2.2. La Crisis de 1808 y La Guerra de In Depend en CIA

September 9, 2017 | Author: FÉLIX GONZÁLEZ CHICOTE | Category: Peninsular War, Napoleon, Spain, France, Guerrilla Warfare
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2.2. LA CRISIS DE 1808 Y LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.

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2.2.1. Crisis dinástica: Proceso de El Escorial y motín de Aranjuez. * El proceso de El Escorial (1807). Además de la grave crisis económica, otras tensiones políticas agitaban los círculos de poder contribuyendo a acelerar el desprestigio y la descomposición de la monarquía hispana. El ambiente en la Corte era caótico, ya que se producían continuas intrigas contra Carlos IV y contra su hombre de confianza, Godoy. Los importantes enemigos que Godoy poseía entre la nobleza y el clero supieron aprovechar la impopularidad del favorito del rey para buscar y encontrar el respaldo del mismo heredero del trono, el príncipe Fernando, que también detestaba a Manuel de Godoy. De este modo, el hijo del monarca participó en las conspiraciones para derribar a Godoy y destronar a su padre. El primer intento tuvo lugar en El Escorial, en 1807, pero el complot fue descubierto y el príncipe de Asturias fue arrestado y obligado a confesar el nombre de sus cómplices (todos ellos miembros de la alta aristocracia) para obtener el perdón de su padre, el enjuiciamiento y posterior disculpa se conoce como el proceso de El Escorial. Don Fernando de Borbón, Príncipe de Asturias, pide perdón a Carlos IV, su padre. Señor: Papá mío: he delinquido, he faltado a V.M. como rey y como padre; pero me arrepiento y ofrezco a V.M. la obediencia más humilde. Nada debía hacer sin noticia de V.M; pero fui sorprendido. He delatado a los culpables, y pido a V.M. me perdone por haberle mentido la otra noche, permitiendo besar sus reales pies a su reconocido hijo. Fernando. San Lorenzo, 5 de noviembre de 1807. * El motín de Aranjuez. El siguiente intento se sitúa en el motín de Aranjuez la noche del 17 de marzo, esta vez adobado con una proyección popular. El origen, objetivos y personajes principales eran los mismos, a los que se añade ahora el descontento popular por la mayor actividad de las tropas francesas que ya revelan una estrategia de ocupación. Una proclama de Carlos IV de 16 de marzo, con el fin de tranquilizar los ánimos, insistía en la actitud amistosa de los franceses y desmentía el presunto viaje de la familia real a Andalucía para embarcarse hacia América. Detrás de Aranjuez vuelven a situarse la camarilla de Fernando y oficiales del ejército. La novedad reside en un nuevo actor en escena: el pueblo, cuyo descontento es canalizado e instrumentalizado contra Godoy. Y esta vez, el éxito fue concluyente: además de la sustitución del valido, el 19 de marzo Carlos IV renunciaba a la Corona a favor del príncipe. El proceso de El Escorial y el motín de Aranjuez, dos episodios de la misma trama, son una revuelta de privilegiados frente al poder de Godoy quien se había ganado tan poderosos enemigos por su dominio personal del poder real de Carlos IV, la grave crisis económica y también por algunas de sus reformas internas: desamortización de las tierras de la Iglesia y reducción del poder de la Inquisición, dos medidas que perjudicaban directamente a los dos grandes poderes fácticos: la nobleza y el clero.

