36-Esquines y Otros Oradores

January 11, 2018 | Author: Franagraz | Category: People, Science, Philosophical Science
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Manuel Pérez López – Esquines y otros oradores

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ÁREA: Cultura y filología clásicas - Literatura Griega.

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Manuel Pérez López – Esquines y otros oradores

ESQUINES Y OTROS ORADORES ISBN - 978-84-9822-787-1

Manuel PÉREZ LÓPEZ [email protected]

THESAURUS: Esquines, Demóstenes, Filipo, Alejandro, oratoria (judicial, deliberativa, epidíctica), Iseo, Licurgo, Hiperides, Dinarco.

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oratoria en los siglos V y IV: Características generales. Isócrates. Lisias. Demóstenes 1965-200. Los estudios demosténicos en la 2ª mitad del s. XX.

RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO

1.

Esquines versus Demóstenes o la sombra del destino.

2.

Vida de Esquines.

3.

Discursos de Esquines.

3.1.

I. Contra Timarco

3.2

II. Sobre la embajada fraudulenta

3.3

III. Contra Ctesifonte

4.

Otros oradores áticos.

4.1.

Iseo

4.2

Licurgo

4.3

Hiperides

4.4

Dinarco

5.

Nota bibliográfica.

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1. Esquines versus Demóstenes o la sombra del destino. Me he visto envuelto en la política con un hombre en exceso mago y malvado que ni sin querer diría verdad ninguna, Aesch. II, 153. Yo, Atenienses, tuve en mis manos no delinquir contra vosotros, pero el no verme envuelto en esta acusación estaba en manos de la fortuna týche̅, que decidió que me tocara una suerte común con un sicofanta y bárbaro, Aesch. II, 183. Como puede verse por estos dos pasajes tomados de su discurso II Sobre la embajada fraudulenta, el propio Esquines era perfectamente consciente de que en su existencia y actividad pública la suerte týche̅ lo había unido de forma inexorable e irritante a Demóstenes, un contrincante y opositor que constituyó su auténtica sombra, su eterno rival personal y político. Su emparejamiento, constante e inevitable en su tiempo, ha continuado a lo largo de la historia y la tradición, condicionando en este caso su figura a la comparación con la impresionante talla de Demóstenes. La profunda irritación que se advierte ya en los insultos de estos pasajes y que son sólo una pequeña muestra de la catarata que salta una y otra vez en el resto de su obra –y que se ven, ciertamente, correspondidos por los que le dedica su rival-, es una buena prueba de la impotencia que debió de sentir ante la fatalidad de su inevitable enfrentamiento con la poderosa fuerza retórica de Demóstenes. Una y otra vez ese temor y convencimiento afloran en los adjetivos que le dedica, y que insisten en la indudable seducción que ejercían sus palabras sobre su auditorio, como tendremos más adelante ocasión de señalar. Esquines versus Demóstenes, dos carreras políticas, dos modos de entender un momento crucial de su patria, dos modos de entender también la retórica. A este respecto, una anécdota transmitida en varias de sus Vidas refiere que, durante su estancia en Rodas, tras su fracaso en el proceso contra la coronación de Demóstenes, en una ocasión en que había terminado de leer su discurso Contra Ctesifonte, alguien de su auditorio mostró su extrañeza ante su falta de éxito. No os extrañaríais, Rodios, respondió Esquines, si hubierais oído a Demóstenes hablar en contra de esto. La anécdota, por más que no merezca especial crédito, è ben trovata, e ilustra bien la admiración que Esquines sentía ante la elocuencia de su rival. En dos testimonios, sin embargo, Escolio II 1R y Focio Bibl. 61, Esquines se refirió a Demóstenes en esta ocasión como aquella fiera. Este término fiera qhrivon es usado con sentido claramente ofensivo por Esquines para referirse a Demóstenes en su discurso II 34, 7, pero aquí -3© 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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es también indicativo de esa ambigua mezcla entre admiración y odio personal que debió de presidir la relación entre ambos y que dejó huella en la posteridad. Ante la imponente figura de Demóstenes, Esquines ha llevado normalmente la peor parte (Lucas, 2002: 7). La crítica moderna ha intentado rehabilitar su figura, pero la desigualdad entre ambos a favor de Demóstenes sigue siendo bastante unánime. Ni siquiera una cierta tendencia actual a valorar el llamado pragmatismo u oportunismo político, que saca partido de que los acontecimientos “le dieron la razón a Esquines”, pero que hace la trampa de aprovecharse de conocer el desenlace de la historia, puede desacreditar la postura demosténica y despejar toda duda sobre una política seguramente en exceso acomodaticia. La mayor clarividencia atribuida a Esquines respecto al nuevo rumbo que tomaba la política griega en la segunda mitad del s. IV a. de C. se compadece mal con los indudables vaivenes que se observan en su praxis política. Al menos esa clarividencia no le permitió tener éxito en su propósito de convencer al pueblo ateniense de que había perdido su papel hegemónico en el mundo griego, pese a su indudable maestría retórica. En su tiempo no era fácil prever que la solución de los problemas de Grecia era abandonarse en las manos de Filipo, como demuestran también las vacilaciones de su contemporáneo Isócrates. El punto de vista de Demóstenes de que una cadena de errores y la acción de la divinidad o la fortuna precipitaron unos acontecimientos que no necesariamente tuvieron que ser los que fueron, esto es, la derrota final de Queronea (Dem. XVIII 303 ss.), no deja de hacernos pensar que los juicios históricos a posteriori son fáciles de hacer, pero para sus protagonistas era imposible tener tal certeza y, por tanto, la elección de una u otra política tenía que venir dada por intereses o ideales determinados.

2. Vida de Esquines

La Antigüedad nos ha legado una cierta cantidad de biografías y noticias sobre la vida de Esquines, (entre ellas la que figura en las Vidas de los diez oradores del Ps. Plutarco) a las que ya hemos hecho alusión y que se remontan seguramente a una probable biografía de época romana debida a Cecilio de Caleacte, crítico de la época de Augusto. Los datos que nos proporcionan no son, sin embargo, de gran valor, porque se basan en buena medida en los que nos proporcionan el propio Esquines en sus discursos o Demóstenes en sus ataques en los discursos XVIII y XIX de su catálogo. En cualquier caso, y aunque esta es una circunstancia afortunada dentro de la escasez de datos de que disponemos en general para las grandes figuras de la Antigüedad, la información presenta a veces dificultades, dado que ambos autores se contradicen. El procedimiento judicial ateniense no preveía que el tribunal o los -4© 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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magistrados que presidían los juicios efectuasen algún tipo de control sobre determinadas afirmaciones o pruebas. Con frecuencia los litigantes echaban mano seguramente de rumores, calumnias o mentiras. Todo ello hace que haya que someter a crítica tales afirmaciones para establecer quién de ellos se merece crédito (Harris, 1995 : 8 ss.). La opinión más extendida lo hace nacer en 390/389 basándose en una afirmación del propio Esquines en I 49, donde afirma que tiene entonces (346/5) 45 años. Su familia no era, como en el caso de Demóstenes, una familia que dispusiese de abundantes recursos económicos, por más que él nos la presente así, y de ahí los ataques constantes de Demóstenes intentando desprestigiarlo. Su padre, llamado Atrometo, con cuyo nombre hace burla en un cruel pasaje Demóstenes (XVIII 129), parece que fue un maestro de primeras letras. Con él seguramente Esquines se familiarizó con los poetas. Su madre, Glaucótea, era sacerdotisa de algún rito que incluía prácticas iniciáticas. Si bien la posición económica de la familia era relativamente desahogada, pues permitió que Esquines dispusiese de equipo de hoplita, el hecho de tener que trabajar para ganarse la vida, como su padre, hizo que su acceso al mundo de la política no pudiera ser temprano ni seguir

