82214284 Los Errores de Los Cuales Aprendi Leon Trahtemberg
October 26, 2020 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Primera parte ¿Qué me motivó a escribir este libro? La educación no es un proceso lineal en el que a cada causa le sigue una consecuencia única, a cada problema le corresponde una solución única y los resultados negativos de alguna acción tienen una explicación lógica que permite remediar cualquier problema no solucionado. Sabemos que nada de eso es cierto. Los contextos, actores, factores, dinámicas sociales, etc., de cada situación y caso son distintos y, por tanto, no podemos salvarnos de enfrentar situaciones particulares que no responden a ninguna norma o receta preestablecida. La buena formación, la experiencia acumulada y la constante revisión que hagamos de nuestros aciertos y errores, o los de los demás, nos acercan a la posibilidad de acertar más y equivocarnos menos, y con ello ser directores o profesores suficientemente buenos. Dirigir un colegio implica asumir una función en la que hay infinitas ocasiones para equivocarse. No reconocerlo es el primer gran error, aunque debo apuntar que a mí me tomó un buen tiempo aprender a trabajar asumiendo permanentemente esta conciencia respecto a la falibilidad humana. Cuatro hechos muy distintos entraron en sintonía para motivarme a poner por escrito lo que este libro plantea y, con ello, compartir mis pensamientos con cada uno de los interesados. [11]
1. Apuntes de madurez
Me impactó mucho la lectura del libro Apuntes de madurez, del intelectual peruano Felipe Ortiz de Zevallos, que recopila sus discursos y artículos publicados entre 1993 y 2007. Entre las páginas 241 y 246 está su notable discurso de graduación de los egresados de la Universidad del Pacífico de 2006. Un párrafo de él dice lo siguiente: “Así que esas son mis recetas centrales para la vida que hoy empiezan... Deténganse, de vez en cuando, a oler las flores (para no perder la sensibilidad humana que alimenta el espíritu); vean menos televisión y lean más libros (5 % menos de televisión y más de lectura los transformará en personas y profesionales más eficaces); no acepten aquellos signos de estatus cuyo valor no reconozcan (la ansiedad por el estatus los enganchará con paradigmas pasajeros, de moda, que no solo son simplistas sino injustos); recuerden que siempre habrá una verdad mejor a la que tengan (ser libre significa tener la capacidad de no estar nunca muy seguro de estar en lo cierto); aprendan de sus fracasos (rara vez la carencia de fracasos es señal de excelencia. Suele ser más bien expresión de excesivo temor, de poca ambición, de intolerancia al riesgo); mantengan un saludable escepticismo, pero rechacen el cinismo (el escepticismo implica preguntar, cuestionar, dudar, no ser ingenuo, pero estar siempre abierto a los demás, a las nuevas ideas y evidencias. El cinismo implica creer que uno tiene ya todas las respuestas, cuando muchas de ellas están preñadas de prejuicios), y descubran maneras de recargar el entusiasmo por lo que hacen (buscar maneras de alimentarlo y recargarlo continuamente)”.
FOZ insiste en la necesidad de abordar el aprendizaje con la humildad de quien tiene confianza en sí mismo pero entiende 12
que no lo sabe todo, por lo que es capaz de decir “no sé” sin perder la compostura ni el humor. Cita a Churchill diciendo que el liderazgo “constituye el arte de avanzar, de fracaso en fracaso, sin perder el entusiasmo”. FOZ sostiene que el buen aprendiz es aquel que procura tener la mente abierta y desprejuiciada, y es capaz de ponerse en los zapatos del otro (P.E.Z.D.O.), para lo cual encuentra que un ejercicio notablemente pertinente es aprender a actuar haciendo teatro.
