220757333 Rodriguez Adrados F Nueva Sintaxis Del Griego Antiguo

March 20, 2018 | Author: culturaclassica | Category: Subject (Grammar), Word, Syntax, Linguistics, Scientific Method
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NUEVA SINTAXIS DEL GRIEGO A N TIG U O

i m n. inns MM

SINTAXIS



GREDOS

©

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS, 1992. EDITORIAL GREDOS, S. A . Sánchez Pacheco, 81, Madrid.

Diseño de cubierta: Manolo Janeiro.

Depósito Legal: M. 4336-1992.

ISBN 84-249-1480-5. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A ., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1990. — 6397.

A Mercedes Vñchez, primera lectora de este libro.

PRÓLOGO SOBRE EL MÉTODO DE DESCRIPCIÓN SINTÁCTICA

1.

P r e s e n t a c ió n d e este libro

Éste no es un libro improvisado. Aunque haya tardado sólo tres años en escribirlo, depende de un trabajo sobre temas de Lingüística de cerca de 50 años, y de un trabajo, más concretamente, sobre temas de teoría sintáctica, griega y general, a partir de mi artículo de 1950 sobre el aspecto verbal. Se ha reflejado antes de ahora en diversas publicaciones, sobre todo en mi Lin­ güística Estructural, de 1969 (2.a ed. revisada de 1974) y en diversos trabajos recogidos, los más de ellos, en tres libros, a saber, Estudios de Lingüística General, de 1969 (2.a ed. de 1977), Estudios de Semántica y Sintaxis, de 1975 y Nuevos Estudios de Lingüística General y Teoría Literaria, de 1988. Añado mis trabajos de indoeuropeo y el Diccionario Griego-Español. Y, aparte de esto, ha crecido en más de veinte años de enseñanza de la sintaxis griega en la Universidad Complutense de Madrid. Éstos son, como digo, mis puntos de partida: interrumpido, a veces, por otros diversos estudios y ocupaciones nunca he dejado de prestar atención a los problemas de la sintaxis en general y de la descripción sintáctica de una lengua particular como es el griego antiguo. Me es imposible, llegado a estas alturas, prestar mi adhesión a la primera nueva moda que aparezca y adaptarla un poco, como es tan usual. No tengo más remedio que proceder desde un punto de vista personal y crítico, pasando revisión al abigarrado desfile de escuelas y de modas que en Lingüística se han sucedido durante este largo período. Y pedir al eventual lector de estas páginas que me acompañe en esta peregrinación. No tenga miedo, pues, de encontrarse con una nueva escuela, personal y marginal: la bibliografía de la sintaxis griega (y de la general) está reflejada en estas páginas, sea de la escuela que sea. Pero está, eso sí, sometida a crítica y manejada desde unos puntos de vista que estimo coherentes, aunque tampoco osaría decir que son los únicos posibles.

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Nueva sintaxis del griego antiguo

El libro sigue la línea del estructuralismo europeo y de publicaciones mías anteriores que utilizaban el término, línea retocada aquí y allá por cosas proce­ dentes de las diversas escuelas. Un estructuralismo no cerrado y rígido, no centrado en unas cuantas definiciones y dicotomías exclusivistas, sino abierto —o al menos eso pretende— a la rica multiplicidad de la lengua que intenta, simplemente, describir. En realidad, igual podría hablarse de sintaxis funcio­ nal: toda estructura está al servicio de su funcionamiento, que es el que la define, como toda función o serie de funciones depende de la existencia de una estructura, sin ella son inconcebibles. Pero no basta con una declaración programática ni con unos cuantos ejem­ plos más o menos vistosos: hay que luchar cuerpo a cuerpo con la totalidad de la descripción sintáctica, en términos generales y en el detalle. Y surge, antes que nada, el problema de cómo enfocar esta descripción. ¿Hacer una sintaxis histórica? ¿Una transformacional? ¿Una funcional? ¿Una estructural? Y, si esta última es la elección, ¿de qué tipo de estructuralismo? Por más que uno procure estar al tanto de todas las ideas, aprovecharlas todas, no cabe duda de que tiene, en definitiva, que realizar una elección. Y que esa elección la hará buscando aquella concepción y aquel método que, en su opinión, procura una descripción más simple y exhaustiva. No tengo más remedio, ya lo he dicho, que proceder, en esto, desde un punto de vista personal y crítico, pasando revista al abigarrado desfile de escue­ las y modas que en Lingüística se han ido sucediendo unas a otras. Y argumen­ tando a favor de las ventajas del método de descripción que considero preferi­ ble. Ello, sin menospreciar los demás; aprovechando de ellos lo aprovechable y dando una información suficiente. Porque, para ser justos, cada vez estoy más convencido de que las clasifica­ ciones y definiciones lingüísticas sólo en una cierta medida se ajustan de una manera inequívoca a la organización interna de la lengua, trinchándola como el que trincha un pollo por sus articulaciones, según la imagen platónica. En otra medida son clasificaciones y definiciones útiles para el método y para la descripción del lingüista. Tienen, a veces, fronteras indecisas; son difíciles las relaciones entre forma y contenido; hay hechos frecuentes de neutralización; los rasgos definitorios tienen extensión variable y no son solidarios todos ellos entre sí. Es más, pue­ den sustituirse, en la clasificación, unos puntos de vista por otros. No hay más que comparar clasificaciones y terminologías de la Escuela de Copenha­ gue, la Tagmémica, la Gramática Transformacional, la Gramática Funcional de Dik, por poner algunos ejemplos, para darse cuenta de que los «cortes» en el continuum que es la lengua se hacen con criterios variables, siempre en la esperanza de lograr descripciones más exhaustivas e inequívocas. Sucede con frecuencia, sin embargo, que lo que se gana por un lado se pierde por otro. Y que el hablante, que procede caso por caso y en ellos encuen­

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tra complejos mecanismos de desambiguación, tiene a veces menos problemas que el lingüista, que busca dar definiciones generales. Todo este panorama se deriva de lo que son las lenguas naturales, objeto de la descripción: el griego en este caso. No se prestan a análisis simples y definitivos, con fronteras «limpias» entre las unidades. Esto es así, por más que hombres de mentalidad lógica o matemática o cientificista, con poca expe­ riencia de la lengua (si no es de las lenguas científicas), puedan pensar lo con­ trario. Tampoco se prestan las lenguas naturales a definiciones que sean inter­ cambiables siempre entre las diferentes lenguas. Sobre todo esto volveré. Comienzo esta exposición insistiendo en que el enfoque estructuralista, aunque menos de moda últimamente, me parece, toda­ vía hoy, el más válido y el más rentable; es un enfoque que, de otra parte, no es incompatible, sino al contrario, con el análisis funcional. Estructura y función son conceptos correlativos, son como lo cóncavo y lo convexo en un mismo casquete esférico. En cuanto a las transformaciones, son, para mí, un criterio complementario. Pero se trata de un estructuralismo, derivado del estructuralismo europeo posterior a la Escuela de Copenhague, que no es cerrado y rígido, no está centrado en unas cuantas definiciones y dicotomías exclusivistas. Está abierto —o al menos eso pretende— a la rica multiplicidad de la lengua que intenta, simplemente, describir. Si hablo de estructuralismo, es por dos razones. La primera, por mantener el nombre del movimiento en que he venido participando, junto con otros lin­ güistas españoles, desde los años cincuenta y del cual creo que lo esencial conti­ núa siendo válido, aunque a veces esté injustamente olvidado y no se lo mencione ni en las bibliografías, rellenas de nombres anglosajones a veces de mínima relevancia. De otra, porque quiero distinguirme expresamente de los diversos movimientos que han recabado para sí la etiqueta de funcional o funcionalista: las escuelas de Martinet y de Dik son los más conocidos y habría que colocar a su lado, como raíz o como paralelo, a Tesnière y a la Gramática de Valencias. Tenemos todos, evidentemente, muchísimo en común, pero hay diferencias no menos notables y no conviene llevar a nadie a confusión. Por lo demás, es bien claro que toda gramática estructural digna de este nombre es al propio tiempo funcional; pero no lo es tanto que toda gramática funcional sea estructural. Nadie niega las estructuras y se habla de «items», de «consti­ tuents», etc.: pero a veces se olvida definirlos y establecer su sistema. Una gramática funcional del griego —excelente, por otra parte— como es la de Rijksbaron analiza los distintos usos funcionales de aspectos, tiempos y modos sin intentar en ningún momento definirlos o establecer su sistema. Intento, pues, hacer una especie de «syntaxe raisonée» del griego antiguo, pero no desde puntos de vista logicistas, ni tampoco transformacionales, sino estructural-funcionales. Por eso hablo de Nueva Sintaxis. Es tan sólo un inten­ to, que otros podrán mejorar, porque las bases son realmente endebles. Están

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en la sintaxis histórico-filológiea que, para el griego antiguo, tiene su Biblia en Kühner-Gerth y sus posteriores exégetas en autores como Brugmann, Schwyzer, Gilder sleeve, Smyth, Chantraine y Humbert (en español Cirac y Sán­ chez Lasso). No faltan, ciertamente, estudios monográficos, a partir del exce­ lente de Wackernagel: pero son de todo punto insuficientes. En la mayor parte de los casos no existen recogidas de datos exhaustivas ni estadísticas fiables; y faltan las interpretaciones de tipo moderno o éstas son contestables. Con todo, esto es lo que hay y lo que constituye mi punto de partida. De estas obras y de diversas monografías procede la mayor parte de mis materiales; sólo en menor medida viene de despojos personales. Y de ellas viene, pese a la enorme renovación de la teoría que luego ha sobrevenido, una parte no desdeñable de las interpretaciones. Pero, evidentemente, para escribir un libro como éste o como cualquier otra sintaxis con pretensiones de modernidad de una lengua cualquiera, los datos e interpretaciones de la gramática histórico-filológica no pueden serlo todo. Es preciso embarcarse en el estudio de tantas teorías y disciplinas lingüís­ ticas como se disputan el campo y que a veces se contradicen de la manera más radical y violenta: aunque luego, en realidad, todas aportan su ganancia y hay más cosas en común de las que pudiera pensarse. En definitiva, porque el objeto de estudio es el mismo, la lengua. Todos los puntos de vista han sido revisados, se cite o no se cite aquí la bibliografía de tipo general. Incluso aquellos que, hasta el momento, han sido menos fecundos en el estudio de la sintaxis griega: así la gramática transformacional. También los artículos sobre sintaxis griega basados en ella, en la medida en que los conozco, han sido tenidos en cuenta, por más que el enfoque del libro sea de tipo estructural. La bibliografía lingüística ocupa bibliotecas enteras de las que, en principio, nada debe desdeñarse. El adentrarse en ella es fatigante y nadie puede jactarse de conocerla toda. Su estudio es un tanto cansado y desmoralizador: tanto negar radicalmente lo que hacía pocos años se daba como dogma (y quizá vuelva a darse pronto otra vez), tanta impresión de déjà vu para los que lleva­ mos tantos años en el oficio y, en un país como España, leemos cosas de toda clase de escuelas en toda clase de lenguas. A veces se queda uno estupefac­ to. Dice Dik en el prólogo a su Functional Grammar de 1978 que Fillmore descubrió la relevancia de la semántica en la descripción sintáctica. ¿Y qué llevábamos diciendo los demás desde hace no se cuántos años? ¿Por qué no se lee la bibliografía? Este no leer la bibliografía es uno de los graves males de la Ciencia Lingüís­ tica. Es quizá una respuesta a su increíble proliferación, una precaución para no perderse en la jungla. Pero es inaceptable. Es causa de innúmeras lagunas, de incontables posiciones cerradas y dogmáticas, de la necesidad de que perió­ dicamente algunos hayan de descubrir nuevos Mediterráneos. Un caso extremo son los transformacionalistas. No sabían nada de la Lingüística europea, ni

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conocían otra lengua que el inglés: sus precedentes eran, simplemente, el es­ tructuralismo americano, que rechazaban, y algunos conceptos de gramática tradicional greco-latina. Ellos mismos tuvieron que corregir, luego, su antisemanticismo (y su relegación de la semántica a un nivel puramente de superfi­ cie). Y con gran sorpresa descubrieron que su universalismo y su logicismo tenían precedentes en el Brócense: podrían haber ido más lejos. ¿Qué hacer, entonces, cuando se intenta una descripción de una lengua na­ tural, una lengua conocida, además, sólo por la literatura? ¿A cuál de las es­ cuelas acogerse, con cuál justificarse? ¿Con ayuda de cuál hacer la explora­ ción? Vamos a dar nuestra propia respuesta, nuestro propio punto de vista: no intenta, de otra parte, otra cosa que ser fiel al estado actual de nuestros conocimientos y posibilidades. Porque téngase en cuenta que no pretendemos exponer unas hipótesis más o menos brillantes, de tipo más o menos universalista, ni dar unos pocos ejem­ plos convenientemente seleccionados, tampoco. Pretendemos hacer una explo­ ración y dar una descripción en lo posible exhaustiva de un material literario muy amplio, que se extiende a lo largo de dos milenios en dialectos, niveles y estilos literarios muy diversos. Un material en que hay homogeneidad lingüís­ tica y falta de homogeneidad, hay lugar también para innovaciones individua­ les, creaciones del momento. Hemos de hacer una descripción de un núcleo pancrónico y ver cómo produce márgenes diversos e innovaciones también di­ versas. Y hemos de intentar que esa descripción sea coherente, establezca siste­ mas y funciones aunque a veces se degraden o solapen o alteren. No es sufi­ ciente una suma de descripciones atomizadas. 2.

P a n o r a m a d e los e s t u d io s sin t á c tic o s

Trataré ahora de exponer las ideas y teorías en conflicto para justificar en lo posible la línea seguida que, por otra parte, no es exclusivista, aunque tampoco mecánicamente sincrética o ecléctica. Pero querría presentar previa­ mente a los principales actores de este drama de las teorías lingüísticas en for­ ma biográfica, según han ido llegando a mi noticia y a la de mis contemporá­ neos. AI decir actores quiero decir teorías que han ido ocupando, simultánea o alternativamente, el centro de la escena. Al hacer la presentación se puede decir algo sobre lo que significaban: lo que justa o injustamente negaban, sus limitaciones, las aportaciones que nos han legado y de las que no po­ demos prescindir, aunque otras teorías de moda las oscurezcan provisional­ mente. Los hombres de mi generación nos educamos en la Gramática histórica, aunque la verdad es que ésta colocaba en el centro de su atención más la fonéti­ ca y la Morfología que la Sintaxis, en la que quedaban tantas cosas de la gramática tradicional. Yo me inicié con el Manual de D. Ramón Menéndez Pidal y pasé luego a Meillet-Vendryes, Schwyzer y Ernout. Todos hemos criticado

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el carácter puramente histórico, puramente acumulativo y atomista de estas exposiciones. Daban un «mapa» de la gramática de una lengua, el español o el latín, en que desaparecía toda idea de conjunto, los menores accidentes tenían tanto relieve como los más grandes. Dividían y subdividían poniendo «etiquetas» y había, así, por ejemplo, infinitos genitivos que en realidad no eran sino reflejo de la semántica de los nombres implicados: desde el genitivo del padre y el del esposo al famoso genitivo del miembro agarrado. Yo decía en clase que por qué no postular, en «la mano del muerto» (ή χειρ του νεκρού) un genitivo cadavérico. Y, sin embargo, conceptos importantes hay que buscarlos todavía aquí y las recogidas fundamentales de ejemplos y materiales están todavía aquí. Más importante: a muchos de nosotros estos libros nos inculcaron la idea de que la sintaxis había que edificarla de abajo a arriba, por el método inductivo que busca, selecciona, clasifica, obtiene definiciones. Los estructuralismos europeo y americano, que vinieron después, estuvieron en eso de acuerdo. Todas estas escuelas nos infundieron, a muchos de nosotros, una invencible desconfianza, una especie de alergia, ante escuelas posteriores que a partir de unos reducidos esquemas e inventarios, que a veces se presentan como universales, quieren deducir e interpretar la rica complejidad de las lenguas. Luego vino una especie de ducha de agua fría, un despertar que nos dejó fascinados ante el Curso de Saussure y ante Trubetzkoy y la Fonología. Cierto, estamos ya muy lejos, algunos al menos, de las brutales dicotomías de sincro­ nía y diacronía, lengua y palabra. La sincronía y la diacronía se crean recípro­ camente, en la una vive la otra. Y el calificar algo de «palabra» era un recurso demasiado cómodo para quitarse de delante lo más complejo, delicado y difícil del lenguaje, mientras que la «lengua» fue el primero de esos leviatanes concep­ tuales o dei ex machina que pretenden explicarlo todo con unas cuantas fórmu­ las abstractas. De otra parte, en Saussure estaba implícita la idea de la unidad del significado de los signos, que yo por lo menos no comparto. Pero, ¡qué novedad! Desde entonces sabemos que las entidades lingüísticas las conocemos por sus relaciones en el sistema y en el texto y sólo gracias a ellas existen. Sabemos de los distintos tipos de oposiciones, de la sintagmática y la paradigmática, sabemos de la neutralización. Luego vinieron tiempos difíciles: escuelas saussureanas que vivían aisladas unas de otras, que teniendo cosas en común se negaban el pan y la sal. Nos ponían en un compromiso. La de Copenhague, el distribucionalismo americano y el estructuralismo europeo. La Escuela de Copenhague recogió lo más radical del mensaje de Saussure, acompañándolo de la total negación de la Semántica: la lengua es forma, no sustancia, decían. La Lingüística ha tardado en recuperarse de este error: un signo también tiene su significado. Para los seguidores de Hjelmslev el progra­ ma era construir un sistema de unidades y de funciones que fuera capaz de describir cualquier lengua: este idealismo mecanicista un tanto ingenuo lo in-

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ventaron ellos. Y aunque su tarea parecía más fácil al desembarazarse de la semántica, todo quedó en mero programa: un programa imposible. La Escuela aportó poco y ha pasado. Pero los jóvenes de hoy deberían recordar el ambien­ te de entonces: todas estas escuelas conceptualistas son muy fanáticas y se cons­ tituyen en sectas. Eran los tiempos, allá por los años cuarenta y aun los cin­ cuenta, en que los de Copenhague salían dando portazos de las salas de los congresos cuando alguien osaba discutir sus dogmas. Eran los tiempos en que, en España, los que aspiraban a las cátedras de aquella asignatura que se llama­ ba Gramática General, por prudencia o por moda se disfrazaban de copenhaguianos. Esto nos recuerda cosas parecidas de fechas más recientes. Pero vol­ viendo a Copenhague: su antisemanticismo era compartido por los distribucionalistas americanos, que motejaban de mentalistas, como si aludieran a algo de lo más feo, a quienes de algún modo se rozaran con el significado. Cierto que a esta Escuela le debemos cosas: por ejemplo, su método para construir un sistema lingüístico por inducción a partir de los datos; por ejem­ plo, su insistencia en la sintagmática, lo que ellos llamaron y nosotros seguimos llamando la distribución. Y que, por obra de autores como Garvin, Pike, Nida y otros más, se estaba en trance, en un momento dado, de construir una verda­ dera gramática, olvidando ya algunos prejuicios iniciales. Y entonces vino la gran revolución chomskiana, nacida del distribucionalismo y que reaccionaba contra él: puede decirse que aquél murió traumáticamente. Las modas en Lin­ güística son muy fuertes y además el transformacionalismo respondía a tenden­ cias profundas de una cierta cultura americana. Pero ésta es otra historia. Volvamos a Europa, es decir, a nosotros. Aquí surgió por los años cincuen­ ta y ha continuado viviendo hasta ahora, con más o menos vigor, la corriente estructuralista derivada de Saussure, pero acompañada del estudio semántico y moderando, en ocasiones, las dicotomías saussureanas. Se intentaba, sobre todo, hacer sintaxis y semántica a partir de la lengua inductivamente, sobre la base de los criterios estructuralistas. Era, pienso, la base de un verdadero progreso, aunque mi opinión pueda parecer interesada. Nombres como los de Martinet, Coseriu, Pottier están en el centro de esta corriente. Con ella me incorporé yo personalmente al trabajo en Sintaxis, después de algunas publicaciones anteriores en el campo de la Fonética, la Morfología y los dialectos griegos. Es curioso que mi punto de partida concreto estuviera en una publicación de Holt, de la Escuela de Copenhague, sobre el aspecto verbal: la discutí en mi trabajo sobre este tema publicado en 1950. Luego, en 1954, Martín S. Ruipérez insistió más ampliamente sobre el mismo tema, en parte de acuerdo en parte en desacuerdo con mi artículo, del que partía y que citaba en su libro. Y otros colegas, como Mariner y García Calvo, inci­ dieron sobre otros temas, sobre todo los modos, desde el punto de vista estruc­ tural: de todos ellos hay ecos en el presente libro. Así se fue constituyendo la escuela europea de Lingüística estructural de la que, en definitiva, procede la doctrina que sigo. Cierto que esta escuela

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presenta notables diferencias internas según insista o no en las oposiciones saussureanas, prefiera trabajar sobre la sintagmática o la paradigmática, esté más o menos influida por Bühler, el Transformacionalismo, el Funcionalismo, la Lingüística cuantitativa o la Estilística. No voy a relatar su historia. Pero hay que decir que cuantos se ocupan en detalle del análisis e interpretación sintácti­ ca del griego, de ella dependen en mayor o menor medida. Es una larga serie de teorías la que hemos tenido que asimilar y estudiar, para nuestro aprovechamiento y, a veces, nuestra fatiga. Hemos pasado de la historia a la sincronía, de la semántica al antisemanticismo, del particularis­ mo lingüístico al universalismo, del análisis de constituyentes al transformacio­ nalismo, del estructuralismo al funcionalismo; y a veces al revés. De la termi­ nología tradicional hemos pasado a la langue y la parole, al plerema y al cenema, a las reglas de reescritura y las restricciones de selección; ahora al argu­ mento (bárbara palabra) y el satélite. ¿Cómo utilizar todo esto cuando se va a escribir una Sintaxis extensa de una lengua concreta, cuando hay que com­ prometerse? Y conste que no desdeño las teorías, sino al contrario: si es verdad eso que se dice de que «las teorías pasan, los hechos permanecen», no es menos cierto que sin las teorías los hechos ni se ven ni existen propiamente. Continúo. No voy a entrar en la descripción en detalle de las diversas escue­ las que, desde la irrupción del transformacionalismo en 1957 por obra de sus Syntactic Structures han ocupado una gran parte del escenario y que se caracte­ rizan, en general, por el método deductivo, el universalismo y la tendencia a des­ cribir las lenguas como proyecciones de sistemas abstractos muy simples. No es su método el que aquí se sigue y, aparte del daño que causaron interfiriendo el desarrollo de las descripciones estructural-funcionales, pienso que su aporta­ ción a la descripción de las lenguas naturales es bastante limitada; aunque no puede negarse que ha sido útil para el planteamiento y exploración de problemas. Por otra parte, en otro lugar (Adrados, 1976) he criticado el concepto de estructura profunda, sistema o conjunto de sistemas esquemáticos, no sabemos si abstracción o idea platónica exenta, a partir del cual se obtienen por trans­ formación estructuras de superficie. En definitiva lo que se pretende con este método es interpretar vastos sectores de la lengua como proyección generada por sistemas muy simples, buscando así la unidad en lo diferente. Para limitar­ me al griego se propone, por ejemplo, que todas las oraciones subordinadas de infinitivo tienen una estructura profunda con sujeto en Ac. (Babiniotis) o que el tipo ’Αλέξανδρος λέγεται+ inf. y el λέγεται οτι ό ’Αλέξανδρος + ind. tienen idéntica estructura profunda (Theophanopoulou-Kontou, 1973-74). Pero esta es una teoría fundada subjetivamente a partir de las construcciones de la lengua real, cuya interpretación no gana nada con estas extrapolaciones. Como dice Matthews, 1981, pág. 284, en cuanto surgía una irregularidad el remedio era aplicar una transformación. El concepto de estructura profunda está, de otra parte, sujeto a discusión sobre en qué medida comporta elementos sintácticos o semánticos o en qué orden (¿histórico, abstracto, trascendente?)

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se integran éstos. Y es un concepto indefinido en cuanto a su profundidad, puesto que a veces se considera como fundamento universal de todas las len­ guas y en vez de un Nominativo nos encontramos definiendo, por ejemplo, conceptos supuestamente universales como los de agente e instrumento, que luego se transformarían, se propone, en diversos casos en cada lengua. Idea de Fillmore (1971) criticada por mí en 1976 y 1991, donde profundizo sobre el tema. Cf. también, entre otros, García Hernández (1987). No se gana nada con estas hipótesis para la descripción de las categorías de una lengua real. Aun así, es de justicia señalar que el Transformacionalismo —fui quizá el primero que lo expuso en España en mi libro de 1969, pero pronto me desengañé—, merece estudio, como todas las demás teorías. Descubre y explo­ ra, ya lo digo, problemas. Y hay al menos un concepto procedente de él que se explota ampliamente en este libro: el de transformación, no ciertamente en­ tre oraciones nucleares y generadas por ellas o entre estructuras profunda y de superficie, pero sí entre construcciones de la lengua realizada que se corres­ ponden una vez se realizan las oportunas permutaciones de clases de palabras o de términos de categorías y funciones. Por otra parte el Transformacionalismo, que en un principio relegaba inge­ nuamente la Semántica a las menospreciadas estructuras de superficie, hubo de cambiar con el tiempo y llegó con Katz y Fodor y, entre otros, el Chomsky de Aspects, a teorías más refinadas cuyo tratamiento de la Semántica no está tan lejos del de los estructuralistas y aporta cosas. Remito otra vez a mi artícu­ lo de 1976, para los detalles. Y una teoría como la Gramática Funcional de Dik, que aunque se autoproclama reacción contra Chomsky (y lo es), en el fondo es bastante chomskiana, da ya un tratamiento de la Semántica que la coloca en el centro mismo de la lengua. La semántica retorna así al campo de la Lingüística, del que fue injusta­ mente exiliada o discriminada: naturam expellas furca, tomen usque recurret. Por otra parte, en la gramática funcional los esquemas más primarios de la oración en la gramática de Dik, los que Dik llama «abstract underlying pre­ dications», y que no son ya hipóstasis platónicas, sino meras abstracciones, contienen léxico, de una manera o de otra. Aunque es anómalo, para nosotros, que las «selection restrictions» (término de la Gramática Transformacional), del tipo de + humano en beber, por ejemplo, operen en este primer nivel y, sólo en un segundo, nociones semánticas universales (Dik habla de funciones semánticas) como «agente», «término», «dirección», «recipiente», etc., muy emparentadas con las de Fillmore aunque nuestro autor (1977, págs. 39 y sigs.) lo niegue. Sólo en un nivel más superficial estarían aún las dos únicas funciones gramaticales que reconoce, las de sujeto y complemento directo. Pensamos que este universalismo semántico no es muy útil para describir las lenguas reales y sus sistemas de categorías y funciones, lo único real y aprensible para noso­ tros. Aceptamos, por ejemplo, que en griego la noción de N. y, luego, de

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sujeto, es previa al estudio de las funciones semánticas de éste. Para una crítica de las ideas de Dik, cf. nuestro artículo en RSEL 1991. Aun así es un avance esta vuelta a la Semántica. Y esta vuelta al es­ tudio de las funciones, que el primer Chomsky desconocía y que luego entraron en sus esquemas y, desde luego, en los análisis de Dik, Matthews y otros más. Aunque todas estas escuelas partan de presupuestos y de métodos distintos de los nuestros, se va produciendo, en cierto modo, una convergencia. Dentro de ellas o en su periferia surgen trabajos sobre lenguas particulares que son ilustrativos y útiles. Así, en el caso del griego, muchos relacionados con el funcionalismo, que aquí tendremos en cuenta. Aunque rechacemos ciertos pro­ cedimientos de análisis excesivamente mecánicos y echemos de menos, como decíamos antes, una mayor atención al concepto de estructura y a la definición opositiva de los significados. Hemos presenciado, en definitiva, el florecimiento de una serie de escuelas de tendencia abstracta y universalista y método deductivo, escuelas que en defi­ nitiva añoran una lengua simple, como la de la logística, una lengua cuyos textos sean interpretables mediante una serie de simples mecanismos a partir de un núcleo bien organizado de conceptos también simples. Proyecto más bien utópico, pensamos, y buena prueba de ello es el incesante desfile de teorías y su incapacidad para dar descripciones sistemáticas y suficientemente exhausti­ vas de las lenguas reales. Pero proyecto que ha servido para explorar, desde otros puntos de vista, una misma realidad, que es la lengua, y para chocar con los mismos problemas, el de la Sintaxis y la Semántica antes que ninguno. Pues bien, hay que decir que, pese a todo, al final ha podido ser útil para estimular la reflexión de los representantes de la ya antigua Gramática estructuralfuncional sobre puntos difíciles del lenguaje. Como han sido útiles, sin la menor duda, otros varios desarrollos: la teoría de las funciones del lenguaje, de Bühler y Jakobson; la Lingüística Cuantitati­ va, que nos lleva a preferir las interpretaciones gradualistas a las antiguas radi­ cales dicotomías (que a veces resurgen, sin embargo, así la de categorías obliga­ torias y opcionales en los funcionalistas a partir de Tesniére); la Sociolingüística y la Estilística, que abren los ojos sobre las múltiples estratificaciones de la lengua, sus particularismos, su apertura. Son rasgos propios de todas las lenguas naturales, universales podemos decir, pese a lo que puedan pensar los que sólo creen ver lenguas científicas o artificiales con códigos simples y limita­ dos y mecanismos simples y limitados también. 3.

A s u n c io n e s c e n t r a l e s y m ét o d o d e e ste libro

Dejamos esta breve panorámica porque el lector agradecerá, seguramente, que expongamos ya en forma directa y más concreta que hasta el momento las asunciones en que se basa la redacción de este libro. Aunque no evitaremos,

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en algunos puntos, la polémica y la referencia a otras escuelas. Queremos así contestar a la pregunta que nos hemos hecho a nosotros mismos al comienzo cuando nos planteábamos problemáticamente qué hacer hoy día, tras tantas escuelas y tantas contradicciones, cuando intentamos hacer una descripción en lo posible exhaustiva de una lengua natural, por otra parte conocida solamente a través de una serie de textos literarios de un espectro cronológico, estilístico y social muy amplio. Naturalmente, es una respuesta que no obliga a nadie, sólo al autor de este libro, que por otra parte está abierto a toda clase de nuevas ideas y posibi­ lidades. Pero es conveniente que el lector la conozca para que no se llame a engaño y sepa desde el principio qué puede esperar encontrar y qué es lo que se pretende. Queremos tratar uno tras otro una serie de puntos. Particularismo. — Estudiamos, en la medida de lo posible, todos los textos griegos antiguos que nos son conocidos. Intentamos deducir de ellos el sistema de la lengua que en ellos opera y la realización de ese sistema en los textos griegos. Se trata, ya lo hemos dicho, de un estudio estructural (luego veremos en qué sentido) y funcional al mismo tiempo; y de un estudio pancrónico. Pero no queremos olvidar en ningún momento que hay hechos centrales y mar­ ginales, frecuentes e infrecuentes, tampoco lo sistemático (en un sentido amplio de la palabra) y las distintas normas y lo que es individual y creativo. Se trata, naturalmente, de una gramática hecha desde el griego antiguo que no desdeña su atención a hechos más o menos semejantes en otras lenguas (sobre todo las más emparentadas), pero que parte exclusivamente del griego, no de hipótesis universalistas o cuasi-universalistas. Hemos expuesto en otro lugar (Adrados, 1986) cómo hay dos escuelas de tipología: la que establece la tipología de una lengua como un conjunto absolutamente unitario en que todo se deduce de todo; y la que considera solamente rasgos tipológicos que están en ésta u otra lengua en forma más o menos próxima y estableciendo alianzas diversas. Esta última es la que, naturalmente, nosotros seguimos. Efectivamente, puede aprenderse mucho sobre la sintaxis del griego prestan­ do atención a hechos paralelos de otras lenguas, como se hace en este libro. Los casos del latín, ruso o alemán, los aspectos del eslavo (y aun del español y el inglés), los distintos tipos de número en español o en inglés, los sistemas de subordinadas en diversas lenguas, por poner algunos ejemplos, son útiles para aguzar nuestra visión al describir hechos paralelos del griego. Pero ello por su paralelismo y, a veces, su contraste, no por su identidad. Ya desde Curtius en el siglo pasado el afán de identificar el aspecto griego y el eslavo ha causado mucho daño para la comprensión del primero; y la identificación por Kuryiowicz y Comrie de estos aspectos y algunos de nuestras lenguas modernas, más daño todavía. ¿Y qué decir de la teoría de los casos, que ha sido el conejo de indias de estos experimentos in vivo? Prescindiendo ya de la delirante teoría de Hjelmslev, que establecía un sistema total de las posibilidades de los sistemas casuales en todas las lenguas del mundo, nos han

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inundado teorías sobre los casos en que, expresa o tácitamente, se identificaban el N., Ac. y D. del griego con los de lenguas diversas: incluso aquellas que no tienen casos. Y, sin embargo, puede haber cosas comunes, pero también las hay diferenciales. ¿Cómo va a ser el D. el mismo en griego, donde está solo frente al N. y Ac., que en sánscrito y lenguas eslavas modernas, en que hay al lado un I. y un L.? ¿Y cómo puede ser igual el G. del latín, casi siempre adnominal, que el del griego, adverbal en un 40% de los casos? Remiendos de tipo diacrónico a base de sincretismos o evoluciones secundarias no arreglan el problema cuando se trata de describir sistemas, haya o no verdad en sus explicaciones. Éstos pueden ser algunos ejemplos: estudiemos los hechos y luego, sólo luego, comparemos. Veremos, por ejemplo, que la función del N. no es siem­ pre la de sujeto ni la noción de sujeto coincide siempre con la de agente. En­ tonces, si con Dik consideramos el sujeto como un recubrimiento sintáctico secundario de la «función semántica» de agente, y esto con carácter universal, nos quedamos sin una noción del concepto más amplio de sujeto y, desde lue­ go, sin la de N. También en el último Chomsky (1981) «la asignación del caso» (entiéndase del N. y Ac.), que sucede en la estructura de superficie, tiene que ver con la concordancia y la rección; con lo que se da una descripción muy parcial del mismo, igual que en toda la gramática funcional. Y lo mismo si sustituimos el sistema real de los casos en una lengua por una serie de concep­ tos abstractos de los que luego emergerían los casos en una estructura de super­ ficie: así en Fillmore y Dik. Véanse nuestros capítulos sobre los casos. Hoy día se ha elaborado una teoría parecida en el campo de los modos por obra de Lakoff (1968), Seiler (1971), Lehmann (1973) y Lightfoot (1974). Los modos serían una estructura de superficie sobre la base de unos «abstract verbs» del tipo de entail. La sintaxis del griego es explicada con ayuda del léxico del inglés, diríamos. Hacemos alusión a esta hipótesis, como a todas las demás, pero no la seguimos. Sucede que las lenguas tienen mecanismos que son siempre los mismos, aproximadamente: de ellos he hablado en mi Lingüistica Estructural (1969, págs. 842 sigs.). Sucede que los sistemas de categorías, funciones y clases de palabras en las distintas lenguas a veces presentan coincidencias y paralelos. Pero sucede también que hay otras veces diferencias de detalle; y diferencias radicales entre lo que aquí y allí es gramática o es léxico y en la misma existencia o no de ciertos sistemas gramaticales, por no hablar de su organización. Así resulta que hay una doble tensión y que a lo largo de la historia de la Lingüística ha habido un constante balanceo en una u otra dirección. Cuando se trabajaba sobre una sola lengua, su estructura, explícita o implí­ citamente, se consideraba universal: así pensaron los filósofos y gramáticos griegos respecto al griego, los gramáticos medievales y hasta el s. xvm respecto al latín. Creyeron estar descubriendo un sistema universal, con una lógica lingüística también universal. Y descubrieron con admiración a El Brócense,

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que ya pensaba de un modo parecido. Antes no podía ni nombrárselo: ahora está a la última. El péndulo se desplazaba hacia ideas que parecían aban­ donadas. Naturalmente, esa ingenuidad pasó y se vio pronto que las categorías y funciones del inglés (y del griego y el latín) faltan en muchas lenguas del mun­ do. Pero la solución fue mucho peor: se llegó a proponer estructuras profundas universales, de las que las distintas lenguas no ofrecían sino transformaciones de superficie. Pero la descripción de esa supuesta profundidad no podía hacer­ se sino a partir de las lenguas reales y ello por procedimientos subjetivos y ajenos a todo posible control. ¿Partir de ahí para describir una lengua? Mejor partir de la lengua misma. Después de los transformacionalistas han venido otras escuelas que han con­ vertido la estructura profunda en meros esquemas abstractos, han introducido la Semántica, han suprimido, a veces, las transformaciones. Sigue siendo algo que puede ser útil para reflexionar sobre las características comunes de las len­ guas, no para describir una concreta. Así, insistimos, creemos que debe aplicarse el método inductivo a partir de las lenguas particulares recogiendo datos, clasificando y estableciendo poco a poco el sistema o los sistemas. Acudir demasiado pronto a la comparación es peligroso. A veces no llega más que a empobrecer o prejuzgar los hechos, como en ejemplos anteriores. Llega a inventar hechos, como el caso ergativo, que jamás existió en indoeuropeo, o la conjugación objetiva, que Kretschmer atribuyó erróneamente al griego prehistórico o, en Fonología, las consonantes glotalizadas que se han importado de las lenguas caucásicas y que habrían debi­ do ser dejadas allí. No hay duda, sin embargo, de que en lenguas diferentes hay sistemas más o menos próximos de número, caso, aspecto o modo, entre otros: pueden dar luces, pero no deben reducirse a un modelo único. Los sistemas y sus términos. — Quedamos, pues, en que nuestra tarea es describir las categorías, funciones y clases y subclases del griego, reexaminando las propuestas anteriores a la luz de un nuevo estudio, lo más completo posible, de los datos. Aunque, recordamos, en nuestro caso estamos obstaculizados por la inexistencia de inventarios y repertorios completos de materiales sintácticos clasificados. Por ello nuestra exposición, como cualquier otra de tipo general que se intente ahora, no puede ser sino incompleta y provisional. Existen algunos principios a los que pensamos que debemos atenernos; en­ lazan, en realidad, con los expuestos hasta aquí. Conviene dejar hablar a los hechos y no apuntarse a ciertos apriorismos que crean bellos sistemas regulares, a ser posible universales. Por ejemplo, sistemas como el de los casos de De Groot, que establece una serie de oposiciones binarias sucesivas entre casos, aparentemente, de sentido unitario. O, como el de Kuryiowicz, que distingue entre casos gramaticales y locales, cada uno de los cuales tiene, todo lo más, el otro significado como función secundaria.

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Un elemento gramatical cualquiera se define por un contexto y hay que tener este contexto a la vista cuando se habla de oposiciones. Un Ac. se opone a un N. como un compl. directo a un sujeto de un verbo personal transitivo; pero con ciertos verbos que llevan Ac. y G. con sentido diferentes, es al G. al que se opone; con otros se opone al D., es bien sabido; y con el inf. puede ser sujeto, en función correspondiente a la del N. con verbo personal (neutrali­ zación). Las oposiciones son, pues, parciales y están condicionadas por las for­ mas gramaticales y las subclases de palabras implicadas. Ciertos nombres care­ cen de determinados usos del Ac., ciertos verbos los exigen o, al contrario, los rechazan. La idea de un sistema total de los casos es una abstracción muy genérica, que deja fuera todo el rico detalle del uso. Y así en general. No hay un modelo único de oposición, ni siquiera los tres tradicionales de oposiciones exclusivas, privativas y equipolentes. Si en una oposición privativa aparece un único ejemplo de uso neutro en el término posi­ tivo, ya tenemos una oposición equipolente. Pero no tan equipolente, quizá, como otra en que el uso neutro de dicho término es frecuente. Debe intervenir la estadística, hechos de frecuencia. Y puede suceder, y sucede, que el tipo de oposición cambie a lo largo de la historia de la lengua. Y hay luego las oposiciones graduales, como la de los modos, nada simple por otra parte. Y hay las transiciones entre el campo gramatical y el semántico. Las preposiciones, por ejemplo, están en esa zona intermedia. Y ciertos usos de los casos se corresponden con otros de los adverbios. Ciertos usos del infini­ tivo, el relativo, las conjunciones y el participio en subordinadas están próxi­ mos también. En estas circunstancias el problema, no siempre fácil, es decidir cuándo hay oposición, cuándo neutralización. Aunque históricamente puede haberse pasado de lo uno a lo otro, de lo otro a lo uno. Hay también correlaciones: series cuyas oposiciones se realizan sobre más de un parámetro, como ciertos pronombres y conjunciones. Pero a veces pre­ sentan lagunas. Y elementos multifuncionales, que aparecen en varias casillas. Y en una misma hay palabras que suelen considerarse sinónimas, alomorfos, pero que a veces presentan diferencias y entran en oposiciones, éstas lexicales. Existen, pues, transiciones dentro de los sistemas, como las hay entre los distintos tipos de distribución. Por debajo de las palabras flexionales y de aquello que está definido por la forma, los hechos de indeterminación o de transición son más numerosos. Esto se ve, por ejemplo, cuando se quiere establecer sub­ clases del adjetivo según el tipo de determinación del nombre que ejercitan, definida a su vez por las subclases del nombre: es un ejercicio en que se incurre fácilmente en el círculo vicioso. También hay transiciones entre las clases de palabras, que se definen por rasgos múltiples no siempre presentes todos ellos ni siempre exclusivos de una clase. Es que los sistemas y clasificaciones no son sino abstracciones que suminis­ tran un primer dato, una primera expectativa, al hablante y al oyente: sólo en el contexto preciso se concretan. Es éste el que es realmente entendido, aunque no deja de presentar, también él, ambigüedades.

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La lengua es, ciertamente, un sistema en que «tout se tient», como decía Meillet. Pero el juego de dependencias y relaciones no se traduce en paradig­ mas cerrados de una vez para siempre. No hay «lengua» y «palabra», sólo en el texto se completa el detalle fluido de los sistemas. Entran en juego la frecuencia, los hechos analógicos, las insensibles transiciones de los contextos, el juego del estilo, los niveles de lengua y la creatividad. Creemos que es ésta una visión más real y realista de la lengua que la de los inventores de esquemas geométricos en que intervienen términos definidos de una vez para siempre. Existen, de otra parte, las transformaciones. Ciertas construcciones de los casos adnominales sólo se comprenden como el resultado de una transforma­ ción del grupo de nombre y Verbo; y al contrario. Y existen, insistimos una vez más, los hechos diacrónicos. Los sistemas pancrónicos que, por exigencia de la exposición, vamos a presentar, no existieron nunca: son abstracciones que comprenden hechos generales del griego, más otros parciales de aquí o de allá con frecuencia diferentes o de distribución literaria o social diferente. A la exposición pancrónica debe seguir la diacrónica, que incluye el estudio del origen de los sistemas, a veces particularmente ilustrativo. EÏ significado, ¿unitario o no? — Todo esto nos lleva al magno problema de la Lingüística, el problema del significado, al que algunos quisieron aplicar la táctica del avestruz, relegándolo a otras ciencias o minimizándolo. Pero la lengua está al servicio del significado, que clasifica, relaciona, reconstruye un sentido total. Y no sólo la sintaxis, sino el léxico. No quiero insistir aquí en la fundamental identidad de los problemas del significado en uno y otro sector, en el tratamiento en ambos de los mismos significados, en las transiciones. La principal diferencia es que la sintaxis organiza sistemas más estables y, hasta cierto punto, cerrados, más formalizados. Sobre todo esto, remito a anteriores exposiciones mías, cf., por ej., Adrados, 1988, págs. 114 sigs. La cuestión es que en el sistema de Saussure estaba implícita la idea de que un signo, que tiene un solo significante (aunque la verdad es que hay alomorfos) tiene también un solo significado. Esta implicación no es correcta: un signo tiene un significado en un determinado contexto, en otros puede tener otro; y es bien conocido, también, que el significado puede variar según el emisor y el receptor. Pero sigamos. En algunas exposiciones estructuralistas se sacó ya explícitamente 1a consecuencia de que el significado de las unidades gramaticales (y lexicales) debe ser único. Curiosamente, el transformacionalis­ mo y otras corrientes abstractas posteriores siguen por el mismo camino. Katz y Fodor hablaban de distinguishers y selection restrictions (así lo aceptó Chomsky) distinguiendo entre los elementos semánticos que operan en las pala­ bras, las constituyen, y los que funcionan solamente en la frase. No es muy diferente la posición de Pottier con sus semas estables y virtuales, ni la de Dik con sus semantic restrictions y semantic functions. Todo ello relativo al

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léxico. Pero la verdad es que una palabra tiene una semántica variable, condi­ cionada por el contexto (que a su vez puede rechazar ciertas palabras). Igual puede decirse de las unidades gramaticales. Volvamos a éstas. El libro de Ruipérez de 1954 propone un significado único (en «lengua») para cada término de la categoría del aspecto griego. Fuera de aquí habría realizaciones, dependientes fundamentalmente del semantema de los verbos (de sus subclases), y hechos de neutralización. Más allá va el libro de Rubio de 1966: cada término de una categoría gramatical tiene un significado único. Y éstas son posiciones en modo alguno aisladas: constante­ mente se publican artículos tratando de definir de manera unitaria tal o cual término de una categoría. Apreciando mucho el trabajo de estos colegas, de los que tanto puede aprenderse (y ello se refleja en el presente libro), no puedo estar de acuerdo. Ni tampoco con teorías generales como la de Kurytowicz, para quien siem­ pre hay una función primaria y una secundaria; o con la no muy diferente, que viene de Jakobson y que reaparece, por ejemplo, en Scherer (1975), del significado fundamental (Grundbedeutung) y marginal. En varios de sus estu­ dios (1978, 1979, 1980), Touratier se opone a esta tesis: no encuentra forma de asignar un significado unitario o fundamental a los casos latinos. Naturalmente, estos problemas no se les presentan a los funcionalistas, que prescinden de la noción de sistema. Pero inciden sin querer en ellos cuando distinguen, por ej., entre un Ac. «obligatorio» (el compl. dir.) y uno periférico, véase más abajo. Nosotros pensamos que no hay razón ninguna, a priori, para afirmar o negar una de las varias posibilidades que hay para la interpretación semántica de una unidad sintáctica o lexical. Una es la unidad del significado; otra, ésta acompañada de un uso neutro (así en el masculino y el femenino); otra, la existencia de una acepción fundamental y una marginal o marginales, que pue­ den combinarse con el concepto de uso neutro (así en el N., fundamentalmente sujeto, pero también con varias funciones, entre ellas la apelativa y la oracio­ nal); otra aún, la existencia de varias acepciones, acompañadas o no de neutra­ lización. Todo ello en función de las oposiciones y del contexto y con frecuente variación. Ya se sabe: los significados centrales son más frecuentes, exigen dis­ tribuciones menos especializadas y entran en sistemas de oposiciones más rígi­ dos. Pero hay un claro gradualismo. ¿Cuál es la solución, pues? Para nosotros, una clarísima: estudiar los datos (oposiciones, distribuciones, frecuencias) y sólo entonces sacar conclusiones ge­ nerales. Es lo que intentamos en este libro. Inducción, dicotomías y mecanismos automáticos. — Naturalmente, no va­ mos a aplicar el método inductivo paso a paso, pues la obra de nuestros prede­ cesores nos da mucho adelantado. Pero hay que echar mano de él siempre que hay una duda y siempre que se intenta construir o justificar los sistemas

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de categorías, funciones y clases y subclases de palabras, y, luego, el reflejo de todo esto en la construcción de las oraciones simples y compuestas. Evidentemente, existe una serie de conocimientos previos sobre cómo fun­ cionan las lenguas en general, sobre tipología, sobre características de los siste­ mas, los contextos y las clasificaciones lingüísticas, sobre la construcción ora­ cional, que son una guía y un apoyo. Pero siempre que se mantenga la mente abierta, dispuesta a rectificar de acuerdo con los datos y las clasificaciones de los mismos. Esta es la ultima ratio. Inspiran desconfianza (al menos al autor de este libro) las dicotomías rígi­ das y las definiciones cerradas: siempre hay transiciones porque, como se ha dicho, las decisiones e interpretaciones se toman, en último término, en el nivel del pasaje, en función de datos sistemáticos y distribucionales muy complejos: no sólo se trata de la distribución verbal inmediata, sino de la lejana, de la extralingüística, del carácter mismo del texto (contenido, estilo, nivel, autor, etc.). Las clasificaciones paradigmáticas son, de una parte, un telón de fondo bastante impreciso que ayuda al habíante y al oyente, indica posibilidades; de otra, un recurso para la descripción del lingüista. A veces, más lo segundo que lo primero. Cierto, con algo tenemos que echar a andar para entendernos: pero con crítica. Ya hemos indicado el carácter parcial, útil pero desorientador a veces, de oposiciones como la de lengua y habla, sincronía y diacronía en los saussureanos; o las que hay entre las diversas «estructuras» de transformacionalistas y funcionalistas. Hemos aludido de pasada a otra dicotomía más, hoy muy citada entre los funcionalistas y en un círculo bastante amplio: la que hay entre elementos obligatorios y opcionales en la construcción del verbo. Digamos algo de ella. En realidad, procede de la gramática antigua, con su distinción entre diver­ sos complementos: directos, indirectos y circunstanciales. A partir de aquí Tesniére, incluyendo el sujeto entre los meros determinantes del verbo (posición que no compartimos), estableció que un verbo puede tener uno, dos o tres «actantes», a saber, sujeto, complemento directo e indirecto, y un número in­ definido de circunstantes, complementos circunstanciales. El status sintáctico de ambos grupos sería toto cáelo diferente. No de otra manera la Gramática de Valencias o Dependenz-Grammatik, representada para las lenguas clásicas sobre todo por Happ (1978), distingue entre Ergänzungen y frei Angaben, es decir, entre complementos y datos libres: incluye entre los primeros los tres actantes de Tesnière y todo su problema es determinar qué verbos tienen una, dos o tres casillas. Por su parte, Pinkster (1972) (y en trabajos posteriores como el de 1981) distingue entre núcleo y periferia; Dik entre predicados básicos y satélites. Pero, ¿es tan radical la dis­ tinción y tan significativa semánticamente? La división separaría radicalmente el Ac. compl. dir. y el lativo y, sin em­ bargo, es sabido que hay quienes derivan el uno del otro o consideran ambos

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como subclases de un mismo Ac. Lo mismo hay que decir respecto al D, compl. ind. y el de dirección, que difieren principalmente por la subclase del verbo. Pero sobre todo, algunos de los mismos autores que citamos admiten que existe una gradación. Así Pinkster (1972 y 1986) admite que hay adjuntos al núcleo y a la periferia, los primeros (por ej., una determinación de instrumen­ to) menos libremente añadibles que una determinación de tiempo o espacio. Algo semejante dice Happ. Más todavía, De la Villa (1986, pág. 58), hablando de la previsibilidad de los elementos de la oración, concluye que no existe nin­ gún elemento absolutamente necesario en todas las ocasiones y que hay elemen­ tos teóricamente opcionales tan deducibles del contexto como los que se consi­ deran elípticos. Una vez más, hay transiciones: así, entre el Ac. y el D. complementos y los demás usos de estos casos. Oponer los dos primeros usos como «gramatica­ les» a todos los demás, y declarar los dos primeros usos como los únicos gra­ maticales es poco convincente. Todos los usos marcados por categorías y fun­ ciones formales son, en principio, gramaticales. Y en muchos hay transiciones a relaciones más habitualmente marcadas por la semántica y que llamamos lexicales. Otro tema todavía es el de los métodos usados para establecer las clasifica­ ciones. Ya hemos hablado del problematismo de muchas de ellas y de cómo se establecen por una serie de coincidencias: hechos formales, funcionales, categoriales. Coincidencias, de otra parte, no totales. Pues bien, existe siempre una tentación de lograr definiciones claras y absolutas, ya sobre la base de criterios puramente formales, ya de otros mecánicos. Es algo muy humano el tratar de descartar la subjetividad y buscar modelos claros y nítidos, estable­ cidos de una vez para siempre, a partir de los cuales se deduzcan todas las frases de una lengua. Pero al menos para las naturales esto no es posible: ya hemos dicho que es un intento fracasado una y otra vez. Lo inició ya la Escuela de Copenhague con su álgebra del lenguaje y su universalismo en la definición de los sistemas: pero quedó en eso, en intento. El primer chomskismo buscaba también, a partir de un conjunto de «oraciones nucleares» construir todas las frases de la lengua mediante sus transformacio­ nes de deleción, permutación y sustitución y sus «filtros». El intento fue aban­ donado y se sustituyó por el que parte de estructuras profundas, cuyo inventa­ rio tampoco se ha realizado nunca, sólo hay ejemplos muy polémicos. Ahora Dik, en su libro sobre la coordinación de 1968, y otros estudiosos más, han propuesto basar las clasificaciones en los criterios de la coordinación y de las correlaciones de antecedente y consecuente y de pregunta y respuesta. Pinkster (1972) los ha puesto a prueba para clasificar los adverbios latinos y algunos estudiosos españoles, como Crespo, De la Villa y Muñoz los han aplicado a la clasificación de las palabras invariables en trabajos que citamos en el lugar oportuno.

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El punto de partida es que dos términos coordinados (dos nombres o ver­ bos, dos oraciones) deben tener, en principio, igual función: por tanto, si hay uno bien definido, define a su vez automáticamente al otro. De igual manera, un antecedente τόδε, por ejemplo, define la función del consecuente, aunque sea una oración. Y una pregunta, la de la respuesta: si se pregunta πώ ς...; la respuesta (un adverbio, un nombre, una oración) debe ser modal. El principio es, en sí, inobjetable: tiene que haber una comunidad entre los dos términos, tienen que ser idénticos «at some level», como dice Matthews (1981, pág. 202). Pero, ¿a qué nivel? Si se coordinan νυν... έκείνως..., τούνεκα... οφρα..., εινεκα... ϊνα... no quiere decirse que ambos términos sean idén­ ticos, sino que caen bajo un común denominador o que el primero abarca al segundo. Por otra parte, cuando se coordinan dos elementos es para añadir algo nuevo o mostrar una diferencia, dentro de la comunidad. El que tras un verbo de movimiento haya ya Ac. lativo ya εις más el mismo Ac., no indica identidad de las dos construcciones, sólo comunidad. En un pasaje como Th. 2.27. la cordinación de κατά το ’Αθηναίων διάφορον y οτι σφών εύεργέται ήσαν no implica que el giro preposicional implique causa: es ‘de acuerdo con’ y ‘porque’, se trata de dos circunstancias de la entrega de Tirea a los eginetas. Y si se pregunta και πώς; y se contesta έπεί... ‘porque...’ (Ar., Nu. 1434), esto no implica que el πώς sea causal, sólo que, en un sentido amplio, la causa es una especificación modal o, mejor, circunstancial. Todos estos mecanismos no son sino subespecies de uno más general, bien conocido: las leyes del contexto. Un determinante y un determinado (adjetivo y nombre, nombre y verbo, etc.) necesitan tener una coherencia, hay posibili­ dades admitidas, otras excluidas, aunque la lengua tiene una apertura suficiente como para permitir ejemplos de callida iunctura que he citado en otras ocasio­ nes como la música callada, el polvo enamorado, o la higuera bate su viento. Igual en la coordinación y en las correlaciones. Incluso en las aposiciones (la llamada enumeración caótica, por ej.), por otra parte nada fáciles de distinguir de la coordinación asindética. Para el griego hay un libro notable, el de Ottervik (1943), cuyo título es bien significativo: Koordination inkonzinner Glieder in der attischen Prosa. Allí pueden encontrarse toda clase de ejemplos de coordinación entre elementos diferentes (palabras de diferentes clases, diferentes grados de comparación, di­ ferentes casos; palabra y oración, infinitivo o participio y oración, giro prepo­ sicional y oración) que son unificados en cierta manera, con finalidades estilís­ ticas, pero siguen siendo diferentes. No hay identidad. Recuérdese todo lo que sabemos sobre las transiciones entre funciones, términos de las categorías, sig­ nificados; sobre los usos figurados, la multivalencia funcional, etc. Así, estos criterios son útiles dentro del epígrafe más general de la atención al contexto para definir clases, subclases, categorías, funciones: pero no son una lámpara de Aladino. Usados mecánicamente pueden, incluso, provocar con­ fusiones. Tampoco excluyen, desgraciadamente, la subjetividad.

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Pues la subjetividad es connatural a la producción y la interpretación de los textos lingüísticos, a las clasificaciones del gramático también. Tratamos de reducirla tipificando los contextos, señalando oposiciones, fijando las posi­ bilidades e imposibilidades de las clases y subclases de palabras. Pero existen transiciones inesquivables y casos de ambigüedad, sobre todo en el nivel abs­ tracto de la lengua; y ésta nos sorprende, de otra parte, con realizaciones, con textos, que creíamos imposibles. Es abierta y creadora. El ideal de lo que es la lengua científica con claras divisiones, sin polisemia, multifuncionalidad ni neutralización, no debe cegarnos. Ésta no es la lengua natural, que en sus problemas (problemas para el hablante, aunque más para el lingüista) tiene también la marca de su superioridad: su apertura y su capacidad de adapta­ ción, evolución y creación. No nos engañemos con los mecanismos de descrip­ ción supuestamente automáticos ni con su supuesta total objetividad.

4.

C o n c l u sio n e s

Creemos que queda clara y no ambigua nuestra posición en cuanto a ideas sobre la lengua y en cuanto a método. Al mismo tiempo, creemos no ser exclu­ sivistas ni tampoco eclécticos. Dentro del mismo estructuralismo, seguimos una línea particular, crítica, que no rehúsa aprender de las demás escuelas y rechaza varios de los dogmas saussureanos. Creemos en los sistemas y en sus márgenes, en lo universal y lo particular, en la unidad y multiplicidad, según los casos, de los significados, en los límites fluidos de Sintaxis y Semántica y de otras varias clasificaciones* Desconfiamos de dicotomías y tabús, de mecanismos automáticos inventados para describir exhaustivamente sistemas lingüísticos que no describieron en su totalidad ni los neogramáticos ni los de Copenhague ni los descriptivistas ame­ ricanos, ni los transformacionalistas ni, creo, los funcionalistas. Nosotros no intentamos tanto, sólo aproximarnos en cierta medida a ese ideal inasequible. Para ello hay que desconfiar de todos y estar cerca de todos. Cerrar un poco los ojos ante sus fanatismos, que ya pasarán, dominar sus complejidades terminológicas. En gracia a lo que aportan y a que después de todo, son lo que hay. Pero, sobre todo, hay que partir de la lengua: fijar invariantes, esta­ blecer los sistemas y subsistemas y sus límites, cuando la sintaxis se degrada en clasificaciones sucesivas que a partir de un punto son lexicales. Todo ello sin ignorar el sistema ni querer forzarlo. Y hay que saber que cualquier descripción, incluida ésta, es provisional: aparte de los problemas teóricos, nos faltan datos. Aun así, puede intentarse ampliar la perspectiva sobre la lengua griega y sobre la lengua en general. Pues todas tienen mucho de común: son instrumentos tradicionales con una sistema­ tización compleja y con muchos elementos fósiles y mostrencos que, después de todo, facilitan nuestra comunicación, al lado de otros sistemas de signos.

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Y son, al tiempo, instrumentos flexibles en manos del hombre para el conoci­ miento del mundo y de sí mismo, para la acción. La lengua es un intermedio entre los hombres y entre éstos y el mundo; es a la vez una entidad propia. Nada extraño que en su estudio haya esa multi­ plicidad de puntos de vista de que hemos hablado, de que haya esa a veces fatigosa danza y contradanza de escuelas. De que nos encontremos con el lingüista-filólogo, el lingüista-literato, el lingüista-lógico, el lingüista-sociólogo y hasta el lingüista-dibujante. Y con tantos otros más: raramente con el lingüis­ ta puro, si es que es posible su existencia. Tampoco yo lo soy. Pero el objeto de estudio de todos es uno y el mismo y eso implica a la larga una aproxima­ ción, una eliminación de tabús, una vuelta de viejas verdades, a veces más significativas y esciarecedoras en el nuevo ambiente ideológico. Éste es el fondo sobre el que el lingüista debe moverse —al menos así lo pienso— al hacer la descripción sintáctica de una lengua cualquiera: el griego es sólo un ejemplo. Trata de clasificar y definir, de establecer la estructura de los sistemas que se organizan en el sistema de la lengua, de desvelar al tiempo sus funciones e incluso las relaciones transformacionales. Pero prestan­ do siempre atención a los humildes datos de los textos del corpus base: en sus contextos, oposiciones, funciones, transformaciones, semántica, estadística, neutralizaciones. Son el verdadero punto de partida. 5.

N o t a fin a l

Algunos de los resultados de este libro han sido anticipados en artículos que luego han sido utilizados aquí. Muy concretamente: «Las categorías gra­ maticales del griego antiguo», en Estudios metodológicos sobre la lengua grie­ ga, Cáceres, 1983, págs. 85-97; «Reflexiones sobre los sistemas de preposicio­ nes del griego antiguo a partir del DGE», RSEL 16, 1986, págs. 71-82; «Siste­ ma y sistemas de los casos en griego antiguo», en Stephanion. Homenaje a M. C. Giner, Salamanca, 1988, págs. 143-147; «Anticipos de una nueva teoría casual del griego antiguo», en Actas del VII Congreso Español de Estudios Clásicos, Madrid, 1989, págs. 273-278; «Norma y normas en el sistema de los casos en griego antiguo», en Festschrift O. Szemerényi (en prensa); «La oposi­ ción aspectual presente / aoristo, examinada de nuevo», en Emerita 58, 1990, págs. 1-19. El presente prólogo está incluido en las Actas del Congreso X X Aniversario de la SEL (Madrid, 1990, I, págs. 11-32), Por otra parte, es claro que algunas de las ideas aquí desarrolladas están anticipadas de alguna manera en publicaciones mías, aludidas en páginas anteriores, las más. Añádase «Semán­ tica y Sintaxis en la Gramática Funcional de Dik» (RSEL 21, 1991, págs. 1-10), «Les définitions linguistiques» (en prensa en Alpha, Halifax) y Alabanza y vitu­ perio de la lengua (Discurso de ingreso en la Real Academia Española, Madrid, 1991), entre otras. La bibliografía final incluye el material utilizado, en la medida en que es citado en el libro. Va organizada alfabéticamente y no por capítulos para hacer más fácil la localización de las referencias del texto.

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El sistema de abreviaturas es el del Diccionario Griego-Español (Madrid, C.S.I.C., 1980 y sigs.) La profesora de la Universidad de Sevilla, D .a Mercedes Vílchez, ha leído los capítulos del libro según yo los iba redactando y me ha hecho valiosas observaciones; ha corregido también las pruebas. D. Juan Rodríguez Somolinos, del C.S.I.C., me ha ayudado en una serie de revisiones y en los índices. Madrid-Turégano, 1987-1989

C a p ít u l o I

LÍNEAS GENERALES DE LA SINTAXIS DEL GRIEGO ANTIGUO

1.

C o n sid e r a c io n e s g en era les

La Sintaxis del griego se basa en estructuras formales y de contenido y en funciones que llevan de la palabra a la oración simple y de ésta a la oración compuesta. No es tan diferente, al menos en su contenido, de la sintaxis del español, a su vez próxima a la de las otras lenguas indoeuropeas modernas. Ciertamente, el español no posee casos (salvo en mínima medida, en los pro­ nombres personales) ni número dual; usa en forma más restringida el aspecto y eí modo; presenta diferencias notables en cuanto a la voz y posee un tiempo relativo del que carece el griego; su elenco de partículas no coordinativas es reducido; usa en escasa medida el infinitivo en las oraciones subordinadas; tiene un gerundio, pero no construcciones absolutas y predicativas del partici­ pio. Fuera de esto, está bastante próximo al griego en lo relativo a clases y subclases de palabras, organización de éstas en sintagmas y oraciones simples y compuestas y, también, en io relativo a categorías y funciones, sobre todo, en lo que concierne al contenido, aunque también hay semejanzas en la forma. Todo ello es fruto, primero, del común origen indoeuropeo; y, segundo, del influjo del griego sobre todas las lenguas de cultura posteriores. Pues el griego que es, junto cön el egipcio y el chino, la lengua cuyo desarrollo está documentado sobre más iárgo período de tiempo, ha sido decisivo en la confor­ mación de la sintaxis (y del léxico) de las lenguas posteriores, bien directamen­ te, bien a través del latín. Aquí consideramos sólo su fase antigua, desde el micénico a los albores de la edad bizantina: unos 2.000 años. La Sintaxis del griego está, según decimos, edificada sobre la base de la palabra. Se trata de estudiar cómo recibe determinaciones y expansiones, creando grupos con igual función, los sintagmas; de cómo esas palabras o sintagmas se relacionan entre sí creando la oración simple; de cómo ésta recibe la determi­ nación de otras oraciones simples, creándose así la oración compuesta, o recibe

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la expansión por medio también de otras oraciones simples, creándose grupos de oraciones coordinadas. Aquí termina la Sintaxis propiamente dicha: más allá está la organización de las oraciones en un texto, lo que es objeto de estudio por parte de la Gramática del Texto, de la Estilística y de la Teoría Literaria. Tampoco se ocupa de la palabra en sí, sólo de cómo se organiza e incluye en unidades superiores. Conviene, sin embargo, definiría: aunque su definición incluye una serie de rasgos que no siempre se dan todos. La palabra es la mínima unidad semántica (o deíctica) libre: limitada por junturas, provista de un acento, irrompible, con orden fijo de elementos. Aunque, ya decimos, pue­ de haber violación de una u otra regla: en hom. πρό μ5 ήκε ‘me envió’ está «rota» una forma de προίημι y hay un μ’ (με átono, proclítico); en εγωγε la partícula γε es también átona, enclítica y se escribe tras el pronombre como si formaran una palabra única. Es la dualidad semántica de πρό μ’ ήκε y εγωγε y el paralelismo de προήκε, με, εγώ y γε en otros contextos, la que facilita el análisis en palabras. Pero la unidad semántica de la palabra no es clara siempre, ni mucho menos. Y hay problemas de límites para definir la palabra muchas veces. Añadamos algo esencial. En griego hay palabras invariables (no flexivas) que poseen una sola forma. Y otras variables (flexivas) que son un conjunto de varias formas que son variantes gramaticales de las mismas. Igual que en español, aunque el detalle varíe. En el interior de la palabra hay relaciones no disímiles de las que hay entre las palabras que se organizan en un sintagma. Cuando la palabra es compuesta y está integrada por varios morfemas, uno puede determinar a otro (άκρόπολις ‘la ciudad alta’) o uno puede expandir a otro (ιατρόμαντις ‘médico y adivi­ no’). En uno y otro caso, un morfema gramatical, colocado habitualmente al final, determina al conjunto precedente asignándole, si se trata de un nom­ bre, valores de género, número y caso; si de un verbo, valores de persona, número, voz, tiempo, aspecto y modo. Esto ocurre igualmente cuando el mor­ fema final gramatical determina a una palabra integrada por un solo elemento. Pero estas determinaciones y expansiones internas a la palabra no son estu­ diadas, tradicionalmente, dentro de la sintaxis, sino dentro de la derivación y composición de palabras. Tienen, por lo demás, características que, aunque próximas, no son exactamente las mismas. Y una serie de elementos que sirven para edificar la Sintaxis que va de la palabra a la oración compuesta (clases y subclases de palabras, categorías, funciones) faltan aquí. Las relaciones entre las palabras se establecen en griego mediante una serie de elementos: a) Elementos marcados morfológicamente en Tas palabras mediante desi­ nencias y, raramente, rasgos iniciales, tales el aumento y la reduplicación; a veces intervienen también las alternancias vocálicas y el lugar del acento. Nóte­ se que el griego, como todas las lenguas indoeuropeas, posee sincretismo y

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amalgama. Sincretismo: formas idénticas indican varias categorías o fun­ ciones, por ej., μέτρον es N.-Ac.-V. de sg., compárese en esp. amaba, 1.a-3.a pers. del impf. ind. Amalgama: una forma marca varias categorías y funciones, por ej., λύω indica 1.a pers. sg. act. pres. (pero amalgama el ind. y el subj.), compárese en esp. amo que indica 1.a sg. act. pres. ind. La desambiguación o interpretación de sincretismos y amalgamas de una forma de una palabra en un determinado contexto se logra mediante el estudio de su función y sus categorías concretas, que se deducen de dicho contexto. b) Palabras gramaticales. Por ej., las partículas άν o κεν, κα precisan el valor de ciertos modos, otras marcan conexión o coordinación (de palabras, sintagmas y oraciones). Las preposiciones indican la relación entre el verbo (a veces el nombre o adjetivo) y un nombre. Las conjunciones entre una ora­ ción y otra (subordinación). c) Suprasegmentales. Una determinada curva melódica distingue la ora­ ción aseverativa de la interrogativa, una determinada intensidad de voz marca la interjección o el V. o el impvo. o la oración exclamativa; la diferencia entre formas tónicas y átonas distingue ciertas partículas de otras, los adverbios de ciertas partículas y de las preposiciones, usos enfáticos y no, interrogativos e indefinidos de ciertos pronombres; etc. d) Orden de palabras. Aunque menos importante que en lenguas con una flexión más reducida, no deja de tener interés para distinguir clases y subclases de palabras y funciones de las mismas. Las partículas átonas, por ej., suelen ir en el segundo lugar de la oración, las conjunciones ante la subordinada, las distintas subclases de los adjetivos tienen tendencias propias respecto al orden de palabras. e) Relación entre clases de palabras. Si van en igual género, número y caso, un adjetivo determina a un nombre, un nombre a otro nombre: καλόν παιδίον ‘niño guapo’, άνήρ ποιμήν ‘varón pastor’, ‘pastor’. Igual un artículo. Una partícula determina a un nombre o pronombre (εγωγε ‘yo ai menos’), un adv. a un verbo (καλόν λέγεις ‘bien dices’); y hay otras combinaciones. Como se ve, el sistema de marcas formales es muy complejo y está, a veces, en una relación difícil con clases (y subclases) de palabras, categorías, determi­ naciones y funciones, cuyo contenido, con frecuencia, no es fácil de definir. Son conceptos, de otra parte, que tenemos necesidad de precisar. Pero antes hemos de decir algo sobre el marco fundamental en que se encuadra la sintaxis de la palabra: la oración simple. Si la palabra es el elemento mínimo con que trabaja la sintaxis, su esquema fundamental es, en efecto la oración simple. La compuesta no es sino una oración simple determinada por otra, igual que una palabra puede estar deter­ minada por otra: ya lo hemos dicho. Ahora bien, la oración simple puede consistir en una sola palabra que expresa, dice o predica algo de una manera suficientemente completa: Σώκρατες requiere la atención de Sócrates o le lla­ ma; θάλαττα pronunciado por los soldados de la expedición de los 10.000 que N UEVA SINTAXIS. — 3

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lo descubrían desde la cima de una colina, quiere decir ‘¡ahí está el m ar!’, ϋει ‘llueve’ expresa también un proceso completo, vaí ‘si’, ούχί ‘no’ equivalen a su vez a una expresión completa. Pero lo habitual en griego, como en todas las lenguas indoeuropeas, es la oración bimembre, con un nombre sujeto y un verbo predicado (Σωκράτης τρέχει ‘Sócrates corre’) o con un nombre suje­ to y otro o un adjetivo predicado (Δήμος καλός ‘Demo es guapo’). Es una relación compleja, que no coincide con la que existe entre un nombre y otro nombre o un adjetivo que lo determinan (δόμος πατρός ‘casa del padre’, δόμος λίθινος ‘casa de piedra’) o en grupos como el de un nombre expandido con una aposición (ίππεϊς, πεζοί ‘jinetes, infantes’) o el de un verbo determinado (καρπόν ëÔODGi ‘comen frutos’); ni, por supuesto, el de un verbo expandido (εδουσι, πίνουσι ‘comen, beben’), pues esto equivale ya a dos oraciones. Es una relación de otro tipo, la conocida como relación predicativa, la que indica que se «predica» algo de alguien o algo. En ella hay, en realidad, una relación recíproca. El verbo incluye datos gramaticales que definen su proceso, pero restringen a su vez la operación del sujeto; indican en qué circunstancias de tiempo, modo, etc., se desarrolla. Inversamente, el sujeto incluye datos que precisan quién o qué cosa está implicado en el proceso verbal, que así es deter­ minado o restringido; o, cuando ese dato está ya incluido en el verbo (en la 1.a y 2.a pers.), insiste en su importancia, le da énfasis (uso de έγώ y sus variantes numéricas, en realidad prescindibles). Este es el punto de vista de este libro; no ignoramos que existe la posición según la cual el sujeto es un mero determinante (o actante o argumento) del verbo, como ios complementos. La palabra y la oración simple son los dos pilares fundamentales entre los que se mueve la sintaxis del griego antiguo, ni más ni menos que la de las lenguas indoeuropeas en general y muchas otras más. Se trata ahora de ver cómo se pasa de la primera a la segunda; y de la segunda a grupos sintácticos superiores. Los mecanismos, ya lo hemos dicho, son los mismos: la determina­ ción y la expansión. Operan sobre la palabra: sobre el sujeto y sobre el predica­ do. Operan también sobre la oración entera, dando datos que acaban de defi­ nirla o que la relacionan con otras oraciones. Haremos algunas precisiones, primero sobre lo concerniente a la palabra; luego diremos algo sobre lo que se refiere a la oración. 2. n es,

D e t e r m in a c io n e s , f u n c io ­ EXPANSIONES, APOSICIONES

Algo se ha anticipado ya. Una palabra puede sufrir determinación o expansión: a) Determinación. — El contenido de la palabra se restringe así y sucede que a partir de un inventario limitado de palabras de contenido genérico obte­ nemos sintagmas actualizados de contenido muy preciso y concreto, a veces único e irrepetible: es un inventario imposible de hacer, porque es ilimitado. A partir de una misma palabra podemos distinguir a Αισχίνης ό Σωκρατικός

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de Αισχίνης ó ί>ήτωρ: son dos Esquines muy precisos, un filósofo y un orador. Y basta un mismo verbo, que significa ‘comer’ en general para la fórmula homérica referida a los hombres que ‘comen el fruto de la tierra’ (άρούρης καρπόν εδουσι) y para dar expresión lingüística a cuando las cabras de Teócrito 5.128 comen determinadas plantas (κύτισόν τε καί αΐγιλον). Así, no es pre­ ciso un nombre independiente para cada individuo humano, ni un verbo inde­ pendiente para el comer de hombres y animales (aunque en otras lenguas pueda darse esto) ni para el comer tal o cual alimento. Dentro del concepto general de determinación llamamos función a determi­ naciones que son gramaticales. Así, cuando un nombre o un verbo son determi­ nados por un nombre en un caso: por ej., el nombre por otro nombre en G. (πατρος δόμος) o el verbo por un nombre en Ac. (καρπόν εδουσι). Los casos, en efecto, entran en términos generales bajo el concepto de función. O piénsese en la voz, que da datos sobre la relación de sujeto y verbo: la voz media indica, fundamentalmente, una acción subjetiva, es decir, cuyo re­ sultado incide en el sujeto de una manera especial. Una nodriza τρέφει ‘cría’ a un niño, una madre τρέφεται lo ‘cría’ igualmente, pero es su hijo. En principio, la determinación implica la restricción (actualización) de un contenido por otro; la función es un concepto incluido en éste, implica la deter­ minación de un contenido por otro que es gramatical. Ahora bien, los límites entre gramática y semántica son indecisos, a veces hablamos de función deján­ donos llevar de criterios formales y, en el fondo, las diferencias son graduales y difíciles. Este es un problema con el que habremos de luchar constantemente y por ello vamos a adelantar algunas cosas, a añadir a las ya dichas en el prólogo. Por ejemplo, se acepta que el papel del N. sujeto es una función. Pero el sujeto, en un segundo nivel de análisis, puede tener un valor semántico: indicar, en muchos casos pero no siempre, el agente. Dik y su escuela hablan de «función semántica». Otro ejemplo: es muy frecuente hoy decir que el compl. dir. (en Ac.) es un actante o un argumento obligatorio; otros casos y otros usos del Ac. (de tiempo, modo, etc.) serían circunstantes o argumentos no obligatorios, equivalentes más o menos a adverbios. No serían funciones gra­ maticales propiamente dichas. Aunque la verdad es que hay transiciones y en un verbo transitivo puede faltar el complemento directo y que hay fluctuación entre verbo transitivo e intransitivo, entre Ac. compl. dir. y otros Ac. Un últi­ mo ejemplo. La determinación de un nombre por otro en G. o por un adj. se califica de función. Pero el contenido de la determinación se fragmenta inde­ finidamente según las subclases del nombre en G. o del adj.: ¿dónde termina la gramática, dónde comienza la semántica? Todo esto es el resultado de que, como decíamos en el prólogo, las unidades gramaticales (funciones, categorías, clases de palabras) tienen contenidos no estrictamente unitarios. Son clasifica­ ciones que dan al hablante un punto de referencia, que luego precisa en cada uso mediante datos muy complejos del contexto.

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b) Expansión. — Las cabras de Teócrito comen κύτισόν τε καί αϊγιλον, un conjunto de plantas es clasificado en dos unidades, expresadas en dos pala­ bras que desempeñan igual función sintáctica, la de compl. dir. Cualquier ele­ mento determinado o cualquier elemento determinante del nivel que sea (inclu­ so una oración, ya se ha dicho) puede sufrir una expansión en condiciones similares. Hablamos en este caso de coordinación. Otra cosa es la marca de la expansión: ya puramente contextual (en el asíndeton), ya marcada por pala­ bras especiales que, de otra parte, pueden indicar matices distintos de la expansión. Éstos son los dos procesos fundamentales. Hay luego el de la aposición, cuando dos palabras tienen igual referente: οδ’ εγώ, έγών οδε en Homero designan una persona ya como sujeto en 1.a sg., ya como situada «aquí». De otra parte, existe la sinonimia: dos palabras pueden, cada una en su contex­ to, referirse a lo mismo, dos formas gramaticales tener igual significación (neu­ tralización). Y un caso especial de ella, cuando de una parte se usa el sector significativo de la lengua, de otra el deíctico, los pronombres: un orador puede mencionar a su cliente o a su antagonista ya por el nombre propio, ya por un pronombre (ούτος o οδε). Insistamos ahora sobre lo ya anticipiado antes: todos estos mecanismos se dan igualmente en niveles superiores al de la palabra. Puede haber una determi­ nación recursiva: en ό καλός 'ίππος του πατρός, καλός determina a ΐππος, el total es determinado por ó (ó καλός ίππος) y este nuevo total, este ‘el her­ moso caballo’, es precisado aún más por τοϋ πατρός ‘del padre’ (donde, a su vez, el artículo determina a πατρός, no se trata de un padre cualquiera, sino de uno muy preciso). Así se crea un sintagma que tiene funciones gramati­ cales idénticas a las que pueda tener ίππος. Pero también hay coordinación de sintagmas, opera entre ellos el mecanismo de la expansión: IL 18,514 άλοχοί τε φίλαι και νήπια τέκνα ‘las queridas esposas y los niños pequeños’; y la hay entre una palabra y un sintagma. El total tiene, una vez más, las mismas fun­ ciones que las palabras o sintagmas individuales: en este caso, la de sujeto: ί>ύατ5 έφεσταότες ‘defendían (la muralla) situados encima’. Y hay simple apo­ sición: Agamenón es objeto de referencia en IL 1.130 como ήρως Ά τρείδης, εύρύ κρείων Α γαμέμνω ν ‘el héroe Atrida, Agamenón vastamente poderoso’. En el nivel de la oración simple encontramos, una vez más, la determina­ ción. Un adverbio, una partícula, un caso usado adverbialmente, puede referir­ se a toda ella y no a un elemento preciso, como veremos. Y determinadas palabras (pronombres, partículas, interjecciones) o usos modales del verbo, más, a veces, datos de la curva melódica o la intensidad de la elocución o el orden de palabras, definen una oración como aseverativa, interrogativa, exclamativa o de mandato. Igual que en nuestra lengua, aunque pueda variar el detalle. Se va ascendiendo así por una serie de escalones jerárquicos a base de, fundamentalmente, los mismos recursos. El proceso es el mismo cuando se crea, por el procedimiento de la expansión con asíndeton o partículas, el grupo

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de oraciones coordinadas. Y cuando una oración es determinada por otra (su­ bordinación o hipotaxis). Detengámonos un momento en este punto. Es bien sabido que la subordina­ da tiene respecto a la principal función de compl. dir. (completivas), de compl. circunstancial (circunstanciales) o de determinación de un nombre (oraciones de relativo). Otras completivas funcionan como sujetos. No son funciones dife­ rentes, en principio (aunque hay diferencias en el detalle), de la del nombre compl. dir., el adverbio (y usos adverbiales de los casos) y el adjetivo, respecti­ vamente. Una vez más, la coincidencia con nuestras lenguas es completa en lo funda­ mental. Donde hay ya coincidencia, ya no, es en las marcas formales utilizadas. Las completivas llevan ya palabras gramaticales especiales (las conjunciones), ya implican que la subordinada lleve un inf. (cuyo sujeto, si lo hay, va en Ac.) ya se expresan mediante la determinación adjetival de un nombre de la principal mediante un participio. O bien ciertos elementos de la subordinada son suficientes para marcar la determinación: un pronombre interrogativo, un τίς por ejemplo. Las circunstanciales pueden llevar ya conjunción ya participio; a veces las primeras se combinan con un inf. Las oraciones de relativo llevan a éste como nexo: en realidad transforman en un adjetivo a toda la subordina­ da, un adjetivo que determina a un nombre de la principal. Aunque a veces hemos de hablar de aposición: el relativo se refiere a un demostrativo que es un antecedente (τούτον ον όροίς ‘a éste a quien ves’). Pero también las circuns­ tanciales pueden tener antecedente: οϋτως ώς ελεγον ‘así como yo decía’. Todo esto en términos muy generales. El problema es el de delimitar las funciones y subfunciones, que se degradan en semántica y que sólo en parte coinciden con las de dentro de la oración simple. Ello sólo puede realizarse con ayuda del estudio de las clases- y subclases de las conjunciones, de los usos modales del verbo subordinado, de las funciones del inf. y participio, entre otros datos. También, como siempre, del estudio de los datos semánticos deducidos del estudio de cada contexto. Hay siempre unos límites de la sintaxis que son abiertos. 3.

C a te g o r ía s

y

c o n la s fu n c io n e s

su r e la c ió n y

e l lé x ic o

L os criterios para establecer el sistema de la sintaxis del griego y de otras lenguas como la nuestra no quedan, sin embargo, completos, si a las determi­ naciones y, dentro de ellas, a las funciones, no se añade la consideración de las categorías. Se trata de clasificaciones gramaticales, es decir, que comprenden un peque­ ño número de términos, que operan dentro de una palabra flexiva. Un nombre, por ejemplo, forzosamente ha de aparecer en un determinado género y en un determinado número: no se puede expresar mediante una palabra el concepto

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del «lobo», por ejemplo, sin indicar al propio tiempo si es mase., fem. o neutr., sg., pl. o dual. No se trata de la relación (determinación o función) de esa palabra con otras dentro del enunciado; se trata de en qué casilla de la clasifi­ cación griega de todos los nombres entre los tres géneros se coloca al «lobo» y de en qué casilla de la clasificación de todos los entes reales en tres números. En realidad, en una lengua como el griego no existe una palabra que designe el «lobo», sólo aparece en conexión con las categorías en cuestión (y con la función de un caso). Otra cosa es la forma: si esa colocación en las casillas en cuestión se expresa mediante desinencias u otras marcas incluidas en la pala­ bra; o si es consustancial, simplemente, con ella o si depende de factores contextúales. Estas dos categorías no aparecen sólo en el nombre, también están presentes en el adj. y el pronombre, aunque ahí hay ciertas excepciones y ciertas matizaciones y la del número está también en el verbo: se trata de si el proceso a que se refiere se considera como llevado a término o experimentado por un sujeto singular, plural o dual. En cambio, la categoría de la persona no aparece en el nombre y sí en el verbo: se trata de si su sujeto es de 1.a, 2 .a o 3.a persona; es compartida por los pronombres personales, así como en cierta me­ dida por algunos demostrativos. Otros pronombres y los nombres, en cuanto sujetos, funcionan en términos generales como de 3.a pers. Y todavía hay otras categorías verbales: la del tiempo, que indica si el pro­ ceso se realiza en el momento presente o antes o después del mismo; la del aspecto, que describe el tiempo interno del proceso, o sea, si no se le añade especificación alguna o si es clasificado según no haya llegado a su término o lo haya sobrepasado; la del modo, que se refiere a la acción verbal desde el punto de vista de cómo juzga el sujeto su realidad o su alejamiento de ésta. Ciertos pronombres, todavía, presentan la categoría de la deixis, que los define en función con su proximidad o alejamiento de la persona que habla. Nótese que estas categorías, que incluyen en un casillero clasificatorio las distintas variantes de las palabras flexivas, pueden ser absolutas o relativas. Las primeras se refieren, como en los ejemplos del género y el caso, a una clasificación general de la realidad; las segundas, a una dependiente del sujeto. Categorías absolutas son, a más del género y el número, el aspecto y el modo; relativas, la persona, la deixis y el tiempo. En efecto, lo que es primera persona para mí (yo amo) será segunda o tercera para otros que describen el mismo proceso (tú amas, él ama). Lo que es presente para mí (yo amo), será pretérito o futuro para otros que lo contemplan desde el futuro y el presente, respectiva­ mente (él amó, él amará). Es cuestión de perspectiva: igual en las otras categorías. Hay varias observaciones que hacer en relación con las categorías del grie­ go, en parte extensibles a las funciones. No son disímiles, de otra parte, de las que pueden hacerse en relación con las del español: 1. Las categorías son arbitrarias, cosa de cada lengua. Algunas no tienen género o número o persona o tiempo, etc. Otras tienen categorías distintas

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de las nuestras, como las clases del nombre de determinadas lenguas bantú o del SE asiático, que se basan en si un nombre se refiere a un objeto de tal o cual forma o relacionado con tal o cual esfera de actividad (la caza, lo divino, etc.). Incluso si en dos lenguas hablamos de número, aspecto o tiem­ po, ello no quiere decir que su organización interna coincida, como propugnan ciertas escuelas lingüísticas que han llevado al exceso la concepción universalis­ ta del lenguaje. Hay lenguas que tienen un número trial, otras carecen del dual. Las hay que tienen un pasado real y uno mítico. El aspecto del griego y el eslavo (por no hablar del español y el inglés) presentan rasgos diferenciales. Igual sucede con las funciones: el sistema casual del griego difiere del sánscrito y del latín, es empeño vano el tratar de definir el Ac. o el G. en términos generales. 2. Si las categorías clasifican la realidad, también la clasifica el léxico. La diferencia es puramente gradual: las categorías (y funciones) gramaticales son pocas y sus términos también limitados; en cambio, los campos semánticos son numerosos y no fácilmente delimitables, sus términos son numerosos tam­ bién, se trata de sistemas abiertos. Nadie puede inventariar, por ejemplo, los nombres de animales o de frutos, mientras que los números y las personas son sólo tres, los casos cinco, etc. Cierto que las categorías (y funciones) tienen en general un carácter más abstracto: el tiempo, el espacio, por ejemplo, se reflejan tanto en la gramática como en el léxico. Y hay zonas intermedias. Así, las preposiciones, que expresan relación (determinación), tienen clasifica­ ciones que las penetran, como las de espacio, tiempo y noción; y dentro de la primera hay «lugar en», «lugar desde», «lugar hacia», «lugar a través». Pero las preposiciones son numerosas y esas clasificaciones se reflejan en he­ chos contextúales y opositivos complejos, semejante a los que establecen las clasificaciones del léxico. 3. Es tan difícil o tan imposible establecer una definición exhaustiva de las categorías y los términos en que se organizan, como establecerla de las funciones. Existen, por ejemplo, dos tipos de oposición sg./pl., una sobre la noción de uno/varios, otra sobre la de continuo/discontinuo. Existen centro y márgenes; es decir, significados anómalos y de baja frecuencia. Existen he­ chos de neutralización: en ocasiones la oposición mase./fem. nada tiene que ver con el sexo, en realidad es puramente formal. Así ocurre también con las funciones, hay usos muy diversos del Ac., que de otra parte a veces se neutrali­ za con el N. (actúa como sujeto del infinitivo) o con el G. o D. (que igual que el Ac. pueden ir regidos por ciertos verbos). Y cosas semejantes ocurren con el léxico. Pero estos problemas de definición lo son más para el lingüista que para el hablante o receptor de una lengua: éste trabaja con usos concretos en contextos concretos, los cuales son definidos corrigiendo la expectativa ge­ nérica; que es abierta, con datos gramaticales y lexicales sacados de dicho contexto.

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4. No hay que trazar un foso profundo entre categorías y funciones, como no hay que trazarlo entre gramática y léxico (semántica). La función «voz», que precisa la relación del proceso verbal con el sujeto, clasifica al mismo tiem­ po dicho proceso de acuerdo con el sujeto: la madre puede decir τρέφομαι παΐδα pero si no quiere incluir el rasgo subjetivo, puede decir muy bien τρέφω παιδα. Y todas las categorías verbales tienen repercusión en el sujeto y vicever­ sa. Pero, sobre todo: las que hemos llamado categorías pueden tener secunda­ riamente un uso funcional. El género y el número de ciertos nombres no signi­ fican, a veces, nada en sí, pero indican su concordancia con ciertos adjetivos y no con otros y viceversa. Ciertas categorías verbales se reflejan, igualmente, en hechos de concordancia. 5. Insistimos en que los sistemas de las categorías y los de las funciones pueden tener casillas vacías, lagunas. Hay singularia tantum y pluralia tantum, hay verbos sin voz activa (deponentes) o sin voz media, hay defectividad, en general. Por otro lado, las oposiciones entre los términos de las categorías y funciones son complejas, no todos se oponen a todos en todos los contextos; cuando lo hacen, es en un determinado sentido o uso, ya hemos dicho que no hay, frecuentemente, un significado unitario. Hay, además, neutralizacio­ nes, también en determinados contextos. Sobre esto remitimos al prólogo.

4.

C lases y su bclases d e p a l a b r a s

Hemos venido viendo que las categorías y las funciones se refieren solamen­ te a ciertas clases de palabras o a una subclase de las mismas; aunque algunas se encuentran en más de una clase. Género y número son comunes al nombre y adjetivo y parte del pronombre y del verbo (al participio); la voz es propia de todo el verbo, la persona sólo del verbo personal y del pronombre también personal; etc. Una clase de palabras puede tener, también, una sola o varias funciones, que a veces se extienden a más de una clase: el sistema de la voz es propio solamente del verbo, el de los casos del nombre, adjetivo y pronom­ bre (y del participio). Pero luego el nombre se distingue en que puede funcionar como sujeto, predicado, determinante del verbo y del nombre, oración; el adje­ tivo, en cambio, es prácticamente tan sólo un determinante, casi siempre del nombre. Cruzándose con las clasificaciones semánticas de las palabras, su inclusión en campos semánticos, están las clasificaciones gramaticales, las clases de pala­ bras: término que sustituye al de partes de la oración, que viene de los gramáti­ cos antiguos. Estas clases se caracterizan por la coincidencia más o menos com­ pleta de rasgos formales (incluidos, en el caso máximo, los relativos al acento y orden de palabras), rasgos gramaticales como los que venimos estudiando y rasgos semánticos o deícticos. O por otros rasgos gramaticales que aún no hemos tocado: así, la determinación del nombre, propia del artículo.

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Y también por rasgos negativos. Un verbo personal no puede ser sujeto o determinante de nombre, un nombre no puede designar un proceso, uno y otro son incapaces de ciertas categorías y funciones. Un pronombre tiene rasgos formales propios y valor deíctico y no semántico y comparte ya ras­ gos gramaticales del nombre ya del adjetivo ya posee otros propios (la persona, las tres deixis, el uso anafórico y catafórico). Una conjunción es invariable, precede a la oración subordinada y tiene una función subordinante. Etc. Claro está, dado que las clases presentan subclases y que sus rasgos no están presentes todos a la vez y que hay transiciones y casos ambiguos, no es tan simple dar definiciones absolutas de las mismas; y puede haber diferen­ cias entre los gramáticos. Pero sin duda existen en la conciencia lingüística en relación con la forma, las funciones, las categorías y el significado. Son útiles para la descripción gramatical. Aunque en el texto a veces no sean tan fáciles de percibir y ello haya de hacerse en cada pasaje, con ayuda del contex­ to gramatical y lexical. A veces la forma es idéntica: sólo el contexto preciso decide si αγαθός funciona como nombre o adjetivo, ó es pronombre o artículo, μή partícula o conjunción, por ejemplo. Hay más: existe el mecanismo de la transformación en virtud del cual, con añadido o no de elementos formales, un nombre, por ejemplo, funciona como adjetivo (άνήρ ποιμήν *un hombre pastor’, es decir, ‘un pastor masculino’, ‘un pastor’ por oposición a ‘una pastora’). O un adjetivo se transforma en nombre: oí αγαθοί ‘los buenos’, ‘los aristócratas’. O un adverbio se transforma en adjetivo (oí νυν άνθρωποι ‘los hombres de ahora, actuales’) o en nombre (oí νυν, igual sentido). O bien una preposición, al no ir seguida de un caso, funciona como un adverbio. Sucede también que la transformación sea de una subclase de palabras: es el caso del infinitivo y participio, que conservan ciertas categorías y funciones del verbo y añaden otras del nombre o adjetivo. Es éste de la transformación un mecanismo muy importante en la sintaxis del griego. Por ello, el estudio de las clases de palabras y de sus funciones y categorías debe ir acompañado del de las transformaciones. Y debe ser acompañado del estudio de las subclases, que están más o menos ligadas a rasgos formales, gramaticales y semánticos y a interdicciones de uso en determinadas circunstancias. Piénsese, por ej,, en los nombres numerativos y no, que condicionan el significado del número; en los pronombres persona­ les, demostrativos, relativos y otros; en los verbos transitivos e intransitivos; en los adverbios de lugar, tiempo, modo, etc. Las clasificaciones son a veces difíciles de establecer y hay límites inciertos y casos de multifuncionalidad: un verbo puede funcionar como transitivo o intransitivo, un adverbio como local o temporal. El elemento semántico es especialmente importante y ello lleva a toda clase de problemas. Con todo, si de verdad queremos com­ prender el funcionamiento de la gramática en los varios niveles que van de la palabra a la oración compuesta, su estudio es indispensable. Pues no

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todos los adjetivos o los pronombres o los verbos o los adverbios tienen iguales funciones y categorías: estas limitaciones se reflejan en las subclases de pa­ labras. Pero debajo de las clases están las subclases subordinadas a éstas y así suce­ sivamente; y las clasificaciones que son válidas en un contexto no funcionan o no tienen interés en otro. En otras palabras: las subclases gramaticales se degradan en clasificaciones lexicales, por otra parte relevantes o no, según los casos, para la interpretación gramatical de la frase. Por ejemplo, las funciones y significados de las preposiciones dependen no sólo del caso que lleven, sino de subclases subordinadas del sujeto, el verbo y el nombre regido. Ά π ό seguido regularmente de G., indica «movimiento desde» cuando el sujeto del verbo es de persona o asimilado, el verbo de trasla­ do y el régimen de lugar: II. 2.91 sigs. £θνεα πολλά νεών άπο και κλισιάων / ...έστιχόωντο en otros contextos puede significar cosas muy diferentes, por ejemplo causa, cf. A., Λ . 1643 τλήμων ούσ’ α π’ εύτολμου φρενός, con nom­ bres y un verbo de subclases diferentes. Pero nótese que la palabra «nave» que funciona como de lugar en el primer ejemplo, funciona asimilada a nom­ bres de persona (e igual «ciudad», etc.) en otros contextos. Sólo el estudio combinado de rasgos numerosos, más o menos generales, más o menos formalizados, desentraña la estructura sintáctica y el significado de la frase. Aquí estudiaremos los gramaticales, pero tras advertir la transición que hay con los lexicales, que son los que llevan hasta el fin el análisis. La gramática sólo procura el esquema general y a veces hasta para éste tiene nece­ sidad de la semántica del léxico: aporta, por ejemplo, el criterio principal para distinguir partículas y adverbios. 5.

El

s is t e m a d e

la

s in t a x is

g r ie g a

Resumimos a continuación el sistema de las clases de palabras, de las cate­ gorías y funciones y de otros mecanismos gramaticales. Antes conviene insistir en algunos principios generales. Las clases de palabras del griego, como las de lenguas afines como el espa­ ñol, se organizan en dos hiperclases, la de las palabras variables o flexivas y la de las invariables o no flexivas. Naturalmente, sólo dentro de las primeras se pueden encontrar sistemas gra­ maticales de oposiciones (categorías o funciones), que están adscritas, como se ha dicho, a una o varias clases de palabras, a veces sólo a subclases. Así, si decimos que el verbo puede ir determinado por un Ac., en realidad queremos decir que esto es propio de ciertos verbos, la subclase transitiva y otras subcla­ ses con las cuales el Ac. toma sentidos diferentes. Por otra parte, las palabras flexivas ejercen determinaciones en un sentido amplio, las cuales también están en función de subclases de palabras: no todos los adjetivos, por ejemplo, ejer­ cen igual tipo de determinación.

Lineos generales de la sintaxis del gr. antiguo

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Las palabras invariables, a su vez, ejercen determinaciones que están igual­ mente ligadas a subclases: esto se ve claro, sobre todo, en los adverbios y partículas, pero en éstas los varios tipos de determinación a veces son ejercidos por partículas diferentes, a veces por las mismas. La determinación que ejercen las preposiciones sobre el verbo (y aun el nombre y adjetivo) y las conjunciones sobre la oración, al ser de carácter más sistemático, podrían calificarse de fun­ ción. Y entre preposición y caso hay una determinación recíproca. En cuanto a las categorías, ya hemos dicho que no pueden existir en palabras que no poseen oposiciones internas entre varias formas parcialmente idénticas. Las que hay son entre palabras diferentes, son, realmente, oposiciones lexicales. Entre las dos hiperclases, entre las clases y las subclases hay interferencias y límites difusos. Esto constituye mayor problema cuando se trata de dar defi­ niciones más exhaustivas que al nivel de la inteligibilidad del texto. Con esta clasificación en dos hiperclases se interfiere otra: hay palabras, procedentes de las antiguas raíces nominal-verbales del IE, que son de tipo semántico: son signos con un significante y, en principio, un significado. Y hay palabras, procedentes de las antiguas raíces pronominal-adverbiales, que son de tipo deíctico: señalan o apuntan a algo concebido como situado en un espacio o un tiempo o como una noción de estos tipos y definido por rela­ ción al hablante. Ni más ni menos que en español con nuestro éste, ése, aquí, allí, etc. Pero esta clasificación se ha subordinado a la otra. Hay las palabras deícticas flexivas, que son los pronombres, los cuales, como ya se ha dicho, tienen funciones ya de nombre ya de adjetivo, más ciertos rasgos compartidos con el verbo o bien otros propios. Emparentado con ellos está el artículo, que determina al nombre e interviene en diversas transformaciones. Hay ias palabras invariables deícticas, que intervienen en algunas subclases de las mismas. Por otra parte, hay un tercer grupo de raíces, expresivas y onomatopéyicas, que van a parar a una de las clases no flexivas, la interjección. Insistimos en los límites a veces borrosos de clases y subclases, en la multi­ funcionalidad (una palabra que funciona ya como pertenenciente a una clase, ya a otra) y en las transformaciones. Y, también, en la existencia de dos subclases-puente entre el verbo y el nombre (el infinitivo) y entre el verbo y el adjetivo (el participio), las cuales comparten algunas de las categorías y fun­ ciones de nombre y verbo, adjetivo y verbo: no todas. A continuación damos una serie de cuadros donde resumimos lo dicho hasta aquí sobre las clases de palabras, categorías, funciones y otros mecanis­ mos gramaticales del griego y añadimos algunas cosas más: 1.