el camino

acostumbrado, como será el caso de Demóstenes. Su incorporación es tardía y resulta muy condicionada por sus ocupaciones anteriores. Estas ocupaciones, sin embargo, le resultaron muy útiles para su tarea de orador político, al proporcionarle familiaridad con la poesía tradicional y la legislación y técnica legal y administrativa. No dispuso, sin embargo, de posibilidad de dedicar tiempo específico al estudio y a la preparación retórica, como Demóstenes. Participó activamente en su juventud como hoplita en las actividades militares de Atenas, y alardea de ello como prueba de patriotismo (II 167-170), defendiéndose de las burlas de Demóstenes (XIX 113). En realidad esa era la apelación patriótica que él podía presentar, ya que no disponía de una brillante hoja de servicios como contribuyente de liturgias. Por Demóstenes sabemos también que desempeñó primeramente puestos en la administración, como el cargo de ayudante de secretario uJpogrammateuvς (Demóstenes XIX 237) y más tarde secretario lector de documentos en el Consejo y la Asamblea (Demóstenes XVIII 261). Tales cargos es indudable que le proporcionarían familiaridad con el manejo de la legislación, factor que aprovecha concienzudamente y que explica el considerable peso que el análisis de las leyes tiene en sus discursos, así como el que se diese a conocer en círculos políticos y trabase contacto con figuras influyentes como Eubulo. Tras esta etapa (la fuente principal es también Demóstenes), Esquines fue actor de tragedias. Disponía de una excelente voz, según viene a reconocer el propio Demóstenes: tengo entendido que está muy -5© 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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orgulloso de ella, (XIX, 337-40), que se burla de que solamente llegó a desempeñar papeles de tercer actor tritagwnisthvς, más bien torpemente (XVIII 180). Este oficio de actor no se olvide que tiene mucho que ver con la carrera de orador político. No sólo se necesitaba una buena voz, sino el dominio de la declamación y los gestos ante el auditorio, valiosísimos para lograr la persuasión. Era precisamente lo que le faltaba a Isócrates y que tanto trabajo, si hemos de creer a la tradición, le costó perfeccionar a Demóstenes. Los actores tenían por ello una excelente reputación y además eran especialmente apreciados para formar parte de embajadas. Conocemos los nombres de Neoptólemo (muy apreciado por Filipo II) y Aristodemo, citado por Esquines II 15-19 y para el que el propio Demóstenes, siempre según Esquines, pidió una corona como recompensa por sus servicios a la ciudad. No es extraño que Esquines fuese elegido para formar parte de las embajadas ante Filipo en 346 a.C., juntamente con Demóstenes, además de participar en embajadas en el Peloponeso y Delfos. En todo caso, hemos de ver en Esquines un hombre hecho a sí mismo, de formación autodidacta (no son creíbles las noticias que leemos en el Pseudo-Plutarco 840b de que fue alumno de Isócrates y Platón). Es evidente que su familia, perteneciente a la clase media no podía permitírselo, como tampoco las costosas liturgias. Esa sería una de las razones de que Esquines no se prodigara en pleitos. Ante los jurados atenienses él no podía alegar en su favor esas contribuciones, encontrándose entonces en inferioridad de condiciones. Sólo presentó su acusación contra Timarco en 346, cuando ya era bien conocido en la Asamblea y había participado en embajadas, y no volvió a presentar una acusación hasta 336 cuando acusó a Ctesifonte de proposición ilegal. Esa misma explicación tiene el que entrara en política de la mano de hombres de estado que, perteneciendo a la clase pudiente, como Foción y Eubulo, no disponían de la misma facilidad para hablar en público que él. Su excelente voz y su manejo del escenario lo convertían en el personaje ideal para este cometido (Harris: 33ss.; Lucas 58ss.). A la sombra de Eubulo, pues, y ya mayor (más de cuarenta años), entra en la escena política, ascendiendo rápidamente. Los avatares de su actividad pública los tocaremos en el análisis de sus discursos. Digamos ahora sólo que, tras el fracaso en el año 330 de su acusación contra Ctesifonte, perdió sus derechos civiles al no conseguir un quinto de los votos. Acabó así su carrera política. A partir de este momento sólo disponemos de los datos de las biografías. Seguramente se exilió. Los demás datos no son seguros. La tradición dice que recaló en Rodas, donde fundó una escuela de retórica, más arriba aludíamos a una anécdota de esta época. Como podía inferirse de ella, Esquines habría querido con su escuela perpetuar su rivalidad con Demóstenes Posteriormente pasó a Samos, donde murió a la edad de 75 años. -6© 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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3. Discursos de Esquines Nos han llegado de él tres discursos. Son, en orden cronológico, Contra Timarco, pronunciado a fines de 346; Sobre la embajada fraudulenta, pronunciado en el año 343, como defensa en el proceso que Demóstenes incoó contra él ese año y replicando al discurso homónimo este último y que figura como número XIX de sus discursos y, finalmente, el Contra Ctesifonte, un discurso presentado contra la propuesta de este político, compañero de Demóstenes, de que se coronara a Demóstenes, como premio a su servicios al pueblo de Atenas. Si bien el discurso es una acusación por propuesta ilegal graphe̅ paranómo̅n, en realidad es un intento de atacar toda la política de Demóstenes. La denuncia fue presentada el año 336, pero su vista se aplazó hasta el 330. La respuesta de Demóstenes fue su soberbio discurso Sobre la Corona, el número XVIII de su colección. El Pseudo-Plutarco cita

un cuarto discurso, el Delíaco. Se trataría de una

intervención de Esquines ante el Consejo Anfictiónico, con motivo de una reclamación de la isla de Delos con relación a determinados derechos relativos al santuario de Apolo. En realidad, aunque Esquines fue designado para ello, fue más tarde sustituido por Hiperides. En cualquier caso, el discurso no se ha conservado y ya en la Antigüedad era considerado espurio. No conservamos tampoco el discurso que Esquines pronunció en Delfos el año 339, si bien sobre las circunstancias en las que lo pronunció y el propio discurso tenemos cierto detalle en el Contra Ctesifonte 107ss. Cuando tratemos de este discurso tendremos ocasión se referirnos a los indicios que de estos datos pueden extraerse respecto a los métodos retóricos de Esquines y sus peligros. Nos consta también su inclinación a escribir poesía. Una de las fuentes es la información que él mismo proporciona en Contra Timarco 135-136, donde habla de sus composiciones de tipo amoroso, pero no las conservamos. Sí un epigrama de cuatro versos, un exvoto al dios Asclepio de Epidauro AG VI 330, y cuya autoría esquínea ha podido confirmarse por unos fragmentos sacados a la luz en las excavaciones de Epidauro, en el que agradece al dios la curación de una úlcera en la cabeza. Resulta irónico este detalle cuando se lee en sus discursos la acusación que hace a Demóstenes de haberse provocado él mismo unos cortes en la cabeza de los que acusaba a su primo Demómeles, cf. Sobre la embajada fraudulenta 93, y Contra Ctesifonte 51. Ha aparecido también una estela funeraria con cuatro hexámetros dactílicos, en honor de su tío Cleobulo, en los que alaba su valor guerrero. La tradición manuscrita nos ha legado también una colección de 12 cartas atribuidas a Esquines,

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pero que son consideradas apócrifas. Se datan en el s. II d. C. Parece que se ha buscado aquí un paralelismo con la colección de Cartas atribuida a Demóstenes.

3.1. I. Contra Timarco

Es el más antiguo de los discursos conservados de Esquines. La paz de Filócrates había tenido que ser finalmente aceptada por Atenas el año 346 tras una serie de tres embajadas, en las dos primeras de las cuales Esquines y Demóstenes habían formado parte, no así en la tercera. Filipo, con hábiles maniobras, había retrasado la ratificación del tratado hasta conseguir antes sus objetivos. Demóstenes vio en aquellas dilaciones una traición de Esquines. Este, juntamente con Filócrates, había convencido a los atenienses de unas buenas intenciones de Filipo que nunca llegaron a realizarse. La paz tuvo que ser aceptada como mal menor para ganar tiempo ante la imposibilidad de conseguir un acuerdo entre las ciudades griegas para hacer frente a Filipo, que ya era dueño de las posesiones atenienses en la Calcídica, gran parte de Tracia, y, tras la rendición de los focidios, de la Anfictionía délfica, y las Termópilas, con el camino a la Grecia central expedito. Sin poder olvidar el comportamiento de Esquines en la segunda embajada, en la que él creyó advertir claramente su traición, presentó, secundado por su correligionario Timarco, una demanda contra Esquines en el tribunal de rendición de cuentas a propósito de la segunda embajada. Esquines, que ya había intentado, sin éxito, que no se produjera tal rendición de cuentas, intenta una nueva estrategia para evitar su proceso, o al menos, retrasarlo, consistente en una acusación contra Timarco, el colaborador de Demóstenes en el mismo. Su estrategia, ahora, tuvo éxito. Consiguió plenamente el primero de sus objetivos, eliminar a uno de sus acusadores, Timarco, y, temporalmente, el segundo, desacreditar a Demóstenes por su asociación con él. Efectivamente, Demóstenes cometió el error de elegir para este cometido a un político que se prestaba a la acusación que ideó Esquines. Si bien Timarco se había destacado desde hacía tiempo por su política de oposición a Filipo (Demóstenes XIX 286), su reputación en lo tocante a su vida privada era pésima. Esquines lo acusa basándose en una ley que prohibía tomar la palabra en la Asamblea a ciudadanos que se hubiesen prostituido y hubiesen malgastado su patrimonio familiar. Una acusación como esta contra un político es rara, por ello el tratamiento de Esquines es muy interesante. El proceso tuvo lugar en el invierno de 346/5. Estructura del discurso: Exordio (1-8). Establecimiento de las bases legales de la acción (9-36). Narración y demostración de los delitos de Timarco (40-115).

