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CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO
La Celebración del Misterio Pascual MANUAL DE LITURGIA I INTRODUCCIÓN A LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
Alberto Aramia, M.Sp.S / Daniel Cronin Rubén Leikam, osb I Faustino Paludo, OFMcap Alfredo Pouilly / Guillermo Rosas, ss.cc. / Roberto Russo Víctor Sánchez / Juan Carlos Spera
COLECCIÓN DE TEXTOS BÁSICOS PARA SEMINARIOS LATINOAMERICANOS
LELAL Cuarta Edició
La Celebración del Misterio Pascual MANUAL DE LITURGIA I INTRODUCCIÓN A LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO
La Celebración del Misterio Pascual MANUAL DE L I T U R G I A I INTRODUCCIÓN A LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
Alberto Aranda, M.Sp.S / Daniel Cronin Rubén Leikam, osb / Faustino Paludo, OFMcap Alfredo Pouilly / Guillermo Rosas, ss.cc. Roberto Russo / Víctor Sánchez Juan Carlos Spera
Bogotá, D.C. - Colombia 2003
PRESENTACIÓN
v>on renovada alegría presentamos la cuarta edición de este Manual de Liturgia, de la Colección de Textos Básicos para Seminarios Latinoamericanos.
Con las debidas licencias
eclesiásticas.
© Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM © Derechos Reservados Carrera 5 N° 118-31 Apartado Aéreo 51086 Email:
[email protected] Tels: (571) 6578330, 6714789 Fax: (571) 6121929 Bogotá, D.C., 2003 .Cuarta edición - 2003 ISBN Obra completa: 958-625-444-5 ISBN Volumen: 958-625-445-3 Diseño Carátula: Centro de Publicaciones CELAM Diagramación: Doris Andrade Impresión: Lito Camargo Ltda. Carrera 20 N° 5-12 Tel: (571) 3600655 Impreso en Colombia - Printed in Colombia
El CELAM recibió el mandato de los Obispos latinoamericanos, en sus Asambleas Generales, de elaborar Manuales que facilitaran la formación de los seminaristas. Fiel a esta clara indicación, los ha ido redactando a lo largo de estos años, aunque cambien sus Directivos, hay una hermosa continuidad en la tarea encomendada. La nueva edición de un determinado texto es indicio de que el material entregado está respondiendo al objetivo que se pretende con él: que sea bueno y útil para los candidatos al ministerio sacerdotal, sin excluir a otros miembros de la Iglesia. Que este Manual de Liturgia siga siendo un instrumento apto, puesto en las manos de los futuros pastores y liturgos de estas comunidades latinoamericanas nuestras, que viven y gustan la liturgia y la hacen parte esencial de su sentido celebrativo de la vida. + RAMÓN BENITO DE LA ROSA Y CARPIÓ
Obispo de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey, República Dominicana Secretario General del CELAM Bogotá, junio 12 de 2003
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL MANUAL DE LITURGIA Plan de la obra
Tomo 1 - Introducción a la Celebración Litúrgica (Curso Propedéutico) • • • • •
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Vida litúrgica en el Seminario ¿Qué es celebrar? La dinámica celebrativa ¿Qué celebramos? ¿Quiénes celebramos? ¿Cómo celebramos? ¿Cuándo celebramos? ¿Dónde celebramos? ¿Por qué celebramos?
Tomo 2 - Fundamentos Teológicos y Elementos Constitutivos de la Celebración Litúrgica •
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La celebración del Misterio de Cristo La sacramentalidad de la Liturgia La Asamblea Celebrante La Palabra de Dios en la celebración La oración litúrgica Signos y símbolos en la Liturgia
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El canto y la música en la celebración Expresión de la corporeidad en la celebración El espacio celebrativo El tiempo en la Liturgia Los libros litúrgicos en el Rito Romano
ABREVIACIONES Y SIGLAS
Tomo 3 - Los Sacramentos: signos del Misterio Pascual •
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Los sacramentos de Iniciación Cristiana El Misterio Eucarístico Los sacramentos de curación Los sacramentos al servicio de la comunidad
Tomo 4 - Otras expresiones celebrativas del Misterio Pascual y la Liturgia en la vida de la Iglesia • • • • • • • • • •
La celebración del Misterio de Cristo en el año litúrgico La celebración del Misterio de Cristo en las horas del día. La liturgia de las horas. La celebración de la Palabra de Dios Los Sacramentales La celebración de la muerte del cristiano Expresiones celebrativas de la religiosidad popular Liturgia e inculturación Pastoral Litúrgica Comunicación y Liturgia El Derecho Litúrgico La Liturgia fuente de la espiritualidad cristiana La celebración del Misterio de Cristo a través de la Historia
CD
Christus Dominus
CEC
Catecismo de la Iglesia Católica
CIC
Código de Derecho Canónico
CNBB
Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil
DP
Documento de Puebla
DS
Denzinger Schoenmetzer
DSD
Documento de Santo Domingo
EA
Ecclesia in America
EDIL I; II Enchiridion de Instaurationes Liturgicae EF
In Ecclesiasticam Futurorum
EL
Ephemerides Liturgicae
EM
Eucharisticum Mysteríum
Ench
Enchiridion. Documentos litúrgicos posconciliares
FPIB
CNBB, documento 55: Formación de los Presbíteros de la Iglesia en el Brasil - Directrices básicas
GE
Gravissimum Educationis
lOe
ínter Oecumenici
LG
Lumen
Gentium
LMD
La Maison Dieu
Med
Documento de Medellín
NDL
Nuevo Diccionario de Liturgia
OGLH
Ordenación General de la Liturgia de las Horas
OGMR
Ordenación General del Misal Romano
OLM
Ordo de Lecturas de la Misa
OT
Optatam Totius
Alberto Aranda
México
PDV
Pastores dabo vobis
Daniel Cronin
Puerto Rico
PG
Padres Griegos
Rubén Leikam osb
Argentina
Ph
Revista Phase
Faustino Paludo OFMcap
Brasil
PL
Padres Latinos
PO
Presbyterorum
Alfredo Pouilly
Chile
RF
Ratío Fundamentalis Instítutionis (1970)
Guillermo Rosas ss.ee.
Chile
Roberto Russo
Uruguay
Víctor Sánchez
México
Juan Carlos Spera
Uruguay
AUTORES
Ordinis
RL
Rivista Litúrgica
RPL
Rivista di Pastorale
SC
Sacrosanctum
VQA
Vicesimus Quíntus Annus
Litúrgica
Concilium
Sacerdotalis
Volumen I
VIDA LITÚRGICA EN EL SEMINARIO
Faustino Paludo Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cfr. PO 2.15). CEC I 142
INTRODUCCIÓN L.A renovación litúrgica postulada por el Concilio Vaticano n señala la formación como una exigencia necesaria con miras a un espíritu nuevo y a una práctica celebrativa que alimente la vida de los fieles. Por esto, toda iniciativa para profundizar la fe cristiana deberá tener la liturgia como uno de sus aspectos y dimensiones fundamentales. La liturgia es fuente y culmen de la vida de la Iglesia (se 10). Ninguna actividad pastoral debe realizarse sin una referencia a la liturgia (Puebla 927). Traducción del original portugués: P. Martín Gil Plata.
Es fundamental que los futuros ministros del pueblo de Dios se familiaricen con el espíritu litúrgico y se preparen de la mejor forma posible para animar y presidir las celebraciones. Para esto, es importante que los diversos aspectos de la formación en el Seminario y en las casas de formación encuentren acogida y expresión privilegiada en las celebraciones litúrgicas. Estas, a su vez, suponen una iniciación en ia vida y en la práctica celebrativa mediante el estudio de los contenidos básicos, a través de cursos, encuentros, momentos mismos de celebración. La vivencia litúrgica es una dimensión y un elemento que debe estar presente a lo largo de todo el proceso formativo. Es importante que desde el comienzo del camino formativo los jóvenes alumnos participen consciente y activamente en la diferentes celebraciones de la comunidad formadora. El año litúrgico debe orientar la espiritualidad comunitaria del Seminario y de la casa de formación. El presente trabajo quiere exponer algunos elementos y aspectos necesarios en la formación litúrgica de los candidatos, en las etapas de formación inicial, en el propedéutico. Tal formación litúrgica deberá constituirse en una verdadera escuela de vida, en la cual se integren la experiencia celebrativa, los contenidos y la práctica pastoral. Sin embargo, téngase presente que el gran desafío de la formación amplia y profunda es preparar agentes para la incuituracion de la liturgia, es decir agente calificados para preparar, animar y presidir acciones litúrgicas según la índole de los pueblos latinoamericanos.
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1 . Formación con miras a la participación. Formación y renovación litúrgica La formación litúrgica de los fieles y de sus pastores es uno de los objetivos permanentes de la renovación litúrgica 1 . El primer compromiso del servicio de la pastoral litúrgica tanto en los seminarios como en las casas de formación de los religiosos, es perfeccionar la formación litúrgica del clero, que se expresa mediante un auténtico espíritu celebrativo. Esta formación litúrgica, fundamento de toda la vida espiritual implica, además de la ciencia, la experiencia. En los seminarios y casas religiosas, los clérigos deben adquirir una formación litúrgica de la vida espiritual por medio de una adecuada iniciación que les permita comprender los sagrados ritos y participaren ellos con toda el alma, sea celebrando los sagrados misterios, sea con otros ejercicios de piedad, penetrados del espíritu de la sagrada liturgia (se 17). En esta perspectiva, Puebla señala que la renovación litúrgica debe estar animada por una auténtica teología litúrgica: "La renovación litúrgica ha de esta orientada por criterios pastorales fundados en la naturaleza misma de la liturgia y de su función evangelizadora" (Puebla 924).
"La constitución litúrgica, antes que exponer los principios que deben guiar ia reforma de la liturgia y sus modalidades concretas, trata de la naturaleza litúrgica de la misma y, sobre todo, insiste en seis artículos (14-19) sobre la necesidad primordial de brindar una sólida formación litúrgica al clero y a todos los fieles" Barauna. Guilherme, A participacáo ativa: principio inspirador e diretívo da Constítuigáo Litúrgica, em AA. W . A Sagrada Liturgia renovada peio Concilio, Ed. Vozes. Petrópolis, RJ. p. 301.
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Sin embargo, la formación litúrgica no está reservada para algunos privilegiados, los clérigos y los religiosos, sino que debe extenderse a todos los bautizados. También para ellos, la liturgia es fuente primaria y necesaria de la que han de beber el espíritu verdaderamente cristiano, y por lo mismo, los pastores de almas deben buscar con diligencia la participación de los fieles en la liturgia en toda su actuación pastoral por medio de una educación adecuada (se 14). Por tanto, la tarea que se presenta más urgente es la de la formación litúrgica del pueblo de Dios: pastores y fieles (cf. VQA 15/319). Es una tarea de conjunto tanto que quien estudia y enseña como de todos los que ejercen diversos ministerios pastorales y de las comunidades. La razón de la exigencia de una auténtica formación litúrgica para el clero y los fieles emerge de la misma finalidad de la reforma y renovación litúrgica postulada por el Concilio Vaticano ii: La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y ala cual tienen derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1 P 2,9) (se 14). Los pastores de almas fomenten con diligencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa (SC 19 y 42; Instr lOe 19/79). Esta misma formación, adaptada a la propia condición, es indispensable también para los laicos, tanto más cuando estos, en muchas regiones, son llamados a asumir responsabilidades cada vez más relevantes en la comunidad (VQA 15/319). 16
No sólo la pastoral litúrgica, sino el mismo proceso pedagógico de la formación litúrgica tiene como objetivo final la participación activa, interna y externa, consciente, plena y fructuosa de todo el pueblo de Dios en las celebraciones litúrgicas, es decir la vivencia de misterio de Cristo a través de la participación en la acción ritual2. La renovación litúrgica, entonces, más que una acción ritual o ceremonial, significa un estilo nuevo de celebración y participación, que expresa la celebración del misterio pascual de Jesucristo, memorial de la nueva alianza de Dios Padre con su pueblo reunido en asamblea. Con todo, la acción celebrativa participada supone una sólida formación y vivencia por parte de los ministros. Y como no se puede esperar que esto ocurra si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea, antes que nada, a la educación litúrgica del clero (se 14; VQA, 15/ 319). A los sacerdotes, tanto seculares como religiosos, que ya trabajan en la viña del Señor, se les ha de ayudar con todos los medios apropiados a comprender cada vez más plenamente lo que realizan en las funciones sagradas, a vivir la vida litúrgica y comunicarla a los fieles a ellos encomendados (se 18).
Abreu, E. Helena de - Buyst. I. Formagáo litúrgica, preliminares: Conceituacáo, en: Formagáo litúrgica, como faze-la, Cadernos de Liturgia 3, Paulus, Sao Paulo, 1994, p. 9.
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Ocurre que, allí donde los pastores están penetrados de un auténtico espíritu celebrativo y favorecen la iniciación litúrgica, los fieles comprenden el sentido de su fe y maduran en su compromiso de vida cristiana. Todos reconocen el valor y la necesidad de la formación, con una necesaria y competente interdisciplinariedad de las materia, especialmente en lo que se refiere a liturgia. La constitución conciliar sobre la liturgia lo pedía ya: La asignatura de sagrada liturgia se debe considerar entre las materias necesarias y más importantes en los seminarios y casas de estudios de los religiosos y entre las asignaturas principales en las facultades teológicas [...] Los profesores de las otras asignaturas [...] procurarán exponer el misterio de Cristo y la historia de la salvación [...] de modo que queden bien claras su conexión con la liturgia y la unidad de la formación sacerdotal (se 16). La iniciación en la vida y en el espíritu litúrgico puede considerarse como una "obra de gran amplitud, que debe comenzar en los seminarios y casas de formación y continuar a lo largo de toda la vida sacerdotal" (VQA 15/319), para que los alumnos "participen plenamente en las celebraciones litúrgicas y obtengan de ellas el alimento para su propia vida espiritual y para comunicar a los demás" (Instr. lOe 14/73 y 18/77). ¿Quién nos desea una activa participación, fruto de una profunda renovación? Sin embargo, el factor principal de la renovación será siempre el esfuerzo perseverante para promover la comprensión y la inserción en el espíritu de la liturgia. Esto sucederá sólo mediante un intenso trabajo de formación litúrgica, que presupone la transformación de la manera de comprender la naturaleza teológica de la litúrgica y su correspondiente expresión celebrativa por parte de
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los responsables de la comunidad. Una renovación profunda y eficaz tendrá que comenzar ante todo en el seminario, que debería transformarse en un centro irradiador de un nuevo espíritu y de un estilo participativo y ministerial de celebrar. La misma constitución sobre la liturgia no es tanto una reforma ritual como una renovación del espíritu y de la mentalidad en materia ritual y de su correspondiente estilo celebrativo. Lo que se desea hacer posible es que el misterio de la celebración litúrgica sea el auténtico culto en espíritu y verdad del que Cristo hablaba (cf. Jn 4,24), una verdadera efusión del Espíritu de Jesucristo. No se trata de recordar acontecimientos pasados o enriquecer el bagaje cultural de los participantes sino de que todos se dejen vivificar y transformar por el Espíritu mediante la Palabra viva de Dios. Se participa de los ritos no para ser fiel a una disciplina institucional o para conservar algunos valores religiosos sino para profesar la fe en el misterio pascual de Cristo, para celebrar la gloria de Dios Padre y para experimentar las maravillas de la acción del Espíritu de Dios presente y actuante en su pueblo. Sin embargo, si este "espíritu de la sagrada liturgia" (cf. se 17) no es asimilado a través de una formación actual y fundada, especialmente de los candidatos al ministerio sacerdotal, el movimiento de reforma y de renovación del Concilio y el camino posconciliar corren el riesgo de acabaren simples exterioridades rituales, en culto vacío de "espíritu y verdad". El estilo renovado de celebración, orante y pascual, germina y se desarrolla a lo largo de todo un proceso formativo. Este nace de la vivencia celebrativa, del estudio, de la experiencia y de la valoración de la práctica litúrgica en la propia casa de formación. Si el tiempo de seminario no está marcado por una significativa experiencia
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litúrgica, será más difícil revertir el cuadro de la formación permanente, con serias consecuencias para la vida litúrgica del pueblo de Dios (cf. EF 8/235), pues del espíritu y vivencia litúrgica de los ministros depende, en buena parte, la participación activa y plena del pueblo en la acción celebrativa de la comunidad eclesial (se 14; cf. VQA, 15/319). Es imposible pensar en la renovación de la mentalidad y de la acción del pueblo cristiano sin que se dé un cambio antes en los seminarios y casas de formación y en los ministros que animan y coordinan las celebraciones. Si los ministros tienen sensibilidad litúrgica y están bien orientados, es muy probable que las comunidades a ellos confiadas entren en sintonía con lo que celebran. Tres son los motivos que hacen urgente una sólida formación y vivencia litúrgica de los futuros presbíteros: 1. Formación cristiana y espiritual del presbítero: "La formación [...] debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Habiendo de configurarse a Cristo Sacerdote por la sagrada ordenación, habitúense a unirse a Él, como amigos, con el consorcio íntimo de toda su vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan iniciar en él al pueblo que ha de encomendárseles [...] Aprendan los alumnos a vivir según la forma del Evangelio; a cimentarse en la fe, la esperanza y la caridad, para alcanzar, con la práctica de estas virtudes, el espíritu de oración, conseguir la fortaleza y defensa de su vocación, lograr vigor de las demás virtudes y aumentar en el celo por ganar a todos los hombres para Cristo" (OT 8).
2. Función de los pastores en la liturgia y en el ministerio: "Los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno sacerdote, para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino [...] Pero su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en el culto o asamblea eucarística, donde, obrando en nombre de Cristo y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza [...] Para con los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan principalmente el ministerio de la reconciliación y del alivio, y presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de ¡os fieles. Ejerciendo, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu" (LG 8). "Como ministros sagrados, señaladamente en el sacrificio de la Misa, los presbíteros representan a Cristo, que se ofreció a sí mismo como víctima por la santificación de los hombres [...] De modo semejante, en la administración de los sacramentos se unen a la intención y caridad de Cristo [...] Al regir y apacentar al Pueblo de Dios, se sienten movidos por la caridad del buen Pastor a dar su vida por sus ovejas" (PO 13). 3. Maestros y guías del pueblo: Los presbíteros no pueden ser "guías y maestros del pueblo" si antes no se impregnan del espíritu y de la fuerza de la sagrada liturgia (cf. se 14); en este aspecto, conducen a su rebaño, no sólo con la palabra, sino con el ejemplo 3 (se 19).
3
20
Cfr. Sartore, D. Formacáo litúrgica dos futuros presbíteros, en NDL, Ed Paulinas, Sao Paulo, 1992, p. 496.
21
En resumen, el movimiento de reforma promovido por el Vaticano n puso en primer plano la exigencia de la formación específica, para lograr el objetivo de renovar concreta y profundamente la vida litúrgica de las comunidades cristianas a partir de la educación en los seminarios y en las casas de formación de los religiosos. "La formación litúrgica de los pastores, condición indispensable e incluso paradigma de la formación litúrgica de los fieles, es una tarea que debe realizarse constantemente en el propio ministerio"4.
PARA DIALOGAR EN GRUPO *
Compartir con los compañeros alguna experiencia de una celebración de buena calidad.
*
¿Qué es lo que más exige una comunidad de sus ministros en la acción litúrgica?
2. Realidad actual de la formación litúrgica Como cualquier otra realidad de la vida, el proceso formativo de una persona o de un grupo refleja las condiciones de su época y es fruto de las exigencias y constantes de una etapa de la historia. Como proceso, a partir de la experiencia del pasado, las ciencias humanas y teológicas pueden iluminar los nuevos procedimientos educativos, abriendo nuevas perspectivas y ayudando en la comprensión de las reivindicaciones que brotan de la sensibilidad de las nuevas generaciones.
2.1 Un tiempo de transición En muchos seminarios y casas de formación, alumnos y formadores viven una transición. Los jóvenes critican las actuales celebraciones, mientras para los formadores representan una conquista luego de años de búsqueda. Ocurre que los alumnos pertenecen a una generación que no conoció ni saboreó el ardor del movimiento de renovación litúrgica, la época del Concilio y los años siguientes. Además, muchos de los formadores, en la actualidad, provienen de los tiempos de seminario posconciliar que acompañaron con interés el movimiento de renovación litúrgica. Asumieron las reformas de modo creativo. La comunidad formativa, con sólidas bases teológicas, bíblicas y pastorales, acabó asumiendo la renovación como un hecho eclesial sin resistencias. Pero en los seminarios donde no se había llegado a esa sensibilidad celebrativa, la reforma del Vaticano n despertó un afán de experiencias. En consecuencia, lo que era oficial acabó interpretándose como "ensayo". Este período de experiencias pasó y no faltaron seminarios con cierta decepción5. Pasada la novedad de las nuevas formas de participación, desapareció poco a poco su atractivo. Hubo hasta quien dijo: "la liturgia dio lo que tenía que dar"Diócesis, parroquias y seminarios llegaron a esta crisis porque no se cuidó suficientemente lo principal: "la formación litúrgica, sin la cual cualquier reforma acaba volviéndose estéril"6.
5
Martin, J.L. No Espirito e na Verdade. Introdugáo antropológica á liturgia, vol. II, Ed. Vozes. Petrópolis, 1997, p. 322.
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6
Cfr. Pindado, Vicente Martín, Los futuros presidentes de la celebradlo" y su sentido actual de la liturgia, en Cuadernos Phase 21, p. 67-68. Barauna, G. art.cit. p. 302.
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Ante las experiencias fallidas de años pasados, se comprende la postura de algunos alumnos y formadores que hoy adoptan actitudes de "cierta prudencia" y hasta de "recelo" ante la realidad y la tarea de la formación y de la celebración litúrgica. Esto puede originar dos modos de actuar: -
los que optan por una acción celebrativa seria y fundamentada;
-
los que asumen una actitud apática e indiferente. En la liturgia se mueven sólo por la obligación del precepto.
Sin lugar a dudas, la causa de muchas crisis en la práctica litúrgica posconciliar fue la ausencia de una seria iniciación en el sentido (naturaleza) de la liturgia, es decir en los principios, criterios y normas litúrgicas postulados por el Concilio. Mejor aún, la reforma litúrgica que se quiso en consonancia con el movimiento preconciliar y conciliar no estuvo acompañada de un proceso que descubriera el sentido y la fuerza de la liturgia. Todo sucedió de manera muy rápida. En un corto espacio de tiempo, los libros litúrgicos, elaborados a partir de los postulados del Concilio, se publicaron, se tradujeron y se pusieron en manos de los fieles con la suposición de que ya había una "nueva conciencia y un nuevo espíritu celebrativo".
liturgia escrupulosamente inmutable a una liturgia susceptible de reformas y de críticas. No se puede negar la riqueza en muchos aspectos de este tiempo de transición, o de acomodación, a pesar de la crisis, el impacto e incluso las decepciones. El ansia de innovaciones, desprovista de criterios fundados sobre el sentido litúrgico, desapareció y dio paso, en ocasiones, a la indiferencia o al "todo vale" en liturgia. 2.2 Nuevos puntos de referencia Las nuevas generaciones de alumnos y formadores tienen ahora nuevos puntos de referencia. Lo que cuenta es el presente, la vida de la gente y la actual realidad celebrativa. Las críticas a la antigua práctica celebrativa y a la mentalidad rubricista parecen anacrónicas. Para las comunidades eclesiales latinoamericanas, la Conferencia de Medellín (1968) es el marco de nuevos paradigmas.
Por otro lado, la "revisión de los ritos", considerados "intocables" durante siglos, sobre todo la Misa, tomó a muchos de sorpresa 7 . En poco tiempo, se pasó de una
El sufrimiento de los pueblos latinoamericanos hace que la Iglesia crezca en la conciencia de su dimensión profética y evangelizadora. En Medellín, los Obispos señalan los nuevos rumbos de la promoción social. Al tiempo que la atención de la Iglesia se dirigía a los grupos marginados, a las grandes masas empobrecidas y oprimidas, deseosas de liberación integral, germinaban las semillas de una nueva expresión litúrgica unida a la vida. Sin embargo, en este tiempo, la liturgia se relegó a un segundo plano. La acción social ocupaba un lugar relevante en la vida eclesial.
Cfr. Tena, Pere, La formación litúrgica como responsabilidad pastoral, en Cuadernos Phase 21, p. 17-18.
Sobre todo en las comunidades eclesiales de base, bajo la influencia creciente de la teología de la liberación, la nueva reflexión sobre la cristología y la eclesiología en
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América Latina innova la manera de celebrar la vida de fe8. En la actualidad, se constata una vuelta a lo religioso místico y muchas veces intimista. 2.3 La sociedad secularizada Los alumnos viven, hoy, sumergidos en una sociedad centrada en el hedonismo y la autorrealización, articulada por el poder político y económico. ¿Cómo sustentar la formación litúrgica en una sociedad despojada de su significación religiosa y sacramental? La mentalidad del "hombre técnico, informatizado y cibernético", marcada por la eficacia y la producción, encuentra dificultades para captar y percibir los valores inherentes al universo simbólico. Y las consecuencias de tal situación se reflejan en el ámbito de la formación y de la celebración litúrgica. De esta sociedad secular y plural se sigue que aquel hombre perdió la conciencia de ser alguien "salvado por Dios", en cuanto la liturgia es, por su naturaleza, momento actualizante de la historia de la salvación9. La sociedad moderna y secular se presenta en la actualidad como un desafío cultural para la formación litúrgica. Donde no hay espacio para Dios es difícil que haya espacio para la liturgia. Igual donde no hay sintonía con las realidades humanas, no habrá formación sería. La Instrucción sobre la formación litúrgica en los seminarios reconoce que la secularización creciente de la sociedad suscita una serie de problemas pedagógicos, pues "ofuscan en las mentes la genuina naturaleza de la liturgia, haciendo al hombre incapaz de participar en ella y vivirla con intensidad" (EF 4/231). 8
Cfr. cnbb, doc. 43, nn. 14-17.
9
Petrazzini, M.I., Formacáo litúrgica, en NDL, Ed. Paulinas, Sao Paulo, p. 485.
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2.4 Visión reduccionista de la misión de la Iglesia Otro fenómeno que afectó la formación litúrgica posconciliar (el proceso de consolidación de la renovación y reforma litúrgica) fue una concepción cerrada de las actividades inherentes a la acción evangelizadora de la Iglesia. Dada la realidad y las necesidades apremiantes de la época, algunas dimensiones de la pastoral quedaron relegadas y aisladas. En esta perspectiva, son significativas las expresiones en torno a la formación litúrgica: "Para que perder el tiempo con la liturgia, ¡hay cosas más importantes que hacer!". "Ya tengo un compromiso, ¿para qué la liturgia?". No pocas veces, la formación litúrgica en los seminario y casas de formación resultó perjudicada por una comprensión reduccionista de la misión de la Iglesia en la que la práctica pastoral enfatizó una determinada dimensión o sector pastoral, en detrimento del conjunto de la vida y de la acción evangelizadora de la misma Iglesia. Tal práctica, en opinión de Pere Tena, olvida que existe una dimensión sacramenal en la acción evangelizadora, en la catequesis, en la promoción humana, en el testimonio cristiano, en la reflexión teológica y en el servicio a los pobres10.
Tena, P., art. clt., p. 21.
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PARA DIALOGAR EN GRUPO ¿Qué iniciativas existen en su diócesis, seminario, casa de formación o parroquia en cuanto a la formación litúrgica? ¿Cómo califica usted esa formación litúrgica?
3. La formación litúrgica 3.1 Sentido El término "formación" suele designar una acción que da forma, plasma el carácter, la mentalidad, la actuación y el conocimiento profesional de una persona o de un grupo de individuos. La formación presupone todo un proceso de aprendizaje. En este proceso, más que conceptos puramente racionales, es necesario asumir los aspectos prácticos relativos a la persona del formando. En esta perspectiva, hoy, se aborda la formación con una realidad que concierne a la totalidad de la persona (cf. GE 2). La formación quiere conferir a la persona una "forma vital" unitaria, ayudándola a explicitar y poner por obra sus capacidades y potencialidades, mejor aún, a expresarlas y ampliarlas de manera armoniosa y equilibrada, llevándola a adquirir las capacidades teóricas para actuar y asumir determinados comportamientos en correspondencia con un proyecto unitario de vida11.
Cfr. Petrazzim. M.l. art. cit., p. 480-481.
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La formación litúrgica es un componente fundamental de la formación de la persona cristiana. Todos los cristianos que, por la regeneración del agua y del Espíritu Santo, son una nueva criatura y se llaman hijos de Dios, tienen derecho a una educación cristiana. Tal educación no pretende sólo la madurez de la persona humana, sino que los bautizados sean introducidos en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y verdad (cfr. Jn 4,23), sobre todo en la acción litúrgica, y vivan según el hombre nuevo en la justicia y en la santidad de la verdad (Ef 4,22-24) (GE 2). A veces, la formación litúrgica se entiende, en el lenguaje común, como algo puramente intelectual, limitada a la transmisión de contenidos. Pero para alcanzar la persona humana del alumno, como un todo, es necesario trabajar con su dimensión corporal, relacional, intelectual, afectiva, intuitiva, imaginaria, simbólica, religiosa y experiencial. La liturgia es maestra y escuela de vida para quien aspira realizar la expresión de Pablo: "ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). La vida cristiana, meta de la educación, tiene una dimensión cultural que corresponde al llamado a ofrecer los cuerpos como hostias vivas al Señor (Rm 12,1-2; 1P 2,4-5). En esto consiste ser adoradores del Padre en espíritu y verdad. Esta vida hecha ofrenda cultual requiere, por una parte, una iniciación en el misterio de la salvación, y por otra, una aprendizaje, sobre todo, a través de la acción celebrativa. Esto evidencia la importancia de la liturgia como espacio significativo de iniciación en 29
el misterio de la salvación. Se trata de la perspectiva mistagógica puesta en acción, entendida como introducción progresiva y gradual en la vida litúrgica de la comunidad cristiana y en los sacramentos como memoria del evento salvador. La formación litúrgica, como parte integrante de la vida cristiana, introduce a las personas en la vivencia del misterio; funda y anima el hacer de la vida una ofrenda agradable a Dios por la participación en la acción litúrgica de forma conciente, activa y plena (se 14). Así, la liturgia se transforma "fuente primaria y necesaria en la que han beber los fieles beben el espíritu verdaderamente cristiano" (se 14; OT 16), razón por la cual la formación litúrgica de los alumnos no debe restringirse a la adquisición de contenidos racionales.
teología bíblico-litúrgica, donde se realiza la unidad entre el gesto ritual, su sentido teológico y la actitud espiritual que lo traspasa, de modo que los seminaristas puedan "comprender las acciones sagradas y participar en ellas con toda el alma" (se 17). Se trata de toda una nueva mentalidad celebrativa, un sentido sacramental que nos permita entrar en sintonía con el misterio pascual de Cristo hasta "configurarnos con Él" (Flp 3,10), "transformarnos en Él" (2 Co 3,18), para que Cristo "tome forma definitiva" en nosotros" (Ga 4,19) mediante la acción del Espíritu Santo. En esta perspectiva cristológica y pneumatológica, la formación ofrecida a los seminaristas gesta y desarrolla una espiritualidad litúrgica, que lleva a vivir lo que significa, y a celebrar en la comunidad eclesial la salvación ofrecida y realizada en Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo.
El futuro ministro necesita adquirir un conocimiento integral (holístico). En el proceso informativo debe haber un equilibrio entre la formación sistemática y la formación para la acción. Esto implica una planeación, una vivencia y una evaluación conjuntas. En esta perspectiva, las celebraciones litúrgicas en las que participan los alumnos se constituyen en fuente primaria de la iniciación en el misterio de Cristo, allí proclamado y actualizado por la Iglesia, a la cual aquéllos desean servir como futuros ministros.
En última instancia, el seminario y la casa de formación, en el campo de la liturgia, desean formar un cristiano por entero, animado todo por el Espíritu Santo, un ministro de la comunidad, para que la liturgia no sea sólo una obligación o una formalidad, sino el centro de su vida y de su acción apostóllica, y de esta forma se convierta en "un ministro capaz de conducir al pueblo a una participación conciente y activa en el misterio de Cristo" (EF apéndice, n. 5)12.
Iniciar a un grupo de alumnos en la dimensión litúrgica significa profundizar la propia realidad litúrgica en sus aspectos fundamentales como un hecho progresivo y permanente. Se habla de la "inserción vital en el misterio pascual de Jesucristo muerto y resucitado, presente y actuante en los sacramentos de la Iglesia" (PDV 48). Finalmente, por formación litúrgica se entiende aquí el amplio proceso de vivencia celebrativa fundada en la 30
3.2 Objetivos de la formación
litúrgica
Toda la formación de los candidatos al presbiterado está destinada a disponerlos de modo particular a participar de la caridad de Cristo Buen Pastor. La educación de los
12
Aldazábal, J., La formación litúrgica, tarea inacaba de la reforma del Vaticano II, en Revista Phase 176 (1990), p. 41.
31
alumnos debe tender a formar verdaderos pastores según el ejemplo de Nuestro Señor, maestro, sacerdote y pastor. Por eso deben prepararse: -
al ministerio de la Palabra de Dios, para que la misma sea escuchada por ellos, asimilada por la meditación y comunicada en palabras y obras;
-
al ministerio del culto y de la santificación, para que predicando y celebrando las acciones litúrgicas sepan realizar la obra de la salvación por medio de la Eucaristía y los demás sacramentos;
-
al ministerio de pastores, para que sepan llevar a las personas a Cristo, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por la redención de muchos, haciéndose esclavo de todos (1 Cr 9,19) (cfr. FPIB n. 82).
De esta manera, la formación litúrgica en los seminarios y casas de formación tiene los siguientes objetivos: 3.2.1 Formar una personalidad
litúrgica
La formación litúrgica en los seminarios desea dar a los alumnos una forma vital, unitaria y equilibrada, para que desarrollen sus potencialidades y asuman un modo de ser coherente con un proyecto de vida. Se trata, pues, de moldear la personalidad litúrgica de modo que haya un estilo y un espíritu celebrativos. El primer objetivo de la f o r m a c i ó n litúrgica es la vida cristiana de los seminaristas. Antes de ser ministros, deben ir formando una personalidad cristiana integral. La formación litúrgica en los seminarios quiere hacer posible para los alumnos una forma de vida integrada y orante, deseando "reconstruir" la unidad del ser huma32
no, históricamente dividido. Así, los alumnos tienen la oportunidad de desarrollar sus potencialidades y asumir un modo de ser coherente con el proyecto de vida que se proponen. Esto significa que el alumno deberá descubrir y experimentar ya la espiritualidad litúrgica que habrá de animarlo en todo su camino presbiteral. Los candidatos al sacerdocio ministerial, insertos en una sociedad donde cada vez se acentúa más la pluralidad cultural y religiosa, necesitan madurar su experiencia de fe cristiana, dejándose interpelar por la Palabra de Dios, profundizando su espíritu de oración y celebrando los dones sacramentales de la salvación. Deberán dar un salto cualitativo a un nivel superior de la vida humana que la vida cristiana y la celebración litúrgica requieren. Como bautizados y cristianos, debe ayudarse a los candidatos a entrar en comunión con Cristo y su misterio de salvación, a celebrar litúrgicamente esta comunión y, de esta forma, a madurar en su fe. Por "personalidad" se entiende aquí más la capacidad de sintonía y sensibilidad hacia el misterio celebrado, a la asamblea reunida y al universo sacramental de la liturgia, más que la erudición y los conocimientos. Se caracteriza como una personalidad cristiana el fiel que ve y valora las realidades de la vida con los criterios y los ojos de Cristo. Una personalidad litúrgica, como derivación del ser cristiano, la tiene quien ha entendido y asimilado en la vida la liturgia, principalmente la Eucaristía, como fuente de donde emana la gracia y con mayor eficacia se obtiene la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios, hacia la cual, como a su fin, tienden todas las demás acciones de la Iglesia (sc10). 33
Para constituir esta "personalidad", se hace necesario trabajar toda la vida de la persona. Esta no sólo es celebración. Es persona de fe, caridad y compromiso social; un invitado a participar de la salvación realizada en Cristo, ejerciendo un ministerio ordenado; es un hombre integrado en su estilo de vida y comprometido con el proyecto de Jesús. Resulta indispensable afirmar que la personalidad litúrgica es un aspecto esencial de los futuros ministros de la Iglesia; si entendemos la liturgia como la participación sacramental en la Pascua de Cristo, por la cual también la vida de los fieles se transforma en comunión con la del Señor, pues cuanto creemos por la fe y celebramos en la liturgia es lo que estamos invitados a vivir mediante la práctica de la caridad, impulsados por una unidad interior13. La espiritualidad cristiana tiene como principal escuela y fuente unificadora la participación y la formación litúrgica. Esta, para los alumnos de los seminarios y casas de formación, es algo esencial, no facultativo. Los alumnos, como futuros pastores y animadores de la comunidad cristiana y de sus celebraciones, necesitan una mayor "educación litúrgica" que les permita elaborar aquella sensibilidad y arte orante que requieren los ministros y maestros de oración. Deben, pues, asimilar la relación entre normas y creatividad, entre la dinámica pedagógica y la ritualidad simbólica de una acción celebrativa. En el proceso formativo, lo importante es favorecer la maduración de la personalidad cristiana, litúrgica y pas-
13
34
Cfr. Aldazábal, J. art. cit. p. 97-98.
toral a través de convicciones claras, actitudes gradualmente asumidas por la fe, fundadas en el estudio y testimoniadas en el amor. Los alumnos pueden madurar y consolidar esta personalidad principalmente por medio de: -
la escucha de la Palabra de Dios;
-
la vivencia de los sacramentos y de toda la liturgia;
-
el servicio al Pueblo de Dios en el ejercicio de la caridad pastoral;
-
la disponibilidad y el compromiso misionero;
-
la participación comunitaria y la comunión eclesial;
-
la oración personal, espontánea y contemplativa;
-
la dirección espiritual.
El proceso de crecimiento espiritual sólo es posible a través de un esfuerzo sincero y permanente de conversión que significa disponibilidad a los nuevos llamados de Dios y empeño para corregir las fallas y ios pecados del hombre viejo 14 . "El medio primordial de toda la formación espiritual siempre será la participación conciente, plena y activa en la sagrada liturgia"15. Los seminaristas deben formarse para la participación viva e intensa en la acción litúrgica y sacramental y no simplemente para la asistencia o el desempeño de las
14
CNBB, Formacáo dos presbíteros da Igreja no Brasil, doc. 55, n.126. Cfr. nn. 127-132.
15
Ratio Institutionis sacerdotalis de la Conferencia Episcopal Española 1968, n .45 en Aldazábal, art. cit. p. 103.
35
funciones sagradas. La formación debe ayudar a los jóvenes alumnos a asumir la liturgia como una forma comunitaria de vivir la comunión con Dios16. 3.2.2. Formar una persona equilibrada e integrada La liturgia, como participación y comunión en el misterio salvador de Cristo, es lo que más puede contribuir a dar unidad y sentido a los aspectos constitutivos de la formación integral de la personalidad del futuro ministro. La liturgia como elemento integrador supone del alumno una confrontación diaria de la propia vida con la Palabra de Dios (cfr. PDV 47; CNNB, doc. 55, n.127); sintonía con la ofrenda eucarística de Cristo (cfr. CNNB, doc.55, n.129); y alabanza e intercesión ante Dios en nombre de la sociedad y del mundo (cfr. CNNB, doc. 55, n.128). El alumno vive a través de muchas dimensiones: corporeidad, actividad, afectividad y sociabilidad; y cuando participa de una celebración litúrgica trae con ella todo su mundo rico y complejo. La formación litúrgica considera la dimensión sacramental de la vida, sin olvidar las demás, humano-afectiva, intelectual y espiritual; pero tiene un especial cuidado de la vida interior, de su dimensión orante y espiritual que se manifiesta en la capacidad de reflexión y meditación, de contemplación y adoración, en ¡a sensibilidad ante la belleza y la verdad. Esta es una dimensión difícil si se considera la actual mentalidad racionalista que predomina en nuestras celebraciones.
Cfr. Congregación para la Educación Católica. Orientaciones para la Educación en el Celibato Sacerdotal, en La formación sacerdotal, Documentos eclesiales (1965-1988), CELAM, n. 616.
36
En la perspectiva de la experiencia religiosa, la formación litúrgica debe ofrecer las bases para el desarrollo de la expresión religiosa, especialmente hoy día cuando los alumnos conviven con los reclamos e influencias de la modernidad. La formación litúrgica en los seminarios deberá favorecer la percepción de la presencia y del encuentro con el misterio, el don gratuito que Dios ofrece, sin olvidar el esfuerzo de búsqueda por parte de los mismos alumnos. Sin embargo, es el nivel sacramental el que se constituye como punto de equilibro y de síntesis entre la búsqueda y la apertura de la persona y el don de salvación que Dios ofrece y otorga en la palabra y en la acción ritual. Naturalmente, en la acción formativa deben estar presentes y considerarse la realidad de la persona del alumno en su situación concreta y la persona y el misterio de Cristo. En la articulación de estas situaciones se desarrolla el proceso formativo, el dinamismo de crecimiento de la vida de un bautizado que impulsa al alumno a ser cada vez más humano y cada vez más cristiano, a través de una integración armoniosa de los diversos factores y elementos que constituyen y envuelven su vida17. 3.2.3 Formar el espíritu y la acción eclesial La liturgia es la acción de la Iglesia, de la comunidad de fe reunida en asamblea en nombre de Jesucristo (cfr. SC 26). La acción litúrgica es una "hacer" comunitario, donde existen ritos en los que toda la comunidad actúa, donde los presentes expresan su realidad vital y, por consiguiente, experimentan juntos los mismos elementos del rito: cantos, oraciones, movimientos y aclamacio-
17
Petrazzini, J., art. cit. p. 482.
37
nes. Además, hay otros ritos, realizados por los ministros que actúan en nombre y en favor de la comunidad celebrante. Uno de los objetivos de la formación litúrgica es educar en el sentido de pertenencia a una comunidad celebrante. La celebración es un continuo ejercicio de participación. "Comprendan los alumnos que las celebraciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia y lo manifiestan y constituyen" (EF 16/243). Hoy, muchos jóvenes entran al seminario acostumbrados a una religiosidad personalista e individual, desprovistos de actitudes comunitarias. En los seminarios, el proceso formativo pretende educar en un sentido de pertenencia a la comunidad litúrgica con la cual comparte sus sentimientos, su vida y su servicio ministerial. La capacidad de actuar como miembro activo de la asamblea incluye, ante todo, esta conciencia de ser "uno entre muchos", parte de un todo. La asamblea no es una reunión de individuos yuxtapuestos donde cada uno cuida de sus intereses y tareas. Una asamblea celebrante se constituye en la diversidad armónica de funciones y servicios en la que cada uno, ministro o fiel, hace todo y sólo aquello que, por naturaleza de función le corresponde" (cfr. se 28). En este particular, nunca sobra insistir en la necesidad de formarse para la comunión y la sintonía con el cuerpo eclesial. Los formandos necesitan ayuda para no sentirse, más tarde, "dueños" y "señores" de la acción litúrgica que, por naturaleza, es acción de la Iglesia, de la comunidad reunida en asamblea. Por esto, es de suma importancia en el proceso educativo trabajar el sentido de pertenencia eclesial e insistir en el carácter comuni38
tario-eclesial de las acciones litúrgicas y de los servicios y ministerios desarrollados en favor de la participación activa y plena de todos los presentes. Cuando se habla de la necesidad de "formar el espíritu", no significa que todo se resuelva a nivel interior. Preparar a aquel que presidirá la celebración litúrgica es esencialmente hacerlo conciente de su responsabilidad en el conjunto de la celebración y ayudarlo a entender que, a través de su cuerpo y de sus gestos, expresa su condición de miembro de la asamblea. Más aún, que por medio de la actitud orante que atraviesa su comporeidad, revela su identidad de cristiano. La fe cristiana es fundamentalmente simbólica, es decir una fe compartida -ecles i a l - y de toda la persona -cuerpo y espíritu que se expresan mediante símbolos-. Esta integración presume que el ministro asume como propia la celebración: sus gestos, palabras, actitudes y silencio son una mediación para entrar en comunión con el misterio celebrado. La integración objetiva de una persona en el conjunto de la asamblea, como cualquier expresión de convivencia humana y social, presupone una conciencia clara de la real naturaleza y valor de la asamblea y de las acciones celebrativas de la comunidad. Un individuo que de costumbre someta los elementos objetivos y comunitarios (oraciones, textos bíblicos, gestos, cantos, etc.) a su subjetividad, juzgando bueno sólo lo que él elabora, encontrará muchas dificultades para integrarse como miembro activo en cualquier asamblea cristiana reunida en nombre del Señor para la celebración del misterio de la fe 18 .
18
Cfr. Tena, P., art. cit., p. 29.
39
El modo en que alguien se ha formado en el tiempo de seminario tiene consecuencias para su estilo de vida, de manera particular, para su vida litúrgica. Por eso, "hay que cuidar que los alumnos se preparen para su futuro ministerio de pastores y de presidentes de la asamblea litúrgica de los fieles aprendiendo lo concerniente a una digna celebración eucarística" (EF 20/247). 3.2.4 Formar para una sensibilidad simbólico-sacramental La liturgia es una acción simbólico-ritual. Los objetos, las palabras, las acciones, los gestos, el espacio y los signos etc. se refieren a otra realidad que, en cierto modo, se hace presente en estos. Todo en la liturgia se refiere a la gran realidad de Jesucristo y su Reino. Todo gesto simbólico en la acción celebrativa está relacionado con un gesto de Cristo. "Cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza [...] cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Y está presente también cuando la Iglesia suplica y canta salmos..." (se 7). Todo en la liturgia está lleno del Espíritu del Resucitado. Si queremos participar de esta realidad, debemos entrar en el juego simbólico de la liturgia19. La misma naturaleza de la liturgia exige una comprensión particular de la acción simbólica. La comunidad que participa de la celebración necesita ser iniciada en la comprensión del significado humano y religioso de los ritos, los símbolos y los gestos. La acción simbólica es un elemento inherente a la comunicación humana. En la perspectiva religiosa, se trata de un lenguaje propio para expresar y actualizar el dinamismo del misterio manifes-
19
40
Cfr. Buyst, I. Celebragáo do domingo, ao redor da Palavra de Deus, Equipe de Liturgia / 5, Ed. Vozes, Petrópolis, RJ 1988. p. 91-92.
tado en acontecimientos histórico-salvíficos. La persona o la comunidad religiosa entra en relación con el misterio y lo actualiza por medio de lo simbólico-ritual. La formación litúrgica quiere mejorar en los alumnos su capacidad simbólica y su correspondiente expresión corporal. Por "aptitud simbólica" se entiende la capacidad de "simbolizar, percibir y expresar el sentido" que está más allá del valor material y técnico de un objeto o de un gesto. "Simbolizar es ser capaz de sintonizar con una realidad invisible por medio de un objeto o un gesto palpable, visible...". Esto supone trabajar la sensibilidad de los alumnos extrayendo de las fuentes bíblicas y de la vida el sentido de los símbolos. Quien se queda en el aspecto material, palpable y visible... sin darse cuenta del significado velado, nunca será capaz de un encuentro verdadero 20 . Quien pretende entrar en relación con el universo simbólico mediante la lógica de la racionalidad, jamás llegará a comprender el juego celebrativo ni a involucrarse en él. A lo sumo, a partir de la racionalidad se puede llegar a la alegoría, es decir a la materialización de las ideas. Sin embargo, sólo de la espiritualidad pueden surgir los símbolos - l a comunicación espiritual a través de realidades visibles-. En esta perspectiva, emerge el carácter poético de la participación litúrgica, no por un simple placer estético, sino por el descubrimiento de la acción concreta de Cristo, actualizada en la de la Iglesia mediante el Espíritu Santo, que hace posible y orienta las actitudes espirituales y favorece la sintonía con el don que se ofrece. En el proceso formativo de los jóvenes alumnos es relevante la iniciación en el universo simbólico de la liturgia.
20
Cfr. Buyst, I. op. cit., p. 91.
41
Tal iniciación no debe recorrer tanto los caminos del concepto racional como los de la experiencia mediante la acción reflexionada y evaluada a la luz del concepto antropológico, religioso, bíblico y celebrativo 21 . Evidentemente, el núcleo significativo de la acción simbólicoritual de la liturgia es el misterio pascual de Jesucristo. En el horizonte del dinamismo simbólico y de la gestualidad, la formación litúrgica deberá velar por la iniciación en la expresión corporal y en la acción ritual creativa, y posiblitar el paso de las actitudes a los gestos y viceversa. Una formación litúrgica correcta debe capacitar para la expresión y la creatividad. Con todo, estas potencialidades suponen, en primer lugar, asimilación y ejercicios para "incorporar" los elementos simbólicos que, en muchos casos, proceden de las más hondas raíces del espíritu humano.
4. Notas características de la f o r m a c i ó n 4.1 Formación
unitaria
La formación litúrgica tiene como tarea articular la persona del alumno en su situación concreta y el misterio de Cristo presente y actuante en la acción celebrativa. Además, a lo largo del proceso formativo los futuros presbíteros deberán madurar en sí una unidad profunda entre liturgia y oración personal, entre momento celebrativo y cotidianidad, desarrollando cada día, una actitud de sincera y total adhesión a Dios Padre, mediante el seguimiento de Jesucristo y el impulso del Espíritu Santo.
21
42
Tena, P. art. cit., p. 27.
Toda la formación de los candidatos al presbiterado "está destinada a disponerlos de modo particular para participar de la caridad de Jesucristo, Buen Pastor. Realícese la formación de tal modo que los alumnos aprendan a vivir en íntima comunión y familiaridad con el Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo... Vivan el misterio pascual de Cristo de modo que sepan un día iniciar en él al pueblo que les será confiado" (cfr. PDV 45). 4.2 Formación adaptada a las personas La formación litúrgica, como parte del proceso formativo de los candidatos, debe centrarse en las personas y en el sentido de los ritos, más que en las formalidades y en los aspectos estéticos de la celebración; pues es cada alumno, con toda su vida, el que habrá de salir al encuentro de Cristo en la liturgia. En este encuentro, la experiencia humana, el estilo de vida, la historia personal y familiar de cada uno encuentra su referencia: el misterio de Cristo. Por otra parte, el encuentro con Cristo marca el camino personal y social del aiumno. Una verdadera formación litúrgica no puede referirse sólo a las acciones litúrgicas, sino que debe inspirar y orientar toda la vida espiritual del candidato. La acción litúrgica formativa debe considerar que tiene adelante a personas concretas que a partir de su realidad caminan hacia una opción y una adhesión a determinados ideales de vida. Por esto, los candidatos deben tenerse en cuenta como protagonistas necesarios e insustituibles de su formación. El método participativo se ha ido mostrando como el más adecuado para el desarrollo de la corresponsabilidad en la fomación. Este método, que se funda en Cristo, valo43
ra la persona, la considera en sus condiciones reales, promueve la integración, la reflexión y el diálogo en la comunidad, y estimula la profundización de las convicciones y el descubrimiento del camino que lleva al crecimiento personal y grupal (cfr. CNBB, doc.55 n. 88). 4.3 Acción
mistagógica
"Mistagogia" quiere decir llevar a los iniciados (mystai) a vivir el misterio de la salvación. La acción mistagógica es la característica más significativa de la finalidad de la liturgia en cuanto acción comunitaria de los bautizados (cfr. se 9-19, PO 4-5). Esta responde al objetivo esencial de la liturgia, al tiempo que trasciende la finalidad meramente educativa de la fe y de la acción cultural. La mistagogia, más que un conjunto de instrumentos y elementos pedagógicos, es la misma acción celebrativa que introduce y hace a los fieles, reunidos en asamblea, partícipes del misterio celebrado. En la práctica, habla del modo pleno de celebrar la liturgia para que sea efectiva comunión con el Padre en Jesucristo bajo la acción del Espíritu Santo. Este modo de celebrar configura la espiritualidad y el estilo de vida, orienta a las personas a la celebración como momento de santificación y de inserción de toda su existencia en el misterio de Cristo. En la práctica formativa, no pocas veces se recurrió a los métodos e instrumentos pedagógicos disponibles: la catequesis, la explicación alegórica de los ritos y signos, y de esta forma se multiplicaron los comentarios en las celebraciones, lo que no resultó conveniente. El secreto de la práctica mistagógica reside, más bien, en "celebrar iniciando", es decir "formar a partir de la acción celebrativa". A su vez, la comunidad, ya iniciada en la vida y en la acción litúrgica, se transforma en mediadora para 44
introducir nuevos miembros. Esto muestra la importancia de la comunidad formativa. La actual coyuntura eclesial y social, marcada por la mentalidad racional (transmisión de nociones y de conocimientos), hace urgente revalorar la dimensión mistagógica de la formación litúrgica: Toda formación litúrgica auténtica comprende no sólo la enseñanza, sino la práctica. De hecho, porque es iniciación "mistagógica", los alumnos la reciben primero y principalmente a través de la misma vida litúrgica, en cual son iniciados con mayor profundidad por las acciones litúrgicas celebradas en común. Esta seria iniciación práctica es la base del estudio posterior (EF 2/229). Por otra parte, el proceso formativo deberá constituirse en un tiempo de perseverante iniciación en la práctica habitual y espontánea de la meditación de la Palabra de Dios y en la oración como presencia y diálogo con Dios. 4.4 La formación como proceso de
aprendizaje
La formación litúrgica, como las demás dimensiones de la vida de los candidatos (cfr. FPIB 83), es también un proceso de aprendizaje que involucra todas las fases de la vida. Particularmente importantes son las etapas de la formación en el seminario. 4.4.1 El período de seminario
menor
Una primera etapa puede vivirse en el seminario menor o en instituciones afines, destinadas a acoger a los jóvenes de los últimos años de la secundaria que no encuentran condiciones adecuadas para el estudio y el discerni45
miento vocacional en su medio ambiente (cfr. DSD 8 1 ; n. 46). La vivencia y la iniciación litúrgica podrán ayudar a la maduración de la fe cristiana y de la opción vocacional.
tes, oriente la espiritualidad comunitaria del seminario y contribuya a formar al futuro presbítero como presidente de las celebraciones litúrgicas y maestro de oración de los fieles. Además, cuídese de la formación litúrgica en el ámbito de la formación estrictamente pastoral (FPIB, n. 128).
FPIB,
Al ingreso de los candidatos al seminario "se recomienda dar a los alumnos una breve y conveniente iniciación litúrgica, indispensable para que participen con provecho, desde el principio, en la vida espiritual del seminario. Esta iniciación consistirá en una catequesis preliminar de la celebración eucarística, del año litúrgico, del sacramento de la penitencia y de los salmos" (cfr. EF 8/235). En este período, a formación espiritual tiene como finalidad solidificar la adhesión a la persona de Cristo y al Reino de los cielos anunciado por Él, por medio de la oración comunitaria y personal, de las celebraciones festivas, en especial de las solemnidades y tiempos fuertes del año litúrgico y de las fechas significativas para la Iglesia local, de la iniciación y celebración de los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, de las celebraciones de la Palabra de Dios, de ios ejercicios de piedad recomendados por la Iglesia (cfr. se 13) y de la participación en los momentos signigicativos de la vida del pueblo cristiano. El futuro presbítero, que será el principal animador y servidor de la celebración litúrgica, desde el inicio del seminario, tenga una preparación conciente y activa en la liturgia. Gradualmente, aprenda a celebrar la Liturgia de las Horas, que debe convertirse, desde el tiempo de la formación, en la estructura que sostenga y vivifique la oración personal y comunitaria del sacerdote, en unión con la oración de toda la Iglesia. El año litúrgico, sobre todo en sus fiestas y tiempos fuer46
4.4.2 El
propedéutico
El período propedéutico consiste en "un tiempo de preparación humana, cristiana, intelectual y espiritual de los candidatos al seminario mayor" (PDV 62). Entre los elementos principales constitutivos de la formación en el propedéutico están: -
la formación espiritual mediante la profundización de la experiencia de Dios, la lectura bíblica, la vida litúrgica y la oración personal;
-
la iniciación y profundización de la vida comunitaria;
-
la adecuada comprensión de la Iglesia y del ministerio presbiteral (cfr. FPIB, n. 55).
En su dimensión espiritual, debe orientarse al alumno, a partir de su vocación bautismal, para hacer una profunda experiencia de Dios y de amistad con Jesucristo, a través de: -
ejercicios espirituales y oración de los salmos - Liturgia de las Horas;
-
celebraciones litúrgicas;
-
valoración de las experiencias de fe vividas en la familia, en ia comunidad cristiana, en el colegio y en los grupos vocacionales (cfr. FPIB, n. 57). 47
El decreto conciliar Optatam Totius (n.8) señala tres grandes valores y exigencias que definen el contenido de la formación espiritual del candidato al sacerdocio:
-
celebración solemne de las fiestas del año litúrgico y de las fechas ligadas a la vida diocesana o al instituto religioso;
-
-
celebración regular del sacramento de la Penitencia;
-
devoción a la Santísima Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia (cfr. PDV 45);
-
valoración de las prácticas de piedad más comunes en la religiosidad popular (cfr. FPIB, n.137);
-
conocimiento de la vida de los maestros de espiritualidad, de los mártires y de los santos.
-
-
la fiel meditación de la Palabra de Dios, es decir la lectura meditada y orante de la Palabra de Dios (Lectio Divina) (cfr. PDV 47); la activa participación en los misterios sagrados de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía, memorial de la muerte sacrificial de Cristo y de su gloriosa resurrección (cfr. PDV 48); la caridad con los sencillos. En este sentido, la preparación para el sacerdocio no puede dejar de implicar una seria formación para la caridad, en particular para el amor preferencial por los pobres, en los que la fe descubre la presencia de Jesús (cfr. Mt 25,40) y para el amor misericordioso por los pecadores (PDV 49).
La formación espiritual de los candidatos al seminario mayor y al sacerdocio ministerial puede lograrse a través de una programación de la comunidad educativa, en la que se prevé: -
vivencia regular de momentos de oración personal y comunitaria (cfr. PDV 47);
-
vivencia de los momentos fuertes de oración diaria, del retiro mensual y de los retiros anuales (cfr. FPIB, n.137);
-
lectura orante de la Biblia;
-
formación en el hábito de la oración personal afectiva y contemplativa;
48
Entre las materias humanas y sociales sugeridas para ia capacitación de los candidatos al seminario mayor aparecen la introducción al misterio de Cristo y de la Iglesia, la liturgia, la música, las artes sagradas, la espiritualidad y la cultura popular. La participación en la vida litúrgica, en este período, debe ayudar a los alumnos a cultivar su vida interior, a adquirir progresivamente el espíritu de oración y conversión, y a descubrir la unión íntima que existe entre la liturgia y la vida cotidiana, tanto del sacerdote como de todos los hombres, que llama al apostolado y exige el testimonio auténtico de una fe que actúa por la caridad (cfr. EF 10.3/237). Los alumnos alcanzarán un nivel satisfactorio de vida espiritual en la medida en que profundicen en los estudios y en la participación y vivencia de las celebraciones litúrgicas. Además, debe permitírseles penetrar en la comprensión del lenguaje simbólico de la liturgia que, por medio de signos sensibles, palabras, gestos, objetos y acciones expresa las realidades divinas y, en los sacramentos, las causa (EF 11/238).
49
5. A s p e c t o s de la f o r m a c i ó n de los futuros ministros La formación de los candidatos al futuro servicio de la vida de fe y la celebración de las comunidades eclesiales supone todo un aprendizaje en que se acentúen, entre otros, los siguientes aspectos: 5.1 Sensibilidad para lo sagrado Los futuros ministros de una comunidad de fe necesitan, más que ninguno, de una iniciación en el "sentido de lo sagrado y del misterio". Más que conocimiento se trata de una experiencia de fe. Es una sensibilidad, un estilo asimilado de ser, casi sacramental. El sentido de lo sagrado favorecerá un trato respetuoso, equlibrado y sin banalidades de las celebraciones comunitarias. 5.2 Educar para la ritualidad Debe iniciarse al alumno en la ritualidad, en el sentido de lo ritual. El lenguaje propio de la liturgia es el de la ritualidad, es decir el de la acción que se realiza a través de ritos, signos y gestos simbólicos. En la práctica, se vive en verdad corporalmente el rito y se expresa su significado teológico, si éste, con sus límites, tiene un contenido afectivo y espiritual en el momento de la acción refleja y puede modificar nuestra manera de vivir (dimensión ética). La acción ritual no es un simple movimiento o secuencia de gestos, sino un acontecimiento. En toda acción ritual litúrgica, por más sencilla que sea, entramos en comunión con Jesucristo, nuestro Señor y con el Padre, bajo el impulso del Espíritu Santo para ser asumidos en su dinamismo pascual. 50
Toda acción litúrgica mira a una comunión y, a partir d© ésta, a una transformación, a un cambio. ¿Cómo lograr esta comunión y este cambio? ¿Cómo alcanzar las actitudes supuestas o requeridas por la liturgia? La acción ritual depende de un proyecto - e s necesario pensar cada rito en todas las dimensiones que involucra 22 . El misterio de Dios y la vida de fe se hacen presentes y actúan a través del rito y el signo sacramental. Por esto, hace parte de la formación de la personalidad de los futuros ministros y presidentes de la celebración la educación para una digna y expresiva ritualidad (cfr. EF 11/ 238). El lenguaje simbólico-sacramental de la liturgia requiere sintonía y equilibrio en las intervenciones de quien ejerce determinada función ritual: sin exageraciones en la expresión externa ni actitudes que limitan al mínimo los gestos sacramentales necesarios para la legitimidad sacramental. La liturgia como acción sacramental, es decir como encuentro entre Dios que ofrece los dones de su gracia y la comunidad que acoge y responde, necesita del concurso de la acción interior (adhesión del corazón) y exterior de las personas (participación en los gestos, signos, oraciones, etc.). Por tanto, es inherente a la educación para la ritualidad sacramental el ejercicio de conjugar la expresión exte' rior, el sentido teológico y la coherente actitud interiorEste aprendizaje no se consigue de inmediato, sino & través de todo un proceso. Experiencias vivas del miste'
22
Cfr. Buyst, I. Ritualidade litúrgica. "Fagam isto" en: Curso de EspeC¡3' lizapáo em Liturgia, Caderno de Liturgia 4, Paulus, Sao Paulo, 1995. P' 87-89.
&
rio de Dios celebrado y otras motivaciones espirituales y doctrinales podrán favorecerlo 23 . 5.3 Capacitar para el discernimiento
Esta sabia creatividad (variedad) concierne a los diferentes modos de celebrar la Eucaristía, las liturgias de la Palabra, el bautismo y la reconciliación, y también a la manera de organizar una bendición, con mayor o menor solemnidad, y a la adaptación a las diversas exigencias y circunstancias, según lo admitido o recomendado en los libros litúrgicos y las prescripciones de la Santa Sede (EF 17/244). Educar a los alumnos para que sean capaces de "comprender, discernir y distinguir" hasta llegar al equilibrio entre creatividad y norma, libertad e inmutabilidad, pedagogía pastoral e identidad eclesial, evitando tanto la innovación por la innovación, las presiones de la moda o el capricho personal como la exagerada rigidez, es una acción pedagógica que necesita de un paciente discer-
52
5.4 El espíritu de comunión
creativo
Para que los alumnos adquieran un "sentido litúrgico" es indispensable que sepan distinguir entre lo que es esencial y accidental, inmutable y adaptable en una celebración litúrgica. La conciencia de que en la liturgia existen unas partes inmutables y otras susceptibles de cambio (cfr. se 21) favorecerá la sabia creatividad en el modo de celebrar las acciones litúrgicas y tomar parte en ellas (cfr. EF 17/244 y 44b/271; RF 52 y 59; Puebla 921).
23
nimiento y de una persuasión amable a lo largo de los años de la vida del seminario 24 .
Aldazabal, J. La formación litúrgica en el seminario, Cuadernos Phase, 21, p. 27.
eclesial
Uno de los objetivos de la formación litúrgica es educar en el "sentido de pertenencia eclesial", ya antes mencionado. Tener un espíritu de comunión eclesial es importante para todo cristiano, más todavía para quienes van a actuar como ministros de la comunidad. La liturgia es, esencialmente, misterio de comunión. Este espíritu de comunión supone que el candidato la cultive y la viva en la relación con el grupo y con sus formadores, para luego extender tal experiencia a la comunidad, la parroquia y la Iglesia diocesana y universal. Si esto falta, ¿cómo profesar después en cada oración eucarística la comunión con el Papa, el obispo, los demás presbíteros, toda la Iglesia? La celebración, de modo particular la Eucaristía, es momento privilegiado de fe en la comunión eclesial. El alumno debe tener clara la importancia de los dos siguientes aspectos para su vida y su ministerio: -
la comunión eclesial que se expresa a través de la comunión con el obispo y el presbiterio;
-
la convivencia con la gente, de la cual debe conocer profundamente la cultura y los valores (cfr. FPIB, n.103).
El espíritu de comunión con Dios, con los hermanos (compañeros y formadores), con la comunidad, la parroquia y
24
Ibidem, p. 28.
53
la Iglesia diocesana y universal, se expresa y alimenta en los momentos de la vida comunitaria, de los cuales la Eucaristía es el centro, sin descuidar la Liturgia de las Horas, la reflexión compartida de la Palabra de Dios y otras oraciones comunitarias (cfr. FPIB n.105).
P A R A D I A L O G A R EN G R U P O ¿De qué manera las acciones litúrgicas pueden responder a los diferentes objetivos y aspectos de la formación litúrgica? *
¿De qué manera puede la formación humana y comunitaria ayudar a la formación litúrgica de los futuros ministros?
6. La c o m u n i d a d f o r m a d o r a 6.1 Sentido y papel de la comunidad
formadora
En el proceso formatívo de los candidatos reviste particular importancia el ambiente del seminario y de la casa de formación, es decir la comunidad formadora. La comunidad del seminario o de la casa de formación, lejos de reducirse a la convivencia de un simple grupo de amigos, tiene como ideal la realización de aquella comunión fraterna que es, al mismo tiempo, signo y fruto de la comunión con Dios Padre en el Hijo por el Espíritu Santo (cfr. Puebla 211-216). Los distintos miembros de ¡a comunidad del seminario, reunidos por el Espíritu en una única fraternidad, colaboran, cada cual según los dones que recibió, al crecimiento de todos en la fe y en 54
la unidad, para prepararse adecuadamente al sacerdocio (FPIB n.104). Aunque esto se refiera al seminario mayor, el espíritu el válido para el seminario menor y para las casas de formación. El seminario, que representa como un tiempo y un espacio geográfico, es sobre todo una comunidad educativa en camino: la comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce (PDV 60). El seminario es, por tanto, una comunidad eclesial educativa, más aún, es una especial comunidad educativa (PDV 61). En la perspectiva de la formación litúrgica, el seminario o la casa de formación deberá convertirse en una "comunidad litúrgica", es decir estar "impregnada de espíritu litúrgico" (se 17). "La celebración litúrgica, que une firmemente toda ia comunidad cristiana para que sus miembros tengan "un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32), consolida la unidad de la comunidad del seminario y sostiene a los alumnos en el espíritu común" (EF n. 12/239). Desde el punto de vista litúrgico, el seminario es sin duda una comunidad especializada, provista de fines formativos peculiares y formativos, y esto puede hacer pensar en que allí se adopten formas celebrativas y de participación distintas a las de todos los días en las comunidades. Las celebraciones del seminario sólo podrán ser de buena calidad, ejemplares y vivas. A los alumnos les corresponde celebrar con una devoción y un grado de participación mayores, pues los momentos celebrativos constituyen una oportunidad privilegiada de preparación para el ejercicio de su ministerio sacerdotal. 55
La celebración litúrgica en el seminario debe, por tanto, ser ejemplar, no sólo en relación con los ritos, sino también desde el punto de vista espritual y pastoral, con fidelidad a las prescripciones y a los textos de los libros litúrgicos, lo mismo que a las normas emanadas por la Sede Apostólica y por la Conferencia Episcopal (EF n. 16/243). Las celebraciones deben ser igualmente ejemplares en el modo creativo de celebrar y participar (cfr. EF, n.17/ 244). La persona encargada de la vida litúrgica en el seminario tiene una gran responsabilidad formativa y pastoral, sobre todo si tenemos presente que mediante la experiencia diaria del seminario se preparan y maduran los futuros animadores de las comunidades. Tal persona debe tener la preparación, la sensibilidad y la disponibilidad necesarias para asumir la difícil tarea de animar y de inspirar la acción celebrativa de la comunidad del seminario o de la casa de formación, en un trabajo conjunto con todo el equipo formador y de liturgia, y teniendo a disposición los medios necesarios para una eficiente animación litúrgica 25 . En el reglamento de la vida de la comunidad formativa, procúrese en todo un justo equilibrio que incluya las celebraciones comunitarias, los momentos de oración y silencio, los ejercicios de piedad, sin quitar espacio para la expresión más personal y para una renovación constante que evite la rutina y permita acompañar activamente la búsqueda de nuevas formas de espiritualidad más adecuadas a la realidad.
