39-Calímaco

January 11, 2018 | Author: Franagraz | Category: Apollo, Poetry, Hymns, Zeus
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BIBLIOTECA DE RECURSOS ELECTRÓNICOS DE HUMANIDADES E-excellence – Liceus.com

CALÍMACO

ISBN: 84-9822-039-4

MÓNICA DURÁN MAÑAS [email protected]

THESAURUS: Calímaco, poesía helenística, Biblioteca, Pínakes, Himnos, Epigramas, Aitia, Yambos, Canciones, Hécale.

OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS: La literatura helenística e imperial: características generales (44), Teócrito y la poesía bucólica griega (46), Apolonio de Rodas y la épica helenística (47), El epigrama helenístico. La poesía dramática, lírica, elegíaca y yámbica en época helenística (48).

RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO: 1. Calímaco y su tiempo 2. Características del nuevo arte 3. Obra 3.1. Himnos 3.2. Epigramas 3.3. Aitia 3.4. Yambos 3.5. Canciones 3.6. Hécale 3.7. Otros poemas 4. Pervivencia 5. Bibliografía (en español)

1. Calímaco y su tiempo

Calímaco vive en un momento histórico y un espacio geográfico de singular importancia por la toma de conciencia del valor de la cultura como elemento fundamental en la educación y el crecimiento de los pueblos. En Egipto, la dinastía de los Lágidas fomenta el desarrollo cultural y científico desde Ptolomeo I Soter con la creación de la Biblioteca y el Museo donde numerosos eruditos trabajan al amparo económico del monarca. Se producen notables hallazgos al abrigo de estos nuevos centros y comienza una actividad filológica de la que nacen las primeras ediciones de los antiguos. Como resultado de la convergencia de ciencia y literatura, surge la poesía erudita, género que había quedado relegado ante la magnífica prosa del s. IV a. C. Este ambiente vital condiciona sobremanera la creación literaria y, consecuentemente, los poetas no dejarán de introducir elogios más o menos sutiles a los monarcas, en especial a Ptolomeo y su familia (cf. Calímaco, Himnos I y IV y A.P. V 146 o Teócrito, Idd. XIV y XVII). La literatura queda, pues, indisolublemente asociada al marco urbano y, es más, restringida a los círculos palaciegos, mientras que al pueblo le resta tan sólo el disfrute del género dramático, el más popular desde sus orígenes. En general, se respira un interés por alcanzar la perfección en todas las esferas de la vida. Debemos reconstruir la trayectoria de Calímaco a partir de las noticias biográficas de su propia obra y de la información del Léxico Suda. Nació en la colonia doria de Cirene (Libia) en torno al año 305 a. C. de una familia que se decía descendiente de Bato, el fundador de la ciudad (cf. A.P. VII 415). Bato era también el nombre de su padre y su madre se llamaba Mesatma o Megatima. Fue su abuelo un importante militar al frente de los cireneos y tal vez luchara contra Ptolomeo I Soter en el año 322 a. C. o en una rebelión posterior en el 313 a. C. (cf. A.P. VII 525). Podemos añadir, además, algunos datos sueltos: tenía, por parte de su hermana, un sobrino escritor llamado también Calímaco; se casó con una siciliana, hija de un tal Éufrates de Siracusa; fue discípulo del gramático Hermócrates de Yasos, en Caria, y él mismo se dedicó también a esta disciplina. Debió de comenzar en Cirene su formación, pero emigró pronto a Alejandría (tal vez en torno al 280 a. C.) donde vivió unos años de pobreza y hambre refugiado en el estudio como maestro de escuela en el suburbio de Eleusis, aunque este dato quizás sea una mera ficción literaria del autor (cf., por ejemplo, A.P. XII 150). Sabemos con certeza que entró bajo la protección de Ptolomeo II Filadelfo (283-247 a. C.) y fue encargado de catalogar los fondos de la gran Biblioteca de Alejandría. Se convirtió, así, en poeta oficial de la corte, aunque no llegó

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nunca al cargo de director al modo en que lo fueron Zenódoto de Éfeso, Apolonio de Rodas, Eratóstenes, Aristófanes de Bizancio, Apolonio Eidógrafo y Aristarco. Vivía aún en los años 247-6 a. C. a juzgar por el famoso

Rizo (fr. 110) que debe ser,

necesariamente, posterior, pues alude a un hecho histórico acaecido en esos años. A efectos de cronología, se discute aún si la Berenice de A.P. V 146 es la esposa de Ptolomeo I Soter o la de Ptolomeo III Evergetes. Debemos situar su muerte no mucho después del 245 a. C.

2. Características del nuevo arte

La nueva literatura cortesana, iniciada probablemente por Filitas de Cos, tiende a alejarse de los cánones precedentes: explota argumentos sencillos y poco conocidos, introduce temas eruditos, se distancia del lenguaje coloquial con palabras algo extrañas en composiciones breves caracterizadas por la búsqueda de la perfección formal, rehuye la expresión del pathos y se dirige a un público refinado. Las nuevas reglas artísticas presuponen un magnífico conocimiento de la literatura anterior y los poetas tratan de recrear lo tradicional desde puntos de vista innovadores con un espíritu científico. Así, Calímaco se preocupa por cerciorarse de la verdad de los datos que aporta mediante las pertinentes investigaciones y él mismo afirma: “nada canto que no esté atestiguado” (fr. 612 Pf.). Como consecuencia, el aition o motivo etiológico predomina en toda su obra no sólo, naturalmente, en Aitia sino también en Yambos, especialmente el VII, y en Hécale. Sin embargo, la etiología no se halla al servicio de fines didácticos, sino que la función principal de sus poemas es la de entretener a su reducido público, al modo de un hábil funámbulo. Sus composiciones carecen de sentimentalismo e incluso aborda el tema amoroso sin pathos, al contrario que Teócrito o Apolonio: es un poeta distante y minoritario o, como se ha dicho, un científico de la poesía. Ha sido tachado, en este sentido, de poeta frío e insensible porque evita, a toda costa, lo personal y anecdótico en su poesía. Rechaza, asimismo, los cantos cíclicos y prefiere las sendas poco transitadas, no sólo en poesía, sino en cualquiera de los ámbitos de la vida: ansía lo escogido antes que el amante promiscuo o el agua de la fuente al alcance de todos (A.P. XII 43). De este modo, el poema épico de corte homérico en grandes tiradas de versos es un gran mal: “tò méga biblíon íson ... tò megálo kakó“ (fr. 465 Pf.). Como resultado de todo ello, Calímaco se vio en la tesitura de tener que defender su concepción del arte frente a las numerosas hostilidades de los partidarios de la creación tradicional. Prefiere, pues, lo que en el s. XIX se llamó epilio, el poema épico abreviado, de comienzos y finales abruptos, surtido de alusiones eruditas y salpicado de personajes menos conocidos que viven

