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August 7, 2021 | Author: Anonymous | Category: N/A
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ROCIO DEL PURGATORIO Concepción Cabrera de Armida Rocío del Purgatorio OBRAS DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA
2 Nihil obstat J.M. Gutiérrez, M:Sp.S. Censor dep. Imprimi potest. J.M. Padilla, M:Sp.S. Imprimatur Michael Darius, Arciep. Primas Mexican. Mexici, die 3 defeb.1963 Copyright by J.G.Treviño.
3 UNA PALABRA DEL LECTOR AL leer el presente opúsculo, que su autor quiso someter a mi revisión, me ocurría a cada paso admirar esa belleza encantadora de la íntima trabazón de los Dogmas de nuestra santa Fe, trabazón que constituye la ciencia que llamamos “Teología” Un dogma confirma los demás, y todos reciben mayor luz de cualquiera de los otros, desde el momento en que se descubren sus mutuas relaciones. Si es una propiedad de todas las ciencias la de que cualquiera de sus verdades nazca de los principios propios de la misma y sirva para confirmar esos mismos principios, con mayor razón tiene que verificarse esta condición en la ciencia de las ciencias, que es la Teología. Y en efecto, el dogma del Purgatorio no es más que una consecuencia necesaria de lo que la Fe nos enseña sobre la santidad de Dios, su justicia y su misericordia, En comparación con la naturaleza del pecado y sus consecuencias. Dios es pureza, el pecado es mancha; Dios es rectitud, el pecado es desorden; Dios es justicia, el pecado es deuda; Dios es misericordia, el pecado es la única miseria. Este dogma del Purgatorio arroja luz clarísima sobre las enseñanzas católicas acerca del pecado y su remisión o perdón, en cuanto a la culpa y en cuanto a la pena, y acerca del mérito satisfactorio de las buenas obras hechas en gracia de Dios. Los dogmas del Purgatorio y de las indulgencias se exigen y se explican mutuamente. Sobremanera consolador es comprar este dogma del Purgatorio con el de la Comunión de los Santos y descubrir el nobilísimo oficio de la Iglesia Militante a favor de la Purgante con la mediación de Triunfante. ¿Cómo no admirar las relaciones tan misericordiosas entre las Almas del Purgatorio y el Santo Sacrificio de la Misa, instituido por Jesucristo Nuestro Señor para gloria, utilidad y provecho de las tres Iglesias: las del Cielo, la del Purgatorio y la de la Tierra? Las devociones todas, que son de la aprobación de la Iglesia se practican y que proporcionan a los fieles tantos medios eficaces de santificación, adquieren cierto mérito especial cuando se les da el carácter de sufragio por las benditas almas del Purgatorio. Por último, ¿cómo no dar gracias a Dios por habernos enseñado la manera de consagrar y continuar las relaciones que El mismo creó entre los hombres, por medio de los sufragios por los difuntos? ¿Qué cosa más 4 conforme a las relaciones de parentesco y amistad, o a las reclamaciones de la caridad, que el poder ayudar, consolar, remediar y rescatar a las almas de nuestros deudos, amigos y prójimos? Dios haga que estas reflexiones sirvan para enfervorizar más a quienes leyeren el presente opúsculo, fundando la piedad en la base solidísima del dogma.
Septiembre 29 de 1920. † Leopoldo Ruiz Arzobispo de Morelia
5 DEDICATORIA Muchos seres, pedazos de mi corazón tengo en la otra vida. A los que estén aún en el Purgatorio y a todas las almas detenidas ahí, dedico este pobre libro. Que como refrescante roció caigan estas páginas en aquel lugar de tormentos; que apaguen el fuego en que arden las benditas ánimas; que conmuten sus penas, paguen sus deudas y abran para ellas las puertas del Paraíso celestial, océano de toda dicha.
6 Prologo Activar el amor a las almas del Purgatorio, acto de caridad por excelencia; enviarles un rocío de Sangre divina obtenida por las plegarias, es el principal objeto de este libro. También pretende desterrar preocupaciones mundanas que pugnan con los sentimientos de la verdadera piedad bien entendida. Contiene algunos consejos para saber cómo obrar desde que el enfermo está grave hasta que llegue la hora de sepultarlo. Explica el objeto y la virtud del Sagrado Viático. Contiene, además, la recomendación del alma según el Ritual Romano, letanías, oraciones indulgenciada, textos y sentencias propias para las esquelas mortuorias y principalmente un Mes de animas compuesto de meditaciones. Ha parecido conveniente y así se ha hecho, recopilar aquí el Rosario de Animas, la devoción de los “Cien Réquiem”, la novena “De profundis”, meditado, pensamientos sobre la muerte y reminiscencias cristianas de algunas doloridas, pero llenas de fe y esperanza, que recuerdan a sus muertos con santa resignación. También se hallara aquí el Voto de Animas. Ojalá que este “Rocío del Purgatorio”, pobre y desmañado como es, llene el objetivo que me he propuesto al componerlo y coleccionar lo que he creído útil tanto para los vivos como para nuestros amados e inolvidables difuntos. Del fondo del alma quiero que salgan estas plegarias empapadas en la Sangre de Jesucristo, nuestro Divino Redentor, para que nuestro recuerdo sea fructuoso a los difuntos, cuyas penas no alivian los sollozos ni los gemidos. No nuestras lágrimas consuelan a las almas del Purgatorio: es preciso asociar nuestro dolor al Sacrificio de la Cruz; rociarlas con la Sangre Redentora y aplicarles sus méritos infinitos que, como rocío fecundo, las alivie, pague sus deudas, rompa sus cadenas y las haga volar al cielo. Rocío de indulgencias, de limosna, de penitencias, pero sobre todo de Misas, derramemos diariamente sobre el Purgatorio, para que las pobres almas pasen a descansar cuanto antes en el seno de la Bienaventuranza, en el Corazón de Jesús, y a recibir el ósculo de María como signo de su eterna felicidad. Pronto llegaremos allá, y entonces, los que dejamos en la tierra, tendrán piedad de nosotros. Pero entretanto digamos, con la Iglesia, por nuestros difuntos amados: ¡Descansen en paz! Amén
7 NOVENA DE ÁNIMAS 0RACION POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO Que se rezarán todos los días ¡Oh mi buen Jesús! Por tus méritos y amor infinitos. Te rogamos por las almas del Purgatorio que amas y que también nosotros amamos. Mientras con estricta justicia las castigas para hacerlas dignas de poseerte, deseas que nosotros imploremos en su favor tu divina misericordia. Escucha propicio las plegarias que por ellas Te dirigimos, y en particular acuérdate de las que en este mundo fueron devotas a tu Corazón adorable y con gran celo procuraron, tu gloria santísima, de las que amaron al Espíritu Santo y a la Virgen Inmaculada, Madre de Dios. No las dejes por más tiempo privadas de tu divina presencia ¡oh amabilísimo Jesús! Ellas son muy amadas de tu Corazón, y por ese mismo Corazón Te rogamos que las pongas en posesión de la celestial bienaventuranza, fin último y único de sus deseos, del que las has hecho merecedoras con la efusión de tu preciosa sangre.Amén. PRIMER DÍA El grito de la extrema angustia Desde las profundidades Clamé a Ti, Señor; Señor, Oye mi voz. Desde las profundidades del Purgatorio hasta la sublimidad de tu trono, media ¡oh Dios mío! Una distancia infinita. Sin embargo, millares de voces, más rápidas que el rayo y más tristes que todos los gemidos de la tierra, franquean día y noche ese inmenso espacio. Son los suspiros de una multitud de almas encerradas por algún tiempo en aquellas oscuras prisiones.
8 Habiendo salido de ese mundo con la vida de la gracia, tienen todavía alguna ligera mancha que borrar, alguna pena que padecer por faltas no expiadas completamente. Impotentes por sí mismas para abreviar ni en un segundo su duración, ni mitigar en un solo grado de intensidad de su dolor, tendrán que pagar con todo rigor la deuda contraída para con la divina justicia, si alguna alma piadosa de este mundo no se apresura a tenderles con mano amiga algún socorro. ¡Oh Jesús! Tu inagotable caridad ha dado a todos los hijos de la Iglesia el medio de consolar a estas prisioneras. Podemos ofrecer contigo al Eterno Padre los méritos infinitos de tu vida, de tu pasión y muerte; aplicarles el fruto del Santo Sacrificio de la Misa; ceder además, a favor de estas almas prisioneras, las innumerables indulgencias que tan fácilmente podemos ganar. Enriquecidos con tantos tesoros, de los que tu adorable Corazón es fuente inagotable, te suplicamos humildemente ¡oh Jesús! Que nos cuentes en el número de los que, bajo tu benéfica influencia, se consagran al alivio de las Almas del Purgatorio. Ellas serán nuestras amigas predilectas, nuestras protegidas; las amaremos como a hermanas, seremos sus abogados, sus mensajeros y sus fiadores. Dígnate ¡oh buen Jesús! Unir nuestras súplicas a las tuyas, a fin de que el Padre celestial las acoja y despache favorablemente. Amén Padrenuestro, Avemaría, Gloria al Padre. ( .. Mírame ¡oh mi amado y buen Jesús! Postrado en tu santísima presencia; te ruego con el mayor fervor que imprimas en mi corazón los sentimientos de fe, esperanza y caridad, dolor de mis pecados y propósitos de jamás ofenderte, mientras yo, con el mayor afecto y compasión que soy capaz, voy considerando tus cinco llagas, comenzando por aquello que dijo de Ti ¡Oh Dios mío! El santo profeta David: “Taladraron mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos”.)
9 SEGUNDO DÍA La súplica de la indulgencia Estén atentos tus oídos a La voz de mis plegarias. Desde el fondo de la nada que en sí reconocen, las Almas del Purgatorio, desprovistas de todo, te suplican ¡oh Dios compasivo! Que acojas favorablemente las preces de su extrema pobreza. Tienen hoy la más segura evidencia de que en sí mismas nada son. Equivocadamente se gloriaron, durante su vida pasajera, de una existencia que les habías concedido gratuitamente; de una posición que tenían por elección tuya; de una riqueza que provenía de tu generosidad; de una ciencia que no era sino un mínimo y pálido reflejo de la tuya; de una libertad que les habías otorgado con la única mira de que prefirieran el divino servicio a todas las cosas creadas y te eligiesen a Ti solo, como a su único bien el tiempo y en la eternidad. Por sí mismas, nada poseen, si no es la miseria que les dejó el pecado, las deudas que a causa del mismo contrajeron y el destierro a que están condenadas hasta haber reparado la ofensa hecha a tu divina majestad. Los bienes de la gracia, las virtudes adquiridas, los méritos para el cielo, serán recompensados más tarde. Hoy todo está oculto, encubierto, y es como inútil mientras estas almas tan ricas en lo porvenir como pobres en lo presente, conserven un granito de polvo o la sombra del menor pecado. Por sí mismas, nada pueden. Lejos del mundo yacen sus mortales despojos; lejos de sus familias y sus amigos, que frecuentemente las desamparan; privadas de los bienes de la naturaleza hasta el punto de no poseer ni un óbolo; desprovistas de los bienes de la gracia hasta el grado de no poder adquirir el más pequeño mérito; y careciendo de los bienes de la gloria que todavía no pueden alcanzar, se ven en la necesidad de pedirnos a nosotros, que podemos usar de la abundancia de la gracia, la limosna de nuestras oraciones y de nuestra caridad. ¡Oh Salvador divino! Concédenos la gracia de procurar, en tu nombre a esta multitud de amigas pacientes algún alivio y algún consuelo. Amén. Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) 10 TERCER DÍA El sollozo del arrepentimiento Si te pones a examinar, Señor, nuestras maldades,
¿Quién podrá subsistir, OhSeñor, en tu presencia? Desde el abismo de sus pasadas iniquidades, las pobres almas, detenidas en el lugar de la expiación, hacen llegar a tus oídos ¡oh Dios mío! Los profundos sollozos de su arrepentimiento. Lloran amargamente las innumerables faltas que cometieron en su vida: esas faltas ligeras que antes les parecían insignificantes y en las cuales incurrían como por costumbre. Lloran los pecados ya perdonados, pero cuyo dolor fue superficial y escasa la penitencia. No conocían entonces toda la fealdad del pecado ni su malicia; no habían reparado hasta qué punto ofenden a un Dios infinitamente bueno el echar por tierra la obra de nuestra salvación y el pisotear la sangre de Cristo. Ahora ven cuán caro se paga Del haber desobedecido la divina ley, escuchando las falaces promesas del mundo y gastando locamente en vanidades y placeres una vida que se les había dado para conocer, amar y servir a Dios. Hoy comprenden, mejor que pudiera comprenderlo nadie en este mundo, ¡oh Jesús mío! Las justas quejas que tu Corazón herido dirige a la ingratitud de los hombres. Haber sido tiernamente amadas de Ti ¡oh buen Jesús!, comprenderlo y tener que confesar que te han sido infieles: he aquí lo que hace prorrumpir en amargos sollozos a estas pobres almas arrepentidas. ¡Ah! Si por un instante pudieran salir, de su prisión y recorres la tierra toda, dejando ver solamente la abundancia de sus lágrimas, sobrepujarían en elocuencia, con su mudo lenguaje, a cuantos esclarecidos Padres de la Iglesia y oradores de mayor fama se han esforzado en describirnos el horror y las consecuencias del pecado.
11 ¡Oh Corazón de Jesús! Hoy te rogamos por estas pobres almas; haremos penitencia por ellas y apaciguaremos la divina justicia con tu sangre, para que pueda, en breve, perdonarlas tu misericordia. Amén. Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) CUARTO DÍA El consuelo en medio del dolor Más en Ti se halla la clemencia; Y en vista de tu ley he confiado en Ti ¡Oh Señor! Desde lo más profundo de su tristeza, las pobres almas que padecen en el Purgatorio dejan escapar hacia Ti ¡oh Dios mío! Un destello de alegría, una sonrisa de consuelo. Están perdonadas. Tienen de esto la certidumbre, pues tu infinita clemencia lo ha dicho. Paréceme oírlas clamando sin cesar, con millones de voces que repitan los ecos de la lúgubre prisión, las palabras de santa Margarita María: “¡Cuán dulce es el Purgatorio a quien ha merecido el infierno!” ¡El infierno…! Por la divina misericordia se ven libres de este tormento. La maldición divina, la desesperación, una eternidad desgraciada; nada de esto tiene ya que ver con ellas. Mas a muchas les ha faltado tan poco para ser sumergidas en el eterno abismo, que no pueden menos que repetir con el Real Profeta: “Si el Señor no hubiese venido en mi ayuda, poco hubiera faltado para que mi alma tuviera el infierno por morada”. Con el pensamiento pueden estas almas sondear aquellos abismos sin fondo, oír los horrorosos gritos que en ellos resuenan y como experimentar el ardor de sus llamas; pero sólo para poder comprender la inmensa desdicha de que se han librado. ¡Oh! ¡Qué gozo el suyo! No pueden ya ofenderte ¡oh Dios mío! Han atravesado para siempre el borrascoso mar de esta vida y ya no tienen que temer naufragio alguno. ¡ Quién podrá expresar el bálsamo de consuelo que este pensamiento derrama sobre su acerbo dolor? Son las herederas del cielo. El trono, la diadema, el vestido nupcial: todo está dispuesto allá arriba, en el reino eterno, donde Dios las espera 12 para coronarlas; nada será ya capaz de hacerlas perder sus derechos a esta recompensa infinita. Penoso se les hace esperar esta recompensa; pero ¡cuán consoladora es la idea de que esta expectación tendrá su fin; y en cambio, el cielo será eterno! ¡Oh Corazón Sagrado de Jesús! Escucha a tus amados hijos del Purgatorio, que por Ti suspiran. Disipa, Señor, te lo suplicamos, las tristezas de su doloroso destierro y apresura el instante de su eterna libertad. Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) QUINTO DÍA
El acento de la resignación En la promesa del Señor Se ha apoyado mi alma; Y en El ha puesto su esperanza. De lo profundo de su dolor, las lamas del Purgatorio hacen llegar hasta tu trono ¡oh Dios mío! Los acentos de su más íntima resignación: Pena de daño, o sea pena de privación temporal de la vista beatífica: no verte por algún tiempo, después de haberte admirado por vez primera, como a la luz de un relámpago, a Ti Hermosura soberana. Bondad infinita, Amor eterno; a Ti, delante de Quien se eclipsa todo bien creado; a Ti, cuya ausencia por nada puede ser sustituida, cuyo recuerdo es indeleble, a Ti, por quien suspiran las potencias todas del alma como suspira el ciervo sediento por la fuente de agua viva: he aquí la más terrible e incomparable pena de cuantas se padecen en el Purgatorio y que excede a cuanto pudieran expresarse o concebirse. Pena de sentido, es decir, el fuego y la variedad de tormentos, correspondientes y proporcionados a cada una de estas prisioneras, según la importancia, el número y la duración de sus faltas. Exceden, por sí solas, a todo cuanto pueda concebirse de más penoso en este mundo, donde apenas hay quien no se queje de lo pesado de su cruz. Y las benditas almas del Purgatorio aceptan estas diversas penas en la medida y tiempo señalados por Ti ¡oh Dios mío! Reconocen la justicia del castigo. Besan la mano que las aflige, bendicen las llamas que las purifican, adoran tu voluntad infinitamente santa ¡oh soberano juez de 13 vivos y muertos! Y dejan a la disposición de tu divino beneplácito su corazón, contrito y humillado de haberte con tanta frecuencia y de tantas maneras ofendido. Su absoluta obediencia es la única barrera que de Ti los separa; si se rompiesen sus cadenas de par en par y contemplasen abiertas las puertas de su prisión, inmóviles permanecerían en su sitio hasta el preciso momento en que las mandase salir tu adorable voz. Por los méritos de tu Pasión y Muerte, permite, divino Maestro, que nuestras humildes oraciones se conviertan en refrigerio para estas queridas almas, tan resignadas en medio de su profunda aflicción. Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) SEXTO DÍA El himno de la esperanza Desde el amanecer hasta La noche espere Israel en el Señor. Desde lo profundo del abandono en que parece haberlas dejado la divina justicia, las Almas del Purgatorio elevan hasta su trono ¡oh Dios mío! El himno de su inalterable confianza y de su amor filial. A imitación del santo Job, anticipadamente Te saludan como a su redentor que vive; saben que un día Te han de ver, Te han de poseer en la gloria; y esta dulce esperanza está guardada cual precioso tesoro en su
corazón. ¡Pobres desterradas! No cuentan___ según nuestro modo de entender___ los días ya pasados en su triste cautiverio, sino los días y las horas que les faltan aún para llegar al término. Pensamientos, deseos, afectos, todo cuanto de ella emana, toma al punto rápido vuelo hacia la altura, a donde las almas han de subir. Mientras esperan, murmuran el himno de la esperanza, que brota espontáneo de sus labios, sin que sea capaz de interrumpirlo el exceso de su dolor. Coherederas de tus bienes ¡Oh buen Jesús! Revestidas de la púrpura de tu sangre divina, amadas de tu Corazón, no miran otras para contemplar el rudo trabajo que pasaron para descargarse del peso enorme de sus faltas; contemplan tan sólo las pequeñas manchas que 14 deslucen aún el brillo de su vestidura nupcial, el último hijo que retiene sus alas y las impide volar a Ti, único y soberano Bien. Para mejor contemplarte, oírte, gustarte, poseerte y seguirte por todas partes a donde vayas, se apresuran a purificarse entre las más ardientes llamas; pues no quieren existir sino en Ti y para Ti; no tienen otro cuidado sino el de embellecerse con la hermosura de los ángeles, con la belleza de los santos, para lograr complacerte; no suspiran sino por el día aquel afortunado en que tu voz; más dulce que la miel, dirá a cada una de ellas: “Eres ya toda hermosa y sin mancha alguna; ven, y serás coronada”. ¡Oh divino Corazón de Jesús! Concédenos el honor insigne de poder prestar nuestros pobres servicios a tus siervos, a fin de que su ropaje brille pronto con tu esplendor y puedan llegar gozosas a poseer el objeto de todas sus esperanzas. Amén. Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) SÉTIMO DÍA El cántico de acción de gracias Porque en el Señor está La misericordia; y en su Mano tiene abundante redención. Desde lo profundo de sus justos castigos, las Almas del Purgatorio elevan ¡oh Dios mío! Hasta el trono de tu misericordia infinita el canto de su acción de gracias. ¿No es acaso tu infinita misericordia la que, después de haberlas preservado tantas veces de la perdición eterna, trabajó además, tan eficazmente y a última hora, para asegurar su salvación? ¡No es ella la que mitiga las terribles penas del Purgatorio y las hace mucho menos rigurosas de lo que sus faltas merecían, inclinándote siempre ¡oh Dios mío! A castigarnos menos y a recompensarnos más de lo que merecen nuestras obras? ¿No es ella, oh Jesús, la que dio a la Santísima Virgen, Madre tuya y Madre nuestra, el privilegio de llamarse “Madre y consuelo de todos cuantos gimen en el Purgatorio”?
