27-Heródoto

January 11, 2018 | Author: Franagraz | Category: Herodotus, Achaemenid Empire, Darius I, Homer, Greco Persian Wars
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HERÓDOTO ISBN: 84-96359-23-9 J.M. Floristán Imizcoz (Departamento de Filología Griega, Universidad Complutense)

I Vida 1. Heródoto nació en Halicarnaso, ciudad de la Dóride (costa meridional de Asia Menor). La región había sido colonizada por población griega de estirpe y dialecto dórico, pero la influencia cultural y literaria de la vecina Jonia y del hinterland cario la convirtió en un cruce de caminos con abundante mezcla de población, lenguas y dialectos. De hecho, los nombres del padre de Heródoto –Lixes-, del tirano de Halicarnaso contra el que combatió – Lígdamis- y del poeta épico Paniasis, al que le unió una relación familiar no aclarada (probablemente era su tío) son todos de origen no griego, quizás cario. Como otros escritores griegos arcaicos –Safo, Alceo, Hiponacte, Mimnermo-, Heródoto creció en un ambiente griego con profundas influencias orientales, en este caso carias. De su participación en la colonización de Turios (cf. infra) deriva la variante “turia” de su origen, que aparece en la frase introductoria de su obra ya desde antiguo, probablemente incluso antes de época helenística. Aristóteles la cita precisamente bajo esa forma de “Heródoto turio”, aunque parece que se trata de una interpolación posterior. La mayoría de las fuentes, sin embargo, coincidemn en señalar a Halicarnaso como su patria, bien en exclusiva, bien mencionando también la variante turia. Algunos han llegado a pensar que quizás en una primera redacción Heródoto se presentó como halicarnaseo, mientras que en la definitiva prefirió hacerlo como turio. En cualquier caso, la existencia de la variante ya desde antiguo garantiza su participación en la fundación de la colonia. Sobre la fecha de su nacimiento tan sólo tenemos indicios indirectos, de dudosa fiabilidad. Aulo Gelio afirma que tenía 53 años al comenzar la guerra del Peloponeso (431), por lo que su nacimiento se remontaría al año 484. La afirmación de Gelio se basa en cálculos de cronógrafos anteriores, que gustaban de hacer coincidir el hito fundamental de una biografía con la akmé o madurez, que los griegos situaban en torno a los 40 años. En el caso de Heródoto se hacía coincidir este momento con la participación en la colonización de Turios (444/3), de donde se derivaría la mencionada fecha para su nacimiento. De su obra apenas podemos sacar datos concluyentes. La ausencia de recuerdos personales de la expedición de Jerjes contra Grecia (480-479) es indicio de que todavía no estaba en edad

militar, por lo que sería arriesgado adelantar su nacimiento más allá del 490. Si además aceptamos la hipoótesis de un primer viaje de Heródoto a Egipto antes del 461 (fecha del comienzo de la rebelión del país contra el dominio persa), su nacimiento no debió de ser posterior al 485/484, para que así tuviera al menos 25 años cuando lo emprendió. En conclusión, podemos fijarlo entre los años 490-484, sin que nos sea posible precisar más. 2. A pesar de que la personalidad de Heródoto se refleja constantemente en su obra en forma de opiniones, dudas, valoraciones, etc., las informaciones sobre su persona son escasas, excepto las que atañen a sus viajes, de los que menciona algunos. Esto nos obliga a utilizar fundamentalmente fuentes posteriores a la hora de reconstruir su vida. La primera etapa de la misma transcurrió en Asia Menor. Después de la derrota persa en las Guerras Médicas algunas ciudades minorasiáticas (entre ellas Halicarnaso) continuaron en la órbita del poderío persa a través de tiranos locales interpuestos. En esta situación debió de transcurrir la juventud de Heródoto. Pronto el contraataque de Atenas al frente de la Liga ático-délica despertó las ansias de libertad de estas ciudades. Heródoto participó en una conjura frustrada contra Lígdamis de Halicarnaso, que le valió el destierro en la cercana isla de Samos. De este modo inauguraba la lista de historiadores griegos –tras él, Tucídides y Polibio- que sufrieron exilio. No sabemos cuándo se produjo ni cuánto duró. La Suda afirma que regresó a Halicarnaso y participó en la expulsión de Lígdamis, para volver a abandonarla de nuevo un tiempo después por enemistad de sus conciudadanos y participar en la colonización de Turios, en la Magna Grecia. No es probable que Heródoto, que no era un hombre de acción, tomara parte activa en todos estos acontecimientos políticos, pero sí es seguro que se encontraba inequívocamente en el bando de los enemigos de las tiranías. Halicarnaso figura ya en el 454 entre los miembros de la Liga ático-délica, por lo que la expulsión de Lígdamis debe de ser anterior. 3. La segunda fase de su vida es la de su estancia en Atenas. Se ha pensado que las discrepancias con sus compatriotas mencionadas por la Suda quizás estuvieran relacionadas con una toma de postura clara en favor del papel hegemónico de Atenas dentro de la Liga, frente a los partidarios de una libertad y autonomía mayores de los estados o ciudades miembro. Eusebio de Cesarea en sus Cánones cronográficos y su traductor latino S. Jerónimo afirman que fue honrado por los atenienses, tras la lectura pública de su obra, en la 83ª Olimpiada (484-444). Plutarco afirma que los atenienses le concedieron por ello diez talentos, cantidad desorbitada para la época_. La tradición de la lectura pública de fragmentos de su obra, a la manera de los antiguos aedos y rapsodos de la poesía épica, es antigua y se encuentra en fuentes diversas. Es famosa la anécdota

