42-El Epigrama Helenístico

January 11, 2018 | Author: Franagraz | Category: Poetry, Hellenistic Period, Homer, People
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Mónica Durán Mañas – El epigrama helenístico. La poesía dramática, lírica, elegíaca y yámbica en época helenística

EL EPIGRAMA HELENÍSTICO. LA POESÍA DRAMÁTICA, LÍRICA, ELEGÍACA Y YÁMBICA EN ÉPOCA HELENÍSTICA ISBN: 978-84-9822-788-8. MÓNICA DURÁN MAÑAS [email protected] THESAURUS: Antología, epigrama, poesía helenística, mimo, Alejandría, Cos, teatro, elegía, yambo, poesía lírica.

OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS: La literatura helenística e imperial: características generales (44), Calímaco (45), Teócrito y la poesía bucólica griega (46), Apolonio de Rodas y la épica helenística (47).

RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO: 1.

El epigrama helenístico

2.

La poesía dramática 2.1. Comedia 2.2. Tragedia 2.3. Drama satírico

3.

La poesía lírica

4.

La poesía elegíaca

5.

La poesía yámbica 5.1. La poesía filosófica 5.2. Los Yambos de Calímaco 5.3. El mimo 5.4. Los flíaces

6.

Bibliografía

1.

El epigrama helenístico

En un principio, el término epígrama, así como epigraphé, hacía referencia a una inscripción en soporte duro de carácter más o menos efímero. Sin embargo, a partir de finales del s. IV a. C. y gracias a la difusión del papiro y otros materiales escrituarios blandos, desaparece la originaria idea de ‘incisión’ y nace el epigrama como forma literaria que conserva esta denominación porque presupone la ficción de que estaba

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grabado. En general, se trata de una poesía concentrada que intenta expresar contenidos heterogéneos en un espacio reducido, por lo que adopta la forma métrica del dístico elegíaco –si bien con algunas tentativas de innovación algo extravagantes. La esencia del género se resume, así, en una ilustradora definición de Cirilo recogida en A.P. IX, 369: “El epigrama perfecto es de dos versos: si llegas a tres, escribes una rapsodia, pero no un epigrama”. En cuanto a la temática, los tópicos varían desde los comienzos del género en función de la doble naturaleza de su origen. En efecto, si el texto se hallaba sobre un material de larga duración como la piedra, su contenido era generalmente fúnebre o dedicatorio, pero si estaba inciso en un soporte menos duradero como, por ejemplo, una copa, entonces su contenido se refería al contexto de su aparición, a saber, en el caso de la copa, el simposio. El epígrafe funerario, erigido habitualmente sobre una tumba, tenía por función identificar al difunto con datos tales como el nombre (aunque unos pocos epigramas como A.P. XIII 23 carecen de él, quizás por la dificultad métrica que suponía adaptar el nombre del fallecido al verso), el sexo y la edad. Solían incluirse también algunos detalles sobre la vida del personaje que se limitaban, las más de las veces, a convenciones sociales. En otras ocasiones, el epigrama recreaba la forma en que el difunto había hallado la muerte. El epígrafe dedicatorio, por su parte, inscrito con frecuencia en la propia ofrenda votiva que servía de soporte, conmemoraba bien al autor, bien al destinatario y a menudo explicaba el motivo del homenaje. Con el paso del tiempo, el género epigráfico, que hundía sus raíces en los inicios de la historia de la escritura griega, alcanza su máximo esplendor y se desvincula de su sentido primigenio para convertirse en una práctica habitual del hombre helenístico que lo utiliza a modo de pasatiempo. Por ello, el yo del poeta, a menudo solapado en esta época, se manifiesta con más fuerza en la literatura epigramática, aunque, paradójicamente, muchos de los poemas conservados sean anónimos. Como resultado de la ingente producción que se acumula, surgen las antologías, quizás por influencia de las grandes ediciones de los líricos y los elegíacos arcaicos a cargo de los filólogos alejandrinos. Estas nuevas antologías, a menudo elaboradas por los propios poetas que reúnen composiciones suyas y/o ajenas, tuvieron sus precedentes en las recopilaciones de textos epigráficos que empezaron a circular desde comienzos del s. IV a. C. Así, en la primera mitad del s. III a. C., Filócoro elaboró una colección de Epigramas áticos que pudo servir como repertorio de ejemplos reales para los epigramáticos helenísticos constituyendo, en palabras de Fantuzzi-Hunter (2002: 403), el “último grito” en materia de epigramas sepulcrales. Abundan en ella asimismo los poemas descriptivos de acuerdo con el gusto helenístico por la écfrasis de obras de

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arte, especialmente pinturas y esculturas (A.P. IX 221 o 776), las alabanzas a los artistas (A.P. IX 728 o XVI 81) y literatos (A.P. XI 20 o XVI 305) y la recreación de temas mitológicos (A.P. VII 147 o IX 556) junto a otros de carácter didáctico (A.P. IX 8 o X 103) o propios de la moral tradicional griega (A.P. XI 348 o VII 384). De este modo, convergen poco a poco en la poesía epigramática helenística elementos procedentes tanto de los epitafios como de la lírica y la elegía erótica, especialmente de Simónides, Mimnermo y Teognis. Esta influencia incide, según acabamos de ver, en la brevedad, el metro y la temática que se extiende desde lo meramente funerario a lo erótico, lo convival y lo satírico. Pero, además de los temas característicos del mundo simposiacal como la música, el canto, la bebida o el amor y su sintomatología, los grandes asuntos de la poesía bucólica dejan también su huella en el epigrama. Por ejemplo, hallamos en la poesía del errante Leónidas de Tarento el ideal de la vida retirada, así como el deseo de descanso en algún lugar acogedor. Junto a la tranquilidad y el paisaje, la brevedad de la vida es otro tema recurrente, pues el carácter efímero de la existencia provoca un anhelo de reposo en el alma humana. Las eternas preocupaciones del hombre lo conducen ahora a un nuevo modo de vida, la aurea mediocritas, que se alza como ideal donde prima el encuentro con la paz interior, aún a costa de verse privado de grandes pasiones que podrían resultar, en principio, atractivas. En definitiva, los temas se repiten hasta la saciedad pero es que la calidad literaria no reside en la originalidad sino en la superación del modelo. De esta manera, gracias a las antologías de autores, en su mayoría pertenecientes a épocas posteriores, debemos la conservación de la poesía epigramática helenística. La primera de ellas fue la de Meleagro de Gádara en torno al 100 a. C. con epigramas propios, ajenos y anónimos, predominantemente helenísticos, pero también arcaicos y clásicos para los cuales empleó ediciones de filólogos alejandrinos, con un total de unos ochocientos poemas y más de setenta epigramatistas. En esta Corona, siguió el llamado orden alfabético relativo, basado en las letras iniciales de cada epigrama, método inaugurado por la filología helenística. Poco después, en época de Nerón (54-68 d. C.) y no en torno al 40 d. C. como tradicionalmente se creía, debemos situar la figura del epigramatista Filipo de Tesalónica, autor de otra Corona que seguía probablemente el mismo método de ordenación e incluía también la producción de Meleagro. La elegía introductoria (A.P. IV 2) nombra a catorce poetas, aunque él mismo deja abierta la posibilidad de incluir alguno más con lo que constituirían una totalidad de cincuenta y tres. De la mayoría de ellos apenas conocemos nada más que el nombre y la parte de su obra conservada, aunque de otros como Filodemo de Gádara nos ha llegado una información más abundante. De otro lado, el gramático Diogeniano compuso alrededor del 150 d. C.

