199798521 10 Razones Para Ser Cientifico

March 3, 2018 | Author: Nancy Urosa | Category: Secondary Education, Science, Cats, Medicine, Further Education
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RUY PÉREZ TAMAYO

DIEZ RAZONES PARA SER CIENTÍFICO

CENTZONTLE

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ruy pérez tamayo

DIEZ RAZONES PARA SER CIENTÍFICO

CENTZONTLE

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2013

Pérez Tamayo, Ruy Diez razones para ser científico / Ruy Pérez Tamayo. — México : FCE, 2013 147 p. ; 17 × 11 cm — (Colec. Centzontle) ISBN 978-607-16-1650-0 1. Pérez Tamayo, Ruy — Biografía 2. Ciencia — Ensayo 3. Divulgación de la ciencia I. Ser. II. t. LC R468

Dewey 925 P565d

Distribución mundial Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar D. R. © 2013, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008 Comentarios: [email protected] www.fondodeculturaeconomica.com Tel. (55) 5227-4672; fax (55) 5227-4694 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-607-16-1650-0 Impreso en México • Printed in Mexico

Índice



Introducción ✥ 9 I. Cómo me hice científico ✥ 13 II. Diez razones para ser científico ✥ 25 1. Para hacer siempre lo que me gusta ✥ 25 2. Para no tener jefe en el trabajo ✥ 38 3. Para no tener horario de trabajo ✥ 50 4. Para no aburrirme en el trabajo ✥ 58 5. Para usar mejor mi cerebro ✥ 75 6. Para que no me tomen el pelo ✥ 88 7. Para hablar con otros científicos ✥ 95 8. Para aumentar el número de científicos en México ✥ 100 9. Para estar siempre bien contento ✥ 121 10. Para no envejecer ✥ 128

Epílogo ✥ 135 Semblanzas de científicos ilustres ✥ 137 Referencias bibliográficas en el fce ✥ 145

A los futuros científicos de México

Introducción



Hace poco tiempo recibí la invitación de la directora de una escuela pública de educación media (secundaria y preparatoria) para ir a hablar con sus estudiantes sobre la profesión de científico. El objetivo de la plática era presentar a los alumnos una visión general sobre la ciencia contemporánea, su estructura, su práctica, su utilidad y sus ventajas como una actividad profesional en México. La directora estaba preocupada porque la escuela no proporcionaba tipo alguno de orientación profesional a los estudiantes y había pensado invitar a distintos personajes con diferentes ocupaciones (abogado, contador, médico, ingeniero, músico, empresario, otros) para que hablaran de sus respectivas experiencias con sus alumnos. Yo preparé mi presentación tratando de ponerme en el lugar del público juvenil al que iba dirigida, y me complace recordar que fue bien recibida. En varias ocasiones siguientes 9

he tenido la oportunidad de volver a presentar mis ideas ante grupos de jóvenes en distintas partes del país, en esa etapa de sus estudios en que la elección de una profesión es inminente, o sea sujetos entre 15 y 18 años de edad. Ignoro si mis esfuerzos han servido para inclinar a uno o más miembros de mis diferentes públicos a adoptar una carrera científica. Sin embargo, es con ese mismo objetivo que ahora he ampliado mi conferencia y la he entregado al Fondo de Cultura Económica para incluirla en la colección CENTZONTLE. Conviene una breve explicación sobre el contenido de este libro. Aunque yo soy médico y me dedico a la investigación científica en el campo de la biomedicina, mi intención ha sido escribir sobre la ciencia en general. Las diferentes ciencias, como la astronomía, la química, la biología o la geología, se distinguen entre sí por sus respectivos campos de estudio, pero tienen muchas cosas en común, lo que permite clasificarlas como ciencias. Y es precisamente sobre lo que comparten esas diferentes disciplinas de lo que yo me he ocupado en estas páginas. En una primera parte relato la forma como yo me hice científico, no porque ilustre un camino habitual o favorable sino todo lo contrario, porque muestra la influencia impredecible de las contingencias individuales. En las siguientes secciones del texto examino cada una de mis diez razones para ser cientí10

fico, pero no se crea que las tuve presentes antes de escoger mi profesión. Las he ido reconociendo y apreciando poco a poco, a lo largo de los años, al mismo tiempo que he ido aprendiendo a ser científico. En varios sitios he incluido citas de otros libros míos, escritos en diferentes épocas y sobre temas afines, y casi siempre con el mismo objetivo general de divulgación de la ciencia. San Jerónimo, invierno de 2012