Clases de palabras. 1.

Hiperclase de palabras flexivas. 1.1. Clases semánticas.

44

Nueva sintaxis del griego antiguo 1.1.1.

Nombrfl

1.1.2.

Adjetivo

subcl.-puente: infinitivo subcl.-puente: participio 1.1.3. Verbot-— 1.2. Clases deícticas. 1.2.1. Pronombre 1.2.2. Artículo 2.

Hiperclase de palabras no flexivas. 2.1. Clases semántico-deícticas. 2.1.1. Adverbio 2.1.2. Partículas 2.1.3. Preposición 2.1.4. Conjunción 2.2. Clase exclamativa: interjección.

La continuación de la clasificación en niveles inferiores llega, como se ha dicho, ya a la subclases de palabras, ya a sus subdivisiones jerarquizadas, que terminan en ser grupos de palabras que tienen o no tienen compatibilidad con otros en la frase. 2.

Categorías. 1.

Número: Incluye como máximo tres términos: singular, plural y dual. Es la categoría de máxima difusión, aparece en todas las clases flexivas: nombre, adjetivo, pronombre, artículo, verbo, 2. Género: Incluye como máximo tres términos: masculino, femenino y neutro. Aparece en el nombre, adjetivo, pronombre (pero no en los personales), artículo y verbo (sólo en el participio; en el infinitivo sólo con ayuda de una «flexión externa» con el artículo). 3. Persona: Incluye tres términos: 1.a, 2 .a y 3.a persona. Aparece en los pronombres personales y el verbo también personal. 4. Aspecto: Incluye como máximo tres términos: presente, aoristo y perfecto. Aparece en todo el verbo salvo en el futuro. 5. Tiempo: Tres términos: presente, pretérito y futuro. Aparece en el verbo personal en indicativo y en el no personal en part, de futuro. 6. Modo: Cuatro términos: indicativo, imperativo, subjuntivo y optativo. Aparece en el verbo personal (raramente en el no personal, con ayuda de un morfema externo, la partícula άν). Las categorías se degradan en usos especiales de sus diversos términos. Y tienen su continuación en sistemas léxicales (campos semánticos).

Líneas generales de la sintaxis del gr. antiguo 3.

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Funciones. 1.

2.

3.

Casos: Cinco términos: Vocativo, Nominativo, Acusativo, Genitivo y Dativo. Aparece en ei nombre, adjetivo, pronombre, artículo; en el verbo, sólo en el participio (en el infinitivo, con ayuda de la flexión externa con el artículo). Deixis: Máximo de tres términos, «aquí», «ahí» y «allí». Aparece en los pronombres demostrativos y en ciertos adverbios, sobre todo locales y modales. Voz: En principio consta de dos términos, activa y media, pero el sistema recibe la interferencia de la presencia de una pasiva. Apa­ rece en todo el verbo.

Las funciones, insistimos, son solamente las determinaciones mejor marca­ das gramaticalmente y de sistema más claro (pese a lo cual sus términos tienen usos múltiples, dependientes del contexto). Son, según los casos, determinacio­ nes de la palabra, el sintagma o la oración simple; se incluye la determinación de ésta por una segunda oración, es decir, la creación de la oración compuesta. Y hay determinaciones subordinadas, términos de las mismas: los varios tipos de determinación que ejercen adjetivos (y pronombres adjetivales), partículas, adverbios, preposiciones y conjunciones, así como el artículo. Se degradan has­ ta llegar a las determinaciones particulares del léxico. Por otra parte, las funciones en sí tienen usos más o menos gramaticales, más o menos semánticos. Los primeros son calificados a veces de obligatorios, así el del N. sujeto y, con ciertos verbos, el del Ac. compl. directo y el D. compl. indirecto. En realidad, hay una gradación de lo obligatorio a lo opcio­ nal y de lo gramatical a lo semántico. Y hay que recordar la determinación recíproca de nombre sujeto y verbo, preposición y caso. 4.

Otros mecanismos gramaticales (los recordamos brevemente): 1. Uso oracional de nombres, verbos, interjecciones, adverbios, etc. 2. Transformación de unas clases en otras, unas subclases en otras, mediante ciertos mecanismos. 3. Neutralización: un caso puede funcionar como un elemento libre, un no-caso; la diferencia formal entre mase, y fem., act. y media, presente y pretérito, por ej., puede carecer de contenido. 4. Existencia de varios tipos de oposiciones: exclusivas y no exclusivas y, dentro de estas, privativas y equipolentes, aunque en realidad es una diferencia relativa, estadística; en todo caso, los términos negativos pueden polarizarse con el valor del positivo. Las oposi­ ciones de más términos pueden ser escalonadas (por bifurcaciones sucesivas) o graduales.

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Nueva sintaxis del griego antiguo

5. Fragmentación del sentido de los términos de categorías y funciones y de las palabras según las oposiciones que contraigan, condicionadas a su vez por los contextos gramaticales, lexicales y de varios tipos (contexto lejano, extratextual, etc.) 6.

Aposición de palabras.

7.

Expansión de palabras y sintagmas y coordinación de oraciones.

6.

O r g a n iz a c ió n

de

este

l ib r o

Los mecanismos gramaticales, y también los lexicales, del griego antiguo se interfieren unos con otros, se complementan, se usan redundantemente o, al revés, experimentan defectividad o neutralización. Es imposible imaginar un orden de exposición en que no se involucren unas cosas con otras. Aquí se sigue un criterio mixto, el que ha parecido más práctico. Se comienza por la exposición de las categorías y funciones nominales en sentido amplio: el caso, el género y el número. En el curso de la misma se atiende, naturalmente, a la relación de esas categorías y funciones con las clases y subclases de palabras. Pero una serie de categorías, funciones, determinacio­ nes en general y otros datos relativos al adjetivo, artículo y pronombre y a la construcción de los sintagmas nominales en general quedan pendientes para el capítulo especial dedicado a éstos. Sigue luego la exposición de las categorías y funciones del verbo. Vuelven a tratarse, desde este punto de vista, el número y la persona, que ya habían sido objeto de estudio en relación con el nombre y el pronombre, respectiva­ mente. Se tratan luego las categorías y funciones estrictamente verbales; el tiempo y el aspecto en un mismo capítulo, por el hecho de que su funcionamiento está estrechamente entrelazado. Pero se dedica un capítulo especial a las sub­ clases nominal-verbales, participio e infinitivo, porqué, junto a rasgos ya trata­ dos antes, presentan otros originales, así su uso en la creación de oraciones subordinadas. Las palabras invariables o no flexivas son tratadas en un capítulo aparte, sobre la base de las clases y subclases de palabras, a partir de las cuales son más captables las funciones y determinaciones. Mecanismos como el orden de palabras, las diferencias acentuales y las va­ riantes de la curva melódica no son tratados independientemente, sino allí don­ de ello es necesario. Y no se da un tratamiento aparte a la oración subordina­ da. Nos ocupamos de ella a propósito de los elementos que la integran o defi­ nen: los nexos (pronombres interrogativos y relativos, conjunciones), el infiniti­ vo y participio, los modos. Cada capítulo consta de tres partes. La primera da una visión general del sistema respectivo: datos formales y funcionamiento. La segunda da una des­

Líneas generales de la sintaxis del gr. antiguo

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cripción pormenorizada de tipo pancrónico. La tercera sistematiza las variantes diacrónicas, dialectales y estilísticas del sistema y presenta una panóramica de su origen en el IE y de la historia de su estudio en la bibliografía gramatical desde la Antigüedad a nuestros días.

C a p ít u l o II

EL VOCATIVO

I.

DESCRIPCIÓN E INTERPRETACIÓN PANCRÓNICA DEL VOCATIVO

1.

F u n c ió n y u s o

del

V o c a tiv o

La inclusión del V. en el sistema de los casos griegos ha dado lugar a mu­ chas polémicas desde la Antigüedad misma: remitimos al apartado II. Ello se debe a que el V. no indica relación, que es lo que indican los demás casos salvo cuando se neutralizan. EI V. es una oración por sí mismo, equivale a la manifestación completa de un mandato, un afecto o una descarga emocio­ nal. Ciertamente, existe también un N., un Ac. y un G. exclamativos, de fun­ ción semejante o idéntica a la del V., pero ésta es la función única y exclusiva del V., mientras que en los demás casos se trata de una función marginal, de un limitado uso «pro Vocativo». La inversa no es cierta: no hay un V. «pro Nominativo», etc., el V. jamás se neutraliza para marcar la función habi­ tual de otros casos. Equivale en cambio, a veces, a una interjección. El V. es, pues, monosémico: pertenece a la función expresivo-impresiva de la lengua y equivale a una oración. Se opone desde este punto de vista a la totalidad de los casos, como un término positivo que es. Pues los demás casos, o algunos de ellos, pueden ocasionalmente asumir, según acabamos de decir, la función oracional expresivo-impresiva. Hay que hacer a todo esto una aclaración previa. Existe un sincretismo N.-Ac.-V. en los inanimados de sg., pl, y du., una forma única en definitiva; y existe muy frecuentemente un sincretismo N.-V. en los animados (siempre en pl. y du., con frecuencia en sg,). Esas formas sincréticas aparecerán en nuestros ejemplos en sus usos impresivo-expresivos, idénticos a los del V. mor­ fológicamente diferenciado. Pero en realidad son testimonios de la coexistencia de las funciones impresivo-expresiva y representativa, en el caso que llamamos N.: de una fase en que el V. no se había escindido todavía de él. Por eso

El Vocativo

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volveremos a ocuparnos de la sintaxis de estas formas a propósito del N. Allí indicaremos también que la separación formal, aunque sea incompleta, de un V. es un hecho relativamente reciente en ΙΕ: lo antiguo era que el nombre preflexional y luego, el N., se usaran a veces en la función impresivo-expresiva, que era denotada mediante diversos recursos que, por lo demás, continuaron usándose cön el V.: junturas, intensidad de la voz, curva melódica, etc., características. Una segunda aclaración se refiere al valor monosémico de que hemos habla­ do. Es cierto en cuanto el V. pertenece a una función lingüística distinta de la representación, la habitual de los demás casos. Pero existen múltiples mati­ ces, ligados a la semántica del nombre en V. y, sobre todo, al contexto en que figura. Existe, sobre todo, la función apelativa, que es una función impresiva, es decir, un intento de actuar sobre otra persona: de ella viene el nombre de Vocativo. Es usado, en definitiva, para llamar, a veces en contexto con verbos de este significado: cf., por ej., S., O T 160 πρώτα σε κεκλόμενος, θύγατερ Διός, δμβροτ’ Ά θάνα. Pero esta llamada es con frecuencia sólo un indicio de interpelación, así con la mayor frecuencia en Hom., en el teatro, en el diálogo platónico, en el exordio de los discursos de los oradores y los historiadores. Otras veces, por el contrario, hay algo de enfático y expresivo y de aquí se pasa a un V. que es prácticamente una descarga afectiva,, una exclamación. Cf., por ej., S., Ph. 759 ΐώ, Ιώ δύστηνε σύ; Ο Τ 629 ώ πόλις, πόλις; E., Andr. 348 ώ τλήμων άνήρ; D. 9.31, etc. Ή ράκλεις; Ar. Nu. 153, Lys. 716 ίώ ΖεΟ, En realidad este matiz coexiste con el primero con la mayor frecuencia, lo que se ve por expresiones del tipo II. 6.55 ώ πέπον, ώ Μενέλαε, en las expresiones con adjetivo (II. 4.189 φίλος ω Μενέλαε, véase más abajo), en la alianza con el diminutivo (ώ Σωκρατίδιον, Εύριπίδιον) etc. Es inútil intentar una separación, pero existen ciertamente matices diferenciales. Sucede igual con las interjecciones. El valor impresivo-expresivo se reñeja en una serie de hechos. Destacamos algunos: 1. El V. queda determinado por esta función, por ello jamás es usado con artículo. 2. En la fecha más antigua, en Homero, el V. aparece con la mayor gene­ ralidad en posición inicial, separado por una fuerte pausa de lo que sigue (II. 1.74 ώ Ά χιλευ, 2.362 Άγάμεμνον); más tardé va más frecuentemente en me­ dio de la oración, pero entre pausas. También la posición final confiere énfasis: PL, Smp. 173d αεί ομοιος εί, ώ Ά πολλώ δορε. Esto define al V. como una oración; la intensidad de voz con que sin duda se pronunciaba y el acento inicial que se conserva en el tipo δέσποτα, γύναι (derivado seguramente, por otra parte, de la posición inicial) tienen explicación por el valor impresivoexpresivo, que imponía igualmente una curva melódica especial, la misma de la interjección.

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Nueva sintaxis del griego antiguo

3. El V. está ligado al máximo representante de la función expresivoimpresiva en el verbo: al imperativo. El grupo V. + impvo. es en realidad el equivalente dentro de la función impresivo-expresiva del grupo N. + ind. (y otros modos) en la representativa: tipo II. 6.46 ζώγρει, Ά τρ έο ς υίέ; A ., Pers, 156 ώ βαθυζώνων άνασσα Περσίδων ύπερτάτη, μήτερ ή Ξέρξου γεραιά, χαίρε, Δαρείου γύναι; Pl., Tht. 143c παΐ, λαβέ τό βιβλίον. El V. puede ir detrás del impvo. (como ya en el ejemplo de Esquilo), cf., por ej., II. 1.1 μήνιν άειδε, θεά; A., Suppi. 602 ώ χαΐρε, πρέσβυ; Ar., Lys. 1097 ώ χαίρετ’, ώ Λάκωνες. 4. Está ligado también a diversas interjecciones, ya hemos visto su rela­ ción con esta clase de palabras, en realidad es una forma nominalizada de la misma. Nótese que se trata de interjecciones que aparecen frecuentemente con el impvo. Así la más frecuente de ellas, que ha de ocuparnos especialmen­ te, ώ: cf., por ej., A r., Ra. 269 ώ παϋε, παΰε. Otras interjecciones que se unen al V. son: sobre todo ά (IL 11.441 ά δειλή), άγε (Od. 3.332 άγε τάμνετε), ai (IL 2.371 αϊ γάρ Ζευ τε πάτερ Ar., Pl. 706 αϊ τάλαν); αίαΐ (Theoc. 7.21 αίαΐ ... Φιλΐνε); άλλά (II. 14.267 άλλ’ ΐθι); ιώ (S., OC 1085 ιώ Ζευ πάνταρχε). 5. Tras el V., una oración que se introduce a continuación lleva con fre­ cuencia una partícula inicial: indicio de que se pasa de una oración a otra. Sobre todo δέ (II. 6.46 ζώγρει, Ά τρ έος υιέ, σύ δ’ άξια δέξαι άποινα; X., M em . 6.1.2.1 ώ γύναι, εφη, σοι δ ’ ονομα τί έστιν); pero también γάρ (Od. 10.501 ώ Κίρκη, τίς γάρ ταύτην όδόν ηγεμονεύσει; A r., Ach. 1020 ώ φίλτατε, σπονδα'ι γάρ εισι σοι μόνφ, μέτρησον), y en Homero άτάρ (IL 6.59 ’Έ κτορ, άτάρ σύ πόλινδε μετέρχεο), έπεί (Od. 1.231 ξεΐν’* έπει άρ δή ταυτά μ5 άνείρεαι), en ático άλλά (Pl., Grg. 462a έρωτα ή άποκρίνου .— άλλά ποίησον ταϋτα).

2.

Más

d a t o s sobre el u so d e l

V o cativo

Los usos más antiguos del V. y los que a lo largo del tiempo se mantuvieron en forma más constante se refieren a nombres de personas: nombres propios de hombres y dioses, nombres colectivos dirigidos a unos u otros, gentilicios, nombres de profesión, de parentesco, etc. Adviértase que hay algunos nombres exclusivamente vocativos, como πάππα. Todo esto parece confirmar que el uso más antiguo, y siempre el más frecuente, del V. es el apelativo, aunque comporte con frecuencia matices expresivos. La lírica introdujo ya otros V., como θυμέ en Arquíloco, nombres de ciudades en Píndaro (P. 2.1 μεγαλοπόλιες ώ Συράκοσαι); luego, sobre todo en el teatro, pasan a usarse en V. toda clase de nombres abstractos: S., A nt. 100 άκτίς Άελίου; S., Ai. 173 ώ μεγάλα φάτις; E., Andr. 319 ώ δόξα, δόξα. Los poetas pueden poner en V. el nombre de cualquier objeto, cf. A., A . 22 ώ χαΐρε λαμπτήρ; Ar., Ec. 1 ώ λαμπρόν

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El Vocativo

ομμα. Sin duda invocaciones antiguas a dioses como Δίκη y Ή έλιος han dado el punto de partida. Incluso se ponen en V. (o en el caso sincrético N.-V.-Ac., mejor dicho) nombres inanimados, lo mismo en usos neutros en que se refieren a personas (S., O T 1 ώ τέκνα, τέκνα) que en puras personificaciones (S., El. 89 ώ φάος άγνόν, Ph. 1128 ώ τόξον φίλον). Como decíamos, desde antiguo el V. se emplea unido a un adjetivo predica­ tivo; también solo con adjetivo (Od. 3.103, etc. ώ φίλ’; Hes., Op. 207 δαιμονίη). Veamos el detalle de la primera construcción. La posición normal es aquella en la cual el adjetivo precede al nombre: II. 4.155 φίλε κασίγνητε; Pl., Phdr. 127a ώ φίλε Φαιδρέ, pero también hay la contraria, Od, 8.408 πάτερ ώ ξεϊνε; Pl., Sph. 230c ώ παΐ φίλε. En poesía se encuentran diversos usos especiales en contexto con ώ, cf. más adelante. Existen, de otra parte, usos apositivos de dos nombres, por ej., άνδρες στρατιωται, άνδρες δικασταί. Por supuesto, pueden combinarse dos V. de nombres unidos por una conjunción copulativa y también dos de adje­ tivos. En cuanto a las combinaciones del V. y el N., véase el capítulo relativo a este caso. Más interés tiene, sin duda, la existencia de un V. predicativo, en poesía. Es el tipo S., Ai. 695 ώ Πάν άλίπλαγκτε ... φάνηθι; Teocr. 17.66 όλβιε, κούρε, γένοιο. Suele hablarse de atracción, pero pensamos que tiene más razón Rubio, 1966, pág. 128, cuando comentando Tib. 1.7.52 sic uenias hodierne propone que el poeta ha saltado, simplemente, al plano de la sintaxis afectiva. En definitiva: el predicado nominal va en V. porque coincide con el nombre en V. en desempeñar una función impresivo-afectiva. Es un caso más de coinci­ dencia entre ambos, como cuando los dos van en N. o en Ac., véanse los capítulos respectivos. 3.

E l V o c a t iv o c o n y sin ώ

El uso de ώ con el V. (y el V. sin ώ), que ocupa el máximo espacio en los capítulos sobre el V. en los tratados de sintaxis, tiene sin duda menos inte­ rés que lo expuesto anteriormente. Se trata de matices dentro del caso V. Ya hemos visto que se trata de una más entre las partículas que acompañan al V. y, también, al impvo.; solamente, es la más difundida. Su antigua inde­ pendencia se trasluce en ejemplos como Pl., Smp. 174c ώ, φάναι, ’Αριστόδη­ με, εις καλόν ήκεις, Α ρ . 25c είπέ ώ πρός Διός Μέλητε. Puede colocarse entre el adj. y el nombre (II. 4.189 φίλος ώ Μενέλαε; E., Or. 1246 Μυκηνίδες ώ φίλαι), o repetirse ante ambos (S., Ph. 799 ώ τέκνον, ώ γενναΐον). Por supuesto, puede faltar. Se establece, así, una oposición entre el V. con y sin ώ, aunque la diferencia no es siempre clara, ni mucho menos. Ha dado lugar a muchas polémicas. Resumimos brevemente lo que hoy puede pensarse, estableciendo cuatro niveles

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Nueva sintaxis del griego antiguo

de lengua y estilo: el homérico, el lírico y trágico, el de la prosa ática y el de la koiné. a) Para Homero, la mayoría de los autores siguen las teorías y estadísticas de Scott (1903), para el cual ώ es familiar y expresivo. No se emplea cuando los mortales se dirigen a los dioses o estos hablan entre sí, salvo cuando mues­ tran impaciencia o violencia: II. 8.31 ώ πάτερ ήμέτερε Κρονίδη (Atenea a Zeus). Tampoco en las escenas nobles, pero sí en las familiares, como la de Odiseo y Eumeo y cuando sube el tono emocional (II. 1.158 ώ μέγ’ αναιδές, Aquiles a Agamenón). Sin embargo, sin negar estos hechos, Lepre (1979) pre­ senta datos en el sentido de que tanto en κωλα iniciales (los más numerosos) como en los centrales, la falta de ώ puede deberse a razones métricas. Por otra parte, ώ aparece a veces introduciendo una discontinuidad sintáctica que procura relieve a los elementos que preceden y siguen (II. 6.154 τεθναιης, ώ Προΐτ’, ή κάκτανε Βελλεροφόντην). b) En el caso de la poesía, se suele dar una interpretación semejante: ώ es signo de afectividad. Aparece con frecuencia con nombres usados con deter­ minación adjetival u otra (S., A nt. 572 ώ φίλταθ’ Αίμον), incluidos los nom­ bres divinos (S., Tr. 303 ώ Ζευ τροπαϊε), también en momentos agitados (S., O T 1344 ώ Πόλυβε και Κόρινθε ...), cf. Moorhouse, 1982, págs. 27 y sigs. Pero no todos los ejemplos son claros. Brioso (1971) señala que a veces inter­ vienen, simplemente, razones de hiato y posición. c) En prosa ática aumenta grandemente el número de vocativos con ώ: suele afirmarse que ahora es la falta de ώ la que confiere el valor no afectivo o expresivo. En los diálogos es lo habitual decir ώ Σώκρατες, en los oradores se dice comúnmente ώ άνδρες ’Αθηναίοι. La falta de ώ confiere un tono apa­ sionado: D. 8.31 λη ρεΐτ\ Α θηναίοι; X., Cyr. 2.2.7 άνθρωπε, τί ποιείς; Se ha notado que cuando Demóstenes se dirige a Esquines en el De corona y Esquines al primero en su discurso, ni uno ni otro emplean ώ: es señal de desprecio. Pero otras veces hay razones formales, así, en Aristófanes el deseo de evitar el hiato (Brioso, 1. c., pág. 42). Y, ciertamente, hay numerosos lugares en que no sabemos justificar exactamente la presencia o falta de ώ. d) En koiné disminuye drásticamente el empleo de ώ: el resultado de ello es que vuelve a ser fuertemente expresivo, más que en Homero y en poesía donde también estaba en inferioridad numérica, aunque no tanto. Es un proce­ so de orden estructural: el término menos frecuente se convierte en marcado. Nunca se coloca ώ ante el nombre de Dios. Hallamos ώ γύναι, afectivo, en comienzo de frase en Eu. Matt. 15.28; hay usos más neutros en Act. A p ., un texto de lengua mucho más ática y tradicional. En los papiros ptolemaicos se halla sólo en una fórmula solemne, en una maldición ώ δέσποτ5 Ό σ έραπι και θεοί ...). En la Vita Aesopi se encuentra sólo tres veces, en la frase final de una fábula (tradicional). Como se sabe, ώ ha desaparecido en Gr. moderno.

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El Vocativo

Así, el intento de establecer dos tipos diferentes de V. ha dado resultados contradictorios, primero, y ha fracasado luego definitivamente. Es una tenden­ cia a la simplificación del sistema causal que hallaremos también al estudiar los demás casos. Hay que añadir, para concluir, que la naturaleza de nuestros textos micénicos excluye la presencia en ellos del V. Así, nada pueden aportar que modifique el cuadro trazado.

II.

1.

NOTAS ADICIONALES

H isto r ia d e las in t e r p r e t a c io n e s d e l V o cativo

Es sabido que para Aristóteles el concepto de caso y declinación se refiere a toda ciase de variantes formales del nombre, el adjetivo y el verbo. El sistema de los casos propiamente dicho, con sus cinco términos ha sido hecho remontar por Wackernagel, 1926, I, págs. 17 y sigs. y 312, hasta el gramático Cleocares de Mirlea, nacido hacia el año 300 a. C. Pero es a través de Dionisio Tracio como la teoría de los cinco casos, incluido el V., se ha transmitido a la posteri­ dad. Probablemente, el fundamento es morfológico: se trata de variantes for­ males del nombre con trascendencia sintáctica. Ya en la Antigüedad, sin embargo, llamó la atención el diferente plano en que el V. está colocado respecto a los demás casos (pero existen usos compa­ rables de éstos). En realidad Crisipo el Estoico se había negado a aceptarlo como caso, lo consideraba como una pequeña oración (y en esto acertaba). Si bien Calboli (1971) ha interpretado en forma contraria a Crisipo. Y para Prisciano el V. es menos perfecto que los otros casos porque sólo asociado a una segunda persona puede concebírselo: se trata de una intuición interesan­ te. Los teóricos medievales intentaron, a partir de aquí, perfeccionar la defini­ ción: por ejemplo, Simón el Danés propuso que expresaba un suppositum uirtuale, un ‘sujeto virtual’ en vez del suppositum actuale expresado por el N. Habla también este autor, e igual otros, de una «sustancia a la cual se puede incitar a percibir y obrar». El Brócense insiste en que no rige el verbo. Todo esto es sustancialmente correcto y estaba implícito, en realidad, en la misma designación del caso como «caso de llamada» προσηγορικόν (uocatiuus). Ahora bien, es claro que lo mismo para las teorías localistas que para las gramaticales o relaciónales que para las mixtas de los casos, el V. era un verda­ dero obstáculo. No era, por ello, mencionado por Máximo Planudes; y Hjelmslev lanzó un violento alegato contra Dionisio Tracio por haber incluido el V. en su catálogo de casos. Otros autores tienden sobre el V. un velo más o menos tupido. Y De Groot (1956) lo considera, simplemente, como un caso

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con «sentido actitudinal» por oposición al referential de los demás: es decir, lo que tiene de característico es denotar la función expresivo-impresiva. Pensamos que esta definición es correcta, al igual que las más o menos exactamente formuladas por los gramáticos anteriores: equivale a la nuestra del V. como un caso expresivo-impresivq, que equivale a una oración y no marca relaciones gramaticales ni locales dentro de la oración. No en vano el V. es el caso más unívoco de todos, el más fácil de definir. J. L. Moralejo, 1986, págs. 306, 320, considera acertadamente al V. como término positivo en su oposición al N. (no habla de las otras), interpretando como neutro el uso del N. «pro uocatiuo». El debate sobre si el V. debe ser incluido o no en el sistema de los casos parece, en definitiva, un tanto ocioso. Es mucho más seguro partir, como los antiguos, de un punto de vista formal: el sistema de los casos está formado por las variantes formales del nombre en tanto que tienen reflejo en la sintaxis (y el V. lo tiene, por supuesto). Se trata de definir la función o funciones de cada una de estas variantes, el V. entre ellas. No puede reducírselas a priori a una definición local o relacional: las cosas son mucho más complejas. No sólo el V., también otros casos forman en ocasiones una oración completa. Y no sólo el V., también otros casos, tienen, en ocasiones, valor expresivoimpresivo. Sería una mutilación arbitraria separarlo. Claro que el punto de vista formal, que sirve para separar los casos de diversos determinantes complejos del verbo y el nombre, aunque sea mutilando los hechos de sintaxis, presenta problemas, como son la separación de los casos de los adverbios: los dos de forma propiamente adverbial, sobre todo los en -ως que a veces los antiguos consideraron como un caso, y las adverbializaciones del Ac., G. y D., en ocasiones. Ya sabemos que las necesidades de la descripción obligan a cortes en cierta medida arbitrarios. Pero esto no afecta al V., que es una realidad perfectamente delimitada, aunque a veces sincrética con el N., a veces próxima a la interjección.

C a p í t u l o III

EL NOMINATIVO

I.

LOS DATOS MORFOLÓGICOS Y LA DEFINICIÓN DEL NOMINATIVO

El Nominativo es, fundamentalmente, el caso del sujeto de la oración predi­ cativa y de la nominal; también, el caso del predicado de ésta y de ciertos predicados de la primera. Pero también puede constituir por sí mismo una oración y puede también, fuera de estos contextos oracionales y en usos apositivos o de mera expansión, ser un no-caso, una mera enunciación del nombre o del adjetivo: de este último uso, el menos frecuente ciertamente, viene su nombre de Nominativo, precisamente. Así, pues, junto al uso como sujeto y como predicado de ciertos verbos —usos que necesitan, por lo demás, una larga serie de aclaraciones— el Nomi­ nativo presenta una serie de usos no casuales, en los que puede neutralizarse con otros casos, que se usan en competencia. La situación del Nominativo dentro del sistema casual no es, pues, unívoca. Aparece opuesto al Acusativo en ciertas construcciones (cuando éste es objeto de verbo transitivo provisto de un complemento directo), pero neutralizado respecto al Acusativo sujeto de los infinitivos; sufre otras neutralizaciones varias en los usos no causales; y otras veces, así en la oración nominal y como sujeto de verbos intransitivos, no hay otro caso alguno que se le oponga. Esta ambigua posición del Nominativo entre, hablando en términos muy generales, el valor de sujeto y el de un no-caso limitado por lo demás a ciertos contextos, es, como veremos, una herencia indoeuropea. Y resulta notable que aún se transparenta en la forma del Nominativo en griego. Aunque, natural­ mente, las diversas formas del N. son susceptibles de sus diversos usos, los dos tipos fundamentales del N., el con -s y el de tema puro, heredan una antigua dualidad. Un tema puro es la herencia de una lengua no flexiva, sin sistema casual, como era sin duda el IE más antiguo: los usos no casuales del N. continúan, sin duda, algo antiguo, que en un principio era expresado solamente por temas puros. Y el uso como sujeto debe entenderse como una

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Nueva sintaxis del griego antiguo

especialización posterior del uso de los temas puros, al que se añadieron formas especiales, a saber, las provistas del alargamiento -s. Aunque en griego todas las formas del N. sean susceptibles de usarse en ambas funciones, siendo la central, de entre ellas, la de sujeto. Para todo esto remito al apartado 3 y a diversas publicaciones mías (cf. por ejemplo, Adrados, 1975, págs. 407 sigs.). Hay que añadir, que el N. de tema puro recibió en una serie de temas animados un alargamiento de la vocal final, que evitaba la ambigüedad con otras formas: es, sin duda, una innovación del IE III desconocida, por ejemplo, por las len­ guas anatolias. Pero dejemos, por el momento, la especulación sobre los orígenes, aunque tenga interés apuntar, al comenzar la descripción, la existencia de varios estra­ tos morfológicos y sintácticos del N., estratos que, más o menos evoluciona­ dos, conviven unos con otros en griego, aunque aquí todas las formas estén al servicio de todas las funciones. Dentro del griego mismo, en todo caso, hay que distinguir desde el punto de vista formal entre los N. que, sea cualquiera su origen, son distintos de los demás casos, y los que sólo parcialmente lo son. Estos presentan problemas interpretativos. Tenemos: a) El sincretismo del N.-Ac.-V. en los nombres, pronombres y adjetivos inanimados, en los tres números. Y ello lo mismo si se trata de formas de tema puro (tipos τέλος, σώμα, γλυκύ, σώφρον), que de formas con desinen­ cias especiales (tipos μέτρον, μέτρα, σώματα, λύκω). Esta coincidencia es (en Gr., dejemos ahora el IE) puramente formal: el contexto decide, en cada caso, si se trata de un N., un Ac. o un V. Un inanimado puede en Gr. funcionar en los tres casos, aunque el uso en V. (S., El. 86 ώ φάος άγνόν) sea raro y poético. Lo único que esto nos enseña desde el punto de vista de la sintaxis, es que ni el concepto de sujeto ni los demás usos sintácticos del N. son incompatibles con los nombres que llamamos inanimados. Entiéndase, por lo demás, que en Gr. los conceptos de inanimado e animado son formales, hay nombres animados aplicados a seres inanimados (S., O T 1 ώ τέκνα) y al revés. b) Es muy frecuente el sincretismo de N.-V. en los animados. Jamás hay distinción en los pronombres (έγώ, ύμεΐς, τις, έμός ...), ni en los plurales y duales de nombres y adjetivos (άνθρωποι, άνδρες, άθλιοι, λύκω ...). La distinción existe solamente en el sg. de algunas declinaciones (άνθρω πος/ άνθρωπε, πατήρ/ πάτερ, δεσ πότης/ δέσποτα ...) y a veces con vacilaciones (V. πόλις y πόλι). Pues bien, sería artificial tratar de distinguir, en esas formas comunes, un uso N. y uno V.: lo que sucede es que la función impresivoexpresiva, propia del V., carece con frecuencia de forma específica, la única existente presenta al tiempo la representativa (propia sólo del N. cuando posee forma específica). Esto es importante: hace comprender que estas formas espe­ cíficas del N. conserven, a veces, también la función impresivo-expresiva y

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El Nominativo

puedan, por ello, ser sustitutidas por el V. o al revés o un caso aparezca como aposición o expasión del otro.

II.

DESCRIPCIÓN E INTERPRETACIÓN PANCRÓNICA DEL NOMINATIVO

A.

USOS ORACIONALES

1. to

E l N o m in a t iv o

com o su je ­

DE UN VERBO PREDICATIVO

a) Nominativo, sujeto y verbo. — El griego continúa la herencia del IE, que poseía un verbo subjetivo, no objetivo: es decir, un verbo que procura datos sobre el sujeto, no sobre el complemento. Nada en la forma (salvo en algunos desarrollos secundarios) indica si un verbo griego es transitivo o intran­ sitivo, qué régimen o regímenes lleva o si, aun siendo transitivo o dotado de régimen, se usa absolutamente. Pero una forma cualquiera del verbo griego indica la persona y el número del sujetó: la excepción son, naturalmente, las formas impersonales, infinitivos y participios. Se produce una relación recípro­ ca: el sujeto es determinado por el verbo, que indica el proceso en que el sujeto está implicado; inversamente, el sujeto añade algunas precisiones a la acción del verbo, insiste en sus matices de número y persona. La doble relación se podría visualizar así: S -«--------V

mientras que en la relación del verbo y el complemento hay solamente una determinación del primero por parte del segundo: V

C

La función del N. como sujeto de un verbo predicativo es en Gr. absoluta­ mente central y, sin duda, la más frecuente estadísticamente. Cualquier verbo predicativo puede llevar un sujeto, independientemente de si es transitivo o intransitivo. En el primer caso, independientemente del tipo de Ac. que lleva o de si es usado sin ninguno, absolutamente; también, de si lleva un régimen en G. o D. o un giro preposicional (todos omisibles, como el Ac.); y, dentro del uso intransitivo, de si presenta la variante pasiva, que admite un agente. Ponemos unos pocos ejemplos: del 1 al 5 de verbos transitivos (del 1 al 4 con distintos Ac., el 5 con dos Ac., el 6 en uso absoluto); el 7 con un verbo que rige G.; del 8 al 12 con verbos intransitivos y pasivos: 1. 2.

E., H F 964 πατήρ δέ νιν ... έννέπει τόδε Hdt. 4.166 Δαρεΐος ... νόμισμα εκόψατο

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Nueva sintaxis del griego antiguo 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

II. 1.387 Ά τρεΐονα ... χόλος λάβε Pl., A p. 2 ía ξυνέφυγε τήν φυγήν ταύτην Od. 9.366 Ουτιν δέ με κικλήσκουσι πατήρ ήδέ μήτηρ Máxima pitagórica αύτός εφα S., Ant. 1034 πάντες ... τοξεύετ’ άνδρός τουδε II.1.4 Διός έτελείετο βουλή Pl., Tht. 172c ρεΐ ... τά πάντα Th. 4.118 Νικιάδης έπεστάτει E., Hec. 292 κεΐται νόμος Pl., Smp. 215e ούδ’ έτεθορύβητό μου ή ψυχή

La simple inspección de esta lista puede convencer a cualquiera, sin ulterior argumentación, de los siguientes puntos: 1. La función del N. por fuerza ha de ser distinta de ia del Ac., pues no son intercambiables; pero sólo en algunos casos de algunos verbos hay una oposición explícita entre ambos. En ellos es posible la transformación pasiva. 2. El valor de «agente» de la acción verbal, que con frecuencia se atribuye al N. sujeto, sólo se da cuando se combinan ciertas subclases de palabras del nombre sujeto y otras del verbo: está sometido a condicionamientos lexicales. Ni siquiera se da siempre que hay oposiciones entre sujeto en N. y complemen­ to en Ac., con la consiguiente posibilidad de la transformación pasiva: falta con verbos de «recibir», «sufrir», etc. 3. No hay absolutamente ninguna huella de un sistema ergativo, como el del vasco, ciertas lenguas caucásicas, etc.: es decir, un tratamiento diferente de los verbos transitivos e intransitivos (éstos llevan un sujeto en N., los prime­ ros un ergativo, que indica agente). En Gr. transitivos e instransitivos (clasifi­ cación, por lo demás, no marcada gramaticalmente en la palabra y sujeta a gradaciones y alteraciones) llevan sujetos de iguales características. La definición del sujeto no está, pues condicionada por el carácter transiti­ vo o intransitivo del verbo ni por su semántica. Todas éstas son cuestiones debatidas, sobre las que insistiremos en nuestro apartado 3: aquí adelantamos nuestras conclusiones. Con esto queda abierto el camino para definir la función del N. sujeto, definición que no puede ser semántica, sino gramatical. Luego seguirá una se­ gunda cuestión: si el N. es el único sujeto posible o si, dentro del concepto de sujeto, el papel del N. debe ser especificado de algún modo. b) Función y omisibilidad del sujeto. — En un cierto nivel el sujeto tiene una definición semántica, siendo agentivo o no agentivo según condicionamien­ tos lexicales. En otro más profundo, lo que hace es insistir sobre la persona del verbo (y su número); o, dentro de la tercera, especificarla.

El Nominativo

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Todo esto se basa en que la frase bimembre sujeto + verbo no es más que una variante, a efectos de insistencia y especificación, de la frase unimembre constituida sólo por el verbo. Éste es suficiente para indicar la persona implica­ da en la acción verbal, en el caso de la primera y la segunda; la tercera indica a veces, simplemente, que no se trata de una primera ni de una segunda perso­ na y con ello es suficiente. Otras veces, si se desea una mayor precisión, se acude bien al contexto amplio, bien a la introducción de un sujeto. En el caso de la primera y la segunda persona, lo habitual es que baste para indicarlas el verbo, sin uso de los pronombres personales sujeto. Así: 1. 2. 3. 4. 5.

II. 20.71 πόθεν πλεΐθ’ ύγρά κέλευθα; Archil. 22 ποιον έφράσω τόδε; Sapph. 1.2. λίσσομαί σε A ., Ch. 23 έκ δόμων εβην A ct. Α ρ. 27.22 παραινώ ύμΐν

Es evidente que el verbo «contiene», por así decirlo, la persona involucrada en la acción. Y que esa persona consiste en un individuo o una colectividad únicos, no ambiguos. Por ello, cuando quiere insistirse en este factor, el recur­ so es, para la 1.a y 2.a pers. exclusivamente, acudir a los pronombres persona­ les correspondientes. Con frecuencia el orden de palabras (posición inicial o final), las antítesis, la alianza con otras palabras ponen aún más de relieve ese factor de insistencia o subrayado del pronombre personal: S., Ph. 245 πώς είπας; ού γάρ δή σύ γ ’ ήσθα ναυβάτης E., Med. 1056 μή σύ γ ’ έργάσης τάδε Ar., Ach. 187 εγωγέ φημι P l., Smp. 2Ole εγώ, ώ Σώ κρατες, σοι ούκ: άν δυναίμην άντιλέγειν P l., Smp. 202d όρόίς οτι και σύ Έ ρω τα ού θεόν νομίζεις D. 18.173 έφάνην τοίνυν... έγώ

Nótese que el sujeto de segunda persona no se da con el imperativo (Sapph., 1.3. μή... δάμνα; Pl., Ap. 30c μή θορυβείτε) y muy raramente en el giro μή + subj. (Pl., A p. 20e μή θορυβήσητε), aunque hay alguna excepción, véase arriba. En estos casos es muy frecuente hacer preceder o seguir el verbo de un Vocativo, que precisa quién es el «tú» a que se refiere: Afrodita en el verso citado de Safo por ejemplo. Se llega así, indirectamente, a una especificación de la persona, como en el caso de los sujetos de la tercera. Si pasamos a ésta veremos que, como hemos dicho, hay en primer término una serie de verbos que implican o bien una no-persona, o bien una persona indefinida (impersonal) o bien, todavía, una absolutamente precisa. En todos estos casos falta el sujeto: es interesante aludir a ellos, al menos, para poder definir, por oposición, cuál es la función del sujeto. Hay que anticipar, para que la cosa se comprenda mejor, que la tercera persona, además de su función polarizada, que implica una persona distinta de la primera y la segunda, tiene;

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una neutra, que subsume todas las personas eliminando las oposiciones: indica bien una no-persona bien una persona indefinida, como acabamos de decir. Los casos a que nos referimos son: 1. Tenemos dos grupos de verbos que se refieren a procesos no puestos en relación, originalmente, con ninguna persona: a) Verbos meteorológicos: el verbo implica un proceso no relacionado con ninguna persona, no analizado por tanto de esa manera. Son formas como II. 21.319 άπέλαμπ’, Hdt. 3.115 οκως üoi; Ar., Fr. 142 βροντά; Th. 1.51 συνεσκόταζε. b) Verbos de pensamiento, sentimiento, decisión: el verbo presenta estos procesos como algo que le llega al hombre desde fuera, desde la esfera divina a veces; en todo caso, como algo sin relación con persona alguna. Es el tipo εδοξε τη βουλή καί τω δήμω, δει μοί τίνος, μέλει μοί τίνος. Ahora bien, ésta es solamente una posibilidad dentro de la interpretación lingüística y mental de los griegos. Hay otra en virtud de la cual el proceso de los verbos meteorológicos es interpretado como relacionado con una tercera persona muy concreta, que puede ser el nombre de un dios o bien la palabra θεός ‘dios’: se trata de un sujeto de tercera persona del tipo normal, que luego nos ocupará. Es ya el tipo más frecuente en Homero y continúa luego: II. 9.236-237 Ζεύς... αστράπτει; II. 12.25 ύε δ ’ ”αρα Ζεύς; X., H G 4.74.4 εσεισεν ό θεός; Ar., Ach. 510 Ποσειδών σείσας. También para el grupo b) existe, paralelamente, una concepción personal: hay los tipos ώς έγώ δοκώ, πολλοΰ δέω, etc. (ya en Homero, II. 6.258, σοι 6' αύτώ μελέτω... "Εκτωρ). Y desde pronto aquello que se interpretaba, sin duda, como un complemento del verbo, pasó a tomarse como un sujeto: así seguramente ya II. 7.337 τί δέ δει πολεμιζέμεναι Τρώεσσιν Ά ργείους; Luego, en un decreto ateniense con su εδοξε τή βουλή καί τω δημώ, el texto del decreto, que venía a continuación, era considerado sujeto. Y así en muchos casos más. En definitiva, las construcciones con sujeto de estos dos tipos de verbos revelan sujetos de tercera persona absolutamente normales: precisan dentro de la misma cuál es el sujeto exacto, lo especifican. Mejor dicho: los sujetos «Zeus» y «el dios» para verbos meteorológicos están, dentro de la concepción persona­ lista, tan implícitos en el verbo como εγώ en la primera pers. sg. y σύ en la segunda; e igual «Posidón» en el verbo «moverse la tierra». Otros en cambio son específicos. 2. Al lado están los verbos propiamente impersonales o en uso imperso­ nal: aquí el uso neutralizado de la tercera persona indica que puede tratarse de cualquiera, primera, segunda o tercera. Puede entenderse «uno», «cualquie­ ra» o bien «las gentes». Hay diversos subgrupos: a) Hay un uso libre, muy raro por otra parte, del que suelen citarse ejem­ plos como II. 22.199 ώς δ5 εν όνείρω/ού δύναται φεύγοντα διώκειν; Is. 6.44 ό νόμος ούκ έφ έπανιέναι, εάν μή υίον καταλίπη γνήσιον.

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b) Es frecuente, en cambio, el impersonal de la 1.a pl., sobre todo con ver­ bos de «decir»: II. 16.14 φασί; X., An. 1.9.5 εκρινον αύτόν φιλομαθέστατον είναι; Isoc. 1.37 σοί τάς αιτίας άναθήσουσιν. Se entiende «todos», «la gente». c) Y también lo es el impersonal de 3.a sg. pasiv., que traducimos con el reflexivo: λέγεται ‘se dice’, Ar., Au. 1156 κωδωνοφορεΐται ‘se pasa la cam­ panilla’, etc. En los tipos a) y b) se pueden introducir sujetos: en el primero τις, πας τις ‘uno, se, uno cualquiera’, etc.; en el segundo oí άνθρωποι ‘las gentes’, etc. Es bien claro que desempeñan un papel de insistencia, análogo al conocido de los pronombres personales. 3. Otro grupo de verbos puede usarse sin sujeto porque lo contiene implí­ citamente, ni más ni menos que las primeras y segundas personas «contienen» los pronombres personales, que, por tanto, no se necesita usar, salvo a efectos de intensificación y expresividad. Nos referimos a verbos como Od. 21.142 οινοχοεύει (scil. ó οίνοχόος); Del3. 3179.VI. i θυγατρι έ διδοΐ ‘si (scil. el padre) da una dote a la hija’; X., An. 3, 4.36 έκήρυξε (scil. ó κήρυξ); Cyr. i .2.17 έσάλπιγξε (scil. ό σαλπιγκτής), etc. Naturalmente, la presencia del sujeto se debe a las razones de intensificación o expresividad indicadas: cf. por ej. X., Cyr. 4.3.32 σημαίνει ó σαλπιγκτής. Con esto terminamos la revisión de los tipos especiales de verbos que en tercera persona (generalmente de sg., en un caso de pl.), pueden, por diversas razones, carecer de sujeto. Pero paralelamente al uso sin sujeto existe, desde el comienzo del griego, el uso con sujeto. Hemos visto que éste debe interpre­ tarse, según los casos, de dos maneras diferentes: o bien el sujeto se refiere a una persona relacionada con el proceso verbal y que está ya implícita en él, pero es puesta así especialmente de relieve; o bien, dentro de la tercera persona, la especifica. La primera función es idéntica a la habitual de los pro­ nombres personales sujeto; la segunda, a la del de 2 .a cuando va acompañado de un Vocativo que la especifica. Esta función especificativa es la habitual del sujeto de tercera persona, sea un nombre o un pronombre: indica «quién es» el que hace o sufre o es testigo de tal o cual proceso o estado. Sólo falta indicar que para que tenga lugar esa especificación no es absolu­ tamente precisa la presencia de un sujeto: se puede indicar también por vía contextual. Por ej., en II. 21.436 τί ή δή νώϊ διέσταμεν; ούδέ έοικε el sujeto de εοικε es deducido de la frase precedente; y este es un caso muy frecuente. Cf. por ejemplo en prosa X., A n. 2.5.24 ταΰτα (Τισσαφέρνης) είπών εδοξε τω Κλεάρχω αληθή λέγειν, και είπεν (scil. ό Κλέαρχος). Tenemos, pues, en definitiva, una función intensivo-expresiva y una especi­ ficativa del sujeto: en uno y otro caso determina al verbo, pero en uno y otro caso es actualizado por éste, sólo gracias a él desempeña esa función. Hay una relación bipolar, como se dijo y se argumentará más de cerca en el aparta­

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do 4: el hecho de la concordancia sujeto-verbo (y, adelantamos, sujeto-predicado nominal) establece esa bipolaridad. Pero el sujeto dista de ser un mero comple­ mento o actante del verbo, mantiene una cierta independencia. Vamos a insistir sobre ella por lo que respecta a la función especificativa de que acabamos de hablar. La relativa independencia de la especificación del sujeto se ve en una serie de casos: a) Sujeto sg. colectivo + vbo. pl.: II. 2.278 ώς φάσαν ή πληθύς. b) Dos sujetos + verbo en 3.a sg.: o ambos sujetos son considerados como uno solo o desde el punto de vista del verbo hay uno que por su significado o posición es relevante. Cf., por ej., IL 1.255 ή κεν γηθήσαι Πρίαμος Πριάμοιό τε παΐδες; IL 6.328 άϋτή τε πτόλεμός τε πόλιν τήνδ’ άμφιδέδηε; X., Λ η. 1.10.1 βασιλεύς και οί σύν αύτώ διωκων είσπίπτει. c) Los sujetos de 1.a y 2 .a pl. pueden referirse a dos personas, según re­ glas que han tendido a fijarse: Pl., Grg. 500d επειδή ώμολογήκαμεν εγώ και σύ; Pl., Phd. 61d άκηκόατε σύ τε και Σιμμίας. Otras veces es el verbo el que cobra independencia, adoptando el número del predicado nominal: Hdt. 2.15 το b' ών πάλαι αί Θήβαι Αίγυπτος έκαλέετο. Otras faltas de concordancia se explican por razones diferentes: la del suje­ to N. pl. y verbo en singular τα ζώα τρέχει es en realidad un fósil, resto de una época en que ambas formas eran anuméricas; Ia del sujeto dual y verbo pl. (a veces), es simple testimonio de la decadencia del dual. Ahora bien, en el primero de estos .casos la atención al sujeto ha llevado, allí donde se quería destacar la pluralidad de la persona, a usar el verbo en pl.: IL 2.135 και δοΰρα σέσηπε νεών καί σπάρτα λέλυνται, 7.16 λύοντο δέ γυΐα; Th. 1.158 τα τέλη τών Λακεδαιμονίων ύπέσχοντο αύτοϊς; X., A n. 1.8.20 τά άρματα έφέροντο. Hay, pues, entre sujeto y verbo una tensión: una cierta independencia y una determinación recíproca. c) Particularidades del Nominativo dentro de la función sujeto. — Hay que hacer notar, en primer término, que en una distribución especial, a saber, cuando el verbo aparece en infinitivo, el sujeto no va en N., sino en Ac. Hay, pues, una neutralización de la oposición N ./A c. condicionada contextualmen­ te: N. con el verbo personal, Ac. con el infinitivo. Tratándose de una neutrali­ zación es claro que no hay dos tipos de sujeto, sino uno solo. Ahora bien, hay que notar que si el sujeto en N. está al servicio de la intensificación o la especificación de la persona, el sujeto en Ac. tiene siempre esa función de especificación, incluso cuando se trata de una primera o segunda persona, pues el infinitivo no presenta referencia personal alguna. En el grupo sujeto + verbo la referencia personal carga sobre ambos términos, dentro de los límites que hemos sentado, cuando se trata de N. +verbo personal; sólo sobre el sujeto cuando se trata de Ac. + verbo infinitivo.

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Sobre esta construcción del sujeto en Ac. véanse más detalles, así como datos sobre su origen, a propósito del Ac. La pregunta que nos planteamos en este apartado no es, sin embargo, ésta, sino la de si, con los verbos personales, la función de N. y la de sujeto son exactamente coincidentes, como parece deducirse de todo lo visto hasta aquí; o si, por el contrario, existe, al menos a veces, una diferencia. Éste es, sin duda, el caso, pues ocurre que aunque el sujeto en N. es amplísimamente mayoritario, no es la única posibilidad. Además del N. tenemos como sujetos: a) Giros preposicionales que indican número aproximado o distributivo: cf. Th. 3.20 εις άνδρας διακοσίους και είκοσι ένέμειναν; X., An, 3.4.5 ζωοΐ έλήφθησαν εις όκτωκαίδεκα; Hdt. 6.117 άπέθανον τών βαρβάρων κατά έξακισχιλίους και τετρακοσίους άνδρας y expresiones καθ’ έκάστους, κατ’ έθνη, etc. b) Genitivos solos o con preposición, con valor partitivo. El G. solo apa­ rece ya en Homero en frases como II, 12.191 άλλ’ oß πη χροός εΐσατο ‘ningu­ na parte de la piel se dejó ver’, 22.325 φαίνετο... λαυκανίην ‘se dejaba ver... una parte de la garganta’. El uso continuó en la prosa posterior: X., HG 6.2.20 επιπτον έκατέρων. Con la preposición έκ aparece un sujeto, que hay que entender también como partitivo en griego helenístico: Eu. lo. 1.24 καί απεσταλμένοι ήσαν εκ τών Φαρισαίων, 16.17 είπαν ούν έκ τών μαθητών αύτοϋ προς άλλήλους. Hay que hacer observar que la existencia del G. partitivo sujeto es discuti­ da, cf. Sánchez Lasso, 1968, págs. 415 sigs. Pero se apoya, a más de en ejem­ plos como éstos que es difícil interpretar de otro modo, en el paralelo del partitivo predicado de los verbos copulativos (cf. pág. 149); y también, en la existencia de la construcción en IE, a juzgar por ejemplos del germánico y balto-eslavo. Surge así, dentro de la función del sujeto de los verbos predicativos, un pequeño sistema opositivo N./prep. + Ac./G. partitivo: pequeño, porque la fre­ cuencia estadística del N. es infinitamente mayor. Evidentemente, el N. es el término neutro del sistema: el sujeto no modificado secundariamente por no­ ciones como la de «número aproximado» o «parte», próximas entre sí. Tenemos, pues, en resumen que la función central del N. que estamos estu­ diando es la de sujeto de los verbos predicativos cuando no está afectado por restricciones numéricas, marcadas de otro modo. Indica la persona, insistiendo en los datos del verbo o especificándolos: pensamos que esta definición es más precisa que otras también no semánticas como la de Touratier (1977, pág. 37) «aquello a que hace referencia el predicado», la de Humbert (1945, pág. 238) «aquello de que se trata» o la de Moorhouse (1982, pág. 21) «adjunto omisible del verbo, que lo designa para su más completa identificación», la de Chantrai­ ne (1953, pág. 36) «aquello de que es cuestión en la frase». Estas definiciones,

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y la nuestra también, se aplican igualmente al sujeto de los verbos copulativos, aunque hay que introducir una serie de precisiones. Este N. sujeto es sintáctico, no semántico: las definiciones semánticas, co­ mo la de «agente», sólo se refieren a una parte de los usos y están condiciona­ das lexicalmente: pertenecen a un segundo nivel de análisis que fragmenta lo que en el nivel sintáctico es unitario. Y sólo raramente entra en sistemas de oposiciones casuales. Uno es el pequeño sistema de los distintos tipos de sujeto: el N. indica el más general, el neutro. Otro, es el sistema que solamente para un grupo limitado de verbos opone el N. sujeto al Ac. complemento (y a otros complementos más). Por otra parte, existe un Ac. sujeto condicionado distribucionalmente, pero sin diferencia de función respecto al N ., salvo que éste insiste en los datos personales del verbo o los especifica, mientras que el Ac. añade estos datos a un infinitivo que carece de ellos. El N. sujeto está en una relación bipolar, de doble determinación, respecto al verbo, mientras que el Ac. complemento directo es un simple déterminante personal del mismo. Hemos de ver otras funciones del N., sus usos no casuales, ya aludidos. También sabemos que hay verbos y formas verbales que no necesitan sujeto y veremos que hay nombres que forman por sí mismos una oración. El grupo N. sujeto + verbo predicativo comporta una actualización del nombre, que ad­ quiere la función sujeto y determina al verbo desde ella. No es una función absolutamente necesaria en Gr., pero sí muy frecuente y central en su sintaxis y, desde luego, en la del N. 2.

E l N o m in a t iv o c o m o

su je t o

DE LA ORACIÓN NOMINAL BIMEMBRE

a) Los hechos centrales. — El segundo tipo de oración bimembre que exis­ te en griego (y en IE, es en realidad un hecho de Lingüística general), es la llamada oración nominal, cuyo esquema normal es, como se sabe: N .i — verbo copulativo — N .2

en el cual N.i es un nombre (o un adjetivo, etc,, sustantivizado) y N .2 puede ser un nombre o un adjetivo. Pueden ponerse ejemplos triviales como Σωκράτης έστίν ’Αθηναίος, Σωκράτης έστιν υιός Σωφρονίσκου, ’Αλέξανδρος έλέγετο Διός υιός είναι u otros literarios más complejos como II. 1.282 ος μέγα πάσιν/ ερκος Ά χαιοϊσιν πέλεται; E., Ph. 469 άπλοΰς ό μύθος τής αλήθειας έφυ; Pl., Lg. 681d αύτοι νομοθήται κληθήσονται. Estas oraciones son a todas luces diferentes de las formadas a base de los verbos predicativos, que hemos estudiado antes. Algunas son, precisamente, transformaciones pasivas de oraciones transitivas incluidas dentro del aquel gru­ po. En todo caso, estos verbos no pueden ser complementados por un Ac., como los predicativos (que no lo son siempre, por lo demás); en realidad no

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son complementados en forma alguna, pues N .2 (el predicado nominal) a quien complementa o determina es al N.i o sujeto: indica que Sócrates es ateniense o hijo de Sofronisco, por ejemplo. El verbo no hace más que relacionar estos elementos entre sí, unirlos (función de «cópula»); si bien hay que añadir que ciertos verbos copulativos introducen matices en esa relación en la medida en que no son simples sinónimos del verbo más frecuente, ειμί ‘ser’: pueden signi­ ficar ‘llegar a ser’ (γίγνομαι), ‘nacer, hacerse’ (φύομαι), ‘llamarse’ (ονομάζο­ μαι), etc. O sea que, en definitiva, el sujeto N.i tiene en estos verbos, a más de su relación con el verbo, una segunda con N .2: la primera es una relación bipolar idéntica a la que conocemos en el caso de los verbos predicativos, la segunda es una relación de determinación: Vbo.

De aquí se deduce que lo que a nosotros en este momento nos interesa, la función de sujeto de N.i, debe definirse en forma idéntica a la que ya cono­ cemos. O sea: o bien insiste en la persona marcada por el verbo o bien la especifica dentro de la tercera, sobre todo; pero también dentro de las otras, con excepción de la primera sg. «yo», que no admite otra precisión que una aposición indicando el nombre propio. En cuanto al segundo rasgo, la determi­ nación por el predicado nominal, debe considerarse no como propio del N., ni siquiera del N.i (sujeto), sino de la función sujeto de estas oraciones. Hallamos, efectivamente, con frecuencia, oraciones del tipo que estudiamos sin sujeto: allí donde la misma persona del verbo o bien el contexto son sufi­ cientes para determinarlo. Sófocles (OT 548) puede decir τοϋτ5 αύτό μή μοι φράζ% οπως ούκ εΐ κακός, ni más ni menos que en oraciones nominales anó­ malas, de que nos ocuparemos luego, se dice (S., O T 415) άρ’ οίσθ’ άφ’ ών εί; e incluso, en 3.a pers., IL 9.555 τόφρα δέ Κουρήτεσσι κακώ ς ήν, 324 κακώ ς δ ’ άρα οί πέλει αυτή. Pero se puede introducir, también, el sujeto para la intensificación o la especificación. El primer caso puede ejemplificarse con Tucídides 3.38, donde Pericles afirma: εγώ μέν ó αύτός ειμι τή γνώμη καί ούκ έξίσταμαι o, en el tipo oracional anómalo, con Platón, Grg. 458a έγω ειμί τών ήδέως μέν ελεγχόμενων. Dentro de la tercera persona, el sujeto es indispensable en las oraciones interrogativas (II. 21.150, etc., τίς πόθεν εις άνδρών), en las indefi­ nidas y en las de pronombres demostrativos y, además en general, siempre que el sujeto no está definido por el contexto. Nada hay, pues, que añadir a la definición del N. sujeto que no haya sido dicho a propósito del de los verbos predicativos. Se repite aquí, también,

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el hecho de que el N. sujeto puede ser sustituido por un G. partitivo o por un giro preposicional que introducen matices especiales. Cf., por ej., Ar., V. 352 πάντα πέφρακται κούκ εστιν οπής; Hp., Cam. 3 ου γάρ ήν του λιπαρού, οκου μέν μή ένήν του κολλώδεος (también hay frases paralelas con sujeto en N.), X., A n. 3.4.5 ζωοι ελήφθησαν εις όκτωκαίδεκα. b) Algunas variantes. — Estudiemos ahora si la definición del N. como un sujeto «neutro» que está en una relación bipolar con el verbo y lo determina insistiendo en la noción de persona o especificándola, es válida también para ciertos tipos marginales de la oración nominal, a los cuales hemos aludido ya en parte. No existe modificación de la función cuando en vez del verbo είμί se intro­ ducen otros que, como γίγνομαι, πέλομαι, τελεθώ, κυρέω, φύομαι, etc., y diversas voces pasivas, presentan rasgos semánticos propios. Por otra parte, cuando se trata del verbo ειμί y de algunos de estos otros, el tipo de relación que expresan entre el sujeto y el predicado nominal dista de ser unívoco: por ejemplo, Σωκράτης έστ'ιν ό Σωφρονίσκου υιός indica identidad, Σωκράτης έστιν ’Αθηναίος indica inclusión. Cf., sobre este tema, Benveniste (1960); pre­ cisamente para huir de la ambigüedad del verbo έστί, en las fórmulas de la lógica simbólica ha sido sustituido por varios signos diferentes. Pues bien, todo esto afecta tan poco a la función del sujeto como afectan los diferentes verbos predicativos a la del sujeto de todos ellos. Ya hemos visto que tampoco hay modificación en variantes de la oración nominal sin N2 : tipos con D., adverbios, giros preposicionales, etc. O, simple­ mente, con sólo N.i y verbo. Me refiero a oraciones como, por ejemplo, IL 13.86 καί σφιν άχος... έγΐγνετο; Pl., Grg. 458a έγώ ειμι των ήδέως μέν ελεγ­ χόμενων (citado arriba), etc.: lo más que puede decirse es que en estos casos es mucho más difícil la falta del sujeto y que la determinación de éste por el predicado nominal en N. es sustituida aquí por la de estos otros predicados, cuando los hay. Pero varía la cosa en las oraciones nominales sin verbo copulativo. Respecto a éstas, lo primero que hay que decir es que no siempre es fácil distinguirlas del grupo nombre + adjetivo atributivo: véase la discusión de este tema en Hermann 1927, págs. 269 sigs., el cual se inclina, creo que con razón, a ver oraciones de este tipo con sujeto en frases homéricas como Od. 4.566 ού νιφετός; IL 10.551 έγγύθι δ 5 ήώς; Od. 20.156 πασιν εορτή, todas del tipo anómalo. Y véase también la discusión de Langholf, 1977, págs. 33 sigs., sobre posibles oraciones nominales sin verbo en el Corpus Hippocraticum: ya del tipo normal (Epid. 3.1.9 εμετοί πολλοί, 5.98 άλγος κοιλίης δεινόν), ya del anómalo (Epid. 7.9 άπόχρεμψις ύγροϋ ‘el vómito fue de materia líquida’), cf. también IL 23.205 ούχ εδος; Ar., Ach. 408 άλλ’ ού σχολή. En la prosa clásica el uso del artículo hacía distinguir ya claramente el adjetivo predi­

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cativo (καλός ό παΐς, ό παΐς καλός) del atributivo (ό καλός παΐς, ό παΐς ό καλός). Pero, en fin, de un tipo u otro son frecuentes las oraciones nominales sin verbo copulativo, un arcaísmo indoeuropeo que fue explotado según los niveles de lengua y el estilo de diversas maneras: véase, en términos generales, Sánchez Lasso (1955). Los ejemplos indudables son infinitos, cf. por ej. II. 2.204 ούκ αγαθόν πολυκοιρανίη; Hes., Op. 311 εργον δ 5 ούδέν ονειδος; Archil. 27 αίνος άνθρώπων οδε. En realidad, desde un punto de vista de Lingüística General, la cópula es sólo uno de los varios procedimientos que se han empleado para notar la relación predicativa entre dos nombres o un nombre y un adjetivo (cf. Adrados, 1969, págs. 284 sigs.); significa, al tiempo, una introducción de la oración nominal en la esfera de la verbal (cf. Benveniste, 1960). Muy concre­ tamente y desde el punto que ahora nos interesa, introduce un verbo que posee indicios personales y numerales y que hace que, desde el punto de vista griego, en estas oraciones haya un sujeto en N. idéntico al de las predicativas. Ahora bien, desde ei punto de vista sincrónico y prescindiendo de la historia de estas oraciones, lo evidente es que el tipo con y el sin verbo coexisten en griego y que ei segundo, más raro, es interpretado a partir del primero: es decir, provisto de un sujeto que especifica la 3.a pers., salvo cuando se trata de un sujeto personal de 1.a o 2 .a, que se interpreta como especificando un verbo elíptico en las mismas personas. Ésta es, muy probablemente, la interpretación a partir del sentido lingüísti­ co de los griegos. Pero hay que introducir algunos matices: 1. Al no haber verbo, la existencia de una 3.a sg., pl. o du. se deduce de la presencia de un sujeto sg., pl. o du. respectivamente, que no es un pro­ nombre personal de 1.a o 2 .a: se deduce por un procedimiento indirecto, pues. Sólo a partir de aquí se reconstruye una forma verbal «elíptica» en relación bipolar con el sujeto, por imitación con los tipos que conocemos. Igual en el caso de la 1.a y 2.a pers., cf. por ej.: E., Hec. 147 οικτρά σύ, τέκνον, άθλια δ 5 εγώ μήτηρ, donde hay que entender primero είμί, luego εΐ. 2. AI no haber verbo, es prácticamente inexcusable la presencia de un su­ jeto. Desde luego, con pronombres de 1. a y 2. a (II. 24.396 τού μέν εγώ θεράπων, 20.434 εγώ δέ σέθεν πολύ χείρον; Od. 15.534 όμεΐς καρτεροι αίεί, sin los cuales las frases resultan ininteligibles, pero también con cualquier otro sujeto, por iguales razones. Sólo hay levísimas excepciones, a que hemos hecho refe­ rencia arriba. Y esto tanto en el tipo normal como en el anómalo. Las oraciones nominales bimembres son gramaticaíizaciones de las unimem­ bres, con un solo nombre evidentemente indispensable: su determinación predi­ cativa, en vez de realizarse por vía contextual, se realiza por vía gramatical. Secundariamente reciben un verbo que marca la persona y el número y tiene un sujeto, casi siempre en N., interpretado como idéntico al de las oraciones predicativas; a la luz de estas nuevas oraciones se interpretan, a su vez, como

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decimos, las arcaicas sin verbo. Pero éstas conservan indicios de un valor más arcaico del N. Su pura presencia necesaria y la ausencia del verbo hace ver que, al menos originalmente, no es una marca personal, sino el «tema», aquello de que se habla: un nombre no casual determinado por el predicado nominal. Así, en definitiva, el N. de las oraciones nominales sin verbo oscila entre la definición del N. sujeto, impuesta por el paralelismo de las oraciones con verbo, y el valor de no caso, de puro «tema» no casual, de que vamos a hablar.

3.

El

N o m in ativ o e n el p r e d ic a d o n o m in a l

El predicado nominal de las oraciones nominales bimembres va en N.: lo mismo si llevan verbo copulativo que si no lo llevan, lo mismo si es un nombre que si es un adjetivo. Se trata de interpretar este N., del cual se han visto ya ejemplos. Aunque también hemos visto que puede faltar y que hay otras posibilidades. En principio este N. es considerado como de concordancia, ni más ni menos que el adjetivo atributivo (ó καλός ίππος) y que el apositivo (παΐδες, γυναίκες... ο bien παΐδες και γυναίκες + verbo.) El concepto de concordancia funciona también en los demás casps. Pero hay que analizarlo más de cerca. En la segunda de las dos frases mencionadas, el N. de concordancia de tipo apositivo se justifica simplemente porque desempeña en la frase igual fun­ ción que el nombre que va en cabeza. En la primera frase, sin embargo, se justifica de otro modo: el conjunto de nombre + adjetivo (y artículo, en nuestro ejemplo) forma un sujeto, equivale a un nombre que no existe en la lengua y es suplido con uno más amplio (ίππος) acompañado de un determinante. Nada extraño que este último vaya también en el caso del sujeto, el N. A su vez, en una frase como ó θεός αίτιος (o ó θεός έστιν αίτιος) es bien claro que: a) αίτιος determina a θεός ni más ni menos que en un grupo nominal (ô) αίτιος θεός, b) en realidad este grupo nominal está implícito en el predicado, el dios es un αίτιος θεός, c) hay un paralelismo evidente que hace que el N. sujeto lleve un adjetivó predicativo en N. como lleva un adjetivo atributivo también en N. Todo esto quiere decir que este tipo de concordancia se ha establecido sobre el modelo de la concordancia atributiva. Paralelamente, cuando el predicado nominal es un nombre, el modelo está en el grupo de aposición nombre + nombre: los dos nombres, sujeto y predicado, son conside­ rados en cierto modo, aunque sea forzando un poco los hechos, como en igual función. Así, en un primer análisis la función de predicado nominal del N., más que ser una segunda función de este caso junto a la del sujeto, es una variante del fenómeno de la concordancia, función sintáctica muy común que se da igualmente en los otros casos, en el número y en el género.

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Sin embargo, en un segundo análisis echamos de ver que la extensión del fenómeno de la concordancia a esta construcción se debe a la existencia de rasgos comunes entre el sujeto y el predicado nominal: más concretamente, al carácter de este último de determinante del primero o paralelo o equivalente del mismo. Es decir, trasluce un reflejo de la función del sujeto. Nótese que esto ocurre también en construcciones que el griego ha desarrollado y que re­ presentan una «invasión» de la frase verbal por la nominal: construcciones predicativas del tipo φαίνεται παρών, ελαθον αποδράντες, εδειξαν έτοιμοι οντες, etc. Como en el caso del verdadero sujeto, hay que distinguir entre la función del N. y otras posibilidades: el N. expresa la determinación «neu­ tra», ya hemos visto que a su lado hay construcciones en G. (απόχρεμψις ύγροΰ), adverbiales (εγγυθι δ5 ήώς, ού σχολή) y en D. (πασιν εορτή), entre otras. Pero todavía queda un tercer análisis. Si el N. de las oraciones sin verbo copulativo revela, debajo de la interpretación como sujeto, una antigua fun­ ción de «tema» no casual, igual ocurre en lo relativo al predicado nominal de las mismas. Se verá que aparece, igual que el N., también en oraciones unimembres. Nos hallamos, así, en un segundo anillo concéntrico con el círculo de la significación central del N., la del sujeto. El primer anillo está representado por el sujeto de las oraciones nominales sin verbo, que oscila entre esta inter­ pretación y las huellas de su papel de mero «tema» precasual. El segundo es éste, en que en el N., por debajo de su papel de caso de concordancia (es decir, de la intervención de una función sintáctica muy general), hay un eco tanto de su pertenencia a la esfera del sujeto como de una función de «tema».

4.

E l N o m in ativ o

e n la o r a c ió n n o m in a l u n im e m b r e

a) Principios generales. — Sin entrar aquí a pasar revista a la larga serie de definiciones de la oración, ya lógicas, ya funcionales, ya formales —véase sobre esto, Adrados, 1969, págs. 324 sigs.—, parece claro que los dos tipos centrales, que se han influido recíprocamente, son los de las oraciones bimem­ bres, verbales y nominales. En ambos se resuelve una tensión entre un «tema» y algo que se afirma o niega o pregunta o exclama sobre él; ambos son unifica­ dos p o r·determinadas curvas melódicas y por junturas iniciales y finales. Por lo demás, ya hemos visto que el segundo tipo, el nominal, ha tendido a ser interpretado, en lo fundamental, en función del primero: lo que es sin duda secundario. Pero el centro del tipo verbal está en el verbo y el del nominal en el nombre sujeto. Uno y otro están en el centro de dos actos de lengua muy diferentes, aunque formalmente puedan ser idénticos (y lo eran, pensamos, las más veces en el IE preflexional). Esos dos actos de lengua reciben determinaciones del

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contexto verbal o extraverbal y esas determinaciones a veces se gramaticalizan bajo las formas, fundamentalmente, del sujeto, en el primero, y del predicado nominal, en el segundo; aunque luego hay la nueva interpretación ya referida. Pues bien, el verbo puede ir sin la determinación personal que es el sujeto: hay oraciones verbales unimembres, ya hemos hablado de ello. Y el nombre del segundo tipo puede a su vez carecer de predicado nominal, adjetival, adver­ bial o de cualquier tipo: la situación basta para «predicar» algo de él. Hay, en definitiva, oraciones nominales unimembres, que nos van a ocupar ahora. Responden a la misma tensión de las bimembres y, como ellas, se marcan por junturas iniciales y finales. Se trata de un nivel sintáctico muy elemental que ha perdurado en todas las lenguas, pese a la difusión de las estructuras bimembres y, dentro de éstas, a la imposición del tipo verbal como modelo. Se trata de oraciones que unen la función representativa y la expresivo-impresiva, como, por lo demás, ocurre en las oraciones bimembres. Están determinadas, como decimos, por el contex­ to verbal y por el situacional, pero sería empresa vana la de intentar traducir estas oraciones a otras bimembres: quedan abiertas siempre diversas posibilida­ des, lo característico de las oraciones en cuestión consiste, precisamente, en que la tensión que abren se resuelve, pero no por vía gramatical tipificada. Dentro del tipo representativo podemos señalar en español, para que se comprenda mejor la exposición sobre el griego que va a seguir, oraciones como Sr. Sánchez (sobre la mesa de una oficina), miel (en una casa al lado de la carretera), río Cega (junto a un río que la misma atraviesa) por algo así como «el señor que se sienta en esta mesa es el Sr. Sánchez», «aquí se vende miel» y «éste es el río Cega»: pero hay muchas variantes de interpretación. Igual que la lista de la compra de un ama de casa: carne, leche, huevos.,.: habría que interpretar «tengo que comprar...», «me hace falta...», «no olvidarse de comprar...», etc. Dentro del tipo expresivo-expresivo ¡niño! implica algo que se quiere del niño («ven», «no hagas eso», «ten cuidado», etc.), ¡un ladrón! implica también que se pide la adopción de diversas actitudes («tengan cuida­ do», «persíganlo», etc.). No siempre es fácil separar lo que es una oración de lo que es una simple palabra, el signo lingüístico que indica simplemente un fragmento del mundo. De la misma manera que a veces no era fácil decidir, veíamos, si un grupo nombre + adjetivo es predicativo (una oración nominal) o atributivo, un nom­ bre suelto puede tener también las dos interpretaciones. Y la decisión es más difícil porque el griego, gracias al juego del artículo, ha logrado en términos generales (con excepciones en textos arcaizantes o dialectales) distinguir la ora­ ción nominal bimembre del grupo atributivo, según ya se ha dicho. En cambio, no hay indicios gramaticales para decidir entre las dos posibles interpretaciones de un nombre. Añádase que también los adverbios pueden, en circunstancias adecuadas, interpretarse como oraciones («¿cómo has estado en el examen?» «Bien»). Y

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que una interjección es, por definición, una oración primaria, no articu­ lada. b) Oraciones nominales unimembres en función representativa. — El nom­ bre aparece siempre en N.: pero sería un error calificarlo de sujeto. Ni más ni menos que en una serié de usos no oracionales del N., de que nos ocupare­ mos después, hay que ver aquí, desde el punto de vista sintáctico, un no-caso: un simple «tema» del que lo que se predica es por vía contextual y situacional en la que no es posible reconstruir ningún verbo «elíptico», como más o menos lo era en las oraciones nominales bimembres. En una fase en que el nombre ha de ser presentado, por fuerza, bajo la forma de un caso, el uso precasual puede sobrevivir bajo la forma de uno de ellos: en la función representativa, fundamentalmente bajo la del N. (pero véase pág. l í l sobre igual función, más rara, del Ac.). Nótese que, formalmente, muchos N. son todavía temas puros o son temas puros alterados recientemente. En contexto con el verbo personal, fueron actualizados como sujetos; fuera de él, persistió la función no casual. Pero la forma de tema puro y la con -s se usaron ya indistintamente en las dos funciones. Veamos ahora, dentro del griego, los principales tipos de N. en oraciones nominales unimembres con función representativa. Advirtamos que habitual­ mente se trata de nombres, que si la oración se desarrollara gramaticalmente, harían el papel de sujetos; pero que también se encuentran adjetivos, que ha­ rían el de predicados. Por otra parte, el que se trate de oraciones unimembres no quiere decir que sean univerbales: pueden consistir, por ejemplo, en un nombre con un G. que lo determina. Distinguimos dos grupos de estos N. absolutos: 1. En contexto verbal. — Se encuentran estas oraciones, consistentes en grupos de un N. y uno o más determinantes, en textos poéticos como Od. 1.51 νήσος δενδρήεσσα, θεά δ’ έν δώματα ναίει ‘(hay) una isla boscosa...’; A., Pers. 256 sigs. avi’ avia κακά νεώκοτα καί δάι5 ‘(son) desgracias terri­ bles...’; Supp, 735 μεταβολα κακών ‘(hay) un cambio en la desgracia’. Ya hemos dicho que a veces, en textos especiales, no es fácil distinguir estas ora­ ciones de las bimembres y que en Hp. εμετοί πολλοί puede ser ‘los vómitos (fueron) numerosos’. Otras veces las cosas son más ciaras: así en Hp. en la enumeración de los síntomas: Epid. 7.526 ή βήξ πολλή, 1.26.3 ές νύκτα ίδρώς, 3.221 ένατη σπασμοί, etc. En el estilo enumerativo de las inscripciones apare­ cen igualmente ejemplos numerosos: cf., por ej., Sokolowski 3.151. Aa (Cos, IV a. C.) τών θυόμενων τα Λευκοθή άποφορα ές ίέρεαν y más adelante Ή έρ α ι... δάμαλις κριτά. También en inscripciones encabezando listas: así en SIG2 586 Νίκης χρυσής πρώτος ρυμός, 587 άγωγή τών λίθων τούτων. Más frecuentes son las oraciones univerbales, habitualmente formadas por un nombre (pero véase, por ej., en Hp. describiendo síntomas Epid. 4.200 κοπιώδης). Hay, en primer término, un uso que llamaríamos general, así

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ya desde Homero, IL 24.667 άνάγκη ‘es fuerza’ (a partir de este uso χρή ‘(hay) necesidad’ pasó a interpretarse como un verbo); Ar., PL 23 λήρος ‘(es) una tontería’. Algunos usos se han hecho generales: τεκμήριον δέ ‘la prueba (es)’, σημεΐον δέ ‘(es) un indicio’, ή δέ αιτία ‘la causa (es)’. En el estilo abreviado el N. absoluto se da, por ejemplo, para síntomas de enfermedades (en Epid., véanse los testimonios de Langholf, 1977) como ιδρώτες, θέρμαι, άπόστασις, πυρετός, etc., o bien, en inscripciones, para datos diversos, así en Dittenberger 586, antes citada, τιμή ‘precio’ seguido de una cifra. Han quedado fijados algunos usos especiales, así: Títulos de obras y de documentos: Ίλ ιά ς, Πέρσαι, Νεφέλαι, άντίγραφον... Encabezamientos de inscripciones: así en tablillas micénicas Pu-ro, A-mi-niso, para indicar que lo que sigue se refiere, respectivamente, a Pilos y Amnisos. Listas: también micénico en inventarios del tipo ko-wo... ko-wa... ‘(éstos son) los jóvenes... las jóvenes...’. El uso continúa en los inventarios de época posterior. Indicaciones escénicas: μυγμός, ώ γμός... Respuestas: cf., por ej., Ar., Nu. 1248 τουτί τί εστι; — κάρδοπος. Luego, en época helenística y en niveles de lengua populares el N. absoluto se hizo más frecuente, aunque también está condicionado. Aparece sobre todo con indicaciones temporales: Eu. Matt. 15.32 ήδη ήμέραι τρεις ‘ya han pasado tres días’, de aquí salen usos adverbiales, cf. POxy. 1216 ενιαυτός σήμερον έκτος σου ειμί. También con ίδοϋ, ίδέ, PPrincet., 98.17 ίδού δύο μήνες σήμε­ ρον; L X X Ge. 27.1 ιδού έγώ, y sin indicación temporal Eu. Io.1.29 ιδέ ó αμνός τοϋ κυρίου; V.Aes. 13 ίδού, κύριε, ό Αίσωπος. A todos estos casos hay que añadir uno especial: el uso absoluto de los adjetivos verbales como έξόν, δέον, etc., en realidad N.-Ac. Convencional­ mente se trata dentro de la sintaxis del Ac., a ella referimos al lector. En todos estos casos hay un contexto verbal: el encabezamiento, el docu­ mento que sigue, el texto que envuelve al N. absoluto; de ellos sacamos el valor de tal de nuestros ejemplos (‘hay...’, ‘esta obra es...’, ‘todo esto se refiere a ...’, ‘es...’, etc.). Veremos ahora otros en que el contexto es solamente extraverbal: en que el N. es todo lo que presenta nuestro texto. 2. En contexto no verbal. — Así por ejemplo en lápidas funerarias:CIA 2.1680 Προκλείδης Φιλοκλέους Άγγελήθην, tipo muy frecuente que alter­ na con otro, IG l 2. 1014 σήμα Φασικλείας ‘(éste es) el sepulcro de Fasiclea’. Pero también en muchas otras inscripciones, por ejemplo, las que señalan confines o fronteras (όρος ’Α ττικής ‘(ésta es) la frontera del Ática’) o las que designan lo que es el objeto en que están grabadas (βωμός, θάκος, ύδρία...) o bien, en la cerámica, ilustran las figuras pintadas (Η ρ α κλή ς, Διόνυσος, γλαύξ, ταύρος...). Puede ir precedida esta explicación de un ιδού como en el tipo ιδού χελιδών ‘(ya está aquí) la golondrina’, en una conocida crátera en Florencia,

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Aquí es, naturalmente, el contexto extraverbal el que convierte el nombre en una oración, aportando los datos necesarios para ello. En uno y otro caso se trata, insistimos, de un simple «tema» que se ofrece a la atención del oyente o del lector, que es el que añade una determinación oracional. La interpretación como un sujeto es, si acaso, secundaria y analógi­ ca. Por lo demás, éste es el punto de arranque de la interpretación como sujeto del N. cuando se alia a una determinación verbal explícita. c) Oraciones nominales unimembres en función impresivo-expresiva. — Una exclamación, sea en N., sea en otro caso (V., Ac. o G.), ofrece, como hemos visto, diversos matices de admiración, dolor, llamada de atención, ex­ presión de un deseo u orden, llamada, etc.: equivale, por tanto, a una oración, es una oración abreviada. El caso especializado para esta función es, por su­ puesto, el V.: pero los casos representativos han conservado (salvo el D.) restos de estos usos impresivo-expresivos. Vamos a presentar aquí los del N., que alternan con los de los casos citados: Ía oposición N ./V. (y N ./G ., N ./A c.) queda neutralizada. Y, a efectos del significante, hay, muy notablemente, un uso bastante indiscriminado de N. y V. Conviene hacer dos advertencias previas. Una es que no siempre es fácil decidir cuándo nos hallamos ante un uso representativo y cuándo ante uno impresivo o expresivo: en realidad el texto escrito es neutral, sólo la lectura o recitado decidía. Por ejemplo, cuando en II. 5.787, 15.502 Homero dice αιδώς, Ά ργεΐοι, podemos entender ‘¡qué vergüenza, Argivos!’ o ‘(esto es) una ver­ güenza, Argivos’. En realidad, no hay límites claros con el apartado anterior: pero la coexistencia en las mismas construcciones del N. con el V. demuestra que existe, también, una función diferente dentro del N. no sujeto, una función precasuai, de puro «tema», la expresiva e impresiva. La segunda advertencia consiste en recordar la parte morfológica que prece­ de a este capítulo. No se pueden calificar ni de N. ni de V. las formas homóni­ mas de los pronombres, del pl. y du. de los nombres, del sg. de muchos de ellos (de muchos animados y todos los inanimados). En ciertos grupos la distin­ ción es posible, ciertamente: ó παΐς es N. aunque ό sea ambiguo, pues hay un V. παΐ. Esto no quiere decir que las formas en cuestión no deban ser estudiadas. Significa solamente que en, por ej., Ar., Eq. 240 ούτος, τί φεύγεις; el pronom­ bre desempeña una función impresiva, pero no podemos decir que sea un N. por V., ni, por supuesto, lo contrario. No podemos, pues, decidir entre N. y.V . en S., El. 86 ώ φάος άγνόν, ni en el ύμεϊς de X., Cyr. 6.2.41 por más que vaya seguido de la aposición oí ήγεμόνες, ni en el γενεά de Eu. Luc. 9.41 pese a su determinación en N. (ώ γενεά άπιστος) ni en el γη de Aeschin. 3.260 ώ Γη καί 'Ή λιε seguido de un V. Ni decidir si el θάλαττα, θάλαττα ‘el mar, el m ar’ de los soldados de la expedición de los Diez Mil (X., A n. 4.7.26) era un N. o un V. Lo que

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es claro es el uso impresivo-expresivo de estos N.-V., que se combinan tanto con un V. como con un N. Y que es una discusión sin sentido la de si en S., O T 629 ώ πόλις, πόλις nos hallamos ante un N. o ante un V. que coexiste con πόλι. Son N.-V. en función de V. La exposición que sigue a continuación no distingue entre el N. exclamativo y el apelativo: son matices entre los que hay transiciones y que a veces se dan juntos. No entro en la cuestión del uso de la interjección ώ: se dirán algu­ nas cosas a propósito del V. Divido el material en dos grupos: el relativo a i os sustantivos (a veces con adjuntos o determinantes) y el relativo a los adjeti­ vos. El primero representa el equivalente, dentro de las exclamaciones, de las oraciones unimembres con nombre (equivalente lógicamente a un predicado). Añadimos un tercer apartado que muestra la combinación del N. y el V. por efecto de la neutralización. 1. El N. del nombre, con o sin ώ, aparece en poesía desde Homero, aun­ que más bien raramente. Cf. II. 13.85, 15.502, 16.422 αιδώς, ya citado, 1.23 δημοβόρος βασιλεύς, έπεί ούτιδανοΐσι ανάσσεις: en ejemplos como éstos queda abierta también la interpretación representativa, como ya se dijo (‘es una ver­ güenza’, ‘eres un rey devorador de regalos’). Véanse algunos ejemplos de trage­ dia: A., Fr. 207 τράγος; S., Ichn. 94 θεός; S., A nt. 891 ώ τύμβος; Ο Τ 629 ώ πόλις, πόλις. Sólo θεός parece general (no hay θεέ, salvo raramente en fecha tardía), mientras que curiosamente es habitual δαίμων (pero δαΐμον S. OC 1480). En poesía tardía se encuentra igualmente este uso, cf. Theoc. 15.123 ώ εβενος, ώ χρυσός. Pero se daba también, raramente, en ático conver­ sacional, cf. Ar., Ra. 652 άνθρωπος ίερός, exclamativo, no apelativo; los usos apelativos presentan características especiales, así Pl., Smp. 172a 'Ω Φαληρεύς ούτος ’Απολλόδωρος, sin duda condicionado por el pronombre en N.-V., ni más ni menos que los usos con artículo. En fecha helenística, en cambio, hay ejemplos en prosa: Eu. lo. 17.21 πατήρ; Eu. Matt. 9.27 υιός Δαυίδ, etc.; pero son raros. Donde esta construcción se usa con cierta regularidad es en ático coloquial cuando el nombre va con artículo y acompaña a un imperativo. Suele decirse que hay asimilación del nombre al artículo; si bien éste es, como sabemos, un N.-V., lo cierto es que nunca se deja acompañar de un V. Tenemos ejem­ plos muy citados como Ar., Ra. 521 ό παΐς, ακολουθεί (la alternativa es παϊ ο ώ παϊ), Archil. 242 πρώιθ5... ή κανεφόρος. El uso es continuado en época helenística, cf., por ej., Eu. Luc. 8.54 ή παΐς, έγείρου; V. Aes. 62 ό παΐς, κάλει, pero aquí alcanza límites mucho más amplios: Eu. Luc. 18.11 y passim, ô θεός; Act. Ap. 18.4 ό λαός μου; Eu. Io. 13.13 ό διδάσκαλος καί ό κύριος, etc. 2. También el adjetivo, con o sin ώ, aparece en poesía desde Homero. Hallamos, al lado de los correspondientes Vocativos, formas como II. 23.159, Od. 22.28 σχέτλιος (también σχέτλιος εις II. 10.164, etc.); Od. 20.194, 24.290 δύσμορος; II. 21.477 δύστηνος; Od. 4.818 νήπιος (también νήπιος εις, Od. 4.371, etc.) etc. Especial difusión ha tenido luego φίλος: en Od. hay ya φίλος

El Nominativo

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(17.415) y ώ φίλος (3.375), esta forma es luego frecuente en tragedia: A., Pr. 545; E., Andr. 539 y es parodiada en A r., Nu. 1168 (otra parodia es Ach. 242 ώ γενναίος). Paralelamente a lo sucedido con el nombre, el adjetivo exclamativo aparece en koiné: cf., por ej., Eu. Luc. 12.20 άφρων; Act. Ap. 13.10 ώ πλήρης; V.Aes. 88 κομψός entre otros ejemplos más. 3. Combinaciones del N. y el V. En el grupo atributivo nombre + adjetivo, lo habitual es la concordancia: ambos van en N. o en V.; y lo mismo en grupos apositivos. Cuando el papel del nombre lo representa un pronombre, que no distingue entre N. y V., el adjetivo va en N.: S., Ph. 254 ώ πόλλ’ έγώ μοχθηρός; S., Ai. 89 ώ ούτος Αϊας; lo mismo cuando hay un nombre N.-V., cf. A., Eu. 681 κλύοιτ’ άν ... ’Αττικός λεώς, así como, en el N. T., un ejemplo ya citado como ώ γενεά άπιστος, cf. también Eu. Luc. 11.39 υμείς oî Φαρισαίοι, idéntico a ύμεΐς oí ηγεμόνες de X., citado arriba. Pero encontramos, sobre todo en poesía y en prosa tardía, toda clase de combinaciones irregulares: 1. Nombre ambiguo en N.-V. y aposición en V.: A., Pers. 155 ώ βαθυζώνων άνασσα Περσίδων ύπερτάτη, μήτηρ ή Ξέρξου γεραιά; Aeschin. 3.260 ώ γή και "Ηλιε; o adjetivo en V.: A., Pers. 674 ώ πολύκλαυτε φίλοισι θανών. 2. Nombre en V. y adj. en N.: II. 4.18 φίλος ώ Μενέλαε (ejemplo muy raro, debido sin duda al frecuente ώ φίλος). Pero hay ejemplos en tragedia, cf. E., Andr. 384 ώ τλήμων άνερ y otros ejemplos, algunos con variantes textuales. 3. Nombre en N. y adj. en V.: uso tardío, cf. Act. Ap. 15.3 κύριε ό θεός (debido al frecuente ό θεός). 4. Nombre en N. y aposición de nombre en V. Este uso parece conversa­ cional en ático, cf. Ar., Eg. 273 ώ πόλις και δήμε. 5. Nombre en V. y aposición en N. Es conocido desde Homero, II. 3.276 Ζευ πάτερ ... Ή έλιός τε, pero se mantiene en ático; X., An. 1.5.16 Πρόξενε καί οί άλλοι. Este último tipo se considera a veces como ejemplo del N. que interviene en sintaxis relajada, que nos ocupará a continuación. Pero esta interpretación no es necesaria, a la luz de la existencia de toda clase de combinaciones. En cambio, ejemplos como Eu. Matt. 6.9 πάτερ ήμών, Ô έν τοΐς ούρανοΐς deben interpretarse a la luz de la ambigüedad N.-V. del artículo. En definitiva, todos los ejemplos, por más que sean casi todos raros y poéti­ cos o bien tardíos, demuestran la equivalencia de N. y V. para notar la función expresivo-impresiva: aunque ello sucede sin condicionamientos para el V. y con ellos para el N., pues aquí se trata de meros restos arcaicos y de potencialida­ des que afloran aquí o allá. Pero no puede negarse la neutralización del N. con el V. en estos tipos especiales de la oración unimembre. Arranca de la

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base de un valor no casual del N., el mismo que ya conocemos en las otras oraciones unimembres y, en restos, en las nominales bimembres sin verbo. Ahora bien, como ya se anticipó, la neutralización se da también con los usos expresivo-impresivos de otros casos. Sobre todo con los del G.: véase, por ejemplo, junto a S., El. 674 οϊ ’γώ τάλαινα, en la misma obra 1179 οϊμοι ταλαίνης. Análogamente, en S., Tr. 971 οϊμοι εγώ σου, πάτερ el V. y el G., referido a la misma persona, desempeñan una función análoga; y otra paralela el N.-V. εγώ. Por otra parte, nuestro estudio del Ac. nos hará hallar en el mismo uso impresivos absolutamente paralelos.

B.

Usos

no

o r a c io n a l e s

Si dentro de los usos oracionales (en los distintos tipos de oración) del N. encontramos, fundamentales, un uso sujeto, de referencia a la persona con determinadas matizaciones, y un uso precasual, de puro «tema»; en los usos no oracionales es este último el único que aparece. Ya hemos dicho, por lo demás, que a veces no son fáciles de distinguir de los anteriores. Llamamos usos no oracionales a los de aquellos Nominativos fuera o den­ tro de una oración, que no se justifican como sujeto o como «tema» central de la misma. Son elementos que mantienen una independencia. Se distinguen varios tipos: a) Nominativo denominativo (uso metalingüístico). — Indica el nombre de una persona, lugar o cosa como si fuera entre comillas, es decir, no regido por el determinante verbal o nominal. Un primer tipo es aquél en que el N. está en lugar del Ac. en expresiones como Eu. lo. 13.13 φωνειτέ με ó διδάσκα­ λος και ό κύριος; Act. Α ρ. 9.11 ονομα έχει Ά πολλύω ν; la construcción con­ certada se ve, por ej., en S., El. 148 à ’Ίτυν aièv ολοφύρεται. También es posible un caso independiente, el V. El N. es el caso «de reposo», que indica el nombre sin dar datos sobres sus conexiones sintácticas ni su función impresivo-expresiva. Un segundo tipo es el que da un nombre en N. en vez de construirse en G. dependiente: Eu. Luc. 19.29, 21.37 τό ορος τό καλούμενον Έ λαιώ ν frente al tipo habitual Ίλίου πόλις. Puede considerarse, finalmente, perteneciente a este grupo el N. de las citas, con τό, cf. X., Oec. 6.14 τούς έχοντας τό σεμνόν ονομα τούτο τό καλός τε κάγαθός. Aquí el Ν. representa cualquier uso casual y numeral de los adjeti­ vos en cuestión. Cf. igualmente S., Ant. 567 άλλ' ήδε μέντοι μή λέγε donde ήδε representa a un τήνδε de la oración anterior. b) Nominativo anacolútico final. — Una vez enunciado el esquema funda­ mental de una oración, pueden añadirse, a veces, determinantes o aposiciones

EÏ Nominativo

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a un Ac. del mismo que, sin embargo, van en N. Es raro que esto suceda con adjetivos, se cita II. 10.437-438 του δέ καλλίστους ίππους ιδον ήδέ μεγίσ­ τους / λευκότεροι χιόνος. Pero es relativamente frecuente con aposiciones nominales en enumeraciones: Od. 5.476 δοιούς δ ’ άρ’ ύπήλυθε θάμνους / .... ό μεν φυλίης, ό δ ’ έλαίης; A., Pers♦ 34 sigs. άλλους ... ό Νείλος έπεμψ εν Σουσισκάνης, Πεγαστάγων, Αίγυπτογενής; Th. 8.71.4 ήν ... πάντα όμοϋ άκουσαι, ολοφυρμός, βοή, νικώντες, κρατούμενοι; Hp., Epid. 4.253 τά δ ’ άλλα γνούς * τρίχες, χροιή ...; V.Aes. 9 τά βλεπόμενα όνομάζων4 δίκελλα ... . Este Ν. aparece ocasionalmente fuera de las enumeraciones, cf. D. H. 2.324.6 τούτων τά παραδείγματα καί ή διδασκαλία 'Ό μηρος πάντα παραδίδωσι. Se ha hablado con razón, en estos casos, de una relajación sintáctica: el N. actúa como caso cero, rompe la conexión sintáctica y se presenta por sí mismo, para ser interpretado simplemente en función del contexto. Recupera, pues, el valor de no-caso. Esto ocurre, incluso, después de un N., cuando pese a ello no hay concor­ dancia: es la llamada aposición partitiva. Cf., por ej., A., Pr. 200 sigs. στάσις ... ώροθύνετο, oí μέν θέλοντες ... oí δέ ...; X., HG 2.2.3 οιμωγή ... διήκεν, ό ετερος τφ έτέρω παραγγέλλων. Aquí el N. apositivo, referido sólo de una manera general al sintáctico que le precede, es igualmente un N. relajado, asintáctico, que da una visión general para interpretar contextualmente. c) Nominativo anacolútico inicial. — Con cierta frecuencia un N. comien­ za una frase y luego es abandonado, no tiene construcción sintáctica: indica, simplemente, el «tema» de la frase toda. Se citan ejemplos como II. 5.135 καί πρίν περ θυμώ μεμαώς Τρώεσσι μάχεσθαι / δή τότε μιν τρις τόσσον ελεν μένος; E., I T 947 έλθών δ ’ έκεΐσε ... ούδείς έδέξατο; Hp., Epid. 4. 259 διαλεγόμενοι καί τάλλα ταχυγλωσσότεροι προπετέως, ερευθος επί προσώπου τούτοισιν ήν; X., Oec. 1.14 οί δέ φίλοι, ήν τις έπίστηται αύτοΐς χρήσθαι, ώστε ώφελεΐσθαι άπ’ αύτώ, τί φήσομεν αύτούς είναι; L X X 2 Ρα. 7.21 καί ό οίκος ούτος ό υψηλός, πάς ό διαπορευόμένος αύτός έκστήσεται; V.Aes. 119 καί συλλαλοϋντες αύτφ ... έκέλευσεν αύτούς; Ael. Ν Α 164.13 ai λέπαδες ούκ άν αύτάς άποσπάσειας τών πετρών. A veces ejemplos como los que preceden se clasifican como dos o tres tipos de N.: en realidad, son idénticos. Y también los considerados de atracción, como II. 8.75 νήες οσαι πρώται είρύαται, έλκω μεν. A veces, ciertamente, hay duda en el caso de los inanimados en N.-Ac., entre esta interpretación y la de Ac. complemento: E., Or. 591 τό δή ζήτημα του πέμψαντος ήν Φοίβου / τό δ’ είπεϊν. Aquí, naturalmente, no puede hablarse de relajación sintáctica, sino del enunciado de un «tema» en un N. que es un caso general o un no-caso. Claro que el concepto mismo de «anacoluto» implica una concepción diferente: que se trata de un sujeto luego abandonado (de ahí el nombre de nominatiuus pen­ dens que a veces se da a este uso). Pero en realidad hay que pensar que cuando

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un N. llega al oído del hablante griego, antes que nada es interpretado como un «tema», es decir, como provisionalmente un no-caso; y que sólo cuando llega el verbo —si llega— es reinterpretado como un sujeto. Éste es un ejemplo particular entre los infinitos en que, en una lengua cualquiera, el comienzo del enunciado es interpretado totalmente sólo a la luz de lo que sigue, hay una posición provisional dotada de una gran abertura. Sin embargo, en griego, si lo que precede es un Ac., G. o D., ia espera es uno de los usos sintácticos de estos casos (salvo si se trata de exclamaciones), mientras que el N., que tiene un uso no casual muy amplio, ofrece ia doble expectativa de éste y del casual (sujeto): sólo lo que sigue decide.

C.

