511 - Leon Morris Creo en La Revelacion x Eltropical

July 24, 2017 | Author: Anonymous ecge4C64AW | Category: Revelation, Bible, Truth, God, Gospels
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OTROS LIBROS DE ESTA SERIE: Creo en el Espíritu Santo Creo en la Evangelización Creo en la Gran Comisión Creo en la Resurrección

SfRI~ (R~O

• DIRIGIDA POR MltHA~L GR~~N

POR LfON MORRIS

CREO EN LA RfUfLAtION

editorial caribe

Pr61ogo del editor TODO COMENZO durante una comida, y por cierto en una reunión de la Comisión Doctrinal de la iglesia anglicana. Había estado previamente charlando sobre esta próxima serie de libros con el doctor G. W. H. Lampe, catedrático de Teología en Cambridge. "Espero que en la colección incluya uno sobre el tema 'Creo en la revelación' ". No estoy muy seguro de haber llegado a pensarlo definitivamente por aquel entonces, mas después de estas palabras empezó a parecerme inevitable. Porque de hecho, aunque el tema de la revelación no está de moda que digamos en nuestros tiempos, sigue siendo, digan 10 que digan, la cuestión fundamental que sirve de base a tantos de los asuntos contemporáneos de carácter más obvio. Así tenemos, por ejemplo, que la religión comparativa está en extremo de moda hoy día en los círculos educacionales, junto con la postura de que todas las religiones abundan en 10 mismo, y todas testimonian la búsqueda de Dios por parte del hombre. Pero ¿qué diremos si resulta que al hombre, en su afán, no le es posible llegar hasta Dios, y

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Dios en cambio se ha manifestado al hombre? No cabe dud; de que se trata de un "si" muy importante. Empero si tal es el caso, resulta que no todas las religiones abundan en 10 mismo, sino que en una (o posiblemente más) de ellas Dios puede haber hablado. Es vital comprobar si así ha ocurrido. Otro insistente esfuerzo moderno es 10 que Sir Alister Hardy ha tratado de hacer en su obra The Biology o[ God (La biología de Dios), o sea recuperar una teología natural que tenga credibilidad. ¿Se ha revelado Dios, sí o no, en el modo en que funciona su mundo? ¿Existen leyes tanto morales como físicas que gobiernan su bienestar? He aquí un problema acucian te, a causa del progreso continuo del conocimiento científico y de las pavorosas responsabilidades morales que conllevan algunos de los descubrimientos efectuados. Asimismo, si bien es cierto que existe hoy día mucha sed por alcanzar algún tipo de experiencia religiosa, viene a menudo acompañada de un profundo escepticismo, no meramente en 10 tocante a la fe cristiana, sino en cuanto a cualquier clase de verdad absoluta. Esto precisamente es 10 que nos hace volver rápidamente al asunto de la revelación: ¿hay algún punto en que la verdad y la experiencia coincidan? ¿Hay alguna experiencia religiosa que no sea "propia de un grupo sectario", sino que nos ponga en contacto con la genuina realidad? En nuestra sociedad actual se trata de cuestiones que en última instancia van a parar al asunto de la revelación; sin olvidar que en los círculos teológicos el asunto no es de menor importancia. Ya que una de las premisas básicas del método crítico moderno es que en todos los aspectos hay que tratar la Biblia exactamente como cualquier otro libro de la antigüedad. Pero si Dios (y solamente en este caso) se ha revelado en la Biblia y a través de sus páginas, resulta que está fuera de lugar tratarla precisamente como el resto de los libros.

Prólogo del editor I 9

Este "si" condicional es la cuestión primordial que el doctor Morris se ha propuesto investigar en las páginas que siguen. ¿Podemos o no, seguir hablando con pleno sentido de la autorevelación de Dios en la naturaleza y en la Escritura? Leon Morris es bien conocido en todo el mundo como escritor prolífico, erudito cuidadoso y reverente del Nuevo Testamento y hombre que tiene en alta estima la fiabilidad de la Biblia. Nunca había escrito un libro sobre este tema, aunque lo había tratado con bastante frecuencia en diversas formas, y fue para mí un placer el descubrir que podía aceptar con entusiasmo mi invitación a que aportase este importantísimo volumen a la presente serie. Confío en que va a ser leído por muchos, incluso aquellos que se disponen a embarcarse en la teología académica. Y estoy seguro de que nadie lo leerá sin recibir grandes beneficios.

Michael Green

Capitulo 1

EL LUGAR DE LA REVELACION "Los escritores del Antiguo Testamento no dan a entender que la relación entre Dios y el hombre sea lo suficientemente íntima ni lo suficientemente clara para que pueda decirse que Dios se ha revelado a sí mismo".l Los escritores del Nuevo Testamento "jamás dicen clara y explícitamente que 'Dios se revela (en Cristo)', o que 'Dios se ha revelado a sí mismo' ". Con tales palabras F. Gerald Downing da a entender claramente que rechaza las ideas tradicionales de la revelación. Y no está solo ni mucho menos. James Barr ha escrito en términos altamente desfavorables sobre las ideas aceptadas de la revelación, mientras que otro escritor, Christopher Evans, llega a titular su libro ls "Holy Scripture" Christian? (¿Son las Sagradas Escrituras cristianas?) Y hay otros. En vista del difundido rechazamiento de la realidad o la aplicabilidad de la revelación, es evidente que ha llegado la hora de que los cristianos empiecen a pensar a fondo. No podemos seguir olvidando la importancia de la revelación. ¿Es que vamos también a rechazar toda la idea tradicional de la misma? ¿Olas maneras en que ha sido formulada? Si es así, ¿qué vamos a poner en su lugar? Y si no es así, ¿qué hemos de decir del enérgico rechazamiento que se está produciendo? No se pueden desechar estas

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cuestiones con un simple comentario pasajero. ¿Qué es la revelación? Comencemos a nivel de definición. Es preciso tener ideas claras de lo que entendemos por el término que nos ocupa. Según la Gran enciclopedia Larousse, revelación significa, en primer lugar, "manifestación de Dios a los hombres", y en segundo lugar "contenido de dicha manifestación". Algunos teólogos quizá vacilen en aceptar un énfasis en el conocimiento, ya que posiblemente prefieran definir la revelación como la declaración o el darse a conocer de una persona. El punto en que vamos a concentrar nuestra atención es la palabra "manifestación". La revelación no trata de conocimientos que hubiéramos tenido y hubiésemos olvidado por un tiempo. Tampoco se refiere al tipo de conocimientos que podríamos adquirir mediante diligentes estudios. Se trata de un conocimiento que nos llega del exterior y que no está en nuestra capacidad descubrirlo. Se trata de un conocimiento que alguien nos revela. En el cristianismo es un término importante porque significa que Dios ha tomado la iniciativa en darse a conocer al hombre. En tal sentido el conocimiento de Dios resulta ser, no el producto del diligente estudio humano, sino una manifestación de la gracia de Dios y de su voluntad de ser conocido. Los cristianos han sido tradicionalmente firmes creyentes en la revelación. Por ejemplo, el doctor Sigfrid Estborn nos dice simplemente que "nosotros, los cristianos, creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, que nos ha revelado a Dios..."2 No está argumentando. Nos recuerda el punto en cuestión. Considera la revelación cosa fundamental. Y su posición no es un caso excepcional. Para la mayoría de cristianos, es algo axiomático. Es algo que sencillamente manifiesta lo que es obvio. En el primer capítulo

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de su Biblia se encuentran con un Dios que habla y lo hallan así en toda la Biblia. El Dios de la Biblia es un Dios que habla al hombre. Entre los creyentes ha habido algo de variación en el modo de entender esta revelación y en el grado en que pueden verla funcionando. Algunos han tomado la Biblia entera, de cubierta a cubierta, como palabra de Dios, divinamente inspirada y aceptable sin discusión. Para ellos todo 10 que contiene la Biblia es revelación. Otros han pensado que Dios nos ha dado el tesoro en vasos de barro y han visto bastantes fallos en estos vasos, en ocasiones. De modo que han pensado en los hombres como inspirados para escribir verdades importantes, pero que han mezclado junto a las cosas eternas cosas temporales y hasta falacias. Los profetas, legisladores, evangelistas y demás han escrito partiendo de su propia situación cultural y al hacerlo han dado expresión a sus propias limitaciones físicas, mentales y espirituales. Nos han dado así una plena medida de su percepción e intuición, y también una plena medida de sus propios errores personales y de los de su tiempo. Aquellos que examinan la Biblia bajo esta luz han tenido cuidado en separar lo verdadero de 10 falso. Pero a fin de cuentas han terminado por sostener que el sedimento de la verdad representa lo que Dios ha revelado al hombre y no lo que hombres piadosos de otros tiempos hayan pensado siguiendo sus razonamientos. Las importantes diferencias entre las maneras de entender los hombres la revelación tanto en su estilo como en su extensión, sirven para dem·ostrar la impresionante unanimidad en cuanto al hecho de que hay una revelación. Además, algunos han insistido en que la revelación es proposicional. Sostienen que lo que Dios reveló ha sido dado en forma de palabras ("inspiración verbal"). No entienden que tenga gran sentido una revelación en forma de ideas que luego han tenido que tomar la forma que los hombres mejor pudieran darles. Estos son los que enfatizan

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las palabras mismas que han llegado hasta nosotros. Otros descartan este punto de vista en favor de la idea de que Dios inspiró a los hombres, no las palabras. Por ejemplo, piensan que los profetas fueron hombres llenos del Espíritu divino. No sienten un interés especial por las palabras exactas con que los profetas expresaron su mensaje, sino están convencidos de que tenían un mensaje que comunicar. Esto a veces se entiende en el sentido de que lo revelado es Dios, y no unas proposiciones acerca de Dios. Los autores inspirados son por lo tanto hombres que han llegado a tener un contacto vital con Dios y que, como resultado, tienen algo que decir que creen los hombres deben escuchar. La revelación de Dios es real. H~y una divina manifestación. Pero el modo de expresión depende del escritor y no de la revelación. Otros, en cambio, ven en la revelación un carácter proposicional y a la vez personal. Creen que Dios se ha revelado a sí mismo, y que también ha revelado verdad concerniente a sí mismo. De modo que hay diferencias importantes en la manera como los cristianos han entendido la revelación. Pero estos diferentes puntos de vista tienen en común el pensamiento de que Dios se ha revelado, dándose a conocer. Las diferencias consisten en si lo ha hecho en una serie de proposiciones, si se ha dado a conocer directamente, o si ha hecho ambas cosas. Mas ninguno de los puntos de vista que hemos considerado ve a los hombres como seres que carecen de toda ayuda cuando tratan de descubrir la verdad sobre Dios y el hombre y la relación entre ambos. Todos toman en serio la revelación. Más aún, en su mayor parte consideran que la verdad revelada es el mismísimo fundamento de todo entendimiento cristiano, sea de este mundo o del venidero. Ven a los cristianos como hombres que piensan y viven basados en lo que Dios ha hecho por ellos y lo que les ha dado a conocer. Es precisamente esta revelación de Dios lo que se ha considerado siempre básico para el estudio serio de la teo-

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logía. El hombre, como mero hombre, no tiene acceso a la vida íntima de Dios, no tiene conocimiento del ser esencial de Dios. La teología no es un estudio de "Diosen-sí", sino de "Dios-tal-como-se-ha-revelado". Se ha sostenido que el teólogo debe siempre trabajar basándose en lo que ha sido revelado. No tiene acceso alguno a la vida interior de Dios, ni conocimiento de lo que Dios es en sí mismo. El teólogo ha sido preparado para regirse por el énfasis bíblico de que Dios se revela. El Antiguo Testamento insiste en que Dios es un Dios que habla. Por cierto que para los escritores del Antiguo Testamento esta es una de las diferencias principales de los dioses paganos, que no son otra cosa que ídolos mudos: "Tienen boca, mas no hablan; ... no hablan con su garganta" (Salmo 115:5, 7). En contraste con esto: "Porque yo Jehová hablaré, y se cumplirá la palabra que yo hable" (Ezequiel 12:25). Lo mismo en el Nuevo Testamento. El mismo Dios que habló en otro tiempo, en estos postreros días ha hablado por el Hijo (Hebreos 1: 1, 2). Por cierto que un escritor del Nuevo Testamento menciona "al que habla" (Hebreos 12:25). Dios le habló a Pablo (Hechos 18:9). En toda la Biblia el término "Dios" se refiere a Aquel que se ha dado a conocer. No se refiere a una deidad inventada por el hombre. El rechazamiento de la revelación El moderno rechazamiento de la revelación ha brotado de la idea de que las palabras con que se expresa la revelación no tienen mayor importancia. Dios ha facilitado el contexto del mensaje y ha permitido que los hombres le dieran forma a su modo y según sus propias palabras. Algunas de tales palabras se consideran erróneas, en parte debido a las limitaciones de los mensajeros y en parte a causa de las limitaciones de las sociedades en que vivieron y que les ensefiaron tantas de sus ideas y modos de expresión.

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Una vez se ha admitido que hay errores es posible ir lejos y rápido. No es que sea inevitable, desde luego, y algunos de los que ven errores en la Biblia ven también la verdad revelada de Dios. Pero otros razonan que podemos y aun debemos descartar numerosas declaraciones de los autores bíblicos. Y si es posible rechazar de este modo las palabras, también, desde luego, es posible desechar las ideas. Siguiendo esta senda hasta cierta distancia, pronto nos encontramos que no nos quedan más que los pensamientos de hombres de tiempos pretéritos. Entonces se puede preguntar, no sin razón: "¿Por qué nosotros, con todos los adelantos efectuados en tantas esferas de la vida, habremos de tener como especiales estos antiguos escritos?" Como indica James Barr, la opinión radical puede preguntar: "¿Por qué la Biblia? ¿Por qué ha de tener posición de privilegio un grupo de libros antiguos? y si 10 ha de tener un grupo de libros antiguos, ¿por qué éste? ¿Y por qué, en todo caso, hay que suponer que existe siquiera una autoridad externa objetiva, ya sea en forma de libros o en otra forma cualquiera?,,3 Los que así razonan han rechazado la revelación en cualquier sentido razonable, por más que asientan a la ortodoxia. Para ellos la Escritura ya no es el libro normativo supremo. En realidad, hablar de normativo en cualquier sentido es forzar el lenguaje. Llegar a este punto significa adoptar una actitud crítica hacia la Biblia entera, incluso las palabras de Jesús. Muchos eruditos especializados en el Nuevo Testamento han dudado en cuanto a 10 que se debe aceptar como auténtico en 10 que los Evangelios presentan como enseñanza de Jesús. Después de mucho vacilar, han hallado por 10 general algunas enseñanzas que según ellos pueden atribuirse al Maestro. Hasta fecha reciente se ha pensado que todos los cristianos tomarían tales enseñanzas como de plena autoridad. Prgceden del Hijo de Dios hecho carne y deben

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por tanto ser aceptadas y obedecidas por los que siguen a ese Hijo de Dios. Pero los mencionados puntos de vista no aceptan ni eso. Después de todo, Jesús fue un hombre del siglo primero. Como todos los de su tiempo, aceptó los errores indiscutidos de su época. Hemos de respetar como se merece 10 que dice, pero sin considerar sus palabras definitivas y plenas de autoridad. Dado que, por añadidura, hay errores en la narración, se llega a la conclusión que no debemos hacer demasiado caso de los Evangelios. Aun cuando podemos recoger las palabras de Jesús mismo, no son otra cosa que las palabras de un maestro religioso del siglo primero. A. O. Dyson, por ejemplo, menciona el punto de vista de que "Dios nos ha concedido en Jesús una revelación", pero esto no le parece otra cosa que una teoría. Además es una teoría con un problema, "o sea en qué consiste esta revelación". Habiendo reducido la revelación a la categoría de teoría discutible, se permite decir cosas tales como: "Si la teoría de la revelación no puede emplearse...", "mi punto de vista es que no podemos de hecho iniciar nuestro estudio de Jesucristo partiendo de una supuesta revelación".4 Dyson cita a otros escritores recientes que se sienten molestos por el concepto de la revelación y procede a sugerir que el mismo concepto no es otra cosa que una idea relativamente reciente. Cree que la fecha no tiene importancia, pero se inclina a pensar "que la rotura del dique se produjo no antes del siglo XVII y XVIII". Cita a Gerhard Ebeling atribuyéndole el punto de vista de que en tiempos modernos el cristianismo ha perdido "la validez obvia" que había tenido en el mundo occidental durante más de un milenio.5 Tenemos, pues, que la historia de la teología cristiana en los últimos tres siglos puede describirse con justicia en gran parte como una serie de desquites en retirada

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ante aquella crisis... Dentro de este proceso general, se ha introducido la noción de la revelación a manera de mecanismo para poder dotar el pensamiento y la vida cristiana de un fundamento estable.6 Dyson se opone a tal introducción de la revelación.

¿Una nueva religión? Si las cosas son realmente así, luego el cristianismo ha sufrido una transformación. Quizá Dios no ha muerto, pero el cristianismo tradicional sí ha muerto ciertamente, y surge la pregunta: "¿Nos hallamos ante una nueva religión?" En lugar de basar nuestra fe en 10 que Dios ha dado a conocer, se nos dice ahora que la basemos en nuestra mejor intuición. Podemos tomar nota de los exponentes clásicos del cristianismo, y en última instancia 10 que aceptamos no es otra cosa que las ideas que personalmente nos atraen. El caso es que además, si hemos de hacer caso de los exponentes clásicos del cristianismo simplemente como de hombres que nos dan ideas útiles que valen la pena considerar, según este criterio podemos hacer 10 mismo con los pensadores extrabíblicos. Sería inútil negar que muchos pensadores ajenos al cristianismo nos han dado ideas que nos permiten reflexionar y actuar provechosamente. Hay tanta (o tan poca) autoridad en tales pensadores como en los· escritores de los libros de la Biblia. Esta metodología en efecto destruye la Biblia corno depósito de verdad revelada. Por esta razón es importante considerar nuevamente el concepto de la revelación. ¿Es cierto que los cristianos, por espacio de novecientos años, se han equivocado en esto? ¿Hemos de abandonar ahora la idea de estudiar la Biblia, excepto en el sentido en que estudiamos, pongamos por caso, los escritos de Cipriano? ¿Hemos de defender

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valientemente nuestras convicciones y dejar de leer la Biblia en nuestros cultos de adoración? ¿Habremos de dejar de darle lugar preferente en nuestras devociones privadas? Las preguntas se multiplican y no podemos dejarlas sin respuesta. Una cosa es referirse constantemente a un libro que se considera de plena autoridad. Otra cosa muy distinta es formarse las propias ideas sin tener en cuenta lo que nos dicen incisivamente ciertos antiguos pergaminos. y es una cuestión que debe decidirse desde el principio. Hasta que sepamos qué respuesta vamos a darle no estamos capacitados para enfrentarnos con otras cosas. Es preciso que sepamos cuál es la base de nuestra teología. El problema en cuestión afecta a todos los cristianos y a todas las iglesias, y afecta también a las relaciones entre cristianos y entre iglesias. A menudo hemos dado por sentado, con excesiva confianza, que ya que todos los cristianos tienen la Biblia en común, tenemos por 10 menos una base común en la cual apoyarnos en nuestras relaciones de estudio interdenominacionales. Empero a menos que coincidamos en cuanto al modo en que debe emplearse la Biblia y en cuanto al grado en que tiene plena autoridad, la unidad existente entre nosotros es pura apariencia. Según esto, sería de importancia resolver la cuestión de alguna manera. y sin embargo, James Barr no parece opinar así. Observa que "la condición y el valor de la Biblia son muy cuestionables" y sigue diciendo que "esta situación pudiera muy bien convertirse en permanente".? Estas palabras parecen indicar que la Biblia será un tema de continua controversia sin que se vislumbre el poder llegar a un consenso. Es decir, que no habrá acuerdo ni aceptación de su autoridad por parte de todos. Algunos tendrán a la Biblia en gran estima mientras otros prácticamente no la tendrán en cuenta, sin que, al parecer, pueda decirse quienes tienen la razón. Cada uno será su propia autoridad. Nos encontramos encerrados en una subjetividad que se halla muy lejos de la tra-

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dicional apelación a una palabra que procede de Dios con plena autoridad. Sostiene Barr que para muchos la cuestión se planteará de la fonna siguiente: "¿Están la teología y la doctrina (y por consiguiente la predicación también) basadas en algo que hemos recibido, que nos ha sido dado; o dependen a fin de cuentas simplemente de nuestras propias ideas, por muy filosóficamente refinadas que sean?"g Si se examina el caso cuidadosamente, se trata de una grave divergencia. Según parece, Barr no cree que en el fondo nuestras propias ideas y las de la Biblia sean enonnemente distintas: "Hemos de reconocer que las ideas bíblicas pueden muy fácilmente llegar a ser 'nuestras propias ideas', y que así ocurre precisamente con los más celosos defensores de la Biblia".9 Por supuesto que sucede que los hombres toman ideas de la Biblia y se las apropian. Lo lamentable es que también ocurre que los hombres, con demasiada frecuencia, toman sus propias ideas y las atribuyen a la Biblia. Pero no es tan fácil deshacerse de este problema. Sigue siendo cierto el hecho de que en la Biblia hay ideas que no son "nuestras propias ideas" y que cuando acudimos a la Biblia humildemente y con espíritu presto a aprender, las encontramos allí. No es necesario argumentar hasta el punto en que tengamos que sostener que nadie puede aprender de la Biblia. Muchos pueden hacerlo, y 10 hacen. No es posible reducir todo estudio blblico a un ejercicio de subjetividad. Tampoco es necesario atribuir nuestras propias ideas a la Biblia. Es posible sentarse con humildad ante la Biblia y dejar que nos hable. Estamos de acuerdo en que nadie puede leer la Biblia sin tener presuposiciones, mas con todo sigue siendo cierto que los estudiantes sinceros tienen en cuenta estas presuposiciones. De otro modo sería imposible hacer una exégesis erudita. En todo el mundo hay estudiosos bíblicos que están constantemente ocupados en labores exegéticas, confiados en que pueden decir algo

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que tendrá sentido para sus colegas. La autoridad no está en 10 que los cristianos traen a la Biblia, sino en lo que ésta dice. Esto equivale a decir que no podemos aceptar la divergencia que según Barr determina la cuestión. Es cierto que hay metodologías divergentes. También puede darse el caso de que estas metodologías continúen largo tiempo, como cree Barr; y aun si fuere así, esto no resuelve la cuestión. No podemos, sobre tal base, decir: "Dado que va a haber diferentes opiniones, todo el asunto de la revelación queda liquidado". Existe la posibilidad de que una u otra de estas opiniones sea errónea. Lo que Barr afinna nos sirve de aviso de que las cuestiones son complejas, tan complejas que al final pueda aun haber diferencia de opiniones. Empero esto no nos exime de examinar seriamente la pregunta: "¿Ha hablado Dios?" Si lo ha hecho, resulta muy peligroso seguir por el camino de la subjetividad. De modo similar podríamos comentar otras mentalidades que tienden a pasar de largo el asunto de la revelación. Algunos estudiantes de la Biblia y del cristianismo tienden a concentrarse en 10 práctico, y al hacerlo encuentran que en la Biblia hay secciones de poca utilidad, pues no parecen tener aplicación en nuestra sociedad moderna. Otros hacen preguntas sobre la teoría de la comunicación y quisieran saber cómo las ideas pasan de uno a otro y si es posible sacar ideas de Dios. También es posible concentrarse en las limitaciones inherentes a la palabra escrita y preguntar cómo pueden los escritores bl'blicos damos a conocer lo que han aprendido. Todas estas cuestiones, y otras similares, tienen carácter periférico. Tienen su importancia y es preciso estudiarlas cuidadosamente. Pero ninguna de ellas nos exime de ir al grano y preguntar si de hecho Dios ha querido revelarse.

