58882166 La Cantidad Vocalica y El Acento en El Latin Vulgar

January 5, 2018 | Author: Clara Bueno | Category: Latin, Syllable, Vowel, Spanish Language, Metre (Poetry)
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Jairo Javier García Sánchez – La cantidad vocálica y el acento en el latín vulgar

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ÁREA: Cultura Clásica – Lengua y Literatura Latinas

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Jairo Javier García Sánchez – La cantidad vocálica y el acento en el latín vulgar

La cantidad vocálica y el acento en el latín vulgar ISBN - 978-84-9822-759-8 Jairo Javier García Sánchez [email protected] Thesaurus: latín, latín vulgar, acento, cantidad vocálica.

Otros artículos relacionados con el tema en Liceus: El concepto de latín vulgar y los agentes de vulgarización del latín Las fuentes del latín vulgar Resumen o esquema del artículo: Se abordan en este artículo dos aspectos fundamentales en el paso del latín a las lenguas románicas: la pérdida de la pertinencia distintiva de la cantidad vocálica, considerada como la transformación más importante del fonetismo, y, por otro lado, la nueva naturaleza y función del acento. Todos los procesos que llevaron a tales cambios ocurrieron, naturalmente, en el latín hablado, en el latín vulgar. El esquema que se va a seguir es el siguiente: 1. La cantidad vocálica 1.1. La cantidad vocálica en latín 1.1.1. Consideración fonológica de las vocales largas 1.1.2. Posibilidades de representación de la cantidad vocálica 1.2. Pérdida de la capacidad distintiva de la cantidad vocálica en latín vulgar 1.2.1. Causas del colapso de la cantidad 1.2.2. Cronología y testimonio del cambio 2. El acento 2.1. Aparición del acento de intensidad 2.2. El aspecto fonológico en el acento del latín vulgar 2.3. La colocación del acento en latín vulgar tardío

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1. La cantidad vocálica Uno de los contrastes tipológicos más acusados entre el latín y las lenguas románicas que de él proceden consiste en que en la lengua latina la duración de las vocales, también conocida como “cantidad vocálica”, era pertinente y podía diferenciar palabras y significados; en las lenguas románicas esto ya no será así. La llamada “desfonologización” de la cantidad o, dicho de una manera mejor, la pérdida de esa capacidad distintiva, tuvo lugar en el latín vulgar.

1.1. La cantidad vocálica en latín Como se acaba de indicar, en latín existía una oposición pertinente, “fonológica”, de cantidad vocálica, de manera que había vocales breves, a las que se atribuía la duración mínima de una mora (˘), y vocales largas, cuya duración sería la de dos breves (˘˘ = ¯). Esta oposición era distintiva puesto que servía para diferenciar unidades significativas: uĕnit ‘viene’ / uēnit ‘ha venido’; rosă (nominativo) / rosā (ablativo). La distinción se extendía a las cinco vocales, que, por la oposición de cantidad, pasaban a ser diez: ă / ā, ĕ / ē, ĭ / ī, ŏ / ō, ŭ / ū. Además, desde época temprana la correlación de cantidad vocálica iba acompañada de una correlación redundante, secundaria, de abertura relativa, de modo que, salvo en el caso de la a, como norma general, las vocales largas eran cerradas y las breves, abiertas.

1.1.1. Consideración fonológica de las vocales largas Las vocales largas latinas provenían generalmente de la contracción de dos breves (ă + ă > ā), de la monoptongación de diptongos (ou > ū) o de alargamientos compensatorios (ăns > ās). Desde el punto de vista fonológico, las vocales largas se han interpretado de dos maneras distintas: 1) como fonemas opuestos a las correspondientes breves; 2) como grupos difonemáticos, como realizaciones de la correlación fonológica de geminación; es decir, serían o actuarían como vocales geminadas, resultado de la geminación de las correspondientes breves: ā = a + a. Esta correlación pertinente se da, de igual forma, entre consonantes: anus ≠ annus; sumus ≠ summus. Las