El

N o m in a tiv o e n m ic é n ic o

El carácter de los documentos micénicos, entre los que predominan los in­ ventarios, listas, recibos, catastros, calendarios, prescripciones administrativas, cuentas de impuestos, relaciones de raciones o entregas, etc., favorece mucho el empleo del N. en ciertos usos; pero no en otros. La falta de éstos no signifi­ ca, pues, nada pese a la antigüedad prehomérica (del s. xni a. C., al menos) de estos documentos. No encontramos en ellos, en efecto, usos no oracionales ni, dentro de estos, usos expresivo-impresivos ni usos de predicado nominal; tampoco hay oracio­ nes predicativas bimembres con falta del sujeto. Repasemos los usos que quedan. 1. N. como sujeto de un verbo predicativo. Es un uso banal. He aquí algunos ejemplos: PY Ea 59.3 ke-re-te-u e-ke o-na to ke-ke-me-na ko-to-na Creteo tiene una concesión dentro de una parcela pública Eb 297.1 i-je-re-ja- e-k-e-qe ... e-to-ni-jo ia sacerdotisa posee una parcela sagrada Fr 1184.1 ko-ka-ro ape-do-ke era-wo toso e-u-me-de-i Cócalo entregó la siguiente cantidad de aceite a Eumedes. Un 267.1 o-do-ke a-ko-so-ta tu-we-ta a-re-pa-zo-o tu-we-a lo que dio Arxotas a Tiestes el perfumista, perfumes KN Le 641.1 o-a-po-te de-ka-sa-to a-re-i-jo lo que recibió Areo

Cf. un sujeto de verbo pasivo PY Un 20 e-pi-de-da-to ... wo-no ‘fue reparti­ do vino’ (?) El sujeto se da casi siempre; si falta se deduce del contexto. Aunque la interpretación puede ser a veces dudosa.

El Nominativo

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2. N. como sujeto de una oración nominal. Es muy raro, puede citarse PY Ai (1) 63 pe-se-ro-jo e-e-si MUL 1 ko-wa 1 ko-wo 1 ‘son de Pesero una mujer, una niña, un niño’ y con elipsis del verbo fórmulas como KN Sd 4416 ou-qe a-ni-ja po-si ‘no (hay) riendas’, etc. Con verbo copulativo y D. posesivo puede citarse PY An 607,3 do-que-ja do-e-ra e-qe-tai e-e-to ‘la esclava de Dorpeya será para los eqetas’, si la interpretación es buena, 3. Lo que de notable presentan las tablillas —y en esto recuerdan a docu­ mentos posteriores semejantes a que hemos aludido— es un elevadísimo núme­ ro de N. en oraciones nominales unimembres: indican la localidad, la persona, el tema a que se refiere una tablilla o bien constituyen una lista. Hay que adelantar que la interpretación es con frecuencia problemática por­ que en el sg. las formas en -a y -o de la 1.a y 2 ,a declinación, respectivamente, pueden representar también un D.-L. y la primera un G. Y, efectivamente, hay listas en que topónimos en -a y -o alternan con el D.-L. o el I.-L., así PY Jn 829 (me-ta-pa, ro-u-so ... apui-we, ti-mi-to-a-ke-e, pa-ki-ja-pi, e-ra-tere-wa-pi), An 181, An 656, KN Co 906, etc.; y topónimos sueltos en D.-L. Por otra parte, una tablilla como En 609 pa-ki-ja-ni-ja to-sa da-ma-te puede entenderse como ‘Pakijanija, estos son los lotes’ o ‘estos son los lotes de..’ Es muy verosímil, de todos modos, que muchos de estos topónimos sean un N. de oración unimembre: ‘Pilos’ e. d., ‘éste es un documento relativo a P , ’, etc. Y esto es seguro con otros grupos de nombres para los que la inter­ pretación como D.-L. o G. está excluida bien por el sentido, bien por la forma (difiere en el sg. de la 3.a declinación y siempre en el pl.) bien por ambas. He aquí algunos ejemplos: Hay el N. que indica el contenido de la inscripción. Así en muchísimas tablillas de inventarios con pa-we-a ‘tejidos’, iqija ‘carros’, to-pe-za ‘mesa’, ta-ra-nu ‘escabel’, ti-ri-po ‘tripode’, etc. Lo mismo en relaciones de personal con ko-wo ‘niños’, ko-wa ‘niñas’, ka-ke-we ‘broncistas’, PY An 1.1 e-re-ta pe-re-u-ro-na-de i-jo-te ‘remeros que marchan a Pleurón’, etc. O en otras va­ rias, por ej., en el tipo po-se-da-o-ne do-so-mo ‘entrega a Posidón’ o en las listas de ko-to-na y otras tierras. Se halla el mes en N., cf. Fp (1) 7 ka-ra-e-rijo, incluso con «mes» en G., cf. Fp (1) 13 ra-pa-to me-no. Es frecuente lo que parece un doble N., del tipo KN Dg 1158 a-ni-ja-to pa-i-to (antropónimo y topónimo). En ocasiones el N. desempeña, con neutralización, una función sintáctica que está a veces explicitada por un caso diferente; o bien puede desempeñar en diferentes contextos funciones sintácticas diferentes, bien que neutralizadas (otras veces se explicitan con otros casos). Así, en la serie En de Pilos se da en G. el usufructuario de las ko-to-na y otras tierras, pero en KN Uf (3)981 su nombre va en N. (e-ri-ke-re-we - Έ ρικλής). También en Cnosos, en rela­ ción con un antropónimo, se menciona un topónimo bien en N. (Ga (1) 517 tu-wi-no), bien en G. (Ga (1) 676 tu-wi-no-no) bien en Ac. lativo (Ga (3)465 a-mi-ni-so-de). En las series D, relativas a ovejas, suelen ir un antropónimo

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y a veces un topónimo en N. (tipo Da 1123 + 7178, a-qi-ro / ku-ta-to ovism 501), pero otra el antropónimo va en G. (Db 1159, De í 152, D 913146, Dv 1142): parece indicar el posesor. No puede excluirse que a veces el N. no se refiera al destinatario, indicado comúnmente con D. o Ac.-lativo.

D.

C o n c l u sió n sobre e l N o m in a tiv o

1. Como en otros casos de la función representativa, pero en mayor medi­ da, el Ν. conserva huellas de la función expresivo-impresiva: solamente en ora­ ciones unimembres y con grandes condicionamientos diacrónicos y estilísticos. En esta función está neutralizado con el V.: hay formas comunes a ambos y las que no lo son se emplean unas al lado de otras. También hay neutraliza­ ción ocasional con usos impresivos del Ac. y G, 2. Dentro de la función representativa el N. se usa a veces como un «nocaso», como indicio del «tema» a que va a referirse el hablante: está neutraliza­ do frente a la totalidad de los otros casos. Esto ocurre en oraciones unimem­ bres y en usos no oracionales; sólo en contextos limitados y con condiciona­ mientos diversos, sobre todo de nivel de lengua. 3. El uso central del N. es el de sujeto, con verbos predicativos y copulati­ vos en general: no hay tipos distintos de N. que correspondan a tipos distintos de verbos. Hay, sin embargo, con algunos verbos, algunas especializaciones del N. de orden lexical. Pero el concepto del N. coincide, en este uso, con el de sujeto: insiste sobre la persona del verbo o la especifica; por esto es omisible, salvo en algunas circunstancias especiales; a veces, incluso, es inadmi­ sible. Sin embargo, hay algunos sujetos no Nominativos, lo que implica que este caso corresponde a la función neutra del sujeto, sin matices especiales. También existe, en cierto verbos, oposición entre N. y complementos (en Ac., G., D.), que por lo demás son omisibles: en esta oposición, condicionada lexi­ calmente, el N. es un no determinante de la sustancia semántica del verbo; como podría decirse que los complementos son un no determinante personal, es decir, que hay una oposición equipolente. Hay que añadir, de todos modos, que la relación entre sujeto y verbo es bipolar y que hay una neutralización con un Ac. sujeto cuando el verbo va en infinitivo (en éste y otros casos cesa la relación bipolar, sólo el sujeto determina la persona). 4. Un uso periférico del anterior es el del N. del predicado nominal, rela­ cionado bipolarmente con el sujeto; aunque entra también el valor de concor­ dancia, propio como rasgo secundario de otras diversas categorías y funciones gramaticales. 5. Existe, a veces, una vacilación entre la interpretación de un N. por el tipo 2 o el 3: depende, sin duda, en cada ocasión del emisor y el receptor

El Nominativo

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de acuerdo con circunstancias difíciles de fijar. Esto sucede, sobre todo, en la oración nominal bimembre sin verbo y en el N. anacolútico inicial. 6. Los datos del micénico no alteran nada este cuadro. La falta de algunos usos se debe atribuir a la naturaleza de las tablillas y al inicial desarrollo de la prosa. El alto número de N. en oraciones unimembres, igualmente, a la naturaleza documental y de inventarios de las tablillas. Todo esto nos lleva a insistir sobre un punto que ya nos ha ocupado en el prólogo y que volverá a plantearse en cada uno de los casos y, prácticamen­ te, de todas las categorías y funciones: el problema de la unidad del significa­ do. Ni siquiera en el N., el más claramente gramatical de los casos (aunque no siempre lo es), es aceptable esta teoría. La teoría de las valencias (Tesniére, 1965; Happ, 1976, etc.) encuentra en él, de otra parte, un grave escollo: no puede decirse que el N. sea una función obligatoria con ningún verbo. Y tam­ bién la de Pinkster (1972 a-b), según la cual el sujeto pertenece al núcleo de la oración, frente a la periferia: sí, cuando lo hay, pero no siempre lo hay. Por otra parte, el concepto de sujeto es más complejo de lo que algunos pien­ san y requiere varios niveles de análisis, según hemos visto. No se identifica absolutamente con el de N.

III.

NOTAS ADICIONALES

1.

V a r ia n t e s d ia c r ó n ic a s ,

dia lec ta les

y

estilísticas

La descripción qué precede es pancrónica: la descripción del N. referida al ático, por ej., habría ofrecido una gama de usos más restringida. Hay que decir que el uso central del N. sujeto e incluso el secundario del N. predicado nominal son propios de todos los dialectos, niveles y estilos del griego. Hay diferencias, tan sólo, respecto al uso o no uso del sujeto y del verbo copulativo. El no uso del sujeto, por lo demás, está condicionado (al menos como posi­ bilidad) a una serie de hechos lexicales (subclases del verbo) y gramaticales (1.a pl. de ciertos verbos, 3.a sg. media de otros) que son generales de todo el griego aunque haya discusión, por ejemplo, sobre la frecuencia relativa del sujeto en los verbos meteorológicos y los de pensamiento y sentimiento. Sólo la falta de sujeto cuando éste tendría valor impersonal libre (ώς έν όνείρφ ού δ ύ ν α τα ι...) es muy rara y poética. En cuanto a la falta de verbo copulativo, no es tema que deba ocuparnos aquí en detalle, pero es interesante decir que tiene una difusión comparable a la de otros rasgos de que hablamos a continua­ ción: aparece sobre todo en textos poéticos y tradicionales y en los de prosa

Nueva sintaxis del griego antiguo

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coloquial. Es un arcaísmo que ha subsistido en estos dos niveles, en los que se hace de él un aprovechamiento estilístico. Las restricciones son máximas en los nominativos unimembres y en los no oracionales; pero no en todos los tipos. El Nominativo en oraciones unimembres de valor representativo se da casi exclusivamente en tres tipos de textos: Homero y los trágicos; anotaciones con poca coherencia sintáctica, como las de Hp. y ciertas inscripciones; prosa helenística popular. En el primero y tercer tipo aparece también el mismo Nominativo en función expresivo-impresiva (en ático sólo hay el tipo con artículo). Da la impresión de que se trata de posibilidades arcaicas que conservó la antigua poesía y que luego vivieron sólo en un nivel popular, de lengua colo­ quial con poca sintaxis, y afloraron a la lengua escrita de bajo nivel en época helenística. La prosa ática, con una sintaxis desarrollada, impuso una especie de censura sobre este N. En cambio, el N. anacolútico, final e inicial, que pertenece al mismo nivel arcaico y conversacional, halló mejor acogida incluso en la prosa ática: se en­ cuentra, en realidad, en todo el griego. Sólo el denominativo parece una espe­ cialidad helenística, aunque sin duda a partir de antecedentes anteriores. Así, es la prosa más desarrollada sintácticamente la que impuso con mayor generalidad, dándole todavía más frecuencia que la ordinaria, el tipo central del N. sujeto, restringiendo los otros. Tendió a hacer menos frecuentes, igual­ mente, las construcciones sin sujeto y las de oración nominal sin verbo, en las que el papel sujeto del N. no es tan absolutamente claro. Se tendió, pues, a una definición unitaria del N., dentro de construcciones también unitarias (con la diferencia inevitable de la existencia de oraciones con Ac. y de otras con N. predicativo). Pero en zonas marginales de la lengua aparentemente muy distintas (poesía, prosa no literaria) se mantuvieron mejor los usos neutros del antiguo Nominativo, no enteramente desechados del total de la lengua griega, por los demás. 2.

O r ig e n d e l N o m in a t iv o : m orfo lo gía y sin t a x is

En realidad se trata de un problema del IE, no del Gr.: pero ya hemos visto que a las dos funciones fundamentales del N., la de sujeto y la de neutra­ lización de los diversos casos, responden hipotéticamente dos formas, la con -s y la de tema puro, por más que en Gr. ambas tengan ya las dos funciones. Resulta interesante investigar un poco más de cerca el problema de los orígenes porque, aunque un estudio sincrónico (pancrónico más bien) sea suficiente, el estudio de los orígenes de las formas lo confirma y complementa. En reali­ dad el N. que conocemos en Gr. se encuentra ya, desde el punto de vista for­ mal y sintáctico, en el IE II, representado para nosotros sobre todo por el Anatolio; pero en el IE III ha recibido un perfeccionamiento del que el Gr.

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participa, a saber, el alargamiento de la vocal final de los temas puros en N., que se distingue así del V. Tanto en el terreno de la exposición y crítica de diversas doctrinas como en el de las posiciones propias, no hacemos más que resumir muy brevemente trabajos nuestros anteriores, que culminan en nuestro Manual de Lingüística Indoeuropea. Si bien introducimos ciertas modificaciones a la doctrina anterior sobre el problema de las relaciones entre N. y género animado. El punto de partida hoy aceptado por todos explícita y tácitamente es que el IE más antiguo (que llamamos IE I o Protoindoeuropeo, PIE) carecía de flexión y, concretamente, de declinación: las funciones que expresaron los ca­ sos posteriores se distinguían, en la medida en que lo hacían, mediante otros recursos (orden de palabras, acento, etc.)· Una excepción eran los pronombres personales, que manejaban raíces diversas en N. y otros casos, en sg. y pl.: fueron seguramente el modelo de las posteriores distinciones formales. Decíamos en el apartado I de este capítulo que sólo en un número de temas reducido hay distinción formal en Gr. entre N. y V. y aun esa distinción es secundaria. Un estrato de la oposición N ./V . relativamente reciente, el que opone como hemos dicho temas con vocal final larga (N.) y con vocal final breve (V.), no puede ir más atrás del IE III, el primero que utilizó las oposicio­ nes de cantidad con finalidades morfológicas. Otro estrato es más antiguo, propio ya del IE II: el que opone un N. con -s a un V. con 0. N. y V. eran, pues, idénticos en el IE I desde el punto de vista de los fonemas segmentales: eran una misma forma con dos funciones. Según desem­ peñaran la una o la otra se introducían sin duda diferencias que luego se han mantenido en Gr., lo mismo cuando hay que cuando no hay ambigüedad for­ mal N ./V .: acento retrotraído en el V. (δέσποτα frente a δεσπότης), junturas inicial y final en el V., intensidad especial en la elocución de éste. Aunque para esa fecha más que de V. debe hablarse de función impresivo-expresiva del tema puro. Así, pues, el Gr., al igual que otras lenguas indoeuropeas, ha mantenido el uso impresivo-expresivo del antiguo N.-V. y aun de las formas especializadas como de N. sólo como una excepción, limitada a distribuciones especiales y a ciertos niveles de lengua conservadores. Cuando hay distinción formal y den­ tro de los límites mencionados se encuentra a veces un uso alternativo o simul­ táneo de N. y V., existe una neutralización. Lo que desde el punto de vista del Gr. es un uso marginal, desde el punto de vista histórico es un fósil, un resto de lo antiguo. Para el carácter secundario de la distinción, cf., entre otra bibliografía, Villar, 1983, págs. 127 sigs y mi Manual. Si ahora pasamos al origen de la oposición N ./A c., que se da sólo en los nombres, pronombres y adjetivos animados, veremos que el panorama se pre­ senta más complicado. Dejando de lado el fenómeno reciente de los alarga­ mientos vocálicos del N., lo que tiene éste de característico formalmente es

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una -5 (pero no siempre) en los animados; se opone a una -m en el Ac. de los mismos y falta en el N.-Ac.-V. (caso sincrético) de los inanimados, como se sabe. El hecho de que esta -s aparezca sólo en los nombres que llamamos anima­ dos (aunque en muchos de ellos no haya animación por parte alguna, cf. pág. 241) ha influido sin duda para atribuir a la misma un carácter de indicio ani­ mado o de agente, lo que por otra parte coincidía con una interpretación del sujeto como un agente. No se ve muy claro cómo puede esto justificarse dentro de la teoría de la aglutinación, que ve en dicha -s un antiguo demostrativo. Pero otros autores, hablando de afijación o pasando por encima del problema del origen de la -s, la consideran indicio de «objeto activo o específico» (Leh­ mann, 1958, 1982) o bien de «origen del proceso» (Haudry, 1982). De aquí parte también la teoría ergativista, que ve en la -s una marca de ergativo, el caso agente que acompaña a los verbos transitivos en lenguas como el vasco y las caucásicas: teoría desarrollada por Uhlenbeck, Vaillant, Martinet y Schmals­ tieg (véase bibliografía en Calboli, 1983, págs. 17 sigs.) y cuya crítica puede verse en el libro citado de Villar, así como en Adrados (1984) y (1988), pág. 299; aparte de otros argumentos, no hay en IE indicio alguno de diferencia entre el sujeto de los transitivos y el de los intransitivos. En realidad, no todos los sujetos, ni siquiera los animados, son activos o agentes (cf. Villar, 1983, págs. 74 sigs. y Dik, 1978); por otra parte, existe una gradación, una «escala de animación» (cf. Silverstein, 1976), no se trata de conceptos absolutos. Y aun un nombre animado sujeto puede usarse como no agente: así los pronombres personales, que están en el puesto más elevado de la escala, puede decirse, por ej., εγώ κείμαι. Podrían sentarse los siguientes postulados: 1. En una fase preflexional un nombre podía actuar ya como sujetó: las compatibilidades lexicales, el orden de palabras y el acento distinguían entre nombre y verbo y, dentro del primero, entre nombre y nombre (complemento). Estos sujetos, que actualizaban antiguos nombres sin función casual definida, evidentemente servían simplemente para determinar personalmente al verbo, ni más ni menos que en griego. Su valor semántico, como en Gr. una vez más, dependía de la relación entre su semántica y la del verbo. 2. Evidentemente, a partir de un cierto momento las formas sin desinencia convivieron con otras marcadas con -s y con -m. No son marcas monosémicas, puesto que ambas se usaron también para el G.: es el contexto el que indica el tipo de determinación, que luego se proyectó a la marca en sí. Evidentemen­ te, la oposición -s (N,)/-m (Ac.) se creó en contexto con verbos transitivos, para distinguir formalmente ambos casos: pero la semántica «agente»/«pacien­ te»· ni siquiera en este contexto es general, aunque sí la más frecuente. Nótese que continuó habiendo sujetos con desinencia -0 y complementos también'con -0 (se mantuvieron en los inanimados), ni más ni menos agentes y pacientes que los otros.

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3. Resulta notable que el Ac. con 0 fuera eliminado en los animados, sin duda para una mejor distinción respecto al N. como -0 o -s, y que, en cambio, en los inanimados se mantuviera, al lado del con -m (se distribuyeron según los temas); y es notable también que este Ac. de los inanimados sea idéntico en la forma al N. (y V.), sincréticos con él. En escritos anteriores he propuesto, siguiendo ideas que vienen de Meillet y otros, que los inanimados no podían originalmente ser sujetos: cuando se expandió la noción de sujeto, entraron a desempeñarla manteniendo su forma de Ac. Hoy he de retirar esta opinión. Animados e inanimados podían desde anti­ guo funcionar como sujetos (y, por supuesto, como complementos): marcaban no el agente, sino que insistían y especificaban la persona. Ahora bien, ciertos sujetos son incompatibles con ciertos verbos. Los inanimados eran incompati­ bles con muchísimos, entre ellos con los de acción. Nótese que el IE tenía dobletes de animados e inanimados del tipo egnis/pür, ‘fuego’, akua/údor ‘agua’, gá/pédon ‘tierra’: cuando se trataba de una acción o pasión (transitiva o no) usaba sin duda los primeros términos de los dobletes, los segundos quedaban reservados para frases del tipo Gr. πέδον κείται. En definitiva, los inanimados debían actuar como sujetos muy raramente y más raramente todavía como sujetos de un verbo con complemento directo. Sin duda a esto se debe el que no se haya introducido en ellos la oposición -s/-m y se hayan mantenido las formas de tema puro; e incluso, secundariamente, por analogía, el Ac. con -m haya pasado a ser también N. En realidad, llamamos inanimados o neutros a aquel resto de nombres poco usados como sujetos y que reunieron una serie de características, sobre todo las ya mencionadas y la adopción como pl. de temas en -a, que quedaron así aislados de otros semejantes que fueron a parar al sg. animado. Lo que nos interesa de todo esto —insisto en remitir para el detalle a mis otras publicaciones y a la bibliografía que ofrecen— es que la conservación de formas de tema puro en el N. de animados e inanimados, es un pendant de la conservación, también, de un N. no casual y de otro que es un sujeto no necesariamente unido a la acción. Y que la -s del sujeto no implica ningún concepto especial y, desde luego, no el de agente. Este se deduce, en ciertas oraciones, como se ha dicho, del juego de la semántica y las subclases de pala­ bras del sujeto, el verbo y el complemento. Por supuesto, la distribución de -s y -0 en el N. según los temas es secundaria. Y secundarios son el N. pl. y dual animado, mientras que el N.-Ac.-V. inan. pl. viene de una reclasifica­ ción de temas puros anuméricos. El griego ha conservado pues, en lo esencial, la forma y las funciones del N. del IE. Si los usos no casuales han perdido terreno y están circunscritos a ciertos contextos y niveles de lengua o estilo y la función sujeto se ha difundi­ do cada vez más, ésta es, en definitiva, una evolución no excesivamente impor­ tante. Sí lo es la dualidad de funciones del N., desde el IE mismo, que ha llevado en ocasiones a definiciones unilaterales y extremadas del N.

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3.

H isto r ia d e la s in t e r p r e ta c io ­

n e s DE LA SINTAXIS DEL NOMINATIVO

La doble cara del Nominativo ha hecho vacilar desde siempre en su defini­ ción. Lo peor del caso es que se ha optado casi siempre por definiciones unila­ terales, referentes a la primera o a la segunda de estas caras. Así, la definición del Nominativo como un no-caso por los filósofos acadé­ micos parte de la consideración del mismo como mero enunciado del nombre fuera de toda conexión sintáctica. Se halla eco de esta posición en Teodosio de Alejandría IV 1.190 sigs.: son casos sólo el Ac., G. y D. porque no designan «en forma directa» la esencia de la cosa, sino «lateralmente». También en Prisciano hay eco de esta doctrina, sobre todo el asunto cf. Sittig, 1931. De ahí viene la denominación del N. como «caso recto» frente a los demás u oblicuos, cuando los estoicos modificaron la doctrina académica e incluyeron al N. en el sistema de los casos. La justificación de Crisipo, que nos transmiten Teodo­ sio y Prisciano, es que tampoco el N. se refiere al γενικόν όνομα o concepto general en sí, sino especificado en el individuo. Pero aun así los estoicos consi­ deran el N. como un «arquetipo» de los otros casos, siendo cinco en total para ellos: lo definían no como un elemento de la oración, sino como un «de­ nominativo», προσηγορευτικόν πράγμα. La comparación que subyace a toda esta terminología es la del astrágalo o taba: puede estar «de pie» sobre una base estrecha, sus «caídas» sobre las demás caras son los casos «oblicuos» o «laterales». En definitiva los antiguos, aunque llegaron a distinguir entre la noción pu­ ramente abstracta del nombre y su realización en casos diferentes, no asociaron explícitamente el N. a la noción de sujeto, que por otra parte era ya conocida para Platón y Aristóteles. No vamos a intentar dar aquí un resumen de las distintas tesis sobre el N., que por lo demás ocupa un lugar excesivamente reducido en las diversas teorías de los casos que se han sucedido históricamente y para las cuales remiti­ mos a los libros de Agud (1980) y Serbat (1981). Es claro, de todos modos, que a partir de las doctrinas de los modistas, en el s. xm, la situación se invierte y las definiciones del N. vienen a aproximarse más o menos a la noción del sujeto y, concretamente, el sujeto agente. Para Simón el Danés, el N. es el suppositum (traducción del υποκείμενον, sujeto, aristotélico) actuale (es bas­ tante extraña la definición del V. como suppositum uirtuale). En Alejandro de Villedieu el N. aparece regido por el verbo ex u ipersonae, por ej., Guillermus legit; más claramente, en Martín el Danés el N. expresa el origen de la acción en frases idénticas. En uno y otro tipo de definiciones hay como un apartar los ojos de funcio­ nes del N. que sin embargo existen: bien de la función sujeto (o de la función

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sujeto no agente), bien de la función denominativa de marca simplemente del «tema». En nuestros días viene a repetirse el fenómeno. Wiillner (1827), primera exposición moderna de la teoría de los casos, con­ sidera al N., siguiendo a Planudes (que está en la tradición antigua y hace de lazo de unión), como un no-caso: indica la ausencia de relación, la indepen­ dencia. Estas ideas han sido continuadas más recientemente. Así en De Groot, 1956, pág. 189: «El Nominativo... no es, como generalmente se piensa, el caso del sujeto, sino el caso de pura referencia». O en una exposición antigua de Martinet, 1956, pág. 13: «(El Nominativo) sirve esencialmente para nombrar la persona o el objeto... independientemente de toda relación gramatical... El sujeto en Nominativo es lo que se presenta, independientemente de lo que de él se pretenda decir luego. Como el Vocativo, el Nominativo debe entenderse fuera de contexto...» Como se ve, en estas palabras de Martinet —luego rectificadas por él mismo— se intenta ya tender un puente entre el uso no casual del N. y el uso sujeto, considerando éste derivado. Algo así sucede en la teoría de Jakobson (1936). La «Gesamtbedeutung» o significación general, abstracta, del N. es simboliza­ da por un simple punto que representa «la proyección de la cosa en el enuncia­ do»; es un caso «no marcado». Combinatoriamente puede cargarse de varias funciones, como la denominativa o la de sujeto agente cuando está en contexto con un verbo transitivo y un Ac. No muy diferente es la posición de J. L. Moralejo (1986), a propósito del N. latino (que, por otra parte, da un buen estado de la cuestión): el uso del N. como sujeto deriva de ese mismo «valor cero», en la relación sujeto-predicado sólo aporta su sola «presencia libre». Cf. también Matthews, págs. 72 sigs., para quien el sujeto se refiere a «la posición ventajosa desde la cual es descrita la situación». Como puede verse, la definición antigua de nuestro caso como un «Nomi­ nativo» o «caso de la denominación» ha pesado mucho: incluso se ha tendido a considerar secundaria respecto a ésta la función de sujeto. Al menos hay que reconocer en honor de Jakobson, que su intento es uno de los pocos que se han dado para atribuir al N. funciones diferentes, aunque sea bajo la capa de una «Gesamtbedeutung» y olvidando cosas importantes. De todas maneras, es claro que la definición más frecuente del N. es la de sujeto y, concretamente, de sujeto agente. Esta es la definición escolar y sigue siendo la de lingüistas como Pottier (1962, pág. 270), Karcevsky (1956). Pero pronto se ha comenzado a argumentar contra ella, al menos como una definición exhaustiva, así, por ej., ya Jakobson (1956, pág. 249), luego, entre otros, Rubio (1966, págs. 81 sigs.) (pero es ir demasiado lejos eliminar los usos no casuales, salvo el metalingüístico) y Dik. Es bien claro que ni el griego ni las lenguas indoeuropeas en general distinguen entre el sujeto de los verbos de actividad y los demás. De ahí que ciertos autores (supra, pág. 63) definen el N. como indicando aquello a que hacen referencia la frase o el predicado: algunas de estas definiciones intentan salvar el bache entre las dos clases de N.

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En Touratier (1967) y Serbat (1981) hay, por otra parte, una fuerte argu­ mentación contra todas las definiciones semánticas del N. Porque hay que ad­ vertir que la que lo considera como un agente no es la única: sus notorias insuficiencias han promovido el nacimiento de otras. Está sobre todo el intento de Hjelmslev (1935-1937) de fundar toda la teoría de los casos sobre criterios localistas: el N. indica, como sujeto, el alejamiento y, como predicado, el acercamiento: es un caso neutro en cuanto a la dimen­ sión de la dirección. Remito a Serbat, 1981, págs. 192 sigs., para la crítica de toda esta teoría. Y está, mucho más recientemente, el intento de Fillmore (1968), de resolver el aparente problema de la multisemia de los casos relegán­ dola a un nivel superficial: en la estructura profunda habría un sistema univer­ sal e innato que comprendería, entre otros casos, un agentivo y un instrumen­ tal. En definitiva, se trata de un sistema semántico: ciertas palabras, por más que estén en N., se califican de representantes de un agentivo de la estructura profunda, otras de representantes de un instrumental. Todo esto es perfecta­ mente arbitrario y ajeno al sistema de la lengua: pura metafísica. Las dificultades de las definiciones semánticas del sujeto son las que han llevado a otros intentos más precisos (y, al tiempo, más vagos) de definirlo desde puntos de vista «funcionales» en Tesniére, en Martinet (1969), y en Mahmudian (1976). Para la escuela de Tesniére, todo gira en torno al verbo que, según sus valencias, tiene diversos «actantes»: el N. es uno de ellos, ni más ni menos. Es decir, es un elemento que completa el predicado. Viene a estar próxima la posición de Martinet y Mahmudian: el predicado es el elemento central, pero el sujeto es un complemento necesario (salvo en las injunciones y las frases nominales). Cf. Martinet, 1962, pág. 76. También autores como Chomsky, Pinkster (1972), Happ (1976), y Mat­ thews (1981) consideran al sujeto como un mero complemento o determinante del verbo. Si bien el primero, en su última exposición (1981a, 1981b), se limita a decir que «está regido por concordancia». Estas exposiciones tienen una parte de razón, pero son incompletas. Ei pre­ dicado puede pasarse sin el sujeto y el N. tiene otras funciones a más de ésta. De otra parte, como ha expuesto con insistencia Serbat (1981a, 1981b), ei suje­ to no es puramente un adjunto subordinado al predicado, también lo determi­ na. A. C. Moorhouse en Rijksbaron-Mulder-Wakker (1988), cuando opone el N. a los otros casos, también le asigna un valor especial, no el de mero deter­ minante del verbo. Pienso que en unas y otras teorías hay cosas útiles, al tiempo que impreci­ siones, olvidos y, las más veces, búsqueda de una unidad funcional ilusoria. No pueden olvidarse los usos no casuales del N., ni reducirlos al uso denomina­ tivo o metalingüístico, ni envolverlos con el uso sujeto en definiciones vagas. Dentro de éste, las definiciones semánticas juegan un papel, pero secundario y en un nivel más superficial que el sintáctico: sólo se justifican en ciertas

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combinaciones lexicales. El sujeto ha de definirse sintácticamente, pero hay que precisar la relación que establece. Nosotros hemos propuesto que no sólo insiste en la persona, sino que en ciertos casos especifica dentro de ella. Esta especificación determina, naturalmente, al verbo, mientras que el verbo (y el predicado nominal) determinan al sujeto, haciendo posibles unos sujetos sí y otros no, dejando abierta también, a veces, la posibilidad de sujetos por lo demás omisibles. Todo esto sintagmáticamente. Paradigmáticamente hay que insistir en las neutralizaciones del N.: de un lado, frente al V. y a usos expresivo-impresivos del G. y Ac.; de otro, frente a la totalidad de los casos; de otro todavía, frente al Ac. Todo ello en contextos precisos. Y también hay que recordar la oposi­ ción frente al Ac., también en contextos específicos solamente (pero, en abs­ tracto todo N. sujeto se opone al Ac. complemento); a veces la oposición es a los casos «regidos» G. y D. El N., caso bastante desatendido en muchas exposiciones (Kurytowicz [1949], por ej., ni siquiera lo toca) es realmente un «caso» como los otros, pero tam­ bién un «no caso». En una y otra función —heredadas ambas del más antiguo IE— presenta matices diferentes, condicionados sintagmática y paradigmática­ mente y presente o no según niveles de lengua y estilo. Algunos de estos mati­ ces son semánticos, de un nivel superficial. Pero hay que partir de una función sintáctica, relacional, que para el griego (y las demás lenguas indoeuropeas) es la fundamental (y que hemos tratado de definir más de cerca). Junto a ella hay usos asintácticos, no casuales, que el N. conserva mucho mejor que los otros casos. Y hay ciertos puentes entre ambas funciones.

C a p ít u l o IV

EL ACUSATIVO

I. LOS DATOS MORFOLÓGICOS Y LA DEFINICIÓN DEL ACUSATIVO

El Acusativo de los nombres animados lleva siempre en IE una -m q u e . en griego, por causa de la evolución fonética de esta lengua, se escinde en una -v (tras vocal) y una -a (tras consonante). Hay, pues, una marca única, que opone estos Ac. a los N. con -s o -0 o, también, a la falta de N. sujeto. Algo análogo sucede en los pronombres personales, donde desde el IE hay formas de Ac. distintas de las de N. (pero emparentadas con las de los otros casos). Por otra parte, la diferencia respecto al V. es, también, absoluta. En cuanto al Ac. pl. animado, su *-ms está formada secundariamente de -m de sg. y una -s pluralizante. Todo esto lleva a ver, de una parte, la función antigua del Ac. como unitaria: la libertad del más antiguo IE para usar temas puros en las diversas funcio­ nes casuales ha sido aquí eliminada, sin duda, para una mejor distinción res­ pecto al N. y, también, respecto a los otros casos, que llevan o tema puro o diversas desinencias (la -m del G. pl. de los nombres no es ambigua, el grado vocálico y el contexto deciden fácilmente). Todo esto sugiere, como decimos, una función unitaria. Efectivamente, cuando en Gr. aparecen tipos de Ac. que podemos llamar «especiales», ello parece derivar de una evolución propia de esta lengua, aunque quizá sobre precedentes anteriores: la creación de la pasiva ha aislado unos Ac. de otros, que no admiten esta transformación; distintos tipos de relación lexical entre el verbo y el nombre en Ac. han producido va­ riantes del Ac. que precisan la relación establecida por éste en el sentido de la «extensión», el «tiempo», etc.; usos en que el Ac. neutralizada su oposición al N. (como sujeto de infinitivos) y al G. o D. (como régimen de verbos) se revelan, cuando los estudiamos, como secundarios. Y también son secundarios diversos usos neutros, muchísimo menos difun­ didos que los del N., en los cuales el Ac. neutraliza su oposición al V. (usos

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exclamativos), o bien a la totalidad de los casos (Acusativos adverbiales, prolépticos, en títulos, etc.)· Pero, sobre todo, los usos propios del Ac., prescindiendo de este breve sector neutralizado, admiten, pese a su parcial diversificación en griego, una definición común. Esta es una opinión generalizada. Por ejemplo, Chantraine, 1953, pág. 39, afirma que está en Ac. «el objeto al cual se refiere la acción verbal» y que en las variantes aludidas «el valor propio del caso no varía». De Groot, 1956, pág. 187, dice que el Ac. «no indica un contenido especial en la relación del proceso a la cosa». Gonda, 1957, dice que el Ac. «es el caso que expresa una relación no especificada ni calificada entre un nombre o pronombre y el verbo u otro nombre». López Facal, 1974, pág. 42, propone que la relación del Ac. con el verbo se refiere a una restricción primaria (frente al D.) y genérica (frente al G.). Nada queda, pues, de la antigua definición del Ac. como «caso paciente», que todavía sobrevive aquí o allá (cf., por ej., Sánchez Lasso, 1968, pág. 354) y que se ha derrumbado al tiempo que la inter­ pretación del N. como agente y por las mismas razones. Claro que hay que especificar el detalle de los Acusativos «especiales», del nuevo Ac. que depende de un nombre o adjetivo y de los Ac. «neutros». Naturalmente, esta unicidad de la marca formal del Ac. tiene una excepción ya sabida, la de los inanimados con sincretismo N.-Ac.-V., que llevan desinen­ cia -0 (pero -m los con vocal temática, igual que los animados). Es notable, de todos modos, que el principio empleado para la distribución de la marca -0 (falta de marca) en el Ac. sea diferente que en el N.: ha quedado restringida a los inanimados. Decíamos que estos nombres raramente actuaban como suje­ tos y que, por ello, la necesidad de una marca formal propia del objeto era menor: en todo caso, la semántica de los nombres que actuaban de sujeto y objeto con un verbo determinado era suficiente para la distinción. Esa marca -0 del Ac. de los inanimados no quiere decir que éste tuviera función diferente: al contrario, animados e inanimados determinan igualmente al verbo, la dife­ rencia entre ellos está en su uso o no uso como elementos personales, es decir, como sujetos. Nosotros, siguiendo las ideas que acabamos de exponer, definiríamos el Ac., en su función central, como una determinación general del verbo; y, concreta­ mente, como una determinación no referida a la persona del mismo o a su especificación. Éste es el nivel más profundo; en otros más superficiales hay que introducir ciertas precisiones ya adelantadas, en algunos Acusativos: de­ penden de la semántica del verbo y el complemento y, también, de las posibili­ dades de transformación pasiva, de otras determinaciones alternativas (por ej., el Ac. de dirección o lativo puede sustituirse por el grupo preposición + Ac.) y de las oposiciones (el lativo se opone al G. de origen, sin o con preposición). Este concepto de determinación sustituye a otros anteriores, como que la acción verbal repercute sobre el objeto, etc. La lengua no puede tener un núme­ ro indefinido de verbos: un verbo más su complemento es, por decirlo así,

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un nuevo verbo de extensión semántica más reducida, al quedar determinado por el mismo. De esos complementos, el Ac. es el de más amplia extensión, el menos definido. Junto a él están el G. y el D., los adverbios, los grupos de preposición + caso, el infinitivo, las oraciones subordinadas en general. Aho­ ra bien, todos estos complementos o determinaciones (que son por lo demás omisibles todos ellos, empezando por el Ac.) responden sólo parcialmente a lo que es la determinación del nombre con ayuda del G. o del adjetivo: se trata, insistimos, de una determinación no personal. Por eso el G. adnominal es ambiguo (φόβος τών πολεμίων ‘miedo al enemigo’ o ‘miedo de los enemi­ gos’) mientras que el N. y el Ac. no lo son.

II.

DESCRIPCIÓN E INTERPRETACIÓN PANCRÓNICA DEL ACUSATIVO

A.

USOS ORACIONALES

1.

E l A c u s a t iv o

como

DETERMINANTE DEL VERBO

a) Los distintos tipos de Acusativo con verbos transitivos. — Si el «cen­ tro» de la función del caso Acusativo está en su determinación del verbo en términos generales, no personales, en su carácter de «objeto», dentro de este centro hay un núcleo: el de la simple determinación, sin ulteriores matices o con matices que varían de verbo a verbo o de grupo de verbos a grupo de verbos y que no deben generalizarse. Este es el Ac. de los verbos transitivos, los que admiten la transformación pasiva y no admiten, en cambio, cn térmi­ nos generales, la sustitución del puro Ac. por un grupo de preposición + caso. De las estadísticas de López Facal, 1974, págs. 47 sigs., se deduce que de los verbos que en Heródoto llevan régimen de Ac., hay un 91,5% que llevan este Ac.: los demás son verbos intransitivos que llevan a veces los otros tipos de Ac. Por otra parte, el Ac. es el régimen más frecuente: en el mismo autor, de los verbos que rigen caso, el 58% rigen Ac. Estos datos estadísticos —que podemos atribuir en términos generales al griego en su totalidad —van de acuerdo con la función del Ac. y, dentro de él, con la del Ac. de verbos transitivos: el Ac. indica la relación más general y, dentro de ella, la que hay entre el verbo transitivo y su complemento directo es la más general. Pero continue­ mos. Dentro dé los complementos directos se distinguen los de objeto externo, compatible evidentemente con la semántica del verbo pero no deducible sin más de la misma; y los de objeto interno —deducible de esa semántica—. Pues bien: son los primeros, los de objeto externo, los que constituyen, con su 80%, «el núcleo del núcleo», frente a 11,5% de objeto interno (hay un 6,5% que llevan ambos objetos a la vez). Paralelamente, son los que marcan una más

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amplia gama de relaciones: veremos ejemplos. Los de objeto interno insisten en una noción relacionada con el verbo, tengan o no la misma etimología, por lo que hay realmente una especialización: es el tipo correspondiente al nuestro de «vivir la vida». Pero hay que insistir antes que nada sobre la noción de transitividad. Según hemos dicho, el verbo griego, como el indoeuropeo en general, es un verbo subjetivo, da indicios sobre el sujeto pero no sobre si va a ser seguido o no por un complemento y, en este caso por qué complemento (en qué caso, con qué preposición, o bien en infinitivo, etc.) y si por uno o por varios. A lo largo de la historia del griego se han creado algunas formas verbales que indi­ can de por sí transitividad: los factitivos como δουλόω, ios perfectos con - k como εφθαρκα frente a εφθορα, los aoristos sigmáticos como έστησα frente a εστην, sobre todo. Fuera de esto, el régimen de un verbo es algo que hay que memorizar junto con el mismo o, mejor dicho, con sus diferentes temas (pues, como acabamos de ver, puede haber un tema transitivo y otro intransiti­ vo) y voces. Por tanto, el único criterio para decidir si un verbo (o un tema verbal) es transitivo o intransitivo, es su uso. Mejor dicho: no hay verbos transitivos e intransitivos, sino verbos usables transitiva e intransitivamente. Los primeros pueden ir también en uso absoluto, sin complemento: un verbo «comer» es transitivo, pero se puede decir, por ej., £σθι5 εκηλος ‘come tranquilo’ (Od. 17.478). De los verbos que en Heródoto aparecen en Ac., hay un 42% que pueden estar en construcción absoluta. Este uso absoluto es especialmente fre­ cuente en verbos cuya semántica lleva implícito el complemento: a) Verbos compuestos como οινοχοέω, οίκοδομέω, βουκολέω, etc.: se puede decir IL 20.472 οίνον οινοχοοϋντες, pero es más frecuente la falta de complemento. b) Verbos con objeto inherente como ομείχω, χέζω. c) Otros que, dentro de diversas lenguas técnicas, llevan igualmente objeto inherente, del que se puede prescindir, aunque ello especializa la semántica del verbo. Se puede decir έλαύνειν νήα ‘rem ar’ (Od. 12.109), ϊππον ‘cabalgar’ (Hdt. 4.64), στρατόν ‘conducir el ejército’, pero también simplemente έλαύνειν, en contextos adecuados, en estos mismos sentidos. Igual en el caso de verbos como καταλύειν ‘desenganchar los caballos del carro’ y ‘hospedarse, alojarse’, pero también ‘cesar la guerra’, έπιβάλλειν ‘poner una multa’, etc.: ocasional­ mente se ponen los complementos adecuados. d) En otros verbos, el contexto define como complemento al propio suje­ to, con lo que τρέπειν absoluto, por ej., es ‘darse ia vuelta’ en vez de ‘hacer girar’ y el verbo pasa a intransitivo. Estos casos son semejantes a los relacionados en pág. 61 sobre la ausencia del sujeto allí donde está implícito en la semántica del verbo o se deduce del contexto. Pero prescindiendo ahora de los usos absolutos, hay que hacer obser­

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var que, a lo largo de la historia del griego, verbos transitivos pasaron a ser intransitivos y viceversa, a veces con condicionamientos dialectales o estilísti­ cos. Hemos de ver ejemplos. El concepto de transitividad es, en definitiva, un concepto subordinado a la existencia de ciertos tipos de complementos en Ac. —el de objeto externo y el interno—, que a su vez se definen por su carácter genérico, su frecuencia, su capacidad de sufrir la transformación pasiva y su no conmutabilidad con giros de preposición-!-caso. Un verbo es transitivo cuando puede admitir un complemento en estas condiciones; pero ya decimos que no siempre lo admite y la pertenencia de un verbo al grupo de los transitivos no es algo dado para siempre ni tampoco la pertenencia al de los intransitivos: un verbo puede pasar de uno a otro grupo. Hemos de ver, además, que dentro de la transitividad hay grados: hay verbos transitivos que llevan objeto externo e interno o sólo externo o sólo interno u otros tipos diversos de dobles Acusativos. Volvamos a los Acusativos complementos directos y, dentro de ellos, a los de objeto externo. Decimos que son una primera determinación que es primaria y genérica. Es primaria porque es previa a la del complemento indirecto: en δώρα φέρειν τώ πατρί ‘llevar regalos al padre’ el δώρα φέρειν es la base previa determinada por τφ πατρί: viene a equivaler a un verbo y el D. indica en beneficio de quién se realiza su acción. Es genérica porque puede ser especificada por un segundo régimen: διώκειν τινά θανάτου es ‘perseguir a uno (judicialmente) con una acusación capital’ (y no otra); άπαλλάσσειν τινά δουλοσύνης es ‘libe­ rar a uno de la esclavitud’ (y no de otra cosa); τιμάν τινά δώροις es ‘honrar a uno con presentes’ (y no de otra manera). Aunque en realidad los conceptos de primario y genérico están próximos. También hay que decir que el Ac. no es la única determinación primaria y genérica. Hay ciertos verbos que «rigen» en vez de Ac. un G. o un D. a los que no se ve ningún matiz especial: άγάσθαι του Έρασίνου ‘amar a Erasi­ no’, τοξεύειν άνδρός ‘disparar flechas contra un hombre’, άρήγειν τώ πεζφ ‘ayudar a la infantería’, έπιχειρεΐν εργφ ‘emprender una acción’ son frases en cuyos G. o D. no se ve ningún matiz distinto del del complemento directo. Se puede decir, como propone Dressier, 1970, pág. 33, que hay que ampliar el concepto de transitividad; o se puede seguir nuestra terminología, según la cual estos casos que hemos mencionado están neutralizados con el Ac. Esto es, al menos, lo que pensamos, pues hay quienes han buscado matices especia­ les, por ej., los G. en cuestión serían partitivos: sobre esto remitimos a nuestro capítulo sobre el G. y D. En éste habremos de ver cómo según la cronología, dialectos, autores, etc., se pasa a veces del Ac. a otro caso o al revés o hay, incluso, estados de vacilación, de uso sinonímico. b) El Acusativo de objeto externo. — Si intentamos llegar a una defini­ ción más precisa de lo que significa la relación establecida por este Acusativo,

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nos metemos en una vía falsa. No indica el resultado de una acción verbal sobre un objeto paciente más que en algunos casos. El intento de distinguir entre un Acusativo de objeto externo propiamente dicho y uno de resultado («construir una casa», etc.), ha sido abandonado incluso por las gramáticas tradicionales, cf., por ej., Schwyzer, 1940, pág. 71; Sánchez Lasso, 1968, pág. 364. En realidad hay muchos tipos de relación posibles, dependen de la semán­ tica del verbo y del complemento —o de grupos de verbos y grupos de com­ plementos—. El establecimiento de estos grupos, que intentan las gramáticas, es por lo demás bastante convencional. Y no lo explican todo. Por ej., en Homero los verbos de «decir» llevan un régimen de persona en Ac. con dos sentidos diferentes: 77. 13.725 Πουλυδάμας θρασύν 'Έ κτορα είπε es ‘Polidamante dijo al valiente Héctor’, pero IL î.90 ούδ’ ήν Ά γαμέμνονα ειπης es ‘aunque te refieras a Agamenón’. La combinación de esas dos subclases de palabras («verbos de decir» y «nombres de persona») deja abiertas posibilida­ des entre las que sólo el contexto decide. Bien que la lengua tendió a evitar ambigüedades como ésta (en el tipo primero se introdujo el D. o bien πρός + Ac., en el segundo περί + G.). Y como con el tiempo fueron eliminados ciertos regí­ menes de Ac. y se introdujeron otros nuevos, el resultado fue que los tipos de relación del Ac. externo sólo pueden fijarse empíricamente, es un simple dato que haya unas relaciones sí y otras no. El conjunto de las mismas (entre las que hay transiciones y ambigüedades) sólo puede definirse en términos ge­ nerales, como ya dijimos. Con un «menos»: conjunto de relaciones que no incluyen los matices de los Acusativos especiales, de ciertos G. y D., etc. Es completamente fútil intentar una clasificación definitiva de los grupos de verbos que llevan Ac. de objeto externo: ya hemos dicho que hay variacio­ nes a lo largo de la historia del griego, que hay transiciones y que la clasifica­ ción es en parte convencional. Aun así daremos, más bien a manera de ejem­ plos, algunas subclases de verbos que, con los complementos compatibles con las mismas, crean relaciones de Ac. de objeto externo. Añadiremos al final algunos tipos de difusión más limitada. Un primer grupo de verbos implica (primordialmente) acción sobre una per­ sona (pero no sólo): verbos como ώφελεΐν, όνινάναι, άρέσκειν, θεραπεύειν, προσκυνεΐν, σέβειν, εύ ποιεϊν, con valores positivos; βλάπτειν, ύβρίζειν, άδικεΐν, κακώ ς ποιεϊν, άμύνεσθαι, κολακεύειν, θωπεύειν con valores negativos. Cf., por ej., X., Mem. 2.1.28 αλιτέσθαι τούς θεούς, 1.2.8 εύ ποιεϊν τον εύ ποιοϋντα; Pl., R. 334b ώφελεΐν μέν τούς φίλους... βλάπτειν δέ τούς εχθρούς; Dem. 20.6 τά ς τών θεών εύεργησίας... άμείβεσθαι. Un segundo grupo se refiere a la actitud ante personas y cosas: acción, sentimiento, conocimiento, etc. Así con verbos como μένειν, φεύγειν, φθάνειν, δέχεσθαι, λανθάνειν, μιμεΐσθαι, έλεεΐν, θαρρεΐν, πενθεΐν, γιγνώσκειν, ειδέναι, όμνύναι, λέγειν, etc. Entre infinitos ejemplos: Od. 1.11 οσοι φύγον αιπύν όλεθρον; Pi., Ο. 1.64 θεόν... λαθέμεν, IL 1.23 αιδεϊσθαί θ’ ιερήα, 5.361 λίαν δ’ άχθομαι έλκος, 6.150 οφρ’ εύ είδής/ήμετέρην γενεήν; X., An. 6.1.31 ομνύω

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ύμΐν θεούς. La supuesta acción sobre ei complemento falta con frecuencia en este grupo. Se añaden verbos impersonales como δει. Un tercer grupo es el de los verbos de «alcanzar», «escapar», «conseguir», «realizar», «establecer», etc.: S., A nt. 92 Θήραν ού πρέπει τάμήχανα; II. 18.428 ποίει δαίδαλα πολλά (de una obra de arte); Hdt. 4.166 νόμισμα έκόψατο; Dem. 24.142 νομοθετεΐν τά αύτοΐς συμφέροντα, etc. A veces hay resultado, a veces no. A estos grupos, que son los más frecuentes y como digo se pueden ampliar y dividir variamente, hay que añadir, antes que nada, el de los verbos simples intransitivos que con ciertos preverbos se convierten en transitivos. Es un fenó­ meno común y general: cf., por ej., διελθεΐν, ύπερβαίνειν, καταπολεμεΐν, etc., y ejemplos como Hdt. 7.29 έξήλθον τήν χώρην; Th. 1.24 έσπλέοντι τόν Ίόνιον κόλπον; Ar., Eq. 287 κατακεκράξομαί σε. Como también es un fenómeno común el de los verbos compuestos con un nombre y que llevan igualmente este acusativo: δορυφορέω, χειροτονέω con Ac. de pers., etc. Conviene insistir en la gran libertad, sobre todo en zonas arcaicas, tardías y marginales de la lengua, para el desarrollo de nuevos Ac. complemento directo. Hemos visto, por ejemplo, las dos construcciones de Ac. homéricas de los verbos de «decir». Otras veces, χρή (originalmente un nombre) lleva también Ac. (II. 7.109 ούδέ τί σέ χρή), sin duda por analogía con δει. En poesía nume­ rosos intransitivos pueden usarse transitivamente, a veces con valor factitivo: S., Ai. 40 πρός τί ... ήξεν χέρα; ‘¿hacia qué dirigió su mano?’; II. 11.160 ϊπποι κείν’ οχεα κροτάλιζον ‘los caballos se encabritaron haciendo avanzar el carro vacío’; E., Hel. 1131 άνήρ δόλιον αστέρα λάμψας ‘un hombre, ha­ ciendo arder una antorcha engañosa’. Otras veces resultan nuevos sentidos, sacados del contexto: IL 24.711 τόν γ 5 ... τιλλέσθην ‘se arrancaron el cabello en honor de él’; E., Hel. 947 δακρυσαι βλέφαρα ‘mojar los párpados con lágrimas’; Pi., /. 1.8 Φοίβον χορεύων ‘celebrando a Febo con danzas’. Hay incluso Hdt. 4.151 ούκ ύε τήν Θήρην ‘no llovió en Tera’ (y la pasiva II. 6.131 ύόμένος). Se llega incluso a usar un Ac. que se refiere a una perífrasis centrada en un verbo: A ., A . 788 "Ιλίου φθοράς ... ψήφους έθεντο ‘votaron la destruc­ ción de Troya’; S., EL 556 με ... λόγους έξήρχες, Ai. 21 ‘me has dirigido la palabra’. Es el valor indefinido, general, de la relación verbo + complemento cuando éste va en Ac., el que posibilita que prácticamente cualquier verbo pueda ir provisto de uno: solamente, hay una norma tradicional, que la poesía frecuen­ temente rompe. Nótese, de todos modos, que sólo estamos hablando de una parte de los Ac., de los de objeto externo: es decir, aquéllos que admiten la transformación pasiva en N. y no tienen conexión estrecha con la semántica del verbo. Tomando ésta en consideración, como iremos haciendo seguidamen­ te, las posibilidades de ampliación aumentarán. El griego tardío, por su parte, ha transitivizado algunos intransitivos. Así por ej., en el Nuevo Testamento: 1Ep. Cor. 12.6 ένεργέω, Ep. Heb. 11.27

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καρτερέω, Eu. Matt. 26.49 θέλω, etc. También con verbos que en Gr. clásico llevaban G.: Eu. Matt. 5.5 κληρονομέω τήν γήν, Eu. Ιο. 6.53 έπιθυμέω γυναίκα; ο D.: επηρεάζω, φθονέω, καταράομαι, etc.; hay ejemplos paralelos en papiros, por ej., PCair.Zen. 46 ήξίωσεν ήμάς ό Μένανδρος y construcción con Ac. en vez del D. en verbos como έγχειρέω, έπιπλήσσω, etc. Cf. datos sobre la sustitución del D. cömpl. ind. por un Ac. en Dressier, 1965-66, págs. 88 sigs. En Plb. hallamos cosas comparables: verbos intransitivos o con régi­ men de G. o D. que pasan a construirse con Ac. Cf. Foucault, 1972, págs. 103 sigs. O sea que, lo que era desde el principio una posibilidad, especialmente ex­ plotada por la poesía, tendió a convertirse en un hecho de norma. Nótese que desde antiguo había en ciertos verbos una vacilación sobre el régimen, que podía ir en Ac., G. o D.: López Facal, 1974, págs. 195 sigs., ejemplifica esto ampliamente para H dt., bien que a veces los diversos casos estén ligados a la voz del verbo, el género del complemento, etc. Por otra parte, en época clásica ha habido ciertas extensiones del G. a expensas del Ac., por ej., θιγγάνω ‘tocar’ lleva normalmente G., pero véase Archil. 204 χεΐρα Νεοβούλης θιγεΐν. Y luego, en griego helenístico, algunos Ac. de objeto externo fueron sustituidos por construcciones preposicionales, así, por ej., se dice φοβεΐσθαι άπό, όμνύναι έν (ο εις): se busca, evidentemente, una precisión mayor. Por otra parte, hay que notar que verbos que llevan habitualmente G., D. o preposición, aceptan sin embargo el régimen de Ac. cuando el objeto es neutro: cf., por ej., II. 5.361 λίαν άχθομαι έλκος y en prosa, adj. neutro, como τούτο, μειζον junto a los otros regímenes de este verbo con mase, y fem. Véanse más ejemplos en Sánchez Lasso, 1968, págs. 406 sig. c) El Acusativo de objeto interno. — Como hemos anticipado, un cierto número de verbos llevan un Ac. de la misma raíz o de otra emparentada se­ mánticamente: es el tipo II. 2.121 πόλεμον πολεμίζειν, 4.27 ίδρώ Ιδρώσαι; Pl., R. 405e διεξόδους διεξελθών; D. 29.4 δέομαι δέησιν; X., Mem. 1.5.6 δουλεύειν δουλείαν; y, por poner algunos ejemplos no etimológicos, II. 11.241 κοιμήσατο ... ϋπνον; Th. 1.112 πόλεμον έστράτευσαν; S., Ant. 1309 άνταίαν (scii, πληγήν) επαισαν. Es un tipo muy frecuente en Gr., mucho más que en nuestra lengua. A veces aparece con los mismos verbos que llevan también el Ac. de objeto exter­ no: es una de las construcciones de doble Ac. que han de ocuparnos luego. Otras veces, sin embargo, va con verbos que usualmente se usan como absolu­ tos o bien como intransitivos: de ahí que algunos gramáticos (así Humbert, 1945, pág. 251) lo consideren como propio de verbos intransitivos, lo que no es cierto, porque, aparte de que va también con verbos habitualmente transiti­ vos, el Ac. admite siempre la transformación pasiva en N. (excepto cuando funciona como segundo Ac.) y no es conmutable con expresiones adverbiales o preposicionales. Ahora bien, un verbo intransitivo cualquiera puede tran-

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sitivizarse con uno de estos Ac., cf., por ej., Pi., O. 7.50 πολύν υσε χρυσόν ‘llovió lluvia abundante’. En definitiva, el Ac. establece una relación con un nombre emparentado semántica y a veces etimológicamente con él. Podemos decir que el proceso se realiza y produce el resultado de dicho proceso: hay proximidad al Ac. de objeto externo de los llamados de resultado, expresiones como πομπήν πέμπειν ‘celebrar una procesión’, ποίησιν ποιεϊν ‘hacer una poesía’ pueden inter­ pretarse de ambas formas. Otras veces, incluso, no se ve mayor diferencia con Ac. de objeto externo que no son de resultado: φόρον φέρειν ‘pagar tributo’, νόμον νομίζειν ‘seguir una costumbre*. Con mayor razón cuando no hay rela­ ción etimológica. Otro grupo fronterizo es el de los verbos compuestos con un nombre: cf. supra οΐνον οίνοχοοϋντες; S., EL 190 οικονομώ θαλάμους πατρός; A nt. 994 ναυκληρεΐν πόλιν. En todo caso, nos hallamos ante un nuevo ejemplo en que verbos que habi­ tualmente no llevan Ac. pueden recibirlo, transitivizándose. Aquí sí que nos hallamos ante una relación especializada, que hemos tratado de definir. Esa definición debe completarse en el sentido de que este Ac. no es un mero expleti­ vo: está al servicio de una intensificación de la expresión verbal, las más veces cuantificada o cualificada de este modo: es comparable lo que ocurre con los sujetos expresivos o intensivos de que hablamos. Efectivamente, la ejemplificación que precede ha sido dada en forma abre­ viada: lo habitual es que el Ac. vaya acompañado de un adj. o de otra determi­ nación que así recae indirectamente sobre la acción verbal. Los ejemplos de arriba, citados más completamente dicen άπρηκτον πόλεμον πολεμΐζειν, ιδρώ θ’ öv ϊδρωσα, πάσας δέ διεξόδους διελθών, δέομαι δ 5 ύμών δικαΐαν δέησιν, δουλεύειν δουλείαν αίσχράν, κοιμήσατο χάλκεον ύπνον, τον ιερόν καλούμενον πόλεμον έστράτευσαν. Hay casi siempre una determinación: cf., S., EL 99 ζώ βίον μοχθηρόν; E., Med. 1041 τί προσγελάτε τόν πανύστατον γέλων; Ar., V. 71 νόσον ... ό πατήρ άλλόκοτον νοσεί; D. 59.97 τήν έν Σαλαμΐνι ναυμαχίαν ναυμαχήσαντες, etc. Aunque, sobre todo en el uso no etimológico, puede haber un Ac. sin adjetivo (cf., por ej., E., Andr. 133 μόχθον ... μο­ χθείς, H F 708 ΰβριν δ 5 ύβρίζεις), las combinaciones verbales que se permiten los poetas son suficientemente expresivas: S., Ant. 1146 πυρ πνεόντων άστρων; Theoc. 22.172 νεΐκος άναρρήξαντες. Nótese también expresiones abreviadas, a veces de uso común, a veces renovadas constantemente: A., A . 375 ’Ά ρη πνειν ‘respirar (un aliento propio) de Ares’; Ό λύμπια νικάν Th. 1.126 ‘vencer (la victoria) olímpica’; E., H F 1235 έστιάν γάμους ‘celebrar un banquete de boda’; Ar., V. 582 αύλεϊν έξοδον ‘tocar con la flauta la salida (del coro)’, etc. De un modo u otro, la acción verbal es especialmente señalada y determina­ da. De aquí derivan dos usos muy frecuentes: 1. El Ac. consistente en un simple Ac. n. del adjetivo. Cf., por ej., II. 6.484 δακρυόεν γελάσασα; Od. 17.163 αχρείο v εγέλασσεν, 3.76 έχάρη μέγα; Pl., i?. 404a μεγάλα νοσοϋσι. Cf. también μέγα φρονεϊν, τά πάντα ώφελεΐν, etc.

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2. EI Ac. consiste en un Ac. fem. del adjetivo, quedando elíptico el nom­ bre. Ya vimos un ejemplo de S., A n t. άνταίαν επαισαν: hay también διπλήν, ολίγη v. Así se llega a un Ac. adverbial; veremos que otros Ac. diversos, usados con verbos intransitivos, se consideran derivados también aquí. También hay que notar el grupo de los complementos pronominales neu­ tros: insisten en la acción verbal al clasificarla de acuerdo con la deixis de dichos pronombres. Cf., por ej., IL 5.185 τάδε μαίνεται; S., O T 1005 τοϋτ’ άφικόμην οπως ... ‘hice esta llegada p a ra ...’ d) El Acusativo con verbos intransitivos: de extensión, tiempo. — El Ac. de contenido es ya un Ac. especial, con una relación con el verbo de tipo particular, lo que se funda a su vez en una identidad o proximidad de la semán­ tica del verbo y la del complemento. Lo hemos clasificado, por lo demás, entre los Ac. con verbos transitivos porque a veces es difícil de distinguir del de objeto externo y porque, con frecuencia, va con verbos que son, efectivamente, transitivos en eí sentido de llevar también, a veces, este otro Ac, y/o de llevar la transformación pasiva. Pero a menudo se trata de verbos intransitivos que sólo llevan Ac. complemento cuando es de este tipo. Éste es el caso habitual del Ac. de extensión (Lys. 6.15 πλεΐν τήν θάλατταν ‘navegar por el m ar’) y tiempo (IL 2.292 ενα μήνα μένων ‘esperando durante un mes’), aunque entren a veces en la construcción de doble Ac. con los de objeto externo (véase más abajo) y admitan, muy raramente, la construcción pasiva (ή θάλαττα πλεόμενη). Como se ve, es cuestión de grado. Se trata también de Ac. «especiales», próximos a los de contenido, pero con matiz propio: la extensión en el espacio y en el tiempo. La mayor prueba de su independencia es que entran en las citadas construcciones de doble Ac. y que su coincidencia o solapamiento con el Ac. de contenido es solamente parcial. Efectivamente, una serie de Ac. de espacio pueden interpretarse igualmente como de contenido, del tipo no etimológico y a veces del abreviado o perifrásti­ co. Un ιέναι όδόν (y expresiones próximas) que hemos entendido antes como un Ac. de contenido, puede interpretarse también como de extensión: ‘ir por el camino’. De igual manera, en A., Pr. 537 τον μακρόν τείνειν βίον puede entenderse como Ac. de contenido o de tiempo: ‘vivir durante una larga vida’. Pero en otros casos es un tanto subjetivo decidir si puede, igualmente, en­ tenderse que hay un Ac. de extensión abreviado o metafórico como los que hemos visto más arriba: Od. 3.71 πόθεν πλεΐθ’ ύγρά κέλευθα; ‘¿de dónde venis a través de los húmedos caminos?’ puede entenderse a partir de un «nave­ gar una navegación consistente en...»; Hdt. 2.127 βασιλευσαι... πεντήκοντα ετη ‘reinar durante cincuenta años’ viene a equivaler a «reinar un reinado de cincuenta años». Pero lo evidente es que los grupos de Ac. de la subclase de nombres que indica espacio y de la que indica tiempo, se han independizado

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y se emplean con toda clase de verbos, incluso los transitivos que llevan Ac. de objeto externo (por ej., II. 6.292 τήν οδόν ήν Ε λένην περ ήγαγεν): se consideran como dos bloques independientes que indican relación de verbo y nombre matizada por las nociones, respectivamente, del espacio y del tiempo. Sería ya muy forzado interpretar como Ac. de contenido (aunque aquí esté sin duda el origen del tipo) frases como Od. 23.85 κατέβαιν’ ύπερώϊα ‘bajó del piso alto’; E., Ba. 873 θρφσκει πεδίον ‘se lanza por la llanura’; X., Cyr. 2.4.27 τά δύσβατα πορεύεσθαι; Hdt. 6.127 ή δέ Σύβαρις άκμαζε τούτον τόν χρόνον; Th. 3.114 σπονδάς και ξυμμαχίαν έποιήσαντο έκατόν δτη ‘por cien años’. Y menos, como digo, cuando hay un segundo Ac. con verbos transiti­ vos: Lys. 24.6 τήν δε μητέρα ... πέπαυμαι τρέφων τρίτον ετος τουτί; Hdt. 7.24 ειρύειν τάς νήας τόν ’Ισθμόν ‘arrastrar las naves a través del Istmo’. En definitiva: un Ac. de nombre de las subclases que indican espacio y tiempo puede ir con cualquier verbo con que sea compatible para indicar estos tipos de relación. Es un desarrollo secundario más frecuente en poesía que en prosa y ha producido adverbios como μακράν, τήν ευθείαν, τό παλαιόν, τήν άρχήν. El uso de espacio es raro en koiné, cf. Eu. Luc, 22.41 όσεί λίθου βολήν ‘a la distancia de un tiro de piedra’; tiende a sustituirse el giro con άπό, cf. Eu. Io. 11.18 έν Βετανίςι ... ώς άπό σταδίων δεκαπέντε. El de tiem­ po es también raro, salvo para indicar el tiempo preciso, cf. Eu. Io, 4.52 εχθές ώραν έβδόμην (pero cf., por ej., 2.12 εμειναν ού πολλάς ήμέρας). En realidad para el uso general de tiempo tiende a imponerse en la koiné el D., cf. Eu. Luc. 8.29 πολλοϊς χρόνοις συνηρπάκει αύτόν. Véase la mezcla de ambos casos en Plb., Foucault, 1972, pág. 101. Pero esto no es más que la culminación de un fenómeno por el cual el Ac. de tiempo se neutraliza, a veces, con usos paralelos del G. y del D.: νυκτός ‘de noche’, εΐαρος, έκασ­ του έτους, χειμώνος ώρα, εΐαρι, τρίτω ετει, etc. Otras veces se mantiene el Ac., pero admite delante las preposiciones έπι, εις. Desarrollos marginales de estos casos, unidos a una subclase de palabras adecuada, llegan a coincidir. Lo mismo ocurre para la expresión del espacio, en el caso del D. llamado prosecutivo (ταύτη, τήδε) y del G. de espacio, cf. pág. 167 Esta neutralización es una prueba más de la independencia de estos Acusati­ vos y de su carácter marginal, probado también por su bajísima frecuencia estadística (la del de tiempo viene a ser en Hdt. de un 3%, la del de extensión de un 1,5%) y por su tendencia a independizarse de la frase, no sólo en usos adverbiales antes aludidos, sino en otros del tipo de ήμαρ, έννήμαρ ‘un día, durante nueve días’ en Hom. (cf. también σήμερον ‘hoy’, πάσαν ή μέραν ‘to­ dos los días’, etc.) y otros comparables con χρόνος, ώρα, ετος, νύξ, etc. Su lugar original con transitivos se prueba porque cuando van como segun­ dos Acusativos junto a uno de objeto y el verbo sufre la transformación pasiva, el Ac. de extensión y el de tiempo permanecen intactos; cf. infra, pág. 107.

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e) El Acusativo de relación con verbos intransitivos. — 1. Hay una serie de intransitivos que llevan junto a sí un Ac. que indica la parte del cuerpo u otros elementos de Ja persona humana a que se refiere: II. 3.210 Μενέλαος ύπείρεχεν εύρέας ώμους; Hdt. 2.111 καμόντα ... τούς οφθαλμούς, 3.40 τήν ψυχήν άλγήσεις; Pl., R. 453b διαφέρει γυνή άνδρός τήν φύσιν. Se trata de una relación «en cuanto a» una parte o elemento determinado, que se da tam­ bién con verbos copulativos y con adjetivos, según hemos de ver: el conjunto se denomina Acusativo de relación. Nótese que desde el punto de vista griego son idénticos Ac. que se mantienen como tales cuando se produce la transfor­ mación pasiva de oraciones transitivas con Ac. del todo y la parte: X., Cyr. 8.8.3 άπετμήθησαν τά ς κεφαλάς; cf. también E., Med. 8 ’Έ ρωτι θυμόν έκπλαγεΐσ’ Ίάσονος; Ar., Nu. 24 εΐθ’ έξεκόπην ... τον οφθαλμόν. Téngase en cuenta que la pasiva no es, desde el punto de vista griego, otra cosa que una voz media intransitiva con algunas características especiales. En realidad, sólo porque existe la posibilidad de una transformación activa pueden interpretarse como pasivas oraciones como éstas. Por otra parte, es posible que incluso la construcción activa del tipo άποτέμνειν τινα τήν κεφαλήν fuera interpretada como llevando un Ac. de este tipo, ni más ni menos que en construcciones de doble Ac. se encuentra también un Ac. de espacio y de tiempo que, fuera de aquí, sólo está con verbos intransitivos. Ciertamente, éste es un proceso secundario, mientras que el Ac. de la parte y el todo es antiguo: pero no se trata de un problema de cronología, sino de uno de interpretación sincrónica. Desde este punto de vista es claro que tenemos aquí un subtipo «especial» de Ac., definido por la referida subclase de los nombres y por verbos compati­ bles con ella: no admite la transformación pasiva; al contrario, va con verbos pasivos o medio-pasivos al tiempo que con otros intransitivos. Lo que tiene de particular este tipo es que, así como otros tipos especiales tienden a crear adverbios, éste se expande a construcciones con verbos copulativos y con adje­ tivos: es un Ac. que rebasa por aquí lo que es normal en este caso, el tipo de relación se considera idéntico. Pero este tipo de Ac., de vigencia limitada, es ilimitado prácticamente en la koiné, que lo sustituye por un D. o por expre­ siones preposicionales. Aunque la neutralización con el D. aparece ya en época clásica (διαφέρειν άρετή, etc.). 2. De un modo análogo es sentido también el que nosotros interpretamos comúnmente como un segundo Ac. de las oraciones transitivas con dos Ac., que en la transformación pasiva se mantiene como tal, mientras que el más general (el de objeto externo o el de objeto externo de persona) se transforma en N. sujeto. Dejamos de lado el relativo a la parte, que acaba de ocuparnos, y otros que podríamos calificar como de contenido, del tipo Aeschin. 1.139 τύ π τεσ θα ι... πεντήκοντά πληγάς: todos ellos implican, en realidad, una rela­ ción laxa con un verbo intransitivo. El tipo más frecuente es el Ac. de la cosa mantenido en la voz pasiva en Hdt. 3.65 άπαιρούμαι τα οπλα, 6.13 αποστερούμαι τήν αρχήν; Th. 1.38

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θαυμάζεσθαι τα εικότα; Antipho 2.8 άλίσκεσθαι τήν γραφήν, etc. En reali­ dad, iguaï que arriba, el definir estas frases como pasivas es un tanto arbitra­ rio, la distinción entre la media intransitiva y la pasiva es contextual y bastante subjetiva a veces: el hecho es que se ve entre verbo y Acusativo una relación un tanto lejana, un «en cuanto a», que probablemente se asimilaba al tipo anterior «de relación». Como allí, incluso las oraciones activas con los dos Ac. podían interpretarse como provistas de un Ac. de objeto externo (el de persona) y otro más alejado (el de cosa), asimilado quizá al de relación. f) El Acusativo de dirección (terminativo o lativo). — Es éste un último tipo, de difusión reducida prácticamente a la poesía, que marca una relación especial: la de «en dirección a» «hacia», con verbos en principio intransitivos y complementos de nombre de lugar. A su lado aparecen expresiones con pre­ posición y Ac., que luego lo sustituyen en prosa; y su lugar en el sistema opositivo es muy especial, se opone a un G. o preposición + G. con el valor de «a partir de», «desde». Este Ac., también llamado lativo, ha despertado mucha polémica en cuanto a su significado, que se considera incompatible con el de los otros Ac., y en cuanto al origen, que a veces se atribuye a un caso indoeuropeo diferente. Cf. sobre esto nuestro apartado III. También se ha intentado ver en él, al menos en muchos ejemplos, un simple Ac. de objeto externo, valiéndose de falacias de traducción, cf. V. Bers, 1984, págs. 62 sigs. Desde Homero lo hallamos para notar la dirección o el fin: ya con el com­ plemento del nombre de la casa (Od. 1.176 πολλοί δ ’ ΐσαν άνέρες ήμέτερον δώ), ya de un nombre de lugar (II. 1.317 κνίση δ ’ ούρανόν ΐκεν, 21.40 Λήμνον ... έπέρασοε), ya de persona (Od. 7.141 ϊκετ’ =Αρετήν). Luego es frecuente, como decimos, en poesía, cf., por ej., Pi., N. 3.3 ϊκεο Λωρίδα νασον Αίγιναν ‘llegaste a la isla doria de Egina’; S., O T 35 αστυ Καδμεΐον μολών; E., Andr. 3 Πριάμου τύραννον εστίαν άφικόμην. Raramente, este Ac. va con verbos transitivos, como se dijo: E., Tr. 1085 πορεύσ ει... ’Ά ργος; S., O T 434 οίκους τούς έμούς έστειλάμην. Se trata de una construcción arcaica, un fósil que confiere valor poético al pasaje y que es más frecuente con ciertos verbos de movimiento (ίκάνω, ίκνέομαι, εμολον ...) que con otros, con ciertos complementos que con otros; además, tras Homero hay una gran restricción de tipos. Con régimen de perso­ na es especialmente rara pero, a más de los ejemplos homéricos, existen otros posteriores del tipo A., Pr. 709 Σκύθας δ 5 αφίξη; S., O T 713 αυτόν ήξοι μοίρα; E., Βα. 1286 εμάς ήλθεν χέρας. Lo frecuente es que la construcción sea sustituida, como se dijo, por otra con preposición y Ac., que aparece a veces en variantes del texto; en Horn, el Ac. aparece a veces seguido de la partícula lativa δέ: Od. 6.296 άστυ δέ; II. 15.383 πόλεμον δέ, de la que que­ dan restos en ático (Έλευσΐνάδε, οικαδε). Hay huellas en fecha antigua de una neutralización con el Dativo.

El Acusativo

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Algunas construcciones con este Ac. se han interpretado a veces como sim­ ples Ac. de objeto externo: es la posición contraria a la de aquéllos que ven a ambos Ac. dos funciones totalmente diferentes. Así, por ej., II. 1.240 'Αχιλλήος ποθή ϊξεται υΐας Α χα ιώ ν ο Ε., Ιο 700 πολιόν έσπεσοϋσα γήρας encuentran paralelos próximos en las series de Ac. de objeto externo que hemos dado antes. Son ejemplos-puente: en definitiva, el Ac. indica una relación muy general. También hay proximidad, a veces, con el Ac. de espacio: S., OC 1590 έπει δ’ άφΐκτο τόν καταρράκτην οδόν ‘cuando llegó al umbral’, sólo el con­ texto lo separa de otros ejemplos como οδόν, Ac. interno o de espacio. Estos «puentes» se dan entre todos los tipos de Ac., como hemos ido vien­ do. Pero no impiden la existencia de grupos de Ac. definidos por el verbo o el régimen y que ofrecen un significado especializado. El que ahora nos ocu­ pa se caracteriza por las subclases de palabras del verbo (movimiento) y el régimen (lugar, persona), por el carácter intransitivo del primero y la falta de transformación pasiva (salvo cuando el Ac. terminativo se ha extendido a un verbo transitivo), por la oposición al G. y por la limitada difusión. A más de la épica, la lírica y la tragedia, lo presentan (raramente) la poesía filosó­ fica de Empédocles y Parménides, pero no la comedia (salvo en lírica, Ar., Nu. 300, y en parodia) ni la prosa. No parece haber razón, en estas circunstancias y cuando no hay ningún dato morfológico en otro sentido, para considerar este Ac. como una función diferente: es un Ac. «especializado» entre otros, con las mismas características. Pero remitimos al apartado III. 2.

El

A c u sa t iv o como d o ­

ble d e t e r m in a n t e de l v e rbo

Prescindiendo de la determinación personal del sujeto, un verbo puede ser determinado desde distintos puntos de vista por una larga serie de construccio­ nes que hemos mencionado, entre ellas los casos Ac., G. y D. Estos recursos permiten una determinación doble o triple de un mismo verbo. Pero la presen­ cia en griego, aparte del Ac. general (el llamado «de objeto externo»), de diver­ sos Äc. especializados hace que un verbo pueda llevar dos Ac. que indican dos determinaciones diferentes. No se trata, pues, de una simple aposición (cf. Jacquinod en Rijksbaron-Mulder-Wakker, 1988). Nótese que entre la determinación general y las especializadas y entre éstas entre sí hay siempre «puentes», pero no por ello dejan de oponerse como por­ tadoras de tipos de relación diferentes. En términos generales, esas relaciones se definen por las subclases del verbo y el complemento que entran en contacto: una subclase del verbo puede admitir más de una del nombre pero excluir otra u otras o admitirlas en usos raros, sólo como una extensión. Así surgen los diversos tipos de doble Ac. A veces son fáciles de definir, a veces hay que acudir al contexto. Nótese que incluso un mismo nombre y con el mismo verbo

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o tipo de verbo puede indicar dos relaciones según el contexto: recuérdense ejemplos como λέγειν ‘hablar a alguien/de alguien’, con Ac. de pers.; ‘ir’ con οδόν ‘por el camino’ o ‘hacia el umbral’, según contexto. Por supuesto, lo habitual es que un verbo lleve un solo Ac., definido por su subclase del nom­ bre; o que no lleve ninguno. Pero también el doble Ac. es frecuente. Por otra parte, no solamente se da mediante la combinación de los subtipos de Ac. referidos. Esos subtipos agrupan muchos verbos y nombres y pueden tener variantes internas. Así, pueden ir con un verbo dos Ac. de objeto exter­ no, uno de persona y uno de cosa; o uno del todo y otro de la parte. Son tipos de relación que sólo cobran relevancia al oponerse. Un caso inverso es el de los Ac. que sólo aparecen en el uso doble: concretamente, los predicati­ vos, que se caracterizan formalmente porque exigen un complemento directo, es decir, un primer Ac. Pero véase más abajo. Para presentar el cuadro en su conjunto, señalemos las distintas posibilidades: 1. Ac. de objeto externo (de pers. o cosa) + Ac. predicativo (nombre o Adj.). En la transformación pasiva, ambos Ac. pasan a N. 2. Dos Ac. de objeto externo (de pers. y cosa, del todo y la parte). En la transformación pasiva, los primeros Ac. pasan a N., los segundos se man­ tienen. 3. Ac. de objeto externo y uno «especial» (de contenido, extensión, tiem­ po, de relación). Igual funcionamiento de la transformación pasiva. 4. Ocasionalmente se combinan dos Ac. «especiales». Todo esto comporta la existencia, en los verbos, de una «escala de transiti­ vidad» (aparte de que, como sabemos, un verbo transitivo puede funcionar como intransitivo y, en ciertos niveles o contextos, también al revés). Hay ver­ bos que pueden llevar todos los tipos de Ac. (y, por tanto, de doble Ac.), otros experimentan limitaciones: los distintos subtipos de 1 se dan sólo para algunos verbos y lo mismo los de 2 y los demás tipos; 3 y sobre todo 4 se dan en raros verbos. Vamos a hacer un repaso de los distintos tipos y subtipos, con una ejemplificación limitada, pues lo importante es ver los fundamentos de su existencia. a) Acusativo de objeto externo y predicativo. — Se da con verbos de«lla­ mar», «considerar», «hacer», etc. Cuando se trata de dos nombres,son en realidad dos Ac. de objeto externo de distintas subclases de palabras, pero interviene una relación predicativa: hay un paralelismo evidente con las oracio­ nes nominales, en las cuales éstas pueden transformarse y viceversa. Cuando el predicativo es un adj., se trata de un uso que sólo aquí se da, sin duda, una innovación a partir de la transformación. Cf. con nombres: Od. 9.366 Ούτιν δέ με κικλήσκουσι ‘me llaman Nadie’; X ., Cyr. 1.3.18 ούτος τών έν Μήδοις πάντων εαυτόν δεσπότην πεποιηκεν; Eu. Luc. 12.14 τίς με κατέστη­ σε κριτήν; Con adjetivos: E., Med. 295 παΐδας περισσώς έκδιδάσκεσθαι

El Acusativo

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σοφούς; And. 3.7 τόν δήμον ... υψηλόν ήρεν, P SI 435.19 οπως αν ό Σάραπις πολλω σε μειζω και εύδοξότερον ποιήση. Pasiva: Pl., Leg. 68Id αυτοί voμοθέται κληθήσονται. b) Dos Acusativos de objeto externo. — De persona y cosa. Con verbos de «pedir», «buscar», «enseñar», «vestir», «robar», «esconder»... Cf., por ej., II. 21.291 ήτεέ μιν δόρυ μακρόν; Od. 12.281 σφέας / οϊμας μουσ’ έδίδασκε, 20.339 εσσω μιν χλαΐναν; E., I T 661 άνήρεθ’ ήμάς τούς έν Ίλ ίφ πόνους; Hdt. 1.136 παιδεύουσι τούς παΐδας τρία μουνα; E b. Heb. 5.12 διδάσκειν υμάς ... τά στοιχεία. En pasiva: Th. 6.91 τάς προσόδους άποστερήσονται. Del todo y la parte. Se trata de un Ac. de pers. o animal junto al cual figura otro de una parte del mismo. Cf., por ej., II. 24.58 γυναίκα τε θήσατο μαζόν ‘mamó de una mujer, de su pecho’, 11.240 τόν δ ’ άορι πλήξ’ αυχένα; S., Ph. 823 ίδρως ... νιν παν καταστάζει δέμας. A diferencia de los dobles Acusativos que preceden, que son generales en Gr., éste es poético; se trata en el origen de una oposición. Como transformación pasiva, sin embargo, apa­ rece no sólo en poesía (IL 5.284 βέβληαι κενεώνα διαμπερές), sino también en prosa, cf. Hdt. 1.38 διεφθαρμένος τήν ακοήν; X. (citado arriba) άπετμήθησαν τάς κεφαλάς. Proponíamos que estos Ac. eran interpretados como de relación: quizá, incluso, sean entendidos así los segundos Acusativos con ver­ bos transitivos de que acabamos de hablar. Véase más arriba. Algunos autores interpretan como un tercer grupo de doble Ac. de objeto el que según ellos Índica resultado con verbos de «partir», «repartir», etc., por ej., Hdt. 4.148 σφέας αύτούς εξ μοίρας διεξεΐλον; Ar., Ach. 300 öv (scii. Κλέονα) κατατεμώ ... καττύματα. También se entienden así a veces IL 5.361 λίαν άχθομαι έλκος; Od. 19.393 ούλήν, τήν ποτέ“μιν σϋς ήλασε. Pero parece tratarse más bien de Ac. de contenido. Por supuesto, la transformación pasiva es del tipo que conocemos: Th. 4.12 τραυματισθείς πολλά; su aparición en prosa confirma la pertenencia a este tipo. c) Acusativos de objeto externo y uso especial. — El tipo más común, muy frecuente en todo el griego, es precisamente éste, el que une un Ac. de objeto externo y uno de contenido. Éste puede ser etimológico: Od. 15.245 ον περί κήρι φίλει Ζεύς ... παντοίην φιλότητ’; S., EL 1034 τοσοϋτον δ ’ εχθος εχθαίρω σ’ έγώ; Th. 8.75 ώρκωσαν τούς στρατιώτας τούς μεγίστους όρκους; Eu. Ιο. 17.26 ή άγάπη ήν ήγάπησάς με. Más frecuentemente es no etimológico, a veces abreviado o metafórico, a veces con pronombre o adj. neutro. Cf., por ej., IL 3.154 ξεινοδόκον κακά ρήξας; S., EL 556 με ... λόγους έξήρχες; Aeschin. 3.181 Μιλτιάδης ό τήν έν Μαραθώνι μάχην τούς βαρβάρους νικήσας; Pl., Ap. 25c οί μέν πονηροί κακών τι εργάζονται τούς αεί έγυτάτω έαυτών όντας; Ερ. Gal. 5.2 ύμάς ούδέν ώφελήση; LXX Nu. 24.14 τί ποιήσει ... τόν λαόν σου. Añádanse los mencionados hace un momento, al final de 2. Puede verse que este doble Ac. es habitual, salvo en la medida en que es fuertemente

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abreviado y metafórico el de contenido, que como siempre en estos casos es poético. Como ya se ha dicho, el Ac. de contenido se mantiene en el mismo caso en la transformación pasiva: E., Hipp. 1217 δεσμόν ... δεθείς; Th. 1.38 θαυμάζεσθαι τά είκότα. Aunque sea raro, el Ac. de objeto externo puede llevar junto a sí uno de espacio o tiempo. Cf., por ej., II. 6.292 τήν όδόν ήν Ε λένην περ άνήγαγε; S., Tr. 559 τον ... ποταμόν Εΰηνον βροτούς ... έπόρευε ‘(el centauro Neso) pasaba a la gente a través del rio Eveno’; Hdt. 7.24 τόν ισθμόν τάς νέαι διειρύσαι ‘transportar las naves a través del Istmo’; E., Tr. 883 πέμψομεν νιν Ε λ λ ά δα ‘las enviaremos a Grecia’; Hipp. 1117 εθεα τόν αυριον μεταβαλλομένα χρόνον ‘cambiando de lugar al día siguiente’; Hdt. 1.91 τρία ... ετεα έπανεβάλετο τήν ... άλωσιν ‘aplazó tres años la tom a’. Los segundos Ac. se mantienen en la transformación pasiva, cf., Th. 4.8 (νήες / ύπερενεχθεϊσαι τόν Λευκαδίων ’Ισθμόν). En cuanto a la combinación de un Ac. externo y uno de relación, teórica­ mente posible, repetimos lo ya dicho. Podrían tomarse como ejemplos casos como Od. 6.244 χρόα νίζετο ... άλμην, pero más bien tenemos un doble Ac. de persona (representada por χρόα) y cosa. En general la «parte» se toma como un simple complemento directo, a veces al lado de otro del «todo». O bien, es referida a un lativo: 11. 5.291 βέλος δ 5 ιθυνεν ’Αθήνη / ρίνα. Sólo hay un verdadero Ac. de relación con intransitivos y mediopasivos. Éste es uno de los rasgos que alejan este tipo de Ac. de los precedentes. En cambio sí existe, aunque raramente, el doble Ac. de objeto externo y latino: cf., por ej., S., OC 1769 Θήβας δ" ή μάς ... πέμψον; Β. 17,97 sigs. φέρον δε δελφΐνες άλιναιέται / μέγαν θοώς Θησήα πατρος ίππίου δόμον. Dado que este Ac. según dijimos, raramente va con verbos transitivos, es difícil hallar ejemplos de transformación pasiva: lo que sí hay son formas mediopasivas con lativo. Cf., sin embargo II. 10.195 βασιλήες όσοι κεκλήατο βουλήν ‘cuantos reyes habían sido llamados al Consejo’. d) Combinación de Acusativos especiales. — Es una posibilidad que, aun­ que rara, se realiza de cuando en cuando. Es claro que el grupo de verbo y dos Ac. de los tipos 1 y 2 puede recibir, además, uno de extensión o tiempo; y que, en el tipo 3, un Ac. externo y uno de contenido pueden llevar además uno de espacio y otro de tiempo, que estos dos se combinan entre sí, etc. No intervienen los Ac. de relación ni los lativos por las razones ya dichas. Cf., X ., A n. 5.4.32 una triple combinación transformada en pasiva, de donde resultan un Ac. de parte y otro de contenido. En definitiva, vemos que son muy numerosos los verbos, de varia semánti­ ca, que son susceptibles de entrar en relación con numerosos nombres de varia semántica también: son relaciones diversas y dentro del común valor de Ac. «de objeto externo» resulta común un rasgo sintáctico, la transformación pasi­ va que hace pasar el Ac. al N.; un caso especial es el de un segundo Ac.,

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con valor predicativo, que pasa también al N. En el otro extremo están verbos que sólo ocasionalmente reciben Ac. con valor especial debido a la relación que se establece entre sus subclases y las de los nombres en Ac.: son verbos intransitivos, sin transformación, y las relaciones son consideradas como espe­ cializaciones de la general del Ac. complemento directo (Ac. de espacio, tiem­ po, de relación, lativo). En el centro están verbos transitivos que a más del Ac. de objeto externo pueden tener un segundo Ac. de este tipo (pero de sub­ clase de palabras especiales) o un Ac. de contenido o alguno de los Ac. que habitualmente van con los intransitivos (el de espacio, tiempo o lativo): estos segundos Ac. se distinguen por un rasgo sintáctico, a saber, que en la transfor­ mación pasiva se mantienen. Así, junto al valor general de relación verbo + nombre (determinación no personal), diversos rasgos sintácticos y lexicales, así como oposiciones y posibi­ lidades de conmutación y neutralización a que hemos aludido, configuran de­ terminadas relaciones «especiales». A veces son propias de verbos especiales, a veces conviven con los mismos. Todos estos matices del Ac., por lo demás, no son generales en el griego: hemos visto que algunos están confinados a la lengua arcaizante y poética (cier­ tos Ac. de contenido, el lativo), que otros decaen en Gr. tardío (los de espacio, tiempo y relación). En realidad, el Ac. tiende a hacerse más unitario a lo largo de la historia del griego y a limitarse a los de objeto externo y de contenido; su uso se difunde a expensas del D. y G. adverbales. Desde antiguo hay, de todos modos, una serie de neutralizaciones de usos de estos casos y de los del Ac., que otras veces es sustituido por giros preposicionales.

3.

E l A c u sa t iv o

nante

com o d e t e r m i ­

DEL NOMBRE Y EL ADJETIVO

Ahora bien, el Ac, es en griego no sólo un determinante del verbo transitivo o del momentáneamente transidvizado gracias a su aparición. Aunque en medi­ da limitada y transitoria ha discutido al G. su papel de determinante del nom­ bre y del adjetivo: no como un determinante general, sino como uno que aplica al nombre y adjetivo el mismo tipo de determinación de ciertos usos con el verbo. 1. Cuando una frase verbal con complemento en Ac. se transforma en una nominal, lo normal dentro de la sintaxis griega es que el Ac. pase a G.: φοβεϊσθαι τούς πολεμίους > φόβος τών πολεμίων ‘miedo a los enemigos’ (también el N. sujeto se transforma en G., φόβος τών πολεμίων puede ser ‘miedo que sienten los enemigos’). De este modo, a φροντίζειν τα μετέωρα corresponde a un φροτιστήν τών μετεώρων (X., Smp. 6.6). Pues bien, por un fenómeno que vamos a encontrar también cuando hablemos del G. y que denominamos inercia transformativa, puede mantenerse el caso: Pl., Ap. 18b

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dice τα μετέωρα φροντιστής. Equivale, pues, al Ac. de objeto externo, pero referido a un nombre verbal. Éste es un uso raro, creación de poetas o hallazgo ocasional de ios prosis­ tas: tiene un fuerte valor expresivo. Cf., por ej., A., Ch. 23 χοάς προπομπός ‘portadora de libaciones’; D. 4.45 τεθνάσι τω δέει τούς τοιούτους αποστόλους; ‘están muertos de miedo a tales enviados’. Piénsese que los participios y los infinitivos facilitaban el paso del régimen del verbo a los nombres de igual raíz. 2. Dentro de los Ac. de relación con verbos intransitivos (incluidos los mediopasivos) encontramos un grupo coherente que indica la «parte» de la persona a que se refiere el proceso; imitan, quizá, el Ac. de la parte con verbos transitivos. Pues bien, esta relación entre el proceso y la parte de la persona afectada se da también, como es natural, en el participio, en ejemplos como Hdt. 1.38 διεφθαρμένος τήν ακοήν. A partir de aquí y de transformaciones del tipo Pl., R. 453b διαφέρει ... τήν φύσιν > διάφορος τήν φύσιν; Od. 1.208 κεφαλήν ... εοικας κείνφ > II. 2.478 κεφαλήν ΐκελος Διί, etc., una serie de adjetivos llevan Ac. de este tipo. Cf., por ej., II. 1.58 etc. πόδας ώκύς ’Αχιλλεύς; Hdt. 3.4 γνώμην ικανός; X., Cyr. 2.3.7 τό σώμα ούκ άφυής. Raramente va con nombres, cf. Od. 16.242 χεΐρας τ ’ αιχμητήν εμμεναι και έπίφρονα βουλήν. Este tipo se ha difundido por todo el Gr., aunque decayó enormemente en koiné, sustituido por el D. Con más razón variantes poéticas como S., Ant. 782 άνίκατε μάχαν, que vienen de transformaciones de un Acusativo de conte­ nido. 3. Tradicionalmente se considera también «de relación» un grupo de Ac. que ya aparece en Homero, pero que es especialmente frecuente en prosa ática y deja algunas huellas en koiné (aunque en general sufre la suerte del grupo anterior). Se trata de determinaciones de nombres consistentes en nombres casi siempre neutros de una serie muy limitada: γένος, όνομα, εύρος, ύψος, μέγεθος, πλήθος, etc.; raramente hay γενεήν, άριθμόν, etc. Cf., por ej., Od. 15.267 έξ Ιθ ά κ η ς γένος ειμί, 11.312 έννεαπήχεες ήσαν εύρος; X., An. 1.2.23 πο­ ταμός Κύδνος όνομα. La traducción es ‘de raza’, ‘de ancho’, ‘de nombre’* etc. Suele pensarse, sin duda con razón, que en el origen se trata de un N. en aposición; pero ciertamente aquí se sentía ya un Ac., como se ve por los mase.-fem. del tipo de II. 23.470 άνήρ Αιτωλός γενεήν; Hdt. 7.109 λίμνη ... τριήκοντα σταδίων τήν περίοδον, etc. Muy probablemente se trata de una innovación griega, cf. Hahn, 1969, págs. 205 sigs. Sin duda estos Ac. han sido asimilados a los Ac. anteriores y a todo el grupo de relación. En koiné es ya raro este tipo, cf. PCair.Zen 218 βούκολοι τό γένος, pero lo frecuente es ονόματι, άριθμω, τώ γένει, etc. Este Ac. es una prueba más de la tendencia del Ac. en época arcaica y clásica a especializarse y difundirse. Una de las especializaciones del concepto de relación desarrollado en un grupo muy limitado de subclases del verbo y el

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nombre, se ha aplicado también a relaciones igualmente limitadas de nombre o adjetivo y nombre. Una vez más la época helenística vuelve a eliminar —con excepciones— estos desarrollos y a reducir el Ac. a su función más antigua y general. 4.

E l A c u sa t iv o su jeto

Hasta este momento, hemos considerado usos del Ac. que van de la simple determinación no personal en términos genéricos a especializaciones condicio­ nadas distribucionalmente y, finalmente, a usos otra vez muy generales, pero con múltiples distribuciones y semántica, es decir, a los llamados Ac. adverbia­ les. Ahora vamos a ver un tipo radicalmente diferente: el Ac. sujeto restringido al uso con infinitivo. Algunos ejemplos-puente se encuentran con verbos que llevan doble Ac., siendo uno de ellos el infinitivo: efectivamente, el infinitivo dependiente de verbo (y las subordinadas con ö, οτι, οτε) hereda la antigua función del Ac. de objeto externo o complemento directo. Cf. detalles en H. Kurzová, 1965. Por ej., en IL Í.521 και τέ με φησι μάχη Τρώεσσιν άρήγειν puede entenderse ‘y dice de mí (cf. pág. 95 sobre este uso) que ayudo a los troyanos en la bata­ lla’, pero también ‘y dice que yo ayudo a los troyanos en la batalla’. La prime­ ra interpretación es evidentemente la original, pero sin duda en época homérica la interpretación común, apoyada en las pausas y la curva melódica, así como en el paralelismo de las oraciones con οτι, etc., era ya la segunda. Esta última es la única posible en ei caso de que el infinitivo dependa de un verbo que llevaba un solo Ac., no dos. Por ej., φθονέω lleva D. e inf., pero Od. 1.346 dice τί δέ φθονέεις έρίηρον άοιδον τέρπειν; en ático λέγειν lleva igualmente D. e inf., pero cf. Th. 6.29 ελεγον μηδένα τών όπισθεν κινεΐσθαι (con el sentido de mandato); δέομαι lleva G. e inf., pero cf. Is. Fr. 4 δέομαι ύμάς συγγνώμην εχειν. Más todavía: el grupo Ac. sujeto + inf. va también con verbos impersonales, cf. IL 1.126 λαούς δ ’ ούκ έπέοικε παλίλλογα ταϋτ’ έπαγείρειν; Hdt. 3.9 ές τούτον τόν χώρον λέγεται άπικέσθαι τόν στρατόν; Thgn. 29 χρή τολμάν χαλεποΐσιν έν εργμασιν κείμενον άνδρα. En estos casos, la oración de infinitivo suele interpretarse como sujeto, a su vez con un sujeto en Ac. Éste se encuentra también con infinitivos exclama­ tivos independientes, desde el s. v a . C.: A. Eu. 837 εμέ παθεΐν τάδε; y con infinitivos sujetos de oraciones copulativas, cf. Od. 21.52 άνίη και τό φυγάσσειν πάννυχον έγρήσσοντα. En definitiva, el uso del Ac. como sujeto está perfectamente establecido en Gr. desde su comienzo hasta su final, pero sólo en un contexto bien determi­ nado, el de infinitivo. El paralelismo con el uso del N. se extiende también al predicado nominal, que en ios infinitivos que lo llevan va en Ac. igual que el sujeto: έλεγον τόν Α λέξανδρον Διός υίόν είναι; naturalmente, la transfor-

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mación pasiva es ó ’Αλέξανδρος έλέγετο Διός είναι con el sujeto y el predica­ do nominal en N. No entramos aquí en el estudio de los adjetivos predicativos nominales en D. o G. que van con los infinitivos, por mantenerse el caso del nombre que determinan en la oración principal. Este fenómeno de las dos relaciones N ./A c.: oposición en sus funciones centrales, neutralización de la función de sujeto de acuerdo con el contexto, configura la sintaxis del Ac. en Gr.; es algo que muy posiblemente viene de fecha indoeuropea, a juzgar por el paralelo del latín (aunque no se da en otras lenguas indoeuropeas), pero que se ha desarrollado a lo largo de la historia del Gr. Efectivamente, desde el s. v el Ac, sujeto ha ido ganando terreno. Sin embargo, la decadencia del infinitivo en griego a partir del helenismo, en griego popular fundamentalmente (en que en estas oraciones se prefiere οτι y πώς), hizo descender progresivamente el uso del Ac. sujeto hasta desapare­ cer, igual que el infinitivo. 5.

