28-Tucídides

January 11, 2018 | Author: Franagraz | Category: Historiography, Thucydides, Sparta, Unrest, Philosophical Science
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Fernando García Romero y Felipe Hernández Muñoz - Tucídides

BIBLIOTECA DE RECURSOS ELECTRÓNICOS DE HUMANIDADES

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ÁREA: Cultura Clásica – Literatura Griega.

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Fernando García Romero y Felipe Hernández Muñoz - Tucídides

TUCÍDIDES

ISBN-978-84-9714-009-6

Fernando García Romero y Felipe Hernández Muñoz

THESAURUS: Guerra del Peloponeso, Pericles, Atenas, Esparta, peste, investigación histórica, metodología histórica, Heródoto, Salustio, Cornelio Nepote, Tácito, Procopio de Gaza, Juan Fernández de Heredia, Lorenzo Valla, Machiavelli, Hobbes, Nietzsche, pervivencia.

ESQUEMA DEL ARTÍCULO:

1. DATOS BIOGRÁFICOS

2. SINOPSIS DE LA OBRA

3. LA CUESTIÓN TUCIDIDEA

4. METODOLOGÍA HISTÓRICA

5. LENGUA Y ESTILO

6. PERVIVENCIA

7. TRANSMISION DEL TEXTO

BIBLIOGRAFíA

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1. DATOS BIOGRÁFICOS

La vida de Tucídides comprende la segunda mitad del siglo V a.C., una época en la que Atenas conoció un florecimiento cultural pocas veces igualado a lo largo de la historia de la humanidad. Especialmente en los años que precedieron al estallido de la contienda que narra nuestro historiador, en 431 a.C., Atenas es el centro económico, intelectual y político del mundo griego, una ciudad cosmopolita a la que, en el polo opuesto de Esparta, acuden en masa los extranjeros para realizar operaciones comerciales, misiones diplomáticas o integrarse en un ambiente cultural abierto y dinámico, cuyo motor principal es el círculo intelectual creado en torno a Pericles y su segunda mujer Aspasia de Mileto, en el cual se integran filósofos como Anaxágoras y el sofista Protágoras, literatos como el poeta trágico Sófocles y el historiador Heródoto, artistas como el escultor Fidias y el arquitecto Hipodamo de Mileto, etc. La figura de Pericles y los intelectuales de su círculo, así como todo el ambiente cultural de la Atenas de la época, ejercen una influencia muy notable sobre el pensamiento de Tucídides.

El propio Tucídides nos ofrece en algunos pasajes de su obra informaciones aisladas sobre su persona. Al comienzo mismo de su Historia indica explícitamente su ciudadanía ateniense, y en 4.104 nos dice que ocupaba el cargo de estratego cuando fue enviado a Tracia, al norte de la actual Grecia, a intentar contener el avance del general espartano Brásidas, que amenazaba con tomar la ciudad de Anfípolis. Dado que para ocupar el cargo electo de estratego la edad mínima exigida era 30 años, nuestro autor no pudo haber nacido después de 454, y por lo que a su muerte respecta, tampoco pudo haberse producido antes del final de la guerra, en 404 a.C., dado que en 5.26 nos dice que sobrevivió hasta que la contienda hubo acabado; la opinión más extendida sitúa su fallecimiento hacia 398, a partir de la suposición insegura de que en 2.100 Tucídides habla del rey Arquelao de Macedonia, muerto en 399, como de una persona ya desaparecida, y en todo caso esa fecha viene a coincidir con la noticia que nos transmite su biógrafo tardío Marcelino (Vida de Tucídides 34), según el cual nuestro autor murió pasados los cincuenta años.

En 5.26 Tucídides nos transmite otra noticia importante: como consecuencia de su fracaso en el desempeño del cargo de estratego durante los sucesos de Anfípolis, vivió desterrado de Atenas durante veinte años (es decir, hasta el final de la guerra), lo cual le permitió conocer mejor “los sucesos de ambos bandos, y no menos los de los peloponesios a causa de mi destierro". 3 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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Finalmente, en 4.105 el historiador hace referencia a una nueva vinculación personal con Tracia, puesto que tenía adjudicada a perpetuidad la explotación de las minas de oro de esa región, lo cual debe relacionarse con el nombre de su padre, Oloro, antropónimo tracio que llevaba ya el príncipe de esa nacionalidad cuya hija se casó con Milcíades, el vencedor de Maratón y antepasado de nuestro historiador. Tucdides pertenecía, pues, a una destacada familia ateniense, los Filaidas, otros de cuyos miembros fueron Cimón, hijo de Milcíades, y, por parentesco político, su homónimo Tucídides, hijo de Melesias, precisamente el más importante rival político que tuvo Pericles, de manera que de nuestro Tucídides se ha dicho exageradamente que "nacido en la oposición antipericlea, se convirtió en seguidor de Pericles con un celo de converso" (art. "Thucydides", en Oxford Classical Dictionary, Oxford 1970, p.1067).

2. SINOPSIS DE LA OBRA

La obra de Tucídides es la Historia de la guerra del Peloponeso, que enfrentó a atenienses y espartanos (con sus respectivos aliados) desde el año 431 hasta el año 404 a. C., con períodos intermedios de incierta paz. Desde época helenística la obra se divide en ocho libros, que se interrumpen en los acontecimientos del año 411-410. Su contenido es el siguiente: Libro I. Fundamentalmente, es una Introducción con un excurso sobre la historia antigua de Grecia (la llamada "Arqueología", 1.2-21), los antecedentes del conflicto (1.22-88) y el período de cincuenta años ("Pentecontecia") previo, desde el 480 al 431 a.C. (1.89-118). Termina el libro con el enfrentamiento entre Esparta y Atenas (1.119-146). Libros II al V (hasta el capítulo 24). Relatan la llamada "guerra arquidámica” (431-421 a.C.) hasta la paz de Nicias (421 a.C). Los episodios más conocidos son: el "Epitafio" o discurso fúnebre de Pericles en honor de los atenienses muertos durante el primer año de guerra (2.35-46); la descripción de la "peste" que asoló Atenas y el discurso final de Pericles (2.47-57 y 2.60-64); el elogio póstumo de Pericles (2.65); el debate sobre el destino de los habitantes de Mitilene tras su fallido levantamiento contra Atenas ("diálogo de los mitilenios": 3.35-50) y, paralelamente, sobre el de los plateenses tras su rendición a los lacedemonios (3.52-68), y la victoria ateniense en Pilos (4.1-16).

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Resto del libro V (5.25-116). Se ocupa del período de paz fallida (421-415 a.C.), con la reanudación de la guerra tras la paz de Nicias, el episodio de Melos y el "diálogo de los melios", que defienden, sin conseguirlo, su neutralidad ante los atenienses (5.85-116). Libros VI y VII. Contienen la expedición a Sicilia (415-412 a.C.). Debemos destacar: la "segunda Arqueología" o introducción sobre el poderío de Sicilia, especialmente de Siracusa (6.1-59); el debate en Atenas sobre la expedición a Sicilia (6.8-26); el episodio de la "mutilación de los hermes" (6.27-29); la espectacular salida de la flota desde el Pireo (6.30-32); la llamada de Alcibíades a Atenas (6.53-62); la petición de ayuda de los siracusanos a Esparta (6.88-91), y la derrota y retirada de los atenienses (7.60-85). El libro VIII narra los primeros años de la guerra en Decelia y Jonia, hasta la campaña estival del 411 a. C., con la desmoralización ateniense (8.1), la guerra centrada en el Egeo (8.13-44), el regreso de Alcibíades al bando ateniense (8.45-66), la caída, primero, de la democracia en Atenas (la "revolución de los Cuatrocientos": 8.63-72) y de la oligarquía, después (8.89-98).

La narracion de los acontecimientos siguientes fue continuada por Jenofonte en sus Helénicas o Historia de Grecia, y por Teopompo y Cratipo en obras de las que únicamente nos han llegado noticias y fragmentos.

Según Luschnat (1971), la obra de Tucídides puede dividirse en cinco partes: A) Proemio e Introducción (Libro I). B) Guerra arquidámica (Libros II.1-V.24). C) Paz incierta (Libro V.25-116). D) Guerra de Sicilia (Libros VI y VII). E) Guerra decélica y jónica (Libro VIII).

