1. Hoja de Vida de Don Julio Paguay (Gestión Cultural)
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Descripción: Hoja de vida de don Julio César Paguay Chinguad. Descendiente de caciques, es un testimonio vivo de la hist...
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Elay, eso le cuento. Historia de una vida en Los Andes colombianos Cumbal es un municipio ubicado al sur-occidente del departamento de Nariño, Colombia. Sus paisajes recorren las alturas de la cordillera andina desde la frontera sur con la república de Ecuador, hasta su norte más lejano, conocido como “el nudo de los pastos”, justo donde
la columna vertebral y montañosa de los andes se trifurca en las tres cordilleras que dan relieve a nuestra geografía colombiana. Actualmente el municipio de Cumbal está ubicado a una hora (en carro) de la ciudad de Ipiales y limita al norte con los municipios de Guachucal, Mallama y Ricaurte; al sur con la Provincia del Carchi (República del Ecuador); al oriente con los municipios de Cuaspud, Carlosama y Guachucal y al occidente con el municipio de Ricaurte y la provincia del Carchi (Ecuador)1. En su gran mayoría, la población de Cumbal se dedica a los trabajos agrícolas y ganaderos, aprovechando la riqueza de sus suelos y la abundancia de sus aguas que descienden desde las nevadas alturas del imponente volcán de Cumbal y su inseparable compañera, la cocha (laguna) de Cumbal o de “La Bolsa”, situada a más de 3000 metros de altura. Hoy en día el municipio de Cumbal posee un casco urbano y ocho veredas que lo rodean: Guan, Cuaical, Cuetial, Cuaspúd, Boyera, Boyera, Miraflores/San Martín, Quilismal y Tasmag, esta última es reconocida por una formidable formación rocosa que sobresale de una ladera y además, sobre el lomo de una de las rocas más sobresalientes, se encuentra tallado un petroglifo con la imagen de un sol de ocho rayos (o puntas), mejor conocido como el “Sol de los Pastos”, junto con dos machines (monos) que son el recuerdo de legado mitológico y
cosmológico de los ancestros indígenas de la región. De acuerdo a Don Julio César Paguay, cada vereda está representada por cada una de las puntas de este “sol de piedra”, quien se convierte en uno de los principios rectores de la organización territorial en Cumbal. Sin embargo, en años anteriores habían tan sólo seis veredas: Guan, Tasmag, Cuaical, Quilismal, Nazate y Cuaspud (Rappaport, 2005: 71). Este sistema de organización por veredas es denominado por la antropóloga Joanne Rappaport como “Secciones”. De ellas afirma que han existido por mucho tiempo, pues en un censo del año de 1722 en la cercana ciudad de Ipiales, las secciones que aparecen son bastante parecidas a las de otro censo realizado r ealizado en el año de 1940 (Rappaport (Rappapor t 2005: 74). Adicionalmente Rappaport (2005: 77) argumenta que cada año se elige un gobernador escogido de una vereda diferente en el orden consabido. Así, en el 1984 el gobernador fue Información recopilada el d ía 31/03/16. En el siguiente enlace: http://www.cumbalnarino.gov.co/informacion_general.shtml
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de Guan, en 1985 de Tasmag, en 1986 de Cuaical, en 1987 de Quilismal, Quilismal, en 1988 de Nazate y en 1989 de Cuaspud. Cuas pud. Fue precisamente en el año de 1986 cuando Don Julio César Paguay es elegido como regidor de la vereda Tasmag, y por lo mismo se convirtió en el anfitrión de la antropóloga Joanne Rappaport, quien tenía la misión de justificar si los indígenas de Cumbal todavía lo eran. De la fundación del municipio no hay certezas claras en los archivos históricos. La información suministrada por la Alcaldía de Cumbal2 confiere al cacique Antonio Cumbe, en el año de 1529, el asentamiento de una pequeña comunidad de indígenas. Por su parte, el cronista Pedro Cieza de León (1994: 95), a su paso por estas tierras y con rumbo hacia la ciudad de Quito, aproximadamente en el año de 1541, realiza un recuento de algunas de las comarcas que conformaban la villa de Pasto; algunas de ellas son: Asqual, Mallama, Tucurres (actual Túquerres), Zapuys (actual Zapuyes), Yles, Gualmatal, Funes, Chapal, Males y Piales (actual Ipiales), Pupiales, Turca, Cumba (actual Cumbal) (ibid) (ibid).. Por otra parte, Cieza de León (1994: 99) escribe que el capitán Lorenzo Aldana fue el encargado de fundar la villa de Pasto en el año de 1539, teniendo como gobernador al mismísimo Francisco Pizarro, conquistador de las tierras del Perú. Lo cierto es que a la llegada de Aldana estas tierras ya estaban habitadas por p or indígenas que sostenían intercambios comerciales con los incas peruanos, los Ingas y Quillasingas