E l A c u s a t iv o e n o r a c io n es u n im e m b r e s

Junto a los usos sintácticos del Ac. en la oración bimembre —determinación general del verbo con algunas especializaciones, neutralización con el N. sujeto en contexto de infinitivo, extensión secundaria a la determinación del nombre y adjetivo— existen otros Ac. que equivalen de por sí a una oración. Nos recuerdan usos del N. que hemos estudiado, pero hay diferencias y son menos frecuentes. Como en el caso del N., distinguimos los usos expresivo-impresivos de los representativos. a) Usos oracionales expresivo-impresivos. — Al hablar del N. anticipamos ya la existencia de un Ac. exclamativo, que se neutraliza con el N. exclamativo. Parece derivar de una herencia indoeuropea, a juzgar por los paralelos en otras lenguas: una huella más de que cualquier nombre o pronombre podía desempe­ ñar las distintas funciones de la lengua, aunque la expresivo-impresiva tendiera a reservarse al V. Incluso las formas que con ayuda de un -m o de una forma especial (en el caso de los pronombres personales) quedaron reservadas para la expresión de la relación general verbo + nombre, fueron capaces de conser­ var al tiempo la función expresivo-impresiva, que en momento dado quedó como única. Efectivamente, un ejemplo bien conocido como S., Ant. 441 σέ δέ, σέ τήν νεύουσαν ές πέδον κάρα ‘tú, tú la que inclinas hacia el suelo la cabeza’, usado como una especie de V. ante una pregunta que sigue, implica una independización de σέ de un λέγω (‘a ti te digo*): con ello se pierde el valor sintácticorelacional y queda sólo el expresivo-impresivo. Este es el tipo común de los Ac. exclamativos del Gr., por lo demás raros. Cf., por ej., Ale. 10 εμε δείλαν ‘desgraciada de mí’, S., Ant. 577 μή τριβάς

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έτι ‘no más demoras!’; Ar., V. 1179 μή μοί γε μύθους ‘no más palabras!’; E., Ph. 923 ώ πρός σε γονάτων ‘oh tú, por tus rodillas!’, etc. Como se ve, se trata de tipos de apelación y exclamación muy reducidos en comparación con los del N., menos usados además como decimos. Pero en sustancia son comparables: se trata de oraciones expresivo-impresivas unimembres, en ciertos casos idénticas a las que llevan N. o N.-V. (ώ σύ) b) Usos oracionales representativos. — Son pocos y poco difundidos, en relación con los del N. Tenemos: 1. En los textos con sintaxis abreviada, de que hemos hablado, tenemos algunos Ac. que, dentro de su contexto, equivalen a una oración nominal. Así, en los títulos de las curaciones descritas en las inscripciones de Epidauro, acusativos como Μενεκράτης Κνιδιος οφθαλμούς, tipo habitual, procede sin duda de una frase con elipsis de un verbo de que dependía el Ac.; pero sincró­ nicamente debe entenderse que hay dos oraciones, más o menos: «Menécrates fue curado’ y ‘se trata de una curación de los ojos’. 2. El Ac. es frecuente en los papiros ptolemaicos en títulos, listas, cuentas, etc.: coinciden con tipos muy antiguos en N., que ahora se mezcla indistinta­ mente con el Ac. e incluso en el G. Cf., por ej., una lista en P SI 551: χοίροι, όρνιθες, πέρδικες ... κολοκύντας. En títulos: UPZ 96.32 τόν λόγον τών κιστών. En cuentas: P S I 427 σάκκους ... μάρσιππον ... σάκκοι λβ, μάρσιπποι η. También tras ιδού hallamos el Ac., como hemos hallado el N. Natural­ mente, esto no sucede sólo donde el Ac. es el equivalente de una oración, también en listas apositivas. Cf. Mayser, 1934, págs. 333 sigs. 3. El Ac. de los participios neutros de verbos que indican necesidad, opi­ nión, etc.: δέον ‘siendo preciso’, προσήκον ‘siendo conveniente’, πρέπον ‘siendo bien visto’, δόξαν ‘habiéndose decidido’, etc.; en ático hay también δήλον öv ‘siendo evidente’, όφελος öv ‘siendo provechoso’: (en el N.T. ya sólo τυχόν ‘por azar’). La verdad es que resulta un tanto convencional hablar de Ac., igual puede tratarse de N.; en realidad hay más «puentes» con aposiciones en N. (Hdt. 3.65 άδελφοκτόνος, ούδέν δέον, γέγονας) que en Ac. (Is. 1.22 τήν αρχήν, προσταχθεν αύτοΐς, ούκ έτόλμησαν είσαγαγεΐν): en la aposición está, sin duda, el origen de la construcción. Ahora bien, desde el punto de vista sincrónico se trata de expresiones que indican unas determinadas circunstancias referidas a la totalidad de la oración que sigue: X., A n. 4.1.13 δόξαν δέ ταϋτα, έκήρυξαν οϋτω ‘habiéndose decidi­ do esto, proclamaron por el heraldo que harían esto’, puede ser un ejemplo. Se trata de un equivalente del G. absoluto, pero sólo dentro de determina­ dos matices circunstanciales: en ambos casos hay neutralización, pero el G. absoluto es más amplio. El Ac. absoluto es reciente, sólo se encuentra desde fines del s. v; se difundió mucho. 4. Tenemos luego los participios de género animado, referentes a una per­ sona, y precedidos de ώς: es una construcción que equivale a una oración que

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Nueva sintaxis del griego antiguo

indica una motivación subjetiva. Cf., por ej., E., lo 964: σοι δ ’ ές τί δόξ’ έσήλθεν έκβαλεΐν τέκνον; — ώς τον θεόν σώσαντα τόν γ ’ αύτοϋ γόνον ‘y ¿cómo te vino el pensamiento de exponer a tu hijo? — En la idea de que el dios había de salvar a su retoño’. Carrière (1973), que ha estudiado esta construcción en cuanto a su origen, difusión y valor, la hace derivar de cons­ trucciones atributivas y difundirse, a partir del año 425 y sigs., en el teatro y, luego, en Hdt. y Th. Los distintos tipos de Ac. absoluto se han difundido a partir de fines del s. v (con la excepción del proléptico y del tipo δέον, προσήκον...). Los más desaparecen en koiné, donde quedan algunos Ac. exclamativos. Un tipo, sin embargo, el que aparece en títulos y listas, es principalmente helenístico, aun­ que tenga antecedentes en prosa de bajo nivel literario. Sólo en escasa medida y dentro de determinados límites de estilo y cronología, son algunos de estos Ac. neutralizables con los N. correspondientes. Estadísticamente, por lo demás, aún dentro de los textos en que se usan, su frecuencia es muy baja en relación con la de los N. absolutos.

B.

Usos

NO ORACIONALES

a) Acusativo proléptico. — Entre estos hay que citar en primer término , el Ac. proléptico, comparable al que hemos llemado N. anacolútico inicial. Es el tipo D. 53.20 τόν δέ Μάνην, δανείσας άργύριον ... ‘y Manes, habiendo prestado dinero...’, Ar., A u. 1269-70 δεινόν γε τόν κήρυκα ... ει μηδέποτε νοστήσει ‘es terrible el heraldo... si no volverá’; X., Cyr. 2.Î.5 τούς μέντοι "Ελληνας ... ούδέν πω σαφές λέγεται εί επονται ‘los griegos... no se sabe de cierto si vendrán’. Se trata de Ac. que se ponen en cabeza porque se refieren a nombres que son los más importantes o los primeros que se presentan al espíritu: se dan, simplemente, como dato esencial. Ciertamente, al ir en Ac. puede esperarse que sean complementos de un verbo a venir (como si van en N. puede esperarse que sean sujetos): pero la mente queda abierta, y al quedar defraudada esa espera el Ac. (y el N.) se neutralizan. Diacrónicamente es posi­ ble que haya diferencia, que éste sea un uso secundario y el del N. un resto de lo antiguo; sincrónicamente, es lo mismo. No son exactamente iguales otros Ac. prolépticos sobre los que se ha discu­ tido mucho: aquellos en que un nombre que podría ir como sujeto del verbo de una subordinada, va como complemento de una principal que la precede. Cf., por ej., S., O T 224 δστις ... Λάιον ... / κάτοιδεν άνδρός έκ τίνος διώλετο ‘que sepa de Layo... a manos de quién murió’, A nt. 118 όράς ... τήν θεών ισχύν οση ‘conoces el poder de los dioses, qué grande es’; Hdt. 7.52 φοβέω τούς ’Ίονας, μή μεταβάλω σι ‘tengo miedo de los jonios, no vayan a cambiar de bando’. Son construcciones muy frecuentes en todo el Gr., incluida la pro-

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sa. Lo que sucede habitualmente es que se pone en primer término una idea dominante, luego el detalle, cf. Gonda (1958). En realidad aquí no puede hablarse de prolepsis más que si con esto se quiere decir que, de dos posiciones posibles de un nombre, se escoge la prime­ ra, evidentemente por razones de estilo. Y tampoco puede hablarse de Ac. neutro, sino de un complemento normal. El Ac. proléptico debe, pues, según nosotros, ser escindido en dos, de los cuales sólo el primer tipo es neutro; podríamos llamarlo Ac. anacolútico inicial. b) Acusativo de aposición oracional. — Es una aposición que en el caso frecuente de los neutros podía ser indistintamente de N. o Ac. Existen «puen­ tes» en los que todavía es posible reconocer una simple aposición: en S., Ant. 44 ή γάρ νοεΐς θάπτειν σφ’, απόρρητον πόλει; parece claro que απόρρητον califica a θάπτειν (‘enterrarlo... cosa prohibida...’). Pero en los ejemplos más típicos, si es que hay aposición es a un concepto muy general, abstraído de la oración: en E., Or. 1105 Ε λένην κτάνωμεν, Μενελάω λύπην πικράν hay que entender ‘matemos a Helena (muerte que será) un amargo dolor para Me­ nelao’; e igual en ejemplos muy citados, como II. 24.735 ή τις ’Αχαιών ρίψει ... λυγρον όλεθρον ‘o uno de los aqueos lo arrojará (a Astianacte de la mura­ lla) (lo que será) una triste muerte’ y otros, no muchos más. En estos casos, bien haya que partir de un Ac. o de un N., la concepción griega es de Ac., como se ve por ejemplos como el primero que hemos citado. Y es una concepción oracional: es una oración con el sujeto y el verbo elípticos que se opone a otra. c) Adverbialización del Acusativo. — Al lado del Ac. de objeto externo, pura determinación primaria no personal del verbo, los Ac. especiales de que hemos hablado introducen nociones semánticas: las de cantidad y cualidad (el Ac. interno), las de extensión, tiempo, «dirección hacia» y «en cuanto a». Es­ tán condicionadas por la semántica del verbo y el nombre, pero estos tipos de Ac. se difunden a verbos a los que eran inaplicables originalmente, incluso a la relación nombre + nombre; y pueden figurar como dobles Ac. Su ligazón directa, automática, con el regente (el verbo, salvo excepciones) es más laxa que la del Ac. de objeto externo; se hace justificable el que Jakobson hable de un «Acusativo débilmente regido», véase más adelante; no pertenecen, den­ tro de la terminología de Tesniére, a los actantes obligatorios, sino a los facultativos. Lo mismo ocurre con «segundos Ac.» que son apositivos de objeto externo. Sucede, de otra parte, que algunos Ac. se difunden, a veces, más allá de los límites distribucionales que hemos descrito, con lo que su relación con el verbo es más libre, pueden definirse mejor como de naturaleza adverbial. Claro que hay «puentes»: posibilidad de interpretar un Ac. ya como adverbiaí, ya como de uno de los tipos mencionados. Lo que nada tiene de extraño diacrónicamente, porque los Ac. adverbiales proceden de los de contenido y los demás

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Nueva sintaxis del griego antiguo

ya mencionados y en estas circunstancias siempre quedan casos intermedios, ambiguos. Vamos a estudiar estos Ac. adverbiales en dos fases: primero para el nom­ bre, luego para el adjetivo. 1. Nombres en uso adverbial — Siempre interviene un contexto distinto de los enumerados para los diversos tipos de Ac. o bien el mismo contexto pero reinterpretado de alguna manera. Por ejemplo, estos Ac. aparecen junto a verbos copulativos, de los que el Ac. estaba originalmente excluido. En τριάκοντα ετη γεγονώς (‘nacido hace treinta años’) el nombre de tiempo desempeña ya un papel de adverbio de tiempo, como εχθές o αϋριον e igual en una expresión h. Cer. 282 δηρον δ ’ άφθογγος γένετο χρόνον. O junto a otros verbos de reposo que excluyen el Ac.: II. 8.206 δηρον χρόνον άλλήλων άπέχονται. De igual modo, A r., Pl. 232 έξιέναι γνώμην έμήν μέλλει ‘va a salir, en mi opinión’ lleva un Ac. inusual junto a έξιέναι: es ya un uso adverbial. O bien los Ac. en cuestión, aun yendo junto a verbos de los cuales en principio podrían ser Ac. de objeto externo, está excluido que lo sean por falta de compatibilidad semántica: cf., por ej., II. 18.1 ώς οι μέν μάρναντο δέμας πυρός αιθομένοιο ‘así luchaban a la mane­ ra del fuego ardiente’; A., Th. 85 βρέμει άμαχήτου δίκαν ϋδατος ‘brama a manera del agua indomable’. De esta manera, la ampliación de las distribuciones va unida a una ampliación del sentido de la relación. Dentro de esta ampliación de las distribuciones va incluido el cambio de sentido del nombre: τρόπος ya no es ‘giro’ sino ‘ma­ nera’ en tantos giros adverbiales τίνα τρόπον, τούτον τόν τρόπον, τόν αύτόν τρόπον, ούδένα τρόπον ..., lo mismo que hemos visto para δέμας y δίκη. La culminación del proceso se encuentra en el uso prácticamente libre, con toda clase de verbos o fuera del contexto oracional. Frases del tipo de las mencionadas con τρόπον, son frecuentes: πρόφασιν ‘como pretexto’, χά ριν+ G. ‘por causa de’, γνώμην ‘en mi opinión’, τό σόν μέρος ‘por tu parte’, δωρεάν ‘gratis’, etc. Como decíamos, se encuentran todavía pasajes en que es posible una doble interpretación. Por ej., en II. 6.138 τόν έπίκλησιν κορυνήτην / άνδρες κίκλησκον ‘los hombres le llamaban de mote el macero’, έπίκλησιν puede ser todavía una aposición; e igual δίκην en A., Ch. 195 εϊθ’ είχε φωνήν έμφρον\ άγγέλου δίκην ‘ojalá tuviera una voz agradable, condición de un mensajero’, δωρεάν en Hdt. 6.130 ταλάντου αργυρίου έκάστω δωρεάν δίδωμι, etc. En Hdt. 1.200 ό δέ άρτου τρόπον όπτήσας puede haber aún un Ac. de objeto externo (‘cociendo una especie de pan’). En Th. 2.83 oí μέν Πελοποννήσιοι έτάξαντο κύκλον τών νεών ‘los peloponesios se colocaron en torno a las na­ ves’ puede entenderse también con un Ac. de contenido (‘formaron en una formación circular’). Los neutros conservan huellas de aposiciones en N. de otra parte.

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Existen grados diferentes de adverbialización: los más avanzados son aque­ llos en que hay fosilización, no se dan los otros casos. Así en el homérico έννήμαρ ‘durante nueve días’ (pero hay ήμαρ nombre y adverbio), en σήμερον ‘hoy’, etc.; otras veces es preciso examinar el contexto para separar el uso normal del Ac. y el adverbial. 2. Adjetivos en uso adverbial. — El panorama es aproximadamente el mis­ mo: sentido adverbial, desplazado, en contextos desplazados o con semántica reinterpretada. Por ej., μακράν ‘lejos’ se ha originado evidentemente en con­ textos de lativo con verbos de movimiento, en los cuales es posible todavía la doble interpretación. Pero sucede, primero, que la elipsis de όδόν hace difícil la interpretación literal; segundo, que se une a verbos como άποικέω ‘vivir lejos’ (Th. 3.55, sin movimiento). Ambos fenómenos son extremadamente frecuentes y son los que han provo­ cado la formación de expresiones adverbiales con previa sustantivación de un adjetivo femenino, como τήν ταχίστην ‘del modo más rápido’, τήν εύθεΐαν ‘de la manera más directa’ (con έλεΐν en E., Med. 385), etc. Se dan también en los adjetivos neutros, en sg. o pl., que llegan a ampliar su distribución de tal modo que desde Homero mismo se construyen incluso con adjetivos: Od. 2.48 πολύ μεΐζον, 9.44 μέγα νήπιοι; II. 1.91 πολλόν άριστος; A., A . 1295 πολλά τάλαινα. Aquí los contextos «puente» lo son con el Ac. de contenido (II. 6.458 πόλλ5 άεκαζομένη), el de extensión (Od. 1.1 πολλά πλάγχθη), sin duda el de relación. Probablemente esta amplitud es la que hizo que pasaran tan fácilmente a adverbios adjetivos como éstos y otros de cantidad y calidad (μέγα, ολίγον, καλά, etc.); aunque expresiones como κλαίειν μέγα, όξύ, etc., no pueden calificarse todavía de adverbiales desde el punto de vista griego. Pero están ya próximas, conviven con //. 19.5 λιγέως κλαίειν y otras. Un caso particularmente notable es el de los adverbios cuyos usos «puente» lo son con verbos con doble Ac., contexto en el que nacen. Así probablemente en frases con verbo de movimiento + ευθύ + lativo: h.Merc. 342 εύθύ Πύλονδε, S., O T 1242 εύθύ πρός τά νυμφικά λέχη. Se parte de un Ac. de contenido u objeto interno. La mejor prueba de que εύθύ era sentido desde pronto como un adv. es que adquirió régimen de G. (Ar., Pax 68 εύθύ τού Αιός). Ötras veces se parte del Ac. de tiempo (νέον, δηρόν). Citemos finalmente los adjetivos neutros y los adverbios sustantivados con el artículo: en cuanto abrimos la II. leemos (1.4) έξ ού δή τά πρώτα διαστήτην, donde τά πρώτα ‘por primera vez’ es un adverbio, lo mismo si partimos de un complemento desplazado que de una aposición al sujeto también desplaza­ da. Es frecuentísimo, por ej., τό πρίν, τό πάρος, τό λοιπόν, τά εναντία, τό ξύμπαν. La adverbialización de nombres y adjetivos (sustantivizados previamente) quiere decir que los mismos tipos de relación se aplican a contextos muy diver­

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sos y que se crean otros, sobre todo modales. Se trata de una determinación semejante a la del adv. y el grupo prep. + caso, distinta de la más limitada y fija del caso Ac. Frecuentemente se neutraliza con usos también adverbiales del D., igual que los Ac. periféricos de tiempo, extensión y relación se neutrali­ zan con el D. y a veces con el G. y que el lativo se neutraliza con el adv.

C.

El

A

c u s a t iv o

en

m ic é n ic o

En la lengua de las tablillas, el Ac. aparece mayoritariamente como comple­ mento directo del objeto externo y como lativo. A propósito del N. se han dado ya algunos ejemplos del primer uso: no parece necesario insistir. Pero sí conviene decir que no se hallan ejemplos de Ac. interno salvo, quizá, PY Nu 228 o-o-pe-ro-si ri-no o-pe-ro io s que deben lino como deuda’; ni de doble Ac., salvo éste y Ta 711.1 o-te-wa-na-ka te-ke au-ke-wa da-mo-ko-ro ‘cazando el rey hizo da-mo-ko-ro a au-ke-wa’, de inter­ pretación no segura. Esto no quiere decir que estos tipos de Ac. no existieran ya en época micénica: la prosa administrativa no dejaba lugar para ellos. Pero véase más abajo la transformación pasiva del Ac. de la parte. Del Ac. sujeto de infinitivo hay un solo ejemplo (PY Ep 704.5), que resulta suficiente para mantener la antigüedad de la construcción: efectivamente, en da-mo-de-mi pa-si ko-to-na-o ke-ke-me-na-o o-na-to e-ke-e el pronombre min puede entenderse como sujeto del infinitivo e-ke-e, pero también, todavía, co­ mo compl. dir. de pa-si «dicen». Y hay un giro to-to we-to ‘este año’ que certifica la existencia del Ac. de tiempo. No aparece el Ac. asintáctico, en cam­ bio: esto no prueba que no existiera. Hay dos puntos en los cuales el testimonio del micénico es importante: a) El Ac. de relación aparece en PY Ta 641.1 ti-ri-po ... a-pu-ke-ka-u-meno ke-re-az ‘un trípode quemado en las patas’. Es un buen ejemplo para hacer ver que este Ac. viene por transformación pasiva del Ac. de la parte; al menos es uno de los orígenes. b) El Ac. lativo es frecuente en micénico pero salvo en dos excepciones siempre lleva -de final (PY An. 1.1 pe-re-u-ro-na-de ‘a Pleucrón’; KN As 1519.11 wo-i-ko-de ‘a casa’; TH Of 26.2.3 do-de ‘a casa’). Las excepciones son PY Cn 3.1 jo-i-je-si me-za-na ... qo-o ‘el que envía a Mezana... una vaca’ y Tn 316 1 a-ke-qe wa-tu ‘y lleva a la ciudad’. Evidentemente, ei dialecto micénicos ha ido más allá que el homérico en la difusión de -de. Pero puede ser más arcaico y responder al uso griego (e indoeuropeo) original el hecho de que este Ac. se emplee exclusivamente con nombres de lugar, no por ej., de perso­ na, como en Homero y poesía arcaica.

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El Acusativo

D.

C o n c l u s io n e s

so br e

el

A

c u s a t iv o

1. Si quisiéramos representar las funciones del Ac. mediante un círculo y una serie de anillos en torno suyo, el círculo ocuparía un área mucho mayor que ía suma de los anillos: sería el Ac. de máxima frecuencia, el que determina en forma que no afecta a la persona a un número de verbos importante, verbos que por lo demás pueden ir en uso absoluto y pueden ampliarse con otros determinantes. Los matices de la determinación varían en relación con las sub­ clases del verbo y el nombre complemento. Hay una oposición en abstracto frente al N. sujeto, oposición realizada concretamente en muchas frases; y otras oposiciones subordinadas frente a determinantes del verbo en G., D. o bien con preposiciones, adverbios u oraciones subordinadas. Pero también hay neu­ tralizaciones respecto a regímenes en G. y D. como se verá. 2. Existen luego anillos que se refieren a determinaciones específicas, en principio diferentes de las logradas con otros casos o regímenes, pero sin que deje de haber algunas neutralizaciones. Se trata de los Ac. de objeto interno o de contenido, de extensión, tiempo, lativo y de relación. Éste indica también relaciones entre el nombre o adjetivo y el nombre. La frecuencia de todos ellos es baja; implican distribuciones en que verbos habitualmente intransitivos pue­ den llevar estos Ac. o en que algunos transitivos pueden llevarlos como segun­ do Ac. Estos anillos tienen una difución cronológica y de estilo muy variable y limitada, a diferencia del núcleo; deben entenderse como especializaciones del tipo 1, el del núcleo. 3. En distribuciones verbales y nominales anómalas o fuera de toda distri­ bución aparecen en todo el Gr. los Ac. adverbiales, en relaciones laxas y varia­ bles con el verbo, el adjetivo o la frase en general. Son ya propiamente adver­ bios, aunque subsistan puentes con el Ac. 4. Hay neutralización con el N. sujeto en contexto con un infinitivo de­ pendiente de determinados verbos o incluso sujeto él mismo. Decae en Gr. tardío, junto con el propio infinitivo. 5. Finalmente, hay en muy escasa medida un uso no casual, impresivo o no, oracional o no. En parte es estilístico y de poca difusión. La neutraliza­ ción con los N. de este tipo, mucho más frecuentes, sólo se da en parte: estos Ac. tienen distribuciones muy precisas. Así, el Ac. propiamente «casual» está rodeado de determinaciones de tipo adverbial (incluido el tipo prep. + caso) y oracional. 6. El testimonio del mic. comprueba la antigüedad del Ac. -de objeto ex­ terno y del lativo, así como del de tiempo. El Ac. sujeto de infinitivo y el de relación aparecen probablemente en estadios germinales. La falta de otros tipos de Ac. debe atribuirse bien al carácter reciente de los mismos, bien a la naturaleza de nuestros textos: no es fácil decidir.

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Puede decirse, en definitiva, que el Acusativo expresa la relación más gene­ ral entre verbo y nombre (cf. Delaunois, 1988, pág. 41 y Moorhouse, citado más abajo), excluyendo la del N. Los demás casos introducen determinaciones más específicas, si bien a veces se neutralizan y, por otra parte, el Ac., en determinados contextos, introduce a su vez determinaciones específicas propias.

III.

1.

NOTAS ADICIONALES

V a r ia n t e s d ia c r ó n ic a s , d ia lec ta les y estilísticas

Desde el mismo Homero aparecen, junto al uso central del Ac. como com­ plemento de objeto externo, la mayor parte de los usos «especializados», que evidentemente ha heredado, aunque algunos sin duda han aumentado su difu­ sión dentro del griego, así los de extensión, tiempo y relación. También el Ac. sujeto, neutralizado con el N. en una distribución especial, y el adverbial. Sobre el testimonio del mic. ya hemos hablado. Este panorama homérico se mantiene en la poesía lírica y trágica en lo fundamental, aunque ampliado con ciertos desarrollos del Ac. neutro o no casual, muy raro en Homero y que, de todos modos, no alcanzó la difusión del N. correspondiente. En cambio, la prosa ática, si bien desarrolló bastante este Ac., limitó mucho los usos «especiales» del Ac. de objeto: concretamente, los Ac. de contenido u objeto externo forzados y metafóricos y el lativo, ciertos Ac. de relación incluso. El Ac. tendió a ofrecer un panorama estrictamente simétrico al del N.: caso general de determinación del verbo, con escasa espe­ cialización y algunos usos neutros. A éstos se unían en cierto modo los usos adverbiales cada vez más difundidos y que neutralizaban el Ac. con el D., el adverbio y ciertos grupos adverbiales. Aparte quedaba, como peculiaridad muy notable, el Ac. sujeto. El griego helenístico, sobre todo el de los niveles inferiores, continuó la evolución en el mismo sentido. Admitió más usos neutros y adverbiales toda­ vía, pero al mismo tiempo difundió el Ac. como régimen de cada vez mayor número de verbos y tendió a convertirlo en régimen general, limitando en esta función el papel del G. y del D., que acabó por perderse ya entrada la Edad Media. Y tendió a eliminar los usos «especializados» de que hemos hablado: los de extensión, tiempo y relación, sustituidos variamente. Acabó por eliminar también, como hemos visto, el Ac. sujeto, que escindía gravemente la función del Ac. desde comienzos del Gr, y aún desde antes, aunque fuera de una mane­ ra nada ambigua, definida bien por las distribuciones. Así, hubo una evolución que previamente acentuó la diferenciación de los distintos Ac., sobre todo en lengua arcaizante y poética, y luego tendió a unifi-

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carlos. Algo paralelo a lo sucedido con el N. pues quedó la excepción, por otra parte poco frecuente, de los Ac. neutros o absolutos.

2.

O r ig e n d e l A c u s a t iv o : m orfología y sin t a x is

Como hemos visto al comienzo de este capítulo, nada en la morfología del Ac. apunta a la existencia en la fecha más antigua de diversas funciones de este caso. Ni siquiera la función neutra, que es arcaica en el N. (y la morfología lo revela), pero que en el Ac. nace prácticamente ante nuestros ojos. El problema mayor que se ha planteado es el de la supuesta incompatibili­ dad entre sí del Ac. complemento directo y el lativo. Desde el momento en que comenzaron a desarrollarse los estudios de sintaxis de las lenguas indoeuro­ peas, el griego entre ellas, en el siglo pasado, existió oposición entre la teoría gramatical y la localista de los casos, véase sobre esto el apartado siguiente. Una veía en el complemento directo la función fundamental del Ac., otra la veía en el lativo. Y con el simplismo propio de las usuales teorías monosemánticas de la definición de los casos, se pretendía ya deducir el complemento direc­ to del lativo, ya al revés. Nótese que esta polémica se planteaba en el terreno del indoeuropeo, cosa por lo demás lógica, puesto que ambos usos se encuentran en las diversas len­ guas indoeuropeas. Pero pronto se vio que, por más que haya algunos ejemplospuente, la derivación de una función a partir de la otra era empresa poco viable (deben explicarse de otro modo, como indicios de la antigua unidad). De ahí la solución de algunos comparatistas: en el Ac. indoeuropeo se han fundido dos casos más antiguos, un Ac. (caso gramatical) y un lativo (caso local), algo semejante a lo que se propone para el G. y D. griegos, supuesta­ mente casos sincréticos. Pero no hay el más mínimo apoyo morfológico para detectar ni en el Ac. griego ni en el indoeuropeo dos antiguos casos. En realidad, se trata de dos funciones de uno mismo: sólo razones contex­ túales (la combinación de verbos de movimiento y nombres o pronombres que pueden indicar «lugar») han creado una especialización de la relación nombre + complemento. Se nos ponen ejemplos del vietnamita o el chino como lenguas en que el complemento directo y el de dirección se expresan igual y si hay una diferencia, es del tipo mencionado. Pero puede aducirse igualmente el es­ pañol que dice amar a Dios e ir a Madrid. No es nada extraño, pues, el panora­ ma del indoeuropeo. Si se siente una mayor diferencia entre el lativo y los demás Acusativos es porque se ha mantenido casi exclusivamente como régimen de verbos intran­ sitivos y no experimenta nunca la transformación pasiva, ni siquiera quedando en el mismo caso (como ocurre con los «segundos Acusativos» de contenido, extensión y tiempo). Se añade que entra en una oposición no compartida por

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los otros Acusativos: la del G. de origen. Se trata de un fenómeno semántico ya indoeuropeo reforzado por otros sintácticos griegos. A su vez, la parcial independización de otras especiaiizaciones del Ac., ini­ ciada a veces ya en en el IE a juzgar por paralelos de otras lenguas, no ha chocado tan fuertemente a los lingüistas. Y sin embargo, también está reforza­ da por un hecho sintáctico, aunque menos drástico, el de su comportamiento diferente en la transformación pasiva respecto al Ac. de objeto externo y el del mismo uso de estos Ac. como «segundos Acusativos» (bien que el de objeto externo también funcione así, tipos de persona y cosa, todo y parte). Ensamblando ahora este estudio con el anterior, vemos que ya desde el IE había una tendencia a la diferenciación del Ac. por razones semánticas y que también a esta fecha se remonta posiblemente el Ac. sujeto con infinitivo. En griego esta especialización continúa y se refuerza con ayuda de procedi­ mientos sintácticos; se añade alguna «especialización» más, el Ac. de relación sobre todo (cf. E. A. Hahn, 1954), así como diversos usos neutros. Hay otros procesos: difusión del Ac. a la relación nombre + nombre, invasión de su esfera por otros casos, adverbialización (ya iniciada, sin duda, desde antiguo). Los niveles de estilo arcaico y poético llevan al máximo esa diferenciación, ya por arcaísmo, ya por innovación. Pues bien, hay que décir que a partir de un cierto momento la prosa griega inició una reconstrucción de la unidad del Ac., por así decirlo, aunque hay que introducir la excepción de la creación y mantenimiento del Ac. neutro. Tiende a difundirse como caso único o fundamental de la relación verbo-fnombre y desaparece en la nombre + nombre. Así, desaparecieron gradualmen­ te los Acusativos «especiales», incluido el uso como sujeto. Resultó cada vez más clara la oposición N ./A c., casos respectivamente del sujeto y del comple­ mento, casos neutros ambos además. Las determinaciones «especiales» queda­ ron a cargo de los otros casos, de los adverbios y grupos adverbiales y de., la subordinación. Esto ya existía antes, pero quedó cada vez más clarificado.

3.

H isto r ia

de

la s in te r p r e ta c io ­

n e s DE LA SINTAXIS DEL ACUSATIVO

La historia de las distintas teorías sobre la función o funciones sintácticas del Ac. está ligada, como hemos adelantado, a la polémica sobre su valor sin­ táctico o local o la primacía de uno u otro. Ello incluso en el nivel sincrónico, sin entrar en la propuesta proveniencia del Ac. de dos casos indoeuropeos. Es una polémica bastante desfasada, pensamos, que responde a otras paralelas en relación con los otros casos. Vamos a hacer una breve revisión de esta polémica en lo relativo al Ac. del Gr. y el latín, que en realidad están muy próximos (por el origen común y por influjos secundarios de la primera lengua sobre la segunda).

El Acusativo

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La teoría localista la hallamos ya en Hartung (1831) y luego, como hemos indicado, en Wüllner (1827). Este discípulo de Bopp quiso continuar el esque­ ma de los casos de Demetrio Triclinio y estableció que frente al G., que expresa alejamiento, el Ac. indica aproximación: arranca, evidentemente, del G. de origen y del lativo. Pero la «Grundbedeutung» o significación fundamental que atribuye a este Ac. tiene la suficiente abstracción para incluir el de objeto. Algo semejante ocurre en Michelsen (1843), sólo que aquí la idea fundamental es la de finalidad. Y, sobre todo, en Hjelmslev (1935-37), que funda el sentido del Ac. en el concepto de «dirección hacia». Contra esta teoría, cf., últimamen­ te, G. de Boel en Rijksbaron-Mulder-Wakker, 1988, págs. 39 sigs. La teoría sintáctica domina la Edad Media y la época del Humanismo. A este respecto no hay diferencia entre los escolásticos y El Brócense, por ejem­ plo: el Ac. es el régimen de un verbo activo (Sánchez añade las funciones de sujeto del infinitivo y régimen de las preposiciones): se trata de un paralelo de la definición usual del sujeto, si éste es un agente el complemento será un paciente. La definición no es nunca abandonada del todo, pero a partir de Rumpel (1845) aparece un concepto más amplio: el Ac. es la proyección del verbo transitivo. Esta definición deja, naturalmente, problemas con el lativo y otros usos «especiales», problemas con los que se debate, por ejemplo, Del­ brück (1897-Í900, III, págs. 187 sigs.) (cf. Serbat, 1981, pág. 84): ya dice qúe el Ac. es el nombre alcanzado «de cerca y directamente» por la acción, ya que aparece en las funciones no cubiertas por los demás casos, ya comienza su descripción con el Ac. de fin. Evidentemente, una cosa era la teorización sobre la base de un «Grundbegriff» o concepto fundamental, otra la descrip­ ción de los hechos, a la que Delbrück atiende como luego, para el Gr., Brugmann, Schwyzer, Humbert, Sánchez Lasso y los demás. La derivación del lativo a partir del compl. dir. ha vuelto a ser propuesta últimamente por G. de Boel, lug. cit. Los teóricos, por supuesto, pueden refugiarse en las definiciones. Así, por ejemplo, De Groot (1956) y en otros lugares: el Ac. tiene solamente valor sin­ táctico, indica una relación no específica de proceso y cosa. Es un avance res­ pecto a las definiciones «pasivistas», pero deja sin resolver los problemas que sabemos. Esta línea es seguida, en lo sustancial, por los funcionalistas como Tesniére, Scherer, Happ, Martinet, Mahmudian y Pinkster, a los que nos hemos referido antes a propósito del N. El Ac. es un actante previsto en el plan estructural del verbo: es un objeto apenas definido más de cerca. Se considera como una expansión del verbo, sin mayores precisiones. Para Montague (1974) y Dowy (1978) el grupo verbo transitivo + compl. dir. equivale simplemente a un verbo intransitivo. Autores como éstos o como Chomsky (1981) no entran siquiera en el concepto de Acusativo, sólo en el de complemento directo.

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Todas éstas son tendencias unitaristas, que llevan a una definición pura­ mente relacional, esencialmente acertada pero que no profundiza en los matices especiales del Ac. Véanse más definiciones de este tipo arriba, pág. 121. Algu­ nos lingüistas, sin embargo, han fijado su atención en estos matices. Prescin­ diendo de toda especulación sobre el origen, desde pronto se desarrolló la teo­ ría de las dos posibles funciones de los casos, gramatical o sintáctica y local. Para Jakobson (1936, págs. 247 sigs.) el Ac. del ruso (comparable al del Gr. y el Lat.) tiene ambas: hay un Ac. de objeto de la actividad del verbo, fuerte­ mente regido; y un Ac. que marca el espacio o el tiempo y está débilmente regido. Jakobson no entra en el problema de la unidad o, mejor dicho, niega esta unidad elevando a rasgo común del sistema de los casos la diferencia entre uno y otro Ac. No es diferente la posición de Kuryiowicz (1949 y 1964), sólo que establece que hay casos en que la función gramatical es la primaria y la local la secundaria y otros en que ocurre al revés: el Ac. sería primariamente gramatical y secundariamente local (el lativo). Todo esto representa un avance, al postular la existencia de las que nosotros llamamos funciones centrales y marginales, aunque se defina las primeras insu­ ficientemente y se acuda para las segundas a unas u otras «especializaciones» del Ac. Deja abierto, por otra parte, el problema de la relación entre unas y otras funciones. Por supuesto, no destruye la unidad del Ac. en la medida que lo hace Touratier (1979) cuando afirma que es una unidad sólo morfológi­ camente; o Fillmore (1968) cuando dice que debajo de Acusativos de superficie como paint en John smeared paint on the wall y wall en John smeared the wall with paint hay en el primer caso un instrumental, en el segundo un locativo. Dentro de esta línea está, pensamos, el trabajo de A. Moorhouse en Rijksbaron-Mulder-Wakker, 1988, págs. 209 sigs. Para este autor el Ac. se opone al N., de una parte, y a los demás casos, de otra. Es el caso opuesto al N. por excelencia, los demás no hacen sino introducir precisiones o varian­ tes; a lo largo de la historia del griego los usos anacolúticos, absolutos, etc., del Ac., así como la progresiva extensión de sus funciones testimonian la con­ ciencia de que es el principal caso oblicuo. Por otra parte, toda esta línea desatiende los usos ni gramaticales ni obligatorios (para seguir la terminología de A. Scherer [1975]) ni de pura valencia del Ac. En ella está incluido, en definitiva, el último Chomsky (1980, 1981). En dos autores españoles, L. Rubio (1966, a propósito de los casos latinos) y J. López Facal (1971 y 1974) llegamos a mayores precisiones: es donde más claramente se ha expuesto, pienso, la idea de que las diferencias de significado o función dentro del Ac. (y de los demás casos) son de origen lexical, dependen del significado del verbo y el nombre puestos en relación. Por supuesto, los distintos tipos de Ac. eran conocidos, pero se daban simplemente como hechos, sin insistir en sus distribuciones especiales. Esto es lo que ahora se hace. Aun­ que con matices: Rubio obtiene la conclusión de que el Ac. es unitario, López Facal admite la creación de tipos especiales dentro del marco del mismo. Pien­

El Acusativo

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so que hay argumentos sintácticos, ya expuestos, que apoyan esta última idea. Por otra parte, López Facal aduce también criterios estadísticos, en Lo que nosotros le hemos seguido. Introduce también, en cierta medida, el criterio de la neutralización, utilizado también por Diver (1964), en un caso especial. Cf. también J. Perrot (1966), W. Dressier (1970) y J. L. Moralejo (1968, págs. 313 sigs.). Para este último autor la característica fundamental del Ac. latino es la adverbalidad, que no se reduce al papel de complemento directo, por importante que sea. De todas maneras, no existía una exposición de conjunto para los hechos del Gr. (el libro de López Facal, tesis doctoral que el autor de este libro dirigió, se refiere sólo a los casos adverbales en Heródoto): una descripción pancróni­ ca, pero que independientemente estudiara los hechos diacrónicos. Es la que hemos intentado hacer, en la medida en que el espacio y los datos disponibles lo permiten. Añádase que el juego de los hechos sintagmáticos (distribuciones), de los paradigmáticos (oposiciones y neutralizaciones) y de los sintácticos no ha sido nunca descrito en detalle. Pensamos que de este modo se logra una descripción tanto del Ac. en su conjunto como de las líneas de su evolución, una descripción al tiempo teórica general y filológica, de detalle. Pues el riesgo está en las descripciones dogmáti­ cas (una función única o dos funciones únicas, no se sabe bien por qué dos y no una o siete), de una parte; y, de otra, en las puramente filológicas, pura sintaxis de etiquetas, con mezcla, a veces, de los criterios sincrónicos y los diacrónicos. Entre el unitarismo estricto y dogmático y las descripciones empí­ ricas y acientíficas, pensamos que los criterios estructurales ofrecen una vía intermedia más exacta. Como se ve, aunque pensamos que el Acusativo es fundamentalmente un caso gramatical, nos apartamos de las definiciones que Jo reducen, en forma vaga, a un complemento directo (o hablan de complemento directo y no de Ac.) y se limitan a ver en él un actante «obligatorio» de ciertos verbos: un componente del «núcleo» de la frase. Ya decíamos en el prólogo que entre el concepto de obligatoriedad y el de opcionalidad (y ios de lo gramatical y no gramatical) hay gradaciones y dudas. Las funciones del Acusativo son más complejas que esto. En cuanto a Dik (1978), al asignar al Ac. complemento directo la definición de «goal» u objetivo, piensa sin duda en una identidad con el lativo. Una nueva -interpretación, sobre la base de la Lingüística «funcional» de Dik, la de E. Crespo (1986), nos parece que no lleva tampoco a resultados decisivos. Con excepción de algunos resultados notables, como la neutraliza­ ción de significados semánticos por causa de los sintácticos del Ac. (y N.), hay muchas cosas en este trabajo que se alejan de las ideas aquí sostenidas: simultáneamente, maneja el preconcepto de la unidad del Ac. (muy general) y de diversos valores semánticos, incluso los de G., D., prep. + Ac., inf. (neu­ tralizados o en función de Ac.); vacila sobre si hay un Ac. gramatical, por

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no operar con el concepto de oposición al N.; acepta sinonimias a partir de criterios meramente mecánicos, etc. En cambio, nos parece una visión realista y estructural, al propio tiempo, la de A. C. Moorhouse en Rijksbaron-Mulder-Wakker, 1988 (citado ya arriba) cuando, tras oponer ei N. a los demás casos, opone el Ac. como término nega­ tivo a los restantes: N . / / Ac. — / otros casos +

Esto, que está implícito en la exposición anterior, explica la amplitud del uso del Ac., que a veces aparece, como término negativo que es, en lugar de otros casos más especializados. Y que, históricamente, amplió su esfera de uso a expensas de estos otros casos.

C a p ít u l o V

EL GENITIVO

I.

LOS DATOS MORFOLÓGICOS Y LA DEFINICIÓN DEL GENITIVO

Eï problema del G. es más complicado que el de los casos estudiados ante­ riormente. El más complejo de éstos, el Ac., ofrece un valor único, aunque muy general, que se especifica a veces con ayuda de las subclases de palabras y de la sintaxis y se neutraliza en ocasiones; por otra parte, el Ac. es casi exclusivamente un determinante del verbo, sólo hay un tipo muy minoritario que se extiende al nombre. Los tratados de sintaxis, con más o menos concien­ cia del juego de la sintaxis y la semántica, las oposiciones, neutralizaciones y transformaciones, dan un panorama no muy alejado de éste. Pero cuando llegamos al G., las cosas cambian. Determina al nombre, al adj., pronombre, adverbio y verbo, para no hablar de usos absolutos que también hemos hallado en otros casos. Y, en opinión de casi todos los gramáticos, presenta tres signifi­ cados fundamentales, independientemente de la clase de palabras por la que está regido: el que suele llamarse de G. propio (o posesivo o pertinentivo), el partitivo y el ablativo. Algunos .autores, así Schwyzer y Sánchez Lasso, ha­ blan además de «usos sincréticos» que no se definen exactamente por ninguno de los tres significados. Es más: proponen que todo esto deriva de que en el G. griego se han sincretizado dos casos indoeuropeos, el G. y el Ab.; y proceden como si se hubiera sincretizado además un partitivo, aunque esto no se afirma directamente porque no hay huellas formales de tal caso en IE (sucede lo mismo que con el supuesto lativo). De todos modos, aun descartando los usos neutros o absolutos, no es fácil, digámoslo desde el comienzo, sentar una definición general del G.: la noción de «limitación» de que habla, por ej., Delaunois (1981, pág. 190) es insuficien­ te. Su estudio ha de hacerse, en un nivel sincrónico, sobre la base de los contex­ tos y las oposiciones. Desde este punto de vista y prescindiendo de ideas previas sobre los supuestos dos o tres casos originarios, es difícil descubrir tres sentidos

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diferentes en cada una de las distribuciones, concretamente en las nominales y verbales, del G. Con frecuencia, el G. determinante del nombre tiene valor diferente del G. determinante del verbo, aunque es cierto que hay valores que atraviesan esa frontera, bien por hechos de transformación, bien por otras ra­ zones, y aparecen con el nombre y con el verbo. Hacer una descripción sólo en función de la clase de palabras regida es tan peligroso como atribuir sin más los mismos sentidos a los G. que van con todos esos elementos regidos, cf. Delanois, 1981. Por otra parte, y prescindiendo una vez más, por el mo­ mento, del problema de los orígenes, es bien claro que existen «puentes» entre esos diferentes valores: ejemplos de G. que pueden interpretarse por uno u otro tipo o por dos a la vez. Esto es reconocido por todas las exposiciones. Fijando ahora brevemente nuestra atención en la morfología, es sabido que el G. griego lleva en sg. una des. -ος que está en distribución complementaria con *-oio < *-osio, que se encuentra sólo en la flexión temática: con una for­ ma, en definitiva, emparentada, un simple alargamiento de -os. En el pl. hay uniformemente -öm. Son formas únicas y no hay huellas de dos (ni menos de tres) casos diferentes. En realidad, sólo para los nombres temáticos había en IE una oposición entre G. y Ab. de sg.; mejor dicho, en un cierto sector del IE, que comprende notablemente el indo-iranio y el itálico (que luego di­ fundió el Ab. a todos los temas). En pl. la situación es algo diferente: el caso con -öm era fundamentalmente un G., pero compartía usos de Ab. y de otros casos locales. En definitiva, aun suponiendo que el Gr. haya sincretizado en el sg. de los nombres temáticos un G. y un Ab. (nosotros pensamos contraria­ mente que el Ab. de ciertas lenguas invadió parte del terreno de un antiguo G.-Ab. con -e/os, como el que subsistió en los nombres atemáticos), el panora­ ma fundamental es muy diferente del que se propone —un simple sincretismo de casos—: nos hallamos ante usos diversos de formas únicas en función del contexto y las oposiciones. La verdad es que, aunque hubiera existido un sincretismo de dos o tres casos dotados de sentidos independientes, esos casos estarían ligados a determi­ nados contextos y distribuciones y a oposiciones entre sí cuando aparecieran en igual contexto. Es decir, que habría que partir de todas maneras de un estudio distribucional, en vez de postular, de entrada, simplemente que tal uso es « pertinenti vo» o «partitivo» o «ablativo». El hecho es que los datos fundamentales de la sintaxis del G. griego son anteriores al Gr., y se encuentran ya en otras lenguas indoeuropeas. En ellas, el G. es predominantemente un caso adnominal, un determinante del nombre, pero aparece también como determinante del verbo, aunque más raramente. Basta comparar los hechos del Gr. y los del Lat. para ver que en éste (y en las otras lenguas) el uso adverbal es estadísticamente muchísimo más bajo que en Gr. Aquí, de todas formas, el uso adnominal continúa predominando. En Sófocles, por ejemplo (según Moorhouse, 1982, pág. 50), el G. es el caso adno­ minal fundamental, le corresponde el 90% de este uso; y en él el uso adnominal

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es más frecuente que el adverbal por una diferencia del 63% al 36%. Esto invita a ver en muchos de los usos adverbales, transformaciones de los adnomi­ nales: un proceso contrario al que creó el núcleo principal del Ac. de relación. Y ha invitado a muchos lingüistas, como, por ej., Hirt, a ver en el G . adnomi­ nal ei más antiguo, mientras Sánchez Lasso, al contrario, opta, siguiendo a Brugmann y Delbrück, por el adverbal (cf. Sánchez Lasso, 1968, págs. 410 sigs. y 433 sigs.). Y otros vacilan o no se deciden. Sobre este tema nos reserva­ mos de momento nuestra opinión: lo que es claro es que el uso adnominal es el central del G. en Gr. y que el problema delicado es el de en qué medida o cómo un uso que se define como «relación de nombre a nombre» puede ser modelo para describir el G. adverbal, o si son solamente algunas especiali­ zaciones las que son comunes a ambos. También un uso que desde el punto de vista del Gr. ofrece una especializa­ ción semántica muy notable, el G. de origen con verbos, halla precedentes en IE; el problema, inverso al anterior, es el de si y en qué medida este uso se encuentra también con los nombres. Por lo menos una cosa es clara: que el Gr. hereda una amplia diferenciación del G., que sin duda ha aumentado, y que dentro de él se pueden hacer descripciones, ciertamente, pero sólo en cierta medida se puede reducir todo a una unidad de sentido. Los hechos son muy complejos. Definirlo simplemente como introduciendo una «deliminación» (así Delaunois, 1988, pág. 53) es tan vago que no define nada. La descripción del G. griego es, como se ve, más difícil que la de los casos anteriores. Nosotros vamos a comenzar por los usos adnominales, incluidos los usos con adjetivo, pronombre y adverbio (pues son algunos de los anterio­ res); incluidos también los usos predicativos en oraciones copulativas. Luego pasaremos a los usos adverbales. Pero hemos de ver que algunos usos adnomi­ nales «especiales» se hallan también en posición adverbal: bien por transforma­ ciones bien por fijaciones paralelas de usos antiguos sintácticos. Por cierto que en el G . es más grave que en ningún otro caso el problema de distinguir entre los usos «generales» y los «especiales». Los gramáticos tra­ dicionales de formación filológica hán usado y abusado de la «sintaxis de eti­ quetas», quizá por pura necesidad y a falta de método mejor, pues ellos mis­ mos han reconocido repetidamente que el sentido concreto de la relación entre el nombre regido y el regente en G., por ej., depende de la semántica de am­ bos; y que es dudosa la delimitación de los distintos genitivos, como hemos apuntado. Hay dudas o transiciones entre el G. de filiación y el de origen, entre el primero y el de cualidad (Hdt. 1.107 οικίας αγαθής), el de cualidad y el de materia (Ep. Diog. 2.1 τίνος ύποστάσεως), el subjetivo y el posesivo (IL 3.3 κλαγγή γερανών), el determinativo (o pertinentivo) y el partitivo (véase más abajo sobre δήμου άνήρ, λιγύς Πυλίων άγορητής, etc.), el primero y el de objeto (IL 21.244 δούρων φειδωλή), el de cualidad y el de precio (Is. 2.35 δέκα μνών χωρίον) o el de origen (Plb., 36.15.7 άλλότρια ... του βασιλέως), etc., etc. Se trata, en definitiva, de que definimos relaciones comple-

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jas con conceptos ya preparados que no se ajustan. «Posesión», por ejemplo se aplica a la propiedad de uno, a lo que posee efectivamente, a las partes del cuerpo (IL 1.225 κυνός ομματα), al hijo, la mujer, el comportamiento... Naturalmente, de algún modo hemos de entendernos y es imposible dejar de usar conceptos abstractos al definir las relaciones. Pero hay que insistir en que éstas dependen de las palabras puestas en relación. Por ej., el grupo N. de pers. + G. de pers. puede indicar con este segundo al padre (S., A i. 172 Διός Ά ρ τεμ ις), al esposo (Hdt. 4.205 Φερετίμη ή Βάττου), al amo (And. 1.17 Λυδός ό Φερεκλέους), al empleado o amigo (PGrenf. 1.28.13 Π ανίσκος ó Σύνεως), etc. Sólo el conocimiento previo de quién es cada persona especifica la relación. Sería absurdo crear un «G. del esposo», «del esclavo», etc. ¿Y qué decir de sustantivaciones del tipo τά τοϋ ..., τό του ... en que el G. puede ser prácticamente cualquier palabra? (‘lo relativo a ...’ es la única generaliza­ ción admisible). La descripción, entonces, debe hacerse como hicimos la del Ac. De un lado, hay usos genéricos, que se concretizan sólo en cada caso individual mediante la semántica de las palabras puestas en relación, incluso una «semántica perso­ nal» como la que hemos indicado. Pero hay grupos que desarrollan sentidos especiales por sus condicionamientos distribucionales, por sus oposiciones, por sus transformaciones, porque se extienden a posiciones adnominales y adverba­ les, porque conviven en la misma frase con otro G. especial o un Ac. u otro caso diferente. Cada uno de estos grupos es ya un G. «especial», formal, sin­ táctica y semánticamente identificable; por más que subsistan «puentes» abun­ dantes con los sentidos generales y con otros sentidos especiales, incluso. Va­ mos a seguir este método de exposición con los G. adnominales, haciendo alu­ sión, cuando sea preciso, a lo que sucede en los tipos adverbales correspondientes.

II.

DESCRIPCIÓN E INTERPRETACIÓN PANCRÓNICA DEL GENITIVO

A.

USOS ADNOMINALES (CON NOMBRE Y ADJETIVO) Y ADVERBIALES

1.

E l G e n i t i v o d e d e t e r m in a c i ó n g e n e r a l

Como decíamos más arriba, un nombre es determinado por otro nombre de innúmeras maneras: sólo el conocimiento preciso del significado de ambos puede precisarlas, aunque a veces basta conocer la subclase de palabras (deter­ minación por nombres de materia, de lugar...). Por otra parte, los conceptos abstractos con que indicamos la relación pueden ser inadecuados para todos y cada uno de los casos particulares, se basan en generalizaciones a veces excesivas.

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Hay que señalar, antes de seguir adelante, que no era sólo el G. el determi­ nante de un nombre. Hemos hablado ya del Ac. de relación, que habitualmente determina un adjetivo con una parte de cuerpo o un elemento integrante de una persona o animal; se añaden los Ac. de relación con nombres y adjetivos diversos regidos por ονομα, γένος, εύρος, etc. Quiere decirse que el G. adno­ minal es ajeno, en términos generales, a dicho uso. Hay que añadir determina­ ciones en D. y, sobre todo, determinaciones por adjetivos. En éstos hemos de detenernos un momento. Así como las anteriores delimi­ tan el tipo de relación que indica el G., éstas otras no. Hemos de insistir al hablar del adjetivo, pero puede adelantarse que las determinaciones con G. y con adjetivo conviven, sobre todo, cuando se trata de posesión y de descen­ dencia familiar: en realidad en Homero y en poesía conviven en estos usos G. y adj., mientras que en mic. y en los dialectos eolios predomina el adj. Éste se encuentra en poesía también con otros tipos de determinaciones que en general son marcadas con el G. (cf. Schwyzer, Í940, págs. 176 sigs.). En prosa se ha difundido mucho, siendo el más frecuente el G. Cuando hay posibilidad de estudiar las dos construcciones la una al lado de la otra, Neumann (1910) ha creído poder señalar que se ha tendido a crear una diferencia: el adj. marca una determinación más general, el G. una más concreta. Por ej,, θείος se refiere a algo divino en general (Th. 5.30 φαίνεσθαι ούν σφίσι κώλυμα θειον), θεού a algo más concreto (Th. 4.118 περί δέ τών χρημάτων του θεού, referido a Apolo); II. 23.I l l έν δ ’ δνθου βοείου πλήτο se refiere a ‘estiércol de vaca’ en general, 11.773 Πηλεύς / πίονα μηρί5 εκαιε βοός a una vaca concreta sacrificada por Peleo en honor de Néstor y Odiseo. Esta explicación no tiene, por lo demás, una validez general, sólo un valor indicativo. Un caso especial es el del pronombre: se prefieren para el posesivo los adj. como έμός, sólo en koiné alcanza primacía el G. En definitiva, un nombre en G. determina a otro nombre en cualquier caso: con matices diferentes que en general evitan los de las construcciones que en­ tran en competencia, pero con neutralizaciones también. Vamos a estudiar las determinaciones de nombre por nombre; luego añadiremos las del adj. y el adv., también las transformaciones que convierten estas determinaciones atri­ butivas en predicativas, introduciéndolas en oraciones copulativas. Veremos que en sustancia los tipos de relación son los mismos, según hemos adelantado. Pero, como hemos adelantado también, vamos a separar ésta que llamamos determinación general de los usos especializados, que serán estudiados a continuación. a) Nombre determinado por un nombre. — Si comenzamos por nombres de persona, éstos pueden ser determinados muy variadamente; con frecuencia, por nombres de persona. Como decíamos más arriba, un nombre de persona es determinado por otro nombre de persona en singular, que sirve para identificarlo: por el nombre

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del padre, el marido, el amo, el superior, el amigo... Hay otras adscripciones diversas, cf., por ej., IL 1.370 ίερεύς έκατηβόλου ’Απόλλωνος. Ciertamente, el nombre del padre es el más frecuente en época clásica, es sabido que Σωκράτης Σωφρονίσκου Ά λω πεκήθεν es la forma oficial de denominar a un ciudadano ateniense (también Περικλής ό Ξανθίππου en expresión más fa­ miliar). Se habla por ello, a veces, de G. patronímico, como hay un adj. patro­ nímico en Homero, mic., dialectos eolios y poesía. Pero sólo nuestro conoci­ miento de los hechos, repetimos, nos indica que se trata exactamente del padre. En Gr. helenístico son muy frecuentes los G. del marido (Eu. lo. 19.25 Μαριάμ ή του Κλωπά; PLond. 3.4 Ό ννώ φρις "Ωρου μητρός Σενποήοιος), el amo (Ep. Rom. 16.12 τούς έκ τών ’Αριστοβούλου), los empleados o amigos (PCair.Zen. 57 παρά Ζήνωνος τού ’Απολλώνιου ‘Zenón es un empleado o agente de Apolonio’). e Otras veces la determinación es a través de un colectivo o un grupo al que el nombre pertenece. Es el tipo tan citado IL 2.198 δήμου άνδρα ‘un hombre del pueblo’, es decir, no un rey o sacerdote o noble. Con la máxima frecuencia, el regente en G. está en pl.: ό δήμος τών ’Αθηναίων; IL 11.761 θεών Διί, Νέστορι δ ’ άνδρών; Th. 6.3 Ά ρ χ ία ς τών Ή ρακλειδώ ν; X., A n. 1.8.1 άνήρ Πέρσης τών άμφί Κυρον. Es un giro muy difundido en época tardía: Plb., 22.14(18).7 τών φίλων Ά π ε λ λ ή ; PHib. 30. 14 Περδίκκα Μ ακεδόνι τών ’Αλεξάνδρου; PTeb. 33 Λεύκιος Μέμμιος 'Ρω μαίος τών άπό συγκλήτου; PPetr. 2.32(1).3 τών κατοικούντων έν Κροκοδίλων πόλει. También los hijos se indican en los papiros con τών y el G. del padre. Este G. tiene, de una parte, contacto con el partitivo, dentro del cual lo incluyen muchas gramáticas: en realidad, todo depende de si se concibe la de­ terminación como «de los... y no de los ...», como es claro con el nombre del padre, etc.; o bien como «uno de los». Por otra parte, hay contacto con un G. que indica lugar, cf. P A m h. 36.3 παρά Δρύτονος δήμου Φιλοτερείου; y otras veces con la idea de descendencia en general, cf., por ej., IL 1.162, etc. υιας ’Αχαιών; Tyrt. 9.29-30 παΐδες παίδων; Pl., Ti. 18d παΐδας τ ’ έκγόνων, etc. Nótese que las relaciones de filiación y descendencia en general se notan con frecuencia con έκ y άπό: se ha reinterpretado un valor separativo o de origen. Por otra parte, los nombres de persona pueden ser determinados por un G. de cualidad o de precio, que serán tratados aparte. A su vez, el nombre de persona puede determinar un nombre de cosa o de abstracto: hay infinitas posibilidades, no vamos a intentar agotarlas, aparte de que las relaciones se difuminan unas en otras. El tipo más frecuente es el llamado G. de posesión, ya hemos dicho que con un valor muy amplio de este concepto; en realidad, muchos de los G. arriba mencionados pueden inter­ pretarse así. Naturalmente, los ejemplos más claramente posesivos son del tipo IL 1.426 Διός ... δώ; se añaden otros que indican, por ejemplo, una parte del cuerpo, así IL 1.529 χαΐται ... άνακτος (véase más arriba κυνός ομματα),

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donde a veces se ve un partitivo; o bien acciones o estados de ánimo de alguien (IL 1.273 μου ... βουλέων, μήνιν ... Ά χιλήος) o comportamientos propios de alguien (πολίτου άρετή). Cuando se trata de una casa, templo, dominio, etc., de alguien es posible el uso de εις, έν, etc., con G.: parece que, pese a lo que se ha objetado, subyace el concepto del nombre regido. Por ej., en Homero hallamos εις Ά ιδ ο ς , ειν ’Ά ιδο ς, Ά ιδ ο ς δέ, έξ Ά ιδ ο ς , etc., para referirse a la «(mansión) de Hades», «los infiernos». Pero en prosa se dice igualmente: Hdt. 5.51 ές του Κλεομένεος; Pl., Prt. 326c εις διδασκάλων; A r., Lys. 1065 εις έμοϋ, etc. Emparentado con estos usos está el llamado G. de autor, con el que se confunde a veces el de agente. Es el tipo Ίλ ια ς 'Ομήρου, νόμοι Σόλωνος etc., al cual se adscriben no sólo IL 1.385 θεοπροπίας Έ κάτοιο (pueden ser ‘de’, ‘obra de’, ‘proferidas por’), sino también Od, 9.411 νουσον Διός ‘enfer­ medad enviada por Zeus’; IL 2.723 έλκει ... ϋδρου ‘la herida producida por la serpiente’ e incluso IL 11.305 s. νέφεα ... νότοιο ‘las nubes producidas por el Noto’. Otras veces expresiones como Od. 11.61 δαίμονος αίσα se aproximan a un G. explicativo o apositivo. Y también están emparentados otros G. que estudiaremos aparte: los llama­ dos subjetivos y objetivos. Pues en μήνιν ... Ά χιλή ος hay, al tiempo que un «posesivo», un equivalente del sujeto; y en Hdt. 6.136 τής τών Αθηναίων απάτης εΐνεκεν, el G. es objetivo. Añadamos todavía —y no agotamos el tema— los diversos valores, antes aludidos, de τό y τά con G. (de persona o no): ‘las cosas de, relativas a’, etc. Pasamos con esto al grupo más numeroso: aquél en que nombres de cosa o abstractos son determinados por otros de subclases de palabras no personales. Está, por ejemplo, el G. de materia, que no se comprende por qué procura problemas a algunos gramáticos, que lo califican de sincrético: X., An. 6.4.4 στέφανος χρυσοΰ; PEleph 1.11 άργυρίου Άλεξανδρείου (δραχμάς) χιλίας: es más bien raro; en Gr. postclásico tiende a sustituirse por έκ + G. y por el adj. en -ΐνος. Está sin duda relacionado con el de contenido: Od. 15.207 δαιτα ... κρειών ‘una comida de (consistente en) carne’, 2.340 πίθοι οίνου; Eu. Io. 21.8 το δίκτυον τών ιχθύων; PEleph. 5.19 κ(εράμια) οϊνου. Otro tipo que ha creado problemas es el llamado G. corográfico, que a veces se incluye dentro del partitivo: Hdt. 3.136 άπίκοντο τής ’Ιταλίας ές Τάραντα; Th. 1.18 ό στρατός άπίκετο τής Α ττικ ή ς ές Οίνόην; Pib. 3.96.2 τής Σικελίας Λιλυβαΐον; Eu. Matt. 21.11 Ναζαρέθ τής Γαλιλαίας; PCair.Zen. 3.13 έν Βίρτα τής Ά μμανίτιδος. Es frecuente en todo el Gr. Una localidad es determinada como perteneciente a una región o país, no a otro. Todo esto no agota las posibilidades, ni mucho menos. Prescindiendo de los G. que han de estudiarse seguidamente, a saber, los de precio, judiciales, subjetivo y objetivo y el de cualidad, prescindiendo también del puramente apositivo, hay que decir que, en principio, el G. puede establecer toda clase de relaciones. Schwyzer (1940, pág. 96) habla de un G. «libre» para denominar

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usos como Hdt. 6.139 πρός βορέα τής πόλεως ‘hacia el Norte de la ciudad’. Es simplemente «en relación con», entendido localmente, cf. igualmente Pl., R. 509b έπ έκεΐνα τής ουσίας ‘al otro lado de la esencia’. Una relación seme­ jante, pero temporal, se encuentra por ejemplo en μετ’ ολίγον τούτων; véase más adelante. Más extraño parece a primera vista el G. directivo del tipo IL 5.345 νόστος γαίης Φαιήκων ‘retorno al país de los feacios’; Th. 1.36 τη τών Πλαταιών έπιστρατεία ‘la expedición contra Platea’; Eu. Io. 5.29 άνάστασις ζωής ‘resu­ rrección para la vida’: una vez más, el sentido va dado por el del nombre, es una relación que se puede recrear en cualquier momento. Con los nombre adecuados se crea a su vez una relación inversa a ésta en tipos como Od. 9.421 θανάτου λύσις ‘liberación de la muerte’; IL 11.801 άνάπνευσις πολέμοιο ‘res­ piro de la guerra’; Th. 2.63 άρχής στερήσεως ‘privación del mando’; E., Hipp. 277 άπόστασις βίου; Pl., Cra. 406c διά τήν του άφρου γενεσιν, incluso 2Ερ.Cor, 11.26 κίνδυνοι ποταμών ‘peligro procedente de los ríos’. Aquí se habla de derivación del Ab., pero la verdad es que sólo la semántica del nombre regido y su relación con la del regente explica los hechos. Aunque desde el punto de vista griego pasó a interpretarse como un separativo, a juzgar por construc­ ciones con έκ y άπό. Nótese como también el G. que relaciona al hijo o des­ cendiente con el padre o antepasado se interpreta a veces como de origen (y más en las transformaciones verbales, cf. X., An. 1.1.3 Δαρείου και Παρυσάτιδος γίγνονται παΐδες δύο. En términos más generales, la lengua común y sobre todo la de la poesía pueden extraer del G. la indicación de toda clase de relaciones. Cf., por ej., en Sófocles: EL 501 φάσμα νυκτός ‘visión en la noche’; Ph. 43 φορβής νόσ­ τον ‘expedición para buscar comida’; A n t. 633 ψήφος ... τής μελλονύμφου ‘decreto concerniente a la novia’; O T 44 τά ς ξυμφοράς ... τών βουλευμάτων ‘los sucesos derivados de los consejos’, etc. O en Esquilo, Pers. 598 κακών ... έμπορος ‘el que se ha embarcado en los males’. En época helenística se derivan de esta posibilidad G. libres que no sólo designan el autor del docu­ mento (PSI 443 Πύρρου), sino también el contenido (PHal. 1.81 φυτεύσεως και οίκοδομίας, P SI 509 έννομίου). Se trata ya prácticamente de G., absolu­ tos, véase más adelante. b) Adjetivo determinado por un nombre. — El adjetivo era, como se sa­ be, un antiguo determinante del nombre, en concurrencia con el G., y así conti­ nuó siendo siempre, aunque la preferencia por uno u otro variara según fechas, dialectos y estilos. Pero a su vez el adj. podía precisar de una determinación, que se hacía en G.: un segundo adjetivo corría riesgo de ser interpretado como una segunda determinación del nombre cabeza de la frase. Es bien claro, por ello, que el G. determinante del adj. es un uso secundario, que se moldeó en lo fundamental sobre el G. determinante del nombre.

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Con frecuencia, en el grupo nombre + adj. + G. el adj. no hace más que especificar una relación del G. preexistente: así en el tipo δόμος ίδιος τινός en vez de δόμος τινός. También μεστός, πλήρης + G. sobre ei de contenido. Pero, otras veces, el adj. lo que hace es usar el G. en un sentido idéntico al del que va con un nombre de igual semántica; y puede ocurrir que ese tipo de G. se desarrolle más con los adjetivos que con los nombres. Por otra parte, no hay que olvidar que a lo largo de la historia del Gr, cada vez se desarrollaron más las transformaciones regulares entre nombre, adjetivo y verbo, del tipo κοινωνία - κοινωνός - κοινωνέω: es lógico no sólo que pasaran al verbo construcciones genitivales propias del nombre y adjetivo, sino que éstas revirtieran luego a más nombres y adjetivos: la cronología es difícil de precisar. En todo caso, el adj. está situado en una posición intermedia, no sólo en cuanto a tipos de G. sino también en cuanto a frecuencia: ya va con el nombre, ya con el verbo. Veamos los tipos de G. que implican una determinación general. Ya he aludido a la posesiva en sentido amplio: con ίδιος, οικείος, ιερός, επιχώριος, κοινός, que por lo demás a veces llevan también D. Cf., por ej., D. 2.28 oi κίνδυνοι των άφεστηκότων ΐδιοι; P SI 383 ήμών οικείος. Sobre el de conte­ nido, véase arriba, pág. 131. Otros tipos de relación se expresan más bien con participios: así el de descendencia (S., Ph. 3 κρατίστου πατρός 'Ελληνος τρα­ φείς ‘hijo del más excelente de los griegos’, también puede entenderse el G. como de origen o agente). Existe luego una serie de adjetivos que expresan la relación contraria a la posesión: son del tipo de άλλότριος, ένδεής y Ia larga serie de usos, sobre todo trágicos, de adjetivos con ά- privativa y G.: A., Eu. 893 φίλων άφιλος; X., Cyr. 4.6.2 παίδων άπαις, lo que produce a veces matices especiales (de agente en S., O T 845 φίλων άκλαυτος). Aquí hay que señalar que los adjetivos de sentidos opuestos tienen habitualmente la misma construcción. Pero se aña­ de una larga serie (φειδωλός, διάφορος, ελεύθερος, κενός, γυμνός, etc.) que amplía con varios matices la noción de la «no posesión», «no relación» y que, por otra parte, enlaza con el uso del G. con ciertos nombres, que hemos llama­ do separativo. Es más frecuente y existe ya en Homero (e igual con los nom­ bres), cf. Od. 5.442 s. χώρος ... λείος πετράων ‘lugar ... sin rocas’, luego en época clásica (Pl., Cra. 403b ή ψυχή γυμνή του σώματος) y helenística (PCair.Zen. 636 ούκ άλλότριος ... σου). Repetimos Ιο que dijimos sobre los nombres: el juego de la semántica del regente y el regido es suficiente para explicar este G., no hace falta acudir a un caso Ablativo. Otro grupo de adjetivos que llevan G. es el de αίτιος, ύπόδικος, ύπεύθυνος, etc.: se suele decir que indica causa y su G. se compara con el «judicial», de que aún no hemos hablado. Más bien están en relación con un G. con αιτία, δίκη, εύθυναι que indica no tanto la causa como en qué consiste o a qué se refiere la causa, el juicio, la rendición de cuentas: de aquí nació, ciertamente, el G. llamado judicial, aunque tiene una base mucho más amplia.

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También la relación espacial puede ser marcada por el G. tras un adjetivo adecuado, cf., por ej., S., Ai. 1284 Έ κ το ρ ο ς μόνος μόνου ... ήλθ5 ενάντιος. Como se ve, el uso del G. con adj. es muy desigual, aparte de que sufre fuerte competencia del D. Hay series de nombres que apenas dan adjetivos con G., otras veces al revés. Ya hemos dicho que en ocasiones se recurre más bien a los participios. Con éstos se desarrollan sentidos del G. que con los nombres existen en una medida mucho menor. Así, el G. de agente en usos las más veces poéticos: por descartar algún uso homérico dudoso, citemos Pi., O. 8.43 Κρονίδα πεμφθέν ‘enviado por el Crónida’; A., Supp. 1005 Ιμέρου νικώμενος ‘vencido por el deseo’; como decíamos arriba, hay transiciones con el G. posesivo o de autor o de origen: S., Ph. 3 πατρός ... τραφείς; S., El. 1333 τά δρώμεν3 υμών. Aunque raramente, este G. aparece en prosa: Hdt., 2.91 σανδάλιον αύτου πεφορημένον; Antipho 5.87 νικ α σ θ α ι... του αληθούς. Se hace más frecuente en koiné: cf. Eu. Matt. 25.34 οί ευλογημένοι του πατρός; Eu. Matt. 11.11, Luc. 7.28 γεννητοι γυναικών. Aunque este G. tiene, como vemos, bases nominales y adjetivales, represen­ ta sobre todo una transformación del agente del verbo, normalmente con ύπό + G.: había la conciencia de que a construcciones verbales muy varias (y no sólo el Ac., véase más abajo sobre el G. objetivo) respondía con los nombres y adjetivos un G.: es el uso que se creó con esos adjetivos verbales que son los participios pasivos. Así, el adj. con G. es un uso ya homérico y que continuó durante toda la historia del griego, si bien desarrolló especialmente ciertos tipos en poesía. No hay en lo que de él hemos visto hasta ahora gran cosa de nuevo salvo ciertas restricciones y, también, ciertas ampliaciones de uso, respecto al G. ad­ nominal. c) Adverbio determinado por «n nombre. — De una manera a primera vista anómala, incluimos el G. con adverbios dentro de los adnominales. Ello se debe a que éstos son a veces nombres en uso adverbial, sobre todo en Ac.; imposible poner un límite entre éstos y los adverbios propiamente dichos, pues los tipos de determinación son exactamente los mismos. Son, por lo demás, usos del G. que se dan con los nombres y adjetivos. Se trata, más concretamente, de determinaciones de espacio y tiempo con G. regentes de nombres de estas subclases de palabras (o que pueden funcionar como tales). Por empezar con regidos que son nombres o adjetivos adverbializados citemos X., HG 1.1.2 μετ3 ολίγον τούτων ‘a poco de esto’; S., Tr. 1073 πλησίον πατρός; Ar., Ec. 448 μαρτύρων εναντίον; X., HG 5.1.10 πορρωτέρω του Η ρακλείου, etc. Ni se pueden separar ejemplos como éstos de otros con nombres y adjetivos de que hemos hablado y que indican simple referencia local o temporal; ni pueden separarse a su vez de ejemplos con adverbios eti­ mológicos o, al menos, inanalizables desde el punto de vista del Gr.; ejemplos que, sin embargo, suelen interpretarse como de partitivo. Sobre este problema

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de los límites del concepto de partitivo algo hemos dicho ya e insistiremos en el apartado correspondiente. Para empezar con las relaciones de espacio, diríamos que desde un punto de vista por así decirlo topográfico habría que distinguir dos grupos. Uno con, por ej., E., I T 629 μακράν βαρβάρου χθονός; S., OC 1217 λύπας έγγυτέρω y con £ξω, πέραν, εκτός, χωρίς, etc., para no citar el uso con las preposicio­ nes propias: el regido está ‘fuera de’, ‘alejado de’ o, al contrario, ‘cerca de’. El otro grupo se ejemplificaría con II, 5.223 πεδΐοιο ... ενθα καί ενθα ‘por aquí y por allá de la llanura’; Od. 4.639 που αύτοϋ άγρών ‘allí, en algún sitio de los campos’; S., El. 922 οποι γης; Pl., Phd. I l l a πολλαχοΰ τής γής, PCair.Zen. 160 που γής ειμί, etc.; es un uso que los trágicos han difundido con regente abstracto (S., Ai. 386 ούχ όρας ÍV εΐ κακού;). En este segundo grupo desde el punto de vista topográfico se trata de un punto o región dentro de un espacio más amplio: de ahí la interpretación partitiva. Pero se trata una vez más de una cuestión de punto de vista. El G. puede también entenderse como una simple determinación, lo que es apoyado por los otros ejemplos en que la interpretación partitiva está excluida. Recuérdese que la misma dis­ yuntiva se nos ofrecía con ei G. corográfico, estrechamente relacionado con éste. Son casos límite respecto al partitivo y uno de sus puntos de partida. Respecto a la determinación temporal, existe una propuesta paralela que habla de partitivo. Nuestra posición es la ya indicada. Baste citar algunos ejem­ plos, no muy frecuentes: Ar., Fr. 1171 τηνικαυτα του θέρους; Th. 4.93 εγγύς του στρατεύματος; D. 21.84 τής ώρας οψέ; Pl., Α ρ. 38c θανάτου έγγύς. Es sólo la semántica del regente la que diferencia el tiempo del espacio. Así, en definitiva, junto a los adverbios hay una enorme restricción del uso del G, pero no hay desarrollo de uso especial. Solamente, una mayor fre­ cuencia de las determinaciones de espacio y de tiempo, que ya conocíamos con los nombres y adjetivos. d) Transformaciones en oraciones nominales. — Se trata de las oraciones nominales sin verbo, con verbo ειμί y con otros que desempeñan igual función, incluidos los verbos pasivos de «nombrar», «hacer», «juzgar», etc. En términos generales puede decirse que solamente los usos más generales y comunes del G. determinativo con nombres y adjetivos se dan en estas ora­ ciones. Faltan otros, mientras que, inversamente, existen ciertos desarrollos, no demasiado individualizados, que aportan innovaciones. Es especialmente frecuente el G. llamado posesivo en sentido amplio. Lo hallamos dependiendo de nombres (Lys. 7.4 ήν τούτο Πεισάνδρου το χωρΐον; Th. 5.5 έγένετο Μεσσήνη Λοκρών τινά χρόνον), de pronombres (Theoc. 4.1 τίνος αί βόες;), de adjetivos (II. 15.193 γαϊα δ 5 ετι ξυνή πάντων). El G. puede ser de autor (Chrys. M. 49.18 ούχί Παύλου έστι τούτο), de padre u otra persona de quien se depende (E., Ion 803 μητρός δ ’ όποιας έστίν, ούχ εχω φράσαι; S., Ο Τ 1121 Λαίου ποτ’ ήσθα σύ, de un esclavo).

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De aquí se pasa al G. de origen (Od. 4.711 αίματός εις άγάθοιο; X., An. 1.1.1 Δαρεΐου και Παρυσάτιδος γίγνονται παΐδες δύο). Otras veces el G. se refiere a una dependencia de tipo general, cf. Ar., Ach. 860 μή του λέγοντος ΐσθι; Th. 1.83 εστιν ό πόλεμος ούχ οπλών το πλέον; X., An. 2.1.4. των νικώντων τό άρχειν έστί; Act. Α ρ. 1.7 ούχ ύμων έστιν γνώναι. En casos como éstos se llega a relaciones que no suelen ser expresadas en el grupo atributivo: así el tipo X., Oec. 1.2 οικονόμου άγαθοϋ έστί ‘es propio de un buen administrador’. Por otra parte, existen G. con uso de contenido separativo o de agente y con adj. comparativo, con adverbio y determinación de lugar o tiempo. Y mil matices más, imposible e inútil ejemplificarlos todos. Para el G. con verbos copulativos pasivos, cf. E. lo 9 (πόλις) τής Χρυσολόγου Π άλλαδος κεκλημένη; S., Ant. 738 του κρατοδντος ή πόλις νομίζεται, etc. En cambio, son raros en esta construcción algunos de los G. arriba estudia­ dos. Por ejemplo, los de materia, aunque sí son corrientes expresiones como X., Cyr. 7.5.22 φοίνικος μέν ai θύραι πεποιημέναι, transformación de verbos transitivos activos; pero cf. Hdt. 1.93 ή κρηπίς έστι λίθων μεγάλων. No halla­ mos el G. corográfico (se dice Τάρας έστι πόλις τής Ιτα λ ία ς). El de tiempo se da con γεγονώς (τριάκοντα ετη γεγονώς, etc.) Y muchos desarrollos espe­ ciales de la relación atributiva no se encuentran en ésta. Allí donde hay transformación copulativa suele haberla también con verbos que transforman ésta a la activa. Concretamente se trata de verbos pasivos en función copulativa que pueden llevar un predicado nominal en N. o G.: tenemos construcciones como X., Cyr. 4.3.21 εμέ γράφε των ίππεύειν ύπερεπιθυμούντων; Ages. 1.33 τήν ’Ασίαν εαυτών ποιούνται. Como se ve, no existe un paralelismo completo entre el grupo nombre + G. y los correspondientes con adj. y adv., así como con la transformación oracio­ nal copulativa. En general puede decirse que el uso más rico está en el primer grupo. Pero en los otros a veces se ha desarrollado algún tipo más o menos original o han aumentado en frecuencia unos u otros. Claro que no podemos sentenciar todavía la cuestión: hemos de hallar aún, en los G. «especiales», hechos de paralelismo junto a otros contrarios, por ejemplo, con adj. faltan casi el G. subjetivo y objetivo y en cambio se desarrolla el comparativo. Las líneas generales son, de todos modos, las mismas; habrán de ser completadas, para dar una imagen tanto del G. en su conjunto como de los distintos tipos especiales, con lo que se deduzca del estudio del G. adverbal. Y también, por supuesto, de los G. adverbiales y absolutos. La principal conclusión es ésta: el G. marca relaciones diversas entre las clases de palabras indicadas y el nombre en G., en principio todas salvo las que quedan reservadas al Ac., D. o al adjetivo. Son variables, dependen de la semántica del regente y el regido; aunque pueden establecerse grupos, son en buena medida subjetivos y cada ejemplo está sometido a interpretaciones varias. Pero no hay un G. que se diferencie de por sí de los demás, por ej.,

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un separativo: es una de tantas posibilidades e interpretaciones del concepto de relación adnominal. Las especializaciones existentes las hemos reservado pa­ ra los apartados que siguen. Y sólo aportan matices dentro de un concepto común. 2.

E l G e n it iv o apo sitiv o

Este tipo de G., muy repartido en subtipos de varía difusión, pero todos ellos dependientes de un nombre, equivale a una repetición más o menos varia­ da del regido, esto es, a una especie de aposición: de ahí su nombre, aunque a veces se habla de G. explicativo, epexegetico, de inherencia, etc. Lo consideramos un tipo especial, con mayor individualidad que varias de las relaciones de G. estudiadas más arriba, por una serie de razones: 1. El grupo nombre + nombre en G. es transformable en ocasiones por un grupo apositivo, en que el segundo nombre va en el mismo caso del prime­ ro. Homero dice, por ejemplo, Ίλίου πτολίεθρον, pero también πόλιν Τροίαν; en vez de άπαντα των πατρφων (véase más abajo) podría decirse άπαντα τά πατρφα. 2. En principio, el grupo que nos ocupa define a un nombre por algo interno, no en relación con una realidad exterior, a diferencia de los grupos que hemos estudiado; en definitiva, se trata de una perífrasis que, eso sí, enri­ quece al nombre con diversos matices, que otras veces se expresan con un adjetivo. 3. A diferencia de lo que sucede con los más de los grupos atributivos que hemos estudiado, el grupo apositivo que nos ocupa ahora no es transfor­ mable en una oración copulativa, ni este G. puede hallarse como adverbal en oraciones predicativas. En definitiva, el G. ha perdido en cierto modo su valor de determinación, algo así como lo que le ocurrió al adjetivo epíteto, que no por eso deja de dar relieve y de calificar a un nombre. Sin embargo, el valor de determinación antiguo del G. se ve todavía en parte y a veces hay dificultad en atribuir un grupo de nombre + G. a este grupo o a alguno de ios estudiados anteriormente. Pues Ίλίου πτολίεθρον es una ciudad determinada o precisada por el nombre Ilion, ερκος όδόντων es un ‘cerco’ constituido por los dientes y no por otra cosa, la «fuerza de Odiseo», de «Heracles» (véase más abajo) equivalen a Odiseo o Heracles respectivamente, pero no hay duda de que en su origen hay una determinación. Aunque luego lo que prima, verdaderamente, es una reali­ dad, la que va en G., que es de algún modo calificada por el regido formal («Troya, que es una ciudad fuerte», «Heracles, que es forzudo», etc.). En cuanto a las ambigüedades y transiciones, un grupo δαΐτα κρειών que hemos interpre­ tado más arriba como comportando un G. de contenido, puede también enten­ derse como con G. apositivo (‘una comida consistente en carne’). Y se ha pro­

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puesto incluir en este grupo S., A tit. 100 άκτΐς άελίου pero es más probable­ mente posesivo, ‘rayo de sol’. Vamos a estudiar a continuación una serie de tipos en que el G. apositivo determina a un nombre: 1. El primer grupo se refiere a nombres de ciudades, países, regiones, ríos, islas, etc., acompañadas del G.: es poético, pero se encuentra también en pro­ sa. Hay alternancia con el grupo apositivo con N. y con el de nombre y adjeti­ vo, como se ha dicho; aunque la construcción con G. es la más frecuente y la única para palabras como νήσος, ποταμός, κρήνη, γυμνάσιον y otras. Pue­ den citarse muchísimos ejemplos, como Od. 1.2 Τροίης ιερόν πτολίεθρον; Ar., Eq. 810 Ίλίου πόλις; II. 4.406 Θήβης εδος; A., Supp. 892 Πελασγών χθων; X., An. 1.2.11 Καύστρου πεδίον; PAmh. 51.21 τοπαρχίας. 2. El segundo grupo consiste en un nombre abstracto con un G. que mayoritariamente es de persona. Así en el conocido tipo homérico, a veces presen­ te también en la poesía posterior, II. 5.781 βίη Διομήδεος, 23.720 ΐς Ό δυσήος, Od. 13.20 μένος Ά λκινόοιο que viene a equivaler a ‘el fuerte Diomedes’, etc.; también hay una contrapartida con adjetivo, II. 5.638 βίη Ή ρακληείη, etc. El tipo se amplía luego en expresiones como S., Ant. 1 Ισ μ ήνης κάρα ‘Ismena’; E., Tr. 583 εύγένεια παίδων ‘nobles hijos’; S., Ph. 1289 Ζηνός ... σέβας ‘el glorioso Zeus’, etc. Luego la construcción se extiende a nombres no de persona, animados o no: S., Tr. 507 ποταμοϋ σθένος ‘el fuerte río’; S., Fr. 255.5 R. ομφακον τύπος ‘uva’. El tipo pertenece a la lengua poética y elevada. Sin embargo, ia perífrasis con χρήμα que existe en ella (S., Fr. 401 R. συός μέγιστον χρήμ’ ‘un enorme jabalí’) es también popular: Ar., Nu. 1 τό χρήμα τών νυκτών ‘las noches’, Lys. 85 τό χρήμα τών τιτθίων ‘las tetitas’, etc.: habitualmente, el grupo va con un adj. predicativo. Un tipo que se ha desarrollado a partir de aquí es el de Pl., Cra. 402c πηγής όνομα ‘la palabra πηγή’, que coexiste con el nombre en N. (ibid. 402d ή Τηθύς τό ονομα). El origen puede estar en expresiones comparables a las de arriba: E., Ph. 1702 όνομα Πολυνείκους ‘Polinices’; I T 905 ονομα τής σωτηρίας ‘salvación’. Ciertas extensiones como A r., A u. 617 δένδρον έλάας (cf. Emp. B 79) ‘olivo’ son dudosas (quizá sea ‘el árbol de la oliva’), 3. Sin embargo, es relativamente frecuente en poesía el llamado «G. de inherencia’, en el cual se desarrolla el nombre regido mediante un sinónimo: tipo II. 3.309 τέλος θανάτοιο ‘la muerte’, 335 άλός ... πελάγεσσι ‘el m ar’, Od. 11,65 δαίμονος αΐσα ‘el destino’ (pero quizá ‘el destino enviado por un dios’); S., OT 1270 αρθρα τών κύκλων ‘ojos’, Anacreont. 15.17 ϊτυς βλεφάρων ‘las cejas’ (o ‘la curva de las cejas’). Es fácil ver que se trata más bien de una extensión del tipo 1. Más se ha difundido, en poesía y prosa, un tipo especial en que un nombre compuesto es expandido por el G. de uno de sus

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términos: Od. 6.101 συών συβόσια, αιπόλια αιγών; Hdt. 7 .8 3 στρατηγός στρα­ τού; X., Cyr. 1.1.2 βουκόλοι τών βοών και οί ίπποφορβοί τών ϊππων; L X X Ge. 9.20 γεωργός γης. Nótese que estos G. pueden también considerarse como objetivos. Otro tipo, difundido sobre todo en poesía, es el de E. Hel. 524 άφιλος φίλων, pero nos hemos ocupado de él ya al hablar de los G. con adj. en una relación contraria a la de la posesión. También hemos aludido a la transición con el G. de contenido. Donde se ha desarrollado más claramente un tipo en que el G. explica sim­ plemente la palabra regente siendo ésta un nombre común, es en prosa helenís­ tica. Aquí tenemos por ejemplo 2Ep.Cor. 5.5 τόν άρραβώνα του πνεύματος ‘la prenda que consiste en el espíritu'; PEleph. 5.21 άπαντα τών πατρώων ‘toda mi herencia paterna’, frecuentemente con numerales (PSI 527.2 όνικών σαγμάτων iß’ ‘doce albardas de asno’). Como ha podido verse, se trata siempre de la determinación de un nombre, puesto que el tipo άφιλος φίλων lo hemos asignado a otro lugar. Se trata de un uso derivado, que conserva claras relaciones con el G. determinativo general, Pero ha desarrollado algunas especiaiizaciones, principalmente poéti­ cas: una ciudad, accidente geográfico, etc., con el G. del nombre; un abstracto con el G. de un nombre de persona o de un nombre sinónimo, sobre todo. Hay unas mínimas excepciones: con όνομα, con χρήμα y el uso helenístico que procura una perífrasis de entidades muy concretas, a veces con numerales. Todos los usos quedan aislados dentro de la sintaxis griega, no admiten trans­ formaciones ni difusiones fuera de los límites señalados.

3.

