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BIBLIOTECA DE RECURSOS ELECTRÓNICOS DE HUMANIDADES E-excellence – Liceus.com
Manuel Pérez López - Isócrates
Tema 39. ISÓCRATES
ISBN – 84-9822-464-0
Manuel Pérez López.
[email protected]
Thesaurus: Isócrates, género deliberativo, epidíctico, sofística, filosofía, escuela, paideia, panhelenismo, periodo, estilo.
Otros artículos relacionados con el tema: Tema 38. La oratoria en los siglos V-IV: características generales. 40. Lisias. 41. Demóstenes. 42. Esquines y otros oradores.
Resumen : Isócrates representa sobre todo la cima del género llamado epidíctico o de aparato. Comenzó su carrera como orador escribiendo discursos judiciales, pero su éxito lo llevó a la fundación de una escuela retórica en Atenas que gozó de gran prestigio. Fue, ante todo, un maestro de retórica –de filosofía, como a él le gustaba decir-, pero entendida esta en el sentido que la entendía la sofística del s. V, como un medio de persuasión tendente a la consecución de una verdad relativa. La paideia o ideal de cultura isocrático es un ideal fundamentalmente práctico, que Isócrates opone a la enseñanza de otras escuelas filosóficas de su tiempo (siempre se ha entendido que polemiza con Platón), que engloba en general bajo la denominación de “erísticas”, y que se ocupan de cosas perfectamente inútiles para la vida práctica. La actividad de Isócrates derivó hacia un intento de influencia en la gran política de su tiempo, trabajando con vistas a un panhelenismo que refleja la gran crisis de la polis del s. IV, en la que se mueven también, grandes figuras como Demóstenes o Esquines. Tuvo una enorme influencia en el campo educativo, como inspirador de la importancia de la formación literaria en la cultura occidental.
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1. VIDA DE ISÓCRATES
Las fuentes para la vida de Isócrates son, aparte de los datos que se extraen de sus propias obras, la biografía antepuesta por Dionisio de Halicarnaso a su tratado Sobre Isócrates, la Vida de Isócrates correspondiente a la Vida de los diez oradores del Pseudo-Plutarco, y una Vida anónima, transmitida en muchos de sus manuscritos. Nacido el 436 a. C., y muerto en el 338, a los 98 años, representa uno de los ejemplos más sorprendentes de longevidad lúcida y fecunda de la Antigüedad. Todavía hoy leemos con incredulidad la confesión de su edad al comenzar a redactar el último de sus enormes discursos, el Panatenaico: “Pues creo que no encaja bien con mis noventa y cuatro años, los que yo casualmente tengo, ni en general con quien ya sólo peina canas, hablar de aquella manera…” (XII 3). Volverá al tema de su vejez y enfermedad al final del discurso (266-68), como había hecho ya en el Filipo (V 10). Son frecuentes en su obra (cf. también Panatenaico (XII) 230, Ep. I 1 y VI 2) las alusiones a su avanzada edad, insistencia que es un indicio de una incorregible vanidad de la que hace gala constantemente. Hijo de un propietario de una fábrica de flautas, Teodoro de Erquia, pudo tener una esmerada educación, con maestros como el siracusano Tisias, Terámenes, el orador y político, Pródico y, con toda probabilidad, el propio Sócrates, por el que mostrará una indudable admiración que se trasluce en su obra, por más que él tenga muy poco de socrático. En el 415, al comienzo de la guerra decélica, se traslada a Tesalia, donde tiene como maestro a Gorgias, y donde prolongará su estancia hasta el fin de la guerra, aunque no es seguro que fuera testigo de los acontecimientos del 404/3, dada la poca precisión y sinceridad con la que hace alusión a ellos en su obra. La guerra arruinó a su familia e Isócrates, bien formado ya en el arte del discurso, se ganará la vida como logógrafo, esto es, como escritor de discursos forenses por encargo de clientes, dado que su timidez personal y una especial debilidad de su voz le impiden dedicarse a la política activa, como nos recordará más de una vez, Fil. (V) 81 y Panat. (XII) 10. Pasado algún tiempo, sin embargo, abandona este oficio, del que renegará decididamente más tarde, aunque conservamos seis discursos judiciales suyos. Seguramente convencido de que sus dotes lo llamaban a alcanzar éxito en otros campos y deseoso de expresar su pensamiento y convertirse en un personaje influyente, fundó una escuela de retórica en Atenas en torno al 393 a. C. La noticia del Ps. Plutarco de su enseñanza en Quíos no puede tenerse por cierta y se debe seguramente a un error de la transmisión escrita.
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La escuela de Isócrates, que rivalizará con la Academia platónica, tuvo un indudable éxito, (Cicerón De Oratore II 94,1 la compara con el caballo de Troya, del que salieron genuinos héroes), atrayendo a personajes renombrados de su generación, políticos como Timoteo, hijo de Conón, historiadores, como Teopompo y Éforo, oradores como Licurgo, Iseo e Hiperides y nobles extranjeros, como Nicocles, hijo de Evágoras, rey de Chipre. La escuela dio a Isócrates ocasión de dar publicidad a sus ideas, influyendo sobre un público amplio y contribuyendo decisivamente también al desarrollo de la prosa griega, sin olvidar los suculentos ingresos que le reportó. Con la apertura de su escuela, Isócrates se dedicará a la enseñanza y redacción de discursos del género epidíctico, dedicados a un público amplio, siguiendo el ejemplo de los Discursos Olímpicos de Gorgias y Lisias. Así comienza a divulgar sus ideales políticos y educativos. Su vida, a partir de este momento será la de su actividad literaria. En tiempos de la segunda confederación ateniense, entre el 376 y el 374, acompañó a su discípulo Timoteo en una de sus expediciones y le ayudó con su propaganda política. El resto de su vida lo pasó Isócrates dedicado a la enseñanza y a la redacción de discursos en los que trataba de que triunfara su idea de que la prosperidad y la paz no serían posibles si no era mediante la reconciliación y la colaboración de todos los griegos. En torno al 356 un tal Megaclides entabló contra él un proceso de intercambio de bienes antidosis a propósito de una trierarquía. Isócrates perdió el proceso, en el que estuvo representado por su hijo adoptivo Afareo (hasta ese punto llegaba su timidez para actuar en público). La importancia de este asunto reside en que fue el origen de una de sus obras más conocidas e influyentes: Sobre el cambio de fortunas o Antídosis (XV), por más que se trate de la más artificial de las que compuso: un discurso ficticio en el que simula defenderse de la acusación de un tal Lisímaco. Sin duda el proceso real avivó los enfrentamientos que sostuvo toda su vida con diferentes sofistas, filósofos e intelectuales de su tiempo, Polícrates, Alcidamente, Antístenes, Platón y Aristóteles. Los intentos de Isócrates de aparecer como un nuevo Sócrates son más que evidentes. En el 342, a los 94 años, comenzó a trabajar en el que sería su último discurso, el Panatenaico, que tuvo que interrumpir, según nos confiesa él mismo, por una larga enfermedad de tres años Panatenaico (XII) 267. Pese a todo, Isócrates logró terminarlo en el 339. Un año más tarde, el 338 tuvo lugar la derrota griega ante Filipo II en Queronea. Isócrates murió, según leemos en la Vida de los diez oradores 338B, dejándose morir de hambre unos días después y coincidiendo con los funerales por los caídos en dicha batalla. La noticia, que los autores de época romana, como Dionisio de Halicarnaso, interpretan como un suicidio patriótico,
Sobre Isóc. 2, es poco
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verosímil tras lo que leemos en su Carta III dirigida a Filipo tras la batalla, y, sobre todo, porque ello suponía la posibilidad del cumplimiento de las esperanzas que Isócrates había acariciado y por las que venía trabajando desde muchos años atrás, depositadas finalmente en la figura de Filipo. Todo procede, seguramente de una falsa interpretación de los datos de Afareo y Demetrio, debiendo pensar más bien en una consecuencia natural de la enfermedad, como señala Mathieu, I iv y IV 183.
