17 - Juan Santos Yanguas - Los Pueblos de La España Antigua

November 8, 2019 | Author: Anonymous | Category: Celtas, Península Ibérica, España, Arqueología, Historiografía
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Los P ueblos de la España A ntigua Juan Santos Yanguas

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Los P ueblos de la Es fa ñ a A n tig u a Juan Santos Yanguas

historia 16

Esta obra ha merecido el patrocinio cultural de: Banco Exterior de España Endesa Fábrica Nacional de Moneda y Timbre Iberia Renfe

® Ju an Santos Yanguas ® H istoria 16. H erm anos G arcía N oblejas, 41. 28037 M adrid. ISBN: 84-7679-151-8 D epósito legal: M -35.160-1989 D iseño portada: Batlle-M artí. Im preso en E spaña. Im presión: T E M I, Paseo de los O livos, 89. 28011 M adrid. Fotocom posición: A m oretti. E ncuadernación: H uertas.

JUAN SANTOS YANGUAS Nacido en Añe (Segovia) en 1951, es licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca y doctor en Historia por la Universidad de Ovie­ do, donde realizó su labor docente hasta 1980 en que ganó por oposición la Adjuntía de Historia Antigua de la Universidad del País Vasco. Desde en­ tonces ha realizado su labor docente e investigadora en esta Universidad, cuya Cátedra de Historia Antigua obtuvo por concurso-oposición en enero de 1986. Es copromotor del Instituto de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad del País Vasco y miembro del Consejo Editorial de su revista Veleia. Su investigación se ha centrado principalmente en el estudio de la integración de las comunidades indígenas de los territorios conquistados por Rom a, habiendo escrito varios trabajos sobre el tema (Comunidades indígenas y administración romana en el Noroeste hispánico en época altoimperial, Bilbao, 1985; La epi­ grafía romana de Segovia, Segovia, 1989; «Cambios y pervivencias en las estructuras sociales indígenas: sociedad indígena y so­ ciedad romana en el área astur», en Indigenismo y romanización en el conventus Asturum , M adrid, Ministerio de Cultura, 1983, 87-110; «Zoelas y vadinienses. Dos casos de integración de co­ munidades indígenas en la praxis político-administrativa roma­ na», en Asimilación y resistencia a la romanización en el norte de Hispania, Vitoria, 1985, 126-148 y (en colaboración con M. C. González) «El caso de las llamadas gentilitates: revisión y pro­ puestas», en Veleia, 2-3, 1985-86, 373-382, entre otros).

INTRODUCCIÓN*

el año 218 a. C. los romanos, en el transcurso de la Segun­ da Guerra Púnica, desembarcaron por primera vez en la Penín­ sula Ibérica al mando de Gneo Cornelio Escipión, utilizando como cabeza de playa a Ampurias, y durante prácticamente dos siglos de conquista (las Guerras Cántabras, realizadas contra los últimos pueblos sin conquistar de la Península Ibérica, cántabros y astures, terminaron oficialmente en el año 19 a. C.), encontra­ ron en Hispania una gran variedad de pueblos con distintos orí­ genes y estructuras (sociales, económicas, políticas, religiosas, etc.), así como en distintos estadios de evolución, desde los más cercanos a sus propias formas organizativas desde el punto de vis­ ta político —como se ha visto reiteradamente con los habitantes de, a grandes rasgos, la actual Andalucía y el Levante hasta Ca­ taluña y el Valle Medio del Ebro— hasta aquellos otros cuyas formas organizativas eran más cercanas a realidades preciudadanas, es decir, no políticas. Estos eran, en general, los pueblos que tradicionalmente se han incluido dentro de la denominada área céltica (o no ibera, por oposición a las poblaciones iberas, que indistintamente se denomina ibera o ibérica y así lo hare­ mos nosotros tam bién), llamada en la actualidad indoeuropea con una base esencialmente lingüística. Hay que añadir que la conquista, que como hemos dicho, duró dos siglos con avances y retrocesos incluidos, influyó decisivamente en el grado de evo­ * A p arte del uso de los datos y el análisis de las obras citadas en la biblio­ grafía, este libro no hubiera sido posible sin el trab a jo realizado a lo largo de estos últim os cursos para im partir las clases de H istoria de la E spaña A ntigua en la Facultad de Filología y G eografía e H istoria de la U niversidad del País Vasco/Euskal H erriko U nib ertsitatea p o r las profesoras M . C. G onzález, P. Ciprés y E. O rtiz de U rbina. P ara ellas mi agradecim iento.

