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LA TEOLOGÍA COMO JUEGO
LA TEOLOGÍA COMO JUEGO por RUBEM RUBEM ALVES
Ediciones La Aurora
Producción editorial: TIERRA NUEVA Diseño de tapa: Roberto Claverie
PRÓLOGO
• 1982 ASOCIACIÓN EDICIONES LA AURORA
ISBN: 980-051-001-4 Impreso en Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley Es una primera edición de 2.000 ejemplares
La teología concebida como un juego de abalorios: tal es la propuesta de Alves en este libro, producto de sus conferencias en las Cátedras Carnahan, dictadas en el Instituto Superior de Estudios Teológicos (ISEDET) de Buenos Aires, en 1981. Para el teólogo, para el creyente, para la comunidad de la fe, Dios habla. Y de su voz nacen cosas que antes no existían y otras que parecían existir son reducidas a la nada. El teólogo hace permanentemente un riesgoso juego de palabras en el mundo de la omnipotencia del amor. El amor de Dios hacia los hombres, que no está puesto en dudas y el amor de los hombres entre sí, que siempre está puesto en dudas. El teólogo sabe que detrás del lenguaje — y para que éste tenga eficacia — , debe existir una comunidad de hombres y de mujeres orientada hacia una praxis de liberación. De lo contrario, el juego de abalorios sería inútil. Si bien en este libro Alves pone énfasis en la teología como juego, en su afán de descubrir la magia oculta en ese quehacer de la inteligencia humana, no ignora lo que no menciona o lo que solamente alude: la fuerza de la realidad concreta que vivimos todos los días. La misma en la cual muy a menudo nos encontramos encontramos con cuerpos de los sacrificados. Teología y filosofía; arte e historia; psicología y sociología; leyendas populares y cuentos cuentos infantiles, entrelazan entrelazan sus manos nerviosas y cálidas a través de la prosa poética — por momentos juego juego y magia — , de un Rubem Alves muy distinto de su Religión, ¿opio o instrumento de liberación? (Ed. Tierra Nueva, 1974). Así la teología se nutre de la visión del amor redentor de Dios, mientras construye sus juegos de palabras con cuanto pueda aportarle el universo de las ciencias y de los conocimientos humanos. Juegos de palabras que, como los juegos de los niños, serán tanto más reveladores reveladores cuanto más libres sean. Porque así como la libertad nos permite los sueños y las fantasías: las utopías y la visión de mundos nuevos, así también nos descubre las culpas, las impotencias y las debilidades humanas. Nuevamente aparecen los cuerpos de los sacrificados. Como dice el autor, "de las entrañas de los sacrificados surge este juego de las cuentas de vidrio que llamamos teología. Palabras, nada más que palabras. Pero las palabras son ayes, suspiros, profecías. Y con ellas se construyen mundos …”. Los Editores 2
PRESENTACIÓN El aniversario de los treinta años de las Conferencias Carnahan se cumplió en 1981. Los profesores y estudiantes de la comunidad teológica del Gran Buenos Aires, pastores y sacerdotes de nuestras iglesias, un número significativo de laicos interesados en temas teológicos y algunas personas del exterior que se reunieron durante una semana del mes de setiembre con motivo de esas conferencias, tenían conciencia de estar participando en una tradición viva, la cual es a la vez uno de los acontecimientos más esperados del año lectivo del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (I.S.E.D.E.T.). Esta tradición se remonta a 1951 cuando Harold A. Bosley dictó una serie de seis conferencias intitulada La Iglesia Militante. En esa ocasión, seguramente consciente del riesgo de proyectarse hacia un futuro en muchos sentidos incierto, el pastor Bosley se animó a predecir que las Conferencias de 1951 serían el comienzo de una larga y fructífera práctica dentro del contexto de la educación teológica:
Uno de los motivos más importantes para haberle extendido al Dr. Alves la invitación para ser conferencista en 1981 fue que la comunidad entera conocía algunos de sus artículos o libros, sobre todo Cristianismo, ¿opio o liberación?, Hijos del Mañana, Protestantismo e Repressao. Sólo algunos miembros de la comunidad lo conocían personalmente, sin embargo, y sabían la importancia de la persona y presencia del Dr. Alves para su forma directa y personal de comunicación. comunicación. Su creatividad, y hasta algo de su espontaneidad y el juego de su lenguaje e imágenes, están presentes en estas páginas de tal forma que justifican ampliamente ampliamente la publicación de estas conferencias. Este libro representa nuestra forma de compartir, aunque parcialmente, una experiencia muy grata y desafiante que condujo a un diálogo que cuestionó y dejó cuestionar muchos presupuestos teológicos. Esperamos que la experiencia sea tan rica para el lector, y una señal que, después de 30 años, las Conferencias Carnahan siguen justificando las expectativas del primer conferencista. Lee Brummel Rector del I.S.E.D.E.T.