del valle del Sibundoy y los indígenas de la recién fundada ciudad de Popayán. En el año de 2012, el abogado Efraín Bravo Grijalba, oriundo de Cumbal y residente en Bogotá, publica si libro “Añoranzas Cumbaleñas” en donde se recogen gran cantidad de datos (documentos escritos, entrevistas y material visual) acerca del municipio de Cumbal en cuanto a su aspecto histórico, cultural político y mitológico que lo ha caracterizado desde su fundación en tiempos de caciques, trueques e intercambios culturales. Uno de los documentos rescatados por Efraín Bravo son los Apuntamientos los Apuntamientos de Mayasquer y Cumbal escritos escritos en el año de 1913 por la pluma del Presbítero José Benjamín Arteaga. De este escrito se resalta el inventario de los apellidos de los primeros ancestros indígenas que poblaron las tierras de Cumbal, junto a sus veredas, v eredas, corregimientos y municipios aledaños. De Cumbal, escribe el Presbítero Arteaga (citado por Bravo Grijalba, 2012: 18), que apellidos ap ellidos como Taimal, Tarapués, Mitis, y Quilismal, entre otros, pertenecen a los troncos descendientes de familias indígenas y caciques regionales que habitaron y gobernaron las frías tierras hogar de papas, ocas, ollocos y habas, que hoy en día se encuentran a la sombra del gran volcán de Cumbal, nutriéndose de las milenarias cenizas y las claras aguas que descienden de él. Sin embargo, Arteaga también señala a los apellidos PAGUAY y Información recopilada el d ía 19/08/15. En el siguiente link: http://www.cumbalnarino.gov.co/informacion_general.shtml
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CHINGUAD como algunos de los troncos de descendencia que caminaron en tiempos de antigua. Hago hincapié en estos dos apellidos debido a que ambos constituyen el eje sobre el cual gira esta historia, puntalmente en Don Julio César Paguay Chinguad, hombre de mirada un tanto recia pero aún más gentil y altiva, de contextura gruesa y de manos aún más gruesas y calludas debido al trajinar de los años empleados en la construcción de casas de tierra y cemento, de rajar (cortar) innumerables leños y de sobar las extremidades doloridas, falseadas (quebradas y/o rotas), de campesinos y antropólogos que acuden a su experiencia, sus conocimientos y sus remedios para recuperar la salud. Es a él y a toda su familia a quienes, con total gratitud, dedico este escrito y espero resaltar la importancia que este taita, este mayor, desempeña y ha desempeñado para la preservación y promoción del pensamiento indígena en estas tierras míticas del departamento de Nariño. A continuación su historia, sus logros y su legado; pero primero un recuento de su herencia indígena y política. Andrés Felipe Becerra Olaya Estudiante de Antropología, Pontificia Universidad Javeriana. Cumbal, Nariño. Los Paguay:
Si el Presbítero José Benjamín Arteaga ubica a los Paguay como unos de los primeros ancestros indígenas que poblaron Cumbal, Don Julio César, haciendo uso de su buena memoria, complementa dicha información argumentando, mientras esperábamos el plato de papas para la comida, que su finado bisabuelo, el señor Juan Bautista Paguay, ha venido desde la ciudad de Ambato, en la república de Ecuador, para combatir (¿acaso a favor del partido revolucionario liberal?) en una de las disputas bélicas más largas de la historia de Colombia, la guerra de los 1000 días; un conflicto político bipartidista de finales del siglo XIX y comienzos del XX, que se originó en el departamento de Santander pero que tuvo gran impacto en todo el país, incluido el departamento de Nariño. A continuación un breve fragmento de los acontecimientos que tuvieron lugar en Cumbal en medio de la guerra: “El 20 de enero a las seis de la tarde, llegaron los refuerzos liberales de Tulcán a Cumbal. El
Coronel Camilo Álvarez toma rumbo a Barbacoas para auxiliar a Mata y tratar de llegar a Túquerres. En la noche del 22 de enero, al no haber podido ingresar a Túquerres, se reúnen los coroneles liberales Montenegro y Mata, envían una comisión de estado mayor ubicado en Tulcán sobre la urgente necesidad de trasladar las fuerzas liberales hacia la región de Cumbal, seguir y tomar la plaza de Guachucal sin saber que el ejército conservador, al amparo de la montaña sorprende a las fuerzas liberales bastante diezmadas,
a las seis de la tarde con gran número de muertos y heridos se ven obligados a regresar a Cumbal y desde ahí a Tulcán. Reagrupados y aprovisionados con el apoyo del presidente ecuatoriano Eloy Alfaro, los revolucionarios colombianos intentan regresar a Ipiales en lo que se conoce como “la segunda invasión” (Bravo Grijalva, 2012: 112).