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otra recopilación alfabética que incluye unos veinte poetas con el título, por primera vez, de Anthologion; Rufino y Estrabón de Sardes, ambos del s. II d. C., fueron también autores de compilaciones y Diógenes Laercio y Gregorio de Nacianzo elaboraron colecciones particulares, pero es con Paladas con quien se inicia un renacimiento del epigrama en torno al año 400 d. C. que se cultivará hasta Justiniano. El historiador Agacias, por su parte, elaboró una nueva colección titulada Ciclo o Colección cuya ordenación es, por primera vez, temática de acuerdo con el siguiente criterio: epigramas dedicatorios, descriptivos, fúnebres, anecdóticos, satíricos, amatorios y convivales. Unos siglos después, en torno al 900 d. C., Constantino Céfala, eclesiástico en Constantinopla, recopiló todo el material de Meleagro, Filipo y Agacias y lo clasificó en epigramas amatorios, fúnebres y epidícticos (libros V, VI, VII, IX de la A.P. y tal vez los IV y X-XII). Esta antología se perdió y fue rehecha y ampliada por un anónimo autor bizantino hacia el 980 d. C. tomando su nombre de la Biblioteca del conde Palatino de Heidelberg, de donde procede el único manuscrito que contiene también las Anacreónticas, además de otros textos. Consta de unos tres mil setecientos epigramas de unos trescientos cuarenta poetas y otros anónimos (casi 23.000 versos) que recogen quince siglos de producción epigramática. Veamos sus libros: I. Inscripciones cristianas de los s. IV-X; II. Descripción de las estatuas en el gimnasio Zeuxipo de Constantinopla, de Cristodoro de Copto; III. Inscripciones extraídas de los bajorrelieves de un templo de Cízico de época helenística; IV. El libro de los Proemios de Meleagro, Filipo y Agacias; V. Epigramas amatorios; VI. Dedicatorios; VII. Fúnebres; VIII. Cristianos, de Gregorio de Nacianzo; IX. Descriptivos; X. Sentenciosos y morales; XI. Convivales y satíricos; XII. Pederásticos de Estratón y de otros; XIII. Epigramas en metros varios; XIV. Aritméticos, enigmáticos, oraculares; XV. Varios, incluidos los figurativos; XVI. Appendix Planudea. En este último libro se recogen las trescientas ochenta y ocho composiciones ausentes en la A.P. pero que sí aparecen en la Antología Planudea, algo más reducida que la Palatina (unos 15.000 versos) y ordenada también por géneros, la cual debe su nombre al monje y filólogo bizantino Máximo Planudes, quien la elaboró en 1299 en Constantinopla. Finalmente, el manuscrito de la Antología Palatina, hallado en torno al año 1600, fue regalado por Maximiliano de Baviera al papa Gregorio XV. A continuación fue encuadernado en Roma con dos tomos de distinto tamaño que Napoleón se llevó a Francia en 1797 (tras su caída, el más pequeño de ellos permaneció en Paris, mientras que el mayor regresó a Heidelberg). En cuanto a los poetas epigramáticos, se clasificaron tradicionalmente de acuerdo con una distribución geográfica: la escuela jónico-alejandrina, de mejor

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calidad, estilo lapidario y temas teñidos de hedonismo; la escuela dórico-peloponésica, de estilo artificial y rebuscado, con una temática que oscila desde la sencillez estoica y la búsqueda de la serenidad bucólica hasta el sentimentalismo y la escuela sirofenicia, algo más tardía, caracterizada por un estilo exótico. Así, a la primera pertenecieron poetas oriundos de Asia Menor –como Duris, Hegemón, Arato, Asclepíades, Hédilo, Nicéneto, Menécrates, Fédimo, Diotimo, Nicandro de Colofón, Heráclito, Timnes– o llegados desde otros lugares –Posidipo, Calímaco, Glauco, Dioscórides y Zenódoto–. De todos ellos destacamos tres: Asclepíades, Posidipo y Hédilo. El primero nació en torno al año 320 a. C., vivió en Alejandría y fue amigo de los otros dos. Inventó el verso asclepiadeo, tan del gusto de Horacio, y de él la A.P. ha transmitido cuarenta y cinco epigramas sobre asuntos diversos. Uno de sus temas preferidos es el amor entendido como un juego junto a la volubilidad de las mujeres que, engañadoras y rebeldes, reflejan el ambiente de heteras. Así, el poeta se lamenta ante la puerta de la amada que sí se abre a otros. Es innovador con los aspectos que ancestralmente acompañaban al sentimiento amoroso, sobre todo, la muerte (A.P. V 85) y las jóvenes que no se preocupan demasiado por la fidelidad (A.P. V 153 y 158). El tema del vino es raro (A.P. XII 50, 135) y los epigramas sepulcrales algo más frecuentes (A.P. VII, 145, 217, 284, 500; XIII 23). Otros poemas reflejan aspectos realistas de la vida cotidiana (A.P. V 181, 185), mientras tres de ellos constituyen una exaltación literaria: a Erina (A.P. VII 21), a Hesíodo (A.P. IX 64) y a la Lide de Antímaco (A.P. IX 63). Posidipo nació en Pela en torno al 310 a. C. y luego viajó a Atenas (A.P. V 134) donde aprendió filosofía estoica de Zenón y Cleantes. Conoció a Asclepíades en Samos y estuvo también en Alejandría según él mismo refiere en no pocos poemas. Conservamos veintitrés epigramas (uno en Ateneo, dos en papiros y veinte en la A.P.). Se inspira para muchos de ellos en los de su amigo Asclepíades, a veces con una semejanza que no ofrece dudas, sobre todo en los de tema amoroso (A.P. XII 45). Otros son meros juegos cortesanos como el epigrama a la estatua de Afrodita, tan bella que parece la misma Berenice (A.P. XVI 68) o los que tratan de las obras del escultor Lisipo (A.P. XVI 119 y 275). Hédilo de Atenas o de Samos, hijo de la poetisa Hédile, vivió en Alejandría y conservamos de él diez epigramas (cinco en la A.P.). Coincide en los temas con Asclepíades que, por otra parte, son los comunes al género epigramático, con especial atención al vino y la glotonería. Así, por ejemplo, en A.P. IV 16 exalta el poder de inspiración que le proporciona el vino y en otro epigrama conservado gracias a Ateneo (345a) el poeta le pide a Clío que deposite su faja como prenda de que pagará todo el congrio que se ha comido.