25
56
Cfr. Sartore, D., art. cil., NDL, p. 498.
6.2 Celebraciones
de la comunidad
formativa
Las formas celebrativas del seminario constituyen una sólida base para que los alumnos hagan realidad sus ideales de una vida en el espíritu y se preparen para el ministerio pastoral. Las celebraciones recomendadas para los seminarios son: 6.2.1 La celebración
eucarística
La celebración de ia Eucaristía, centro y culmen de la vida de la Iglesia, sea también el centro y culmen de la vida del seminario y de las casas de formación, donde se haga presente todos los días el misterio de comunión con Dios en Cristo y se reciba la fuerza para el camino hacia la Pascua definitiva. El futuro presbítero debe aprender a reconocer y vivir las diversas dimensiones de la Eucaristía: acción de gracias, sacrificio, memorial, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual (se 47). El alumno debe descubrir especialmente la dimensión eclesial de la Eucaristía y su significado para el pueblo cristiano como signo de esperanza en el camino de la liberación. De esta forma, debe amarla como una realidad que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia y de donde emana toda su fuerza (se 10), y hacer de su participación eucarística diaria el centro de su espiritualidad, alimentando e interiorizando en ella el espíritu comunitario, el celo por la unidad (PO 6 y CD 15), el espíritu apostólico, la caridad pastoral (PO 5, 14b), la oración personal y el ministerio sacerdotal en el que actuará en nombre de Cristo (PO 14b; LG 28; EF 23/250). Finalmente, el alumno debe encontrar en la Eucaristía, fuente y culmen de toda la vida de la comunidad cristia57
na, el principio y la fuente de unidad de su propia vida (PO 14b; cfr. FPIB 129 cf. EF 22-27/249-254).
Es importante que en las grandes solemnidad y, sobre todo, en el triduo pascual, o en otras circunstancias según la tradición de la diócesis, los alumnos y en especial los diáconos, rodeen a su obispo y ejerzan junto a él los ministerios que se les ha conferido por la ordenación o por la institución, ya el obispo celebre en la catedral o en otras iglesias (EF 15/242).
La comunión bajo las dos especies, que desde el punto de vista del signo es la más completa (cfr. EM n.32/460), debe recomendarse en el seminario, observando las reglas enunciadas en la Introducción General al Misal Romano y las decisiones de las Conferencias Episcopales (EF 24,251).
6.2.2 El sacramento de la Penitencia En las celebraciones eucarísticas es sumamente significativo recalcar su carácter comunitario y que sea, de hecho, "expresión de la vida de la comunidad formativa". Salvo las celebraciones en pequeños grupos (cfr. EF 14/ 241), se aconseja la participación de toda la comunidad en una concelebración, donde diáconos, acólitos y lectores ejercen sus funciones (EF 23/250). La celebración eucarística que integra toda la comunidad, además de ser más coherente con la naturaleza litúrgica, manifiesta y alimenta la unidad fraterna de la comunidad (cfr. EF, n.12/239). En el proceso formativo, es saludable la alternancia entre celebraciones de toda ¡a comunidad del seminario y de pequeños grupos, incluso con la participación de los fieles cristianos. Estás últimas aunque tienen la ventaja de favorecer una participación más personal e intensa, no deben llevar al empobrecimiento de los ritos o los signos y, mucho menos, a la banalización de lo sagrado. La comunidad del seminario, en algunas ocasiones, deberá asociarse a las celebraciones litúrgicas de la catedral, de la parroquia o de la comunidad de fieles en que se halla, y principalmente a la celebración plena en torno al obispo.
58
El sacramento de la Reconciliación, íntimamente relacionado con la Eucaristía, ocupa un lugar de importancia vital en el proceso de formación de los futuros candid a t o s al ministerio s a c e r d o t a l . Este s a c r a m e n t o contribuye de manera eminente a desarrollar las disposiciones requeridas para el seguimiento de Cristo y adquirir el espíritu del Evangelio, es decir: conversión progresiva, purificación del corazón, virtud de la penitencia y unión vital con Cristo crucificado (cfr. EF 35/262). Una vocación sincera exige la conversión, que es obra de gracia y alcanza su madurez en la oración. La Iglesia confirma la conversión en el sacramento de la Penitencia. Cuando se orienta al joven alumno hacia la comprensión de este sacramento, se le aproxima a éste de buen grado, libremente y no por una obligación o hábito. Del sacramento se recibe, además de la gracia que le es propia, la serenidad de espíritu, la lucidez de la inteligencia, la delicadeza de conciencia y el valor de la perseverancia 26 . Por tanto, debe educarse la conciencia de los alum-
26
Cfr. Pastoral Vocacional, Documento Conclusivo, 11 Congreso Internacional de Bispos e outros responsáveis pelas vocacóes eclesiásticas, n. 20.
59
nos para la percepción de los aspectos personales y sociales del pecado, el sentido de la misericordia divina y la estima del ministerio de la Reconciliación (PDV 48). Su celebración frecuente, en el seminario y en las casas de formación, fortalezca y renueva la búsqueda de conversión a Dios, la liberación del pecado y la gracia del bautismo (cfr. FPIB 130).
Y, para hacer más clara la naturaleza social de la Penitencia, será pedagógicamente importante organizar algunas veces, en especial durante la Cuaresma o los retiros anual o mensual, celebraciones penitenciales, según la forma propuesta por el Ritual Romano, ya sea sin confesión sacramental o con confesión y absolución individuales. En este último caso, debe salvaguardarse la libertad de cada alumno (cfr. EF 36/263). 6.2.3 La Liturgia de las Horas En el proceso formativo, ésta reviste una gran importancia. "La oración pública y común el pueblo de Dios se considera, con razón entre las principales, función de la Iglesia" (IGLH 1). Por esto, en el seminario y en las casas de formación, esta forma celebrativa debe tenerse en gran consideración [...] por parte de toda la comunidad formativa (cfr. EF 28/255). Para que los alumnos tomen parte activa en la Liturgia de las Horas, hay que considerar que ésta requiere de una pedagogía gradual de iniciación bíblica, histórica, litúrgica y espiritual. El seminario menor podrá propiciar una iniciación en los salmos, para luego completarse en el período propedéutico. De esta forma, los alumnos se habituarán a saborear, comprender y amar cada vez más las riquezas de la Liturgia de las Horas y aprenderán a tomar de ella el alimento para la oración personal y la 60
contemplación, de modo que se armonice con los demás actos legítimos de devoción sin excluirlos (cfr. EF 29/256). Lo importante es crear en los alumnos una acogida favorable a la Liturgia de las Horas, a través de una viva experiencia y una particular preparación, en especial con la Lectio divina, no tanto como cumplimiento de una obligación, sino como ejercicio del ministerio de la oración: rezar por la comunidad de los fieles y ayudarlos a celebrar el Oficio. Celebrar la Liturgia de las Horas exige, no sólo que se armonice la voz con el corazón que reza, sino también que se adquiera un conocimiento litúrgico y bíblico más rico, principalmente de los salmos (CEC 1176). En el proceso de iniciación y maduración de los alumnos, la mística que debe acompañar la Liturgia de las Horas es el hecho de ser "experiencia sacramental de oración con Cristo y por Cristo, alabanza y súplica de la comunidad a Dios, Trinidad Santa (cfr. IGLH 5-9). La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación de la celebración eucarística, no excluye sino que requiere de manera complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios (cfr. CEC 1178). 6.2.4 La Palabra de Dios La lectura, meditación y celebración de la Palabra de Dios en el proceso formativo reviste una fundamental importancia, porque la Escritura tiene relaciones profundas con cada vocación. Es Palabra que llama y hace suceder. Todo encuentro con la Palabra de Dios es momento propicio para el cultivo de la propuesta vocacional.
61
El proceso de crecimiento espiritual es posible sólo mediante el esfuerzo sincero y permanente de conversión, que significa disponibilidad a los nuevos llamados de Dios y empeño en corregir las faltas y pecados del hombre viejo. Tal proceso encuentra su dinamismo en la escucha de la Palabra de Dios, en la celebración litúrgica de los sacramentos, en la oración y en la acción pastoral (cfr. FPIB 126). La familiaridad con la Palabra de Dios facilitará el itinerario de la conversión, no solamente en el sentido de apartarse del mal para adherirse al bien, sino también en el sentido de alimentar en el corazón los pensamientos de Dios, de forma que la fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en el nuevo criterio de juicio y valoración de los hombres y de las cosas, de los acontecimientos y problemas (PDV 47). La persona que se deja interpelar por la Palabra de Dios, a través de su lectura, escucha y meditación, adquiere una nueva conciencia de su propia vocación; permanece en diálogo con Dios; se siente permanentemente interpelada; y descubre caminos más comprometidos en el seguimiento y la cooperación con el Señor Jesús para la venida del Reino. Más que otros miembros del Pueblo de Dios, el candidato al sacerdocio deberá ser un "oyente" de la Palabra de Dios. El futuro presbítero, antes que ser servidor de la Palabra de Dios, será discípulo y oyente (FPIB 127). Elemento esencial de la formación espiritual es la lectura meditada y orante de la Palabra
62
de Dios (Lectio Divina) 27 ; es la escucha humilde y llena de amor que se hace elocuente. En efecto, a la luz y con la fuerza de la Palabra de Dios es como puede descubrirse, comprenderse, amarse y seguirse la propia vocación; y también cumplirse la propia misión (PDV 47). El sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios; es el ungido y enviado para anunciar a todos el Evangelio del Reino, llamando a cada hombre a la obediencia de la fe y conduciendo a los creyentes a un conocimiento y comunión cada vez más profundos del misterio de Dios, revelado y comunicado a nosotros en Cristo (PDV 26). Por esto, los alumnos deben prepararse para el ministerio de la Palabra, para entenderla mejor en cuanto revelada, apropiándose de ella a través de la meditación y para después saber comunicarla con sus palabras y su vida. En el proceso formativo, al alumno, además de una sólida iniciación bíblica, se le debe preparar para el ministerio litúrgico de la Palabra de Dios en lo concerniente a la proclamación (ministerio del lector) y, sobre todo, a la homilía. Los alumnos deben familiarizarse con la mesa de la Palabra, apreciando las riquezas de los leccionarios, y comprendiendo el sentido de su proclamación en las celebraciones litúrgicas de la comunidad. En la celebración litúrgica no basta leer como si se tratara de un libro de historia. Es necesario proclamar la lec27
"La lectio divina, en que la Palabra de Dios es leída y meditada para convertirse en oración, se enraiza así en la celebración litúrgica" (CEC 1177).
63
La forma primera y fundamental de respuesta a la Palabra es la oración, que constituye sin duda un valor y una exigencia primarios de la formación espiritual. Esta debe llevar a los candidatos al sacerdocio a conocer y experimentar el sentido auténtico de la oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del Hijo unigénito bajo la acción del Espíritu; un diálogo que participa en el coloquio filial que Jesús tiene con el Padre (PDV 47).
tura como Palabra de salvación; Palabra que proclama el amor y la bondad de Dios; Palabra que da vida y resucita; Palabra que denuncia, corrige y purifica; y Palabra que llama al cambio en el estilo de vida y a la comunión con Dios y con los hermanos. La Palabra proclamada en la lectura debe alcanzar al oyente y hacer brotar de su corazón la profesión de fe, la oración de acción de gracias o la súplica y el compromiso de vida. El proceso formativo es una excelente oportunidad para que los alumnos ejerzan la proclamación de los textos bíblicos y litúrgicos según su género literario; porque a cada género debe corresponder un tono diferente, una manera diferente de proclamar la lectura. Además de la educación de la voz, de la dicción y de la actitudes, los alumnos deben ejercitar la expresión de los sentimientos, para que la lectura proclamada "acontezca" ante los oyentes 28 . Se requiere "iniciar a los alumnos en el arte de la palabra y los gestos, así como en el uso de los instrumentos de comunicación, pues es muy importante que en la celebración litúrgica los fieles comprendan lo que dice y lee el sacerdote, tanto en su homilía, sus oraciones y sus preces, como en las realidades que debe expresar con sus gestos y acciones" (EF 58/285). La lectura y la meditación de la Palabra de Dios debe ir acompañada por la oración para que se establezca un diálogo entre Dios y la persona del alumno; "pues a Él hablamos cuando rezamos y a Él oímos cuando leemos los divinos oráculos" (San Ambrosio).
Cfr. Buyst, I., O leitor e a proclamagáo da Palavra ñas Celebragóes do Povo de Deus, en Revista de Liturgia, 33 (1979), 2-9.
64
PARA DIALOGAR EN GRUPO -
¿Cuáles son las celebraciones más frecuentes en el seminario o casa de formación?
-
¿Cuáles aprecian más los alumnos? ¿Por qué? ¿Cómo se preparan estas celebraciones?
7. El año litúrgico 7.1 Sentido del año litúrgico La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo [...] y venera a los mártires y demás santos (se 102). 65
"Partiendo del triduo pascual, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas partes, el año entero queda transfigurado por la liturgia. Es realmente "año de gracia del Señor" (CEC 1168). El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en tomo al misterio de la encarnación (anunciación, navidad y epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de la Pascua" (CEC 1171). "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo" (CEC 1172). "Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los demás santos "proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con Él; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos" (se 104). El año litúrgico, sobre todo en sus fiestas y tiempos fuertes, tiene un gran dinamismo en la orientación de la espiritualidad comunitaria del seminario y de la casa de formación, y puede contribuir a formar al futuro presbítero como presidente de las celebraciones litúrgicas y maestro de oración de los fieles. Por esto, el ciclo anual de los misterios de Cristo debe celebrarse en la comunidad formativa con un fervor particular. En fin, todo el año litúrgico deberá constituirse en un "itinerario espiritual para la participación en el misterio de Cristo" (EF 32/259).
66
7.2 El domingo El domingo debe ser para los alumnos -bien participen de la Eucaristía en el seminario o la casa de formación, o bien sean invitados a las parroquias y comunidadestanto por la celebración litúrgica como por el transcurso de la jornada, el "día de fiesta primordial". Este día debe aparecer como la celebración alegre del misterio pascual. El hecho de que formadores y alumnos se dediquen (el domingo) a la animación de las celebraciones en las parroquias y comunidades cristianas, no dispensa de un momento intenso de celebración o de oración, en el que se enfatice la centralidad del día del Señor para toda la comunidad formativa. De lo contrario, el domigo será algo importante sólo "para los demás", y con este modo de actuar se podrá suscitar, gradualmente, una práctica funcional (funcionarios del rito) vacía de significado, en la cual el presbítero o el agente de pastoral actúe siempre con miras a los destinatarios ("para otros" y nunca "con los demás"). Dada las situaciones y realidades pastorales, existen seminarios y casas de formación que en la programación definen un día de la semana como "día de la comunidad formativa", en el cual los actos litúrgicos y los momentos comunes están llenos de todo un espíritu celebrativo. 7.3 Las fiestas Además del domingo, en las demás fiestas, como las del Señor, de María, de los mártires y de los santos, debe asegurarse el carácter pascual y festivo (cfr. EF 32/259). Contamos en la liturgia, sobre todo en el tiempo ordinario, con un calendario de conmemoraciones, fiestas y memorias de los santos y, en especial, de la Virgen María. Nadie desconoce el cariño y devoción a los santos por parte de nuestro pueblo y la capacidad de ésta para 67
abrir horizontes a la acción evangelizadora. Si en los ciclos de navidad y de Pascua celebramos lo que Cristo hizo por su Iglesia, en la conmemoración de la Madre de Dios y de todos los santos evocamos lo que la Iglesia realiza en Cristo, para gloria de Dios Padre. Una relevancia especial deben tener las celebraciones: -
de los santos patronos de la diócesis o la provincia;
-
de los santos del Instituto Religioso a! que pertenece la casa de formación;
-
de la dedicación de la Catedral diocesana;
-
del aniversario del Obispo Diocesano;
Además de las fechas significativas de las personas y de la comunidad formativa, tales como la admisión o el paso de una etapa a la otra, los votos religiosos, la institución de ministerios (lector, acólito), las ordenaciones, etc. (cfr. EF 37-42/264-269); las fechas importantes de la sociedad local o nacional y los acontecimientos importantes de las comunidades cristianas. Las diferentes celebraciones presuponen todo un proceso de preparación catequético litúrgico adaptado a la condición de los alumnos y a su futuro como sacerdotes, sin descuidar el valor pastoral de ciertas tradiciones populares (cfr. EF 32/259). Una pedagogía segura y adaptada no puede olvidar las condiciones particulares de nuestro tiempo que, principalmente en las regiones donde la fe es menos viva, no favorecen la comprensión profunda de los tiempos sagrados y las fiestas. Es preciso, entonces, tener en cuenta a aquellos alumnos que, antes de entrar al seminario, no tuvieron una experien68
cia profunda del año litúrgico. En estos casos, deberá ayudárseles a comprender su sentido y a conocer los hechos salvíficos junto a la gracia que de estos reciben (cfr. EF 34/261). El celo pastoral y la celebración de las diferentes etapas del itinerario que conduce al ministerio sacerdotal, tienen un significado pedagógico para los alumnos y para la comunidad formativa en lo que se refiere a la animación de la vida litúrgica de un seminario o de una casa de formación. La Iglesia acompaña a los candidatos en el camino hacia el sacerdocio como lo hace con los candidatos a la iniciación, es decir no sólo con una formación doctrinal y espiritual, sino también con los ritos (EF 37; cfr. nn,38-42/264,265-269). Finalmente, una formación completa y perfecta exige que, a lo largo del proceso formativo, los alumnos experimenten formas más desarrolladas y ricas de la celebración de los tiempos y de las solemnidades del año litúrgico. Luego, cuando más tarde sean sacerdotes y ejerzan el ministerio, y las fiestas ocasionen un aumento de actividades apostólicas, podrán realizar las celebraciones en diferentes lugares y muchas veces según formas más simples y adaptadas conforme prevén los libros litúrgicos. Por tanto, la forma adecuada en la cual los alumnos vivirá el año litúrgico durante el proceso formativo será para ellos modelo que ilustrará su futuro ministerio pastoral y fundamento de su progreso en la meditación y en el conocimiento del año litúrgico (cfr. EF 33/260).
69
-
está llamado a coordinar a todos los demás animadores y a desempeñar el ministerio síntesis;
¿Qué fiestas se celebran en su seminario o casa de formación?
-
no es "dueño y señor" sino servidor del pueblo de Dios;
-
vigila el buen desarrollo de los ritos;
¿Cómo trabajar de manera inculturada el año liúrgico en el proceso formativo, a la luz de la realidad y de las culturas de nuestros pueblos»?
-
procura servir de intermediario entre los textos y los ritos presentados en los libros litúrgicos y las personas concretas reunidas en la asamblea;
-
está atento para que cada ministro dé lo mejor de sí en el desempeño de su función;
-
hace todo a su alcance para favorecer la unidad, la participación y la comunión entre todos los miembros de la asamblea.
PARA DIALOGAR EN EQUIPO
*
8.
El ministerio de la presidencia
El presbítero está llamado a ser ministro de la presencia de Cristo en su Iglesia y servidor de la comunión y participación en medio del pueblo de Dios, actuando en nombre de Cristo y de su Iglesia (cfr. PO 14b; LG 28). La comprensión conciliar de la liturgia como "acción comunitaria", que por su naturaleza requiere la participación activa de toda la asamblea (cfr. se 14 y 26); la maduración eclesial de los fieles y la contribución de las ciencias humanas, renovó la concepción de animación y presidencia de una celebración litúrgica. Por tanto, hoy se postula una formación específica para aquellos a quienes competerá, un día, presidir las celebraciones de una comunidad 29 . Tal vez sea este el papel más importante y decisivo de la animación litúrgica, por las siguientes razones: -
Presidir una asamblea litúrgica se convirtió en una tarea difícil; pide ahora atención a las ciencias humanas y a la comunicación, además de un sentido pastoral. Para crear la mentalidad nueva exigida por la presidencia, no bastan las indicaciones de las rúbricas; son necesarias la reflexión, el espíritu de oración y la aplicación constante. Es en verdad una tarea-ministerio difícil, pero necesaria para hacer de ¡a liturgia una acción viva para un pueblo vivo31.
vuelve sensible en medio de la asamblea la presencia de Cristo, cabeza del cuerpo que es la Iglesia;
"Es necesario cuidar que los alumnos se preparen para su futuro ministerio de pastores y presidentes de ¡a asamblea de los fieles, aprendiendo lo concerniente a una digna celebración de la liturgia, en particular de la santa Misa" (EF 20; cfr. EM n.20).
70
El ministerio de la presidencia exige una acción cualificada, fruto del esfuerzo y del ejercicio, y que requiere competencia, buen sentido pastoral, espiritualidad y una seria preparación 30 .
30
31
Cfr. Brandolini, L , Animagáo, en NDL, Ed. Paulina, p. 56. Cfr. Sartore, D., art. cit. en NDL, p. 500. Sartore, D. en NDL, p. 500-501.
71
Con miras a un ministerio de la presidencia, ios alumnos, a lo largo del proceso formativo y de la participación activa en las celebraciones 32 y de una acción perseverante, reflexión y evaluación deben acostumbrarse: -
a preparar creativamente las celebraciones litúrgicas teniendo presente la naturaleza de las mismas, los textos y los ritos, la realidad de la vida de la comunidad o de la parroquia, y las normas y las adaptacio- » nes previstas, fieles a un eje conductor y motivador;
-
a programar y poner en práctica la celebración observando con atención:
-
*
la estructura y las leyes propias de una celebración eclesial;
*
las riquezas de la oración de la Iglesia
*
la proporción equilibrada entre las partes y los elementos;
*
la atención en cuanto a la duración, la sucesión y el equilibrio de los diversos elementos;
*
la participación activa de la asamblea - sujeto eclesial de la celebración;
*
la diversidad de asambleas, grandes y pequeñas, homogéneas y heterogéneas.
-
a mejorar las propias aptitudes para el ejercicio, con el objetivo de alcanzar una buena comunicación y expresión en los gestos y en la postura corporal;
-
a actuar con espíritu, es decir animado por una fuerza interior, fruto de la docilidad al Espíritu del Señor. Esto imprimirá un dinamismo nuevo a las actitudes, a los gestos, a las intervenciones y las oraciones que el presidente eleva a Dios y realiza en favor de la asamblea. Esta actitud "hace nuevas todas las cosas y vence la tentación de la rutina y del formalismo".
Quien preside la acción litúrgica debe estar dotado de imaginación y creatividad para imprimir vida y variedad a la celebración, para evitar ciertos mecanismos que con facilidad generan hábito, costumbre y rutina, así como tedio o fastidio, y para no repetir en una asamblea lo que ya se vio hacer en otra, quizá muy diferente en su composición y naturaleza. El presidente estará siempre atento a adherirse personalmente a todo lo que dice y hace y ayudar a todos a hacer lo mismo. Por otro lado, se mantendrá conciente de su papel de mediación, evitando un doble peligro: primero, llamarla atención más sobre su persona y sus técnicas expresivas que sobre Aquél de quien es signo y sobre el evento del que es mero instrumento; segundo, realizar gestos aislados, separados, impersonales, neutros y en nada incisivos33.
a conocer la realidad de la comunidad reunida en asamblea, su situación humana y social, sobre todo su vida de fe; 33
Mediante la participación activa, se evita que los alumnos se vean tentados a considerar y a realizar la celebración litúrgica como un puro ejercicio de preparación para su futuro ministerio pastoral - en cuanto deben, desde ahora, participar plena, sabia y devotamente en el misterio litúrgico, según su condición actual de formandos (cfr. EF 20).
72
Brandolini, art. cit. en NDL, p. 57. La realidad de grandes y pequeños seminarios o casas de formación constituidas en pequeñas comunidades, pueden contribuir a un nuevo estilo celebrativo y de presidencia, como también pueden resultar un desafío para los alumnos que, más tarde, tendrán que animar y coordinar grandes y heterogéneas asambleas". Cfr. Pindado, Vicente Martín, art. cit., p. 71-72.
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Nadie más que aquel que ejercerá el ministerio de la presidencia, debe tener conciencaia de que la celebración litúrgica se realiza en el equilibrio entre la palabra y el gesto, entre la evocación y la actualización del misterio, entre el rito y el misterio. La función educadora de la liturgia consiste, precisamente, en crear el justo equilibrio, la comunión recíproca y la coherencia necesaria entre los elementos verbales y simbólicos. La palabra evoca el acontecimiento salvífico que se actualiza en el rito. La acción ritual hace presente el misterio y comunica su fuerza salvífica a la asamblea. De esta forma, cada celebración se constituye en una experiencia del misterio celebrado, en maduración de la fe y en compromiso en la práctica de la caridad. En estas condiciones, la acción litúrgica se convertirá en verdadera profesión de fe y rica experiencia de comunión con Dios y con los hermanos.
El alumno, a lo largo de su formación, en un nivel creciente, deberá tener la posibilidad de profundizar y desarrollar orgánicamente su experiencia pastoral, por medio del trabajo en las comunidades, cuya historia y camino buscará conocer siempre a través de la cercanía y participación en la vida del pueblo de Dios. Junto con otros agentes de pastoral podrá asumir algún servicio pastoral hasta que un día asuma los ministerios propios de su condición (lectorado, acolitado y diaconado). Sin embargo, debe cuidarse que sean los mismos miembros de la comunidad los que asuman los servicios de coordinación de los movimientos, grupos y pastorales. La presencia del alumno será de escucha, apoyo y asesoría, más que de coordinación. Las experiencias pastorales en el período de formación inicial deberán diversificarse, para ayudar al alumno a: -
crecer en el compromiso personal al servicio del pueblo de Dios y en la caridad pastoral;
-
abrirse a la comunión de vida con la gente, con la comunidad cristiana y con los presbíteros;
-
integrar su dimensión humano-afectiva en sus relaciones humanas y contactos pastorales;
-
promover la apertura de espíritu hacia otras expresiones espirituales, dentro de la Iglesia católica y en otras confesiones religiosas, con una actitud ecuménica.
9. La práctica pastoral La Instrucción sobre la formación litúrgica en los seminarios y casa de formación recomienda que los alumnos, a través de experiencias pastorales oportunas, traduzcan en la práctica lo que han aprendido (EF 21/248). Esto favorecerá el espíritu pastoral que debe animar el tiempo de formación al presbiterado, una vez que el seminario tiene como finalidad formar a los "pastores de almas". La experiencia pastoral que se realiza en el período de formación (en el seminario o en la casa de formación) tiene una función determinante en la comprensión de la liturgia como acción eclesial, fuente y alimento de la espiritualidad del ministro.
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Será oportuno que el alumno entre en contacto con las personas que sufren (enfermos, presos, migrantes, sin techo), los movimientos sociales y populares y los desafíos de la inculturacion y de las nuevas realidades. Esto 75
evitará que el formando se limite a actividades rutinarias y hasta burocratizadas, y busque el contacto personal, la convivencia familiar y las iniciativas espontáneas. El candidato al sacerdocio debe dedicar especial atención a los más humildes y marginados, necesitados de una mayor solidaridad y ayuda fraterna. Así, el compromiso pastoral diversificado favorecerá el proceso de formación integral de la persona del alumno. Para que esto suceda es necesario que la iniciación litúrgica y la acción pastoral de los alumnos se planee, acompañe y evalúe debidamente. Se trata, por tanto, de una experiencia práctica, orientada y preparada, alimentada en las celebraciones y en sintonía con la totalidad de la vida de la comunidad formativa y el camino de la parroquia o comunidad en la que el alumno trabajará en el futuro.
El compromiso pastoral gradual y diferenciado del alumno lo motivará a crear una rica e x p e r i e n c i a litúrgica, a sentir gusto por las celebraciones y celebrar el misterio de Cristo en relación directa con la cruz y la pascua vivida por el pueblo de Dios. Presente y solidario con los enfermos y pobres, el alumno profundizará su experiencia de la liturgia como memorial de la acción de Dios que actúa en favor del pueblo en busca de su liberación. En comunión con las búsquedas, los movimientos y conquistas de la comunidad, aprenderá a valorar las expresiones religiosas de la gente. En consecuencia, los momentos ceiebrativos del seminario o de la casa de formación ganarán vida y se harán más participativos.
CONCLUSIÓN De esta forma, el trabajo pastoral podrá convertirse en una oportunidad para que la comunidad eclesial y sus agentes de pastoral se hagan corresponsables en la formación de sus futuros presbíteros y los estimulen con su testimonio y apoyo a perfeccionar su formación. Una de las características de la formación litúrgica es su carácter mistagógico, es decir su unión con la vida y la práctica pastoral, resaltada por la Instrucción sobre la formación litúrgica en los seminarios. La liturgia, para un candidato al ministerio sacerdotal, no puede ser sólo un objeto de estudio teórico, impersonal y distante de la vida de fe. La acción litúrgica debe constituirse en una experiencia vital, en un elemento esencial de su existencia y su compromiso comunitario eclesial 34 .
La formación litúrgica, en sus diferentes aspectos, despunta hoy como uno de los grandes medios de renovación de la vida eclesial, impulsada por el espíritu del Vaticano n y en camino hacia el tercer milenio. La formación litúrgica extendida a todos los miembros de la Iglesia, con una atención particular a los que ejercerán el ministerio de la presidencia de la celebración de las comunidades cristianas, será siempre el medio más calificado para transformar los momentos ceiebrativos en la fuente primordial de la espiritualidad cristiana (cfr. SC 10, 14; DP 938-939).
Cfr. Baldanza. Giuseppe, Principi orientatori della Formazione Litúrgica dei Candidati al Sacerdozio, en: Notitiae 20 (1984), p. 656-659.
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vación en todas las dimensiones de su vida, teniendo como horizonte la plena figura de Cristo.
RESUMEN Formación con miras a la participación
-
La formación litúrgica es un proceso permanente en la vida y no se limita sólo a los contenidos racionales, sino que incluye el conjunto de los elementos que ayudan al futuro ministro a llevar al pueblo de Dios a la plena participación en el misterio de Cristo.
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La formación litúrgica tiene como objetivos: formar la personalidad litúrgica de los futuros presbíteros, de forma equilibrada e integral, su espíritu, su acción eclesial y su sensibilidad simbólico-sacramental.
La formación litúrgica de todos los miembros de la comunidad cristiana (fieles, religiosos y pastores) es uno de los objetivos de la renovación de la liturgia. El proceso de formación pretende la participación activa, exterior e interior, conciente y plena de todo el pueblo de Dios en las celebraciones. Donde los pastores están imbuidos de un auténtico espíritu celebrativo, se constata una viva iniciación y participación de los fieles. La formación para un auténtico espíritu celebrativo comienza en el seminario y se extiende en la formación permanente. Este proceso debe insistir en la formación cristiana y espiritual del presbítero, la función y el ministerio pastoral y su calificación como guías y maestros del pueblo de Dios.
4. Notas características de la formación -
La formación litúrgica de los futuros presbíteros debe caracterizarse por su capacidad de integración (unidad), adaptación e iniciación permanente de las personas.
-
La formación litúrgica es un proceso, es decir, desde el seminario menor pasa por el propedéutico, el tiempo de formación filosófica y teológica en el seminario mayor y la formación permanente a lo largo del ministerio pastoral.
Realidad actual de la formación litúrgica La formación litúrgica es fruto y reflejo de las exigencias y constantes históricas de cada época. Tiene etapas de transición, se abre a nuevos horizontes, sufre la influencia de la sociedad y se adapta al modo de concebir la Iglesia.
5. Los aspectos de la formación de los futuros ministros -
La formación litúrgica Como toda ciencia, la formación litúrgica quiere iniciar a los alumnos en los misterios de la sal-
La formación litúrgica de los futuros ministros supone todo un aprendizaje en el cultivo de la sensibilidad a lo sagrado, a la ritualidad, al discernimiento, a la creatividad y al espíritu de comunión eclesial. 79
6. La comunidad formativa -
-
La comunidad formativa es de fundamental importancia en el proceso de iniciación y formación del espíritu litúrgico de los futuros presbíteros. Más que de un trabajo de individuos responsables, se trata de una acción de conjunto en la preparación, profundización, realización y evaluación de las celebraciones (Eucaristía, Penitencia, Liturgia de las Horas, Palabra de Dios). La comunidad formativa debe constituir un verdadero laboratorio de vivencia y experiencia práctica de las formas celebrativas, teniendo en cuenta que las celebraciones del tiempo de formación debe ser de buena calidad, vivas y ejemplares.
7. El año litúrgico -
El año litúrgico, como desarrollo de los diversos aspectos del único misterio de Cristo, cuyo centro es la Pascua del Señor, debe tener un fuerte dinamismo en la orientación de la espiritualidad comunitaria del seminario o de la casa de formación y contribuir a formar al futuro presidente de las celebraciones litúrgicas y maestro de la oración de los fieles.
-
El domingo, como pascua semanal, día del encuentro y de las celebraciones de la comunidad.
-
A la luz del misterio pascual se consideran las demás fiestas del Señor, de los mártires, de los
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santos y otras celebraciones significativas de la Iglesia universal o diocesana, del seminario y de los institutos religiosos, además de las fechas significativas de la sociedad civil y las manifestaciones de la religiosidad popular. 8. El ministerio de la presidencia -
Un ministerio de gran importancia y decisivo en la animación de la vida litúrgica.
-
Un servicio que requiere acción calificada, competencia, buen sentido pastoral, imaginación creativa y serio cultivo de la espiritualidad.
9. La práctica pastoral -
Uno de los objetivos de la formación es capacitar a los alumnos para ser guías y maestros del Pueblo de Dios, es decir pastores.
-
El trabajo pastoral, durante el tiempo de formación, además de planearse, diversificarse y evaluarse en conjunto por parte de la comunidad formativa, deberá favorecer el discernimiento y la iniciación de los futuros pastores.
-
La inserción pastoral entre los que sufren, los marginados y las situaciones que desafíen a los alumnos en la perspectiva de una acción evangelizadora y solidaria, inculturada y ecuménica, debe preferirse a las prácticas pastorales rutinarias y burocráticas.
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BIBLIOGRAFÍA
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1 ¿QUÉ ES CELEBRAR?
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Alfredo
Pouilly
En la liturgia la Iglesia celebra principalmente el Misterio Pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación. CEC 1067
r \ L referirse a las acciones litúrgicas de la Iglesia, el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) utiliza, y por lo tanto oficializa, una terminología muy expresiva: "Celebrar", "celebración", "celebrante". "La celebración del Misterio Cristiano" es el título de la n. parte del Catecismo, presentando sus diversos apartados sobre "quién celebra", "cómo celebrar", "cuándo celebrar", "dónde celebrar"... temas que se tratarán en los capítulos siguientes. Ha sido una buena recuperación el que se haya generalizado en la actualidad esta palabra, de "ceremonia, rito, oficio"... Hoy día se prefiere decir: "con ocasión de... se
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celebrará una Eucaristía". Y sin embargo, el pueblo sigue hablando de "ceremonia" para designar los actos como: "misa", palabra más breve para designar cualquier "ceremonia".
pecto festivo (exaltar, glorificar, solemnizar, organizar una fiesta), y el aspecto ritual (realizar según el rito, - e n conformidad con las reglas-, un acto importante y social). > Liturgia y celebración
1.1 A s p e c t o s s e m á n t i c o s Celebrarse deriva del adjetivo latino "celeber;" que expresa la idea de un lugar frecuentado por una muchedumbre numerosa reunida para una fiesta. Un poeta francés, Ch. Peguy, hablando de una isla famosa de la Grecia antigua, escribe: "Esta isla será célebre y celebrada entre todas las islas": la proximidad entre el adjetivo "célebre" estrictamente profano, y el participio "celebrada" con una connotación netamente religiosa, es significativa: de allí el paso de "célebre" a "celebrado". El verbo "celebrar" tiene así una connotación de "frecuentar", pero sobre todo apunta a una cualidad festiva, ritual y comunitaria en la acción. El sustantivo celebración designa la acción de celebrar, de cumplir, realizar solemnemente en particular las ceremonias del culto. Luego por extensión, es sinónimo de "glorificar, alabar, exaltar, festejar". En la vida social se habla de celebrar fiestas, aniversarios, pero también acontecimientos, victorias, matrimonios, funerales, actos jurídicos (p. ej. un contrato), y luego toda especie de personas físicas o morales dignas de veneración o de admiración: una "celebridad" designa un personaje famoso. Hasta "celebrar la vida" llegó ^ ser una expresión de moda en nuestros días. El uso corriente en nuestras lenguas tiende a agrupar los sentidos de este término en tomo a dos polos: el as84
La celebración es una categoría que pertenece a la dimensión sensible y visible de la Liturgia cristiana. Si e! uso del término liturgia quiere indicar globalmente todos los aspectos del culto cristiano, el de celebración indica más bien la liturgia en acto, la acción concreta que consiste en realizar un rito determinado, entendido como acto de culto por parte de una asamblea de creyentes, en la perspectiva propia del cristianismo, o sea, en cuanto que "se da a Dios una gloria perfecta y los hombres son santificados, gracias al ejercicio del sacerdocio de Jesucristo" (se y MD). Así pues, mientras la liturgia es el culto de una vida cristiana hecha fidelidad a Dios, expresada y santificada en unos actos sacramentales que actualizan la presencia de la salvación, la celebración es el momento en que tiene lugar esta actualización mediante gestos, símbolos, acciones y ritos. En este sentido, la celebración es representación -nueva presencia- y la actualización en el plano local-temporal del ejercicio del sacerdocio de Cristo, o sea, el objeto definitivo de la liturgia-celebración es la realización eficaz, hic et nunc, del Misterio Pascual: "se celebra" (se efectúa) un rito, pero para "celebrar" (alcanzar) el misterio de Cristo. > Fiesta y Celebración Celebración, solemnidad y fiesta aparecen como palabras sinónimas. Indican una ruptura del tiempo profano, 85
de la monotonía de lo ordinario, para celebrar algún acontecimiento con alegría, descanso y distensión. La fiesta está hecha de celebración, reunión comunitaria, recuerdo, presencia gozosa, anticipo, espacios lúdicos y humanos, gratuidad, alegría, ritos simbólicos y repetición periódica a lo largo de los años. El culto, el rito y la fiesta parecen delimitar el área dentro de la cual se habla de celebración, sin que ésta se reduzca a ninguno de ellos. El carácter específico del celebrar (cristiano) parece consistir en el plano y en el nivel en que se sitúa el obrar celebrativo: el estrictamente simbólico. Se trata de un "hacer símbolos" de un poner, por así decirlo, en medio y por medio de la asamblea reunida, unos gestos, unos textos, unas palabras y otros actos expresivos que tienen la fuerza no unívoca del símbolo. Por consiguiente, fiesta y celebración, siendo realidades muy cercanas, no se identifican totalmente. La celebración cristiana es una fiesta, pero no todo festejo es necesariamente celebración litúrgica. Fiesta apunta al acontecimiento, con toda su carga de valores que se manifiestan en lo festivo, y en la comunidad reunida precisamente porque es fiesta. Celebración dice relación, más bien, a la modalidad expresiva a través de la cual la comunidad acoge el acontecimiento rememorado y reacciona ante él. Ai mismo tiempo, la celebración necesita, al menos en sus momentos más incisivos, un clima de fiesta que abra el espíritu al lenguaje de los símbolos e invite fuertemente a la participación. La celebración es fiesta en el sentido que está en el origen del "festejar"; pero la fiesta toma cuerpo plenamente cuando el acontecimiento celebrado 86
tiende a convertirse en un hecho social, con una participación (numéricamente) más amplia y (antropológicamente) global. Toda fiesta digna de este nombre comporta una parte de intimidad, una alegría profunda y secreta que le viene directamente de su fuente y que es imposible arrebatarle. Pero existe también un tipo de fiesta que tiene la intimidad como su propia esencia. La fiesta íntima huye de la exuberancia de formas y colores, de la sobreabundancia de seres y cosas, de todo ese brillo de espectáculo que caracteriza los otros tipos de fiesta. Ella nace, para decirlo así, de una escucha de la realidad interior, y la calidad de esta escucha se comunica enseguida a todo el mundo sensible, al mundo de la naturaleza así como al mundo del hombre y del arte (Frederic Debuyst). >
Ceremonia y celebración
litúrgica
Durante mucho tiempo se ha identificado liturgia con ceremonia o con rubricismo; hasta el punto de considerar la liturgia corno la "ciencia de las ceremonias", y de reducir la formación litúrgica en este campo, al aprendizaje de normas y rúbricas. La Mediator Dei de Pío xn (1947) rechaza la identificación de la liturgia con la parte externa y ceremonial del culto cristiano. La ceremonia no es más que un elemento de la celebración, una acción externa sujeta a unas normas o costumbres. Es sólo un vehículo o medio de comunicación ritual. Podemos definirla como un rito, tanto en el contexto social como en el cúltico, que se realiza con un tono de solemnidad ritual, más bien público y reglamentado. 87
La celebración podría definirse como el momento expresivo, simbólico, ritual y sacramental de la liturgia, es decir, el acto que evoca y hace presente, mediante palabras y obras, la salvación realizada por Dios en Jesucristo con el poder del Espíritu Santo.
La alegría mesiánica inaugurada por Jesús se expresa en los encuentros de la comunidad primitiva. No se encuentra en ella el entusiasmo bullicioso y exuberante de las fiestas del AT pero sí, una alegría serena y profunda, la alegría que es fruto de la Pascua y que nadie podrá quitar (Jn 16, 22).
1.2. Historia: La celebración-fiesta
La danza que era costumbre en las prácticas religiosas paganas precristianas, se extendió también en la misma Iglesia primitiva. Probablemente tal uso comenzó muy pronto. Un documento del siglo iv d . C , titulado "Quaestiones", recomienda que los coros de niños no sólo canten, sino que se acompañen de instrumentos musicales, danza y carracas. Para los primeros cristianos, estos coros danzantes representaban la danza angélica; llama la atención el dato que en Sevilla todavía danza ante el altar un coro de niños vestidos de ángeles.
La dimensión festiva de las relaciones del hombre con Dios se manifiesta ya en el Antiguo Testamento. Ante las maravillas que actúa el Señor, salta de alegría el corazón del hombre. Esta alegría se expresará, especialmente en las fiestas litúrgicas que relata el Libro de los Salmos, verdadero devocionario del pueblo de Israel (Sal 33, 1; 52, 5; 68, 4; 100,2; 149,2). En cada fiesta se hace realidad el grito del salmo 118: "Este es el día en que actuó -('hizo', traduce la Vulgata)- el Señor, aleluya, alegrémonos y gocémonos en Él" (Sal 118, 24). La historia de Israel recuerda algunas fiestas que marcaron época por su solemnidad, alegría y entusiasmo. La Pascua de Ezequías (2 Cro, 21-26), el retorno del Exilio (Esd 6, 22), la fiesta de los Tabernáculos y la lectura de la Ley (Ne 8, 10). Jerusalén será en forma eminente el lugar de las grandes fiestas. Hacia ella sube el pueblo en peregrinación (Sal 122, 84). Los Profetas anuncian en ella el festín y la alegría definitiva (Is 25, 6). Jesús da cumplimiento a las expectativas mesiánicas. Con Él eclosiona la alegría y la fiesta, como simbólicamente queda de manifiesto en la fiesta de Cana, animada por el vino nuevo que aporta Jesús. Todo su ministerio puede ser visto como una fiesta para los pobres y necesitados. 88
Los cristianos danzaban mucho en los primeros tiempos de la Iglesia. Lo hacían en los lugares del culto y en el claustro de las iglesias, en las festividades de los santos y en los cementerios, junto a las tumbas de los mártires. Danzaban hombres, mujeres y niños; ante el Señor y unos con otros, hasta que el Concilio de Würzburg en 1298 prohibió, como pecado grave, las danzas en los templos. Sin embargo, ni siquiera esta prohibición abolió la danza religiosa. Proscritos del santuario, los bailarines se trasladaron al atrio, al claustro y terminaron volviendo al cementerio. Todavía, en nuestra América, las danzas tienen un lugar importante en las fiestas patronales, procesiones y santuarios, como expresión de la religiosidad popular.
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Esta dimensión festiva irá poco a poco diluyéndose en Occidente después de Constantino (315) y a lo largo de los siglos. La fiesta empezó a ser sustituida por el culto, más y más marcado por el ceremonialismo y la obligación. Siempre sin embargo, quedó la nostalgia de la fiesta, de la celebración.
En esta perspectiva, la fiesta es:
En nuestros días está retornando el interés por lo lúdico, lo festivo, la danza. Este interés se ha manifestado, también en la reflexión de la teología litúrgica y en la práctica pastoral.
Protesta: contra todo lo que se opone a la vivencia de esos valores.
1.3 Análisis de la celebración-fiesta. Aspectos antropológicos Se dan diversos caminos de acercamiento a la categoría "fiesta" para definir la celebración litúrgica: histórico, sociológico, funcionalista... Aquí seguiremos un camino de tipo fenomenológico que busca integrar los diversos aportes. 1.3.1 Comprensión global de la fiesta Al buscar una comprensión de la fiesta, nos encontramos con tres referentes básicos: la vida, el tiempo, la comunidad. 1.3.1.1 La fiesta, celebración de la vida La fiesta es una aprobación global de la vida, más allá de los momentos malos pueda ofrecemos. Celebramos porque creemos que la vida es radicalmente buena, porque creemos que puede ir mejor y porque no nos resignamos a los elementos negativos que empañan la bondad del mundo.
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Imaginación: utopía de un mundo mejor. Expresión: de los valores que no siempre la rutina cotidiana nos permite vivir, libertad, alegría, fraternidad.
Este núcleo de la fiesta es lo que la distingue de la simple diversión o vacación. En éstas se descansa, no como afirmación de valores, sino como forma de recuperar fuerzas para seguir trabajando. Este núcleo, también, distingue la fiesta de aquel tipo de diversión que no busca celebrar la vida, sino, todo lo contrario, huir, olvidarse de una vida que no vale la pena. En esta línea, la fiesta se vincula con la sicología lúdica del hombre. En el "Yo" de cada persona -dice la sicología- se puede distinguir: -
el estado paternal (sentimientos inducidos por el ejemplo de los padres: transmite lo heredado, es tradicional, conservador...),
-
el estado adulto (capacidad de utilizar los datos para enfrentarse al mundo exterior),
-
y el estado del niño (representa la intuición, la creatividad, lo espontáneo...).
La fiesta se conectaría con este sector del "Yo". La fiesta es la superación de lo puramente normativo y de la búsqueda de eficacia, por lo gratuito. Desde esta perspectiva, podemos entender la frase de Jesús: "Si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los cielos"... ¡que es Fiestal 91
1.3.1.2 La fiesta, celebración en el tiempo La fiesta responde a la necesidad que tiene el hombre de darle un sentido, una significación a la sucesión del tiempo, es una forma de humanizar el tiempo. "La fiesta es a la existencia lo que las hierofanías son a la naturaleza" (Eliade). El tiempo puede ser considerado de formas diversas. Existe el tiempo matemático, objetivo, y el tiempo humano, subjetivo. El tiempo en que se ubica la fiesta es el tiempo humano con un plus de significación. Ese plus brota de la densidad y apertura transcendente con que se vive el tiempo en la fiesta.
1.3.1.3 La fiesta, celebración en
comunidad
La fiesta necesita de la comunidad para expresarse en todo su significado y dinamismo. Al menos se exige la presencia de dos. Es la fiesta íntima. La fiesta tiene un sentido universal y parece más plena mientras mayor es la concurrencia de los invitados. La fiesta implica: -
Convocación: es un llamado a todos los que tienen relación con lo que se está celebrando.
-
Pertenencia: implica compromiso afectivo y efectivo con la celebración. Sobran los "observadores" y los "aguafiestas".
La fiesta es así:
Apertura: capacidad de integrar a nuevos participantes de la fiesta.
-
Memorial: evocación de los acontecimientos iniciales...
1.3.2 La expresión
-
Presencia: vivencia actual de esos acontecimientos, de algún modo presentes.
-
Profecía: anuncio de la vivencia en plenitud de toda la fuerza de vida contenida en lo que se celebra.
La fiesta, en efecto, al permitir vivir plenamente el tiempo, nos pone en comunión con el tiempo primordial (el principio) y con el tiempo definitivo (ésjaton).
La fiesta en su relación con el tiempo, implica entrar en el entretejido del tiempo como "preparación" y como "post-fiesta". Mientras más grande es la fiesta, supone más preparación, y se prolonga por más tiempo, en réplicas festivas.
El hombre, por su realidad síquica y corporal, se realiza en la expresión. La expresión no es un simple revestimiento de perceptibilidad de nuestro mundo interior, sino que es un proceso que permite al hombre ser en la medida que se expresa. Para expresarse el hombre se sirve de símbolos que le permiten pronunciar lo que vive y anhela. ¿Cómo el hombre expresa su sí ante la vida? ¿Cómo expresa su anhelo de eternidad? En las fiestas y en las actividades típicas de las fiestas. Se subrayan dos elementos expresivos de la fiesta: -
92
festiva
acciones que expresan ruptura con la vivencia ordinaria: el ocio festivo (prohibición de trabajos servi-
93
-
les), limpieza, trajes, ritos de ruptura (ej. rito de la luz, del pan ácimo), despilfarras...
exige plena participación, en cuerpo y alma. A esto tiende el ritmo, la comida, la bebida, etc.
acciones que expresan exuberancia de los sentimientos festivos, serie de actividades que rompen el formalismo y los marcos de lo convencional y expresan sobreabundancia de los sentimientos festivos: derroche en comida, bebida, canto, baile, etc.. hasta los excesos dionisíacos. Todo con expresión de libertad y búsqueda del placer de vivir.
Sentido comunitario y universal. La fiesta exige la participación de todos los que, de alguna manera, tienen relación con el festejo. La concurrencia se ubica aquí como un factor festivo.
Respecto a los símbolos a través de los cuales se expresa el hombre en fiesta, pueden distinguirse tres niveles: -
Universal: en base al cuerpo, común a todos los hombres y también en base al inconsciente colectivo con sus arquetipos. Este nivel, sin embargo, pasa siempre a través de la mediación cultural.
-
Cultural: es la expresión que brota del fondo universal, en cuanto teñida del color ambiental. Pero también, este nivel necesita concretarse en el nivel siguiente.
-
Grupal: en correspondencia con las diversas situaciones circunstanciales, que generan subculturas especificas: jóvenes, campesinos, pueblos originarios.
Sentido de ruptura con lo rutinario, lo convencional, lo cotidiano. La fiesta es un momento de excepción en que se permite muchas cosas que en otros momentos se deben reprimir (p. ej. disfraces). Esto, en algunos casos, se realiza a través de la búsqueda de la naturaleza. Sentido extático. La fiesta permite lo que se suele llamar "experiencia de totalidad", o sea, de integración personal y comunitaria. Sentido simbólico. La fiesta expresa la aiegría y favorece la intercomunión a través de múltiples elementos simbólicos: cantos, bailes, banderas, etc. De alguna manera, todo se vuelve simbólico. 1.3.4 Estructura de la
1.3.3 Características
de las fiestas
celebración-fiesta
Acercándonos, ahora, a la fiesta en cuanto fenómeno, descubrimos fácilmente su estructura. Preguntémonos, como ante todo fenómeno, quién, dónde, cuándo, cómo y por qué... y tendremos la estructura básica de la celebración-fiesta.
A través de la observación de las fiestas se encuentran ciertas constantes que caracterizan lo festivo.
Objeto de la fiesta: ¿Qué se celebra?
Fuerte vivencia de los sentimientos pertinentes: alegría, fervor patrio, etc. Se afirma la vida con exuberancia. Esto
Un ser, una persona, un acontecimiento evocado por la fiesta y que merece celebrarse. Por otra parte, la fiesta en sí es celebrada. O sea, el objeto celebrado es, en
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algunos casos, sólo un pretexto para divertirse y hacer fiesta. Nos encontramos así, en la fiesta, con dos polos que necesitan equilibrarse bien: el polo de la celebración y el polo de la diversión. Sujeto de la fiesta: ¿Quién celebra? Es la colectividad para la cual el acontecimiento o personaje festejado tiene significación. Es conveniente notar cómo en la colectividad se destacan siempre grupos más interesados en la fiesta y que juegan en ella un papel preponderante. Se les puede llamar los animadores de la fiesta. Lugar de la fiesta: ¿Dónde se celebra? La fiesta supone un lugar adecuado de acuerdo con la concurrencia y exuberancia de la misma. Debe ser un lugar que convoque y favorezca la expresión festiva. Entre los lugares de fiesta se encuentra el lugar doméstico, el lugar comercial, el lugar funcional, el lugar al aire libre, etc.
Signos festivos: ¿Cómo se celebra? La fiesta se hace, se expresa a través de signos, especialmente de símbolos, o sea, signos materiales, sensibles, de gran valor evocador y emocional, que en un cont e x t o c u l t u r a l , e x p r e s a n r e a l i d a d e s d i f í c i l e s de conceptualizar. Motivación de ¡a fiesta: ¿Por qué se celebra? No basta que haya todo lo anterior para tener fiesta. Es necesario que la comunidad comulgue, de algún modo, con el objeto de la fiesta y busque identificarse con él a través del recuerdo agradecido, la actualización comunitaria, y de la profecía comprometedora. Este es el papel que cumplen, en particular, los discursos, los brindis, en general, la palabra. 1.3.5 Tipología de las fiestas A partir de los elementos estructurales recién recordados, pueden surgir diversas clasificaciones de la fiesta:
Tiempo de la fiesta: ¿Cuándo se celebra?
Según el objetivo: Fiesta profana y religiosa.
Anteriormente nos hemos referido a este tipo de tiem po humano que es el tiempo festivo. Vale la pena destacar:
De hecho, estos dos tipos se entremezclan dando origen a diversas figuras festivas:
-
-
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su continuidad con el tiempo cotidiano en el que se enraiza la fiesta a través de la preparación y de sus réplicas festivas; su transcendencia que permite a los que festejan participar de un atisbo de eternidad.
-
fiestas propiamente religiosas y litúrgicas: la Transfiguración del Señor...
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fiestas religiosas con "desborde" popular: Navidad...
-
fiestas profanas con elementos de sacralización: nacimientos
-
fiestas profanas: un cumpleaños...
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Según el sujeto: las fiestas pueden clasificarse:
En esta perspectiva la celebración litúrgica es:
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según las características de la comunidad que celebra: juvenil, popular, campesina...
-
Imaginación: nos acerca al sueño de Dios esbozado en "el principio" y restaurado y plenificado en el "ésjaton".
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según el número: fiesta íntima, familiar, popular... -
Expresión: de los valores del Reino que aquí y ahora están desarrollándose y con los cuales estamos llamados a comprometernos.
-
Protesta: denuncia y conversión de todos los antivalores.
Según el lugar, fiestas privadas y públicas. Según el tiempo: fiestas fijas y móviles... fiestas estacionales, fiestas históricas. Según signos: fiestas naturales, convencionales.
y
La liturgia es celebración en el tiempo
Según la motivación: fiestas de precepto y fiestas libres. -
Memorial de los acontecimientos salvadores: para que los recordemos nosotros y actuemos en consecuencia... y para que los recuerde Dios y no nos olvide.
-
Presencia de dichos acontecimientos.
-
Profecía de su plenitud escatológica.
1.4 La liturgia es una fiesta: A s p e c t o s teológicos lo dicho sobre la fiesta en general, resulta de fácil aplicación a la celebración litúrgica. Más todavía cuando las nociones presentadas han sido elaboradas en orden a ilustrar la fiesta litúrgica. Iniciamos aquí una aplicación, que no pretende ser exhaustiva, y podrá ser completada por los alumnos.
TODO
y
La liturgia es celebración en la comunidad
Es celebración del Pueblo de Dios que es: 1.4.1 La liturgia, celebración del misterio pascual, en el tiempo, en comunidad > La liturgia es celebración del misterio
Convocación: celebra la alegría de la común unión, en respuesta al llamado, a la convocación de Dios. La convocación misma es objeto de fiesta, merece celebrarse!
-
Pertenencia: que se traduce en "participación plena, consciente y activa (se 14), protagonista de la fiesta.
pascual
La liturgia celebra la vida en cuanto portadora del misterio pascual, o celebra el misterio pascual en cuanto manifestado en los signos de la existencia.
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-
Apertura: la asamblea está abierta a todos, a toda la humanidad invitada por Dios a la fiesta y, en particular, abierta a toda la Iglesia peregrina y a la Iglesia celestial. 1.4.2 La celebración de la fiesta
El primer teólogo de la liturgia que se ha ocupado de la celebración en cuanto tal, ha sido Odo Casel (+ 1948), pionero también en ofrecer una reflexión sobre el culto cristiano sobre bases, directa y primariamente teológicas.
Señor ha ascendido a los cielos, hoye\ Espíritu Santo hn sido derramado...". La fiesta, el acontecimiento hecho Epifanía en la fiesta, se celebra de diversos modos y con diversos elementos: La Navidad, por ejemplo, se celebra con luces, arbolitos de luces y colores, regalos, comidas especiales, "misa de gallo"... El corazón de la celebración es, evidentemente, la celebración eucarística. Por eso la fiesta cristiana ha sido definida como
Para él, la celebración es una Epifanía, una manifestación de lo divino en la acción ritual. Y decir Epifanía o manifestación, significa admitir una presencia, que, en el caso del misterio celebrado en la liturgia, solamente puede reconocerse a través de su eficacia. La celebración, entonces, tiene el valor de ser una hierofanía, es decir una mediación que hace posible la comunicación del misterio con el hombre, por una parte, y el acceso y, la participación de éste en la energía salvadora que se hace presente, por otra. El único misterio de Cristo, que ha muerto y resucitado para salvar al hombre, se manifiesta y se hace eficazmente presente en toda celebración litúrgica, aún dentro de un aspecto particular concreto como puede ser el nacimiento de Jesús o su entrada en los cielos, recordados en las fiestas de Navidad o de la Ascensión. Pero, hay algo más en la celebración. Esta Epifanía, que es presencia del misterio, confiere a la celebración un carácter de actualidad y de incidencia en la vida y en el tiempo de los hombres, de forma que la liturgia exclama en sus cantos: "Hoy nos ha nacido un Salvador, hoy el
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la convocación del pueblo para celebrar alegremente la memoria de un acontecimiento pasado, en el día del año que corresponde a la realización de dicho acontecimiento, por medio de la celebración de la Eucaristía (Pernigotto-Lego, Cos'é la Festa cristiana, Eph. Lit. 87). La celebración eucarística, y más en general, la celebración litúrgica, es el corazón de la fiesta porque asegura la presencia del acontecimiento, del misterio celebrado. Esto lo realiza, fundamentalmente a través de la palabra y del rito. El acontecimiento, el misterio manifestado, quedaría como algo puntual, encerrado en nosotros, si no lo compartiéramos en la palabia. Es una palabra que, en primer lugar, necesitamos decirnos nosotros mismos, y luego, intercambiar con los otros. Este acontecimiento se hace palabra a través de: -
Un trabajo de reconstrucción: se recrea el acontecimiento a través de un relato, relato que, a su vez, se ve influenciado por el auditorio. Él estimula a entre101
gar mayor o menor cantidad de datos, a seleccionar los contenidos, a agregar comentarios, etc. -
El Hijo "aterriza" la iniciativa salvadora del Padre a través de la encarnación y "celestializa" la respuesta de los hombres, entrando con su sacrificio (la obediencia al Padre hasta la muerte) en el santuario del cielo; (es el tema de la Carta a los Hebreos). La liturgia expresa esta centralidad mediadora de Cristo con la expresión por Cristo nuestro Señor, que cierra la mayoría de sus oraciones.
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El Espíritu Santo personifica la plenitud del diálogo intratrinitario del Padre y del Hijo. Esa misma función realiza el Espíritu cuando ese diálogo divino se proyecta en términos de encarnación y de historia. Al Padre que habla a través de Gabriel y al Hijo que responde en la humanidad de María (¡intencionalmente toda Hijo!), sigue la efusión del Espíritu Santo por quien lo intencional se vuelve efectivo.
Un trabajo de objetivación: el compartir el acontecimiento nos libera de él, nos permite, en comunión con los otros, mirar el acontecimiento desde una cierta distancia, ubicar el acontecimiento en un horizonte más amplio.
El acontecimiento, finalmente, puede ser actualizado. Esto es posible gracias a la posibilidad del rito, o sea, a la posibilidad de expresar el acontecimiento en una acción simbólica. El acontecimiento de la Pascua de Jesús, hecho palabra en el kerigma primitivo, se ritualiza en los sacramentos y liturgia de la Iglesia. Celebramos el acontecimiento contando lo sucedido y renovando el rito que lo hace presente. 1.4.3 Protagonistas de la fiesta y de la celebración Los grandes protagonistas de la fiesta y de su celebración son Dios y el hombre. > Dios en su misterio -
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trinitario
El Padre de quien viene toda iniciativa salvadora es, también, quien prolonga la salvación hasta nosotros y quien nos congrega para la celebración. El Padre es la fuente y la meta de toda fiesta litúrgica. Parafraseando el título del conocido libro de C. Precht, podemos decir: Acción del Padre, fiesta del pueblo. Acción del pueblo, fiesta de Dios Padre.
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Luego a la obediencia del Hijo, expresada en la pasión y muerte, responde el Padre resucitándolo y constituyéndolo en poder por el Espíritu. Este diálogo se plenifica en Pentecostés, en que se manifiesta la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. El Espíritu es así el camino y el signo de la acción salvadora realizada en plenitud. En la liturgia, la acción del Espíritu se expresa en la "epíciesis" y se manifiesta en el clima festivo, de libertad, comunión y creatividad, postulada por la liturgia en "espíritu y verdad". > Los hombres La fiesta litúrgica es celebrada por los hombres bautizados, constituidos en "pueblo sacerdotal". Todos y cada uno de ellos son celebrantes de la liturgia (se 26). Este tema será desarrollado, especialmente al
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hablar de la asamblea litúrgica. Aquí nos limitamos a señalar la importancia que tienen para la fiesta y la celebración: -
el ministro presidente de la asamblea. Por el rol específico que tiene para reunir la comunidad, anunciar el Evangelio, invocar al Espíritu y actuar en nombre de Cristo;
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los jóvenes por su especial capacidad de animadores de la fiesta;
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las mujeres por su especial capacidad expresiva y afectiva, fundamental para que haya fiesta.
1.5 Un nuevo concepto de liturgia: Acción de Dios, Fiesta del Pueblo; Fiesta de Dios, Acción del Pueblo En estos últimos 50 años - a partir de la Mediator Dei (1947)- podemos seguir una evolución rápida del concepto de liturgia, que, sin negar los aspectos sucesivos que se fueron desarrollando, nos ofrece una categoría nueva que plenifica estos varios aspectos. Pío XII, en la encíclica Mediator Dei (1947), asumiendo el movimiento litúrgico de renovación que se va extendiendo después de la segunda guerra mundial, define la liturgia como: ... el culto público que nuestro Redentor rinde al Padre como cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su cabeza y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del cuerpo
104
místico a Jesucristo, esto es de la cabeza y de sus miembros. El Concilio Vaticano ll (1962-1965), marca un claro progreso. Dejando en un segundo plano la noción de culto, define la liturgia como una "acción", una "obra" de santificación del hombre y glorificación de Dios. Buscando una definición que refleje esta visión, podemos retener la siguiente que proponía el P. Salvador Marsili, profesor en San Anselmo (Roma) en el inmediato posconcilio: La liturgia es la acción sagrada por la que, en signos, se ejerce y realiza en la Iglesia y por la Iglesia, la obra sacerdotal de Cristo, de santificación de los hombres y glorificación de Dios. La n Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellfn (1968) buscó hacer una relectura para nuestro continente de los principales temas conciliares. Respecto a la liturgia, Medellín hizo interesantes acentuaciones que poco a poco han ido configurando una nueva concepción litúrgica. Medellín, en primer lugar, presenta la liturgia en la perspectiva de una Iglesia peregrina marcada "por la tensión entre lo que ya es una realidad y lo que aún no se verifica plenamente" (Liturgia n. 2). La liturgia cristiana debe ser una liturgia que exprese la vida de los hombres, adaptándose y encarnándose en las culturas, asumiendo "cuanto hay de sano en el proceso de evolución de la humanidad" (Liturgia n. 4, 7). La ni Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla (1979), maduró la perspectiva, que se esbozó en Medellín, de una que es celebración de la Pascua del 105
Señor discernida en la vida de los hombres. Puebla define la liturgia con estas Palabras: Fiesta de comunión eclesial, en la cual el Señor Jesús, por su misterio pascual, asume y libera al Pueblo de Dios y por él a toda la humanidad, cuya historia es convertida en historia salvífica para reconciliar a los hombres entre sí y con Dios (DP 918). En Puebla se asume así una nueva categoría: la fiesta. Ella, a partir del inmediato posconcilio, empezó a emplearse siempre más para expresar una renovada comprensión de la liturgia. La fiesta pone de relieve el sentido experiencial y celebrativo de la liturgia, plenificando así el sentido del culto y de la obra. La liturgia no es ei cumplimiento de un rito, ni ia simple participación en una acción, sino que, por su misma naturaleza, ella postula ser vivencia totalizante, una comunión profunda con Dios, con los hombres y con toda la creación; una experiencia del sí radical a la vida, lo que comporta, junto con la afirmación de los valores que la constituyen, una denuncia de los antivalores que la degradan, y un anticipar y pregustar la plenitud que se espera en el Reino.
En la fiesta religiosa, sin embargo, más que sólo el polo de la ruptura y evasión (que puede llevar a una religión-opio), se destaca el polo de la afirmación de la vida. La fiesta es expresión de que creemos que la vida es radicalmente buena y que esperamos una vida mejor. En esta perspectiva, los sacramentos y demás signos litúrgicos, no son ritos al margen de la vida, sino momentos de vida cargados de especial densidad humana y, sobre todo, en virtud de dicha densidad humana, elegidos por el Señor para ser el lugar de encuentro con el hombre y portadores de su intervención salvadora (Mons. E. Alvear, Chile).
La liturgia-fiesta ayuda a superar la dicotomía sagrado-profano, rito-vida (cf. más arriba, Marsili: "acción sagrada").
La liturgia-fiesta asume bien la realidad eclesial, comunitaria, destacando lo principal: la comunión de las personas participantes (cf. más arriba, definición de Puebla). La fiesta no puede darse en unos pocos ante la pasividad de la mayoría. La fiesta exige ia participación de todos, y, al mismo tiempo, está abierta a todos los que, de alguna manera, tienen relación con el festejo.
La fiesta, sin duda, comporta una ruptura de lo cotidiano, a través de la cual el hombre busca evadirse de una vida esclavizante o busca en ella un descan-
Sabemos que en la fiesta cristiana hay un lugar especial para el servicio jerárquico. Al insistir en la comunión, no se pretende disminuir la importancia del
En particular, subrayamos cómo: •
so reparador. En el mundo del trabajo, del rendimiento máximo, la fiesta es sólo una "pausa que refresca", una válvula de escape de las pasiones acumuladas. Se hace fiesta, se descansa para trabajar mejor o para olvidarse de una existencia que no merece vivirse.
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sacerdocio ministerial, sino asegurar su eficiencia al servicio del sacerdocio común de los fieles. La fiesta litúrgica, más que un monopolizador de roles o alguien que impone distancias, pide un presidente de asamblea que esté en medio de los suyos presidiendo la caridad: Ubi caritas gaudet, ibi est festivitas (S. Juan Crisóstomo). •
La liturgia-fiesta, además, permite integrar bien la acción santificadora de Dios y la glorificación que le tributa el hombre (cf. más arriba definición de Pío XII). La fiesta comienza con la intervención de Dios. Su paso, su acción salvadora descubierta en la fe, provoca la admiración, la acción de gracias, el aleluya, la fiesta. La fiesta, sin embargo, libera el corazón del hombre para la acción: Con la Pascua, y por eso realmente en cada servicio de culto, comienza el reír de los redimidos, la danza de los liberados y el creador de la fantasía... La risa despoja a la amenaza de su seriedad y desarma al enemigo. Muestra una libertad invulnerable, justamente, allí donde el adversario esperaba encontrar miedo y sentimiento de culpa. Si los hombres pueden reír, ya no pueden ser coaccionados. Y si el fundamento de la dominación y del sometimiento es la amenaza de la muerte, con la fiesta de la resurrección comienza entonces, de hecho, la liberación de los que estaban así amenazados y oprimidos (Montmann, p. 63-64). La acción de Dios provoca la fiesta. La fiesta en el corazón del hombre libera para la acción y el com-
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promiso. El hombre en acción en pro del bien, es la fiesta de Dios. •
La liturgia-fiesta, por último, explícita mejor la presencia del Espíritu. (Su ausencia es notable en la definición conciliar). La liturgia-fiesta, la alegría pascual de toda celebración, es fruto del Espíritu difundido en nuestros corazones y que explaya su grito radical Abba-Padre en toda la eucología de la Iglesia. Donde está el Espíritu hay fiesta, porque "El Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Co 3, 17).
