105777191 Xabier Pikaza La Madre de Jesus Mariologia

July 26, 2017 | Author: Jesús Rodriguez | Category: Mary, Mother Of Jesus, Prayer, Biblical Magi, Christ (Title), Jesus
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xabier p i k a z a •

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la madre de jesús introducción a la mariologia

ediciones sigúeme

NUEVA ALIANZA 111

xabier pikaza

la madre de jesú introducción a la mariologia

Otras obras de Xabier Pikaza publicadas por Ediciones Sigúeme: — — — — — —

Anunciar la libertad a los cautivos (NA, 94). Esquema teológico de la vida religiosa (Pedal, 89). Experiencia religiosa y cristianismo (Vel, 70). Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños (BEB, 46). Las dimensiones de Dios (NA, 57). Palabra de amor (NA, 87).

ediciones sigúeme - salamanca 1989

CONTENIDO

Introducción I.

II.

LA ORACIÓN DE MARÍA

13

1. 2. 3.

15 31 55

Experiencia de vida. Cuatro escenas Ave María Magníficat

E L EVANGELIO DE MARÍA

77

4. 5.

79

Profetisa de Dios. La gran inversión (Le 1,51-53) Madre creyente. Memoria y nacimiento (Le 2,19.35.51) La primera cristiana

145 187

E L MISTERIO DE MARÍA. REFLEXIÓN MARIOLÓGICA . . .

229

6. III.

7. 8. 9. 10.

Principio mariológico. María y el Espíritu santo . Temas centrales. Transparencia del espíritu María: persona humana y presencia trinitaria . ... María, la primera persona de la historia

índice general

© Ediciones Sigúeme, S. A. Apartado 332 - 37080 Salamanca (España) ISBN: 84-301-1077-1 Depósito legal: S. 279-1989 Printed in Spain Imprime: Gráficas Visedo, S. A. Hortaleza, 1 - Salamanca, 1989

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231 257 287 339 407

INTRODUCCIÓN

Los caminos de la historia del pueblo de Dios se juntan en María. Ella es plenitud de la esperanza israelita y madre de Jesús, el Hijo eterno de Dios sobre la tierra. Ella es la primera cristiana, la persona plenamente realizada, en el comienzo de la Iglesia. Pues bien, dentro de esa Iglesia y apoyados en una larga tradición mariana, vivida en vertiente de libertad o redención, hemos querido escribir este trabajo. Es un libro que trata de la madre de Jesús y está pensado como ayuda para aquellos que comienzan a estudiarla y entenderla en un nivel bíblico-teológico. Por eso añadimos el subtítulo de introducción a la mariología. Es introducción y no un tratado sistemático y completo. Así dejamos en un segundo plano algunas cuestiones dogmáticas centrales, como son la Inmaculada y la Ascensión, y estudiamos con atención más cuidadosa los caminos de María dentro de la historia. Encontramos a María en la Escritura. Por eso nos preocupa de manera preferente el tema bíblico. No es mucho lo que dice materialmente la Biblia acerca de ella, pero es hondo y significativo: ella está en el centro, donde tiene que estar, y desde el mismo centro alumbra todo el recorrido de la historia salvadora, como indicaremos. A María la encontramos también en el camino de la Iglesia que ha seguido su ejemplo, manteniendo su mismo compromiso por el Cristo. Asumiendo ese camino, me he fijado en la oración de los creyentes que veneran a María y con ella responden de una forma actual a la exigencia de unidad y de misión universal del Cristo. Por eso he planteado el problema ecuménico y dialogo con hermanos protestantes y ortodoxos, para precisar con ellos el sentido cristiano de María.

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Introducción

Sobre esa base bíblico-eclesial he elaborado un libro que se encuentra a medio camino entre el ensayo abierto y el tratado sistemático. Del ensayo he mantenido la libertad en la elección y el desarrollo de los temas. Del tratado asumo la exigencia de rigor y de unidad en el conjunto del trabajo, como puede advertirse en sus diversos apartados. El primero se titula oración de María y está escrito en clave introductoria, de lectura más fácil y personal. He querido conservar el tono de encuentro espiritual con los pasajes marianos principales del NT. De todas formas, estudiando las plegarias del Ave-María y el Magníficat, me esfuerzo por llegar hasta el mensaje más profundo de los términos centrales de ambos textos: muestro el sentido de María como la agraciada y fijo los aspectos principales de su oración como alabanza. El segundo apartado nos conduce al evangelio de María. Por exigencia de los mismos temas y también por opción metodológica, el trabajo se vuelve más cercano al análisis de textos y al estudio critico del NT. De esa forma descubrimos que el misterio de Jesús se ha reflejado ya en María como canto de liberación y signo redentor en un camino dirigido siempre al Reino. La madre de Jesús, doncella nazarena, nos sacude y nos despierta, para conducirnos nuevamente al centro vital del evangelio. La tercera parte trata del misterio de María. Llamamos misterio a la hondura de su vida personal, intensamente vinculada al Cristo. El lenguaje, antes centrado en la piedad y el comentario de los textos, se convierte ahora en discurso reflexivo. Así presento las tendencias más recientes de la mariología y, apoyado en ellas, elaboro una visión que me parece de algún modo interesante y nueva. Pienso que María nos conduce al misterio trinitario y allí vengo a descubrirla como transparencia del Espíritu, a la luz de un gran itinerario de fe que la ha llevado de la anunciación a Pentecostés. En ese fondo, y superando perspectivas que a mi juicio resultan limitadas, la presento como creyente culminada, la primera persona de la historia. Articulado de esa forma, este libro ha crecido a partir de unos trabajos sobre María y el Espíritu santo que han sido expuestos y juzgados positivamente por una crítica mariológica muy significativa de los últimos años '. Desde antiguo vengo «recogiendo materiales para elaborar una mariología bíblica» 2. Pienso que no es 1. A. Amato, Espíritu santo, en Nuevo diccionario de mariología, Paulinas, Madrid 1988, 713-716; S. de Fiores, Uaria nella teología contemporánea, Roma 1987, 283-285, 431-433. 2. Cf. Orígenes de Jesús, Salamanca 1976, 9.

Introducción

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tiempo todavía de escribirla, al menos de manera sistemática. Pero juzgo que el momento es bueno para ofrecer ya una introducción como la presente. En ella elaboro y reformulo diversos trabajos anteriores3, presentándolos en forma gradual y unitaria. La misma condición de los materiales y el modo de tratarlos hacen que el texto ofrezca ciertas reincidencias, que pueden interpretarse como profundizaciones en el gran misterio que siempre nos desborda. El conjunto del libro puede ser leído como un todo, o separando una parte de otras partes, según las preferencias de cada lector, en línea orante, de seguimiento evangélico o de comprensión temática. Por no romper este esquema he prescindido de diversos materiales marianos, publicados en otras ocasiones.4 En el fondo del libro sigue alentando el misterio bondadoso, enigmáticamente provocador y bello, de Andramari, la Goikiri'ko Andramari de los montes de Órozko que me viene acompañando en una vida rica de sorpresas y de gozos. Lo he podido terminar porque a mi lado han caminado mariólogos tan amigos como Elíseo Tourón y Mercedes Navarro, de mi familia y casa mercedaria. Con ellos recuerdo a los restantes hermanos mercedarios, especialmente a Emilio Aguirre y Juan Laka, superiores mayores de la Orden, invocando a Santa María de la Merced, redentora de cautivos, en el fin de este año mariano. Salamanca, 1988.

3. Estos son los originales donde se inspira en parte el material de cada capítulo. Cap. 1: María, mujer orante: Orar 9 (1984) 4-21. Cap. 2: Ave María: ViRel 47 Í1979) 434-443; Ave, la agraciada: BiFe 10 (1984) 17-33. Cap. 3: Magníficat: ViRel 49 (1980) 215-222; El Magníficat, canto de liberación: MiAb 69 (1976) 230-247; Engrandece mi alma al Señor: BiFe 9 (1983) 14-24. Cap. 4: La liberación de María: EphMar 38 (1988). Cap. 5: Varios, Santa María de la Merced, Madrid 1988. Cap. 6: Art. Libertad y Familia, en Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988. Caps. 7-8-9: El Espíritu santo y María en la obra de Lucas: EphMar 28 (1978) 151-168; María y el Espíritu santo: EstTrin 15 (1981) 3-82; ¿Unión hipostática de María con el Espíritu santo?: Mar 44 (1982) 439-474; María, la persona humana: Mai 50 (1988); Persona, en Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988; Bibliografía trinitaria del NT: EstTrin 11 (1977) 298-305. 4. Apocalipsis XII. El nacimiento pascual del salvador: Salm 23 (1976) 217256; La Salve: ViRel 49 (1980) 398-408; María, esposa del creyente en Tirso de Molina: Est 132-133 (1981) 461-485; Hijo eterno y Espíritu de Dios: EstTrin 20 (1986) 12-95; María, madre de la Iglesia: EphMar 32 (1982) 175-188.