El honor de dar la primera serie de las Conferencias Carnahan es tan abrumador como insigne. Porque, evidentemente, éstas están llamadas a ser una de las más importantes conferencias periódicas auspiciadas por seminarios y escuelas de teología cristianas en cualquier parte del mundo. Hago esta profecía con plena confianza en que los años venideros han de justificarla. Y será siempre una de las más grandes satisfacciones de mi vida el haber podido estar presente y participar en la iniciación de una empresa tan auspiciosa. Un estudio de los títulos de las Cátedras Carnahan durante el período de 30 años revela, a pesar de cambios de énfasis y moda en la teología, una continuidad sorprendente en las temáticas desarrolladas. Sería difícil a base de los títulos saber que las conferencias sobre "la renovación de la iglesia", "realidad e idolatría en el cristianismo actual", o "las herramientas del reino" se habían dictado de 1952-1954 en vez de ser recientes. Las conferencias hicieron posible que personas del mundo entero vinieran a I.S.E.D.E.T. A modo de ejemplo, y mencionando sólo al último conferencista conferencista de cada país: España, L. Alonso Schökel; Alemania, D, Sölle; Francia, E. Trocmé; Italia, G. Bouchard; Inglaterra, J. A. T. Robinson; Suiza, L. Vischer; Holanda, A. van Leeuwen; Japón, M. Takenaka; Canadá, J. D. Smart; Estados Unidos, P. Lehmann; Uruguay, J. L. Segundo. En 1981 agregamos el nombre de Rubem A, Alvez de Brasil a esta distinguida lista de conferencistas. 3
1 LA TEOLOGÍA COMO "VARIACIONES SOBRE UN TEMA DADO"
¿Mi profesión? Bien... soy teólogo. No, el señor no me oyó bien. No “— ¿Mi soy geólogo. Teólogo. Eso mismo... No es necesario disimular el espanto puesto que yo mismo me espanto, frecuentemente. frecuentemente. Ni esconder la sonrisa. Yo comprendo. Tampoco es necesario pedir disculpas. Sé que su intención fue buena. Preguntó sobre mi profesión sólo para iniciar una conversación. El viaje es largo. Es fácil hablar sobre profesiones. Todo habría andado bien si mi profesión fuese una de las que conoce todo el mundo. Si yo hubiese dicho dentista, médico, mecánico, agente fúnebre, estaríamos ya en medio de una animada charla. De la profesión pasaríamos a la crisis económica, de la crisis económica saltaríamos saltaríamos hacia la política y el mundo sería nuestro . . . ” En otros tiempos la situación habría sido otra. ¿Han advertido ustedes que existen ciertas profesiones que no esperan a que se les haga la pregunta? Son las que toman la iniciativa y andan por el mundo anunciándose. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los médicos, que provocan la admiración de todos por los guardapolvos blancos que usan. O los militares, que se abren camino con el color y el brillo de sus uniformes, botones, condecoraciones... Siempre es así: profesiones respetadas se anuncian por medio de ropas apropiadas. En caso de que les falten éstas, les alcanza con hablar el lenguaje que testimonia, qué universidades frecuentaron y qué instituciones los acogen. Usan el discurso inconfundible inconfundible de los técnicos, técnicos, especialistas, administradores. . . ¡Y pensar pensar que, en otros tiempos, era el latín...! Hubo tiempos en que los teólogos se anunciaban. Su presencia no exigía explicaciones, sólo respeto y admiración. Y los cuellos clericales, los hábitos sacerdotales, el riguroso lenguaje de quienes tienen familiaridad con la erudición, declaraban, con seguridad y tranquilidad, que un teólogo estaba presente. Buenos tiempos aquellos en que los especialistas en los secretos divinos eran reverenciados y honrados... En ese entonces todos sabían que las cosas que realmente importan son aquellas que no se ven: el alma, el infierno, el
