6. El Arte de La Terapia Familiar - Minuchin

April 1, 2017 | Author: Rocio Vazquez Romero | Category: N/A
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Terapia familiar

Últimos títulos publicados: 22. B. P. Keeney y O. Silverstein - La voz terapéutica de Olga Silverstein 23. M. Adolfi - Tiempo y mito en la psicoterapia familiar 25. W. H. O'Hanlon - Raíces profundas 27. H. C. Fishman - Tratamiento de adolescentes con problemas 28. M. Selvini Palazzoli y otros - Los juegos psicóticos en la familia 29. T. Goodrich y otras - Terapia familiar feminista 30. L. Onnis - Terapia familiar de los trastornos psicosomáticos 31. A. Ackermans y M. Andolfi - La creación del sistema terapéutico 32. S. de Shazer - Claves para la solución en terapia breve 33. A. M. Sorrentino - Handicap y rehabilitación 34. L. Cancrini - La psicoterapia: gramática y sintaxis 35. W. H. O'Hanlon y M. Weiner-Davis - En busca de soluciones 36. C. A. Whitaker y W. M. Bumberry - Danzando con la familia 37. F. S. Pittman III - Momentos decisivos 38. S. Cirillo y P. Di Blasio - Niños maltratados 39. J. Haley - Las tácticas de poder de Jesucristo 40. M. Bowen - De la familia al individuo 41. C. Whitaker - Meditaciones nocturnas de un terapeuta familiar 42. M. M. Berger - Más allá del doble vínculo 43. M. Walters, B. Cárter, P. Papp y O. Silverstein - La red invisible 45. Matteo Selvini - Crónica de una investigación 46. C. Raush Herscovici y L. Bay - Anorexia nerviosa y bulimia 48. S. Rosen - Mi voz irá contigo 49. A Campanini y F. Luppi - Servicio social y modelo sistémico 50. B. P. Keeney - La improvisación en psicoterapia 51. P. Caillé - Uno más uno son tres 52. J. Carpenter y A. Treacher - Problemas y soluciones en terapia familiar y de pareja 53. M. Zappella - No veo, no oigo, no hablo. El aulismo infantil 54. J. Navarro Góngora - Técnicas y programas en terapia familiar 55. C. Madanes - Sexo, amor y violencia 56. M. White y D. Epston - Medios narrativos para fines terapéuticos 57. W. Robert Beavers y R. B. Hampson - Familias exitosas 58. L. Sega! - Soñar la realidad 59. S. Cirillo - El cambio en los contextos no terapéuticos 60. S. Minuchin - La recuperación de la familia 61. D. A. Bagarozzi y S. A. Anderson - Mitos personales, matrimoniales y familiares 62. J. Navarro Góngora y M. Beyebach - Avances en terapia familiar sistémica 63. B. Cade y W. H. O'Hanlon - Guía breve de terapia breve 64. B. Camdessus y otros - Crisis familiares y ancianidad 65. J. L. Linares - Identidad y narrativa 66. L. Boscolo y P. Bertrando - Los tiempos del tiempo 67. W. Santi y otros - Herramientas para psicoterapeutas 68. M. Elkaím - La terapia familiar en transformación 69. J. L. Framo - Familia de origen y psicoterapia 70. J. Droeven (comp.) - Construyendo más allá de pactos y traiciones 71. M. C. Ravazzola - Historias infames: el abuso en las relaciones 72. M. Coletti y J. L. Linares - La intervención sistémica en los servicios sociales ante la familia multiproblemática 73. R. Perrone - Violencia y abusos sexuales en la familia 74. J. Barudy - El doctor invisible de la infancia 75. S. Minuchin - El arle de la terapia familiar

Salvador Minuchin Wai-Yung Lee, George M. Simón

El arte de la terapia familiar

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PAIDÓS Barcelona Buenos Aires México

Título original: Masteriitg Family Therapy. Joumeys of Growth and Transformation Publicado en inglés por John Wiley & Sons, Inc., Nueva York y Toronto Traducción: Víctor Manuel Arnáiz Adrián Revisión técnica: Carlos de la Hera Narganes

Cubierta de Mario Eskenazi

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I." edición, 1998 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autori¿ación escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprograh'a y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1996 by John Wiley & Sons, Inc. © 1998 de la traducción by Víctor Manuel Arnáiz Adrián © de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Av. Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona ISBN: 84-493-0572-1 Depósito legal: B-44.218-2006 Impreso en Book Print Digital, S. A. Botánica, 176-178 - 08908 L'Hospitalet de Llobregat i"m™m f n F.snaña - Printed in SDain

Para Andy Schauer (1946-1994), un amigo franco y amable, que vivió su vida sin resentimientos y nos dejó antes de su hora.



SUMARIO Agradecimientos ................................................................................. Prólogo, Braulio Montalvo ................................................................. Prefacio, Salvador Minuchin ..............................................................

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Primera parte FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR 1. 2. 3. 4. 5.

Terapia familiar: una dicotomía teórica ....................................... Familias particulares: todas las familias son diferentes ... Familias universales: todas las familias son semejantes ... Terapias de familia: práctica clínica y supervisión ...................... El encuentro terapéutico ..............................................................

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Segunda parte HISTORIAS DE SUPERVISIÓN 6. La supervisión en el encuentro terapéutico ................................. 7. La feminista y el profesor jerárquico Margaret Ann Meskill .................................................................. 8. Una cabeza, muchos sombreros Hannah Levin .............................................................................. 9. La poetisa y el percusionista Adam Price .................................................................................. 10. El retorno del «hijo edípico» GilTunnell.................................................................................... 11. En el crisol Israela Meyerstein ........................................................................ 12. Enfrentarse al gorila Dorothy G. Leicht ........................................................................ 13. Hombres y dependencia: el tratamiento de una pareja del mismo sexo David E. Greenan ........................................................................

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14. El pintor al excremento Wai-Yung Lee ............................................................................... 15. Llenando el vaso vacío: la historia de Andy Schauer Wai-Yung Lee ...............................................................................

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Epílogo, Salvador Minuchin .............................................................. Bibliografía......................................................................................... índice analítico y de nombres .............................................................

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AGRADECIMIENTOS

Para comenzar, estamos profundamente en deuda con los terapeutas cuyos capítulos conforman la segunda parte de este volumen. Sin sus valerosos deseos de exponer su trabajo clínico a examen público, este libro se hubiera convertido en una árida aventura académica de dudosa utilidad para todos aquellos que se encuentran implicados en el arduo trabajo de practicar y supervisar la terapia familiar. Quisiéramos reconocer la contribución de Richard Holm, nuestro miembro facultativo asociado del Centro Minuchin para la Familia. Richard, aunque sea de forma invisible, está presente por doquier en este libro. Sus contribuciones van de lo sublime a lo meticuloso: desde ayudarnos a cristalizar algunas de las ideas teóricas hasta trabajar en el análisis de las cintas de vídeo. Cualquier autor puede sentirse agraciado si encuentra un editor que pueda entender el material y mejorarlo. En la escritura de este libro fuimos afortunados; tuvimos a tres de estos editores. Francés Hitchcock se dedicó a las transformaciones básicas cuando el material salió de nuestros procesadores de textos. Nina Gunzenhauser nos previno sobre los errores en el manuscrito cuando creíamos que éstos ya no existían. Y Jo Ann Miller, directora ejecutiva de John Wiley, aportó su conocimiento del área y la habilidad para integrar el trabajo de varios escritores en un volumen coherente. Vaya también nuestro profundo agradecimiento para Lori Mitchell, Jenny Hill y Gail Elia. Trabajaron incansablemente y con una paciencia diplomática para reescribir las numerosas revisiones que sufrió el manuscrito. Finalmente, quisiéramos dar las gracias a nuestras esposas: Patricia Minuchin, Gail Elia y Ching Chi Kwan. Ellas nos acompañaron a lo largo de este libro y representan lo mejor de la complementariedad en el trabajo y el matrimonio.

PRÓLOGO

Este libro constituye una caja de herramientas de valor incalculable. La primera parte es una contribución pionera, en la cual Salvador Minu-chin expone su visión particular sobre las principales ideas de los máximos exponentes de la especialidad, seleccionando algunos de los conceptos y las técnicas más excitantes para la ayuda de familias problemáticas. En la segunda parte, escucharemos las voces individuales de nueve terapeutas supervisados mientras pugnan por transformarse a sí mismos y a las familias a su cargo, bajo la guía maestra de su supervisor. Les veremos mejorar la propiedad y complejidad de sus intervenciones y observaremos cómo aprenden a abandonar metas utópicas. Veremos cómo emplean las reacciones catalizadoras de Minuchin y compartiremos su dolor y alegría mientras mejoran sus habilidades y realzan sus estilos. El modo en que se relata cada historia del terapeuta, así como los comentarios sobre la evolución de su trabajo, hacen que la lectura de este libro sea como asistir a una «clase magistral». Seguimos la perspectiva del estudiante y del profesor y observamos cómo éstas interactúan y afectan a la terapia. En este trabajo impresionan los ejemplos expuestos: una amplia galería de «accidentes» del Manual diagnóstico y estadístico (DSM) de altos niveles de dificultad. Para el novel que busca nuevas aproximaciones a aquellos problemas que a primera vista parecen individuales El arte de la terapia familiar es una fuente eminentemente rica. Para el terapeuta experimentado que persigue formas nuevas de romper sistemas patológicos, de ampliar las diferencias y de desafiar lo usual, la cosecha nunca habrá sido tan abundante. Este libro será particularmente provechoso para estimular 'a imaginación del supervisor. Todos los que nos hemos encontrado en conflicto con la dirección elegida por el supervisor, aprenderemos de las mgeniosas maneras que encuentra Minuchin para resolver los conflictos y promover el crecimiento. Muestra cómo el supervisor puede aprovechar las diferencias entre él y sus alumnos, y entre éste y la familia con la que trabaja, transformando tales diferencias en un conflicto producti-vo, en una solución inesperada a la vez que curativa. Enseña a emplear eficientemente el instrumento más fundamental del supervisor: la habilidad para unirse con el estudiante en un diálogo honesto y vigoroso

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donde ambos persigan con avidez los medios de anticipar y crear escenarios. Estas ideas no encajan dentro de una área inclinada a sacrificar el empleo de conversaciones evocativas y probatorias por la planificación y puesta en marcha de intervenciones terapéuticas. Estas ideas no se acomodan con un protocolo breve y atomizado concebido como el medio principal de entrenamiento. Sin embargo, sí pertenecen a cualquier escenario profesional en el que se emplee un tipo de terapia centrada en la familia y ejecutada por sujetos que valoren sobre todo la relevancia y utilidad de las intervenciones. Estos clínicos acogerán con avidez el tema principal del libro: el descubrimiento de metas viables y la improvisación de una trayectoria terapéutica flexible, a través del entendimiento sistemático de las familias. La guía de Minuchin para lograr tal empresa cultiva y libera la imaginación bruta del terapeuta: la capacidad ilimitada para desarrollar nuevas opciones. Enseña cómo asumir las diferentes fórmulas en función de las necesidades de cada caso. En el futuro, cuando el campo de la terapia familiar sea examinado y las herramientas de su taller inventariadas, El arte de la terapia familiar será concebido como algo más que el mero trabajo de un brillante artesano de cuya fragua se extrajo una colección extraordinaria de herramientas que continúan moldeando el área de la terapia familiar. Será recordado como una fuente literaria central a la hora de inspirar a los terapeutas a encender su imaginación y forjar sus propias armas para ayudar con mayor efectividad a las familias con las cuales trabajan. BRAULIO MONTALVO

PREFACIO

En una ocasión, un sabio anciano rabino escuchaba con afecto a sus dos discípulos más brillantes enzarzados en una polémica discusión. El primero presentó su argumentación con una convicción apasionada. El rabino sonrió de forma aprobatoria: «Eso es correcto». El otro seguidor defendía lo contrario de modo convincente y claro. El rabino sonrió de nuevo. «Eso es correcto.» Los discípulos, atónitos, protestaron. «Rabino, no podemos estar ambos en lo cierto.» «Eso es correcto», replicó el sabio anciano rabino. Al igual que el sabio anciano rabino, los autores mantienen dos puntos de vista diferentes con relación a la formación del terapeuta familiar. Meyer Maskin, un supervisor analítico brillante y cáustico del Instituto Wi-lliam Alanson White, solía contar a sus alumnos cómo en cierta ocasión, cuando deseaba construirse una casa de verano, le pidió a un arquitecto que le mostrara los planos de casas que había diseñado con anterioridad. Después fue a mirar su aspecto una vez que estaban terminadas. Aquí Maskin realizaría una pausa para lograr un golpe de dramatismo. «¿No deberíamos realizar un proceso idéntico y riguroso cuando buscamos un analista? Dicho de otra manera, antes de que iniciemos juntos el arduo periplo psicológico, ¿no deberíamos observar de qué modo ha construido su vida el potencial terapeuta? ¿En qué grado se entiende a sí misma? ¿Qué clase de esposa es? Y lo que es más crucial, ¿cómo educa a sus hijos?» Otro observador igualmente crítico, el terapeuta familiar Jay Haley, diferiría con el anterior punto de vista. Haley afirma que conoce a mucha «buena gente» y padres modelos que son terapeutas mediocres o nefastos; él también conoce buenos terapeutas familiares cuyas vidas personales son un desastre. Ni las habilidades de la vida, ni el autoconocimiento alcanzado a través del psicoanálisis mejoran la capacidad del terapeuta para convertirse en un clínico mejor. La habilidad clínica, haría notar, requiere de un entrenamiento específico en el arte de la terapia: cómo planear, dirigir, reordenar las jerarquías. Eso sólo se puede adquirir, defendería, a través de la misma supervisión de la terapia. Según Haley, para conocer la calidad de un terapeuta familiar, se necesitaría entrevis-

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tar a sus pacientes. Incluso cualquier trabajo escrito de un terapeuta sólo nos daría información acerca de sus habilidades literarias, no sobre las terapéuticas. Así que nos encontramos en un aprieto porque, al igual que en la historia del rabino, ambos bandos difieren absolutamente y estamos de acuerdo con los dos. En escritos anteriores, he indicado cómo respondo a las necesidades específicas de los clientes empleando diferentes facetas de mí mismo. Mi experiencia acerca de la influencia que la familia ejerce sobre mí, modula mis respuestas hacia ellos. Este aspecto de la terapia requiere ciertamente un autoconocimiento. Pero Haley está en lo cierto cuando afirma que las respuestas terapéuticas no están guiadas por el autoconocimiento, sino por el conocimiento de los procesos de funcionamiento de la familia y de las intervenciones dirigidas hacia su cambio. Para escapar de esta paradoja, algunas escuelas de terapia familiar piden a sus alumnos que entren en psicoterapia durante su entrenamiento. De hecho, éste es un requisito para licenciarse en algunos países europeos. Recordamos las primeras estrategias de Virginia Satir y Murray Bo-wen sobre la reconstrucción familiar cuando enviaban a sus estudiantes a modificar las relaciones con sus familias de origen. Cari Whitaker solía tomar en terapia a sus estudiantes como parte del entrenamiento. Más recientemente, Harry Aponte y Maurizio Andolfi han desarrollado técnicas de supervisión que pretenden el autoconocimiento como terapeutas. La estrategia de supervisión, con la cual confrontamos esta paradoja, consiste en centrarnos en el estilo preferente del terapeuta —esto es, el uso que hace de un grupo delimitado de respuestas previsibles bajo circunstancias diferentes—. Un terapeuta puede centrarse en exceso en el contenido; otro podría percibir cierta conducta a la luz de una ideología particular como, por ejemplo, el feminismo. Algunas veces el estilo se relaciona con respuestas caracteriológicas básicas del terapeuta, tales como la evitación del conflicto, una posición jerárquica, miedo al enfrenta-miento, un foco exclusivo en la emoción o la lógica, o una preferencia por los finales felices. Pero, en la mayoría de los casos, el estilo del terapeuta manifiesta elementos que son menos visibles para el propio terapeuta, como, por ejemplo, centrarse en pequeños detalles, permanecer distante, ser indirecto, hablar demasiado o carecer de ideas propias. Así, dos terapeutas con una visión similar de una situación familiar y con las mismas metas terapéuticas, responderán ante la familia de dos maneras diferentes, idiosincrásicas. Esta diferencia en el estilo puede ejercer un efecto considerable sobre el curso de la terapia; algunas respuestas son mejores que otras. Mi acercamiento a la supervisión, por tanto, es comenzar trabajando con el terapeuta en la comprensión de su estilo preferido. ¿Qué respuestas de su repertorio emplea con mayor frecuencia? Las acepto. Son correctas. Después, las declaro insuficientes. El estilo del terapeuta es correcto en tanto funciona, pero se puede desarrollar. El terapeuta que se centra en el contenido puede aprender a dirigir su atención a las interacciones que acontecen entre los miembros de

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la familia; el terapeuta cautivado por la trama de la historia puede aprender el arte de una intervención discontinua. Sea cual fuere el estilo que identifiquemos al comienzo, éste se convierte en el punto de partida. Desafiamos al terapeuta a que amplíe su repertorio, a que sea capaz de responder a una diversidad de perspectivas de manera complementaria a las necesidades de la familia. La meta es un clínico que pueda manipularse a sí mismo en interés del cambio terapéutico, sin dejar de ser espontáneo. Cari Whitaker, que fue un terapeuta versátil y único, comunicó a través de la enseñanza la necesidad de adoptar una diversidad de roles durante el trabajo con la familia. Le encantaba contar historias de cuando era «niña». Esta libertad para ser proteico y a la vez fiel a uno mismo, es la que intentamos impartir a nuestros estudiantes. La supervisión exitosa da lugar a un terapeuta diferente de su supervisor, pero también distinto de la persona que era antes del proceso de supervisión. El truco es respetar los límites de la vida privada del estudiante durante el proceso de autotransformación. ACERCA DEL LIBRO Hemos dividido el libro en dos partes. En la primera parte examinamos las diferentes teorías sobre la terapia familiar y describimos un modelo terapéutico intervencionista, modelo que está a la base de nuestra supervisión de terapeutas en prácticas. Esta parte del libro fue escrita conjuntamente por los tres autores mencionados en el título, quienes comparten sus perspectivas sobre la familia y la terapia familiar que se desarrolla a lo largo del volumen. Por lo tanto, la voz del autor en esta discusión será el «nosotros» y alude a nosotros tres. La mayor parte del estudio sobre el encuentro terapéutico y su supervisión hace referencia al trabajo individual efectuado por Minuchin y cuando se emplea el pronombre «yo» se alude a él. La segunda parte es una respuesta a las sugerencias de Haley respecto a que el modo de saber si un terapeuta lo hace bien es preguntando a las familias. Pedimos a nueve estudiantes del curso avanzado de entrenamiento que hablen con Minuchin sobre sus experiencias en la supervisión y el efecto de ésta en la práctica clínica. El autor y los alumnos supervisados comienzan sus relatos describiéndose a sí mismos como miembros de sus familias de origen. (Tal actividad no forma parte del curso de entrenamiento; les fue asignada sólo a propósito de este volumen.) El resultado es una galería completa de terapeutas familiares, trabajando todos ellos con un supervisor, encontrándose con un grupo diverso de familias. Será fácil aPreciar que ninguno de ellos es un clon de Minuchin. Supervisor y alumno son sorprendidos en la misma experiencia. Es-tan unidos en la meta de crear un terapeuta complejo, flexible, un clínico ^e tenga una experiencia terapéutica satisfactoria con la familia. El proceso influye en ambos. El profesor no sólo respondió a nivel intelectual

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sino que fue un participante activo. Y, finalmente, supervisor y estudiante se beneficiaron de la comprensión de su propia experiencia, así como de sus limitaciones. En los capítulos 7-15 los pasajes en cuerpo menor y redonda reflejan los comentarios de Minuchin sobre los casos. Esperamos que ambas secciones de este libro, la teórica y la práctica, transmitan el complejo y gratificante proceso de dominar la terapia familiar. SALVADOR MINUCHIN

Primera parte FAMILIAS Y TERAPIA FAMILIAR

1. TERAPIA FAMILIAR Una dicotomía teórica MADRE (con impaciencia): ¿Quieres contarle lo que hiciste? DAVID: Oh, sí, mi ojo, me lo he frotado un poco. No debía hacerlo. El impulso no iba a durar tanto. GIL (suavemente): David, ¿dónde estaban tus padres antes de que te entraran las ganas? ¿Qué estaban haciendo? La clase del miércoles, tras el cristal unidireccional, se dedica a observar a Gil con la familia de David. David, de veinticuatro años, ha pasado el último año de su vida bajo vigilancia psiquiátrica. Cuando la compulsión de frotarse el ojo amenazaba con cegarle, no parecía que existiese alternativa a la hospitalización. Gil fue, en un principio, su terapeuta individual, pero durante los últimos cuatro meses éste ha estado trabajando con David y sus padres. En estos cuatro meses, Gil ha estado mostrando vídeos de la terapia al grupo. Hoy por primera vez asistimos a la sesión de familia en vivo. Nos sentimos como si conociéramos bien a estas personas. Estamos familiarizados con la forma en que los padres prestan atención a David. Cada detalle de su conducta llega a estar dotado de sentido y es una preocupación para ellos. No puede ocultarlo. El padre, una figura gris, parece dubitativo, deseoso de ser útil. La cara redonda de la madre parece más cercana a la de David de lo que nosotros, los miembros del grupo, creemos necesario. Las torpes explicaciones de David se dividen equitativamente entre ellos; primero trata de satisfacer a su madre, después a su padre. Es evidente que su misión es agradar. Gil, un psicólogo nacido y criado en el sur, tiende a relacionarse con la gente manteniendo una distancia respetuosa. Como terapeuta, prefiere las interpretaciones moderadas en un tono delicado. MINUCHIN (el supervisor, al grupo): Creo que Gil les dice que el hecho de que David se frote los ojos está desencadenado por la proximidad de la "ladre. Él es tan considerado con el poder de las palabras que piensa que lo han entendido. Pero ellos se encuentran en otra órbita. Gil necesitará aprender a gritar antes de que puedan escucharle.