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En la escuela del Peloponeso se insertan poetas procedentes del Peloponeso – Ánite, Mnasalces, Páncrates y, tal vez, Damageto–; de la Magna Grecia –Nosis, Leónidas, Teodóridas, Fanias o Mosco–; de las islas dóricas del Egeo meridional – Filetas, Nicias, Teócrito, Antágoras, Simias, Aristódico y Riano–; de Grecia central y septentrional –Faleco, probablemente Perses, Alejandro– junto a otros vinculados a la corte macedonia –Alceo y Samio–. Entre ellos destaca Leónidas de Tarento cuya actividad poética se sitúa entre los años 300 y 275 a. C., según se deduce de sus propias alusiones a hechos históricos. Conservamos de él unos ciento diez epigramas, en su mayoría fúnebres y dedicatorios. Destaca su simpatía por los pobres (A.P. VII 736) y son numerosos sus epigramas literarios: a Erina, Alcmán, Píndaro, Homero, Hiponacte, Arato, Anacreonte, etc. En tres poemas hallamos una cierta tendencia a lo macabro (A.P. VII 472, 478, 480) siendo los demás en todo monocordes a la tradición. Sin embargo, sus mejores composiciones son, sin duda, aquellas de tema intrascendente, como la descripción de la Anadiomenes de Apeles (A.P. XVI 182), el brotar de una fuente fresca a la Ninfa (A.P. IX 326) o el regreso al atardecer de las terneras sin el pastor fulminado bajo un árbol (A.P. VII 173). Nosis de Locros, poetisa de familia noble, vivió a fines del s. IV a. C. Según Meleagro su producción era primordialmente de tema amoroso pero los doce epigramas conservados en la A.P. son de tema literario sobre Safo (A.P. VII 718), Rintón (A.P. VII 414) o descripciones de retratos femeninos. En un epigrama de amor apasionado (A.P. V 170) exalta el amor como lo más dulce. A Ánite de Tegea (Arcadia) le erigieron sus conciudadanos una estatua en el año 290. Conservamos de ella veintiún epigramas que Meleagro comparó con los lirios purpúreos. Sus poemas patrióticos y de tinte épico no poseen tanta fuerza como los demás, teñidos de ternura, en los que cuenta la muerte prematura de dos jóvenes antes de su boda (A.P. VII 486, 490); la historia de un gallo degollado por un ladrón (A.P. VII 202) o cómo llora una niña ante sus dos juguetes muertos: un grillo y una cigarra (A.P. VII 190). Ánite pone de relieve el sentimiento de igualdad de los hombres ante la muerte en el epitafio de un esclavo que “muerto, vale tanto como el poderoso Darío” (A.P. VII 538). Hallamos también en su obra ecos de la poesía pastoril donde la naturaleza se confabula acogedora y sus versos influyeron en los epitafios de animales hasta Catulo. Tras el esplendor de la poesía del s. III a. C. sólo el epigrama sobrevive en el siglo siguiente, pero lo cierto es que la larga tradición epigramática proporcionaba un escaso margen para la innovación que se reducía a los detalles más personales. Las dos grandes figuras de este periodo proceden del mundo fenicio: Antípatro de Sidón y Meleagro de Gádara. Junto a ellas destacan también Filodemo de Gádara y Arquías

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de Antioquía. Antípatro nació en Tiro –según el epigrama A.P. VII 428 de Meleagro– en torno al año 170 a. C., fue maestro en Roma y murió alrededor del año 100 a. C. Cultivó, sobre todo, el epigrama dedicatorio y fúnebre de manera que, en no pocas ocasiones, se repite a sí mismo coincidiendo varios poemas sobre un argumento semejante con ecos de Leónidas. Así, por ejemplo, cinco epigramas están dedicados a Anacreonte (A.P. VII, 23, 26, 27, 29, 30) y cinco a la becerra de Mirón, mientras el epigrama A.P. IX, 151 sobre las ruinas de Corinto destaca bellamente el tema de la caducidad. Meleagro nació en Gádara, Palestina, en torno al 130 a. C. y vivió luego en Tiro y en Cos donde murió en el 60 a. C. Escribió una obra de juventud titulada Gracias, de carácter satírico-burlesco, en la que imitaba a Menipo, pero de ella nada queda. En Cos compuso la Corona de la que conservamos unos ciento treinta y cinco epigramas. El amor sencillo es tema principal de sus composiciones donde Eros hace de las suyas: se juega a los dados el alma del poeta (A.P. XII 47); se muestra burlón con quien cae presa de su pasión (A.P. V 176); quema el alma atormentada del poeta (A.P. V 57) y sale siempre victorioso, incluso en el Hades (A.P. XVI 213). Numerosos son los nombres femeninos ante los que sucumbe el autor arrebatado por las saetas del dios alado, aunque no exige fidelidad ni la sigue. Con todo, el dolor es al fin inevitable cuando se enamora de Heliodora y la quiere sólo para sí. Se ve poseído entonces por los celos, llora al ver cómo ella lo desdeña y trata de despreciarla en sus poemas dictados únicamente por el dolor (A.P. V 175). Toda la sintomatología de esta nueva situación se concentra en unos hermosos versos: las noches de soledad basculando entre los celos y la esperanza (A.P. V 166) o el doloroso recuerdo de la felicidad perdida (A.P. V 191). El s. I a. C. se caracteriza por una amplia divulgación del epigrama hasta el punto de que, según hemos visto, se convierte en un pasatiempo de práctica común. De esta guisa, ya no se considera al poeta como tal sólo por escribir epigramas sino que se exige una notable calidad para pertenecer a esta categoría. Se trata de un género ya consolidado que se cuenta entre los géneros mal llamados “menores” como la elegía con la que poseía importantes semejanzas. Se repiten inevitablemente los temas y las formas al mismo tiempo que las innovaciones se limitan a ciertas extravagancias en el terreno de lo formal. Veamos algunos de los autores más representativos de este periodo. Filodemo de Gádara vivió entre los años 110 y 35 a. C. Fue a Roma en torno al 75 a. C. y se acogió a la protección de los Pisones. También allí se relacionó con Horacio y Virgilio. Papiros hallados en Herculano, donde L. Calpurnio Pisón Cesonino le había regalado una villa, informan de la actividad filosófica que llevó a cabo. En total

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se han conservado unos treinta epigramas a través de la A.P. y un papiro (Pap. Oxyrh. 3724) testimonia ciento setenta y cinco epigramas de los que al menos veinticinco son con certeza suyos. Predomina en ellos el tema del amor: amor cortesano sin compromisos con mujeres fáciles (A.P. V 46, 308), dudas entre la hetera y la virgen (A.P. XIII 173) o exhortaciones al placer del momento (A.P. IX 412, 570). Destaca la invitación a Pisón (A.P. XI 44) y la exaltación de la belleza que se resiste al paso de los años (A.P. V 13). Arquías de Antioquía vivió aproximadamente entre los años 118 y 62 a. C. Obtuvo la ciudadanía de varios lugares, entre ellos Heraclea, ciudad federada de Roma. En la capital perteneció al círculo literario de Cicerón hasta que en el año 62 un tal Gracio lo acusó de haber usurpado la ciudadanía romana. Fue defendido por Cicerón que con su discurso lo hizo famoso. Conservamos de él veinticinco epigramas al estilo convencional. Antípatro de Tesalónica vivió en Roma en torno a los años 40-20 a. C. y fue cliente de Lucio Calpurnio Pisón, hijo del protector de Filodemo. Sobreviven de él unos cien epigramas en los que se observan ciertos destellos de innovación. Es un poeta adulador y pedigüeño que presenta mujeres fáciles (A.P. V 31, 109, IV 241, 420) y retoma el motivo de la decadencia reflejado en ciudades como Delos, las Cícladas y Anfípolis (A.P. IX 408, 421; VII 705) con un realismo teñido de mordacidad junto a un lenguaje sencillo y directo. Dedica también epigramas a personajes importantes de su entorno como Calpurnio Pisón (A.P. IX 428) o el rey tracio Cotis (A.P. XVI 75). Marco Argentario desarrolló su actividad

poética en época augústea.

Conservamos de él treinta y siete epigramas predominantemente dedicatorios y descriptivos y algunos sepulcrales con alguna originalidad en los de tema amoroso. Así, por ejemplo, reprocha en el epigrama A.P. V 32 a Melisa (la abeja) que posee tanto la miel como el aguijón del insecto que recrea su nombre y en A.P. V 89 afirma que es mejor amar a una mujer delgada porque al abrazarla se está más cerca de su alma. Aunque no sepamos mucho de ellos, la prolijidad de autores epigramáticos en lengua griega durante los últimos años de la época helenística ofrece un testimonio palpable de la difusión de este género, el cual no se vio oscurecido por el tremendo auge que experimentaba la prosa del momento. De este modo, el gusto por captar el momento presente e inmortalizar las eternas inquietudes del ser humano en forma epigramática siguió constituyendo una práctica habitual en los albores de la época imperial.