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situaciones cotidianas, al estilo de la Hécale. De la misma forma, Calímaco defiende la polyeideia o variedad de géneros, ritmos y dialectos, de modo especial en los Yambos, donde, entre otros, se entremezclan el aition, la fábula, la invectiva y el epinicio junto a esquemas métricos diferentes como el coliambo, el yambo, el troqueo, estrofas epódicas y otras variaciones, además de tres dialectos. Y para ello, tanto en Aitia como en los Yambos, Calímaco propone un modelo -Hesíodo en el primero, Hiponacte en el segundo- con la intención, probablemente, de ofrecer al lector un punto de referencia para observar, a partir de ahí, la amalgama de asuntos eruditos, la variatio constante y la contaminatio a que somete su obra, tanto en el plano formal como en el del contenido. Sobre la disputa entre Calímaco y Apolonio que llevó a éste a la fama, según la cual Apolonio habría tenido que exiliarse a Rodas, debemos manifestar nuestras reservas pues, aun sin considerarla una fábula como han hecho algunos críticos, es probable que no fuera tan encarnizada la lucha ni tantas las diferencias en su concepción del arte, a juzgar por las obras que de ellos nos han llegado. De hecho, algunas fuentes hacen a Apolonio discípulo de Calímaco, o incluso familiar, y es evidente que Apolonio imitó en algunos pasajes a la Hécale y los Aitia de Calímaco. Sea como fuere, más o menos exacerbada la disputa, lo cierto es que Calímaco inició un movimiento de ruptura con la literatura anterior, profundamente imbuido del deseo de innovar y de crear belleza. Pero, de la misma manera en que cada movimiento rompe con la corriente anterior en una búsqueda de nuevos horizontes, así también cada corriente rompedora se convierte a su vez en clásica cuando ha conseguido su puesto en el nuevo mundo. De tal modo sucedió con los alejandrinos.

3. Obra

Según el Léxico Suda, que tal vez exagera, Calímaco fue autor de más de 800 obras, la mayoría en prosa. Sin embargo, es conocido, sobre todo, por su poesía, pues es una parte de ella lo que nos ha llegado y a menudo pasamos por alto que compuso también obras en prosa de carácter erudito, crítico, histórico, arqueológico, etc. Un ejemplo de ello son los 120 libros de los Cuadros de aquéllos que se destacaron en todas las formas de cultura y de lo que escribieron, composición más conocida como Pínakes, de la que se conservan 25 fragmentos. En ella, Calímaco clasificaba los fondos de la Biblioteca por géneros literarios y, dentro de ellos, los autores por orden alfabético, recogía los títulos de sus obras y los acompañaba de las palabras iniciales y el número de líneas de las mismas. También trataba, en ocasiones, de problemas de

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autenticidad o cuestiones de métrica y a cada autor precedía una pequeña biografía. Sobre los certámenes se relacionaba tal vez con los Pínakes. De su Cuadro de las glosas y composiciones de Demócrito y su Cuadro y registro cronológico de los poetas dramáticos conservamos tan sólo tres fragmentos. El segundo debió de estar influido por los fastos del teatro de Dioniso a juzgar por el orden estrictamente cronológico de su exposición. De otros escritos de carácter monográfico no nos queda más que el título o algunos fragmentos en citas indirectas como Contra Praxífanes, probablemente sobre cuestiones literarias; Sobre Ninfas, de tema mitológico; Comentarios; Costumbres de pueblos extranjeros; etc. Diversas denominaciones étnicas trataba de los nombres de los mismos objetos en diversos lugares. Sobre el cambio de nombres de los peces formaba parte de ella y quizás también Sobre vientos, Sobre las aves, Nombres locales de meses y Nombre de los mares en pueblos y ciudades. Se dedicó también a la geografía en Sobre los ríos del mundo y con su Colección topográfica de las maravillas de toda la tierra despertó el interés por los mundos fantásticos que serían escenario de la novela. De su producción en verso nos han llegado completos los Himnos y Epigramas y, fragmentariamente, los Aitia, los Yambos y la Hécale. Leemos además restos de otras composiciones líricas, poemas épicos -como Galatea- y elegíacos menores como Grafeon, Elegía para un triunfo en Nemea o La victoria de Sosibio- y algunos fragmentos pertenecientes con probabilidad a alguna de las obras anteriores. Los textos de Calímaco nos han sido transmitidos a través de manuscritos, citas de eruditos o papiros: en especial, conocemos los Himnos y Epigramas por códices, mientras que la mayor parte de sus fragmentos gracias a numerosos hallazgos papiráceos. Conservamos restos de dos redacciones de las anónimas Diegeseis o resúmenes de los argumentos del s. I d. C., útiles para aclarar cuestiones sobre el orden del corpus y, gracias a las cuales, leemos los versos iniciales, colocados a modo introductor, al comienzo de la explicación de varias composiciones. De la primera redacción, que contenía eruditas y pormenorizadas explicaciones, quedan partes del libro I de los Aitia. De la segunda, que transmitía tan sólo los argumentos y era, tal vez, un extracto de la anterior, se conservan los resúmenes de los libros III-IV de los Aitia, Yambos, Canciones, Hécale e Himnos I y II.