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He estado trabajando sobre el estilo de Gil con esta familia desde comienzos de año y, aunque ha reconocido las limitaciones de su estilo y parece comprometido en ampliar su modo de trabajo, ha mantenido su enfoque marcadamente cognitivo y su confianza en las interpretaciones expresadas suavemente. Decidí unirme a Gil en el otro lado del espejo y trabajar con él como supervisor-coterapeuta durante un breve lapso de tiempo. Cuando entro, Gil dice simplemente «doctor Minuchin». Tomo asiento. La familia sabe que he estado supervisando la terapia durante los últimos meses. MINUCHIN (alpadre): Si quiere ayudar a su hijo, debe evitar que su esposa se comporte así con él. Hable con su esposa. PADRE: NO puedo. No se puede hablar con ella. MINUCHIN (a David): Entonces continuarás cegándote. DAVID: NO voy a cegarme. MINUCHIN: ¿Por qué no? Los chicos buenos hacen cosas agradables para sus padres. Tu padre ha decidido que no puede manejar a tu madre. Ella se siente sola y aislada. Tú has decidido ser su cura. Por tanto, te cegarás para darle una ocupación en la vida: hacer de madre. Más adelante, en el capítulo décimo, Gil describirá en detalle su experiencia de mi supervisión en este caso. En mi introducción al capítulo de Gil y en mis comentarios sobre su relato, describiré la idea que me llevó a intervenir en la sesión de consulta tal y como lo he mencionado. El caso de David y su familia es tan fascinante que sería tentador entrar ahora en los detalles de la supervisión del caso. Antes de comenzar esta exploración de la supervisión de la terapia familiar, sin embargo, se debe entrar en una cuestión más general. El modo en que intervine durante la consulta —de hecho, el modo en que superviso en general— está enraizado en mi visión del encuentro terapéutico. Se basa en un entendimiento particular de la gente y de las razones por las que se comportan como lo hacen, de cómo cambian y de qué clase de contexto invita al cambio. Este lazo íntimo entre la visión terapéutica propia y el modo de supervisar y de entrenar no es exclusivo de la terapia estructural familiar. Desde los inicios del campo de la terapia familiar, en cada una de las denominadas «escuelas» de terapia de familia, la manera en que alguien supervisa ha estado dirigida por el modo en que concibe la terapia. Así, una exploración de la supervisión en terapia de familia debe comenzar con una mirada al modo en que se aplica la, terapia familiar. Sin embargo, debe ser una visión que vaya más allá del compendio de técnicas que se emplean en el área. Para realizar una exploración de la supervisión de forma que se comprenda con claridad lo que ocurre en la terapia familiar, necesitamos penetrar en el pensamiento que subyace a las técnicas y discernir los valores y supuestos fundamentales que dieron origen a ellas. Cuando uno contempla la práctica de la terapia familiar de esta manera, desaparecen muchas de las diferencias aparentes entre las

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escuelas de terapia familiar. Pronto quedará claro, sin embargo, qué distinciones son las cruciales. Retrocediendo al tema de la supervisión de Gil con la familia de David, es importante resaltar que mi foco de atención como supervisor no se centra demasiado en las dinámicas familiares, al contrario que el estilo terapéutico de Gil. Creemos que es esencial atender a la persona del terapeuta. Desafortunadamente, la literatura de la terapia familiar ha puesto a menudo un interés mucho mayor en la técnica terapéutica que en la propia figura del terapeuta como motor de cambio. Esta división entre técnicas y el empleo del «yo» del terapeuta apareció muy temprano en el desarrollo de esta área. Esto, en parte, constituyó un subproducto involuntario de la necesidad histórica de la terapia familiar de diferenciarse de las teorías psicoanalíticas. Considérense, por ejemplo, los conceptos psicodinámicos de «transferencia» y «contratransferencia», conceptos que implican sobremanera a la figura del terapeuta. Los terapeutas pioneros de la terapia de familia desecharon tales conceptos por irrelevantes. Ya que los padres y otros familiares del paciente se encontraban en la sala de consulta, no parecía necesario considerar cómo podría éste proyectar sus sentimientos y fantasías vinculadas con miembros de la familia en la figura del terapeuta. Pero con el rechazo de estos conceptos, la persona del terapeuta comenzó a hacerse invisible en los escritos de estos pioneros de la terapia familiar. A medida que el clínico desaparecía, todo lo que quedó fueron sus técnicas. Con la evolución de la disciplina, los terapeutas de familia aceptaron, copiaron y modificaron técnicas introducidas por otros clínicos. Por ejemplo, la técnica del abandono del cambio, de Jay Haley, reaparece en la noción de «paradoja» y «contraparadoja» de la escuela de Milán. La técnica de la escultura de Virginia Satir fue retomada y modificada a partir de la técnica de la coreografía de Peggy Papp. Y el genograma, desarrollado por Bowen y Satir, se convirtió en un medio común para casi todos los terapeutas de familia a la hora de trazar el mapa de las familias. Por supuesto, en la práctica, la manera en que los terapeutas aplicaban estas técnicas era preocupante para las familias, clínicos y supervisores. Para la mayoría, sin embargo, este temor no estaba reflejado en la literatura del campo; como mucho de manera adicional. Por ejemplo, en Families ofthe slums (Minuchin, Montalvo, Guerney, Rosman y Schumer, 1967) escribí: La elección de la intervención por parte del terapeuta está definitivamente limitada porque debe operar bajo las demandas organizativas del sistema familiar. Pero esto conlleva la ventaja de que su autoconciencia, en medio de las «fuerzas del sistema», le permite identificar las áreas de interacción que requieren modificarse y los medios en que puede actuar para cambiar sus consecuencias... El terapeuta pierde distancia y está totalmente dentro del sistema cuando adopta el papel de intercambiar de modo recíproco con respuestas complementarias que tienden a duplicar lo que cada uno de ellos habitualmente obtiene de los demás (pág. 295).

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Ésta es una descripción bastante compleja del proceso mediante el cual el terapeuta experimenta y conoce a la familia empleando su auto-conciencia en el contexto terapéutico. No obstante, el enfoque principal de mis primeros libros no radicaba en el yo del terapeuta, sino en las técnicas para modificar a las familias. Como me centré en ellos (las familias) más que en nosotros (los terapeutas), el clínico como portador de las técnicas se convirtió en universal mientras que las familias se volvieron cada vez más idiosincrásicas. Otro ejemplo de este proceso de supresión de la figura del terapeuta se puede ver en el modo en que reapareció de manera modificada mi concepto de «coparticipación» en el término «connotación positiva» de la escuela de Milán. En Family therapy techniques (Minuchin y Fishman, 1981),* describí «coparticipación» del siguiente modo: El terapeuta está en el mismo barco que la familia, pero él debe ser el timonel... ¿Qué cualidades tiene que poseer? ¿Qué puede emplear para guiar la habilidad?...[Él] aporta un estilo idiosincrásico para comunicarse y un bagaje teórico. La familia necesitará adaptarse a este bagaje de un modo u otro y el terapeuta necesitará acomodarse a ellos (pág. 29). El concepto primordial de «coparticipación» se relaciona con dos sistemas sociales idiosincrásicos (la familia y el terapeuta) que se adaptan el uno al otro. Cuando la coparticipación se transforma en «connotación positiva», simplemente se convierte en una técnica de respuesta a las familias. Lo más conocido de estos intentos de solución fue indudablemente la táctica que denominamos «connotación positiva», la cual implica no sólo abstenerse de criticar a cualquiera de la familia, sino también de interferir directamente con la «conducta recomendable» de cada uno... Pensando hoy en ello, notamos que la idea de «connotación positiva», diseñada originalmente como un medio de proteger al clínico de los contraproducentes enfrentamientos familiares y los abandonos... era un recurso estratégico débil... (Selvini-Palazzo-li, Cirillo, Selvini y Sorrentino, 1989, págs. 236-237; la cursiva es nuestra). La diferencia entre estos dos conceptos no se ubica principalmente en el nivel del contenido. Una gran parte de la coparticipación guarda relación con la connotación positiva de la forma de ser de la familia, pero no termina ahí. Mientras que la coparticipación reconoce al terapeuta como un agente activo, como un instrumento terapéutico único, la connotación positiva sólo lo concibe como agente pasivo, como un portador de sentido y técnica. Como hemos resaltado, la desaparición de la persona del terapeuta en la literatura de la terapia familiar puede atribuirse en parte al contexto histórico en el que se desarrolló la terapia de familia. Sin embargo, durante un largo periodo de esta área, la desaparición del clínico ha sido in* Trad. cast.: Técnicas de terapia familiar, Barcelona, Paidós, 1992.

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ncional más que accidental, como resultado, de hecho, de una elección teórica deliberada. Una de las principales aseveraciones de este libro es ue el campo de la terapia familiar se ha organizado, a lo largo del tiempo en torno a dos polos caracterizados por una visión diferente del papel aue el terapeuta podría desempeñar como motor de cambio. Discutiremos, más adelante en el capítulo, las inquietudes teóricas que han legado algunos terapeutas de familia en orden a buscar deliberadamente una especie de «invisibilidad» en el consultorio. Primero, sin embargo, permítanos mostrarle el aspecto de una terapia de familia cuando es efectuada por un miembro del grupo de clínicos que, en sus prácticas y publicaciones, concibe al terapeuta como el principal instrumento de cambio del encuentro terapéutico. Este tipo de terapia familiar se ejemplifica en la siguiente descripción de una sesión dirigida por Virginia Satir. LA TERAPIA DE FAMILIA ACTIVISTA

En la década de los setenta, la Clínica Filadelfia para la Orientación Infantil patrocinó varios talleres sumamente interesantes en los cuales dos terapeutas entrevistarían por separado a la misma familia durante días sucesivos. Las sesiones fueron observadas y grabadas en vídeo a través del cristal unidireccional. (El secretismo que caracterizaba al psicoanálisis fue uno de los conceptos contra los cuales se reveló la terapia familiar.) La idea que escondía este formato fue que, ya que cada intervención del clínico estaría guiada por sus premisas teóricas, los asistentes podrían percatarse de la forma en que estos conceptos sobre la naturaleza familiar y el proceso del cambio tomaban forma en el estilo del terapeuta. Uno de los primeros participantes fue Virginia Satir, que entrevistó a una familia mixta. El padre y su hija de dieciocho años fruto de su primer matrimonio vivían con su segunda esposa y su hija de dieciséis. El hijo de diez años del primer matrimonio vivía con su ex esposa. Ambas familias habían estado en tratamiento durante aproximadamente un año a causa de sus disputas sobre el hijo. El padre sentía que su primera esposa era una madre inadecuada y le había demandado para obtener la custodia. Sus batallas legales se reflejaron en disputas amargas y mordaces entre las familias. La hija no le había hablado a la madre en un año y el niño padecía severos problemas escolares. Satir era rubia y alta, una diosa que llenaba la habitación con su sola Presencia. Cuando entró en el habitáculo, estrechó la mano de cada uno, se sentó cómodamente y le pidió al muchacho que fuera a la pizarra y dibujara un organigrama de la familia. Ella charlaba con fluidez, preguntando y haciendo comentarios personales: «No sé por qué no puedo recordar ese nombre». «Cuando me siento así...» Desde hacía minutos, había Creado una atmósfera de apertura en las que ambas partes se sentían libres Para hablar. Con una postura claramente a favor de todos, Satir procedió a abordar a cada miembro de la familia, investigando el contenido de cada lnteracción y puntualizándolo todo con comentarios amistosos.

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Sus comentarios parecían azarosos, pero pronto organizó la información de la familia en una narración unificada. Consiguió que el marido y su segunda esposa describieran su estilo de resolución de conflictos y les pidió que representaran una discusión para ella. Después creó dos esculturas familiares. Pidió al muchacho que se sentara en la rodilla de su madre y a su hermana en la rodilla de éste. A modo de espejo, sentó al otro subsistema, colocando a la segunda esposa sobre la rodilla de su marido y a su hija encima de ella. Más tarde solicitó al hijo que saliera, dejando a la hija de dieciocho años sola sobre la rodilla de la madre. Satir puso una silla muy cerca de la madre y pidió a la hija que se sentara en ella. Después, arrodillándose junto a ellos en el suelo, animó a madre e hija a que describieran su resentimiento, el sentimiento de traición, el amor y sus anhelos. Empleando la simpatía, la enseñanza y la dirección, logró que ambas mujeres expresaran cuánto se extrañaban. Después solicitó al ex marido que se sentara con ellas. La sesión finalizó con la posibilidad de que estas dos familias se reunieran a través del amor y no del conflicto. No existe relato alguno que pueda dar cuenta de la calidez extrema de aquella sesión o proceso mediante el cual Satir transformó lo que parecía una implicación fortuita con cada miembro en una reconciliación entre madre e hija. Estaba claro que su fin era la unión. Ella eligió como blanco las áreas de contacto, utilizándose a sí misma con tal cercanía emocional que hubiera sido bastante complicado para la familia resistirse a su dirección. Respecto al estilo, uno podría argumentar que el nivel de implicación era muy meloso y que ella les empujó a expresar emociones positivas invalidando y suprimiendo la expresión honesta del conflicto. De cualquier modo, en el lapso de una hora, fue capaz de ayudar a la familia a apartarse de un año de interacciones destructivas y a que iniciaran un proceso de relaciones más cooperativas. La terapia de Virginia Satir fue, por encima de todo, marcadamente particular. Pero su idiosincrasia sirve como un valioso ejemplo del trabajo de un grupo activista de terapeutas familiares.

UN PUNTO DE VISTA DISIDENTE SOBRE LA TERAPIA FAMILIAR A la vez que Satir estaba desarrollando su aproximación a la terapia familiar, ideas muy diferentes se estaban explorando dentro de la misma área. Gregory Bateson, en el Instituto de Investigación Mental (MRI) de Palo Alto, estaba utilizando sus sensibilidades combinadas de antropólogo y cibernético en el intento de ayudar a las familias. Cómo antropólogo, Bateson estaba preocupado profunda y oportunamente por los peligros de imponer los valores culturales propios sobre otra persona. Sabía, desde la historia y la teoría, que en su campo es imposible predecir la dirección del cambio; introduce cualquier alteración en una cultura, por pequeño y bienintencionado que sea, y el resultado es imprevisible. El fuerte deseo de Bateson de dejar que las cosas se desarrollen naturalmente se expresa de manera cariñosa en su «Metadiálogo: ¿por qué se enredan las cosas?».

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HiJA: Papá, ¿por qué se enredan las cosas? PADRE: ¿Qué quieres decir?, ¿las cosas?, ¿enredarse? HIJA: SÍ, la gente pasa mucho tiempo resolviendo problemas, pero no parece tener dificultades en meterse en ellos. Parece como si las cosas se complicaran por sí mismas. Y después otra vez hay que salir del atolladero. PADRE: ¿Pero tus cosas se hacen un lío sin tocarlas? HIJA: NO, no si no las toca nadie, pero si tú o alguien las tocara se lía-rían más que si hubiera sido yo. PADRE: SÍ, ésa es la razón por la que trato de mantenerte lejos de las cosas de mi escritorio. Porque mis cosas se enredan más cuando las toca alguien que no sea yo. PADRE: ¿Pero por qué siempre las personas enredan las cosas de los demás? ¿Porqué, papi? (Bateson, 1972, pág. 3). Como cibernético, Bateson mantiene una perspectiva epistemológica que refuerza y amplía sus preferencias estéticas para «dejar a las cosas ser». Cuando la cibernética persigue la explicación de un evento, no investiga las explicaciones positivas del mismo. Más bien, considera toda la gama de eventos que podrían haber acontecido y después se pregunta: «¿Por qué no han ocurrido?». En el lenguaje cibernético, se dice que el curso de los acontecimientos está sujeto a restricciones y se asume que (aparte de tales restricciones), los caminos del cambio están gobernados sólo por la igualdad de probabilidad... El método cibernético de la explicación negativa sugiere esta pregunta: ¿existe alguna diferencia entre «estar en lo cierto» y «no estar equivocado»? (Bateson, 1972, págs. 399,405). Cuando las preocupaciones intelectuales y estéticas de Bateson se extrapolaron a la tarea de avudar a las familias, el resultado previsible fue una preocupación máxima por su parte sobre la introducción de cualquier cambio que produjera un desequilibrio familiar imprevisible. Rechazó la teoría psicoanalítica, pero su postura durante las entrevistas familiares, como la del antropólogo que recopila datos, reflejaba la preocupación psicoanalítica de evitar toda intrusión en el área psicológica del cliente. Así, Bateson introdujo una tradición muy diferente en el área de la terapia familiar, una tradición del entrevistador cauteloso y reservado, que con el tiempo llegó a centrarse más en qué no hacer en la terapia («no equivocarse») que en lo que debería hacerse («estar en lo correcto»). El trabajo del grupo del MRI, entre cuyos fundadores se incluye a Vir-gmia Satir, comenzó su terapia familiar con la devoción intervencionista oe la época. Pero después, especialmente bajo la influencia de Paula Watzlawick, crecieron las inquietudes, iniciadas por Bateson, sobre los aspectos potencialmente disgregadores de la intervención. Watzlawick ^nseñó que los intentos de solución son precisamente los que crean problemas humanos en primera instancia. Así pues, la terapia debería ser breve y mínimamente intervencionista.

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La introducción por parte de Bateson de una postura neutral y reflexiva planteó automáticamente un rompecabezas para aquellos terapeutas familiares que anhelaban seguir este acercamiento en la práctica terapéutica. ¿Cómo podría controlarse la influencia del terapeuta en la sesión? Para el psicoanalista, la herramienta para controlar las respuestas contratransferenciales era la autoconciencia desarrollada a través del entrenamiento analítico. Pero no existía ningún equivalente al entrenamiento analítico disponible para el terapeuta familiar. Así que a aquellos que deseaban seguir la postura terapéutica reflexiva, no les quedaba otra opción que crear controles externos sobre sus intervenciones terapéuticas. En este empeño, el grupo más ingenioso fue la escuela de Milán, cuyos métodos serán descritos más detalladamente en el capítulo cuarto. Para controlar la intrusividad del terapeuta, crearon un «equipo terapéutico» de observadores situados detrás del espejo unidireccional ante el cual el terapeuta de la sesión era responsable. Cambiaron el «yo» del terapeuta por el «nosotros» del equipo y trabajaron para activar un proceso de cambio en los miembros de la familia para cuando estuvieran fuera de la sesión y de la influencia del terapeuta. Los terapeutas se veían a sí mismos como mediadores objetivos en la distancia, lanzando los «guijarros psicológicos» que crearían ondas en fa familia.

LA TERAPIA INTERVENCIONISTA VERSUS LA TERAPIA PASIVA

Nuestro recorrido acerca de cómo se practicó la terapia familiar ha revelado que, a lo largo de su breve historia, este campo ha sido poblado por dos clases de terapeutas. La diferencia entre los dos grupos radicaba en el grado en que defendían el empleo del yo para producir el cambio. En un extremo se encuentra el terapeuta intervencionista, que practica la terapia activa comprometida del «inténtalo, inténtalo nuevamente» producto de los años sesenta, con todo su optimismo, energía, experimentalidad, creatividad y candor. PADRE: Jimmy es muy, pero que muy rebelde. No puedo controlarle. TERAPEUTA: Pídale a Jimmy que traiga su silla aquí y hable con él. Jimmy, quisiera que le escucharas. Después dile lo que piensas. ¡Y la madre que no interrumpa! En el otro extremo se encuentra el terapeuta pasivo: PADRE: Jimmy es muy, pero que muy rebelde. No le puedo controlar. TERAPEUTA: ¿Por qué cree que sucede? El terapeuta puede formular otras cuestiones, animar a que se explore el sentido. Será atento y respetuoso, cuidadoso para no imponer sus propios prejuicios sobre el padre y el hijo. Es una terapia de mínimos.

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El terapeuta moderado ha encontrado justificación intelectual para su estilo terapéutico minimalista en varias fuentes. Durante la década de los ochenta, los cimientos teóricos de Bateson se complementaron con ideas ¡^portadas del trabajo de los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Várela (1980). Sus investigaciones habían demostrado que la percepción del mundo externo por parte de un organismo está ampliamente determinada por su estructura interna. En algunos círculos se sacó mucho partido de un experimento donde el ojo de un tritón se giró 180 grados. Cuando un insecto en movimiento se colocaba enfrente de él, el tritón saltaba desorientado y trataba de capturarlo creyendo que el insecto estaba situado tras él (Hoffman, 1985). Las fútiles objeciones en base a fundamentos biológicos (que el ojo y cerebro mamíferos son de diferente orden que el reptil) y humanos (que los seres humanos y sus interacciones no están confinadas a cuestiones de neurobiología), no disuaden a algunos terapeutas pasivos de su triunfal marcha hacia la conclusión lógica: la realidad objetiva no se puede conocer. Si cada organismo responde primariamente a su propia estructura interna, entonces ninguno puede provocar directamente un estado determinado en lugar de otro. Para los practicantes de la terapia pasiva, un corolario terapéutico parecía más que evidente: es imposible para el clínico generar cambios en blancos terapéuticos específicos en una familia. Por tanto, la terapia debería ser «no intervencionista», una simple conversación entre personas. En los noventa, el terapeuta pasivo dio un giro hacia el constructivismo social (Gergen, 1985) y el posmodernismo de M. Foucault (1980) en busca de apoyo e inspiración. El constructivismo social subraya el hecho de que el conocimiento no es una representación de la realidad externa, sino un consenso construido por individuos que hablan «un mismo lenguaje». El posmodernismo de Foucault añade la observación de que la conversación está gobernada por amplios discursos socioculturales y prevalecen ciertas perspectivas mientras que se obvian y marginan otras. Bajo la influencia de estas escuelas de pensamiento, el terapeuta pasivo ha venido a centrarse en el lenguaje y la narrativa. El clínico realiza a sus clientes preguntas que les brindan la oportunidad de reconsiderar ciertos significados y valores que hasta la fecha habían sido considerados como «definitivos» y normativos. El terapeuta crea de este modo un contexto dentro del cual se invita a los clientes a recapitular sus vidas deshaciéndo-se. en el proceso, de la opresión de los discursos culturales constrictivos. No cuestionamos la importancia del constructivismo social ni del Posmodernismo para entender los fenómenos sociales, pero, según nuestra Percepción, la terapia no debería ser un mero ejercicio de entendimiento y ^enos de tipo abstracto o académico como el postulado por el análisis Posrnodernista. Por el contrario, la terapia debería estar orientada hacia la Cción. Es una cita relativamente breve entre una familia y un terapeuta, °n la meta explícita de aliviar un estrés. Aplicar las ideas constructivistas • P°srnodernistas de modo literal a tales encuentros se nos antoja como un eJemPlo de lo que Bateson llamaría un «error de categoría», una aplica-- °n errónea de un concepto desde un nivel de abstracción a otro.

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No obstante, el terapeuta pasivo de los noventa permanece cauteloso ante nuestra clase de intervencionismo terapéutico. Subrayando las maneras en que la gente está gobernada (y limitada) por las historias que las personas han construido a través de las conversaciones con los otros, el terapeuta pasivo sigue llamando la atención sobre el tema de la experiencia terapéutica y las normas. Harlene Anderson (1994) ha descrito el cambio en las bases teóricas de la terapia que acompaña a la práctica cons-tructivista:

De Conocimiento como objetivo y fijo —sujeto y conocimiento como independientes

Conocimiento creado socialmente y generativo —interdependiente

Lenguaje como representacional, reflejo fiel de la realidad

Lenguaje como manera en que experimentamos la realidad, herramienta con que le damos sentido

Sistemas sociales como cibernéticos, imposición de orden, unidades sociales definidas por la estructura y el papel

Sistemas sociales como unidades sociales configuradas y producto de la comunicación social

Terapia como una relación entre un experto y personas que requieren ayuda

Terapia como colaboración entre personas con diferentes perspectivas y experiencia

Fuente: AAMFT Conference, Washington, DC, 1994.

