subjetivo” refiriéndose al intervalo entre lo que acaba de suceder y el futuro inmediato; la idea mental de “ahora”. A esa conclusión arribó a partir de observaciones muy dispares. Por ejemplo, pronúnciese con la máxima rapidez la secuencia de sílabas “ba ku ba ku ba ku ba ku”. Muy pronto tenderemos a formar agrupaciones y nos saldrá el nombre de la capital de Azerbaiyán, Bakú, o la isla caribe de Cuba. Semejante agrupación semántica no permanecerá constante en ningún caso. Las silabas irán configurando Bakú o Cuba alternativamente. Como la experiencia ha demostrado, la alternancia entre ambas opciones tiene lugar cada tres segundos en promedio. Lo mismo ocurre con las figuras de percepción multiestable, tal el cubo de Necker. Esta representación es percibida por las personas de forma involuntaria como imagen tridimensional desde una de dos perspectivas: desde el extremo superior derecho o desde el extremo inferior izquierdo. Cierto es que podemos forzar conscientemente la percepción desde uno de los dos enfoques. No obstante, el enfoque no se mantendrá estable, sino que variará de manera espontánea a la otra perspectiva y, además, cada tres segundos.

Los cronopsicólogos han identificado otras características importantes de la percepción temporal; en especial, la sensación percibida de asincronía y secuencia. El considerar simultáneos en el tiempo dos relámpagos, dos pinchazos o dos tonos, o hacerlo separados entre sí, dependerá de la resolución temporal de nuestra percepción. Si los estímulos se distancian entre ellos por debajo de este umbral —o sea se suceden más rápido— la sensación percibida es que se fusionan. En tal caso los consideramos síncronos o contiguos. Todo canal sensorial posee un umbral de fusión. Nuestro oído alcanza una resolución temporal de dos milisegundos, mientras que nuestra vista se satura ya con intervalos de 40 milisegundos. Algo que debemos agradecer. Si fuera de otro modo, no podríamos reconocer nada en las pantallas de televisión y monitores de ordenador. Las rápidas ráfagas de puntos de luz que se generan de forma sucesiva son unidas por nuestro sistema visual configurando una sola imagen. Como demuestran los experimentos, la distancia temporal y la secuencia de impulsos sensoriales son dos parámetros clave. Los voluntarios pueden distinguir dos impulsos separados por intervalos de 20 milisegundos, pero no logran reconocer cuál de los dos tonos fue el primero. Para ello debe mediar un hiato de 40 milisegundos, por lo menos. Este segundo parámetro básico de percepción temporal recibe el nombre, en psicología, de umbral de ordenación. Permanece invariable en torno a los 40 milisegundos para todos los sentidos. ¿Marca el cerebro todos los estímulos que caen dentro de dicho intervalo con una especie de etiqueta de “ahora”? Hay valores empíricos de corrientes cerebrales que parecen apuntar a la hipótesis en cuestión. Así, el electroencefalograma (EEG) de una persona sana normal se caracteriza por una frecuencia beta de 25 hertz, correspondiente a una longitud de onda de unos 40 milisegundos. Este es el ritmo que marca la actividad de los centros neuronales que presenten un distanciamiento considerable. Por ahora, no podemos aportar mayor precisión sobre el origen y transmisión de dicho ritmo. Las investigaciones en pacientes con daños neuronales podrían ayudar a tal fin: las personas con determinadas deficiencias neurológicas suelen presentar problemas en alguna de las funciones relacionadas con la percepción temporal, sin MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Neuronas para una cadencia temporal exacta Desde los años noventa vienen multiplicándose los indicios de la implicación de la corteza cerebral, tan importante para las funciones cognitivas y perceptivas superiores, en la medición mental del tiempo. En 2005, Michael Shadlen, de la Universidad de Washington en Seattle, entrenó a macacos para que se fijaran en un punto de una imagen, que desaparecía transcurrido un cierto tiempo. Se trataba de la señal que indicaba a los macacos que debían centrar su mirada en un determinado lugar dentro de su campo visual. Si la reacción se realizaba dentro del intervalo de tiempo aprendido con anterioridad, el primate recibía zumo de fruta como recompensa. En paralelo, Shalden registraba la actividad eléctrica de determinadas células del lóbulo parietal de los monos, concretamente del sulcus intraparietal lateral (SIL). Comprobó que el patrón de actividad de ciertas neuronas guardaba una estrecha relación con la duración aprendida: se activaban siempre que había transcurrido el intervalo de tiempo correspondiente. Con la precisión de un reloj de arena saltaba la alarma. Muchos animales necesitan buscar regularmente fuentes concretas de alimento en su entorno natural. Para ello requieren una representación cognitiva del tiempo. Shadlen opina que por vez primera ha hallado una correlación neuronal de dichas representaciones, basado en células nerviosas especializadas. Pero esta visión no es ajena a la controversia. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Warren Meck y Matthew Matell, de la Universidad de Duke en Durham, han optado por otro camino. Se basaron en el descubrimiento de un detector finísimo del ritmo, el estriado, una parte de los ganglios basales que cobran una importancia capital en las funciones motrices complejas. Meck y Matell entrenaron ratas para que reac­c ionaran según determinados períodos temporales. Si los múridos ejecutaban la acción de interés en el momento justo, recibían cáscaras de fruta en recompensa. Como pudieron confirmar ramificaciones celulares del estriado, el final de cada uno de estos intervalos venía marcado por una ráfaga de actividad en dicha área. “Si nos pudiéramos imaginar el cerebro como una orquesta sinfónica durante un concierto, el estriado actuaría como público”, explicaba Matell, “dado que es capaz de reconocer cuándo cierto intervalo temporal llegó a su fin, grabando la reaparición de señales periódicas específicas; por ejemplo, cuando los violines y las flautas entran a la vez”. Pero en la sinfonía del cerebro suenan millones de voces simultáneas cada segundo. ¿Cómo reconoce el estriado que la coincidencia periódica de este o aquel encierra un significado? Los investigadores no han resuelto la cuestión. Aunque sí declaran como algo inequívoco que no existe ningún reloj cerebral. La percepción temporal procede de numerosos módulos de neuronas. La separación de las distintas dimensiones de la percepción en nuestro cerebro no es algo insólito. En lo concerniente al sentido de la vista, el procesamiento neuronal de la forma, el color, la profundidad espacial y el movimiento se halla ampliamente repartido. Más de 30 diferentes áreas del córtex visual situadas en la parte posterior del cerebro aportan su pieza del mosaico cuya unión configura nuestra imagen del entorno. No obstante, la percepción sensorial es siempre integradora. La configuración en nuestra mente permanece, en cambio, oculta. Por ello, la vista ofrece una analogía útil para el estudio de la vivencia temporal. El núcleo subtalámico, el tálamo, el estriado y el cerebelo intervienen, a buen seguro, en nuestro sentido temporal y trabajando, conjuntados, en redes magnas y flexibles. Explicar los mecanismos subyacentes de manera más precisa es uno de los grandes retos de la neurociencia.

Duración estimada (segundos)

que el resto se vean forzosamente afectadas. Estos problemas pueden deberse a diferentes regiones cerebrales que, si bien están anatómicamente separadas, se hallan comunicadas entre sí. Si un tumor o un coágulo ha afectado al lóbulo frontal, es probable que los interesados no aprecien bien los intervalos de tiempo: un tono de varios segundos de duración se percibe como un “instante”. Si las áreas dañadas son el lóbulo parietal o el tálamo, el paciente manifiesta dificultad en el reconocimiento de la sucesión temporal. En un estudio realizado en 2003, el grupo dirigido por Giacomo Koch, de la Universidad de Roma, alteró incluso la apreciación de intervalos mediante estimulación magnética transcraneal (EMT). Los investigadores generaron un intenso campo electromagnético que recorría la zona frontal del cerebro de los voluntarios, quienes, de inmediato, comenzaron a subestimar la duración de un tono.

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5. PUNTO CRITICO. En 1868 Karl von Vierordt describió el “punto de indiferencia” de la percepción: ante estímulos de hasta 3 segundos, los voluntarios sobreestimaron su duración, mientras que los que estaban por encima eran subestimados.

Bibliografia complementaria The Physiological Control of

J udgements of D ura -

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Pascal Wallisch es doctor en psicología y ha trabajado en la Universidad de Chicago. Desde otoño de 2007 enseña en la Universidad de Nueva York.

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Duración del estímulo (segundos)

science, vol. 8, n.o 2, págs. 234-241; 2005.

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Teclado o boligrafo :

¿cómo aprender a escribir? Para reconocer las letras nos servimos de la memoria gestual y de la memoria visual. Por eso, a los niños que han aprendido a leer y escribir con un teclado les cuesta luego reconocerlas Jean-Luc Velay y Marieke Longcamp

E

n un discurso pronunciado el 23 de enero   de 2002, Jack Lang, entonces Ministro de Educación, lamentaba la degradación de la escritura manuscrita e insistía en que se recuperara su prestigio en la enseñanza escolar. Urgía “devolverle sus cartas de hidalguía”. La escuela debe conceder una mayor importancia al acto de escribir, a la “noble escritura”, según sus propias palabras. Los programas de enseñanza en Francia continuaron. Hoy ponen énfasis en la escritura cursiva, que debe enseñarse preferentemente antes de finalizar preescolar. Paradójicamente, la escritura manuscrita se utiliza cada vez menos en la vida cotidiana. El predominio aplastante del correo electrónico para actividades profesionales y privadas, el avance de los procesadores de textos y su utilización en el trabajo y la locura de los SMS, todo ello hace que intervenga el teclado y nos sorprendemos a nosotros mismos cuando volvemos al bolígrafo para escribir a algún conocido. En la escuela, los alumnos utilizan los ordenadores con frecuencia creciente y a edades más tempranas. Hay quien incluso se pregunta “¿por qué no aprender a escribir directamente en el teclado?” La cuestión, tomada a palo seco, presenta un resabio paradójico. La mayoría de nosotros considera una regresión la desaparición de la escritura manuscrita, fruto de una lenta evolución técnica, cultural, social y puede que... biológica. Muy a menudo se nos tranquiliza diciendo que no va a ocurrir mañana mis-

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mo, pero no hay que subestimar las presiones técnicas, ni, sobre todo, las económicas, que promueven nuevos hábitos. Además, ¿qué ventaja tiene aprender la escritura manuscrita? ¿Qué se perdería si dejara de enseñarse? Es lo que vamos a examinar en este artículo basándonos en los experimentos científicos más recientes.

Un programa cerebral de escritura Darnos una vuelta por Extremo Oriente y el mundo de los ideogramas nos va a ser de utilidad. Los ideogramas japoneses, o kanji, muy numerosos, se nos ofrecen visualmente complejos. Los trazos de la pluma que los componen deben delinearse según un orden preciso y rigurosamente codificado. Saber leer los kanji exige a los jóvenes japoneses largos años de aprendizaje. ¿Qué método aplican los alumnos para memorizarlos? Deben escribirlos cientos de veces en un papel o, con el dedo, en la mesa o en el aire. Además, cuando un lector japonés adulto duda ante un carácter complejo o poco frecuente, recurre al Kusho, a hacer como si lo escribiera con el dedo en el aire. Algo similar a lo que uno hace cuando se olvida del código de entrada de un inmueble: simula que lo marca con los dedos y eso ayuda a recordarlo. El lector de kanji dibuja en el aire los trazos de un carácter en el orden apropiado y... su significado le viene a la memoria. ¿Qué se deduce de esta observación? Sencillamente, que la forma visual de los ideogramas no es siempre suficiente para

1. SENTIR LOS SIGNOS. Cuando se aprende a escribir a mano, el cerebro automatiza los movimientos con que se forman las letras. Ayuda a los niños a interiorizar el alfabeto.

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premium

2. ¿QUE ZONAS DEL CEREBRO SE ACTIVAN CUANDO LEEMOS LETRAS? Parcialmente las mismas que cuando las escribimos con un bolígrafo. Registramos las áreas que se activan cuando leemos letras (a) y cuando las escribimos (b). Comprobamos que la misma área (una zona del córtex premotor izquierdo en los diestros) se activa tanto con la lectura como con la escritura (flechas en a y b). En cambio, cuando registramos la actividad cerebral desencadenada por la lectura y por la escritura de pseudoletras, símbolos que parecen letras pero no lo son (c y d), se excita la misma área del córtex premotor, pero únicamente en la escritura. La lectura de pseudoletras no activa la representación motriz ya memorizada.

encontrar su significado y que a veces resulta útil recurrir a la memoria “sensomotriz”. Cuando escribimos, la información nerviosa que determina el orden de escritura de los trazos que constituyen estos caracteres se codifica en determinadas áreas del cerebro: el córtex motor y el córtex somatosensorial. Esta información implica, en cierto modo, una memoria del movimiento de las sensaciones que le son asociadas: hablamos de memoria sensomotriz. Ahora bien, la memoria sensomotriz resulta a veces útil a las personas que presentan dificultades para la lectura. Así, en casos de alexia pura, es decir, cuando los pacientes tienen una lesión cerebral que les incapacita para reconocer las letras, sus resultados podrían mejorar si se les permite escribirlas o, simplemente, dibujarlas con el dedo. Pensamos en la facilitación cinestésica, una técnica aplicada para que los japoneses que sufrían de alexia mejoraran la lectura. Así, aunque se rompa la relación entre la forma visual de un carácter y su identidad, podemos encontrarle el significado recurriendo a los movimientos de la escritura, es decir, a la representación motriz de ese carácter. Aunque el reconocimiento visual de los caracteres kanji no siempre necesita de su ejecución manual, los investigadores se preguntan si tal actividad motriz no se pondrá en funcionamiento automáticamente en el cerebro, incluso en ausencia de movimiento. Sometimos a unos sujetos japoneses a un estudio siguiendo la técnica de formación de imágenes. Les mostramos los primeros trazos de un kanji y les pedimos que recordaran el carácter completo. Observamos que se habían activado las zonas del cerebro que entran en

funcionamiento cuando se escribe kanji. El reconocer los kanji induciría en su memoria sensomotriz una suerte de escritura mental, automática y no intencional. ¿Qué ocurre con nuestro sistema alfabético? El principio básico es el mismo: se trata, también aquí, de asociar trazos y reconocerlos como partes de una sola y misma letra. Mas, ¿se activarán automáticamente las zonas cerebrales sensomotrices, que ejecutan los movimientos y sienten al mismo tiempo las tensiones musculares resultantes del movimiento, como en los japoneses? Para responder a esta pregunta mostramos a unos voluntarios letras que debían reconocer mientras les sometíamos a una resonancia magnética funcional (RMf), técnica que permite visualizar el cerebro en acción. Nos proponíamos revelar la red cerebral que se activaba cuando ciertos sujetos diestros observaban las letras. Queríamos también asegurarnos de que las activaciones motrices que eventualmente obtuviéramos en dicha situación perceptiva correspondían a movimientos de escritura. Para ello, llevamos a cabo dos estrategias.