2. OBRAS DE ISÓCRATES
La colección de obras de Isócrates que ha llegado hasta nosotros incluye un total de 21 discursos y de 9 cartas, aparte de algunos fragmentos. Este número parece muy antiguo, pues muy pronto debieron de desaparecer obras que los antiguos tenían por apócrifas. De los 60 que se le atribuían, ya Dionisio de Halicarnaso conocía sólo 25 y Cecilio de Caleacte 28. Es posible que nuestra colección remonte a una edición realizada por Calímaco. De los 21 discursos, el único que es puesto seriamente en duda modernamente como obra de Isócrates es la exhortación A Demonico (I). Tradicionalmente los discursos se numeran con romanos siguiendo la clasificación hecha por J. Wolf, Basilea 1570. En general, sin embargo, las referencias a los discursos de Isócrates se hacen por los nombres respectivos. Nosotros, como ya se ha visto en el apartado anterior, vamos a hacer una enumeración de los mismos por su nombre, seguido de la numeración en romanos, agrupándolos por géneros. La datación es la proporcionada por B. Mandilaras en su edición teubneriana. Discursos parenéticos o exhortaciones: A Demonico (I) s. IV; A Nicocles (II) 374; Nicocles (III) ca. 370. Discursos deliberativos: Panegírico (IV) ca. 380; Filipo (V) 346; Arquidamo (VI) 366; Areopagítico (VII) 357; Sobre la paz (VIII) 355. Discursos epidícticos: Evágoras (IX) 365-362; Elogio de Helena (X) 390-380; Busiris (XI) ca. 385; Panatenaico (XII) 342-339; Contra los sofistas (XIII) ca. 390. Discursos forenses: Plataico (XIV) 371; Sobre el cambio de fortunas (XV) 354-353; Sobre el tronco de caballos (XVI) 396-395; Sobre un asunto bancario (XVII) 393-391; Contra Calímaco (XVIII) 402-401; Eginético (XIX) 391-390; Contra Loquites (XX) 400396; Contra Eutino (XXI) 402. Cartas: A Dionisio (I) 368/7; A Filipo (II) 344; A Filipo (III) 338; A Antípatro (IV) 344342; A Alejandro (V) 342-341; A los hijos de Jasón (VI) 359/8; A Timoteo (VII) 346-345; A los magistrados de Mitilene (VIII) 353-352/349-348; A Arquidamo (IX) 356.
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3. ISÓCRATES: ¿ORADOR, MAESTRO DE RETÓRICA, FILÓSOFO, TEÓRICO DE LA POLÍTICA, EDUCADOR? “Es el orador Isócrates, más bien que el teórico de la política, el que aquí nos interesa principalmente, aunque la teoría política es a menudo el tema de su oratoria y no puede ignorarse por completo. Tampoco nos interesa el educador, aunque fue la escuela de Isócrates la que contribuyó a fortalecer la tradición que hizo que la retórica fuese aceptada como base de la educación”. Estas palabras de G. Kennedy (1963: 174) en un libro ya clásico sobre la oratoria griega, dejan bien clara la diversidad de puntos de vista desde los que puede enfocarse la figura de Isócrates. Efectivamente, este orador plantea singularidades que no suelen presentar otros oradores áticos. Es verdad que p. e. Lisias, que triunfó como logógrafo, hubiera dado seguramente todo su éxito por ser reconocido más bien como orador político, y no dejó de hacer sus incursiones en el género deliberativo y epidíctico, y que el más grande de los oradores griegos, Demóstenes, brilló en la oratoria política sin descuidar los discursos judiciales. Pero el caso de Isócrates es especialmente complejo. Ya hemos hecho alusión a su vanidad personal, fruto seguramente de una considerable autoestima. Esa vanidad es seguramente una de las causas de esa dispersión a la que tiende por insatisfacción radical ante géneros que llegó a despreciar claramente, como el judicial, o que critica ásperamente, como el deliberativo de los políticos o demagogos de su tiempo. Se sentía, seguramente, llamado a más altos destinos. De ahí su insistencia en llamar a su actividad “filosofía” y sus aspiraciones a influir en la política decisiva de su tiempo ya que no lo podía hacer personalmente por sus limitaciones físicas y psicológicas-, a través de sus obras. Llamamos a estas normalmente discursos e Isócrates es designado tradicionalmente como orador, pero aquellos no sólo no estaban destinados a ser pronunciados por él, por supuesto, sino que difícilmente podemos pensar que fueron pronunciados alguna vez por alguien. Eran modelos de su escuela, enormemente extensos muchos de ellos, escritos a lo largo de muchos años, exquisitamente pulidos y corregidos en su estilo por su autor. Eran publicados y posteriormente leídos en alta voz ante públicos más o menos reducidos, como modelos retóricos o panfletos políticos, o en lecturas privadas. Así trataba Isócrates de influir decisivamente en los círculos de poder de su tiempo. Eso explica también el amplio abanico de intereses que abarcan muchos de ellos y el carácter mixto que, desde el punto de vista retórico, a veces contienen. En cualquier caso y pese a todos sus esfuerzos, Isócrates sigue fiel a su formación retórico-sofística que arranca de los grandes maestros del s. V, fundamentalmente Gorgias. Es verdad que no tiene empacho en mantener sus distancias e incluye claramente a su maestro en una crítica general –si bien de sus afirmaciones -5– © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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metafísicas-, cf. Helena (X), 3 y Sobre el cambio de fortunas (XV), 268, y es cierto también, como insistiremos en su momento, que reacciona claramente contra el estilo gorgiano, pero ello no quiere decir que no siga participando básicamente de su concepción de la retórica como actividad principal –por más que él se empeñe en llamarla filosofía y clamar contra los sofistas-, y que, todo lo revestida del ropaje filosófico socrático que se quiera-, sigue anclada en el fin que buscaban sus creadores y cultivadores, los sofistas del s. V: alcanzar una verdad relativa con el manejo y desarrollo de casos y argumentaciones decisivas, en palabras de Kennedy, o lo que es lo mismo, el pragmatismo más descarado con vistas al éxito inmediato. Es natural que, obligado a competir con Platón, sobre todo dado su empeño en representar la filosofía, el resultado sea una imagen suya más bien trivial y que a duras penas puede ser tomada en serio. Vemos a Isócrates, por lo tanto, como un perfeccionador de la retórica, iniciada como téchne̅
en el s. V, sobre todo en lo que tiene que ver con la utilización de una prosa
y un estilo influyentes, así como un teórico de la educación y de la cultura, en algunos casos singularmente perspicaz respecto a la importancia del lenguaje lógos, de una parte, y de otra, excelentemente informado y atento a los grandes cambios políticos, inevitables, que se avecinaban, como el panhelenismo.