En ninguna columna se encuentra incluida la palabra «familia». La conceptualización de la familia como la unidad social significativa que genera definiciones idiosincrásicas del «yo» y los «otros» desaparece vir-tualmente. La idea factible de familia como sistema social, en la cual se moldean los patrones de experiencia, es reemplazada por la noción de «sistema de lenguaje» como unidad social. Entretanto, al terapeuta se le resta la flexibilidad mediante el imperativo ideológico de que opere únicamente en posturas colaborativas, simétricas. Desaparece su libertad para cuestionar, actuar, opinar o comportarse en el despacho como la persona compleja y multifacética que es fuera de él. Todo lo que le queda en su papel de terapeuta es actuar como un entrevistador distante y respetuoso. Como grupo, los terapeutas constructivistas se han esforzado en crear una terapia de apoyo y respeto a sus clientes. En su práctica, la patología es empujada fuera de la familia para situarla en la cultura que la rodea. El terapeuta se ciñe a un lenguaje gobernado por el imperativo de ser respetuoso. En estas aproximaciones, el clínico se convierte en el re-

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lector de las historias familiares. Funciona como la persona a quien f°s miembros de la familia dirigen sus relatos y que los une. Los terapeutas pasivos han llegado lejos desde que Bateson defendie-una terapia democrática del significado y, en el proceso, han llegado a na conceptualización totalmente diferente sobre la posición de los indi-iduos en el contexto. En el marco de pensamiento de Bateson, las interacciones de los miembros de la familia sostienen el funcionamiento fa-¡]jar-( su visión de ellos mismos y del otro. El pensamiento, expresado en términos científicos de sistemas y ecología, es profundamente moral. Implica responsabilidad mutua, compromiso con el todo, lealtad y protección entre sí, esto es, pertenencia. Obliga al clínico y al científico social a centrarse en las relaciones entre el individuo, la familia y el contexto. El constructivismo contemporáneo, sin embargo, ha adoptado una postura moral distinta. Se centra en el individuo como víctima del lenguaje restrictivo que implica el discurso invisible dominante en boga. La respuesta al constreñimiento cultural es una postura de liberación política, de desafío cultural a través del cuestionamiento de los valores y significados aceptados. Esta posición renuncia a la responsabilidad de los miembros de un grupo en favor de una filosofía de liberación individual. Para los que defienden esta postura, por tanto, el contacto idóneo entre las personas se caracteriza por el respeto mutuo pero sin compromisos. Creemos que esta noción refleja la visión posmoderna pesimista sobre nuestra cultura, el desencanto con el Estado y la convicción de que las limitaciones sociales son perjudiciales para el individuo. Desde el punto de vista del terapeuta de familia intervencionista, el terapeuta pasivo se centra en el contenido y la técnica de interrogar se-cuencialmente a los miembros de la familia situándose en una posición central que despoja a la situación terapéutica de su recurso más valioso: el compromiso directo existente entre los familiares. Todos los elementos no verbales, la irracionalidad y todo el afecto de la interacción familiar se han perdido. Como resultado de ello, algunas de las más importantes ventajas del movimiento de la terapia familiar quedan abandonadas. Para el terapeuta intervencionista, la familia constituye el contexto privilegiado en el cual las personas pueden expresarse de manera más Plena y en toda su complejidad. Así, la interacción familiar, potencial-mente destructiva o curativa, sigue ocupando un lugar fundamental en la Practica. Para nosotros, la vida familiar es tanto drama como historia, ^omo drama, la vida familiar se desenvuelve en el tiempo. Tiene un pasa-°» expresado en historias narradas por los personajes. Pero también es Presente, que se desarrolla en las interacciones de estos personajes. Y r0rn° el drama, la vida familiar es también espacial. Los miembros de la amilia se comunican entre sí con gestos y sentimientos tanto como con Palabras. El proceso de cambio ocurre a través del compromiso del terapeuta °n 'a familia. El terapeuta es un catalizador del cambio familiar (a difenc 'a del catalizador físico, él mismo podría alterarse en este proceso).

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Cualquier acontecimiento terapéutico que se produzca durante la terapia se debe a este compromiso. Así, el terapeuta traslada el drama familiar al consultorio, generando un contexto donde se anima a los miembros de la familia a interactuar directamente con el otro. El terapeuta escucha e| contenido, los temas, relatos y metáforas, pero también observa. ¿Dónde se sientan las personas? ¿Cuál es la posición relativa de los miembros de la familia? Atiende al movimiento: las diferentes entradas y salidas, los movimientos de los familiares entre sí. Observa los gestos: cambios sutiles en la postura, los toques aparentemente casuales mediante los cuales los miembros de la familia se avisan entre sí; los límites que definen las afiliaciones, las alianzas y las coaliciones comienzan a aflorar. Cuando esto sucede, el terapeuta empieza a experimentar las fuerzas familiares. La familia empuja y atrae, induce al terapeuta al papel de juez, mediador, aliado, oponente, pareja, padre e hijo. El terapeuta desarrolla una comprensión experimental de los patrones interactivos familiares elegidos y a su vez comienza a sentir las alternativas subyacentes que podrían llegar a ser accesibles. Ahora podría emplear sus respuestas personales para guiar sus intervenciones, quizás incluyéndose de forma resuelta en el drama familiar. Intervenir de este modo conlleva sus problemas. Añade otra fuerza a una área interpersonal de por sí ya sobrecargada. Pero la respuesta a este problema no estriba en evitar el compromiso sino en controlarlo. El terapeuta debe actuar como participante en el drama familiar y como observador. Es importante comprometerse, y también es vital salirse, animando a los miembros de la familia a que interactúen directamente entre sí. Es básico dejarse atraer por la emotividad del área pero también observar. Es el punto medio lo que otorga a las intervenciones del terapeuta su poder de cambio. Provoca a la familia para que responda, y después estudia su respuesta. Si las intervenciones del clínico han sido útiles, los miembros de la familia se descubrirán relacionándose de una forma novedosa, generadora de desarrollo y enriquecimiento. La curación sucede en estos momentos y los sanadores son el terapeuta y los mismos familiares. El terapeuta familiar intervencionista acepta las responsabilidades de la intervención. Necesita concienciarse de su ignorancia y de sus conocimientos. Precisa saber cómo las normas sociales moldean a la familia. Necesita conocer los factores fisiológicos, culturales y económicos. Debe saber que él mismo está limitado por su propia historia. Pero a pesar de estas limitaciones, debe hacer algo más que escuchar. El terapeuta de familia, sea pasivo o intervencionista y con independencia del marco teórico, es un agente de cambio. Modula la intensidad de sus intervenciones de acuerdo con las necesidades de la familia y de su propio estilo personal. El terapeuta pasivo se mueve bajo mínimos en un espectro de baja intensidad, conformándose con ayudar a los miembros de la familia a que entiendan cómo construyen sus historias. Su meta es proveer un contexto neutral para «conversaciones terapéuticas». Un terapeuta intervencionista, por el contrario, actúa bajo mínimos en un espec-

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Je alta intensidad, quizás representando el conflicto familiar yendo a jper con un cliente anoréxico y su familia (Minuchin, Rosman y Baker, 1978). pero sea el terapeuta cuidadosamente neutro o todo lo contrario, iempre será un «perfeccionador». Se introduce en las familias (como sanador, profesor, resonador) para un viaje experimental. E inevitablemente traerá consigo ideas preconcebidas sobre la familia. ¿Cómo se traban las familias? ¿De qué recursos dispone esta familia para resolver conflictos ' Tales ideas se pueden formular o permanecer sin examinar pero, de forma explícita o no, organizarán el contenido que escuche el terapeuta y determinará a qué interacciones atiende y cómo responder a ellas. Es más, el estilo personal que haya desarrollado a través de las experiencias de su vida modelará sus intervenciones. A su vez, la familia presenta sus propias ideas preconcebidas y sus propios estilos. Es un sistema social que refleja, inevitablemente, los sistemas políticos, históricos y culturales en los cuales se envuelven, a la manera de un conjunto de muñecas rusas. La familia comparte algunos universales con el terapeuta; mantienen en común el lenguaje, ciertos conceptos sociales y valores porque conviven en un mismo espacio y tiempo. Si fuera de otra forma, la familia y el terapeuta no podrían entenderse el uno al otro. Sin embargo, las actitudes que comparten pueden conducir a mantener los mismos puntos ciegos. Es importante reconocer qué es lo que desconocemos. Pero también es vital para el terapeuta conocer qué es lo que sabe y albergar un conocimiento propio. La postura de desconocimiento del terapeuta pasivo no puede eludir los sesgos, la experiencia, los conocimientos con los cuales funcionan los seres humanos; sólo puede oscurecerlos. Los clínicos no pueden escaparse de la noción de «familia funcional» que les guía; y, más a menudo de lo que quisieran, de sus nociones acerca del ajuste correcto (al menos sobre uno mejor) entre la familia y la sociedad. Nuestra cultura puede cambiar más rápido que nuestra conciencia, Pero parece que alguien que pretenda ser un terapeuta de familia debería tener alguna idea de lo que es la familia. Si vamos a intervenir en los miembros de una familia para incrementar la flexibilidad de su reperto-no o aliviar dolor y estrés, nuestra actuación debe estar guiada por una comprensión juiciosa del contexto en el cual estamos actuando. Los dos capítulos siguientes giran en torno al estudio de las familias; lo cual, pa-radójicamente, recuerda la historia del rabino del prefacio: todas son 'guales y a la vez diferentes.

2. FAMILIAS PARTICULARES Todas las familias son diferentes

La mayoría de las definiciones de familia se centran en la composición de un pequeño grupo relacionado por la sangre o el compromiso. Pero, ¿incluye esa definición todas las posibilidades? Los conceptos tradicionales nos traen de forma instantánea excepciones a la mente. Familia: un grupo compuesto por los padres y sus hijos. Excepción: ¿qué ocurre con las parejas sin hijos que se aman el uno al otro durante décadas? Familia: los hijos de dos padres, un grupo de personas relacionadas de forma íntima por medio de la sangre. Excepción: ¿qué ocurre con una familia mixta compuesta por padres casados en segundas nupcias y hermanastros? Las familias en un kibutz extienden sus límites hasta incluir la comunidad. Una familia mormona compuesta por un hombre, sus cuatro esposas y sus hijos se consideran a sí mismos una familia nuclear, digan lo que digan los sociólogos o el propio Estado. Con la biotecnología actual, una familia puede incluir una pareja de hijos biológicos, concebidos con su óvulo y su esperma pero gestados en el cuerpo de una extraña. En una ocasión reciente, una pareja de lesbianas fue demandada ante un tribunal familiar por el padre biológico de su hijo, un amigo homosexual a quien habían pedido que donara esperma. Cuando su hija tenía dos años de edad, el donante les demandó y reclamó los derechos paternos. El juzgado declaró que la hija ya tenía padres y lo más conveniente para la niña era no alterar su concepto de familia. Entonces, ¿qué es una familia? La socióloga Stephanie Coontz (1992), Peguntaría: ¿en qué momento y en qué tipo de cultura? Una familia es 'empre un segmento de un grupo más amplio v en un periodo histórico Particular. La gente en la actualidad tiende a pensar el término «familia» como a unidad familiar. Pero, de acuerdo con la idea del sociólogo Lawrence one (1980), la familia británica de hace dos siglos no habría sido una 'dad nuclear, sino un grupo formado por los parientes más próximos. ne ha afirmado que, en el sistema de linaje abierto de aquella época, el

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matrimonio estaba más preocupado por el tema de la fusión de bienes y la continuación de líneas familiares que por el intento de unir a los compañeros sentimentales. En una época tan reciente como la Francia napoleónica, el contrato de matrimonio de los padres de Pierre Riviére muestra las bases económicas de la unión (Minuchin, 1984). Los hijos eran como mucho una parte de las posesiones del matrimonio, como podían serlo la tierra y el ganado. Es más, dos tareas que hoy son consideradas como fundamentales de la unidad familiar —el cuidado de los hijos nacidos de la unión y el apoyo emocional de las esposas— eran entonces tareas mucho más típicas del sistema de parentela. De hecho, de acuerdo con Stone, se daba relativamente muy poca importancia a la unidad formada con la esposa. Si el marido y la esposa llegaban a cuidarse el uno al otro, ciertamente no se hacía ningún daño; pero si no se desarrollaba un afecto mutuo, nadie consideraba el matrimonio como un fracaso. Hoy en día, la respuesta de cuidado de una mujer hacia su hijo se asume como algo tan fundamental que la llamamos instintiva. La historiadora francesa Elizabeth Badinter (1980), sin embargo, ha argumentado que hace siglos la respuesta maternal era rara. Por lo general, los niños eran criados lejos de sus padres, las niñas enviadas como nodrizas y los niños como aprendices. Quizás una de las razones para este desapego era la gran cantidad de niños que morían en la infancia. Hasta que el nivel de mortalidad infantil no empezó a declinar, hacia comienzos de la época moderna, era poco aconsejable querer a un niño. Stone ha resaltado que en la Edad Media con frecuencia los padres daban a varios de sus hijos el mismo nombre, esperando que al menos uno podría llegar a llevarlo siendo adulto. La familia nuclear, tal y como la conocemos hoy, empezó a ser común con la urbanización e industrialización y como consecuencia de la mejora en la higiene y el cuidado médico de la revolución científica. Las normas familiares comenzaron a transformarse a medida que la sociedad europea también cambiaba. Hacia la mitad del siglo xvm, la familia nuclear había llegado a ser el ideal aceptado por la clase media. Por primera vez, la interdependencia de las esposas y el cuidado de los hijos fueron consideradas como tareas principales de la unidad nuclear. Stone ha estimado que tal cambio de las normas familiares aconteció hace unos doscientos años. Es más, la autonomía y autoridad de la familia nuclear actual son adquisiciones recientes. Antes de este siglo la comunidad jugaba un rol mucho más importante en lo que hoy consideramos labores familiares. En la América colonial, así como en el siglo xvn en Europa, asuntos que hoy serian considerados privados, como por ejemplo los niños revoltosos, estaban regulados directa y explícitamente por la comunidad. Se disuadía a los chismosos con el empleo del castigo. Las inmersiones en cámaras disciplinaban a aquellas mujeres que reprendían a sus esposos. Durante el periodo colonial, la ley, así como la religión, y las costurn-bres se preocupaban íntimamente de los asuntos familiares. A una mujer que se quejaba de recibir malos tratos se le podía ordenar perfectamente

FAMILIAS PARTICULARES: TODAS LAS FAMILIAS SON DIFERENTES

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volviera con el marido con el fin de preservar el orden social (Skol-ick, 1991). Por la misma razón, mujeres e hijos se encontraban legal-ente bajo el control del marido/ hermano o guardián. Un niño se convertí3 por ley en persona al alcanzar la mayoría de edad. En el caso de la mujer, el influyente jurista inglés William Backstone expresa la opinión de que la ley dictaminaba que el marido y la esposa eran uno solo, y que el marido era ese «uno». Estamos tomando este rodeo histórico porque los terapeutas de familia deben entender que las familias son distintas en contextos históricos diferentes. Imagínese viajando a través del tiempo para practicar terapia con una familia colonial o con la familia de Pierre Riviére en el siglo xix, en Francia (Minuchin, 1984). Nuestro terapeuta viajero debería cambiar su concepción de la familia en cada lugar y época en que aterrizara. Las demandas de la terapia en diferentes culturas y épocas le forzarían a re-evaluar las normas que hasta ahora él habría podido considerar como universales. Nuestro terapeuta explorador querría poner una atención particular en las amplias fuerzas que modelan las familias en una época determinada, especialmente la actitud pública de la época. Por ejemplo, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, las leyes cambiaron cuando variaron las necesidades del Estado. Las primeras leyes al respecto del matrimonio y del aborto, relativamente igualitarias como corresponden a la lealtad hacia un marxismo feminista, fueron elaboradas de forma cada vez menos liberal durante la década de los treinta, cuando la población decrecía (Bell y Vogel, 1960). Jacques Donzelot, en su The policing offa-milies (1979), explora un fenómeno similar en Francia. Cuando la industrialización creó la necesidad de una fuerza de trabajo estable, las instituciones parecían apoyar la preservación familiar (y un aumento concomitante de la población). De forma similar, cuando Francia estaba estableciendo colonias en ultramar, las sociedades filantrópicas centradas en la familia se volvieron muy comunes. El cuidado de los niños se convirtió en la preocupación no sólo de los médicos y educadores sino también de políticos como Robespierre, que atacó la práctica de convertir a ■as niñas en nodrizas. Por consiguiente, se siguieron cambios políticos como respuesta no a las necesidades familiares, sino a los propósitos de 'a clase política dominante. La política pública mantiene su impacto en la familia norteamericana actual, como consecuencia de los rápidos cambios económicos y sociales " ue la cultura occidental está experimentando. Como consecuencia, disposiciones famil iares que hace sólo unos años eran indudables parecen °y Relevantes. Como siempre que se presentan épocas de cambios so-es significativos, la sensación de que el tejido social está llegando a squebrajarse peligrosamente está encontrando expresión en el miedo a cambios familiares. Algunas personas han hecho un retrato de «la fa-af kt norteamer cana>> i de acuerdo con el ideal de los años cincuenta: un t ole hogar de los suburbios, que ofrecía un cálido refugio para niños alenté valorados, y un padre y esposo que ganaba el pan, que parecía ue

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deseoso de volver a casa con una esposa y madre de su mismo ámbito Pero, bajo la superficie de este estilo, en la época dorada de los cincuen. ta, había tensión y descontento, lo que generó las revoluciones culturales de los años sesenta, sucedidas inevitablemente por las reacciones de los años ochenta. Con el estancamiento de los años ochenta, la Norteamérica liberada, «verde», de los sesenta y los setenta se convirtió en una tierra de «temor sexual, evangelistas televisivos, cruzadas antidroga y antipornografía» (Skolnick, 1991, pág. 5). Ahora, en los noventa, está quedando claro que el sueño de la nueva derecha de restaurar la familia nuclear 1¡. derada por el hombre se enfrenta con numerosos desafíos. ¿Hacia dónde se encaminará la familia? Lo único que podemos predecir con certeza es que cambiará. Las familias, como las sociedades y los individuos, pueden y deben cambiar para adecuarse a las circunstancias variables. Apresurarse a etiquetar el cambio adaptativo como desviante y patogénico es producto de la histeria, no de la historia o de la razón. La psicóloga social Arlene Skolnick esboza tres áreas que pueden gobernar el cambio familiar en la década de los noventa y con posterioridad. El primero es el económico. Por ejemplo, el cambio de la fábrica a la oficina significa que los trabajos manuales bien pagados están desapareciendo en la medida en que los trabajos mal pagados y en el ámbito de los servicios se incrementan. Este cambio ha ido acompañado por un movimiento a gran escala de las mujeres dentro de la fuerza de trabajo. En la economía actual, muchas mujeres no tienen la opción de permanecer en casa incluso aunque así lo desearan. El impacto de la fuerza de trabajo femenino fuera del hogar, junto con las ideas feministas, ha cambiado el ideal cultural del matrimonio en una dirección más igualitaria. El segundo factor de influencia en el cambio familiar es el demográfico. El cuidado de los niños en una sociedad tecnológica acarrea una carga económica tan fuerte que las familias son cada vez más pequeñas. Familias que hace sólo dos generaciones podrían haber esperado procrear muchos hijos ahora se planifican para invertir enormes esfuerzos en el cuidado y la educación de tan sólo uno o dos hijos. Al mismo tiempo, la expectativa de vida se incrementa y por primera vez en la historia la gente espera llegar a anciana. Incluso a pesar de la longitud incrementada de la «infancia», una pareja puede planear permanecer muchos años juntos después de haber completado su función de cuidado de los hijos (incluso podrían perfectamente necesitar cuidar a sus propios padres ancianos). El tercer cambio principal que Skolnick delinea es lo que ella llama el «aburguesamiento psicológico», que también tiene profundas implicaciones para la familia. A consecuencia de los altos niveles de educación V tiempo libre, los norteamericanos se han vuelto más introspectivos, más atentos a su experiencia interior. Por encima de todo, han llegado a interesarse cada vez más en la calidad emocional de las relaciones no sólo fe' miliares, sino también laborales. Este énfasis en la calidez e intimidad h3 sido de gran importancia en el desarrollo de la terapia familiar, particularmente porque puede crear descontento o frustración incluso cuando Ia misma vida familiar esté en consonancia con los roles sociales. Ya no es

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ificiente para un marido y padre ser un buen proveedor. Una mujer no S iede demostrar sus virtudes como esposa mediante el contenido de su ¡j pensa. De un niño ya no puede esperarse simplemente que sea sumi-v obediente. Cuando se confía en que la vida familiar nos aporte la fe-Icidad y la plenitud, se prevé que aparezcan problemas familiares percibidos. PERSPECTIVAS SOCIOECONÓMICAS SOBRE LA FAMILIA

Aunque la descripción que hace Skolnick de la familia ofrece una visión sociológica de las familias de clase media blanca de los Estados Unidos, se detiene muy poco a la hora de reflejar las vidas de muchas otras familias norteamericanas. Las experiencias de las familias pobres son con frecuencia muy diferentes, en aspectos que van más allá de la privación económica, y ejercen un gran impacto en el funcionamiento familiar. La intrusión de las instituciones es un buen ejemplo. Muchas instituciones, a pesar de ser muy respetuosas con los límites familiares de la clase media, se sienten libres de intervenir dentro de las familias pobres. En el nombre de los hijos, irrumpen en el espacio familiar creando no sólo un trastorno de la organización familiar sino también afiliaciones entre los hijos y las instituciones, dando poder a los hijos para desafiar a los padres. Las escuelas, los departamentos de bienestar, las autoridades de los alojamientos y las instituciones de salud mental han creado entre todos ellos seudosoluciones a los problemas de las familias pobres que contribuyen a la fragmentación familiar. El efecto de este intrusionismo es palpable en casos como los de los Harris y Jimmy Smith. ios Harris: una familia sin puertas Entremos en el hogar de la familia Harris. Es fácil entrar; en cierta forma, su vivienda no tiene puertas. Steven y Doris Harris, casados durante diez años, tienen cuatro niños pequeños. Lucharon durante años P ara tener su propia vivienda con la paga de camionero de Steven. Pero Ce seis meses, fue despedido. Durante el pasado mes, han estado sin un echo. La casa donde viven ahora no es de ellos; pertenece a una agencia e servicio social fundada por el gobierno. . Desde que recuerdan, los Harris se han visto relacionados con serC S J° gubernamentales sociales. Han visto a tantos trabajadores sociales, bajadores para el cuidado de los niños, abogados y terapeutas que en ffiemoria todos estos profesionales se han fundido en uno solo. Todos , """partían el supuesto de que los Harris necesitaban servicios sociales do r aJadores cualificados que entrasen, sin ser anunciados ni invitae • n su espacio familiar, físico y psicológico. te r°s Harris han aprendido que cuando estos trabajadores entran en su •torio traen de forma invariable ideas muy bien definidas sobre cómo

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debería ser el funcionamiento familiar. El especialista en drogodepen. dencias le dice a Doris que ella debería centrarse exclusivamente en su re. cuperación de la adicción a las drogas. Al mismo tiempo, el trabajador de] bienestar infantil le comenta a Doris que esté menos absorta en sí misma y que se esfuerce más en ser una buena madre. El especialista en drogodependencias informa al oficial que vigila la libertad condicional de Doris, mientras que el trabajador que le ayuda en el cuidado del niño mantiene informado al juez familiar, quien previamente había formulado una demanda por negligencia en el cuidado del niño. Como resultado de todo ello, ambos, el especialista en drogodependencias y el asistente social, se encuentran en posición de presionar a Doris para acomodar sus agendas, a pesar del hecho de que tales agendas son diametralmente opuestas. El especialista en drogodependencias y el asistente social nunca se comunican entre sí. Ninguno de ellos habla con Steven, que es virtualmen-te invisible para ellos. Doris pasa más tiempo y esfuerzo tratando con ei asistente social y el especialista en drogodependencias que con Steven. Él se está volviendo invisible también para ella, permaneciendo más y más tiempo lejos de la casa. Todavía está buscando un trabajo, pero obtiene menos respuestas positivas ahora que en cualquier otra época desde que está en el paro. Doris se siente abrumada y agobiada. Steven se siente un fracaso, alguien de segunda. A lo largo de los años los Harris, jóvenes o viejos, han desarrollado estrategias para enfrentarse a las intrusiones de los asistentes. Los niños han crecido acostumbrándose a la presencia de extraños en su casa. Respondiendo al hecho de que tales extraños tienden a asumirse como personas bienintencionadas interesadas en ellos, los niños han desarrollado una postura abierta y de bienvenida con la cual reciben y acogen a estos extraños. Aparentemente es una postura de compromiso, pero en el fondo esta seudointimidad trastorna por la falta de límites que evidencia. Doris y Steven han desarrollado su propia versión de la postura de seudointimidad de sus hijos. Han aprendido que sus ayudantes valoran la revelación («estar con sus problemas»), así que han desarrollado un lenguaje estereotipado. En el nivel de contenido, está lo suficientemente repleto de detalles íntimos como para crear la ilusión de apertura y aceptación del experto. Pero en su entrega ritualizada sirve como amortiguador entre la familia y los ayudantes que no han sido buscados o deseados. Para aplacar a estos presuntos ayudantes, al menos durante un tiempo, la pareja ha aprendido a proclamar la sabiduría y el eminente buen sentido de cualquier consejo o dirección que sus ayudantes hayan podido ofrecer. Pero para preservar algún tipo de autonomía se resisten a poner en marcha las sugerencias. Con esta lentitud, invariablemente se ganan etiquetas: «resistentes», «pasivos agresivos» y «manipulativos», pero los Harris no pueden ver otra manera de proteger su sentido fragmentado d¿ la dignidad y la privacidad. Desafortunadamente, en la misma medida en que crece el número de tales etiquetas, crece el número de asistentes que van a parar a su casa sin puertas.