I LA ORACIÓN DE MARÍA

1 Experiencia de vida. Cuatro escenas.

María pertenece a nuestra vida y experiencia de oración. Ella es signo de Dios, mujer que participa en nuestra vida de plegaria. En esa perspectiva la enfocamos en las notas que ahora siguen. Escogemos cuatro rasgos: la palabra de su diálogo con Dios o anunciación (Le 1,26-38); el silencio misterioso de su encuentro con José (Mt 1,18-25); la alabanza compartida en casa de Isabel, su prima (Le 1,39-56); la experiencia pascual de su compromiso dentro de la Iglesia (Hech 1,14). Hemos prescindido de otros textos que podrían ser también significativos: Le 2,1-52; Jn 2,1-12; 19,25-27. Tratamos los ya expuestos de manera puramente introductoria, en clave de plegaria, sin bajar a discusiones eruditas que no tienen aquí espacio ni sentido.

I.

ORACIÓN DE LA PALABRA (Le 1,26-38). ANUNCIACIÓN

De ordinario se define de esta forma la plegaria: «levantar el corazón a Dios, pidiéndole mercedes». Muchas veces nos hallamos en el suelo, perdidos en las cosas. Por eso, la oración consiste en levantarnos: elevar los ojos, dirigir la vista a Dios y contemplarle cara a cara, corazón a corazón. De esa manera descubrimos nuestra propia pequenez, nos descubrimos muy necesitados y pedimos a Dios que nos conceda el don (gracia o merced) de la existencia verdadera. Esos aspectos se han cumplido de manera peculiar en el misterio de María. Así la presentamos.

16 1.

Experiencia de vida

La oración de María Levantar el corazón a Dios

María ya lo tiene levantado desde el mismo origen de su vida, puesto que ella participa de la historia de patriarcas y profetas que han abierto camino de esperanza en nuestra tierra. No sólo participa de esa historia, la culmina. Ella, virgen pobre y escondida, se coloca en las espaldas de Abraham y de Moisés, de Jeremías e Isaías. De pie sobre los hombros de los grandes gigantes de su historia, ha sabido abrir los ojos y mirar hacia el futuro de los hombres. Por eso, en el principio, su oración es oración de todo el pueblo: es promesa y profecía de Dios hecha plegaria. Por eso ha acogido la palabra y esperanza de la historia, descubriendo la palabra de Dios que alienta en ella. Así lo ha destacado ya la tabla de su genealogía, expuesta de manera convergente en Le 3,23-38 y Mt 1,2-17. María no se aisla, no separa su plegaria de la vida y plegaria de su pueblo. Vinculada con José, su prometido, ella se inserta en la gran línea de lo humano que comienza con Adán (cf. Le 3,38) y alcanza plenitud de vida y de promesa por Abraham, el gran patriarca (cf. Mt 1,2). Está en la línea de los hombres. No rechaza su pasado, no se evade de la historia, no idealiza lo que han sido los momentos anteriores. Por eso, mujer limpia, virgen consagrada, María reconoce su presente en un camino donde le preceden mujeres de existencia creadora, dura, conflictiva: Tamar, que concibe por engaño; Rahab, la prostituta; Rut, la de Moab; la esposa adúltera de Urías (cf. Mt 1,3-6). Ciertamente, no todas las mujeres o los hombres fueron como ellas. Pero también ellas, pecadoras, conflictivas y violentas se encontraban dentro de la historia de María. Orar es levantar el corazón a Dios, como hemos dicho. Pues bien, María ha levantado el corazón y la mirada desde el mismo principio de su pueblo. Se eleva en las espaldas de Abraham y de David, con todos los profetas, para contemplar desde allí el futuro con sus esperanzas. Pero, al mismo tiempo, ella se siente frágil y pequeña, como tantos pecadores de la historia: lleva en sus entrañas la tragedia de una tierra conflictiva, el dolor de las mujeres despreciadas, el engaño y la violencia de millones de varones que han querido realizar la voluntad de Dios por medio de la espada. Desde la entraña de su pueblo, María ha levantado a Dios la voz y el corazón de su mirada. No se ha introducido en la marea del gran cosmos para allí anegarse en el conjunto de su todo (o de su nada). No se ha separado de los hombres, para refugiarse en su castillo más interno, allí donde se encuentre libre, resguardada.

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Con los vientos y las sales, la belleza y la tragedia de la historia, María ha levantado al Dios de su futuro su mismo corazón y su mirada. 2.

Dejar que Dios me ofrezca su mirada

De ordinario definimos la oración como elevar el corazón a Dios, pidiéndole mercedes. Pues bien, entre elevar y pedir hay otro rasgo que ahora destacamos: antes que decir está escuchar; antes que pedir hay que saber muy bien lo que se pide. Por eso, en el principio de toda la oración está la escucha, está el acogimiento que nos hace dialogar con Dios, como decía Teresa de Jesús cuando define la plegaria: «un tratar de amor con aquel que sabemos que nos ama». Tratar de amor. Es lo que hace María en nuestra escena. Perdida en una casa de la oscura y perdida Galilea, llevando en sus espaldas la tragedia y esperanza de su pueblo, ella ha empezado por abrir el corazón, dejando que Dios mismo lo alumbre con la voz de su mirada. Misteriosamente descubrimos que Dios viene y alumbra, cuando dice: «gracia a ti, agraciada; el Señor está contigo» (Le 1,28). Este es el comienzo verdadero: oración es el saludo de Dios que, desbordando los caminos de la tierra, nos despierta con la voz y el amor de su mirada. Orar no es lo que hacemos ya o pedimos, no es aquello que nosotros proyectamos. Orar es lo que Dios ha decidido realizar en nuestra vida. Así viene y nos saluda. Lógicamente, su presencia sobrecoge, como sucedió a María que se turba, se revuelve por dentro y se pregunta ¡qué me pasa! (Le 1,28). Por encima del sobrecogimiento ella descubre la voz que le encomienda: «¡no temas, María! Has hallado gracia ante Dios. He aquí que concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo. Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob por siempre...» (Le 1,30-33). La historia y la esperanza de Israel se han convertido en realidad en sus entrañas. Antes, ella caminaba cabalgando en las espaldas de patriarcas y profetas. Ahora el mismo Dios camina dentro de ella cuando dice: ¡quiero que la historia de mi pueblo se realice ya y culmine en tus entrañas, por medio de tu historia de mujer, madre y persona! Esta es la oración: ¡Dios ha mirado hacia su sierva! (cf. Le 1,48). La ha querido y al quererla la reviste de su gracia, poniéndola en el centro de la historia. La oración ya no consiste en que María eleve el corazón de su mirada. Oración es la mirada y voz de Dios

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La oración de Marta

Experiencia de vida

que ha descendido y llama al corazón de María, la agraciada. Teresa de Jesús nos enseñó que «oración es un encuentro de amor con quien nos ama»; pues bien, para encontrarse con nosotros, Dios ha descendido a nuestra historia y amorosamente llama.

mismo está implicado en su camino de mujer y de persona. Por eso ha confiado en Dios y dice: «Hágase en mí según tu palabra» (Le 1,38). María se presenta como esclava siendo libre: es la primera liberada de la historia, la primera que realiza plenamente su existencia, haciéndose persona. Se presenta como esclava, pero el mismo Dios le pide su palabra. El mismo Dios que dijo «hágase la tierra» (Cien 1) necesita que María le responda. Esta es la oración suprema, allí donde la fe se ha convertido ya en encuentro (cf. Le 1,45). Oración era «tratar de amor con quien nos ama»; en actitud de amor han dialogado Dios y la persona más perfecta de la historia, que es María. Su palabra de oración y encuentro sigue siendo para todos nosotros salvadora.

3.

¡Hágase en mí según tu palabra!

Dios ha revelado a María su palabra y luego queda en oración, mientras escucha: el mismo Dios orante aguarda la palabra de respuesta de María, allá en el centro de la historia. En otro tiempo, conforme a una vivencia misteriosa de la Biblia, el Dios Yahvé necesitaba el testimonio de diez justos para perdonar a la Pentápolis maldita. La palabra de Abraham no le bastaba, y por eso terminaron para siempre muertas las ciudades de la cuenca muerta (cf. Gen 18-19). Pues bien, cuando ha llegado el culmen de los tiempos (cf. Gal 4,4), Dios se ha contentado con la gracia de María y su palabra. Por eso está esperando su respuesta, en el mismo corazón de nuestra historia. Dios espera con paciencia, al tiempo que María, la agraciada, le pregunta: «¿cómo será esto, pues no tengo varón?» (Le 1,34). Está dispuesta a recibir sobre su espalda el peso de la historia, pero quiere hacerlo bien, reconociendo su tarea. No resiste, no protesta, recibiendo el sello de Dios sobre su frente; pero quiere compartir y pronunciar de forma humana su respuesta. Sólo de esa forma su palabra puede presentarse como libre y creadora. Sobre el fondo de su pueblo, grávido de Dios en esperanza, se ha elevado la palabra de Dios que quiere una respuesta: ha colocado en manos de María el futuro de la historia y ella piensa, se cerciora, delibera. De esta forma descubrimos que oración es claridad. Dios no ha venido a destruir nuestras potencias: no maneja desde ariba nuestra vida, no nos ciega. Su luz nos capacita para ver y su palabra nos ayuda para responderle de manera responsable. Por eso, el mismo Dios espera, en actitud de adviento respetuoso. El ha creado a María en libertad y como libre tiene que dejarla, mientras deja que ella diga la palabra decisiva de la historia. Dios no necesita ya diez justos. Le basta uno, María. Ciertamente, Dios no quiere que María le responda en el vacío, a oscuras, sin razones. Por eso la ha ayudado a responder, haciendo que comprenda: «el Espíritu santo vendrá sobre ti; la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, lo engendrado será Santo, Hijo de Dios. Y, mira, Isabel tu prima...» (Le 1,35-36). María no le pide más. No ha buscado el signo de Isabel, aunque lo acepta. Ha descubierto ya el camino del misterio y sabe que Dios

II.