RESUMEN "La celebración del Misterio cristiano" es una expresión muy significativa, para designar las acciones litúrgicas. El verbo "celebrar" tiene una connotación festiva, ritual y comunitaria. Celebrar es sinónimo de glorificar, exaltar, festejar una persona o un acontecimiento. Tiene como objeto el misterio de la salvación, el misterio pascual del Señor. Toda celebración es fiesta, pero no toda fiesta es celebración: es un obrar simbólico en un clima de fiesta que invita a la participación activa de los participantes. La fiesta es celebración de la vida, en el tiempo en comunidad. La fiesta se caracteriza por fuerte vivencia de sentimientos, sentido comunitario, ruptura de lo cotidiano, sentido extático, sentido simbólico. 109
La liturgia celebra el misterio pascual en cuanto manifestado en la existencia. Es memorial de los acontecimientos salvadores, es celebración en comunidad en unión con toda la Iglesia. La liturgia es fiesta, es una Epifanía que hace presente y comunica el misterio. Es la celebración del "Hoy" de Dios en el "Hoy" de los hombres. Los protagonistas de la celebración son: Dios en su misterio trinitario y los hombres congregados en asamblea, constituidos en pueblo sacerdotal.
APÉNDICE LA DINÁMICA CELEBRATIVA
Alberto Aranda Toda celebración litúrgica mayor, de las bendiciones que implican más a la comunidad, hasta la eucaristía que es la principal, tiene cuatro partes: Inicio o introducción Liturgia de la Palabra Liturgia sacramental (sacramento, sacramental, bendición) Conclusión y envío.
1. Inicio o introducción Los ritos iniciales, al igual que los de conclusión, aunque no son los principales, tienen, sin embargo, una función indispensable: el relacionar con la vida. Existe siempre el peligro de que nuestra celebración litúrgica esté como "entre paréntesis", sin incidir en la vida. Todos los ritos tienen como finalidad hacer a la asamblea. Somos Iglesia (Ekklesia, de ek kaleo, llamar, invitar), asamblea reunida para responder a un llamado. Somos Iglesia que se reúne para celebrar la Pascua de Cristo. La Pascua, la Iglesia la va viviendo también con las características de cada tiempo litúrgico y de cada fiesta, y encarnándose para vivificarlos con la vida misma del Resucitado en todas nuestras circunstancias vitales comunitarias y personales. A esto tienen que llevar 110
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todos los elementos de esta parte: hacen a la asamblea y al mismo tiempo la disponen a recibir la Palabra y a celebrar el Sacramento, en espíritu de oración y comunión.
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Dios convoca El pueblo se reúne
2.
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-
Liturgia de la Palabra
En todas las celebraciones tiene lugar la liturgia de la Palabra. Allí Dios nos habla hoy. Para formar a su pueblo, Dios tiene una pedagogía, un método. ¿Cuál es este método? Es un diálogo entre Dios y su pueblo (cf. Dt 4, 10-14): -
Dios convoca a su pueblo
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El pueblo se reúne
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Dios habla a su pueblo
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El pueblo asiente
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Dios hace su alianza.
Y no otra cosa hizo Cristo Señor para formar el pueblo nuevo. -
El vino "en busca de las ovejas perdidas" (Mt 10, 6).
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Él es la Palabra personal del Padre que nos trajo la luz y la verdad de Dios.
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Él es quien respondió perfectamente al Padre en total obediencia. "En Él todo ha sido sí" (2 Co 1, 19).
-
En Él se hace la nueva y perfecta alianza.
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Vamos viendo ya el panorama:
}
El inicio
Dios habla El pueblo da su asentimiento
}
Liturgia de la Palabra
Se renueva la Alianza
}
Liturgia eucarística
Veamos lo mismo de otro modo: Dios toma ia iniciativa, llama, ilumina, guía, interroga, reclama, impele, etc. Es decir, hace a su Pueblo con su Palabra. Pero esta Palabra, para ser eficaz, necesita ser escuchada y seguida, y así va a provocar una reacción: en definitiva la salvación. Por esto la necesidad del ambiente de fe en que debe ser recibida; por esto el silencio meditativo y el canto responsorial para dejar que la Palabra nos empape, y también por esto la necesidad de la respuesta de fe expresada en la Oración universal o de los fieles. La palabra que ha hecho al Pueblo de Dios lo ha dispuesto a hacer o a renovar la Alianza. Como vimos más arriba, en toda comunicación oral hay que considerar tres factores: La palabra emitida La recepción de la palabra La respuesta a la palabra. Si no hay recepción apta a la palabra emitida, no se hace la comunicación. La palabra emitida y recibida es impresiva, y, por lo mismo, provoca una reacción, una respuesta que puede ser externa o solamente interna.
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Estos elementos se dan también en la liturgia de la Palabra. -
Emisión de la Palabra - Lecturas de la S. Escritura Homilía
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Recepción de la Palabra - Los cantos interleccionales El silencio
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Respuesta a la Palabra - La Oración universal La Oración universal o de los fieles
¿Por qué universal? Es universal, porque la asamblea pide que el hecho salvífico anunciado en la Palabra se cumpla para todos los hombres, según la voluntad del Padre. Es universal también, porque esta comunidad celebrante, aunque pequeña, está en comunión vital con la Iglesia universal, y comparte con ella las mismas preocupaciones e intenciones. ¿Por qué de los fieles? Porque es la oración de todos los fieles congregados en la asamblea. ¿Cuándo y cómo se hace la Oración universal? ¿Cuándo? De por sí, siempre; es un elemento normal de la liturgia de la Palabra. Así lo presenta OGMR 45. OLM 30 y 31 la presentan igualmente como uno de los elementos y ritos normales de la liturgia de la Palabra. 114
¿Cómo se hace? ¿Quién o quiénes la hacen? 47 y OLM 30 y 31 nos lo dicen.
45-
OGMR
En la Oración universal, la asamblea de los fieles, a la luz de la Palabra de Dios, a la que en cierto modo responde, pide normalmente por las necesidades de toda la Iglesia y de la comunidad local, por la salvación del mundo y por los que se hallan en cualquier necesidad, por determinados grupos de personas. Bajo la dirección del celebrante, un diácono o un ministro o algunos fieles proponen oportunamente unas peticiones breves y compuestas con una sabia libertad, con las que "el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres, de modo que, completando en si mismo los frutos de la liturgia de la Palabra, pueda hacer más adecuadamente el paso a la liturgia eucarística" (cf. OLM 30). Es, pues, una oración suplicatoria, no es momento de expresión de motivos de acción de gracias, y universal, lo cual no excluye las peticiones por necesidades particulares. Es iniciada por una monición y terminada por una oración conclusiva, que hace el presidente. Las intercesiones son acogidas por la asamblea con una respuesta que puede ser muy variada, pero debe ser coherente con la naturaleza de la petición. Es necesario cuidar una cierta homogeneidad en la dirección; no unas peticiones dirigidas al Padre y otras a Cristo o al Espíritu; y también una cierta homogeneidad en el estilo.
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3. La liturgia sacramental Esta es la parte culminante de la celebración, en la cual se hace memoria de los eventos salvíficos que tienen como centro la Pascua de Cristo. La actualización de este misterio motiva la alabanza y acción de gracias de la asamblea.
BIBLIOGRAFÍA
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4. C o n c l u s i ó n y envío La última parte tiene como finalidad vincular la celebración litúrgica a la vida, de modo que lo celebrado sea vivido en la misión y en la práctica de la caridad. En nombre de la Trinidad, la asamblea se ha reunido, ha escuchado la Palabra y ha dado gracias por la memoria de los eventos salvíficos. Ahora, en nombre de la misma Trinidad, se derrama sobre ella la bendición y es enviada a proclamar las maravillas celebradas.
Fernández P., "Qué es celebrar", en D. Borobio, La celebración de la Iglesia i, Salamanca, Ed. Sigúeme, 1994,298-357. ÍDEM,
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Celebración y ceremonia
*
Celebración y fiesta en lo profano
Yáñez J.L., Teología y Vida, vol. xxiv, n. 1-2, 1983, p. 79ss. Revista Facultad de Teología, Universidad Católica de Chile.
y de: *
Liturgia y Celebración
*
Liturgia y fiesta... en lo religioso-cristiano?
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117
2 ¿QUÉ CELEBRAMOS?
Guillermo Rosas ss.cc. Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo. CEC 1068
INTRODUCCIÓN CZN la primera parte se ha querido responder a la pregunta originante de la liturgia: ¿Qué es celebrar? En esta segunda parte se quiere responder a una cuestión tan fundamental como aquella; un tema que ha estado muy presente en la reflexión teológico-litúrgica del siglo xx: ¿Qué celebramos? ¿Cuál es el contenido de la liturgia cristiana? ¿Cuáles son los motivos, los temas, el objeto de las celebraciones de la Iglesia?
Hacerse esta pregunta significa indagar, no sobre las formas externas de la liturgia, que por su propia naturaleza están condicionadas por el tiempo y las culturas en las que se encarna el único Evangelio, sino sobre aquello que constituye el motivo de la celebración, la razón de la fiesta cristiana. Esa razón es invisible, se halla detrás o en el fondo de las formas, de los ritos, de los tiempos de la celebración. El Papa Juan Pablo n, en la Carta Apostólica Vicesimus quintus annus\ con la que conmemoró los 25 años de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, recordó que nada de lo que hacemos nosotros en la liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su Espíritu2. Lo más importante en la liturgia, como ya el Concilio había expresado claramente, es lo que en ella acontece invisiblemente, el contenido esencial de la acción celebrativa. ¿Qué celebramos"?
Siguiendo los números 5 a 10 de la constitución conciliar sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum Concilium, que sigue inspirando, como un horizonte de validez universal, la reforma litúrgica posconciliar, se abordará en esta parte ese ámbito que se oculta bajo nuestras formas litúrgicas animándolas como único y gran motivo de alabanza3. La pregunta que encabeza esta sección se responde en seis apartados: 2.1 Celebramos el misterio pascual de Cristo 2.2 Celebramos el anuncio y su realización 2.3 Celebramos a Cristo siempre presente 2.4 Celebramos hoy el permanente Adviento 2.5 Celebramos en la fe y en la conversión diaria 2.6 La liturgia, cumbre y fuente de nuestra vida.
TRABAJO PERSONAL INICIAL Es posible que para quienes han nacido después del Concilio Vaticano n, la pregunta no parezca tan importante porque la respuesta, por así decirlo, "flota en el ambiente posconciliar". La historia y la reflexión teológico litúrgica reciente muestran, sin embargo, que la pregunta no es tan inútil como pudiera parecer, ni la respuesta tan obvia.
1
Carta del 4-XII-1988, en AAS 81, 1989, 897-918.
2
Vicesimus quintus annus, 10.
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Lee la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, completa, buscando comprender sus grandes líneas e insistencias. Será un marco global importante para desarrollar este capítulo.
Estos seis números de la constitución se refieren a la naturaleza de la liturgia y su importancia en la vida de la Iglesia. Los destacados del texto son nuestros.
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destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida'no. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació "el sacramento admirable de la Iglesia entera"n.
2.1 Celebramos el misterio pascual de Cristo Sacrosanctum Concilium 5 Dios, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"4, "habiendo hablado antiguamente en distintas ocasiones y de muchas maneras a nuestros padres por los profetas"5, cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón6, como "médico corporal y espiritual"7, Mediador entre Dios y los hombres8. En efecto, su humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo "se realizó plenamente nuestra reconciliación y se nos dio la plenitud del culto divino"3.
2.1.1 La liturgia es comunicación entre Dios y el hombre En la liturgia se unen dos movimientos complementarios e inseparables: Dios se vuelve a su pueblo para regalarle su gracia y santificarlo, por medio de la obra de la redención humana (movimiento descendente, de Dios hacia el hombre), y el hombre se vuelve a Dios para glorificarlo por sus maravillas, en la obra de la perfecta glorificación de Dios (movimiento ascendente, del hombre hacia Dios). Se puede representar en el siguiente gráfico: SANTIFICACIÓN DEL HOMBRE
Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, "muriendo
4
1 Tm 2,4.
5
Hb 1,1.
6
Cf. Is 61,1; Le 4,48.
7
S. Ignacio de Antioquía, Ad Ephesios, 7,2, Edic. F.X. Funk, Patres Apostolici, I, Tubinga, 1901, p. 218.
8
Cf. 1 Tm 2,5.
9
Sacramentarlo Veronense (Leoniano), Edic. C Mohlberg, Roma, 1956, núm. 1265, p.162.
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i T GLORIFICACIÓN DE DIOS
Este dinamismo dialogal es permanente en la revelación. Dios, cuya característica esencial es ser un Dios "personal", que se comunica de tú a tú con sus criaturas, toma la iniciativa de salvación y pone su amor al servicio de la
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11
Misal Romano, Prefacio pascual (en el actual Misal, prefacio pascual,
0Cf. San Agustín, Enarrationes in Psalmos 138,2: Corpus Christianorum 40, Turnhout, 1956, p. 1991; y Missale Romanum, Oración después de la segunda lectura del Sábado Santo, antes de la reforma de la Semana Santa (en el actual Misal, oración después de la séptima lectura de la Vigilia pascual).
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liberación de su pueblo, y el hombre -individual o colectivamente- lo invoca y lo alaba, le responde y obedece. El llamado que Yahvé hace a Abrahán, padre de nuestra fe, según el relato del Génesis, es un paradigma de tal dinamismo 12 . La culminación de la comunicación entre Dios y el hombre se da en la encarnación. Allí el diálogo entre dos sujetos radicalmente asimétricos - e l Todopoderoso y su criatura- se resuelve en la comunicación entre un Padre y su Hijo, tendiendo el puente definitivo a la humanidad para relacionarse con su Creador. La ascensión de Jesús, para volver a la gloria del Padre, cierra el ciclo de su vida terrena, pero no suprime ese puente, tendido para que los seres humanos, hijos en el Hijo, definitivamente salvados en esperanza, accedan a su Padre. La naturaleza humana y la creación entera fueron de tal modo asumidas por la encarnación, que son el cauce de la comunicación y el lugar de encuentro de Dios con nosotros. Y esto para siempre, no sólo durante el paso terreno de Jesús de Nazaret. Al respecto dice el teólogo Leonardo Boff: Dios posee... una humanidad que, según el designio divino, es eterna. La humanidad es la expresión temporal del Hijo eterno. La humanidad expresa para nosotros algo de Dios. Decir que el Hijo se hizo hombre no significa que el Hijo dejara de ser Hijo. Tampoco significa que el Hijo siguiera siendo Hijo y que la humanidad le fue añadida para servirle de mero Instrumento de aparición y de actuación. No. La humanidad de Dios no es
12
Cf. Gn 12.
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un disfraz con el que Dios pretenda dar la impresión de que asume nuestra condición, aunque en el fondo sigue permaneciendo en su Luz inaccesible, sin comunicarse. El hecho de que Dios se hiciera hombre dice algo del mismo Dios. Dice que Él se acercó a nosotros y se entregó plenamente en la creación y en el tiempo'13. La encarnación es así el fundamento de la plena comunicación entre Dios y el hombre y, por eso mismo, el fundamento de la liturgia, que celebra a Dios encarnado y lo hace a través de signos y ritos humanos, en los que se trasparenta misteriosamente su presencia y su gracia. La Iglesia, "sacramento admirable" de la salvación, como la llama el Concilio Vaticano II, nace, según una hermosa imagen, del costado de Cristo crucificado, del que brotaron sangre y agua. Surgida así de la humanidad misma del Señor en el momento crucial de su existencia, ella es cauce y lugar de la celebración de los sacramentos y se hace signo eficaz de la presencia salvadora de Dios en medio de la humanidad. El núcleo de sentido en la liturgia es aquello "que Cristo hace por obra de su Espíritu". Se trata, como dice Sacrosanctum Concilium 5, del misterio pascual de la bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión de Cristo, o simplemente del misterio de Cristo.
L Boff, Encarnación. La humanidad y la jovialidad de nuestro Dios, Sal Terrae, Santander, 2Ü ed., 1985, 19-20.
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2.1.2 El misterio de Cristo Misterio de Cristo es una fórmula cuyas raíces se hunden en los primeros tiempos del cristianismo, pero que aplicada a la liturgia había desaparecido del lenguaje teológico. Fue recuperada por el movimiento litúrgico en la primera mitad de este siglo, y ha adquirido carta de ciudadanía en la teología litúrgica posconciliar 14 . Se trata de una fórmula densa, una síntesis que resume toda la acción salvífica de Dios en la historia de la salvación. Su fuerza no es, sin embargo, semántica, sino histórica y teológica, pues creemos que el mismo acontecimiento pascual de Jesucristo fue la culminación y la síntesis de esa obra liberadora de Dios. Los primeros cristianos, en línea con el kerygma proclamado, celebraron como primera liturgia la "pascua semanal", es decir el memorial, repetido cada "primer día de la semana" de la muerte y resurrección de Jesucristo, en la que reconocían el núcleo de su fe "cristiana".
La Iglesia no tiene otro motivo de celebración que el misterio de Cristo. Toda la liturgia lo celebra, siempre.
La riqueza de la fe cristiana puede, sin embargo, desplegarse dentro de sus celebraciones en tal diversidad de contenidos y temas, personajes y acontecimientos, que llegue a peligrar la centralidad del núcleo que constituye la única fuente de toda esa riqueza: Jesucristo muerto y 14
Debemos la recuperación para la teología de la liturgia de la expresión misterio de Cristoal teólogo benedictino alemán Odo Casel (1886-1948), quien con su teología de los misterios ha influido radicalmente en la teología litúrgica de la segunda mitad del siglo XX.
126
resucitado, plenitud de la obra salvífica divina. Este peligro, el mismo que es expresado en el dicho: "los árboles no dejan ver el bosque", ha existido en la historia de la liturgia. El misterio pascual, único motivo de celebración cristiana, ha sido en algunos períodos de la historia recubierto con tal profusión de devoción a personajes, de ritos, temas, signos y palabras, que ha terminado siendo de hecho desplazado de su centralidad en la liturgia y, sobre todo, de la espiritualidad de los fieles. Se puede afirmar, con todo, que nunca dejó de estar presente en la acción litúrgica, sobre todo en los textos rituales; pero, al mismo tiempo, que su centralidad fue seriamente afectada por corrientes espirituales, costumbres y prácticas litúrgicas a lo largo de la historia. 2.1.3 Acontecimiento
y memorial
La liturgia celebra fundamentalmente un acontecimiento, o más bien una serie de acontecimientos: algo que ha acontecido en la historia. El contenido de nuestras celebraciones lo forman esencialmente los acontecimientos salvadores, es decir aquellas intervenciones de Dios en el tiempo de la creación, que han ido revelando su presencia liberadora en favor de la humanidad. El conjunto de esas intervenciones amorosas es llamado historia de la salvación. San Pablo la llama misterio^5, y se refiere al plan divino de salvación que culmina en la muerte y resurrección de Cristo. Ese plan, revelado ya en muchos acontecimientos del Antiguo Testamento, pero que permanecía escondido en su verdad definitiva, se reveló con toda su fuerza en el acontecimiento Cristo. Tal acontecimiento tiene un carácter aglutinante: resume en un solo hecho salvífico - e l principal de la historia
15
Cf. Ef 1,7-10; 3,1-12; Col 1,25-27; 2,2; 1Co 2,7; Rm 11,25; 16,25.
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de la salvación- todas las intervenciones divinas anteriores y posteriores, transformándose así en el centro de la historia para los creyentes, en el núcleo de su fe "cristiana" y, por eso mismo, en el único motivo de su celebración litúrgica. El misterio escondido durante siglos se revela plenamente en el misterio pascual de Cristo. La categoría de memoriales fundamental para entender la relación entre el misterio de Cristo y la liturgia que lo celebra como único motivo. De ser un concepto mirado con sospecha en el pasado, porque se lo asociaba a un recuerdo meramente externo de los acontecimientos salvadores, ha pasado a formar parte de la teología litúrgica actual. Tal como sucedió con el concepto de misterio pascual, el de memorial ha sido recuperado gracias a una investigación acuciosa de las fuentes bíblicas y patrísticas 16 . El mismo Señor mandó a sus discípulos a celebrar la eucaristía como memorial del acontecimiento culminante de la historia de la salvación: "Hagan esto en conmemoración mía" 17 . Memorial significa la presencia y eficacia actual de lo conmemorado, de modo que acontecimientos que históricamente pertenecen al pasado, se hacen realmente presentes en la vida del hoy del pueblo de Dios que celebra su fe.
Cf. J. López Martín. "Acontecimiento y memorial en la celebración de la Iglesia", en Cuadernos Phase 29, 61-63. En la p. 61 el autor ofrece alguna bibliografía sobre el concepto de memorial. Según la versión de nuestro misal. La Biblia de Jerusalén traduce 1 Co 11, 24-25 (e/s ten emén anámnesin) con "en recuerdo mío". La palabra recuerdo es débil para traducir el significado del griego anamnesis, que contiene la fuerza veterotestamentaria del hebreo zikaron. Cf. para esta problemática la voz Memorial (de Burkhard Neunheuser) en el NDL, Ed. Paulinas, Madrid, 1987, 1253-1273, especialmente 1259-1262.
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Es la categoría de memorial la que ha permitido considerar la liturgia como "momento de la historia de la salvación" 18 . En la misma progresión temporal de la historia de la salvación, la liturgia constituye el momento culminante, del último período de la revelación antes de la parusía. La liturgia es una acción ritual temporal en la que se actualiza un evento salvífico del pasado histórico, a través de signos y símbolos, haciéndose presente con toda su fuerza liberadora en el hoy de la asamblea celebrante. 2.1.4 El contenido del misterio
pascual
El misterio pascual admite varios niveles de comprensión, todos relacionados entre sí. En un primer sentido, más literal, es la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo. Son los acontecimientos cruciales de la vida terrena de Jesús de Nazaret. Ellos están históricamente situados al inicio de nuestra era, calendarizada precisamente por el nacimiento de Jesús, unos 36 años antes de estos sucesos. Ellos no sólo constituyen la culminación de la vida de Cristo, sino que se sitúan en "la plenitud de los tiempos", como bisagra entre la revelación veterotestamentaria y la neotestamentaria: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva™.
18
Concepto elaborado por el eminente liturgista Italiano Salvatore Marsili o.s.b., director de los inicios del manual de liturgia Anamnesis, del Pontificio Ateneo San Anselmo, de Roma. El primer volumen de ese manual se titula La Liturgia, momento en la historia de la salvación.
19
Ga 4,4-5.
129
En un segundo sentido, se entiende por misterio pascual los acontecimientos de la vida histórica de Jesús de Nazaret, desde su concepción virginal hasta su Ascensión al cielo.
TRABAJO PERSONAL Reflexiona sobre el carácter dialogal de la liturgia haciendo un simple ejercicio: en la eucaristía dominical, toma conciencia y anota en dos columnas las partes de la misa en que tú tomas la iniciativa de la comunicación con Dios, y las partes en que la toma él (a través del ministro).
El tercer sentido considera al misterio pascual como la existencia total de Cristo: preexistente junto al Padre desde siempre, encarnado en la creación como hombre, resucitado y glorioso por la eternidad. El misterio pascual es toda la obra salvadora de Dios en la historia de su creación. Estos sentidos son aspectos distintos del único y gran misterio de Cristo. Serán retomados con mayor detalle en el apartado 3.3. de este capítulo, titulado El misterio y los misterios.
2.2 Celebramos el anuncio y su realización por obra del Espíritu Santo Sacrosanctum Concilium 6 Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él a su vez envió a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura20 y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás2'* y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Y así, por el bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con é!22; reciben el espíritu de adopción de hijos "que nos
EN RESUMEN La liturgia, diálogo entre Dios y el hombre, es memorial de un acontecimiento: del paso salvador de Dios por la historia de la humanidad. En ella el creyente celebra en alabanza la historia de la salvación, que culminó en Jesucristo (la perfecta glorificación de Dios), y Dios se sigue haciendo presente con su gracia liberadora (obra de la redención humana o santificación del hombre). La muerte y resurrección de Jesucristo -el misterio pascual- es la culminación de su vida terrena y la síntesis de toda la historia de la salvación y, por eso, el único gran motivo de celebración de la fe. Es el contenido principal de la liturgia, el acontecimiento culminante de la revelación.
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20
Cf. Mt 16,15.
21
Cf. Hch 26,18.
22
Cf. R m 6 , 4 ; Ef 2.6; Col 3 , 1 ; 2 Tm 2,11.
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hace gritar: "¡Abba!" (Padre)"23, y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre2í>. Asimismo, cuantas veces comen la Cena del Señor, proclaman su muerte hasta que vuelva25. Por eso, el día mismo de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo, "los que aceptaron las palabras" de Pedro "se bautizaron". Y "eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones..., alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo"26. Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo "lo que se refiere a él en toda la Escritura"27, celebrando la Eucaristía, en la cual "se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte"28 y dando gracias al mismo tiempo "a Dios por el don inexpresable"2'3 en Cristo Jesús, "para alabar su gloria"30, por la fuerza del Espíritu Santo.
23
Rm8,15.
24
Cf. Jn 4,23.
25.
Cf. 1 Co 11,26.
26
Hch 2, 41-42. 47.
27
Le 24,27.
28
Concilio Tridentino, Sesión XIII, de 11 de octubre de 1 5 5 1 , Decreturn de SS. Eucharistia, cap. 5: Concilium Trídentinum, Diarorum, Actorum, Epistolarum, Tractatuum nova collectio, Edic. Soc. Qoerresianae, t.vil, Actorum pars IV, Friburgo de Brisgovia, 1916, p. 202.
29
2Co9,15.
ao
Ef 1,12.
132
2.2.1 El misterio es anuncio y realización El misterio celebrado tiene una doble dimensión que le da su dinamismo más propio, en el que radica la fuerza y eficacia de la celebración cristiana: es anuncio y realización, proclamación y actuación de lo proclamado. Anuncio: Cada vez que la Iglesia celebra, sobre todo la eucaristía, "anunciamos la muerte, y proclamamos la resurrección" del Señor. La mesa de la Palabra de Dios, tan abundante y variadamente dispuesta por la reforma litúrgica conciliar, trama y contenido básico de la celebración cristiana, coloca en medio de la asamblea, permanentemente, el anuncio de las maravillas de Dios en la historia pasada y presente de su pueblo. Realización: Las palabras y acciones rituales de la liturgia son eficaces: realizan aquello que proclaman. No se trata de una eficacia mágica, de un efecto mecánico y autónomo de la acción celebrativa. La eficacia de la liturgia es la de la revelación: cuando la Palabra de Dios halla un corazón dispuesto, ella puede plantar en él su tienda y echar raíces. La liturgia celebrada por un cristiano es siempre fuente de compromiso y fuerza de consecuencia en la vida concreta. 2.2.2 El misterio se actualiza en la Liturgia Lo que celebran los cristianos siempre es el misterio pascual. Podrán cambiar los "escenarios", pero no el contenido esencial de la celebración: es siempre el mismo, y se hace presente (se representa, presencializa o actualiza) en todos los sacramentos y momentos del año litúrgico. No existe una liturgia que no celebre el misterio pascual, culminación y síntesis de la historia de la salva-
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ción. En la liturgia no se "repite", sino que se "celebra" el único misterio, actualizado por obra del Espíritu Santo que vuelve a derramarse sobre la asamblea celebrante 31 . Ya los santos Padres de los primeros siglos reconocían tres momentos, planos o tiempos en la serie de intervenciones que Dios ha tenido en la historia de la humanidad:
1. El anuncio o prefiguración (AT); plano de las "figuras", de las "profecías en acción" de lo que Dios tiene planeado obrar de Cristo y en su Iglesia.
2. Acontecimiento Cristo (encarnación, vida, obra y mensaje, muerte y resurrección: NT); plano de la historia de Jesús, el Cristo, situado en el centro de la línea del plan de Dios para la humanidad.
3. El tiempo de la Iglesia, vivificado por el Espíritu Santo, que se torna salvífico sobre todo cuando celebra la liturgia: no es simple erónos (el tiempo como simple devenir), sino kairós (tiempo propicio, favorable); es el plano de las realidades sacramentales de la Iglesia.
31
CEC 1104.
134
2.2.3 Injertados en Cristo Por la celebración de la liturgia, especialmente de los sacramentos, los creyentes son injertados o configurados con Cristo, como consecuencia de la presencia y actualización del misterio. La liturgia bautismal pone particularmente de relieve este aspecto del misterio pascual, siguiendo la teología paulina, tal como se halla en Rm 6: ¿O es que ignoran ustedes que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Todos los sacramentos nos hacen participar íntimamente del misterio de Cristo, porque son signos sensibles y eficaces de la Pascua de Cristo, que el resucitado pone al servicio de la santificación de los creyentes. Cuando los cristianos celebran la eucaristía participan del sacramento pascual por excelencia, del cuerpo y la sangre del Señor, el "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo", alimentándose "para la vida eterna", es decir, para la participación anticipada, en el hoyóe su historia, de la gloria del Señor resucitado. En la confirmación reciben la plenitud del don del Espíritu Santo, que Jesucristo resucitado derrama sobre los creyentes para asociarlos a su tarea evangelizadora y transformadora. El matrimonio sella el compromiso nupcial de un hombre y una mujer, al modo que Cristo amó a su Iglesia, y el
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orden consagra un estado de vida al exclusivo servicio del Evangelio, en la huella del Buen Pastor y Siervo obediente que fue Jesús.
TRABAJO PERSONAL Revisa uno por uno los sacramentos (bautismo, confirmación, eucaristía, matrimonio, orden, reconciliación y santa unción), ta! como los vives, tomando conciencia de su poder de hacerte participar de la vida de Cristo.
La reconciliación ofrece a la debilidad del pueblo peregrino la constante misericordia y el perdón de Dios, plenamente realizado en Cristo, que fue entregado a la muerte "para el perdón de los pecados" de toda la humanidad. La unción de los enfermos, finalmente, pone a disposición del hombre enfermo la gracia de la salud corporal y espiritual que fue ministerio predominante de Jesús de Nazaret.
2.3 C e l e b r a m o s a Cristo s i e m p r e presente Sacrosanctum
No sólo los siete sacramentos, sino todas las celebraciones litúrgicas (sacramentales, bendiciones, peregrinaciones, etc.) nos hacen participar de algún modo de los misterios de la vida de Cristo. CEC 1104.
Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz"32, sea, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza33. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos'®4.
EN R E S U M E N El misterio celebrado tiene una doble dimensión que le da su dinamismo más propio, en el que radica la fuerza y eficacia de la celebración cristiana: es anuncioy realización, proclamación y actuación de lo proclamado. En la liturgia se actualiza - s e hace actual, present e - el misterio pascual por el que los cristianos son injertados en la vida de Cristo, participando íntimamente de su propia vida. El año litúrgico y cada sacramento realizan esta actualización de manera particular, desplegando la riqueza inagotable del único misterio pascual.
136
Concilium 7
32
Concilio Tridentino, Sesión xxil, de 17 de septiembre de 1562, Doctrina de SS. Missae sacrificio, cap. 2: Concilium Tridentinum, edic. cit., t. vm. Actorum pars V. Friburgo de Brisgovia, 1919, p. 960.
33
Cf. S. Agustín, In loannis Evangelium, trat. VI, cap. 1, núm.7: PL 35, 1428.
34
Mt 18,20.
137
Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno. Con razón, entonces, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre; y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. La liturgia es ia expresión más completa del misterio de la Iglesia. En ella se hace presente la salvación porque el acontecimiento Cristo, que es pasado según las categorías históricas, se torna presente metahistórico, actualidad y poder salvífico del Resucitado glorioso, por obra del Espíritu Santo, en el hoy de la existencia creyente. La liturgia no es mero recuerdo. Es ante todo presencia misteriosa, pero real, del Señor y su fuerza liberadora en medio de su pueblo. Esa presencia no es una mera presencia de los acontecimientos de la vida de Jesucristo, sino de su misma persona.
Cristo está presente: En el ministro En las especies En los
eucarísticas
sacramentos
En su Palabra En la Iglesia que ora y canta
En el ministro. La liturgia es "el ejercicio del sacerdocio de Cristo". Esta definición la toma el documento conciliar del liturgista belga Lambert Beauduin o.s.b. (+ 1960), eminente figura del movimiento litúrgico. Es el mismo Cristo el que ejerce, a través del ministro, su obra santificadora a través de los signos sensibles. Todos los ministros actúan de forma vicaria, es decir "en nombre y en lugar de" Cristo. En las especies eucarísticas. En el pan y el vino consagrados los cristianos reconocen la presencia más densa del misterio pascual. En ellas se cumplen las palabras del Señor en la cena pascual con sus apóstoles: Esto es mi Cuerpo; esto es mi Sangre. La Iglesia ha reconocido desde los primeros tiempos una presencia no meramente subjetiva en este hecho, sino objetiva y real, que le permite adorar incluso fuera de la celebración eucarística esas especies que sin perder su materialidad sensible, se hacen continente de la persona de Cristo en el misterio de su muerte y resurrección.
2.3.1 Los modos de presencia de Cristo Cristo está presente en la liturgia de diversos modos, como lo destaca se 7:
138
En los sacramentos. Los siete sacramentos de la Iglesia son liturgia por excelencia. En ellos, signos y ritos sensibles que acompañan y alimentan la vida cristia-
139
na, Cristo está presente con su gracia santificadora y vivificante. •
•
En su Palabra. El concilio Vaticano n enriqueció notablemente la "mesa de la Palabra", poniendo al alcance de los creyentes toda la riqueza revelada en la Sagrada Escritura. La Palabra por excelencia es el mismo Cristo. Cuando habla la Biblia, es él quien habla, sobre todo en los Evangelios. La palabra pone a los cristianos en contacto inmediato con la revelación de Dios, de la que Cristo es la frase definitiva. En la Iglesia que ora y canta. La Iglesia es la Esposa y el Cuerpo de Cristo. La imagen conyugal ("y los dos se harán una sola carne", Mt 19,5; Gn 2,24) expresa la unión inseparable del Señor con su pueblo de la Nueva Alianza. Por eso cuando los creyentes se reúnen en la asamblea celebrativa, para orar y cantar a su Esposo y Cabeza, Cristo está presente. El mismo Jesús había asegurado su presencia en la oración común de sus discípulos: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).
Todas estas formas de presencia son "reales", es decir no meramente subjetivas; en la eucaristía la "presencia real" se da por antonomasia, substantialiter, máxime. En la celebración eucarística se dan todas las presencias anteriores, pero la máxima es la de su cuerpo y su sangre en las especies de pan y vino. La diferencia entre los distintos modos de presencia está en el modo: en la eucaristía es permanente, no así en las demás presencias. De la presencia de Cristo en la liturgia depende su valor y su eficacia, no de su forma externa. Ésta puede ayudar o no a celebrar, pero es la presencia del misterio de
140
Cristo y de su misma persona la que asegura su fuerza memorial, santificadora y liberadora 35 . 2.3.2 Otras formas de presencia La presencia de Cristo en la liturgia no agota, por supuesto, su presencia en el mundo y la historia 36 . Cristo está presente no sólo allí donde hay cristianos, en todas sus actividades, sino incluso está presente en forma de semilla en las personas y realidades que sin reconocerlo como el Salvador, lo hacen presente por acciones y palabras que implícitamente cumplen el Evangelio y preparan ios corazones a acogerlo. Para quienes han creído y seguido al Señor, la liturgia tiene una densidad incomparable. Es en ella donde la actividad y la fiesta, la fraternidad y la intimidad con Dios se hacen únicas: es la "acción sagrada por excelencia". Esta idea se halla al final de Sacrosanctum Concilium 7, en un párrafo que resume lo dicho en los números 5, 6 y 7: En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.
Cf. Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia ¡n America, 12. Cf. capítulo 3. ¿Quiénes celebramos?, 3.1.2.
141
2.3.3 El misterio y los misterios Los Padres de la Iglesia llamaron misterios no sólo a los que resultan de los diversos niveles anteriormente expuestos, sino también a la representación cultual de los mismos: son los sacramentos. De hecho, las palabras mysterion y sacramentum son usadas por ellos con ei mismo significado. Los sacramentos son, pues, las acciones de la Iglesia en los que se hace presente el misterio pascual de Cristo y los misterios de su vida. La Iglesia celebra un único misterio, que es el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, síntesis de la historia de la salvación. Es evidente, sin embargo, que hay muchos otros motivos de celebración en nuestra liturgia. Se celebran los demás misterios de la vida del Señor; se celebra la íntima asociación de la Virgen María a ese misterio; se celebra la vida ejemplar de muchos creyentes a lo largo de la historia y se celebra el paso de Cristo por la propia vida personal y colectiva. El año litúrgico es el despliegue en el ciclo anual de una gran variedad de tiempos y celebraciones. Se habla a menudo de celebrar la vida, celebrar la fe, celebrar otros hechos significativos, personales o sociales, celebrar a María o algún santo. ¿Cuál es, entonces, su relación con el único misterio? ¿Celebra la iglesia otros acontecimientos que no sean la Pascua de Jesucristo? 37 . El misterio pascual es el acontecimiento-síntesis, cuya riqueza se despliega iluminando toda la historia, con sus
37
Seguimos en los puntos siguientes a J. López Martín, en el citado artículo "Acontecimiento y memorial en la celebración de la Iglesia", en Cuadernos Phase 29, 65-69.
142
múltiples realidades, que pueden erigirse en contenido de nuestra liturgia. Por eso, todos los demás acontecimientos salvíficos que celebramos en la liturgia quedan iluminados y, en cierto modo asumidos en el gran acontecimiento de la Pascua del Señor. 2.3.3.1 La Iglesia celebra los pasos de la vida histórica y gloriosa de Jesucristo, tal como resume Sacrosanctum Concilium 102: La santa Madre iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección que una vez al año celebra también junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año, desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. 2.3.3.2 Celebra también cada uno de los aspectos del misterio de la Virgen María, íntima e indisolublemente asociada al misterio pascual de Jesucristo, y la vida de innumerables santos que han seguido al Señor a lo largo de la historia. Dice Sacrosanctum Concilium: En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo... (103).
143
Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos... Porque al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos (104). 2.3.3.3 La Iglesia celebra toda la historia de la salvación centrada en la persona y en los acontecimientos de la vida histórica de Jesús. La Biblia es la fuente principal de la que se nutre la celebración cristiana. En ella recorremos toda la historia de las intervenciones liberadoras de Dios desde la creación del mundo, hasta culminar en la vida de Jesús con todos sus acontecimientos particulares. 2.3.3.4 Celebra también la vida personal y comunitaria de los cristianos, conscientes de que la historia de la salvación continúa hoy. Lo hace en dos dimensiones: •
Celebra la vida y la existencia de los creyentes en cuanto reproduce sacramentalmente los misterios de la vida de Cristo. Los sacramentos y los sacramentales están presentes en los momentos cruciales de la vida humana.
•
Celebra la obra humana: el trabajo, el progreso material, espiritual y cultural de los pueblos; los acontecimientos históricos, sociales y políticos. En ella Dios sigue presente y salvador.
2.3.3.5 Finalmente, la Iglesia celebra la obra creadora universal en su totalidad, más allá de la obra humana. Este motivo de celebración aparece de modo indirecto, pero claro, en la medida en que se celebra la vida de los hombres: el paso de las estaciones, la constante alusión
144
a la creación en la liturgia de las horas, los prefacios que invitan a la alabanza universal, etc. Se puede hacer, al final de este apartado, la pregunta de si cualquier realidad humana puede ser celebrada en la liturgia. La respuesta es afirmativa, siempre que en la celebración se exprese la conexión de esa realidad con el misterio pascual de Jesucristo. Gracias a la encarnación, fundamento teológico último de la sacramentaiidad de la Iglesia y de la liturgia, ninguna realidad humana o natural es ajena al Hijo de Dios, que asumió nuestra condición de creaturas. Nada, por lo tanto, queda fuera del influjo de la santidad y de la gracia de Cristo.
EN RESUMEN Cristo está siempre presente en la Iglesia por s u resurrección, que sin dejar de ser un acontecimiento histórico único, se presenciaiiza en cualquier momento de la historia, especialmente en la liturgia: en el ministro, en las especies eucarísticas, en los sacramentos y en la Palabra, en la Iglesia que ora y canta. No agotan la presencia de C r i s t o resucitado en el mundo, pero son de una i n t e n s i dad y calidad máxima, especialmente en la e u c a ristía. La liturgia, por ser obra de Cristo sacerdote y de s u Cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por e x c e l e n cia. Su eficacia, "con el mismo título y en el m i s m o grado", no es igualada por ninguna otra a c c i ó n eclesial. 145
El único misterio celebrado en la liturgia se despliega en una diversidad de misterios (sacramentos) y acciones rituales: celebramos la vida entera de Jesucristo, la de María Virgen, las intervenciones salvíficas de Dios en la historia de la salvación, la vida personal y comunitaria de los cristianos y la obra creadora universal. A la luz del misterio pascual, toda realidad humana puede ser celebrada.
2.4 C e l e b r a m o s hoy el p e r m a n e n t e Adviento Sacrosanctum
En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella otra liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero™; cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos también gloriosos con él39.
TRABAJO PERSONAL *
Revisa en el misal los formularios de misas mencionados en la parte "Misas y oraciones por diversas necesidades": n. Por la sociedad civil; m. En diversas circunstancias de la vida social; y iv. En algunas necesidades particulares.
*
Lee los formularios; toma conciencia de la diversidad de realidades humanas consideradas y de su conexión con el misterio pascual.
*
Hace una lista de otras posibles misas no consideradas.
146
Concilium 8
2.4.1 A dvien to per manen te La vida entera de los cristianos se puede considerar en la perspectiva del Adviento: la Iglesia es peregrina en el mundo y en la historia, caminante hacia la ciudad definitiva, el Reinado de Dios. En el camino el mismo Señor le sale permanentemente al encuentro. La misma existencia cristiana es, por eso, Adviento. La acción celebrativa coloca a los creyentes en una situación privilegiada para la espera y la esperanza, porque celebran el misterio de Cristo en su plenitud, es decir, orientados hacia el ápice de la parusía y el reinado definitivo. El gozo que produce la celebración siempre
38
Cf. A p 2 1 , 2 ; Col 3 , 1 ; Hb 8,2.
39
Cf. Flp 3,20; Col 3,4.
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se ancla en esa esperanza. ¿Quién no ha experimentado la alegría del pueblo sencillo y sufrido en la liturgia? Se trata de una alegría que sobrepasa largamente el mero estar juntos, solidarizar en la fe y en los problemas que se viven, cantar con ánimo o escuchar una homilía entusiasmante. Aún cuando todo eso esté e influya en el ánimo de la asamblea celebrante, el gozo más profundo sólo se explica porque hemos tocado, en la celebración del misterio pascual, nuestro destino pleno y hemos avivado la esperanza de la liberación. 2.4.2 El misterio en el tiempo de la Iglesia La celebración de la Pascua es, por eso, el centro del año litúrgico y de toda la liturgia de la Iglesia de Cristo. Es la ritualización del misterio pascual de Cristo en un tiempo y unas fiestas que lo despliegan para los creyentes. Ya se ha citado más arriba, a propósito de la relación entre el misterio y los misterios, los números 102, 103 y 104 de Sacrosanctum Concilium, donde se expone la celebración del único misterio a lo largo del año en diversos misterios 40 . El misterio pascual, centro de la liturgia y del año litúrgico, tiene su máxima expresión en la fiesta principal de la Pascua. La Cuaresma la prepara, la Semana Santa nos introduce de lleno en la pasión, muerte y resurrección del Señor, el tiempo pascual prolonga el gozo vivido en la fiesta de la Ascensión y la espera del Espíritu Santo, y el ciclo culmina y se cierra con la solemnidad de Pentecostés. La Navidad-Epifanía es la segunda fiesta en importancia para la Iglesia. En ella celebra el misterio de la encarnaSacrosanctum Concilium dedica al año litúrgico el cap.v, números 102 a 111.
148
ción, la puerta de ingreso de Dios en nuestra historia humana a través de su nacimiento. Se prepara esta fiesta con el tiempo de Adviento, y se la prolonga en la octava de Navidad y en las fiestas de la Epifanía, de la Presentación y del Bautismo del Señor. Durante el tiempo ordinario, con sus dos segmentos (entre el Bautismo del Señor y el miércoles de Cenizas, y entre Pentecostés y el primer domingo de Adviento), brilla sobre todo la pascua semanal, es decir el misterio pascual celebrado en el domingo, "día del Señor" (dominica dies) según su etimología 41 . Otras fiestas del Señor, las fiestas de la Virgen María y de los santos se distribuyen a lo largo de todo el año litúrgico desplegando cada una a su manera la inagotable riqueza del misterio pascual de Jesucristo. El año solar así "cristificado" y "pascualizado", atravesado enteramente por el misterio pascual, se transforma en "año del Señor", "año eclesial", "año litúrgico". Año tras año se eleva la espiral del tiempo, a la vez igual y distinto, enrollándose en torno al eje del misterio pascual -único motivo de la liturgia- y ascendiendo hacia la plenitud del Reinado. El misterio de Cristo es como el sol: todo lo ilumina, hace que todo sea visible y resplandezca, aunque uno no lo esté mirando. Es el sentido profundo de nuestra fe, de nuestra alegría y de nuestra celebración.
41
Se trata de un adjetivo que se convirtió en sustantivo. Viene de! griego kyriake, traducido al latín como dominicus, de donde deriva dominicus dies (día del Señor). Cf. M. Auge. Liturgia. Historia, celebración, teología, espiritualidad, Centre de Pastoral litúrgica, Barcelona, 1995, p. 215.
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EN RESUMEN
2.5 Celebramos en la fe y en la conversión diaria Sacrosanctum Concilium 9
La liturgia hace tomar conciencia a los cristianos de su condición de pueblo de Dios que camina hacia la plenitud del Reinado de Dios.
La sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia; pues para gue los hombres puedan llegar a la liturgia, es necesario gue antes sean llamados ala fe y a la conversión: "¿ Cómo van a invocarlo, sino creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien gue proclame?; y ¿cómo van a proclamar, si no los envían?'"12.
La Iglesia vive en permanente Adviento, y celebra, en cada uno de los ciclos litúrgicos y festividades del año, desplegados a partir de la Pascua, una liturgia terrena que es signo permanente de la liturgia celestial hacia la que asciende la espiral del tiempo.
Por eso, a los no creyentes la Iglesia proclama el mensaje de salvación para que todos los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia43. Ya los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos además para los sacramentos, enseñarles a cumplir todo cuanto mandó Cristo44 y estimularlos a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, para que se ponga de manifiesto gue los fieles, sin ser de este mundo, son la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres.
TRABAJO PERSONAL *
Revisa tranquilamente el Calendario Romano que se halla al inicio del Misal, tomando conciencia de la riqueza de celebraciones en las que se despliega el único misterio.
*
Escoge en el Misal un mes cualquiera del Propio de los Santos, y lee las oraciones colecta de los formularios con la siguiente clave de lectura: ¿Cómo aparece en estas oraciones la conexión entre la vida del santo y el misterio de Cristo?
La liturgia, como recuerda el inicio de este número, colocándola en su justa relación con la totalidad de la vida eclesial, "no agota toda la actividad de la Iglesia". ¿Será
42
Rm 10,14-15.
43
Cf. Jn 17,3: Le 24,47; Hch 2,38. Cf. Mt 28,20.
44
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necesario insistir en esta idea? La Iglesia de América latina es particularmente sensible a la importancia de todas las dimensiones de la vida cristiana, especialmente el compromiso en el mundo. La liturgia no las sustituye ni entra en competencia con ellas: las supone y les da su sentido más hondo al injertarlas en el misterio pascual de Cristo. 2.5.1 L iturgia y
Evangelización
"Para que los hombres puedan llegar a la liturgia, es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión", dice la constitución se. Esta afirmación es más importante de lo que parece en una sociedad en la que la evangelización es cada vez más necesaria, al retroceder - e n ciertos ambientes rápidamente- la cultura cristiana propia del pasado. Hoy no se trata sólo de anunciar el mensaje cristiano a los no creyentes, sino a los "ya no" creyentes, a los que por influjo de la descristianización teórica y práctica han perdido toda cercanía con el cristianismo o militan en sectas fundamentalistas y deshumanizadoras. Dentro de la Iglesia, uno de los dramas de la liturgia es precisamente la celebración sin una suficiente evangelización. De ello puede derivar fácilmente una actitud meramente subjetiva, ingenua, fideísta o mágica en la acción litúrgica. Por eso, no sólo es verdad que para celebrar hay que tener fe en Jesucristo, sino también que los que ya son cristianos deben seguir en un camino de permanente evangelización y conversión. La misma liturgia es evangelizadora por la fuerza de la Palabra, y lanza a los creyentes a la misión de propagar el Evangelio recibido y celebrado, como en las palabras de despedida de la misa sugeridos especialmente los domingos de Pascua: "Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado. Pueden ir en paz". 152
2.5.2 Liturgia y liberación ¿Qué incidencia tiene, por otra parte, la liturgia en la vida de los cristianos en la sociedad y en el mundo, en la perspectiva de la liberación integral? 45 . La Iglesia latinoamericana ha sido particularmente sensible en los últimos decenios a las implicancias liberadoras del Evangelio. Las comunidades de gente más pobre y marginada, que forman la inmensa mayoría de nuestra Iglesia, tienen una fuerte sensibilidad de su compromiso con la liberación integral de los individuos y de los pueblos, con la transformación de las sociedades a partir del Evangelio. Para ellas la liturgia está inseparablemente unida a una vida cristiana que se despliega en una serie de actividades liberadoras, sobre todo el compromiso con las causas de los marginados y, en general, el trabajo por un mundo más justo y solidario. No faltan grupos más ¡ntraeclesiales, más centrados en su propia vida interna, menos sensibles a las urgencias sociales o con respuestas más asistencialistas. Pero aún ellos suelen tener un compromiso evangelizador, ofreciendo al mundo la Palabra de Dios y llamándolo a la conversión, y de ejercicio de la caridad. En unos y otros se verifica que la liturgia es más rica y más consciente de celebrar el misterio de Cristo, cuanto más abiertas estén a vivir un Evangelio encarnado en las realidades temporales y comprometidas en su trans-
45
Seguimos de cerca las afirmaciones de J. López Martín, en el artículo ya citado "Acontecimiento y memorial en la celebración de la Iglesia", en Cuadernos Phase 29, 69-74.
153
formación y liberación integrales. El misterio pascual no es un mero recuerdo litúrgico. Se lo halla en la misma realidad, allí donde millones de seres humanos sufren, mueren, son solidarios, se reúnen y sirven, celebran en medio a sus dificultades y se asocian así vitalmente a la pasión de Cristo y a su resurrección. 2.5.2.1 Relación entre liturgia y compromiso "La liturgia, por cuyo medio se ejerce la obra de nuestra redención"46, como dice se 2, comparte con la vida cristiana en su totalidad la finalidad transformadora del mundo, insertando a los creyentes en la corriente de la historia de la salvación. El acontecimiento central de la celebración cristiana, el misterio pascual, tiene una innegable e intrínseca dimensión liberadora, que no puede estar ausente de la auténtica liturgia. Si ésta se marginase de las realidades temporales o ignorase el carácter r e d e n t o r de la B u e n a N u e v a , n e g a r í a el compromiso del mismo Jesucristo con los problemas humanos de su tiempo y sus concretas intervenciones en favor de la liberación del pecado, la enfermedad, la marginación y la muerte, especialmente de los más humildes y sufrientes. Pero la liberación que la liturgia celebra y representa, si bien se inscribe en la misma corriente de la historia de la salvación como "momento" de ella, trasciende la liberación meramente humana y sociopolítica, por su carácter espiritual, interno y escatológico.
Expresión tomada de la oración sobre las ofrendas de la misa vespertina del Jueves Santo y del domingo II del tiempo ordinario.
154
2.5.2.2 La fuerza liberadora de la Palabra de Dios La Palabra de Dios, trama esencial de la liturgia, tiene una fuerza liberadora que va más allá del contenido mismo que trasmite, pero que se hace máxima cuando ese contenido proclama explícitamente las intervenciones salvíficas de Dios para con su pueblo. En ella se verifica que la Iglesia no sólo recuerda, sino que hace memoria de los acontecimientos narrados, cuya fuerza se trasmite a través de los siglos al hoy de los oyentes. Esto es particularmente intenso cuando se trata de los Evangelios, donde las promesas del Antiguo Testamento hallan su pleno cumplimiento en el acontecimiento Cristo, especialmente el misterio de su muerte y resurrección. El cumplimiento de las promesas en Cristo se erige así, en cada celebración, en el fundamento de la esperanza del pueblo de Dios, que también hoy espera la plenitud prometida. La homilía, por lo tanto, si está al servicio de una integración de las demás palabras de la liturgia (Sagrada Escritura, respuesta en el canto, plegaria, fórmulas, etc.); si aplica a la vida concreta de la asamblea el mensaje proclamado; y sobre todo, si contribuye al descubrimiento del sentido último de los acontecimientos de la vida, desempeña un papel decisivo en la eficacia liberadora de la Palabra. Ella puede ser maestra en poner en relación el misterio con la vida, iluminando ésta con la fuerza liberadora de aquél. La liturgia no agota, como comienza diciendo se 9, la actividad de la Iglesia. La evangelización y el compromiso liberador son el contexto natural e indispensable en el que se realiza la liturgia. Sin evangelización, ella es una forma vacía del contenido de la fe; sin compromiso li155
berador es una acción desencarnada y una posible evasión de las consecuencias del Evangelio en la vida concreta de los creyentes.
TRABAJO PERSONAL ¿Cómo vives personalmente la relación entre tu vida y la celebración litúrgica?
Este esquema pone a la liturgia en su justo lugar en el conjunto de la actividad de la Iglesia, y sobre todo gráfica la circularidad de la relación. La evangelización lleva a la liturgia, y ésta al compromiso liberador, que a su vez impulsa a la evangelización permanente: Evangelización Liturgia
->
Compromiso liberador
*
Toma conciencia de la posibilidad de celebrar el compromiso por la liberación integral del hombre en la liturgia, poniéndolo a la luz del misterio pascual.
*
Lee, del artículo "Acontecimiento y memorial en la celebración de la Iglesia", de J. López Martín (Cuadernos Phase 29), el cap.5, p. 69-74.
2.6 La liturgia, cumbre y fuente de nuestra vida EN RESUMEN
Sacrosanctum Concilium 10
La liturgia no agota la actividad de la Iglesia ni sustituye otras dimensiones de ella.
No obstante, la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la Cena del Señor.
En particular, supone para los no creyentes, o "ya no" creyentes, el llamado a la fe y a la conversión (evangelización), y para los creyentes el compromiso de vida con el Evangelio (liberación integral). La dimensión liberadora del misterio pascual, que le es esencial y se expresa en la fuerza memorial de la palabra, no puede estar ausente de la auténtica liturgia, que celebra a Cristo vencedor del pecado y de la muerte en el hoy de la historia. Entre la evangelización, la liturgia y el compromiso liberador hay una estrecha relación en la que cada acción forma parte de la fe cristiana.
156
Por su parte, la liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados con "un mismo sacramento pascual", "vivan siempre unidos" en el amor de Dios47; ruega a Dios que "vivan siempre de 47
Misal Romano, Oración después de la comunión de la Vigilia pascual y del domingo de Resurrección (en el actual Misal, oración después de la comunión de la Vigilia pascual).
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acuerdo con la fe que profesaron"48; y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fíeles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin. La liturgia es, como dice el concilio con una expresión que se ha hecho clásica, "la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza". Toda la actividad de la Iglesia está orientada a la glorificación de Dios: a través de la acción en el mundo y de la celebración. Es en esta última donde la alabanza tiene su lugar más explícito y propio, porque entramos en contacto vivificante con el misterio, es decir con las acciones de Cristo por las que se nos regala la salvación.
de la liturgia en la vida cristiana. Estrictamente hablando, se podría vivir sin liturgia, pero sería una fe privada de una expresión necesaria para mantenerse viva y actuante 49 . En todo caso, como ha quedado claro en el apartado anterior, no sustituye ni elimina toda la restante actividad de la Iglesia, sino que la supone y la alimenta. De otro modo no podría ser la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Tal afirmación sólo tiene sentido cuando la liturgia está inmersa en la totalidad de la vida del pueblo de Dios. El ser "cumbre y fuente" presenta desafíos a la Iglesia actual. •
A los creyentes los desafía a vivir consciente y participativamente la liturgia, como una necesidad de fe más que como obligación o mera costumbre, descubriendo su enorme riqueza para la vida personal, familiar y social.
•
A los ministros ordenados los desafía a conocer y amar la liturgia, celebrándola como un don de Dios a su pueblo y una necesidad del pueblo para con su Dios.
49
Como ejemplo real tenemos el de un obispo chino, hecho cardenal por el papa Juan Pablo II, que estuvo muchos años en la cárcel privado de la celebración de todo sacramento. Su fe se mantuvo incólume. Esto muestra que en un caso extremo se puede ser cristiano sin liturgia (o al menos, sin los sacramentos, ya que en esa circunstancia la oración siempre es posible); pero en condiciones normales ella es necesaria como alimento, estímulo y expresión de alabanza.
En la liturgia la Iglesia se constituye como pueblo, como comunidad de creyentes que quieren vivir unidos en el amor de Dios y testimoniarlo en el mundo. Una liturgia que no impulse a los creyentes a la apremiante caridad de Cristo correrá el peligro de ser un tiempo y un espacio de evasión, de olvido culpable, de estrechamiento de las consecuencias de la fe. Cuando se dice que la liturgia es cumbre y fuente se hace una afirmación cualitativa, que se refiere al sentido
48
Ibid., Oración colecta del martes de la Octava de Pascua (en el actual Misal, oración colecta del lunes de la Octava de Pascua).
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EN R E S U M E N La liturgia es la cumbre y la fuente de la actividad de la Iglesia. Aunque no sustituye a las demás actividades, es el ámbito más propio del encuentro de santificación y glorificación de Dios con su pueblo, y eso es lo que la hace tan importante.
BIBLIOGRAFÍA
Casel Odo, El misterio del culto cristiano, San Sebastián, Ediciones Dinor, 1953. Catecismo de la Iglesia católica, n e 512-560; 1066-1068; 1076; 1084-1090; 1099-1109; 1113-1116.
A ella llegan los creyentes para constituirse como "Iglesia", signo del amor de Dios. La Iglesia trae a la liturgia, en actitud de alabanza, su actividad evangelizadora y transformadora del mundo, y de ella extrae la fuerza necesaria para ejercer en las realidades del mundo la "apremiante caridad de Cristo".
Enchirídíon. Documentación litúrgica posconciliar, prep. por Andrés Pardo, Barcelona, Ed. Regina, 1992. Ver especialmente en el Índice analítico las voces Misterio(s) y Misterio pascual, p. 1412, donde se hallan las referencias a esos temas en los documentos contenidos.
Su calidad de cumbre y fuente desafía a los cristianos a una participación litúrgica plena y activa.
La celebración en la Iglesia, dir. Dionisio Borobio, Salamanca, S i g ú e m e , 1987, vol. i: Liturgia y Sacramentología fundamental, p. 309-317. López Martín Julián, "Acontecimiento y memorial en la celebración de la Iglesia", en Cuadernos Phase 29, Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, p. 53-75.
TRABAJO PERSONAL *
¿Qué importancia objetiva y subjetiva tiene para ti la liturgia? ¿Es la "cumbre" y "fuente" de toda tu actividad?
*
Haz una pequeña encuesta con la pregunta anterior a laicos de la comunidad donde prestas tu servicio pastoral.
— "En el Espíritu y la Verdad". Introducción teológica a la liturgia, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1987, p. 157-200. — "La liturgia, celebración del misterio de Cristo y de la Iglesia", en Cuadernos Phase 29, Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, p. 37-52. — "La liturgia de la Iglesia", en la colección Sapientia Fidei, Serie de manuales de teología, 6, Madrid, BAC, 1994, p.19-30.
160
161
Martín Velasco J., "Misterio", en Conceptos Fundamentales del Cristianismo, Ed. Casiano Floristán y J.J. Tamayo, Madrid, Trotta, 1993, p. 810-818. Neunheuser Burkhard, voz: "Misterio", en Nuevo Diccionario de Liturgia, dir. D. Sartore y A.M. Triacca, Madrid, Ed. Paulinas, 1987, p.1321-1342.
3
— voz: "Memorial", en Nuevo Diccionario de Liturgia, p.1253-1273.
¿QUIÉNES CELEBRAMOS?
Oñatibia Ignacio, "Participar del misterio salvador", en Cuadernos Phase 29, Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, p. 5-20.
Juan Carlos Spera - Roberto Russo1
Sorci P., voz: "Misterio pascual", en Nuevo Diccionario de Liturgia, dir. D. Sartore y A.M. Triacca, Madrid, Ed. Paulinas, 1987, p. 1342-1364.
La liturgia es la obra del Cristo total. Cabeza y Cuerpo. CEC 1187
Tena Pere, "La celebración del misterio: identidad interna y forma externa", en Cuadernos Phase 29, p. 21-36.
L A liturgia es, por definición, una acción. Por este motivo, la celebración litúrgica supone unos actores. En este capítulo intentaremos descubrir quiénes son los actores de la celebración litúrgica, quiénes celebramos. 3.1
Jesucristo Por Cristo, con Él y en Él a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
3.1-3.4: Juan Carlos Spera; 3.5: Roberto Russo.
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En la liturgia Cristo es el centro, el protagonista absoluto, al igual que lo es en el misterio de la salvación cristiana. Cristo vive ya como resucitado y con plenitud celestial, Él es el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (Hb 4,14-15; 10,19-21) que celebra sin cesar la Liturgia del cielo (Catecismo de la Iglesia Católica = CEC 1187). Tal como nos la presenta el Catecismo de la Iglesia Católica, la liturgia, acción del "Cristo total", es participación de la Liturgia del Cielo. Allí la celebración es enteramente fiesta y comunión. En la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo todos los "recapitulados" 2 en Cristo participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio. Tras haber concluido históricamente la obra de la Redención, Cristo después de su gloriosa ascensión continúa realizando la salvación sobre todo en la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación 3 . El Señor, "sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, actúa (cf. CEC 1348) por medio de los sacramentos y de los demás momentos celébrateos de la comunidad. Cristo mismo instituyó los sacramentos para comunicar su gracia (cf. CEC 1084) y la fuerza salvadora de su Misterio Pascual, que realizó de una vez para siempre pero que sigue presente y vivo en Él
2
3
Según CEC 1138 estos son: las potencias celestiales (cf. Ap 4-5; Is 6,23), toda la Creación (los cuatro vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo pueblo de Dios (los ciento cuerenta y cuatro mil, cf. Ap 7,1-8; 14, 1), en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra de Dios" (ADAP 6, 9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf. ADAP 12, la Esposa del Cordero, cf. Ap 21,9), finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9). Cf. Orientaciones generales del Misal de las Misas de María 11. Enchiridion 1320.
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mismo. El misterio pascual de Jesucristo, como evangelio y como liturgia, continúa en la Iglesia por el ministerio de los apóstoles y de sus sucesores, conducidos por el Espíritu (se 6). La liturgia es la celebración del misterio pascual de Jesucristo en la historia y de este modo se continúa la realización de la salvación cristiana. La celebración es eficaz porque sigue siendo acción de Cristo Resucitado que actualiza misteriosamente su Pascua hoy y aquí para nosotros. Por eso es esencial subrayar tanto la presencia de los actos salvíficos de Cristo (Misterio Pascual) como la presencia de su Persona misma 4 . No es posible hablar de acciones sin tener presente al sujeto a quien esas acciones se atribuyen y pertenecen, ni es posible tampoco reconocer la dimensión salvífica y redentora de esos actos, presentes en el culto, prescindiendo de la condición divina de la persona de Cristo, también presente conjuntamente con ellos. Por esto no es posible hablar de la presencia de la sola persona de Cristo en las celebraciones, sin caer en una concepción estática e inerte de la misma; ni tampoco es posible hablar de la presencia de los actos sin tener presente a la persona de la cual estos actos dependen radicalmente 5 . 3.1.1 La liturgia, ejercicio del de Jesucristo
sacerdocio
Para llevar a cabo la historia de la salvación, Cristo continúa presente en la acción litúrgica, en cuanto sacerdo-
Así lo afirma SC 7 citando a S.Agustín: "cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza". En igual sentido dice CEC 1116: los sacramentos son como "fuerzas que brotan del cuerpo de Cristo (cf. Le 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante". Cf. J.M. Bernal, "La presencia de Cristo en la liturgia", en: Congregazione per II Culto Divino (ed.), Costituzione litúrgica "Sacrosanctum Concilium". Studi, Roma, 1986, 139-140.
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te, para la gloria de Dios y para la salvación de los hombres. Así lo encontramos afirmado en se 7: "Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Cristo". Y más adelante, en el mismo número 7: "toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia". Jesucristo aparece como sacerdote y la liturgia como acción sacerdotal. Esta doctrina de la Constitución Sacrosanctum Concilium (1963) procede directamente de la encíclica Mediator Dei (1947). En ésta se afirma que la liturgia es continuación del sacerdocio de Cristo, describiéndose la acción litúrgica como "el ejercicio del sacerdocio de Cristo", o sea el mismo sacerdocio de Jesucristo sacramentalmente en acto 6 . La Constitución Sacrosanctum Concilium, ya en el n. 14, presupone que el sacerdocio común, fundado en el sacramento del bautismo, da derecho y obligación a la participación en las celebraciones litúrgicas. Además, cuando se habla del culto espiritual no se hace referencia exclusivamente al sacerdocio común, sino también al sacerdocio jerárquico, en cuanto que ambos sacerdocios, reconociendo su diferencia esencial, son espirituales, es decir, están vivificados por el Espíritu de Jesucristo. Esta nueva doctrina aparece claramente en la Constitución sobre la Iglesia (cf. LG 10-11). Por tanto cuando afirmamos que la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, nos estamos refiriendo al sacerdocio sacramental de toda la Iglesia. En primer lugar, el sacerdocio de Cristo; en segundo lugar el sacerdocio sacramental de la Iglesia, sea el sacerdocio
6
Cf. MD, AAS 39, 1947, 522. 529.
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común de todos los bautizados, sea el sacerdocio jerárquico, esencialmente diverso, aunque los dos proceden y son participación del único sacerdocio de Jesucristo. Ambos sacerdocios son activos y se realizan con la autoridad del Señor, aunque cada uno tenga sus funciones basadas en el diferente don sacramental de Dios. Para entender plenamente la liturgia como acción sacerdotal de Jesucristo, en relación con el misterio pascual, contenido en las celebraciones litúrgicas, no basta, por tanto, afirmar que la liturgia es una institución de Cristo y de la Iglesia, en la que participamos gracias al carácter sacramental del bautismo, de la confirmación y del orden, en su caso, sino que es necesario partir de Jesucristo y de su Cuerpo, como templo en el que se rinde a Dios el verdadero culto en el Espíritu Santo. Jesucristo es la piedra angular del nuevo templo (cf. Mt 2 1 , 39-42; 1 P 2, 4). De esta manera, hallamos el sentido y la realidad existencial del sacerdocio de Cristo, en relación con su propia vida y con su misión. El cuerpo de Cristo, por el misterio de la redención, es el sacrificio de la nueva y eterna alianza de Dios con los hombres 7 . Jesucristo, profetizado en el culto del antiguo testamento, es la nueva tienda del encuentro, y el sacrificio del nuevo testamento. Este es Cristo, sacerdote de la liturgia, víctima de la liturgia y altar de liturgia. En este sentido, Jesucristo ha instituido la liturgia, e indirectamente las acciones litúrgicas. Bajo esta luz, se comprende la celebración litúrgica como acción sacerdotal del Cristo glorificado, que entra en la existencia concreta del hombre para salvarlo y liberarlo
"No quisiste sacrificios, ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo... En virtud de esta voluntad somos nosotros sanificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez" (Hb10, 5.10).