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romo los Harris son afroamericanos, hay importantes aspectos en su que son genéricos: los miembros de las familias sin hogar se en-cas tran sujetos a la imprevisibilidad de la vida y a la necesidad de en-, tarse con múltiples asistentes. Jimrny Smith La manera en que el sistema de cuidado en adopción influye en las familias es otro ejemplo de distorsión contextual que afecta a la configuración familiar. Jimrny, de dos años, era un niño afroamericano nacido con signos de intoxicación de su madre adicta. Sufre lesiones neurológicas. Al nacer, el jurado declaró automáticamente a su madre incapacitada, y Jimrny fue enviado a una agencia que trabajaba con bebés drogodepen-dientes para cuidarlos en adopción. Fue colocado con una pareja homosexual extremadamente paternal que le daba todos los cuidados posibles. Jimrny fue saliendo adelante, y sus padres de acogida querían adoptarle. La madre, que a estas alturas se había desintoxicado, contactó con la agencia para establecer algún contacto con su hijo. Ella reconoció que los padres de acogida de Jimrny eran excelentes y no se opuso a tal adopción, pero deseaba tener alguna relación con su hijo. La agencia estaba preocupada respecto a que el contacto con Jimmy diera a la madre biológica derechos parentales, así que empezó a defender a los padres adoptivos. Fue la misma agencia la que creó una relación antagonista y polarizada entre los padres adoptivos y la madre, boicoteando cualquier posibilidad creativa de compromiso en la cual los padres adoptivos y la madre biológica pudieran colaborar. PERSPECTIVAS ÉTNICAS SOBRE LA FAMILIA Desafortunadamente, los terapeutas de familia han aceptado a menudo las normas de la clase social media blanca, manteniendo sus propias Perspectivas familiares en la más completa ignorancia. Asuntos tales como un estatus minoritario son factores determinantes críticos en los Problemas familiares. La influencia de la etnicidad sobre las familias ha sido estudiada ampliamente (McGoldrick, Pearce y Giordano, 1982). A Pesar de que las cuestiones de la etnicidad con frecuencia se agrupan con estatus económico, éstas atraviesan todas las clases sociales. De forma s °rprendente, la consecución de un estatus de clase social media por par-oe los miembros de un cierto grupo étnico puede acarrear problemas desperados. , Según Nancy Boyd-Franklin (1989), las familias afroamericanas de to Se rnec^'a se sustentan en un trípode de tres culturas. Existen elemenculturales que pueden trazarse hasta raíces africanas, aquellos que ]a n Parte de una cultura dominante norteamericana, y finalmente están Captaciones que la gente de color debe hacer ante el racismo en la

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cultura dominante. Las demandas múltiples pueden fortalecer la identidad, pero también pueden conducir a una confusión de valores y roles, y a un sentido de indefensión a la hora de enfrentarse a la complejidad cultural. El terapeuta que trabaje con una familia afroamericana puede necesitar explorar la familia completa. La importancia de la red de conexiones familiares puede remontarse a las raíces africanas y, lateralmente, a la necesidad contemporánea de hacer frente a la pobreza y el racismo. Pero una familia de color que ha obtenido un estatus de clase social media puede estar enfrentándose a una decisión estresante entre ayudar a los miembros de la familia o desconectarse de ellos. Otras áreas influenciadas por un estatus minoritario pueden incluir el poder estructural familiar. El poder es compartido de forma más efectiva por las esposas negras que por sus correspondientes familias de clase media blancas, quizás debido a que las madres de color históricamente han estado más predispuestas que las madres blancas a emplearse fuera del hogar; la mayor parte de las mujeres de color de la clase social media actual tuvieron madres trabajadoras. En una familia determinada, sin embargo, una ética musulmana podría dictaminar que la mujer permaneciera en un rol estrictamente circunscrito a las tareas domésticas. En las familias latinas, al igual que en las de color, el grupo de familiares con unos límites relativamente flexibles puede llegar a ser importante. Los compadres pueden ser una parte muy importante de la familia significativa. La cooperación puede ser estresante y la competición resultar desalentada. Las jerarquías pueden ser extremadamente claras, con roles organizados explícitamente alrededor de la generación y el género. De las mujeres se espera que sean sumisas y de los hombres que protejan a sus mujeres. De una madre se espera que sea muy autosacrificada y devota, sobre todo por los niños. La relación de la pareja con sus hijos puede perfectamente llegar a considerarse más importante que la relación de esta pareja entre sí; de hecho, el otro miembro de la pareja puede tener muy poca libertad para las funciones paternas. Al igual que los Harris y Jimmy Smith, María y Corrine también pertenecen al grupo de familias que deben enfrentarse con el Departamento de Bienestar. Pero ya que son puertorriqueñas y el terapeuta hispano, los elementos de la etnicidad y el lenguaje se convierten en una parte integral del encuentro terapéutico. Tribus en guerra: María y Corrine María, una mujer puertorriqueña veinteañera, tenía dos hijos, Petei", de tres años, y Juana, de seis. La madre de María y su padrastro, un mi' nistro evangelista, la echaron de su casa cuando cumplió dieciocho años al ser sorprendida fumando marihuana. Ella encontró una relación reía' tivamente estable con Juan hace seis años, aunque ambos andaban entrando y saliendo de las drogas.

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Cuando María tuvo a su segundo bebé, la madre de Juan les invitó a vivir con ella. Fue una buena época para María. Ella floreció bajo el apoyo y el cuidado de la madre de Juan y de su hermana mayor, Corrine. Ella se había sentido siempre rechazada, como alguien anormal. Ahora la madre de Juan y su hermana eran como una familia para ella. Se sentía protegida, orientada, la cuidaban. Pero su relación con Juan se enturbió y él se marchó. Poco después, la madre de Juan le pidió a María que se fuera. María empezó a tomar drogas de nuevo y Juan llamó al Departamento de Bienestar para que le quitaran los niños. El jurado declaró a María «rnadre no cualificada» y, ya que ella rehusó cooperar con los trabajadores sociales, se emitió un veredicto por el cual se le prohibía ver a los niños. En realidad, la madre de Juan se convirtió en una madre adoptiva afable, dejando a los niños al cuidado de la hermana de Juan, Corrine. Expulsada de la única experiencia positiva que había experimentado, María se fue a refugiar en un grupo para mujeres adictas a la droga, donde dejó de consumirlas. Se ganó el derecho a ver a sus hijos una vez cada dos semanas. Corrine llevaba los niños a que la visitaran en el centro. En una visita ambas mujeres se pelearon, y María golpeó a Corrine. El juzgado dictaminó una sentencia limitadora y a María no se le permitió más estar junto a sus hijos. Lo que consiguió el juzgado fue una organización familiar disgregada e inmóvil. Corrine dejó de trabajar para dedicarse por completo al cuidado de los niños, restringiendo su vida social y su carrera. Siendo joven aún, se convirtió en una madre de tiempo total de dos niños que no eran suyos. María fue a parar a un grupo para mujeres sin casa, donde disfrutaba de una familia sustituta compuesta principalmente por mujeres adictas, a pesar de que en aquel momento ella no lo era. No se le permitía ver a sus hijos o ayudarles en su cuidado, mientras que Corrine se estaba convirtiendo en una madre joven aislada socialmente. En otras palabras, el juzgado había congelado judicialmente una situación en que el conflicto entre los miembros familiares les había separado, creando una tierra de nadie y haciendo absolutamente imposible una negociación natural entre los miembros familiares. A mí (Minuchin) se me permitió concertar consultas familiares que Incluían a María, Corrine, y a los niños. Me reuní con las dos mujeres halando con ellas tanto en castellano como en inglés. Alabé a Corrine elo-g>ando su excelente cuidado de los niños. Al mismo tiempo, resalté con 4Ue frecuencia se sorprendía a sí misma chantajeándoles. Me hice partí-Pe del amor de María y su responsabilidad para con los niños, a pesar r ?Ue,ODServé o reseñé la frecuencia con que se sorprendía a sí misma te índoles cuando se portaban mal. Concluí que ambas eran excelen-Di H^13 es ' Pero que sería mejor para todos si sus diferentes habilidades a Ieran unificarse. Hablamos de la importancia de la paternidad y del rnil'V° mutuo de los miembros ar a de la familia, hablamos sobre la lealtadarnfa-ersonal. Para aquellos de nosotros que deseamos encontrar un proeja ^uy comprometido con nuestro crecimiento y rendimiento, a pesar je ^stra estupidez y resistencia, la experiencia de Musashi con el mon-e' encuentro de una vida. Sin embargo, para los que son sensibles a

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las jerarquías y las cuestiones de control, este método del entrenamiento del samurai podría ser una experiencia de aprendizaje espeluznante. El drama de la relación en el aprendizaje nos aporta temas y signifj, cados variados para cada persona. El campo de la terapia familiar siern. pre se ha enorgullecido de su diversidad, como se refleja en sus muchas escuelas diferentes de pensamiento. La misma diversidad se presenta en el entrenamiento. En los noventa, la terapia familiar es una práctica establecida. Las prj. meras oposiciones contra la dictadura del psicoanálisis han sido reem. plazadas por la preocupación por la efectividad en áreas discretas. El entrenamiento de los terapeutas familiares no está relegado a institutos especializados, sino que en vez de ello tiene lugar en las universidades, en los departamentos de trabajo social, psicología, psiquiatría y enfermería. Los programas que otorgan el grado de máster en terapia familiar han florecido en numerosos puntos de Estados Unidos y del extranjero, y continúa expandiéndose el alcance de su aplicación potencial. Ya no existe un centro teórico para la disciplina; los programas de entrenamiento advierten de su adhesión a una escuela en particular, y existe una fuerte polémica entre los discursos rivales de los terapeutas intervencionistas y los pasivos. Pero la terapia familiar de los noventa, cualquiera que sea su aproximación preferencial, da por establecido aquello que ha llegado a ser del dominio público en la teoría y la práctica, sin ni tan siquiera un gesto de reconocimiento hacia sus orígenes. Nuestra labor en este capítulo será proveer de una visión general de las numerosas formas en que se ha conducido la terapia familiar y en que han sido entrenados los terapeutas en su práctica. Para dotar de una cierta organización a nuestro esquema, volveremos a la división del campo entre terapeutas intervencionistas y pasivos. Esta distinción es, de alguna manera, artificial y los terapeutas que han sido agrupados juntos no necesariamente se verán a sí mismos como semejantes; pero la agrupación ayuda a arrojar luz sobre los importantes puntos en común y las diferencias entre las principales aproximaciones a la terapia sistémica. LAS TERAPIAS INTERVENCIONISTAS

Hemos elegido a cuatro terapeutas entre los pioneros de la terapia familiar para representar al grupo intervencionista de terapeutas. Nuestra selección es de algún modo arbitraria y se basa, en parte, en el hecho de que ya poseemos grabaciones de sus trabajos desde las cuales describir sus estilos clínicos. A pesar de que son marcadamente diferentes, todos ellos transmiten la sensación de un compromiso personal con el proceso terapéutico, lo que constituye el auténtico sello del grupo. En el capítulo 5. se discutirá e ilustrará mi propio estilo terapéutico, y en la segunda parte del libro ese estilo será elaborado en las historias de supervisión por nue' ve de mis estudiantes y colegas.

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Satir

Pl estilo cálido y próximo de Virginia Satir fue descrito en el capítulo 1 o un ejemplo de práctica intervencionista. La meta terapéutica de SaC ° ra el crecimiento, que ella medía con una mayor autoestima para los f j¡vitluos y un incremento de la coherencia para la unidad familiar. Para Ln t:r e] concepto de «fabricar personas» era idéntico en la supervisión y la terapia. Por lo tanto, Satir creaba para los estudiantes el mismo tipo , experiencias que ideaba para las familias, experiencias cuyo fin era mejorar la expresión emocional y lograr insight. Satir pensaba que era esencial que los terapeutas se conocieran a sí mismos como integrantes de sus propias familias. En su pensamiento, los terapeutas necesitaban trabajar a partir de las cuestiones no resueltas en sus propias relaciones familiares. A menudo entrenaba en un formato grupal en el cual el alumno podía esbozar un periodo particular de su vida y del contexto familiar de esa época. Entonces ella se dirigía a la gente del grupo para que interpretaran las diferentes partes de la familia, de forma que el estudiante pudiera reexperimentar su papel familiar para lograr un nuevo crecimiento. Habiendo creado seguidores por todo el mundo, Satir solía encontrarse con su «gente guapa» en un retiro veraniego de un mes al que asistían no sólo los estudiantes, sino también sus familias. Durante tales retiros, una parte de su formato de enseñanza implicaba entrevistar a los estudiantes y sus familias frente al gran grupo, en un espíritu de crecimiento y participación. Algunos encontraron que la manera en que Satir se implicaba a sí misma, llegando a ser una «buena madre» para sus estudiantes, era bastante intrusiva y abrumadora. Ella era, de hecho, extremadamente cercana y se manejaba a sí misma de un modo altamente sustentador. Los supervisores que prefieran una relación con el estudiante amigable, formal y de una cierta distancia, podrían haber encontrado su estilo de supervisión demasiado íntimo como para que surgiera un pensamiento independiente. Pero la terapia de Satir era una terapia de intimidad y su supervisión albergaba esa misma cualidad. Muchas de las técnicas que desarrolló, como la reestructuración, el uso del árbol familiar (.que precedió al genograma), y la escultura familiar, por nombrar unas Pocas, todavía son ampliamente utilizadas en el área. Ca

rl Whitaker El estilo de Carl Whitaker era completamente distinto al de Satir. Donella era cálida y simpática, él era sentencioso y de alguna manera esntaneo. Whitaker abogaba por la «locura» —lo irracional, la experie ntación y el funcionamiento creativo— como algo integral al proceso la feraP*a- Creía que permitiéndoles llegar a ser un poco más alocadas, uas Un podrían disfrutar de los beneficios de la espontaneidad y de a err »otividad reforzada.

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Con el fin de poner en marcha la «locura» de la gente y librarles de sti s bloqueos emocionales, Whitaker creó la técnica de la comunicación es, pontánea de sus propios sentimientos a los pacientes, compartiendo sns emociones y fantasías, así como también sus propias historias. Su esti] 0 único está muy bien ilustrado en una sesión que condujo con una familja de un niño de diez años que había sido hospitalizado después de un in. tentó de suicidio. Whitaker empezó hablando con el padre, preguntando, le por la historia de la familia. Prestó especial atención a las muertes. Un abuelo había muerto recientemente. La hermana del padre se había suj. cidado empleando el mismo método que había intentado el niño. Por dos veces, Whitaker interrumpió para decir: «Tengo una idea loca». Interpuso algo tangencial, a lo cual no esperaba que el padre respondiera. Dirigién-dose a la madre, le preguntó sobre sus padres, poniendo especial atención de nuevo a la muerte de su padre. Después le habló sobre la muerte de su propio padre, diciendo que se sentía como un asesino. Añadió que probablemente cualquiera que sobreviva a la muerte de un miembro familiar se siente como un asesino y sugirió que esta familia debía de sentirse de la misma manera. La madre dijo que ella no podía comprender esta idea. Whitaker replicó con indignación que no estaba intentando enseñarle a entender sino a cómo tolerar el no saber: «La única manera con la que podemos enfrentarnos a este mundo enfermizo». La mujer estaba asustada con esta respuesta tan brusca, pero Whitaker parecía absolutamente despreocupado. Él trasmitía la sensación de que los relatos no tenían que seguir ninguna dirección particular. Una y otra vez interrumpía el flujo lógico con sus «pensamientos locos». En una ocasión dijo: «Me haces bien; tu acento me recuerda a cuando yo vivía en Atlanta», y el sabor sureño de su propio acento se evidenciaba más. En otra ocasión, dijo nuevamente: «Tengo una idea loca. Estoy pensando en un duelo. ¿Quieres retarme?». Y ante la expresión desconcertada de la familia afirmaba: «No, supongo que no», y continuaba la entrevista, interponiendo comentarios sobre su propia vida. Una vez habló a un niño sobre un paciente suyo que había sido entrenado para matar en Vietnam. De regreso al país, intentando vender una aspiradora a una mujer que no la quería, el paciente había tenido impulsos de utilizar el cable de la aspiradora para estrangularla tal y corno le habían enseñado. Para la audiencia, así como para la familia, la entrevista de Whitaker era desconcertante, aparentemente sin dirección. Estudiando el cásete, sin embargo, uno se da cuenta de que, en una entrevista con una dura' ción menor a una hora, sugería discusiones sobre la muerte, el suicidio 1 el asesinato como unas treinta veces. La sesión completa estaba llena de imágenes sobre la muerte y respuestas a ella, de tal forma que la expl°' ración de la muerte y sus consecuencias se convertía en algo familia Whitaker estaba retando en secreto a una familia que tendía a no coff partir diálogos internos. Les animaba a presentar, reservar y validar 1° 5 elementos inconscientes de su pensamiento, desafiando su exceso de i*3 cionalidad.

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taen V'rginia Satir y Cari Whitaker compartían al menos una meta: abrirse hacia niveles de experiencia más profundos. Pero el énfasis de Satir re-P3?, n el afecto y el cuidado; se implicaba a sí misma de forma muy direc-el descubrimiento de esas emociones dolorosas. Las afirmaciones de \/h'taker estaban enraizadas en ideas universales, cuestiones que trascenJ- n a los individuos, familias, e incluso culturas. Él estaba relacionando los i mentos perennes de la muerte, el asesinato, el sexo y la discontinuidad, 6 introduciéndose en la familia, sino más bien retando a sus miembros a 1 -rse a él en su manera profunda e irreverente de ver las cosas. Whitaker veía la teoría como un obstáculo para el trabajo clínico (Whitaker, 1976). Pensaba que los terapeutas que basan su trabajo en la teoría tienden más a sustituir la calidez por la tecnología desapasionada. No causa sorpresa, por tanto, que Whitaker pensara que el hacer terapia no puede enseñarse. Si uno no puede enseñar terapia lo único que puede hacerse es exponer a los estudiantes a ésta, conduciéndola con ellos. Por lo tanto, todos los estudiantes de Whitaker eran sus coterapeutas. A través del proceso de impartir y recibir terapia con él y hablándole, se suponía que se convertían, no en alguien como él, sino más bien en sí mismos. El suyo era un entrenamiento de participación y no de instrucción. A pesar de que la terapia experiencial que Whitaker empleaba con sus familias no era siempre fácil de seguir para las personas, su capacidad para «admirar a la gente en el mundo de los sueños y actuarlo, como Alicia en el país de las maravillas» (AAMFT Founders Series, 1991), es un legado que él deseaba dejar y que, de hecho, así ha sido. Aprender a actuar y a introducir elementos del absurdo en un sistema familiar rígido es beneficioso para cualquier terapeuta, sea o no seguidor de Whitaker. Desafiando el significado y la lógica del pensamiento de la gente y los roles familiares en la familia, Whitaker procedía al reto constructivista de la realidad. Al comprometerse a sí mismo de forma personal en el proceso de cambio terapéutico, también desafiaba la postura cognitiva del constructivismo práctico. Murray Bowen Mientras que Satir y Whitaker eran espontáneos, emocionales e insctivos, Murray Bowen era cerebral, deliberado y teórico. Bowen con'a los síntomas como un producto de la reactividad emocional dentro a familia, fuera dicha reactividad aguda o crónica. Ya que Bowen veía tic ° Pr'nc'Pa' problema familiar la fusión emocional, su meta terapéuun CaPlta' era la diferenciación. Con el fin de crear las condiciones para rria r y° autonomía y crecimiento individual, consideraba necesario re , ri r las relaciones familiares interrumpidas y destriangularlas. m¡ • °Wen creía que el cambio sólo podía darse cuando la ansiedad era Para i ^ ^Ue e^ enter|dimiento, y no la emoción, era el vehículo crítico en ]a rCarnD'°- Así, l°s terapeutas deben aprender a tolerar la emotividad s 'amilias sin que ellos mismos lleguen a ser reactivos. En la aproxi-

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mación de Bowen, el terapeuta es un entrenador que permanece de forr^g no susceptible, calmada y fuera de los embrollos emocionales entre W miembros de la familia. Si el terapeuta puede resistir la presión de con. vertirse en un tercer vértice del conflicto familiar, la tensión de la familj a se reducirá y la fusión entre sus miembros finalmente se resolverá (h^ chols y Schwartz, 1991). En contraste con la emotividad cálida de Satir y el habilidoso caos de Whitaker, la racionalidad de Bowen parecía excesivamente controlada y carente de humor. Su aproximación está bien ilustrada con una entrevista a una pareja que se encontraba continuamente discutiendo. El marido y la esposa saltaban siempre de un asunto a otro, sin cesar jamás en sus riñas y sin resolver nada. Bowen tomó el control de la sesión pidiendo a cada uno de ellos que sólo le hablara a él. Se convirtió en el vértice de un triángulo, instruyendo a la esposa a escuchar mientras él y el marido hablaban, pidiendo después al marido que escuchara mientras él hablaba con la esposa. El marido empezó a describir su enojo hacia la esposa. Bowen interrumpió: «No me digas lo que sientes», dijo en su estilo frío y seco. «No me interesa lo que sientes, dime lo que piensas.» A lo largo de la sesión, Bowen se inmiscuyó una y otra vez, ejerciendo el control cogni-tivo para limitar la intensidad de las interacciones de la pareja. Al final de la sesión, la lucha por el control, que había impregnado cada interacción entre el marido y la esposa, se había suavizado ya. Dentro de la estructura formal que Bowen imponía, estaban empezando a explorar las necesidades propias y del otro, en vez de criticarse el uno al otro. La teoría de Bowen guía la supervisión del mismo modo que la terapia. La meta de la supervisión es incrementar la habilidad del terapeuta para permanecer reflexivo y no reactivo frente al proceso emocional de la familia. Pero, en términos bowenianos, esto significa que el fin de la supervisión es fortalecer la diferenciación del yo por parte del terapeuta. Ya que esta meta es la misma que la terapéutica, el proceso de supervisión sería idéntico al terapéutico. El supervisor funcionará como un entrenador calmado y destriangulado, mientras el supervisado busca, en primer lugar, entender la relación entre sus momentos clínicos críticos y el historial multigeneracional de su familia y, después, sigue adelante volviendo a su familia de origen con la intención de cambiar su postura en relación a familiares clave. Un problema de la teoría de Bowen es que fija el nivel de diferenciación de las personas en las experiencias infantiles de la familia de origen. N° permite la posibilidad de cambio o diferenciación basados en experien' cias vitales más tardías en la nueva familia. En algunos aspectos, su teoría recuerda a la teoría psicoanalítica de la represión, donde el potencia' del crecimiento depende del cambio de relaciones tempranas. Con todo* la teoría boweniana ofrece una conceptualización exhaustiva de la rete' ción entre los individuos y sus familias, cuya comprensión es muy út>' para el terapeuta.

