40 Cuentos Para Reavivar El Espíritu - JOAN CHITTISTER
January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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40 CUENTOS PARA REAVIVAR EL ESPÍRITU
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Amor Apertura Autoaceptación Belleza Bondad Celebración Comida y celebración Compromiso Consuelo Culpa Dar de comer al hambriento Discipulado El propósito de la vida El quid de la cuestión Elegir la vida Espiritualidad Estabilidad Honrar al otro Hospitalidad Humildad Iluminación La presencia de Dios 11
Libertad Los caminos de la vida Mentalidad abierta Misericordia Misticismo Muerte Naturaleza Orar con la Escritura Pasión Relaciones Risa Sábado Sabiduría Sencillez Ser imperfecto Ser uno mismo Sobre la felicidad Tiempo
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«los hizo seres humanos porque le gustan los cuentos», dijo el rabino Nachman. Y a nosotros, que estamos hechos a imagen de Dios, también nos gustan los cuentos. ¿Quién no tiene en el almacén de su memoria
Los lectores que hayan seguido los libros de Joan Chittister sabrán que le gustan los cuentos. Le gustan los cuentos emocionantes, esos que uno no se cansa de contar una y otra vez. Le gustan los cuentos que allanan el camino hacia lo que tiene sentido y razón de ser. Le gustan los cuentos que iluminan los oscuros recovecos del corazón. Le gustan los cuentos con los que se puede jugar, separando cada palabra e idea con toda libertad. Le gustan los cuentos de todas las tradiciones religiosas; todos los cuentos, dichos, mitos, fábulas, proverbios y parábolas. Joan Chittister sabe que aprendemos mejor con los cuentos. Un buen cuento es un tesoro por el que merece la pena vender todo cuanto se posee. Puede conmovernos hasta lo más profundo, hacernos repensar las viejas verdades, poner grandes preguntas en nuestro horizonte, inspirarnos para tratar de alcanzar aquello a lo que no llegamos. Este libro es prueba de que los cuentos hacen esto por Joan Chittister. La tradición judía enseña que la distancia más corta entre un ser humano y Dios es a 14
través de un relato. Veamos si es verdad. Mary Lou Kownacki, editora.
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AMOR
Ananda, el discípulo amado de Buda, preguntó una vez a su maestro por el lugar de la amistad en el itinerario espiritual. «Maestro, ¿es la amistad la mitad de la vida espiritual?», preguntó. Y el maestro respondió: «Más aún, Ananda, la amistad es toda la vida espiritual». EL amor es algo que solo se aprende con el largo y duro trabajo de la vida. A veces se termina antes de que ni siquiera sepamos que lo teníamos. A veces lo destruimos antes de valorarlo. A menudo lo damos por sobreentendido. Todo amor, suceda lo que suceda con él a largo plazo, nos enseña más acerca de nosotros mismos, nuestras necesidades, nuestras limitaciones y nuestro egocentrismo que cualquier otra cosa que podamos experimentar. Como decía Aldous Huxley: «No hay ninguna fórmula o método. Aprendes amando». Pero a veces, si somos afortunados, vivimos lo bastante como para crecer en el amor de tal manera que, gracias a él, logramos reconocer el valor de la vida. Según van pasando los años, llegamos a amar las flores y a los gatos, a los niños pequeños y a las ancianas... y a la única persona en la vida que sabe lo caliente que nos gusta el café. Aprendemos lo bastante acerca del amor como para permitir que las cosas vayan desapareciendo y nosotros nos disolvamos en el Dios cuyo amor ha hecho todo ello posible. A veces incluso encontramos un amor lo bastante profundo, amable y tierno como para apartarnos de las superficialidades de la vida, de todo cuanto nos mantiene cautivos de cosas que no pueden satisfacernos. A veces vivimos lo bastante como para ver el rostro de Dios en otra persona. Entonces, en ese caso, hemos amado. El amor no acaba nunca. 1 Corintios 13,8
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APERTURA
Érase una vez un hombre al que le desapareció un hacha que él sospechaba que se la había robado el hijo de su vecino. El muchacho caminaba como un ladrón y hablaba como un ladrón. Pero el hombre encontró el hacha cuando estaba cavando en el valle, y la siguiente vez que vio al hijo de su vecino, el muchacho caminaba y hablaba como cualquier otro chico. Lao Tsé LA anciana ascendió lentamente cojeando a una plataforma móvil, y allí permaneció mientras unos hombres la situaban frente al estrado del orador. Entonces, agarrándose al podio para moverse, se situó trabajosamente tras el micrófono. Yo me quejé interiormente: «¡Oh, no! ¡Otro discurso tipo "Cuando yo era joven.."!». Después de todo, ¿qué otra cosa podía decir una anciana en una reunión como aquella? Cuando empezó a hablar, dominó cada rincón de la sala, atrajo todas las miradas, controló cada pensamiento, calmó todos los movimientos. Nunca había escuchado un aplauso como el que sonó cuando terminó de hablar. Nunca había experimentado tal respeto por una persona viva. Una mujer. Una anciana. Y aquella noche aprendí mucho. Aprendí a no decidir si me gustaban o no las cosas antes de haberlas probado. El gobierno insiste en que todos los paquetes se etiqueten para que sepamos lo que contienen. Es una pena que no hagamos lo mismo con la gente. Como, por ejemplo: los tatuajes no son perjudiciales para tu salud; las trenzas no son perjudiciales para tu salud; el color no es peligroso para tu vida social; y la edad no es una enfermedad que afecte ni a la inteligencia ni a la eficacia. Podría ahorrarnos mucho tiempo y un montón de errores humanos. Mientras tanto, al parecer, solo la apertura puede salvarnos de nosotros mismos. «¿ Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?». (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Juan 4,9
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AUTOACEPTACIÓN
Un hombre que estaba sumamente orgulloso de un prado suyo se encontró con una enorme cantidad de dientes de león. Probó todos los métodos posibles para deshacerse de ellos, pero no había manera... Finalmente, escribió al Departamento de Agricultura, enumerando todos los métodos que había ensayado y finalizando la carta con esta pregunta: «¿Qué puedo hacer?». A su debido tiempo, llegó la respuesta: «Le sugerimos que empiecen a gustarle». EL autoconocimiento nos proporciona perspectiva, y la autoestima nos da confianza, pero es la autoaceptación la que nos proporciona la paz de corazón. Naturalmente, esto implica que me conozco y me valoro. Sin embargo, a no ser que pueda comenzar simplemente a aceptarme, es posible que ninguna de las dos dimensiones puedan adquirir vida en mí. Obviamente, aunque sepa quien soy, aunque admita la verdad acerca de mí, si no acepto lo que veo en ella, nunca podré nunca a valorarla verdaderamente. Peor aún, viviré con el temor de que alguna otra persona vea en mi interior y también me rechace. Pero ahí es precisamente donde el Dios que nos engendró, nuestro amoroso Dios Madre, se convierte en el fundamento, no en la amenaza, de nuestra vida. Dios sabe exactamente quiénes somos. Dios conoce nuestra fragilidad. Y la acepta. Y cosecha en ella. Dios nos ama, no a pesar de ella, sino debido a ella, al esfuerzo que implica y a la confianza que exige. Hay gloria en nuestro barro. Hay belleza en devenir. El esfuerzo desproporcionado es algo que a veces se da. Sé bueno contigo mismo. A fin de cuentas, seguimos siendo solamente humanos. Tú amas a quienes buscan la verdad, en mi interior me inculcas sabiduría, porque conoces mi fragilidad. Salmo 51,8
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BELLEZA
En 1976, en una cárcel llamada «Libertad». Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido, ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros. Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso «por tener ideas ideológicas», recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel. Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas: -¿ Son naranjas ?¿ Qué frutas son? La niña lo hace callar: -Ssshhhhh. Y en secreto le explica: -Bobo ¿no ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas. -Eduardo Galeano EL sentido de la belleza, nos dicen, es un instinto humano básico, la clase de cosa que nos separa de los animales, una especie de cualidad intrínseca del espíritu humano, la irreprimible expresión de la intuición contemplativa. Tiene algo que ver con el significado de estar vivo. Pero ¿es esto verdad? ¿Y cómo lo sabemos? Recuerdo haberme quedado impactada por un nuevo sentido de lo que significa ser humano en el entorno inhumano del peor barrio de chabolas de Haití. Allí las personas viven en chamizos de una sola habitación hechos de planchas de uralita sobre suelos de barro. Allí tienen y crían un hijo tras otro. Comen los deshechos de la sociedad. 23
Mendigan madera para cocinarlos. Duermen en medio de la suciedad, visten harapos, apenas sonríen y no saben leer. Pero en medio de esa degradación humana, pintan con brillantes colores luminosas escenas de una comunidad sana que ama y ríe. Tallan rostros. Pintan con colores estridentes en escudillas hechas de coco. Cantan con tambores en las desnudas montañas, elevando el grito del cora zón humano. Producen belleza desafiando lo que supone vivir una vida horrible y olvidada, ajena a lo que los Estados Unidos, el país más rico del mundo, ha conocido nunca. Son signo de lo que una sociedad que puede producir tal belleza es capaz en cuanto a infinito potencial humano, por mucha lucha que se precise para llevarlo a plenitud. Son un signo de posibilidad, aspiración y humanidad que no hay en el mundo chabolas, armas, pobreza o hambre que puedan aplastar. Dios ha hecho todas las cosas hermosas a su tiempo. Eclesiastés 3,11