SILENCIO ANTE EL MISTERIO (Mt

1-2).

19

DECISIÓN

Hay un momento en que toda oración se hace silencio, más allá de los conceptos y palabras. En un modo muy profundo de estar ante los otros, les decimos lo que somos, les mostramos lo más hondo, sin buscar razón ni defendernos. Entonces descubrimos la verdad de lo que somos y en la noche de las cosas de este mundo nos abrimos a una forma de existencia más intensa. Así pueden entenderse los momentos de oración mañana de Mt 1-2. 1.

Orante en el silencio

En ella ha realizado Dios su obra, como insinúa escuetamente la palabra: «Jacob engendró a José, el esposo de María; de ella nació Jesús, llamado el Cristo» (Mt 1,16). La concepción fue misteriosa. Antes de habitar con su marido se encontraba grávida de Dios, por obra del Espíritu de amor que sobrepasa todas las posibles razones de la tierra. Por eso mantuvo su silencio. Las palabras humanas no podían reflejar lo sucedido. No existían argumentos que pudieran defenderla en tribunal. ¿Cómo expresar la cara interna del misterio? Lógicamente, ella mantuvo su oración en el silencio. «José, su esposo, siendo justo y no queriendo ponerla en evidencia, decidió abandonarla en secreto» (Mt 1,19). No podía comprender lo que pasaba. Tampoco él encontraba las preguntas, no encontraba las palabras. ¿Para qué preguntar? En la vida hay un momento sin respuestas. ¿Era adúltera su esposa? ¿una mujer violada? ¿o era signo misterioso del misterio de Dios sobre la tierra?

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Experiencia de vida

La oración de María

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Sea como fuere, José, marido honrado, tuvo miedo (cf. 1,20) y en silencio quiso abandonarla. Cargaría con las culpas y dirían ¡dejó encinta a la mujer en tiempo de esponsales para abandonarla luego, sin legalizar su descendencia! María, entretanto, oraba en silencio. Toda su defensa se podía interpretar en contra de ella. La palabra del hombre es sagrada, como afirma la Escritura (cf. Ex 20,16). Pero añade que resultan necesarios dos testigos (cf. Dt 17,6; 19,15). Ella no podía presentar ninguno. Su verdad más honda era misterio de fe y sólo por fe podía comprenderse. Por eso no ha querido razonar ni defenderse: pone su causa, silenciosa y muy callada, en manos de Dios Padre, sabiendo que ese Dios puede alumbrar los ojos de José para el misterio. Muchas veces ocultamos la verdad a fuerza de razones: exponemos mil palabras, nos mentimos y mentimos a los otros. De esa forma, aquello que podría convertirse en ámbito de encuentro viene a presentarse como campo de batalla donde todos luchamos contra todos. María ha descubierto en oración la transparencia de Dios. Por eso ella no impone su verdad, no se defiende con razones. Sabe que los ojos que dan luz al corazón sólo consiguen abrirse a la verdad en el silencio y en silencio esperanzado y dolorido se coloca ante Dios, Padre de su Hijo Jesucristo. María dialoga con Dios sin palabras. Fue el Espíritu de Dios quien alumbró su entraña. Es el Espíritu quien debe culminar lo comenzado. Pero, al mismo tiempo, en su silencio sin defensa María se está abriendo ante José. No argumenta ni acusa. Simplemente permanece cerca, en gesto de confianza, como señalando un camino que conduce al lugar donde se escucha verdaderamente la palabra. De esa forma también José penetra en el espacio original en donde Dios le habla. «Se le mostró el ángel del Señor en sueños y le dijo: José, hijo de David, no tengas miedo en acoger a María, tu mujer, pues ella ha concebido por obra del Espíritu santo...» (1,20). Así se vincularon dos plegarias: la confianza de María y la búsqueda anhelante de José. El evangelio no precisa lo que sigue. Simplemente añade que José acogió a su esposa (1,24). La oración del silencio llegó al trono de Dios y los esposos pudieron compartir en lo profundo la palabra salvadora de Dios sobre la tierra.

rotegiendo al Cristo. Pues bien, un día ellos descubren que otros ombres vienen a adorar al mismo «rey de los judíos». Son los magos del oriente (cf. 2,1): llegan porque han visto la estrella de Jesús. Los sabios de Israel les han mostrado el camino hasta Belén, pero ellos no han venido: tienen otros temas que estudiar, otros problemas que parecen más urgentes. Herodes, rey, se lia interesado por el niño: finge devoción e inquiere los detalles. En el fondo sólo quiere destruirle. Mientras tanto, los magos llegan a la casa y «entrando en ella vieron al niño con María, su madre; cayendo en tierra le adoraron; y abriendo sus tesoros le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra» (2,11). Precisemos la escena. Al centro están los magos, signo de los pueblos que se acercan a Jesús: descubren la eternidad de Dios en cl recién nacido, adoran la grandeza del Señor en la impotencia de un niño que empieza su camino. ¿Y los otros? José queda en penumbra. Ciertamente, está en el fondo y cuida de la madre con su niño. Pero no aparece; vive su oración en lo escondido. La madre, sin embargo, actúa: ha dado a luz y lleva al niño entre sus brazos, presentándolo ante todos los que vienen a adorarle. Veneran al niño los magos, ofreciéndole sus dones. María sigue orando sin palabras exteriores: sostiene a Jesús, lo va ofreciendo. Su silencio es comunicativo, su actitud abierta. No retiene a Jesús para sí misma. No lo cierra en su interior, aislado de las voces y los ojos de los hombres; no pretende secuestrarlo con ninguna especie de cariño exclusivista. Sabe desde ahora que su niño es para todos y por eso lo presenta, agradecida, creadora, luminosa. Gran parte de las representaciones marianas (pinturas y esculturas) han querido reflejar este momento. También nosotros, con los magos del oriente, nos postramos ante el Cristo niño que se encuentra en brazos de María. Ha entregado su vida por Jesús y está transfigurada en su misterio. Por eso, al ofrecer al niño ante los magos, ella ofrece a todos su experiencia y su camino: abre su oración como modelo de oración para los hombres. María, la mujer callada de Mt 1-2, es la primera evangelista: Dios mismo dirige a los magos del oriente hacia su Cristo; pero necesita que María lo presente, como palabra decisiva de Dios para la historia.

2.

5.

Orante que regala su tesoro

Sigue hablando Dios en el silencio. Ha nacido Jesús en Belén de Judá y allí se encuentra María con su esposo. Están en manos de Dios y así confían mientras oran, recibiendo, acompañando y

Orante desterrada

Ser madre de Jesús supone estar con él cuando los hombres quieren adorarle. Pero, al mismo tiempo, implica llevarle contra cl pecho, bien seguro y defendido, en el momento del peligro.

22

Experiencia de vida

La oración de María

Siguieron los magos su camino y habló el Ángel del Señor en sueños a José: «levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Permanece allí hasta que yo te diga, pues Herodes busca al niño para matarle» (2,13). María sigue siendo la mujer de oración cuando se escapa, con el niño sobre el pecho, en la amenaza y el silencio de la noche. Deben hacer solos la jornada del destierro, la madre con el niño y José como guardián y defensor en el camino. De esa forma van haciendo su oración en el exilio. Están en manos de Dios: van expresando su palabra y realizando su misterio mientras huyen perseguidos. Muchas veces suponemos que no existe más plegaria que la búsqueda interior, como palabra en el silencio más profundo. Ciertamente, ese silencio puede convertirse en oración. Pero oración más alta es el camino que se hace con los pobres que marchan al destierro. Este es el camino que conduce al lugar de los cautivos, a los pobres perseguidos de la tierra. El mundo nos rechaza, hemos perdido sus ventajas y empezamos a vivir la suerte de los pobres. Nos invade quizá el miedo, descubrimos la amenaza... pero vamos caminando y al hacerlo sentimos el misterio de aquel Dios que ha compartido como niño nuestro propio cautiverio. Aprendemos a pensar de una manera diferente, más comprometida. Compartir el cautiverio es el principio de todas las plegarias. Así redescubrimos la figura de María. Va al destierro con Jesús, le lleva en brazos, en forma de plegaria hecha camino de pobres fugitivos ilegales, obligados a escapar hacia el destierro. No ha tenido tiempo para orar en soledad. Tampoco puede subir a la montaña que ilumina desde arriba los problemas de la tierra. Ella ha encontrado a Dios en el camino de un destierro impuesto por Ja ley de la injusticia de los grandes opresores de la historia. Alguien pudiera sentirse conmovido: ¡la madre errante! ¡el niño amenazado! Ciertamente, aquí hay motivo para conmoverse. Pero debemos mantener nuestro realismo. Orar supone mantenerse en la palabra de Dios allí donde la vida de los pobres se hace dura: ellos, arrojados y humillados de la tierra, sabedores de todos los destierros, oran con su mismo sufrimiento, quizá sin darse cuenta de que están orando. Oran con María fugitiva y su silencio doloroso es la palabra más profunda y creadora de toda nuestra historia. En el comienzo de su encarnación, Jesús, el Hijo de Dios y de María, compartió exilio y condena con los pobres desterrados, fugitivos de la tierra.