Lo que la Biblia enseña sobre la revelación El concepto general de revelación no es tema de discusión

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en la Biblia. El interés se centra más bien en actos específicos de revelación. Podemos considerarlos. y reflexionar en sus implicaciones para el concepto más amplio. Mas los escritores bíblicos no nos ofrecen un estudio sistemático en gran escala del tema que nos ocupa. Quizá los pasajes más significantes para nuestro propósito son aquellos que de algún modo hablan de la revelación de Dios. "Ni al Padre conoce alguno", son las palabras de Jesús, "sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo 10 quiera revelar" (Mateo 11:27; véase Lucas 10:22). Downing trata de cambiar el sentido de este pasaje sosteniendo que si procede de Jesús o de la época más primitiva de la iglesia "no cabe ningún 'revelamiento' de Dios mismo . .. Si Jesús 'revela' algo, es la exigencia de Dios, exigencia inherente en el hecho de que se trata de los últimos tiempos. No 'revela' a Dios".1 o Todo esto suena arbitrario. No es por cierto 10 que el texto dice. "Aquel a quien el Hijo 10 quiera revelar" es de sobras específico y se refiere a la revelación de Dios, y no a cualquier exigencia por parte de Dios. A veces se dice que es el Hijo quien es revelado, como cuando Pablo dice que "agradó a Dios... revelar a su Hijo en mí" (Gálatas 1: 15, 16), o cuando Jesús dice, con referencia a la afirmación de Pedro de que El era el Cristo: "No te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mateo 16: 17). Tales pasajes indican que 10 divino no es conocido de los hombres. También indican que lo divino puede estar dispuesto a revelarse, y que en ciertas ocasiones lo ha hecho. La revelación no está bajo el control de los hombres. Estos no pueden exigirla. Pero puede serles dada en el momento que Dios cree oportuno. Hay otros pasajes en los que se dice que han sido reveladas diversas cualidades de Dios. Esto es cierto en cuanto a la gloria de Dios (lsaías 40: 5; véase Romanos 8: 18, 1 Pedro 4:13, 5:1), el brazo de Jehová (lsaías 53:1; Juan 12:38), la justicia de Dios (lsaías 56: 1; Romanos 1: 17), su justo juicio (Romanos 2:5), su ira (Romanos 1: 18) y

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otras más. Todos estos pasajes nos traen al mismo círculo de ideas. Nos confrontan con la noción de que Dios por sí mismo no puede conocer lo que es Dios y cómo es. Todo conocimiento de este tipo debe serIe revelado. Quizá podríamos decir que los pasajes más importantes de esta sección son los que hablan del evangelio como revelado. Pablo nos dice explícitamente que "el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni 10 aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo" (Gálatas 1: 11, 12). Probablemente tiene un pensamiento muy parecido en su mente cuando habla de la "fe" como cosa revelada (Gálatas 3:23). A veces tiene al evangelio en la mente cuando habla de un "misterio" revelado, como en la sección final de Romanos, con su referencia a "mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora" (Romanos 16:25s). El misterio puede estar relacionado con el lugar de los gentiles en los propósitos de Dios (Efesios 3:3-6); pero según vemos a partir del versículo siete, es del evangelio que se está tratando. El que Dios incluyera a los gentiles en la esfera de su salvación no se considera un truismo. Es una revelación sorprendente, digna de ser recibida con reverencia y gratitud. Las expresiones tales como "el misterio de la fe" y "el misterio de la piedad" (1 Timoteo 3:9, 16) son afirmaciones de que las ensefianzas esenciales del cristianismo son verdades dadas a conocer por revelación, y no elaboradas por la mente humana sin ayuda externa. El quid de todo esto es, según parece, que ningún hombre jamás hubiera o podría haber elaborado la idea del evangelio (y de la función de los gentiles en el mismo) por sí solo. Al hombre natural le parece tan claro que el destino fmal propio es determinado por uno mismo, que necesitó la revelación para darse cuenta de que, al contrario, depende de la gracia de Dios. Además, la revelación es

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necesaria para llegar a saber que la manifestación de aquella gracia involucraba la encamación, la vida de Jesús de Nazaret, su muerte expiatoria, su resurrección y ascensión. No cabe duda de que esto es "misterio"; y ahora ha sido revelado. Hasta aquí podría decirse que todo encaja perfectamente con el gran principio establecido en Deuteronomio 29:29: "Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley". La revelación no está destinada sólo a los que de hecho la recibieron, sino también a sus descendientes. Tiene por objeto práctico guiarles, orientarles en la importante cuestión de la vida diaria al servicio de Dios. La revelación tiene un propósito, una aplicación, y se ocupa de materias de gran alcance. Hay un grupo interesante de pasajes en la Biblia que emplea los términos "revelar" y "revelación" para designar cosas comparativamente de menor importancia. Así es como Pablo por ejemplo habla de cuando los corintios se reúnen para el culto y dice: "Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación ..." (1 Corintios 14:26). Esta "revelación" parece no ser otra cosa que un simple pensamiento que aportar al culto dominical, aunque es un pensamiento de Dios y no de hombre. Si alguno está a punto de hablar en tal momento del culto, debe callar "si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado" (1 Corintios 14:30). Esto es probablemente lo que menciona Pablo cuando habla de hablar con revelación (1 Corintios 14:6) o de la grandeza de las revelaciones (2 Corintios 12: 1, 7). También así debiéramos entender la convicción de Pablo de que en cierta ocasión subió a Jerusalén "según una revelación" (Gálatas 2:2), y quizá también su punto de vista de que si los filipenses lo precisaban, Dios les daría una revelación (Filipenses 3: 15).

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Comparadas con las grandes verdades de la fe, es posible que estas "revelaciones" nos puedan parecer triviales. Mas señalan una importante verdad, y es que el Espíritu de Dios no abandona a los suyos. No hemos de pensar en la revelación como algo que se dio una vez en el sentido de que a partir de entonces el Espíritu se retira para que el pueblo de Dios haga lo mejor que sepa partiendo del depósito definitivo. Al contrario, está siempre entre ellos. Pueden contar con una dinámica presencia de Dios que continuamente provee lo que necesitan. Tales parecen ser, brevemente reseñadas, las principales enseñanzas de la Biblia sobre el tema concreto de la revelación. No son muchas en cantidad, y algunos han llegado a la conclusión de que el concepto de la revelación como un todo no es importante para los escritores de la Biblia. Esta conclusión, sin embargo, es demasiado superficial. Si deseamos saber lo que pensaban los escritores de los libros bíblicos sobre la revelación hemos de tener en cuenta mucho más que los pasajes que contienen el substantivo "revelación" o el verbo "revelar". Por ejemplo, Dewey M. Beegle estudia no sólo la revelación, sino también la palabra, la doctrina, el nombre, la gloria, la predicción, la sabiduría, la manifestación y la senda o camino. Prosigue observando que otras palabras contienen también la idea de revelación, tales como mandamiento, anuncio, proclamación, promesa, conocimiento, consejo, verdad, tradición, testimonio, pacto, aparición y luz. Cuando pasa a considerar los verbos anota revelar, profetizar, predecir, hablar y conocer, y señala también la aplicación al caso de aparecer, conduc~r (guiar), abrir, brillar, atestiguar, prometer y proclamar. 1 No nos es posible ocupamos de esta vasta cantidad de evidencias, pero por lo menos conviene damos cuenta de que existen. No pretendemos afirmar, por supuesto, que todos los casos de empleo de todas estas palabras sean nuevos ejemplos de revelación. No ocurre así. Y nadie que conozca su Biblia puede negar que todas

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ellas pueden a veces usarse para denotar la idea de revelación y que algunas de ellas suelen usarse en tal sentido. Las dudas modernas Las anteriores observaciones son importantes porque la obra de F. Gerald Downing que ya hemos mencionado, Has Christianity a Revelation? (¿Hay revelación en el cristianismo?) parece pasar por alto los hechos aludidos. Ha convertido la escasez de las referencias bíblicas en cuanto a la revelación en el argumento de que todo el concepto de la misma es ajeno al cristianismo. Podemos poner en duda de que se haya realmente enfrentado con las ensefianzas bíblicas al respecto. Su método es muy estadístico y lingüístico. Su argumento es que los pasajes que contienen las diversas palabras que designan "revelar" y otras ideas parecidas son pocos en número. Aiíade que "revelar" significa dar un conocimiento claro y preciso. De hecho uno de sus argumentos principales en contra de la existencia en general del concepto de revelación en el cristianismo es que los cristianos han sacado de la Biblia ideas tan divergentes. Si realmente hubiera revelación dada .por Dios, todo el mundo 10 vería. El hecho de que no todos la vean es en sí mismo evidencia de que Dios no ha dado revelación alguna. Downing rechaza la idea de que Dios sea tan torpe que sólo pudo dar una revelación que los hombres no pueden entender. Revelación significa "aclarar". Lo que no está claro no es revelación y estamos dando mal empleo a nuestra terminología si aplicamos el término "revelación" a 10 que los hombres interpretan de modo tan divergente como se hace con la Biblia. Ni podemos ponemos a resguardo diciendo que la revelación es "parcial" o "gradual" o algo semejante. En tales casos, piensa Downing, "el teólogo está empleando una palabra que normalmente indica 'aclarar' para decir 'dejar sin aclarar'. No es una gran ayuda".l 2

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Downing lleva a cabo su argumentación de modo espléndido. No es fácil criticarlo con justicia. Hay por 10 menos un lector suyo que no encuentra convincente sus impecables razonamientos. Pues el hecho es que Downing jamás osa hacerse preguntas como éstas: "¿Afirmaron los escritores de la Biblia tener un conocimiento real de Dios o no?" "y si 10 hicieron, ¿se dieron a sí mismos este conocimiento o se 10 reveló Dios?" Para la mente del estudioso es en sumo grado satisfactorio contar los casos en que aparece, por ejemplo, la palabra galah y llegar a la conclusión de que no nos ayuda a ver que en la Biblia haya revelación. Pero nada de esto puede aplicarse a cuestiones más importantes, como: "¿Conoció Abraham realmente a Dios?", "¿Lo conoció Moisés?", y "Lo que estos hombres conocieron de Dios, ¿ha sido registrado de tal modo que otros hombres pueden examinarlo y usarlo?". El conflicto está en que Downing está argumentando en forma apriorística. No cabe duda de que él no 10 reconoce. Repudia "los razonamientos deductivos concernientes a la 'naturaleza' de Dios" y sostiene que si alguien sugiere que "Dios" se ha "revelado" esto hay que comprobarlo "no mediante creencias fundadas en los deseos más que en los hechos, no por su atractivo, sino observando la esfera de eventos indicada por este creyente".13 Pero, ¿es esto 10 que Downing ha hecho? No 10 parece. Por ejemplo, muy al principio de su texto nombra tres palabras hebreas, galah, 'arah y hasap, que tienen un significado muy parecido al griego apokaluptein y al latín revelare y sigue: "Si alguno de los escritores del Antiguo Testamento usó algo que con pleno sentido pudiera llamarse 'un concepto de la revelación', parecería razonable esperar que estuviera expresado con una de estas palabras".t 4 Con el mismo espíritu razonable incluye otras palabras, como ra'ah y yada' (ambas en el niphal) y las examina minuciosamente. Esto le permite sacar la conclusión que mencioné al principio, o sea que los escritores del Antiguo Testamento no afirman

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haber una relación suficientemente íntima entre Dios y el hombre para poderse decir que Dios se ha revelado a sí mismo. Empero con todo respeto, hay que decir que esta no es la manera apropiada para enfocar el tema. Lo que Downing dice en realidad es: "Si los escritores del Antiguo Testamento desean transmitir la idea de revelación, han de hacerlo como yo digo. Es inconcebible que lo hagan de modo distinto". Y al momento surge la pregunta: "¿Es cierto?" El concepto apriorístico de Downing no admite que los escritores de la Biblia comuniquen a su manera. Han de hacerlo como prescribe Downing sin alternativa posible. ¿No sería mejor preguntar qué han hecho realmente y dejar que se expresen a su manera? No parece haber ninguna razón para que un profeta no esté convencido de que Dios está hablando por medio de él aunque nunca establezca explícitamente un concepto de la revelación. Es posible que no tenga nociones imaginarias de cómo Dios se comunica con los hombres y por consiguiente cabe que nunca se aventure a especular sobre las formas de revelación, lo cual no impide que esté completamente convencido de que Dios está hablando por medio de él. ¿Qué otra cosa significan las palabras "Así dice Jehová" en labios de un profeta? Para tomar un ejemplo cualquiera, digamos que no es fácil pensar que cuando Isaías escribió "Me dijo Jehová" (Isaías 8: 1), quería decir que iba a darnos un pensamiento propio. No está empleando conceptos como el de la revelación. No está usando palabras como ga/ah, 'arah o hasap (ni siquiera el niphal de ra'ah o yada'). Sino está afirmando que 10 que sigue a continuación es un mandamiento que Dios le ha dado. Yeso indica revelación, tanto si el profeta decide emplear el término como si no. Podríamos repetirlo una y otra vez. Tomemos el comienzo de un oráculo de Jeremías: "Palabra de Jehová que

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vino a Jeremías, diciendo: Ponte a la puerta de la casa de Jehová, y proclama allí esta palabra, y dí: Oíd palabra de Jehová ... Así ha dicho Jehová de los ejércitos ... " (Jeremías 7: 1-3). O la crónica de Ezequiel referente a su visión de "la semejanza de la gloria de Jehová". Dice así: "Cuando yo la ví, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba" (Ezequiel 1: 28). No puedo comprender por qué ciertos hombres habrían de escribir así si lo que pretendían decimos era que habían considerado el tema y se disponían a damos las conclusiones a que habían llegado. Si las palabras tienen significado, se trata aquí de testimonios de una revelación. Dicen que Dios les había hablado, o que se había revelado a ellos si se prefiere. Todo esto hay que tomarlo con la máxima seriedad. Mi controversia con Downing no consiste en que no haya efectuado sus investigaciones con suficiente cuidado. Al contrario, siento gran admiración por el excelente y laborioso trabajo que se ha tomado. Ha llamado nuestra atención a ciertas interesantes estadísticas y nos ha avisado del peligro de olvidamos del carácter meramente tradicional de ciertas posiciones. Me parece difícil hacer un trabajo más completo en este sentido. Empero mi desacuerdo con él consiste en que parece estar avanzando por una ruta falsa por completo. No deja que los autores bíblicos hablen por sí mismos. Exige que empleen sus mismas categorías. Esta metodología apriorística parece totalmente errónea. Cuando dejamos que los escritores bíblicos hablen por sí mismos y escuchamos simplemente lo que dicen descubrimos que insisten enérgicamente en que ellos están haciendo constar lo que Dios les ha dicho. No pretenden estar dándonos lo más selecto de sus pensamientos sobre tópicos del día. Quizá no empleen nuestra terminología, pero están dejando constancia de lo que nosotros llamamos revelación. Anteriormente hemos mencionado el rechazamiento del concepto de la revelación por parte de A. O.

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Dyson. Este es partidario de enfocar las cosas con una mente abierta y sostiene que "por encima de todo hemos de estar atentos a las evidencias".1 s He aquí algo con lo que estoy de acuerdo por completo. Lo que lamento ciertamente es que Dyson ha prestado demasiada poca atención a una cosa que tan necesaria es. En algunos aspectos, cierto es, examina escrupulosamente las evidencias. Escucha atentamente 10 que dice la crítica histórica. Pero no así en 10 que se refiere a las evidencias de la revelación. Nunca llega al extremo de preguntarse 10 que la Biblia dice de sí misma y de la revelación. Jamás presta atención a las evidencias de que los escritores de la Biblia se tenían a sí mismos por comunicadores de la mismísima Palabra de Dios, ni se pregunta por qué afirmarían tal cosa. y sin embargo, éstas son las cuestiones básicas. Las pruebas que permiten considerar al cristianismo una religión de revelación no se apoyan en ciertas evoluciones del pensamiento que Dyson o cualquier otro postule como ocurridas en los siglos XVII o XVIII. Las pruebas se apoyan en las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles. Si profesamos ser "cristianos", no nos queda otra cosa que empezar con las enseñanzas del Cristo. Si eso concuerda con la crítica histórica o con el moderno liberalismo o conservadorismo o fundamentalismo o 10 que sea, tanto mejor para el grupo favorecido. Pero sea el caso como fuere, yo no veo más remedio que comenzar aquí. Otro defecto del enfoque de Dyson es que pone en manos del mundo moderno la voz de la decisión. No veo cómo nosotros, los que vivimos en ese mundo, podemos hacer otra cosa que expresar nuestro respeto por las ideas de nuestros tiempos. Después de todo, son las ideas de la comunidad que nosotros contribuimos a formar. Otra cosa muy distinta es dar a la voz de esa comunidad la facultad decisiva. Vivimos en tiempos de mucha tecnología y ciencia. Pero no estamos en tiempos de gran arte,

gran literatura ni gran filosofía. No parece haber razones suficientes para afirmar que en cuestiones de religión nuestra época es tan grande que pueda decidir cuestiones cruciales basándose en sus propios recursos. Sin embargo, Dyson osa decir: "A fin de cuentas, no obstante, hemos de afirmar que, debido a que la tradición acerca de Jesucristo nos llega (tanto en el Nuevo Testamento como en cualquier otra esfera) a través de los conceptos del mundo, esos conceptos del mundo predominarán cuando se trate de movilizar, cribar y apropiamos dicha tradición".16 Esto está bien claro. Pero si "los conceptos del mundo" son los que van a "predominar", es que no se permite a la revelación que hable. De modo que cada vez que surja una dificultad, por definición es "el mundo" y no la Biblia 10 que cuenta. La revelación queda excluida. Creo que esta metodología no es ni justa ni cristiana. No es justa porque no se permite a la revelación que hable por sí misma. Y no es cristiana porque la actitud cristiana consiste en dar la prioridad a Cristo, no al mundo. Hombres que oyeron a Dios Cuando acudimos a la Biblia encontramos evidencias satisfactorias de que lo decisivo es la voz de Dios, y no los pensamientos selectos de los santos de la antigüedad. En la profecía de Jeremías se hallan algunos pasajes muy instructivos. Tomemos, por ejemplo, aquél en que el profeta nos cuenta que Jehová le dio instrucciones para ejercer sus derechos de redención de la heredad de Hanameel, hijo de su tío Salum (Jeremías 32). Esto no tenía lógica para Jeremías. Según lo que él consideraba ser la dirección de Dios, había estado profetizando sin cesar que los babilonios tendrían éxito en su ataque a Jerusalén. Cuando esta profecía se cumplió los derechos que los israelitas pudieran tener sobre las tierras carecían de la menor importancia. ¿De qué le serviría a un hombre poseer propiedades en Judea

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si se hallaba exiliado en Babilonia? El mandamiento de comprar la heredad procedía de Dios (Jeremías 32:6-8). De modo que aunque no tuviera sentido para él, Jeremías compró la heredad. Y lo hizo en toda regla. Pagó el precio que correspondía, diecisiete siclos, y se hizo redactar la escritura de propiedad, debidamente sellada, certificada con testigos y legalmente depositada. Es decir, que se ajustó estrictamente a todos los requisitos de las leyes. Si eso fuera todo, quizá pudiéramos razonar que Jeremías estaba obrando bajo el influjo de compulsiones internas que él llamaba mandamiento de Dios, pero que en realidad eran ideas suyas. Atribuirlo a Dios era una simple racionalización. Mas Jeremías procede a orar en forma de expostulación. Se encuentra perplejo. No puede entender lo que Dios le está mandando hacer. Dios parece contradecirse yeso a Jeremías no le gusta nada. De modo que se lamenta en oración. Empieza recordándole a Dios su constante amor por su pueblo, su poder y la manera como ha intervenido en la historia de la nación. Israel había caído en la infidelidad y Dios había enviado a los babilonios en contra de ella como resultado. Jeremías le dice a Dios que nada hicieron de lo que les mandaste hacer; por tanto, has hecho venir sobre ellos todo este mal. He aquí que con arietes han acometido la ciudad para tomarla, y la ciudad va a ser entregada en mano de los caldeos que pelean contra ella, a causa de la espada, del hambre y de la pestilencia; ha venido, pues, a suceder lo que tú dijiste, y he aquí lo estás viendo. ¡Oh Señor Jehová! ¿y tú me has dicho: Cómprate la heredad por dinero, y pon testigos; aunque la ciudad sea entregada en manos de los caldeos? (Jeremías 32:23-25). Está bien claro que esta "palabra de Jehová" no era algo que el propio Jeremías hubiese elaborado basándose

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en lo más selecto de sus propias intuiciones. Cuando le vino, pudo obedecerla, aunque no pretendía entenderla. Después que Dios le hubo dicho que el pueblo sería entregado en manos de los babilonios, no podía comprender por qué Dios había de mandarle que comprase un terreno. Para Jeremías esto carecía de lógica. La amenaza babilonia no era remota ni mucho menos, ni podía ser prevenida en modo alguno. Ejércitos hostiles estaban en aquellos momentos asaltando la ciudad. "Tú lo estás viendo" es una expresión muy acertada en la oración del profeta. No nos dice cómo pudo reconocer la palabra de Dios cuando vino a él, pero es evidente que era algo objetivo. Para Jeremías era bien cierto que Dios hablaba, y que a veces hablaba de tal manera que su siervo no sólo no comprendía sino que tenía objeciones que hacer. Empero no parece habérsele ocurrido jamás que ello le daba al siervo el derecho a negar el origen divino del mensaje. La convicción de Jeremías de que Judá volvería a su propia tierra después de un período de cautividad es evidente. En otro pasaje llega incluso a poner un límite de setenta años a la duración del exilio (Jeremías 25: 11). Convendría por cierto no pasar por alto la importancia de este hecho. En la antigüedad las naciones eran llevadas en cautiverio de vez en cuando, como iba a ocurrirle a Judá. Mas las naciones no regresaban de su cautividad. El propósito real de transferir una población a otro lugar era diseminar la nación derrotada e impedir que volviera a constituir jamás de nuevo una amenaza. Permitir que regresara a su tierra hubiera anulado toda la operación. ¿De dónde sacó Jeremías la idea, que evidentemente significaba tanto para él, de que el pueblo regresaría? Dijo que la había recibido de Dios, que Dios se 10 había dicho (Jeremías 32:3644). Se percibe aquí un tono de certidumbre que no se explica si rechazamos la explicación del propio profeta. Otro incidente instructivo en la vida de Jeremías es la

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ocasión en que los jefes del ejército, con J ohanán hijo de Carea le pidieron que rogara por ellos a Jehová. Los oficiales sentían la necesidad de la dirección divina y pensaron que Jeremías era el hombre adecuado para conseguirla. Jeremías aceptó inmediatamente. Estaba dispuesto a orar por ellos y prometió mantenerse en contacto con ellos: "Sea cual fuere la respuesta de Yahvéh para vosotros, yo os la declararé sin ocultaros palabra" (Jeremías 42:4, Biblia de Jerusalén). Jeremías no recibió la divina respuesta hasta pasados diez días (42:7). No podía recibir la respuesta a su voluntad. Tenía que esperar a que llegase. Es evidente que no se trataba de prepararla y decir a los demás lo que mejor le parecía como resultado de sus cuidadosas reflexiones. "Al cabo de diez días vino palabra de Jehová a Jeremías". No sabemos cómo le vino ni cómo Jeremías la reconoció como tal. En otro pasaje este profeta menciona haber asistido "al consejo de Yahvéh" y pregunta: "¿Quién ... vio, y oyó su palabra?, ¿quién escuchó su palabra, que pueda denunciarla?" (Jeremías 23: 18 Biblia de Jerusalén). Tanta brevedad casi nos atormenta. No nos permite decir cómo sabía Jeremías que él (o algún otro profeta) había estado en el "secreto" de Jehová. No cabe duda de que lo consideraba una posibilidad que algunos hombres podían alcanzar. Más aún. Lo consideraba requisito previo de la verdadera profecía. Sólo esto capacitaba a un hombre para declarar con plena autoridad lo que Dios había dicho. Era por no haber estado presentes en el secreto de Jehová que los falsos profetas erraban. Era por haber estado allí presentes que los verdaderos profetas podían proferir auténtica palabra de Dios. Evidentemente le ocurrió algo así a Moisés. Ningún profeta fue semejante a él, ya que a él "lo conoció Jehová cara a cara" (Deuteronomio 34: 10). En verdad que "hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero" (Exodo 33: 11). Se expresa explícitamente su diferencia de los demás profetas: ·'Cuando haya entre