4. ISÓCRATES LOGÓGRAFO
Desde el 403 aproximadamente, hasta fines de la década de los 90 del s. IV, Isócrates se dedicó a la logografía, esto es, a escribir discursos judiciales por encargo. Años más tarde, cuando el éxito como director de su escuela le sonreía, renegó de aquella dedicación Paneg. (IV) 11, 188; Sobre el cambio de fortunas 36, 49. Su hijo adoptivo, Afareo, según leemos en Dionisio de Halicarnaso Sobre Isócrates 18, afirmaba que no había escrito ningún discurso de esta clase, pero
Dionisio añade con sorna que
Aristóteles afirmaba que “montones de paquetes de discursos judiciales de Isócrates circulan por doquier en manos de los vendedores de libros”. De ellos sólo seis han llegado hasta nosotros y no todos completos, y ello porque de estos discursos sólo se publicaban los que el autor quería- era convención del género que tales discursos eran anónimos y propiedad del litigante-. Así pues, solamente eran publicados los que el autor consideraba de especial importancia. Los conservados presentan considerables diferencias, tanto de fondo como de composición y estilo, pero ello no es de extrañar, dada la identificación teórica con el litigante (en lo que Lisias fue un maestro). Hemos de tener en cuenta también que por el momento, el estilo y las reglas retóricas de la escuela de Isócrates no estaban fijados todavía. En -6– © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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cuanto al estilo de estos discursos leemos en Dionisio de Halicarnaso (l.c.) que es “exacto y verdadero, y muy cercano en sus rasgos al de Lisias, si bien en la composición de las palabras en dè te̅ i synthései tôn onomáto̅ n alcanza en menor medida que en los demás discursos aquella simplicidad y distinción tò leîon ekeîno kaì euprepés, aunque no puede decirse que no la tenga”. Los discursos interesan, como señala Mathieu, más que por su valor judicial, por su utilización de los lugares comunes y las ideas generales. Su objetivo fundamental es servir de ejemplos en la enseñanza de la retórica. Ninguno de estos discursos, en efecto, hace relación a temas de especial importancia, pero son los asuntos de fondo los que podían interesar a los atenienses y ya se advierte en ellos esa búsqueda de la actualidad que preside la publicación de las obras de Isócrates. Está presente en ellos, utilizado con cierta inteligencia, el sentimiento democrático, que era fuerte en Atenas tras la derrota de los Treinta. El Contra Calímaco (XVIII), si hemos de creer al orador, es el primer discurso en el que se hace uso de la paragraphe̅
́, y se defienden los principios de la amnistía.
El Sobre el tronco de caballos (XVI) refleja las luchas políticas del momento y es uno más de los testimonios de la literatura polémica de los años del cambio de siglo en torno a la figura de Alcibíades. Se ha conservado sólo la segunda parte de la obra y como encomio de Alcibíades, al que responderá Lisias con su furibundo ataque en su discurso XIV. Aquí puede advertirse ya el oportunismo político de Isócrates: Alcibíades es glorificado ahora como un héroe popular, mientras que más tarde en el Filipo (V) 58 es presentado como el principal responsable de las desgracias de Atenas. El Contra Loquites (XX) fue escrito para alguien humilde enfrentado con un joven aristócrata y al que se trata de presentar como un oligarca, del tipo de los que habían derribado por dos veces la democracia. El Eginético es una muestra de la fama de Isócrates como logógrafo, pues en él un Sifnio se defiende ante un tribunal de Egina en un asunto de sucesión, tan del gusto de los logógrafos, presentando el interés añadido de tratarse de una cuestión de derecho internacional. El éxito de Isócrates como logógrafo no le satisfacía. Consideraba y menospreciaba n idio̅
como asuntos de escasa importancia los “contratos privados” to̅ symbolaio̅
̅
n
n, cf. Sobre el cambio de fortunas (XV) 3, 46; Panat. (XII) 11, y a los que a
ellos se dedicaban, como gente insoportable y despreciable, Sobre el cambio de fortunas (XV) 48-50. Deseoso de fama y gloria buscará ocuparse de asuntos más dignos, que no le obliguen a esconderse tras su cliente, esto es, discursos “relativos a los griegos, a los ciudadanos y a sus asambleas solemnes” helle̅ politikous kai pane̅
̅
̅
nikous kai
gyrikous, Sobre el cambio de fortunas (XV) 46, que se
transforman más tarde en “asuntos que atañen a los griegos, a los reyes, y a los
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ciudadanos” helle̅
niko̅ ̅
n kai basiliko̅ n kai politiko̅ n pragmato̅ n Panat. (XII)
11, cuando Filipo ha aparecido en el horizonte.
5. ISÓCRATES MAESTRO DE ELOCUENCIA. RETÓRICA Y FILOSOFÍA.
Poco antes del 390, Isócrates abre una escuela de retórica en Atenas. Pero necesita distanciarse de otros, y, para atacar a posibles rivales, así como para hacerse publicidad, escribe su obra Contra los sofistas (XIII), que hay que considerar como una verdadera introducción a su curso de retórica. Gran parte de la misma la dedica a la crítica de sus competidores, a los que denomina genéricamente “sofistas” en el sentido amplio y peyorativo que la palabra había ido adquiriendo a lo largo del s. V, en parte por obra de los cómicos. En el primer parágrafo de la obra establece claramente la distinción entre los demás educadores, gentes que prometen más de lo que pueden cumplir, “y los que se dedican a la filosofía”, esto es, su escuela. El resto de la obra es un desarrollo de su crítica, dejando para otras la caracterización de lo que entiende por “filosofía”, limitándose aquí a decirnos lo que cree que no es filosofía. Dos son los grupos a los que se dirige su crítica: “los que se dedican a las discusiones o erísticos (contra los que arremete en varios pasajes de sus obras) y los maestros de elocuencia política, quienes enseñan la técnica de los discursos como si de las letras se tratase (9-10). En el primer grupo incluye claramente, entre otros, a los socráticos como Platón. En 8 hace Isócrates una clara oposición entre “los que usan de las opiniones taîs dóxais y los que se jactan de poseer la ciencia te̅ n episté̅ me̅
n”. Los
primeros son más capaces de ponerse de acuerdo y tener éxito que los segundos. No es extraño que el público los desprecie y considere que su enseñanza no es más que charlatanería. Tenemos aquí ya in nuce toda la concepción isocrática de la filosofía: un asunto eminentemente pragmático, con el objetivo del éxito. La oposición dóxa/ episté̅
me̅
no deja lugar a dudas respecto al blanco al que se dirigen sus
primeras críticas. En el Elogio de Helena, un discurso de aparato, como el Busiris, con los que Isócrates intenta demostrar que puede superar a los sofistas en un género predilecto para ellos, como eran los elogios de personajes u objetos paradójicos, un paígnion, arremete de nuevo contra dos grupos: la escuela de Antístenes y Platón y sus discípulos. Reconocemos claramente a estos últimos por el ataque a los que defienden la unidad de la virtud y su enseñanza, como leemos en el Protágoras. La insistencia en el ataque de Isócrates se ha pensado que responde a la publicación del Fedro platónico, en el que Isócrates no tendría dificultad en reconocer las críticas a su empirismo político por debajo de la fina ironía. El parágrafo 5 es significativo: “Más les