Cuando el ojo lee, el cerebro escribe a mano Por una parte, comparamos la activación cerebral suscitada por formas conocidas y desconocidas (letras y “pseudoletras”, símbolos que parecen letras, pero no pertenecen al alfabeto). Si nuestra hipótesis tenía fundamento, las pseudoletras, al no haber sido escritas jamás por los sujetos, no se corresponderían con ninguna representación motriz predefinida en la memoria y, por lo tanto, no provocarían activaciones motrices. Por otra parte,

letras LECTURA

a

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escritura

b

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Zurdos

jean-luc velay

Diestros

Vista desde arriba

medimos la actividad cerebral de los sujetos mientras escribían, con el fin de localizar las zonas cerebrales que se excitan en el proceso de escribir. Gracias a estos dos experimentos, comprobamos que solamente la visión de las letras (y no de las pseudoletras) activaba, en los diestros, una zona situada en el córtex premotor izquierdo, que se excitaba igualmente cuando los sujetos escribían letras y pseudoletras. Esa zona del córtex premotor intervenía en los movimientos gráficos. El hecho de que sólo el hemisferio izquierdo, que dirige los movimientos de la mano derecha, se active con la presentación visual de letras, confirma la idea de que estas activaciones guardan una relación estrecha con los movimientos realizados por la mano durante la escritura, porque la mano derecha está dirigida por el córtex motor del hemisferio izquierdo.

Vista desde atras

Nos propusimos confirmarlo. Acometimos un experimento similar con dos sujetos zurdos (que no sabían escribir con la mano derecha). ¿Por qué esta precaución? En los zurdos, aparentemente es el hemisferio derecho el que se hace cargo de los movimientos de la escritura. Los resultados del ensayo corroboraron que se activaba la misma zona del córtex premotor, esta vez en el hemisferio derecho, cuando los zurdos identificaban letras. En su conjunto, estos resultados confirmaban la hipótesis de que los movimientos de la escritura eran, en cierto modo, “simulados” mentalmente durante la lectura. Las observaciones descritas respaldan lo que se venía pensando desde hacía unos años: las letras están representadas en el cerebro de forma “plurimodal”; es decir, las percibimos no sólo por la vista, sino también por el tacto o, mejor dicho, por la simulación mental (in-

3. EN LA ESCRITURA interviene una zona del cerebro que se activa cuando leemos letras. En estos montajes se han reflejado las áreas que se activan en un diestro y en un zurdo que leen letras. En los zurdos, el área involucrada se sitúa en el hemisferio derecho (en rojo), que dirige la mano izquierda y, en los diestros, se aloja en el hemisferio izquierdo (en amarillo), que dirige la mano derecha.

pseudoletras LECTURA

d

jean-luc velay

c

escritura

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cerveau & psycho

4. CARACTERES TAMILES Y BENGALIES que deben aprender los sujetos, escribiéndolos a mano o utilizando un teclado de ordenador adaptado. Después, comprobamos la eficacia del aprendizaje pidiéndoles que reconozcan si estos caracteres presentan una orientación

© iSTOCKPHOTO / Mike Sonnenberg

correcta.

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consciente de los movimientos que se ejecutan al escribir). En suma, leer es escribir. En ese proceso participa una red neuronal extensa. Ahora bien, la red en cuestión se activa cuando aprendemos a leer y escribir al mismo tiempo con un bolígrafo. Durante ese período, los niños que aprenden la letra A asocian su forma visual con el sonido [a] y el movimiento que permite escribir la A. Acontece así porque la correspondencia existente entre el movimiento gráfico y la forma producida es única: a cada letra le corresponde un solo movimiento y, por tanto, un “patrón motor” específico. La situación cambia cuando escribimos en un teclado. En este caso, se trata de alcanzar un punto del teclado donde se encuentra una forma dada. La correspondencia entre el movimiento y la forma de la letra es arbitraria: un movimiento idéntico puede producir dos letras diferentes y, a la inversa, se puede presionar la misma tecla con dos movimientos diferentes... No existe una relación unívoca entre la letra y el movimiento; nada hay en el movimiento de apretar las teclas que informe sobre la forma o la orientación de la letra elegida. Si, como suponemos, es esencial desarrollar la percepción de los movimientos de la mano para aprender a reconocer las letras, no debería ser indiferente aprender a leer en un teclado o con un bolígrafo. Jack Lang tenía razón. Nosotros quisimos verificarlo junto con nuestro colega M.-T. Zerbato-Poudou, del Instituto Universitario de Formación del Profesorado de Primaria de Aix-Marsella, en un experimento con niños pequeños.

¡A partir de los cuatro años, el bolígrafo! La enseñanza de la lectura y la escritura comienza muy temprano, en general a partir del

segundo año de preescolar. Por necesidades de nuestro experimento, debíamos proceder con niños de primer y segundo año de preescolar, de edades entre tres y cinco años. El principio era simple: proponer a un primer grupo de niños un aprendizaje tradicional de escritura manuscrita, a un segundo grupo de niños un aprendizaje de letras en teclado y observar luego qué grupo obtenía los mejores resultados en el reconocimiento de las letras. En el experimento participaron setenta y dos niños de edades entre 33 y 57 meses. Fueron repartidos en dos grupos de 38, cada uno compuesto por tres subgrupos de edades: los pequeños (entre 33 y 41 meses), los medianos (entre 42 y 50 meses) y los mayores (de más de 50 meses). Durante la fase de aprendizaje hicimos que los niños aprendieran 15 letras mayúsculas a lo largo de tres semanas. A los niños del grupo de “escritura manuscrita” les mostrábamos cada letra en una hoja de papel y ellos debían reproducirla debajo mismo del modelo. Al grupo de “teclado”, le mostrábamos cada letra en una pantalla de ordenador y los niños debían apretar la tecla para que apareciera bajo el modelo. El teclado estaba preparado para nuestro ensayo; sólo tenía las 15 teclas necesarias correspondientes a las letras que debieron aprender. Antes del aprendizaje y tres semanas más tarde (cuatro, luego), sometimos a prueba la capacidad de los niños para reconocer visualmente las letras. En una pantalla de ordenador les mostramos cuatro caracteres, tres de los cuales aparecían mal orientados o deformados. El niño debía señalar con el dedo la letra correcta, es decir, la que reconocía por haberla escrito durante el aprendizaje. En los niños mayores (entre cuatro y cinco años), comprobamos que la escritura manuscrita era beneficiosa: los niños reconocían mejor las letras que habían escrito a mano. Por el contrario, los niños que habían aprendido con el teclado tenían dificultades para reconocer ciertas letras. Esta ventaja se manifiesta desde el final del aprendizaje y persiste una semana más tarde. Resulta, pues, apropiado aprender a escribir con un bolígrafo si se desea que un niño de cuatro a cinco años desarrolle un buen reconocimiento visual de las letras. El teclado parece poco recomendable a esa edad. En cambio, no observamos ese efecto en los más pequeños. La discrepancia pudiera explicarse apelando a las estructuras neuronales que controlan la motricidad fina, necesaria MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Escritura manuscrita

Teclado

5. LOS ADULTOS QUE HAN APRENDIDO

Reconocimiento de caracteres mal orientados

a reconocer los caracteres tamiles o bengalíes con la mano (en rojo) reconocen, mejor y durante más tiempo, si un carácter está orientado correctamente, que los adultos que han aprendido a escribir los mismos caracteres en un teclado (en azul).

0

1

2

Numero de semanas despues del aprendizaje

Bibliografia complementaria V isua l P resen tat i o n o f Single L etters Activates a

para producir movimientos precisos de los dedos y del puño: no están lo suficientemente maduras a esa edad. Además, las letras que escriben están a menudo alejadas del modelo. Por consiguiente, no solamente ven una letra mal trazada sino que, además, las señales sensomotrices producidas por sus movimientos no son adecuadas para informar correctamente al cerebro sobre la forma esbozada por el lápiz. Observamos también que los niños tienden a menudo a confundir las letras que han aprendido con su imagen especular. Una tendencia natural a su corta edad. Hay que ir aprendiendo poco a poco a evitar la confusión; de otro modo se convertirá en un “mal lector”, una categoría de alumnos con dificultades a la que pertenecen los disléxicos. Pensamos entonces que los movimientos de escribir con la mano podían ayudar a reconocer mejor la orientación de las letras. Para demostrarlo, ideamos un experimento similar con adultos. Esta vez les pedimos que aprendieran a escribir caracteres nuevos, que tomamos prestados de sistemas gráficos extranjeros, como el tamil o el bengalí. Cada adulto que participó en el experimento aprendió un juego de caracteres, bien escribiéndolos a mano o utilizando un teclado preparado al efecto. Al final del aprendizaje pedimos a todos los participantes que dijeran lo más rápidamente posible si esos caracteres que aparecían en la pantalla estaban bien o mal orientados. Comprobamos que los adultos que habían escrito los caracteres con la mano reconocían mejor su orientación que los que habían utilizado el teclado. En breve, la escritura manuscrita es beneficiosa tanto para los pequeños como para los mayores. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

El teclado no debe desterrarse El conjunto de los resultados presentados aquí sugiere que los movimientos de la escritura participan en la representación y en la memorización de los caracteres y, por tanto, en su reconocimiento visual. ¿Tiene esto algún impacto sobre la lectura propiamente dicha, cuando se trata de percibir y de reconocer palabras y no sólo letras aisladas? Es algo que queda por comprobar. En todo caso, parece muy probable que, cuando se sabe reconocer las letras, se supera una etapa importante en el aprendizaje de la lectura. Entonces, ¿hay que aprender a escribir con la mano para dominar mejor la escritura y la lectura? La respuesta parece ser afirmativa. ¿Debemos por tanto desterrar definitivamente el ordenador para aprender a escribir? Aquí la respuesta es negativa. Si la escritura manuscrita enriquece la representación de los caracteres y facilita su reconocimiento en la mayoría de los niños, podría producir el efecto inverso en los que, por razones diversas, tienen dificultades para ejecutar los movimientos finos y precisos que requiere la escritura. En este caso, el uso del teclado, que es mucho más simple en el plano motor, asociado al ordenador, por el cual los niños manifiestan un fuerte entusiasmo, constituiría una etapa intermedia para preparar el paso a la escritura manuscrita.

P remotor A rea I nvolved in

19, n.o 4, págs. 1492-1500; 2003. D e la P lume au Clavier : E s t - i l To u j o u r s U t i l e d ’E n sei g n er l’E s cr i t u r e

M anuscrite? J. L. Velay et al. en Comprendre les apprentissages: Sciences cognitives et éducation, dirigido por E. Gentaz y P. Dessus. Dunod, págs. 69-82; 2004. The I n fluence of W ri t i ng

P r act ice on L e t ter

R ecognition in P reschool Children : A Comparison between

H andwriting and

Typing . M. Longcamp et al. en Acta Psychologica, vol. 119, n.o 1, págs. 67-79; 2005. P r e m o t o r A c t i vat i o n s in

R esponse to V isually

P resented S ingle L et ters D epend on the H and Used to

Jean-Luc Velay es investigador jefe del Instituto de neurociencias fisiológicas y cognitivas del CNRS, en Marsella. Marieke Longcamp es profesora titular del Laboratorio de Adaptación Perceptivo-motriz y Aprendizaje de la Universidad Paul Sabatier de Toulouse.

Writing. M. Longcamp

et al. en Neuroimage, vol.

Write: A Study on L eft-

H anders. M. Longcamp et al. en Neuropsychologia, vol. 43, págs. 1801-1809; 2005.

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Orígenes de la psicología de la Gestalt La creación de la psicología de la Gestalt se atribuye a Max Wertheimer, Kurt Koffka y Wolfgang Köhler. Pero no fueron los únicos que consideraron procesos globales la percepción y el pensamiento Helmut E. Lück

U

na rosa es una rosa es una rosa. La poetisa   estadounidense Gertrud Stein, que acuñó la expresión, no tuvo nada que ver con la teoría de la Gestalt, o de la forma. Pero, en ese famoso verso, incluido en su poema Sacred Emily, 1913, expresaba un asombro, que no dejó de sorprender a muchos psicólogos de su tiempo. Las cuatro letras —r, o, s, a— evocan en nuestra imaginación, allende una palabra, la imagen de la sangre, la fragancia de la flor y su poder simbólico; cualidades sin relación alguna con las letras. En pocas palabras: crean una estructura o configuración. El todo es más que la suma de sus partes componentes, reza el axioma de la psicología de la Gestalt. Con mayor precisión, el todo es algo distinto de la suma de sus elementos. Los psicólogos denominan supersumabilidad a ese principio. Una segunda característica de la Gestalt es su transponibilidad: con independencia de cada “elemento componente”, reconocemos siempre una forma determinada. Percibimos siempre una silla como una silla, aunque una sea de madera y otra de metal. Christian von Ehrenfels (1859-1932), psicólogo austríaco, puso de relieve ambos criterios en su Über Gestaltqualitäten (“Sobre las cualidades de la forma”, 1890). Para evidenciarlos, recurrió al ejemplo de la melodía: si la descomponemos en sus sonidos individuales, arruinamos de inmediato la impresión acústica. Una melodía, que nos anima o nos entristece, nos induce a bailar o nos hace llorar, sólo surge en el ritmo temporal con entonaciones e intensidades determinadas. Su calidad, novedosa, supera por completo a cada uno de los elementos de los que se compone la melodía. Es también conocida la transportabilidad de las melodías: si uno

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las toca un par de tonos más alto o más bajo, no altera nada sus características. Los psicólogos posteriores se han basado siempre en estos dos criterios de la Gestalt. Von Ehrenfels era colaborador de Alexius Meinong (1853-1920) en la Universidad de Graz, en donde se esbozó la primera teoría, científicamente fundada, de la Gestalt. Meinong, que se benefició mucho de los trabajos de su discípulo, distinguió entre el contenido de una sensación (o de un pensamiento) y sus elementos aislados. Los conjuntos coherentes —Meinong hablaba de “complexiones”— no podían explicarse a partir de sus componentes. En realidad, serían dependientes de nuestra propia actividad mental; merced a tal “producción” se origina la impresión global. A semejante concepción le debe su fama la escuela de la psicología de la Gestalt de Graz. De ahí que se la conozca también por teoría de la producción. No tardó en ser sustituida por un nuevo enfoque, apuntalado primero en Frankfurt y luego en Berlín.