Cuenta Don Julio César que su bisabuelo ha cruzado la actual frontera ColomboEcuatoriana junto a sus otros seis hermanos, siguiendo las indicaciones del entonces presidente ecuatoriano Eloy Alfaro, de combatir a favor de la causa revolucionaria liberal, dejando como saldo para los Paguay a cinco de los siete hermanos muertos en combate mientras que sólo dos sobrevivieron: su bisabuelo y uno de sus hermanos llamado Juan Esteban Paguay. De él cuenta Don Julio que ha decidido vivir en el vecino municipio de Carlosama, mientras Juan Bautista Paguay se radicó en Cumbal. Por eso es que Don Julio todavía tiene familiares y parientes en Carlosama. Desde el momento en que finalizó la guerra, Don Juan Bautista Paguay decidió rehacer su vida en Cumbal, tomando posesión de un lote baldío cercano al lugar donde el cuartel había acampado y en donde, medio siglo más tarde, su bisnieto, Julio César Paguay, sabía encontrar en la tierra de sembrar los cartuchos de bronce que se dispararon en los años de su bisabuelo. Una vez asentado en Cumbal, Don Juan Bautista Paguay se casó con la señora Petrona Cuaspúd, oriunda de estas tierras y con quien tuvo tres hijos, dos mujeres y un hombre. Cuenta Don Julio César que ellas se han sabido llamar Rosa y Florinda, mientras que el varón se llamó Juan Agustín Paguay Cuaspúd, quien fue su abuelo paterno. Recordando a su abuelo, Don Julio César habla de la compra del terreno de “Güel Grande”, un apacible y solitario lugar ubicado a las faldas del volcán de Cumbal desde donde bajan ríos y cascadas que nutren de vida lo que por un tiempo fue el hogar de Don Julio César y su familia. Güel, como se le conoce hoy en día, deviene un punto importante en esta historia porque en sus tierras montañosas y de clima abrigado aún perduran, como escondidas entre el monte, las planadas y las aberturas en la tierra de los maderos que alguna vez constituyeron los cimientos de las casas de un pueblo antiquísimo indígena que adoraba al sol y al agua, como Don Julio César afirma que ha visto en medio de sus sueños. Sin embargo, a la llegada de los conquistadores europeos, el pueblo cayó en desgracia y su cacique fue asesinado a manos de la codicia española que sólo tenía ojos para el oro y la plata del nuevo mundo. Desde ese entonces, Güel había estado bajo el dominio de familias blancas (descendientes de españoles) de las cuales Don Julio recuerda apellidos como los Trejos, los Castillos, los Luna y los Portilla.
De estos últimos, Don Julio conserva hoy en día el documento correspondiente a la escritura número 33, adscrita a la entonces Provincia de Obando, con fecha de los doce días del mes de Agosto de mil novecientos quince (recién acaba de cumplir 100 años) en la cual se hace la venta, por parte del señor Manuel de la Portilla, del pedazo de terreno llamado “ Güel Grande”, a los señores Floresmilo Moreno y José Balentín León, por el precio de $50 pesos. Una vez adquirida la tierra, el resguardo indígena del Gran Cumbal comienza a adelantar acciones jurídicas para recuperar los terrenos que por derecho ancestral les pertenecían. Temiendo esto, en el año de 1921 (de acuerdo a lo estipulado en la escritura 202), la señora Pastora Medina, viuda de Floresmilo Moreno, decide vender “Güel Grande” precisamente a uno de sus sirvientes, el señor Juan Agustín Paguay (abuelo de don Julio César) y a su legítima esposa, María Uvaldina Alpala, por el mismo valor de $50 pesos. Desde ese entonces, Güel ha vuelto a pertenecer a los descendientes de los ancestros indígenas que hoy yacen enterrados y que Don Julio Cesar sabe recordarlos en medio de sus sueños o a través de sus historias que cuenta sentado junto al fogón de leña mientras espera su plato de comida. En alguna ocasión me supo contar la historia del cacique de Güel, que ahora les cuento a ustedes, lectores. Güel: pueblo encantado desde la conquista hasta nuestros días.