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Jay

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Haley

TaV Haley es más un supervisor que un terapeuta. Pero su pensamien-tan claro y sus directrices tan fáciles de transformar en maniobras t0 Déuticas que puede ser comparado con un maestro cartógrafo. Con Je sus mapas, un terapeuta siempre sabrá con certeza dónde se en-U entra el norte. Haley concibe las interacciones humanas como luchas C ternas por el control y el poder. El poder al que hace referencia, sin embargo, no es necesariamente el control de otra persona; más bien es el ontrol de la definición de la relación. La meta de la terapia, bajo su punto de vista, es redefinir la relación entre los miembros familiares de tal forma que el síntoma se abandona como un medio de ejercer el poder dentro de la familia. Para Haley, la terapia es un intento de creación de condiciones en las cuales los miembros de la familia «se encuentren» a sí mismos en circunstancias en las que necesiten hacer algo diferente con el otro. La tarea del terapeuta se convierte en un proyecto de ingeniería social: dado determinado síntoma, cierta familia organizada disfuncionalmente, una dificultad o estrés vital, ¿bajo qué circunstancias estarían los miembros de la familia a cambiar? Y, ¿cómo puede el terapeuta dirigirles hacia tales circunstancias, de un modo tal que vivan el alcance de una cierta solución como algo logrado por sí mismos? La terapia se convierte en un ejercicio de «dirección indirecta». En el tratamiento de una pareja en la que la esposa era bulímica, dirigió al terapeuta para que explorara las áreas de desconfianza entre los esposos, diciendo que el tratamiento de la bulimia no empezaría hasta que el problema estuviese encauzado. Para ayudar a la esposa a creer en su marido, ella le pide que le acompañe al supermercado para comprar la comida basura con la que se pega sus atracones nocturnos. Se animó a la pareja a que hicieran cuentas sobre la cantidad de comida que la esposa comió y después vomitó. En una ocasión, se le pidió al marido que comprara la comida de ella. Después ellos decidieron que ya que ésta iba a vomitarse más tarde, podrían perfectamente pasarla por la batidora para orrar a a ' esposa esfuerzos a la hora de vomitar; se pusieron de acuerdo en c°mprar la comida, hacerla puré, y después arrojarla por el baño. El incremento en la colaboración, la mutualidad, y la confianza entre s esposos que era esencial para modificar la dinámica de la pareja, así mo cambio del síntoma, permanecían ocultos en la formulación estra-sica de Haley; parecían casi ajenos. Pero eran la esencia de las estrates de Haley. La estrategia terapéutica de Haley ha sido descrita algv. junas que pi ntlue e' trabajo de Jay Haley precede a su asociación con Cloe Madanes y puesto reCe j.^, badanes han escrito mucho juntos pero nunca han firmado en común un libro, pa-daries escribir sobre su trabajo sin tener en cuenta que durante más de una década Ma-do jUn, "aley fueron codirectores del Instituto Familiar Washington, enseñando y pensan-pros„ ?j durante la década pasada, tomaron rumbos diferentes. Mientras que Haley ha tos e probablemente el pensador más profundo entre los pioneros hj movimiento constructivista, está encaprichado con el lenguaje y la anr°ria' oteándose allá donde renunció el equipo de Milán, White ha Ho Ve,Cnacl0 la «técnica de la cuestión». Desde este punto de vista, White tetT st^ encasillado entre el grupo de terapeutas restringidos. Su vivo in-abs i^atori° durante la terapia le coloca en la posición de un «director» ñutamente fundamental.

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AI externalizar el síntoma, White lo antropomorfiza y lo hace visib|e para los portadores de forma que puedan luchar contra él. Ésta es un arma terapéutica innovadora y, a la vez, muy útil. Sin embargo, cuando White comienza a culpar a los síntomas de la «colonización cultural» o a| discurso social, se arriesga a disolver en la abstracción al enemigo qUe volvió visible y a perder el área de relaciones interpersonales que hace a la psicoterapia única. Los sistemas lingüísticos de Galveston Al igual que Michael White, Harlene Anderson y el Harold Goolishian tardío del Instituto Familiar Galveston desarrollaron una aproximación a la terapia que también está decididamente enfocada en el lenguaje y e] significado. Su enfoque, sin embargo, aspira a ser menos instrumental y más centrado en el cliente que la de White. El sistema de Galveston ratifica la vieja premisa del MRI de que un problema no es tal hasta que la gente así lo define. En términos de Anderson y Goolishian, los problemas existen sólo en el lenguaje. Así como los problemas son definidos de forma consensuada como existentes, también de modo consensuado se definen cómo no existentes. La meta de la terapia, desde la perspectiva de Galveston, es juntar a las personas que han definido el problema como existente («el sistema organizador del problema») y mantenerles en una conversación controlada, en la cual los significados cambien y evolucionen constantemente. Si la conversación de la organización del problema está bien dirigida, el problema inevitablemente será definido como «no existente» (en el lenguaje de Anderson y Goolishian, se «disolverá»). El movimiento hacia la inevitable disolución del conflicto sólo se estancará si la conversación de la organización del problema llega a polarizarse —esto es, si los participantes llegan a comprometerse con su particular significado y se empeñan en convencer a los otros participantes de la corrección de sus significados. La teoría de la terapia, según esta visión, es esforzarse en asegurar que la conversación de la organización del problema permanezca bien dirigí' da. Para tal fin, el terapeuta se reúne con el sistema organizador del pro' blema como un participante que dirige la conversación. En un esfuerzo por mantener la conversación fluida, el clínico muestra respeto y toma seriamente cualquier posición establecida, «sin importar lo sorprendente, trivial o peculiar que sea» (Anderson y Goolishian, 1988, pág. 382). El te' rapeuta concede credibilidad a todas las ideas escuchadas en la conversa' ción, aunque se contradigan entre sí. Es «lento para entender» las idea 5 que se presentan, realizando preguntas que invitan a los participantes 3 elaborar sus ideas. Así, el terapeuta intenta siempre hacer preguntas cU' yas respuestas encierren nuevas cuestiones. Manejar una conversación de organización del problema de esta m3 ñera no exige emplear técnicas específicas. (La aversión de Anderson; Goolishian a las técnicas es lo que distingue su terapia de la terapia cef

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, en el lenguaje de Michael White, que también emplea técnicas tra o la externalización.) Lo que se requiere para manejar una conversa-CP, terapéutica de este estilo es un grupo de actitudes, y entre éstas, prin-c! aimente, una actitud de no conocer. Ésta es la disposición que condu,1 terapeuta a otorgar credibilidad a cualquier creencia y, al mismo c. fflpo, a considerar que cualquier idea necesita cuestionarse para faciliuna elaboración más amplia. La actitud de no conocer convierte al te-oeuta en una persona que «es un oyente respetuoso que no entiende demasiado rápidamente (si llega a entender)» (Anderson y Goolishian, 1988, pág- 382). El clínico que no conoce, no considera ningún significado como evidente en sí mismo y siempre está preparado para preguntar: Qué quieres decir cuando afirmas...?». La tarea de la supervisión en la aproximación de los sistemas lingüísticos de Galveston es ayudar al estudiante a cultivar una actitud de desconocimiento. Se emplea un equipo reflexivo para el entrenamiento, para verbalizar de forma libre la conversación observada en la sesión y para realizar comentarios sobre el significado que los miembros del equipo extraen de ella. Entre todas las escuelas que priman el lenguaje, el grupo de Galveston es quizás el más «lingüístico». Como práctica, es difícil entender de qué modo su conversación es más terapéutica que un buen diálogo ordinario. Quizás éste es exactamente el punto que están tratando de elaborar: ¡la terapia es justamente una buena conversación! El modo en que emplean el equipo reflexivo tras el espejo unidireccional corre paralelo a los procesos no estructurados que defienden en la terapia. Al igual que el modelo de White, el de Galveston es básicamente cognitivo, aunque sin el tipo de estructura elaborada que White aplica al lenguaje. Quizás sea preciso entender esta aproximación sobresimplificada del grupo en relación con el posmodernismo con el cual se identifica el grupo. Comparado con otras escuelas más inclinadas a la técnica de este grupo, Galveston se caracteriza por una vuelta a lo básico; la empatia y la conversación atenta son todavía los elementos más importantes en el arte de •a curación. TR

A PERSPECTIVA SOBRE LA TERAPIA: EL FEMINISMO

fil terapia feminista, tal y como existe en la actualidad, conforma una tr K° so'Dre 'a terapia más que una escuela particular. La esencia del la aJ°c'lmco feminista radica en la actitud terapéutica hacia el género y So,ensiDilidad hacia el diferente impacto que tienen las intervenciones la ,e 'os hombres y las mujeres. Los terapeutas feministas están acumu-tor ° Una ^ran canfidad de investigaciones y conocimiento sobre los traste °s "e alta frecuencia en las mujeres, tales como la depresión, los ao r °rnos alimenticios, y las secuelas de la violencia interpersonal y la a [ 0 S1(?n sexual. El foco del tratamiento consiste generalmente en animar clientes a que cambien los ambientes sociales, interpersonales y po-

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líticos que han impactado en su relación con los otros, antes que ayuda^ a los clientes a ajustarse con el fin de hacer las paces con un contexto SQ. cial opresivo (Brown y Brodsky, 1992). Los terapeutas feministas comparten con el constructivismo el interés por el significado, ya que generalmente atienden a los sistemas de creen, cias de hombres y mujeres y a cómo desarrollan los conceptos de rol que les fijan en una posición particular. Al contrario de los constructivistas sin embargo, los terapeutas feministas no temen el poder. Por el contra! rio, muchos de ellos ven la decisión de emplear el poder como la única manera que tienen las mujeres de equilibrar la balanza. Como resultado acentúan la solidaridad como un medio para que las mujeres puedan lo. grar una influencia mayor. Ya que los terapeutas feministas varían en sus aproximaciones, la supervisión también se conduce de varias maneras, pero siemprtTCon una perspectiva común. Marianne Walters, miembro del pionero «Proyecto de las mujeres», el cual incluía a Betty Cárter, Peggy Papp y Olga Silvers-tein, ha descrito la supervisión en la terapia feminista como «un proceso de desafío a nuestros supuestos y tradiciones terapéuticas con el fin de investigar las formas en que los roles sexuales y el poder del género fortalecen la estructura de los sistemas de las relaciones familiares, e influyen en nuestro propio pensamiento sobre lo que ocurre en la familia que observamos» (Walters, Cárter, Papp y Silverstein, 1988, pág. 148). Dentro de este marco, su supervisión entre las sesiones de terapia se centra en analizar y criticar los conceptos y supuestos que subyacen a las intervenciones alternativas. Ella subraya la importancia de emplear conceptos sisté-micos con referencia a los diferentes significados que estos conceptos tienen para cada sexo. El trabajo actual de Peggy Papp, con su colaboradora Evan Imber-Black (Papp e Imber-Black, 1996), se centra en «los temas multisistémi-cos» como un concepto unificador en la terapia y en el entrenamiento. Este foco de atención amplía su interés, previamente expresado en las cuestiones del género, para incluir la transmisión y transformación de los temas familiares. En el modelo de entrenamiento que ellas han ideado, se pide a los estudiantes que exploren un tema significativo en su familia de origen que haya afectado sus propias vidas y que apliquen este mismo tema de orientación en el análisis de un caso actual. A pesar de mantener una orientación fuertemente feminista, esta perspectiva clínica subraya el sentido de la familia en una época en que éste parece estar pasado u madre la alababa por ser tan res ponsable. Ella respondió que no. Mfe quedé sorprendido, después estre ché la mano de la madre, felicitándola cálidamente por su capacidad a] haber criado niños tan responsables/y leales. Ésta es una intervención su gerida por Jay Haley Felicitar a 1Q¿ padres por el éxito de los hijos (o vi ceversa) es una intervención sistemática que resalta claramente la complementariedad entre los miembros de la familia, enfatizando las uniones positivas. / A los quince minutos de sesión había enganchado a cada miembro de la familia y había observado la agresión y los intentos por controlarla, los cuales ignoré. Había confirmado la fuerza de los dos hermanos mayores y la madre. Y también había comprobado que los temas de lealtad y de protección de la madre y los otros eran áreas importantes y admirables, no exploradas totalmente. Pedí ahora a George y Harry que se pusieran de pie uno junto al otro. Cuando se trabaja con niños pequeños, el lenguaje de la terapia debe ser el lenguaje de la acción. A menudo pongo a los niños de pie uno junto al otro para ver quién es más alto, quién sonríe más abiertamente, etc., para ayudarles a sentirse como participantes. Le pregunté a Harry cómo era posible que George le hubiera provocado si éste era mucho más pequeño Suzanne afirmó que George podía ser muy destructivo y que rompería los brazos y las piernas de Harry si no llegaba a intervenir. La secuencia oe violencia en casa, que la familia estaba describiendo en ese momento bastante afablemente, era que Harry provocaba a George, y George acechaba a Harry. Richard se encargaba de George y Suzanne agarraba a Richard Me parecía claro que esta familia de gente maltratada había desarrolla^ 0 una gran sensibilidad a las señales de agresión y un sistema de respuesta inmediatas para aplazar la agresión antes de que se volviera destructiva como había ocurrido. Pregunté a la madre, a Richard y a Suzanne, si podrían dejar a Geo ge y a Harry luchar sin que intervinieran. De forma unánime responda ron que George mataría a Harry. Le pedí a George si él podría conven^ a su familia de que no estaba loco o de que no era un criminal. Así esta" creando un contexto en el cual los miembros de la familia podrían ir>t

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mi presencia y yo podría observar los patrones familiares típi-i"aC eXperimentar alternativas. c S ° heorge suplicó a su madre que le dejara demostrar que podía contropero la madre, Suzanne y Richard replicaron recordando viejas ¡aI\ 'enes de destrucción y describiendo escenarios de futuros horrores, tí" emente, la madre estuvo de acuerdo en no interferir durante dos días las luchas de George con Harry. Suzanne afirmó que ella estaría mi-e JQ pero la madre, en lo que era claramente una nueva postura, dijo r e ésta era su decisión y Suzanne debería acatarla. Por lo tanto, se habían dado una serie de cambios. Primero, yo apoyé George. George, en una postura inusual pero claramente atractiva, pidió a la familia que cooperara mientras experimentaba con el autocontrol. La madre respondió apoyando este cambio. Suzanne cuestionó a su madre volviendo a patrones habituales de control, pero la madre cambió la ordenación jerárquica de la familia al asumir la responsabilidad. La familia quedó sorprendida de que el terapeuta no hubiera visto —o hubiera sido engañado al no ver— lo destructivos que eran. Pero hubo un contacto con cada uno de los miembros de la familia, y ellos agradecieron mi confirmación de ellos como personas únicas, competentes, leales y cariñosas. El personal de la agencia no entendía la transformación de la familia en un grupo cooperativo. Prometieron observar la siguiente sesión con el terapeuta familiar, que se sentía muy optimista. Tras la sesión exploramos cómo el grupo se había centrado exclusivamente en los déficits familiares. También discutimos las maneras en que los servicios ofrecidos a esta familia fueron ineficientes, repetitivos, y fragmentados. El terapeuta familiar, el terapeuta individual y el personal de día del hospital pertenecían a equipos diferentes y trabajaban con distintos segmentos de la familia. No habían visto la necesidad de una integración. Una discusión de seguimiento con el personal, seis meses después, indicó que ésta había sido una sesión crítica para ellos, y que la familia había continuado mostrando cambios significativos. r en

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EACIÓN DEL SISTEMA TERAPÉUTICO

Supongo que si uno hiciera el intento de describir pormenorizaj rne»te mi trabajo, diría que lo que hago es ampliar diferencias allá don~ ° habitual se convierte en incómodo y algunas veces en imposible. ce 'Zar eso implica un compromiso directo con uno mismo y es un procu da estionar los patrones familiares a la vez que se refuerza reiterante ,5 a los individuos atrapados en ellos. qu ürante mis cuarenta años de terapeuta de familia he descubierto lo Se . Ucha gente ya había descubierto antes: la gente prefiere no cambiar. ir,a enten cómodos con la seguridad de lo previsible, así que continuarán dos en'endo sus modos preferidos de responder. Tienen que ser empujara elegir respuestas más allá del rango establecido de lo permisible.

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Por lo tanto, casi siempre trabajo cuestionando lo que es costumbre. p e sé que mi desafío en sí no es muy poderoso, así que lo que hago es ere" una inestabilidad entre los miembros de la familia que les fortalezca, f0 r zándoles a encontrar modos nuevos de responder. Entonces puedo trab a jar con esta energía, dándole importancia al movimiento. Las farniju presentan unas fotografías muy bellas y estáticas. Y yo soy «el de los (je dos ansiosos por dibujar bigotes». Al contrario que los constructivistas, yo no trabajo con miembros f a miliares individuales para explorar y entender modos alternativos de com portarse. Trabajo con el cambio familiar. Cuando me relaciono con miem. bros individuales de la familia, estoy frecuentemente uniéndome a ellos y dándoles autoestima. En el caso de Nina y Juan, le dije a Nina: «Eres una mujer tan entera; ¿cómo es que fuiste a parar al hospital?», e intervine para localizar la patología, no en ella sjino en el contexto familiar. Continuando con mi intento para ¿xtraer de mi estilo particular de te rapia algunas reglas universales que podrían ser útiles para otros terapeutas, he redactado algunas pautas sobre la concepción de la familia y del proceso de transformación familiar. Las he organizado en un listado, esperando que se lean, como se espera de las pautas, como una simplifi cación útil. / Conceptos sobre las familias 1. Las familias son sistemas sociales conservadores, limitantes, que organizan a sus miembros hacia un cierto funcionamiento previsible con respecto al otro. Por tanto, los modos alternativos de relacionarse que tenga cada miembro familiar son marginados por las vías preferidas de la familia. 2. A medida que las familias evolucionan, se mueven a través de periodos críticos en los cuales las demandas de las nuevas circunstancias requieren de un cambio en la manera de pensar, sentir o relacionarse de los miembros de la familia. El nacimiento de un hijo, el envejecimiento, el cuidado de los niños, el abandono de la famiü3 por parte de los hijos, el cambio o pérdida de trabajo, son ejempl^ de transiciones que contienen elementos de peligro y oportunidad Es en estas confluencias donde las familias crecen (se convierten el1más complejas) o se estancan (se empobrecen). Los síntomas de W miembro familiar pueden reflejar el estrés resultante. 3. El yo es siempre íntegro y, al mismo tiempo, forma parte y es ta constreñido por el conjunto de las relaciones familiares. Uno p^ej de reconocer el síntoma de un miembro familiar y señalar cómo c control se encuentra en manos de alguien más, según los «modos" de la función y estructura familiar. . 4. Los miembros de la familia desarrollan medios para negociar conflicto que permiten la predicción de la interacción pero que » vez coartan la exploración de la novedad.

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■ El diagnóstico puede verse como algo interno, pero también exter-no al individuo y como algo que ocurre en las interacciones entre los miembros familiares. El diagnóstico de una familia, «conocer» los métodos de la familia, incluye la organización visible de la familia, el funcionamiento, y el repertorio invisible de las posibles interacciones suprimidas por el reduccionismo acomodativo a las circunstancias vitales por parte de los familiares. 7 A pesar de que el terapeuta mantiene ideas y sesgos sobre las normas familiares, y sobre el mejor ajuste familiar, sólo puede ir en la dirección que la familia indica cuando representan su drama y muestran posibles alternativas. la transformación en las familias 1. Los miembros de la familia se representan a sí mismos alrededor del síntoma y de la definición familiar del portador del síntoma. Los primeros puntos de unión y de cuestionamiento del terapeuta a la familia giran en torno a la exploración detallada, la ampliación y el desafío de esta definición. 2. El cambio de los patrones familiares requiere del uso por parte de los miembros de la familia de formas alternativas de comportarse y relacionarse que sólo están disponibles bajo ciertas condiciones. 3. El clínico es el motor del cambio. Cuando incorpora el sistema terapéutico, introduce cambios en el patrón usual disfuncional (léase «estrecho») de relación familiar. 4. Para saber hacia dónde dirigir el proceso de cambio, el terapeuta necesita observar el drama en la cotidianeidad familiar. Necesita traer el ambiente de la cocina a su consultorio; eso es lo que significa «representación». 5- El terapeuta entonces explora el potencial de cambio mediante la localización de áreas de conflicto e incrementando la intensidad del conflicto más allá del umbral acostumbrado de la familia. La intensidad convierte a las interacciones usuales en algo difícil e imposible y abre a los miembros de la familia a la exploración —algunas veces tímida— o a nuevas formas de comportarse. "• Con el fin de responder de un modo diferencial a las necesidades de los miembros del sistema terapéutico, el clínico necesita acceder a diferentes aspectos de sí mismo. Debe, por tanto, ser autorreflexi-Vo, conocerse a sí mismo y sentirse cómodo con la manipulación del yo en beneficio de la curación de la familia. • "ara fomentar y acceder a la novedad, el terapeuta selecciona a un c°terapeuta entre los miembros de la familia. Esta unión con el co-terapeuta es temporal; una persona podría ser coterapeuta durante parias sesiones, pero también es posible cambiar los coterapeutas uos o tres veces en una misma sesión. Todos los miembros de la fa-

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milia deberían sentirse reclutados en una ocasión u otra dentro H este proceso. 8. Al trabajar con organismos que ofrecen servicios a las familias( Pi clínico necesitaría considerarles parte del contexto familiar. DeL ría ampliar sus intervenciones con el propósito de crear cambi0 de organización que no perjudiquen a la familia. Cualquier lista es arbitraria. Otros aspectos de mi trabajo son también característicos: por ejernplo, mis técnicas particulares para relacionartn e o las maneras en las cuales «acaricio y golpeo» al mismo tiempo. Releed las historias de los casos que se esparcen por todo el libro nos puede con. ducir a una comprensión más compleja de estos puntos. En cualquier caso, Algunos aspectos de mi pensamiento y mi trabajo no encajan en absoluto con un formato o lista. Necesito presentarlo de forma detallada. Lo que sigue es una discusión de la historia oficial, |a memoria familiar y el trabajo con la representación.

