4.(2006)Prinz-Las Bases Emocionales de Los Juicios Morales

March 31, 2018 | Author: Vergara Jkarlos | Category: Psychopathy, Self-Improvement, Emotions, Morality, Intuition
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Descripción: ETICA DE PRINZ...

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LAS BASES EMOCIONALES DE LOS JUICIOS MORALES

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JESSE J. PRINZ

El trabajo reciente en ciencia cognitiva suministra una evidencia abrumadora a favor de un enlace entre la emoción y el juicio moral. Yo reviso aquí hallazgos de psicología, neurociencia cognitiva e investigación en psicopatología, y concluyo que las emociones no están simplemente correlacionadas con los juicios morales sino que ellas son también, en cierto sentido, tanto necesarias como suficientes para estos últimos. Yo uso así estos hallazgos, junto con algunas observaciones antropológicas, como soporte de algunas teorías filosóficas. En primer lugar, defiendo que el sentimentalismo es verdadero: juzgar que algo es incorrecto es tener un sentimiento de desaprobación hacia esto. En segundo lugar, defiendo que los hechos morales son respuestas-dependientes: lo malo es justamente lo que causa desaprobación en una comunidad moral. En tercer lugar, defiendo que una forma de internalismo motivacional es verdadera: los juicios morales comunes son intrínsecamente motivados, y todos los juicios morales no-motivados son parásitos de estos.

Introducción A comienzos de los 70’s, el psicólogo social Stanley Milgram solicitó a sus estudiantes de postgrado que se acercaran a desconocidos en un subterráneo de la ciudad de Nueva York y pidieran sus asientos. Casi todos los estudiantes de Milgram se negaron a intentar esto, y el único estudiante que se animó volvió rápidamente e informó que tuvo que suspender el experimento antes de recolectar suficientes datos. El estudiante no había tenido ningún riesgo físico e, incluso, la mayoría de las personas a las que él indagó dejaron voluntariamente sus asientos. Milgram no podía comprender por qué su estudiante había vuelto prematuramente y decidió bajar al subterráneo para llevar a cabo el experimento él mismo. Es así como él recuerda su experiencia: Las palabras parecían atascadas en mi tráquea y simplemente no salían. Persistiendo, yo mismo me reprendí: “¿Qué clase de cobarde eres?”. Finalmente, después de algunos intentos fallidos, me dirigí a un pasajero y con dificultad le hice la solicitud, “¿Perdone Sr. podría tomar su asiento?” Un momento de pánico anómico severo me sobrevino. Pero el hombre asintió y me dio el asiento. Un segundo golpe estaba aún por venir. Tomando el asiento del hombre, fui agobiado por la necesidad de actuar de manera tal que justificara mi 1

Cf. Prinz, Jesse. “The Emotional Basis of Moral Judgments”. En: Philosophical Explorations, Taylor & Francis, Vol. 9, No. 1, Marzo 2006, págs. 29-43. Traducción y notas de Julián Cubillos, filósofo y candidato a magíster en filosofía, Universidad Nacional de Colombia; profesor catedrático de humanidades en las Universidades Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y Jorge Tadeo Lozano —la traducción de este texto se publica aquí con el amable permiso del autor. El traductor quiere agradecer a Carolina Quintero por sus gentiles aportes a la traducción. Cabe aclarar que el traductor adoptó la política de mantener la literalidad del texto inglés en la medida de lo posible—.

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solicitud. Mi cabeza se hundió entre mis rodillas y pude sentir mi cara palidecer. Yo no estaba actuando. En realidad sentí como si fuera a desfallecer (Citado en Blass 2004, 174).

La experiencia de Milgram ilustra un lugar común. Es emocionalmente agotador infringir reglas sociales y morales. En esta discusión, quiero explorar la conexión entre la emoción y el juicio moral y ofrecer un diagnóstico de la desdicha de Milgram. Este proyecto tiene implicaciones importantes para nuestro entendimiento del razonamiento práctico. Este influye, más directamente, en el debate en ética entre el internalismo motivacional y el externalismo. ¿Podemos hacer juicios morales sin estar motivados a actuar? Si las emociones están vinculadas con los juicios morales en una forma estrecha, entonces la respuesta podría ser negativa. Los juicios morales son intrínsecamente guías-de-acción [action-guiding]. Defenderé una versión de la postura internalista. Pero también identificaré las maneras en las que tales juicios pueden ocurrir sin acatar demandas inmediatas sobre el comportamiento y, en cuanto a esto, conciliaré la psicología moral internalista con algunas de las intuiciones que conducen al externalismo. Sugeriré que hay diferentes maneras de conceptualizar obligaciones, que difieren en sus consecuencias prácticas. Estas diferencias influyen en la naturaleza del razonamiento práctico más común. [pág. 30]

Evidencia de un enlace entre la emoción y el juicio moral En general, los filósofos han tratado de establecer el enlace entre la emoción y el juicio moral mediante una reflexión de sillón. Pienso que el análisis filosófico es una buena forma de progresar sobre la cuestión conceptual: ¿se puede poseer un concepto moral sin tener determinados sentimientos? Pero las cuestiones conceptuales son espinosas, porque muchos de nuestros conceptos son graduales, con fisuras o polisémicos, y las intuiciones filosóficas están, correlativamente, divididas. Como punto de partida, quiero concentrarme en una cuestión más maleable para considerar: ¿nuestros conceptos morales comunes tienen un componente emocional (aquellos que, con mayor frecuencia, desplegamos como guía de pensamientos)? Esta es, en esencia, una cuestión empírica; es una cuestión acerca de qué ocurre en nuestras cabezas cuando usamos términos morales tales como “bueno” y “malo” o “correcto” e “incorrecto”. Las cuestiones empíricas pueden ser direccionadas usando métodos filosóficos (las intuiciones filosóficas pueden ser tratadas como datos), pero los estudios de laboratorio también son útiles. Siguiendo un espíritu de promiscuidad metodológica, yo propongo mezclar resultados empíricos con filosóficos.