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valdría prescindir de esa charlatanería que hace como que confunde al interlocutor con palabras, pero que, en realidad lleva mucho tiempo confundida, y buscar la verdad, y educar a los discípulos en los asuntos en los que se mueve nuestra vida política, y ejercitarlos en la práctica de los mismos, sabedores de que es mucho mejor opinar doxázein de forma conveniente sobre asuntos útiles, que tener conocimientos precisos
akribo̅ s epístasthai sobre asuntos inútiles”. De modo que la “filosofía” isocrática no es ni más ni menos que una versión renovada de la retórica gorgiana, eso sí, tratando de salvarla del duro ataque platónico del Gorgias, esto es, su amoralidad, su indiferencia ética. A defender su concepción de la retórica, que él llama siempre filosofía, y su sistema de enseñanza dedicó Isócrates la más extensa de sus obras: Sobre el cambio de fortunas o Antídosis (XV). En torno al 356 un tal Megaclides sobre el que pesaba una trierarquía, interpuso proceso contra él por antídosis o intercambio de bienes. Como el propio Isócrates nos dice (5), “calumniando la influencia de mis discursos y exagerando mis riquezas y el número de mis discípulos, decidieron que la liturgia me correspondía”. Isócrates, ya octogenario e incapaz de defenderse públicamente, se hizo representar por su hijo Afareo, y, evidentemente, perdió el proceso. Aparte de la penosa impresión que el asunto nos da del patriotismo de Isócrates, en claro contraste con las ideas políticas de que hace gala en sus discursos, -indudablemente había ganado una gran fortuna con su escuela, por más que intente minimizarlo, cf. 156-158-, parece que el proceso avivó enfrentamientos e Isócrates se vio obligado a tratar de salvar su reputación y la de su escuela. Aprovechó, pues, el incidente para componer un discurso totalmente ficticio en el que pretende defenderse de las acusaciones de un tal Lisímaco que habría presentado contra él una acusación pública graphé̅
, acusándolo de corromper a los
jóvenes y enriquecerse demasiado con su escuela de retórica. El proceso no responde a realidad alguna y el lector moderno sonríe ante las falacias retóricas, sus apelaciones a los jueces, testigos, etc., y sus alusiones al grave riesgo de muerte. Por lo dicho es más que evidente la pretensión de Isócrates de aparecer como un nuevo Sócrates. Es innegable que el discurso intenta en muchos pasajes imitar la Apología platónica y mucho de su lenguaje. Pero, como señala Kennedy (1963:197) la artificialidad de la ocasión, la enorme extensión del discurso en el que se desarrolla al máximo toda vanidad, el hastío que produce su pretensión de ser el único que no se presta a malentendidos, su orgullo al citarse por extenso a sí mismo y su catálogo de discípulos, todo ello es antisocrático. Y antiplatónica es su concepción de las ciencias y la filosofía, entendida esta en el sentido platónico. Una buena prueba la tenemos en la coincidencia entre los puntos de vista de Isócrates y los del Calicles del Gorgias
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platónico. La filosofía (y las ciencias en general, como geometría, astronomía, cálculo) llegan a tener una cierta consideración –quizá por influencia platónica- para Isócrates, pero siempre meramente propedéutica, de preparación para lo que él entiende por filosofía, y limitada a la juventud, permaneciendo totalmente ausentes del programa de su escuela, mientras que constituían una etapa fundamental en el programa de estudios de la Academia (Massaracchia,45). Es muy significativa la comparación entre Platón Gorgias 484c-485e e Isócrates Antídosis (XV) 261-268, o Panatenaico (XII) 28. Afirma Calicles en Pl. Gorgias 484c: “Pues la filosofía, ciertamente, es algo gracioso charien, siempre que se tenga contacto con ella moderadamente a su debida edad en
the̅ i e̅ likia̅ i (sc. “en la juventud”), pero si se entretiene endiatripse̅ ̅
i uno en
ella más de lo necesario, es la perdición de las personas”. Isócrates Antídosis (XV) 266: “De modo que no creo yo que haya que llamar filosofía a la que en nada aprovecha en el momento presente ni para hablar ni para actuar; una gimnasia, eso sí, del alma y una preparación para la filosofía llamo yo a un entretenimiento diatribe̅ n como ese…” 268: “Yo aconsejaría, pues, a los jóvenes entretenerse diatripsai algún tiempo en esas disciplinas, siempre y cuando, eso sí, no permitan que sus facultades se les esclerosen en ellas ni naufraguen entre los razonamientos de los antiguos sofistas”. Es seguro, pues, que Isócrates tiene en mente la Academia cuando se expresa de este modo, pues se advierte toda la acritud del jefe de escuela rival. Pero, como observa Dodds, 272s., probablemente no todos los puntos de vista de Calicles apuntan aquí a Isócrates, sino que reflejan el punto de vista pragmático del hombre corriente, tan importante para Isócrates, y que, seguramente, estaba ampliamente extendido. Así pues, la caracterización de su “filosofía” se hace con claridad por oposición a la concepción platónica, cf.
Antídosis (XV) 271 ss.: “Sobre esto mi opinión es muy
simple: puesto que no existe en la naturaleza humana posibilidad de aprehender una ciencia episté̅
me̅ n con cuya posesión seamos capaces de saber lo que hay que
hacer o decir, de los demás saberes yo considero sabios a los que con sus opiniones dóxais son capaces de alcanzar lo mejor en cada una de las ocasiones, y filósofos a los que se ocupan de estas cosas, de las que podrán obtener tal perspicacia… Yo creo que ni antes ni ahora ha existido un arte téchne̅
n capaz de inculcar en quien no
está dotado naturalmente para la virtud areté, templanza y justicia so̅ dikaiosýne̅
phrosýne̅ n kaì
n… No obstante, (creo) que podrían hacerse mejores y adquirir más valor
si tienen la ambición de hablar bien y ansían ser capaces de persuadir a sus oyentes y aspiran a la supremacía pleonexías, pero no a la propia del criterio de los insensatos, - 10 – © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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sino a la que tiene de verdad esa fuerza”. La práctica de la retórica con vistas a la persuasión y a la supremacía es la mejor definición de su “filosofía”, en coincidencia con la definición que hacían Gorgias y sus discípulos en el Gorgias platónico, si bien aquí se adivina un aderezo de moralidad en el “hacerse mejores y adquirir más valor”, que después se completará más adelante en 278: “Ciertamente, el que quiera persuadir no descuidará la virtud, sino que pondrá toda su atención al máximo en ganarse la más conveniente reputación dóxan entre sus conciudadanos…” Esta es la moralidad a la que aspira Isócrates, la fama. No es casual que utilice la misma palabra dóxa que, significando también mera y relativa opinión,
episté̅ me̅
resume, frente a la
platónica, la ocupación verdadera del filósofo tal y como él lo entiende.