recogida, entre otros, por el biógrafo de Tucídides Marcelino, la Suda y Focio, que cuentan cómo Tucídides se halló presente con su padre en una de estas lecturas públicas y, emocionado por lo que oía, rompió a llorar, ante lo que Heródoto habría alabado su buena disposición para el aprendizaje. Luciano añade que el hechizo ejercido sobre el auditorio fue tal, que dieron a sus libros los nombres de las nueve musas, conservados en la actualidad. Todas estas noticias no son más que meras anécdotas que buscan poner en relación las biografías de cultivadores de un mismo género o justificar la división de la obra, que sabemos que es posterior a su muerte. En cualquier caso, suele aceptarse que los vv. 904920 de la Antígona sofoclea, representada el año 442/1, son un eco de III, 119, por lo que al menos una parte de la obra debía de estar redactada para esta fecha. En resumen, puede afirmarse que en torno al 447 Heródoto se habría trasladado a Atenas, en la que habría permanecido hasta su marcha a Turios el 444/3. Durante su estancia en la ciudad se supone que estuvo en contacto con los círculos literarios y culturales más selectos, agrupados en torno a Pericles. Dentro de éstos destaca su relación con Sófocles. Se han querido ver ecos mutuos en la obra de ambos, además del mencionado, pero ante todo coinciden en su visión del hombre, la sociedad, la vida, la relación con la divinidad y el sentido de la culpa y la expiación. De su estancia en Atenas y contacto con Pericles habría nacido, según algunos estudiosos, su simpatía por la ciudad y el estadista. Algunos incluso le acusan de parcialidad filoateniense, cuestión que abordaré más adelante. 4. La tercera fase de su vida comienza con la fundación de Turios, junto a las ruinas de la antigua Síbaris. La colonia fue proyectada como un asentamiento panhelánico bajo supervisión ateniense, en el marco de los intereses propagandísticos de la política exterior de Pericles. Su participación en la empresa la recogen diversas fuentes antiguas y medievales. Pero pronto la colonia empezó a desligarse de su metrópolis y, en los primeros años de la Guerra del Peloponeso, ni siquiera aparece ya entre las ciudades aliadas de Atenas. Se ha supuesto que por este motivo Heródoto, ferviente partidario de la política ateniense, se habría sentido incómodo y que, al estallar la guerra, habría abandonado definitivamente Turios para establecerse en Atenas. Fue entonces cuando remodeló lo que ya tenía escrito de su obra y la amplió hasta darle la forma definitiva (cf. infra). No sabemos cuánto tiempo vivió todavía. Los últimos hechos históricos a los que alude son del verano del 430, terminus post quem para su muerte. La Suda afirma que murió en Turios y que fue enterrado en el ágora, aunque también menciona la versión que sitúa su muerte en Pela, capital de Macedonia. Ni la una ni la otra merecen excesivo crédito, la primera porque coincide con el lugar que contribuyó a colonizar, la segunda por ser la corte a la que

acudieron diversos literatos e intelectuales de dinales del s. V, entre los que destacó Eurípides. Algunos estudiosos piensan que pudo morir en Atenas, quizás víctima de la misma peste de los primeros años de la Guerra del Peloponeso que se llevó a la tumba a Pericles. 5. Cuestión polémica, que afecta tanto a la biografía como a las fuentes de su obra, es la de sus viejes por el extranjero. Es seguro, por afirmaciones del propio Heródoto, que estuvo en Egipto (II, 3; 29; 143; III, 12) y Fenicia (Tiro: II, 44). Son probables también estancias en Mesopotamia y Escitia, mientras que otros viajes suscitan ya mayor controversia. La cronología y duración de los mismos nos es totalmente desconocida y los intentos por reconstruir una secuencia no han pasado del terreno de la hipótesis. Heródoto no pretendió escribir un diario de viajes, por lo que las comparaciones de unos sitios con otros que encontramos en diversas partes de su obra no implican necesariamente anterioridad cronológica. El único dato casi seguro es que los viajes habrían sido anteriores a su estancia en Atenas. Por medio de un sistema de referencias cruzadas entre las menciones de cada sitio, Powell llega a la conclusión de que hubo dos estancias en Egipto, una anterior al 461 –fecha del comienzo de la revuelta egipcia- y otra posterior al 455 – fecha de su conclusión- o, aún mejor, posterior al 499, año de la firma de la paz de Calias entre Atenas y Persia. Inmediatamente después de la primera habría estado en Fenicia, Asiria y Babilonia, años después habría visitado Escitia y, finalmente, habría viajado a Egipto por segunda vez. Otros, por el contrario, no ven obstáculo alguno en la revuelta egipcia para que pudiera visitar el país. Finalmente, muchos creen que la disposición de los materiales no refleja necesariamente la sucesión cronológica de los viajes, ya que sería producto de una reelaboración posterior.

II Contenido y estructura de la historia.

6. Dionisio de Halicarnaso en su opúsculo retórico Tucídides afirma que «Heródoto llevó la elección de su tema a mayor extensión y brillo y prefirió, no narrar la histooria de una ciudad o pueblo, sino reunir numerosas y variadas acciones de Europa y Asia en el marco de una sola obra... compilando en un tratado todos los hechos notables de griegos y bárbaros ocurridos en 240 años»_. Cicerón lo llama “padre de la historia”, pero no se olvida de señalar que, pese a ello, en su obra hay «innumerables fábulas». Finalmente Focio afirma que incluye en la narración muchos relatos míticos y digresiones por los que fluye la dulzura de su pensamiento, pero que oscurecen la composición de la historia y no

corresponden al tipo canónico del género. Todos estos testimonios ponen de manifiesto que ya los antiguos fueron conscientes de la complejidad argumental de su obra. La explicación de este hecho es más clara en la actualidad. Heródoto, que dio los primeros pasos para convertir en esbozo de historiografía científica lo que existía antes de él, habría empezado como narrador en el sentido amplio del término, es decir, como compositor de relatos más o menos extensos que habría incorporado con posterioridad a su Historia. Estos relatos comprenden elementos variados, que se pueden clasificar en tres grandes apartados, geografía, etnografía e historia política. Las narraciones incorporadas al relato definitivo constituyen dentro del mismo verdaderas digresiones o excursus, algunos de los cuales son tan extensos que el lector llega a perder el hilo conductor del conjunto. De ahí que en seguida se planteara la cuestión de la unidad de la obra. En 1913, en un trabajo que marcó época en la investigación herodotea, F. Jacoby lanzó la hipótesis de un Heródoto geoetnógrafo en sus comienzos, que reunía todos los materiales que consideraba interesantes desde una óptica griega, mientras que la idea de integrarlos en una obra unitaria sería de época posterior. La diversidad de estos materiales y la inexistencia de un hilo conductor –ni siquiera la idea genérica del enfrentamiento Oriente/Occidente le parecía suficiente a Jacoby- le habrían obligado a recurrir a la técnica de las digresiones, por la que introducía el material en el lugar que le parecía más adecuado de la narración general. La tesis de Jacoby tuvo una amplia acogida en los años posteriores. 7. A la postura analítica le siguió la reacción unitarista, de modo similar a lo que ocurrió en la investigación homérica en el periodos de entreguerras. Uno de sus más destacados representantes fue M. Pohlenz. A diferencia de los analíticos, que interpretaban el todo por sus partes, los unitaristas no ven la obra de Heródoto como un conjunto de disiecta membra sin articulación, sino que tendría sus estructura y disposición en función de un todo. Los unitaristas también cayeron en algunos excesos, en especial por lo que respecta a la génesis de la obra: por ejemplo, Bornitz ha defendido una concepción inicial unitaria para toda ella, según la cual Heródoto no sería un narrador ingenuo que fue acumulando materiales sin tener conciencia clara de su finalidad, sino que habría elaborado su Historia al final de su vida conforme a una idea concebida mucho tiempo antes. Los problemas planteados por los analíticos nacerían más de nuestro concepto restringido de la labor historiográfica que de la obra en sí: de cada episodio Heródoto habría contado lo que sabía en toda su complejidad, lo que habría oscurecido la línea argumental básica, pero en modo alguno la habría eliminado.