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La evidencia actual favorece la conclusión de que los juicios morales corrientes son emocionales en su naturaleza. Presentaré esta evidencia para defender una serie de tesis cada vez más fuertes sobre la manera en que las emociones y los juicios morales se relacionan. La primera tesis que quiero defender es que las emociones co-existen con los juicios morales. Esto no debe ser muy controversial. A partir de la experiencia, es bastante obvio que cuando juzgamos que una regla moral ha sido infringida, típicamente tenemos una reacción emocional negativa. Esta pieza de la psicología introspectiva ha sido confirmada, una y otra vez, en cada estudio de lo que ocurre en el cerebro durante el juicio moral. Por ejemplo, Moll, de Oliveira-Souza, y Eslinger (2003) midieron la actividad cerebral en personas mediante la evaluación de proposiciones morales tales como “Usted debe violar la ley cuando sea necesario”, en contraste con proposiciones fácticas tales como “Las piedras están hechas de agua”. En ambos casos, las personas simplemente tenían que responder “correcto” o “incorrecto”. Ellos descubrieron así que cuando las personas hacen juicios morales, en contraste a juicios fácticos, las áreas del cerebro que están relacionadas con la reacción emocional estaban activas. En un estudio diferente, Sanfey et al. (2003) midieron la actividad cerebral en personas mediante un juego ultimátum. En cada caso, se le pidió a un jugador que dividiera una cantidad de dinero con otro jugador. Cuando la división fue demasiado injusta, el segundo jugador tuvo actividad cerebral en áreas relacionadas con la emoción. Berthoz et al. (2002) encontraron enlaces similares de áreas cerebrales de la emoción cuando las personas consideraron violaciones de reglas sociales. Por ejemplo, a las personas se les contó una historia de un invitado a cenar que, después de probar la comida, la espetó groseramente en una servilleta sin disculparse. De igual manera, Greene et al. (2001) encontraron activación emocional en personas que consideraron dilemas morales, y [pág. 31] Kaplan, Freedman, y Lacoboni (de próxima aparición) encontraron activación emocional cuando las personas miraron fotografías de políticos con quienes ellos se oponían. Ninguno de estos hallazgos es sorprendente. Los escáneres cerebrales sólo agregan soporte empírico para una intuición pre-teórica de que las emociones surgen cuando respondemos a un amplio rango de eventos moralmente significativos, que incluyen rudeza, injusticia, infracción de la ley y salvar vidas. Lo que no puede establecer la neurociencia en este estado es el papel específico que cumplen las emociones. ¿Son ellas simples efectos de los juicios morales o están involucradas de manera más primordial? Para esta pregunta, necesitamos otros tipos de evidencia.

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La segunda tesis que quiero defender es que las emociones influyen en los juicios morales. Una emoción negativa puede llevarnos a hacer una apreciación moral más negativa de la que podríamos hacer en otro caso. Para demostrar esto, Schnall, Haidt, y Clore (de próxima aparición) dieron a un grupo de personas un cuestionario con a serie de viñetas y les pidieron que evaluaran lo malo o incorrecto de las acciones descritas. Por ejemplo, las personas leyeron esto: Al perro de Frank lo mató un automóvil en frente de su casa. Así que él cortó el cuerpo, lo cocinó y se lo comió en la cena. ¿Qué tan malo es esto?

La mitad de las personas que leyeron estas viñetas estaban sentadas en un escritorio limpio y bonito. La otra mitad estaba sentada en un escritorio mugroso, con una taza de bebida crujiente, un lápiz mascado, un pañuelo de papel usado, y una caja de pizza grasienta. Las personas en el escritorio repugnante evaluaron las viñetas como más malas que las personas en el escritorio limpio. Estas conclusiones todavía están abiertas a un desafío. Quizás las emociones negativas simplemente llaman nuestra atención a las características moralmente relevantes de una situación. Sería agradable determinar que las emociones negativas pueden ser suficientes para hacer los juicios morales negativos incluso cuando no tenemos ninguna otra razón de pensar que una situación es mala. Haidt y sus colaboradores han obtenido pruebas en favor de su tesis suficiencia más fuerte. En un estudio, Wheatley y Haidt (de próxima aparición) hipnotizaron a sujetos para sentir una punzada de aversión al escuchar la palabra emocionalmente neutral "A menudo". Luego, presentaron a estos sujetos con viñetas que contenían la palabra "A menudo" o un sinónimo. Algunos de estos guiones describen las cualidades moralmente reprensibles, pero los otros describen las cualidades que son moralmente admirables. ¡Los sujetos que son hipnotizados para sentir la aversión cuando escuchan la palabra "A menudo" determinan que las cualidades moralmente admirables son moralmente malas cuando esa palabra sale en las viñetas! Esto sugiere que un sentimiento negativo puede fomentar una valoración moral negativa sin ninguna creencia específica sobre alguna propiedad en virtud de la cual algo es malo. De forma semejante, Murphy, Haidt, y Björkland (de próxima aparición) pidieron a los sujetos que justificaran su creencia en que un caso de incesto consensual entre hermanos es malo. Para cada justificación que los sujetos proveyeron, se dio una respuesta que dejó la justificación como irrelevante para el caso. Por ejemplo, la mayoría de los sujetos afirmaron que si los hermanos tuvieran relaciones sexuales podrían tener descendientes con defectos congénitos. Murphy respondió diciendo que los hermanos usaron métodos anticonceptivos. Después de varios epiciclos así, algunos sujetos dijeron que el incesto

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podría estar bien bajo estas circunstancias especiales, pero la mayoría insistió en que el incesto sería malo aun en tales casos, simplemente porque es repugnante. Tales conclusiones sugieren que podemos construir la creencia de que algo es moralmente malo sólo teniendo una emoción negativa dirigida hacia eso. En este sentido, las emociones son suficientes para una valoración moral. Pero ¿Son necesarias? Pienso que también hay pruebas que soportan la tesis de la necesidad. En particular, pienso que las emociones son necesarias para el desarrollo moral. A diferencia del idioma, los niños necesitan mucho entrenamiento para ajustarse a reglas morales, y los padres gastan mucho tiempo en dar instrucción moral a sus niños. Curiosamente, las tres técnicas principales [pág. 32] que los padres usan para transmitir reglas morales incluyen las emociones (Hoffman1983). Una técnica es el poder de aseveración (el castigo físico o la amenaza de castigo), que provoca el miedo. Otra técnica es llamada la inducción, que provoca el sufrimiento orientando al niño hacia el daño que ha causado a otra persona ("¡Mire, hizo su llorar a su hermano menor!"). La tercera técnica es el retiro de amor, que provoca la tristeza a través de la exclusión social ("¡Si usted actúa de ese modo, no voy a jugar con usted!"). Cada técnica condiciona al niño a que experimente emociones negativas combinadas con las faltas. Esto no prueba que las emociones son necesarias para el desarrollo moral, pero es sugerente. Pruebas más fehacientes para la necesidad de las emociones en el desarrollo moral vienen de investigación sobre psicópatas. Los psicópatas son la prueba perfecta para la tesis de necesidad, porque son extremadamente deficientes en las emociones negativas, especialmente el miedo y la tristeza. Experimentan estas emociones rara vez, y tienen una gran dificultad para reconocerlos siquiera en las expresiones faciales y los sonidos del habla (Blair et al.. 2001, 2002). Los psicópatas no son sensibles a las condiciones de miedo, experimentan el dolor con una intensidad menor que los sujetos normales, y no se perturban con fotografías que nos causan sufrimiento (Blair et al.. 1997). Esto indica que la psicopatía resulta de un déficit de baja intensidad en las emociones negativas. Sin un núcleo de emociones negativas, no pueden adquirir el sufrimiento empático, el remordimiento, o la culpa. Estos déficits emocionales parecen ser la causa original de sus patrones de comportamiento antisocial. Pienso que los psicópatas actúan de mala manera porque no pueden hacer juicios morales genuinos. Dan la aprobación a la moral solo de dientes para afuera, pero hay una buena razón para pensar que no tienen conceptos morales –o por lo menos no tienen los conceptos morales que son como los que las personas normales poseen. Los psicópatas reconocen que sus actos delictivos son "malos" pero no comprenden la importancia de esta palabra. En un estudio clásico de psicópatas, Cleckley (1941) compara psicopatía con el

