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February 14, 2017 | Author: bombachim | Category: N/A
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NIGEL GLENDINNING

HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA EL SIGLO XVIII EDICIÓN AUMENTADA Y PUESTA AL DÍA

EDITORIAL ARIEL, S. A, BARCELONA

m Letras e Ideas Colección dirigida por F r a n c is c o R ic o

HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA

Nueva edición 1.

A . D . Deyerm ond LA E D A D MEDIA

2.

R. O . Jo n e s SIGLO D E ORO: PROSA Y POESIA Revisado por Pedro-Manuel Cátedra

3.

E d w ard M. W il s o n y D u n can M oia SIGLO D E ORO: TEATRO

4.

N ig e l G len d in n in g EL SIG LO XVIII

5.

D o n a id L. Shaw EL SIGLO X IX

6 /1 . G erald G . B rown EL SIGLO X X . DEL 98 A LA GUERRA CIVIL Revisado por José-Carlos Mainer 6 /2 . S antos S anz V illanueva EL SIG LO X X . LA LITERATURA ACTUAL

T ítu lo original: A L IT E R A R Y H IS T O R Y O F S P A I N The Eigbteentb Century E rnest Benn L td ., Londres Traducción de L u is A l o n s o L ó p e z 1.* edición: d iciem b re 2973 E dición al cu id ad o de José-C arlos M ainer 2." edición: febrero 1975 3 .a edición (corregida y aum entada): ag o sto 1977 4 ,2 edición (revisada y pu esta al día): m ayo 1983 5-* edición: abril 1 9 8 6 6 .“ edición: febrero 1993 7 .a edición: febrero 2 0 0 0 © 1972: N ig e l G len d in n ín g Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el m u ndo y propiedad de la traducción: © 19 7 3 y 2 0 0 0 : E ditorial A riei, S. A. C órcega, 2 7 0 - 0 8 0 0 8 Barcelona IS B N : 8 4 -3 4 4 -8 3 2 6 -2 (obra co m pleta) 8 4 -3 4 4 -8 3 5 5 -6 (tom o 4) D epósito legal: B . 1 1 4 - 2 0 0 0 im preso en E sp añ a N in gu n a parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, alm acenada o transm itida en manera alguna ni por ningún m edio, ya sea eléctrico, q u ím ico , mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin perm iso previo del editor.

ADVERTENCIA PRELIMINAR Toda historia es un compromiso entre propósitos difíciles y aun imposibles de conciliar. La presente no constituye una ex­ cepción. Hemos tratado principalmente de la literatura de crea­ ción e imaginación, procurando relacionarla con la sociedad en la que fue escrita y a la que iba destinada, pero sin subordinar la crítica a una sociología de amateur. Por supuesto, no es posible prestar la misma atención a todos los textos; y, así, nos hemos centrado en los autores y en las obras de mayor enjundia artís­ tica y superior relevancia para el lector de hoy. La consecuencia inevitable es que muchos escritores de interés, mas no de primer rango, se ven reducidos a un mero registro de nombres y fechas; los menores con frecuencia no se mencionan siquiera. Hemos aspirado a ofrecer una obra de consulta y referencia en forma manejable; pero nuestro primer empeño ha sido proporcionar un guía para la comprensión y apreciación directa de los frutos más valiosos de la literatura española. Salvo en lo estrictamente necesario, no nos hemos impuesto unos criterios uniformes: nuestra historia presenta la misma variedad de enfoques y opiniones que cabe esperar de un buen departamento universitario de literatura y confiamos en que esa variedad sea un estímulo para el lector. Todas y cada una de las secciones dedicadas a los diversos períodos toman en cuenta y se hacen cargo de los resultados de la investigación más re­ ciente sobre la materia. Con todo, ello no significa que nos li­ mitemos a dejar constancia de un gris panorama de idees regues. Por el contrario, cada colaborador ha elaborado su propia inter­ pretación de las distintas cuestiones, en la medida en que podía apoyarla con buenos argumentos y sólida erudición. R.

O . J o n es

ÍNDICE Advertencia preliminar...............................................

9

Abreviaturas.................................................................

13

Prólogo del a u t o r .....................................................

15

1. Literatura y sociedad

en España durante el siglo xvm .

2. La prosa durante- elsiglo x v m ...................................

17 73

3. La poesía durante el siglox v m ................................ 117 4. El teatro durante elsiglo x v m ...................................165 C o d a ......................................................................... 223 Apéndice A. — Análisis de las listas de suscriptores se­ gún las clases sociales...............................................228 Apéndice B. — Precios de libros en el siglo xvm .

.

232

Apéndice C. — Frecuencia de ediciones durante el si­ glo x v m ...................................................................234 Apéndice D. — Análisis de las publicaciones durante el siglo xvm atendiendo a su materia . . . .

235

Apéndice E. — Libros científicos publicados en España en la primera mitad del siglo xvm . . . .

237

Bibliografía.................................................................. 239 Indice alfabético............................................................ 261

ABREVIATURAS Archivo Histórico Nacional AHN Biblioteca de Autores Españoles BAE BBMP Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo Bulletin Hispanique BH Bulletin of Hispanic Studies BHS Biblioteca Nacional, Madrid BNM BRAH Boletín de la Real Academia de la Historia Cuadernos Americanos CA Clásicos Castellanos CC Clásicos Castalia CCa Cuadernos de la Cátedra Feijoo (Oviedo) CCF FR Filología Romanza HR Hispanic Review NBAE Nueva Biblioteca de Autores Españoles NRFH Nueva Revista de Filología Hispánica Papeles de Son Armadans PSA RABM Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos RCHL Revista Crítica de Historia y Literatura Revista de Filología Española RFE Revue Hispanique RH RL Revista de Literatura Revue de Littérature Comparée RLC RN Romance Notes RO Revista de Occidente Studies in Philology SPh

PRÓLOGO DEL AUTOR El contenido del presente volumen fue originariamente con­ cebido como contribución a un libro de mayores dimensiones que abarcaría el período romántico y posromántico. Es obvio que en tan corto espacio resulta imposible abordar adecuada­ mente las letras hispánicas de más de un siglo; he preferido, por ello, reducir el número de los autores tratados, antes que incluir escritores por el mero propósito de citarlos. Estos capítulos (así lo espero) contribuirán, sin embargo, al conocimiento más profundo de una parcela seriamente descuida­ da, pero que de modo creciente se va convirtiendo en objeto de investigación para la crítica en Francia, Estados Unidos, Alema­ nia, Italia y España, así como en Gran Bretaña e Irlanda. Cuando me hallaba trabajando sobre las obras publicadas por suscripción en España e investigando acerca de los precios de los libros, buen número de colegas y amigos me prestaron su oportuna ayuda. De modo particular, es grande la deuda que tengo contraída con el profesor Rodríguez-Moñino, cuya pérdi­ da lamentamos los hispanistas de todo el mundo, y con el profe­ sor Edward M. Wilson, así como tambiéñ con Mrs. Helen F. Grant, el profesor José Caso González, Mr. Duncan Moir y el profesor Russell P. Sebold. Debo asimismo mi reconocimiento a muchos estudiantes de español de la universidad de Southampton que me ayudaron a confeccionar las estadísticas, y a las au­ toridades de dicho centro que financiaron parte de mis investi­ gaciones. Agradezco encarecidamente el permiso del comité del Museo Británico y de la Biblioteca Nacional de Madrid para reproducir las citas de los manuscritos de sus colecciones. Debo-

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expresar, finalmente, mi agradecimiento al editor general de la presente serie, el profesor R. O. Jones, por su escrutinio atento de mis originales a máquina, así como por sus valiosas sugeren­ cias. Gracias debo, por último, a mi esposa por haber eliminado de mi redacción algunos desaciertos, y a mi amigo Philip Deacon por haber preparado el índice y haber ayudado en la revi­ sión del texto para la edición española. O. N. V. G.

Dublín, junio de 1972.

Capítulo 1 LITERATURA Y SOCIEDAD EN ESPAÑA DURANTE EL SIGLO XVIII

A comienzos del siglo xvm , España se encontraba política­ mente escindida. Castilla, en efecto, apoyaba a Felipe V de Borbón como candidato al trono; el antiguo reino de Aragón, en cambio, era más bien partidario del Archiduque Carlos. Feli­ pe V, terminada ya la guerra, continuó dando a los aragoneses motivos que los mantenían en su actitud de oposición al abolir los fueros de Aragón, Valencia y Mallorca en 1716, aunque la facción aragonesa fuera más adelante una fuerza con la que ha­ bría que contar entre 1760 y 1780. Hubo, además, en este tiempo otros grupos que en España, al igual que en el resto de Europa, trataron de modificar las jerarquías de la monarquía y de la Iglesia. Las divisiones no fueron, sin embargo, la única consecuencia de la guerra de Sucesión española. España perdió por los tratados de Utrecht y Rastatt sus posesiones en los Paí­ ses Bajos, Ñapóles y Sicilia en favor de Austria; Gibraltar y Menorca en favor de Inglaterra. La nación era, así, al decir de Voltaire y de otros escritores de esta centuria, un mero esque­ leto de lo que había sido en otras épocas. Cuando Fernando VI subió al trono en 1746, el político Macanaz se sirvió de idéntica imagen —la de un cadáver— para describir el estado en que se encontraba la nación. Reprobaba por igual la intervención de árbitros extranjeros en los asuntos españoles y en las guerras. Se daba en España una aguda con­ ciencia de decadencia, a pesar de que se notaba claramente un

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cierto progreso en la economía y de que la población volvía a crecer. Posteriores mejoras, en época más tardía de este mismo siglo, no lograron destruir por completo esta sensación de deca­ dencia y división. En 1768, Pablo de Olavide, en su Plan de es­ tudios para la universidad de Sevilla, habla de España «como un cuerpo sin vigor ni energía», atribuyendo su estado al espíritu de partido en la enseñanza universitaria, compuesta de «miembros que no se unen entre sí; sino que cada uno se separa de los de­ más, perjudicándoles cuanto puede para exaltarse a sí mismo». En un principio, las soluciones que el gobierno brindó al problema fueron de índole económica: la abolición de las adua­ nas interiores, la protección dispensada a determinadas indus­ trias —la del vidrio, porcelana, construcciones de barcos, la tex­ til, por ejemplo— , la repoblación de Sierra Morena a finales de la década de los sesenta y comienzos de la de los setenta, y el apoyo oficial a las sociedades económicas que surgieron en mu­ chas ciudades tras la fundación pionera de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País en 1765- La existencia misma de estas sociedades económicas refleja una amplía preocupación por el desarrollo del país. Por la mayor parte se componían de nobles, ricos hacendados, oficiales del ejército, burócratas y clé­ rigos, que deseaban mejorar el potencial agrícola y mercantil de la nación, adelantando sobre todo «las artes prácticas, de cuya profesión no [era] ninguno de sus individuos», según apuntaba con sarcasmo un crítico de esta época (El Censor, Discurso 65, Madrid, 1784). A pesar de no ejercer ellos mismos los oficios mecánicos, muchos socios se preocupaban hondamente por la si­ tuación de los pobres jornaleros y labradores. El poeta y drama­ turgo López de Ayala, en su discurso de entrada para la Real Sociedad Económica de Madrid (1777), se refería al «dulce movimiento [en lo interior de nuestros corazones] que nos hace mirar a todos los hombres como hermanos, [lastimándonos] las miserias ajenas». Algunos hasta criticaban la jerarquía tradicio­ nal de la sociedad, como Tediato por ejemplo, en las Noches lú­ gubres de Cadalso cuando hablaba de las clases como «arbitra­ rias e inútiles» (¿1771?). Muchas veces una simpatía hacia los

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pobres se une. a la crítica de la ociosidad de las clases elevadas. Un amigo de Cadalso, León de Arroyal, escribe una oda «en ala­ banza de Juan Fernández de la Fuente, labrador honrado» —an­ tecesor del famoso poema de Cienfuegos a un carpintero y otros por el mismo estilo— y alude a «los espantajos de la nobleza». Los ataques contra los nobles y ricos inútiles se hicieron sobre todo comunes a finales del siglo, influidos.quizá por los cambios que habían tenido lugar en otras sociedades. La1situación debe­ ría mejorarse —creyeron algunos— mediante la ruptura de «aquel vínculo, con el que atadas [las riquezas 1 a ciertas manos y a ciertos cuerpos, son impedidas de correr a unirse, como el hierro con el imán, con la industria, con la aplicación,,con el trabajo, con el mérito» (El Censor, Discurso 9, Madrid, 1781). En una de sus Odas filosóficas de 1770, el poeta y dramaturgo Cándido María de Trigueros opinaba que las medidas legales debían tomarse contra la ociosidad de los ricos, formulando sus argumentos en pareados llenos de fuerza persuasiva. El morador antiguo del Nilo celebrado El ocio castigaba como crimen de estado: A los que nada hacían, Solón los desterraba, Dracón con muerte dura severo castigaba, Y espirar los hacían los antiguos Germanos Sumidos en el sucio fango de sus pantanos. De todas estas gentes la razón admirada Detesta nuestros nobles, que no sirven de nada. Entretanto nosotros, con soberbia fiereza El ocio consagramos a la antigua nobleza. Sus celebrados padres, que tan útiles fueron, Derecho de no serlo por herencia les dieron. Inútiles estorbos entre los ciudadanos Nacieron sólo para adorarse así vanos. Estas críticas dirigidas contra la inactiva aristocracia, que se fusionaron a veces con las actitudes igualitarias que flotaban en la atmósfera de finales del siglo x v i i i , se hacen plenamente com­ prensibles en el contexto de la historia española. No era elevada

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la proporción de los nobles en España, y aun descendió en el transcurso del siglo hasta un nivel del 4 por ciento entre el total de una población de diez millones y medio de habitantes en 1797. En el censo de 1768 había 722.794 hidalgos, 480.000 en 1787 y 403.000 en 1797. En determinadas regiones, sin embargo, el porcentaje de nobles era mucho más elevado. Los habitantes de Guipúzcoa se consideraban hidalgos en el cien por cien de los casos; en Vizcaya sucedía lo mismo en un 50 por ciento, y en Asturias en un 16 por ciento, a finales de siglo. En Andalucía, además, y a pesar de que el número de nobles per capita era bajo en esta región, abundaban los hidalgos ricos de modo especial. A lo largo de todo el territorio de la nación, to­ mada en su conjunto, gozaban aún los nobles de ciertos privile­ gios. No podían ser presos por deudas, ni podían embargarse sus personas, armas o caballos. Se les daba la preferencia en cier­ tos arrendamientos, ventas y repartimientos; también en los oficios públicos honoríficos. A los nobles no se les exigía el dar alojamiento a los soldados del ejército cuando pasaban por su pueblo, a menos que resultaran insuficientes las casas de perso­ nas no exentas (y esto sólo después de 1742). Tampoco se tas podía poner pena afrentosa o infamante, ni exponerles al tor­ mento o tortura. Aún en 1797 el poner esposas o grillos a doña María Vicenta Mendieta, viuda de don Francisco de Castilla, e implicada en su homicidio, motivó quejas por parte del abo­ gado defensor, que alegaba su exención por hidalga. En muchas zonas del país, ciudades enteras, así como pueblos y tierras, pertenecían aún a señoríos en realidad autónomos, más bien que a la corona o a la Iglesia. Amplias zonas de la superficie cultivable permanecían baldías a causa del abandono por ab­ sentismo de sus señores y como resultado de la vinculación, o eran inútiles por pertenecer a la Mesta que contaba con dere­ chos de cañada sobre las tierras para conducir a lo largo de España los rebaños trashumantes. En el Informe sobre la ley agraria (1795), redactado por Jovellanos (1744-1810) sobre la base de las discusiones y memorias de la Sociedad Económica de Madrid, se señaló como una necesidad urgente la redistribu­

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ción de las tierras y la promoción de un derecho de propiedad más extendido. Se discutía abiertamente el problema del a b s e n ­ tismo en la Real Academia de Derecho Español de Madrid, en algún debate ante el público. En mayo de 1785, don Pedro Ferrer disertaba sobre «si sería conveniente privar de las tierras a los propietarios que por espacio de algunos años dejaban de cultivarlas». Sin duda el ponente era partidario de la secuestra­ ción de aquellas tierras, ya que también preguntaba «a quién deberían aplicarse [las tierras secuestradas], a los hacendados inmediatos, a los consejos o propios de los pueblos, o al rey». No todo el mundo, empero, era partidario de un cambio tan radical, y Bernardo Ward hizo ya en 1750 un proyecto para que la jerarquía social y España se recuperasen conjuntamente volviendo a introducir la industria de la seda, de modo que los campesinos pudiesen dedicarse a la cría de gusanos de seda y a hilar sus productos, así como los propietarios invertir su dinero ahorrado en un material que debería proveer de vestido a la nobleza y adornar las paredes de los palacios. Las guerras exteriores — como sucedió tan frecuentemente a lo largo de la historia de España— obstaculizaron en buena par­ te el desarrollo del país; recuérdese que, en esta época, España anduvo empeñada en la anexión de Nápoles y del reino de las Dos Sícílias en 1734; en una costosa campaña en Italia entre 1740 y 1746; en la guerra sostenida contra Inglaterra en Por­ tugal en 1762; en una expedición a las islas Malvinas en 1770; en el desastroso ataque a Argel en 1775; en el asedio de Gibraltar entre 1779 y 1783; en la reconquista de Menorca en 1782; en las hostilidades contra la nueva república francesa en el pe­ ríodo que va desde 1793 hasta 1795, y más adelante en la gue­ rra de la Independencia (1808-1814). Todo ese esfuerzo bélico requería hombres y dinero que España, no sin perjuicio, aún podía emplear. En algunos casos, es cierto, el orgullo nacional entraba en juego, y la guerra contribuyó a la unidad. En otras ocasiones, en cambio, la guerra era una simple consecuencia de la alianza con Francia — en especial después del Pacto de Fami­ lia de 1761-1762— ; otras veces, el conflicto se convertía en cau­