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diferencias entre las vocales largas y las consonantes geminadas –como, por ejemplo, el hecho de que éstas puedan repartirse entre dos sílabas, mientras que las vocales largas no– se deben a que las vocales son centro de sílaba. Si se consideraran las vocales largas como fonemas opuestos a las breves, habría que considerar igualmente las consonantes geminadas como fonemas, no como grupos, y esto no tendría mucho sentido. Por ello, cabe señalar que la cantidad era un rasgo diferenciador, pero no inherente (propio de un fonema que se opone a otro fonema), y las vocales largas no eran fonemas distintos de las breves, sino grupos difonemáticos. Por analogía, se podría considerar que las vocales largas son diptongos de timbre igual, isófono o constante, y de la misma forma, cabría interpretar los diptongos como vocales largas de timbre cambiante o anisófono. Conviene tener en cuenta que hay una cierta analogía histórica entre vocales largas y diptongos. Como ya se ha indicado, buena parte de las vocales largas latinas procedían de la monoptogación de un diptongo, es decir, de la asimilación de sus dos elementos (ei > ī; eu > ou > ū; etc.), y los diptongos –nadie lo cuestiona– son grupos difonemáticos.

1.1.2. Posibilidades de representación de la cantidad vocálica En griego la escritura había arbitrado un sistema parcial para hacer notar vocales largas (η, ω) frente a breves (ε, ο). En latín, sin embargo, nunca hubo un sistema claro para la distinción entre unas y otras, y solo algunos intentos aislados para tratar de marcar las largas. En época arcaica se había utilizado la grafía geminada para indicar la larga: Rooma, paastores… De manera más parcial y limitada se había empleado la grafía con diptongo anacrónica –cuando éste ya había monoptogado–, o bien, no etimológica: couraueront (en lugar de curauerunt), seruei (en vez de serui –nominativo plural–); esto es, en un momento en que ya el diptongo ou había pasado a ū, y ei a ī, se siguen empleando las grafías etimológicas para dejar claro que ahí hay vocales largas y no breves. Aparecen incluso grafías diptongadas no etimológicas, cuya motivación se hace más evidente: en los acrósticos de una comedia de Plauto se lee capteiuei (en lugar de captiui, donde la segunda ī procede de ei, pero la primera no); también seruei usado como genitivo singular (el genitivo serui tenía una ī desde antiguo, que no procedía de diptongo).

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Otros métodos para marcar la larga fueron, por un lado, el ápex –un signo diacrítico, como la tilde acentual–: múrum, foró; y por otro lado, para la ī, la llamada i longa, una especie de i puesta encima de otra (uIta = uīta), que fue el procedimiento más duradero.

1.2. Pérdida de la capacidad distintiva de la cantidad vocálica en latín vulgar Las oposiciones distintivas de cantidad vocálica se perdieron en latín vulgar. Con ello las diferencias, antes secundarias, de timbre, y más concretamente, de abertura, se convirtieron en relevantes. Dicho en otros términos, de las oposiciones de cantidad quedó en latín vulgar y en las lenguas románicas un resto fósil en forma de diferencias de timbre, de manera que, una vez desaparecidas las cantidades, son los grados de abertura los que pasan a ser distintivos. La oposición entre uĕnit ‘viene’ y uēnit ‘ha venido’ (ĕ [e breve] ≠ ē [e larga]) se convirtió en una oposición entre uęnit y uẹnit (ę [e abierta] ≠ ẹ [e cerrada]). Y la de sŏlum ‘suelo’ y sōlum ‘solo’ pasó a ser la de sòlu(m) y sọlu(m). El colapso de la cantidad y la relevancia del grado de abertura dio finalmente como resultado un nuevo sistema de siete vocales, con cuatro grados de abertura, en el que se produjeron confluencias por proximidades de timbre: i=iu=u

ẹọ

ęò

a < (Ā - Ă) = a De este modo, la pertinencia por el grado de abertura quedó operativa solo para las vocales medias, la e y la o, que eran las que poseían un mayor margen para la distinción. Este sistema de siete vocales se mantiene en líneas generales en sílaba tónica, pero tenderá a mayores confluencias en sílaba átona, aunque los resultados difieren según las distintas lenguas románicas. Éste es, sin duda, el cambio más importante en el fonetismo latino vulgar.