Desde el punto de vista cronológico, se distinguen tres partes: una guerra de diez años (libros I-V.24), una tregua de siete (resto del libro V) y otra segunda guerra de diez años (libros VI-VIII). Para Rawlings (1981), como veremos en el apartado siguiente ("la cuestión tucididea"), resulta así una estructura de perfecta unidad compositiva en la que Tucídides parece haber escrito cada guerra de diez años teniendo a la vista los sucesos de la otra, sirviendo los libros I y VI como sendas introducciones.

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3. LA CUESTIÓN TUCIDIDEA

Quizá porque, como el propio Tucídides afirma durante su descripción de la peste que asoló Atenas en los albores de la guerra (2.48.3), no es tan importante averiguar el origen de la enfermedad, cuestión incierta y opinable, cuanto describirla detalladamente,

sus

síntomas

y

sobre

todo

sus

consecuencias

sobre

el

comportamiento moral y social de los hombres, para que las generaciones futuras sepan a qué atenerse en el caso de que sobrevenga una calamidad semejante, el problema de la génesis de la obra de Tucídides (la llamada "cuestión tucididea"), que al menos hasta finales de la década de los 40 del siglo XX fue uno de los objetivos dominantes en la investigación sobre nuestro historiador, en los últimos decenios se ha visto relegado a un segundo plano en el interes de los estudiosos, que han preferido centrarse en la interpretación de la Historia tal como ha llegado hasta nosotros, sin conceder demasiada importancia al proceso de su elaboración, que ha sido calificado por J. de Romilly, de "vano e insoluble problema", de auténtica "tela de Penélope" continuamente tejida y destejida y nunca acabada (von Fritz). La cuestión se plantea en los siguientes términos. Al comienzo mismo de su Historia (1.1.1) asegura Tucídides que emprendió la elaboración de su obra nada más estallar la guerra y es, por otro lado, indudable que su trabajo se prolongó hasta después de la finalización del conflicto, 27 años más tarde, puesto que en 5.26 comenta Tucídides su duración y resultado final. ¿Cómo compuso, entonces, nuestro historiador una obra trabajada durante un período de tiempo tan dilatado, hasta desembocar en el texto que hemos recibido? ¿Es la obra de Tucídides, como sostiene la crítica analítica, un conglomerado no totalmente unitario de partes compuestas de manera independiente en diversas etapas, o bien, como defiende la crítica unitaria, es el resultado de una redacción continuada llevada a cabo cuando la guerra había finalizado y el historiador conocía ya su desenlace y consecuencias, o, al menos, el resultado de una redacción tardía que pretendía dar unidad a partes elaboradas previamente durante el transcurso de la guerra?

Como en el caso de la llamada "cuestión homérica", que ha sido en bastantes aspectos el modelo en el que se han inspirado quienes han suscitado la "cuestión tucididea", la crítica analítica ha partido de la apreciación en la obra de incongruencias, que se refieren tanto a cuestiones de detalle (contradicciones entre pasajes concretos o repeticiones innecesarias de datos suficientemente bien establecidos), como a problemas de mayor calado (las supuestas contradicciones sobre las causas de la guerra o sobre la importancia de las figuras individuales en el desarrollo de los 6 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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acontecimientos), sin olvidar la diversidad de extensión y desarrollo de las partes narrativas o el diferente grado de complecion de los libros (en concreto se ha insistido en que sobre todo 4.52-5.83 y 8.2-109 están faltos de la última mano, y con más exactitud los libros quinto, en su mayor parte, y octavo carecen de discursos) . Algunas de las incoherencias observadas existen indudablemente en el texto que ha llegado hasta nosotros, pero ¿son suficientes para postular que la obra de Tucídides es el resultado de la conjunción de partes redactadas en diversas etapas, sin una revisión final que les diera unidad, y que se pueden apreciar reflejadas en la obra huellas de cambios en los planes e incluso en la concepción que de las causas y consecuencias de los acontecimientos históricos tenía Tucídides?

La cuestión fue suscitada mediado el siglo XIX por la publicación de un estudio de F.W. Ullrich (1846), en el que, a partir de la observación obvia de que Tucídides no podía haber previsto que la guerra se reanudaría tras la concertación de la "paz de Nicias" en 421 a.C., sostenía su autor que el historiador inició tras la firma de ese armisticio la redacción de su obra hasta llegar a la mitad del libro cuarto (4.51, la captura de Esfacteria), y en ese punto, cuando aún no había concluído la composición del relato del primer decenio de la guerra, la nueva ruptura de las hostilidades le hizo abandonar la redacción, que no reiniciaría hasta el año 404, una vez finalizado el conflicto. Así pues, Tucídides habría compuesto su obra en dos etapas bien delimitadas cronológicamente. Habrían de pasar más de 70 años para que se diera un nuevo paso adelante significativo en el camino del análisis de la Historia de Tucídides; fue mérito de E. Schwartz (1919) llevar el problema desde el terreno meramente literario al ámbito del pensamiento, pretendiendo hallar en la obra reflejos de una evolucion en las ideas del historiador. Efectivamente, Schwartz, a partir del estudio concienzudo de los cuatro discursos que se pronuncian en la asamblea que reúne a espartanos y aliados suyos en el libro I, en los cuales aprecia divergencias que sólo se explicarían si se considera que fueron compuestos en períodos de tiempo diferentes, sostiene que la obra de Tucídides se compone de partes concebidas y compuestas en dos etapas bien diferenciadas de la vida de su autor, marcadas cada una de ellas por una concepción diferente de la guerra y sus causas. Tucídides habría iniciado su relato con la idea de que la guerra había estallado porque los aliados de Esparta, en particular Corinto, que era la primera perjudicada por el expansionismo económico de Atenas, empujaron a los espartanos a iniciar el conflicto; sin embargo, cuando en 404 la guerra finalizó y el historiador pudo regresar a su patria desde el exilio y comprobar que el estado que más provecho había obtenido era precisamente Esparta, se hizo la luz en la mente de Tucídides y concluyó que la causa verdadera de la guerra había 7 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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sido la coexistencia en Grecia de dos potencias hegemónicas irreconciliables que tarde o temprano tendrían que disputarse la primacía por la fuerza de las armas, de manera que el progresivo engrandecimiento de Atenas provocó el temor de los espartanos y los obligó a emprender la guerra (cf. 1.23.6). Por otro lado, Wilamowitz había observado ya que la obra de Tucídides quedó incompleta y por lo tanto difícilmente habría podido ver la luz en tal estado, de manera que hemos de suponer que, tras la muerte del historiador, pasó a manos de un editor que se encargó de su publicación. A partir de tal observación Schwartz argumenta que Tucídides, al cambiar sus ideas sobre la guerra, se dispuso a modificar las partes compuestas en la primera redacción, para lo cual realizó unos esbozos que el editor publicó mezclándolos con las partes antiguas y las recientemente compuestas, dando lugar a la obra que ha llegado hasta nosotros.

A partir del libro de Schwartz, las teorías analíticas conocen una evolución que las va aproximando poco a poco a posiciones más cercanas a las que defienden los unitarios. Poco después de que vieran la luz las tesis de Schwartz, Max Pohlenz (1919-1920) las modificó en el sentido de que no concebía un cambio brusco en las ideas de Tucídides coincidiendo con el final de la guerra, sino una evolución paulatina y gradual, de manera que resulta imposible marcar dos períodos diferenciados claramente por las causas a las que el historiador atribuía el estallido del conflicto. Las teorías de Schwartz y Pohlenz, no obstante unidas a una visión muy personal de la obra de Tucídides, se tratan de compaginar en el libro de W. Schadewaldt (1929), quien parte, al igual que en sus estudios homéricos, del análisis individual de determinadas partes de la Historia tucididea, en concreto los libros VI-VII (la expedición a Sicilia) y el pasaje en el que el historiador expone su método histórico (1.20-23). Sostiene Schadewaldt que es posible delimitar una evolución en el pensamiento de Tucídides, que habría compuesto la primera parte de su obra con el objetivo de exponer los hechos de la manera menos subjetiva posible, pero paulatinamente, y de modo especial después de 404, la exposición objetiva de los acontecimientos deja paso al deseo de interpretarlos e intentar hallar las pautas del comportamiento humano que permitan establecer las leyes universales que rigen la historia: "el investigador de lo cierto se habría transformado en investigador de lo verdadero" . Schadewaldt sostiene, pues, que hay que contar, digámoslo así, con "dos Tucídides", pero el segundo Tucídides no excluye al primero, sino que lo complementa y lo profundiza.