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2. La poesía dramática 2.1. Comedia Para distinguir la comedia posterior a la muerte de Alejandro, los estudiosos le dieron el nombre de Comedia Nueva pero, en realidad, no es sino una evolución de la Media que se desarrolló fundamentalmente en Atenas. De sus principales autores – Menandro, Dífilo, Filemón y Apolodoro–, apenas nos han llegado fragmentos y debemos nuestro conocimiento de lo que fue este género, sobre todo, a las veintiuna comedias de Plauto (220-180 a. C.), inspiradas en su mayoría en las de Menandro (342?-293 a. C.). Para el estudio de las obras del comediógrafo griego contamos con un códice del s. V d. C. con más de 5000 versos de cinco obras de las que conocemos cuatro títulos: El genio tutelar, El arbitraje, La trasquilada y La Samia. Veamos brevemente sus argumentos: -

El genio tutelar: La joven Plangón ha sido seducida por su vecino Fidias y Daos está dispuesto a cargar con el mochuelo con tal de casarse con ella. Al descubrirse la verdad, es verosímil que Fidias se casase con Plangón.

-

El arbitraje: El cocinero Carión quiere averiguar por qué Carisio, casado recientemente, anda con la hetera Habrótono. Su mujer Pánfila había tenido un niño y lo había expuesto pero lo que Carisio no sabe es que el niño era suyo, fruto de una juerga anterior al día de la boda.

-

La trasquilada: Ignorancia expone los antecedentes: una mujer ha encontrado dos gemelos abandonados, Glícera y Mosquión, hijos de un viudo arruinado, y entrega el niño a una mujer rica, Mírrina, y la niña al soldado corintio Polamón.

-

La Samia: Plagón, hija del pobre Nicérato, ha dado a luz un niño y Críside, hetera del rico Demeas, que ha tenido un parto malogrado, se presta a cuidarlo.

Como vemos, los temas reflejan la problemática de la vida ciudadana en la Atenas contemporánea donde el gran móvil es el dinero. Se dejan así de lado los asuntos míticos y políticos, preferidos en épocas anteriores, y se presentan predominantemente parejas de enamorados que luchan contra los obstáculos que impiden su feliz unión. Las obras se tiñen de un escepticismo y un racionalismo ausente en la literatura anterior y en la trama impera la Túche. Los personajes se visten de realismo y pertenecen en su mayoría al ámbito familiar. Encontramos, por tanto, al padre, a la madre o a la hija que, además, acostumbran a tener un nombre típico que los caracteriza (por ejemplo, el padre suele llamarse Demeas). Se trata, en

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definitiva, de reflejar las distintas capas sociales con una cierta intención moralizadora, de tal forma que, por ejemplo, las heteras despiertan simpatía y el trabajador es elogiado frente al vago. En cuanto a la forma, todas las comedias de Menandro que conocemos están divididas en cinco actos y este hecho debe extenderse, con probabilidad, al resto de la producción de la Comedia Nueva. A menudo se insertan monólogos dirigidos a los espectadores que justifican la entrada de un nuevo personaje o su caracterización, mientras que en escena hallamos habitualmente tres actores, si bien no se descarta que hubiera alguno más escuchando. El verso empleado es el trímetro yámbico, a veces el tetrámetro trocaico, siendo raro el hexámetro. La lengua, el ático de su tiempo con claras tendencias a la simplificación del sistema verbal y la sintaxis. Menandro –de quien se ha dicho que es un desengañado enamorado de la vida– fue muy respetado y admirado por el valor moral de sus obras y su pervivencia en Roma fue importante, sobre todo, según hemos visto, en Plauto y en Terencio. Influyó también en la novela griega, así como en la literatura europea cuyo ejemplo más representativo quizás sea el Misántropo de Molière. 2.2. Tragedia La tragedia había sido, desde sus orígenes, una creación propiamente ateniense que llevaba a escena problemas sociales de la época, aunque es posible que a finales del s. V a. C. ya se hiciesen algunas representaciones fuera del Ática lo cual se hizo cada vez más frecuente a lo largo del s. IV a. C. Después de las conquistas de Alejandro se escribieron y representaron tragedias por todas partes y empezaron a escenificarse adaptaciones latinas de tragedias griegas. De la producción del s. IV a. C. sobreviven algunos fragmentos citados en autores posteriores, algunas breves escenas de papiros y el Reso atribuido a Eurípides. De los siglos siguientes los fragmentos conservados son todavía menos numerosos y sólo cabe destacar la Exagogé de Ezequiel. Sabemos que la tragedia floreció en la Alejandría del s. III a. C. y testimonios tardíos colocan en tiempos de Ptolomeo II Filadelfo el grupo de poetas trágicos conocidos como “Pléyade”, pero no es seguro que este nombre remonte a la propia época ni que todos los poetas de la Pléyade hubieran trabajado efectivamente en Alejandría. Con todo, los componentes del grupo son los mismos en los distintos testimonios. Alejandro Etolo, miembro de la Pléyade, fue una figura relevante para la actividad filológica de los textos trágicos, como Licofrón de Cálcide –que también formaba parte del equipo– lo fue de los cómicos, aunque no está claro en qué consistió exactamente su trabajo. Paradójicamente, uno de los cantos más

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significativos de la época helenística es la Alejandra de Licofrón, el poeta cómico y filólogo a quien, según acabamos de ver, se atribuye la diórthosis alejandrina de los autores cómicos clásicos. La obra consta de 1474 trímetros yámbicos que conforman una sola rhesis en la que un siervo mandado por Casandra le refiere a Príamo la enigmática profecía que la sacerdotisa había pronunciado el día en que Paris partió hacia Esparta. A excepción del marco narrativo del esclavo, el canto entero consiste en la profecía de Casandra en estilo directo. El principal problema de esta obra lo constituye la época y la paternidad. Ya los antiguos se habían dado cuenta de que el pasaje sobre la leyenda de la Roma arcaica (vv. 1226-80), introducido para anticipar que la potencia de la Urbe habría sido destinada para compensar la pérdida de Troya, no es fácil de conciliar con la época de Filadelfo. Por tanto, al menos estos datos debieron de ser escritos por otro autor. Si la obra pertenece en su totalidad o en parte a los siglos III o II a. C. ha sido tema de estudio y debate entre los investigadores. Sea como fuere, la tendencia general es la de aceptar un núcleo de la Alejandra, obra de Licofrón y perteneciente al s. III a. C. A juzgar por lo conservado, es verosímil que la tragedia helenística no se limitase a recrear famosas escenas de las tragedias clásicas, sino que, al igual que otros géneros poéticos, debió de hacer referencia también a problemas interpretativos. En lo referente a la forma, los fragmentos muestran una marcada tendencia a evitar la solución del yambo en tríbraco, así como la correptio ática en el interior del trímetro. Esta práctica, adoptada en la Casandra de Licofrón, acerca la tragedia helenística a los yambógrafos arcaicos a la vez que la aleja de los trágicos áticos de los siglos V y IV a. C. De hecho, esta práctica pudo deberse a una intención de distanciamiento de la lengua de la tragedia clásica y de la comedia. Por tanto, pese a la escasez de testimonios, existen fundadas razones para pensar que la tragedia había continuado siendo un género floreciente durante la época helenística. Lo más probable es que no sólo fuesen puestos en escena nuevos textos –algunos títulos de tragedia sugieren que sus contenidos se refieren a hechos contemporáneos o muy recientes–, sino que se representasen también obras clásicas del s. V a. C., de forma que la puesta en escena de fragmentos clásicos y la representación sin las partes corales son sólo dos de los nuevos tipos que pudieron ser habituales en el mundo helenístico. Cuando la tragedia fue extrapolada de su contexto festivo ateniense en honor de Dioniso, su estructura tuvo que adaptarse a las nuevas situaciones de representación y las tendencias generales de toda la poesía helenística también debieron de afectar de algún modo a la tragedia. Así, la reutilización de elementos procedentes de varias fuentes, las alusiones y las versiones

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poco conocidas del mito fueron quizás ingredientes habituales de las composiciones de la época.

