(4) Villani_La Edad Contemporanea 1914-1945
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10. De la revolución de febrero a la revolución de octubre Cuando terminó la guerra, Lenin y los bolcheviques llevaban un año gobernando en Rusia. La primera explosión revolucionaria, en febrero de 1917, había sido en gran medida un movimiento espontáneo, consecuencia de la intolerable situación creada por la guerra. Pero desde tiempo atrás se acumulaban el descontento y la tensión, y la experiencia de 1905 influía de alguna manera. Los soviets, los consejos de obreros, eran una herencia de aquella revolución y cumplieron una función esencial manteniendo el contacto con las masas y orientándolas. El movimiento partió de la capital, Petrogrado, que se había convertido en una importante concentración obrera; muchas unidades del ejército se solidarizaron con los amotinados y su negativa a reprimir la revuelta contribuyó al éxito de la insurrección. En su gran mayoría, los soldados eran de origen campesino y habían padecido duramente el rigor de una guerra a la que habían sido arrastrados sin la debida preparación ni los medios necesarios. Las pérdidas habían sido abrumadoras: se calculan cerca de dos millones de muertos y cinco de heridos al comienzo de 1917. En los soviets se reunían los obreros y los soldados que representaban a los campesinos. Rusia todavía era un país principalmente rural: la población, que había crecido rápidamente en las últimas décadas, sumaba 174 millones de almas en 1914 y, al menos el 80 por ciento vivía y trabajaba en el campo. La presión sobre la tierra era muy fuerte y la mayor parte de las propiedades campesinas no bastaban para garantizar un nivel de vida aceptable. Sin embargo, no se podría explicar el éxito y el desarrollo de la revolución si no se subrayara que en esta sociedad preferentemente campesina existían grandes concentraciones industriales y obreras. Los tres millones de asalariados de la industria habitaban en las grandes ciudades y trabajaban las grandes fábricas, el 40 por ciento de las cuales empleaban a más de mil personas. Petrogrado y Moscú eran los mayores centros obrero. En la Duma, el parlamento que sobrevivió a la revolución de 1905 con muy escasos poderes, se mantenía viva la oposición al absolutismo zarista. Cuando el movimiento popular demostró la fragilidad y la descomposición del régimen, los grupos liberales de la Duma, y en primer lugar el partido kadete, pensaron que era posible conducir al país hacia la democracia. La Duma eligió un comité que se transformó en gobierno provisional con el apoyo del soviet dominado por los socialistas revolucionarios y los mencheviques. Durante las primeras semanas reinó la confusión: habían caído las estructuras del antiguo régimen, el ejército se dispersaba y el gobierno no podía contar con una burocracia eficaz. Los soviets, emanación directa de la base obrera y popular, podían hacerse escuchar y obedecer, pero generalmente dentro de una esfera territorial local y limitada. Los enfoques y las tendencias de los partidos y de los grupos políticos todavía eran confusos. Las decisiones más importantes se encomendaban a la asamblea constituyente, que debía representar la voluntad del pueblo. Sin embargo, la guerra continuaba, desanimando las ilusiones de los soldados y los campesinos que deseaban la paz inmediata. Los ambientes liberal-constitucionales que dominaban la Duma se oponían a la radical reforma agraria necesaria para obtener el apoyo de los campesinos al nuevo régimen, mientras los partidos de izquierda consideraban prematuro un régimen socialista: según el esquema marxista, generalmente aceptado, la revolución socialista debía producirse en una sociedad burguesa madura e industrialmente avanzada, y evidentemente, Rusia no lo era; por ello era necesario impulsar, el pleno desarrollo de las fuerzas burguesas.
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Texto. La Edad Contemporánea, 1914-1945. Autor. Pasquale Villaní
La posición de Lenin, que llegó a Petrogrado en los primeros días de abril de 1917, era totalmente distinta. El líder bolchevique tenía la ventaja, sobre sus adversarios y sus amigos y compañeros, de estar firmemente convencido de sus tesis, que se fundaban en un lúcido análisis de la situación rusa, aunque partían de premisas que no se cumplieron: la inminencia de una revolución europea y mundial. Las tesis de abril, en las que expone la línea política que debía seguir el partido bolchevique, tienen por ello una considerable importancia. «La particularidad del momento que vive Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución —que a causa de las insuficientes conciencia y organización del proletariado, ha dado el poder a la burguesía—a la segunda etapa, que debe dar el poder al proletariado y a las clases pobres de campesinos... Nada de república parlamentaria —regresar a ella, después de los soviets de los diputados obreros seria un paso atrás—, sino república de los soviets y de los diputados obreros, de los jornaleros y de los campesinos en todo el país; desde abajo hacia arriba.» Las tesis también fijaban algunas indicaciones programáticas para la conquista del poder a corto plazo: oposición a la guerra, porque era un conflicto burgués e imperialista; confiscación de las grandes propiedades; nacionalización de la tierra, para ponerla a disposición de los soviets locales y de los diputados de los asalariados agrícolas y de los campesinos pobres; en el área de la producción industrial no se proponía una inmediata instauración del socialismo, sino, por el momento, sólo el control de la producción social y del reparto de los productos por los soviets y los diputados obreros. En pocos meses Lenin confirmaba su calidad de jefe de los bolcheviques y alcanzaba un gran prestigio en la asamblea de los soviets de Petrogrado. Desde 1902, concebía al partido como centro y motor de la revolución; debía ser el guía y la conciencia de la clase obrera que, abandonada a la espontaneidad La penetración y el crecimiento de los bolcheviques se beneficiaron de la política del gobierno, que desde mayo de 1917 incluía a los mencheviques v a los socialistas revolucionarios, con el mismo Kerenski como ministro de Guerra. Las presiones de los gobiernos de la Entente y de algunos socialistas, entre los que se destacaban los franceses —no olvidemos que eran muy fuertes los lazos financieros que vinculaban a Rusia con Francia, cuyos capitales habían financiado el comienzo de su rápido proceso de industrialización—, comprometieron al gobierno ruso a continuar la guerra lanzando una ofensiva contra los alemanes. Entretanto, no se había adoptado ninguna medida para satisfacer las reivindicaciones de los campesinos sobre la tierra y la oposición bolchevique tenía buenas posibilidades con su propio programa de gobierno que proponía el final de la guerra, la nacionalización y distribución de la tierra y el control obrero de la producción. Los mencheviques y los socialistas revolucionarios perdían poco a poco su mayoría en los soviets. En julio estalló una nueva insurrección en Petrogrado: mientras el ejército no podía detener la contraofensiva alemana y se dispersaba, en el campo se multiplicaban las ocupaciones de tierras. El gobierno trató de castiga a los bolcheviques aprovechando la fracasada insurrección de julio, Lenin debió huir a Finlandia, Trotski y otros dirigentes del partido fueron arrestados. Kerenski asumió directamente las principales responsabilidades de gobierno, pero continuaba perdiendo el apoyo de los soviets. La vanguardia alemana llegó a Riga amenazando la capital. Kornilov exigió el estado de sitio y poderes excepcionales; ante el rechazo de su petición por el gobierno, intentó un golpe de Estado militar y sólo la resistencia de los obreros impidió la victoria del general. El gobierno quedaba totalmente desacreditado y carecía de fuerzas