cielo, el purgatorio, la Santísima Trinidad, la presencia de Cristo en .la eucaristía. ¿Cómo comparar cosas eternas y cosas efímeras, cosas invisibles y cosas visibles? ¡Qué abismo de dignidad y honra las separa! Claro que existe un lugar para la ciencia de las cosas físicas. Pero, probablemente, habrá de estar más próxima de las habilidades de los cocineros y del arte de los herreros y molineros: cosas para ser usadas para nuestro confort, sin que olvidemos nunca su carácter transitorio. Y era sobre las cosas invisibles y eternas que hablaban los teólogos, cosas que la imaginación artística las volvía visibles en la pintura, en la escultura, en la arquitectura. arquitectura. . . Y los corazones corazones se estremecían estremecían y lloraban, lloraban, sonreían y estallaban de esperanza en las redes lingüísticas que los teólogos tejían. Sucedió que las cosas cambiaron. Progresivamente la imaginación se debilitó. Las personas dejaron de tener visiones. Y si las tenían, trataban de mantenerlas en secreto. Porque si, en el pasado, los visionarios eran candidatos a la santidad, ahora se arriesgan a hacer compañía a los locos. Dios fue progresivamente expulsado del mundo. Con la expansión de la ciencia los cielos se quedaron sin misterios. Quedó, repentinamente, repentinamente, deshabitado. Sin amor, sin odio, sin finalidad alguna... Sólo la belleza glacial, inmóvil, de las fórmulas matemáticas. matemáticas. Dios pasó a ser una hipótesis innecesaria. Prácticamente El no establecía diferencia alguna. Y aquí está la dificultad de los teólogos. Antes hablaban de alguien que establecía toda diferencia y de quien dependía el destino de los hombres. Ahora hablan sobre algo que no establece diferencia alguna. No es de extrañar que, a los ojos de la ciencia, al teólogo se lo encuentre x parecido al alquimista o al astrólogo. A primera vista puede parecer que el problema radique en el hecho de que el teólogo no hace nada más que hablar. ¡Qué diferencia, cuando lo comparamos con médicos, dentistas, mecánicos, agentes fúnebres, soldados, cocineros! Cuando cualquiera cualquiera de estas profesiones entra en acción, las cosas resultan diferentes: operaciones, obturaciones, soldaduras, funerales y sepulturas, desfiles y batallas, tortas y asados: las manos trabajan, sucesos y objetos son producidos. Pero el teólogo habla, sólo habla... Sucede que también abogados, generales, políticos, psicoanalistas y sociólogos son profesionales del hablar, para no mencionar mencionar poetas y literatos. literatos. El hecho es que nadie duda que estas hablas son diferentes. Sí así no fuese los clientes de abogados y psicoanalistas no pagarían sus servicios a precio de oro. ¿Y los generales? ¿Habrá alguien que cuestione .el poder de sus órdenes? Por ellas se abren puertas, se cierran puertas, hacen marchar a los hombres, los hacen esconderse. E incluso los sociólogos sin clientes y s in tropas, son temidos por el poder de su habla, que tiene la extraña capacidad de poner las cosas cabeza abajo, descosiendo las ropas de reyes y sacerdotes, reemplazando la pompa de los uniformes por la vergüenza vergüenza de los vientres prominentes prominentes y las 4
pieles fláccidas, fláccidas, que no raras veces veces les cuesta el ostracismo ostracismo y el desempleo. Esta hablas provocan una diferencia. En cambio, los teólogos dejaron de anunciarse por medio del uniforme y no pueden esconder la dificultad cuando alguien les pregunta sobre su profesión. La Teología habla sobré cosas invisibles: ¿Qué diferencia produce? ¿Quiénes son sus clientes? ¿Quién les paga honorarios? ¿Quién entiende su extraño discurso? ¿Será que nuestra clientela se redujo a unos pocos sobrevivientes sobrevivientes del mundo romántico y mágico de los caballeros andantes, o a aquellos que, temerosos, no osan prestar oídos a la ciencia? Esa es la pregunta que nos formula Bonhöeffer. ¿O pasaremos por fantasmas, asustando a los desprevenidos? Recuerdo un personaje de Camus que se divertía visitando los cafés frecuentados por la élite intelectual de París, sólo para causar escándalo, ¡jugaba de teólogo! Cuando la conversación estaba ya animada dejaba escapar una palabra obscena : “ ¡Gracias a Dios!” o sencillamente: sencillamente: “¡Mi Dios...!”. Y era el pandemonio: “Bien
sabe cómo nuestros ateos de la rueda del bar son tímidos comulgantes. Un momento de espanto seguía al enunciado de esta enormidad, se miraban estupefactos y después estallaba el tumulto; unos huían del bar, otros cacareaban con indignación sin escuchar nada, todos se retorcían en convulsiones, como el diablo en el agua bendita”. (A, Camus, La caída, p. 73). Por eso hubiera sido mucho más fácil si en aquella conversación de viaje yo hubiera dicho: “— ¿Mi ¿Mi profesión? Escrib o historias de hadas para niños” .