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lución de las comunidades indígenas, ya sea por la propia rela­ ción pacífica entre estas comunidades y los romanos, ya sea por la posible conjunción de intereses de estas mismas comunidades para oponerse a los romanos. Estas estructuras organizativas diversas y la misma época dis­ tinta de contacto con los romanos, junto con el desarrollo histó­ rico anterior de estas comunidades, dieron como resultado que en el momento de la conquista, que es el momento a que se re­ fieren la mayoría de las fuentes greco-latinas de época clásica, las formas organizativas de los pueblos que vivían en las distin­ tas áreas que podemos denominar histórico-culturales de Hispania no fueran iguales. Y es precisamente el diferente origen, las distintas formas y grado de evolución, en definitiva el proceso de formación histórica de los pueblos de la España antigua, lo que queremos poner de manifiesto a lo largo de esta obra.

FUENTES Un primer e importante problema con el que nos encontra­ mos a la hora de utilizar las fuentes es su naturaleza distinta, se­ gún sean literarias o epigráficas, la numismática o la arqueología.

Fuentes literarias Las obras de los autores greco-latinos de época clásica roma­ na nos transmiten una serie de informaciones que son juicios y descripciones desde su propia óptica e ideología de una realidad histórica, que en muchos casos, se aleja bastante de la suya, por lo que se produce una interpretación de la misma realidad que intentan describir. Los autores antiguos tienen su particular vi­ sión de la historia y sobre todo, de la de otros pueblos que sólo les interesan en la medida en que entran en relación con Roma, fijándose básicamente en lo que es extraño a ellos y aplicando indiscriminadamente una serie de clichés. U n ejemplo claro lo te­ nemos en Estrabón. En su Geografía, libro 3, 3, 7 hace la si­ guiente descripción de los montañeses, los pueblos del norte: To­

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dos estos habitantes de la montaña son sobrios: no beben sino agua, duermen en el suelo y llevan cabellos largos al modo fem e­ nino, aunque para combatir se ciñen la frente con una banda... En las tres cuartas partes del año los montañeses no se nutren sino de bellotas, que secas y trituradas, se muelen para hacer pan, el cual puede guardarse mucho tiempo... Tal es el género de vida, como ya he dicho, de las poblaciones montañesas; entiendo por tales las que ocupan la parte norte de Iberia, a saber, los galai­ cos, los astures, los cántabros, hasta los vascones y los Pirineos. Todos, en efecto, viven de la misma manera. Estas y otras características que el geógrafo de Amasia asig­ na a los pueblos del norte de la Península Ibérica son una serie de atributos que se encuentran en la descripción de otros pue­ blos de la Antigüedad, como han señalado, por ejemplo, para el caso de los galos M. Clavel-Lévéque y para el de los pueblos montañeses del Oriente Medio P. Briant. En ambos casos y tam­ bién entre los pueblos del Norte el historiador actual, al analizar la información que sobre estas realidades históricas proporcio­ nan buena parte de los escritores antiguos, se encuentra con una serie de tópicos que integran el discurso ideológico, cuya finali­ dad es justificar y, al mismo tiempo, ensalzar la obra conquista­ dora de Roma, contraponiendo las características de la civiliza­ ción (la del pueblo conquistador) a la de los pueblos bárbaros (que son por regla general los conquistados), de los cuales los pueblos del norte de la Península Ibérica no son más que una par­ te que, además, se enfrenta al pueblo romano y tarda en ser conquistada. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que en el relato de Estrabón referido a estas poblaciones montañesas se encuen­ tra una descripción no objetiva de las mismas, que se inserta en la idea general que sobre el bárbaro existía en la época en que el geógrafo de Amasia realiza su obra, pues, como afirma Briant, Estrabón y gran parte del resto de los autores antiguos, al igual que demasiados antropólogos de ayer y hoy, analizan a los pue­ blos primitivos a través de sus prejuicios, sus postulados y sus con­ vicciones sobre la génesis y el funcionamiento de la sociedad en la que ellos viven. Por ello, a la hora de m anejar estas fuentes, como muy acer­