1IT.

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ALABANZA COMPARTIDA (Le 1,39-56). VISITACIÓN

1 lay un momento en que la misma oración lleva hacia los otros: vivimos un misterio de amor y de presencia, hemos sentido su luz en nuestra entraña y nos sentimos llamados a expandirla. Por eso nos ponemos en camino hacia los hombres: les llevamos el saludo, recibimos su palabra y entonamos al final nuestra alabanza. Estos son los rasgos de la nueva escena. I.

Oración como visita

Cara a cara ha dialogado María en el misterio. Dios le ha dado su saludo y ella ha respondido. Dios le ha preguntado, pidiendo su permiso y ella ha contestado. Pues bien, para ayudarla en su respuesta, el ángel del Señor le ha presentado un signo: «La misma Isabel, tu pariente, ha concebido en su vejez un hijo; y está en el sexto mes, la estéril; porque nada hay imposible para Dios» (Le 1,36-37). Es un signo misterioso: ¡también otra mujer ha concebido dentro de los planes salvadores de Dios! María no ha pedido la señal, pero la acepta. Le basta la palabra de Dios, pero recibe la señal de su parienta. Por eso, después que ha respondido a la pregunta y al deseo de su Dios (cf. Le 1,38), se pone en marcha hacia la casa de su prima (Le 1,39). María ha respondido a Dios, poniéndose en sus manos. Por eso va no puede vivir para sí misma. Se ha entregado a Dios, ha recibido un signo y quiere interpretarlo en clave de alabanza abierta. I la encontrado la verdad de Dios y en Dios descubre la verdad y los problemas de los otros. Por eso tuvo que dejarlo todo y levantándose «fue con presteza a la región de las montañas, a una ciudad ele Judá» (1,39) donde habitaba su parienta. María ha caminado con el gozo de la voz que ha transformado sus entrañas. No pudo quedar sola en Nazaret, rumiando en aislamiento las palabras del Altísimo. Tenía que decirlas, compartiéndolas con otros. Ciertamente, ella no puede quedarse en el nivel de las palabras exteriores, ni comparte con cualquiera su experiencia. Por eso tuvo que buscar su compañera: la misma voz de Dios le había ayudado a descubrirla, al presentarle el signo de Isabel. Lógicamente, María se ha puesto en camino y se acerca a la ciudad de su parienta, para compartir con ella la riqueza de su nueva palabra, la vivencia del Cristo que se acerca. Fue visita de oración, sin fines de carácter egoísta. Oración era ¡inte todo el gesto de María: recreaba en el camino las palabras del ángel, la presencia de Dios y su misterio; así avanzaba, convir-

La oración de María

Experiencia de vida

tiendo su viaje en peregrinación. No buscaba un santuario material (Jerusalén), para ofrecer allí los sacrificios de la fiesta, porque el mismo Dios iba en su entraña, como santuario de la nueva alianza. Ella buscaba algo distinto: otra mujer de una experiencia muy cercana, madre de profeta, para conversar con ella, orando en cercanía de Dios, en esperanza.

plegaria. Por eso viene hasta Isabel para ofrecerle su saludo de itliibanza. Por eso escucha la respuesta de su prima, sin negar la «lucia ni buscar su gracia aislada, separada de los otros.

24

2.

Comunión orante

La escena empieza de forma solemne: «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Le 1,40). Saludó con formas de ritual antiguo, deseando la paz de Dios a su parienta. Pero las palabras viejas se volvieron campo nuevo de misterio. Por eso «en cuanto oyó el saludo, el niño saltó lleno de gozo en sus entrañas e Isabel quedó plenificada por el Espíritu santo» (1,41). No es extraño el gesto, pues diciendo su saludo María transmitía a sus parientes la presencia de Dios que era ya niño en sus entrañas. María es oración hecha persona: lleva a flor de piel, en su matriz, en su palabra y en su vida, la misma inmensidad de Dios, la Vida eterna que se ha vuelto tiempo en nuestra historia. Así lo ha descubierto Isabel, así lo siente el mismo Juan Bautista sin haber nacido todavía. Esta es una escena de oración total. María ha contagiado a su parienta, la ha llenado de presencia de Dios y de misterio. En el principio, el signo de Dios era Isabel. Ahora el gran signo es ya María, portadora de Dios y promotora de alabanza. Así lo ha comprendido Isabel cuando responde: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (1,42-43). No solamente ha vivido la oración en su camino. María la transmite a su parienta y con ella la comparte, iniciando así una especie de plegaria antifonal con su saludo, la respuesta de Isabel y el nuevo canto de alabanza (Magníficat). Isabel responde bendiciendo a Dios por medio de María: llamándola bendita y proclamando para siempre su bienaventuranza de creyente (cf. 1,45). María escucha. No opone resistencia. Está en Dios y todo lo que digan de ella lo recibe como puro don de gracia. No trata de excusarse, tampoco se disculpa. Dios la ha situado en el lugar de su actuación entre los hombres y allí queda, como signo de misterio: ella es oración hecha persona, la mujer donde se expresa la presencia de Dios en nuestra historia. Pero la grandeza de María no ha de verse en forma de oración aislada. Su grandeza ha consistido en que comparte con otros su

y

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Oración de alabanza

Ha escuchado la palabra de Isabel y ya no puede responderle ion razones de la tierra. Por eso ha dirigido su mirada hacia la ni tura: eleva la voz y en nombre propio, en nombre de Israel y de las gentes, entona la alabanza universal: «engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu por Dios mi salvador» (1,46-47). De esa forma se explícita su plegaria. Antes era como un fondo que motiva el conjunto de la escena. Ahora estalla: María ya no puede contenerse, abre las puertas de su vida y canta la palabra, ¡engrandece mi alma al Señor...! No discute ni razona. Extiende unte Dios su corazón y muestra ante los hombres el tenor de su plegaria. Esta ha sido su actitud más honda; aquí culmina toda su existencia, el «fíat» ante Dios, el sufrimiento de la huida, los caminos de su historia... Por medio de María y su alabanza, el evangelio nos conduce hasta la entraña del misterio. María es, por un lado, la creyente de Israel y dice su plegaria en nombre de patriarcas y profetas. Pero, al mismo tiempo, es madre del Mesías de la nueva humanidad y canta la gloria de su Dios con todos los hombres y mujeres de la tierra. Finalmente, ella es mujer concreta, una creyente que dice su existencia en forma y palabra de alabanza. María alaba por sí misma: «porque ha mirado la pequenez de su sierva, porque ha hecho en mí cosas grandes aquel que es poderoso» (1,48-49). Ella no ha empezado, no ha inventado la palabra de alabanza; pero un día ha recibido la mirada de su Dios, ha descubierto su misterio y quiere responderle. Por eso ha levantado la mirada: reconoce a Dios, se reconoce salvada en sus entrañas. María canta por todos los hombres, porque «Dios ha desplegado la potencia de su brazo...». Mira hacia la historia y siente que todo es diferente: Dios «ha dispersado a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (1,51-53). Esta es palabra universal, el centro de la historia. Al interior de su oración, María ha descubierto y entonado el canto en que se unen todos los hombres y mujeres de la tierra. Ella canta en nombre del AT: «acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia por siempre»

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Experiencia de vida

La oración de María

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Un día nos hallamos cansados. Quizá han muerto demasiadas cosas a lo largo de la vida. Quisiéramos llorar y para ello preferimos estar solos. Pero llegan otros. ¿Qué hacer? ¡Llorar juntos! A partir del llanto iniciaremos un camino de esperanza pascual, de apertura misionera. Estos son los temas que aparecen en el fondo de Hech 1,14.

gando los parientes. No necesitaban decir nada, quedaban en la casa, se sumaban para el llanto. De ese modo el duelo se fue formalizando. Nos gustaría conocer las cosas que entonces sucedieron, pero no podemos precisarlas. Simplemente afirmaremos que María transformó la muerte de Jesús en gesto de plegaria. Con ella oraron las mujeres y parientes, en un signo silencioso de dolor que va transfigurando todo lo pasado. Era tiempo del gran parto, lleno de opresiones. Pero al fondo iba apuntando la esperanza. Nada dice la Escritura de ese tiempo para el llanto, aunque podemos suponer que María y las mujeres (probablemente los parientes) iban descubriendo a Dios en la hondura de su duelo. La oración del llanto se hizo así víspera de fiesta: Cristo se enfriaba en las entrañas de la tierra y la amargura amenazaba el corazón de sus parientes, de María y las mujeres, pero entonces vino a realizarse el nuevo nacimiento.