G e n it iv o s d e d e t e r m in a c ió n e s p e c ia l : su bjet ivo y

OBJETIVO, JUDICIAL, DE PRECIO, DE CUALIDAD Y PARTITIVO

Son en principio, como hemos dicho ya, determinaciones como otras cua­ lesquiera, definidas por los dos términos, regente y regido. Pero forman grupos muy homogéneos, a veces propios de lenguajes especializados, y están en estre­ cha relación con la sintaxis del verbo: se colocan, así, en una posición especial dentro de la lengua griega. Aunque existen clarísimas transiciones con el G. de determinación general, del que proceden. a) El Genitivo subjetivo. — Este G., igual que el objetivo, cuyo estudio va a seguir, no presenta en principio nada de particular respecto al determinati­ vo. Pero su dependencia de nombres abstractos, estrechamente relacionados con el verbo, ha hecho surgir la conciencia de una relación con ciertos usos casuales adverbales. Concretamente, hemos visto que el tipo habitual de transformación hace que un Ac. adverbal, cuando el verbo se transforma en nombre abstracto, pueda ser sustituido por un G. (objetivo); mientras que un N. adverbal se trans­ forma igualmente en un G. subjetivo. O sea: que en relación con el nombre

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el G. tiene dos tipos de determinación a los cuales junto al verbo responde en un caso el Ac., en otro el N. Se trata por supuesto de verbos predicativos: no existe la transformación a la oración copulativa. El G. subjetivo aparece con la mayor frecuencia junto a nombres abstractos que a su vez corresponden a verbos intransitivos o usados absolutamente. Nada más abrir la Ilíada hallamos en 1.1 μήνιν ... Ά χιλή ος ‘la ira de Aquiles’, que es una transformación de Ά χιλεύς μηνΐει: entiéndase, al hablar de trans­ formación dejamos de momento de lado el problema de la antigüedad respecti­ va de los dos giros, grande la de ambos en este caso. La verdad es que μήνιν ... Ά χιλή ος responde a un tipo de G. posesivo que conocemos bien (véase arriba, pág. 130); otros G. subjetivos pueden relacionarse con los de autor y con diversos tipos de determinación. Es la conexión con el giro verbal la que hace reinterpretarlos como sujetos de la acción implicada en el nombre verbal o abstracto. Este G. es relativamente frecuente en todos los niveles de la lengua. Cf., por ej., II. 3.3 κλαγγή γερανών, 8.4 βοή ... αίζηών; A., Supp. 940 κατ’ εΰνοιαν φρένων; X., An. 1.2.18 ό βαρβάρων φόβος; PHib. 27.45 τάς δύσεις καί άνατολάς τών άστρων; PLond. 26.2 τήν Δωρίονος άναφοράν, etc. Siempre son posibles transformaciones del tipo oi αίζηοι βοώσι, oi βάρβαροι φοβούνται, τά άστρα άνατέλλεται, etc. No hay posibilidad de crear un G. objetivo en relación con estos verbos: en todo caso, un uso de ο βαρβάρων φόβος en el sentido de ‘el miedo a los bárbaros’ respondería a la construcción habitual φοβέω + Ac. (hay, mucho más raramente, φοβέομαι + Ac.). De todas maneras, aunque sea con menor frecuencia, hallamos el G. subje­ tivo junto a nombres relacionados con verbos provistos de rección: de Ac. y de otros casos. Surge entonces la posibilidad de que junto al nombre aparez­ can dos G., uno subjetivo y otro objetivo: cf., por ej., PL, Phdr. 244c τήν γε τών έμφρόνων ζήτησιν του μέλλοντος, cuya transformación verbal seria oi εμφρονες ζητοϋσι τό μέλλον; ο bien Th. 3.15 τήν του Λάχητος τών νεών άρχήν, transformable en ό Λ άχης άρχει τών νεών. Que haya dos G. con un nombre es una posibilidad mucho más rara que la de dos Ac. con un verbo, pero se da, veánse ejemplos más abajo. La desambiguación se logra por la semántica de regentes y regidos, siendo también importante la existencia entre los primeros de usos «especiales» (igual que vimos en el caso del Ac. y veremos en el del Dat.) No se da el G. subjetivo con adjetivos ni adverbios. b) El Genitivo objetivo. — El G. objetivo es simétrico del anterior: en prin­ cipio responde a Ac. adverbal, si los dioses son en Homero δωτήρες έάων ello responde a la construcción transitiva del verbo correspondiente (δώρα διδόναι). Pero es no sólo mucho más frecuente, sino también muchísimo más complejo. En realidad en Gr., y prescindiendo de momento de la cuestiones históricas, un G. adnominal responde a toda clase de determinaciones adverbales. A la

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del N. responde, ya sabemos, el otro tipo de G., el subjetivo. Pero un G. objetivo responde no sólo al Ac., sino también a otras determinaciones del verbo: notablemente, con G., D. y giro preposicional. Veamos unos pocos ejemplos: Frente a un Ac.: II. 24.655 λύσις νεκροΐο ‘rescate del cadáver’; X., Ap. 19 διαφθορά, νέων ‘corrupción de ios jóvenes’; PGiss. 2.1.24 επ’ άδικία τής Ό λυμ πιά δος ‘con agravio de Olimpias’ pueden dar ejemplos de distintas fe­ chas y géneros. Pero piénsese que el G. puede corresponder no sólo al Ac. de objeto externo: PI., Lg. 641a νίκη πολέμου puede ser un ejemplo de la correspondencia con uno de objeto interno. Frente a un G.: ya vimos un ejem. en τών νεών αρχήν, piénsese en tantos nombres que llevan un G. de este tipo junto a verbos que rigen estrictamente el G.: ερος, ίμερος, επιθυμία, etc., por limitarnos a un grupo muy concreto. En papiros helenísticos es usual el G. con μνεία, αμνηστία, έπίλειψις, επιμέλεια, correspondientes también a verbos con G. Puede comprenderse cuán artificiosa es la tesis de que estos verbos rigen un G. partitivo. Históricamente pensamos que aquí la transformación partió del G. adnominal, con «inercia transformati­ va». Frente a un D.: tenemos, por ej., E,, Med. 414 θεών ... πίστις (cf. πιστεύειν τινί); X,, A n. 4.7.20 τής τών Ε λλήνω ν εύνοίας (εύνοεΐν τινί); Mem., 1.2.48 Σωκράτους ομιλητής (όμιλεϊν τινί); PPar. 41.29= UPZ 13.29 τήν ελπίδα ... τήν Ά ρχονήσιος (έλπίζειν τινί). Frente a un giro preposicional: Th. 1.36 Σικελίας παράπλους = ό εις τήν Σικελίαν παράπλους, 1.140 Μεγαρέων ψήφισμα = τό ψήφισμα τό περί Μεγαρέων, 3.114 μετά τήν τής Αιτολίας ξυμφοράν = μετά τήν έν τή Αίτολία ξυμφοράν; X., Mem. 2.7.13 τόν του κυνός λόγον = τόν λόγον τόν περί του κυνός, etc. Nótese que un G. como Od. 5.345 νόστος γαίης Φαιήκων, interpretado más arriba de otro modo (cf. pág. 132), puede también entenderse como νόστος εις ..., correspondiente al Ac. adverbal de dirección que existe en poesía. Estos son unos mínimos ejemplos entre los muchísimos que podrían poner­ se. Resulta claro que el G. adnominal es susceptible de expresar toda clase de relaciones, las mismas que junto al verbo disponen de diversas formas espe­ cializadas. Muchos de estos G. objetivos proceden sin duda simplemente de una transformación a partir del verbo: incluso giros complicados son transfor­ mados en un simple G. Pero, naturalmente, igual que hemos visto que sucede con el subjetivo, el origen del objetivo debe de estar en las construcciones nor­ males en que el G. determina al nombre. Por ejemplo, en G. posesivos (con κοινωνία, μοίρα, λάχος, κράτος, etc. y los contrarios, como στέρήσις; tam­ bién en el tipo X., Cyr 1.1.2 ίπποφορβοί τών ίππων) y en los de contenido (con επιθυμία, δίψα, μνήμη, etc.). Pero no hay que empeñarse en buscar a cada G. objetivo un origen concreto, pues el principio de la transformación crea más y más a partir de toda clase de determinaciones verbales. A veces, de

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determinaciones fluctuantes entre G. y Ac.: hay λόγος, άκοή + G. mientras que los verbos correspondientes llevan uno u otro caso. Por supuesto, lo mis­ mo que el Ac. ad ver bal puede crear un G. adnominal, éste a su vez puede dar origen no sólo a un Ac. adverbal, sino también, por inercia transformativa, a un G. Se trata de un sistema muy vivo y creador. Esto se nota también porque, a diferencia de lo que sucede con el G. subje­ tivo, el G. objetivo se presenta también junto a adjetivos (no junto a adver­ bios). Son adjetivos en relación ya con verbos construidos con Ac. y otros casos, ya con nombres construidos con G. Como siempre, el adj. con G. es la pieza más reciente de todo el sistema. Se comprenderá fácilmente que junto a φοβέω τινά y φόβος τινός (‘miedo a alguien’) haya surgido un φοβερός τινός ‘temeroso de alguien’; junto a πειράω τινός y πείρα τινός un άπειρος τινός, construcción que, de otra parte, prácti­ camente se confunde con la de la serie con φειδωλός, etc., cf. pág. 133); junto a έγγύη τινός, un εγγυος τινός; junto a διδάσκειν τινά, un διδασκαλικός τινός, etc. Imposible reseñar todos los adjetivos que pueden construirse con G. y que, además, pueden englobarse en el esquema que estudiamos. Hay una abundante serie de adjetivos negativos del tipo de άπειρος, απαίδευτος, ιδιώτης, κωφός, etc. Hay otra de términos, muchas veces opuestos a éstos, como σοφός, δαήμων, έμπειρος, επιστήμων, etc.; el G. indicaba originalmente, sin duda, tan sólo relación en general. En cuanto a la serie de -ικός, hay que hacer constar que se difundió solamente a fines del s. v, dependiendo del movimiento de la Ilus­ tración griega; cf., por ej., Pl., Euthphr. 3c διδασκαλικός τής αυτοί) σοφίας. Los poetas usan este G. de manera más libre, en el tipo A., A . 1156 γάμοι ... ολέθριοι φίλων; E., Hipp. 30 κατόψιον γης τήσδε ναόν Κύπριδος καθίσατο. Como se ve, una posibilidad de relación transformacional que era antigua, ha sido explotada ampliamente, con el resultado de una difusión muy amplia del G. objetivo adnominal (y de nuevas construcciones de los verbos, veremos). En el dominio del adjetivo la difusión fue menor, fundamentalmente se trata de un fenómeno de la literatura del s. v; en la prosa con restricciones muy grandes, en la poesía con mayor libertad. En todo caso, por un fenómeno que sin duda remonta al IE, en el cual había un amplio uso del G. adnominal así como algunos G. adverbales; pero en Gr. alcanzó cada vez mayor difusión, el G. se constituyó en una pieza muy importante de la sintaxis griega en gene­ ral, no limitándose a algunas relaciones adnominales, sino poniendo en cone­ xión nombre, adjetivo y verbo y estableciendo relaciones fijas o habituales con otros casos y giros. Nótese, efectivamente, que aunque en términos generales el G. es el princi­ pal determinante del nombre y el N. y Ac. del verbo (en diferentes funciones), sólo en los G. subjetivo y objetivo encontramos una neutralización efectiva de oposiciones G ./N ., en un caso, y G ./A c., G ./D ., G ./construcción preposi­ cional, en otros. Esto es nuevo en el sistema del nombre y el verbo y justifica

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el definir los dos G. que nos han venido ocupando como «especiales». Otras veces, en cambio, en el caso de los G. judicial, de precio y partitivo, esa desig­ nación se justifica por la extensión de un mismo tipo de G. al nombre y al verbo, con alteración de la construcción habitual de éste y de los límites habi­ tuales del G. Y no faltan otros usos (el G. apositivo, el de calidad y el compa­ rativo), cuya «especialidad» consiste, al contrario, aparte de en determinados fenómenos sintácticos y transformaciones, en limitarse a contextos lexicales muy circunscritos y a sentidos, por tanto, muy delimitados también. c) El Genitivo judicial. — Se denomina así el que designa la culpa o delito de que se acusa a alguien o por el que se le juzga y la pena o castigo que se le pide o a lo que se le condena. En realidad, la especialización de este G. se ha producido con los verbos, pero el uso existe, aunque más delimitado, con nombres. Con éstos, además, aparece con claras transiciones hacia los G. de determinación general, entre los cuales lo incluiríamos si no fuera por la correspondencia o igualdad con el tipo adverbal. Éste se explica, para nosotros, como una transformación del adnominal que, en cambio, es directamente com­ prensible a partir del uso normal de ese G. En realidad ya más arriba, págs. 132 sig., señalamos un grupo de adjetivos y otro de nombres en los cuales puede colocarse el origen de la construcción: adjetivos que significan «culpable», «responsable»... y nombres de «causa», «juicio», «castigo». Tanto se puede hablar de G, de «causa» como de «conte­ nido». Limitándonos a los sustantivos, a más de αιτία, λόγος (por ej., λόγον τον... χρεμάτον IG l 3.52.25), el G. es habitual, por ejemplo, con γραφή (Aes­ chin. 3.197 παρανόμων), δίκη (D. 21.32 γραφήν ύβρεως και δίκην κατη­ γορίας), τίσις (Pl., Lg. 870d τών τοιούτων). Expresiones como S., El. 538 εμελλες τώνδέ μοι δώσειν δίκην, en que el G. se endende ya como dependien­ te del verbo, significan un desplazamiento; a su vez παρανόμων γράφεσθαι (And. 1.17; D. 18.13), φεύγειν (Lys. 18.6), άλώναι (Antiph. 196.14), son abre­ viaciones de παρανόμων δίκην γράφεσθαι, etc. El uso adnominal ha permane­ cido siempre vivo: cf. en Mayser, 1934, pág. 132, ejemplos helenísticos con δίκη, καταδίκη, ασφάλεια, συγγραφή, συνάλλαγμα. Por otra parte, se comprenderá que en los usos menos técnicos, que son los originales, este G. es indistinguible del de precio (y luego veremos que hay transiciones con el de cualidad). Así el G. de άξιος, referido a un castigo o premio de que se es merecedor (Hdt. 3.145 άξιον δεσμού) o a un peso o precio (II. 23.883 βοος άξιον); el de τιμή (multa, castigo o valor, precio), etc. Hemos de volver sobre el tema al hablar del G. adverbal, d) El Genitivo de precio. — Es, en principio, de igual origen, pero con la mayor frecuencia se trata del nombre de la cosa sometida a estimación y del precio de la misma; o bien de la «multa», «rescate», «botín», «consistente en...», uso totalmente paralelo al anterior, como se ha dicho. También lo es,

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como también se ha apuntado, el G. con los adjetivos άξιος (πολλοΰ, όλΐγου, ούδενός), πρέπων y otros. El G. con el nombre de la cosa evaluada aparece desde el s. v, en el tipo ICr. 4.72.3.39 δυοδεκα στατέρον κπέός; Is. 2.35 δέκα μνών χωρίον; D. 55.2 δίκη χιλίων δραχμών (que demuestra la identidad inicial con el G. judicial); es habitual, continúa en los papiros helenísticos, en los cuales hay que suplir las más veces δραχμών. Es muy frecuente el uso de oraciones nominales, cf., por ej., A r., Eq. 662 αι τριχίδες εί γενοίαθ3 έκατόν τούβολοΰ. Y hay, sobre todo, el G. con verbos predicativos que en este caso sí se admite (cf. Sánchez Lasso, 1968, pág. 475) que es un uso derivado del G. adnominal: es la que nosotros llamamos inercia transformativa. También desde la misma fecha aparece este G. con nombres abstractos co­ mo τίμημα, δίκη, etc. (cf. ICr. 1.8.4b.21 ^ύτιον δέκα στατέρον: predomina el uso en oraciones nominales (D. 14.19 τό τίμημα έστί τό τής χώρας έξακισχιλίων ταλάντων), el «precio» usado atributivamente se coloca más bien como aposición al regido en el mismo caso (Ar., V. 897 τίμημα κλωός σύκινος). Hay que hacer la misma observación que en el tipo anterior: sólo la exten­ sión del G. de precio a la construcción adverbal le confiere un carácter especia­ lizado; el uso adnominal, en sí, no se distingue de los otros G. de determina­ ción general, aunque haya un matiz dependiente de la semántica del nombre en G. o del grupo numeral 4- nombre en G. e) El Genitivo de cualidad. — Usamos el término en sentido amplio, pues otras veces se habla de G. de medida, de tiempo y espacio, de capacidad, etc. En realidad, hay que decir que en Gr. clásico este G. está sometido a unas restricciones muy rígidas y sólo en fecha helenística se difunde grandemente: cf. Skard, 1945, pág. 49. El Gr. prefiere, en términos generales, calificar el nombre simplemente con un adj. en el mismo caso; usa también algunos otros procedimientos. Con algunas pocas excepciones el G. de cualidad va siempre con nombres y está formado a su vez por un nombre y un adjetivo (o numeral); no pasa a determinar el verbo. Las excepciones están en expresiones aisladas en época clásica como E., Ba. 389 ó τά ς ήσυχίας βίοτος, equivalente a ó ήσυχος βίος ‘la vida feliz’ y que no dista gran cosa de los G. apositivos que hemos estudia­ do en pág. 137 ss.; ciertamente, en época helenística el tipo Eu. Luc. 16.9 ό μαμώνας τής άδικίας se difunde. También podemos traer aquí a colación el tipo con άξιος tratado más arriba, evidentemente emparentado, y un G. con verbos como είναι y otros (πολλοΰ (λόγου) είναι, ποιεΐσθαι, τιμάν) que es un derivado del que estudiamos, véase más abajo. El G. de cualidad típico comprende una serie de grupos: 1. Con indicación de las dimensiones, peso, edad, lo que se consigue con nombres de estas subclases acompañados de un numeral: Th. 3.68 καταγώγιον διακοσίων ποδών, 7.43 πέντε ήμερων σιτία; PPetr. 1.19.30 ώς έτών τριάκον­

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τα, 2.41.1 αυλή προς βορραν μήκος πηχών ιθ; P S I 488 χώματα σχοινιών ε. Una variante es Hdt. 1.186 τής πόλιος έούσης δύο φαρσέων. 2. Con indicación de acciones o palabras, lo que se consigue con un nom­ bre de estas clases de palabras y un adjetivo: se prefiere el uso en la oración nominal, cf., por ej., Hdt. 5.92 η τοιοΰτο μεν ύμΐν έστι ή τυραννίς ... και τοιούτων έργων; Th. 1.113 οσοι τής αύτής γνώμης ήσαν. Pero en época tar­ día hay uso atributivo, cf. M. Ant. 6.47 ανθρώπους ... παντοίων επιτηδευμάτων. 3. La indicación propiamente de una categoría o cualidad mediante el G. con una construcción semejante a las del número anterior, se encuentra en época clásica sobre todo con τρόπου: E., M ed. 807 θατέρου τρόπου; S., El. 949 τάνδρείου τρόπου; Hdt. 1.108 τρόπου ήσυχίου; pero cf. ejemplos aislados como Ar., Pl. 862 άνήρ πονηρού κόμματος, también en transformación copu­ lativa Hdt. 1.108 οικίης έόντ3 αγαθής (derivado del de origen, cf. pág. 136), Hdt. 1.93 ή κρηπίς έστι λίθων μεγάλων (derivado del de materia). Pero la verdad es que este tipo es idéntico al anterior; y que uno y otro están estrecha­ mente emparentados no sólo con el 1, sino también con el G. judicial y el de precio cuando introducen un nombre y un numeral. La única diferencia es que éstos son grupos más regulares, puesto que es imposible sustituirlos por un puro adjetivo. Pues bien, en época helenística y romana los G. que indican categoría y cualidad se difunden enormemente. Es frecuente, en efecto, el uso clasificato­ rio de γένος (ταύτου γένους, παντός γένους, έκάστου γένους, ετέρου γένους), ήλικΐας (Paus. 5.16.2 ήλικίας τής αύτής), χαρακτήρ (Str. 13.1 ρήτωρ... του ’Ασιανού χαρακτήρος ‘de estilo asiánico’), φύσις (Ph., 1. 108.19 τής κάτω και κενής και φθαρτής φύσεως), ιδέα (Gal., 7.347 φλεγματώδους ιδέας), etc. Podrá observarse que las más veces lo mismo puede hablarse de categoría o clase que de cualidad. Esto sucede también con otros nombres muy usados: δύναμις, κράσις, ουσίας, ποιότης. El tipo se ha extendido para indicar la materia: Strab. 14.1.16 δακτύλιον λίθου και γλύμματος πολυτελούς (véase ya antes un ej. de Hdt.). Así, el que llamamos en sentido amplio G. de cualidad reúne con pocas excepciones un G. con numeral para indicar espacio o tiempo y uno con adjeti­ vo para indicar clase o cualidad, que vienen a equivaler se. Se trata de determi­ naciones muy concretas, pero que limitan o se entrecruzan la primera con el G. judicial y de precio, la segunda con el de origen o materia (de contenido también). Minoritariamente hay algunas determinaciones relativas a la conduc­ ta humana, pero en época clásica son propias del predicado nominal. Aquí hay que añadir un tipo especial que se ha desarrollado: PL, Grg. 507b σώφρονος άνδρός έστι, incluso (con nombre sólo) κακούργων έστι, en el sentido de ‘es propio d e \ Cf. ya arriba. Ahora bien, dado que las oraciones nominales también se construyen con la pasiva de κρίνω, ονομάζω, νομίζω, etc., y que

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estos verbos pueden tener a su vez una transformación activa, resultan cons­ trucciones del tipo D. 3.23 δικαίου πολίτου κρίνω ‘considero propio de un buen ciudadano’. Pero son. éstos los únicos usos del G. de cualidad con verbo, a diferencia de lo que ocurre con los G. judiciales, de precio y partitivos y de los objetivos y subjetivos, aunque aquí puede haber neutralización con otros casos. No hay G. de cualidad con verbos predicativos; la especialidad, insistimos, está sólo en unos usos limitados y bastante formalizados de G. adnominal. f) El Genitivo partitivo. — Es en lo relativo a este Genitivo en el punto en que la doctrina expuesta en este libro más difiere de la divulgada. En los manuales standard de sintaxis griega, en efecto, el partitivo es uno de los tres sentidos generales del G., sea adnominal o adverbal: no se indica, ciertamente, que se trata de un antiguo caso luego sincretizado, porque no hay para ello el más mínimo dato, pero en una larguísima serie de contextos adverbales y adnominales se detecta este sentido. Prácticamente todos los G. dependientes de verbos son considerados antiguos Ablativos o antiguos partiti­ vos, con la explicación de que en «tocar», «amar», «conseguir», etc. + G. el caso indica que se toca, ama, alcanza, etc., sólo una parte. Y, en cuanto a los adnominales, hay algún autor (Sánchez Lasso, 1968, pág. 456) que conside­ ra incluso que el G. posesivo deriva del partitivo. Y, como ya dijimos, que todo el uso adnominal deriva del adverbal. Para nosotros sólo unos pocos G. adverbales en función de sujeto (véase sobre ellos arriba, pág. 63) o en función de complemento (véase más abajo, pág. 152) son realmente partitivos: los explicamos por inercia transformativa a partir del partitivo adnominal, mientras que otros complementos verbales en G., los más, transforman G. adnominales sin valor alguno partitivo. Y de los G. adnominales, incluidos los que van con adjetivo o adverbio, sólo algu­ nos, en tipos muy formalizados, pueden calificarse de partitivos. Pensamos que, en definitiva, se trata de una determinación que se ha especializado en este sentido: πολλοί τών "Αθηναίων ‘los más de entre los atenienses’ contiene un πολλοί determinado por ‘los atenienses5, es decir, se trata de la mayoría de los atenienses, no de los tebanos, etc.; pero secundariamente la determina­ ción se reinterpretó en el sentido de entender que la parte es determinada res­ pecto al todo. Evidentemente, la posibilidad de la doble interpretación se da en muchos grupos de nombre y G. Contra lo que nosotros hemos propuesto, puede enten­ derse δήμου άνδρα ‘un hombre del pueblo’, por ejemplo, como partitivo. Pero no parece que tuviera interés el designar el todo al que pertenecía un soldado, άνδρα, sino oponer al miembro de la Asamblea que pertenecía al «pueblo» (δήμου άνδρα) a los nobles. La cosa es clara en otro ejemplo muy traído y llevado, //. 11.761 πάντες δ ’ εύχετόωντο θεών Διί, Νέστορί δ 5 άνδρών, donde muy claramente se oponen los dioses a los hombres. Ésta es la interpretación

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que hemos adoptado también (cf. pág. 130) para hablar de la determinación de nombres de persona por un G. pl. de la colectividad a que pertenecen, del G. corográfico (pág. 131), determinado por la región o nación y del G. determinativo de lugar y de tiempo (pág. 132), aunque hemos reconocido que se trata de casos límites con el partitivo. De ningún modo creemos que deba hablarse de partitivo allí donde hemos hablado de G. de contenido: Th, 4.16 δύο κοτύλας οϊνου; A., Pers. 432 πλήθος ... ανθρώπων. Ni en el caso de los G. absolutos o desligados de espacio o tiempo: νυκτός ‘de noche’, por ej., se opone al «día», simplemente. En realidad este nombre debe reservarse, pensamos, a aquellos usos en que lo que prima es una relación de número o cantidad: hay interés en señalar que el N. u otro caso es una parte del G., éste no aparece en oposición explícita o implícita a otro grupo. O una relación de grado: posesión de un grado espe­ cial de una cualidad dentro de una colectividad. El regido tiene en ambos tipos características propias relativas fundamentalmente a la clase o subclase de pala­ bras. El concepto de «partitivo» ha sufrido, en efecto, una terrible inflación. Numerosísimas determinaciones en G. se refieren a conceptos amplios, que re­ basan al regido: lo mismo si son determinaciones de lugar que de tiempo que relativas a grupos humanos, a materia, a precio, a cualidad... Por este camino casi todos los G. adnominales serían partitivos. Incluso los adverbales: siempre se ama, alcanza, come, etc., «una parte». Pero la lengua no está interesada por señalar esto más que contadas veces. H a especializado, en efecto, algunos giros de nom bre+ G. con esta finalidad, dentro dei concepto más amplio de determinación. He aquí los grupos principales: 1. Adjetivos sustantivados que indican cantidad + G. Es el tipo πολλοί τών ’Αθηναίων arriba mencionado. Cf. Th. 2.56 τής γής τήν πολλήν; Hdt. 8.100 τό πολλόν τής στρατιάς; PCair.Zen. 787 τα λοιπά τών έργων; Eu. Luc. 18.11 οί λοιποί τών άνθρώπων. Pueden entrar también adjetivos sin sustantivar: II. 18.271 s. πολλούς Τρώων; Th. 8.75 Σαμίων πάντες oi έν τή ήλικία. En uno y otro caso, a veces interviene el superlativo, lo que hace transición con el grupo 5: UPZ 15.43 oi μέγιστοι τών θεών. Y el comparativo: II. 1.165 τό μέν πλεΐον πολυάϊκος πολέμοιο; PTeb. 40.17 τοΐς πρεσβυτέροις τών γεωργών. También lo hay con adverbios: S., OC 1016 άλις λόγων. 2. Pronombres interrogativos o indefinidos, generalmente en función de nombres + G. Cf. II. 1.8 τίς τ ’ άρ σφωε θεών 88 οΰ τις ... συμπάντεων Δαναών, 4.428 έκαστος ήγεμόνων; Hdt. 5.56 ούδεις άνθρώπων; Th. 8.22 ούδέν προθυμίας, etc. Ocasionalmente, el pronombre puede ser adjetival: Plb. 3.41.8 ποίοις χρηστέον τών τόπων. 3. Numerales, en primer lugar en función de nombres + G. Cf. II. 5.603 είς γε θεών; Pl., Prt. 343c τό πρώτον του άσματος; X., Cyr. 2.3.5 εις τών όμοτίμων; Plb. 2.34.2 τών Γαλατών εις τρισμυρίους; PTeb. 105.23 του κλήρου τό ήμισυ. También con adjetivos: IL 1.118 οϊος Ά ργείων.

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4. El grupo de nombre propio+ n. de pers. en G. pl. (o bien un colectivo), lo hemos interpretado como indicando determinación general, aunque recono­ cíamos que también se podía comprender partitivamente. Éste es el caso, pien­ so, en ejemplos en que precede el G. como Hdt. 6.114 άπό δ ’ εθανε τών στρατηγών (‘de entre los generales’) Στησίλεως, etc. 5. Adjetivo superlativo, sustantivizado o no + G. Cf. II. 1.244 άριστον ’Αχαιών; X., Cyr. 1.3.2. Περσών πολύ κάλλιστος; PL, R. 489b οί επιεικέσ­ τατοι τών έν φιλοσοφία. Se expresa así una cualidad en grado máximo. 6. Otros adjetivos, a veces sustantivados también, llevan G. que indica la misma relación. Es el tipo II. 3.423, etc. δία γυναικών, II. 18.388, etc., δια θεάων: ‘más divina’ que todas las mujeres o todas las diosas. Es frecuente en Homero y poesía: IL 11.361 άριδείκετος άνδρών; Od. 14.261 ά δειλή παίδων; Thgn. 1307 οβριμε παίδων, pero se halla también en Gr. tardío, a veces con participio: PHib. 113.17 τοΐς άσθενοϋσι τών γεωργών; Plb. 1.18. 4 τούς εύκαιρους τών τόπων, 1.34.4-5, Ep. Rom. 15.26 τούς πτωχούς τών άγίων. Salvo este último tipo, que tiene un reparto especial, y el 4, propio de la prosa clásica, los demás son generales de todo el Gr.; pero, dado el retroceso del superlativo en koiné, en ésta cambia el panorama. Como hemos visto, hay simple adjetivo (también comparativo LEp.Cor. 13.13 μείζων δέ τούτων ή αγάπη ‘la mayor de entre estas virtudes es la caridad’) con el G. Como se habrá visto, casi siempre el regido es un nombre de persona (rara­ mente un abstracto) y el regente un nombre de persona en pl. (pero también un colectivo). Se trata de una cierta cantidad dentro de un grupo más amplio; con frecuencia, de la unidad (o su negación). También puede tratarse del grado sumo de una cualidad que es atribuido a un individuo o grupo de ellos dentro de una suma de individuos o un colectivo. Existen límites no claros con el G. de determinación general, de donde viene éste. A los tipos ya vistos hay que añadir el de los G. dependientes de adverbios formalmente atribuibles a los grupos que acabamos de mencionar: Od. 4.639 που αύτοϋ αγρών; Hdt. 2.43 ούδαμή Αίγύπτου; S., EL 922 οποι γης. Los tipos de determinación general que están en la base del partitivo son, en efecto, varios. Este relativo al tiempo y el espacio puede ser uno, otros son los que determinan a las personas por relación a colectividades, etc.. Desde antiguo el partitivo alterna con construcciones con έκ y άπό + G., pero esto se hace especialmente frecuente en época helenística (tipo Eu. Luc. 14.33 πάς έξ ύμών). Finalmente, conviene llamar la atención sobre un desarrollo poético del par­ titivo, a saber, el llamado G. de encarecimiento, tipo A., Pers. 666 δέσποτα δέσποτάν; S., O T 465 άρρητ’ άρρήτων. Posiblemente el punto de partida está en el G. con superlativo allí donde regente y regido pertenecen a la misma raíz o son incluso la misma palabra: S., O T 334 ώ κακών κάκιστε; A r., Ach.

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336 τών φίλων τούς φιλτάτους. Hay que hacer constar que existe coincidencia con un giro hebreo que produce en los LXX y en literatura cristiana fórmulas como las bien conocidas εις τούς αιώνας τών αιώνων, άσμα ασματος, μα­ τ αιότης ματαιοτήτων. Con el verbo copulativo hay, a veces,, una transformación del tipo de las que conocemos: cf. Theoc. 13.72 "Υλλας μακάρων άριθμεΐται; Lys. 30.8 τών πεντακισχιλίων κατελέγην; ΙΕρ. 77. 1.20 ών εστιν Υ μέναιος, equivalente a 'Υμέναιος έστί τις αύτών. De ahí transformaciones del tipo X., Cyr. 4.3.2.1 έμέ γράφε τών ίππεύειν ύπερεπιθυμούντων. g) El Genitivo comparativo. — Termina esta revisión de los G. adnomina­ les de tipo «especial» con el G. comparativo, usado solamente con adjetivos y adverbios de este tipo, más unos pocos asimilados a ellos. Representa, pues, un tipo que se distingue por su formalización, su sentido especial y su distribu­ ción muy limitada: algo comparable a lo que ocurre con el G. de cualidad, aunque la distribución sea exactamente la contraria. El G. comparativo indica, simplemente, el término de la comparación de los adjetivos y adverbios: en muy escasa medida de los verbos, véase a continuación. Es un uso bien conoci­ do en todo el Gr. desde Homero en adelante, y que no necesita mucha ejemplificación. Cf., por ej., IL 1.248 μέλιτος γλυκίων; Pl., R. 409b Μίδου πλου­ σιότεροι; Luc., DDeor. 2 άρχαιότερος Ίαπητου, etc., en que el G. es un arquetipo de la cualidad del adj.; y usos más convencionales. Pero sí es importante su interpretación, por hallarse aislado, al menos a primera vísta, de los demás usos del G.: se habla a veces de verbos de valor comparativo, como los de «mandar», «vencer», pero la verdad es que no tie­ nen nada que ver, cf. pág. 154; solamente el G. con ήττασθαι, μειούσθαι, ύστερεΐσθαι es comparable, cf. pág. 162. La opinion general es que se trata de un antiguo Ab., lo que se apoya con ejemplos del Lat. y del Ai. Pero habría que señalar que ésta es solamente una posibilidad: en Ai. hay también Instr., en Lat. comparación con quam (añádase que el Instr. es un componente del Ab. latino), en otras lenguas se usan preposiciones. Conviene, pues, estudiar el uso griego más despacio, analizando las distin­ tas posibilidades formales de los elementos regidos y los regentes en las frases comparativas. Tenemos: 1. Regidos. De un lado están los comparativos con -ίων, que se interpre­ tan como indicativos de un grado especial, más intenso, de la cualidad del adj.; se piensa que el tipo μέλιτος γλυκίων que compara con un prototipo de esa cualidad, es el más antiguo. De otro lado está el comparativo en -τερος, que inicialmente señala una oposición o diferencia respecto al sin -τερος (IL 7.238 δεξιά ... άριστερά), luego también frente a uno con -τερος (Hdt. 3.66 ταχύτερα ... σοφώτερα); hay abundantes huellas de un valor no comparativo, entre ellas δεύτερος, ύστερος, etc. Finalmente, hay una serie de adjetivos que

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se construyen como los comparativos, como son άλλος, διάφορος, διπλάσιος y la serie con -πλάσιος, διπλούς y la serie con -πλους, περιττός, δις τόσσος, etc. Estos últimos adjetivos indican diferencia, no otra cosa, y también el grupo anterior; en realidad, pueden compararse muy bien con el grupo estudiado más arriba, pág. 168, que indicaba valores negativos respecto a un tipo de determi­ nación. En suma, se trata de un G. que indica simplemente relación, cf.. IL 16.222 αΐθ5 οσον ήσσων είμί, τόσον σέο φέρτερος εϊην; Hdt. 1.166 ύστέρφ χρόνω τούτων, 5.56 έν τή προτέρη νυκτι τών Παναθηναίων, se trata de al­ guien que es especialmente fuerte en relación con otro, de un tiempo posterior o anterior en relación con otro o, si se quiere, de alguién que es excelente y no lo es el otro, etc. De una relación, en suma. Este valor es válido también para interpretar el tipo μέλιτος γλυκίων ‘muy dulce al lado de, en compara­ ción con la miel·, ‘y no la miel’. Es claro que los adjetivos que indicaban intensificación y los que indicaban diferencia quedaron asimilados como «adje­ tivos con valor modificado», susceptibles de admitir un G. comparativo. Este G. presenta transiciones con otros tipos: con el posesivo (Hdt. 1.23 έμεΐο δεύτε­ ρος), con el partitivo (Od. 7.156 Φαιήκων άνδρών προγενέστερος). 2. Regentes. El Gr. confirma que la comparación puede establecerse no sólo sobre el concepto de «a partir de», sino también sobre otros («al lado de», «en vez de», etc.). Es, por ejemplo, normal άλλος ή ‘otro que’, ‘otro y no’, τή ύστεραία ή (Pl., Cri. 44a). Con los en -τερος es frecuente ή en giros como Hdt. 3.65 ταχύτερα ή σοφώτερα, en los cuales, como decíamos, el regente iba originalmente en grado positivo: sería ‘especialmente rápido y no sabio’ (luego: ‘y no especialmente sabio’). Pero incluso con los comparati­ vos en -ίων se ve muy bien el sentido antiguo, en frases como II. 2.453 τοϊσι δ ’ άφαρ πόλεμος γλυκίων γένετ’ ήέ νέεσθαι. Comparable a ή es en Hom. εύτε: IL 4.277 μελάντερον εύτε πίσσα. Y hay luego ώσπερ (Xenoph. 3.4 ού μείους ώσπερ χείλιοι) y ώς (Pl., Λ p. 36d μάλλον πρέπει ούτος ώς ...; Pib. 3.12,5 ούδενός μάλλον φροντΐζουσιν ώ ς...). Aquí se trata de ‘como’, ‘en comparación con*. Y lo mismo hay que decir de la comparación con preposición y Ac, (sistema que al final se ha impuesto en Gr. moderno). Así con παρά sobre todo: Th. 1.23 ήλιου εκλείψεις ... πυκνότεραι παρά τα ... μνημονευόμενα; G VI 1298.9 (II d. C.) εύδαίμων μάλλον παρά πάντας; Eu. Luc. 13.13 πλέον παρά τό διατεταγμένον. También υπέρ: Eu. Luc. 16.8 φρονιμότεροι ύπέρ τούς υίούς τού φωτός (‘por encima de’). Visto todo esto, nada parece oponerse a la idea de que tres grupos de adjeti­ vos, que por una asimiliación semántica secundaria han tomado el valor de comparación, hayan especializado el G. con el valor de ‘al lado de’, ‘en compa­ ración con’, por lo demás ejemplificable en ejemplos aislados junto al nombre, según hemos visto. Es ésta la única y verdadera especialización del G. junto

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El Genitivo

al adj., aunque hay algunos otros indicios o intentos de especialización, sobre todo poéticos. Este es un uso general y de él viene sin duda, por transforma­ ción, el G. con verbos «comparativos»: D. 18.244 τής αλήθειας ήττώμενος; Isoc. 3.19 oí μέν ύστερίζουσι τών πραγμάτων; PPar. 62 εάν τι άπολΐπωσι τών καθηκόντων. Por lo demás, el rechazo de la interpretación por el Ab. debe ser matizado. En Gr. no hay Ab.; simplemente, creemos que éste es una especialización se­ cundaria de ciertas lenguas indoeuropeas y que el Gr. conserva el estado arcai­ co, cf. pág. 177. Pero en ese estado arcaico en que el G. (o G,- Ab.) indica toda clase de relaciones entre nombre o adjetivo y nombre e incluso, por el proceso que sea y de una forma limitada, entre verbo y nombre, es admisible que uno de esos tipos de relación pueda interpretarse como ‘a partir de’. Lo hemos visto con el G. que indica origen familiar y con otros más. El G. compa­ rativo indica, en principio, comparación simplemente: pero ese tipo de relación puede interpretarse variamente y ‘a partir de’ no está excluido. La mejor prue­ ba de que todos estos valores conviven es que una partícula -θεν que en adver­ bios indicaba «movimiento desde», pasó en Hom. y eolio al G. de los pronom­ bres personales. No es que este G. tuviera valor de Ab. y que, por ej., IL 20.434 σέθεν πολύ χείρων tuviera un valor especial: no, es que todos los G. podían marcar relación cuando iban con un comparativo, pero esa relación podía interpretarse de varias maneras, entre ellas la separativa. Hemos visto a todo lo largo de este estudio que el valor de lengua del G. es marcar relación en general y que los matices son cambiantes y subjetivos. Cuando esa relación se especializa en contextos fijos (como en este caso) sigue habiendo posibilida­ des de reinterpretación. El valor separativo está con frecuencia presente, como una posibilidad entre otras.

B.

Usos

ADVERBALES 1.

G e n e r a l id a d e s

Pasamos, con esto, a ocuparnos de los usos adverbales del G., que para muchos son, como hemos dicho, los más antiguos, imitados por ios adnomina­ les. Idea que no está de acuerdo ni con la baja frecuencia de los primeros en lenguas indoeuropeas y en el Gr. mismo, ni con el hecho de que el verbo ya tiene otros determinantes y el nombre no (salvo el adjetivo), ni con el de que ciertos Ac. adnominales (el posesivo, por ejemplo) no son explicables por usos adverbales, ni con una serie de datos del IE. El G. es solamente uno de los determinantes del verbo, al lado del Ac., D., adverbio, grupos preposicionales, infinitivos, oraciones dependientes. Para simplificar y limitándonos a sus relaciones con el A c., el principal determinante adverbal, hay tres tipos principales:

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1. Verbos que llevan solamente G., al que rigen. Es un simple determinan­ te del verbo, idéntico al Ac. o D. con otros verbos: hay neutralización. 2. Verbos que llevan según las ocasiones Ac. (u otra construcción) o G. Según fechas, dialectos, autores, la situación varía. El problema es si Ac. y G. son sinónimos, están neutralizados; o si hay una oposición entre ellos. A veces puede pasarse históricamente de lo uno a lo otro o perderse uno de los usos. 3. Verbos que llevan simultáneamente Ac. y G., que habitualmente se es­ pecializan con funciones diferentes. Ésta es una visión sincrónica, que plantea problemas diacrónicos: cómo ha pasado el G. a la construcción adverbal y se ha neutralizado con el Ac. o, al revés, ha conservado o desarrollado un valor especial. Ya sabemos que estos valores especiales suelen coincidir con algunos adnominales; pero no siempre, también lo hemos advertido. Éste es nuestro planteamiento, distinto del que ve en los más de los G. adverbales un antiguo partitivo o un antiguo ablativo. Sólo unos pocos ven­ drían del G. adnominal en alguno de sus usos (por ej., el de precio) o bien serían sincréticos. Y el propio G. adnominal sería, en la posición más extremis­ ta, un uso derivado, secundario, que sustituiría al adjetivo posesivo. Ahora bien, y a efectos de la descripción del G. adverbal que va a seguir, la clasificación de los usos del G. según el cuadro que acabamos de trazar, es poco práctica. Los tipos 1 y 2 son difíciles o imposibles de distinguir a veces. Junto al uso del verbo con sólo G. o con sólo Ac., hay otros en que predomina enormemente el G., pero aparece a veces el Ac., e inversamente. De otra parte, a lo largo de la historia del Gr. se han introducido modificacio­ nes y construcciones habituales en Gr. homérico que presentan modificaciones en el clásico o el helenístico, sobre todo. Es, entonces, más práctico, fundir los tipos 1 y 2 en uno: la determinación monocasual del verbo, siempre que en ella intervenga, aunque sea minoritariamente, el G., y la bicasual, que opo­ ne G. y Ac. Dentro del primer tipo hay varios subtipos, que se irán viendo: G. alternante con Ac. o con D.; y G. que se opone a una posible construcción con Ac. 2.

R égim en m ö n o c a su a l d e l v e r b o

a) Con Genitivo o Acusativo. — Naturalmente, no es cuestión de entrar de nuevo en la determinación del verbo puramente por el Ac.: ya vimos que es el caso general y que admite diversas especializaciones. Junto a ella está la determinación por un G. «regido», en realidad un G. objetivo .o de comple­ mento directo sin ningún valor especial, un puro equivalente del Ac. Recuérde­ se que Dressier (y veremos que no sólo él) proponía una ampliación del concep­ to de la transitividad para aplicarlo también a la determinación mediante el G. (y el D., a veces, añadamos).

El Genitivo

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Decíamos que en este caso no hay, a priori, razón alguna para atribuir al G. un valor especial, valor que es presumible en el caso de doble rección A c./G . y posible cuando alternan uno y otro caso. En términos generales, un verbo griego rige G, cuando se integra en unos determinados grupos semánticos o subclases del verbo, si se quiere: verbos de «disfrutar», «participar», «to­ car», «alcanzar», «desear», «percibir» (con «oír», «oler»...), «recordar», «cui­ darse de», «regir», sobre todo. Pero, decíamos que en algunos de estos verbos, en el Gr. en general o en determinados períodos, aparece también el Ac. Y en verbos que habitualmente llevan Ac. y que ya hemos considerado, aparece excepcionalmente el G. En estos casos, se ha querido ver una diferencia entre la función de uno y otro caso. Y la función del G., que suele interpretarse como «partitiva», se piensa que es la misma que se da cuando el G. es exclusi­ vo o mayoritario. Así, por ejemplo, en tipos, que acabamos de aludir, como los siguientes: 1. «Saciarse», «gustar», «embriagarse», etc.: II. 11.526 έκορέσσατο φορβής; Pl., R. 559d όταν γεύσηται κηφήνος μέλιτος; Eu. Matt. 16.28 γεύεσθαι θανάτου; PL, Smp. 203b μεθυσθεις του νέκταρος; Pi., Ν. 1.32 έόνΐων εύ παθεΐν. En literatura clásica, pero sobre todo en koiné, la construcción tien­ de a sustituirse por otra con εκ o άπό. 2. «Participar», «dar parte», etc.: II. 1.278 έπε'ι οϋ ποθ’ όμοίης εμμορε τιμής; Hdt. 4,145 τιμέων μετέχοντες καί τής γης άπολαχόντες; X., Mem. 6,2.22 σίτου καί ποτού κοινωνεΐν, también con μεταιρέω, μεταλαμβάνω, μεταδίδωμι, etc. 3. «Tocar», «alcanzar»: II. 24.76 δώρων λάχη; S., Ant. 870 γάμων κυρήσας; X., Cyr. 4.1.4 νίκης τετυχήκαμεν; II. 1.512 άψασθαι γούνων; Eu. Matt. 6.24 ενός άνθέξεται, etc. 4. «Desear», «disparar contra», «amar», etc.: II. 16.608 Τδομενέως άκόντισε; S., A nt. 1033 τοξεύετ’ άνδρός τοδδε; Hdt. 6.82 πείράν τής πόλιος; X., Oec. 13.9 πεινώσι του επαίνου; PL, Smp. 181b τών σωμάτων ... έρώσι. También βάλλω, τυγχάνω, έπιθυμέω, ίμείρω, etc. 5. '«Percibir», «reconocer», «oír», «oler», etc. Cf. Od. 4.114 πατρος άκούσας ‘oyendo noticias del padre’ (uso luego desaparecido), II. 12.299 ος σάφα θυμώ ειδείη τεράων (luego sólo Ac.), Od. 23.109 γνωσόμεθ’ άλλήων (igual observación), 21.406 φόρμιγγος έπιστάμενος; Th. 4.6 έπύθοντο τής Πύλου κατειλημμένης; II. 24.490 σέθεν ζώοντος άκούων (también 21.447 κωκυτοϋ δ ’ ήκουσε); BGU 1007.11 άκούσαντες φωνής, así como con ei G. de la persona oída; X., Mem. 4.8.4 Έ ρμογένους ήκουσα; Hdt. 1.80 ώς ώσφροντο τάχιστα τών καμήλων, etc. También con έπίσταμαι, αισθάνομαι, etc. 6. «Cuidarse», «irritarse», «admirarse», etc. Cf. IL 1.56 κήδετο γάρ Δα­ ναών, 181 σέθεν δ ’ εγώ ούκ άλεγίζω; S., Ο Τ 1226 τών Λαβδακείων έντρέπεσ-

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θε δωμάτων; A., Supp. 752 βωμών ούδέν άλέγοντες. También con άχθομαι, μέλει, φθονέω, etc. 7. «Recordar», «olvidar». Cf. II. 16.357 oi δέ φόβου δυσκελάδου μνήσαντο, λάθοντο δέ θούριδος άλκής; Pl., Smp. 189c ών (λόγων) ού πάνυ διεμνημόνευε. 8. «Imperar», «mandar», «regir». Cf. Od. 1.72 άλος μέδοντος; IL 1.38 Τενέδοιο δέ ΐφι άνάσσεις; E., M ed. 19 ώς αίσυμνα χθονός; X., M em , 2.6.1 άρχει γαστρός; Pl., Tht. 179d χορηγείν του λόγου. Éstos son los grupos de verbos en los que el G. domina, aunque en koiné desciende mucho en algunos de ellos, por la difusión del Ac. de que ya habla­ mos. La tesis general es, como hemos dicho, que se trata de partitivos: el régi­ men en G. se concibiría como una parte, es decir, se participaría, amaría, al­ canzaría, percibiría, etc., algo que es una parte de un conjunto más amplio. Naturalmente, ésta es una consideración abstracta, no lingüística: no hay dato lingüístico alguno que ponga de relieve la idea de la «parte». En principio cuando se participa, ama, alcanza, percibe algo en Ac. —como también ocurre en Gr., vamos a verlo— ese «algo» es también una parte. Evidentemente, pue­ de suceder en principio que uno de estos verbos lleve el complemento en Ac. cuando se prescinde de la consideración de que se trata de una «parte» y en G. cuando se llama la atención sobre el hecho de que se trata de una «parte», exactamente. Pero comparando los ejemplos anteriores, con G., y otros que damos a continuación, con Ac., no se ve la diferencia. Más todavía: hay una serie de verbos que habitualmente llevan Ac. y ocasionalmente G.: en muchos de ellos no se ve la diferencia tampoco. Se ve en unos pocos, de los que más tarde nos ocuparemos: se trata de un G. partitivo sin duda llegado al uso adverbal por transformación a partir del nombre. Pero ésta no es base suficiente para postular el valor de «parte» para el caso general, que acabamos de ver. Por otro lado, nótese que el partiti­ vo, en su uso adnominal, tan frecuente, designa la totalidad que determina a una unidad o a un grupo que va en otro caso y es regido. Aquí en cambio, la persona amada, el pueblo gobernado, el blanco alcanzado, la cosa recorda­ da, etc., —los G .— serían una «parte». Esto es contradictorio y depende de una concepción sumamente confusa del G. partitivo. Veamos ahora —prescindiendo de las transformaciones en las que junto al G. que nos ocupa hay un Ac. opuesto, y que luego estudiaremos— cómo junto al G. adverbal que, por paralelismo con el Ac., deberíamos llamar de determinación general, el mismo nombre que damos al uso central de G. adno­ minal, existen ejemplos más o menos raros de Ac., sin que se encuentre dife­ rencia. Por ejemplo, sin aducir al gran número de verbos que pasan en koiné a regir Ac. en vez de G., limitándose a las épocas arcaica y clásica, basta repasar las listas de ejemplos de las sintaxis de Schwyzer y Sánchez Lasso para hallar numerosos verbos de los grupos anteriores que se construyen a veces

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con Ac. en vez de G. Recojo los verbos principales que citan de ios diversos grupos mencionados: 1. 2. 3. 4. 5.

Πατέομαι, απολαύω, ονίναμαι. Κοινωνέω, συναιρώ, μεταιτέω. Κληρονομέω. Διψάω, πειράομαι. Nótese que φιλέω, στέργω, ποθέω llevan sólo Ac. Αισθάνομαι. Nótese que se tiende a especializar el G. con ακούω para Ia persona a la que se oye, pero también se emplea con el sonido o ruido oído. 6. ’Αλέγω, άγαμαι. 7. Μέμνημαι, έπιλανθάνομαι. 8. Κρατέω, δεσπόζω.

Ciertamente, el G. es más estable en ciertos grupos yverbos, pero ha de tenerse en cuenta que la lista anterior sólocontieneunos pocosejemplos. Si vamos al libro de López Facal, 1974, pág. 196, encontramos una lista completa para Heródoto de los verbos cuyo régimen es G. y que, sin embargo, usan también el Ac. Neutralizan, pues, G. y Ac.; algunos de ellos también el D. Prescindiendo de estos últimos, se trata de los siguientes verbos: άγαμαι, άκούω, άλλάσσω, άμαρτάνω, άμελέω, άναμιμνήσκω, άνευρίσκω, άπολαγχάνω, άπτω, βούλομαι, έμπίμπλημι, έπακούω, έπιβαίνω, έπιλαμβάνω, επιλέγω, έπιμνώμαι, έπιστημι, επιτροπεύω, έπιψαύω, εχω, ήγέομαι, ΐεμι, κατάγω, κατηγορέω, καταλογέω, λαγχάνω, λαμβάνω, μεταδίδωμι, μετέχω, μνώμαι, παραχρώμαι, πείθω, περιέρχομαι, πίμπλημι, πίνω, πληρώ, προίστημι, προκρίνω, προμηθέομαι, πυνθάνομαι, στρατηγέω, συλλαμβάνω, συνίημι, τελευτώ, ύπεροικέω, φράζω, χρήζω, ψεύδομαι. Si copiamos la lista completa es para que se vea su amplitud: 50 verbos. Todos pertenecen a los grupos citados, salvo algunos de los que mencionare­ mos como llevando régimen normal de Ac. y ocasional de G. y otros compues­ tos con ciertos preverbios que suelen llevar G. La atribución de un valor partitivo al G. que va con estos verbos es un puro apriorismo: nadie ha intentado demostrarlo ni mostrar la diferencia del Ac. Cuando mucho, se ha atribuido al Ac. con «vencer» el valor de indicar una victoria o dominio completo: sea esto cierto o no, nada tiene que ver con el punto que nos ocupa. ¿Qué diferencia va a encontrarse entre G. y Ac. en Od. 12.265 s. μυκηθμού τ ’ ήκουσα βοών αύλιζομενάων / οίών τε βληχήν? ¿Ο entre S., Ai. 1318 ήσθόμην βοήν ’Ατρειδών y E., Hipp. 603 πριν τίν’ αισθέσθαι βοής (el clamor de Hipólito)? ¿O entre IL 1.79 Ά ργείω ν κρατέει y Th. 6.2.4 Σικανούς κρατούντες? ¿O entre II. 8.11 διδασκόμενος πολέμοιο y E. Andr. 739 διδάξομαι λόγους? Aun descartando los casos en que el Ac. es neutro, por el uso especial de éste (cf. pág. 237), quedan los suficientes ejemplos para ver que no hay diferencia real. Nótese que estos verbos llevan raramente G. en IE: se trata en gran medida de un fenómeno griego, véase infra. Es, por ello, inverosímil ver aquí un uso

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heredado, con un valor propio. Al contrario, lo que se ve a lo largo de la historia del Gr. es que la vacilación entre G, y Ac. de Homero a veces se regulariza en fecha clásica, para terminar luego difundiéndose más el Ac. Dado que el G. está en su lugar propio, desde el IE, como determinante de nombres, adjetivos y adverbios de la misma raíz y significado que los verbos en cuestión, todo indica que ha sido transferido mecánicamente a los verbos: a veces se ha neutralizado con un Ac. que se ha mantenido, a veces lo ha desplazado. Se trata, pues, de un G. de determinación general, sinónimo del Ac. En realidad, ya hemos explicado el mecanismo de estas transferencias, basa­ das en la inercia transformativa. En los verbos de que nos ocupamos, arrancan, pensamos, del G. de determinación general: porque no queda excluido que algunos G. especiales, incluso el partitivo, hayan sido transferidos también, luego hablaremos de ello. Lo que ocurre es que con ciertos verbos (como los de «participar», «mandar», etc.) el G. ha ocupado casi todo el campo, mien­ tras que otros han optado bien por el Ac. bien por el G. (la cosa es notable con los verbos de «amar») o han distribuido o tendido a distribuir los dos casos según el significado o la subclase del regente o favorecen un caso dejando el otro como puramente excepcional. Pero insistamos más de cerca en los pun­ tos de partida de la transferencia del G. al uso adverbal. Parece claro, para empezar por unos mínimos ejemplos, que no podemos separar los G. de Od. 4.114 άκούειν πατρός, de 2.209 πατρός ακοή (también 1.408 άγγελίη πατρός, etc.) ni los G. indicando un ruido, con este mismo verbo, de expresiones nominales, como II. 12.364 δουρος άκόντων. Otro ejem­ plo puede ser el de los nombres que indican el jefe, con G. de aquéllos sobre los que manda: αναξ, βασιλεύς, κύριος, στρατηγός, τύραννος, etc.: llevan G. desde la fecha más antigua y lo mismo los verbos correspondientes (IL 10.33 a Ά ργείω ν ήνασσε; Od. 1.401 βασιλεύσει ’Αχαιών). Paralelamente, junto a los verbos de «amar» con G. tenemos έρως + G. desde A., A . 540; junto a μιμνήσκω, etc., μνήμα también con G. desde Od. 15.121; etc. El proceso ha sido diferente en los distintos casos y la cronología puede presentar problemas. Por ej., como hemos dicho, φιλέω no toma régimen de G. como έράω, έπιθυμέω, pese a que había un punto de partida común (ερως τινός, φίλος τινός, έπιθυμία τινός): se ha preferido la correspondencia entre el G. adnominal y el Ac. adverbal. ’Ακούω ha vacilado entre G. y Ac. para llegar en general al reparto que hemos indicado. En cambio όράω sólo lleva Ac., quizá porque en fecha antigua no hay contrapartidas nominales con G. Οίδα lleva en general Ac., pero también G. en Homero, sin duda sobre el participio (Od. 1.202 οιωνών σάφα είδώς), que se apoya en σοφός, ΐδρις, τριβών, etc. con G. y en los nombres correspondientes; en cambio, έπίσταμαι sólo lleva Ac., salvo el participio έπιστάμενος (Od. 14.539). Aquí puede ale­ garse que επιστήμη con G. es más reciente (como lo es en άπειρος, εμπειρος, πείρα, todos del s. v, frente a πειράω, πειρητίζω, en Hom.). Pero no es preci­ so explicar uno a uno los G. adverbales por otros adnominales (con nombre

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o adjetivo) de la misma raíz. Hay, simplemente, tipos. Junto a la correspon­ dencia general entre el G. adnominal y Ac. adverbal se ha difundido el G. en ciertos grupos de verbos, más o menos completamente y en fechas concor­ dantes o no con los nombres y adjetivos correspondientes. No hay, pues, regu­ laridad ni distinción de función entre G. y Ac. Y hay una evolución: desaparece el G. con οίδα, γιγνώσκω, se regulariza el de άκούω, etc. Los puntos de partida hay que señalarlos, pues, en términos generales. Es­ tán, de un lado, en nombres verbales, abstractos, con G. posesivo, de conteni­ do y objetivo, sobre todo; otros nos ocuparán más adelante. De otro, en adjeti­ vos relacionados, incluidos los negativos con a-, de series que hemos indicado y que pueden ampliarse. Sólo a manera de ejemplos y repasando rápidamente los grupos de verbos con G. adverbal arriba indicados, tenemos: 1. Viene de adjetivos como πλέος, πλήρης, etc. + G. (IL 9.71 πλεΐαι τε οϊνου κλισίαι), nombres como μέθη, άπόλαυσις, άνησις; también adjetivos negativos como άγευστος. 2. La base está en μοίρα, μέρος y la serie de adjetivos μέτοχος, κοινωνός, σύμφορος, έπήβολος, etc.; también en los abstractos μετοχή, etc. y los adjeti­ vos negativos άμοιρος, etc. 3. Ya hemos aludido a ερως, ϊμερος, επιθυμία etc., junto a los cuales hay εραστής, πρόθυμος, λίχνος, etc.; también a πείρα y su serie. 4. Hay λάχος con G., IG 5(2).262.20, también λαβή, etc. 5. Sobre los adjetivos de conocimiento ya hemos hablado: διδασκόμενος, επιστήμων, ειδώς, έπιστάμένος, σοφός, ιδρις, τρίβων, derivados en -μαθής; hay los negativos como άγνός, άιδρις y también ιδιώτης, ξένος ... Por supues­ to, hay abstractos del tipo de σοφία, επιστήμη. Añádase άκοή, άγγελίη, όδμή, etc. + G. 6. Pueden citarse adjetivos como κηδεμών, άμελής. Y nombres άλγος, άχος, οδύνη, φθόνος + G. 7. Aquí hay que referirse a μνήμα (ya citado) y palabras emparentadas como μνήμη, μνημοσύνη, μνήμων, άμνήμων; y a otras también del tipo έπιλήσμων. 8. Ya he indicado los nombres del «jefe», lista que puede ampliarse fácil­ mente; nótese que en algún caso, así el de κυβερνήτης, el verbo correspondien­ te (κυβερνάω) lleva Ac. Hay luego los abstractos como άρχή, βασίλεια, κράτος (junto a κρατέω con G. y Ac.), τυραννίς, etc., y los adjetivos derivados como άκρατης, Εγκρατής, etc., también άρχων, que se ha sustantivado y es al tiem­ po un participio que favorece, como en casos arriba reseñados, el paso del G. al uso adverbal. Sobre esto ya llamó la atención Ehrlich (cf. Sánchez Lasso, 1968, pág. 434). Nos adherimos, pues, a la escuela que deriva el G. adverbal del adnominal, aportando en su apoyo la teoría de las transformaciones; hemos, de todas ma-

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ñeras, de aplicar más adelante algunas restricciones. Y lo que sigue nos hará ver que el Gr. ciertamente ha difundido amplísimamente el G. adverbal, pero que algunos de ellos habían comenzado a difundirse ya en fecha indoeuropea. Es más —y esto es importante— unos pocos de los G. adverbales de que acaba­ mos de ocuparnos son sin duda anteriores al Gr.: recuérdense los tipos latinos de G. con implere y memini y el uso en Ai. y Got. del G. con verbos de «llenar», «regir», «desear». Sobre esto insistiremos más adelante. En realidad, el proceso de la transformación que llevó al G. al uso adverbal debió de co­ menzar en IE y el Gr. no hizo más que llevarlo mucho más adelante que ningu­ na otra lengua. Este proceso de transformación es paralelo al que hizo surgir el uso predica­ tivo de estos G. en las oraciones copulativas y en las transitivas que son a su vez transformación de éstas, cf. pág. 136. Sin embargo, conviene volver atrás para ocuparnos de un punto al que hemos aludido solamente. Existen unos pocos verbos en los que ocasionalmen­ te (casi siempre en fecha arcaica) se usa el G. en vez del habitual Ac. y en los que ese G. ha sido interpretado como un verdadero partitivo; interpretación que, sólo de un modo apriorístico, se daba para los verbos arriba reseñados. En realidad, ningún obstáculo hay para que el partitivo adnominal pase al uso adverbal, como hemos anticipado que hacen otros G. (de materia, judi­ cial, de precio): lo que es erróneo es generalizar. Hace falta, pues, examinar los ejemplos: si hay una diferencia de función entre el G. y el Ac., nos halla­ mos ante un partitivo, si no, no. Pero la verdad es que la decisión no es siem­ pre fácil: se trata de una cuestión de límites como otras que ya hemos tratado. Hay casos muy claros como X., An. 4.6.15 κλέπτοντες του ορούς que, a juzgar por el paralelo con κλέψαι τι του ορούς, cuatro parágrafos antes, es ‘apoderándose por sorpresa de una parte de la montaña’. O como IL 8.121 Ά δρήστοιο δ ’ εγημε θυγατρών, que es evidentemente ‘se casó con una de las hijas de Adresto’ (cf., en cambio, 9.388 κούρην δ 5 ού γαμέω Ά γαμέμνονος) o PHib. 48.8 αύτών τών σπερμάτων ά,πόστειλόν μοι ήδη. Como se ve, se trata de verbos con construción de Ac., que sólo llevan G. allí donde el contexto sugiere el uso partitivo. De aquí sacamos una consecuencia: la trans­ formación que lleva el G. partitivo adnominal al uso de complemento verbal en G. con el mismo valor partitivo implica la desaparición de un τι. Absoluta­ mente igual que la de que lo lleva al uso como sujeto, que hemos estudiado (pág. 163) y que constituye un apoyo para esta teoría y para la existencia mis­ ma de partitivos-complemento, contrapartida de los partitivos-sujeto. Pueden citarse otros ejemplos. Veamos algunos: Ar., PL 30 σκήψομαι τήδε άνοίξας τής θύρας, ϊνα μή μ5 ΐδη ‘la miraré por aquí abriendo un poco la puerta, para que no me vea’; Th. 2.56 τής τε γής ετεμον ‘devastaron una parte de la tierra’ (frente a τής γής τήν πολλήν poco antes); X., A n. 1.5.7 πέμπει τών έκ τής κώμης ‘envía a algunos de los de la aldea*. En estos casos, la conmutación con el Ac. da claramente otro sentido.

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Pero no en otros ejemplos que se ponen, sean los de «comer» y «beber» en Homero con G.: tipo Od. 9.102 λωτοιο φαγών, 22.11 οφρα πίοι οίνου. No hay razón para introducir aquí la noción de «parte», ni más ni menos que con el Ac. Son ocasionales G. que hay que colocar dentro de nuestro tipo 1 de arriba, cf. II. 19.160 πάσασθαι ... σίτου και οϊνοιο. El punto de partida hay que buscarlo en expresiones citadas como δαΐτα κρειών o πλεΐαι οϊνου κλισίαι, también I i 1.469 έπεί πόσιος καί έδητύος έξ ερον έντο, etc. Cosas parecidas hay que decir de otros G. adverbales, como II. 9.215 πάσσε δ 5 άλός; Od. 1.140 χαριζομένη παρεόντων (relacionado con άγγελίη, λόγος τινός), incluso II. 6.508 λούεσθαι ... ποταμοϊο y expresiones semejantes (la determinación local la hemos encontrado junto a los nombres y la hallaremos como independiente). No se ve sentido partitivo. Sin embargo, la confirmación de que en algunos casos, al menos, existen un sujeto y un objeto partitivos, está en que en koiné aparecen sujetos y obje­ tos con έκ + G., que es la correspondencia más frecuente del partitivo adno­ mina! en esta época: Eu. lo. 16.17 είπον έκ τών μαθητών, 21.16 θανατώσουσιν έξ ύμών. Claro está que, como decimos, queda a veces un margen de ambigüedad, ni más ni menos que en el caso de los límites del partitivo adnominal y de los otros usos del G. Pero lo que parece claro es que el verdadero partitivo adverbal, lo mismo en función de sujeto que de objeto, tuvo en Gr. una exten­ sión mínima, aparece habitualmente en contextos muy precisos. Convendría hacer un estudio sobre esto, prescindiendo del tratamiento un tanto mítico que se ha aplicado al partitivo. Quitando este uso, los demás que hemos examinado caen bajo el apartado de «G. de determinación general», ni más ni menos que el Ac., con él neutrali­ zado. Para la tesis que pone en duda la equivalencia del G. (y D.) con el Ac. en casos como éstos (cf. H. Mulder, en Rijksbaron-Mulder-Wakker, 1988, págs. 219 sigs.), quien piensa que hay una asimilación formal y semántica a los usos del Ac., de ahí, por ejemplo, la posibilidad de la transformación pasiva. Pero, prescindiendo de argumentos diacrónicos (por otra parte muy dudosos, así en el caso del «partitivo»), sincrónicamente parece clara la existencia pura y sim­ plemente de reacción y de neutralización con el Ac. b) Con Genitivo o Dativo. — En ocasiones, verbos pertenecientes a los grupos arriba mencionados o próximos a ellos se construyen bien con G., bien (ocasionalmente) con Ac., bien con D. Un grupo importante es el de los verbos que significan «llenarse», «estar lleno». En realidad son variantes del grupo 1 de arriba. Cf., por ej., II, 15.333 s. τράπεζαι / σίτου καί ποτών ήδ’ οίνου βεβρίθασι; E., H F 1172 τί νεκρών τώνδε πληθύει χώρος; X., Η G 1.6.19 σίτου ούδαμόθεν ήν εύπορήσαι. Evi­ dentemente, se trata de transformaciones a partir de πλέος, μεστός, πλήρης,

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etc. y también de nombres como πλήθος, πληθύς, etc. Pero ya en Ai. y Gót., como se dijo, aparece el G. con estos verbos, el proceso de la transformación viene de antiguo. También aparece el G. con verbos de «manar», «fluir», etc.: Pl., Phdr. 230b πηγή ρεΐ ψυχρού ύδατος. El D. que se encuentra junto a estos verbos es del tipo llamado Instrumen­ tal, cf. Hes., Se. 478 άναυρος ομβρφ χειμερίω πλήθων; Thcr. 22.38 κρήνην ... υδατι πεπληθυϊαν. Evidentemente, el G. indica una determinación; lo que queda en la duda es si el D. se ha neutralizado con él o indica todavía un matiz de determinación «llenarse con», «por medio de». Hay otro grupo de verbos que nos interesa en este contexto: es el de los que indican «cuidarse», «irritarse», «admirar», etc. Pertenecen o están relacio­ nados con nuestro grupo 6. Suele hablarse de un G. de causa, que habitualmen­ te se hace derivar del Ablativo; pero hemos visto en pág. 131 sigs. que en realidad está emparentado con el posesivo, de autor y agente. Pueden citarse ejemplos como II. 8.125 αχνύμενός περ εταίρου; Od. 1.69 Ποσειδάων ... Κύκλωπος κεχόλωται; Th. 6.36 τής μέν τόλμης ού θαυμάζω, etc. Como po­ drá comprenderse, dependen de construcciones nominales dependientes de χόλος, θαύμα, εχθος, άλγος, etc. y de los adjetivos correspondientes; también de los G. exclamativos dependientes de un adjetivo (E., Hel. 240 ώ τάλαινα συμφοράς) o una interjección (Thg. 891 οΐμοι αναλκείης), cf. pág. 169. También en este caso se encuentra la construcción con D.-Inst.: II. 5.354 άχθομένην οδύνη σι (también la hay con el Ac. neutro, cf. pág. 97), Th. 4.85 θαυμάζω ... τή άποκλήσει, etc. No se trata sólo de estos grupos. En la lista de López Facal (1974, pág. 196), antes aludida, se encuentran varios hechos que ya van en G., ya en D. (y Ac. a veces), según se dijo. Pertenecen también, fundamentalmente, a los grupos mencionados. Junto a algunos del tipo de los citados últimamente, se­ ñalamos otros como ήγέομαι y στρατηγέω del grupo 8 y έντυγχάνω, κατα­ γελάω del 3 y 4: en Heródoto llevan, evidentemente, bien la determinación general en G., bien esta otra en D. El punto de partida, con certeza, está en este caso en el D. que indica «dirección». Pero puede haberse llegado a una neutralización como seguramente en el caso de los otros D. que indican «causa». Si es así, tenemos un estricto paralelismo a la neutralización de G. y Ac. Si no, habría que pasar estos verbos al grupo de los que llevan dos regímenes con casos distintos, en oposición entre sí; verbos que con frecuencia son los mismos hasta aquí mencionados, o bien transformaciones de los mis­ mos en uso transitivo. Limitándonos al G. tenemos que repetir lo dicho hasta aquí: con excepción de algunos partitivos (también procedentes de transformación), los demás son de determinación general, pura extensión al uso adverbal del adnominal. c) Con Genitivo sólo. — Aquí las cosas varían notablemente. La misma falta de neutralización con el Ac. y D., la oposición, a veces, al Ac. («venir

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desde» con G ./« ir hacia» con Ac.), la falta, con frecuencia, de corresponden­ cia con G. adnominal, hace que todo el grupo deba quedar, en realidad, aparte y ser considerado como un conjunto de G. «especiales». Esto incluso en el caso de algunos que sí tienen correspondencia en usos adnominales, pero que aquí cobran una autonomía mucho mayor. Los grupos que pueden establecerse son los siguientes: 1. Verbo de movimiento + G. alternando con construcciones con έκ, άπό, πρός, παρά + G. y en oposición ai terminativo o lativo indicado por el Ac., a veces precedido de preposición. Ni más ni menos que como el lativo quedó convertido en un Ac. «especial», igual este G. es «especial»: la tesis general es que proviene del Ablativo, sobre esto hemos de volver. En todo caso, ya hemos dicho que no puede atribuirse a una transformación, puesto que no hay correspondencia con un uso adnominal. Es uso predominantemente arcaico y poético: II. 12.262 Δαναοί χάζοντο κελεύθου, 15.665 νεών έχώρησαν; S., O T 152 Πυθώνος άγλαάς £βας Θήβας (con G. y Ac.); Hdt. 2.80 εΐκουσι τής όδου; X., Cyr. 2.4.24 ύποχωρεΐν του πεδίου. Tiende a sustituirse desde pronto por el uso preposicional. Sin embar­ go, los escritores de época imperial resucitan artificialmente el uso del G. sin preposición, cf. Fabricius, 1962. 2. Verbo que indica separación figurada: «abstenerse», «alejarse», «care­ cer», «necesitar», etc. Usual en poesía y prosa: IL 5.202 ίππων φειδόμενος; S., O T 597 οι σέθεν χρήζοντες; Pl., Grg. 524d έπειδάν γυμνωθή του σώμα­ τος; también «distar», etc.: Th. 6.97 άπέχει τών Έ πιπολών; «recibir de»: II, 11.124 χρυσόν ’Αλεξάνδροιο δεδεγμένος; X., An. 6.6.32 ταϋτα σου τυχόντες; «atar de» II. 23.853 δήσε ποδός, etc. En la pág 157 puede encontrarse una relación de adjetivos relacionados con estos verbos, véanse también allí mismo nombres relacionados, pág. 135 adverbios. Pensamos que estos prototipos (λύσις, έπίστασις, φειδωλός, άλλότριος, πέραν, etc. + G) pueden haber muy bien servido de modelo; a veces hay correspondencia etimológica estricta (λύομαι / λύσις, φείδομαι / φειδωλός, etc.). Al hablar de esas series de nombres, adjetivos y adverbios nosotros interpretábamos el G. como una determinación condicionada por su semántica, no como un Ablativo, como es usual. También para el G. adverbal de este tipo la interpretación por el Ablativo es la standard. Aquí la teoría tiene un cierto apoyo en la existencia de nuestro grupo 1 o de movimiento, el que precede a éste, en que no hay correspondencia con un determinante adnominal. Dejamos pendiente la cuestión: lo menos que hay que admitir es, pensamos, que la transformación a partir de las construcciones adnominales indicadas ha debido de pesar en la creación del tipo. Pero, sincrónicamente, se trata de un uso especial separativo, a juzgar por la concurrencia con έκ, άπό + G. Sin embargo, el G. sin preposición se mantuvo bastante bien, en este grupo y en los que siguen, en prosa clásica y helenística.

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3. Verbo que indica «origen», sobre todo «descendencia de»: γίγνομαι, φϋναι, βλαστάνω, τρέφομαι, etc. Son frases del tipo ya citado (pág. 136) 1.1.1 Δαρείου και Π αρυσάτιδος... γίγνονται παΐδες δύο, S., Ph. 3 κρατΐστου πατρός τραφείς, etc. Desde luego, sincrónicamente se trata de un separativo, que a veces lleva έκ, από: desde el punto de vista griego nuestros tres tipos 1, 2, 3 son el mismo. Pero genéticamente ya hemos visto que hay una relación estricta con el G. del padre y su uso en la transformación copulativa (cf. pág. 136) y con el G. de origen con adjetivos y participios, derivado del mismo G. (pág. 134). Lo que no obsta para que eventualmente haya influido un uso «separativo» arcaico del G., el llamado Ablativo, cf. pág. 161. 4. Es muy diferente, en cambio, el G. con verbos de valor comparativo, al que ya hemos hecho referencia (pág. 151) como transformación del G. com­ parativo. Aparte de los ejemplos ya citados pueden citarse otros del tipo Pl., Grg. 475b υπερβάλλει τό άδικεΐν του άδικεισθαι, también con προκρίνω, ύπερέχω, etc. Ε η Χ ., Mem. 1.1.8 πόλεως προστατεΐν, 4.2.2 προεστάναι πόλεως hay problema de límites con el G. de verbos de «mandar». Y hay que añadir el G. con verbos relacionados con superlativos y que transforma el G. partitivo: Hdt. 6.61 καλλιστεύει πασέων των έν τη πόλει γυναικών; II. 6.460 δς άριστεύεσκε μάχεσθαι / Τρώων. En estos dos casos, tenemos tipos de G. que prolongan los de otros adnomi­ nales: el comparativo y el partitivo. Si bien, en definitiva, no son sino especializaciones del tipo común. Nótese que dejamos fuera los G. de espacio y tiempo, que estudiamos con el nombre y sobre los que volveremos al hablar de los usos absolutos. Otro tipo, usado sobre todo en poesía, es el G. de causa, derivado del adnominal correspondiente: S., A nt. 1176 πατρι μηνίσας φόνου ‘censurando al padre por su crimen’, O T 48 σε ... σωτήρα κλήζει τής πάρος προθυμίας ‘te aclama como salvador por tu anterior hazaña’.

3.

R ég im en b ic a su a l d e l v e r b o

En definitiva, en todos los usos del apartado anterior hemos admitido la existencia de un G. que en ocasiones se neutraliza con un Ac. o un D. y es, salvo excepciones, un G. de objeto indicando la determinación general. Pero, como en el nombre, esa determinación se especializa en ciertos contextos, con ayuda de las subclases de palabras o de la semántica, si se quiere, del regido y el regente, el verbo y el nombre. Hemos hallado, en efecto, algunos G. con valor bien partitivo, bien separativo, bien comparativo: todos ellos conocidos ya por nosotros en nuestro estudio de los G. adnominales. Esto prescindiendo de la cuestión genética, que en parte hemos propuesto resolver mediante la teoría de las transformaciones (ya en fecha indoeuropea, ya griega), en parte hemos dejado aplazada.

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Pues bien, la existencia de algunos G. «especiales», los mencionados y otros de que vamos a hablar y que por lo demás nos son ya conocidos por su uso junto al nombre (los judiciales y de precio), ha permitido dar a ciertos verbos un régimen complejo, con G. y Ac. o con G. y D.; ocasionalmente puede haber también dos G. Todo esto es paralelo al uso de Ac. y D. o de dos Ac. Nótese que además de los mencionados hay otros G. que pueden usarse como «segundo caso» (los de materia, las variantes de persona y cosa de un mismo tipo de G., etc.). En estas construcciones es precisamente la coexistencia de dos G., o de un G. y otro caso, lo que nos da pie para postular un uso «especial» dentro del concepto general de determinación. Habitualmente se trata de la combinación de un Ac. de persona, comple­ mento de objeto externo, con determinados G. especiales: partitivo, separativo, judicial, de precio, pero no sólo éstos. También puede haber un Ac. de cosa y un G. posesivo o bien dos Ac. de cosa diferentes. Para comenzar por el caso más general, señalemos que en la mayor parte de las construcciones con G. se admite al mismo tiempo un Ac. de objeto interno: más que de ios nominales, etimológicos o no, de los neutros pronomi­ nales o adjetivales. Es el tipo II, 1.160 τών οϋ τι μετατρέπη ούδ’ άλεγίζεις; Pl., Men. 95c Γοργΐου μάλιστα ταϋτα άγαμαι; el que lleva ούδέν, όλίγον, πλεΐστον, etc., con άπέχειν (pero cf. también Th. 6.97 τών Έ πιπολώ ν ή επτά σταδΐους άπέχειν), etc. Es lo más verosímil que este Ac. esté en el origen de construcciones de άκούω con Ac. y G. cf., por ej., Od. 12.389 ταύτα δ’ έγών ήκουσα Καλυψοΰς; y lo mismo puede decirse de tipos mucho menos frecuentes, por ej., de «decir» S., El. 317 του κασιγνήτου τί φής; también con άγαμαι, αισθάνομαι, etc. En todo caso, en los grupos de 1 a 8 de págs. 153 sigs. (verbos en construc­ ción monocasual con G. alternando con Ac.), ocasionalmente se encuentra una verdadera oposición de Ac. y G. Puede tratarse de la oposición que acabamos de mencionar, en que el Ac. es de objeto interno. Pero a partir de aquí se han desarrollado algunos otros usos, cf., por ej., Hdt. 9.57 τό προοράν άγαμαί σευ. Se admira, odia, etc., a uno por una cosa, se oye también a uno una cosa: es el uso regularizado de άκούω de que ya hemos hablado, que, aunque pueda venir de la construcción con Ac. interno, se ha ampliado a otras posibili­ dades (X., A n. 1.2.3 ήκουσα Τισσαφέρνους τόν Κύρου στόλον; pero en X., Cyr. 3.1.8 άκουσαι μου τής κατηγορίας, el primer G. puede depender del segundo). Otro Ac. de cosa acompañando al G. de persona, pero de origen muy dife­ rente, se encuentra en transformaciones del tipo de τήν ’Ασίαν έαυτών ποιούνται, ya estudiado. Pero también tenemos el Ac. de cosa acompañando a un G. igualmente de cosa. Se trata de una especialización introducida en algunos de los verbos de nuestro apartado 3, con el sentido de «tocar», «co­ ger». Como se sabe, podían regir bien Ac·., bien G.: hay usos abundantes con el G. del «todo» o con G. para la «parte» (Archil. 204 χεϊρα Νεοβούλης θιγειν),

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o para el todo y la parte (Archil. 24 τέττιγος εδράξω πτερού) que hacen inve­ rosímil que el G. sea un partitivo. No: es una especialización paralela a aquella otra que desarrolla un Ac. del todo y la parte para verbos próximos a éstos, pero no idénticos, cf. pág. 105. Ejemplos: IL 1.197 ξανθής δέ κόμης ελε Πηλεΐωνα; Od. 6.142 γουνών λαβών κούρην; X., A n. 1.6.10 έλαβον τής ζώνης τόν Ό ρόνταν, etc. Desde el punto de vista sincrónico se mezcla una interpretación del G. como separati­ vo, sin duda por influjo del tipo X., Eq. 6.9 άγειν τής ήνίας τόν ϊππον, que veremos luego; con frecuencia hay έκ, άπό + G. Como se ve, parece que en el origen de estos tipos intervienen diferentes factores: el Ac. interno, transformaciones, especializaciones. Son tipos relativa­ mente raros, e igual el de Ac. de pers. y el de G. partitivo, procedente de una transformación, que ya vimos, cf. pág. 158; y el de Ac. de pers. y G. comparativo (Pl., A p 35b οϋς αυτοί εαυτών προκρίνουσι). En realidad, los tipos verdaderamente productivos son todos con Ac. de persona y G. de cosa, abstracto, lugar, etc.; aunque hay variantes dentro de ellos. Son usos que suelen llamarse transitivos, existentes junto a otros intransi­ tivos sin Ac.; pero si consideramos el G. regente como un indicio de transitividad, según hemos operado nosotros, deberíamos hablar más bien de «factiti­ vos». Los verbos indican «llenar» en lugar de «llenarse»; «hacer ir», «sepa­ rar», «engendrar», en lugar de «ir», «separarse», «nacer». En otros verbos solamente existe la construcción bicasual. Distinguimos cuatro grupos: 1. El primero se refiere a los verbos de «llenar», en que hemos visto que el Ac. alternaba con el D.; también sabemos que en parte coinciden con los de nuestro grupo 1 de verbos con Ac. o G. Aquí el régimen habitual es con G. y, más raramente Ac. de cosa; en el uso factitivo lo habitual es Ac. de pers. y G. de cosa, cf., por ej., IL 5.289 αϊματος άσαι Ά ρ η α , pero otras veces la doble construcción se usa simplemente para distinguir la cosa llenada de aquella con que se llena (Hdt. 3.123 λάρνακας όκτώ πληρώσας λίθων; D. 8.74 έμπλήσετε τήν θάλατταν τριήρων); se dan también las construcciones γεύειν τινά (pers.) τινός (cosa), τινά τι, τινά τινί. Son especializaciones diversas. 2. El segundo grupo se refiere a usos factitivos de muchos de los verbos reseñados arriba que comportan, desde el punto de vista griego, un G. separati­ vo. Sin necesidad de repasar aquí los sucesivos subgrupos, damos algunos ejem­ plos: II. 8.731 Τρώας άμυνε νεών; S., Ph. 612 ει μή τόνδε ... άγοιντο νήσου τήσδε; Od. 5.397 τόν ... θεοί κακότητος έλυσαν; X., Cyr. 8.3.47 έμέ άπόλυσον ταύτης τής έπιμελείας; E., Med. 804 νύμφης τεκνώσεις παΐδα. Los usos más propiamente «de movimiento» son sólo propios de la poesía, aunque in­ cluso aquí es frecuente el uso de las preposiciones έκ, άπό, etc.; festo indepen­ dientemente del problema del origen. Ya hemos dicho que los límites con el G. «de la parte» son fluctuantes, cf., por ej., IL 23.853 πέλειαν ... δήσε ποδός, que puede clasificarse en uno u otro lugar.

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Aquí no hay reclasificación: los usos no factitivos de estos verbos llevan sólo G., que se mantiene en la transformación factitiva al lado del Ac. de pers. complemento directo. Esto sincrónicamente: diacrónicamente hay que de­ cir que a partir del momento en que el Ac. lativo o terminativo quedó consti­ tuido en un uso especial, podía oponerse en ciertos contextos al G. separativo, que también tiene una posición especial dentro del G. (se opone a dicho Ac., no es adnominal, etc.); en otros, al Ac. de pers. complemento directo. Esto rige también para aquellos separativos que sí son adnominales y probablemente no eran originariamente separativos. 3. El tercer grupo está caracterizado, como siempre, por el sentido del verbo, en este caso «comprar», «vender», «cambiar», y por el doble régimen: Ac. de la persona o cosa objeto del trato y G. del precio. Como ya decíamos arriba, este G. es originalmente adnominal, tipo Is. 2.35 δέκα μνών χωρίον, de donde viene la transformación copulativa D. 14.19 τό τίμημα εστι τό τής χώρας έξακισχιλίων ταλάντων y la predicativa transitiva: E., Hec. 360 δστις αργύρου μ’ όνήσεται. El G. de precio cobra tal independencia que se usa tam­ bién con intransitivos, cf. X., Cyr, 3.2.7 μισθού στρατεύονται. Se usa también figuradamente. Por lo demás, el G. puede llevar las preposiciones άντί o πρός y sustituirse por el D. Y extenderse a la mención de la cosa vendida, cf. PPetr. 1.12.18 άποδότω ... χιτώνος άνδρείου ‘que pague ... por una camisa de hom­ bre’, así como al nombre .de los impuestos (έγκυκλίου, βαλανείου, etc.). El G. de precio rebasa, pues, las distribuciones más restringidas: va con nombres, adjetivos y toda clase de verbos. Por eso puede oponerse a toda clase de complementos en Ac., siempre que designen la cosa objeto del trato. Ya hemos hablado de sus límites poco definidos con el G. judicial e incluso, en sus usos adnominales, con ei de cualidad. 4. Finalmente, tenemos el grupo que opone un Ac. de pers. de objeto externo, y un G. judicial, que indica la pena, el motivo de la acusación, etc. Ya hemos hablado de sus orígenes nominales, cf. pág. 143. Los verbos más propiamente judiciales son αίρέω, γράφω, δικάζομαι, δικαιόω, διώκω, κρίνω, τιμάομαι, τιμωρέω, τίνω, φεύγω, etc. Estaba bien a la mano, por ejemplo, si había una γραφή ϋβρεως, hacer la transformación verbal diciendo Ar., V. 1417 προσκαλούμαι δ ’, ώ γέρον, ύβρεως, cf. paralelamente Hdt. 6.136 ó Ξάνθιππος Μιλτιάδην έδίωκε τής ’Αθη­ ναίων άπάτης; PPetr, 3.21(d)3 δίκη ... ήν έγράψατο ... πληγών, etc. Los usos menos especializados son antiguos, cf., por ej., II. 3.366 ή τ ’ έφάμην τίσασθαι ’Αλέξανδρον κακότητος: aquí subyace una transformación de τίσις Α λεξάνδρου (cf. Od. 1.40 τίσις ... Ά τρεΐδαο) y otra de τίσις κακότητος (G. objetivo, con inercia transformativa). La independización del G. judicial ha ido muy lejos, se usa con el verbo copulativo y con los intransitivos, tipo Ar., Au. 178 ξενίας φεύγων; Pl., Cri. 52c φυγής τιμήσασθαι, etc. Se crean otros G. de valor más o menos próximo, sobre todo en época helenística: cf., por ej., PRein. 7.35 διεγγυάτω δέ του

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καθήκοντος προστίμου ‘que se haga garante por la multa correspondiente’; P. Magd. 14.5 συγγράψασθαι αύτή δανείου ‘hacer con ella un contrato por el préstamo’, etc. La unión de los usos adnominales y adverbales crea un signi­ ficado especial de este G. Habría que señalar, todavía, las oposiciones que se dan entre G. y D. en la construcción bicasual de este tipo. Se trata de verbos que llevan D. comple­ mento indirecto (a veces Ac. complemento directo) y G. determinativo: es, en definitiva, el equivalente de la construcción con Ac. complemento directo y D. complemento indirecto. No es un caso frecuente, pero aun así pueden ponerse ejemplos: con φθονέω: A ., Pr. 583 μηδέ μοι φθονήσης εύγμάτων; Pl., Euthd. 297b μή μοι φθονήσης του μαθήματος; con δει: construcción δει μοί τίνος A., Α . 848, E., M ed. 565, Th. 1.71 (pero también hay la construcción con Ac., cf. A., Pr. 86 αύτόν γάρ σε δει προμηθίας); con κλύω: Od. 4.76 θεά δέ οί εκλυεν άρής (también con G. de pers. y con Ac. de cosa); con μηνίω: S., A n t. 1177 πατρι μηνίσας φόνου, etc. Naturalmente, el que estos G. tengan valores especiales, bien los mismos de las construcciones monocasuales bien otros desarrollados en la oposición al Ac., no quiere decir que no tengan, en definitiva, una función de determina­ ción general, como éste. Lo niega, como ya hemos visto, H. Mulder, en Rijksbaron-Mulder-Wakker, 1988 (quien, desde un punto de vista funcionalista, define la función del Ac. como de «goal»), que cree que se trata de un uso creado por analogía con el del Ac.: idea bien errónea, pues así no se expli­ carían ni las construcciones monocasuales con G. (y D.), ni la oposición Ac./G. en las bicasuales.

C.

Usos

ADVERBIALES Y ABSOLUTOS

Hasta este momento hemos estudiado una serie de G. que son fundamental­ mente adnominales, aunque por transformación «con inercia» pasen a veces a adverbales y pueda suceder que del uso adverbal se pase otra vez al adnomi­ nal (difusión de G. objetivos y subjetivos). Son usos ya generales, ya específi­ cos: de entre éstos hay algunos que aparecen en distribuciones adnominal y adverbal, otros sólo o muy principalmente en la adnominal (el apositivo, parti­ tivo, comparativo). Los usos de determinación general son, desde luego, tanto adnominales como adverbales. Sólo hemos encontrado hasta el momento una única excepción a todo esto: el uso específico que hemos calificado de «separativo» es sólo adverbal, al menos en alguno de sus usos, concretamente, con los verbos de movimiento. Sincrónicamente no es un caso esencialmente diferente del de los G. sólo adno­ minales, pero diacrónicamente el hecho ha de tener por fuerza alguna explicación.

El Genitivo

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Pues bien, paralelamente a lo que sucedía con otros casos que hemos estu­ diado, el N. y Ac. concretamente, existen también algunos G. que no están asociados a una distribución propia: son «libres», «adverbiales» o «absolutos» e igual pueden determinar una palabra (nombre, adjetivo, adverbio, verbo, in­ terjección) que referirse a toda la frase; y no es fácil de delimitar lo uno de lo otro. En todo caso, si ya el G. con verbos de movimiento se despegaba del tipo habitual, centrado en realidad sobre el uso adnominal, lo mismo ocu­ rre con estos otros. Igual que sucede con los usos adverbiales y/o absolutos del N. y Ac., hay que distinguir los representativos —usos meramente asintácticos en que hay una neutralización del valor de los casos— y los impresivos —en que hay neu­ tralización con el V., pero también con los usos paralelos del N. y Ac.—. Nosotros vamos a estudiar primero los usos representativos y después los im­ presivos. Dentro de los primeros, a efectos de la descripción sincrónica, no importa mucho si se trata de restos de un estado de lengua arcaica o de innova­ ciones, al perder el G. su papel de nexo sintáctico. Lo mismo hay que decir de los segundos, pues si bien el uso impresivo es arcaico, puede haber sido reforzado por fenómenos recientes. Estudiamos, pues, los diversos grupos uno a uno. a) Genitivos de espacio y de tiempo. — Hemos visto más arriba, págs. 132 y 135, que en contexto con ciertos nombres y ciertos adverbios, los nom­ bres de lugar o los asimilados a ellos pueden realizar una determinación de espacio: Ναζαρήθ τής Γαλιλαίας, Μακράν βαρβάρου χθονός ‘en Galilela’, ‘en tierra bárbara’; a veces la determinación puede tener, quizá, valor partitivo που αύτου άγρων. Con las palabras de tiempo ocurre algo semejante: μετ’ ολίγον τούτων, τηνικαυτα του θέρους, ούδαμή Αιγύπτου. Pues bien, en estos tipos nominales es la combinación de los valores semán­ ticos del regido y el regente la que garantiza que existe una determinación de espacio o de tiempo. En cambio, las palabras de espacio y de tiempo aparecen junto a toda clase de verbos, lo que garantiza que no se trata de transformacio­ nes a partir del uso adnominal. Un nombre de espacio o tiempo en G. puede determinar a cualquier verbo, lo cual quiere decir, en realidad, que se trata de determinaciones de frase, de palabras equivalentes a adverbios de espacio o de tiempo. La adscripción del G. de espacio a algunos verbos es rara, casi siempre homérica: IL 6.508 λούεσθαι ποταμοΐο ‘bañarse en el río’, 9.219 ϊζεν ... τοίχου έτέροιο ‘se sentó en otro muro’, 13.64 πεδίοιο διώκειν ‘perseguir por la llanu­ ra ’. No tiene fundamento alguno la tradicional interpretación por el partitivo (cf., pág. i 55): más bien hay que pensar en una adscripción pasajera al verbo de estos G. espaciales. Fuera de ahí este G. es propiamente un adverbio: αύτοϋ, που, δεξιάς, αριστερας, του πρόσω, τής όδοϋ ‘por el camino’, βορρά ‘al Norte’, άπηλιώτόυ ‘al Este’, etc. En realidad, fuera de expresiones como Od.

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3.251 οϊη νυν ούκ εστι γυνή κ α τ’ Ά χα ιίδα γαΐαν / ουτε Πύλου ιερής ούτ’ ’Ά ργεος οΰτε Μυκήνης, A., Α . 1056 εστίας μεσομφάλου εστηκεν ήδη μήλα, etc., lo que ha sucedido es que el G. adverbial de espacio ha quedado luego reducido a unas pocas formas estereotipadas. Puede compararse a οίκοι, Άθήνησι, etc., en que hay ya huellas de especializaciones indoeuropeas conser­ vadas en Gr. En realidad, casi todo el campo ha sido ocupado en Gr. por el D., reduciéndose enormemente el papel local del G. Pero hay huellas de él. Sobre el problema diacrónico, cf. infra, pág. 177; lo que es claro es que este G. no procede del uso adnominal y que el raro uso adverbal es más bien paralelo a la especialización de nombre de lugar para determinaciones adnomi­ nales. El G. de tiempo aparece junto a toda clase de verbos, sólo en frases estereo­ tipadas; se trata, pues, de un uso adverbial. Cf., por ejemplo, έτους (έκαστου έτους, etc.), εσπέρας, δείλης, ήμερης, θέρους, μεσημβρίης, νυκτός, χρόνου (του αύτοΰ χρόνου, ολίγου χρόνου ...), χειμώνος, etc. Se llega a una neutrali­ zación respecto a otros adverbios temporales de base causal diferente: hay, por ej., ετει, έσπέρην, θέρει, τήν νύκτα, χειμώνα, χειμώνος, χρόνω, χρόνον, etc. Este uso casi desaparece en koiné, pero aún se encuentra ημέρας, νυκτός, άρθρου, etc.; y, sobre todo, el uso distributivo: ένιαυτοΰ ‘cada año’, του μηνός, ‘al mes’, etc. b) Genitivos absolutos. — Con este epígrafe nos referimos al más común­ mente llamado G. absoluto, es decir, a la construcción de un nombre y un participio en G. que no depende de ningún elemento de la oración: puede tra­ ducirse por un gerundio o por una oración circunstancial con varios matices (temporal, causal, condicional, concesivo, etc.). Se trata de una construcción muy importante dentro de la sintaxis griega. He aquí unos mínimos ejemplos. Con valor de tiempo: Εύκλείδου άρχοντος ‘siendo arconte Euclides’; X., HG 5.4.58 ναυμαχίας γενομένης ‘después que tuvo lugar la batalla naval’. De causa: Th. 7.13 τα πληρώματα διά τόδε διεφθάρη ... τών ναυτών τών μέν ... άπολλυμένων ‘por esto se perdieron las tripulaciones, porque de los marineros unos perecieron...’. Concesivo: X., A n. 6.2.10 και ταυτα τήν σωτηρίαν αύτών κατειργασμένων ‘aunque habían conseguido la libertad’. Con­ dicional: A., Th. 562 θεών θελόντων ‘si los dioses lo quieren’. Existen «puentes» o transiciones con construcciones con G. dependiente, de las cuales proceden éstas: la ambigüedad desaparece cuando el G. absoluto no puede depender de ningún elemento de la frase según la sintaxis normal, pero la hay entre tanto. En frases muy citadas a este respecto, como II. 8.118 του δ ’ ιθύς μεμαώτος άκόντισε Τυδέος υιός ο Σαρπήδοντι δ ’ αχός γένετο Γλαύκου άπιόντος, puede haber todavía o bien una traducción por el G. de­ pendiente (‘a él... le alcanzó con su dardo...’, ‘...dolor por la marcha de Glau­ co’) o bien por el absoluto (‘lanzándose él de frente, le alcanzó...’, ‘...al mar-

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charse Glauco’). Como en otros casos, era el aedo el que con su recitado suge­ ría una u otra interpretación, cuando no quedaba la elección del oyente. c) Otros usos libres o asintácticos. — Como los paralelos de los otros ca­ sos, se encuentran sobre todo en literatura propiamente documental, en inscrip­ ciones y papiros sobre todo: indican el nombre de un delito o ley, el tema, el título, etc. No se dan, en cambio, en medida apreciable, anacolutos iniciales y finales, salvo aquéllos que derivaron en la creación de G. absoluto. La situa­ ción es, pues, bastante diferente de la de los casos N. y Ac.; los usos libres o asintácticos del G. son, con la excepción mencionada, importante por cierto, mucho más limitados. En época clásica los textos principales que pueden aducirse son ciertas ins­ cripciones y determinadas obras del Corpus Hippocraticum: los mismo utiliza­ dos ya para ios usos paralelos del N. y el Ac. Por ej., en IG 22.1126 hay G. en función de títulos parciales como οικήσιος, άκήσιος, όδών; y en 5(1). 1390 hallamos παραδόσιος, στεφάνων. Ambas inscripciones son del s. i a. C. Ejem­ plos del Corpus Hippocraticum: en Acut, hallamos títulos semejantes τριχώσιος δυσεντερίης, οφθαλμών, etc. Es, sin embargo, en ios papiros documentales, a partir del s. m a. C., don­ de mayor abundancia se encuentra de estos usos. Se da en G., sobre todo, la aldea a que el documento se refiere: PHib. 112.2 Κερκεσης; PPetr. 3.66(b) 1-2 Ευημερίας... Θεαδελφέίας, etc. (también puede ir en N. o Ac.). Otras veces se indica en G. el tema del documento: PPetr. 3.75.3 τής κατεσπαρμένης γής; PHal. 1.24 ψευδομαρτυρίου, 81 φυτεύσεως, 210 ύβρεως: se trata segura­ mente de fórmulas con el nombre regido elíptico. Lo mismo en el G. de la firma al final de algunos documentos, cf., por ej., P SI 445 Πύρρου, 484 Άθηνοδώτου. Todo esto y la misma fecha reciente del fenómeno hace pensar que, como en el caso del G. absoluto, se trata de desarrollos dentro del propio Gr., estos últimos mucho más recientes., d) El Genitivo exclamativo. — Igual que sucedía con los usos absolutos del N. y Ac., también el del G. tiene un apartado de tipo impresivo-expresivo: el llamado G. exclamativo, pero no se encuentra en función apelativa. Un primer tipo consiste puramente en un G.: X., Cyr. 2.2.3 τής τύχης ‘qué infortunio’. Pero más frecuente es que el G. exclamativo, principalmente poético, vaya con un pronombre, adjetivo o interjección: 1. Con pronombre: Od. 18.363 ώμοι έγώ σέο, τέκνον, άμήχανος; S., Tr. 971 οϊμοι έγώ σου, μέλεος. Aquí hay toda una serie de casos exclamativos tras la interjección; y el G. σέο o σου aun siendo exclamativo, determina en algún modo al έγώ precedente, es decir, se trata de un ‘¡ay de mí!’ seguido de un ‘¡ay de ti!’ que justifica o explica al primero. Se habla de causa, pero igual puede pensarse en una simple aposición.

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2. Con adjetivo: S., OT. 1347 δείλαιε του voö, EI. 1143 οϊμοι τάλαινα τής έμής πάλαι τροφής. El valor causal es más claro (‘desgraciada, desgracia­ da p o r...’) pero no estorba al exclamativo; puede incluso entenderse ‘desgracia­ do, qué mente la tuya’ y paralelamente el segundo ejemplo. 3. Con interjección: E., Hipp. 814 αιαι τόλμας; S., EL 920 φευ τής άνοίας; Theoc. 15.4 ώ τάς άλεμάτω ψυχας; Chrys. 491.2 ώ τής ύβρεως, ώ τής παρανοΐας. Aquí hay simplemente exclamaciones seguidas, como en el caso del V. tras ώ y otras interjecciones, aunque por supuesto la segunda acabe de precisar la primera como hacen en general 1as aposiciones. Hay pues, grados diversos de independencia oracional del G. exclamativo y hay casos ambiguos: por ej., E., Med. 1051 άλλα τής εμής κάκης, το καί προσέσθαι μαλακούς λόγους φρενί puede ser ‘es cosa de mi cobardía el que...’ o ‘qué cobardía la mía, que...’. La elocución del actor hacía la diferencia. Da la impresión de que en general su independencia, parcial o total, es un hecho secundario, que deriva, por supuesto, de la posibilidad de un nombre en cualquier caso de desempeñar la función impresivo-expresiva al tiempo que la representativa (y borrar la una o la otra en ocasiones). En los ejemplos dados y en otros que podrían añadirse se ha podido ver la tendencia a la neutralización con los otros casos exclamativos: el Ν., V., Ac. e incluso el D.

D.

El

G e n it i v o

en

m ic é n ic o

Tampoco para el Genitivo aporta muchos datos el micénico y otra vez esta­ mos ante los mismos problemas: la interpretación de ciertas formas, que pue­ den ser o no G., y el hecho de la falta de ciertos usos del G. puede depender, depende sin duda al menos en parte, de la naturaleza de nuestros textos. Aun así resulta obligado exponer los datos. La duda entre el G. y el N. y D.-L. surge en la primera declinación, ya se ha visto antes. Así en PY On 300.9 ra-u-ra-ti-ja ko-re-te puede ser ‘el koiretér (un funcionario) de R .’ o bien ‘k. en R .\ Por otra parte, el hecho de que no hallemos ciertos G. «poéticos» como el apositivo o ciertos G. especiali­ zados como el judicial, de precio, de cualidad, partitivo y comparativo, puede depender de la insuficiencia de nuestra documentación. En otros casos algunas lagunas pueden depender del arcaísmo del micénico. Todos los G. de nuestras tablillas, sin excepción, determinan a un nombre: es el uso más arcaico, como sabemos. Unas veces el G. determinante es de persona, otras de cosa: las distribuciones son menos variadas que en el resto del griego, todas se hallan en él, pero la inversa no es cierta. Tenemos, por ejemplo, con los determinantes de persona, el G. del padre o la madre, así en la serie PY Ad: G. de la madre + ko-wo, ko-wa ‘niños,

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niñas’. También el G. posesivo: te-o-jo do-e-ro, do-e-ra ‘esclavo, esclava del dios’: con ko-to-na, o-na~to, etc., que designan distintas parcelas de tierra; con o-ka, una unidad militar; con a-ko-ra, relativo al rebaño; etc. Si pasamos a una determinación de cosa, una designación, como Ep. 704.3 i-je-re-ja pa-kija-na ‘sacerdotisa de (en?) Pakijana’ lleva un G. que podemos llamar corográfico, igual que Ga (1) tu-m-no-no ku-pi-ri-jo, donde un individuo es determi­ nado por el nombre de su localidad en G. (hay también N., cf, 517). Existe también el G. de materia, así en la serie KN Se con ruedas, etc., pte-re-wa, es decir, ‘de álamo’, en V 684 e-re-pa-to ka-ra-ma-to, referente a una pieza ‘de marfil’. Existe, además, el G. subjetivo: G. personal + wo-ka ‘obra’ en la serie PY Sa; G. personal + do-so-mo ‘ofrenda’ en la serie PY Es. Habitualmen­ te, el destinatario de la ofrenda va en D.; pero hay algún ejemplo del tipo 649.1 po-se-da-o-no do-so-mo, con G. objetivo. Al menos el G. posesivo ha pasado ya a la oración nominal: cf. KN Ai (1) 63 pese-ro-jo e-e-si ‘son de P . \ También es notable su uso abreviado con -de: cf. TH Of 37.1 qa-raz-to-de ‘a casa de Palante’, cf. Hom. ’Ά ιδόσδε, etc. Fuera de estos G. adnominales, sólo encontramos los G. de tiempo, del tipo de PY Tn 316.1 po-ro-wi-to-jo ‘en el mes de Ploistós’, KN Fp 1 + 31 de de-u-ki-jo-jo me-no. Esto nos presenta un problema grave: ¿cómoexplicar la falta del G. con adjetivo, adverbio y, sobre todo, con verbo? La falta del G. con adjetivo y adverbio se debe, sin duda, al doble hecho de que es un desarrollo secundario y de que las tablillas ofrecían poca oportuni­ dad para su uso (cf. sin embargo, en un nombre propio, un G. agente Isu-kuwo-do-to, es decir, Ίσχυόσδοτος, si la interpretación es buena). Sólo en parte puede hablarse de arcaísmo. En cuanto al G. con verbos, su falta no quiere decir, seguramente, que no existiera en el dialecto micénico: en realidad, es un desarrollo sobre todo del griego, pero los inicios eran ya indoeuropeos, como hemos visto. Ahora bien, el micénico, sin duda, se separa en este aspecto del resto del griego: el G. adverbal era en micénico, sin duda, raro. Sólo un verbo de los que en griego llevan G. aparece en las tablillas: ra-ke, e. d., λάχε, rige Ac., ka-ma ra-ke. Hay que decir, de todo modos, que en Gr. estos verbos a veces llevan Ac. cuando se trata de un neutro, como es éste el caso. Más significativa es la sustitución del G. de origen por tres construcciones: con -te ( = then), con pa-ro + D. y a-pu + D. Esto parece que­ rer decir que el micénico ha eliminado un uso que, como hemos visto, es antiguo. Es un hecho paralelo a la reducción del Ac. lativo, que toma casi siempre -de. Enigmático es el G . to-so-jo que aparece alguna vez en lugar de to so (to-sojo pe-mo ‘trigo en esta cantidad’). Nótese que el G. en -o, de que hablaba en mi artículo de 1989, tiene iguales usos que el en -o-jo, del que es alomorfo.

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E.