2.3. Drama satírico Otra característica del teatro griego de los siglos IV

y III a. C. es el

predominio del drama satírico. Se sabe que al menos uno de los autores de la Pléyade que vivió en la Alejandría de Ptolomeo II Filadelfo, Sositeo, tuvo especial renombre en este género. El fragmento más extenso que de él se conserva consta de veintiún versos de un drama tal vez titulado Daphnis o Lityerses. En efecto, su forma, caracterizada por su arcaísmo, su mezcla de léxico, los contrastes de tono y estilo fueron muy del gusto de la época. Pero, al parecer, los dramas satíricos helenísticos no tuvieron mucho en común con los de épocas precedentes a no ser el coro de sátiros. 3. La poesía lírica De forma general, toda la poesía de época helenística se caracteriza por los mismos rasgos que el epilio, a saber, la agilidad y brevedad en la exposición, el aprecio por temas no trillados así como por episodios y personajes sin relieve, los comienzos y finales abruptos, el tono más dramático y realista que en épocas anteriores. La literatura se convierte en un género de evasión para el hombre que, desamparado por la desaparición de la polis, busca el camino de la ataraxia. De la poesía lírica propiamente dicha tenemos restos que testimonian la diversidad de sus formas y manifestaciones, aunque no siempre podemos estar seguros de fechar correctamente los fragmentos conservados. Han de incluirse bajo este epígrafe algunas composiciones líricas de carácter religioso, la mayoría de ellas procedentes de inscripciones –excepto dos que se han recuperado a través de papiros– especialmente interesantes para el conocimiento de la música griega por poseer, en ocasiones, notación musical. Veamos algunas de ellas: -

Peán a Apolo y Asclepio de Isilo de Epidauro, (Powell, pág. 132;

Diehl, 62, pág. 113), grabado en torno al 330 a. C. en las paredes del Asclepeion de Epidauro. A lo largo de veinticinco versos, Isilo pide protección y salud a Apolo Maleata y a Asclepio en nombre de la ciudad. Un preámbulo en troqueos de contenido político-moral introducen el peán seguidos de dieciséis hexámetros épicos que explican la situación festiva. La tercera parte recuerda la institución del culto a Apolo Maleata y sus relaciones con Asclepio. Siguen

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veintitrés versos con notas autobiográficas y el poema concluye con una dedicatoria. -

De la misma época es el Peán a Apolo y Asclepio de Macedónico de

Anfípolis (Powell, pág. 138; Diehl, 62, pág. 127), grabado en el Asclepeion de Atenas y hallado sobre una lápida copiada a fines del s. I a. C. Las treinta y cuatro líneas de ritmo dactílico invocan y celebran a Apolo Delio. -

El anónimo Himno a Zeus Dicteo (Powell, pág. 160; Diehl, 62, pág.

131), aparecido en Palaicastro de Creta, puede fecharse en los s. IV-III a. C., aunque nos ha llegado en dos redacciones del s. III d. C. Se trata de un himno de ritmo trocaico compuesto para ser cantado por los Curetes en honor de Zeus como “máximo Kouros”, visitante anual de la gruta dictea, a quien invitan a alegrarse con la danza y el canto. -

Al mismo período pertenece el anónimo Himno a los Dáctilos Dicteos

(Powell, pág. 171) de Eretria, en Eubea. Son treinta y cinco versos en honor de estos démones descendientes del héroe local Euriteo, ligados a Cibeles y considerados inventores de la metalurgia, sanadores y también magos. -

Entre los años 339 y 330 a. C. debemos fechar el Peán a Dioniso

(Powell, pág. 165; Diehl, 62, pág. 119) de Filodamo de Escarfia, de ritmos coriámbicos y esculpido en una lápida hallada en Delfos. Comienza con la invocación al dios y relata su llegada a los santuarios délfico y eleusino. En doce estrofas que testimonian la armonía entre lo apolíneo y lo dionisíaco, se enumeran los privilegios que los habitantes del lugar acordaron para el poeta y sus descendientes. -

Del anónimo Himno a Deméter (Diehl, 62, pág. 130; Page, pág. 408)

de un papiro egipcio del s. III a. C. sólo quedan los once primeros versos. En él, las abejas son sacerdotisas de la diosa y se aplica el sobrenombre de Agesilas a Plutón. -

Fílico de Cercira, uno de los poetas de la Pléyade trágica, es autor

del Himno a Deméter (Diehl, 62, pág. 158; Page, pág. 402) conservado en un papiro egipcio de fines del s. III a. C. Quedan sesenta y dos versos de lo que era un ejercicio literario, a juzgar por el metro rebuscado. Se trataba con toda probabilidad el tema del himno homérico a la diosa. -

De Aristónoo conservamos dos poemas: el Peán a Apolo y el Himno

a Hestia (Powell, pág. 162; Diehl, 62, pág. 134), ambos grabados en Delfos. El primero es de carácter literario con frecuentes hápax y guiños al prólogo de las Euménides de Esquilo. El segundo celebra a Hestia asociada al culto de Apolo.

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El Peán délfico (I) (Powell, pág. 141, con notación musical), del que

quedan unos veintinueve versos, fue compuesto en torno al 138 a. C. por un ateniense anónimo con motivo de una ceremonia en la ciudad. Tras la invocación a las Musas, se canta la llegada de Apolo a Delfos, su poder de adivinación como herencia de la serpiente profética que mató y la salvación del templo de la invasión de los gálatas el año 278. -

Del Peán délfico (II) (Powell, pág. 149) del ateniense Limenio quedan

cuarenta y nueve versos escritos con ocasión de una celebración el año 128 a. C. Se asemeja formalmente al peán anterior y posee, como aquél, notación musical. En general, estos documentos tienen valor bien por su información en materia musical, bien como testimonio de la himnografía religiosa, pues de la poesía sacra griega casi nada ha sobrevivido. De la restante producción poética apenas tenemos noticias, a no ser los escolios anónimos (Las Musas, Euforátide y Mnemósine) hallados en un papiro de Elefantina y tal vez compuestos por algún soldado mercenario; un himno a Pan y un ditirambo de Castorión de Solos que celebraba a Demetrio Falereo; una Tebaida y un himno al Amor en hexámetros de Antágoras de Rodas; unos cantos en priapeos de Eufronio de Quersoneso de los que sólo conservamos tres versos y una aretalogía de Isis y Serapis de un tal Mayistas preservada en el Serapeion de Delos. Del s. II a. C. se conservan numerosos fragmentos anónimos en metros de lo más variados, pero de la restante producción conocemos poco más que algunos nombres como el de Seleuco, autor de unos versos de carácter pederástico o el de Melino de Lesbos, autora de un canto a Roma de influencia sáfica, y quizás un tal Nicíades del que quedan unos fragmentos dedicados a una diosa de Paros. 4. La poesía elegíaca La elegía helenística, que no siempre se distingue claramente de la poesía epigramática a causa de su semejanza formal con ésta, emplea el dístico elegíaco heredado de la literatura arcaica. Pese a que la producción de la época debió de ser importante, lo que ha llegado a nosotros apenas puede ofrecernos una idea de conjunto y hemos de recurrir a la elegía latina –Catulo, Propercio, Tibulo y Ovidio, sobre todo–, de inspiración alejandrina, para imaginar lo que en realidad fue esta poesía. Veamos algunos de sus autores más representativos. Filetas, hijo de Telefo, nació en torno al año 330 a. C. en Cos, importante centro cultural en época helenística donde coincidió con notables intelectuales. Fue preceptor en Alejandría de Zenódoto y, alrededor del 300 a. C., de Ptolomeo II Filadelfo, aunque