Un viaje instructivo en tren Uno de sus principales representantes, Max Wertheimer (1880-1943), ilustró el inicio experimental de la psicología de la Gestalt con una anécdota, que le habría sucedido en el año 1910. Al final del verano de aquel año, Wertheimer viajaba en tren de Viena a Renania. Durante el trayecto cavilaba sobre la visión de los movimientos. Se le ocurrió de pronto que podría provocar artificialmente tales percepciones, incluso quizá con destellos luminosos que se suceden rápidamente uno tras otro como en un estroboscopio. Y entonces decidió apearse en Frankfurt. Se compró el aparato, que entonces MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

años antes, un nuevo tipo de estroboscopio que pudo haber despertado su interés. ¿Qué aspecto mostraban los ensayos pioneros del investigador de la Gestalt de Frankfurt? En una serie de tests, Wertheimer ofrecía a sus probandos dos estímulos en una sucesión rápida: en el primero se veía, a la izquierda de la imagen, una línea vertical; en el segundo, una línea horizontal de la misma longitud, a la derecha, abajo. Si se muestran alternadamente ambas figuras, se produce, a partir de un intervalo temporal de unos 60 milisegundos, la impresión de un movimiento. Se le denomina movimiento aparente. Las personas del ensayo relataban que la línea se desplazaba de un lado a otro, “a la manera de una loncha”.

1. EXIGUA INFORMACION EN PUNTOS. ¿Ha reconocido de inmediato al dálmata en el centro de la imagen? Pese a tan rudimentario moteado, el cerebro elabora estructuras reconocibles.

ronald c. james; DE: optical illusions and the visual arts, por ronald g. carraher, jacqueline b. thurston, 1966

se vendía en tiendas de juguetes, y comenzó a ensayar en la propia habitación del hotel. No tardó en entablar contacto con Friedrich Schumann (1858-1940), profesor de psicología de la Escuela Superior de Comercio (convertida en universidad desde 1914). Schumann envió a su asistente Wolfgang Köhler (1887-1967) a visitar a Wertheimer en su hotel. De inmediato, convinieron en que Wertheimer proseguiría los ensayos en el laboratorio de Schumann. No resulta fácil saber hasta qué punto se sucedieron así los hechos. Michael Wertheimer, hijo de Max, no pudo corroborar que su padre decidiera interrumpir su viaje en Frankfurt. Parece más verosímil que fuera su parada de destino, pues Schumann había desarrollado,

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cortesia de helmut e. lück

Si se aceleraba la alternancia de imágenes, los estímulos se experimentaban simultáneos; ambas líneas se avivaban al mismo tiempo, según parecía. Sólo cuando la presentación no superaba determinada frecuencia, se mantenía la impresión de “secuencia”: unas veces se veía una línea y otras la otra; en cada caso, fija en su lugar y posición. Wertheimer designó como “fenómeno-phi” la forma de movimiento percibida con una sucesión más rápida. Los ensayos de Wertheimer sobre la percepción del movimiento marcaron el inicio de la escuela más famosa de psicología de la Gestalt. A ella pertenecieron Wolfgang Köhler y Kurt Koffka (1886-1941), además de Wertheimer. En sus inicios de Frankfurt durante el decenio de los veinte, y luego en Berlín, se elaboraron numerosos estudios que confirieron renovados impulsos no sólo a la investigación sobre la percepción, sino también a la psicología en su conjunto. A diferencia del planteamiento de la escuela de Graz, en el enfoque de la escuela de Frankfurt y de Berlín las Gestalts se consideraban enteramente generadas ex novo. El ser humano no las “produce” a partir de algunos datos sensoriales fundamentales, ni tampoco se forman sólo en paralelo a éstos; las Gestalts serían en sí mismas las unidades básicas de la vida mental.

Adiós a los viejos dogmas

Carta de protesta de un valiente Wolfgang Köhler fue el único profesor de psicología de Alemania que criticó públicamente la legislación racial del régimen nazi. Su acción revestía particular valor, pues no había sido molestado ya que no era judío. El 28 de abril de 1933 protestó en carta abierta al Deutsche Allgemeine Zeitung contra la persecución racista y política de los científicos. Cuando el personal universitario fue “unificado” y Köhler se vio obligado a despedir a muchos de sus asistentes del Instituto de Psicología de Berlín, optó por emigrar también él a Estados Unidos en 1935. Allí ejerció la docencia e investigó en el Swarthmore College de Pennsylvania. Köhler murió el 11 de junio de 1967 en su granja de Enfield (New Hampshire).

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Wertheimer eludió también desde un principio atribuir el fenómeno-phi a una ilusión de la percepción. Para el observador, resultaba irrelevante si el movimiento percibido había sido producido por dos estímulos que aparecían uno tras otro o por un desplazamiento real. Ni siquiera cuando se les explicaba a los probandos el efecto óptico y se les aclaraba que se trataba de un fenómeno “subjetivo”, desaparecía el efecto óptico. Todo lo contrario; tras la aclaración, solían percibir con mayor nitidez el fenómeno-phi. Los psicólogos de la Gestalt desarrollaron un programa teórico. Con él, Köhler se aprestó a rebatir los viejos dogmas de la fisiología sensorial. Si Hermann von Helmholtz y otros defensores fisiologistas habían admitido una relación biunívoca bastante fija entre el estímulo físico y la impresión sensorial correspondiente, los teóricos de la Gestalt negaban que hubiera tal. No sólo nuestras percepciones, sino también nuestro pensar y actuar tienen a menudo los rasgos de la Gestalt. Wolfgang Köhler no tardaría en avalar el nuevo enfoque con sus trabajos punteros con chimpancés. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

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con chimpancés eran sólo una tapadera de su objetivo real: crear en las Islas Canarias una base para los dirigibles alemanes.

Simios para el zoo de Berlín

2. ESCUELA DE VISION. Hay sillas reales de todas las formas imaginables, y, sin embargo, siempre las reconocemos como ‘silla’, porque hemos interiorizado esta idea

shin

muy pronto.

atoly tiplya

El plan original de ampliar la estación biológica de primates a otras especies de animales tropicales se frustró a causa de la inflación de la posguerra. En 1920 se liquidó la estación. Los simios fueron trasladados al parque zoológico de Berlín. Cuando en 1921 apareció el libro de Köhler donde relataba sus experimentos con chimpancés, se recibió con entusiasmo y estimuló a muchos psicólogos y etólogos a emprender ulteriores estudios. A Köhler se le considera todavía el experimentalista entre los teóricos de la Gestalt. Durante decenios se empeñó en comprobar que no sólo percepción y pensamiento seguían los principios de la Gestalt, sino que la propia actividad cerebral obedecía también a un principio análogo. Su postulado de isomorfismo (del griego isomorfé, misma forma), según el cual una Gestalt depende también a nivel neuronal de patrones de excitación isomorfa continúa siendo objeto de debate. En 1922 Köhler sucedió a Carl Stumpf en la dirección del Instituto de Psicología de Berlín. Comenzaba el período de apogeo de la psicología de la Gestalt. La revista Psychologische For­ schung (Investigación psicológica), coeditada por Köhler, constituía su órgano central. En esa época no había, para los psicólogos, ni campos de actividad bien regulados, ni una carrera de-

© fotolia / an

A propuesta de Max Rothmann, la Academia prusiana de Ciencias fundó en 1913 una estación de chimpancés en la isla de Tenerife. Allí debían estudiarse las facultades de estos primates en condiciones de libertad. Ante la teoría de la evolución de Charles Darwin, muy discutida entonces, revestía interés primordial dilucidar cuán semejantes eran los monos al hombre en sus capacidades mentales. Carl Stumpf (1848-1936), filósofo y psicólogo berlinés, propuso a Köhler para dirigir la estación, pese a sus juveniles 26 años y sin experiencia en biología y psicología animal. Los ensayos de Köhler con chimpancés han entrado en la leyenda. Se mencionan en los libros de divulgación e incluso en los manuales de secundaria. Observó que esos primates están capacitados para resolver problemas de cierta complejidad: apilaban cajas y se servían de palos para alcanzar plátanos del tejado de la jaula. Algunos individuos, especialmente astutos, llegaban incluso a ensartar dos cañas de bambú de distinto diámetro, cuando el bocado tan apetecido quedaba demasiado lejos. Antes de los trabajos de Köhler, Leonard T. Hobhouse había realizado en Inglaterra ensayos similares. Pero el alemán procedía de una manera más sistemática. Detallaba todos los resultados, que, en parte, filmó. Y, sobre todo, acertó con una explicación convincente de sus observaciones. Para alcanzar una solución correcta de un problema no se requiere necesariamente experimentar largo tiempo siguiendo el método de “ensayo y error”, como habían creído Edward Thorndike (1874-1949), teórico del aprendizaje, y otros. Los chimpancés se percataban de la situación de repente. Fin propuesto y medios para alcanzarlo formaban una configuración única. El primate se hacía una idea de cómo hacerse con los plátanos. A este conocimiento presto le llamó Köhler “Einsicht” (penetración, perspicacia, comprensión intuitiva). Casi simultáneamente a los estudios de la percepción de Wert­ heimer, con quien Köhler estaba en constante contacto epistolar desde Tenerife, se comprobó también que los actos perspicaces eran fenómenos gestálticos. Köhler había llevado a cabo la mayoría de sus ensayos prefijados cuando estalló la primera guerra mundial, en el verano de 1914. Aunque España permaneció neutral en la contienda, Köhler no pudo salir de la isla hasta 1920; por algún tiempo, los británicos sospecharon que era un espía alemán y que los experimentos

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3. Fundadores de la psicologia de la Gestalt. A lo largo de medio siglo, desde 1890 hasta 1940 se fue configurando la teoría psicológica de la Gestalt. Debido a la presión nazi que forzó su exilio, las principales figuras hallaron en Estados Unidos su nuevo hogar.

Kurt Koffka (1886-1941)

Wolfgang Köhler (1887-1967)

finida. Los alumnos del Instituto berlinés, que se albergaba en el castillo de la ciudad y que disponía de un laboratorio psicológico muy bien provisto para la época, estudiaban psicología como si fuera una especialidad de lujo. Otros lugares importantes de la investigación de la psicología de la Gestalt en Alemania fueron las universidades de Giessen, que había llamado como catedrático en 1918 a Kurt Koffka, y la de Frankfurt, a donde volvió Max Wertheimer en 1929. Wertheimer aportó contribuciones notables a la psicología del pensamiento. Su libro póstumo, aparecido en 1945, sobre el pensamiento productivo —hoy se preferiría hablar de creatividad—, refleja el intenso intercambio intelectual que mantuvo, antes de 1933, con Albert Einstein en Berlín. Kurt Koffka, por su parte, puso de relieve las ventajas de la teoría de la Gestalt para la psicología del desarrollo. En ese ámbito, sabemos ahora que leer es un proceso integral y que la sucesión escalonada de cada una de las letras desde las palabras hasta las frases completas apenas si se corresponde con la percepción humana. Koffka emigró a EE.UU., antes de la toma del poder por los nazis. Allí se erigió en uno de los más tenaces defensores de la psicología de la Gestalt. Las leyes raciales forzaron a Wertheimer y Kurt Lewin (1890-1947) a emigrar. Les siguió el “ario” Wolfgang Köhler. Y así perdió Alemania las cabezas rectoras de la psicología de la Gestalt.

Con el viento en contra

cortesia de viktor sarris; interfoto

Kurt Lewin (1890-1947)

Max Wertheimer (1880-1943)

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Al otro lado del Atlántico se encontraron con una escena científica enteramente distinta. Si los psicólogos de la Gestalt alemanes habían abogado contra la psicología de la conciencia al estilo de Wilhelm Wundt, ahora en EE.UU. soplaba un fuerte viento en contra de sus postulados, sobre todo por parte de los behavioristas. A esto se añadía el agravante de su condición laboral: los exiliados podían trabajar en instituciones bien equipadas, pero las universidades pequeñas no permitían la promoción. Y así, por largo tiempo, la psicología de la Gestalt no desempeñó una función puntera en EE.UU. Ni siquiera cuando, al final de los años cincuenta, entró en Alemania con paso firme la

psicología norteamericana. Apenas si se “reimportó” la psicología de la Gestalt. El interés de la generación joven se centraba en las teorías de aprendizaje fundadas en el behaviorismo, el diagnóstico de la personalidad, la psicología social experimental y la psicoterapia. Sólo el giro cognitivo logró que los conocimientos de la investigación de la percepción y de la Gestalt recuperaran un nuevo impulso en psicología. En la República Federal, la sociedad de la teoría de la Gestalt y sus aplicaciones (GTA) contribuyó, con sus reuniones y la revista Gestalt Theory, publicada por ella, al renacimiento de la psicología de la Gestalt.