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tadamente ha señalado J. C. Bermejo, es absolutamente nece­ sario tratar de encontrar su sentido específico teniendo en cuenta la mentalidad de los autores, pues, sólo así, considerando los m o­ delos sociológicos e históricos que poseen los autores griegos y la­ tinos para juzgar a las culturas bárbaras, es posible llegar a sepa­ rar en sus descripciones lo real de lo imaginario. A partir de estas premisas es posible descubrir en la obra de Estrabón una serie de elementos y criterios ideológicos que fun­ damentan su descripción de los montañeses del norte de Iberia y que han sido claramente puestos de manifiesto por M. C. Gon­ zález (Veleia, 5, 1988, págs. 181-187). En la descripción que Estrabón hace de los pueblos del norte estamos ante meros tópicos, los cuales sólo nos permiten cono­ cer las características fundamentales que definen la visión de la etnogeografía antigua acerca de los montañeses y los bárbaros. Hay que valorar e interpretar la obra de Estrabón en sus jus­ tos términos, separando los tópicos propios de un discurso ideo­ lógico de intencionalidad política de los datos concretos que, corroborados por otras fuentes, sí reflejan la realidad histórica que se intenta describir. Para ello, es necesario contrastar los da­ tos de las fuentes literarias con los de las epigráficas y la arqueología. Finalmente es importante, también, tener en cuenta, y no sólo para Estrabón, sino también para todos los autores griegos y latinos antiguos, la obra de cada autor en particular y la de to­ dos en general, no perdiendo de vista la época en que han vivi­ do, que condiciona los presupuestos ideológicos desde los cuales han realizado sus obras. Los autores a los que nos estamos refiriendo son geógrafos, naturalistas e historiadores. Entre ellos destacan, como fuente para el conocimiento de los pueblos de la España antigua, Avieno, personaje romano que hacia fines del s. IV d. C. redactó un periplo denominado Ora Marítima, que contiene la traducción de un periplo griego de Marsella del s. VI a. C., hacia el 520; Apiano, autor del s. II d. C., pero cuyas principales narracciones se refieren al s. II a. C., concretamente a las Guerras Celti­ béricas; Estrabón, geógrafo griego que vive hacia el cambio de era y que describe prácticamente la totalidad de las regiones de

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la España antigua; Plinio, naturalista del s. I d. C., que estuvo en Hispania como procurador del Em perador y que murió en el 79 d. C., mientras, como buen naturalista, contemplaba la erup­ ción del Vesubio; Tito Livio, historiador, coetáneo de Estrabón y que es fuente de primer orden para el conocimiento del de­ sarrollo de la G uerra de Sertorio; Dión Cassio y Floro, historia­ dores del s. II d. C., que son fundamentales para el conocimien­ to del desarrollo de las Guerras Cántabras y, finalmente, Ptolomeo, también geógrafo griego del s. II d. C., cuya obra enume­ ra, más que describe, los distintos pueblos de Hispania con sus respectivas ciudades.

Fuentes epigráficas Estos documentos, inscripciones realizadas en su mayoría en época romana sobre material duro, con relativa frecuencia, como tendremos ocasión de ver a lo largo del libro, incluyen restos insconscientes de la sociedad indígena que nos permiten conocer los procesos de cambio operados en las estructuras prerromanas. Lo que ha llegado hasta nosotros reflejado en estas fuentes no es la realidad indígena prerromana, sino la realidad indígeno-romana (galaico-romana, astur-romana, vasco-romana, etc.); de ahí la dificultad de analizar por separado estos dos mundos, pues conocemos el prim ero, el indígena, gracias a las formas de expresión del segundo. Hoy nadie duda, por ejemplo, que las gentes, gentilitates y demás formas organizativas de los pueblos del área indoeuropea peninsular sean de época anterior a la con­ quista romana, a pesar de que las conocemos por inscripciones posteriores a la conquista; el problema es interpretar su signifi­ cado durante el período prerromano.

La numismática Las acuñaciones de monedas sirven con bastante frecuencia para la identificación de civitates con el respaldo de las restantes fuentes escritas. Las primeras acuñaciones ibéricas son del 178

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a. C. aproximadamente, un período de paz después de las vic­ torias de Tiberio Sempronio Graco, hasta el 45 a. C. aproxima­ damente, que es el límite de las acuñaciones indígenas; se ini­ cian luego las series latinas, aunque las monedas anteriores si­ guen en circulación, no superando posiblemente el reinado de Augusto.