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3.1. Himnos

Pese al estado lamentable en que nos han llegado casi todos sus escritos, podemos valorar el quehacer poético de Calímaco por la calidad de los Himnos y Epigramas. Éstas son las únicas obras que se han conservado completas, con pequeñas lagunas, gracias a la tradición manuscrita. Debemos la transmisión de los Himnos a la labor de un copista anónimo que reunió, en torno al s. X d. C., los Himnos homéricos, los Himnos órficos y los de Calímaco, además de la Argonáutica órfica y los Himnos de Proclo. El orden que presentan denota una jerarquía intencionada: cinco Himnos en hexámetros y uno en dísticos elegíacos, el V, dedicados respectivamente A Zeus (I), A Apolo (II), A Ártemis (III), A Delos (IV), El baño de Palas (V) y A Deméter (VI), de tal forma que los cuatro primeros están en dialecto épico y los dos últimos en dialecto dórico literario. Su extensión varía desde los 96 versos del Himno a Zeus hasta los 326 del Himno a Delos. Pese a la pretensión, sin duda ficticia, de haber sido compuestos para interpretarse en ceremonias religiosas, se respira por doquier la falta de religiosidad y de convicción personal. Inmerso en su época, Calímaco inserta en sus poemas a los dioses tradicionales, aunque no sabemos hasta qué punto la mitología se había convertido ya, o no, en un mero motivo literario carente de vida. Lo cierto es que su descripción escrupulosa de los detalles de las ceremonias rituales se halla siempre subordinada a criterios estéticos. Sigue, en principio, el esquema tripartito del himno homérico con su invocación, relato mítico y despedida, pero la carga de erudición, los motivos etiológicos, el contenido lírico en metro épico, la inserción de elementos de otros géneros como el mimo y las referencias a hechos históricos y personajes contemporáneos como Ptolomeo apuntan a una revolución estética y conceptual de la poesía. El Himno I a Zeus es el más antiguo, compuesto en torno al año 280 a. C. En él, Calímaco narra, probablemente en una reunión de amigos, la historia de Zeus desde su nacimiento y ofrece las distintas versiones del mito -en un ejercicio de erudición-, a la par que propone la verdadera -en un ejercicio de crítica y de investigación-. El relato se llena de motivos etiológicos y pequeños detalles: el río Neda, por ejemplo, toma su nombre de la ninfa que se encargó de Zeus en su recorrido de Arcadia a Creta; la llanura Onfalio recibe esta denominación porque, durante el viaje, allí cayó el ombligo (omphalós) de Zeus; etc. Tal vez empleó Calímaco en estas composiciones los conocimientos derivados de sus tratados de investigación, en este caso, quizás, de Sobre los ríos del mundo y Sobre ninfas. Introduce, al final (vv. 86 y ss.), una alabanza de Ptolomeo II Filadelfo mediante un paralelismo claro entre los dos poderosos, divino el uno, humano el otro. El poema

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termina, al estilo de los himnos homéricos, con un saludo a Zeus a quien le suplica virtud y felicidad para el monarca. En torno al año 277 a. C. parece haber sido escrito el Himno III a Ártemis, verdadero himno al modo homérico, donde se tratan numerosos aspectos poco conocidos de la diosa con suma erudición y delicadeza. Por ejemplo, vemos cómo Ártemis niña dialoga con su padre Zeus (vv. 6-25) y le pide los que van a ser sus atributos característicos: virginidad, arco y saetas, antorchas y túnica con cenefa hasta la rodilla, un coro de sesenta Oceánides, todas de nueve años y sin ceñidor, veinte ninfas Amnísides de sirvientas, todos los montes y una ciudad. El gusto por lo intrascendente y tierno se manifiesta en un aition, no exento de cierta comicidad: la diosa, sentada en las rodillas de Brontes, le arranca del pecho un puñado de vello (vv. 75-79) y, por ello, permanece pelado desde entonces. La enumeración de islas, montañas, puertos, ciudades, ninfas y heroínas a partir del v. 183 delata al autor de tratados de geografía. Tras diversas aventuras y un recorrido de sus numerosos cultos, el poeta invoca finalmente la protección de la diosa. El Himno IV a Delos fue escrito, según Cantarella, para la fiesta en honor de Ptolomeo instituida en Delos tras su liberación de Demetrio Falereo en 287 a. C., aunque otros estudiosos, como Lesky, opinan que esto es un error. Calímaco sigue la temática del Himno homérico a Apolo pero se insertan novedades por doquier. El poeta narra la historia de la isla, llamada Asteria antes de que Apolo aconsejara a su madre Latona, desde el vientre, parir en ella. Aprovecha el paso de la diosa por Cos para introducir la profecía de Apolo según la cual allí nacería otro dios, Ptolomeo II Filadelfo, divinizado efectivamente en el año 270 a. C. En opinión de Lesky, éste sería un dato post quem para determinar la fecha de composición del poema, mientras que Cantarella piensa que debió de ser escrito en torno al año 276 a. C. pues, según un escolio, los vv. 171 y ss. se refieren a la invasión de los gálatas en Delfos y Egipto en este mismo año. Para concluir, el poeta saluda a la isla y a los hermanos Apolo y Ártemis. Los Himnos II, IV y V tienen un interlocutor común que se presenta como hombre de Cirene, la ciudad natal de Calímaco. En los tres aparecen, además, elementos propios del mimo, quizás por influjo de Teócrito. El Himno II a Apolo debió de escribirse entre los años 258-247 a. C. Según un escolio, el rey del v. 26 es Ptolomeo III Evergetes, por lo que el poema debe situarse en la vejez de su autor. En primer lugar, un coro alaba al dios en las fiestas Carneas y, luego, el poeta se detiene en su actividad fundadora de ciudades, entre ellas, Cirene. El dios en persona aparece en la fiesta y se introduce un aition del grito ritual en su honor. Al final, la Envidia se le acerca y confiesa su desagrado hacia los poetas que no

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cantan cosas grandes como el mar. Apolo le responde que los grandes ríos llevan mucho fango (vv. 105-113), insertando de este modo, aquí y allá, pinceladas sobre su concepción del arte de la poesía. Se cierra la composición con el deseo de que la Censura siga el mismo camino que la Envidia, es decir, que sea arrojada del Olimpo. El Himno V, El baño de Palas, está dedicado a una fiesta ritual de Argos en la cual se bañaba, en el río Ínaco, el xóanon o imagen esculpida en madera de Atenea. Describe con minucioso detalle los preparativos del baño y cómo un día, sin querer, Tiresias, hijo de la ninfa Cariclo, preferida de la diosa, vio desnuda a Atenea y fue cegado por ello. Calímaco trata de cambiar el punto de vista tradicional convirtiendo en alabanza un episodio que se ha entendido habitualmente como motivo de reproche de la diosa. Para compensar la desdicha y en honor del aprecio que sentía por Cariclo, Atenea concedió a Tiresias el don de la adivinación incluso en el Hades. Esta actitud contrasta con la de Afrodita quien, por el mismo motivo, descargó sobre Acteón la furia de sus propios canes. Finalmente el poeta saluda a la diosa e invita a las jóvenes a recibirla. El Himno VI a Deméter tiene por tema la procesión en honor del kálathos o cesto de la diosa dadora de leyes y cereales a los hombres, esto es, de los elementos indispensables para el buen gobierno y la alimentación. Cuenta el poeta, no sin cierta ironía, el castigo que le infligió Deméter a Erisictón por haber talado un árbol sagrado de su bosque con el objeto de construir el techo de una sala para banquetes: le condenó a un hambre terrible que lo consumía hasta el punto de hacerle devorar todos sus bienes. De ahí se extrae la moraleja, a saber, que es necesario honrar a la diosa pues, cuando es benévola, proporciona magníficos bienes, pero cuando no, inflige temibles castigos a los mortales. Por su semejanza con los Himnos II y V se suele fechar en los últimos años de la vida del poeta.