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sa de humillación, como fue el caso de la desastrosa expedición a Argel, que dio lugar a toda una serie de sátiras anónimas con­ tra el desgraciado general irlandés O’Reilly, y, partiendo de esto, contra los ministros extranjeros empleados por Carlos III que se creían responsables del fracaso. La guerra de la Independencia escindió y unificó a España al mismo tiempo. Los libera­ les, dudando de si era mejor prestar apoyo a Francia para el interés general de su propio país, y facilitar así un cambio radi­ cal en la sociedad española, o bien apoyar a Fernando VII con­ tra los franceses y procurar obtener de este monarca un sistema más democrático que el que había proporcionado la monarquía en etapas anteriores, se hallaban escindidos entre sí. El fin de la guerra, sin embargo, fue testigo del empobrecimiento de la nación y de la restauración de la monarquía absoluta, a pesar de la Constitución de Cádiz (1812). De modo inevitable, las guerras acentuaron la preocupación de los españoles por el estado de su país y mucho se hizo para mejorarlo a lo largo del siglo xvm , a pesar de las hostilidades. La condición de vida en las ciudades se vio radicalmente modifi­ cada mediante el empedrado de las calles, un mejor sistema de desagües y el alumbrado nocturno en la capital, por ejemplo; el nuevo trazado de avenidas y plazas se dejó ver por doquier. Las mejoras en Madrid fueron especialmente notables, y lleva­ ron aquella ciudad de su primitivo estado maloliente y sucio al de un sitio limpio y agradable entre 1760 y 1768. Aparecie­ ron los suburbios modelo en Barcelona (Barceloneta), y, final­ mente, fueron construidos pueblos enteros por simples parti­ culares ilustrados (el de Nuevo Baztán, por ejemplo, debido a la familia Goyeneche), o por el estado (como el caso de La Ca­ rolina y La Carlota, y otros más en Andalucía). Mejoraron nota­ blemente las comunicaciones a lo largo de la península, y nuevas arterias y canales se construyeron en la segunda mitad de este siglo, para ayudar la agricultura y la economía del país a la vez. Otros progresos se promovieron gracias a la educación. Se pro­ curó sobre todo estimular el estudio de las matemáticas y de las ciencias, tan provechoso para el fomento de la razón y el destie­

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rro de la superstición. Ya en 1758 se empezó a dar clases de física experimental en el Seminario de Nobles matritense, a cargo de los jesuítas. Los cursos se anunciaron en la Gaceta de Madrid para que pudieran acudir cuantos se interesaban por los estudios científicos y los nuevos métodos. Se intentó reformar las universidades y mejorar la enseñanza escolar. Tras una cé­ dula que daba más categoría social a los maestros de primeras letras en junio de 1758, se promulgaron varias reales resolucio­ nes acerca de la instrucción pública en 1767 y 1771. En 1783 se establecieron escuelas gratuitas en todos los barrios de Ma­ drid; y en el Informe sobre la Ley Agraria (1795), Jovellanos pidió que se multiplicase «en todas partes la enseñanza de las primeras letras», para que no hubiese «individuo por pobre y desvalido que sea, que no pueda recibir fácil y gratuitamente esta instrucción». La preocupación de los ilustrados por la in­ novación en el sistema pedagógico trasciende en los comenta­ rios que se escribieron acerca de las escuelas de Madrid, des­ pués de una visita general en 1797. Los de la comisión inspec­ tora —entre su número se contaban dos amigos de Leandro Fernández de Moratín, Juan Antonio Melón y Pedro Estala— notaban en alguna escuela, que «todo se enseñaba por el mé­ todo antiguo y muy mal». Cuando en otra el maestro les decía que «se enseñaba el santo temor de Dios», los inspectores la­ mentaban «la escasez de luces del regente». Otra preocupación de los españoles fue con las condiciones de vida en los dominios sudamericanos. Es interesante ver la opinión de dos científicos españoles, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, acerca de la administración de las provincias ultramari­ nas. A juzgar por una memoria que redactaron por los años de 1743 para el marqués de Ensenada, les chocó la inhumanidad de algunos corregidores y la explotación de los indios. Vuelve a sonar allí la nota de humanitarismo tan frecuente en los escritos de los ilustrados españoles del siglo xvm. Aseveraron que no era posible entrar en el asunto del tratamiento de los indios, «sin quedar el ánimo movido a compasión, [y] [ ...] sin dejar de llorar con lástima la miserable, infeliz y desventurada suerte

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de una nación que, sin otro delito que el de la simplicidad, ni más motivo que el de una ignorancia natural, han venido a ser esclavos, y de una esclavitud tan opresiva, que comparadamente pueden llamarse dichosos aquellos africanos, a quienes la fuerza y razón de colonias han condenado a la opresión servil». Ningún progreso, sin embargo, se produce sin resistencia y sin discordia. Por lo que se refiere a las reformas que en el si­ glo xvm se abordaron en el seno de la Iglesia, por ejemplo, puede decirse que fueron particularmente desgarradoras. En algunos de sus aspectos, han de considerarse a la luz de la lucha por el poder entre dos potencias rivales, el rey y el Papa. Se discutía apasionadamente si los inculpados se podían ver libres del brazo secular refugiándose en recintos sagrados, si caía so­ bre el Papa la autoridad de deponer a los reyes o de dispensar a determinos súbditos suyos de sus obligaciones hacia su propio monarca, si los clérigos tenían derecho a apelar a las autoridades civiles contra manifiestos abusos de las autoridades eclesiásticas y, finalmente, si competía a la Iglesia el derecho de la publica­ ción de los edictos papales al margen del permiso real. Los que atacaron el poder de la curia papal fueron acusados por la Igle­ sia de jansenismo, o bien delatados a la Inquisición. Los minis­ tros del rey, a su vez, intentaron disminuir el poder del Santo Oficio, proscribir ciertos edictos papales y desmembrar, final­ mente, aquellas organizaciones cuya razón de existencia tenía relación con el Papa. La expulsión de los jesuítas en 1767 fue considerada como el golpe de más trascendencia en el curso de estas luchas contra la curia romana. El proceso de la Inquisi­ ción contra Olavide, ministro imbuido de ideas ilustradas y res­ ponsable del plan de repoblación de Sierra Morena, ponía de manifiesto, diez anos más tarde, que la lucha no había cesado’. Hacia finales de siglo muchas cuestiones se embrollaban como resultado de estas luchas en torno al poder. Así, por ejemplo, un clérigo como lo era Joaquín de Villanueva, que se pronunció contra el modo en que se decía la misa por parte de ciertos eclesiásticos — la misa de 25 minutos de duración era corriente por esta época; ciertos clérigos incluso la reducían ’a un tirón

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sin respirar de cinco minutos— , fue encarcelado por la Inquisi­ ción como si de un ateo se tratara. Nada impidió, por otra parte, que la Iglesia, a veces, se pusiese del lado de los demócratas en la lucha contra el poder absoluto de la corona. A través de este siglo, pensadores progresistas de todas las tendencias se encontraron en España con la Inquisición. La ma­ yoría de los inquisidores seguía en la creencia de que el sol y las estrellas giraban en torno a la tierra, y aún en 1777, la teoría copernicana era tenida por grave herejía en el proceso contra Olavide, dfe igual modo que la falta de respeto hacia las imáge­ nes religiosas o las ideas de índole sensualista. El inquisidor general — escribió el padre Feijoo por los años veinte— era «amantísimo de la antigualla y está amenazando con el rayo en la mano a todo libro que dice algo de lo infinito que se ignora en España». Y más adelante había un gran contraste entre los clérigos que estaban al tanto del desarrollo de las ideas cientí­ ficas y los que no lo estaban. En 1785, fray Manuel Gil criticó la ignorancia del padre Trujíllo, al repasar una carta pastoral de este último: «es muy dudoso si los Astrónomos le pasaran el modo con que habla del sistema de Copérnico». Pero seguía siendo imprescindible modificar muchas obras antes de que fueran dadas a la imprenta, para no contravenir las normas de la Inquisición. La prohibición de un libro podía constituir un incentivo para su lectura en ciertos casos; pero no cabe duda de que los inquisidores intimidaron a los artistas y escritores, y fueron utilizados por el gobierno, después de 1789, para impe­ dir la difusión de las ideas revolucionarias. El descenso progresivo en el número de procesos de la In­ quisición, así como de sus castigos a lo largo del siglo xvm, pue­ de seguirse en las cifras que nos presenta J. A. Llórente (17561823) en su Memoria histórica (1811), recientemente publicada por la editorial Ciencia Nueva bajo el título de La Inquisición y los españoles. Las estadísticas que Llórente nos ofrece son li­ geramente arbitrarias. Disponía de cifras adecuadas para deter­ minados tribunales, pero las multiplicó por todos los tribuna­ les existentes en el país a fin de obtener un diseño global. Las

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cifras que nos persenta, sin embargo, ofrecen la consistencia suficiente como para resistir un análisis estadístico. A partir de ellas es posible detectar tres períodos de actividad más intensa por parte de los inquisidores: se trataría de los años comprendi­ dos entre 1711-1718, 1742-1745, y finalmente entre 17931797. La primera etapa coincide con la guerra de Sucesión y el período inmediato; el segundo, con las campañas de Italia, y el tercero, con el período de la posrevolucíón francesa. Llórente afronta cifras para el régimen de cada uno de los inquisidores generales; por mi parte, be procurado unir las estadísticas en períodos más fáciles de comparar, a ser posible en décadas. In­ quisidores generales hubo que duraron en su cargo más de un decenio; y en el caso de que se dé una notable diferencia entre el número de años ocupados por un reinado y el próximo, pro­ porciono una figura ajustada entre paréntesis, para facilitar la comparación con el reinado inmediatamente anterior. Años Quemados en persona Quemados en efigie Penitenciados T o ta l

Años Quemados en persona. Quemados en efigie Penitenciados T o ta l

Años Quemados en persona Quemados en efigie Penitenciados T o ta l

1699-1710

1711-18

1720-33

1733-40

204? 102? 1.224?

272 136 1.632

442 221 2.652

238 119 1.428

1.530?

2.040 (2.958)

3.315 (1.518)

1.785

1742-45

1746-59

136 68 816 1.020 (2.346) 1784-92

1760-74

10 5 107

10

16

122

12

18

1793-97

2

2 ____

1798-1808

_

____

14

30

1 20

14

30

21



1774-83

.



A partir de 1760, si hemos de creer a Llórente, hubo más perso­ nas que fueron juzgadas en secreto, no sometidas, por consi­ guiente, a las afrentas públicas ni a la confiscación de sus bienes.

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Se dio, pues, una mayor actividad de este tipo durante la se­ gunda mitad del siglo que la que simplemente se deduce de las cifras constatadas. Los censores gubernamentales, además de los inquisidores, velaron por las instituciones estatales y religiosas, preservándo­ las de libros sediciosos. A veces la decisión resultaba difícil para los censores. Se quería evitar la influencia de teorías heterodo­ xas, pero al mismo tiempo fomentar el estudio de las ciencias y la filosofía. El doctor Andrés Piquer, en su Discurso sobre la aplicación de la filosofía a los asuntos de la religión (Madrid, 1757), se refiere al dilema en los términos siguientes: Los descubrimientos que se han hecho de dos siglos a esta parte por la vía de la experiencia, se hacen servir a veces para renovar y apoyar errores torpísimos, como se ve en los ma­ terialistas y otros sectarios de nuestros días. Si para embara­ zar la introducción de estas cosas se negase en general el uso total de ellas, traería grandísimo perjuicio a la sociedad humana, a quien importa mucho que las ciencias naturales se cultiven y se perfeccionen. Los censores estuvieron alerta de un modo especial después de los tumultos de 1766 y nuevamente a partir de la Revolución francesa. Por los años de 1790 incluso se prohibió en España un periódico científico, el Diario de Física de París. Desde entonces muchos intelectuales conformistas en España aceptaron la nece­ sidad de callar ciertas cosas. En 1793 un grupo de intelectuales (entre ellos Meléndez Valdés y Cienfuegos) que quería publicar un periódico llamado El Académico, prometió hacerlo así, ase­ verando que «Nada dirán, nada extractarán, en nada se mezcla­ rán que pueda ofender en modo alguno; trabajarán para la utili­ dad, y respetando, si es lícito decirlo, hasta la misma preocupa­ ción, en ciertas materias, las pasarán por alto en su periódico, y querrán más bien pasar a los ojos de algunos por menos ins­ truidos que por hombres de opiniones nuevas». La censura gubernamental y la Inquisición bastaron, para que no se publicasen en España determinados temas de la Ilus­

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tración europea, sobre todo lo que a las ideas políticas y religio­ sas se refiere. Pero el hecho de que estas ideas no pudieran di­ fundirse a través de libros españoles, no era un estorbo para que se las discutiese en España, ni para que circularan clandesti­ namente a veces en libros extranjeros. Por los años de 1770, por ejemplo, el obispo de Plasencia se quejaba al rey de la faci­ lidad con que él había procurado ejemplares de los escritos irre­ ligiosos y subversivos de Voltaire. Y más adelante, según la Historia de Carlos IV de Andrés Muriel, hubo visitador general en alguna diócesis que «daba él mismo a leer las obras de Vol­ taire y Rousseau a aquellos párrocos que habían adquirido algu­ na tintura de la lengua francesa, ponderándoles la importancia de tales escritos». Sí las obras de Voltaire y Rousseau no po­ dían ser publicadas en España, era de todos modos imposible impedir su discusión en las tertulias y en los cafés. En 1776, el padre José Rodríguez escribió, en efecto, en El Philoteo: Sé con toda certeza, que hay y ha habido tertulias concu­ rridas de militares, señoras y otros personajes, cuya materia de conversación es la religión a la moda. Se duda sobre el purgatorio, sobre el castigo eterno, inmortalidad del alma, sobre la revelación, autoridad soberana, etc., sacando con­ clusión de todo para la disolución y libertinaje. Después de la Revolución francesa, en 1794, un dominico fran­ cés refugiado en Madrid notó que las teorías revolucionarias circulaban abiertamente en las conversaciones de la Puerta del Sol y la calle Montera. Aconsejó al gobierno español que diera más información acerca de la situación en Francia en vez de negársela al pueblo, procurando de esta manera reformar la opinión pública. En la alta sociedad española del momento —apuntan algu­ nos satíricos de la época— resultaba imposible introducirse sin unas ciertas nociones acerca de la Ilustración. Esto constituye, en parte, el resorte de los Eruditos a la violeta de Cadalso (Ma­ drid, 1772) y de un manuscrito anónimo que contiene un ata­ que contra Olavide, llamado El siglo ilustrado. Vida de Don

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Guindo Cerezo (h. 1776). Estas dos sátiras hacen un contraste muy sugestivo entre sí. La de Cadalso se hace desde dentro: es obra de un autor que comparte las ideas ilustradas y critica la superficialidad más que la ideología. El enfoque de El siglo ilustrado, en cambio, es más agresivo; la sátira, esta vez, se hace desde fuera. Caricaturizando las ideas de la Ilustración, el anónimo autor, quizás el abate de la Gándara, hace que los ilus­ trados parezcan todos ignorantes, ateos, inmorales, y poco aman­ tes de su patria. Frente a ellos se encuentran los buenos: caste­ llanos viejos, canónigos leales, e individuos de la clase baja lle­ nos de sentido común y sana moralidad. Es obra en que se manifiestan los roces de las clases, lo mismo que en un soneto satírico de la misma época, que se mofa de ios ilustrados— y su éxito en la política— de la manera siguiente: Yo sigo el catecismo de Voltaire, venero al Kauli Kan y al Espión, y formo mi pequeña Inquisición, de Montesquieu, Rousseau y D’Alembert. Vocifero que España es el taller de la Ignorancia y la Superstición; cito a Nollet, Descartes y Newton, y en todo arrastro al Padre Verulier. Digo intriga, detalle, dessert, glasís, murmuro de los frailes sin cesar, y alabo cuanto aborta otro país. Yo no dejo jamás de cortejar; a Nápoles celebro, y a París, pues, ¿qué empleo me pueden hoy negar? (Museo Británico, Add. m s. 1 0 .2 3 7 , f. 3 0 9 V )1 I. Algo parecido se expresa en un soneto de Torres Viflarroel escrito unos cuarenta anos antes. Allí, en la «Ciencia de íos cortesanos': de este siglo», se ridiculiza el auge de la música extranjera en la cultura de la' Corte: Estar enamorado de sí mismo, mazcullar una Arieta en italiano, y bailar en francés tuerto o derecho: con esto, y olvidar el Catecismo, cátate hecho y derecho cortesano, mas llevaráte el diablo dicho y hecho.

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Esta pieza satírica va probablemente dirigida contra los mi­ nistros extranjeros en España, a quienes eran familiares las ideas ilustradas, al igual que contra aquellos españoles que seguían las actitudes de moda para aparentar más progreso. Quizá se en­ cuentran en la misma línea del ataque de Macanaz formulado contra los extranjeros influyentes en la corte española en fecha anterior de este mismo siglo; ataque que llegó a ser repetido por los amotinados de 1766 que exigían a Carlos III la deposición del ministro italiano Esquilache. En aquel momento, como an­ tes, las profundas disensiones y resentimientos de la sociedad española afloraron a la superficie. Carlos III y su nuevo minis­ tro el conde de Aranda intentaron unir a la sociedad española, y se expulsó a los jesuítas (a causa de la sospecha en torno a su implicación en los motines y su supuesta oposición al poder del rey). La política a seguir consistía, en Jo fundamental y lo mis­ mo que a comienzos del siglo, en reforzar la autoridad central. En el campo de las bellas artes y de la literatura la tenden­ cia centralizadora se esforzó por la creación de una red de aca­ demias. Éstas, a su vez y desde 1740 en adelante/ garantizaron la aceptación en las provincias de los estilos arquitectónicos y de las modas artísticas aprobados en la corte. Se trataba princi­ palmente de los estilos griego y romano, así como de los del Renacimiento europeo, que por este tiempo eran conocidos bajo la denominación de Neoclasicismo. Las nuevas obras en las igle­ sias provinciales requerían la aprobación de Madrid, a partir de noviembre de 1777,3 y la Real Academia de San Fernando tenía que intervenir en los planes y proyectos de renovación. A pesar de que las modas locales no desaparecieron, gozaron inevitable2. E l dominio ejercido por la Academia de Madrid por medio de la forma­ ción de los artesanos de las provincias salta a la vista en Los registros de ma­ trícula de la Academia de San Femando de 1752 a 1815, Madrid, 1967; prelimi­ nar transcripción y ordenación por E. Pardo Canaíís. Resulta evidente, asimis­ mo, en algunas de las reales resoluciones. Véase, por ejemplo, Severo Aguirre, Prontuario alfabético y cronológico por orden de materias, de las instrucciones, ordenanzas, reglamentos, pragmáticas y demás reales resoluciones no recopiladas, expedidas hasta el año de 1792 inclusive, Madrid, 1793, págs. 9-10 («Arqui­ tectos»).