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2.2.2. Los nuevos planes de Napoleón: ocupación y abdicaciones de Bayona. En todo el entramado anterior debemos tener en cuenta un tercer elemento: tras la firma del tratado de Fontainebleau, el 29 de octubre de 1807, un ejército francés atravesará el territorio español rumbo a Portugal, objetivo del tratado, sin embargo, la debilidad de la monarquía provoca un cambio de actitud en Napoleón, que se plantea la idea de conquistar la península. El asentamiento de tropas y la penetración hacia Madrid de los ejércitos franceses según lo pactado en Fontainebleau es en buena medida causa del motín de Aranjuez ya que Godoy consciente del posible cambio de actitud de Napoleón pretende “mudar de asiento a país seguro” a la monarquía, lo que provoca el motín, su destitución y la abdicación de Carlos IV. “La expedición a España deriva de una serie de consideraciones entre las que se encuentran mezcladas la debilidad militar del estado vecino, la complacencia de los soberanos españoles, la presión de los fabricantes franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses de Portugal, la enemistad del Emperador hacia la dinastía de los Borbones, los imperativos de una estrategia política para el conjunto del Mediterráneo” Aymés, La guerra de Independencia. Napoleón se encuentra con la siguiente situación: aliado de una Monarquía en proceso de descomposición va a jugar al divide y vencerás, requerido como árbitro de sus disputas por Fernando y Carlos IV juega a dos bandas, en primer lugar, extiende sus ejércitos por la península, en segundo término da órdenes al embajador francés Beauharnais para no reconocer formalmente a Fernando VII y, por último, ordena al general Monthion entrevistarse con Carlos IV y conseguir del viejo rey una formal retractación de su renuncia al trono. Veamos algunos comportamientos. Fernando VII. “La necesidad de contar con el apoyo externo, es decir, la protección y el reconocimiento de Napoleón Bonaparte, era evidente dado el prestigio y poder del emperador. Por ello, Fernando VII le comunicó inmediatamente por carta su elevación al trono tras las abdicaciones de su padre y nombró una embajada para que confirmaran que “lejos de variar en lo más mínimo el sistema político respeto a la Francia, procuraré por todos los medios posibles estrechar más y más los vínculos de amistad y alianza que felizmente subsisten entre la España y el imperio francés”. Como es lógico, también se intentó tranquilizar a los súbditos, mandando al Consejo de Castilla que procurase persuadir a las población de que las tropas francesas venían “como amigos y con objetos útiles al rey y a la nación”. Martínez Velasco, A, Historia de España. Madrid, Salvat, 2006. Carlos IV “Señor mi hermano: V.M. sabrá sin duda con pena los sucesos de Aranjuez y sus resultas, y no verá con indiferencia a un rey que, forzado a renunciar a su corona, acude a ponerse en los brazos de un gran monarca, aliado suyo, subordinándose totalmente a la disposición del único que puede darle su felicidad, la de toda su familia y de sus fieles vasallos. Yo no he renunciado a favor de mi hijo sino por la fuerza de las circunstancias cuando el estruendo de las armas y los clamores de una guardia sublevada me hacían conocer bastante la necesidad de escoger la vida o la muerte, pues esta última se hubiera seguido después de la de la reina. Yo fui forzado a renunciar, pero asegurado con plena confianza en la magnanimidad y el genio del gran hombre que siempre ha mostrado ser amigo mío, yo he tomado la resolución de conformarme con todo lo que este gran hombre quiera disponer de nosotros y de mi suerte, la de la Reina y la del príncipe de la Paz. Dirijo a V.M. una protesta contra los sucesos de Aranjuez, y contra mi abdicación. Me entrego y enteramente confío en el corazón y amistad de V.M. con lo cual ruego a Dios que os conserve en su santa y digna guardia. De V.M.I y R. su afecto hermano y amigo Carlos. . Mientras tanto, el nuevo rey Fernando entró en Madrid cuando la capital se encontraba ocupada por el ejército de Murat, por lo que tanto él mismo como su depuesto padre eran realmente rehenes del

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ejército francés. Durante algunas semanas todos sus esfuerzos se encaminaron a lograr el apoyo de Napoleón, aceptando incluso reunirse con él en dos entrevistas, en Burgos y Vitoria, a las cuales hábilmente no se presentó el emperador. Por fin, Fernando VII recibió la orden de encaminarse a Bayona, adonde llegó el día 20 de abril. Napoleón también había convocado allí a Carlos IV. En la ciudad vasco-francesa tuvieron lugar las tristemente célebres abdicaciones de Bayona. Desde el primer día Napoleón comprobó la mediocridad de sus interlocutores, que llegaron a insultarse entre sí en presencia del Emperador. Cuando se conocieron el Bayona los sucesos del 2 de mayo en Madrid, Napoleón aumento su presión hasta conseguir, el día 7, la renuncia de Fernando en beneficio de sus padres y la de éstos en la Casa Bonaparte, en concreto en su hermano José. Las únicas condiciones que consiguió incluir Carlos IV en su renuncia fueron la de la unidad de los dominios cedidos al Emperador y la exclusividad de la religión católica; a cambio, obtuvo varios castillos en Francia y una gigantesca renta de 30 millones de reales, una cifra desproporcionada que equivalía a vender literalmente el reino. Tampoco Fernando quedaba mal parado, y el que para los españoles se convirtió en un rey secuestrado, el Deseado, inicio en el castillo de Valençay un exilio dorado. Napoleón decidió entonces nombrar Rey de España a su hermano José, a la sazón Rey de Nápoles. Pero para entonces la guerra ya había estallado.