Cualquiera me hubiera entendido. Probablemente algunos me habrían amado. ¿Hay cosa más fascinante que hablar sobre gigantes, brujas, princesas adormecidas, madrastras perversas, duendes traviesos, palabras encantadas, príncipes valientes y puros, felicidad hasta el fin de los días? Todo esto es permitido en el el reino de la fantasía. fantasía. Pero, ¿y el teólogo? ¿Acaso su palabra no se construye también con material sacado de la fantasía? ¿Su boca no está ligada a los ojos de la fe? ¿Al sueño? ¿A la visión? “Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra… Y Dios enjugará t odas las lágrimas de sus ojos…
El león comerá paja con el buey, el lobo habitará con el cordero. Las espadas serán transformadas en arados, Las lanzas en tijeras de podar. Y los mansos y pobres heredarán la tierra y verán a Dios . . . ”
¿Alguien puede explicarme la diferencia entre el cuento de hadas que produce ternura ternura y la palabra del teólogo, teólogo, recibida con con desdén? Tal vez la diferencia esté en que los cuentos de hadas son contados para hacer dormir a los niños, mientras que la palabra teológica desea que el hombre despierte y viva. El teólogo habla como quien cree. Pero es esto lo que quedó prohibido: creer. De ahí la vergüenza y el estigma. ¿Cómo es posible que lo tomen en serio? Y lo que es más triste: ¿cómo puede el teólogo tomarse a sí mismo en serio? Es comprensible que se sienta perdido ante sus sólidos interlocutores cuyas profesiones son por todos conocidas: los pies firmemente apoyados en el suelo, la imaginación subordinada a la observación, el deseo del cuerpo controlado por las exigencias de la realidad. De hecho, los teólogos, pájaros de alas quebradas, no pueden competir con ellos. De ahí su silencio, su soledad, las palabras ininteligibles de sus discursos, los ghettos en que se refugian: comportamiento de personas amedrentadas, que se niegan a hablar por saber que, una vez dicha la primera palabra, serán traicionados por ella. Y la palabra dicha quedará mal dita… Pero es posible encontrar salidas por otro lado. Y es así que frecuentemente los vemos concluyendo en decir adiós a su juego, tal como era jugado en el pasado, conformándose con verlo reducido a la condición inferior de un simple dialecto de otro lenguaje más noble, tal como ocurre con el hombre de campo que tiene que olvidar su lenguaje y sucumbir a la música y a la gramática del discurso urbano. Y el teólogo — por derrota o amor, no importa — se se entrega a otros juegos, sea a la sociología, al psicoanálisis o a la política. Entonces, y no sin cierta violencia, él muda sus cosas y palabras desde los espacios de la metafísica y las amontona en las cavernas de la ideología o de la neurosis. ¿Qué se gana con esto? Es muy simple. Nadie hace preguntas acerca de la verdad de los tranquilizantes y los estimulantes. La cuestión de la verdad sucumbe ante las evidencias de su utilidad. ¿Se acuerdan del admirable mundo feliz de Huxley? Allí, bajo el dominio de científicos, tecnócratas y administradores, la felicidad era terapéuticamente distribuida en píldoras. Se comprende así como aun en una sociedad totalmente secularizada y atea se pueda reconocer el valor del opio, sea bajo la forma de compuestos químicos, sea bajo la forma de ilusiones religiosas. Y si los sacerdotes de un orden establecido prefieren el sueño, los iconoclastas preferirán los cuerpos tensados en danzas guerreras. Hay soluciones químicas para ambas demandas. Hay pociones teológicas para ambos casos. Y así le sería posible al teólogo resucitar de las cenizas, no bajo el patrocinio de la verdad sino bajo la égida de la utilidad. Sería necesario sólo un pequeño ajuste; ajuste; el teólogo se descubriría descubriría vecino y colega de los farmacéuticos. farmacéuticos. 5
Fue entonces que una curiosa idea me vino a la mente. ¿Y si nuestro interlocutor, en vez de retraerse con una sonrisa enigmática al oír nuestra respuesta, prosiguiese con tranquilidad y candidez?: “Entonces el Señor es un teólogo. Sabe, siempre me fascinó el aura de misterio que envuelve a la teología. Pero nunca pude entenderla. Póngase en mi situación. Si el señor tuviera como compañero de viaje a un matemático y le preguntara: “Explíqueme qué es la Matemática ”, ¿cuál sería su reacción si se pusiera a discurrir sobre los Principia Matemática de Russell y Whitehead? Pues es así como me siento cuando los teólogos comienzan a hablar... Por favor, haga un esfuerzo …” Me espanté entonces al descubrir en mi interlocutor un amigo fraterno que articulaba, con voz clara, preguntas que eran muy mías. Más que él, yo quería entender