1.

2.

(1,54-55). Así culminan todas las promesas. En el umbral de una pequeña casa de Judá, visitando a Isabel, María ha pronunciado la palabra de oración final, aquella voz de cumplimiento en la que caben, desde el centro de su pueblo, todos los pueblos pequeños (hambrientos, humillados) de la historia. La oración se ha convertido de esa forma en profecía gozosa, realizada.

IV.

EXPERIENCIA PASCUAL

(Hech 1,14).

COMUNIÓN

La oración del llanto

Han asesinado a Jesús. Su madre estaba al lado, traspasada por la cruz (cf. Le 2,35). Pero no ha tenido tiempo de pararse en el dolor. El hijo agonizante le ha ofrecido una misión: debe convertirse en madre del discípulo querido, de todos los amigos que han seguido su camino hasta el Calvario (Jn 19,25-27). María vuelve de la cruz con la certeza de que llega un nuevo nacimiento, vuelve con dolor de parto (cf. Jn 16,20-21), mientras sigue enfriándose el cadáver de Jesús en el sepulcro. Vuelve hacia la casa de las viejas reuniones familiares, allí donde Jesús ha celebrado la pascua con los suyos (cf. Le 22). Pero sus discípulos no vienen. Escaparon y han de hallarse cerca de la barca y de las redes, junto al mar de Galilea. Con María han llegado las mujeres, quizá un discípulo muy joven, aquel que el evangelio llama «preferido» de Jesús. Llegan a la casa y organizan las jornadas para el llanto. El llanto por el muerto resultaba necesario en aquel tiempo. Estaba organizado por la ley y las costumbres sociales más sagradas: siete días los parientes y amigos más cercanos debían mantenerse en luto riguroso, en gesto de oración y de tristeza, Seguía luego un mes de duelo ya menos intenso. Quizá pronto empezaron a llegar los familiares. Se habían mantenido alejados de Jesús y le criticaron su mensaje. Pero a veces, cuando muere el pariente rechazado cesan las distancias, se suavizan las aristas y comienza un movimiento de recuperación y perdón entre los antes separados. Fueron quizá lle-

Plegaria pascual

En un momento dado el llanto se convierte en alegría (cf. Jn 16,21). Fueron varias las señales del gran cambio. La mañana del domingo las mujeres encontraron el sepulcro abierto y escucharon una voz, como palabra de Dios, desde la altura: ¡no está aquí, ha resucitado! (cf. Me 16,1-8). Por su parte, los discípulos tornaron: habían encontrado a Jesús en Galilea; allí les esperaba para darles nuevo encargo de esperar y de anunciar el Reino. Finalmente, los parientes creyeron en Jesús, quizá movidos por Santiago que le había descubierto como vivo tras la muerte (cf. 1 Cor 15,3s). De esa forma, la mansión del llanto vino a convertirse en casa de alegría, abierta a la esperanza de la pascua (cf. Le 24,36-49; Jn 20, 19-29). Esta es la casa donde nace la Iglesia en el camino de la historia. En ella estaban «Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el ceIota y Judas el de Santiago. Todos estos permanecían juntos, insistiendo en la oración, junto con las mujeres, María, la madre de Jesús, y sus parientes» (cf. Hech 1,13-14). Partiendo de su propia teología, el libro de los Hechos ha datado la escena de forma precisa: entre ascensión y pentecostés. Pero el orden de los acontecimientos resulta difícil de fijar. Baste con saber que la escena sucedió a comienzos de la pascua. Los discípulos del Cristo se habían dispersado, pero han vuelto. ¿Dónde? A la casa donde está María, las mujeres y parientes: al hogar del llanto convertido en lugar donde se vive la experiencia orante de la pas-

La oración de María

Experiencia de vida

cua. La madre de Jesús hace posible el nuevo nacimiento, como madre de la Iglesia que ahora surge de Jesús resucitado. Matriz donde nace la vida de la Iglesia es ya la casa de María. No se encuentra en Nazaret donde al principio vino Dios a visitarla con su Espíritu. Ella está en Jerusalén, ciudad del Cristo muerto. Aquí han venido los distintos seguidores de Jesús, parientes y mujeres. Participan de una fe, recorren ahora un mismo camino de esperanza. Viven la unidad. Nuestro pasaje lo resalta al afirmar que los discípulos se hallaban «homothymadon»: estaban vinculados por un mismo compromiso de existencia, por el mismo camino de esperanza. Antes se encontraban separados. Ahora les vincula la presencia silenciosa e invisible de Jesús resucitado, la mano y el cariño cuidadoso de la madre. Ellos viven la unidad en forma de plegaria: «en te proseukhe». En ella perduraban día y noche, descubriendo la oración como si fuera esta la vez primera en la que oraban. La vida anterior les parecía voz sin vida, gesto sin sentido. Ahora comprenden el pasado de Jesús, descubren su futuro y oran, vinculados con María. Ella les mantiene en oración. Externamente hablando no hace nada. Internamente anima la esperanza del conjunto. Para todos los demás la vida empieza precisamente ahora. María, sin embargo, se ha encontrado en camino desde antiguo. En sentido estricto, ella se hallaba en manos de Dios desde el principio (anunciación). Por eso le es más fácil anunciar lo nuevo. Ha precedido a los restantes discípulos del Cristo. Ahora han llegado todos y con ellos continúa su plegaria.

Jesús preparan una fiesta diferente: están todos sentados, en gesto de liturgia y esperanza (cf. Hech 2,1-2). Llegó entonces como un viento fuerte que llenó la casa. Se vieron como lenguas de fuego que bajaban a todos los presentes y todos se encontraron llenos del Espíritu del Cristo, de la alianza de Dios para los hombres. Culminaba el tiempo de la ley. Llegaba el nuevo mundo de la gracia. En el grupo de creyentes, en el centro de la Iglesia, hallamos a María. Ella es mujer experta en el Espíritu. En plegaria de diálogo con Dios estaba al recibir por vez primera la vida del Espíritu de Dios que vino a hacerla madre del Mesías (Le 1,35). Cuando llega ahora este nuevo pentecostés de su oración María no está sola. Está con los hermanos de Jesús, los miembros de la Iglesia. Con ellos ha esperado en oración, con ellos ha acogido la presencia salvadora del Espíritu del Cristo (cf. Le 24,49; Hech 1,8). María es la persona que ha ligado ambos momentos. Estaba sola en el principio, como signo de Israel y madre de la nueva humanidad que ofrece a Dios la gran palabra de su «fiat». Está al fin acompañada, como Iglesia que recibe para siempre el don de pascua, para hacerse misionera de Jesús entre los hombres (cf. Hech 1-2). De esa forma ha culminado su camino. El proceso de su vida y oración está cumplido. Ha transmitido a la Iglesia todo el gozo de su vida, su experiencia, su plegaria. Al centro de ella, unida a los discípulos que empiezan el camino misionero, María puede confesar con Simeón: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu sierva irse en paz»; porque mis ojos han visto la salvación de Jesús, que empieza a proclamarse entre los pueblos (cf. Le 2,29-32).

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3.

Oración de Pentecostés

El texto ofrece todavía más detalles. La Iglesia primitiva va gestándose en un tiempo muy preciso: cincuenta días pasan desde pascua hasta que llega Pentecostés. Fueron días de unidad para discípulos, parientes y mujeres con María, la madre de Jesús; fue tiempo de experiencia pascual, de gozo intenso, de amor mutuo y de plegaria (cf. Le 24,50-53; Hech 1,6-11). En un momento determinado que Lucas interpreta como ascensión la presencia más cercana de Jesús acaba o se supera. Desde entonces los miembros de la Iglesia con María se mantienen unidos en la espera del Reino. Llegan los días de la fiesta. De nuevo se han reunido las grandes muchedumbres de Israel en la ciudad de los recuerdos. Celebran la presencia del Dios que en otro tiempo estableció la alianza con el pueblo, ofreciéndole su ley de vida perdurable. Los seguidores de