Actualmente se prefiere una postura intermedia. No parece necesario que la obra de Heródoto naciera de un plan preconcebido, definitivo y cerrado, pero tampoco se acepta que sea una mera acumulación de materiales sin conformar. Como las de otros autores gregos antiguos (Homero, Hesíodo, Solón, Teognis), no se corresponde con los modernos criterios poéticos de la obra unitaria por concepción y disposición, sino que está escrita según la técnica arcaica de la composición abierta, en la que se acumulan materiales diversos con una nexo de unión muy relajado, a veces casi imperceptible. El propio término ‘historia’ (historíe) no tiene el sentido técnico posterior de “indagación del pasado humano” (desde el s. IV), sino que equivale a ‘investigación’ en sentido amplio. Así se entiende que la obra de Heródoto, presentada en el proemio como “exposición de su investigación” (historíes apódexis), comprenda, junto a los propiamente históricos, otros materiales que posteriormente fueron clasificados como geográficos y etnográficos. 8. Así, pues, Heródoto habría comenzado su actividad como “contador de relatos” (lógoi) a la manera de los aedos y rapsodos que cantaban y recitaban la poesía épica. El sistema de trabajo sería, aproximadamente, el de los antiguos aedos: escuchaban versiones diversas de la historia, costumbres o geografía de una región y conformaban con ellas la suya propia, no siempre la misma en cada recitado (entendiendo que su labor era originariamente oral), sino que podían destacar un aspecto u otro según el auditorio. Estos memorizadores de prosa, que retenían los datos históricos del pasado y los transmitían a sus sucesores, probablemente actuaron en un principio en el ámbito de los linajes, fratrías o tribus, para ir adaptándose posteriormente a formas de organización social y política más complejas. Los relatos constituirían algo así como una versión local, común, de los hechos del pasado. Para referirse a esta actividad Heródoto emplea los términos logopoiós (que aplica a Hecateo) y lógioi, quizás para distinguir entre creadores y simples recitadores, respectivamente, de estos relatos locales. El término ‘logógrafo’, empleado en época posterior con carácter general para designar a los primeros historiadores, no aparece aún en su obra, pero sí pocos años después en la de Tucídides, que lo aplica un tanto despectivamente a aquellos que componían su relato más para seducir al auditorio que para transmitir la verdad a la posteridad, entre los que, sin citarlo, incluye a Heródoto. 9. La finalidad de estos relatos en prosa era, en principio, la misma que la de la poesía épica: rescatar los hechos gloriosos del olvido y darles fama inmortal. Así de claro lo afirma Heródoto en el proemio: «Ésta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso, para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos

y bárbaros –y, en especial, el motivo de su enfrentamiento- queden sin realce». Esta finalidad y la estructura compositiva abierta, con innumerables digresiones, hacen que la Historia se asemeje a los poemas homéricos, en especial a la Ilíada. También la acerca a la epopeya la alternancia narración/discursos y los catálogos (por ejemplo, el de las fuerzas integrantes del ejército de Jerjes en VII, 61-99). De ahí que Dionisio de Halicarnaso lo llame «émulo de Homero», Elio Aristides lo sitúe a caballo entre poetas y rétores y el Ps. Longino, al desarrollar la teoría de la inspiración literaria por imitación, lo califique de «el más homerizante». Pese a estas semejanzas la distancia entre Homero y Heródoto, como ya señaló Aristóteles, es la que media entre la poesía y la prosa, es decir, entre el relato de lo que podría ocurrir y de lo que realmente ocurrió. 10. Pasemos ahora al análisis detallado de la estructura de la obra. Ya he dicho que Heródoto recoge, además de las noticias puramente históricas, otros materiales que hoy consideramos geográficos, etnográficos o antropológicos. En el citado proemio ha querido verse una distinción consciente entre “hechos humanos” (tà genómena ex anthrópon) y “empresas

realizadas”

(érga),

que

equivaldría

a

la

historia

política

y

cultural

respectivamente, pero el análisis lingüístico de este último término ha puesto de manifiesto la amplitud de su significado, que no se reduce tan sólo a “monumentos y obras permanentes”. Algunos estudiosos han negado a Heródoto la condición de historiador, entre otros motivos precisamente por esa mezcla de elementos heterogéneos, en apariencia sin que exista un plan central. La mayoría, sin embargo, admite la existencia de una estructura general en la obra, con dos partes claramente diferenciadas: En la primera, habitualmente conocida como Historia de Persia (Persiká), se narra el crecimiento del Imperio Persa, heredero de los anteriores medo, lidio y asirio. Conforme va extendiéndose su poder, Heródoto va incluyendo los logoi de los diversos pueblos conquistados, que en principio habrían sido independientes: en el primer libro los logoi lidio, persa, babilonio y maságeta; el segundo está consagrado íntegramente al de Egipto, con sus tres secciones características: geografía (2-34), etnografía (35-98) e historia (99-182); tras un libro tercero más variado por su contenido, en el cuarto encontramos otros logos extenso, el de Escitia, nuevamente con la estructura tripartita mencionada (16-58; 59-82; 83-144), acompañado de otro más breve sobre la Cirenaica o Libia (168-199). La segunda parte es la narración del enfrentamiento propiamente dicho entre Grecia y Persia. Algunos lo limitan a los tres últimos libros, dedicados a la expedición de Jerjes, mientras que los intermedios (V-VI) narrarían la entrada de Grecia en la historia persa a través de la revuelta de Jonia. Otros, por el contrario, prefieren situar el punto de transición