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I. Cómo me hice científico



Puedo dividir la historia que sigue en dos etapas: la primera se refiere a mi decisión de estudiar medicina, y la segunda relata mi transformación en investigador científico en el campo de la biomedicina. Mi padre nació el 1º de enero de 1900, en Mérida, Yucatán, y estudió música en el conservatorio de esa ciudad. Cuando terminó la carrera de violinista concertista y se graduó, apenas tenía 21 años de edad. Pero entonces procedió a casarse con mi madre, quien estaba cumpliendo los 18 años de edad. En esos tiempos mi padre se ganaba la vida tocando el violín en donde podía, que eran hoteles elegantes, bodas, fiestas de 15 años y otros festejos por el estilo. Además, formaba parte de un cuarteto de cuerdas, con dos de sus profesores y un compañero del conservatorio, pero como la demanda de música clásica en Mérida en esa época (los años veinte del siglo pasado) no era muy amplia, la 13

joven pareja era muy pobre. Otra ocupación de mi padre era tocar el piano en el cine, que entonces era de películas mudas. Mi padre tenía un repertorio musical adecuado para las diferentes escenas: rápido y sincopado cuando corrían los caballos, frenético cuando el cowboy «bueno» intercambiaba balazos con los indios «malos», lento y suave para las escenas románticas. Como esposa del pianista, mi madre podía ir gratis al cine mudo. Pero cuando nació su primogénito (quien fue mi hermano mayor), mi madre ya no pudo acompañar a mi padre al cine por miedo a que su hijo chico empezara a berrear en cualquier momento. Un condiscípulo músico y amigo de mi padre, quien después de graduarse había emigrado a Tampico, ciudad que en esos años disfrutaba de un boom económico petrolero, le escribió diciéndole que en ese puerto había más trabajo para los músicos y que además estaba mejor pagado. Mi padre no quería dejar Mérida, porque como buen yucateco (y además joven y músico) disfrutaba mucho de la vida bohemia, de sus amigos y de las parrandas, pero cuando su amigo exiliado en Tampico volvió a escribirle, esta vez con una propuesta concreta de un trabajo formal bien remunerado en una estación de radio que tenía una orquestita, y la promesa de mejores posibilidades artísticas como violinista 14

y profesor de música, mi padre dejó a mi madre y a mi hermano mayor al cuidado de sus padres y viajó a Tampico. La situación económica en ese puerto era mucho mejor que en Mérida, y al poco tiempo mi padre envió por su esposa y su hijo primogénito para que se reunieran con él. Mi madre ya estaba embarazada de mí cuando llegó a Tampico, y tres meses después nací yo. Esta historia es pertinente para nuestro tema porque el doctor que atendió a mi madre cuando yo nací era también un hombre joven (un poco mayor que mi padre), quien estaba iniciando su carrera como médico general en el puerto. Mi padre y este doctor se hicieron amigos, él también atendió a mi madre cuando nacieron mis dos hermanos menores, y todo el tiempo que vivimos en Tampico (ocho años) era un visitante frecuente y bienvenido en la casa. Este doctor también se reunía con frecuencia en el café o en la cantina con mi padre y otros amigos, porque tenía una gran ambición secreta en la vida: él quería ser poeta. Mi padre tenía la rara habilidad de versificar a la menor provocación; lo más fácil del mundo para él era escribir poesía, de corrido y sobre cualquier tema. El doctor quería aprender a escribir versos y pensaba que mi padre podía enseñarle cómo hacerlo, o quizá hasta contagiarlo con su extraña y singular capacidad. Se hicieron muy buenos amigos, de modo que cuando el doctor organi15

zó la Asociación Médica Tampiqueña, en 1931, como su primer presidente nombró secretario de esa corporación a mi padre, quien asistía a las reuniones mensuales de los médicos, leía y redactaba las actas correspondientes, y al terminar la reunión se iba a cenar con el presidente de la Asociación, para hablar de… poesía. El doctor se llamaba Alfonso G. Alarcón y era miembro de una familia muy ilustre de médicos, entre los que uno fue director de la Facultad de Medicina de la unam (el doctor Donato Alarcón) y otro fue director del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán y miembro de El Colegio Nacional (el doctor Donato Alarcón Segovia). Cuando lo conocimos en Tampico, don Alfonso era un hombre alto, con ojos azules, anteojos gruesos, melena de poeta y cara sonriente, que dejaba ver una sólida dentadura que a los niños siempre nos parecieron dientes de conejo. En 1933, cuando yo tenía siete años de edad y estaba cursando el primer año de la escuela primaria, un terrible ciclón azotó a Tampico y destruyó media ciudad. El río Pánuco se desbordó e inundó las partes más bajas del pueblo, que era en donde nosotros vivíamos. Mi padre decidió entonces dejar Tampico y mudarse a la ciudad de México, lo que hicimos como damnificados. Entre otros que también se cambiaron al D. F. estaba el médico amigo de mi padre, don Alfonso, el que 16

quería ser poeta. Había ganado prestigio como pediatra (fue uno de los pioneros de esa especialidad en nuestro país) y cuando se instaló en la capital y abrió su consultorio, pronto se llenó de clientes. Don Alfonso siguió siendo un buen amigo de la familia, mi madre nos llevaba a consulta con él cuando nos dolía la panza,

Galileo Galilei (1564-1642), científico italiano del Renacimiento.