JCP: “En Güel, antes de venir los españoles ha sido un pueblo. Entonces ellos ya sabían que venían los españoles. Entonces por eso lo que se han enterrado con todos los dineros de ellos. Entonces, contaba que, que este pueblo se ha encantado. Por eso que es un encanto. Donde ya han venido los....antes de v enir los españoles. ‘Tonces el rey ha ido a criar, en medio de ese pueblo, ha habido una laguna; hasta ahora existe la laguna; eso ha sido hecha a mano, es grande. Desde el muro de tierra y piedra. Entonces hay contaban los mayores que ha sido para criarse un árbol de plata. Entonces, en esa laguna, entonces que ha habido de la paja del cacique chunchito (pequeñito). ‘Tonces cuando ha ido a dejarla la paja lo ha visto una mayor y le ha dicho a la mamá, le ha
dicho ya ha estado entrando a la laguna, ya ha estado en el filo de la laguna, ya como una braza, más, de agua. Entonces les ha dicho "¡Nanas, corran, corran; el niño se ahoga, se ahoga el guagua, se ahoga!". De ahí como han gritado duro esa laguna se ha hecho un ventarrón y se ha tapado de nieve, y eche viento y no lo vieron más, al guagua (niño pequeño). ‘Tonces el cacique de aquí de Cumbal, como ha sabido ser sabio, lo han llamado los demás caciques y entonces les ha dicho “el cacique está en la chorrera de Angasmayo, que allá lo ha ido a votar el viento”; eso es de Pilches para abajo, en un plan; allá también ha sido un pueblo perdido. ‘Tonces pasa que el cacique de Cumbal se ha comunicado con el cacique de
Carlosama para ir a traer al cacique chuncho (pequeño), pero entonces lo han ido a dejar en Carlosama; allá se crió y eso fue seña de que ya venían los españoles. De ahí, pues, como ya han venido los españoles, ya han entrado para allá , ‘tonces de ahí los han muerto, y los otros se enterraron (es muy común en estas tierras andinas escuchar que
los indígenas se han enterrado en vida para evitar ser capturados por los españoles, a estos indígenas se les conoce como infieles) y al cacique (de Guel) lo han muerto; ‘tonces por eso no se sabía dar nada, anterior. Que porque el cacique lo ha dejado encargando allá, todos los terrenos de hoy, a la tierra y al agua. ‘Tonces sabían decir que esos españoles que han venid o artos, ‘tonces han sabido decir que en todos los terrenos del cacique ha habido oro y plata,
elay, entonces les decía que les daba, que tenía abancado (acumulado) montones de oro, ‘tonces que ellos dijeron que no, que con eso no se contentaban, sino con las minas. Por eso que ahí, por donde fuimos nosotros, es un arroyo de agua, pasa un arroyo de agua, que ahí ‘disque está tapado con lodo ahí; es de cortar con cincel. ‘Tonces decían que varias fueron, hasta que yo me cuerdo una muchacha, sabían ir como a
destapar. Entonces hicieron una zanja, todo, y entonces que no; que eso coger y hacerlos enfermar; no los dejaba el arroyo acercar a donde era allá. Eso hicieron por dos viajes una zanja, hasta ahora existe la zanja, honda, pero eso no dejaron, eso por taparse de niebla y truenos y eche agua. ‘Tonces disque’ dejó encargando este cacique, porque dice cuando llegaron los españoles dijo “si me matan, mátenme; pero antes déjenme decir unas palabras”. {…} ‘Tonces unos disque animados decían “¡Mátenlo!” y otros que no, que recibían lo que les daba, todo lo que tenía abancado. ‘Tonces disque’ dijo “yo lo voy a encargar al sol, a la luna y al agua. Y volverán estas tierras a producir y a dar cuando vuelva la misma raza de nosotros”. Ellos que dijeron “cuando nos mata” entonces que lo mataron. ‘Tonces ese oro que estuvo abancado disque’ se hizo ceniza; esas minas que se taparon. Elay ( así fue). No lograron nada. Tonces, elay, de ahí, disque’ se mataron entre ellos, los españoles, y así quedó.