C o n c l u s io n e s

so b r e el

G e n it i v o

Como habrá podido verse, nuestra descripción del G. difiere radicalmente de la tradicional, que distingue tres usos (pertinentivo, partitivo y ablativo) que detecta en las más variadas construcciones, adnominales y adverbales. No­ sotros, prescindiendo de momento del problema de los orígenes, lo que vemos en el G . es un caso que marca toda una serie de determinaciones del nombre, adjetivo, adverbio y verbo: determinaciones que dependen del juego semántico del regente y el regido. Y que, aparte de esto, tiene usos absolutos, no oracionales. El G. es en Gr. un caso predominantemente adnominal, pero también apa­ rece en usos adverbales. Y además de con el nombre se construye (en una medida menor) con el adjetivo y (en una menor todavía) con el adverbio. En términos generales puede decirse que los tipos de determinación marca­ dos por el G., que como siempre son fluidos y con transiciones, se dan en contexto con todas estas clases de palabras. Por eso hablamos de determina­ ción general, matizable variamente. Esta determinación, como siempre, produce algunos tipos de determinación especiales, caracterizados por distribuciones y oposiciones en parte diferentes. Pero para que se comprenda esto mejor, hay que decir algo sobre los cuatro tipos generales de distribución del G. (aparte del uso absoluto): con nombre, adjetivo, adverbio y verbo. Con el nombre el G. es el determinante por excelencia, sirve para todas las determinaciones, es decir, para las que corresponden a la del N., Ac., y D. con el verbo (también a la del G. con el verbo y a la de construcciones preposicionales). Hay, en consecuencia, una amplia gama de determinaciones generales y especiales. Junto al nombre, el G. ha de competir solamente con el Ac. de relación y ciertos D. (pero casi sólo van con el adjetivo), a más de con giros preposicionales que buscan dar mayor precisión a la determinación de lo que el G. permite. Son oposiciones, no hay neutralización respecto a estos casos, que actúan como términos marcados en contextos muy precisos. Respecto al adjetivo y al adverbio, hay que decir que existen restricciones: sólo algunos tipos de determinación genitival traspasan estas fronteras, puede verse el detalle páginas atrás. Recordamos que con el adjetivo y el adverbio surge un uso especial que no aparece junto al nombre, a saber, el comparativo y que, inversamente, faltan junto al adjetivo algunos G. especiales; con el ad­ verbio sólo aparecen los de espacio y tiempo. Hay que repetir lo dicho a propó­ sito del nombre sobre la no neutralización del G. con los otros casos. La situación del G. junto al verbo es especial. En una buena medida estos G. son simétricos a los del nombre y adjetivo: simples determinaciones genera­ les, en realidad idénticas a las marcadas por el Ac. o D. «regido». Aquí sí

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que hay neutralización. Son convenciones que se han ido estableciendo las que han establecido qué verbos llevan el Ac. o el G. o el D. o indiscriminadamente (con frecuencias que varían según épocas, etc.) dos o tres de estos casos. Ese caso de determinación general, si es el G. como si es otro, equivale en sus diversas funciones al G. adnominal (que también puede equivaler al N. junto al verbo). También algunos usos especiales del G. adnominal se hallan en el adverbal. Así, sobre todo, el de precio, el judicial y el de origen (pero el de «movimiento desde» es sólo adverbal), que incluso son más frecuentes con verbo; y el partiti­ vo y el comparativo, que son más frecuentes con el nombre (con el adjetivo el segundo). Estos Genitivos, que en determinados contextos han desarrollado matices especiales del concepto general de «determinación», matices que no aparecen en los otros casos, no son neutralizables ni con el Ac. ni con el G. Al contrario: hay frecuentemente oposición en construcciones bicasuales, en las que habitualmente el Ac. o D. implican una determinación más general de la del G. Incluso hay construcciones monocasuales con un G. que se opone al valor del Ac. cuando se hace la conmutación (así en el caso del G. partitivo). En cambio, en otras ocasiones hay asimetría. No hallamos junto al verbo Genitivos que se encuentran junto al nombre, algunos generales como el posesi­ vo y otros especiales como el apositivo, el de cualidad, el de lugar y el de tiempo (en los raros casos arcaicos de verbo de movimiento con G. de espacio da la impresión de que hay más bien una adscripción secundaria al verbo de este G.). Son G. con una cierta especialización marcada por la semántica y las distribuciones; en realidad, G. bastante raros y secundarios. El apositivo equivale a una aposición con el caso del regido, el de cualidad equivale a un adjetivo, los otros dos son neutralizables con otros casos. Inversamente, junto al verbo existe un G. de origen real, no figurado, con verbos de movimiento: se opone a un Ac. lativo y ni uno ni otro figuran junto al nombre. Así, junto a una fundamental simetría, incluso en los G. «especiales», hay una cierta asimetría cuando se trata de ciertos G. evidentemente rechazados por el contexto de determinadas clases de palabras. En todo caso, la situación en sistema de éstos y de los G. especiales es diferente de la de los de determina­ ción general. Pero hay líneas bien claras que unen unos y otros entre sí. Se delatan, entre otras cosas, en la dificultad de separarlos o de decidir entre varias inter­ pretaciones posibles de la determinación en contextos precisos. Hemos hallado dudas y ambigüedades, por ejemplo, entre el G. de determinación general y el apositivo; entre el primero y diversos partitivos (en contextos de lugar y tiempo y con determinación personal); entre el primero y la determinación de origen; dentro de la determinación general, entre el posesivo, el G. de autor, agente, causa, etc. Otras indeterminaciones se dan respecto a usos especiales (G. posesivo y subjetivo; posesivo, de contenido, etc., y objetivo; de contenido, etc., y judicial, de precio y cualidad). Cf. ejemplos en págs. 129

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sigs. En los G. adverbales suceden cosas semejantes y acabamos de verlas en el exclamativo. Y desde luego resulta claro que el partitivo no es más que un tipo especial de determinación que surge en contextos muy precisos, contextos adnominales; junto al verbo es raro y hay que acudir para detectarlo (lo que no siempre se logra) al contexto amplio y a la oposición con el Ac., es decir, a la prueba de la conmutación. Pero tampoco el adnominal presenta contornos absoluta­ mente definidos, es un tanto arbitrario el asignarle o no ciertos subtipos. Lo mismo hay que decir del G. de origen. La sustitución, a veces, de ciertos G. adnominales o adverbales (también los de la oración copulativa) por grupos de εκ, άπό, etc. + G.; la oposición de algunos de ellos (con verbos de movi­ miento) al Ac. y, en todo caso, la falta de neutralización con el Ac., hace ver que desde el punto de vista griego estos G., aunque con límites difusos* eran interpretados como una determináción por el punto de partida. Es, en definitiva, una definición a veces posible junto a otras o derivada de otras (en el caso del G. del padre, etc.), otras veces inesquivable. Se trata, en definiti­ va, de una determinación especial motivada por el contexto y el sistema opositi­ vo. Hace dentro del G. el mismo y simétrico papel anómalo del Ac. lativo dentro de dicho caso y por las mismas razones. Pero no es una pieza absoluta­ mente disonante en el sistema, la explicación diacrónica por un Ablativo (apar­ te de que es innecesaria, como se ve por el paralelo del lativo, que jamás tuvo forma propia) en realidad no explica sincrónicamente nada. Desde el punto de vista griego el G. es una unidad, aunque sea una unidad laxa con ciertas asimetrías distribucionales y en el sistema opositivo y ciertas especializaciones correspondientes a estas asimetrías. Otra más es la de los usos absolutos, que sean herencia antigua o creación moderna representan un uso neutro respecto a los demás casos: bien impresivo-expresivo (el G. exclamati­ vo), bien representativo (los demás). Prescindiendo, una vez más, del problema diacrónico, es claro que el G. no es en Gr. tan sólo un caso adnominal. Cierto que su posición en sistema es diferente junto al nombre y junto al verbo, y que junto al primero hay usos generales y especiales que sólo parcialmente se dan junto al verbo así como otros que no se dan. Pero el verbo ha desarrollado algunos más que el nombre. También los G. de espacio y tiempo, aunque a veces en conexión con el nombre, son fundamentalmente autónomos. Reservándonos volver sobre el tema, no parece que el G. haya sido nunca un caso exclusivamente nominal, aunque desde luego tiene más usos adverbales en el Gr. que en ninguna otra lengua. Las especializaciones del G. han posibilitado matizar las determinaciones, lo mismo que hemos visto a propósito del Ac. Así, un nombre puede ser deter­ minado por más de un G., de tipo diferente; esto es mucho más raro con el verbo, que dispone, a más del G., del N., Ac. y D.; junto al nombre el G. tiene muy poca competencia. Claro que surge el problema de la ambiguë-

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dad, como con el Ac., pero se resuelve, también aquí, con ayuda de rasgos semánticos del regente y el regido. Ya hemos citado como ejemplo de coexis­ tencia de G. subjetivo y objetivo Th. 3.105 τήν του Λάχητος τών νεών άρχήν, cf. también Ep. Phil. 2.30 τό ύμών ύστερη μα τής πρός με λειτουργίας. Ο se combinan el G. apositivo y el posesivo (S., Tr. 1191 τόν Οϊτης Ζηνός πάγον), el apositivo y el subjetivo (2Ep.Cor, 5.1 ή επίγειος ήμών οικία του σκήνους), dos objetivos de persona y cosa (Hdt., 6.67 κατά Δημαρήτου τήν κατάπαυσιν τής βασιλείας), etc., etc. Con verbo son muy raros los dobles G., por la razón de contarse con construcciones bicasuales, como se ha dicho. En ellas los otros casos pueden ir en usos especiales junto al G. general o al revés; el hecho es que combinando todas estas posibilidades con las determinaciones adverbia­ les, las con grupo preposicional, con infinitivo, con subordinada conjuncional, el verbo admite matices mucho más finos y complejos en sus determinaciones. Todo este panorama del uso del G. muestra especializaciones distributivas, opositivas y semánticas varias dentro de su papel fundamental de indicar la determinación general; son especializaciones, por lo demás, que se oponen a las de los otros casos. Habría que comparar, prescindiendo de problemas de orígenes, el uso de la preposición de en castellano, a fin de que se vea el juego de una unidad y una pluralidad que son bastante comparables. Nuestra prepo­ sición de se usa para toda clase de determinaciones del nombre (casa de made­ ra, hijo de papá, vestido de mi mujer, fractura del cráneo, persona de mal carácter, pena de muerte, botella de vino, estación de montaña, etc.), del adje­ tivo (libre de enfermedad, delgada de cintura, responsable del crimen, enterado de mil cosas, etc.), del adverbio (lejos de mí, muy de noche) y del verbo (acor­ darse de la patria, llenarse de deudas, ser o nacer de buena familia, se libró del servicio militar, vino de París). Hay por supuesto, diferencias: faltan G. como el partitivo o de precio, con el verbo hay sobre todo separativos. Pero es precisamente esta presencia del separativo, incluso con verbos de movimien­ to, lo que da interés a la comparación. Es claro que esta relación o determina­ ción adverbal es considerada en español como sustancialmente idéntica a las determinaciones adnominales mencionadas. Toda esta exposición no tiene en cuenta los datos del mic., por su carácter incompleto y problemático. Cf. sobre ellos, supra, pág. 170 ss.

III.

NOTAS ADICIONALES

1.

V a r ia n t e s d ia c r ó n ic a s ,

DIALECTALES

Y

ESTILÍSTICAS

La descripción precedente es pancrónica, igual que las de los demás casos, aunque se ha acompañado de ideas sobre los orígenes. También aquí vemos

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Nueva sintaxis del griego antiguo

que en líneas generales el uso del G. es el mismo en todo el Gr.; y vemos igualmente que hay algunas diferencias. No hacemos más que recoger algunos datos que a este respecto se han dado en las páginas precedentes. Prescindimos del mic., tratado aparte. La lengua poética a partir de Homero presenta algunos usos especiales que no se reencuentran en prosa y que, en cambio, reaparecen algunos de ellos más o menos modificados en fecha tardía. De entre los adnominales, son carac­ terísticos de la poesía el apositivo, el de causa, el agente con adjetivos verbales, el de encarecimiento; de entre los adverbales, el de movimiento «desde», el de espacio; de entre los libres o asintácticos, el exclamativo. La prosa ática elimina estos G. o los reduce mucho (así el exclamativo); en otros varios introduce con frecuencia έκ y πρός, éste es el caso de los sepa­ rativos en general. Desarrolla en cambio y les da un uso más técnico los de precio y judicial. La situación de la koiné es extremadamente compleja. De un lado, hay ciertos G. que se difunden: el apositivo y el agente con adjetivos verbales, en forma más o menos próxima a la de la antigua poesía; también el de cuali­ dad, aunque ciertos tipos parecen más bien propios del lenguaje intelectual. Y el posesivo de los pronombres personales, en vez del adjetivo (o πατήρ μου). En cambio, otros G. tienden a ser sustituidos por el Ac.: éste progresa grandemente como régimen de verbos como ακούω, los de «acordarse» y «ol­ vidarse», οργίζομαι, θαυμάζω, έλεέω; tiende a convertirse en el régimen nor­ mal. A esto ayuda el que el separativo sea ahora precedido casi sin excepción por έκ, άπό (no en la lengua literaria). Por otra parte, ciertos G. adnominales tienden también a desaparecer por el mismo procedimiento, así el partitivo y el de materia (se usa con έκ y άπό) y el comparativo. Se vuelve, en cierto sentido, a los orígenes: hay un G. adnominal de deter­ minación general, eliminando usos muy especializados; y una tendencia a elimi­ nar el G. adverbal, sustituido por el Ac. o por perífrasis preposicionales. Pero hay ciertas difusiones, ya mencionadas. Otra consiste en el G. libre o asintáctico, que se neutraliza con otros casos: aunque en realidad es éste un uso de la lengua documental, no literaria, que tiene precedentes, al menos, en la ante­ rior del s. v a. C. Muy propia de la koiné de bajo nivel literario es la difusión del G. en lugar del D. en construcciones adverbales: es parte del fenómeno de la decadencia del D. Pueden citarse construcciones en inscripciones de Asia Menor (cf. Dressier, 1965, págs. 90 sigs.) del tipo de M A M A 7.491 άνέστησα τέκνου μου Ματρώνης ‘erigí la sepultura en honor de mi h ija...’ o V. Aes. 26 ού μέλει μου. En definitiva, ciertos tipos poéticos, bien arcaicos, bien innovados, tienden a desaparecer en ático; y en koiné hay un cierto desplazamiento de las fronteras del caso, con pérdidas y ganancias. El G. pierde terreno ante el Ac. y lo gana a expensas del D., en construcciones adverbales; también desaparece el separa­ tivo. En las adnominales desaparecen o se reducen mucho ciertos usos más

ill

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especiales o anómalos, pero se extienden otros. En cuanto a los usos asintácticos, se reduce el exclamativo, pero avanzan los G. libres representativos. Algunos de estos resultados pueden confirmarse estadísticamente con ayuda de una memoria de Licenciatura inédita dirigida por mí (Rodríguez Suárez, 1976) que estudia las frecuencias de los distintos genitivos en unas muestras de Homero, II., Sófocles, Tucídides y el Evangelio de S. Mateo. Por ejemplo, la frecuencia del G. adnominal, que en los tres autores anteriores oscila entre el 33 y el 42%, es en San Mateo del 60%. El descenso del adverbal es notorio a partir de Tucídides (31% aquí, 33% en San Mateo respecto al 39% y 45% de los autores anteriores), pero lo realmente significativo es que de esos G. adverbales de San Mateo casi todos son con preposición (sin ella sólo el 6%). Desciende igualmente en el evangelista el G. dependiente de adjetivo (el 3% tan sólo frente al 15% de Tucídides). Todo esto coincide con lo dicho anterior­ mente. Otros paralelismos y diferencias entre los autores mencionados deben atri­ buirse a diferencias de estilo que reflejan otras de contenido. Por ejemplo, Homero y San Mateo coinciden en la baja frecuencia del G. subjetivo y objeti­ vo (9% y 7%, frente al 23% y 43% de los otros dos autores) y del absoluto (3,5% y 3%, frente al 6% y al 15%). En definitiva, a la larga el G. se conserva, como se ve por el Gr. moderno, bien que con gran empobrecimiento de su uso. Se ha perdido como caso adver­ bal (las ganancias respecto al D. fueron transitorias) y, con algunas excepciones en expresiones fosilizadas casi siempre, es un caso adnominal con una gama de empleos reducida. El separativo adnominal y adverbal se ha perdido tam­ bién finalmente, ante la competencia de la construcción con άπό 4- Ac. Esta reducción y simplificación de usos es paralela a la que hemos hallado en el Ac. y en cierta medida nos retrotrae a un estadio arcaico.

2.

O r ig e n d e l G e n it iv o : m orfología y sintax is

Los estudios sobre el origen del G. se han movido dentro de la tradición neogramática (seguida luego por los gramáticos de orientación filológica) de mezclar sincronía y diacronía. El G. griego se ha visto como el resultado de la fusión de un antiguo G. y un antiguo Ab. indoeuropeos; en la práctica, se añade como original y antiguo un valor «partitivo» al que nadie ha osado atribuir una forma indoeuropea propia. Esto de una parte. De otra, se ha deba­ tido largamente si la función original del G. indoeuropeo era adnominal o adverbal. Nosotros hemos prescindido de una opinión puramente rutinaria sobre el partitivo y hemos declarado irrelevante, a efectos de la descripción sincrónica, el problema de si en Gr. hay o no fusión de un G. y un Ab. indoeuropeos. En último término, esta distinción existió en fecha antigua sólo en la flexión

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Nueva sintaxis del griego antiguo

temática, de manera que hemos de operar con un G. indoeuropeo que poseía también la función separativa (o con un G.-Ab., si se quiere). Por lo demás, pensamos que incluso esa diferenciación de G. y Ab. en una sola declinación fue cosa de un área dialectal indoeuropea, en la cual, a veces, la escisión se extendió secundariamente a otras declinaciones; y que el Gr. (y el Germ., Cel­ ta, etc.) conserva lo antiguo al mantener un caso único. Cf., Adrados, 1975, págs. 453 sig. En cuanto al problema del uso adnominal y el adverbal, el examen de las di­ ferentes lenguas indoeuropeas nos convence de que el G., a juzgar por los datos del Ai., Gót., Lat., etc., era fundamentalmente adnominal, pero no sólo adnomi­ nal: lo hemos encontrado en usos adverbales con verbos de «llenar», «recordar» y otros, incluyendo los usos separativos. Ciertamente, en Gr. el uso adverbal aumentó drásticamente, sin llegar a alcanzar ni de cerca al adnominal. Para nosotros, los nombres alargados con -$ y -m funcionaban junto al verbo habitualmente como sujetos y objetos (en N. y Ac.) respectivamente; junto al nombre, como determinantes nominales en G. La redistribución que asignó -s al sg. y -m al plural todavía no está completada en hetita; y la diferen­ ciación formal frente al N., incluida la forma *-osio, y Ac. es igualmente se­ cundaria. Ahora bien, estos son usos sintácticos normalizados de los nombres alargados con -s y -m, pero, en principio, esos alargamientos no tenían, según nosotros, valor propio, lo adquirieron en distribuciones como las que comenta­ mos. En principio un tema puro podía alternar con variantes alargadas con -s y -m, entre otras; y estas variantes podían bien mantener los usos asintácticos de los temas puros, bien adquirir otras definiciones. Hemos visto, así, que temas con -s que a veces funcionan como N., otras tienen un valor libre, o sintáctico, que hemos considerado arcaico. Otras formas con -s son adverbios. Y otras, ya sabemos, son Genitivos en el sentido de determinantes del nombre. Pero estos mismos G. tienen ocasionalmente otras funciones. Efectivamente, en Het. la misma forma en -as que funciona como G. gene­ ralmente de sg., es también un D.-L.-I. pl. (no sg. porque hay una forma propia). En lenguas como el celta, el germánico, y el balto-eslavo el G. sg. es en realidad un G.-Ab., mientras que en pl. las funciones que en las lenguas de Ab. se atribuyen a éste, se reparten entre el G. y el D. Esto puede explicar la existencia en Gr. de un G . adverbal que no ofrece correspondencia con ninguno del sector adnominal: con verbos de movimiento, con valor de «desde» y opuestos al lativo «hacia». Y de adverbios genitivales de tiempo y espacio: algunos de éstos se han adherido secundariamente a un verbo de movimiento con el valor de «en», «por» (el uso homérico reseñado en pág. 167), pues no pueden explicarse, tampoco, por una transformación a partir del uso adnominal. Así, resulta claro que el núcleo del G. griego está en el uso adnominal del que derivan por tras formación, como se ha indicado, los más de los usos verbales. Pero algunos de ellos no pueden explicarse así, remontan a un mo-

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179

mento en que el G. era algo más que una determinación nominal. Quizá vengan de transformaciones a partir del uso adnominal comenzadas ya en fecha in­ doeuropea, quizá de una adhesión directa al verbo de las formas con -s: éste es, desde luego, el caso del G. con verbos de movimiento que no determinanban al nombre. En todo caso, el Gr, hizo progresar enormemente el fenómeno, como hemos visto. Consiste en sustancia en sustituir la habitual correspondencia entre G. ad­ nominal y Ac. adverbal por una extensión mecánica del G. al uso adverbal. Ciertos usos especializados del G. nacidos en distribuciones nominales pasaron también al uso adverbal, aunque no todas. Ahora bien, el G. se conservó como caso adnominal fundamental, con pocas intrusiones por parte del Ac. y D. (por inercia transformacional en sentido inverso). Y también en este uso se multiplicó: se creó incluso un G. adnominal objetivo frente al D. y a construc­ ciones preposicionales; por supuesto y desde antiguo el G. corresponde también (en su uso subjetivo) al uso del N. como sujeto del verbo. El que haya un predominio de transformaciones que a partir del nombre van a parar al verbo, difundiendo allí el G., no quiere decir que, inversamente, las construcciones verbales no hayan pasado al nombre. En todo caso, han influido sin duda en la concepción separativa de diversos G. adnominales. Pero, como queda dicho, algunos G. adnominales no pasaron al verbo o pasaron en escasa medida, alguno adverbal no pasó al nombre. Luego, a partir de uno y otro tipo de distribución se difundieron diversos usos absolutos, asintácticos, del G. Ésta es, para nosotros, la historia del G., que incluye la creación de los usos especializados en distribuciones y contextos opositivos propios, su difu­ sión, etc. No hay unidad en el punto de partida, aunque sí un predominio de la función adnominal. Hay luego difusión de ésta junto al verbo, más man­ tenimiento del uso Ab. (separativo) adverbal con verbos de movimiento, más tendencia a ampliar el área de difusión de determinados G. especializados (pero no de todos), más creación de usos asintácticos, etc. Pese a todo, el G. se veía, grosso modo, como una unidad. Esa unidad se reforzó mediante una serie de procesos a lo largo de la historia del Gr., sobre todo en época helenística y romana, en que se tiende a reservar al Ac. la función adverbal, desaparece el D. y se imponen los giros preposicionales para sustituir ia función separativa del G., sobre todo junto al verbo pero también junto al nombre y el adjetivo. En esa historia hay que prestar atención, entre otros, a los hechos propios de la antigua poesía, ya arcaísmos, ya innovaciones. Algunos fueron recreados, en una forma o en otra y por un camino o por otro, por la lengua de la koiné.

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3. nes

H isto r ia d e las in t e r p r e t a c io ­ DE LA SINTAXIS DEL GENITIVO

Desde Cleocares, hacia el año 300 a. C., pero sobre todo en los estoicos y en toda la tradición gramatical antigua, con Dionisio Tracio a la cabeza, el G. es reconocido como uno de los tres casos «oblicuos» que se oponen al caso recto o N. El nombre que recibió, γενική πτώσις, traducido literalmente al Latín como casus genitiuus, se refiere en principio muy probablemente al γένος o línea familiar: en una expresión como Σωκράτης Σοφρονίσκου, la primera palabra era «el nombre» (ονομαστικός nominatiuus), la segunda «el patronímico» (γενική, genitivus). Sin embargo, posteriormente prevaleció otra interpretación, la de ‘caso general’. Cf. Sittig, 1931, págs. 26 sigs. La verdad es que no existe ninguna teoría antigua sobre el G. Existen, eso sí, teorías medievales y renacentistas. En Bizancio, Demetrio Triclinio conside­ ró el G. como un caso que indicaba el origen o el «movimiento desde»: eviden­ temente, se inspiraba en algunos usos del G. griego opuestos a otros de! Ac., todo ello dentro de la concepción localista de que hemos hablado. En cambio, la Edad Media occidental y el Humanismo, al trabajar sobre el latín en que es el Ab. el que desempeña esa función, por fuerza habían de desarrollar otros puntos de vista. En definitiva, el G. se consideró como un determinante del nombre, que es lo que, con determinadas excepciones, es en latín. Esta es la teoría, por ejemplo, de los daneses Simón y Martín, de quienes ya hemos hablado; añaden a éstas otras consideraciones, como que el G. expresa la causa eficiente. El problema del G. adverbal se resuelve con varios expedientes: así, para Alejan­ dro de Villedieu, obliviscor lectionis es interpretado como una variante de obli­ vionem lectionis patior, con lo que se salva el carácter de «relación de sustancia a sustancia» propio del G. Ésta es aproximadamente, también, la teoría de Schoppius y Sanctius (El Brócense), para quienes el G. no puede ser regido por un verbo: acuden para ello a admitir la elisión de nombres regidos por el verbo, supuestamente, de los que depende el G. según ellos. Esta línea es seguida en lo esencial por Lancelot y luego por gramáticos kantianos como Hermann, Reisig y otros posteriores (Grotefend, Rumpel, etc.). Todo lo más, se discutía si la idea fundamental (Grundbegriff) era posesiva, partitiva, causal o puramente relacional: todo ello con argumentos especulati­ vos, no lingüísticos. Los neogramáticos se encontraron con este panorama teórico cuando co­ menzaron a explorar lenguas indeoeuropeas en las que el G. adnominal era predominante, pero también existía el adverbal. En general optaron por consi­ derar originario al adnominal y derivado el adverbal, así Hirt, Schulze, Havers, Ehrlich; pero otros autores, y precisamente los de más peso, a saber, Brug­ mann (tras algunas vacilaciones) y Delbrück, pusieron en cabeza el G. adver-

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bal, del que derivaría no sabemos cómo el adnominal. Ésta es la tesis a que se adhiere Sánchez Lasso (1968), a cuya exposición remito (págs. 409 sigs. y 433 sigs.). Recuérdese que estos autores hablan de un G . sin valor separativo alguno, que según ello sería propio del Ab., luego sincretizado. Y que tácita­ mente admiten un tercer componente original, el partitivo, originalmente adverbal. La verdad es que ha sido escasa la especulación sobre el G., en comparación con la que ha habido sobre el N. y Ac. Sin duda el problema está en el hecho de una menor unidad del caso en G. y D., por oposición a los otros dos casos; y en la dificultad o imposibilidad de estudiar el G. desde el punto de vista de las lenguas modernas, de que parten autores como Tesniére, Martinet, Chomsky y Fillmore. Prácticamente, dejan sin tocar el G. Se ocupa de él, ciertamente, Hjelmslev dentro de su teoría espacial, en la cual el G., como ya en Demetrio Triclinio, designaría el origen: teoría que se refuta por sí misma, incluso en Gr. desde ese valor es en todo como margi­ nal y periférico. Ésta es también, naturalmente, la posición de Wüllner (1827), predecesor de Hjelmslev en la explotación de las ideas de Triclinio. Curiosamente, dos autores que se han centrado en la descripción del G. latino, Kurylowicz (1949) y Happ (1976), coinciden en poner por delante el G, adverbal: según el primer autor, el adnominal vendría de transformaciones, lo que sólo en un número muy reducido de casos es posible; el segundo define el G. como un complemento, doctrina que hemos hallado también en Dressier (1970) y que es en ciertos casos aceptable, pero deja muchos puntos sin resolver. Es, en cambio, mucho más lógica la posición de Rubio (1966), que también parte dei latín, al definir el G. como caso adnominal, un equivalente del adjeti­ vo. Aunque para eliminar los usos adverbales ha de acudir a expedientes diver­ sos, no disímiles de los de sus predecesores en esa teoría, y aun así ha de reconocer (pág. 142) la existencia de un G. «auténticamente adverbal» con im­ plere, obUuiscor, damnare, etc. En forma semejante, J. L Moralejo (págs. 302, 312) define el G., en latín, como un caso adnominal: pero esto no es generali­ z a r e al griego, que está muy lejos de las estadísticas de H. Pinkster (1985) que aduce Moralejo: en el corpus de que parte el complemento obligatorio único va en Ac. en un 88% de los casos, en G. en un 0,5% (en un 1,7% el segundo complemento en D.). En realidad, una teoría que unifique el G. adnominal y el adverbal no la encontramos (prescindiendo de ciertos pasajes de Brugmann luego rectificados por él mismo) hasta el conocido estudio de Jakobson sobre los casos rusos (1936). Su doctrina es bastante especulativa, pero tiene de notable que niega a la significación fundamental del G. el concepto de la dirección y que unifica ambos tipos de G. sobre la base de que limitan la extensión de la cosa o situa­ ción a que se refiere el G.: con esto va a parar al partitivo, dependiente del nombre, y el «G. del límite» (fin, separación, negación) dependiente del verbo. Todo esto, que es bastante artificial e incompleto, equivale a definir

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el G. como una determinación, lo que es cierto, pero insuficiente. Algo pareci­ do debe decirse del trabajo de Delaunois (1981), citado al comienzo de este capítulo. Sin duda el error que subyace a todas estas vacilaciones es el empeño por buscar un definición abstracta y general del G., válida para todas las lenguas y períodos; definición, se admite cuando más, alterada o modificada en evolu­ ciones recientes. Nosotros hemos intentado, en cambio, dar simplemente una definición pancrónica del G. griego, aun a sabiendas de que ciertos usos no se dan en tal o cual período o estilo literario; definición independiente de los remotos orígenes, aunque hayamos especulado sobre éstos. Es evidente que el G. indoeuropeo no es idéntico al griego ni éste al latino, etc. Ciñéndonos, una vez más, al griego, su delimitación del G. respecto al Ac. y D. (e incluso al N.) es demasiado compleja para definirla en una fórmula general. Es, ciertamente, un determinativo, pero condicionado por distribucio­ nes, oposiciones y especializaciones semánticas; presenta, a veces, neutraliza­ ciones con el Ac. y el D. Por supuesto, hay usos (sobre todo adnominales, pero también adverbales) que le son propios y en los que no admite competen­ cia. La determinación del nombre y la determinación general y, a veces, espe­ cial del verbo, siendo esta determinación especial la misma que aparece junto al nombre u otra diferente, constituyen sus funciones fundamentales, aproxi­ madamente unitarias y aproximadamente diferentes de las de los demás casos. Pues ya hemos dicho que hay neutralizaciones con unos u otros, e incluso con todos, en los usos asintácticos (que, por lo demás, no coinciden exactamen­ te con los de los demás casos). Nótese que los autores que abogan fuertemente a favor de la oposición entre casos gramaticales y locales (o como quieran llamarlos), como Lehmann (1974) o Scherer (1975), o entre casos de valencia y casos libres, periferia, etc. (Pinkster [1972], Happ [1976] etc.), sin darse cuenta introducen una diferencia­ ción profunda entre diversos usos del G. En suma, definir el G. es un problema demasiado fuerte, aún más que definir el N. o Ac., para la mera especulación apriorística que lo único que busca son esquemas simplistas, muy alejados del uso de la lengua. Al hablar del D., veremos que sucede lo mismo.

C a p ít u l o V I

EL DATIVO

I.

LOS DATOS MORFOLÓGICOS Y LA DEFINICIÓN DEL DATIVO

La tesis habitual en las descripciones del D. griego sigue el modelo tradicio­ nal entre los filólogos de mezclar sincronía y diacronía: la primera afirmación que se encuentra es que en dicho caso se han sincretizado un D., un Instr. y un Loe. indoeuropeos, por los que habría que explicar los diferentes usos del D. griego, salvo unos pocos que serían «sincréticos». Aquí hay que insistir otra vez en nuestro punto de vista: aun suponiendo que esto fuera cierto, sería irrelevante para la descripción sincrónica. Los diversos usos del D. correspon­ den a diversas distribuciones, a la semántica de la palabra en D. y de la deter­ minada por él y a las oposiciones y neutralizaciones del D. con otros casos en cada distribución particular. Evidentemente, no es éste el lugar de debatir a fondo la exactitud o inexacti­ tud de ía teoría sobre el triple origen morfológico del D. griego. Nuestras opi­ niones están expuestas y defendidas en nuestro ya citado Manual de Lingüística Indoeuropea, así como en otras publicaciones anteriores. Para nosotros, el D. griego continúa un antiguo caso local que sólo en ciertos dialectos indoeuro­ peos o en ciertas lenguas de éstos se escindió en los tres casos llamados D., Instr. y Loe. Como mucho, el Gr. presenta ciertos intentos de diferenciación que afectan solamente al Loe. Resumiendo muy brevemente —y lo hacemos porque tiene interés para la exposición que va a seguir —el D. sg., que atendiendo a sus correspondencias semánticas en lenguas como el Ai. deberíamos llamar D.-Instr.-Loe., conserva a veces todavía la forma del tema puro, así en tipos como πόλει y χώραι; otros D. añaden -ei o -i, que han sido secundariamente abstraídas de estas formas como marcas casuales o bien imitan dichas formas (así el D. en -öi délos nombres temáticos). El D. sg. sería, si esto es así, un derivado de temas puros, con des. -0, temas que sabemos que dejaron huella en otros casos, aun­ que en menor escala. El D. pl. consistiría en un serie de creaciones secundarias

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a base ya de una partícula aglutinada -φι de valor local muy amplio ya, sobre todo, de aglutinación de elementos -5 de «plural» y -i de «D.». O sea: para nosotros λόγοις no sería sino una pluralización del sg. λόγω, λόγοισι añadiría la marca -/ de D., φλεψί, Ό λυμπίασι unirían las dos marcas. Por supuesto, esta teoría no es exigida en absoluto por la descripción que sigue, que es sincrónica. Pero se conjuga bien con los hechos griegos al poner en la base del D. una forma no casual, que evidentemente podía usarse con valor adverbial o como determinación de otra palabra, pero determinación más bien ocasional y con matices muy diversos, dependientes del contexto, no gramatical. Piénsese, en efecto, qué el N., Ac. y G., junto a usos absolutos o neutros (algunos antiguos, otros surgidos a lo largo de su historia), tienen fundamental­ mente, desde antiguo, valores gramaticales bastante definidos: determinación subjetiva y objetiva del verbo y determinación general del nombre. Luego, el panorama se ha complicado al ampliarse las distribuciones, crearse especializa­ ciones de sentido en algunas de ellas, intervenir neutralizaciones. Pero, en defi­ nitiva, esos usos gramaticales antiguos han continuado siendo los centrales de esos casos, incluso estadísticamente. Por ellos hemos comenzado nuestras des­ cripciones, que aunque eran fundamentalmente sincrónicas podían tener en cuenta simultánea o marginalmente los hechos diacrónicos. Para el D., en cambio, las cosas son muy diferentes. No es fundamental­ mente un primer determinante del verbo como el Ac.,: en esto coincide con el G., pero éste es habitualmente un primer determinante del nombre, cosa que raramente es el D. Este caso es con frecuencia ya un primero ya un segun­ do determinante del verbo, con una escala semántica de valores más amplia que la del G.; pero un determinante que sólo en el caso del complemento indi­ recto puede calificarse de gramatical, las demás son construcciones puramente ocasionales y omisibles. Y lo mismo los D. con nombre y adjetivo en general. Hay, de otra parte, un amplio uso del D. con valores adverbiales. EI D. vive de múltiples especializaciones definidas por el contexto o bien por el sentido del nombre que lleva este caso. Difícilmente pueden considerarse derivadas de un uso central, gramatical, como sucede con los casos antes cita­ dos. Realmente, atendiendo a la frecuencia, es el D. complemento indirecto el uso central del D.: según las estadísticas de López Facal representa ei 41% de los usos adverbales en Heródoto (el 15% el Instr., el 11% el de rección, pero véase más abajo sobre éste, el 33% los demás). Es el que ha dado la «imagen» del caso, a juzgar por su denominación de «dativo» (caso con verbos de «dar») por los gramáticos antiguos. Nosotros vamos a comenzar por él nuestra descripción. Pero está lejos de representar conceptualmente (ni históricamente) un punto de partida de la totalidad de los usos del D., las cosas parecen ser muy diferentes. EI D. complemento indirecto, por muy gramatical que sea su uso con deter­ minados verbos, desde el punto de vista del Gr. está asociado a la idea de

El Dativo

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«movimiento hacia» reai o figurado, que es propia de los verbos que lo rigen. No es fácil de distinguir, a veces, del D. con verbos intransitivos, también de movimiento real o figurado. Pero lo más notable es que el mismo caso indica, con verbos de reposo, el reposo, la situación «en»; y es más notable todavía el observar que hay puentes numerosos entre el «en» y el «hacia», el D. de reposo y el directivo. Con frecuencia, es cosa del punto de vista o subjetiva el decidirse por una u otra interpretación; sin duda, no se sentía opo­ sición. Y los matices de instrumento, compañía, modo, etc. que el D. toma con otros grupos de verbos, tienen «puentes» numerosos entre sí y con el D. de reposo. En suma, el D. reúne, según los contextos, diferentes usos locales, propios o figurados, aunque desde luego no el uso «desde» (propio del G.) y raramente el uso concreto, no figurado, «hacia», que sufría la competencia del Ac. lativo, con y sin preposición; el valor «en» es contextual, se apoya en una oposición al Ac. «hacia» y al G. «desde». Añade los usos instrumentales y los gramaticalizados; el de complemento indirecto y el de rección verbal pura y simple, que juntos abarcan más del 50% de los usos adverbales. Todo esto apunta a un antiguo uso no gramatical en sentido estricto, sino adverbial de tiempo y espa­ cio, y a una adscripción secundaria y un tanto laxa del D. al verbo y, en menor medida, el nombre y adjetivo. Secundariamente, ha habido sin duda transfor­ maciones que han unificado más o menos el campo, creando a partir de los D. verbales, sobre todo, otros adnominales y adjetivales. Pero ha quedado un amplio uso adverbial, más o menos neutralizado con el también adverbial de los otros casos; también se han creado otras neutralizaciones. El D. está en decadencia desde la época helenística y desaparece en los siglos bizantinos. Esta desaparición tiene que ver con la indistinción que se introduce entre las preposiciones έν y εις, es decir, entre la que comporta una noción de reposo y la que lleva una de movimiento hacia. Los distintos usos fueron absorbidos por el Ac. o G., como veremos más en detalle. Curiosamen­ te, el centro del sistema casual, constituido por el N. sujeto, el Ac. complemen­ to y el G. determinante nominal, fue el que se impuso, como hemos ido vien­ do. Elementos marginales, como determinadas espedalizaciones y desarrollos de los casos en cuestión y como todo el D., constituido en definitiva por usos semiadverbiales, laxamente adheridos al verbo (y al nombre y adjetivo) y rara­ mente introducidos en el sistema de los otros casos, desaparecieron. Al lado del núcleo referido, toda la carga marginal de las determinaciones del nombre y el verbo pasó a caer sobre el sistema de las preposiciones. Todo esto hace que no sea fácil dar una definición general del D. Centrarse en el complemento indirecto, como es usual, es dar demasiada importancia a uno de sus usos, aunque sea el más frecuente. Querer ver siempre, en definiti­ va, la noción de interés, como hace Rubio, 1966, págs. 142 sigs. hablando del D. latino, es forzar las cosas y, desde luego, sería inadmisible para el Grie­ go; más aceptable es, pienso, su calificación del D. (y del Ab. latino) como «caso

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adverbial», al lado de los casos nominales N. y Ac. y del adjetival G. Este valor adverbial no falta en cierta medida, lo hemos visto, en los otros casos; pero aquí se transpar enta debajo de casi todos los demás usos. Si hubiera que definirlo más de cerca, habría que insistir en su neutralización de las nociones «en», «hacia» y «con». Pensamos, efectivamente, que ese valor adverbial neutro del D. sólo queda definido en contextos precisos: a partir, primero, de la semántica del verbo y, luego, de la del nombre regido determinante. En realidad, sólo en una cierta medida quedan abiertas con frecuencia diversas interpretaciones; y se crean sentidos especializados de tipo figurado o abstracto. Los tipos distribucionales fundamentales son, según nosotros, los siguientes: 1. Verbo directivo o de movimiento + D. de lugar o persona. En princi­ pio el D. se entiende como «a», «hacia», pero a partir de ahí se crean usos más neutralizados: el de complemento indirecto cuando hay construcción bica­ sual, el de D. regido cuando la hay monocasual. 2. Verbo de diversos tipos (pero no del que precede ni de los que siguen) + D. de persona. Hay subsentidos referentes al interés, simpatía, punto de vista, etc. del D. que pueden descubrirse en el tipo 1, pero que aquí se hacen centrales, al no aparecer la noción de «dirección». 3. Verbo de reposo + D. de lugar o tiempo. Valores de lugar y tiempo. 4. Verbo de acción, sentimiento, etc. + D. de cosa o abstracto. Se desa­ rrollan valores de instrumento, causa, modo, etc. 5. Verbo de compañía + D. de persona. Valor comitativo. Hay que añadir los contextos con verbos copulativos, en los que hay valores del tipo 2 y otros especiales; con adjetivos y nombres, en que hay unos u otros de los valores del tipo 2 y otros especiales; con adjetivos y nombres, en que hay unos u otros de los valores reseñados según la semántica y las transformaciones; y los usos «libres» o asintácticos, propiamente adverbiales (coincidiendo, a veces, con algunos de los de arriba). Sólo tras estudiar todo esto puede llegarse a conclusiones más precisas.

II.

DESCRIPCIÓN E INTERPRETACIÓN PANCRÓNICA DEL DATIVO

A.

USOS ADVERBALES DEL DATIVO

1.

El D a t iv o

de

p erson a

LUGAR) CON VERBOS DIRECTIVOS

(r a r a m e n te

o

de

DE MOVIMIENTO

a) En construcción bicasual con el Ac. (Dativo de complemento indirec­ to). — Es éste, ya lo hemos visto, el valor central del D. tanto desde el punto de

Ei Dativo

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vista estadístico como porque es el que da la primera imagen del caso como el más propiamente regular y gramatical, el más desemantizado. El D. indica, según se quiera definir, el complemento indirecto o el tercer actante o la atribu­ ción o la persona más estrechamente relacionada con la acción verbal. En defi­ nitiva, el grupo verbo + Ac. forma un conjunto, equivalente a un verbo al que la determinación del Ac. confiere unos márgenes semánticos más reduci­ dos; ya no se trata, por ejemplo, de «dar», sino de «dar regalos» δώρα δούναι. Pues bien, el determinante personal de ese nuevo verbo, la persona puesta en conexión con él como un no-sujeto, va en D, Es la construcción en que este caso tiene más larga vida en la lengua griega, la última en que desaparece. Nótese que incluimos el D' en transformaciones pasivas de esta distribución. El valor gramaticalizado a que hemos hecho alusión depende de que, al indicar el D. la persona que, tras la cosa (en Ac.), es el segundo determinante del verbo, entra en sistema con el N. y Ac. y significa una determinación abs­ tracta, de objeto no directo: la de la persona que acaba de definir la acción verbal. Esta es determinada mediante un N. que especifica la persona del sujeto y un D. que especifica la persona en relación o en vista con lo cual se realiza la acción verbal. Pero, como han opinado varios autores (cf., por ej., Humbert, 1945, págs. 276 sigs. y López Facal, 1974, págs. 133 sigs.), por debajo subsiste un valor directivo, lo que se ve porque: 1. En fecha arcaica, el D. puede ser no sólo de persona, también de lugar: tipo Od. 3.291 τάς μέν (las naves) Κρήτη άπήλασσεν. 2. Los verbos todos implican «movimiento hacia» real o figurado (directi­ vo): «dar», «anunciar», etc. 3. Desde fecha arcaica el D. alterna con preposición -f- Ac. (Hdt. 3.135 δώρα τφ πατρί ... άγειν, Î.59 γυναίκα μή άγεσθαι ... ές τά οικία. 4. Hay coincidencia con el significado del D. con verbos intransitivos, al­ gunos idénticos a los que llevan complemento indirecto, otros próximos y de más claro valor directivo. Como decíamos, ese valor directivo del D. depende del contexto. En los usos concretos se neutraliza con el Ac. lativo, que es mucho más frecuente y que en cambio no produce usos figurados. Vamos a dar algunos pocos ejemplos de esta construcción; nótese que aun­ que el D. es normalmente de persona, son equivalentes el de nombres como ναυς, πόλις y ciertos abstractos relativos a potencias o capacidades humanas, más ciertas personificaciones. He aquí algunos grupos de verbos (como siem­ pre, con transiciones y posibilidades diversas de clasificación) con los que es habitual este Dativo: 1. «Dirigir», «aproximar»: II. 1.51 αύτοΐσι βέλος έχεπευκές έφιείς, 1.3 ψυχήν Ά ϊδ ι προΐαψεν, 3.318 θεοΐσι δέ χεΐρας άνέσχον. Sobre todo son usos

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homéricos y poéticos, igual que el de verbos de sentido contrario: II. 1.67 ήμΐν άπό λοιγόν άμΰναι ‘apartar de nosotros la peste’. 2. «Llevar», «dar», «enviar», «comunicar» (y «quitar»): IL 1.390 άγουσι δέ δώρα άνακτι, 23.21 "Εκτορα ... δώσειν κυσί; Thgn. 762 σπονδάς θέοισιν άρεσσάμενοι; P SI 629.18 περι τούτων εδωκά σοι γραφήν, inversamente, II. 1.161 και δή μοι γέρας άφαιρήσεσθαι άπειλεΐς. 3. «Decir», «ordenar»: II. 6.524 άμφιπόλοισι περικλυτά εργα κέλευεν; X., Cyr. 2.3.1 εύξάμενοι τοΐς θεοΐς τάγαθά; PPetr. 2.383 παρά δέ σού ούθέν ήμΐν προσπεφώνηται; P SI 362.15 γράφε μοι εις ’Αλεξάνδρειαν πρός Διόσδοτον επιστολήν. Otros muchos verbos son sentidos como «mostrar», «anunciar», «amena­ zar», «ayudar», «testimoniar», «reprochar», etc. y verbos contrarios como «pro­ hibir», «alejar», etc. presentan la misma construcción. Hay que añadir sin duda «igualar», «comparar», Cf. Hdt. 1.123 τά ς πάθας τάς Κύρου τήσι έωυτοΰ όμοιούμένος: los dos términos son equivalentes, no hay oposición de cosa y persona. b) En construcción monocasual. — Los tratados de gramática griega sue­ len dividir estos D. en varios tipos: con Loe. («en»), con D. directivo «hacia», también con usos figurados de éste y con rección. En realidad es difícil distin­ guir entre ellos, prácticamente son todos los mismos y se aproximan al tipo anterior; salvo que en ocasiones está más clara que en él la idea del «movimien­ to hacia». Otras veces, al contrario, hay rección, el D. se convierte práctica­ mente en un primer actante, en un complemento directo. En ocasiones, como ya hemos anticipado, se trata de los mismos verbos de las construcciones bicasuales, pero sin Ac.: son, simplemente, usos absolu­ tos; o bien, simplemente, el verbo no necesita una primera determinación, co­ mo no sea la del Ac. interno. También puede suceder que el papel del Ac. lo desempeñe un infinitivo (tipo normal con verbos de voluntad, X., An. 1.18.12 (Κύρος) τώ Κλεάρχω έβόα άγειν τό στράτευμα, también aparece con los de entendimiento y lengua) o bien una oración subordinada conjuncional (Th. 5.30 άντέλεγον τοΐς Λακεδαιμονίοις οτι ...). Se comprenderá que en todos estos casos el D. es idéntico al arriba estudiado. Otras veces, sin embargo, existen verbos (como los de «acercarse», «alejarse») que carecen de la doble construc­ ción y son más claramente locales. En definitiva, si en las construcciones bicasuales el concepto de «dirección hacia» se traslucía solamente bajo el valor gramatical, aquí está más en la superficie, unificando el grupo. Por eso podría hablarse propiamente de directivo. He aquí unos pocos ejemplos: 1. «Ir», «salir al encuentro», «acercase»: II. 6.127 δυστήνων δέ τε παΐδες έμώ μένει άντιόωσιν; Th. 2.61 ύποστήναι αύτοΐς ’Αθηναίοι τολμήσαντες PLugd. Bat. 20 Suppi. C. 6 συνάντησον ήμΐν. Nótese que el D. puede ser una personificación (Parm. 8.25 έόν ... έόντι πελάζει), pero también un nom­

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bre de lugar (IL 12.112 πέλασσεν νήεσσι) y que hay «movimiento inverso», también aquí (Pl., L g. 959e τφ πολιτικώ νόμω ... παραχωεΐν). Este uso conti­ núa hasta fecha tardía, cf., por ej., P SI 566.2 ήμΐν συναντώσιν. 2. «Oponerse», «ser enemigo», «ser amigo», «ayudar», etc.: son evidente­ mente usos figurados emparentados con los anteriores: IL 18.312 "Εκτορι μέν γάρ έπήνησαν; Pl., Lg. 914a ή πόλις ύπερητοϋσα ταΐς μαντείαις; Λ ρ. 29 d πείσο μ αι δέ μάλλον θεω; P S I 552.7 βοήθησόν μοι. 3. «Corresponder», «ajustarse», «ser propio de»: A., Pers. 808 ού ...μένει νους τοΐς κακώ ς πράσσουσι; Pi., I 5(4). 16 θνατά θνατοΐσι πρέπει; PEleph. Í.5 όσα προσήκει γυναικί. 4. «Agradar», «desagradar», «cuidarse de»: IL 1.24 άλλ’ ούκ Άτρείδη Ά γαμέμνονι ήνδανε; Hdt. 1.36 ταϋτά οί νυν μέλει; S., Tr. 543 θυμοΰσθαι ... νοσουντι κείνφ; X., Cyr. 4.3.2 ύπερητώ τοΐς θεοΐς; D. 3.5. ήνόχλει ήμΐν ό Φίλιππος; P S I 488.6 μή έγκαλήσεις ήμΐν, 5. «Exhortar», «maldecir», «anunciar», «escribir»: IL 6.286 άμφιπόλοισι κέκλετο; Ar., Nu. 871 καταρα σύ τώ διδασκάλω; PPetr. 2.11(2).5 άναγγέλλουσι δ ’ ήμΐν. 6. «Igualarse», «asemejarse»: Od. 6.243 νυν δέ θεοΐσιν έοικε; Hdt. 4.166 παρισεύμενος Λαρείω. No se trata necesariamente de un D. de persona; y hay transiciones con ei comitativo, cf. pág. 202. Sería fácil establecer más grupos o subgrupos. Son suficientes estos pocos ejemplos, sin embargo, pensamos, para hacer ver que en parte estos verbos son la correspondencia intransitiva de los transitivos de a); que la construcción está difundida en todo el Gr. (salvo algunas con nombres de lugar en 1; lo mismo que en los transitivos, son arcaísmos); que hay usos figurados, en los que la idea de «movimiento hacia» está tan próxima o tan lejana, más o me­ nos, como en el D. de complementos indirectos, pero que en parte son diferen­ tes; y que no se dan aquí las especializaciones del D, simpatético y de interés, pero sí otras que veremos más abajo. Hay algunos puntos, de todos modos, que conviene elucidar antes de seguir adelante, pues se trata de posiciones que han tomado algunos gramáticos y que tienden a aislar este grupo del a): ya justamente, ya injustamente, pensa­ mos. Se refieren, primero, a la misma existencia del D. directivo; segundo, al papel que desempeñan dentro de este cuadro los verbos compuestos con preposición; y tercero, a la real o supuesta existencia de D. regidos. 1. También aquí hallamos en Homero en ocasiones un D. de lugar, el más claro exponente del directivo. Pero a veces (cf. Sánchez Lasso, 1968, págs. 552 sigs., 590 sigs.) se niega este valor del D., lo mismo en ías construcciones bicasuales que en las monocasuales. Se trataría ya de usos «personificados» de «mar», «tierra», «cielo», etc. en frases como IL 5.174 Aii χειρ ας άνασχών, 18.294 θαλάσση έλσαι Α χαιούς; ya de «usos pregnantes» del Loe.: II. 5.82 χεΙρ πεδίφ πέσε, llevaría un Loe. «en el suelo» que implicaría el previo movimiento.

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Diversos autores han apuntado, sin embargo, que es artificial tratar de dis­ tinguir entre una interpretación locativa y otra directiva del D. en construccio­ nes como las que hemos señalado. Cf., por ej., Bers, 1984, pág. 91. Es sólo el verbo el que introduce una distinción entre el valor que implica un «en», el que implica un «hacia» seguido de un «en» y el que implica un «hacia» solamente. Una expresión como, por ejemplo, θαλάσση ελσαι ’Αχαιούς ‘empujar a los aqueos hasta el m ar’ implica, efectivamente, un «hacia» y un «en» (‘hasta caer en’) y lo mismo expresiones transitivas o intransitivas como ’Ά ϊδι προΐαψεν, S., A nt. 1232 πτύσας προσώπω ‘escupiéndole en su rostro’, etc.; incluso con verbos en que esto parecería menos propio, por ej., en πεδίω πέσε ‘cayó en el suelo’, el D. implica un movimiento «hacia» y luego un quedar «en» el suelo. Naturalmente, si el verbo no implica conclusión del movimiento, hay sólo un «hacia»: Od. 9.527 χειρ5 όρέγων εις ουρανόν ‘tendiendo la mano ha­ cia el cielo’. Lo mismo sucede en los usos derivados, a que nos hemos venido refiriendo, y que casi siempre llevan un D. de persona. El tipo que lleva D. pl. con «orde­ nar», «decir», etc. en Homero (Od. 11.491 πάσιν νεκύεσσι καταφθιμένοισιν άνάσσειν, Od. 18.412 τοισι δ ’ Ά μφίνομος άγορήσατο) suele entenderse como un Loe. (e.d., con valor de reposo) porque hay también giros paralelos con έν. Esto no demuestra nada más sino que ésta era una de las posibilidades cuando se quería precisar entre «entre ellos» y «para ellos». Igual en IL 1.68 τοΐσι δ ’ άνέστη Κάλχας, indistintamente ‘entre ellos’ o ‘para ellos’. En definitiva: el uso local puro, con nombres locales, ha desaparecido desde pronto en Gr., dejando algunos restos en Hom. tan sólo; no ofrece práctica­ mente, en construcción adverbal, una escisión entre «en» y «hacia». En la me­ dida en que se logra es con el uso preposicional y al lado de unos pocos verbos de reposo, copulativos, etc., de que hablaremos (también en usos asintácticos y con nombres). Pero hay amplios usos derivados, que normalmente corres­ ponden, simplemente por el sentido del verbo y nada más, a un directivo; hay, sin embargo, ambigüedad a veces, como hemos dicho. 2. Presentan problemas interpretativos los verbos con preverbio. Seguidos de D. se han tomado a veces como un grupo aparte, sin mayor significado para el valor del D.: éste estaría en cierto modo «regido» por el preverbio. Pero la verdad es que los verbos con preverbio, transitivos e intransitivos, per­ tenecen las más veces a los diversos grupos estudiados antes en relación con el complemento indirecto y el D. directivo con intransitivos; otras veces, llevan la noción de movimiento especialmente clara. En todo caso, el D. con verbos como επέρχομαι, έπιπέτομαι, εισέρχομαι, προσφέρω, entre los intransitivos, en nada difiere del de otros verbos como άπαντάω, έρχομαι, πελάζω, etc.: es el directivo de que hemos hablado; véanse ejemplos de Hdt. en López Facal (1974, pás. 126 sigs.). El verbo, simple o compuesto, es una unidad semántica, a ella contribuyen sus distintos elementos como son la raíz y el preverbio. Hay

El Dativo

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igualmente verbos de este tipo en los grupos que llevan complemento indirecto: cf. en Hdt. (ob. cit., págs. 138 sigs.) ανάγω, άναδίδωμι, άνατίθημι, απονέμω, άποπέμπω, έγχωρέω, επιδίδω μι, έπικαλέω, κατανέμω, παραβάλλω, προσάγω, προστίθημι, ύπείκω y tantos más. Este uso del D. lo hemos encontrado, tam­ bién, en las construcciones con complementos indirectos «especiales» y lo en­ contraremos en las con directivos también especiales, que estudiaremos a continuación. No debe hacerse, pues, distinción entre verbos simples y compuestos a la hora de estudiar el D. (ni los demás casos). 3. En el libro de López Facal (págs. 168 sigs.) se estudia un D. de rección o neutralizado al cual ya más arriba hemos aludido. Sería el equivalente de los Ac. y los G. también de rección. Se refiere a D. con verbos como άγαίομαι, άνδάνω, άποχρώ , επεσπιπτω , έπιβουλεύω, έσαγγέλλω, πρόσκειμαι, προσπίπτω, φθονέω, etc. Pues bien, discrepando por una vez de la doctrina de este libro, hemos de decir que no haliamos razón para separar estos verbos de los intransitivos directivos. En realidad, el significado de los verbos de la lista no difiere del de los verbos con D. directivo; y muchos de ellos se encuentran entre los que llevan directivo que recogen las gramáticas, algunos de ellos nosotros mismos, más arriba. Esto no quiere decir que invalidemos la propuesta de que se trata de un D. de rección. Son, ciertamente, D. regidos, aunque podamos obtener de ellos, directamente o mediante un análisis, un valor directivo; del mismo modo que hemos hablado de Ac. y G. regidos que a veces tienen un valor especial. En realidad, entre el valor neutro de puro caso regido y el «especial» que indica «dirección hacia» hay transiciones. De la misma manera que hemos hallado vacilaciones entre el régimen de Ac. y el de G. y el de éste y el de D., encontramos otras, en ocasiones, entre Ac. y D. Esto ocurre, sobre todo, en verbos de «hacer bien» o «mal», «criti­ car», etc., como έπαινέω, λυμαίνομαι, μέμφομαι. Posiblemente hay un matiz diferencial, el D. conserva un matiz de dirección o intención. 4. Otro D. emparentado con el uso directivo es el de finalidad, cuya exis­ tencia a veces se pone en duda. Hoekstrá (1962) presenta 15 ejemplos más o menos seguros, los más en poesía: II. 7.218 προκαλέσσατο χάρμη ‘exhortó al combate’; Pi., O. 10.20-22 φυντ’ άρετά, ‘nacido para la virtud’; The. 1.123 τής άλλης Ε λ λ ά δ ο ς ξυναγωνιόυμένης τά μέν φόβφ, τά δέ όφελίςι ‘estando dispuesto el resto de Grecia a luchar al lado ya por miedo ya para beneficio’. Como se ve, el régimen es de abstractos. Este D. está emparentado con usos adnominales de que hablaremos.

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2.

E l D ativo d e p e r s o n a c o n o tro s ver b o s

Los usos del D. de persona, el predominante, en la serie anterior, permiten varios niveles de análisis. En uno se encuentra una idea de «dirección», en otro más superficial un uso puramente gramatical (complemento indirecto o de rección). Esto ya lo hemos dicho. Pero en un tercer nivel de análisis puede detectarse un tercer componente: la idea del interés o la participación que de una manera u otra puede afectar a la persona en D. Si se anuncia algo a al­ guien o contra alguien o se le dice u ordena algo a alguien, es evidente que ese «alguien» puede estar interesado positiva o negativamente. Si uno se acer­ ca, agrada, desagrada, maldice, etc. a alguien, puede postularse lo mismo. Pe­ ro, evidentemente, no hay una forma gramatical que lo especifique, el D. per­ mite tan sólo esta interpretación. Sin embargo, en ciertos contextos está más próxima que en otros. Y, sobre todo, si en vez del verbo directivo o el intransitivo de movimiento se emplean otros simplemente de acción, el nuevo valor destaca mucho más. II. 1.110 σφιν έκηβόλος άλγεα τεύχει difiere levemente de una frase idéntica con πέμψει: en ésta tendríamos un complemento indirecto (‘... les enviará dolores’) mien­ tras que aquí es ‘... creará dolores para ellos’: surge automáticamente la noción del interés, el beneficio o perjuicio. Nótese que ya no hay propiamente rección: la determinación del verbo por el D. es mucho más laxa, es un adjunto fácil­ mente omisible. Así se han creado usos «especiales» del D. de persona, probablemente a consecuencia de haberse difundido fuera de los verbos directivos y de movi­ miento (y de los de reposo). Estos usos especiales son en parte los mismos en construcciones bicasuales y monocasuales, en parte diferentes. En unas y en otras cuando el sujeto se refiere a algo que está en una posi­ ción muy especial respecto ai D. (puede ser algo poseído por él, una parte de él, etc.), se habla de D. simpatético, frecuentemente un D. personal, a veces sustituido por un G. posesivo. Así en Od. 12.177 έξείης δ9 έτάροισιν έπ5 οΰατα πδσιν ελειψα es ‘froté las orejas a mis compañeros todos, uno tras otro’: son ‘sus’ orejas, en un pasaje paralelo (47) se dice έταίρων. O en E., H F 1071 se dice νύξ έχει βλέφαρα παιδί σφ ‘la noche ocupa los ojos para (de) tu hijo’. Es uso raro y poético. El mismo D. se encuentra en las construcciones monocasuales con verbos intransitivos: aquí con mayor frecuencia, incluso en prosa. Nótese que todavía en II. 3.300 σφ’ εγκέφαλος χαμάδις ftéoi ‘ojalá su cerebro se derrame por tierra’ tenemos un verbo de movimiento interpretado como directivo: pero pre­ cisamente la presencia de χαμάδις hace ver que σφ(ι) no indica «dirección ha­ cia» ni es un D. regido: como está con εγκέφαλος en la relación que conoce­ mos, es un D. simpatético. Otros ejemplos pueden ser: A., A . 875 έν χρόνω δ ’ άποφθίνει τό τάρβος άνθρώποισι ‘con el tiempo se le acaba la timidez (Ia

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suya propia) a los hombres’; Hdt. 1.31 έπι τής άμάξης δέ σφι ώχέετο ή μήτηρ; Α., Th. έμοι γάρ άνήρ άπέθανεν ‘mi marido murió’; Th. 2.103 τρίτον έτος τω πολέμφ έτελεύτα ‘terminó el tercer año de la guerra’; Eu. Luc. 2.11 έτέχθη ήμΤν σήμερον σωτήρ ‘para nosotros ha nacido hoy un salvador’. Como se ve, junto a verbos del tipo directivo, que crean construcciones ambiguas, hay otros de acción, etc., cuyo D. es ya sin duda simpatético. En circunstancias semejantes, pero sin que exista entre ei sujeto y el D. una relación del tipo de la que acabamos de mencionar, el D. de persona puede especializarse en el sentido del «interés» (también se habla de un D. «commodi et incommodi», de ventaja y desventaja). A veces ocurre en construcciones bicasuales, que presentan claros «puentes» con el D. directivo o de rección. Cf. supra, sobre σφιν ... άλγεα τεύχει, que en realidad puede tomarse también por un simpatético; o cf. Hdt. 6.138 Ά ρτέμιδι όρτήν άγειν donde al desapare­ cer en la expresión όρτήν άγειν ‘celebrar una fiesta’ el valor directivo de άγω, el D. pasa a ser ‘en honor de’, de interés. El D. de interés ha tenido bastante difusión, incluso en la prosa, así en giros tan frecuentes como δικάζειν τινί ‘juzgar en favor de uno’, ψηφίζειν τινί ‘votar a favor de uno’, etc. Cf. en koiné: Eu. Matt. 23.31 μαρτυρεΐν τινί ‘testimoniar a favor de uno’. También hallamos el D. de interés con verbos intransitivos diversos (a más de los copulativos). Cf., por ej., II. 7.101 τώδε δ ’ αύτός έγών θωρήξομαι ‘yo mismo me armaré contra él’, 23.677 Εύρύαλος δέ οί οΐος άνίστατο ‘sólo Euríalo se levantó para hacerle frente’, Ar., Lys. 530 σοί γ ’ ώ κατάρατε σιωπώ εγώ; ‘¿en tu honor voy a callarme yo, maldito?’, X., Eq. Mag. 3.2 τοΐς δώδε­ κα χορεύοντες ‘danzando en honor de los doce dioses’; D. 9.59 Φιλιστίδης επραττε Φιλίππω ‘Filístides trabajaba a favor de Filipo’, etc. Siguen algunos otros D. «especiales» que no se encontraban en las construc­ ciones transitivas: 1. Dativo ético. Es un D. con los pronombres personales, con verbos in­ transitivos diversos (a más de las construcciones copulativas), en construcciones en que el sujeto no es «parte» del D. ni subyace en éste la idea de «a favor» o «en contra». Hay, en cambio, una participación sentimental en la acción de la persona en D. Aunque hay casos de transición. Así en II. 5.249 μηδέ μοι οΰτω θυνε διά προμάχων ‘ni me corras tanto entre la vanguardia’; S., OC 81 ώ τέκνον, ή βέβακεν ήμΐν ό ξένος; ‘hija ¿se nos ha marchado el ex­ tranjero?’ (o ‘se ha marchado nuestro extranjero’ o ‘se ha ido en perjuicio nuestro el extranjero’: son los tres matices, como se ve hay transiciones). Se trata de un uso bastante frecuente, tanto en poesía como en prosa. Cf., por ej., Pl., A p. 30c έμμείνατέ μοι οις έδεήθεν ύμών; Hp. Ma. 286c πόθεν δέ μοι σύ, ώ Σώκρατες, οίσθα ‘de dónde me sabes tú, o Sócrates...?’, etc., PPar. 5121 = UPZ 78.20 όρουσα σοι ‘ahí tienes que veo’; pero no cuando eí contexto excluye la «dirección hacia» o «alejándose» del D. 2. Dativo de juicio. Con diversos verbos intransitivos (y, sobre todo, con los copulativos) se encuentra un D. de persona que indica a juicio de quien NUEVA SINTAXIS. — 13

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es válida la afirmación del núcleo de la frase verbal; con el D. es frecuente un participio. La posibilidad de aislar este tipo de los anteriores está en factores negativos (no hay relación de todo y parte, ni de beneficio o perjuicio recibido de resultas de la acción, ni de participación sentimental en la misma) y positi­ vos (el contexto indica que el D. se refiere a un punto de vista). El tipo central lo encontramos en casos dudosos en Homero, luego en poe­ sía y también en prosa ática, pero no, parece, en koiné. Cf. E., M ed. 580s. έμοι γάρ (‘a mi juicio’) δστις άδικος ών σοφός λέγειν πέφυκε, πλείστην ζημίαν όφλισκάνει; S., Ο Τ 616 καλώς ελεξεν εύλαβουμένφ πεσεΐν; Hdt. 8.14 ώς σφι άσμένοισι ήμερη άπέκαμψε, etc. Se ha creado la expresión συνελόντι o συνελόντι είπεΐν (Is. 48.36) ‘en resumen’. Una cierta variante representan expresiones que se refieren a con respecto a quién tiene validez aquello que afirma la frase verbal; se da sobre todo en los historiadores. Cf. Hdt. 1.72 μήκος όδοϋ εύζώνφ άνδρι πέντε ήμέραι άναισιμοϋνται ‘para un hombre descargado de peso, la duración del camino es estimada en cinco días’. 3. Dativo agente. Se trata de un D. de persona construido con formas de la voz pasiva, sobre todo de perfecto. En contexto con ellas el D., que puede interpretarse, según los casos, como de interés, de juicio, simpatético o ético, se carga con el valor de agente de la voz pasiva. Así, en Od. 8.472 Δημόδοκον λαοισι τετιμένον ‘a Demódoco honrado para el pueblo, desde el punto de vista del pueblo’, puede entenderse ‘por el pueblo’, cf. igualmente Hdt. 6. 123 οσα μοι πρότερον δεδήλωται ‘Ιο que ha sido expuesto antes por mí’; X., An. 1.8.12 άν τούτο νικώμεν, πάντ’ ήμιν πεποίηται; Eu. Luc. 23.15 ούδέν άξιον θανάτου έστιν πεπραγμένον αύτώ. Con otras formas pasivas (ra­ ro, casi siempre poético): A., Th. 691 Φοίβφ στυγηθέν παν τό Λαίου γένος; Hes., Op. 420 τμηθεϊσα σιδήρω (con personificación). Con adjetivos verbales: Ar., Lys. 656 άρα γρυκτόν έστιν ύμΐν; ‘¿debe gruñirse por parte de voso­ tros?’; Pl., R. 380a έξευρητέον αύτοΐς ‘deben encontrar’. Como ya hemos dicho, todos estos usos «especiales» se basan, en primer término, en que se crean sobre verbos no directivos ni de movimiento. Cierto que hay casos ambiguos o de transición, en que en el D. complemento indirecto o directivo se ve o puede ver una de las nociones especiales. Cf., a más de ejemplos ya vistos, X., Oec. 2.14 άποφεύγειν μοι πειρςί que es propiamente ‘intentas escapar de mí’, pero puede también entenderse como ‘intentas esca­ párteme’, nosotros los hemos eliminado de nuestra lista de ejemplos. Los ejemplos ya absolutamente claros son con verbos no de movimiento ni directi­ vos (salvo si hay algún dato a favor de que no «rigen» el D.); dentro de éstos entran todos, incluso los copulativos, según veremos, a excepción de algunos de reposo y compañía que llevan un D. especial de persona englobado dentro del de reposo. Éstos que hemos visto remontan, de un modo u otro, a la idea del movimiento: son usos traslaticios de la misma. Siempre con D. de persona (frecuentemente pronombres personales), nunca de lugar como todavía ocasio-

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El Dativo

nalmente, en ejemplos arcaicos, en el grupo de los verbos directivos y de movimiento. 3.

El D a t iv o d e lu g a r y d e

TIEMPO CON VERBOS DE REPOSO

Si los D. incluidos en los distintos subgrupos del tipo 2, que acabamos de estudiar, tienen una relación con el verbo mucho más laxa que los del tipo 1, propiamente gramaticales, estos otros de nombre de lugar con verbos de reposo la tienen más laxa todavía. En realidad no se distinguen propiamente de los usos adverbiales del D.: sea de lugar, sea de tiempo «en». Sin duda se han asociado secundariamente al verbo, sea transitivo, sea intransitivo, co­ mo también al copulativo, al nombre y al adjetivo; otras veces aparecen simple­ mente aislados o refiriéndose a la totalidad de la oración. A medida que es más amplia la escala semántica de los verbos y más reduci­ da la de los nombres en D., mayor es la independencia de éste. En el tipo 2 se trataba de nombres de persona con casi todos los verbos compatibles con ellos, excepto los directivos y de movimiento, que sin embargo constituyen el modelo de la construcción; el resultado es que esos D. se refieren siempre a comportamientos humanos en relación con la acción verbal, según contextos que pueden más o menos formalizarse. El D. indica interés, participación afec­ tiva, juicio, agente. Pues bien, en este tipo 3, aunque hablamos sólo de reposo, se incluyen en realidad todos los verbos que no implican «dirección hacia», «movimiento hacia»; y como el D. es de nombres que calificamos «de lugar», su significado es claramente «en»: concreto, no figurado. Aquí sí que se ha llegado a una especialización dentro del antiguo D.-Loe.-Instr., que indicaba tanto «hacia» como «en». Con frecuencia esto se manifiesta de una forma especialmente clara mediante la introducción de la preposición έν. En realidad, el uso sin έν es arcaico y poético, ni más ni menos que el Ac. lativo y el G. separativo sin preposición. Estos tres usos de los casos en cuestión han constituido un pequeño sistema ternario. Como se ve, aíslan un uso del D., mientras que otro es aislado por la oposición al Ac. en un uso diferente de este último: como comple­ mento indirecto frente al directo. Hay variantes de esta oposición en algunos usos «especiales». Otras veces, no: hallamos un puro D. regido (con huella del valor directivo) y otros opcionales, en dependencia laxa del verbo. Este carácter asistemático es aproximadamente adverbial. Y ello sobre todo en el uso que ahora vamos a estudiar y que quedará completado cuando hablemos del D. con verbo copulativo y el propiamente adverbial. Hay que recordar lo ya anticipado más arriba sobre la neutralización de este D. con el Ac. y G. también adverbiales. Distinguimos el uso local del temporal. Comenzamos por el primero, estu­ diando a) los verbos, b) los nombres.

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a) Los verbos pueden ser transitivos o intransitivos, simples o con pre­ verbios, sobre todo έν, επί, παρά, πρός, ύπό, περί. Los hay que signifi­ can «estar», «yacer», «estar situado», «estar apoyado»; otros, los transitivos, pueden significar «tener», «llevar» y acciones diversas. Como ejemplos intransitivos puede citarse IL 7.145 ουδει έρείσθη, 15.740 πόντφ κεκλιμένω; Od. 4.497 μάχη δέ τε και σύ παρήσθα; S., Ο Τ 1266 γή εκειτο, 20 άγοραΐσι θακεΐ. Más frecuentes son con verbos transitivos, cf. IL 1.45 τόξ’ ώμοισιν έχων, 16.595 Έ λλά δι οικία ναίων; S., Tr. 172 αύδήσαί π οτε Δωδώνι. b) Los nombres pueden ser de lugar propiamente dicho (ciudades, países, el cielo, la tierra, el mar, diversos accidentes topográficos...); partes del cuerpo humano (κεφαλή, κήρι, ώμοις, θυμφ, etc.); un plural de personas, tipo IL 2.666 θεοϊσι και άνθρώποισιν άνασσε, 24.723 τήσιν δ ’ ’Ανδρομάχη λευκώλενος ήρχε γόοιο, que traducimos como «entre». El último tipo es sólo homérico, prácticamente; los otros tienen alguna di­ fusión más en poesía, pero donde el Loe. se ha conservado mejor es con verbos compuestos, está con ellos incluso en prosa ática, cf. Th. 5.18 έμμενω ταϊς ξυνθήκαις; Aeschin. 3.118 ύπόκειται τό Κιρραΐον πεδίον τφ ιερω. Ahora bien, en este último caso los más de los ejemplos que citan las gra­ máticas son en realidad del tipo directivo que ya estudiamos, por ej., IL 14.258 εμβαλε πόντφ, incluso Th., 2.59 ένέκειντo τφ Περικλεΐ. También con los verbos simples los límites son difíciles de trazar y las gramáticas suelen abusar al hablar de Loe. Véase más arriba sobre los usos de persona en plural y su varia interpretación como Loe. o directivo. Y hay mil ejemplos más. Por ej.: A., Ch. 855 τίνα βοήν ϊστης δόμοις; es ‘¿qué griterío pones en pie en la casa?’ o ‘para* (cf. Bers, 1984, pág. 92). Ni valen para decidir las expresiones alter­ nantes con έν: en Homero tenemos νηί, έν νηί, συν νηί, aparte de que el valor de έν no es exclusivamente local. Nótese que hay transiciones, también, coil el Instr., como hace ver este ejemplo: esta duda surge en la traducción de θυμφ, φρεσί, άπορία, όργή, cf. Bers, págs. 87 sigs., así como lo que decimos más abajo. Habría que añadir el llamado prosecutîvo, que indica lugar «por dónde» o «con ayuda del cual» se realiza una acción, sólo está en formas semiadverbiales como ταύτη ‘por ese lado’, άλλους άλλη (Hdt. 1.46 διαπέμψας άλλους άλλη ‘enviando a cada uno por un lado’), etc. Confluyen el valor local «en» y el instrumental, a veces también el modal (Hdt. 5.39 έπινοέω δέ τήδε ‘imagi­ no de este modo’, ‘así'). En suma, el D. sólo en contextos muy circunscritos y en escasos textos ha producido un sentido claramente de «lugar en que». Con las preposiciones es sin duda donde mejor se ha conservado; pero véanse más adelante los otros usos antes aludidos. Un caso especial es la «figura etimológica», frecuente en poesía: tipo S. El. 235 αύδώ ... μή τίκτειν σ’ άταν άταις ‘te ordeno que no engendres una

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desgracia al lado de (en medio de, encima de) otras desgracias’: existe también sin verbo. Hay que añadir que existen ciertas formas especializadas para indicar el lugar «en»: formas como οίκοι, οΐκει, chip, μοχοΐ (y otras convertidas en ad­ verbio εκεί, ποΐ, etc.), nombres de lugar en -ασι ο -ησι como ’Αθήνησι. Según la opinion difundida, son restos del antiguo Loe.; para nosotros, especializaciones dentro de dobletes existentes. Importa notar que se mantienen en ático, donde lo habitual es el uso de la preposición έν. Un uso local figurado se encuentra en griego postclásico y en realidad desde Pl., R. 389d: tipo Ό μ ή ρ φ ‘en Homero', cf. Radt, 1986. Con esto pasamos a ocuparnos del D. paralelo que significa el tiempo en que algo sucede. En realidad, no necesita grandes precisiones: va con los mis­ mos verbos del uso anterior y con palabras de tiempo. Cf. por ej. II. 6.422 πάντες ιφ κίον ήματι ’Ά ϊδος εΐσω; Od. 10.29 τή δέκατη (‘al décimo día’) δ’ ήδη άνεφαίνετο πατρίς άρουρα, 15.3 νυκτι δ 5 όμως πλείειν; X., HG 1.2.1 τω δ 5 άλλω έτει (‘al año siguiente’) Α θηναίοι έτείχισαν. En koiné se desarro­ lló un sentido «a lo largo de», propio antes del Ac. de tiempo: Eu. Luc. 8. 29 πολλοΐς χρόνοις συνηρπάκει αύτόν. Pero también continuó existiendo el D. que indica un momento preciso, cf., por ej., Eu. Marc. 14.30 ταύτη τή νυκτί. A veces, en el llamado prosecutivo de tiempo (χρόνω ‘en el tiempo’, ‘con el tiempo’) hay confluencia con la idea del instrumental, véase más adelante. Como en el caso del D. local, en el del temporal encontramos múltiples ejemplos de transición con el Instr., véase más abajo. i

4.

El

D a tiv o

co n verbos

de

de

cosas

y

a b str a c to s

a c c ió n , s e n t im ie n to , e t c .

Hemos encontrado estos verbos, junto a otros, en los apartados 2 y 3, lle­ vando, respectivamente, un D. de persona y uno de lugar o tiempo: de esta unión surgían D. especiales, marcados por la semántica del nombre y en depen­ dencia laxa del verbo. Pues bien, sucede algo semejante en el apartado que ahora comenzamos: sólo que aquí hay una relación más estrecha entre la sub­ clase del verbo y la del nombre en D. Hay que distinguir fundamentalmente dos subgrupos: en el primero un ver­ bo de acción es determinado por un D. de cosa o abstracto que indica el instru­ mento de la acción, habiendo varios usos «especiales» con distribuciones más restringidas; en el segundo un verbo de acción o de sentimiento lleva un D. de nombre abstracto que indica la causa. Los estudiaremos sucesivamente. a) El Dativo-Instrumental propiamente dicho. ■— Puede presentarse la pre­ gunta de cómo un caso que estamos definiendo como indicando una relación fundamentalmente de espacio, especificando los contextos si se trata de «direc­

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ción hacia» o «lugar o tiempo» o bien de especializaciones abstractas o neutra­ lizadas del primer tipo, puede servir también para indicar el instrumento con ayuda del cual se realiza una acción. Pero esta pregunta se basa simplemente en el desconocimiento de que el valor «adverbial» del D. es más amplio que el puramente local-temporal, se refiere a algo que está ahí y que puede indicar tanto la localización como ins­ trumento o compañía, según los contextos. Ya hemos indicado que hay ejem­ plos numerosos de transición o indefinición, mejor dicho, entre estos concep­ tos. Insistiremos aún en este punto. Comenzamos por un ejemplo que pone Bers en su libro citado, pág. 87: S., Ant. 1254 κρυφή καλύπτει καρδΐα θυμουμένη: ¿lo guarda en su corazón o con su corazón? «El lugar en que uno oculta algo y aquello con lo que lo oculta, son lo mismo», dice con razón nuestro autor. De un modo semejante II. 1.521 μάχη Τρώεσσιν άρήγειν es ‘ayudar a los troyanos en la batalla’ o ‘por medio de’. Ya hemos hablado de θυμω, φρεσί, etc.; otras veces puede subyacer igualmente el valor directivo: Od. 20.327 εΐ σφωϊν κραδίη άδοι puede ser ‘si les complace a ellos, a su corazón’ o ‘en su corazón’ o ‘por obra de su corazón’. Igual con los abstractos: E., H F 53 s. έκ γάρ δόμων καθήμεθ’ απορία σωτηρίας es ‘estamos sentados fuera del palacio en carencia de espe­ ranza de vida’ o ‘con carencia’, ‘por carencia’. Igual con los nombres de tiem­ po, arriba aludidos. En Antipho Soph. B 54 ύστερος δέ χρόνψ έλθών ούχ εύρΐσκει τά χρήματα la expresión inicial puede ser ‘en un tiempo posterior’, pero también puede subyacer la idea de algo de que se ayuda o acompaña el sujeto. En general el D. χρόνω en expresiones como A., A . 126 χρόνω μέν αίρει Πριάμου πόλιν άδε κέλευθος se entiende como un prosecutivo de tiempo (cf. infra, pág. 209), péro también puede ser simplemente ‘dentro del tiempo’. La verdad es que no hay diferencia última. Ya decíamos que estas ambigüedades no se solucionan con las frases más o menos paralelas con preposición, sobre todo év: hay ύσμΐνι y έν ύσμΐνι, θυμφ y έν θυμω, etc. (arriba hablábamos de ναυσΐ y έν ναυσί, también σύν ναυσί). Pues el D. local con έν se presta a las mismas dudas; y no sólo en Homero, donde se dice, por ej., όράν, όράσθαι έν όφθαλμόϊς ‘ver con los ojos’, έν πυρι καίειν, έν λαβεΐν, etc., sino también en prosa posterior, cf., por ej., Lys. 13.12 άπέκτειναν έν τή προφάσει ταύτη ‘con ese pretexto’; X., Lac. 7.5 έν τοΐς τοιούτοις διεκώλυσε ‘lo estorbó con estas medidas’, etc. En definitiva, algo «en que» puede ser objetivamente, al tiempo, algo «con que». La ambigüedad entre los usos local e instrumental del D. aparece, efectiva­ mente, en aquellos casos en que una palabra puede ser alternativamente clasifi­ cada como de la subclase de nombres de lugar (o tiempo) y de la de nombres de cosa e instrumento. Ambas se solapan, en realidad. Pero cuando el nombre pertenece claramente a objetos materiales o a entidades abstractas no locales, entonces la circunstancia que encarna se precisa como de instrumento.

El Dativo

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El uso instrumental del D., en estas circunstancias, está amplísimamente difundido en Gr., aunque se reduce enormemente en koiné por la competencia con el giro con έν y otros. El tipo más claro y unívoco es aquel que emplea el D. de cosa. Lo hemos visto, por ej., en verbos que también llevan G., como los de «alimentarse», «llenarse», etc., y los correspondientes transitivos. Cf. X., An. 6.3.20 σίτος φ θρεψόμεθα; A., Pers. 133 λέκτρα ... πίμπλαται δακρυμασι; A r., Nu, 45 βρύων μελίτταις. Es más claro y tiene menos compe­ tencia el D. con verbos de «vestir», «armar» (A., Pers. 182 ή μέν πέπλοισι Περσικοΐς ήσκεμένη, con frecuencia en pasiva), «golpear», «herir», «luchar» (Hdt. 3.78 ó δ ’ έτερος τή αιχμή ήμύνετο; PPar. 11.10= UPZ 113.10 μαχαίραις τύπτοντας), «fluir» (II. 8.65 ρέε δ 5 α'ΐματι γαΐα), también con los de movi­ miento y aprehensión por los sentidos (h.Merc. 28 σαυλα ποσίν βαίνουσα; X., Cyr. 4.3.21 ó μέν γάρ δυοΐν όφθαλμοιν έώρα τε και δυοΐν ώτοις ήκουεν), los de «enseñar» (Pl., R. 430a έπαιδεύομεν μουσική), «mostrar», «engañar», «atar», «moler», «cocer», «honrar», etc., etc. Es cierto que a veces se encuentra competencia por parte de otros casos. Hemos hablado de la del G. en los verbos de «llenar», etc. (en «saciarse», etc., ya sabemos que hay también el Ac.); añádanse los de «regalar» («a uno una cosa» con dos Ac. o «a uno con una cosa con Ac. y D., cf. Pi., O. 6.76 έδώρησαν ... κάρυκα ... θυσίαις), «construir», etc. Sobre las transiciones con el valor comitativo, véase más adelante. Hay que añadir que con el verbo χρήσθαι y derivados suyos, el D. de valor instrumental ha quedado fijado automáticamente: se trata de un D. de rección, como otros que hemos visto más arriba desarrollados a partir del directivo. Es el tipo Hdt. 3.117 χρήσθαι τω ϋδατι ‘usar el agua’, también con doble D., E., M ed. 240 οτω μάλιστα χρήσεται συνευνέτη. Esta misma rección aparece con νομίζω y algunos otros verbos en escala limitada, debido a que el D. de tipo instrumental es menos fijo que el directivo, más laxo y omisible como sabemos; alterna además con otros, como igualmente hemos visto. b) Usos «especiales» del instrumental. — Prescindiendo del D. de causa, que en realidad es una variante del que estudiamos, detengámonos en los si­ guientes usos: 1. El Instr. interno. Etimológico o no, que se encuentra en poesía y prosa: el nombre que designa el instrumento pertenece a la semántica de la raíz, se trata en definitiva de una duplicación con valor expresivo, como en el caso del Ac. interno, con el cual hay con frecuencia neutralización: Od. 3.87 άπώλετο λυγρφ ολέθρω, 11.34 λιτήσι λίσσεσθαι; A., Pr. 384 τήδε τή νόσω νοσεΐν; PL, Sm p. 195b φεύγων φυγή; D. 39.26 γάμω γεγαμηκώς; y en usos no etimo­ lógicos S., El. 650 ζώσαν άβλαβεί βίω; X ., A n. 1.8.19 θεΐν δρόμω; Eu. M att 7.2 έν ω μέτρφ μετρηθείτε.

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Como en el Ac, interno, son habituales los usos con adjetivos calificativos y los figurados: A., A , 659 άνθοϋν πέλαγος Αιγαΐον νεκροΐς; Pi., /. 4 (3). 18 χθων ... ήνθησεν ρόδοις. 2. El instr. de medida, precio y limitación. Se define por los contextos verbales y por el nombre que indica precio o medida o ciertos adjetivos de cantidad. Evidentemente, el precio y la medida se toman como instrumento: Hdt. 5.53 ει δέ όρθώς μεμέτρηται ή όδος ή βασιλειη τοΐσι παρασάγγη σι duda de si el camino real ha sido medido con ayuda de la unidad que es la parasan­ ga. Una frase como S., OT. 101 φόνφ φόνον πάλιν λύοντας ‘expiando la muerte con la muerte’ hace ver bien claramente que el D. de precio en frases como Pl., Lg. 936a ζημιοΰσθαι μναΐς τρισί ‘ser multado con tres minas’ es instrumental. Se recordará que existe la competencia del G. de precio y del judicial. En edad helenística se usa mucho este D. tanto para la medida como para el precio: sobre todo en expresiones con μέτρω, cf. también PTeb. 92 θανάτφ ζημιοΰσθαι. Se llama limitativo al D. instrumental, próximo al anterior, con ciertas ex­ presiones fosilizadas como φύσει, μεγέθει, πολλφ, etc.: X., Cyr. 8.2.13 μεγέθει δώρων ύπερβάλλειν ‘destacar por la esplendidez de sus regalos \ H dt., 5.77 πολλω έκράτησαν; X., H G 7.4.24 πλήθει μέν έλείποντο. Del sentido «por medio de», «en gracia a» se ha pasado al «por», «en cuanto a», próximo al D. de relación. 3. El instr. de relación. Se refiere a una acción o comportamiento referen­ te a o limitado por alguna parte del cuerpo, alguna capacidad o virtud o com­ portamiento. Así Lys. 2.53 ούκέτι τοΐς σώμασιν ... δυνάμενοι ‘sin vigor ya en cuanto a sus cuerpos’; S., O T 25 φθίνουσα μέν κάλυξιν έγκάρποις χθονός ‘(la ciudad) que perece en cuanto a los cálices fructíferos de la tierra’; PPar. 5(1)5 άσθενών τοΐς ομμασιν. Muy próximos a los instrumentales del grupo 3 están otros como X. Cyr, 4.3.16 πάντας άνθρώπους ύπερβεβλήκασι τόλμη; Th. 5.72 τα πάντα τή εμπειρία Λακεδαιμόνιοι έλασσωθέντες, con verbos com­ parativos que indican medida o cantidad. Este tipo de D. se desarrolla grande­ mente en koiné, sustituyendo al Ac. de relación: lEp.Cor. 14.20 μή παιδία γίνεσθε ταΐς φρεσί. 4. El instrumental de causa y modo. Son los sentidos, muchas veces indis­ tinguibles entre sí, que surgen en el D. de una serie de nombres abstractos con verbos de acción y sentimiento. Se trata de abstractos que contextualmente no pueden indicar el instrumen­ to. Efectivamente, si Hdt. 8.64 habla de ακροβολίζεσθαι επεσι es claro que el modelo está en las armas de contextos similares; y en otros lugares el abs­ tracto es sin más el instrumento de la acción verbal: Hdt. 1.11 άναγκαίη ένδέειν ‘obligar con necesidad’, 3.25 θανάτφ έζημίουν ‘castigar con la muerte’, etc. En el D. interno estos abstractos son obligados. En otros contextos todavía, hay transiciones entre el concepto del instrumento y la causa: así en Hdt.

El Dativo

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1.143 τώ τε ούνόματι ήγάλλοντο ‘se gloriaban con (o por causa de) el nom­ bre’; o entre el primero y el de modo: Hdt. 7.170 άποσθνήσκειν βιαίω θανάτω ‘morir por causa de una muerte violenta’ (o de ‘muerte violenta’). Cuando se trata de verbos de sentimientos hablamos ya propiamente de causa: S., El. 881 εφριξ’ ερωτι ‘me he estremecido de amor’; Hdt. 3.120 άλγήσαντα τω όνείδει ‘doliéndose del ultraje’. Con diversos verbos de acción, cuando el D. se refiere a la acción de alguien o algo ajeno al sujeto, es difícil hablar de instrumento, se habla de causa: A., Pers, 490s. ενθα δέ πλεΐστοι θάνον δίψη τε λιμω τε. El modo propiamente dicho tiende a reducirse a frases estereotipadas (βία, παντί τρόπφ, άληθεια), con frecuencia equivalentes a adverbios. Se trata, en definitiva, de una subespecie del D. de instrumento, que entien­ de éste en sentido especial, causal o de modo, en ciertos contextos restringidos; aunque a veces en ellos vemos también claramente la idea del instrumento. Si la tratamos aparte, es por su mayor frecuencia. Se mantiene en koiné, mejor que el instrumental propio: cf. PSI 399.10 ϊνα μή τω ρίγει και τω λιμφ άπόλωμαι; PPar. 63.8.3 = UPZ 144.3 τοΐς άδικήμασιν όργίζεσθαι; pero otras veces es sustituido por un giro preposicional. 5.

E l D a t iv o d e p e r s o n a

CON VERBOS COMITATIVOS

Hemos visto que con los verbos de movimiento y dirección el D. de persona es en el fondo un directivo (igual que el de lugar que raramente le sustituye), sólo que tiende a gramaticalizarse; y que con una más amplia gama de verbos ese valor produce, al desligarse el D. de ia idea de «movimiento hacia», una serie de especializaciones abstractas que tienen que ver con el comportamiento o los sentimientos de la persona. Pues bien, el D. de persona aparece también, con cierta frecuencia, junto a verbos diversos que indican una acción realizada en compañía de alguien: son los que llamamos verbos comitati vos. Son verbos de subclases muy diferentes, desde el movimiento a la acción, el sentimiento, etc., pero con esta clasificación se entrecruza la que íes atribuye una acción «en compañía». A veces se trata de verbos simples del tipo de μίσγομαι, κοινωνέω y pocos más: puede haber ambigüedad con el directivo, seguramente, en έπομαι, άκολουθέω, quizá en todos. Más frecuentemente se trata o bien de verbos que comienzan por όμ-, όμο-, κοινο- (όμιλέω, όμολογέω, όμοσιτέω, κοινολογέω), o bien, sobre todo, de verbos compuestos con συν- (συμπλέω, συμφεύγω, συνεύδω ...), μετα- (μετέχω...). En los verbos que podríamos llamar transiti­ vos, este D. de pers. se opone a un G. de cosa, cf. pág. 164. Parece claro que se trata en el origen de un D. que indicaba lugar en sentido amplio y que con estos verbos ha quedado circunscrito al restringido «junto a», «a! lado de», «con».

202

Nueva sintaxis del griego antiguo

Nótese que cuando hablamos de «persona» hay que recordar que en esta subclase de palabras entran nombres como los de la «nave», «ejército», «ciu­ dad», etc.: tanto colectivos como vehículos o centros de población que llevan o contienen hombres y se construyen como los nombres de persona. Véanse unos pocos ejemplos con nombres de persona: Od. 1.265 μνηστήρσιν όμιλήσειεν Όδυσσεύς; Hdt. 2.121 συγκυβεύειν τή Δήμητρι; Pl., R . 352a όμονοοϋντα αύτόν έαυτω; X., HG 3.2.20 άλλήλοις σπονδάς έποιήσαντο. Con­ viene no incluir en este grupo, como hacen ciertas gramáticas, verbos de «lu­ char», «oponerse», que hemos incluido en el directivo, ni otros muchos más que son también directivos. Un grupo muy importante es el de los usos «militares» en que el sujeto es el jefe militar y el D. se refiere a sus hombres, ejército, naves, etc. Cf., por ej., Th. 1.102 ’Αθηναίοι ήλθον πλήθει ούκ όλίγω; Od. 11.161 ένθάδ’ ίκάνεις νηί τε και έτάροισι; X., Cyr. 1.4.17 τοΐς ΐπποις προσελάσας. Cf. también Lys. 21.1 νικήσας άνδρικω χορω. Una variante de este D., que permite su uso con un número grande de verbos, aunque no tengan en sí sentido comitativo (como tampoco los del ante­ rior) es con αύτός: el tipo IL 23.8 αύτοϊς ϊπποισι καί άρμασιν άσσον ιόντες; Th. 4.14 πέντε (ναυς) ελαβον και μίαν τούτων αύτοϊς άνδράσι. Suele pensar­ se que este giro procede de una atracción mecánica a partir de uno anterior αύτοι άνδράσι, etc. Se incluyen con frecuencia en el comitativo usos del D. con verbos de «ser igual» o «semejante» (ίσοΰσθαι, όμοιουσθαι, έοικέναι) que nosotros hemos clasificado en el tipo 2. Es la usual ambigüedad entre «en» y «hacia», que se da con más razón en usos figurados como éstos. En todo caso, como se ve, el comitativo está sometido a muy fuertes restric­ ciones formales y a otras relacionadas con el contexto amplio. Desde antiguo sufre fuerte competencia de la construcción con σύν, entre otras; en koiné de­ saparece, se encuentran en su lugar, a más de los giros con σύν, otros con έν: Eu. Luc. 14.31 έν δέκα χιλιάσιν ύπαντάν, lEp.Cor. 4.21 έν £άβδω ήλθω.

6.

E l D a t iv o e n las

ORACIONES

NOMINALES

Hemos estudiado los usos del G. en la oración nominales como apéndice a los adnominales, debido a que fundamentalmente dependen de una transfor­ mación predicativa del G. determinativo adnominal; por más que no haya coin­ cidencia exacta, ciertos usos adnominales no han pasado a la oración copulati­ va y ésta ha desarrollado otros. En cambio, hemos estudiado los usos del N. y Ac. en dicha oración en contexto con los adverbales en general, pues o son idénticos a los mismos o están fuertemente influidos por ellos. Este último es el caso, también, de los usos del D. en la oración nominal.

El Dativo

203

Son, efectivamente, muy diferentes de los que ocurren cuando el D. deter­ mina a un nombre o adjetivo (o adverbio): prácticamente, no hay coinciden­ cias. Y unos y otros presentan muy pocas novedades, son fundamentalmente transformaciones o analogías de los usos adverbales. Hemos de estudiar estos sectores para acabar de completar la imagen del D., aunque será importante, también, atender a sus usos adverbiales o no ora­ cionales. Efectivamente, algunos de los tipos de D. que hemos estudiado se reencuentran en estas otras distribuciones y hay que hacerlo constar, indicando en lo posible la frecuencia y distribución dialectal y cronológica. Si hay alguna novedad, conviene anotarla también. Pasando al uso del D. en las oraciones copulativas o nominales, el «mapa» que presentan se incluye prácticamente todo él dentro del grupo de usos que hemos numerado como 2: usos de origen directivo, pero especializados, que son propios de verbos de otras subclases que llevan D. de persona o de pro­ nombre personal con varios matices de interés, simpatía, punto de vista humano. Efectivamente, la oración nominal, con o sin verbo, es incapaz de ofrecer usos del grupo Î (directivo y gramatical); del 3 (local y temporal), pero se da con personas; del 4 (instrumental); ni del 5 (comitativo). El verbo «ser» y sus equivalentes carecen de una semántica propia que haga posibles esas rela­ ciones; y cuando no hay verbo, ello es, evidentemente, menos posible todavía. En cambio, los D. de persona que se han extendido a diversos verbos no direc­ tivos con valores más o menos subjetivos, se encuentran también en nuestras oraciones. Hay una excepción: no aparece el D. agente por razones bien claras, que no existe aquí la pasiva (expresiones como έστί πεποιημένον con D. agente no cuentan, son formas verbales unificadas, aunque perifrásticas). Repasamos uno a uno los tipos que antes hemos establecido: D. simpatético, de interés, ético y de juicio; también el de lugar con persona. Y añadiremos un tipo nuevo, que sólo aparece aquí y que, evidentemente, representa una innovación: el D. posesivo. 1. Dativo simpatético. Tiene aproximadamente la difusión que el adverbal que hemos estudiado: es más bien raro, sobre todo poético, pero también apa­ rece en prosa, incluso en koiné. La definición es la misma. Cf., por ej., Od. 14.116 τρις μάκαρες σοί γε πατήρ και πότνια μήτηρ: podríamos traducir ‘tu padre’, 9.366 Ούτις έμοί γ ’ ονομα ‘Nadie es mi nombre’; X., Cyr. 3.2.7 ή χώρα αύτοΐς όρεινή ‘su tierra es montañosa’; Act. A p. 9.15 σκεύος εκλογής έστίν μοι ούτος. 2. Dativo de interés. Cf. IL 1.325 τό οί καί ρίγιον εσται, 18.180 σοί λώβη, 22.513 ούδέν σοί γ ' όφελος; Od. 19.322 τω δ ’ άλγιον. Uso raro, apenas Io hallo fuera de Homero, mientras que el tipo general es frecuente. Cf., sin em­ bargo, Eu. Matt. 18.8 καλόν σοί έστιν..., etc. Con este D. se relaciona, seguramente, un D, que generalmente (pero no siempre) lleva persona, omisión de είμί e interrogación: A r., Eq. 1198 τί ταυτ’ έμοί; ‘que me importa’; X., Cyr. 5.5.34 τί έμοι και σοί. Otros ejemplos indi­

204

Nueva sintaxis del griego antiguo

can más bien relación o punto de vista: Hdt. 5.33 oí Αιγινηται εφασαν σφίσι τε και ’Αθηναίοισι είναι ούδέν π ρήγμα. 3. Dativo ético. Cf. S., Ph. 575 οδ’ εστ’ ό κλεινός σοι Φιλοκτήτης, ξένε; Pl., Ti. 17a ô δέ τέταρτος ήμϊν, που; Luc., DMar. 2 και ά π ’ έκείνου, τυφλός είμί σοι; P S I 361.14 εσται γάρ σοι άμεμπτος; V.Aes. 32 πόθεν μοι τοϋτο το κακόν. Parece observarse una difusión comparable a la del tipo básico. 4. Dativo de juicio. Es, dentro de su rareza, más frecuente con estas ora­ ciones que en otros contextos. Cf., por ej., II. 21.80 ήώς δέ μοί έστιν ήδε δυωδεκάτη; Th. 1.24 Έ πίδαμνός εστι πόλις έν δεξιά έσπλέοντι τόν Ίώ νιον κόλπον; Hdt. 1.72 μήκος όδοϋ εύζώνω άνδρΐ πέντε ήμέραι. Es frecuente la construcción con participio y con D. «atraído»; cf. Th. 6.46 τω Νικία προσδεχομένω ήν. A este tipo de D. hay que asignar la construcción que algunos califican de D. ético y que sin duda es un hebraísmo: LXX In. 3.3. πόλις μεγάλη τω θεω (‘a los ojos de Dios’); 2Ep. Petr. 3.14 άσπιλοι και άμώμητοι αύτω εύρεθήναι. 5. Dativo de lugar. Existe sólo el tipo poético con personas en pl.: Od. 1.71 οου κράτος έσκε μέγιστος πάσι Κυκλώπεσσι, 21.266 πάσι μέγ’ έξοχοι αίπολίοισι. 6. Dativo posesivo. Se ha creado, sin duda, sobre el modelo del simpatético. Efectivamente, hay fáciles transiciones entre D. simpatéticos como algunos citados arriba y otros del tipo II. 5.248 μήτηρ δέ oí εστ’ ’Αφροδίτη ‘su madre es Afrodita’ y 6.413 ούδέ μοι εστι πατήρ και πότνια μήτηρ ‘no tengo padre ni madre’. Aparece en todo el Gr.: en la poesía, Ia prosa jónica y ática, la koiné, cf., por ej., Eu. Luc. 12.20 ά δέ ήτοίμασας, τίνι έσται; Pero la verdad es que los ejemplos absolutamente inequívocos de este D. son escasos: las más de las veces se trasluce el valor de la participación, el interés, el punto de vista, etc.: cf. a más de ejemplos ya dados, S., El. 860 πάσι θνητοις εφυ μόρος; X., Mem. 2.36 (Χαιρεφών) έμοί ζημία μάλλον ή ώφέλειά εστι. Las oraciones nominales o copulativas han sido tratadas, pues, como diver­ sas oraciones intransitivas, pero sólo en la medida en que no había incompati­ bilidad semántica para el uso de los D. «especiales» desarrollados, por el Gr.; se ha desarrollado además, dentro de ellas, un D, especial, emparentado con los otros, el posesivo. Añaden, pues, estas oraciones algunos datos distribucionales a la difusión de ciertos D. y les son ajenos la mayor parte de sus usos. Les son propias, tan sólo, algunas «especializaciones» marginales del D. exten­ didas a este contexto marginal.

205

El Dativo B.

USOS ADNOMINALES DEL DATIVO (CON NOMBRES Y ADJETIVOS) Y USOS ADVERBALES

1.