15 ¿N0 es esta misma misericordia la que permite a los santos protectores suyos, a los ángeles de su guarda y a otros celestes mensajeros que las visiten y las regocijen con su presencia y con sus dulces palabras? ¿No es esta misma misericordia la que ha inspirado a tantos parientes, amigos y conocidos de estas pobres almas, y a tantos otros piadosos fieles que no la conocieron, que multiplicasen oraciones, penitencias, obras de caridad, comuniones, misas, indulgencias, toda suerte de sufragios que sin interrupción, continuamente se suceden unos a otros, para acudir en auxilio de los fieles difuntos? ¿No es esta misma misericordia la que, en cambio de los sufragios que se le han ofrecido, después de disminuir el rigor de la pena, ha abreviado su duración? Un instante menos en el Purgatorio, acelerar en un solo momento su entrada al Paraíso, es un beneficio tal, que cada una de estas almas lo compraría gustosa aun a costa de un más intenso y redoblado padecer, a costa de todos los tesoros de la tierra. ¡Oh Corazón infinitamente bueno de Jesús! Añade a tus misericordias la de librar, o al menos socorrer, en ese día, merced a mi humilde oración, alguna de aquellas almas que me son tan queridas, a fin de que, en agradecimiento, me obtengan la eterna misericordia. Amén. Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) OCTAVO DÍA El preludio del triunfo Y Él es quien redimirá aIsrael de todas sus iniquidades. Desde lo más profundo de sus deseos, tanto más ardientes cuanto más retardada en su realización, las almas del Purgatorio, en vísperas de libertad, preludian los inefables goces de su próximo triunfo. Como saludan las avecillas al nuevo día, apenas asoman en el horizonte los primeros resplandores de la aurora; como el marino conoce, por el aroma que esparcen las brisas, que la costa está cercana; como el oído, acostumbrado a las delicadezas de la armonía, de antemano se deleita al escuchar los primeros acordes de un melodioso concierto; así las lamas del Purgatorio, al ver que llega el término de sus terribles padecimientos, empiezan a entrever su futura dicha; y, en cierto modo, 16 ya la gustan en medio de los últimos dolores que purifican las postreras sombras y finiquitan las deudas que deben pagar a la Justicia eterna. Y el colmo de su felicidad es pensar en que su amantísimo Jesús se reserva para Sí solo la última pincelada que las haga dignas de ser admitidas en su Paraíso. Verse salvadas en una alegría inmensa; pero verse salvadas por un Salvador tal, he aquí lo que llena a estas almas de unos sentimientos de que antes no eran capaces de experimentar ni de concebir. ¿Quién podrá darnos una idea de este último instante pasado en el Purgatorio antes de aquel impulso definitivo que debe transportarlas desde las profundidades de su nada a la sublimidad de la gloria; desde las profundidades de la más espantosa miseria a la abundancia de todos los bienes, desde las
profundidades del negro abismo de su faltas al candor inmaculado de los elegidos; desde las profundidades de sus tormentos a las delicias del Paraíso, desde las profundidades de su resignación a los transportes de júbilo; desde las profundidades de sus esperanzas al cumplimiento de todos sus deseos; desde las profundidades de su agradecimiento por lo pasado a la gratitud por el feliz y eterno porvenir; desde las profundidades de sus gemidos a la armonía completa dela eterna bienaventuranza? ¡Oh Corazón adorable de Jesús! Apresura, te suplicamos, para nuestras amigas del Purgatorio, el momento de la eterna alegría. Amén. Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) NOVENO DÍA El reposo eterno y la luz eterna Dales, Señor, el descansoEterno y haz que brille sobre ellas tu eterna luz. Desde lo profundo de su maternal compasión por las Almas del Purgatorio, sus hijas pacientes y queridísimas, nuestra santa Madre la Iglesia Católica, valiéndose de sus sacerdotes, de sus religiosos, de sus fieles, se dirige frecuentemente ¡oh Dios mío! A favor de estas pobres almas la invocación que acaban de proferir nuestros labios y que a tus pies vamos a meditar en este último día de la novena, 17 “Dales, Señor, el descanso eterno y haz que brille sobre ellas tu eterna luz”. ¡El descanso! Nadie, Señor, podrá jamás hallarlo fuera de Ti Aunque nuestras riquezas consistiesen en todos los tesoros del mundo reunidos, no podrían adquirirlo. Aun cuando lográramos más honores que no tuvieron todos los monarcas y poderosos de la tierra, no llegaríamos a alcanzarlo. El goce de todos los placeres imaginables, lejos de procurárnoslo, dejaría en el alma la iniquidad y el remordimiento. Nos has creado para Ti ¡oh Dios mío!, y nuestro corazón se agitará en vano hasta fijarse en Ti como en su centro. Hacia Ti, pues, se vuelven ansiosas aquellas pobres almas, como la nave que, tras la tormenta, se lanzan al suspirado puerto, donde fijará su áncora para siempre. En Ti olvidarán todo dolor y en Ti hallarán la eterna gloria. ¡La luz! Esta luz que ilumina nuestros ojos corporales acá en el conocimiento de las maravillosas obras de tus manos, ¡oh divino Creador de todas las cosas! No es sino un naciente resplandor envuelto entre tinieblas. ¡La luz! Aquella misma que nos comunica la misteriosa antorcha de la fe, tiene sus resplandores y sus sombras, perspectivas infinitas y abismos insondables; es apenas suficiente para mostrarnos el camino, para librarnos de caer en los precipicios, para guiarnos hacia el verdadero y eterno día, único que nos traerá la plenitud de la claridad sin nubes y sin ocaso. Esta es la luz infinita por la cual suspiran las Almas del Purgatorio: luz espléndida, indefectible, a cuyos resplandores podrá el alma saciarse en el foco de toda verdad. ¡Paz eterna! ¡No más combates! ¡no más iniquidades! ¡no más trabajos! ¡Eterna luz! ¡No más oscuridades, ni noche, ni crepúsculo!
Allí reina la paz que sobrepuja a todo sentido, la luz que eclipsa toda claridad. He aquí lo que pedimos, con la santa Iglesia nuestra Madre, por las benditas almas que padecen en el Purgatorio; almas que son tus hijas amadísimas y al propio tiempo nuestras hermanas muy queridas. ¡Oh Corazón de Jesús! Aleja de estas almas cuanto pueda servirlas de obstáculos a esta paz suprema: disipa las nubes que pudieran aún interceptar los esplendores del día que no tendrá fin. Amén.
18 Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Padre (como el primer día.) SALMO 129 Canción de las subidas. = Desde lo más profundo grito a ti, Yahveh: ¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas! Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh, ¿quién, Señor, resistirá? Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido. Yo espero en Yahveh, mi alma espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que los centinelas la aurora; más que los centinelas la aurora, aguarde Israel a Yahveh. Porque con Yahveh está el amor, junto a él abundancia de rescate; él rescatará a Israel de todas sus culpas.
19 MES DE ÁNIMAS ORACION PREPARATORIA ¡Oh Jesús mío dulcísimo, que eres la resurrección y la vida! Venimos a implorar de tu clemencia infinita la remisión de las penas que padecen las benditas ánimas del Purgatorio. Manda a tus ángeles, como un día lo hiciste con el Príncipe de los Apóstoles ___en virtud de la oración de los fieles___, que rompan las cadenas que las aprisionan para que vuelen a tus brazos, al descanso eterno, de la eterna luz. Puesto que la oración roba a Dios sus gracias y sus milagros, óyenos, Señor, ten piedad de los que amamos, escucha nuestras plegarias en su favor y ábreles hoy mismo las puertas del Paraíso. Amén Se hace la meditación correspondiente al día del mes. ORACIÓN FINAL ¿Quién es ese hombre que pueda afirmar que está limpio y repetirlo delante del Dios tres veces Santo, que hasta en los mismos ángeles que rodean su trono, halla manchas? ¡Ninguno! En este caso están las ánimas benditas, que en el crisol del Purgatorio se purifican hasta de la más leve mota que las afeara; pero Tú, Jesús mío, puedes atenuar la intensidad de sus penas misericordiosamente y abreviar el tiempo de su destierro. A ellas que suspiran por Ti, su Amor único, aquilatado ahora sin la envoltura del cuerpo y que se abrasan con la sed de poseerte, perdónalas, Señor. No te acuerdes, de sus miserias, y suple, con tus méritos infinitos, lo que les falta para pagar sus deudas. Acaba de limpiarlas con tu sangre redentora, para que vuelen hoy mismo al cielo en brazos de María, su Madre piadosísima y formen una corona que rodee eternamente tu Corazón de amor. Amén. Se concluye con la oración “Mírame, oh mi amado y buen Jesús” pág. y la estación con “Descansen en paz” en vez de “Gloria”.
20 DÍA 1 JESÚS PROMETE (Oración inicial página 19) “Yo soy la resurrección y la vida; y el que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá”,(Jn. 11,25-26) dijo Jesús. ¡Qué dulces palabras, tan llenas de esperanzas inmortales! Se nos muestra la verdadera Vida, la que continuaremos en el cielo si creemos en El, si vivimos con esa fe que nos asegura la inmortalidad feliz. Entonces, ¿por qué llorar a nuestros seres queridos, que murieron la fe, en el gremio de la santa Iglesia, recostados en el Corazón divino, si están vivos, si gozan de la vida sin fin? ¿Qué otra cosa es el Evangelio, sino la historia del Salvador de los hombres, de nuestro amantísimo Redentor, que amó a los suyos hasta el fin de su vida y más allá de la tumba, resucitado, y en el cielo les ama eternamente? Veamos lo que dice Jesús a sus discípulos, cuando estaban tristes hasta la desolación por su partida de este mundo. Les amaba tanto, que no sufría su pecho generoso ver su amargura. “No se turbe vuestro corazón; voy a prepararos un lugar para que ahí, donde esté Yo, estéis también vosotros”.(Jn 14,1-3) ¡Oh consoladoras palabras que curan como un bálsamo las heridas que nos causa la ausencia de los que amamos! En el cielo estaremos reunidos a su lado, en su Corazón de amigo, de hermano, de esposo; sumergidos, donde El esté, en la divinidad, con el Padre y el Espíritu Santo, en el infinito seno de Dios. Y allá, después de purificarse en el Purgatorio, irán los que lloramos, que, por ser tan amados, han dejado un vacío inmenso en nuestro corazón. Pero, ¡qué dicha! ¡Qué consoladora esperanza! ¡Qué caridad de Jesús, que nos ha concedido el inagotable tesoro de las indulgencias! Con ellas, que son sus infinitos merecimientos y los de sus santos, podemos abreviar el Purgatorio, romper las cadenas de aquella cárcel y hacer que vuelen cuanto antes al seno de Dios las almas cuya ausencia lamentamos. Ellos creyeron; y, aunque hayan muerto, vivirán en el que es la Vida y el Amor. ¿Qué nos detiene para merecerles esa corona que les espera? ¿Cómo tenemos corazón para recrearnos, y dormir, y divertirnos; y olvidamos que con un poco de sacrificio con limosnas y oraciones podemos vaciar el Purgatorio y darle gloria a Dios en esas almas puras, que eternamente le alabarán?
21 ¿Por qué, al caminar de un lugar a otro, en la calle, en los tranvías o de otra manera, en vez de perder el tiempo, no llevamos un rosario indulgenciado y lo recitamos, o por lo menos algunas jaculatorias, que como rocío las refrigeren en el fuego que las abrasa? Esta es mayor caridad que cualquiera otra acá en la tierra. Nada pueden hacer por sí mismas esas benditas ánimas; se acabó para ellas el tiempo de merecer, de lucrar para disminuir su purgatorio; y claman, con dolorosos gemidos, pidiendo un recuerdo, no de lágrimas, que se evaporan y secan sino de oraciones y buenas obras, que perduran. Avivemos nuestro celo y que no se pase siquiera un día en que no hagamos algo por las almas de nuestros parientes y amigos, por las olvidadas que jamás reciben el menor alivio y por las que estén más próximas a salir de las mansiones de tinieblas a la eterna luz de los cielos. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar el Viacrucis. DÍA 2 SI; NOS VEN Las almas que, en la plenitud del amor, están como engolfadas en Dios y como nadando en la Divinidad, pueden, sí, acordarse de esta miserable tierra y de los seres queridos que dejaron acá, porque la unión con Dios y su posesión no impiden el amor, antes lo enardecen y acrecientan y purifican el amor paternal, el filial, etc., que las ligaron con santos vínculos en el mundo. Conservan los conocimientos y afectos que tuvieron en la tierra. Como están separadas de su cuerpo, obran de una manera preternatural y conocen por medio de ideas infusas que les permiten conocer a los seres amados que dejaron en este mundo. Su caridad, avivada por el conocimiento claro de lo divino, tiende, en Dios y para darle más gloria, a servir a los demás. No mueren los afectos santos en las almas salvadas, sino que se afinan, se divinizan, para bien de los que se aman.
22 Nadie en la tierra puede estimar la caridad infinita de Dios: esto sólo se concede a las almas glorificadas en la medida de sus méritos unidos a los de Jesús; solamente Dios comprende a Dios, en el insondable abismo de sus perfecciones y de su amor. El cuerpo místico de la Iglesia no se desmiembra ni se rompe con la ausencia de sus fieles que produce la muerte. Coronado en el cielo, terminada su perfección, se llama “Iglesia triunfante”. Si no se corta la unión natural entre los cristianos del cielo y de la tierra ___es decir, el parentesco o la amistad que liga a las familias en el mundo___, sino que se diviniza, ¿cuánto menos se cortará la fraternidad espiritual, que liga eternamente a las almas glorificadas con la Iglesia y sus miembros? En el cielo todo es dicha. Allí, todos los deseos son satisfechos, porque son puros y en Dios: en ese Dios que es la plena felicidad de las almas. Como allá no puede haber imperfecciones, todo es santo en el Santo de los Santos. “Muchas moradas hay en la casa de mi Padre”, dijo Jesús: (Jn 14,1-2)de su Padre y nuestro Padre también, porque Jesús es nuestro hermano, y subió al cielo a prepararnos un lugar, y volverá para llevarnos a donde El está: El, que nos abrió el camino para entrar en la vida; El, que es la misma vida, y la resurrección, y nuestro Salvador; El, que nos ha dado su cruz en la tierra para trocarla en inmortal corona en los esplendores eternos. ¿Qué serán aquellas mansiones de paz y de ventura en el seno de la luz, de la verdad y de la dicha? “Allá dice el P. Pioger, veremos con admiración las razones secretas de tantos, sucesos generales y particulares, las maravillas de la Redención, el por qué de esas pruebas que ejercitan la paciencia del justo, depuran su alma y fortalecen sus virtudes. En la tierra no observamos más que efectos: todas las causas están veladas para nosotros; pero en el cielo veremos los efectos en sus causas, las consecuencias en sus principios, al Autor de todas las cosas. Y después de millares de siglos empleados en su contemplación, siempre encontraremos en El nuevos tesoros, inagotables goces en sus perfecciones, deleites infinitos en el conocimiento del que es Amor”. Pues ¿cuándo, Dios mío, romperás estas cadenas que nos atan al cuerpo y llevarás nuestras almas a purificarse en la manera que Tú quieras, para acercarnos a Ti, por quien siempre suspiramos?
23 Compadécete, Jesús, de las almas amantes, que padecen la cruelísima pena de estar separadas de Ti, su centro, su felicidad, su anhelo. Apaga su sed, calma su hambre de poseerte, de beber eternamente en la fuente de tu Corazón. Rocíalas, Señor, con tu sangre preciosa, que en esta vida cada día las bañaba para purificarlas. Visítalas, Madre Santa, a la que tanto amaron en la tierra, y llévales el consuelo. Que alivie sus penas el ver que los que estamos aún en este valle de lágrimas rogamos día y noche porque concluya su destierro. Ángeles de su guarda, enjugad sus lágrimas; moved a piedad los corazones empedernidos de los hombres y haced que pidan por esas cautivas que ansían la unión con el Dios a quien tanto sirvieron y amaron en la Tierra. Almas santas, que ardéis en el fuego purificante, rogad por mí, por mi familia y por mis muchas necesidades; que yo rogaré por vosotras todos los días de mi vida. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Oír varias Misas por las Ánimas. DÍA 3 LAS TRES IGLESIAS MILITANTE, TRIUNFANTE Y PURGANTE Con premisión divina, es un hecho comprobado que las almas glorificadas se han comunicado y se comunican con las del mundo. Y también de las de los condenados y de las detenidas en el Purgatorio debemos decir lo mismo. Dios suele permitirlo algunas veces, pero siempre con la mira de algún bien. La Comunión de los Santos no cesa en la Iglesia de Dios, que es Una, llámese militante, triunfante o purgante; y esta Comunión puede exteriorizarse cuando así conviene a los designios misericordiosos del Señor de vivos y muertos. Esto no es el Espiritismo, secta nefanda y anatematizada por satánica; porque, en ella, el demonio, con engañosas falsedades, trata de imitar lo santo, para seducir a las almas y separarlas de la verdadera Iglesia de Dios.