aquello que hacía al jugar con los símbolos que constituyen la teología. ¿Usted se asusta de que alguien haga algo sin saber por qué? No debería . En verdad, son pocas, poquísimas, las actividades que realizamos a la luz del saber. Comenzando por el uso del lenguaje, que hablamos sin conocer las reglas de la gramática, y que nos fue enseñado por nuestros padres sin que ellos supieran cómo lo hicieron. Andamos en bicicleta, nadamos, cantamos, hacemos el amor, y si nos pidieran explicaciones, tendríamos que confesar que pensamos poco sobre el asunto asunto y que nuestras conclusiones son todavía insatisfactorias. El conocimiento es invocado en el momento en que las cosas se vuelven penosas y difíciles. Las personas que no sufren del hígado, no saben que lo poseen. Es necesario necesario que les duela para duela para que, con el dolor, dolor, surja la conciencia. conciencia. Es lo mismo que ocurre con los zapatos confortables: los usamos todo el día sin tenerlos en cuenta, hasta que una piedrita transforma al pie en el centro del mundo. Parafraseando al poeta portugués Fernando Pessoa, yo diría que “ el pensamiento es es dolencia del cuerpo cuerpo ”. Para aquellos que la aman, la teología es una función natural como soñar, escuchar música, beber un buen vino, llorar, sufrir, protestar, esperar... Tal vez la teología no sea nada más que una manera de hablar sobre esas cosas dándoles un nombre, distinguiéndose apenas de la poesía porque siempre es hecha como una oración. Ella no surge del “ cogi to”, de la misma manera que los poemas y las oraciones. Simplemente brota y se desdobla, como manifestación de una manera de ser: "suspiro de la criatura oprimida". ¿Sería posible una definición mejor? Pero, en el momento en que surge el dolor de la incomprensión y las palabras son recibidas con una sonrisa de escarnio, la teología se transforma en actividad problemática. Sucede entonces lo que ocurre con las personas portadoras de una deformación facial, conscientes a cada minuto de su diferencia y de las miradas de espanto o piedad. Se sienten obligadas a esconderse o a asumir la diferencia, como un desafío.
Esto es lo que yo propongo: sin disculpas y sin concesiones, alzar el rostro y explicar a los otros y a nosotros mismos, especialmente a nosotros mismos, ¿qué es la teología? Y nos volvemos hacía nuestro interlocutor que propuso la pregunta y espera. Comprendemos, desde el comienzo, que será necesario valemos de las parábolas y analogías. Así es como se avanza: de lo conocido hacia lo desconocido. “— ¿El ¿El señor ya oyó hablar de Castalia?", le decimos. Aparece en el libro de Hermann Hesse, "El juego de abalorios ”. Castalia, orden monástica de un mundo futuro. Ordenes monásticas conocemos muchas. Pero lo que distingue a Castalia es la curiosa manera que encontró para organizar su vida espiritual en torno de un juego, de una diversión. Por favor, no se deje llevar por el malestar causado por estas dos palabras: juego, diversión. Claro que somos personas serias y preferimos hacer nuestras conquistas en el trabajo y en las acciones graves y heroicas que pueden transformar la historia. En cuanto a los juegos y diversiones, están más próximos al ocio y a lo fútil, cosa de niños, y siempre será posible cuestionarlos cuestionarlos con la terrible pregunta: ¿Cuáles son sus implicancias políticas? Que se trata de algo infantil, no hay dudas. Pero, recordando que "si no nos convertimos y no nos hacemos como los niños, no podremos ver el reino de los cielos", habremos de dar un voto de confianza a Castalia, para que nos explique su juego. ¿El señor se espanta? Yo comprendo. Pero el hecho es que para hacer teología o para jugar al juego de abalorios (así se llamaba el ejercicio espiritual de Castalia), es necesario tener un poco del espíritu de los niños. Juegos y diversiones son cosas muy serias. Veamos esta maravillosa sugestión que nos hace Schiller: “Un animal rabaja cuando algo le falta: ésa es la fuerza que lo impulsa a la actividad, pero juega cuando hay abundancia, un exceso de vida es lo que lo empuja y compele compele a la la acción. acción. . . ” (citado por Walter Kaufmann, Hegel: una reinterpretación, p. 28)
En los juegos y entretenimientos la libertad y la necesidad se encuentran, y la alegría que deriva de ellos, brota justamente de la libertad triunfante que domina la necesidad, produciendo un mundo posible de ser amado. 6