E l D a t iv o

t e r m in a n t e

como

de­

DEL NOMBRE

EI D. tiene con los nombres una frecuencia a todas luces menor que con los verbos y también una diferenciación menor en especializaciones semánticas; aun así, es un uso normal de la lengua en todos los períodos y en todos los géneros y estilos. Se trata, tras el G. y el adjetivo, de la tercera determinación del nombre (la cuarta es el Ac. de relación), que se opone a aquellas primeras mediante significados diferentes. Prácticamente se trata de una extensión del D. adverbal del grupo 1 (directivo) y 5 (comitativo) más un D. de interés a veces indistinguible de los tipos anteriores más un D. local (tipo 4). Prescin­ diendo de éste, se trata de D. de persona o asimilados. Hay, pues, una reducción de tipos verbales, de los cuales éstos son una continuación y sin duda alguna un derivado; uno de ellos, sin embargo, el de interés, cobra nueva difusión. Por otra parte, estos tipos de D. son diferen­ tes de los que se encuentran en las oraciones nominales con una excepción: el D. de interés, común a ambos grupos distribucionales. El centro del D. con nombres está en el D. de persona con nombres verbales que corresponden a verbos también con D. Lo mismo se puede hablar de iner­ cia transformativa que de construcciones abreviadas: Od. 2.186 σω οΐκω δώρον; Pl., Euthphr. 15a δώρημα τοΐς θεοίς, por ej., igual pueden concebirse como transformaciones de δωρέομαι τι τινί que como abreviaciones de δώρα φέρειν τινί. En todo caso, el modelo más frecuente está en las construcciones bicasuales con complemento indirecto, como en los ejemplos citados. Pero también en el simple D. con verbos directivos o de movimiento dentro de nuestro mismo apartado 1: así en Pl., Prm. 128c βοήθεια τφ Παρμενίδου λόγω; Th. 4.23 επιδρομή τφ τειχίσματι, 1.73 άντιλογίαν τοΐς ... ξυμμάχοις; Pl., Smp. 128d παρακέλευσις τφ έρώντι, son todos nombres verbales correspondientes a ver­ bos que llevan D. Igual con otros D.: así con el comitativo, cf. P!., Sph. 252b άλλήλοις επικοινωνίας; Phd. 109a όμοιότης έαυτω. Ahora bien, existe, y está bastante difundido, un tipo de D. adnominal con nombres verbales que corresponde a otros casos en las construcciones ver­ bales paralelas: a un N. o un Ac. Lo habitual es que la correspondencia sea con el Ac.: cf., por ej., Od. 24.198 άοιδήν ... Πηνελοπείη (de άείδειν Πηνελοπείην); S., El. 1065 όρνίσι φορβήν; Th. 5.5 περί φιλίας τοΐς Ά θηναίοις (de φιλεϊν τούς ’Αθηναίους), 3.24 άναίρεσιν τοΐς νεκροϊς, 8.53 σωτηρίας τή πόλει; Lys. 19.22 τον μισθόν τοΐς πελτασταΐς; Pl., R. 607a ϋμνους θεοΐς; PLille 29.1.27 δούλων έπίκλησις. Pero también hay ejemplos, poéticos, de N.: A.

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Nueva sintaxis del griego antiguo

Th. 1014 αρπαγήν κυσίν (cf. κύνες άρπάζουσι); y de equivalencia a giros preposicionales: PCair.Zen. 13 άνήλωμα έργάταις (cf. άναλίσκειν εις τούς έργάτας). No parece haber correspondencia con el G.: E., Ph. 17 ώ Θήβαισιν εύίπποις άναξ corresponde no a άνάσσειν Θηβών, sino a la construcción del verbo con D. pl., cf. pág. 190. Estas construcciones son a primera vista extrañas porque lo habitual es la transformación de las construcciones verbales a un G. que acompaña al nom­ bre verbal: cf. pág. 154. Evidentemente, han servido de modelo construc­ ciones con verbos próximos u otras abreviadas que llevaban D., tipo II. Í.4 αύτούς δ' έλώρια τεϋχε κύνεσσι. Pero fundamentalmente los D. de interés con verbos diversos y D. de persona. Pues es claro que en el momento en que el D. complemento indirecto y otros más como el directivo y el comitativo pasan a determinar al nombre desapareciendo el verbo mismo, la idea de inte­ rés cobra relieve. Es decir, que en οΐκω δώρον o έπιδρομή τω τειχίσματι la idea del beneficio o perjuicio pasaba a primer término, al desparecer la refe­ rencia verbal. Así, en definitiva, lo mismo cuando el D. adnominal conserva un D. adverbal que cuando transforma un Ac. u otros casos adverbales, es la noción del interés , beneficio o perjuicio, la que destaca: como decíamos, es más frecuente con nombres que con verbos, proporcionalmente. Esto se ve más claro todavía porque es la propia del D. con nombre no verbales. En realidad, la distinción entre nombres verbales y no, no siempre es clara, un ejemplo como el de arriba μισθός τοΐς πελτασταϊς puede compararse con usos helenísticos como PPetr. 3.1353 'Ρόδωνι άρτος, ώιά Άρτεμιδώρω, κριθαΐ ονω ‘pan para Rodón, huevos para Artemidoro, cebada para el asno’. Pero es un uso ya antiguo, cf. A., Pers. 1022 θησαυρόν βελέεσσι; D. 3.20 δι5 άπορίαν εφοδίων τοΐς στρατευομένοις, IG 22. 1672.68 ήλοι ταΐς θύραις ‘clavos para las puertas’. Hay sin duda influjo del tipo con nombres verbales, pero también dislocaciones de giros verbales, por ej., E., H F 19 δίδωσι μισθόν Εύρυσθεΐ al perderse el verbo destaca el valor de interés como se dijo. Véanse más cosas sobre este D. a propósito del mic., donde aparece. En época helenística se desarrollan a partir de aquí usos con D. de nombres de cosa o abstractos, como el ήλοι ταΐς θύραις, del s. rv, dado arriba: PTeb. 60 sigs. σπόρος πυρω, φακφ, χόρτφ, etc.; A fP . 1.173 γεωργοί μισθω ‘jorna­ leros’, etc. Fuera del grupo del D. de interés, junto al nombre existen algunos D. de lugar, que vienen de transformaciones de su uso junto al verbo, cuando no directamente del uso libre (cf. más abajo). Se trata de usos con valor adjetival, del tipo de A r., Lys. 1299 τον Ά μ ύκλα ις σιόν; Pl., Mx. 245a τα τρόπαια τά τε Μαραθώνι καί Σαλαμΐνι καί Π λαταιαΐς. De otra parte, hay en la lengua burocrática algunos D. equivalentes al G. posesivo: tipo eleo SIG 9 (s. vi a. C.) ά φράτρα τοΐς Ραλείοις ‘decreto de los eleos’, IG 2.2 1740.53 (s. ιν) γραμματεύς τή βουλή. Proviene directa-

207

El Dativo

mente, por transformación, de dativos simpatéticos o de interés, aparte del influjo indirecto de los otros D. adnominales. Y conviene citar finalmente los D. de relación que, también con el nombre, sustituyen a los antiguos Ac. en giros como X., A n. 1.4.11 πόλις Θάφακος όνόματι. 2. E l D at iv o com o d e t e r m in a n ­ te

DEL ADJETIVO Y DEL ADVERBIO

Tratamos simultáneamente los usos de D. con adjetivo y con adverbio por­ que son los mismos; dejamos fuera, como habitualmente, los D. con preposición. El participio, aunque adjetivo por su naturaleza, tiene las determinaciones del verbo a que pertenece, por lo que su uso casual es el de éste y no merece comentario especial. Pero sí hay que decir que sin duda ha facilitado la exten­ sión de ciertos D. adverbales a los adjetivos de igual raíz o significado. Es evidente que si el D. como complemento del nombre es algo secundario —aunque testimoniado desde la época más antigua del Gr., el micénico—, con más razón lo será su uso como determinante del adjetivo, paralelamente a lo que comentamos al hablar dei G. determinante del mismo. La verdad es que no hay gran relación entre el D. que va con adjetivos y adverbios y el que va con nombres. Se trata de adjetivos y adverbios que corresponden a verbos que se construyen con D. de persona, sobre todo de los tipos 2 y 5. Huellas de transformación como las que hemos encontrado con el nombre, se hallan escasamente, sobre todo porque no hay corresponden­ cia con construcciones bicasuales. Aun así pueden citarse algunas en las monocasuales, por ej., en la construcción de έχθρός (Hes., Th. 766 θεοΐσιν εχθρός, cf. έχθαίρω τινά) y de φίλος (II. 20.347 φίλος άθανάτοισι θεοΐσι, cf. φιλέω τινά), donde hay ciertamente una variante con G. Dentro de las construcciones monocasuales de nuestro apartado 2, incluida la número 6 (con «igual», etc.) que muy frecuentemente se atribuye al comitativo (apartado 5), se encuentran algunos verbos que usualmente se construyen con D., a veces alternante con G. Un primer grupo incluye adjetivos y adverbios que indican «proximidad», «acción de seguir a alguien», etc.: tipo πλήσιος (II. 23.723 πλήσιοι άλλήλοισι) con su adv. eol. πλάσιον (Sapph. 2.3 πλάσιον έμοί), άκόλουθος (Pl., Lg. 716c άκόλουθος θεω; es muy frecuente el adv., cf. PPar. 63.6.179 s .- U P Z 110.180 s. ακολούθως τφ προστάγματι), quizá ένοχος (PH ib. 65.22 τω δρκφ ένοχος), etc. Más frecuentes son los adjetivos de otro grupo que indican «amistad», «ene­ mistad», «comunidad», etc.: φίλος, ενάντιος, έχθρός, πίσυνος, κατήκοος, κοινός, etc.: ya hemos dado ejemplos, cf. también A., A . 523 ύμΐν φως ... και τοισδ’ άπασι κοινόν. Y más o menos próximos a éstos están los que indi­ can «agrado» o «desagrado», «utilidad», etc., cf., por ej., P S I 448.16 αρεστά τω οικονομώ; PHib. 82.31 των τω βασιλεϊ χρησίμων.

Nueva sintaxis del griego antiguo

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Ahora bien, el grupo especialmente productivo es de los adjetivos de «igual­ dad»: ίσος y semejanza: όμοιος, αύτός, παραπλήσιος, άλίγκιος, etc. Sin du­ da es un derivado del D. con los verbos correspondientes: el término de la comparación no es necesariamente un nombre de persona. Tenemos ejemplos desde Homero y el uso ha continuado siendo frecuente a lo largo de la historia del Gr. Cf., por ej., IL 6.401 άλίγκιον αστέρι καλφ, 17.51 κόμαι Χαρίτεσσιν όμοϊαι (comparación abreviada: son ‘cabellos semejantes a los de las Gracias’); Pl., R . 300b όμώνυμος έμοί; PGrenf. 1.46.16 άπό του αύτου ήμΐν ύπαιθρίου, 2.23.1 τών όμοτίμων τοΐς συγγενέσι. Igual con las formas adverbiales: PGrenf. 1.21.13 τήν βουν έξ ίσου κυριευέτωσαν ταΐς οικίας; también con ίσως, ομοίως, etc. Fuera de estas construcciones, las que se dan con los adjetivos se refieren a los D. instrumentales que hemos incluido en los grupos de medida y limita­ ción y de relación. No hay gran diferencia entre ambos tipos, de todos modos. Bl D. de cantidad y limitación se construye con adjetivos y adverbios com­ parativos y superlativos. Se trata sobre todo de giros hechos del tipo πολλφ πλείων, πολλφ έλάττων, πολλφ ασθενέστεροι (Hdt. 1.181), también con όλΐγω, μικρφ (PCair.Zen. 38.9 μικρφ πλέον), etc.; en realidad son usos adverbiales, equivalentes a πολύ, ολίγον, etc. Hay usos de transición con el D. relativo en giros con comparativo o superlativo como Pl., Lg. 698e ύστεροι ... μία ήμερα y otros con partes del cuerpo, capacidades, etc.: IL 7.153 γενεή ... νεότα­ τος, Pl., Ti. 20a ούσία και γένει ούδενός ύστερος; X., Mem. 4.1.14 έρρωμενεστάτη ταΐς ψυχαΐς. Con adjetivos positivos podemos hablar ya de D. de relación: S., Ai. 1374 γνώμη σοφόν; Ar., Eq. 550 φαιδρός λάμποντι προσώπω, etc. Este uso se ha difundido muchísimo en época helenística a expensas del Ac. de relación: Act. Ap. 14.8 αδύνατοι τοΐς ποσί; Eu. Matt. 5.8 καθαρός τη καρδία; V A es. 1 τφ δέ γένει Φρύξ. Hay una serie de ejemplos con adverbio. Hdt. 6.140 ετεσι πολλοΐσι ύστε­ ρον; Pl., Lg. 642d δέκα ετεσιν πρότερον. Son del tipo de cantidad o limitación. Es fácil ver que estos tipos responden a los paralelos con verbo, con fre­ cuencia con valor comparativo. Se trata, sin duda, de una derivación, aunque no es imposible que un D. independiente, como los que vamos a estudiar a continuación, se haya adherido directamente con un valor adverbial a los com­ parativos y superlativos.

C.

Usos

ADVERBIALES Y ABSOLUTOS DEL DATIVO

Como en los otros, hay algunas formas del D. usadas fuera de toda sinta­ xis, en uso libre o absoluto. Lo primero, hay mínimos restos de un uso exclamativo, sobre todo en ex­ presiones fosilizadas ώμορ, οΐμοι, de las que pueden verse ejemplos más arriba; también en el N.T. (Eu. Matt. 11.21, etc. ούαί μοι).

El Dativo

209

Dentro de la función representativa el uso absoluto del D. presenta algunas características especiales. Tenemos: 1. Oraciones absolutas con D. concertado con un participio, equivalentes aproximados, aunque poco frecuentes, de los Ac. y G. absolutos: tipo S., O T 156 περιτελλομέναις ώραις, Ar., Au, 696 περιτελλομέναις ώραις ‘al cumplir­ se el ciclo de las estaciones', X., HG 3.2.25 περιιόντι τω ένιαυτφ ‘al final del año’, etc.: proceden de un D. de sintaxis normal que se ha independizado. En poesía se encuentran algunos casos todavía ambiguos, cf. por ej. Pi. O. 2.43 λείφθη δέ Θέρσανδρος έριπέντι Πολυνείκει (‘a Polinices que murió* o ‘al morir Polinices’). En la prosa helenística se difunden diversas construccio­ nes de este tipo. De todas maneras, no puede en modo alguno compararse su frecuencia con la del G. absoluto. 2. Pero, sobre todo, tenemos los D. de lugar y de tiempo en uso asintáctico. Por supuesto, el más difundido es el que da el nombre de una ciudad o accidente geográfico: puede aparecer, por ejemplo, encabezando un docu­ mento o bien constituyendo toda una respuesta a una pregunta. Sólo aparece en poesía y en ciertas inscripciones y, además, en formas fijas, tradicionales: Μα ραθώ vi, Δελφοΐς, Πλαταιαις, etc., pero no en otros topónimos. Se aña­ den, como ya sabemos, nombres de partes del cuerpo y nombres de tiempo. Las más veces estos D. están incluidos ya en la sintaxis normal: determinan a toda clase de verbos y a nombres. Pero precisamente esta extensión, máxima, de las palabras determinables, hace ver que el uso sintáctico es reciente: se nota todavía la antigua libertad en hechos con la posición en cabeza. Cf., por ej., II. 16.585 Έ λλάδι οικία ναίων; Pi., 0 . 1.92 ’Αλφειού πόρφ κλιθείς; E., Ph. 608 Μυκήναις, μή ’νθάδ’ άνακάλει θεούς, etc. También otras expresiones locales o temporales aparecen con frencuencia bien en posición ini­ cial, bien en forma por decirlo así parentética, con referencia a toda la oración; muchas veces son expresiones formularias. Cf., por ej., II. 4.443 ούρανφ έστήριξε κάρα, 10.472 χθονι κέκλιτο, 3.10 ορεος κορυφήσι, etc.; y con expresiones de tiempo cf. II. 13.335 ήματι τφ οτε ...; Lys. 1.20 Θεσμοφορίοις φχετο; Hdt. 3.131 τή πρώτη ήμερη ..., etc.

D.

Ε ι D a t iv o e n m ic é n ic o

El primer problema que se nos presenta es la uexata quaestio de si existe en micénico un solo caso, llamémoslo D. o D.-L. o D.-L.-I. o si el I. y L. tenían una entidad propia. Expongamos brevemente los datos. En la 2 .a declinación (en -o), la forma en -o indica el D.-L.-I,sg., a más del N. sg. y pl., el Ac. sg. y pl., etc.: el problema es si los usosde D., L. e I. se refieren a una forma única o a más de una, estando encubiertas bajo la forma -o. Pues en pl. -oi indica el D. (y L.), -o y -o-pi el I. (y L.) Algo

210

Nueva sintaxis del griego antiguo

semejante sucede en los temas en -a, aunque aquí -a es sólo D.-L.-I. sg., mientras que el D.-L. pl. es -ai y el I. (y L.) también pl., es -api (-a sólo en un ejemplo). En la 3.a declinación, el sg. presenta un D.-L. en -e (o -i), que es difícil que recubra formas diferentes; en pl. hay D.-L. -si e I. (y L.) -pi. Así, realmente haciendo excepción de la forma en -pi ( < *-bhi), que en micénico (y ésta es una innovación) está restringida al pl., y de las raras formas de I. pl. en -o (sobre ellas véase más adelante), nada indica que haya una diferencia respecto al resto del griego, en el que sabemos que, sea cualquiera el origen (sincrético o no, nosotros creemos que no), hay un caso único D.-L.I. Tampoco hay diferencia por el hecho de que haya un caso en -φι, bien testimoniado en Homero y que ha dejado una huella en tesalio: sólo en el hecho de que: a) la forma en -pi ha quedado restringida al pl..; y b) esa forma ha expulsado el uso instrumental a la forma normal en -oi, -ai, -si. Sin embargo, a partir de esa duplicidad de casos en pl., autores como Lejeune (1968) han postulado que también en el sg. había un I.: bajo el -o, -a se esconderían ya un D.-L. en -öi, -ai, ya un I. en -o, -a. Piensa, incluso, que en la 3.a hay un D.-L. en -ei/-i y un I. en -ë. Véanse también ideas próxi­ mas en Hettrich (1985), Risch (1986) y Coleman (1987), que continúan la idea de Ilievski (1970) de que ese I. tenía a veces valor de Abl. Realmente, esto es ir demasiado lejos. Otros autores, tales como Ilievski (1970), Lazzeroni (1970), Morpurgo (1966) o Szemerényi (1966) se limitan a aceptar que en micénico hay un I. pl. -o que hacen derivar (igual que Lejeune) de -öis. La tesis de que en sg. de la 3.a -e era I.-Abl. e igual -pi, mientras que -i y -si eran L., es rechazada con buenos argumentos por A. Morpurgo: son todos D.-L.-I. (sólo a -pi le falta el valor D.). Esta autora señala, además, que el L. pl. -o sólo se encuentra en una pequeña serie de tablillas, la Ta de Pilos. Por otra parte, si -o de pl. viene de -öis, hay que buscar un origen diferente al D.-L. ( -oi y -ai): se piensa en formas -oisi, -aisi < *-oihi *-aihi y en otras soluciones. Todo esto es muy dudoso, véase más abajo. En realidad, resultaría extraño que el panorama casual del micénico difirie­ ra tan ampliamente del del resto del griego. Lo mismo, insistimos, si ha habido un sincretismo de casos indoeuropeos que si, como he sostenido en diversos libros y trabajos míos anteriores y sostendré en uno en preparación (cf. Adra­ dos, 1975, págs. 445 sigs.; París, 1984, II, págs. 1 y sigs.; Manual de Lingüística Indoeuropea, en prensa), el griego, con sus cinco casos, representa un estadio más arcaico que lenguas que, como el i.-i. y el balt.-esl., han especializado ciertas formas para D., I. y L. Efectivamente, formas como -öi y -ö, -ai y -â en sg., -öis y -öisi, -âis y -asi, -âisi en pl. son, para mí, variantes fonéticas y combinatorias que no estaban ligadas originariamente a casos diferentes. Re­ mito a mis trabajos en cuestión. El -o D.-L.-I. sg. del mic. debe equivaler bien a -ω bien a -φ, formas que consideramos como dobletes fonéticos, aunque en ai. se hayan especializado para casos diferentes.

2Í1

El Dativo

La originalidad, pues, del micénico reside en la estabilización de un caso I. (también L.) pi. en -pi ( < *-bhi), que ha expulsado dei uso de I. (pero no de L.) al antiguo D.-L.-I. en -öi, -ai, -si. El único elemento extraño es el -o I. pl. En mi libro últimamente citado y en el trabajo «Agglutination, suffixation or adaptation? For the History of the IE nominal Inflection», IF 94, 1989, págs. 21-44, he señalado que dichas formas en -o no difieren de las de sg., que están en la base de las pluralizaciones tanto con -s como con -bhi. Antes de ellas eran indiferentes al número. En micénico aparecen fórmulas del tipo Ta 708.3 e-re-pa-te-jo a-di-ri-ja-pi ‘con figuras humanas de marfil’ e incluso hay una femenina e-re-pa-te-ja-pi o-pi-ke-re-mi-ja-pi ... qe-qi-no-me-na ‘con montantes de marfil decorados’. Pues bien, en védico hay ejemplos compara­ bles en que aparece la forma base junto a la forma «alargada» con -bhi y otras desinencias. O sea: -o es en dichos ejemplos un uso I. del D.-L.-I.: lo único notable y arcaico es su indiferencia al número. El valor plural está defini­ do por tratarse de adjetivos que determinan a nombres con -pi. Hay apenas una mínima excepción con o-po-qo (e-re-pa-te-jo o-po-qo, etc.), que Lejeune (1968, págs. 224 sigs.) interpreta como ‘anteojeras’ y califica de pl. Pero la interpretación es dudosa y aceptar un I. en -o < *-öis sobre tan frágil base es demasiado arriesgado. Se trata sin duda de un sg. Véase mi art. «¿Sincretis­ mo de casos en micénico?», Minos 24, 1990, págs. 169-185, en que argumento en el sentido de que el sistema micénico es prácticamente igual al homérico: en sg. hay un D.-L.-I., en pl. un D.-L.-I. en -oi, -ai, -si, además un D.-L. en -pi. Únicamente éste ha desplazado a -oi, -ai del uso I. Y hay arcaísmos formales, como el I. «corto» en -o, -a de los adjetivos. Así en definitiva postulamos la existencia en mic. de un caso único D.-L.-I. en sg. y du. Y de dos casos en pl.: un D.-L. en -o-i, -a-i, -si según las declina­ ciones; y un I.-L. en -o-pi, -a-pi, -pi, que alterna en la 2 .a con I. -o (en la 1.a hay -a una vez). Parece más práctico, siendo esta la situación, estudiar separadamente el uso D.-L.-I. del sg. y du., y el D.-L. del pl., de una parte; y el I.-L. del pl., de otra.

1.

D.-L-I.

DE SG. Y DU. Y

D.-L.

DEL PL.

Existen los empleos que hemos clasificado según las distribuciones: verbo directivo y D. de persona, otros varios y D. también de persona, verbos de reposo y D. de lugar y tiempo, de acción y D. de cosa o abstracto, de compañía y D. de persona. De estos cinco tipos faltan en mic. el segundo y el último, pero el espectro semántico de los otros es más reducido que en el resto del Griego; hay, también, alguna novedad. Y es notable sobre todo lo siguiente: la existencia de un grupo muy elevado de D. dependientes de nombres (más raramente, de adjetivos). Puede pensarse en una transformación a partir del verbo: el D. con do-so-mo ‘ofrenda’ vendría por transformación del que efecti­

2 12

Nueva sintaxis del griego antiguo

vamente está testimoniado con ‘dar’. Pero siendo así que el D. es, en el origen, un caso oracional que sólo secundariamente se adhirió a un verbo o nombre, parece que la explicación no es necesaria, aunque evidentemente, el uso debió de ejercer influencia. Dentro del grupo con verbos directivos, es el tipo de complemento indirec­ to, el más gramaticalizado, el que domina. Es el tipo ya citado PY Fr 1184,1 ko-ka-ro a-pe-do-ke e-rai-wo to-so e-u-me-de-i ‘Cócalo entregó tal cantidad de aceite a Eumedes’. La idea de dirección se conserva aún en ejemplos como PY Cn 3.1 jo-i-je-si me-za-na e-re-u-te-re di-wi-je-we qo-o ‘el que envía a Mezana un toro a Zeus (?) liberador’, Tn 316 do-ra-qe pe-re po-re-na-qe a-ke po-ti-ni-ja ‘lleva regalos y conduce (?) a la Señora’. Ahora bien, el uso habitual de las tablillas, mucho más frecuente que en los textos literarios posteriores, es el de nombre verbal seguido de este D.: así en la serie PY Es, como ya se ha señalado, el tipo po-se-da-o-ne do-so-mo ‘ofrenda a Posidón’. Pero más frecuente es aún el simple D. en contextos de ofrendas: tipo PY Fr 1225.1 e-rai-wo u-po-jo po-ti-ni-ja ‘aceite para la Señora de los infiernos (?)’, PY Na 104 to-sa-de ka-ke-u-si Ίο que sigue para los bron­ cistas’. Resulta absolutamente notable que con, la mayor frecuencia en tablillas de ofrendas alternen los dativos de personas o dioses y los lativos con -de de topónimos: así, por ej., PY Fn 187 a-pi-te-ja, po-si-da-i-jo-det ka-ru-ke, pa-ki-ja-na-de, po-si-da-i-je-u-si, etc., con indicación de cantidades de cebada. Esto prueba el antiguo valor de dirección del D. En relación con estos D. está también el que va con e-re-u-te-ro ‘libre de impuestos’ (PY Na 248 ku-na-ke-ta-i ‘para los cazadores’). Y otro que resulta extraño, pues sólo lo encontramos en época helenística (cf. pág. 206): el D. con nombres de cosa dependiente a su vez de nombres de cosa, PY Jn 829.3 ka-ko... pa-ta-jo-i-qe e-ke-si-qe ‘bronce para (fabricar) puntas de lanza y espa­ das’. Tal vez sea un uso griego general que ha permanecido oculto en la literatura y reaparece en textos administrativos helenísticos: no sería el único caso. En cambio, quizá una vez más por las características de nuestros textos, no se encuentran construcciones con D. de persona de los llamados simpatéticos, éticos, agentes, etc., que acompañan a diversos verbos. Solamente se pue­ de señalar la presencia, en una oración nominal, del D. de posesión, si la inter­ pretación de PY An 607.3 do-qe-ja do-e-ra e-qe-ta-i e-e-to dada más arriba es exacta. También se da el D. de valor instrumental con verbos de acción, pero sólo en sg. y du., en pl. hay la forma especial ya mencionada. Lo encontramos sobre todo en la serie PY Ta y en varias de Cnosos con participios: PY Ta 703.2 to-pe-za... qe-qi-no-me-na to-qi-de ‘mesa... tallada con una espiral’, Sa 287 a-ku-ro de-de-me-no ‘sujeto con plata’. Cf. también Eb 495.1 o-pe-ro duwo-u-pi te-re-ja-e e-me-de te-re-ja ‘debiendo celebrar (?) con dos, lo hace con uno’. Como se ve, no aparecen las formas con -o-i, -a-i.

El Dativo

213

Un desarrollo propiamente micénico es el uso I. con el nombre, tipo PY Ta 641.1 ti-ri-po ... e-me po-de ‘un trípode con una sola pata’. En cuanto al uso de lugar, aparece normalmente en listas o en encabeza­ mientos de tablillas: ya hemos visto que en ocasiones es dudosa ia interpreta­ ción como N. o D. Así en el caso de pu-ro, ru-so, etc. Pero no hay duda en la 3.a declinación, en casos como PY Jn 431.16 a-pe-ke-e, Jn 881.1 e-re-e-we o-pi-ko-wo ‘vigilantes en Ereus’, PY An 18.11 pa-ki-jasi (alternando con paki-ja-pi), Cn 599 ai-pa-tu-wo-te, ti-mi-to a-ke-e, etc. Los ejemplos con -a-i, -o-i son más raros, pero existen: cf., por ej., PY An 656.13 po-ra-i (junto a An 1.4, etc. po-ra-pi), KN Co 906.1 ka-ta-ra-i, Ce 139 a-ku-do-i. Por otra parte, se ha propuesto ver un uso de L. en di-da-ka-re (‘en la escuela’). Se consideran como D. de tiempo formas como PY Fr 343 re-ke-to-ro-te-rijo y otras interpretadas como referentes a fiestas, a más de PY Es 644.1-12 we-te-i-we-te-i ‘cada año’. Como se ve, los usos son algunos tan sólo de los que ya conocemos, con algunas ampliaciones en construcciones oracionales, no dependientes del verbo; y en otras con dependencia de un nombre. Es notable, muy concretamente, la frecuencia del D. de lugar «en», sin preposición: uso eminentemente arcaico.

2.

E l L -L .

pl.

■ Sobre la forma ya hemos hablado. Se trata de usos paralelos a otro que hemos estudiado en sg. y du.: tipo PY Ta 708.3 ta-ra-nu... a-ja-me-no e-re-pate-jo a-di-ri-ja-pi ‘un escabel adornado con figuras humanas de marfil’, KN Sd 4401 a-ra-ru-ja a-ni-ja-pi ‘(un carro) provisto de riendas’, etc. Quizá sea casual el que con estas formas de pl. se encuentre con mayor frecuencia el uso sin verbo, con dependencia de un nombre: KN Sd 4403 + 5114 e-re-pa-tejo o-po-qo ‘(un carro) con anteojeras de marfil’. Como decíamos, parece claro que nos hallamos ante formas idénticas a las del D. sg., pero que, en ocasiones, han recibido la aglutinación -pi: han expulsado el uso I. a las formas en -o-i, -a-i, -e/-i, Pero el uso L. lo comparten unas y otras. Sobre este tema remitimos a Lejeune (1958) y a ejemplos dados anteriormente. Realmente, este uso de -pi no es extraño, conociendo la ampli­ tud, aún mayor, del uso homérico. Lo que es anómalo, repetimos, es el despla­ zamiento de las formas de D. pl. con -s de los usos instrumentales. Es una peculiaridad, junto a algunas otras menos importantes ya mencionadas, del dialecto micénico. Habría que añadir, todavía, un uso I. extraño, dependiente de verbo: PY Ae 27 qe-to-ro-po-pi o-ro-me-no ‘vigilando los rebaños’ y algunos usos prepo­ sicionales con meta, opi, y apu, que se explican bien por los no preposicionales. Convendría insistir un momento sobre la forma en -pi. Risch (1986) rechaza su uso en función de L.: piensa que se trataría de un Ab. Por otra parte,

Nueva sintaxis del griego antiguo

214

Nieto (1987) propone que sólo el uso I.-L. es antiguo: el D. (en Homero) sería secundario, así como usos más o menos problemáticos en Homero como Ab. y G. A su vez, para Coleman (1985) lo antiguo es únicamente el valor I. Pensa­ mos, por el contrario, que -bhi y sus derivados mic. -pi, Hom. -φι tenían un uso casual y numeral amplio y sólo redujeron su esfera de empleo gradualmen­ te. En micénico existen, desde luego, los usos L. e l . pero sólo en el pl. Y subsiste el arcaísmo de que en él el «lugar en que» pueda expresarse tanto por la forma -oi, -ai, -si como por la forma -pi.

E.

C o n c l u sio n e s so br e el D at iv o

Nuestro estudio de los diferentes casos ha detectado el carácter complejo del sistema que forman, la multiplicidad de funciones de cada uno en torno a un uso central, las oposiciones y neutralizaciones de los distintos usos. En realidad, si bien hay algunos rasgos muy característicos de los usos centrales de los diversos casos, el último argumento para unificar en torno a ellos toda la gama de usos especiales o neutralizados y para atribuir todos los casos y sus funciones a un mismo sistema, es de orden morfológico* Se trata, en defini­ tiva, de variantes formales del nombre, por más que a veces limiten de modo no siempre fácil de precisar con el adverbio y el adjetivo. No existe una definición absolutamente unitaria del sistema ni de cada caso. Hay uno que es impresivo-expresivo, el V., y cuatro que fundamentalmente son representativos, pero que en ciertos usos se neutralizan con el V. y son también impresivo-expresivos. Esto es verdad incluso para el D., aunque míni­ mamente. Por lo demás, la conmutación no es siempre posible. En un segundo nivel de análisis los casos expresan relaciones dentro de la oración; pero hay que añadir inmediatamente que esto no siempre es cierto, que hay usos neutralizados asintácticos: llamémoslos adverbiales o absolutos. Los hay exactamente conmutables, mientras que otros se reparten las distribu­ ciones y las subfunciones. Dentro de este segundo nivel, es decir, de los usos sintácticos, encontramos como función central del N. la de sujeto, del Ac. la de complemento directo, del G. la de determinante del nombre en general. Pero hemos añadido la ex­ pansión de las distribuciones con invasión del dominio de otros casos: ya con neutralización como el Ac. sujeto de infinitivos y el G. regido por el verbo; ya con oposiciones que se reparten las subfunciones, así el Ac. de relación frente a otros casos adnominales y los distintos Ac, y G. adverbales. Y la creación, concomitante con estos hechos, de especializaciones. Entre ellas están algunas que son puramente locales y que forman un pequeño sistema, concreta­ mente, el Ac. lativo y el G. separativo con verbos de movimiento.

El Dativo

215

Dentro de este panorama, ¿qué lugar asignar al D.? Sólo en una pequeña medida tiene una función estrictamente gramatical: como complemento indirec­ to junto a ciertos verbos que también rigen Ac.; y como caso regido por una serie de verbos intransitivos. Pero por debajo de los usos gramaticales subyacen sentidos locales (directivos) y en algún caso instrumentales. El D. es fundamentalmente un caso adverbial, local y temporal sobre todo, que no distingue el «en» del «hacia» ni uno y otro de valores de compañía, instrumento, etc. Es, en definitiva, un resto de un nombre no casual, como hemos visto que hay otros en los otros casos (pero la función no casual es a veces secundaria), pero que ha sido generalmente atraído a la esfera del ver­ bo; de ahí, secundariamente, a la del nombre y al adjetivo. Se ha convertido en un determinante cuyo sentido local o temporal u otro concreto ha sido defi­ nido por la palabra regente, por el nombre que va en D. y por la posible oposición a un segundo caso regente. Ahora bien, esa determinación es laxa, el D. es un caso generalmente omisible, salvo en las pocas gramaticalizaciones a que hemos aludido. Éstas pueden englobarse en el sistema de los demás casos, pero el resto de los usos tiene el carácter de determinaciones de tipo más bien adverbial. Incluso debajo de los usos gramaticales se trasluce un sentido «hacia», que otras veces, sin desa­ parecer, ha dado lugar, con D. de persona, a sentidos que indican el interés, la participación emocional o intelectual, etc. Pero otras veces los matices son de instrumento, causa, modo, compañía. ¿En qué medida se ve una unidad debajo de todo esto? Desde luego hay transiciones claras y hay también neutralizaciones con los otros casos, pero fundamentalmente se trata de un conjunto de oposiciones a los mismos. Los valores de complemento indirecto, los usos «subjetivos» antes aludidos, los instrumentales, etc., no se dan en los otros casos; tampoco los locales «en» y «hacia», pues ha intervenido un cierto reparto por el cual este último es muy raro en el D. con nombres de lugar. Nótese cómo en los usos adnominales y con el adjetivo, el D. ha introducido matices ajenos al Ac. y G. Lo que se ve como opuesto a los demás casos se contempla, también, como aproximadamente unitario, sobre todo si entre los distintos usos hay transicio­ nes y si debajo de los usos gramaticales y los «subjetivos» se traslucen los directivos, a su vez emparentados con los locales y éstos con los demás. En torno a esta laxa semántica adverbial se construye el D., no en torno a un uso gramatical mayoritario como el del N., Ac. y G. No se puede ir más allá. Es bien vaga, por ejemplo, la definición que inten­ ta ser unitaria de Delaunois (1988, pág. 66), cuando dice que el D., frente al Ac., indica una relación específica, precisa; y cuando habla (pág. 69) de «D. propiamente dicho» al cual se sincretizaría el L. por su carácter de deter­ minación «bastante precisa». Nótese que la gramática funcional de Tesnière y sus seguidores deja el D., salvo algún uso gramatical que ya sabemos, fuera del sistema de las valencias

216

Nueva sintaxis del griego antiguo

del verbo, fuera del «núcleo» de que habla Pinkster; aunque, como señala muy bien, hay una gradación en ese alejamiento. Para Happ (1976) ciertos D. se encuentran entre los «freie Angaben» o «datos libres», ni más ni menos que los adverbios, los grupos preposicionales y ciertas subordinadas. Se desliga así el D., en parte, de los usos más frecuentes de los demás casos, aunque también los tiene comparables a éstos; y se fragmenta. Está próximo a una serie de determinantes ya del verbo ya de la oración en general, que se alejan progresivamente de las determinaciones casuales más propiamente gramaticales. De todas maneras, la existencia de especializaciones de sentido, en relación con distribuciones y oposiciones, es tan clara aquí como en los demás casos. También aquí encontramos construcciones bicasuales con D. y otro caso y bicasuales con dos tipos de D. Por otra parte, ambas posibilidades pueden com­ binarse, puede haber, por ej., un Ac. complemento indirecto y dos D. Naturalmente, el uso bicasual más normal es el de Ac. complemento directo y D. complemento indirecto. Pero se puede añadir un segundo D.: de interés (X., Cyr. 8.4.24 σοι δέ ... δώσω άνδρα τη θυγατρί), ético (IL 12.334 ος τίς οί άρήν έτάροισιν άμύναι), simpatético (IL 12.74 'Έ κτορι γάρ οι θυμός έβούλετο κϋδος όρέξαι, etc.). Pero un complemento directo puede llevar a su lado otros D.: por supuesto el de lugar y tiempo (II. 1.45 τόξ’ ώμοισιν εχων), el instrumental (se le añade uno interno en S., OC 1319 εϋχεται κατασκαφχί Καπανεύς τό Θήβης άστυ δειώσειν πυρί). En términos generales puede decirse que los D. de los grupos 4 (instrumental) y, sobre todo, 3 (lugar y tiempo) tienen un ámbito distribucional muy amplio y pueden añadirse a múltiples verbos. Más rara es la doble construcción de D. y G. en oposición: la hay en varios verbos del grupo 2 (κοινωνεΐν τινι τινός, άχθεσθαι τινι τινός), pero también en el 1, con los verbos de «vender», etc. El D. es siempre de persona. Claro que existen, de otra parte, neutralizaciones entre D. y Ac., D. y G. Las primeras las hemos encontrado en verbos como los de «hacer bien (mal) a alguien» y en los Ac. y D. internos y de relación, a más de los adverbiales de lugar y tiempo. Las segundas, en la determinación de una serie de nombres y adjetivos y, dentro de los usos adverbales, sobre todo en los D. simpatéticos y de rección, sustituibles a veces por el G. Volviendo a los D., el uso doble se da bien con dos D. diferentes, bien con el uso predicativo de uno respecto a otro, bien con el del todo y la parte. Comenzando por el grupo 2 de los D. adverbales, puesto que ya hemos dado ejemplos del 1, digamos que el D. directivo (o de rección) puede acompa­ ñarse de un segundo D. de los grupos 2, 3, 4 o 5 allí donde las subclases de los verbos son compatibles. Cf., por ej., X., A n. 7.6.29 θαρραλέως ήμιν έφείποντο oi πολλοί καί ίππικω και πελταστικω, con comitativo; II. 1.24 άλλ’ ούκ Ά τρεϊδη Ά γαμέμνονι ήνδανε θυμω, con D. de lugar. Los D. del grupo 2 van con frecuencia acompañados de otro. Así IL 15.360 έγέλασσε δέ oí φίλον ήτορ γηθωσύνη (simpatético e interno): E., Hipp. Π40 νυμφιδίων δ ’ άπώλολε φυγα σα λέκτρων άμιλλα κούραις (causa y simpatéti-

El Dativo

217

co). Los del grupo, 3 pueden ir con casi todos los verbos e igual los del 4 (instrumental Od. 14.206 θεός δ ’ώς τίετο δήμφ / ολβω (local y causal). La construcción predicativa, que se ha difundido con el Ac., aquí sólo en­ cuentra lugar al lado del D. de rección con el verbo χρήσθαι, cf. A., Pr. 322 ουκουν εμοιγε χρώμενος διδασκάλω. Se ha desarrollado bastante el del todo y la parte, como con el Ac. y el G. (y la combinación de Ac. y G.): cf. por ej., Hes., Op. 76 πάντα δέ οι χροί έφήρμωσε Π αλλας Άθήνη. Como se ve, el D. forma realmente sistema con los demás casos y su funcio­ namiento es semejante. Pero esto es sin duda el resultado de una evolución a partir de usos local-adverbiales: evolución que ha llegado a hacer del D. un caso adverbal con algún uso, derivado de éste, en contextos nominales y de oración copulativa, pero un caso sólo en escasa medida gramaticalizado y, aun entonces, con lazos con los D. más laxos y de valor semántico todavía. Así se ha sintetizado el sistema casual, que con sus ambigüedades y comple­ jidades forma, sin embargo, un todo. Un caso impresivo más dos gramaticales adverbales en oposición (el N. y el Ac.), más uno adnominal (el G.), más uno local-adverbial alejado de esos sistemas (el D.) han entrado en un juego com­ plejo de oposición de usos impresivos-expresivos y representativos y, dentro de éstos, de determinaciones tanto del verbo como del nombre y adjetivo. Pero el mapa distribucional de cada caso y de sus usos especializados varía, aunque también se han producido neutralizaciones. Una cierta unidad de cada caso no puede negarse, pero es de un tipo abstracto y general, que omite muchos detalles. Estos han de considerarse individualmente, con ayuda del juego de las distribuciones, oposiciones y neutralizaciones. El mic. ofrece algunos datos que confirman las ideas anteriores. Así los D. de dirección alternando con lativos con -de o bien en la construcción qe-toro-po-pi o-ro-meno; o la mezcla de usos de I. y L. en las formas en -pi. Tam­ bién, si tenemos razón en una propuesta nuestra, la indiferencia numérica de formas en -o (= -öi) con valor de I. Al lado, ofrece algunas probables innova­ ciones: sobre todo, su frecuente uso determinando a un sustantivo con valor directivo (Po-se-da-o-ne do-so-mo). O I. (ti-ri-po e-me po-de); aunque el último uso, que reaparece aquí y allá y sobre todo en época helenística, puede ser popular y haber permanecido subterráneo en la literatura.

Nueva sintaxis del griego antiguo

218

III.

NOTAS ADICIONALES

1.

V a r ia n t e s d ia c r ó n ic a s ,

DIALECTALES Y ESTILÍSTICAS

EI D. ofrece menos diferencias de este tipo, del micénico y Homero a la época clásica, que los demás casos. En realidad, lo más notable es la casi desa­ parición del D. de lugar, exceptuando algunas expresiones adverbializadas co­ mo οίκοι, Ά θήνησι. Hay cierta disminución en el uso simpatético fuera de la poesía, pero esto tiene que ver sin duda con las características de estilo de la prosa. Desaparece, desde luego, el uso local con pl. de persona. Lo verdaderamente notable de la historia del D. en su decadencia y luego su desaparición en Gr. tardío. Ya hemos adelantado algunos rasgos propios de esa evolución en la koiné popular, sobre todo de los LXX, N.T. y papiros, y añadiremos otros. Pero es una historia larga que continúa a través, más que de los escritores, de las inscripciones y los papiros de época imperial y culmina solamente en época bizantina, donde a partir del s. x el D. está muerto. Dare­ mos algunos datos, aunque naturalmente no podemos entrar en un estudio pormenorizado, para el cual remitimos, sobre todo, a los estudios de Humbert (1930) y Dressier (1965-66). Repasamos algunos rasgos de la evolución del D. en la koiné popular: de­ caen sobre todo el uso instrumental, sustituido principalmente por έν (LXX Ge. 31.6 έν πάση τη ίσχύι μου ‘con toda mi fuerza’) y el comitativo, por σύν, μετά, etc. Es más resistente el D. de complemento indirecto, aunque cada vez con mayor frecuencia es sustituido por giros preposicionales, sobre todo πρός + Ac., cf. las estadísticas de Moulton (1963, pág. 236). También hemos aludido a la difusión del Ac. como caso de rección, a expensas del D. y, tam ­ bién, del G. En realidad, en el fondo de todo esto está que la diferencia entre las nociones de «en» y «hacia» tiende a borrarse, como se ve por la sustitución de εις + Ac. por + D. con verbos de movimiento, así como por construccio­ nes inversas. Semejante es la confusión de εΐσω y ένδον, που y ποΐ. De todas maneras, el D. está todavía bien vivo en el Gr. de época helenísti­ ca, incluso ha experimentado ciertos desarrollos también aludidos por noso­ tros: el de tiempo para indicar duración, el de relación (que tiende a sustituir al Ac.) y el de interés con nombres comunes (κριθαι övcp, γεωργοί μισθω). La verdadera y profunda decadencia del D., que culmina en su desaparición en Gr. bizantino y moderno, se sigue en textos vulgares, sobre todo papiros e inscripciones, a partir del s. i d. C., mientras que los textos literarios, según sus niveles, permanecen en estadios próximos ya al de la prosa clásica, ya al de la koiné.

E t Dativo

219

Durante este período han aumentado, ciertamente, los procesos antes inicia­ dos en relación con el D. instrumental y comitativo, con los usos locales en que se mezclan έν y εις y también con los temporales, en que acabó por predo­ minar el G. έτους aunque aquí la resistencia fue mayor. Pero sobre todo, cada vez más se introducen, bien el Ac., bien el G. en lugar del D. complemento indirecto, del dependiente de verbos en construcción monocasual, del de interés y de los D. adnominales (a veces sustituidos por πρός + Ac,)· Los resultados de Humbert y los de Dressier no son enteramente compara­ bles, pues el primero afirma que el G. se introduce, en los papiros de Egipto, en lugar del D. complemento indirecto, primero en los nombres propios (co­ menzando por los exóticos), luego en los pronombres personales, luego en los nombres comunes: el tipo έκδώσω σου sería más antiguo que el γράφω του άδελφου. En las inscripciones anatolias de Dressier las cosas no son así. A veces, en inscripciones funerarias se mezclan el D. y el Ac.: M A M A 1. 144 Βά γυναικι και τέκνους. Pero otras veces, sobre todo en el uso formulario de las inscripciones, es el G. el que se introduce: es el tipo M AM A 1. 491 άνέστησα τέκνου μου Ματρώνης. El reparto dialectal de estos nuevos Ac. y G. es difícil de seguir, aunque es conocido el resultado final: en fecha griega medieval en la literatura del Norte se difunde exclusivamente el G., en otras regiones el Ac. Mucho se ha especulado sobre las causas de esta desaparición del D. Se han aducido razones de evolución fonética, que respetaba marcas opositivas del N., Ac. y G., pero no, en la primera y segunda declinación, del D. Al lado están las razones sintácticas: al difundirse la precisión de una serie de usos del D. mediante preposiciones, aumentar incluso la frecuencia de éstas para sustituir al complemento indirecto (ya desde siempre alternante con πρός + Ac.) y difundirse el Ac. como caso adverbal único, el D. llegó a sobrar. Lo importante eran las preposiciones; el caso es un apéndice de las mismas a veces usado arbitrariamente (συν + G. como μετά, etc.). De otra parte, el Ac, lativo (con prep.) y el D. de lugar (también con prep.) tendían a confun­ dirse. El D. era a partir de un cierto momento un resto histórico innecesario. Lo notable es que a veces no fue ei Ac., sino el G. el que lo sustituyó: pero en construcciones nominales y en algunas adverbales desde fecha antigua alter­ naba a veces con él. Hubo luego generalizaciones según los dialectos y los estilos. Lo que aquí nos interesa es comprobar que aunque con mucho retraso, así culminaron tendencias muy antiguas. Hemos visto que en el griego popular de la koiné, prescindiendo de los usos absolutos y asintácticos, el N., Ac., y G. cada uno redujeron más su esfera de uso: distribuciones más limitadas, menos usos especializados. El N. tendía a reducirse el papel de sujeto, el Ac. al de determinante verbal, el G. al de determinante nominal. Con esto se volvía en cierto modo, decíamos, a una fase muy arcaica, que había sido seguida, en parte en IE pero sobre todo en Gr., por otra en que los casos expandían sus distribuciones, se especializaban en acepciones, se neutralizaban a veces,

220

Nueva sintaxis del griego antiguo

organizaban otras oposiciones parciales. Pues bien, la desaparición del D., des­ pués de una larga lucha y de una constante oposición entre la lengua literaria, que lo conservaba, y la popular, no hizo más que reforzar ese cuadro simplifi­ cado de la declinación. Ahora, con excepción del V., todos los casos son gra­ maticales. Los escasos usos propiamente gramaticales del D., que nunca llega­ ron a ser un uso central que explicara los demás, fueron sustituidos de una manera u otra; los demás, sobraban dentro de una nueva concepción de lo que es el caso D. Esta nueva concepción consiste en considerarlo como un determinante gra­ matical muy general. Todo el detalle de los usos gramaticales y no gramaticales dejó caer su peso sobre el sistema de las preposiciones. La reducción del papel de los casos y la expansión del de éstas fueron fenómenos solidarios y concomi­ tantes. Pero sobre todo en lo relativo al D. 2,

O r ig e n d e l D a t iv o :

MORFOLOGÍA Y SINTAXIS

Ya hemos indicado en las páginas iniciales de este capítulo cuáles son nues­ tras ideas sobre el origen del D. griego: para nosotros es la continuación de un caso indoeuropeo que en otras lenguas, no aquí, se escindió en tres; todo lo más, existen en Gr. algunos comienzos de diferenciación que han creado algunas formas exclusivamente de «lugar en que», muy pocas, del tipo οϊκοχ, Άθήνησι; naturalmente, estas formas están en conexión con las que en otras lenguas se especializaron como L. No podemos justificar aquí en detalle esta teoría, ni hacer otra cosa que enviar otra vez al lector a nuestras publicaciones especializadas sobre este tema. Pero se habrá visto que, aun prescindiendo de problemas de orígenes, la des­ cripción del D. griego, al igual que la del G., otro caso supuestamente sincréti­ co, puede hacerse sincrónicamente en términos de distribuciones y oposiciones: que es así como, más o menos conscientemente, interpretaba el caso e interpre­ taba sus distintos usos el hablante griego. Ahora bien, cuando hablábamos de buscar un «centro», una noción general desde la cual se explicara el abanico de posibilidades de usos del D., llegábamos a hallarlo en usos que llamábamos local-adverbiales, que indicaban, según las distribuciones, nociones como «hacia», «hacia... y en», «en», «junto a» con valor local y temporal; y otras veces, «en unión de», «con», «por causa de». En términos generales, los nombres dotados de estos valores han pasado a interpretarse como determinantes del verbo, pero determinantes que sólo en ciertas construcciones llegaron a gramaticalizarse, a hacerse necesarios y abs­ tractos. En general son determinantes laxos y libres, que pueden o no aparecer y que acompañan a una gama extensísima de verbos. El valor «en» también ha quedado adscrito a la construcción con nombres de una manera directa, quizá alguno más; pero en general el camino ha sido a través del verbo. Junto

El Dativo

221

a él se han desarrollado ciertos usos especiales de tipo subjetivo (con el D. personal) y otros usos que luego han pasado a las construcciones copulativas y a las con nombre y adjetivo. Aunque muy parcialmente, pues el D. continuó siendo esencialmente un caso adverbal. Pero no desde el origen, como el Ac., sino por una evolución secundaria. Éste es nuestro punto de vista, que incluye la tesis, compartida con diversos autores, de que debajo de casi todos los usos, incluso los más gramaticalizados, abstractos y subjetivos, se traslucen los anti­ guos valores adverbiales: los de espacio y tiempo y los conexos con éstos que indican primero, compañía, luego causa, instrumento y modo. No quedan, ciertamente, huellas directas numerosas del valor puramente adverbial, independiente de la oración, Pero hemos dicho que el mismo uso inicial o parentético de ciertos D. locales trasluce la antigua independencia; con más razón, los usos en encabezamiento de inscripciones para dar la locali­ zación (lo que otras veces se hace con el N. absoluto). Y frases hechas como έτέρφ τόπω en los papiros. Debajo de construcciones con έν se esconden usos antiguos de este tipo. Lo mismo puede decirse de indicaciones que son con frecuencia formula­ rias, muchas veces iniciales (cf. supra, pág. 209): del tipo ε τ ε ι... νυκτί, χρόνω, numeral + ήμερα o μη vi, etc. Las fórmulas de tipo modal o limitativo, entre otras, pueden interpretarse de la misma manera: άγαθή τύχη, τούτφ τφ τρόπφ, άριθμφ πολλφ, όλιγφ, φύσει, etc. Nótese que estas expresiones con D. son estrictamente paralelas a ciertos adverbios: locales como έκεΐ, ενθάδε, άνω, χ α μ α ί..., temporales como εχθές, αύριον, πρωί ..., modales como ούτω, ώδε, etc. Por otra parte, ciertos D. se han adverbializado secundariamente, esto es lo que se piensa sobre έπισχερώ, πώ, y sobre todo el tipo con -η (ταύτη, etc.). Bien es cierto que la opinion común distingue entre un I. en -ω, -η, un D. que añade -i (grafías de tipo ταύτηι) y un L. en -ει, como έκεΐ u -οι, como ποΐ. Para nosotros todas estas formas pertenecían al caso único de que hablamos, si bien tendían a oponerse para introducir especializaciones. Lo que nos interesa en este mo­ mento sobre todo, sin embargo, es su uso independiente de la oración, en oca­ siones: el mismo que, pensamos, tenía nuestro D. Y que se justifica etimológi­ camente porque formalmente se ha construido, como indicábamos al comien­ zo, en torno a formas de tema puro. Conviene, de todas maneras, que nos detengamos un momento ante estas formas para hacer ver que sus diferencias significativas son secundarias, espe­ cializaciones más o menos como las de los D. del nombre en diferentes contex­ tos. Así resulta que ποΐ, οι, que son calificados de «locativos», tienen en reali­ dad el sentido de «dirección hacia»: sin duda es una especialización dentro del antiguo complejo valor «en» + «hacia» por oposición a las formas genitivales που, ού. En cambio, έκεΐ es «allí» porque no hay una oposición de este tipo. A su vez formas con πή, ταύτη, πάντη, άλλη (y sus correlatos con -ει) suelen calificarse de «prosecutivas», valor que es otro de los varios del D. local-

Nueva sintaxis del griego antiguo

222

temporal. Pero ese valor es una especialización secundaria más dentro del siste­ ma de oposiciones que se creó en griego (y que la edad helenística arrumbó, volviendo en cierto modo a lo antiguo). En Homero, como ha señalado Dress­ ier (1965-66, pág. 97), hallamos todavía usos directivos de πη, άλλη. Y tienen, por supuesto, valores modales. En las páginas anteriores hemos intentado dar respuesta a la pregunta sobre el significado y uso del D. griego en términos pancrónicos. D iatónicam ente, lo vemos como un antiguo caso cero, de tema puro, que ha desarrollado algu­ nos rasgos morfológicos que lo han especializado como un adverbio localtemporal-instrumental. En Gr., se ha adherido fundamentalmente al verbo, junto al cual ha desarrollado algunos usos gramaticales, abstractos y subjetivos, y desde ahí se ha extendido, aunque no mucho, a otras construcciones; aunque el D. adnominal de lugar y aun el de cantidad y limitación pueden proceder directamente del antiguo adverbio. Por sus usos gramaticales han sufrido la competencia de los del Ac. y G., y éstos y los demás la de los giros preposicio­ nales. La escisión iniciada entre valores «en», «hacia» y los instrumentales no ha podido mantenerse, de otra parte, dentro de la evolución del sistema de las preposiciones. Y también han intervenido hechos fonéticos que han quitado distintividad a las formas con D. Así desapareció éste finalmente y el sistema de los casos quedó reducido a un mínimo sistema gramatical, como hemos dicho más arriba. Aunque se han mantenido vivos el V. y ciertos usos absolu­ tos y asintácticos de los demás casos, usos extracasuales, en definitiva.

3. nes

H isto r ia d e las in t e r p r e t a c io ­ SOBRE LA SINTAXIS DEL DATIVO

No es, en realidad, una historia muy rica ni muy interesante ni que pueda iluminarnos gran cosa en relación con el D. griego o el D. en general. Aun así, hemos de decir algo sobre ella, ya que lo hemos hecho en relación con los otros casos. En realidad, desde ei advenimiento de las ideas de los neogramáticos, sobre la definición del D. griego pende el problema de si es un caso único o son tres casos, el segundo problema de sus diferencias con el D. latino (los usos «instrumentales» están aquí a cargo del Ab.) y el tercero de que en las lenguas modernas, con las que trabajan los teóricos actuales generalmente, la única correspondencia que se le encuentra es la del complemento indirecto o tercer actante, que corresponde a sólo una parte de sus funciones en griego (y latín). De los teóricos antiguos merece la pena recordar, en primer término que el nombre δοτική (datiuus), usado desde el comienzo mismo de la teoría de los casos, indica que el centro se veía en el complemento indirecto de verbos más o menos próximos semánticamente a «dar». Prisciano, pisando sin duda

El Dativo

223

sobre precedentes griegos, añadió otras designaciones alternativas, a saber commendatiuus y salutatiuus: nos hallamos ante puros análisis semánticos muy in­ suficientes. Pero que parten, sin duda, del complemento indirecto o, cuando más, de ciertos usos adverbales monocasuales. Este planteamiento gramatical es el que han tendido a perdurar, aunque se ha acompañado de ciertos esfuerzos para, por decirlo así, desemantizarlo; con la excepción ya señalada de Rubio, que ve en todas partes la noción de interés. No es muy diferente el punto de vista de J. L. Moralejo (1986, págs. 314 sigs.), quien ve en el D. (y Abl.) (para el latín también) un caso adverbal opuesto como término positivo al Ac., al que añade una noción de interés o destinación: definición, en todo caso, demasiado estrecha para el D. griego e indoeuropeo. La otra alternativa, la interpretación localista, ha estado, como en otras ocasiones, a cargo de Demetrio Triclinio, Wüllner y Hjelmslev. Según ella, el D. indica lugar «en» (reposo), por oposición al Ac. («hacia») y el G. («desde»). No hace falta insistir en la insuficiencia de esta teoría. Pero las interpretaciones puramente gramaticales o lógico-gramaticales no son más satisfactorias. Para los gramáticos daneses medievales, el D., igual que el G., expresaría el origen, pero no la relación a la sustancia (ésta sería la función del G.), sino a la acción y la sustancia, y referida a una persona: es decir, el D. dependería de un verbo o un nombre e indicaría relaciones de tipo directivo final («a», «para»). Este matiz es, sin embargo, secundario para Delbrück, quien parte del D. adverbal de persona con matices más abstractos («relación con»). Claro que esto es insuficiente, pero tiene la disculpa de que, para los neogramáticos, el L. y el I. quedan aparte. Con esta definición están relacionadas otras, así la de Jakobson (el D. indica que una cosa es alcanzada por la acción verbal, pero marginalmente, no como el Ac.; separa el I. y L.) y la de De Groot (el D. indica una relación específica con el verbo, a diferencia de la relación no específica del Ac., siendo una relación de persona). Todavía hemos de citar a Happ, quien trabajando sobre el latín trata de enriquecer la definición de Tesniére del D. como un tercer actante o comple­ mento indirecto: es también un actante de objeto, como el G. y Ab., es decir, toma en consideración el D. regido en construcciones monocasuales. A Fillmo­ re, que habla de «ser animado afectado por la acción o estado del verbo». Y a Diver, que ha hecho un útil ensayo de relacionar el D. complemento indi­ recto y el de rección monocasual, proponiendo que en este contexto el D. es un equivalente del Ac. y en el primero un opuesto a él. Pero todas estas interpretaciones gramaticalistas, aparte de que se quedan cortas porque no incluyen una serie de datos que inducen, en cambio, a otros autores a dar definiciones semánticas del D., son insufientes en cuanto que no toman en cuenta los valores local-temporales e instrumental-casuales del D., al menos del D. griego. Éstos habría que colocarlos, evidentemente, entre los «adjuntos» o «argumentos» opcionales de los funcionalistas, como los ad­ verbios y grupos adverbiales. Así se ha propuesto, véase más arriba, pág. 185.

224

Nueva sintaxis del griego antiguo

Pero con esto todo intento de definición unitaria se quiebra. Y no nos vale la excusa de que el D. es un sincretismo de tres casos: aunque así lo fuera históricamente, en el nivel sincrónico o pancrónico es un todo que merece un intento de definición. Estas que hemos m encionado—las gramatical-semánticas y las gramaticales puras— mutilan para empezar el objeto que hay que definir. Como la teoría localista de Triclinio-Hjelmslev (apuntada ya por Prisciano) lo mutila en el sentido contrario, al dejar fuera los usos gramaticales y aun parte de los locales. El D. es un caso difícil de encajar en el sistema gramatical y, por supuesto, en los esquemas locales simplificados con que trabaja. Autores como El Bró­ cense, Kurytowicz o Martinet apenas si lo incluyeron en sus sistemas: en reali­ dad, es su situación ambigua dentro del Gr. la que le llevó a perderse en un momento dado. Realmente, rompe lo mismo la teoría gramatical que la teoría local de los casos en cuanto esquemas simplificados. Y obliga a crear una teoría de los casos mucho más compleja, por lo demás no traducible de una lengua o otra. Por lo que respecta al griego, nosotros no hemos hecho más que proponer un ensayo personal de lo que podría ser esta teoría. Primero, caso a caso, en un nivel pancrónico, añadiendo algunas observaciones sobre los subsistemas coexistentes o que se han sucedido; luego, en un nivel diacrónico. Pues dentro de los límites de espacio que nos hemos marcado, hemos intentado seguir el sistema —en realidad, unión secundaria de subsistemas— de los casos desde su nacimiento con el indoeuropeo flexional hasta su importante alteración en época helenística, primero, y bizantina, después.

C a p ít u l o VII

EL GÉNERO

L

LOS DATOS MORFOLÓGICOS Y PRIMERA DEFINICIÓN DEL GÉNERO

1.

G e n e r a l id a d e s

Un nombre y un adjetivo griegos (y un pronombre en función nominal o adjetival) tienen, además del caso y el número, género: es una herencia in­ doeuropea que viene de antiguo y ha perdurado, más o menos íntegramente según las lenguas, hasta las lenguas indoeuropeas de hoy. Se suele hablar de «categoría del género», puesto que comporta una clasificación o inclusión de una palabra (o una forma de la misma) en un determinado espacio significati­ vo: hablamos de masculinos, femeninos y neutros. También el número es una categoría: implica una clasificación. El caso, en cambio, es una función: impli­ ca relación del nombre o adjetivo afectado con otros elementos de la oración. Todo esto, en términos muy generales. El género, efectivamente, es una categoría muy conflictiva, que sólo en par­ te puede ser llamada categoría. Una categoría (e igual una función) implica oposición de términos dentro de una misma palabra flexionada, como hemos visto en el caso y veremos en oposiciones del tipo de sg./pl./du. (número), activa/media (voz), 1.a/2 .a/3 .a (persona), etc. Cierto que hay formas «tan­ tum»: nombres que sólo son singulares o plurales o duales, verbos sólo activos o sólo medios, pronombres que sólo son de 1.a o 2 .a o 3.a, etc. Y que hay hechos de neutralización. Pero el panorama está dominado por las oposiciones. En lo relativo al género, ello no es así, como veremos. Los adjetivos y ciertos pronombres oponen, efectivamente, formas de mase., fem. y n. o, al menos, una forma de mase.-fem. y otra de η.: κ α λός/κα λή/κα λόν, 0ς /ή /o , σώφρων / σώφρον, τίς / τί. Pero en los nombres oposiciones de género entre mase, y fem. son bastante raras: tipo πατήρ / μήτηρ, θεός / θεά, βασι­ λεύς / βασίλισσα, αύλητής / αύλητρίς, etc. Oposiciones entre un género ani-

226

Nueva sintaxis del griego antiguo

mado (el fem.) y uno n. en la misma palabra sólo se dan en la serie que opone árboles o plantas a sus frutos o productos (άπιος ‘peral’ / αηιον ‘pera’, ελαία ‘olivo’ / έλαιον ‘aceite’, etc.) Resulta, entonces, que los nombres «tantum», sólo mase, o sólo fem. o sólo neutros, son la inmensa mayoría. Realmente, nos hallamos ante subclases de nombre, como pueden ser, en griego mismo, los nombres comunes y pro­ pios, numerativos y de masa, concretos y abstractos, etc.; o como las clases de las lenguas bantú o el birmano, que se refieren a la forma, el uso o diferen­ tes características de las cosas que designan. Ciertamente, entre estas subclases hay hechos de neutralización, de clasificaciones cambiantes, etc. pero básica­ mente una palabra pertenece a una clase definida, con características formales y sintácticas propias; es lo que ocurre con el género del griego (y del indoeuro­ peo). Si lo llamamos categoría es porque esas subclases se han opuesto, a veces, mediante recursos formales diversos, dentro de una misma palabra; y esas for­ mas de la misma palabra responden a iguales contenidos o significados que las subclases de que hablamos: lo que llamamos género. En cambio, por lo que respecta a otras categorías y funciones sólo en forma muy limitada, en el sector no opositivo de formas «tantum», se conservan las que pudiéramos llamar subclases de palabras: verbos sólo activos o sólo medios, sólo en presen­ te o sólo en perfecto, etc. Pero el género presenta, todavía, otro rasgo propio muy notable. Las cate­ gorías y funciones en general afectan a todo el léxico. Un nombre aparece siempre en un caso y un número, lo mismo si se trata de formas opositivas o de formas «tantum» (que sólo aparecen en sg. o en V., por ejemplo). Lo mismo hay que decir de las categorías y funciones del verbo. Pero hay nombres que carecen propiamente de género: es el género llamado «común», palabras que se aplican igualmente a un hombre o animal macho o hembra: άγγελος ‘mensajeroAa’, θεός ‘dios/diosa’, βους ‘toro/vaca’, etc. Sólo un artículo o un adjetivo deciden. Y a su vez hay adjetivos (y pronombres adjetivales) que tienen una forma única de mase.-fem., como decíamos arriba. Así, desde el punto de vista de la palabra, hay nombres y adjetivos en que el género aparece en forma de una oposición, de variantes de una misma palabra (de palabras que entran en sistema para ofrecer variantes de oposición genérica de un concepto único: tipo πατήρ/μάτηρ visto antes). Hay otros en que la palabra tiene un género único. Hay otros, en el sector de los animados, que carecen propiamente de género. Y todavía hay otros rasgos del género que hacen de él un fenómeno aparte dentro de la sintaxis de las lenguas indoeuropeas. En cuanto a la forma, las diferencias de género están marcadas a veces por la morfología, como es usual que se marquen las diversas categorías y funciones. Pero a veces las marca simplemente el léxico: tal palabra es mase, o fem. o n . sin que su forma lo indique especialmente, así en el caso menciona­

El género

227

do de ‘padre’ y ‘madre’. Cierto que los hechos de concordancia, redundante­ mente, insisten en su género. Fuera de aquí, esto es raro: podemos aducir al sistema de los pronombres personales (*so, *sä / Hod), el de los verbos polirri­ zos (con supletismo) que varían de raíz en près., aor.., fut. y perf,, etc. Pero son casos aislados. Esta importante función del léxico para marcar el género tiene que ver con el hecho de su pertenencia original, mantenida en una gran medida luego, al sistema de las subclases de palabras. En cuanto al contenido, la definición del género es difícil y compleja. Ha­ blamos, por tradición, de inanimados o neutros y de animados, clasificados en masculinos y femeninos. Pero la relación del género con la animación y con el sexo es sólo parcial. En una buena medida el género, desde el punto de vista del griego, implica, allí donde no hay oposición y se trata de palabras aisladas, una mera clasificación. Y tiene mucho que ver con el fenómeno pura­ mente sintáctico de la concordancia. Cierto que también el número, el caso, la persona, etc. tienen secundariamente que ver con la concordancia. Pero aquí el fenómeno es más importante y difundido, en la medida en que el género, con frecuencia, es puramente clasificatorio. 2.

La

FORMA DEL INANIMADO O NEUTRO

Prescindiendo de momento del contenido y limitándonos a la forma, hemos de decir que un nombre neutro se caracteriza como tal por un simple hecho de vocabulario: ϋδωρ ‘agua’, ήπαρ ‘hígado’, τέκνον ‘niño’ son, simplemente, neutros. Es un dato que, indudablemente, va incluido en la memorización del léxico y que hace que construyamos los nombres correctamente, coordinándo­ los con artículos, pronombres o adjetivos. No existen palabras indiferentes a la oposición inanimado (n.)/animado. Ahora bien, el dato de vocabulario va acompañado de un segundo dato, éste morfológico. Actúa en varios niveles: a) Un neutro presenta siempre sincretismo entre los casos de N.-Ac.-V. En cambio, no se distingue del mase, (que es, como veremos, el término negati­ vo de la oposición masc./fem.) en los casos G. y D. Puede decirse que el n. sólo existe en el N.-Ac.-V.: en los demás hay formas de n.-masc. y de fem. (término positivo éste último). b) La marca de ese caso sincrético N.-Ac.-V. consiste en que se trata, en términos generales, de un tema puro, sin desinencia; en los nombres temáti­ cos, de una forma en -om en sg.; y de una forma en -ñ ( < *3 o *-eH2 en pl.). En definitiva, el n. se caracteriza por la desinencia (pensamos que *9, *-eÜ2 es originalmente un final de tema, pero desde el IE II fue convertida en desinencia, cf. el Manual... cit., o por falta de desinencias: pero no diferen­ cias de tema que es como se oponen mase, y fem. Solamente, como los temas puros, sin desinencias, son a veces animados, en ocasiones se han intro­

228

Nueva sintaxis del griego antiguo

ducido entre el animado y el neutro diferencias de vocalismo y /o acento. Ejemplos: — n. de tema puro frente a an. N. con -s: δόρυ frente a πήχυς, μέλι(τ) frente a ελπίς < * κελπιδ-ς. — n. de tema puro frente a un an. N. también de tema puro, pero con otro grado vocálico: ήπαρ frente a άνήρ (pero cf. ϋδωρ, no hay riesgo de confusión), πράγμα ( < *-nt) frente a ήγεμών, λιμήν, γένος frente a αιδώς. — n. de tema con des. *-om: μέτρον, τέκνον, etc. en sg., frente a formas diversas de los mase, y fem. (sobre todo -ος, -ä respectivamente). — n. de tema con des. -a < *-s: μέτρα, τέκνα, γένη < *γένεα < *γένεσα, πράγματα, etc. en pl., frente a las formas correspondientes de sg. Hay raramente -a < *-eH2 cf. τριάκοντα. Estos no son más que unos ejemplos: lo importante es que siempre hay distinción formal de los tipos mencionados. c) Existen, además, algunas implicaciones sintácticas, de las que se habla­ rá mas despacio en relación con el contenido: — El n. tiene en Ac. una mayor latitud combinatoria que el mase, y fem.: neutraliza, a veces, la oposición Ac./G . y la Ac./D. Aparece, en efecto, un n. en Ac. allí donde se esperaría un G.: Hes,, Th, 427 εμμορε τιμής και γέρας; Hdt. 7.139 ούκ άν άμαρτάνοι τάληθές; X., Ages. 11.11 τό μεγαλόφρον ... έχρήτο. — El n. pl. se combina a veces con el pl. no numerativo, el de masa discon­ tinua. De ahí la existencia, a veces, de dos plurales uno mase, y uno η.: κέλευθος / κέλευθοι, κέλευθα. Cf. infra. — El uso de los n. como Ν. sujeto y como V. presenta ciertas restricciones, cf. págs. 236 sig. Todo esto se refiere al n. de los nombres. Si pasamos al de los adjetivos, hay que decir que todo lo anterior es válido, salvo que, al tratarse aquí de un hecho de moción no hay diferencia lexical, sólo gramatical, de los tipos mencionados. Tenemos, por ej., los conocidos tipos: — νέος, νέα, νέον (y άθάνατος, άθάνατον) — ήδύς, ήδεΐα, ήδύ (e ΐδρις, ΐδρι) — άληθής, άληθές; σώφρων, σώφρον entre otros. Para el detalle de la forma, véase Díaz Tejera (1971). Lo mismo ocurre, por supuesto, en el pequeño grupo de nombres, antes aludido, en que la oposición fem ./n. se dobla con la semántica de un árbol o planta y su fruto o producto: tipos diversos como άπιος/άπιον, έλαία/έλαιον, ροδέα/ρόδον, etc. Otras oposiciones del tipo οναρ/ονειρος ‘sueño’, ήμαρ/ήμέρα ‘dia' en realidad no oponen nada: hay una verdadera neutralización, cf. pág. 234,

229

El género

3.

La

fo rm a

de

lo s

géneros

ANIMADOS, MASCULINO Y FEMENINO

a) En los nombres. — Hemos visto que hay ya oposición de un nombre o un adjetivo mase, a otro fem., o si se quiere, una forma mase, y una fem. del mismo nombre o adjetivo simplemente animado: o sea, del llamado género común, pudiendo concordar ya con artículos, pronombres o adjetivos masculi­ nos, ya con femeninos. En los tres casos tenemos ante nosotros el problema de la diferenciación formal del mase, y el fem., cuado la hay: de ello hablaremos. Pero, previamen­ te, hay que señalar las diferencias formales con el n. En realidad, este punto está ya tocado, al menos parcialmente. Indepen­ dientemente de que es muy raro, como hemos visto, que un nombre tenga variantes de género n. y de un género animado, hemos notado que también la morfología introduce diferencias. Efectivamente, tenemos: a) n. con N.-Ac.-V, en -om/masc. (y a veces fem.) con N. en -os, b) n. con N.-Ac.-V. de tema puro/masc. o fem. igualmente de tema puro, pero con grados vocálicos diferentes. c) n. con N.-Ac.-V. de tema puro/masc. o fem. con N. en -s d) n. con N.-Ac.-V. pl. en -ä (raramente -ô^/fem. (y a veces mase.) con tema en -¿r, -a o -ä/-ä En definitiva: la diferencia entre el n. y el animado está en rasgos de desi­ nencia o vocalismo, que se añaden a los de léxico ya indicados. Pero volvamos a los tres tipos de género animado de los nombres y a sus caracterizaciones formales. 1. Género opositivo. Se trata de la oposición de dos palabras, una de gé­ nero masculino y otra femenino. Hay a su vez tres grupos: a) El género está marcado por la raíz y, a veces, el sufijo o elemento temático. Cf., junto a πατήρ/μάτηρ ya mencionados, pares como υιός ‘hijo’/ θυγάτηρ ‘hija’, ήίθεος ‘muchacho’/ παρθένος ‘muchacha’, γέρων ‘viejo’/ γραϋς ‘vieja’, etc. b) El género está marcado por la oposición mase, -o /fem. -a, tipo άδελφός ‘hermano’/ αδελφή ‘hermana’ o bien por la introducción en el fem. de de­ terminados sufijos: sobre todo *-ia (λέων/λέαινα, δωτήρ/δώτειρα, άγύρτης/ άγύρτρια), -ιδ (αυλητή ς/αύλητρίς), -ισσα (βασιλεύς/βασίλισσα) y raramente -inä, -önä, -ö. Nótese de todos modos, en cuanto a la -o y la -â que sólo en función opositiva de tipo b) son sin excepción mase, y fem. respectivamente, en la autónoma la cosa puede variar: y en el mismo grupo a) hemos hallado -o mase, y fem. en el par ήίθεος / παρθένος. Otras veces hay variantes -o/-a más o menos sinónimas (πέτρα/πέτρος).

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c) Pueden combinarse los procedimientos a) y b) en pares como ελαφος/κεμάς, τράγος/αϊξ, κάπρος/σϋς, κριός/οΐς, άνήρ/γυνή. Puede decirse, en resumen, que en el género opositivo la distinción está marcada ya por elementos lexicales (raíces y, a veces, sufijos) ya por otros sufijales gramaticalizados, ya por una combinación de ambos. Cierto que son originalmente una vocal temática y un final de tema, pero se han gramaticalizado parcialmente para marcar el mase, y fem. respectivamente. En los demás casos, el fem. es un «más»: el término que añade un sufijo. 2. Género autónomo. Se trata de palabras que automáticamente son inter­ pretadas como un mase, o un fem. y reciben la concordancia adecuada. Su reconocimiento como mase, o fem. depende ya de hechos lexicales ya, comple­ mentariamente, del sufijo: a) Son datos puramente lexicales los que hacen interpretar como mase, palabras con πούς ‘pie’, πήχυς ‘codo’, μυς ‘ratón’ o como femeninos πόλις ‘ciudad’, ναϋς ‘nave’, χελιδών ‘golondrina’. Ni más ni menos que otras se interpretan como n., según hemos visto. b) Otras veces se añaden sufijos que indican el género. En primer lugar -o de mase, y -ä de fem. en palabras como λόγος, ώμος, λόχος, etc. (mase.) y δόξα, τράπεζα, τροφή, ώλένη, etc. (fem.). Pero hay que hacer observar que el Griego posee una serie de nombres en -o que son fem.: los nombres de los árboles como άπιος, los del camino como όδός y palabras sueltas como νυός ‘nuera’, νόσος ‘enfermedad’, νήσος ‘isla’, etc. Y que hay huella de que los nombres en -ä eran también mase.: si bien habitualmente se recaracterizan co­ mo mase, con ayuda de una flexión analógica de la 2 .a (νεανίας, μαθητής), en Homero y dialectos quedan formas de N. en -a. Precisamente esto se utiliza para una rara oposición, Hom. ταμίη / ταμίης, siciliano Γέλας, 'Ιμέρας (ríos) / Γέλα, Ίμέρα (ciudades). Pero hay además otros sufijos genéricos, que siempre o habitualmente mar­ can un género animado. Así -ίας, -τήρ, -τώρ, -ών (mase.), -τι (-σι), -τυ, -τατ(fem.). Para vacilaciones de género, cf. J. Wackernagel, 1928, I, pág. 33. 3. Género simplemente animado. El género que los gramáticos han venido llamando siempre «común», es decir, el de las palabras que son mase, o fem. según el adjetivo que las acompaña y, en otras ocasiones, según la sola concor­ dancia, es un simple género animado, sin distinción entre mase, y fem. No podemos separar nombres como άνθρωπος, βροτός de pronombres como εγώ o σύ que pasan como no especificando ni mase, ni fem. y que pueden acompa­ ñarse de una concordancia que señala si se refieren a un hombre o a una mujer: cf. A., Th. 808 οι ’γώ τάλαινα; Ale. 10 εμε δείλαν. En cuanto a la caracterización morfológica, habría que repetir casi todo lo dicho en el apartado anterior. Se trata de elementos lexicales diversos ya

El género

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con ñexión atemática (βοΰς ‘toro’ y ‘vaca’, άλεκτρυών ‘gallo’ y ‘gallina’), ya temática (άοιδός ‘cantor’ y ‘cantora’, θεός ‘dios’ y ‘diosa’, etc.). Natural­ mente, en ciertos contextos nos es imposible decidir si se trata de un ser mascu­ lino o femenino. En otros pueden añadirse una especificación del tipo de Hom. άρσην y θήλεια (o θηλυτέρη) θεός, es decir, ‘dios’ y ‘diosa’ respectivamente, βους ταύρος ‘toro’, etc. Los papiros de Egipto continúan distinguiendo el βους, ονος, όρνις, etc. άρρην de la θήλεια (cf. Mayser, II 1, 1926, pág. 29). O, simplemente, el artículo ô ο ή y los adjetivos masculinos y femeninos se encar­ gan de la definición: ó y ή άοιδός, etc. Un sistema tan complejo tenía que producir ya problema a los griegos, cuando reflexionaban sobre él. A Protágoras se remonta, se piensa, el debate gramatical de las Nubes de Aristófanes (658 sigs., cf. también 1247 sigs.) en que se propone que ή κάρδοπος ‘la artesa’ debe ser ό κάρδοπος y que άλεκτρύων debe reservarse para el ‘gallo’ y crearse un άλεκτρύαινα para ‘la gallina’. En realidad, a lo largo de la historia del griego se introdujeron algunas regularizaciones que tendían a unificar los elementos formales y a generalizar el tipo opositivo. Así, en jonio, ή άσβολος ‘la ceniza’ pasa a ή άσβόλη y hay otros fenómenos paralelos. Así palabras que originalmente tienen género autónomo pasan a poseer variantes opositivas, masculina y femenina, sin duda debido a factores de evolución social (se crean así ή τύραννος, ή ίάτρια, ή μαθήτρια junto a formas antiguas sólo masculinas Ιατρός, μαθητής). También se crean, con diferencia de significado, dos géneros en palabras como άλς (fem. ‘m ar’/masc. ‘sal’), λίθος (mase, ‘piedra’/fem . ‘imán’). Se soluciona también el problema de las palabras de género autónomo que designan al macho y la hembra de un animal: junto a ή περιστερά ‘la paloma’, ‘el palomo’, se creó ό περίστερός para el animal macho. Y junto al epiceno ή άλώπηξ ‘el, la zorra’ se distingue ή άλώπηξ ό άρρην ‘la zorra macho’, junto al epiceno de género cambiante χοίρος un fem. χοίρα; otras veces se creó, junto a la forma mase., una fem. distinguida por la concordancia (ή τύραννος, ή ιατρός). También se tiende a pasar las palabras de género simplemente animado al opositivo, como preconizaba Protágoras a propósito de ‘la gallina’ y ‘el gallo’. Esto es lo que ocurrió con θεός, que en lesbio y luego en ático pasa a ser ‘dios’, desarrollando al lado una forma fem. θεά (en Hom. hay también θέαινα). Junto a πτω χός se creó πτωχή, junto a ήμίθεος, un fem. ημίθεα, junto a τροφός, un fem. τροφή, etc. De todas maneras, el sistema se mantuvo en lo esencial incólume a lo largo de toda la historia del griego. b) En los adjetivos. — Habría que añadir lo relativo a los adjetivos. Aquí hay ya un género opositivo, ya uno simplemente animado. El primero se da en los adjetivos de tres terminaciones, que oponen un mase, a un fem. Como se ha visto en ejemplos puestos arriba, se utiliza para ello la oposición entre -o (mase.) y -á (fem.): tipo νέος/νέα, en él es imposible

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la vacilación sobre el sentido de -o y -ä. Pero también se utiliza, junto a varios sufijos masculinos (en -u, -nt, -n, -uos), uno femenino en *-ia: ήδύς/ήδεΐα, χαρίεις/χαρίεσσα, μέλας/μέλαινα, ειδώς/ειδυΐα. Como se ve, el sistema es más simple y económico que el de los nombres. El segundo tipo es el de los adjetivos de dos terminaciones. La forma masc.fem. es en el N., como se sabe, bien la de tema puro con des. -s (ϊδρις/ΐδρι), bien la de tema puro con alargamiento (σώφρων/σώφρον, αληθής/αληθές), bien la de tema temático con vocal -o seguida de la desinencia -s del mase.-fem. (άθάνατος/άθάνατον). Este último tipo vuelve a presentar la -o temática en una función no masculina: en este caso agenérica, siendo la desinencia la que define si se trata de un mase.-fem. o de un n. 4.

C o n c l u sio n e s

Ésta es la complicada descripción formal del género en griego. Insistamos en algunos hechos. a) El n. está siempre caracterizado formalmente por el sincretismo N.-Ac.V., por los elementos desinenciales y predesinenciales y por algunos hechos sintácticos. No hay palabras que vacilen entre el uso n. y el mase, o fem. o que sean agenéricas. El neutro es casi siempre autónomo, salvo en el ad­ jetivo. b) El mase, y fem. tienen una caracterización formal diferente (basada en los sufijos), pero muy compleja. De otra parte, hay palabras que no los distinguen. El uso opositivo se da en los nombres, no sólo en los adjetivos, pero es minoritario, de todas maneras. c) Los factores lexicales siguen siendo importantes en los tres géneros; los opositivos gramaticales escasos, salvo en el adjetivo y pronombre. Y fuera del N., Ac. y V. no existe diferencia entre los géneros: es una categoría que sólo en parte gramaticaliza, oponiéndolas, tres subclases de palabras y que, de otra parte, no existe fuera del N., Ac. y V.

II. DESCRIPCIÓN E INTERPRETACIÓN PANCRÓNICA DEL GÉNERO

1.

El

género

neutro

a) Significado del neutro nominal. — El género neutro se nos aparece, pues, fundamentalmente como una subclase del nombre, aunque aparece en oposicio­ nes sólo raramente en el nombre; habitualmente en el adjetivo y pronombre. Estudiaremos primero su significado en el nombre y en los usos nominales del pronombre.

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Este significado se define por una semántica especial y por determinadas restricciones sintácticas, como anticipamos: lo uno va a la par con lo otro. En principio, el neutro designa cosas: de ahí la denominanción de σκεύη que le dió Protágoras (Aristóteles, Rh. 1407b) en el primer estudio sobre el género gramatical. A esto mismo se refiere la calificación de ούδέτερον ‘ni lo uno ni lo otro’ con que aparece en Dionisio Tracio y que los latinos tradujeron por neutrum: lo que no es masculino ni femenino es, simplemente, un objeto. Cuando hablamos de «inanimado», término de origen moderno, a partir de las especulaciones de Jacobo Grimm sobre el género (cf. infra, pág. 249), que­ remos decir, una vez más, lo mismo. En principio, pues, llevan el género neutro las «cosas», por oposición a los seres vivos; en lo que, de otra parte, la noción del sexo puede ser o no pertinente, ser marcada o no. Esto se ve muy claramente en los pronombres: τί ‘qué cosa’ frente a τίς ‘quién’ y paralelamente τι frente a τις, τούτο frente a ούτος, αύτη. Se ve también en series de nombres neutros. Por ejemplo: Órganos o partes del cuerpo: ήπαρ ‘hígado’, ήτορ ‘corazón’, όστέον ‘hue­ so’, γόνυ ‘rodilla’, también σώμα ‘cadáver’ ‘cuerpo’. Elementos naturales considerados inertes: υδωρ ‘agua’, πυρ ‘fuego’, πέδον ‘suelo’, φάος ‘luz’. Se incluyen vegetales como δένδρον ‘árbol’, ξύλον ‘leño’, y elementos varios como οστρακον ‘concha’, ερμαιον ‘hallazgo’. Frutos, flores y productos vegetales: άπιον, (!>όδον (cf, supra), φύλλον ‘ho­ ja ', άνθος ‘flor’, άλφι y άλφιτα ‘harina’, μέθυ ‘vino’. Otros productos como μέλι ‘miel’. Construcciones y productos de la industria humana: τέμενος ‘recinto’, ιερόν ‘templo’, οργανον ‘instrumento’, τόξον ‘arco’, ζυγόν ‘yugo’. Abstractos: γένος ‘estirpe’, πλήθος ‘multitud’, εύρος ‘anchura’, övap ‘sue­ ño’, ήμαρ ‘día’, πράγμα ‘cosa’, μέτρον ‘medida’, τέρμα ‘fin’. Téngase en cuenta que la concepción como abstractos puede ser moderna: en principio pueden ser «cosas» concretas (μέτρον, τέρμα) o consideradas como tales (ήμαρ, övap), a veces colectivos (γένος, πλήθος que en definitiva son también concre­ tos). Sustantivizaciones de adjetivos que indican un concreto o un abstracto: γυναικεϊον ‘órgano femenino’, τό άγαθόν ‘el bien’, τό άπειρον ‘el infinito’, cf. también con matiz colectivo τό ιππικόν ‘la caballería’, τό κοινόν, ‘la comuni­ dad’. Hay sustantivizaciones de infinitivos: τό φιλεΐν ‘el amor’. Nos hallamos, pues, siempre ante «cosas», aunque a veces pueda intervenir una consideración generalizante, abstracta o colectiva. Cuando interviene una personificación es un fenómeno secundario. Véase más abajo. Ahora bien, sucede que en ocasiones una persona o un ser vivo reciben el género neutro. Un niño, por ejemplo, puede calificarse de τέκνον o τέκος: con ello, en primer término se prescinde del sexo, que es ignorado o pasado

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por alto; en segundo lugar, hay lo que pudiera llamarse una «cosificación», una concepción del niño como cosa o producto, como algo sin autonomía o vida personal, mera «descendencia» o «engendro» de sus padres. El Evangelio habla igualmente de τό γεγεννημένον (Eu. Ιο. 3.6), de γέννημα (Eu. M att. 3.7, etc., γεννήματα έχιδνών ‘descendientes de serpientes’); cf. ya S., O T 1Í67 των Λαΐου ... τις ήν γεννημάτων. Cf. también τό θειον - ό θεός ο οί θεοί. Este proceso de la «cosificación» neutraliza la animación y el sexo, deja libre el campo para considerar la persona o el ser vivo como mero producto o cosa y para añadir matices de afecto, desprecio, etc., también metáforas. Se puede calificar a Helena de άνθος (A., A , 743 δηξίθυμον έρωτος άνθος ‘flor de amor que muerde el corazón’), hablar de άνθος Ά ργείω ν ‘la flor de los argivos’. Se puede decir βρότειον ούδέν (= ούδεις βροτών) en S., A n t. 659, τά εγγενή φύσει ‘mis próximos parientes’. Un libro puede calificarse de μέγα κακόν ‘una gran desgracia’, una mujer de ούδέν υγιές ‘de ningún prove­ cho’ (Ar., Th. 394). Etc. Por otra parte, el uso n. del adjetivo predicativo se explica a partir de este uso, cf. infra, pág. 238. Es bien claro que mediante el proceso ficticio de la cosificación es el adjeti­ vo o la metáfora o los matices afectivos lo que cobra relieve. Este matiz es muy frecuentemente despectivo: así cuando Demóstenes 18.128 llama a Esqui­ nes ώ κάθαρμα ‘basura’ o (18.127) περίτριμμ’ άγοράς ‘virutas del ágora’ u Orestes (A., Ch. 1028 s.) califica a su madre de πατρόκτονον μίασμα ‘impure­ za que mató a mi padre’. Pero no se trata sólo de calificaciones: άνδράποδον es un término propio para un esclavo, más despectivo que δούλος o σώμα, es una ‘cosa de cuatro pies’. Σώμα desindividualiza, viene a significar ‘perso­ na’ (PLille 1.25.17 τούς άλιεις και τούς ναυπηγούς, σώματα ιδ ‘los pescado­ res y los trabajadores de los astilleros, 14 personas’), pero con frecuencia con valor de baja calificación social, incluso de ‘esclavos’ (frecuente en los pa­ piros). Pero también queda libre el nombre de persona en n. para matices cariño­ sos o de afecto. Esto se ve, de una parte, en los diminutivos del tipo de παιδίον ‘niñito’, μειράκιον ‘joven’, γύναιον ‘mujercita’, θυγάτριον ‘hijita’, frecuentes en lenguaje conversacional, por ej., en la comedia antigua. A su lado hay que colocar los diminutivos de nombres propios del tipo Σωκρατίδιον, Εύριπίδιον, bien conocidos por Aristófanes, pero también los nombres de mujeres, con frecuencia esclavas y heteras, en neutro (diminutivo o no): Γλυκέριον, "Αβρόν, Έ λάφιον, Χαρίτιον, Λεόντιον. Nótese que con frecuencia son nombres significativos de por sí: ello es realzado por el neutro, que «cosifica» ficticiamente. No sólo para las personas tiene lugar este proceso, también para animales cuando se quiere neutralizar el sexo o la misma animación: ορνεον ‘ave’, δστρεον ‘molusco’, κήτος ‘monstruo marino’, ύποζύγιον ‘acémila’, πρόβατον ‘cabeza de ganado ovino’, etc. A veces es conversacional afectivo, cf. por ej., Ar., A u. 223 όρνίθιον ‘pajarito’.

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Así, los neutros aplicados a seres vivos como nombres propiamente dichos o como calificaciones o metáforas, no desdicen del principio de que el neutro disigna «la cosa», como ya afirmaba Protágoras. Hay que notar, simplemente, que como la «cosificación» es ficticia, no se excluyen en estas palabras los usos sintácticos «personales»: es frecuente en ellas, por ejemplo, el V. (cf. S., O T 1 ώ τέκνα; Ar., Nu. 222 ώ Σωκρατίδιον) y por supuesto podían hacer de sujetos agentes. Otro punto de interés es el del proceso de «personificación» que, secunda­ riamente y a lo largo de la historia del griego, tiene lugar para los neutros de cosa (y también para los mase, y fem. de cosa). Por ejemplo, al hablar del V. (cf. pág. 50) hemos visto que sus usos más antiguos se refieren a nom­ bres de persona, pero que luego en poesía los neutros pueden personificarse: allí damos ejemplos como ώ τόξον, ώ λαμπρόν ομμα, ώ φάος αγνόν. Natu­ ralmente, como acabamos de ver, en el caso de los nombres de personas o seres vivos e n n ., no es necesaria la personificación: el rasgo personal persiste debajo de la «cosificación». Nuestro punto de vista es, en definitiva, que el neutro tiene un significado central y amplísimamente mayoritario, el de «cosa» (real, abstracta, ficticia); y un uso neutralizado que deja aparecer el aspecto personal o animado lo mis­ mo para los nombres que designan realmente cosas que para los que encubren personas o seres vivos. Ésta es una posición diferente de la más usual, defendida por mi mismo en otras ocasiones, según la cual el n. es un término negativo en la oposición primaria del género, la de n. o inan. frente al an. Designaría, en unos casos, el sentido opositivo de «cosa», al lado habría usos neutralizados «de persona» (τέκνον, etc.). Pero que unos nombres designan cosa y otros persona no res­ ponde al mecanismo habitual de los términos negativos: en ellos cualquier for­ ma puede, según el contexto, llevar el sentido polarizado o el neutralizado. Según definimos ahora los hechos, todos los neutros dan el valor de cosa y todos ellos pueden, potencialmente, en ciertas distribuciones sintácticas (que rompen las más usuales, las de «cosa») tener valor de animados, Pero con esto no queda todavía definida la categoría del género neutro: de un lado, falta por hablar de su uso en los adjetivos; de otro, el término opuesto, el de los animados, posee un vasto sector que en realidad neutraliza la oposición, se refiere a «cosas». b) Distribución del neutro nominal. — Este punto de vista ha de ser com­ pletado, antes de pasar a hablar del n. adjetival, con alguna referencia a los hechos de distribución del n. nominal, que están en relación estrecha con el sentido de la categoría. Parece, según acabamos de indicar, que el n. en su sentido central, el de cosa, no puede en principio ir en V., que es un caso que indica apelación y matices expresivos referidos a las personas. Hemos dicho, sin embargo, que

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el V. es posible en los n. referentes a personas y seres vivos y, cuando hay personificación, en los demás: o sea, en el caso de la neutralización, de la presencia, aunque sea secundaria, de un valor de animación, la restricción es levantada. Es fácil ver que estadísticamente, de todas maneas, el uso de los n. en V. presenta una frecuencia muy baja. Si se considera, ahora, lo que hemos dicho sobre la función del N. sujeto y de otros usos del N ., pueden obtenerse algunas conclusiones para lo relativo a ios neutros. Es bien claro que ningún obstáculo puede haber al uso del n. en N. con verbos de estado o situación (κείμαι, etc.), con verbos de tipo «pasi­ vo» (‘recibir’, ‘sufrir’, etc.) y con los pasivos propiamente dichos, tipo IL 12.399 τείχος έγυμνώθη, tampoco en oraciones nominales (con o sin verbo sustantivo) ni en el predicado nominal de éstas ni en los diversos usos extraoracionales. La restricción afecta al uso del sujeto agente, tanto con verbos transitivos como intransitivos. Y aun esta restricción puede levantarse en dos casos, paralelos a los estudiados para el V.: cuando se trata de un neutro «fictivo», es decir, cuando el nombre es, en realidad, una persona o ser vivo; y cuando hay perso­ nificación. Pero es claro que la proporción del uso de los n. en N. (y en V.) respecto a su uso central, el Ac., es inferior a la que hay en el uso de los animados en los casos de referencia. Vamos a distinguir tres grupos: a)

N. sujeto no agente. Por ejemplo:

Con verbos o formas verbales intransitivas no activas: IL 2.135 και δουρα σέσηπε νεων και σπάρτα λέλυνται; Od. 1.162 οστέα ... κείμεν’; Hdt. 9.45 όλίγεων γάρ σφι ήμερέων λείπεται σιτία; Isoc. 17.44 πολλά χρήματα έπι τή τούτου τραπέζη κεΐταί μοι; Arist., E N 1167b7 μένει τά βουλεύματα. Con vçrbos pasivos: a más de II. 12. 399 τείχος έγυμνώθη ya citado, cf. Ar., V. 352 πάντα πέπρακται; D. 4.28 ίσως δέ ταϋτα μέν όρθώς ήγεΐσθε λέγεσθαι. En oraciones nominales (como sujeto: IL 1.167 σοι το γέρας πολύ μεΐζον; Pl., Smp. 186d εχθιστα τά έναντιώτατα; Phd. lOOd τφ καλώ πάντα τά καλά γίγνεται καλά; Hdt. 1.32 το θειον πάν έόν φθονερόν, las frases τεκμήριον δέ, σημείο v δέ, etc. También en oraciones unimembres: A., Pers. 256 άνι’ άνια κακά. Y como predicado nominal: IL 1.283 s. ος ... έρκος πέλεται. Con verbos transitivos no de acción: posiblemente así hay que interpretar los sujetos neutros de verbos como άρέσκω (Ar., V. 776 τουτί μ5 άρέσκει), προσίεμαι (Hdt. 1.48 των μεν ούδέν προσίετο μιν), δει (Ar., Ec. 297 όπόσ’ άν δέη τάς ήμετέρας φίλας), εχω (E., Andr. 244 τά γ5 αισχρά κάνθάδ5 αισχύνην εχει), όνίνημι (Od. 23.24 σέ δέ τοϋτό γε γήρας όνήσει), etc. b) Ν. en usos no oracionales. Los neutros aparecen en estos usos tanto como los animados, cf., por ej., Pl., Tht. 173d δείπνα καί συν αύλητρίσι κώμοι, ούδέ οναρ πράττειν προσίσταται αύτοΐς; E., HeracL 71 sigs. βιαζόμεθα και στέφη μιαίνεται, πόλει τ ’ όνειδος και θεών άτιμία.

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c) N. sujeto agente. Lo mismo con verbos transitivos que intransitivos, en principio falta en los neutros, pero hay dos grupos de excepciones: Con nombres referentes a personas o seres vivos: Th. 1.158 τά τέλη (‘los magistrados’)... ύπέσχοντο (nótese el pl., que individualiza), X., Hier. 2.5 το πλήθος περι τούτου λεληθέναι. Con nombres que en cierto modo se personifican como capaces de acción: cf., por ej., II. 1.29 πρίν μιν και γήρας επεισι, 303 αιμα έρωήσει; X., An. 1.8.3 τα άρματα έφέροντο; Hdt. 3.5 το Κάσιον ορος τείνει ες θάλασσαν, etc. Los límites de la personificación y de la simple analogía con los seres vivos de objetos, fluidos, etc. que entran en movimiento, son difíciles de fijar. Sin embargo, lo mismo en este caso que cuando el sujeto es un mase, o fem. de «cosa» (véase pág. 241), la estadística revela un uso muy exiguo. En cambio, el uso verdaderamente propio de los neutros es el de Ac.: en él aparecen con la máxima frecuencia. Nótese que, por más que formalmente el Ac. de los n. y el de los mase, y fem. tiene parcialmente (en los atemáticos) forma diferente, funcionan absolutamente igual: como algo que simplemente limita o determina la acción verbal. Y no hay diferencia, ni siquiera formal, en la flexión del G. y D.: es más, la forma del mase, y n. es la misma. Juntos forman propiamente un término negativo frente al femenino. Hay que recordar, todavía, que ocasionalmente el Ac. n. desempeña funcio­ nes de determinación verbal que son propias del G. o D. mase, y/o fem. Evi­ dentemente, es el valor de «cosa» del n., que destaca sobre todo como determi­ nante verbal, el que hace que los nombres de este género tiendan a emplearse para toda determinación del verbo que no sea la del N. En lo relativo a la distribución de los nombres de género neutro, todavía hay otro punto que tocar, ya anticipado por los demás: su uso para indicar el plural de masa discontinuo. Esto sucede en ocasiones para oponer, en la flexión de nombres mase, y fem., un plural numérico (de igual género) y uno de masa discontinuo: es el tipo κύκλος/κύκλοι, κυκλα; κέλευθος/κέλευθοι, κελευθα; μηρός/μηροί, μήρα; ήνία/ήνίαι, ήνία, etc. En vez de a caminos reales y definidos hay referen­ cia, por ejemplo, a los vagos caminos del mar o el aire; en vez de a los «muslos» de un persona o animal, a la masa de los muslos de las víctimas ofrecidos en sacrificio; etc. Cf. más datos infra, pág. 275 sigs. a propósito del número. De todas maneras, se trata de un uso poco frecuente. Más frecuente es que se use un sg. mase, o fem. alternando con un pl. n. (Τάρταρος/Τάρταρα, σΐτος/σΐτα, δρυμός/δρυμά) o un sg. n. alternando con su plural (δώμα y δώματα, κρέας y κρέα). Se trata del Tártaro, el grano, el monte bajo, el palacio, la carne, considerados, en n. pl., como un conjunto provisto de dife­ renciaciones internas; el n. sg. es a veces un indicio de masa continua. En el próximo capítulo pueden verse más detalles sobre estos hechos. De todas maneras, resulta interesante llamar aquí la atención sobre ellos. Tienen relación con el uso del n. para colectivos y abstractos.