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daltonismo. Dice que un psicópata puede decir que comprende lo bueno y lo malo, "Pero no hay ninguna manera para él darse cuenta de que no comprende". Blair (1995) investigó los conceptos morales en psicópatas más directamente, y descubrió que trataban las injusticias morales como si fueran simplemente convencionales. Los psicópatas tratan la palabra "malo" como si sólo significara "prohibido por las autoridades locales". Investigación sobre psicopatía sugiere que las emociones son en cuanto al desarrollo necesarias para adquirir la capacidad de elaborar juicios morales. La tesis final que quiero promover es que las emociones son también necesarias en un sentido de sincronización. Aquí, es necesario un poco de cuidado. Obviamente, podemos decir que cosas como, "El asesinato es malo" sin sentir ninguna emoción. Hemos puesto estas reglas en la memoria. Es un poco como informar que los plátanos son amarillos sin formar una imagen mental del amarillo. La tesis de necesidad que tengo en mente es disposicional. ¿Puede uno sinceramente atestiguar que matar es moralmente malo sin estar dispuesto a tener emociones negativas hacia en asesinato? Mi intuición aquí es que tal persona podría estar confundida o no ser sincera. Para respaldar esta intuición, podríamos imaginar a una persona que sabe todo lo no-emocional sobre el asesinato. Sabe que el asesinato disminuye la utilidad y que el asesinato sería prácticamente irracional si se universalizara la máxima, usted decide matar. ¿Diríamos de esta persona que cree que el asesinato es malo? Al parecer no. Podría creer en todas estas cosas sin tener ninguna vista sobre la moral del asesinato o incluso ninguna comprensión de lo que representaría decir que el asesinato es malo. A la inversa, si una persona albergara un sentimiento negativo fuerte hacia el asesinato, diríamos que cree que el asesinato sea moralmente malo, incluso si no tuviera ninguna creencia explícita sobre si el asesinato disminuyó la utilidad o resultó en las contradicciones en la voluntad. Estas intuiciones indican que las emociones son tanto necesarias como suficientes para el juicio moral. Las pruebas empíricas para la necesidad de las emociones [pág. 33] son más difíciles de obtener, pero futuros experimentos podrían examinar esta cuestión. Si pudiéramos bloquear las emociones negativas hipnóticamente o producir una emoción positiva y fuerte y luego pedir a los sujetos que hagan valoraciones morales, podríamos descubrir que las evaluaciones negativas se han atenuado, especialmente cuándo a los sujetos se les presentan casos que no pueden ser fácilmente evaluados usando trivialidades como "El asesinato es malo". La ceguera moral debida a la emoción positiva puede explicar por qué las personas que sufren de manía son a menudo propensas al comportamiento antisocial durante episodios maniacos (Asociación Estadounidense de Psiquiatría 1994, 330).

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Hay un argumento final que me gustaría mencionar, para la tesis de que las emociones son necesarias para la moral. Es un argumento del historial antropológico. Si los juicios morales estuvieran basados en algo fuera de las emociones - algo como la razón o la observación - esperaríamos más convergencia moral transculturalmente. Razón y observación resultan en la convergencia por encima del tiempo. Transculturalmente hay una divergencia sorprendente en valores morales (examinado en Prinz, de próxima aparición). El Guhuku - Gama de Nueva Guinea y los otros cazacabezas piensan que está bien matar a personas inocentes; los ciudadanos griegos de Ptolemaic, Egipto se casan con sus hermanos en una tasa de hasta 30 %; los aztecas de México e incontables sociedades de pequeña escala se permitieron el canibalismo; los romanos llenaron ruedos para observar gladiadores masacrarse; los hombres de Thonga tienen relaciones sexuales con sus hijas antes de cazar; las mujeres de China soportaron el dolor horrible amarrando sus pies; inequidad de género y esclavitud han sido ampliamente aceptadas, y ampliamente condenadas. Más cerca de casa, encontramos los debates interminables entre liberales y conservadores. También encontramos las diferencias regionales: los hombres blancos del sur son mucho más propensos que sus homólogos del norte a aprobar moralmente las represalias violentas para los insultos públicos, y otras ofensas no violentas. Estos ejemplos no son exóticos. Cualquier par de culturas elegidas al azar tendrán diferencias dramáticas en valores morales, y muchas de estas diferencias (como poligamia versus la monogamia o la belicosidad del sur versus la diplomacia del norte) no tienen ninguna base en las diferentes creencias factuales. Esto sugiere que los valores morales básicos no tienen un origen simplemente cognitivo. La divergencia moral no demuestra directamente que las emociones son un componente necesario de la moral, pero provee evidencia indirecta. Si valores morales no son conducidos por la razón o la observación, entonces es posible pensar que dependen de las pasiones culturalmente inculcadas. Sentimentalismo Una teoría sentimental del juicio moral Ninguna de las pruebas empíricas de las que he estado hablando suministra un argumento demostrativo para ninguna teoría del juicio moral. Los juicios morales podrían ser correlacionados y causalmente relacionados con las respuestas emocionales sin involucrar las repuestas emocionales esencialmente. Las consideraciones presentadas de parte de la afirmación de que las emociones son necesarias para los juicios morales apuntan hacia una conexión muy fuerte, pero esas consideraciones estaban lejos de ser decisivas. En este punto, sin embargo, eso puede ser suficiente. Quiero promover una teoría del juicio moral que sistematice los datos de los que he

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estado hablando. Otras teorías pueden ser imaginadas. Quiero sugerir solamente que la teoría que tengo en mente ofrece una explicación y quizás una mejor explicación que muchas otras versiones. La teoría que tengo en mente no es nueva. Es una variante de un tema viejo, asociada con los moralistas británicos, especialmente Hume. Puesta de manera muy simple, la teoría dice: Creer que algo es moralmente incorrecto (correcto) es tener un sentimiento de desaprobación (aprobación) hacia eso.