La vida, ¿no es en sí misma un juego? De ninguna manera estoy diciendo que el juego no es serio. Millones son los que a él se entregan diariamente. Los militares que toman decisiones sobre la construcción y ubicación de bombas atómicas o de tropas, ¿no se comportan como jugadores de ajedrez? ¿Y la economía? ¿Las embestidas en la Bolsa? ¿No se desarrolla todo en cierto paralelismo con las reglas de los juegos? Y nosotros no podemos evitar los disfraces y desempeñamos desempeñamos nuestros papeles en el palco, como teólogos, profesores, amantes, policías, revolucionarios, creyentes, científi cos… Claro que muchas veces las personas se olvidan de que están jugando. Sus juegos se transforman en cosas serias. Si los reyes y los payasos no se ríen de sí mismos ni lavan su rostro o visten piyamas cuando se van a dormir, perderán la memoria de lo que son. ¿En qué consistía el juego el juego de abalorios de los monjes de Castalia? Castalia? En música existe al go muy común llamado “ variaciones sobre un tema dado”. La idea es muy simple. El compositor toma una serie de tonos y con ellos construye un tema austero, desnudo, desprovisto de toda ornamentación. ornamentación. Se inicia entonces el entretenimiento. El compositor le pregunta a este tema: “— ¿Cuáles ¿Cuáles son los límites de su plasticidad? ¿Hasta qué punto será posible alter arlo — ¿Hasta arlo sin destruir su identidad?” Y, aceptando el tema como motivo, el compositor lo establece como núcleo central de una trama a ser tejida. Y se pone a construir una tapicería de sonidos, variando, alterando, invirtiendo, adornando, complicando, haciendo así surgir, por medio de sucesivas revelaciones, revelaciones, las posibilidades que se escondían, adormecidas, adormecidas, en el tema ideal. . Bach construyó las monume ntales “Variaciones Goldenberg”. Mozart hizo la misma cosa, demostrando gran placer en este entretenimiento musical. Beethoven no resiste a la fascinación del juego e infinitas veces sus composiciones composiciones llevan el título “variaciones …”. No podemos olvidarnos de la bellísima pieza orquestal de Britten, “Variaciones sobre un tema de Purcel ”, para ayudar a los niños y a los adultos a entender lo que es una orquesta. Pero, ¿y si los sonidos no bastaran para la construcción? El mundo está lleno de otras cosas. Junto a los sonidos musicales están los colores, materiales sólidos como la piedra y la madera, las palabras. Y hay jardines, poemas, danzas, teorías científicas, mitos, ritos, monumentos, joyas, túmulos... Claro que no podemos manipular tales cosas como si fueran piezas de ajedrez. Pero podemos someterlas a la mágica transubstanciación transubstanciación del lenguaje, que nos permite remover una montaña entera apenas pronunciando una palabra. Las
cosas se transubstancian en cuentas de vidrio, volviéndose así piezas de nuestro juego. Imaginemos ahora un juego semejante a “Variaciones so bre un tema dado”, y que puede y debe ser construido con todos los materiales simbólicos posibles, extraídos de la experiencia experiencia humana y de todo aquello que la cultura haya producido. La tarea: construir una arquitectura simbólica que evoque y represente la presencia escondida del tema propuesto, haciendo que todos los ángulos de nuestro mundo entren en reverberaciones armónicas, cantando partes dé una polifonía, revelando un mágico encanto, omnipresente. En torno de la gran cuenta de vidrio, temática fundadora, central, las otras agregadas, hasta que, al final, todo canta, en ca non que fue propuesto en el inicio. Esta es la idea básica del ejercicio lúdicro en torno del cual giraba Castalia: el juego de las cuentas de vidrio. ¿Y si yo hiciese la insólita sugestión de que la teología es un juego de abalorios? ¿Y que Hermann Hesse, tal vez, se haya inspirado en aquello que los teólogos han hecho, a través de los siglos, como modelo para los ejercicios espirituales de los monjes de Castalia? ¿Qué hace un teólogo? Habla. Puede ser que haga muchas otras cosas, más gratificantes, bellas, más relevantes: lo que no se puede negar es que como teólogo , trabaja con símbolos. Juega con ellos. ¿En qué se distingue de otros jugadores de símbolos? Es simple. Usa cuentas de vidrio que los otros no usan y no usa muchas de las que los otros emplean. ¿Cómo caracterizar las cuentas teológicas? No es difícil. Su brillo, sus colores, su calor. . . No es posible posible confundirse, confundirse, volveremos volveremos a esto en otro momento. Porque ahora el nuestro amigo, se dirige hacia el arca donde están guardadas sus cuentas. Comienza a sacarlas. Mitos, ritos, símbolos, visiones utópicas, poemas, salmos, oraciones, maldiciones, historias, gestos, desiertos, ciudades, muertes, asesinatos, resurrecciones, esperanzas, hombres y mujeres tomados de la mano, cuerpos unidos en el amor, prisiones, lágrimas, dolores, muchos dolores, sonrisas, muchas sonrisas, rostros, muchos rostros… Y el teólogo toma las cuentas inertes, les da calor con sus manos, ellas fulguran, cobran vida, y él comienza a organizarlas, como si fuesen tapices, amarrando los símbolos unos con otros, hasta que la red se alarga lo suficiente como para ser colgada en los dos extremos del abismo. ¿Se acuerdan de Zarathustra? “El hombre es una cuerda tendida sobre un abismo … ” Y el teólogo extiende sobre el abismo la red simbólica que tejió con su juego de cuentas de vidrio, para aquellos que quieran correr el riesgo de descansar sus cuerpos sobre ella. 7