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BONDAD
Había sido tan mala que en toda su vida solo había hecho una buena acción: dar una cebolla a un mendigo. De manera que fue al infierno. Cuando estaba en medio de los tormentos, vio cómo un ángel descendía del cielo portando la cebolla. Se agarró a ella, y el ángel comenzó a tirar. Los otros condenados vieron lo que estaba sucediendo y también se agarraron. Ella se indignó y gritó: «¡Soltaos, es mi cebolla!»; y en cuanto dijo «mi cebolla», el tallo se rompió, y él cayó de nuevo entre las llamas. SHAKESPEARE habla en Hamlet de todo cuanto necesitamos saber acerca de la tensión entre lo que es simple bondad y lo que es verdadera bondad. En el acto primero, escena quinta, Hamlet dice: «Uno puede sonreír sin parar y ser un infame». La idea, a primera vista, parece obvia, pero el truco consiste en que evitemos la trampa de la virtud degenerada. Cuando la Iglesia protege a los sacerdotes pedófilos, a fin de salvar a la Iglesia, en lugar de a los niños, el instinto puede ser comprensible, pero no está bien. Cuando el jesuita Dan Berrigan pasó siete años en la cárcel por protestar contra las armas nucleares, con el fin de llamar la atención del país sobre los devastadores efectos del armamento nuclear sobre los niños de todos los lugares, tanto de aquí como de las zonas de guerra, la bondad, la generosidad y el amor resplandecieron en una llamarada que se vio en todo el orbe. En lo más profundo de nuestro interior siempre sabemos la diferencia entre lo bueno y lo realmente bueno. En lo más profundo podemos siempre detectar la virtud degenerada, aun cuando no podamos verla. En una sociedad repleta de riqueza empresarial y pobre en servicios sociales, podemos ver la distancia entre la bondad y la grandeza, entre la compasión que es real y esa forma de humanidad que es poco común. Vosotros sois la luz del mundo... Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre. Mateo 5,14.16
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CELEBRACIÓN
En cierta ocasión, una pequeña aldea tuvo noticia de que un gran sabio iba a visitarla. El sabio, o «zaddick», había prometido responder cualquier pregunta que pudieran hacerle acerca de Dios. Los habitantes de la aldea se sentían enormemente honrados por la visita, pero, con el paso del tiempo, una curiosa ansiedad comenzó a apoderarse de ellos. La única pregunta que se les ocurría era: «¿ Qué clase de pregunta hacerle a un zaddick?». Cuando llegó el día de la visita del zaddick, la gente estaba tan azorada que no podía ni pensar ni decir palabra. Se sentaron, pues, avergonzados y en silencio, mientras un anciano de luenga barba con una capa harapienta avanzaba tranquilamente y se situaba ante ellos. El silencio proseguía. La vergüenza aumentaba. El zaddick esperaba pacientemente, pero nadie se atrevía a mirarle. El zaddick echó un vistazo a la gente. Alzó una ceja, y su boca esbozó una ligera sonrisa. Y empezó a canturrear, al principio suavemente, pero después cada vez con mayor fuerza. Se puso a golpear rítmicamente en el suelo con el pie, y de repente, como si no hubiera manera de impedirlo, rompió a cantar. La gente se olvidó de sí misma al sentir fluir hacia ellos la alegría del zaddick. Se pusieron a cantar con él; y antes de darse cuenta, estaban en pie y bailando. Cantaban y bailaban a Dios y ante Dios y con Dios, sin detenerse hasta que nada, sino el gozo de Dios, tuvo sentido. El sabio dio unas palmadas para que se detuvieran y dijo: «Confío en que esto responda a vuestra pregunta». TRABAJO, juego y celebración son cosas muy distintas. Entregar la vida al trabajo es fácil. Estamos, como sociedad, centrados en el trabajo. También, como personas, sabemos cómo jugar. Siempre que el juego esté estructurado, se nos da muy bien, como participantes o como espectadores habituales cada temporada. Lo que no hacemos tan bien como trabajar y jugar es celebrar. La celebración - a diferencia del trabajo y el juego - no piensa en el producto ni en un trofeo que coleccionar. Entonces, ¿por qué celebrar?; ¿para qué sirve? La celebración consiste en aprender a reconocer los dones de la vida. A no ser que podamos celebrar los dones en que estamos diariamente inmersos, aunque de manera 28
inconsciente - el olor del pan recién hecho, la comprensión de los amigos, el lujo del silencio, los talentos de nuestros hijos, la bondad de nuestros vecinos, la dignidad de nuestra vida...-, la vida se nos escapa. La falta de celebración en la vida es signo de que nos falta la dimensión contemplativa de la vida. ¿Por qué? Porque para el contemplativo - la persona que ha llegado a ver la vida tal como Dios la ve - es de crucial importancia ver la bondad de la creación y volverse loco de alegría por ella. La celebración es el don del gozo entusiasmado, el don de una vida sana. Preparará nuestro Dios para todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados. Isaías 25,6
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COMIDA Y CELEBRACIÓN
En Vietnam hay una popular y tradicional imagen de la diferencia entre el cielo y el infierno. En el infierno, la gente dispone de palillos de un kilómetro de largo, de manera que no pueden llevárselos a la boca. En el cielo, los palillos son igual de largos, pero las personas se alimentan unas a otras. UN día, en uno de esos grandes juegos que consisten en hacer inventario de la vida y que se han hecho tan populares en una época de psicología humanista y ejercicios de desarrollo personal, asistía yo a un seminario en el que se nos pedía que hiciéramos la lista de nuestros diez recuerdos más preciados. Era fácil. Yo los anoté rápidamente. Y todos incluían comida: picnics veraniegos en la península, los velatorios de nuestra familia irlandesa, las tostadas con canela de mi padre, empaquetar sandwiches para nuestras salidas a pescar, el olor del guiso de ostras de mi madre... No me llevó mucho tiempo comprender que no era la comida lo que yo recordaba. Era la ocasión la que significaba todo, año tras año. Todas aquellas cosas habían marcado mi camino por la vida. Eran las cosas que yo esperaba. Eran los momentos que hacían la vida especial, y la familia real, y la vida divertida. La comida era simplemente signo de que todas esas cosas seguían siendo seguras, seguían funcionando, seguían constituyendo la esencia de la vida. El guiso de ostras y la sandía, el pan fresco para sandwiches y la botella de vino que los acompañaba, el olor del jamón navideño y del pavo del Día de Acción de Gracias, las vacaciones, los cumpleaños, los picnics y las especialidades familiares servidas para seguirnos recordando la gloria de Dios, la generosidad de Dios, la bienaventuranza de la vida, la prueba de que la vida, en último término, es siempre buena. El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Mateo 22,2
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COMPROMISO
Una mujer en proceso de búsqueda que llevaba muchos años llamando a Dios, finalmente escucha una voz interior: «¿ Quién está ahí?». «Por fin piensa, y responde alegremente, Dios, soy yo». Pero se encuentra con el silencio. La puerta de la iluminación permanece cerrada. Pasan los años, y la mujer sigue meditando y llamando a Dios con renovada pasión. Finalmente, sin previo aviso, escucha la voz de nuevo: «¿ Quién está ahí?». Esta vez, sin vacilación, responde: «Solo Tú». La puerta se abre y se funde con Dios. EL compromiso es esa característica de la vida que depende más de la capacidad de esperar que algo llegue a su plenitud - pasando por días buenos y malos - que de poder mantener una emoción extrema durante un largo periodo de tiempo. Cuando el trabajo deja de parecer bueno, cuando orar por la paz no lleva a ninguna parte, cuando los planes y las esperanzas son peores que el fracaso - porque se vienen abajo después de haber comenzado bien-, es cuando empieza realmente el compromiso. Cuando el entusiasmo se desvanece, y el amor romántico muere, y la apatía moral - una debilitadora pérdida de sentido y energía - se instala, estamos en el punto en que se nos pide que transformemos la aventura en compromiso. El compromiso es esa característica de la naturaleza humana que nos dice que no contemos los días, los meses o los años, las conversaciones, los esfuerzos o los rechazos, sino que simplemente sigamos adelante hasta que «todas las cosas lleguen a su madurez», hasta que todo esté preparado, hasta que todos los corazones estén a la espera de que la Palabra de Dios se cumpla en esa situación. Cuando nos sentimos más descorazonados, más fatigados y más solos, es precisamente cuando no debemos abandonar. Aguardo anhelante a Yahv é, espero en su palabra. Salmo 130,5
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CONSUELO