3.2. Epigramas

Conservamos, asimismo, 63 Epigramas, de los cuales probablemente tres son espurios, y fragmentos de otros diez. No sabemos si Calímaco los reunió en un libro pero, a excepción de dos -uno que se encuentra en Estrabón XIV 638 y otro en Ateneo VII 106 y ss.- todos los demás pasaron a la Antología Palatina gracias a las selecciones de Meleagro y, posteriormente, de Constantino Céfalas. En 1299 Máximo Planudes incluyó en su Antología 25 epigramas de Calímaco que ya estaban en la Palatina. Ésta se perdió y, cuando fue redescubierta, los epigramas de Calímaco se pusieron a continuación de los de la Antología Planudea. Como consecuencia de esta transmisión, en las ediciones modernas se siguen diferentes criterios de ordenación.

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En los epigramas se condensan el arte del detalle, la brevedad, el humor y la erudición. Los temas están, en su mayoría, tomados de la tradición: la muerte (epitafio a sí mismo en A.P. VII 415; escepticismo acerca del Hades en A.P. VII 524; epigrama a un hecho real en que una muchacha se suicida en Cirene al no soportar la muerte de su hermano en A.P. VII 517; epitafio, tal vez, al filósofo Timarco en A.P. VII 520; al epigramatista Heraclito en A.P. VII 80; a Teris, un hombre pequeño o de pocas palabras en A.P. VII 447; a Astácides, cabrero raptado por una ninfa del monte en A.P. VII 518; al navegante Lico en A.P. VII 272; a una sacerdotisa de Deméter en A.P. VII 728; etc); el vino como motivo principal (A.P. XII 51 y VII 454) o secundario (A.P. VII 415, XII 118, XII 134); las ofrendas a los dioses (una concha a Afrodita en Ateneo VII 106 y ss.; un arco a Sárapis en A.P. XIII 7; un retrato y una cinta a Afrodita en A.P. XIII 24; un salero a los dioses de Samotracia en A.P. V 301; un cuadro a Asclepio en A.P. VI 147; una lámpara al dios de Canopo en A.P. VI 148; un gallo de bronce a los Tindáridas en A.P. VI 149); a los héroes (una maza de roble a Heracles en A.P. VI 351) o el amor. Los protagonistas de los epigramas amorosos son siempre muchachos, a excepción de A.P V 23 donde el poeta se queja ante la puerta de su desdeñosa amada Conopion en forma de paraklausíthyron, tópico literario empleado ya por los líricos arcaicos. No obstante, hay quien piensa que el estilo de este epigrama delata una mano ajena a Calímaco. En cualquier caso, el poeta prefiere el amor que no posee al que tiene al alcance de la mano (cf. A.P. XII 102) y, así, emerge en la literatura la metáfora de la caza en el amor. En general, ha sido considerado un poeta frío e irónico por la parca manifestación de sus sentimientos (pese al llanto que dice le despierta la muerte de Heraclito en A.P. VII 80), si bien de una perfección formal exquisita.

3.3. Aitia

Los Aitia son una colección de elegías, en cuatro libros, que sumaban algo más de 4000 versos. De ellos quedan unos 100 fragmentos, muchos procedentes de papiros. Para algunos, la obra habría sido redactada en torno a los años 287-270 a. C., aunque esta hipótesis plantea ciertos problemas como la alusión a la vejez del poeta en el Prólogo. En este punto es interesante la propuesta de Pfeiffer según la cual hubo dos ediciones de los Aitia y sólo en la segunda se habrían introducido el Prólogo contra los Telquines, el Rizo y el Epílogo. En el Prólogo (I, 25 y ss.), Calímaco afirma en primera persona que Apolo le aconsejó abrirse camino por lugares poco frecuentados y define su programa poético con una precisión y previsión poco usual, fruto de una larga meditación sobre el

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quehacer poético. En él defiende su poesía y, en especial, la expresión concentrada de sus versos frente a los largos desarrollos épicos en millares de líneas que sus rivales le acusan de no componer. A éstos los designa con el nombre de “Telquines”, unos seres mágicos y malévolos de Rodas, expertos en metalurgia y castigados por un dios, Apolo o Zeus según las versiones, con una inundación. Al decir del llamado Escolio Florentino, Calímaco aplica este nombre, entre otros, al peripatético Praxífanes de Mitilene, a Asclepíades de Samos y a Posidipo de Pela. Con estos dos últimos difería en su valoración negativa de la Lide de Antímaco. Paradójicamente, no se hallaba entre ellos Apolonio de Rodas, con quien la disputa parece haber sido más encarnizada. Siguiendo el mismo escolio, algunos críticos afirman que en el texto hay una alusión a Filitas de Cos (v. 10), pionero en la senda de la nueva poesía emergente y a quien Calímaco habría tomado como modelo. En consonancia con este programa, se percibe en todas las elegías, más que en otras obras, un ejercicio de erudición admirable, de investigación y de afán innovador y creativo donde los géneros se entremezclan. Frente a la unidad métrica, siempre en ritmo elegíaco, contrasta la variedad temática, preferentemente marginal, cuyo único denominador común parece ser, a primera vista, la explicación etiológica. En los dos primeros libros, al modo hesiódico, presenta la ficción de que las Musas se le aparecieron en un sueño y le revelaron las explicaciones de los diversos aitia, pero en el libro III abandona tal ficción. En efecto, los poemas trataban de explicar la causa o el origen de ritos, fiestas y denominaciones culturales (fr. 26, 86, 87, 90), fundaciones de ciudades o templos (fr. 43), costumbres (fr. 76, 77, 79), personajes notables como Teódoto (fr. 93) o Eutimo (fr. 98), ekphráseis o descripciones de estatuas de dioses (Apolo en fr. 100 y Hera en fr. 101), etc. Tampoco faltan elegías eróticas como la historia de Aconcio y Cidipa (fr. 75) y la de Frigio y Pieria (fr. 80) y un curioso pasaje sobre la invención de la ratonera en Molorco, epinicio a propósito del triunfo de una cuadriga en Nemea. Se desarrolla en él una etiología de la fundación de los Juegos de Nemea por Heracles tras la hazaña del león y se hace hincapié en la hospitalidad que recibió el héroe de camino hacia Nemea en casa del campesino Molorco. En este contexto debemos situar el aition sobre la ratonera (fr. 177): mientras Heracles abate al león de Nemea, el campesino se ve en la tesitura de tener que acabar con los ratones que acechan su morada. En estos argumentos Calímaco presenta, por lo general, versiones poco conocidas o procedentes del restringido mundo de los libros y, a menudo, gusta de citar sus fuentes (cf. v. 53. del fr. 75 donde explícitamente dice tomar la noticia de Jenómedes, cronista de Ceos del s. V a. C.). Introduce, en otras ocasiones, episodios del viaje de los argonautas (fr. 7, 10-12, 15, 18-23) con evidentes semejanzas con la