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capaces de reprimir una insurrección. Lenin consideró que habla llegado el momento decisivo. Mientras ocurrían estos episodios, entre agosto y septiembre de 1917 escribía su El estado y la revolución, obra en la que reelaboraba la doctrina marxista sobre el discutido problema de la «dictadura del proletariado». Según él, una interpretación adecuada de la teoría del Estado de Marx indica que «la dictadura de una sola clase es necesaria no sólo para las sociedades clasistas en general, no sólo para el proletariado después de haber abatido a la burguesía, sino para todo el período histórico que separa al capitalismo de la sociedad sin clases: el comunismo». La dictadura del proletariado es la represión de la minoría de opresores y explotadores por la mayoría de explotados. «Sólo con la instauración del comunismo se extingue el Estado —es decir, la máquina represora— y se llega a la libertad. » De esta raíz teórica nacían un sustancial rechazo y desprecio por toda forma de democracia «burguesa», interpretada como una pantalla de la dictadura de clase de la burguesía, y la fe en la representatividad de los soviets y el mayor contenido democrático de la dictadura del proletariado. La elaboración teórica realizada por Lenin durante los meses de exilio en Finlandia, y la función de guía encomendada al partido serán muy importantes para la construcción del Estado soviético y su carácter autoritario y totalitario. Lenin pensaba que había llegado la hora de la acción definitiva; y algunos meses más tarde, mostrando su preferencia por la lucha política sobre el terreno, afirmó que «es más agradable y más útil hacer la experiencia de una revolución que escribir sobre ella». La que luego sería llamada «revolución de octubre» fue preparada cuidadosa y abiertamente por los bolcheviques contra un gobierno impotente, en vísperas del segundo congreso panruso de los soviets, que concretó la conquista del poder por los obreros y los campesinos, aprobó los decretos sobre la paz y sobre la tierra, nombró nuevo gobierno al consejo de comisarios del pueblo cuya presidencia fue confiada a Lenin y entre cuyos miembros más destacados figuraban Trotski y Stalin. Era fácil comprender qué suerte le estaba destinada a la asamblea constituyente, convocada de no muy buena gana por Lenin con la firme intención de obtener el pleno reconocimiento del poder soviético o disolverla inmediatamente. Los mencheviques y los socialistas revolucionarios tenían mayoría en la Constituyente (la representación bolchevique sólo llegaba al 25 por ciento). La asamblea intentó resistir pero el 19, un decreto del comité ejecutivo del congreso panruso de los soviets decretó su disolución.
11. Guerra civil en Rusia La dictadura del proletariado o, mejor dicho, del partido bolchevique, era ya una realidad. Los primeros años de gobierno fueron muy difíciles. Se trataba de crear las estructuras de una nueva administración, terminar con la anarquía que reinaba en el país, contrarrestar la oposición interna y combatir en una verdadera guerra civil fomentada por la intervención de potencias extranjeras. Fue la etapa heroica de la revolución, cuando pareció que la dictadura se justificaba, pero también se echaron las bases de un régimen sustancialmente antidemocrático. En primer lugar fue necesario concluir la paz. Las condiciones eran muy duras: cesión de los territorios polacos y las regiones bálticas, reconocimiento de la independencia de Ucrania, una de las zonas agrarias más ricas donde los alemanes esperaban extraer los
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recursos necesarios para sostener su esfuerzo bélico. También en este caso Lenin comprendió con extrema claridad la necesidad del sacrificio y expuso, sin medias palabras, los motivos de su decisión: «El congreso considera necesario ratificar un tratado de paz (el de Brest-Litovsk) extremadamente duro y humillante dadas la falta de un ejército de nuestro lado, las condiciones de extrema desmoralización de las tropas en el frente y la necesidad de aprovechar cualquier mínima posibilidad de tregua antes de la ofensiva imperialista contra la república socialista soviética.» En efecto, en 1919, aunque sin mucha convicción ni decisión, el régimen soviético fue atacado a lo largo de todos sus límites desde el Báltico al Lejano Oriente. En general era una guerra dirigida indirectamente, porque hubiera sido difícil para las grandes potencias, después de cuatro años de durísima guerra, sostener una campaña en regla contra un régimen nacido de una revolución que había obtenido un amplio eco y general simpatía en el proletariado de todo el mundo y en muchos sectores de la izquierda. Dentro de Rusia, desvanecida toda posibilidad de oposición democrática por la falta de puntos de apoyo sólidos en un tejido social de tipo occidental y burgués, la resistencia fue sostenida por las clases más conservadoras, por la ayuda extranjera y algunos generales del ejército zarista; sin embargo, se impusieron la energía de los bolcheviques, el entusiasmo y los sacrificios de los obreros enrolados en el Ejército Rojo y las cualidades organizativas y estratégicas de Trotski, que asumió el mando. Uno de los episodios internacionales más importantes fue la intervención del ejército de la reconstituida Polonia, en abril de 1920. Las dificultades internas del gobierno soviético y la guerra civil que no se había ganado definitivamente, sugerían que la invasión sería una fácil parada militar. En cambio, la imprevista capacidad de resistencia y de reacción del Ejército Rojo, rechazó a los polacos hasta Varsovia. Desde entonces, la guerra civil se fue extinguiendo y cesó la intervención extranjera. De todas maneras, la guerra civil fue muy dura. Toda la familia del zar fue exterminada entre el 16 y el 17 de julio de 1918 en Ekaterinburgo (actual Sverdlovsk) y episodios de terror, tanto rojos como blancos, ensombrecieron los acontecimientos. Destrucciones, devastaciones, epidemias y penurias agravaron los males de la guerra. Las ciudades sufrieron particularmente, perdiendo cerca de un tercio de sus poblaciones y el número de obreros de la industria quedó diezmado por la incorporación de muchos de ellos al Ejército Rojo. Reinaba el desorden en la economía. El control obrero, decretado en los primeros días de la revolución, fue sustituido por una disciplina rígida, acompañada por algunas medidas de incentivación del trabajo extraordinario y la racionalización de los tiempos de producción según el modelo norteamericano. En el campo, comités de campesinos pobres controlaban el producto de las cosechas y grupos de peseros requisaban lo necesario para aprovisionar al ejército y abastecer mínimamente a las ciudades. La aplicación del concepto leninista de la dictadura de clase se convirtió en el comunismo de guerra, caracterizado por la represión policial y por la dictadura del partido.