El aprendizaje y la práctica de la retórica, del “hablar bien”, resume toda su filosofía. Pero exige tres condiciones: dotes naturales, un buen maestro y mucha práctica. Toda la fe de Isócrates está puesta en su elogio de la palabra, del lógos, y en este discurso nos ha dejado, ciertamente, una reflexión profunda sobre su poder, 253-257, que reproduce Nicocles (III) 5-9, y que nos recuerda el mito del Protágoras. Enlaza así Isócrates con las reflexiones de los primeros sofistas sobre los orígenes de la cultura humana. La palabra permitió al hombre abandonar la vida salvaje, construir ciudades, darse leyes, descubrir las artes y los inventos, así como llevarlos a buen fin. La palabra ha permitido al hombre fijar los límites legales de lo justo y lo injusto, el mal y el bien, “pues el hablar como es debido lo tenemos por la señal más grande del recto pensamiento”. Así es como considera Isócrates salvada
la retórica del duro reproche platónico
respecto a su indiferencia ética. Basta el uso inteligente de la palabra para proporcionar ese fundamento moral. Este es el ideal del hombre honesto, cultivado, pepaideuménos, buen ciudadano e inteligente consejero, ideal que, recogido por Cicerón y Quintiliano, llegará hasta el clasicismo moderno. Tal “filosofía” no es extraño que haya suscitado tradicionalmente el escepticismo en el campo de la filosofía, en la que el dominio platónico fue aplastante. Como señala Schiappa (1999:164), la filosofía o simplemente ha ignorado la pretensión de Isócrates de estar haciendo realmente filosofía, o bien lo ha considerado como un intelectual simplón half-blooded, intellectual mutt, dando la razón a Platón en la crítica que le hace en el Eutidemo 306c (aunque sin citarlo): “En realidad esos que están de los dos lados (sc. la política y la filosofía) están por debajo de las dos en lo que hace que ambas, la filosofía y la política, sean estimables, y aunque están en tercer lugar, buscan parecer los primeros”. La obra de Scchiappa, sin embargo, representa un intento de reinterpretación de Isócrates como filósofo, de la mano, como él dice, del renovado interés a lo largo del siglo XX por los sofistas, la teoría retórica y el Pragmatismo americano, interés que provendría del - 11 – © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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desencanto producido tanto por la metafísica trascendental de Platón, como por el tosco empirismo del positivismo (op. cit.p.162).
6. ISÓCRATES Y LA POLÍTICA. EL PANHELENISMO Tras los primeros discursos comentados en el apartado anterior, concebidos en y para su escuela, aborda Isócrates con su Panegírico (IV) del año 380 un nuevo intento de proporcionar materiales para su nueva retórica, pero ahora combinando los géneros epidíctico y deliberativo. Se trata de intervenir de forma solemne y grandiosa en el debate de la política exterior ateniense y del resto de las poleis griegas en un asunto que considera importante e inaplazable: conseguir la concordia entre las ciudades griegas y unir esfuerzos para lo que debe ser la gran empresa panhelénica, la lucha contra el bárbaro por antonomasia, el imperio persa y conseguir así el objetivo de liberar a los griegos de Asia, que desde la paz de Antálcidas, o “Paz del Rey” del año 386, habían quedado de nuevo sometidos al emperador persa. Los dos objetivos del discurso son enunciados al comienzo mismo (3), y en un orden que se invertirá más tarde en el desarrollo del discurso: ”He venido aquí para daros mi consejo acerca de la guerra contra los bárbaros y la concordia entre nosotros” he̅ ko̅ peri te tou polemou tou pros tous barbarous kai te̅
symbouleuso̅ n
s homonoia̅
s te̅ s pros
he̅ mas autous. Sin embargo, en el discurso, el tema de la concordia es el primero que se desarrolla, y es importante observar que merece un espacio mucho mayor que el segundo: 113 frente a 57 parágrafos. Este dato es sin duda importante para el significado del discurso. Como se ve, Isócrates lo concibe también como discurso ficticio. Imagina estarse dirigiendo a una pané̅
gyris
o asamblea festiva panhelénica en la línea de los
discursos olímpicos de sus predecesores Gorgias y Lisias (si bien estos pronunciaron, el segundo al menos con seguridad, estos discursos). Es seguro que Isócrates no lo pronunció, como ha demostrado Blass, pues ello contradice los hábitos del autor, como sabemos, y además, él siempre se refiere posteriormente a esta obra con expresiones que aluden a la “escritura” y a la “publicación”. Él mismo nos dice (14) que la obra le ocupó muchos años de trabajo y más tarde el anónimo Sobre lo sublime atribuye a Timeo (FGrHist 566F, en Subl. 4,2) el dicho de que Alejandro conquistó toda Asia en menos tiempo del que Isócrates empleó para escribir el Panegírico para tratar de la guerra contra los Persas. Isócrates utiliza ahora un modelo mixto: el de los discursos olímpicos anteriores, como decíamos, y el de los discursos fúnebres, o epitafios, como el pronunciado por Pericles
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en Tucídides 2,35-46, o los compuestos también por Gorgias y Lisias. El discurso, manteniendo la ficción de su ejecución en el marco olímpico, maneja constantemente las imágenes de la competición y la lucha; su final, significativamente, propone la continuación de la competición retórica y anima a otros oradores a continuarla y mejorarla. El objetivo es dirigirse a todos los griegos y, aunque en algunos momentos parece abogar por la hegemonía conjunta de Atenas y Esparta (cf. 17 y 185), es en realidad un canto a la superioridad de Atenas y su mayor derecho a tal hegemonía. Dos son los recursos utilizados por Isócrates para justificar la superioridad ateniense: primero, el pasado mítico e histórico de la ciudad (un lugar común de los discursos fúnebres), en el que destacan, entre otros gloriosos momentos de anteriores enfrentamientos con los bárbaros, precisamente las guerras Médicas (cf. 68 ss.), después, los méritos de Atenas como creadora de cultura o paideia. Lo característico de Isócrates, como señala W. Jäger, es que el primero de los recursos no constituye la materia fundamental, como lo era tradicionalmente, sino que coloca estos hechos a la sombra de la grandeza espiritual de la ciudad. A Jäger corresponde también el mérito de haber reconocido la ascendencia tucidídea del cuadro que traza Isócrates de la cultura ateniense
y
de
su
contribución
a
la
civilización,
(Massaracchia,
74
ss.)