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de la esclavitud del pecado y de la muerte. Cristo, sacramento del Padre, nos revela la bondad y el amor de Dios, para que el hombre pueda participar de su vida y de su muerte redentora. Jesús, el Señor, no sólo es el fundador de la liturgia, sino también su fundamento permanente. Esta es la acción trascendente de Dios, pues la liturgia es la actuación del sacerdocio de Cristo en el misterio sacramental. La liturgia es el misterio de Jesucristo siempre vivo y operante en la Iglesia.
en la eucaristía lleva a que la misma quede, de algún modo, desconectada de una visión de conjunto. Sumado a esto, es necesario señalar que, la piedad eucarística empieza a centrarse en la contemplación y adoración del Sacramento dando comienzo al alejamiento de la participación en el sacrificio mediante la comunión.
Como realidad vital, la presencia de Cristo en el culto cristiano ya aparece delineada en el Nuevo Testamento. Así lo indican, entre otros, los pasajes de Mt 18, 19-20; 28, 19-20; Jn 14, 20-23.28; 15, 4-7; Ef 3, 17.
En el siglo xvi los reformadores impugnan la doctrina sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía y sobre todo en la forma en la que la misma se realiza, la transubstanciación. El Concilio de Trento y la teología postridentina reafirmaron la fe de la Iglesia en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. El énfasis con el que se afirmó esta verdad de fe hizo pensar sólo en ella como verdaderamente real, como si los demás modos de presencia no fueran también reales.
En la época apostólica y patrística se subraya el aspecto eclesial de la unión con Cristo y la comunicación de sus dones. La presencia del Señor era una verdad plenamente vivida en todas sus dimensiones no siendo necesaria una reflexión teológica particular o una enseñanza explícita al respecto. Bastaba la vida litúrgica para trasmitir y hacer real la conciencia de la acción de Cristo en la comunidad cristiana a través de la Palabra, los sacramentos, la oración, y sobre todo de la Eucaristía, tanto en la persona del ministro como en las especies sacramentales.
Con el Movimiento Litúrgico se comienza a considerar de una forma nueva la presencia de los misterios de la vida de Cristo en la Eucaristía, en los sacramentos y en las solemnidades del año litúrgico. Odo Casel es quien por primera vez propone la doctrina de la presencia del misterio de ia salvación o misterio de Cristo en las acciones litúrgicas. En este mismo período se desarrollan el movimiento bíblico y la renovación eclesiológica. Todo esto contribuirá a que la Iglesia, en las celebraciones litúrgicas, se descubra a sí misma y descubra en ellas la presencia viva y operante del Señor.
En la edad media la situación cambia radicalmente por motivo de las controversias eucarísticas de los siglos vm y ix entre Pascasio Radberto y Ratramno y después con Berengario. La atención de los teólogos se centra en la presencia de Cristo en las especies eucarísticas, quedando en la penumbra la presencia de Cristo en la Iglesia y en la liturgia. Esta polarización en la presencia real
El magisterio de la Iglesia aborda el tema de la presencia de Cristo en la liturgia especialmente a partir de Pío xu y su encíclica Mediator Dei8. Ya en ella encontramos la presencia de Cristo en la liturgia como una presencia
3.1.2 La presencia de Jesucristo en la liturgia
168
8
AAS 35, 1943.
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diferenciada. Del mismo modo y en forma ampliada la encontramos en la Constitución Sacrosanctum Concilium, en la Encíclica Mystehum F/cfe/(1965) del papa Pablo vi, y en la Instrucción Eucharisticum Mystehum (1967). La encíclica Mediator Dei menciona ya la presencia de Jesucristo en la eucaristía, sea en el ministro, sea en las especies sacramentales; en los sacramentos, y en las plegarias y alabanzas de la Iglesia (MD 28). La Constitución Sacrosanctum Concilium, añade también la presencia del Señor en la lectura eclesial de la Palabra de Dios (se 7). La encíclica Mystehum F/cte/explícita esta doctrina aumentando los ejemplos de la presencia de Cristo en la Iglesia, por ejemplo, en la comunidad que ejercita las obras de misericordia y espera en la vida eterna; en la comunidad que anuncia el misterio de Cristo mediante la predicación, y en la jerarquía que gobierna y rige al pueblo de Dios (MF 17-20). La instrucción Eucharisticum Mystehum habla también de la presencia del Señor en la comunidad de los fieles, reunida en su nombre (EM 9). Todas estas presencias llenan el corazón del cristiano de admiración y permiten contemplar las maravillas del misterio pascual de Jesucristo y la naturaleza de la verdadera Iglesia (cf: MF 20). Sobre esta doctrina, sobre la presencia cultual de Jesucristo, hay que subrayar el carácter personal de la presencia de Cristo en la liturgia. No se trata únicamente de la voluntad de Dios de salvar a los hombres o de una simple asistencia, sino también de la presencia de Dios en el mundo por medio de Jesucristo (cf: Mt 28, 20). La presencia personal de Cristo en la liturgia manifiesta la intención del Señor de establecer una alianza indisoluble con el hombre. No es suficiente ver en Cristo el centro sacerdotal y sacramental de la liturgia, es necesario también advertir la voluntad de Jesús de relacionarse personalmente con los hombres. La liturgia sacramen170
taliza la encarnación de Jesús, el Verbo hecho hombre, ahora glorificado en su resurrección, que continúa realmente, aunque de modo invisible, en medio de su pueblo. La presencia cultual de Cristo es diversificada. Así, hallamos la presencia de Cristo en el ministro que representa al Señor y por medio del cual Él actúa en cuanto sacerdote y en cuanto víctima. Es una representación real y mística, que perpetúa la presencia de Jesús en medio del pueblo. También, se habla de la presencia cultual de Cristo en las especies sacramentales, que es calificada como presencia real, no por exclusión, sino por principalidad, pues es una presencia corporal y substancial. La eucaristía, principalmente, realiza y perpetúa sacramentalmente el misterio de la encarnación de Cristo. Igualmente se hace alusión a la presencia del Señor en la Palabra proclamada en el culto. Se trata de una presencia profética del Señor en su pueblo, a modo de revelación explicitada en la historia (cf. OLM 4). Finalmente, está la presencia de Cristo en la plegaria litúrgica, que permite a la Iglesia, Esposa, hablar con su Esposo, el Señor (cf. OGLH 7). La tarea actual de la teología litúrgica, con respecto a estas diferentes presencias, es esclarecer si se trata de diversas presencias de Cristo o de diversas modalidades de la misma presencia; además, reflexionar sobre el modo de la subordinación de todas las presencias a la eucaristía. En general, podemos afirmar que se trata siempre de una presencia personal. Por otra parte, la diversificación proviene de las diferentes mediaciones de las diversas finalidades, en orden a contactar con la presencia de Cristo glorificado en el hoy cultual. En definitiva, la hermenéutica teológica de esta presencia de Cristo en la liturgia, no se fundamenta en 171
explicaciones provenientes de campos extraños a la fe cristiana, sino que se basa en la sacramentalidad de la liturgia, en cuanto continuación eclesial del sacerdocio de Jesucristo, Nos referimos, no a una presencia material de esta presencia de Cristo, sino a una presencia sacramental y mística, que excluye siempre toda explicación de carácter sensible. El misterio pascual de Jesucristo, las acciones y pasiones del Señor, continúan en la liturgia en cuanto a su finalidad redentora, y el cristiano, mediante la fe y los sacramentos de la fe, se pone en contacto con el Señor y con la virtud que brota constantemente de su Cuerpo para nuestra salvación. Ahora bien, se trata de una presencia ofrecida por Dios al hombre, que exige, por nuestra parte, su acogida en orden a entablar una relación interpersonal recíproca de amor. La liturgia aparece, pues, como una encarnación suplementaria de Cristo, mediante la cual Él sigue relacionándose con el hombre. Las acciones de Jesucristo, trascienden el tiempo y el espacio, lo cual permite el contacto sacramental y la experiencia mística, dando origen a la historia de la salvación cristiana.
3.2 El Espíritu Santo A Través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración (CEC 1101).
El misterio pascual de Jesucristo es fruto del Espíritu Santo. Por tanto, para comprender la acción sacerdotal y la presencia de Jesucristo en la liturgia es preciso la 172
fuerza del Espíritu Santo. El es el que actualiza el único Misterio en cada celebración (cf. CEC 1104), por su poder transformador lo hace presente (cf. CEC 1112). Jesucristo continúa su acción y su presencia en las celebraciones litúrgicas, entregando su Espíritu y manifestándose en su Espíritu (cf. CEC 1112). El Espíritu hace surgir el sacerdocio en la Iglesia vivificándola. Él es, en Jesucristo, constitutivo del culto cristiano y de la asamblea cultual de la Iglesia. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf. Jn 14,26) (CEC 1099). Por eso sin el poder del Espíritu sería imposible celebrar la liturgia, el culto en espíritu y en verdad que espera el Padre de sus verdaderos adoradores (cf. Jn 4, 24). El Espíritu es el nuevo consolador y la nueva presencia de Jesús como Señor glorificado y Salvador, en medio de su pueblo (cf. 2 Co 3,17-18). Desde el día de Pentecostés, en que con su venida transformó a la primera comunidad, el Espíritu Santo es en todos los aspectos de nuestra vida la fuerza viva: en la evangelización, en la construcción de la fraternidad, en el testimonio de amor y de unidad. Pero lo es de modo particular en la celebración litúrgica y en la oración que comenzaron en aquel día (cf. se 6). En este sentido, la liturgia es el culto del Espíritu de Jesucristo. Se proclama la Sagrada Escritura en la Iglesia para dejarnos vivificar por el Espíritu mediante la Palabra viva de Dios. Igualmente se celebran los ritos del culto cristiano para profesar nuestra fe en el misterio pascual de Jesucristo y para experimentar las maravillas del Espíritu de Dios en medio de su pueblo. Así llegamos a la realidad espiritual, espontánea y experiencial del culto litúrgico. El Espíritu Santo, "pedagogo de la fe del Pueblo de Dios", es quien prepara a recibir a Cristo, quien nos trae continuamente a la memoria lo que Cristo nos ha dicho,
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quien actualiza su misterio salvador de Pascua (cf: CEC 1091). Él es quien, invocado por la Iglesia en la oración de epíclesis (cf. CEC 1106-1107) -sobre el agua, los óleos, el pan y vino, los ordenandos, los enfermos, los novios-, da eficacia a todos los sacramentos. La salvación que los sacramentos comunican es obra del Espíritu. Él es el artífice de las obras maestras de Dios que son los sacramentos. La gracia sacramental es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador (cf. CEC 1129). La finalidad de la misión del Espíritu en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo, y que vivamos de la vida de Cristo Resucitado. Por esto es posible afirmar que la liturgia es la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia (cf. CEC 1091). El Espíritu de Jesucristo florece y se manifiesta especialmente en la Iglesia, que es donde se celebra el misterio pascual de Cristo. La misión vivificadora del Espíritu en la Iglesia aparece especialmente en las celebraciones litúrgicas, sobre todo en la eucaristía. Él nos lleva a la verdad completa del misterio pascual, abriéndonos a la realidad escatológica. El Espíritu nos lleva a la plenitud de la vida, descubriéndonos que la celebración de la liturgia es "el ya, pero todavía no" de toda realidad cristiana en la tierra. Él nos entrega las arras y las primicias mientras nos anuncia proféticamente la plenitud del misterio de nuestra fe. En la liturgia, cada asamblea realiza el hoy de la salvación, mediante la actualización del plan salvífico trinitario. Así, pues, la presencia del Espíritu de Jesús en la liturgia, no 174
sólo convierte el culto en la plegaria carismática por antonomasia, sino que también capacita a la Iglesia para actuar sacerdotalmente en ella, manifestándola en la plentiud de su misterio aquí en la tierra. Así el sentido pneumático y carismático de la liturgia revela el carácter espiritual del culto cristiano. En primer lugar, el culto de Cristo ofrecido al Padre en su propio cuerpo es un culto espiritual. Jesús, animado por el Espíritu, murió por obediencia al Padre llevando a la plenitud, en su existencia terrena, el culto espiritual anunciado por los profetas. En segundo lugar el culto de los cristianos no se apoya en la religión, sino en la fe y en el misterio pascual de Jesucristo (cf: Flp 3,3). Por consiguiente, la liturgia es un sacrificio espiritual de alabanza (cf: Hb 13,15). El culto espiritual, según el significado neotestamentario propio, no se opone al culto visible, sino al culto fundado en la razón y en otras apreciaciones humanas. Por consiguiente, el culto espiritual de los cristianos lleva en última instancia al sacrificio de Jesucristo, a la presencia vivificadora de su Espíritu, y a la oración cristiana, sea individual o litúrgica, que nace del corazón inundado y transformado por el agua viva del Espíritu que salta hasta la vida eterna. Es el Espíritu, que reza en el interior de nuestros corazones, con gemidos inefables (cf: Rm 8,26). En esta perspectiva, el Espíritu Santo es el alma y el corazón de la acción litúrgica, y cómo es el Espíritu de Cristo el que da origen a la participación del cristiano en las celebraciones, constituyendo la asamblea litúrgica, con sus características propias de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad. En concreto, el Espíritu crea en los hombres el don de la acogida de Cristo y del Pa-
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dre. Los hace templos de Dios, comunicándoles el don de la celebración. Los cristianos vivificados por el Espíritu de Dios se convierten en templos vivos de Dios (cf. 1 Co 6,19), y la Iglesia se manifiesta como el templo y la morada de Dios en el Espíritu. Un templo y una comunidad que crece en el Espíritu, donde los cristianos ofrecen su vida como víctima agradable, al estar consagrados al servicio litúrgico del Dios vivo en el Espíritu. El sacrificio espiritual y real de los cristianos consiste en ser todos un solo cuerpo por el Espíritu Santo (cf. Ef 2, 19-21). En este templo se celebra la liturgia, fuente de teología y culmen de toda experiencia cristiana en el Espíritu. El Espíritu revela quién es Jesús y nos lleva a Dios Padre, manifestándonos que somos sus hijos. Así el Espíritu nos hace liturgos, poniendo en nuestros labios la palabra Abbá (cf. Rm 8,15; Ga 4,6). Nadie puede decir Jesús es el Señor, sin la virtud del Espíritu (cf. 1 Co 12,3); en consecuencia, nadie tampoco puede celebrar la liturgia sin la fuerza del Espíritu de Cristo. Para esta misión litúrgica, el cristiano es ungido por el bautismo con el Espíritu de Dios, unción sacerdotal y litúrgica. La celebración litúrgica, en virtud del Espíritu, es un acontecimiento siempre nuevo por su carácter epiclético, y es el lugar por excelencia del Espíritu, fuente de vida y de santificación.
Defensor y la oración epiclética de la Iglesia que realiza en cada celebración. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder (CEC 1127). En la Plegaria Eucaristica de la misa hay dos epíclesis (cf. IGMR 55c): la que el sacerdote pronuncia sobre los dones del pan y el vino para que se transformen en el Cuerpo y Sangre del Señor y, la que dice, pidiendo a Dios que de nuevo envíe su Espíritu sobre la comunidad que va a participar de la Eucaristía, para que también eila se transforme, o vaya construyéndose en la unidad. La epíclesis no sólo forma parte de la Eucaristía. La oración consecratoria central de todos los sacramentos, después de la "anamnesis" o memoria de alabanza a Dios, siempre contiene la oración de epíclesis: •
se le pide que santifique el agua del Bautismo: "que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito... que el poder del Espíritu, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente..." (MR 42);
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en la Misa Crismal se invoca al Espíritu sobre los óleos para los sacramentos ("... derrama desde el cielo tu Espíritu Santo sobre este óleo"; "...infundas en él la fuerza del Espíritu Santo con la que ungiste..."), y luego en la Confirmación se pide a Dios que envíe su Espíritu sobre los confirmandos para que les llene de
3.2.1 La epíe les is "Epíclesis" o "epiclesis" es la invocación que se eleva a Dios para que envíe su Espíritu Santo y transforme las cosas o las personas. Ella es junto con la anamnesis el centro de toda celebración sacramental (CEC 1106). Reconocemos una epíclesis permanente, la del Hijo que suplica continuamente al Padre para que envíe el Otro 176
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sus dones ("envía ahora sobre ellos el Espíritu Santo paráclito"); •
en el sacramento de la Reconciliación también se nombra al Espíritu: "derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados";
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en la Unción de enfermos el sacerdote ora por el enfermo en la fe de la Iglesia: "es la epíclesis propia de este sacramento" (CEC 1519);
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en el sacramento del Orden es donde tal vez con mayor expresividad el obispo, imponiendo las manos sobre la cabeza de los ordenandos y pronunciando luego la invocación del Espíritu, pone de relieve la fuerza de la epíclesis;
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y finalmente en el Matrimonio, "en la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el Espíritu Santo como comunión de amor de Cristo y de la Iglesia" (cec1624).
Invocando la fuerza del Espíritu en nuestros sacramentos, estamos reconociendo que es Dios quien salva, que el protagonismo lo tiene la acción de su Espíritu santificador. Como decía san Cirilo de Jerusalén en el siglo iv: invocamos al Dios amador de los hombres para que envíe a su santo Espíritu sobre la oblación, para que haga al pan Cuerpo de Cristo y al vino Sangre de Cristo: pues ciertamente cualquier cosa que tocare el Espíritu Santo será santificada y cambiada (Cat. Mistag. v, 7).
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3.2.2 Espíritu Santo y Palabra de Dios La celebración litúrgica es una efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia y sobre la asamblea de todos los celebrantes. El Espíritu trae a la memoria las palabras y los acontecimientos de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y es su intérprete auténtico. Es el Espíritu el que da vida a la Palabra de Dios, la cual es anunciada para ser recibida y vivida (cf. CEC 1100). Actualmente existe una renovada conciencia del papel del Espíritu en la eficacia de la Palabra de Dios. La Ordenación de las Lecturas de la Misa (OLM) presenta la conexión entre la Palabra de Dios proclamada y la acción del Espíritu Santo: para que la Palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo (cf. OLM 9). El mismo que inspiró los libros sagrados, es el que actúa ahora en cada cristiano que escucha esa Palabra. Ésta por acción del Espíritu se convierte en viva y eficaz, dando eficacia a la respuesta de los fieles (cf. OLM 2-6). La Palabra, en la celebración, por obra del Espíritu Santo, se convierte en sacramento (cf. OLM 41). Él es quien da a los lectores y a los oyentes la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios (CEC 1101). El Espíritu es el exegeta de la Palabra (cf. DV 12). 3.2.3 Espíritu Santo y oración El Espíritu movió a Jesús en su oración. Él, lleno del Espíritu Santo, exclamó: Yo te bendigo, Padre... (Le 10,21). El mismo Espíritu ahora viene en ayuda de nuestra debilidad e intercede por nosotros con gemidos inefables (Rm 8,26) y grita dentro de nosotros Abbá, Padre (Rm 8,15; Ga 4,6). También el mismo Espíritu que inspiró a los salmistas, inspira y da vida a la oración de los que oran con los salmos (cf. IGLH 100; 102; 104). No puede darse, pues, oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo (cf. IGLH 8).
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3.3 La Iglesia Es tocia la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su cabeza, quien celebra. (CEC 1140) La liturgia, ejercicio del sacerdocio de Cristo, se hace visible en la Iglesia y por medio de la Iglesia, cuerpo, esposa, y sacramento del Verbo encarnado (cf. LG 7-8). "Lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (S.León Magno serm. 74,2). Esa comunidad, que es sacramento de unidad (se 16) porque ha nacido del costado de Cristo muerto en la cruz (se 5), ha sido asociada en su mismo nacimiento a la obra sacerdotal de Cristo (cf. se 7; se 83). Con sus ritos y sus palabras, con la unidad y multiplicidad de sus formas, la liturgia es una especial epifanía de la Iglesia: expresión y realización de su misterio de comunión y salvación. Es en las celebraciones litúrgicas, que no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia (se 26), donde con mayor claridad y eficacia aparece la Iglesia como sacramento -signo e instrumento- de la unión íntima con Dios y de la unidad de todos los hombres (cf. LG 1). Por eso la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza (se 10). La Iglesia es el sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella gracias a la misión del Espíritu Santo (cf. CEC 1118). De este modo la liturgia presenta a la Iglesia "como signo levantado en medio de las naciones (cf. Is 11,12) para que debajo de él se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos (cf. Jn 11,52) hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor" (cf. Jn 10,16) (se 2).
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3.3.1 La liturgia de ¡a Iglesia Afirmar que la liturgia es la celebración de la Iglesia, es referirse tanto a la Iglesia universal como a la Iglesia particular, en sus diversas manifestaciones. En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11,18; 14,19.28. 34,35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1,2; 16,1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1,13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia" es el Pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo (CEC 752). La Iglesia es una realidad cultual, a nivel sacramental. La ekklesía, el qahal Yahvé veterotestamentario, designaba la asamblea litúrgica del pueblo israelita, que alcanzaba su momento privilegiado durante el culto. También, en el nuevo testamento, la Iglesia aparece como una comunidad cultual. "Ustedes son templo del Dios vivo, según dijo Dios: Yo habitaré y andaré en medio de ellos, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (2 Co 6,16). "Ustedes, como piedras vivas, son edificados en casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo" (1 P 2, 4-5). La Iglesia da culto a Dios y celebra la liturgia en cuanto que es el cuerpo de Cristo. Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza, quien celebra (CEC 1140). Y el Cuerpo de Cristo lo formamos todos los bautizados ya que "hemos sido bautizados en un solo Espíritu para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12, 13) y "porque si nos hemos hecho una misma cosa con Él por una muerte semejante a la suya, también lo sere-
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mos por una resurrección semejante" (Rm 6, 5). De allí que, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, tiene el derecho y la obligación de participar en las celebraciones litúrgicas (cf. se 14). Por tanto, toda la Iglesia es sujeto de la acción litúrgica y todos en la Iglesia somos sujetos. De modo eminente, esto se expresa en la celebración de la eucaristía: "Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,17).
Jesús, une a sí y prolonga a través de su Iglesia la función sacerdotal de alabanza e intercesión por la salvación de todo el mundo (cf. se 83;. se 84). Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia (LG 11; cf. CEC 1268).
Las acciones litúrgicas son obra de toda la Iglesia (cf. se 26) en la que se prolonga la función sacerdotal de Cristo (cf. se 83). En efecto, la Iglesia es una comunidad con carácter sacerdotal en virtud de su naturaleza de esposa del Verbo y cuerpo de Cristo. En la sagrada Escritura, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento, ya se habla del pueblo de Dios como una comunidad sacerdotal.
La participación de los fieles brota entonces como un derecho y un deber en virtud de la pertenencia a la Iglesia por el bautismo (cf. se 14). No es una concesión ni una medida pastoral para alimentar la piedad cristiana, sino algo que pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia Esposa de Cristo que habla al Esposo, más aún, a la naturaleza misma de la liturgia que es oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre (se 84).
Ahora, si oyen mi voz y guardan mi alianza, ustedes serán mi propiedad entre todos ios pueblos, porque mía es toda la tierra; pero ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Tales son las palabras que has de decir a los hijos de Israel (Ex 19, 5-6). Pero ustedes son "linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2 , 5.9).
Con todo, la Iglesia institucionalmente sacerdotal, no es una comunidad ¡ndiferenciada, sino que existe un sacerdocio común, de todos los fieles bautizados, y un sacerdocio ministerial y jerárquico, propio de quienes han recibido el carácter del sacramento del orden, en alguno de sus tres grados, el episcopal, el presbiteral o el diaconal. La Iglesia alcanza su máxima plenitud sacerdotal a través de los ministros ordenados, los cuales, en su interior y no fuera o sobre ella celebran los sacramentos y ofrecen el sacrificio eucarístico como continuadores del ministerio apostólico gracias al sacramento del orden (cf. CEC 1120). Como no hay Iglesia sin eucaristía, tampoco puede existir sin el ministerio ordenado al cual Cristo ha confiado la realización del memorial de su muerte-resurrección (cf. LG 28).
En la liturgia, obra por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre eterno (se 7). El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo 182
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Este mismo hecho pone el sacerdocio jerárquico al servicio de la Iglesia, es decir, de la totalidad del Pueblo de Dios ordenado y organizado. El ministro es inconcebible fuera de la referencia a la Iglesia creyente, a la fe de Iglesia, a la solidaridad con la comunidad que está "bajo Cristo"; también se convierte en icono de Cristo, en su ponerse ante la comunidad, en la medida en que, con la comunidad y en ella, expresa el hecho de estar "bajo Cristo". El sacerdocio jerárquico atestigua que es Cristo quien: nos llama a ser sus colaboradores para que la buena nueva sea anunciada; se hace garante de que esta Iglesia situada en un determinado lugar es precisamente la de los apóstoles; vigila para que permanezca en comunión con las otras Iglesias. El sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles, expresión ambos de una Iglesia pueblo sacerdotal (cf. 1 P 2,9), se exigen y se completan mutuamente para realizar el culto verdadero (cf. LG 10; PO 5). Por esto ha de preferirse en cuanto sea posible su celebración comunitaria (cf. se 27), y cada cual ha de desempeñar todo y sólo aquello que le corresponde por su orden (cf. se 28). En síntesis, el sujeto integral de la acción litúrgica es siempre toda la Iglesia sin distinción, es decir, en cuanto compuesta de cabeza y de miembros. Por otra parte, si hay diferencia de relaciones entre cada miembro y la liturgia, tal diferencia no viene dada por el "sacerdocio" de Unos y el "no sacerdocio" de otros, sino por la diversa posición ("estado") que pueden tener dentro del mismo sacerdocio. Incluso, en el caso límite, cuando celebra solamente el ministro ordenado, es la Iglesia la que celebra, puesto que también en aquel caso es ministro de la Iglesia en virtud de la institución del Señor y no por delegación de la comunidad. Pero el sujeto último y trascendente es Cristo, que hizo de la Iglesia su cuerpo sa184
cerdotal estructurándola como organismo compuesto de pueblo y de pastores, de comunidad y de jerarquía, de asamblea y de presidencia.
3.4 La a s a m b l e a Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual (SC 6). La asamblea, la comunidad reunida para celebrar, es la primera realidad visible de la liturgia cristiana. Ella es un signo sagrado, una verdadera epifanía de la Iglesia sacramento de salvación que ejerce así una función sacerdotal en medio del mundo y en favor de todos los hombres (cf. LG 1.8; SC 2.5.26; GS 40). La asamblea es necesaria a la Iglesia como momento de reconocimiento y edificación, porque en ella responde a la llamada del Señor, escucha su palabra y participa en actividades simbólicas que manifiestan su presencia y su acción. El "sujeto" propio de la oración litúrgica no es el "yo" sino el "nosotros" de la Iglesia entera que se hace presente en la asamblea litúrgica y que reúne a muchos sujetos en una oración común. De ahí que las oraciones litúrgicas usan ordinariamente el plural: "bendecimos", "rogamos", "damos gracias". El sujeto orante es siempre el "nosotros" eclesial, es decir, la Iglesia, que dialoga con su Señor e invoca al Padre. Por eso "las acciones litúrgicas no son acciones privadas sino celebraciones de la Iglesia" (cf. SC 26; CEC 1140). En particular, en la asamblea litúrgica la Iglesia halla su forma concreta de localización, por la que se reconoce como Iglesia que existe en un lugar determinado con un rostro cercano y familiar (cf. LG 26). Sin embargo, hoy, la
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movilidad del pueblo cristiano y la existencia de aulas litúrgicas no vinculadas a comunidades particulares hacen posible la reunión de asambleas litúrgicas que no tienen relación con una comunidad estable. De todas maneras, es siempre a través de una asamblea como se está en contacto y comunión con la Iglesia y se consolida la pertenencia a la misma. La asamblea cristiana fue prefigurada en la asamblea cultual de Israel (en el desierto: Ex 19-24; en la tierra prometida: Jos 24; después del exilio: Ne 8-9). Ya en el Antiguo Testamento se dieron de modo muy significativo las grandes asambleas del pueblo de la antigua alianza escuchando la Palabra de Dios, dirigiéndole su oración y celebrando los gestos simbólicos de la alianza. Se sentían el pueblo convocado por Yahvé, el qahal Yahvé. En el Nuevo Testamento, inmediatamente después de la glorificación de Jesús y la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés (cf. Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,12-16), la convocatoria se produce en torno a Cristo Jesús y se llama sobre todo Iglesia, ekklesía, pueblo convocado y congregado. Desde la primera generación la asamblea litúrgica es una realidad importante en el conjunto de la vida cristiana, aunque ya desde muy pronto hubo que recordar y animar a los más perezosos (cf. Hb 10,25; Didascalia de los Apóstoles). En su configuración inicial desempeña un papel decisivo la experiencia pascual y eucarística reflejada en los relatos de las apariciones de Cristo resucitado (cf. Le 24; Jn 20), pero con el tiempo asume el rostro propio de cada lugar: Jerusalén (cf. Hch 1-6), Antioquía (cf. Hch 13,1-3), Tróade (cf. Hch 20,711), Corinto (cf. 1 Co 11;14). A lo largo de los siglos, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual (cf. se 6). En este sentido la tradición de la Iglesia nos ofrece testimo-
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nios de las asambleas litúrgicas, sobre todo de las dominicales (cf. Justino, Apol. I, 67,3; Mártires de Abitene, África del norte, Cartago, Interrogatorio). El pueblo sacerdotal, comunidad de bautizados, se reúne, convocada por Dios (cf. ADAP 12), para celebrar el misterio de la nueva alianza, siempre con la convicción de la presencia, invisible pero real, de su Señor, Cristo Jesús, que prometió: "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20)". La asamblea es el lugar preferente de la presencia del Señor. 3.4.1 Dimensiones
y
características
En primer lugar hay que destacar que la asamblea litúrgica no es intercambiable con Iglesia ni siquiera con comunidad, porque la asamblea existe en el momento de la celebración y se disuelve cuando termina, mientras que la Iglesia permanece también fuera de la celebración y la comunidad tiene otros modos diversos de realización y expresión. En segundo lugar, en la asamblea, como signo litúrgico distinguimos tres dimensiones: a) La dimensión conmemorativa: la asamblea litúrgica evoca y hace recordar la convocatoria del pueblo de Dios en la Antigua Alianza en la presencia del Señor; b) La dimensión manifestativa: la asamblea litúrgica hace presente y revela el misterio de la comunión de la Iglesia y su condición de Cuerpo y Esposa de Cristo para la salvación de los hombres y c) La dimensión profética: la asamblea litúrgica es anuncio y anticipo de la reunión en la Jerusalén celeste (cf. se 8; LG 50).
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La asamblea litúrgica está compuesta de personas, numerosas y diversas, que se reúnen en tiempos y lugares establecidos para celebrar el acontecimiento de salvación realizado en Cristo - e s decir, la liturgia-. Cuando este grupo de cristianos se reúne para la oración, el movimiento mismo de su fe le lleva a reconocer que su decisión es consecuencia de una invitación hecha por el Señor, y que ella es ya una respuesta, una aceptación (Jn 15,16; 1 Jn4,10).
La asamblea es al mismo tiempo carismática y jerárquica, es una comunidad dotada de carismas y de dones y estructurada con una jerarquía de servicio y de caridad (cf. 1 Co 12,4-11; Ef 4,11-16). En ella se conjugan diversos ministerios y funciones dentro de la celebración (cf. se 28) cuya misión es animarla, vivificarla. Por ello la celebración litúrgica es esencialmente dialógica, y cuando uno actúa para todos los demás, siempre se da una respuesta coral por parte de la asamblea.
En la asamblea litúrgica se manifiestan una serie de tensiones que, lejos de obstaculizar su papel lo hacen más eficaz y creativo.
La asamblea es una comunidad que supera las tensiones entre el individuo y el grupo, entre lo subjetivo y lo objetivo, entre lo particular y lo que es patrimonio común, entre lo que es sólo local y lo que es universal, etc. La asamblea no anula, sino que integra y no sólo a nivel de yo y de tú en el nosotros (apertura y encuentro interpersonal), sino también a nivel de lo histórico y contingente con lo trascendente y eterno, es decir, con el misterio de salvación y la gracia de Cristo que sella el encuentro de las personas en este horizonte comunitario.
La asamblea litúrgica es una reunión de un pueblo heterogéneo, de todas las edades y de todos los orígenes. Personas diversas por las mentalidades, las opciones, las vocaciones y hasta la vitalidad humana y espiritual: no se trata de una élite de puros o de intelectuales, sino de hombres como los demás, con sus limitaciones y sus pecados y por tanto necesitados de conversión. Lo que constituye su unidad, es la conciencia de una llamada común, la marcha de fe hacia Cristo Señor, el bautismo que ha sellado la entrada al mundo de la salvación. En síntesis la asamblea litúrgica se reúne en virtud de la fe, pero también en orden a la fe (cf. se 59). En la asamblea, cada uno es situado, cada uno es acogido con lo que es, con todo lo que le atañe; todos, incluso el que está de paso, lo cual atestigua la universalidad de la Iglesia. No hay distinción de sexo, origen, cultura, etc (cf. Ga 3,28; Rm 10,12-14). Ni se hacen preferencias entre las personas (cf. St 2,1-4).Allí los más pobres tienen un lugar privilegiado. Cada uno se siente responsable, invitado a compartir fraternalmente con los demás. 188
La asamblea auna y proporciona medios de expresión y de comunicación a los sentimientos de los presentes. La asamblea no sólo es capaz de centrar todos los sentimientos de una persona en torno a un determinado valor religioso o evangélico, sino también de concentrar sobre el mismo a todo el grupo humano que está compartiendo la misma experiencia de fe y de oración. La asamblea es siempre una realidad local, circunscrita, particular. Tiene límites geográficos y temporales y está compuesta de un número limitado de personas. Por este motivo muestra todas las parcialidades inherentes a su condición humana.
189
Reunión y dispersión se llaman y se valorizan mutuamente. No se puede venir a la asamblea en busca de refugio: cada uno es enviado a su propio compromiso en el mundo, donde toma parte en los esfuerzos de todos los hombres para hacer progresar la paz, la justicia, el respeto a cada persona, y todo esto dando testimonio, en comunión con sus hermanos creyentes, del sentido nuevo que da Jesucristo a esta construcción de la ciudad terrestre. 3.4.2 Participación
litúrgica
"En la celebración litúrgica, toda la asamblea es 'liturgo', cada cual según su función" (CEC 1188). Es la asamblea la que concelebra con Cristo, el celebrante principal, el único pontífice máximo y el único mediador en cuya persona actúan los ministros ordenados. Por eso nadie puede asistir a la liturgia como extraños y mudos espectadores (cf. se 48). En la asamblea litúrgica todos son actores, protagonistas: oran, cantan, escuchan, interceden, dan gracias, presentan los dones, etc. Todos están invitados a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas. Esta participación es una exigencia que tiene una doble proveniencia: a) de la naturaleza misma de la liturgia, que es participación eclesial en el misterio salvador de Cristo, b) de la identidad del pueblo cristiano, que por su sacerdocio común, recibido en el Bautismo, se asocia al sacerdocio de Cristo y debe por tanto tomar parte en la celebración de los misterios (cf. se 14). Esta participación, señala Sacrosanctum debe ser:
Concilium 14,
a) Plena: es decir, no sólo exterior sino también interior (cf. se 19; EM 12). No se trata sólo de establecer una 190
comunicación con el presidente o de promover una respuesta al lector, sino, sobre todo, de suscitar una comunicación con Dios. Acoger en nosotros el misterio de salvación, dejarnos penetrar por la acción del Espíritu, actuar como miembros vivos de la Iglesia. b) Consciente: una participación plena exige una educación litúrgica, un conocimiento suficiente de cada celebración concreta y de su estructura, una comprensión del significado que encierran los gestos y los símbolos, un saber impregnarse del espíritu de aquella celebración (cf. se 19; 48; 50). Pastoralmente supone una catequesis litúrgica adecuada. c) Activa: es decir, el pueblo no ha de asistir pasivamente a una ceremonia religiosa protagonizada por otros, sino que ha de tomar parte activamente con sus actitudes, gestos, respuestas, oraciones, silencio, cantos, etc (cf. se 28; 30). Todo esto requiere, naturalmente, una preparación adecuada de cada celebración, una distribución de servicios y tareas (cf. se 29) y una conciencia de pertenencia a la comunidad. Pedagógicamente, la liturgia guía a los participantes a entrar dentro del misterio celebrado a través de los ritos y las oraciones. Esta pedagogía, sin embargo, es ineficaz si no se está preparado para captarla y corresponder a la misma dejándose involucrar por la celebración y convirtiéndose en protagonistas. Es necesario, pues, alcanzar la inteligencia de los ritos y de los textos mediante una formación y catequesis litúrgica adecuada. En esta formación tiene un valor importante la iniciación al silencio sagrado como elemento de escucha e interiorización.
191
Esta participación litúrgica tiene como fin el que los fieles saciados con los sacramentos pascuales, sean concordes en la piedad, conserven en su vida lo que recibieron en la fe, y, renovados por alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía, se sientan encendidos y arrastrados a la apremiante caridad de Cristo (cf. se 10). 3.5 Los ministerios litúrgicos En una celebración litúrgica toda la asamblea es "liturgo ", cada cual según su función (CEC l 188). La liturgia está estructurada para que la realice el pueblo sacerdotal como asamblea y, dentro de distintos ministerios o servicios requeridos por la misma comunidad. El ejercicio de los diferentes ministerios y funciones que enriquecen a la asamblea, es necesario para que exista una participación activa y plena. La liturgia manifiesta la naturaleza de la Iglesia, y ésta es, toda ella ministerial, es decir, diferenciada y orgánica, en la que no todos tienen el mismo grado de responsabailidad y de ejercicio de la misión eclesial. Dentro de la asamblea litúrgica, verdadero sujeto de la celebración litúrgica, existen diversidad de ministerios y servicios. El ministerio es de por sí toda función realizada por uno o más miembros de la Iglesia como servicio a la comunidad. El servicio es expresión de caridad; en su naturaleza queda, por tanto, señalado el espíritu con que ha de realizarse: no como distinción o preeminencia, sino como ayuda 9 .
Conferencia Episcopal de Chile, Los Servicios Litúrgicos encomendados a laicos, 1995, 10-11.
192
Podemos distinguir los ministerios ordenados recibidos a través del sacramento del Orden; los instituidos, que se confieren a través de un ritual propio que no implica imposición de manos y los recibidos a través de un mandato simple. Los ministerios son un factor esencial de una eclesiología de comunión y de participación en la que todos los miembros contribuyen, cada uno a su modo, a la edificación del cuerpo (cf. 1 Co 14,5; Ef 4,12). El ministerio ordenado preside la comunidad in nomine etin persona Christi, pero el sujeto de la celebración es toda la asamblea: Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia..., pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos^. En esta acción sagrada: toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función, pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio hará todo y sólo lo que corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas"" (se 28). 3.5.1 Ministerios
ordenados
Los ejercen el obispo, el presbítero y el diácono, se reciben por el sacramento del Orden. A este respecto, afirma el Catecismo de la Iglesia Católica:
10
se 26.
11
CEC 1144.
193
Pero todos los miembros (de la asamblea litúrgica) no tienen la misma función (Rm 12, 4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuaren representación de Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cf. PO 2 y 15). El ministro ordenado es como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíterosy los diáconos^2. El obispo preside la liturgia como sumo sacerdote (cf. i_G 20) y principal dispensador de los misterios de Dios (cf. CD 15), sobre todo en la eucaristía (cf. se 41, LG 26). A él corresponde modelar toda la liturgia (cf. LG 26; OGMR 59). El presbítero, colaborador del obispo (cf. LG 20), actúa en las celebraciones litúrgicas como ministro de Cristo (PO 5) y en su persona (cf. LG 28). Ejerce su ministerio sobre todo en la eucaristía, como ministro de la Palabra y del sacrificio (cf. LG 28; PO 4-5; OGMR 59). El diácono, colaborador también del obispo (cf. LG 20) y en dependencia de él y del presbítero (cf. LG 29; CD 15), realiza diversas funciones y, en algunos casos, preside la asamblea (cf: LG 29; CD 15; OGMR 61; 127; 141).
12
CEC 1142.
194
Entre las funciones peculiares del ministerio ordenado está la presidencia litúrgica. El presidente es servidor de la comunidad: no está "sobre" ella ni "fuera" de ella, sino "dentro", como representante de Cristo. El presidente presta un doble servicio: a Cristo y a la asamblea. El sacerdote es miembro y representante del cuerpo de la asamblea a la vez que signo de su Cabeza: Cristo. Una doble relación, pues, da sentido al ministerio de la presidencia de un modo complementario e inseparable: el que preside está estrechamente unido a Cristo y a la vez, íntimamente unido a la asamblea. Así la asamblea y el ministro presidente se completan mutuamente: el ministro que preside en nombre de Cristo completa a la comunidad, haciéndola realización sacramental de la Iglesia entera, y a la vez es completado por ella, porque no actúa solo, sino con ella y para ella. Una celebración litúrgica no será pastoralmente eficaz si el presidente no ha adquirido el "arte de presidir", es decir, de guiar y animar a la asamblea del Pueblo de Dios. Las principales actividades implicadas en el ejercicio de la presidencia son: a) acoger a la asamblea. El presidente acogerá a los fieles, los saludará, les confirmará en el sentimiento de que son bienvenidos y reconocidos dentro de la casa de la comunidad, es decir, se trata de transformar un grupo disperso y separado en una asamblea; b) coordinar a la asamblea. El presidente acogerá a la asamblea armónicamente con todos aquellos que van a ejercer un ministerio durante la celebración. Cada uno que realice un servicio dentro de la asamblea 195
litúrgica debe sentirse corresponsable de la celebración de todos. Es importante precisar la situación del presidente entre los otros ministerios de la celebración. Presidir no implica hacerlo todo solo, en detrimento de la función de los demás. Él debe coordinarlos servicios de todos los restantes colaboradores en vistas al común servicio de la asamblea. Esto implica que cada celebración esté adecuadamente preparada; c) abre y cierra la celebración. Corresponde al presidente abrir y concluirlos ritos de la liturgia en su totalidad; d) da el ritmo de la celebración. Toda celebración tiene una estructura y una dinámica interna expresadas por el ritmo de la acción litúrgica. Es el presidente con su modo de hacer, decir y coordinar las diversas partes de la celebración el que da la unidad rítmica. Él tiene que programar los acentos expresivos, los puntos de énfasis y los más distensivos, los momentos de silencio, la oportunidad de los cantos; e) ora en nombre de la iglesia y de Cristo. Es fundamentalmente el presidente quien dice las plegarias presidenciales de las celebraciones litúrgicas. Estas oraciones suponen la implicación y la participación de la asamblea, pero su carácter presidencial indica que la oración de la Iglesia trasciende a los individuos y que es con certeza la oración del Cuerpo de Cristo. El presidente debe tener una actitud orante, y eso se comunica y transmite a la asamblea, a la cual debe también hacerla rezar, poniéndola también en actitud orante, favoreciendo a cada fiel y a toda la asamblea a un encuentro con el Señor, con su Palabra;
196
f) servidor de la Palabra y la homilía. La Iglesia celebra la Palabra escuchándola, proclamándola, explicándola, interpretándola y haciéndola actual y viva en los signos sacramentales. La proclamación litúrgica de la Palabra de Dios exige el ejercicio del ministerio o servicio de la Palabra. Incumbe al que preside, el ministerio de la Palabra, que prolonga en la asamblea el ministerio de Cristo, Palabra revelada y hecha carne. Por esto, normalmente, la homilía le corresponde a aquel que preside; g) realiza los gestos sacramentales. En aquellas celebraciones litúrgicas que se realizan gestos sacramentales, es el presidente quien realiza los gestos sacramentales esenciales y constitutivos del sacramento. Además los debe realizar de una manera clara, transparente, respetando la verdad de la acción simbólica: la fracción del pan y el comer del mismo; la bendición del cáliz de vino y el beber del mismo; el derramar el agua; la imposición de las manos; el ungir con el aceite... 3.5.2 Ministerios instituidos Pablo vi, con el motuo proprio Ministeria quaedam13 estableció los ministerios instituidos conferidos a laicos sin que éstos pierdan su condición laical. Se confieren sin la
Todo lo referente a los ministerios está regulado por: Pablo vi, Motu proprio Ministeria quaedam, por la que se renueva la disciplina "concerniente a la tonsura, las órdenes menores y el subdiaconado" en la Iglesia latina (15 de agosto de 1972). Traducción castellana en: A. Pardo (ed.), Documentación Litúrgica Posconciliar. Enchiridion (Barcelona, Ed. Regina2, 1992, nn. 3572-3588. En este documento se suprimen las "órdenes menores": ostiariado, lectorado, exorcistado y acolitado. De aquí en adelante lo citaremos como Enchiridion.
197
imposición de manos, que es el gesto específico de la ordenación. El documento de Puebla, al final del capítulo sobre los laicos, después de hablar de la misión del laicado en la Iglesia y en el mundo dice: Para el cumplimiento de su misión, la Iglesia cuenta con diversidad de ministerios (cf. AA 21). Al lado de los ministerios jerárquicos, la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado. Por tanto, también los laicos pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio a la comunidad eclesial, para el crecimiento y vida de ésta, ejerciendo ministerios diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiere concederles (cf. EN 73). Los ministerios que pueden conferirse a laicos son aquellos servicios referentes a aspectos realmente importantes de la vida eclesial (v. gr. en el plano de la Palabra, de la Liturgia o de la conducción de la comunidad), ejercidos por laicos con estabilidad y que han sido reconocidos públicamente y confiados por quien tiene la responsabilidad en la Iglesia™. El fundamento de los ministerios no-ordenados reside en el sacerdocio común de los fieles y en los carismas; no son una participación en el sacerdocio ministerial del ministerio jerárquico o una prolongación del mismo. Su reconocimiento no tiene como finalidad remediar la escasez de sacaerdotes. Al ser reconocidos públicamente
y confiados por quienes tienen la autoridad en la Iglesia, su ejercicio se realiza en dependencia del ministerio jerárquico y dentro de una pastoral orgánica. El Catecismo de la Iglesia se refiere a estos ministerios en estos términos. En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastora/es. Los acólitos, lectores, comentadores y los que pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico^5 (se 29). Actualmente los únicos ministerios instituidos son el Lectorado y el Acolitado, ministerios relacionados con la celebración litúrgica, y exclusivamente reservados a los varones. Pero nada impide que las Conferencias Episcopales pidan a la Santa Sede la creación de otros ministerios laicales instituidos, los cuales podrán ser ejercidos por mujeres16. El lector proclama las lecturas bíblicas, a excepción del evangelio, dice el salmo interleccional si falta el salmista, propone las intenciones de la oración de los fieles y dirige el canto y la participación de los fieles, en ausencia del diácono o del cantor (cf. Pablo vi: Motu proprio Ministería quaedam V; OGMR 66; 150151; OGLH 259).
15 16 14
DP 804, 805.
198
CEC 1143. Cf. Ministería quaedam Vil (= Enchiridion n. 3582); introducción (= Enchiridion 3574).
199
El acólito ayuda al sacerdote y al diácono en el altar y distribuye la Eucaristía y la expone para la adoración como ministro extraordinario (cf. Motu Proprio Ministeria quaedamw, OGMR 65; 143-147). 3.5.3 Otros oficios
3.5.3.1 Al servicio de la asamblea (cf. se 29;
OGMR
68).
-
Las personas encargadas de la limpieza y ornamentación, vestuario litúrgico y vasos sagrados, etc.
-
Los encargados de la acogida y del orden.
-
El guía de la asamblea.
3.5.3.2 Al servicio de la Palabra de Dios.
17
18
El lector no instituido (cf. se 29; OGMR 66). El salmista (cf. OGMR 36; 67; 90; 313). El moderador de la Palabra.
Se debe tener en cuenta la Instrucción sobre algunas cuestiones relativas a la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes aprobada por el papa Juan Pablo II el 15 de agosto de 1997, Cf. Lósservatore romano 48 (28 de noviembre 1997) 7-12, edición lengua española. Esta Instrucción es fruto de un largo trabajo de estudio y de una amplia consulta de todas las realidades eclesiales: Episcopados, sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos en el servicio de la pastoral y la evangelizaron. Sigo la descripción de: J. López Martín, "En el Espíritu y la verdad". Introducción a ¡a Liturgia = Ágape 5 (Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca, 1987, 248-249.
200
-
El acólito no instituido (cf. se 29;
-
El ministro extraordinario de la comunión y de la e \ . posición del Santísimo (cf. O G M R 68; Instrucción Inmensae Carítatis; Ritual de la S. Comunión y efe/ culto a la Eucaristía fuera de la Misa).
-
El maestro de ceremonias (cf.
litúrgicos
Los ejercen tanto varones como mujeres (cf. cíe c. 230 & 1 y 2) que no son instituidos para determinados oficios 17 , pero los desempeñan de manera estable o, simplemente ocasional. Estos ministerios - q u e los podemos denominar funciones u oficios- son los siguientes 18 :
-
3.5.3.3 Al servicio del altar y del ministro ordenado. OGMR
OGMR
66).
69).
3.5.3.4 Al servicio del canto litúrgico y de la música (cf, se 29; Instrucción Musicam Sacram 13-26; OGMR 63; 64; 78; 90; 274; 313). -
Los cantores y el coro.
-
El director del canto de la asamblea.
-
El organista y los restantes músicos.
3.5.3.5 Otros ministerios. -
"Ministros" extraordinarios del bautismo.
-
Asistentes laicos del matrimonio.
-
"Ministros" de las exequias.
-
Los padrinos del bautismo y de la confirmación.
-
Los que dirigen la plegaria o la hacen en nombre de todos.
3.6 Criterios pastorales para el ejercicio de los ministerios En el ejercicio de todos los ministerios encomendados a laicos, es importante tener en cuenta los siguientes criterios pastorales recomendados por el Documento de Puebla: 201
No clericalizan; quienes los reciben siguen siendo laicos con su misión fundamental de presencia en el mundo. Se requiere una vocación o aptitud ratificada por los pastores. Se orientan a la vida y al crecimiento de la comunidad eclesial, sin perder de vista el servicio que ésta debe prestar en el mundo. Son variados y diversos de acuerdo con los carismas de quienes son llamados y las necesidades de la comunidad; pero esta diversidad debe coordinar por su relación al ministerio jerárquico™. También, nos advierte Puebla, conviene evitar los siguientes peligros en el ejercicio de los ministerios: a) La tendencia a la clericalización de los laicos o la de reducir el compromiso laical a aquellos que reciben ministerios, dejando de lado la misión fundamental del laico, que es su inserción en las realidades temporales y en sus responsabilidades familiares. b) No deben promoverse tales ministerios como estímulo puramente individual fuera de un contexto comunitario. c) El ejercicio de ministerios por parte de unos laicos no puede disminuir la participación activa de los demás20.
1
9 20
DP811-814. DP 815-817.
202
RESUMEN La liturgia es la obra del Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Cristo es el protagonista absoluto de la celebración y su presencia hace eficaz a la misma. Sin su presencia no habría liturgia. En cada celebración litúrgica el Misterio de salvación se hace presente por el poder del Espíritu Santo. Es por esto que en toda acción litúrgica se invoca al Espíritu Santo -epfclesis- para que haga presente a Cristo. La liturgia se hace visible en la Iglesia. Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su cabeza quien celebra. Esta comunidad eclesial se concreta en la asamblea convocada por la Palabra de Dios para actualizar y renovar la alianza. En la celebración litúrgica, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función. Todos participan, según su grado de responsabilidad y de ejercicio de la misión eclesial, por el sacerdocio bautismal. Pero algunos fieles son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo. La liturgia está estructurada para que la realice el pueblo sacerdotal como asamblea y, dentro de distintos ministerios, servicios y oficios litúrgicos requeridos por la mismas comunidad.
EJERCICIOS
7. La participación de los fieles como derecho y como deber se basa en:
A. Complete las siguientes frases: 1. Los grados y modalidades de la presencia del Señor en la liturgia se tratan en los siguientes documentos:
8. La más completa manifestación de la Iglesia de Cristo es:
9. La asamblea celebrante es signo de:. 2. La teología postridentina utiliza unos argumentos; según los cuales la presencia real del Señor en la Iglesia quedaba reducida a:
3. El Concilio Vaticano n afirma la presencia de Cristo en cuatro grandes momentos litúrgicos, que son:
4. Cristo está presente en la asamblea litúrgica porque:
5. El ámbito interno de la presencia de Cristo en la Iglesia es:
6. La liturgia es el ejercicio del:
B. Enumere los ministerios y servicios en una eucaristía dominical y en una celebración de laudes y vísperas.
BIBLIOGRAFÍA AA.VV., Celebrar, presidir, animar, Santiago de Chile, Ed. Paulinas, 1991. — El arte de bien celebrar = Cuadernos Phase 49, Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 1994.
¿COMO CELEBRAMOS?
— El lector- Cuadernos Phase 81, Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 1997. Aldazábal J., Ministerios de laicos = Dossiers CPL 35, Barcelona, 1987.
Alberto Aranda
Conferencia Episcopal de Chile, Los Servicios Litúrgicos encomendados a laicos, 1995.
La celebración litúrgica comprende signos y símbolos... que son portadores de la acción salvífica y santificadora de Cristo. CEC 1189
Goedert V.M., Diaconías litúrgicas de la vivencia cristiana. Orientaciones, oraciones y rúbricas para las celebraciones = DEVYM 26 (CELAM, 1993).
4.1 Signos y símbolos Russo R., El ministerio de la presidencia, en: AA.VV., El carácter sinfónico de la celebración litúrgica = Actas del ix Encuentro de Estudios de la Sociedad Argentina de Liturgia (23-26 de mayo de 1994) (Comisión Episcopal de Liturgia-Oficina del Libro, Buenos Aires, 1995) 55-99. Urdeix J., "Presente y futuro del lector y del acólito", en Phase 90, 1975,435-451.
RE IEALIDADES tan constitutivas e integrantes de la Liturgia como el memorial, el misterio-sacramento, la celebración, el rito, suponen el concepto de signo. La definición misma de Liturgia lo incluye: Con razón, entonces, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio' de Jesucristo. -
206
En ella los signos sensibles significan, y cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre,
-
y así, el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro (se 10).
Los mismos signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar las realidades divinas invisibles (se 33). Por esto, es muy importante profundizar en el concepto del signo litúrgico, en las leyes que lo rigen, en sus implicaciones y en sus diversas clases.
los clásicos grecorromanos; rostro y corazón, los antiguos mexicanos). "Nada hay en el entendimiento que primero no haya pasado por los sentidos". "En mí la palabra precede al sonido, pero en ti, que quieres entenderme, primero está el sonido que llega a tu oído para insinuar luego la palabra en tu mente". "Si el pensamiento no se encarna en una acción corporal, pronto se hace extraño a la vida". Son formas de expresar esta interdependencia de nuestro interior y nuestro exterior. Aquí es donde entra la necesidad absoluta de los signos para la comunicación humana.
4.1.1 El modo de ser del hombre 4.1.2 El modo como Dios actúa Por una parte está el modo de ser del hombre. El hombre es un ser fundamentalmente dependiente de la comunicación. Nuestra existencia concreta depende de la comunicación. Sin comunicación genérica no podríamos ser lo que somos. Sin nuestro sistema de comunicación interna, no podríamos seguir viviendo y funcionando como lo hacemos. Sin embargo, cuando pensamos en comunicación, normalmente pensamos de inmediato en la comunicación externa, en los procesos por los que nos comunicamos con otros. Sin comunicación externa podríamos vivir, estrictamente hablando, pero seríamos unos individuos ignorantes y aislados. No tendríamos ni la inspiración que nos dan la habilidad y el conocimiento acumulados ni el apoyo de la sociedad. Esta comunicación externa está determinada por la misma estructura fundamental del hombre, hecho, a la vez, de interioridad y exterioridad, de espíritu y materia (carne y sangre, decían los antiguos semitas; cuerpo y alma, 208
Por otra parte está el modo como Dios actúa: Dios mismo, conocedor perfecto de nuestro modo de ser, se nos comunica por medio de signos. Dice Puebla: El hombre es un ser sacramental; a nivel religioso expresa sus relaciones con Dios en un conjunto de signos y símbolos: Dios, igualmente, los utiliza cuando se comunica con los hombres (DP 920). La inmensidad de signos por medio de los cuales Dios se nos ha comunicado está centrada y depende del signo principal y definitivo de su comunicación: Cristo. Él es el sacramento original y fontal; invisible y corporalmente en su humanidad histórica, nos ha hecho presente a Dios. "Cristo 'es imagen de Dios invisible' (Col 1,15). Como tal, es el sacramento primordial y radical del Padre: 'El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9) (DP 921). En esta línea de significación, que hace efectiva en nosotros la acción de Dios (misterio-sacramento), viene en
209
seguida la Iglesia, "sacramento de Cristo" (DP 922), "realidad humana, formada con hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza de Dios Trino, que en ella resplandece, convoca y salva" (DP 230). Pero la Iglesia se hace y se expresa a su vez, por medio de signos sacramentales: fundamentalmente en los siete sacramentos, que "concretan y actualizan... esta realidad sacramental" (DP 922). La Eucaristía es el centro de todo:
Esto nos lleva a profundizar, aunque sea en una forma muy rápida y simplificada, en la noción y en la función del signo, tal como se va viendo cada vez más clara y válidamente en las actuales ciencias del hombre.
La celebración eucarística, centro de la sacramentalidad de la Iglesia y la más plena presencia de Cristo en la humanidad, es centro y culmen de toda la vida sacramental (DP 923).
Para mejor entender el "mecanismo" de la comunicación hay que mencionar sus elementos. Aunque se puede decir que hay tantos esquemas como teóricos de la comunicación existen, y que cada uno aporta elementos distintos, sin embargo, la mayoría considera los siguientes:
Esta sacramentalidad de la salvación ya había sido expresada en Sacrosanctum Concilium en la misma definición de Liturgia del n. 7. Al recordar, traducida por el abad Marsili con algo de interpretación de teólogo: la Liturgia es el ejercicio actual del oficio sacramental de Cristo. Ejercicio en el que, por medio de signos simbólicos, es significada en el modo propio de cada uno de los signos, y es realizada la santificación del hombre. En conclusión, Cristo, la Iglesia, la Liturgia y los Sacramentos, son los eslabones de esa cadena por la que Dios se comunica con nosotros y nosotros nos comunicamos con Dios. Son la vía incarnata salutis (el camino encarnado de la salvación), como decían los antiguos, por el que Dios viene a nosotros y nosotros vamos a él. De esto habla con claridad Sacrosanctum Concilium a partir del n. 2.
210
4.1.3 El signo en la
comunicación
La semiología o, como más frecuentemente se va diciendo, la semiótica, es la ciencia de la comunicación.
—*
MENSAJE
CODIFICACIÓN
DECODIFICACIÓN
t^ / / \ \
FUENTE TRANSMISOR DESTINATARIO RECEPTOR
\ \ / /
X
/ /
DESTINATARIO RECEPTOR
\ \
FUENTE TRANSMISOR
\ \ / /
CODIFICACIÓN
DECODIFICACIÓN
MENSAJE
*-* CONTEXTO
Fuente. Es el individuo que transmite el mensaje. Por ejemplo, el que da el saludo de paz. Destinatario. Es el que recibe el mensaje. Por ejemplo, el que recibe el saludo de paz.
211
La idea o pensamiento hay que traducirlo codificando el mensaje en representaciones susceptibles de ser reconocidas por los sentidos de la persona destinataria o, dicho de otro modo, traduciendo el mensaje en signos y en símbolos que sean elementos de un lenguaje común a la fuente y al destinatario (lenguaje articulado, gesto, objetos-signo). Por ejemplo, el sentimiento interior de amistad, de cariño, de fraternidad en la fe es codificadotraducido a signos en un apretón de manos, en un abrazo. Estos signos son los que se transmiten. El órgano sensorial del destinatario receptor recibe el mensaje codificado, que luego es decodificado, a fin de que se haga significativo para el destinatario. Es necesario que el destinatario reconstruya ei mensaje partiendo del mismo sistema de señales. Al recibir el apretón de manos, lo decodifica, io traduce, capta el mensaje de fraternidad que ie envía el transmisor. Si el receptor no conoce el código, suponiendo que provenga de un país donde el apretón de manos no es usado, como en Japón, el signo no le significa lo que pretende, y no se establece la comunicación. Muchas veces la transmisión a lo largo del canal entre el transmisor y el receptor puede ser perturbada por factores extraños. Se designa con el término general de ruido a estos elementos perturbadores, independientes tanto de la fuente como del destinatario, pero capaces de estorbar, deformar e incluso anular el mensaje. Siguiendo la línea de ejemplos que venimos dando, un ruido podría ser un florero que se cae y distrae la atención, u otra persona que interfiere, y por lo que la comunicación no se realiza. Lo que hemos presentado en forma muy esquemática, lo podemos aplicar a la Liturgia. Es necesario, ante todo, el conocimiento del código más importante: el lenguaje articulado. No puedo entender al que habla si no entien212
do su lenguaje si no me lo traducen. Y como en la Liturgia la palabra es la que da sentido al rito, el conocimiento de este código es indispensable. Hay que tener en cuenta que los códigos verbales carecen de uniformidad. Una misma palabra tiene distinto significado en distinto contexto cultural. Por ejemplo, la palabra "cuadro" puede ser entendida de distinto modo en un contexto de pintura, de carpintería, de medicina, de ciclismo, de geometría, etc. Pero por lo que toca a los gestos y a los objetos-señal, la función del código o sistema de señales es muy reducida; el "contexto" es lo que ayuda a captar el significado de los ritos. Siempre el "contexto" es el elemento más importante en la comunicación. Una palabra aislada, sin contexto, casi no tiene significado. Por ejemplo la palabra "agua". Sólo dentro de una frase como "beben agua" o "el agua destruyó el puente" aparece el agua como algo bueno o malo. Los gestos son aún menos diferenciados que el lenguaje hablado: un silbido puede tener, en un contexto dado, el significado de aprobación o desaprobación. Un gesto como el beso, aceptado en un contexto cultural, es rechazado en otro contexto. El color blanco, en una cultura significa luto, en otra, alegría. 4.1.4 Doble contexto del signo en la Liturgia En la Liturgia debemos de tener en cuenta un doble contexto: a. El contexto de la cultura y del ambiente humano. La Liturgia con todos sus elementos significativos, se dirige a hombres concretos que forman asamblea. Estos
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hombres tienen una cultura y una mentalidad propias; tienen historia, costumbres, lengua y tradiciones propias. A estos hombres concretos debe llegar el mensaje evangélico. Este mensaje quedaría limitado o aun anulado si no se reviste de los signos que esos hombres pueden captar. b. El contexto propio de la celebración cristiana. Por su naturaleza, la asamblea litúrgica, aun dentro de un ambiente cultural, se relaciona con otro contexto sociocultural: el de la Iglesia, que, por tener su propia historia, sobrepasa a las culturas particulares en el tiempo, y, por ser universal, las sobrepasa en el espacio. Sólo Cristo, preparado por el Antiguo Testamento, revelado en el Nuevo Testamento y continuado en la Iglesia, da el sentido verdadero a todos los signos litúrgicos. Cualquier signo, por el hecho de provenir del hombre y no ser algo natural, necesita ser conocido como tal. Es decir, es necesario aprender el signo y su uso, y experimentarlo individual y comunitariamente. El simple gesto de levantar las manos no dice nada al que no está acostumbrado a asociarlo con la oración a Dios, hecha con corazón puro y actitud respetuosa.
quesis: la captación y la experiencia del contexto de los signos sagrados. El cristiano lo logra viviendo la vida de la Iglesia, pasando a través de la evangelización, la catequesis, la iniciación sacramental y la vida evangélica. 4.1.5 ¿Qué es un símbolo? A muchos cristianos actuales la palabra símbolo les expresa algo, tal vez bello y necesario, pero sólo una figura, una imagen. Ya desde la época carolingia símbolo y realidad son considerados como dos conceptos opuestos. El símbolo es sólo un indicador, algo que capta la atención y la dirige a una realidad distinta. ¿Qué es un símbolo? Recordemos que es una palabra griega, que viene de syn-ballo; literalmente sería "lanzar con...", y significa asumir, acercar, juntar, comunicar, dar, etc. El símbolo era un signo de reconocimiento: cada una de las partes de un bastoncito o rama que había sido partido y servían luego para reconocer a los portadores y para probar las relaciones comerciales o de hospitalidad contraídas anteriormente; igualmente una ficha para reclamar un pago; posteriormente llegó a significar una fórmula, un "santo y seña" de reconocimiento.
Esto pide, además, un factor psicológico muy importante: la apertura al mundo de los símbolos; una disposición de ánimo para captar el sentido de los signos, sobrepasar el objeto y llegar hasta aquello a lo que nos lanza.
En los distintos textos de la ciencia de comunicación especial, llamada semiótica, encontramos diversos conceptos de símbolo. Frecuentemente hay confusión con otros conceptos como señal, y más especialmente, por ser más genérico, con signo.
Todo lo anterior nos habla de la necesidad siempre urgente y perenne de lo que ampliamente llamamos cate-
Se va haciendo cada vez más consenso en torno a estos conceptos: El mundo de los signos está constituido
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El símbolo participa de la realidad de lo simbolizado, está enraizado en ella y de algún modo lo hace presente. No sólo lo manifiesta sino que lo presencializa, lo acerca2.
por realidades sensibles, los significantes, que nos llevan al conocimiento de realidades "invisibles", es decir no inmediatas, los significados. En un plano más utilitario y elemental está la señal. Por simple acuerdo convencional, un significante material nos remite a un significado práctico (un ejemplo podría ser las señales de tráfico). Su plano es la advertencia. En un nivel superior está el signo, en el que la relación entre significante y significado está basada en cierto lazo natural (por ejemplo la figura de un león y la idea de fuerza). Su plano es la información. Pertenece al ser. Finalmente viene el símbolo, mucho más alto y más difícil de expresar. Aquí, la relación entre el significante y el significado es natural, no arbitraria. Es un revelador de lo profundo que no está del todo presente, que se relaciona con experiencias humanas básicas, poniendo en relación dos realidades que, aunque separadas, están llamadas a existir unidas. El símbolo Implica la presencia de la realidad simbolizada, de una manera figurada, pero real... El símbolo se percibe por connaturalidad o experiencia, en la que toma parte y se compromete la persona, influyendo sobre todo el peso de la fe y la atracción del amor\
La celebración litúrgica: Fenomenología y teología de la celebración, L. Maldonado y P. Fernández, en La Celebración en la Iglesia, vol. I, p. 305, Salamanca, Ed. Sigúeme, 1985.
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A la experiencia simbólica sólo llegamos por el conocimiento unitario, global, es decir sensible, imaginativo, intuitivo, no irracional, pero sísupraracional. Un ejemplo (todos los ejemplos cojean) nos podría aclarar lo anterior: Suponiendo que en nuestra nación sucediera lo que en otros países (v.g. Inglaterra e Italia), cuando la bandera nacional está izada sobre el edificio principal de gobierno (Buckingham, el Quirinal) quiere decir que en ese momento ahí está el jefe de la nación. En ese supuesto, si vemos nuestra bandera en el Palacio Nacional, eso significa que el presidente está ahí. Aquí, la bandera está en función de señal. Una bandera presentada abstractamente, digamos en un manual de historia o en un catálogo de banderas, estaría en función de signo: una tela con tales colores y tales emblemas significa el estado tal, en el caso a la nación que simboliza. La bandera izada en un lugar oficial (por ejemplo la plaza central) es un símbolo: hace presente, visibiliza, sintetizándola, esa realidad amplia y profunda de la patria: su territorio, su gente, su historia, su tradición, sus costumbres, etc.
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O.c. 296.
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En la señal y en el signo, una vez conocida la relación entre significante y significado, ésta se da automáticamente y en el mismo grado siempre que el significante se haga suficientemente presente; no hay en ellos un más o un menos en la captación, y para hacer la captación basta una información intelectual. En cambio, en el símbolo no basta la iluminación intelectual; es indispensable además, la experiencia vital y amorosa, y como ésta puede tener su más y su menos, podemos decir que un símbolo puede simbolizar en diversos grados según la capacidad del sujeto. Además va a depender de la forma como sea presentado o realizado el símbolo para que su simbolización sea más o menos eficaz, a diferencia de lo que sucede con la señal y el signo, en los que basta que sea presentado suficientemente claro el significante para que lance al significado; esto lo harán de manera igual, como ya se dijo. Por ejemplo, nunca simboliza igual la bandera solemnemente izada en el centro de la Plaza Central, que una banderita entre otras 99, para su venta en vísperas de una fiesta patria, o una bandera nacional que tú veas en el extranjero: te conmueve especialmente, te llena de nostalgia.