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vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová" (Números 12:6-8). Esto demuestra un conocimiento íntimo y exacto de lo que Dios está diciendo. Downing se desentiende de este tipo de evidencia diciendo simplemente que Moisés tenía un cargo especial, y que no era de esperar que el judío común y corriente llegara jamás a ocupar tal posición. 1 7 Y de nuevo hemos de responder que esa no es la cuestión ni mucho menos. Claro que Mo~sés ocupaba un cargo singular que nadie jamás ocuparía. No es esto lo que está debatiéndose. Sino lo que Downing elude es: "¿Recibió Moisés un conocimiento real de Dios por el cargo especial que tenía?" Y esto nos lleva a otra pregunta: "Si Moisés en efecto recibió conocimiento real de Dios, ¿transmitió este conocimiento, o parte de él, a otros?" Si en efecto conoció a Dios y si escribió 10 que conocía, la conclusión es que tenemos revelación. Moisés y Jeremías son ejemplos de hombres piadosos que procuraron seriamente averiguar lo que Dios estaba diciendo y transmitírselo a otros. Hay también algunos casos de hombres que no buscaban conscientemente ser vehículos de la revelación de Dios, mas desempeñaron tal función a pesar de sí mismos. El ejemplo clásico es Balaam. Este deseaba maldecir a Israel. Cuando por fin no consiguió hacerlo, dio algunos consejos a Balac sobre el modo de derrotar a Israel (Apocalipsis 2: 14) y finalmente murió luchando contra Israel (Números 31:8). Es evidente que no estaba expresando lo más selecto de sus pensamientos cuando en una serie de oráculos proclamó la bendición de Dios sobre Israel (Números 23, 24). Se trata de un ejemplo de la soberanía de Dios. Dios ha hecho que dijese lo que debía decirse y tales palabras difícilmente son atribuibles a Balaam mismo. Es preciso decir algo similar en cuanto a la profecía

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inconsciente de Caifás según el testimonio de Juan (Juan 11 :49s). El sumo sacerdote estaba hablando desde el punto de vista de una simple conveniencia política y un cinismo personal cuando dijo: "Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca". No fue por su voluntad propia que profirió palabras que tenían un carácter profético más pleno y profundo de 10 que sabía, palabras que se aplicaban a la muerte expiatoria de Jesús por "los hijos de Dios". Este tipo de revelación no es común. En toda la Biblia la gran mayoría de los que hablaron o escribieron en nombre de Dios 10 hicieron plenamente conscientes de 10 que hacían. Sin embargo, pasajes como los que hemos comentado muestran que Dios no está limitado por la capacidad de los hombres de captar 10 que significa su palabra ni por el deseo de los hombres de secundar sus propósitos. El puede usar, y a veces 10 hace, las personas más inverosímiles para comunicar su revelación. Balaam y Caifás demuestran que es posible que Dios haga uso de las palabras de hombres que no se dan cuenta del pleno significado de 10 que están diciendo y que ciertamente no tienen el menor deseo de secundar el propósito divino del cual están hablando. Tales hombres no son profetas en el propio sentido de la palabra. Pero mucho de 10 que se dice en la Biblia viene a través de las palabras de los profetas de Dios y es por tanto de interés tener en cuenta 10 que representan. En el momento en que Aarón llegó a ser el portavoz de Moisés, leemos que "tú hablarás a él y pondrás en su boca las palabras... él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios" (Exodo 4: 15, 16). Un poco más adelante tenemos el siguiente sumario de la situación: "Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta" (Exodo 7: 1). Difícil es escapar a la impresión de que un profeta

era considerado un hombre que habla las palabras que Dios pone en su boca. Misterio y revelación Hay, pues, buenas razones para pensar que de vez en cuando Dios se ha revelado, mayormente por medio de hombres que cooperaban en sus propósitos, pero en ocasiones por medio de hombres hostiles. De vez en cuando se pone al conjunto de la idea de la revelación la objeción de que si tuvo lugar, equivaldría a decir que ya no hay misterio, ya no hay nada "oculto" en Dios. El hombre conoce todo 10 que a El concierne. Pero esta deducción no es válida. La enseñanza constante de la Escritura es que el hombre, como tal, no tiene acceso alguno al ser de Dios. Esto no equivale a decir que el hombre no sabe nada de Dios. Lo que significa es que la iniciativa está en manos de Dios. Si El así 10 decide, puede revelarse. Por supuesto que también significa que si no quiere revelarse, el hombre nada puede hacer al respecto. A veces las controversias como la de Downing parecen dar a entender que si queda algo "oculto" en cuanto a Dios, es que éste no se ha revelado. Pero esto es olvidar la posibilidad de que Dios quiera revelar a los hombres algo de sí mismo aunque sin dar a conocer su ser íntimo. Los hombres pueden quizá sólo conocer "los bordes de sus caminos" (Job 26: 14), aunque debemos apresurarnos a añadir que esos bordes bien vale la pena conocerlos. Consta de que en el Monte Sinaí Jehová pasó por delante de Moisés y proclamó: "¡Jehová! iJehov~! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad ..." (Exodo 34:6s). Nadie puede pretender que este pasaje nos dice todo lo que puede saberse acerca de Dios. Encubre un misterio. Pero el hecho es que estas palabras nos dicen en realidad algo acerca de Dios. No nos son presentadas como un testimonio del punto de vista de Moisés. Son lo que Dios le

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dijo a Moisés acerca de sí mismo. Ahora bien, si es así, las palabras consignan una revelación. La iniciativa parte ciertamente de Dios. La revelación de la naturaleza de Dios es parcial. Nos da a conocer lo que quiere que conozcamos, ni más, ni merios. Pero el hecho es que se trata de una revelación. De vez en cuando encontramos que esto se expresa en la Biblia. Cuando Pablo está demostrando la responsabilidad de los gentiles, apoya sus argumentos en la actividad divina. "Lo que de Dios se conoce les es manifiesto", escribe, "pues Dios se 10 manifestó" (Romanos 1: 19). Es difícil ver 10 que pretende decir Pablo excepto que Dios ha tomado la iniciativa y se ha revelado a los gentiles, de quienes está escribiendo. Dios es activo. Es cierto que las personas en cuestión no respondieron adecuadamente a lo que Dios les mostró, mas esto no altera la realidad de que Dios se lo manifestó. A menos que El los estuviera buscando y les estuviera mostrando lo suficiente de sí mismo para que ellos supieran que debían aceptarlo, es difícil comprender la argumentación de Pablo. No veo cómo es posible que un cristiano rechace la idea de que Dios ha manifestado por lo menos algo de sí mismo y al mismo tiempo sea un cristiano auténtico. De hecho, muchos de los que manifiestan dudas en cuanto a la revelación parecen dar por supuesto que ha habido algo muy parecido a la revelación. Por ejemplo, encontramos que Downing admite: "La iniciativa de Dios en amar y en enviar a su Hijo, hace posible el amor humano real; al amar, Dios nos incita a amar y a hacerlo realmente".18 Esto da origen a la interesante pregunta: "¿Cómo sabe esto Downing?" Este descarta la idea de revelación, 10 cual hace que la vida de Jesús de Nazaret parezca muy similar a la de cualquier campesino galileo de aquella época. Por supuesto que Downing quizá esté dispuesto a afirmar que las enseñanzas de Jesús y sus milagros y otras cosas semejantes demuestran que es el

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Hijo de Dios aparte de cualquier concepto de revelación. Pero no encuentro en su libro nada que me lleve a pensar que estaría dispuesto a adoptar tal posición. Y hay muchos escritores recientes, cuyo punto de vista no es muy diferente de la suya en cuanto a la revelación, que sostienen que no hubo nada especial en la vida de Jesús, o por 10 menos nada tan particular que. el observador imparcial dijera: "Esta vida demuestra que el que la vivió era el Hijo de Dios". En realidad no sé por qué vericuetos Downing llega a la idea de que Jesús era el Hijo de Dios. O que Dios envió a su Hijo. O que sea esto 10 que hace posible el amor humano. Si estas cosas fueron reveladas yo podría seguir la argumentación de Downing. Precisamente porque creo en la revelación acepto como verdadero 10 que Downing está diciendo. Pero sigo sin ver cómo llegó a su conclusión basado en sus propias premisas. Lo mismo ocurre con sus afirmaciones en otras partes. Así vemos que con toda delicadeza reprende a P. van Buren por no darse cuenta de "cuán diferente ha de llegar a ser la ética del cristianismo (y, en un plano de menor importancia, su 'comprensión' de la vida), si no hay 'evangelio' ". Acto seguido continúa: "La mera atracción de Jesús en los Evangelios, o en todo el Nuevo Testamento y en la tradición, no me parece suficiente sustitutivo de la fe en la actividad misericordiosa de Dios".19 Si no hay revelación que nos cuente la actividad misericordiosa de Dios y si el atractivo de Jesús no nos habla de ella tampoco, ¿cómo sabemos que Dios está actuando misericordiosamente? Para un creyente que reconoce la revelación no hay problema, pero no puedo ver cómo puede afirmarse esto cuando se abandona todo el concepto de la revelación. Al parecer, Downing emplea el lenguaje de la plena dedicación cuando habla de la certidumbre que se puede llegar a alcanzar. Prefiere hablar de salvación más que de revelación, y llega a decir 10 siguien~e: "La opción entre 'salva-

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ción' y 'revelación' es entre, por un lado, una comprensión mítica de una secuencia de eventos que han tenido lugar y siguen teniendo lugar, junto con una plena dedicación, y por otro lado una comprensión igualmente mítica de sucesos que aún no se han visto ocurrir, como la 'actividad misericordiosa de Dios' ". 2 o Los que sostienen que ha habido revelación objetarán enérgicamente contra este punto de vista de que ha habido una secuencia de eventos para los que prefieren hablar en términos de salvación, mas para los que hablan de revelación sólo un entendimiento mítico de sucesos "que todavía no se han visto ocurrir". La secuencia de eventos que ha habido es la misma, cualquiera que sea nuestro punto de vista. Downing prefiere ver una "comprensión mítica" de ciertos acontecimientos que le llama a testimoniar su plena adhesión. Los que creen en la revelación creen que estos mismos eventos tuvieron lugar tanto si los entendemos míticamente como si no. Y se sienten llamados a un cometido tan plenamente corno Downing. Se ven a sí mismos como recibidores de la salvación con la misma certeza que Downing. Pero ellos además dicen que los sucesos que pueden hacer todo eso tienen un valor como revelación. Nos dicen algo sobre aquel que salva y nos llama a una plena consagración. Antes de dejar esta sección de nuestro estudio debiéramos considerar brevemente la fascinante pregunta formulada por Christopher Evans en el título de su libro Is ''Holy Scripture" Christian? (¿Son las "Sagradas Escrituras" cristianas?). Dicho escritor se concentra en los tres puntos "del supuesto origen apostólico del Nuevo Testamento, del tipo de exégesis que inevitablemente el concepto de un libro sagrado tiende a producir, y del genio del cristianismo, si así puede llamársele, para secularizar lo sagrado".21 En el primer punto llama la atención a las fantasías que se han tejido en tomo a la pfÜabra "apostólico". Nos recuerda la fantasía que se esconde en el punto

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de vista de Justino de que los apóstoles proclamaron su mensaje "a todas las razas de los hombres", y de la otra fantasía que presenta de este modo: "Cuando el más anciano de ellos (los apóstoles) llega a su fm, la iglesia, por así decirlo, espera en vivo suspenso. El exhala su postrer aliento; suena un gong en todo el mundo cristiano. Ha terminado la era apostólica, y ha comenzado la era subapostólica". 2 2 Es cierto que los miembros de la iglesia primitiva exageraron el territorio que los apóstoles habían visitado, y que miembros más recientes de la iglesia han exa~e­ rado la profundidad de la división entre la era apostóhca y la sub apostólica. Pero no encuentro que tal hecho sea impresionante, ni que afecte a la importante realidad de que fueron los apóstoles y no otros quienes dieron el testimonio definitivo de 10 que Jesús hizo por los hombres. El segundo punto de Evans es el modo en que la Biblia ha sido interpretada en la iglesia. Ha visto surgir métodos de exégesis alegóricos y tipológicos debido a que la Biblia era considerada un libro sagrado. Si sus palabras no parecían enseñar un solo sistema siempre, no es de extrañar que los que lo consideraban sagrado sostuvieran que tenía que interpretarse de forma correspondiente. Pero reconozcamos que si algunos cristianos han interpretado mal su Biblia, esto no es la cuestión más importante. El que sea posible llevar a cabo una exégesis errónea no equivale a decir que es imposible hacer una exégesis correcta. Y es un hecho histórico que muchos creyentes que han aceptado la Biblia corno lo que Evans llama "un libro sagrado", y 10 han hecho llenos de agradecimiento, han procedido a interpretarla sin alegorías ni tipologías. A Evans no le agrada la unidad que algunos imponen a la Biblia. Tampoco me gusta a mí. Que la Biblia hable por sí misma sin nuestras unidades hechas de manos de hombre. Eso trae la consecuencia de que cuando la Biblia tiene su propia unidad, el exégeta no está en libertad de negarla basándose en que percibe cierta diversidad. Si las evidencias

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indican que hay tanto unidad como diversidad, hemos de reconocerlo sinceramente, sin negar la una ni la otra. El tercer punto me parece ser el más importante, aunque quizá Evans no lo crea así, pues lo desarrolla con menor amplitud que los otros dos. Sostiene que el cristianismo tendía a eliminar la categoría de lo santo excepto en lo que se aplica a Dios y posiblemente también a la iglesia. Esto lo ve en el modo en que Jesús en gran parte evitó entrar en Jerusalén, la ciudad santa, y actuó en Galilea. Pablo rehusó aceptar la circuncisión como necesaria para la salvación. Los ritos "sagrados" no eran de importancia primordial. Según la epístola a los Hebreos, no había necesidad de templo, sacerdocio ni sacrificio aquí en la tierra. Es evidente que los cristianos rechazaron muchas cosas que en otras religiones se consideraban sagradas. Secularizar lo sagrado forma parte del genio del cristianismo .. De ello se desprende que los cristianos primitivos rechazaron el concepto de un libro sagrado. Todo esto a mí me parece sospechosamente semejante también a la metodología apriorística. Antes de acudir a la Biblia ya sabemos que no es un libro sagrado. Lo único que puedo responder es: "Que la Biblia hable por sí misma". No es a nosotros a quienes corresponde decidir por adelantado si Dios se ha revelado o no, y si lo ha hecho, en qué forma lo ha hecho, si por medio de un libro o de alguna otra manera. Si quiso hacerlo en un libro no nos corresponde a nosotros decir por adelantado en qué sentido será "sagrado". Sólo podemos observar lo que ha ocurrido y dejar que los hechos hablen por sí mismos.

Capitulo 2

REVELACION "GENERAL" y "ESPECIAL" POR TRADICION los cristianos han dividido la revelación en dos categorías, revelación "general" y revelación "especial". Revelación general es, primeramente, revelación hecha de modo general, es decir, a todos los hombres. No está limitada a ninguna nación o grupo. Y en segundo lugar es general por su especie. Se refiere a la revelación que se manifiesta en la naturaleza y en el propio hom breo La revelación especial, por contraste, es el nombre dado a la revelación manifestada en la Biblia. Algunos cristianos, por supuesto, hacen hincapié en una de estas revelaciones a expensas de la otra. Hay creyentes que hacen poco énfasis en la Biblia, pero subrayan que Dios se ha dado a conocer en este mundo que ha creado. Otros niegan con vehemencia que el hombre disponga de otra revelación que valga la pena aparte de aquella que Dios a dado a conocer en la Escritura. Un enfoque equilibrado es el que permite ver a ambas revelaciones como aptas para aportar algo importante a nuestro entendimiento de la revelación.

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La revelación en la naturaleza La revelación dada en la naturaleza es lo que tanto impresionó al salmista cuando cantó: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Salmo 19: 1). Vio cómo esto ocurría tanto de día como de noche (v. 2). Habla de la creación metafóricamente, como si emitiera palabras (v. 4), pero nos aclara "que no hay lenguaje ni palabras" (v. 3). Está pensando en una revelación de Dios inherente a la naturaleza de las cosas mismas. Del mismo modo Pablo nos habla de "las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad", como cosas que "se hacen claramente visibles... por medio de las cosas hechas" (Romanos 1:20). Asimismo se nos dice que en Listra Pablo y Bernabé afirmaron que Dios "no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos" (Hechos 14: 17). Así, pues, la creación da testimonio de su creador. La observación reverente del universo físico con su orden, designio y belleza nos dice no solamente que Dios existe, sino también que Dios es cierta clase de Dios. Dios ha dejado su huella en la creación de tal modo que su universo revela a los hombres algo de sí mismo. Particularmente se dice que esto es así en el caso del hombre mismo. El razonamiento permite pensar que si puede decirse que Dios ha dejado su huella en la creación en general, mucho más será así en el caso del hombre, a quien hizo a su imagen (Génesis 1:26). Esta argumentación debe usarse con precaución, pues de 10 contrario nos encontramos devolviendo el cumplido y haciendo a Dios a imagen del hombre. Quienes siguen este razonamiento proponen que las cualidades como la personalidad, la racionalidad y la moralidad nos dicen algo sobre el Dios que hizo al hombre. Pablo sostenía que los hombres tienen la ley de Dios escrita en sus corazones (Romanos 2: 15). No está hablando de algún grupo restringido,

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sino de los hombres en general. La conclusión es que el sentido moral que se halla en todos los hombres nos habla de un Dios moral que hizo al hombre así. Aunque los actos precisos que los hombres consideran correctos o incorrectos varían, parece haber un acuerdo universal en que algunos actos son buenos y otros son malos. A veces esto se desecha debido a que las reglas de la moralidad varían tan ampliamente. Algo hay de verdad en esto, pero no invalida el impresionante consenso entre los hombres en general en cuanto a lo que se tiene por bueno o justo. Por ejemplo, ninguna sociedad parece creer que es bueno ser egoísta. Hay diferencias en lo referente a limitar la generosidad de un hombre a su propia familia o extenderla un poco a su propia comunidad o nación, o incluso ampliarla hasta abarcar la humanidad entera. Todo el mundo está de acuerdo en que el egoísmo es algo deplorable. Lo mismo ocurre con el homicidio. Hay hombres que sostienen que es justo quitar la vida sólo mediante ejecución judicial, otros pueden extenderlo hasta el punto de aceptar la guerra, otros pueden sostener que matar es siempre malo e injusto. Pero ninguna sociedad cree que sea bueno que un hombre mate a otros cuando y como quiera. Lo mismo ocurre en otros aspectos de la moralidad. No pretendemos minimizar lo extenso de las diferencias de punto de vista. Empero los que argumentan así sostienen que en la mOl'alidad hay suficiente contenido para decirnos algo del Dios que hizo a los hombres como seres morales. Teología natural De vez en cuando hay cristianos que defienden la posición de que es útil o aun necesario cultivar una "teología natural", es decir, una teología basada exclusivamente en la revelación discernida en la naturaleza y no en la Biblia. A veces se le da a la Biblia un lugar subordinado, pero el énfasis se hace en la importancia de usar la razón propia

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aplicándola a los fenómenos de la naturaleza con objeto de alcanzar una vida religiosa satisfactoria. Por ejemplo, J. S. Bezzant dice lo siguiente: "Sólo con referencia a una gama de experiencias y conocimientos más amplia que las experiencias puramente religiosas pueden los hombres racionales hallar bases, así como causas, para creencias religiosas que puedan llamarse verdad".} No dice que las "experiencias puramente religiosas" no tengan valor, sino que se necesita más que esto si vamos a hablar de verdad. Siguiendo esta idea afiade: Las objeciones intelectuales al cristianismo en nuestros días, a mi juicio, y el hecho de que no hay por ahora respuestas convincentes a las mismas, proceden ambos de una sola raíz. Esta es que no hay ninguna teología natural generalmente o ampliamente aceptada. Sé que muchos teólogos se gozan en que esto sea así, y parecen creer que esto les deja las manos libres para alabar al cristianismo como revelación divina. No saben 10 que hacen. Pues si la creación, inmensamente vasta y misteriosa, no revela nada de su originador ni de sus atributos y naturaleza, no hay fundamento alguno para suponer que los eventos que sean registrados en una literatura antigua y en parte creadora de mitos, y las deducciones sacadas de ella, puedan revelar nada tampoco. 2 Bezzant no está afirmando que el cristianismo sea falso. Está usando ciertos argumentos como quien profesa la fe cristiana. Pero se siente deprimido ante la negligencia en el uso de la razón que ha observado en determinados círculos. Si bien no llega al punto de afirmar que él sí puede presentar el tipo de teología natural que va a recibir una amplia aceptación, opina evidentemente que es muy deseable que alguien lo haga. Más aún, que es posible hacerlo. Dicho de otro modo, está afirmando que una revelación

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general puede ofrecemos un fundamento claro y sólido para la fe cristiana. Estos puntos de vista son sostenidos con gran convicción por varios eruditos, especialmente (aunque no exclusivamente) los que pertenecen a la tradición "liberal". Insisten en que a menos que el cristiano pueda mostrar los fundamentos de su fe (o sea, pruebas de la existencia de Dios en el universo o en el hombre) no hay, hablando estrictamente, ninguna razón para que sea cristiano. Profesar la fe cristiana sin tener tales fundamentos, sostienen, es aceptar a Dios por motivos arbitrarios, quizá incluso triviales. Algunos llegan al punto de afirmar que la debida comprensión de la revelación general nos hace independientes de cualquier sujeción básica a la Biblia. Así, por ejemplo, F. H. Cleobury resume la argumentación de su libro del modo siguiente: El mensaje principal de este libro es que la obra de una escuela de pensadores filosóficos, los llamados idealistas neokantianos o neohegelianos, ha dado por resultado un avance permanente. Estos hombres hicieron afiicos el materialismo y nos dieron una metodología tal de la relación de Dios con el hombre que nuestra fe en que Dios estaba en Cristo ya no depende de que resolvamos la cuestión histórica de la naturaleza de las "afirmaciones" de Jesús acerca de sí mismo.3 Cleobury sostiene que sólo en el sentido más estricto no podemos demostrar la existencia de Dios. Si usamos el término "demostración lógica" en el sentido de "ofrecer una estructura o sistema que explique nuestra experiencia", es decir, si usamos el término "como lo usamos en la ciencia, en los tribunales y en los mercados", en tal caso debe "rechazar de plano" el punto de vista de que "no hay pruebas lógicas de [la existencia de) Dios".4

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Esta actitud está muy lejos de ser común en estos tiempos. Aun las opiniones impopulares tienen derecho a no ser rechazadas sin un examen riguroso. Aunque pocos son los que estarán dispuestos a seguir a Cleobury hasta el fin, por lo menos ha demostrado que hay mejores pruebas de las que suele reconocerse de que Dios se ha dado a conocer por vía de la revelación general. Hay ciertamente cabida para la fe. Dios no es conspicuo. Muchos no se convencerán. Pero Cleobury sienta el principio de que la revelación natural ofrece más evidencias acerca de Dios que lo que muchos piensan. La revelación es real, aunque no sea compulsiva.