La arqueología Los datos que se obtienen en las distintas actividades arqueo­ lógicas serían de gran ayuda en la resolución de problemas plan­ teados para ésta y otras épocas del mundo antiguo, pero desgra­ ciadamente la ausencia de prospecciones y excavaciones en mu­ chas zonas, la falta de estratigrafías completas y claras en yaci­ mientos ya excavados, así como la publicación de noticias sobre excavaciones ya realizadas o en curso, etc., hacen que en mu­ chas ocasiones estos posibles datos tengan escaso valor. De to­ dos modos la arqueología, hasta ahora, ha aportado cronologías y, muchas veces, ha corroborado o ha hecho desechar las con­ clusiones a las que se había llegado con la utilización exclusiva de otras fuentes, sobre todo las literarias.

La lingüística A través del análisis de la onomástica (toponimia, antroponimia, teonimia, etc.) se nos ofrece información indispensable sobre el sustrato lingüístico, las áreas antroponímicas y, poste­ riormente, de la asimilación de la lengua latina en las distintas áreas.

B IB L IO G R A F IA Con respecto a la visión que los rom anos tienen de los pueblos exteriores al Im perio (bárbaros), véase Y. A . D a u g e , L e Barbare. Recherches sur la concep-

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tion rom aine de la barbarie et de la civilisation, París, 1981. U n análisis m ás am ­ plio de las noticias de E strab ó n sobre los pueblos del norte de H ispania y otros pueblos bárbaros se en co n trará en P. B r i a n t , E tat et pasteurs au M oyen-O rient anclen, París, 1983, especialm ente el capítulo 1 «L’anthropologie antique du pasteu r et du nóm ade», págs. 9-56; M . C la v e l- L é v é q u e , «Les gaules et les gaulois: po u r une analyse du foncionnem ent de la Géographie de Strabon», en D ia­ logues d ’Histoire A n d e m e , 1, Besangon, 1974, págs. 75-93 y, referido más con­ cretam ente a los pueblos del n o rte , J. C. B e rm e jo , «Tres notas sobre E strabón. Sociedad, derecho y religión en la cultura castreña», en Gallaecia, 3-4, 1977-78, págs. 71-90 y M . C. G o n z á l e z , «N otas para la consideración del desarrollo his­ tórico desigual de los pueblos del norte de la Península Ibérica en la A ntigüe­ dad», en Veleia, 5 ,1 9 8 8 , págs. 181-187. U n análisis exhaustivo de la obra de Estrabón está en F. P r o n t e r a (e d .), Strabone. Contributi alio studio della personalitá e dell’opera, Perugia, 1984, sobre todo la contribución de E . C h. L. v a n d e r V l i e t , págs. 27-86.

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Capítulo 1 LAS AREAS HISTORICO-CULTURALES DE LA PENINSULA IBERICA EN EPOCA PRERROMANA

U U R A N T E la prim era mitad del primer milenio a. C., lo que se ha dado en llamar época protohistórica peninsular, y más con­ cretamente desde el s. XI hasta incluso el III a.C ., en la Penín­ sula Ibérica se está realizando un proceso de desarrollo histórico en el que intervienen distintos factores: unos de carácter exter­ no, como son las influencias transpirenaicas, las denominadas in­ vasiones indoeuropeas, aunque, como se verá más adelante, el término esté últimamente bastante en discusión; las influencias mediterráneas, más concretamente el proceso colonizador feni­ cio y griego, que tiene sobre todo influencia en el Sur y el Le­ vante peninsular, donde luego se desarrollará el llamado mundo ibérico, en el que se pueden diferenciar claramente una zona ibé­ rica septentrional y otra meridional; finalmente influencias at­ lánticas, sobre todo en la zona occidental de la Península. Todos estos movimientos e influencias sitúan a la Península Ibérica en los procesos históricos que se están realizando en es­ tos momentos en el mundo mediterráneo y en el continente eu­ ropeo en general. Pero, junto a ellos y sin una menor importancia, hay que te­ ner en cuenta, dentro del proceso de formación histórica del mundo que encuentran los romanos cuando conquistan la Penín­ sula Ibérica, la propia evolución interna de las poblaciones indí­ genas. De especial importancia es la influencia de la cultura tartésica, sobre todo en la zona suroccidental de la Península, y el propio desarrollo interno de las comunidades establecidas. Lo veremos más concretamente en capítulos posteriores cuando ana­

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licemos el proceso de formación de cada una de las áreas histérico-culturales.