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Con posterioridad al libro de Schadewaldt las tesis analíticas han continuado moderando sus postulados, como se aprecia en las obras de von Fritz (quien insiste en rastrear huellas de modificación de criterios y puntos de vista en la redacción de la Historia) y Westlake , de manera que en los últimos decenios son una excepción libros como el de Proctor (1980), en el que se distinguen nada menos que siete etapas en la composición de la obra, distribuidas en un período que comprende treinta años a partir de los momentos previos a la ruptura de las hostilidades.

Unos pocos años antes de la publicación del libro de Ullrich, Roscher había sostenido ya que la redacción completa de la Historia fue realizada por Tucídides a su regreso a Atenas tras la finalización del conflicto. Casi cien años más tarde, Patzer (1937) vuelve a defender una tesis semejante en un libro que supone, junto a los trabajos de J.H. Finley, el inicio de la demostración de que la obra de Tucídides no carece en absoluto de unidad formal, sino que ha sido elaborada de acuerdo con una estricta planificación previa, la cual implica necesariamente un período de composición unitario que sólo puede datarse tras 404, cuando el historiador pudo abarcar con su mirada la totalidad de la guerra, sus causas, sucesos y consecuencias. En los aspectos formales ha insistido más recientemente Rawlings (1981), quien ha tratado de demostrar, con notable acierto en general, que Tucídides articuló la estructura de su obra a partir de la idea de que la guerra comprendió dos períodos bélicos de diez años cada uno separados por una tregua de siete años, y que el historiador compuso la descripción de cada uno de esos dos períodos bélicos teniendo siempre presentes los sucesos del otro, lo cual sería indicio de que la obra fue redactada unitariamente o bien sufrió una profunda reelaboración que le dio unidad, siempre en un momento posterior a la finalización de la guerra .

En definitiva, a partir de los estudios de Patzer, Finley, Rawlings, etc. resulta difícil negar la existencia de un plan preconcibido de composición para la obra histórica de Tucídides, que asegura su unidad formal. No obstante, es cierto también que esa uniformidad no es absoluta y verdaderamente pueden apreciarse en el texto transmitido contradicciones y repeticiones innecesarias y partes carentes de una reelaboración definitiva, aunque no creemos que tales incoherencias reflejen cambios significativos en el pensamiento de nuestro autor acerca de cuestiones básicas como su concepción de la historia o el método histórico. En nuestra opinión, las dificultades se pueden explicar a partir de una posición unitaria moderada como la que mantiene Jacqueline de Romilly (cf. también Luschnat, 1971), quien entiende que en la composición de la obra de Tucídides pueden distinguirse tres etapas: 9 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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1) Recopilación de anotaciones más o menos precisas en las que Tucídides reflejaría sus primeras impresiones y los datos que iba acumulando . 2) Parece lógico suponer que, en una segunda etapa, el historiador procediera a la redacción, siquiera provisional, de esas notas y no esperara al final de una guerra cuya duración era naturalmente incierta; de la existencia de una redacción parcial serían prueba los indicios que nos permiten suponer que fragmentos de la obra tucididea conocieron lecturas públicas . 3) Por último, tras finalizar la guerra en 404, la obra fue objeto de una ampliación y reelaboración definitiva, que quedó incompleta a causa de la muerte del historiador.

En definitiva, la obra que ha llegado hasta nosotros no es el resultado de dos o más etapas de redacción independientes, puesto que es difícil imaginar que, una vez acabada la guerra, un historiador metódico como Tucídides hubiera mantenido inalteradas (sin tratar de ofrecer una visión unitaria de los acontecimientos en el momento en que podía, con la experiencia acumulada, abarcar con su mirada la totalidad del conflicto) las partes compuestas a lo largo de las tres décadas durante las cuales se desarrolló el conflicto y en cuyo transcurso se produjeron evidentemente circunstancias que modificarían la impresión primera que de los sucesos había tenido nuestro autor. La Historia de Tucídides es, pues, el resultado de una revisión final que, aun inacabada, proporcionó una indudable unidad y coherencia a una obra que refleja la visión histórica del Tucídides posterior al año 404.

Y volviendo a la idea que encabezaba nuestra exposición de la "cuestión tucididea", aun cuando entre los estudiosos de la obra de Tucídides predomine actualmente la consideración de que quizá sea esfuerzo vano replantearse este problema, no cabe duda de que la aportación de los crííticos analíticos no ha sido ni mucho menos inútil. Tal vez, como ha sugerido von Fritz, la "cuestión tucididea" sea la "tela de Penélope" de los estudios historiográficos griegos, pero no ha sido trabajo desperdiciado, como tampoco lo fue en definitiva para la fiel esposa de Odiseo: el constante tejer y destejer las páginas tucidideas ha contribuído en gran medida al mejor conocimiento del entramado de la obra de nuestro autor, a su más justa valoración como historiador y como escritor.

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4. METODOLOGÍA HISTÓRICA

Si comparamos la primera frase de la obra de Tucídides con la de su predecesor, Heródoto , encontramos puntos de analogía, pero también de separación: ambos las comienzan con el nombre propio, prueba ya del sentimiento de autoría que comparten, y cultivan el mismo género, la "historia" (historíe, palabra mencionada explícitamente por Heródoto en I.1, es también el nombre que la obra de Tucídides recibe desde época alejandrina), con referencia a unas guerras sucesivas cronológicamente (las guerras médicas, en el caso de Heródoto, y la del Peloponeso, en el de Tucídides) y con especial atención a su etiología, es decir, a sus causas. Sin embargo, la de Heródoto es una guerra entre griegos y persas, por lo que a menudo la obra adquiere carácter de historia universal, con numerosos excursos sobre los distintos pueblos que van entrando en contacto con el persa (como ya defendiera Creuzer a propósito de la discutida cuestión de la unidad temática de la obra), desde una perspectiva profundamente religiosa y con un gran interés por los hechos culturales (los thomastá, "hechos admirables" que menciona el historiador en 1.1). La de Tucídides es, por su parte, la historia de una guerra civil entre griegos, en la que él mismo participó, entre el bando de "los Peloponesios" (la Liga peloponesíaca) y "los atenienses" (la Liga ático-délica), una historia eminentemente política en la que el elemento cultural y el religioso apenas tienen cabida.

Más aún: la Historia de Heródoto presenta todavía una vinculación con la oralidad ("decir lo que se dice", légein tá legómena, es el propósito del historiador en 7.152) y con el género literario anterior, la épica, y por ello su objetivo es también impedir que se borre la "gloria" (kléos) de esos "hechos maravillosos", mientras que la de Tucídides es ya una obra firmemente asentada en la escritura, en la "prosa" (xyngráphein), y con un objetivo no épico, sino científico. Por eso, aunque entre ambos autores no suele establecerse una línea de separación tan infranqueable como hace unas décadas, Heródoto sigue siendo hoy considerado, tras los logógrafos, el "padre de la historia", mientras que Tucídides lo sería de la historiografía moderna, gracias, sobre todo, al método en ella utilizado.

Tras la frase inicial, Tucídides comienza su Historia con la denominada "Arqueología", una introducción tendente a demostrar que la guerra que va a tratar ha sido la más importante de las hasta entonces habidas. Y ello por una causa fundamental: nunca hasta ese momento dos bloques política e ideológicamente antagónicos habían acumulado tanto poder. El progreso económico desarrollado por 11 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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los atenienses, asentado sobre el comercio marítimo, los había convertido en líderes de uno de los bandos, con el recelo del otro. Nunca hasta entonces los recursos materiales y los preparartivos (paraskeué) habían sido tan importantes y nunca tampoco se había concentrado tanto poder. La "Arqueología" se configura así como una reflexión preliminar sobre el concepto de poder político (dýnamis) y la "ambición de poder" (pleonexía) del ser humano y de los Estados.