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Todo lo dicho hasta aquí acaba de perfilar la definición del n. como indi­ cando «cosa» en un sentido amplio que se aplica a personas o seres vivos «cosificados», neutralizados parcialmente en su valor propio, así como a abstractos y colectivos. Ello determina las distribuciones preferentes del n., así como, en otras, su ausencia o su identificación con el mase. Pero hay un uso secunda­ rio, neutralizado, del n., aquel en que se trasluce o se crea un sentido personal: uso poco frecuente y que altera las distribuciones normales del género. c) El neutro adjetival. — En términos generales puede decirse que el n. de los adjetivos, que es un género opositivo, tiene función meramente de con­ cordancia. Éste es, sin embargo, un resultado de la evolución del n. en griego y deja traslucir un estado previo en que el n. del adjetivo tenía valores idénticos al del nombre. Podemos hacer cuatro consideraciones a favor de este punto de vista: 1) La existencia frecuente de un adjetivo predicativo neutro referente a un sujeto mase, o fem. Es el conocido tipo II. 2.204 ούκ αγαθόν πολυκοιρανίη; S., A nt. 1195 ορθόν άλήθει’ αεί. Evidentemente, el n. añade al sujeto un matiz de generalización. 2) Así las cosas, hay que postular que incluso cuando el sujeto del verbo copulativo es un neutro, el neutro que es adjetivo predicativo tiene igual valor y no solamente el de concordancia: se han visto ejemplos más arriba, al hablar del sujeto n. de estas oraciones. A veces el predicado nominal n. es un nombre en vez de un adjetivo. En qué medida nos hallamos ante un valor neutro y en qué otra ante uno de concordancia, es dudoso. El problema es paralelo al del valor del N. predicativo, cf. págs. 68 sigs. 3) Esto puede postularse, incluso, para el adjetivo determinativo de distin­ tos tipos. Un μικρόν παιδίον, un μέγα κακόν pueden considerarse como sin­ tagmas en que el n., con lo que significa, está expresado dos veces: en el nom­ bre (o el adjetivo en función nominal) y en el adjetivo. Aparte del problema diacrónico, sincrónicamente podemos hablar de una expresión del significado neutro del sintagma a través de un morfema discontinuo. 4) El adjetivo que concuerda con nombres neutros y animados va habi­ tualmente en neutro, bien por su valor de generalidad, bien para insistir en un nombre neutro y darle relieve: cf. II. 9.466 πολλά δέ ΐφια μήλα και είλιπόδας έλικας βούς. Hay aquí algo más que pura concordancia. d) Conclusión sobre el neutro. — Pendiente todavía el estudio más deteni­ do del lugar del neutro en el sistema de los géneros, parece claro, que, desde ahora, puede definirse por tres significados: primario, secundario y terciario. El primario, como queda dicho, es el de «cosa» en un sentido ya especifica­ do y con distribuciones también especificadas. Está presente siempre en los nombres y quizá en los adjetivos. Se fragmenta en significados semánticos, que abarcan grupos de palabras entre los que hay transiciones más o menos claras.

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El secundario, que neutraliza la oposición con el grupo principal de los animados, indica «persona», como un rasgo que no elimina el principal. Apa­ rece en los neutros referentes a personas y seres vivos y ocasionalmente, por personificación, en los demás. Crea distribuciones secundarias. El significado terciario es el puramente sintáctico de indicio de concordan­ cia del adjetivo con un nombre neutro. Convendría aclarar, ahora, determinadas confusiones. Una se refiere a las denominaciones del neutro. Su definición como de «co­ sa» por Protágoras y como «inanimado» a partir de J. Grimm son seguramente las más adecuadas. Pero se ha impuesto el término «neutro», traducción de ουδέτερον y que, por lo demás, ya estaba prefigurado por el τό μεταξύ ‘lo intermedio’ de Aristóteles. Esta terminología lo mira todo a la luz de la existen­ cia de un mase, y un fem., que en realidad sólo en su conjunto se oponen al neutro. Éste no tiene nada que ver con el sexo, ni siquiera para negarlo: no se puede decir (así Sánchez Lasso, 1967, pág. 197) que «de tener un carácter primario como género inanimado pasó a tener un carácter puramente negativo frente a la oposición ahora básica entre el masculino y el femenino». No hay evolución ni distinción alguna, el neutro es ajeno simplemente a la oposición sexual, puesto que a lo que se opone es a los animados en su conjunto y ello desde antes de haberse creado la oposición de sexo (en IE II). Por otra parte, ésta no ocupa ni mucho menos todo el dominio de los mase, y fem., véase más abajo: las teorías sexistas de esos géneros han influido en la concepción del neutro como un género sin sexo. Por otra parte, no hay que olvidar, como hacen con frecuencia los estudios tradicionales, que un neutro puede crear o redescubrir secundariamente valores personales, puede ser fictivo, según hemos dicho. Cuando se insiste en la oposi­ ción en IE de pares animados/inanimados del tipo *egnis/*pür, *údór/*akuá, etc., se está, lo primero, mezclando hechos indoeuropeos con otros griegos; y se está, lo segundo, olvidando que cualquier neutro puede en griego admitir personificación o animación. Y que, de otra parte, con frecuencia los mase, y fem. tienen valor puramente clasificatorio, designan «cosas» ni más ni menos que los neutros y no hay oposición respecto a ellos. Finalmente, llamo la atención sobre lo dicho más arriba (págs. 62 sigs.) acerca de los diversos tipos de sujeto y también (pág. 234) sobre la compleja relación entre los conceptos de inanimado y sujeto. La precipitada identifica­ ción del sujeto con el agente, así como ciertas confusiones entre sincronía y diacronía, llevaron a afirmaciones de Meillet y otros, incluso yo mismo (pero véanse matizaciones en Adrados, 1969, pág. 495), de que los inanimados no podían usarse como sujetos; los ergativistas a su vez preconizaban que no po­ dían usarse como ergativos. Esto motivó críticas justificadas en Villar (1983, págs. 73 y sigs.), aunque propone (pág. 125) que en el IE seguramente todos los sujetos tendían a ser animados. En todo caso, para el griego y otras len­

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guas, a nivel sincrónico, el problema parece estar resuelto en la forma indicada más arriba. Hemos de volver sobre él al hablar de los orígenes. 2.

El

g é n e r o a n im a d o y su s d o s s u b ­

géneros

EL MASCULINO Y EL FEMENINO

a) EÏ género opositivo. — En una oposición de cualquiera de los tipos que hemos mencionado (πατήρ/μήτηρ, αδελφός/αδελφή, άνήρ/γυνή, etc.) hay que considerar dos puntos: 1. Ambos términos, en su conjunto, son sin excepción animados: frente a ellos el n., que es inanimado pero ocasionalmente puede «animarse», es un término negativo. Nótese, eso sí, que estos términos pueden aplicarse «Activa­ mente», a cosas o abstractos (usos figurados), cf., por ejemplo, Pi., O. 8.1 ’Ολυμπία ματερ άέθλων. 2) Hay una oposición entre ambos términos y se basa en el sexo: macho frente a hembra. Más adelante hemos de ver que, ocasionalmente, el mase, puede neutralizar la oposición, refiriéndose indistintamente a machos y hem­ bras, varones y mujeres, dioses y diosas. Esto quiere decir que en esta oposi­ ción subordinada el mase, es el término negativo y el fem. el positivo. Se po­ dría trazar un esquema: Género inan. (—)

anim. (+)

mase. (—)

fem. ( + )

Pero hay que tener en cuenta que en lo que concierne al animado este es­ quema sólo se refiere a una parte del material: a los usos real, no sólo formal­ mente animados. Son los mencionados y algunos que iremos viendo. b) El género autónomo. — Hemos venido designando con este término el género de palabras aisladas, sin o con caracterización formal de mase, o fem. Son, simplemente, masculinos o femeninos, no entran en oposición. De estas palabras aisladas hay que hacer grupos: 1. Algunas son masculinas, otras femeninas en el sentido del sexo: se tra­ ta, simplemente, de términos asimétricos, por razones sociales o las que sean. Cf., por ej., mase, γονεύς, άπφύς, εραστής, ερέτης; fem. μαία, πόρνη, άλοχος. Hemos visto que a lo largo de la historia del griego una palabra sólo mase, puede desarrollar a su lado una contrapartida femenina (ιάτρια, πτωχή) y una palabra de género autónomo en general puede convertirse en común, llevando ya art. mase., ya fem. (así τροφός, μουσοπόλος, etc., originariamente femeni-

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nas). Pero siempre siguieron existiendo palabras de este tipo, cuyo género es sin excepción animado y siempre reposa en el sexo. 2. Otra serie es la del género llamado desde la antigüedad epiceno. Se trata de nombres de un animal con un género fijo, independientemente de si el animal es macho o hembra: palabras como ή άλώπηξ, ó μυς y otras que hemos mencionado (pág. 231). En principio, se trata de animales cuyo sexo se desconoce o no importa; pero también puede ocurrir que se use el femenino (así ή ίππος, ή βους) porque es el más frecuente por su importancia económi­ ca. Puede decirse que en estos nombres ei género no marca el sexo: indica simplemente el animado frente al inanimado de los neutros. Hay, pues, género animado, pero no sexo. Ciertamente, a veces puede introducirse la mención del sexo con ayuda de adjetivos como άρρην y θήλεια (cf. pág. 231). O puede crearse una variante mase, frente a la fem. (περίστερός junto al antiguo epice­ no περιστερά). O puede, desde el comienzo, en los epicenos femeninos, mar­ carse ocasionalmente ei masculino con valor sexual cuando ello interesa (ó ίπ­ πος, ó ύς) o distinguirse con otra palabra (κάπρος junto a ύς). Pero, una vez más, es claro que existe un grupo de nombres de animal con género que no indica sexo, sólo animación (junto a otro que opone macho y hembra y otro que los distingue no por la palabra, sino por la concordancia). Por supues­ to, este grupo tiene en común con el anterior el que se trata siempre de «anima­ dos». Nótese que cuando no hay artículo o adjetivo, estos nombres pasan al grupo siguiente: IL 2.554 ϊπποί τε και άνέρες. Hay ocasiones en que nuestros datos no son suficientes para decidir si el género epiceno tiene forma mase, o fem.: así en Homero άλκυών, εγχελυς, κύκνος, etc. Y hay dudas entre si una palabra es de género común o epiceno. Cf. Benavente, 1989. 3. Esto no ocurre en el tercer grupo, el más frecuente con mucho: el de las palabras que tienen género meramente clasificatorio, siendo así que ni las masculinas ni las femeninas se oponen al neutro, o inanimado. Cualquiera que sea su caracterización formal (ya hemos hablado de esto), son, en realidad, inanimados. Así, pues, sólo un sector de los mase, y fem., los sexuados, se opone al inanimado. Desde eí punto de vista griego no hay distinción de anima­ ción entre μύρτος y μύρτον, ναΰς y πλοΐον, χώρα y χωρίον, πέδον y γη, τέρμων y τέρμα, γένος y γενεά, ήμαρ y ήμερα, πληθύς y πλήθος, etc., etc. Ni siquiera en el grupo que opone el árbol en fem. al fruto en n. hay oposición de este tipo desde el punto de vista del griego: sí desde el del IE, si se acepta ia teoría difundida de que el árbol era visto como una hembra que da frutos y éstos como un producto. Desde el punto de vista griego la oposición que existe es diferente, simplemente la de árbol y fruto en un grupo determinado. Es como otras oposiciones semánticas que se desarrollan entre el mase, y el fem., véase más abajo. Por supuesto, estas palabras pueden «animarse», ni más ni menos que las neutras: y pueden encontrarse usos de las mismas en V. y N. que son paralelos

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de los que hemos considerado en los neutros como ejemplos de animación. Cf. ejemplos en V. citados páginas arriba: en ellos entran objetos (λαμπτήρ), órganos (ομμα), abstractos (δόξα), ciudades (Συράκουσαι). Son, desde luego, principalmente poéticos. En cuanto a los N., pueden hallarse ejemplos numerosos: ya de los tipos ajenos al sujeto agente ya, por personificación o animación, de sujeto agente: a) Me contento con señalar algunos ejemplos de la lista de pág. 58 en la cual aparecen los sujetos no agentes βουλή, τα πάντα, νόμος, ψυχή. Añá­ danse, por ejemplo, para las dos funciones de las oraciones nominales, oracio­ nes del tipo II. 2.204 ούκ αγαθόν πολυκοιρανίη (para el sujeto) y II. 1.546 χαληποί τοι εσοντ’ (para el predicado), a más de los ejemplos citados en págs. 68 sigs.; para el N. asintáctico, ejemplos de págs. 76 sigs. b) Aparecen personificaciones en sujetos agentes como II. 1.61 εΐ τοι θυ­ μός επέσσυται, 173 πόλεμός τε δαμά καί λοιγός ’Αχαιούς, 234 χεΐρες έμαι διέπουσι, 249 |?>έεν αύδή, etc. Pero no se trata sólo de ejemplos homéricos: cf. A., A . 37-38 οίκος δ ’ αύτός, εί φθογγήν λάβοι, / σαφέστατ’ αν λέξειεν, Pers. 34 sigs. άλλους Νείλος έπεμψε; Th. 2.89 μέριμναι ζωπυροϋσι τάρβος; Hdt. 6.134 φρίκης αύτόν ύπελθούσης, etc. El uso es más frecuente, desde luego, en el lenguaje poetizante. Pero es muy frecuente en prosa allí donde un nombre encubre en realidad una pluralidad de hombres: ναυς, πόλις, στρατός, πλήθος, etc. Estas palabras son, en realidad, Activamente «cosas», pero realmente hombres: ni más ni me­ nos que el tipo τέκνον del n., ya visto. Por otra parte, algunos nombres de objetos como πρίον ‘sierra’, κρατήρ ‘cratera’ son originariamente nombres animados «cosificados»: por un camino diverso se vuelve a una situación mix­ ta. Insistiremos a continuación sobre el tema de la «animación». De todas maneras, el principio fundamental es que muchos animados del tipo autónomo son puramente formales y designan primariamente «cosas», igual que los neutros, y que su uso «animado» o «personificado» es secundario. Algo semejante hay que decir si descendemos al escalón siguiente del género animado, la oposición entre masculinos y femeninos. Lo son sólo formalmente: nada hay que una a unos ni a otros con el sexo respectivo, en principio. Efecti­ vamente, no se ve cuál pueda ser la diferencia sexual entre στρατός y στρατιά, θυμός y ψυχή, φόβος y φύζα, κρατήρ y οίνοχοή, ομβρος y χάλαζα, ερως y φιλία, θρόνος y τράπεζα, etc. Nótese que a veces aparecen neutros al lado de estas parejas. Ciertamente, algunas de estas palabras, masculinas o femeninas, presentan a veces el fenómeno de la «animación», como hemos visto. Hasta puede postu­ larse que esta animación es de tipo «sexista», así cuando el Sol y la Luna, el Cielo y la Tierra ("Ηλιος/Σελήνη, Ούρανός/Γή o Γαΐα) aparecen, respecti­ vamente, como dios y diosa. Pero, lo primero, se trata más de cone míticas y religiosas que a veces hallan un eco en la poesía que de ui

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mún, pancrónico. Y lo segundo, es muy probable que el carácter masculino o femenino dependa de razones formales; no sólo en palabras como éstas sino en las formadas con sufijos masculinos o femeninos cuya relación dimos más arriba. O sea, que la personificación es secundaria. Otras veces hay que decir que el valor femenino, si ha existido, es cosa del IE, no del griego (así en el tipo άπιος de plantas). Procediendo de una manera puramente objetiva, lo que se ve es que dentro del vocabulario griego de género autónomo los géneros masculino y femenino son fundamentalmente clasificatorios: otros nombres comparables son neutros (πλήθος junto a πληθύς, μένος junto a θυμός y ψυχή), lo cual tiene igualmen­ te un carácter puramente clasificatorio. Lo más a que se puede llegar para quitar la idea de arbitrariedad en el reparto es a señalar algunas constantes. Es sabido que en griego los nombres de vientos, ríos y meses son masculinos, los de naves, islas, ciudades, fuentes, caminos, femeninos: pero probablemente lo único que se hace con esto es ex­ tender el género de, respectivamente, άνεμος, ποταμός, μήν, de un lado, y ναϋς, νήσος, πόλις, κρήνη, οδός de otro. La razón de los dos géneros de estas palabras se nos escapa. De otra parte, los nombres abstractos son general­ mente (pero no siempre) femeninos: posiblemente ello deriva de razones forma­ les, pues se repiten los mismos sufijos, entre ellos varios en -ä o -ä como -a, -ä/-ä, -iä/-iä, -iß, -súnü (άγορά, δόξα, φύζα, άδικία, σωφροσύνη). Existen dos teorías que se reparten el campo para tratar de explicar el géne­ ro masculino o femenino allí donde es del tipo que hemos llamado «clasificato­ rio». Ambas se refieren a su origen. Una es la teoría sexista iniciada, tras Herder por J. Grimm (III, págs. 345 sigs.). Se apoya sobre todo en nombres de elementos naturales y abstractos que están también testimoniados como divinidades de los sexos referidos: he dado ya algunos ejemplos. Los abstractos en general serían antiguas divinida­ des o personificaciones, así φόβος, αιδώς, φύζα, etc. (cf. Sánchez Lasso, 1969, pág. 200 con bibliografía). Pero la base es muy estrecha y es fácil que las más de las veces la personificación, si la hay, sea secundaria y esté condiciona­ da por la forma. En todo caso, el origen no tiene relevancia en un nivel sincró­ nico. Ni tampoco, aunque fuera cierta, la propuesta (cf. García Calvo, 1964) según la cual ναυς, όδός, etc., serían femeninos por analogía con la hendidura sexual femenina. Todavía otra variante es la propuesta de que los objetos dotados de fuerza u otros rasgos semejantes fueran masculinos y los débiles, gráciles, etc., feme­ ninos. Es una pura idea que no concuerda con los datos. En realidad está ya presente en la crítica de Protágoras (en Aristóteles, SE 173b) del género femenino de μήνις y πήληξ que según él deberían ser masculinos. El caso es que no lo son y que ia relación del género clasificatorio con el sexual es mínima. La segunda teoría es la que afirma que el género de estos nombres depende de su forma. Es la teoría de Brugmann, Grundiss II, 1, págs. 593 sigs., II,

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2, págs. 82 sigs., Ill, 1, pág. 109, etc., de que la -ä feminizante arranca de palabras como *g?na en que es radical; teoría sobre la que volveremos, com­ pletándola con el criterio de las oposiciones, que producen la masculinización de -o. El hecho es que los mase, y fem. clasificatorios a veces se organizan en grupos formales, otras en grupos dependientes de una palabra clave (como las del río, mes, etc., véase arriba), a veces ni siquiera hay estos apoyos. Sobre la relación de género y sexo véase, entre otras cosas, A. Meillet, 1920, págs. 249 sigs.; W. P. Lehmann, 1983; pero esta bibliografía con fre­ cuencia mezcla el problema sincrónico y el diacrónico. c) El género simplemente animado. — Representa, referido a personas y seres vivos, ya lo hemos dicho, simplemente el género animado, sin marca de su segundo escalón. Hay que incluir, como sabemos, pronombres personales. Hablar de género común, como se hace desde Aristóteles, tiene el riesgo de que se piense que es un género especial. El que una palabra de este tipo lleve un artículo o adjetivo mase, o fem., alternativamente (ή, ό άοιδός, etc.) no quiere decir, tampoco, que haya dos palabras homófonas una masculina y otra femenina: no, lo mase, o fem. es el sintagma, pero no la palabra. Ni siquiera en el nivel puramente clasificatorio se generalizaron los géneros mase, y fem* sexuados, pese a que ello era posible. Aunque, ciertamente, ya hemos llamado la atención sobre casos en que, a lo largo de la historia del griego, una palabra de género «simplemente anima­ do» adquirió de una manera u otra los dos géneros. Pero estas evoluciones no empañan el panorama general. d) La neutralización dentro del género animado. — Lo dicho hasta aquí debe completarse con el estudio de la neutralización a fin de complementar lo ya dicho sobre los usos neutralizados (animados) del neutro. Se trata, ahora, de dos fenómenos. 1. Dentro del género sexuado el femenino es el término positivo, inequívo­ co, y el masculino es el negativo: ya opuesto al anterior, ya neutralizado. Esto sucede no sólo cuando el género sexuado es opositivo, sino también cuando es autónomo. La neutralización tiene lugar sobre todo en el plural: υιοί, θεοί, γονείς, άδελφοί, etc., se refieren tanto a hombres como a mujeres. Igual άνήρ en frases como la homérica πατήρ άνδρών τε θεών τε. Lo mismo en el caso de los nombres de animales con género sexuado. Pero se da también, ocasio­ nalmente, en el sg. Cuando se dice ό θεός, ó άνθρωπος en ciertos contextos (no en todos, hay ó / ή άνθρωπος) hay referencia a cualquier dios o diosa o a cualquier ser humano, hombre o mujer. Igual άνήρ en el uso indefinido (πας άνήρ). Análogamente, en el género simplemente animado el mase. pl. puede indicar al tiempo hombres y mujeres (oi άοιδοί) neutralizando oi / ai άοιδοί.

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En poesía hay más libertad para el uso del mase, neutralizado (cf. A. C. Moorhouse, 1982, págs. 12 sigs). Puede hablar una mujer y usar el mase. sg. con un valor general que la incluye a ella misma: S., EL 771 ούδε γάρ κακώ ς πάσχοντι μίσος ών τέκη προσγίγνεται (habla Clitemnestra); Ant. 463 s. οστις... οδε (habla Antigona). Más frecuente es el part, en pl. mase., con referen­ cia directa a una mujer. S., A nt. 926 παθόντες αν συγγνοΐμεν ήμαρτηκότες (referente a Antigona); EL 399 πεσούμεθ’, ει χρή, πατρι τιμωρούμενοι (id. a Electra). Pindaro, O. 6.15 llega a decir πυράν ... τελεσθέντων. El principio es diferente en el género epiceno, que representa por definición una neutralización del género sexuado, con expresión mase, o fem. según las palabras. En el género clasificatorio simplemente no hay lugar a neutralización alguna. 2. El género clasificatorio, que es habitualmente equivalente al neutro en su valor de «cosa», también puede serlo, lo hemos visto, cuando funciona con «animación». Esta animación del neutro y del animado puramente formal o clasificatorio puede interpretarse como una neutralización frente al género ani­ mado propiamente dicho, al cual se opone su significado central. e) El género animado adjetival. — Como en el caso del neutro, los géne­ ros mase, y fem, del adjetivo (y del artículo y pronombre adjetival) tienen fundamentalmente un valor sintáctico: dan datos para establecer qué nombre concuerda con qué adjetivo. Hay que añadir, también aquí, que en el origen está el género propiamente dicho, sea sexuado o meramente clasificatorio. Podemos interpretar un sintag­ ma ή λευκή ϊππος, ή μεγάλη τράπεζα, etc., como femeninos con triple marca y paralelamente otros grupos masculinos. Por otra parte, el hecho ya indicado de que el predicado nominal formado por un adjetivo puede ir bien en el géne­ ro animado del sujeto, bien en el inanimado, es otro testigo a favor de que el género del adjetivo conservaba parcialmente su valor genérico propio. Pero hay que añadir (a más de ciertas neutralizaciones de participios y pronombres), la conocida regla de que un grupo nominal de masculinos y femeninos lleva ordinariamente un adjetivo mase, (uso neutralizado), pero también femenino si se quiere destacar ese nombre, cf., por ejemplo, A., Eu. 437 λέξας δέ χώραν καί γένος και ξυμφοράς τάς σάς. El género del adjetivo tenía en estos usos un valor, por así decirlo, propio. Y también en construcciones llamadas «ad sensum», por ej., A r., Ach. 872 ώ χαΐρε, κολλικοφάγε Βοιωτίδιον. Sobre el género sintáctico en general, remito a mi artículo Adrados (1972), así como al artículo ya citado de Díaz Tejera. Hay que añadir que, de otra parte, el artículo y el adjetivo que van con los nombres epicenos son las únicas claves para marcarlos: su género es, por tanto, una forma sexualmente neutralizada, indica, tan sólo, un animado. Y que el artículo y el adjetivo que van con los nombres simplemente animados, son los que marcan el género, sea sexuado o sea meramente clasificatorio.

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3.

E l m ic é n ic o

Una vez más, los datos son incompletos, a veces difíciles y en todo caso mal estudiados. Aun así, para ser completos, debemos dar algunos, aunque sólo sea para hacer ver que el micénico coincide con el griego alfabético en multitud de puntos; allí donde calla, no pueden obtenerse de aquí consecuen­ cias, pues se trata posiblemente de lagunas debidas a lo incompleto de nuestro material y a que ha sido inadecuadamente explorado desde este punto de vista. Comenzamos por el punto de vista formal y, dentro de éste, por el n. Lo encontramos en -o (esto es, -om) y en tipos de la tercera declinación que nos son familiares, así los en -a/-a-to, (a-re-pa ‘aceite’, pe-ma ‘grano’), los en -o< *-os (we-to ‘año’), los en -a< *-as (di-pa ‘copa’), en -u (wa-tu ‘ciudad’), etc.; también en los adjetivos (ατ-te-ro ‘otro’, a-no-we< *-es ‘sin asa’), ku-sup a < *-ant ‘todo’, a-ra-ru-wo-ai (‘ajustado’, part. perf. pl.), me-zo-a (‘mayo­ res’, N. pl. del comparativo), etc. Pasando a los animados encontramos el género opositivo marcado lexical­ mente (pa-te/ma-te ‘padre’/ ‘madre’) o por las marcas -o/-a (ko-wo/ko-wa ‘muchacho’/ ‘muchacha’); también en los adjetivos, donde hay la misma oposición -o/-a y también hay la posibilidad de formar el fem. con -iä (a-ra-ru-ja, o-pero-sa, ke-ra-me-ja, i-je-re-ja, etc.). O hay huella, parece, de otros sufijos femeninos. Este es el género opositivo. Pasando al autónomo, tenemos formas en -o de la segunda declinación masculinas (nombres como du-ru-to-mo, adjetivos como ne-wo), pero también otras presumiblemente femeninas (a-pi-qo-ro, kara-wi-po-ro); formas en -a de la primera femeninas (nombres como ai-ka-sama = αιχμή, adjetivos como te-i-ja), pero también masculinas (todas en -ta: do-po-ta, su-qo-ta); formas en -iä femeninas (i-je-re-ja). Las palabras de la tercera son en sí masculinas o femeninas según el contexto y con frecuencia no es posible decidir. Otras veces sí lo es y sabemos, por ejemplo, por la con­ cordancia, que da-ma-te es femenino, wa-na-ka masculino. Nada de esto discrepa del panorama del griego alfabético, salvo la falta de datos a favor a algunas posibilidades. Ni tampoco en lo relativo a un género animado «común», tal te-o que en Pilo es seguramente ‘diosa’, qo-o ‘vaca’ o ‘toro’ (pero al lado hay ta-u-ro ‘toro’); etc. Esto en cuanto a la forma. En cuanto al sentido, hay que afirmar que, por lo que respecta al neutro, no parecen encontrarse formas con animación secundaria del tipo de τέκνον. Tenemos, en efecto, nombres concretos (o-poqo, pa-ta-ja, ki-si-pe-e), de plantas y productos (ko-ri-ja-do-no, e-ra-wo, ma-reü-ro, tu-we-a, pe-ma), de abstractos (do-ra, o-na-to, we-to). Pero no otra cosa: esto no quiere decir que no existiera el uso animado, puede tratarse de falta de datos.

El género

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Dentro de los mase, y fem. el dato principal es que, junto a los sexuados (mase, ta-u-ro, i-qo, i-jo, pa-te / fem. ko-wa, a-ke-t-i-rai, ma-te) existen otros nombres de género meramente clasificatorio, coincidente con el del griego pos­ terior allí donde puede comprobarse (mase, ka-ko, o-no, G. me-no, ti-ri-po / fem. ka-na-ko, e-ri-ka, di-pte-ra). El panorama es, pues, el que nos resulta familiar. Pero faltan algunos datos: no hallamos ejemplos del género epiceno ni de la neutralización de mase, y fem. con expresión masculina en el adjetivo. Una vez más, hay que pensar que nos faltan datos o no han sido explorados en forma suficiente. 4,

C o n c l u sio n e s

El panorama que hemos encontrado es muy complejo: ya lo anunciábamos al comenzar. La complejidad de los datos formales anunciaba ya en cierto modo la de los de contenido, pero lo más grave es que la correspondencia entre unos y otros es compleja y parcial. Limitándonos a estos últimos, hay que distinguir entre el género de los nom­ bre (y adjetivos y pronombres en función nominal) y el de los adjetivos, artícu­ los y pronombres en función adjetival. Dentro de los nombres, el primer escalón está formado, como hemos visto, por la oposición entre los neutros y el conjunto de los animados con valor propio, no clasificatorio. Frente al animado, término positivo, el neutro es uno negativo, indica inanimado, «cosa», pero en usos neutralizados (es el tér­ mino neutro de la oposición) también es capaz de animación o personificación. Ahora bien, a este esquema hay que añadir algo: que una parte de los anima­ dos lo son sólo formalmente. Indican «cosa» igual que los neutros e igual que éstos son susceptibles ocasionalmente de animación. Así, el cuadro anterior debe perfeccionarse así: Género

Inan.+ an. de gén. An, propiamente dichos ( + )

También la continuación del cuadro debe perfeccionarse. Pues dentro de los animados propiamente dichos hay una doble ramificación: Simplemente animados (—) / Sexuados ( + )

Mase. (—)

Fem. ( + )

Se añade la neutralización del sexo en los epicenos.

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Ciertamente, hay trasvases de unos a otros apartados así como dudas, a veces, en la clasificación. Pero en sustancia puede presentarse así. Nótese que los significados que en los inanimados son primario y secunda­ rio aparecen también en los animados pero con una organización muy diferen­ te. Y que dentro del animado propio se añade una subdivisión sobre el princi­ pio del sexo. Es este elemento semántico, en realidad subordinado, el que se ha tendido a pensar que jerarquiza todo el género. Es un error. En cuanto al género de los adjetivos, fundamentalmente es sintáctico: indi­ ca la relación de coordinación, es ei significado terciario de que ya hablába­ mos. Sin embargo, en ciertos casos hay un valor sexuado o clasificatorio, fun­ damental o secundario. Así, es completamente imposible dar una definición unitaria de la categoría del género y de las nociones semánticas de las subclases de palabras que están íntimamente fundidas con la misma. Puede decirse que el significado central es el que opone primero, animados e inanimados; y luego, dentro de los prime­ ros, masculinos y femeninos de tipo sexuado. Pero hay un significado marginal puramente clasificatorio que hace que ciertos animados formales no presenten diferencia significativa respecto a los inanimados (ambos pueden tener, por lo demás, una función animada, como términos negativos que son). Y hay nombres en que no han entrado ni el género animado propio ni el clasificato­ rio. Finalmente, en los adjetivos hay un tercer nivel de significado, cierto que a veces combinado con los anteriores: el sintáctico, al servicio de la coordinación.

III. ORIGEN DEL GÉNERO No hay gran cosa que decir sobre variantes del género a lo largo de la historia del griego, de sus dialectos y de sus estilos. Ya hemos visto cómo surgen ciertas regulaciones, como el tipo jónico ή ασβόλη, como la creación a veces de un género opositivo a partir de uno autónomo, etc.; podrían señalar­ se algunas variaciones más, así el paso, a veces, en koiné, de la flexión temática a la neutra en -os (τό ζήλος) o al revés (o έθνος). Cf. más datos en Wacker nagel, 1928, I, págs. 44 sigs. También hemos apuntado ciertas características de la lengua poética: aumento de las «animaciones» y del uso como sujeto agente tanto del neutro como del animado clasificatorio, mayor amplitud de la neutra­ lización mase./fem. Pero todo ello son detalles sin la trascendencia que tienen fenómenos paralelos en el dominio del caso, por ejemplo. En cambio, es un tema del máximo interés el del origen del género. Hemos visto que con frecuencia se mezcla, erróneamente, con su estudio descriptivo en griego. Nosotros hemos tratado de separar ambos puntos de vista; aun así, a propósito de nuestra descripción, algunas cosas hemos dicho sobre el proble­ ma de los orígenes. Añadamos otras más.

El género

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a) Animado e inanimado. — La teoría animista y sexista del género, ini­ ciada por Grimm (y seguida por Wackernagel, Meillet, etc.) tuvo, al menos, la virtud de hacer ver que en el neutro lo relevante es lo inanimado: así, por ejemplo, Lohmann (1932); H. Lommel (pág. 171) y Díaz Tejera (pág. 423). Con ello se rompía la vacilación de los antiguos entre hacer del neutro un inanimado, una «cosa», o bien una noción no sexuada (lo que se llama ούδέτεpov, neutrum). Pues bien, si la oposición entre el neutro o inanimado y los dos géneros animados es conceptualmente previa a la que hay entre estos últimos, el desci­ framiento del hetita y las demás lenguas anatolias ha hecho ver que es también cronológicamente anterior. Efectivamente, el hetita opone dos géneros, el ina­ nimado y el animado: no se da en éi, todavía, la oposición mase./fem. Aunque no han faltado voces a favor de que el hetita perdió dicha oposición, que sería más antigua, hoy la opinión general es que no: que en este punto (como en muchos otros) representa un estadio más arcaico. Cf. la bibliografía en el Ma­ nual... cit.; entre ella nuestro artículo Adrados, 1987. Allí podrá verse que la oposición animado/inanimado no está, a veces, formalizada aún en hetita. Una misma palabra puede ser en el N. sg. kurur o kururas y en el Ac. kurur o kururam (es ‘hostilidad’: no ha «elegido» aún entre el tipo animado y el inanimado). Y, desde luego, la de mase, y fem. no existía todavía. Lo mismo en etrusco, cf. Adrados, 1990c, pág. 376. En varios trabajos nuestros a partir de Adrados, 1973, hemos postulado que el inanimado y el animado responden, en el origen, a dos subclases del nombre: los inanimados eran palabras que no admitían el uso sujeto ni el uso vocativo. Precisamente el haberse impuesto como característica del Ac. la desi­ nencia 0 (con la excepción de los nombres temáticos), se debería a que, al no haber un N. para esos nombres, no era precisa una distinción formal N./Ac. El uso de los mismos en N. (y V.) sería posterior, y generalizaría la misma forma con 0 del Ac. La forma con -m, sin embargo, alternativa con la -0 originalmente en el Ac., se habría impuesto en todos los Ac. animados y de los temáticos habría pasado secundariamente al Ac. inan. temático y luego el N. y V. O sea: en una primera etapa, cuando empezó a desarrollarse la flexión in­ doeuropea, el N. llevaba -s o 0, el V. 0, el Ac. -m o 0: -s y -m eran sólo alargamientos opcionales del determinante del verbo (y del del nombre, de don­ de su paso en dicho contexto a marcas de G.) Pero los inanimados no usaban N. ni V., de donde su no necesidad de -m en el Ac. (en el animado se generali­ zó, ya se sabe). Ciertamente, cuando se creó un N. inanimado surgió una ambigüedad al ser iguales los casos N., Ac. y V. Otra ambigüedad resultaba de haber en N. y V. animado formas sin -s. Este último problema se resolvió mediante diferen­ cias del grado vocálico de la predesinencial: cf. en Gr. πατήρ/πάτερ/πατέρα. En cuanto a la flexión temática, hay que hacer notar que es más reciente.

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Cuando en vez de *ulk^/*u¡k,^om (hemos visto que en het. hay aún formas correspondientes) se generalizó *u¡k?os/*u!k?om, el modelo fue aceptado por el inanimado en el Ac., generalizando luego al N. y V. dicha forma para crear un sincretismo paralelo al de los nombres atemáticos. Como se ha visto más arriba, esta tesis ha sido criticada por F. Villar a partir del hecho de que el inanimado no ha estado excluido sistemáticamente del uso como N. y V. Hemos visto que, en todo caso, este uso era estadística­ mente muy bajo, por razones ya expuestas. Ello permitió mantener el tema puro, con desinencia 0, para N., Ac. y V., mientras que los animados buscaban una diferenciación; luego este Ac. sirvió de modelo para el tipo reciente de los neutros temáticos. Pues no creo (cf. Adrados, 1984, págs. 111 sigs.) que haya que aceptar que también el Ac. de estos temas es puro, precisamente en -m. Naturalmente, todo esto parte de la tesis de que -s y -m son en principio alargamientos sin valor propio, conservando huella de ello en diversas gramaticalizaciones posteriores; y que sólo secundariamente se formalizaron las clases de palabras de animados e inanimados y ello en contexto con la creación del sistema de casos y números. Contra la teoría de la aglutinación, que haría todo esto imposible, cf. Adrados, 1988, págs. 299 sigs. Es evidente que la frecuencia de uso del N. y V. de toda cíase de nombres inanimados debió de aumentar luego por el hecho de la simple simetría con los animados. b) Masculino y femenino. — En cuanto al problema de la creación deí mase, y fem., ya se han visto las dos teorías que se discuten el campo. En realidad, la teoría animista o sexista exagera terriblemente la importancia del principio sexual: en esto es víctima de la terminología antigua. Cierto que hay un núcleo sexual: ciertas palabras referentes a seres del sexo mase, o fem. tenían, por ello mismo, ciertas restricciones de distribución. Par­ timos, una vez más, de subclases del nombre. A veces llegaron a emparejarse, oponiéndose entre sí. Ahora bien, este emparejamiento, que es en principio de tipo lexical, acudió también a la sufij ación, incluida la de -o y -a, que en el origen eran meros finales de tema. Ahora bien, este recurso no se llevó muy lejos: ciertos sufijos sí que se hicieron exclusivamente sexuales, sobre todo *-h/*iä, otros sólo parcialmente (así, söbre todo, -o y -ä)> en otros el principio genérico ni siquiera se introdujo. El problema es el de cómo un género basado en el sexo inherente a los contenidos de algunos nombres llegó a formalizarse, siquiera fuera parcialmen­ te, y a dar paso a significados muy distintos del género. Ya hemos dicho que Brugmann partió de *g-nä ‘mujer’, en que la -ä es originariamente radical. En mi desarrollo de la teoría en varios lugares (y en Díaz Tejera, loe. cit., pág. 420, de la que no difiere mucho Brossmann, 1984), se aportan otros térmi­ nos semejantes en que -a es final de un tema (raíz o no) «naturalmente» femenino: gr. γή y γαΐα, "Ηρα, άρουρα, τιθένα y palabras de otras lenguas. Frente a nombres femeninos, con o sin -a, la -o tendió a hacerse masculina

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(tipo κάπρος, κριός, etc.). En palabras como éstas ia -ä y la -o quedaron «infectadas», por así decirlo, de fem. y mase., respectivamente; e igual en el caso de diversos sufijos. Ahora bien, cuando se trataba de raíces o temas in­ compatibles con la noción del sexo, lo que ocurrió es que nos hallamos ante masculinos y femeninos puramente formales, clasificatorios. De esta manera pueden sintetizarse la teoría sexista y la formalista. Pero hemos visto que que­ daron nombres a los que no se extendió la oposición del género. Por otra parte, es claro que los límites entre la concepción animada o inanimada, sexista o no, son fluctuantes y que puede haber «animación» y «sexización» secundarias. También aquí, en resumen, de un sistema de subclases de palabra se pasó al de oposiciones dentro de una categoría expresada en forma opositiva o no y con grandísima difusión, aunque con degradación de su semántica original. Téngase en cuenta, de otra parte, que sólo algunos temas en -â se formaliza­ ron como inanimados (como N.-Ac.-V. n. pl.) y lo mismo hay que decir para los demás temas (en -o, -i, -u, etc., con un N.-Ac.-V. sg. en -m o -0). Sobre esta base operaba el proceso que describimos. La adscripción de una serie de sufijos que ya sabemos al género femenino y de otros al masculino, debe interpretarse de forma semejante, es decir, a partir de que un nombre provisto de ellos fuera «naturalmente» masculino o femenino. El hecho más antiguo, indoeuropeo, es la conversión en femenino de *-Í3/*-iá, pues se da no sólo en griego, sino en lenguas diversas. Su sentido original es de pertenencia (cf. J. Gil, 1968). Su gramaticalización como femeni­ no es previa a la distinción de una flexión atemática y otra temática: el tipo de ai. vrkas ‘lobo’ /vrki ‘loba’ es más antiguo, sin duda, que el tipo -os/-ä. Pero no podemos entrar aquí en el detalle de la antigüedad de las gramaticalizaciones de los diversos sufijos genéricos: algunos son de fecha griega. De todas maneras, ya el IE III conocía la oposición mase./fem. con ayuda de -o/-a: lo mismo con valor sexual que puramente clasificatorio. Hay que señalar que muchos nombres en -ä son abstractos y/o colectivos (άοιδή, τομή, πυρά, etc., cf. J. Gagnepain, 1959). Lo que sucede igualmente con los neutros plurales en -ä/-o, etimológicamente idénticos. Ya hemos dicho que también varios sufijos de femenino se refieren a abstractos, por ej., κόρος, λόγος, πόνος, τρόπος (cf. Chantraine, 1933, pág. 10). Es una idea frecuente la de que precisamente a partir del valor abstracto o colectivo vino el femenino. Sin em­ bargo, ese valor abstracto o colectivo debió de ser pregenérico, pues se da también, como sabemos, en el n. pl. y en diversos nombres mase, (frecuente­ mente en los en -os y -ós). Da la impresión de que se trata de dos procesos que montan uno sobre otro, cronológicamente: uno, el de la creación de abs­ tractos con diversos sufijos; otro, el de la clasificación genérica de éstos. Si frencuentemente fueron a dar al fem. fue, seguramente, por oposición a nom­ bres en -ós con género masculino autónomo y sexuado (αιτία y αίτιος, αγγελία υ άγγελος, τομή y τομός, etc.). Nótese que la asimetría de la interpretación

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génerica de ambos términos es la que nos ha impedido considerar estos dobletes como palabras con dos variantes genéricas (con género opositivo). Finalmente, hay que señalar que existe una teoría de acuerdo con la cual es en el adjetivo o en el pronombre donde por primera vez se introdujo la oposición mase./fem. Así, H. Jacobi (1897, págs. 120 sigs., el origen estaría en *so, sä, tod), A. Meillet (pág. 282), F. Specht (1944, págs. 307 sigs.), A. Martinet (págs. 83 sigs.). Por concordancia, el género se habría introducido en el nombre. Nosotros creemos, apoyándonos en una tradición que pasa por Brugmann y por Kurytowicz (1964, pág. 32), entre otros (cf. también Díaz Tejera, 1971, págs. 416 sigs.), que lo cierto es más bien lo contrario. La simplicidad morfoló­ gica de la oposición en los adjetivos, de que hemos hablado, sugiere efectivamente que se trata de una reguíarización. De otra parte, el adjetivo no es más que un nombre en una función especial, de determinación de otro hombre, que sólo poco a poco e incompletamente fue diferenciada formalmente. Su aceptación del sistema de los casos es también secundaria y partió del deseo de facilitar la expresión de relaciones de concordancia (cf. el Manual... cit.); igual su aceptación del género y el número. Además, donde está el núcleo signi­ ficativo central del género es en el nombre; en el adjetivo hay sólo restos, se ha convertido en una marca de concordancia sin que importe que el género del nombre en concordancia sea sexuado o meramente clasificatorio. En térmi­ nos generales, todas las categorías del adjetivo son secundarias. Su expresión está, por ello, más regularizada que en el nombre y su contenido se ha desemantizado hasta convertirse en principalmente sintáctico. Ahora bien, esto mismo llevó al adjetivo a una difusión de la categoría del género mayor que la propia del nombre. De ahí la posibilidad de desambiguar mediante el adjetivo el género de los nombres del tipo ναυς, etc. (autóno­ mos clasificatorios sin marca propia de género) y de los de tipo άοιδός (género simplemente animado). Aunque, de otra parte, ya sabemos que existen adjeti­ vos de dos terminaciones, que oponen animado a inanimado pero no, dentro del primero, mase, y fem. Por otra parte, este fenómeno del desarrollo de un género en el adjetivo a partir del del nombre a que se refiéreles un fenómeno anterior al griego, del IE III. No hay obstáculo para pensar que, dentro del griego, en algún caso aislado, el género del nombre haya sido influido, al contrario, por el de un adjetivo concertado provisto de un sufijo genérico. Es lo que ha propuesto García Calvo (1964) respecto al fem. de οδός: vendría de su concordancia con τη, πή, etc. Él habla de adverbios, pero se trata de pronombres adjetivales adverbializados.

C a p ít u l o VIII

EL NÚMERO

I.

LOS DATOS MORFOLÓGICOS Y PRIMERA DEFINICIÓN DEL NÚMERO

El número es la única categoría gramatical que es común a las clases y subclases de palabras que intervienen en el sintagma nominal (nombre, adjeti­ vo, artículo, pronombre y participio) y a las formas personales del verbo. Ocu­ pa, pues, un lugar central dentro de las categorías de la palabra flexional del griego. Ello viene desde el IE II y continúa en la mayor parte de las lenguas indoeuropeas de nuestros días. Con ello se distinguen de familias lingüísticas, como las lenguas del Extremo Oriente, que carecen de esta categoría. Está organizada en dos escalones: hay una oposición de singular y plural, otra de plural y dual. La primera se refiere a la oposición entre entidades úni­ cas (1 sola) y repetidas (2 o más); o bien, otras veces, a la oposición entre entidades consideradas como unitarias y otras consideradas como internamente diferenciadas. Hablamos, respectivamente, de número numerativo y no nume­ rativo, y, dentro de éste, de continuo y discontinuo. Por lo demás el numerati­ vo y el no numerativo pueden combinarse, a veces, en un nombre. De otra parte, la dualidad puede expresarse ya por el plural, ya por un número especial, el dual: es un término positivo, sólo se emplea cuando la dualidad quiere desta­ carse. Por lo demás ei dual, que es de origen indoeuropeo (aunque, posible­ mente, sólo de un sector del IE III), solamente aparece en ciertos dialectos y aun en ellos en forma poco sistemática; desaparece en la koiné. A diferencia dei género, donde dominan las formas «tantum» y hay nom­ bres y adjetivos no afectados por el segundo escalón de la oposición, el que opone mase, y fem., las tres formas del número (o cuanto menos el sg. y pl.) derivan de cada palabra de las clases afectadas por la categoría. Tenemos λύκος ‘un lobo’, λύκοι ‘los lobos’, λύκω ‘dos lobos’: esto es lo normal para el número numerativo. El no numerativo opone sólo sg. y pl. de un modo semejante: λαός ‘el pueblo’ (como conjunto), λαοί ‘el pueblo’ (como integra­

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ción de grupos). Morfológicamente el numerativo y el no numerativo no se distinguen, en general. Hay una excepción en el tipo, raro y arcaico, μηρός/ μηροί, μήρα en que se trata de ‘muslo’, ‘muslos’ (suma de muslos individuales) y ‘muslos’ (agregado de muslos ofrecido en sacrificio). Por otra parte, hay una fuerte tendencia al uso del pl. n. en -a como no numerativo discontinuo: pero sólo una tendencia, puede ser también numerativo. Fuera de esto, la marca del número es, como decimos, unitaria para cada tipo flexional; está amalgamada con la del género y el caso, no tiene existencia independiente. El sistema, de otra parte, es más simple que para el género. Por ceñirnos al N., todos los de temas en -o y -ä, cualquiera sea su género, tienen un pl. con -i (-oi, -ai); los de los atemáticos, animados, cualquiera sea su género y su forma de N . sg., tienen un pl. en -es; los de los inanimados o neutros, también con independencia del N. sg., un pl. en -a. Cf., por ej., N. λύκος /pl. λύκοι, N. χώρα /pl. χώραι, N. πατήρ /pl. πατέρες, N. πόλις /pl. πόλεις ( < *πόλειες), Ν. μέτρον /pl. μετρά, Ν. σώμα /pl. σώματα. Y lo mismo para los mase, en -à y fems. en -o, Igual en dual: el N.-Ac.-V. termi­ na en -o los temas en -o, en -a los en -a, en -e los atemáticos. También las formas de los otros casos son simples y regulares. Y siempre a base de desinen­ cias o de formas que, en todo caso, eran entendidas como desinencias ya en IE II. No de sufijos, como en los géneros animados. Todo esto indica un desarrollo antiguo, más que el del género animado (que falta aún en IE II); pero secundario respecto a las formas de sg., mucho más variadas. Sobre esto hemos de volver al hablar de los orígenes. Pero el hecho es, limitándonos de momento al nivel sincrónico, que una forma flexionada indoeuropea no es ambigua respecto al número como puede serlo respecto al caso (sincretismos) y respecto al género. Podemos, eso sí, dudar en relación con una forma dotada de número, sobre su caso y su género. Inútil poner más ejemplos del sg. y pl. Pero para el du. hay que saber que existe un sincretismo entre N.-Ac.-V. y otro entre G.-D.: λύκω / λυκοίν, etc. Y también entre mase, y n.: λύκω es mase., ζυγώ n., y paralelamente πατέρε y δοϋρε. Hay que introducir algunas pequeñas excepciones a lo dicho hasta aquí. Existen ciertas irregularidades respecto a la forma de sg. y pl. de animados y neutros, en conexión con las dos categorías del género. A la de tipo μηρός / μηροί y μήρα ya mencionada, hay que añadir otras como δρυμός / δρυμά, ξυστόν/ξυστοί, ή φυστή/ τά φύστα, vacilaciones como αλάβαστρος y αλάβασ­ τρ ον/ αλάβαστρα, τάριχος, τάριχον/τάριχοι, τάριχα, ταρίχη. Aquí hay, en la última forma, un cambio de tema, cf. también κροκή/κρόκη, σκότος (mase.) / σκότη. Son casos muy limitados. E igual los de defectividad: fre­ cuente en el dual, que falta para muchas palabras, se reduce a la falta de algunos casos de sg.: sólo N. en εδος, ήδος, όφελος, δέμας, sólo G, en καρός, μάλης, en el tipo άμελίου (δίκη), sólo Ac. en ήρα, νίφα, λίβα, λίπα, sólo

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D. y en δαΐ, λιτί, sólo V. en μέλε. Son usos formularios (cf. καρός αίση, ήρα φέρειν, υπό μάλης, ώ μέλε) o arcaicos. Hay que añadir lo relativo a los pronombres. Aquí los personales tienen raíces diferentes para los tres números: εγώ, ήμεΐς, oí, etc. Y el demostrativoartículo tiene, en dialectos arcaicos, las formas ó, ή, τό y τοί, ταί, τά en sg. y pl., respectivamente. Ahora bien, lo que sí existen son nombres «singularia tantum», sólo en sg. (como las últimamente citadas) y «pluralia tantum», sólo en pl.; hay un «duale tantum», οσσε ‘los dos ojos’. Ello ocurre igualmente en las más de las categorías y funciones gramaticales; solamente, se trata de un sector minori­ tario y no, como en el género, de uno mayoritario. De otra parte, a lo largo de la historia del griego este sector se reduce más y más cada vez: hay una serie de mecanismos por los que se crean plurales para los «singularia tantum» y singulares para los «pluralia tantum». De otra parte, «singularia» y «pluralia tantum» se reducen a la flexion nominal, no a la de adjetivos, artículos y pronombres. Respecto a las formas «tantum» hay que distinguir el problema formal del diacrónico y del sintáctico. Formalmente una palabra de las clases afectadas por el número es siempre, con las mínimas excepciones aludidas, o bien sg. o pl. o dual: no hay, como en el género, formas indefinidas antes de entrar en un contexto o, como en el caso, formas sincréticas que el contexto desambigúa. Ahora bien, diacrónicamente temas puros como δάκρυ, κυμα, ήμαρ (y como πατήρ, luego diferenciado en N. πατήρ, V. πάτερ) no eran, en el origen, ni sg. ni pl., eran previos a esa escisión: al crearse el pl., quedaron reducidas al sg. Pensamos que el mismo es el caso de las formas λύκος, χώρα y que desinencias como las de N. -s, -es, de G. -s, -e/os, -öm, de casos oblicuos en -bhi, etc., eran en el origen indiferentes al número, cf. infra, págs. 290 sigs. Pero esto no tiene que ver con el estado del griego antiguo, donde cada forma de una palabra es, formalmente, un sg. o un pl. o dual. Con esto pasamos a! problema sintáctico, sobre el que algo hemos anticipa­ do. Conviene insistir en las ideas generales, pues sólo así podrá seguirse cómo­ damente la exposición de este capítulo. Facilita un tanto las cosas el hecho de que los problemas del número en griego antiguo no son muy diferentes de los de las lenguas indoeuropeas en general, incluido el español. De las dos subcategorías de que hemos hablado, el numerativo y el no nu­ merativo, en el dual y en los pronombres falta la segunda; y en el nombre puede faltar la una o la otra según las subclases de palabras, si bien hay transi­ ciones y hechos de evolución. Una vez más hallamos el fenómeno de una sub­ clase de palabras que se combina con una categoría, funcionando todo el siste­ ma sobre los mismos parámetros opositivos. Ahora bien, una palabra numera­ tiva puede aparecer sólo en sg. y entonces, realmente, neutraliza la oposición sg./pl. Una palabra no numerativa puede aparecer, igualmente, sólo en sg., y neutraliza la oposición continuo/discontinuo. Por otra parte, un nombre que

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opone sg. y pl. puede, en determinados usos, neutralizar la oposición y tener usos o singulares o plurales que no indican, realmente, ni lo uno ni lo otro. Unos ejemplos aclararán las cosas. Sólo hay un Aquiles: entonces, Ά χιλλεύς es formalmente un sg., pero sal­ vo en usos derivados y secundarios, no podemos oponerlo a «dos, tres... Aqui­ les»; como no podemos hablar de «dos, tres... Españas» salvo en usos secunda­ rios («las dos Españas»). Ni interviene para nada, aquí, la noción del no nume­ rativo hasta que se creó, y es rara y estilística, la expresión «las Españas», que indica no numerativo y discontinuo y crea, por oposición, un valor conti­ nuo de España. Mientras no se creen esas expresiones secundarias, no hay opo­ sición de uno o varios, por ello, sintácticamente más que formas de singular las hay anuméricas. Indican una entidad única, no opuesta a otras; sólo poten­ cialmente son reducibles al sg. sintáctico, aunque formalmente sean singulares. De otra parte, cuando nos hallamos ante un «singulare tantum» del número no numerativo, es claro que automáticamente queda neutralizado el numerati­ vo. Pero queda, también, neutralizada la oposición continuo/discontinuo. Así en palabras españolas como los «singularia tantum» fe , piedad, plebe, leña, leche. Formalmente son singulares, diatónicam ente ya lo son ya no (leña viene de un pl. latino), sintácticamente no son afectadas por las dos oposiciones que existen entre sg. y pl. Lo mismo en griego en palabras como κόνις, ελαιον, αήρ, χθων, δω, σίναπι, χαρά, κότος, λιμός. No hay idea del numerativo (no se puede decir «uno, dos, tres... aceites»), pero tampoco del no numerativo (continuidad o discontinuidad) cuando se habla de «comprar aceite», «tener piedad», etc.; y lo mismo en las contrapartidas griegas, sólo formalmente singulares. El concepto del número, de un tipo u otro, aparece solamente en dos casos: a) En los «pluralia tantum». — Son considerados siempre como no nume­ rativos: así en español en nombres de localidades y archipiélagos (Las Matas, las Baleares), de objetos compuestos (tijeras, calzoncillos), de abstractos (gra­ cias), etc. Se trata de entidades «compuestas». En griego el uso es mucho más frecuente: por anticipar alguna cosa, cf. en Hom. sólo πύλαι, εντεα, σπλάχνα, έγκατα, άεσιφροσύναι, etc. Algunas de estas palabras han recibido posteriormente un sg., pasando al grupo siguiente; y luego aparecieron otros «pluralia tantum». También suelen colocarse en este apartado los étnicos y nombres de agrupaciones de personas que sólo o principalmente aparecen en pl.: Ά ργειοι, Δαναοί, "Ελληνες ..., ξενοδίκαι, άειναυται, γυμνοσοφισταί ... Realmente, hay siempre un sg. potencial, lo que hace que los valores disconti­ nuo y de pl. numerativo prácticamente coincidan aquí. b) Cuando hay oposición sg./pl. bien sobre el tipo numerativo, bien sobre el no numerativo (continuo/discontinuo). — Ambos han sido ejemplificados ya, recuérdese λύκος /λύκοι, λαός /λαοί: y también que en el tipo μηρός / μηροί /μήρα los dos plurales son, respectivamente, numerativo y discontinuo.

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Prescindiendo de los casos de coexistencia primaria o secundaria de las dos subcategorías del nümero, el hecho es que existía una subclase del nombre que admitía el numerativo y otra que admitía el no numerativo. Es más urgente tratar de definir ésta: tarea no fácil, que ha dado lugar a una terminología vaga y cambiante en los tratados de sintaxis. Nosotros preferimos usar una expresión negativa «no numerativo» (como en ingl. uncountables), que expresa el hecho sintáctico claro: estos nombres son, en sg. y pl., incompatibles con los numerales. Podríamos decir que cons­ tan de tres clases principales: 1) Los nombres de masa, es decir, de elementos considerados en bloque, sin o con división interna (es decir, continuos y discontinuos): son a veces «sin­ gularia tantum», a veces «pluralia tantum», a veces oponen sg. y pl. En espa­ ñol aceite, leche; tijeras, calzoncillos; boda/bodas, fiesta/fiestas. En griego pue­ den encontrarse paralelos más arriba, al tipo tercero añádase, por ej., πυρός/πυροί, κρέας/κρέα, θύρα/θύραι. Habría que añadir los nombres de ciudades y territorios, cf. Ά μύκλαι, Έ χίναδες, a veces con oposiciones de tipo Άθήνη / Ά θήναι; así como nombres de partes del cuerpo σπλάγχνα, etc., cf. supra; de fiestas y ceremonias (Διονύσια, μυστήρια, γάμοι, etc. etc. etc.), siempre con la consideración de que se trata de un todo que consta de partes. A veces hay o se desarrollan formas de un sg. continuo (ήπαρ, καρδία ..., ή άρσις, τό σάββατον ...). 2) Los nombres colectivos que abarcan un conjunto de elementos o indivi­ duos. Aquí habría que colocar los étnicos y nombres de grupos humanos, vege­ tales y animales (πρεσβεία, δρυμός/δρυμά, έσμός). Habría que añadirles nom­ bres de objetos que van juntos (πέδιλα, έπιπλα, εναρα, τρωγάλια), de lugares (Λίμναι, Έ χίναι), etc. 3) Los nombres abstractos, de los cuales se han dado algunos ejemplos ya en griego y en español. En ambas lenguas se desarrollan plurales que indican manifestaciones varias del abstracto y, luego, acciones o resultados concretos: tipo español dolores, alegrías, maldades..., cf. en griego de un lado «singularia tantum» como χαρά y otros ya mencionados; «pluralia tantum» como άεσιφροσύναι, δυσφρόναι, μελήματα, βλάψεις, etc.; y oposiciones sg./pl. como ερως/έρω τες, εχθος/έχθεα, χάρις/χάριτες, φύσις/φύσεις, etc. Se da el paso, con frecuencia, al simple pl. numerativo: si παντοίας άρετάς en IL 15.642 se refiere a las distintas manifestaciones de «virtud» de un héroe, en la discu­ sión en el Protágoras platónico sobre si la virtud es una o multiple se supone ya un uso numerativo. Esta clasificación de los nombres susceptibles del plural no numerativo en los de masa, colectivos y abstractos es sólo una aproximación. Hay transiciones entre los distintos grupos. Así entre 1 y 2: es difícil que hubiera una diferencia de consideración entre κρέας ‘carne’ y άλς ‘sal’, por más que en el segundo nombre se incluyan granos separados; o que se sintiera diferencia entre los

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varios plurales de lugar. Pero a su vez hay transiciones entre colectivos y abs­ tractos: un nombre de fiesta, por ejemplo, puede considerarse como un abs­ tracto, πρεσβεία es ‘embajada’ y ‘conjunto de los embajadores’. El mismo concepto de «abstracto» es debatible: a veces se habla más justamente de «nom­ bres de acción». En fecha arcaica, una palabra como φύσις se concibe, más que como una abstracción como una fuerza, una entidad autónoma y vital (cf. Chantraine, 1951; J. L. Melena, 1976). Los elementos de los presocráticos y las ideas platónicas tienen este mismo carácter. De ahí la confusión terminológica que preside, en general, las exposiciones del número, aunque Jespersen (1963) y Stern (1949) intentaron aclararlas intro­ duciendo, respectivamente, los conceptos de «uncountables» y «nombres de masa». El uso de «colectivo» es antiguo, se suele referir a los plurales en -a, sea cualquiera su sentido. Pero hay un cierto uso errático de estas palabras. Un libro como el de Saas (1965) habla de Gliederungsmehrzahlen, de Einheitsplurale, de unbestimmte kollektive Namen, de otros stark Kollektive (plurales de integración, de unidad, colectivos indeterminados, fuertemente colectivos) de un modo bastante arbitrario. Añade la referencia a intensidad e iteración, conceptos que también usa mucho Sánchez Lasso en unión con los de «valor intensivo o extensivo». Sigue en esto una antigua tradición, la de W. Havers. Nosotros tratamos de racionalizar nuestra exposición fundándola en la oposi­ ción de las dos subcategorías mencionadas (numerativo y no numerativo), en los hechos de neutralización, en la ocasional coexistencia (antigua o nueva) en un nombre de ambas subcategorías y en la idea de que los posibles significa­ dos afectivos, etc. (en los que también insiste Bers, 1984), pertenecen, en todo caso, a niveles semánticos secundarios. Con esto está puesta la base a nuestra exposición. Se verá en el detalle cómo coexisten ambas subcategorías, a veces, (cf. esp. comprar fresa/fresas, una/siete fresas) o se crean oposiciones a partir de las formas «tantum» (cf. esp. telas junto a tela, vinos junto a vino) o bien, al contrario, neutralizaciones de uno de los términos de éstas (cf. esp. aquí hay mucho niño, sg. por pl.; hay quienes piensan, para ocultar el sg.). O se crean en pl. o sg. usos específi­ cos. Con frecuencia esto está en relación con la posibilidad de los abstractos de convertirse en concretos (con lo que se pasa al numerativo) y viceversa (con la evolución contraria). Creemos que todo puede sistematizarse dentro de unos límites razonables. Y que nada es más ilógico que hablar de «plurales ilógicos» como Sánchez Lasso: esto viene, simplemente, de no ver en el número otra cosa que el numerativo más una serie de extrañas aáomalías (nada extrañas, en español se reencuentran las más). La lengua no expresa lo lógico ni lo ilógi­ co, sino categorías y subcategorías que hay que procurar, simplemente, definir, en función de las oposiciones, las neutralizaciones, los contextos y los usos secundarios o derivados. Habremos de estudiar, para terminar, el número en las formas adjetivales: adjetivo, artículo y pronombre adjetival: en buena medida es solamente un

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hecho de concordancia, como en el género. Y el número en el pronombre no­ minal. Éste es, en términos generales, igual que el del adjetivo. Pero se ha hecho notar con razón que el pl. de los personales, aparte de ser solamente numerativo, tiene un valor especial: «nosotros» no es «yo + yo ...», «voso­ tros» no es «tú + tú...». Y desarrolla usos también especiales. Comenzamos la exposición por el dual, pasando luego al sg. y pl. Dentro de éstos, dedicamos un primer apartado a las formas «tantum», singulares y plurales; luego, a los pares opositivos. Pero la formas «tantum» sólo en ocasio­ nes relativamente escasas se encuentran puras. Ya en fecha antigua presentaban a veces la forma opuesta, pero con baja frecuencia; otras, la desarrollaron luego. Imposible separar las formas «tantum» impuras de los pares opositivos una de cuya formas es secundaria o poco usada; aunque hay que reconocer que la diferencia de éstos frente a los pares normales es muchas veces dudosa o puramente gradual. También estos últimos pares están sometidos a constan­ tes que los convierten de simples en complejos, con expresiones de las dos subcategorías en uno o los dos términos, con neutralizaciones, con desarrollos de sentidos especiales, etc. Nótese que se trata, más que de hechos diacrónicos, de hechos pancrónicos, puesto que se repiten una y otra vez. Incluso se dan, los más, en español y otras lenguas indoeuropeas modernas.

II.

DESCRIPCIÓN E INTERPRETACIÓN PANCRÓNICA DEL NÚMERO

1.

El dual

Es el dual, dentro del número de las clases nominales de palabras, lo único que verdaderamente nos sorprende desde el punto de vista del español y las lenguas indoeuropeas modernas en general: de entre ellas, sólo en lituano y esloveno se encuentra. Esto ya les sucedía a los gramáticos griegos que teman conocimiento del latín, así a Querobosco, que consideraba el dual una innova­ ción del griego. Pero Humboldt primero, en una comunicación presentada a la Academia de Berlín en 1827, y Cuny después, en 1906, dieron amplio testi­ monio de la presencia del dual es las más diversas lenguas de la tierra. Y los estudiosos de la Lingüística indoeuropea, de otra parte, lo encontraron, con un uso mayor o más reducido, en muchas de las ramas lingüísticas indoeuro­ peas: además de la griega, la indo-irania, báltica, eslava, germánica y celta. La teoría general es que fuera de aquí se perdió: esto no es seguro, sobre esto volveremos. . El caso es que el griego presenta al dual desde sus más antiguos testimonios, a saber, el dialecto homérico y el micénico. Pero aun en estos dialectos, su uso ofrece muchas lagunas; las presenta incluso en ático, que ha conservado mejor el dual. Está testimoniado también en eleo, laconio, beocio y tesalio

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y falta en otros dialectos, sobre todo en el jonio y el lesbio. Se perdió definiti­ vamente a partir de comienzos del s. rv: no se encuentra en la koiné, aunque fue resucitado artificialmente en la lengua aticista. El detalle puede verse en Cuny (1906), del que dependen fundamentalmente Wackernagel (1926, pág. 73) y Sánchez Lasso (1968, págs. 221 sigs.); para Homero, cf. Chantraine (1953, págs. 23 sigs.). También Sabbadini (1963). Es difícil, en estas circunstancias, hacer una descripción pancrónica, aunque desde luego debe descartarse la teoría de Meillet (págs. 145 sigs.) y Wackernagel (1926, pág. 76) de que la pérdida del dual tiene que ver con los progresos de la civilización: su presencia bastante firme en ático hasta el 409 a. C. habla contra ello. En realidad el dual está en una posición débil en griego desde el comienzo, en parte por razones formales, en parte por otras sintácticas: unas y otras le son comunes con otras lenguas. Hemos visto, en efecto, que el dual presentaba sincretismo entre N.-Ac.-V. y G.-D.: esto le quitaba claridad. También eran ambiguas formas de mase, y n., según hemos visto. Y faltaba (frente a otras lenguas indoeuropeas) el fem. de δύω, αμφω. Añadamos que en Homero no hay dual de los temas femeninos en -a, quizá por razón de que la forma esperable -ai coincidía con ia del pl.; la forma en -a de los mase. (’Ατρείδα) y de los fem. del ático, es analógica de la segunda declinación (que influyó antes en mic. creando un dual ko-to-no de ko-to-na). Ni hay, en Homero, flexión de δύω, αμφω. Pero, sobre todo, hay hechos sintácticos que son contrarios al manteni­ miento del dual. Todo arranca de que representa, simplemente, un término positivo opuesto al plural numerativo allí donde se trata de dos unidades y se quiere expresamente insistir en su dualidad: en su carácter de pareja, en su relación íntima. O sea: el dual puede ser siempre sustituido por el término negativo de la oposición, el plural (mientras que éste no puede ser nunca susti­ tuido por el dual). El dual es un mero detalle que da énfasis a la relación natural u ocasional de dos unidades: puede prescindirse fácilmente de él. Y ello más cuando, como es frecuente, el dual va acompañado de δύω o αμφω. Pues estos numerales convertían el dual en redundante: ya en Homero y luego en ático se tendía a sustituir el dual por el plural. En realidad, redun­ dante es casi siempre, pues prescindiendo del uso con δύω, άμφω, el dual suele referirse a seres u objetos cuyo carácter de pareja es ya conocido, cf. infra, pág. 289. Por otra parte, dado que el dual no hace más que dar énfasis a la idea de la «Paartheit» o pareja, y es sustituible por el pl., nada extraño hay en principio, contra lo que se dice, en construcciones homéricas que unían sujeto dual y verbo pl. (II. 1.200 δεινώ δέ oí όσσε φάανθεν) o al revés (IL 4.452 ss. ώς δ* οτε χείμαρροι ποταμοί ... συμβάλλετον), o nombre dual y adjetivo pl. (IL 11.43 αλκιμα δούρε) o cuando se pasa del dual al plural o al revés para designar dos cosas o personas (cf. IL 1.257 sigs., habla Néstor refiriéndose a Aquiles y Agamenón ya en du., ya en pl.). Cf., por ej., Ar.,

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A u. 573-4 πέτεταχ θεός ών πτέρυγάς τε φορεΐ ... αύτίκα Νίκη πέτεται πτερύγοιν χρυσαΐν. Ni es extraña la alternancia citada entre δύω, αμφω con du. y pl. Pero en una lengua que tendía cada vez más a regularizar la concor­ dancia, sólo había dos salidas: o regularizar el dual (como intentó en cierta ocasión el ático) o dejarlo caer. Así pues, en los diferentes dialectos griegos el dual es un número a veces existente, a veces inexistente; y, en el primer caso, su uso en relación con el pl. es muy fluctuante. Nótese que a veces se mantiene en un término arcaico como οσσε (un «duale tantum», en Homero) y es raro en un modelo como οφθαλμός, mientras que otros que indican una dualidad natural carecen en absoluto de dual o lo restringen mucho. No es que pueda siempre elegirse el pl. en vez del du., es que éste es a veces imposible. Tras estas advertencias muy generales vamos a intentar dar, a pesar de to­ do, una imagen pancrónica del uso del dual en el nombre, prescindiendo de las incoherencias sintácticas homéricas a que hemos aludido y añadiendo en cada momento en que ello es necesario datos que modifican la imagen general desde el punto de vista de tal o cual dialecto. Nos apoyamos fundamentalmen­ te, claro está, en Homero y el ático, añadiendo algunos datos micénicos. Pres­ cindimos, de momento, de pronunciarnos sobre la antigüedad relativa de los diferentes usos. Hay, en primer término, el llamado dual «natural»: él referente a entidades pares, que pertenecen a un conjunto o tienen en todo caso una relación estre­ cha. Nótese que el dual es en cierto modo redundante, no hace más que insistir en la idea de la «pareja», cuando ello interesa. Pero esa capacidad de elección está limitada a ciertas palabras: en otras, en ciertos dialectos o autores, el dual es ya imposible. Y hay en Homero el «duale tantum» οσσε, un arcaísmo. Por lo demás, en cuanto a la libertad de elección, hay que tener en cuenta, sobre todo para lo que a Homero respecta, factores métricos y formularios. El dual natural en que primero se piensa es el de órganos pares del cuerpo. En Homero hay algunos en que se puede elegir entre plu. y du.: οφθαλμός, πούς, ώμος, τένων, μηρός, βλέφαρον, χείρ. La estadística varía, pero en ge­ neral el du. es menos frecuente, a veces sumamente raro. Esta excluido en γόνυ, ούς, κνήμη, σφυρόν, etc.; en πήχυς, quizá por azar, sólo se da el dual. En ático se encuentran otros duales de este tipo, por ej., νεφρώ, σκέλει, γλουτώ. Pero el detalle varía de autor a autor. Por ej., los trágicos presentan restricciones que son ajenas a. Ar.: evitan el dual de partes del cuerpo con excepción de ποδοΐν y χεροΐν, cf. Bers, 1984, págs. 59 y sigs. No son éstos los únicos duales naturales. Los hay de divinidades que van habitualmente juntas como θεώ ‘Deméter y Perséfona’, Διοσκόρω, τοΐς Ά νά κοιν ‘Cástor y Polux’. O de cosas que van juntas como δοϋρε ‘las dos lanzas* (de un guerrero homérico), ένφδίω ‘un par de pendientes’, κοθόρνω ‘id. de coturnos’, II. 5.773 ποταμώ ‘los dos ríos’ (de Troya) o animales tam­ bién emparejados: en ϊππω ‘los dos caballos’ (de un carro homérico), βόε ‘los

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dos bueyes’ (sujetos a un yugo). Se espera también en las designaciones de los padres, pero en Hom. esto es raro, cf. τοκήε una sola vez, en general τοκήες. Igual posteriormente (γονείς, οι τεκόντες, etc.). Estos duales naturales pueden ser acompañados de άμφω, cf., por ej., II. 5.307 άμφω τένοντε; o δύω, cf. II. 10.76 δύο δοΰρε. Pero en Homero tiende a preferirse el pl.; el dual es más frecuente en ático, cf. S., OC 483 άμφοιν χεροΐν (el pl. es raro). Después del dual natural hay que hablar del anafórico: el que se emplea con entidades o personas que por el contexto precedente o el general sabemos que son dos. Tiene el mismo tipo de redundancia que el natural. Lo hallamos ya en Homero en pasajes como II. 5.27 υΐε Δάρητος, Od. 15.151 χαίρετον, ώ κούρω; II. 2,864 Μέσθλης τε και ’Ά ντιφος ..., υίε Ταλαιμενέος. Y, desde luego, en ático, donde es bien conocido el pasaje inicial de la Anábasis en que, tras decirse que Darío tuvo dos hijos (en pl.) y darse su nombre, Jenofonte continúa έβούλετο τώ παΐδε άμφοτέρω παρεΐναι ‘quiso (Darío) que vinieran con él sus dos hijos’. Como se ve, aparece άμφοτέρω; otras veces άμφω o δύω. Este dual puede referirse a parejas bien conocidas: en S., O T 1459 sigs., a Antigona e Ismene (τάν δ ’ άθλίαιν οίκτραΐν τε παρθένοιν έμαΐν). Pero se trata siempre de un uso opcional: una pareja puede darse en pl. cuando hay menor interés en insistir en su calidad de tal, así en el pasaje de Sófocles citado hay referencia en pl. a los hijos varones de Edipo, Etéocles y Polinices. Y con esto llegamos al tercer tipo de dual, el llamado ocasional o autóno­ mo: el referente a dos entidades cuyo carácter de pareja sólo mediante este número se indica. Pero hay que hacer notar que lo más frecuente es el uso con δύω o άμφω, lo que en realidad lo hace tan redundante como los demás. Los ejemplos, escasos, en que el determinante numeral falta, son considerados generalmente como productos de un desarrollo secundario. Por lo demás, es con mucho lo más frecuente que con los numerales citados intervenga el dual. Se encuentran en Homero, efectivamente, expresiones como II. 11.102 υϊε δύω Πριάμοιο ‘dos de los hijos de Príamo’ (referido a Iso y Antifo, pero en 12.95 a Heleno y Deífobo). Cf. también II. 3.246 άρνε δύω, 9.689 κήρυκε δύω, etc. Claro que hay casos de transición entre este grupo y el anterior, como entre el anterior y el precedente. El uso continuó tras Homero: véase, por ejemplo, la relación de expresiones con δύω y du. (también pl.) recopiladas por Schwyzer (1940, pág. 49) de las inscripciones áticas, del tipo δύο χρυσού στατήρε, μήλω δύο, cf. también en literatura: Ar., Ec. 307 δύο κρομμύω; The. 3.112 δύο λόφω, etc. Hay alter­ nancia a veces con el pl.: S., Ant. 533 τρέφων δύ5 άτα κάπαναστάσεις θρόνων. Es éste un uso relativamente raro, pero más raro todavía es el dual autóno­ mo sin numerar. De Homero se cita tan sólo Od. 11.578 γύπε ‘dos buitres’; Slings (1984 pág. 500) añade otros, más o menos seguros.

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En este contexto conviene introducir una mención del uso micénico. Aquí encontramos con toda seguridad el dual autónomo con δύω en PY Eo 278 du-woko-to-no ‘dos parcelas’. Más notable aún es que en relación con las dos parcelas de la ‘llavera’ ka-pa-ti-ja se nos hable en PY Eb 338 de ke-ke-menoko-to-no du-wo y en Ep 704 sólo de ke-ke-me-no. Pero las tablillas que como esta última representan una recopilación, abrevian a veces, el «dos» se da por sobreentendido. O puede pensarse que el hecho de que la sacerdotisa tuviera dos parcelas era ya conocido. Nótese que el micénico presenta ei dual natural (wa-na-so-i ‘los dos Señores’) y el de dualidades ya conocidas (pte-no). Cf. sobre todo ello Slings. Pero los ejemplos que este autor da de dual autóno­ mo sin numeral, son dudosos. Por otra parte, podríamos insistir con ejemplos varios sobre el hecho de que la presencia de estos tres tipos de dual, ya decimos que redundantes, se justifica a veces como medio de insistencia sobre el emparejamiento, por la voluntad de mostrarlo. También es importante el papel que juegan los numera­ les δύω, αμφω, άμφοτέρω, así como la posibilidad siempre presente de susti­ tuir el plural o introducirlo en la concordancia, aunque el ático se muestre en esto más restrictivo; en general es más regular que Homero en este punto. Añádase que a veces el texto homérico ha podido sernos transmitido con altera­ ción del número (cf. Chantraine, 1953, págs. 27 y sigs.) y que presenta huellas de toda clase de remodelaciones, de influjo del uso formulario y del metro. De todas maneras, en términos generales su testimonio es concordante con el del micénico y el ático, así como con el de los otros dialectos que conservan el dual. Éste es un elemento de insistencia en la calidad de «pareja», es opcio­ nal (sustituible por el plural) y necesita apoyarse en hechos «naturales», en el contexto precedente o en los numerales duales. El dual autónomo es prácti­ camente inexistente. Por otra parte, son claras las variaciones sobre el uso del dual dentro del ático, dependientes ya de la cronología ya de hechos de estilo. Así, Cuny (1906, págs. 78 sigs.) afirma que, hasta el año 404, no hay pl. en las inscripciones áticas allí donde el du, es posible. Pero en Aristófanes, la proporción de plura­ les donde el dual es posible es casi equivalente (290 y 380), mientras que en los trágicos los plurales sobrepasan ampliamente (1.030 pl. y 627 du.) (cf. Radko, 1969, pág. 99). Es posible que el uso homérico y poético influya. Por otra parte, si comparamos el uso de Aristófanes y el de Platón, se ve que éste, que escribe ya en pleno s. iv, usa mucho menos el pl., eliminado sobre todo tras el numeral. En las inscripciones, a partir del 367, se evita el dual de los temas en -i y -u; hacia el 342 desaparecen los duales en -o y -a, luego los en -e. Las formas oblicuas resisten algo mejor (lo que se refleja ya en el s. v, quizá, en el uso de χεροίν, ποδοιν, pero no los casos rectos correspon­ dientes, en los trágicos). Queremos terminar con dos usos hipotéticos que se atribuyen al dual en Homero.

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El primero es la presunta presencia en él, propuesta por Wackernagel, de dos usos documentados en védico: el plural elíptico en ejemplos como II. 12.46 Αΐαντε (no ‘los dos Ayantes’ como en 10.228, sino ‘Ayante y el otro’, e. d., Teucro); y el dual doble, en II. 11.750 Ά κτορίω νε Μολίωνε ‘Actorión y Molión’. Es una propuesta quizá verosímil, pero en realidad, nada realmente nue­ vo para el uso del dual aportan estos ejemplos que, por lo demás, son dudosos, cf. Sánchez Lasso, 1968, págs. 226 sigs. También se ha propuesto un dual elíptico (con paralelos en el Veda), cf. Pi. /. 5.77 άμφοΐν Πυθέαι τε (para vosotros dos, tú y Piteas). Estos usos, suponiendo que hayan existido en grie­ go, no han sido productivos. Y son totalmente cuestionables supuestos usos del dual por el plural en Homero. Remitimos para el tema a Sánchez Lasso, 1968, págs. 235 sigs. Todo esto demuestra, una vez más, que el dual es un término positivo fren­ te al plural: hay una oposición privativa, no equipolente. Y hay oposición al pl., no se oponen ambos números al sg., como el mase, y el fem. al inanimado. Pero es una oposición privativa un tanto especial: el término marcado, el du., insiste en el carácter de pareja de dos entidades, pero sólo apoyándose en otros datos del contexto. Esto nos será útil a la hora de hablar sobre el origen del dual.

2.

E l « sin g u l a r e t a n t u m » y su s v a r ia n t e s

Son bastantes los nombres que desde el comienzo del griego se usaron sola­ mente en sg.: algunos desarrollaron luego un plural, pero muchas veces con una frecuencia estadística mínima o bien con un sentido muy diferente. De todas maneras es imposible dar una relación exhaustiva de los singulares (y los plurales) «tantum» puros. Nuestro conocimiento del griego es fragmentario y puede suceder que hubiera formas o no existentes en la literatura conservada, o no recogidas todavía de ella que ifivalidaran si se conocieran la calificación de «tantum» dada a un nombre conservado y recogido. Por esto nuestra mejor colección de materiales, la de Saas (1965), distingue entre plurales «tantum» puros y los que llama potenciales (con sg. ocasional): también separa los que llama parciales, con cambio de sentido en el pl. Igual habría que decir del sg. Una ojeada a esta colección de materiales hace ver inmediatamente hasta qué punto su clasificación es fluctuante y varía al azar de los datos. Por lo demás, no intentamos en este libro dar grandes masas de materiales, sino apor­ tar ios más característicos para establecer su organización con criterios pura­ mente lingüísticos que tratan de reencontrar el uso antiguo. Con los «singularia tantum» que al menos hasta donde alcanzan nuestros datos son puros, daremos otros que en un momento dado han adquirido un pl. y otros todavía otros en que el pl. tiene todo el aspecto de ser secundario. Hay, desde luego, duda en los límites de esta sección y de la dedicada a las

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oposiciones de sg./pl. Algunos hechos y problemas que vamos a tocar, volve­ rán a presentársenos cuando lleguemos a éstas. Distinguimos tres grupos entre los cuales, desde luego, existen transiciones: 1. Entidades personales o personalizadas. — Se trata de personas, dioses, cuerpos celestes, que son propiamente únicos. Son una subclase del nombre: los nombres propios. Como decíamos arriba, más que «sólo singulares» son formas anuméricas lo mismo en el sentido numerativo que en el no nume­ rativo. Así, por ejemplo, en el caso de los nombres de personas: Ά χιλλεύς, ’Αγαμέμνων, Σωκράτης, De los dioses: Ή κά τη, ’Αφροδίτη, ’Ά ρης, ’Απόλλων (a veces se reinterpretan como abstractos: Α φροδίτη ‘amor’, etc.). De los ele­ mentos del cosmos, a veces divinizados: 'Ή λιος, Σελήνη, ή άρκτος ‘la osa mayor’ (en pl. ‘las dos osas’), Γη, Ουρανός, Ή ώ ς. Según decimos, estas palabras deben interpretarse como anuméricas: no se piensa, al pronunciarlas, en una oposición a la pluralidad ni en una oposición a la concepción discontinua. Ahora bien, no puede excluirse que haya dos indi­ viduos de igual nombre: los hay, realmente. Entonces, tampoco puede excluirse la existencia de plurales numerativos relativos a varios individuos de igual nom­ bre, como con el dual tenemos en Pl:, Prt. 315e τώ Ά δειμάντω άμφοτέρω (e! hijo de Cepis y el de Leucolófidas). No están recogidos en la bibliografía, pero son potencialmente posibles: hacen de estos nombres numerativos potenciales. Lo que sí hay, para los nombres de persona, son plurales «fictivos» que igualmente presuponen un singular potencial. Cf. en Pl., Cra. 432c δύω Κρατύλοι (el Crátilo real y su imagen). Es paralelo a Έ ρμεΐς ‘estatuas de Hermes’ o Καρεάτιδες ‘sacerdotisas de Artemis Careatis’, en cierto modo dobles de la diosa. Y ciertos dioses son ya individuales, ya colectivos (Π άν/Π άνες, ή Νύμφη/αί Νύμφαι). Pero sobre todo, a partir del s. v se da la posibilidad de crear plurales de los nombres personales con referencia a individuos semejantes. A., A . 1439 llama a Agamenón Χρυσηΐδων μείλιγμα των ύπ’ Ίλίω ‘seducción de las Criseidas de Troya’: es decir, no sólo de Criseida, que se presenta como prototipo. Igual las Alcmenas, las Alopes y las Sémeles a las que seducen los dioses en A r., A u. 558-9; o las Fedras, Estenebeas y Belerofontes del teatro de Eurípides según Ar., Ra. 104. «Los Adonis» son hombres hermosos en Luc,, Merc. Cond. 35. Hay muchos ejemplos paralelos. Un paso más y se llega a usar el pl. por el sg. para indicar los nombres propios con un valor generalizador (Pl., Smp. 218a όρων αύΦ αίδρους ’Αγάθωνας Έ ρυξίμαχους Παυσανίας (las personas presentes en el banquete, pero con un matiz de «un hombre como Fedro...»). Por otra parte, también el sg. puede usarse con el mismo valor (‘un Titono’, A r., Ach. 688). Todo esto nos lleva al valor potencialmente numerativo de estos nombres.

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2. Entidades concretas. — Son entidades no personalizadas, aunque a ve­ ces presentan una relación estrecha con las anteriores (así γή, ουρανός, etc.) y otras se distinguen mal del grupo siguiente de los abstractos. Son igualmente anuméricas, pero potencialmente son, cuando se crea un plural o, simplemente, por paralelismo con nombres plurales de semántica semejante, de número no numerativo continuo. La concepción es de masa; alguna vez, colectiva. Cf. en esp. tela/telas (de donde una tela), vela/velas (discontinuo, luego numerati­ vo, de ahí una vela), vino/vinos, etc. Damos una serie de ejemplos clasificados por campos semánticos, con la advertencia de que algunos de estos nombres han adquirido secundariamente variantes en plural. Así σίτος es un «singulare tantum» en Homero, luego hay σίτοι y σΐτα; con frecuencia el pL es poético o tardío y ha tomado un sentido especial, desde luego concreto. He aquí los grupos principales: a) Elementos naturales: άβυσσος, άήρ, αιθήρ, γαΐα y γή, ερεβος, ζόφος, κνέφας, ομβρος, ούρανός, πυρ, ϋδωρ, χθων, χιών, etc. Algunas de estas pala­ bras, como se ha dicho, se han pluralizado. Así, ya desde Homero γαΐα (y luego γή) para indicar territorios y terrenos, es decir, con valor discontinuo. Palabras igualmente homéricas como ομβρος y χιών relativas a fenómenos me­ teorológicos, se pluralizan luego para indicar la repetición de su caída (cf. esp. las lluvias, año de nieves): la primera en Hdt. 4.50, la segunda en Thphr., Sign. 24. También ϋδωρ se hace plural en poesía (en Homero sólo en Od. 13.109) para indicar ‘las aguas’. En cuanto a ούρανός su pluralización es un hebraísmo del N. T. b) Períodos de tiempo: αιών, ëap, θάλπος, θέρος, καιρός, μεσημβρία, ρΐγος, χειμών, χρόνος. También aquí hay, en algunas palabras, pluralizaciones más o menos antiguas, indicando discontinuidad y, a veces, sentido concre­ to (que puede transmitirse al sg.). Así χειμών que es en principio ‘mal tiempo’, ‘invierno’, en pl. indica un conjunto de tempestades ya en Hdt. 7.34; y de aquí sin duda sale el sentido concreto ‘tempestad’ del sg. Cf. ρίγη καί θάλπη en X., Oec. 7.23. Θέρος toma en pl. el sentido concreto de ‘cosechas’ en PFlor. 150.5 (m d. C.). En cambio καιρός y χρόνος se pluralizan desde el s. rv a. C. para indicar ‘los tiempos’, discontinuos; son frecuentes en época helenística. En cuanto a αιών, su pl. en el N . T. es un hebraísmo, pero cae dentro de iguales constantes. c) Minerales y plantas, productos diversos: άμβροσίη, ασφόδελος, βύβλος, γάλα, έλαιον, κάλαμος, κέραμος, κόπρος, κρΐ, μέθυ, οίνος, πόα, σίδηρος, σινάπι, χαλκός. Aquí el pl. se introduce en usos especiales como βύβλα ‘li­ bros’, Pl., Lg. 887d έν γάλαξι τρεφόμενοι, mientras que en ,οίνος significa (desde el s. rv y sobre todo en fecha helenística) ’vinos’, ‘clases de vino’ y χαλκός se halla en pl. en BG U 113.5 (n d. C.) que habla de ούετρανοί oi χωρίς χαλκών ‘veteranos que no han recibido sus placas de bronce’ (donde consta su licénciamiento): es decir, se ha concretizado. Se trata, una vez más, de nombres potencialmente no numerativos.

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d) Partes del cuerpo: ήπαρ, κάθισμα, καρδία y κήρ, κοχώνη, όσφύς. No parece haber pluralización, pero hay paralelos con sg./pl. del tipo στήθος / στήθεα, véase más abajo. Cf. sin embargo, junto a αΐμα (en Hom.) αϊματα ‘sangre derramada’ desde A., cf. ϋδατα, etc. e) Colectivos: όμιλος, υλη, τό ιππικόν, ληΐς, τό τοξικόν, ή άντιπολιτεία, ή πρεσβεία, τριήμερον (y además compuestos neutros con numeral). Algunos de estos nombres pueden ser también abstractos. Su equivalencia a un pl. nu­ merativo se trasluce en construcciones como IL 2.278 ώς φάσιν ή πληθύς. f) Cosas u objetos construidos por el hombre: δώ, λιτΐ / λΐτα (defectivo), άπαρτία. Habitualmente los nombres de este apartado tienen pl. (numerativo o no numerativo). g) Principios e ideas: no pueden llamarse propiamente abstractos, a veces coinciden con a), a veces no: τό άπειρον, ή φιλότης, τό αγαθόν. Imposible pluralizarlos sin hacerlos concretos. h) Ciudades, ríos, islas, territorios, lugares: es el tipo Κόρινθος, Μαραθών, ’Ά ργος; ’Αλφειός, Κηφισσός, ’Αχελώος; Σαλαμίς, Κερκύρα, Σικελία; Λακεδαίμων, Βοιωτία, ’Αττική; Η λ ια ία , Ά ρ ειο ς πάγος, Ό ρκομώ σιον. A ve­ ces coinciden un nombre de ciudad y el del territorio o isla en que se encuentra. No hay pluralización, pero sí muchísimos nombres de igual tipo que tienen sg./pl. o son «pluralia tantum». Resumiendo, los nombres que hemos dado como ejemplo no puede decirse que sean numerativos ni tampoco no numerativos. Pero cuando, ocasionalmen­ te, se crea un pl. para indicar manifestaciones concretas, frente a él el sg. es un no numerativo continuo. Puede decirse, en definitiva, que se trata de no numerativos potenciales: sólo se realiza esta concepción en conexión con la creación ocasional de la oposición continuo/discontinuo. Luego veremos que, en ocasiones, ese plural se hace claramente numerativo y puede producir, a su vez, un singular numerativo. 3. Entidades abstractas (dentro de los amplios límites que hemos fijado a este concepto). — Estos «singularia tantum» son frecuentes desde Homero, pero se crean constantemente otros nuevos, sobre todo con determinados sufi­ jos -o, -ó (masculinos y neutros), -ä, -iß, -si, -tú, -ma, -os, -sunä, etc. También es frecuente, en cualquier momento, la creación de plurales, que comienzan por referirse a manifestaciones del abstracto y pasan, a veces, al valor concreto (cf. esp. vicios, dolores, etc.). También el sg. se hace a veces concreto y otras es al tiempo colectivo. Un estudio sobre este material en Homero, realizado por J. F. González Castro, ha hecho ver no sólo el gran número de abstractos todavía anuméricos, sin plural, sino también la bajísima frecuencia de estos plurales, cuando los hay. Cf. unos pocos ejemplos homéricos, con algunos comentarios. Temas en -o: βίος, δήμος (luego pl. en el sentido de ‘distrito’), θάνατος (ya en Od. 12.341 pl. ‘formas de muerte’), δόλος (pero sg, concreto referido ai caballo

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Nueva sintaxis del griego antiguo

de Troya en Od. 8.494, pl. ‘engaños’), κότος, λόχος (concreto, referido al mismo caballo, en Od. 4.277), πόθος, φόβος (pl. desde Pi. ‘manifestaciones de miedo’). Temas en -a: γονή (pl. ‘nacimientos’, en los trágicos), ειρήνη, μολπή. En -ία άγγελία, άγηνοpía (tipo muy productivo luego: δειλία, άνδρεία). En -i: μήνις, μήτις. En -si: άνυσις, δόσις, δύσις (pl. indicando el lugar desde Arist.), έπαλξις (pero luego toma pl. en el sentido de ‘almena’). En -tú: άγορητύς, άδητύς. En -os: γένος (luego pl. como ‘clan’, ‘clase’). En -σύνη: ευφροσύνη (pl. -at ‘goces’, desde A.), ήδος, θάρσος, όφελος, f. αιδώς (ρΐ. tardío). En -μα: ίαμα, χάρμα (ya en Hes. hay un pl. para indicar ‘manifesta­ ciones de alegría’); las más veces son concretos en Hom. Algunos de estos sufijos, como ya se indica, son luego mucho más producti­ vos. Por otra parte, en Hom. hay «pluralia tantum» y oposiciones frecuentes sg./pl. en nombres de semántica comparable. La floración de abstractos ha sido frecuente en todos los tiempos. En época posthomérica cf., por ej., entre mil otros, χαρά, λιμός, δημοκρατία, σωφροσύνη, etc. Pero es más interesante señalar las concretizaciones del sg.: por ej., τετρασκελες ββρισμα de los centauros en E., H F 181 o los términos políticos o militares μοναρχία, ίππαρχία, στρατηγία o los de enfermedades, lo que posibilita la pluralizadón. Ésta se da sólo minoritariamente en términos como έλαφηβολία, καινοτομία con el sentido de «manifestaciones de». Este sentido se traduce a veces en otro más concreto, así παρατάξεις ‘batallas’ y άργίαι ‘días de fiesta’ en griego helenístico (el sg. viene del s. v). Se llega incluso a la interpretación numerativa, cf. lo dicho más arriba sobre αρετή, así como προπόσεις τρεις ‘tres brindis’ en Antiph. Iun. 3.2. Otra cosa que hay que notar es la doble interpretación como abstractos y colectivos de ciertos nombres, cf. supra πρεσβεία, también αιχμαλωσία que a veces indica el con­ junto de los prisioneros de guerra. Los plurales abundan en griego helenístico: άποστολαί, άσφαλεϊαι, διαθέσεις, οίκονομίαι, παραγραφαί, ταφαί siempre concretos. Cf. Eu. Matt. 15.19 φόνοι, μοιχεΐαι, πορνειαι, κλοπαί. Por otra parte, desde el s. v se han creado nuevos colectivos a partir de sg. concretos opositivos. También aquí, como en el punto 2, la concepción que se deriva de la crea­ ción de plurales (y que subyace a la misma, al tiempo) es la del no numerativo que opone continuo y discontinuo, pasando éste a veces a numerativo (y pro­ yectando, eventualmente, el numerativo al sg.). Pero allí la mayor parte del stock es tradicional (la principal excepción son ciertas formaciones en -on) y en términos generales va reduciéndose progresivamente en virtud de la pluralización. Aquí en cambio se pluralizan ciertos nombres, pero surgen otros mu­ chos: ahora bien, con la mayor frecuencia son a su vez pluralizados. . Todos estos nombres están, en principio, fuera del número, aunque la exis­ tencia de éste los haga potencialmente numéricos, lo que se traduce en la crea­ ción de oposiciones de este tipo. Hay que añadir otras formas que están en realidad fuera del número aunque se trate de palabras englobadas en una opo­

El número

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sición: son los casos de neutralización de que hemos de hablar y los de creación de colectivos anuméricos a que acabamos de referirnos y sobre los que hemos de volver. 3.

E l « p l u r a l e t a n t u m » y su s v a r i a n t e s

Aquí el material que podemos manejar es más abundante, por la frecuencia mayor de este uso y también, quizá, porque ha sido más exhaustivamente reco­ gido. Hay que aplicar las observaciones generales que hemos adelantado. De un lado, siempre cabe que un «plurale tantum» puro dejara de serlo si tuviéra­ mos más datos a nuestra disposición. De otro, es frecuente la creación al lado de estos plurales de un sg.: ya desde la misma fecha del pl., pero con baja frecuencia o uso especial (poético, sentido concreto), ya en fecha posterior. No hay límites claros con el caso del «singulare tantum» al cual se le ha creado un plural; ni con el de la oposición singular/plural. Los grupos semánticos en los que se da el «plurale tantum» coinciden en parte con los arriba enunciados, aunque a veces con diferencia de frecuencia. Otras veces no: hay que excluir grupos en que evidentemente el plural era im­ posible y añadir otros en que es característico (a veces con singulares secunda­ rios), así los nombres gentilicios y los de grupos humanos, los de fiestas, etc. Hay una diferencia capital, sin embargo, respecto al «singulare tantum». Mientras que decimos que éste es, en tanto no se crea a su lado un plural, una forma anumérica, el «plurale tantum» es desde el comienzo numérico, como forma caracterizada o marcada que es. Habitualmente se trata de un no numerativo discontinuo, junto al cual puede crearse un singular continuo. Pero otras veces el pl. puede interpretarse también como numerativo. A partir de este numerativo o de la concretización del discontinuo, se crearon finalmen­ te singulares numerativos. Este juego de las dos subcategorías del número se verá más detalladamente en el estudio de las oposiciones numéricas. Así pues, en términos generales ios «pluralia tantum» que siguen deben interpretarse como referidos a una unidad internamente fragmentada en partes o en unidades: la interpretación como «de masa» o «colectivo» es cambiante, una y otra pueden referirse también al plural de los abstractos «pluralia tan­ tum» (como al de los arriba estudiados, secundariamente pluralizados). Otro punto que hay que tocar, todavía, antes de dar una relación de ejem­ plos con algunos comentarios, es que muy frecuentemente estos «pluralia tan­ tum» son neutros en -ä. También son plurales de este tipo, no numerativos discontinuos, algunos que se oponen a un sg. neutro o incluso, como hemos anticipado, a uno mase, o fem. En el curso de la evolución histórica, efectiva­ mente, los temas en -à dieron, de una parte, singulares (muchos de ellos, no todos, abstractos o colectivos) y de otra plurales neutros de este tipo. Pero hay que observar que no todos los neutros en -
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