Por eso, adelante, cuando eso era de los blancos (la tierra), eso no producía nada; la rama criaba, la oca, la papa, pero por debajo eso se sabía hacer como podrido. Las vacas también se hacían patojas (lisiadas) y morían. Otras hacerse ciegas, las que pasaban por esa laguna. Se hacían ciegas y se morían. ‘Tonces esos blancos, esos dueños de Pasto, esos ya la dejaron abandonando, de ahí ya venderlo, ya los mismos indios compraron. “Tonces mi papá abuelo ya la había comprado, ‘tonces ya me llevó a hacer un rancho”, contaba mi papa. ‘Tonces la tierra ya fue cierto, así
dando un poco no más, pero no mucho. Yo me acuerdo que todavía las bestias se morían lejo, lejo, cuando se iban a esa laguna, y decían que ahí había una culebra. Vuelta que era culebra, vuelta que era lagartija y no, decía mi papá que esa era la maldición que había dejado el cacique. ‘Tonces sabía ser que en un casco (la serpiente picaba) y la bestia se seguía, de ahí llegaba a
la pierna y ahí se moría. Las vacas se hacían ciegas como picadas; pero, elay, después ya se fue quitando. ‘Tonces de ahí papá fue a traer un chamán de allá del Putumayo. De ahí ese
chamán vino y curó un poco. De ahí, elay, ya, pues, no ha pasado nada, ya no. Ahora con las vacas nada pasa, con las bestias tampoco.3
Complementando esta historia, Don Julio César cuenta que, para no seguir ambicionando en estas tierras, el cacique cosió una cambra (la parte inferior) de un costal con una aguja de oro y de ahí es que nacieron las achupallas: una planta muy parecida a la sábila, pero con espinas más largas, duras y doradas que se encuentran a lo largo y ancho del pueblo de Güel. De igual manera, para que viva tapado de niebla todo el terreno, el cacique batió un huevo, y de ahí salió una espuma que fue soplada y se convirtió en la niebla que se posa la mayor parte del tiempo sobre estas tierras ancestrales. Como ya se dijo antes, estas míticas tierras quedaron en manos de Don Juan Agustín Paguay, quizá el primer indígena en recuperarlas después del arribo de los conquistadores españoles. Años más tarde, la herencia de “Güel Grande” pasó a manos de los hijos de Juan Agustín y de su esposa, María Uvaldina Alpala: ellos eran Diodoro, Juan Bautista, Juan Esteban, Florinda, Bertila, y José María Paguay Alpala. Este último es el padre de Don Julio César Paguay Chinguad. Don José María Paguay era un hombre de baja estatura pero de cuerpo macizo, acreedor de recio carácter y de afinidad por el partido liberal colombiano, al igual que su abuelo Juan Bautista Paguay. Desde temprana edad fue un miembro activo del cabildo indígena de Cumbal, como lo demuestra una carta escrita el día 11 de Julio de 1949, remitida al señor Fiscal del tribunal superior de Pasto, de nombre José Erazo, con el motivo de exigir la modificación del valor a pagar del impuesto predial, ya que de acuerdo al libro de la seccional de Catastro de Nariño, los predios adscritos a resguardos indígenas poseen una tarifa diferencial. Don Julio cuenta que su padre ha tenido que recoger todos los documentos de las familias denunciantes para llevarlos hasta Pasto, a la espera de una respuesta por parte de las autoridades correspondientes. Acciones como estas llevaron a Don José María Paguay a ocupar el puesto de regidor en el año de 1949 y después el de gobernador del cabildo indígena de Cumbal en el año de 1960. Sin embargo, el linaje de ancestros cabildantes viene de más allá, siendo el señor Sergio Chinguad gobernador y regidor del cabildo de Cumbal durante los últimos años del siglo XIX. Don Sergio fue el abuelo materno de Don Julio César y de él recuerda las varas (o bastones) de mando que siempre lo acompañaban en sus visitas al cabildo y a las veredas aledañas. De mi abuelo yo recuerdo que era un tipo bajito, como han sido todos los de mi familia, pero pues no le faltaba carácter; eso era serio y bravo ese mayor. Él era comerciante y cuando quedó primero de regidor se fue hasta Barbacos ( Barbacoas, Nariño) que para comprar unas Transcripci ón de la entrevista realizada el d ía 18 de Julio de 2015.