Esta formulación tiene que ser depurada en muchos sentidos, pero brinda una primera aproximación útil. En la forma en que usaré el término, un sentimiento es una disposición a tener emociones. Si usted adora el chocolate, usted se sentirá encantado cuando vea torta de chocolate en el menú y usted se sentirá desilusionado si el camarero le informa que se han acabado. Los sentimientos de aprobación y desaprobación son, igualmente, constituidos por diferentes emociones en ocasiones diferentes. Para abreviar, no hablaré de la aprobación. La desaprobación abarca las emociones de la culpa, pero hay varias emociones diferentes en esta categoría. Cuál emoción experimentamos depende de quién está siendo culpado y por qué. Si hago algo malo, puedo experimentar la vergüenza o la culpa. Si usted hace algo malo, puedo experimentar la ira, el desprecio, o la aversión. Hay muy buenas evidencias de que diferentes clases de transgresiones provocan diferentes emociones negativas. Shweder et al. (1997) ha argumentado con base en evidencias antropológicas que hay tres categorías amplias de reglas morales. Hay reglas diseñadas para proteger a las personas (las prohibiciones en contra del daño físico y las violaciones de los derechos), hay reglas diseñadas para proteger a la comunidad (generalmente en relación con el rango o los bienes públicos), y las reglas relacionadas con la percepción del orden natural (como las costumbres sexuales o las reglas alimenticias religiosas). Resulta que estas reglas están relacionadas con diferentes emociones (Rozin et al.. 1999). Los crímenes en contra de las personas provocan la ira, los crímenes en contra de la comunidad provocan el desprecio y los crímenes en contra de la naturaleza provocan la aversión. Además, la intensidad de la emoción puede variar con la maldad de la acción. La variación de emociones de desaprobación puede ser prolongada distinguiendo subtipos en cada categoría de emoción. Una dimensión de la variación es la intensidad. Considérese la ira. Si usted le causa a alguien un daño grave, puedo experimentar furia, pero si el daño es insignificante, sólo puedo agitar mi cabeza con un vago fastidio. También distinguimos subtipos de la ira como una función las condiciones causantes. La ira es etiquetada como indignación cuando es provocada por la injusticia, y como rabia cuando es provocada por una agresión física. La ira también puede cambiar su carácter como una función de nuestra relación con el transgresor. Si [pág. 34]

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un amigo nos maltrata, podemos experimentar una sombría melancolía, y si un desconocido nos maltrata podemos experimentar la ira. Una descripción completa de la desaprobación debe detallar todas estas diferencias. La tesis sentimentalista asevera que cuando determinamos que algo es incorrecto, una u otra de estas emociones ocurrirán normalmente y que el juicio será una expresión de la disposición emocional subyacente. Un juicio de que algo es incorrecto consiste en la disposición respectiva (o en su base categórica), y un determinado juicio contendrá normalmente una emoción específica que manifiesta la disposición. La emoción sirve como un vehículo del concepto "incorrecto" en la misma forma en que una idea de algún color específico podría servir como un vehículo para el pensamiento de que las cerezas son rojas. Las instancias del concepto "incorrecto" podrían ser idénticas a las emociones, pero podemos tener y auto-atribuir creencias sobre lo incorrecto sin ningún tipo de emociones —un tema sobre el cual volveré más adelante—. Cuando digo que los juicios morales expresan sentimientos, no quiero insinuar que esto implica que los juicios morales son simplemente expresivos. No estoy apoyando el expresivismo aquí. Prefiero las teorías de la sensibilidad, de acuerdo con las cuales los conceptos morales se refieren a propiedades de respuesta-dependiente (ver Dreier 1990; Johnston 1990; McDowell 1985; McNaughton 1988; Prinz de próxima aparición; Wiggins 1991; Wright 1992). Los juicios morales expresan sentimientos y los sentimientos se refieren a la propiedad de causar ciertas reacciones en nosotros. Las reacciones en cuestión son emociones, las cuales concibo como sentimientos de cambios corporalmente moldeados [patterned bodily changes] (Prinz2004). Los sentimientos, a menudo, se refieren a las propiedades de respuesta-dependiente. Si digo que el chocolate es rico, atribuyo al chocolate la propiedad de causar, por ejemplo, placer en mí. Si digo que Buster Keaton es gracioso, le atribuyo la propiedad de causar diversión en mí. Yo podría no darme cuenta de que éstas son las propiedades que estoy atribuyendo. A veces asumimos que lo rico o lo gracioso es una propiedad intrínseca, [pág. 35] justo en la forma en que asumimos que el azul es una característica de las superficies, no un poder que las superficies tienen para causar experiencias en nosotros. Proyectamos nuestras experiencias hacia el mundo. Pienso que nuestros conceptos sentimentales son neutrales con respecto a qué clases de propiedades ellos atribuyen. Ellos no especifican una u otra forma de si estamos haciendo referencia a algo intrínseco o relacional. Encontramos fácil de imaginar que las propiedades morales son inherentes al mundo, pero sin incoherencia suponemos que ellas dependen de las reacciones en nosotros (Compárese el concepto "Delicioso").

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El sentimentalismo así definido tiene una ventaja muy importante sobre el expresivismo. Los juicios morales son aptos-a-la-verdad2 [truth-apt], si ellos hacen referencia a las propiedades de respuesta-dependiente, como su aparente forma podría indicar. Pero esto erige inmediatamente una pregunta algo vergonzosa. ¿Si lo “incorrecto” se refiere a una propiedad de respuesta-dependiente, cuáles respuestas importan? ¿Bajo qué condiciones? Aquí, pienso que algo como el relativismo-delhablante3 [speaker-relativism] de Dreier es correcto. Cuando digo que algo es incorrecto, hago referencia (quizás inconscientemente) a la propiedad de causar emociones de culpa en mí (o, quizás, decir que algo es incorrecto quiere decir que esto causa emociones de culpa en nosotros, donde el “nosotros” se refiere a un grupo de personas con quien yo podría disentir. En lo que sigue dejo fuera esta complejidad). El relativismo-hablante plantea dos problemas inmediatos. El primer problema tiene que ver con el error. Si “incorrecto” se refiere a cualquier cosa que causa desaprobación en mí, entonces yo podría no juzgar que algo sea equivocado por error. Para evitar esta consecuencia, debemos idealizar. Debemos decir que la palabra “incorrecto” se refiere solamente a esas cosas que me fastidian bajo condiciones de completo conocimiento factual y reflexión, y libre de prejuicios emocionales que yo mismo estimaría como desvinculados del asunto en cuestión. Los neo-sentimentalistas a veces señalan este punto haciendo un movimiento metacognitivo: lo incorrecto no es solo aquello hacia lo que tengo un sentimiento de desaprobación, sino aquello que tomo garantía de dicho sentimiento. Pienso que este movimiento meta-cognitivo es problemático e innecesario. Es problemático porque requiere que cada individuo moral tenga conceptos de sentimientos en adición a los sentimientos en sí mismos; y esto no es cierto en los niños (Nichols 2004). Esto también requiere que tengamos un concepto de garantía moral, como opuesto a formas de garantía, y se corre el riesgo así de la introducción de circularidad en la explicación del juicio moral (D' Arms y Jacobson 2000). Afortunadamente, el movimiento metacognitivo es innecesario. Hay numerosas teorías del error que no dependen de la metacognición en la literatura sobre psico-semántica (por ejemplo, Dretske 1988; Fodor 1990). Cualesquiera de estas podría ser aplicable aquí (por ejemplo, las reacciones 2 Una oración es apta-a-la-verdad [truth-apt] si hay algún contexto en el cual puede ser pronunciada [con su significado actual]

y exprese una proposición verdadera o falsa. Las oraciones que no son aptas a la verdad incluyen preguntas y órdenes y, más controversialmente, oraciones paradójicas de la forma de la paradoja del mentiroso (‘esta oración es falsa’); u oraciones (‘usted no debería fumar’) cuya función aparente es hacer una afirmación, pero que en cambio pueden ser consideradas como la expresión de prescripciones o actitudes, en lugar de pretender aspirar a la verdad o a la falsedad. [N.T.] 3 El relativismo del hablante [speaker-relativism] es la teoría según la cual el contenido de (o lo que es expresado por) una oración

que contiene un término moral varía de acuerdo con (en función de) el contexto en el cual es usada. Cf. Dreier, James. “Internalism and Speaker Relativism”. En: Ethics, 101, Universidad de Chicago: Octubre, 1990, 6-26, pág. 6 [N.T.]