en el libro V, cuando comienzan las que conocemos como Guerras Médicas, que siguen un orden cronológico: revuelta de Jonia (V, 28-VI, 41), primera expedición persa bajo el mando de Darío y derrota en Maratón (VI, 94-140) y expedición final de Jerjes (libros VII-IX). Esta división no es la única posible, si bien es la más difundida. Otros han preferido una tripartita: los tres primeros libros narran los sucesos de Asia y Egipto durante los reinados de Ciro, Cambises y acceso al trono de Darío; los tres siguientes se ocupan de Europa durante Darío y los tres últimos, de Grecia y su enfrentamiento con Jerjes. Otros parten de la división bipartita anterior y le añaden una tercera parte, la Historia de Lidia (I, 694), que no entraría dentro de la de Persia, sino que serviría de enlace entre ésta y la parte final dedicada a las Guerras Médicas. En cualquier caso, aunque los materiales reunidos en la Historia sean tan heterogéneos, un simple vistazo a su presentación pone de manifiesto que Heródoto sí les quiso dar uan estructura, aunque sea con criterios que hoy nos pueden parecer muy laxos desde la perspectiva moderna de lo que es una obra literaria. 11. Mucho se ha discutido sobre la idea o ideas centrales que dan unidad al conjunto. Para unos es la sucesión de los imperios, su ascenso y caída: los persas heredan el imperio de los medos –que a su vez lo habían recibido de los asirios- y lo extienden a costa de los lidios. Otros ponen el eje central en el enfrentamiento entre Persia y Grecia o, con carácter más general, entre Oriente y Occidente, con sus diferentes concepciones del hombre y la organización social y política: sería el enfrentamiento entre despotismo y libertad_. Alrededor de éste, Heródoto nos presentaría un cuadro completo de la sociedad de finales del s. VI-comienzos del s.V, con sus creencias, costumbres, política y sociedad, al igual que la obra de Homero trasciende el estrecho margen de la guerra de Troya y del regreso de Ulises para presentar una rica imagen de la sociedad aristocrática arcaica_. Para Jacoby, defensor de la postura analítica, los diversos logoi nada tienen que ver con el núcleo central de la obra –que sería la narración de las Guerras Médicas-, ni siquiera entendidos como ejemplos

sucesivos

del

enfrentamiento

global

Oriente/Occidente.

Finalmente,

O.

Regenbogen ve en la obra tres elementos que le confieren unidad: la lucha entre Oriente y Occidente, la idea del crecimiento del Imperio Persa y los principios religiosos que alientan la explicación histórica de Heródoto. Sea cual fuere el argumento central de la obra –si lo tiene-, para dar unidad al conjunto Heródoto tuvo que introducir en la primera parte referencias a personajes y sucesos de la segunda, y viceversa. En algunos pasajes afirma silenciar algunos hechos por necesidad de sus logoi, lo que indica la existencia de una estructura, si no en su concepción, sí al menos en su redacción final. A pesar de todo, por mucho que trabajara el material para

darle unidad y equilibrio, es evidente que la forma definitiva habría sido muy diferente si se hubiese propuesto narrar, desde el comienzo, tan sólo las Guerras Médicas. La frase introductoria, sin duda añadida a posteriori, es lo suficientemente amplia como para incluir tanto la Historia de Persia («los hechos humanos... y las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros») como las Guerras Médicas («y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento»). 12. Aun aceptando que Heródoto comenzara como geo-etnógrafo, como defendió Jacoby, la primera parte de Historia supone ya una innovación sobre los logógrafos anteriores, porque combina los géneros historiográficos del periplo (descripción de la geografía y etnografía de pueblos diversos a lo largo de un viaje) y la horografía (término griego equivalente a la analística latina, subgénero historiográfico que narraba los hechos locales por años), en una especie de historia universal, la Historia de Persia. La segunda parte, a su vez, constituye un nuevo avance sobre la primera, porque se eliminan los elementos geo-etnográficos y se concentra la atención en la historia del pasado. Hay que contar, pues, con una evolución psicológica en la obra de Heródoto. Ni la postura cerradamente unitarista, que defiende la existencia de un plan inicial anterior incluso a los viajes y hace de Heródoto un verdadero historiador_, ni la analítica radical, que exagera la dependencia de la logografía anterior y niega o reduce al mínimo la existencia de una idea rectora, son plenamente satisfactorias. La obra debe ser interpretada por el ambiente cultural y literario en el que nació. La división posterior entre geografía, etnografía e historia (por no mencionar otras ramas más específicas) aún no existía y en el ámbito de una literatura en buena medida oral el auditorio probablemente esperaba recibir todo tipo de noticias en un logos. Pero Heródoto supera esa fase inicial de geo-etnógrafo y crea en la primera parte de su obra algo original, una Historia de Persia que le sirve como marco general en el que se insertan los diversos relatos particulares, enlazando así éstos con las Guerras Médicas. La ordenación de estos materiales también es novedosa, ya que no se atiene a un criterio geográfico, como hacían los periplos, sino cronológico, conforme iban entrando en contacto con el Imperio Persa los diversos pueblos conquistados. Poco a poco esta concepción nueva fue evolucionando y, a partir del libro V, la Historia de Persia pasó de marco genérico para la inserción de relatos particulares a ser el contenido específico de la narración: la revuelta de Jonia y las expediciones de Darío y Jerjes. El cambio no afectó sólo al contenido, sino también a la metodología: Heródoto abandona el estilo periodístico (relata refero) y tiene que “inventar” su contenido y darle una disposición propia, para lo que recurre a las técnicas de la poesía, en especial de la épica, pero también del drama. Ya he

mencionado algunos rasgos de la primera. Los de la segunda los analizaremos más adelante. Esta presentación artística de los materiales y la circunstancialidad de la obra (concebida para su lectura pública, según las fuentes antiguas) son dos rasgos básicos que alejan a Heródoto de Tucídides, que busca una presentación científica y con deseo de permanencia (ktêma eis aeí, I, 22, 4)_. No debemos, en definitiva, juzgar la obra de Heródoto con los criterios de la moderna historiografía, sino a partir de los precedentes, las innovaciones que introdujo en la selección y disposición de los materiales y del medio en el que elaboró su obra y la finalidad perseguida.