Significativamente, en efecto, ya Tucídides ponía en boca de Pericles un discurso en el que se destacaba ante todo la importancia cultural de Atenas. Justamente la idea de la cultura ateniense que Isócrates traza en su Panegírico es una variante del relato de Pericles. Hay un eco evidente del famoso philosophoumen aneu malakías Tuc. 2, 40, en su “filosofía” o amor por la cultura, como obra característica y peculiar de Atenas (Panegírico (XII) 47-50). Gracias a esa filosofía, como él llama a la obra espiritual de Atenas, y que coincide básicamente con los ideales de su escuela, esta no es ya sólo, como había dicho Tucídides, “la escuela de Grecia”, lego̅ te̅
te̅
n te pa̅
san polin
s hellados paideusin einai Tucid. 2, 41, sino que “nuestra ciudad ha aventajado
tanto en el pensar phronein y en el decir legein a los demás hombres, que sus discípulos se han convertido en los maestros de los demás y ha hecho que se considere el nombre de los griegos no ya el de la raza genous sino el del pensamiento
dianoia̅ s, y que se llame griegos más bien a los que participan de nuestra educación paideuseo̅
s te̅ s he̅ metera̅ s que de nuestra común naturaleza te̅ s
koine̅ s phýseo̅ s” (50). Dos aspectos interesantes se prestan al comentario en este famoso pasaje. En primer lugar: ¿hemos de entender en ese “los demás hombres” una unión civil universal, la humanidad entera, o bien simplemente los demás griegos? La primera interpretación es la clásica de Jäger (Paideia:865), la segunda, la de Jüthner
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(1923, p. 132 n. 92) y Buchner (1958, p. 59 ss.). En cuanto a Jäger, él mismo reconoce que es una aparente paradoja que esta idea aparezca en una obra que es una manifestación entusiasta del orgullo nacional. La explicación, según el propio Jäger, se halla en que esa paideia de ámbito nacional se pone en relación con la meta política de la conquista y colonización de Asia por los griegos. La idea encierra la alta legitimación de este nuevo imperialismo de base nacional, al equiparar lo específicamente griego con lo humano en general. Pero un estudio detallado del contexto del pasaje permite deducir que Jäger hace una extrapolación ilícita del cuadro histórico. Isócrates está hablando aquí de una relación entre griegos y griegos, no entre griegos y bárbaros. En segundo lugar podemos plantear hasta qué punto se puede interpretar el pasaje como un manifiesto panhelénico. Todo parece indicar que Isócrates apunta a que para ser un auténtico heleno no basta el nacimiento griego, se tiene que disponer de la paideia, la cultura y la civilización –él la llama filosofía- áticas. Con ello se está poniendo el acento en el patriotismo ateniense, más que en el panhelénico. El parágrafo 50 es el resumen y la culminación del elogio de Atenas y su defensa de la primacía de esta a la hegemonía. En cuanto a que Isócrates haya dejado abierta la posibilidad de que un bárbaro pueda convertirse en un griego de este tipo, como puede deducirse del Evágoras (IX) 66, es “una fantasía proyectada al futuro” en palabras de Massaracchia (op. cit. p. 77). Tanto el Evágoras como el Filipo (V) representan una nueva visión de las relaciones de los griegos con los bárbaros que resulta extraña todavía al Panegírico. Aquí todavía la filosofía de Isócrates representa la enseñanza de su propia escuela de retórica. Atenas se ha convertido en una escuela de los demás griegos (hasta aquí Tucídides), pero esta educación/escuela paideusis es ahora la suya. Isócrates no abandonó nunca su idea panhelénica, pero esta tendrá que esperar tiempos más favorables, obstaculizada ahora seguramente por el ascenso de Tebas tras su victoria sobre Esparta en Leuctra en el 371 (Kennedy (1963:190). En obras como los llamados discursos chipriotas: A Demonico (I), A Nicocles (II), Nicocles (III) ), y Evágoras (IX), Isócrates experimenta con un tipo de oratoria gnómica, que recuerda a los antiguos poetas elegíacos. En cualquier caso, estas obras estaban llamadas a ejercer una gran influencia. La primera, obra del s. IV atribuida muy pronto a Isócrates, fue muy apreciada en época bizantina. La Edad Media latina se interesó por ella y, finalmente, el renacimiento de las humanidades desde el s. XV le aseguró una amplia difusión en traducciones latinas. Obra de escaso interés para el lector moderno, al que se le antoja generalmente de estilo aburrido y monótono, ha sido siempre una mina de sentencias y proverbios. Al grupo de las exhortaciones pertenece también el A Nicocles, que desde el Renacimiento italiano los humanistas traducen y dedican con - 14 – © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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frecuencia a sus protectores. Hasta el s. XVII fue un texto clásico de valor pedagógico indiscutible. Con el Nicocles y el Evágoras realiza Isócrates el elogio de estas dos figuras de la dinastía chipriota. En el Evágoras afirma claramente que los elogios en prosa no deben irle a la zaga a los elogios en verso (11). Con ello y con sus consejos a los príncipes creaba Isócrates en realidad nuevos géneros literarios en prosa con sus correspondientes leyes retóricas que estaban llamados sobrevivir hasta la época de la literatura barroca. No resulta extraño, pues, que el A Demonico fuese incluido entre sus obras. A los discursos chipriotas les siguió el Plataico (XIV). Hacia fines del invierno del 374/3 los tebanos se apoderaron por sorpresa de Tebas y la destruyeron. Los superviviventes se refugiaron en Atenas. El discurso es de nuevo un discurso ficticio que supuestamente pronuncia un plateense ante la asamblea de Atenas rogando a los atenienses el restablecimiento de su ciudad. Es, ante todo, una obra de propaganda a favor de la hegemonía ateniense. Al tiempo que se recuerda a los aliados de Atenas que nada tienen que temer de esta, sino más bien que deben acogerse a su protección, se hace un ataque directo a los tebanos, a los que Isócrates detesta especialmente como enemigos encarnizados de Atenas y antiguos aliados de Persia en el 480. Isócrates, pese a todo, sigue trabajando y abogando por la concordia entre todos los griegos, apelando a una “Paz del Rey” (10), la del 374, que no hacía más que reproducir en algunos detalles, la del 387. Aunque es un discurso de propaganda política, Isócrates usa en él procedimientos de tipo judicial (56 ss.). Que Isócrates no olvidaba su acariciado proyecto panhelénico lo refleja una carta fragmentaria (I) a Dionisio de Siracusa, que hay que fechar hacia el 368, y en la que se decide, como luego hará con Filipo de Macedonia, a darle sus consejos “a favor de la salvación de los griegos” hyper te̅ s to̅ n helle̅
no̅
n sote̅ ria̅ s pareskeuasmai
symbouleuein (7). ¿Hay que ver aquí una nueva prueba de su rivalidad con Platón como jefe de escuela, dado que precisamente Platón había fracasado ante Dionisio? En todo caso, este recurso a Dionisio, uno de los grandes tiranos del momento, (ya había recurrido antes al tesalio Jasón de Feras, cf. Carta VI a sus hijos), así como las alabanzas a los monarcas chipriotas, y las llamadas que reproducirá, tras la muerte de los anteriores, al espartano Arquidamo y, finalmente, a Filipo de Macedonia, demuestran que, tras su desengaño respecto a la capacidad de Atenas para liderar tal empresa, Isócrates ve la solución en alguna de las figuras individuales emergentes del momento. Sus elogios a la monarquía, cf. p.e. Nicocles (III) 25-26, no deben sorprender demasiado, recuérdese el desprecio general de los intelectuales griegos del s. IV por el funcionamiento de la democracia, no hay más que pensar en Jenofonte
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o Platón, cf. Mathieu (1966:131 ss.), para el que Isócrates debe ser considerado un demócrata moderado. Pero, como decíamos, Dionisio murió antes de cumplir las esperanzas de Isócrates en la primavera del 367 e Isócrates produjo algunas obras más que, aunque no tenían como primer objetivo su ideal panhelénico, sí intentaban favorecerlo. En discursos como el Areopagítico (VII), o Sobre la paz (VIII) se ocupa de asuntos de política interior ateniense, pero en tanto que importan a la idea de conciliación griega. El primero propone una reforma de la constitución que facilite esa política helénica, y el segundo reconoce los abusos que Atenas ha cometido con sus aliados y propone la conciliación y las reformas necesarias en su política para conseguirlo. En el 356 dirige, sin embargo, una carta al rey espartano Arquidamo, hijo de Agesilao (Carta IX) de la que conservamos sólo el exordio. Ya en el 366 Isócrates había puesto en su boca un nuevo discurso ficticio, el Arquidamo, en el que, un tanto sorprendentemente, al tratarse de un rey espartano, proseguía con su programa político y de educación de la opinión pública. Ahora se trata de nuevo de su lucha por la unidad helénica, a la que no favorecería, tras la derrota espartana en Leuctra, un fortalecimiento de la hegemonía tebana y la autonomía de Mesenia. En todo caso, el Arquidamo representa un buen ejemplo del relativismo retórico de Isócrates. Resulta bastante increíble