Una escuela más Amén de los autores mencionados, en los años veinte se forjó otra “escuela de la Gestalt”, la llamada psicología genética de la totalidad de Leipzig. Felix Krueger (1874-1948) había sido nombrado sucesor de su otrora maestro Wundt en 1910. Sostenía que los propios sentimientos tenían las características de Gestalt en el sentido de Christian von Ehrenfels; para ellos valían también los mismos criterios. Y así, Krueger contradecía, por un lado, la doctrina de los elementos de su maestro Wundt y, por otro, criticaba, en los experimentos de la escuela de Berlín, la desatención a lo sentimental. La psicología de la totalidad de Leipzig nos parece hoy metodológicamente imprecisa y conceptualmente extemporánea. Además, las aportaciones de Krueger y su colaborador Friedrich Sander (1889-1971) cayeron más tarde en descrédito, porque ambos investigadores hicieron causa común con la ideología nacionalsocialista, aplicando sus ideas al “racismo nacional”. Sander escribió en 1937 que la “eliminación del judaísmo parasitariamente proliferante” tiene su “justificación profunda en esta voluntad de una configuración limpia de la esencia alemana”. (Sander y otros psicólogos de la totalidad volvieran pronto a ocupar sus cátedras en la naciente República Federal y siguieron ejerciendo su influencia durante mucho tiempo.) Hoy se suele considerar a la escuela de Leip­ zig como “humanística” y no como un saber con base empírica. Con todo, así formulado, es falso, pues los psicólogos de la totalidad no sólo realizaron reflexiones filosófico-epistemológicas, sino también trabajaron dentro de un enfoque experimental. El propio Sander estudió la percepción de imágenes cuya brevísima presentación impedía su llegada a la conciencia; si incrementaba, poco a poco, el tiempo de MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

exposición hasta el orden de los milisegundos, eran reconocibles las que él llamó “pre-estructuras” (Vor-Gestalten), que los probandos no eran capaces de describir con detalle, pero que desencadenaban en ellos sensaciones. Los de Leipzig acuñaron la expresión “génesis real” para referirse a la diferenciación y refinamiento de los contenidos de la percepción. El método de la presentación muy breve, iniciado por Sander, utilizando taquiscopios, se ha seguido utilizando en el estudio del efecto de la publicidad y otros. Tampoco se debería olvidar otra variante de la psicología gestaltista, la “teoría de campo”. Al principio del siglo xx, las fuerzas de campo ya eran conocidas por la teoría de la gravitación y por la electrodinámica; en los años veinte, el concepto de campo se extrapoló de la física a las ciencias sociales. Lo recogió Kurt Lewin, quien reformuló su enfoque varias veces: al principio hablaba de una teoría dinámica, después de una psicología topológica o psicología vectorial y, al final, apadrinó el concepto de teoría de campo. El núcleo del pensamiento de Lewin es sencillo: una persona (P) está en un espacio vital (Lr). En este espacio vital hay elementos concretos (lugares, objetos, otras personas), que poseen, en cada caso, un carácter de exigencia —denominado también valencia— positivo o negativo. En otras palabras: la persona se siente atraída o rechazada por ellos. Muchas zonas del espacio vital no son accesibles inmediatamente y están bloqueadas por barreras; para acceder a ellas, debemos “atravesar” zonas con valencia negativa. Puede también que dos regiones o zonas tengan el mismo atractivo y, por tanto, compitan entre ellas. En este caso Lewin habla de un conflicto entre apetencia y apetencia. A semejanza del psicoanálisis, aunque con mayor rigor metodológico, Lewin se proponía desarrollar conceptos y métodos “que se ocupan de las fuerzas que están a la base de la conducta”. Hoy se le cuenta entre los psicólogos de la Gestalt no sólo porque cultivó un estrecho contacto con el círculo de Wertheimer y Köhler, sino también porque sus análisis del “campo psicológico” empezaban siempre con la situación global. Las magnitudes que eran operativas en ésta —por ejemplo, el espacio de libre movimiento o el grado de amistad— deberían ser mensurables, según Lewin.

cológicos. Se esforzaba por lograr un lenguaje “lógicamente irrefutable”, “superior a todos los demás recursos conceptuales conocidos en psicología”. Para diseñarlo se sirvió de la topología. Definió la conducta como una función del respectivo campo presente, en el que actúan diversas fuerzas. La teoría de campo se mostró como un recurso apropiado para describir e interpretar asuntos diversos, tales como el tratamiento de conflictos, procesos psicológicos de grupo o síntomas de trastornos mentales. Durante años, Kurt Lewin filmó documentales en los que captaba a las personas en el “campo de fuerzas” de sus afectos, conflictos y acciones voluntarias. En la mayoría de los casos, los niños filmados eran de su familia. En esas filmaciones basaba sus trabajos del desarrollo psicológico. Aunque sus oyentes no entendieron siempre las disquisiciones sobre la teoría de campo, con sus tomas de niños en situaciones conflictivas, Lewin adquirió cierto renombre. Alexander Luria llegó a relacionarlos con el director Serguéi Eisenstein, cuya teoría del cine influyó en Lewin. La mayoría de los filmes de Lewin permanecieron ocultos largo tiempo. En los años setenta se descubrió una parte en la Universidad de Kansas. Con ellos, en 1984, produjimos en la Universidad a distancia de Hagen el documental pedagógico “Kurt Lewin”. En el otoño de 1987 Mel van Elteren, de la Universidad de Rotterdam, tropezó con la película sonora de una hora, que se creía perdida, Das Kind und die Welt (El niño y el Mundo). La restauración del histórico documento resultó un éxito. Y medio siglo después pudo reestrenarse. En la película se ve “lo común y cotidiano: niños tal como los tenemos constantemente a nuestro alrededor”, declaró William Stern a raíz de su proyección en Hamburgo el 12 de febrero de 1932. Lewin filmaba a sus pequeños probandos sin que éstos lo advirtieran; la grabación del sonido reforzaba la impresión de naturalidad. Al fijar en el celuloide a criaturas, desde lactantes hasta niños de primaria, consiguió unos documentos excepcionales. El desarrollo humano adquiere en ellos una imagen plástica. Con todo, Lewin es hoy menos conocido por sus filmes que por sus trabajos punteros en psicología social sobre el estilo de dirección, procesos de grupo e investigación de la acción. Pero, introduciendo estos temas, hemos abandonado el terreno de la psicología de la Gestalt.

Medición de fuerzas en el campo En último término, a Lewin le importaba la descripción matemática de los procesos psiMENTE Y CEREBRO 30 / 2008

Bibliografia complementaria P sychologie im N ational­ sozialismus .

C.-F. Grau-

man. Springer. Berlín / Nueva York, 1983. D ie Aufgabe der G estalt­ psychologie .

W. Köhler.

De Gruyter; Berlín, 1971. I llustrierte Geschichte der P sychologie. Dirigido por H. E. Lück, R. Miller. Beltz;

Helmut E. Lück es catedrático de psicología en la Universidad a distancia de Hagen.

Weinheim, 2005.

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DSM: el diccionario de la demencia Robert Spitzer, el hombre que puso orden en el caos de la psiquiatría, coordinó la creación de un texto único de referencia en psiquiatría Alix Spiegel

E

n el meridiano del siglo pasado, Ro  bert Spitzer, un adolescente de quince años dotado de talento para las matemáticas, comenzó a asistir a sesiones semanales de psicoterapia reichiana. Wilhelm Reich había sido un psicoanalista austriaco alumno de Sigmund Freud que, entre otras cosas, había comercializado el acumulador de orgón, un aparato metálico del tamaño de una cabina telefónica que aseguraba que podía aumentar la potencia sexual y curar el cáncer. Spitzer había pedido permiso a sus padres para probar el análisis reichiano, pero se lo habían negado al considerarlo una farsa. Decidió acudir en secreto. Pagaba cinco dólares semanales a un terapeuta del sureste de Manhattan, un joven que hablaba abiertamente sobre el tema que más inquietaba a Spitzer: las mujeres. Spit­zer encontró tan relajante como vigorizante esa metódica aproximación al enigma de la atracción. En realidad, lo que llevó a Spitzer a aquellas sesiones era la búsqueda de una tranquilidad que no podía encontrar en su tenso entorno familiar. Su madre era una “paciente profesional” que lloraba de continuo; su padre, un hombre frío y distante. Spitzer había heredado la incontrolable vida interior de su madre y la reprimida afectividad de su padre; aunque a menudo le dominaban las emociones, se mostraba incapaz de expresar sus sentimientos. Las sesiones le ayudaron “a revivir”. Siempre las recordó con cariño. Fue esta

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experiencia la que ratificaría lo que se convirtió en su principio rector: la mejor forma de dominar el descontrol emocional era a través del estudio y el análisis sistemáticos. Robert Spitzer apenas si es conocido fuera del campo de las enfermedades mentales. Uno de los psiquiatras más influyentes del siglo xx, convirtió el Manual diagnóstico y estadístico de las enfermedades mentales (DSM, en sus siglas en inglés) —el listado oficial de todas las enfermedades mentales reconocidas por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA)— en un instrumento científico de enorme poder. Como las compañías médicas aseguradoras exigen ya que el diagnóstico aparezca en el DSM para efectuar el reembolso, el manual es obligatorio en la profesión. También lo utilizan el sistema judicial para ayudar a determinar demencia, así como los organismos de servicios sociales, escuelas, prisiones y gobiernos.

El DSM Sin embargo, esta enorme influencia es un fenómeno reciente. Aunque el DSM nació en 1952 y salió una segunda edición (DSM-II) en 1968, esas primeras versiones pasaron sin pena ni gloria. Spitzer comenzó a trabajar en la tercera versión (DSM-III) en 1974, cuando el manual contaba con sólo ciento cincuenta páginas. Contenía descripciones superficiales de un centenar, más o menos, de trastornos mentales.

Bajo la dirección de Spitzer —que se prolongó desde el DSM-III, publicado en 1980, hasta el DSM-IIIR (“R” de “revisión”) publicado en 1987— el DSM aumentó en volumen y, sobre todo, en “estatura”. Alcanza las novecientas páginas, define cerca de trescientas enfermedades mentales y se vende por centenares de miles. Pero la descripción de la evolución física del DSM no permite aprehender la proeza de Spitzer. Durante el trabajo que supuso definir más de un centenar de enfermedades mentales, revolucionó la práctica de la psiquiatría y aportó un nuevo lenguaje con el que interpretar las experiencias diarias de los lectores y domesticar sus anárquicas vidas emocionales. Tras graduarse por la facultad de medicina de la Universidad de Nueva York en 1957, Spitzer se trasladó a la de Columbia, en cuyo Centro Psicoanalítico de Entrenamiento e Investigación trabajó. Había desarrollado una carrera brillante en la facultad de medicina, publicando en revistas especializadas una serie de artículos sobre la esquizofrenia y las dificultades para la lectura en la infancia que fueron bien recibidos. También era conocido fuera del mundo académico por desacreditar a su otrora héroe Reich. Además de sus sesiones semanales en el Lower East Side, al sureste de la ciudad, el Spitzer adolescente había persuadido a otro médico reichiano para que le permitiera acceder de forma gratuita a un acumulador de orgón. Pasó muchas horas sentado confiadamente MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

En los años sesenta, © istockphoto / Zoran Milic

el campo de la psiquiatría atravesaba una profunda crisis: los psiquiatras no llegaban a un acuerdo sobre quiénes estaban enfermos y qué les sucedía.

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en la pequeña banqueta de la cabina, absorbiendo la sanadora energía orgónica, sin provecho evidente alguno. Se desilusionó y ya en la universidad escribió un artículo criticando la terapia, que fue consultado por la Administración de Alimentos y Medicamentos cuando más tarde Reich fue procesado por estafa. En el Centro psicoanalítico de Columbia, la carrera de Spitzer parecía tambalearse. El psicoanálisis era demasiado abstracto, demasiado teórico. Los pacientes no daban muestras de mejora. “Nunca tuve la seguridad de que fuera útil y me incomodaba no saber solucionar los conflictos.” Spitzer no se contentó con la enseñanza en el departamento de psiquiatría. Investigó sobre la depresión y sobre las técnicas de diagnóstico basadas en la entrevista.

Diagnóstico En los años sesenta, cuando Spitzer luchaba por asentarse profesionalmente, el campo de la psiquiatría atravesaba una profunda crisis. La razón principal era la cuestión del diagnóstico: parecía que los psiquiatras no llegaban a un acuerdo sobre quiénes estaban enfermos y qué les sucedía. Un paciente al que un psiquiatra consideraba un histérico de libro, otro colega podía fácilmente calificarlo de hipocondríaco depresivo. La culpa de esta discrepancia se achacaba al DSM. Los críticos sostenían que el manual carecía de “fiabilidad” —la facultad de llegar a un resultado coherente y reproducible— y, por lo tanto, adolecía de falta de validez científica. Para que un instrumento de diagnóstico pueda considerarse útil, debe tener las dos características. El SAT, el test para la Selectividad en EE.UU., por ejemplo, se considera fiable porque alguien que realiza el test un martes y obtiene una calificación de 1200, conseguirá una puntuación similar si lo hace un jueves. Se juzga válido porque se cree que las puntuaciones guardan correlación con una realidad externa; el test, así

se reputa, predice el éxito en el mundo académico. Aunque la validez es una medida importante, resulta imposible conseguir validez sin fiabilidad: si hacemos el test de Selectividad un martes y sacamos 1200 puntos y lo repetimos un jueves y sacamos 600, el test se evidencia incapaz de evaluar el rendimiento académico. La fiabilidad constituye, pues, el umbral de referencia. Los problemas con la fiabilidad de los diagnósticos psiquiátricos se hicieron patentes durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los militares observaron que el índice de rechazo, por parte del consejo médico, de voluntarios variaba mucho de un lugar a otro de la nación. El equipo de reclutamiento de Wichita, pongamos por caso, tenía un veinte por ciento de índice de exclusión, mientras que el de Baltimore podía encontrar no aptos al sesenta por ciento de sus solicitantes. En buena medida, tamaña disparidad respondía a los diagnósticos psiquiátricos, lo que resultaba desconcertante. No parecía plausible que la estabilidad mental de los reclutas potenciales variara tanto de una zona a otra. Un estudio más preciso del grupo de reclutamiento determinó que los psiquiatras responsables de tomar las decisiones tenían criterios divergentes. Quizás el problema no eran los jóvenes reclutas, sino los médicos. En 1949, el psicólogo Philip Ash publicó un estudio que demostraba que tres psiquiatras distintos que trataban al mismo paciente y a los que se les proporcionaba la misma información en el mismo momento, sólo coincidían en el diagnóstico en el veinte por ciento de los casos. Aaron T. Beck, uno de los fundadores de la “terapia de comportamiento cognitivo”, publicó un artículo sobre fiabilidad en 1962, donde llegaba a conclusiones similares: su revisión de nueve estudios diferentes descubrió índi-

ces de coincidencia entre el treinta y dos y el cuarenta y dos por ciento. Estas cifras no eran alentadoras, dado que la fiabilidad del diagnóstico no es meramente una cuestión académica. Si los psiquiatras no se ponen de acuerdo sobre la enfermedad del paciente, tampoco podrán acordar un tratamiento idéntico, ni habrá relación entre diagnóstico y cura. Además, la investigación depende de la capacidad de los médicos de formar grupos homogéneos de sujetos. ¿Cómo analizar la efectividad de un medicamento para tratar la depresión, si no se está seguro de que la persona sufre en verdad el trastorno declarado? Según Allen Frances, que trabajó bajo la supervisión de Spitzer en el DSM-III y que en 1987 fue nombrado director del DSM IV, “sin fiabilidad el sistema es completamente errático y los diagnósticos no significan nada. Peor que nada, pues están catalogando erróneamente. Mejor sería no tener ningún sistema de diagnóstico”.