HISTORIA DE LAS INVESTIGACIONES El primer estudio de carácter general sobre los pueblos de la Península Ibérica se lo debemos a A. Schulten, quien, desde un punto de vista etnológico y basándose esencialmente en las fuen­ tes literarias, considera que sobre una población indígena ligur se establecen los iberos (procedentes del norte de Africa) y los indoeuropeos (celtas del centro de Europa), surgiendo de la mez­ cla el complejo celtibérico con un predominio de los iberos. Estudios posteriores (R. Menéndez Pidal, 1918), excavacio­ nes de necrópolis que se creían en zona geográfica de los iberos, pero que correspondían a una etapa anterior (para Schulten eta­ pa precéltica o preibérica) y las excavaciones en el supuesto asen­ tamiento ibérico de Numancia (realizadas por Blas Taracena y donde el elemento ibérico es minoritario) han hecho desechar las teorías contenidas en el meritorio trabajo de Schulten. P. Bosch Gimpera (1932) da un importante paso adelante, al utilizar y comparar conjuntamente la información que nos ofre­ cen las fuentes literarias y las obtenidas a partir de las actuacio­ nes arqueológicas. El uso de los datos ofrecidos por la arqueo­ logía supone un gran avance con respecto a la obra de A. Schul­ ten, Para P. Bosch Gimpera el carácter dominante en la España prerromana es el del elemento céltico, aunque actualmente las in­ vestigaciones recientes consideran incorrecta dicha terminología y prefieren hablar de elementos indoeuropeos ¿n general, dejan­ do el término céltico únicamente para el plano lingüístico. A partir de 1943 y en años siguientes aparece la importante obra de J. Caro Baroja (Los pueblos del Norte de la Península Ibérica, Los pueblos de España y España primitiva y romana), quien, a partir del analisis de las fuentes literarias y los datos de la arqueología y la etnografía, realiza un estudio étnico-geográfico, no propiamente histórico, y establece diferentes áreas en las que incluye a los distintos pueblos prerromanos. Esta obra de J. Caro Baroja aún hoy no ha sido superada en conjunto y

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sigue constituyendo un punto de partida obligado para cualquier estudioso del tema, pese a que estudios monográficos sobre pue­ blos prerromanos concretos han revisado y superado algunos de sus planteamientos. En la actualidad, la investigación tiende a valorar y estudiar concretamente las zonas ibera o ibérica e indoeuropea de la Pe­ nínsula, se realizan excavaciones con una metodología y criterios científicos, tomando como base de información las fuentes escritas. Por lo que se refiere a los estudios históricos, una vez com­ probado hasta dónde se puede llegar con los estudios étnico-geográficos, el objetivo principal de conocimiento se centra en des­ cubrir la organización política, social, económica, religiosa, etc... de cada uno de estos pueblos o de varios en conjunto. En esta línea han sido definitivos los trabajos de M. Vigil, quien realizó por primera vez y de forma correcta un plantea­ miento de estos temas entre nosotros en un artículo ya un poco antiguo, aunque no suficientemente ponderado, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, n.° 152, 1963. Este interesante artículo ha constituido el arranque de toda una serie de trabajos posteriores, que han impulsado la investigación sobre áreas mar­ ginales y el análisis del elemento indígena, en detrimento de la anterior tendencia historiográfica que prestaba atención prefe­ rente a las zonas que se integraron en la estructura romana más rápidamente. Se descubre de esta forma cómo las diferencias es­ tructurales indígenas, existentes entre los distintos pueblos de Es­ paña antes de la conquista romana, sobreviven en algunas zonas de la Península.

DELIM ITACION ACTUAL D E LAS AREAS Hoy día, y a partir de la información que nos transmiten las fuentes escritas, la arqueología y la lingüística, podemos distin­ guir dentro de la Península diferentes áreas histórico-culturales. Esta distinción, sin embargo, no es tajante, sino que las influen­ cias recíprocas entre unas áreas y otras son evidentes y lógicas. Teniendo en cuenta la información a que hemos hecho refe­

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rencia, podemos distinguir en la actualidad dos grandes areas (ibera e indoeuropea), susceptibles, a su vez, de divisiones menores.