24 Los miembros de Cristo, los cristianos fieles, ni en esta vida ni en la otra se apartan del que es su cabeza, Jesucristo; ni tampoco de los demás miembros que con ellos forman su Cuerpo místico: la Iglesia. Entre unos y otros miembros subsiste para siempre la Comunión de los Santos, que están unidos por la caridad, cuya fuente es Dios. ¡Qué hermosa y admirable es esta economía de la Iglesia; la comunicación de amor fraternal que existe entre el cielo, la tierra y el purgatorio! Satanás y los hombres por él engañados, tienden a desvirtuar y torcer lo santo; pero la Iglesia está sostenida por Dios y en ella todo es admirable, sabio y santo, porque la alienta el Espíritu vivificador que todo es caridad. Sí, Dios es caridad, y todas las almas, con distintas comunicaciones de esa caridad, están en El. La Iglesia es como el corazón de Dios, en que, no sólo caben el cielo y la tierra, sino hasta el mismo infierno, que a su manera glorifica la Justicia divina, porque todo tiene ser y vida en Dios. El cielo y la tierra, el premio y el castigo, todo cuanto hay y puede haber existe por su poder creador. La Iglesia, como sus Ministros en cualquier orden jerárquico, son eternamente los mismos. En éstos, desde el Pontífice Supremo hasta el más humilde Presbítero, imprime el sacerdocio un carácter indeleble para su mayor gloria o castigo. Cierto es que con su muerte acaban sus funciones exteriores; pero las interiores ¿por qué han de acabar? No; su intercesión, por medio de la Comunión de los Santos en Dios, no cesa, sino que se purifica y crece; y vale más en la presencia de Dios la intercesión de un alma glorificada, que la de miles de ellas en la tierra. Con la muerte, sólo cesan los cargos y las responsabilidades de los Ministros del Altísimo; pero no la unión de fraternidad en un mismo cuerpo, en Jesucristo. La muerte llena de terror a los pecadores y con razón: un alma impenitente es una rama inútil y seca que se troncha y arranca del cuerpo místico a la que perteneció y en el que pudo salvarse. Más, para un cristiano verdadero y fiel, la MUERTE DEBE SER SIEMPRE DULCE, PORQUE, ADEMÁS DE OBEDECER EN ELLA LA VOLUNTAD SOBERANA DE Dios, cambia el estado terrenal de su alma y la lleva al perfecto de la beatitud en El. Se asegura en Dios sin salir de la Iglesia Única, en la que está la salvación, para subir hasta el seno de la Divinidad, al amor pleno, al sempiterno gozo de los Santos.
25 El Purgatorio, si a esa morada del dolor va al alma cristiana que concluye su carrera en este mundo, es la misma Iglesia de Jesucristo en su estado de purificación; sus moradores son también hermanos; aquél es el lugar en que se acrisola el alma para poder entrar en el cielo, allí padece, pero está salva y su mayor tormento es el ardentísimo anhelo de llegar a la posesión de Dios que ya tiene asegurada. Las almas del Purgatorio arden más en el amor que en el fuego que las acrisola. ¿Por qué temer a la muerte, sí es un premio para los que aman a Dios, que sólo desata el lazo de la vida terrena para que el alma vuele a engolfarse en Él? Amemos a Dios haciendo siempre su voluntad y perderemos el miedo a la muerte. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: rezar el santo rosario por las almas del Purgatorio Día 4 ¿Qué PIDE LA IGLESIA? ¿Qué pide la Iglesia, en las fiestas de los Santos, para nosotros? Que tengamos la dicha de vivir en sociedad con ellos: “Da nobis, in aeterna beatitudine, de eorum societate gaudere”. Estas palabras afirman la creencia de que en el cielo nos conoceremos. ¿Qué más pide? Que tengamos la dicha de verles: “Ita perpetuo laetemur aspecto”. ¡Oh! Sí; nos veremos, nos conoceremos, y tendremos la dicha de amarnos eternamente. Hay una oración en el Misal Romano, que el sacerdote puede recitar por su padre o por su madre, que dice así: “¡Oh Dios mío, que nos has mandado honrar a nuestro padre y a nuestra madre! Trata con bondad el alma de mi padre ( o de mi madre); olvida sus faltas; perdónaselas, y haz que, en el gozo de la vida eterna, tenga yo la dicha de verle ( o de verla)”. Afirma esta oración, dice Monseñor Bougaud, que un recíproco 26 amor continuará en el cielo en una forma más elevada y con mayor ternura. Y precisamente en el momento más augusto de los santos misterios, antes de consumir el sacerdote el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, es cuando la Iglesia nos hace rogar por los difuntos, como si fuera el más eficaz para conseguir la gracia solicitada. La tierra no es más que un comienzo de la vida mortal a que estamos destinados; allá arriba terminaremos lo que sólo hemos podido esbozar aquí. Nuestro entendimiento se saciara de luz y nuestro corazón de amor; y esto, no aisladamente, sino en sociedad, en familia, en el seno de la amistad. Recordemos la escena de San Agustín y Santa Mónica en la ventana de su casa de Ostia, en un éxtasis, el hijo no se olvida de la madre ni la madre del hijo; suben juntos, únanse sus manos y, comunicándose de ese modo sus emociones, redoblan su arrobamiento. “El alma, dice Mgr. Bougaud, no puede engendrarse para morir, no puede engalanarse para ir a la nada”, sino “para ver a Dios en el cielo, tierra de los vivos”.
Por eso se sacrificó el alma en la tierra, guardó la ley de Dios y amó la cruz. Por eso vivía de fe y su único gozo era cumplir la divina voluntad. Por eso sufrió sonriendo, con la mirada fija en el cielo. Por eso recibió a Jesús diariamente, para blanquearse, para llevar en su cuerpo el germen de la inmortalidad y brillar más tarde, con especial resplandor, en la gloria. Por eso, en fin, fue la hija de la Iglesia, la amó tiernamente y fielmente practicó su doctrina hasta la muerte. ¡Felices de nosotros, que estamos alistados bajo las banderas de tan amorosa Madre, la Iglesia de Cristo, su mística Esposa! Sí, hay otra vida, que es la verdadera vida y de la cual Jesús es la Vida. Sí, existe la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que es la Iglesia Romana, toda caridad, porque el Espíritu Santo es su alma, en la que viven en perpetua comunión el cielo, la tierra y el purgatorio. Sí, es un hecho la Comunión de los Santos, que consiste en la ayuda sobrenatural que se prestan todos sus miembros en razón del lazo que une las partes que componen el cuerpo místico de la Iglesia, de la cual 27 Jesús es la cabeza, el gobierno y el amor. Señor, perdónanos. Queremos, como Santa Mónica y San Agustín, tener siempre fijos los ojos en Ti y la mano en las de aquellos que amamos. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar el salmo 50 “Misericordia Dios mío” DÍA 5 SACERDOTES Además de no cesar en el cielo la fraternidad y la mística unión de los fieles en un mismo cuerpo con Jesucristo su Redentor, los Pontífices como los Sacerdotes quedan eternamente marcados CON EL SELLO INDELEBLE DE SU DIGNIDAD, DEL MISMO MODO QUE LOS Apóstoles, los Mártires y los Confesores conservan su especial jerarquía. Para los príncipes de las Iglesia y sus delegados hay una particular razón: circunda su frente una aureola, ciñe sus sienes una corona especial, que les ha puesto Jesucristo mismo, con que se distinguen del común de las almas, aun de las más santas. En la Iglesia triunfante subsisten las jerarquías de la Iglesia militante: siempre es la Iglesia. Las almas que han sido más santas que ellos en la tierra, que tuvieron mayores merecimientos, estarán más elevadas en la visión beatífica, en los grados de unión con la Santísima Trinidad que son infinitos, porque, allá, un pobre puede tener más grados de gracia, y por tanto de gloria, que un Pontífice; pero esto será en razón de los méritos personales por él conquistados en unión de Jesús; más el carácter sacerdotal en la Iglesia, ese sello particular que las Tres Divinas Personas imprimieron en las almas de los suyos,
siempre los distingue honoríficamente. La refulgencia de ese honor, de ese título sagrado, es muy especial: en el infierno mismo, para castigo, y en el cielo, para mayor glorian y premio, es imborrable ese carácter. Por él se distingue en el infierno el sacerdote; en la bienaventuranza, ese sello y los grados eclesiásticos que le sean inherentes conquistan un sitio especial y exclusivo para los que 28 en la tierra fueron Ministros de Dios. Semejante es el caso de los religiosos. Y no cabe avergonzarse allá delante de los que en la tierra fueron más perfectos, porque tampoco cabe pena en el cielo; porque, en él, todo es dicha y cada vaso estará lleno de su medida sin desear más; porque cada uno estará contento y feliz en el grado que alcanzó de unión con Dios. Aquí es el lugar de merecer, de multiplicar las gracias con el amor y con la cruz, para llegar al trono preparado y gozar eternamente de más grados de unión, de más luz sin velos, de más claro conocimiento de la Divinidad, etc. Pero allá, desde que el alma entre, es absolutamente feliz en el sitio que le cupo, sin envidiar a los más altos y sin padecer por considerar a otros más bajos. Allí todo lo nivela el amor de la caridad y todas las almas están sumergidas en ese amor, que es Dios, de más o menos quilates; pero, en Dios; porque en el cielo todo es Dios. Por esto, el que quiera conquistar más cielo debe vivir en la cruz voluntariamente; el que quiera mayores grados de gloria debe adquirirlos con virtudes, con amor de sacrificio, con negación y desposeimiento propio, con amorosa y perfecta sumisión a Dios, con unión en la tierra con el Espíritu Santo. Pero vale la pena hacerlo; y todos los martirios deberían parecer pocos a un cristiano, para lucrar la posesión del cielo, es decir, de la Divinidad, que lo constituye. En el cielo, sin embargo, los más altos se comunican con los más bajos; porque allá todo es caridad, todos son uno en Dios y con Dios. Si hay jerarquía, es porque allá todo es orden en el Orden, que es Dios; pero el amor todo lo nivela, santifica y unifica. Todas las almas se hacen uno con el Único y esa unidad constituye la más pura esencia del amor, de aquella infinita caridad cuyo fuego vino Jesús a encender en la tierra y que condensa en uno, en el Amor, todos los preceptos. La tierra debería ser un reflejo del cielo, un aprendizaje para merecer entrar en él. Pero Satanás sembró el desorden; y el hombre lo cosecha y se pierde. Esto lastima al Corazón de Jesús, todo amor; y éste busca almas víctimas, que, viviendo en la tierra una vida de cielo en unión con El, compensen en lo posible el desnivel de caridad que hay en el mundo por causa de los que ofendan con odios, envidias y venganzas, que, atizadas por la soberbia, apartan a las almas de Dios. La caridad con Dios y con el prójimo es la esencia de la Ley.
29 Que nada ni nadie nos aparte de Él, ni de día ni de noche, ni un solo instante en la vida, y quela muerte nos halle siempre amándolo. La caridad con el prójimo consiste en sufrirlo, excusarlo, ayudarle por amor, y todo por Dios y para Dios, dando la espalda a las máximas del mundo y el corazón a su Dueño. Así se evita el Purgatorio y así se alcanza el cielo. Oremos por nuestros sacerdotes difuntos. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Muchas comuniones espirituales. DIA 6 VOLVEREMOS A VERLOS Los Santos Padres enseñan y confirman la consoladora doctrina de que, en la vida eterna, volveremos a ver a nuestros muertos. Dice Tertuliano: “En la vida eterna, Dios no habrá de separar a los que unió, como no permite que se separen en esta vida terrestre. La mujer será siempre compañera de su marido, y el marido poseerá lo mejor y principal que hay en ella, el corazón. ¿No es más elevada la unión, cuanto más pura?” San Cipriano dice: “Nuestra patria es el cielo, donde nuestros padres nos han precedido. Apresurémonos, corramos a saludarlos. Somos esperados ahí por numerosas personas queridas; no desean multitud de parientes que, seguros ya de su dicha, se interesan por nuestra salvación. Vamos a verlos y a abrazarlos. ¡Ah! ¡qué gozo para ellos y para nosotros!” San Atanasio enseña: “Dios concede un gran bien en las almas justas que están en el cielo: consiste en conocerse mutuamente”. “Cualquiera que sea ese Seno de Abraham, escribió San Agustín, allí vive mi Nebridio, mi dulce amigo; no acerca ya su oído a mis labios, pero acerca los suyos a Ti, Dios mío, fuente de vida; y, eternamente feliz, apaga su sed como quiere, según la intensidad de la misma. Y no 30 obstante, no temo que se embriague ahí hasta el punto de olvidarme, puesto que en Ti bebe ¡oh Dios mío!; en Ti que no olvidas jamás”. San Ambrosio tampoco abrigaba dudas acerca de esto. “Sí, me consuelo, decía en una admirable oración por su hermano, esperando que la separación que media entre nosotros a causa de su partida no será de larga duración; y que alcanzará la gracia de llevar más pronto a ti al que te llora vivamente”. Hablando San Agustín de su madre, escribía: “Al entrar en una vida más dichosa, no es posible que se torne menos amante”. Tenía absoluta certeza y el divino fundamento de la preciosa doctrina de que un día
nos conoceremos para continuar amándonos. “Consuélate, que le volverás a ver, decía San Juan Crisóstomo a una joven viuda; vivirás en el mismo cielo, pero tan absorta en la divina contemplación, ¿no le conocerás? ¡Oh, no! Si desea volver a ver a tu esposo en el cielo, si quieres gozar de su mutua presencia, haz que brille en ti la misma pureza de vida que en él brillaba. Morarás con él, no solo cinco años como en este mundo, sino durante veinte, cien, mil, diez mil años, durante siglos sin fin. Le volverás a encontrar, no con aquella belleza corporal, sino con otro esplendor, otra belleza que dejará atrás los rayos del sol. Después de haber practicado las mismas virtudes, serás y podrás estar unida a él por siglos eternos, no mediante el vínculo del matrimonio terrestre, sino por otro lazo mejor; el primero nada más unía los cuerpos, mientras el segundo, más puro, más agradable y más santo, une el alma con el alma”. Pues bien, consolémonos nosotros, que nuestra separación no es eterna, a menos que, obstinados en la culpa, labremos nuestra perdición y voluntariamente nos separemos para siempre de los que amamos. Pero, mientras seamos hijos fieles de la Iglesia Católica y amantes de la Virgen Inmaculada, recordemos que los vínculos que nos unen con nuestros seres queridos no se romperán con la muerte. Cada tumba nos iluminará el cielo. ¡Acabar! “Estúpida palabra, decía Goethe; lo que existe, no puede acabar, sino comenzar de nuevo en una dicha sin sombras ante el trono de Dios infinito”. ¡Oh Señor! Haz que, cumpliendo tus mandamientos, nos hagamos dignos de seguir a nuestros muertos queridos y gozarte, en unión con ellos, en una dicha sin fin.
31 Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Visitar a algún enfermo. DÍA 7 EL ALMA El alma del que muere en gracia, debidamente purificada por una contrición perfecta o por el fuego del Purgatorio, es trasladada a la mansión de luz incorruptible. Esto es de fe. Aunque los ojos del cuerpo estén en el sepulcro, el alma ve, ama y lee en los corazones de los que dejó en el mundo. ¿Por qué? Porque ama, sumergida en el piélago del amor; porque reside en la inmensidad de Dios, en que todo se ve. “No podría uno figurarse, dice un autor, cuán activa y sublime queda el alma tan luego como ha sacudido el polvo corporal que la aprisionaba. En la otra vida no habrá más que Dios y el alma, porque el velo de la carne se rasga y sin celajes nos hallamos en presencia de la luz increada”. La resurrección, que a modo de la primavera vendrá a reanimar nuestros cuerpos, nos abrirá un nuevo horizonte. El alma, unida entonces al cuerpo que la ayudó a salvarse, será feliz con él eternamente. En el cielo, abismada el alma en aquel Ser esencialmente puro, eterno, poderoso, inmenso, se verá en el trono que, con sus virtudes unidas a los méritos de Jesucristo, conquistó en la tierra. En él hallará su reposo, su paz, su tranquilidad, su centro, su gloria, tu sempiterna dicha, y toda se volverá gratitud. “¡Oh Dios incomprensible y sublime, omnipotente y tiernísimo! Exclamarán las almas glorificadas; te amo, te adoro, te doy gracias por haberme arrancado de la región de las sombras. Cordero divino, que me conquistaste el cielo, ¿qué son, qué valen todas las penas de la vida comparadas con un instante solo de tu divina contemplación?” Henchida el alma de gracia santificante, consumada y perfecta, aparecerá bellísima a los ojos de todos los que la miren. Enriquecida, fortalecida y sublimada por la luz de la gloria que la transportará a la 32 visión clara e intuitiva de la Esencia divina y de todas sus infinitas perfecciones, abarcará su entendimiento todo lo que pueda apetecer, ya acerca de los ángeles y de los hombres, ya respecto a los secretos de la naturaleza y de los maravillosos planes de la Providencia. Y todo esto, sin error, que éste no cabe en la perfección de la beatitud. En fuerza de la visión que reside en su entendimiento, su voluntad se sentirá obligada, como consecuencia necesaria, al acto de amor; y rebosando amor y mirado a Dios en Sí mismo, experimentará una complacencia y un gozo indecibles; volverá también sus miradas a la tierra y, compadecida, alcanzará inmensas gracias para ella.
De la posesión que produce en el alma la visión divina, nacerá su alegría; y se gozará en la felicidad de Dios, en su eterna dicha, en verle superior a todo, infinitamente santo, perfecto, como perfecto será su gozo en el gozo de su Señor. ¿Qué haremos para merecer esa corona que nos espera? ¿Por qué temer las lágrimas y la cruz, si sufridas con amor nos la proporcionan? Tengamos ánimo y valor para soportar las contradicciones cotidianas, recordando que las almas glorificadas también tuvieron que luchar con ellas. Pidamos al cielo por las pobrecitas ánimas que en el Purgatorio se consumen esperando. Padezcamos y suframos en su favor, pensando que “ahora, sobre la cruz, y después, al cielo”. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Dar una limosna según la posibilidad de cada uno. DÍA 8 EL CUERPO EN EL CIELO Y cuando los cuerpos de los bienaventurados se reúnan con las almas en el día de la resurrección, estarán revestidos de cuatro cualidades que los colocarán en el más alto grado de excelencia de que son capaces.