III Fecha de composición. Finalidad de la obra

13. Estrechamente ligado al problema de la estructura de la obra está el de la fecha de su composición. Unos pocos han defendido la prioridad cronológica de la narración de la expedición de Jerjes (libros VII-IX). La idea originaria habría sido la de una monografía breve, que habría sido redactada antes de que Heródoto emprendiera sus viajes y posteriormente ampliada con materiales recogidos durante los mismos_. Está más difundida, sin embargo, la opinión contraria, que se inclina por una composición anterior de la Historia de Persia, principalmente por la evolución que se observa entre ésta y las Guerras Médicas en los que respecta al concepto de material historiable. Para la redecación de la primera suelen darse los años de estancia en Atenas inmediatamente anteriores a la colonización de Turios (ca. 447-444). Terminus ante quem sería la representación de la Antígona de Sófocles que hemos citado, y post quem el viaje a Egipto posterior al año 455 ó 449, si aceptamos los argumentos basados en la revuelta egipcia que antes hemos mencionado. Esta parte habría sido escrita con vistas a un público ateniense, porque la mayoría de las comparaciones empleadas son comprensibles únicamente para los habitantes del Ática. 14. La segunda parte habría sido escrita tiempo después, en los años primeros de la Guerra del Peloponeso (431-404)_. Se ha debatido mucho sobre las intenciones de Heródoto a la hora de redactarla. Meyer, a finales del siglo pasado, sostuvo que la habría escrito como defensor de la Atenas de su tiempo y de la política de Pericles, en unos años en los que ésta estaba siendo fuertemente cuestionada en buena parte de la Hélade. Años después Jacoby corrigió ligeramente este punto de vista: la defensa no sería de la Atenas de comienzos de la guerra, sino de la Atenas espléndida de los años 460-440, entre otros motivos porque manifiesta también amplias simpatías por Esparta, que no encajarían con

una defensa de la política posterior a esos años. Pohlenz creyó que Heródoto habría escrito movido por la admiración y agradecimiento hacia una Hélade que, aunque pequeña y desunida, supo conservar su independencia y libertad frente a la agresión persa. A esto último cabe objetar que parece osado atribuir a Heródoto ca. 430 un sentimiento apropiado para los años inmediatamente posteriores a las Guerras Médicas, como si la situación política no hubiera sufrido un cambio radical en los 50 años transcurridos. La Atenas que defendió el ideal de la independencia y la libertad frente a un imperio en expansión era entonces acusada por muchos de ese mismo mal, y parece poco probable que Heródoto no tuviera en cuenta las nuevas circunstancias. Finalmente, autores como Strasburger o Fornara no ven tan claras las pretendidas simpatías filoatenienses de Heródoto y creen que incluso cuando desarrolla lo que ha sido considerado como su “credo político” (V, 78), la palabra clave es ‘libertad’ (eleuthería), sin que pueda deducirse del pasaje una adscripción clara al régimen democrático. Heródoto tan sólo se mostraría contrario a la tiranía, pero esta enemistad, como es sabido, no era menos patrimonio de los aristócratas que de los demócratas. Así se explica también el tratamiento favorable, en conjunto, que recibe Esparta en la Historia. Las simpatías de Heródoto por ambos estados, por entonces radicalmente enfrentados, serían el reflejo de esa ideología de libertad e independencia que hizo posible la derrota de Persia, sin entrar en la forma de estado más adecuada para plasmarla. Es decir, Heródoto se presentaría como defensor de uan ideología amplia, no de una constitución política específica. Una cuestión conexa es la del supuesto partidismo herodoteo por la familia ateniense de los Alcmeónidas, a la que pertenecía Pericles. Después de analizar minuciosamente los pasajes que, según otros, fueron escritos para su alabanza, Fornara llega a la conclusión de que son objetivos y nada tendenciosos, además de que, por lo que conocemos de Pericles, no parece probable que ideológicamente se encontrara próximo a Heródoto. 15. En cualquier caso, las acusaciones de parcialidad dirigidas contra Heródoto son ya antiguas. Plutarco le dedicó un opúsculo –De Herodoti malignitate- cuyo título ya lo dice todo. En él hace inventario de las “maldades” de Heródoto con ejemplos concretos sacados de su obra: el empleo de vocabulario peyorativo; las digresiones destinadas a recalcar los aspectos negativos de alguien y, viceversa, la omisión de hechos positivos aunque se ajusten bien al relato; la elección, entre varias versiones, de la más desfavorable; la formulación de conjeturas malintencionadas; el restar importancia a hechos gloriosos, insinuando que se han hecho sin esfuerzo o al azar, etc. Plutarco se queja del trato dispensado a los beocios, corintios e, incluso, espartanos, a los primeros por su

filomedismo, a los segundos por estar ausentes en los momentos decisivos, a los últimos por su retrasos a la hora de prestar ayuda, motivados siempre por la celebración de alguna fiesta. Prescindiendo de lo que pueda haber de rencor personal en estos reproches (Plutarco era beocio, de Queronea), en conjunto pueden tomarse como indicativos de la existencia de un sentimiento que ponía en duda la objetividad de la obra. No es justo, sin embargo, acusar a Heródoto de ensañamiento más allá de la simple presentación de los hechos. Al modo de los antiguos aedos y rapsodos, él narra desde una perspectiva global, no localista, y la amplitud de simpatías que muestra no casa con el supuesto partidismo filoateniense que algunos se han empeñado en atribuirle. Heródoto no justifica la Atenas de la guerra, sino que se limita a presentarnos las consecuencias trágicas de su esplendor pasado. Presenta una visión compadecida de su situación, eso sí, rechazando el odio que por entonces concitaba: Atenas sería tan víctima de su grandeza como las demás ciudades de su expansionismo. Y habría sido el comienzo de la guerra en el 431 el que le habría movido a narra, en una monografía, la expedición de Jerjes. A la unión de todos los griegos en aquel momento histórico le habría sucedido la disputa por la hegemonía, más o menos encubierta durante 50 años, de manera abierta después del 431. Atenas había caído en un proceso semejante al del Imperio Persa y Heródoto se esforzaría por analizar la psicología que lo alimentó, la del imperialismo. En definitiva, su admiración de Atenas y Esparta es incompatible con una actitud partidista cerrada, pero precisamente su simpatía por esta última le llevó a hacer un esfuerzo adicional de comprensión, que no de justificación, de su situación histórica. 16. En resumen, Heródoto habría compuesto las Guerras Médicas en Atenas en los años primeros de la Guerra del Peloponeso. Le habría precedido la remodelación de la Historia de Persia para ponerla en conexión con los nuevos libros. La revisión no se hizo con excesivo detalle, a juzgar por algunos anuncios que luego no se cumplen (el más llamativo es el del logos asirio en I, 184, que no está en la redacción definitiva). Estas incoherencias llevaron a algunos a pensar en una publicación póstuma de la obra, después de que quizás Heródoto fuera víctima de la peste, como ya he dicho. Sea o no así, los defectos de composición obligan a plantearse la cuestión de si la obra está completa tal como nos ha llegado. Los argumentos en contra se basan principalmente en que los capítulos finales (IX, 114-122) narran acontecimientos que no parecen un broche final digno para la misma. Para algunos, en pura lógica el relato debería haberse prolongado hasta la batalla de Eurimedonte (467/6), que aseguró definitivamente la independencia y libertad de los griegos de Asia Menor. La mayoría de los estudiosos, sin embargo, se muestra de