2. Por no preguntar... Hace unos cuantos años, un diario nacional publicó la siguiente historia. Un joven de catorce años llegó tarde al colegio nacional en el que estudiaba. Fue recibido por el inspector de disciplina y castigado como se acostumbraba en ese colegio: correr, hacer planchas y demás ejercicios agotadores por media hora. El alumno empezó a cumplir las consignas y, de pronto, se desplomó y murió. Cuando la prensa se enteró e investigó el caso, encontró lo siguiente. Este joven vivía en un asentamiento humano muy pobre con su madre y cinco hermanos. Se levantaba diariamente a las cuatro y media de la madrugada para llegar a tiempo a la panadería del lugar. Ahí trabajaba hasta las 06h30. Volvía a casa con una bolsa de pan y unos soles que entregaba a su mamá. Se ocupaba de darles el desayuno a sus hermanos, acompañarlos a sus colegios y luego tomar el microbús para ir a su colegio secundario. Ese día, su hermanito menor amaneció con fiebre y se quedó para atenderlo, lo que motivó su tardanza al colegio. Si tan solo el inspector le hubiera preguntado: “¿Por qué llegaste tarde?”, el joven quizá aún estaría vivo. No fue así. Un niño héroe fue condenado a muerte por la incapacidad de las autoridades de hacerle una simple pregunta: “¿Por qué llegaste tarde?”. Y tener la apertura para escuchar. En lugar de darle una medalla lo condenaron a muerte. 13
3. Pensé que sería eterno Hace tres años, después de treinta y cinco como profesor del colegio León Pinelo, de los cuales veintitrés años había cumplido también como director general, los directivos del centro educativo me informaron que aquella sería la última renovación contractual por dos años. Según lo que me dijeron, sentían que mi actividad pública y extraescolar afectaba el perfil bajo que ellos esperaban del director y que, después de tanto tiempo en el colegio León Pinelo, les parecía hora de que otra persona inicie un nuevo ciclo de conducción de la vida institucional. En mi fuero interno sentí que había ocurrido una especie de saturación, algo así como un pedido de divorcio amable en el que uno le dice a otro: te aprecio, reconozco tus méritos, pero ya no te quiero. Me tomó unos meses digerir mi salida del León Pinelo, porque esa manera de abordar el tema de mi salida del colegio no estaba en mis coordenadas mentales. Una vez que logré que entrase, mi vida siguió para adelante. Aprendí que uno de los principales traidores que tiene nuestra visión objetiva del futuro profesional es nuestro propio ego, el que nos hace sentir que nuestro caso sería la excepción. Eso hizo que jamás me hubiera puesto en la situación de que mis empleadores provocarían un cambio inconsulto de esa magnitud en mi vida laboral, pese a que es bastante habitual en todas las instituciones. Afortunadamente, apliqué a mi vida algo que siempre aconsejé a mis alumnos y colegas respecto a la incertidumbre laboral que se cierne sobre todos: “Nunca pongan todos los huevos en una sola canasta; tengan siempre más de una ocupación remunerada”. Ello me permitió lidiar bien con mi inicial desbalance económico. De forma paradójica, aquello que molestaba a mis empleadores fue lo que me sirvió de alternativa para reorientar mi vida laboral cuando dejé el colegio. 14
4. Es difícil asumir Unos meses antes de la fecha de mi retiro del colegio León Pinelo (diciembre de 2008), me tocó participar en el XII Congreso Nacional de Educadores organizado por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, UPC, que ha tenido la generosidad de invitarme como conferencista a todas las ediciones anteriores. Por fortuna, el público había sido siempre muy receptivo y a la hora de la evaluación solían colocarme un puntaje alto, encima de cuatro en una escala de uno a cinco. Ese año decidí que era una buena oportunidad para compartir una visión autocrítica de mi gestión como director, y planteé como tema de mi conferencia “Los errores de los cuales aprendí” (6 de agosto de 2008). En un ambiente de mucha crítica nacional a los gobernantes, autoridades, instituciones públicas, maestros, jueces, policías y medios de comunicación, pensé que era una buena oportunidad para decirle a la gente que, si bien tenemos el derecho y la obligación de criticar lo que anda mal, al primero que debemos criticar es a uno mismo. Eso hace de nosotros personas mejores y nos da la tranquilidad ética de poder exigir de otros que hagan lo mismo. Esa conferencia contenía los primeros elementos de lo que hoy constituye este libro. Pero lo anecdótico está en que la evaluación promedio que el público hizo de mi conferencia fue más baja que en las anteriores oportunidades. Sorprendido, porque yo creí que había sido una conferencia estimulante y valiente, pregunté a los organizadores si el promedio bajo reflejaba un puntaje parejo de todos los evaluadores o si había un perfil más diverso. Se reveló al final que esta vez hubo una mayor polarización de puntajes. Del uno al cinco había una buena parte que marcó puntajes cercanos al cinco pero la otra, cercanos al tres, dando un promedio de aproximadamente cuatro. Eso tenía que te15
ner una explicación más allá de mis calidades de conferencista, en un ambiente de gente que me conoce y que usualmente ha apreciado mis aportes. Con mis amigos psicólogos coincidimos en que el tema resultó, para muchos, muy valorado, ya que “por fin alguien con autoridad reconoce sus errores e invoca a otros a hacerlo”. Para otros, era demasiado pedir. Gente —especialmente directores— que no podía tolerar que la autoridad exponga públicamente sus dificultades y errores, que podrían quizá exponerse en privado, pero jamás en el ámbito público. En ese momento decidí escribir este libro.
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