33 La primera de estas cualidades es la inmortalidad, que comprende la imposibilidad, merced a la cual, si pasasen por el fuego, no serán quemados, y si por los hielos, no les hará mella el frío. “El cuerpo, dice San Pablo, se siembra en la corrupción y resucitará incorruptible.” La segunda es la claridad, que los hace más brillantes que el cristal iluminado con los rayos del sol. “Los justos brillarán como el sol en el reino del Padre celestial”, escribe san Mateo. Tienen, además la agilidad, que es la propiedad de trasladarse con increíble rapidez de una parte a otra sin trabajo ni cansancio. Tienen, por último, la sutileza, que les permite pasar a través de los cuerpos sólidos sin obstáculo, al modo como el rayo solar atraviesa el cristal. “Lo que fue sembrado como cuerpo animal, resucitará como cuerpo espiritual”, dice San Pablo. Todos los sentidos tendrán su gozo. Los ojos verán a Jesús, a María, a todos los bienaventurados, a sus familiares y las bellezas todas del Paraíso. Al oído lo embelesarán celestes armonías. El olfato tendrá satisfacción con olores más suaves que el lirio. “Estamos persuadidos de que Jesús derrama en el cielo los más suaves perfumes”. (De Eccles, Hierach, IV). El gusto tendrá deleites de suavidad indecible. El tacto se satisfará por las sensaciones de suavidad, temperatura, etc. En fin, nada habrá opuesto a los sentidos y que pueda ofenderlos. La ocupación de los bienaventurados será servir al Dios que de tantas gracias los colmó; conversarán también entre sí afectuosamente; se amarán de una manera recíproca y cordial, más de lo que una tierna 34 madre ama a sus hijos en la tierra, y se complacerán mutuamente en su dicha perdurable. En aquella mansión de delicias se trasladarán a donde más les plazca y no hallarán en su camino ni noche ni oscuridad; no verán jamás ni duelos ni lágrimas, sino que todo responderá a sus deseos, apenas concebidos y ya satisfechos. Por esta dicha, imperfectamente delineada, veremos que bien vale la pena cargar en este mundo la cruz, cualquiera que sea, con la esperanza de una eterna gloria. ¡Cuán desgraciados son lo que, teniendo que
sufrir penas y dolores que no pueden evitar, los aumentan con su resistencia! En las penitencias, enfermedades, humillaciones, pobreza, persecuciones, etc., levantemos los ojos a la Patria celestial. Vamos de paso, somos huéspedes de un día en este mundo y pronto llegará el premio eterno. ¡Qué tranquilidad derramará sobre nuestras almas esta íntima persuasión! ¡Y qué inalterable reposo, qué paz tendremos en todas las contrariedades, mortificaciones y penas de esta vida! Amar la cruz, sujetarse a la acción de Dios, y, llenos de fe, dejarse llevar de la Providencia divina: ésta es la vida de los Santos. Sólo luchando se alcanza la victoria. Recordemos siempre que somos transeúntes en este valle de lágrimas, que no es más que un puente para llegar a la eternidad. ¿Qué nos parecerán en el cielo estos momentos de prueba que acá tan largos y pesados nos parecen? Debemos, mientras estamos aquí, amar a Dios sobre todas las cosas, hacer el mayor bien posible y procurar, renunciándonos, el bien de los demás. ¿Y qué mayor bien podemos hacer que desatar las cadenas del Purgatorio y librar de aquella cárcel a las almas que en ella gimen, para que vayan a cantar la gloria de Dios eternamente en su reino? Si amamos a Dios, la mejor manera de darle gloria es enviar esas almas a glorificarlo por siglos sin fin. ¿Y cómo? Ofreciendo penitencias por sus pecados de sensualidad; mortificando este cuerpo nuestro que pronto devorarán los gusanos y que ha de resucitar glorioso. ¡Lejos de nosotros la molicie, las comodidades exageradas que acumulan fuego para el Purgatorio. Quebrantémonos el cuerpo con sus sentidos y demos siempre la primacía al espíritu; mirémosle, en cierto sentido, como a un enemigo de nuestra alma y sólo como un medio que Dios nos dio para inmolárselo a su mayor gloria.
35 Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Abstenerse hoy de diversiones profanas. DÍA 9 NOS CONOCEREMOS San Teodoro Studita, austero monje del siglo VIII, decía: “Sí, no debemos dudarlo; el hermano conocerá al hermano, el padre a sus hijos, la esposa al esposo, el amigo a su amigo. Nos conoceremos para que la morada de Dios se haga gozosa mediante un beneficio añadido a tantos otros: el de conocernos mutuamente.”. Y esto escribía una viuda: “El Dios que te ha criado, y que, en medio de tu juventud te ha unido a un hombre distinguido, sabrá ciertamente unirte a él de nuevo en el día de la resurrección. Mira, pues, su alejamiento como un viaje. Te exhorto a esto sabiendo que nuevamente has de poseer a tu marido en el día del Señor”, Santa Teresa (1) se expresa así: “Vínome un arrebatamiento del espíritu con tanto ímpetu, que no hubo poder para resistirlo. Parecíame estar metida en el cielo, y las primeras personas que allí vi fue a mi padre y a mi madre”. “Es probable que no nos volvamos a ver en este mundo como no sea escribiéndonos, decía San Francisco Xavier en carta a San Ignacio; pero en el cielo ¡ah! Nos veremos cara a cara y entonces nos abrazaremos”. El mismo Santo escribía a una señora que acababa de perder a su marido; “Dentro de poco le seguiremos al cielo, lugar de nuestro descanso. Ahí será en donde continuaremos para siempre las buenas y cristianas amistades que tan sólo hemos comenzado en este mundo. Este es el pensamiento capital que nuestros amigos difuntos exigen de nosotros”. “No nos alteremos, hija mía, dice en otra ocasión el propio Santo; pronto nos reuniremos. Caminamos sin cesar y corremos a donde se hallan nuestros difuntos. Pensemos tan sólo en ir debidamente”.
36 “Vive en paz, exhortaba San Francisco a una madre que acababa de perder a un hijo, y mantén tu corazón en el cielo. Le volverás a hallar muy pronto. Nuestra sociedad, rota por la muerte, será restaurada en el cielo”. “No, decía Fenelón a la duquesa de Beauvilliers, únicamente los sentidos y la imaginación han perdido su objeto. Aquel a quien ya no podemos ver, está más que nunca con nosotros. Le encontramos sin cesar en nuestro centro común. Allí nos ve y nos procura el verdadero socorro; conoce, mejor que nosotros, nuestros males. El, que carece ya de los suyos, pide el necesario remedio para su curación. ¡Oh! ¡Cuán real es esta sociedad íntima! Los incrédulos, que sólo se aman a sí mismos, debieran desesperarse con perder para siempre a sus amigos; más la amistad divina convierte la sociedad visible en sociedad de pura fe. Llora; pero, al llorar, se consuela con la esperanza de volver a reunirse con sus amigos en el país de la verdad y en el seno mismo”. ¿No sentimos dilatarse nuestro corazón con esta lectura? ¿No endulza la santa esperanza nuestro dolor? ¡Felices de nosotros, que somos cristianos, que tenemos fe viva, que amamos a Dios y adoramos sus disposiciones! Todos nos reunimos en el reino de este Dios todo bondad, en los brazos de Nuestro Padre que está en los cielos, que nos espera porque nos ha preparado grandes dichas y que cada día que pasamos tranquilos en el dolor añade una flor a nuestra corona. ¿A qué envió a su Divino Hijo a la tierra, si no fue para enseñarnos el camino del Paraíso? Si nos ama como a las niñas de sus ojos, ¿querrá que nos perdamos para siempre? ¿Para qué nos hizo nacer de padres cristianos y nos ha colmado de gracias sobre gracias, si no es para unirnos a El eternamente? ¿No está en el cielo la casa de nuestro Padre, nuestra rica herencia, y entre muchas moradas las nuestras y entre muchos tronos los nuestros? ¿Cuántos pedazos de nuestro corazón, padres, hermanos, hijos, amigos, nos esperan allá? Padezcamos aquí y suframos amorosamente con valor: las penas son breves y eterno el premio. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar el salmo 129 “Desde lo profundo”.
37 DÍA 10 FLORES Flores inmarcesibles son las oraciones. La Iglesia Católica ha profesado esta doctrina en todos los siglos de su existencia. Así lo han definido los Concilios, los monumentos lo atestiguan, la liturgia sagrada lo declara. Desde los primeros tiempos del cristianismo, San Antonio Abad, el padre de los anacoretas del desierto, ya pedía a Dios que le librase del fuego purificador y, compadecido en extremo de las pobres almas del Purgatorio y lleno de piedad, pedía para ellas la eterna luz. ¡Con qué solicitud se interesa la Iglesia por las benditas Ánimas! San Clemente Papa, en los comienzos del Pontificado Católico, dice: “La Iglesia no quema, como la superstición pagana, los mortales despojos del hombre, sino que los restituye a la tierra en medio de las plegarias y los cantos de su liturgia, como los restos de un templo en el cual ha habitado el Espíritu Santo, de un templo que algún día ha de levantarse de sus cenizas para brillar en la gloria”. El cuidado maternal que tiene la Iglesia por sus hijos, velando por ellos desde la cuna al sepulcro, no acaba allí; sigue amparándolo en el Purgatorio hasta que, por medio de la oración, les abre el cielo. “¡Ah! Nosotros no queremos, escribe San Ambrosio, seguir la costumbre pagana de arrojar flores sobre la tumba de nuestros hermanos, sino perfumar su espíritu con el olor de Cristo. Dejemos que otros arrojen lirios a manos llenas sobre las fosas de los muertos; en cuanto a nosotros, nuestro Lirio es Cristo”. ¡Qué cierto es, que la oración y no las flores naturales es lo que perdura! Ese es el misterioso perfume que la Iglesia ha derramado y derrama siempre sobre las tumbas de sus hijos. ¿Y qué pide esa madre piadosa para ellos? Para las pobres almas que han dejado el laborioso campo de la prueba terrena, cansadas y llenas de fatiga, pide el descanso; para aquellos ojos que no pueden ver ya la pálida luz de este mundo, pide los brillantes resplandores de la luz de Dios. Rebosando ternura dice la Iglesia a Dios: “Este hijo mío es también, y más aún, hijo tuyo; es obra de tus manos: ha creído, ha esperado, ha amado y ha buscado en Ti la justificación en los méritos de Cristo. Ahora Tú no abandones la obra de tu poder, no confundas sus esperanzas, no le apartes de tu presencia; borra sus pecados con tu misericordia”. Igualmente implora la piedad divina para el rico que para el pobre; a 38 todos nos insta a rogar por nuestros hermanos. “Santo y saludable, nos dice con la Escritura, es el pensamiento de rogar por los difuntos para que sean libres de sus penas”. Roguemos, pues, e imploremos para ellos la luz, el refrigerio y la paz.
Roguemos, no sólo con los labios o con impulsos del corazón puramente humanos, sino con plegarias que broten de un alma purificada por la gracia, con obras de misericordia, con limosnas y Misas. Y mientras el mundo se afana en cubrir con flores, mármoles y bronces los sepulcros, nosotros, cristianos, envolvamos estas almas con las místicas rosas de los sufragios, que pondremos siempre en manos de María, la Reina de toda consolación, la Madre de misericordia, la Puerta del cielo. ¡Que dicha es pertenecer a la Iglesia, Madre amorosa, que jamás ha de abandonarnos si le somos fieles! Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Enseñar la doctrina cristiana a los niños y criados. DÍA 11 CONSEJOS PARA EVITAR EL PULGATORIO Levantemos nuestros corazones de todo lo humano a las cosas celestiales; que nuestra vida sea divina y alejémonos de lo terreno que pueda mancharnos. “¡Y mancha tan fácilmente la tierra…!” Nos dicen, gimiendo, las almas del Purgatorio. No humanicemos lo santo, que mucho cuesta en la otra vida, la purificación de todo lo que no sea Dios. Arrojémonos, pues, sin miedo, al dolor, a la cruz en todas sus formas, bendiciéndolo siempre; porque no sabe el mundo lo que vale el sufrimiento llevado con fe y caridad. Alcemos nuestro vuelo y vivamos desde la tierra con pensamientos y deseos celestiales, como escribió San Pablo. Dejemos muy abajo las máximas del mundo, divinicemos nuestra vida en Dios, sobrenaturalicemos nuestros actos y conservemos el alma siempre pura. Vivamos de fe respiremos la atmósfera del amor en el sacrificio, con una existencia verdaderamente cristiana, armados en deseos y miras celestiales, sin descuidar sin embargo, los deberes de nuestro estado.
39 Ocupémonos en Dios, en su gloria, en la perfecta imitación de María que, en su prolongada soledad, sólo pensó en honrar a Dios y se unió más y más a Él con adhesión absoluta a su voluntad, sin dejar de suspirar por el cielo. Tribulaciones, amarguras, luchas, ¡qué pesan, si con ellas alcanzamos gracias, es decir, tesoros para la eternidad? Dejemos a Dios hacer y deshacer, que todo lo ordena para nuestro bien. Subamos al Calvario, a los sufrimientos de amor que purifican. Todo pasa; y debemos aprovechar el tiempo y corresponder a los designios de Dios, para que no queden truncos, por nuestra culpa, sus planes divinos. ¡Todo en Jesús! ¡Todo para Jesús! Deseos, latidos, cariños, intenciones: todo vaya al Foco del amor, del que parte todo bien en el cielo y en la tierra. No deseemos el cielo sólo por ver a los nuestros; no anhelemos la patria sólo por descansar, no: esto sería imperfecto. ¡Fuera de nuestro corazón el egoísmo, hasta en lo que creamos más santo! Dios es el único y eterno Bien, porque es el Santo de los santos, el Foco infinito de las almas bienaventuradas hechas Uno con él. Conservemos y tengamos puro el corazón y hagamos a menudo actos de contrición y de amor, que “no sabemos ni el día ni la hora”; y siempre que recibamos alguna humillación o dolor, no lo rehusemos, antes bien, volvámonos a Dios y bendigámosle con estas palabras “¡Gracias, Dios mío, gracias!” Así atesoraremos perlas para el cielo. “¿Quién merecerá entrar en la compañía de los santos y subir hasta el monte de Dios?”, se preguntaba el real Profeta; y él mismo se contestó: “él que tiene las manos inocentes y el corazón limpio”. Cierto es que al pecador que se arrepiente se le perdona la culpa y la pena eterna, pero la pena temporal, que exige una expiación proporcionada a la gravedad de la falta, tiene que pagarse en esta vida o en el Purgatorio “ a fin de que se cumpla toda justicia”. Pues, si queremos evitarnos el Purgatorio (o, a lo menos, la intensidad y la duración de sus penas), practiquemos los anteriores consejos con fidelidad y con amor. ¡Cómo, a la hora de nuestra muerte, nos servirá de grandísimo consuelo el haberlos seguido trabajando contra nuestra propia sensualidad y nuestros gustos humanos! ¡Manos a la obra! ¡Y Dios nos ayudará! Con María y por María emprendamos, desde este instante, una vida pura y abnegada; 40 ofrezcamos todas nuestras obras satisfactorias a favor de las almas que nos han precedido a la eternidad y nunca las olvidemos.
Pidamos constantemente a Jesús que, como a Lázaro, diga ya a las almas queridas que padecen: “Salid fuera de esta triste cárcel; venid a Mí todos los que padecéis; venid a cantar al lado de mi Madre y con mis elegidos, eternamente, mis alabanzas.” Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Repetir muchas jaculatorias indulgenciadas. Día 12 ¡HERMOSA COMPAÑÍA! “veré a Dios en la tierra de los vivos”. ¡Qué será ver a Dios cara a cara? ¡Lo hemos reflexionado detenidamente? Si el cielo, lugar de sempiternas dichas es hermoso, es porque esta indecible hermosura la forma la Divinidad con su presencia, con las irradiaciones de su amor, que atraen a Sí a los bienaventurados y los impregnan de su esencia purísima. Infinitas son las distancias por decirlo así que los bienaventurados, sumergidos en un piélago de delicias sin nombre humano, tienen que recorrer entre cada Persona de la Trinidad Santísima, sin salir de la Divinidad, se deleitan eternamente en sus inefables atributos, y descubren sin cesar nuevas bellezas y bondades. Dios es Santo, tres veces Santo en la Trinidad Beatísima. Es santo por Ser mismo, santísimo en su esencia. Si me es permitido decirlo, diré que una sola chispita brotada de ese volcán eterno de amor, enciende las hogueras que abrasan por toda la eternidad los corazones de los santos bienaventurados. Esta chispita de divino fuego incendiaría mil y mil mundos: y un solo rayo de luz divina iluminaría más que miles de soles. Si una criatura recibiera el golpe de gracias de aquella potencia infinita, se aniquilaría. Por esto a las almas del Purgatorio se las infunde una clase de fuerza superior al salir de aquella mansión de 41 tormentos, que las haga capaces de resistir el torrente de luces de goces y delicias que les esperen en el cielo frente a la visión beatífica. Infundirse en las almas para inundarlas con su amor infinito, es el deseo de Dios. Su mismo Ser, de caridad fecundísima, lo impele a buscar almas en donde derramar, en abundancia su amor, para ser más y más amado de ellas. El es el centro de atracción poderosa en que gira el cielo; es el mar en que sumergen las almas; es un raudal salido de madre, y busca a quien ahogar en sus infinitas perfecciones. ¡Oh! ¡Cómo quedaremos absortos en el cielo, en la unidad de la Trinidad! ¡Cómo reconoceremos también a Jesucristo con sus llagas como soles, deslumbrante de belleza; y en El descubriremos hermosísimos encantos jamás imaginados! ¡Cómo entenderemos todos los secretos de su Corazón divino y los favores que le debemos, que El con humildad sin límites nos ha ocultado en la tierra! ¿Y María? La purísima Virgen, la Reina del cielo, nuestra Madre amantísima, ¿qué nos dirá? ¡Cómo nos embelesarán sus caricias y sus ternuras! ¡Con qué amor nos mostrará las guirnaldas de rosas que le
tejimos en el mundo al rezar su rosario! ¿Y a San José? ¿Cuánto gozaremos de verlo en tan alta gloria? ¿Y los santos Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores y Vírgenes? Con sus especiales refulgencias serán nuestro asombro. Conoceremos a los Ángeles de nuestra guarda, fieles amigos y celestiales confidentes de nuestra vida; y con ellos a San Miguel, Príncipe el más noble, que tantas veces nos libró del demonio; a San Gabriel, mensajero de la Encarnación del Divino Verbo en María; a San Rafael, el que tantos bienes trajo a la tierra; a los Principados, que participaron de la autoridad de Dios; a las Potestades, con poder absoluto sobre los demonios; a las Virtudes, que con fortaleza y poder regulan el movimiento de los cielos; a las Dominaciones que adoran el dominio de Dios sobre todas las cosas: a los Tronos, en que reposa la Majestad infinita de Dios; a los Querubines, que del manantial de la Divinidad sacan la plenitud de su ciencia para derramarla, llenos de luz, con el fin de extender su imperio; a los Serafines, cuyo nombre tiene origen en el divino fuego que los abrasa. ¡Oh Dios mío! ¿Qué será el cielo en compañía de los millones de ángeles, santos y almas glorificadas?
42 Pues bien, ya a las almas de los que nos han dejado un inmenso vacío en el corazón, les falta sólo un sufragio quizás: una Misa, un perdón a nuestros enemigos, una limosna, pagar sus deudas; en fin sólo un esfuerzo de nuestra voluntad, para que, como exhalaciones, vuelen a gozar de Dios y de su Corte de almas bienaventuradas. Abrámosle el cielo hoy mismo. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar una “Coronita” a la Santísima Virgen de Guadalupe(tres ave maria y gloria). Día 13 NOS DICEN… Oigamos ¡oh, sí! A las almas de los que amamos, tan caras a nuestro corazón, y a las que ya hemos librado de la cárcel del Purgatorio. Nos dice… “¡Oh! No llores por mí; enjuga tus lágrimas porque soy feliz con una dicha, con una ventura, que a nada de la tierra se puede comparar”. “Para siempre me he librado de los dolores, de las calumnias, de la pobreza y de tantas otras penalidades”. “Dejé este valle de lágrimas y vivo la verdadera vida, sin que ningún mal de los que pesan sobre los hombres pueda alcanzarme ya. ¿Y todavía me compadeces?” “Yo me veo inalterable y pura como un rayo de luz, y tú me diriges tus recuerdos a la noche de la vida. ¡Oh, si vieran tus ojos lo que yo veo; si tus oídos, como los míos, se deleitarán con las celestes armonías, si tu alma sintiera, como la mía, estos arrobamientos de Dios, dulzura de mil luchas?” “Sonríe al verme feliz; pero mira que soy dichosa porque supe sufrir, porque guardé los mandamientos divinos y preferí siempre morir antes que ofender a Dios”.