Area ibera Este área ocupa la franja m editerránea y el suroeste, y en ella se pueden distinguir dos zonas: — zona ibera propiam ente dicha, que incluye Levante y Ca­ taluña, influiada por la colonización griega y los aportes de la cultura de los campos de urnas, de clara filiación in­ doeuropea y factor difusor de elementos indoeuropeos por el valle medio del Ebro y, de aquí, a la Meseta Norte (valle del Duero). Tuvo una pujante cultura propia en la época del Bronce, sobre todo en la zona del Sudeste, don­ de destacan las denominadas culturas de El Argar y Los Millares. — zona de influencia ibera o zona meridional, que se corres­ ponde con la Andalucía actual en casi toda su extensión, así como el Algarve portugués y parte de Extremadura. En su formación intervino notablemente la cultura de Tartessos, que tuvo su desarrollo en la zona más occidental de Andalucía (a pesar de los grandes esfuerzos desplega­ dos por arqueólogos e historiadores, aún no sabemos dón­ de estaba situada su capital o centro principal), y los ele­ mentos aportados por las colonizaciones griega y púnica. La cultura de los campos de urnas se desarrolla en Europa Central hacia el 1200 a. C. y penetra en la Península por los pa­ sos del Pirineo Oriental. La característica principal de esta cul­ tura es el ritual de la incineración, en el que las cenizas eran de­ positadas en urnas, lisas o decoradas. La cultura de los campos de urnas se propagó hacia Occidente, lo que significó la integra­ ción de grandes áreas geográficas de la Península Ibérica (Cata­ luña y Valle del Ebro) y del Suroeste de Francia (Languedoc y Aquitania) en el ámbito general de una cultura superior.

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Area indoeuropea En la historiografía actual se está imponiendo la utilización de este término, que tiene un contenido esencialmente lingüísti­ co, por ser más comprehensivo de la realidad a la que se refiere que otros términos utilizados en épocas pasadas. A partir de una serie de estudios y hallazgos recientes, hoy podemos delimitar con bastante claridad la denominada área in­ doeuropea de la Península Ibérica junto con algunas zonas de transición. A grandes rasgos comprende las dos Mesetas, el norte y el oeste de Hispania, extendiéndose desde el valle medio del Ebro (claramente establecido el límite en la actualidad tras el conoci­ miento del Bronce de Contrebia) y el Sistema Ibérico al este, has­ ta el río Guadiana por el sur, el Atlántico por el oeste y el Can­ tábrico por el norte. Este área es la señalada por los lingüistas como área de claro dominio de las lenguas indoeuropeas y den­ tro de ella quedan incluidas todas la lenguas de carácter céltico (como es el caso de la celtibérica, en el valle medio del Ebro so­ bre todo), y las que no son propiamente célticas (como es el caso de la lusitana, que ocuparía el centro de Portugal y parte de Ex­ trem adura), y, dentro de ella existen, por supuesto —como han demostrado los últimos trabajos de M. L. Albertos— diferentes regiones o áreas antroponímicas menores, definidas por la pre­ sencia de ciertos nombres personales característicos. Muchos eran los pueblos que ocupaban este territorio duran­ te la Antigüedad: celtíberos (citeriores y ulteriores), carpe taños, vacceos, vetones, lusitanos, tumodigos, astures, galaicos, etc., pero todos ellos presentan en el plano lingüístico una caracterís­ tica común que da cierta unidad a la zona, el carácter indoeuro­ peo de sus lenguas. Pero existe un elemento diferenciador que son sus formas or­ ganizativas sociales. Atendiendo precisamente a estas formas de organización social la supuesta unidad desaparece, debiendo di­ ferenciar del conjunto a la zona del Noroeste, los galaicos de los textos romanos, que ocupaban en la Antigüedad un territorio un poco más amplio que la actual Galicia. Según las investigaciones más recientes, esta zona del Noroeste posee en época prerrom a­