La historia oficial Las familias vienen a terapia con un paciente oficial y una presentación sobreensayada del yo a los extraños. Ésta es la historia oficial; ha sido organizada a fondo. Uno debe respetarla, pero también debe saber que es simplista. Donde no existen alternativas, donde no se describen tangentes, se está limitando artificialmente la riqueza humana de la familia. Uno puede postular intrigas de forma automática. Debe haber otras historias, como esos bocados tentadores, aparentemente fortuitos, que formaban parte de los argumentos de las ricas novelas del siglo xix, que terminaban revelándose como importantes al final. Estos argumentos aparecerán en los diferentes relatos de los distintos miembros familiares, así como en su conducta real. El terapeuta escucha la historia oficia'' porque es fundamental para la preocupación de la familia. Pero a medid3 que participa y pregunta, sentirá curiosidad sobre diferentes perspectivas A medida que sigue la pista de los temas que presentan los miembros de Ia familia, es importante que anime a hablar a cada uno sobre sí mismo y a )° s otros sobre ellos. Si permanece alerta y curioso ante la historia oficia i pronto ésta se amplía y muestra argumentos inesperados. Las historias familiares se transmiten en dos niveles. Son narrativas drama. La narrativa (o narrativas) está organizada en el tiempo. Es line, y coherente. El argumento, los personajes, las conclusiones se desenvue ven en una secuencia ordenada, y los miembros de las familias represe tan su parte como personajes de la historia o como narradores implicad ., en el cuento. Pero la narración es siempre interrumpida por algo. E*lS alguna disonancia. Un miembro de la familia posee una historia difer te o permanece extrañamente en silencio o es marcadamente intrusí Éste es el ruido que no encaja con el guión. A medida que el terapeuta

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. ]a disonancia, puede ampliarla hasta que su impacto emocional se veS -erta en algo aparente. Hasta que el conflicto latente o inexpresado c°n a visualizarse y comience a aparecer su relación con otros elemen-"egjel drama familiar. l S ° Fl portador individual del problema es entonces sustituido por patrorelacionales. El problema se mueve del interior de los miembros indi-duales de la familia a las interacciones entre los miembros de la familia, r ando las cosas se ven de esta manera alternativa, la realidad ñja de las u storias familiares puede cuestionarse. La convicción por parte de los iembros familiares de su autonomía, es desafiada por la visión del tera-euta de sus «yoes» limitados y construidos por los otros. Por ejemplo, si historia de la familia es «Jean es anoréxica», el terapeuta puede pregunta!- «Jean, déjame hacerte una pregunta absurda. ¿Cómo crees que tus padres te animan a que no comas? Cuando tú no comes, ¿qué hacen tus padres? Sam, ¿tú crees que tu esposa le ayuda a Jean a comer normalmente? Diane, ¿cómo responde Sam a los hábitos alimenticios de Jean?». Aquí la explicación se relaciona con las interacciones de los padres de Jean que la invitan a no comer. La meta es trasladar la comida de Jean a la esfera de su relación con los padres, animando a una exploración y expresión del conflicto interpersonal entre padres e hija que moverá el centro de atención del tema de la comida a la autonomía. Pero el terapeuta podría también cambiar la atención hacia el control de Jean sobre sus padres: la historia de la madre sobre las demandas de Jean para que ella cuente las calorías, la narración del padre sobre la manera en que los hábitos alimenticios de Jean organizan su cena, los relatos de los esposos sobre sus conflictos respecto a la manera adecuada de responder a su hija, o el miedo a que ella se muera de hambre. En este punto, la historia original de Jean ya no es su historia. El terapeuta ha creado tensión resaltando los dramas conflictivos. Cuando la gente ocupa el lugar central de las historias, la cuestión de cómo los Miembros familiares se encuentran aprisionados por los otros crea opor-unidades para el cambio. De forma que tenemos múltiples lecturas. La Jeta del cambio en esta perspectiva es animar a la exploración de las di-rencias y poner a los miembros familiares en posición de ser potenciales fadores del otro. Este concepto es diferente del de re-historiar, en el cual ^xploración es cognitiva y la historia parte de un miembro individual de ria la * ^' implicar a los narradores en diálogos que amplíen las histo-rnji- Conmctivas, se sacan a la luz los controles que los miembros de la fa-tienen sobre el otro y les permite centrarse sobre las alternativas. * me>noria familiar nista s terapeutas estructurales —y los terapeutas familiares intervencioeti ej en general— han otorgado tal prominencia a nuestra participación fatnj|.pr°ceso terapéutico, que hemos tendido a pasar por alto la historia r > Probablemente como reacción a las aproximaciones psicodiná-

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micas, las cuales exageraban la importancia del pasado, como si la inf 9n cia fuera el destino. Asumíamos que lo que es relevante en el pasado e\j„ te en el presente, y se destaca en el encuentro actual. Pero en la práctica clínica, la atención a la historia familiar a menun aparece en la fase media ¿Je la terapia, cuando tiende a descubrirse algfj segmento relevante de la historia familiar. Para cuando la familia y el te rapeuta se hayan comprometido de un modo que les permita creer el u^ en el otro. Ahora la historia paternal, sus padres y la familia al completQ se convierten en una fuente de curiosidad y de construcción de hipótesi* sobre la relevancia de los eventos pasados en el modo actual de relacio. narse y pensar de los miembros de la familia. La familia y el terapeuta ex-ploran los límites que las experiencias previas imponen en sus patrones e intenciones actuales. Pueden surgir perspectivas novedosas partiendo de] entendimiento de cómo los viejos modelos de relacionarse extraídos de la infancia se están representando de forma anacrónica en las interacciones diarias. Los «yoes» de hoy son concebidos como una atadura a viejos propósitos. Por ejemplo, a John le habían prometido un perro por su octavo cumpleaños. El padre le llevó a una tienda de animales donde él eligió un encantador cachorrito de raza doméstica. Pero su padre insistió en comprarle un perro de raza con pedigrí. Discutiendo el incidente en la terapia, el padre describió su conducta como un remanente de la devoción de su familia de origen a «lo mejor». Este esquema, aprendido en un contexto previo, le impidió actuar de una manera sensible con respecto a los deseos claramente expresados de su hijo. En otro caso, Jim siempre se irritaba cuando su esposa se sentía cansada. Cuestionado por el terapeuta, Jim se percató de que vivía la conducta de su esposa como una demanda para hacer algo. La respuesta airada de Jim puede concebirse como una consecuencia de su experiencia, como hijo responsable y paternalista en su familia de origen. En el proceso de captar datos de la historia, el terapeuta no deja de explorar áreas de fuerza en la familia, periodos de su pasado donde las trayectorias eran diferentes. ¿Su repertorio interpersonal era más rico antes de que sus problemas estrecharan su visión de sí mismo y del mundo-Durante esta fase, el terapeuta puede describir las demandas que piens3 que los miembros de la familia están efectuando sobre él, como un medí0 de ayudarles a identificar sus «fantasmas» y explorar su pasado relevante. El puede compartir experiencias de su propia vida y del pasado que pa' rezcan relacionadas con los conflictos de la familia. Trabajando con la representación En los primeros análisis que hacían los terapeutas estructurales sobr, las habilidades terapéuticas, la representación era considerada una técnica. George Simón (1995) ha sugerido que la representación es algo i*1 cho más básico que eso; es la esencia de la terapia familiar estructura'-

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jnuy pocas excepciones, como, por ejemplo, la «escultura famide Virginia Satir y Peggy Papp y algunas de las implicaciones expeliar" • jes de Cari Whitaker, la terapia se asienta sobre el discurso. Los re ' s de la gente se reducen a las historias que cuentan. Este enfoque, )üt° rerniniscencia de la terapia individual psicodinámica, domina la tefamiliar hoy en día. Se asume que ocurrirá algún tipo de reestrucción cognitiva durante la sesión o después de ella y que esta tU structura- ción cognitiva producirá el cambio. Esta hipótesis no está corroborada con resultados. La trampa de lo fa-iliar y lo previsible casi siempre pesará más que la atracción de lo nue-Necesitamos «tocar» a las familias a nivel emocional y de relaciones. I a ruta para estas intervenciones es la representación, llevar a la familia la acción en presencia del terapeuta. El siguiente paso es alguna forma de «quisiera verte actuando de un modo diferente al habitual», lo cual establece condiciones para observar recursos infrautilizados. En general, el terapeuta crea el contexto para la representación, pero las familias se enzarzan a menudo espontáneamente en interacciones que, con la magia que otorga el contexto terapéutica, el terapeuta puede transformar en una representación. Por ejemplo, un estudiante presentó el caso de una madre soltera de treinta y cinco años, una enfermera que trabajaba como supervisora en un hospital cercano. Tenía tres hijos, incluyendo a un niño de siete años. La madre había venido a la agencia con la idea de colocar en adopción a su hijo, que era destructivo. Había estado hurgando con un clip en un enchufe de la escuela, diciendo que se quería morir. El psiquiatra escolar y el Departamento de Bienestar estaban implicados. El chico era inteligente y observador. La terapeuta empezó a hablar con él. Ella le preguntó si recordaba el momento en que su padrastro golpeó a su madre y cómo se sentía al respecto. El chico empezó a hablar sobre el miedo que sentía por su madre. Mientras el terapeuta participaba con el chico en la descripción de estos eventos, la madre, que había permanecido reservada y distante, interrumpió a la terapeuta para ampliar algunos puntos. El niño y su madre comenzaron a dialogar. El terapeuta movió su silla hacia atrás. Había creado una situación en la cual una madre rechazadora y un niño teme-OSo estaban implicándose en una conversación que les interesaba, y ubo un cambio en el tono emocional. Ahora existían dos historias, una contada por la madre rechazadora que . eria colocar a su hijo en adopción y la otra contada por una madre y un , J° recordando un evento amenazante juntos. La primera historia llevaba Perspectiva de desmembrar la familia. Pero el terapeuta puso el énfasis 'a segunda historia, referente a la necesidad que sentía el niño de protea su madre. La historia de la conexión indicó nuevas direcciones. te espero que les haya transmitido algo acerca de la manera en que hago la S)a P hoy en día. Pero, ¿cómo lo enseño? Esto lo hago a través de una rvisión muy amplia. La instrucción académica tiene un lugar en la

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enseñanza de^aterapia de familia, especialmente en las fases iniciales d este proceso, peró^l entrenamiento ayuda a crear un terapeuta, más qüe un científico familiar. La adquisición por parte del estudiante de nueva? maneras de ver y pensar depende de su desarrollo de nuevas maneras H comportarse dentro del contexto terapéutico. Por tanto, los concept0 fundamentales, valores\, supuestos y técnicas de la terapia familiar es tructural no pueden comunicarse principalmente de modo cognitivo. rj n estudiante que adquiera el conocimiento de tales conceptos solamente en el contexto de la didáctica o de las presentaciones cognitivas puede en. contrar que su dependencia de las ideas no le sirve del todo en el calor v la intensidad del encuentro terapéutico. De forma similar, aunque la descripción de técnicas es importante en el entrenamiento, el proceso de crear un terapeuta va mucho más allá de eso. En Families and family therapy (Minuchin, 1974) describí la terapia de una forma tan clara y simple que el libro se convirtió en un texto clásico para los estudiantes de la terapia de familia. Durante décadas, muchos estudiantes de la terapia familiar estructural ejecutaron una terapia de técnicas. Pero, claramente, la terapia implica mucho más que técnicas. Las historias de la supervisión de la segunda parte nos recalcan no sólo la complejidad de la terapia, sino también el complejo proceso por el cual un terapeuta oficial se convierte en experto.

Segunda parte HISTORIAS DE SUPERVISIÓN

6. LA SUPERVISIÓN EN EL ENCUENTRO TERAPÉUTICO En los capítulos que siguen, nueve terapeutas relatan sus experiencias en mi grupo de supervisión. Además de las propias historias de la supervisión, pedí a cada autor que comenzara con una declaración personal biográfica que orientase al lector sobre los valores, sesgos y limitaciones que él o ella traían al encuentro terapéutico, y cómo dichas limitaciones afectaban al estilo preferido del supervisor y a mi trabajo para ampliarlo. Ya que mi voz se escucha a lo largo de sus historias en mis comentarios e interacciones, me parece apropiado ofrecer una breve declaración personal como antecedente a mi papel en el desarrollo de estos terapeutas. EL TRAYECTO DE UN SUPERVISOR

¿Quién soy yo como supervisor? Vengo de una amplia familia. Mi abuelo paterno, que se casó tres veces, tuvo nueve hijos. Mi madre tenía iete hermanos. Mis padres habían sido educados con un gran sentido de a responsabilidad familiar y yo lo aprendí de ellos. Mi madre no dejó comprar verduras en la tienda de mi tío Samuel incluso aunque ésta uviera pobremente surtida y bastante lejana. Durante el verano, los los ricos de la familia de mi padre en Buenos Aires venían a pasar sus Pa 'Clones en nuestra casa del pueblo. Mi madre se trajo de Rusia a un q ente lejano, que vivió con nosotros durante cinco o seis años hasta rílu e Casó. Durante la época de la depresión, cuando s rn s nosotros éramos abuel^° - ^ padres enviaban dinero regularmente a mi anciano ^. Paterno, dinero que necesitábamos para comer, tuto ° S P°r sentado que las obligaciones eran mutuas. No había insti-que tTil ciudad natal, con su población de cuatro mil habitantes, así fía. ¡u- ^do terminé la escuela elemental fui enviado a vivir con mi tía So-afios tr-'if^^ entro en bancarrota en 1930 y se pasó los siguientes dos amb0s aJando como gaucho. Mi tío Elias le ayudó financieramente y ~~-que 0r, sideraron esta ayuda como algo rutinario. Cuando mis padres for Su r entonces vivían en Israel— comenzaron a hacerse mayores, di esto que mi trabajo era cuidarles, como ellos me habían cuidado

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\HlSTORIAS DE SUPERVISIÓN

cuando era niño. No puedo\garantizar los detalles de mis recuerdos, per sé que lo que aprendí en mi\ infancia sobre las relaciones se relacionak con la lealtad, la responsabilidad y el compromiso hacia la familia, el clan y, por extensión, hacia la genjte judía. He comenzado esta discusión de la supervisión definiéndome a rnt mismo a través de mi aprendizaje en la infancia, porque rni relación con los estudiantes está impregnada por el sentido de la obligación y del corn. promiso que aprendí de niño. Si uno reflexiona sobre los valores que más estima como profesor, probablemente descubrirá que tales valores se en-cuentran enraizados en la propia infancia. Comencé a supervisar y a enseñar en 1952, cuando vivía en Israel. Era el director médico de cinco instituciones elementales para adolescentes con problemas. La mayoría de los niños eran supervivientes de la Europa de Hitler, pero también había niños de Marruecos, Yemen, Irak y la India. El personal de las instituciones lo conformaban psicoeducadores que seguían los principios adlerianos modificados por su sustancial experiencia de la vida en grupo y sabían bastante más que yo con respecto al trabajo con estos jóvenes. Yo era un joven psiquiatra y mi entrenamiento en una institución residencial para adolescentes delincuentes, ubicada cerca de la ciudad de Nueva York, difícilmente me había preparado para esta población y este trabajo. Era ingenuo, ignorante, y lo sabía. Todavía lo que mejor recuerdo de mi experiencia era mi resuelto rechazo a dejarme paralizar por lo que desconocía. Como persona, terapeuta y profesor, esto ha sido siempre una de mis características: transformo los obstáculos en una oportunidad para aprender. Mi respuesta a los inconvenientes se da en fases. Primero me convierto en un competidor vigorizado por los problemas. Después me impaciento, más tarde me deprimo, y finalmente me quedo pensativo. Una vez que estoy comprometido, el reto es primario y los obstáculos los siento como una provocación. El apuntalamiento es emocional, pero también existe una respuesta intelectual a la aventura de aprender. Los años que siguieron a mi experiencia israelita fueron turbulentos y productivos. Fui entrenado como analista en el Instituto William Alanson White de Nueva York, pero básicamente me encontraba más interesado en las familias. Cuando me trasladé a la Universidad de Pensilvani»' como profesor de psiquiatría infantil y director en la Clínica Filadelí'3 para la Orientación Infantil, creé una institución que trabajaba sólo con familias y con los principios de la terapia familiar. Aquí comenzó a dest3' car mi persona* retadora. Era un saltador de obstáculos enfrentándola a las rigideces del sistema psiquiátrico. Quizás nosotros creamos nue^ rigideces en el proceso, pero el desafío al tratamiento individual y los m todos tradicionales era probablemente acertado para la época. * Juego de palabras. El autor juega con el origen de la palabra, el cual hace refere!1 a la máscara griega que se utilizaba en el teatro, en definitiva a cada una de nuestras c» o facetas como seres humanos. (N. del 1.)

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Fue en la época de los sesenta en la Clínica Filadelfia para la Orienta-• 'n Infent'l cuando me convertí por primera vez en profesor y supervi-C' de terapia de familia. Mirando hacia atrás, estoy impresionado por la *° crepancia existente entre mi estilo de terapia y mi estilo de enseñanza esa época. Mi estilo terapéutico era una combinación de apoyo, con-F¡ niación y cuestionamiento. Era cuidadoso al contactar con las familias, ra asimilar sus modos y permanecer dentro de un nivel de cuestiona-;ento aceptable para ellos. No sentía que la enseñanza requiriera de esa •srna acomodación. Era confrontativo y provocativo, desafiaba a los estudiantes para que aprendieran. Quizás proyecté mi propia respuesta al to __y mi propio proceso para encontrarla— en mis estudiantes. Mi evolución como terapeuta familiar me suministró la materia prima nara enseñar a los otros, así como las habilidades que adquirí en el camino. En mi terapia desarrollé la habilidad para captar la comunicación no verbal con rapidez, y podía saltar de claves mínimas a hipótesis que guiaran el proceso terapéutico. Llegué a sentirme cómodo con la idea de que estas hipótesis conformaban simples instrumentos para crear contextos experimentales, para enviar globos-sondas que me ayudaran a contactar con la familia y a desafiar sus rigideces introduciendo múltiples perspectivas. Procedía uniéndome y luego «acariciaba y golpeaba»; durante ese periodo, la pirotecnia de tales sesiones llegó a conocerse como mi modo de practicar la terapia. Transferí ese estilo a mi supervisión. Veía cintas de vídeo, microanali-zaba segmentos y saltaba a la construcción de hipótesis, excitado por la naturaleza intelectual de la empresa, por la manera en que las piezas del puzzle podían organizarse en una amplia conceptualización y por la aventura potencial de unirme a la familia para explorar la novedad y crear una gestalt diferente. Creo que mi entusiasmo era contagioso, pero me impacientaba la lentitud de otros caminos a través de los cuales mis estudiantes llegaban a comprensiones similares o diferentes; y creo que este pe-nodo fue difícil para la gente que supervisé. No les di demasiado espacio, ni respeté el talento idiosincrásico, ni las dificultades qus trajeron al proceso de supervisión. Cuando recuerdo ese periodo y lo comparo con mi enfoque actual, veo arnbién que enfatizo aspectos diferentes de la supervisión. Quizás inundado por la, casi alérgica, evitación de Jay Haley a instruir desde la ona, mi propia enseñanza era básicamente inductiva y experiencial —un asís que ahora considero importante pero insuficiente—. También con-0 c°mo ingenuo el esfuerzo de Braulio Montalvo y de mí mismo por en-¡ ar Un «alfabeto de habilidades», incluyendo cómo relacionarse, crear la ensidad, introducir alianzas y coaliciones, cuestionar, crear representa-j , es- etc. Una vez que los estudiantes habían desarrollado estas habilies Cr a c¡ , ' eíamos que serían capaces de emplearlas de una manera diferen-era ° arn idiosincrásica. Las habilidades son importantes, pero el inventario q u bién demasiado mecánico y se debía probablemente a los errores ^rn|° n^aron 'a teraP'a familiar estructural durante décadas: esa terapia lar estructural requería la habilidad para mover a la gente a diferen-

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tes sillas, para dirigir y controlar, y eso no encajaba con la historia de i 9 gente ni dejaba lugar para lo lúdico o imaginativo. Cualesquiera que fueran los errores y limitaciones de mi enseñan? temprana, sin embargo, siempre pensé que el clínico como persona er4 un instrumento terapéutico. Así como las familias son sistemas socia] e infrafuncionales, también puede suceder lo mismo con los terapeutas, v lentamente mi supervisión cambió. Mi enseñanza del repertorio de habí lidades casi desapareció; en vez de ello, trabajé para resaltar el papel del terapeuta como miembro de un sistema. Todavía creo que existe la nece. sidad de tener un conocimiento de una serie de técnicas fundamentales pero ahora sólo trabajo con estudiantes después de que sientan que pose! en la base suficiente como para haber desarrollado su propio estilo de terapia. Cuando dejé la clínica de orientación infantil y me cambié a la ciudad de Nueva York, mi práctica cambió. Hasta entonces, la mayoría, sino todas, mis familias-clientes habían presentado a un niño como el paciente identificado. A partir de aquel momento comencé a recibir más familias con pacientes adultos, incluyendo personas de mediana edad con pro-blemas y familias preocupadas por sus padres que estaban envejeciendo. Mi práctica parecía percatarse de que yo estaba envejeciendo. Mi estilo de terapia cambió. Mis respuestas rápidas enlentecieron y modifiqué la intensidad de mis encuentros. Hoy paso más tiempo escuchando y creando representaciones que realizando observaciones. Convierto la naturaleza de sus interacciones en algo visible para los miembros de la familia y muestro la disparidad entre el contenido de las interacciones y los mensajes que están enviando referentes a sus relaciones. Me empleo a mí mismo más plenamente en las respuestas personales a los miembros familiares. Comento sus consecuencias sobre mí y empleo tales efectos como una brújula que nos guíe hacia el entendimiento del impacto que los miembros de la familia ejercen sobre los otros y sobre sus visiones de sí mismos. Desde que tengo barba blanca, parezco viejo y he visto tanto, mis d e' claraciones son tratadas con el respeto que se otorga al sabio. Trabajo para contrarrestar las distorsiones que se producen empleando el humor y el absurdo, una libertad que aprendí de Cari Whitaker. También me e n' cuentro menos inclinado hacia la explicación. Soy más escéptico acere 3 de la verdad y me siento cómodo introduciendo la discontinuidad, deja11' do a la familia las tareas de resolver su confusión y de intentar soluciones

TRABAJANDO CON TERAPEUTAS DE FAMILIA Mi supervisión también ha cambiado; hoy es un proceso fluido. ™ siento cómodo introduciendo impresiones sobre una obra de teatro q acabo de ver, sobre mis esfuerzos para entender a Foucault, el impacto un poema, el placer estético de ver a los personajes de Borges moviénp se entre los dos lados de una divisoria o la trascendencia de la emigrad

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una familia puertorriqueña. La meta es indicar que la terapia es un P3r eSo en el cual los terapeutas se emplean a sí mismos. Pr°/-ornienzo la supervisión pidiendo a los estudiantes que definan sus •i0s. Pronto, en el proceso, vemos segmentos grabados de sesiones teeS ¿uticas y creamos un perfil provisional de las maniobras que prefiere Ha terapeuta. Hacemos explícito que la meta de la supervisión es auC3 ntar la complejidad de las intervenciones del terapeuta. Esta meta conlT lrte ja supervisión en un proceso muy íntimo porque los estilos preferi\ s de las personas están unidos a su historia y a quienes son; y debo «petar los límites que me prohiben entrar y jugar con sus vidas. Para desarrollar ese tipo de supervisión, los alumnos y yo debemos rear confianza. Tienen que saber que estamos trabajando en su benéfico Yo tengo que saber que ellos me alertarán cuando cruzo los límites. Este proceso es similar al contrato que establezco con las familias en la terapia. Ya que mi contrato con mis estudiantes me obliga a que cuestione sus limitaciones y amplíe sus estilos, debo depender de ellos para delimitar mi acción. El contexto de la supervisión: el grupo El propio trabajo del estudiante con las familias provee el contenido de la enseñanza. El estudiante trae vídeos para supervisar o a la misma familia para una supervisión en vivo o una consulta. El contexto para la enseñanza de la terapia familiar estructural es la supervisión grupal. Idealmente, tomo de seis a nueve supervisados en un grupo. En un grupo de entrenamiento bien formado, es deseable tener clínicos de una amplia variedad de lugares de trabajo. La presencia de gente que trabaja en lugares diversos —en hospitales, en agencias que dan servicio a pobres, en clínicas de salud mental con pacientes externos, en centros de tratamiento de drogas y abuso de alcohol y en la práctica privada , otorga a los supervisados la oportunidad de observar a familias que rara vez, si es que alguna, verían en su propio lugar de trabajo. También )roporciona una lección objetiva sobre la manera en que el lugar de tra-aJo organiza las respuestas clínicas de un terapeuta. A medida que el supervisado escucha los pensamientos y sugerencias de los colegas que no an limitados por la cultura y la organización de su empresa, se llega a onocer el grado en el cual sus propias respuestas clínicas no son, de sin ProP'as smo el producto de una relación de fuerzas que organizan c. ugar de trabajo. Aprender esta lección ayuda a los terapeutas a apre-10 e' impacto que ejercen los sistemas amplios, incluyendo aquellos de ¡J CUales son miembros, sobre las familias que tratan. En un escenario Ce ' tenibién les otorga fuerzas para llegar a ser activistas dentro de su c¡0 ° "e trabajo, abogando por cambios que permitirán un mejor servia s us familias-clientes.