Fernando VII retorna la corona a su padre Carlos IV Mi venerado padre y señor: Para dar a Vuestra Majestad una prueba de mi amor, de mi obediencia y sumisión, y para acceder a los deseos que Vuestra Majestad me ha manifestado reiteradas veces, renuncio a mi corona a favor de Vuestra Majestad, deseando que Vuestra Majestad pueda gozarla por muchos años. Carlos IV abdica en Napoleón Bonaparte. He tenido a bien dar a mis amados vasallos la última prueba de mi paternal amor. Su felicidad, la tranquilidad, prosperidad, conservación e integridad de los dominios que la divina providencia tenía puestos bajo mi Gobierno, han sido durante mi reinado los únicos objetos de mis constantes desvelos. Cuantas providencias y medidas se han tomado desde mi exaltación al trono de mis augustos mayores, todas se han dirigido a tan justo fin, y no han podido dirigirse a otro. Hoy, en las extraordinarias circunstancias en que se me ha puesto y me veo, mi conciencia, mi honor y el buen nombre que debo dejar a la posteridad, exigen imperiosamente de mí que el último acto de mi Soberanía únicamente se encamine al expresado fin, a saber, a la tranquilidad, prosperidad, seguridad e integridad de la monarquía de cuyo trono me separo, a la mayor felicidad de mis vasallos de ambos hemisferios (…)

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Así pues, por un tratado firmado y ratificado, he cedido a mi aliado y caro amigo el Emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias; habiendo pactado que la corona de las Españas e Indias ha de ser siempre independiente e íntegra, cual ha sido y estado bajo mi soberanía, y también que nuestra sagrada religión ha de ser no solamente la dominante en España, sino también la única que ha de observarse en todos los dominios de esta monarquía. Tendréislo entendido y así lo comunicaréis a los demás consejos, a los tribunales del reino, jefes de las provincias tanto militares como civiles y eclesiásticas, y a todas las justicias de mis pueblos, a fin de que este último acto de mi soberanía sea notorio a todos en mis dominios de España e Indias, y de que conmováis y concurran a que se lleven a debido efecto las disposiciones de mi caro amigo el emperador Napoleón, dirigidas a conservar la paz, amistad y unión entre Francia y España, evitando desórdenes y movimientos populares, cuyos efectos son siempre el estrago, la desolación de las familias, y la ruina de todos. Dado en Bayona en el palacio imperial llamado del Gobierno a 8 de mayo de 1808. Yo el Rey. Al Gobernador interino de mi consejo de Castilla. Gazeta de Madrid, viernes 20 de mayo de 1808 Napoleón dueño de la corona de España Napoleón, Emperador de los franceses. A todos los que las presentes vieren, salud. Españoles: después de una larga agonía vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males y voy a remediarlos. Vuestra grandeza y vuestro poder son parte del mío. Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos a la corona de las Españas; yo no quiero reinar en vuestras provincias; pero sí quiero adquirir derechos eternos de amor y al reconocimiento de vuestra propiedad. Vuestra monarquía es vieja, mi misión se dirige a renovarla; mejoraré vuestras instituciones y os haré gozar de los beneficios de una reforma sin que experimentéis quebrantos, desórdenes y convulsiones (…) Entonces depondré todos mis derechos y colocaré yo mismo vuestra gloriosa corona en la sienes de otro, asegurándoos una constitución que concilie la santa y saludable autoridad del Soberano con las libertades y privilegios del pueblo. Españoles: acordaos de lo que han sido vuestros padres, y mirad a lo que habéis llegado. No es vuestra la culpa, sino del mal gobierno que os regía. Yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos y que exclamen: es el regenerador de nuestra patria. Bayona, 25 de mayo de 1808