La homosexualidad, ¿una patología? Spitzer no estaba particularmente interesado en la cuestión del diagnóstico psiquiátrico, pero en 1966 coincidió en la cafetería de la Universidad de Columbia con el director del grupo de trabajo del DSM-II. El encuentro terminó, ágape mediante, con el compromiso de Spitzer de hacerse cargo de la secretaría del comité del DSM-II. Cuando los activistas homosexuales comenzaron a protestar por la inclusión de la homosexualidad entre las patologías, Spitzer intervino y posibilitó que se eliminara del DSM la homosexualidad. Dada la acritud que rodeaba el tema, su logro constituyó una impresionante proeza de diplomacia nosológica. A principios de los años setenta, cuando se llevó a cabo otra revisión del DSM, se le ofreció a Spitzer la dirección.

“Pregunté a Spitzer en qué se basaba para incluir una nueva enfermedad: Lo principal era que tuviera sentido. Para la mayoría de las categorías, se basaba simplemente en las mejores ideas de los que parecían más expertos en el área”. 82

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Hoy el puesto de director del DSM es un cargo codiciado —se trabaja durante años para conseguir la candidatura—, pero a principios de los setenta la psiquiatría descriptiva era un erial. Como dice Donald Klein, de la Universidad de Columbia, que participó en el DSM-III: “Cuando Bob fue requerido para el DSMIII, el trabajo no tenía importancia. De hecho, una de las razones por las que Bob consiguió el trabajo fue porque no se consideraba un puesto tan importante. La inmensa mayoría de los psiquiatras o, lo que es lo mismo, la APA no esperaban mucho de ello”. Semejante actitud era más propia de los psicoanalistas freudianos, la voz de la profesión de la salud mental durante la mayor parte del siglo xx. Consideraban limitada la psiquiatría descriptiva, sin vida y sin verdadera relevancia. “Los psicoanalistas consideran insignificantes los síntomas por carecer de importancia, dicen que lo que cuenta son los conflictos internos”, afirma Klein.

Spitzer, sin embargo, convirtió la necesidad en virtud. Al serle otorgado un control administrativo indefinido, estableció veinticinco comités, cuya misión consistía en presentar descripciones minuciosas de los trastornos mentales. Escogió por miembros de esos comités a un grupo de psiquiatras que se consideraban, por encima de todo, científicos. A estos hombres y mujeres se les conocía en los pasillos de Columbia como los DOP (personas que operan con datos, en sus siglas en inglés). Eran profundamente escépticos sobre la aceptación incuestionable de Freud por parte de la psiquiatría. “En vez de apelar a la autoridad de Freud, se preguntaron: ¿existen estudios? ¿Qué pruebas hay?” Como afirma Jean Endicott, uno de los miembros originarios del grupo de trabajo del DSM-III que, lo mismo que Spitzer, se sentía frustrado con el dogmatismo rígido del psicoanálisis: “Para nosotros los DOP supuso algo así como ¡Vamos, salgamos del siglo xix! Saltemos al siglo xx, quizás al siglo xxi, y apliquemos lo que hemos aprendido.” Esta intención utópica de mejorar la psiquiatría por medio de la ciencia preMENTE Y CEREBRO 30 / 2008

cortesia de robert l. spitzer

Orden en el caos

UN HOMBRE Y SU OBRA. Desde hace más de 40 años, Robert Spitzer pule el catálogo de las enfermedades mentales. De 1974 a 1984 dirigió los grupos de proyecto para el DSM-III y la edición corregida, el DSM-III-R.

sentaba un obstáculo: la “ciencia” exigida se hallaba todavía en ciernes. “Había muy poca investigación sistemática y gran parte de la que existía era dispersa, contradictoria o ambigua”, dice Theodore Mion, uno de los miembros del grupo de trabajo del DSM-III. Los miembros de los distintos comités se reunían regularmente para buscar formas específicas y exhaustivas de describir los trastornos

mentales. David Shaffer, que trabajó en el DSM-III y en el DSM-IIIR, recordaba unas sesiones frecuentemente caóticas. Allen Frances y Shaffer reconocen, sin embargo, que el proceso diseñado por Spitzer generalmente tenía sentido. “No había otra forma de hacerlo, no había bibliografía donde inspirarse”, rememora Frances. Según él, después de las reuniones Spitzer se retiraba a su despacho a

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DSM-I. Publicado en 1952

DSM-II. Publicado en 1968

DSM-III. Publicado en 1980

buscarle un sentido a la información que había recogido. “Spitzer, tras un período de darle vueltas a las diferentes opiniones que tenía concentradas en su mente, aportaba una lista de criterios”, prosigue. “Generalmente era una combinación del consenso del grupo, interpretada por Bob, con la balanza inclinada hacia la opinión de aquellos que él mas respetaba.” Como existen muy pocas actas del proceso, es difícil precisar exactamente cómo Spitzer y su equipo determinaban qué trastornos mentales incluir en el nuevo manual y cuáles rechazar. Parece que Spitzer tomó muchas de las decisiones finales sin apenas consultarlo con los demás. “Debía de tener algunos criterios internos”, comenta Shaffer. “Cierta tarde en su despacho en Columbia pregunté a Spitzer en qué se basaba para incluir una nueva enfermedad: en lo lógica que fuera, respondió. En que encajara. Lo principal era que tuviera sentido. Para la mayoría de las categorías, se basaba simplemente en las mejores ideas de los que parecían más expertos en el área.”

pues, por su propia índole, los niños afectados difieren unos de otros. Aunque a Spitzer le interesaba más incluir trastornos que excluirlos. En 1974, Roger Peele y Paul Luisada, del Hospital St. Elizabeths de Washington D.C., escribieron un artículo en el que utilizaban la expresión “psicosis histérica” para describir el comportamiento de dos tipos de pacientes que habían observado, a saber, quienes sufrían de episodios de delirios y alucinaciones sumamente cortos después de un acontecimiento traumático, y quienes sentían la necesidad de ir a Urgencias a pesar de no padecer problemas físicos o psicológicos reales. Spitzer leyó el artículo e invitó a Peele y Luisiada a Washington. Los tres decidieron que “la psicosis histérica” debía dividirse en dos tipos de trastornos. Los episodios cortos de delirio y alucinaciones se denominarían “psicosis reactiva breve” y la tendencia a ir a Urgencias sin razones reales “trastorno facticio”. “Entonces Bob pidió una máquina de escribir”, recuerda Peele. Allí mismo redactó el borrador de las definiciones; anotó una serie de criterios que definían el trastorno facticio y la psicosis reactiva breve. Ambos fueron incluidos en el DSM-III con ligeras modificaciones.

improvisado, y es cierto que el tratamiento psiquiátrico mejoró sustancialmente con la identificación de muchos de los síndromes. Trastorno de déficit de atención, autismo, anorexia nerviosa, bulimia, trastorno de pánico y trastorno de estrés postraumático; todos ellos son ejemplos de enfermedades incluidas durante el ejercicio de Spitzer que ahora reciben tratamiento especial. Pero, con mucho, la innovación más radical del nuevo DSM —y la que más llamó la atención de la comunidad psiquiátrica— era que, junto con la extensísima descripción de cada trastorno, Spitzer añadió una lista de control de síntomas que debían presentar los pacientes para justificar el diagnóstico. Nos encontramos así que el actual DSM describe a una persona con un trastorno de personalidad obsesivo-compulsiva como alguien que:

Las entradas No todos los trastornos mentales pasaban la última criba. Cierto grupo de psiquiatras infantiles aspiraba a introducir la categoría de “niño atípico”: se cayó en la primera reunión. Al objetar Spitzer cómo definir “niño atípico”, se respondió que resultaba muy difícil,

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Procedimiento de trabajo Generalmente el proceso de identificación de los nuevos trastornos no era tan

• se preocupa de detalles, reglas, listas, orden, organización u horarios, hasta tal punto que se olvida del objetivo principal de la actividad; • es incapaz de deshacerse de objetos estropeados o inútiles, incluso aunque carezcan de valor sentimental; • se vuelve tacaño consigo mismo y con los demás. Debajo de la descripción de cada trastorno aparece un cuadro con una lista de otros cinco criterios y se advierte a los MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

DSM-III-R. Publicado en 1987

DSM-IV. Publicado en 1994

DSM-IV-TR. Publicado en 2000

facultativos de que por lo menos cuatro de los ocho deben estar presentes para identificar el diagnóstico. Por ultimo, como Spitzer y los DOP sostenían, aquí estaba la respuesta al problema de la fiabilidad, la cuestión que había desorientado la psiquiatría durante años. Tal y como ellos lo entendían, había dos razones por las que los médicos no llegaban a un acuerdo sobre el diagnóstico. La primera era la información discordante; según la manera de comunicarse con los pacientes o entrevistarlos, los médicos reciben distinta información de un mismo enfermo. La segunda era la discrepancia interpretativa; cada médico se ha hecho su propia idea del aspecto que tiene un trastorno específico. Entre sus objetivos, el DSM-III buscaba reducir la discrepancia interpretativa con definiciones normalizadoras. El equipo de Spitzer consideraba que, si se proporcionaban unos criterios claros, la fiabilidad del diagnóstico mejoraría. Aducían también que, con estos criterios, mejoraría la comunicación entre los profesionales de la salud mental, lo que facilitaría enormemente la investigación psiquiátrica. Pero la verdadera victoria fue que cada trastorno mental podía identificarse con una fórmula sencilla e infalible. Spitzer trabajó en el DSM durante seis años, a menudo setenta u ochenta horas

por semana. La publicación del DSM estaba prevista para 1980, lo que significaba que Spitzer debía tener preparado un borrador para la primavera de 1979. Como cualquier iniciativa importante de la Asociación Americana de Psiquiatría, el DSM tenía que ser ratificado por su asamblea, un organismo de toma de decisiones compuesto por funcionarios elegidos de todo el país. Las ideas antifreudianas de Spitzer habían provocado resentimientos durante todo el proceso y cuando se iba acercando la fecha de la asamblea, la oposición tomó fuerza y se concentró en defender una sola palabra crucial que Spitzer quería fuera del DSM: “neurosis”.

el por qué de alguien que desarrollaba un trastorno de personalidad obsesivocompulsiva; les bastaba con observar que esa persona era a menudo “demasiado concienzuda, escrupulosa e inflexible sobre cuestiones morales”. Cuando se supo que Spitzer tenía intención de eliminar “neurosis” del DSM, muchos se alarmaron, señala Donald Klein. El término ‘neurosis’ era el pan de cada día de la psiquiatría y la propuesta parecía arrebatárselo. Roger Peele, de St. Elizabeths, era favorable al trabajo de Spitzer, pero como representante de la delegación de la APA en Washington, se sentía en la obligación de cuestionarle en defensa de su circunscripción. “El diagnóstico más común en la práctica privada en Washington D.C. en los años setenta era algo denominado neurosis depresiva”, dice Peele. Los psicoanalistas denunciaron inflexibles los primeros borradores. En carta a Spitzer, Howard Berk introducía una metáfora ilustrativa de la situación creada: “el DSM-III se deshace del castillo de la neurosis y lo reemplaza con un diagnóstico que es un adosado”. Sin el apoyo de los psicoanalistas, la asamblea no aprobaría el DSM-III, con la ruina consiguiente del proyecto en su integridad. La dirección de la APA se involucró, solicitando a Spitzer y a los DOP que incluyeran a los psicoanalistas en sus deliberaciones. Tras meses de enconado debate, Spitzer y los psicoanalistas

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Neurosis El término “neurosis”, de larga historia, se hizo inseparable del psicoanálisis durante todo el siglo xx. Una neurosis, creía Freud, surgía del conflicto del inconsciente. Tal era el concepto fundamental en el apogeo de la era del psicoanálisis. Aparecía con frecuencia tanto en el DSM-I como en el DSM-II. Spitzer y los DOP, sin embargo, argumentaban que, puesto que el manual lo iban a usar diversos profesionales de la salud mental en la práctica diaria, el DSM no debía alinearse con ninguna teoría en concreto. Decidieron limitarse a la descripción de comportamientos manifiestos y observables; no entraban en

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arribaron a una solución de compromiso: la palabra “neurosis” se mantendría en un discreto paréntesis en tres o cuatro categorías fundamentales. Resuelta esta cuestión, Spitzer presentó el borrador final del DSM-III a la asamblea de la APA en mayo de 1979. Alrededor de trescientos cincuenta psiquiatras se reunieron en un gran auditorio en Chicago. Spitzer subió a la tribuna, resumió el proceso y los objetivos del DSM y se sometió a moción para aprobarlo. “Entonces ocurrió algo bastante sorprendente”, dice Peele. “Algo que no se veía a menudo en la asamblea. Los asistentes se levantaron y aplaudieron.” Peele recuerda la conmoción en el rostro de Spitzer: “Tenía los ojos llenos de lágrimas. El grupo que temía que torpedeara todos sus esfuerzos, resulta que se pone en pie para aclamarle”.