43 “Siempre, adorándola, me conformé con la voluntad divina aunque ella me martirizara y amé la cruz en todas sus formas. Nunca busqué mi propio gusto, sino el de los demás”. “Siempre tendí mi mano al pobre necesitado”. “Guardé mi lengua de la murmuración, recordando que, con la Eucaristía, se mojaba diariamente en la Sangre de Cristo”. “Siempre pisoteé los deleites y busqué el ocultamiento y la humillación”. “Sobre todo, nunca busqué los consuelos para mí, sino que procuré con todas mis fuerzas consolar: primero, al Corazón divino; y después, a todos los que me rodeaban, por amor de Dios solamente”. “Me acogí a María para ser pura; y amé al Espíritu Santo y formé para Él un nido en mi Corazón, con todo el ardor de que era capaz. “Extendí, cuanto pude, la gloria de Dios; y procuré tener siempre a mi lado otra alma a la que hacer el bien, sin esperar recompensa en este mundo”. “Por eso estoy aquí. Llené cumplidamente mi carrera; y, al morir, pude exclamar: “Todo está consumado”. “Acabé de purificarme en el Purgatorio, porque, ante la infinita Pureza, hasta los níveos ángeles parecen manchados”. “Y aquí, pidiendo por ti, te espero, extasiada en la hermosura de Dios”. “En este manantial de belleza, del que emana lo que en la tierra es grato, veo, gusto, oigo, toco inmediatamente lo que en el mundo no podía sentir sino de manera imperfectísima por lo débil de mis facultades”. “¡Ah! ¿Qué lengua podría describir ese manantial de eterna luz en que ya habito para siempre? “Pero oye y atiende: millares son las almas que dejé en aquel terrible lugar de expiación, del que me libré por la Misericordia divina. Si me amas, ruega por ellas siempre, de día y de noche; ofrece sufragios por su rescate. No las olvides, por piedad, que todos somos hijos de un mismo Padre y de María, la reina de todos los corazones”. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén
44 Práctica: Visitar al Santísimo Sacramento. DÍA 14 ¿QUÉ SOMOS? ¿Qué somos, sino un poco de lodo? Se puede preguntar a un esqueleto: “¿Dónde está el hombre?” Y un poco más tarde diremos: “¿Dónde está el esqueleto?” ¡Oh humana miseria! La vida tiene muchos aspectos; pero la muerte no tiene más que uno: todos los muertos se asemejan entre sí. ¿Qué venimos a ser, respecto de este mundo, cuando morimos? No queda de nosotros más que un sueño; y este sueño viene a reducirse a nada en la mente y en el corazón hasta de los que ahora nos aman. ¡Dónde están hoy tantos seres, dignos de nuestro cariño, que existían hace diez, veinte, cincuenta años? El hombre que muere, desaparece. Se puede perpetuar su nombre en mármoles y bronces; pero aun esto concluye al fin. Este cuerpo, que con tanta solicitud mimamos, en el que nos complacemos y lo preferimos al espíritu, será sacado de nuestra casa, como un objeto de horror y de infección, para ir a consumirse, en gusanos y podredumbre, se verá convertido primero en huesos, y luego, confundido con la misma tierra, se reducirá a un poco de polvo, que, en la sucesión de los siglos, disipará el viento. El santo Job dice: “El hombre huye como sombra y no halla la verdad sino sólo en Dios”. Salomón, después de haber gustado todos los placeres, confesaba que, “fuera de amor a Dios y servirle, todo es vanidad, y aflicción de espíritu”. ¡Cuántos hombres se agitan, mueren y pasan sin haber conocido la dicha que buscaban! ¿Y cuál es el bien a que secretamente aspiran? El descanso y la paz. Pues el descanso únicamente está en Dios; y la paz no la da el mundo. La paz tiene por cimiento una conciencia pura y el abandono a la voluntad de Dios. Es una locura no aprovechar esta vida efímera y pasajera para asegurarme el cielo. Por tanto, hay que morir al mundo y a sí mismo, para vivir en Dios. “Hay que amar a toda costa, como dice San Francisco de Borja, a un Señor que no pueda morir”. La muerte a todos iguala, a ricos y pobres; a héroes y cobardes; a reyes y plebeyos. Todos los corazones que palpitaban ayer en distintas emociones, han dejado de latir, y pronto serán polvo; y sin embargo, esa 45 carne, que paga tributo a la tierra, está destinada a resucitar gloriosa para recibir un gran premio según sus méritos. ¡Ay de ella, si resucita a vida de inmortal reprobación! Efectivamente, el hombre no es sólo alma. Sino un compuesto de alma y cuerpo. Al cuerpo se le unge para que sea consagrada el alma; al cuerpo se le cubre con la imposición de las manos para que el alma sea iluminada por el Espíritu Santo. El cuerpo se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús para que el alma se sacie de la substancia de Dios. El cuerpo soporta, en bien del alma, los ayunos, las abstinencias y la mortificación de los sentidos. Los mártires, que combatieron a favor de la fe, encadenado y
torturados en las cárceles y con sus cuerpos destrozados en los anfiteatros, ¿no habían de merecer recompensa? Dios es justo. Si somos puros, si nos sacrificamos por su gloria, el cuerpo y el alma serán eternamente felices; y si tenemos que bajar al sepulcro y hacernos cenizas, es para que nos humillemos, y, por el camino de la humildad, subamos al cielo. Y en aquella mansión permanente, en que se hallan reunidas todas las condiciones de la felicidad, al lado de María, la Virgen Inmaculada, nos reuniremos con los que tan tiernamente amamos en la vida mortal. ¡Qué raudales de consuelos son éstos para nuestros pechos lacerados con su ausencia! ¡Oh almas queridas, padres, hijos, esposos, hermanos, que nos esperáis! Pronto nos juntaremos con vosotros y entonces acudid a recibirnos en los umbrales de la eternidad. Ahora, nuestros sufragios os abrirán la gloria; mañana esteremos todos reunidos en el infinito seno de Dios, no hechos polvo, sino glorificados eternamente. Así sea. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar el Oficio Parvo. DÍA 15 GRACIAS Todos los méritos de las almas buenas, unidas a los de Jesús (que son de valor infinito), forman el tesoro de indulgencias de que la Iglesia es depositaria y administradora. De este tesoro se toman las gracias que se aplican a las almas del Purgatorio para beneficio suyo.
46 El alma que más ama y que mejor sufre, que une sus padecimientos a los de Jesús en la tierra, es la que mayores gracias alcanza en el cielo. Estos tesoros no se desperdician, porque lo que lleva el sello de lo infinito jamás fenece; y este sello será impreso en cada obra buena, en cada dolor sufrido amorosamente en unión de Jesús, que es lo que avalora los actos de la criatura y le da vida sobrenatural. Todas las cosas que se hacen humanamente, sin fines sobrenaturales, sin unirlas a los méritos de Jesús, son nulas para el cielo; pero la obra más pequeña, que se ofrece en unión con las suyas, tiene un valor infinito, impetratorio y expiatorio; y por esto alivia las penas de las almas del Purgatorio. Las almas que en la tierra más se unieron con Jesús por la pureza, por el sacrificio, por el amor, son las que más gracias reciben, no sólo en el cielo, sino también en la tierra, antes de partir a su verdadera Patria. ¿Qué objeto tienen las canonizaciones de los Santos? El que Dios permita que los Santos manifiesten su poder de intercesión y sus virtudes para su propia gloria divina, en la glorificación de aquellas almas que fueron suyas y que de El dieron testimonio. Llegar a los altares depende de su voluntad divina, pero es evidente que tienen más acceso en el Corazón de Dios, a favor de otras almas, los que mayores méritos y amor atesoraron en la tierra. La oración en común siempre es fructuosa, unida a los méritos de Jesús. Los mismos méritos de María considerándolos como de pura criatura, no tendrían valor sobrenatural para el cielo: pero en todas las acciones de la Madre de Dios y de los hombres rebosaba el mérito de la fe y del amor, con la más grande pureza de intención y de acción que nunca ha existido. Después de la muerte permanecen íntegros los méritos de las almas que unieron sus buenas obras a Jesús: no pasa lo que con las monedas, que, si se dan, se agotan. Esos méritos no se consumen ni se pierden, sino que subsisten íntegros por razón de su procedencia inmortal. De suerte, que los méritos de los Santos, satisfaciendo, implorando y glorificando, alcanzan siempre gracias aunque concedan muchas, aunque los años pasen. El mismo poder ___ adquiriendo con sus méritos en unión de los de Jesús ___ tienen ahora que dentro de un siglo; porque participan de la infinidad de Dios, y, a los divinos ojos, siempre son los mismos. Tanto vale la gracia aprovechada en la práctica de las virtudes, que engendran méritos eternos a favor del alma que la aprovecha, como a favor del alma que, por esos méritos, recibe favores.
47 Una gracia trae otras mil; y por eso es tan delicado como lamentable desperdiciarlas, rompiendo una cadena, una red, que a tantos podía beneficiar. Pues bien, no perdamos ni una sola gracia, que es la vida, porque procede, en su origen, del Espíritu Santo. ¡Cuántas almas lloran en estos momentos, en el Purgatorio, por haber desperdiciado las gracias y dejado perder esas perlas que eternamente las privarán de gozar de un acercamiento más inmediato a Dios, en un rayo más de luz! Como no sabemos apreciar debidamente lo que vale una sola gracia, no estimamos su valor, ni la gloria que nos robamos al desperdiciarla. ¡Oh! ¡Cuán deficientes son nuestros actos! ¡Y cuán mezquino es nuestro amor! Perdónanos, Señor; y perdona a las benditas almas que dejaron pasar tus gracias sin aprovecharlas. Compadécete de sus gemidos y abre para ellos tus entrañas de misericordia. Eres Padre y mil veces madre. Da valor, Dios mío, a mis pobres ruegos. Toma hoy en tus benditas manos la sangre preciosa de tu Corazón y rocía con ella a las almas que en aquel centro se están purgando y suspiran anhelantes por su posesión. ¡Cuántos años hace, quizá, que no humedece de sus labios aquel Licor suavísimo! Y ¡qué mayor pureza pudieran adquirir, si con El las abrillantas para que brillen en tu cielo! ¡Oh María, María, Madre compasiva y misericordiosa! Lleva hoy mismo a esas benditas hijas tuyas a gozar de la perpetua luz. Amén. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Abstengámonos, con espíritu de penitencia, de algún alimento o golosina. DÍA 16 SED “Nuestro corazón siempre estará inquieto hasta que repose en Dios”, dice San Agustín. Ciertamente: el alma siempre tiene deseos renacientes, sin hallar en las cosas sensibles lo que le falta. ¡Cuántas veces en el mismo goce se encuentra con el desencanto, con una alegría 48 superficial que le produce un vacío, un malestar, que la hace padecer! Y es porque el alma, que nació inmortal, busca lo infinito; y sólo se satisface con el amor. Como aspira a lo bueno, ama por instinto, y no vive sino de amor. ¡Oh, si el amor es su elemento; y sólo en él halla reposo, vida y felicidad. Los bienes de la tierra y todo lo que puramente es material, lejos de llenar sus aspiraciones, de calmar de su sed y sus afanes, la asfixian, la ahogan; y siempre gime y anhela la verdadera dicha. Y esto, con toda certeza, ha sido un favor de Dios; porque, ya que es necesario morir, ha puesto más allá de la tumba un encanto que nos atraiga; una dicha perdurable que disminuya ___como, sin duda lo hace___ nuestro horror a la muerta; una esperanza.
Sólo en el cielo satisfaremos esa sed, que, afortunadamente, nos atormenta para despegarnos de lo terreno y hacemos aspirar a todo cuanto un Dios, infinito en bondad y en poder, ha preparado para recompensar a las almas que le son fieles. Y aquí está el punto de ser fieles a Dios ¿Cómo? Guardemos sus preceptos; vivamos de su vida, siempre dóciles a su voluntad; y, conformes con esa voluntad divina, adorémosla en todas las situaciones de la vida por amargas que sean. Esto es fidelidad: es el amor práctico porque es el amor de obras; pues nada glorifica más a Dios que un alma que, siempre tranquila en sus penas, sólo busca la manera de darle gloria y siempre le dice: “¡Gracias, Dios mío!” El agua que apaga la sed del alma que de veras ama a Dios, el alimento que la sostiene, es hacer siempre su voluntad; y no se siente feliz si no la acata y la bendice. Ningún objeto finito la satisface y, a ejemplo de Jesús, siempre dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Sólo así apaga esa sed devoradora, insaciable y siempre creciente, que la consume en medio de las cosas de la tierra. Si, pues, el alma sólo puede vivir y ser feliz con lo infinito; si sólo lo infinito puede satisfacerla; luego es inmortal y fue creada para el cielo. ¿Qué sentirán, por tanto, las benditas almas del Purgatorio que han dejado la crisálida del cuerpo y que, con más violencia que la piedra se precipita a su centro de gravedad, ansían ellas sumergirse en Dios? ¿Qué dolor tan incomprensible, en la tierra, será el de esas almas abrasadas por la sed de Dios, atormentadas por la pena de daño que las martiriza atrocísimamente? ¡Oh! Si tenemos corazón, apresuremos su ventura y mitiguemos su sed con nuestros sufragios y saquémoslas de las ardientes llamas en que se abrasan, para que se aneguen en la Fuente de aguas vivas, que es Dios, por toda la eternidad.
49 Roguemos a las Santísima Virgen que las visite, las consuele y las acaricie en nuestro nombre. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar devotamente el Magníficat (Lc 1,46-55) DÍA 17 MUERTE “Polvo eres, y en polvo te has de convertir” , nos dice cada año nuestra Madre la Santa Iglesia; y cada día, en rededor nuestro, vemos cumplirse esta sentencia, pronunciada por el mismo Dios contra el linaje humano, sin preocuparnos, sin pensar que la muerte viene, a la hora que menos lo pensemos, a sorprendernos como un ladrón. La enfermedad, el agua, el aire, el fuego, el hierro, una desgracia cualquiera, son los verdugos del género humano. Y ¡qué tranquilos nos dormimos sin saber si despertarnos todavía en esta vida! El ocio, las diversiones, los negocios nos roban el tiempo que ya no vuelve; y Dios, que nos espera, dijo: “Te juzgaré según tus caminos”. ¿Cuáles han sido estos “caminos nuestros” hasta ahora? Sin exagerar, entremos hoy seriamente en nosotros mismos, y pensemos: 1.__Las obras malas que hemos hecho. 2.__Las obras buenas que hemos hecho, pero… ¡con qué intenciones! 3.__Las obras buenas que hemos dejado de hacer. ¡Cuántas falacias, que engañan a los hombres; pero no a Dios! Insubordinados, rebeldes, orgullosos, sensuales, independientes…¡santo Dios! ¡Cuántas veces tratamos no de ser buenos, sino sólo de parecerlo! Y la muerte ha de llegar más pronto de lo que nos figuramos. Y en este viaje inevitable, desde aquí hasta la eternidad ¿con qué fondos contamos? ¿Cuáles hemos depositado en el cielo? ¿Qué nos podemos llevar aquí? ¿Quién nos acompañará? ¡Nadie! Nosotros solos, con nuestras obras, tenemos que dar este paso. ¿Cómo será mi muerte, con este semillero de pecados, defectos, desórdenes, causados por mis vicios, que no trato seriamente de combatir?
50 ¡Cuántas almas del Purgatorio gimen y se lamentan, entre llamas devoradoras, de no haber tenido cuenta en la tierra, con sus exámenes de conciencia, de validez de sus tantas confesiones nulas por falta de disposición, es decir, examen, dolor, propósito, etc.! ¡Con qué amargura recordarán las comuniones tibias y sin preparación! ¡Cómo llorarán los pecados veniales que se tragaban como agua! Y las misas oídas sin devoción, las violencias no reprimidas, las falta de caridad ___ ¡innumerables!___, la indolencia para ganar los jubileos e indulgencias, el poco amor al Santísimo Sacramento, su frialdad para con los que padecían, su dureza con los criados, su sacrificio y abnegación, __ ¡tan pocos!__, sus comodidades y molicie, su ninguna mortificación, su poca compasión con los necesitados, su pereza para rezar el rosario, su avaricia para con los pobres, su envidia para con los que veían alabados, etc. El catálogo es interminable. ¡Qué mundo de miserias fue acumulando combustible para su Purgatorio! ¡Pobre almas! ¡Y pobres nosotros si las imitamos, si no cambiamos nuestra lánguida piedad por una vida laboriosa, de sacrificio y de caridad, si no sacudimos y desterramos nuestra pereza en bien de otros! Seamos apóstoles primeramente en nuestra casa, enseñando la doctrina cristiana a niños y criados, y sacrifiquémonos vigilando sus almas. Tengamos un reglamento de vida según nuestras circunstancias, y sigámoslo. Amemos mucho a María e inscribámonos en alguna Asociación que la tenga por Patrona. Si nuestro director nos lo permite, hagamos una confesión general; y acostumbrémonos a hacer a menudo muchos actos de amor y de contrición, que es lo que bloquea el alma. Esos actos, ofrezcámoslos por las almas benditas que tuvieron los mismos defectos que nosotros; pues que, si por un momento nos fuera dado verlas, quedaríamos traspasados de pena y con el propósito de enmendarnos. Perdónanos, Señor, y da a ellas el descanso eterno. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar “El Sudario”.