12. La vana espera de la revolución mundial Si bien los conatos de intervención en Rusia se disiparon muy pronto, muy diferente destino tuvo la revolución soviética fuera de las fronteras de Rusia. El internacionalismo socialista, aunque debilitado y superado por la expansión nacionalista, pertenecía a la
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tradición del movimiento marxista y revolucionario. Las desilusiones y los problemas económicos y sociales, el malestar moral, las esperanzas e inquietudes despertadas por largos años de guerra eran tierra fértil para experimentos revolucionarios. La educación para la violencia y el empleo de las armas se habían convertido en una experiencia masiva. Los mismos bolcheviques consideraban a la revolución Rusa corno la primera fase de la revolución proletaria que se propagaría por todo el mundo. Era opinión común que se había roto el eslabón más débil de la cadena capitalista, pero que la revolución socialista no podría sobrevivir sin extenderse a otros países, además de Rusia, ricos en proletariado industrial y maduros para profundas transformaciones sociales. Hay que distinguir las verdaderas intentonas insurreccionales y la constitución de gobiernos revolucionarios, aunque hayan durado poco tiempo, de las agitaciones sociales más generales y sus repercusiones en los partidos socialistas. Las mayores esperanzas de los bolcheviques apuntaban a Alemania, país vencido en el que existía un numeroso proletariado industrial, con experiencia organizativa y tradición de lucha. Las huelgas de enero de 1918, el amotinamiento de la flota en Kiel, las manifestaciones de Berlín en noviembre de 1918, que habían causado la caída de los Hohenzollern, podían desembocar en otros procesos revolucionarios. Siguiendo el ejemplo de los bolcheviques rusos, parecía asumir la guía de la revolución el grupo espartaquista (que tomaba su nombre de Spartacus, seudónimo usado por Liebknecht para firmar las cartas enviadas a la Luxemburgo y a la Zetkin), constituido después del estallido de la guerra por la izquierda del partido socialdemócrata, y encabezado por Rosa Luxemburgo y por Karl Liebknecht, que se había opuesto radicalmente a la guerra rompiendo con el partido socialdemócrata. En realidad, el enfoque de Rosa Luxemburgo, que daba mucha importancia a la espontaneidad de la acción de las masas, difería profundamente del de Lenin, convencido de la necesidad de la organización y de la función dirigente y preeminente del partido. Las diferencias, ya evidentes en sus respectivas tomas de posición, no se profundizaron porque Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron deliberadamente asesinados durante la fallida insurrección de 1919 en Berlín, pocos días después de que los espartaquistas se transformaran en el partido comunista de Alemania. El fracaso de este alzamiento fue la primera demostración de las profundas diferencias existentes entre Alemania y Rusia. La primera, y probablemente la más importante, era que el ejército alemán no se había disuelto: se había separado de la monarquía y se había puesto de acuerdo con el grupo mayoritario de los socialdemócratas capitaneados por Herbert dispuesto a sostener la república democrática a condición de que ésta se opusiera con firmeza a la revolución soviética. Junto con el ejército, también seguía en pie todo el aparato burocrático del antiguo Estado alemán. Durante la guerra, en cambio, el proletariado industrial habla sido incluido en el sistema productivo mediante una serie de acuerdos que reconocían la importancia y la función de los sindicatos. La mayoría de los obreros era fiel a los dirigentes tradicionales de sus organizaciones y al partido socialdemócrata. Faltaba, además —otro dato esencial de la revolución rusa— la presión de los campesinos pobres y de los jornaleros agrícolas para una reforma agraria radical. Los campesinos alemanes eran en gran parte propietarios y arrendatarios hostiles a cualquier proyecto de socialización y colectivización, como ya lo hablan podido comprobar los socialdemócratas. En la represión de los motines de Berlín y el asesinato de la Luxemburgo y de Liebknecht participaron grupos paramilitares apoyados por el ejército, los Freikorps, cuya ayuda no rechazaba el gobierno socialdemócrata y, en particular, el ministro del Interior, Noske,
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tolerando así formas ilegales y antidemocráticas de organización. Se consideraba que el mayor peligro era la subversión comunista. La amenaza parecía inminente, como lo demostró el episodio de Munich, donde el 4 de abril de 1919, por una serie de circunstancias más bien fortuitas, pero que testimonian el estado de incertidumbre y confusión reinante, se constituyó un gobierno soviético que duró menos de un mes. Berlín ordenó intervenir al ejército y el gobierno socialdemócrata fue restaurado. La más larga experiencia de dictadura del proletariado fuera de Rusia —el gobierno de Béla Kun en Hungría, del 21 de marzo al 4 de agosto de 1919— duró poco más de cuatro meses y terminó con un rotundo fracaso. Es interesante señalar que, tal como en Alemania, también en Austria y en Hungría el final adverso de la guerra no había afectado a los partidos burgueses, sino a la socialdemocracia, que, en general, asumió la misión de enfrentar a la revolución comunista a menudo se vio obligada a encabezar regímenes abierta o larvadamente autoritarios y antidemocráticos. La profunda escisión en el campo de los partidos socialistas y en el frente de la izquierda europea fue una de las consecuencias más graves de la revolución soviética. Hungría sufrió particularmente la derrota y la disolución del imperio de los Habsburgo. Los húngaros, hablan defendido con intolerancia su hegemonía sobre las otras nacionalidades importantes del país, perdieron vastos territorios. Especialmente costosa fue la cesión de Transilvania a los rumanos, impuesta por el tratado de paz. Karoly y los socialdemócratas, tras intentar reprimir a la oposición comunista, se pusieron de acuerdo con Béla Kun entregándole el gobierno. Sin embargo, gobernar a Hungría, no obstante el acuerdo con los socialistas, fue una empresa imposible frente al ataque conjunto de checoslovacos. rumanos y yugoslavos. Muy pronto el poder pasó a manos de los conservadores y de la antigua clase dirigente, con la formula y el artificio de la regencia confiada al almirante Horthy, en nombre del rey y ex emperador Carlos de Habsburgo, al que nunca se le permitió ascender al trono. Con la dimisión de Béla Kun en el verano de 1919, se cerraba definitivamente la fase aguda de las conmociones sociales en el centro y el este ele Europa, más expuestos al «contagio» soviético. Pero la esperanza de la revolución europea y mundial no había muerto en Moscú, adonde se había trasladado la capital de la república soviética y se había fundado la Tercera Internacional, auspiciada por Lenin desde 1914, cuando la guerra hizo fracasar la Segunda Internacional. El primer congreso del Comintem (Internacional comunista) que se desarrolló en marzo de 1919, no reunió muchos delegados ni tuvo demasiado eco. Más importante fue el segundo congreso, que sesionó en Moscú en julio de 1920: en él se formularon, en las «21 condiciones», los principios que debían aceptar los partidos que pretendieran ingresar en la nueva internacional. Se exigía una ruptura total con la socialdemocracia, la aceptación del centralismo democrático, la absoluta solidaridad con las repúblicas soviéticas y la subordinación de cualquier objetivo al de la revolución proletaria. De las escisiones, que la resolución provocó y consolidó en los más importantes partidos socialistas del centro y este de Europa, nacieron los partidos comunistas. En un comienzo, tuvieron amplias adhesiones en Alemania y en Francia. En Alemania, al pequeño grupo espartaquista, que habla quedado diezmado tras la insurrección berlinesa de 1919, se unieron los socialistas independientes, que ya se habían separado del grupo socialdemócrata mayoritario por su oposición a la guerra. Los independientes habían obtenido casi cinco millones de votos en las elecciones de 1920. La fusión en el partido comunista originó un retroceso electoral, sin embargo el partido comunista, en 1924, contó con tres millones y medio de votos.