Primeros éxitos El DSM-III y el DSM-IIIR juntos vendieron más de un millón de ejemplares. Las ventas del DSM-IV (1994) también superaron el millón, y el DSM-IV TR (por “revisión del texto”, en sus siglas en inglés), la reim­ presión más reciente del DSM, ha vendido cuatrocientas veinte mil ejemplares desde su publicación en el año 2000. Su éxito sigue creciendo. Actualmente existen cuarenta productos relacionados con el DSM disponibles en el sitio web de la Asociación Americana de Psiquiatría. Stuart Kirk, de la Universidad de California en Los Angeles, y Herb Kutchins, del campus de Sacramento, y autores de Making us crazy: DSM —The Psichiatric Bible and the Creation of Mental Disorders” (1997), dedicaron largos años de trabajo al estudio del proceso de creación del moderno DSM. Atribuyen su éxito financiero y académico a la habilidad vendedora de Spitzer, quien promocionó la fiabilidad del texto y difundió su base científica. El nuevo DSM fue aceptado por psiquiatras e instituciones psiquiátricas de todo el mundo. “La revolución del DSM en fiabilidad es una revolución retórica, no real”, escriben Kutchins y Kirk. “Nadie examinó la base científica de una forma sistemática”, indica Kirk. Esto se debía, en parte, a la impresionante apariencia

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física del manual. “Una de las objeciones era que parecía tener más autoridad de la que poseía. La forma en la que se presentó hacía que pareciera un libro de texto, como si fuera el depositario de todos los hechos conocidos”, resume David Shafer. “Al lector medio le daba la sensación de que poseía un gran peso y autoridad, cualidades que no se había ganado necesariamente.” El libro no tardó en buscarse un hueco en las bibliotecas del mundo entero. Fue traducido a trece idiomas. Las compañías aseguradoras, que ampliaron su cobertura cuando la psicoterapia proliferó en los años setenta, tomaron el DSM-III por norma estándar. Más que eso, el DSM se convirtió en un fenómeno cultural. Un año y medio después de la publicación del DSM-III, Spitzer comenzó a trabajar en su revisión. Envalentonado por el éxito, se volvió más inflexible en sus ideas. “Adoro la controversia”, admite Spitzer, “así que si había algo que tenía que añadir que causara controversia, mejor aún”. Enfureció a las feministas cuando intentó incluir un diagnóstico denominado “trastorno de personalidad masoquista”, una forma no sexual de masoquismo que, según los críticos, insinuaba que algunas esposas maltratadas podían ser responsables de su propio maltrato. Los grupos de mujeres se sintieron de nuevo molestas cuando intentó calificar de trastorno mental el síndrome premenstrual.

La dirección de Frances “Mucho de lo que hay en el DSM-III representa lo que Bob cree que es acertado”, dice Michael First, de la Universidad de Columbia, que trabajó en el DSM-IIIR y en el DSM-IV. “Lo consideraba su libro, y si pensaba que algo era acertado ejercía una presión tenaz para que se hiciera como él quería.” Mas, no obstante el éxito de las dos ediciones de Spitzer y a pesar de la gran presión que ejercía, la Asociación Americana de Psiquiatría nombró director del grupo de trabajo del DSM-IV a Allen Frances. “La Asociación Americana de Psiquiatría decidió que habían tenido suficiente Spitzer y lo puedo entender”, dice Spitzer con un tono de lamento. “Creo

que consideraron que si el DSM iba a representar a toda la profesión —y, obviamente, así debía ser— era bueno tener a otra persona.” Esta era ciertamente parte de la razón, pero los colegas de Spitzer creen que la determinación con la que transformó el DSM también contribuyó a su declive. “Creo que Spitzer lo hizo mejor en el III que en el IIIR”, apunta Peele. Como director del DSM-IV, Frances estableció un proceso más transparente. El poder se descentralizó, se hacían revisiones sistemáticas de la bibliografía sobre el tema y se les comunicó a los comités que se iba a evitar el crecimiento sin control y la incorporación superficial de trastornos mentales. Spitzer fue nombrado asesor especial para el grupo de trabajo del DSM-IV, pero perdió su poder. La postura oficial de la Asociación Americana de Psiquiatría es que la fiabilidad del DSM persista firme. Para Darle Regier, director de investigación de la APA, “la fiabilidad ha mejorado”. Y añade que el DSM de Spitzer cambió la práctica de la psiquiatría tan radicalmente —por primera vez estaba basado en datos— que es imposible comparar la fiabilidad que tenía antes y después. Una consecuencia de la incorporación de los criterios diagnósticos fue la creación de entrevistas largas y estructuradas, que han permitido con éxito a los psiquiatras reunir a grupos homogéneos de investigación para efectuar juicios clínicos. En este contexto, los diagnósticos del DSM se han demostrado fiables. Pero las entrevistas estructuradas y las conversaciones que se desarrollan en los despachos de los terapeutas no tienen mucho en común. Desde la publicación del DSM-III, en 1980, ningún estudio serio ha podido demostrar una mejora sustancial de la fiabilidad en esos entornos más informales. Durante la elaboración del DSM-IV la Asociación Americana de Psiquiatría recibió fondos de la Fundación MacArthur para llevar a cabo un amplio estudio de fiabilidad y, aunque la fase de investigación del proyecto se completó, las conclusiones nunca se publicaron. Otro estudio, cuya autora principal era Janet Williams, mujer de Spitzer, se llevó a cabo en seis zonas de EE.UU. y una de Alemania. A MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

“...Todas ellas salieron de mis dedos. Cada palabra.” Robert Spitzer sobre su participación

los facultativos participantes, supervisados por Williams y por algunos de los profesionales del diagnóstico más experimentados del mundo, se les entrenó antes de ser separados en parejas y se les pidió que entrevistaran a casi seiscientos pacientes potenciales. La idea era determinar si al tratar con el mismo paciente los facultativos llegarían al mismo diagnóstico utilizando el DSM. Aunque Williams afirma que el estudio apoyó la fiabilidad del DSM, cuando los investigadores anotaron sus resultados admitieron que “esperaban valores de fiabilidad más altos”. De hecho, como señalan Kutchins y Kirk, los resultados no fueron “tan diferentes de las estadísticas obtenidas en los cincuenta y los sesenta; en algunos casos, resultaron incluso peores”. La fiabilidad es probablemente más baja en el lugar donde se hacen más diagnósticos: el despacho del terapeuta. Como apunta Tom Widiger, director de investigación del DSM-IV: “Hay muchos estudios que muestran que los facultativos diagnostican a la mayoría de sus pacientes con un trastorno concreto sin un rastreo sistemático de otros trastornos. Se decantan por el trastorno que están especialmente interesados en tratar, el que creen que sufre la mayoría de los pacientes.” Por desgracia, como la psiquiatría y sus disciplinas afines enarbolan el estandarte de la ciencia, los pacientes no suelen dudar de los dictámenes emitidos. Los diagnósticos son con frecuencia liberadores, ayudan a la persona a entender que lo que ve como un fracaso personal es un problema médico, pero pueden, en ciertos casos, llegar a ser una profecía que se cumple por sí misma. Un niño al que se le ha etiquetado con un trastorno de falta de atención/hiperactividad puede llegar MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

cortesia de robert l. spitzer

en el moderno DSM

a considerarse a sí mismo incapaz o limitado y actuar en consecuencia. El DSM presenta además otros problemas. Los críticos se quejan de que a menudo califica comportamientos corrientes como anormales, y que continúa faltándole validez, se haya o no resuelto definitivamente la cuestión de la fiabilidad.

Críticas Incluso algunos de los que antaño defendían el manual consideran que se exageraron las declaraciones sobre la fiabilidad. “Desde un punto de vista cultural, la fiabilidad era una manera de autentificar el DSM como una innovación radical”, expone Allen Frances. Y añade: “Cuando hay un vacío, crear criterios basados en un conocimiento aceptado estaba bien como primer paso, mientras no se tomara demasiado en serio. Todo el procedimiento fue muy limitado, pero valioso en su contexto”. Frances cree que tanto la psiquiatría como el público se han beneficiado de la fantasía colectiva de que el DSM era una herramienta científica. “A la larga era bueno para el mundo, bueno para la psiquiatría y bueno para los pacientes.” El propio Spitzer se ha vuelto más cauto. “Decir que yo he solucionado el problema de la fiabilidad no es cierto”, me confesó. “Se ha mejorado. Pero no es, ciertamente, una situación muy buena para los facultativos en general. Hay to-

davía un problema real, y no está claro cómo solucionarlo.” Su implicación personal en el DSM es todavía intensa. Durante una de nuestras conversaciones, pregunté a Spitzer si alguna vez tenía sensación de propiedad cuando amigos con problemas le hablaban de sus nuevos diagnósticos, o quizá cuando él mismo se topaba con algún artículo en un periódico sobre uno de los trastornos a los que él dedicó tanto de su vida. Admitió que él sí sentía en ocasiones un hálito de orgullo. “Mis dedos presionaron las teclas de la máquina que escribió esas palabras. Pueden haber cambiado algo, pero todas ellas salieron de mis dedos. Cada palabra.” Alix Spiegel Colabora regularmente en el New York Times Magazine.

Bibliografia complementaria M aking U s C r a z y. The P sychiatric B ible and the Creation of D isorders . H. Kutchins y S. A. Kirk. The Free Press; Nueva York, 2003. DSM-III and the Revolution in the Classification of

M ental I llness. R. Mayes y

A. V. Horwitz en Journal of the History of Behavioral Sciences, vol. 41, n.o 3, págs. 249–267; 2005.

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ILUSIONES

IlusiOn de movimiento De cómo los ojos pueden ver movimiento donde no existe Vilayanur S. Ramachandran y Diane Rogers-Ramachandran

E

l genio universal que fue Leonardo   da Vinci nos ha dejado una herencia pictórica en la que se combinan la belleza y el deleite estético con un realismo sin parangón. Aunque Leonardo se ufanaba de su trabajo, reconocía también que el lienzo jamás podría transmitir la sensación de movimiento, ni de profundidad estereoscópica (que exige que los dos ojos vean al mismo tiempo imágenes levemente distintas). Leonardo admitía que existían límites claros para el realismo que podría plasmar. Quinientos años después, las limitaciones de la representación de la profundidad en el arte de la pintura siguen en vigor (exceptuado, claro está, el “ojo mágico”, que, mediante la impresión de muchos elementos similares, permite intercalar dos vistas, que el cerebro separa y asocia a cada ojo). Pero Leonardo no podía haber previsto el Op Art, tendencia plástica de los años sesenta del siglo pasado, cuyo propósito principal consistía en crear la ilusión de movimiento por medio de imágenes estáticas. Esta forma de arte se ganó el favor general del público. (La madre de uno de los autores, Rogers-Ramachandran, llegó incluso a empapelar todo un cuarto de baño con mareantes remolinos de aquellos diseños en blanco y negro.) Aquel movimiento artístico nunca alcanzó el estatuto de “arte de altura” en el mundo de la pintura. Mas a los científicos que estudiaban la visión, tales imágenes les llamaron poderosamente la atención. ¿Por qué pueden unas imágenes estáticas provocar ilusión de movimiento? Akiyoshi Kitaoka, psicólogo de la Universidad Ritsumeikan de Tokio, ha desarrollado una serie de imágenes, a las

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que llama “rotosierpes” —por “sierpes giratorias”— que poseen especial eficacia para producir la ilusión de movimiento. En cuanto se posa la mirada sobre la figura a, enseguida parece que hay círculos girando en sentidos opuestos. Al observarla con la visión periférica, el movimiento se hace más perceptible. Si se clava la mirada en un punto de la imagen, la impresión de movimiento puede debilitarse, llegando incluso a la suspensión completa; pero el efecto se restaura en cuanto se cambie brevemente la posición del ojo, mirando a un lado, por ejemplo. En esa imagen, se aprecia movimiento en la dirección que siguen los segmentos coloreados, desde el negro hacia el azul y hacia el blanco y el amarillo, para volver al negro. Pero los colores han sido añadidos para mayor atractivo estético y no tienen relevancia para el efecto. Una versión acromática (b) funciona con pareja eficacia mientras se preserve el perfil de luminancia de la versión coloreada (o con otras palabras, en tanto que la luminancia reflejada relativa de los diferentes trozos sea la misma). Estas deliciosas figuras nunca dejan de asombrar a niños y a adultos. Pero, ¿a qué se debe esta ilusión? No se sabe de cierto. Lo que sí conocemos es que la curiosa disposición de bordes basados en la luminancia tiene que activar “artificialmente”, aunque no sepamos cómo, a las neuronas detectoras de movimientos que se encuentren en las vías nerviosas de la visión. Es decir, ciertas configuraciones especiales de luminancia y contraste engañan al sistema visual, haciéndole percibir movimiento donde no lo hay. (No se alarme si usted no lo percibe, porque lo mismo les ocurre a al-

gunas personas que, por lo demás, gozan de una visión normal.) Para explorar la percepción del movimiento, se suelen utilizar, por patrones de prueba, películas muy cortas (cuya longitud es de sólo dos fotogramas). Imaginemos que el fotograma 1 contiene una formación densa de lunares negros repartidos al azar sobre un fondo gris. Si, en el fotograma 2, semejante configuración queda ligeramente desplazada hacia la derecha, se verá que el manchón de puntos se mueve (salta) hacia la derecha, porque el cambio activa numerosas neuronas detectoras de movimiento que trabajan en paralelo en nuestro cerebro. En este movimiento aparente, o movimiento phi, se fundan las películas de cine, en las cuales no existe un movimiento auténtico, sino una serie de fotogramas presentados en rápida sucesión. Ahora bien, si en el segundo fotograma se siguen desplazando los puntos hacia la derecha y se invierte el contraste de los lunares, de modo que ahora sean blancos sobre fondo gris (en lugar de negros sobre gris), se apreciará un movimiento de sentido contrario. A esta ilusión, descubierta por Stuart Antsis, ahora en la Universidad de California en San Diego, se la conocía por efecto “phi invertido”. En lo sucesivo la llamaremos efecto AntsisReichardt, en homenaje a los dos científicos que lo estudiaron por vez primera. (El segundo de los citados fue Werner Reichardt, que se encontraba en el Instituto Max Planck de Cibernética Biológica, en Tübingen.) Sabemos ya que tan paradójica inversión del movimiento se debe a ciertas peculiaridades del modo en que las neuronas detectoras de movimiento, llamadas detectoras Reichardt, operan en nuestros centros visuales. MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

akiyoshi kitaoka (rotating snakes, 2003)

a

¿Cómo estará “instalada” en el cerebro una neurona detectora de movimiento para determinar cuál es su dirección? MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

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b Cableadas para el movimiento ¿Cómo ha de ser “la instalación eléctrica” de una neurona detectora de movimiento para registrar la dirección del mismo? Cada una de tales neuronas o detectoras recibe señales procedentes de su campo receptor: una parcela de la retina (el delgado revestimiento de tejido fotosensible que recubre el fondo de los ojos). Cuando un grupo de receptores es activado en, sea por caso, el lado izquierdo del campo receptor, le es enviada una señal a la neurona detectora, pero esta señal es demasiado débil para activar por sí sola a la neurona. Si se excita también el cúmulo contiguo de receptores retinianos situado a la derecha del campo receptor, enviará una señal a la misma neurona; mas, de nuevo, la señal resulta demasiado débil por sí sola. Imaginemos, sin embargo, que se introduce un bucle de retardo entre la primera parcela y la neurona detectora de movimiento; no así entre la segunda (la parcela situada a la derecha) y esa misma neurona. Si el objeto se mueve hacia la derecha en el campo receptor, la actividad procedente de la segunda parcela llegará a la neurona detectora de movimiento al mismo tiempo que la señal retardada procedente de la parcela izquierda. Las dos señales, sumadas, estimularán a la neurona y provocarán su disparo. Tal disposición, semejante a la de una puerta lógica Y, exige que el circuito incluya un bucle de demora y asegure la especificidad de dirección y velocidad. Pero esto es sólo parte del cuento. Es necesario suponer que, por alguna razón que todavía no entendemos, las figuras estáticas como a y b producen una activación diferencial en el seno del campo receptor, lo que resulta en una actividad espuria de las neuronas de movimiento. La peculiar disposición escalonada de

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los bordes —la variación en luminancia y contraste— en cada subregión de la imagen, combinada con los diminutos movimientos que los ojos efectúan sin cesar, se convierte en crítica para activar artificialmente la detección del movimiento. El resultado neto es que nuestro cerebro es engañado e inducido a ver movimiento en una figura estática.