4.2 La Palabra
der comunicativo sobre todo en la información, es decir en la transmisión de un contenido, en el decir algo a alguien. La comunicación oral es también la expresión de la propia subjetividad. Como toda comunicación ejerce un influjo en el interlocutor, lo impresiona. Esta función impresiva es la finalidad del discurso. Aunque se ha dicho que estamos entrando en una época en que la imagen (lo visual) tendrá preponderancia sobre la palabra escrita, aunque el hombre moderno está cansado de escuchar e inmunizado muchas veces contra las palabras, no se puede disminuir su valor permanente. La palabra tiene toda su fuerza cuando acompaña a otros signos sensibles, sobre todo a los visuales, determinándolos, clarificándolos, quitándoles ambigüedades. En cambio, cuando las otras imágenes sensibles, sobre todo las visuales, van en una dirección y las auditivas en otra, es decir, cuando no coinciden en la significación, la palabra pierde su fuerza. Ya lo decía Horacio: "Más débilmente impacta lo que llega por el oído que lo sometido a los ojos" (Ad Pisones, v. 180).
Entre todas las formas de comunicación, la palabra ocupa un lugar privilegiado. Es la significación humana más clarificadora, la que más profundiza, destaca y quita ambigüedades.
En la historia de la salvación, que es la historia de las comunicaciones salvíficas de Dios que nos quiere dar su propia vida, y de las respuestas del hombre, la palabra tiene un lugar prominente. En el centro de esta historia está el don de la Palabra personal del Padre que se nos da traducida a nuestra carne y a nuestra sangre. La Palabra se nos hace visible y palpable (cf. 1 Jn 1 y 2).
Se habla, ante todo, para establecer un contacto, sin el que no se da la comunicación. La palabra ejerce su po-
Toda la revelación está en el libro que la Iglesia reconoce, conserva y enseña como Palabra de Dios: la Biblia.
4.2.1 La Palabra en la liturgia
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Nada tiene de extraño que en la liturgia -"ejercicio del sacerdocio de Cristo"- el signo palabra en general y singularmente la palabra de Dios en la Biblia, ocupen un lugar importantísimo, "pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones o himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y de ella reciben su significado las acciones y los signos" (se 24). Vemos que en todas las celebraciones de sacramentos y sacramentales se sigue el mismo esquema. Entre dos partes que sirven para relacionar la celebración con la vida (introducción y conclusión) están otras dos partes centrales: la liturgia de la Palabra y la liturgia del Sacramento. Esto no es algo arbitrario o casual, sino que se actualiza así, en su mismo esquema ritual, la historia de la salvación en la que se inserta a la asamblea que celebra su misterio.
En el Nuevo Testamento Cristo sigue el mismo esquema: -
Reúne al pueblo de Dios.
-
Revela la voluntad del Padre.
-
Como siervo de Yahvéh, expresa su obediencia en nombre de toda la humanidad.
-
Sella con su sangre la nueva alianza. 4.2.2 Dinamismo de la palabra
En toda comunicación oral debemos considerar estos factores: -
La palabra emitida.
-
La palabra recibida.
Así vemos que en momentos decisivos de la historia de Israel se sigue la misma secuencia:
-
La respuesta o reacción causada por la palabra.
-
Dios convoca a la asamblea.
Esto también se da en la Palabra litúrgica:
-
Dios dirige su palabra a la asamblea.
-
La asamblea escucha y da su asentimiento a la palabra.
-
Dios celebra su alianza con la asamblea.
Este esquema lo encontramos, por ejemplo, en el Éxodo, al constituirse el pueblo de Dios (Ex 19; 24; 34), en Siquem, al llegar a la tierra prometida (Jos, 24), en la reorganización del pueblo por Esdras y Nehemías al volver del destierro (Neh 8 y 9). 220
En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la Redención y Salvación y le ofrece el alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta Palabra divina la hace suya el pueblo con sus cantos, y muestra su adhesión a ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal, hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo (OGMR 33).
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4.2.2.1 La Palabra se da en: > Las lecturas No es de extrañar que la renovación iniciada por el Vaticano n pida que, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación a la sagrada liturgia, haya que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto orientales como occidentales (se 24). En las celebraciones sagradas, debe haber lecturas de la Sagrada Escritura más abundantes, más variadas y más apropiadas (se 35, 1).
La importancia de la homilía es enorme, pero su práctica es difícil. Merece lecciones y ejercicios especiales. Aquí sólo vemos su lugar y su esquema vital. Nos hablan de ella los siguientes documentos: La Sacrosanctum Concilium 24; 35, 3 (su puesto y sus fuentes); 52 (especialmente la homilía eucarística); la Instrucción ínter Oecumenici 53 y 54, la Instrucción General para el uso del Misal Romano 41 y 42, la Ordenación de las lecturas de la Misa 24 y 25. Puebla sintetiza: La homilía, como parte de la liturgia, es ocasión privilegiada para exponer el misterio de Cristo en el aquí y ahora de la comunidad, partiendo de los textos sagrados, relacionándolos con el Sacramento y aplicándolos a la vida concreta. Su preparación debe ser esmerada y su duración proporcional a las otras partes de la celebración (DP 930).
Y en especial, con relación a la Misa: A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura (se 51).
Tiene, pues, tres contextos:
> La homilía
-
Un contexto bíblico: su tema fontal es la Escritura proclamada.
-
Un contexto litúrgico: se dirige a una comunidad reunida para celebrar un aspecto determinado de la alianza, en un tiempo litúrgico dado.
-
Un contexto vital: se dirige a una comunidad específica, que tiene una fisonomía particular, su fe, sus necesidades, sus expresiones, etc.
El evangelio de Lucas (4, 16-21) nos cuenta cómo Jesús, invitado a hacer la lectura y su comentario en la sinagoga de Nazaret, leyó el pasaje de Isaías "el Espíritu del Señor sobre mí..." (Is 6 1 , 1-2) e hizo el siguiente comentario: "Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy". Esta es la finalidad de la homilía (del griego, = plática): que la salvación proclamada en la Palabra aparezca como una realidad actual para esta comunidad. 222
223
Hay que atender cuidadosamente a estos tres contextos y los tres deben aparecer en la homilía. Por esto debe ser preparada atentamente y, de ser posible, con otros sacerdotes y con miembros representativos de la comunidad. Igualmente hay que cuidar que la homilía no resulte unidireccional y se confunda con una lección de exégesis, o de teología dogmática o moral, o que sea una vaga expresión de subjetivismo religioso más o menos sentimental, etc. > Las moniciones
ción, para introducir a los fieles en la misa del día; antes de las lecturas, para la liturgia de la Palabra; antes del prefacio, para la Oración eucarística; igualmente dar por concluida toda la acción sagrada antes de la despedida (OGMR 11). Es oportuno tener en cuenta también el ya citado n. 68a de la OGMR, que habla del comentarista y el sitio de su ministerio. -
La monición ambiental tiene como finalidad tomar contacto con la asamblea y superar la posible relación ritualística causada por las fórmulas fijas del saludo; debe orientar a los fieles a formar asamblea y a la celebración específica: tal sacramento, tal tiempo litúrgico, tal fiesta, etc.
-
Las moniciones introductorias a las lecturas bíblicas tienen como finalidad ayudar a los fieles a escuchar más atenta e inteligentemente los textos que van a escuchar.
A las lecturas y la homilía se pueden añadir, como palabra que se da, las moniciones. Su finalidad es suscitar una anticipación común y consciente. La Constitución de Liturgia dice: Inculqúese también por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica; y, si es preciso, ténganse previstas, en los ritos mismos, breves moniciones que dirá el sacerdote u otro ministro competente, pero sólo en los momentos más oportunos, con las palabras prescritas u otras semejantes (se 35, 3).
Algunas veces es preferible una monición para cada una de las lecturas, otras veces es mejor una monición que introduzca todo el conjunto.
Algunas de estas intervenciones están confiadas al mismo presidente de la asamblea:
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Igualmente corresponde al sacerdote, que ejercita el cargo de presidente de la asamblea reunida, hacer algunas moniciones y fórmulas de introducción y conclusión previstas en el mismo rito, explicar la Palabra de Dios y dar la bendición final. También a él le está permitido decir unas brevísimas palabras antes de la celebra-
Las moniciones mistagógicas, como lo indica su nombre, sirven para la comprensión de los signos litúrgicos y la participación consciente en las acciones comunitarias.
-
La monición conclusiva hace notar que el sentido de la celebración no termina con ella, sino que tiene que proyectarse a la vida.
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4.2.2.2 La Palabra se recibe > El silencio No se trata del silencio de la asamblea que escucha o mira mientras se proclama una lectura o se desarrolla una acción sino del silencio que es también un signo, una forma de participación; forma difícil y muy poco entendida y practicada (se 30). La OGMR, en el n. 23, nos habla de los tiempos y finalidades del silencio en la Celebración eucarística, y la Introducción a la Liturgia de las Horas, en los nn. 201-202, nos dice que se debe hacer silencio en determinados momentos para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia. Se recomienda el silencio después de las lecturas y de la homilía, para meditar en la Palabra de Dios que acaba de ser proclamada o comentada, o después de cada salmo (cf. OGMR 23; OGLH 48, 202); en los actos penitenciales, para considerar la propia vida a la luz del Evangelio y pedir perdón o abrirse a la misericordia de Dios (Cf. OGMR 23).
El silencio oracional es pedido cuando el sacerdote dice la monición "oremos" y antes de que con su oración presidencial recoja y exprese la oración de todo el pueblo (OGMR 32). Igualmente, con silencio oracional puede el pueblo unirse a cada una de las intenciones de la oración de los fieles (OGMR 47) o dar gracias después de la
Habrá, pues, que educar a la comunidad para que estos momentos sean de auténtica actividad personal y no simples momentos sin sonido. > El canto
interleccional
Como parte integrante de la liturgia de la Palabra y con el fin de recibir la palabra, la Iglesia ha usado un canto, escogido por su temática y ligado a la lectura que se acaba de proclamar, .mediante el cual la Palabra de Dios penetra más profundamente en el espíritu del que escucha (OGLH 172), cuyo texto ha sido seleccionado del tesoro tradicional o compuesto de nuevo, de forma que arroje nueva luz para la inteligencia de la lectura que se acaba de hacer, ya sea insertando dicha lectura en la historia de la salvación, ya conduciéndonos desde el Antiguo Testamento al Nuevo, ya convirtiendo la lectura en oración o contemplación, ya, finalmente, ofreciendo la fruición variada de sus bellezas poéticas (OGLH 169). En la celebración de la Eucaristía y los otros sacramentos, el canto interleccional que sigue a la primera lectura es normalmente un Salmo (OGMR 36-40). Esta parte de la liturgia de la Palabra, según las distintas celebraciones y forma de realizar el canto, se puede llamar Salmo responsorial o Gradual, Aleluya y verso que precede al Evangelio, Secuencia, Responsorio.
comunión (OGMR 56j).
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4.2.2.3 Respuesta a la Palabra > La oración
universal
En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la Redención y Salvación, y le ofrece el alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta Palabra divina la hace suya el pueblo con sus cantos, y muestra su adhesión a ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal, hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo (OGMR 33).
Toda palabra, al ser recibida, produce algo en quien la recibe, da una realidad nueva, provoca una respuesta, despierta un eco. En la celebración de la Palabra hay también una parte que expresa esa respuesta. Esta parte se llama Oración universal o de los fieles. No se llama oración de los fieles como si fuera especial de los laicos en contraposición a alguna oración del clero. Es un nombre heredado de una época en que la comunidad estaba compuesta por varios "órdenes" o grupos, como los "catecúmenos", "energúmenos", "penitentes", que no asistían a la segunda parte de la celebración. Cada uno de estos grupos tJespués de hacer oración, eran despedidos por el diácono. Al final sólo quedaban los "f¡deles" (los "fieles"), es decir, los que hacían la celebración eucarística; ellos también tenían antes de la Eucaristía su oración.
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Se llama principalmente Oración universal por la universalidad de sus intenciones. Esta oración, prácticamente olvidada por siglos, fue restituida por el Vaticano n (se 53). Es una súplica a Dios en la que se piden, sobre todo, beneficios universales: por toda la Iglesia, por el mundo, por los que se encuentran en varias necesidades, por los mismos fieles presentes en la acción litúrgica. En ella el pueblo fiel, creyendo firmemente en la comunión de los santos, ejerce su sacerdocio real, su poder de intercesión. Aparece "como fruto de la acción de la Palabra de Dios en los fieles" y, por lo que toca a la participación de los fieles, es el culmen de toda la liturgia de la Palabra. Por lo dicho, aparece como parte normal de la liturgia de la Palabra y no, como equivocadamente se ha hecho, una "pieza festiva". El presidente de la asamblea la inicia invitando a los fieles con una breve monición. Las intenciones son propuestas por un diácono, un cantor u otra persona. La asamblea expresa su oración con una aclamación oracional u orando en silencio. El presidente concluye con una oración. En comunidades muy pequeñas y bien preparadas, los fieles podrán expresar sus peticiones. En comunidades grandes, la experiencia enseña que esto no es conveniente: las intenciones se repiten, se sobreponen, no se escuchan. Las intenciones ordinariamente son: por las necesidades de la Iglesia, por los gobernantes y la salvación de
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todo el mundo, por los que se encuentran en dificultad, por la comunidad local. En las celebraciones particulares: matrimonios, exequias, etc., las intenciones pueden adaptarse a las circunstancias particulares. Para que sean eficaces, téngase cuidado de que las peticiones formuladas para las distintas necesidades de todo el mundo, sean apropiadas a la asamblea litúrgica, usando al componerlas, una sabia libertad que responda a la naturaleza de esta
4.3 La oración, el canto y la música 4.3.1 La oración La liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre interior es enraizado y fundado (cf. Ef 3, 16-17) en "el gran amor con que el Padre nos amó" (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma maravilla de Dios que es vivida e interiorizada por toda oración, "en todo tiempo, en el Espíritu" (Ef 6,18). (CEC 1073). La oración interioriza y asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma. Incluso cuando la oración se vive "en lo secreto" (Mt 6,6), siempre es ora-
Cf. S.C. 53; I. Oec. 37, 56. 74; Tres abhinc annos 444; De oratione communi seu fidelium; OGMR 15. 21. 33. 45-47. 66. 99. 131. 132. 151. 220; OGLH 51. 52. 94; Eucharistiae participationem; Carta a los presidentes de las Conferencias Episcopales sobre las oraciones eucarísticas (27 de abril 1973) 9. 16; Ritual Bautismo niños 17. 20. 21. 29.
230
ción de la Iglesia, comunión con la Santísima Trinidad (Cf. OGLH 9).
En las celebraciones litúrgicas encontramos diversas formas de oración: de petición, que tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera (CEC 2646); de intercesión que consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos (CEC 2647); de acción de gracias: toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de acción de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera, 'En todo dad gracias' (1 Ts 5,18) (CEC 2648); de alabanza: totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para Él y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque Él es (CEC 2649). 4.3.2 El canto y la música La experiencia humana nos enseña el valor y el significado del canto: -
Expresa sentimientos. Cuando estamos llenos de una emoción, en forma muy natural sentimos la necesidad de expresarla cantando. Igualmente el canto, con más fuerza que la palabra sola, nos comunica su emotividad.
-
Expresión poética. Cuando se quiere expresar algo en una forma especial, con ropaje de belleza, más allá de lo utilitario, se recurre a la poesía. Esta no sólo busca lo rítmico y musical sino que, para encontrar una plenitud, busca la música.
-
El canto compromete. Pide más que la sola palabra, ocupa más las facultades todas, necesita más del 231
-
-
sentimiento y habilidad. Tal vez por eso se dice que "el que canta, ora dos veces".
30"; es decir, "con tal de que promueva la participación activa".
El canto hace comunidad. Es un magnífico signo de identificación, ya que exige tener en cuenta a los demás, participar, es decir formar parte de un todo, aportando conscientemente las propias posibilidades, sin pretender dominar.
Estos tres principios nos llevan a considerar que no siempre cualquier canto puede ser signo expresivo y eficaz.
Expresión de fiesta. Lo especial, lo distinto, lo alegre -y esto es la fiesta- pide naturalmente la música y el canto.
Tendríamos que considerar los siguientes elementos: > El canto -
El contenido. No me refiero, claro está, a los textos bíblicos. Todos los demás, ¿manifiestan en su letra la fe de la comunidad? Una simple expresión humanitaria, por más bella que sea, no basta para un grupo que se reúne por la fe y para la fe. Más aún, sus textos deben claramente estar inspirados en los textos bíblicos y litúrgicos, ser aprobados por la Conferencia Episcopal y por el Ordinario del lugar, de tal manera que puedan ser una ayuda segura y fructuosa para los fieles (cf. se 121; IO 42; Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 90 d).
-
El equilibrio. No basta mirar tal canto en sí, sino también la relación, en número y expresión, con los otros cantos de la celebración.
-
Más vale la calidad que la cantidad.
-
El valor artístico de su melodía; la celebración pide verdad y belleza.
Por todas estas cualidades y expresividades, el canto se hace parte integrante y necesaria de la celebración. Nos dice el n. 112 de lase: La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne. A este principio ei mismo número añade otros dos: "La música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica". La música sacra no.es, pues, un estilo "por sí mismo" (a se), un repertorio; no será tanto más sacra cuanto más se parezca a tal o cual estilo, por más sublime que éste sea; la santidad se la dará su servicio y su integración a la acción santa, y, en consecuencia, "la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico, que estén adornadas de las debidas cualidades", y un poco más adelante (se 116) especifica: "con tal de que responda al espíritu de la acción litúrgica, a tenor del art. 232
> El tipo de asamblea -
Atender a su dimensión, facilidad de integración, facilidad de ejecución. 233
-
Atender al dato cultural: gusto, costumbres, sensibilidad, etc. > La celebración
-
Atender el sentido general de la celebración: sacramento, reunión penitencial, bendición, etc.
-
Atender al momento ritual.
En la celebración hay tiempo de apertura, de escucha y de respuesta, de acción y de conclusión. Igualmente hay que tener en cuenta que hay cantos que tienen un sentido y una expresividad en sí mismos: meditación, aclamación, himno, etc., y hay otros cantos que son acompañantes de una acción: entrada, fracción del pan, etc.; por lo mismo, no deben rebasarla ni en tiempo ni en importancia, sino enmarcarla. > La música Los instrumentos musicales sirven para acompañar y sostener el canto, cuyo fin es la participación de una asamblea determinada, en una acción santa. Para determinar qué instrumentos son los adecuados para la celebración litúrgica, no hay que olvidar estos cuatro principios. Lá música sin canto, en determinados momentos de la celebración, puede ambientar, resaltar, acompañar acciones. Con las mismas finalidades expresadas en los dos párrafos anteriores se podría usar, en circunstancias especiales, música grabada. Nunca para sustituir la participación. 234
4.4 Las acciones, los gestos, los movimientos Sabemos y experimentamos que el hombre es un ser compuesto de interioridad y exterioridad, de alma y cuerpo. No en contradicción ni meramente yuxtapuestos, sino formando una unidad, necesitándose mutuamente. No nos comunicamos con los demás y con el mundo sino por medio de nuestro cuerpo. No podemos ser puro pensamiento o sólo emoción interior. Sabemos que el gesto precede, acompaña, subraya y prolonga la palabra. Muchas realidades que no pueden expresar la palabra, el gesto las comunica. La relación estrechísima entre postura corporal y situación anímica, tan conocida y aprovechada en diversas culturas orientales, no puede sernos indiferente. La cultura occidental nos ha alejado de muchas expresividades corporales: danza, movimientos rítmicos, etc., usados en otras culturas, como en las autóctonas americanas. También en nuestras relaciones con Dios, el gesto, las posturas, el movimiento corporal, son signos. No sólo son expresiones, sino también son condicionadores de un sentimiento, despertándolo o estimulándolo. La liturgia, que es encuentro con Dios y con los demás, pide también "las acciones o gestos y posturas corporales" (se 30). El que todos los participantes hagan juntos y al mismo tiempo los mismos movimientos o tengan la misma postura, expresa y fomenta la unidad de la fe (cf. OGMR 2021).
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Los fieles deben ser conscientes de esto. El significado de sus gestos debe ser conocido por una suficiente catequesis.
esto, oramos de pie... es signo de la resurrección futura..." (Isidoro de Sevilla, De Ecclesiasticis Officiis; cf. Ez 2, 1; Me 11, 25; Ap 7, 9).
Los gestos deben ser estimulados, si es necesario, por oportunas moniciones; vivificados siempre, para evitar la mecanicidad.
y
Los gestos usados en la liturgia son pocos y prácticamente los mismos que han sido utilizados por todos los pueblos, en todos los tiempos, como lo comprueba la documentación gráfica, porque expresan las actitudes fundamentales del hombre ante Dios. Los principales son: de pie, sentados, de rodillas, caminar. Hay que aprender a orar con el cuerpo. La misma Biblia nos enseña esto. El gesto expresa la actitud interior y al mismo tiempo la intensifica. O como decía Pascal, el filósofo francés: "arrodíllate y creerás"; o también el proverbio chino: "si escucho, olvido; si veo, recuerdo; si actúo, aprendo". > De pie Es la actitud humana fundamental y característica. Expresa la dignidad de un ser libre; respeto y atención; también un espíritu de disponibilidad activa. Por esto es la actitud litúrgica normal, fundamental. Los antiguos vieron, además, en este gesto un signo de nuestra unión a la resurrección de Cristo: Necesariamente el que ha resucitado debe estar de pie y orar, porque el que se ha levantado está erguido; por lo tanto, el que ha muerto juntamente con Cristo y con él ha resucitado, está de pie (Constituciones de los Apóstoles, vm, 45). "Por 236
Sentados
Es la postura que facilita el escuchar cómoda y atentamente al que habla. También es la actitud del que enseña y preside, del que medita (cf. Le 10, 39; 1 Co 14, 30). V De rodillas Es signo de humildad y pequenez. Las representaciones antiguas, los relieves asirios o mayas y los mosaicos medievales, etc., expresaban la mayor o menor importancia de una persona, presentándola de mayor o menor estatura. Naturalmente el hombre ha expresado el reconocimiento de la grandeza de alguien -Dios u otro hombre- abajando la propia estatura: inclinándose, arrodillándose o postrándose por tierra. El gesto de arrodillarse fue entendido primitivamente como gesto penitencial y, por lo mismo, prohibido en domingo por ser día festivo. Aunque ahora expresa y favorece la oración recogida e intensa, sigue siendo expresión, ante todo, de oración individual; por esto, sólo está prescrita para momentos especiales de oración silenciosa de la asamblea (cf. Hch 7, 59; Rm 14, 11). Las inclinaciones y las postraciones, más frecuentes en otras religiones o en los ritos cristianos orientales, permanecen entre nosotros en momentos especiales de oración.
237
>
Caminar
En las celebraciones litúrgicas también tenemos, como signo expresivo, el caminar, el ir de un lugar a otro: las procesiones. Este ir, aun teniendo una finalidad más o menos funcional, es siempre significativo. El prototipo es el pueblo de Israel, que camina a la tierra prometida. Ahora expresa al pueblo nuevo de Dios, que camina a la tierra prometida. Ahora expresa al pueblo nuevo de Dios, que camina a la Jerusalén celestial, a la perfección del reino. >
Otros gestos
Hay muchos otros gestos significativos: el extender los brazos cuando el presidente se dirige a la asamblea, el gesto de oración levantando las manos hacia Dios, el imponer las manos sobre personas o cosas, el saludo mutuo, el golpearse el pecho, etc. Además de buscar siempre que el gesto exprese algo interior, habrá que tener en cuenta su oportunidad significativa. Por ejemplo, el gesto de estrecharse las manos quiere expresar unidad; pero hacerlo en un momento oracional, como es el Padrenuestro, e inmediatamente antes de otro gesto de unidad, como la paz, parece menos oportuno. 4.5. Los lugares, los elementos, los objetos 4.5.1 Los lugares En todas las religiones había lugares especialmente dedicados a la divinidad: bosques, cumbres de monte, edificios llamados templos; o dicho de otra manera, tal como a una persona se le encuentra en determinado lugar y 238
normalmente se le localiza en su casa, a la divinidad también se le localiza en su casa, el templo. En ese espacio sagrado, habitación del dios, había un lugar especial de comunicación: el altar. Lo puesto sobre el altar se consideraba ofrecido al dios; el dios tomaba posesión de la ofrenda (cf. Mt 23, 19). Templo y altar estaban, pues, profundamente relacionados con la divinidad, eran signos de comunicación. Ai lugar del dios no entraba el pueblo, sólo los encargados más íntimos del culto. Los templos clásicos griegos y romanos tenían la "celia", la habitación del dios, en lo más interior del edificio. Los templos prehispánicos mayas o aztecas tenían la habitación del dios sobre una serie de basamentos escalonados, las llamadas pirámides. Esta "localización" de la divinidad también se tuvo en el Antiguo Testamento. Dios se reveló a su pueblo en el Sinaí y habitó con él en una tienda (Ex 29, 8-22), y lo siguió en sus desplazamientos por el desierto. Cuando el pueblo hebreo se convierte en reino, le construye un edificio (1 R 6, 7-9), destruido luego, reedificado varias veces. Fue la expresión de Dios que vivía con su pueblo. Centro del culto al que todo israelita debía acudir para comunicarse con su Señor. Ezequiel había anunciado un templo nuevo, habitación perfecta de Dios (Ez 43). Jesús, que es la presencia perfecta de Dios entre los hombres (Jn 1, 14), dice a la Samaritana que ya no se adora a Dios ni en el Garizim ni en Jerusalén, sino en Espíritu y en verdad (Jn 4, 22-23), predice a los judíos que en tres días él construiría otro templo (Jn 2, 19). Este nuevo templo es su cuerpo resucitado. Con su muerte, Jesús ha destruido toda limitación, de lugar o de raza, de su presencia en el mundo.
239
En adelante, Dios estará presente, por medio de Cristo, donde dos o más se hayan reunido en su nombre (Mt 18, 20); estará presente en su Iglesia, que es el cuerpo de Cristo (1 Co 12, 27); y en la Jerusalén celestial, el nuevo pueblo no tiene otro templo que el mismo Dios y el Cordero (Ap 2 1 , 22). Por eso decía en el s. ll Minucio Félix: "No tenemos ni templos ni altares", y las Constituciones de los Apóstoles: "No es el lugar el que santifica al hombre, sino el hombre el que santifica el lugar" (vm, 34, 8). 4.5.2 Los
elementos
Entendemos por elementos aquellas realidades naturales o elaboradas, pero de uso común, de las que se sirve tradicionalmente la liturgia. En este campo entran todas aquellas realidades que también las religiones naturales (vestigio y preparación de la acción de Dios) utilizan como símbolos, por ejemplo: El agua, que nos limpia y es fuente de vida o muerte; la ceniza, símbolo de destrucción y penitencia el fuego, que nos hace ver con su luz, que calienta y purifica; el aceite, que expresa medicina, que penetra y permanece; el incienso, que perfuma y asciende, etc.
Tampoco basta esto, sino que deben ser tales, que puedan ser ampliamente captados, visualmente, podríamos decir. Por eso, el material debe ser abundante, limpio, sincero. 4.5.3 Los objetos Muchas realidades manufacturadas, producto de arte o artesanías, han sido siempre empleadas por la comunidad cristiana. Recordaremos solamente los objetos más relacionados con la Eucaristía y las vestiduras litúrgicas. Se podría objetar que todo esto es periférico y de relativa importancia, pero nunca olvidemos que en la línea de comunicación (y la Liturgia es una comunicación), las cosas más exteriores y los detalles suelen ser determinantes. Nunca hay que olvidar que todos ios signos que se usan en la liturgia deben tener las siguientes cualidades: Deben ser dignos, prácticos, bellos, sencillos y limpios (cf. OGMR 311-312). 4.5.3.1 Los vasos sagrados
Todas estas cosas necesitan ser captadas como signos. La mayoría de ellos, por tener un arraigo humano, son muy fáciles de percibir desde la propia experiencia, como signos. Otros, más propios de una cultura determinada, como el óleo perfumado, que significaba en el culto israelita (de allí nos viene) la dedicación a Dios, necesitan una explicación más amplia.
Cuando Jesús dijo: "hagan esto", esto era una comida, comida ritual ciertamente, pero una verdadera comida. Una comida -reunión para comer- pide que los comensales rodeen un mueble donde estén los alimentos y éstos estén contenidos en recipientes adecuados.
Pero eso no basta; no sólo son signos que dan un mensaje intelectual sino que son signos relacionados con la vida, signos comprometedores.
Los primeros cristianos renovaban la Cena del Señor con su vajilla ordinaria. El cáliz era un vaso de metal, piedra o madera, pero más ordinariamente de vidrio.
240
> El cáliz
241
Después de la paz de Constantino hubo oportunidad de hacerlos cada vez más preciosos. Los cálices primitivos eran ordinariamente de copa amplia y, generalmente, con asas. Había cálices ministeriales de gran tamaño para la comunión de los fieles. En las diversas épocas artísticas van tomando formas características, correspondientes a los distintos estilos. Después, como sólo el sacerdote tomaba el cáliz, su copa había llegado a ser muy pequeña, en relación con el pie. Ahora se vuelve a la simplicidad y proporciones primitivas. La instrucción Eucharisticum Mysterium, en el n. 4 1 , habla de un vaso especial para transportar la Sangre del Señor. y La patena Es el plato primitivo para contener el pan. Normalmente hace juego en material y estilo con el cáliz. Llegó a haberlas de grandes dimensiones para la comunión con pan más grueso que el hoy usado y para grandes multitudes. Al introducirse el uso del copón, sólo servía para contener la hostia del sacerdote y se redujo a un disco plano, apenas unos milímetros más grande que la hostia. Hoy vuelve a tener las características primitivas: plato más o menos profundo para contener todas las hostias de la celebración. El cáliz, puesto que está destinado a contener un líquido, debe estar hecho de materia no absorbente. Si se hace de metal que pueda oxidarse, debe dorarse o dársele un tratamiento especial. 242
Siempre, dada su finalidad y significación, debe estar hecho de una materia sólida, noble e irrompible. En cuanto a su forma y estilo deben ser verdaderamente bellos, sinceros y prácticos. Los vasos sagrados antes eran "consagrados" por el obispo; ahora son "bendecidos" normalmente dentro de la celebración eucarística y lo pueden hacer los sacerdotes (cf. OGMR 289-296 y Pontifical Romano). > El copón Su origen es la cajita, cilindrica generalmente, llamada "píxide", de metal, marfil, etc., donde se guardaba la santa reserva para llevarla a los enfermos. Esta píxide llevaba a veces una tapa cónica; por esto se le llamaba también "torre" (de ahí turrís ebúrnea). Luego se le puso un pie y, como aparecía como una copa grande, tomó el nombre de copón. La forma y el tamaño (a veces enorme) tradicionales no parecen tan adecuados, ya que su forma expresa más bien que el contenido es un líquido y ahora se ha urgido varias veces que la comunión se dé con las hostias consagradas en la misma Misa. Por lo mismo, la cantidad de hostias en reserva no tiene que ser exagerada. Parece más adecuado el uso de píxides para la reserva y de patenas más profundas para la comunión (cf. OGMR 290, 292, 292-296). > La custodia Al hacerse cada vez más popular la devoción de "ver la hostia" y al dársele culto más solemne, nace este vaso 243
eucarístico. Su finalidad es enmarcar y proteger el Santísimo Sacramento. Las primeras custodias, desde fines de la Edad Media, tienen forma de torre. En el barroco se hace popular la forma de sol (cf. OGMR 290, 292, 294, 296). 4.5.3.2 Las vestiduras En todos los tiempos, en todas las culturas, las vestiduras no han sido solamente una protección contra el clima o una expresión de pudor, o un adorno, sino que, además, siempre han sido signo de algo que afecta más profundamente al individuo y a la sociedad. Pueden expresar origen, oficio, estrato social, gusto artístico, etc. En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan el mismo oficio. Esta diversidad de ministerios se manifiesta en el desarrollo del Sagrado culto por la diversidad de vestiduras sagradas que, por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del oficio que desempeña cada ministro. Por otro lado, esas mismas vestiduras sagradas deben contribuir al decoro de la misma acción sagrada (OGMR 297). Tienen, pues, las vestiduras litúrgicas, un sentido a la vez práctico y simbólico. Decía Estrabón (+ 489): "Las vestiduras sacerdotales se han ¡do transformando paulatinamente en lo que son hoy, ornamentos, porque en los primeros tiempos, los sacerdotes celebraban la Misa vestidos como todo el mundo". Los nn. 304-306 de la Instrucción General para el uso del Misal Romano (OGMR) nos dan preciosas indicaciones: 244
Por lo que toca a la forma de los ornamentos sagrados, las Conferencias Episcopales pueden indicar y proponer a la Sede Apostólica la acomodación que responda mejor a las necesidades y costumbres de las diversas regiones. Para la confección de los ornamentos sagrados, aparte de los materiales tradicionales, pueden emplearse fibras naturales propias de cada lugar o algunas fibras artificiales que respondan a la dignidad de la acción sagrada y de la persona. De esto juzgará la Conferencia Episcopal. Es más decoroso que la belleza y nobleza de los ornamentos se busque no en la abundancia de la ornamentación sobreañadida, sino en el material que se emplea y en su corte. La ornamentación lleve figuras, imágenes o símbolos que indique el uso sagrado, suprimiendo todo lo que a ese uso sagrado no corresponda. Los colores de las vestiduras. Antes del s. IX la iconografía nos muestra el uso variadísimo de colores, aunque el preferido es el blanco. Después se fijan los colores y se les da un significado, según las leyes del simbolismo que regía la policromía medieval. Este simbolismo ya no es claro para nosotros. Hoy los diversos colores litúrgicos son signos de los distintos misterios cristianos que se van celebrando y del progresar en el año litúrgico (cf. OGMR 307-310). > El alba Es vestidura interior, supervivencia de la antigua túnica. De corte simplísimo, su belleza consistía en la forma de plegarla y usarla. Los adornos la fueron invadiendo 245
hasta convertirla en una especie de camisón de encajes. Hoy volvemos a la sencillez primera. Puede ser necesario, según la forma del alba, por simple estética, complementarla con el amito y el cíngulo (cf. O G M R 298). De ella se derivaron la cota, el roquete y el sobrepelliz. > La estola
i
Es posible que sea una transformación de la banda hon&rífica, llamada primitivamente Orar'mrm Es una insignia "sacerdotal". Esta insignia es poco comprendida y muchas veces mal usada. Actualmente, los diáconos la llevan cruzada, desde el hombro izquierdo hasta el lado derecho de la cintura, donde se sujeta. Los presbíteros y los obispos la llevan pendiente del cuello y sus extremos caen sobre el pecho (cf. OGMR 302). La estola se lleva bajo la casulla (cf. OGMR 299). En contra de esto va cierto uso actual. Se la coloca sobre la casulla, transformándola en mero adorno de ésta. La han hecho exageradamente ancha y recargada de adornos, insignias, letreros, etc., y le han puesto el ridículo nombre de "estolón". Se usa también sobre el traje civil, contraviniendo una prescripción eclesial (Liturgicae Instauraciones, n. 8c) y pecando contra el buen gusto. Ha sido reducida a su mínima expresión, colgando apenas unos 20 cm., como si fuera insignia de algún enanito minúsculo (¿habría que llamarla "estolín"?).
246
> La casulla
vi
La casulla grecolatina tiene su origen en la poenula, vestidura de viaje y protección, hecha con lana gruesa, de corte semicircular, que, al coserse por delante, forma un cono. Normalmente se llevaba recogida sobre el brazo derecho para permitir su uso. Se puso de moda y llegó a expresar la "romanidad", contra la toga, que se veía arcaica y griega. El emperador Cómodo ordena su uso para asistir a espectáculos. En 382 es reconocida como vestido privado para senadores. En el s. iv se le llama también planeta. En el vm, se empieza a llamar casulla (casita). Hacia el s. xn pierde la forma de gran manto, toma una forma elíptica y se recorta a los lados, hasta llegar así en los siglos xiv y xv a la forma que hoy llamamos "gótica". Al imponerse el gusto por los bordados y telas ricas se hacen casullas más rígidas y pesadas, que imponen la necesidad de recortarlas todavía más hasta llegar a la forma de guitarra, que le da al celebrante el aspecto de un gran coleóptero o de hombre sandwich. Hoy, afortunadamente, se vuelve a un tipo primitivo, pero más amplio. La carta del cardenal Arturo Tabera, prefecto de la S.C. para el Culto, a Mons. Coffy, obispo de Gap. del 27 de mayo de 1972, abre oficialmente la posibilidad del "alba-casulla" y otros nuevos tipos de vestiduras litúrgicas 4 .
4
Notitiae 87, 1974, 96-98.
24?
> La dalmática Amplia túnica exterior de lujo. Vestidura original de Dalmacia, en la actual Yugoslavia, usada sobre todo en Oriente, se adapta en Roma desde el s. m. Parece que en el s. v se convierte en insignia de la orden diaconal. Todavía en el s. vi y vil se usaba como vestidura laica. La dalmática ha sufrido transformaciones parecidas a las de la casulla (cf. OGMR 300).
el s. xn se generalizan los terminados en espiral o voluta y se los relaciona con el cayado del pastor. > Anillo y cruz Primitivamente de uso común, adorno o devoción. El anillo solía ser, a la vez, sello autentificador. Se transforma en símbolo esponsalicio. > El palio
> La capa Originalmente igual a la casulla, pero con capuchón. Con el tiempo se abre por delante. Se le llama capa pluvial por el uso primitivo de defensa contra la lluvia. Es usada como vestidura litúrgica desde el s. vi. En la liturgia se convierte en vestido de ceremonia, y entre los monjes, en hábito de coro. La capucha original se convirtió en una especie de escudo sobrecosido en la espalda (cf. OGMR 303). 4.5.3.3 Las insignias > La mitra Originalmente, un bonete de origen persa, de forma cónica. Una banda de material precioso la ceñía a la frente y sus dos puntas colgaban hacia atrás (infulae). Tomó después la forma actual, aunque llegó a tener proporciones exageradas. > El báculo Primitivo bastón de dignidad, terminaba en una bola o en una cruz o en una pequeña barra transversal. Hacia 248
De origen incierto, ahora es una banda de lana blanca adornada con seis cruces negras. Es insignia especial de los arzobispos residenciales.
RESUMEN La celebración litúrgica del misterio pascual de Cristo se realiza a través de signos y símbolos sensibles y eficaces (cf. se 7). El hombre es un ser sacramental. Siendo a la vez corporal, espiritual y social, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y símbolos materiales. Se comunica con los demás mediante el lenguaje, gestos y acciones. De igual manera, Dios utiliza los signos y símbolos para comunicarse con los hombres. Todas las realidades sensibles pueden llegar a ser un lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de ¡a acción de los hombres que rinden culto a Dios. 249
El lenguaje de los signos es el mejor vínculo para que
BIBLIOGRAFÍA
el mensaje de Cristo penetre las conciencias de las personas y desde allí se proyecte en el ethos de un pueblo, en sus actitudes vitales, en sus instituciones y en todas sus estructuras (Juan Pablo II, Discurso Inaugural, DSD 20).
Aldazábal José, Gestos y símbolos, Dossiers CPI_40, Barcelona, Centre de Pastoral litúrgica, 2§ ed. 1990, 240 p.
Los principales signos litúrgicos son: -
las personas: la asamblea, el presidente, los ministros y servidores;
-
la Palabra: las lecturas, la homilía, la oración, el canto, las moniciones;
-
las acciones: las actitudes, los gestos y movimientos;
-
los lugares: los elementos, los objetos y las vestiduras.
Guardini Romano, Los signos sagrados (Traducción del alemán de Enrique Rau), Santiago de Chile, Seminario Pontificio Mayor, s/a, 108 p. Seuffert Josef, Segni di Vita. Piccola raccolta di simboli cristiani, Cinisello Balsamo (Milano), Ed. Paoline, 1988, 106 p.
"Los signos importantes en toda acción litúrgica deben ser empleados en forma viva y digna, supuesta una adecuada iniciación litúrgica" (DP 926).
EJERCICIOS 1. ¿Cuáles son los elementos principales que componen la acción litúrgica? 2. ¿Cuál es la importancia que tiene en la liturgia los signos, símbolos, gestos y acciones? 3. ¿Cuáles son las características de los objetos litúrgicos?
250
251
5 ¿CUÁNDO CELEBRAMOS?
Rubén Leikam o.s.b. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo, ya realizada de una vez. por todas, y .v¿/ consumación en el Reino de Dios, la liturgia celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del Misterio de Cristo. CEC I 164
5.1 El año litúrgico t L año litúrgico celebra el misterio pascual de Cristo en el curso de un año solar. A lo largo del mismo tienen lugar todas las fiestas y acciones sacramentales dado que es como la estructura que sostiene todo el misterio del culto cristiano. 5.1.1 Visión de conjunto 5.1.1.1 Estructura orgánica del año litúrgico Según los libros actuales de la liturgia romana, el año litúrgico comienza el Ier Domingo de Adviento y termi-
na el sábado después del último domingo del tiempo durante el año o solemnidad de Jesucristo Rey del universo.
en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los misterios, la redención, abre las riquezas del poder santificador y de 1os méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación (S n. 102).
El año litúrgico, tal como lo tenemos hoy, se fue desarrollando lentamente hasta madurar en el Medioevo. La aparición de los libros litúrgicos condujo paulatinamente a la concepción del año eclesiástico como un ciclo anual distinto del año civil por su inicio y su estructura. 5.1.1.2 El año litúrgico en perspectiva
teológica
Es necesario partir de una lectura teológica del año litúrgico. * El año litúrgico debe ser considerado como verdadera liturgia, esto es, el conjunto de los momentos salvíficos, celebrados ritualmente por la Iglesia sobre todo mediante la Eucaristía, como memorial de los acontecimientos con los cuales se realizó en la historia el misterio de la salvación. El año litúrgico es la celebración y actualización del misterio de Cristo en el tiempo. Por lo tanto, no puede ser reducido a un simple calendario de días y meses a los cuales están ligadas las celebraciones religiosas, sino que es la presencia en modo sacramental y ritual del misterio de Cristo en el espacio humano. Dicho de otra manera, el año litúrgico no es una idea sino una Persona, Cristo mismo y su misterio pascual actuado en el tiempo ofrecido y comunicado a los fieles mediante las acciones sacramentales y que hoy la Iglesia celebra como "memoria" , "presencia y "profecía". En esta celebración del misterio de Cristo en el año litúrgico, el elemento tiempo es relevante. Para el cristiano tiempo es la categoría en que se realiza la salvación. De ahí el motivo por el que la Iglesia 254
Por lo tanto, en la fragilidad del tiempo que pasa, por la celebración litúrgica, nuestro tiempo adquiere el valor "espacio salvífico" (kairos): Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación continúa a través de la celebración de la liturgia, la cual, no sin motivo es considerada momento último de la historia de la salvación^. En cada una de las celebraciones del año litúrgico se celebra la Eucaristía, en la cual se realiza el todo del misterio de Cristo ya que "en este sacramento está contenido todo misterio de nuestra salvación" 2 . La riqueza contenida, es desplegada con la celebración del año litúrgico y está en cada fragmento celebrativo del mismo. Y la presencia del misterio de Cristo en el año litúrgico no es estática sino dinámica. El dinamismo es de comunión y comunicación que espera la acogida de la asamblea eclesial, como también el compromiso y la respues-
1
2
Collectio Missarum de Beata María Vergine. editio typica 1987, Praenotanda 11. Santo Tomás de Aquino, Summa theol., ni, q.83.a.40, ad.3.
255
ta existencial de cada bautizado. De ahí que el tiempo salvífico del año litúrgico tenga una referencia esencial a la Iglesia. El litúrgico es para la Iglesia. De esta manera el misterio de Cristo celebrado se convierte en la vida de la Iglesia, y la Iglesia, a su vez, prolonga y completa el misterio de Cristo. 5.1.1.3 La fiesta3 El año litúrgico no puede ser concebido como una simple sucesión de fiestas. Tenemos que interrogarnos entonces sobre el sentido de las fiestas del calendario litúrgico. Para ello es necesario reflexionar sobre la dimensión antropológica y dimensión cristiana de la fiesta. Dimensión antropológica. Dado que revela un pueblo y su cultura, la fiesta es un hecho antropológico complejo, más aún, un complejo de celebraciones comunitarias extraordinarias en equilibrio entre espontaneidad y norma, alegría y seriedad, entre liberación y reposo. Y el objeto de una fiesta consiste en algo que tiene un valor. Cada comunidad y cada pueblo festeja lo que cree importante y lo que tiene un sentido para su vida comunitaria y social. La fiesta es consecuencia del deseo natural del hombre de reunirse y goza de lenguajes y ritos propios ligados a pueblos y culturas determinadas. Dimensión cristiana. El acontecimiento Cristo, con su Pascua, representa una novedad radical inserta en el tejido de la historia humana, dándole al hombre nuevos
Cf. Maggiani, S., Fiesta/Fiestas, en NDL 854-882, con amplia bibliografía.
256
parámetros de pensamiento y acción. Para el cristiano, la fiesta es Cristo mismo. El objeto específico de la fiesta cristiana se encuentra en la Eucaristía en referencia directa a la Pascua de Cristo. Con el mandato "Hagan esto en memoria mía" (1 Co 11,24), Cristo ha puesto sobre la línea del tiempo su Pascua, insertando así la realidad de la salvación en la historia humana. Esta realidad por un lado ya cumplida, debe cumplirse aún de modo histórico sacramental, en nosotros, en el tiempo de la Iglesia. Esto se va dando cíclicamente mediante las celebraciones de fiestas cristianas -liturgias- a lo largo del año litúrgico. 5.1.1.4 El domingo4 Como ya se ha indicado arriba, la celebración del misterio pascual constituye el centro de la memoria que la Iglesia hace de su Señor en las fiestas del año litúrgico. Esta celebración, desde los comienzos de la vida de la Iglesia, se viene realizando semanalmente en el día llamado domingo. Los datos más antiguos sobre la existencia del domingo, como día específico de culto, se remontan al tiempo neotestamentario. Se trata de 1 Co 16,2; Hch 20,7-11; Ap 1,9-10. Mientras el más antiguo de estos testimonios (1 Co 16,2) no conoce probablemente una reunión .litúrgica (solamente una colecta privada a domicilio), Hch 20 -tiene una reunión en una casa privada con la proclamación de la palabra y la celebración de la eucaristía. En relación al domingo también son importantes los relatos de las apariciones del Señor resucitado el primer día de la semana (Mt28,1, Le 24, 1.13; Jn 20,1.19). La celebración del domingo fue creada por
Para la bibliografía remitimos a Brandolini, L, Domingo, en NDL 594613.
257
el hecho de la resurrección del Señor y su aparición a los discípulos el primer día después del sábado. El testimonio más antiguo de la celebración del domingo lo encontramos en un documento de la segunda mitad del siglo en la Apología /de San Justino. Él mismo refiere la primera descripción que tenemos de la celebración eucarística en día domingo 5 . Medio siglo después, la Tradición apostólica, atribuida a Hipólito de Roma, es testimonio de la celebración eucarística dominical y, en la cual tenía lugar la ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos 6 . Si bien en la iglesia primitiva no encontramos todavía una obligación personal de participar de la misa dominical, las Iglesias locales comprendieron la necesidad de reunirse en asamblea eucarística el día domingo, dado el significado y la importancia de este día. Fue en España con el concilio de Elvira, en el año 302, donde surgió la primera disposición jurídica que ordena la excomunión temporaria para quien, viviendo en una ciudad, no iba a la iglesia los domingos por tres veces 7 . El concilio de Agda, del 506, prescribe que ios domingos se debe participar en toda la misa 8 , y desde la época carolingia en adelante ya es usual, casi en todas partes, la práctica de la misa dominical. El Código de Derecho Canónico de 1917 recoge la tradición en el canon 1248, introduciendo, por ley, la obligación formal de escuchar la misa dominical. La actual legislación la encontramos en el canon 1247. que habla de la obligación que tienen los
El significado teológico del domingo está profundamente ligado a los nombres que este día recibió a lo largo de la historia. Así tenemos que el nombre más antiguo dado al domingo es el de "primer día después del sábado". Como primer día hace referencia a Gn 1,1, a la obra de la creación, y en concreto a la creación de la luz; según Me 16,2 y paralelos hace referencia a la resurrección del Señor. Fue San Justino quien relacionó luego el inicio de la creación con la resurrección en torno al tema del primer día: "Nos reunimos todos el día del sol, porque es el primer día en el cual Dios plasmó el mundo, y en el cual Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos" 9 . Es en Ap 1,10 donde aparece por primera vez el nombre "día del Señor" y que para san Juan, a la luz de la expresión veterotestamentaria "día de Yahvéh", está cargado del sentido escatológico de la intervención definitiva de Dios. La palabra domingo es un adjetivo convertido en sustantivo. Derivando del griego ky-riaké, que en latín se traduce dominícus, de donde dominicus díes (=día del Señor), esta expresión hace referencia a la resurrección. El "Señor" es un título de Jesús en cuanto resucitado por el Padre (cf. Hch 2,36; Rm 1,4; 1 Co 12,3; Flp 2,11). Así el domingo es el día de la epifanía del señorío de Cristo sobre el mundo. La Sacrosanctum Concilium, en el n. 106, dice que "la Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen
5
San Justino. Apología
6
Hipólito. Tradición Apostólica,
7
Cf. Concilio de Elvira, can. 2 1 ; Mansi 2,9.
8
Cf. Concilio de Agda, can. 47; CCL 148, 212.
258
fieles de "participar en la misa" dominical. El mismo canon prescribe que los fieles se abstengan de aquellos trabajos y ocupaciones que "impiden dar culto a Dios, disfrutar la alegría propia del día del Señor, o el debido reposo de la mente y del cuerpo".
i, 67. 2-8.
San Justino, Apología
l. 67.
259
del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del Señor" o domingo". En el mismo lugar se dice que "el domingo es la fiesta primordial" y "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico". El Concilio recupera así el sentido clásico del domingo como Pascua semanal y su centralidad en relación a las demás fiestas del año litúrgico.
un criterio que va de la concentración a la distribución. Del todo, considerado en la Pascua, se pasó progresivamente a la explicitación de los diversos misterios. La Pascua es la madre de toda la liturgia. El culto de la Iglesia nació de la Pascua y para celebrar la Pascua. De ahí que en el primer período de la historia de la Iglesia la Pascua ocupaba el centro vital de la predicación, de la celebración y de la vida cristiana.
Si vamos a los textos de liturgia misma, el prefacio dominical x del Misal romano, que lleva como título "El día del Señor", expresa sintéticamente lo que es el domingo:
Al inicio de la liturgia cristiana, el domingo era la única fiesta, el día del Señor, para celebrar la Pascua. Casi contemporáneamente surgió el "gran domingo" como celebración anual de la Pascua y, más tarde, ampliada con el triduo pascual y la cincuentena pascual como prolongación de la Pascua. Después del siglo iv, la Iglesia sintió la necesidad de contemplar y revivir los distintos momentos del drama de la Pasión redentora con la celebración de la Semana santa. La celebración del bautismo en la noche de Pascua desde el siglo ni, y la disciplina penitencial con la reconciliación de los penitentes en la mañana del jueves santo en el siglo v, dio origen a la formación de un período de preparación para la Pascua, esto es, la Cuaresma.
Hoy, tu familia, reunida en la escucha de tu Palabra, y en la comunión del pan único y partido, celebra el memorial del Señor resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso. Entonces contemplaremos tu rostro y alabaremos por siempre tu misericordia. 5.1.1.5 Progresivo desarrollo del año litúrgico El culto cristiano, como ei hebreo, parte de la Pascua. El paso de la Pascua hebrea a la Pascua cristiana pone en evidencia algunos elementos esenciales: el plan orgánico progresivo de la salvación de Dios en la historia que llega a su culmen en el acontecimiento pascual de Cristo; el memorial que actualiza perennemente este acontecimiento; la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento en la superación de los elementos caducos con la novedad de la fiesta que es Cristo mismo muerto y resucitado (cf. 1 Co 5,7-8). A lo largo de los siglos, el misterio de Cristo fue comprendido y celebrado litúrgicamente por la Iglesia según 260
Independientemente de la visión unitaria del misterio pascual, en el siglo iv nace el ciclo natalicio con la celebración de la Navidady la Epifanía para afirmar la auténtica fe en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios y su manifestación al mundo. Hacia fines del siglo IV, casi estableciendo un paralelismo con el ciclo pascual, nace el Adviento como período preparatorio de las celebraciones navideñas. Todavía ligado a la visión unitaria del misterio pascual, y para venerar a los que habían derramado su sangre por Cristo y perfectamente asimilados a su pascua, nace 261
también en la Iglesia antigua el culto de los mártires, que dará origen al santoral. Después del culto de los mártires, hacia el siglo vi aparece el culto a María con la conmemoración de su maternidad divina. El resto del año litúrgico recibió diversos nombres en la historia y que hoy es llamado Tiempo durante el año. 5.1.1.6 El leccionario del año litúrgico Como decíamos arriba, el misterio de Cristo es celebrado mediante ritos, oraciones y textos bíblicos. Así como tenemos para cada tiempo y cada fiesta del año litúrgico las oraciones y prefacios propios recogidos en el Misal, así tenemos también una Ordenación de las lecturas. Su criterio consiste en presentar a los fieles la lectura de toda la Escritura durante el año. Para ello tenemos los leccionarios, los cuales tienen un doble uso: Dominical - festivo, en tres ciclos caracterizados por la lectura semicontinua de un evangelio sinóptico: A, centrado en Mateo; B, centrado en Marcos; C, centrado en Lucas. Pasajes importantes de Juan son proclamados en algunos domingos del ciclo B, aunque de hecho este evangelio se halla presente también en los otros ciclos. La celebración tiene tres lecturas: una del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento (epístola y evangelio). Ferial: en dos años, i y n, con dos lecturas. El criterio de organización apunta a la lectura continua en el período de dos años. Existe también el leccionario de la Liturgia de las Horas, que quiere formar unidad con el de la Misa. Además tenemos los leccionarios de la liturgia de los sacramentos y sacramentales. 262
Bajo la guía del Espíritu, que tiene la misión de "recordar" todo lo que se refiere a Jesús y de guiar la Iglesia hasta la verdad completa (cf. Jn 14,26; 16,13-14), la liturgia mira e interpreta las Escrituras sobre la base del Evangelio, disponiendo su proclamación alrededor de las palabras y hechos de Cristo según los diversos ritmos de la celebración anual del misterio de Cristo. El leccionario, por lo tanto, hace posible la contemplación, la experiencia personal y la celebración de este misterio en toda su amplitud y profundidad. A esta misma finalidad están ordenados los textos del misal, como son las antífonas de ingreso y de comunión, como también las oraciones y prefacios y la misma plegaria eucarística; textos de la Escritura como en el caso de las antífonas, y textos creados por la Iglesia a lo largo de los siglos, muchos de ellos profundamente permeados por la palabra de Dios. 5.1.1.7 Motivación, espiritualidad y pastoral del año litúrgico El actual contexto socio cultural, marcado por el secularismo y la disociación entre fe-liturgia y vida, hace que algunos pongan en discusión la misma realidad de la "fiesta religiosa". De ahí la necesidad de la catequesis y la pastoral litúrgica, que deben conducir a la celebración y vivencia de la fe en la liturgia, como también ayudar a encontrar en ella la fuente de la vida cristiana. La pedagogía para ello nos la da el mismo año litúrgico. Las razones mismas que justifican ia celebración del año litúrgico son de carácter pedagógico además de teológico. La Iglesia, bajo el influjo del Espíritu Santo, va explicitando los diversos aspectos y momentos del único misterio de Cristo dado que, en nuestra limitada capacidad psicológica, no podemos percibir y penetrar toda su riqueza de una vez para siempre. Poner de relieve y celebrar litúrgica263
mente los distintos acontecimientos salvíficos, realizados en Cristo y actualizados en la vida de la Iglesia, es lo que se llama fiesta litúrgica. Mediante elia, y celebrando aquellos acontecimientos, la liturgia va comunicando pedagógicamente a los fieles la gracia y las riquezas de la redención. La finalidad de esta acción está en que "los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia" (se 2). Como ha afirmado el Concilio Vaticano n, la Liturgia "es la fuente primaria y necesaria en la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano" (se 14). La espiritualidad, y las diversas espiritualidades de la Iglesia, han de alimentarse de esta fuente. El año litúrgico, en su pedagogía y en su realidad sacramental, va alimentando, modelando y dando un ritmo de crecimiento en el espíritu a cada fiel que celebra el misterio de Cristo mediante los ritos y las preces de las celebraciones, especialmente por medio de los textos bíblicos de la liturgia de la Palabra.
de aquel misterio no según esquemas subjetivos, sino según el plan sacramental de la Iglesia que en la liturgia es madre y, maestra de fieles cristianos comprometidos con el Reino. 5.1.2 Los ciclos del año litúrgico Después de una presentación general del año litúrgico, su sentido teológico-litúrgico y de su importancia para la de la Iglesia, la cual celebra y vive del misterio de Cristo pasamos a una somera descripción de los tiempos fuertes privilegiados del año del Señor, como también de las grandes celebraciones del mismo. 5.1.2.1 El ciclo pascual™ Ya hemos hablado del fundamento y núcleo del año litúrgico el domingo, fiesta cristiana primordial, nacido para celebrar semanalmente la Pascua de Cristo. Pasamos ahora a las celebraciones de la Pascua anual. > El tiempo de
La pastoral del año litúrgico, verdadera y auténtica, ayuda a los fieles a entrar en el misterio de Cristo y experimentar su presencia en la asamblea de los bautizados. La pastoral del año litúrgico, valorizando los tiempos fuertes en su auténtico contenido salvífico, deberá ser programada con dos objetivos claros: que el año litúrgico lleve a una mayor participación de los fieles en la pascua de Cristo, y, que la celebración de los sacramentos, especialmente los de la iniciación cristiana, estén ligados a los ritmos y a los tiempos del año litúrgico, particularmente a la cuaresma y a la pascua. El año litúrgico, seguido pastoralmente con estos criterios, se convierte en una escuela de vida cristiana, en maestro para el anuncio del misterio de Cristo, en lugar de celebración y actuación 264
Cuaresma"
Las primeras referencias a un período prepascual las encontramos en Oriente a principios del siglo iv y en Occidente a fines del siglo iv. Pero hacia mediados del siglo n ya se venía afirmando una preparación a la pascua mediante la práctica penitencial del ayuno. La estructura de la Cuaresma es aquella de cuarenta días considerados a la luz del simbolismo bíblico, que da a este tiempo un valor salvífico-redentor. Contribuyeron al
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11
Cf. las voces Misterio pascual; Pascua y Pentecostés; Triduo pascual, en ND, con amplia bibliografía. Cf. Bergamini A., Cuaresma, en NDL 497-501, con la bibliografía indicada.
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desarrollo de la Cuaresma la disciplina penitencial para la reconciliación de los pecadores, que tenía lugar en la mañana del jueves santo, y la institución del catecumenado con la preparación inmediata de los "iluminados" al bautismo, celebrado en la vigilia pascual. El Vaticano ll nos dice que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo medíante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia (se 109). En el mismo número de la constitución sobre la liturgia se sugiere dar "particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo". De esta manera vemos que la Cuaresma tiene, en primer lugar, una orientación pascual-bautismal. La actual Cuaresma comienza el miércoles de ceniza y va hasta la misa de la cena del Señor del jueves santo exclusive. La celebración litúrgica de este tiempo pone el acento principal sobre el domingo. En los cinco domingos que preceden al domingo de ramos, el leccionario dominical ofrece la posibilidad de tres itinerarios diversos y al mismo tiempo complementarios: un itinerario bautismal (ciclo A); un itinerario cristocéntrico-pascual (ciclo B); un itinerario penitencial (ciclo C). El ciclo A, de carácter bautismal, puede ser seguido cada año según las exigencias pastorales de cada comunidad. En estos domingos del ciclo A estamos llamados a descubrir y a revivir nuestro bautismo y nuestra condición de bautizados. Con el ciclo B. el itinerario cristocéntrico-pascual nos hace poner la mirada en la Pascua de Cristo; en el ciclo C el itinerario penitencial constituye una profunda 266
catequesis sobre la reconciliación, que tiene su vértice en la celebración de la Pascua, signo supremo de nuestra reconciliación con el Padre. Bautismo y penitencia aparecen así como las dos constantes sobre las que se recorre el camino cuaresmal en vistas a la plena reconciliación del hombre con Dios. El significado y el contenido de la Cuaresma se encuentra expuesto de forma sintética y precisa en el primer prefacio de Cuaresma del Misal romano: Tú concedes a tus hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, por la celebración de los misterios que nos dieron la vida, lleguemos a ser en plenitud hijos tuyos. La oración colecta del primer domingo de Cuaresma habla de la celebración cuaresmal como de un "sacramento", o sea, de un "signo sagrado", vale decir que todo cuanto forma parte de la institución cuaresmal -gestos y palabras- es una realidad unitaria y significativa. La Cuaresma, en el conjunto de palabra que anuncia los acontecimientos de la salvación, oraciones, ritos y prácticas ascéticas es un gran signo sacramental, mediante el cual la Iglesia participa en el misterio de Cristo que por nosotros hace la experiencia del desierto, ayuna, vence la tentación y opta por el camino del mesianismo del siervo humilde y sufriente hasta la cruz. Respecto a la teología y a la espiritualidad de la Cuaresma tenemos que decir que este tiempo litúrgico nos permite una experiencia más viva de la participación en el misterio pascual de Cristo: "participamos de sus sufri267
mientos para participar también de su gloria" (Rm 8,17). Al mismo tiempo no podemos olvidar el carácter eclesial de la Cuaresma, en cuanto que ella es el tiempo de la gran convocación de todo el pueblo de Dios para que se deje purificar y santificar por su Salvador y Señor. De esta riqueza teológica nace una típica espiritualidad pascual y bautismal, penitencial y eclesial. 'r El Triduo pascual El relato de la pasión del evangelio de San Juan refleja la práctica litúrgica de las iglesias de Asia Menor, celebraban la Pascua el 14 de Nisán, en el aniversario de la muerte de Cristo. Las otras iglesias, guiadas por Roma, celebraban la pascua el domingo siguiente a la mencionada fecha. Por otro lado, el relato de la cena en los evangelios sinópticos podría ser un testimonio de la Pascua litúrgica de la apostólica en las comunidades de tradición sinóptica. O indicaciones de una fiesta de Pascua de los cristianos podría ser rastreada en 1 Co 5,7-8 y en la primera carta de Pedro, considerada una homilía pascual y bautismal. Las dos homilías más antiguas sobre la Pascua que conocemos son de la segunda mitad del siglo ii: la primera es de Meli de Sardes y la segunda es anónima. El argumento de las tres partes de la homilía de Melitón de Sardes es la pasión de Cristo considerada de diversas maneras, vale decir, en la primera, como verdadera realidad significada y presente en el misterio de la Pascua judía. En la segunda parte la pascua de Cristo es vista como la gran intervención de Dios en la historia humana, o como la redención de la humanidad oprimida por el mal y la muerte. En la última parte del texto, la pasión de Cristo considerada como el acontecimiento histórico que provocó repudio de Israel por parte de Dios: La Pascua 268
de Israel no es más, porque la verdadera Pascua se realizó en Jesucristo victorioso sobre el pecado y la muerte. La Pascua aparece como la síntesis de toda la historia de la salvación, desde la creación hasta la parusía. En los siglos n-iv la celebración de la Pascua se caracterizaba por la práctica de uno o dos días de ayuno, concluyendo con una liturgia. El carácter penitencial de la Pascua está ligada a su significado: pasión y muerte del Señor. Este carácter penitencial ya lo encontramos en la Pascua hebrea, expresado en comida de hierbas amargas y de panes sin levadura, llamado precisamente "pan de la aflicción" (Dt 16,3). La Iglesia antigua celebraba la Pascua como un todo en un día. Se ayunaba hasta media noche por la muerte de Jesús, y después se daba lugar a la alegría por la resurrección y exaltación del Señor con la gran vigilia pascual, "madre de todas las vigilias" 12 . La misma, estructurada con lecturas y oraciones, incluía la celebración del bautismo y concluía en la madrugada con la celebración de la eucaristía. A partir del siglo iv, con una visión historizante y en forma de representación imitativa o drama sacro, la Pascua es considerada por partes, poniendo de relieve aspectos particulares. Nace así el triduo del Señor crucificado, sepultado y resucitado. De ahí que las celebraciones litúrgicas de estos tres días, viernes-sábado-domingo, representan en su conjunto la verdadera y propia celebración anual del misterio pascual. Más tarde, siempre durante el mismo siglo iv, se comienza a celebrar la institución de la eucaristía el día jueves; esta celebración terminó por romper la unidad del anti-
12
San Agustín, Sermo 219; PL 38, 1088. El texto es retomado en Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, 19.
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guo triduo pascual, que no comprendía ya viernessábado- domingo, sino jueves-viernes-sábado. Del Medioevo en adelante la vigilia pascual se celebraba en la mañana del sábado santo. Actualmente, el triduo pascual de la pasión y de la resurrección del Señor da comienzo con la misa vespertina de la cena del Señor, tiene su inicio en la vigilia pascual, y termina con las vísperas del domingo de resurrección'13. Del triduo pascual se pasó a celebrar la semana santa, llamada antiguamente semana pascual, semana mayor. La semana santa tuvo su origen en Jerusalén. La misma consta de la celebración del domingo de ramos: bendición de los ramos, procesión y celebración de la eucaristía con la solemne lectura de la pasión. Este domingo es la puerta de entrada a las celebraciones pascuales. El jueves santo celebra el misterio del cenáculo que mira hacia la cruz y la resurrección. Jesús anticipa su oblación en perspectiva de victoria e instituye el memorial de su pasión. Los momentos esenciales de la celebración son: liturgia de la palabra (Ex 12,1-8.11-14; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15); lavatorio de los pies; liturgia eucarística; reposición del santísimo Sacramento; despojo de los altares (hecho en silencio después de la celebración). Cristo nos ha dado su Pascua en el rito de la cena que exige, por parte nuestra, el servicio y la caridad fraterna (en este contexto es visto el rito del lavatorio de los pies). Los fieles son invitados a dedicar un tiempo a la adoración del Santísimo sacramento. En la mañana de este
Normas universales sobre el ano litúrgico...19.
270
jueves santo se celebra la misa crismal en las iglesias catedrales, en la que el obispo bendice y consagra los óleos. El viernes santo celebra la pasión y muerte de Cristo como fuente de nuestra salvación. La celebración tiene tres momentos principales: la liturgia de la palabra (Is 52,13-53,12; Hb 4 14-16; 5, 7-9; Jn 18,1-19,42) ; la veneración de la cruz; comunión. En este día se observa el ayuno llamado "pascua" porque nos hace revivir el paso de la pasión a la resurrección. Se aconseja prolongar este ayuno hasta la eucaristía de la noche de Pascua 14 . El sábado santo, llamado día alitúrgico, o sea sin celebración de la eucaristía, es un día de ayuno y penitencia. La iglesia vela junto al sepulcro meditando en la pasión y en la esperanza de la resurrección. El significado de este día se encuentra expresado de forma excelente en la Liturgia de las Horas. La liturgia del triduo está fundada en la unidad del misterio pascual, que consta inseparablemente de la muerte y la resurrección de Cristo. Cada día del triduo hace referencia otro y se abre sobre el otro, como la idea de la resurrección supone la de la muerte. El centro de gravedad de los tres días es la vigilia pascual con su celebración eucarística, la más importante del año podríamos decir. En la vigilia pascual "la Iglesia espera, velando, la resurrección de Cristo y la celebra en los sacramentos" 15 . En el Misal romano la vigilia es puesta en relación con el
14
Cf. ib id, 20.
15
Ibid, 20.