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sabemos que regresó posteriormente a Cos y aleccionó allí a Hermesianacte y a Teócrito, entre otros. La anécdota relatada por Ateneo de que debía llevar suelas de plomo para que no lo arrastrara el viento es sin duda una exageración, aunque la fragilidad de su salud debía de ser bien conocida a juzgar por el testimonio de Plutarco (Mor. 791e). Sea cual fuere la causa, tras una vida dedicada al estudio, murió tempranamente, pues antes del 275 a. C. ya había fallecido. Hermesianacte recuerda en un poema la estatua de bronce que a título póstumo le erigieron los ciudadanos de Cos a la sombra de un plátano. Gracias a su discípulo conocemos también el nombre de su amada Batis, pero no es seguro que fuera un personaje real ni que hubiera elegías dedicadas a ella. La información acerca de su obra se la debemos a Estobeo, Ateneo y los Léxicos. Así, tenemos noticia de que se dedicó primordialmente a escribir Epigramas y Elegías entre otras composiciones como Deméter, Hermes, Télefo y Paignia y también obras en prosa entre las que se hallaban las Glosas misceláneas y una Interpretación. Sus Glosas, escritas a la manera helenística, consistían en un léxico de vocablos raros, mientras que su Interpretación se basaba en estudios sobre Homero y otros poetas y tal vez prosistas como Hecateo, pues más de un siglo después Aristarco escribió un tratado contra él. De sus producciones en prosa tan sólo han llegado treinta glosas y de sus obras en verso sólo veintisiete breves fragmentos. Parece ser que Deméter era una elegía en la que se relacionaba a la diosa con la isla de Cos, de acuerdo con una leyenda local. El Hermes, escrito en hexámetros épicos, trataba las aventuras de Ulises en el mar Tirreno con variantes cronológicas respecto a Homero que Licofrón emplearía después como modelo. Un fragmento del Télefo sitúa la boda de Jasón y Medea en el palacio de Alcínoo, en Corfú, a diferencia de Apolonio que la ubica en la cueva de la ninfa Macris. Uno de los dos fragmentos conservados de los Paignia, ambos en metro elegíaco, es una suerte de logogrifo, mientras el otro constituye una broma sobre el cactus, de origen siciliano y peligroso para los cervatillos. También compuso epigramas aunque los conservados (A.P. VI 210 y VII 481) son de autenticidad dudosa. Sin embargo, por lo poco que de él sabemos, se muestra como un poeta con las características de la nueva poesía que se dispone a hacer irrupción en la corte alejandrina: composiciones breves, elegancia formal que se antepone al contenido, empleo de leyendas locales y eruditas, escasas alusiones a hechos personales e inclusión de palabras raras procedentes de Homero y los trágicos. Por ello fue considerado precursor de los poetas helenísticos que, de hecho, lo mencionan como Calímaco en el prólogo de los Aitia, Teócrito en el Id. VII titulado Las Talisias donde afirma no atreverse a competir con él para no parecer una rana compitiendo con un grillo, Hermesianacte en su Leoncion o Euforión. Los gramáticos alejandrinos lo pusieron en segundo lugar después de Calímaco en el

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canon de los elegíacos. Con todo, sus obras se perdieron tempranamente y es posible que nunca llegaran a Roma pese a las alabanzas de Propercio, Ovidio y Estacio. Calímaco fue también autor de una colección de elegías –además de otros poemas elegíacos menores como Grafeon, Elegía para un triunfo en Nemea o La victoria de Sosibio–, en cuatro libros, que sumaban algo más de 4000 versos: los Aitia. De ellos quedan unos 100 fragmentos, muchos procedentes de papiros. Para algunos, la obra habría sido redactada en torno a los años 287-270 a. C., aunque esta hipótesis plantea ciertos problemas como la alusión a la vejez del poeta en el Prólogo, por lo que algunos estudiosos como Pfeiffer proponen que hubo dos ediciones y sólo en la segunda se habrían introducido el Prólogo contra los Telquines, el Rizo y el Epílogo. Hermesianacte nació en Colofón en torno al 300 a. C. y sólo sabemos que fue discípulo de Filetas en Cos. Se dedicó fundamentalmente a la poesía aunque tal vez fuera autor de una Historia de Persia. Escribió una colección de elegías en tres libros que recibe como título el nombre de su amada, Leoncion, una hetera cuya existencia real tampoco puede demostrarse. Gracias a Ateneo (597b-598b) podemos leer noventa y ocho versos del tercer libro. Se conserva, además, un breve fragmento del libro I que alude al Cíclope enamorado, otro a Dafnis y Menalcas y otro a Menalcas de Calcis, por lo que podemos suponer que esta primera parte trataba de amores pastoriles desdichados. En el libro II se narraba la historia de Arceofonte que murió de inanición a causa de su amor por la cruel Arsínoe, a quien Afrodita castigó convirtiéndola en piedra. También aquí se contaba la historia del amor de Leucipo por su hermana quien mató a su propio padre sin saberlo y luego huyó a Creta donde ayudado por la hija del rey, a su vez enamorada de él, se hizo dueño de la ciudad. Se narra también la historia de Sardes tomada por Ciro con ayuda de la hija de Creso, Nanide. El libro III contenía historias de amor en pocos versos de poetas y filósofos famosos como Orfeo, Museo, Hesíodo enamorado de Eea, Homero de Penélope, Mimnermo, Antímaco, Alceo de Safo, Anacreonte, Sófocles, Filoxeno, Filetas, Pitágoras, Sócrates y Aristipo. En ocasiones, el poeta interpela a su amada y tal vez narrase sus propias cuitas amorosas. Varios elementos típicamente alejandrinos convergen en su poesía: la erudición, la predilección por Hesíodo, la exaltación de Antímaco y el elogio de Filóxeno y de Filetas. El catálogo se antoja en general monótono por el estilo y el verso, cuyo pentámetro se estructura en dos mitades: la primera termina con el adjetivo y la segunda con el sustantivo que concierta con él. De Fanocles desconocemos la patria y la fecha exacta de su existencia aunque por ciertas similitudes que se observan con Filetas y Hermesianacte y el dato de que Apolonio de Rodas se vio influido por él, pensamos que fue algo más joven que Hermesianacte. Conservamos su elegía a la muerte de Orfeo gracias a Estobeo (LXIV