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obra de Apolonio y, en consecuencia, mucho se ha debatido acerca de quién escribió primero, si éste o Calímaco. En la misma tónica, asocia, unas veces, temas parecidos pero, otras, cambia abruptamente con intención de variatio -gracias a los papiros de Oxirrinco 2170 y 2211 sabemos que estos saltos proceden directamente de la mano del autor y no del estado fragmentario de los textos-. Esta impresión de desorganización de los Aitia contrasta con el talante minucioso de Calímaco, tan esmerado en las cuestiones formales. Autores como M. Brioso sugieren que tal vez sea éste un experimento del propio Calímaco como reacción contra la forma tradicional de organizar las obras literarias. Con todo, la edición definitiva tiene todos los visos de haber sido ordenada a conciencia buscando un equilibrio entre la variedad y la unidad. Así, las dos elegías amorosas están en el libro III y ambas son historias de amor con final feliz, mientras que en el libro IV se condensan los personajes conocidos. Por otra parte, el Rizo de Berenice alude a un hecho histórico acaecido en los años 246-5 a. C. cuando la hija del regente de Cirene Magas, Berenice, casada con Ptolomeo III Evergetes para resolver los conflictos entre la colonia y Alejandría, ofrendó su cabellera en agradecimiento por el regreso de su esposo tras la campaña de Siria. Pero la cabellera desapareció del templo y el astrónomo Conón la descubrió convertida en estrella. El Epílogo cerraba los Aitia con una expresión de gratitud a las Musas y a Zeus por su colaboración y solicita de ellos, al modo de los himnos homéricos, protección para la casa real. Anuncia, asimismo, su propósito de entrar en el “pedestre campo de las Musas” con la intención -aquí divergen los estudiosos-, o bien, de introducir los Yambos que venían seguidamente, o bien, de aludir tan sólo a su trabajo en prosa como erudito en la Biblioteca. En el Epílogo, lo mismo que en el libro I aparece Hesíodo y las alusiones a su programa poético en una intencionada Ringkomposition que clausura y cohesiona la obra.

3.4. Yambos

Las Diegeseis del papiro de Milán incluyen 17 composiciones entre Aitia y Hécale de las cuales 4 tienen un carácter distinto. Los críticos divergen a la hora de considerar éstas últimas como parte integrante, o no, de la misma obra. Aquí las trataremos en otro apartado. Ignoramos las fechas exactas de la elaboración de los Yambos, 13 composiciones variadas en argumento y extensión de las que quedan 35 fragmentos seguros. Según Dawson, la obra debió de tener entre 800 y 1000 versos con poemas

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de unos 120 ó 130 versos, como los Yambos I y IV; otros de unos 80 versos, como el XII y XIII; el VI con unos 70, mientras que el II y el III con menos de 40 versos. En ella, al igual que en Aitia, se aprecia el gusto de Calímaco por los motivos etiológicos y por la polyeideia. El poeta lanza, en los dos primeros libros, numerosas preguntas a sus Musas sobre el origen de cosas de diminuto interés, introduciendo una constante variatio para no cansar al lector. En los dos últimos, sin embargo, los aitia se suceden sin nexo. Tampoco faltan ecos de la Comedia Antigua y de la diatriba cínica junto a la alegoría, estudiada con profundidad por Clayman, al estilo del Id. VII de Teócrito y el Sueño de Herodas. Del mismo modo, varía tanto el colorido lingüístico como la temática y los ritmos. Se abordan asuntos tan diversos como la invectiva, el propémptico o despedida poética, la ékphrasis, las referencias a la pobreza, las rivalidades amorosas al estilo de Hiponacte, la fábula moralizante, el epinicio y los motivos etiológicos, enmarcado todo ello por el tema de la polémica literaria donde el autor proclama la libertad en el empleo de los géneros frente a los antiguos y rígidos esquemas tradicionales. Es interesante, por tanto, para conocer las dificultades a las que Calímaco se enfrentó, pues aporta un testimonio de los ataques que le dirigieron y una defensa de la propia concepción artística. En cuanto a los ritmos, los Yambos I-IV y XIII están escritos en escazontes y dialecto jónico, de acuerdo con la tradición marcada por Hiponacte. Pese al predominio del jónico, hallamos también palabras dorias, si bien hay más uniformidad que, por ejemplo, en los Idilios de Teócrito, de intenso colorido dórico. Los demás poemas contienen estructuras varias desde formas epódicas, trímetros yámbicos puros, braquicatalécticos y versos trocaicos. El dórico es el dialecto de los Yambos VI, IX y XI, mientras que en el VII se entremezclan el dórico y el eólico. Del Yambo I quedan 98 versos, muchos de ellos deturpados. En él, con una intencionada variatio de las Ranas de Aristófanes, Hiponacte regresa del Hades para aconsejar a los alejandrinos que no se tengan envidia mutuamente. Para ello, narra, a modo de exemplum, la historia del rico Baticles de Arcadia que, antes de morir, reparte la herencia entre sus hijos y le da al mediano, Anfalces, una copa de oro para que se la ofrezca al mejor de los siete sabios. El hijo decide entregársela a Tales de Mileto, pero éste se la da a Bías de Priene el cual la ofrece a Periandro de Corinto y, así sucesivamente, el regalo pasa por las manos de Solón de Atenas, Quilón, Pítaco de Mitilene y Cleóbulo de Lindos hasta que llega por segunda vez a Tales quien la consagra a Apolo de Dídima. Finalmente, Hiponacte regresa al Hades. El Yambo II nos ha llegado íntegro en 17 versos bastante bien conservados con el mismo tema que la fábula 240 de Esopo, aunque hay quien opina que no se inspiró necesariamente en ella. En un principio, los animales tenían la capacidad de