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mente de menos aceptación que antes por parte de los artistas españoles.4 Análoga tendencia hacia la uniformidad tuvo lugar por lo que a la lengua y a la literatura se refiere. El diccionario, en cuya creación se vio comprometida la Real Academia muy poco después de su creación en 1714, contribuyó a este proceso de uniformidad, mientras qué los censores nombrados por las Academias garantizaron, a su vez, la-pureza del estilo (tanto des­ de el punto de vista literario como del político o religioso) de aquellas obras cuya publicación estaba reservada a su dictamen. Hay en España, en efecto, abundancia de datos para afirmar que la difusión del Neoclasicismo era debida en parte al influjo del despotismo ilustrado a través de las academias. Pero las ideas neoclásicas en la literatura fueron fomentadas también en las escuelas por las órdenes docentes, que enseñaron a los jóve­ nes las teorías de Horacio y Aristóteles. A pesar de que se hallaba más unificada a mediados del si­ glo xvm , España se encontraba asimismo más estrechamente unida a Europa de lo que había estado en etapas anteriores. La nueva dinastía borbónica se esforzó, naturalmente, por mantener cordiales relaciones con Francia; se establecieron, además, im­ portantes contactos de índole política con Inglaterra (e Irlanda), así como con Italia, que trajeron consecuencias tanto culturales como económicas. Así, por ejemplo, trabajaron al servicio de Fe­ lipe V tanto pintores, escultores y jardineros franceses como te­ jedores flamencos y arquitectos italianos; Fernando VI, a su vez, continuó esta misma tradición; y Carlos III, por su parte, hizo venir a Giambattista Tiépolo y al bohemio Mengs a traba­ jar en los palacios reales y en las iglesias. La fábrica de cerámica que Carlos III había hecho levantar en Capodimonte, en las afueras de Ñapóles, a base de artistas italianos, fue trasladada al Buen Retiro de Madrid, cuando el monarca subió al trono español el año 1759. El gusto musical se modificó también a lo 3. Ibid., pág. 367. 4. Una muestra bien clara de este estilo local en supervivencia la constituye la obra en estaco del Neobarroco de Pedraxas en Priego (Córdoba), que data de. 1770, y se encuentra muy inmersa en la tradición andaluza.

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largo de la presente centuria como resultado de los contactos con Europa. La ópera Italiana priva, en efecto, en la corte en el período que va desde 1720 a 1750. Alessandro Scarlatti estuvo al servi­ cio de los españoles en Ñapóles y su hijo Domeníco compuso gran parte de sus piezas musicales en España, en donde murió (Madrid, 1757). En 1737 el afamado castrato Cario Broschi (FarinelJi) entró al servicio del rey de España con un sueldo principesco de 1.500 guineas inglesas por año. Habiendo disi­ pado la melancolía de Felipe V —el rey «imitaba a Farinelli, siguiéndole en sus arias», según sir Berjamin Keene, embajador británico por entonces— , continuó Farinelli ejecutando dúos en unión de Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, además de organizar los espectáculos de ópera en el Buen Retiro durante la etapa final de su reinado. Carlos III personalmente era menos aficionado a la música —fuese italiana o no— , y cuando subió al trono, el país expresó sus opiniones en poemas anónimos, y, computando los gastos de los reinados anteriores, exigía la re­ forma por lo que a la música se refiere, lo mismo que en otros cinco asuntos que comienzan por la letra m\ medicina, minis­ tros, mulos, modas y mujeres. El infante don Luis, hermano del rey Carlos, protegió, sin embargo, tanto a músicos españoles como extranjeros, y él mismo ejecutaba duettos al órgano con el padre Soler y tomó a Boccherini a su servicio. Una imprenta de músicos, que se estableció en Madrid en 1770, publicó obras de compositores de relieve internacional tanto españoles como extranjeros.5 No ha de pensarse, sin embargo, que todos estos contactos se verificaban en un único sentido, por lo que al arte y a la música se refiere. Así, Haydn compuso sus Siete últimas palabras de la Cruz para la catedral de Cádiz, y Vicente Martín y Soler, músico nacido en Valencia (1754-1806), vio una ópera suya representada en Viena en 1786 (de la que Mozart tomó un tema para su Don Giopanni), y cuando murió era director de la ópera italiana en San Petersburgo. Y si, por otra parte, el bohe5. Cf. N. Glendinning, «Influencia de la literatura inglesa en España en el siglo x v m » , CCF, 20, 1968, pág. 52.

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mió Mengs ejecutó buen número de retratos de aristócratas es­ pañoles a mediados de siglo, Goya, a su vez, trasladó más tarde al lienzo al embajador francés Guillemardet y al duque de Wellington, vendiendo asimismo buen número de copias de sus Caprichos a compradores extranjeros. Las letras, por su parte, se vieron claramente afectadas por un conocimiento progresivamente más sólido de las teorías y procedimientos aceptados en otros países europeos, y hubo es­ critores como Luzán o Juan de Iriarte educados en Italia y en Francia, o como Cadalso que viajó ampliamente por Europa es­ tudiando en Londres y en París, que tuvieron un contacto de primera mano con la literatura europea del momento. Otros, a su vez, como' Jovellanos y Meléndez Valdés, que aprendieron idiomas extranjeros desde España y que, desde aquí mismo, se cartearon con franceses, ingleses e irlandeses, se hallaban por igual al corriente de los autores extranjeros por medio de sus lecturas. Franceses e italianos que residían en España —tal es el caso de Ignacio Bernascone, educado en un colegio de Getafe y en la Academia de San Fernando, o de Conti y Napoli Signorelli que vivieron por años en la capital—6 fomentaron, obvia­ mente, el interés hacia la literatura extranjera en los círculos que frecuentaban. Las obras de autores españoles que habían visitado Europa contribuyeron a la difusión de este mismo inte­ rés entre un público más amplío. Leandro Fernández de Mora­ tín, por ejemplo, da especial relieve a los temas de índole cultu­ ral en las notas que compuso — quizás en vistas a la publica­ ción— durante sus viajes a Inglaterra e Italia;7 Luzán en 1751 6. Para la formación de Bernascone en Getafe, véase Memorial ajustado de la causa criminal [ ...] contra D, Benito Navarro, Madrid, 1768, f. 14v, Los re­ gistros de matrícula en la Academia de San Fernando, pág. 16, Sobre los italianos en general, cf. Vittorio Cían, Giovambattista Conti e alcune relazione ietterarie fra Vitalia e la Spagna nella seconda meth ¿el settecento, Turín, 1896. 7. Un análisis estadístico de las Apuntaciones sueltas de Inglaterra (Obras postumas, I, Madrid, 1867, págs. 161-269), llevado a cabo por un grupo de es­ tudiantes en Southampton, indica que entre un 35 y un 43 por ciento de la obra se refiere al teatro y a las restantes artes; del 7 al 9 por ciento a las cien­ cias, del 22 al 28 por ciento a las «costumbres», y del 10 al 17 por ciento a material de índole política o económica.

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y el duque de Almodávar treinta años más tarde, a su vez, pu­ sieron a disposición del público sus impresiones acerca de la cultura francesa que habían obtenido durante su estancia en París; el primero en sus Memorias literarias de París: actual estado y método de sus estudios (Madrid, 1751), el último en su Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia (Ma­ drid, 1781) publicada con el seudónimo Francisco María de Silva. Las estancias en el extranjero, sin embargo, no estaban restringidas a las altas clases de la sociedad. Ya en el reinado de Fernando VI se facilitaban los viajes de estudios fuera de España a hombres de ciencia, y se disponía también de pensio­ nes reales y de becas de estudio a favor de los artesanos y ar­ tistas españoles, con el fin de que llevaran a cabo estudios en Inglaterra, Francia e Italia. El estudio creciente de idiomas ex­ tranjeros en los colegios del país 8 capacitó, a su vez, a un nú­ mero mayor de público para la lectura de obras inglesas, fran­ cesas e italianas en sus versiones originales y profundizó las impresiones que, en ciertos casos, recibían de las traducciones. El influjo de las traducciones, por lo que se refiere a su estilo al igual que a su contenido, no debe infravalorarse. Afirma Capmany que aquéllas transformaron el modo de escribir el caste­ llano en el transcurso de unos veinte años,9 si bien — creían mu­ chos— el cambio operado fuera perjudicial. Hemos indicado ya anteriormente la relevancia del cambio social operado en España. Por razones económicas, el gobierno mismo demostró su interés en hacer desaparecer algunas de las barrpras tradicionales. Campomanes se esforzó por fomentar el desarrollo de los oficios, elevando su rango en la consideración social e intentando borrar la distinción entre los usuarios del título de «don» que practicaban las artes liberales y el simple Juan Fernández que trabajaba en un taller de tejer, en las hor­ 8. Cf. N. Glendinning, op. cit., pág. 66, y Ángel González Palencia, «Notas sobre la enseñanza del francés a fines del siglo x v m y principios del x ix », en Eruditos y libreros del siglo X V III, Madrid, 1948, págs. 419-427. 9. J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una biblioteca española de los mejo­ res escritores del reinado de Carlos I I I , II, Madrid, 1785, pág. 142,

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mas o máquinas de modelado. Desde el mes de marzo de 1783, artes como las del curtido, sastrería, zapatería o herrería fueron declaradas «honorables», y los que practicaban tales menesteres no perdían, por ello, su condición de hidalguía.10 Apenas desa­ pareció de golpe, sin embargo, la estructura del sistema. El afán de conseguir el título de «don» era difícil de extirpar y lo que Cadalso escribe en 1774 acerca de la «Donimanía» en sus Car­ ias marruecas no es una pura ficción; la distinción que este autor establece entre «don» y «señor don» puede comprobarse, por otra parte, en la lista de suscriptores a las Obras sueltas de Lope de la edición de Sancha en 1776.11 Ha de tenerse en cuenta, además, que los cambios de ideas en el centro de España no alcanzaron siempre a la periferia, según se deseaba. Todavía en 1784, la Real Academia de San Fernando se lamentaba de las disputas provincianas en torno a la distinción entre artistas y artesanos, al propio tiempo que le molestaban las actitudes monopolísticas adoptadas por los gremios de pintores en Ma­ llorca, Cataluña, Zaragoza y Valencia.12 Fue necesaria, en efecto, la guerra peninsular para que se introdujera la primera fisura fundamental en el sistema de cla­ ses, cuando los que no eran hidalgos llegaron a ser oficiales. Aun así, los diminutos cambios sociales tienen obvias implica­ ciones por lo que a la literatura se refiere y, tomados junta­ mente con el progreso de las facilidades escolares a lo largo de todo este período,13 nos llevan rápidamente a pensar que la ca­ pacidad de lectura se incrementó en el transcurso de este siglo. Resulta fácil, por lo tanto, suponer la aparición de una nueva clase media de lectores, y esperar que un nuevo tipo de escritor se desarrolle para este nuevo público,

10. Cf. Severo Aguirre, op. cit., págs. 11-12. 11. Lope de Vega, Obras sueltas, I, Madrid, 1776, Lista de suscriptores. 12. Real Academia de San Fernando, Juntas ordinarias, libro III (17761785). Junta del 5 de diciembre de 1784. A cualquier artista o arquitecto, fuese español o extranjero, le estaba permitido durante este período trabajar libremen­ te en España, según se afirmó de nuevo en una real cédula del 1 de m de 1785 (cf. Severo Aguirre, op. cit., pág. 10). 13. La prioridad que durante este período el gobierno dispensó a la ense-

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Desdichadamente carecemos de fuentes fidedignas que nos informen acerca del público que existía para los libros impresos en España durante el siglo xvm y los comienzos del xix. Sin embargo, las listas de suscriptores de los libros publicados por este sistema pueden darnos ciertas indicaciones al respecto. Los suscriptores no eran por fuerza lectores, desde luego, y Torres Villarroel, que se jactaba de que la edición de sus Obras —lle­ vada a cabo en Salamanca en 1752— fuese la primera de las obras españolas publicadas por suscripción, alude a ellos como a «personas que por su piedad, su devoción o su curiosidad han concurrido a subscribirse en estas obras».14 A pesar de ello, en el período en cuestión, un análisis de veintitrés volúmenes pu* blicados en España entre 1752 y 1817 refleja, al parecer, un declive en el número de suscriptores por lo que se refiere al estrato más elevado de la sociedad (cf. más adelante, apéndi­ ce A). Este hecho, sin embargo, no señala ningún cambio radi­ cal en la situación o capacidad de lectura de las clases elevadas, ni significa una disminución en la protección que dispensaban a la literatura. Trátase, en efecto, de un cambio gradual, mi­ núsculo tal vez, en la categoría social de los lectores del si­ glo xvm , si bien no del todo insignificante. Cabe pensar que se trata de la emergente clase media, y a pesar de que algunos autores de la época se refieren a las clases del Estado como sí no hubiera más que dos -—pobres y ricos, o vasallos y sobera­ nos, como se asegura en un soneto anónimo titulado «Defini­ ción de las clases»— hay indicios de que, en efecto, se empeza­ ba a reconocer la existencia de una clase media. Félix de Abreu, ñanza de las «primeras letras» pue'de verse en la real resolución del 11 dejulio de 1771. Se habían dado ya normas referentes a los maestros desde 1758, y en 1783 se pusieron en marcha escuelas libres en todos los barrios de Madrid. Se esperaba que las capitales de provincia siguieran su ejemplo. Por lo que a la reforma de la educación universitaria durante este mismo período se refiere, véase F. Aguilar Piñal, Los comienzos de la crisis universitaria, Madrid, 1967, y del mismo autor, La universidad de Sevilla en el siglo X V III, Anales de la Universidad hispalense, serie Filosofía y Letras, I, 1969. 14. Torres Villarroel, Obras, I, Salamanca, 1752, f. 2r. En el volumen X IV de esta colección, alude Torres a los motivos de los suscriptores en los térmi­ nos de «piedad» o «diversión», pág. 173.

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en 1760, por cierto divide a los españoles en tres clases: «Gran­ des, gente mediana (‘middling gentry’ en inglés), y pueblo (‘common people’)»; y Cadalso, en la Carta VII de las Cartas marruecas, obra que terminó en 1774, hace lo mismo cuando se refiere al hombre «que nace en la ínfima clase de las tres». El norteamericano Jorge Ticknor habla de las clases medias («the middling classes») en plural en España en 1818. Y se puede suponer que este grupo incluía a los hidalgos que se de­ dicaban a los menesteres qu^en el siglo xix habían de conside­ rarse como propios de la clase medía: los negocios internacio­ nales, el comercio al por mayor y la banca, así como las profe­ siones tradicionalmente reservadas a los «don», en el ejército, la Iglesia, la medicina, las universidades, las leyes y los minis­ terios (o bien las secretarías de los distintos consejos en el si­ glo x v m ). Hacia 1820 Leandro Fernández de Moratín emplea ya el término «clase media». Se alude a ella como el público al que los comediógrafos debían dirigirse y, significativamente, toma en sus propios dramas como personajes principales a los comerciantes y sus familias. Otra modificación sensible en el público para la literatura se debe a la creciente importancia de la mujer, sobre todo a fines del siglo, como lector de poesía y de novelas. He aquí, desde luego, un fenómeno europeo que refleja sin duda el desarrollo de la educación de la mujer más que un cambio en su situación social. Se empezaban a crear escuelas femeninas en España en esta época. En Valencia fundó una el arzobispo Andrés Mayoral (1685-1769), Un viajero inglés que la visitó en 1803 vio a mu­ chas jóvenes en el piso de abajo, que venían todos los días a estudiar, mientras que arriba vivían en pensión niñas «de una clase más elevada».que pagaban seis reales al día. Parece que el gobierno pensó en generalizar la educación de las mujeres hacia 1773, pero es evidente, sin embargo, que las escuelas para niñas que se crearon seguidamente no siempre enseñaban a leer y a escribir. El reglamento para escuelas de niñas educandas establecidas en Segovia por la Real Sociedad Económica exigía la enseñanza de la doctrina cristiana para inspirar a las alumnas

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«máximas de bien obrar, de pudor y de recato», y luego había clases de costura. Muy en última instancia se pensó en el abe­ cedario. «Si alguna de ellas quisiere aprender a leer», se afirma sin mucho entusiasmo, «deberá igualmente enseñarla». Tampo­ co abrieron tales escuelas sus puertas a todo el mundo, a dife­ rencia de las escuelas para niños. Se preveían entre veinticuatro y treinta alumnas en total en Segovia, y no más de doce pobres. Sólo se aceptaban las alumnas de cinco años a catorce. A partir de 1760 se imprimen varias obras con destino a las mujeres. Hubo discursos sobre la educación femenina en El pensador de Clavijo y Fajardo, y algunos tópicos de este periódico y de las Cartas marruecas de Cadalso, por ejemplo, se dirigían claramen­ te hacia las mujeres. Y la colección de Poesías selectas castella­ nas desde el tiempo de Juan de Mena hasta nuestros días hecha por Quintana se emprendió en obsequio no sólo de los jóvenes aficionados masculinos, sino también de «las mujeres que leen versos por distracción y no por estudio». No se crea, sin em­ bargo, que faltaban escritoras además de mujeres lectoras. Las mujeres poetas abundaban. Las hermanas de Torres Villarroel y de Jovellanos escribían poesía, y varías damas gaditanas «adoptivas de Febo» o «reinas de las Musas» publicaron poemas en honor de María del Rosario Cepeda, joven de doce años, en 1768. Autores de dos de las imitaciones de El Pensador o con­ testaciones a aquella obra fueron también señoras: doña Bea­ triz Cienfuegos, que escribió La pensadora gaditana (Cádiz, 1763-1764); y doña Escolástica Hurtado, que empe2Ó La pensatriz salmantina (1777). En 1789 se publicó por suscripción en Madrid el primer tomo de Obras de una dama de esta corte: poesías varias sagradas, morales} y profanas o amorosas, y sabe­ mos que la autora tradujo la Andrómaca de Racine y la Zaída de Voltaire y que Montiano y Luyando admiraba estas versio­ nes. Ya que tiene las iniciales M. H. es posible que se trate de Margarita Hickey y Pellizoni. Es una lástima que no se co­ nozca ejemplar del segundo tomo que iba a incluir la lista de suscriptores. Sería interesante saber el número de suscriptoras femeninas en este caso, ya que el porcentaje de mujeres que