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Expandiendo el estilo del terapeuta El proceso de supervisión se verá detalladamente en los capítulos nu siguen, cuando mis antiguos estudiantes describan el modo en que lo ve vieron. Es suficiente, por tanto, ofrecer ahora una breve introducción a¡ proceso. La primera respuesta deseable de la supervisión es que el estudia^ comience a producir su propia versión de la terapia estructural famili ar Esta interpretación estará marcada, inevitablemente, por las carácter^ ticas únicas del estilo interpersonal preferido del estudiante. Un supuesto fundamental del supervisor orientado estructuralmente defiende qUe cada estudiante, al igual que las familias tratadas, es más complejo de 10 que parece inicialmente. Existen recursos infrautilizados en su repertorio interpersonal que, de activarse, se traducirán en un terapeuta más complejo, en un instrumento más efectivo. Aquí los paralelismos entre la terapia y la supervisión llegan a ser más evidentes. Mientras que la terapia busca activar recursos infrautilizados en el repertorio transaccional de la familia, el supervisor persigue sacar a relucir las alternativas infrautilizadas en el repertorio relacional del estudiante. El terapeuta emplea su relación con cada miembro familiar, junto con los procesos familiares que fomenta como director del sistema terapéutico, como el mecanismo para producir una expansión familiar. De forma similar, el supervisor emplea su relación con cada estudiante, junto con los procesos grupales que instiga en su función de director del grupo, como mecanismos para facilitar la expansión del terapeuta. Así, el desarrollo de la relación entre cada estudiante y yo refleja el desarrollo de la relación entre el clínico y los miembros familiares en la terapia. Por mi parte, la relación es de tipo estratégico. De vez en cuando, adopto posturas interpersonales hacia el supervisado que le obligan a expandirse más allá de su estilo preferido de relacionarse. La aceptación de esta invitación por parte del estudiante es contingente con respecto a su aceptación de mi persona como un experto, como un guía fidedigno en el proceso de ampliación; un supervisor se gana esta confianza mostrando respeto por el estudiante y apoyando lo que éste hace bien. También me uno a veces al alumno, adoptando un estilo interpersonal que encaja con su estilo preferido de relacionarse. Al hacerlo, sin embargo, me reservo Ia libertad de cuestionar o de retar al estudiante para ir más allá de lo fam1' liar. Ejemplos de este proceso se verán en los capítulos que siguen. Los mecanismos para el cambio operativo en este tipo de supervisió* 1 son complejos y se encuentran estratificados. Cada miembro del grupo de supervisión experimenta un impulso para expandirse cuando presenta i"1 fragmento de vídeo y entonces llega a convertirse en participante de üf proceso activado como respuesta a la presentación, particularmente cuando este proceso desafía los límites del estilo del estudiante. Hasta cierto punto, el proceso de ampliación que instigo en cada eS' tudiante individual depende de los contornos particulares del estilo prf ferido de éste y de la lectura o de las posibilidades de expansión dispon1'

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é!/ella. Así, de alguna manera, cada historia de supervisión es t>'eS ^ Es también cierto, sin embargo, que ciertos temas reaparecen con ^ n'Ca regularidad en la supervisión de la terapia de familia. A pesar de lo cicrta¡0 que puede ser el camino hacia el dominio de la terapia estructu-var'a jijar, parece que existe un cierto terreno que se pisa una y otra vez. ,a' e sigue son ampliaciones típicas del estilo que pido que experimen-¡¿los estudiantes: a

/ De la historia al drama. De forma invariable, los terapeutas son casi siempre, por temperamento y como resultado del entrenamiento, buenos oyentes. Lo que los terapeutas escuchan es el contenido, la historia narrada por los miembros individuales de la familia. La actual popularidad de las aproximaciones narrativas a la terapia ha reforzado la atención del terapeuta hacia los detalles de las historias relatadas por los miembros de la familia. La supervisión debe empujar al terapeuta a ver tanto como a escuchar, para ver la negociación, lo conductual, el texto subyacente interpersonal que rodea y cubre cada historia familiar. Hay que invitar al estudiante a mirar más allá de la historia, para ver cómo está organizada la narración de ésta en la familia. 2. De las dinámicas individuales a la complejidad de la relación. La idea de que la conducta humana está dirigida desde dentro hacia fuera es una «verdad» cultural de nuestra sociedad que ha sido elaborada por varias teorías de la psicología individual. Así, es común entre los terapeutas entrar en la supervisión con un estilo terapéutico que se centra en estas dinámicas individuales. Hay que invitar a tales terapeutas a que exploren la comple-mentariedad: la construcción mutua de los miembros de la familia y la regulación de la conducta de cada uno de los otros. Yo trabajo para conseguir que el estudiante mire más allá de lo individual para ver patrones familiares. * Del proceso terapéutico centrado en el terapeuta, al centrado en la familia. La terapia trata sobre la curación. Si el terapeuta piensa en sí mismo como un enfermero, construirá un proceso terapéutico en el cual sea fundamental. Los miembros de la familia hablarán con él, y él con ellos, en un proceso que convierte al terapeuta en el conmutador de la conversación terapéutica. Un terapeuta familiar estructural no es tanto un enfermero, como un activador de los propios recursos curativos de la familia-cliente. Así, el terapeuta persigue la construcción de un proceso terapéutico en el que la interacción entre los miembros de la familia, y no la interacción con él/ella, sea capital. Para el terapeuta que prime una postura activa, centralizada en 'a terapia, la supervisión debe crear la capacidad de retirarle a una Posición de media distancia. Yo trabajo para ayudar al clínico a

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convertirse en alguien habilidoso para provocar la representaC' -en alguien cómodo con la postura de un observador curioso. 0|,¡ Los autores de las historias que siguen son terapeutas que han sin miembros de mi grupo de supervisión en varias ocasiones durante lQs -? timos años. Las historias son marcadamente individuales, y reflejan la periencia única de la supervisión de cada autor. Al mismo tiempo, revel muchos de los temas recién descritos. Y así, aunque cada historia portal11 huella de su autor, también puede leerse como un género, ilustrand8 cómo la supervisión orientada estructuralmente debe funcionar en la K rea de crear un terapeuta. Mis propios comentarios están entretejidos con cada una de esas his torias. A medida que la historia se desenvuelve, relato mi experiencia con el estudiante, ofrezco mi interpretación de su estilo terapéutico preferido y discuto cómo me empleaba a mí mismo estratégicamente para tratar de inducir una ampliación de dicho estilo. Lo que espero que surja de estas historias es una apreciación de la peculiar «danza» de la co-creación que constituye la supervisión.

7. LA FEMINISTA Y EL PROFESOR JERÁRQUICO Margaret Ann MeskilV

Durante el primer año, Margaret se escondió. Yo la había supervisado ocasionalmente en un centro de acogida donde ella ejercía como trabajadora social. Me gustaba su entrega a las familias y su enfoque callejero. Era directa e impaciente con los procedimientos burocráticos de la agencia. También poseía una energía que me agradaba. Para mí era más fácil limitar un exceso de energía que vigorizar un estilo poco comprometido. Yo no podía entender por qué evitaba mi supervisión o efectuaba comentarios que desafiaban mi enseñanza. A veces sus pequeños cuestionamientos terminaban en una narrativa que era claramente feminista. Entonces me dirigía a ella como la experta y le pedía una perspectiva feminista. Esta aproximación está en sintonía con mi estilo de enseñanza, que asigna una cierta habilidad a los estudiantes, que entonces llegan a convertirse en portadores de puntos de vista alternativos, pero yo no lograba seducir a Margaret para que se uniera a mí. No importaba la cantidad de veces que yo afirmara que ella era una buena terapeuta y que me agradaba su habilidad para comprometer a las familias, para introducirse en ellas dondequiera que estuvieran y para utilizar una franqueza que ellos reconocían como respetuosa; Margaret no se movía de su perspectiva de que yo era el macho. Ya que ella no podía derrotarme, me evitaba. El segundo año comenzó como una continuación de un amor no correspondido, pero entonces se encontró con la familia Ramírez, o ellos la encontraron a ella, y nuestra relación cambió. Unimos fuerzas para ayudarles. Margaret quería que yo fuera por senderos que, por principios, soy incapaz de aceptar. No podía fingir una perspectiva feminista en la terapia familiar. Aunque apoyo totalmente la política feminista y los asuntos sociales, estoy totalmente comprometido con un punto de vista sistémico de la teraP'a familiar. No es que ésta gobierne a aquélla; se construyen el uno al otro. er o me uní con Margaret en el compromiso de la familia Ramírez. Ellos "te agradaban, y me gustaba el trabajo de Margaret con ellos. Pero ellos no va y . Maa rgaret Ann Meskill posee un máster de trabajo social por la Universidad de Nuede jr ' " impartido terapia familiar en diversos centros como clínicas de salud mental y dos p^dependencias, un albergue familiar, y en clínicas de cuidados psiquiátricos aguHarjr la actualidad trabaja para doctorarse en psicología clínica en la Universidad de

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crecerían, o no podrían crecer con el mero apoyo. Cuando se trabaja c familias que sufren problemas crónicos, cuando nosotros, los terape^t^ enumeramos diez o veinte, el escenario se llena de fantasmas. Todas las ■ ■ terpretaciones «correctas» habían sido empleadas, y muchas más que *1" destructivas habían sido añadidas. Entonces introducir la novedad se co ^ vierte en algo necesario. La familia Ramírez se había visto envuelta en sistema de salud mental durante décadas. Eran expertos en neutralizar t rapeutas. La estrategia que sugerí fue que Margaret se uniera al marido. Él haKt sido un buen padre y un marido fiel aun cuando su esposa sufrió dos o tr/ hospitalizaciones al año por drogas o episodios psicóticos relacionadf/ con la esquizofrenia. Así que Margaret —la ayudante, la defensora, la luchadora por los d e rechos de las mujeres— se había tenido que unir a un marido alcohólico un supervisor patriarcal a la hora de cuestionar el patrón reiterado de l0s episodios psicóticos de la señora Ramírez y las múltiples hospitalizacio. nes. Como quedará claro en la narración de Margaret, este desequilibrio no fue fácil. No sé cómo se sintió Margaret. Proseguí enseñándole desde una posi. ción de respeto a su talento, simpatizando con su coraje. Tomé sus comentarios feministas no como una provocación hacia mí, sino como su punto de vista. Nos regocijamos por los cambios y el éxito de la familia. Hasta que comencé a considerar este artículo, no había hecho conexión alguna entre mi elección de la supervisión en terapia familiar y las propias dinámicas de mi familia. Siempre supe que las dos elecciones profesionales —primero la elección de la modalidad del tratamiento en sí misma y después la del supervisor— estaban ligadas a mi contexto psicológico particular; lo que ignoraba es cómo. Este relato es una exploración parcial de esa cuestión. Es necesariamente un trabajo en curso, ya que todavía estoy desembrollando mi comprensión sobre la manera en que me impactó la supervisión. Crecí en un contexto movedizo y cambiante en el cual los lazos fami liares se consideraban como secundarios a otras cuestiones. Había un gran énfasis en la autonomía y la ejecución, en el intelecto, el conocí' miento y la experiencia. De joven estuve muy influida por el matriarca' do de mi abuela y mi madre. Los hombres en mi familia eran proveed 0' res distantes poco implicados, especialmente durante mi juventud. La* decisiones sobre mi hermana y yo eran tomadas por mi madre o i" abuela, quienes estaban a menudo en conflicto. Ellas estaban de acue do, sin embargo, con que la educación es sagrada, un fin en sí mism 3^ el comienzo de una carrera profesional. El valor de la educación era u n trama dentro de la amplia historia de logros y luchas femeninas, u historia en la cual esperaban que tomáramos parte mi hermana y ', Como otras hijas de nuestra época, tendríamos que vencer los aspe c dóciles y sumisos por ser mujeres, aspectos que nuestras madres hab 1 experimentado ya como algo muy limitante. $ Fui enviada a internados en Nueva Inglaterra y comencé excursi 0 ^ veraniegas por México y Centroamérica. De acuerdo con la manera P e

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aue mi familia habitualmente hace las cosas, se suponía que las exliar e . s jgj verano en la pobreza del tercer mundo contrarrestarían el p er!em0 de los internados y me iban a educar de una manera maravillosa. e''* w s extremos se veían en relación con la aventura de aprender. La edu-A111.se valoraba de forma tan incuestionable, que más tarde mi herma-ca° vo llegamos a ser muy habilidosas en maquillar nuestras peticiones n3 ^vocaciones más escandalosas hasta convertirlas en algo aceptable a y ^ jos de nuestra madre en el nombre de nuestra necesidad de aprender, |°recer y experimentar. Para cuando tenía trece años, la familia se había convertido en un lu¿onde yo «fichaba» cuando nada interesante estaba ocurriendo. Las "venturas, nuevas experiencias, el éxito académico y, por encima de todo, ■ ¡ndependencia constituyeron las expectativas formativas para mí. Éstas se colocaban siempre en el contexto de nuestro género. Mi hermana y v0 estábamos siendo educadas para ser fuertes con la esperanza de que así nos habituaríamos a la clase de sufrimientos que se identificaban como «femeninos». La fuerza de esta solidaridad del género en sí misma, mantuvo a mi padre apartado, como un proveedor concienzudo pero sospechoso emocionalmente. Estudié antropología en la universidad. Esta elección era más práctica que intelectual, porque me brindaba la oportunidad de viajar y llamarlo «trabajo de campo». Por aquella época me estaba revelando contra mi familia y lo hice en el ámbito que ellos me habían enseñado que les impactaría de forma más poderosa: el rendimiento escolar. Nunca terminé el instituto, abandoné los estudios en el segundo año de universidad, y me fui a vivir una vida aventurera a México. Mi rebelión estaba bien diseñada, aunque era totalmente inconsciente. Estaba contraviniendo el bien familiar del «aprendizaje». El Barnard College en los setenta era un buen lugar para la revolu'on. El feminismo y el socialismo estaban en su apogeo dentro del clima icadémico de aquella época. Mi conciencia intelectual recibió la llamada P^ra despertarse que necesitaba, después de cinco años en el elitismo ^P que tan inconsciente y arrogantemente es promovido en los inter-j os- La posición feminista que aprendí en Barnard fue la lente a través a u ^ al percibiría mi mundo, un tipo de conjunto cognitivo básico que °nentaba a la vez que me validaba. con \*a- n°ta SODre m' feminismo. El feminismo comenzó en mi familia jer a lriterpretación tan típica de que los hombres son bestias y las mu-dij ,SUs víctimas. Barnard le dio un poco más de sofisticación y profunintrc^i'nt,e'ectual a esta ideología familiar. La sociedad y el capitalismo se ban t Clan como factores en la cuestión del género. Las posturas estadas D Iílac^as' las hermandades existían, las posiciones estaban reforza-co^ Ur»a época y un lugar que permitía sentimientos tan complicados y clar¡ . Vultuosos. En retrospectiva, valoro la experiencia de pertenencia ad moral que tuve entonces. También reconozco las limitaciones, ?'■ White anglosaxon protestant (anglosajón blanco protestante). (N. del t.)

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rigideces y simplificaciones que ayudaban a promocionar ese sentina to de pertenencia a un grupo y esa claridad. El tipo de feminismo al que llegué en la universidad tenía mucho nh ver con mi propia transición a la adultez y el trabajo de reelaborar ] 0e postulados de la familia que se sigue necesariamente. El reto de mi VÍQO del cual no era consciente entonces, era comprender y enfrentar ciert0' artefactos emocionales y familiares que se pueden almacenar con facj]¡ dad bajo el puro peso de la cuestión feminista y que, sin embargo, no per tenecían en absoluto a ese ámbito. La supervisión y la presencia del docto r Minuchin me ayudaron a entender la existencia de este desafío y, sin ign^ rarlas, han sido una herramienta básica en mi superación de aquel reto Mi primer trabajo fuera de la universidad fue en un centro de acogida simplemente porque el desconocido mundo de la pobreza abyecta se mé aparecía como interesante. Era simplemente como otro viaje, pero iba a estar en casa y se me pagaría, aunque no mucho. Accidentalmente, en el transcurso de ese trabajo mi parte profesional se moldeó. Yo estaba influida en gran medida por la falta de poder que mis clientes tenían sobre sus vidas, lo que contrastaba con la imagen de la mujer sin poder contra la cual fui educada para luchar. Irónicamente, a pesar de que no era consciente de ello, el trabajo me situó exactamente en la misma posición de poder con relación a mis clientes de la cual creía estar defendiéndoles a ellos. Desafortunadamente, la posición del trabajador social da a la gente una cantidad obscena de poder a la hora de tomar decisiones sobre la vida de los otros. Este poder está disfrazado como útil e incluso de apoyo, así que nadie, incluyéndome yo misma, tiene que enfrentar jamás el hecho de que la decisión de si un niño tendrá la oportunidad de conocer o no a su madre esté tomada rutinariamente por una mujer de veintidós años de clase media, sin ningún entrenamiento, sin hijos y con poca conciencia. Me salvé, por mi inquebrantable rebeldía, de cometer errores que podrían haberme causado un gran remordimiento. Yo estaba defendiendo totalmente un sistema que reconocí como inepto y equivocado. Llegué a convertirme en una ávida salvadora de familias. Trabajé para rehabilita1 a madres y padres desanimados por la pobreza y la desesperanza. Me convertí en una adepta a ayudar a los padres a moverse a su modo a través del sistema sin perder a sus hijos. Hacía esto como una misión políB' ca, o así lo pensaba. Creía que podía repartir poder a mis clientes com° piruletas a los niños. No me cuestionaba mi derecho a hacer eso. Ahor entiendo que esta notoria omisión del autocuestionamiento era una del»8 características previsibles del poder de los que no tienen necesidad de P cerse preguntas. El poder no fue la única dinámica que me impulsó a través de aqu líos primeros años. Las retribuciones psicológicas que obtenía por reU? s a las familias me motivaban, en especial dadas mis propias necesidad no reconocidas de conectividad familiar. {, Salvador Minuchin y su profesorado llegaron a mi agencia como P , te de un proyecto financiado por la fundación para convertir los servi c' | de acogida en algo más familiar y amigable. En su papel de asesor

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doctor Anne Brooks me espantó. Era la figura de autoridad P C lina que me sentía totalmente comprometida a desafiar. lTia^l enojo que me provocaba estaba en relación directa con el poder ercibía en él. Tenía la habilidad de hacerme cuestionar a mí misil116 "• papel profesional, y lo que era más importante: el modo en que fflfc ita ¿e conciencia sobre las dinámicas del poder reforzaba, en rea-rnJ A la injusticia que me creía comprometida a cambiar. Esta in-sciencia del poder —de poder encubierto— ha sido el cambio más ° olucionario que ha ocurrido en mí durante el curso de mi aprendiza-6c0n el doctor Minuchin. Ha modificado mis ideas no sólo sobre la te-' nia V Ia política, sino también sobre el género y el sexismo. Sin ape-rse por su propia marca sexista, él ha sido una influencia liberadora de la feminista que hay en mí. r el

Se ha dicho que mis intervenciones vigorizan a los hombres a expensas de las mujeres. Yo no creo eso. No es así como trabajo. Puedo ser extremadamente cuidadoso con los hombres, las mujeres y los niños y puedo ser lo opuesto. Puedo ver que algunas veces me uno a hombres en un vínculo cómodo y que no tengo esa capacidad al trabajar con mujeres. Pero mi respuesta a las cuestiones del género parte de una perspectiva sistémica. Veo a hombres que controlan y limitan a las mujeres y veo a mujeres que controlan y limitan a los hombres. En estos días, también, creo que mi edad facilita mi aproximación a los hombres y a las mujeres. A medida que envejezco soy aceptado de una manera que trasciende al género. Mi siguiente trabajo después de abandonar el centro de acogida fue en una clínica de drogodependencias de pacientes externos. Mientras trabajaba en esta clínica, entré en supervisión con Salvador Minuchin. Pasé mi Primer año en supervisión continuamente ansiosa con respecto a él. Esperé el momento en que ocurriese algún tipo de confrontación fulguran-e; planeé estrategias de defensa, habilidades de supervivencia y salidas seguras. Siempre estaba buscando ofensas no sólo contra mí, sino tam-)len contra la mujer en general. A pesar de que estaba preparada para li-rar una batalla feminista, quería estar sobre terreno seguro, para sentirle en lo correcto y fuera de peligro. Mientras esperaba estas batallas anticipadas, observé a Salvador con >s miembros del grupo y absorbí, indirectamente, un poco de su sabiria mientras enseñaba a los otros. Ahora creo que él era mejor recibido r ni de lo que entonces podía darme cuenta, pero vi como se extendía de .j1*118"^ en las familias que yo traía para consultar. Observé aspectos ca ^Ue Permanecían en contraste completo con el tempestuoso patriartenHUe era su persona pública. Llegó a serme cada vez más difícil desaer su preocupación e interés sobre mis clientes y sobre mí. _, La descripción de Margaret del proceso de supervisión me sorprendió, nocía su ideología feminista y a menudo pedía su opinión desde una rsPectiva feminista, pero no era consciente de su desconfianza hacia

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mí por ser un hombre. Al verla en acción, estaba impresionado p 0r compromiso con las familias. Ella poseía una energía atractiva —la L ^ bilidad para conectar con personas de una manera que es, a la vez, r» " petuosa, concreta y protectora—. Y estaba impresionado por su sabjjj. ría callejera. Tenía un dominio tan magnífico de ese lenguaje que pereque debía de proceder de un estrato social bajo y, con bastante probabij 6 dad, de una familia italiana « sureña. Demasiado para mi competencia col tural. Con el fin de aprender de Minuchin, primero tuve que confiar en él, y a que cuando comencé la preparación estaba más comprometida en corn. batir. Necesitaba creer en su uso benigno de la autoridad y el poder. P ei-0 me encontraba en un dilema emotivo e ideológico con respecto a asumir ese tipo de vulnerabilidad. Era consciente de que quería mantener mi ere. cimiento intelectual y proteger a mis otras facetas de un estilo de super. visión que era arriesgado emocionalmente. Creo que éste es uno de los puntos que distingue la supervisión del doctor Minuchin. La buena su-pervisión y terapia requieren no sólo de una habilidad intelectual, sino también de una disponibilidad emocional. Me llevó bastantes comprobaciones, tiempo y experiencia llegar a estar preparada para el paquete completo. Fue mi trabajo con la familia Ramírez lo que me otorgó la oportunidad de emerger de esta posición defensiva que yo había pensado que era feminista. Nina Ramírez, entonces entrada en la treintena, había vivido muchas experiencias con diversos sistemas de tratamiento. De hecho, ella había sido en gran parte criada por varias instituciones psiquiátricas. Fue hospitalizada psiquiátricamente de forma reiterada desde los trece años, y llevaba una media de dos o tres hospitalizaciones anuales, normalmente en relación con la psicosis inducida por drogas y con la automutila-ción. Un celador del hospital tenía que acompañarla a su cita de admisión conmigo. Mi primera impresión vaga de Nina fue que ella era la típica paciente psiquiátrica de larga duración, con un discurso entre dientes y de inflexión extraña y con paso agitado, desproporcionado. Fue admitida en nuestra clínica con el diagnóstico de esquizofrenia, pero había recibid 0 un espectro de etiquetas psiquiátricas en varias ocasiones a lo largo de sus veinticinco años de atención. Se le había dado el diagnóstico de esquizofrenia crónica, trastorno orgánico del ánimo, abuso de sustancia múltiples y esquizofrenia paranoide. A pesar de la gama completa de dr° gas callejeras que Nina había empleado, también se la había medica'1 con una amplia colección de medicamentos prescritos por los medie 0 ' tales como triaflon, prolixin, tegretol y cogentin, ninguno de los cU tomó de forma continuada o como se le prescribió. Su abuso de susta cias había comenzado con el alcohol a la edad de seis años y había i"eC ^ rrido toda la gama. Como otros en la clínica de drogas, consideró el ci" a como el escalón final de la miseria en su espiral de la droga. Durante entrevista de ingreso, Nina se calificó a sí misma como una «cabeza " de basura». Éste es el entrañable término que los adictos usan para al