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hablar pero, cuando empezaron a ser irreverentes ante los dioses (el cisne pedía que aboliesen la vejez, la zorra decía que Zeus era injusto), Zeus les quitó la voz y se la añadió a los hombres, de manera que desde entonces se volvieron charlatanes. Esto explica que algunos hombres tengan la voz semejante a la de ciertos animales. El Yambo III nos ha llegado también entero aunque bastante mutilado en sus 39 versos. Según la Diegesis, se trata de una crítica contra quienes, en su tiempo, aprecian más la riqueza que la virtud y contrapone esta actitud a la de la época precedente. Aprovecha Calímaco para arremeter contra un tal Eutidemo que prostituye su juventud y a quien su propia madre sirve de intermediaria en sus relaciones con un rico. Algunos estudiosos creen ver en este personaje, tal vez, un discípulo, amigo o compañero del autor. Podría también reflejar un fracaso amoroso en el que la poesía no le sirve para hallar el éxito y, por eso, declara finalmente que habría sido mejor dedicarse al culto de Adonis o de Cíbele que al de las Musas. De los 117 versos del Yambo IV tenemos 80 casi íntegros, de modo que es el mejor transmitido de todos. Según la Diegesis, parcialmente conservada, en una discusión de Calímaco con sus rivales intervino un tal Simo con la intención de demostrar que estaba en igualdad de condiciones en materia poética. Entonces, narra Calímaco la disputa en el monte Tmolo entre el laurel y el olivo sobre cuál de ellos era más útil, con la intervención de un viejo espino. Gana finalmente el olivo, creación de Atenea, pues alimenta a los hombres, acompaña a los suplicantes y en Delos alivió los dolores del parto de Latona. El laurel no se resigna ante el veredicto y reivindica en vano sus cualidades. El poema comienza, pues, con un agón entre dos personajes y, para suavizar las tensiones, introduce una fábula a modo de exemplum semejante a algunas de Esopo. Podría estar encubriendo una disputa real entre Calímaco y un alejandrino y no han faltado interpretaciones acerca de la personalidad encubierta bajo cada árbol. Conocemos el argumento del Yambo V gracias a la Diegesis pues, aunque lo tenemos completo, sus 68 versos están muy deteriorados. En ellos el poeta exhorta a un maestro de escuela a no corromper más a sus alumnos, en un tono de benévolo consejo. No han faltado hipótesis para esclarecer la identidad de este maestro, sin resultados claros al respecto, así como para la alegoría que parece subyacer en los vv. 23 y ss. en las imágenes del fuego, el carro y el poeta como adivino. Del Yambo VI quedan 62 versos muy mutilados pero reconstruimos el argumento gracias a la Diegesis. En él se mezclan elementos diversos como el propémptico o despedida a un viajero, que contiene una ékphrasis de la estatua de Zeus de Fidias en Olimpia, dirigida a un amigo que encamina allí sus pasos. Describe las dimensiones de las diferentes partes de la estatua y le informa de quién fue su

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autor. Sabemos que era una obra gigantesca y Calímaco alude además a su incalculable costo. Probablemente detrás de todo ello se halle la intención de expresar, nuevamente, su concepción del arte: una obra no es más bella cuanto más ingente, sino que la calidad radica en otro tipo de criterios como el contenido y, sobre todo, la forma de expresarlo. Con cierta ironía muestra, pues, de qué manera un asunto intrascendente y banal -como sin duda lo es el hablar de medidas en un poema- puede adquirir una belleza formal inusitada. Calímaco libera definitivamente la forma del contenido y justifica con el ejemplo de su obra la libertad creadora que defiende. Del Yambo VII apenas quedan 51 versos con muchas lagunas. El narrador es la propia estatua, al estilo de la poesía epigramática de ofrenda. Se trata de un aition sobre el culto de Hermes Perfereo (de periphéro “llevar en círculos”) en Eno, ciudad de Tracia. Epeo, antes de construir el caballo de Troya había esculpido un Hermes de madera que fue arrastrado por la crecida del río Escamandro hasta las costas de la ciudad, donde unos pescadores la recogieron. Intentaron éstos partirla para leña pero no lo conseguían y tampoco el fuego afectaba a la madera. Por ello, la arrojaron otra vez al mar, pero cayó de nuevo en sus redes y, finalmente, le elevaron un santuario junto a la orilla en la idea de que se trataba de un dios o de un objeto divino. Le ofrendaron así las primicias de sus capturas, mientras se pasaban la imagen de unos a otros. Además, el oráculo de Apolo les ordenó que la aceptaran en la ciudad y la honraran como a un dios. También aquí los críticos han tratado de hallar un trasfondo en el que el autor estaría expresando su concepción artística. Sólo el verso inicial queda del Yambo VIII, transmitido en la Diegesis con el argumento. Se trata de un epinicio a favor de Policles Egineta, vencedor en una competición de carrera que consistía en correr la longitud del estadio para coger un ánfora llena de agua y regresar con ella. Esta prueba es realizada también por los argonautas en Apolonio de Rodas, IV 1766 y ss. El Yambo IX, del que sólo se conservan dos versos, era un aition sobre el aspecto del Hermes itifálico: un enamorado del hermoso Filétadas, al ver la erección de la imagen de Hermes en la palestra, preguntó si era debido a la visión de su amado. La estatua le respondió que era tirrena y que la erección se debía a un episodio “místico”, mientras que su pasión por Filétadas era insana. No falta quien ha intentado ver en Filétadas el nombre encubierto de algún discípulo de Filitas de Cos. De ser así estaríamos ante otro poema de tema literario. El Yambo X, del que quedan cinco versos, explicaba, a modo de aition, el sacrificio de un cerdo a la Afrodita de Aspendo en Panfilia. El caudillo de los panfilios, Mopso, se fue de caza y prometió ofrcerle a la diosa su primera pieza que resultó ser un jabalí. Por eso los panfilios ofrendaban un cerdo para recordar el acontecimiento.