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se suscribían a publicaciones empezaba a ser significativo por entonces. Casi el quince por ciento de suscriptores a las Obras de Vaca de Guzmán (Madrid, 1789-1792) fueron señoras; el cuatro por ciento de los del tercer tomo del Correo de Madrid; el cinco por ciento de los del Teatro de Ramón de la Cruz (17861791); el catorce por ciento de los de la traducción de Clara Harlowe por Samuel Richardson (Madrid, 1794-1796), y el die­ ciocho por ciento de los que se suscribieron a la traducción espa­ ñola de la Historia de Amelia Booth de Henry Fielding (Ma­ drid, 1795-1796). A principios del siglo xix aparece una mujer dramaturgo original además de poeta y traductora: María Rosa Gálvez de Cabrera, que publicó sus Obras poéticas en dos tomos en 1804, y cuyas traducciones se incluyeron en la colección de Teatro Nuevo Español (1800-1801). En algunas de estas obras surgen notas que llamaríamos feministas en el día de hoy: en la Décima «Aconsejando una dama a otra amiga suya que no se case», y otra «Definiendo la infeliz constitución de las mu­ jeres en general», por ejemplo, de la «dama de esta corte». En las tragedias de la Gálvez, no sorprende que las víctimas pro­ piciatorias sean mujeres, maltratadas por los hombres. Si el contorno social de la literatura se modificaba, ¿qué puede decirse acerca de las publicaciones mismas? El cambio más notable en este sentido se verifica en la oferta y la demanda de las distintas categorías de obras. En su mayor parte, se halla aún por roturar este campo de investigación en el que todavía no disponemos de una obra análoga a la francesa, Livre et société dans la France du XV IIIe siécle, ed. Furet (2 vols., Mouton, París, 1970). Salta a la vísta, con todo, y partiendo de las fuen­ tes de que disponemos, que se elevó ligeramente el porcentaje de los libros científicos, médicos, de economía, 'que fueron publicados a comienzos del siglo xvm , dejándose notar clara­ mente el impacto causado por la Ilustración en este campo. Es obvio asimismo que la literatura de creación asume una pro­ porción relativamente pequeña de publicaciones. En 1815, a juzgar por los anuncios de libros aparecidos en la Gaceta de Madrid, las obras de índole religiosa gozaban del más elevado

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porcentaje con un 22 por ciento. Aun así, se trata de un nivel muy inferior al alcanzado ochenta años antes, en 1730, cuando subía a un 52 por ciento. El número total de obras impresas se cuadruplicó en el mismo período. Un alza ligera se registró a su vez en las obras de índole educativa, en historia y geografía, al igual que en las publicaciones de carácter político. El por­ centaje, por lo que a los periódicos se refiere, cae de un 13 a un 2 por ciento entre 1760 y 1815, y finalmente, las publica­ ciones de los clásicos latinos y griegos disminuyen de un 4 por ciento a un nivel inferior al 1 por ciento (cf. más adelante, apéndice D). Esta alza en el número de obras publicadas corre parejas, al parecer, con un aumento del número de libreros. Por lo que a Barcelona se refiere, las cifras son bastante claras. Hubo en aquella capital un aumento de libreros a partir de 1770, y sobre todo en >la década de los ochenta. Otro cambio relevante, verificado en el siglo xvm , es el que se refiere a la calidad de impresión de los libros. En ía segunda mitad de la centuria mejoran a la vez el papel y los tipos em­ pleados. Los impresores, en efecto, aprendieron mucho de Fran­ cia y trataron de rivalizar con otros países europeos en este sen­ tido; algunos — tal es el caso de Ibarra y Sancha-— hicieron una labor magnífica que otros compatriotas suyos intentaron emular. En etapas anteriores de este mismo siglo, las publicaciones eran frecuentemente de calidad muy pobre y el estado de las cosas no podía mejorarse mucho, dada la tendencia de los autores a servirse de los impresores locales. Muchas obras que hoy se nos presentan como de importancia decisiva fueron, de hecho, im­ presas en provincias. La poética de Luzán, por ejemplo, fue edi­ tada en un papel de calidad deplorable en Zaragoza en el año 1737 — «villanamente impreso», al decir del padre Isla— ; 15 la primera edición de los Orígenes de la poesía castellana de Luis José Velázquez, marqués de Valdeflores, vio la luz con

15. Cartas inéditas del Padre Isla, ed. P. Luis Fernández, Madrid, 1957 pág. 134 (carta 134).

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relativamente buena presentación en la misma ciudad en que fuera escrito, en Málaga, en 1754; también Mayans y Sisear, que vivió en Oliva, próxima a Valencia, se valió a su vez de las imprentas de su propia ciudad. Los impresores locales parecían sin duda menos caros que los de la capital. Sabemos, por ejemplo, que el marqués de Valdeflores hubiera tenido que pagar cincuenta reales el pliego en Madrid en 1753, y que sólo le pidió cuarenta Martínez de Aguilar en Málaga. Sin embargo, este último le cobró al marqués cincuenta y tres reales el pliego al hacer la cuenta definitiva, después de hecha la edición, y la aparente ventaja desapareció. El problema que particularmente afectaba a los impresores locales era que éstos hacían poco por favorecer la circulación de las obras, que dependía así de la iniciativa de los autores. El padre Isla, por ejemplo, se valió, para divulgar sus propios li­ bros, del procedimiento de enviar copias supletorias a amigos suyos que se encontraban en ciudades en donde una nueva edi­ ción de su obra podía venderse.16 Se creía que la venta de las obras podía fomentarse mediante ese expediente. En el caso de los Orígenes de la poesía castellana, el marqués de Valdeflores envió los 500 ejemplares de la edición a Madrid, para que allí los mercara el librero Ángel Corradi. Otro librero, al que ofre­ ció el libro a precio de costo, ni siquiera quiso sufragar los gastos de traslado de la obra a la corte desde Málaga. El impre­ sor malagueño, por su parte, salió muy bien librado, ya que tiró 30 ó 40 ejemplares por cuenta propia, con permiso del marqués, para venderlos en Málaga. La divulgación, sin embar­ go, solamente pudo garantizarse con frecuencia mediante la re­ impresión, no siempre con el permiso del propio autor. Un indicio de 1a pésima distribución de los libros españoles en el siglo xvm lo da la edición hecha de las Cartas marruecas de Cadalso en Barcelona por Piferrer en 1796, sólo tres años después de que Sancha publicara la primera edición en forma de libro en Madrid. La edición de Piferrer repite casi a plana y ren­ 16.

Ibid., pág. 192 {carta 182).

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glón la de Sancha. De haber estado el comercio de libros bien organizado, a duras penas hubiera sido necesario recurrir a este procedimiento. Las cartas del padre Isla se encuentran, en efec­ to, plagadas de quejas contra la ineficacia de sus agentes. A fi­ nales de siglo, sin embargo, los impresores iniciaron nuevos re­ cursos para impulsar sus propias publicaciones, y ya por este tiempo es frecuente encontrar listas de libros en venta al final de las obras por ellos publicadas. En 1786 Juan Sellent anunció doce obras que podían adquirirse en la librería de la viuda de Piferrer; otra lista más extensa de 1790 incluía treinta obras distintas.17 Catálogos sueltos de los editores y libreros constitu­ yen otro de los rasgos característicos de este período. Un aná­ lisis por períodos de cinco años de los catálogos fechados o al menos fechables que se encuentran en el estudio de RodríguezMoñino sobre los catálogos de libreros,18 nos revela análoga ten­ dencia hacia la publicidad literaria hacia finales del siglo. Con­ tamos con un total de 22 catálogos en los cincuenta y cinco años que van desde 1725 a 1780 (con momentos cumbre entre 1745-1750 y entre 1775-1780); 37 entre 1780 y 1805 (con una elevación en 1790); 64 entre 1805 y 1830 (con un período de máxima altura durante la etapa de 1820-1825) y, finalmente, 55 entre 1830 y 1850. El análisis llevado a cabo sobre reduci­ das muestras sugiere que el número de libros anunciados en cada catálogo se hallaba en desarrollo creciente durante el mismo pe­ ríodo. Otro síntoma que nos revela una mayor eficacia en la promoción y venta de libros es el cambio de estilo en los anun­ cios insertados en la Gaceta de Madrid. Se anunciaban princi­ palmente, en el siglo xvm, las librerías de Madrid en donde po­ dían adquirirse las obras nuevas. Algunas veces se hace referen­ cia a las librerías de Barcelona, Cádiz, Salamanca, Sevilla, Va­ 17. La lista reducida puede encontrarse en la última página de la edición de Ocios de mi juventud de Cadalso, con autorización del 12 de diciembre de 1786, llevada a cabo en Barcelona por la viuda Piferrer. La Óptica del cortejo, atribuida a Cadalso y publicada en Barcelona por la misma editorial en 1790, contiene al final ía lista más amplia. 18. A. Rodríguez-Moñino, Historia de los catálogos de librería españoles (1661-1840), Madrid, 1966.

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lencia o Vallado lid, pero esto sólo viene a ser frecuente a finales del siglo y principios del siglo xix. En 1819, por ejemplo, para comprar la famosa colección de novelas publicadas por Cabre­ rizo en Valencia, los señores clientes podían dirigirse a libreros en treinta y cinco pueblos y ciudades de España, e incluso en La Habana y Puerto Rico. Por la misma época se comienza a hacer una nueva especie de propaganda, dando una descripción del estilo o contenido del libro publicado en la Gaceta, además del título, nombre de autor, librería y precio. El 28 de marzo de 1786, por ejemplo, hubo un anuncio para ha muerte de Abel de Gessner («poema moral en prosa» traducido al español por Pedro Lejeusne), que dice que el poema «abunda en los más sensibles afectos de ternura», y que «la inocencia y sencillez de las primitivas costumbres se observan en él pintadas con colo­ res tan vivos y naturales que hacen resaltar admirablemente los atractivos de la virtud y el horror al vicio». En este caso sabe­ mos que la Gaceta de Madrid estimuló, en efecto, la venta de la edición, ya que el librero tuvo que insertar una nota apolo­ gética en la Gaceta del 19 de mayo, disculpándose de la escasez de ejemplares. Otros largos anuncios se encuentran en la Gaceta para el Ensebio de Pedro Montengón en 1786, ha filosofía de las costumbres del padre Isidoro Pérez de Celis en 1793, y, entre otros muchos, para la versión española de Las estaciones del poeta inglés James Thomson en 1808. El Memorial literario instructivo y curioso fomentó también la compra de los libros que reseñaba entre 1784 y 1808. Otro aspecto del desarrollo del comercio de libros en Espa­ ña que resulta significativo es la importación de libros extranje­ ros. Ya en 1742 existía alguna librería francesa en Madrid. Per­ tenecía a cierto monsieur Simond, que se ofrecía en el Diario de los Literatos de España para facilitar la compra de alguna de las obras francesas anunciadas en aquella revista. La librería de Si­ mond se encontraba en la Puerta del Sol, «frente de los peine­ ros», y es muy posible que sea continuación de la misma la libre­ ría francesa de monsieur Barthélemy, que anunciaba libros fran­ ceses en la Gaceta de Madrid entre 1760 y 1762. En diciembre

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de 1761 había también un agente de la nación francesa en Ma­ drid, al que deberían de acudir los españoles que quisieran sus­ cribirse a la Gaceta de Varis, Más adelante sabemos que algunos libreros españoles también importaban libros extranjeros. Te­ nían fama de ello García Rico en Salamanca y Antonio Sancha en Madrid. Este último agenciaba las suscripciones para la Encyclopédie méthodique en 1782 (antes de hacerse la versión es­ pañola), y para la edición italiana del libro De los progresos y del estado actual de toda la literatura del ex-jesuíta padre An­ drés el mismo año. Seis años después se podía comprar a través de Sancha los Icones plantarum medicinalium de J. J. Plenck, publicado en Viena (1788). Otro librero en la corte que anun­ ciaba libros extranjeros en la Gaceta fue Corradi. En 1773 hacía propaganda de la Biblia Hebraica de Benjamín Kennicott, y en 1776 de la edición londinense de las Obras de Newton, De importancia igual para la circulación de libros, es la tira­ da de las ediciones. Los datos de que disponemos nos revelan que fue poco el progreso que se operó con respecto a las centu­ rias anteriores durante la mayor parte del siglo xvm. Una edi­ ción de tipo medio durante el siglo xvi alcanzaba, al parecer, una cifra de 1.500 a 1.750 ejemplares; tiradas de idéntica cuan­ tía las tenemos asimismo durante el siglo xvm. En 1777,19 San­ cha imprimió una edición del Quijote de 1.500 ejemplares, obra que se hallaba en constante demanda. En 1775, Ibarra impri­ mió, a su vez, en idéntico número de copias, el enormemente popular Catón cristiano del padre Jerónimo Rosales, aunque se hacía suponer que se trataba de la primera tirada de una edi­ ción de 40.000 ejemplares en total.20 A pesar de que el padre Isla, por su parte, deseaba que se hiciese una tirada de 3.000 ejemplares de la primera parte de su Fray Gerundio de Campó­ las en 1758, su impresor tan sólo autorizó 1.500, y las sucesi­ vas ediciones de obras de Isla no parece que superasen esta re19. Cf. A. Rodríguez-Moñino, «E l Quijote de Don Antonio de Sancha», en Relieves de erudición, Madrid, 1959, págs. 277-288, especialmente la pág. 286. 20. Véase A. González Patencia, «Joaquín Ibarra y el juzgado de imprentas», en Eruditos y libreros del siglo X V III, págs. 330, 324.

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elucida cifra.21 Se imprimieron 3.000 ejemplares de los tomos 5 y 6 del Teatro crítico universal del padre Feijoo, pero parece que se trata de una excepción.22 En el libro postumo de Antonio Rodríguez-Moñino sobre La Imprenta de Don Antonio de San­ cha (1771-1790) (Madrid, 1971) se proporcionan datos sobre tiradas de algunas obras, y éstas ascienden en algunos casos a dos o tres mil ejemplares (sobre todo cuando se trata de libros religiosos). Rodríguez-Moñino cita seis libros de Sancha con ti­ radas de 1.500 ejemplares, tres con 2,000, cuatro con 3.000 y siete «cuadernos de rezo» que variaban entre un mínimum de 2.020 y un máximum de 2.766 ejemplares. Aun las obras de teatro, siempre populares, parecen haberse impreso en cantida­ des parecidas. En La comedia nueva de Moratín, cuando Don Serapio sueña con el éxito de El cerco de Viena no piensa que se hayan vendido «más de ochocientos ejemplares»,23 con lo que se nos sugiere de nuevo una tirada de mil o de dos mil en total. Si una tirada de 1.500 ejemplares constituía probablemente una edición de tipo medio, poseemos datos que nos hacen supo­ ner que se hacían ediciones todavía menores durante el siglo xvm. ¿Pudieron, en efecto, imprimirse en 1772 1.500 ejem­ plares de Los eruditos a la violeta de Cadalso, cuando toda la edición (salvo 27 volúmenes) se hallaba vendida antes de que el anuncio de su publicación apareciese en la Gaceta de Madrid? ¿Precisarían, por otra parte, los 141 suscriptores de las Obras sueltas (Madrid, 1774) de Juan de Iriarte de diez ejemplares cada uno para repartirlos entre sus. amigos? No más de 800 ejemplares, al parecer, se hicieron del poema didáctico La mú­ sica, de Tomás de Iriarte, cuando fue impreso con una subven­ ción del conde de Floridablanca en 1779.24 Y se sabe que sólo 21. Cf. Cartas inéditas del Padre Isla, ed. cit., pág. 190 (carta 182). Se hacen referencias a nuevas ediciones de 1.500 ejemplares en la carta 93, pág. 91. 22. Véase BA E, 141, pág. x n , nota 3, 23. Véase La comedia nueva, acto II, escena II. Doña Agustina conjetura que se deberían de haber vendido unos 500 ejemplares. 24. Se le pagó a H ipólito Ricarte por «cincuenta manos de papel» que se utilizarían para imprimir seis planchas de esta edición. Entendiendo por mano

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se imprimieron 500 ejemplares de los números de El Censor en 1784. A principios del siglo xix una tirada de 4.000 ejemplares llegó a ser más corriente, pero incluso por entonces había edi­ ciones de menos de 1.500, como nos dice Manuel Silvela, el amigo de Leandro Fernández de Moratín en un epigrama que subraya la posición poco halagüeña del autor: Autor; Librero: Autor: Librero: Impresor: Autor: Librero:

¿Vendióse toda? Como pan bendito. A duro el ejemplar, hacen mil duros. ¡Loado sea el Señor! Salí de apuros. Ved aquí de la cuenta un estadito. Es un libro profundo y erudito. Vuela su fama por los dos coluros. ¿Con cuántos reales contaré seguros? Alcanzamos a Vd. en un piquito.25

Naturalmente, el volumen de las ediciones ha de considerar­ se en relación con la amplitud del probable público lector. De acuerdo con el censo de 1768, España contaba con un número de habitantes comprendido entre los nueve y los diez millones; parece probable, con todo, que cerca del 70 por ciento del men­ tado número era incapaz de leer o de escribir. Tal era, en efecto, el nivel del analfabetismo a finales del siglo xix y no hay, por otra parte, razón alguna para creer que el porcentaje fuera infe­ rior durante la centuria anterior. Así pues, quizás el probable número de lectores en toda España a mediados del siglo xviii se hallaba comprendido entre uno y dos millones. En una ciudad como Madrid, por ejemplo, que contaba con una población to­ tal de 167.607 habitantes en 1797 —no mucho mayor que la un cuadernillo de 24 hojas, se trataría de 400 copias, de imprimirse dos placas en cada hoja; si se imprimían cuatro, nos daría un total de 800 copias. La últi­ ma cifra parece ser la más verosímil, puesto que el libro se halía impreso en cuarto. (Véase E. Cotarelo y Mori, Triarte y su época, Madrid, 1897, pág. 203.) 25. Obras postumas, Madrid, 1845, II, págs. 327-328. Sobre el número de ejemplares en las tiradas del siglo xv n , véase J. O. Crosby, The Sources of tbe Text of Quevedo's «Política de D ios», Nueva York, 1959, pág. 5, y la introduc­ ción de Francisco Rico a La novela picaresca española, I, Barcelona, 1967, págs, l x x x i x , xc.