¡Ah! ¡Qué insólita debe parecer esta propuesta! ¿Qué teólogo, en el pasado, tuvo la desfachatez de comparar su trabajo al juego o a la artesanía? artesanía? Sus rostros serios revelaban revelaban la gravedad gravedad de su tarea: abrir las puertas de las cosas divinas y eternas. Sabían que, en oposición a las som bras en que los otros hombres vivían, vivían, ellos habitaban en lugares sagrados sagrados donde la voz de Dios se hacía oír y contemplaban la luz clara y directa de la Revelación. Trabajaban bajo el imperativo de la verdad. Y, de la misma manera que los científicos de la naturaleza, que también por amor a la verdad subordinaban la imaginación a la observación y se volvían totalmente sumisos al objeto, los teólogos, científicos de las cosas divinas, deseaban que su palabra fuera conocimiento riguroso y objetivo de las cosas que tienen que ver con la divinidad. Pero ahora yo sugiero que la teología es juego, construcción, artesanía: cosa humana, por demás humana. ¿Decir que los teólogos son jugadores/tapiceros jugadores/tapiceros no será lo mismo que decir que ellos son jugadores/embusteros? jugadores/embusteros? Comprendo el espanto de todos y, para amenizar la situación, yo invocaría de entre los muertos a un contador de parábolas: Kierkegaard, que nos dirá de un danzarín curioso:
pies en la tierra: porque un juego es algo algo que se construye de abajo hacia arriba, con astucia, ingeniosidad y sobre todo, amor. Y es bien posible bien posible que algo extraño ocurra al final de nuestro relato. Si le hubiéramos dicho a nuestro compañero que somos seres alados, él no habría podido evitar su risa y su desprecio. Pero nosotros le confesamos que sólo con símbolos, haciendo improvisaciones en torno de temas dados. .. ¿Parece que volamos? Sólo son saltos, pues nuestros pies únicamente se alejan del suelo por cortos y fugaces momentos. Y la teología se descubriría como cosa humana, cualquiera podría hacer, si si ntiera la fascinación de los símbolos, el amor por por el tema y tuviese la imaginación sin la cual los pies no se despegan de la tierra. He ahí el extraño fin de la conversación: porque el desconocido podría convertirse en un discípulo. ¿Quién podrá negar la belleza del juego de las cuentas de vidrio? Y el teólogo se redescubriría, no ya vestido con los colores fulgurantes de los que están en la cima, sino en la tranquila desnudez de aquellos que, como los demás, andan por los caminos comunes de la existencia.
“Si
un danzarín diese saltos muy altos, podríamos admirarlo. Pero si él intentara dar la impresión de poder volar, la risa sería su merecido castigo, aunque él fuese capaz, de verdad, de saltar más alto que cualquier otro danzarín. Los saltos son actos de seres esencialmente terrestres que respetan la fuerza de gravedad de la tierra, ya que el salto es algo momentáneo. El vuelo nos hace pensar en seres emancipados emancipados de las condiciones telúricas, un privilegio reservado para las criaturas aladas … ” ¿La razón de la parábola? Es muy simple. Los teólogos son danzarines. Y si nuestro compañero de viaje retrocedió , asombrado, cuando le confesamos nuestra profesión, tal vez se debió al hecho de haber visto ya el ridículo espectáculo de bailarines que se hacen pasar por seres alados: teólogos que confundían la voz de los hombres con la voz de Dios, y atribuían solidez a aquello que es fugaz y lo que no pasa de ser un palpito efímero. ¡Y pensar que la belleza de lo bailado puede ser recuperada! Claro que esto no se conseguirá atribuyendo, ya a los teólogos, ya a la Iglesia, el poder de volar como los pájaros. La fascinación renacerá justamente cuando los hombres puedan ver el lugar donde sus pies tocan el suelo. Decir que los teólogos son personas que juegan al juego de las cuentas de vidrio es confesar confesar que que tienen sus 8
las mutilaciones progresivas y las prótesis crecientes, las manos trémulas, la vista corta, los órganos fláccidos que ya no se mueven más al perfume del amor.