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1.2.1. Causas del colapso de la cantidad Son varias y de distinto orden las explicaciones que se han ofrecido para intentar aclarar el colapso de la cantidad vocálica, que tuvo lugar en el latín vulgar. Una de ellas, de carácter estructural, es la de Novák, desarrollada por Haudricourt y Juilland, y aceptada luego por diversos autores. Para esos investigadores la “desfonologización” de la cantidad vocálica se debió a la monoptongación del diptongo ae, ya que éste se realizaba con cantidad larga y timbre abierto (ē > ę), y así se distinguía de ę (< ĕ) por ser más largo y de ẹ (< ē) por ser más abierto. Los diptongos latinos tendían a monoptongar desde una fecha temprana: au > ọ, oe > ẹ, y ae > ę. Contrariamente a lo esperado, el resultado de ae fue una ę, larga, pero abierta. Desde el punto de vista románico, el resultado abierto queda atestiguado porque se dio en muchos casos un posterior resultado diptongado (lat. caelum > esp. cielo; lat. caecu > esp. ciego), aunque no siempre (lat. saeta > esp. seda). En este resultado anómalo de la monoptongación de ae (> ę) se ha llegado a ver la causa de todo el proceso de “desfonologización” de la cantidad. El fonema se integraría de manera problemática en el subsistema de las largas, que eran cerradas: i

u ẹ

ọ a ę

Y se produciría una reorganización del sistema vocálico, pues el nuevo fonema, una ę (< ae), larga y abierta, ya no se empareja con ẹ (< ē), larga y cerrada, sino que el emparejamiento se produce con ę (< ĕ), breve y abierta, como prueba el hecho de que después tendrían la misma evolución. El nuevo fonema, largo y abierto, se integraría, por tanto, en el subsistema de las breves, y no de las largas. Y a partir de aquí tendría lugar una reestructuración del sistema, que consideraría el grado de abertura, el timbre, y no la cantidad. No obstante, un hecho de tanta magnitud difícilmente pudo ser debido a una sola causa. La monoptongación de ae es un fenómeno demasiado particular como para dar origen a todo un proceso tan complejo como éste, que supuso uno de los

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cambios más fundamentales en el ámbito de las lenguas indoeuropeas, con implicaciones fonéticas, fonológicas, morfológicas y léxicas. Las críticas de autores como Weinrich y Michelena se basan en que la monoptongación de ae hubiera podido frenarse si afectaba tanto al sistema. Aducen el caso de au, que, aunque tendía a monoptongar desde época arcaica, su monoptongación no se consolidó en toda la Romania. Weinrich propone una explicación distinta, aunque también de carácter interno, estructural, al poner en relación los conceptos de cantidad vocálica y cantidad consonántica. Así, en latín había cuatro secuencias o combinaciones posibles: 1) vocal breve + consonante breve (simple): fŏcu (> esp. fuego). 2) vocal breve + consonante larga (geminada): mŏllis (> esp. muelle) 3) vocal larga + consonante breve (simple): cūpa (> esp. cuba). 4) vocal larga + consonante larga (geminada): stēlla (> esp. estrella). Como afirma Weinrich, desde antiguo se observa una tendencia que lleva a hacer depender una cantidad de la otra, de manera que irán desapareciendo las secuencias de igual cantidad vocálica y consonántica. Weinrich ya dice que la cuarta de las combinaciones señaladas era poco corriente en latín y tiende pronto a desaparecer (ss. I-II d.C.). Puede servirnos de ejemplo, dentro de la morfología verbal latina, el lat. mīttere, que tenía una combinación de vocal larga y consonante larga, y que hace el perfecto en mīsi, con disimilación de la cantidad, por un antiguo *mīssi. El segundo paso es la desaparición de la primera secuencia, la de vocal breve y consonante breve; esta disimilación podía alcanzarse de dos modos: alargando la vocal o alargando la consonante. Para el primer proceso no hay prueba visible en las lenguas románicas, porque el resultado románico está conectado, en realidad, con el grado de abertura, que se mantiene: gŭla > gūla –ambas abiertas (gųla)– > esp. gola. Ese incierto proceso de alargamiento vocálico quedaría solapado por el de alargamiento consonántico, que constituiría así un importante indicio de que la cantidad operativa era la consonántica. La prueba estaría en fenómenos populares, como la llamada geminación expresiva, tendencia en muchos casos a doblar la consonante. La geminación expresiva se desarrollaría especialmente en época tardía; la vemos, por ejemplo, en palabras afectivas (mamma, pappa), o en palabras despectivas (gibbus, bruttus, uarro, flaccus)…; la Appendix Probi recoge asimismo algunas correcciones de este tipo, como la 210, “draco non dracco”. También se