51 DÍA 18 ¿POR QUE TEMER? Con el sueño de la muerte cesan para siempre los dolores, las tristezas, los temores de esta vida; y el hombre justo, que comprende la inmortalidad de su alma, se siente fortalecido con el recuerdo de la inocencia de su vida; opone a la muerte la serenidad de su alma, su gran paciencia, su absoluto abandono a la divina voluntad. ¿Y por qué? Porque sabe que, aunque desaparezca de este mundo, no muere sino para resucitar y engalanarse con una primavera eterna. ¿Por qué temer la muerte, si nos lleva a la verdadera vida? “Si se predica a Cristo como resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de vosotros andáis diciendo que no hay resurrección de los muertos?”, decía san Pablo. Felices nosotros, cristianos, que tenemos la resurrección de Jesús, como base y fundamento de nuestra religión. “Cristo resucitado, continúa San Pablo, ha venido a ser como las primicias de los difuntos; porque, así como por un hombre vino la muerte al mundo, también por un hombre debe venir la resurrección de los muertos; y así como en Adán mueren todos, así en Cristo todos son vivificados”. “No os entristezcáis del modo que suelen hacerlo los demás hombres, dice también el mismo Apóstol, que no tienen esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, también debemos creer que Dios resucitará y llevará con Jesús, a la gloria, a los que hayan muerto en la fe y el amor de Jesús”. “Consolaos, pues, los unos a los otros con estas verdades; no os aflijáis por la muerte de vuestros prójimos, muerte que debe ir seguida de tan gloriosa resurrección”. “El cuerpo. A manera de semilla, se siembra en la tierra en estado de corrupción, y resucitará incorruptible; se siembra en la ignominia, y resucitará en la gloria; se siembra en la debilidad, y resucitará en el poder; se siembra un cuerpo animal, y resucitará un cuerpo espiritual”. “El primer hombre es el terrestre, formado de tierra: Adán; y el segundo es el espiritual, que ha venido del cielo: Jesús”. ¡Oh! ¡Qué hermosa doctrina! Pero, en lo que debemos fijarnos con atención es en lo siguiente por lo mucho que nos va: todos verdaderamente resucitaremos; más no todos seremos mudados en hombres celestiales como Jesucristo. Tan sólo los elegidos gozarán esa ventaja; y para los otros servirá la resurrección sino para ponerlos en 52 estado de llevar al fuego eterno el cuerpo de pecado y la corrupción de Adán. Aquí está el punto para nosotros: en ese “no todos”. Pues, para que no entremos en el número de los réprobos, vivamos como si todos los días hubiéramos de morir, “que el que piensa en la muerte no peca”. Puestas nuestras miras en lo infinito, suframos todas las penas que la divina voluntad nos someta;
tengamos siempre el alma pura y el cuerpo crucificado; amemos a Dios con todo el corazón, el alma, las fuerzas y la vida, y probémosle nuestro amor con obras; hagamos siempre el bien con la mirada fija en el cielo; copiemos en nuestras almas y en nuestros cuerpos a Jesús y veamos en María todo lo que podemos desear. ¡Dichoso, si a la hora que Dios nos llame, morimos por su santa gloria! Las almas del Purgatorio irán indefectiblemente al cielo; pero saquémoslas pronto de su aflicción, y, algún día, todos seremos felices para siempre. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Un acto de desagravio a la Virgen de Guadalupe. Día 19 RESURRECCIÓN ¡Cuán desgraciados han de ser los incrédulos, que piensan que con la muerte acaba todo! Nosotros, cristianos, respetamos los restos de nuestros muertos porque una voz secreta nos dice que no todo se ha extinguido en ellos; que su sueño no es muy duradero, porque la muerte no es, en ellos, más que el preludio de una transfiguración gloriosa; y que resucitarán un día, y nuestros ojos de carne los volverán a ver. Los lazos de la familia, de la amistad, rotos en este mundo por la muerte, se reanudarán, un día feliz, en la eternidad; y todo lo que aquí en la tierra hemos amado, podremos amarlo todavía y con mayor perfección. Nuestro divino Salvador, que “es la Resurrección y la Vida”, dijo a San Pedro en una ocasión solemne: “A donde Yo voy, tú no puedes seguirme ahora; pero luego me seguirás”.(Jn13,36) ¿Se puede pedir mayor claridad a esta doctrina consoladora? Sí; todos los que vivimos según Cristo (es decir, guardando su ley, siguiendo sus huellas), resucitaremos con Cristo.
53 “Creo en la resurrección de la carne” repetimos siempre en el Símbolo de los Apóstoles. Y añadimos: “Cristo resucitó de entre los muertos; subió a los cielos; está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”; es decir, así a los que murieron en gracia, como a los que fallecieron en pecado. “A la venida de Cristo deben resucitar todos los hombres con sus propios cuerpos; cada cual dará cuenta de sus obras; y aquellos que hubieren obrado bien; entrarán en la vida eterna, y los que hubieren obrado mal, al fuego eterno”. Tal es la doctrina católica; y “todo aquel que no lo creyere con fe firme e inquebrantable, no puede salvarse”, dice san Atanasio. Pero nosotros, por la divina Misericordia, no estamos en este caso, Creemos, tenemos fe viva, sí, que se traduce en obras de misericordia de todo género, en guardar los mandamientos, el común de los fieles, y los consejeros evangélicos, los religiosos. Tenemos la dicha de creer en la visión del Profeta Ezequiel, que dio testimonio de la resurrección. Aquella visión es la más expresiva imagen de la resurrección de los muertos. Habiéndole puesto Dios en un inmenso campo de huesos áridos, profetizó sobre ellos infundiéndoles espíritu; y, oyéndose un gran ruido, los muertos resucitaron.(Ez.37,4-10) El profeta Daniel dijo que “los que dormían en el polvo, despertarían”. Así se expresó el profeta Isaías anunciando la resurrección: “Se levantarán los muertos, y resucitarán los que yacen en la tumba; despertaos y dad gracias vosotros, los que permanecéis en el sepulcro”. Y nuestro mismo cariño ¿no nos grita acaso, desde el fondo del corazón, con viva certeza, que volveremos a estrechar en nuestros brazos, algún día, a los seres amados que hemos perdido? El grano de trigo, para producir, necesita germinar debajo de la tierra. Es verdad; y por eso, victoriosos y revestidos de gloria, volveremos a ver esos cuerpos, oiremos su voz nuevamente, acariciaremos sus frentes y en un latido unísono de nuestros corazones amaremos al Dios de las bondades eternamente. Entre tanto, saquemos cuanto antes, de las tinieblas a la luz, a las almas de los que jamás olvidamos por intercesión de María, nuestra tierna Madre. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén
54 Práctica: Rezar a San José el septenario de sus dolores y gozos. DÍA 20 ES PRECISO “Al que salga vencedor, le sentaré en un banquete en mi reino”, dijo Jesús. Es pues, preciso luchar para obtener la victoria; y sólo a los esforzados se les abrirá el cielo, porque la puerta es angosta. ¡Un solo pecado venial hace en el alma tantos estragos…! La enferma, disminuye su resistencia al pecado, debilita la fuerza de la voluntad y oscurece la luz sobrenatural. Por tanto, es preciso huir de un mal tan grande, más que de una serpiente. ¡Si pudiéramos ver en el Purgatorio con qué tormentos se pagan esos pecados veniales que aquí los pasamos como agua! “¡Oh! Nos dirán aquellas almas, ¡cuántos medios tuvimos al alcance para santificarnos, y los desperdiciamos! ¡Cuántas gracias de Dios y ocasiones de hacer el bien dejamos pasar por la indolencia de la tibieza que, además de conquistarnos gloria, nos habrían quitado purgatorio!” Los pecados de omisión ___de los que no se hace caso en el mundo___ llegan a acumular como una montaña de penas: le roban gloria a Dios y a nosotros, innumerables grados de luz beatífica por toda la eternidad. Les quitan también a otras almas gracias que Dios tenía vinculadas a nuestra correspondencia y a nuestra fidelidad; gracias que perdieran por no haber llenado los divinos designios en la tierra. Si Dios permitiera que oyésemos tan lastimeras quejas de los que amamos, ¿cómo se cambiaría nuestra debilidad en fortaleza, nuestra pereza en actividad, como tomaríamos con todo el ahínco de que somos capaces el camino de la vida interior y de las obras de celo a favor de otros! ¿Y por qué no lo hacemos? O creemos, o no creemos. “Es de fe que el Purgatorio existe; que, después de esta vida, hay un lugar o estado en que las almas expían las faltas leves que se hallan culpables al morir o en que se paga la pena temporal debida por los 55 pecados graves perdonados”. “Si alguno dijese que, por la gracia de la justificación, de tal modo le son perdonados al penitente la culpa del pecado y la pena eterna, que no le queda otra pena que sufrir en el mundo o en el Purgatorio, antes de entrar en el reino de los cielos, sea anatema”. (Concilio de Tridentino). Pues entonces, si no queremos acumular dolores y, sobre todo, ser detenidos años y siglos quizá sin ver a Dios, a María, a los Santos, y a los nuestros ya glorificados, ¿qué esperamos, Dios mío, para santificarnos, para progresar en la virtud, aun a costa de nuestra vida? Y con la convicción de que las penas sufridas por Dios pagan también la pena temporal del pecado, ¿por qué temer entonces las cruces? ¡por qué temblar frente a los sacrificios del corazón?
Nuestra cobardía nos viene de la falta de oración y del poco amor a Dios. ¡Oh! Si meditáramos en la muerte, si nuestro espíritu se empapara es estas reflexiones, si nuestro amor a Dios fuera intenso, ¿no volaríamos de virtud en virtud sin medir los sacrificios, sin detenernos en nosotros mismos; no seríamos todos caridad para con las almas santas, que, si ahora somos como brasas por la intensidad del fuego que las Purifica, mañana, o dentro de un instante, por nuestros sufragios pueden ser estrellas o soles resplandecientes que adornen la morada del Dios tres veces Santo? María, María cuyo corazón no sufre dejar abandonada a la Iglesia purgante,: saca ya de las llamas a esas estrellas y que sean ornato de tu corona en el cielo. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: hacer un acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús. DÍA 21 ¿A QUE LLORAR? ¡Oh, sí! Enjuga tu llanto. “¿A qué llorar, decía una madre a su hijo, si lo que amas en mí ha de durar siempre?. Esta separación no es más que momentánea; no lo hagas más dolorosa. Comprendo que abandono la tierra; pero no la vida”. ¡Qué hermosas palabras, llenas de valor, de fe y de resinación!
56 Sabemos, por la fe, que nos dirigimos a una mejor vida; a la verdadera vida que no se ha de acabar. El alma no cesa de vivir, aunque se desprenda temporalmente del cuerpo; antes al contrario, sin ligaduras terrenas, se hace más penetrante y pura, porque lo que llamamos vida es, en realidad, una constante muerte. La vida es Dios y está en Dios. Si bien lo miramos, no es más que egoísmo el deseo de tener siempre a nuestro lado, en este valle de miserias y llanto, a los que amamos. Si pudiéramos entrever siquiera la dicha no interrumpida de que gozan en el cielo, nos conformaríamos más fácilmente con la voluntad de Dios. Si tenemos fe, ¿será posible que, siendo Dios la misma bondad, deje sin recompensa las virtudes que conocimos en aquellos que lloramos? Ellos están ahora sumergidos en el manantial de la belleza increada. Y ¿qué podríamos darles en nuestra compañía, sino espinas y amarguras? Esas almas purificadas pueden pedir en el cielo por la Iglesia purgante, por las hermanas que en ella dejaron purificándose, sólo que su poder es únicamente de intercesión, porque, con obras meritorias y satisfactorias, sólo la Iglesia militante ___nosotros___ puede aminorar sus penas. Y nos descuidamos de ello ¡ay! Con la mayor tranquilidad. Y pasan días, y meses,, y años, sin que caiga en el Purgatorio nuestro pequeño rocío de oraciones. Todo lo pedimos, especialmente los bienes temporales; pero de los que esperan de nosotros, no lágrimas ni quejas, sino buenas obras, no nos acordamos. Las almas glorificadas conmueven, sí, el corazón, de Dios, todo caridad, alcanzando para las almas del Purgatorio, no remisión de las penas, pero sí paciencia y más amor para sufrirlas santamente. La visitan, las consuelan, y mueven a los fieles hijos de la Iglesia militante a que las socorran y apresuren su libertad. ¡Qué Madre tan buena es la Iglesia! Y ¡cómo sus tres componentes, triunfante, purgante y militante, se dan siempre la mano! Es una sola con un engranaje perfecto, porque nació de Dios que es infinito amor; y de ella brotan ríos de caridad incalculables. ¡Felices de nosotros si somos sus fieles hijos! Las almas del Purgatorio nos oyen, nos ven, nos agradecen lo que por ellas hacemos; piden por nuestras necesidades, ruegan a Dios por el buen despacho de nuestras peticiones y nos alcanzan innumerables gracias. Son tan agradecidas por nuestras oraciones que, como jamás olvidan un favor, tendremos en ellas un seguro socorro en nuestras necesidades. Hasta por interés, ya que no por pura caridad, deberíamos a ser posible vaciar el Purgatorio y llevar a la gloria las almas que en él padecen.
57 Además, si no nos acordamos de esa parte de la Iglesia __la paciente__, a nuestra vez no tendremos ¡ay! Quien piense en aminorar nuestras penas con sus plegarias. Roguemos, pues, constante y generosamente, y digamos: “Acuérdate, Señor, de tus siervos y siervas N.N., que, marcadas con el sello de la fe, concluyeron su vida antes que nosotros y duermen el sueño de la paz”. Te suplicamos Señor, que les otorgues a ellas y a todos los que reposan en Cristo, un lugar de descanso, de resplandor y de paz. Por Cristo Nuestro Señor”. Y Tú, María, la Madre más amada de las almas que están purificándose, ruega por ellas y llévalas en tus brazos al Corazón de Jesús. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Rezar una “Hora de Quince”. DÍA 22 MÁS GLORIA A DIOS Como la Iglesia militante extiende su caridad sobre la Iglesia triunfante extiende su intercesión poderosa sobre la militante. ¿Quién sostiene si no a la Iglesia militante en medio de sus penas en las persecuciones? La sostiene la Iglesia triunfante en el Espíritu Santo y con el Espíritu Santo. Por esto, cada mártir, cada santo, cada alma glorificada, alcanza las gracias para otros centenares de almas y así no cesa el poder de intercesión ni de comunicación del cielo con la tierra. Las almas glorificadas, con el poder de intercesión, alcanzan las gracias para el mundo con el fin de glorificar a Dios y acrecentar su gloria; y hasta procurando la gloria de la misma Virgen María, se glorifica también a Dios, porque El, y sólo El, es el objeto último, el foco de atracción, en que se funde toda la gloria creada. Muy bien puede el alma bienaventurada acrecentar la gloria de Dios, no en méritos o alcanzando méritos para ella __porque no puede, puesto que ya los goza en su plenitud según sus merecimientos en la tierra__, sino en los seres que ama en el mundo, en la Iglesia militante, para que 58 suba a El más incienso y para multiplicarle la alegría de verse amado en sus Santos. Este es, pues otro punto, por el que debemos activarnos en multiplicar nuestros sufragios por las almas del Purgatorio. Punto capital __si amamos a Dios de veras__ es el de proporcionarle más gloria. Cada alma que por nuestras oraciones y sacrificios suba del Purgatorio a alabar a Dios clemente, es un triunfo con el accidentalmente aumentamos su gloria. ¿Y quién, Dios mío, si te ama con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, no procurará por cuantos medios pueda verte adorado, bendecido y glorificado? Amemos a Dios no sólo procurándole almas en esta vida a costa de cualquier martirio, sino apresurando la libertad de las que sufren en el
Purgatorio, __que se derriten en vivas ansias por verle y por vivir a su lado eternamente__ para que vayan a cantar sus alabanzas en compañía de los Ángeles, de los Santos y de la Reina de todos, María. Y Jesús también ¡y cuánto las ama! ¡Y cuánto le duele el verlas padecer! Pero es preciso; porque en el cielo no entra nada manchado. Allá, en aquella eterna luz, se avergonzarían de la menor mácula; y por eso reciben un nuevo favor de Dios en la invicta paciencia con que sufren su cautiverio. Ven la justicia, y quieren pagar hasta el último óbolo; ven su fealdad, y cualquier fuego les parece poco para purificarse; ven la misericordia de Dios que las libró del infierno que quizá merecieron, y los siglos les parecen cortos para expiar sus faltas; ven que Dios es Padre, y sufren su amoroso castigo tranquilas y sin quejas; ven los latidos del Corazón divino de Jesús, que todavía en aquel lugar las rocía con la sangre y el agua que de El manaron __ya que no pueden recibirle en el sacramento__ y se consumen en gratitud; ven a María y a San José, que las visitan y consuelan; ven a los Ángeles de su guarda que ni ahí las abandonan, sino que esperan conducirlas triunfantes al cielo y ven ante todo, y sobre todo, el infinito amor de Dios, que desde la eternidad les tiene preparado un trono; y, con el lenitivo de esta esperanza cierta, continúan tranquilas, en sus incomprensibles tormentos, hasta que se vean puras como el oro salido del crisol. ¡Oh almas santas, tan amadas nuestras! Rogad por nosotros y volad al cielo a dar gloria a Dios por los siglos sempiternos.
59 Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Repetir el acto de aceptación de la muerte. DÍA 23 CORRESPONDAMOS Es tan delicado en las almas el no corresponder a los designios de Dios en ellas, que por esto llegan a estar mucho en el Purgatorio. Dios, que se formó, por decirlo así, un plan para cada alma, lo manifiesta a ella o se lo da a conocer de algún modo, por medios ordinarios o extraordinarios, según le place; y desde entonces el alma tiene obligación de corresponder a dicho plan y, si no lo hace, será más o menos culpable; pero Dios sí cumple y prosigue su obra en el alma siempre, la purifica e impulsa con la gracia. La criatura se detiene y se entretiene, se empolva, disipa y entibia; pero Dios, en su gran bondad y misericordia, endereza lo torcido y la empuja con el dolor de mil formas; la purifica en muchos crisoles adecuados al objeto que pretende y continúa así su plan, hasta llegar al fin que se propuso en las almas de buena voluntad. ¡Cuántas veces nos volvemos contra Dios y lo tachamos de injusto en nuestro interior, cuando nos visita con el dolor material o con una pena moral, sin querer ver en ello una gracia, un beneficio (como realmente lo es), un impulso, con el que recuperamos el camino perdido y nos ponemos en línea recta para seguir rumbo al cielo! ¿Por qué somos injustos con El que sólo quiere nuestro bien, cuyo único anhelo es que lleguemos al trono que nos tiene preparado desde la eternidad; que son esa penas __que pasan pronto__ nos permite conquistar coronas eternamente inmarcesibles? Dios nunca falta con sus gracias, siempre es fiel, siempre cumple y sobreabunda en dones; más las almas que culpablemente le resisten y haciéndose sordas lo abandonan, tendrán que darle estrecha cuenta de esto y padecer terribles penas en el Purgatorio. Nunca queda incompleta la santificación de un alma por culpa de Dios __ ¡sólo el pensarlo sería una blasfemia!__, sino por nuestra propia culpa, porque al Espíritu Santo, Autor de toda gracia, es a quien se desobedece y desprecia. ¿Cómo no se ha de castigar este pecado?
60 Podríamos muy bien decir que Dios no castiga; en términos absolutos, en este mundo; porque aquí, aun sus pruebas o castigos, son misericordias. Desde antes de nacer, ya nos tiene preparado un asiento en el cielo, nos asigna el número de gracias que necesitamos y nos señala el número de escalones que debemos subir para alcanzar aquel trono. Y nosotros ¿qué hacemos? Despreciamos las gracias, nos sumergimos en la tibieza, nos engolfamos en vanidades y pecado venial __si no mortal__, seguimos al mundo y vivimos en la disipación como si jamás hubiéramos de morir. ¿Qué hará entonces por nuestro bien el Padre misericordioso que a toda costa quiere salvarnos? Enviarnos penas para que abramos los ojos. El dolor es una cruz; es la luz bendita que nos ilumina, embellece, transfigura y purifica; porque el dolor templa el alma y la eleva al cielo. Mas nosotros queremos soltar la cruz y murmuramos, nos rebelamos y damos de gritos. Pero El sigue crucificándonos para que amemos e imitemos al Crucificado, su Hijo; es decir, para llevarnos al trono que de otro modo perderíamos para siempre. ¡Oh Dios de caridad! ¿Por qué no comprendemos tu acción sobre nosotros? Esos actos, que llamamos crueles porque nos sacrifican, son actos de apasionado amor del que sólo quiere hacernos felices; porque perfeccionar y salvar a las almas es su más ferviente deseo. La mayor parte de las almas que han estado y están en el Purgatorio lo están por falta de correspondencia a la gracia, por infidelidades culpables, por no haber seguido fielmente las santas inspiraciones, por no haberse “dejado hacer”, aquí, de la voluntad divina. Roguemos por ellas; y, en sufragio de sus descuidos, rompamos con la naturaleza, y sigamos sin vacilar los movimientos de la gracia; para que a la hora de nuestra muerte digamos, en brazos de María y del bendito San José, “Todo está consumado”. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Meditar sobre la pena de daño en el Purgatorio.