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sentimentales reflejo-de-rodilla [knee-jerk] pueden ser asimétricamente dependientes de las reacciones reflexivas). También hay disponible una solución más sencilla, una vez que trazamos una diferencia entre las emociones (que son estados ocurrentes), y los sentimientos, que son disposiciones a tener emociones. Valores morales básicos pueden consistir en tener sentimientos asociativamente relacionados con la memoria a largo plazo para determinar clases específicas de movimientos, abstractamente construidos. Podríamos tener un sentimiento negativo hacia la traición. Alguna acción podría causar que tengamos una emoción de culpa porque la confundimos con un ejemplo de traición, aunque no lo sea. Esto sería un error. Sobre este análisis, no necesitamos tener políticas meta-cognitivas concernientes a nuestros sentimientos (aunque podríamos); más bien, tenemos políticas sentimentales concernientes a clases de acción. Un juicio de que una acción es incorrecta cuenta como erróneo si esa acción no es un ejemplo de una clase hacia la cual tenemos una política sentimental. El segundo problema planteado por las teorías de respuesta-dependiente del hablante-relativo de los conceptos morales tiene que ver con el desacuerdo. Si “incorrecto” significa “incorrecto para mí” entonces los debates acerca de lo que es incorrecto se tornan espurios. Usted dice que el infanticidio es incorrecto y yo digo que esto no es incorrecto, pero realmente estamos usando el término en maneras diferentes. Ése es un resultado insatisfactorio. Hay algunas [pág. 36] cosas familiares para decir en respuesta a esto. En primer lugar, si tenemos los mismo valores morales básicos, entonces incorrecto-para-mí e incorrecto-para-usted podrían ser extensionalmente equivalentes; nuestro debate puede girar en torno a diferencias factuales acerca de si los recién nacidos tienen ciertas capacidades. El razonamiento es esencial para el juicio moral precisamente porque el razonamiento es a menudo necesario para determinar si una forma particular de conducta es un ejemplo de alguna acción más general hacia la que ya tenemos un sentimiento moral. En segundo lugar, tenemos buenas razones para debatir porque la moralidad tiene consecuencias prácticas y ninguna política puede tanto admitir como prohibir el infanticidio. Podemos estar desatinados al pensar que podemos resolver el debate racionalmente, porque en la vida humana, incluso los debates factuales son a menudo impulsados por la retórica. En tercer lugar, podríamos tener algunos valores básicos compartidos que pueden ser usados para encontrar un común denominador. En cuarto lugar, hay una buena explicación para por qué pensamos que nuestro debate es legítimo: tendemos a proyectar propiedades sentimentales sobre el mundo (delicia, ricura, curiosidad) sin tomarlas como respuestadependiente. En quinto lugar, la afirmación de que los debates morales son espurios explica mucho del porqué parecen ser interminables; las personas residen en diferentes mundos morales.

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Obviamente, mucho más necesitaría ser dicho para defender esta versión del sentimentalismo. No puedo ofrecer una explicación completa, mucho menos una defensa completa aquí. Para los propósitos presentes, no hay necesidad de pensar demasiado en los detalles. Estoy contento con la conclusión de que albergar una creencia moral es tener un sentimiento de aprobación o de desaprobación. Pienso que esta hipótesis hace la mayor justicia a los datos aducidos en la sección previa. Las emociones co-ocurren con los juicios morales, influyen en los juicios morales, son suficientes para los juicios morales y son necesarios para los juicios morales, porque los juicios morales están constituidos por disposiciones emocionales (bien sea disposiciones permanentes [standing] o disposiciones manifiestas). Por lo menos, nuestros conceptos morales corrientes parecen tener esta característica (discutiré sobre algunos juicios morales anormales más adelante). Frutos explicativos La teoría sentimentalista del juicio moral explica los datos empíricos presentados anteriormente, pero ese no es el final de su contribución explicativa. El sentimentalismo también puede explicar otras tres cosas que son esenciales para nuestro entendimiento de los juicios morales. En primer lugar, el sentimentalismo explica el enlace entre la emoción y la motivación. Los filósofos no están de acuerdo acerca de si los juicios morales son intrínsecamente motivados, pero todos ellos admiten que los juicios morales característicamente dan aumento a estados motivacionales. Los juicios morales están estrechamente relacionados con juicios-de-deber, y los juicios-de-deber son característicamente guías-de-acción. El sentimentalismo explica por qué hay tal movimiento rápido de pensar que una acción es incorrecta a pensar que debo impedir o evitar esa acción. Si el sentimentalismo es verdadero, pensar que una acción es incorrecta dispone a uno para tener emociones negativas hacia ella, y las emociones negativas son inhibitorias: ellas promueven la evitación, el cese, la intervención, la retirada y, cuando son anticipadas, las medidas preventivas. Las creencias sobre obligaciones no son accesorios [add-ons] de las creencias sobre lo incorrecto; las creencias sobre lo incorrecto traen la fuerza motivacional que experimentamos como estar bajo una obligación. Por consiguiente, los juicios morales compiten por el control de la voluntad. Cuando ellos ocurren, nosotros estamos así motivados a actuar. En segundo lugar, el sentimentalismo ofrece una explicación atractiva de la diferencia entre reglas morales y convencionales (cf. Blair 1995, Nichols 2004). A la edad de tres años los niños reconocen que algunas reglas son morales (por ejemplo, no