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na y primeros tiempos de la dominación romana una organiza­ ción diferente, que se reconoce sobre todo a partir de las fuen­ tes epigráficas, todas ellas, como ya hemos visto, de época ro­ mana, pero en las que aparecen reflejadas instituciones y formas organizativas características de la sociedad indígena. A partir de la epigrafía de época romana podemos conocer parte de las es­ tructuras organizativas indígenas y observar los procesos de cam­ bio que en ellas se van produciendo, junto con las transforma­ ciones históricas que tienen lugar dentro de la Península Ibérica. Tradicionalmente se había pensado que existían las mismas formas organizativas indígenas entre los galaicos, los astures, los cántabros y demás pueblos del área indoeuropea, aunque refle­ jadas en la epigrafía con términos distintos, gentes, gentilitates y genitivos del plural en -um I -orum con sus variantes en el caso de los astures, cántabros, vetones y relendones entre otros, y en el caso de los galaicos con el signo epigráfico de D que era leí­ do como centuria (A. Schulten, A. Tovar, M. L. Albertos, P. Le Roux & A. Tranoy, entre otros). Como en tantos otros asuntos epigráficos de nuestra historia antigua, fue la intuición de M. L. Albertos la que puso sobre la pista de la interpretación correcta a epigrafistas e historiadores, proponiendo la equivalencia C = Costeño. J. Santos y, sobre todo, G. Pereira han continuado esta intuición reforzándola des­ de el punto de vista histórico, frente a los que seguían mante­ niendo la interpretación como centuria u otras interpretaciones, como tendremos ocasión de ver más adelante. La hipótesis se vio confirmada en su totalidad con el hallazgo de una nueva ins­ cripción en Astorga en la que aparecen dos individuos que, apar­ te de su pertenencia a la comunidad de los Lemavos, del prime­ ro de ellos, que es una m ujer, Fabia, se dice que vive en D Eritaeco y del segundo, Virio, posiblemente su hijo de siete años, se dice que vive en D eodem, por lo que creemos que se ha pensado, con toda razón, que el término con el que debe con­ cordar debe ser neutro, por razones de lengua, y castellum (que muy probablemente debamos traducir como castro), por razones históricas. Hoy sabemos sobre todo a partir de los estudios de M. L. Al­ bertos, J. Santos y M. C. González, que los términos que en­

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contramos en la mayor parte del área indoeuropea (gens, gentilitas y genitivos de plural) son términos que aluden al nombre de una unidad suprafamiliar, que viene expresada en la mayor parte de los casos por el uso del genitivo del plural y que están relacionados con el parentesco (por ejemplo, la siguiente inscrip­ ción de Yecla de Yeltes, Salamanca, territorio de los vetones: Segontius Talavi f(ilius) Talabonicum = Segontio, hijo de Talavo, de los Talabonicos; o esta otra de Poza de la Sal, Burgos, terri­ torio de los pelendones: D(is) M(anibus). Atili(a)e Cantabrequn, Ati(lii) f(iliae) = A los dioses manes. A Atilia, hija de Atilio, de los Cantabrecos). En el área del Noroeste (Gallaecia), independientemente de la interpretación que se dé del signo epigráfico D (para unos centuria y para otros castellum), lo que sí parece claro es que la realidad que encierra este signo está referida al lugar de origen y habitación de la persona en cuestión, lo que lo diferencia cla­ ramente de la función de los términos gens, gentilitas y genitivos de plural. Se trataría de núcleos de población (posiblemente castros) con una independencia organizativa, imposible de determi­ nar de momento en el interior de los populi o civitates. Por ejemlo, la siguiente inscripción de Braga, en territorio de los galaicos bracarenses, Albura Caturonis f(ilia) D Letiobri, an(norum) L X X , h(ic) s(ita) e(st) = Aquí yace Albura, hija de Caturo, de setenta años, del castro Letiobro; o ésta, aparecida en Cerdeira do Coa, Potugal, al sur del Duero y a unos 150 Kms del territo­ rio de los Límicos, es decir, fuera del territorio de la civitas (co­ munidad ciudadana) o el populus de este grupo de población: Fuscus Severi f(ilius Limicus D Arcuce, an(norum) X X I I h(ic) s(itus) e(st) S(it) t(ibi) t(erra) l(evis. P(ater) f(aciendum) c(uravit) = Aquí yace Fusco, hijo de Severo, del pueblo (o civitas) de los Limicos, del castro Arcuce, de veintidós años. Que la tierra te sea leve. En este último caso por haber muerto el indi­ viduo fuera del territorio de la civitas a que pertenece el castro en el que vive, se indica, además del referido asentamiento, la civitas, que es lo significativo dentro de las relaciones de dere­ cho público. Este límite de los castella y las unidades suprafamiliares es el mismo que señalan, por un lado, el curso inferior del río Duero

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