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14) que se incluía en una obra titulada Amores o los hermosos, según afirma Clemente de Alejandría. En ella narra la historia de Orfeo enamorado del joven Calais y despedazado por las mujeres tracias porque las despreciaba. Se trata de un tema erudito que se inserta en el gusto helenístico por el mito etiológico adornado de profusos detalles menores. Los vv. 1-10 tratan el amor y la muerte de Orfeo, los vv. 11-12 describen el viaje de la cabeza cortada y la lira a través del mar Egeo y su llegada a Lesbos, donde los habitantes le dan sepultura y colocan la cítara sobre el túmulo. Desde entonces (vv. 21-22), la isla es la más canora. La elegía se cierra con un motivo etiológico: las mujeres tracias llevan un tatuaje impuesto por los hombres por la muerte de Orfeo. En cuanto a la forma, observamos en su composición ciertos ecos de la poesía hesiódica con su fórmula catalogal y la introducción “o como”, lo mismo que la estructura del pentámetro al modo de Hermesianacte. Simias vivió en Rodas en torno al 300 a. C. y sabemos que escribió tres libros de Glosas y cuatro de Poesías varias. De su producción nos han llegado fragmentos poéticos en metro épico de Apolo, Gorgo, Meses, así como de poemas líricos en diferentes versos y algunos epigramas, en su mayoría fúnebres, recogidos en la Antología Palatina. Conservamos también tres Technopaegnia titulados Alas, Hacha y Huevo cuyos versos se disponen de tal manera que reproducen el objeto nombrado en el título, al modo de la Siringa de Teócrito. Se trata, en general, de una erudición inaccesible donde predominan las palabras raras, los motivos etiológicos y algunas rebuscadas innovaciones métricas. Alejandro Etolo, nacido en Pleurón, desarrolló su actividad alrededor del 280 a. C. Según hemos visto ya al tratar la poesía dramática, fue incluido en la Pléyade de los siete trágicos que intentaron revivir la tragedia y trabajó en la Biblioteca de Alejandría donde ordenó y catalogó las obras de carácter trágico y satírico. En torno al 275 a. C. se trasladó a la corte de Antígono Gonatas en Macedonia por motivos que ignoramos. De su producción poco se ha conservado. Tan sólo conocemos un título, Los jugadores de astrágalo, que versaba sobre la juventud de Patroclo y tenemos constancia de dos de sus elegías, Apolo y Musas, de algunos epigramas de carácter lascivo, así como de unos Poemas jónicos, que imitaban a Sotades. Del Apolo nos han llegado treinta y cuatro versos gracias a Partenio y su novedad consiste en narrar diversas historias que tienen en común el presentarse en forma de vaticinio del dios. El fragmento cuenta la historia de Anteo de Halicarnaso muerto por la esposa del rey de Mileto, Cleoboya, por haber rechazado sus amores, tras lo cual ella se ahorca. De la elegía titulada Musas se conservan unos veinte versos y se trataba en ella de los poetas más famosos, entre los cuales se hallaban Timoteo y Mimnermo. Además de estas obras, parece que escribió un poema astrológico de carácter didáctico titulado

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Fenómenos y epilios al estilo de El habitante del mar del que conservamos cinco hexámetros y que trata el tema de Glauco convertido en dios tras probar la hierba de la isla de los bienaventurados. Características helenísticas de este poeta son la estructura rebuscada, la erudición y el gusto por versiones poco conocidas de las leyendas. Partenio de Nicea se sitúa en el último periodo de la época helenística. En el año 73 a. C. llegó como prisionero a Roma en la tercera guerra de Mitrídates donde tuvo la oportunidad de introducir nuevas ideas literarias. En Nápoles conoció a Virgilio e influyó considerablemente en los poetas neotéricos. Entre sus obras destacan un Epicedio de Arete en tres libros, colección de elegías en memoria de su difunta esposa y de algunos amigos; poemas elegíacos como Afrodita, Delos, Crinágoras y Las leucadias y piezas diversas como Antipe, Heracles, Idolófanes, Ificlo o Las Metamorfosis, entre otras. Su predilección por las glosas despertó el interés de los lexicógrafos que han transmitido los textos conservados. De su creación nos han llegado unos treinta fragmentos de no más de seis versos el más extenso donde apreciamos las características más genuinamente alejandrinas. Contamos también, de modo incompleto, con una colección de treinta y seis Historias patéticas de amor en prosa que dedicó a su amigo Cornelio Galo, inspirados en poetas e historiadores helenísticos. Además de éstos, tenemos igualmente constancia de autores que, si bien destacaron sobre todo en otros géneros literarios, también dedicaron parte importante de su obra a la poesía elegíaca. Entre ellos debemos mencionar a Posidipo de Pela, famoso como epigramatista, pero también autor elegíaco de renombre de quien conservamos dos elegías en estado fragmentario. Una ofrece el esquema tradicional con invocación a las Musas y sphragís o sello, mientras la otra resulta formalmente problemática. Junto a Posidipo, recordaremos a también a Diodoro de Elea, autor de elegías sobre Apolo y Dafne y a Símilo que trató anacrónicamente el tema de la traidora Tarpeya, pues la situó, no en tiempos de la fundación de Roma, sino ante los galos sitiadores de la urbe. 5. La poesía yámbica Hemos de advertir, ante todo, que a menudo se identifica, ya desde Arquíloco, el término yámbico con “satírico” por lo que hallaremos bajo este epígrafe composiciones de otros ritmos como el dactílico. 5.1.

La poesía filosófica

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Por una parte, en el s. III a. C. se aprecia una tendencia moralizante en el ámbito de la filosofía que alcanzará su máxima expresión en época imperial. Influyen de modo especial las corrientes cínica y estoica, lo cual tiene su repercusión en las formas de expresión literaria. Así, en prosa, es la diatriba el marco en el que se insertan las nuevas críticas de Bión de Borístenes y Crates, entre otros, y en poesía, el yambo. Entre medias se halla la satura menipea, mezcla de prosa y verso, inventada por el cínico Menipo. Entre los poetas, contamos con Cércidas de Megalópolis, que participó activamente en las campañas militares de su tiempo: fue enviado como embajador de Arato de Sición ante Antígono Dosón en el 226 a. C. y tomó parte en la batalla de Selasia (cf. Polibio, II, 65, 3) en calidad de comandante cuatro años después. Casi todo lo conservado lo debemos a un papiro de Oxirrinco que nos ha transmitido unos doscientos versos de los Meliambos, término que ha sido definido como “composición en metro lírico de contenido yámbico”. Un fragmento de otra obra de carácter satírico, los Yambos, es citado por Ateneo y permite reconocer su versificación en escazontes. El fragmento I trata el tema de la injusta distribución de la riqueza con el consiguiente reproche a la inacción de la divinidad. El segundo poema, cuyo comienzo conservamos, muestra que este tipo de composiciones carecía de título y nos acerca al tema, retomado por Horacio, de la Venus parabilis. Se trata de los asuntos de la diatriba cínica con el vestido de la poesía helenística: metro inusual, citas eruditas, dialecto dórico con mezclas jónicas y palabras compuestas extensas al modo de los cómicos “monstruos” aristofánicos. Fue apreciado por Gregorio Nacianceno y profusamente imitado. Fénix de Colofón, que debió de nacer sobre el 310 a. C., escribió también yambos escazontes en dialecto jónico, aunque de tono algo distinto. Ateneo ha conservado cinco fragmentos de algo más de cincuenta versos, uno de los cuales (fr. 3, 1-3) comienza en tono de fábula antigua y se refiere a la inutilidad de los bienes materiales. El tema de la injusta riqueza reaparece en el fr. 1, 18-21. Pero el fragmento más famoso es el de los recolectores “de la corneja”, costumbre rodia según la cual iban de casa en casa augurando felicidad (fr. 2, 8-17). De Cleantes de Aso, cínico estoico que vivió entre los años 332 y 232 a. C. conservamos dos breves textos hexamétricos y ocho en trímetros yámbicos entre los que destaca una larga lista de definiciones del bien y un diálogo entre la Pasión y la Razón. Sotades de Maronea atacó, según Ateneo (620f-621b), a Lisímaco junto a otros hombres ilustres, motivo por el cual se vio en la necesidad de huir a Alejandría. Allí también se burló de Ptolomeo II Filadelfo por desposar a su hermana Arsínoe (cf. Plut.,