acuerdo en considerarla cerrada, si no desde el punto de vista formal (quizás sería esperable un epílogo), sí al menos por el contenido. La obra comienza con la sumisión de Jonia por Creso y termina con su liberación tras la batalla de Mícale (479), con la que se cierra un ciclo histórico. La continuación del relato habría supuesto entrar en un periodo nuevo, caracterizado por el abandono de Esparta de la dirección de la guerra, la creación de la Liga ático-délica y la política ofensiva contra Persia. Además, la misma idea expresada en I, 4, 4 («los persas reivindican como algo propio Asia y los pueblos que la habitan, y consideran que Europa y el mundo griego es algo aparte») vuelve a repetirse en IX, 116, 3, según la técnica de “composición en anillo” tan característica de la literatura griega arcaica. Finalmente, la frase que cierra la obra («prefirieron poseer un imperio, residiendo en un territorio improductivo, a cultivar fértiles llanuras siendo esclavos de otros») tiene un indudable sabor a conclusión. En definitiva, no parece probable que Heródoto hubiera prolongado su relato de haber vivido más tiempo, aunque sí parece lógico pensar que habría corregido los defectos de composición. Las burlas del comienzo de la Historia que llemos en los Acarnienses (523-9) de Aristófanes, comedia representada el 425, son indicio de la amplia difusión y éxito que en seguida alcanzó la obra.

IV Fuentes. Metodología

1. La técnica de composición por excursus y la amplitud de temas comprendidos en la Historia plantea de inmediato la cuestión de las fuentes empleadas. Sin caer en la postura extrema de quienes han considerado a Heródoto un simple compilador, cuya originalidad estaría tan sólo en la conformación artística del conjunto, es evidente que no todos los materiales son suyos, sino que empleó fuentes anteriores, tanto escritas como orales.. En diversos pasajes deja entrever con claridad los criterios que aplica en la selección de las mismas. Sobre el Nilo y sus fuentes afirma (II, 29) que va a narra lo que él mismo ha visto hasta la ciudad de Elefantina y, más al sur de ésta, lo que conoce de oídas. En II, 99 dice que hasta entonces han hablado su propia ‘observación’ (ópsis), ‘opinión’ (gnóme) e ‘investigación’ (historíe), y que a partir de entonces va a contar ‘relatos’ (lógoi) tal como los escuchó. Estos y otros pasajes ponen de manifiesto la diferencia existente, dentro de las fuentes, entre “observación personal” y “relatos”, con primacía clara para la primera. Obsérvese que Heródoto pone la opinión junto a la observación, lo que equivale a confesar la incapacidad del historiador para hacer una valoración crítica de los relatos, lo cual no

significa una aceptación sin más de los mismos. Pero antes de hablar de las fuentes noliterarias digamos algo sobre las literarias, sobre las que se ha discutido ampliamente. Se menciona dentro de ellas a Quérilo de Samos, autor de un poema épico sobre las Guerras Médicas titulado Pérsicas, Dionisio de Mileto y Caronte de Lámpsaco, autores de sendas obras en prosa con el mismo título, y Janto de Lidia, de unos Relatos de Lidia. Los fragmentos que conservamos de todos ellos son escasos, insuficientes para poder establecer con seguridad una relación de dependencia. Además, la cronología de varios de ellos es controvertida, por lo que no queda clara su precedencia temporal. En cualquier caso, hacer de Heródoto un mero compilador de materiales escritos anteriores supone nuevamente interpretar su labor desde la perspectiva historiográfica moderna, para la que las fuentes escritas y la información de otros historiadores tienen la primacía.

Suele

aceptarse que el autor más utilizado por Heródoto fue Hecateo de Mileto, al que cita en varios pasajes (II, 142; V, 36; VI, 137). Es autor de un Contorno de la Tierra (Gês períodos), periplo que contenía, al parecer, una descripción del Mediterráneo desde su extremo occidental hasta el oriental, que habría sido empleada sobre todo en el libro II sobre Egipto. Se ha hecho famosa la anécdota, narrada en II, 143, del diálogo mantenido por Hecateo con los sacerdotes de Tebas: cuando aquél trazó su genealogía y se hizo descender de un dios en la 16ª generación, éstos le mostraron las estatuas de 345 generaciones de sumos sacerdotes, entre los que no había ninguna divinidad. La conclusión que extrae Heródoto está dentro de la lógica más pura: la fecha que tradicionalmente asignan los griegos a los últimos dioses que vivieron entre ellos (Dioniso y Pan, unos 800-900 años antes de su época) corresponde en realidad al momento en que supieron de su existencia como dioses, pero su presencia en la tierra se remontaría a mucho antes, como decían los egipcios. Heródoto habla en varios pasajes, sin mencionar nombres, de compositores de Genealogías y Periplos, lo cual es prueba evidente de que conocía y manejaba sus escritos. Dionisio de Halicarnaso nos da una larga lista de historiadores que florecieron antes de la guerra del Peloponeso y narraban tradiciones epicóricas. Desconocemos en qué medida pudo conocerlos y utilizarlos Heródoto. 18. Suele aceptarse que el empleo de fuentes literarias, geográficas y etnográficas, habría sido mayor en la Historia de Persia, en la que son también numerosas las observaciones propias recogidas en sus viajes. En las Guerras Médicas, por el contrario, habría utilizado fuentes de naturaleza no-literaria, como colecciones de oráculos, composiciones poéticas, documentos oficiales, etc., y también relatos populares de los hechos. La dificultad estriba en determinar en qué medida dependió Heródoto de los