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Anticipación de los argumentos de la defensa (117-169). Ataques a Demóstenes (170176). Peroración (177-196). En el análisis del discurso se observa que, si bien su estructura es regular, el exordio no queda bien definido, y el elogio de las leyes, que, en realidad, es una ampliación del mismo, ocupa un lugar tradicionalmente destinado a la narración. Esquines adopta una actitud muy moral frente a las acusaciones, lo cual se tenía por un rasgo característico de los políticos moderados del momento (De Romilly 1954). Insiste, efectivamente, en su “moderación” (1, 3), buscando claramente un contraste con los rasgos libertinos de su oponente. Esta moderación lo lleva a insistir en varias ocasiones a lo largo del discurso en que siente como una falta de pudor llamar por su nombre los delitos innombrables de Timarco (38, 52, 70, 71), sin embargo esas palabras salen a la luz: memisqarnhkovta...peporneumevnoς (52). Muy probablemente, Esquines quiso sacar partido ante su auditorio precisamente de la repugnancia que su acusación inspiraba, y de ahí ese juego. Este es un rasgo de la superficialidad de que hace gala Esquines en esta como en las demás causas en las que interviene (Kennedy: 238). Si algo resalta, por tanto, en el exordio es esa insistencia en presentarse como el campeón de las leyes, arrebatando, como decíamos antes, espacio normalmente destinado a la narración. Aparecen ya las alusiones a las grandes figuras del pasado ateniense, Temístocles, Arístides (25), y, sobre todo, Solón, precisamente el gran legislador, cuya sobria figura, como podía contemplarse en la estatua erigida en Salamina, marcó la pauta para los oradores moderados posteriores, justa antítesis de las extravagancias y groseras posturas de Timarco en la tribuna (26). La narración insiste en el progresivo envilecimiento de los primeros años de madurez de Timarco. Esquines utiliza un topos nuevo al señalar que su acusación resulta facilitada porque su depravada vida es bien conocida por todos. Tal argumento tiene un valor anticipatorio del partido que Esquines le sacará más adelante con su apelación a la Fama como verdadero testigo que le ahorrará los testimonios de testigos concretos (44). En cuanto al estilo narrativo de Esquines señalemos que primero utiliza dos pequeños relatos (43 y 53) para resaltar un punto particular y relatos más largos (53-65). En 58-59 se narra en imperfecto un pasaje de gran violencia, mientras que lo relativo a los intentos subsiguientes de reconciliación y al carácter decididamente traicionero del acusado se narra en presente histórico. La intención es mostrar con el imperfecto una complacencia en el desarrollo de la acción y con el presente insistir en los intereses subjetivos de los dos malhechores. Se esperaría en esta parte del discurso la aportación de pruebas y testimonios, pero no puede esperarse que se presenten testigos de actos como los del acusado, -9© 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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pues eso supondría acusarse a sí mismos. Por ello en 71-93 presenta una nueva forma de testimonio plenamente accesible: la que se deriva de la experiencia diaria. Las carcajadas en las que prorrumpía la Asamblea cada vez que una palabra podía ser interpretada en un doble sentido erótico y obsceno a propósito de Timarco, deben ser interpretadas como el testimonio marturivan prestado por el pueblo (80-85). Resulta superfluo pedir la presentación de más pruebas. En tal esquema, el papel del experto orador queda claramente limitado. El jurado deberá atender más a su conocimiento del acusado por lo que sabe de su pasado que a lo que se va a decir de él en su defensa. Naturalmente, Esquines advierte frente a los argumentos que Demóstenes, maestro de retórica y astuto sofista, ha preparado para su defensa (94, 117, 170), y que alegará que no hay nada más injusto que la fama (125). Para Esquines, sin embargo, es algo sublime, se trata de una diosa muy importante, argumento que apoya con citas poéticas (128-129). La diosa es presentada como testigo por Esquines. Ella es, precisamente, la que le ha dado a Demóstenes el apodo de Bátalo, como signo de afeminamiento y depravación. Esquines es el primer orador que nos ha llegado que cita por extenso pasajes poéticos, pasajes homéricos a propósito de Aquiles y Patroclo y una cita de Eurípides (144-152). Tales ejemplos, que hacen pensar en su familiaridad dramática y sus dotes de actor podrían tener para algunos de sus oyentes más valor que los discursos de los vivos. A medida que el final del discurso se aproxima, se hace más desordenado. Se suceden argumentos de muy diverso tipo: las leyes no deben ser pervertidas por los sofistas (177-179), alabanza de la gerousiva espartana (180-181), de nuevo elogios de las leyes de los antepasados y sobre todo de Solón (182-184), y una breve descripción de la condición del acusado, hombre por su cuerpo, pero que ha cometido delitos de mujer (185). Tras una reflexión racional sobre el origen de los comportamientos humanos injustos, envuelta en un ropaje poético que vuelve a demostrar su familiaridad con Homero y la tragedia de forma brillante: No creáis, Atenienses, que el origen de la injusticia está en los dioses, no, sino en la corrupción humana; ni que a los criminales, como en las tragedias, los persiguen y castigan las diosas de la venganza con antorchas encendidas, sino los placeres incontrolados del cuerpo y el no considerar nada suficiente, eso es lo que recluta las bandas de piratas, eso lo que los hace subir al bajel, eso es para cada uno su diosa de la venganza Poinhv… (190-191), llega el final del discurso, apelando al tópico del valor ejemplar de la sentencia para la juventud, las leyes y el Estado. Esquines ganó el pleito. Para Usher (1999: 284), debido seguramente a su buena actuación ante el jurado. Buena parte de su argumentación, sin embargo, como señalan V. Martin y Budé (1973: 18), queda en entredicho si tenemos en cuenta que - 10 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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en el momento en que se pronuncia el discurso hacía ya quince años que Timarco se dedicaba a la política y hablaba desde la tribuna de oradores. El celo de Esquines por el cumplimiento de las leyes se reveló un poco tardío, pues los hechos de que lo acusa se remontan a la primera juventud de Timarco. Ello resta sinceridad a la posición de Esquines y no deja de ser usado por Demóstenes (XIX 285-86). Por ello mismo es lícito pensar si Timarco era realmente tan infame como Esquines lo pinta. No podemos olvidar que este género de ataques y acusaciones eran piezas obligadas de la política del momento, como muestran los ataques de los cómicos. Lo cierto es, como señala Kennedy (1963: 238s.) que en su discurso Esquines ignora por completo el tema de fondo de su propia defensa contra las acusaciones que esperaba provenientes de Demóstenes. No hay discusión de política o gobierno, todo se centra en los vicios de Timarco, descritos en tono sensacionalista, pero apenas probados, y en la majestad de la ley.