2.2.3. La Guerra de la Independencia. La marcha hacia Bayona de la familia real dejó tras de sí un vacío de poder justamente cuando se presentaban unas circunstancias excepcionales, con el ejército de Murat ocupando realmente Madrid. Esta situación tendrá una importancia decisiva, porque colocó a los españoles, y muy especialmente a las elites dirigentes, ante la alternativa de acatar la legalidad -la Junta de Gobierno que dejó Fernando VII antes de dirigirse a Bayona colaboraba con las tropas francesas de Murat-, o atender al mandato de la propia conciencia. El pueblo abrazó la causa de Fernando VII, a quien llamó el Deseado, y el vacío de poder fue cubierto por instancias inferiores -el alcalde de Móstoles, Andrés Torrejón, por ejemplo- ante la pasividad o colaboración con el invasor que se observaba en la Junta de Gobierno y en las elites de la nación, declaró la guerra a Francia. * El 2 de mayo y el nacimiento de las Juntas: El pueblo en armas. El levantamiento popular se inicia en Madrid el 2 de mayo de 1808, al manifestarse el pueblo madrileño en contra de la salida del infante Francisco de Paula para Bayona, y reprimir violentamente los franceses, bajo las órdenes de Murat a la muchedumbre. Treinta mil soldados franceses, acantonados en las afueras de la capital, se lanzaron en un momento sobre la población. La puerta del sol –cuyas escenas

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con plástica violencia recoge Goya- y el parque de Artillería de Monteleón se convirtieron en los centros de resistencia popular. En el levantamiento confluyeron el descontento el descontento por la presencia molesta de los soldados extranjeros, la experiencia del movimiento de masas que ha supuesto el motín de Aranjuez, las noticias vergonzosas que llegan de Bayona, y posiblemente, la previsión de algunos oficiales de artillería que desde los días anteriores han esperado la posibilidad de tal acantonamiento. El heroísmo del pueblo de Madrid, con las innumerables víctimas del día 2 y los fusilamientos de la noche del 2 al 3, constituye la nota relevante pero no debe inclinarnos a descuidar otras. La Junta de Gobierno y el Consejo de Castilla actuaron de forma no precisamente patriótica. El Consejo a requerimiento de Murat, prohibió en una proclama que se maltratase a los franceses. El ejército español permaneció acuartelado. Solo apoyan al pueblo los oficiales artilleros, capitanes Daoiz y Velarde, teniente Ruiz, mientras los militares de graduación superior se mantienen al margen. El pueblo actuó de forma desorganizada, durante horas por medio de combatientes aislados, lo cual provocó una más cruel violencia francesa, en la que se asesinó y saqueo a ciegas. La represión fue sangrienta. El bando de Murat prevé el fusilamiento de los que han sido presos con armas en la mano y de lo que publiquen libelos sediciosos. La repercusión de los sucesos madrileños es inmediata. Al día siguiente el alcalde de Móstoles declara la guerra a Napoleón. En Asturias, Valladolid, Sevilla, Valencia y otras poblaciones, a lo largo del mes de mayo surgen juntas de resistencia. Es un proceso de gran interés. En todas partes el levantamiento antifrancés es de origen popular, y a su frente se ponen órganos de gobierno y personalidades nuevas que reciben su autoridad del consenso popular. El protagonismo del pueblo y su calidad de depositario último de la soberanía se hacen evidentes. El año 1808 refleja fenómenos de transformación sociopolítica tan profundos en España como los del año 1789 en Francia. Las juntas ciudadanas, las juntas provinciales y la creación de la Junta Central, tras la batalla de Bailén representaban en sí mismas la ruptura con la situación existente antes del 2 de mayo, al mismo tiempo que expresaban de hecho la realidad de la soberanía popular. * Fases de la guerra: Los seis años de guerra podrían dividirse en tres fases: el levantamiento de 1808 que frusta el intento de ocupación; el predominio francés (otoño 1808-verano de 1812), que se inicia con la venida de Napoleón, y que convierte a Portugal en clave de las operaciones a partir de 1809; y la retirada francesa (1812-1814), sobre la que incide el debilitamiento del cuerpo expedicionario en la Península al producirse la invasión de Rusia por la Grande Armée. I. La primera fase (junio-noviembre de 1808). La primera de ellas, o de los éxitos iniciales españoles, tiene lugar entre los meses de junio y noviembre del año 1808, tras el fracaso del levantamiento de Madrid. En este período los soldados franceses se emplearon en sofocar los alzamientos urbanos que se habían extendido por las ciudades más importantes del país. En el mes de junio tuvo lugar el primer sitio de Zaragoza, cuya posesión era fundamental para controlar la importante vía de comunicación del valle del Ebro. La ciudad aragonesa resistió heroicamente bajo el mando del general Palafox, frustrándose de momento los planes franceses. El hecho más destacado de esta primera fase de la guerra fue, no obstante, la batalla de Bailén, donde un ejército francés dirigido por el general Dupont fue derrotado el 19 de julio por un ejército español improvisado por algunas juntas provinciales de Andalucía, y de manera destacada por la de Sevilla, comandado por el general Castaños. La derrota de Bailén tuvo una doble repercusión: estratégica y propagandística. Por primera vez era derrotado un ejército napoleónico en campo abierto, haciéndole 19.000 prisioneros, gran parte de los cuales en torno a 14.000- fueron confinados en la isla de Cabrera, donde perecieron de hambre y de sed.