La iniciativa divina El concepto de revelación general es susceptible a la objeción de que, sin examinarlo de cerca, parece dar a entender que hay una revelación en todo el universo que es susceptible a ser percibida siempre y por todos los hombres en todas partes. Cabe la duda de si es adecuado usar de esta manera el término "revelación". Por esta razón muchos prefieren hablar solamente de la posibilidad general de la revelación. La idea consiste en que tanto en la naturaleza como en el hombre existe siempre la posibilidad de una revelación de Dios, pero que tal revelación se cenvierte sólo en un hecho cuando Dios la manifiesta a algún individuo. Hay que preservar la idea de la iniciativa divina. Revelación, por definición, no significa aquello que está al alcance de todos los hombres en cualquier momento. Es dar a conocer. Es Dios complaciéndose en darse a conocer. Podemos coincidir en que El puede hacerlo y a veces lo ha hecho por medio de la naturaleza sin llegar al corolario de que cualquier hombre puede llegar a ser consciente de la revelación cuandoquiera que así lo decida. Algunos consideran útil pensar en la revelación como algo que tiene lugar en ocasiones individuales en lugar de

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hablar de una revelación general. Este segundo término puede llevar a la impresión de que se trata de representar un proceso de revelación continuo. Lo que ocurre, es la respuesta, es que a veces Dios escoge determinada situación en este universo natural y la convierte en el medio de que alguien sea llevado a una percepción de la verdad. En este sentido la revelación siempre es "especial", aunque emplee lo que es generalmente existente. Esto plantea la cuestión de lo que ocurre en la revelación natural. El salmista pudo afirmar que los cielos cuentan la gloria de Dios y que el firmamento anuncia la obra de sus manos, mas todo astrónomo ateo ve las mismas evidencias y niega que esta conclusión sea cierta. Difícil es sostener que el creyente que observa tales fenómenos ve algo físicamente distinto de lo que vería cualquier otro observador (e incluso el creyente en una situación norevelatoria). Sostener tal punto de vista sería una negación de la misma idea de revelación dada en la naturaleza. El recipiente de la revelación ve las mismas cosas, pero las ve de modo distinto. Quizá, como dice John Macquarrie, las ve en profundidad, quizá percibe "una dimensión extra" en la situación. s No sólo ve lo que ve el otro hombre, sino que además percibe lo que Dios le está revelando ,en la situación. Esto no debiera sorprendemos demasiado. De una u otra manera, se trata de algo común. El artista ve exactamente el mismo paisaje que el hombre que mira sin ver su belleza. Pero lo ve distintamente. Ve no solamente los árboles, las montañas y los ríos, sino que los ve hermosos. De modo similar al observar la conducta humana algunos observadores simpatizan más y perciben más que otros. Todos ven ocurrir lo mismo. Pero los sensibles asimilan más que los distraídos. Los ejemplos de este tipo podrían multiplicarse. No es ninguna maravilla descubrir que afgunos han discernido la revelación de Dios en situaciones en Que otros han demostrado su ceguera.

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Juan Calvino hace un atinado comentario :omentario al respecto cuando considera la doctrina de los os sacramentos. Habla ;er la señal para N oé de del arco iris en las nubes que iba a ser Noé tierra con un diluvio. que Dios no volvería a destruir la Calvino señala que el arco iris no es otra cosa que "la mera refracción de los rayos del sol en las nubes que se hallan en frente al mismo" y no pueden tenerr "la menor eficacia en refrenar las aguas". Sin embargo,

sto se afirma gratuitaa fm de que nadie piense que esto m hoy día como testimente, el arco iris nos es dado aun izo con Noé; y siempre monio de aquel pacto que Dios hizo que 10 contemplamos leemos en él aquella promesa de ~struida por un diluvio. Dios, de que la tierrajamás será destruida siones de filósofo, porPor ello, si alguno, con pretensiones fía para burlarse de la sencillez de nuestra fe en que aquella diversidad de colores la causa naturalmente la reflexión de los rayos del sol en la1 nube opuesta, admitimos que es cierto; pero no podemos lOS por menos que reírnoce a Dios por Sefior nos de su necedad, pues no reconoce gún su beneplácito de de la naturaleza, que se sirve según lI1 a su gloria.6 todos los elementos para que sirvan He aquí la admisión de que el arco) iris aparece conforme mto con este reconocireconocía ciertos procesos naturales. Pero junto de que "Dios lsimismo miento se acompaña la afirmación asimismo usa todos los elementos conforme a su voluntad". Esa es ~ión natural o general. también la afirmación de la revelación No se trata de que en el investigadorr haya un mérito super:r un conocimiento de lativo tal que sea capaz de extraer esta. Tampoco se trata Dios de una naturaleza poco dispuesta. ante de conocnnientos de que exista una naturaleza rebosante ra que desee hallarlos. de Dios a disposición de cualquiera La idea es más bien que el Dios soberano hace 10 que quiere con su creación. Esta le da a conocer del modo y en el grado en que El desea que le revele. vele.

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hinc Conviene hacer hincapié nuevamente en que la revelación es por naturaleza un don. Parece ser que casi todas las cosas pueden ser ocasión oc de que Dios se revela. Moisés d~ Dios en una zarza ardiendo. Joel, halló una revelación de en una plaga de langl langostas, Amós, en una plomada. El salmista descubrió en eel oído y el ojo la evidencia de que Dios oye y ve (Salmo 94:9). Jesús habló del cuidado que ~ Dios tiene de las flores flore: y las aves. Las posibilidades son incontables. Y hasta el momento en que Dios desea darse siend< meras posibilidades. La revelación a conocer, siguen siendo es un acto de Dios, no Idel hombre. Todo 10 que el hombre puede hacer es tomar 10 lo que Dios le brinda. El receptor de la revelación revelac Esto no significa que 1la parte del hombre en el proceso impc A menos que reciba la reverevelatorio no sea importante. lación humildemente y con fe, la revelación no tiene lugar. No debiéramos pensar en e ella como algo dado objetivamente de tal modo que no Ipuede menos que ser visto y reconolo que es. La .revelación puede ser malentendida. cido por 10 Pe Puede ser rechazada. Parte del entendimiento ortodoxo de q de suyo no lleva a cabo ni puede la teología natural es que llevar a cabo el que un ]hombre sea traído a un conocimiento salvador de Dios. La revelación natural muestra al homauténtico pecador. Le condena; no le da bre que es un auténti necesariamente toda la :luz que necesita. Debemos también tener en cuenta que no poder jamás tt te saber por encima de toda duda es parte de esta vida. Fue preciso que Moisés creyese crey que era la voz de Dios y no otra zarza que ardía y no se consumía. Fue la que oyó en la zarza preciso que Isaías tuvil tuviera fe en que la voz que oyó en el templo era la voz divÍl divina. La necesidad de tener fe existe igualmente para aqueU aquellos a quienes es dada la revelación. Los hombres pueden aaun rechazar la revelación sea en la naturaleza o en la Escritura Escr o en ambas. Sin fe no hay per-

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cepción de la revelación. No todo el que contempla la naturaleza o lee la Biblia queda convencido. Esto no deja en la incertidumbre la realidad de la revelación. Lo que está en juego es la percepción de la revelación, no la revelación misma. Dios ha hablado, tanto si hacen caso como si no. Pero a menos que los hombres acudan con humilde fe, seguirán perdiéndose aquellas cosas maravillosas que Dios les está diciendo. Permítaseme subrayar la necesidad de la humildad ante la revelación de Dios, humildad en dos aspectos. En primer lugar, es importante que el hombre sea humilde para que no crea que ha hecho algo maravilloso al recibir y aceptar la verdad que Dios ha dado a conocer. En este aspecto nada tiene de qué jactarse. No ha hecho otra cosa sino recibir un don. Y en segundo lugar, no debe creer que está, por decirlo así, encargado de la revelación, de modo que pueda declarar con plena autoridad a donde va a conducirnos. Con demasiada frecuencia en la historia de la iglesia los hombres, incluso hombres santos, se han descarriado por haber creído que sabían más' sobre las implicaciones de la revelación que lo que de hecho conocían. Bastará citar un ejemplo, la negativa a aceptar que la tierra gira alrededor del sol porque la Biblia enseña que la tierra es el centro del universo. Por supuesto que la Biblia nada enseña de esto. Actualmente es harto sabido. Mas no era tan bien sabido en tiempos de Galileo, y aquel hombre de ciencia fue condenado por eclesiásticos que creían saber más acerca de lo que la revelación implica de lo que conocían realmente. Estos casos son un llamamiento perpetuo a los hombres de fe a ser humildes cuando tratan de hacer coincidir la revelación con las circunstancias de su época. Desde luego que es posible pasarse al otro extremo y ser tan abierto a acomodar lo que dice la revelación con lo que lo más selecto de la ciencia secular de la época ha dicho, que el creyente vacila y se niega a pronunciarse en ningún sen-

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tido sin el consentimiento de la autoridad secular. Empero en algún punto medio está el equilibrio que hemos de buscar. Cuando Dios ha hablado sencillamente y con claridad, lo que ha dicho debe ser aceptado y obedecido. Debemos siempre estar en guardia, no sea que metamos nuestras propias ideas en la revelación, y dignifiquemos el resultado con el título de "la palabra de Dios". Hay una diferencia entre la manera de captar los hechos y la manera de captar la revelación. La información relativa a nuestro universo la obtenemos mediante nuestra propia actividad. Vamos en busca de hechos y los encontramos. En ciertas esferas se nos objetaría que esto es expresarlo con excesiva rudeza. Hay un cierto elemento de "revelación" aun en los hechos que nuestros científicos dan a conocer. Algunos hombres de ciencia y los que laboran en otras esferas nos dicen que reciben la impresión de haber sido alcanzados por el conocimiento que ha llegado hasta ellos, casi como si les fuera "dado a conocer". Esto ha inducido a algunos teólogos a sugerir que no hay en principio gran diferencia entre el conocimiento adquirido por revelación y el que se adquiere por medio de diligentes investigaciones. Mas sin duda esto es excederse. Hay diferencias muy reales entre los que reciben una revelación y los que ensanchan los horizontes del hombre por otros medios. Hay, por ejemplo, una señalada distinción entre los escritos de Platón y los de los profetas del Antiguo Testamento. Platón fue un diligente buscador de la verdad y todas las generaciones subsiguientes están en deuda con él por el testimonio de lo que aprendió en su búsqueda. En sus escritos no hay nada equivalente al "Así dice Jehová" de los profetas. Para éstos lo que tiene alcance es la revelación, lo dado a conocer, y esto les aparta a ellos y a su revelación de otras maneras de captar la verdad. El aspecto revelatorio de la teología natural debe preservarse con todo cuidado o de lo contrario el total viene a caer bajo la condenación de que contribuye a la gloria

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del hombre y no a la de Dios. Si Dios ha sido "descubierto" y no "revelado" el hombre bien puede atribuirse el mérito de un éxito destacado. Pero no es así en la Biblia ni en la historia del cristianismo. En ambas el hecho de conocer a Dios es algo digno de maravillarse. Es algo que debe recibirse con profunda reverencia y gratitud, y no felicitándose a sí mismo. Limitaciones de la revelación general El valor de la revelación general ha sido puesto en entredicho por parte de algunos que objetan al decir que lo más que podemos esperar recibir de la revelación que hallamos en la naturaleza es cierta información de tipo impersonal, una forma de conocimiento insuficiente para la religión. El Dios que los hombres adoran es personal y la información en que acaba un proceso impersonal es en el mejor de los casos de valor limitado. Esto puede aceptarse libremente sin por ello negar que la revelación impersonal tenga sus valores. La esencia de una fe verdadera es el conocimiento de Dios (Juan 17:3); y conocer a Dios no significa que no debamos conocer nada acerca de El. Es muy posible gozar de una comunión viva con Dios y al mismo tiempo gozamos en lo que podemos saber acerca de El. Sabemos cosas acerca de nuestros amigos además de conocerlos personalmente; ¿por qué no habría de ser así en nuestra experiencia de Dios? Otra objeción que suele oponerse al concepto global de la revelación general es que los hombres no pueden conocer a Dios hasta que éste se complace en revelarse. "¿Podrás descubrir tú el misterio de Dios?" preguntó Zofar (Job 11:7, Nacar-Colunga) y la respuesta de teólogos como Barth es una negativa enfática. Todo concepto de Dios formado sobre la base de la religión natural se considera necesariamente erróneo por ser creación del hombre. Así, por ejemplo, en su Credo, cuando se ocupa de la

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primera cláusula del Credo apostólico, "Creo en Dios", Barth indica que la misma palabra "Dios" no se refiere a "una magnitud, con la cual el creyente ya está familiarizado antes de ser creyente, de modo que como creyente experimenta simplemente una mejora y un enriquecimiento del conocimiento que ya poseía".7 Prosigue observando que cuando en Romanos 1: 19 Pablo dice: "que 10 que de Dios se conoce ... les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó, el contexto entero, así como las palabras inmediatamente precedentes (1: 18), muestra que Pablo ve la verdad concerniente a Dios 'detenida' entre los hombres, hecha improductiva, estéril. En sus manos, lo que de ella procede es idolatría".8 Es difícil pensar en palabras más fuertes. Barth se niega a considerar el asunto. No sólo los bartianos tienen dificultades con el concepto de una deidad que puede ser conocida por medio de la teología natural. R. Gregor Smith se opone a nuestra "tradición heredada de filosofía teológica", pues "tiende a colocar a Dios como clímax de un sistema filosófico, o como conclusión de una controversia que tiene por objeto demostrar su existencia". Insiste en que "si vamos por tales caminos Dios no puede jamás ser otra cosa que un objeto dentro del mundo, o una extensión especulativa del mundo", y procede a ocuparse de lo que llama el "defecto fatal" de esta tradición.9 Cualquier punto de vista que deje a Dios sujeto a la voluntad del hombre en este asunto de los intentos humanos para descubrir lo que Dios es y cómo es, debe ser rechazado. Es importante dejar que Dios sea Dios e insistir en que pueda verse al hombre en su pequeñez. Rerman Bavinck presenta una evaluación equilibrada de los valores y las limitaciones de la revelación general. Lo resume en las siguien tes palabras: descubrimos que, por una parte, ha sido muy valiosa y ha llevado abundantes frutos, y por otra parte, que por

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medio de su luz la humanidad no ha hallado a Dios. A la revelación general debemos que en todos los hombres se encuentre cierto sentido religioso y ético; que todos tengan aun cierta conciencia de la verdad y la falsedad, del bien y del mal, la justicia y la injusticia, la belleza y la fealdad; que vivan en la relación matrimonial y de familia, de comunidad y de estado; que sean mantenidos a raya por todos estos controles externos e internos en lugar de degenerar en la bestialidad; que, dentro de estos límites, se ocupen en la producción, distribución y disfrute de toda suerte de bienes espirituales y materiales; en resumen, que la especie humana por medio de la revelación general es preservada en su existencia, mantenida en su unidad, y capacitada para continuar y cultivar su historia. Sin embargo, a pesar de todo, sigue siendo verdad, como dijo San Pablo, que el mundo en la sabiduría de Dios no conoció a Dios mediante la sabiduría (1 Corintios 1:21).1 o Estas palabras reconocen que Dios no se ha dejado sin testimonio. Su revelación. general ha producido efectos en la vida del hombre y Bavinck halla evidencia de ello en muchas direcciones. Empero el punto crítico está en que este conocimiento no trae salvación al hombre. Este no alcanza a conocer a Dios tal como es. Si reflexionamos que la revelación general no nos ofrece ni puede ofrecemos información alguna acerca de cualquiera de las doctrinas centrales de la fe cristiana, nos damos cuenta de cuáles son los límites de su utilidad. Nada nos dice de la Trinidad, de la encamación, de la expiación, de la persona de Jesucristo, de la persona y la obra del Espíritu Santo, de la importancia de la conversión, la santificación y cosas semejantes. Todo esto hay que admitirlo. Su silencio en lo referente a ciertos tópicos debiera llevamos a ser sordos a su elocuencia acerca de otros.

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La revelación especial El término "revelación especial" se emplea para designar la revelación consignada en las Sagradas Escrituras. Aquí podemos enteramos no solamente de que está en la naturaleza de Dios el revelarse a sí mismo, sino que en efecto se ha revelado y la manera en que lo ha hecho. El conocimiento de Dios por parte del hombre procede de Dios mismo. "Dios es conocido sólo cuando habla" .11 La revelación especial se "da". No es algo que el hombre haya exigido, ni siquiera algo que el hombre natural, por sí mismo y mediante sus propios recursos, reconozca. Es, como dice Bemard Ramm, "el conocimiento de Dios ajustado y dado a los pecadores" .1 2 Es "conocimiento de Dios". Esto no significa que es un conocimiento pleno y completo de Dios. Ya hemos insistido anteriormente en que el teólogo no tiene un pleno conocimiento de Dios tal como es, y que el único conocimiento de Dios a su alcance es el que Dios se complace en revelar. En este punto hemos de hacer hincapié en que si bien este conocimiento es parcial, no por ello deja de ser conocimiento real. En la revelación especial se nos da a conocer a Dios, y no a alguien o algo menos que a Dios. Esta revelación llegó a los hombres en diversas maneras. A veces vino en forma de sueños o visiones. Hubo oráculos y en ocasiones se empleó en forma sagrada el echar suertes (Urim y Tumim y cf. Hechos 1:26). A veces "vino palabra de Jehová" a los profetas. Asimismo un objeto de la vida cotidiana pudo adquirir un sentido nuevo y profundo, como el canastillo de fruta de verano que vio Arnós, o el almendro en flor de Jeremías. Los ángeles pudieron hablar. El Antiguo Testamento relata también teofanías, manifestaciones directas de Dios. Asimismo la historia es la escena en que Dios efectúa su obra y la historia puede por consiguiente ser un medio de revelación, interpretada como ha sido por la voz profética. No hay una manera exclusiva de

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darse a conocer por parte de Dios. El actúa con libertad soberana. La revelación tiene lugar porque Dios así lo quiere. El hombre no controla este proceso. No puede decidir embarcarse en talo cual procedimiento sabiendo con toda seguridad que al fin obligará a Dios a que hable. Dios habla cuando y como lo desea. Dios no se ha comprometido con el hombre ni con lugar alguno ni en modo especial alguno a darse a conocer al hombre. La revelación especial nos da la clave de la revelación general. Gordon H. Clark nos recuerda que "los antiguos babilonios, egipcios y romanos veían la misma naturaleza que ven los modernos musulmanes, hindúes y budistas. Pero los mensajes que dicen recibir son muy distintos". Luego sigue diciendo: "Lo que el humanista y el positivista lógico ven en la naturaleza es completamente diferente de 10 que el cristiano ortodoxo cree acerca de la naturaleza" .13 Sin la revelación especial no sabríamos cómo interpretar la revelación natural. Si la revelación especial nos guía, podremos discernir la obra de las manos de Dios. La revelación especial ha tenido lugar dentro de la historia, notablemente en relación con la historia de los hebreos. La historia preservada en el Antiguo Testamento es historia real, pero está registrada en función del desarrollo del propósito divino. Tras las actividades de los patriarcas, los eventos que componen el éxodo, las historias de los jueces y los reyes, el exilio, y todo lo demás, se halla el propósito soberano de Dios. Por doquier se percibe la idea de que Dios está actuando, que exige de su pueblo una reacción responsable. Lo que ocurrió en la historia de Israel se interpreta en función de dicha reacción. El Antiguo Testamento no sugiere que la historia sea el único medio que usa Dios para revelarse. Pero. sí muestra claramente que la historia de Israel, correctamente interpretada, nos habla de Dios, o dicho de otro

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modo, que la historia de Israel es un medio que Dios emplea para darse a conocer. La revelación llega a su punto culminante en la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. En El, Dios está con nosotros en un sentido muy especial. Pero el proceso de la revelación no terminó con la ascensión. Prosiguió en la vida de la iglesia primitiva según está consignado tanto en los eventos (principalmente en Hechos) como en la interpretación (las epístolas y el libro de Apocalipsis). No es necesario que nos sorprendamos de que la revelación continuara por un tiempo después de los acontecimientos decisivos de la obra de Cristo, pues revelación incluye interpretación tanto como evento, y estos sucesos, por encima de todos los demás, necesitaban ser interpretados. Llegada dicha interpretación, la necesidad de este tipo de revelación parece haber cesado. En todo caso, no se nos ha dado otra. El canon completado de las Escrituras es del todo compatible con la inclusión de algunos libros escritos después de Cristo. La revelación se encuentra tanto en los actos como en las palabras. Tradicionalmente los cristianos han visto la revelación en las propias palabras de la Biblia. En tiempos recientes muchos eruditos han atacado el conjunto de la idea de la revelación verbal o proposicional. Prefieren pensar que Dios se revela en las obras poderosas que la Biblia relata, al mismo tiempo que consideran que las palabras con que se relatan estas obras no son de importancia primaria. Consideran a los escritores de los libros bíblicos presa de la convicción de que Dios ha actuado y por tanto muy interesados en preservar las crónicas de lo que Dios ha hecho. La revelación está en los hechos mismos y no en la crónica. Por ejemplo, se diría que Dios se reveló en todos los acontecimientos que permitieron el éxodo, pero que las palabras en que se han preservado los acontecimientos no tienen especial importancia. De hecho muchos eruditos mantienen que los acontecimientos fueron múy dis-

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tintos de lo que creemos si tomamos las crónicas correspondientes como narración imparcial. No se duda de que Dios obró. Pero no sólo se duda, sino que se rechaza que las palabras con que los actos de Dios nos son presentados sean parte de la revelación. Sin embargo, esta tajante separación entre las palabras y las obras es difícil de demostrar. En primer lugar, no tenemos acceso al conocimiento de los hechos sino a través de las palabras. Si la crónica no es fiable, no podemos saber lo que Dios hizo y por consiguiente no sabemos cómo se dio a conocer. Hemos perdido la revelación. Y en segundo lugar, la interpretación que se dé a las palabras es parte indispensable de la revelación. No podemos poner en duda que los eventos del éxodo fueron vistos por los egipcios con ojos muy distintos de la visión que de ello tuvieron los israelitas. Si se descuóriera una crónÍCa egípcía contemporánea es inconcebible que reseñara que había tenido lugar una revelación de Dios. Lo mismo ocurre con las constantes enseñanzas de los profetas en todo el período del Antiguo Testamento. Ellos vieron la mano de Dios en los acontecimientos ocurridos en la historia de su nación, y la crónica de su visión es la crónica de la revelación. Un relato histórico puro desde el punto de vista de un observador neutral difícilmente podría considerarse revelación. Es imposible no tener en cuenta las palabras si hemos de hallar revelación en los hechos. Las palabras y los hechos, conjuntamente, constituyen la revelación. Sólo si podemos sostener que Dios ha inspirado a los que escribieron de modo que reseñaron la interpretación que El quiere que los hombres tengan de lo que ocurrió, sólo así podemos sostener que los hechos son revelación. Las palabras y los hechos van unidos. Para tener una revelación real, necesitamos de ambos. Rechazamiento de la revelación especial El concepto entero de la revelación especial es rechazado

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por aquellos que hacen especial hincapié en la importancia de la metodología humana. Peter L. Berger, por ejemplo, (¡que se proclruna cristiano, aunque sin estar seguro del sector herético al que pertenecería!), es un caso típico cuando enfatiza la importancia del descubrimiento por encima de la revelación. 1 4 Repudia el método de tomar la centralidad de Cristo como punto de partida: Yo consideraría que los materiales históricos referentes a Cristo, tanto en el propio Nuevo Testamento como en la literatura Posterior, son la crónica de un complejo específico de experiencias humanas. Como tal, no disfruta de una posición especial con respecto a cualquier crónica comparable (por ejemplo, la crónica acerca del Buda en el canon de Pali y las posteriores ramificaciones de) pensamiento budista). Las preguntas que yo fonnularía, pues, serían esencialmente las mismas que para cualquier otro documento humano: ¿Qué se dice aquí? ¿De qué expet-iencia humana proceden estas manifestaciones? Y a continuación: ¿Hasta qué punto, y de qué modo, podemos ver aqul auténticos descubrimientos de la verdad trascendental?15 Este tipo de enfoque puede de vez en cuando inclinarse ante la revelación, pero de hecho está concentrado en la capacidad del hombre para descubrir. Está interesado en lo que el hombre puede hallar, no en lo que Dios ha dado a conocer. Semejante metodología (con todo respeto) huele a orgullo humano. Acudir a la Biblia en este espíritu es decidir por adelantado que Dios no puede tener nada que aportar que valga la pena conocerse. Al hombre corresponde efectuar todos los descubrimientos que pueda. Se trata de sus descubrimientos. El hombre ha llegado a ser la medida de todas las cosas. Obsérvese que esto coloca al hombre moderno, no simplemente al hombre, en un pedestal, ya que no puede ne-

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garse que a través de la historia de la iglesia cristiana se ha aceptado sin reservas hasta tiempos recientes que Dios ha hablado y que al hombre corresponde tomar con la más absoluta seriedad lo que Dios ha dicho. Por supuesto que no podemos estar sujetos a lo que dijeron nuestros antepasados, ni a lo que hicieron. Mas es un procedimiento algo arbitrario dar a entender que no hay nada de la afirmación cristiana casi universal de que Dios en efecto ha querido revelarse. Mucho mejor es sentarse humildemente ante la Biblia y dejar que hable por sí misma. Cuando lo hace, no habla de los descubrimientos que los hombres han hecho, por lo menos no es así en su mayor parte. No por eso vamos a dejar de formular las preguntas que Berger plantea. Son preguntas importantes. Pero preguntemos algo más: "¿Ha hablado Dios aquí?" Pues lo característico y distintivo de la Biblia no consiste en los auténticos descubrimientos humanos que registra, sino el hecho de que una y otra vez insiste en su "Así dice Jehová". Tanto si la aceptamos como si la rechazamos, debemos por lo menos tener a la Biblia por lo que afirma ser, sin tratar de convertirla en otra cosa que nos guste más.