3.2.II Sobre la embajada fraudulenta

La condena de Timarco logró retrasar tres años los planes de Demóstenes de acusar a Esquines de corrupción por su actuación en la segunda embajada ante Filipo. El año 343, sin embargo, y a raíz seguramente del proceso contra Filócrates a cargo de Hiperides, que se saldó con la condena a muerte del primero en rebeldía, Demóstenes consideró que había llegado el momento de hacer lo mismo con Esquines. Conservamos el discurso de acusación de Demóstenes, el XIX de su catálogo, y que es conocido con el mismo título que el que pronunció Esquines en su defensa. Resulta inevitable, pues, la comparación entre ambos, pero, en realidad no tienen muchos puntos de contacto. El de Esquines es probablemente su mejor discurso (Kennedy 1963: 239) y se muestra ampliamente convincente. En realidad su plan es más simple que el de Demóstenes. Su objetivo es desacreditar a su acusador por cualquier medio, como político y como persona, mostrándolo como inconsistente, deshonesto, traidor, antipatriota y pusilánime. Mientras el interés de Demóstenes de mostrar que Esquines había sido sobornado por Filipo requería el despliegue, elaborado minuciosamente, del argumento de probabilidad, Esquines podía limitarse a su medio favorito, la narración. Los pasajes en los que narra el viaje a Macedonia y la entrevista con Filipo se cuentan entre las obras maestras del estilo narrativo. Esquines fue absuelto, pero por un número escaso de votos, treinta, sobre un total probablemente de quinientos. Tal desenlace resulta sorprendente a juicio de Harris (1995: 118) dada la debilidad de la acusación de Demóstenes y la solidez de la - 11 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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defensa de Esquines. En todo caso, demuestra la polarización política de la Atenas del momento. La brillantez retórica de Demóstenes, que podía aprovecharse también de la huida y condena de Filócrates, no logró imponerse del todo, quizá debido al apoyo que a Esquines prestaron sus poderosos amigos Eubulo, Foción y Nausicles, a los que citó al final de su discurso con el ánimo seguramente de influir en sus jueces (Lucas 2002: 284). Estructura del discurso: Exordio (1-11). Narración de la primera embajada (1255). Interrupción dedicada a una revisión de los años posteriores a la caída de Anfípolis y refutación de interpretaciones (56-96). Narración de la segunda embajada (97-118). Refutación de interpretaciones (119-170). Peroración (171-184). Demóstenes, en su discurso, tiene buen cuidado en establecer que no acusa a Esquines más que por los hechos producidos a raíz de la segunda embajada. Las condiciones de la paz de Filócrates no están, pues, en cuestión. De hecho, él había sido uno de sus negociadores. Su objetivo es acusar a Esquines de la lentitud con que se llevó a cabo la segunda embajada, de la que lo hace responsable, de su actitud en la corte de Pella y, finalmente, de atribuir al rey, en sus discursos ante el Consejo y la Asamblea, unas intenciones que nunca se cumplieron y que redundarían en beneficio de Grecia y Atenas, en los asuntos de la Fócide, Tebas y Tracia. Esos engaños tuvieron el efecto de adormecer al pueblo y permitieron a Filipo llevar a cabo sus planes. Tal conducta sólo tiene, en opinión de Demóstenes, una explicación: la corrupción. Esquines se ha dejado sobornar por el enemigo. Pero Demóstenes no tiene ninguna prueba directa de sus acusaciones, como decíamos, y tiene que recurrir al argumento de probabilidad. En su respuesta, Esquines refuta punto por punto las acusaciones tendenciosas de Demóstenes. Su exposición es mucho más cuidadosa y metódica. Su objetivo con esta narración minuciosa no es sólo defender su comportamiento y hacerlo inteligible en su contexto, sino exponer también lo que él interpreta como hipocresía de Demóstenes, que defendió en su momento la paz de Filócrates con el mismo vigor que después trató de desacreditarla. Su plan le obliga a hacer un relato de las tres embajadas sucesivas, aunque sólo la segunda estaba en cuestión. Si bien en determinados puntos, como la explicación que da de su cambio de actitud frente a Macedonia entre la toma de Olinto y el comienzo de las negociaciones de paz, su justificación resulta convincente (79), en lo demás

se muestra

singularmente débil y se vuelve contra él (Martin-Budé I: 104, otra opinión en Harris: 117). Si las esperanzas que dio al pueblo no se cumplieron, afirma, es que la fortuna no lo quiso así, y que él fue engañado (118-120, 130, 131, 136), ahora bien, eso es defender la excesiva credulidad, la ceguera o la incapacidad (Weil: 220, citado por Martin-Budé). Más allá de sus méritos en la diestra utilización de la narración en su - 12 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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intento de desacreditar a Demóstenes, el discurso no revela ningún pensamiento político sólido, ninguna doctrina. Podría pensarse en una política de acuerdo con Macedonia, como la que sostuvo Isócrates en su Filipo por entonces. Si Esquines estaba convencido de ella y pensaba que el enfrentamiento armado con Filipo era un error, podía haberla desarrollado y ello hubiera sido su mejor justificación. A falta de ello, es inevitable que extraigamos la conclusión de que fue simplemente un político oportunista, bien dotado, eso sí, del arte de la palabra y que podía aprovecharlo para influir en el pueblo ateniense. Es natural, pues, que el rey de Macedonia viese en él un instrumento de su política. Tanto si lo consiguió por el soborno, como piensa Demóstenes, como si fue una consecuencia de su vanidad, (Weil: 221), el resultado fue el mismo: Esquines favoreció los intereses de Macedonia, y su discurso no nos permite deducir que lo hiciera por convicciones políticas personales, simplemente fue el portavoz de un partido en el que se contaban políticos como Eubulo y Foción, sector que entendía las relaciones con Macedonia de modo muy diferente a Demóstenes, al que esta política horrorizaba, de ahí su decisión de atacar a Esquines como obstáculo formidable para llevar a cabo la suya, la única que él consideraba patriótica (Cortés Gabaudan 1997: 72). Dada la tensión del momento, una sola de las dos era viable, de ahí la saña con la que se producen los ataques. Esquines se benefició de las dudas de la opinión del pueblo (no así otros), que vacilaba apoyando alternativamente a ambos partidos. Si Esquines se salvó por poco en esta ocasión, el veredicto no le fue favorable trece años más tarde en el proceso Sobre la Corona, demostrando claramente la vacilación de la Asamblea (Martin-Budé: 104s.). Como colofón al comentario que el discurso sugiere, detengámonos un momento en el apartado de los insultos y ataques personales dirigidos contra Demóstenes. En este discurso figura el pasaje en el que Esquines refiere el fracaso oratorio sufrido por Demóstenes en la primera embajada, cuando le llegó su turno de hablar ante Filipo (34-35): Cuando este y otros discursos se hubieron pronunciado, le llegó entonces a Demóstenes su parte de la embajada y todos estaban atentos para escuchar algunas muestras extraordinarias de fuerza oratoria, pues tanto al propio Filipo, según se supo después, como a sus acompañantes, se les había anunciado el exceso de sus promesas. Y así, cuando todos se aprestaban a la escucha, pronuncia la fiera esa un sombrío proemio y, muerto de acobardamiento, tras remontarse un tanto en los hechos, se quedó mudo de repente y sufrió un total desconcierto, para acabar desistiendo del uso de la palabra. Al ver Filipo la situación en la que se hallaba, trataba de darle ánimos y le decía que no creyera que, como en el teatro, por eso le había pasado algo grave, sino que, con calma y poco a poco, tratase de recordar y hablar conforme a lo que había preparado. Pero él, una vez que sufrió la confusión y - 13 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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se vio perdido con sus notas escritas, ya no fue capaz de recuperarse, sino que, de nuevo, tras un intento de hablar, le pasó lo mismo. Como se produjo un silencio, el heraldo nos ordenó retirarnos. El pasaje es bien significativo del dominio de la técnica narrativa de Esquines y rezuma una mordaz ironía, pero ¿hasta dónde podemos darle crédito? Es verdad que Demóstenes no se defiende de ello en otros discursos, como hizo, por ejemplo, respecto a la burla de Esquines respecto a su mote Bátalo (Esquines I 126, 131, 164; II 99), Demóstenes XVIII 180), y, por otra parte, existían otros testigos, los compañeros de embajada. Sin embargo, no está fuera de sospecha que Esquines haya cargado las tintas de los efectos de un cierto “miedo escénico” de Demóstenes en esta ocasión, aprovechándose así para vengarse del ridículo en que Demóstenes ponía su fracaso como actor. En todo caso, la ironía ponía el dedo en la llaga, pues todos podían tener presentes las dificultades naturales de expresión con las que Demóstenes tuvo que luchar denodadamente (Plutarco Dem. 4ss.) Sobre la historicidad de la anécdota cf. Lucas: 321s. En el apartado de los argumentos personales utilizados por los oradores antiguos, ciertamente sorprende al lector moderno la dureza y crueldad de tales ataques, que encuentran blanco favorito en temas como la ridiculización de la familia, Demóstenes, por ejemplo, es bárbaro, hijo de una madre escita (78), o los defectos físicos y morales, sin detenerse ante mentiras o calumnias. Esquines, en efecto, tacha a Demóstenes de cobarde y afeminado (79, 139, 148, 151), mentiroso y perverso (11, 21, 124, 147, 153). En 40 le dedica tres refinados insultos (que Usher: 285, interpreta como “palabras peculiares” del propio Demóstenes), de difícil interpretación (Lucas: 325s.) kervkwy hombre-mono, truhán, paipavlhma harina fina, escurridizo, palivnbolon voluble. Destaca, sin embargo, la insistencia en un dato que se repetirá de manera aún más obsesiva en el Contra Ctesifonte, a saber, la pretensión de que Demóstenes es el portador de una mancha o culpa ritual, religiosa. Esquines no se detiene tampoco ante la utilización de este argumento que entronca con los más siniestros miedos religiosos de la época arcaica y la llamada “cultura de la culpa” (Dodds). La insistencia de Esquines demuestra que tales escrúpulos continuaban vivos en Atenas en pleno siglo IV y el orador no duda en aprovecharlos como arma de descrédito personal y político. El portador de la mancha prostrovpaion (158) no debe vivir en la ciudad, pues atraería sobre ella el castigo divino. Sería un contrasentido que se practicase el rito de purificación de la Asamblea o se invocase a los dioses en los preliminares de la redacción de los decretos, y se hiciese con la mediación de un impuro. Aprovecha Esquines para citar unos versos de Hesíodo: Trabajos 240s. que repetirá en Contra Ctesifonte 135: A menudo toda una ciudad a un malvado sufre/que peca y locuras de orgullo maquina. - 14 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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3. III Contra Ctesifonte