61 DÍA 24 NO OLVIDEMOS “Dios no es Dios de muertos sino de vivos”, de los que, a imitación de Jesús, pasaron por la tierra haciendo el bien. Es el Dios de los que, si murieron en su gracia, necesitan limpiarse en el Purgatorio de sus ligeras manchas y que esperan de sus parientes y amigos, como una muestra de cariño, plegarias y obras buenas, que los consuelen y rediman de su cautividad. Esperan. Sí, esperan __y con razón__ que los que dejaron en el mundo se sientan dulcemente conmovidos con su recuerdo y que sus oraciones y súplicas, nacidas de lo íntimo de su corazón, no sean inútiles ante el Padre celestial que escucha y perdona. Pidamos, no tan sólo por nuestra familia y amigos, sino por los difuntos de épocas lejanas, por las pobres almas de quien nadie se acuerda, y, sobre todo, por las más próximas a salir del Purgatorio para que más pronto glorifiquen a Dios. “¡Oh! Dice un autor, al subir cada mañana un sacerdote al altar para celebrar los divinos misterios a la intención y para la gloria de las almas de tantos finados, estreméceme de gratitud y alegría sus despojos y se conmueve el Dios de las misericordias”. “Por la virtud del sacrificio juntamos las generaciones pasadas a las presentes, que marchan y suplican, y que, a su vez, recibirán las oraciones de las futuras, que asoman ya por los umbrales del porvenir, y que también pasarán; porque todo pasa, a excepción de Aquel que desde su solio eterno ve pasar ante Sí los siglos y los muertos y que es el Único que no pasará jamás”. Conservemos siempre en nuestro corazón el recuerdo de los que nos precedieron en la eternidad. Olvidarlos sería tanta ingratitud como injuria para ellos. Que ese recuerdo nos cause horror y miedo, ¡qué sensibilidad tan mal empleada! No apartemos nuestra memoria de los que nos arrebató la muerte. Olvidarlos es privarnos a nosotros mismos de la Comunión de los Santos, del apoyo y auxilio que más tarde puede proporcionarnos con sus oraciones los que dejamos en la tierra. Con la frecuencia que nos sea dado, mandemos celebrar misas por las almas del Purgatorio y no dejemos de oírlas, cuantas más mejor. Tengamos la costumbre de hacer todos los días, al levantarnos, la intención de ganar todas las indulgencias que podamos y apliquémoslas en sufragio de los fieles difuntos.
62 ¿Por qué dormimos tranquilos, sabiendo que los que amamos padecen? ¿Cómo podemos tener descanso antes de sacarlas del Purgatorio y no hacemos cada día acopio de sufragios por ellos? Millares de almas bajan diariamente al fuego abrasador del Purgatorio; y muy justo es que, los que felizmente somos cristianos, tengamos sentimientos siquiera de humanidad y procuremos con toda diligencia prestar socorro a los muertos. Si tenemos a nuestro cargo un testamento o algún legado de beneficencia, no descansaremos hasta haberlo cumplido. Si hay que hacer restituciones, inmediatamente precedamos a su ejecución. Si nosotros tenemos algún voto que cumplir, hagámoslo luego, porque es muy riguroso en esto el juicio de Dios. Primero que epitafios, que lápidas y estatuas __que no necesitan nuestros muertos__, acudamos a aliviar sus almas. Dejemos las grandes pompas de los funerales y distribuyamos limosnas pidamos sufragios __más útiles para ellos __, que nada les importa lo demás. Madre mía, Virgen santa, una lágrima tuya pesa más en la balanza de la Justicia divina que todos los pecados que cometieron. ¡Gracias, María! Con su omnipotencia suplicante, mueve la Misericordia de Dios en su favor; mueve las almas de la tierra; mueve también las nuestras para que no nos olvidemos de nuestros queridos muertos ni de todos los fieles difuntos. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Meditar sobre la pena de sentido en el Purgatorio. DÍAS 25 VENID, BENDITOS DE MI PADRE “Está decretado que los hombres mueran una sola vez, y que la muerte vaya inmediatamente seguida del juicio de Dios que da a cada uno según sus obras” dice San Pablo.
63 Dijo Jesús: “Cuando venga el Hijo del Hombre con majestad, acompañado de todos los Ángeles, se sentará en trono de gloria y hará compadecer delante del El a todas las naciones, poniendo lo elegidos a su derecha, y los réprobos a su izquierda”. “Venid, benditos de mi Padre, les dirá a los justos, a tomar posesión del Reino celestial; porque tuve hambre, me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino, y me hospedasteis; estaba desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme y a consolarme. En verdad os digo, que siempre que los hicisteis con mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis”.(Cfr. Mateo 25…) Pues aquí tenemos claro y terminante el modelo de nuestra conducta, si queremos ir al cielo: la limosna, las obras de misericordia, en una palabra, la caridad con el prójimo y, por tanto, extensiva a aquellas almas encarceladas que ya no nos piden el pan ni las cosas materiales, sino sufragios de buenas obras para reparar las que ellas omitieron. El dogma católico nos enseña que las obras buenas y las oraciones de los mortales apresuran la libertad de las almas del Purgatorio. Y si Dios no lo hubiera querido así, entonces, ¿por qué esa unión de la Iglesia militante con la purgante? ¿Por qué ese admirable comercio de los hijos con sus padres que han dejado de existir, de la esposa con el esposo, del hermano con su hermano, etc.? ¡Cuán agradable es a Dios la caridad con nuestros hermanos! Porque todos somos hijos de un mismo Padre. Prefiere Jesús, en el Evangelio, la misericordia al sacrificio. Y ¿qué mayor misericordia, que ayudar a quien nada puede, quién tiene atadas las manos para merecer ni un ápice desde el instante en que murió? Todavía los indigentes que andan por el mundo, si no consiguen una limosna en una parte, llaman a otra y tienen la libertad para pedir. Pero las pobres almas que yacen en las profundidades del Purgatorio no piden, sólo esperan; no pueden pedir __a menos que, por una concesión extraordinaria, les permita Dios volver a la tierra__, y en silencio sufren la privación de la gloria. Y ¡a cuántas de ellas ni una oración les llega del mundo? Por eso, sólo Dios justísimo tiene derecho de repartir de los caudales de la Iglesia, lo que aquí hacemos en bien de las almas santas. Allá no cabe la desigualdad y no cuenta el dinero de los ricos. Dios reparte los sufragios a los más necesitados. Eso compete a su voluntad, siempre misericordiosa y equitativa. Y por esto jamás podemos dejar de pedir por nuestros muertos, porque ignoramos los altos juicios de Dios. En toda ocasión, pidamos por los que amamos.
64 “¡Cuán bello es, dice un autor, por el atractivo del amor, haber obligado al corazón del hombre al ejercicio de la virtud; y pensar que la misma moneda que proporciona al miserable el pan del momento, regala quizá a un alma libertada un sitio eterno en la mesa del Señor!” ¡Qué campo tan extenso tenemos para hacer el bien, sobre todo en los tiempos actuales, en que el infierno trabaja tanto, valiéndose del protestantismo, el teosofismo, el espiritismo, etc., para arrebatar la fe que profesa y enseña la única Iglesia santa y en la que sólo podemos salvarnos! Sacrifiquemos dinero, comodidad, bienestar, para salvar del peligro de perder la religión a tantos hermanos nuestros; y tendámosles no sólo la mano materia, sino socorramos también su inteligencia y su corazón con tan laudable fin, para la gloria de Dios y en obsequio de las almas del Purgatorio. María, Virgen misericordiosa, que en la tierra te olvidabas de Ti para hacer el bien; dirige tus miradas a las almas del Purgatorio, tiéndeles tu bendita mano; y envueltas en tu manto azul, haz que cuanto antes oigan, henchidas de alegría, aquel “Venid, benditos de mi Padre”; y que también, por tu intercesión poderosa, lo oigamos nosotros algún día. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Meditar sobre la eternidad de las penas del infierno. DÍA 26 HAY RESURRECCIÓN “Veré a mi Dios en la tierra de los vivos”. Hablando a una calavera, un famoso escritor decía así: “Marchóse tu alma a las alturas, hacia la mansión celeste, a las mil doradas puertas, al palacio de la más brillante luz. Ahí está ella contemplando en éxtasis al sol en toda su fuerza y a Dios en su esplendor. En cuanto a ti, no eres ya más que una ruina y un poco de ceniza. ¡Al designarse el Señor aceptar el incienso, dejó caer el incensario! Pero ese incensario resucitará, y volverá a unirse con el incienso eternamente. ¡Oh alma! Si el cuerpo es mortal, no lo eres tú. Esta forma sensible no eres tú; pero se unirá contigo, y entonces, el hombre, completo será recompensado en el cielo”.
65 ¿Y a quién debemos la dicha de la resurrección de la carne? A Jesucristo, que tomó esa misma carne nuestra en el seno virginal de María, y que por este hecho será glorificada. ¡Cuántos favores y beneficios, que en la tierra n o hemos sabido apreciar, debemos a Jesús! Hasta más allá de la tumba se extienden. Lejos, pues, de temer la muerte, debemos esperarla confiada y tranquilamente, si somos buenos cristianos, miembros de nuestra Cabeza, Cristo, que nos mereció con sus propios méritos, sus dolores y su sangre, la resurrección de esta carne pecadora. Los que mueren en el Señor y con el Señor __con Jesús en el corazón, confortados con los sacramentos__, y al lado de María, la Madre de la misericordia, el Auxilio de los pecadores, ¡qué felices son! ¿Quién teme la muerte así en tan amables brazos? ¿Cuándo llegará ese momento en que, dejada la envoltura del cuerpo y purificada el alma de toda escoria en el Purgatorio, volemos al piélago de dichas, que está tan por encima de los pensamientos humanos, que no pueden concebirla más que los que la disfrutan? Es cierto que nuestro cuerpo es un edificio de muerte que se destruye; que ha de perder todo el oropel y falso brillo de su hermosura en el seno de la tierra, que es su centro, su origen, su propia substancia. Es cierto que esta carne corrompida impide a nuestro espíritu remontarse a Dios; que es una pequeña porción de tierra, pero con tendencia a dominar al alma, a imponerle leyes; que con ella libra rudas batallas en las que siempre pretende salir triunfante; que se rebela a cada paso, queriendo a expensas del alma obtener la victoria. Pero también es cierto que nuestro pobre cuerpo es un elemento de merecimientos cuando lo sujetemos al espíritu; cuando lo contrariamos en sus inclinaciones viciadas; cuando, con la penitencia y la mortificación, lo dominamos en honor de Dios y en bien de nuestras almas. “El que aborrece su cuerpo, salva su alma” y también al mismo cuerpo. Pues bien, no seamos insensatos y hoy mismo hagamos por quebrantar la naturaleza en todo, con obras prácticas, que cuando menos disminuyan nuestro Purgatorio; por ejemplo: no dormir en cama muy blanda, levantarnos siempre a la hora fija, no procurar al cuerpo comodidades superfluas, castigarlo con penitencias a juicio de nuestro Director, mortificar constantemente los sentidos, guardar los ojos como puertas por donde entre el pecado, ser fiel en los ayunos y abstinencias mandadas 66 por la Iglesia, ser siempre y en toda ocasión modestos en el vestir, decir “no” a su “sí” y “sí” a su “no” __los del cuerpo__ para contrariarlo. ¿Qué sentirán las almas que ahora padecen en el Purgatorio porque no hicieron esto? Pidamos a la Virgen santa que ofrezca a su Hijo divino estos actos de virtud que hagamos y apliquemos a esos seres queridos que ya nada pueden hacer por sí mismos en su provecho, puesto que para ellos concluyó el tiempo de merecer. Sufren con paciencia sus penas, si se avergüenzan de verse manchadas; y si Dios no las hubiese enviado al lugar de la purificación, ellas mismas se hubieran arrojado al fuego que
las limpia, antes que presentarse con la menor mácula ante la eterna luz. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Pedir a la Virgen Santísima y a San José que visiten a las benditas ánimas en recuerdo de sus Desposorios. DÍA 27 YA NO Para las almas que se abrasan en el fuego terrible del Purgatorio, se acabó el tiempo de merecer en orden a su propia salvación. Ni un ápice de gracia más pueden adquirir y son absolutamente incapaces de ayudarse a sí mismas. ¡Cómo lamentarán el tiempo que neciamente perdieron en el mundo, cuando hubieran podido evitarse la separación temporal de Dios! ¡Cómo quisieran avisarnos para prevenirnos acerca de lo terrible que son los juicios divinos y de la imposibilidad en que quedan para abreviar el tiempo de su expiación o siquiera mitigar la acerbidad de sus dolores! ¡Cómo se afligirán de vernos atesorando fuego para nosotros mismos con la tibieza de nuestra vida, con las faltas de caridad, las mentiras, las violencias, las comodidades, etc., cuando acaso ven ya próxima nuestra muerte! Ellas con amor vuelven sus miradas a la tierra, quisieran llamar con acentos desgarradores al corazón de los que las hemos amado tanto en el mundo y que tan obligados estamos a aliviar sus inconcebibles tormentos. Y nosotros, padres, hijos, hermanos, esposos, parientes y amigos, nos hacemos sordos a sus gemidos, a los ayes de dolor de los que apenas ayer acariciábamos con ternura, al parecer, inextinguible.
67 Ya no pueden ellas ganar la menor indulgencia; y los que fueron los más ricos y poderosos magnates de la tierra no tienen ni una gota de agua para mitigar su fuego devorador; ni nosotros se la proporcionamos; no poseen ni un céntimo de gracia para pagar sus deudas. Todo acabó para ellos; y pasarán siglos quizás, sin poder alcanzar de la tierra un solo acto de compasión. ¿Y será posible, Dios mío, que a los que juramos tantas veces amor eterno en esta vida les paguemos con ingratitud tan negra? “Dios de mi corazón, mi gloria y mi vida, exclamaba San Agustín, yo no pienso en las virtudes de mi madre por las cuales te doy satisfecho las gracias, sino que te ruego por sus pecados. Perdónala, Señor; perdónala, no la sometas a juicio; recuerda que, estando próxima a su fin, no pensó en su cuerpo, ni exigió que se le tributaran honras fúnebres; todo cuanto deseó era que se le dedicase un recuerdo de tu altar, donde sabía ella que se ofrecía la Víctima santa que borra la cédula de nuestra condenación”. ¡Hermoso corazón de santo que sabía amar en el sepulcro y después, que llevaba su caridad más allá de la tumba; que sabía trasponer con su recuerdo los umbrales de la eternidad y que con sus oraciones pedía perdón a pesar de estar convencido de las virtudes de su santa madre! Las personas que, por egoísmo o por un cariño mal, entendido, canonizan a sus muertos, ¿qué merecen? Muy delgado se hila en la eternidad y en la divina balanza se paga hasta el último céntimo; porque hemos tenido durante la vida tesoros de gracias que aprovechar, de indulgencias, de virtudes, de cruces con que santificarnos. Un consejo, para concluir. Si lo seguimos fielmente, disminuiremos nuestro Purgatorio. Sirvamos a Jesús por amor; sacrifiquémosle cuanto somos: voluntad, afectos, gloria, salud, libertad, vida. Y todo esto, hagámoslo en el olvido y el desprecio de los hombres, en las pruebas interiores que sólo Dios conoce, en el padecer sin consuelo, en el cansancio sin descanso, en el trabajo sin éxito, en la caridad malagradecida, en la vida de fe sin ningún consuelo. Sí, no obstante esto, servimos a Dios con la serenidad de la paz, con la alegría del corazón, con la fortaleza de un amor más poderoso que la muerte; si somos felices en el sacrificio, esto es tener la verdadera virtud, el verdadero amor, que se consume puramente por la gloria de Dios.
68 Esos son sufragios; eso es disminuir el Purgatorio para nosotros y para los que amamos; eso es darles una prueba de nuestro cariño imperecedero; eso quiere de nosotros María muestra Madre. ¡Oh benditas almas!, sobre todo las que estáis completamente olvidadas de los vuestros __ ¡Seréis tantas…!__ que el Señor os otorgue en su misericordia el refrigerio de luz y de paz; y rogad por mí. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Hacer, con permiso del confesor, alguna penitencia corporal. DÍA 28 ESPERANZA Desde que el hombre se presenta en el umbral de la vida, parece que una mano misteriosa graba en su corazón esta palabra: “Espera”. Y desde entonces, para él todo es esperar; y espera aun a despecho de muchas cosas imposibles. Espera toda su vida; porque lo último que se pierde es la esperanza. Mas todas las esperanzas humanas son sólo reflejos, más o menos lejanos, de una esperanza suprema. El cuerpo vive, pero el alma, ávida y sedienta, espera una vida mejor, la única felicidad perdurable; espera el cielo, espera ver a Dios cara a cara y de corazón a corazón. Siempre son bellas y amables las esperanzas. El hombre, a su paso por la tierra, es un conjunto de esperanzas, de día, de noche, siempre. Y cuando se apaga su última esperanza en la vida, cierra los ojos para abrirlos a la realidad, para sumergirse en Dios, su último fin. Entonces dirá el alma salvada, por el Apóstol: “¡Oh muerte! ¿En dónde está tu victoria? ¿En dónde está tu aguijón?”(II Corintios12,7-10) Y verá el rostro de Dios; y después, a los que tanto amó en la tierra; porque todos veremos en el cielo, a los que con todo el ardor de nuestros deseos quisiéramos tener siempre a nuestra vista y en nuestra compañía. Se puede vivir sin dinero, sin amistades, sin cariños y sin honores; pero no se puede vivir sin esperanza, porque está fundada en lo más hondo de nuestro ser; y esperamos en la Providencia, esperamos una vida futura, esperamos en Dios.
69 “¿Por qué estás triste, alma mía, dice un salmo __y todos los días lo repiten los sacerdotes al pie del altar__ ¿y por qué me conturbas? Espera en Dios”. Y esta esperanza alienta nuestra existencia, suaviza nuestras cruces y endulza nuestras amarguras. ¡Oh, sí! Esperar en Dios; esperar en María, la “Madre de la santa Esperanza”, esperar en la Comunión de los Santos y en los eternos premios y coronas, es la vida del corazón, en su jugo vital, lo que lo fecunda y le da vida, su riesgo inmortal. La esperanza es la fe de los deseos; y es más: es una virtud teologal: “Esperar la bienaventuranza y los medios de ella”, dice el Padre Ripalda. Y añade: “Espera ver a Dios en sí mismo y amarle y gozarle eternamente. ¿Pero, por qué medios se alcanza? Con la gracia divina, los méritos de Cristo nuestro Señor y las buenas obras”. Estas tres cosas, como sabiamente dice el citado Padre, nos ayudarán poderosamente a poseer esta virtud encantadora, que tiene alas y con ellas nos levanta sobre la tierra y sobre nosotros mismos, para hacernos hallar la eterna hermosura de la luz sin sombras, el foco de la dicha perdurable. La esperanza nos lleva de la mano al encuentro de la muerte y hace que la miremos como la libertadora que rasgará el velo que nos oculta a Dios y nos llevará a apagar nuestra sed de felicidad en esta inagotable Fuente de luz y de amor. Esta virtud es la que comienza a hacernos presentir aquel día sin fin en que soñamos y nos muestra su aurora; es la que nos impregna de inmortalidad y nos comunica un reflejo del cielo. Somos desgraciados en la tierra, porque muy poco practicamos esta hermosísima virtud de la esperanza, que nos eleva y santifica. Esta virtud es la que el dolor busca para apoyarse y es también la que las almas benditas del Purgatorio ejercitan pacientemente. Es la virtud que las consuela en el terrible martirio purificador a que se hallan sometidas; es la virtud que las sostiene y fortalece que las alegra y hace felices, entreabriendo a sus ojos aquellas moradas celestiales. Esperar amando; esta es la vida y el bálsamo que mitiga sus dolores. Sin esperanza, ¿Qué harían, más que nadie, estas almas benditas? ¿Y qué más esperan? Anhelantes esperan nuestras oraciones, nuestros recuerdos de obras buenas, nuestras lágrimas de sufragios 70 Nunca, los que esperan en Dios, se verán confundidos. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua.