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varas de mando. Allá ‘disque se trajo 4 varas y las cambió por un puño de aco (cebada) cada
una, elai. De ahí se las heredó a mi papá y él pues bruto que las empieza a prestar en el año de 1984 y a mí sólo me ha quedado ‘estica. Vea, en esta vara está el cacique: la punta quiere decir que esa era la flecha del indio, como decir la lanza que tenía para defenderse; luego está como este anillo dentadito, pero eso es que era el cascabel que antes se ponían más abajito de las rodillas; después está el cinturón y más arriba, en este como anillo, ya era la nariguera del cacique, toda en oro. Ya en la cabeza está la cruz, para decir que ellos si creían en Dios y más arriba, ya en el final de la vara, está la corona del indio.
Hoy en día, Don Julio no sólo conserva la vara de su abuelo materno sino que también restaura y elabora bastones de mando para los nuevos regidores y gobernadores del cabildo de Cumbal. Junto con la vara (que ya tiene más de 100 años con la familia Paguay), Don Julio también heredó de su abuelo Sergio una inmensa olla hecha de cerámica y recubierta con un cuero de venado colorado (una variedad del color rojo) que era utilizada para elaborar la “chicha” en épocas festivas y/o ceremoniales.
Conforme a los bastones de mando, la antropóloga Joanne Rappaport escribe lo siguiente: “Así, cada vez que el miembro del cabildo lleva el bastón o lo entrega a su sucesor, está
llevando consigo la Corona Real: la memoria condensada del cacique Cumbe, la creación del resguardo, el inicio de la Escritura 228 y la historia del Llano de Piedras. La historicidad del lugar, del objeto y del documento se reactiva realmente en una multiplicidad de formas, cada una articulando imágenes comunes y recurriendo a su potencialidad para producir historia.”
(Rappaport, 2005: 134)
A propósito de historia, es el momento de continuar darle paso a la vida del personaje central de este trabajo, quien merece este y muchos reconocimientos más por todas las obras descritas a continuación. Julio César Paguay Chinguad:
Nacido el día sábado 31 de Mayo del año de 1952, en la vereda de Tasmag, Don Julio César es hijo de Don José María Paguay Alpala y María Sara Chinguad. Es el cuarto de siete hermanos, siendo José Clímaco el primero, después Rosa, luego Clara Luz, después Clemencia, y las últimas son Bertila y Emérita. Como la vida en el monte lo amerita, Don Julio aprendió desde muy temprana edad a sobrellevar las responsabilidades del día a día; una de ellas fue el pastoreo y el cuidado de las ovejas. Desde los cuatro años de edad, Don Julio acarriaba y atajaba (llevaba y guiaba) las ovejas de su padre por los lotes baldíos de los alrededores de Cumbal, cuando en ese entonces solo habían unas cuantas casas de bahareque en medio de la densa vegetación y el penetrante frío que sabía congelar la superficie de los estanques y las pilas (albercas) donde se lavaba la ropa.