La derrota de Queronea en 338 derrumbó definitivamente el prestigio de Atenas, que tantas veces había utilizado para solicitar la hegemonía en el mundo griego. Demóstenes tiene que situarse a la defensiva, logrando salir absuelto de múltiples procesos incoados contra él. Ni siquiera Esquines aparece en primera línea. Es la hora de políticos como Démades. Podría pensarse que la hora de Esquines había llegado para intentar su desquite contra Demóstenes, pero se mantuvo a la expectativa. En 336, sin embargo, cuando Ctesifonte presentó una propuesta de decreto para honrar a Demóstenes con una corona de oro en las Grandes Dionisias como recompensa a toda su carrera política, creyó llegado el momento. En efecto, la propuesta de Esquines técnicamente era una graphē paranómōn o acusación contra Ctesifonte por haber hecho propuestas ilegales. Alegaba que la ley impedía hacer tal proposición de coronación de un magistrado antes de la rendición de cuentas (Demóstenes estaba en el desempeño de un cargo público para la restauración de las murallas de Atenas) y por pedir que la proclama se hiciese en el teatro de Dioniso. El objetivo fundamental de Esquines era, sin embargo, atacar la trayectoria política de Demóstenes. Contra la afirmación expresa del decreto de Ctesifonte, Esquines afirma que Demóstenes en absoluto pasó su vida haciendo, tanto de palabra como de obra, lo mejor para el pueblo (49-50). La vista del proceso no tuvo lugar, sin embargo, hasta 330. Si bien las noticias que llegaban a Atenas sobre las victorias de Alejandro en Asia pudieron hacer concebir esperanzas a Esquines de que la balanza se inclinaría definitivamente a su favor y se reconocería de una vez el fracaso de la visión política de Demóstenes, de forma sorprendente los jueces prefirieron apoyarlo y dar la espalda a Esquines. Es evidente que los atenienses -que ya hemos comentado que se mostraron vacilantes en todos estos años-, se mostraron más sensibles a la brillantez retórica de Demóstenes, que pronunció en defensa de su carrera una magistral pieza oratoria (López Eire 1980: 367). La elección estaba entre la realidad presente y el prestigio pasado (Lucas: 434). Renunciar a este no era fácil, seguramente, para los atenienses, que siempre podían pensar, como Demóstenes, que todo era fruto de una cadena de errores y del juego de la fortuna (XVIII 197ss.). La acusación de Esquines no obtuvo la quinta parte de los votos y supuso el fin de su carrera política y seguramente, su exilio. Estructura del discurso: Exordio (1-8). Narración (9-167). Ilegalidad de propuesta de coronación antes de la rendición de cuentas (9-31). Ilegalidad de la proclama en el teatro de Dioniso (32-48). Crítica de la carrera política de Demóstenes, dividida en cuatro etapas: Preámbulo (49-57). Primera etapa: paz de Filócrates (58- 15 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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78). Segunda etapa: asunto de Eubea (79-105). Tercera etapa: asunto de Anfisa, alianza con Tebas, Queronea (106-158). Cuarta etapa: de Queronea a la fecha del proceso (159-167). Refutaciones y respuestas a posibles críticas y ataques demosténicos (168-254). Epílogo (255-260). Dado que el objetivo fundamental del discurso es desacreditar la carrera política de Demóstenes, Esquines trata de enfocar toda su carrera política desde un punto de vista que excite la sensibilidad popular y política del auditorio, presentando a su adversario movido no precisamente por patriotismo, sino por sentimientos hostiles a la democracia, por el egoísmo, la codicia y la impiedad. Ha llevado al Estado a la ruina no por incapacidad, sino deliberadamente, buscando el lucro personal, es egoísta, inconstante, vago, cobarde, interesado, impío y portador de una mancha o culpa religiosa que lo hace peligroso. Sería fatal para Atenas solidarizarse con un hombre al que acompaña la maldición divina que podría arrastrar a la ciudad entera. Si bien el resto de las acusaciones pudieran calificarse de más tópicas, es esta insistencia en los aspectos religiosos, que enlaza con la misma tendencia de discursos anteriores, la que llama poderosamente la atención. La utilización, ciertamente irresponsable, de este argumento, provocó ni más ni menos que el estallido de la cuarta guerra sagrada (107131). El relato que el propio Esquines nos hace de su discurso en Delfos en 339, teóricamente en defensa de Atenas, es una buena muestra de sus métodos y sus peligros (Kennedy: 240). En lugar de defender a Atenas de la acusación de los tebanos de haber insultado a su ciudad por la dedicación en Delfos de los escudos tomados a Medos y Tebanos en las guerras Médicas, eligió un camino muy distinto y con un vibrante discurso que señalaba la llanura, visible desde Delfos, que ocupaban ilegalmente los Anfisios, llamó a la guerra contra ellos para expulsarlos de allí (117121). El resultado fue un intento de linchamiento de los Anfictiones y más tarde el estallido de la guerra y un fácil pretexto para la intervención de Filipo y el desencadenamiento de los acontecimientos que desembocaron en Queronea (Demóstenes XVIII: 143ss.). Esquines describe años después el suceso sin reconocer su irresponsabilidad, sino simplemente mostrándose orgulloso de su éxito retórico y culpando a Demóstenes, por su oposición al envío de tropas, de que Atenas no pudiese llevar adelante una actuación “piadosa”, debido a su soborno por los Anfisios (125). Esquines se defiende alegando que entonces Filipo no se encontraba en Macedonia, sino luchando contra los escitas, y por ello no tiene sentido aludir a que estaba en connivencia con él, y aunque modernamente también se ha atendido a este hecho (cf. Lucas: 524, n. 295), es evidente la irresponsabilidad de Esquines e innegable que de su actuación se derivó, nuevamente, una ventaja para los planes de Filipo. Justamente en el relato de su discurso contra los Anfisios Esquines hace - 16 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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patente esta utilización del argumento religioso. En medio de su discurso, que basa su argumentación en el sacrilegio de los Anfisios, uno de los presentes lo interrumpe (117): un hombre de lo más grosero y, a mi parecer, sin educación ninguna, y quizá también empujado a su desvarío por algún demonio. Es verdad que utiliza un cauto quizá (Dodds: 51, n.74), pero estamos aquí ni más ni menos que ante la creencia arcaica en la tentación divina. Como señala Dodds: “Esquines sabía que vivía una época extraña revolucionaria…y eso le hace ver la mano de Dios en todas partes, como Heródoto. Así describe los cambios de su época, en un impresionante pasaje de su discurso (132s.): Pues, efectivamente, ¿qué acontecimiento imprevisto e inesperado no ha sucedido en nuestro tiempo? Porque nosotros no hemos vivido una vida humana, sino que hemos nacido para asombro de nuestros descendientes. ¿No es cierto que el rey de los Persas, el que perforó el Atos, el que unció el Helesponto, el que pidió tierra y agua a los griegos, el que osa escribir en sus cartas que es el amo de todos los hombres de la salida a la puesta del sol, ahora está luchando no por ser dueño de otros, sino en este momento por la salvación de su vida?... Y Tebas, Tebas, ciudad vecina nuestra, en un solo día ha sido borrada del medio de Grecia, aunque justamente, por no tomar la decisión adecuada acerca de la situación global, sino por haberse adueñado de la locura que los dioses envían y la insensatez, y ello no por obra humana, sino divina th;n qeoblavbeian kai; th;n ajfrosuvnhn oujk ajnqrwpivnwς ajlla; daimonivwς kthsavmenoi. En las dos ocasiones echa mano Esquines de la misma explicación. Dodds citaba a Heródoto, y nosotros podemos añadir que es la misma explicación que ve Esquilo en el engaño de Jerjes en Salamina, apareciendo un genio vengador o mal demonio de algún sitio fanei;ς ajlavstwr hj; kako;ς daivmwn poqevn, Persas 354. Y esa curiosa visión es la que ofrece de Demóstenes. Este es el rasgo que resulta más llamativo. Todos los demás ataques e insultos, como decíamos, entran en al ámbito convencional: adulador (77), mal padre (78), corrupto (105, 156), mago y encantador (137) aludiendo aquí, sin duda, a su hechizo retórico, cobarde (163), enemigo del pueblo (168), hijo de bárbara (171), sofista embaucador (16, 202), ¡sin instrucción! ajpaivdeutoς, como el grosero Anfisio (130). Pero sobre todos destaca el ser “portador de mancha”. Lo mismo que en el asunto de Anfisa, todo el énfasis de Esquines está puesto también ahora en el motivo religioso, sin entrar en el fondo político de la acusación de Demóstenes, a saber, que fue Esquines el que lanzó a Filipo contra Grecia. Demóstenes es un impío y un sacrílego que, entre otras muchas muestras de impiedad, se atrevió a enviar a los soldados a morir en Queronea pese a los presagios desfavorables (131). Otro de los pasajes más logrados del discurso, la evocación patética de la suerte de Tebas, destruida por Alejandro,