Un antiguo cuento jasídico nos dice que en otro tiempo la congregación judía de una localidad estaba muy preocupada por la desaparición de su rabino todos los sábados por la noche. ¿Iba a cantar con los ángeles?; ¿iba a orar con Elías?; ¿iba a comunicarse directamente con Dios?... Después de meses de que esto ocurriera, finalmente enviaron a alguien a seguirle para que les informara de adónde iba el rabino. De manera que la siguiente noche de sábado, el rabino tomó un camino de la montaña, ascendiendo a la cima hasta una casita al lado del acantilado. Y allí, como vio el observador por la ventana, yacía en cama una anciana gentil enferma. El rabino se puso a barrer el suelo, cortar madera, encender el fuego, hacer un gran puchero de estofado, lavar las sábanas... y después se marchó rápidamente para estar de vuelta en la sinagoga a la hora de las celebraciones matutinas. El observador regresó también sin aliento. «Y bien - quiso saber la congregación-, ¿va nuestro rabino al cielo?». El enviado a espiar al rabino reflexionó un momento. «No, amigos míos - dijo sonriendo suavemente-. Nuestro rabino va mucho más arriba que el cielo». EN la vida hay algunas clases de dolor que no pueden ser eliminadas: la pérdida, las heridas, el rechazo, la discapacidad... Pero quienes comparten el dolor ajeno saben lo que es hablar del amor de un Dios que no cambia las circunstancias que nos condicionan, sino que atraviesa con nosotros esas circunstancias, acompañándonos en cada paso del camino. El dolor es la dimensión de la vida humana que nos llama a dar y, algunas veces, a recibir esa atención incómoda, a menudo incompleta, pero siempre sanadora que consiste en sentarse simplemente con quienes están heridos. Verdaderamente, el consuelo es algo pequeño y tierno. Lo único que precisa es presencia asidua, escucha paciente y verdadero interés. Puede que por eso haya tan poco consuelo en el mundo, porque exige que salgamos de nosotros mismos y vayamos hacia el otro de un modo que no nos beneficia en absoluto. De hecho, el consuelo es algo sumamente caro. Compartir el dolor de otra persona abre el corazón del Dios que busca siempre entre nosotros el rostro más parecido al suyo. P.D.: La verdadera cuestión, si bien se piensa, es si la congregación se iba a quedar 35
con su antiguo rabino o a buscar uno nuevo, por el bien de la fe, por supuesto. Jesús lloró. Juan 11,33
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CULPA
En cierta ocasión, un hermano cometió un pecado en Scetis, y los ancianos se reunieron y enviaron a buscar al Abba Moses. Pero este no quiso acudir. Entonces el sacerdote le envió un mensaje que decía: «Ven, todo el mundo está esperándote». De modo que el Abba Moses se levantó para ir. Tomó un viejo cesto con agujeros, lo llenó de arena y lo llevó consigo. La gente que acudió a recibirle dijo: «¿Qué es esto, padre?». Entonces el anciano dijo: «Mis pecados vienen detrás de mí, pero yo no los veo. Y hoy he venido a juzgar los pecados de otro». Cuando oyeron esto, no dijeron nada al hermano y le perdonaron. LA culpa es una cosa muy graciosa. De hecho, recuerdo haberme reído mucho un día por un simple chiste: «He oído que ya no trabajas para ese psiquiatra. Pensaba que te gustaba el traba jo», dijo un amigo. «Y me gustaba», respondió ella. «Entonces, ¿por qué lo dejaste?», insistió su amigo. «Bueno, verás - dijo ella-, cuando llegaba tarde, él decía que yo era pasivo-agresiva. Cuando llegaba pronto, decía que era obsesivocompulsiva. Y cuando llegaba a la hora, decía que era anal-retentiva. Y eso es más culpabilidad de lo que una persona puede soportar en toda su vida, así que me marché». Este chiste nos ayuda a ver cómo la culpa, utilizada para controlar a una persona, puede ser un arma de terrible destrucción espiritual, además de psicológica. Empieza en rebajamiento y acaba en auto-odio. De esa clase de culpa hay que huir como de la peste. Por otro lado, la culpa - la consciencia de querer ser más de lo que somos - puede constituir un llamamiento a ser mucho mejor. Pero el verdadero propósito de la culpa es permitirnos recordar que no tenemos derecho a acusar a los demás. El propósito de la vida no es estar sin pecado. La vida consiste en ser bueno. Dichosos los que caminan rectamente, los que proceden en la ley de Yahvé. Salmo 119,1
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DAR DE COMER AL HAMBRIENTO
En cierta ocasión, durante el Gran Sábado, el rabino Roptchitz llegó a su casa de la sinagoga con paso cansino. «¿Qué has hecho para cansarte de ese modo?», le preguntó su esposa. «El sermón - respondió el rabino-. He tenido que hablar de los pobres y de sus muchas necesidades para la próxima Pascua. El pan ácimo, el vino y todo lo demás está terriblemente caro este año». «¿Y qué has logrado con tu sermón?» - le preguntó su mujer-. «La mitad de lo necesario - respondió el rabino-. Los pobres están ya dispuestos a recibir. En cuanto a la otra mitad, si los ricos están dispuestos a dar, aún no sé nada». EsTA semana vino un hombre a nuestro comedor benéfico, dio un sobre a una de las religiosas y dijo: «Este sobre tiene dos condicio nes: la primera es que no le digan a nadie de dónde ha venido, y la segunda es que se lo den la los pobres». Dentro del sobre había cincuenta billetes de veinte dólares. Solo pensar en ello alimenta nuestro espíritu tanto como alimenta el cuerpo y el espíritu de aquellos a los que estaba destinado. Verdaderamente, las personas que viven cerca del límite de la supervivencia, aferrándose apenas a la familia, la dignidad y la esperanza, luchan contra la aridez espiritual, el hambre del corazón y la amargura de espíritu. Se sientan a la entrada de nuestras ciudades y nos recuerdan a todos nuestras necesidades espirituales, si no físicas. La idea está clara: hay algo más importante que el «individualismo a ultranza» que amenaza con destruirnos a todos, y es nuestra falta de interés por los demás. El imperativo evangélico de dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento no consiste en absoluto en dar cosas, sino en que todos - los que necesitan y los que dan lleguemos finalmente a ser más humanos. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Lucas 12,34
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DISCIPULADO
Había una vez un discípulo que llevaba muchos años con un maestro, y cuando el maestro sintió que iba a morir, incluso de su muerte quiso hacer una lección. Aquella noche, el maestro tomó una antorcha, llamó a su discípulo y se adentró en el bosque con él. Pronto llegaron al centro de la foresta, donde el maestro apagó la antorcha sin dar ninguna explicación. «¿Qué ocurre?», preguntó el discípulo. «La antorcha se ha apagado», respondió el maestro, y siguió caminando. «Pero - gritó el discípulo con una voz llena de miedo - ¿me vas a dejar aquí en la oscuridad?». «¡No! No te dejaré en la oscuridad - replicó la voz del maestro desde las tinieblas circundantes-. Te dejaré buscando la luz». EL discipulado es observación y aprendizaje de la experiencia y la sabiduría de otro, a fin de convertirse en la clase de adulto espiritual que reconocemos en él. Claramente, el propósito del maestro espiritual es capacitamos para alcanzar nuestra propia plena estatura. No debe dejarnos en la infancia, sino que debe llevarnos a la madurez. Lo importante es guardarse del guru, el mentor o el líder que no te lleva a respetar y seguir tu propia autoridad. Muchos mentores confunden el liderazgo espiritual con el autoritarismo y el control. Demasiadas personas utilizan su posición, su autoridad, para mantener a otra persona emocionalmente sometidas, a fin de satisfacer su propio ego. Guárdate del líder, cualquier líder, cualquier sistema, que intenta arrebatarte, o bien tu conciencia, o bien tu vocación personal. Cuando descubras que has renunciado a tus propias ideas, intuiciones o sabiduría, para someterte al control ajeno, has renunciado al discipulado y te has sometido a una esclavitud mental. Por eso los maestros zen enseñan: «Si te encuentras con Buda en el camino, mátalo». Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida. Juan 8,12
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EL PROPÓSITO DE LA VIDA
El rabino Akiba estaba en medio de un largo viaje y se detuvo en una ciudad para hacer un alto en el camino. Ninguno de los habitantes de la ciudad, sin embargo, le dio posada, de manera que Akiba llevó sus tres únicas posesiones - un farol, un gallo y un asno - a un terreno a las afueras de la ciudad y se instaló allí para pasar la noche. Mientras dormía, el viento apagó el farol, un gato se comió a su gallo, y un león devoró a su asno. Ahora ya no tenía luz para la noche ni comida para el día ni modo de completar el viaje. Sin inmutarse, Akiba dijo: «Todo cuanto hace el Misericordioso es para bien», y se echó de nuevo a dormir. Aquella misma noche, una banda de ladrones asaltó la ciudad y se llevó a la mitad de la población para ser vendida a las caravanas. «Lo siento por ellos - dijo el rabino Akiba-, pero el hecho de que no me acogieran en la ciudad no es sino una prueba más de que todo cuanto hace el Misericordioso es para bien. Y si mi luz hubiera seguido alumbrando, y mi gallo cantando, y mi asno rebuznando, también se habrían apoderado de mí». HAY un oscuro periodo de la vida en el que parece que no hay liberación. Si descubrimos de repente que para nosotros la vida ha perdido su sentido o su propósito, la oscuridad se cierne sobre nosotros, sofoca nuestro corazón, ciega nuestros ojos y nos deja sumergidos en un océano de inutilidad. El mero hecho de levantamos por la mañana consume toda la energía que tenemos. Ir al trabajo resulta penoso. Dejamos de preocuparnos por lo que antes nos preocupábamos. ¿Por qué?, nos preguntamos. ¿Por qué nada? ¿Por qué todo? Los antiguos estaban perfectamente familiarizados con el problema. Lo llamaban acedia, apatía, un envenenamiento de la voluntad. Y poseían dos respuestas para el mismo. La primera se refleja en el dicho zen: «Oh maravilla de maravillas - dice el iluminado-. Corto leña; saco agua del pozo». Dicho de otro modo, es en lo cotidiano, lo ordinario, lo periódico, lo necesario, donde el espíritu crece y el corazón se expande. Es haciendo lo que se debe como se llega a la iluminación en la vida, viéndolo como lo que es y dedicándonos a hacerlo mejor. Y la se gunda respuesta se encuentra en la historia del rabino Akiba. La vida consiste en ser conscientes de lo ordinario y en aprender a confiar en la presencia amorosa de Dios en lo que a menudo también vemos como cargas. Entonces tendremos verdaderamente vida, y la tendremos en abundancia.