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En Francia, la tendencia radical había dominado en el partido socialista después de la guerra; en el congreso de Tocas (diciembre de 1920) se aprobaron las «21 condiciones» y se fundó el partido comunista. La minoría socialdemócrata se agrupó en torno a Léon Blum. En Italia, el partido socialista, que por sus posiciones opuestas a la guerra había participado en las reuniones de Zimmerwald y luego había mantenido buenas relaciones con el partido bolchevique, se orientaba hacia la Tercera Internacional; pero las 21 condiciones, causaron gran perplejidad. Muchos no estaban dispuestos a adoptar una línea tan intransigente y romper todos los vínculos con los hombres de Filippo Turati, que representaban tradiciones muy arraigadas en el partido, no desterradas completamente por las declaraciones enfáticas y la retórica revolucionaria que entonces prevalecían entre los maximalistas. Así, en el congreso de Liorna, de enero de 1921, la mayoría no aceptó las condiciones. El grupo minoritario, encabezado por Amadeo Bordiga, exponente de la izquierda intransigente napolitana y por Antonio Gramsci, líder de los jóvenes socialistas y obreros turineses, abandonó el partido y fundó, en la misma ciudad, el partido comunista italiano. Posteriormente se produjo una escisión cuando los reformistas, expulsados del partido socialista dominado por Serrati crearon el partido socialista unitario. En 1920 en Moscú habían decaído las esperanzas de que la revolución proletaria se expandiera rápidamente por Europa, y el tercer congreso del Comintem, en junio de 1921, se resignó a la nueva situación adoptando una táctica menos intransigente. Pero, entretanto, ya se habían producido rupturas irreparables y quedaba sancionada, en el plano de los principios, la oposición irreductible entre democracia «burguesa» por una parte, y revolución soviética y dictadura del proletariado, por la otra.
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Texto. La Edad Contemporánea, 1914-1945. Autor. Pasquale Villaní
CAPITULO 5 ENTRE EUROPA, AMÉRICA Y ASIA
1. La Unión Soviética de la NEP En 1914 solamente existían en Rusia algunos núcleos industriales en las grandes ciudades; la gran mayoría de la población todavía se dedicaba a la agricultura. Pero cuando se habla de agricultura hay que tener en cuenta las diferencias existentes entre las distintas naciones. Mientras los sectores agrícolas en Alemania, y especialmente en Estados Unidos, se integraban esencialmente en la economía capitalista, alcanzaban elevados niveles de productividad y participaban en el mercado nacional e internacional, en Rusia prevalecían los cultivos extensivos y apenas habían comenzado los procesos de desarrollo mercantil y capitalista; la primera guerra mundial y la revolución dañaron gravemente el primitivo sistema económico ruso. En estas condiciones fue relativamente fácil adoptar las medidas de nacionalización que caracterizaron el llamado «comunismo de guerra» (19171921). Pero los resultados económicos eran catastróficos y amenazaban la misma existencia del nuevo régimen. El descontento se propagaba por los campos, donde los campesinos habían visto incumplidas las promesas de acceso a la propiedad individual; la insurrección de los marineros de Kronstadt, en marzo de 1921, fue una señal alarmante de la pérdida de consenso de los bolcheviques entre los que habían sido sus más fieles seguidores. Se calcula que, respecto a 1913, la producción agrícola disminuyó a menos de un tercio, y la industrial en más del 80 por ciento. Una terrible carestía se desató en 1920-1921 causando cinco millones de muertos de hambre y enfermedades. Se imponía una revisión de la política económica. Lenin y los órganos dirigentes del partido emprendieron, en 1921, la «Nueva Política Económica». La NEP era un compás de espera en el camino de la colectivización con el propósito de reanimar el mercado e incentivar la actividad de los empresarios privados en la agricultura, el comercio y la industria. Los resortes más importantes de la política económica permanecían en manos del Estado, pero los programas de socialización y nacionalización total se postergaban para mejor oportunidad. Se trataba de reanimar, o revivir, el capitalismo y se hablaba de un «capitalismo de Estado». Lenin escriba: «el capitalismo es un mal en relación con el socialismo. El capitalismo es un bien en relación con el período medieval, en relación con la pequeña producción, en relación con la burocracia ligada a la fragmentación de los pequeños empresarios... Debemos utilizar al capitalismo... como cadena de transmisión entre la pequeña producción y el socialismo...». Concluida victoriosamente la guerra civil se podían atenuar los reglamentos militares y económicos del comunismo de guerra. Las nuevas medidas beneficiaron especialmente al campo. Se sustituía el sistema de confiscaciones por el pago de un impuesto, primero en especies, luego en dinero, que permitía a los campesinos disponer libremente del resto de sus cosechas. Mejoraban las condiciones de vida de una población rural al borde de la