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de Palma de Mallorca (159.080 habitantes) hoy y menor que la de La Coruña y Córdoba en nuestros días— debería de haber tan sólo unos 50.000 lectores en total. Sabemos, por una visita general que se hizo a las escuelas gratuitas de primeras letras en Madrid en 1797, que por entonces sólo había unos 6.275 alum­ nos en unas treinta escuelas. Es posible, por lo tanto, que in­ cluso hubiese menos lectores de los que calculamos a base del porcentaje probable de analfabetos. Consiguientemente, pues, a pesar de que una amplia difusión de las obras era impensable en la España del siglo xvm , los que tenían interés en ello pron­ to podían alcanzar noticias de las nuevas publicaciones. Es cu­ rioso, por ejemplo, observar cuán bien conocidas llegaron a ser determinadas obras que circularon en copias manuscritas. Éste fue, en concreto, el caso de obras que difícilmente hubieran pa­ sado la censura sin una seria deformación por razones de índole política o religiosa. El Arte de las putas de Moratín, por ejemplo — obra justificada ingeniosamente por el autor desde el punto de vista filosófico, partiendo de la base de que es moralmente mejor escribir acerca del amor que de la guerra— , fue bien co­ nocida en el círculo del propio autor y tan ampliamente leída ¡ que mereció la inclusión en el índice de libros prohibidos por la Inquisición. La sátira sobre Pablo de Olavide y sobre el in­ terés desmesurado por la cultura francesa en España, titulada Vida de Don Guindo Cerezo, circuló libremente en manuscrito a finales de la década de los setenta. Sátiras políticas anónimas, como los artículos aparecidos en el Duende de Madrid durante el reinado de Felipe V y el Testamento de España en tiempos de Fernando VI, fueron ampliamente leídos en manuscritos; así sucedió, según parece, con la parodia del Calendario manual atribuida a Cadalso en 1768, que molestó mucho a los miem­ bros de la aristocracia cuyos amores se señalaban bastante abier­ tamente en la obra, nombrándose más o menos a las claras a sus respectivos amantes. La difusión de sus obras es, con todo, tan sólo uno de los problemas con que se enfrenta el escritor; hemos de considerar, además, en qué medida sus ingresos le proporcionaron incenti-

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vos o impedimentos. Ciertas obras fueron patrocinadas por las academias o las sociedades patrióticas, publicándose a sus ex­ pensas, además de lo cual cupo que un autor adinerado pudiera sufragar los gastos de impresión de sus propios libros, publi­ cando lo que quisiese. La mayoría de los autores, sin embargo, no gozaban de subvenciones y dependían, lo mismo que ahora, de la generosidad de los editores, del caprichoso gusto del pú­ blico y, ocasionalmente, de prestamistas. En la segunda mitad del siglo, ciertos editores, según parece, lanzaron algunas obras a sus propias expensas. Antonio de Sancha (según la portada) así lo hizo con los dos tomos de las Obras poéticas de Vicente García de la Huerta (Madrid, 1778). En 1794, fue también Sancha quien subvencionó la impresión del Informe sobre la ley agraria de Jovellanos, cuando la Sociedad Económica de Ma­ drid, oficialmente responsable, carecía de fondos.26 Por otra parte, los autores cuyas publicaciones no eran financiadas por un editor o un generoso mecenas parece que confiaron a veces en anticipos concedidos por los libreros, mientras que otros, por su parte, recibieron en préstamo dinero de los comerciantes; así sucedió, por ejemplo, con el dramaturgo Ignacio López de Ayala, que se vio obligado a pagar por sus deudas un interés del 7 por ciento 27 para poder publicar su libro sobre el concilio de Trento. Las presiones sobre el escritor del siglo xvm no fueron nada despreciables, según Cadalso mismo reconoce cuando define en la carta LXVI de sus Cartas marruecas cinco categorías de es­ critores europeos. Según él, «unos escriben cuanto les viene a la pluma; otros lo que les mandan escribir; otros todo lo con­ trario de lo que sienten; otros lo que agrada al público con li­ sonja; otros lo que le choca con represión». Pocos escritores de la primera y de la última de las mentadas categorías debieron 26. Véase la carta de José de Guevara Vasconcelos a Jovellanos, fechada el 4 de octubre de 1794, BA E, 86, pág. 191. 27. Ayala recibió a préstamo 18.604 reales de don Pedro de Zubiaga, para financiar los gastos editoriales de su traducción castellana del Concilio de Trento, y se comprometió aí reintegro de una cantidad de 20.000 reales en cuotas men­ suales de 500 reales.

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de darse en España, y tan sólo los que pertenecieron al segundo y cuarto grupos pudieron haber sacado algún partido de sus obras. Hay datos, sin embargo, para afirmar que ciertos autores ingresaron cantidades nada despreciables de dinero. Torres Villarroel, en su Vida, se jacta del producto de sus almanaques y otros escritos. Si hemos de creer al Don Hermógenes de ha co­ media nueva, un dramaturgo podía esperar recibir «cincuenta, doblones» en una representación teatral en el año 1790.28 Esta suma constituía, sin duda, una gran cantidad; en el sistema de nuestros días sería alrededor de 360 dólares, o incluso más. Era necesario, con todo, y más aún si se había de depender solamente de la pluma, halagar al público con asiduidad; el único caso documentado al respecto es el de Francisco Mariano Nipho (1719-1803). Publicaba Nipho principalmente lo que el público le exigía —periódicos, traducciones, obras populares— , y, sin embargo, solamente después de haber sacrificado su comi­ da y su vestuario a la imprenta, entre 1760 y 1770, logró una cierta solvencia. Apareció más tarde, en este mismo siglo, un catálogo dedicado por entero a sus publicaciones, y ya por en­ tonces pudo pagar a su hijo una plaza de oficial en el ejército y conceder rentas anuales a su hijo e hija.29 El único autor que se le puede comparar es Torres Villarroel. Describiendo su vida en Madrid en un soneto, afirma lo siguiente: Debo a mis Almanaques mi vestido, y me paga la musa mi techado; cuatro libros me dan gusto crecido. 28, Véase La comedia nueva, acto I, escena iv. En las décadas de los años sesenta y setenta, Ramón de la Cruz —parece— ganó 300 reales por un saíne­ te ($ 7,99) y 1,500 reales ($ 40) por su ópera Briseida y por la pieza dramática La toma de Jerusalén {véase E. Cotarelo y Mori, Don Ramón de la Cruz y sus obras, Madrid, 1899, págs. 108, 111 y 121). Su salario anual era el de un «oficial tercero», 5.000 reales ($ 133,20), que se elevó a medida que se fue promocionando. 1,500 reales era, al parecer, lo que se pagaba corrientemente a los autores de comedias. (Véase, pala más datos, R. Andioc, Sur la querelle du théátre au temps de Leandro Fernández de Moratín, Tarbes, 1970, págs. 602-603.) 29. Véase Luis Miguel Enciso Recio, Nipho y el periodismo español del si­ glo X V II I, Valladolid, 1956, passim, pero especialmente las págs, 8-20.

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En su Vida, en el Trozo tercero, dice que «en veinte años de escribir he percibido más de dos mil ducados cada año» (o sea, más de 22.000 reales = 5.500 pesetas); y con las impresiones de su misma Vida sacó «para más de un año, la olla, el vestido y los zapatos de mi larga familia», cien ducados para su entie­ rro, y «aun me sobraron chanflones». Dadas estas circunstancias económicas, era lógico que el nú­ mero de escritores que realmente podía vivir de su pluma en la España del siglo xvm fuera realmente muy exiguo. Igual que hoy, el destino normal del escritor era ganar dinero de alguna otra manera, ya fuera en el ejercicio de una profesión, ya por contar con un protector. El autor de obras teatrales Cañizares, por ejemplo, contó con una asignación entre los protegidos de los duques de Osuna, y aun incluso un dramaturgo tan en boga como Ramón de la Cruz, que también tuvo un puesto de cova­ chuelista, necesitó ser «protegido» asimismo.30 García de la Huerta trabajó en la Biblioteca Real para poder vivir; Meléndez Valdés, por su parte, desempeñó los cargos de catedrá­ tico y abogado; Tomás de Iriarte era un empleado de ministe­ rio; Cadalso, un oficial de caballería; finalmente, Leandro Fer­ nández de Adoratín fue traductor oficial. Algunos creían que no se llegaría a producir obras de alta categoría en España sin libertar a los buenos literatos (y a los científicos mejor dotados también) de la necesidad de ganarse la vida. Fuerte partidario del literato «profesional», que tendría tiempo para preparar bien y pulir mucho sus escritos, fue To­ más de Iriarte. Se aprovechó del plan de la Academia de Cien­ cias y Buenas Letras que se le encargó por los años de 1779, para lanzar la idea. Sin embargo, aunque sea e-1 ideal de todo autor de toda época poder dedicarse a escribir sin tener otro empleo, no se puede demostrar que los mejores autores hayan sido precisamente los que no han tenido que vivir de otra cosa. Si, por una parte, la libertad del propio autor se veía cons­ treñida por las circunstancias financieras, igual era lo que suce3Ü.

Cf. E . Cotarelo y Mori, op. cit., de modo especial los capítulos 8, 9 y 12.

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día por lo que al lector se refiere. ¿Cuánto no reduciría, por ejemplo, el público literario el excesivo costo de los libros o de las entradas de teatro? Una modificación parece haberse producido en 1760, por lo que a la economía de libros y teatro se refiere. Antes de ahora el mecanismo oficial para imponer el precio a los libros (la tasa) aseguraba el que hubiese poca variación de coste para el consumidor. En la primera mitad de siglo, por ejemplo, había una cuota promedio de unos 6 a 8 maravedíes para cada pliego del libro, y la misma tasa era corriente a finales del siglo xvn.31 Los precios, sin embargo, sufrieron un alza cuando fue abolida la tasa por la real orden del 14 de septiembre de 1762. Así, un ejemplar de la Gramática de la lengua francesa (Madrid, 1760) del padre José Núñez de Prado, propiedad del autor, que estaba tasado en 117 maravedíes, según una nota manus­ crita en el ejemplar mencionado fue vendido por un librero lla­ mado Cubillas, el día de Miércoles Santo de 1764, por el precio de 7 reales. Esto representa, en efecto, un alza de precios de 3 reales y 9 maravedíes, es decir, del 50 por ciento en menos de cuatro años. En España, pues, los libros de ciertas dimen­ siones, tanto desde el punto de vista financiero como intelec­ tual, se hallaban fuera del alcance del público, a no ser de los lectores que pertenecían a las clases elevadas. La relativamente corta Vida (1743) de Torres Villarroel costaba solamente 60 maravedíes (5 centavos), pero La poética de Luzán (1737) fue 31. Hubo, al parecer, en el transcurso del siglo x v i i , una firme alza, por lo que al precio de los libros se refiere, a juzgar por esta muestra reducida de tasas: 1601 Mateo alemán, Primera parte de Guzmán de Alfarache, Madrid: 3 ma­ ravedíes por pliego. 1605 Juan de Solórzano Pereira, DHígens et accurata de Parricida crimine disputado, Salamanca: 3 maravedíes. 1641 Feliz de Arteaga, Obras postumas divinas y humanas, Madrid: 4 Vi maravedíes. 1642 Diego López, Declaración magistral sobre las sátiras de Juvenal, Ma­ drid: 4 Vi maravedíes. 1660 Antonio Enríquez y Gómez, Academias morales, Madrid: 4 maravedíes. 1692 Justa literaria, certamen poético o sagrado influxo en la solemne [ ...] canonización de [ ...] San Juan de D ios, Madrid: 8 maravedíes.

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vendida por 768 maravedíes (60 centavos) y la primera parte de Fray Gerundio del padre Isla (1758) se cotizó en 336 mara­ vedíes (26,5 centavos). El precio fijado para la Enciclopedia metódica (1782-1794) ascendía a 200 reales ($ 5,28); Meléndez Valdés valoró su ejemplar de L'esprit des lois de Montesquieu en 127 reales ($ 3,38), y las Oeuvres philosophiques de Diderot en 100 reales ($ 2,66). Si queremos hacernos una idea del equivalente en nuestros días de tales precios, hemos de mul­ tiplicarlos por diez o por quince. Un proceso más detallado de esta evolución de los precios la ofrecemos, más adelante, en el apéndice B. Por lo que al teatro se refiere, no era desde luego mucho más accesible. Los precios de entrada variaban según el tipo de obra que se representaba, y se aumentaban los precios en diver­ sas épocas: en 1765, por ejemplo, 1770, y dos veces entre di­ ciembre de 1798 y abril de 1800. La entrada al patio, que cos­ taba 10 ó 12 cuartos (1,18 ó 1,41 reales) en 1763, llegó a 2,24 reales en 1800. Encima de esto se pagaban los asientos. Los palcos ascendieron a 30 ó 47 reales (unos 80 centavos). A duras penas las clases necesitadas podían permitirse el lujo de ir al teatro. Parece que el gobierno hasta alzó los precios al final del siglo para evitar que los obreros entrasen. En El deseo de seguidillas, de Ramón de la Cruz, Alonsillo hubiera querido ir a ver una representación; una entrada de patio, sin embargo, valía una peseta (4 reales), suma que podía emplear en uno o dos almuerzos. Una peseta, en efecto, constituía la sexta parte del salario mensual de un criado (25 reales), según vemos en La pradera de San Isidro de Ramón de la Cruz, y un jornalero ganaba tan sólo 6 reales por día. A finales del siglo xvm y comienzos del xix encontramos, por fin, nuevos incentivos en favor de los miembros más pobres del público lector. Los impresores procuraron estimular una ma­ yor afluencia de interesados mediante la oferta de colecciones de novelas y obras en varios tomos en condiciones más econó­ micas de suscripción; se difunden, al mismo tiempo, las facili­ dades de préstamos de libros, o de su lectura en bibliotecas o

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salas de lectura por este mismo período. Ya en 1711 se estable­ ció la Biblioteca Real, a la cual, por Real Orden de 1716, los impresores tenían que enviar un ejemplar encuadernado de to­ das sus publicaciones. «Ella abunda de los mejores libros espa­ ñoles — escribió Sempere y Guarinos— y su lectura se permite a cualquiera.»32 No sorprende que este mismo autor atribuya a la mencionada biblioteca un papel considerable en el desarrollo y conocimiento del gusto literario en España. En el Diario de Madrid del 13 de noviembre de 1786 se anuncia su apertura y las horas de consulta — «desde las 9 hasta las 12 de la mañana, y por la tarde desde las 3 hasta las 5; y todos los días son úti­ les para frecuentarla, menos los de precepto y fiestas de Conse­ jo»— . En las provincias se empezaron a establecer bibliotecas públicas también. La del Palacio Arzobispal de Valencia era pú­ blica; había una biblioteca pública en Zaragoza, llamada de San Ildefonso; y la «biblioteca pública de la ciudad de Sevilla» exis­ tía entonces, según las listas de suscriptores de las Crónicas de los reyes de Castilla (1779) y la Colección de obras de Tomás de Iriarte (1787). Las bibliotecas de préstamos que funciona­ ban estrechamente unidas con las librerías, no parece que se abrieran al público hasta después de la guerra de la Indepen­ dencia, y la eficacia de su impacto sobre el público lector cae ya dentro del período romántico. Es cierto que, en 1802, un viajero alemán, Chrístian August Fischer, opinaba que no tarda­ ría en' establecerse algún «gabinete de lectura» en Madrid, por­ que la gente «devoraba cuantos libros buenamente pueda: nove­ las, dramas, libros de viaje, obras originales y traducciones» (Gem'álde von Madrid, Berlín, 1802, págs. 226-227). Durante el reinado de José Bonaparte, se formuló un proyecto de biblio­ tecas públicas por parte del gobierno. Pero, después de la gue­ rra, fueron más bien los intereses de los libreros los que propor­ cionaban al público la oportunidad para leer libros sin comprar­ 32. Véase Reflexiones sobre el buen gusto en las ciencias y en las artes. Traducción libre de [ ...] Muratori, con un discurso sobre el gusto actual de los españoles en la literatura por don Juan Sempere y Guarinos, Madrid, 1782, págs. 202-205.

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los. En Valencia, Faulí publicó un catálogo de «libros que se en­ contraban a la disposición de suscriptores», alrededor de 1817, y. Cabrerizo, por su parte, hizo lo mismo unos diez años después en la misma ciudad,13 aunque se había implantado ya en 1813 su gabinete de lectura. Un catálogo de obras disponibles en un gabinete de lectura fue publicado por Joaquín Adrián en 1837 en Sevilla; y ya entre 1833 y 1842 aparecen buen número de «gabinetes» en los periódicos de Madrid.34 El número de lecto­ res de publicaciones fue estimulado, de modo particular, por este procedimiento. Dos cuartos parece que costaba la entrada a la sala de lectura para leer un solo periódico y cuatro el con­ junto entero. Había, además, la alternativa de una suscripción mensual que ascendía a 8 reales. Aunque en la mayoría de ciudades de España, durante el si­ glo xvm , no se concedía ninguna facilidad para el préstamo de libros, si se exceptúa algún lector afortunado,^! incremento mis­ mo de las publicaciones periódicas durante este período hizo via­ ble a ciertos escritores el alcanzar un público más extenso, inclu­ yendo a aquellos sectores que ni siquiera podían hacerse con los libros de precio más reducido.35 Ciertas publicaciones, como el Diario de los Literatos de España (1737-1742), constituyeron una importante contribución a la discusión de las teorías litera­ rias, y fomentaron el establecimiento en España de los principios del Neoclasicismo. La importancia de otros, como El Censor o el Correo de Madrid, radica en haberse constituido en vehículos de las ideas de la Ilustración más avanzada. La influencia de los periódicos en los escritores mismos y en el público merece, con todo, cierta consideración. D qs modalidades literarias, estrechamente relacionadas en el siglo xvm con el periódico, son el ensayo reducido —infbr33. Cf. A. pág. 96. 34. Ibid., 35. Véase la « Gaceta de 1967.

Rodríguez-Moruno, Historia de los catálogos de librería españoles, págs, 92 y sigs. Pedro Gómez Aparicio, Historia del periodismo español desde Madrid» (1661) hasta el destronamiento de Isabel II, Madrid,

LITERATURA Y SOCIEDAD EN ESPAÑA

55

mativo a veces, otras satírico— y la carta. No se trata, sin em­ bargo, tanto de dos formas creadas por la literatura periodística, como fácilmente asimiladas por ella. Otra modalidad previa a la literatura periodística, pero que llegaría a ser una de las mues­ tras principales de ella a finales del siglo xvm y comienzos del xix en España, la constituye el sueño ficticio. Los Sueños de Quevedo y de su epígono del siglo xvm , Torres y Villarroel, perdieron su amplias proporciones hasta acoplarse a las colum­ nas del Correo de Madrid, o a las hojas de los Caprichos de Goya, y aun más tarde (aunque todavía dentro del ámbito de la literatura periodística) fueron divulgados por Larra entre 1820 y 1830. Todas estas publicaciones periódicas nutrieron el de­ sarrollo de estas formas de reducidas proporciones, la contro­ versia y la polémica, el seudónimo o anonimato entre los escri­ tores, así como la aparición de rápidos y aun casuales hábitos de lectura entre el público. Los escritores que nutrían de este modo al público lector de estas publicaciones obviamente te­ nían que tener todo esto muy presente. Se escribieron varias obras en forma de cartas, aun cuando sus autores no pensaran necesariamente en publicarías en periódicos. Siguiendo los ejem­ plos de Montesquieu y Goldsmith, Rousseau y Ríchardson, re­ dactó Cadalso sus Cartas marruecas, Meléndez sus Cartas de Ibrahim, Mor de Fuentes La Serafina y Pablo de Olavide El evangelio en triunfo o historia de un filósofo desengañado, una crítica de la filosofía antirreligiosa y defensa de una sociedad jerárquica no expuesta a revoluciones. Los periódicos también formaron hábitos de lectura. Teniendo en cuenta el poco cui­ dado con que se leía corrientemente a finales del siglo xvm , Nipho procuró captar la atención del lector apresurado ponien­ do en cursiva las sentencias filosóficas en su traducción del Viaje de la razón por la Europa del marqués de Caracciolo.36 36. F. M. Nipho, Viaje de la razón por la Europa por el marqués de Carac­ ciolo, parte segunda, edición consultada, Madrid, 1799, f. 4v. («En la segunda Impresión de este Viaje de la Razón he puesto en cursiva todas las senten­ cias [ ...] porque no se malogren en ciertos lectores, que leen de prisa, y por mera curiosidad, y tienen poco menos que muerta la reflexión.»)