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domingo Pascua. La estructura de la vigilia consta de cuatro momentos fundamentales: celebración de la luzliturgia de la palabra; celebración bautismal (si no hay bautismo, se hace la renovación de las promesas bautismales); y celebración eucarística.
los acontecimientos pascuales y nuestra participación en ellos se realizan en la Eucaristía que es nuestra Pascua; en la Eucaristía y de la Eucaristía proviene el verdadero testimonio: por el siempre renovado don del Espíritu. > El tiempo pascual
El simbolismo fundamental de la celebración de la vigilia pascual es el de ser una "noche iluminada", más aún, una "noche vencida por el día". Mediante los signos, la celebración de ia vigilia demuestra que ia vida de la gracia surgió de la muerte de Cristo, expresando al mismo tiempo la realidad del misterio de la pascua en Cristo y en nosotros. En síntesis, el triduo la "Pascua celebrada en tres días". Inaugurada la celebración festiva de la Iglesia en solemne vigilia, la liturgia no dejará de cantar todo el día durante ia octava pascual y todos los cincuenta días del tiempo de Pascua: "Este es el día que hizo el Señor" (Sal 117,24). La cincuentena pascual, dentro de la cual se celebra la fiesta de la Ascensión del Señor, concluye con la solemnidad de Pentecostés. El deseo de subrayar la unidad del misterio de Cristo y del Espíritu pone de relieve, mediante los textos litúrgicos, que todo el tiempo de Pascua es siempre tiempo del Espíritu y que tiene su culmen en Pentecostés. El misterio pascual es celebrado como un todo único: muerte, resurrección ascensión, venida del Espíritu Santo. Los trazos esenciales de las temáticas del leccionario y del misal se pueden resumir de la siguiente manera: los acontecimientos pascuales (muerte - resurrección - ascensión - don del Espíritu) son para nosotros; para que participemos de la vida del Resucitado; la proclamación de 272
El tiempo pascual subraya la novedad bautismal de la vida cristiana en continuidad con la novedad del Resucitado. La comunidad eclesial es presencia y prolongación de'Cristo resucitado. De ahí la importancia de vivir y obrar como resucitados, y de esa manera anunciar a Cristo resucitado. Al mismo tiempo, se afirma ya desde aquí abajo la posibilidad de una humanidad nueva y renovada por el dinamismo del Espíritu del Resucitado. Cuarenta días después de Pascua se celebra la Ascensión del Señor, y en el quincuagésimo día, el tiempo pascual culmina con la solemnidad de Pentecostés. Los cincuenta días que han pasado desde la Pascua se celebran en la Iglesia como un solo día de fiesta, como un gran domingo. 5.1.2.3 El ciclo de Na vida c/16 Como ya se dijo, en el siglo iv se afirma la tendencia a desarrollar el contenido de la única fiesta anual, la Pascua, representando el acontecimiento de la salvación en Cristo de modo historizante e imitativo y así celebrarlo en sus diversos momentos. De ahí que el inicio del acontecimiento de Cristo, como son su encarnación y su nacimiento, se convierten en objeto de conmemoración festiva.
16
Cf. Bergamini A., Navidad/Epifanía, en NDL 1405-1409, con la bibliografía adjunta.
273
Navidad y, Epifanía son dos celebraciones que se estudian juntas ya que nacen contemporáneamente, y pasan de Occidente a Oriente y viceversa. Inicialmente ambas fiestas constituían una única fiesta con igual objeto: la encarnación del Verbo, celebrada con diversas acentuaciones y con diverso nombre: en Occidente como fiesta del nacimiento o Navidad el 25 de diciembre, y en Oriente el 6 de enero como fiesta de la manifestación o Epifanía. La distinción en dos fiestas diferentes por su contenido aparece entre fines del siglo iv e inicios del siglo v. > El Adviento17 Como para la Pascua, también la Navidad tiene un tiempo de preparación, llamado Adviento, que significa llegada, advenimiento. El origen del Adviento se va configurando de los siglos iv al vi, con dos perspectivas: espera de la venida del Señor en la gloria del fin de los tiempos y su venida inmediata con el nacimiento en la Navidad. El Adviento actual de la liturgia romana conserva los contenidos y temáticas tradicionales: El tiempo de Adviento tiene una doble característica: es el tiempo de la preparación para la solemnidad de la Navidad, en la que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios entre los hombres, y contemporáneamente es el tiempo en el cual, mediante tal recuerdo, el espíritu es guiado a la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos18.
Cf. Bergamini A., Adviento, en NDL. Ver bibliografía. Normas universales sobre el año litúrgico... 39.
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De ahí que el Adviento sea el tiempo que nos invita a cultivar las actitudes evangélicas fundamentales, como son la vigilancia alegre y en la oración, la esperanza y la conversión. El tiempo del Adviento es una llamada a la conversión para preparar ios caminos del Señor que viene, y que pone en juego a todo el hombre que debe prepararse para recibirlo. El contenido de las lecturas bíblicas, de manera particular el evangelio, focaliza para cada domingo de Adviento un tema específico en cada uno de los tres ciclos litúrgicos: la vigilancia en la espera de Cristo (primer domingo); invitación a la conversión (segundo domingo); el testimonio de Cristo dado por su precursor Juan el Bautista (tercer domingo); anuncio del nacimiento de Jesús (cuarto domingo). Los textos del Misal ilustran el gran tema de la venida de Cristo, sea en la encarnación, sea al final de los tiempos como Juez y Señor. Especial atención merece el formulario del cuarto domingo, el segundo prefacio y las colectas de las misas de los días 17, 19, 20 y 23 de diciembre: el carácter mariano de los mismos pone de relieve la relación y la cooperación de María en el misterio de la redención. El Adviento es el tiempo mariano por excelencia del año litúrgico. Para concluir, decimos que el ciclo de la manifestación del Señor, de menor importancia simbólico-formativa respecto al ciclo de Pascua, expresa algunos valores indispensables para la vida eclesiai: Adviento - Navidad Epifanía nos muestran la dimensión histórico-sacramental de la salvación. El Dios del Adviento es el Dios de la historia, el Dios plenamente llegado para la salvación del hombre en Jesús de Nazaret, en el cual se revela el rostro del Padre. Dios obra en los hechos de la historia dándoles una dirección salvífica. Consiguientemente se pone también en evidencia la espera activa para dispo275
nernos al don de la salvación: el encuentro con el Señor que entra en nuestra historia y en nuestra vida; la manifestación activa de lo que el Señor realiza en nosotros para que se convierta en don para los demás. r
La Navidad
La fiesta de Navidad nace en Roma. El paganismo celebraba el 25 de diciembre las fiestas idolátricas en torno al culto del sol. Para alejar a los fieles de estas fiestas, la Iglesia invitó a los fieles cristianos a considerar el nacimiento de Cristo, verdadera luz que ilumina a todo hombre. Las grandes herejías cristológicas de los siglos iv y v, y la celebración de los cuatro concilios ecuménicos de Nicea, Constantinopia, Éfeso y Calcedonia, hicieron de la Navidad la ocasión para afirmar la fe auténtica en el misterio de la encarnación. La actual liturgia natalicia expresa una teología que remite a diez homilías del gran teólogo de la Navidad, el Papa San León Magno (440-461). Para él la Navidad es una verdadera fiesta de la redención en estrecha relación con la Pascua, y hace presente, mediante la liturgia, el punto de partida de todo lo que se realizó en la carne de Cristo para nuestra salvación. Los textos del leccionano y del misal de la misa de la vigilia y de las tres misas natalicias no se quedan en el hecho histórico del nacimiento de Cristo, sino que de éste se remontan al misterio que tal acontecimiento encierra. Las lecturas bíblicas dan la palabra al profeta del misterio, Isaías, a los testigos y evangelistas Mateo, Lucas y Juan. La dimensión salvífica de la Navidad está expresada en la oración sobre las ofrendas de la misa de la vigilia: "Concede, Señor, a tu pueblo celebrar con renovado fervor este sacrificio, en la vigilia de la gran fiesta que ha 276
dado inicio a nuestra redención". La Navidad es ya el inicio de la redención salvífica, la condición para la muerte y la resurrección. Otro tema central y fuerte es el del "admirable intercambio", expresado en las homilías del Papa san León Magno, como también en la oración colecta de la misa del día y en el tercer prefacio de Navidad: En él (Cristo) hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos. > La Epifanía La Epifanía es la tradicional fiesta oriental del nacimiento de Jesús. Cuando pasa a Occidente, en Roma es llamada por san León "epiphania", y el antiguo sacramentarlo Gelasiano la llama "theophania"; en el curso del siglo XII-XIII se impone definitivamente el nombre de "epifanía" en los libros litúrgicos romanos. Los términos grecoromanos epifanía o teofanía significan autonotificación, entrada poderosa en la notoriedad y se refiere a la llegada de un rey o de un emperador. El mismo término era usado para indicar la aparición de una divinidad o la intervención prodigiosa de la misma. De ahí que en Oriente la epifanía fue llamada la fiesta del nacimiento del Señor y de su aparición en la carne. La Epifanía tiene su origen en Egipto, según el testimonio más antiguo de Clemente Alejandrino, en los inicios del siglo m, se celebraba el bautismo de Cristo como también su nacimiento. Como la fiesta romana del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, así también el origen de la 277
Epifanía fue motivado por una fiesta pagana. Sabemos que entre la noche del 5 al 6 de enero en Alejandría se celebraba el día natalicio del dios Eón (dios del tiempo y de la eternidad), en cuyo día se sacaba y se conservaba agua del Nilo con solemnes ceremonias. Cuando la fiesta cristiana de la Epifanía entra en Occidente cambia de significado, celebrando la revelación de Jesús al mundo pagano; de ahí el tema de la visita de los magos que en Belén adoran al Redentor recién nacido. A este episodio se une también el bautismo de Jesús y el primer milagro en Cana. En Oriente, después de haber aceptado la fiesta de la Navidad el 25 de diciembre, los orientales celebran la Epifanía sobre todo como fiesta del bautismo del Señor, considerado también como manifestación de su divinidad. En la actual liturgia romana, la Epifanía conserva su sentido característico de manifestación al mundo de Jesús como Señor de todos los pueblos. De este modo en Occidente se distingue netamente el objeto de las dos fiestas: el nacimiento de Cristo en la Navidad y el homenaje de las naciones ante la manifestación de Cristo en Epifanía. El misterio celebrado en la Epifanía está expresado sintéticamente en el prefacio de la fiesta: Hoy, en Cristo luz del mundo, tú has revelado a los pueblos el misterio de nuestra salvación; pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad. Tanto las lecturas como las oraciones de la liturgia de este día ponen en evidencia la universalidad de la salvación en Cristo, como también el misterio esponsal de Cristo que se une a su Iglesia para purificarla y santifi278
caria. También se subraya la dimensión misionera de la Iglesia, signo elevado entre los pueblos para reunir a los hijos de Dios dispersos y otorgarles la misma herencia. 5.1.2.5 El Tiempo durante el año™ Este tiempo está constituido por 33-34 semanas, que encuentran lugar, algunas de ellas (de la 1 a la 9) después de la fiesta del Bautismo de Jesús y las otras después del domingo de Pentecostés. Este tiempo es llamado también "ordinario" porque no tiene como objeto la celebración particular de algún misterio preciso de Cristo. El Tiempo durante el Año celebra el misterio de Cristo y de la Iglesia en su globalidad, cada semana, especialmente cada domingo. La clave de lectura de este tiempo es siempre, por tanto, el misterio de Cristo. La lectura semicontinua del evangelio ocupa el centro de la espiritualidad cristiana porque nos propone la vida misma y las palabras de Jesús, no solamente en las celebraciones de sus grandes misterios, sino también en la normalidad evangélica de la palabra de Jesús, de sus gestos y de sus enseñanzas. Asumir este misterio de Cristo en el tiempo durante el año significa tomar en serio el ser discípulos, escuchar y seguir al Maestro en la vida cotidiana no para poner entre paréntesis la vida ordinaria sino para subrayarla como momento salvífico. La misma lectura semicontinua de los libros del Antiguo y del Nuevo testamento nos ofrece la posibilidad de medir nuestro camino de perseverante fidelidad hacia la venida del
19
Cf. López Martín J.. Tiempo ordinario, en NDL 1967-1972, con la bibliografía allí indicada.
279
Señor, con las grandes esperanzas del pueblo de Dios y con la perseverante fidelidad de la primitiva comunidad cristiana. 5.1.2.6 Las fiestas en el año litúrgico y
Cuatro celebraciones -
La Presentación del Señor (F), el 2 de febrero;
-
La Anunciación del Señor (S), el 25 de marzo, es decir nueve meses antes de la solemnidad de su nacimiento;
-
La Transfiguración del Señor (F), el 6 de agosto, cuarenta días antes de la Exaltación de la santa Cruz;
-
La Exaltación de la santa Cruz (F), el 14 de septiembre, aunque en algunos lugares se sigue celebrando en su antigua fecha del 3 de mayo.
Las fiestas del Señor
El calendario litúrgico oficial contiene varias fiestas de Jesucristo independientes de los dos grandes ciclos de Pascua y Navidad:
en días fijos:
Cinco celebraciones "móviles", es decir en fecha variable, en dependencia de la variación de la Pascua: -
La Santísima Trinidad (S)20, el primer domingo después de Pentecostés;
-
Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote (F), el primer jueves después de Pentecostés;
-
El Cuerpo y la Sangre de Cristo (S), popularmente conocida con su nombre latino antiguo de Corpus Christi, el segundo jueves después de Pentecostés, o bien el domingo posterior;
-
El Sagrado Corazón de Jesús (S), el tercer viernes después de Pentecostés;
-
Jesucristo, Rey del Universo (S), el último domingo del tiempo ordinario y, con ello, del año litúrgico.
Hay que preguntarse en qué humus teológico germinó el culto mariano. Partiendo de los escritos neotestamentarios y de la antigua literatura cristiana se puede
(S) Indica que se trata de una solemnidad; (F), de una fiesta; (MO), de una memoria obligatoria y (ML), de una memoria libre.
21
280
y
Las fiestas de la Virgen María21
La proclamación del dogma de la maternidad divina de María en el concilio de Éfeso, del año 4 3 1 , dio un notable impulso al desarrollo del culto mariano tanto en Oriente como en Occidente. No hay total acuerdo entre los estudiosos en lo que se refiere a la entrada oficial de María en la celebración litúrgica. Mientras que para algunos este culto se remonta ya al siglo i y se manifiesta en Roma en el siglo n, la gran mayoría de los autores coloca las primeras manifestaciones de culto mariano oficial más tarde, y en todo caso, después de la aparición del culto de los mártires.
Cf. Castellano J., Virgen María, en NDL 2030-2061. con la bibliografía indicada.
281
concluir que en los primeros siglos del cristianismo María era considerada un testimonio privilegiado y, al mismo tiempo, importante protagonista de la economía de la salvación. Ella indica, por ejemplo, el cumplimiento de las profecías veterotestamentarias sobre la salvación mesiánica (cf. Le 1, 46-55), y contribuye de cerca mediante su adhesión total a la voluntad de Dios (cf. 1,38). De todos modos, los dos títulos de "primera entre los creyentes" y "testigo" privilegiado del misterio de Cristo podían justificar el culto mariano. Antes de las fiestas marianas propiamente dichas, el misterio de María encuentra sus primeras manifestaciones litúrgicas en la celebración misma de los misterios de Cristo, en los cuales se revela la presencia de María, especialmente en la Epifanía y la Navidad. En las fiestas de la encarnación y nacimiento del Hijo, la atención era puesta también en la Madre. En el actual Calendario romano las fiestas marianas se presentan como un reflejo de las fiestas del Señor: En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo gue ella misma, toda entera, ansia y espera ser (se 103). Los ciclos de lecturas bíblicas del leccionario y los textos del Misal ofrecen una visión del misterio de María fuertemente integrada con el misterio de la salvación y en pro-
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funda relación con el acontecimiento salvífico de Cristo y de la Iglesia. El Leitmotiv, de la actual teología mariana en su relación con la liturgia, es la presentación de la Virgen como modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto divino: oír la Palabra, la oración, la ofrenda, el ejercicio de una maternidad espiritual. "María es sobre todo modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios" dice Pablo vi en la encíclica Marialis Cultus, n. 21. Las fiestas de la Virgen son: Tres
solemnidades:
-
Santa María, Madre de Dios, el 1 de enero;
-
la Asunción de la Santísima Virgen, el 15 de agosto;
-
la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen, el 8 de diciembre;
Dos fiestas: -
la Visitación de la Virgen María, el 31 de mayo;
-
la Natividad de la Virgen María, el 8 de septiembre;
Cinco memorias
obligatorias:
-
Santa María Reina, el 22 de agosto;
-
Nuestra Señora de ¡os Dolores, el 15 de septiembre;
-
Nuestra Señora del Rosario, el 7 de octubre;
-
la Presentación de la Virgen María, el 21 de noviembre; 283
-
el Inmaculado Corazón de María, el sábado después del Sagrado Corazón de Jesús;
Tres memorias
facultativas:
-
Nuestra Señora de Lourdes, el 11 de febrero;
-
Nuestra Señora del Carmen, el 16 de julio;
-
la dedicación de la basílica de Santa María la Mayor, el 5 de agosto. >
Las fiestas de los santos22
El año litúrgico celebra una sola realidad, el misterio pascual de Cristo. Los libros litúrgicos hacen una división entre "propio del tiempo" y "propio de los santos", pero no se trata de dos ciclos de celebraciones independientes, paralelas o contrapuestas. La Iglesia, al celebrar cada año el día natalicio de los mártires y de los santos, celebra la realización del misterio pascual de Cristo en ellos. Ya en los dos primeros siglos de la vida de la Iglesia encontramos testimonios de la veneración y del culto de los mártires (testigos), los cuales con el sacrificio de sus vidas habían alcanzado una especial unión y configuración con Cristo muerto y resucitado. Terminada la época de las persecuciones, se dará culto también a otros personajes ilustres que habían dado testimonio de Cristo y por su doctrina: los "confesores" de la fe, los ascetas, las vírgenes, los obispos, etc. La liturgia en sus textos expresa una teología litúrgica de la santidad. El santo participa de la plenitud del miste-
77
Ver Jounel R, Santos, en NDL 1873-1892.
284
rio pascual del Señor, y su santidad existe en función de esta participación. Cristo es el único Santo y el prototipo de toda santidad. Los santos son tales en la medida en que se identifican con Cristo y viven en plenitud de comunión con el Cristo de la Pascua. En los santos la Iglesia celebra el misterio de Cristo visto en sus frutos y realizado en sus miembros. Es por ello que al mismo tiempo los santos son propuestos como modelos de vida cristiana y poderosos intercesores del pueblo de Dios. La liturgia expresa la finalidad del culto de los santos en el segundo prefacio de los santos cuando dice: ...mediante el testimonio admirable de tus santos, fecundas sin cesara tu iglesia con vitalidad siempre nueva, dándonos así pruebas evidentes de tu amor. Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión.
5.2
La Liturgia de las Horas El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía... penetra v transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas. CEC 1 174
La Liturgia de las Horas forma parte del complejo orgánico que llamamos "Liturgia". Este complejo, como sabemos, comprende, con la Liturgia de las Horas, la Eucaristía, los otros sacramentos y sacramentales, y el año litúrgico. Toca de modo particular a la Liturgia de las Horas la función de conducir los cristianos a una progresiva participación al misterio salvífico de Cristo mediante la oración. Esta liturgia es una estructura de oración con285
cebida y organizada de modo que, santificando toda la jornada, pueda ser expresión de la oración de cada uno de los orantes y, sobre todo, de la entera comunidad eclesial. La importancia de la Liturgia de las Horas en la vida de la Iglesia está en el hecho que "la oración pública y comunitaria del pueblo de Dios figura con razón entre los principales cometidos de la Iglesia" (OGLH 1). 5.2.1 Origen y desarrollo
histórico
En el mundo de las religiones, la oración es un fenómeno universal. No hay religión alguna, en cualquier grado de cultura, que no conozca el fenómeno de la oración. A nosotros nos interesa la oración cristiana, que nace en el surco de la oración del pueblo judío. 5.2.1.1 De la oración judía a la oración
cristiana
La comunidad cristiana primitiva inició su camino en la historia sin poseer una estructura propia de oración, ni un patrimonio de textos que pudiesen ser considerados como una expresión específica de la predicación y de la enseñanza de Jesús. Esta laguna fue cubierta por las primeras comunidades cristianas mediante la profundización de la enseñanza y del ejemplo de Jesucristo en el contexto de la tradición hebrea, en la cual el mismo Jesús había vivido su relación con el Padre por medio de la oración. El pueblo judío tenía una larga y profunda experiencia de oración, y Jesús nació en un pueblo que sabía orar. Muchos de los elementos formales -pensemos en los salmos-, y de contenido de la oración de Jesús y de los primeros cristianos proceden del ambiente humano y religioso de tal pueblo. Los evangelios son conscientes de este injerto judío de la oración cristiana. Así, por ejemplo el gran maestro de la oración, san Lucas, comienza su evangelio con la descripción de una liturgia 286
de oración que se desarrolla en el templo de Jerusalén, durante la cual el ángel del Señor se aparece a Zacarías (cf. Le 1, 8-23); concluye con una referencia precisa a los discípulos de Jesús que, después de la ascensión del Señor, seguían frecuentando el Templo para orar (cf. Le 24, 52-53). También en Hch 3, 1-11 Lucas recuerda que Juan y Pedro iban al Templo para la oración vespertina. Sucesivamente las referencias a la participación de los primeros cristianos en la oración del Templo son más escasas, hasta desaparecer del todo (cf. Hch 2,46). La más completa documentación que conocemos sobre la práctica judía de la oración, en tiempos de Jesús, la encontramos en la Hishná, código rabínico compilado hacia el año 200 de la era cristiana, particularmente en el tratado de las bendiciones (berakhot). Según el tratado Berakhot iv, 1 hay tres momentos de plegaria al día: a la mañana, al mediodía y a la tarde. De estos momentos también nos hablan los textos bíblicos, Sal 55,17-18, Dn 6,10 para nombrar algunos. Desde tiempos muy antiguos se recitaba dos veces al día la famosa profesión de fe (credo israelita) conocida como shemá Yisrael (Escucha Israel), posiblemente a causa del texto mismo del Dt 6,7 y 11,19: "Repetirás estas palabras (de la Ley) a tus hijos, las dirás lo mismo en casa que cuando vayas de camino, cuando te acuestes y cuando te levantes". La plegaria del mediodía será la Thephillah, que consta de dieciocho bendiciones y peticiones, perteneciente al culto de la sinagoga. En los libros del Nuevo Testamento encontramos la formulación de un verdadero precepto sobre la oración ininterrumpida, más aún, nos encontramos con el gran Orante, Jesús, que nos da ejemplo de oración, que enseña cómo se ha de orar y que "instituye" la oración cristiana. 287
El tema de la continuidad de ia oración sin interrupción, con expresiones como "siempre", "asiduamente", "día y noche", son abundantes hasta convertirse en un tópico en el lenguaje de san Pablo y san Lucas (cf. Hch 1,14; 2,42; 6,4; 10,2; 12,5; Rm 1,9ss; 12,12; 1 Co 1,4; Ef 1,16; 5,20; 6,18; Flp 1,3ss; Col 4,2; 1 Ts 1,2ss; 2,13; 5,17; 2Ts 1,11; 2,13; 2 Tm 1,3). Estos términos quieren expresar la constancia no tanto en la repetición de actos cuanto en la perseverancia de la actitud orante. La antigua tradición cristiana prestó particular atención a esta doctrina, y al mismo tiempo, el precepto de la oración ininterrumpida jugó un papel importante en la formación de los tiempos y de los ritmos de oración. En los comienzos de su historia, la oración cristiana se expresó con gran libertad creativa, fecundada por la fuerza del Espíritu. 5.2.1.2 Las horas de oración y su simbolismo (siglo ni) La primera etapa de la historia de la Liturgia de las Horas, hasta su primera estructuración a fines del siglo iv, se caracteriza por la preocupación de "justificar" los momentos de oración. Cada hora adquiere un significado religioso y espiritual tomado no sólo del simbolismo natural de las distintas partes del día y de la noche, sino también y sobre todo del recuerdo de determinados episodios bíblicos o de la vida de Jesús y de los apóstoles. De ahí que se fuera delineando ya una verdadera teología del tiempo, mostrando cómo todas y cada una de las horas tienen un valor simbólico-sacramental, o sea, son signos de salvación. Los Padres de este período están de acuerdo en afirmar que, para realizar el ideal de la oración incesante, se 288
deben fijar tiempos precisos para la oración. Estos tiempos de oración son interpretados como expresión visible y realización simbólica de lo que, a la luz del ideal neotestamentaho, debe ser el misterio de la oración como realidad permanente en la vida del creyente. 5.2.1.3 Los primeros intentos de (siglos iv - vi)
organización
Durante el siglo iv la oración de las horas se organiza casi en todas partes bajo dos formas principales: la oración de la comunidad cristiana junto al obispo y su presbiterio, llamado oficio de catedral, y la oración de los centros monásticos, llamado oficio monástico. El oficio de catedral celebra las horas principales de la mañana y de la tarde, llamadas laudes y vísperas. Además de estos dos encuentros de oración, los fieles eran convocados para las vigilias de oración, dominicales y festivas. El oficio monástico comprendía también las horas diurnas de tercia, sexta y nona, a las que se unió más tarde prima (hoy suprimida) y completas. Por otra parte, los monjes institucionalizaron las vigilias de oración como oficio cotidiano. La distinción entre oficio catedralicio y oficio monástico desaparece pronto en Occidente a causa de la monastización general de la Liturgia de las Horas. El encuentro y la unión de las dos tradiciones, monástica y catedralicia, constituye la base del patrimonio tradicional del oficio divino llegado hasta nosotros. 5.2.1.4 Sobrecarga y decadencia del ritmo horario (siglos x-xvi) El ideal de la oración de las horas fue oscurecido en el curso de los siglos por dos tendencias casi opuestas. Por una parte se dio una sobrecarga del horario y del
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contenido del oficio, y la abolición de su referencia al ritmo natural de las horas por otra. La celebración completa, diaria y solemne del oficio, impuesta por la legislación carolingia a todas las Iglesias, terminó por convertirse en un pesado fardo para el clero, especialmente el dedicado a la cura pastoral. Es así como ya en el siglo x se comenzó a aligerar el oficio reduciendo algunos de sus elementos y limitando su celebración solemne a las iglesias principales. Con Inocencio ni (1198-1216) nace el Breviario de la curia romana, un libro que contiene todos los elementos necesarios para la celebración del oficio. Hacia el 1250 los frailes franciscanos adoptaron este oficio abreviado y reformado, contribuyendo a su difusión por Europa al extenderse la orden. Por primera vez en la historia de la liturgia, un libro, el Breviario, logra unificar el Oficio Divino en aras de la comodidad y del sentido práctico. Comienza así el camino hacia la estrecha uniformidad que desembocará en el Breviario de Pío Vdel 1568. Con la aparición del Breviario la Liturgia de las Horas pierde prácticamente su carácter de celebración comunitaria, más aún, la recitación privada del oficio es equiparada a la celebración comunitaria. Así en la Bula de Pío v para la publicación del Breviario que, salvo algunas modificaciones introducidas por Pío x en 1911 y Pío xn en 1949, llegará hasta la reforma litúrgica promovida por el Vaticano n. Con la afirmación de la práctica de la recitación privada del Breviario tampoco se siente ya la necesidad de rezar ai ritmo natural de la horas del día. Era sólo necesario rezar todo el breviario a cualquier hora del día o de la noche para cumplir con su obligación.
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5.2.2 La Liturgia de las Horas del Vaticano II
después
Con la Sacrosanctum Concilium, el Vaticano n pone las bases para una verdadera y profunda reforma general de la Liturgia de las Horas. Este documento dedica todo el capítulo iv a la renovación de la oración de la Iglesia: teología de la oración de las horas, aspectos pastorales, normas para la reforma, valor espiritual, obligación, celebración comunitaria, etc. La nueva Liturgia de las Horas fue promulgada con la constitución apostólica Laudis Canticum de Pablo vi el 1 de noviembre de 1970, y publicada el 11 de abril de 1971. Precedentemente, el 2 de febrero de 1970, fue publicada la Institutio Generalis de Liturgia Horarum (Ordenación general de la Liturgia de las Horas), que acompaña el primer volumen de la Liturgia de las Horas. Una segunda edición de este documento fue publicada el 7 de abril de 1985. 5.2.2.1 Características de las Horas
de la actual Liturgia
La Liturgia de las Horas, por su naturaleza, está destinada a la celebración en determinadas horas del día y esta cadencia constituye una de sus principales características. Es por eso que se prefiere llamarla "Liturgia de las Horas". La expresión "oficio divino" es muy genérica y puede referirse a cualquier celebración litúrgica; el término "breviario" significa simplemente "compendio" y es el menos adecuado. Laudes, como oración de la mañana, y Vísperas, como oración de la tarde, constituyen el doble quicio de la oración cotidiana, y son consideradas las horas principales 291
y celebradas como tales; el Oficio de lecturas, si bien conserva su índole de oración nocturna para la oración coral, fue adaptado de modo que pueda ser celebrado en cualquier hora del día. Tercia, Sexta y Nona pueden ser rezadas a la hora correspondiente o una de ellas, la más adaptada al momento de la jornada como Hora media; las Completas se rezan al fin de la jornada, inmediatamente antes del descanso nocturno. Tenemos que destacar que las diversas horas de oración son, en el contexto celebrativo, signo de la actuación memorial del acontecimiento pascual de la salvación, porque los diversos momentos celebrativos están ligados a los misterios de la historia salvífica. Con la actual Liturgia de las Horas se invierte la tendencia secular que consideraba el oficio divino una realidad clerical y privada - p o r no decir privatizada-, restituyendo a cada cristiano la posibilidad de tomar contacto con una experiencia de oración que es propia de la Iglesia de todos los tiempos y de toda la Iglesia. Los esquemas ofrecidos por la Liturgia de las Horas representan un modelo de oración rica de contenido, abierta, universal, que nos permite hacer nuestro, día tras día, el ritmo de oración de la Iglesia en su conjunto. La celebración comunitaria de la oración de la Iglesia, representa un momento en el cual la comunidad toma conciencia de su vocación a la oración ininterrumpida, y de su vocación a ser signo profético de la vocación de cada hombre a entrar en diálogo con Dios para una existencia responsorial. 5.2.2.2 Teología y espiritualidad de la oración de la Iglesia
ne su prototipo, su ejemplar, su modelo en la alabanza interior que caracteriza la vida trinitaria. La oración nos introduce en el dinamismo íntimo de conocimiento y de amor que une eternamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Desde el momento en el cual, mediante la gracia bautismal, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, habita en la profundidad de nuestro ser, estamos en relación con cada una de las Personas divinas, y se puede decir que también estamos constitutivamente en actitud de oración. La riqueza de perspectivas de la Ordenación general aparece en el primer capítulo; las mismas pueden ser recogidas en torno a tres preguntas fundamentales: -
La primera se refiere a la naturaleza de la Liturgia de las Horas: en qué condiciones ésta es oración litúrgica y participa de la Liturgia de la Iglesia.
-
La segunda se pregunta sobre lo específico de la Liturgia de las Horas: cuál es el elemento distintivo de la Liturgia de las Horas, especialmente en relación a la celebración eucarística.
-
La tercera indaga sobre las consecuencias que derivan de la renovada comprensión teológica de la Liturgia de las Horas en la determinación de los sujetos de esta oración: qué relación existe, en particular, entre sujeto eclesial total y delegación a los ministros ordenados.
La respuesta a estas preguntas nos parece fundamental para una teología, una espiritualidad y también para una pastoral de la Liturgia de las Horas.
La oración de las horas es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre (se 84). La Liturgia de las Horas tie-
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293
r
Oración de la Iglesia con Cristo y a Cristo
En referencia a la primera pregunta recogemos la definición de la Liturgia de las Horas: "...es principalmente oración de alabanza y de súplica, y, ciertamente, oración que la Iglesia realiza con Cristo y dirige a él" (OGLH 2). De toda acción litúrgica podemos afirmar que es principalmente oración de alabanza y de súplica, actuación de la oración de la Constitución conciliar sobre la Liturgia cuando, al presentar la doctrina sobre la presencia real de Cristo en la cual "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre Eterno (se 7). Esta afirmación, puesta en paralelo con aquella de la OGLH 2, deja en claro la verdadera naturaleza litúrgica de la oración de las horas. Si queremos profundizar la definición sintética arriba citada, el discurso se duplica, subrayando la corriente cristológica por un lado, y la corriente eclesiológica por otro. Primero se habla de la "oración de Cristo" al Padre, desde siempre en acto en la perfecta alabanza del Verbo, hecha historia en la carne de Jesús y perennemente renovada por la voz de la Iglesia. Sucesivamente se pasa a la "oración de la Iglesia", hecha posible por el Espíritu Santo, por el cual ella continúa y manifiesta en el tiempo y en el espacio humano la oración de Cristo. Es un procedimiento histórico y teológico juntamente, que permite a la OGLH poner en evidencia la relación que se da entre la oración de Cristo y la de la Iglesia. La oración de Cristo es presentada ante todo, en nuestro documento, como testimonio, modelo y ejemplo para la oración de la Iglesia, pero especialmente como norma y mandamiento. Jesucristo oró incesantemente al Padre, distribuyendo su alabanza y súplica en las diversas
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horas del día y de la noche, pero ha insistido también ^ los discípulos a orar insistentemente (Le 18, 1). De |^ misma manera que él ha rezado (palabras, actitude^ exteriores e interiores) se convirtió para la Iglesia de to_ dos los tiempos y latitudes la norma insuperable de s^ oración. La oración de Cristo aparece como el moment Q propiamente institutivo y fundante de la Liturgia de la$ Horas. También esta oración de la Iglesia, según s^ modalidad específica, es actuación del mandato propia, mente eucarístico: "hagan esto en memoria mía". La relación entre la oración de Cristo y la de la Iglesia, es todavía más profunda. La oración de la Iglesia (|$ oración propiamente litúrgica), es continua actualización misténco-sacramental de la oración de Cristo. La oración de la Iglesia es la visibilidad in mysterio de la oración que Cristo eleva incesantemente al Padre. De aquí se sigue que ella es auténtica sólo en la medida en que es oración de Cristo y por tanto oración "con" Cristo. En Cristo, único y eterno sacerdote de la nueva alianza, la oración es siempre verdadero y perfecto acto litúrgico. En su oración se reúne la alabanza y la súplica de la Iglesia, de toda la humanidad y de todo el cosmos. La oración de la Iglesia es por tanto oración litúrgica, o sea oración pública y común de todo el pueblo de Dios, si y en cuanto participa de la oración de Cristo. Por consecuencia también la Liturgia de las Horas, en cuanto participa de la alabanza y de la súplica que Cristo eleva al Padre en el Espíritu Santo en nombre de la Iglesia, con la Iglesia y en favor de la Iglesia, es a pleno título oración litúrgica. Individuado el fundamento crístico de la oración de la Iglesia, y por tanto de ia Liturgia de las Horas, la OGLH se
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preocupa ulteriormente de la dimensión eclesial de la oración sacerdotal de Cristo. El documento se expresa así en el n. 7: Una especial y estrechísima unión se da entre Cristo y aquellos hombres a los cuales él ha hecho miembros de su cuerpo, la Iglesia, mediante el sacramento del Bautismo... También el sacerdocio de Cristo es participado por todo el cuerpo eclesial, de tal forma que los bautizados, por la regeneración y la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como templo espiritual y sacerdocio santo y habilitados para el culto del Nuevo Testamento, que brota no de nuestras energías, sino de los méritos y donación de Cristo. La Iglesia de la que se habla es el conjunto de los bautizados, y la Liturgia de las Horas es oración litúrgica de la Iglesia si y en cuanto es la oración de todo el cuerpo eclesial, que comparte en fuerza de los sacramentos de la iniciación cristiana, el sacerdocio de Cristo. No será la deputación o delegación a algunos, que en la Iglesia garantizan la actuación efectiva de la Liturgia de las Horas, la que justifique la cualificación litúrgica de esta oración. La configuración con Cristo, obrada en los sacramentos, hace del pueblo de los bautizados el sujeto adecuado para la celebración de la Liturgia de las Horas. Al mismo tiempo hace de la Liturgia de las Horas uno de los momentos esenciales de la oración pública y común del pueblo de Dios (OGLH 1), junto con la celebración de los sacramentos consignados por Cristo a su Iglesia. Se sigue que la Liturgia de las Horas no podrá ser considerada alimento espiritual exclusivo de algunas categorías de personas (obispos, sacerdotes, diáconos, monjes, religiosos), sino que está llamada a ser parte
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integrante de la espiritualidad bautismal. Se comprende así la preocupación de la OGLH por volver a dar dignidad y preeminencia a la celebración de la Liturgia de las Horas en forma comunitaria, desde el momento que la presencia de todos los componentes del pueblo de Dios manifiesta más claramente la esencia íntima de la Iglesia. Lo que hace de la Liturgia de las Horas una oración con Cristo y a Cristo, o más aún una oración de la Iglesia por Cristo al Padre es la acción poderosa del Espíritu Santo. Dice La OGLH 8: "No puede darse oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo, el cual, realizando la unidad de la Iglesia, nos lleva al Padre por medio del Hijo". Antes se lee en el mismo número "La unidad de la Iglesia orante es realizada por el Espíritu Santo, que es el mismo en Cristo, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los bautizados". Se puede decir que, al subrayar esta presencia y acción del Espíritu en todos los miembros de la Iglesia, es el Espíritu Santo quien hace de la voz de la Iglesia la voz del Cristo total y que así converge toda ella en una única alabanza al Padre. Es el Espíritu que introduce la voz de cada fiel bautizado en la gran voz de la Iglesia, y haciendo al mismo tiempo así que la oración de la Iglesia sea la oración de cada uno de los fieles. En conclusión, la Liturgia de las Horas es oración litúrgica si y en cuanto es oración de la Iglesia con Cristo animada por el Espíritu Santo, que obra ¡a presencia de Cristo en su Iglesia, el que convierte la asamblea de los bautizados en cuerpo del Resucitado y concretiza la participación de cada uno de los bautizados en el sacerdocio de Cristo, habilitando a ejercitar el verdadero culto al Padre.
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> Santificación del día y de todo el esfuerzo humano Después de la reflexión sobre el fundamento cristológico, eclesial y neumatológico de la Liturgia de las Horas, que permite colocarla en el ámbito de la Liturgia de la Iglesia, el capítulo primero del documento presenta las característica peculiares y la finalidad específica de la oración de la Iglesia. Como instrumento metodológico se privilegia la relación que se da entre la celebración eucarística y la Liturgia de las Horas: La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, centro y culmen de toda la vida de la comunidad cristiana. La celebración eucarística halla una preparación magnífica en la Liturgia de las Horas, ya que ésta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son necesarias para celebrar la Eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de abnegación (OGLH 12). La afirmación es importante y merece ser retomada. Se subraya, en primer lugar, la centralidad del misterio pascual de Cristo, del cual la Eucaristía es, mediante su dimensión ritual, sacramento memorial. Desde este punto de vista la Liturgia de las Horas no puede más que resultar relativa respecto de la Eucaristía y en función de ella. En el n. 83 de Sacrosanctum Concilium se afirma que el objeto de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas coinci-
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den. Ambas son actualización del sacerdocio de Cristo. En el primer caso, en la Eucaristía, tenemos esta realidad como centro y culmen; en el segundo caso sólo como momento particular del día santificado por la oración. De hecho, cuando rezamos en los distintos momentos del oficio divino, particularmente cuando con ello conmemoramos los diversos momentos de la pasión y de la muerte del Señor, actualizamos la oración de Jesús sobre la cruz y su ofrenda al Padre por la salvación del mundo. Podemos precisar que la Liturgia de las Horas es complemento de la Eucaristía, para alcanzar el doble fin del sacrificio: la glorificación de Dios y la santificación de su pueblo. Es complemento para la Eucaristía misma, dada la densidad de su contenido y la riqueza de su acción, que tiende a desarrollarse en elementos más simples, para comunicar mejor lo que el misterio eucarístico contiene en sí. Así la Liturgia de las Horas tiene una función salvífico-latréutica, en cuanto que por ella la Iglesia extiende a otros momentos de la vida aquella obra de salvación humana y de glorificación de Dios, que Cristo realizó en su vida no sólo con la acción, sino también con la oración de su sacrificio. La relación de la Liturgia de las Horas con el misterio eucarístico postula al mismo tiempo la necesidad de la misma. La Liturgia de las Horas está llamada a favorecer, litúrgicamente, la plena fructuosidad de la celebración eucarística en la vida de las comunidades cristianas, de modo que se pueda extender en el tiempo cotidiano toda la riqueza y el valor del sacrificio pascual de Cristo. Lo específico de la Liturgia de las Horas es formulado en la doble finalidad de "santificar el curso entero del día y de la noche" (OGLH 10), y de "la santificación del día y de todo el esfuerzo humano" (OGLH 11). No se trata de una
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sacralización del tiempo, que sustraiga o robe al ritmo de las actividades profanas ciertos momentos de la jornada. Se trata de una inmersión del tiempo y de las actividades humanas en el tiempo cualificado que es Cristo en sus misterios de salvación: La obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios es realizada por Cristo en el Espíritu Santo por medio de su Iglesia no sólo en la celebración de la Eucaristía y en la administración de los sacramentos, sino también, con preferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia de las Horas (OGLH 13). Si el año litúrgico extiende la obra de la redención, que se renueva sacramentalmente en la Eucaristía y en los otros sacramentos, en el ritmo de las estaciones, de las semanas y de los días, la Liturgia de las Horas prosigue esta obra de reconducción de toda realidad temporal a Cristo en el ritmo mismo de las horas del día. ¿Qué significa la obra de santificación del tiempo cotidiano? La finalidad última de la Liturgia de las Horas no es el tiempo en cuanto tal ni las actividades humanas en sí mismas, sino que, mediante el tiempo y las actividades humanas el hombre mismo, como único sujeto capaz de acoger el don del Espíritu Santo, es el que santifica: "La santificación humana y el culto a Dios se dan en la Liturgia de las Horas" (OGLH 14). Nos encontramos nuevamente ante el primero de ios dos fines esenciales de toda acción litúrgica, que la Liturgia de las Horas alcanza mediante lo que le es propio, vale decir, la horariedad, o sea la oración que sigue el curso del día y de la noche. Pero como la santificación del hombre da gloria a Dios, he aquí que en la Liturgia de las Horas se 300
realiza también el segundo fin de toda acción litúrgica, esto es, la glorificación: La santificación humana y el culto a Dios se dan en la Liturgia de las Horas de forma tal que se establece aquella especie de correspondencia o diálogo entre Dios y los hombres, en que Dios habla a su pueblo... y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración (OGLH 14). Sobre estas dos dimensiones se construye una existencia responsorial. Es plenamente comprensible, entonces, como la Liturgia de las Horas, en su importancia para la vida de la Iglesia, sea espiritualmente eficaz para la vida de las comunidades y de cada uno de los fieles que la celebran: "las lecturas y oraciones de la Liturgia de las Horas constituyen un manantial de vida cristiana" (OGLH 18) para todo bautizado. Mediante la oración de la Iglesia crece aquella vida según el Espíritu, que es don de Dios y al mismo tiempo deber y meta de todo bautizado. Pero también, mediante esta oración, los ministros ordenados "deberán nutrir y alentar ahí la acción pastoral y misional, con la abundancia de la contemplación, para gozo de toda la Iglesia de Dios" (OGLH 28). Tenemos que subrayar, hasta aquí, que la Liturgia de las Horas es una fuente de vida cristiana, de espiritualidad y de acción pastoral. > La celebración de la Liturgia de las Horas edifica la Iglesia y la manifiesta: los sujetos de su celebración Lo expuesto hasta aquí nos hace ver la necesidad de la Liturgia de ias Horas para la vida de la Iglesia y de toda comunidad cristiana, en la que se manifiesta la Iglesia universal. Toda comunidad orante es el lugar de una epifanía de la Iglesia.
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La forma concreta, visible, histórica de la celebración de la Liturgia de las Horas y los sujetos llamados a actuarla ritualmente, deben garantizar contemporáneamente dos exigencias importantes: primero, que la oración litúrgica de las Horas se dé, y segundo, que ella exprese lo más y mejor posible la esencia íntima de la Iglesia. A la luz de estas dos exigencias está estructurada la última parte del capítulo primero de la Ordenación general, referida a la determinación de los sujetos de la celebración de esta oración. Primeramente se destaca la forma que expresa más completamente la función de la Liturgia de las Horas de edificar y revelar la Iglesia: la "celebración en común". Sólo en un segundo momento se retoma el discurso acerca de un particular encargo, entrega o delegación de la Liturgia de las Horas a los ministros ordenados y a los religiosos.
Como se ve, el texto de la Ordenación general no contrapone las dos formas o modalidades celebrativas - i n dividual y comunitaria-, ni tampoco contesta el valor teológico y litúrgico de la celebración/recitación individual. El discurso se coloca en el plano de la dimensión significativa y expresiva de toda celebración litúrgica. El misterio celebrado llega siempre al hombre mediante signos, ritos y palabras. La forma comunitaria de la celebración de la Liturgia de las Horas ha de ser considerada la forma normal y típica, antes de todo por razón del signo eclesial, que ella mejor expresa. En la asamblea reunida con el obispo, los presbíteros, con la presencia de los diversos ministerios litúrgicos, la comunidad cristiana y cada fiel descubre más fácilmente que la Liturgia de las Horas es la oración pública y común de la Iglesia. No solo, sino en la celebración comunitaria de la oración de la Horas cada fiel descubre la dignidad de su bautismo, que lo habilita a ejercitar el mismo sacerdocio con el cual Cristo eleva su alabanza incesante al Padre. La obligación personal de celebrar la Liturgia de las Horas, aún sin el pueblo, que recae sobre los ministros ordenados, es una forma subordinada a aquella típica y ejemplar, aunque si bien necesaria e insustituible.
En cuanto a la forma completa y ejemplar de la Liturgia de las Horas, el texto más significativo nos parece el siguiente:
La delegación o deputación a los ministros ordenados no es sustitutiva de la celebración por parte de toda la comunidad cristiana, sino que
la celebración comunitaria pone más de manifiesto la índole eclesial de la Liturgia de las Horas, facilita la participación activa de todos, conforme a la condición de cada uno... Por esto, siempre que pueda tenerse una celebración comunitaria con concurrencia y participación activa de los fieles, ha de preferirse a una celebración a solas y en cierto modo privada (OGLH 33).
la Iglesia los delega para la Liturgia de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño de lo que es función de toda la comunidad, y se mantenga en la Iglesia sin interrupción la oración de Cristo... Todos ellos, por su ministerio, hacen presente al buen Pastor, que ora por los suyos para que tengan vida y para que, de esta forma, sean perfectos en la unidad (OGLH 28).
Junto con la Eucaristía y a las otras acciones litúrgicosacramentales la Liturgia de las Horas edifica el Cuerpo de Cristo, realizando en su modalidad específica la santidad de sus miembros manifestando, al mismo tiempo, su naturaleza íntima: un pueblo santo, reunido por la Pascua de Cristo, en la fuerza -del Espíritu Santo, para dar gloria al Padre, en Cristo, con Cristo y por Cristo.
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La obligación de la celebración, aunque individual, de la Liturgia de las Horas forma así parte de los deberes ministeriales de aquellos que fueron configurados a Cristo Cabeza, en bien de su Cuerpo eclesial. La liturgia de las Horas, siendo oración pública y común del pueblo de Dios, forma parte de la vida y del misterio de la Iglesia, y es una particular expresión y manifestación de la misma: no se ha de considerar a la alabanza de la Iglesia como algo que por su origen o por su naturaleza sea exclusivo de clérigos o de los monjes, sino como algo que atañe a toda la comunidad cristiana (OGW 270). El bautismo nos ha puesto bajo la ley de Cristo y sus mandamientos. Uno de sus mandamientos es el de que oremos incesantemente. Si bien es cierto que la oración hecha por cualquier cristiano o por cualquier grupo de creyentes es asumida como propia por la Iglesia, es también cierto que sólo la Liturgia de las Horas expresa plenamente toda la Iglesia orante en cuanto tal y su permanencia constante en la oración, y sólo ella ¡a realiza en e¡ modo más connatural y congenial a las personas y lugares. Esta oración es ia que la Iglesia considera suya con especial título, o sea, hecha en cuanto cuerpo místico total de Cristo: El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. Él mismo une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno 304
de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino (SC 83). El n. 20 de la Ordenación general de la Liturgia de las Horas es todavía más claro y preciso cuando, aplicando los principios conciliares, afirma: La Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él. Su celebración eclesial alcanza el mayor esplendor, y por lo mismo es recomendable en grado sumo, cuando con su obispo, rodeado de los presbíteros y ministros, la realiza una Iglesia particular, en que verdaderamente es.tá y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica. Evidentemente, la Liturgia de las Horas debe expresarse en su nivel más profundo como palabra de la Iglesia que da gracias por la presencia de Dios en Jesucristo y canta exultante su misterio de amor crucificado y su Pascua salvífica. Por lo tanto, en la Liturgia de las Horas "Cristo asocia siempre a sí a la Iglesia", y por medio de la Iglesia continúa en el mundo su obra sacerdotal. La eclesialidad de la Liturgia de las Horas no está ligada al mandato jurídico que algunas personas reciben, sino que está fundada sobre el hecho de que la oración litúrgica de la Iglesia pertenece a la comunidad cristiana y expresa su profundo anhelo de oración. Lo dicho hasta aquí debe interpretarse en el contexto de una adecuada teología y espiritualidad de la oración. El misterio de la ora305
ción cristiana es una realidad unitaria. La oración litúrgica realiza y expresa en modo eminente y ejemplar este misterio. La oración de las horas no excluye otras formas de oración, pero es la norma o criterio de toda auténtica oración cristiana porque es una oración eminentemente bíblica, objetiva y tradicional en el más auténtico sentido del término. La Liturgia de las Horas asegura una estructura que modela, nutre y modera la oración privada, y que a su vez la oración privada hace más interior, personal e intensa. 5.2.2.3 Elementos de la Liturgia de las Horas r
Salmos y cánticos
Los salmos son composiciones religiosas y obras poéticas, texto de oración que ha acompañado y nutrido la fe del pueblo de Israel. Cristo mismo ha rezado los salmos. La Iglesia, pueblo de la nueva alianza, no ha dejado nunca de rezar y cantar los salmos en la liturgia, particularmente en la Liturgia de las Horas. Y ya que los salmos constituyen el elemento relevante de la misma, caracterizan a ésta como oración de alabanza. La fidelidad a la oración de los salmos es un dato común a todas las liturgias cristianas, constituyendo los textos esenciales de la oración de la Iglesia desde su existencia. En el salterio litúrgico encontramos también, junto a los salmos, 35cánticos bíblicos, de los cuales 26 son del AT y 9 del NT. A estos tenemos que agregar los cánticos evangélicos: Benedictus, Magníficat, Nunc dimittis. Para descubrir las riquezas de los salmos y familiarizarnos con su lenguaje y mentalidad, tenemos que leerlos y rezarlos en el contexto de toda la revelación bíblica, que tiene como punto culminante el misterio de Cristo. La Liturgia de las Horas, con un sentido pedagógico, ade306
más de teológico, trata de que el canto de los salmos y cánticos sea hecho de modo tal que emerja claramente el sentido cristiano de los mismos. Por eso la oración de las Horas coloca al inicio de cada salmo una antífona que guía la oración del salmo en tal o cual sentido. También podemos ver que cada salmo lleva un título que nos da sintéticamente el sentido literal del mismo; junto al título del salmo encontramos además una frase del Nuevo Testamento o de los santos Padres que ayuda a su oración en clave cristológica y eclesial. La oración de cada salmo se concluye con el "Gloria al Padre" para situarlo en el marco de la alabanza trinitaria. Finalmente, al final de cada salmo se puede recitar la colecta sálmíca, que es una oración inspirada en el salmo mismo, y que resume en clave cristológica y eclesial el contenido general del salmo o su tema principal. Todo esto ayuda a una oración más personalizada de los salmos. En cuanto a la forma de ejecución de los salmos, conviene que sean recitados o cantados en armonía con el género literario que les es propio. Con este criterio, la Iglesia usa modos característicos de rezar los salmos: Proclamación leída: un lector proclama el salmo. La comunidad, sin leer su texto en el libro, escucha y medita. Este modo resulta particularmente adecuado para los salmos que relatan una historia o una reflexión sapiencial, como el salmo 32 (31). Proclamación responsorial: un solista o un pequeño coro canta los versículos del salmo mientras los participantes escuchan en silencio contemplativo, e intervienen con alguna antífona o aclamación como se hace en el salmo responsorial de la Misa. Esta forma es particularmente apropiada para los salmos que contienen un texto que se repite en forma letánica, como por ejemplo el salmo 136 (135). 307
Recitación o canto a dos coros: es la forma generalmente más usada. Se debe preferir para los salmos que contienen una oración de carácter prevalentemente comunitario, como el salmo 99 (98) . Canto hímnico ai unísono: es la forma más indicada para las aclamaciones entusiastas, sobre todo breves. Se podría cantar siempre en este modo el tercer salmo de laudes. Diálogo entre solista y asamblea: uno o más solistas, según los personajes que intervienen en el salmo, hace la parte propia y la asamblea interviene en las aclamaciones plurales.Un ejemplo interesante es el salmo 110 (109), recitado en la n vísperas del domingo. Estos varios modos de rezar los salmos respetan los diversos géneros literarios de los salmos y facilitan, al mismo tiempo, la atención y dan variedad a la celebración. '> Otros
elementos
En el esquema celebrativo de la Liturgia de las Horas, además de los salmos y cánticos bíblicos, encontramos otros elementos: Los himnos al comienzo de cada Hora son composiciones litúrgicas que nos disponen e introducen en el misterio que se celebra en aquella Hora, fiesta o tiempo litúrgico. Además de los himnos clásicos, las conferencias episcopales pueden introducir como himnos nuevas composiciones poéticas, siempre que estén acordes plenamente con el espíritu de la Hora, del tiempo o de la festividad: se ha de evitar cuidadosamente el que sean ad308
mitidas canciones populares carentes de todo valor artístico y no correspondientes a la dignidad de la liturgia (OGLH 178).
Las lecturas de la Liturgia de las Horas están distribuidas en ciclo bienal de textos bíblicos y anual de textos patrísticos para el Oficio de Lecturas. También tenemos textos o lecturas breves para laudes, vísperas y horas menores. Los responsorios pueden ser considerados como un apéndice de las lecturas, su eco y prolongación conceptual. Son una ayuda para la meditación del texto anteriormente leído. Las preces comprenden las intercesiones que se expresan durante las vísperas, las invocaciones hechas en laudes para consagrar la jornada a Dios. "Las conferencias episcopales poseen la facultad tanto de adaptar las fórmulas propuestas en el libro de la Liturgia de las Horas, como de aprobar otras nuevas" (OGLH 184). Las preces se concluyen con el Padrenuestro y la Oración final. El Padrenuestro representa el culmen de toda la estructura de laudes y vísperas. Con la recitación del mismo en la Misa, se verifica la triple repetición diaria de la oración del Señor, practica con la que los primeros cristianos reemplazaron la triple oración judía del Shema Yisrael. Todos estos elementos concurren en la estructura de la Liturgia de las Horas para alcanzar el fin al que tiende la Oración de la Iglesia: el diálogo entre Dios y el hombre. Siempre se corre el peligro de que la celebración de ia Liturgia de las Horas degenere en mera palabrería, tanto más vana cuanto más solemne sea su aparato ritual.
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La preocupación, nacida de una atenta observancia de la ley, que mira más a la cantidad de lo que debe decirse que a su calidad, más a la forma externa que a lo que ésta recubre, puede ser otro peligro de deslizarse a un ritualismo vacío, carente de todo vínculo con la vida espiritual. La calidad de la oración no depende, ciertamente, ni del número de salmos que se dicen ni del número de Horas que se celebran, sino de la disposición interna de la mente y del corazón. Para lograr la plena eficacia de la Liturgia de las Horas, así también como de toda la Liturgia, es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con rectas disposiciones espirituales, que conformen su mente a las palabras y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano (se 11). Mediante los elementos y signos litúrgico-estructurales de la Liturgia de las Horas, su celebración debe centrar la atención no en sí misma sino en la realidad del misterio que celebra. Todo debe contribuir a que la asamblea litúrgica, arraigada en la fe, exprese su participación en el misterio de Cristo. La modulación de la voz, la postura del cuerpo, la manera de pronunciar una fórmula o de proclamar una lectura, todo ha de estar animado por una verdad y un calor interior, que son el resultado de una participación consciente. De tal manera, también comunicaremos a los demás la presencia viva de Cristo, que nosotros recibimos en su Palabra y en la respuesta que le damos. "¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba? ¡Quédate con nosotros, Señor!" (Le 24,32.29).
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5.2.2.4 Naturaleza y espíritu de las diversas Horas La estructura horaria de la Liturgia de las Horas no es sólo resultado del hecho que cada uno de los oficios venga celebrado a lo largo y en determinados momentos del día, sino también por el contenido temático referido a las Horas y a los misterios de la salvación históricamente ligados a ellas. Dado el carácter sintético-introductorio de la siguiente presentación, remitimos al lector a la Liturgia de las Horas misma y, más concretamente, a las oraciones conclusivas de las diversas Horas. Su contenido teologicoespiritual es de gran valor, además de darnos el sentido de cada momento de oración que estamos celebrando. Laudes y Vísperas. Constituyen el "núcleo" de la Liturgia de las Horas (cf. OGLH 29) y deben ser celebradas como, oración matutina y vespertina respectivamente. El día y la noche tienen una relación estrecha con la vida humana, y expresan el ritmo fundamental de todos los seres vivientes. La tradición eclesial ha santificado este ritmo cósmico con la oración de Laudes y Vísperas. Los Laudes son la oración de la mañana. Muchos de los textos de esta celebración se refieren a la mañana, a ia aurora, a la luz, al nacer del sol, al inicio de la jornada. Se trata de dones de Dios para ei servicio del hombre que, a su vez, se convierten en alabanza y gloria del Creador. Desde este punto de vista son tradicionales los salmos 63 (62) y 51 (50). Por otra parte, esta temática cósmica evoca la resurrección de Cristo, luz que ilumina el mundo y que "yiene a visitarnos de lo alto" y a guiarnos en nuestra vida cotidiana (cf. OGLH 38). Las Vísperas son la oración de ia tarde, después del trabajo cotidiano, cuando el día termina y avanzan las primeras horas de la noche. Con la oración vespertina oíre311
cemos al Señor el trabajo de nuestra jornada, transformado en sacrificio espiritual de acción de gracias, como lo expresamos en el salmo 141 (140) También esta hora pone en relación los temas cósmicos con los misterios de la salvación: se conmemora la cena del Señor, que se celebró "hacia el atardecer" (Mt 26,20; Me 14,17); el caer de la tarde nos recuerda las tinieblas de la Pasión y de la muerte de Cristo, mediante la cual ofreció el sacrificio de alabanza por excelencia: se evoca también la naturaleza transitoria de todo lo creado y la espera definitiva de! Reino de Dios, que tendrá lugar al finalizar el día cósmico (cf. OGLH 39). Oficio de lecturas. Esta celebración, así como se la propone hoy en la liturgia romana, es un espacio de tiempo dedicado a la escucha reflexiva y contemplativa de la palabra de Dios. Puede ser un modo de ejercitarse en la lectio divina con los textos bíblicos y patrísticos que son su base. Los tres salmos de este oficio colocan las lecturas en un clima de alabanza y oración, estimulado con la evocación de las maravillas obradas por Dios a lo largo de la historia de la salvación. El Oficio de lecturas se celebra en un momento de la Jornada que resulte más apto para una tranquila y serena reflexión. Puede ser celebrado también en el silencio de la noche en circunstancias particulares, por ejemplo en las vigilias de algunas fiestas importantes del año litúrgico. Tercia, Sexta. Nona u Hora media. Fuera del coro se puede elegir una de estas tres Horas (Hora media) que más se adapte al momento de la jornada, de modo que se conserve la tradición de orar en el curso del trabajo. Los Padres de la Iglesia pusieron estas Horas en relación con algunos acontecimientos de la historia de la redención en la persona de Cristo. Las oraciones conclusivas de estos oficios hacen especial referencia a ello.
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Completas. Es la oración que se recita antes del descanso nocturno. Eventualmente también después de medianoche. Cuando el día está por terminar, nos ponemos confiados en las manos de Dios. Inicia con un examen de conciencia en silencio, o utilizando un acto penitencial sirviéndose de las diversas fórmulas del misal romano. Son tradicionales los salmos 4, 91 (90) y el 134 (133). Vértice de esta Hora es el cántico de Simeón (Le 2, 29-32), que expresa la alegría y la gratitud a Dios por habernos permitido encontrar a Cristo Salvador. Terminada esta Hora, la tradición medieval ha introducido el canto de una antífona mañana en forma de oración y que, más allá de su carácter devocional, quiere elevar nuestro último pensamiento del día a la Madre de Dios, tan íntimamente asociada a la obra de la redención. 5.2.2.5 La pastoral de la Liturgia de las Horas Aun con el riesgo de repetir algunas cosas ya expuestas, vamos a sintetizar los puntos más sobresalientes de la OGLH en orden a la pastoral de la Liturgia de las Horas: La Liturgia de las Horas es cumbre y fuente de la acción pastoral, de manera que los que toman parte en ella contribuyen al crecimiento del pueblo de Dios y la plegaria se convierte en un manantial de vida cristiana (OGLH 18). La celebración comunitaria de la Liturgia de las Horas, tanto a nivel diocesano, parroquial o de otras comunidades, hace visible ¡a Iglesia de Cristo (OGLH 20-22,). De ahí que el papel de los ministros de la Liturgia de las Horas, es decir, de quienes han recibido el orden sagrado, o están provistos de un particular mandato de celebrarla, consiste en convocar a la comunidad y dirigir su oración, proporcionar la debida catequesis para la celebración común y enseñar a los fieles a participar (OGLH 313
23; cf. se 84; PO 5). Todo esto debe entrar en los objetivos pastorales y evangelizadores de un pastor: formar comunidades orantes. Otra consecuencia del ideal comunitario de la celebración de la Liturgia de las Horas es la recomendación de la recitación común de los sacerdotes, religiosos, laicos e incluso familias (OGLH 2427J, especialmente en los Laudes y las Vísperas.
también nuestro sacerdocio. Y así como en Cristo la oración fue siempre un acontecimiento salvífico, nuestra Liturgia de las Horas, en cuanto sacramento de la oración de Cristo, es un acontecimiento salvífico en acto. Nuestra oración se convierte en una oración salvífica en el doble movimiento de santificación de los hombres y glorificación de Dios.
Para facilitar la participación de los fieles, dentro del respeto primordial a la estructura propia de la Liturgia de las Horas (cf. OGLH 33,), se pueden hacer las adaptaciones que sean necesarias: lecturas más largas o más adecuadas (OGLH 46; 248; 250); homilía (OGLH 47); silencio sagrado (OGLH 48); cantos apropiados en lugar del responsorio (OGLH 49); elección de salmos que faciliten una gradual y mejor inteligencia de los mismos (OGLH 247; 252); sustitución de formulario (OGLH 247); celebración de oficios votivos (OGLH 245).
La Liturgia de las Horas es así fuente de vida cristiana, de santificación, de espiritualidad y de dinamismo pastoral.
Singular importancia ha de tener para la pastoral de la Liturgia de las Horas, el que la celebración se estructure y desarrolle atendiendo al ejercicio de todos los ministerios que integran la asamblea litúrgica y a la realización de las actitudes y los gestos (OGLH 253ss.); especial atención merece el canto, que es algo fundamental (OGLH 270; 267-268). La Liturgia de las Horas es una oración que, antes o más que nuestra, es una realidad divina que irrumpe en nuestra historia, en nuestro tiempo y en nuestra vida. La alabanza no es una melodía, sino una Persona, Cristo, que con su encarnación introdujo en nuestro mundo la alabanza trinitaria para que en él y por él la pudiéramos hacer nuestra. En la Liturgia de las Horas Cristo ejerce su sacerdocio, y con él la salvación. Los bautizados ejercemos en ella
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La Liturgia de las Horas es una realidad eclesial, que pertenece al ser y a la vida de una Iglesia que atraviesa los siglos como la gran Orante de la historia. Por su característica horaria, la Liturgia de las Horas prolonga en el tiempo la potencialidad santificadora de todos los sacramentos, particularmente de la Eucaristía. Toda la vida sacramental reverbera en la Liturgia de las Horas empapando las horas a través de la alabanza y la contemplación, y de esta manera santifica el tiempo precisamente porque santifica a las personas, que son la medida del tiempo y al tiempo ellas mismas con su perdurar en el ser. La alabanza se hace Liturgia en su celebración. La voz, el espíritu, la existencia entera, todas nuestras acciones, se convierten en glorificación de Dios. Esto es lo que creemos cuando, en una hermosa oración de Laudes del Sábado de la n semana, rezamos: Que nuestros labios. Señor, nuestro espíritu y toda nuestra vida sean una continua alabanza en tu honor; y. puesto que todo nuestro ser es un don de tu gracia, que también cada una de nuestras acciones te este plenamente dedicada.
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Liturgia de las Horas RESUMEN Año Litúrgico El año litúrgico es liturgia, es decir antes que un mero ordenamiento de la liturgia de la Iglesia en los 365 días del año o una sucesión de fiestas, es la celebración del misterio de Cristo y, más aún, la persona misma de Cristo celebrada como memoria, presencia y profecía en el tiempo, que es la categoría en la que se realiza la salvación cristiana. La presencia del misterio en el año litúrgico es dinámica -de comunión entre Dios y la asamblea-, y eclesial, pues es para la vida de la Iglesia. El domingo es la fiesta primordial de los cristianos. Los grandes ciclos del año litúrgico son: el de Pascua, con el tiempo de Adviento, las solemnidades de Navidad y Epifanía y el tiempo de Navidad que dura hasta la fiesta del Bautismo del Señor; y el de Pascua, con el tiempo de Cuaresma, la Semana Santa con el Triduo Pascual que culmina en la Vigilia Pascual, el tiempo pascual y la solemnidad de Pentecostés que lo cierra. El resto del año litúrgico es el Tiempo Ordinario o Tiempo durante el Año, cuyo ritmo está dado esencialmente por los domingos. Además, en el curso del año litúrgico el único misterio de Cristo se despliega en una multitud de fiestas del Señor, de la Virgen María y de los santos, que tienen su expresión tanto en la celebración de la eucaristía como en la liturgia de las horas. María está íntimamente asociada al misterio de Cristo, y los santos también participan por su vida y testimonio de ese mismo misterio.
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La liturgia de las horas es la oración de la Iglesia por excelencia. Históricamente enraizada en la oración veterotestamentaria, la del propio Señor Jesucristo y la de la comunidad primitiva, la liturgia de las horas santifica las horas del día y de la noche y representa simbólicamente la oración incesante de la Iglesia. Los salmos constituyen su estructura portante, y la oración de Cristo es testimonio, modelo y ejemplo de la oración de la Iglesia de todos los siglos. El concilio Vaticano n reformó profundamente la liturgia de las horas, colocando como horas principales laudesy vísperas, a las que llama "el doble quicio" en torno al cual gira toda la alabanza de las horas. Además están las tres horas medias de tercia, sexta y nona, el oficio de lecturas y las completas, oración para el fin de la jornada. Un importante logro del Vaticano II fue el de volver a valorar la liturgia de las horas, tal como era en los primeros siglos, como oración de toda la Iglesia, es decir también de los fieles laicos, y no sólo de los clérigos y religiosos. La liturgia de las horas celebrada por el pueblo de Dios edifica y manifiesta la Iglesia. La liturgia de las horas es oración de la Iglesia, con Cristo, animada por el Espíritu Santo. Celebra el misterio pascual y es, como la eucaristía, actualización del sacerdocio de Cristo.
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BIBLIOGRAFÍA
EJERCICIOS Preguntas sobre el Año Litúrgico: 1. ¿Qué se entiende por "año litúrgico"? 2. ¿Cuáles son los ciclos del año litúrgico? 3. Describa cómo se celebra el ciclo pascual y el de Navidad en su comunidad. 4. Buscar en el Misal el formulario del santo patrono de su diócesis. Preguntas sobre la Liturgia de las Horas: 1.
¿Cuál es la importancia y el sentido de la liturgia de las horas?
2.
¿Cuáles son las horas principales y cuál es su estructura?
3.
¿Cuál es la naturaleza y el sentido de cada una de las horas litúrgicas?