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golpear a otros niños) y otras son simplemente convencionales (no hablar sin levantar su mano). Los niños y adultos consideran las transgresiones morales más serias y menos dependientes de las autoridades. Si el profesor dice que está [pág. 37] bien hablar sin levantar su mano, entonces esto está bien. Si el profesor dice que está bien golpear al niño de al lado, esto no hace que eso esté bien. ¿Cómo trazamos esta diferencia? ¿Por qué esto es asequible a tales niños pequeños? La respuesta podría ser que las reglas morales están directamente fundamentadas en las emociones. Cuando pensamos en golpear, esto nos hace se sentir mal, y no podemos simplemente apagar este sentimiento. Golpear parece fenomenológicamente incorrecto sin considerar lo que las autoridades digan. Somos menos emocionales sobre las reglas convencionales. Hablar sin levantar su mano es malo, pero esto no suscita rabia o culpa. Esto es más como suscitar vergüenza, pero la vergüenza es afinada a las reacciones de otros, así que esta disminuye cuando participamos en un comportamiento que es aceptado por quienes nos rodean. Los padres son mucho más propensos a usar condicionamiento emocional cuando enseñan reglas morales, y tanto los niños como los adultos son mucho más propensos a mencionar emociones cuando justifican estas reglas. Esta explicación de la diferencia moral/convencional predice que tenderíamos a moralizar simples convenciones si las aprendemos a través de un proceso de condicionamiento emocional. Por lo tanto, una persona que es emocionalmente condicionada para obedecer ciertas reglas alimenticias religiosas puede tender a tratar estas reglas moralmente incluso si reconoce que son simples convenciones. De manera similar, las reglas convencionales de etiqueta que suscitan naturalmente emociones negativas cuando se infringen (por ejemplo, escupir en público) pueden ser más fácilmente tratadas moralmente que otras reglas de etiqueta (Nichols 2002). Hay un tercer fruto explicativo del sentimentalismo. Los primeros sentimentalistas en Gran Bretaña a menudo se vieron en debates con los intuicionistas. Los intuicionistas creen que los juicios morales son auto-justificación, en tanto que no están en la necesidad de tener un soporte argumentativo independiente. En este sentido los juicios morales son como ciertos juicios perceptuales o juicios matemáticos. Es difícil traer argumentos para la tesis de la auto-justificación e, incluso algunos intuicionistas simplemente afirman que esto es obviamente verdadero. Ellos parecen basar esta aseveración en la fenomenología de los juicios morales: los juicios morales parecen auto-evidentes. Yo pienso que el sentimentalismo puede explicar esta fenomenología. Los juicios sentimentales por lo general parecen auto-evidentes. Es evidente para mí que Buster Keaton es gracioso, porque él me hace se reír. Es evidente para mí que el chocolate es delicioso porque me produce placer cuando lo pruebo. Podría ser algo perverso exigir más evidencia que esto. De igual manera, los juicios morales

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emocionalmente fundamentados tienen una clase de percepción-como inmediata [perception-like immediacy] que no parece requerir soporte adicional. Podemos sentir que el asesinato es incorrecto. Inclusive, lejos de oponerse al intuicionismo, el sentimentalismo ofrece una de las más prometedoras líneas prometedoras de defensa. El juicio de que algo es gracioso es justificado por nuestra diversión, porque causar diversión es constitutivo de ser gracioso. Si los juicios morales son sentimentales y hacen referencia a propiedades de respuesta-dependiente, entonces el juicio de que el asesinato es incorrecto es auto-justificante porque el asesinato suscita el sentimiento negativo expresado por ese juicio, y tener el poder para suscitar tales sentimientos negativos es constitutivo de ser incorrecto. El sentimentalismo explica la fenomenología guía del intuicionismo y muestra cómo el intuicionismo podría ser verdadero. Moralización desapasionada Juicios morales parásitamente desapasionados Si el sentimentalismo es correcto, entonces nuestros juicios morales corrientes están vinculados con las emociones. Más específicamente, los términos morales “correcto” e “incorrecto” expresan sentimientos, y la instancia del juicio de que algo es correcto o incorrecto puede expresar una manifestación ocurrente de un sentimiento, el cual es una emoción. Si usted me ofende, yo puedo experimentar enfado, y [pág. 38] ese enfado califica como una instancia de mi concepto de INCORRECTO. Esta es la experiencia de ese enfado que me alerta sobre el hecho de que usted ha hecho algo moralmente cuestionable y yo evoco el enfado cuando juzgo que fue incorrecto de su parte tratarme así. Para el sentimentalista los juicios morales corrientes son calientes [hot]. Esta consecuencia es compatible con las pruebas empíricas. Usualmente experimentamos emociones cuando hacemos valoraciones morales. Pero la evidencia empírica nos dice cómo son normalmente las cosas, no cómo deben ser. Los escáneres del cerebro no dividen el espacio modal [Brain scans do not carve up modal space]. Seguramente hay condiciones bajo las cuales hacemos juicios morales desapasionadamente. La teoría que he estado defendiendo permite esto. Un sentimiento es una disposición emocional, y puedo tener un sentimiento sin manifestar esto. Adoro a John Coltrane, y puedo realmente auto-atribuir este sentimiento, pero no siempre experimento la precipitación hedónica que logro cuando escucho A Love Supreme. De igual manera, puedo testificar que pienso que la discriminación sexual es incorrecta sin experimentar cualquier tipo de ultraje. En ambos casos, sin embargo, las emociones

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experimentadas sirven como una condición de sinceridad. Si Coltrane nunca me emociona, entonces estoy siendo poco sincero cuando afirmo que soy un admirador. De igual manera, si nunca estoy indignado por la discriminación sexual, estoy sirviendo a la equidad de labios para afuera. El sentimentalismo también admite que uno puede atribuir juicios morales desapasionadamente. Esto ocurre cuando discutimos sobre las actitudes de miembros de otros grupos. Los antropólogos describen los valores morales de los caza-cabezas sin adoptar esos valores. Ellos pueden incluso inferir esos valores de la simple información factual. Si ellos observan que los caza-cabezas celebran el asesinato de personas inocentes, pueden concluir que los caza-cabezas encuentran tales homicidios moralmente loables; pues estos creen que las personas deben tomar cabezas. En este sentido, podemos inferir una regla moral de hechos descriptivos. Pero nótese que el antropólogo puede concluir únicamente que los caza-cabezas están bajo una obligación, dado la moralidad caza-cabeza; ellos no pueden concluir que los cazacabezas “deben” tomar cabezas. Cuándo nosotros pronunciamos “deber” expresamos sobre nuestros propios sentimientos, y el conocimiento factual no es suficiente para tener sentimientos. Así, nosotros podemos derivar una obligación de un “es” pero no un deber de un “es”. Podemos hacer juicios desapasionados sobre las moralidades, pero no juicios morales desapasionados. Contra esta afirmación, los externalistas morales argumentan que hay un espacio conceptual para quienes hacen juicios morales sin estar en lo más mínimo movidos por el afecto. Ellos llaman a tales personas individuos amorales viles. En el mundo real, los psicópatas están tan cerca como podemos encontrar a los amorales: cuando ellos dicen que asesinar es incorrecto, no tienen ninguna inclinación a abstenerse de asesinar. Pero yo pienso que los psicópatas son como los antropólogos. Ellos informan sobre la moralidad sin hacer juicios morales. Efectivamente, ellos no logran conseguir bien nuestra moral; ellos fallan al distinguir entre reglas morales y convencionales. Los conceptos que los psicópatas expresan cuando usan las palabras “correcto” e “incorrecto” son diferentes de nuestros conceptos tanto en sentido como en referencia. Ellos pueden mencionar estos conceptos, pero no los pueden usar. En suma, el sentimentalismo admite dos tipos de juicios desapasionados sobre la moralidad. En primer lugar, hacemos juicios que expresan sentimientos, incluso cuando estos sentimientos no se están manifestando en el momento como emociones ocurrentes. Tales juicios no son inmediatamente motivados, sino que ellos expresan un estado disposicional que podría motivar bajo las circunstancias correctas. En segundo lugar, hay juicios que se refieren a los estados motivacionales de otros, como cuando