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Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Juan 10,10
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EL QUID DE LA CUESTIÓN
Un hombre santo dijo a un mercader: «Al igual que el pez perece en tierra seca, tú también pereces cuando te involucras en el mundo. El pez debe retornar al agua, y tú debes retornar a lo espiritual». El mercader se quedó consternado. «¿ Quieres decir que debo abandonar mis negocios e irme a un monasterio?». Yel hombre santo dijo: «Oh, no, no, en absoluto. Lo que digo es que conserves tus negocios, pero entres en tu corazón». Lo que cuenta no es tanto lo que hacemos cuanto el espíritu con que lo hacemos. La única cosa que merece que yo gaste en ella mi vida es algo que haga más rica, acogedora, plena y feliz esa vida. Todos los grandes proyectos del mundo no compensarán mi egoísmo, mi arrogancia ni mi dureza con los demás. Solo se nos da una vida. El espíritu que le aportemos, el corazón que pongamos en ella, será la medida de su valor, hagamos lo que hagamos en ella para ganarnos la vida. No es difícil ser buenos en lo que hacemos; lo que es difícil es ser grandes por el modo en que lo hacemos. El propósito de la vida tiene que ver con optar por perseguir lo excelso como opuesto a lo innoble. El propósito de mi vida es enteramente otro, que tiene que ver con optar por gastarme en lo que aporte santidad a lo ordinario. El problema es que solo yo puedo hacerlo. Como sea yo, así será el entorno que me rodee: lleno de arsénico o lleno del calor del Espíritu. He venido a prender fuego sobre la tierra, ¡y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Lucas 12,49
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ELEGIR LA VIDA
Un día, un ángel se apareció a una persona en proceso de búsqueda y le dijo: «Los dioses me han enviado a informarte de que tienes aún tres vidas más antes de alcanzar la iluminación». Al oírlo, el buscador sintió un enorme abatimiento y se puso a sollozar. «Tres vidas más, tres vidas más. ¡Oh, no - gritó-, tres vidas más!», y gimiendo se revolcó por tierra. Entonces el ángel se dirigió a otra persona en proceso de búsqueda, encorvada por el calor del día, y le transmitió el mismo mensaje. «He sido enviado a comunicarte - le dijo el ángel - que tendrás diez mil vidas más antes de alcanzar la iluminación». «¿De verdad? - exclamó el buscador-. ¿Diez mil vidas más? ¿Solo diez mil vidas más? ¿Solo diez mil vidas más y seré iluminado?». Y se puso a cantar y bailar alegremente ante Dios. De repente, llegó una voz del cielo: «Hijo mío, hoy has alcanzado la iluminación». Lo que tiene el invierno es que nieva. Lo que tiene la primavera es que llueve. Lo que tiene el verano es que hace mucho calor. Lo que tiene el otoño es que es oscuro y frío. ¿No es maravilloso? Todo ello. Cada cosa diferente que nos hace adaptarnos y disfrutar y vivir la vida de manera distinta. Este deslizarse del invierno a la primavera, al verano y al otoño es un ejercicio de «síes». Sí a hoy; sí a mañana; sí a la vida de nuevo. El paso de las estaciones es un caleidoscopio de las estaciones de la vida, del rostro de Dios en el tiempo, del proceso mismo de lo que significa estar vivo. En las estaciones vemos materializarse nuestra historia: al principio, vida informe; después, vida en busca de dirección; posteriormente, vida camino de su horizonte; al final, vida en sazón adentrándose en el mar de la eternidad. Y a través de todo ello, como su fundamento, subyace la norma esencial, la obligación de decir «sí». Sí, sí, sí, nos enseña a decir la vida. Sí, sí, sí, debemos aprender a decir a cambio. De lo contrario, moriremos sin duda mucho antes de haber aprendido a vivir. Dijo María: «Hágase en mí según tu palabra». Lucas 1,38
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ESPIRITUALIDAD
Érase una vez un Maestro que yacía moribundo mientras los discípulos, por su propio bien, le suplicaban que no se muriera. «Pero si no muero -dijo el Maestro, ¿cómo llegaréis a ver?». «¿Y qué es lo que no vemos ahora que sí veremos cuando hayas muerto?», le preguntaron. Y el Maestro dijo: «Lo único que yo he hecho ha sido sentarme a la orilla del río y dar agua del mismo. Después de mi muerte, confio en que veréis el río». LA religión y la espiritualidad no son lo mismo. Sin embargo, normalmente se las confunde. «Va a la iglesia todas las semanas - decimos-. Es una persona muy espiritual». U observamos que «es un miembro leal del comité económico de la parroquia. Es una persona muy espiritual». Es una conjunción de ideas interesante. Equivale a decir: «Es una excelente vo calista. Lleva años recibiendo clases». Ciertamente, hay una conexión entre recibir lecciones de canto y convertirse en un vocalista profesional, pero no es necesaria. La verdad es que podemos hacer algo en la debida forma toda nuestra vida y no convertirnos nunca en lo que estamos llamados a ser. La religión y la espiritualidad son también así. La una, la religión, tiene que ver con hacernos tomar conciencia de Dios. La otra, la espiritualidad, tiene que ver con transformar nuestro modo de vivir esa conciencia. A veces nos quedamos en la una sin pasar nunca a la otra. Cuando hacemos de la religión nuestro sucedáneo de Dios es cuando, paradójicamente, nuestro espíritu se marchita o se calcifica. El poeta sufí Hafiz lo expresa de este modo:
Esto es lo que Dios quiere de ti: que actúes con justicia, ames con ternura y camines humildemente con tu Dios. Miqueas, 6,8 52
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ESTABILIDAD
Un hombre soñó que bajo un puente de Viena estaba oculto un gran tesoro. Como vivía en una aldea remota, el sueño la pareció absurdo y trató de ignorarlo. Pero noche tras noche tenía el mismo sueño. Finalmente, hizo el largo viaje a Viena, donde encontró el puente con el que había soñado. Como había mucha gente cruzando el puente, no se atrevió a buscar el tesoro de día. Además, había cerca un centinela. Después de varios días observando al hombre detenerse a mirar el puente, el centinela le preguntó: «¿Qué está usted haciendo aquí?». Con la esperanza de que el centinela compartiera el tesoro con él, el hombre decidió contarle toda la historia y pedirle ayuda. Al oír la historia, el centinela replicó: «¿Está aquí debido a un sueño, a un simple sueño? Yo también he tenido sueño y también he visto un tesoro. El tesoro estaba en una casita de una al dea lejana, oculto en un sótano. Pero ¿quién hace caso de los sueños?». Al contar su sueño, el centinela había descrito con precisión la aldea y la casa de aquel hombre. El hombre corrió a su casa, cavó en su sótano y encontró el tesoro. «Ahora sé que yo tenía el tesoro desde el principio -exclamó-, pero he tenido que viajar a Viena para encontrarlo». EL primer viaje internacional que realicé me enseñó mucho acerca de quedarse en casa. De hecho, me puso frente a una de las lecciones esenciales de la vida: la emoción puede ser una cosa muy aburrida. La monotonía del movimiento constante, del cambio sin fin, de la discontinuidad cotidiana, puede agotar el espíritu mientras intenta estimularlo. La idea es clara: el espíritu únicamente puede vagar si no se siente a la deriva. Sin dirección, sin propósito, sin sensación de seguridad, la percepción procedente de la inmersión en lo familiar comienza a palidecer. Perdemos nuestro camino. Vemos que nos tenemos que centrar en los rudimentos de la vida, en lugar de poder reflexionar sobre el propósito de la misma. Perdemos contacto incluso con nuestra propia persona. El único antídoto para no ir a la deriva es la estabilidad. La estabilidad, la sensación de sentirse en casa, de estar en el lugar al que se pertenece, nos proporciona, paradójicamente, el lujo de pensar en algo más que lo ordinario. La estabilidad, la consciencia constante de estar firmemente cimentado en algo, así como liberado debido a ello, constituye uno de los fundamentos del crecimiento 55
humano. Solo en Dios encuentro descanso, de él viene mi salvación; solo él mi roca, mi salvación, mi baluarte; no vacilaré. Salmo 62,2-3
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HONRAR AL OTRO
«¿ Cual es el sentido más profundo del budismo, maestro?», preguntó el discípulo. Y el maestro se volvió hacia el alumno y se inclinó. Yo ya había estado en muchos encuentros internacionales muchas otras veces en mi vida, pero esta vez era diferente. Esta vez estábamos todas allí -cristianas, judías, musulmanas, budistas, hinduistas...- para unirnos como mujeres, como figuras religiosas profesionales, para llevar a las mujeres a los ámbitos pacificadores del mundo, a fin de mostrar la paz que buscamos en nuestras religiones. El programa establecía un «Día de Oración». Al principio nos pareció que iba a ser un largo de día de recitaciones exóticas; pero, poco a poco, comenzaron a unírsenos mujeres. El canto se hizo más fuerte; la salmodia más plena; la sala profundizó y se aquietó. Ya no éra mos extrañas. Habíamos honrado a un Dios común. Dios nos había llevado a todas, más allá de nuestra propia lengua, al Dios de muchas lenguas. O Dios se había hecho más grande, y nosotras también. El Dios uno nos había llevado a todas a la Unidad. Aquel día comprendí algo como nunca antes lo había hecho: ¡cuidado con la religión que vuelve a unos contra otros! Es muy improbable que sea verdaderamente una religión. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de J esús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Juan 12,3
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HOSPITALIDAD
Había un monasterio renombrado por su hospitalidad, un lugar de acogida para muchos viajeros fatigados y necesitados de descanso. Un día, cuando el abad estaba en profunda oración, se le apareció un ángel envuelto en una luz dorada. El abad, sumido en extasiada contemplación, se llenó de una inmensa paz. De repente sonaron unos fuertes golpes en la puerta principal. «Es algún viajero fatigado que busca abrigo - se dijo el abad-. ¿ Qué debo hacer? Si atiendo a la puerta, el ángel podría desaparecer. Si me quedo aquí, ¿quién se ocupará del viajero?». De mala gana, el abad se puso en pie, miró resignadamente al ángel y salió de su celda para atender a las necesidades del viajero cubierto de polvo. Cuando regresó a su celda, para gran sorpresa del abad, el ángel seguía allí y le dijo: «Si no hubieras acudido en ayuda del viajero necesitado, me habría visto obligado a partir». No hace falta pensar mucho para comprender por qué ciertas cualidades como la honradez, el autocontrol, la devoción y el amor son componentes de la vida espiritual. Pero ¿por qué la hospitalidad, el sutil arte de ser agradable con la gente? La pregunta capta la imaginación del espíritu. ¿Por qué uno de los documentos espirituales más antiguos de la civilización occidental, la Regla de Benito, apenas dice nada acerca del ascetismo, pero habla una y otra vez de la hospitalidad y de la acogida a los visitantes? La respuesta, en mi opinión, es que la hospitalidad es básica. Es la hospitalidad la que nos enseña la honradez y el autocontrol, la devoción y el amor, la apertura y la confianza. La hospitalidad es más difícil - y tiene mayor sentido- que cualquier ascetismo que podamos idear. Los monjes del desierto, las personas en proceso de búsqueda espiritual que se fueron a remotos lugares de Egipto y de Oriente Medio para vivir una vida de soledad y oración, rompieron todas las reglas que vivían en nombre de la hospitalidad, porque vagar por el desierto sin agua y sin ayuda es, en último término, condenar a muerte al viajero. La hospitalidad es el sutil arte de tener el espíritu abierto y la mente a la escucha en un mundo en el que, solos, todos moriríamos de hambre espiritual.