I. Año
Litúrgico
AA.VV., Año litúrgico - ciclos y fiestas, en AA.VV., La celebración en la iglesia, III, Ritmos y tiempos de la celebración, Salamanca, Sigúeme, 1990, 29- 282. — Celebrar el año del Señor, en "Phase" 115(1980) 1 -92. Bergamini A., Año litúrgico, en NDL 136-144. Bernal J.M., Iniciación al año litúrgico, Madrid, Cristiandad, 1984. Brovelli R, Año litúrgico, en DTI 1, Salamanca, Sigúeme, 1982, 431-444. López Martín J., El año litúrgico en la vida y el ministerio de los presbíteros, en AA.VV., Teología del sacerdocio 12 (Burgos 1980) 309-377; El año litúrgico. Historia y teología de los tiempos festivos cristianos, Madrid, BAC popular 62, 1984. Nocent A., Celebrara Jesucristo. El año litúrgico, 7 vols., Santander, Sal Terrae, 1979. II. Liturgia de las horas AA.VV., La alabanza de las horas. Espiritualidad y pastoral, Barcelona, Dossiers CPL 46, 1991. — La oración de las horas. Historia, teología y pastoral del Oficio Divino, Salamanca, Ed. Secretariado Trinitario, 1984.
318
319
— Liturgia de las Horas. Veinte siglos de historia, Barcelona, Dossiers CPL 36, 1988.
6
— Orar con la Iglesia, en "Liturgia" 254, 1971, 107-174. — Pastoral de la Liturgia de las Horas, en "Phase" 130, 1982, 265-335. Baroffio B., Liturgia de las Horas, DTI 3, Salamanca, Sigúeme, 1982, 345-365.
¿DÓNDE CELEBRAMOS?
López Martín J.L., La santificación del tiempoZ, Madrid, Instituto Internacional de Teología a Distancia, 1984. Pinell J., Las oraciones del Salterio "Per annum" en el nuevo libro de la Liturgia de las Horas, en "Ephemerides Liturgicae" 86 (1972) 354-389, 417-448. Rafia V., Liturgia de las Horas, en NDL 1164-1191.
Daniel P. Cronin Toda la tierra es sania y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un misino lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la edificación de un edificio espiritual" (l P 2,4-5) CEC l 179. INTRODUCCIÓN LA celebración litúrgica no es solamente una realidad espiritual, sino también material y corporal. Es una acción que envuelve a todo el ser humano en toda su realidad. Consiste de palabras recitadas, cantadas, proclamadas y predicadas; movimientos, procesiones, gestos, posiciones y actos rituales. La acción más básica en la celebración es la de reunirse en un lugar específico donde se celebrará la liturgia. Este lugar pudiera ser prácticamente dondequiera ante una necesidad; en una celda durante tiempos de guerra, en una playa o bosque del campo de batalla, etc. En circunstancias normales la comunidad cristiana prepara un
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edificio específicamente construido según los requisitos celebrativos dedicado únicamente para el culto. Las paredes y el techo enmarcan un espacio donde la asamblea se reúne y celebran los misterios de su redención. El Concilio Vaticano n trajo un cambio en la forma que han tomado los espacios de celebración de la liturgia. Este cambio es expresión exterior de un cambio de la manera en que la Iglesia piensa y celebra la liturgia. Puede causar confusión si hay una falta de formación en la nueva perspectiva. Es importante que entendamos las nuevas formas al igual que sus razones, porque los espacios afectan la manera en que celebramos la liturgia y oramos. Hay que tener en cuenta que cuando se habla de los espacios de la celebración se refiere también al arte y la arquitectura, es decir, a todo el ambiente litúrgico. Para entender y apreciar los espacios de la celebración tenemos que saber el propósito que estos tienen en el modo de pensar de la Iglesia. Su razón de ser, primero en general y después en cada espacio particular. En la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium (se) el número 14 habla del propósito general del espacio celebrativo además de todo lo que concierne a la liturgia: La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación Santa, pueblo adquirido' (1 P 2, 9; cf. 2, 4-5).
Es toda la asamblea la que celebra el misterio pascual en la eucaristía y los demás sacramentos 2 (se 6; 7; 26). "Toda la asamblea es liturgo cada cual según su función" 3 . Por eso, esta participación en su más mínima expresión exige que los fieles puedan ver y oír toda la acción litúrgica. Este cambio, según lo pide la reforma, también se debe manifestar en los textos y ritos que: ... se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria (se 21). Este requisito de que pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas eficazmente se aplica también a los espacios de la celebración. El espacio celebrativo, junto con el arte allí contenido, tiene obligatoriamente que proveer esta participación respondiendo al derecho y obligación de la asamblea de poder participar plena, consciente y activamente como lo requiere la naturaleza de la liturgia misma. La forma del edificio de culto y sus diferentes espacios está íntimamente relacionada con el nivel de la participación. En otras palabras, la participación es la regla usada, conscientemente o no, para la construcción del edificio de culto y para la confección y ubicación de obras artísticas usadas en la iglesia. Si el concepto de la participación está limitado, la iglesia construida para esa comunidad reflejará esa misma limitación.
2 1
Vea también SC 11, 30, 31, 48.
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3
Catecismo de la Iglesia Católica = CEC 1136-1144. CEC 1144.
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Es necesario ver la cuestión desde esta perspectiva de participación porque estamos en el contexto litúrgico. Cuando se trata de arte y arquitectura para el espacio de la liturgia no podemos legítimamente divorciar esta discusión de la liturgia. Por eso, muchas veces hoy día se distingue entre los dos conceptos: arte sacro y arte litúrgico 4 . El arte sacro es la obra artística (incluyendo arquitectónica) que trata de temas religiosos o teológicos. Arte litúrgico, sin embargo, trata solamente de obras de arte que sirven, contribuyen o apoyan la acción de la asamblea en la celebración litúrgica 5 . El arte litúrgico siempre es también por su naturaleza arte sacro. Pero el arte sacro puede o no ser litúrgico: apto para la liturgia. En otras palabras, puede que una obra de arte sacro, que encarna principios teológicos al nivel más alto, no sirva para la liturgia porque, por ejemplo, distrae en vez de apoyar la acción celebrativa 6 .
primera instancia, porque los fallos serán reflejados en la espiritualidad, la liturgia "es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano" (se 14).
Los espacios donde la asamblea se reúne para celebrar el memorial del misterio pascual de Jesucristo hablan de modo directo de la fe y oración de esa comunidad. Las formas que toman los diferentes espacios reflejan las creencias de la comunidad y sus valores.
Después de la resurrección y ascensión de Jesús, la comunidad naciente, encomendada por el Señor a hacer memoria de su misterio pascual a través de una cena, comenzó a reunirse en domingo, el "día del Señor" y a celebrar la eucaristía que en aquel momento estaba insertada todavía en el ágape, la comida fraternal. Esta celebración comenzó en casas privadas porque una de las características de este nuevo "movimiento" era que no estaba conectado a ningún templo 8 , el nuevo templo era Jesús con su cuerpo: la asamblea,
Después de tomar forma concreta, estos espacios comienzan a formar a la comunidad reforzando sus creencias y estilos de orar para generaciones futuras. Por esta razón es tan importante reflejar en los espacios donde la asamblea celebra y asegurar la forma del espacio de
Cf. López Martín. J., La Liturgia de la Iglesia: Teología, historia, espiritualidad y pastoral, Madrid, 1994. 167. Chenis, C, Fondamenti teorici dell arte sacra: magisterio post-conciliare, Roma, 1991. 66. La Iglesia se presenta como arbitro de las artes, discerniendo entre las obras "que eran consideradas aptas para el uso sagrado" (SC 122).
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Tenemos que preguntarnos: El espacio de nuestra celebración, ¿refleja nuestra realidad como pueblo de Dios que acoge al hermano conocido al igual que ai extranjero y lo hace sentir en casa? ¿Expresa la acción de una comunidad que participa en la liturgia de forma plena, activa y consciente en vez de espectadores? ¿Habla de una celebración de los sacramentos, signos y símbolos que verdaderamente significan por el cuidado y esmero en que los realizamos y no meramente en forma mínima para asegurar la validez? 6.1
Breve recorrido histórico 7
Para esta sección utilizo el trabajo de Klauser, T., "A Short History of the Western Liturgy: An account and some reflections", en The Liturgy and Church Architecture, N.Y., 1979, 140-152. Cf. Pastro, C , Arte Sacra: O Espago Sagrado Hoje, Brasil, 1993, 241-243; López Martín, J., La Liturgia de la Iglesia: Teología, historia, espiritualidad y pastoral, Madrid, 1994, 166-167. "No tenemos templos", Minucio Félix, Octavius, 32,1; Tertuliano, Sobre los espectáculos, cap. 13. Cf. CEC 1179.
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El Catecismo de la Iglesia Católica dice: El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4, 24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la edificación de un edificio espiritual"('i P 2, 4-5). El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el templo de Dios vivo" (2 Co 6, 16) (CEC 1179). Tampoco hacía falta un altar de piedra como el usado en los sacrificios cruentos 9 . Los únicos elementos absolutamente necesarios para la eucaristía fueron una asamblea con su ministro, apóstol o sucesor, pan y vino. La necesidad humana de esta asamblea exigía un lugar (casa) y una mesa (de familia). Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido (cf. DH 4), los cristianos construyen edificios destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo (CEC 1180). Luego estas casas fueron donadas por individuos de la comunidad y dedicadas específicamente a la asamblea dominical y a la celebración de los sacramentos. Por eso, la casa más primitiva encontrada relativamente intacta
9
Cf. Farnés Scherer, P., Construir y adaptar las iglesias, Barcelona. 1989, 136-138.
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es la domus ecclesiae ("casa de la asamblea") de Dura Europos, situada en Siria, que en el tiempo de su uso pertenecía al Imperio Romano. Esta casa fue construida un poco después de 200 d.C. Fue modificada para la celebración de la comunidad: dos cuartos fueron convertidos en uno, removiendo el muro de división, y ubicando una tarima a un término del espacio. A la derecha de la entrada de la casa, un espacio pequeño fue transformado en bautisterio con una pila del tamaño del cuerpo humano y con decoraciones en las paredes. Podemos percibir que a este nivel primitivo de la Iglesia los espacios para el culto fueron funcionales: todo existía para la acción celebrativa de la comunidad. Eran sencillos en su construcción y ornamentación, sin necesidad de cosas superfluas. Las decoraciones en las paredes, en este caso particular, del bautisterio, tienen el propósito de dirigir la mente de los participantes al sacramento celebrado. El espacio para la eucaristía fue único, sin divisiones arquitectónicas. Todos podían oír y ver la acción de los ministros porque estaban cerca de ios focos de acción, dando así la oportunidad de hacer propia las oraciones y acciones expresadas en el lenguaje litúrgico, entendido por la asamblea. Todas las indicaciones nos dirigen hacia la conclusión de que el protagonista de la acción litúrgica en este momento era toda la asamblea. El Emperador Constantino (iv Siglo) reemplazó el culto pagano por el Cristianismo de manera oficial, transformando el culto cristiano de una asamblea familiar a un evento público. El edificio más apto para la celebración comunitaria era la basílica romana, utilizada para asambleas públicas: un salón grande, largo y ancho con columnas a cada lado, terminando en la parte occidental en el ábside, una construcción semicircular con gradas y un techo redondeado. En el centro de la pared del ábsi327
de estaba la sede del Obispo, la cátedra con un banco a cada lado para los presbíteros. El altar todavía pequeño, separado de la pared, fue cubierto con un baldaquino para destacarlo. Los celebrantes y la asamblea se enfrentaron, todos mirando hacia el altar. El lugar para la proclamación de la palabra fue ubicado entre la asamblea. Este estilo basilical fue imitado, con algunos cambios, en la mayoría de las iglesias hasta hoy. A veces un transepto fue insertado entre el ábside y la nave dando así la forma de una cruz al edificio. Hay que recordar que la adopción de la forma basilical surgió porque era lo que existía en ese momento, arquitectónicamente. Llenaba los requisitos de una asamblea grande. En el Medioevo hubo un cambio de material de construcción: de ladrillo a piedra. Esto inmediatamente causó que el interior del espacio se oscureciera al tener que hacer las ventanas más pequeñas, con columnas más grandes para sostener el peso mayor. El presbiterio fue elevado para acomodar la cripta bajo él. Este fue el comienzo de una tendencia lamentable de separar la acción litúrgica de la asamblea. Tendencia que se agudizó, desde el siglo xu en adelante, a! poner la rejilla del coro entre la asamblea y el presbiterio. El celebrante ya tenía su espalda hacia la asamblea. El altar se encuentra pegado a la pared del ábside y la cátedra del obispo se ubica al lado izquierdo. Los altares para la celebración privada se multiplicaron. El periodo Gótico permitió más luz en el interior de la iglesia con ventanas más grandes y muros menos espesos por su avance en las técnicas de construcción. Las ventanas grandes se llenaron de vitrales bellos que inspiraban y enseñaban a los fieles, pero que los distraía 328
de la liturgia. El coro, espacio entre asamblea y altar fue extendido para ubicar los lugares para el clero y monjes en las catedrales e iglesias monásticas para el oficio divino (mejor conocido hoy por la Liturgia de la Horas). El podio en medio de la asamblea sirvió para la prédica en el vernáculo durante la misa, separando el sermón de la celebración. El altar empieza a servir al retablo que crece en su elaboración y el arte se cambia de vez en cuando para que los fieles contemplen la vida y sufrimientos de Cristo y los Santos, distrayendo de nuevo la atención de la acción litúrgica. El Renacimiento mantenía las formas de la iglesia Gótica con cambios ornamentales, pero el Barroco tomó otra dirección. Logró hacer el espacio litúrgico único de nuevo, eliminando la rejilla y las capillas laterales y reubicando los altares laterales de modo que la asamblea no quedara dividida. Aunque el espacio se mejoró, la atención se dirigió a otro extremo, en este caso, la devoción al Santísimo Sacramento; todo en el espacio, el arte y la arquitectura sirvió para dirigir la atención de los fieles al sagrario, en vez de a la acción litúrgica. Con el Movimiento Litúrgico comenzó una tendencia, en algunos lugares mayormente de Europa, de construir iglesias con una nueva mentalidad (o mejor dicho muy antigua) de permitir la participación de la asamblea en la acción litúrgica, anticipando así, los cambios confirmados por el Concilio Vaticano n. Estos espacios tomaron en consideración los requisitos de la participación y tuvieron éxito en mayor o menor grado, dependiendo de las circunstancias. Este esfuerzo por cambiar mentalidades continúa hoy. Hay iglesias que encarnan esta nueva perspectiva de forma muy atractiva con obras artísticas y arquitectóni-
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cas que son verdaderamente participativas y bellas a la vez. Pero con más de 30 años desde la publicación de Sacrosactum Concilium (se) hay que continuar avanzando. A veces existe una tendencia al estancamiento. Hace falta concientizar a todos de la exigencia de promover la participación plena, activa y consciente de los fieles, y que los fieles se formen en los derechos y obligaciones de esta participación que el bautismo les provee y les requiere.
6.2 El espacio celebrativo El espacio celebrativo de una comunidad es en realidad un conjunto de diferentes espacios que forman el ambiente litúrgico total. Cuando se habla de los espacios donde la liturgia se celebra, se refiere al lugar y todo lo que ese lugar contiene: el arte, la arquitectura y todos los demás objetos y elementos que se encuentran en los alrededores, fuera y dentro del edificio. En otras palabras hablamos del ambiente. En la liturgia, el arte tiene un lugar privilegiado por su capacidad de abrir el significado de la palabra más ampliamente a la comprensión. El arte ilustra la palabra, mientras la palabra revela y explica la imagen. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente (CEC 1160). El arte litúrgico no es solamente la pintura, la escultura o el mosaico. El altar, el ambón y la sede también deben ser obras artísticas. Todos los elementos materiales en el ambiente litúrgico han de ser fruto del proceso artísti330
co en su manufactura, o por lo menos, en su selección e integración en el ambiente para que contribuyan a la armonía artística, en vez de una mera aglomeración de cosas. Considerando la distinción entre arte litúrgico y arte sacro y la necesidad de conformar todo a la participación de la asamblea, se da cuenta que el arte en el edificio de culto no debe distraer de la acción litúrgica. En una iglesia donde la participación tenga un lugar exaltado se pondrá mayor énfasis a los focos de atención que son el altar, durante la liturgia eucarística; el ambón, durante la palabra proclamada; la pila, durante el bautismo y la sede, en los demás momentos. Además se procurará autenticidad de los vasos usados para el pan y vino y el material de esta comida. Estos focos serán confeccionados de forma sumamente artística, gastando los esfuerzos artísticos primero allí. Cuando hablamos de imágenes debemos pensar primordialmente en la cruz. Esta puede ser una cruz procesional que también sirve de cruz para el altar durante la celebración. Después se pensará en las imágenes que la comunidad crea importantes (por ejemplo el patrón de la comunidad, la Virgen María) ubicándolas de tal forma que contribuyan a los focos ya mencionados. También cualquier otro elemento artístico se tiene que gestionar con estos focos en mente y asegurarse de que no distraigan de los mismos. Hay principios artísticos que deben ser considerados por cualquier persona que confecciona o adquiere arte para la liturgia. Son necesarios para que la liturgia y su arte sea transparente al misterio celebrado. Estos son sencillez noble, evitando cualquier cosa superflua, de mal gusto o mera suntuosidad; la belleza; la calidad y la cualidad; la autenticidad o integridad y la hospitalidad. Se habla de principios y no un estilo en particular porque la Iglesia
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no considera como propio, estilo artístico alguno, aceptando las formas de cada tiempo (se 123). Fidelidad a los tiempos presentes, pide el uso también de los estilos y expresiones del arte contemporáneo e inculturado que están en consonancia con los requisitos de la liturgia. Pero esto no dice que el arte del pasado no pueda ser usado, en iglesias nuevas. El artista sabe cómo unir elementos del pasado y del presente para formar una nueva realidad. El contraste bien presentado ayuda a la obra artística y crea armonía entre diferentes edades y generaciones de la asamblea. La arquitectura ayuda a proveer un ambiente de belleza junto con funcionalidad a la acción celebrativa. El espacio de la celebración es un ambiente dinámico que sostiene y da impulso a la acción litúrgica. El ambiente entero es instrumento de fe transmitida y de celebración. Cada espacio de celebración tendrá sus propios requisitos y funciones que condicionarán la forma concreta que debe tomar. Esto sería el primer requisito: que la forma sigue la función. El segundo requisito sería asegurar que cada espacio celebrativo forme un conjunto armónico cuando el ambiente completo es experimentado por la asamblea. Para responder a) primer requisito tenemos que explicar cada espacio y su función. Estos espacios son: el espacio para reunirse; el espacio para la asamblea; el espacio para el presbiterio que incluye el espacio para el sacramento, la palabra y la presidencia; el espacio para moverse; el espacio para el bautismo y la reconciliación; y el espacio para la capilla del Santísimo Sacramento.
dirigir la discusión al asunto del espacio en sí. Esto porque en nuestra sociedad occidental sufrimos los efectos del pragmatismo que muchas veces no nos permite valorizar el espacio vacío. El espacio tiene vitalidad. Pero en la experiencia ordinaria damos por sentado este hecho porque vemos el valor de las cosas solamente en su uso. Consideramos aisladamente la plena realidad concreta del espacio y vemos el espacio solo como un medio. Conocemos el espacio, pero por la "anestesia" del pragmatismo, no sentimos el espacio*0.
6.3
6.3.1 Espacio para
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reunirse
Este primer espacio no se refiere todavía al espacio dela asamblea dentro del edificio sagrado, sino a ese espacio que se llama el atrio. Un lugar entre el estacionamiento y la iglesia como tal. Sirve como umbral y lugar de encuentro informal. Las primeras iglesias: casas renovadas y dedicadas a la comunidad para sus celebraciones, al igual que las basílicas disfrutaban de este espacio porque el attio era un elemento arquitectónico común a la cultura romana. La práctica tradicional europea de ubicar la iglesia a un lado de la plaza pública y a otro lado la casa del gobierno municipal aseguraba un espacio de encuentro informal al frente de la puerta principal de la iglesia.
10
Antes de entrar directamente a la exposición de los diferentes espacios que se acaba de mencionar hay que
Los e s p a c i o s celebrativos
D. Martín, Art and the Religious Expenence: The "Language" of the Sacred, Bucknell University Press, Lewisburg, 1972. 228, traducción libre (énfasis mío).
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El espacio para reunirse evita la tendencia que el hombre moderno tiene de ir directamente de su carro al banco sin tener un contacto más personal y humano con sus hermanos en la fe. Hay una inquietud general de parte de los arquitectos y planificadores urbanos a causa de esta misma tendencia que hoy permite al ciudadano entrar en su vehículo dentro del garaje de casa e ir directamente al estacionamiento de su trabajo o centro comercial, después de regresar a su casa y entrar en su casa propia sin tener contacto alguno con sus vecinos. Aún la comida se puede adquirir a través de la ventanilla de los restaurantes de comida rápida. El hombre moderno está perdiendo contacto no solamente con sus vecinos y la comunidad, sino con la naturaleza y esto se debe evitar en el contexto litúrgico donde el hombre completo está redimido, cuerpo y alma y en comunidad. El atrio también es el lugar para el equipo de acogida, que consiste en 4 a 6 personas, miembros de la comunidad, que saludan a aquellos que acuden a la iglesia y dan la bienvenida a la comunidad parroquial a aquellos que vienen por primera vez. Es un equipo de personas maduras que, superando todo tipo de divisiones personales o comunitarias, saben hacer sentir en casa a los feligreses y ayudan a encontrar asientos para aquellos con necesidad de asistencia por avanzada edad o impedimento. Pueden también entregar las hojas parroquiales que contienen los cánticos. Como área de reunión informal este espacio puede tener bancos con plantas y flores bien planificado. Puede estar bajo un techo y parcialmente expuesto al exterior o ser parte del interior de la iglesia. Sirve para el momento antes de entrar a la iglesia propia, compartir conversación y refrigerios después de la celebración. De esta forma ayuda expresar que la celebración litúrgica no es algo 334
aislado de la vida diaria de la comunidad, sino que precede y continúa antes y después y es algo llevado a la calle, la escuela, la casa de familia y al trabajo. Claro no debe ser tan cómodo que uno se quiera quedar allí, sino que debe inspirar la acogida fraterna que dirige hacia el culto divino del espacio interior. De manera muy práctica debe tener suficiente espacio para permitir conversaciones sin tener que salir del paso inmediatamente por el tráfico de personas entrando y saliendo de la iglesia. Al llegar allí y encontrar de nuevo al hermano se experimenta la alegría del reencuentro y evoca en el participante la anticipación de lo que viene, facilitando la asimilación gradual al grupo mayor. Este proceso comienza la transformación de los muchos individuos en el cuerpo de Cristo. Cuando uno se siente cómodo con el otro participará en la acción en vez de ser un espectador. Este umbral por su belleza y acogida expresa que algo especial se encuentra al otro lado11. 6.3.2 Espacio para la asamblea La palabra iglesia viene del griego y el latín ecclesia que se traduce en español con la palabra asamblea. Esto indica el lugar primordial que siempre ha tenido la reunión, la asamblea de la comunidad convocada por Dios para la celebración litúrgica de la palabra y el sacramento. Como Jesús mismo indica "donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Tanta es su importancia que se usa esta palabra para la Iglesia universal al igual que para la iglesia: edificio sagrado donde la acción celebrativa toma lugar (cíe, can. 1214).
11
Vea M. Mauck, Shaping a House for the Church, Chicago: LiturgyTraining Publication, 1990, p. 14.
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De todos los diferentes espacios, el de la asamblea es primordial. Condicionará la apariencia exterior de la arquitectura, que se basa en la forma de la asamblea allí congregada. Los demás espacios están incluidos en el de la asamblea o íntimamente relacionados con él. Debe ser el centro de planificación y construcción y el lugar exaltado porque encierra la comunidad, cuerpo de Cristo. El reconocimiento del cuerpo es imprescindible para San Pablo y fallar en este reconocimiento, trae graves consecuencias en la vida de fe (1 Co 28-29) y en la forma que toma el edificio sagrado que puede resultar como obstáculo a la participación plena, activa y consciente de la asamblea en la acción celebrativa.
en secreto que no permitía a la asamblea oírlas aún si pudiera entenderlas. De allí surge la práctica de sonar campanas, del siglo xn en adelante, durante la elevación de la hostia consagrada, ya que cada persona en la asamblea, a esa altura, estaba ocupada por su devoción privada, rosario, lectio divina u otra devoción. Al sonar la campana todos dejaban de hacer lo propio para mirar a la hostia, mirada que "salva" porque ya habían dejado de participar en la recepción de la comunión. Después de la elevación podían continuar con su actividad privada. De este modo no causaba dificultad la distancia de las personas en la última parte de la iglesia de la acción del sacerdote porque no participaban en la misma.
A través de los siglos los edificios sagrados se construían utilizando diferentes criterios basados en los conceptos, resultado de los conocimientos de la época con sus limitaciones. El fruto del movimiento litúrgico y el concilio Vaticano n ha sido un mayor conocimiento teológico y litúrgico tomando en cuenta la historia desde los comienzos de la comunidad naciente hasta hoy. Estas investigaciones y estudios resultan en una visión clara de la esencia de la asamblea y cómo se puede proveer espacios que faciliten mejor participación y encarnen su realidad de modo más auténtico.
Los cambios después del Concilio Vaticano n, resultado de las investigaciones avanzadas de los estudios no son la novedad que parecen ser, a nuestra experiencia limitada de la historia. En vez de novedad es un regreso a una práctica antigua y más auténtica, no arqueológica sino teológica en naturaleza y utilizando el concepto de domus ecclesiae (casa de la asamblea) en vez del concepto procesional. El sacerdote se ubica de cara a la asamblea como el presidente, haciendo las veces de Cristo y líder de oración. Se celebra en el idioma vernáculo entendido por la asamblea que conlleva la participación plena, activa y consciente. Mientras antes no hacía falta oír o ver la acción, ahora es requisito primordial para la participación que viene de la naturaleza misma de la liturgia. Por eso se advierte la necesidad de que los participantes de la asamblea, que ahora son protagonistas y no meros espectadores, deben estar ubicados lo más cerca de la acción posible.
Existe una imagen de la iglesia, edificio de culto que resultó de ia estructura anterior: larga y estrecha donde los sacerdotes se situaban con la espalda hacia la asamblea y todos se dirigían hacia la misma dirección, normalmente hacia el oriente. La imagen es de la iglesia procesional en peregrinación. No viene de un concepto que nace de las primeras comunidades, sino es un desarrollo que resulta más bien de las técnicas de construcción y la estructura del edificio. De todas formas llegó un momento en que el sacerdote decía las oraciones 336
La Norma del edificio de culto aparece en la Ordenación General del Misal Romano que dice "...la disposición general del edificio sagrado conviene que se haga de tal 337
manera que sea como una imagen de la asamblea reunida" (OGMR 257). El edificio sagrado se hace con la asamblea y su acción celebrativa en mente. El mismo número de este documento pide que sea "el lugar que pueda hacer más fácil" la activa participación de la asamblea (Ibid.). Cuando los que planifican la iglesia ponen mayor énfasis en cualquier cosa secundaria, caen en el peligro de poner obstáculos a la participación. Se repite aquí que los fieles tienen la necesidad básica de poder ver las acciones y oír las palabras proclamadas con facilidad y con ei uso de los medios tecnológicos de amplificación cuando sea necesario. Pero también existe la necesidad de sentirse cerca de la acción celebrada en cierto modo y no demasiado separado que puede hacer que la asamblea se sienta como espectadora. La mejor manera para asegurar la participación de la asamblea es cuando los fieles se ubican al frente y en cada lado del altar. Así nadie se encuentra demasiado lejos de la acción; todos están en comunicación 12 con la acción del altar, el ambón y la sede, visual y auditivamente, y pueden enfrentarse uno al otro, en vez de solamente ver la cabeza de la persona que está sentada ai frente. Esta ubicación confronta nuestro individualismo porque vemos no solamente el celebrante principal, sino también el Cristo presente en el hermano y la hermana que nos acompañan en esta acción comunitaria. Esto es importante porque la misa no es una devoción privada que uno hace a escondidas con el sacerdote y mi Dios sino la celebración Eucarística que es el momento comunitario por excelencia 13 . La característica comunitaria
12
13
Cf. López Martín, J., La Liturgia de la Iglesia: Teología, historia, espiritualidad y pastoral, Madrid, 1994, 168-169. se 26-27.
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de la liturgia nos pide responsabilidad de evangelizar y responder a las necesidades de los pobres y marginados. Nos exige compromiso con el ambiente y la justicia y con todas las preocupaciones que la celebración litúrgica nos debe inspirar porque la fe no se queda dentro de la iglesia. Aún en los edificios tradicionales se puede acercar el altar a la asamblea extendiendo el grado del presbiterio de forma que la celebración encuentre dinamismo, el que falta cuando hay una distancia extrema entre los fieles y el celebrante principal. No importa la estructura del edificio, el coro debe estar ubicado de tal manera que haga clara su función ministerial y a la vez su participación como parte de la asamblea (OGMR 274). Por esto es difícil defender la práctica de ubicar el coro en un balcón que resulta no solamente lejos de la asamblea de modo físico sino que hace que la música en sí y la animación musical aparezca lejos. Durante la mayor parte de la historia de la Iglesia el espacio de la nave del edificio sagrado era espacio para moverse (la nave es la parte más grande de la iglesia donde ia asamblea está ubicada). No habían bancos o sillas. En el siglo 13 los bancos empezaron a aparecer al frente primero para los que tenían los recursos económicos para comprarlos. Los demás detrás todavía tenían libertad de movimiento para ir hacia donde algo estaba sucediendo. Gradualmente el espacio de la nave se llenó de bancos que cambió drásticamente la dinámica de la acción litúrgica. Aún así el movimiento y el espacio necesario para el mismo es parte integral de la celebración y no debe ser visto como un asunto de mera conveniencia. Por eso el espacio de movimiento es parte del espacio de la asamblea y tienen su efecto en todos los demás espacios litúrgicos.
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Hay que tener en cuenta el espacio para el movimiento en la planificación de la iglesia, porque la celebración litúrgica está marcada por el elemento procesional. Si lo vemos desde el comienzo de una celebración típica, se empieza con el espacio necesario para que la asamblea pueda entrar y salir de sus lugares. Se refiere al acceso a los asientos. El pasillo central del espacio de la asamblea tiene que ser suficiente para proveer que dos personas una al lado de la otra puedan caminar cómodamente para la procesión de entrada y salida del celebrante principal, diácono y ministro. Las procesiones formales no pertenecen solamente al celebrante principal y los otros ministros. La acción litúrgica corresponde a toda la asamblea y por eso hay que preparar para las otras procesiones durante la celebración. La primera procesión de la asamblea es la de la presentación de los dones, pan, vino con agua y el dinero colectado. Esto quiere decir que hace falta espacio para que los ujieres puedan acceder a los asientos para la colecta y después el pasillo central se usa para la procesión en sí. El momento de la Comunión es otra procesión y es el momento donde más se puede notar la carencia de espacio. Aquí hace falta pensar no sólo en el espacio necesario para acercarse al ministro dando la comunión, sino que también es necesario para regresar a la silla o banco pensando siempre que habrá gente que no comulga, necesitando suficiente espacio para caminar alrededor de ellos. Este movimiento hacia el ministro para recibir la comunión es en sí un acto elocuente de auto ofrenda y recibimiento de la comida de vida eterna. Otro tipo de movimiento muy necesario es el que se hace durante el bautismo cuando todos los participantes se 340
muevan del lugar de la celebración de la palabra a la Pila bautismal. Cuando esto se puede planificar como una procesión y no solamente la reubicación de cuerpos puede servir de renovación y recuerdo de su propio bautismo para aquellos padres y padrinos que acompañan al candidato para el bautismo. Se tiene que pensar también en el movimiento durante bodas y funerales. Esto requiere espacio suficiente para la entrada y salida y espacio ai frente para la pareja en el caso de la boda o el ataúd en el del funeral. Es importante asegurar que haya suficiente espacio, pero no demasiado que resulte que el altar quede muy lejos de los primeros bancos que como se ha mencionado sería un obstáculo a la eficacia de la participación. Finalmente se menciona el movimiento necesario para: el rito de paz, si a veces hay llamada de niños al altar en una misa especial, la procesión del domingo de Ramos, la aspersión con agua bendita, etc. Lo más importante es recordar en todo esto que el espacio separado para el movimiento de la asamblea no es espacio perdido, sino un elemento integral a la acción celebrativa de la asamblea y su fácil ejecución. 6.3.3 Espacio para el presbiterio E! espacio para el presbiterio forma una parte integral del espacio para la asamblea. Esto queda claro cuando se entiende que la celebración litúrgica es acción de Cristo total, cabeza y miembros y que toda la asamblea es liturgo. Esta realidad viene por la naturaleza de la liturgia y el sacerdocio común que el creyente recibe por su bautismo: el derecho y obligación de participar en la acción litúrgica. El sacerdote celebrante principal hace las veces de Cristo, pero también es miembro de la asamblea.
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Los demás ministros ordenados o no, también pertenecen a la asamblea. La Iglesia habla del deber de "poner de relieve la disposición jerárquica y la diversidad de ministerios", pero inmediatamente después dice: "debe también constituir una unidad íntima y coherente, a través de la cual se vea con claridad la unidad de todo el pueblo santo (OGMR 257). Por eso el lugar donde el presidente y los ministros ejercen su servicio a la asamblea es un lugar central e integral al espacio total de la asamblea. Cuando los documentos hablan de una distinción del presbiterio de la nave no están hablando necesariamente de una separación completa como suele verse en muchas iglesias donde se encuentra un conjunto de elementos que dan la impresión de un baluarte o muro psicológico, separando los fieles del presbiterio: una línea recta de un número excesivo de gradas, después un altar largo y estrecho con dos ambones uno a cada lado del altar y además, una alfombra roja u otro color fuerte desde la gradas hasta el ábside. Del altar y el ambón se hablará más adelante, pero del presbiterio en sí veamos lo que dice la Ordenación General del Misal Romano: "El presbiterio queda bien diferenciado respecto a la nave de la iglesia, sea por su diversa elevación, sea por una estructura y ornato peculiar" (OGMR 258). Aquí dan varias opciones para diferenciar el presbiterio, pero no dice que se tiene que utilizar todas a la vez. Parece que muchos ven la frase bien diferenciado y van al extremo de utilizar todas las opciones a la vez, pero esto expresa más un clericalismo que prefiere que los fieles sepan cuál es su lugar: lejos de los ministros. Si se entienden las necesidades de la participación, que ya han sido explicadas, se optará por construir el presbiterio de tal forma que esté dentro y forme parte de la asamblea, aunque sea diferenciado. Si es por elevación, sea lo necesario para 342
facilitar la visión de toda la asamblea; ni demasiado alto ni demasiado bajo. Si se usa otro material para diferenciar el presbiterio de la nave no debe ser de un color llamativo (chillón), sino artísticamente escogido para hacer juego con el pavimento de la nave. Tampoco se tiene que construir las gradas con ángulos pronunciados (90°), sino que se puede utilizar curvas para tener fácil acceso al presbiterio. Todo esto expresará una invitación a la participación en vez de un rechazo psicológico. El presbiterio es el espacio que contiene el altar, el ambón y la sede. Estos tres elementos tienen un simbolismo propio y una importancia que se explicará en detalle más adelante, pero además, del altar, ambón y sede existe en el presbiterio lugares para los diáconos y los servidores del altar. A veces hay una silla para el comentarista, los lectores y los ministros extraordinarios de la eucaristía. Al ubicar estas sillas hay que buscar el balance y siempre evitar la apariencia de un tribunal de oficiales como si fuera una reunión política o una corte de justicia. A veces es preferible que la sede esté en un lugar sola. Si se unen dos sillas a cada lado no tienen que estar pegadas a la sede, pueden estar o un poco separadas a los lados o un poco atrás. Las sillas de los servidores del altar suelen estar a un lado del presbiterio. Es preferible que el comentarista no esté en el presbiterio para asegurar que el atril no haga competencia visual con el único ambón y para que el presbiterio no quede sobrecargado de gente y muebles que distrae de los focos primarios. El presbiterio debe ser "de tal capacidad que puedan cómodamente desarrollarse en él los ritos sagrados" (OGMR 258). Esta comodidad requiere espacio libre para moverse y un lugar despejado visualmente para destacar lo importante en vez de lo secundario. Las sillas de los lectores estarían mejor ubicadas con la asam343
blea en la nave para simbolizar que ellos vienen directamente del pueblo y porque normalmente no usan alba u otro tipo de distintivo. También dentro del presbiterio se suele ver otro mueble llamado credencia, una mesa pequeña que tiene encima los vasos sagrados y los vasos del lavabo (jarrón y palangana con toalla para lavar las manos del celebrante después de la presentación de los dones) junto con los paños necesarios para la liturgia eucarística: corporales (paño cuadrado con una cruz pequeña bordada donde se ubican el plato del pan y el cáliz en el centro del altar) y purificadores (paño rectangular con una cruz bordada para secar el cáliz después de purificarlo). La credencia no debe hacer competencia ninguna de manera visual o simbólica con el altar. Por eso suele ubicarse pegado a una pared al lado; nunca al lado del altar. Es preferible no poner un manto encima por la misma razón. Su tamaño sea el necesario para soportar los vasos de una celebración eucarística normal. En otras palabras no debe ser de tamaño excesivo. Hay una práctica tradicional de ubicar los óleos santos en algún lugar dentro del presbiterio (estos son: el santo crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos). Esto se puede hacer de forma que los receptáculos de los óleos sean visibles dentro del gabinete asegurando siempre la seguridad (CEC 1183). En algún sitio dentro del presbiterio debe haber una cruz visualmente destacada por su arte y su ubicación. Es muy recomendable que haya una sola cruz. Esta puede estar adherida a la pared del presbiterio o la cruz procesional puede servir este propósito con una base donde se coloca durante la celebración. Toda iglesia, templo o capilla debe tener una cruz procesional para las procesiones de entrada y salida. Si ya existe una cruz 344
en el presbiterio, la cruz procesional se ubica en la sacristía o un lugar no visible del presbiterio para asegurar que haya una sola cruz. En este asunto ya no hace falta otra cruz ubicada encima del altar como antes, porque la única cruz del presbiterio sirve para todas las exigencias litúrgicas. Después del símbolo primordial de la cruz puede que haya también imágenes dentro del presbiterio. La imagen debe ser escogida para ser parte integral del edificio de la celebración litúrgica para contribuir a la acción. Junto con la meditación de la palabra y los cantos litúrgicos, la imagen forma parte de la celebración para ayudar a los fieles primero, a grabar en su memoria el misterio y después, a expresarlo en sus vidas (CEC1 162). Toda imagen aunque sea de la Virgen María y los Santos hace referencia a Cristo; significa a Cristo glorificado en ellos (Ibid. 1161). Los requisitos del uso de las imágenes son: 1) téngase cuidado de que no se presenten en número excesivo; 2) que en su disposición haya un justo orden; 3) que no distraigan la atención de los fieles durante la celebración; 4) que no haya más de una imagen del mismo Santo; y 5) que ayuden a la auténtica piedad de toda la comunidad (OGMR 278). Se tratará de la reserva del Santísimo Sacramento y su mueble correspondiente el sagrario en una sección más adelante. 6.3.3.1. El altar El altar es el centro de la Iglesia, según el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1182). Es la cruz del Señor (cf. Hb 13, 10) y el lugar donde se hace presente el sacrifico de la cruz bajo los signos sacramentales. En este sentido la Iglesia describe el altar como ara de sacrificio, pero a la 345
vez es mesa del Señor, a la que el pueblo de Dios es invitado (OGMR 259). Es el Centro de la acción de gracias realizado en la celebración Eucarística (Ibid). Esta centralidad se concretiza en el lugar del altar que se pide "que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles" (OGMR 262) Por esto se nota la lógica de ubicar a los fieles alrededor del altar por lo menos a tres lados para asegurar que el altar sea de verdad el centro. Cuando se planifica el espacio en frente del altar se considera lo necesario para los matrimonios y el féretro en las exequias. Se nota la importancia del altar por las acciones y gestos de honor que se le brinda en la celebración. El altar se consagra por el obispo, antes de usarlo, con Santo Crisma, el aceite perfumado y consagrado por el Obispo en la Misa Crismal. En la celebración Eucarística el altar recibe una inclinación profunda al entrar los ministros en la procesión. Después los ministros besan el altar, en particular el celebrante principal y los diáconos que lo acompañen. Si se usa incienso el altar es incensado al comenzar la Misa junto con la cruz. Antes de leer el Evangelio el celebrante principal se inclina profundamente hacia el altar mientras ora en silencio pidiendo la presencia del Señor en su mente y en sus labios para que pueda proclamar dignamente la Palabra de Dios. Antes esta inclinación se hacía a la cruz del altar, pero se entiende ahora que es al altar mismo (OGMR 93). Todo esto índica la realidad de este centro primordial, el altar, que de hecho no se considera como un mueble, como el ambón y la sede son muebles, sino símbolo y signo. Cuando se trata del altar aquí se refiere al signo en sí, y el espacio que lo encierra. Este espacio debe ser propio, en otras palabras ningún otro objeto debe estar 346
tan cerca al altar que le reste importancia. Por eso hay que evitar poner pedestales con flores muy cerca al altar, porque pueden ser obstáculos a la visibilidad y distraer la atención de los símbolos del pan y vino encima del altar. Por la misma razón, la Iglesia permite que los cirios del altar se puedan ubicar en pedestales finos separado del altar si así lo opta la comunidad. De esta forma el altar queda limpio al comenzar la misa, sin libros o atriles, micrófonos o vinajeras. Lo único que el altar lleva al comenzar la misa es un mantel blanco y los cirios si se decide ponerlos encima. El altar recibe el libro y los vasos sagrados de pan y vino sólo durante la presentación de los dones (OGMR 100). Para comenzar y terminar la misa el sacerdote se ubica en la sede no en el altar. Las flores se usan para destacar el altar, pero no para cubrirlo. Es sumamente importante no pegar el ambón demasiado cerca al altar que ni pueda pasar una persona entre los dos, error visto comúnmente en muchos lugares. Esta práctica le falta el respeto debido al espacio de ambos: altar y ambón, espacios que deben destacar los objetos por su simbolismo propio y las acciones que ahí se ejercen, al igual que no permite el movimiento fácil alrededor del altar, requisito en su ubicación (OGMR 262). Finalmente, el altar recibe honor tanto fuera como dentro de la celebración, en otras palabras no se descansa los brazos, ni papeles, ni libros encima del altar por conveniencia y menos materiales de limpieza durante ei mantenimiento del presbiterio. Por ser signo y no mueble el altar merece respeto en todo momento. No como si fuera algo de magia que no se puede tocar, como antes, sino como símbolo de la cruz de Cristo que, sí se puede tocar pero siempre con esa realidad en mente. Para poder invitar a la asamblea a participar a la cena del Señor, el altar tiene que ser artísticamente fabricado, se realza el altar para expresar su carácter de mesa fes347
tiva. Esto se logra con una alfombra o una diferenciación del material del pavimento donde descansa el altar o del presbiterio entero. Los materiales nobles (mármol, piedra) u otros materiales permitidos (madera, hormigón armado) deben destacar el simbolismo del altar por su forma estética. También el tamaño del altar nos invita por ser un símbolo recogido, no un tour de forcé que se impone por su inmensidad. El estilo del altar de antes, largo y estrecho no ayuda a invitar a los fieles, sino que muchas veces forma un obstáculo psicológico a la participación. Por eso el altar se hace no para un grupo de concelebraníes, sino para un celebrante principal. Los concelebrantes no deben pensar que el altar existe para descansar sus copias de la Plegaria Eucarística ni cualquier otro objeto o libro. Además, los concelebrantes deben estar un poco separados del celebrante principal y el altar para no cerrar el paso al diácono cuando por razón de su ministerio debe acercarse al mismo (OGMR 167). Tampoco se construye un altar inmenso para "llenar" un espacio grande. El altar de capilla tiene el mismo uso que el de una catedral; para sostener el pan y cáliz y para uso de un celebrante. El tamaño debe ser más cuadrado que rectangular. Un tamaño adecuado para la mesa del altar es 5'x 5' (150 x 150 cm) o 5'x 4' (150 x 140 cm), y la altura debe ser aproximadamente 40" (100 cm). En el caso de las gradas se busca sólo la elevación necesaria para la visibilidad de los fieles y esta es relativa al lugar en particular. Una elevación que separa el altar demasiado de los fieles sería un error. También se debe evitar todo tipo de rejas y comulgatorios que separan los fieles innecesariamente del altar. La importancia del altar pide que sea único y dedicado sólo a Dios. Por eso se encuentra un solo altar en el espacio del presbiterio y la nave. Antes el altar se usaba para otros propósitos, hoy el altar no puede tener imáge348
nes ni reliquias sobre su superficie y está separado del retablo. El altar puede estar adherido al piso del edificio y puede también estar edificado sobre el sepulcro de mártires o de santos, o incluir en su parte inferior estas reliquias14. Quiere decir que la práctica de poner reliquias pequeñas debajo de una piedra cuadrada en la mesa del altar (la parte superior) ya no está permitido por la Iglesia. Si hubiese la reliquia de un santo que se utilizará, debe ser de un tamaño que se note que es parte de un cuerpo humano (Dedicación de Iglesias y Altares, 5), evitando los pedazos muy pequeños, y se ubica en la base del altar o en el pavimento directamente debajo del altar. 6.3.3.2 El ambón El propósito primordial para el altar es proveer comida espiritual para aquellos que han sido invitados a la cena del Señor. Por eso se llama la mesa del sacramento: el cuerpo de Cristo. Pero antes de acudir a la mesa del sacramento, primero la asamblea se acerca a lo que se ha llamado la mesa de la Palabra, donde Dios nos convoca a escucharle y a recibir el anuncio de la buena nueva que se realiza en la Eucaristía. Es una doble mesa (OLM 32). Se nota la dinámica y el poder de la palabra en la vida de la comunidad en una descripción pintoresca del libro de Nehemías (8, 1-12) donde todo el pueblo se congregó para escuchar la proclamación de la palabra por el escriba Esdras. Esdras leyó el libro de la ley de Moisés en una tarima preparada especial para el evento en la pla-
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Vea Ibid., 35; IO nn. 91 y 93; Ritual de la dedicación de iglesias y de altares; cíe can. 1237.2.
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za. Cuando Esdras abrió el libro el pueblo entero se puso de pie. Cuando pronunció una bendición del Señor el pueblo entero alzó las manos respondiendo "Amén, Amén", después se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor. Escucharon atentamente la palabra y su explicación. Lloraron al escuchar la palabra de la ley. Exhortados por Esdras después de la lectura fueron a comer y beber enviando porciones a quien no tenía preparado y organizaron una fiesta. En esta lectura se puede ver mucha similitud con la práctica actual en la celebración de la Palabra; en los gestos: ponerse de pie a la lectura del evangelio, las aclamaciones: Amén y en el caso actual Te alabamos Señor y Gloria a ti Señor Jesús, la escucha atenta a la palabra y su explicación en la homilía, y el banquete después, inspirado por la palabra. La Palabra de Dios siempre honrada por la Iglesia ha recibido un énfasis durante y después del Concilio Vaticano II. En toda celebración de los sacramentos de la Iglesia la Palabra es una parte integral. Como se puede notar prepararon una tarima para la proclamación de la ley para asegurar que todos podían oír y ver a Esdras. Este espacio especial para la proclamación de la Palabra en la celebración eucarística se conoce hoy como el ambón (diferente que el podio o el atril). Es un lugar práctico, sostiene el Leccionarío (el libro que c o n t i e n e todas las lecturas para la Misa) o Evangeliario (libro normalmente decorado con metal y piedras preciosas o semipreciosas que contiene solamente las lecturas del Evangelio para la Misa) al igual que simbólico, el lugar dedicado exclusivamente para la Palabra de Dios - la mesa de la Palabra.
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La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles (IGMR272) (CEC 1184). La importancia del espacio de la proclamación de la Palabra exige que sea único, debe haber un solo ambón, no dos iguales (OGMR 272). Si necesita un 'podio' o atril para el monitor se hace uno mucho más sencillo que no haga competencia con el ambón (ni en estilo ni en material) y que no esté ubicado en contraposición [simétricamente opuesto] al ambón. La simetría (deseo de tener balance matemático entre elementos) aunque es un concepto popular, no ayuda al sentido estético ni es una regla litúrgica. Al contrario, la asimetría es más artística y, en el caso del único ambón, más litúrgica. En otras palabras si el ambón está a un lado en el presbiterio no hay que asegurar que haya algo exactamente al otro lado para 'balancear' los elementos. Se pide que el lugar del ambón sea: "elevado, fijo, y no portátil, dotado de la adecuada disposición y nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios..." (OLM 32). Como se ha dicho su propósito no es meramente funcional sino también simbólico. Por ser mesa de la Palabra muy relacionado con el altar, mesa del cuerpo de Cristo, se requiere una armonía entre el altar y el ambón. Y el diseño del lugar de la palabra se debe habilitar con el mismo esmero artístico que el altar porque nos dice la Iglesia que "cuando se lee en la iglesia la Sagrada Escritura es Él (Cristo) quien habla" (se 7). Su ornamentación debe ser festiva y ayudar a destacar el lugar de la Palabra con belleza. El ambón debe tener un lugar donde se pueda guardar libros, papeles, etc. asegurando que no se convierta en una covacha para cualquier cosa.
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Se pide que sea un lugar fijo porque ei uso de un facistol muchas veces de una construcción inadecuada y no artística no puede lograr la expresión de su verdadera importancia. Esto especialmente cuando es removido después de la celebración, o peor, cuando tiembla fácilmente durante la proclamación. Hay veces que el ambón se usa para más de una persona a la vez y por eso puede ser un mueble de suficiente tamaño para responder a esta necesidad. El simbolismo del lugar de la palabra debe estar presente también antes y después de la celebración en sí. A veces hay un lugar preparado en frente del ambón para la ubicación de las Sagradas Escrituras para ser un recordatorio de la importancia que la Palabra de Dios juega en nuestras vidas. En la colocación del ambón se necesita lograr no solamente que los fieles puedan escuchar al lector, sino también darle su atención visual. Para lograr esta finalidad hay que asegurar la adecuada elevación por gradas y/o por la construcción del mismo mueble. La altura se mide de acuerdo a cada lugar, debe ser visible por todos pero no tan alto que sea imponente como los pulpitos de años anteriores. El ambón está reservado para lecturas, Exultet, homilía, y oración de los fieles (OLM 33). No está previsto el uso del ambón para las moniciones, los avisos, la dirección del canto o las oraciones presidenciales como se suele ver en algunos sitios. 6.3.3.3 La sede Una celebración litúrgica plenamente desarrollada y participada por toda la asamblea no se puede dejar a la improvisación del momento, sino que es una acción de la comunidad local que necesita preparación de cada 352
una de las partes y los ministerios junto con la asamblea misma, por ejemplo en el ensayo de los cantos o las instrucciones previas que se dan. Toda esta preparación va dirigida por el párroco y el equipo parroquial de liturgia. Pero cuando llega el momento de celebrar, cuando la asamblea está convocada y reunida, todos los ministros se han preparado con lo que les corresponde, y todo está listo, hace falta alguien que marque el comienzo y el fin de la celebración, que dirija la oración y la proclamación de las lecturas, predique la homilía o delegue al diácono y que distribuya con sus propias manos la comunión junto con diáconos y ministros según las circunstancias. Esta figura se llama el celebrante principal o el presidente. El Obispo o sacerdote quien hace las veces de Cristo. Cuando es una celebración sin sacerdote, es el diácono o el ministro extraordinario de la Eucaristía quien dirige la celebración. Es como el conductor de una orquesta, quien mide el ritmo y conduce a la asamblea desde el principio de la celebración hasta su fin, coordinando y asegurando la buena ejecución de todos los ministerios y servicios para una participación plena, activa y consciente de cada uno en la asamblea. Como se ha dado cuenta en todas las demás áreas de la celebración, cuando hay un ministerio o acción importante en la liturgia, conlleva un espacio dedicado a eso. El espacio para el que preside contiene la sede. "Presidir" quiere decir estar sentado delante de la asamblea, pero conlleva mucho más que meramente colocarse físicamente al frente de un grupo, tiene que ver también con una presencia y una acción. Antes del Concilio Vaticano II el obispo tenía su cátedra, pero el sacerdote sólo tenía un banco pequeño al lado del altar donde se sentaba para descansar y esto sólo si era necesario. El banco servía a este propósito práctico pero no tenía ningún simbolismo. El concilio trajo un cambio grande, porque 353
al reubicar el altar para tener el celebrante de cara a la asamblea, devolvió el respeto al altar como el espacio específicamente para el sacramento, en vez de ser también un estante para el sacramentario desde el comienzo de la misa. Entonces hacía falta un sitio desde donde comenzar la misa antes de la liturgia de la palabra y terminar la misa después de la comunión. También se vio el cambio de que el sacerdote durante la proclamación de las lecturas ahora se sienta. Antes del concilio el sacerdote quedaba al altar leyendo la lectura en latín a un lado del altar mismo mientras el lector leía desde un podio en el vernáculo, la razón era porque el sacerdote tenía que decir todas las palabras de la Misa aunque era una repetición de esfuerzos y la gente no oía al sacerdote leer en latín. Ahora el sacerdote escucha en silencio en la sede mientras el lector proclama. Aún así es importante decir que el sacerdote dirige la liturgia de la palabra desde la sede. Por esta razón el espacio de la sede viene a ser desarrollado no meramente para la necesidad práctica de descansar, sino como un símbolo dinámico de la presidencia de Jesús quien está presente en el celebrante principal. La sede, por su habilitación y material, debe hacer que el celebrante verdaderamente aparezca como presidente de la comunidad de los fieles (OGMR 2 7 1 ; cf. IO 92) evitando que parezca trono, el celebrante principal sirve a la asamblea, en su presidencia no impone. La sede del celebrante no debe ser un asiento cualquiera, aún en las iglesias pequeñas o capillas donde celebra la eucaristía. Los asientos de los otros ministros deben tener una forma que los distinga de la sede del celebrante que debe ser única, pero del mismo nivel de calidad. La sede para el celebrante será colocada, según la estructura de cada iglesia, de tal manera que pueda ser 354
vista cómodamente por los fieles. Por eso debe estar elevada y destacada, pero no debe estar demasiado separada de la asamblea, ni por altura ni por distancia, por lo que no es recomendable colocarla al fondo del ábside, cuando éste está muy profundo, donde pierde su poder de presidencia por no tener presencia cercana a la asamblea. Aquí el requisito de poder ver y oír el presidente se refiere a un contacto sensible con los miembros de la asamblea que refleja una presencia cualitativa, no sólo un contacto ocular sino táctil, que aunque no hay contacto físico por lo menos el presidente pueda comunicar su cercanía a través de los gestos. En muchos lugares la sede puede ubicarse hacia un lado del altar cercana a los primeros asientos de la asamblea. La oportunidad otorgada a los artistas en el altar, la sede y el ambón es un reto agradable donde pueden buscar, de modo creativo, la unidad visual entre los tres, con el material y/o eiementos de diseño. Además pueden confeccionar estos signos mobiliarios de modo inculturado, utilizando materiales de su país y diseños que hablen de modo directo a la comunidad local, claro, todo esto en estricta colaboración con las Comisiones de Liturgia de la Conferencia Episcopal y de cada Diócesis, porque el arte litúrgico sirve a la liturgia en su teología y en su práctica. 6.3.5 El espacio para el bautismo y la reconciliación 6.3.5.1 La fuente o pila bautismal Es a través del Sacramento del Bautismo que el cristiano entra en la vida de Dios y de la Iglesia, la comunidad de fe, el Cuerpo de Cristo. La Iglesia lo llama puerta de la vida y del Reino (La Iniciación Cristiana, 3). Las aguas 355
del bautismo permiten al ser humano entrar en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. Como dice San Pablo a los Romanos: "por el bautismo, fuimos sepultados junto con Cristo para compartir su muerte y así como Cristo fue resucitado... también nosotros hemos de caminar en una vida nueva" (Rm 6,4). El agua es uno de los signos más privilegiados por significar de modo más directo los efectos del sacramento del bautismo. Por su naturaleza el agua limpia el cuerpo y por el bautismo quedamos purificados del pecado original donde el bautizado se convierte en criatura nueva. El agua da vida, no podemos sobrevivir sin ella y también da muerte, uno puede ahogarse en unas pulgadas de la substancia. Las aguas del bautismo regeneran al bautizado para convertirse en hijo de Dios. Cristo mandó a los Apóstoles: "vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). Jesús mismo participó en el bautismo de Juan en el Río Jordán (Mt 3, 13-17). La comunidad naciente en obediencia al mandato del Señor, bautiza a sus miembros originalmente en cualquier lugar donde había agua corriendo y limpia, naturalmente en el río. El bautismo se practicaba por inmersión o infusión, pero de todas formas lavando el cuerpo completo del bautizado con agua. Después cuando comienzan a bautizar al candidato completamente desnudo para simbolizar el rechazo del hombre viejo por despojar de las vestimentas para poder, después del bautismo poner a Cristo el hombre nuevo o nuevo Adán por la túnica blanca, hacía falta un lugar para proveer la modestia a la persona. Los primeros baptisterios eran cuartos apartes del espacio de la asamblea o edificios separados dedicados únicamente para el sacramento en una pila grande. El edificio se construía a menudo en forma octagonal para simbolizar el 356
octavo día, el día de la resurrección del Señor. La pila en el centro del edificio solía ser en forma de una cruz donde había gradas bajando a un lado dentro del agua para simbolizar la muerte, y gradas subiendo al otro lado a la resurrección. Al principio la norma era la práctica de bautizar a adultos, muchas veces a familias completas, junto con todos los hijos, incluyendo bebés. Después de los siglos cuando el mundo era marcado por el cristianismo y la mayoría de los adultos ya bautizados, la práctica cambió de bautizar a los nuevos miembros de la comunidad: los bebés. Gradualmente el poder del signo empezó un proceso de disminución y como resultado de conveniencia y las discusiones de lo mínimo necesario para la eficacia del sacramento, se empezó la práctica de infusión, el derramamiento de un poco de agua sobre la cabeza del bebé. Esto obviamente afecta la forma física de la pila que se convirtió en una fuente pequeña de agua. ¿Cómo se recobra este simbolismo? La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado para la celebración del Bautismo y favorecer el recuerdo de las promesas del bautismo (agua bendita) (CEC 1185). La pila bautismal se puede ubicar a la entrada de la iglesia para que sea también la pila del agua bendita, al lado de la asamblea, en una capilla aparte de la nave o relacionada en alguna manera con el altar. Es preferible que la pila no esté ubicada dentro del presbiterio o en el frente mismo, sino a un lado abajo. La pila idealmente se hace de tamaño suficiente para que el Bautismo se pueda realizar tanto por inmersión 357
como por infusión. La Introducción del Ritual del Bautismo de niños y del Ritual del Bautismo de Adultos La Iniciación Cristiana, muestra una preferencia por la inmersión, debido a su poder significativo o simbólico, "Tanto el rito de la inmersión - q u e es más apto para significar la participación en la Muerte y Resurrección de Cristo- como el rito de la infusión, pueden utilizarse con todo derecho" 15 (n. 22).
abajo y la infusión en la de arriba, siempre procurando el simbolismo más amplio. También hay que añadir que el ritual permite una pila movible dentro del presbiterio que será retirada después de la celebración 16 . Si se opta por esta solución es necesario aplicar los mismos criterios artísticos. 6.3.5.2 La sala de la
Este poder significativo se resalta de dos formas específicas. Primero, en la acción en sí, por la inmersión del cuerpo del bautizando en una gran cantidad de agua. Segundo, por el poder significativo de la pila bautismal, ya que para posibilitar la inmersión hay que tener un receptáculo capaz de contener mucha agua. El bautisterio mantiene una capacidad significativa aún cuando no se esté utilizando. Después del tiempo de Pascua, el cirio pascual se ubica cerca de la pila bautismal. Y se permite hasta una fuente de agua viva en la pila. De hecho, cuando se bendice el agua de una pila con fuente se bendecirá la corriente de agua (Ibid. n. 21) y el Bendicional destaca el aspecto de la fuente como una manera de proveer un "signo más expresivo... como de un verdadero manantial" (n. 938). Por esta capacidad significativa, aunque no siempre se use la pila para inmersión, se debe construir, donde sea posible y según las circunstancias del lugar, de tal forma que sea realizable la inmersión. Esto muchas veces se logra con una pila un poco más grande abajo y otra pila pequeña arriba, desde donde el agua pueda correr en forma de agua viva. La inmersión se puede hacer en la pila grande de
Vea también el Ritual del Bautismo de niños n. 18.2; Rito de la Iniciación Cristiana de Adultos n. 32; Bendicional n. 938.
358
reconciliación
El sacramento de la reconciliación está muy relacionado con el bautismo por ambos ser sacramentos para el perdón de los pecados. En el bautismo "nuestra vieja condición es crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y quedando nosotros libres de la esclavitud del pecado" (Ritual de la Penitencia, 2). En el caso del sacramento de la penitencia: Además nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el sacramento de la Penitencia al dar a los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados; así, los fieles que caen en el pecado después del bautismo, renovada la gracia, se reconcilian con Dios. La Iglesia, en efecto, posee el agua y las lágrimas, es decir, el agua del bautismo y las lágrimas de la penitencia (Ibid.). Esta relación se puede trasladar a los espacios de bautismo y penitencia también asegurando que esté relacionado uno al otro para asegurar que los fieles estén conscientes de las dos formas de remisión de pecado.
16
La iniciación cristiana. Observaciones generales previas, 19.
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La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto el templo debe estar preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado (CEC 1185).
sería un buen recordatorio del evento por el cual se recibe el perdón de los pecados. Los fieles deben recibir orientación para entender que este lugar no se usa para la dirección espiritual, sino que es un lugar con el mismo propósito del confesionario antiguo: la confesión de los pecados y ¡a recepción de la penitencia y absolución.
Antes, y todavía en muchos sitios, el espacio para el sacramento de reconciliación estaba marcado por el confesionario, un mueble de dos o tres espacios pequeños, uno para el sacerdote y uno o dos más para el penitente a cada lado, donde el sacerdote se dirigía de lado a lado abriendo una puerta pequeña y cerrando la otra que permitía la comunicación con uno y después con el otro penitente. La rejilla permitía el anonimato del penitente mientras confesaba.
En el caso del segundo rito (para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual) y el tercer rito (para reconciliar a muchos penitentes con confesión y absolución general), las partes del rito que no requiere confesión y absolución individual (el canto, las oraciones, la liturgia de la palabra, la homilía y el silencio para el examen de conciencia) serán celebrados en el espacio de la asamblea.
Hoy la iglesia permite un espacio modificado que permite la opción de parte del penitente de confesar detrás de la rejilla tradicional o cara a cara con el sacerdote. Esto se llama locutorio-confesionario. Es un espacio que se usa exclusivamente para el sacramento de la penitencia y que no se convierta en almacén para libros o utensilios para la limpieza. Debe ser un lugar que inspire contemplación y permita la profundización del arrepentimiento del penitente. Cuando el penitente abre la puerta de la capilla de la penitencia, la primera cosa que ve es la rejilla inmediatamente en frente con el reclinatorio para poder arrodillarse y participar en el sacramento si así lo desea. Detrás de esta rejilla está ubicado el sacerdote y esto asegura que el penitente no se vea todavía. La segunda cosa que el penitente ve es una silla vacía ubicada en frente del sacerdote donde puede caminar de vuelta a la rejilla para sentarse en frente del sacerdote para confesar de esa forma. Se puede ubicar una mesa pequeña entre la silla del sacerdote y el del penitente con un cirio encendido y una Biblia abierta. También la presencia de un crucifijo 360
6.3.6 Capilla del Santísimo
Sacramento
La Ordenación General del Misal Romano dice: "Es muy de recomendar que el lugar destinado para la reserva de la santísima Eucaristía sea una capilla adecuada para la adoración y la oración privada de los fieles" (Núm. 276). Esta misma Ordenación General habla del deseo de destacar los signos exteriores: Es muy de desear que los fieles participen del Cuerpo del Señor con pan consagrado en esa misma misa... de modo que aparezca mejor, por los signos exteriores, que la comunión es una participación en el sacrificio que entonces mismo se celebra (Núm. 65h). Esto se pide para evitar que se use el sagrario como un sitio para reservar grandes cantidades para uso en la misa, consagrando muchas veces solamente una forma para el sacerdote y acudiendo al sagrario para buscar
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las formas para los fieles. Este número está diciendo que el ministro vaya al sagrario solamente para guardar lo que quedo después de la comunión no para buscar las hostias antes. En la cuestión de la ubicación del Sagrario, los documentos litúrgicos son cada vez más claros en sus indicaciones. El Ínter Oecumenici, la primera instrucción general para aplicar debidamente la Constitución Sacrosanctum Concilium, publicada por la Sagrada Congregación de Ritos y el Consilium (26 de septiembre de 1964) primero dio opciones, y así dio inicio a una transición: El Sagrario puede estar ubicado o en el altar mayor, en otro altar o en otra parte de la iglesia propiamente adornada (Núm. 95). En la Instrucción Eucharisticum mysteríum publicada el 25 de mayo de 1967 por la Sagrada Congregación de Rito y el Consilium, sobre el culto del misterio eucarístico se añade: "Conviene que (el lugar en que se guarde la Eucaristía) sea al mismo tiempo apto para la oración privada" y "Por eso se recomienda que el sagrario, en cuanto sea posible, se coloque en una capilla que esté separada de la nave central del templo, sobre todo en las iglesias en que se celebran más frecuentemente matrimonios y funerales y en los lugares que son muy visitados...". Esto último fue reiterado por ia Introducción del Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, promulgado el 21 de junio de 1973 (Núm. 9). Toda esta legislación se basa en las razones tradicionales para la reserva de la Eucaristía. Primero se reserva especialmente para el Viático y la comunión de los enfermos, y segundo para la adoración de los fieles (Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, 5). 362
Siguiendo el modo de pensar de la Iglesia, el Directorio Litúrgico: La Eucaristía de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña repite el número 276 de la Ordenación General del Misal Romano (Núm. 140) y en el próximo número dice: Si no puede construirse una capilla de reserva es recomendable poner el Santísimo a un lado del presbiterio en vez de al centro de la pared trasera, para así no hacer competencia con la ación de la Misa, y para que el celebrante nunca tenga que dar su espalda al Sagrario (141). De todas formas, este área de la reserva del Santísimo, en una capilla separada o en un lado del presbiterio, debe ser un sitio verdaderamente destacado por su adorno y habilitación (EM 53). El tabernáculo del Santísimo Sacramento debe ser de material sólido y permanecer fijo al lugar donde esté colocado. La llave no puede dejarse expuesta o pegada a la puerta del Tabernáculo; debe guardarse bajo llave en la sacristía mientras no se esté usando. Ante el sagrario, en el que está reservada la santísima Eucaristía, ha de iluminar constantemente, una lámpara especial, con la que se indique y honre la presencia de Cristo (cíe, can. 940; EM 57). Esta lámpara debe ser, en lo posible, una luz natural de cera o aceite, pero el derecho canónico provee para el uso de una luz eléctrica cuando haya peligro de incendio. En este caso en particular, hay que evitar por completo las bombillas que imitan una llama de fuego. Si se va a usar una bombilla, la autenticidad pide que parezca como una bombilla y que no pretenda ser algo que no es. Cualquier otro elemento 363
que pueda encontrarse en la capilla de la reserva debe ser secundario y no contribuir a llamar la atención a lo primordial que es el tabernáculo donde se encuentra el Santísimo. Si hay imágenes, que no distraigan de la presencia real.