Cuando los excedentes financieros (periousía) que provoca un desarrollo económico son abundantes y la pleonexía del ser humano, y de su proyección natural, la de las póleis, no es refrenada por un sentimiento de moderación (sophrosýne) , se llega a situaciones muy peligrosas en las que el frágil equilibrio de la política de bloques es continuamente amenazado por el estallido del conflicto, de la guerra (pólemos), como ocurrió en el caso de los espartanos (y sus aliados, sýmmachoi) y los atenienses (y los suyos). En este sentido, podemos hablar de Tucídides como el primer autor que ha analizado el poder como una fuerza en continuo crecimiento, que, llevada por ese impuso de "adquirir más" (que es lo que literalmente significa pleonexía), provoca temor e inseguridad tanto en dominantes como en dominados.

En 1.20-23 encontramos los capítulos programáticos de Tucídides sobre su método historiográfico. 1.20 comienza con la queja de que los hombres suelen aceptar las tradiciones históricas "sin pruebas" (abasanástos) y termina con la de que la "búsqueda de la verdad" (he zétesis tês aletheías) suele ser para la mayoría -pero no para el autor- "carente de molestias" (atalaíporos). En 1.21 esta falta de respeto por la verdad se atribuye especialmente a los poetas, que adornan las cosas para engrandecerlas, y a los logógrafos, los primeros cronistas de la historia griega, que atendieron -según Tucídides- "más a lo agradable de oír que a la verdad". La polaridad tan típica del pensamiento griego con su tendencia a la definición por vía negativa, por contraste, se advierte también en las características del método que el historiador nos va perfilando: un método nuevo, ausente en sus predecesores, que quiere ser original con un respeto escrupuloso por la verdad, con más preocupación por el contenido que por la forma. Como afirma R. Grisolia, en la opinión de Tucídides tanto poetas como logógrafos buscan lo mítico, pero no la verdad. A esa "falta de color mítico" (tò mè mythôdes) en su Historia, que tal vez desagrade a algunos, se refiere el historiador en el párrafo siguiente (1.22), importante también porque contiene las consideraciones sobre la función y tratamiento de los discursos en su obra .

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Tucídides lo comienza con la constatación de la dificultad que supone para él recordar exactamente lo dicho (tèn akríbeian autèn tôn lechthénton). Por ello, en el plano del significante, esto es, de la pura literalidad, deberá conformarse con tà déonta, con las expresiones que a él le parecen más apropiadas en cada caso; pero en el plano del significado, de los conceptos, se ajustará todo lo posible al sentido de lo que verdaderamente fue dicho (echómenoi hóti engýtata tês xympáses gnômes tôn alethès lechthénton).

A continuación el historiador nos expone su método de información: no se ha valido de cualquier fuente ni de su propia opinión, sino que ha relatado acontecimientos en los que ha estado personalmente presente o ha podido interrogar a otros "con toda la exactitud posible". Pese a la enfática afirmación de su voluntad de exactitud y objetividad, para algunos críticos sigue siendo ésta de la Quellenforschung una cuestion problemática. Ya lo fue antiguamente para Dionisio de Halicarnaso, quien tachó a nuestro historiador de desleal y antipatriota, precisamente por no mostrar claramente sus simpatías hacia el bando ateniense, y más recientemente para Collingwood, quien le acusó de "mala conciencia" por silenciar el origen exacto de esas fuentes de información (cf. Guzmán Guerra, 1989: p.15). Con ello se relaciona el tema de la credibilidad de su Historia, y, en general, el papel que en ella desempeña el elemento personal. A pesar de que Tucídides tenga algunas filias (especialmente Pericles, pero también Temístocles, Nicias, Antifonte, Brásidas, Arquidamo y Hermécrates) y fobias (Cleón, Hipérbolo y Atenágoras), y de que en algunos discursos cada bando refleje una noción cambiante de la verdad, hay consenso en ver, como G. Schepens (1980), en Tucídides al fundador de la historia moderna por utilizar un método innovador en el que priman la objetividad, la precisión y la imparcialidad, y por su uso de un lenguaje especializado -como veremos- para expresar la abstracción y el análisis psicológico; un historiador que se ha propuesto buscar tò saphés, lo cierto y seguro, desechando los bellos relatos de poetas y logógrafos, y que llevado por este afán de precisión se ha servido de una cronología "por veranos e inviernos" (katà thére kaì cheimônas) en lugar de la tradicional por magistrados epónimos ya que, como afirma en 5.20, "este método no es exacto cuando un acontecimiento ocurre al comienzo de una magistratura, a mediados o en otro momento cualquiera".

Para nuestro historiador la verdad es algo que sólo se halla "con mucho esfuerzo" (epipónos), afirmación que recoge "en anillo" lo dicho por él en 1.20 a propósito de "lo carente de molestias" (atalaíporos) que es para la mayoría esta "búsqueda de la verdad" . Por eso la obra de Tucídides quiere ser un ktêma es aieí, 13 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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una "adquisición para siempre", un modelo de interpretación de validez universal para acontecimientos "que en algún otro momento hayan de ser iguales o parecidos, de acuerdo con la ley de los sucesos humanos". Con ello entronca el propósito de "utilidad" (ophélima) proclamado, porque "Tucídides pretende que los lectores saquen consecuencias y aprendan al comparar los sucesos históricos, en la firme idea de que el conocimiento del pasado servirá mejor para interpretar el futuro" (López Férez, 1986: p.193). Nos encontramos, en suma, con "un método eminentemente racional que pretende desentrañar la ‘causa verdadera’ (aitía, alethés próphasis) en medio de las causas aparentes, de los meros ‘pretextos' (propháseis) y que se manifiesta, sobre todo, en la capacidad de previsión (...) Un método que asciende inductivamente desde los datos particulares a las conclusiones generales, cercano al de la medicina hipocrática incluso en el vocabulario empleado (...) Al igual que el médico, también el historiador y el político deben observar cuidadosamente los isignos’ (semeîa) externos de la realidad, interpretar los ‘indicios’ (tekméria) y pronosticar el curso posterior ya sea de una enfermedad o de un acontecimiento político" . En el caso concreto de la guerra del Peloponeso, Tucídides encuentra como "causa más verdadera" (1.23.6: alethestáte próphasis) "que los atenienses, al hacerse poderosos e infundir miedo a los lacedemonios, les obligaron (anankásai) a luchar".

Semejante método se inserta naturalmente dentro de una corriente ideológica que podríamos denominar racionalista y antropológica en la que también se encuadran la sofística, los médicos hipocráticos y el círculo de intelectuales en torno a Pericles. Nada tiene de extraño, por tanto, que la Historia de Tucídides distinga continuamente (Huart, 1968: pp.500 ss.) entre la esfera racional (representada por la gnóme, “razón”) y la irracional (orgé “ira, irracionalidad” y týche “azar”): por un lado está la razón humana, manifestada especialmente en la capacidad de previsión (prónoia), de los grandes estadistas como Pericles y Temístocles; por otro, la sinrazón, lo irracional , ya sea de las multitudes y los demagogos, ya del azar, ese parálogos tês tyches que la mayoría de las veces, según H. P. Stahl (1966), da al traste con los mejores planes humanos.

El silencio de Tucídides sobre la intervención divina en la historia -que se palpaba continuamente en Heródoto- no le impide, sin embargo, reconocer la importancia e influencia de la religión, y en concreto de algunas de sus manifestaciones (como los oráculos) en los valores morales de una sociedad. Religión y moralidad son para él, pues, conceptos estrechamente unidos. La dislocación de valores que trae consigo la guerra también repercute en la práctica religiosa: así, en 14 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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3.81 equiparará la violación de los recintos sagrados con el asesinato. Por eso, tampoco se puede ver en Tucídides a un escritor amoral, como pretendiera A.G. Woodhead (1970), a un pragmático defensor de la Machtpolitik, de la "política del más fuerte" o del criterio de conveniencia (tò xymphéron) por encima del de justicia (tò díkaion). Con Hornblower (1987: p.72) y Calonge (1990: pp.76-7 y 82-3), parece razonable no atribuir a Tucídides todas las ideas que en su Historia, sobre todo en los "diálogos" y discursos, aparecen en boca de los distintos personajes, a veces contradictorias entre sí, sino las que el propio autor emite sin atribuirlas a otros. La más repetida es, precisamente, la queja por la quiebra de valores morales que trae consigo toda guerra, especialmente si es civil (stásis) , como podemos leer en 2.52-3, al final del pasaje sobre la "peste", y 3.81ss., a propósito de las luchas intestinas.