Descansen en paz. Amén Práctica: Un acto de consagración al Sacratísimo Corazón de Jesús. DÍA 29 AMOR “Entre en el gozo de tu Señor”. Pero en él sólo entran los puros y los purificados. O inocencia, o penitencia, Si no somos inocentes, purifiquémonos aquí con una vida de abnegación y de cruz, amando y haciéndonos todo para todos; pensando en todo, menos en nosotros mismos, si no es para despreciarnos. La pureza es luz y lleva a la luz, que es Dios. En El, todo es puro, todo santo; y nadie puede unirse a Él ni entrar en el gozo de su Señor, si no tiene la marca indeleble del amor; la pureza del cuerpo y alma. Esta es además absolutamente necesaria, insustituible para entrar en el reino de los cielos. Por eso, Dios, que tanto nos ama, para purificarnos y librarnos del infierno, aquí nos acrisola con tribulaciones y dolores, con toda clase de penas; y además, creó el Purgatorio para pasarnos por el último crisol antes de que comparezcamos en la verdadera Patria del amor. ¡Qué bondad la de nuestro Dios! Desde toda la eternidad se nos anticipó en afectos; nos amó desde antes de que existiéramos y sólo nos exige el amor en cambio, porque el Amor, que es El, lo perdona todo menos el no ser amado. ¿Qué ha podido hacer Dios que no haya hecho para conquistar nuestro amor? “El Verbo se hizo carne”, descendió de las alturas, vino al mundo para que yo le viera, escuchara su voz, conociera sus actos, su vida, su crucifixión, su muerte y viera traspasado su Corazón por el amor; día por día se me da todo El __tan puro como es__ la Comunión y por mi amor permanece en los sagrarios; ahí está para escucharme, para consolarme, para calentarme, para purificarme. Y yo ¿cómo he pagado, hasta aquí, sus amorosas bondades? He huido del Amor, que no me pedía más que amor. El me dio los sentidos; y yo he cerrado mis ojos para no verle, mis oídos para no oírle, mis labios para no 71 responderle. Innumerables veces he preferido vivir manchado lejos de El, a esperar, en una luz sin sombra, conocer su divina voluntad para seguirla con amor. Dios me dio el alma, salida de su amoroso pecho y marcada con el sello de su Augustísima Trinidad; le infundió su misma luz para que siempre irradiara hacia El, para que siempre le buscara, para unirla Consigo un día __el de mi muerte__ en el éxtasis de una misma llama y de una misma eternidad. ¿No es este amor? Dice el P. Lacordaire: “Esto ha hecho Jesús por nosotros: va en pos de la humanidad, alma por alma, día por día, sin dejar de sacrificarse en los altares en su favor; y sólo cuando se ve vencido y despreciado hasta el último momento, nos retira al fin su amor y se marcha para siempre”. ¡Oh desgracia inconcebible!
“Cuando la justicia condena, se puede recurrir al amor; pero cuando el amor es el que condena, ¿a quién recurrirá? ¡Oh! No nos engañemos: el amor no es un juego; nadie es impunemente amado hasta el suplicio de la cruz. No es en la justicia en la que no cabe misericordia; es en el amor. El amor es o vida o muerte; y si se trata de el amor de un Dios, es la eterna vida o la muerte eterna”. ¡Lejos de nosotros la ingratitud con nuestro Dios, todo amor! Amémosle siempre en Sí mismo y a nuestros prójimos en El; sacrifiquémonos y si es preciso, muramos por El, felices de inmolar cuanto tenemos, hasta la misma vida, en su honor. Dios mío, ¿cuándo veremos tu día, cuándo te contemplaremos cara a cara, cuándo “entraremos en el gozo de mi Señor”?. ¿Qué será aquel día sin sombras? “No puedo describir el cielo, decía un alma, ni las sensaciones que, con sólo vislumbrarlo, experimenté. Eran penetrantes sin ser impetuosas; eran dulces, sin ser sombras, sin vacíos ni inquietudes; arrebatadoras, inefables, y unidas, sin embargo, a una dicha mayor. Parecíame que yo contemplaba la dicha de los míos; su vida era la mía. Me hallaba feliz con mi gozo y con el de los seres que eran objeto de mi amor ardiente. Las alegrías no eran comunes; sentí que se estrechaban los lazos de nuestras antiguas amistades, mucho más profundas entonces por nuestro amor a Dios. Bebíamos la felicidad en el mismo manantial y no constituíamos juntos más que un solo ser, gozando los unos por los otros de aquella ventura demasiado intensa para poderla explicar”.
72 No, no es cierto que amemos a nuestros queridos y amados padres, hijos, hermanos, esposos, etc., si continuamos inactivos, sin alcanzarles ese cielo, ese Amor en la posesión del Dios tres veces Santo. Somos unos ingratos si no trocamos sus tinieblas en brillantes resplandores, para que henchidos de gozo vayan a unirse y compenetrarse en la Divinidad. Recurramos a María, Consoladora de los afligidos y Reina de todos los Santos, para que vacíe la cárcel del Purgatorio y apague su fuego; para que ensanche la Iglesia Triunfante, con el fin de que Dios tenga más almas en torno suyo, más alabanzas, más amor, más amor eternamente. Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Hacer una confesión más fervorosa. DÍA 30 CIELO Para formarnos una idea del cielo sería preciso saber qué cosa es Dios; porque el cielo consiste en la posesión de Dios mismo. Dice San Dionisio Areopagita: “Dios es un Ser superior a todos los seres, una Substancia superior a toda substancia; una Luz superior a toda luz, y ante la cual toda belleza es deformidad. Dios es el principio de todas ellas y es también su fin último, porque para Sí mismo las ha creado. No hay que pretender formarse de Dios una idea; una idea de Dios que tuviese, ya sería Dios mismo. Dios es un Ser inefable, incomprensible, el Amor mismo; y en el cielo está El”. “Su voz dice un autor, todo lo reúne: no es cántico, sino un manantial de melodía. Ciencia, poesía, saber: todo se halla en ella. Semejante a un soplo celeste, arrebata el alma y la hace ondular por no sé qué ignorada región. Oyéndola, se sabe todo, todo se siente; y como el pensamiento __que por completo abarca el mundo__ es infinito en sus secretos, así esta voz siempre es variada; se la puede oír muchos siglos sin hallarla jamás menos grata y menos nueva. Cuando más se escucha, más crece la alegría. La delicia, el inefable éxtasis que produce”.
73 En aquel arrobamiento divino correrán los siglos con mayor rapidez que las horas entre los mortales; y, sin embargo, mil siglos transcurridos nada quitan a la felicidad de los Santos, siempre nueva y siempre completa. Circula incesantemente un no sé qué divino a través de las almas, uno como torrente de la misma Divinidad, que se une a ellas, que las hace sentir que son felices y que siempre lo serán. En el cielo quedarán satisfechos todos los deseos del hombre, gozará de cuanto pueda desear, verá cuanto quiera ver, poseerá todo lo que sea objeto de su amor; será para siempre infinitamente feliz. El alma incorruptible, inalterable, capaz de una atención sin fin, contemplará extasiada al Todopoderoso y descubrirá en El constantemente nuevas perfecciones, pasando de admiración en admiración; y no tendrá más conciencia de su existir que el sentimiento de esa misma admiración. Concibamos a Dios como suma Belleza, como el germen universal del amor. Representémonos todos los santos amores de la tierra como viniendo a unirse, a perderse en este abismo de sentimientos, como gotas de agua en la inmensidad del mar, de suerte que el alma afortunada ama solamente a Dios sin dejar de amar a familiares y amigos. En María tendrán los predestinados un especial gozo, una delicia inefable; y más que todos, los que fueron amantes hijos. Persuadámonos de que el predestinado tiene la íntima convicción de que su dicha no concluirá jamás, y tendremos una idea, siquiera muy imperfecta, de la felicidad de los justos. Entonces comprenderemos aquel “Santo, Santo, Santo”, cuyo grito renace eternamente en el éxtasis de los cielos. Si verdaderamente amamos a nuestros muertos, ¿qué hacemos en su favor para conducirlos a esa mansión de dichas inenarrables? ¿Es prácticamente útil nuestro cariño, si se traduce sólo en lágrimas, en suspiros, y quizá, quizá, en murmuraciones contra la Providencia divina? Suframos en paz y resignación cristiana; enjuguemos nuestros ojos pensando en la verdadera patria y apresuremos ese cielo encantador a las almas que se purifican como el oro en el crisol y que arden en vivos deseos de unirse con su Dios por lo siglos de los siglos. Amén.
74 Dales, Señor descanso eterno, y brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén Práctica: Ofrecer por los difuntos una fervorosa Comunión sacramental.
75 EL VOTO DE ÁNIMAS PARA LAS PERSONAS QUE LO QUIERAN HACER Para tu mayor gloria ¡oh Dios mío, Uno en esencia y Trino en personas!; para mejor imitar a mi dulcísimo Redentor Jesucristo y para mostrar mi sincera esclavitud a la Madre de misericordia, María Santísima, que también es Madre de las pobres almas del Purgatorio, yo… me propongo cooperar a la redención y libertad de aquellas almas encarceladas por deudas de penas a la Divina Justicia, merecidas por sus pecados; y en aquel modo que puedo lícitamente, sin obligación a pecado, te prometo de buena voluntad y te ofrezco mi espontáneo voto de querer librar del Purgatorio a todas las almas que María Santísima quisiere que sean libres; y para esto pongo en manos de esta piadosísima Señora todas mis obras satisfactorias, propias y participadas, tanto en vida como en muerte y después de mi muerte. Te ruego, Dios mío, que quieras aceptar y confirmar este ofrecimiento, que reitero y confirmo a honra tuya y bien de mi alma. Y si mis obras satisfactorias no bastan para pagar todas las deudas de aquellas almas predilectas de la Santísima Virgen y para satisfacer las que yo hubiese contraído por mis culpas __que de todo corazón odio y detesto__, me ofrezco, Señor, a pagarte, si así te plugiere, en las penas del Purgatorio, todo lo que me falte y me abandono al mismo tiempo, en brazos de tu misericordia y en los de mi dulcísima Madre María. Y de este voto sean testigos los vivientes de las tres Iglesias, triunfante, purgante y militante.
76 EL PURGATORIO TESTIMONIO DE SU EXISTENCIA La costumbre del pueblo cristiano de orar por los difuntos en su más elocuente profesión de fe acerca de la existencia del Purgatorio. Esta verdad, tan duramente combatida por Lutero y los demás reformadores y tan brillantemente defendida por la Santa Iglesia, ha sido inconcusa, en todo tiempo, para los católicos, puesto que está contenida claramente en las Sagradas Escrituras, en las obras de los Santos Padres y de los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, en el constante Magisterio de la Iglesia y en las Liturgias oriental y occidental. Por esto, el Concilio de Trento, para disipar las dudas que pudiera haber engendrado en los fieles la propaganda protestante, definió como dogma de fe “la existencia del Purgatorio y que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y sobre todo por el Santo Sacrificio de la Misa”. He aquí algunos de los fundamentos en que descansa este dogma: En el Libro segundo de los Macabeos, cap. XII,43-46, el Espíritu Santo alaba la costumbre de orar por los muertos, para que sean libres de sus pecados. Judas Macabeo, aquel valiente defensor del pueblo de Israel y de su religión, después de la reñida batalla en que derrotó las huestes de Georgias, gobernador del Idumea, después de levantar el campo para recoger y dar piadosa sepultura a sus compatriotas que habían sucumbido, mandó ofrecer por ellos oraciones y sacrificios: “Y, hecha una colecta, envió a Jerusalén doce mil dracmas de plata para que se ofreciese un sacrificio por los pecados de los que habían muerto. Es, pues, un pensamiento santo y saludable el rogar por los difuntos para que sean libres de sus pecados”. El valor histórico del Libro de los Macabeos es incontrovertible, lo mismo que su autoridad divina; es uno de los libros canónicos, aceptados por el Concilio de Florencia y por el Tridentino, y así, San Agustín escribe: “La Iglesia de Dios ha reconocido siempre como canónico el Libro de los Macabeos”. (De Civit .Dei, 36). En el Nuevo Testamento, la existencia del Purgatorio se insinúa en los siguientes lugares, que las dimensiones de este artículo no permiten exponer: Epístola II de San Pablo a Timoteo, cap. I, 18; Epístola II a los Corintios, cap. III, 12,15; S. Mateo, cap. XII, 32. Los Apóstoles y sus numerosos discípulos debieron de estar profundamente persuadidos de la existencia del Purgatorio, puesto que 77 por todas partes establecieron, entre los fieles, la costumbre de orar y ofrecer sacrificios por los difuntos. San Juan Crisóstomo nos enseña claramente que el origen de esta piadosa práctica se remonta a los Apóstoles: “No sin buenas razones fue mandado por los Apóstoles, dice, que se hiciera mención de los muertos en los sagrados Ministerios (en cuenta la santa Misa), pues sabían que les sería de gran provecho y utilidad”. (Homilía sobre la Epístola a los Filipenses). Tertuliano, escritor del siglo II, dice: “La fiel esposa debe pedir por el alma de su marido difunto, particularmente el día del aniversario de su muerte”.
El III Concilio de Cartago, celebrado el año 253, decretó y prescribió oraciones por los difuntos. Eusebio, historiador del siglo IV, describiendo de los funerales de Constantino el Grande, nos refiere que el Clero y el pueblo bañaron con sus lágrimas el ataúd del piadoso príncipe y ofrecieron oraciones y sacrificios por el descanso de su alma. Constantino había edificado en Constantinopla la Basílica de Santa Sofía para que en ella los fieles orasen por él después de su muerte. (Eusebio, B, IV, C. 71). San Efrén, muerto en el siglo IV, poco tiempo antes de expirar, hacía a sus amigos y hermanos esta recomendación: “Os conjuro, amigos y hermanos míos, en el nombre de Dios que me manda partir de vuestro lado, que me tengáis presente en vuestra memoria cuando os congreguéis para orar. No me embalsaméis con perfumes; no me deis a mí, sino a Dios. A mí, concebido en el dolor, sepultadme con lágrimas y en vez de perfumes, ayudadme con vuestras oraciones, porque los muertos son favorecidos con las oraciones de los santos que viven”. San Ambrosio en los funerales del Emperador Teodosio, ora así al Señor: “Otorga el descanso a tu siervo Teodosio; aquel descanso que has preparado para tus Santos. Que su alma vuelva al lugar de donde descendió, donde no se siente el aguijón de la muerte. No le dejaré hasta que lo lleve, con mis lágrimas y oraciones, a la montaña santa del Señor, donde la vida no acaba, donde no hay corrupción, ni se suspira ni se llora”. Santa Mónica, madre de San Agustín, poco antes de morir, dice a sus hijos, que rodean su lecho de muerte: “Enterrad este cuerpo dondequiera y no tengáis más cuidados de él. Sólo os pido y encomiendo que os 78 acordéis de mí en el altar del Señor, en cualquiera parte que os halléis”. Y San Agustín, cumpliendo con este deseo de su madre, habla así al Señor: “Inspira, Señor, a tus siervos, mis hermanos, a quienes sirvo con la voz, con el alma y con la pluma, para que siempre que lean estas palabras, se acuerden delante del altar de Mónica, tu sierva”. (Confesiones, I, IX). El mismo santo Doctor, en la homilía 14 sobre la Epístola I a los de Corinto, escribe: “Socorramos a los muertos y roguemos por ellos; pues, si los hijos de Jacob fueron purificados con el sacrificio de su padre, ¿cómo dudar que los difuntos no reciban alivio por los sacrificios que nosotros ofrecemos a favor suyo?” Con estos testimonios tan evidentes de la fe cristiana en la existencia del Purgatorio, caen por tierra los sofismas con que el protestantismo y la impiedad trataron de desarraigar esta verdad del corazón de los católicos. Pues los que estamos persuadidos de esta verdad, llenos de compasión, recordemos a nuestros amados difuntos y a tantas almas olvidadas de los suyos, y pidámosles que, a su vez, se acuerden de nuestras necesidades, tanto ahora, como cuando lleguen a la gloria sin fin. ¡Oh, si tuviéramos la honrosa dicha de que por nuestra intercesión y sacrificios, por nuestras limosnas y misas, les alcanzáramos, no sólo el alivio, sino el descanso eterno! Señor, que luzca para ellos la perpetua luz Amén.
79 CONSEJO Orar y siempre orar, es el camino seguro para conseguir los mayores bienes espirituales, tanto temporales como eternos. Después de hacerlo, impón silencio, por un instante, a tu dolor. ¿No oyes la voz del ser qué lloras, que habla a tu alma? Oye que te dice: “Si me amas verdaderamente, tranquilízate; enjuga tu llanto. He cumplido el difícil y peligroso viaje a la eternidad; soy feliz y desde aquí, desde el cielo, continúo amándoos con más ternura y velando efectivamente por vosotros, muchísimo mejor que lo hacía en la tierra. Búscame en Dios, junto a su Sacratísimo Corazón, y me hallarás. En El, nuestros lazos de unión no se han roto ni se romperán jamás”. ¿Verdad que así descansa tu corazón? Anímate, y así juntos bendigamos al Señor.
80 *** Dice el P. Faber: “La sangre que se derramó de un modo real una sola vez en el Calvario, místicamente se derrama todos los días en el altar. Ella lava los pecados de la tierra y apaga las llamas del Purgatorio. A las almas del Purgatorio les ha sido permitido aparecer en el mundo y decir que, en aquel lugar de padecimientos y desolación, sólo la Sangre, la Sangre adorable del Sacrificio de la Misa, es la única que puede extinguir los fuegos que las atormentan. Los cuadros que representan a los Ángeles con cálices en las manos, frente al costado abierto de Jesús, mientras María ora a sus pies, y luego vierten la Sangre, recogida en estos cálices, sobre las llamas del Purgatorio, no hacen más que representar esta verdad católica tal como existe en el pensamiento de los fieles. La Preciosa Sangre tiene la ternura que pertenece al poder del Padre la magnífica prodigalidad que caracteriza la sabiduría del Hijo; los vivificantes ardores que distinguen el amor del Espíritu Santo. Los Ángeles, a quienes fue confiada la custodia de la Preciosa Sangre durante los tres días de la Pasión, tienen también la administración de esa Sangre, dichosos con ese deber, que tan bien corresponde a su amor. Donde no hay Misa, no hay cristianos. En cualquiera parte de la región cristiana en que fijemos los ojos, veremos el Sacrificio”. Por tanto el último y mejor consejo que puedo dar para terminar este libro es que ofrezcamos la santa Misa, con la mayor frecuencia posible, por las almas del Purgatorio.
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