CONCLUSIÓN Mientras Jesús descansaba al borde del pozo en un pueblo llamado Sicar en el país de Samaría, conversó con la mujer samaritana. Durante la conversación Jesús le dijo: "Créeme, mujer: la hora ha llegado para ustedes de adorar al Padre. Pero no será en este cerro, ni tampoco en Jerusalén... los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad" (Jn 4, 2 1 ; 23). Cuando Jesús hizo referencia a Jerusalén estaba incluyendo al Templo. Como se ha dicho en la Introducción de este capítulo, la comunidad naciente proclamaba que no tenían Templo. Se reconocía en aquel entonces lo que sabemos hoy, somos piedras espirituales en el Templo que es: Cristo. Por esa razón la reunión de la asamblea y su celebración eucarística se puede hacer dondequiera. Pero deseamos siempre ofrecer lo mejor para Dios y facilitar la mejor participación de los fieles y esto conlleva espacios bellos y bien preparados, iglesias y capillas que permitan un anticipo de la Jerusalén celestial. Los espacios de la celebración ayudan y contribuyen a la capacidad de reunirse la asamblea, escuchar la Palabra de Dios, experimentar la regeneración por las aguas del bautismo, regresar a la pureza posbautismal por la penitencia, tomar pan y vino, bendecirlos y compartirlos y entre todo esto cantar las alabanzas a Dios y experimentar su santificación a través de todos nuestros sentidos hasta que vuelva Jesús. 364
RESUMEN La Iglesia pide la participación plena, activa y consciente de todos los fieles en la celebración litúrgica porque esta viene exigida por la naturaleza de la liturgia misma y porque los fieles tienen el derecho y obligación de la misma en virtud del bautismo. Los espacios celebrativos serán adecuados o no, según su capacidad de fomentar esta participación. La comunidad que construye un edificio sagrado lo hace con el nivel de participación que ya tienen o que quieren tener. Después el edificio forma sus actitudes sobre la participación a través de los años. Una perspectiva histórica demuestra que la comunidad naciente tuvo una participación mayor en la celebración litúrgica que después de los siglos fue disminuyéndose poco a poco. El resultado de esta tendencia antes del Movimiento Litúrgico y el Concilio Vaticano n era una liturgia ejercitada por un grupo pequeño de clero y una situación que puso a la asamblea en una posición de espectadores. Este siglo ha sido testigo de un cambio y un deseo de regresar a la participación anterior que se está logrando a través de la renovación litúrgica que todavía está en proceso. El espacio celebrativo es en realidad un conjunto de diferentes espacios que forman una unidad. El espacio para reunirse provee un primer contacto para los hermanos en Cristo que se reencuentran después de un tiempo de separación. En este ambiente fraternal y de bienvenida
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se anticipa la acción celebrativa donde los muchos individuos forman un cuerpo de Cristo. El espacio de la asamblea en la nave de la iglesia es la reunión por excelencia donde la celebración litúrgica viene a ser ejercitada por toda la asamblea cada cual según su función. Toda la asamblea es liturgo y el edificio en sí toma forma según la acción de este cuerpo. Este espacio tiene el propósito primario de proveer un lugar para la celebración eficaz de la liturgia. Debe ser imagen de la asamblea reunida, favorecer la perfecta ejecución de cada uno de los ministros y permitir la participación plena, activa y consciente de los fieles. Cualquier otro propósito que tenga el edificio de culto es secundario. El espacio para el presbiterio es esa área que contiene los tres focos de atención importantes que da sentido a la reunión de los fieles. El altar es el lugar del sacramento que se encuentra idealmente dentro de la asamblea con los asientos a tres lados del mismo para que todos puedan hacer propias las oraciones y acciones del celebrante principal. El ambón sirve como la fuente de la proclamación de la Palabra de Dios que sigue anunciando la redención de Cristo y su misterio pascual que viene a realizarse en el altar. La sede que ahora adquiere un simbolismo propio significa la presidencia y la presencia de Cristo a través del celebrante principal quien hace las veces de Cristo dirigiendo la oración, marcando el comienzo y el final, predicando la palabra y distribuyendo el cuerpo del Señor con sus propias manos.
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El espacio para el bautismo y para la penitencia demarca dos sitios específicos pero relacionados. El espacio para la pila bautismal significa por su agua viva el compartir que se ofrece en la muerte de Cristo para poder salir de las aguas regeneradoras a la resurrección. La capilla para el sacramento de la penitencia (locutorio-confesionario) sirve como signo de esa acción de arrepentimiento, confesión de las culpas y absolución que permite redescubrir la pureza espiritual original del bautismo. El arte litúrgico encontrado en los espacios celebrativos toma formas diversas: pintura, escultura (imágenes), mosaico, etc. Estas son obras de arte visual completas en sí. Pero el arte litúrgico no se limita solamente a esto, sino incluye el mobiliario litúrgico: el altar, el ambón, la sede, la pila bautismal. Incluye también el edificio en sí, junto con todo el ambiente exterior ("landscaping") con su diseño y el ambiente interior con el conjunto de todos los objetos que se encuentran allí formando un balance y una composición artística en armonía.
EJERCICIOS 1. Describe la disminución de la participación activa de los fieles en la Misa a través de los siglos e indica algunos de los detalles históricos del arte y arquitectura que contribuyeron a esta situación. 2. Indica los tres focos arquitectónicos dentro del presbiterio y explica la importancia de cada uno. 367
3. ¿Cuál es la relación teológica entre el espacio para el bautismo y el espacio del sacramento de la penitencia?
BIBLIOGRAFÍA
Textos oficiales 4. "La disposición general del edificio sagrado conviene que se haga de tal manera que sea como una imagen de " ¿Imagen de qué? 5. El edificio de la iglesia como cualquier otro elemento litúrgico debe procurar que los fieles plena, activa y conscientemente en la celebración litúrgica. 6. El altar es
del sacrificio y del banquete del Señor.
V = Verdadero F = Falso 7. El altar debe ser construido largo y estrecho para acomodar los concelebrantes. V F 8. Debe haber dos ambones, uno para la proclamación de la palabra y otro para el monitor. V F 9. Es recomendable que el ambón sea siempre portátil para poder removerlo del presbiterio después de la celebración eucarística. V F 10. La sede del celebrante debe ser un lugar donde hay tres sedes iguales una para el celebrante y dos a cada lado para los diáconos. V F 11. La pila bautismal debe ser construida tanto para la infusión como para la inmersión. V F 12. Hay que tener dos cruces en el presbiterio, una colgada en la pared trasera y otra encima del altar. V F
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7 ¿POR QUÉ CELEBRAMOS?
cristiana. Víctor Sánchez La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia (se 9): debe ser precedida por la. evangeliz.ación, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida, de los fieles: la vida nueva, según el Espíritu... CEC 1072
INTRODUCCIÓN t N la experiencia de la fe, o sea, en la vida interior del hombre, Jesús se da una enorme cantidad de matices y de posibilidades de relación con Dios. Ante la infinita riqueza de matices que permita el seguimiento de Cristo, el ser humano individual se encuentra radicalmente incapacitado para abarcar todas las modalidades. El modo de asumir la forma de seguirlo y de llegar a la unión con Dios encuentra siempre una forma personalizada, aquella que cada quien siente 372
como propia y que es capaz de contener su peculiar modo de ser. Nadie puede llegar a abarcar completamente a Cristo a partir de lo que ve, a menos que acepte que las diferencias entre las diversas percepciones provienen de la posición individual que se tiene ante él y de la forma en que se percibe.
Que sirvan estas líneas para facilitar, a cuantos las lean, un acercamiento a Dios Padre, por medio de su Hijo nuestro Señor Jesucristo, en el Espíritu de Vida, y así todos formando una única Iglesia, vivamos nuestra común espiritualidad cristiana, caminando hacia el encuentro definitivo con Dios.
7.1 F o r m a s de espiritualidad cristiana Cuando un cristiano percibe a Cristo de una manera suficientemente novedosa, en comparación con otras percepciones, y esa forma novedosa empieza poco a poco a ser compartida por más creyentes como su forma propia y característica de comprenderlo, es cuando decimos que en la Iglesia surge una nueva espiritualidad. Una espiritualidad sería, pues, la forma peculiar con la que un grupo de creyentes se sitúa frente a Cristo; es la clave con la que ese grupo interpreta el misterio total de Jesús, con la que penetra en la comprensión de su vida y de su Evangelio, y con la que entiende la vida cristiana y sus exigencias.
En la vida de la Iglesia se ha ido poniendo de manifiesto que el seguimiento radical a Jesús se desarrolla de varias maneras o formas, cada una con distintos matices, pero todas ellas nunca pierden de vista que su objetivo último es un encuentro con Dios Trino que se revelaPor lo tanto, es necesario hacer notar que es una sola la espiritualidad que tiene como centro a Jesucristo, pero que existen diferentes caminos para llegar a Él. conocidos más sencillamente como "formas de espiritualidad" o "espiritualidades".
Todas las espiritualidades, si son vividas santa y auténticamente, harán que sus miembros confluyan por distintas vías en un único fin, la unión personal con el Dios de Jesucristo.
La Iglesia antigua conocía prácticamente sólo una forma de espiritualidad, que se encuentra, por ejemplo, en las catequesis mistagógicas de los Padres de la Iglesia. Una característica muy importante de ella es la armonía y el equilibrio entre vida de oración y vida activa.
A través de estos capítulos, se intenta presentar, cómo la espiritualidad cristiana, específicamente, es un cúmulo de dones de parte de Dios que se revela en su Hijo y se hace presente en su Iglesia y cómo también, la espiritualidad cristiana implica necesariamente la participación del ser humano con su fe. Son muchos los medios que se ofrecen para vivir en verdad una espiritualidad que tenga a la base y al centro la persona de Jesucristo.
Con el movimiento monástico observamos un cambio, pero a partir del Medioevo, con San Francisco, tendremos nuevamente una espiritualidad para los cristianos en el mundo (tercera orden). Otros movimientos, c o m o por ejemplo el movimiento místico, la Devotio moderna, la piedad Ignaciana, Teresiana, la piedad Barroca de S a n Francisco de Sales, etc., son formas concretas para la realización de la vida cristiana.
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Pero, ¿cuál es el fundamento común de todas las formas de la espiritualidad cristiana? ¿Cuál es la forma típica de la Iglesia? La respuesta más exacta y completa la encontramos en los Documentos del Vaticano n, de modo especial en la Lumen Gentium 39-49, sobre todo e¡ No. 42 de la misma Constitución: Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él(1 Jn 4,16). Y Dios difundió su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado (cf. Rm 5,5). Por consiguiente, el primero y más imprescindible don es la caridad con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Él. Pero, a fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, todo fiel debe escuchar de buena gana la palabra de Dios y poner por obra su voluntad con la ayuda de la gracia. Participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al solícito servicio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Pues la caridad, como vínculo de perfección y plenitud de la ley(cí. Col 3,14; Rm 13,10), rige todos los medios da santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo. Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por Él y por sus hermanos (cf. 1 Jn3,16; Jn 15,13). Pues bien, algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo 376
siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por lo tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor. Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres, y a seguirlo, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones, que nunca faltan a la Iglesia. La santidad de la Iglesia también se fomenta de una manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cf. Mt 19,11; 1 Co 7,7), para que se consagren al solo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene más fácilmente indiviso (cf. 1 Co 7,32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecunda en el mundo. La Iglesia medita la advertencia del apóstol, quien, estimulando a ¡os fieles a la caridad, los exhorta a que tengan en sí los mismos sentimientos que tuvo Cristo, el cual se anonadó a sí mismo, tomando la forma de esclavo... hecho obediente hasta la muerte (Flp 2,7-8) y por nosotros se hizo pobre, siendo rico (2 Co 8,9). Y como es necesario que los discípulos den siempre testimonio de 377
esta caridad y humildad de Cristo imitándolo, la madre Iglesia se goza de que en su seno se hallen muchos varones y mujeres que siguen más de cerca el anonadamiento del Salvador y dan un testimonio más evidente de Él, al abrazar la pobreza en la libertad de los hijos de Dios y al renunciar a su propia voluntad. A saber: aquellos que en materia de perfección, se someten a un hombre por Dios más allá de lo mandado, a fin de hacerse más plenamente conformes a Cristo obediente. Quedan, pues, invitados y aún obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas del mundo y un apego a las riquezas contrario al espíritu de pobreza evangélica les impida la prosecución de la caridad perfecta. Acordándose de la advertencia del apóstol: "los que usan de este mundo no se detengan en eso: porque los atractivos de este mundo pasarí (cf. 1 Co7,31). Por ello, todos y cada uno de los cristianos, en virtud de su bautismo, están llamados de manera radical a alcanzar la santidad desde su estado de vida concreto al que Dios los ha llamado, ya sea de manera laical, sacerdotal o religiosa. Teniendo como norma la vivencia de la caridad, que es la exigencia evangélica por excelencia.
Vaticano M, Lumen Gentíum n. 42.
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7.2 Características de la espiritualidad cristiana La espiritualidad cristiana debe estar centrada en la Santísima Trinidad, a través de la intimidad, trato familiar y constante con las tres divinas personas. Como respuesta a la llamada del Padre (Rm 8,29; Ef 1,3ss), el cristiano, a ejemplo de Cristo, debe entregar toda su vida al Padre en completa sumisión a su voluntad para ser como Cristo, instrumento de santificación, puente entre los hombres y Dios (Hb 5,1), ofreciéndose diariamente al Padre en el sacrificio eucarístico junto con Cristo 2 . Debe ser una espiritualidad cristocéntrica, por medio de una amistad personal con Cristo, a quien ha de aspirar asemejarse en todo. A semejanza de los apóstoles, que recibieron la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés, el cristiano debe concientizarse de la presencia de este Santo Espíritu en la Iglesia y en su corazón, ya que Él es el Espíritu de Vida, porque en Cristo vivifica a los hombres haciéndolos hijos de Dios (Ga 4,6; Rm 8,15-16), capacitándolos para creer y crecer en la verdad. Por eso, la espiritualidad cristiana es también pneumatológíca. Debe ser una espiritualidad eclesial que, por consiguiente, mire a Cristo en los obispos y en los hombres, a los que deben cuidar, en particular en los pobres, en los pequeños, en los enfermos, en los pecadores, en los incrédulos 3 .
2
Cf. Vaticano n, Lumen Gentíum n.28.
3
Cí. Vaticano i!, Lumen Gentíum n. 28.
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Debe ser una espiritualidad litúrgica que los lleve a vivir el misterio pascual y saber iniciar después en el mismo a los hombres; espiritualidad litúrgica que se alimente en la meditación de la Palabra de Dios, para aprender a encontrar en ella a Cristo, en los misterios de la Iglesia, en la Eucaristía y en el Oficio Divino 4 . Debe ser una espiritualidad mañana, en la cual se manifieste el amor, la confianza y el culto filial a la Madre de Dios. María, llamada a colaborar en la obra de la salvación, es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe. Ella es la creyente en quien resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Ella es la perfecta discípula, que se abre a la palabra y se deja penetrar por su dinamismo. Su fe la impulsa a subir al calvario y asociarse a la cruz de su Hijo (LG 65; DP 282-283). Por lo tanto, en la vida del cristiano, María debe ocupar un lugar preeminente (Me 28). Se puede decir entonces que, la espiritualidad cristiana, presentándose en diferentes formas, conserva como constantes, las características de ser trinitaria, cristocéntrica, pneumatológica, eclesial, litúrgica y mariana. Son todas ellas las que configuran el contenido de la espiritualidad, tienen íntima correlación unas con otras, que las hace indispensables entre sí y que, todavía más, se complementan para una verdadera vivencia de la espiritualidad cristiana. También la piedad popular es lugar de encuentro con Cristo para todos aquellos que con espíritu de pobreza y humildad de corazón buscan sinceramente a Dios 5 (cf. Mt 11, 25).
Cf. Vaticano li. Sacrosanctum Concilium n 16-46.
7.3 El f u n d a m e n t o de la vida espiritual: Las virtudes teologales El cristiano debe aprender a vivir según el Evangelio, a fundarse en la fe, la esperanza y la caridad, para que en el ejercicio de estas virtudes, adquiera el espíritu de oración, consiga el vigor de las demás virtudes y crezca en él el celo de ganar a todos los hombres para Cristo. Al cristiano de hoy, le es particularmente necesaria una "síntesis vital de fe", personalmente descubierta y capaz de iluminar su vida concreta, una fe que no se limite a adherirse a determinados contenidos, sino que sea un ejercicio cristiano de elección y confianza en Cristo y la Iglesia. Se debe educar en la virtud de la esperanza. El cristiano debe enfocar todos sus esfuerzos en espera de la participación plena de la misión evangelizadora de Cristo, como también en la participación definitiva y gloriosa de Cristo resucitado. Se le debe fomentar al cristiano el amor a Dios, teniendo un mayor conocimiento de la obra salvífica de Dios, manifestada a través de las diversas etapas de sus intervenciones, sobre todo, comprendiendo a Cristo como don supremo del amor de Dios a nosotros (Jn 3,16; Ga 4,4). Y entendiendo su muerte como entrega total de sí mismo por los hombres (Flp 2,6). Como una consecuencia del amor a Dios, brota el amor al prójimo. Este mismo amor se orienta a producir una actitud de responsabilidad realista, de conciencia y cercanía entregada al servicio de su pueblo.
Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia ¡n America, 16.
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El hombre cristiano es parte de un mundo visible y concreto, pero tiene en sí un hálito de trascendencia; por la fe se agranda el horizonte de la visión. También se abriga en la propia intimidad un profundo anhelo de amor y ternura; esa demanda común de relación amistosa o comunitaria encuentra su respuesta en la caridad. Seres limitados en el tiempo, los cristianos buscan algo consistente que permanezca como valor definitivo, incluso cuando termine el paso por la tierra; y aquí entra de lleno la esperanza.
7.4 La espiritualidad sacramental En la espiritualidad cristiana los sacramentos son medios fundamentales. En ellos, la Iglesia confiesa su fe y ofrece su apoyo a cada cristiano. Ahí se manifiesta y fortalece la vida según el Espíritu de Jesucristo. Los sacramentos deben ser signos de vida, pero como todas las realidades eclesiales, también están sujetas a una deformación. Sin embargo, el Espíritu sigue actuando en la Iglesia que, en los últimos años, insiste mucho no sólo en ¡a validez sino en la verdad de las celebraciones sacramentales: que los ritos visibles sirvan para la comunión entre Dios y la humanidad. Este objetivo no se logra con una reforma superficial; supone profunda renovación en e! espíritu evangélico. Dos tentaciones muy peligrosas amenazan hoy a la espiritualidad cristiana: desentenderse de la vida real con todos sus conflictos, y deformarse como práctica religiosa privatista muy aceptable por el individualismo actual. Una práctica de los sacramentos, bien interpretados en la línea de la encarnación, puede ser buen correctivo contra esas dos posibles desviaciones.
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Durante mucho tiempo ha prevalecido en la Iglesia una concepción, que consideraba a los sacramentos como meros ritos, que se administraban a quienes los pedían. En conjunto, puede afirmarse que reinaba una actitud y una mentalidad individualista: el rito se le daba al cristiano que lo pedía, y con frecuencia se administraba sin la participación de la comunidad. Con la renovación litúrgica recogida y promovida por el Vaticano n, han cambiado en gran parte la actitud y praxis señaladas. Los principios de la participación comunitaria y celebración gozosa están bien claros. Ya no se habla tanto de "recibir un rito" sino de "participar en un sacramento". Y ha venido a ser más frecuente ia expresión "celebrar un sacramento", que "administrar un sacramento". En verdad, se trata de la recuperación de un aspecto decisivo, a tener muy en cuenta en el desarrollo teórico: los sacramentos son "celebraciones". Señalemos algunos aspectos que deben ser más cuidados en la práctica sacramental, y destaquemos matices que parecen importantes. 7.4.1 Aspectos que deben ser
garantizados
Según lo que hemos venido diciendo y mirando la práctica sacramental, hoy frecuente, hay aspectos y dimensiones que deben ser muy cuidados para una espiritualidad cristiana saludable: •
La gratuidad del amor divino que se brinda en el dinamismo sacramental. Esta dimensión se ha perdido en nuestra sociedad y se olvida con frecuencia entre los mismos cristianos, bien porque siguen funcionando con la imagen de una divinidad alejada de ios hombres, bien porque han sido tocados por el eficacismo reinante. Si los cónyuges son consecuen383
tes con la gratuidad del amor que mutuamente se tienen, y tratan de ser coherentes con esa fe, tendrán mística suficiente para superar las contradicciones y trabajar para que su amor madure en la fidelidad. Si creemos que el perdón es un don gratuito que se concede mediante la comunidad eclesial, y que Dios nos está perdonando antes que celebremos el sacramento de la penitencia: ¿por qué resulta muchas veces tan dificultosa y angustiada esa celebración? La conexión del rito sacramental con la existencia cotidiana. Con la existencia propia y con la existencia de los demás. Si falta esa conexión, tampoco hay serio empeño por la llegada del reino de Dios, ni por el seguimiento de Cristo, donde se cifra la espiritualidad cristiana. La vida humana, mientras caminamos en la tierra, es un dinamismo vivo, donde hay opción fundamental, actitudes consiguientes a la misma y actos u omisiones en que se transparentan y concretan esas actitudes. La práctica de los sacramentos debe ser una profesión de fe que incluye toda la existencia humana en toda su complejidad. Muchas veces nos preocupamos de acciones u omisiones puntuales como sí tratase de satisfacer un frío código de preceptos, y apenas revisamos nuestras actitudes en la vida. Un cristiano puede vivir instalado en su seguridad individualista y externamente cumplir leyes y preceptos que sin el amor nada sirven. La vida del hombre y de la mujer discurren dentro de una organización social. La celebración sacramental no debe abstraer de esta dimensión esencial para los humanos. Conexión de los sacramentos con la 384
vida implica relación entre fe y justicia ¡nterhumana. La fe sin justicia no es cristiana, y la justicia sin una referencia trascendente -llámese Dios, persona, libertad, solidaridad...- tiene pocas garantías de permanecer justa. Finalmente, la vida de los seres humanos se desvela como un proceso. Y esa condición debe contar en la celebración de los sacramentos. Sólo si, respondiendo a la llamada del Espíritu, hay un proceso personal, libre y responsable, existen garantías para que la c e l e b r a c i ó n s a c r a m e n t a l sea un e n c u e n t r o interpersonal de gracia. Por ejemplo, el sacramento de la penitencia difícilmente se renovará mientras lo reduzcamos a un examen de última hora y para salir del paso; no se da un proceso en el discernimiento ni en el cambio de actitudes; y así la absolución sacramental cae fuera de contexto. Parecido proceso de conversión es necesario en los demás sacramentos. Hay una "antes" y un "después" fundamentales para que la celebración canónicamente descrita tenga el sentido y la eficacia deseados. La dimensión comunitaria que corrija e impida caer en una espiritualidad privatista. Esa vocación está marcada en la celebración del bautismo, puerta de los demás sacramentos: "entrada en la Iglesia". Pero no acabamos de ver la celebración sacramental como acción de toda la comunidad creyente donde quedamos inmersos y vivificados. Seguimos cada uno aislado en nuestro rincón y recibiendo los sacramentos para tener arreglada nuestra propia cuenta directamente con Dios. Sin embargo, esta dimensión comunitaria, renovada y perfeccionada en la celebración de los sacramentos, es condición de salud cristiana para la espiritualidad. 385
También aquí la comunitariedad no se reduce a los bautizados. Supone y promueve un corazón solidario con toda la humanidad y con toda la creación. Significa no sólo compromiso por una sociedad más humana y más justa, sino también apuesta ecológica de respeto a la vida de todos los seres creados. 7.4.2 Matices que deben de ser
destacados
Situar la espiritualidad cristiana en continuidad con el bautismo. La existencia de un viviente no es más que continuación del primer instante de su vida. En los primeros siglos, el sacramento del bautismo se definía como "una peregrinación con Cristo" 6 , y la vida según el Espíritu de Jesús no es más que realizar en la práctica lo que se ha celebrado en el primer sacramento. Pablo dejó constancia de su experiencia en una frase feliz: "Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,19-20). En esa configuración se perfecciona la espiritualidad cristiana iniciada y diseñada en el bautismo. "Estar crucificado con Cristo" incluye y da sentido a todas las limit a c i o n e s f í s i c a s , a todas las c o n t r a d i c c i o n e s psicológicas y a tantas "noches oscuras" de la existencia humana. Y vivir la presencia del Resucitado en nosotros significa ser ya desde ahora "cuerpo espiritual" o comunitario, saliendo de nuestra concentración egoísta para crear comunidad de vida con los demás (1 Co 15,44-45).
Cf. Espeja, Jesús, "Espiritualidad cristiana"; Ed. Verbo Divino; Navarra, 1992, p. 379.
386
•
La espiritualidad, proyecto comunitario que se renueva cada día. En ese proyecto se articulan eucaristía y penitencia. Dos sacramentos que pueden corregir el individualismo de nuestra sociedad y la posición autosuficiente de muchos. Compartir y convertirse al reino abandonando idolatrías que dividen es el camino evangélico para la verdadera humanización. En la eucaristía se actualiza y se celebra la vida, muerte y resurrección de Jesús, que tuvieron por objetivo la llegada del reino de Dios, la comunidad fraterna entre todos. "Comer la carne" y "beber la sangre" de Cristo significa que aceptamos con gratitud la presencia de Dios en la historia desconcertante de Jesús y estamos dispuestos a recrear esa historia en nuestra existencia 7 . La comunión eucarística no es compatible con la instalación del que sólo piensa en sí mismo, ni con una vida montada en la dominación, ni con la pretendida neutralidad del que nada quiere saber de otros. La vocación comunitaria y católica ya programada en el bautismo se afirma y se perfecciona en la celebración eucarística. Pero, como la misma Iglesia, este proyecto evangélico de comunidad debe ser llevado a la práctica una y otra vez, porque incluso ¡os bautizados seguimos con la sombra de egoísmo que mata y divide. Por otra parte, Dios nunca nos abandona y continuamente impulsa para que respondamos a nuestra vocación humana original. Y aquí tiene su función el sacramento de la penitencia: nueva oportunidad de conversión a ese proyecto comunitario que llamamos "reinado de Dios".
Cf. Espe|a, Jesús, "Espiritualidad cristiana"; Ed. Verbo Divino: Navarra, 1992, p. 379.
387
•
Espiritualidad ofrecida como nueva forma de vivir. En la trayectoria del ser humano podemos distinguir dos momentos importantes, como dos nacimientos. Uno cuando abandonamos el seno materno y abrimos por primera vez los ojos a la luz de nuestro planeta; otro cuando ampliando el horizonte del hogar familiar entramos como personas y tomamos nuestras decisiones dentro de la compleja sociedad humana. Para esta segunda etapa tiene gran importancia el sacramento de la confirmación. Nuestra sociedad ha entrado en un proceso de secularización que, a pesar de todas las reticencias, parece que sigue adelante. También estamos viendo cómo ese proceso con frecuencia reduce la verdad y el horizonte del ser humano hasta crear un clima irrespirable. A esto se añade que los hombres con mentalidad moderna tampoco soportan la imposición de dogmatismos. En este contexto, la espiritualidad cristiana debe ser ofrecida como testimonio de vida que contagie y convenza. Implica "vivir en el mundo" con los riesgos de todos los mortales, pero "vivir con espíritu evangélico": realizando las "obras buenas" que crean comunidad sin discriminaciones, y desmontando las idolatrías homicidas. La confirmación, sacramento del Espíritu para quienes deben ser testigos del evangelio en sociedad, permanece durante toda la existencia del confirmado como imperativo de nueva conducta que debe ser empeño de cada día.
388
7.5
La espiritualidad eucarística
La Iglesia tiene en los sacramentos unos momentos privilegiados en que expresa, celebra y realiza la salvación en unas acciones que son a la vez de Cristo y de la comunidad cristiana. La eucaristía es la comida sacramental en la que Cristo actualiza su presencia y su entrega en medio de la comunidad cristiana, haciendo que ésta, en los signos del pan y del vino, entre en comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo y participe así de la fuerza salvadora de su muerte pascual. La eucaristía es el sacramento que más directamente hace presente en nuestra historia el acontecimiento central de la salvación: el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, y celebra así el encuentro entre Dios y el hombre en Cristo, en la nueva alianza que él selló para siempre en la cruz. Es también el sacramento que más profundamente afecta a la comunidad eclesial: es realizado por ésta, pero a la vez el sacramento va construyendo a la misma Iglesia, comprometiéndola en la urgente tarea de salvación de toda la humanidad: "el admirable sacramento de la eucaristía, por el cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia" 8 . Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y centro en la celebración de la eucaristía. Se ve como una urgente necesidad que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana 9 .
8
Unitatis redintegratio n. 6.
9
Chrístus Dominus n. 30.
389
La eucaristía es una realidad muy viva en la Iglesia de hoy. Se han potenciado los valores positivos de la misma, se ha redescubierto su centralidad para la vida de la comunidad y para su misión en el mundo. El proceso de maduración sobre la eucaristía ha sido una experiencia vivida gozosamente por la Iglesia, animada ciertamente por el Espíritu, en las direcciones apuntadas y en otras. La eucaristía merece ser considerada como el misteryum fidei, porque expresa en términos particularmente llamativos y realiza en una medida suprema la economía salvífica con la que el Dios cristiano se manifiesta y obra en la historia. El misterio eucarístico pone de relieve que el Dios de Cristo, no distanciándose de los hombres, sino ofreciéndoles su propia alianza, es un Dios que envía a su propio Hijo al mundo y a la historia no para dominarla y hacerse servir, sino para servir a los hombres hasta hacerse su alimento y la fuente de su salvación. La eucaristía es, pues, el gesto supremo de fidelidad a una economía salvífica proveniente de un Dios que no se rige según la lógica del poder, sino del servicio y de la donación. Precisamente la eucaristía es la que nos muestra que el "misterio", antes que una verdad sobre la que indagar es, un acontecimiento salvífico por el que hay que dejarse arrastrar; es el gesto de un Dios amigo, cuyo amor es tan grande que trastorna y supera los esquemas racionales del hombre, y no un "jeroglífico" ante el cual ha de rendirse la capacidad especulativa humana; el carácter misterioso de Dios suscita confianza no competencia. La importancia del papel de la memoria dentro de la religiosidad cristiana está ya implícitamente proclamada al
390
afirmarse que nuestra fe se funda en una historia, antes y más que en una doctrina. El memorial cristiano se sitúa fuera de esta óptica por más de una razón; ante todo no es sólo un recuerdo nostálgico, sino una representación efectiva del acontecimiento salvífico, de suerte que implica en el acontecimiento mismo a los que hacen memoria de él; en segundo lugar, lo que se trae a la memoria no es solamente una experiencia humana, merecedora de ser recordada, sino la experiencia de un encuentro entre Dios y el hombre, cuya validez no puede apreciarse en un nivel puramente racional; en tercer lugar, porque el memorial cristiano no es un retorno al pasado sólo para imitarlo, sino para hacer desde él un juicio salvífico del presente, en orden a una programación válida del futuro. La liturgia cristiana es, ante todo, eucaristía, es decir, acción de gracias que los fieles cristianos dirigimos al Padre. La actitud de los creyentes ante Dios se expresa de diferentes formas: pavor ante el misterio, dolor que nos retuerce, amor que nos fascina, angustia y emoción, alegría, exultación y llanto. Todos estos gestos y otros muchos constituyen la savia de la vida religiosa, la respuesta del hombre ante el fulgor de lo divino. Sin embargo, los auténticos cristianos, deben lograr que predomine otra actitud: en la raíz de lo que buscan, dicen, sienten, por encima de terrores o fascinaciones, que ellos han venido a descubrir y proclamar su acción de gracias. Por eso lo que viven ante Dios se llama eucaristía: se reúnen ante el Padre de quien brotan todas las grandezas del cielo y de la tierra; reconocen su presencia, cantan su grandeza y agradecen su don originario. Esta es la oración oficial de los creyentes. Los fieles que se juntan en plegaria no se empeñan en buscar respuesta a los problemas; no se angustian, no discuten. Vienen para
391
realizar algo que es mucho más valioso. Se juntan con el fin de darle gracias a su Dios, en el gesto solemne del prefacio: "En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios Todopoderoso y Eterno, porque...". Así comienza la palabra clave de la Iglesia. En segundo lugar, la liturgia de la Iglesia es comunión con Cristo. ¿Por qué le damos gracias a Dios Padre? Por los muchos dones de su vida, y sobre todo por el don de Jesucristo. Mirando hacia Jesús hemos podido descubrir que nuestra historia no es lugar de perdición sino que estamos cimentados, apoyados, en el don de Cristo. Por eso la alabanza de Dios Padre se convierte en el recuerdo de Jesús, esto es, anamnesis. La oración nos conduce al evangelio con su historia que nos lleva directamente a Cristo, conduciéndonos al campo donde viene a explicitarse, a celebrarse su vida entre nosotros: recordamos el pasado de su vida, vivimos su presencia real entre los creyentes y anticipamos su vuelta escatológica. Por eso, la espiritualidad eucarística implica encontrarse con Jesús en la oración: evocarlo, celebrarlo, recibirlo como triunfador sobre la muerte y fundamento de la vida. De esta forma, la oración se vuelve encuentro personal con Cristo y campo de vida y surgimiento de la Iglesia. En tercer lugar, la oración de la Iglesia es epíclesis, es decir, invocación del Espíritu Santo. Sólo de esta forma se completa el misterio trinitario. Damos gracias a Dios Padre y, recordando a Cristo, recibimos la presencia transformante de su Espíritu; así, llamamos al Espíritu dentro de la gran celebración para que venga y transforme el pan y el vino de ¡a historia, de manera que se vuelvan cuerpo y sangre de Cristo dentro de la Iglesia.
392
De los tres elementos arriba mencionados se destaca el s e g u n d o : la eucaristía se define como presencia sacramental de Jesús en medio de los fieles que celebran su recuerdo, cantan su grandeza, aguardan su venida. La celebración cristiana del misterio, a través del gesto eucarístico, nos lleva a un campo de experiencia muy distinto: nos conduce al tiempo de Jesús, nos fundamenta en su historia salvadora. No se trata, por lo tanto, de escapar del tiempo y de refugiarse en lo eterno. Lo que importa es asumir la historia bien concreta de Jesús con su pasado, presente y su futuro, como fuente universal de salvación. La comunidad reunida para la eucaristía celebra el sacrificio de Cristo, realiza su memorial, lo proclama, da gracias por él, se asocia a él. Cristo incorpora a su Iglesia al mismo acontecimiento de su pascua, y ¡o hace sobre todo por el gesto simbólico de la comida: es en la comunión, con el cuerpo entregado y la sangre derramada, donde la comunidatl "concelebra" y se incorpora al sacrificio de su Señor. No es un sacrificio "seguido de" una comida, sino una comida eucarística que es a la vez sacrificial, comunicativa del único sacrificio de Cristo. El sacrificio de Cristo se actualiza porque todavía no ha terminado: toda la Iglesia se ha sumado a él. Lo hace sacramentalmente en el gesto eucarístico, pero lo hace también en su vida entera. Al comer a Cristo, la comunidad recibe el impulso para vivir ella misma "por Cristo" y también "por los demás", como su Señor. Por una parte, la Iglesia se hace solidaria en la celebración del sacrificio de Cristo, lo hace suyo, lo ofrece al Padre, como el único don sacrificial que puede ofrecer-
393
le. Pero por otra, también se autoofrece ella misma, entrando en la dinámica pascual y sacrificial del Señor. Hace suya la entrega de Cristo al Padre y se ofrece ella misma, en el sacrificio siempre único y siempre nuevo del Cristo total. Por lo tanto, el encuentro con Jesús eucarístico debe ser para nosotros la mayor fiesta. La santa misa, por ser tiempo sagrado, debe constituir el centro de nuestro día, debe ser el momento mas deseado, más esperado y mas añorado; porque así como es necesario un alimento material para subsistir, es más necesario un alimento espiritual, que es la Palabra de Dios, su Cuerpo y Sangre, que ayuden a alimentar nuestro espíritu, fortaleciendo nuestra fe en Jesús que se entregó por nosotros, alentando nuestra esperanza en las promesas divinas e inflamando nuestra caridad haciendo presente el Reino de Dios en el prójimo.
General de la Liturgia de las Horas (Laudis 1970). Estos son, sus aspectos principales: •
El Oficio divino se ha desclericalizado. Deja de ser oración casi secreta para clérigos y monjas y se viene a convertir en formulario de plegaria para todos los creyentes.
•
Esta oración se ha vuelto más comunitaria, como forma de plegaria abierta a grupos parroquiales, movimientos cristianos y diversas comunidades.
•
Esta oración puede ser más creadora, ya que a través del rezo de la salmodia se puede acrecentar nuestra espiritualidad y nuestra relación con Dios, de una manera más litúrgica.
•
Esta oración será más crístofógíca, es decir, más arraigada en el misterio de Jesús, el Cristo, ya que una oración y una espiritualidad no centrada en Jesucristo y en su evangelio de amor hacia los pobres es contraria a la exigencia y al misterio de la Iglesia.
•
Finalmente, esta oración ha de encontrarse más unida con la vida, ya que a través de la oración, dejamos que nuestra vida se expanda ante el Señor y se refleje, en toda su dureza, su esperanza, su exigencia. Sólo así podremos recuperar la vida en Dios y realizarla, sabiendo que Dios mismo la potencia, la sostiene y ¡a transfigura.
7.6 La espiritualidad de la Liturgia de las Horas La oración eclesial comunitaria es en realidad "liturgia", ejercicio del sacerdocio de Cristo en la asamblea cristiana, celebración del misterio en la doble dimensión de santificación y de culto. Es una celebración de la oración. El Vaticano 11, en su Constitución sobre la Sagrada Liturgia10, trata del Oficio Divino resaltando su carácter de oración eclesial. Sobre esa base Pablo vi ha iniciado una reforma que ha quedado reflejada en la Ordenación
10
Cf. Sacrosanctum Concilium 83-101.
394
Canticum,
La reflexión teológica y la experiencia espiritual iluminan el significado de la plegaria comunitaria de la Iglesia, y ofrecen las motivaciones más profundas para una digna celebración a nivel pastoral.
395
El mismo nombre de "Liturgia de las Horas" tiene un significado teológico-espiritual fundamental. Por su peculariedad, entre las otras acciones litúrgicas, es una celebración de la oración, y de hecho es un verdadero "microcosmos" de la Biblia y de toda la tradición cristiana. La denominación "de las Horas" marca concretamente esa oración, que está presente en todas las otras celebraciones litúrgicas, envueltas siempre en el diálogo de santificación y culto, de palabras y respuestas, con una nota peculiar: es una oración que ritma el curso del día y pone su cadencia celebrativa en los diversos momentos de la jornada, con una memoria de los acontecimientos salvíficos acaecidos en los diversos momentos del día; con una oblación y santificación del tiempo propicio, que la comunidad cristiana transcurre entre el trabajo y el descanso. Fundamentalmente, pues, se tienen tres grandes líneas de teología y espiritualidad: la dimensión litúrgica, la especificidad orante y la inserción en el tiempo de la salvación y en el tiempo de los hombres. La estructura esencial de la Liturgia de las Horas consiste en un "coloquio entre Dios y el hombre". Ese coloquio, es el diálogo de la revelación, es la historia de la salvación 11 . Dios sigue hablando. La liturgia es historia de la salvación en acto, actualización de la revelación divina. El hoy de la Palabra se realiza en la celebración de !a historia de la salvación que toda celebración litúrgica hace presente y que de una manera muy peculiar la Liturgia de las Horas proclama, medita, acoge y transforma en ora-
11
Cf. Ordenamiento General de la Liturgia de las Horas n. 33.
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ción, con los múltiples sentimientos de la plegaria cristiana. Así hoy y aquí de una manera particular en cada celebración el diálogo continúa. La Liturgia de las Horas, que ritma el tiempo de la Iglesia y la existencia de los orantes cristianos, que se unen en la oración común, no puede ser un paréntesis desligado de la experiencia cotidiana de trabajo y de apostolado. Se corre el riesgo de aislar la oración hasta hacerla insignificante en el entramado de la vida real; o desacralizarla, como si fuera el único momento de culto, eficaz al fin y a cabo en el momento de construir la Iglesia y de dar testimonio del evangelio, como muchos terminan pensando. La oración común anticipa ante Dios el compromiso de la jornada que inicia al servicio del Reino, recoge sus frutos y fracasos, da sentido a la noche y al día. Conecta con las intenciones y acciones de toda la humanidad. El trabajo cotidiano recibe su sentido litúrgico por esa conexión indisoluble con la oración, y es la concreta manifestación de ese amén a la voluntad del Padre. La Liturgia de las Horas, acoge y celebra, contempla y glorifica, realiza sacramentalmente la historia de la salvación, como lo hace la eucaristía, los sacramentos o el mismo año litúrgico. Con Cristo Jesús, el verdadero Dios, al tomar la naturaleza humana, introduce aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. Él mismo une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor que intercede por la salvación de todo el mundo. El centro, pues, de esta plegaria eclesial es la actualización del misterio de la salvación, la celebración orante de la historia de la salvación, con su centro que es el misterio pascual de
397
Cristo, presente ahora no sólo en la celebración de la Iglesia, sino en su vida misma, que por medio de la Liturgia de las Horas se convierte en una vida que acoge la salvación en ía historia y hace de la historia un "kairós", un tiempo propicio de santificación y de culto, como fue la vida misma de Jesús. Con los himnos y las preces de la Iglesia, el horizonte de la historia de la salvación se amplía en su universalidad y se encarna en la contemporaneidad del pueblo de Dios, peregrino en el mundo y presente en el corazón mismo de la sociedad actual. El pasado y el presente se funden en la oración de la Iglesia. Cada hora del oficio divino, cada jornada litúrgica, con sus celebraciones peculiares, cada semana, con el momento culminante de la pascua del día del Señor, cada año litúrgico, contienen, como en círculos concéntricos que van alcanzando toda la realidad de la vida y de la historia, la presencia del misterio de la salvación. Por ello, la misma peculiaridad de la Liturgia de las Horas que es la santificación del tiempo, se expresa en esa memoria de los acontecimientos salvíficos que dan sentido cumplido a cada una de las horas de la jornada. En su dimensión salvífica la Iglesia ha caracterizado en preciosa síntesis las diversas horas del oficio: las Laudes matutinas están dirigidas y ordenadas a santificar la mañana. Esta hora trae a la memoria el recuerdo de la resurrección del Señor Jesús, que es luz verdadera que ilumina a todos ios hombres. En la oración de la tarde se celebran las Vísperas, cuando declina el día, en acción de gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada, y por cuanto hemos logrado realizar con acierto. 398
Tercia, sexta y nona, hacen memoria de los acontecimientos de la pasión del Señor y de la primera propagación del evangelio, como acertadamente resaltan los himnos. La oración de completas precede al descanso nocturno que caracteriza el momento final de la jornada.
7.7 la espiritualidad del año litúrgico La naturaleza de la liturgia cristiana, presencia de una salvación que se realizó en el tiempo y que debe seguir realizándose en este mismo ámbito de la existencia de los hombres, hace que el tiempo reciba un significado particular que va más allá de la sola referencia a lo sagrado. La Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de Cristo. La salvación realizada por Cristo a la "medida" del hombre, es celebrada por la liturgia dentro del tiempo. Existe de hecho, entonces, el año litúrgico y días particulares en que tiene lugar la celebración del misterio de Cristo. Esta celebración es un sagrado recuerdo, una acción memorial y representativa de los misterios de la redención por la vía de la reiteración mistagógica. La determinación de los días y de los tiempos de la celebración es fruto de la propia tradición eclesial y de la historia. En el año litúrgico, radica el valor de los tiempos litúrgicos, verdaderos tiempos "de gracia y de salvación". Este tiempo se organiza en diferentes momentos: ritmo diario, cuyo centro es la eucaristía; ritmo semanal, que tiene como eje la celebración dominical; y el ritmo anual, que posee su centro en la solemnidad de la pascua.
399
Los tiempos y ritmos de la celebración tienen un valor significativo, no sólo desde el punto de vista intelectual, sino también en el contexto de la economía de la salvación. Esto quiere decir que el tiempo litúrgico es un signo portador de una cierta eficacia salvífica, en virtud de su institución por la Iglesia, que quiere multiplicar en la existencia de los hombres los medios y los modos de la presencia del Señor, por medio de Jesucristo, el cual es el protagonista del año litúrgico. La necesidad de los cristianos no es sólo de celebrar a Jesucristo sino de conformarse a Él. Se trata de una de las características fundamentales del culto de la nueva alianza: la exigencia de santidad interior, la necesidad de que el gesto externo, sea el que sea, vaya acompañando la actitud del corazón, el obsequio de la voluntad. Por eso, el año litúrgico propuesto a los fieles cristianos como medio de glorificación a Jesucristo y camino de fidelidad al Padre en el Espíritu, ha de ser instrumento y ocasión para imitar al Señor. Esa es la razón por la que, para el cristiano, toda su vida debe ser un continuo año litúrgico, es decir, todos los días debemos experimentar el nacimiento de Cristo (adviento-navidad), todos los días debemos convertirnos al Señor (cuaresma), para que todos los días Jesucristo resucite con nosotros en una nueva vida (pascua), y además, como resultado de esos tiempos, todos los días debemos practicar lo que Jesús realizó en su vida terrena como practicantes fieles del evangelio (ordinario). 7.8 la vida de oración
presente, porque encontramos al Señor de la historia en el reconocimiento y agradecimiento por cuanto nos ha dado en el pasado y en la espera de la transfiguración final. No hay nada en el Evangelio que revele mejor la necesidad absoluta de la oración que el lugar que la misma ocupa en la vida de Jesús, que pasó por la tierra haciendo el bien y anunciando la Palabra; dedicó, por el impulso del Espíritu Santo, muchas horas a ia oración, hablando con el Padre con filial confianza e intimidad incomparable; oró con frecuencia en la montaña, solo (Mt 14,23), aparte (Le 9,18); incluso, cuando todos lo buscan (Me 1,37). En el bautismo de Jesús (Le 3,21), antes de la elección de los "doce" (Le 6,12), en la Transfiguración (Le 9,29). Así da ejemplo a sus discípulos y les enseña a orar (Le 11,1). El cristiano, movido por el Espíritu Santo, hará de la oración motivo de su vida diaria y de su trabajo; la oración crea en él una actitud de alabanza y agradecimiento al Señor, le aumenta la fe, lo conforta en la esperanza activa, lo conduce a entregarse a los hermanos y ser fiel en la tarea apostólica; lo capacita para formar comunidad. La Iglesia que ora en sus miembros se une a la oración de Cristo. La oración alimenta la vida, mantiene en la fidelidad al llamado a la santidad. Ha de acompañar siempre, como en Cristo, las grandes decisiones y acontecimientos. Existen diferentes modalidades de encuentro con Dios. Veamos las más significativas:
Dios está siempre presente, pero esta presencia suya es recibida y transforma la vida sólo por medio de la oración. En la oración se vive con intensidad el momento 400
401
7.8.1 Oración
litúrgica
Es una forma de oración vocal que comprende todo el culto divino y público; también se puede llamar oración comunitaria. Ejemplos: La celebración
eucarística
Es una oración por medio de la cual se hace presente la obra sacerdotal de Jesucristo. En ella su esposa, la Iglesia, celebra el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad. Es, además, e! banquete pascual en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se nos llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera. Es la principal celebración litúrgica de la Iglesia.
nitiva, a dar culto a Dios. La celebración de estos signos sacramentales no sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración nos prepara para recibir con fruto la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad. Por consiguiente, es de suma importancia que recibamos con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida cristiana. 7.8.2 Oración
personal
Es un diálogo de fe y amor con Dios, animado por el Espíritu del Señor Jesús. Meditación
La celebración de la liturgia de las horas Es la oración de alabanza que se canta perpetuamente en las moradas celestiales y que Cristo introdujo en esta vida terrena. En esta oración Él mismo se une así a la comunidad entera de los hombres, y juntos cantan este himno divino de alabanza. En esta oración Cristo y su Iglesia alaban al Padre e interceden por la salvación de todo el mundo. La celebración de la Palabra de Dios Es la celebración en la que se nos abren con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, y la Palabra del Señor que celebramos se nos da como alimento. La celebración de los
sacramentos
Esta celebración está ordenada a la santificación de los hombres, a la edificación del cuerpo de Cristo y, en defi402
Es la consideración de verdades sobrenaturales y exigencias religiosas para convencernos de ellas y movernos a amarlas y practicarlas con ayuda de la gracia, haciendo de esta consideración una oración libremente compuesta. Lectura rezada Es una oración escrita, que nos dice, por ejemplo, un salmo u otra oración cualquiera que ayude a tener una relación directa con Dios para que después lo haga vida. Lectura
meditada
Es la lectura de algún libro, de preferencia la Biblia, de manera que tratando de entender lo leído, el significado de la frase, su contexto, la intención del autor sagrado, se pueda realizar una oración. La diferencia entre la lec403
tura rezada y meditada, es que en la primera se asume y vive lo leído (es tarea del corazón), y en la segunda se trata de entender lo leído (actividad intelectual). Oración escrita Se trata de escribir aquello que el orante quiere decir al Señor después de haber realizado una meditación o lectura bíblica. Oración de abandono Es la oración (actitud) genuinamente evangélica en la que se muestra la confianza plena en Dios para realizar su voluntad; por ejemplo, la oración "Tomad, Señor, y recibid". Oración de
contemplación
Es cuando el alma gusta de estar a solas con el Señor, sin preocuparse de pensar o meditar, tan solo trata de escuchar lo que dice el Señor. Presencia de Dios Es el ejercicio de la vida espiritual que sostiene el entendimiento-fe y la voluntad-amor, o sea, sostener esta presencia de Dios en los signos de los tiempos y en todas las actividades del día. Oración
temática
Se trata de tener una lista de aquellos temas que hacen orar y volver a reflexionarlos.
404
Visita al Santísimo Ninguna oración tan sencilla como ésta; es una conversación fácil, sencilla, llena de naturalidad y sinceridad, para conversar con el Señor como con un amigo, es el mejor modo de hacer con fruto la visita al Señor. Estas son si no todas, sí algunas maneras de hacer oración y que ayudan, por lo tanto, a relacionarse mejor con Dios. La vida de oración para el cristiano debe ser un medio que acreciente más su fe y siga definiendo y guiando la propia espiritualidad.
7.9
La figura de María
La madre de Jesús ha venido siendo en la historia de la espiritualidad cristiana referencia entrañable que ha inspirado a muchos en el seguimiento de Cristo. Para que siga cumpliendo esa misión entrañable dentro de la Iglesia, es necesario actualizar su significado a fin de vivir una existencia según el Espíritu. Nuestra reflexión avanzará en los cauces marcados por el Concilio: Exhorta encarecidamente a los teólogos y predicadores que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma, al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios; expliquen rectamente los oficios y privilegios de la Santísima Virgen que siempre tienen por fin a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad; en las expresiones o palabras eviten cuidadosamente todo aquello que pueda inducir a error a los hermanos separados 405
o cualesquiera otras personas acerca de la doctrina de la Iglesia^2. Los teólogos centroeuropeos que tuvieron gran influencia en la orientación del Concilio habían iniciado una reflexión teológica nueva respecto a la neoescolástica: María es ejemplo vivo de que Dios nos salva en Cristo mediante nuestra libre colaboración; es Madre del Salvador singularmente implicada en la obra de su Hijo; la totalmente redimida. Y esta nueva orientación quedó ya reflejada en un párrafo que, como apretada síntesis, aparece en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, primer documento del Concilio (1963): La Santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención, y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma toda entera ansia y espera ser)3. Un año después, el Concilio dedica un capítulo a María "en el misterio de Cristo y de la Iglesia" (LG 8). La mariología de privilegios queda postergada y sustituida por un enfoque más bíblico, más tradicional y más ecuménico. Se percibe la influencia de las tradiciones protestante y ortodoxa: María, primera redimida dentro de la única mediación de Cristo; la fe de la Virgen como miembro eminente dentro de la Iglesia; verdadero significado del culto mariano.
12 13
Cf. Lumen Gentium n. 67 Cf. Sacrosanctum Concilium n. 103.
406
El Vaticano II ha dejado constancia de los tres rasgos generales que, según los evangelios, podemos reconocer en la historia de María. Es alguien de nuestra raza humana y sometida también a los condicionamientos de la misma: "Hija de Adán, unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que necesitan salvación" 14 . Esta mujer recibió el favor de Dios de modo especial: Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el esplendor de una santidad enteramente singular, la Virgen nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la anunciación como la llena de gracia^5. Como miembro de la Iglesia, la Virgen "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con el Hijo hasta la cruz"16. Podríamos analizar detenida y separadamente cada uno de estos tres puntos, pero quizá sea más conveniente ver cómo en la historia de María se concreta el dinamismo de la vida espiritual cristiana. La espiritualidad cristiana es fruto del amor de Dios que gratuitamente se nos ofrece y transforma para que entremos íntimamente en un diálogo interpersonal. En el caso de María esta inclinación amante de Dios se manifiesta de modo especial; y así lo dan a entender los
14
Cf. Lumen Gentium 56.
15
Cf. Lumen Gentium 56.
16
Cf. Lumen Gentium n. 58.
407
evangelios con varias expresiones: "Llena de gracia" (Le 1,28); alguien cercano que interviene en nuestra historia "Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador" (Le 1,47), etc. Celebrada como "Reina de cielos y tierra", María es la mujer sencilla de Nazareth. "Llena de gracia", es la creyente que se fía totalmente de Dios. Las palabras del ángel: "el Espíritu Santo descenderá sobre ti", tienen su reverso en la entrega incondicional de María: "Hágase en mí según tu palabra". La Madre de Jesús avanzó "en la peregrinación de la fe", y así vivió el encuentro interpersonal de amor con Dios, que llamamos gracia. La devoción a María en el pueblo cristiano ha servido como alimento para la fe, esperanza y amor. La continuidad con esa tradición viva en nuestro contexto exige reflexionar con serenidad y actuar creativamente. Esa devoción del pueblo sencillo es cordial y simbólica; se festeja y se celebra; no se reduce a fríos esquemas sino que se da gracias a un espíritu, el cual debe animar todas las prácticas devocionales que van dirigidas a la Virgen. En el Vaticano n se sigue defendiendo esta devoción: "La Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María". El Concilio "amonesta a todos los hijos de la Iglesia para que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen" 17 .
17
Cf. Sacrosanctum Concilium 103; Lumen Gentium nn. 52.56-57.
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Esa devoción tiene su naturaleza y finalidad propias: No consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa hacia un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes™. María es celebrada de modo especial sencillamente porque ha sido favorecida por Dios y porque ha vivido como discípula primera de Jesús. Por la cercanía de Dios en ella y por su sintonía con el Hijo, la Virgen merece un culto privilegiado; entre todos los santos "ocupa en la Santa Iglesia el lugar más alto"19; es miembro excelentísimo de la Iglesia. Unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo, en María la presencia e intervención de Dios en favor nuestro tiene alcance universal. Dos sugerencias avalan y explicitan un poco más el significado de esta devoción mariana: •
Siguiendo la conducta de Jesús, los cristianos debemos aceptar la voluntad o querer del Padre. Si creemos que María es "la favorecida de Dios", en ella el Señor ha manifestado su amor de modo especial. La Virgen viene a ser como la tierra santa de Dios.
•
Otra sugerencia, ya desde la confesión católica. Dios podría salvarnos sin la encarnación, o haber creado una humanidad sin la mediación de la mujer, pero quiso que la Palabra se hiciera carne y naciera de
18
Ct. Lumen Gentium n. 67.
19
Cf. Lumen Gentium n. 54.
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una mujer llamada María. Esta forma de proceder, remite a una economía general: Dios quiere salvar al hombre por el hombre, contando con su libertad y responsabilidad. María es ejemplo práctico en esa economía o forma de proceder. Su calidad de creyente que dice "sí" manifiesta ya la sacramentalidad de la Iglesia y el significado teológico de las mediaciones en la comunidad cristiana. Por ello no podemos amar a la Iglesia sin amar a la Virgen, y la negación de María incluye también la negación de la Iglesia. Por lo tanto, le corresponde a nuestra época el gozo del descubrir la presencia de María en la historia de la salvación y de responder a ello con una actitud de admiración, alabanza y comunión, en continuidad con la Palabra de Dios y con la Tradición eclesiai. Es tarea de las comunidades eclesiales de hoy no abolir o silenciar el culto a María, sino insertarlo más orgánicamente en el único culto cristiano, renovar sus formas sujetas al desgaste de los tiempos, purificarlo de contaminaciones y darle un nuevo vigor creador. Como todas las relaciones vitales, la relación con María va evolucionando con el ritmo de la historia, en constante fidelidad a la Palabra de Dios y a la exigencia de nuestro tiempo, y sigue manifestando una notable eficacia en orden a la vida espiritual, ofreciendo una "ayuda poderosa para el hombre en camino hacia la conquista de la plenitud" 20 .
un elemento de santificación y como estímulo para el compromiso y la esperanza. En efecto, esa relación promueve los objetivos de toda auténtica acción pastoral: liberar del pecado, ayudar a la asimilación de las actitudes evangélicas, sostener el crecimiento en la amistad con Dios. La vida de comunión con María, exige en primer lugar la superación del propio egoísmo: "Ella, la libre de pecado, conduce a sus hijos a vencer con enérgica determinación el pecado" 22 ; la historia de las conversiones documenta esta fuerza liberadora de la figura de María. La llena de gracia, a la que Dios dirigió su mirada amorosa, alienta a los cristianos a "honrar en sí mismos el estado de gracia, esto es, la amistad con Dios, la comunión con él" (MC 57), ha dejarse invadir por la fuerza transformadora de este Espíritu para ser artífices, junto con Cristo, hombre nuevo, de la nueva humanidad. Finalmente, en la comunión de los santos se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. Los testigos que nos han precedido en el Reino (cf. Hb 12,1), especialmente los que la Iglesia reconoce como "santos", participan en la tradición viva de la oración, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración hoy. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios 23 .
En el camino del cristiano, la relación con María se impone como un imperativo de la fe 21 , pero también como
20
Cf. Marialis Cultus n. 57.
22
21
Cf. Marialis Cultus n. 57.
Cf. Lumen Gentium n. 67.
23
Cf. CEC 2684, 2683.
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411
CONCLUSIÓN Es importante que destaquemos la toma de conciencia del misterio de la Iglesia y que identifiquemos los caminos para vivir una espiritualidad eclesial concreta. Vivir el misterio de la Iglesia significa, experimentar en ella misma el acontecimiento de la salvación, es decir, la comunión con Dios; es experimentar en la Iglesia también la comunión fraterna; y hacerse con ella sacramento de salvación para todos los hombres. Vivir en la Iglesia, comunidad completa, significa encontrarse con la persona de Jesucristo, y por lo mismo a través de Él, tener la experiencia del Padre, conocer y amar su voluntad salvífica. Por eso vivir la Iglesia como misterio significa tener la experiencia de la comunión con Dios. La Iglesia debe sentirse como una asamblea convocada por el Padre. Quiere esto decir que la vocación del Padre es universal, que se consumará al final de los tiempos. Para los cristianos vivir como Iglesia en relación con el Padre significa tener el ansia de universalidad pastoral y misionera, de consumación escatológica. La Iglesia comunidad visible sigue las huellas de Cristo, vive de él, cumpliendo su mandato de transmitir la salvación a todos los hombres y en todo tiempo. Vivir lo concreto de la comunidad eclesial significa conformarse a la humillación de Cristo, el cual para servir se despojó de la forma divina y para enriquecer a muchos se hizo pobre. Ser Iglesia es un servicio a la comunidad. La pequeña comunidad que es la Iglesia, en efecto, recibe constantemente al Espíritu de complacencia del Pa-
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dre, que es el mismo Espíritu de Cristo, resucitado y vivo, enviado de una vez por todas a la Iglesia el día de Pentecostés. Vivir la Iglesia significa, realizar la experiencia del Espíritu. Vivir el Espíritu de la Iglesia y en la Iglesia significa experimentar la filiación de Dios y la libertad a la que hemos sido llamados. Vivir la libertad del Espíritu de la Iglesia es comprender que é! se ha dado a toda la comunidad y otorga carismas para la edificación de todo, que se ha autovinculado soberanamente a los sacramentos y a los ministerios. Vivir el Espíritu en la Iglesia significa entonces intentar entender el Espíritu de la Iglesia sin impaciencia. La Iglesia es un pueblo inserto en la sociedad, en camino por la historia, el cual experimenta la salvación como comunión fraterna y hace experimentar en toda comunión fraterna un momento de salvación. Comunión con Dios y entre los hombres son aspectos íntimamente correlacionados y necesarios del acontecimiento de salvación único. La Iglesia, comunidad histórica que sigue a Cristo, realiza su misión salvífica en un tiempo peculiar de la historia de la salvación, que va de la resurrección a la parusía. Es germen, fermento y signo eficaz o sacramento de todo el género humano y de su vocación en Cristo, como de su destino escatológico. El diálogo entre la Iglesia y el mundo es una definición de la auténtica definición de la Iglesia. Se es Iglesia para la humanidad. Los cristianos tienen el don y la responsabilidad de vivir en la plena pertenencia a la Iglesia para saber que su "ser Iglesia" es un servicio misteriosamente eficaz para todos los que se salvan sin conocer a la Iglesia.
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Por lo tanto, la experiencia espiritual enseña que la comprensión vital de María santísima y la devoción a ella facilitan el acceso a la verdades de fe y a la espiritualidad eclesial concreta. El nexo entre María y el sentido de la Iglesia se funda en la maternidad espiritual de la Virgen respecto a la Iglesia, lo mismo que respecto a cada uno de los cristianos y a la humanidad entera. María es modelo de fe y figura de la Iglesia por su estrecha participación y colaboración singular en el plan de la salvación del Padre en los misterios de la vida de Jesús; es también objeto de devoción de los cristianos. El testimonio y la intercesión de los santos nos invitan a la santidad y estimulan la vida nueva en el Espíritu. Por ello, una genuina espiritualidad cristiana, en el aquí y ahora, no puede dejar de lado la consideración de la comunión con Dios, la comunión con los hermanos, la mediación de la Iglesia para toda la humanidad con todos los dones con que Dios mismo la ha enriquecido y, por último, la intercesión de María, Madre de la Iglesia.
los bautizados conformen su vida a la de Cristo resucitado. La vivencia del misterio de Jesucristo, bajo la inspiración del Espíritu, se transforma en fuente originante de diferentes formas de espiritualidad. Todas ellas, sin embargo, por caminos distintos, aspiran a un único fin: la comunión con el Dios de Jesucristo, es decir, responder a la invitación evangélica: "Sean ustedes perfectos y santos, como es perfecto y santo el Padre de ustedes que está en el cielo" (Mt 5, 48). La espiritualidad cristiana, en sus diferentes formas, es trinitaria, cristocéntrica, pneumatológica, eclesial, litúrgica y mañana, y tiene como columnas las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad. Una espiritualidad litúrgica auténtica se alimenta de la Palabra de Dios, de los sacramentos, especialmente de la eucaristía, de la liturgia de las horas, de las celebraciones del año litúrgico, y de la oración comunitaria y personal. El secreto de una celebración litúrgica viva y auténtica reside en una profunda vida pascual y según el Espíritu, sin la cual la liturgia corre el peligro de transformarse en un mero ritualismo vacío.
RESUMEN La espiritualidad cristiana es vida según el Espíritu (Rm 8, 5-9), tejida en comunión con Dios y el seguimiento de Jesucristo, y concretizada al interior de la comunidad eclesial. El Espíritu Santo, como guía del Pueblo de Dios, es quien inspira una forma de vida según la voluntad del Padre, y al interior de la Iglesia actúa para que
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La espiritualidad cristiana tiene como modelo a María, que por obra del Espíritu Santo acogió la misión de ser Madre del Hijo de Dios, y se transformó en su primera discípula. La Iglesia venera con especial amor. La Virgen María, hoy como en el cenáculo (cf. Hch 1,12-14), enseña a los cristianos la docilidad al Espíritu, para que junto a Cristo se transformen en artífices de una nueva humanidad.
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EJERCICIOS 1. ¿Qué se entiende por espiritualidad? 2. ¿Cuáles son las características de la espiritualidad cristiana? 3. ¿Cómo se alimenta nuestra vivencia litúrgica?
BIBLIOGRAFÍA A.A.V.V., Nuevo Diccionario de Espiritualidad, España, Ed. Paulinas, 1991.
Madrid,
Aranda, Alberto M.sp.s., La Cena Del Señor, México, Obra Nacional de Buena Prensa, 1997. Bandera A., María orante como Cristo, Ávila, 1990. Besnard, A.M., Una nueva Espiritualidad, Barcelona, Ed. Estela, 1966. Borobio, Dionisio, La celebración en la Iglesia Salamanca, Ed. Sigúeme, 1988.
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416
417
ÍNDICE GENERAL
Presentación Abreviaciones y siglas Autores volumen 1
5 9 11
Vida litúrgica en el seminario Faustino Paludo
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Introducción 1. Formación con miras a la participación Formación y renovación litúrgica Para dialogar en grupo 2. Realidad actual de la formación litúrgica 2.1 Un tiempo de transición 2.2 Nuevos puntos de referencia 2.3 La sociedad secularizada 2.4 Visión reduccionista de la misión de la Iglesia Para dialogar en grupo 3. La formación litúrgica 3.1 Sentido 3.2 Objetivos de la formación litúrgica 4. Notas características de la formación 4.1 Formación unitaria 4.2 Formación adaptada a las personas 4.3 Acción mistagógica 4.4 La formación como proceso de aprendizaje
13 15 22 22 23 25 26 27 28 28 28 31 42 42 43 44 45
5.
Aspectos de la formación de los futuros ministros 5.1 Sensibilidad para lo sagrado 5.2 Educar para la ritualidad 5.3 Capacitar para el discernimiento creativo 5.4 El espíritu de comunión eclesial Para dialogar en grupo 6. La comunidad formadora 6.1 Sentido y papel de la comunidad formadora 6.2 Celebraciones de la comunidad formativa Para dialogar en grupo 7. El año litúrgico 7.1 Sentido del año litúrgico 7.2 El domingo 7.3 Las fiestas Para dialogar en equipo 8. El ministerio de la presidencia 9. La práctica pastoral Conclusión Resumen Bibliografía
1. ¿Qué es celebrar? Alfredo Pouilly
50 50 50 52 53 54 54 54 57 65 65 65 67 67 70 70 74 77 78 82 83
1.1 Aspectos semánticos 84 1.2 Historia: La celebración-fiesta 88 1.3 Análisis de la celebración-fiesta. Aspectos antropológicos 90 1.4 La liturgia es una fiesta: Aspectos teológicos ... 98 1.5 Un nuevo concepto de liturgia: Acción de Dios, Fiesta del Pueblo; Fiesta de Dios, Acción del Pueblo 104 Resumen 109
420
Apéndice: La dinámica celebrativa Alberto Aranda
111
1. Inicio o introducción 2. Liturgia de la Palabra 3. La liturgia sacramental 4. Conclusión y envío Ejercicios Bibliografía
111 112 116 116 116 117
2. ¿Qué celebramos? Guillermo Rosas ss.cc.
119
Introducción 119 Trabajo personal inicial 121 2.1 Celebramos el misterio pascual de Cristo 122 En resumen 130 Trabajo personal 131 2.2 Celebramos el anuncio y su realización por obra del Espíritu Santo 131 En resumen 136 Trabajo personal 137 2.3 Celebramos a Cristo siempre presente 137 En resumen 145 Trabajo personal 146 2.4 Celebramos hoy el permanente Adviento 147 En resumen 150 Trabajo personal 150 2.5 Celebramos en la fe y en la conversión diaria 151 En resumen 156 Trabajo personal 157 2.6 La liturgia, cumbre y fuente de nuestra vida ... 157 En resumen 160 Trabajo personal 160 Bibliografía 161
421
3. ¿Quiénes celebramos? Juan Carlos Spera - Roberto Russo 3.1 3.2 3.3 3.4 3.5 3.6
Jesucristo El Espíritu Santo La Iglesia La asamblea Los ministerios litúrgicos Criterios pastorales para el ejercicio de los ministerios Resumen Ejercicios Bibliografía
4. ¿Cómo celebramos? Alberto Aranda 4.1 Signos y símbolos 4.2 La Palabra 4.3 La oración, ei canto y la música 4.4 Las acciones, los gestos, los movimientos 4.5. Los lugares, los elementos, los objetos Resumen Ejercicios Bibliografía 5. ¿Cuándo celebramos? Rubén Leikam o.s.b. 5.1 El año litúrgico 5.2 La Liturgia de las Horas Resumen Ejercicios Bibliografía
422
163
163 172 180 185 192 201 203 204 206
6. ¿Dónde celebramos? Daniel P Cronin Introducción 6.1 Breve recorrido histórico7 6.2 El espacio celebrativo 6.3 Los espacios celebrativos Conclusión Resumen Ejercicios Bibiografía 7. ¿Por qué celebramos? Víctor Sánchez
321
321 325 330 333 364 365 367 369 373
207
207 218 230 235 238 249 250 251 253
253 285 316 318 319
Introducción 373 7.1 Formas de espiritualidad cristiana 375 7.2 Características de la espiritualidad cristiana .. 379 7.3 El fundamento de la vida espiritual: Las virtudes teologales 381 7.4 La espiritualidad sacramental 382 7.5 La espiritualidad eucarística 389 7.6 La espiritualidad de la Liturgia de las Horas .. 394 7.7 la espiritualidad del año litúrgico 399 7.8 la vida de oración 400 7.9 La figura de María 405 Conclusión 412 Resumen 414 Ejercicios 416 Bibliografía 417
423