su defensa de la política de expansión espartana en el Peloponeso sabiendo que todo ello sale de la pluma de Isócrates. No hay nada más que comparar lo que leemos aquí, p.e. en 16 ss., con la versión crítica que se da en el Panatenaico (XII) 46 ss. o las escalofriantes afirmaciones que se ponen en boca de Arquidamo en 28 y 96 a propósito de los hilotas (los espartanos no podrían sufrir la humillación de ver a estos instalados en sus fronteras como griegos libres), comparadas con la formidable crítica que Isócrates hará a la constitución espartana en el Panatenaico 207 ss., basada precisamente en el trato salvaje e inhumano a que esta población estaba sometida por los espartanos. Es verdad que Isócrates, por otro lado, sabe dar a su discurso un tono patriótico enérgico y un espíritu guerrero dignos de la mejor tradición espartana, como señala Mathieu (1966:105), sin detenerse incluso ante alguna cita de Tirteo. La carta a Arquidamo, a la que antes nos referíamos y en la que lo invita a su vieja propuesta de emprender la iniciativa de la unión entre los griegos y la lucha contra los bárbaros, refleja por un lado la admiración que Isócrates sentía por este rey espartano, y por otro, ese resurgimiento súbito de su viejo ideal, pero encarnado de nuevo en una figura individual. Su sueño de que fuese Atenas la que liderase el proyecto cada vez se hacía más difícil, y más en estos momentos en que estaba envuelta en la guerra social. Seguramente Isócrates no terminó su carta debido a la paz que puso fin a esta guerra y que hacía de nuevo al Rey persa el árbitro de los asuntos griegos, bien al - 16 – © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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contrario de lo que era su deseo. Nuevamente tenía que poner sus planes en cuarentena. Pero Isócrates conservó su preámbulo y diez años más tarde aprovechó sus ideas en su Filipo (V). Filipo II de Macedonia es la última figura monárquica emergente en la que Isócrates pone de nuevo sus esperanzas. El estado de guerra entre Atenas y Filipo, que duraba desde el 357 a propósito de Anfípolis hizo que nuestro autor guardara silencio durante algún tiempo. Pero la paz de Filócrates, en la que intervinieron como embajadores Demóstenes y Esquines, ratificada por la Asamblea ateniense en el 346, así como el aparente respeto de Filipo por Atenas,-una situación, por tanto, que permitía que no se viera como demasiado traidor el elogio del macedonio- ofreció a Isócrates una oportunidad aún más tentadora que las que había intentado con Dionisio o Arquidamo. Compuso así un discurso formal a Filipo en la línea de sus más grandes discursos, urgiéndolo a asumir el liderazgo de Grecia, la reconciliación de los estados griegos y la expedición contra Persia, su viejo sueño. No duda en convertir a Filipo, manipulando para ello mito e historia griega, en un griego legítimo, descendiente de Heracles (32), aunque previamente había restringido esta ascendencia a los reyes de Esparta (Carta a Arquidamo (IX) 3, admitiendo la incapacidad de Atenas para liderar tal empresa, por más que ello no le ahorrará críticas, pero nadie podrá decir que no recurrió a ella antes que a nadie (128). En realidad, su proyecto no es más que el que había emprendido en su Panegírico: la lucha contra el Persa, y en las coincidencias con aquel discurso insiste a menudo, Filipo 9, 11, 84, 93, pero su experiencia desde entonces le ha enseñado que antes es precisa la reconciliación entre las ciudades griegas, y eso sólo lo podrá conseguir un jefe y un árbitro como Filipo. No tenemos razones para pensar que el Filipo causó efecto alguno sobre el rey, al menos de forma inmediata, pues pasaron muchos años antes de que Filipo mostrara interés en la campaña de Asia. Los efectos fueron sobre todo literarios. Espeusipo lo criticó violentamente, mientras los discípulos de Isócrates trataron de influir sobre la corte de Macedonia. Isócrates mismo no interrumpió su actividad en este sentido y conservamos una carta de esta época de paz, la II, en la que vuelve a recordar al rey su esencial misión. La interpretación de su última gran obra, el Panatenaico (XII) es controvertida. Para unos (Kennedy, 194 ss.) representa una demostración de su amor por Atenas, ya que sus sentimientos serían inevitablemente vistos como pro-macedonios después del Filipo. El ataque a Esparta pretende hacer ver que este es el verdadero enemigo de Atenas y no Macedonia. Para otros (Massaracchia, 81 ss.) es la última obra con la que Isócrates intenta influir en la política con su filosofía práctica y sus consejos, en la línea de sus grandes obras anteriores: Panegírico, Areopagítico y Filipo, sólo que sujeta a una clara reelaboración, obligada por la larga enfermedad de tres años sufrida - 17 – © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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mientras trabajaba en ella y el cambio radical de las circunstancias políticas que se produjo en ese intervalo. El destinatario de la primera redacción de la obra es Filipo, en el 342, cuando aún era creíble un entendimiento de Atenas con él e Isócrates trata de demostrarle al rey macedonio que el aliado que le conviene es Atenas y no Esparta. Con el cambio de las circunstancias (imposibilidad de acuerdo y esfuerzos de Demóstenes por lograr una alianza panhelénica), ese propósito inicial tendrá que enmascararse. Isócrates no podrá, por más que contraríen sus puntos de vista, oponerse a los intereses superiores de su ciudad. El discurso se transforma así, por la vía de la clave de lectura propuesta por el ex-discípulo (249-263), en un ejercicio retórico en el que tanto Atenas como Esparta son tomadas como modelo, la primera explícito, la segunda implícito, de los ideales políticos de Isócrates. Una opinión diferente, y en cierto modo coincidente con la de Kennedy, sostiene Signes Codoñer, para el que Isócrates “pretendía reafirmar su posición como patriota y su prestigio como educador…y escogió como tema la alabanza de su ciudad natal, Atenas (1998: 93). Es muy posible que Isócrates mantuviera siempre vivas, incluso después de Queronea, las esperanzas que había depositado en Filipo. Según las noticias biográficas antiguas, sin embargo, la derrota le produjo tal consternación que se dejó morir por inanición. Pero ello está en clara contradicción con los términos de la Carta III a Filipo, cuya autenticidad hoy ya no se discute. La carta debe ser fechada después de Queronea, ya que Isócrates hace mención del “combate ago̅
na que acaba de
tener lugar”, y como consecuencia del cual, “todos estamos obligados a ser sensatos” (2). Isócrates anima al rey a proseguir la misma política de reconciliación entre las principales ciudades griegas para dirigir luego la campaña contra Asia que le había aconsejado en el Filipo en el 346. Tras la exitosa campaña “sólo te faltará convertirte en dios” ouden gar estai loipon eti ple̅ n theon genesthai, (5, cf. Filipo 113). Los que no pueden aceptar que Isócrates pueda felicitar de esta forma a Filipo y seguir manteniendo sus esperanzas puestas en él en estos momentos, como Signes Codoñer (2001) tienen que forzar demasiado, en nuestra opinión, la interpretación de los términos de la carta para poder anticipar su redacción a finales del 346, pocos meses después del Filipo, y no dudar de la veracidad de las fuentes antiguas sobre la versión del “suicidio” patriótico para dar significado político, seguramente, a una muerte que se explicaría mucho mejor por causas naturales. Pero Isócrates no sería el único ejemplo histórico de hasta dónde puede llegarse en política con tal de ver realizada una ilusión largamente acariciada, como señala Mathieu (IV 181). Si bien es cierto que resulta dura de aceptar su actitud ante Filipo tras la derrota de su patria,
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esta abría definitivamente las puertas para la realización del ideal por el que tanto había luchado –no hay que olvidar que ya en el Filipo había sacrificado a su patria ante el ideal panhelénico-, y siempre podemos pensar que con su actitud trataba de influir en Filipo para que este no actuara con excesivo rigor con la vencida Atenas, como, por cierto, así ocurrió. Resulta difícil expresar un juicio sobre la actitud política de Isócrates. Sus enemigos le reprocharon su oportunismo a la hora de “vender” su idea panhelénica anti-bárbara al candidato de moda, p.e. Espeusipo en una carta a Filipo del 343/2. Modernamente las opiniones van desde los que piensan que sus opiniones influyeron de algún modo en el desarrollo de acontecimientos políticos (cf. Mathieu 19662:208ss.) y J. de Romilly (1992:10ss.) ) como la Segunda Confederación Ateniense en el 377 (que sigue alguna de las sugerencias de su Panegírico), o la Liga de Corinto del 338, liderada por Filipo tras la batalla de Queronea, pero que se truncó por la temprana muerte del rey, si bien la influencia de las ideas de Isócrates también se ven en la obra de Alejandro, hasta los que creen que su influencia fue muy escasa o nula (Kennedy 1963:197, n.101; Hammond-Griffith, 1997:645 n.3).