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Calímaco introducía también un elogio a Ártemis de Eretria porque no rechazaba ningún animal en sacrificio aunque careciera de rabo o tuviera un solo ojo, sin ser obligado para ella que la víctima fuera perfecta. Se trataba, en definitiva, de abordar dos cuestiones de culto marginales o poco conocidas. El Yambo XI, del que queda el primer verso, era también un aition. Según la Diegesis, el refrán “a saco lo de Cónaro” debe corregirse por “a saco lo de Cónida”, pues tiene su origen en la historia de un extranjero en Selinunte llamado Cónida que se enriqueció con un negocio de prostitución. Cuando murió, como había dicho en vida que legaría su herencia a Afrodita y a sus amigos, dejó en su testamento escrita la frase que se convirtió, luego, en refrán. La gente corrió entonces desde el teatro a saquear sus bienes. Parece, a juzgar por el comienzo, que tomaba la forma de un epigrama funerario: si estaba puesto en boca del propio muerto quedaba asegurada la comicidad. Tal vez se trataba de otro poema de tema literario donde Cónida significa “hijo de Cono”, es decir, un “don Nadie”, y se aplicaba este nombre a algún rival. Quedan 86 versos muy mutilados del Yambo XII. En él se narra el concurso de los regalos ofrecidos por los dioses a Hebe con ocasión de los Anfidromia, fiesta celebrada al séptimo día del nacimiento de la hija de León, amigo del poeta. Suceden paralelamente dos escenas, una en el plano humano, otra en el divino, de marcado carácter competitivo. El hecho de que venza Apolo, el dios protector de las artes, no es casual: sin duda, paralelamente en el plano humano, el regalo de Calímaco consigue la victoria, de modo que el poema se convierte en un autoelogio del poeta. El Yambo XIII, del que quedan 66 versos enormemente deturpados, es una apología de su arte. Si en el Yambo I Hiponacte aconsejaba a los filólogos deponer sus rencillas literarias, aquí ataca a los que critican la variedad de sus composiciones. De nuevo una Ringkomposition enmarca una obra que muestra hasta qué punto se pueden mezclar elementos diversos sin menoscabo de la calidad artística. Según la Diegesis, Calímaco les respondió, por una parte, que él imitaba al trágico Ión y, por otra, que al arquitecto no se le reprocha la variedad de sus construcciones. Como en otras composiciones, el resumen no refleja la importancia del texto en relación con el tema de la controversia literaria que vivió su autor. Se trataba, probablemente, de una composición programática que establecía los pilares de la concepción del arte calimaqueo, entre ellos, la variedad de géneros a la que ya apuntaba el poeta Ión de Quíos en el s. V a. C.

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3.5. Canciones

Ya vimos cómo las Diegeseis nos ofrecen información sobre 17 poemas, 13 en ritmo yámbico-trocaico y 4 en ritmos variados de carácter experimental a los que Pfeiffer tituló Méle o Canciones a partir de un artículo del Léxico Suda. Tratan temas diversos: el carácter efímero de todo lo humano; cantos a los dioses; la divinización de Arsínoe, esposa y hermana de Ptolomeo II Filadelfo, muerta en el año 270 a. C. y los amores de Apolo con el pastor Branco. Del poema I, sin título y en falecios, nos queda un verso. Se trataba de una advertencia dirigida a los jóvenes aconsejando no ensoberbecerse por la efímera belleza. La Diegesis parece sugerir un título basado en el contenido como Exhortación a muchachos hermosos. El mito de las mujeres de Lemnos que asesinaron a sus maridos era contado como exemplum, al estilo del Himno V, para advertir a los jóvenes del carácter efímero de la felicidad. El poema II, en dímetros yámbicos e itifálicos de 14 sílabas, era un canto de carácter simposíaco en honor a los Dioscuros y Helena donde se exaltaba también a Apolo, a los Erotes y a Afrodita. Ateneo XV 668c cita el título: Pánniquis o Fiesta nocturna. El poema III, Apoteosis de Arsínoe, canta, en arquebuleos, el rapto de la esposa de Ptolomeo II Filadelfo por los Dioscuros y la instauración de su culto en la ciudad: se erigió un altar en su honor y un témenos o recinto sagrado. Parece haber sido compuesta con ocasión de la muerte de Arsínoe en el año 270 a. C. El poema IV, Manada Branco, narraba en pentámetros coriámbicos, según la Diegesis, la llegada de Apolo a una localidad de Mileto donde se hallaba Branco. Era éste un pastor que, amado por Apolo, obtuvo del dios el don de la adivinación y fundó un oráculo en Mileto.

3.6. Hécale

El epilio Hécale constaba de unos 1000 hexámetros de los que conservamos 148 fragmentos casi todos procedentes de citas. En él, Calímaco aplicó los cánones de la nueva poesía y la obra resultante supuso un reto contra los que opinaban que no era posible la épica de corta extensión. Sin embargo, tal vez fue ésta la obra más extensa de Calímaco. Obtenemos de la Diegesis su argumento: Teseo consigue escapar de Medea y se dirige a Maratón en busca del toro. En el camino le sorprende una tormenta y se refugia en casa de la vieja Hécale quien, pese a su pobreza, le ofrece hospitalidad. Cuando regresa con el toro, se encuentra con que la vieja ha

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muerto y entonces funda un demo o distrito con su nombre e instituye el culto a Zeus Hecaleo. Otras fuentes mitográficas nos permiten completar los antecedentes del argumento: el rey ateniense Egeo se había casado en Trecén y antes de marcharse, escondió unas prendas de reconocimiento para su pequeño Teseo, no sin antes compartir el secreto con su mujer Etra. Cuando el joven Teseo llega a Atenas, evita morir envenenado por la maga Medea gracias a que su padre reconoce estos objetos. Helenístico es el modo de destacar un personaje secundario y marginal frente a la hazaña del gran héroe que pasa aquí a ser un elemento secundario de la acción principal. Este relato de hospitalidad así como el del héroe Heracles en los Aitia se inspira en un episodio de Od. XV entre el porquerizo Eumeo y Ulises, en tanto que el argumento debió de tomarlo de la obra de Filócoro de Atenas, pero con la inclusión de elementos novedosos. Según la moda alejandrina, el aition ocupa un lugar central: desde la explicación de la denominación del demo y del santuario a la referencia al color del plumaje del cuervo o la relación entre la corneja y Atenea. Y, en cuanto a la forma, alternan en la obra la narración y el diálogo según la polyeideia defendida ya en el Prólogo de los Aitia.