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que, más que desarrollar una adicción a una droga particu-"aS mantienen una lista abierta de posibilidades y se «meten» todas y 'aI\ "una de las drogas que consiguen. Nina dijo que ya se había cansado J! las drogas y quería dejarlo. Mi clínica normalmente no trabaja con enfermos mentales, pero el di-tor, creyendo que la adicción a las drogas de Nina justificaba nuestro V bajo con ella a pesar de que se encontraba severamente trastornada, '. * un arreglo especial para ella. No me encontraba extasiada con esta ■ js¡ón. Yo tenía muy poca experiencia con el sistema de salud mental y reSentaba un tipo de rechazo general hacia la enfermedad mental seve-que se encaminaba hacia la idea de «deja a los doctores que se las vean c0n ellos y su medicina». Según mi opinión, el tratamiento exitoso consistía en tener a los pacientes bien medicados en las clínicas de otras personas. Me sentía nerviosa e incompetente con la «gente loca». Nina y su marido, Juan, se quejaron de sus experiencias de tratamiento previas, dejando claro, no por casualidad, que ya habían pasado por el área de psiquiatría más de una vez, y que podían salir triunfantes de la mejor de mis intenciones de tratamiento. Yo estaba más que dispuesta a ceder en este punto. Sabía que el asunto me superaba y me sentía segura de que me uniría al resto de los terapeutas perdidos con esta familia a corto plazo. Así lo pensé. Y así lo dije. Ésta era la apariencia de la pareja en ese momento. Nina se presentó a sí misma como una buena, aunque incurable, paciente. Habló clara y coherentemente sobre sus estados internos. Ella controlaba su estado emocional cuidadosamente y podía fácil y libremente informar sobre él en cualquier momento. Era elocuente e inteligente. Poseía un gran in-sight. Mostraba esa dogmática fe que uno aprende tan bien en los círculos terapéuticos: que a partir del «refrito» de cada matiz emocional llegará el alivio y la cura. Incluso podría decir que era una paciente excepcional. Ella podría haber suministrado a cualquier terapeuta la subiente angustia y oportunidad para hacer interpretaciones jugosas irre-sistibles, aunque inalterables. Juan no se había beneficiado de los años de atención psiquiátrica. De !cn o, su presentación reflejaba la falta de atención que había experie ntado en su posición como esposo de una persona «loca». Era como fantasma, apenas discernible dentro de la crisis en que se encontraba ^ arnilia. Ocasionalmente estallaba en un claro alivio cuando narraba °s y hacía afirmaciones sobre la enfermedad de su esposa. Después se gi ^Materializaba. La pareja tenía una amorosa hija de catorce años. rial tra^aJar con la pareja a solas con la esperanza de explorar el mate-dist^Ue sa^na a la luz cuando la hija no se encontrara disponible como ca acc'°n. También elegí trabajar con ellos solos porque al acotar el P° limitaba también mi sensación de estar abrumada. ope a etapa inicial del tratamiento estaba guiada por la manera usual de ca^L r °e la familia. El foco estaba perdido en la crisis, las coaliciones tn¡e la°an azarosamente y la ansiedad era alta, incapacitando a los "T'os de la familia tanto como al terapeuta. La amenaza de impulsos oersonas

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fracasados a través de síntomas psiquiátricos, abuso de drogas o alcoh 0, o violencia estaba siempre presente. En los primeros tres meses de trat ' miento, Nina se balanceaba al borde de una recaída en las drogas, Jua flotaba entre estados de estupor alcohólicos y la pareja se amenazaba m> tuamente con el divorcio, el suicidio y el asesinato; e informaron que J üa nita, la hija, era sexualmente activa y sufría abusos sexuales. Para el fjr, ¡ del tercer mes, Nina fue hospitalizada después de que se cortara las mu ñecas. Estaba aterrorizada y agradecí el descanso. Yo había sobrevivido, aun así, a un año y medio de supervisión al ]] e gar a este punto, pero se habían dado pocas interacciones entre Salvador y yo. Él me había ofrecido muchas buenas sugerencias, de las cuales nn estaba tomando ninguna. Lo que me impresionó fue que reconocía en é] un interés genuino y un compromiso con las familias. Cuando empecé a creer en su entusiasmo por ellos, comencé a reconsiderar a mi profesor como un hombre capaz de tomar posturas emocionales y protectoras. Traje una cinta de la familia Ramírez, en la cual Nina y Juan estaban manteniendo una amarga discusión sobre Juanita. Estaban de acuerdo en que ella debía ser castigada por una fuga reciente, pero Nina pensó que Juan estaba siendo exageradamente severo; Salvador no estaba de acuerdo. MINUCHIN: Él está enfadado y su enojo está justificado. Y Nina tam bién está enfadada; y ella niega su enojo y el de él. Ella se une a la hija, ne gando su ira y el lío que la hija adolescente ha hecho de su vida y después negándole a él el derecho a enfadarse. Yo me hubiera unido a él y a ella le hubiera cuestionado su falta de compromiso con él. Los dos están en el mismo barco. Pero ella ha elegido permanecer leal a su hija y rechazara su esposo. Habría entrado apoyando a la pareja en su dolor y enojo y cuestionando a la esposa. Es una persona incapaz de entender que uno puede estar enfadado y a la vez ser amoroso. Ella nunca ha entendido la ambivalencia y eso la enloquece. Y Margaret, tú temes que al empujarle a aceptar amor y odio al mismo tiempo, le provoques una psicosis. El he cho es que esta mujer padece episodios psicóticos. Así que ella puede psicotizarse durante media hora en vez de durante una semana. Tú no pue des trabajar con esta familia si quieres evitar la tensión. Necesitas so capaz de decir: «Hagámoslo; tú y yo sobreviviremos»... Así que en esta si tuación yo desafiaría a la madre. Le diría a ella que está equivocada p°J' que no acepta el derecho a enojarse ni el dolor de su esposo. Emplean^ 0 la palabra «dolor», la ayudarás a aceptar el

enojo.

, MARGARET: De acuerdo, creo que es perfectamente simple y viene ^ caso con lo que en realidad sucede. Lo que tengo que aprender es que el se va a psicotizar de cualquier forma. MINUCHIN: O no. , MARGARET: Pero, ¿y si sucede? Mi miedo no es perder el control de sesión sino que ella enloquezca. Me gustaría verte en esa situación. C° tinúan esta disputa, y entonces ella no puede hacer nada más y comien a mostrar síntomas... Ella para ese proceso teniendo un síntoma. Y y° * asusto en este momento. Así que entro en mi modalidad reconfortante*

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oáo aguafiestas. Le hubiera dado a ella su «golosina» en este instan-fl11 . tuViese alguna en mi oficina, porque estaba aterrorizada con que ella lC\S ra Por Ia ventana•■• Yo quería que ellos continuaran, quería que ellos esen manteniendo esa discusión airada y que no me viera chantajea-Sor su locura. MINUCHIN: Ella te asusta, pero también te enoja. En este punto ella esita ser cuestionada. Hay muchas maneras de hacerlo. Uno de los dos es que si tú quieres hablar con Juan, lo hagas. Tú sabes que ella en alidad no te lo está permitiendo. MARCARET: ¿Y qué haría ella? MINUCHIN: Ella tiene una rabieta enorme, y tú dignificas eso dicién-dole que su cólera tiene sentido. Lo que debes decir es que su rabieta no tiene sentido. En vez de eso, el marido se vuelve protector y tú también. Los dos le estáis diciendo a ella que tiene derecho a comportarse infantilmente y eso es falso. Porque estáis llamando «psicótica» a la conducta infantil. El mensaje que me daba Minuchin era que, al igual que la familia, yo necesitaba crecer superando el miedo. Para mí, esta supervisión fue un gran descubrimiento. Había sido capaz no sólo de exponer una parte mía que no aceptaba (ya que la veía como una debilidad), sino también insistí en que Sal me respondiera sobre ello sin disimularlo o esconderlo tras las cuestiones teóricas más tentadoras (léase seguras) producidas por el trabajo. A medida que me aventuré a salir del escondite, comencé a experimentarme como más centrada cada vez. En la supervisión, abandoné las instigadoras escaramuzas intelectuales y, en vez de ello, aireé cualquier escepticismo que sintiera de manera que implicara a mi yo completo y no sólo a mi cabeza. Cuando Nina salió del hospital, pregunté a la familia si vendrían a una sesión de consulta con el doctor Minuchin. No podrían haber estado mejor constituidos para sacar a relucir lo mejor de Minuchin, con su larga lista de tratamientos fracasados, su drama y su locura. Hispanos y pobres: eran Perfectos para él. Yo sentía que preferiría no tener esta sesión; habían ido ernasiado lejos. Pero Sal estaba interesado en mi descripción de ellos y su-!r|o que estuviera la hija también. En otras palabras, él empezó su superpon del caso preocupándose por mi familia incluso cuando yo no podía. n términos de relación conmigo, esto fue tan efectivo como simple. Nina había acabado de rehabilitarse en uno de los hospitales psiquiá°s donde «se retiraba» cuando obedecía a las voces que la ordenaban ganarse. Yo había quedado impresionado por la descripción que Margaret nizo del alto nivel de funcionamiento de Nina y comencé preguntándome °Dre la discrepancia entre su habilidad y sus hospitalizaciones. ric

nj

"'NUCHIN: Nina, cuéntame sobre tus voces, ¿son masculinas o feme-"nas? XlN A (dubitativa): Femeninas.

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MINUCHIN: ¿Qué te dicen? NINA (muy tensa): Ya sabes, en realidad no debería estar hablando s bre esto delante de (señala a su hija). MINUCHIN: Juanita, ¿conoces las voces de tu madre? JUANITA (mirando a su madre muy fijamente): Sí. MINUCHIN: TU madre tiene la habilidad —o la desgracia— de oír voce como si vinieran de fuera. Yo oigo también voces, pero vienen de dentro Todos oímos voces. ¿Tú oyes voces, Margaret? MARGARET: YO oigo voces. MINUCHIN: Nuestras voces nos cuentan algo sobre nosotros mismos Si sientes que eres una porquería... NINA: ¡SÍ! ¡Las mías me dicen que soy una porquería total! ¡Entonces me dicen que me castigue! MINUCHIN: TUS voces pueden ser domesticadas. Pero necesitan otras voces. Voces igual de fuertes que luchen contra ellas. ¿Oyes la voz de Juan? ¿O la de Juanita? NINA: NO. Nunca. MINUCHIN: ¡Ah! Sus voces son demasiado suaves. JUAN: Ella no me dice cuándo oye las voces. Sólo lo hace más tarde, Así que desconozco cuándo le hablan. NINA: Él no quiere decir eso. Él pretende decir que tú deberías ser más fuerte en lo referente a la casa. MINUCHIN (A Nina): Si la voz de Juan fuera más fuerte, él podría domar las voces de tu cabeza. Las que te dicen que debes dañarte. NINA: Estoy empezando a oír la mía ahora. Cada vez más fuerte. Nina respondió a mi sugestión sistémica de que sus voces estaban influenciadas por las respuestas tan apagadas de Juan y Juanita, expresadas con la típica postura de «puedo cambiar sola», en la cual había sido instruida por la institución psiquiátrica. MINUCHIN: NO, tu voz sola no puede ser lo suficientemente fuerte. No creo que lo puedas hacer por ti misma, Nina. Necesitas la voz de Juan Necesitas a Juanita. Y si ellos no se fortalecen, las voces que te dicen que te dañes ganarán. la Finalizamos la consulta subrayando la complementariedad entre u intensidad de las voces negativas y la debilidad de las de Juan. Para Q Nina mejorara, Juan tenía que cambiar. La dirección del tratamiento e taría guiada por la esperanza de que Juan podía curar a su esposa. Todo el mundo mantiene conflictos conscientes con el tema del des . quilibrio. El mío ha sido generalmente feminista, así como personaldesequilibrio requiere que el terapeuta tome partido y eso no es PreC! f0 mente agradable. Básicamente, el terapeuta otorga poder a un miefli 0,^ de la pareja en un grado tal que la persona complementaria es «arroja muy lejos» de modo que ambos deben reorganizarse a sí mismos. ^ suerte, el nuevo camino será más saludable.

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•Oué partido tomar? Ahí es donde mi idiosincrasia me lleva al dilema. ¿ , modo característico, experimento que las mujeres están prepara0, V gon capaces de hacer el trabajo emocional. De una manera que penh aue era feminista pero ahora ha resultado ser, de alguna forma, dissa ¡nnada, sentía que los hombres emocionalmente «estaban en la luna». conjunto cognitivo me motiva a violar la solidaridad femenina en la lS I fui criada y educada para proteger y defender. A causa de mi firme C encia en la superioridad emocional del afecto femenino, siento que c , uQ ponerme en el lado del hombre en el desequilibrio. Tengo que vigo. r]e Tengo que delatarla a ella, a su insight y su validez, en el nombre ¿e una buena terapia y de la relación. Así que tomé partido por Juan. En realidad no esperaba mucho. En veZ de eso, hice ver que esperaba algo. Pero, con el tiempo, el fingimiento tan perfecto que mostré condujo a unas consecuencias imprevisibles. Como yo pretendía que Juan era capaz emocionalmente, empezó a centrarse más claramente durante nuestras sesiones. Empecé a preguntarme personal y abstractamente sobre la voz masculina, sobre la contribución de Salvador en mí y sobre la manera en que yo, como mujer, podía crearme soledad con mis certezas sobre los hombres. Una sesión fundamental con la familia me mostró lo sorprendentemente presente que se había vuelto Juan, lo importante que fue su contribución y lo empobrecida que se encontraba la familia sin él. Juanita acababa justo de revelar que estaba embarazada. Nina entró en shock, Juan se violentó mucho y la madre de Nina simplemente estalló. Nina quería hablar sobre la reacción de su madre al embarazo de Juanita. Le pregunté a Juan que describiera su encuentro. JUAN: YO estaba simplemente sentado allá en un estado de shock total, "ero entonces mamá comenzó a meterse con Nina... ¡quiero decir, por supuesto que ella está enfadada con el embarazo de Juanita pero... la manera en que estaba maldiciendo a Nina...! NINA: YO estaba horriblemente alterada. Pero él me cuidó. MARGARET: Espere un minuto, espere. ¿Cuidaste a tu esposa? ¿Y ella te dejó? NINA: SÍ. MARGARET: Espera un minuto, éste es un comienzo. ¿En realidad te entiste bien cuidada por él? JUAN: Me hice cargo. N'NA: Lo hizo. qu UAN: ¿Sabe cómo me sonaba su madre? Como: «Después de todo lo rjj H^°L necho por ti y me tratas como a mierda. Y yo te quiero pero tú eoes algo». Bien, yo me hago cargo de ella. No le debemos nada. ARGARET: ¿Cómo se sintió al encargarse de Nina? sippjntAN: ^° m e sentí bien. Tenía que hacerlo. Ella me necesitaba. Así de ^ e y puro. Soy su esposo. Se supone que debo cuidarla. NA: Me sentí segura con él. Me rodeaba con su brazo. con1nARc,ARET: Creo que es algo de ella, el que te deje consolarla. Eras tan en le, Nina, que él está siempre llamando a tu puerta preguntando:

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hey, ¿qué puedo hacer aquí? (Esto, aunque sea considerado de forma Cf) tés como desequilibrante, es una mentira descarada.) NINA: YO me sentía tan torturada que cuando él me rodeó con su br zo me sentí consolada y segura. Aquí estaba mi marido cuidando^ cuando lo necesitaba. MARGARET: Pero en otras ocasiones, cuando necesitabas consuelo » torturabas y sufrías un dolor intenso y fuerte y algo ocurría entre vosotr0 dos cuando sentías que él podía consolarte. JUAN: Creo que es porque siento que estoy siendo empujado y corno «¡ no me correspondiera. NINA: Yo no quiero que te alteres. JUAN: Pero entonces yo me siento que estoy fuera, así que quizás y0 creo que lo mejor que puedo hacer es alejarme y quizás esto funcione. (Su voz se desvanece y después él se endereza.) He pensado en mamá, y ahora me doy cuenta de que ella es un ser humano muy infeliz y solitario En ese sentido, lo siento por ella. Y es triste que me sienta tan impotente para hacer algo. Ella quiere tan desesperadamente ser amada. Ni siquiera su madre la amó. Ella quiere el amor de su madre como tú quieres el suyo, Nina. Cuando pienso en todo ese enojo, es una completa locura. A eso se reduce todo. Ésta fue una expresión que nunca había escuchado de Juan. Estaba tan lejos de «estar en la luna» como es posible estar. Así, mi concepto de los hombres estaba siendo derruido de maneras complementarias. En la supervisión, Salvador no estaba resultando ser ni irrelevante ni opresivo. En las sesiones, Juan estaba llegando a ser cada vez más relevante y asequible. Con esta reelaboración de una de las caras de la moneda del género, surgió una nueva visión de las mujeres (yo misma incluida) que era más profunda y compleja. Violar la regla de la solidaridad femenina, que yo había sido educada para creer, fue vital para sobrevivir, y aprendí más sobre la manera en que las mujeres, yo misma incluida, se desenvuelven en los problemas emocionales. Con esta ampliación, fui capaz de ver configuraciones del género y la personalidad ante las cuales había estado previamente cegada. Es muy importante para mí que, a través del difícil proceso con esta familia, la misma Nina paso ver el trabajo desequilibrante que estaba aconteciendo como útil Par ella, incluso cuando iba acompañado de desafíos a sus hábitos. Es de u gran mérito para ella (y todavía creo que de un gran mérito para su gerl ro) que fuera capaz de realizar esto, y al hacerlo mostrar el verdadero tr bajo que las mujeres son capaces de efectuar. En cuanto a mí misma, ya no estoy segura sobre el tema del gén e No soy una mujer ni tan débil ni tan fuerte como me había considera previamente, sino que he abandonado esta cuestión de la fuerza ferr>e na por otros dilemas en cualquier caso más complicados. Tengo una s sación creciente de mi necesidad de continuar descubriéndome a mí & ma como persona, como mujer y como terapeuta. Yo espero y preveo H^( habrá cada vez mayores esfuerzos en este sentido también por part

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hombres. Sin embargo, estoy segura de que tengo más libertad para '°S i 1 rar ias Lucain-uica urna cuiiipiiLaud» uci gciiciu rar las cuestiones más complicadas del P jaVía feminista y una buena supervisión libera. género. Para mí, la libertad e*P i„vfa feminista y una buena supervisión libera. es

EPÍLOGO Cuando Juanita tuvo a su bebé, ella y su novio se trasladaron a casa de r n v Nina. Esto constituyó un compromiso familiar bastante complejo, )üauy. i _______ *„ „„ ,,„ —;—~„t~ *„~ ^^..«A„ v~ „„t„u~ ¡—~.t ___________________________ ,i„

cialmente en un apartamento tan pequeño. Yo estaba impresionada ja gran cantidad de recursos de la familia. Nina y Juan, funcionando orno un equipo, dividieron el apartamento, preservando la autonomía de ambas parejas pero dejando el área más amplia en común. Juan parecía tener un mejor sentido de los límites familiares y Nina aceptó su juicio. Nina no ha sido hospitalizada desde hace tres años.

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8. UNA CABEZA, MUCHOS SOMBREROS Hannah Levin'

Hannah era la directora clínica de una institución residencial para niños. Estaba intentando convertirse en una terapeuta familiar. Mi meta en la supervisión era que ella llegara a ser una terapeuta de familia que trabajara en una institución residencial. La diferencia entre las dos posturas reside en la manera en que uno emplea la autoridad. El trabajo de Hannah requería su participación en cada situación conflictiva de la institución. Su habilidad para observar las dinámicas del conflicto, explorar sus raíces, atender a los detalles y prestar su energía personal y su compromiso a la solución de problemas la hacía buena en su trabajo. Este mismo nivel de compromiso personal para solucionar problemas también caracterizaba su estilo terapéutico y en esto consistía el problema. La paradoja implícita en la terapia familiar es que la familia debe convertirse en su propia sanadora. Esto requiere de un terapeuta que no sea un ayudante sino un transformador, alguien que se reúna con la familia con el fin de activar las maneras alternativas propias para relacionarse de esos miembros. El cambio de ayudante a modificador, de administrador social a terapeuta, requiere que limitemos nuestro fuerte instinto de ayudar. Hannah necesitaba incorporar la incertidumbre en su estilo: la capacidad de no conocer, la capacidad de no actuar. Ella debía alejarse de la resolución de Problemas y, en vez de ello, desarrollar un contexto terapéutico en el cual la familia luchara con los conflictos, fallara al resolverlos, tolerara el estrés y finalmente aprendiera nuevas soluciones. Eso implicaría un cambio radical. Para Hannah, la habilidad de cambiar estaba coartada por su trabajo. La actitud de una institución residencial para adolescentes problemáticos -s controlar, por muy benigna que sea la ideología, y ese mandato organi-Za a la plantilla. En la supervisión, mi esperanza era ayudar a Hannah a descubrir el po■r de no actuar. El problema era que Hannah me demandaba una ten^ncia a dirigir minuciosamente su terapia. La supervisión, al igual que su °do de trabajar, inconscientemente se convirtió en isomórfica. Me llegué Ur a octora ant . Hannah Levin ejerce la práctica privada en Cranford y Maplewood, NJ. lfi'n Ve nte a s Cn|| ' ñ° fue profesora de psicología en la Universidad de Rutgers, el Albert Einsc ■ adore e^e °f Medicine, y el Richmond College, CUNY. Previamente a su retiro, fue coor'ón a (j ?^ salud mental de la división de servicios juveniles del departamento de correc^°'esce evae erse ^ y y directora clínica del centro de tratamiento residencial para niños y

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a convertir en un solucionador de problemas y ella respondió aceptann resistiéndose a mis sugerencias. V Resolvimos nuestro punto muerto cuando ella comenzó a presentar segunda familia. Era una familia que siempre hacía lo correcto —y eso pS,Ja amargo. Mi padre y mi madre eran una pareja poco común cuando se casaro en 1921. Él, hijo único, era un carnicero que trabajaba para su padre en ei sector de la venta de carne al mayoreo, y que había dejado de asistir al ¡n,, tituto a los dieciséis años. Ella, que tenía ocho hermanos más, se graduó con honores en el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Columbia. Compartieron la experiencia de ser hijos de inmigrantes ju. dios alemanes y holandeses, y de haber vivido en hogares con numerosos familiares adultos —algunos residentes permanentes y otros transitorios—. Esto, supongo, hizo que pareciera bastante normal para mi madre trasladarse al hogar de mis abuelos paternos. Así, mi hermano mayor y yo crecimos en un hogar repleto, con cuatro adultos residentes permanentes. A diario nos visitaban tíos, tías y primos que hablaban en alemán o judío cuando no querían que supiéramos lo que estaban diciendo. Mi padre fue socialista. Y nuestra familia estaba del lado popular —los republicanos— en la guerra civil española. También estábamos del lado de la justicia en los casos de los chicos de Scottsboro y de Sacco y Vanzetti. Fue allí, en la mesa del comedor, donde se plantaron las semillas para mi identificación profunda y duradera con los débiles y mi sentido de la responsabilidad. Debo, y siempre lo haré, tomar parte en la lucha contra la injusticia social. Mi madre murió cuando yo tenía once años. Mi experiencia consciente de su muerte fue atípica. Me sentí especial porque no conocía a nadie más que no tuviera una madre. Todos los padres de mis amigos y mis profesores estaban muy preocupados por mí. Era inconsciente en aquella época de cómo un intenso miedo a la separación podría teñir mi vida personal y mi trabajo profesional. Esta combinación de una tremenda libertad en mi juventud, la cual se amplió con la muerte de mi madre, la identificación con el oprimido, la sensibilidad a la separación y una farnili3 protectora me condujeran a tomar el tortuoso camino que lleva a convertirse en terapeuta familiar. La libertad en mis años de la facultad me llenó de emociones intensa5 al llegar la Segunda Guerra Mundial, pero me procuró muy poca dir^c' ción hacia el lugar donde yo, una mujer joven, podía desempeñar un Pa' peí dotado de sentido. Mi verdadera investidura emocional durante la |a cuitad fue «picar» el castillo blanco de la discriminación contra '° negros, e intentar unirme al programa de entrenamiento de enferme1" canadienses para poder participar en la guerra. ucspucs uc i
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