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nunca nos inyectaba y en cambio al despedirnos nos regalaba una paleta. Seguí visitándolo en su consultorio cuando yo ya no era niño, para contarle mis problemas de adolescente y escuchar sus siempre generosos consejos. Cuando en el curso de mis estudios del tercer año de la carrera de medicina me encontré con mi maestro en Patología, el doctor Isaac Costero, y decidí dedicarme a la investigación científica en esa especialidad, acudí a contárselo a don Alfonso. Le dio mucho gusto, sacó de su librero el libro de texto que había escrito mi maestro y me dijo: «Te felicito, es un gran maestro…», se le llenaron los ojos de lágrimas, y a mí también. Entonces don Alfonso ya era un hombre mayor, y poco tiempo después de esa entrevista falleció. Pero todavía al final conservaba su melena de poeta (ya blanca), sus ojos azules, sus gruesos anteojos y sus dientes de conejo. Esta historia explica por qué en mi casa, desde que yo me acuerdo, el médico era un personaje muy importante. De hecho, cuando como era de esperarse, los hijos quisimos estudiar música, para seguir con la profesión de mi padre, tanto él como mi madre se opusieron terminantemente. Ellos no querían que tuviéramos una vida tan difícil como la que les había tocado, y preferían mil veces que fuéramos médicos. Mi madre siempre soñó con que todos sus hijos fuéramos médi18

cos, y de los cuatro que tuvo, los tres varones lo logramos; sólo nuestra hermanita, la menor de la familia, estudió otra carrera más breve y menos demandante (administración). Cuando llegó el momento, yo me inscribí en la Escuela de Medicina de la unam, no sólo porque mis padres así lo deseaban sino también porque mi hermano mayor, que me llevaba poco más de un año, ya había ingresado ahí. Yo siempre quise ser como mi hermano mayor, y si él hubiera sido bombero, yo también lo hubiera sido. Pero hubo otra razón para que yo estudiara medicina, y es que los libros que había que comprar para estudiar la carrera eran muy caros, y nosotros éramos una familia muy pobre. Si yo estudiaba lo mismo que mi hermano, ya no era necesario comprar otros libros para mí. Por esas mismas razones, mi hermano menor también estudió medicina, o sea que en mi familia matamos tres pájaros de un solo tiro. El resumen anterior pretende explicar por qué estudié medicina. En ninguna parte he mencionado la llamada vocación, de la que me ocupo después. Ahora voy a referirme a mi introducción a la investigación científica. Al mismo tiempo que yo, en 1943 ingresó en la Escuela de Medicina de la unam un joven yucateco de mi misma edad, que era hijo de un médico y se llamaba 19

Raúl Hernández Peón.1 Pero a diferencia de mí, él se inscribió en la carrera porque ya sabía muy bien lo que quería hacer con su vida: él quería ser científico. Lo había decidido desde mucho tiempo antes, viendo trabajar a su papá, pero Raúl no quería ser doctor de los que ven y curan enfermos, sino de los que hacen investigación en los laboratorios. Su papá le había construido en el sótano de su casa un pequeño laboratorio de fisiología, y desde que estaba en la escuela preparatoria Raúl ya hacía experimentos, leía artículos y libros científicos, y hasta iba a sesiones y congresos de investigación. Desde los primeros días nos hicimos buenos amigos y muy pronto me invitó a trabajar con él en su laboratorio. Yo fui por pura curiosidad y quedé encantado: Raúl anestesiaba un gato, después lo colocaba en una mesita de cirugía, lo operaba colocándole una cánula en una arteria carótida del cuello, estimulaba con unos electrodos unos nervios en la vecindad de una arteria renal, registraba la frecuencia respiratoria, el ritmo cardiaco y la presión arterial en un quimógrafo, medía las contracciones en la membrana nictitante de 1 En 1983 publiqué el libro La segunda vuelta. Notas autobiográficas y comentarios sobre la ciencia en México (El Colegio Nacional, México, 1983). En los primeros párrafos señalo que lo escribí en el invierno de 1971-1972, y explico por qué apareció 10 años más tarde. Contiene un relato más extenso de algunos de los episodios mencionados en este capítulo.