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De lib. educ.11a) y, como consecuencia, fue encerrado en un ánfora y arrojado al mar. Conocido principalmente por sus licenciosos “cantos jónicos” o Sotadea, sabemos que compuso también una parodia de la Ilíada en el metro que tomó su nombre –un tetrámetro jónico a maiore con un espondeo en el último pie–, junto a otras obras como La amazona, Adonis, Príapo, El descenso al Hades y A Beléstica. Con todo, no debemos considerar como auténticos los setenta versos de la Sotadea que Estobeo le atribuye, pues pertenecen seguramente a la época romana. Por último, debemos mencionar en este apartado el conjunto de sentencias moralizantes en tetrámetros trocaicos catalécticos y dialecto dórico, atribuidas erróneamente a Epicarmo, que continúan la tradición iniciada a fines del s. V a. C. por el flautista Crisógono, ya que el autor de esta colección de unas treinta máximas fue Axiopisto de Locris o Sición que debió de vivir en torno al 300 a. C. 5.2. Los Yambos de Calímaco Los Yambos de Calímaco son unas composiciones de tono personal de entre 130 y 40 versos yámbicos en las que su autor toma como modelo a Hiponacte. Con todo, hemos de tener en cuenta que hablamos de modelo porque la convención literaria así lo exigía, pero, en realidad, el verso del poeta alejandrino es muy distinto del que exhibe su predecesor, pese a que algunos de los temas resulten coincidentes como el de la pobreza o la invectiva a otros artistas. En cuanto a la extensión de la obra, las Diegeseis del papiro de Milán incluyen diecisiete composiciones entre Aitia y Hécale, cuatro de las cuales han provocado la división entre los estudiosos, ya que no está claro si deben incluirse o no en el conjunto de los Yambos. En cualquier caso, lo cierto es que los Yambos I-XIII conforman una indiscutible unidad y por este motivo la mayoría de críticos considera exclusivamente estos poemas como parte de la obra original. Respecto a la forma, los Yambos constituyen, a grandes rasgos, una poesía experimental donde impera el principio de la variedad sin que ello obste para la unidad del conjunto. Podríamos resumir así sus características: tono frecuentemente alegórico, énfasis en el asunto de la polémica literaria, importancia del erotismo, interés por el aition y presencia importante de la fábula. En definitiva, son los rasgos de la poesía alejandrina en general con ecos de la Comedia Antigua y puntos de contacto con la diatriba cínica. 5.3. Mimo Si bien para hablar de mimos debemos remontarnos a Sofrón de Siracusa, contemporáneo de Eurípides, y detenernos en su influencia en Teócrito –cuyos Idilios

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II y XV pertenecen sin duda al género mímico–, nos ocuparemos en este epígrafe sólo de las piezas compuestas en verso yámbico. Así pues, en 1891 se publicó un papiro egipcio del s. I d. C. con siete composiciones completas y fragmentos de una octava pertenecientes al hasta entonces casi desconocido Herodas. Nació probablemente en Cos y su actividad se sitúa en la primera mitad del s. III a. C. Sus poemas en lengua jónica fueron denominados Mimiambos por la tradición y estaban constituidos por un centenar de yambos escazontes o coliambos, invento de Hiponacte. Se trata de cuadritos de sumo realismo en los que hallamos los personajes de la vida cotidiana descritos con las mejores notas de veracidad, hasta el punto de que incluso se reflejan aspectos obscenos, siguiendo también en ello a Hiponacte. En principio estas composiciones fueron escritas para ser leídas aunque después haya habido intentos de representarlas. El Mimo I, La Tentadora o La Alcahueta, trata de cómo la vieja Gílide intenta que Métrique se deje seducir por un pretendiente durante la prolongada ausencia de su marido pero ésta se mantiene fiel y firme en su postura. En el Mimo II, El dueño del burdel,

Bátaro acusa ante un tribunal a un cliente violento haciendo gala de la

dignidad de su profesión. En el Mimo III, El maestro de escuela, dialogan el maestro Lamprisco y Metrotina, madre de Cótalo, la cual debe pagar por los daños causados por su hijo. Ella le pide al maestro castigo corporal para el chico. El Mimo IV, Las mujeres que ofrecen sacrificio a Asclepio, dos amigas, antes del rito que se celebra en el Asclepeion de Cos admiran las obras de arte expuestas. El Mimo V, La celosa, describe a Bitina celosa de su esclavo y amante Gatrón porque sospecha que le es infiel. En el Mimo VI, Las amigas o Las mujeres en conversación secreta, presenta al zapatero Cerdón y a una mujer, Metro, lo mismo que en el Mimo VII, El zapatero. El mutilado Mimo VIII, El sueño, plantea problemas de interpretación. El protagonista tiene un sueño en el que arrastra un macho cabrío por un desfiladero donde algunos pastores se hallaban tocando sus instrumentos. El animal escapa destrozando las plantas y los pastores lo matan y hacen un odre con su piel sobre el que juegan a mantener el equilibrio. Vence el protagonista pero un viejo se opone a entregarle el premio. Se dirigen entonces a otro personaje que ha de juzgar la escena de modo objetivo. Tras unas lagunas se ofrece la interpretación del sueño, según la cual el animal representa la promesa de un don de Dioniso y su matanza significa que los críticos despedazarán los poemas. Sin embargo, sus yambos le otorgarán finalmente la gloria. Del Mimo IX, Las mujeres en el almuerzo, apenas conservamos nada, lo mismo que de otras dos obras, Molpino y Las compañeras de labor. Algunos papiros ofrecen fragmentos del tardío mimo helenístico de gran auge en Egipto. Del s. II-I a. C. tenemos un fragmento de diálogo entre un hombre ebrio

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enamorado y un abstemio; del s. I d. C. un muchacho lamentándose por la pérdida de un gallo; del s. II d. C. el anónimo Caritión, que describe los avatares de la joven heroína griega en manos de un rey bárbaro, parodia de Ifigenia en Táuride de Eurípides. El realismo se extiende al rey que por su habla despierta cierta comicidad. Al s. II d. C. pertenece La adúltera donde una vieja casada castiga a su esclavo Esopo por haberla traicionado con la esclava Apolonia, con ciertos ecos de la Medea de Eurípides. Esta composición es testimonio además de la transición entre el mimo y la pantomima que se desarrollará en Roma y Bizancio hasta Justiniano. 5.4. Flíaces Un género peculiar de la Magna Grecia es el de los flíaces, en dialecto dórico local de Tarento y metro yámbico libre, que toman su nombre de Flíax, una divinidad menor, y designan tanto a los actores como a las farsas que representaban. En origen parecen guardar relación con Dioniso, a juzgar por las numerosas representaciones de vasos en las que forman el cortejo del dios. Tuvieron desde el s. V a. C. una larga evolución popular hasta que Rintón de Tarento o Siracusa los elevó a categoría literaria. Rintón vivió en tiempos de Ptolomeo I a comienzos del s. III a. C. Compuso treinta y ocho dramas de los que quedan veintiocho fragmentos breves y nueve títulos entre los que se hallan Anfitrión –conocido y tal vez utilizado por Plauto–, Heracles, Ifigenia en Áulide, Ifigenia en Táuride, Medea, Meleagro esclavo, Orestes y Télefo, nombres que nos remiten directamente a la parodia de Eurípides. Sus actores, dotados de un falo erecto o no pero bien visible y con un vestido adherido al cuerpo, llevaban almohadillas en el vientre y el trasero para aumentar los efectos de comicidad. La escena se componía por lo general de un palco sobre estacas y columnitas en cuyo centro se elevaba con frecuencia una tarima con una escalerilla. Ateneo incluye también a Sópatro de Pafos entre los autores de flíaces, que vivió desde la época de Alejandro hasta la de Ptolomeo II (330-255 a. C.). Conservamos catorce títulos y veinticinco breves fragmentos en metro yámbico y lengua de la coiné. Los restos sugieren parodia euripídea (Hipólito, Medea), homérica (Nekyia), filosófica (Gálatas), etc. Otros fliacógrafos fueron Escira de Tarento, del s. III a. C., del que conservamos un solo título, Meleagro, con dos trímetros que parodian también a Eurípides, y Bleso de Capri de quien conocemos el título de Saturno y cinco breves fragmentos. 6. Bibliografía ALSINA, J. Literatura Griega, Contenido, problemas y métodos, Barcelona, 1967.

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