mismos. Las posturas oscilan entre quienes creen que tomó materiales enteros de estos logoi sin apenas modificación y quienes los reducen exclusivamente a algunas anécdotas, mientras que la mayor parte de la información sería oral, escuchada a personas implicadas en los hechos. Habitualmente cita sus fuentes locales con expresiones como “los atenienses dicen”, “como se cuenta en Arcadia”, “escuché en Menfis”: son las llamadas “citas epicóricas”, tanto de regiones y ciudades de Grecia como de Oriente o Egipto_, a las que hay que sumar las citas sin sujeto (“se dice”, “cuentan”). Frente a estos dos grupos de citas anónimas son escasas aquellas en las que nos da el nombre del informante o su cargo (e.g. “los sacerdotes de Tebas, de Menfis, etc.”) Heródoto menciona con preferencia sus fuentes cuando hay versiones contrapuestas de un mismo hecho, bien dejando al lector libertad para escoger la que más le guste, bien manifestando él mismo su propia opinión (I, 65; II, 2; III, 32; VI, 137). En otros casos, por el contrario, la coincidencia de las fuentes le sirve a Heródoto para recalcar la verosimilitud de lo que cuenta (I, 20; 23; II, 75; IV, 12; 150). En caso de fuente única su actitud es semejante: su mención sirve, bien para confirmar y dar credibilidad a sus informaciones (e.g. el libro II en general), bien para quitarse la responsabilidad de éstas cuando no se consideran lo suficientemente plausibles (II, 123; III, 9; VII, 152).

V Ideología

19. Si por su contenido algunos consideran la obra de Heródoto como un conglomerado de materiales irreductibles a la unidad, ésta se encuentra con más facilidad en el campo de la ideología. Heródoto es un ejemplo típico del espíritu griego tardoarcaico, en un mundo en rápida transformación. Si por un lado no pone en duda, no ya la existencia misma de los dioses, sino tampoco su intervención en la vida humana por medio de oráculos, sueños y prodigios, por otro no podía escapar a la influencia del espíritu racionalista de la filosofía y ciencia jónicas, lo que le lleva en ocasiones a racionalizar algunos mitos, en otras a criticar aquellos elementos de la tradición heredada que le parecen inaceptables. Como Jenófane de Colofón, crítico severo de la concepción antropomórfica de los dioses y de los defectos con los que los habían adornado Homero y Hesíodo, pertenece a la corriente depuradora de las creencias tradicionales de todo elemento espurio, frente a quienes preferían prescindir de ellas. Sin embargo, pese a ser un espíritu esencialmente religioso. habitualmente reconstruye los hechos sin recurrir al elemento divino. Que no haya en su obra una crítica racionalista sistemática no significa que no la

ejerza donde la estime oportuna. Un ejemplo característico es la anécdota antes mencionada del diálogo entre Hecateo y los sacerdotes de Tebas. Otro famoso es el que leemos en los primeros capítulos de su obra: comienza narrando los antecedentes míticos de las agresiones entre Europa y Asia –rapto de Io y Helena por asiáticos, de Medea y Europa por griegos-, en los que se hace eco, no sin ironía, de las distintas versiones existentes y de su propia opinión sobre los hechos, para terminar afirmando que él no se va a ocupar de estas cuestiones, sino de Creso de Lidia, el primero del que sabe con seguridad que agredió a los griegos. Junto a esta postura crítica, los elementos míticos y relatos fantásticos son constantes en la narración, incluidos con toda naturalidad. Por ejemplo, ante el ataque de Jerjes el oráculo de Delfos había profetizado que el propio dios Apolo velaría por la seguridad del recinto sagrado, y así ocurrió: cuando llegaron los persas se sucedieron una serie de prodigios que Heródoto acepta sin buscarles explicación por la actuación humana (VIII, 36-39). Dentro del elemento sobrenatural, los oráculos y los sueños cumplen un papel fundamental en la Historia. Estos últimos, comparados con los de Homero, tienen una función más variada: predicen el destino, anuncian una muerte o un nacimiento, ordenan una actuación o tranquilizan. Pero, a pesar de su función sobrenatural, raras veces son atribuidos a una divinidad y aún menos a un dio concreto: el sueño es concebido más como factor psicológico, interno, que externo_. Por lo que respecta a los oráculos, Heródoto no pone en cuestión su veracidad como medios de expresión de la voluntad divina. Cuando afirma que un oráculo es falso, es porque ha mediado soborno a quien debía pronunciarlo (V, 63; VI, 66), y los escépticos que presenta no son griegos, sino bárbaros, como Creso (I, 46ss) o Mardonio (VIII, 133)_. En definitiva, Heródoto combina perfectamente la crítica racional de lo que tiene por inverosímil con la creencia firme en el origen divino de sucesos sobrenaturales, como los sueños y oráculos. 20. Una de las funciones primordiales de oráculos y sueños es anunciar el destino, que se cumple de manera inexorable. Por mucho que Creso intente librar a su hijo Atis de la muerte por una punta de hierro que le había anunciado un sueño, el destino, aunque de manera accidental, acaba por imponerse (I, 34-45). Las palabras de Creso al final del pasaje responsabilizando a un dios de lo sucedido, así como las del propio Heródoto al comienzo del mismo cuando habla de la “cólera de un dios”, son indicios evidentes de su manera de pensar sobre esta cuestión. Igualmente, el rey persa Cambises intenta evitar, dando muerta a su hermano Esmerdis, que éste se siente en el trono real tal como le había anunciado un sueño, pero el destino se cumple inexorablemente y es otro Esmerdis, el mago, quien usurpa el trono (III, 30 y 61ss). Las expresiones de la “necesidad” de un destino