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inanición y la circulación de los productos agrícolas en los mercados locales y regionales. En el campo ya no encontraba obstáculos la diferenciación social: renació y se afirmó la clase de los campesinos ricos, los kulaki, más activos y dispuestos a aprovechar las ocasiones, labres paca contratar la mano de obra agrícola de los campesinos sin tierra. Aumentaron la superficie cultivada y la producción. Pero muy escasos productos agrícolas llegaron a los mercados urbanos porque la mayor parte la absorbía el autoconsumo. Por otro lado, el alto coste de los productos industriales empeoraba los términos de intercambio del sector rural e impedía que se intensificaran las relaciones comerciales entre las ciudades y el campo. No obstante estas dificultades, en el marco de la NEP se ubican el saneamiento financiero, el final de la inflación y la consolidación de una nueva moneda, el cervonec (literalmente, «moneda de oro rojo», equivalente a diez rublos de oro), y la recuperación industrial. En 1927, la economía rusa alcanzó los niveles de 1913. Sin embargo, subsistían problemas muy graves. La NEP había sido concebida desde el comienzo como un momento de transición; su duración no había sido fijada, pero de todas maneras se trataba de una pausa necesaria en la construcción del socialismo que continuaba siendo el principal objetivo de la revolución. La muerte de Lenin, en enero de 1924, privó a la dirección soviética de una autoridad indiscutida, aunque en los últimos dos años la enfermedad había impedido al jefe de los bolcheviques estar siempre presente y tomar decisiones importantes. En el partido se había abierto, con inusitada intensidad, la discusión sobre las perspectivas, tiempos y modalidades de la revolución, aunque los temas y los términos del debate no siempre trascendieran al exterior con claridad. En efecto, el endurecimiento disciplinario dentro del partido y el aumento del control policial en el país contrapesaron la liberalización económica instaurada por la NEP. El X Congreso del partido coincidió con el motín de los marineros de Kronstadt, que exigieron la restauración de soviets elegidos libremente, la libre discusión política y el final de las requisas en el campo. La insurrección fue duramente reprimida y, mientras algunas de las propuestas económicas se incorporaban a la NEP, era evidente la rigidez en el plano político. No sólo se había establecido —con la supresión de todos los partidos políticos restantes, incluso los de izquierda— el régimen de partido único, sino que también se vetaba la constitución de corrientes internas en el partido. Por ello, los temas fundamentales, como el destino de la revolución y el desarrollo del país, se discutían entre economistas, técnicos y políticos, sin involucrar directamente a los campesinos y obreros ni impulsar la formación y la expresión de una opinión pública democrática. El monopolio del poder, ejercido por el partido, y el monolitismo que caracterizaba su vida interna, tendían a ahogar el mismo debate y exponían a acusaciones de indisciplina y de traición a los partidarios de tesis contrarias a las de la secretaria y de la mayoría.
2. El ascenso de Stalin Todo ello ocurrió a medida que la secretaria del partido, asumida por Stalin en 1922, se reforzó apoyándose en una organización férrea, fundada en la rigurosa selección y la fidelidad de los cuadros intermedios. Sobre estos militantes caía la responsabilidad de concretar la línea política del partido una vez aprobada por el congreso y por el comité central. Ante la quiebra general de la sociedad civil, seguida por la revolución y la guerra intestina, los dirigentes del partido en los organismos de base y en las estructuras intermedias eran la columna vertebral del nuevo régimen. La victoria de Stalin sobre sus opositores se debió, esencialmente, a la adhesión y el control de esta fuerza que se sentía representada por el secretario del partido y desconfiaba en cambio de los
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exponentes más brillantes y más intelectualmente dotados, como Trotski, Zinoviev y Bujarin. Además, en un principio, la política de Stalin fue muy cauta. Trotski, el teórico y dirigente de mayor prestigio después de Lenin, había llegado a la conclusión de que era imposible construir el socialismo en Rusia sin un desarrollo revolucionario correspondiente en los países capitalistas más avanzados. Por ello predicaba la «revolución permanente» y reclamaba rigurosas medidas contra la reaparición de tendencias capitalistas en el campo, la lucha contra los kulaki y, junto con ella, el inicio de una política de industrialización. En consecuencia, tenía serias reservas hacia la NEP. En el frente opuesto se había alineado Bujarin que creía posible construir el socialismo en Rusia mediante un lento y gradual desarrollo fundado en la alianza entre campesinos y obreros, en un proceso de acumulación capitalista en el campo, llegando de este modo hasta el punto de incitar a los kulaki a «enriquecerse». Sólo la recuperación de la producción y de la productividad agrícolas podría permitir Un desarrollo industrial equilibrado y sentar las bases para avanzar hacia el socialismo. La NEP era, por lo tanto, el mejor camino para desarrollar este proceso. Inicialmente, Stalin apoyó ésta política, aunque nunca se manifestó a favor del resurgimiento del capitalismo en el campo. El adversario a combatir en ese momento era Trotski, que proponía una política calificada de aventurera y capaz, en su polémica contra la burocratización del partido, de comprometer las mismas bases sobre las que se afirmaba el poder de Stalin. Aliado con Bujarin no le fue difícil liquidar la oposición de la «izquierda» y de Trotski, quien, por su independencia, sus frecuentes diferencias con Lenin, su vanidad intelectual y su dureza en el mando, nunca había gozado de gran popularidad. La batalla entablada en el partido, en evidentes condiciones de inferioridad frente a la secretaría, concluyó en 1927, en el XV Congreso, con la expulsión de Trotski y de su aliado Zinoviev. Los intentos de ampliar la discusión y la protesta fuera del partido se reprimieron con la deportación de Trotski y luego con su expulsión de la URSS en 1929. Condenado a muerte en los años del gran terror (1936-1938), fue asesinado