La verdad de Dios En vista del relativismo que existe en gran parte del pensamiento contemporáneo, vale la pena hacer énfasis en la importancia crucial de la verdad. Se ha dicho muy atinadamente que en general los hombres de hoy están más interesados en lo útil que en lo verdadero, en lo que hacen como obra de amor que en lo que creen. Esta es la atmósfera en que hemos de vivir nuestra vida, el aire que respiramos: Es la causa de que nuestra generación no tenga paciencia para hablar de la verdad. Hay la tendencia a descartar estas conversaciones calificándolas de quisquillas

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y volver con un suspiro de alivio a la tarea más grata de disfrutar de la vida. No hay otro fundamento sólido para vivir (y para todo lo demás) que el que está asegurado en la verdad. Si Dios ha hablado, sus criaturas pasan por alto lo que ha dicho por su cuenta y riesgo. No debemos permitir que las modas intelectuales de nuestros días nos aparten y desvíen de las grandes cuestiones eternas. Hay una certidumbre de la gracia de Dios que podemos adquirir a través de nuestra experiencia cotidiana. Pero también hay una subjetividad peligrosa ahí mismo, ya que nuestra experiencia es susceptible de más de una explicación. Es conveniente, por lo tanto, reflexionar para darnos cuenta de que nuestra certeza básica de la gracia de Dios no se apoya tanto en nuestra propia experiencia como en lo que Dios ha revelado de sí mismo. Aparte de esta revelación nos quedamos con nuestra imperfecta comprensión de lo que ocurre en nuestra experiencia (y hasta cierto punto en la de otros). Y el problema en esto consiste en que puede haber tantas certezas. Yo puedo estar seguro de tener razón. Pero mi prójimo (que estoy cierto está equivocado) está igualmente seguro de tener razón él. ¿Cómo vamos a decidir entre las dos certidumbres opuestas? La respuesta ha de apoyarse en algo externo tanto para mi prójimo como para mí. En cuestiones religiosas, la certeza es un don, no una adquisición. Es el don de Dios, no es una proeza del hombre. Es gracia divina, no es mérito humano. El hombre no tiene certeza alguna aparte de la que Dios se complace en darle. James D. Smart hace hincapié en este punto. Observa que mientras los eclesiásticos procuran "hacer que la autoridad de Dios sea visible, tangible e incontrovertible" el hecho es que en todas partes de la Escritura "la autoridad de la palabra de Dios es invisible, intangible y controvertible".16 Clamamos por adquirir certezas propias y no podemos conseguirlas. No hay sustitutivos para vivir por fe, y nunca los habrá.

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Smart indica que Jeremías "no tenía manera de demostrar a sus conciudadanos judíos que sus palabras eran en verdad la palabra de Dios mismo".l 7 Lo mismo se aplicó a Pablo y aun a Jesús. Se encontraron con una vigorosa oposición incluso entre los dirigentes religiosos y no disponían de nada que pudieran mostrar capaz de dar la certeza de la verdad irrefutable. Hay que aceptar todas estas cosas. El otro lado de la moneda consiste en que nadie es prudente al rechazar las certezas que Dios realmente da. Aunque es cierto que el cristiano no puede estar seguro de otro modo que por la fe, por la fe sí puede alcanzar la seguridad. No ha sido llamado a vivir su vida sin saber jamás donde se encuentra, en la esfera de la piedad. Dios nunca deja de dar lo que el hombre necesita, incluso cuando no da lo que el hombre quiere. Y en la Biblia Dios se ha revelado de tal modo que dudar de ello no es seguir la senda de la humildad. Del mismo modo que debemos rehusar confeccionarnos una certeza espúrea, también debemos rehusar pasar por alto la certeza que Dios ha ofrecido. Todo esto significa que hay un lugar especial reservado para la Biblia. Hay un "tropezadero de particularidades" que no podemos eludir. Lo que importa es lo que Dios ha hecho en Israel, no lo que hizo en las naciones en general; lo que importa es 10 que hizo en Jesús, y no sus acciones en los hombres en general. En la muerte de Jesús se efectuó la expiación por los pecados de los hombres, no en las muertes de los mártires que a través de los tiempos han vivido y han muerto por la verdad. El cristiano no puede jamás negar este carácter único. Es parte integrante del mensaje cristiano. Empero esto significa que nunca debe negar tampoco el carácter único del libro en que se encierran estas ensefianzas. Lo cual no equivale a decir que minimice los valores de otros libros. Smart dice atinadamente que "no disponemos de justificación, sin embargo" para apartar a

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la Biblia de "todos los demás libros que contienen sabiduría, valor moral, y percepción espiritual" .18 Mas también dice: "La Biblia es indispensable para conocer a Dios y para que seamos en verdad el cuerpo del Señor resucitado, porque sólo por medio de ella podemos escuchar junto con Israel y con la iglesia apostólica la palabra de carácter único, procedente de lo invisible, que fue para ellos y puede ser para nosotros el poder de Dios que conduce nuestra vida humana a su plenitud".19 No creo que Smart esté defendiendo la misma posición bíblica que yo; sin embargo, no tengo inconveniente en secundar estas palabras. Tengo la impresión de que no somos consecuentes con los hechos a menos que consideremos la Biblia única en su testimonio de la revelación que Dios ha dado. Podemos muy bien honrar las literaturas de muchas naciones que presentan las virtudes que tanto significan para los cristianos. No es parte de la obra cristiana el denigrar tales libros. Tampoco es parte de la senda cristiana pasar por alto lo que Dios ha hecho al damos la Biblia. Smart nos previene contra otro peligro: el de escoger y seleccionar en la Biblia. Rechaza la fórmula de "la Biblia contiene la palabra de Dios", pues la aceptación de este punto de vista permite al hombre fácilmente rechazar cualquier cosa que no le guste particularmente en la Escritura. Pero "eliminar lo que no nos agrada puede ser evitar el juicio que nos prepara para recibir la gracia".2 O Hemos de rechazar toda idea de un canon dentro del canon. Es una manera demasiado fácil de eludir el reto lanzado por el mensaje esencial de la Biblia.

Capítulo 3

CRISTO Y LA ESCRITURA PARA EL CRISTIANO, lo crítico de todo este tema es la actitud de Jesucristo. Este es la norma para el cristiano y

por defmición, su actitud hacia la Escritura es la actitud cristiana. Con esto no pretendo decir que es inconcebible que los cristianos difieran de su Maestro en el menor detalle. Quiero más bien decir que su actitud es definitiva. Por más que haya modificaciones de menor cuantía, la actitud de Jesús detenninará la del cristiano. Si el seguidor de Jesús cree que éste estaba gravemente equivocado en su actitud hacia la revelación, es difícil entender en qué sentido es un seguidor. Será más bien un crítico independiente. No vamos a poder estudiar todas las evidencias existentes acerca de la actitud de Jesús hacia la Escritura y su manera de emplearla. J. W. 'Wenham nos cuenta que su investigación de este tópico general se convirtió en una tesis de casi un cuarto de millón de palabras, que confía poder publicar en cuatro libros: "La tesis de la tetralogía completa es que la actitud de Cristo hacia la Escritura puede y debe ser todavía la actitud cristiana hacia la Escritura".1

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No podemos aquí ni siquiera examinar someramente lo más importante de la masa de evidencias. Pero podemos reseñar brevemente cuál era la actitud general de Jesús. Está por encima de toda controversia que Jesús respetaba profundamente su Biblia. Aunque la imagen que se nos presenta en los cuatro Evangelios sea sólo una versión aproximadamente exacta, la respuesta habrá de ser que Jesús reconocía plena autoridad a la Biblia. Esto no es lo mismo que suponer que la Biblia tiene plena autoridad y luego sacar la misma conclusión de sus páginas mediante un proceso de razonamiento en círculo. No supongo nada, sino que simplemente pregunto: "¿Qué nos dicen las fuentes de que disponemos acerca de la actitud de Jesús hacia la Biblia?" La respuesta podrá ser quizá que la consideraba de modo muy parecido a como lo hace el erudito crítico moderno, o sea que algunas partes son aceptables y otras deben rechazarse. O quizá haría caso omiso de ella y enseñaría sin tener en cuenta sus páginas. Hay otras posibilidades. No supongo nada, sino que pregunto qué nos dicen las evidencias de que disponemos acerca de lo que pensaba de su Biblia, que era, por supuesto, nuestro Antiguo Testamento. Cuando en una discusión podía decir "Escrito está...", eso al parecer decidía la cuestión. Tómese, por ejemplo, la conclusión de su parábola de los labradores malvados: " ... ¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros". Los oyentes de Jesús exclamaron: "¡Dios nos libre!" a lo cual El replicó: "¿Qué, pues, es lo que está escrito: La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo?" (Lucas 20: 15-17). Esta respuesta sólo tiene sentido al presuponer que lo que está escrito en la Biblia es fiable. El fin de esta parábola es perfectamente razonable, dice Jesús, porque hay en la Biblia un pasaje que es aplicable a la situación. Cuando se cita y se aplica dicho pasaje, para Jesús toda discusión ha terminado.

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Otro ejemplo instructivo es el modo como Jesús reaccionó ante la historia de los saduceos sobre la mujer que tuvo siete maridos sucesivamente. Para ellos la imposibilidad de determinar de quién sería esposa en la resurrección era cuestión decisiva. Excluía la misma posibilidad de que hubiese resurrección. Para Jesús lo decisivo era el Antiguo Testamento. Citó el pasaje que dice: "Yo soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob" (Exodo 3:6) y comentó: "Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis" (Marcos 12:26s). Para Ella posición de los saduceos es insostenible. No coincidía con la Escritura; por lo cual no podía aceptarse. Esto es tanto más digno de notarse debido a que la inferencia que Jesús saca del pasaje de Exodo no es superficial, ni mucho menos. Semejante argumento sólo podía usarlo alguien que confiara implícitamente en la Biblia. En este aspecto tienen particular importancia las narraciones acerca de la tentación. Podría alegarse que en los casos que hemos considerado hasta ahora, Jesús estaba simplemente empleando una argumentación que tenía por objeto convencer a los hombres de su época, teniendo en cuenta su punto de vista en cuanto a la Biblia. En el caso del relato de la tentación esto no cabe en lo posible. Nadie está presente sino Jesús y el tentador. El hecho de que citara las Escrituras en tales circunstancias indica lo profundo de su convicción. Obsérvese que en cada una de las tres tentaciones Jesús dijo: "Escrito está" (Mateo 4:4, 7, 10), y que en cada una de ellas esto terminó con el asunto. La Escritura tiene un carácter definitivo. Una vez se ha descubierto que es aplicable, la discusión ha terminado. Todo esto coincide con la actitud habitual de Jesús hacia la profecía. Sostenía que lo que los profetas habían predicho iba a ocurrir sin duda alguna. Por ejemplo, en la sinagoga de Capernaum Jesús dijo: "Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios". Inmediatamente añadió: "Todo aquel que oyó al Padre, y aprendió

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de él, viene a mí" (Juan 6:45). Está escrito en los profetas; va a ocurrir. Similarmente habla de su rechazamiento por parte de los judíos: "Ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre". A continuación lo explica: "Esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron" (Juan 15:24,25). A veces el modo en que se cumple la profecía es bastante obvio. Mas a veces no lo es, como cuando Jesús vio la predicción en la Escritura de su resurrección el tercer día (Lucas 18: 31-33; 24:45s). Los exégetas han pasado ratos especialmente difíciles tratando de identificar en el Antiguo Testamento el pasaje o pasajes a que Jesús aludía. Es una profecía muy poco conspícua. Sólo quien tuviera la profunda convicción de que una Biblia enteramente fiable predecía los principales acontecimientos de su época la hubiera discernido. La pasión tiene una importancia capital en todos los cuatro Evangelios, y en ella se cumple la profecía. "El Hijo del Hombre va, según está escrito de él"; "Todos os escandalizaréis... porque escrito está..•"; "pero es así, para que se cumplan las Escrituras" (Marcos 14:21,27,49). Jesús veía una providencia soberana en todos aquellos eventos, que culminarían con su muerte, y veía tal providencia inscrita en las antiguas Escrituras. Lucas deja constancia de un dicho de Jesús que nos presenta el cumplimiento completo que Jesús esperaba. "Era necesario que se cumpliese", dice, "todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos" (Lucas 24:44). Emplea la triple división que los judíos percibían en la Escritura. Es decir, que todo el Antiguo Testamento se aplica a su misión. No sobra nada. Todo lo que está escrito debe cumplirse. El hecho de que Jesús haya insistido en la importancia del estudio bíblico concuerda con esto. Lo contrario lleva a los hombres al error. Por ejemplo, cuando los principales sacerdotes y los escribas se indignaron de que los muchachos aclamaran" ¡Hosanna!" en el templo, Jesús respon-

dió: "¿Nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?" (Mateo 21: 16). Si hubieran estudiado sus Biblias no hubieran cometido este error. También en otra ocasión dijo a los saduceos: "¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?" (Marcos 12:24). Esta misma actitud esencial fue la que reprochó en los dos hombres que se encontró camino de Emaús: "¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!" (Lucas 24:25). Es indudable que Jesús sostenía que la Biblia no descarriaría a los hombres. Es fiable. Puede afirmarse enfáticamente que Jesús estimulaba a· los hombres a que estudiaran la Biblia. Su actitud general se percibe en los pasajes ya mencionados. Siempre estaba citando las Escrituras como cosa definitiva. Y en una ocasión dijo a los judíos: "Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mf' (Juan 5:39). Sir Edwin Hoskyns reconoce que el original de este texto, "Escudriñad las Escrituras", no es modo imperativo, sino indicativo, pero añade: "Sin embargo, puede traducirse en efecto como imperativo, pues éste está escondido detrás del dicho de Jesús, que nos alienta a la constante investigación de las Escrituras".2 Jesús no les decía que habían estudiado demasiado la Biblia, sino que la habían estudiado demasiado a la ligera. Estaba apremiándoles a que se enfrentaran con el significado de la Escritura ya que hacían tanto hincapié en ella. Esta actitud suya puede también observarse en algunos de sus dichos que vamos ahora a considerar. Dichos notables Hay algunos dichos de Jesús dignos de atención porque nos muestran su constante reverencia por la Biblia. Tenemos testimonio de que en el Sermón del Monte dijo: "De cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni

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una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido" (Mateo 5: 18). Junto a éste debiéramos colocar otro dicho: "Más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley" (Lucas 16: 17). Tales palabras nos recuerdan el valor permanente de la ley. Este término pudiera aludir a los primeros cinco libros del Antiguo Testamento que eran (y son) la ley de los judíos por excelencia. El término en cuestión se emplea también en un sentido más amplio para designar el Antiguo Testamento en general y parece ser que en estos dos pasajes éste es el sentido. Ambos hay que entenderlos cuidadosamente, pues el modo en que se cumple la ley puede estar escondido bajo la superficie. Sin embargo, para el propósito que ahora nos ocupa, 10 importante no es la manera precisa en que se cumple, sino su realidad en la enseñanza de Jesús. Está bien claro que no aceptaba la posibilidad de que algún hombre descartara alguna de las enseñanzas de la ley. Cierto día los fariseos le formularon una pregunta sobre el divorcio, a la cual respondió: "¿No habéis leído que el que los hizo al principio... dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne~" (Mateo 19:4, 5). Ahora bien, no se dice que Dios fuese quien hablaba en el pasaje del Antiguo Testamento que Jesús está citando. Se citan algunas palabras de Adán y el narrador prosigue: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre ..•" (Génesis 2:24). Es difícil entender cómo esta manera de citar la Escritura puede justificarse salvo si aceptamos la premisa de que 10 que enseña la Escritura., 10 enseña Dios. Por supuesto que hay partes de la Biblia de las cuales Dios no es autor, cosas dichas por el diablo, por ejemplo, o por hombres malos. Mas las palabras de Jesús parecen dar a entender que Dios está detrás de la Escritura; donde tenemos enseñanza positiva que puede considerarse procedente de Dios. Otro pasaje muy útil es aquél en que Jesús se defiende

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de una acusación de blasfemia por hacerse Dios al citar el Salmo 82:6, "Yo dije, dioses sois". Prosigue Jesús: "Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada)... " (Juan 10:34s). El salmo trata de los jueces, y el término "dioses" se emplea para designarlos. Toda la argumentación de Jesús depende del empleo de este término. Si hubiera usado otra palabra, hubiera sido en vano. Precisamente refiriéndose a este pasaje, empleando una palabra y no cualquiera otra que hubiese podido designar a los jueces, Jesús dice que "la Escritura no puede ser quebrantada". Es difícil determinar cómo puede explicarse esto salvo por un concepto muy elevado en cuanto a 10 que es la Biblia. Si se pueden decir tales cosas de un pasaje como éste entonces la Escritura es tenida por absolutamente fiable. A veces se ha dicho que la costumbre de Jesús de apelar a la Escritura no representa su propia mentalidad sino su adaptación a las ideas de los hombres de su época. Tenían un concepto muy elevado de la Biblia y la única manera de convencerles de lo sólido de su posición era, pues, mostrarles que la Escritura la corroboraba. Aunque esta teoría es superficialmente atractiva, no puede mantenerse tras un examen hecho seriamente. No explica por qué Jesús apeló a la Biblia cuando fue personalmente tentado. No explica por qué citó la Escritura cuando estaba muriendo en la cruz. En aquellos momentos, su empleo de las palabras familiares de la Biblia sólo podía deberse a que significaban mucho para El, y no para causar impresión favorable en los presentes. Se da el caso, además, de que Jesús no se distinguió nunca por adaptarse a creencias con las cuales no estaba de acuerdo. Sus ataques contra los fariseos ponen esto de relieve de modo inigualable. Asimismo, Jesús repudiaba las ideas mesiánicas nacionalistas tan populares en su tiempo. La realidad es que sería difícil hallar un solo caso claro en que Jesús se haya acomodado a las ideas normalmente aceptadas en cualquier esfera. Finalmente

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fue a la cruz, por lo menos en parte, a causa de su firme oposición a las ideas defendidas por los dirigentes de su época. ¿Abrogó Jesús el Antiguo Testamento? Poco es lo que puede decirse en contraposición. Se ha señalado que en el Sermón del Monte hay una especie de estribillo que se repite: "Oísteis que fue dicho a los antiguos .•• Pero yo os digo ..." Se alega que en tales pasajes Jesús muestra su plena disposición a deshacerse de la Escritura. La eficacia de esta hipótesis disminuye cuando observamos que en cada uno de estos casos Jesús hace que a la Escritura se la vea más profunda; no la abroga. Por ejemplo cuando menciona el mandamiento "No matarás", no dice: "Pero yo os autorizo a matar", sino al contrario: "No limitéis este mandamiento en su significado. Podéis transgredirlo simplemente enojándoos con otras personas". De modo similar amplía el mandamiento sobre el adulterio de modo que abarque la mirada lujuriosa, y el de jurar en falso que incluya afirmaciones no juradas. La regla según la cual se limitan los daños que se pueden causar, "Ojo por ojo, diente por diente", se extiende ahora, de tal modo que uno no debe exigir retribución del otro, sino presentar la otra mejilla cuando ha sido ofendido. Quizá debamos examinar un poco más detenidamente esta última exhortación, pues suele citársela como si demostrase que Jesús, de modo definido, descartó por lo menos una parte del Antiguo Testamento. Es preciso observar aquí que en el mundo antiguo había una ley para los ricos y otra para los pobres y que esto se interpretaba literalmente y a veces estaba escrita explícitamente en los estatutos. Por ejemplo, el código de Hamurabi establece diferentes castigos según el rango de la persona ofendida. Si un ciudadano destruye el ojo del otro, se le sacará un ojo. Pero si se trata del ojo de un vasallo pagará simplemen-

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te una mina de plata, y si el ojo pertenece a un esclavo pagará la mitad de su valor en el mercado. El delito contra un señor era en tiempos antiguos mucho más grave que la misma transgresión contra un esclavo, y la penalidad variaba de acuerdo con esta escala. No se ha en tendido correctamente la ley mosaica si se la considera una muestra del primitivo espíritu de venganza, sino que "se la comprende cuando se la ve como un progreso que de modo firme y humano limita la imposición de castigos: bajo semejante restricción, se impide que el hombre vengativo que ocupe el poder pueda exigir una penalidad exorbitante".3 Si insistimos en que la ley mosaica era una muestra del espíritu de venganza espantosa, si sostenemos que en todos los casos había que sacar un ojo por un ojo perdido, observaremos una contradicción. Mas si la observamos, como creo debiéramos, no como exigiendo ojo por ojo, sino estableciendo que el límite del castigo fuera ojo por ojo, entendemos que Jesús estaba simplemente considerando este apartado como los demás de esta sección de su sermón. Indudablemente es mejor interpretar el versículo de modo que concuerde con el contexto que insistir en que hay que interpretarlo de otra manera. Jesús, pues, no está abrogando la ley, ni concediendo a sus discípulos licencia para modificar la Escritura. Está cumpliendo 10 que está implícito en la Escritura. Debe tenerse en cuenta que en estos versículos Jesús usa un enfático "yo". No está diciendo que todo el mundo tiene el derecho de modificar la Escritura, sino solamente que El, por ser quién es y lo que es, puede y sabe hacerlo. Las palabras que encontramos son evidencia de un elevado concepto de su persona y no de una visión de la Escritura como secundaria. Algunos ven la abolición del día de reposo en las palabras de Jesús "el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo" (Marcos 2:28). Es ésta ciertamente una afirmación enérgica en cuanto a la grandeza de su propia persona, pero