7. EL ESTILO ISOCRÁTICO
Isócrates es un purista del estilo. Recordemos que dedicaba largos años a componer sus obras y discursos que, en su mayor parte, hemos de ver como modelos de su enseñanza retórica. Uno de sus méritos indudables consiste en su aportación a la prosa griega como creador del periodo oratorio hasta el último detalle. Es precisamente por su técnica literaria, más que por sus enseñanzas o sus ideas políticas, por lo que ejerció una influencia más duradera. Sus discursos han constituido, por sí mismos o por intermedio de Cicerón, un modelo de arte oratoria. En primer lugar cuidaba Isócrates de dar unidad a sus obras, pese a su, a veces, desmesurada extensión. Pero en no menor medida se preocupa del estilo y de los detalles. Cuida especialmente el léxico, evitando rarezas y términos extraños al ático, buscando la exactitud y la pureza, cf. Filipo 4: te̅
n lexin… akribo̅ s kai katharo̅ s
ekhousan. Es parco también en los poetismos. Conoce, como buen discípulo suyo, las figuras gorgianas y en Panatenaico 2 nos dice que las ha usado en su momento: “antítesis, parisosis y otras figuras que brillan en los procedimientos retóricos”, pero, en general, no abusa de ellas. Trata de rivalizar con los poetas, como Gorgias, pero buscando la armonía. Una de sus obsesiones es la evitación del hiato, una de las reglas esenciales de su estilo y que se convertirá tras él en un uso casi general.
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Trabajó especialmente en la constitución del periodo, construido de forma que nos produzca una impresión análoga a la de la estrofa lírica: se trata de una prosa organizada en la que la idea principal se ve acompañada de forma armoniosa por todos sus elementos accesorios (Mathieu I xix). Cicerón lo elogió: “No sólo entendió lo demás mejor que sus predecesores, sino que fue el primero que se dio cuenta de que también en la prosa in soluta oratione conviene observar pese a todo una cierta medida y cadencia modum et numerum , con tal de que se evite el verso” (Brutus 32). Con todo, estas virtudes que Cicerón elogió contrastan con defectos evidentes. “En sus discursos se manifiesta aquella vaciedad y anquilosamiento que afectó a toda la literatura griega en el transcurso del siglo poniéndola en trance de muerte bajo el signo de la retórica” leemos en Lesky (1968:621). “Su prosa”, señala A. López Eire (1988:764) “se antoja avejentada y sin vigor, muy lejos de la pujanza y variedad de Demóstenes”. O, como leemos en el duro juicio de Kennedy (1963:203): “Era aburrido, interminable y, sobre todo, superficial. Su estilo es típico suyo. Dice, con el mayor número de palabras posible, lo menos que pueda imaginarse (Panatenaico 84). Al tiempo que desarrolla cada posible argumento, desarrolla también cada antítesis gramatical posible. No es comunicación, sino ornamentación; no es persuasión, sino confusión”.
8.SIGNIFICACIÓN DE ISÓCRATES
Sobre la significación de Isócrates para la posteridad ya se han ido aportando reflexiones a los largo de la exposición. En general puede decirse que depende del ámbito del que se trate, pues diversos son los ámbitos en los que se desenvolvió su actividad. No hay, en cualquier caso, unanimidad en el juicio, como hemos ido viendo. Las críticas del periodo grecorromano, como vemos en Dionisio de Halicarnaso, tienden a ver en sus discursos obras de considerable importancia política y siempre actual. Fue, asimismo, modelo de los sofistas del s. II d.C. Elio Arístides compuso un Panatenaico que se inspira sobre todo en la primera parte del Panegírico. Modernamente, Isócrates generalmente ha llevado la peor parte en su comparación con Demóstenes en su visión histórica y política, si bien las opiniones han sido bastante opuestas: desde la ingenuidad y la nulidad con que se le vio hasta el siglo XIX, hasta la clarividencia que se le alabó, sobre todo en Alemania a comienzos del s. XX, viendo en su panhelenismo un precedente del pangermanismo. En cualquier caso y a pesar de ese relativismo que hemos señalado, ha de reconocerse que mostró una considerable tenacidad en la búsqueda de todo aquello que pudiera favorecer lo más esencial de sus proyectos. Si bien su plan no se realizó como el lo había concebido, - 20 – © 2006, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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sus resultados inmediatos son superiores a los de otros filósofos u oradores de su tiempo, que experimentaron un completo fracaso (cf. Mathieu:19662:223). Su impacto en el campo educativo y literario, sin embargo, fue enorme. Constituyó una de las columnas, (la otra es Platón) como señala Marrou (1985:124s.), que simbolizan los dos tipos fundamentales de educación, el de la retórica y el de la filosofía, aspectos complementarios e inseparables, más que contradictorios y que experimentaron influencias mutuas. En el campo literario, como señala Dihle (1994:209), “supo trasladar las leyes del discurso a la literatura pensada para ser leída, así como enriquecer esta última con nuevos géneros. Mostró así cómo cualquier género de prosa estilizada podría componerse de acuerdo con categorías exclusivamente retóricas y, lo que no es menos importante, ser valorado conforme a ellas. Lo que para el lector moderno constituye el oscuro carácter “retórico” de toda la literatura griega en prosa desde el s. IV en adelante, hunde sus raíces en la obra de Isócrates”. Más arriba se hizo mención ya del intento de recuperación contemporánea de Isócrates en el campo de la filosofía pragmática contemporánea. Recientemente también se ha visto a Isócrates como un autor europeo (De Romilly:1992). Isócrates fue leído, estudiado y estrechamente imitado por Cicerón. Generaciones de estudiantes aprendieron de memoria sus obras y las tradujeron a todas las lenguas europeas. Constituye así la verdadera imagen de esos autores que han contribuido a forjar la mentalidad de la juventud europea durante siglos. Pero ello no se debió, señala Romilly (1992:12) a sus ideas o ideal político. Se debió a su visión de la retórica, a sus amplias y claras sentencias, a su rectitud moral (aquí nosotros ponemos nuestras dudas), siendo todo eso parte de nuestra cultura europea.
(N.B. Las traducciones de las citas de obras de Isócrates son nuestras.)
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Manuel Pérez López - Isócrates
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