en México por un agente soviético el 20 de agosto de 1940. Siempre se había pensado que la industrialización era una tarea primaria de la revolución bolchevique. También se trataba de extender la base social del nuevo régimen, que apelando a sus orígenes obreros proclamaba la dictadura del proletariado. Los trabajadores de la industria, que sumaban cerca de dos millones y medio alrededor de 1914, se habían reducido a poco más de un millón a causa de la crisis económica y la guerra civil. Por los mismos motivos, la población de las grandes ciudades había sufrido gravísimas pérdidas. A partir de 1920 se habían preparado planes de reconstrucción industrial y Lenin habla afirmado: «la única base del socialismo puede ser la gran industria mecánica, capaz de reorganizar, incluso, a Ia agricultura». Había insistido especialmente en la necesidad de electrificar, acuñando un lema repetido luego muy a menudo: «el comunismo es el poder soviético más la electrificación del país». En 1921 se creó la comisión estatal para la planificación (posplan) para estudiar los planes sectoriales y anuales. Dentro del partido no se cuestionaba la necesidad de la industrialización. El problema eran los tiempos y la manera. La decisión se tomó entre 1927 y 1928 y fue adoptada por Stalin, que probablemente por entonces ya interpretaba la voluntad de la gran mayoría del partido. Imponía el enfoque del «socialismo en un solo país», muy diferente del gradualismo propuesto por Bujarin. Stalin se negaba a aguardar a que madurara el desarrollo capitalista en el campo. Si bien rechazaba de Trotski y de la
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izquierda la tesis internacionalista de la revolución permanente —que se había mostrado poco fundada— aceptaba la idea de forzar los tiempos de la industrialización e imponer a los campesinos el régimen colectivista. Las víctimas de esta decisión fueron en primer lugar Bujarin, que debió renunciar al proyecto de un desarrollo pacifico y equilibrado, y los kulaki. El costo humano, político y también económico de la industrialización a marchas forzadas y de la colectivización de la tierra pesó sobre toda la población rusa. Sin duda, los resultados conseguidos fueron rápidos e imponentes. La planificación fue un medio técnico absolutamente novedoso: en 1928 se lanzó el primer plan quinquenal. La primera escaramuza para la liquidación de la NEP ocurrió durante el invierno de 19271928, cuando Stalin apeló al antiguo sistema de la confiscación para resolver el problema del abastecimiento de cereales a las ciudades. El episodio aclaró dos puntos: que la NEP no había logrado estimular económicamente el flujo de los productos agrícolas hacia los mercados urbanos, y que Stalin, y buena parte del partido con él, no estaba dispuesto a aguardar a que maduraran las condiciones económicas y prefería actuar por la fuerza para obligar a los campesinos a entregar los «excedentes». Bujarin y los partidarios de la NEP intentaron una última resistencia pero, finalmente, tuvieron que ceder. Junto con la aplicación del primer plan quinquenal, se impartieron las primeras directivas para la colectivización de la tierra. Se declaró la guerra abierta a los kulaki e invitó a los campesinos a ingresar en las grandes granjas colectivas, los koljoses. La tierra pertenecía al Estado, que la cedía a perpetuidad a la administración de las granjas; cada miembro de la comunidad tenía derecho a la propiedad de la casa, el huerto, una vaca y algunas cabras. Las dimensiones de estas granjas colectivas eran muy variadas, desde algunos centenares de hectáreas hasta más de tres mil, y agrupaban entre sesenta y doscientas familias. La colectivización era un medio para controlar directamente la producción, destinada sobre todo al acopio estatal, y luego a compensar los servicios de los equipos de máquinas y tractores —concebidos para difundir la mecanización agrícola—, a pagar los insumos para los cultivos (semillas, fertilizantes y todo lo necesario), y, finalmente, a retribuir a los koljosianos según las jornadas de trabajo prestadas por cada uno. Junto a los koljoses ya se habían instituido los sovjós, grandes centros gestionados totalmente por el Estado, que debían funcionar a la manera de grandes complejos industriales en sectores agrícolas especializados (cultivos de cereales, de algodón o ganadería y producción de leche y de quesos) y valerse de los medios más modernos. La colectivización agrícola afectó a más de la mitad de la población soviética y trasformó radicalmente su sistema de vida. Por las implicaciones políticas y sociales tuvo inicialmente repercusiones y consecuencias aún más amplias y dramáticas que la planificación industrial, a la que, de todas maneras, estaba estrechamente vinculada. No era posible llevar adelante el plan —sobre todo construir una industria poderosa— sin orientar hacia ese objetivo todos los recursos del país. Escogida la vía rápida para la industrialización, no sólo había que imponer una disciplina rígida e incentivar una fuerte emulación entre los trabajadores, también era necesario extraer del campo los recursos disponibles dejando a los campesinos el mínimo para sobrevivir. Era una opción despiadada para la que se alegaron motivos ideológicos y, aún más, la razón de Estado. Stalin lo declaró solemnemente en 1931: «Rusia siempre fue derrotada a causa de su atraso. Lo fue por los khanes mongoles, por los bajaes turcos, por los panes de Polonia y Lituania, por los capitalistas anglofranceses, por los barones japoneses, por todos; y esto a causa de su atraso... Estamos retrasados en cien años respecto a los países más avanzados. Debemos cubrir esta diferencia. O lo hacemos o nos aplastarán» (M. L. Salvadori).