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la culmina

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Esquines precisamente con la alusión al carácter maldito de Demóstenes (157): Pero ya que no asististeis en persona, con todo, contemplad con vuestra imaginación sus desgracias, haceos a la idea de que veis una ciudad tomada, el derrumbe de sus muros, los incendios de las casas, mujeres y niños camino de la esclavitud, ancianos, ancianas que bien tarde desaprenden metamanqavnontaς la libertad, llorando, suplicándoos, irritándose no contra los que los castigan, sino contra los culpables de ello, recomendándoos con ahínco que en modo alguno coronéis a la plaga alite̅rion de Grecia, sino que os guardéis del demonio y de la suerte que acompañan permanentemente a ese hombre. El término alite̅rion que traducimos por plaga es un término religioso de significado complejo: “designa al hombre que ha ofendido a los dioses y pesa sobre él una maldición que transmite por contagio a todo individuo con el que trata” (López Eire, 1980: 454, n.200). Demóstenes se lo devuelve a Esquines (XVIII 159), pero las diferencias son evidentes. En Demóstenes parece haber sólo intención política, en Esquines el contexto inmediato y el tono general del discurso, como vemos, no ofrece dudas sobre su intencionalidad religiosa. ¿Participaba Esquines realmente de esos escrúpulos religiosos, o se trata de una argucia retórica con objeto de excitar los ánimos populares contra Demóstenes en un momento tan difícil para Atenas? Dada la dedicación de su madre a la iniciación en algún tipo de misterios religiosos, pudiéramos pensar en cierta sinceridad que retrotraería a Esquines a esquemas mentales que parecerían anticuados en su época. En todo caso, su fracaso en el proceso hace pensar en una prueba más de su superficialidad y oportunismo en el uso de sus facultades retóricas. El discurso hace gala del legalismo y la dispersión y superficialidad características de Esquines. Su visión política (Kennedy 244s.), recuerda el punto de vista retórico que encontramos en Isócrates, a saber, que la expresión en el discurso debe estar determinada solamente por las exigencias de la ocasión. Probablemente Demóstenes le reprocha con razón este tipo de concepción retórica (XVIII 280). Decide hablar con vistas al momento concreto, sin reparar demasiado en su responsabilidad histórica y se pierde en la exuberancia de su propia verbosidad, como demuestra su discurso en Delfos. Quizá le llevó a ello su éxito de self-made man y la crudeza de su enemistad personal con Demóstenes. Jebb, citado por Kennedy, expresó un duro juicio sobre él: “No es la tosquedad de su estilo, que aflora de vez en cuando, sino la vulgaridad de su alma lo que contrarresta el espléndido don de su elocuencia”. Pese a la dureza de la crítica, que comparte con Blass, reconoce Jebb sus indudables méritos retóricos, entre los que destacan sus magníficas narrationes, seguramente su principal contribución a la oratoria griega. - 18 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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4. Otros oradores áticos

4. 1. Iseo

Natural de Calcis, según otros de Atenas, Iseo fue discípulo de Isócrates y se dedicó a la logografía, como Lisias (de ahí que se le compare frecuentemente con él), y a la enseñanza de la retórica, siendo maestro de Demóstenes, por lo que es más conocido. La tradición le atribuye sesenta y cuatro discursos, de los que nos han llegado sólo once y algunos fragmentos, el más extenso de los cuales se considera el duodécimo. Once de ellos versan sobre causas de testamentos, lo cual parece que era su especialidad, y uno, transmitido por Dionisio de Halicarnaso, es un litigio por pérdida de ciudadanía. Quizá esta especialización tenga que ver con su condición de meteco. Sus discursos se fechan entre el año 390 y el 344 a. C. La oratoria de Iseo es considerada el triunfo de la técnica. Su arte estaba tan especializado que no se arredraba ante cualquier caso hereditario por complicado que pareciese. Como buen logógrafo, sus propias opiniones no son nunca evidentes. Tampoco le interesa la moralidad del caso, únicamente la resolución retórica o legal. Aprovecha, como los demás oradores, el hecho de que su discurso sería pronunciado una sola vez ante un jurado compuesto por ciudadanos en buena parte desconocedores de las, a menudo, grandes complejidades legales de las causas por testamentos. Era natural que los litigantes necesitasen los servicios de un logógrafo y de ahí la autoridad que ofrecía la especialización de Iseo. Todo lo que se necesitaba era dar la impresión de una argumentación impecable y lógica y claridad. De ahí que la principal novedad de sus discursos radique en el especial relieve y originalidad que otorga precisamente a la argumentación. Aunque no faltan, naturalmente, las demás partes del discurso, quedan subordinadas a esta (Jiménez López: 15). Un buen ejemplo de su osadía y refinada técnica argumentativa se puede ver en su primer discurso Sobre la herencia de Cleónimo. Este individuo, muerto sin descendencia, ha dejado un testamento en el que hace beneficiarios de su herencia a unos parientes que no son los más próximos. Otros parientes más allegados reclaman la herencia basándose en la preeminencia de la relación sanguínea sobre el testamento. La tarea de Iseo es defender a estos parientes e invalidar el testamento, que es totalmente legal, está bien documentado y que, incluso, ha sido depositado ante un magistrado. El método general de Iseo consiste en demostrar que la relación de Cleónimo con los dos grupos de parientes cambió tras la redacción del testamento, de modo que con el tiempo se hizo más favorable a los parientes más próximos. El problema es que, - 19 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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aunque tal cambio hubiera tenido lugar, el testamento seguía siendo válido. Iseo mantiene, sin embargo, que no haber podido cambiarlo, dado el cambio de las circunstancias, sería algo irracional. Por lo tanto, o bien Cleónimo intentó cambiar su testamento y se vio impedido por los beneficiarios, en cuyo caso la justicia exige su anulación, o si no, precisamente el haber querido modificarlo sin tener necesidad alguna, sería una prueba de que no estaba en sus cabales, en cuyo caso, el testamento resultaría inválido. En medio de tal sutileza de argumentación sofística, es natural que recurra constantemente al argumento de lo eikós, symphéron o díkaion, lo probable, conveniente o justo por encima de lo verdadero (Jiménez López: 16). Veamos un pequeño ejemplo del discurso en cuestión. Siendo así que en absoluto se ha puesto hasta el momento en duda la autenticidad del testamento, con absoluta franqueza, en apoyo de su argumentación a favor de la preeminencia de los lazos de sangre, que es lo que considera incuestionable, Iseo se atreve a sugerir que el testamento es una falsificación (41s.): Porque la relación de parentesco la conocéis todos, y en esto no hay posibilidad de engaño; en cambio, son muchos los que han presentado testamentos falsos: unos, testamentos inexistentes, otros, concebidos sin razón. En esta ocasión, nuestro parentesco e intimidad con Cleónimo –armas con las que luchamos-, los conocéis todos vosotros; pero el testamento en el que se basan estos individuos para calumniarnos, ninguno de vosotros sabe si es válido. (Traducción de D. Jiménez López). Tal artificiosidad no es, por cierto, extraordinaria, representa la tendencia general de Iseo. Parecidos ataques a la validez de los testamentos aparecen en los discursos cuarto, noveno y décimo. Iseo, a quien se ha comparado frecuentemente con Lisias, no pudo o no quiso imitar su técnica de la etopeya. Todos sus litigantes hacen gala de la misma intensa seriedad. Es el mejor medio de hacer efectiva su complicada argumentación. No falta algún intento de provocar la emoción de los jueces. En el segundo discurso Sobre la herencia de Menecles insiste repetidamente en los horrores de la falta de hijos y en el hecho de que su oponente intente privarlo de uno (1, 7, 10, 11, 12, etc.), pero, como hemos visto, es en la argumentación lógica en la que se desenvuelve con mayor soltura. 4.2. Licurgo