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mento que insiste en que "de Jehová es la tierra y su plenitud" (Salmo 24: 1; Pablo aplicó precisamente estas palabras a lo que puede comerse, 1 Corintios 10:26). La controversia sobre si Jesús selecciona sus pasajes y no otorga su imprimatur a todo el Antiguo Testamento no prueba nada. Todo el que cita la Escritura lo hace selectivamente, por necesidad. No sería posible citarla toda. Lo que hacemos es emplear los pasajes que se aplican a nuestro propósito y omitir los que no son del caso. No tenemos razón alguna para pensar que Jesús hiciese otra cosa. Pero entre nosotros el no citar determinado pasaje en un momento dado (y si vamos a eso, durante un tiempo) no significa que no lo tengamos por plenamente autoritativo. Preguntémonos si no ocurre así en el caso de Jesús. Dada la naturaleza del caso, algunos pasajes del Antiguo Testamento eran más aplicables a su ministerio que otros. También cabe la posibilidad de que personalmente hallara más atractivos algunos pasajes de la Biblia que otros. Empero ninguna de estas cosas implica degradación de los pasajes que no cita. Lo que realmente importa es que en todos los Evangelios no hallamos ningún equivalente de la actitud de algunos modernos críticos que consideran de poca confianza muchas partes de la Escritura. Jesús no usa jamás un versículo de la Biblia simplemente como base para sostener una discusión, ni como algo que puede descartarse sin peligro. A través de todos los Evangelios su constante actitud para con la Biblia es de respeto. La emplea con toda reverencia como fuente de la respuesta decisiva. Escrituras normativas Importa hacer resaltar que Jesús parece haber aceptado todo el Antiguo Testamento sin reservas. Hoy día solemos hallar dificultades en los pasajes que hieren nuestras susceptibilidades. Dice JohnBright sobre el particular:

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Me parece de sumo interés y no una pequeña rareza que aunque el Antiguo Testamento a veces hiere nuestros sentimientos cristianos, al parecer no ofendiese los "sentimientos cristianos" de Cristo. ¿Será posible que ética y religiosamente seamos más sensibles que El? ¿O no será acaso que no conceptuamos el Antiguo Testamento -y su Dios- como Ellos conceptuaba? El hecho mismo de que el Antiguo Testamento fuese Escritura normativa para Jesús, la cual le permitía comprender a su Dios y (no importa cómo interpretemos su subconsciente) a su propia persona, significa que de alguna forma es preciso que sea Escritura normativa para nosotros también, a menos que nos propongamos tener a Jesús por otra cosa que la que El decía ser y el Nuevo Testamento corroboraba. 7 Si profesamos ser "cristianos" esto equivale meramente a decir sin duda que tomamos en serio la actitud hacia el Antiguo Testamento que claramente tanto significaba para Jesús. Es difícil entender lo que se pretende cuando alguien se llama "cristiano" si se dedica a rechazar doctrinas que para El eran fundamentales y centrales. Claro que es concebible que un hombre moderno desee adherirse a la posición general de Jesús sin comprometerse a aceptar todo lo que Jesús enseñaba, y aún así insistir en llamarse "cristiano". Si tal hace podrá solamente diferir de Jesús en aspectos comparativamente secundarios. Si deja a Jesús en aspectos considerados de importancia central y suprema, nos parece que debiera arrogarse un título que no fuera el de "cristiano". La reverencia constante con que Jesús consideró el Antiguo Testamento no es cosa que pueda tomarse a la ligera. Como dice Bright, Jesús consideró estos escritos normativos, y todo 10 que entendió de Dios y de sí mismo 10 entendió por lo que en ellos leyó. Este hecho no puede descartarse como de importancia nula. Para Jesús es un hecho fundamental y no puedo ver

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cómo es posible que lo rechace alguien que dice ser seguidor suyo. James D. Smart tiene una idea diferente en cuanto a la actitud de Jesús frente a la Escritura. Según piensa este escritor, Jesús "liberó a Dios de su encierro en la tradición. No dejó tras El escritura alguna, pues por sí mismo había tenido amarga experiencia de la forma en que las Escrituras podían convertirse en un tirano y una barrera contra la presencia viva y el poder de Dios".8 He aquí un punto de vista interesante entre los que tratan de explicar la razón de que Jesús no dejara documentos escritos. Pudiera ser la verdadera explicación, aunque no veo la manera de demostrarlo. Jesús nunca dijo por qué no escribió. Existe un hecho muy importante que escapa a la atención de Smart. Aun aceptando este punto de que Jesús "había tenido amarga experiencia de la forma en que las Escrituras podían convertirse en un tirano y una barrera contra la presencia viva y el poder de Dios", aquí es donde adquiere mayor significado el hecho de que nunca abogara por el abandono de la Biblia. Cuando examinamos las fantasías de muchas exégesis rabínicas podemos hallar buen motivo para decir: "Si la Escritura ha de ser manipulada de esta forma, alejémonos de la Escritura". Mas Jesús jamás dice nada semejante. Si bien se daba cuenta de que las tradiciones de los maestros de su época estaban alejando a los hombres del Dios verdadero, escondiéndolo a ojos del pueblo, siguió recomendando el estudio de la Biblia. La trató con asidua reverencia. Más aún. Dijo: "En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen" (Mateo 23:2, 3). Esto, sin lugar a dudas, está dicho en apoyo de la reverencia que los escribas y los fariseos mostraban por la Biblia, aparte de otros significados que pueda tener. Teniendo en cuenta el modo con que los

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hombres de su tiempo trataban la Biblia, esto merece tomarse muy en serio. A veces se sostiene que Jesús no citaba mucho la Escritura. No es fácil ver la manera en que puede defenderse esta postura. R. T. France dice que hay sesenta y cuatro citas "seguras o virtualmente seguras" del Antiguo Testamento, o por lo menos alusiones a él, en los Evangelios sinópticos.9 Este no es un número despreciable, considerando la extensión de los sinópticos. Igualmente nos impresiona el modo en que Jesús hizo uso del lenguaje blblico aun cuando no estaba propiamente citando un texto. Con frecuencia se ha señalado que hay pocas cotizaciones específicas del Antiguo Testamento en el Sermón del Monte, por ejemplo, pero que está impregnado del lenguaje y la ideología del Antiguo Testamento. Nadie emplea así el lenguaje del Antiguo Testamento a menos que el mismo haya llegado a tener para él un profundo significado. El uso que Jesús hace de dicho lenguaje es resultado de un estudio y una meditación prolongados del Antiguo Testamento. En estos últimos años se ha visto un incremento en el interés por la tipología y hoy día se acepta generalmente que este método es válido para usar el Antiguo Testamento. France tiene un extenso pasaje sobre el tema. 1o Lo dedica a mostrar que Jesús no sólo cita la Escritura, sino que considera a determinados individuos (Jonás, Salomón, David, Elías, Eliseo, Isaías; y también la nación, el sacerdocio) como tipos que prefiguran ciertos aspectos de su propio ministerio. Descubre France que Jesús "vio su misión como el cumplimiento de las Escrituras del Antiguo Testamento; no sólo de las que predecían un redentor que iba a venir, sino del conjunto de las ideas del Antiguo Testamento".11 Según France, difería de sus contemporáneos "no por tomarse libertades insólitas con el texto (por 10 general era extraordinariamente fiel a su verdadero significado); sino por creer que en El hallaba el texto su cumpli-

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miento"; "nadie le aventajaba en su reverencia por las Escrituras".12 No es fácil entender cómo esta conclusión pueda ponerse en duda. Jesús interpretaba el Antiguo Testamento de un modo renovado y original. De esto no cabe duda. Lo importante es darse cuenta de que era una interpretación del Antiguo Testamento, no un rechazamiento del mismo. Los apóstoles y la Escritura Los apóstoles habían aprendido a los pies de Jesús. Lo reverenciaban como su gran maestro. Y parece que de El aprendieron su concepto de lo que era la Biblia. Por supuesto que cabe la posibilidad de que estuvieran simplemente reflejando, en su actitud hacia la Biblia, el patrimonio judío que habían heredado. Por lo menos es evidente que Jesús no hizo nada para perturbar tal actitud mientras sí hizo mucho para atacar gran parte de lo que se les había ensefíado. Tenían de la Escritura el mismo concepto que El tenía. Observamos el mismo constante respeto por la Biblia en sus escritos y en sus ensefíanzas. Citan la Escritura constantemente y siempre que 10 hacen la citan como teniendo plena autoridad. Demuestran la misma disposición que Jesús en considerar una cita del Antiguo Testamento como suficiente para zanjar una controversia, y demuestran también la misma aceptación plena de que todo 10 que está escrito en los profetas no puede dejar de cumplirse. Vimos que en cierta ocasión Jesús atribuyó a Dios palabras que el Antiguo Testamento no le atribuye específicamente. En el Nuevo Testamento encontramos repetido este fenómeno. Los escritores del Nuevo Testamento citan el Antiguo Testamento y pronuncian "Dios dice", "la Escritura dice", "dice", o mencionan el nombre del autor humano, "Moisés dice", "Isafas dice". Como quiera que 10 citan siempre 10 consideran autoritativo. Algunas de las cosas que nos dicen sobre la Escritura

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son sorprendentes. Observemos sólo un par de ellas. Un pasaje bien conocido afirma que "toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para ensefíar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (2 Timoteo 3: 16s). Otro pasaje nos dice que "nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2 Pedro 1:21). Estas porciones suscitan sus problemas, pero son clara prueba de un elevado concepto de la Escritura. La actitud de los cristianos para con la Escritura difería de la de los judíos de la época. A veces esto se interpreta como si representara que los cristianos tenían un concepto inferior de la Biblia. A. G. Hebert ha hecho un excelente resumen de esta objeción: San Pablo les escribe a los Gálatas y les advierte solemnemente de que en ningún caso deben recibir la circuncisión que ordena la ley; a los Romanos les dice que no es posible alcanzar la paz con Dios mediante la observancia de la ley; en Efesios, que la exclusión de los gentiles de los privilegios de Israel, simbolizada por la pared intermedia de separación en el templo, ha sido derribada. Los lectores de Hebreos se enteran que el día de los sacrificios del templo ha terminado. San Juan aclara que los judíos que rechazan a Jesús no son verdaderos hijos de Abraham. Detrás de todo ello encontramos los actos atribuidos al propio Jesús en los Evangelios sinópticos: había quebrantado las normas de observancia del día de reposo; había llamado hipócritas a los fariseos; había declarado que las leyes de impureza ritual ya no estaban en vigor, había anulado la autorización mosaica para el divorcio, y como último acto de su ministerio, había iniciado un rito, independiente de los sacrificios levíticos, en el cual había manifestado

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que el Nuevo Pacto quedaba inaugurado en su sangre. 13 No obstante, todo esto no equivale a mucho más que a reconocer que con la venida de Jesús se ha creado una nueva situación. El es el cumplimiento de todo 10 que el Antiguo Testamento prefigura. Fundamental al Nuevo Testamento es que la muerte de Jesús trae salvación a los hombres. Este es el motivo de que Pablo advierta a los gálatas que no se sometan a la circuncisión. Habiendo recibido la salvación como don gratuito de Cristo, no deben someterse a un rito que significa aceptar la obligación de cumplir toda la ley. Hacerlo sería ver la ley y no la gracia como camino de la salvación. Así tenemos que con sus palabras a los romanos y a los efesios viene a decir lo mismo. El fin de los sacrificios del templo en Hebreos equivale a un reconocimiento de la misma verdad. El argumento que usa Juan referente a los que son verdaderos hijos de Abraham se basa en la verdad mencionada repetidamente en todo el Nuevo Testamento que el camino de la fe pisado por Abraham es el camino que deben seguir todos los cristianos, pues Abraham se gozó de que había de ver el día de Jesús (Juan 8:56). De hecho podríamos resumir todos los pasajes hasta ahora repasados bajo el título definitorio de que la leyes el ayo que nos lleva a Cristo (Gálatas 3: 24). En cuanto a los pasajes acerca de Jesús, mucho dudo que pueda demostrarse que "había transgredido las leyes de respeto del día de reposo", es decir, si es que "las leyes" o normas significan enseñanzas del Antiguo Testamento. Quebrantó las reglas establecidas por los fariseos, pero la postura adoptada por los evangelistas es que cumplió con el verdadero sentido del día de reposo (Lucas 6:9; Juan 7:23). Llamar hipócritas a los fariseos difícilmente puede calificarse de contradicción del Antiguo Testamento, y asimismo no creo que sea cierto que Jesús "anuló la autorización mosaica para el divorcio". Explicó cuál era el verdadero significado del matrimonio, mas los exégetas del

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Nuevo Testamento difieren ampliamente en cuanto al grado en que limitó el divorcio. 14 No puede decirse que contradijo a Moisés. El establecimiento del nuevo pacto, y de la Santa Cena que 10 celebra, difícilmente pueden calificarse de violación del Antiguo Testamento, el cual de modo explícito abre paso al nuevo pacto. Y por supuesto que las leyes sobre 10 que es ritualmente inmundo hay que considerarlas a la luz del significado del nuevo pacto. No pretendo decir que no haya problemas en la actitud cristiana hacia el Antiguo Testamento, ni que los pasajes a los cuales Hebert llama la atención no precisen un escrutinio cuidadoso. Mas debemos rechazar definitivamente que signifiquen que los cristianos primitivos repudiaron el Antiguo Testamento. No representan otra cosa que la consecuencia inevitable de la visión del Nuevo Testamento de que haya la vez continuidad y discontinuidad con la antigua dispensación. Como dice Hebert cuando termina su examen de los pasajes que menciona: "Cuando todas las cosas secundarias han sido puestas aparte, como conviene hacerlo, queda sólo una cuestión determinante, y sólo una, entre los cristianos y los judíos. Es la cuestión de si Dios cumplió o no cumplió en Jesús su propósito en cuanto a la salvación de Israel".1 5 Si Jesús resulta en verdad ser el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento, se explican las diferencias entre los cristianos primitivos y sus contemporáneos judíos. y') los cristianos están ciertamente corroborando la autoridad de las Escrituras que predijeron la venida del Mesías. El Nuevo Testamento Hasta aquí sólo nos hemos ocupado de la actitud de los hombres del Nuevo Testamento ante el Antiguo Testamento. Ellos tienen también qué decirnos sobre sus propios escritos. Quizá debamos comenzar con el hecho de que el propio Jesús dijo: "El cielo y la tierra pasarán,

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pero mis palabras no pasarán" (Lucas 21 :33). Asimismo hay pasajes en que se dice que es preciso que sus palabras se cumplan, exactamente de la misma manera en que se habla del cumplimiento del Antiguo Testamento (p. ej. Juan 18:32). Está bien claro que las palabras de Jesús no se consideran jamás inferiores al Antiguo Testamento. En cuanto a los escritores del Nuevo Testamento en general, quizá nadie ha superado a B. B. Warfield en decir 10 que ha de decirse: los escritores del Nuevo Testamento reconocen espontáneamente, sin lugar a dudas, que no hay en ellos suficiencia alguna, sino que saben que Dios es quien los ha hecho suficientes (2 Corintios 3:5, 6). Prosiguen, pues, con su labor de proclamar el evangelio, plenamente confiados en que hablan "por el Espíritu Santo" (1 Pedro 1: 12), a quien atribuyen tanto el contenido como la forma de su enseñanza (1 Corintios 2: 13). Hablan, por consiguiente, con la máxima seguridad en cuanto a su enseñanza (Gálatas 1; 7, 8); y difunden instrucciones con la más completa autoridad (1 Tesalonicenses 4:2, 14; 2 Tesalonicenses 3:6, 12), declarando por cierto que la prueba de que alguien tiene el Espíritu consiste en que reconozca que 10 que ellos mandan y exhortan es mandamiento de Dios (1 Corintios 14:37). Bien extraño sería en verdad si estas elevadas afirmaciones estuvieran basadas en meras enseñanzas y preceptos orales exclusivamente. De hecho, están hechas explícitamente también para ser difundidas como exhortaciones escritas. "Las cosas" que Pablo estaba "escribiendo" y el reconocimiento de que eran mandamientos del Señor, las constituye como necesarias para la demostración de que un hombre es espiritual, guiado por el Espíritu (1 Corintios 14:37). Establece como condición para la comunión cristiana, la obediencia a "lo que decimos por medio de esta carta" (2 Tesalonicenses 3: 14). En esta actitud con respecto a sus propias enseñanzas,

orales o escritas, parece haber la afirmación, por parte de los escritores del Nuevo Testamento, de tener algo muy parecido a la "inspiración" que ellos atribuyen a los escritores del Antiguo Testamento.1 6 Convendría añadir que las instrucciones de Pablo en cuanto al modo como los creyentes deben ejercer los dones del Espíritu de Dios (1 Corintios 14) es con toda certeza una prueba de su profunda convicción de que 10 que decía era de inspiración divina (yen este contexto llama la atención específicamente a 10 que está escribiendo, 1 Corintios 14:37). El nuevo pacto es un pacto "mejor", como dice más de una vez la epístola a los Hebreos. Hablaba de una salvación que "había sido anunciada primeramente por el Señor, y fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo" (Hebreos 2:3s). Resulta difícil pensar que los escritos que nos hablan de semejante salvación son inferiores a los del pacto anterior. La misma conclusión sería la que sacaríamos de la última porción de Romanos. Aquí leemos acerca del evangelio de Pablo "y de la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes" (Romanos 16:25,26).

La iglesia subapostólica Es digno de señalar que los escritores de la iglesia primitiva diferían de los apóstoles en el concepto que tenían de sus propios escritos. Como acabamos de observar, los apóstoles escriben con plena autoridad y dejan bien claro que esperan que sus escritos sean tratados con el máximo respeto. Los escritores que siguen constituyen un absoluto

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contraste. Se tienen por simples miembros de la iglesia, como quienes escriben a sus iguales, y conceptúan los escritos de los apóstoles como algo muy distinto. Clemente de Roma, por ejemplo, que escribió a fines del siglo 1, ni siquiera emplea su nombre, sino que empieza: "La iglesia de Dios que habita como forastera en Roma, la iglesia de Dios que habita como forastera en Corinto".! 7 No establece diferencia alguna entre sí y el resto de la iglesia. Más adelante dice a sus lectores: "No sólo estamos escribiéndoos estas cosas, amados, para vuestra admonición, sino también para acordarnos de ellas nosotros mismos; pues nos hallamos en el mismo campo de batalla, y nos enfrentamos con la misma lucha" (7: 1). Mas cuando alude a Pablo, dice: "Estudiad la epístola del bienaventurado apóstol Pablo... Con auténtica inspiración él os exhortó acerca de ... " (47: 1-3). La fecha de la epístola de Bernabé no ha sido comprobada, pero todo el mundo está de acuerdo en que data de fines del siglo 1 o principios del II. Este autor se aventura a decir que no escribe "como maestro, sino como uno de vosotros" (1 :8); "y esto también os pido, como siendo uno de vosotros" (4:6). No escribe en el mismo tono con que los hombres del Nuevo Testamento transmiten sus enseñanzas a los lectores. Policarpo (fines del siglo 11) era muy estimado en su época, y por ende lo fue también en generaciones posteriores. El se ve situado en una posición distinta a la de los apóstoles. Así escribe a los fIlipenses:

a

Pero ni yo, ni nadie como yo, es capaz de alcanzar la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, quien cuando estaba entre vosotros en presencia de los hombres de aquellos tiempos, enseñó con exactitud y perseverancia la palabra de verdad, y también estando ausente os escribió cartas, con cuyo estudio podréis edificaros en la fe que os ha sido dada (Fil. 3:2).

En el mismo espíritu apremia a sus lectores a servir al Señor "como él mismo nos mandó, y como hicieron los apóstoles" (6:3). De vez en cuando cita los escritos apostólicos y en una ocasión cita Efesios como Escritura (12: 1). Es instructivo observar que menciona también los escritos de Ignacio. Evidentemente los fIlipenses le habían pedido si tenían alguna carta del mártir en su poder y les envía copias (13:2). Está bien patente que Policarpo tenía un elevado concepto de estas cartas. Pero de modo igualmente patente no las ponía al mismo nivel que los escritos de Pablo. Ignacio hace la misma distinción: "No os mando", escribe a los romanos, "como hacían Pedro y Pablo; ellos eran apóstoles, yo soy un convicto" (Romanos 4:3). A los de Trales les dice aproximadamente 10 mismo: "No me consideré competente, como convicto, para daros instrucciones como un apóstol" (Tral. 3:3). Cuando menciona la palabra convicto no debemos malentenderlo. No era un criminal, sino una persona convicta de transgresión, como cristiano. Empero su condición de escogido y mártir no era suficiente para permitirle clasificarse junto a los apóstoles. Estos eran distintos. Como se sabe por cierto, Ignacio no dejaba escapar oportunidad de expresar un alto concepto del clero. Dentro del propósito de este examen vale la pena notar que en este aspecto a veces demuestra el intento de clasificar al apóstol junto a Cristo distinguiéndolos de todos los demás. Por ejemplo, al escribirles a los magnesianos, dice: "De la manera que entonces el Señor estaba con el Padre y nada hacía sin El, ni por sí mismo ni a través de los apóstoles, así vosotros nada hacéis sin el obispo y los presbíteros" (Mag. 7: 1); "Sed celosos haciéndolo todo en armonía con Dios, presidiendo el obispo en nombre de Dios y los presbíteros en nombre del concilio de los apóstoles" (Mag. 6: 1). No es realmente necesario proseguir. Podríamos citar a otros, pero el resultado sería el mismo. Los cristianos pri-

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mitivos consideraban la condición de los apóstoles esencialmente distinta de la suya. Cuando citan sus escritos siempre lo hacen como el que menciona documentos de plena autoridad y que difieren de los escritos de su propia época. Una fe bíblica Aun un breve examen como el presente basta para mostrar que Cristo y sus apóstoles tenían ciertamente la Escritura en alto concepto. La trataban con respeto y siempre la consideraban plenamente autoritativa. Podemos añadir más. A. G. Hebert opina que debería turbamos el descubrir que nuestra presentación de la fe difiere tan radicalmente de la de los cristianos primitivos. Señala que en cualquier sermón sobre la pasión, por ejemplo, es probable que hoy día oigamos un estudio sicológico de uno u otro de los participantes en la narración, y por Pascua quizá algo similar o quizá un estudio doctrinal de la expiación o de la resurrección física. No así, los hombres del Nuevo Testamento, sin embargo: La característica sobresaliente de su manera de presentar estas cosas, y el punto en que difieren del predicador moderno, es que continuamente hacen alusión al Antiguo Testamento, sea citándolo directamente, sea mencionándolo indirectamente en su fraseología; y es precisamente mediante el empleo del Antiguo Testamento que explican habitualmente el significado de los eventos que nos están describiendo. 1 8 De hecho se dilucida aquí toda una actitud para con la fe. Los hombres del Nuevo Testamento estaban proclamando una fe blblica. Veían a Dios como revelador de grandes verdades en los libros sagrados. Veían que era importante para poner en relieve la fe por la cual vivían e iban a morir, el que no estaban promocionando alguna nueva idea

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luminosa del último genio del siglo 1, sino proclamando 10 que Dios había hecho conforme a su propia revelación desde el principio. Puede que tengamos que citar o no la Escritura exactamente como ellos 10 hacían. Mas si perdemos la certeza suya de que Dios había obrado en Cristo conforme a la Escritura, perdemos un elemento fundamental de la fe de la iglesia neotestamentaria. No es posible negar la revelación.