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observa en latín tardío una preferencia por los sufijos tónicos, como -ĕllus, con la presencia de una geminada, frente a los átonos, como el clásico -ŭlus, con simple tras vocal breve (catĕllus frente a catŭlus). Así las cosas, la cantidad vocálica habría pasado a ser un rasgo meramente fonético, y estaría condicionado por la cantidad consonántica. Las vocales tendrían dos variantes alofónicas, que se alternarían en función de las consonantes. Se daría el alófono largo cuando fuera en contacto con una consonante breve, simple; se daría el alófono breve cuando fuera en contacto con una consonante larga, geminada. Esto explicaría la pérdida de operatividad de la cantidad. De esta manera, si tenemos, por ejemplo, ē larga y cerrada (ẹ), esta vocal se realizaría generalmente de dos modos en el sistema expresivo del latín vulgar: como larga [ē] (y cerrada), si va en contacto con una consonante simple, y como breve [ĕ] (pero también cerrada), si va en contacto con una consonante geminada. Si la vocal tiene estas dos posibilidades de articularse, eso significa que la cantidad ha dejado de ser fonológica o distintivamente operativa, mientras el rasgo concomitante –la abertura– no ha variado, se mantiene. El rasgo fonológico resultaría ser ahora el grado de abertura (ẹ) porque es la constante que diferencia esos alófonos de los de la ĕ breve y abierta (ę) del latín clásico. La distinción habría pasado a ser entonces ẹ / ę, en vez de ē / ĕ. Junto a las explicaciones de orden estructural han surgido asimismo argumentos de carácter fonético, como los de Durand y Straka, que han analizado el comportamiento del vocalismo en otras lenguas. Así, es posible que la pertinencia del timbre frente a la cantidad vocálica se debiera a la articulación más larga de la vocal en sílaba tónica libre, al tiempo que en sílaba tónica cerrada y en sílaba átona la vocal se haría más breve, y se neutralizarían las diferencias. En este nuevo contexto cuantitativo, el rasgo de abertura, antes concomitante, sería ahora el relevante. Un planteamiento de orden externo es la posible acción del sustrato. El latín, al extenderse a otros territorios, incluso de la propia península itálica, se superpuso a lenguas que no conocían la oposición fonológica por la cantidad de las vocales, y de esta manera se pudo ir perdiendo el sentido de la cantidad. San Agustín ya avisa de que los africanos no distinguían ŏs ‘hueso’ de ōs ‘boca’. Por otro lado, algún lingüista ha puesto en duda el carácter de rasgo primario para la cantidad frente a la abertura, puesto que la articulación entre ambas era tal que podría discutirse hablar de un rasgo primario y otro secundario; irían íntimamente unidos. No parece que pueda descartarse, por ello, la idea de que el grado de abertura

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tuviera operatividad ya en latín clásico. Lloyd recoge esta idea y señala que el grado de abertura introduce matices más ricos que el de la cantidad. Ésta, la cantidad, es binaria (breve / larga), mientras que la abertura mantiene una correlación de diferentes grados y articula conjuntamente todo el sistema vocálico. El caso es que ningún planteamiento visto resuelve totalmente el problema. De hecho, no se ha alcanzado todavía una explicación completamente satisfactoria que justifique o aclare el cambio más importante producido en el fonetismo del latín. Tal como se ha dicho, seguramente la causa no sea única y haya que pensar más bien en una conjugación de factores.

1.2.2. Cronología y testimonio del cambio El testimonio fundamental de esta transformación lo proporcionan las lenguas románicas, y también algunos textos “vulgares”, aunque de muy diversa interpretación. La cronología de la “desfonologización” ha sido muy discutida. Ha habido quienes han situado el fenómeno en época tardía (después del s. IV, hasta incluso el s. VIII), mientras otros, en cambio, lo creen anterior (entre el s. II y el s. IV). En la historia de esta cuestión, al principio tuvo más fuerza la cronología tardía, pero ahora ésta tiene pocos defensores. Los pilares en que se ha basado la discusión son de índole distinta: 1) las grafías; 2) la métrica; 3) el testimonio de los gramáticos; y 4) los préstamos que otras lenguas –germánico y celta– han tomado del latín. 1) Las grafías. Las investigaciones se han centrado en la i longa (I), que parece haber sido el procedimiento gráfico que más ha resistido. A partir del s. II d.C. desaparecen casi todos los medios antes empleados para marcar la vocal larga (vid. punto 1.1.2.), y solo se observa cierta supervivencia de la i longa. Sin embargo, la aparición tardía de la i longa (I) no va a probar el mantenimiento de la ī como vocal larga, ya que va a servir también para otros usos. Muchas veces la I aparece para destacar la importancia de una palabra (por ejemplo, Imperator), como si fuera una letra capital. En otras ocasiones se empleaba la I para anotar la yod, es decir la i consonántica: por ejemplo, cuIus; conviene aclarar, eso sí, que la yod era siempre geminada en latín y sería entendible la equiparación de una geminada con una ī larga. Por otro lado, la I se emplea también, al igual que en usos medievales, para señalar final de palabra: AugustI; es cierto, no obstante, que la mayoría de finales en -i lo eran en -ī larga.