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3. La colectivización rural y la industrialización forzada La campaña de colectivización se lanzó en el otoño de 1929. Hasta ese momento habían ingresado espontáneamente en los koljoses cerca de un millón de familias campesinas de los veinticinco millones que constituían la población rural de la URSS. En marzo de 1930 se habían establecido más de cien mil granjas colectivas, que agrupaban a más de catorce millones de familias. Todavía no hay una documentación completa acerca de las conmociones que provocó una transformación tan rápida, obtenida mediante la violencia y las amenazas. Es verdad que las repercusiones fueron tan graves que el propio Stalin, que había sido el promotor de la empresa y partidario de la violencia, hubo de volver sobre sus pasos en El vértigo del éxito, un artículo publicado en marzo de 1930. Los campesinos no sólo habían sacrificado todo el ganado que debía ser socializado, sino que, en algunas zonas estaban en abierta rebelión: peligraban las semillas y la futura cosecha. El alivio de la presión indico claramente cuales eran los deseos de los campesinos: en pocos meses las familias integradas en las granjas colectivas bajaron de más de once millones a menos de seis millones. Pero solo fue una pausa. En 1931 se reinicio enérgicamente la colectivización y, en 1934, el 80 por ciento de las familias campesinas vivía y trabajaba en los koljoses. En 1936 se contaban 245.700 granjas que albergaban al 90 por ciento de los campesinos. Los costes económicos y humanos de esta operación fueron enormes. Algunos calculaban que las victimas de la violencia y del hambre oscilaron en torno a los cinco millones. Las estadísticas oficiales de 1933 revelaron que al menos la mitad del patrimonio zootécnico había desaparecido. Desde entonces, la agricultura fue el punto débil de la economía soviética. La colectivización forzada no buscó solamente controlar la producción agrícola en función del crecimiento industrial, también pretendió procurar la mano de obra necesaria para las nuevas industrias. No obstante el aparato represivo, la empresa no hubiera tenido éxito si las fuerzas más jóvenes y activas no hubieran encontrado una salida en las ciudades y en el trabajo industrial. En efecto, más de veinticuatro millones de campesinos abandonaron el campo y las tareas rurales entre 1926 y 1940. La población urbana pasó de veintiséis a cincuenta y cinco millones de habitantes, nacieron nuevas ciudades en los Urales y en Siberia y las antiguas doblaron o triplicaron su población. No es posible evaluar con precisión en qué medida los planes quinquenales (el primero realizado en poco más de cuatro años, de septiembre de 1928 a diciembre de 1932; el segundo entre 1933 y 1937) lograron los objetivos fijados; en general todas las estadísticas son difícilmente controlables y las soviéticas de manera especial. Sin embargo, es indudable que el ritmo de desarrollo fue extremadamente alto (una tasa del 8 por ciento anual) y que no obstante los desequilibrios, la industria pesada —claramente privilegiada— logró importantísimos progresos. En conjunto, la producción industrial, que en 1926 había recuperado el nivel de 1913, se duplicó ampliamente durante el primer plan quinquenal y, en 1940, había crecido aproximadamente diez veces respecto a 1913. Los avances más espectaculares se habían conseguido en la producción de carbón (de 29 a 166 millones de toneladas), de acero (de 2 a 48 millones de toneladas) y de electricidad (2.000 millones a 48.000 millones de kw/h). Estos saltos parecían más gigantescos aún porque el punto de partida era considerablemente bajo. Los ejemplos más destacables de la construcción industrial en la URSS son el embalse y la gigantesca central eléctrica sobre el río Dnieper, el complejo siderúrgico de Magnitogorsk en los Urales, las fábricas de tractores de Stalingrado y de Kiakov. Se trata
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de los hitos de un proceso que transformó todo el país y creó, sobre todo en las regiones del este de los Urales, nuevos centros de actividad industrial que demostraron su importancia vital durante la guerra, cuando los alemanes ocuparon vastísimos territorios de Rusia y de Ucrania. También el sistema de comunicaciones multiplicó las vías de penetración y de transporte en las nuevas regiones, con la ampliación del Transiberiano y la construcción de la línea ferroviaria transversal que unió el norte de Siberia con el Turkestán. Una red de canales navegables completó los sistemas de conexiones. Si la colectivización forzosa del campo había establecido el control de los campesinos, no fue menos rígida la disciplina impuesta a los obreros. Se privó a los sindicatos de cualquier posibilidad de expresar reivindicaciones autónomas o de oponerse a las decisiones políticas; y se los transformó en instrumentos de la política del plan. Ya bajo Lenin, había terminado el control de las bases obreras y se había vuelto al sistema de la responsabilidad y la autoridad de los directores de fábrica. Con la nueva política se reforzó el poder jerárquico, se instituyó la libreta de trabajo obligatoria, se difundió el trabajo a destajo y se combatió toda pretensión de igualdad salarial. Los sueldos eran extremadamente bajos; sólo limitando el consumo de la gran masa de trabajadores rurales y urbanos, era posible la acumulación de capital y las inversiones. A menudo fue necesario al racionamiento para proveer a un abastecimiento mínimo de las ciudades; la elección de mercaderías para el consumo era muy limitada y el continuo flujo de la población rural hacia las ciudades agravó el problema del alojamiento, que nunca fue totalmente resuelto. Para aumentar la productividad se recurrió también al sistema de incentivos. Así surgieron las brigadas de obreros que se empeñaban en superar los niveles medios de producción. Quienes superaban ampliamente la producción normal eran considerados héroes (se los llamaba stajanovistas, del nombre del minero Stajanov, que en un turno de trabajo había superado catorce veces la norma). La emulación era impulsada al máximo, creando un clima de tensión y de movilización, sin el que hubiera sido difícil sostener el enorme esfuerzo que se exigía a los trabajadores. La revolución desde arriba, impuesta con una determinación despiadada por Stalin, transformó profundamente el país. Una serie de espectaculares procesos políticos abrió el período del gran terror (1936-1938), justamente cuando, al completarse el segundo plan quinquenal y la estabilización en el campo, la situación había llegado a una clara mejoría. La liquidación de la vieja guardia bolchevique comenzó en agosto de 1936 con el proceso a Kamenev, a Zinoviev y a otros miembros del partido, acusados de mantener contactos con Trotski. Los imputados se declararon culpables y fueron fusilados: En enero de 1937 se condenó, con análogas acusaciones y confesiones, a otros antiguos bolcheviques. En junio, el jefe del estado mayor del ejército y .numerosos altos mandos fueron eliminados acusados de traición. Miles de oficiales del Ejército Rojo siguieron la misma suerte. Finalmente, en marzo de 1938 otro proceso espectacular, con otras tantas dramáticas confesiones de los imputados, terminó con los últimos hombres de prestigio del antiguo grupo bolchevique con Bujarin a la cabeza. Las drásticas depuraciones alcanzaron también al partido, que de tres millones y medio de militantes en 1933 descendió a menos de dos millones en 1938. La caza de los .enemigos del pueblo» se convirtió en la obsesión de aquellos años, que vieron llenar de condenados, acusados y sospechosos los campos de trabajo y de concentración. No es posible saber cuáles fueron los motivos que llevaron a Stalin a dar esta especie de golpe de Estado, precisamente en el momento en que su política parecía conseguir los
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mayores éxitos. El régimen de terror que se instauró, junto con la dictadura personal y el culto al jefe, son algunos de los elementos que caracterizan la categoría histórica que en adelante se llamará estalinismo. Desde 1924, y más decididamente, desde 1928, la personalidad de Stalin dominó la historia de la Unión Soviética y, después de 1945, hasta su muerte en 1953, tuvo un peso importante en la política mundial.