2 RESURRECCIÓN DEL CUERPO
Las cuentas de vidrio ya se encuentran sobre la mesa, muchas de ellas con millares de años de edad y con signos de haber sido usadas incontables veces; otras relucientes, nuevas, recién salidas de las manos de los artesanos. Los jugadores ocupan sus lugares y esperan el anuncio del tema. Se aproxima el magister ludi y coloca, justo en el centro, la cuenta de vidrio en torno de la cual los teólogos tejerán sus variaciones. Ella será el punto en que se apoyarán sus pies para sus saltos coreográficos. Y brota, espontáneo, el espanto sonriente. Porque la cuenta de vidrio temática es el cuerpo humano, mi cuerpo, cuerpo de todos los hombres, cuerpo de jóvenes y viejos, cuerpos toril y cuerpos felices, cuerpos muertos y cuerpos resucitados, cuerpos que matan y cuerpos abrazados en amor. Y la congregación de teólogos y asistentes repite al unísono: “Creo en la resurrección del cuerpo". El tema del juego brota de las exigencias del corazón, de las esperanzas del amor, del deseo de vivir, de hacer como que el universo entero sea un cuerpo viviente, amante, pulsante, cuerpo de Cristo. ¿Habría algún otro punto de partida posible? ¿Existirá algún lugar donde nos encontremos fuera de nosotros mismos, estando así libres del radical cuerpocentrismo cuerpocentrismo a que nuestra carne nos obliga? Esta era la pregunta con que Kierkegaard martillaba a Hegel, pidiéndole reconocer el punto desde el cual brota todo pensamiento y toda palabra: el yo, este pequeño e insignificante yo, que desea ser feliz, con pasión infinita. Partir del cuerpo. ¿No es el cuerpo el centro absoluto de todo, el sol en torno del cual gira nuestro mundo? El lector escéptico (y saludable) responderá que no es así. Hay cosas más importantes. Confieso que tengo paciencia con quienes son escépticos acerca del cuerpo. Puedo esperar. Y, desgraciadamente, desgraciadamente, triunfaré. Esperaré el cólico renal,
“En el campo de batalla, en la cámara de torturas, en un navío que se
hunde, las causas por las cuales usted lucha son siempre olvidadas, porque el cuerpo se hincha hincha hasta abarcar todo el universo; igual igual cuando no está paralizado por el miedo o gritando de dolor, la vida es una lucha que se desarrolla, momento a momento, contra el hambre, el frío, el insomnio, contra un dolor de dientes” . (Orwell, 1984). Sin duda que los hombres tienen una extraña capacidad para entregarse a problemas lejanos y abstractos, aparentemente distantes de todo aquello que se refiere al cuerpo. Pero permanece siempre la pregunta: ¿no será por imposición del cuerpo que hace esto? Los lógicos encuentran placer en jugar con la lógica y sonríen. Y si hay personas que aparentemente se separan del cuerpo, de la vida, del placer, refugiándose en un cielo futuro donde sólo habitan almas desencarnadas, es porque su cuerpo, aquí y ahora, encuentra en estos pensamientos un consuelo para sus dolores (Gerth Mills, From Max Weber). Quien cree en los cielos puede dormir mejor y quien confía en la providencia divina sufre menos ataques al corazón. Y no me vengan con el cuento de que la preocupación por el cuerpo es dolencia de pequeña-burguesía. Como si los trabajadores no tuvieran cuerpos y sintieran dolor de dientes con los dientes de su clase social, e hicieran el amor con los genitales de su clase social, y cometieran suicidio con la decisión de su clase social. El cuerpo, en verdad, es la única cosa que ellos poseen y lo tienen que arrendar. Para quien está sufriendo sólo existe el cuerpo y el dolor: dolor inmenso, que es preludio de la muerte. Muerte que tiene que ver con su cuerpo, único, irrepetible, centro del universo, universo, grávido de deseos. Desde u n punto de vista estrictamente humano, la clase social es apenas una forma de manipular el cuerpo. Y es esto lo que el trabajador s
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