Pertenecía a la aristocrática familia de los Eteobútadas. Fue algo mayor que Demóstenes y compartió su política de oposición a las ambiciones de Filipo II. Tras la derrota de Queronea asumió la responsabilidad de las finanzas de Atenas durante doce años (338-326), ganándose una reputación de honestidad que le dio amplios - 20 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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poderes legislativos. Defensor a ultranza de las tradiciones de la patria, se preocupó mucho de lograr mejoras en el arte teatral, haciendo que se fijara un ejemplar oficial del texto de los tres grandes trágicos. De los quince discursos que se le conocían en la Antigüedad sólo conservamos completo Contra Leócrates. Este próspero herrero ateniense se dejó llevar por el pánico al conocer la derrota de Queronea y abandonó Atenas con su familia y posesiones, yéndose a establecer a Rodas, donde, según Licurgo, propagó falsas noticias sobre la derrota ateniense. Pasó después a Mégara, donde se dedicó ilegalmente al comercio de grano. Posteriormente regresó a Atenas, siendo acusado de traición por Licurgo, que carga contra él con todo su patriotismo. Sin embargo su problema retórico es que no parece que existiera en el momento una ley que prohibiera su huida, y, por otro lado, el tiempo transcurrido, ya que el proceso tuvo lugar en el año 330, hacía dudar de que su decisión hubiese perjudicado de ese modo a la ciudad. La votación arrojó un empate, por lo que el acusado, como Orestes, fue absuelto. En el exordio (1-15) la fijación de una base legal para la acusación es sustituida por la hipérbole: el crimen es de tal calibre que no podría hallarse acusación o castigo merecido (8). Este rasgo, la amplificación auxe̅sis, junto con la indignación deíno̅sis caracterizan todo el discurso. Este sobresale también por su brillante narración, no exenta de emoción, cuando relata la situación de la ciudad a la llegada de la noticia de la derrota, para resaltar la traición de Leócrates, donde podemos observar nuevamente muestras de su hipérbole (38-41): A tal punto llegó de traición que, conforme a su decisión, los templos de los dioses se habrían quedado desiertos, desiertos los puestos de guardia de las murallas, la ciudad y el país habrían quedado abandonados. Y, sin embargo, en aquellos días, ¿quién no se habría apiadado de la ciudad, no ya un ciudadano, sino incluso un forastero que hubiese vivido en ella tiempo atrás? ¿quién hubo entonces que odiase tanto al pueblo y a los atenienses que hubiese soportado verse a sí mismo sin enrolarse en el ejército?... Las líneas que siguen, describiendo la consternación de la población, mujeres y ancianos, fueron imitadas por historiadores como Livio 22.7.7, y Salustio Cat. 31. Licurgo emplea también tópicos propios de la retórica epidíctica, como cuando alaba a los caídos en Queronea (46-51), así como de los ejemplos de los antepasados, como la severidad de Dracón (65). La grandiosidad de los antepasados, dentro de un estilo amplificado, ocupa el lugar de la argumentación basada en las pruebas. Licurgo añade, además, el recurso de las extensas citas de fragmentos poéticos, en la estela de Esquines. La autoridad del poeta como guía moral se une aquí a su poder persuasorio: 55 versos del Erecteo de Eurípides, y fragmentos más breves de Homero, Il. 15, 494-9, Tirteo y

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Simónides. En resumen, una rica mezcla de oratoria epidíctica y judicial, que deja un tanto que desear en lo que toca a unidad estructural.

4. 3. Hiperides

Nacido en Atenas hacia 389, es unos seis años mayor que Demóstenes. Militó con él la mayor parte de su vida en el partido antimacedónico. En el año 343 fue el acusador de Filócrates, el artífice de la paz del mismo nombre. Sorprendentemente, sin embargo, ambos se enfrentaron al final e Hiperides fue uno de los diez acusadores de Demóstenes el año 324 en el asunto de corrupción por el dinero del tesorero de Alejandro, Hárpalo. Significativamente, sin embargo, tras la muerte de Alejandro, murió, como Demóstenes, a manos de Antípatro, unos meses después. Ninguno de los 52 discursos que conocían de él los antiguos ha llegado hasta nosotros por la vía de la tradición manuscrita, siendo Hiperides el único de los diez oradores áticos que sufrió esta fatalidad. Afortunadamente los papiros egipcios nos han proporcionado fragmentos de seis de ellos, uno casi completo, En defensa de Euxenipo. Uno solo pertenece al género epidíctico, la Oración fúnebre, que pronunció el año 323 en honor de los caídos en la guerra Lamíaca, último intento ateniense de resistencia ante las tropas de Antípatro, tras la muerte de Alejandro, bajo el mando del estratego Leóstenes. Compuso una docena de discursos deliberativos, que no hemos conservado. Todos los demás parecen haber sido discursos judiciales, algunos relacionados con la política contemporánea, como el Contra Demóstenes, y que atestiguan la dedicación de Hiperides como logógrafo. Entre ellos se encuentran los que poseemos en fragmentos: En defensa de Licofrón, Contra Filípides (336), Contra Atenógenes y En defensa de Euxenipo. Los discursos de Hiperides son de alta calidad literaria. El autor del tratado De lo sublime (34.1) afirma que iguala a Demóstenes en todas sus buenas cualidades, salvo en la disposición de las palabras synthéseo̅s, siendo capaz por igual de suscitar la compasión y de narrar temas mitológicos. Estaríamos así ante uno de los oradores áticos más literarios, cuyos discursos fueron más ampliamente leídos que los de Antifonte y Andócides o incluso Iseo, como atestiguan los papiros egipcios. Sus discursos nos proporcionan también una interesante visión de la vida política de su tiempo y de los aspectos cotidianos de una época especialmente agitada. Como logógrafo llama la atención su falta de escrúpulos al aceptar los casos o implicarse él mismo en el pleito. Hiperides personalmente acusó o escribió discursos para la acusación de cualquiera, incluidos sus antiguos amigos, con todo tipo de acusaciones.

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Un buen ejemplo es el discurso Contra Demóstenes, y los dos que escribió contra Aristágora, una de sus amantes, y que pudo pronunciar él mismo. Su más famoso caso fue la defensa de la cortesana Friné por una acusación de impiedad. Al final del mismo, ante el riesgo de condena, según la tradición, Hiperides apeló a una prueba irregular, y descubrió ante el jurado el pecho de su cliente. Al contemplar los jueces su belleza, fue absuelta (Ps. Plutarco Vidas de los diez oradores 849e). Para Kennedy (254s.), el interés principal de Hiperides era el retórico, no el legal. Esperaba publicar sus discursos y buscaba sin dudarlo ocasiones de lucimiento retórico, lo cual da idea de la evolución a que la retórica había llegado y la aceptación de la misma por el público. El estado fragmentario en que poseemos sus discursos nos dificulta un juicio sobre él, pero parece haber dispuesto de una sorprendente naturalidad que aprovecha la ocasión para crear un

efecto de improvisación. Dos discursos, En defensa de

Euxenipo y Contra Demóstenes, comienzan con la poco convencional fórmula: Pues bien, jueces, como yo le decía hace un momento a los que estaban sentados a mi lado, me sorprendo… La acusación contra Demóstenes es superior a la de Dinarco, pero no es especialmente brillante. Hiperides habló seguramente en tercer lugar y se centró ampliamente en la acusación de corrupción en el asunto del dinero de Hárpalo, aunque haciendo vagas alusiones a los consabidos sobornos anteriores (Col. XVII). No disponemos de la defensa de Demóstenes, y el discurso de Hiperides está en estado fragmentario. Todo el asunto es muy confuso e Hiperides no aporta pruebas, dado que la incriminación por el Areópago ya era considerada una prueba de culpabilidad, (Demóstenes, imprudentemente, había declarado que aceptaría la pena de muerte si era hallado culpable de haber aceptado soborno en el informe previo del Areópago, como desgraciadamente ocurrió). La cuestión era, pues, la pena. La acusación

de

Hiperides

puede

responder

simplemente

a

un

intento

de

aprovechamiento de las dificultades políticas por las que atravesaba Demóstenes. Este fue condenado a una fuerte multa de cincuenta talentos y encarcelado, pero no tardó en fugarse de la cárcel, aunque no tardaría en caer en las manos de Antípatro. Inevitable el recuerdo y el contraste con la actitud de Sócrates.