Capitulo 4

REVELACION FORMATIVA MUCHOS SON LOS CRISTIANOS que dan testimonio de

haber tenido experiencias en las cuales dicen ellos que Dios les ha hablado. Algunos creyentes parecen tener experien· cia constante de una dirección divina para sus vidas y su fe. Recuerdo haber leído en alguna parte que el arzobispo Temple testificaba que de vez en cuando tenía la experien· cia de un sentimiento que le impelía ir a ver a alguien y que cuando hacía caso de tales experiencias podía con frecuencia prestar ayuda espiritual importante y adecuada. Añadía que cuando no se hallaba espiritualmente en buena fonna era más raro tener estas experiencias. Del hecho de que ciertos cristianos individuales tienen estos contactos directos con Dios y reciben lo que ellos entienden ser orientación divina directa no cabe dudas. Y ya que a veces esto equivale a la comunicación de ciertos conocimientos y orientaciones, no está fuera de lugar ha· blar de que se verifica una "revelación". Sin embargo, está perfectamente claro que esto es algo totalmente dis· tinto del tipo de revelación de que hemos estado hablando

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hasta ahora. Ese tipo de revelación no es personal, sino que afecta a la comunidad cristiana como un todo. Tiene por característica ser revelación concreta para la iglesia cristiana, y no una mera ayuda en el vivir cristiano. J ohn Macquarrie lo ha definido en forma muy práctica cuando se ha referido a este tipo de revelación como "revelación primordial". La considera de alcance más amplio que el cristianismo y de oportuna aplicación a casi cualquier grupo religioso. Una comunidad de fe dentro de la cual surge una teología, suele datar su historial desde lo que puede calificarse de revelación "clásica" o "primordial". Esta revelación clásica, que es una experiencia concreta y reveladora de 10 santo concedida al fundador o fundadores de la comunidad, llega a ser, por decirlo así, el paradigma de las experiencias de la santidad en dicha comunidad. Una revelación que tiene poder para fundar una comunidad de fe se hace fructífera dentro de dicha comunidad, y es, por decirlo así, repetida o representada de nuevo en la experiencia de la comunidad, convirtiéndose así en normativa para la experiencia de la comunidad. Sin embargo, sólo por ser la revelación primordial continuamente renovada en experiencias presentes podrá ser revelación para nosotros, ya que de 10 contrario sería simplemente una revelación fosilizada. 1 Más adelante Macquarrie subraya la importancia que la revelación primordial tiene para todo tiempo, al decir: Si hemos de salvar a la teología de los peligros del subjetivismo, las variedades de las experiencias dentro de la comunidad deberán ser sometidas al contenido relativamente objetivo de la revelación clásica sobre la cual se ha fundado la comunidad.2

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En otras palabras, la revelación primordial fija para todo tiempo el curso que deberá seguir la comunidad de fe que es su concreción. Esto no equivale a decir que no puede haber progresión. Lo mismo que Macquarrie, protestamos contra toda revelación "fosilizada". Esta no es la manera en que mira el cristiano su Biblia. Tampoco equivale a decir que no pueda haber diversidad. La más breve ojeada que pueda echarse a la historia del cristianismo muestra que ha habido amplia diversidad en el modo de entender la Biblia, diversidad dentro de la cual más de un grupo puede afirmar haber sido fiel a la Escritura. En un libro tan polifacético como la Biblia, es perfectamente posible que unos hagan hincapié en un aspecto y otros en otro, aunque ambos tengan por fundamento de sus enseñanzas el depósito de la revelación. No estoy defendiendo la idea de que una revelación primordial equivale a un cristianismo monocromo. Estoy simplemente diciendo que hay límites que determinan lo que puede calificarse de cristianismo auténtico, y que estos límites los señala la Biblia. Toda progresión que pueda llamarse cristiana auténtica estará de acuerdo con la revelación primordial y no en contradicción con ella. Si la comunidad de fe avanza en una dirección no justificada por la revelación primordial, se convierte en algo distinto de lo que profesa ser y pierde el derecho a su nombre y función originales. Para los cristianos, la revelación primordial es aquella que se encuentra en la Biblia. No se trata solamente de los libros que contienen la narración de los hechos y las palabras de Jesús, sino del Antiguo Testamento y los demás libros del Nuevo Testamento también. Aquí se encuentran los eventos y doctrinas decisivos sobre los cuales se fundó el cristianismo. Todo aquello que se llame cristIanismo debe ser autenticado en relación con esta revelación primordial. Si se puede observar esta relación, es genumo. De lo contrario, no tiene derecho alguno a usar el nombre. A través de la historia de la iglesia cristiana, se han ido

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alternando tiempos de celo espiritual y tiempos de negligencia espiritual. A veces hombres de ideas extravagantes han tratado de hacerlas pasar por auténticamente cristianas. De vez en cuando lo han conseguido hasta cierto punto. La clásica ilustración de esto es el tiempo en que durante la controversia arriana, como dijo Jerónimo en su famoso epigrama, "El mundo entero gimió y se maravilló al descubrir que era arriano".3 El triunfo del arrianismo parecía cosa hecha. Las generaciones posteriores de cristianos han comprobado que el arrianismo era herético y lo han condenado como anticristiano. No annoniza con la revelación primordial. Otras épocas de error doctrinal y de negligencia espiritual han sido asimismo sucedidas por tiempos de renovación, cuando los hombres redescubrieron lo que la revelación primordial enseña. Pues ésta hace volver a los hombres a la enseñanza esencial que caracteriza al cristianismo. Revelación "reiterativa" Por supuesto que es preciso que la revelación se convierta en realidad para una generación tras otra de cristianos. Aquí es donde tiene importancia lo que Macquarrie llama revelación "reiterativa". Toma el concepto de repetición usado por los existencialistas y lo considera de un significado mucho más importante que una mera repetición mecánica. Implica más bien entrar en una experiencia que ha sido transmitida de tal modo que es, por decirlo así, introducida en el presente de fonna que sus intuiciones y posibilidades reviven otra vez.4 Esta repetición no se limita a una cierta fonna del pasado. Puede ocurrir con motivo de un acontecimiento histórico o un dicho o un poema. Es esencial que tenga lugar con revelación, pues el creyente moderno no está simplemente

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apelando a algo procedente de la antigüedad remota que tiene las características de la prueba externa y objetiva de alguna postura que desea adoptar. Al contrario, lo ve como algo que tiene vida y que es vital para él en su propia situación personal. Hay un testimonio interno del Espíritu de Dios en su propio espíritu que le asegura que así es en verdad. La revelación no es simplemente algo de que ha oído hablar o siquiera que ha leído por sí mismo. La realidad es que ha sido dominado por ella. Ha llegado a ser real y aplicable a sí mismo. Lo enfrenta con una autoridad ante la cual se da cuenta de que no hay apelación. Se somete a ella porque la recibe ciertamente como palabra de Dios. Hay una compulsión íntima a la que no puede escapar. Cuando se produce esta revelación "reiterativa" el creyente moderno descubre ser un heredero de la eternidad. No sólo recibe la revelación primordial, sino lo que las generaciones de cristianos han reflexionado sobre dicha revelación. Naturalmente esto le plantea un problema, pues siempre cabe la posibilidad de que dichas generaciones posteriores (incluida la suya propia) yerren al tratar de sacar conclusiones e implicaciones de la revelación clásica. Tendrá que analizar la tradición para cerciorarse de lo que es de Dios y lo que es de los hombres. Sin embargo, para vivir la fe y vivir de la fe es de gran importancia que en cualquier día o época posterior el creyente sea heredero, no sólo de la revelación primordial en sí, sino del pensamiento y la experiencia de quienes han vivido la vida cristiana y han interpretado el estilo cristiano antes que él. Tradición Esto nos plantea el problema de la relación entre Escritura y tradición, y entre ambas y la revelación. Muchos eruditos hacen hincapié en que una cosa es la revelación, y otra, muy distinta, la relación escrita de ella. De ello deducen el corolario de que debemos atender con toda diligencia a la

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revelación, mas no tener demasiado resp~to por la Biblia misma que la encierra, ni por la tradición l que es el instrumento por el que la interpretamos. Ahora bien, es muy cierto que 10 importante es 10 que DIOS ha revelado. La envoltura no tiene importancia comparado con el precioso tesoro de la verdlld. Es obvio que tiene mayor importancia llegar a conocer a Dios que llegar a conocer la Biblia. Es menester preguntar lo siguiente: "¿Cómo es posible conocer la revelación aparte de la Biblia?" Es precisamente en este libro, y sólo en éste, donde poseemos el testimonio de la revelación. Verdad es que algunos en nuestra época no quieren que se haga un énfasis exclusivo en la Biblia. En este párrafo no me ocupo en discutir su postura. Me limito a señalar que nO hay otro documento que afirme ser la revelación primordial excepto la Biblia. La antigüedad nos ha legado otros escritos cristianos pero, como dijimos antes, sus autoreS trazan una clara distinción entre ellos y los escritos de los aPóstoles. No hay otra fuente de revelación que la Biblia. Si la Biblia no nos pudiera conducir a la revelación, no podríamos llegar a ella. En su celo por evitar el fundamentalismo, muchos eruditos parecen haber perdido de vista este importante punto, o por lo menos haber tenido en estima insuficiente su alcance. Una cosa es reconocer los e)C.cesos del fundamentalismo y otra, exaltar de tal forma el método crítico que resulta difícil, por no decir impOSible, descubrir en qué consiste la revelación. La Escritura nos facilita un punto de referencia objetivo. Encierra la "fe que ha sido una vez dada a los santos" y que permite a la iglesia en cualquier época posterior comparar su vida y enseñanzas con las de la jglesia más primitiva. Constituye el conjunto de células de la memoria de la iglesia, de modo que cuando se descuidan u olvidan determinados aspectos de la verdad, pueden restaurarse mediante el estudio diligente de los documentos básicos. Cuando reflexionamos en la impresionllnte variedad de

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temperamentos, culturas y factores semejantes que se hallan representados en la iglesia cristiana, así como las distintas ideas que han sido aceptadas con el paso de los siglos, vemos cuán bueno es disponer de un criterio objetivo. La Biblia está siempre llamando a la iglesia para que vuelva a sus fundamentos. Sin embargo, la Biblia jamás se interpreta en un vacío. Es el libro de la iglesia y se lee en el seno de la comunidad cristiana. Esto implica que hay formas tradicionales de interpretarla y no podemos prescindir de ellas. Hay una diferencia de opinión clásica entre el catolicismo y el protestantismo en este asunto de la tradición, aunque conviene añadir que la brecha no es tan amplia en estos tiempos como lo había sido. No obstante, no puede negarse que algunos que se encuentran dentro de la tradición católica han hecho ue)a traoición una Yuente de doctrina cristiana al mismo nivel que la Escritura. Otros han considerado que la Escritura era simplemente parte de la tradición. En la práctica esto a menudo ha resultado en que la Escritura quedara subordinada a la tradición, pues 10 decisivo es la forma en que la iglesia interpreta la Escritura. En tal situación se hace imposible apelar a la Escritura en contra de la iglesia, pues cuando el reformador cita la Escritura en contra de la enseñanza o la práctica de la iglesia, se le dice que no es posible que interprete correctamente la E"critura. Todo lo que contradice la interpretación dada por la iglesia queda ipso [acto descartado. Con esta postura de la iglesia y la tradición se hace posible que sean aceptados nuevos dogmas que no tienen base alguna en la Escritura, como por ejemplo la doctrina catolicorromana de la asunción de la bienaventurada virgen María. Cierto es que la iglesia de Roma acepta oficialmente la supremacía de la Escritura. Mas, como se demuestra con la promulgación de este dogma, cuando se sostiene que la tradición tiene tanto peso como la Biblia el resultado ha de ser la supremacía de la tradición. Christopher Evans

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subraya este problema cuando habla de "dogmas más recientes proclamados por la iglesia de Roma" en los cuales "la tradición ocupa el lugar de las tradiciones, 10 cual significa ahora aquello que cree el consenso actual de los fieles". Tratando de esta postura, dice: "Es difícil exagerar el horror que siente el protestante ante las posibilidades de corrupción inherentes en semejante círculo vicioso, por el cual las Escrituras se ven privadas de su poder purificador de la iglesia porque se hace que sean siempre el eco de la voz de la iglesia".5 Es cierto que algunos catolicorromanos están actualmente modificando su postura anterior. Así vemos que Karl Hermann Schelkle repudia los puntos de vista que ven la Escritura y la tradición como corrientes independientes una de otra o que ven la tradición como algo que aporta un elemento "esencialmente nuevo". "Muy al contrario, significa que hay una sola corriente por cuyo medio la Escritura es transmitida a la iglesia por medio de una tradición viva, y presentada de forma renovada en cada nueva época".6 Tal postura merece la bienv~nida, mas no puede afirmarse que represente la postura catolicorromana actual. y dondequiera que la postura a la que Evans se contrapone prolifere, hay que continuar combatiéndola. Ya hemos mencionado el punto de vista según el cual la Escritura misma es parte de la tradición de la iglesia, punto de vista que tiene muchos simpatizantes hoy día. Evans 10 expresa así: "Pues ya no se trata de que la Biblia y la tradición sean paralelas en su recorrido, ni siquiera que sean opuestas; sino que la tradición está dentro de la Biblia, siendo la Biblia misma en gran parte tradición".7 Supongo que en este punto todo depende de 10 que entendamos por tradición. Nadie pone en duda que por un tiempo el contenido de los Evangelios fue transmitido oralmente en la iglesia cristiana, es decir, por tradición. Hay un sentido en que podemos referimos prácticamente . a todo 10 que hallamos en los Evangelios, y muchas cosas

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más, llamándolo "tradición". Y conviene que tengamos en cuenta que de vez en cuando los cristianos pueden usar dicho término de buen sentido, como cuando Pablo ordena a los tesalonicenses que se aparten de todo hermano "que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros" (2 Tesalonicenses 3:6). Sin embargo, hemos de tener en cuenta que en el Nuevo Testamento generalmente "tradición" suena mal. Es aquello por medio de 10 cual los judíos opuestos a Jesús habían invalidado la palabra de Dios (Marcos 7: 13), y aquello por cuyo medio los falsos maestros pudieran engañar a los cristianos colosenses (Colosenses 2:8). Es obvio que en vano pondremos a la Biblia una etiqueta que casi siempre la Biblia repudia. Si cuando hablamos de tradición nos referimos esencialmente a un proceso humano y que la tradición de la Biblia es más o menos lo mismo que cualquier otra tradición, el uso del término parece estar decididamente condenado por la Biblia misma. Sólo es aceptable si se emplea para designar un proceso, ciertamente humano, en el cual Dios interviene, e interviene de tal modo que ha hecho que el resultado sea la tradición que detenta plena autoridad. Un problema adicional de la tradición es que aquellos grupos de cristianos que más hincapié hacen en ella parecen sacar conclusiones completamente divergentes de la misma. Así vemos que la iglesia de Roma difiere en puntos de no poca importancia de la iglesia Ortodoxa, y ambas difieren de los anglocatólicos. Preciso es que alguna de estas tradiciones esté en el error. También hay otro resultado negativo. Si bien la postura general de las iglesias que enfatizan la tradición es bastante clara, la interpretación que dan a los pasajes blblicos es mucho menos clara (con excepción' de unos pocos). Si pedimos la interpretación de un pasaje que nos turba, lo probable es que recibamos una respuesta poco clara. El número de pasajes sobre los que se han proclamado con autoridad es muy reducido.

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La voz del pueblo Podemos considerar a continuación un punto de vista que no suele expresarse con tales palabras literalmente, pero que parece dar a entender que el cristianismo es lo que la mayoría de los que profesan ser cristianos en determinado momento cree. En nuestra época todos creemos en la democracia y es fácil aceptar la noción de que la doctrina cristiana la define la voluntad del pueblo dentro de la iglesia cristiana. Se trata de una falsa noción. Como dijo P. T. Forsyth, "esta revelación, aun siendo constitutiva de la iglesia, es 10 único que está al margen de su voto; porque la iglesia que votase en contra de ella se excluiría de la iglesia".8 Hay un núcleo en la revelación que debemos respetar. Si lo abandonamos, 10 que queda no puede llamarse cristianismo. Hay algunos que ven en la religión comparativa una llave que abrirá la puerta de todos los misterios religiosos. Hay ciertas ideas, comunes al hombre, que llegan a cristalizarse en diferentes formas según las diferentes partes del mundo. Estas ideas comunes, sostienen ellos, son las que explican el cristianismo, como explican otras religiones. Este rechazamiento del alma de la fe cristiana (y bien mirado todas las demás religiones) es preciso rechazarlo con toda firmeza. Lo que queda después de este tipo de análisis podrá ser interesante y explicable; pero no es cristianismo. Hay características distintivas del cristianismo que es preciso defender y sin las cuales no tenemos cristianismo. La revelación primordial es de importancia básica. Forsyth pregunta a sus lectores si estarían dispuestos a renunciar a la propiedad de su iglesia sin resistirse si la mayoría votase convertirse en anarquistas teóricos "aunque fuesen los hombres de espíritu más delicado que jamás hayan tomado una delantera o lanzado una bomba".9 Hay cosas concretas que hacen que el cristianismo sea cristianismo. Si se descartan, sólo queda una nueva religión. Es más fácil

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simpatizar con hombres que reconocen esto y se consagran a socavar el cristianismo y poner en su lugar, por ejemplo, alguna forma de humanismo, que con los que echan por la borda los caracteres distintivos cristianos al tiempo que sostienen que profesan la fe cristiana. Una iglesia difiere de una democracia. En una democracia no existe otra autoridad que la que dimana de su interior, la voluntad del pueblo. En una iglesia no hay otra autoridad sino la que procede del exterior, de la voluntad de Dios. La democracia es eficaz cuando el pueblo es enérgico y se ayuda a sí mismo, la iglesia lo es cuando Dios obra y redime a los hombres. Lo esencial es la presencia de ese Cristo que vivió y murió y resucitó y ascendió en su gran obra en pro de la salvación del hombre. Sólo mientras la iglesia permanece firmemente consagrada a tales ensefianzas básicas es iglesia. Cuando se aparta de las grandes verdades de la revelación primordial se ha convertido en algo que no es la iglesia. No es que estemos diciendo que la iglesia ideal sea la que está establecida y rígidamente asentada en todos sus aspectos. La flexibilidad es necesaria. La iglesia debe estar alerta a las nuevas puertas que se abran, y dispuesta a aceptar ideas nuevas. Esta adaptabilidad y presteza a aceptar nuevas verdades ha de estar siempre supeditada a la estructura de una firme aceptación de la revelación fundamental. De lo contrario lo que hoy poseemos puede cambiar mafiana y ser otra vez algo distinto el día siguiente. En la auténtica iglesia cristiana hay continuidad al mismo tiempo que transformación. Quizá un australiano podrá hallar una ilustración de lo que decimos en la constitución política de Australia. Esta estableció la estructura dentro de la cual funciona la democracia australiana. Por ejemplo, los tribunales pueden declarar inconstitucional cualquier ley aprobada por un Parlamento Estatal o por el mismo Parlamento Federal si está en contradicción con esta constitución. Como consecuen-

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cia toda ley semejante queda anulada. Esto no implica que todos los australianos estén obligados a vivir en todos los respectos como en los tiempos en que la constitución fue adoptada. Ha habido desarrollo, vida y crecimiento. De vez en cuando se aprueba una enmienda a la constitución. Pueden producirse cambios, mas la constitución es la autoridad normativa. Todo aquello que no está de acuerdo con ella no puede considerarse parte integrante de la democracia australiana. Es cierto que la mayor parte de los pueblos del mundo no sienten ningún interés particular por este documento. Prefieren vivir bajo otros sistemas. Sin embargo, esto no modifica el hecho de que si queremos averiguar 10 que significa la democracia australiana, es preciso que recurramos a este documento. El paralelo que podamos establecer entre esto y la Biblia dista de ser completo. No estoy sugiriendo que la iglesia cristiana tenga precisamente la misma libertad para enmendar la Biblia que el electorado australiano tiene para enmendar su constitución. Lo que pretendo decir es que la constitución ilustra la forma en que un documento puede ser normativo para un grupo en particular. Lo que es auténticamente cristiano es definido, no por 10 que los que profesan ser cristianos opinan en determinado momento, sino por 10 que dice la Biblia. Otros podrán no atribuirle autoridad. Esto es otra cuestión. Para los cristianos es este documento y nada más el que los conduce al punto de la autoridad decisiva. La claridad de la Biblia Una de las maneras de insistir en la importancia decisiva de la tradición o de la iglesia consiste en señalar las dificultades que hay en la Biblia e insistir en que existe la necesidad de tener un intérprete con plena autoridad. El razonamiento más o menos consiste en que no podemos entender la Biblia sin ayuda de la iglesia. Pero es válido dudar de que

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la Biblia sea realmente tan difícil. No pretendo decir que no haya problemas. Claro que los hay. Algunas partes de la Biblia son por cierto muy difíciles. No hay hombre, y si vamos a eso, no hay iglesia, que se atreva a reivindicar que puede interpretar todo lo que encontramos en la Escritura. Y casi cualquier pasaje de la Biblia puede resultar beneficiado con las obsetvaciones y comentarios que los eruditos competentes hacen sobre el mismo. Hay muchísimas cosas que el estudiante aplicado y laborioso, con sus propios recursos limitados y su sola intuición, no puede sondear. Los cristianos pueden ayudarse unos a otros, y cuando la iglesia tiene una función docente, puede también ser de ayuda. Pero no precisamos de alguien que nos diga cuáles son los principales rasgos de las enseñanzas de la Biblia. No dependemos tan absolutamente de los expertos que no podamos hablar de la Biblia y sus enseñanzas sin que nos respalde una opinión profesoral o eclesiástica. El monoteísmo ético del Antiguo Testamento puede apreciarlo cualquiera fácilmente, como ocurre con la encarnación en el Nuevo. La centralidad de la muerte y la resurrección de Jesús son inconfundibles, como lo es la salvación por la gracia de Dios. Podríamos continuar dando ejemplos. A través de los siglos millones de hombres corrientes han leído la Biblia tal cual es, sin orientaciones de expertos, y han oído la voz de Dios hablándoles. El hombre ordinario puede aún leer la Biblia y entender lo suficiente en ella para su propósito si trata de vivir para Dios. Vienen a mi memoria las palabras prudentes de un grupo de teólogos holandeses. Están conversando sobre el diálogo entre las iglesias y pasan a mencionar lo 'que llaman "las reglas del juego". Dicen lo siguiente: En primer lugar, es preciso no creer que la Biblia es tan difícil o misteriosa que cada uno debe explicarla o sentirla según su propio particular temperamento. El diá-

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logo entonces se convertiría en las arenas movedizas de un intercambio de opiniones en el que la consagración a la verdad no tiene cabida. No, es preciso partir del hecho de que lo que la Biblia tiene que decirnos se perciben con toda claridad y precisión. l o Dentro del mismo estilo se ocupa de la lectura de la Escritura una de las homilías publicadas por la iglesia anglicana durante la época de la reforma. Entre otras cosas dice que "el hombre humilde puede libremente escudriñar cualquier verdad con toda valentía en la Escritura sin correr peligro de error". Como vemos, lo importante aquí es la palabra "humilde". La homilía no pretende decir que un hombre no puede caer en el error con la Biblia en la mano. Claro que puede. Pero no puede caer en el error si la lee humildemente, es decir, con la disposición de escuchar en quietud lo que Dios está diciendo y sin ver en la Escritura sus propias ideas humanas. Yo mismo no lo expresaría así. Tiene un parecido sospechoso con la disposición a corroborar la liberación del error en todo lector humilde de la Biblia. Mi impresión es que 10 difícil es hallar un hombre que sea realmente "humilde" en el sentido que la homilía le da. Sin embargo, no cabe duda de que el comentario es rico en sugerencias provechosas. A saber, que la más abundante fuente de errores no es la Biblia, sino 10 que los hombres le atribuyen a la Biblia. La homilía continúa diciendo: "Las cosas de la Escritura que son de sencilla comprensión y necesarias para la salvación es necesario que todo hombre las aprenda, las fije en su memoria, y las practique con efectividad; y en cuanto a los misterios oscuros, conténtese con ignorarlos hasta el momento en que a Dios plazca abrirle tales cosas". Esta no es opinión popular hoy día, en que se afirma que uno puede demostrar lo que sea en la Biblia. Se hace observar que quienes están de acuerdo en aceptar la Biblia no están ni mucho menos de acuerdo entre ellos. Aun las