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ÍNDICE ALFABÉTICO abates, 207 abolición de las aduanas interio­ res, 18 Abreu, Félix de, 36 Academia de Ciencias y Buenas , Letras, 50 Academia de la Lengua, véase Real Academia de la Lengua Academia del Buen Gusto, 119, 122, 133, 134 Academia del Trípode, 122 academias, 30, 102, 140 Académico, El, 21 acción teatral, 216, 217 Addison, 91, 178 Cato, 178 Spectator, 91 y n. Adonis, El, 122, 125 Adrián, Joaquín, 54 * Afán de Ribera, Fulgencio, 74 y n. Virtud al uso y mística a la moda, 74 y n.} 96 aforismos, véase sentencias Agamemnón vengado, 185, 187 agricultura, 18, 20, 21, 22, 24, 146, 147 Alba, duquesa de, 161 Alcalá Galiano, 104, 105, 132 n., 160 n. alcalde de Zalamea, El, 169 Alemán y Aguado, Lucas, 57 y n. Alemania, 64, 205 Algarotti, 64 aliteración, 121, 131, 180, 187 Almacén de frutos literarios, 56

Almarza, 105, 106 Al mediodía, 150 Almodóvar, duque de, 34 Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia, 34 Alonso, Dámaso, 120 n. Álvarez de Toledo, Gabriel, 118, 140 burromaquia, La, 118 Romance endecasílabo, 118 ambición, 95, 98, 139, 147, 173, 175, 180, 182, 184, 187, 190 ambigüedad, 80, 176 n. América, 152, 192 anacreónticas, 65, 134, 140, 142, 143, 147, 152, 153 analfabetismo, 46, 47 Andalucía, 22, 118 Andioc, René, 49 n., 69 n. André, Pére, 63, 64 Andrés, padre, 44, 64, 67 De los progresos y del estado ac~ tual de toda la literatura, 44, 67 Historia de todas las literaturas, 64 Angélica y Medoro, 170 y n, Aniceta, 206 antigüedad, 94 anuncios de libros, 42 Apuntaciones autobiográficas, 82 99 y n. Apntaciones sueltas de Inglaterra, 33 n., 72 Apuntes sobre el bien y el mal de España, 103, 182

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Aragón, 17, 115 Aranda, conde de, 30, 140, 165, 185, 190, 194 Arcades de Roma, 209 Arcadia, 139 Archiduque Carlos, 17 Arcipreste de Hita, 66 Argel, 21, 22, 204 Argensola, hermanos, 59, 65, 118 Argenti Leys, Felipe, 104 Argentina, 70 aristocracia, 19, 20, 47, 87, 98, 145, 183 Arístides, 107 Aristófanes, 65 Plutus, 65 Aristóteles, 31, 63, 64, 83, 94, 182

y n. Poética, 65, 182 n. Armona, J. A. de, 82 Vida de Don Antonio Aniceto Polier, 82 arquitectura, 31 y n., 35 n., 128 Arriaza, Juan Bautista, 63, 158, 162 y n., 183 Fragmentos de la Silvia, 162 Aroyal, León de, 19, 71, 102 y n., 106, 224 Cartas político-económicas, 102 y n,, 106 Epigramas, 71, 225 Ars poética, 64 Art dramatique espagnole dans la premiére moitié du XVIII fiéele, L', 167 Arteaga, Esteban de, 64, 163 n. belleza ideal, La, 64 Arte de las putas, 47, 138 y n., 157 arte del teatro..., El, 217 Art poétique, 63 asonancia, 108 y n., 149, 150, 186, 191, 192, 197, 199, 200, 214; interna, 120, 139, 143, 192 Asturias, 20, 98

Ataulpbo, 172, 175, 179 n. ateísmo, 24 Austria, 17, 86 «A Velasco y González», 136 Aventuras de Juan Luis, 110, 194 Avifíón, 59 Azara, 65

Bacon, 81, 83 n. Balanza de Astrea, 85 bandos del Avapiés y la venganza del zurdillo, Los, 201 Bárbara de Braganza, 32 Barcelona, 22, 40, 41, 42 Barceloneta, 22 Baretti, Joseph, 68 n., 70 Joumey from London to Genoa, A, 68 n., 70 barón, El, 219 barroco, 89, 118, 148 Barthélemy, monsieur, 43 Batteux, Charles, 63, 64, 65 Principios filosóficos, 63 Bázquez, 219 salvaje americano} El, 219 belleza ideal, La, 64 Béjar, duquesa de, 151 Belloy, 218 benedictina, orden, 82 Beña, Cristóbal de, 162 Berceo, 66 Berlín, 53 Bernascone, Ignacio, 33 y n. Biblia Hebraica, 44 Biblioteca Real, 50, 53 bibliotecas de préstamos, 53-r bien común, 117 y n. bimembre, 120, 143, 192, 200 bipartita, véase bimembre Blair, Hugh, 63, 115 Blanca de Borbón, 200 Blanco White, 62 Boccheríni, 32

ÍNDICE ALFABÉTICO

Bogiero, padre, 162, 163 Boileau, 63, 171 n. Art poélique, L’, 63 Bonaparte, José, 53, 223 borbones, 17, 31, 98, 102 Bouhours, 59, 60 Entretiens d’Aviste et d’Eugéne} 59 Boyle, 83 Braganza, Bárbara de, véase Bár­ bara de Braganza Briseida, 49 n. Broschi, Cario, 32 Buen Retiro, 31, 32 Burgos, Javier, 64 burlador de Sevilla, El, 167 Burke, Edmund, 63 Treatise on the Sublime, 63 burromaquia, La, 118 Buscónj El, 77 n., 100 y n. Butrón y Múxica, padre, 131 Cabarrús, conde de, 103, 108 Cartas sobre los obstáculos de la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pú­ blica, 103 Cabra, 78 Cabrerizo, 43, 54 Cadalso, José, 19, 28, 29, 33, 35, 37, 38, 41, 42 n., 45, 47, 48, 50, 55, 56, 66, 68 n., 70, 72, 82, 95 n., 96 y n., 97 y n., 98 y n., 99, 100, 101 y n„ 108, 139, 139 y n., 140 y n., 141 y ti., 142, 143, 144, 148, 154, 171 y n., 180, 181, 182, 183, 184, 185, 186, 190 y n., 195, 196, 219 Apuntaciones autobiográficas, 82, 99 y n. Calendario manual (atribuida), 47, 101 y n. Carta escrita desde una aldea de Aragón, 142

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Cartas marruecas, 35, 37, 38, 41, 48, 55, 56, 68 n., 95 n., 96 n., 97, 98 y n., 99 y n., 100 y n. Defensa de la nación española, 98 y n. Don Sancho García, 182, 185, 190, 195 Eruditos a la violeta, 28, 45, 68 n., 96, 171 y n. Noches lúgubres, 18, 56, 96 n., 97 n„ 148, 149 n., 154, 219 Ocios, 42 n., 140 y n., 141 Solaya o los Circasianos, 180, 181, 182, 190 Suplemento a los eruditos, 171 y n. Virtud al uso, 96 «cadena del ser (de la existencia)», 144, 145, 153 Cádiz, 32, 42, 100 n., 108, 198, 211 Constitución de, 22, 223 Cairo, El, 89 Calderón de la Barca, José, 63 Calderón de la Barca, Pedro, 62, 65, 165, 167, 169, 171 alcalde de Zalamea, El, 169 vida es sueño, La, 203 Calendario manual, 47, 101 y n. Campo y Rivas, M. A. del, 151 Campomanes, véase Rodríguez Campomanes Canción, 126, 127, 148, 155, 159, 166 Candide, 100 cantares, 70 Cañizares, José de, 50, 166, 169, 170, 171 Angélica y Medoro, 170 y n. dómine Lucas, El, 169 picarillo en España, El, 169 Capmany, Antonio de, 34, 60, 62, 108 Teatro histórico-crítico de la elo­ cuencia española, 60

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Capodimonte, fábrica de cerámi­ cas, 31 Caprichos, 33, 55, 226 Caracciolo, 55 cariño perfecto a los amores de Al­ fonso y Serafina, El, véase Se­ rafina, La Carlos III, 22, 30, 31, 32, 60, 176 n., 64, 161; orden de, 101 n. Carlos IV, 159 Carlos V, 198 Carlos, archiduque, véase Archidu­ que Carlos Carlos Grandisson, 109 Carlota, La, 22 Carnaval, 194 Carolina, La, 22 Carta escrita desde una aldea de Aragón, 142 Carta histórica, 136 cartas, 55, 75, 85, 91, 95, 102, 113 Cartas de Ibrahim, 55 Cartas marruecas, 35, 37, 38, 41, 48, 55, 56, 68 n., 95 n., 96 n., 99 y n., 100 y n. Cartas político-económicas,""102 y n., 106 Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, 102 casa de Tócame Roque, La, 205 Cascales, 59, 132 Castigo sin venganza, El, 168 Castilla, 17 Castle Spectre, The, 197 catálogos de libreros, 42, 49 Cataluña, 35 Cátedra de morir, 80 Cato, 178 Catón cristiano, 44 Catulo, 152 Ceán Bermudez, Juan Agustín, 224, 226

Cecilia, 218 Cecilia viuda, 218 censo, 18, 20, 46 Censor, El, 18, 19, 46, 54, 56, 105, 145, 155, 183 censura, censores, 24-28, 31, 68, 93, 94, 98, 101, 177, 186, 218, 220

Cepeda, M.a del Rosario, 38 cerco de Numancia, El, 188 Cervantes, 66, 75, 89, 101, 188, 189 y n., 204 cerco de Numancia, El, 188 Don Quijote, 44 y n., 75, 88, 89, 109 chorizos, 217 Cicerón, 74, 101, 108 Cid, 66 ciencias, 22, 39, 82, 83 y n., 88, 144 Cienfuegos, 19, 27, 62, 105, 106, 114 y n., 115, 152, 153 y n., 154 y n., 155, 156, 157, 158 y n., 159, 195, 196, 197, 214 condesa de Castilla, La, 195, 196 «En alabanza de un carpintero», 155 Pitaco, 196 Zoraida, 196 Cienfuegos, Beatriz, 38 pensadora gaditana, La, 38 Cisneros, cardenal, 171 y n., Clarisa, 109, 113 y n., clasicismo, 58, 62, 64, 92, 117, 139, 163, 174, 195, 217 Clavijo y Fajardo,'.José, 38, 57, 61, 91, 92, 93, 94, 95, 96 pensador, El, 38, 57, 91 y n., 92, 93, 94, 96 clérigos, 24, 25, 89; véase tam­ bién apéndice A clímax retórico, 85, 103, 106, 108, 150 Colección de las mejores obras de

ÍNDICE ALFABÉTICO

seguidillas, tiranas y polos, 71 Colección de poesías castellanas an­ teriores al siglo XV, 66 colegios, escuelas, 22-23, 34 y n., 64 Coleridge, 79 comedia, 183, 185, 194, 195, 197, 201 , 220 comedia nueva, La, 45 y n., 49 y n., 212, 215, 217, 218, 220 «comedie larmoyante», 191, 192, 218 Cornelia, Luciano Francisco, 218, 219 Cecilia, 218 Cecilia viuda, 218 Federico en Glarz, 218 Federico II en el campo de Torgau, 218 Federico II, rey de Prusia, 218 Fénix de los ingenios o María Teresa de Austria, El, 218 matrimonio por razón de esta­ do, El, 219 sitio de Calés, El, 218 comuneros, 198 comunicaciones, 22 conceptista, estilo, 88 conceptos, 118-121 Condesa de Castilla, La, 195, 196 Consejo de Castilla, 60 construcciones de barcos, industria de, 18 Conti, 33, 96 copernicana, teoría, 25-26, 137 y n., 144 Corchos, Blas, 168 n. Micromegas, 168 n. Córdoba, 47, 118, 177 Corradi, 41, 43 Correo de Madrid, 39, 54, 55, 56, 57 y n., 75 cortejos, 75 Cortes de Cádiz, 197, 223

265

Coruña, La, 47 costumbrismo, 207 Cotarelo y Morí, Emilio, 50 n., 101 n„ 165 n., 185 y n., 207 n., 216 n. Crespo, Rafael José, 163 n. Fábulas morales y literarias, 163 n. Crouzat, 64 Cruz, Ramón de la, 39, 49 n., 50, 52, 101 n., 166, 200 y n., 201 y n., 202, 203, 204, 207 y n., 208 bandos del Avapiés..., Los, 201 Briseida, 49 n. casa de Tócame Roque, La, 205 Deseo de seguidillas, El, 52, 166 frioleras, Las, 207 maja majada, La, 204 Manolo, 200, 201 Muñuelo, 201 petimetre, El, 208 Petra y la Juana, La, 205 Plaza Mayor, La, 204 pradera de san Isidro, La, 52, 204 presumida burlada, La, 207 Teatro, 39 toma de Jerusalén, La, 49 n. visita de duelo, La, 202 Cruz, teatro, 166, 185, 205, 217 Cubillas, 51 Cuento de los cuentos, 80 cultura alemana, influencia de la, 63, 148 n. cultura francesa, influencia de la, 31, 59, 63, 156, 165, 174, 185, 200, 216-218 cultura italiana, influencia de la, 33 n,, 63, 95, 200; arquitectu­ ra, 30 D’Alembert, 29 danzas, 166

266

EL SIGLO XVIII

Darío, Rubén, 159 n. debate, 94, 95, 96, 99, 101 Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia, 34 decadencia, 18, 58 Defensa de la nación española, 98 y n. Dehesa, Juan de la, 63 delincuente honrado, El, 182, 183, 191, 192, 193 De los progresos y del estado ac­ tual de toda la literatura, 44 derrota de los pedantes, La, 72 Descartes, 29, 94 Descripción harmónica de la vida y milagros de... San Antonio de Padua, 133 Descubrimiento, 182 n. Deseo de seguidillas, 52, 166 despotismo ilustrado, 31, 102, 175, 218 dialectales, formas, 90 Dialogues des morts, 92 Diamante, Juan Bautista, 186 judía de Toledo, La, 186 Diana, La, 136 y n. Diario de Física, 21 Diario de las musas, 56 Diario de los literatos de España, 54, 133 y n. Diario de Madrid, 53, 56 y n., 58, 147, 157 Diario Pinciano, 166 Diarios, 152 diccionarios, 31, 100 didáctico-burlesco, estilo, 72 Diderot, 52, 63 Oeuvres philosophiques, 52 Diez González, Santos, 216 Disasters of War, 224 Discours sur l’inégaltté, 69, 219 Discurso III, 145 n. Discurso sobre el amor a la pa­ tria, 106

discursos, 102, 105, 115 Discursos forenses, 56 Discursos políticos y económicos, 104 D.L.G.P., 162 dodecasílabos, 124 dómine Lucas, El, 169 don de gentes, El, 208, 209 «Don Preciso», 71 Don Quijote, 59, 15, 88, 109 Dos Aguas, marqués de, 128 Dos Sicílías, 21 Dublín, 16 Du Bos, 63 Duende de Madrid, 47 duque de Viseo, El, 197 Durán, Agustín, 71 n.

economía, 18, 22, 39, 104, 105, 106, 135 ediciones, frecuencia de, véase apéndice C edictos papales, 24 educación, 22, 23, 37, 38, 82, 89, 92, 102, 114, 146, 177, 194, 213 efectos sonoros, 58, 79, 108, 118, 121, 139, 142 églogas, 70, 122,124, 125, 127, 162 Elementos del cortejo, 100 n. elementos de todas las ciencias, Los, 137 n. El no se opone de muchos y re­ sidencia de ingenios, su autor, D.M.D.Q.B., 15 Elogio del Señor Don Joseph Almarza, 105 Elogio fúnebre de los valencia­ nos..., 108 y n. emociones, 105, 109, 114 y n., 140, 141, 156, 175, 180, 183, 187, 192, 193, 195 «Empresa de Micer Jaques Borgoñón», 136

ÍNDICE ALFABÉTICO

«En alabanza de un carpintero», 155 Enciclopedia metódica, 52 Encyclopédie métodique, 43, 60 endecasílabos, 208 y n., 124, 160, 174, 179, 186, 193, 199, 200 enredo, 209 ensayo, 54, 85, 92, 95 Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del rei­ nado de Carlos III, 184 Ensenada, marqués de, 23 entremés, 202 Entretiens d*Aviste et d’Eugéne, 59 épica, 66, 201 Epicuro, 138 Epigramas, 71, 225 epigramas irónicos, 152 Epístolas del Caballero de la Tena­ za, 75 Eruditos a la violeta, 28, 45, 68 n., 96, 171 y n. Escalígero, 58 escolapios, 64 espectáculo, 165, 171, 185, 192, 204, 205, 218 Espíritu de los mejores diarios, 63, 67 esprit de lois, L\ 52, 194 esquema acentual, 121, 124 Esquiladle, 27; motines de, 68, 135 y n., 140, 176, 177, 179 Essay on Man, 114, 144, 213 estafeta del placer, ha, 51 n. Estala, padre Pedro, 23, 65 Estando en cuita y en duelo, 66 Esteban, Francisco, 70 estilo, 42, 72, 73, 83, 84, 96, 108, 114, 118, 224; influencia en el, 34, 56 estilos en las teorías literarias, 72, 73, 84, 91-92, 193 estoicismo, 94 n., 112, 178, 181

267

Estrasburgo, 67 es tribilío, 126 n. estructuras paralelas, 103, 107, 143, 176-177, 200, 201 estructuras reiterativas, 78, 84, 106, 121, 187, 192 Eudoxia, La, 111 Eusebio, El, 43, 111 evangelio en triunfo o historia de un filósofo desengañado, El, 55 experimentación, 82 y n., 88

fábula, 162 Fábulas literarias, 144 y n., 162 Tabulas morales y literarias, 163 n. Farinelli, véase Broschi, Cario Faulí, 54 Federico en Glatz, 218 Federico II en el campo de Torgau, 218 Federico II, rey de Prusia, 218 Feijoo, Benito Gerónimo, 25, 45, 82 y n., 83, 84 y n., 85 y n., 86, 87, 93, 95, 135, 136, 137 y n., 193 n. Antipatía de franceses y'españo­ les, 86 Glorias de España, 83 Honra y Provecho de la agricul­ tura, 82 Paralelos de las lenguas caste­ llana y francesa, 84 y n, Teatro crítico universal, 44, 84, 85 y n. Felipe II, 98, 160 Felipe III, 160 Felipe IV, 160 Felipe V, 17, 31, 47, 165 Fénelon, 92 Fénix de los ingenios o María Te­ resa de Austria, El, 218 Fernández, Antonio, 68 n. Fernández, Ramón, véase Estala