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Padre de huérfanos, tutor de viudas, es Dios que da un hogar a los desvalidos. Salmo 68,6-7
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HUMILDAD
Dijo el discípulo al maestro: «Quiero causar buena impresión a la gente. ¿Qué debo hacer para lograrlo?». Y el maestro respondió: «Si me hubieran preguntado en los primeros años de mi búsqueda espiritual qué quería que la gente dijera positivamente de mí, habría respondido: "Que digan que soy un hombre santo". Años después habría respondido: "Que digan que soy un hombre que ama". Y ahora me gustaría que la gente dijera de mí: "Es un hombre libre"». LA primera vez que lo vi fue en los ojos de un anciano monje que había sido reverenciado como maestro; pero, sobre todo, era reconocido por la profundidad de sus reflexiones y el alcance de su visión. Incluso había escrito un libro que había sido traducido a seis idiomas. ¿Quién era aquel hombre?, me pregunté. Y resultó que una noche, en una conferencia, me encontré sentada a su lado en la mesa del comedor. «Hábleme de su libro», le dije. Él es bozó una sonrisita burlona. «¿Qué quiere saber de él?», replicó. «Bueno - caí yo-, he oído que ha sido traducido a seis idiomas». «Oh, sí - me dijo él-. He logrado el premio de las librerías religiosas y he vendido doscientos ochenta ejemplares». Y entonces echó hacia atrás la cabeza y estalló en sonoras y prolongadas carcajadas. No podía importarle menos. Sencillamente hacía lo que hacía porque pensaba que debía hacerlo. Toda mi vida tendré presente aquella risa. Fue tan liberadora... Ese es el tipo de libertad - libertad del yo, libertad para el evangelio - que cambia las cosas. Y es un don, una gracia de considerables proporciones. Por desgracia, es también demasiado poco valorada; y por eso, tanto yo como el mundo estamos encadenados. Estaba un sábado enseñando en una sinagoga. Había allí una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó y glorificaba a Dios. Lucas 13,10-13 63
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ILUMINACIÓN
«Maestro, acudo a ti en busca de la iluminación», dijo el sacerdote al hombre santo. «Muy bien -dijo el maestro-, como primer ejercicio de tu retiro, ve al jardín, echa la cabeza hacia atrás, estira los brazos y espera hasta que yo vaya». Justo cuando el sacerdote se preparaba en el jardín para hacer lo que el maestro le había dicho, se puso a llover. Y llovió, llovió y llovió. Finalmente, llegó el anciano maestro. «Bueno, sacerdote -le dijo-, ¿has sido iluminado hoy?». «¿Lo dices en serio? -dijo el sacerdote muy disgustado-. ¡He estado aquí en pie soportando la lluvia durante una hora! ¡Estoy empapado y me siento como un imbécil!». Y el maestro dijo: «Muy bien, sacerdote, para ser el primer día de retiro, eso a mí me suena como una gran iluminación». LA función principal de la oscuridad, de cualquier clase de oscuridad, en este mundo es siempre, en último término, la iluminación. Lo que aprendemos cuando no podemos ver el camino para atravesar un terreno difícil de la vida son iluminaciones que no hemos podido discernir en situaciones mejores. Por ejemplo, oímos hablar mucho de la pérdida en la vida, pero no llegamos realmente a conocer esa presencia intangible hasta que muere alguien a quien queremos verdaderamente. Leemos un artículo tras otro acerca de la vida sencilla, pero no llegamos realmente a comprender lo poco que se necesita para ser feliz hasta que perdemos algo de gran significado. Los filósofos y los teólogos debaten eternamente lo que todo ser humano, de un modo u otro, llega a saber sin duda alguna: que la vida es el proceso de observar que las dimensiones materiales de la condición humana van desapareciendo, mientras el espíritu se fortalece y se hace mayor y más rico en el camino hacia la eternidad. Mientras nuestro cuerpo se va desvaneciendo, el espíritu va iluminándose progresivamente. Es la paradoja de la vida. Por eso nadie está nunca preparado para morir. A medida que nos vamos haciendo mayores, vamos viendo que estamos solo empezando a comprender la vida y a vivirla realmente bien. Este proceso se llama iluminación. Envía tu luz y tu verdad: ellas me guiarán, me llevarán a tu monte santo, hasta entrar en tu Morada. Salmo 43,3
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LA PRESENCIA DE Dios
«¿ Cómo se busca la unión con Dios?», preguntó una persona que andaba buscándola. «Cuanto más te esfuerces en buscar, mayor distancia establecerás entre Dios y tú», respondió el anciano. «Entonces, ¿qué se hace con la distancia?», repuso el buscador. «Haz como si no la hubiera», respondió el anciano. «¿Significa eso que Dios y yo somos uno?», prosiguió el buscador. «Ni uno ni dos», respondió el anciano. «Pero ¿cómo es posible?», gimió el buscador desanimado. «El sol y su luz, el océano y la ola, el cantante y su canción; ni uno ni dos», respondió el anciano. ¿CóMo sé yo que Dios está presente? La pregunta tiene un matiz de urgencia, lleva implícitos los fundamentos de la moral y el sentido de la vida. El anciano del cuento aclara la cuestión: Dios y yo no somos la misma cosa, pero Dios es la esencia de todo cuanto existe. Dios, en otras palabras, está en todas partes; está tan realmente en esas cosas en las que estamos seguros de que Dios no está, como en esas cosas de las que estamos seguros de que son signos infalibles de la presencia de Dios. La presencia de Dios no depende de un acto de la voluntad de Dios, sino simplemente de que comprendamos que allí donde estoy yo, allí está Dios. El desafío consiste en llegar al punto en que allí donde esté Dios, allí esté yo también. En cualquier lugar. En cualquier momento. No se trata de que Dios esté presente a mí, sino de que yo esté presente a Dios. El signo seguro de estar viviendo en presencia de Dios es nuestro modo de ver y responder al resto del mundo. Quienes han cultivado la presencia de Dios, ven el mundo tal como Dios lo ve. Y responden en consecuencia. Porque tú has formado mi interior, me has tejido en el vientre de mi madre. Salmo 139,13
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LIBERTAD
El joven monje preguntó al maestro: «¿Qué debo hacer para llegar a emanciparme?». El maestro le respondió: «¿Quién te ha sometido a esclavitud?». VKTOR Frankl, psiquiatra judío superviviente de los campos de concentración nazis, después de la Segunda Guerra Mundial escribió extensamente acerca de los efectos de los campos en la psique y el espíritu de los internos, así como en su cuerpo. Y, lo que es más importante, su profundo análisis de los temas en su ya clásica obra El hombre en busca de sentido, tiene especial significado para cualquiera que se sienta atrapado en una situación sin sentido, destructiva u opresiva. En medio del fanatismo del antisemitismo nazi - sus hornos crematorios y sus experimentos médicos, sus marchas mortíferas y su régimen de inanición-, Frankl descubrió que el efecto final de tal brutalidad, física o psicológi ca, no dependía en absoluto de los opresores, sino de los oprimidos mismos. En definitiva, piensa Frankl, nadie puede destruirnos a no ser que le demos un poder sobre nosotros que le permita hacerlo, a no ser que nosotros mismos cedamos al mensaje del opresor. El opresor, por supuesto, puede forzarnos, controlarnos o incluso matarnos, pero no puede quitarnos nuestro sentido del yo, nuestro sentido de nuestro propio valor, nuestro sentido de tener un propósito ni nuestro sentido del bien. Ni siquiera puede quitarnos nuestro sentido de la libertad. Todos, de alguna manera, estamos encarcelados por algo, pero la actitud que elegimos tener determinará si la «cárcel» en la que estamos tiene el poder de destruirnos o no. [La mujer] está encinta y grita con los dolores del parto... El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La Mujer dio a luz un Hijo..., y su hijo fue arrebatado hasta Dios. Apocalipsis 12,2-5
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Los CAMINOS DE LA VIDA
El occidental, emocionado por participar en un safari por primera vez, hacía ir a marchas forzadas a sus guías nativos por la selva, en una búsqueda descontrolada de un animal salvaje, cualquiera que fuera. El grupo anduvo a buena velocidad durante dos días, pero la tercera mañana, cuando era el momento de comenzar, el cazador encontró a todos los guías sentados mirando muy solemnemente y sin hacer preparaciones para partir. «¿Qué estáis haciendo? - preguntó el hombre¿Por qué no nos movemos?». «Están esperando - explicó el jefe de los guías No pueden ir más allá hasta que su alma alcance a su cuerpo». RECUERDO que toda mi vida me han preguntado lo que había decidido hacer con mis años en esta tierra. La pregunta era una engañifa. Siempre pensé que se suponía que tú tienes una respuesta. Y lo curioso es que ninguna respuesta de las que yo he dado ha sido nunca definitiva, no ha sido nunca realmente la debida. Estudié lengua y terminé siendo profesora de historia. Fui a hacer el postgrado y, justo antes de terminarlo, me encontré completamente fuera de la enseñanza y convertida en administradora. Finalmente, empecé a entender: lo que cuenta realmente no es lo que tú decides hacer en la vida, porque, en cualquier caso, no durará. No, en definitiva, no es necesariamente lo que tú decides; es cómo te las arreglas cuando lo que tú decides no sucede del modo que tú lo has planeado. La cuestión es cómo pasas de un lugar al siguiente, cómo te adaptas. Es tu modo de madurar lo que, en definitiva, marca la diferencia. No es el camino; es el aprendizaje, la vida a lo largo del camino, lo que constituye el itinerario. O, como dice Carlos Castaneda: «¿Tiene este camino un corazón?». ¿Tiene sentido, busca sentido? Respuesta: solo si hacemos que así sea. Me enseñarás el camino de la vida, me hartarás de gozo en tu presencia. Salmo 16,11
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MENTALIDAD ABIERTA