son frecuentes: «pues la desgracia debía alcanzar a Candaules» (I, 9), «pues los naxios no debían perecer por obra de esta flota» (V, 33), «del linaje de Eetión debían nacer desgracias para Corinto» (V, 92, 4), etc. Pese a los que pueda parecer, estas fórmulas no son indicio de una mentalidad pesimista y determinista, ni excluyen la decisión individual y libre de los hombres. Como en Homero, los planes divino y humano no son concebidos como antagónicos, irreconciliables, sino como complementarios en la vida de los hombres. Éstos actúan movidos por pensamientos y deseos humanos, con los que en ocasiones se entremezcla el factor divino. Así se ve con claridad en las deliberaciones y dudas de Jerjes antes de invadir Grecia: tras una primera decisión positiva los consejos de Artábano le hacen recapacitar, pero la aparición tres veces de un mismo sueño incitándole contra Grecia le impulsa a tomar la decisión definitiva (VII, 12-18), Jerjes es así presentado con rasgos de figura trágica, que se ve impulsada por un destino inevitable (anánke) que desconoce a tomar una decisión que le acarreará la desgracia, pero que, una vez tomada, asume plenamente como suya. Pero no es este el único punto de contacto de Heródoto con la tragedia. Del mismo modo que en las representaciones trágicas existía un desfase entre la información que tenían los espectadores (por conocimiento de la tradición mítica) y la que tenía el héroe trágico, lo que servía para despertar la compasión de aquellos por éste, así también Heródoto silencia algunos aspectos de personajes de su obra, ya positivos, ya negativos, pero no por partidismo, sino para dramatizar así a unas figuras que eran ampliamente conocidas por su auditorio_. Por otro lado, la secuencia moral ‘soberbia’ (hýbris) - ‘ceguera’ (áte) - ‘cólera divina’ (némesis) que caracteriza la actuación de Jerjes, aunque presente ya siglo y medio antes en la obra de Solón, es característica de la tragedia de Esquilo: por querer unir bajo su imperio Asia y Europa, Jerjes incurrió en un pecado de orgullo y la ceguera le llevó incluso a dar latigazos al Helesponto cuando una tormenta desbarató el puente que había construido para atravesarlo (VII, 34-36), por lo que tuvo que sufrir la cólera de los dioses en forma de derrota. También es típica de la tragedia de Esquilo la idea de la culpa hereditaria, que se manifiesta en el castigo de Creso por el crimen de Giges cinco generaciones antes (I, 13). Igualmente la inconstancia de la prosperidad humana, tal como aparece formulada en el diálogo entre Solón y Creso (I, 32) y en el consejo de éste a Ciro (I, 207), es una idea característica del teatro esquileo. En definitiva, Heródoto se encuentra perfectamente encuadrado en el espectro ideológico de su tiempo. En él se combinan la creencia firme en los dioses y sus manifestaciones y el racionalismo crítico, que le lleva a rechazar algunos aspectos de estas últimas o a manifestar sus dudas.

VI Lengua y estilo

21. Aunque procedente de una región colonizada por los dorios, como ya hemos dicho, Heródoto emplea el dialecto jónico, el habitual en la zona por la influencia de la vecina Jonia, mucho más desarrollada económica y culturalmente. Su lengua, sin embargo, no es el jónico epicórico que conocemos por las inscripciones de Halicarnaso ni el jónico más puro de otros autores como Hecateo. Hermógenes de Tarso (ca. 200 d.C.) lo califica de “mixto”_. Dionisio de Halicarnaso y Focio, por el contrario, consideran a Heródoto como “canon” del dialecto jónico, junto a Tucídides del ático_. No debe extrañarnos esta diferencia de valoraciones, ya que probablemente ambas eran válidas para las versiones de al obra que tenían. El problema reside en que Heródoto sufrió considerablemente la tendencia de editores y copistas a la regularización de la lengua. De este modo se introdujeron en la Historia, bien formas propias de la lengua común tardía (koiné), bien hiperjonismos y otros dialectalismos que no harían salido de su pluma. La reconstrucción de la forma lingüística originaria es, por tanto, empresa vana, condenada de antemano al fracaso. Sin duda Heródoto empleo una forma lingüística mixta, de base jónica, pero con abundantes arcaísmos y aticismos. Los términos arcaicos están tomados principalmente de la epopeya, durante mucho tiempo el manual básico de la educación griega. Por lo que respecta a los aticismos, es posible que algunos sean producto de la transmisión posterior, pero lo más probable es que la mayoría se remonten al propio autor. Con la creación de la Liga áticodélica había empezado a formarse una incipiente koiné o lengua común supradialectal, de base principalmente ática pero con aportaciones de otros dialectos, en especial del jónico. No es raro, por tanto, que Heródoto, que vivió en Atenas y Turios, emplee formas áticas frente a las estrictamente jónicas. 22. Para concluir, digamos algo sobre el estilo. Dionisio de Halicarnaso lo compara con el de Tucídides y resalta las siguientes características: la pureza y claridad de sus términos, frente a la brevedad expresiva del segundo, no siempre acompañada de la necesaria claridad; la maestría en el dibujo de los caracteres, frente al dominio en el terreno de las emociones; la persuasión y el deleite, frente a la “belleza sobrecogedora” de Tucídides. Siglos antes Aristóteles ya había puesto a Heródoto como ejemplo de lo que denomina léxis eiroméne o “estilo entrelazado”, frente a la léxis katestramméne o “estilo periódico” de otros autores griegos_. Dice del primero que era el estilo empleado por todos los antiguos y algunos contemporáneos suyos, y que no tiene final en sí mismo si no

concluye el tema que desarrolla. Por esta indeterminación, Aristóteles afirma que resulta desagradable frente al estilo periódico, en el que el lector percibe claramente la estructura y el final de la construcción. En la terminología moderna podríamos identificar, grosso modo, el estilo periódico con la subordinación, y el “entrelazado”, con la yuxtaposición/coordinación. El primero se caracteriza por periodos complejos de oraciones, con una principal y una o más subordinadas,. Estas oraciones se complementan formando una unidad cerrad, el periodo. En el estilo “entrelazado”, por el contrario, se suceden oraciones en pie de igualdad, sin subordinación y sin formar una unidad: de ahí la afirmación de Aristóteles de que la construcción lingüística termina cuando se agota la materia, no por cierre de una estructura, y de que es, a su juicio, más desagradable, porque el lector no percibe con claridad las diversas unidades del relato. En efecto, Heródoto se caracteriza por el empleo de nexos coordinantes, pronombres (demostrativos, personales, etc.), participios que sirven para recapitular el contenido de una afirmación anterior, etc.. No faltan, sin embargo, procedimientos estilísticos más refinados, como las antítesis, paralelismos, repeticiones, etc., propios de la nueva prosa que surge en torno al movimiento de la Sofística. Tampoco faltan periodos subordinados más o menos extensos y complejos. Pero lo característico de su lengua es su estilo sencillo, espontáneo, regular, que Cicerón caracterizó perfectamente cuando afirmó que «Heródoto fluye cual corriente apacible, sin ninguna aspereza»_

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