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un ojo del gato, etc. Aquello era algo fantástico, extraordinario, me entusiasmé de inmediato y pronto empecé a aprender todo lo que Raúl sabía, empezando desde cómo cazar gatos en las noches en las azoteas de la colonia Roma (nuestros compañeros de la escuela decían que andábamos cazando gatas, lo que a veces era cierto, pero de las que hacen «miau»…) y muy pronto yo ya quería ser fisiólogo científico como Raúl. Durante los dos primeros años de la carrera fui estudiante de medicina durante el día y científico investigador en fisiología en las noches y los fines de semana. Nos divertíamos como enanos, estábamos estudiando la regulación nerviosa de la circulación renal y nuestros resultados sugerían una explicación para un fenómeno observado entonces, en los bombardeos de Londres por la aviación alemana, en las postrimerías de la segunda Guerra Mundial. Este fenómeno consistía en que algunos de los sujetos que quedaban atrapados entre los escombros de los edificios derrumbados por las bombas, con fuertes traumatismos y múltiples fracturas, que eran rescatados y atendidos en las unidades de emergencia y que estaban evolucionando satisfactoriamente, en unos cuantos días dejaban de orinar y fallecían con insuficiencia renal aguda. Los médicos ingleses bautizaron este fenómeno como «síndrome de aplastamiento» (crush syndrome) y en las autopsias 21

pronto se demostró que los riñones habían dejado de funcionar porque se quedaban sin circulación sanguínea. Raúl y yo teníamos datos en nuestros experimentos con gatos de que estimulando los nervios que regulan la circulación renal se podía bloquear la llegada de sangre a estos órganos, que la necesitan para cumplir con su función depuradora. Con la ayuda de un profesor de fisiología, el doctor Efrén del Pozo, quien revisó nuestros datos y nos sugirió otros experimentos que confirmaron nuestros resultados, presentamos nuestras observaciones en un congreso y escribimos un artículo científico, que finalmente se publicó en una revista médica, ¡cuando Raúl y yo todavía éramos estudiantes! En el tercer año de la carrera, por consejo de mi hermano mayor, me inscribí en la materia llamada «Anatomía patológica y práctica de autopsias» con un profesor extraordinario, el doctor Isaac Costero, un español «transterrado», chaparrito y narizón, que además era un científico de gran prestigio internacional en su especialidad. Aunque el programa oficial de la materia señalaba tres clases por semana, el doctor Costero daba cinco para cubrirla mejor, y el aula siempre estaba repleta no sólo con sus alumnos regulares sino con muchos otros que ya habían llevado el curso pero que asistían por lo divertido que era. El doctor Costero ofrecía sus profundos conocimientos con generosidad y 22

precisión, pero siempre adornados por una colección aparentemente infinita de chistes graciosísimos, que los alumnos festejábamos con ruidosas carcajadas. Yo me aficioné de inmediato a la materia y la estudié con especial dedicación; sin dejar de trabajar en las noches con Raúl, poco a poco pude ir agregando nuevas técnicas a nuestros experimentos. Sin embargo, la especialidad morfológica se fue transformando en mi interés principal, y aunque seguí trabajando con Raúl, cada vez iba menos a su casa. Los experimentos que diseñábamos empezaron a rebasar las facilidades de su laboratorio casero, y entonces Raúl ingresó a trabajar en sus ratos libres como estudiante con un famoso profesor de fisiología, el doctor Arturo Rosenblueth, en cuyo gran departamento científico en el Instituto Nacional de Cardiología había todo el espacio y el equipo necesarios para continuar con observaciones más complejas, y un letrero muy visible que decía: en este laboratorio, el único que siempre tiene la razón es el gato. Al final del tercer año de la carrera, el doctor Costero anunció que tenía cuatro plazas en su laboratorio (también en el Instituto Nacional de Cardiología) para aquellos estudiantes que estuvieran interesados en trabajar con él en sus ratos libres, iniciando el aprendizaje de la especialidad. Yo tuve la fortuna de ser uno de los seleccionados, después de un examen que duró 23

DIEZ RAZONES PARA SER CIENTÍFICO En este breve ensayo, redactado a manera de exposición de motivos, Ruy Pérez Tamayo describe las contingencias individuales que lo llevaron a convertirse en científico, así como cada una de las razones para continuar siéndolo, las cuales fue reconociendo y apreciando poco a poco a lo largo de ese camino. Este opúsculo es comparable al de otras grandes figuras que se han preocupado por formar a las nuevas generaciones y contribuir a la creación de una cultura verdaderamente integral.

ISBN: 978-607-16-1650-0

9 786071 616500

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