4. Stalin y el estalinismo A partir de la denuncia de Jruschov, en 1956, se ha acumulado abundante literatura y múltiples interpretaciones sobre Stalin y el estalinismo. Los problemas más notables se refieren a la relación entre las fases iniciales de la revolución soviética y el desarrollo sucesivo, en particular a los vínculos que existían entre Lenin y Stalin; al peso de la tradición rusa y del factor nacional en las decisiones y en el comportamiento del dictador; a los modelos y la influencia de un proceso de industrialización rápido en un país atrasado. A todos estos interrogantes se superpone —y se entrelaza con ellos— la pregunta sobre el tipo de sociedad que se construyo en la Unión Soviética, sobre la pretendida superación del capitalismo y la anunciada realización de la sociedad socialista. Quizás sea útil aclarar esta complicada e importante cuestión. La revolución bolchevique, siguiendo la tradición marxista, se proponía como objetivo superar el capitalismo, explotador y opresor de la clase obrera, y construir el socialismo mediante la socialización de los medios de producción, premisa necesaria para una distribución más equitativa de la riqueza y una realización más libre de la personalidad individual en un conjunto armónico. De este programa ideal en la Unión Soviética sólo se ejecutó la abolición de la propiedad privada de los medios de producción; su socialización se convirtió, de hecho, en nacionalización o estatización. Esta distinción no es suficiente para delinear las características de una sociedad socialista, según las aspiraciones de quienes vieron en el socialismo el medio para liberar al hombre de los vínculos de opresión no sólo económica, sino también política. La estatización de los medios de producción puede conducir directamente, como ha ocurrido en los países que concretaron el llamado «socialismo real», a un régimen policial y opresivo que es la misma negación de los ideales del socialismo. Por lo tanto, se puede llegar a la conclusión de que el estalinismo no es socialismo. Pero de cuestiones tan generales, y por ello poco determinantes históricamente, se puede pasar a un análisis más concreto, preguntándose, en primer lugar, si Stalin continuó la revolución e interpretó el pensamiento de Lenin, y de los bolcheviques o —como sostiene Trotski— traicionó a la revolución. Quienes juzgan que Stalin fue el heredero y continuador de Lenin —pertenezcan a la ortodoxia estalinista o a los adversarios declarados de cualquier forma radical de subversión social— tienden a quitar importancia a las diferencias que lo separaron de Lenin entre 1922 y 1924 y a negar importancia al llamado «testamento de Lenin», que denunciaba la intolerancia y la rudeza de Stalin y consideraba peligroso dejar la secretaría del partido en sus manos. En cambio subrayan que el partido había asumido un carácter cada vez más totalitario ya bajo la conducción de Lenin, y que la violencia y la dictadura eran herramientas y condiciones necesarias para el tipo de régimen que se pensaba construir. La colectivización ya se había iniciado en 1920, y la NEP se concibió sólo como una pausa limitada, absolutamente transitoria, que no anulaba los objetivos generales.
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Pero la teoría de la continuidad puede llegar aún más allá, hasta reconocer en Stalin el heredero del despotismo asiático y del estatismo de Pedro el Grande o de la autocracia zarista. En este caso, la dictadura estalinista habría sido la reacción de la antigua Rusia al intento de ruptura revolucionaria. De esta manera, el problema de la relación con Lenin y con los primeros años del régimen bolchevique pasa a un segundo plano; aparecen, en cambio, los lazos profundos con una tradición política arraigada en el espíritu eslavo y, sobre todo, la expresión del atraso ruso. Es innegable que el georgiano Stalin parece bastante más arraigado en la historia rusa y sensible a la capacidad de movilizar a las masas inherente a la apelación a los valores patrióticos y nacionales, que sus opositores bolcheviques, ricos en experiencias internacionales y fieles a la concepción internacionalista de las organizaciones proletarias. Por lo en demás, la misma fórmula del «socialismo en un solo país» el primer plano a Rusia y terminaba por subordinar el interna el internacionalismo proletario a la defensa de la Unión Soviética. Las alusiones a la historia rusa y a las glorias del pasado se hicieron cada vez más explicitas y sistemáticas durante la guerra contra la Alemania hitleriana. En el ámbito de la nueva unión federal, la exaltación del pueblo «ruso» como eje del nuevo Estado fue un tema caro al último Stalin. Sin embargo, también esta tesis parece simplista frente a la profundidad de los trastornos provocados por las decisiones y la cruel firmeza de Stalin. La antigua Rusia campesina sucumbió bajo los golpes del dictador. Por ello, parece más convincente la tesis que conecta al estalinismo con las exigencias de un proceso de industrialización rápido en una sociedad atrasada. El «socialismo real» y el estalinismo tomaron fuerza después de la segunda guerra mundial, sobre todo como modelo de desarrollo de las sociedades atrasadas y posibilidad de abreviar los plazos con una planificación rigurosa. Más que el régimen político fue la economía planificada la que se convirtió en materia de exportación hacia los países con estructuras sociales elementales. Frente a los millones de campesinos sacrificados, al terror policial, y a todos los sacrificios impuestos a la población, la única adquisición importante fue dotar a la Unión Soviética de una poderosísima estructura industrial que la convirtió en la segunda potencia mundial. Lo que también significa haberla dotado de todas aquellas estructuras, desde la educación hasta los modernos medios de comunicación, sin las cuales no es concebible una sociedad industrial avanzada. Stalin realizó esta transformación mientras el occidente capitalista era castigado por una crisis económica de proporciones inauditas, que estancó la producción y causó millones de parados. En comparación por algún tiempo, a muchos pareció que la Unión Soviética señalaba el cansino hacia el futuro. Muy pronto los problemas se revelaron más complejos y, en estos últimos años, la caída económica y política y directamente, la disolución de la Unión Soviética como entidad estatal han puesto el punto final al «socialismo real». Aparecieron con toda claridad la ineficacia del aparato burocrático para dirigir la economía y la imposibilidad del sistema para funcionar sin la presión política y policial. El dramático desarrollo y los resultados, imprevistos por su rapidez, no pudieron, sin embargo, cambiar la historia. En 1941, Hitler lanzó su poderosa ofensiva contra la Unión Soviética convencido de que no sería difícil dar cuenta de ella. La dureza de la dictadura de Stalin, las consecuencias de la gran depuración y la miseria del campo, podían ser motivos válidos para la caída del régimen soviético bajo los durísimos golpes de un ataque que, en los primeros meses, penetró profundamente hacia el corazón de Rusia y causó la pérdida de unidades completas del ejército, de regiones agrícolas y de complejos industriales que se contaban entre los más ricos del país. Pero la capacidad de resistencia del Ejército Rojo y de la población sorprendió a muchos y probablemente al mismo dictador, cogido de sorpresa por los movimientos de Hitler. Sólo después de una
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semana, Stalin lanzó un llamamiento al pueblo, dirigiéndose a sus conciudadanos como a hermanos y hermanas e instándoles a una resistencia extrema contra los invasores: recordó a los grandes jefes de la historia rusa que habían defendido los confines de la patria. La tradición nacional se sumaba con pleno derecho al acervo del socialismo soviético. Había comenzado la «gran guerra patriótica» en la que Stalin confirmó sus cualidades de despiadada firmeza e irreductible tenacidad, consolidando su prestigio de jefe absoluto.
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