Algunos autores han constatado una cierta evolución en el método tucidideo desde una una historiografía objetiva a otra más literaria que no excluye elementos dramáticos y una cierta manipulación. A esa supuesta evolución o cambio ya nos hemos referido al tratar la "cuestión tucididea" y comentar aportaciones como las de Schwartz (1919), Schadewaldt (1929) o Westlake (1968). Sólo queremos apuntar que el consenso que en la actualidad parece existir sobre una revisión final de la Historia después del año 404, hace más difícil -aunque no imposible- esas pretendidas evoluciones ideológicas (desde el historiador científico al filósofo de la historia), políticas (desde el aristócrata conservador al demócrata ferviente partidario de Pericles) o literarias (en la profundización de caracteres) de Tucídides.

5. LENGUA Y ESTILO

Aunque Dionisio de Halicarnaso (Sobre Tucídides, 24) coincide con Cicerón (Bruto 288) en calificar como "arcaica" la lengua de Tucídides, cada vez es mayor el número de investigadores que se inclina a ponerla en estrecha relación con la Koiné (Romero Cruz, 1985: p.125). En opinión de López Eire (1984: pp.246 ss.), Tucídides se habría valido de dos subsistemas del ático: uno más conservador y en consonancia con la lengua de las inscripciones, y otro más culto e innovador, con rasgos procedentes del jónico y que será germen de la Koiné. De esta manera, en la lengua de nuestro autor conviven ciertos rasgos arcaizantes en fonética y sintaxis (grupos -ssy -rs- en lugar de los propiamente áticos -tt- y -rr-, respectivamente; formas preposicionales es y xyn; anástrofe con perí; omisión del artículo; construcción nominal) con otros claramente innovadores (perífrasis de sustantivo verbal más verbo 15 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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auxiliar; sustantivación de adjetivos y participios neutros; infinitivo sustantivado con valor consecutivo final; retroceso del superlativo en favor del comparativo; pérdida progresiva del optativo y del valor aspectual resultativo del perfecto; sobreabundancia de usos y valores de kaí; vacilación en el empleo de las voces activa y media; giros preposicionales en lugar de casos, etc.) (López Férez, 1986: pp.195-6, y 1988: p.550).

Los arcaísmos pueden explicarse por su larga ausencia (casi veinte años de destierro) de Atenas, que contribuyeron a que mantuviera giros arcaicos o que comenzaban a serlo cuando redactó definitivamente su obra, mientras que los rasgos jónicos responden más bien a la influencia que una prosa ya desarrollada ejercería sobre la naciente prosa ática. Para Rosenkranz, la mayor parte de los llamados "jonismos" tucidideos son en realidad rasgos compartidos con el ático arcaico, más tarde eliminados en el cialecto ático.

En efecto, si hasta entonces el jonio era la lengua de la historia, con Tucídides el ático se consagra como la lengua de este género literario. Para ello no contaba con ningún antecedente plenamente satisfactorio, por lo que tuvo que aglutinar elementos de muy diversa procedencia hasta constituir una lengua mixta de tipo erudito con elementos compartidos con Heródoto, el Corpus Hippocraticum, la tragedia, los escritos de los sofistas o la lengua que sería la base de la Koiné.

Precisamente a la influencia de los sofistas y, más concretamente, de Protágoras, Pródico y Critias, puede deberse el afán de distinción y precisión terminológica que se advierte en el léxico de Tucídides. A dicho afán responde, en parte, la presencia de hápax o palabras de nuevo cuño, por la necesidad de expresar nuevos conceptos. Son, en total, 1789 las palabras que se documentan por vez primera en Tucídides, de las cuales 92 no vuelven a documentarse posteriormente (Romero Cruz, 1985: p.127). Suelen ser términos técnicos relacionados con el mundo judicial, el ejército, la marinería y la medicina, especialmente con los primeros tratados hipocráticos. Muchos de ellos son verbos compuestos (llegando hasta los cuatro preverbios), que revelan la capacidad de análisis y matización de Tucídides; muchos son compuestos con el preverbio anti-, lo que para algunos críticos, como SchmidStahlin, ya refleja su tendencia a la expresión antitética, que, como veremos después, es un rasgo destacado de su estilo literario. Entre estos nuevos términos pueden encontrarse formaciones con el sufijo nominal -sis, indicio claro del nivel de abstracción de su lengua, ya que dicho sufijo forma substantivos abastractos de acción (Romero Cruz, 1985 : p.127, y 1988, pp. 33-4). 16 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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Este deseo de abstracción conceptual también se advierte en el empleo o creación de derivados con el sufijo nominal –ma (para indicar no la acción en sí, sino el resultado de la acción), que Tucídides, a diferencia de otros autores, distingue cuidadosamente de los derivados en -sis (Huart, 1968: pp.21-3); o en la sustantivación de infinitivos, adjetivos y participios neutros, a veces seguidos de un genitivo dependiente (Rusten 1989: p.23), tipo "tò aischrón toû lógou", y, en general, la preferencia por los giros nominales sobre los verbos correspondientes, esa onomatiké léxis (“dicción nominal”) de la que hablaba Dionisio de Halicarnaso (Carta a Ammeo 2.5.426). Si a todo ello añadimos su profundización en el ámbito psicológico, nos encontraremos con un vocabulario sumamente original, en estrecha unión con la originalidad también de su pensamiento (Huart, 1968: pp.30-2).

Y ello es así porque en Tucídides la forma, el estilo, es algo secundario respecto a sus ideas, al contenido. Hay una continua tensión entre las ideas y su expresión porque, al no contar todavía con una subordinación suficientemente desarrollada, aquéllas no suelen encajar dentro de la léxis eiroméne, del "estilo encadenado", paratáctico, disponible. Y aquí radica el principal problema del estilo tucidideo: su profundo esfuerzo de análisis de la realidad, traspuesto al campo de la lengua, suele traducirse en una sensación de rigor, entendido como seriedad, pero también como sequedad, austeridad, dureza. En términos generales puede decirse que el período tucidideo ocupa un lugar intermedio entre el de Heródoto, de cortas frases yuxtapuestas, y el de Isócrates o Demóstenes, más regular y armonioso.

También puede afirmarse que asistimos a dos niveles diferentes de dificultad, según se trate de los érga, la sucinta exposición de los hechos acecidos en la guerra, o de los lógoi, la interpretación que de esos hechos se ofrece, en especial a través de los discursos reproducidos más o menos fielmente (Romero Cruz, 1985: p.123). En este segundo nivel la dificultad a veces se hace máxima, llegando hasta la ininteligibilidad, de la que se queja Cicerón en Sobre el orador 9.30: ipsae illae contiones ita multas habent obscuras abditasque sententias vix ut intellegantur. Para otro crítico antiguo, Marcelino (Vida de Tucídides 35), biógrafo tardío de nuestro autor, esta oscuridad era conscientemente buscada por Tucídides para conseguir una selección de sus lectores, "para no ser accesible a todos (...) sino obtener la admiración sólo de los más sabios"; de esta idea también se hace eco el anónimo autor de un epigrama recogido en la Antología Palatina (IX, 583), en el cual se hace hablar a la obra de Tucídides: " ¡Oh, amigo! Si eres inteligente, cógeme en tus manos; 17 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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pero si completamente / eres ignorante de las Musas, deja lo que no entiendes, / pues no soy accesible a todos: pocos son los que aprecian / a Tucídides, hijo de Éloro, ateniense de linaje."

Siguiendo con las opiniones de los críticos antiguos, Quintiliano (10.1.73) definía el estilo de Tucídides como densus et brevis, esto es, conciso, una "concisión llena de oscuridad" para Dionisio de Halicarnaso (Sobre Tucídides 33), propia de quien quiere encerrar en pocas palabras multitud de hechos y una gran riqueza de pensamiento. En un pasaje anterior (24) el propio Dionisio enumera los cuatro "instrumentos" (órgana) del estilo de Tucídides: 1) tò poietikón tôn onomáton, "lo poético de las palabras"; 2) tò polyeidés tôn schemáton, "lo multiforme de las figuras"; 3) tò trachy tês harmonías, "la aspereza de la armonía", y 4) tò táchos tôn semasiôn, "la rapidez de las significaciones". Veamos, siquiera brevemente, cada uno de estos rasgos.