Una persona en proceso de búsqueda fue a visitar a una mujer santa esperando la iluminación. La mujer santa invitó al buscador a su celda y le ofreció de beber. «Sí, be ber algo estaría bien», dijo el buscador. La mujer santa le sirvió hasta que el vaso del buscador estuvo lleno y después siguió sirviéndole. El buscador observó hasta que ya no pudo resistir más. «Se ha desbordado - dijo el buscador-. Ya no cabe más». «Como el vaso - dijo la mujer santa-, tú estás lleno de tus propias verdades, ideas y opiniones. No podrás ser iluminado mientras no vacíes primero tu vaso». ALVIN Toffler escribió lo siguiente: «Los pobres del futuro no serán quienes no sepan leer y escribir, sino quienes no puedan aprender, desaprender y reaprender». Es esta apertura a vivir en un futuro sin respuestas prefabricadas lo que realmente cuenta. Más importante quizá que la apertura de los ciudadanos a esa cultura de nuevas ideas puede perfectamente ser la apertura de las instituciones de esa cultura a su desarrollo continuo. La cerrazón mental es algo terrible. Paraliza el pensamiento. Lo bloquea. Lo congela. Exige obediencia a la ignorancia. Predica el pasado en nombre de la santidad. Insulta a la gente que piensa, al negarse a permitirles pensar. Da por supuesto que solo algunos tienen derecho a hacerlo. Y esto lo hacen los gobiernos, las iglesias, los colegios, las empresas, los padres y los ideólogos de todos los colores. Puede que nunca en la historia del mundo hayamos necesitado tomar tan en serio de nuevo la obra de misericordia de «enseñar al que no sabe». Pero esta vez puede ser más importante que las instituciones de la sociedad se tomen la instrucción más en serio que las personas a las que tan arrogantemente tendemos a tachar de ignorantes. ...y la verdad os hará libres. Juan 8,32
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MISERICORDIA
«¿ Quién está más cerca de Dios - preguntó una persona que estaba en proceso de búsqueda-, el santo o el pecador?». «El pecador, por supuesto», dijo el anciano. «Pero ¿cómo puede ser eso?, preguntó el buscador. «Porque -dijo el anciano- cada vez que una persona peca, rompe la cuerda que la ata a Dios. Pero cada vez que Dios la perdona, la cuerda es anudada de nuevo. Y por eso, gracias a la misericordia de Dios, la cuerda se acorta, y el pecador se acerca más a Dios». EsTA sociedad está inmersa en un combate mortal entre la misericordia y la justicia. ¿A qué bando debemos incorporarnos, si es que debemos incorporarnos a alguno? ¿Qué lado queremos para nosotros cuando hacemos las cosas de la manera más fácil, interpretamos las normas según mejor nos conviene, rompemos los códigos o sucumbimos a la necesidad de no ser encontrados en otros lugares o modos? ¿Qué lado es el apropiado? Lo que, sin embargo, parece que nunca tenemos en cuenta es que la misericordia y la justicia pueden ser lo mismo. ¿Qué es la justicia, después de todo, sino la facultad de imponer lo merecido? Por eso la justicia y la misericordia son una. Estamos hechos de polvo, no de oro, ¿recuerdas? Y el polvo no es merecedor sino de misericordia. Ahora bien, esto es una gran suerte. Olvidamos que puede ser misericordioso impedir a una persona dañarse a sí misma o a otras. No recordamos que practicar la misericordia puede ser la más excelsa forma de justicia. Hasta que un día necesitamos de ambas nosotros. Hasta que examinamos nuestra vida y la vida de las personas a las que queremos y las vemos bañadas en misericordia, donde muchos dirían que lo que se requiere es justicia. Entonces comprendemos a Dios un poco mejor. Entonces entendemos de manera distinta tanto la misericordia como la justicia. Misericordia y Fidelidad se dan cita, Justicia y Paz se abrazan. Salmo 85,10
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MISTICISMO
El Abba Lot fue a ver al Abba Joseph y le dijo: «Abba, en la medida en que soy capaz, practico la regla, hago todos los ayunos, algo de oración y meditación y, en lo posible, mantengo mis pensamientos limpios. ¿Qué más debería hacer? El anciano se puso en pie, alzó sus manos al cielo, y sus dedos se volvieron antorchas llameantes. Y dijo: «¿Por qué no transformarte en fuego?». LA diferencia entre religión y espiritualidad es la diferencia entre ortodoxia y misticismo. Ortodoxos son quienes cumplen las reglas y guardan los credos de todas las denominaciones del mundo. Conocen a un hereje en cuanto lo ven. Los místicos de todas las religiones son quienes buscan algo más que la seguridad que proporcionan las reglas, a fin de absorber el espíritu al que las reglas pretenden referirse. Van más allá de la teología para sumirse en la reali dad que las reglas están llamadas a prepararnos para ver y que la teología está llamada a describir. Van, más allá del rito, a la realidad a la que este apunta. Se funden con Dios. Abrazan el mundo entero. Se hacen amor y compasión. Los místicos van, más allá de las normas de cualquier religión, al Dios que toda religión está llamada a reverenciar. Entonces las fronteras entre las denominaciones desaparecen, las diferencias se disuelven, las distinciones teológicas carecen de sentido, y nos encontramos juntos en presencia de Dios aquí y ahora. En todas partes. En todos los momentos. ...para que podáis comprender... la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento, y os llenéis de toda la plenitud de Dios. Efesios 3,18-19
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MUERTE
«¿Qué le diríais a un amigo íntimo que está a punto de morir?», preguntó Jiddu Krishnamurti a un pequeño grupo de oyentes. Las respuestas versaron sobre la necesidad de que tuviera confianza, sobre el hecho innegable de que todo tiene un comienzo y un final, sobre lo conveniente de mostrarle gestos de compasión... Krishnamurti los detuvo en seco: «Solo hay una cosa que se le puede decir para proporcionarle el consuelo más profundo - dijo-. Decidle que con su muerte una parte de vosotros muere y se va con él. Allá donde vaya, vosotros iréis también; no estará solo». LA muerte, en ocasiones, parece tan cruel, tan carente de sentido... Pero no es así. La muerte es lo que nos alerta al resto de nosotros respecto de la vida, puede que justamente cuando nos hayamos cansado de ella o, peor aún, cuando simplemente no seamos conscientes de ella. La muerte es la llamada a mirar de nuevo la vida, esta vez con una mirada más sabia. La vida, para nuestros semejantes, no es una serie de luchas y contratiempos. Esto, al parecer, esta reservado para los refugiados, las familias campesinas en terrenos desérticos, los campesinos del altiplano y los habitantes de las favelas. Nuestra vida, por otro lado, es una panoplia de oportunidades. No depende de la suerte; depende de lo que hacemos con ella, de cómo la enfocamos, de lo que hacemos con lo que tenemos, de cómo distinguimos entre deseos y necesidades y, sobre todo, de cuánto de nosotros invertimos en hacerla mejor, no solo para nosotros, sino para quienes carecen de recursos incluso para empezar a hacerla mejor para sí mismos. La muerte, la consciencia de su llegada, es lo que nos llama a la vida más allá de la apatía, más allá de la indiferencia, más allá de la preocupación. La muerte nos recuerda que tenemos que vivir. La muerte nos hace el regalo del tiempo. Nuestro propio tiempo y el tiempo de cuantos nos rodean. Nos llama a detenernos y mirar los girasoles la próxima vez, a preocuparnos por los árboles siempre, a abrazar el planeta permanentemente, a prestar atención a nuestros amigos. ¡Enséñanos la brevedad de la vida, para que entre la sensatez en nuestra cabeza! Salmo 90, 12 81
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NATURALEZA
Un filósofo preguntó a san Antonio: «¿Cómo puedes estar tan entusiasmado cuando te ha sido arrebatado el consuelo de los libros?». Él replicó: «Mi libro, oh filósofo, es la naturaleza de las cosas creadas, y cuando quiero leer la palabra de Dios, normalmente está justo enfrente de mí». EL lugar de encuentro de nuestra sesión en Tokio, según me dijeron, era pasando la doble puerta a la izquierda del ascensor. No me sorprendió que el ascensor estuviera acolchado con piel claveteada con adornos de cobre. El hecho de que la alfombra del pasillo fuera gruesa y suave pareció bastante habitual. La verdadera sorpresa, sin embargo, fue que, más allá de las pesadas puertas de roble, la sala de reuniones no fuera la típica sala de conferencias con grandes mesas redondas y sillas metálicas plegables. Sino que en aquella sala con cortinas rojas y doradas no había nada más que un fino jarrón rojo con barniz verde oriental que contenía una rosa amarilla. Una rosa en un jarrón sobre una mesa de cristal en medio de una sala con cortinas de terciopelo en rojo y dorado. Nada sino pura delicadeza espiritual, pura reverencia, pura vida. Aquella sala, se veía uno forzado a pensar, había sido construida para aquel jarrón y aquella solitaria rosa. La atención total, la consciencia absoluta, la completa concentración en una rosa, impregnaba la sala de conciencia de belleza. Centrarse en un aspecto de la naturaleza cada día - una rosa en un hermoso jarrón, un viejo árbol retorcido pero indomable, una escabrosa cordillera no arrasada por el tiempo, o cualquier cosa que nos llame a reverenciar el misterio que es la vida - es suficiente meditación para hacer la vida preciosa, sean cuales sean sus tensiones. ¡Todo cuanto respira alabe a Yahv é! Salmo 150,6
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ORAR CON LA ESCRITURA