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Además, se hace uso de I en palabras en las que la i va en hiato y en la prosodia clásica es breve (ĭ): dIes, pIus. Es posible que la ĭ (i breve) de esos hiatos no fuera abierta, sino cerrada, lo que habría favorecido el hiato y el disilabismo. De ser eso así, se habría llegado a un momento en que I (i longa) era equivalente a ị (i cerrada) y ya no a ī (i larga). Eso significaría que la cantidad ya se habría perdido. En inscripciones pompeyanas (anteriores al 79 d.C.) se encuentra, por su parte, el diptongo ae, como grafía inversa, en lugar de ĕ: aduaentu, maeae, saecundae, aedo… Como hemos dicho aquí, la monoptongación de ae dio como resultado una ē, larga, pero abierta. Esto supone que el timbre abierto, característica común de esa ē larga resultante del diptongo ae y también de la ĕ, breve, sería ya entonces lo pertinente, y no ya la cantidad. 2) La métrica. En latín la métrica era cuantitativa y se basaba en la variación y disposición de largas y breves. Esta versificación es empleada en toda la Antigüedad, pero su continuidad puede resultar engañosa, ya que la aparición de versos cuantitativamente incorrectos va a denunciar que el que había sido elemento ritmógeno fundamental, la cantidad, estaba en crisis o ya había desaparecido, y había sido sustituido por otro elemento rítmico: el acento. Ya en las inscripciones en verso de Pompeya se encuentran claros indicios de la crisis de la cantidad y de que ésta, como elemento ritmógeno, está en vías de ser suplantada por el acento: ūt uĭdērēs Vĕnĕrem

(lo correcto sería: ¯ ˘ ¯ ¯/˘ ¯ ˘ ¯/˘)

Aparece “Vĕnĕrem” porque, al acentuarse en la primera sílaba (Vénerem), la sucesión acentual es la misma tanto si la primera e es larga como si es breve. Una breve que lleva el acento puede sustituir a una larga. La cantidad ya estaba en crisis. La métrica de Comodiano también ofrece datos interesantes. Comodiano era un mal versificador de hacia el año 300 d.C. En su obra se hallan finales de hexámetro como el siguiente, donde falla no solo la cantidad vocálica, sino la cantidad –larga– de la sílaba por posición: pērdĕrēnt tērrām

(lo correcto sería: ¯ ˘ ˘ ¯ ¯)

Se demuestra con ello que estaba en crisis todo el sistema de la versificación cuantitativa.