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hablamos antropológicamente de las obligaciones de otros grupos culturales. Los psicópatas pueden usar el habla moral de este modo. En ambos casos, el juicio moral desapasionado es parásito de las pasiones. Por supuesto, los externalistas insistirán en que hay una manera de hacer juicios morales que no son ni sentimentales ni parásitos de los juicios sentimentales. Llamemos a estos juicios morales externos. [pág. 39] Simplemente estipulando que los juicios morales externos son posibles no avanzará el debate. Los internalistas no comparten esta intuición. He argumentado que hay evidencia empírica para un enlace entre las emociones y los juicios morales, y que los casos aparentes de juicios morales desapasionados son parásitos de los casos apasionados. Los juicios que no tienen un componente sentimental podrían diferir de los casos comunes de juicios morales, y veo poca razón por la cual debamos llamar a estos juicios morales. Este es un caso en donde podemos movernos más allá de la típica intuición simulada [mongering] en filosofía y usar hallazgos empíricos para ayudar a adjudicar un por lo demás interminable debate filosófico. Mi valoración es que los internalistas salen delante (ver, sin embargo, Kennett 2002, para una valoración diferente de la evidencia empírica). ¿Puede haber juicios morales desapasionados no-parásitos? Puedo pensar en una sola estrategia plausible para defender la afirmación de que hay juicios morales externos, pero pienso que la estrategia no dará resultado. Esto sería como sigue. He argumentado que los juicios morales son comúnmente sentimentales tanto en forma como en contenido. Los juicios morales comunes están constituidos por sentimientos y ellos representan la propiedad de respuesta-dependiente de causar respuestas sentimentales en nosotros. Alguien podría estar de acuerdo con la primera mitad de esto mientras que niega la segunda. Alguien podría argumentar que los juicios morales son normalmente, en realidad, sentimentales en cuanto a su forma, pero que ellos no hacen referencia a las propiedades de respuesta-dependiente. En lugar de esto último, ellos hacen referencia a otra cosa, a la que nuestros sentimientos están bien sintonizados. Así, por ejemplo, el mal podría ser aquello que falla al maximizar la utilidad o aquello que, cuando es universalizado, entra en contradicción con la voluntad. En otras palabras, uno podría asumir una postura humeana del sentido de los conceptos morales comunes, mientras adopta una postura milliana o kantiana de la referencia de los conceptos morales comunes. Quizás nuestros sentimientos designan propiedades millianas o kantianas. Si esta teoría híbrida de los conceptos morales fuera correcta, entonces, en principio, uno podría tener un concepto que fuera co-extensivo con conceptos morales

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corrientes pero expresamente desapasionado. El concepto FALLA AL MAXIMIZAR LA UTILIDAD podría ser co-extensivo, sobre una versión, con el sentimiento de desaprobación. Desde esta postura, el juicio de que el asesinato es incorrecto podría ser normalmente afectivo pero, por sustitución de conceptos co-referenciales, la versión sentimental del concepto INCORRECTO podría ser intercambiada por el concepto afectivamente-neutral FALLA AL MAXIMIZAR LA UTILIDAD. Este sería el mismo juicio, en algún sentido. Este podría, por lo menos, ser un juicio con las mismas condiciones de verdad. Por consiguiente, podríamos llamarlo un juicio moral. Si los sentimientos hacen referencia a algo diferente de las propiedades de respuestadependiente, entonces los juicios morales desapasionados son posibles. Tales juicios morales desapasionados podrían ser obtenidos, como en este ejemplo, mediante la sustitución de conceptos co-referenciales, pero ellos podrían no ser parásitos de los sentimientos. Si nos encontráramos una especie de vulcano cuyos miembros no tuvieron emociones, podríamos atribuirles juicios morales simplemente en virtud del hecho de que podrían hacer juicios que tienen las mismas condiciones de verdad que los juicios que hacemos con nuestros sentimientos. Esta estrategia para defender los juicios morales desapasionados está condenada al fracaso, creo yo. Esta requiere la premisa bastante dudosa de que nuestros conceptos morales corrientes —los que están constituidos por nuestros sentimientos— podrían hacer referencia a las clases de propiedades de respuesta-independiente que han sido celebradas por éticos normativos. Pero esto es completamente improbable. Ninguna teoría plausible de la referencia podría alcanzar este resultado. Hay dos maneras efectivas en las que un concepto hace referencia: por descripción o por causación. El problema es que los [pág. 40] conceptos morales no están relacionados, de manera descriptiva ni causal, a las clases de propiedades de las que le gusta hablar a los éticos normativos. Empecemos con las teorías descriptivas de la referencia. Si los conceptos sentimentales se refieren a las propiedades kantianas o millianas por descripción, entonces debemos poder darnos cuenta de esto mediante el análisis conceptual. Debe ser una verdad conceptual que el bien es lo que maximiza la utilidad, por decirlo así, y una contradicción suponer que puede haber un bien en un curso de acción que falla al maximizar la utilidad. Pero esto, manifiestamente, no es una verdad conceptual. Si hay alguna lección que podemos extraer del polémico argumento de la pregunta abierta de Moore, es que no hay ningún enlace analítico entre los conceptos morales corrientes y los conceptos descriptivos que designan las propiedades implicadas en las teorías morales de Mill, Kant y otros éticos normativos. Es una pregunta abierta si el bien es lo

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que maximiza la utilidad, así que la maximización de la utilidad no puede ser el contenido descriptivo del “Bien”. Contrástese esto con el caso de los conceptos descriptivos paradigmáticos. No es una pregunta abierta si los solteros son no casados o si los tíos son hermanos. Uno podría tratar de defender la afirmación de que los conceptos morales se refieren descriptivamente a las propiedades kantianas o millianas sugiriendo que sus contenidos descriptivos no son conocidos conscientemente. Desde Platón, los filósofos han creído que algunos conceptos tienen un contenido descriptivo y que se requiere del agónico trabajo filosófico para sacarlo a flote. Quizás estamos implícitamente comprometidos con la postura de que el bien es lo que maximiza la utilidad, por así decirlo, y simplemente no nos damos cuenta de ello. Después de una buena dosis de obstetricia filosófica, podríamos darnos cuenta de esto, y la pregunta aparentemente abierta se cerrará. Pienso que esto es una ilusión. Las teorías éticas normativas son indudablemente atrayentes y la mejor de ellas puede efectivamente revelar demandas genuinas sobre la acción. Quizás estamos racionalmente obligados a ser kantianos o millianos. No quiero sugerir que estas teorías normativas sean falsas. En lugar de ello, quiero preguntar sobre su exactitud descriptiva. No pienso que puedan ser defendidas como análisis plausibles de los conceptos morales corrientes. Éstas y otras teorías normativas son mejor construidas como correctivos. Ellas son mejor entendidas como propuestas para reemplazar los conceptos morales corrientes, no como los análisis de ellos. Una razón para este diagnóstico es que las teorías éticas normativas tienden a promover la imparcialidad, mientras que los conceptos morales corrientes tienden a ser parciales. Esto resulta obvio cuando examinamos valores morales multiculturalmente. El Guhuku-Gama caza-cabezas de Nueva Guinea, por ejemplo, piensa que es moralmente incorrecto matar a un miembro de su grupo familiar, pero que está perfectamente bien matar a otros. Esta no es una posición inconsistente: ellos piensan que es moralmente correcto que otros maten a sus familiares. La consideración moral es una función de conexión al agente moral. De igual manera, cuando el gran filósofo chino Mo Tsu empezó a propugnar el amor universal en el siglo V A.C., Mencio, hablando en nombre de la corriente principal de Confucio, se quejó de que esto sería “reducir a los seres humanos al nivel de las bestias” (Harris 1989, 455). La pluralización de la cultura ha resultado probablemente de una tendencia incrementada a elogiar la imparcialidad moralmente, pero pocos moralistas comunes llegarían tan lejos como Mill o Kant. Así, por ejemplo, la gran mayoría de estadounidenses se opone a trabajos “subcontratados”, y pocos gastan cualquier recurso combatiendo el hambre del mundo.