Intensificación del movimiento Sabemos, por último, que los motivos que poseen una cierta cantidad de regularidad y repetición excitarán paralelamente a múltiples neuronas detectoras de movimiento, intensificando de este modo nuestra impresión subjetiva de movimiento. Una porción pequeña del motivo resulta insuficiente para generar una sensación de movimiento apreciable; en cambio, las señales masivamente paralelas de los motivos muy repetitivos producen, conjuntamente, una fuerte ilusión de movimiento. Tal vez los lectores deseen realizar unos cuantos experimentos informales por cuenta propia: ¿Es la ilusión más intensa con un solo ojo o con los dos? ¿Cuántas rotosierpes se requieren para verla retorcerse? Todavía no comprendemos del todo de qué manera obran su magia las imágenes estacionarias para provocar estas pasmosas impresiones de movimiento. Lo que sí sabemos, empero, es que estas figuras estacionarias activan en el cerebro a las neuronas detectoras de movimiento. Esta idea ha sido verificada fisiológicamente mediante registros de la actividad de neuronas individuales en dos áreas del cerebro de un mono: la corteza visual primaria (V1), que recibe señales de la retina (tras ser remitidas desde el tálamo), y el área temporal media (TM), situada a una lado del cerebro y especializada en

la visión del movimiento. (Las lesiones de área TM provocan ceguera al movimiento; en ella, los objetos en movimiento se perciben como una sucesión de objetos estáticos, cual si estuvieran iluminados con un estroboscopio.) ¿Estarán “engañando” a las neuronas de movimiento imágenes estáticas como las sierpes rotatorias? La respuesta inmediata parece ser que sí; lo han demostrado una serie de experimentos fisiológicos publicados en 2005 por Bevil R. Conway, de la facultad de medicina de Harvard, y sus colegas. De este modo, los científicos, mediante la supervisión, por una parte, de la actividad de las neuronas detectoras de movimiento en animales y, por otra y simultánea, explorando la percepción humana mediante imágenes sagazmente concebidas, como las a y b, están tratando de comprender los mecanismos de nuestro cerebro que están especializados en la visión del movimiento. Desde un enfoque evolutivo, esta facultad ha sido un valioso activo, en su papel de sistema de alerta precoz para atraer nuestra atención, sea para detectar presas, depredadores o compañeros de especie (todos los cuales se mueven, a diferencia de las piedras o los árboles). Una vez más, la ilusión puede ser la senda que lleve a comprender la realidad. Vilayanur S. Ramachandran y Diane RogersRamachandran están en el Centro para el Cerebro y la Cognición de la Universidad de California en San Diego.

Bibliografia complementaria Phi Movement as a Substraction Processs. S. M. Antsis en Vision Research, vol. 10, n.O 12, págs. 1411-1430; diciembre, 1970. Perception of Illusory Movement. A. Fraser y K. J. Wilcox en Nature, vol. 281, págs. 565-566; 18 de octubre, 1979. Neural Basis for a Powerful Static Mo tion Illusion.

Bevil R. Conway, Akiyoshi

Kitaoka, Arash Yazdanbakhsh, Christopher C. Pack y Margaret S. Livingstone en Journal of Neuroscience, vol. 25, n.O 23, págs. 5651-5656; 8 de junio, 2005.

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SYLLABUS

Prejuicios Con tests de reacción de nueva factura, los psicólogos se proponen sacar a la luz nuestros prejuicios arraigados y escondidos. Un procedimiento, sin embargo, controvertido

© fotolia / kirsty pargeter

Nikolas Westerhoff

T

odos los tienen, pero nadie los confie  sa: los prejuicios. Gracias a la ciencia, con tests implícitos se pueden medir las inclinaciones inconscientes. Al menos, de ello están convencidos los psicólogos. Goza hoy de especial predicamento el test de asociación implícita (IAT). El procedimiento IAT, desarrollado en 1998 por Anthony Greenwald, se basa en una idea genial y sencilla a un tiempo: cuanto más rápidamente asocia una persona conceptos como tortura o muerte con caras de hombres corpulentos, tanto más negativamente valora el probando al gordo. Con otras palabras, el tiempo de reacción sirve como medida indirecta de nuestra mentalidad. En él se puede leer si uno percibe determinados conceptos o imágenes como relacionados.

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Un equipo internacional de investigadores dirigido por Mahzarin Banaji, de la Universidad de Harvard, ofrece, desde hace unos años, tests en Internet, que permiten escudriñar las orientaciones inconscientes ante negros, mujeres, gordos, homosexuales o extranjeros. Se denomina Project Implicit. Hasta el momento, alrededor de seis millones de personas se han sometido a esta Asociación de vigilancia técnica de las convicciones. Y se sabe de ese modo que, entre los estadounidenses blancos que participaron en el test, tres de cada cuatro probandos abrigaban prejuicios “secretos” frente a los negros; aunque la mayoría de ellos habían asegurado antes (en el cuestionario) que no les tenían ninguna antipatía. Hasta casi la mitad de

los negros se mostraban con prejuicios frente al propio grupo de población. El 68 por ciento de los participantes en el IAT de Harvard se vieron confrontados con el diagnóstico de latente hostilidad a la homosexualidad, y el 80 por ciento asociaban significativamente con más rapidez los conceptos positivos con las caras de jóvenes que con las de viejos. El IAT se aplicó también en Europa. Los probandos alemanes, entrevistados por Klaus Fiedler en la Universidad de Heidel­ berg, aseguraban, sin excepción reseñable, que no tenían nada contra los turcos; pero, poco después, en un test rápido de unos cinco minutos, mostraron su oculta animosidad xenófoba. En opinión de Mahzarin Banaji, los resultados de los tests no dicen mucho

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FLACO Y GORDO. En este ejemplo de un test del IAT se ha de pulsar la “e” con la máxima celeridad posible en el teclado del ordenador, en cuanto aparece una persona delgada o un concepto positivo como “alegría”. Se ha de pulsar la “i” ante fotografías de gordos y “malo”. En pasos posteriores se presentan las cuatro combinaciones: bueno / malo y delgado / gordo. Por último se calculan los tiempos medios de reacción en

https://implicit.harvard.edu - implicit association test

cada caso.

a favor de las reservas de muchas personas. Pero, ¿qué es lo que exactamente mide el test? Según Konrad Schnabel, las reacciones espontáneas. Este psicólogo de la Universidad Humboldt de Berlín valora el método de tiempo de reacción: “El test de asociación implícita importa cuando se trata de características o modos de proceder de los que uno no se responsabiliza con agrado. Los procedimientos implícitos permiten un acceso a procesos automáticos del cerebro que apenas si podemos controlar.” No resultaría fácil en el IAT reaccionar con corrección política. Desde el punto de vista de muchos psicólogos experimentales, los tests tienen, por eso, dos ventajas frente a los habituales sondeos con cuestionarios: una, que sería difícil influir en los resultados; otra, que el experimentador no dependería de si un probando logra expresar con palabras sus orientaciones y sentimientos internos.

A punto de caerse la máscara del disimulo Si, por ejemplo, los probandos están apremiados o bajo los efectos del alcohol, entonces se puede predecir su conducta

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futura con los tiempos de reacción medidos por el IAT. Lo documenta un estudio reciente de Malte Friese. En opinión Banaji, los humanos no dan información fidedigna de sí mismos. El método de la asociación implícita mostraría, pues, que muchos de nosotros estamos llenos de prejuicios, aunque no seamos conscientes de ello o hubiéramos aprendido a enmascarar nuestros resentimientos socialmente incorrectos [véase “Los prejuicios”, por Arnd Florack y Martin Scarabis; Mente y cerebro n.o 8]. Por ejemplo, en el IAT étnico el sujeto de la prueba ha de pulsar lo más rápido que pueda la letra “e” en el teclado del ordenador en cuanto aparece una palabra negativa (verbigracia, tortura y terror) y el retrato de un negro. Se ha de pulsar la letra “i”, cuando aparecen palabras positivas (como amor e inversión) y la imagen de un blanco. En un paso ulterior vale pulsar la tecla correspondiente si aparece una cara blanca y un concepto negativo o bien una cara negra y una palabra positiva. De esa manera se pueden clasificar los tiempos medios de reacción para las cuatro combinaciones negro/ blanco, bueno/malo.

Mas si alguien requiere más tiempo para asociar con conceptos positivos facciones negras que blancas, concluiremos que hay tendencia a preferir a los blancos. Los prejuicios se miden en milisegundos. Ahora bien, ¿qué significa que una persona necesite 800 milisegundos y no 400 para asociar “negro” con conceptos positivos? Hart Blanton, de la Universidad A&M en Texas, y otros críticos echan en falta la ausencia de una fórmula fiable que relacione el tiempo de reacción con la actitud psíquica. Los resultados de este tipo de tests no serían interpretables, como expone el psicólogo en una réplica, recientemente publicada, a las tesis de los partidarios del IAT.

PRO “Muchos de nosotros estamos llenos de prejuicios, aunque no seamos conscientes de ello.” Mahzarin Banaji, Universidad de Harvard

“Procedimientos implícitos permiten un acceso a procesos automáticos del cerebro que sólo limitadamente pueden ser controlados.” Konrad Schnabel, Universidad Humboldt de Berlín

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“Prevengo contra la moralización de los resultados”, sostiene también Malte Friese, que ha realizado un número elevado de experimentos IAT. “Si alguien asocia con palabras positivas las caras blancas de una manera más rápida que las caras negras, entenderemos que el blanco está caracterizado como muy positivo, y el negro sólo como positivo”. Visto así, queda poco del reproche de racismo latente. Michael Schecker, de la Universidad de Freiburg, considera ilícito valorar una reacción rápida como postura positiva: “Los depresivos reaccionan más rápidos a palabras negativas que a las positivas. Sin embargo, no guardan una actitud más positiva respecto de los conceptos negativos”, aclara. A esto se añade que, en muchos grupos minoritarios, los probandos piensan automáticamente en acontecimientos históricos que desencadenan sentimientos de vergüenza o culpa. A quien le resulta difícil asociar lo negro con conceptos positivos no por eso se le debe tildar de desenvolverse con prejuicios. Según Lorraine T. Mitchell, de la Universidad de California en Berkeley, cualquiera que sea nuestra opinión sobre los negros, muchos blancos vinculan, en los ensayos

CONTRA “Los valores que mide el IAT son discrecionales. Es inaceptable interpretar los tiempos de reacción como opiniones.” Hart Blanton, Universidad A&M de Texas

“Los depresivos reaccionan con más rapidez a las palabras negativas que a las positivas. Sin embargo, no tienen una actitud más favorable hacia los conceptos negativos.” Michael Schecker, Universidad de Freiburg

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y de forma inmediata, los rostros de los negros con la esclavitud y la violación de los derechos humanos. Ese sería el motivo de que se desencadenaran sentimientos negativos que harían difícil a un blanco situar dichos estímulos en un contexto semántico positivo. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con el racismo. Los partidarios de los tests implícitos sostienen, por el contrario, que sus resultados son congruentes con los resultados de otras pruebas. Así en los estudios experimentales de laboratorio se puso de manifiesto que las personas que automáticamente preferían a los blancos en el IAT, también sonríen menos cuando se topan con negros; si el director del experimento es negro, hablan menos, se atascan más y se retraen más a comunicar lo privado que en conversaciones con blancos. Los médicos blancos, que en el IAT reaccionaron negativamente ante los negros, prescribían con más frecuencia un tratamiento cardíaco a los pacientes blancos que a los negros; si bien sólo en el experimento. Queda por demostrar que alguien, con resentimientos subliminales, discrimine también en la vida real a las otras personas. Al fin y al cabo no se debería equiparar el mundo del laboratorio con la realidad.