3.7. Otros poemas

Sabemos que escribió otros poemas épicos y elegíacos menores de los que conservamos algunos en estado muy fragmentario de ritmos diversos y temática semejante a la de las Canciones. Conocemos el título de Galatea gracias a Ateneo VII 284c y pensamos que debía tratar el tema de las Nereidas o el amor de Polifemo por esta ninfa desdeñosa que aparece también en Teócrito, Id. XI y Ovidio, Met. XIII 750 y ss. Se trataba, al igual que Hécale, de un epilio. Grafeion, poema en dísticos elegíacos tal vez sobre historia literaria, parece una diatriba contra otros poetas. La única mención a él se encuentra en un tratado anónimo de métrica que afirma que, en el fragmento, Calímaco se refiere a Arquíloco de Paros, conocido por sus incisivos yambos. Elegía por una victoria nemea es un epinicio que comienza al estilo de los de Píndaro. No conocemos el nombre del vencedor y el poema parece vincular a Argos con Egipto, así como a personajes de la mitología griega con divinidades egipcias. De la Victoria de Sosibio sólo conservamos unos 60 versos elegíacos gracias a un papiro mutilado de los 100 ó 120 que debieron de componer el poema entero. Se celebra el triunfo en la carrera de carros de los juegos Nemeos de un tal Sosibio, tal vez el ministro de Ptolomeo IV Filopátor o su abuelo del mismo nombre.

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Del Poema a las bodas de Arsínoe conservamos sólo el primer verso y parece haber cantado las bodas de Arsínoe con Ptolomeo II Filadelfo en torno a los años 2765, aunque nada más podemos conjeturar al respecto. En la perdida Ibis, Calímaco debía de comparar a su adversario con un inmundo pájaro, a juzgar por la obra homónima de Ovidio inspirada en aquélla. Se trataba, probablemente, de una invectiva cercana al género yámbico. Era ésta una forma de evidentes paralelos con las maldiciones tan del gusto de los poetas helenísticos como Euforión. Se introducen, además, exempla de castigos para advertir al enemigo, al modo del Id. XXIII atribuido a Teócrito donde un muchacho muere aplastado por una estatua de Eros por haber rechazado el amor de un joven. El Léxico Suda afirma que el rival era Apolonio de Rodas, pero hoy se pone en duda y tampoco debemos desdeñar la posibilidad de que el propio Calímaco rodease su programa de una polémica meramente literaria para darle más importancia a su trabajo de cara a la posteridad. Obras completamente perdidas de las que sólo conocemos el título son La llegada de Ío, Sémele, Fundación de Argos, Arcadia y Glauco. Según el Léxico Suda habría sido autor, además, de tragedias, dramas satíricos y comedias.

4. Pervivencia

Los numerosos papiros hallados y las citas indirectas sugieren que Calímaco fue leído con atención y, en consecuencia, tomado como modelo por griegos y romanos. Ya en su propia época influyó en la Colección de historias maravillosas del paradoxógrafo Antígono de Caristo y advertimos, paradójicamente, semejanzas entre la obra de Calímaco y la de Apolonio de Rodas. Aristófanes de Bizancio completó y corrigió los Pínakes en su obra A los cuadros de Calímaco. Ecos de sus versos impregnan también la de Antípatro de Sidón, Euforión, Nonno y la prosa de Aristéneto y la elegía erótica romana hunde en ellos sus raíces. El mismo Propercio se declara seguidor del alejandrino y también Ennio, Tibulo, Estacio, Virgilio y Ovidio se inspiran en sus poemas. Ariosto y Shakespeare tomaron probablemente de los autores latinos el tópico de la escritura erótica en los árboles que, a su vez, procede del Acontio y Cidipa (fr. 73) de Calímaco, recreado por Ovidio en Heroidas XX y XXI. Gracias a la traducción de Catulo, leemos en el poema LXVI el contenido del Rizo de Berenice (fr. 110). Quizás influyó también, por su semejanza, en Ovidio, Met. XV 745-851 donde se narra el catasterismo de César. Los Yambos calimaqueos representan, según algunos estudiosos, un precedente de la satura romana arcaica e influyeron en la fábula de Babrio. Tibulo I 4

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se inspiró en el Yambo IX que debía de estar estructurado como un breve diálogo y, tal vez, la Égloga IV de Virgilio dependa en parte del Yambo XII, como se ha sugerido. De entre los poemas épicos y elegíacos menores tenemos constancia de la repercusión Calímaco en el Ibis de Ovidio. También la Hécale tuvo numerosos seguidores: Ío de Licinio Calvo, Esmirna de Helvio Cinna, Las bodas de Tetis y Peleo de Catulo y la Ciris de la Appendix Vergiliana. Fue comentada, además, por el gramático Salustio y su texto empleado en los diccionarios medievales. En el s. XII d. C. se conservaba todavía completa -el bizantino Miguel Acominato fue un magnífico conocedor de ella- junto a los Aitia. En 1953 el alemán Wiesinger-Maggi retoma el argumento de la Hécale para su Theseus der Jüngling y A. Theros tiene una versión en griego moderno de la misma obra. Los vv. 105-113 del Himno II que proclaman la preferencia por el río pequeño y puro al agua fangosa de un gran río, fueron recreados por Horacio en Sat. I 4, 11: “cum flueret lutulentus”. Con la caída de Atenas al final de la Cuarta Cruzada, en 1205 el interés por la literatura griega merma considerablemente y sólo los Himnos y Epigramas sobrevivirán gracias a su transmisión independiente. Poliziano tradujo, a fines del s. XV, el Himno V, El Baño de Palas, y reunió fragmentos de la Hécale. Bentley recopiló 417 fragmentos a fines del s. XVII, Ronsard imitó los Himnos y Macaulay leyó con devoción a Calímaco. Sin embargo, en el s. XVIII se produjo un rechazo hacia lo helenístico iniciado por Winckelmann hasta que el romanticismo del s. XIX recupera el legado griego. En la península, el portugués Aquiles Stacio tradujo en 1549 al latín dos Himnos y parece ser que los textos de Calímaco fueron empleados para la enseñanza del griego en las clases de Lorenzo Palmireno en el s. XVI, Francisco de Vergara y Pedro Simón Abril hasta el s. XVIII. En 1796 José Antonio Conde tradujo en castellano los Himnos.

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