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2

Ave María

Sin hallarse en ninguno de los grandes formularios litúrgicos de la Iglesia, el Ave María se ha venido a convertir en elemento primordial de la oración para millones de cristianos que repiten la fórmula en dos partes: la primera en forma de alabanza (Dios te salve María...) y la segunda como súplica (Santa María..., ruega por nosotros...). Situada en su trasfondo original, esta oración tiene tres partes: saludo del ángel (Le 1,28), bendición de Isabel (Le 1,42) y petición eclesial (Santa María...). Está al principio la palabra del ángel que viene desde Dios y, dirigiéndose a María, la saluda en términos de gozo y cumplimiento mesiánico: Ave, gracia a ti, agraciada, el Señor está contigo. Estas palabras actualizan el misterio primordial de nuestra historia: con (y por) María, su elegida, Dios mismo se ha encarnado entre los hombres, naciendo así como mesías. En segundo lugar hallamos la palabra de Isabel que, al descubrir la acción de Dios, eleva su palabra: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Antes era Dios quien saludaba por el ángel. Ahora es el pueblo fiel, es el AT el que responde por medio de Isabel, con voz de gloria y bendición abierta hacia los hombres. Finalmente viene la palabra de la Iglesia. Ella recoge en reverencia los aspectos anteriores y se atreve a penetrar en el misterio, confesando la grandeza de María como santa y madre de Dios. Por eso implora en gesto confiado: «ruega por nosotros, pecadores...». De esta forma se han unido súplica eclesial y recuerdo salvador, saludo y bendición, ruego y alabanza. Todo se condensa en la persona de María que aparece ante los fieles como signo radical de cercanía de Dios, como una especie de rostro muy cercano del misterio. No es por tanto sorprendente que esta breve oración haya venido a convertirse en lugar privilegiado de la fe, la petición y la alabanza para miles y millones de cristianos.

La oración de María

Ave María

Las páginas que siguen han querido ayudar a los creyentes que veneran a María y la saludan con la voz de esta plegaria. Dividimos el trabajo en dos mitades. La primera es de carácter general y fácil comprensión; en ella presentamos la oración en su conjunto. La segunda es de carácter exegético y ya especializado; en ella precisamos el sentido literal y teológico del término más hondo de toda la plegaria (llena de gracia o kekharitomene).

Ciertamente en nuestro caso el ángel cumple la segunda de esas dos funciones. Pero si atendemos al tenor de sus palabras descubrimos en ellas una especie de alabanza primigenia: el canto de Dios se ha convertido en himno de María. Cumpliendo su función de mensajero, el ángel aparece como cantor de la doncella. Por eso la saluda en los términos ya vistos de gozo y de grandeza. ¡Alégrate! (alegría, khaire). Es la palabra de saludo al comienzo de la escena. Seguirá el título (agraciada) y la afirmación de la presencia de Dios (el Señor está contigo). Conforme al sentido ordinario, el término griego se puede traducir por «ave», que está cerca de salud, estáte bien o suerte. Sin embargo, en el fondo del saludo del ángel se percibe un tono más intenso de gozo y plenitud. Etimológicamente khaire significa «alégrate» y este es el motivo que resuena en la palabra del ángel a María. Pero todavía podemos avanzar, aunque ya con más cautela. Es posible que «khaire» transmita la voz y alegría de viejas proclamas mesiánicas: «Alégrate, hija de Sión; grita jubilosamente, hija de Jerusalén..., porque el Señor que está en medio de ti es el rey de Israel» (Sof 3,14-15; cf. Jl 2,21; Zac 9,9). El saludo refleja así un gozo de gran profecía. En un mundo de males y muerte Dios viene a ofrecer su esperanza, invitando a la vida, a través de María. Agraciada (kekharitomene). Es el nombre que Dios ha ofrecido a María. Ciertamente, Lucas sabe el nombre viejo de la Virgen (cf. Le 1,27). Pero el ángel le saluda y Dios le ofrece para siempre un nombre nuevo: de ahora en adelante ella será Agraciada (la privilegiada). Así se llama a Gedeón Guerrero de Valor (Jue 6,12) y a Simón La Piedra (Mt 16,18 par). Pues bien, María se llama ya Agraciada: ella es sencillamente la escogida, aquella a la que Dios ha iluminado, como faro salvador para los hombres. Ciertamente, la podemos llamar Llena de Gracia, con la tradición latina o castellana; pero es llena porque Dios la favorece y no porque merezca o tenga nada por sus fuerzas. Así lo indica el texto posterior: «has encontrado gracia ante Dios» (Le 1,30). Para interpretar esa palabra es conveniente recordar lo que Isabel decía: «bienaventurada tú, la que has creído (la creyente)» (cf. Le 1,45). Estos nombres definen su sentido: desde Dios es Agraciada; por su acción es la Creyente. Aquí, en el centro de la historia, encontramos a María como la mujer que Dios escoge, en signo misterioso de amor, para expandir y realizar su gesto salvador entre los hombres. El Señor está contigo. Estas palabras confirman lo ya dicho. Al saludo jubiloso (alégrate) y al nombre personal (Agraciada) sigue la presencia de Dios, garantizando la verdad de todo lo indicado: el Dios que la ha escogido la acompaña, en gesto de asistencia. De

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£..

I.

EN ORACIÓN. COMENTARIO GENERAL

Divido la oración en las partes ya indicadas de saludo, bendición y súplica. Palabra por palabra intentaré fijar su contenido. Quien conozca la exégesis lucana advertirá las fuentes que utilizo. No he juzgado necesario explicitarlas. 1.

Saludo mesiánico (Le 1,28)

Dios te salve, María, llena eres de gracia. El Señor está contigo. De esta forma un poco libre y a mi juicio no del todo afortunada se traduce al castellano la palabra de la anunciación. Tres son a mi entender los cambios más salientes. 1) Al traducir el khaire en Dios te salve se ha perdido el tono del saludo con su invitación al gozo mesiánico. 2) Al añadir el nombre de María, la palabra kekharitomene o agraciada pierde su carácter de título personal y se convierte en simple predicado (llena eres de gracia). 3) Finalmente, al presentar a María como llena de gracia parece que se alude a un tipo de virtud que ella posee más que a la presencia del Dios que actúa en ella. Por eso preferimos comentar el texto utilizando las palabras primigenias: alégrate agraciada, el Señor está contigo. Son palabras que provienen del Señor que guía la historia de Israel, que ha prometido salvación desde el principio y ahora viene, por fin, a realizarla. Son palabras que se escuchan en el campo de esperanza de la historia de los hombres que caminan hacia el reino final de la justicia y de la gracia. Por eso, ellas resuenan con gran fuerza todavía. Destaquemos otro dato. Quien pronuncia las palabras es el ángel Gabriel, que es fortaleza de Dios y que realiza, en cuanto ángel, dos misiones primordiales: 1) canta la grandeza de Dios en alabanza que no cesa, como voz de santidad y gloria (cf. Is 6,3; Le 2,14); 2) es mensajero del Señor para los hombres, actúa como signo y expresión de su presencia.

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La oración de María

Ave María

esta forma se realiza el misterio de la alianza: Dios ofrece su mano a quien escoge, sosteniendo y dirigiendo su camino (cf. Gen 26,24; Ex 3,12; Jue 6,16). Por eso, esta primera alocución del ángel viene a culminar en las palabras de asistencia y de promesa: el Señor está contigo y de esa forma cumplirás tu cometido. Tales son los elementos del saludo. Sin perder su figura individual, María viene a presentarse como signo y plenitud del pueblo israelita. Por ella ha culminado Dios su obra salvadora. Por eso la saluda con palabras que destilan alegría, por eso le concede su asistencia, en expresiones que suponen cumplimiento radical del pacto. Así vienen a mostrarlo las frases posteriores: «el Espíritu santo vendrá sobre ti...» (Le 1,35). Dios culmina por María su misma tarea creadora.

en María se ha cumplido la más honda bendición de la mujer que se explicita en forma de maternidad mesiánica. La vida de Dios llega a la entraña de este mundo: ha nacido el salvador entre los hombres. Por eso, María, junto con Jesús, no es simplemente «bienaventurada», como son los pobres y pequeños de la tierra que confían en las manos de Dios como creyentes (cf. Le 1,45; 6,20-21). Siendo culmen de la historia y transmisora de la salvación escatológica, María es la bendita: realiza así la acción de Dios, es transmisora de su vida entre los hombres. La bendición presenta, en fin, rasgos de pacto. Allí donde se ncoge la presencia de Dios, se cultivan sus precentos y se exoande la gracia transformante de su amor, emerge bendición; por el contrario, allí donde los hombres rompen el pacto se destruyen a sí mismos, convirtiendo así la vida en maldición (cf. Dt 27,12-13; 28,1-68). Pues bien, María ha realizado el pacto («el Señor está contigo...»), respondiendo con su vida a la palabra que Dios le ha dirigido. De esa forma su existencia se convierte en lugar de bendición: allá en el culmen de la historia, ella, la bendita, se desvela como signo radical del pacto, campo en que se expresa el amor y bendición de Dios para los hombres. Aunque sea Isabel quien lo proclame, en estallido de júbilo, María es la bendita porque Dios así lo quiere, como indica el verbo en voz pasiva (eulogémené). Es Dios quien la bendice. Isabel, como vidente final del AT, no hace más que explicitar ese designio de Dios y proclamarlo de una forma abierta. La palabra del ángel se ha expandido y los creyentes de Israel asumen la alabanza de María, llamándola bendita. No hemos distinguido los niveles a que alude nuestro texto. Diciendo que María es «bendita entre las mujeres» presupone que lo es por excelencia: bendita como mujer, por su maternidad abierta hacia la vida; bendita como ser humano o mejor como persona fiel al gran misterio de la vida. En línea de realización escatológica, la plenitud de bendición ha culminado en la persona de María, la mujer creyente. Frente a todas las posibles creaciones de soberbia de este mundo, que se expresan como triunfo material, María nos coloca ante el camino de la fe que se halla abierto hacia el misterio de Dios y de su vida. Por eso se ha cumplido en ella la palabra que dijo en otro tiempo Ozías a Judith, judía salvadora: «el Altísimo te bendiga más que a todas las mujeres de la tierra...» (Jdt 13,18). Pero María no es bendita por matar al enemigo sino porque ha creído en Dios, poniéndose al servicio de la Vida de Dios sobre la tierra.