¿Buenos ciudadanos o lobos con piel de oveja? En muchas personas, los datos explícitos en los cuestionarios se desvían mucho de los resultados del IAT. Según Schnabel, “esto afecta sobre todo a personas que tienen una motivación fuerte para controlar sus prejuicios”. Si indiscutible es este diagnóstico, no menos plural es su valoración. Según unos, habla a favor de una persona cuando intencionadamente puede no hacer caso a sus prejuicios. Objetan otros que nadie logra enmascarar a la larga su pensamiento y sus sentimientos, por lo que sólo es cuestión de tiempo que aparezca el lobo en la piel de oveja. Los estudiosos del “proyecto implícito” persiguen un objetivo pedagógico. Quieren ayudar a las personas a descubrir sus prejuicios secretos. Pero con el resultado de que preferiría a los jóvenes y delgados, el participante en los tests online queda estancado. ¿Qué ha de hacer alguien a

quien el IAT le atribuye una fuerte tendencia preconcebida? Los críticos del IAT aconsejan que lo mejor es repetir de inmediato el test. Friese recomienda: “Quien juzga peyorativamente a los negros debería evocar, ante el nuevo paso durante cinco minutos, a escritores, juristas y deportistas negros”. De hecho, los resultados de la investigación muestran que este ejercicio mental suele bastar para acelerar la anterior reacción algo más lenta y atenuar el resultado del test o incluso invertirlo. Este reconocimiento cuestiona en principio una supuesta ventaja de los procesos implícitos de medición: si los efectos son modificables por un entrenamiento mental, entonces no se sostiene la hipótesis de que los tests implícitos no serían manipulables. De hecho, Klaus Fiedler pudo probar que el IAT es todo menos inalterable. Examinó la opinión inconsciente de 198 voluntarios ante alemanes y turcos. Para su sorpresa, muchos probandos podían ocultar su actitud “contraria a los turcos” en una segunda realización del test, al influir conscientemente en sus resultados. A Fiedler a duras penas le fue posible distinguir después entre los datos espontáneos y los falseados. Es, pues, claro que el IAT es manipulable, igual que cualquier otro cuestionario al uso. Además, los resultados del test dependen mucho de las experiencias personales. Quien poco antes de la prueba había discutido con un colega chinchoso o quien no podía soportar a su jefe amanerado, el método lo descubre y revela su animosidad contra gordos u homosexuales. Puesto que estos influjos biográficos van y vienen, los resultados del test se mostraban poco estables. Si se hace que la misma persona realice varias veces el IAT, suelen resultar valores muy dispares. La selección de imágenes y palabras influye también en el efecto IAT. En 2006 Malte Friese comprobó, en una prueba con alemanes del este y del oeste, que depende de la elección de las imágenes cuán grandes sean los prejuicios recíprocos. Si se caracterizaba la Alemania Occidental por los terroristas de la RAF (fracción de la armada roja), entonces entre los habitantes de la antigua DDR (República Democrática Alemana) se valoraba

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El 80 por ciento de los participantes en los tests del IAT tienen prejuicios contra los obesos De 6 millones de probandos

el 68 por ciento abrigan prejuicios recónditos contra los homosexuales Según el IAT

más del 70 por ciento

© fotolia / darko novakovic

de los alemanes examinados son críticos con los turcos

de una manera negativa a la antigua BRD (República Federal Alemana). Lo mismo vale para la Alemania oriental. Si se visualizaba a la antigua DDR por las acciones de la Stasi (servicio de seguridad del estado), salían reforzados los prejuicios de los Wessi (habitantes de los estados federados de la Alemania occidental).

Pensamiento estandarizado Hasta hace poco, el IAT se empleaba exclusivamente en la investigación psicológica básica. Pero, de un tiempo a esta parte, empiezan a darse aplicaciones comerciales; por ejemplo, en análisis de mercado. El objetivo de la actividad publicitaria es obvio: registrar con procedimientos implícitos a qué marcas propenden determinados conjuntos profesionales o de edad. También se puede pensar en aplicaciones personales. “Además, de momento se investiga en qué medida el IAT permite registrar la agresividad implícita en los infractores de tráfico”, aclara Schnabel.

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Para Blanton, escéptico respecto al IAT, no es éticamente tolerable utilizar el test para hacer afirmaciones sobre los individuos, probar la culpabilidad de los locos del volante o escudriñar las convicciones democráticas. Le reprocha sobre todo que, en la medición implícita, el mundo se divide en dos categorías, blanco y negro, grande y pequeño, gordo y flaco. Con ello los investigadores que se valen del IAT obligan a sus probandos a pensar en pares contrarios, cuando la vida real rezuma matices y grises. Según el psicólogo, los estudiosos de los prejuicios obligan a sus probandos a mirar el mundo con unas gafas ideológicas para acusarlos, a continuación, del pensamiento en blanco y negro. Por su parte, los defensores del procedimiento remiten a estudios que ratifican que el IAT capta muy fielmente a qué grupo se siente pertenecer una persona. Así, el pionero de la investigación con IAT, Anthony Greenwald, constató ya en 1998 que los estadounidenses de origen japonés asociaban antes con conceptos positivos los nombres japoneses que los coreanos. Por su parte, a los coreanos les resulta más cómodo asociar nombres coreanos con palabras positivas, como alegría o flor, que con japonesas. La preferencia inconsciente por el grupo propio (el In-Group-Love) se midió con el “termómetro de sensibilidad”; se refleja también en las declaraciones explícitas de los probandos. Numerosos estudios corroboran los resultados de Greenwald: el IAT dio ejemplos claros de modelos de identificación entre alemanes del norte y del sur, entre cristianos y judíos o entre ciudadanos de las antiguas DDR y BDR. Aiden P. Gregg, de la Universidad de Southampton, recurrió al IAT para medir las asociaciones angustiosas en quienes tienen fobias a las arañas y a las serpientes. Por medio de mediciones implícitas logró, en efecto, separar a ambos grupos de fóbicos. El test puede, pues, ayudar a establecer diagnósticos diferenciales. Y Rainer Banse, de la Universidad de Bonn, consiguió, en el año 2001, mediante valoraciones del IAT, determinar la orientación sexual de las personas. Pero incluso en el aspecto “querencia por el propio grupo” los resultados

no son tan homogéneos como se diría a primera vista. Los fumadores suelen tener una actitud implícitamente negativa frente al fumador, como estableció Laurie A. Rudman, de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey. Su colega Anne Roefs, de la Universidad de Maastricht, descubrió que los obesos son algo más críticos ante las comidas abundantes en calorías que los que poseen un peso normal. Con otras palabras, el chocolate, el codillo o lacón tienen menos aceptación entre los obesos que entre quienes gastan una talla media o pequeña. Los tiempos de reacción medidos con el IAT nos revelan dos fenómenos; por un lado, nos informan sobre la preferencia, y en qué cuantía, de uno por su propio grupo; por otro lado, permite comprobar qué valores sociales son considerados, de momento, positivos o negativos. Personas obesas, viejas y fumadoras prefieren pertenecer al grupo de los no fumadores, delgados y jóvenes. El IAT mide, en consecuencia, lo escondido, lo inconfesado. Con todo, no está claro por ahora si se trata de opiniones, sentimientos de culpabilidad, estados de ánimo momentáneos, deseos o prejuicios arraigados. Nikolas Westerhoff es doctor en psicología.

Bibliografia complementaria D ecoding the I mplicit A ssociation Test: I mplications for Criterion P rediction. H. Blanton, J. Jaccard en Journal of Experimental Social Psychology, vol. 42, págs. 192-212; 2006. Faking the IAT: A ided and U naided R esponse Control on the I mplicit A s sociation

Test. K. Fiedler, M. Blümke

en Basic and Applied Social Psychology (en prensa). Implicit A ssociation Tests (IAT): A L and mark for the

A ssessment of I mplicit

P ersonality Self -Concept. K. Schnabel, J. B. Asendorpf, A. G. Greenwald en Handbook of Personality Theory and Testing, dirigido por G. J. Boyle et al. Sage; Londres (en prensa).

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LIBROS

Emociones Estado cerebral, sentimiento o constructo mental, ¿qué es la emoción?

The Secret History of Emotion. From Aristotle´s Rhetoric to Modern Brain Science, por Daniel M. Gross.

The University of Chicago Press; Chicago, 2006. What is Emotion? History, Measures, and Meaning , por Jerome Kagan.

Yale University Press; New Haven-Londres; 2007.

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oncepto de moda hoy entre filósofos,   psicólogos y neurocientíficos, el origen del planteamiento sistemático de la emoción apenas si puede rastrearse dos siglos atrás. Aunque ha generado nuevos constructos, como el de cociente de “inteligencia emocional” (CE), una suerte de análogo del cociente intelectual. (CI), la introducción de la nueva categoría entrañó la postergación de las nociones de apetito, pasión, sentimientos y afectos, de larga historia (What is Emotion?) En una primera aproximación, se entiende en psicología por emoción un estado cerebral, teñido de sentimientos en diverso grado y acompañado de expresiones motoras, a menudo muy intensas. Puede ser un estado placentero, amedrentado y similares o contrarios. Las emociones, que suelen dirigirse hacia una persona o acontecimiento, implican cambios fisiológicos; tales, una aceleración del ritmo cardíaco o la inhibición de la peristalsis, que nos permiten medir el estado emocional. Por su parte, MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

los sentimientos, o experiencia subjetiva de la emoción, se hallan ligados a los “qualia” y al problema duro de la conciencia. La etología se ocupa por extenso de la evolución de las emociones, de su naturaleza adaptativa por mor de la supervivencia. La neurología, a su vez, da cuenta de las estructuras cerebrales subyacentes: hipocampo, amígdala, corteza orbitofrontal y corteza cingulada. Pero hemos de añadir de inmediato que la ciencia no ha encontrado todavía la base neural de nuestra experiencia subjetiva de las emociones. Separaba Aristóteles las pasiones de los animales irracionales (abordadas por él en los Físicos, De partibus animalium, De generatione et corruptione) de las pasiones, propiamente dichas, de los humanos. Entran éstas en diversos capítulos de la Retórica, Etica y Política. Declara en la Retórica que las pasiones condicionan nuestra capacidad de evaluar el mundo; las causas de la vergüenza guardan, por ejemplo, una relación directa con la postura del individuo ante

una situación social (The Secret History of Emotion. From Aristotle´s Rhetoric to Modern Brain Science). La lista sobre las pasiones que aporta Aristóteles se reparte entre los sentimientos dignos de aprecio (confianza, alegría, amistad, etc.) y los que estaban sometidos a crítica (miedo, envidia, odio, desgracia, etc.) Los filósofos clásicos fiaban en la capacidad del sujeto para refrenar las acciones que acompañaban a las emociones que pudieran subvertir el orden en la comunidad. Daban por descontado que tal control era posible, si el individuo vivía de acuerdo con la naturaleza. Una naturaleza que los medievales, siguiendo a san Agustín, creían debilitada por el pecado original. Fue Tomás de Aquino quien recuperó y sistematizó el pensamiento clásico con su doctrina sobre los apetitos (o pasiones). Distinguía entre apetitos concupiscibles, a los que pertenecían el amor, el deseo, el odio y el placer, y pasiones o apetitos irascible (desesperación, miedo o angustia), que implicaban una ponde-

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ración y la posibilidad de regulación. Algunas pasiones irascibles modulaban los apetitos irreprimibles, como la esperanza o el arrojo. La modernidad consagra la introspección. Descartes, en Las pasiones del alma (1649), propuso una psicofisiología reductiva, que determinará el curso posterior de las relaciones entre mente y cerebro. Sostenía que todas las emociones humanas derivaban de las cinco pasiones básicas de la alegría, tristeza, amor, odio y deseo. Con A Treatise of Human Nature (1740), de David Hume, la psicología de la mente se sustituye por una psicología de las afecciones de la mente. El amor y el odio, el orgullo y la humildad, que constituyen la identidad personal y están entretejidas de relaciones de “gobierno y subordinación”. Kames en sus Elemens of Criticism (1752) y Archibald Alison en su Essays on the Nature and Principles of Taste (1790) se contaron entre los primeros que emplearon la categoría de “emociones”. El análisis psicológico de las emociones se acomete con profundidad en las conferencias dictadas en Edimburgo por Thomas Brown entre 1810 y 1820. En sus Lectures on the Philosophy of the Human Mind (1820), Brown concede a las emociones un origen mental, no orgánico. Desde el ecuador del siglo, empieza a aparecer la palabra “emociones” en los títulos de los libros; así en Intellect, the Emotions and the Moral Nature (1855), de William Lyall. La metodología de las ciencias empíricas empieza a aplicarse a las emociones con la Expression of Emotions in Man and Animals (1872) de Charles Darwin y el trabajo de William James “What is an Emotion” (1884). Consideraba nuestras “pasiones” legado de un pasado animal. Los estados emocionales hallaban expresión en los movimientos de los músculos faciales provocados por una “fuerza

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nerviosa” Y sugería que las emociones podían alojarse en el cerebro. Para él, las emociones, reacciones instintivas, se habían incorporado en la herencia a través del ejercicio. Un salto cualitativo se produce en el último tercio del siglo xx , con el avance de la biología, de la neurociencia en particular. Se reclamó atención a la actividad cerebral, que representaba la fase inicial de la cascada emocional, si bien no se ha alcanzado todavía acuerdo so-

bre los estados que deberían considerarse emociones genuinas. Se admite que el concepto puede tener una connotación biológica, conductual y semántica. Todas las emociones se originan en el cerebro, pero no todo cambio de estado cerebral produce un sentimiento o emoción. Los conceptos básicos de la psicología —hábitos, percepción, memoria y emociones— son funciones, no objetos. Las emociones acompañan a muchas funciones. Para Antonio Damasio las emociones son “conjuntos complejos de respuestas neurales y químicas que desempeñan alguna clase de función reguladora”. No

todos los neurocientíficos están de acuerdo, pues esas condiciones las cumple el cerebro de un paciente comatoso al oír su propio nombre. Además, empieza a insinuarse en la nueva concepción el componente ético. Cierto es que la vasopresina y la oxitocina, dos moléculas cerebrales, ejercen un efecto profundo sobre los estados emocionales, especialmente en el establecimiento de vínculos, mas las regiones cerebrales donde se muestran activas esas moléculas en ratas y ratones difieren de sus alojamientos activos en los humanos. Joseph Le Doux define la emoción como aquel proceso cerebral que cuantifica el valor de una experiencia. Plantea la emoción desde el “condicionamiento del miedo”, en el que un estímulo acústico condicionado se empareja con una descarga en la pata. Demostró que, para las ratas, el aprender la respuesta adecuada del miedo depende crucialmente de la amígdala. Sin embargo, hemos de andar con tiento, pues la amígdala no es una estructura cerebral homogénea, sino que consta de al menos 13 núcleos distintos. Los trabajos de Paul Ekman sobre las expresiones faciales han dibujado otro modelo interesante, que refuerza la base biológica e innata de la experiencia emocional. En el cerebro de los primates se ha encontrado una circuitería neural para el reconocimiento de rostros en el giro fusiforme. La investigación de Ekman sobre emociones faciales y su análisis de los términos emocionales en los principales idiomas del mundo han provocado un debate sobre la existencia y enumeración de las emociones fundamentales. Basados en su trabajo se han propuesto hasta siete emociones: angustia, aversión, miedo, tristeza, alegría, vergüenza y culpa. La investigación sigue abierta. Luis Alonso MENTE Y CEREBRO 30 / 2008

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