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Asimismo, en la métrica de San Agustín (354-430 d.C.), que fue profesor de retórica en Milán, se observa un voluntario desapego a la cantidad y una atención clara a los acentos. En su famoso Psalmus aduersus donatistas se lee: Ābūndāntiā pēccātōrūm sŏlēt frātrēs cōntūrbar(e) El verso parece atenerse al esquema rítmico del septenario trocaico, que contiene troqueos (¯˘) y admite espondeos (¯¯) –salvo en la cláusula–, pero nunca yambos (˘¯). Las cantidades, sin embargo, no coinciden. El ritmo isosilábico de 16 sílabas, la rima asonante y el acento cuidado son los elementos que San Agustín ha tenido en cuenta y ha seguido aquí. Por todos estos testimonios, se deduce que en el s. III d.C. la cantidad no era ya un elemento necesario para la versificación. 3) Los gramáticos. Tanto San Agustín como Consencio denuncian que en el África romana de su tiempo (ss. IV y V) no se distingue la cantidad. Esto podría llevar a pensar que en el resto de lugares sí se diferenciaba. Sin embargo, el mismo San Agustín, en ambiente no africano, cuando era profesor en Milán, remite a los antiguos, a los autores clásicos, para justificar cuándo una vocal es larga y cuándo es breve. Esto significa que en el s. IV d.C. no se podía recurrir al testimonio de la lengua viva porque se había perdido ya la percepción consciente de la cantidad como portadora de diferencias significativas. A través del testimonio de otros autores, como Placio Sacerdote, se viene a acreditar que en el s. III el ictus o acento vocal de verso constituía el elemento métrico o tiempo marcado de cada pie; es decir, se habría introducido una lectura con ictus para marcar un ritmo que la cantidad ya no establecía. Unos y otros testimonios conducen una vez más a una cronología temprana para la “desfonologización” de la cantidad vocálica. 4) Los préstamos. Los préstamos léxicos del latín al germánico y al celta de los ss. IV y V parecen favorecer, en principio, una cronología tardía en la pérdida de la cantidad, porque muestran resultados diferentes según tuviera la palabra latina una vocal larga o breve. No obstante, se ha señalado que es factible que hasta época tardía se mantuviera un resto meramente fonético, y no fonológico, de algunas de las cantidades vocálicas latinas. Así se puede entender que esos vestigios fonéticos, percibidos por hablantes de lenguas en las que sí habría cantidad fonológica, fueran

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perceptibles por ellos y hubieran sido recogidos en los préstamos latinos a esas lenguas.

2. El acento A consecuencia de la pérdida de la cantidad vocálica, el acento dejó de estar regido por la cantidad, se hizo libre y pasó a ser distintivo: cecĭdi / cecīdi > cécidi / cecídi. Al desaparecer la cantidad, la distinción queda encomendada al acento. En cierto modo podría dar igual el tipo de acento, pero éste ya no es solo de tipo tonal, sino que se convierte en articulatorio, enfático. Es decir, en latín vulgar el acento pasa a ser de intensidad y, además, como ya se ha señalado, se convierte en fonológicamente distintivo. Conviene aclarar que no se debe ligar la pérdida de la cantidad fonológica a la llegada de un acento intensivo. El acento de intensidad y la cantidad vocálica pertinente no son incompatibles, como lo prueba su coexistencia en las lenguas finougrias. En las lenguas con acento intensivo, como lo son las románicas, la sílaba tónica se opone a las átonas por la fuerza articulatoria. En las lenguas con acento tonal, como el latín o el griego, la diferencia es de tono, de frecuencia. Es cierto que las sílabas sobre las que va un acento tonal también tienen mayor intensidad y, de igual manera, las sílabas con acento de intensidad tienen más tono; no obstante, uno de los dos rasgos será predominante y pertinente.

2.1. Aparición del acento de intensidad A partir del testimonio de los gramáticos, de la fonética y de la métrica, podemos tratar de determinar cuándo surgió el acento de intensidad en latín, o, cuando menos, corroborar que el acento era ya de intensidad en latín tardío y había sido, en efecto, tonal con anterioridad. 1) Los gramáticos. Hasta aproximadamente el año 300 d.C. cuanto dicen los gramáticos sobre el acento latino lo dicen expresándose en términos musicales. La propia palabra latina accentus ‘acento’ proviene de ad-cantus y es un calco léxico del griego προσ-ῳδία (pros-odia). Sin embargo, hacia el 400 d.C. los gramáticos ya se expresan en términos intensivos, por lo que es seguro que ya entonces el acento sería intensivo en latín. Así, Pompeyo, gramático del s. V, afirma que “illa sylaba plus sonat