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La mayoría probablemente estaría de acuerdo en que tienen obligaciones morales fuertes con sus amigos y parientes, pero pocos muestran señales de sentirse moralmente obligados con los extranjeros en países en vías de desarrollo. Ayudar a los extranjeros es caridad, no responsabilidad. Obviamente, mucho más necesitaría ser dicho aquí para probar que nuestros conceptos morales no tienen contenidos descriptivos que se ajusten a las restricciones de Kant, Mill, u otros éticos normativos. El punto aquí es que hay poca evidencia, prima facie, para tal conformidad. Si los conceptos morales corrientes no se refieren a las propiedades kantianas o millianas por descripción, entonces quizás ellos hacen referencia a tales propiedades mediante la causalidad. Esta es la única opción realmente seria que le queda [pág. 41] a aquellos que quieren argumentar que normalmente los conceptos morales tienen contenido que puede ser caracterizado en una manera que no hace referencia a nuestros sentimientos. Para analizar esta posibilidad, consideremos la clase de teorías causales que son más populares en la semántica contemporánea: supongamos que los conceptos no-descriptivos se refieren a lo que de forma fiable causa que ellos sean instanciados. Para cumplir con la exigencia de que los conceptos morales corrientes se refieren a propiedades kantianas o millianas de esta manera, tendríamos que mostrar que nuestros sentimientos morales son fiablemente causados por propiedades kantianas o millianas. Así, por ejemplo, podríamos tratar de mostrar que el sentimiento de desaprobación es fiablemente causado por fallas al maximizar la utilidad. Debe ser inmediatamente obvio que ésta es una sugerencia absurda. Muy a menudo, las personas moralmente aplauden las acciones que fallan al maximizar la utilidad. Podemos aplaudir las acciones que incrementan la utilidad, pero no exigimos su maximización. La mayoría de las acciones que incrementan la utilidad en realidad fallan al maximizarla, y deberían, por tanto, provocar la desaprobación, si los sentimientos morales estuvieran sintonizados con las propiedades millianas. Pero las fallas en la maximización no tienen un enlace causal especial con la desaprobación. De igual manera, no tenemos una disposición fuerte para condenar las acciones que reprueban los test kantianos. Cada vez que nos ponemos una prenda de vestir, comemos un poco de comida, escuchamos una canción en la radio o leemos un libro, estamos usando otras personas como medios, en vez de fines. Cada vez que intentamos vencer el tráfico de hora pico, estamos haciendo algo que no puede ser deseado como una ley universal. Ninguna de estas acciones rutinarias promueve sentimientos fuertes de enfado o culpa. Dicho de una manera más general, no creo que podamos destacar cualquier propiedad única como la causa fiable de nuestros sentimientos morales. El rango de

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cosas que provocan desaprobación es radicalmente desunificado. Así, por ejemplo, condenamos el homicidio, la bestialidad, la destrucción de la naturaleza, las distribuciones injustas y los múltiples matrimonios. En cada sociedad, las personas condenan un rango diferente de cosas, y cada cosa condenada por una sociedad es aplaudida por otra. No parece haber ningún común denominador aquí. No hay una única propiedad de respuesta-independiente de las acciones o eventos que provocan fiablemente la desaprobación en cualquiera de nosotros. La única cosa que unifica las inequidades es las respuestas que ellas causan. Es por esta razón que pienso que INCORRECTO designa el poder de causar desaprobación, y no alguna otra propiedad que pueda ser caracterizada sin hacer referencia a nuestras respuestas. Concluyo que los conceptos morales corrientes no se refieren a las propiedades que pueden ser caracterizadas coherentemente sin hacer referencia a nuestros sentimientos. Por lo tanto, no existe ningún concepto que se co-refiera a nuestros sentimientos que o bien no contenga o bien no anuncie nuestros sentimientos. Cualquier concepto que es co-referencial con nuestros sentimientos morales es parásito de estos sentimientos. Los éticos normativos introducen conceptos que se refieren a algo aparte de aquello a lo que nuestros conceptos morales corrientes se refieren. ¿Existe alguna razón para llamar a los conceptos que ellos introducen “morales”? yo pienso que esta es una pregunta sin una respuesta definida. Los éticos normativos introducen conceptos que, de la misma manera que los conceptos morales corrientes, son diseñados para regular el comportamiento, pero estos conceptos son diferentes de los conceptos que normalmente expresamos cuando usamos palabras tales como “correcto” o “incorrecto”. Si nosotros llamamos o no a tales conceptos “morales” es una cuestión de elección. El punto sobre el que quiero enfatizar es que los conceptos que normalmente expresamos usando un vocabulario moral están relacionados esencialmente con nuestros sentimientos y, en este sentido, el internalismo motivacional es verdadero. Conclusión He presentado evidencia empírica para sostener un enlace entre los conceptos morales corrientes y las emociones. He argumentado que la evidencia empírica es mejor explicada por una teoría sentimental de los conceptos morales, y que la teoría sentimentalista produce algún fruto filosófico. Es una consecuencia de esta teoría que los juicios morales son, en general, motivantes porque las emociones [pág. 42] tienen fuerza motivacional. En algunos casos, los juicios morales ocurren sin emociones, pero éstos son parásitos de los casos emocionales. Los juicios normativos que no son

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parásitos de las emociones podrían ser llamados “morales”, pero no en el sentido corriente del término. Agradecimientos Estoy muy agradecido con Jeanette Kennett y Philip Gerrans por organizar la maravillosa conferencia que permitió este número especial. También aprendí mucho (que no se refleja aquí) de los comentarios de Karen Jones y de Ruth Chang en otro lugar. Varias partes de este material fueron presentadas a audiencias en Birkbeck, Brown, Cincinnati, el CUNY Graduate Center, la École Normale Supérieure, Georgia Tech, Leeds, Monash, Minnesota, Northwestern, Estocolmo, Texas Tech y Toronto. Agradezco al público en todos estos lugares. También debo a Melissa van Amerongen por la detección de una serie de errores en el manuscrito.

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Jesse Prinz, Department of Philosophy, Campus Box 3125, University of North Carolina, Chapel Hill, NC 27599, USA. E-mail: [email protected]

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