Un rabino decía siempre a su gente que, si estudiaban la Torá, pondrían la Escritura sobre su corazón. Uno de ellos preguntó: «¿Por qué "sobre" nuestro corazón y no "dentro" de él?». El rabino respondió: «Solo Dios puede poner la Escritura dentro. Pero leer el texto sagrado puede ponerlo sobre tu corazón, y después, cuando el corazón se rompa, las palabras sagradas caerán dentro». ¡TANTAS cosas rompen un corazón abierto a la vida...! A veces es la belleza, a menudo es el dolor, siempre es el amor. En ocasiones es el simple cansancio de levantarse día tras día para vivir una vida que nunca llega. Entonces, ¿qué nos sucede? El rabino dice que todo depende de lo que hemos puesto en nuestro corazón todos estos años. Solo si hemos permanecido cerca de la Escritura, de la historia de la presencia de Dios en la vida, podremos soportar cualquier carga, sobrevivir a cualquier pérdida, absorber mucha belleza sin sucumbir sin aliento a su gloria, y entregarnos al otro lado del amor, al lado que tanto da como quita. Es la Escritura sobre nuestro corazón la que nos recuerda «los lirios del campo», la desesperación de la mujer que «llevaba treinta años sin enderezarse», el vacío del día anterior a la Resurrección, y el entusiasmo de quienes fueron los primeros en decir: «He visto a Cristo». Orar con la Escritura, regular e incesantemente, es lo que nos prepara para la vida en todas sus dimensiones. Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy. Lucas 4,21
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PASIÓN
Una persona en proceso de búsqueda fue a un monasterio para alcanzar la iluminación. Allí oró y oró, pero no sucedió nada. Cuando llegó el momento de partir, el decepcionado visitante acudió al maestro y le preguntó: «¿Por qué mi estancia aquí no ha dado fruto?». «¿No será que te ha faltado el valor para sacudir el árbol...?», dijo el maestro afablemente. LA pasión es el latido de la vida. Todos conocemos a gente apasionada. A veces puede que incluso los miremos y sacudamos la cabeza. Pero, en tal caso, debemos tener cuidado. Están en nuestra vida para ser nuestros modelos en cuanto a lo que necesitamos saber acerca del sutil arte de vivir. Las personas apasionadas cambian el mundo. Le aportan color y habilidad, gozo y enfoque, interés y emoción. Nos muestran cómo vivir con intensidad y solicitud. Se nos ha enseñado a temer la pasión. ¡Qué pena...! Lo que quizá no se nos ha enseñado debidamente es que una vida sin pasión carece en realidad de interés y puede que sea incluso sumamente limitada y, ciertamente, estéril. Sin pasión, la vida se vuelve una rutina, y el tedio se instala en ella. Lo que hacemos con nuestras pasiones, nuestro modo de controlarlas, de alimentarlas, de dirigirlas, determina lo que seremos el resto de nuestra vida. Más aún, quizá determina quiénes somos. La pasión, como se ve, es uno de los signos característicos del ser humano. Y lo es en todas partes. La única cuestión es si hay o no realmente bastante pasión. Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Apocalipsis 3,15-16
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RELACIONES
Un anciano monje vivía en una pequeña cabaña en un territorio infestado de ladrones. Él la llamaba «Hogar de la Paz». Una noche, un ladrón entró en la cabaña en busca de dinero. Daga en mano, el ladrón avanzó hacia el monje, el cual estaba sentado completamente inmóvil, sumido en profunda meditación. Justo cuando el ladrón estaba a punto de clavarle el cuchillo, el anciano monje abrió los ojos. No había en ellos ningún miedo en absoluto, sino que miraron al ladrón con gran compasión y ternura. El ladrón vaciló, dejó caer la daga y cayó de rodillas. El anciano monje se alzó y puso sus brazos alrededor del asesino diciendo: «Los modos de hacerse consciente de Dios no son muchos, sino solo uno: el amor». APARENTEMENTE, el día de san Valentín era un día feliz en la escuela primaria. Pero muchas veces dejaba apenados a un buen número de niños. El problema era que algunos niños no daban tarjeta a todo el mundo. Y por muchas tarjetas de san Valentín que obtuviéramos o no obtuviéramos, aprendíamos muy pequeños que no tener un verdadero amigo hacía que la vida fuera dolorosa, y tener un verdadero amigo hacía la vida especial. Cuanto mayores nos hacemos, más claramente descubrimos lo acertados que estábamos. Son las relaciones que establecemos las que, en definitiva, dan a la vida la única felicidad duradera posible. Hay una cosa que sabemos a ciencia cierta: no todas las relaciones - por una u otra razón- sobreviven para siempre, pero todas las relaciones perduran. Incluso las que más nos han herido tienen un efecto duradero en nuestra vida. A veces, especialmente las que más nos han herido. Pero los amores que nos configuran llegan de muchas maneras: puede que sea alguien que fue nuestro mentor. Puede que sea un amor que terminó. Puede que sea un matrimonio que perdura más allá del tiempo. Puede que sea un amor que muere demasiado pronto. Puede que sea el compañero que va con nosotros por cada valle y cada montaña, de nuestra vida... Lo único que sabemos cuando envejecemos es que lo que cuenta no es el número de tarjetas de san Valentín, sino que son las que perduran las que, en definitiva, marcan la diferencia.
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Rut dijo: «No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque adonde tú vayas iré yo, donde tú vivas viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Rut 1,16
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RISA
Los discípulos se aproximaron al maestro y le dijeron: «Enséñanos a orar». Y así es como les enseñó... Dos hombres atravesaban un campo cuando un toro furioso se puso a perseguirles. Pronto les resultó evidente que no iban a lograr escapar, de modo que uno de los hombres gritó al otro: «¡Estamos perdidos! Nada puede salvarnos. Reza una oración. ¡Rápido!». El otro le gritó en respuesta: «No he rezado desde que era un niño». «¡No importa! - gritó el primer hombre-. ¡El toro está alcanzándonos! ¡Cualquier oración servirá!». «Bueno - dijo a voces el segundo hombre-. Recuerdo una oración que mi padre rezaba antes de las comidas: por lo que vamos a recibir, Oh Dios, haznos verdaderamente agradecidos». MI Dios es un Dios que ríe. ¿Y por qué no? La risa nos da la libertad de Jesús, que cuestionó imprudentemente la autoridad del Estado y, sonriendo, dilató la imaginación de la Iglesia. «Los pobres heredarán el Reino», rió. «El reino de los cielos es como una mujer», sonrió. «Dios es papaíto», rió entre dientes. Y danzó de ciudad en ciudad, sanando, haciendo sonreír a la gente con una nueva esperanza, haciendo invitaciones a gente que estaba en los árboles y dando ligereza de pies a los leprosos. Pescó donde no había peces. Invitó a gente a comer con él cuando no había comida. Enseñó a los niños y se mofó de los fariseos y contó atractivas historias, bromas espirituales acerca de mujeres que no dejaban en paz a los jueces engreídos. Día tras día sonreía, camino de un absoluto teológico a otro, y dejó el mundo con suficientes cosas por las que sonreír hasta el fin de los tiempos. Una vez que aprendamos a reír y jugar, estaremos más cerca de comprender a nuestro risueño y juguetón Dios. El Dios de las promesas ridículas es un Dios que ríe, un Dios del que reírse y con el que reírse, hasta el momento en que todo dolor desaparezca, y lo único que se oiga en los cielos sea la risa de Dios. Cuando Yahv é repatrió a los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando; entonces se llenó de risas nuestra boca, nuestros labios de gritos de alegría. Salmo 126,1-2
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SÁBADO
Érase una vez dos ladrones que tenían que pasar por el Juicio de los Dioses. Si podían cruzar un desfiladero caminando sobre un alambre, serían considerados inocentes y se les perdonaría. Pero si, por el contrario, no cruzaban el desfiladero, la creencia era que habrían sido «ejecutados» por los dioses por ser culpables. Aquel día concreto, el primer ladrón llegó al otro lado. El segundo ladrón, aterrorizado, le llamó desde el otro lado de la sima: «¿Cómo lo has hecho?». Y el primer ladrón le gritó en respuesta: «¡No lo sé! ¡Lo único que sé es que cuando notaba que me tambaleaba hacia un lado, me inclinaba hacia el otro!». Los rabinos enseñan que la primera razón del Sábado es igualar al rico y al pobre. A salvo de la amenaza del trabajo en Sábado, los pobres, al menos un día a la semana, vivían con la misma clase de libertad que disfrutaban los ricos. El Sábado es un don de Dios a la dignidad de la humanidad. Nos fuerza a centrarnos en quienes somos, en lugar de en lo que hacemos. La segunda razón del Sábado, dicen los rabinos, es hacernos evaluar nuestro trabajo. Como hizo Dios el séptimo día, también nosotros estamos llamados a determinar si lo que estamos haciendo en la vida es realmente «bueno». Si es bueno para nosotros, para las personas que nos rodean y para la evolución del mundo. La tercera razón del sábado, nos enseña la tradición hebrea, es muy diferente de la tendencia norteamericana a transformar el sábado en más de lo mismo, pero más estridente, más rápido y más largo. El Sábado es para hacernos reflexionar sobre la vida misma: dónde hemos estado, adónde vamos y por qué. El tiempo del Sábado necesita reflexión serena y seria y una búsqueda de sentido. Veamos, pues: si Dios estableció el descanso en el ciclo humano un día de cada siete, o 52 días al año, o 3.640 días en una vida media de setenta años, eso significa unos diez años de nuestra vida. Estoy confusa. Dime de nuevo, ¿por qué estás cansado? Permaneced tranquilos y sabed que yo soy Dios. Salmo 46,11
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SABIDURÍA