4. 4. Dinarco

Meteco de origen corintio, nacido ca. 361, Dinarco, de quien se dice que había estudiado con Teofrasto y Demetrio de Falero, desarrolló en Atenas una carrera de logógrafo. Los tres discursos que nos han llegado de él, Contra Demóstenes, Contra Aristogitón, Contra Filocles, fueron escritos para clientes en el caso de apropiación del dinero de Hárpalo, el año 324. En los años siguientes parece que fue - 23 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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un logógrafo de éxito (los antiguos le atribuían más de 160 discursos, según Dionisio de Halicarnaso). Dinarco ha sido, sin duda, el peor considerado de los oradores áticos, desde Dionisio de Halicarnaso: algunos decían que era Demóstenes rústico ajvgroikovn tineς Dhmosqhvnhn ejvfasan eij`nai, Din. 8, hasta Kennedy (256), para quien carece en absoluto de originalidad, limitándose a ser un mero técnico que acertó a serles útil a políticos y litigantes. De los tres discursos el más importante es, sin duda, Contra Demóstenes, escrito para un acusador desconocido que actuó junto a Hiperides y otros ocho más. Al tratarse de una deuterología, carece de argumentación y narración, que se supone desarrollada por el primer orador. El segundo discurso no tiene más función que insistir en la auxe̅sis y el páthos para provocar la cólera de los jueces y garantizar el veredicto. Dinarco saca el máximo partido de la poco afortunada propuesta antes aludida del propio Demóstenes. Aunque se trataba, por tanto, de insistir en la pena, el discurso se extiende largamente en lo tocante a la plausibilidad del soborno de Demóstenes, con lo que Dinarco no tiene empacho en retomar las acusaciones y argumentos de Esquines, básicamente la identificación de la mala fortuna de Atenas con la política de Demóstenes. La caída y destrucción de Tebas es directa responsabilidad suya (18-27), así como la desastrosa política frente a Macedonia (28ss., 103s.). Además de utilizar tópicos comunes a la retórica antigua: oposición entre la conducta de Demóstenes y otros grandes hombres del pasado: Arístides, Temístocles, o más recientes, Conón, Ifícrates, o Timoteo, Dinarco no duda en utilizar pasajes de Isócrates, de Esquines, naturalmente, (véase, p.e. cómo agita de nuevo en 77, después de insistir machaconamente en el tema del soborno, el fantasma de Demóstenes como la plaga de Grecia to;n th``ς JEllavdoς ajlithvrion), y, lo que resulta más paradójico, del propio Demóstenes. En 96 repite, casi palabra por palabra, críticas de Demóstenes a Esquines en XVIII 311 y XIX 282. En cualquier caso, el discurso causa una fuerte impresión de desorganización, confirmando su carácter de deuterología, un amasijo desestructurado de proclamas morales que, al tratarse de un discurso escrito por encargo, hace desconfiar al lector de la sinceridad patriótica del autor, cosa que no ocurría en el caso de Esquines o Hiperides (Kennedy 256). En todo caso, sí es un nuevo testimonio de la exacerbación de los ánimos políticos y los cambios de opinión del pueblo ateniense en medio de las trágicas circunstancias que a la ciudad le tocaba vivir. Los

dos

discursos

restantes

parecen

estar

incompletos

y

son

considerablemente más breves, si bien muestran la misma insistencia en el tono moral, sin entrar en el terreno de la argumentación y la narración. Los personajes

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acusados son muy dispares, representando Aristogitón el tipo mismo de odiado sicofanta (había acusado hasta nueve veces a Demóstenes) y Filocles un hombre respetable del que Dinarco tiene que citar sus repetidos servicios al Estado como hiparco y estratego.

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NOTA BIBLIOGRÁFICA

Hacemos una breve relación de las ediciones en las que se basan las traducciones dadas, que son nuestras, salvo que se haga constar lo contrario, y las obras a las que se hace referencia en el texto, así como los estudios accesibles en español. Ediciones: DINARCO: Discours. Texte établi et annoté par M. NOUHAUD, et traduit par L. DORSMÉARY. Paris. Société d’édition “Les Belles Lettres. 1990. AESCHINES: Orationes. Edidit M.R. DILTS. Stutgardiae et Lipsiae MCMXCVII. ESCHINE: Discours. I-II. Texte établi et traduit par VICTOR MARTIN ET GUY DE BUDÉ. Paris. Société d’édition “Les Belles Lettres”. 1973-1991. ESQUINES: Discursos. Cartas. Introducción, traducción y notas de JOSÉ MIGUEL GARCÍA RUIZ. Ediciones Clásicas. Madrid. 2000. ESQUINES: Discursos. Testimonios y cartas. Introducciones, traducción y notas de JOSÉ MARÍA LUCAS DE DIOS. Ed. Gredos. Madrid. 2002. HIPÉRIDES: Discursos. Traducción, Introducción y notas de J.B. TORRES RUIZ. Instituto de Historia del Derecho. Universidad de Granada. 1973. HYPÉRIDE: Discours. Texte établi et publié par GASTON COLIN. Paris. Société d’édition “Les Belles Lettres”. 2003. ISÉE. Discours. Texte établi et traduit par P. ROUSSEL. Paris. Société d’édition “Les Belles Lettres”, 1960. ISEO: Discursos. Introducción, traducción y notas de Mª DOLORES JIMÉNEZ LÓPEZ. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid, 1996. LYCURGUE: Contre Léocrate. Fragments. Texte établi et traduit par F. DURRBACH. Paris. Société d’édition “Les Belles Lettres”.

Estudios: CORTÉS GABAUDAN, F.: Fórmulas retóricas de la oratoria judicial ática, Salamanca, 1986 CORTÉS GABAUDAN, F.: “La retórica en la asamblea ateniense”, en F. Cortés Gabaudan, G. Hinojo Andrés y A. López Eire (Eds.): Actas del II Congreso Internacional. Salamanca. 1997, pp. 61-73. DODDS, E.R.: Los griegos y lo irracional. Madrid, 1960. GARCIA RUIZ, J. M.: Recursos de estilo en el orador Esquines, Tesis Doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 1995. GARCÍA TEIJEIRO, M.: “Teócrito y Esquines”, en Charis Didaskalias. Homenaje a Luis Gil, Madrid, 1994, pp. 307-312. - 26 © 2008, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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HARRIS, E. M.: Aeschines and Athenian Politics. N. York-Oxford. Oxford University Press, 1995. JIMÉNEZ LÓPEZ, Mª DOLORES: ver ISEO. KENNEDY G.: The Art of Persuasion in Greece. Princeton University Press. Princeton, N. Jersey, 1963. LESKY, A.: Historia de la literatura griega. Ed. Gredos, Madrid, 1968, pp. 626, 638-42. LÓPEZ EIRE, A.: Demóstenes. Discursos políticos. I-II. Introducciones, traducción y notas de A. LOPEZ EIRE. Biblioteca Clásica Gredos. 1980-1985. LÓPEZ EIRE, A.: En López Férez, J. A. (Ed.): Historia de la Literatura Griega, Ed. Cátedra, Madrid, 1988, pp. 761-79. LUCAS DE DIOS, J.M.: ver ESQUINES. MARTIN, V. ET BUDÉ, GUY DE: ver ESCHINE. MARTÍN VELASCO, Mª J.: Sintaxis de Esquines, Santiago de Compostela, 1992. MARTÍN VELASCO, Mª J.: “Notas sobre la transmisión del texto del orador Esquines”, Est. Clás. (104) 1993, pp. 97-111. MARTÍN VELASCO, Mª J.: “El uso de abstractos como sujetos en el orador Esquines”, Cuadernos de Filología Clásica, n.s. 4 (1994), pp. 319-327. ROMILLY, J. DE.: “Les modérés athéniens vers le milieu du IV siècle: échos et concordances”. REG 67 (1954) 327 ss. USHER, S.: Greek Oratory. Tradition and Originality. Oxford University Press, 1999. WEIL: Démosthène, Plaidoyers Politiques. Hachette. Paris.1887-1886.

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