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sectas fundamentalistas difieren entre sí en cuanto a las enseñanzas de la Biblia. Esto no es del todo falso. A veces esta diversidad procede de la diversidad que hay en la Biblia. Sería erróneo decir que la Biblia enseña un tipo de cristianismo monocromo de tal suerte que todo aquel que la toma en serio tiene que llegar exactamente a los mismos resultados. Dios hizo a los hombres distintos uno de otro, y aunque no creó tantos cristianismos como hombres, es patente y demostrable que la Biblia puede conducir a resultados diferentes aun entre quienes la toman con toda seriedad. Por ejemplo, hay cristianos que aceptan el bautismo de los nmos y otros que opinan que ha de haber una profesión de fe creíble por parte del candidato antes que el bautismo le pueda ser adecuadamente administrado. No creo que la Escritura ponga de relieve ninguno de los dos puntos de vista. Hay enseñanzas relativas al bautismo que pueden llevar a una u otra de las dos posturas. Este tipo de diversidad es sin lugar a dudas lícito. No es lo mismo que la diversidad resultante cuando los hombres adoptan puntos de vista que no pueden apoyarse en la Biblia. Además, hay límites en cuanto a la diversidad que está basada en la Escritura. No todo 10 que se reivindica como cristiano tiene justificación en los antiguos anales. Cabe dudar que algunas de las cosas que se presentan con el título de "Enseñanzas de la Biblia" lo sean en realidad. A menudo nos topamos con interpretaciones preconcebidas en lugar de exégesis. Lo que un hombre le atribuye a la Biblia no merece con justicia llamarse enseñanza bfblica. También conviene tener en cuenta que hay unidad al mismo tiempo que diversidad. En todo el mundo y por encima de los límites denominacionales hay una unanimidad impresionante entre los que aceptan la Biblia como su máxima autoridad. Si bien no deseo desdeñar las diferencias, sin embargo las diferencias realmente profundas son las que surgen cuando los hombres no aceptan la Biblia como su única autoridad decisiva. Cuando se manifiesta

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más deferencia por la tradición (como ocurre en la sección católica de la iglesia) o por la razón pura y simple (como ocurre entre los liberales) se producen diferencias de gran alcance entre ellos y los que sólo aceptan la Biblia. En cambio el grado de unanimidad entre aquellos que se concentran en la Biblia es de gran importancia. Todo lo cual no significa, como algunos protestantes han sostenido, que deba ignorarse la tradición y que sólo deba consultarse la Biblia. Si estamos de acuerdo en que no debe darse a la tradición un puesto comparable al de la Escritura ello no quiere decir que podamos pasar por alto la tradición. La Biblia se lee en la congregación de la iglesia. Nos guste o no, siempre estamos influidos por las tradiciones de aquella sección de la iglesia en que la leemos. Cuando la tradición llega a ser una cosa muerta y mecánica, y cuando usurpa el puesto que corresponde a la Escritura debemos rechazar la tradición. Hemos de tener en cuent~ la enseñanza del Señor acerca de quienes invalidaban la palabra de Dios con su tradición (Marcos 7: 13). Esto es tan posible que ocurra en la moderna cristiandad como en el antiguo Judá. Pero no podemos divorciarnos de la comunidad de la fe cuando leemos la Biblia. La mayoría de los cristianos aceptan doctrinas como la de la Trinidad u otras enseñadas en los credos históricos, doctrinas que han sido formuladas por la iglesia, y no podemos leer la Biblia como si fuéramos indiferentes a ellas. Esto no equivale a decir que la comunidad ocupa el lugar supremo. Algunos han dicho que ya que la iglesia existía antes que la Biblia, la iglesia tiene una autoridad inherente que sobrepuja a la de la Biblia. Esto es una falsa conclusión. En todo caso no hace otra cosa que presentar la situación en forma engañosa, pues nunca hubo época alguna en que la iglesia existiera sin una B~b~ia. Según 10 ve Christopher Evans, esta es una caractensÍlca distintiva del cristianismo: "La fe cristiana es un caso úni-

co entre las grandes religiones, por haber nacido con una 1,,11 · Biblia en la cuna. Este fue un caso dI e to d o smgu ar . Pero así ocurrió. Para Jesús y los cristianos primitivos la Biblia era lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento. No sabemos qué concepto se tenía de las epístolas y los Evangelios cuando aparecieron, pero no cabe duda de que el Antiguo Testamento siempre fue reverenciado por los cristianos como Escritura sagrada, ni tampoco podemos dudar de que a su debido tiempo los escritos del Nuevo Testamento llegaron a ser conceptuados del mismo modo. Cuando se escribió 2 Pedro, las epístolas de Pablo se consideraban ya Escritura (2 Pedro 3: lSs). No pasó mucho tiempo sin que se adoptara una actitud similar para con la mayor parte del Nuevo Testamento. Ya desde el comienzo los cristianos tenían por costumbre apelar a la Biblia. No es exagerado decir que la iglesia se estableció y arraigó sobre el fundamento de la revelación que había recibido, en parte en las palabras del Antiguo Testamento y en parte con la vida y enseñanzas de Jesús. La primera generación de creyentes pudo transmitir verbalmente a la segunda sus recuerdos personales de Jesús, mas a partir de entonces los cristianos han dependido del testimonio escrito. El canon A veces se oye todavía el clamor popular de: "La iglesia nos dio la Biblia", dándose con ello a entender que, puesto que la Biblia es producto de la vida de la iglesia, ésta puede siempre libremente modificar o sustituir sus enseñanzas. Esto es ir más lejos que la postura que acabamos de examinar. En ella la idea era simplemente que la iglesia había precedido a la Biblia y era independiente de la misma. Ahora la idea es más bien que la iglesia creó la Biblia. Esto puede expresarse diciendo que todos los que escribieron los libros de la Biblia eran miembros de la iglesia, de modo

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que la Biblia debe considerarse un producto de la vida de la iglesia. Lo primario es la abundante vida de la iglesia. La Biblia no es otra cosa que una de las expresiones de dicha vida. O puede expresarse el mismo punto de vista esencial diciendo que en una época en que circulaban diversos libros entre los cristianos, fue la iglesia la que decidió cuáles habían de ser incluidos en el canon. Puesto que la iglesia tuvo autoridad para seleccionar los libros, está siempre en libertad de pensar en la modificación de la selección efectuada. Al partir de esta postura, la iglesia podría decidir que la enseñanza de algún libro de la Biblia ya no es aceptable. O bien podría añadir al canon algún otro libro. Ante todo esto, cabría decir varias cosas importantes. En primer lugar obsérvese que no es fácil entender qué significado hay que atribuirle a "la iglesia" en este respecto. Para que tuviera validez, la iglesia entera tendría que intervenir en el proceso, y no está nada claro cómo podría hacerse tal cosa. Por supuesto que sería posible quizá recabar la opinión de los obispos o moderadores o sínodos, pero ¿acaso alguno o todos estos hombres comprenden la iglesia entera? El asunto exige un proceso que no es nada fácil ver cómo iba a tener lugar. En cualquier caso todo esto se apoya en un falso concepto, o mejor dicho en una serie de falsos conceptos. en cuanto a cómo llegó la Biblia a manos de la iglesia. Ya hemos observado que la iglesia nunca careció de una Biblia. En tal sentido resulta simplemente falso decir que la iglesia nos dio la Biblia. En realidad la iglesia fue el resultado de la Biblia o en todo caso de aquella parte de la Biblia que ya poseía. Conviene entender también con toda claridad que el Nuevo Testamento no tuvo su origen de ninguna forma oficial o concreta en la iglesia. Lo cierto es que 10 único que podemos decir, si es que podemos, es que los escritores del Nuevo Testamento fueron miembros de la iglesia.

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¿Habrá algún sentido razonable en que podamos decir que la iglesia de Corinto produjo las epístolas a los corintios? ¿O que la iglesia en alguna otra parte encargó que se escribieran? Es patente que si bien la vida de la iglesia en aquella ciudad no careció de importancia en que fue la ocasión de que se escribieran dichas cartas, estas llegan a nosotros como producto inspirado del gran Apóstol, y no como producto de la iglesia. También vale la pena observar que la prioridad cronológica no tiene gran significado. El ministerio de Juan el Bautista precedió al de nuestro Señor, y en un sentido muy real el ministerio de Jesús se apoyó en el de su predecesor. Pero no podemos usar esto como argumento para afirmar que la autoridad del Bautista sobrepuja a la de Jesús. El hecho de que la iglesia existiera antes del Nuevo Testamento nada tiene que ver con la autoridad relativa de los dos. Esta es una cuestión que hay que decidirla sobre otra base. Tampoco tiene validez la postura de los que relegan la formación del canon a un nivel de juicio humano. Así vemos como G. D. Yarnold afirma 10 siguiente: La aseveración según la cual las escrituras contienen la Palabra de Dios al hombre no es una manifestación de hecho simplemente ... Este principio implica expresión de un juiciO humano sobre la Escritura. E importa darse cuenta de que el concepto fundamentalista alternativo que exalta la. Escritura a la condición de absoluto indiscutible, no deja de ser por ello un juicio humano sobre las Escrituras. Tanto los liberales como los fundamentalistas se encuentran lógicamente en la misma postura. 12 Añade también que el reconocimiento del canon por parte de la iglesia es "esencialmente un juicio humano, aunque sea colectivo" .13 Empero esto implica pasar por alto varios

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puntos importantes. En primer lugar, se desestima la afirmación de tantos escritores blblicos: "Así dice Jehová". Esta afirmación podría acaso ser modificada o rechazada a fm de cuentas, mas no hay justificación para pasarla por alto y a continuación decir que se trata de un juicio humano. Quienes toman en serio a los escritores blblicos no piensan tal cosa. Si Dios en efecto ha hablado, el escritor no está redactando un juicio humano. Además, la sugerencia de que la iglesia está "esencialmente fIjando un juicio humano" al reconocer el canon olvida el hecho de que tiene que haber algo que reconocer. Los cristianos han mantenido siempre, no que la iglesia tenga a ciertos libros por inspirados, sino que dichos libros son inspirados. El asentimiento de la iglesia es asentimiento a una realidad existente, que existía y ello por necesidad, antes de poder dar el asentimiento. Por afiadidura, no debe exagerarse la intervención de la iglesia en el establecimiento del canon. El proceso de canonización no signifIca que algún sínodo en algún momento promulgara un canon diciendo: "Este concilio declara por el presente documento que tal o cual libro es canónico". Semejante decreto siempre es explicatorio y declaratorio. Algunos de los fIeles se han quedado perplejos. Han descubierto que algunas personas aceptaban, por ejemplo, 1 Clemente, y que la leían en los cultos, mientras otros rehusaban aceptar, por ejemplo, 2 y 3 Juan. ¿Qué libros debe aceptar un cristiano? Todo ello es motivo de gran perplejidad. Así, pues, el concilio o el sínodo publica una lista para orientación del fIel desconcertado; y lo importante es que siempre es una lista de libros ya reconocidos como canónicos. El concilio viene a decir: "He aquí un libro nuevo y valioso. Nuestros expertos lo han leído y les ha gustado. Decretamos que de ahora en adelante formará parte de la Sagrada Escritura". Canonización no signifIca escoger un libro hasta ahora no reconocido y elevarlo a

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la categoría de bíblico. Se trata sencillamente del reconocimiento de una situación existente. Es una clarificación de la postura de quienes mejor pueden conocer las cosas. Se ha dicho muy acertadamente que la Biblia no es tanto una colección autorizada de libros como una colección de libros autorizados, de libros que poseen ya autoridad propia. De hecho es más cercano a la realidad decir que la Biblia se seleccionó a sí misma en lugar de afIrmar que la iglesia seleccionó la Biblia. Lo que hace que un libro sea canónico es lo que el Espíritu Santo ha hecho al motivar que fuera escrito como lo está. La iglesia no puede hacer otra cosa sino reconocer lo que el Espíritu ha hecho. La canonicidad la causa el Espíritu. Bruce Vawter tiene un elevado concepto del lugar que ocupa la iglesia, pero al mismo tiempo dice: "Si bien el cristiano acepta en efecto el carácter inspirado del A. T. (y también del N. T.) basándose en lo que la iglesia dice sobre él, sin embargo no es lo que dice o ensefia la iglesia lo que hace que la Escritura sea sagrada, sino que meramente la iglesia lo discierne" .14 Es preciso distinguir entre la canonicidad y las razones que los hombres han dado para considerar canónico un libro. Cierto es que los sínodos y los concilios emplearon sistemas de examen y pruebas tales como la edad, la paternidad literaria, la utilidad, y otras cosas semejantes. Mas a fm de cuentas no se vio tan claro que la iglesia nos diera los libros como que Dios dio los libros a la iglesia. Teóricamente Dios podía haber guiado a la iglesia para que encargase a ciertas personas que escribieran los libros que necesitaba. El hecho es que los libros no llegaron a ser escritos de tal forma. Hombres santos de Dios los escribieron siendo guiados por Dios para escribirlos. La Biblia representa el don de Dios a su iglesia como forma visible de su revelación. La Biblia en el principio A veces se han producido confusiones debidas a ciertas

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manifestaciones según las cuales la iglesia necesitó siglos para llegar a determinar el canon. Esto implicaría que durante cientos de años la iglesia no supo cuáles eran los libros bfblicos, y que a pesar de ello no le fueron nada mal las cosas. Por ello no es preciso que nos preocupemos demasiado por la Biblia. También nosotros podríamos prescindir de ella. Sin embargo, esto es desestimar la realidad de los hechos. En primer lugar, como ya hemos comentado, la iglesia tuvo una Biblia desde el principio. El Antiguo Testamento estuvo siempre en sus manos. Y el contenido del Antiguo Testamento era siempre palabra decisiva. No sabemos exactamente cómo y cuándo se estableció el canon del Antiguo Testamento, al parecer no caben dudas de que en tiempos del Nuevo Testamento el Antiguo Testamento que nosotros tenemos actualmente era generalmente aceptado tal cual es. Se dice a veces que el canon del Antiguo Testamento no fue decidido hasta el sínodo de Jamnia, aproximadamente 90 años después de Cristo, peró tal cosa exige demasiada credulidad. Poco es 10 que se sabe de lo que ocurrió en Jamnia, mas hablar del "sínodo o concilio de Jamnia" como si se tratara de una asamblea concreta celebrada en determinada fecha es traspasar los límites de lo conocido. Después de la toma de Jerusalén en el año 70 de la era cristiana, R. Johanan b. Zakkai consiguió permiso para establecer una escuela en Jamnia (llamada también Jabneh), ciudad situada en la llanura costera. 15 A su alrededor empezaron a reunirse los estudiosos y el lugar se transformó en un importante centro de cultura judaica. Habiendo cesado el culto en el Templo y todo lo que ello implicaba, había que decidir numerosas cuestiones. Los eruditos reunidos en Jamnia carecían de la autoridad oficial del sanedrín, pero dados los cambios que se habían producido en las circunstancias, 10 que ellos proclamasen era entonces de mucho peso. Entre los temas que debatieron en ciertas ocasiones se

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encontraba el del canon. Que nosotros sepamos, nunca se trató seriamente de si determinado libro había de ser incluido en el canon o no (aunque se había despertado mucho interés por el libro llamado Eclesiástico). Los rabinos tenían en sus manos un canon concreto y conocido, y expresaban dudas, como eruditos, en cuanto a la legitimidad de algunos de los libros de la lista, especialmente Eclesiastés y el Cantar de los Cantares. Esto ya se habfa debatido entre las escuelas de Hillel y Shammai en tiempos de Jesús, y el Mishnah nos cuenta la decisión tomada el dfa en que R. Eleazar b. Azariah fue recibido como cabeza de la facultad (lo cual ocurrió durante el perfodo de Jamnia) de que ambos son canónicos (Yadaim 3:5). Cosas asf son probablemente las que llevan a la idea de que el canon judío estaba aun en perfodo de formación. Esto es leer las cosas al revés. No existen evidencias de que hubieran debates serios concernientes a qué libros debían o no debían estar en el canon. Se trataba más bien de debates entre estudiosos sobre las objeciones que a veces se hacían a algunos pocos libros, y en todos los casos las objeciones eran rechazadas de modo satisfactorio para los rabinos y el caso quedaba nuevamente descartado. Como dice Aage Bentzen, las controversias de Jamnia "no se han ocupado tanto de la aceptación de ciertos escritos en el canon, sino antes de su derecho a permanecer en él. .. Si escudriñamos los debates contenidos en el Mishna y el Talmud vemos que en cada caso se presupone que los libros en disputa son canónicos . .. El sínodo de los rabinos procura explicar la razón de que los libros formen parte del Libro por derecho propio".16 Los hombres de Jamnia plantearon puntos problemáticos tales como el de qué medios exiten para reconciliar algunas partes de Ezequiel (especialmente las disposiciones referentes al culto en los capítulos 40-48) con las leyes mosaicas; o si Proverbios debía ser excluido del canon debido a que hay una contradicción entre 26:4 y 26:5, y otros puntos similares. No hay prueba alguna

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de que estos eruditos hiciesen otra cosa que reafirmar un canon ya existente y que independientemente ha sido corroborado por Josefo.! 7 Si bien se celebraban debates entre los entendidos, no hay razón para dudar de que en tiempos del Nuevo Testamento el canon del Antiguo Testamento estaba firmemente establecido. Jesús y los apóstoles aceptaron el Antiguo Testamento tal como los judíos lo poseían en aquella época y como nosotros lo poseemos ahora. La iglesia no tuvo jamás ocasión de pronunciarse en este respecto y de hecho nunca lo hizo. En cuanto a los libros llamados Apócrifos, no existen evidencias de que fueran conceptuados como teniendo autoridad. De uno de ellos, el llamado Eclesiástico, se •. 18 nos dice explícitamente que no es canomco, y SI. b'len no parece que existan pronunciamientos sobre los demás, no cabe duda de que eran considerados del mismo modo. Eran apropiados para la edificación, no tenían autoridad. No se encuentran en el Antiguo Testamento hebreo (aunque algunos de ellos pueden haber sido escritos en hebreo), sino que aparecen únicamente en la versión griega. y para los cristianos parece ser que el asunto está zanjado por el simple hecho de que nunca se apela a ellos como escritura con autoridad en ninguna parte del Nuevo Testamento. Todavía podemos leerlos con provecho, mas no apelamos a ellos para establecer la doctrina. Cierto es que no disponemos de una lista autorizada que nos dé exactamente los libros de nuestro Nuevo Testamento, ni más ni menos, hasta que aparece la Carta Pascual de Atanasio en el año 367 de la era cristiana. Esto no debe cerrar nuestros ojos al hecho de que desde los tiempos más primitivos había pocas dudas en cuanto a la mayor parte del Nuevo Testamento que ahora tenemos. Se aceptaban solamente los cuatro Evangelios, y asimismo Hechos, las epístolas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan y generalmente también Apocalipsis. No deseo exagerar la simplificación, pero no podemos por menos de reconocer que en su mayor

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parte, la controversia giraba alrededor de los libros menores. Es muy posible que tengamos la convicción que la pérdida hubiera sido real si alguno de ellos hubiese sido excluido después de todo. Mas ninguna de las grandes doctrinas de la fe cristiana dependía de ello. La postura cristiana característica quedaba ampliamente aclarada en los libros sobre los cuales no hubo duda alguna desde los primerísimos días. y la iglesia se adhirió tenazmente a esos libros. Es yerdad que a veces aparecieron hombres como Marción o Montano con ideas diferentes y trataron de acortar o extender el canon. Empero el hecho es que fueron rotundamente rechazados. Lo que trataban de hacer se consideró monstruoso. Herman Ridderbos hace resaltar hasta qué punto se vigilaban estas cosas cuando dice: "Esta intromisión en lo que la iglesia reconocía como legado apostólico incontestable fue algo que hizo que la iglesia se estremeciese hasta sus mismos fundamentos".19 El canon era básico. Ya desde el principio los libros del Nuevo Testamento fueron considerados normalmente distintos a todos los demás. Hace tiempo Westcott puso en relieve que los sucesores de los apóstoles parecen haberlo percibido intuitivamente: tenían ciertamente una percepción intuitiva de que su obra era esencialmente diferente de la de sus predecesores..• Sin tener un claro sentido de que las Escrituras cristianas ya estaban completas, trazaban sin embargo una línea divisoria entre ellas y sus propios escritos. Como dotados de un instinto providencial, uno por uno aquellos maestros que habían estado junto a los escritores del Nuevo Testamento contrastaba sus escritos con los de ellos, y se colocaba definidamente en un nivel inferior.2 o

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Esto es lo contrario de lo que habría cabido esperar. Uno no hubiera pensado que en aquellos primeros tiempos habría de haber una clara distinción entre los escritos actualmente considerados canónicos y otros escritos cristianos. El hecho es que sí se trazó una distinción. Los escritores más cercanos al Nuevo Testamento se colocaron de modo indudable en un nivel inferior. Dicho de otro modo, desde el mismo principio la iglesia ha tenido la clara noción de que los escritos de los miembros de la iglesia en general no deben ser considerados poseedores de plena autoridad como la Biblia tiene. 21 Este no es un juicio oficial del canon, sino un testimonio elocuente del poder de las Escrituras canónicas. Llevan el sello de Dios. Robert McAfee Brown ha dicho al respecto: "El hecho mismo de que el canon fuese establecido es la mejor prueba de que la iglesia primitiva estaba firmemente decidida a distinguir entre la tradición apostólica y toda tradición posterior, y en insistir en que la primera fuese la nonrta de la segunda".22 Es importante darse clara cuenta de que la Biblia siempre ha ocupado un lugar central en el entendimiento cristiano de las cosas. Como dijo Karl Barth en cierta ocasión: "En el fondo, la iglesia está en el mundo con sólo un libro en la mano... y si se nos pregunta, ¿qué tenéis que decir? sólo podemos responder: Aquí se ha dicho algo, y queremos oír 10 que se ha dicho".2 3 La revelación autoritativa

La revelación decisiva, el depósito autoritativo de la fe cristiana, está en la Biblia y sólo en ella. Otros libros pueden prestar ayuda, pero ello no significa que compartan la autoridad de la Biblia. A veces los libros de la Biblia son comparados a otros libros con detrimento de los escritos bl'blicos, como cuando C. H. Dodd manifiesta que prefiere Eclesiástico a Ester. 24 Es importante comprender que los

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libros que se incluyen en la Biblia están allí no porque nos gusten más que otros, y tampoco porque nos hayan sido de más ayuda que otros libros (aunque para la mayoría de los cristianos así haya sido realmente). Están allí porque son los libros que Dios ha dado a su pueblo para que tenga la orientación autorizada necesaria para su fe. Dios puede muy bien inspirar a otros autores, incluidos los escritores modernos, para que escriban libros edificantes; el hecho de que sean edificantes no los hace autoritativos en el sentido bl'blico. La Biblia es única. En ella tenemos el testimonio de "la fe que ha sido una vez dada a los santos" (Judas 3). Esto se debe a la misma naturaleza de la fe cristiana. No se trata simplemente de una recopilación de verdades eternas, una destilación de la sabiduría de todos los tiempos. De ser así, el canon pudiera muy bien quedar abierto más o menos permanentemente, pues con el progreso de la ciencia, ¿quién se atrevería a decir que el Espíritu Santo no podría inspirar a un nuevo siervo de Dios a ampliar las verdades previamente preservadas en la Santa Escritura? Pero la fe cristiana es el mensaje de 10 que Dios ha hecho para nuestra salvación. El mensaje cristiano esencial es la buena nueva de lo que Dios ha hecho en Cristo. Una vez realizada tal obra, no queda nada por añadir. La Biblia es el libro que nos hace llegar a las manos el testimonio defmitivo de lo que Dios ha hecho. Una vez dado el testimonio, no cabe aftadir nada ni tampoco, si reflexionamos, cabe quitar nada. Se trata de la Biblia entera. El Antiguo Testamento se concentra en las poderosas obras de Dios en la historia de Israel, pero las presenta como eventos de alcance teológico que nos hacen dirigir la mirada al futuro. No se trata simplemente de profecías que iban a tener su cumplimiento en la venida de Jesús (aunque ello forme parte del cuadro total). Se trata del establecimiento de ciertas verdades teológicas fundamentales relativas a la naturaleza de Dios y del hombre, acerca de la

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relación entre Dios y el hombre, y sobre la naturaleza de la vida y el pecado; además, sobre el modo en que puede ser perdonado el pecado. Todo esto prepara el c
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