1) En primer lugar, parece innegable el color poético, a veces arcaico, que muchas veces tiene la lengua de Tucídides, con el empleo de términos raros o que habían caído en desuso, por ejemplo, akraiphnés, "puro, no contaminado", en lugar de akératos, o de anakoché, "tregua", en vez de spondaí.

Aunque la de Tucídides sea una obra en prosa (syngraphé, como afirma en su comienzo), algunos críticos han apreciado coincidencias estilísticas con la poesía. Así, puede considerarse un recurso típicamente poético, pindárico por más señas, la declaración inicial en la obra de la importancia de la materia que va a ser tratada (en nuestro caso, la guerra del Peloponeso) como medio indirecto para ensalzar la propia obra.

También

puede

subrayar

esa

impresión

poética

la

predilección

-ya

mencionada- de Tucídides por la expresión nominal en sus varias formas, acuñando abstractos libremente, como hacía Eurípides a finales del s. V, e incluso llegando a su personificación (de pólemos “la guerra”, en 1.122.1, o de elpís, “la esperanza” en 5.103.1).

Cabe considerar como otro rasgo que acerca la prosa a la poesía el intenso dramatismo de algunos pasajes tucidideos en los que el autor logra mantener al lector en tensión, como ocurre en el relato de la campaña en Sicilia. El procedimiento empleado -ya utilizado en la épica homérica- consiste en anticipar, primero, y retrasar, 18 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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después, el desenlace de un acontecimiento importante. Las referencias cruzadas entre partes alejadas de la obra son así indicio de una voluntad literaria unificadora de su autor y un criterio importante de discusión en la denominada "cuestión tucididea".

En relación con el recurso anterior está el empleo de la técnica de la "composición en anillo" o Ringkomposition, suerte de tríptico estructural mediante el que una idea inicial, tras su desarrollo, es recuperada como conclusión final, procedimiento que Tucídides utiliza en algunos excursus, pero, sobre todo, en la estructura del libroI.

Acabamos de referirnos a la tensión dramática de algunos pasajes de nuestro autor. En el caso de las afirmaciones vertidas a propósito de Nicias en 5.16 y 6.19 puede pensarse en la ironía trágica; en el "diálogo de los melios" Cantarella ha hablado de una "stichomithía trágica" en la que "argumentos y palabras rebotan de una a la otra parte", y este mismo crítico ha equiparado las consideraciones finales sobre la derrota en Sicilia (7.87) al éxodo de una auténtica tragedia (1967: pp.429-31) .

La contraposición no sólo está presente en el "diálogo de los melios". Es procedimiento grato a Tucídides, siempre preocupado por la objetividad y por ofrecer distintos planos de enfoque, especialmente los dos en liza en el caso de las antilogías. No obstante, la antítesis como recurso literario cae mejor bajo el segundo apartado.

2) La afirmación de Dionisio de Halicarnaso sobre la multiplicidad de figuras retóricas en Tucídides es más discutible. Su uso es relativamente escaso y subordinado a la marcha del pensamiento. La metabolé o variatio meramente formal no le interesa si no va acompañada de una matización conceptual. Según Ros (1938), se utiliza para evitar estructuras excesivamente simétricas y añadir riqueza a un estilo de otra manera demasiado austero y monótono.

No es Tucídides un autor que haga demasiadas concesiones al lector en este aspecto. Sólo en los discursos y diálogos encontramos huellas ciertas de las figuras retóricas llamadas "gorgianas", aunque este sofista no fuera su inventor sino, más bien, su sistematizador, porque en realidad eran ya empleadas antes de su llegada a Atenas (427 a.C.). Por ejemplo, ya en la Medea de Eurípides, representada en 431 a.C., hay elementos retóricos coincidentes con los empleados en los discursos de Tucídides.

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Entre todos ellos debemos destacar la antítesis. Como señala Rusten (1989: pp.23-5), a Tucídides no le bastaba la tradicional oposición de conceptos mediante las partículas mén / dé, por lo que utilizará también las contraposiciones te / kaí, te / te e incluso contraposiciones tripartitas del tipo oute / te / te (2.39.2), te / te / te (2.40.1) y oute / oute / te (2.47.4). Otro tipo de contraste es el llamado "esquema kat' ársin kaì thésin" o afirmación negativa-positiva (enfatizar una idea expresándola primero de forma negativa y luego de forma positiva), empleando los esquemas medén / allá, ou / dé, o la partícula comparativa mâllon: ou / allá mâllon ("no esto, sino más bien esto otro": 2.43.1) y ou...mâllon / allá ("no esto mejor, sino esto otro": 2.43.2). En estos casos de contraposiciones en forma comparativa no hay propiamente una comparación o preferencia, sino una aceptación enfática de uno de los términos y un completo rechazo del otro, por ejemplo: 2.40.1 (mâllon / é) y 2.41.2 (ou...mâllon / é).

La construcción antinómica encuentra su culminación artística en el libro segundo, en el Epitafio o discurso fúnebre en memoria de los caídos en combate, puesto en boca de Pericles; pero incluso en este caso lo realmente importante sigue siendo, no los recursos externos (lítotes, oxímoron, paralelismos de miembros, rima final, etc.), sino la oposición de conceptos que se expresa mediante los paralelismos formales: en Atenas se da una conjunción de contrarios, una coincidentia oppositorum en la que coexisten armónicamente cualidades que en otros lugares son contradictorias, antagónicas. Tucídides ve en su ciudad, cuando la gobernaba Pericles, una síntesis ideal, no sólo política, capaz de superar las antítesis o antinomias: una palíntonos harmonía, "armonía de contrarios".

3) También se ha dicho del estilo de Tucídides que su originalidad radica en la armonización de elementos contradictorios. Como afirma Dioniso de Halicarnaso, la de Tucídides es una armonía "áspera", una aspereza ya desde el nivel fono-estilístico, con predominio de las consonantes (frente al predominio de vocales en el estilo del orador Isócrates), y que continúa y se reafirma en el sintáctico, con cambios atrevidos de construcción e hiperbata violentos, con anacolutos frecuentes y un orden de palabras a menudo irregular y fuertemente enfático; un estilo, pues, fuertemente disimétrico (la famosa incocinnitas tucididea) que ha influido en el de otros autores y que, según Dionisio de Halicarnaso, sería el opuesto del estilo simple, pero desvaído, del orador Lisias (Sobre Demóstenes 13, 9-10).

Blass denomina "descendente" ("absteigende") este tipo de período tucidideo en el que una idea inicial es luego desarrollada por una serie de circunstancias: el 20 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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enunciado de la acción y el de la causa se realiza normalmente mediante participios o frases subordinadas de primer grado, que constituyen la estructura del período; los hechos concretos y particulares constituyen las subordinadas secundarias, y las frases de relativo y los paréntesis (unos trescientos en el conjunto de la obra, nada menos) expresan todo tipo de precisiones temporales, topográficas, etc. Todo ello implica un profundo esfuerzo de análisis lógico y psicológico, y luego de trasposición, no sin tensiones, al campo lingüístico, en que cualquier variación del esquema general suele tener un matiz significativo.

4) El cuarto rasgo al que se refiere Dionisio de Halicarnaso en su caracterización del estilo de Tucídides es la "rapidez de las significaciones". En efecto, el estilo de Tucídides suele ser muy braquilógico, de extrema concisión, siempre preocupado por decir mucho en pocas palabras, con frecuentes elipsis y "sentencias" o gnômai (más de un centenar), especialmente en los discursos, que lo acercan en ocasiones al estilo de la poesía. Un estilo que se acerca a lo que con cierto anacronismo llamaríamos un "ensayo político" y que, pese a la abundancia de paréntesis -que realizarían la función de las actuales notas-, por su densidad requiere continuamente del auxilio de los comentarios.