268

EL SIGLO X V III

Fernández de la Fuente, Juan, 19, 34 Fernández de Moratín, Leandro, 23, 33, 37, 45, 46, 49 y n., 50, 69 y n., 72, 114, 166 y n„ 179 n„ 192, 200, 205, 208, 209, 210, 212, 213, 214 y n„ 215, 216, 217, 218, 219, 220 y n., 223 Apuntaciones sueltas, 32, 33 n., 72 «A Velasco y González», 136 Barón, £/, 219 comedia nueva, La, 45 y n., 49 y n., 212, 215, 217, 218, 220 derrota de los pedantes, La, 72 mojigata, La, 212, 215, 216 Obras postumas, 33 n., 46 n. sí de las niñas, El, 206, 213, 215, 216 viejo y la niña, El, 212, 214 Fernández de Moratín, Nicolás, 47, 57, 66 y n., 96, 110, 134, 135, 136 y n., 137, 138 y n , 139, 140, 144, 157, 176, 177, 178, 179, 183, 184, 185, 186, 191, 198, 209, 216 arte de las putas, El, 47, 138 y n„ 157 Carta histórica sobre las fiestas de toros, 136 Diana, La, 136 y n. «Empresa de Mícer Jaques Borgofión», 136 Guzmán el Bueno, 177, 179 Hormesinda, 177, 179, -191, 192, 198, 216 Lucrecia, 177, 178, 179, 185 «naves de Cortés destruidas, Las», 136 «Pedro Romero», 136 petimetra, La, 176, 177, 208 poeta, El, 57, 134 y n. Fernando VI, 17, 31, 32, 34, 47, 100

Fernando VII, 22, 189, 223, 226 Fernán-Núñez, conde de, 59, 103 y nFerrer, Pedro, 21 Fiel de Aguilar, Manuel Benito, 60 Fielding, Henry, 39, 100, 109 Historia de Amelia Booth, 39, 109 Pamela Andrews, 109 Tom Jones o el expósito, 109 Filangierí, 64 Filosofía de las costumbres, La, 43, 157 Fischer, Christian August, 53 fisiócratas, doctrinas, 147 Fíórez de Laviada, Isidro, 141 n. Floridablanca, conde de, 45, 185 Fonda de San Sebastián, 95 Fontenelle, 84, 87, 92 Dialogues des morts, 92 Fomer, Juan Pablo, 56 y n., 62 y n., 101, 106, 107 y n., 108, 158 y n., 218 Almacén de frutos literarios, 56 Discurso sobre el amor de la pa­ tria, 106, 107 y n. gramáticos chinos, Los, 101 Foronda, Valentín de, 69 fortuna, 96, 186, 187, 188 Fragmentos de la Silvia, 162 Francia, 21, 22, 31, 33, 62, 86, 92, 112, 140, 159, 174, 195 frases acumuladas, 103, 187, 192, 200 frases equilibradas, 85 y n., 149 Fray Gerundio de Campazas, 44, 52, 88, 89 y n , 109 frioleras, Las, 207 Fuenteovejuna, 173 fueros, 17 gabinetes (le lectura), 53-54 Gaceta de Madrid, 23, 39, 42, 43, 45, 68 n.

ÍNDICE ALFABÉTICO

Gaceta de París, 44 galicismos, 90, 209 Gálvez, María Rosa de, 39, 152, 195, 205 Amnón, 206 Obras poéticas, 152 Gallardo, 100 y n., Gándara, abate de la, 29, 103, 104, 182 Apuntes sobre el bien y el mal de España, 103, 182 García de Arrieta, 56 García de la Huerta, Vicente, 48, 50, 70, 101, 140 y n., 176 n., 185 y n., 186, 203 y n., 219 Agamemnón vengado, 185, 186, 187 Obras poéticas, 48 Raquel, 140, n,, 176 n., 185 y n., 186 y n., 187, 219 García Rico, 44 Garcilaso, 58, 65, 70, 96, 122, 123 y n., 124, 126, 128, 143, 147, 162, 201 églogas, 70, 122, 162 Gassendi, 94 Gemalde von Madrid, 53 Georges Dandin, 203 Gessncr, 43, 152 muerte de Abel, La, 43 Getafe, 33 Gibraltar, 16, 21 Gil, Fray Manuel, 25 Gil Polo, 66 Glorias de España, 83 Godoy, 146 Goethe, 112, 113 Werther, 112, 113 Goldsmith, 55 Gómez Arias, 133 Gómez Hermosillas, 159 Góngora, 62 y n., 118 y n., 119, 120 y n., 121 y n., 122, 124, 128, 129, 130, 131, 132, 133 y n.,

269

148, 149, 152, 165, 170 Panegírico al duque de Lerma, 149 n. Polifemo, 119, 120 n., 124 y n., 149 n. Soledades, 119, 121, 149 n., 170 González, fray Diego, 148 González de Posada, Carlos, 57 González de Salas, José Antonio, 59, 65, 92 Nueva idea de la tragedia anti­ gua, 65 gótico, estilo, 67, 197 Goya, Francisco, 33, 55, 115, 151, 157, 162 y n., 167, 224, 225, 226, 227 Caprichos, 33, 55, 226 Desastres de guerra, 224 Tauromaquia, 225 Goya y Muniain, José, 65 Goyeneche, 22 Gracián, 74; véase también apén­ dice C gracioso, 90 gramáticos chinos, Los, 101 Granada, 119, 122 gran cerco de Viena, El, 215 Grimaldi, marqués de, 165, 185 grotesco, 78, 79 y n., 88 guerra, 21, 109, 139, 159; contra Inglaterra, 21; en Italia, 26; de la Independencia, 21, 22, 53, 62, 108 y n., 158, 198; de Sucesión, 17, 26, 172 Guillemardet, 33 Guipúzcoa, 20 Gulliver’s Travels, 100 Gutiérrez de Vegas, Fernando, 109, 110

enredos de un lugar, Los, 109 Guzmán el Bueno (Nicolás F. de Moratín), 177, 179 Guzmán el Bueno (Tomás de Ifiar­ te), 195

270

EL SIGLO XVIII

Habana, La, 43 Habides, 189 Habsburgo, 98, 160 Hagedorn, 64 Haendel, 195 Harris, J., 67, 152 Historia literaria de la Edad Me­ dia, 152 Philosophical Inquines, 67 Haydn, 32, 195 Heinsius, 65 heptasílabos, 108 y n., 124, 193 hermandad entre los hombres, 153 Hermosilla, 154 heroico, estilo, 73, 118, 141, 142, 201 Herrera, 58, 62, 65, 141 n., 158 hexasílabos, 85 n. Hickey y Pellizoni, Margarita, 38 hidalgos, 20, 35, 101 y n., 113, 220 hipérbaton, 118, 120 Historia de Amelia Bootb, 39, 109 Historia de las historias, 80 Historia de todas las literaturas, 64 Historia literaria de la Edad Me­ dia, 152 Hita, véase Arcipreste de Homberg, 83 Homero, 70 Honra y provecho de la agricultu­ ra, 82 Hora de todos y la Fortuna con seso, La, 92 Horacio, 31, 56, 63, 64, 117 n., 139, 143, 148 Ars poética, 64 Hormesinda, 177, 179, 191, 192, 216 Huerta, véase García de la Huerta humor, 99, 203, 209 Hurtado, Escolástica, 38 pensatriz salmantina, La, 38 Hutcheson, 63

Ibarra, Joaquín, 40, 44 y n., 65 Ibrahim Abusemblat, Isaac, 89 Iglesia, en general, 17, 20, 24, 25, 157; española, 17, 20, 24 Iglesias de la Casa, José, 70, 72, 148, 149 y n., 150, 152 igualitarismo, 20, 94, 154, 160, 208, 214,219 imaginación, 100-101, 109, 115, 155, 157, 162, 197, 224, 226, 227 imitación, 62, 80, 91, 100, 116, 158, 163 n., 226 imitación de la naturaleza, 117 índice de libros prohibidos, 47 Ilustración, 23, 28, 39, 54, 67, 68, 96, 97, 102, 103, 105, 111, 114, 156, 191, 194, 210, 218, 219 industria textil, 18 Informe sobre la ley agraria, 20, 23, 48, 103, 106 Inglaterra, 17, 21, 31, 33/ 64, 67, 72, 112, 159, 205 Inquisición, 24, 25, 26, 27, 47, 81, 97, 161, 201, 224 inquisidor general, 25, 73 Iriarte, Bernardo de, 101 n., 225 Iriarte, Juan de, 33, 45, 101 n., 134 Obras sueltas, 45 y n. Iriarte, Tomás de, 45, 50, 53, 96, 101, 102, 134, 140, 144, 162, 195 y n., 208, 209, 210, 212, 219 don de gentes, El, 208, 209 Fábulas literarias, 144 y n., 162 Guzmán el Bueno, 195 literatos en cuaresma, Los. 101, 102 n. música, La, 45 señorita malcriada, La, 208, 209 señorito mimado, El, 208 Irlanda, 31, 33 ironía, 60, 81, 90, 91, 208 irracionalidad, 96, 137, 209

ÍNDICE ALFABÉTICO

Isla, José Francisco de, 40 y n., 41, 44 y n., 52, 87, 88, 90, 92 Fray Gerundio de Campazas, 44, 52, 88, 89 y n., 90 Triunfo del amor y de la leal tad, 87 Italia, 21, 26, 31, 33, 64

Jamaica, 70 jansenismo, 24 Jardín de Venus, 157 Jáuregui, 65, 132 jerga, 80, 193 Jérica, Pablo de, 162 jesuítas, 64, 134 y n.; expulsión, 24, 30, 64 Johnson, Samuel, 224 Jorge Juan, 23 Journal des Savants, 83 Journey from London to Genoa, A, 68 n., 70 Joveílanos, 20, 23, 33, 38, 48 y n., 56 y n., 57, 67, 70, 7l, 72, 101 n„ 102, 103, 106, 108, 152, 155 y n., 160, 182, 183, 190, 191, 192, 193, 198, 226 delincuente honrado, El, 182, 183, 191, 192, 193 Diarios, 152 Informe sobre la ley agraria, 20, 23, 48, 103, 106 Memorias, 102, 103, 106 Pelayo, 191, 192, 198 «Sátira segunda a Arnesto sobre la mala educación de la noble­ za», 56, 155 Juan de Padilla, 160 judta de Toledo, La, 186 Juicio de París, 137 n. justicia, 93, 97, 154, 175, 187, 192, 210, 223

271

Keene, sír Benjamin, 32 Kennicott, Benjamin, 44 Biblia Hebraica, 44 Kotzebue, 195 Larra, 55 latinas, 65 lectores, 36, 37, 41, 52, 57, 95; véase también apéndice A Lee, Sofía, 109 subterráneo, El, 109 Lejeusne, Pedro, 43 lengua castellana, 31, 34, 59, 80 León y Mansilla, José de, 118 y n., 119, 120, 121 Soledad tercera, 119-121 letrilla, 152 Lettres persones, 59 n. Lewis, Matthew, 197 Castle Spectre, The, 197 leyendas clásicas, 125-126, 127 liberales, 22, 69, 189, 190, 223, 226 libertad, 159, 160, 179, 189, 214, 223, 224, 225 Libro de todas las cosas, 75, 96 lira, 124 Lisboa, terremoto de, 83 Lista, Alberto, 62, 163 n. literatos en cuaresma, Los, 101, 102 n. literatura clásica, 58, 65, 70, 71, 74, 97, 101, 108, 125, 143, 177 literatura española clásica, 58, 59, 65, 66, 75, 89, 96, 100, 118-123, 126-131, 143, 147, 165, 166, 170, 173, 174, 177, 201-202, 203, 211, 217 Livre et société dans la Vrance du XVIIL siécle, 39 Llórente, J. A., 26 loa, 202, 203 Lobo, Gerardo, 128 y n.t 130, 131, 132, 170

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EL SIGLO X V III

Octavas festivas, 130 Sitio de Lérida, El, 130 Locke, 68, 94 Londres, 33, 91 Longino, 65, 163 Tratado de lo sublime, 65, 163 Lope de Vega, véase Vega Carpió López de Ayala, Ignacio, 18, 48 y n„ 185, 187, 188 n., 189, 190 y n., 192, 199, 200, 205, 218 Habides, 189 Numancia destruida, 185, 187, 188 n. 190 n., 199, 205 Lozano, 65 Lucrecia, 111, 178, 179, 185 Lucrecio, 138 Luis, infante don, 32, 137 Luis de Granada, fray, 58 Luis de León, fray, 58, 147, 148, 158, 226 Traducción del Beatus ille, 148 Vida retirada, 148 Luna, Don Alvaro de, 169 Luzán Ignacio de, 33, 40, 51, 59, 61, 63 y n., 66, 68, 92, 117, 129, 133, 134, 137 y n., 139 n„ 141 y n., 144, 171, 172 y n., 174 y n,, 179 y n. Juicio de Parts, 137 n. Memorias literarias de París, 34, 68 poética, La, 40, 51, 59, 61 y n., 63 y n., 92, 117 n., 129, 133, 139 y n., 141 n , 171, 172 n , 174 n., 179 n. Macanaz, 17, 29 Madramany, 63 Madrid, 22, 23, 30, 32, 39, 41, 42, 43, 46, 47, 53, 101, 122, 134, 135, 140, 165, 166, 177, 190, 217 Máíquez, Isidoro, 217

maja majada, La, 204 majos, majas, 201, 202, 207, 209 Málaga, 41 Mallorca, 35, 47 Malvinas, islas, 21 Manolo, 200, 201 manuscritos, 47, 57 y n,, 75, 138 Mariana, padre Juan de, 226 Marmontel, 63, 64 Martín y Soler, Vicente, 32 Martínez de Aguirre, 41 Martínez de la Rosa, Francisco, 198, 199, 224 Viuda de Padilla, 198 Zaragoza, 224 Masdeu, Juan Francisco de, 60 y n. Masson de Morvilliers, 60 matemáticas, 22 matrimonio por razón de estado, El, 219 Mayoral (Arzobispo), 37 Mayáns y Sisear, Gregorio, 41, 61 y n., 132 McCready, W. T., 170 y n. medicina, 32, 39 Meléndez Valdés, Juan, 27, 33, 50, 52, 55, 56 y n., 63, 70 y n., 71, 108 y n., 114 y n,, 142, 144 y n., 145 y n., 146, 147, 148, 149, 150 y n., 152, 153, 155; véase también nota del apéndice B Al mediodía, 150 Discursos forenses, 56 Discurso III, 145 n. tarde, La, 150 Cartas de Ibrahtm, 55 Poesías, 146 y n. Melón, Juan Antonio, 23 Mémoires de Trévoux, 83 Mémoires pour Vhistoire des sciences et des beaux arts, 59 Memorial literario, 43, 63 Memorias (Jovellanos), 102, 103, 106

ÍNDICE ALFABÉTICO

Memorias literarias de París, 34, 68 Mendelssohn, Moisés, 64 menestrales, Los, 220 Mengs, 31, 33, 63, 64, 156 Menorca, 17, 21 menosprecio de corte, 113, 131, 138, 148 Meras Queipo de Llano, I. de, 157 Obras poéticas, 157 Mérimée, Paul, 167 art dramatique en Espagne dans la premiére moitié du XVII P siécle, L\ 167 Mesta, 20 metáforas, 77, 78-79, 85, 93, 108, 133, 148, 187 Metamorfosis, 125 Milán, 67 Milton, 143 Mirtilo, El, 66, 111, 112 mojigata, La, 212, 215, 216 Moliere, 89 y n., 195, 203 Georges Dandin, 203 Molinaro, Julius A., 170 y n. monarquía, 17, 22, 24, 93, 98, 136, 159, 174, 178, 186, 194, 223 Moncín, Luis, 218 Montemayor, 66 Montengón, Pedro, 43, 66, 67, 111 y n. Eudoxia, La, 111 Eusebio, El, 43, 111 Mirtilo, El, 66, 111, 112 Montesquieu, 29, 52, 55, 59 y n., 98, 194 esprtt des lois, L\ 52, 194 Lettres persanes, 59 n. Montiano y Luyando, Agustín, 38, 61, 62, 133, 134, 166, 172-177, 179, 180, 184 Ataulpho, 172, 175, 176, 179 n. Virginia, 173, 175, 177, 179 n. Mora, José Joaquín, 163 n.