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2.

Bendición mesiánica (Le 1,42)

Bendita tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. Estas palabras inician la alabanza de Isabel (cf. Le 1,42-45). Como agraciada de Dios y reasumiendo en su persona al pueblo israelita, María viene a visitar a su parienta. Isabel, madre del profeta final y profetisa, condensando en su palabra toda la palabra del AT, proclama la grandeza de María, llamándola bendita. La Iglesia ha descubierto muy pronto el parentesco de esta palabra y el saludo del ángel que hemos visto. Por eso, muchos manuscritos primitivos ya las unifican. Antes era el ángel de Dios quien saludaba. Ahora es el mismo pueblo de Israel quien mira hacia María y la bendice por medio de Isabel, su prima. Brevemente situamos los tres planos de esa bendición: en culto, historia y pacto. La bendición constituye un elemento primordial del culto. Los sacerdotes, hijos de Aarón, deben bendecir de esta manera: «el Señor te bendiga y te guarde...» (Núm 6,23s). Ahora, al final de la historia, no bendice el sacerdote, ni el templo es el lugar donde se invoca plenitud y vida para el pueblo. En el hogar de su vida ordinaria, Isabel ha recibido la fuerza del Espíritu, descubre la presencia de Dios en la persona de María y canta su grandeza. No le ofrece ya un deseo, no le augura plenitud para el futuro. Ve la mano de Dios en su camino y canta, transportada: «tú eres la bendita». Así culmina la palabra del culto israelita. La bendición se relaciona con la historia. Allá al final, cuando Dios cumpla todas sus palabras, llegará su bendición hasta las gentes, a través del pueblo israelita (cf. Gen 12,1-3)- Pues bien, las palabras de Isabel suponen que ese tiempo final nos ha llegado:

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3.

Ave María

La oración de María

36 Súplica eclesial

Santa Marta, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén. La Iglesia ha recogido y venerado las palabras del ángel e Isabel, haciéndolas principio de su petición más honda. También ella ha saludado a la doncella nazarena, llamándola bendita; pero al descubrirla elevada y compararla con su propia pequenez ha introducido en su plegaria unas palabras suplicantes: «ruega por nosotros...». Ellas comienzan con una confesión de fe mariana. El ángel la ha llamado agraciada; Isabel ha confesado que es bendita; la Iglesia la proclama santa y madre de Dios. María es santa. Toda su existencia pertenece a ese nivel donde se elevan ya los serafines de Isaías, mientras cantan: «santo, santo, santo» (Is 6,3). Ella es transparente, como espejo donde Dios expresa su misterio. Dando un paso más, decimos: ella es santa, ha recibido el Espíritu de Dios que es santidad personificada (cf. Le 1,35). El Espíritu de amor, gratuidad y comunión de Dios la llena. Así podemos entender mejor lo que decimos al decirle esta palabra: pertenece al campo del Espíritu, al nivel donde se actúa la presencia salvadora de Dios entre los hombres, en gesto de absoluta gratuidad, de entrega plena. Por eso, al confesarla santa en un sentido radical, nosotros confesamos que ella es transparencia, es el reflejo personal, cercano, del Espíritu de Dios sobre la tierra. María es madre de Dios. En una especie de pequeño credo que se añade a la palabra de saludo y bendición, nosotros confesamos el misterio de la maternidad divina de María. Sólo si decimos que ella es «theotokos», reasumiendo las palabras del Concilio de Efeso (431), podemos confesar que el Verbo, Hijo de Dios, es hombre verdadero. Sin esta afirmación mariológica no existe credo cristológico: sólo si ella es madre de Dios nosotros somos los hermanos del Dios que se ha encarnado. Pues bien, ahora podemos entender esta palabra partiendo del Espíritu; María no es madre por sus fuerzas personales o poderes dentro de la historia; es madre porque ha sido transparente a la presencia del Espíritu. Así, confesando su gesto maternal, la introducimos dentro del misterio trinitario. Por eso suplicamos: ruega por nosotros... Aparece tan cerca del Espíritu, tan llena de la fuerza de Dios y, al mismo tiempo, sigue siendo tan humanamente acogedora y compasiva que los fieles la terminan invocando como intercesora especial en su camino. Sabemos por Juan que el intercesor primero es el Epíritu Paráclito: nos llena, nos defiende y nos conduce al Cristo. Sin embargo, para muchos de los fieles el Espíritu aparece como fuerza demasiado

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li'iun» v i'Viisiva. Por eso, en transferencia perfectamente lógica, atribuyen ii Mu lía los aspectos y funciones maternales del Espíritu: el tninlrilo de su gracia, su presencia intercesora. Lógicamente le •iiiplu IIII «mega, intercede, por nosotros, pecadores...». Frente a la Niintiiliul de María está nuestro pecado; frente a su plenitud de madre, itiiiMiiulii de Espíritu en el cielo, viene a desvelarse ya nuestra iniseiiit y angustia en el presente, dirigido siempre hacia la muerte, l'or ruó Ir decimos: «ruega por nosotros ahora y en la hora...». INii medio de esa transposición mariana de los elementos pneuin¡ilolr>NÍ(- Creation: AnBib 115, Gregoriana, Roma 1988.

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1) Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano... Por lo tanto, la hipótesis de que haya llamado como apóstoles a unos hombres siguiendo la mentalidad difundida en su tiempo no refleja completamente el modo de obrar de Cristo. 2) Cristo es el esposo de la Iglesia, como redentor del mundo. La Eucaristía es el sacramento de nuestra redención. Es el sacramento del Esposo, de la Esposa. La Eucaristía hace presente y realiza de nuevo, de modo sacramental, el acto redentor de Cristo que «crea» a la Iglesia, su cuerpo. Cristo está unido a este cuerpo como el esposo a la esposa. 3) Si Cristo, al instituir la Eucaristía, la ha unido de una manera tan explícita al servicio sacerdotal de los apóstoles, es lícito pensar que de este modo deseaba expresar la relación entre el hombre y la mujer, entre lo que es «femenino» y lo que es «masculino»... Ante todo, en la Eucaristía se expresa de modo sacramental el acto redentor de Cristo esposo en relación con la Iglesia esposa. Y esto se hace transparente y unívoco cuando el servicio sacramental de la Eucaristía —en la que el sacerdote actúa «in persona Christi»— es realizado por el hombre ( = por el varón) (MD 26). Estos son los niveles del argumento pontificio. E n el primer caso tenemos sólo una hipótesis, quizá mejor que la contraria, pero que no puede darse nunca por segura, como el mismo Papa indica honradamente. Seguimos pensando que el hecho de que los apóstoles fueran sólo varones pudiera ser sólo un reflejo de la situación social del tiempo, sin más consecuencias para la visión y praxis del magisterio. En el segundo nivel, la visión unitaria de los dos grandes simbolismos eclesiales (cabeza-cuerpo, esposo-esposa) resulta sugerente y podrá quizá ampliarse en el futuro con nuevas perspectivas de carácter vital y litúrgico. Pero, a mi entender, se debe superar siempre el gran riesgo de cosificación de la mujer que está en el fondo de las palabras del Papa. Toda visión que lleve a interpretar a la mujer como cuerpo (tierra, posesión) del marido acaba siendo, a mi entender, contraria a la experiencia central de libertad del evangelio; es también contraria a la intención del Papa en todo el documento (MD); por eso debería haberla superado.