Y es, además, un estilo que, según Cantarella (1967: p.428) no ha sido inmutable, sino que parece haber evolucionado a lo largo de la obra: más amable y colorista al principio, en la denominada "Arqueología"; más nervioso y conciso, más tucidideo, en suma, a medida que se aproxima e introduce en la guerra, alcanzando la fría precisión de un diagnóstico clínico en la descripción de la "peste" y la corrupción moral que produjo. Cambiante también y multiforme en los discursos, quizá con propósitos de caracterización literaria de sus oradores, a la vista del estilo lento, reflexivo, algo ampuloso de Nicias en comparación con el más ágil y rápido de Alcibíades. Un estilo, en definitiva, que, aunque fue imitado por otros autores antiguos (Demóstenes,

Salustio,

Tito

Livio,

Tacito),

también

fue,

no

pocas

veces,

incomprendido: frente a las críticas -ya conocidas- de un Cicerón o un Dionisio de Halicarnaso, demasiado sumisos a los cánones retóricos de Isócrates, se alza el reconocimiento del sagaz e innominado autor de Sobre lo sublime.

6. PERVIVENCIA

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Tucídides se ha preocupado en su Historia de buscar pautas del comportamiento humano para, a partir de los hechos que narra, establecer leyes universales válidas para toda época y lugar; no es por ello de extrañar que nuestro historiador, en lo que respecta a algunos problemas capitales como el poder y sus efectos sobre los acontecimientos históricos, se halle, como afirma Woodhead, en el comienzo de un dilatado proceso histórico-filosófico, algunos de cuyos eslabones son Machiavelli, Hobbes o Nietzsche, en quienes se han apreciado indudables ecos tucidideos. Pese a ello, o quizá precisamente a causa del carácter excepcional de su personalidad y de su obra, ésta no tuvo realmente continuadores inmediatos en cuanto al espíritu que la anima, aunque sí los tuviera en lo que respecta a su argumento, que fue exactamente continuado, según se señaló anteriormente, por Jenofonte en sus Helénicas y también por otros historiadores como Cratipo o Teopompo, y cuando, ya en época helenística, Polibio intenta recuperar sus principios, el resultado es una obra completamente distinta.

Se ha destacado también como hecho ciertamente notable que en los grandes autores del siglo IV a.C. no se encuentren referencias directas a la obra de Tucídides, aunque sí contamos con tradiciones antiguas que nos indican que fue leído, aunque al parecer no muy apreciado, por Platón, o que Demóstenes copió ocho veces íntegra la Historia tucidídea con el fin de familiarizarse con ella, y a fe que lo consiguió hasta el punto de que, según se nos cuenta en la Vida de Demóstenes de Zósimo (pero tampoco hay que hacer mucho caso), el orador pudo recomponerla de memoria cuando se perdió el ejemplar del historiador en un incendio de la Biblioteca de Atenas. No obstante, como ha precisado Simon Hornblower, el hecho de que Tucídides no sea mencionado no significa que no fuera leído y, si bien indudablemente no conoció la popularidad de Heródoto o de Jenofonte, reflejos de su obra pueden hallarse tanto en los oradores (no solamente en Demóstenes, sino tambien en Isócrates y algunos oradores menores) como en los propios historiadores (además de los antes mencionados, también en Calístenes, Filisto de Siracusa, Éforo, los atidógrafos, Jerónimo de Cardia, el propio Aristóteles en sus obras de contenido histórico, etc.). Debe también tenerse en cuenta que incluso para los propios antiguos Tucídides no era un autor en absoluto fácil, y que su estilo, como señalamos anteriormente, fue valorado muy negativamente por uno de los críticos más influyentes de la Antigüedad, Dionisio de Halicarnaso, que llega incluso a poner en solfa, de manera absolutamente equivocada desde nuestro punto de vista, la propia elección del tema: "Heródoto tuvo más acierto que Tucídides, que escribió sobre una guerra que no fue ni gloriosa ni afortunada, la cual o, en el mejor de los casos, no debió haber tenido lugar, o, si tuvo 22 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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lugar, habría de ser ignorada por la posteridad y relegada al silencio y al olvido" (Carta a Pompeyo 3). Como compensación, la obra de Tucídides recibió los elogios de críticos no menos influyentes como Plutarco (Sobre la gloria de los atenienses 347a) y Pseudo-Longino (Sobre lo sublime 22.3), además naturalmente de los vertidos por su biógrafo Marcelino, y, en definitiva, en el único tratado sobre teoría historiográfica que de la Antigüedad ha sobrevivido, Cómo debe escribirse la historia de Luciano de Samosata, del s.II p.C., es Tucídides y no Heródoto quien aparece, en el cap.42, como "legislador" del género historiográfico.

También se ha apreciado la huella de Tucídides sobre la historiografía latina, en particular en la obra de Salustio, tanto en lo que se refiere al estilo como al método seguido en el acopio y exposición de los datos, e igualmente en la de Cornelio Nepote y, a través de ambos, en Tácito. En Lucrecio 6.1138-1283 numerosos pasajes son traducción directa de la descripcion que hace Tucídides en su libro segundo de la peste que asoló Atenas durante los primeros años de la guerra, y ecos evidentes de la misma descripción se hallan también en Virgilio, Geórgicas 3.478-566, y Ovidio, Metamorfosis 7.523 ss., probablemente pasados a través del tamiz de Lucrecio.

Este mismo pasaje tucidideo ha servido igualmente de modelo para la descripción de epidemias que encontramos en historiadores de la Antigüedad tardía y de época bizantina. Es el paradigma que sigue Procopio de Gaza cuando relata la plaga que diezmó Constantinopla durante el reinado de Justiniano en 542 p.C. (Guerra Pérsica 2.22-23), y lo propio cabe decir del emperador Juan Cantacuceno en su narración de la gran plaga de 1347 (4.8), aunque ambos historiadores se queden más bien en la superficie del relato tucidideo, en la descripción patética de la epidemia, sin profundizar en su impacto sobre el comportamiento social y moral de los hombres. Tucídides, sin duda, contaba entre los autores clásicos de primera fila para los eruditos bizantinos, y su influjo se puede rastrear entre los escritores más importantes (el caso del gran Miguel Pselo o el de la obra histórica de Ana Comnena, ambos del siglo XI, es claro) e incluso hasta el final del Imperio Bizantino, pues el historiador Critobulo compone su relato de la caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453 en un estilo que pretende imitar el de Tucídides, ¡diecinueve siglos después! (un caso de arcaísmo propio de la cultura bizantina que, se ha dicho, sólo encuentra paralelos en la cultura china).

En Occidente, el redescubrimiento de Tucídides a partir del siglo XIV significó el inicio de la alta estimación de su obra en las centurias sucesivas. Se ha sugerido 23 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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que ya Boccaccio, uno de los primeros hombres occidentales que pudo aprender griego, siquiera rudimentariamente, tuvo quizá in mente la descripción tucididea de la peste cuando se refiere, al comienzo del Decamerón, a la epidemia que arrasó Europa mediado el siglo XIV. Pero la primera versión de Tucídides en Occidente tras los siglos oscuros fue la traducción al aragonés realizada hacia 1385 bajo el mecenazgo de Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén y destacado personaje del ambiente cultural de la corte papal de Aviñón, y conservada en el manuscrito 10801 de la Biblioteca Nacional de Madrid, procedente de la biblioteca del Marqués de Santillana. Para la traducción, que contiene únicamente los discursos acompañados por una breve introducción, se siguió un complejo proceso, explicable por el hecho de que el griego clásico era apenas conocido en Occidente: el texto original fue vertido por el erudito bizantino Demetrio Calodiqui al griego de la época, de donde a su vez fue traducido al aragonés probablemente por el dominico Nicolás, obispo de la ciudad etolia de Drenípolis.