Había un derviche muy respetado por su piedad y su apariencia de virtud. Cuando alguien le preguntaba cómo se había hecho tan santo, siempre respondía: «Sé lo que hay en el Corán». Un día acababa de responder así a alguien que le había preguntado en un café, cuando otra persona en proceso de búsqueda le preguntó: «Bueno, ¿y qué hay en el Corán?». «En el Corán - dijo el derviche hay dos flores prensadas y una carta de un amigo mío». ME encontraba en una isla que ocho meses antes de mi llegada había sido arrasada por un huracán. Por toda la isla cundía la desolación. Donde antes habían estado las casas, las empresas, los grandes hoteles y las imponentes palmeras, no había sino un vacío que hacía pensar en un poder mayor que nosotros. Yo me preguntaba qué hace que la gente se ponga en pie y siga adelante superando los desastres de su vida, más seria que antes, qui zá, pero decidida, no obstante. De hecho, en aquellas zonas devastadas había comenzado la reconstrucción. Sobre todo, ¿cómo es que cada uno de nosotros, a menor escala quizá, pero con el mismo grado de «shock», desorientación y miedo, pasamos por las catástrofes de nuestra vida y sobrevivimos? Como a aquella islita, golpeada de lleno, ¿qué nos hace posible alzamos de nuevo? El cáncer no nos impide vivir una vida plena. El trabajo no nos hace caer en la desesperación. La muerte en la familia no extingue nuestro espíritu... Aquella noche empecé a leer un libro recién publicado que recoge la experiencia personal de los supervivientes. Casi todos tenían un denominador común. Todos, uno tras otro, decían que llevaban su Biblia de una habitación de la casa a otra, hasta que el techo que había sobre su cabeza se hacía añicos. Solo la llevaban. La sostenían en sus manos. Estrechándola contra su corazón. Y entonces comprendí que también aquellas personas «sabían lo que había en el Corán». Sabían qué daba sentido a su vida. Poseían sabiduría. Sabían lo que era importante: «...dos flores prensadas y una carta de un amigo». Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero. Salmo 119,105
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SENCILLEZ
El abad Marcos dijo en cierta ocasión al abad Arsenio: «¿ Verdad que es bueno no tener en la celda nada que te proporcione placer? Por ejemplo, una vez conocí a un hermano que tenía una florecilla silvestre que creció en su celda, y él la arrancó de raíz». «Bueno - dijo el abad Arsenio-, eso está bien. Pero cada persona debe actuar de acuerdo con su propio proceso espiritual. Y si alguien no es capaz de seguir adelante sin la flor, debe plantarla de nuevo». LA sencillez de vida en un mundo complejo tiene, en mi opinión, cuatro características. Una vida es sencilla si es honrada, si carece de trabas, si está abierta a las ideas ajenas y si permanece serena en medio de un impulso irreflexivo que linda con lo caótico. En la base, la sencillez de vida tiene mucho más que ver con la autenticidad que con las cosas; de lo contrario, sería una virtud únicamente para quienes tienen cosas de las que prescindir. Entonces la sencillez tendría más que ver con el clasismo, con una especie de teatro social llamado «sencillez voluntaria», que con una actitud mental que nos deja en medio de nuestro mundo desnudos y sin miedo, con seguridad de espíritu y sin trabas producto de la seducción de lo innecesario y lo superficial. ¿No es la sencillez realmente lo que los antiguos llamaban «pureza de corazón», la búsqueda decidida de la esencia de la vida, en lugar de la búsqueda desesperada de lo superfluo, sea cual sea la forma que adopte en nuestros diversos mundos? ¿No requiere la sencillez que aprendamos a vivir una vida centrada, a «hacer de Dios nuestra porción», en un mundo que hace trizas nuestros días, nuestra vida y nuestra psique? Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Mateo 5,8
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SER IMPERFECTO
El Talmud habla de un anciano que vivía en un pueblo y daba siempre dinero a personas que no servían para nada. Los habitantes del pueblo estaban escandalizados por tal despilfarro. «¿Por qué das dinero a esas personas, si sabes que no hacen más que malgastarlo», quisieron saber. Y el anciano respondió: «¿Voy a ser más exigente con ellos de lo que Dios lo ha sido conmigo?». CUANDO yo tenía diez años, me estrellé contra el escaparate de una tienda de «chuches». Además del hecho de que yo no tenía que estar en aquella tienda en aquel preciso momento, fue un gasto extra que mis padres no podían realmente permitirse. Estuve todo el día sentada en el suelo de la sala esperando que mi padre volviera a casa y me castigara, pero lo único que me dijo fue: «¿Te has hecho daño? ¿No? Entonces, bien. ¿Qué has aprendido de lo que te ha pasado?». Yo no «merecía» aquel amor. Y yo soy de la idea de que, en algún momento, incluso tú has escapado a lo que te merecías por tus actos. De hecho, todos estaríamos ahora en algún otro lugar si Dios se rigiera por la aritmética. Ninguno de nosotros tiene una trayectoria perfecta. Todos hemos sido salvados de nosotros mismos y sin ningún mérito por nuestra parte. Y ese es el problema: si tenemos que merecer el cielo, nunca vamos a llegar a él, porque no podemos merecerlo. No estamos hechos para ser perfectos; estamos hechos para ser nosotros. Estamos hechos para crecer lentamente. Estamos hechos para empezar de nuevo una y otra vez. Estamos hechos para demostrar la justicia de Dios y ejercer la misericordia de Dios, que son ambas claramente distintas de las nuestras. Ha llegado el Reino de los Cielos. Mateo 3,2
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SER UNO MISMO
Antes de morir, el rabino Zusya de Hanipol dijo: «En el más allá no me preguntarán: "¿Por qué no has sido Moisés?", sino: "¿Por qué no has sido Zusya?"». LA industria de la creación de imagen está en pleno auge en nuestros días. Alguien nos dice cómo «vestirnos para alcanzar el éxito». Por una módica suma, crean de la nada nuestro curriculum vitae. Imparten talleres que crean para nosotros, en seis o menos fáciles lecciones, ese tipo de sociedad «Mc» que nos hace preguntarnos qué estamos en realidad viendo cuando miramos a alguien. No es que saber vestirse para cada ocasión, hablar con claridad y aprender a definirnos no sean habilidades importantes, sino que aprender a presentarnos para que la gente pueda ver al primer vistazo la clase de personas que realmente somos en lo más profundo de nuestro in terior y aprender a hacer invisible quiénes somos realmente son dos cosas distintas. Cuando la persona que hacemos creer a la gente que somos se ha convertido en nuestra defensa contra quien somos en realidad, estamos lo más lejos que podemos estar del antiguo significado de la humildad, que es el sutil arte de ser uno mismo. Entonces no son las joyas que llevamos las que son falsas, sino nosotros. Eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo Isaías 43,4
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SOBRE LA FELICIDAD
«¿Qué buena obra debo hacer para ser aceptable por Dios?», preguntó el discípulo al rabino. «¿Cómo puedo saberlo? - respondió el rabino - Abrahán practicó la hospitalidad, y Dios estaba con él. A Elías le gustaba orar, y Dios estaba con él. David gobernó un reino, y Dios estaba con él también. Judit lideró al pueblo, y Dios estaba de su lado». «Bueno - dijo el discípulo - ¿y hay algún modo de que pueda saber qué tarea me corresponde a mí?». «Sí - dijo el rabino-. Busca aquello por lo que más se incline tu corazón y hazlo realidad». UNA cosa es segura: la naturaleza de la felicidad es uno de los grandes enigmas de todos los tiempos. Las respuestas varían y a menudo en tran en conflicto, pero lo importante es el enigma mismo. No preguntarme a mí mismo si soy feliz es no hacerme la mayor pregunta sobre el desarrollo espiritual de todos los tiempos. La respuesta a la pregunta «¿qué es la felicidad?» puede consistir en preguntar a su vez: ¿estás haciendo lo que te gusta hacer y estás haciéndolo de tal modo que haga mejor la vida de los demás? Aristóteles llamó a la felicidad «la actividad del alma en conformidad con la excelencia». En otras palabras: ser el mejor ser humano posible, hagamos lo que hagamos: ser trabajadores capaces, buenos padres, vecinos amables... Y después Aristóteles ofreció la idea más importante de todas: «Pero debemos añadir "En una vida completa", porque una golondrina no hace verano». Todo necesita tiempo. La felicidad es algo que desarrollamos, no algo que ya tenemos. ¡Feliz el pueblo con tales bendiciones! Salmo 144,15
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TIEMPO
En la tumba de un faraón de Egipto se encontró un puñado de granos de trigo que tenían cinco mil años de antigüedad. Alguien plantó los granos y los regó. Y, para asombro de todos, los granos cobraron vida y germinaron. ¡Después de cinco mil años! EL tiempo es una de las pocas dimensiones de la vida que no tiene propiedades. No es ni bajo ni alto, ni gordo ni delgado, ni viejo ni joven. Sencillamente, es. El tiempo tiene únicamente las cualidades que nosotros le atribuimos. El tiempo está destinado a liberarnos para la vida; pero, en lugar de hacerlo, nos esclaviza. En lugar de escuchar a las personas con las que estamos, no dejamos de mirar el reloj para asegurarnos de estar a tiempo con la persona que viene detrás. Vivimos con nuestra mente en alguna otra cosa, en lugar de estar atentos a la presencia de Dios en el presente. De manera que nos perdemos el crecimiento de nuestros hijos, los años centrales de nuestro matrimonio, los llamamientos interiores a vivir de modo nuevo... Perdemos el tiempo y pensamos que estamos viviendo. ¡Qué triste! Trata de estar aquí y ahora. El tiempo es sagrado. El tiempo es santo. El tiempo es la materia prima de lo sacramental. De un modo u otro, tenemos que comprender que esta vida es nuestra vida, y que el modo de gastarla determina la clase de persona que, en definitiva, llegaremos a ser. Esta vida es la única que tenemos. ¡Qué pena, llegar al final de la misma diciendo: «Podría haber... Debería haber..., pero no lo hice...»! Nuestros días declinan, como un suspiro gastamos nuestros años. Salmo 90,9
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HAZ TU PROPIO RETIRO DE SEMANA SANTA
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Índice Amor Apertura Autoaceptación Belleza Bondad Celebración Comida y celebración Compromiso Consuelo Culpa Dar de comer al hambriento Discipulado El propósito de la vida El quid de la cuestión Elegir la vida Espiritualidad Estabilidad Honrar al otro Hospitalidad Humildad Iluminación La presencia de Dios Libertad Los caminos de la vida Mentalidad abierta Misericordia Misticismo Muerte
15 17 19 21 24 26 29 31 33 36 38 40 42 45 47 49 53 56 58 61 63 66 69 71 73 75 77 79 112
Naturaleza Orar con la Escritura Pasión Relaciones Risa Sábado Sabiduría Sencillez Ser imperfecto Ser uno mismo Sobre la felicidad Tiempo
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