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II. La segunda fase: el apogeo francés (Noviembre de 1808-primavera de 1812). Esta segunda fase, de excepcional importancia dentro de la estrategia global de Napoleón, viene determinada por la reacción francesa ante la derrota de Bailén y por las consecuencias que de ello se derivaron. El emperador francés había subestimado en principio la capacidad de resistencia española, debió cambiar sus ideas al respecto, hasta el punto de concertar nuevamente una entrevista con el Zar de Rusia, para garantizarse la seguridad en Centroeuropa y de esta manera poder concentrar sus esfuerzos en la recuperación de la península Ibérica. A tal efecto el Emperador organizó la Grande Armée, un poderoso ejército de 250.000 soldados bien entrenados y dirigidos por el propio Napoleón. El día 10 de noviembre cayó la ciudad Burgos, que fue sometida a un terrible saqueo, seguido de la derrota del ejército de Blake en Espinosa de los Monteros, y del vencedor de Bailén, Castaños, en Tudela. El hecho de armas más importante fue, no obstante, la toma de Madrid, tras arrollar la caballería polaca la tenaz resistencia ofrecida por los españoles en el puerto de Somosierra. En el otro extremo peninsular, Zaragoza, punto clave en las comunicaciones con Francia, sufrió el segundo sitio, más devastador que el primero, cayendo en poder de los franceses cuando era prácticamente un montón de ruinas. Sólo Cádiz quedó libre de la ocupación, de lo que se derivaron unas consecuencias trascendentales para la historia de España: la elaboración de la primera constitución española. Lo más decisivo en esta fase de la guerra fueron las innovaciones estratégicas introducidas por los españoles, la guerra de desgaste, cuya práctica operativa se traducía en la guerra de guerrillas, expresión máxima de la guerra popular -el pueblo en armas- y auténtica pesadilla del ejército francés.

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* El papel de las guerrillas. Las guerrillas representan un elemento nuevo en las guerras contemporáneas, porque nueva era también la manera de hacer la guerra, a partir del siglo XIX, frente a las naciones más poderosas. A partir de la Revolución Francesa, los protagonistas de los enfrentamientos eran los grandes ejércitos nacionales y no los pequeños ejércitos mercenarios del Antiguo Régimen. La guerra total, que alcanzará su máxima expresión en la Segunda Guerra Mundial, ya manifestaba a principios del siglo XIX muchas de las características que la harían particularmente inhumana y devastadora. Ante la potencia de los grandes ejércitos nacionales, la guerra de guerrillas era la mejor manera de oponerles alguna acción con garantías de éxito. Era, sin ninguna duda, un procedimiento penoso, pero barato y eficaz a la hora de enfrentarse a un gran ejército, invencible si se utilizaban contra él las tácticas convencionales. De la crueldad de la Guerra de la Independencia hablan sobradamente la serie de grabados de Goya denominada los Desastres de la guerra. El principio acción-represión-acción induce aquí un proceso realimentado que contribuye a la expansión de las simpatías hacia el movimiento guerrillero y al incremento de sus efectivos. La guerra de guerrillas representa, no obstante, un inconveniente para ambas partes, y es que ninguna puede derrotar a la otra, excepto en un caso: que la guerrilla, tras debilitar o inmovilizar a un ejército muy superior, cuente con la ayuda de otro ejército convencional que rompa a su favor el impasse estratégico. Y éste fue exactamente el papel desempeñado por el ejército expedicionario británico del general Wellington. III. La tercera y la última fase de la guerra (Primavera de 1812-agosto de 1813). La tercera y última fase de la guerra se inició en la primavera de 1812, cuando Napoleón se vio obligado a retirar de España una parte muy importante de sus tropas para engrosar la Grande Armée que se preparaba para la invasión de Rusia.