Lamentablemente, tan buen inicio no tuvo una continuación igualmente afortunada y la obra capital de Tucídides no conoció en nuestro país en los siglos posteriores la difusión que merecía. La primera traducción completa al castellano fue publicada en la imprenta salmantina de Juan de Cánova en 1564, pero su autor, el secretario real Diego Gracián, no partió del original griego, sino que se basó en la traducción francesa de Claude de Seyssel (París 1527), a su vez basada en la traducción latina de Lorenzo Valla, a la que luego nos referiremos, de modo que no es difícil deducir los muchos defectos que puede tener una traducción resultado de tan gran número de trasvases. Pese a que se conocen algunas noticias que nos hablan de proyectos de traducir a nuestro autor al castellano en las centurias sucesivas, habría que esperar nada menos que hasta 1952-55 para que viera la luz la primera versión completa y directa del original griego de la obra de Tucídides a nuestra lengua, realizada por F. Rodríguez Adrados para la editorial Hernando, si bien es verdad que, por la ley compensatoria del péndulo, treinta años después habían aparecido casi sumultáneamente (y si fuéramos optimistas veríamos en ello una prueba de la actualidad del pensamiento de nuestro historiador) cinco traducciones más de la Historia de la Guerra del Peloponeso. Así pues, si juzgamos por la cantidad de traducciones y estudios monográficos consagrados a nuestro autor, hemos de deducir necesariamente que su influencia en la historiografía y en la erudición española en general ha sido muy reducida. No obstante, Tucídides, ya fuera en el original griego ya en sus traducciones, se encontraba frecuentemente incluído entre los autores difíciles en los planes de estudios de colegios y universidades españolas que comprendían el 24 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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estudio de los clásicos griegos, y llegó a ser obra introducida por la "peligrosidad" de sus ideas en el Indice de libros prohibidos que en 1583 realizó el inquisidor Cardenal Quiroga.

Del emperador Carlos V se decía, sin embargo, que no abandonaba su ejemplar de Tucídides cuando partía hacia sus campañas bélicas, y ecos de la concepción histórica de nuestro autor se han querido apreciar de manera esporádica en algún historiador como el cronista de Enrique IV Diego Enríquez del Castillo (14431503) o en los Discursos políticos, morales e históricos (Madrid 1804) de Antonio de Herrera.

Fuera de nuestras fronteras, en cambio, la fama de Tucídides entre los teóricos de la ciencia política e historiográfica ha sido notable y constante, una fama que parte indudablemente de la traducción latina que entre 1448 y 1452 llevó a cabo, por encargo del Papa Nicolás V, muy aficionado a los historiadores griegos, el gran humanista Lorenzo Valla, la cual permitió la difusión de la obra del historiador en los círculos intelectuales europeos y precedió en cincuenta años a la editio princeps de nuestro autor, que debemos, cómo no, a las prensas venecianas de Aldo Manuzio. Como se ha encargado de asentar de manera definitiva Karl Reinhardt, la huella de Tucídides es evidente en los escritos de Machiavelli, especialmente cuando expone sus teorías sobre el poder, que parten, como en el caso de Tucídides, de la aceptación de la unidad psicológica de la naturaleza humana; afirmaciones como "los hombres esencialmente son siempre los mismos y tienen las mismas pasiones; así cuando las circunstancias son idénticas, las mismas causas traen consigo los mismos efectos, y por consiguiente los mismos hechos sugieren las mismas reglas de conducta", o "si consideramos los hechos actuales y los pasados, se reconoce sin dificultad que en todos los estados y en todos los pueblos encontramos siempre los mismos deseos y la misma configuración, de manera que a quien analiza los sucesos pasados le resulta fácil prever lo que sucederá..." (Discursos 3.43), nos traen a la memoria algunos de los principios en los que se basa la concepción histórica de Tucídides, quien nos dice que "se abatieron sobre las ciudades muchas calamidades por las disputas civiles, que suceden y siempre sucederán mientras la naturaleza humana siga siendo la misma" (3.82.2) o "cuantos vayan a querer conocer la verdad de lo sucedido y de lo que en el futuro de nuevo va a suceder de manera igual o semejante de acuerdo con la naturaleza humana..." (1.22.4). La huella de Tucídides se deja sentir igualmente en teóricos de la política de los siglos posteriores: en Michel de l'Hôpital en el XVI; muy particularmente en Hobbes, cuya traducción de nuestro autor apareció en 1629 y de 25 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM

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quien se repite a menudo que es quizá en muchos aspectos su más fiel discípulo; también seguramente en Nietzsche y su teoría del Wille zur Macht; e incluso se ha sugerido que la descripción del desarrollo político y económico del mundo griego que Tucídides realiza al comienzo de su Historia presenta perspectivas que lo relacionan con los postulados marxistas.

Por lo que a nuestro siglo respecta, han sido muchos los autores que, tratando de demostrar lo que Woodhead ha llamado "la perpetua contemporaneidad de los estudios tucidideos", se han preocupado por señalar paralelismos entre los hechos historiados por Tucídides y los acontecimientos que nuestro siglo ha vivido (cf. Alsina, 1975), llegando incluso a extremos quizá exagerados quienes como Lord, en un libro en el que se establecen similitudes entre la Guerra del Peloponeso y la Segunda Guerra Mundial, llegan a afirmar que Tucídides está más cerca del siglo XX que del siglo V a.C. En todo caso, no por utópica es en absoluto descabellada la recordada frase de uno de los más destacados estudiosos de la obra de Tucídides en nuestro siglo, el profesor Gomme: "a veces pienso que nadie debería ocuparse de política internacional sin haber leído antes a Tucídides". Eso es lo que hace al menos el viejo político de la novela de Isabel Colegate Estatuas en un jardín, ambientada en la Inglaterra de 1914: "Después de todo, no me siento sentimental esta noche, como creí por un momento. No. Contento simplemente. Alegaré que tengo que trabajar, escaparé pronto, me acostaré y leeré a Tucídides".

7. TRANSMISION DEL TEXTO

La obra de Tucídides se nos ha conservado en aproximadamente 80 manuscritos, de los cuales únicamente seis son antiguos y el resto recentiores. Al testimonio que estos numerosos códices nos ofrecen, se añaden los pasajes de la Historia citados por autores posteriores, a partir de época imperial especialmente, y los textos transmitidos por una treintena de fragmentos papiráceos, uno de los cuales, del siglo III a.C., es probablemente anterior a la fijación del texto por parte de los filólogos alejandrinos, puesto que la primera edición, comentada, de Tucídides se atribuye a Aristarco de Samotracia en la primera mitad del siglo II a.C.. Los comentarios de Aristarco fueron el punto de partida para los que, siglo y medio después, compuso Dídimo, de los cuales derivan los escolios conservados en nuestros manuscritos .

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I. Bekker fue el primer editor de Tucídides que de una manera sistemática se sirvió de la comparación entre diversos manuscritos para establecer el texto de su edición, aparecida en 1832. Las investigaciones posteriores que han tratado de desenredar los entresijos de la historia del texto de nuestro autor han ido aclarando muchos aspectos de un proceso que se ha ido revelando cada vez más complejo y que ha culminado en los estudios de Bartoletti, Hemmerdinger y, especialmente, Kleinlogel. A partir de un arquetipo perdido, copiado de un códice transliterado en el siglo IX, se distinguen dos familias. La primera se encuentra representada especialmente por los códices C (Laurentianus 69,2 de comienzos del siglo X y considerado tradicionalmente el manuscrito más fiable) y G (Monacensis 228, del siglo XIII), éste último conservado en mal estado, aunque las lecciones perdidas pueden a menudo reconstruirse con ayuda del testimonio de otros manuscritos recentiores de la misma familia. Representan a la segunda familia un códice de los siglos XI-XII, A (Parisinus supp. Graecus 255), y cuatro del siglo XI, B (Vaticanus 126), E (Palatinus Heidelbergensis 252), F (Monacensis 430) y M (Britannicus 11,727), a los que se suma el recentior H (Parisinus Graecus 1734, del siglo XIV), cuya posición en el stemma ha sido muy discutida, puesto que habitualmente se le ha considerado "hermano" de B, en tanto que Kleinlogel sostiene, creemos que con argumentos convincentes, que es copia directa de B.

Pero la historia del texto de Tucídides se complica por el hecho de que no se trata de una tradición cerrada, sino abierta, como ya precisara claramente Bartoletti. En nuestros manuscritos, en efecto, pueden rastrearse lecciones que no proceden del arquetipo, lo que significa que en el proceso de copia se han utilizado otras fuentes distintas, cuatro de las cuales ha pretendido identificar con seguridad Kleinlogel: una primera, que ha dejado huellas en el manuscrito B (y en consecuencia también en H), a partir de 6.92; una segunda y una tercera, cuya influencia se aprecia en ambas familias de manuscritos; y una cuarta, que ha dejado lecciones en manuscritos de la segunda familia.

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