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in toto uerbo, quae accentum habet” (= ‘la sílaba que más suena en toda la palabra es la que lleva el acento’). 2) Los hechos fonéticos. El acento musical no provoca cambios notables en su entorno fónico; el acento de intensidad, en cambio, erosiona las sílabas átonas dando paso a síncopas y apócopes. Los hechos de la fonética clásica cuadran bien con un acento musical o tonal, ya que en el latín arcaico y clásico no abundan los cambios atribuibles al acento. Por el contrario, en el latín vulgar no escasean las síncopas y las apócopes. Con el acento de intensidad las sílabas tónicas y las átonas tienen un diferente tratamiento: mientras las tónicas son mucho más estables, las átonas son mucho más débiles y pueden llegar a perderse. La Appendix Probi (s. III d.C.) denuncia numerosos casos de apócope, como, por ejemplo, “calida non calda” (cf. it., esp. caldo, y fr. chaud, rum. cald –con apócope añadida–). 3) La métrica. La versificación se basa en un elemento ritmogéno, y parece demostrado que el acento musical no lo es. Para serlo, el acento tiene que ser intensivo –además de ser libre–. En la versificación latina clásica no se ha podido demostrar que el acento tenga una función ritmógena. Las distribuciones regulares que se observan en los diferentes tipos de versos pueden explicarse sin recurrir a una combinación rítmica acentual. Todo esto conduce hacia un acento musical en latín clásico. En cambio, en los poetas tardíos cristianos (ss. IV-V) ya se aprecia una métrica acentual, como la románica. En Comodiano, anteriormente mencionado, se hallan hexámetros que a nuestro oído tienen un final correcto (¯ ˘ ˘ ¯ ˘) y en el quinto pie una palabra esdrújula. Tal palabra a veces resulta ser un fraude para la versificación clásica (hŭmĭlĕ, por ejemplo) porque no reproduce un dáctilo (¯

˘

˘); pero la

acentuación, sin embargo, es la misma. Comodiano se basa en el acento y no en la cantidad como elemento ritmógeno; se atiene a la estructura acentual (´ - - ´ -) y no a la oposición de largas y breves. Esto nos lleva a asegurar que el acento era ya intensivo entonces, porque si no, no sería rtimógeno.

2.2. El aspecto fonológico en el acento del latín vulgar El latín es una lengua de acento vinculado. Esto quiere decir que el acento no está fijado a una sílaba concreta de la palabra, sino que depende de determinados factores formales. Así es, en latín la acentuación está ligada a la ley de la penúltima:

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en palabras de más de dos sílabas, el acento recae en la penúltima sílaba si ésta es larga, o en la antepenúltima si la penúltima es breve. Conviene recordar que hay lenguas de acento fijo (en las finougrias, siempre recae en la primera sílaba de la palabra; en francés, en la última), y lenguas de acento libre, en las que el acento puede ir en cualquier sílaba (normalmente en las tres últimas, como el español). En las lenguas de acento vinculado el acento no tiene función fonológica distintiva. Las oposiciones que se daban en latín del tipo aduĕnit / aduēnit venían determinadas por la diferencia de la cantidad vocálica y silábica de la penúltima, no por la colocación del acento. La posibilidad de distinguir unidades expresivas solo la tiene el acento libre (cf. esp. cántara, cantara, cantará). Al entrar en crisis la cantidad vocálica y, consecuentemente, la cantidad silábica que sustentaba el mecanismo de colocación del acento, éste tiende a liberarse, se hace finalmente libre y pasa a atender a la función distintiva. Pero este cambio no sucede de manera automática, sino que es gradual. La oposición de cantidad es sustituida, como ya se ha indicado, por una oposición de abertura relativa. Así, la oposición aduĕnit / aduēnit pasó a ser una oposición aduęnit / aduẹnit, y no se podría decir, por tanto, que esas palabras se distinguieran solamente por la posición del acento. La crisis de la cantidad abrió el camino a una función distintiva del acento, pero ésta llegó poco a poco. Solo en algún caso el acento pasó directamente a tener función distintiva: appāret (del verbo appāro ‘preparar, disponer’) / appăret (del verbo appăreo ‘aparecer’) → appáret / ápparet. Como ā y ă confluyen en a, sin oposición por abertura, la distinción aquí sí sería pronto acentual.

2.3. La colocación del acento en latín vulgar tardío En las lenguas romances el acento generalmente se ha mantenido en el lugar que ocupaba en latín. En no pocas ocasiones el propio acento ha erosionado fonéticamente su entorno y, con ello, la estructura silábica de la palabra, pero el acento ha continuado en el mismo sitio, en la misma sílaba: lat. réddĕre > fr. rendre [´rã:drə]. En el ejemplo la palabra latina, de tres sílabas, era proparoxítona, esdrújula; la francesa, ahora, con una sola sílaba, lógicamente es oxítona, aguda; el acento, no obstante, recae en la misma sílaba inicial.