El misterio de María

María: primera persona de la historia

Partiendo de aquí, el tercer argumento pierde su peso y su sentido, apareciendo al fin en línea de pura sugerencia («es lícito pensar...») como el mismo Papa ha confesado. Se pudiera suponer que la presidencia eucarística del varón es signo más claro de Cristo. Pero también pudiera suponerse lo contrario, si es que destacamos el hecho de que todos los salvados (varones y mujeres) son esposa-cuerpo del único Cristo salvador; todos son presencia de Jesús y pueden ser ministros de su acción mesiánica en el mundo. En este caso vuelve a ponerse en primer plano el valor de la persona como expresión de plenitud mesiánica. Es aquí donde nosotros hemos querido situarnos. Aquí hemos situado la función y la importancia de María dentro del misterio de la redención. Con estos argumentos justifica el Papa el hecho de que sólo los varones sean (deban ser) ministros de la Iglesia. Si no hay otros, me parece difícil aceptarlos como probativ'os. Pero aquí no nos preocupa ese argumento, aunque se encuentre vinculado a todo lo que estamos estudiando. Nos preocupa la visión de la mujer que ofrece el Papa como signo y expresión más inmediata de esa mujer Originaria que era a su entender María. Ahora al final de este pequeño recorrido podemos afirmar que su postura resulta sugerente, está cargada de poesía, de emoción y de misterio. El Papa ha sabido conectar con la vida y experiencia de millones de personas de la tierra; por eso escribe de manera cálida y cercana. Sin embargo, su visión de fondo, edificada sobre un simbolismo jerárquico-esponsal que es secundario en el conjunto del NT, no me parece afortunada. Y con esto pasamos al último nivel de nuestro estudio.

como mujer. El que haya sido varón es sólo un dato secundario, quizá determinado por el ambiente social de la época: una mujer no podría haberse comportado como el Cristo lo hizo en aquel tiempo, al menos de una forma general.21 El mismo Papa parece recordarlo cuando afirma, en el texto ya citado, que los ministros de la Iglesia actúan «in persona Christi»: no son representantes del Cristo varón sino del Cristo Persona (Hijo de Dios) que ha entregado por todos su existencia (por varones y mujeres). En esta misma perspectiva hemos venido situando la persona de María. Ella no es imagen de Dios por ser mujer. No es el rostro femenino de Dios en el sentido que a veces se ha querido dar a esa expresión. Ella es, a mi juicio, una persona: la primera persona de la historia. Pienso que esta perspectiva, que anteriormente he llamado mesiánico-personalista, nos ayuda a comprender a Cristo como redentor, mcsías universal. Ella nos ayuda también a interpretar v valorar de nuevo la persona de María dentro de la Iglesia. Conforme a la visión de esta carta apostólica del Papa (MD), el ejemplo de María puede estimularnos y ayudarnos a vivir en libertad, en un camino que está abierto hacia la unión en la justicia de todos los varones y mujeres de la tierra. Yo he matizado levemente algunos argumentos que utiliza el Papa. Pero estoy convencido de que sus visiones, y especialmente la vida y testimonio de María, nos ayudan a vivir como cristianos liberados y liberadores sobre el mundo, mientras esperamos la llegada de la Pascua plena de Jesús, Hijo del Padre, en el Espíritu. Esperamos con María y como ella la realización personal de nuestra vida. En realidad, lo que buscamos y queremos es llegar a ser personas. De esta forma acaba nuestro estudio y todo nuestro trabajo, centrado en la figura de María como la primera persona de la historia. Ella es para nosotros signo grande del misterio. Dios no ha querido encarnarse sin nosotros, por eso ha buscado nuestra colaboración, por medio de María. Ella es de algún modo nuestra representante en el camino que lleva al encuentro con Dios (camino del AT); es nuestra amiga y compañera, guía y principio de salvación en el comienzo de la Iglesia. Así permanece para siempre, en nuestro recuerdo y nuestro canto. Ella nos impulsa a caminar, nos acompaña y nos dirige en la única tarea de la vida: llegar a ser personas,

404

e) Pienso que no debe resaltarse el hecho de que el Cristo haya vivido en forma de varón sino su forma entera de existencia, en gesto de total desprendimiento y de servicio, como indica Flp 2,6-11; y en otro plano debe destacarse el hecho de que el Cristo sea el mismo Hijo de Dios que se ha encarnado de manera personal dentro de la historia. En un aspecto es muy valioso lo que dice el Papa sobre Cristo como «varón», hombre concreto de este mundo (cf. MD 25-26), frente a todo idealismo que tendiera a diluir al fin sus rasgos de varón (y de judío, galileo, profeta mesiánico del reino, crucificado como sedicioso, etc.). Pero debemos recordar que Cristo no es salvador por ser varón sino por ser Hijo de Dios (plano trinitario) que ha vivido y predicado, que ha querido a los demás y que ha entregado su existencia por los otros de esta forma creadora, transformante. Eso no lo hace por varón sino como un ser humano muy concreto dentro de la tierra. Lo pudo haber hecho

405

21. Este es un campo abierto a la vida y reflexión de la Iglesia. Serán convenientes nuevos estudios teológicos, elaborados por mujeres, a fin de contrastar lo que estamos esbozando.

406

El misterio de Marta

ÍNDICE GENERAL

de manera gratuita, solidaria, abierta siempre a la esperanza de los pobres. Quizá pudiéramos decir que el mismo evangelio de Jesús ha recibido para todos (varones y mujeres) una configuración mañana. Esto es lo que el Papa ha querido transmitirnos con palabras que a veces podrían matizarse. Esto es lo que nosotros hemos querido ir señalando, con palabras también muy balbucientes, a lo largo de todo este trabajo.

Introducción

9

I. LA ORACIÓN DE MARÍA 1.

EXPERIENCIA DE VIDA. CUATRO ESCENAS

I. Oración de la palabra (Le 1,26-38). Anunciación 1. Levantar el corazón a Dios 2. Dejar que Dios me ofrezca su mirada 3. ¡Hágase en mí según tu palabra!

' 2.

13 15

15 16 17 18

II.

Silencio ante el misterio (Mt 1-2). Decisión 1. Orante en el silencio 2. Orante que regala su tesoro 3. Orante desterrada

19 19 20 21

III.

Alabanza compartida (I^c 1,39-56). Visitación 1. Oración como visita 2. Comunión orante 3. Oración de alabanza

23 23 24 25

IV. Experiencia pascual (Hech 1,14). Comunión 1. La oración del llanto 2. Plegaria pascual 3. Oración de Pentecostés

26 26 27 28

AVE MARÍA

I. En oración. Comentario general 1. Saludo mesiánico (Le 1,28)

31

32 32

Índice 2. 3. 4. II.

3.

general

Bendición mcsiánica (Le 1,42) Súplica eclesial Notas conclusivas

38

1. 2. 3. 4.

40 43 46 49

Traducciones Interpretación personalista Contexto lucano (Lc-Hech) Agraciada, Amada en el Amado

3. IV.

5.

56

1. 2.

56 58 59 60 63 64

Acción de María. Oración como alabanza Acción de Dios. Oración como reconocimiento . . . . a) Acción de Dios en María b) Acción de Dios en la humanidad c) Acción de Dios en Israel Respuesta de las generaciones

Engrandece mi alma al Señor. Estudio exegético

65

1. 2. 3.

67 70 73

Sujeto: alma y espíritu Acción: engrandece, se alegra Objeto: Señor y Salvador

II.

4.

PROFETISA DE D I O S . LA GRAN INVERSIÓN (Le 1,51-53)

I.

II.

81 83 89 94

Plano sapiencial Plano mesiánico Plano escatológico

Contexto

cristiano

Mensaje de Jesús Comunidad primitiva. El riesgo nacionalista María, representante de los pobres

III.

119

1. 2.

121 126

151 151 156 160 16)

Memoria y corazón Recordar el nacimiento-(Le 2 ; 19) Entender a Jesús (Le 2,50-51) Camino de fe . ... ... .:

Una espada te atravesará (Le 2,35)

167

1. 2. 3. 4.

167 17) 177 182

Señal de contradicción La espada de María Para que se revelen los pensamientos ... Santa María de la liberación ,

,. ...

La Virgen concebirá (Mt 1,23) ... Virgen desposada . ... Libre ante Dios Madura ante los hombres

18/

18W ,

María y la familia de Jesús Dejar padre y madre Nueva familia mesiánica .. Recuperación de María (Mt 1-2; Le 1-2)

Al servicio del Reino 1. 2. 3.

María en la fiesta (Jn 2,1-12). • , ..• María en la Cruz (Jn 19,25-27) María en la Iglesia. Amiga y hermana

EL MISTERIO DE MARÍA. REFLEXIÓN MARIOIXXiH A 7.

145

1. 2. 3. 4.

1. 2. 3.

100

Palabra de María Revelación de Dios Contradicción del mundo. Inversión mariana

II.

101 108 114

136

Guardaba estas cosas (Le 1,19.51)

1. 2. 3.

79

1. 2. 3.

1. 2. 3. III.

77

Trasfondo israelita .

132

Palabra de la Iglesia . 136 Palabra social 139 Palabra de María. Me felicitarán todas las generaciones 142

L A PRIMERA CRISTIANA

I. EL EVANGELIO DE MARÍA

Universalidad

MADRE CREYENTE. MEMORIA Y NACIMIENTO (Le 2,19.35.51) . . .

I.

6.

409

Conclusiones. Actualidad del Magnificat 1. 2. 3.

55

Canto de liberación. Comentario general

3. II.

34 36 37

Llena de gracia (Le 1,28). Estudio exegético

MAGNÍFICAT

I.

Índice general

PRINCIPIO MARIOLÓGICO. MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO

18H 191 191 19* '*
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