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moralidad, 29, 76, 89, 92, 97, 99, 111, 130, 138, 141, 153, 162, 171, 172, 173, 174, 175, 177, 178, 183, 199, 207, 209, 211, 221 Moratín, véase Fernández de Mo­ ratín Mor de Fuentes, José, 55, 82, 113 y n„ 114 y n„ 115, 142, 147, 212, 214 Serafina, La, 55, 113 y n,, 142 n., 147, 212 moros, 59, 97 y n., 177, 180, 181, 191, 199 motines, tumultos, 27, 30, 68, 135 y n., 136, 176, 177, 179 y n. Mozart, 32 Muerte de Abel, La, 43 mujer (lectora y escritora), 37-39 Munárriz, José Luis, 63, 115 Munuelo, 201 Muratori, 64 Reflexiones sobre el buen gusto, 64 Muret, Marc-Antoine, 58 Muriel, Andrés, 28 música, 31, 32, 170, 206 música, La, 45

nacionalismo, 21, 58, 60, 71, 136, 177, 223 Ñapóles, 17, 21, 29, 32 Napoli Signorelli, 33, 95 naturaleza, 147, 148, 149, 151, 152 Navarrete, 103 y n, «naves de Cortés destruidas, Las», 136 Neobarroco, 31 n. Neoclasicismo, 30, 54, 63, 65, 71, 90, 133, 134, 158, 159, 162', 163 n.} 186, 193 n., 214, 219 Newton, 29, 44, 83, 94, 144 Obras, 44

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EL SIGLO X V III

Nicolás, Antonio, 60 Nipho, Francisco Mariano, 49 y n., 55 y n. noble salvaje, 219 nobleza, 20, 56, 82, 93, 98, 145, 155, 179, 184, 185, 220; véase también apéndice A Noches lúgubres, 19, 56, 96 y n., 97 y n„ 148, 149 n„ 154, 219 Nolasco, Pedro, 131, 133 Nollet, 29 nouvelle Héloise, La, 112 novela, 37, 43, 88, 89 y n., 109, 110, 112, 113 Nueva idea de la tragedia antigua, 65 Nuevo Baztán, 22 Wumancia destruida, 185, 187. 188 n„ 199, 205 Núñez Fernán, 103 Núñez de Padro, padre José, 51 Ñuño Núñez, conde, 97 Obras (Newton), 44 Obras (Torres Villarroel), 36 y n. Obras (Vaca de Guzmán), 39 Obras de una dama de esta corte..., 38 obras en pliegos sueltos, 63 Obras poéticasy 48 Obras postumas (L. Fernández de Moratín), 33 n., 46 n, Obras sueltas, 45 y n, Obras sueltas (Lope), 35 Ocios 42 n., 140 y n., 141 octavas, 127 Octavas festivas, 130 Oedipus tyrannus, 65 Oeuvres philosopkiques, 52 Olavide, Pablo de, 17, 24, 25, 28, 47, 55, 101, 108, 190 evangelio en triunfo o historia de un filósofo desengañado, El, 55

Oliva (Valencia), 41 Óptica del cortejo, 42, 75 Oráculos de los nuevos filósofos, 68 n. Oran, 140 y n., 185, 203 y n. oratoria sagrada, 89, 91 Ordóñez das Seixas, Alonso, 65 O’Reilly, general, 22 Orígenes de la poesía castellana, 40, 66, 133 n. originalidad, 96, 115, 122, 162, 163 y n., 224 ornamentación estilística, 74, 77, 84, 88, 93, 132 Orozco, 122 n., 128 Ortiz, Alonso, 67 y n. ortodoxia, 137, 179 Ossian, 67 y n, Osuna, duques de, 50, 151 Ovidio, 125 Metamorfosis, 125 Oviedo, 83 oxymoron, 85 ti., 119, 156, 187 Ozejo, Pedro Nolasco de, 133 sol de los anacoretast El, 133

Pacto de Familia, 21 Padilla, Juan de, 160, 161 Países Bajos, 17 Palacio del Retiro, 166 Palma de Mallorca, 47 Pamela Andrews, 109 Pamplona, 88 Pancorbo, batalla de, 98 Panegírico al duque de Lerma, 149 n. Papa, 24 Paralelo de las lenguas castellana y francesa, 84 y n. Paravicino, fray Félix Hortensio, 61 pareados, 19, 139, 179 París, 27, 29, 33, 34, 217

ÍNDICE ALFABÉTICO

Parnaso español, 65 parodia, 100, 118, 130, 201-203 pasiones, 112, 113, 125, 160, 173, 174, 184, 196, 210, 217, 226 pastoril, 66, 112, 122-127, 134, 139, 147, 148 paternalismo, 98, 161 patriotismo, 98, 106, 136, 141, 158, 177, 179, 189, 223 «payadas», 70 Pedraxas, 31 n. «Pedro Romero», 136 Pelayo (Jovellanos), 191, 192, 198 Pelayo (Quintana), 198 pensador, El, 38, 57, 61, 91, 92, 94, 96 pensadora gaditana, La, 38 Pensamientos (Clavijo), 92 y n., 93, 94 y n. pensatriz salmantina, La, 38 Pérez de Celis, padre Isidoro, 43, 157 Filosofía de las costumbres, La, 43, 157 Pérez Galdós, Benito, 207 n. Pérez Vaíderrábano, Manuel, 65 periódicos, 18, 38, 55-58 Peso duro, El, 161 pesimismo, 95, 97 petimetra, La, 176, 177, 208 petimetre, El, 208 Petra y la Juana, La, 205 Philoaletheias (anónimo), 156 y n., 157 Reflexiones sobre la poesía, 156 y n. Philological Inquines, 67 Philoteo, El, 28 picaresca, 75 P'tcarillo en España, El, 169 pintoresco, 148, 151, 167, 207 Piferrer, Eulalia viuda de, 42 y n. Piferrer, Juan Francisco, 41, 190, 206

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Piquer, Andrés, 27 Pitaco, 196 Plasencia, obispo de, 28 Plaza Mayor, La, 204 Plenck, J. J,, 44 Icones plantarum medicinalium, 44 Plutus, 65 población, 18, 20, 46 poder absoluto, 22, 24, 162, 173, 177, 189, 191-192, 224 poemas didácticos, 45, 136 poesía amorosa, 134 Poesías de Melchor Díaz de To­ ledo, 66 poeta, El, 57, 134 y n. Poética (Aristóteles), 65, 182 n. poética, La (Luzán), 40, 51, 59, 61 y n., 63 y n., 92, 117 n., 129, 133, 139 n., 141 n„ 171, 172 n., 174 n., 179 n. polacos, 217 Polifemo, 119, 120 n., 124 y n., 149 n. Pope, 63, 114, 143, 144, 201, 213 Essay on Man, 114, 144, 213 Rape of the Lock, The, 201 popular, literatura, 69-71 Porcel, José Antonio, 119, 122 y n., 123, 124, 125, 126 y n.7 128, 133, 139, 148 Adonis, El, 122, 125 porcelana, industria de la, 18 Portugal, 21, 83 pradera de San Isidro, La, 52, 204 precio de libros, 41, 51 y n,; véase también apéndice B precio del teatro, 52 presumida burlada, La, 207 Priego (Córdoba), 31 Príncipe, teatro, 166, 185, 205, 217 Príncipe de Viana, 200

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EL SIGLO X V III

Principios de retórica y poética, 64, 226 Principios filosóficos, 56, 63 privilegios, 20 profesiones, 37, 49-50 prostitución, 47, 114, 139, 204 proyectista, 100 prudencia en la mujer, La, 201 ptolomeica, teoría, 138 Puerto Rico, 43

Quevedo, 55, 58 y n., 59, 66, 74, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81, 87, 91, 96, 100 y n., 129, 130, 132, 139, 143, 152; véase también apéndice C Buscón, El, 77 n., 100 y n. Cuento de cuentos, 80 Epístolas del Caballero de la Te­ naza, 75 Estando en cuita y en duelo, 66 Hora de todos y la Fortuna con seso, La, 92 Libro de todas las cosas, 75, 96 Sueños, 55, 15, 76 quiasmo, 143, 187 Quintana, 38, 114 y n., 115, 152, 159, 160 y n., 161, 195, 197, 198, 199, 200 Blanca de Borbón, 200 duque de Viseo, El, 197 «Juan de Padilla», 160 Pelayo, 198 Príncipe de Viana, 200 Roger de Flor, 200 quintillas, 136 Quiñones de Benavente, 204

Racine, Louis, 144 n. religión, La, 144 n. Ramírez de Góngora, 75

Óptica del cortejo, 15 Ranza Romanillos, Antonio, 144 n. Rape of the Lock, The, 201 Raquel, 140 n., 176 n., 185 y n., 186 y n., 187, 219 Rastadt, tratado de, 17 razón, 22, 89, 96, 105, 109, 137, 145, 157, 177, 194, 208, 209, 215, 227 Real Academia de Derecho Espa­ ñol de Madrid, 21 Real Academia de San Fernando, 30 y n., 33 y n., 35 y n., 115, 116 n„ 134, 226 Real Academia Española, 31, 133 Reales Estudios de San Isidro, 64 Real Seminario de Nobles, 23, 64 Real Sociedad Económica, 18, 20, 37, 48, 105 Real Sociedad Vascongada de ami­ gos del país, 18 Réaumur, 83 Rebolledo, conde de, 59, 141 recetas de Torres, Las, 80 redondillas, 170, 177 Reflexiones sobre el buen gusto, 64 Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música del templo, 67 Reflexiones sobre la poesía, 156 y n. reforma de la literatura, 90-92, 9698, 102 reforma de la sociedad, 18, 21, 22, 23, 24, 34, 38, 87, 90, 91, 92, 93, 94, 101-102, 114 n., 135, 172, 174, 184, 220, 224 Reinoso, 62 Rejón, Ventura, 110, 194 Aventuras de Juan Luis, 110, 194 relativismo, 98 religión, 24-28, 81, 88, 90, 102, 130, 148, 172, 178, 192, 198, 212 , 221

ÍNDICE ALFABÉTICO

religión, La, 144 n. representación teatral, 202 retórica, 61, 84, 103, 140, 142, 155, 187, 192, 200, 201 revolución, 25, 154, 155, 187, 191, 223 Revolución francesa, 27, 28, 68, 159, 223 Reynaud, Louis, 216 y n. Ricarte, Hipólito, 45 n. Richardson, 39, 55, 100, 109, 113 y n. Carlos Grandisson, 109 Clarissa, 109, 113 rima, 121, 124, 139, 179; interna, 105 n„ 121, 143 ritmo, 107, 108 y n„ 121, 123, 216 Rodríguez, padre José, 28 Rodríguez Campomanes, Pedro, 34 Radríguez-Moñino, Antonio, 15, 42 y n., 44 n., 45, 54 n. Rodríguez Morzo, fray Pedro, 68 n, Oráculo de los nuevos filósofos, 68 n. Roger de Flor, 200 Roma, 93, 177 Romance endecasílabo, 118 romancero, 158 romances, 69, 70, 71, 129, 136, 147, 149, 159, 170, 177, 214 Romanticismo, 224 Rosales, padre Jerónimo, 44 Catón cristiano, 44 Rousseau, 28, 29, 55, 68 y n., 93, 112, 113, 195, 219 Discours sur l’inégalité, 68, 2Í9 nouvelle Héloise, La, 112, 113 Royira Brocandel, Hipólito, 128 Rusia, teoría estética, 64

sáficos-adónicos, 65, 139 sainetes, 49 n., 166, 200, 202, 203, 204

277

Saint-Evremond, 59 y n. Salamanca, 36, 42, 43, 56 Salamanca, grupo de poetas, 148 y n., 158 Salas, Gregorio de, 56 n., 72 Salustio, 66 n. salvaje americano, El, 219 Samaniego, Félix María, 157 Jardín de Venus, 157 Samper, Pedro Miguel de, 117 Sancha, Antonio de, 40, 41, 43, 44 y n., 45, 48, 56, 60, 65, 66, 68 n. Sánchez, Tomás Antonio, 66 Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV, 66 Sánchez Barbero, Francisco, 64, 201, 226 Principios de retórica y poética, 64, 226 Sancho García, Don, 182, 185, 190, 195 San Petersburgo, 32 Santiago, orden de, 101 n. Santiago, padre Basilio de, 65 Sarria, marqués de, 122, 134 «Sátira segunda a Arnesto», 56, 155 sátiras, 28, 30, 47, 55> 56 y n., 71, 74, 88, 92, 96, 100 n., 134, 142, 145, 152, 161, 167, 185, 207, 218 Scarlatti, Alessandro, 32 Scarlattí, Domenico, 32 Schiller, 195 Schlegel, A. W., 63, 71 n. Scudéry, Mlle. de, 84 Seasons, 43, 147, 149 seda, industria de lá, 21 Segovia, 37, 38, 198 seguidillas, 69, 158, 204 Seílent, Juan, 42 Semanario erudito, 60 n., 110 Semanario erudito y curioso de Sa­ lamanca, 56

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EL SIGLO X V III

Sempere y Guarínos, Juan, 34 n., 53 y n., 60, 63, 184 Ensayo de una biblioteca espa­ ñola..^ 34 n., 184 sensualismo, 25, 152, 153 sentencias, 55, 85 n. sentidos, 109, 117, 142, 147, 149, 151 y n., 157 sentimientos, 109,173, 183, 216 señorita malcriada, La, 208, 209 señorito mimado, El, 208 Serafina, La, 55, 113 y n., 142 n., 212 Sevilla, 42, 53, 54, 67, 144, 190 Shaftesbury, 63 Shakespeare, 166 Sicilia, 17 sí de las niñas, El, 206, 213, 215, 216 Sierra Morena, 18, 24 siglo ilustrado. Vida de don Guin­ do Cerezo, El, 28-29 silva, 126, 127, 159, 160 y n. Silvela, Manuel, 46 y n. Simond, monsieur, 43 sitio de Calés, El, 218 Sitio de Lérida, El, 130 Smollet, 100 sociedades económicas, 18, 102, 106; de Madrid, 20, 48 Sófocles, 65 Oedipus tyrannus, 65 Solaya o los Circasianos, 180-181, 182, 190 sol de los anacoretas, El, 133 Soledad tercera, 119-121 Soledades, 119, 121, 126, 149 n., 170 Soler, padre Antonio, 32 Solís, 58 Solón, 107 sonetos, 142 Spectator, 91 y n, Squillace, véase Esquilache

Strawberry Híll, estilo gótico de, 67 sublime, estilo, 67, 73, 84, 148, 155, 159 subterráneo, El, 109 sueño ficticio, 55, 75 Sueños, 55, 75, 76, 77 Sueños morales, 15, 76, 77 y n. Sufrimiento, 189 Suiza, 156 Sulzer, 64 superstición, 23, 92, 137 Suplemento a los eruditos, 171 y n. suscriptores, lista de, 36, 38, 81 y n.; véase también apéndice A Swift, 100 Gulliver’s Travels, 100

Tafalla Negrete, Joseph, 117 Taima, 217 Tapia, Eugenio de, 162 tarde, La, 150 Tauromaquia, 225 Teatro, 39 Teatro crítico universal, 44, 84, 85 y n. teatro en los reales sitios, 168 n., 185 Teatro bistórico-crítico de la elo­ cuencia española, 60 Teatro nuevo español, 195 Tediato, 18 tejedores flamencos, 31 Teócrito, 125 Teofrasto, 101 tercetos, 92, 125, 126 tertulias, 28, 91, 95, 101 Testamento de España, 47 Thomson, James, 43, 143, 144, 147, 149, 152 Seasons, 43, 147, 149 Ticknor, Jorge, 37 Tiépolo, Giambattista, 31

ÍNDICE ALFABÉTICO

tiranía, 93, 160, 161, 162, 171, 175, 198, 211, 214, 219, 221 Tirso de Molina, 167, 201 burlador de Sevilla, El, 167 prudencia en la mujer, La, 201 Toledo, 67, 128 toma de Jerusalén, La, 49 n, Tomé, Narciso, 128 Tom Jones o el expósito, 109 tonadilla, 195, 202 Torrepalma, conde de, 119, 121, 134, 140 Torres Villarroel, Diego de, 29 n., 36 y n„ 38, 49, 50, 51, 55, 75, 76, 77 y n., 78, 79 y n,, 80 y n., 81, 82, 83, 85, 87 Balanza de Astrea, 85 Cátedra de morir, 80 Historia de las historias, 80 y n. recetas de Torres, Las, 80 Sueños morales, 75, 76, 77 y n. Vida, 49, 50, 51, 80, 81 y n., 82 Visiones y -visitas, 77 n.; véase también Sueños morales Tóxar, Francisco de, 110, 112 filósofa por amor, La, 112 tradicionalismo, 69,, 71, 80, 82, 83, 87, 83, 97, 136, 191 traducciones, 34, 38, 49, 67, 56, 65, 67, 68 y n„ 91, 109, 144 n., 158, 163, 185, 195 tragedia, 172, 174 n„ 175, 180, 181, 182, 184, 185, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 197, 199, 200, 201, 203, 219, 220

tramoyas, 166 Tratado de lo sublime, 65, 163 Treatise on the Sublime, 65 Trigueros, Cándido María de, 19, 57, 66, 144, 190, 220 menestrales, Los, 220 Poesías del Melchor Díaz de To­ ledo, 66

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Viting (W¿tingo), El, 190 Tristam Shandy, 224 Triunfo del amor y de la lealtad. Día grande de Navarra, 87, 88 Trujillo, 25

unidades de tiempo, lugar y acción, 172, 177, 182, 186, 195, 214 universidades, 23, 36 n., 87, 94 Ulloa, Antonio de, 23 Ureña, marqués de, 67 Reflexiones sobre la arquitectu­ ra, ornato y música del tem­ plo, 67 Utrecht, tratado de, 17

Vaca de Guzmán, 39 Obras, 39 Valdeflores, marqués de, véase Velázquez Valencia, 17, 32, 35, 37, 42, 53, 54, 128, 151 Valladares y Sotomayor, Antonio, 60 n., 110, 206 Aniceta, 206 Semanario erudito, 60 n., 110 Vaüadolid, 43, 166, 183 Valbuena Prat, 167 Valvidares y Longo, Ramón de, 162 Vargas Ponce, José, 72, 161, 226 Peso duro, El, 161 vascos, 18 Vega Carpió, Lope de, 35 y n., 118, 168, 171, 173 castigo sin venganza, El, 168 Fuenteovejuna, 173 Velázquez, Luis José (marqués de Valdeflores), 40, 41, 61, 66, 100 y n., 133, 176 Elementos del cortejo, 100 n. Orígenes de la poesía castellana, 40, 66, 133 n.

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EL SIGLO XVIII

versificación, 170 y n., 179, 186, 187, 191, 192 Verulier, padre, 29 víctimas del amor, Las, 218 Vida, 49, 50, 51, 80, 81 y n., 82 Vida de Don Guindo Cerezo, 28, 47, 101 vida es sueño, La, 203 vidrio, industria del, 18 viejo y la niña, El, 212, 214 Viena, 32, 44 Villanueva, Joaquín, 24, 108 y n. Villarroel, José de, 133 Villegas, 65, 96, 139 y n., 143 y n. Virgilio, 70, 125, 142, Virginia, 173, 175, 177 Virtud al uso y mística a la moda, 74 y n„ 96 Visiones y visitas, 77 n.; véase tam­ bién Sueños morales ,visita de duelo, La, 202 Viting, El, 190 Viuda de Padilla, 198 Vizcaíno Pérez, Vicente, 104 Discursos políticos y económicos, 104 Vizcaya, 20 Voltaire, 17, 28, 29, 64, 68 y n., 100, 174 y n. Candide, 100 Ward, Bernardo, 21

Wellington, duque de, 33 Wertber, 112, 113 Winckelmann, 64

Young, Edward, 143, 144

Zabala y Zamora, Gaspar de, 218 víctimas del amor, Las, 218 Zamora, Antonio de, 166, 167, 168, 169, 171 hechizado por fuerza, El, 167 Mazariegos y Monsalves, 168, 169 No hay plazo que no se cum­ pla, 168, 169 Zaragoza, 35, 40, 53, 135 Zaragoza, 224 Zayas, María de, 65 Zeglircosac, 217 Ensayo sobre el origen y natura­ leza de las pasiones, 217 zeugma, 187 y n. Zevallos, Fray Fernando de, 68 n. Zola, Émile, 91 n. Zoraida, 196 Zorrilla, 64 Zubiaga, don Pedro de, 47 n.

Impreso en el raes de febrero de 2000 en H U R O PE , S. L. Lima, 3 bis 0 8030 Barcelona

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