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Los ejércitos angloespañoles aprovecharon esta circunstancia para intensificar su ofensiva, que culminó con la victoria de los Arapiles (Salamanca) el 22 de julio de 1812. Este triunfo militar fue el que marcó el principio del fin del poderío francés en la Península. El desastre de la Grande Armée en Rusia, donde pereció de frío la mayor parte de los soldados franceses, decidió también la suerte de Napoleón en la península Ibérica. Las tropas francesas, que temían quedar encerradas en España, iniciaron el repliegue hacia el norte, que ya venía precedido por el del mariscal Soult al levantar el cerco de Cádiz y retirarse de Andalucía. En su repliegue hacia Francia las tropas francesas llegaron a las cercanías de Vitoria, donde sufrieron otra gran derrota. Con las batallas de Irún y San Marcial (31 de agosto de 1813) se completó el acoso y la derrota del ejército francés, iniciándose a partir de ahí su persecución a través de tierras francesas, llegando las tropas españolas hasta la ciudad de Bayona. La guerra peninsular había terminado. El 11 de diciembre de ese mismo año, asediado en su propio territorio, Napoleón firmaba el Tratado de Valençay, por el que restituía la Corona de España a Fernando VII. * Balances de la guerra: Del análisis de la guerra que se inicia en 1808 en España se pueden deducir una serie de notas: a) El carácter nacional de la resistencia. Es el “pueblo en armas” en defensa de la patria, en la lucha contra un enemigo que ha invadido su suelo. Los dirigentes son hombres del pueblo, o soldados de graduación inferior, capitanes, tenientes. Es un movimiento espontáneo, sin organización previa, que se produce en muchas partes por decisiones locales. Al principio faltó totalmente la coordinación de los puntos de sublevación. b) De su dimensión popular deriva su carácter de guerra irregular. La guerrilla y los pequeños cuerpos del ejército, con un sistema de asedio incesante, resultan más decisivos que los grandes cuerpos de ejército y las batallas en regla. c) Las autoridades españolas supremas (Junta de Gobierno que designa Fernando VII antes de su salida de España, el Consejo de Castilla) no se suman al levantamiento. Los capitanes generales y las Audiencias de las provincias no ocupadas por los franceses intentan ponerse a la cabeza con una doble preocupación: recabar la soberanía vacante por la marcha del rey y frenar las inclinaciones revolucionarias del pueblo. Esta actitud recelosa provoca su desplazamiento por nuevos órganos de base popular: Juntas locales y provinciales de resistencia, que se resistirán a ser absorbidas cuando se forme una Junta Central en Aranjuez, más tarde instalada en Sevilla. La guerra del pueblo despierta la conciencia de soberanía del pueblo; no se trata solamente de una guerra sino también de una revolución. El título de la obra de Toreno, Historia del alzamiento, guerra y revolución de España resume bien este doble carácter. d) De la colocación de los cuerpos de ejército francés y de la importancia de sus efectivos (más de 110.000) hombres) se deduce su propósito de ocupación de España y no de simple paso para la conquista de Portugal. Su movilidad, según la estrategia napoleónica, era mayor que la de cualquier ejército europeo. Frente a la estrategia defensiva de ingleses y españoles sus propósitos ofensivos les proporcionarán ventajas en algunos momentos. Para evitar los aprovisionamientos a larga distancia trataron de vivir sobre el país; los esfuerzos de guerrilleros y ejércitos españoles se centraron en impedirlo. e) Valor militar de las circunstancias geográficas. La derrota francesa se explica en primer lugar por la dimensión de guerra popular, pero no menos por las características geográficas de la península. La orografía accidentada limitaba las posibilidades de desplazamientos y comunicaciones de los ejércitos franceses, la dilatada extensión de las costas se convirtió en un problema insoluble para una potencia que no disponía de una escuadra similar a sus fuerzas terrestres. Aquí radicó la superioridad de la ayuda inglesa. Los franceses estuvieron constantemente preocupados por el control de tres puertos: Barcelona, Lisboa y Cádiz. Consiguieron el control del primero, sólo precaria y ocasionalmente del segundo, y nunca del tercero. En un país que es montaña y mar, los guerrilleros se convirtieron en señores de la montaña mientras los ingleses dominaban el mar, la situación logística de los franceses no pudo ser más incómoda. Las consecuencias a destacar de la guerra son las siguientes:

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→ Humanas. La guerra de la Independencia fue muy cruenta, con más de 500.000 muertos. Supone una cifra considerable si tenemos en cuenta que el total de habitantes era de 11 millones en 1807. → Materiales. El conflicto supuso la destrucción de gran número de pueblos y ciudades y de una importante cantidad del valioso patrimonio artístico español. → Económicas. El país quedó arruinado tras la guerra, la crisis de la industria textil catalana, las numerosas fábricas destruidas y la ruptura del mercado colonial fueron algunos de los quebrantos para el sistema económico, sin embargo el mayor fue la definitiva quiebra de la Hacienda pública con el vertiginoso aumento de los gastos durante la guerra. → Territoriales. El desgobierno español durante los primeros años de siglo fue aprovechado por las colonias americanas para iniciar su proceso de independencia de España. Imágenes de una guerra:

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2.2.4. El gobierno de José I. Aunque por el origen de su nombramiento resultaba inadmisible para los españoles el reconocimiento de José I como rey, los órganos de resistencia insistían como presupuesto primero en la declaración de Fernando VII como único y legítimo soberano de España, el príncipe francés asumió sus responsabilidades con un programa de modernización del país que pretendía entroncar con las reformas de Carlos III, interrumpidas durante la gestión de Carlos IV. Su primer gabinete (Ceballos, Urquijo, O´Farril, Cabarrús) está constituido por los mismos ministros que había designado Fernando VII al asumir la corona tras el motín de Aranjuez, con lo que parece mostrar un cierto deseo de continuidad, y por añadidura sugiere que sus colaboradores no creen actuar en contra de los intereses nacionales, sino mantenerse en el ejercicio de la función gubernamental, al servicio de su patria. Pero el programa de reformas josefino es de corte dieciochesco, se mueve en la escala de valores y realizaciones del Despotismo Ilustrado y queda claramente corto en comparación con los programas de renovación del país que abundan en la España de la resistencia. ESTATUTO DE BAYONA El texto legal fundamental de la España josefina es el Estatuto o Constitución de Bayona (6 de julio de 1808), en cuya redacción intervienen, coaccionados, los más ilustres afrancesados; refleja bien, por tanto, la ideología de José I y, en menor grado, la de sus colaboradores españoles. De su análisis se desprenden con evidencia inmediata las limitadas aspiraciones de los reformistas josefinos, aunque algún historiador haya pretendido equipararlos a los planteamientos revolucionarios de las Cortes de Cádiz. Veamos algunos puntos: - El Estatuto de Bayona se formula como concesión regia: “Hemos decretado y decretamos la presente Constitución”, dice su preámbulo y anticipa la figura constitucional de la Carta otorgada, en la que el soberano desprendidamente enajena una parte de la autoridad; en la Constitución gaditana se enuncia el principio de la asunción de la soberanía por el pueblo, representado por las Cortes. - Las Cortes de Bayona son de representación estamental; sus miembros representaban la clero, la nobleza o el pueblo (tercer estado), lo que les aleja de la idea de representación nacional de los diputados de Cádiz. Son dos concepciones diferentes de la soberanía: estamental y clasista. - La confusión de poderes en la figura del rey y la imprecisión de ciertas garantías individuales tímidamente formuladas (artículos 41 a 43) para los ciudadanos señalan otros contrastes del texto de Bayona con el de Cádiz, en que se separan los poderes y se garantizan los “derechos legítimos de todos los individuos”. Reforma limitada, pero en fin de cuentas, reforma; la simple existencia de un documento constitucional representa ya un paso adelante en la estructuración de una sociedad política más moderna, y en su articulado se recogen innovaciones tan importantes como la inviolabilidad de domicilio, la abolición del tormento y la supresión de las aduanas interiores. LOS AFRANCESADOS. Había que dirigir la guerra, organizar la administración y restablecer la situación financiera. Con José I colaboraron los llamados afrancesados, españoles que apoyaron el gobierno invasor, desde entonces surgen el dilema ¿Son los afrancesados unos traidores a su patria o unos reformistas que desean modernizar el país, aprovechando el cambio de dinastía? Para Artola, el mejor conocedor del tema se trata de reformistas que conscientes de la crisis del país pretenden conservar la integridad nacional, la independencia económica y modernizar las estructuras del Estado siguiendo el modelo francés postrevolucionario. El fracaso de estas aspiraciones les supondría, al final de la guerra, su exilio y el de sus familia. TEXTO: EL ESTATUTO DE BAYONA.

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