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Se deben considerar, sin embargo, algunas excepciones al mantenimiento del acento latino, pues hay una serie de desplazamientos acentuales y vacilaciones de las lenguas románicas con respecto al latín que debieron producirse ya en latín vulgar. 1) Palabras proparoxítonas cuya penúltima sílaba breve llevaba vocal ante oclusiva más líquida: lat. ténĕbrae, lat. íntĕgrum. Conviene recordar que los grupos de oclusiva más líquida (muta cum liquida) son explosivos y no generan sílaba cerrada; por ese motivo la sílaba se mantendría como breve y el acento recaería en la sílaba anterior. Sin embargo, los resultados románicos de estas palabras son: esp. tinieblas, fr.

ténèbres

(<

lat.

ténĕbras);

esp.

entero,

fr.

entier

(<

lat.

íntĕgrum).

Consecuentemente, en latín vulgar se debió producir un desplazamiento del acento. Hay dos posibles explicaciones: 1) que los grupos de oclusiva y líquida acabaran generando sílaba cerrada; así, la penúltima sílaba de esas palabras resultaría ser larga y el acento recaería sobre ella. Ya en poetas clásicos, como Virgilio, se encuentran medidas como esta: īntēgrō; también en la Eneida la voz volŭcres, con oclusiva y líquida, aparece medida como volūcres; 2) por anaptixis, es decir, habría surgido una vocal de apoyo entre los sonidos consonánticos. La pronunciación popular de tenebra llevaría a un “tenebera”, y una vez consolidada esa pronunciación, el acento ya no podría ir en la sílaba inicial y pasaría a la siguiente; la posterior corrección de la anaptixis no provocaría ya un regreso a la primera acentuación. Pese a ser probable, esta explicación tiene el inconveniente de no contar con testimonios documentales. 2) Desplazamiento del acento en hiatos. En secuencias heterosilábicas de dos vocales, la vocal débil tónica, más cerrada, cede el acento a la fuerte átona, más abierta: lat. filíŏlum > filiólum (> esp. hijuelo) lat. paríĕtem > pariétem (> esp. pared) lat. mulíĕrem > muliérem (> esp. mujer) La i –y eventualmente la e, previo paso a i (cf. lat. linteŏlum > lintiólum > esp. lenzuelo)–, que constituye el primer elemento del hiato, pierde su condición silábica nuclear, se consonantiza. A consecuencia de ello, el acento, que solo puede ir sobre el centro de sílaba, pasa al segundo elemento del hiato. En general, los hiatos, como los grupos consonánticos complejos, son articulatoriamente problemáticos. Los hiatos tienden a resolverse creando sonidos consonánticos. 3) Recomposición. En algunos verbos compuestos con prefijos o preverbios el acento se recoloca en la misma sílaba en la que iba en el verbo simple, contraviniendo

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con ello la ley de la penúltima: păro → praepăro > praepáro; căpit → recĭpit > recípit. No obstante, esto no sucede siempre: collŏco > cólloco > esp. cuelgo. 4) Desplazamiento del acento en la serie de números cardinales de las decenas. Los resultados románicos de lenguas como el español llevan a pensar en un cambio de acento en latín vulgar: vigínti, trigínta > víginti (> esp. veinte), tríginta (> esp. treinta). 5) Oscilación del acento en préstamos griegos. Las palabras procedentes del griego que entraban en latín se adaptaban a la norma de acentuación latina. Así, las voces oxítonas griegas pasaban a ser en latín paroxítonas o proparoxítonas, dependiendo de la ley de la penúltima: gr. parabol» → lat. parábŏla, gr. epistol» → lat. epístŏla, gr. t£lanton → lat. taléntum. En época postclásica o tardía, al hacer crisis la cantidad vocálica –y, por tanto, la ley de la penúltima–, se registran notables desajustes en las adaptaciones acentuales de las voces griegas; de esa manera, se observa cierta tendencia a mantener el acento griego, aunque sea contrario a las normas latinas: gr. e‡dwlon → lat. ídolum, gr. œrhmoj → lat. éremus (> esp. yermo), gr. 'Is…dwroj → lat. Isidōrus, pero también Isídorus (> esp. Isidro), gr. kaqšdra → lat. cathĕdra, pero en latín vulgar cathédra –éste es, en realidad, un ejemplo del primer tipo de desplazamiento acentual– (> esp. cadera, port. cadeira, cat. cadira). Igualmente se aprecia esta acentuación en las adaptaciones de nombres hebreos que llegan al latín por vía del griego: gr. 'I£kwboj → lat. Iacōbus, pero el italiano Giàcomo, el esp. Jaime, cat. Jaume e incluso Yago, atestiguan una adaptación como el griego: Iácobus.

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