En ese entonces, los mayores peligros para las ovejas eran los perros, lobos y buitres (cóndores) que merodeaban a la espera de un descuido del ovejero para hurtar y darse un festín de carne y lana, mientras que a Don Julio lo esperaba el mal genio de su padre y la “carne seca” (rejo o correa) que tanto miedo y dolor le infundió a lo largo de su infancia. De todos sus hermanos, Don Julio César Paguay fue el único que se interesó por continuar con el legado político de su padre José María y su abuelo materno, el señor Sergio Chinguad. Todo comenzó a la temprana edad de los 8 años cuando su padre fue elegido como gobernador del cabildo de Cumbal; desde ahí se enseñó a acompañarlo a todas las reuniones y eventos que demandaban la presencia del gobernador; sin embargo, las labores hogareñas no podían ser descuidadas. Después de lidiar con las ovejas vinieron las vacas, 11 cabezas de ganado eran el reto que Don Julio debía acarrear día y noche, bajo el inclemente sol o la incesante lluvia. Fue por esas épocas, ya a los trece años, que su padre lo dejó botando (abandonado, echado a su suerte) en una solitaria montaña conocida como “el tambo del quemado”, vía al pueblo de Mayasquer, que por esas épocas no era más que un caserío en medio de una jungla cálida y espesa, al filo de la frontera con el municipio ecuatoriano de Maldonado. Cuenta Don Julio que permaneció un año sin la compañía de otra persona; tan solo sus 11 vacas, un perro viejo y el monte se convirtieron en los cómplices de su soledad. El tiempo se pasaba arriando al ganado de un lugar de pastoreo al otro y perfeccionando sus habilidades para cosechar papas, cazar animales y componer instrumentos musicales a partir de bejucos y lianas, tal como su padre lo hacía cuando iban a la choza que tenían en Güel. Pasados los doce meses, su madre Sara Chinguad envió a un amigo de la familia, el señor Marcelino Quilismal, a traer al joven Julio de regreso a Cumbal para que se aprendiera de memoria la oración de la comunión. Poco tiempo pasó para que el señor Gonzalo Chirán le enseñara “el rezo” y las vocales. Una vez comulgado, el joven Julio César fue puesto en la
escuela de la vereda con el fin de adquirir nuevos conocimientos. Sin embargo y debido a las labores del campo, Julio César solamente asistió durante cuatro meses al estudio, llegado a cursar el cuarto grado de primaria, superando los cursos anteriores en tan solo un mes, cada uno. Del breve paso por la escuela, Julio César Paguay, de unos quince años regresa a Güel para vivir con su padre, su hermano y sus hermanas, trabajando la tierra con palón y palendra (azadón y pala), para conseguir el alimento en medio del monte, la densa niebla y las “achupallas”, el legado que el cacique asesinado había dejado sobre esas tierras. A la casa de los Paguay Chinguad solía llegar gente con mucha frecuencia a pedir posada por un noche debido a que Güel era la mitad del camino para aquellos que viajaban desde Cumbal hacia el entonces corregimiento de San Martín y viceversa, trayendo y llevando productos del guaico (tierra caliente) tales como miel, dulce de caña, panela, maíz y chapil (licor
artesanal) para intercambiar por papas, ollocos, ocas, habas, quesillos y demás productos que se cosechaban en las frías tierras cumbaleñas. De todas estas personas, quizás una de las más recordadas por Don Julio fue el señor Toribio Cumbalaza, un curandero o chamán que salía desde San Martin para atender a pacientes en Cumbal. En esos trayectos sabía pedir posada en la casa de la familia Paguay Chinguad e inclusive atendía a algunas de las personas que requerían de sus conocimientos. Don Julio cuenta que Don Toribio era un Taita muy sabio y poderoso, ávido conocedor de las plantas y sus propiedades medicinales que suministraba con gran acierto a las personas enduendadas (aquellos a quienes los duendes encantan para poder llevárselos a sus guaridas), ojeadas y ojeadoras (el mal de ojo causa dolores de cabeza severos y debilitamiento de la salud), y aquellas que padecían del mal viento, causado por transitar en lugares “pesados” (generalmente donde hay restos óseos de indígenas o en las chorreras y zanjas) y a horas inoportunas (generalmente son a medio día, media noche, seis de la mañana y de la tarde). “Ese hombre era tan poderoso que podía convertirse en serpiente y en Gavilán, y eso que no era más alto que mi cintura, hasta ahí llegaba”, afirma Don Julio, quien empezó a interesarse
por la medicina tradicional e indígena mientras lo observaba sacar de una mochila vieja un manojo de plantas, botellas de vidrio con menjurjes en su interior y aguardiente o chapil que soplaba sobre la cabeza del paciente para después “barrer” la enfermedad con el ramo de
hojas y así sacar la enfermedad causante del padecimiento. Poco a poco, don Julio aprendió a distinguir las plantas y sus usos, al igual que los rezos y la preparación de algunos aceites y cremas, siguiendo las palabras del Taita Toribio que sabía contarle algunos de sus secretos solamente cuando estaba borracho. De vez en cuando “soplaba” con alcohol y hierbas a los familiares y amigos que se “engranujaban” se llenaban de granos) en la cara y en las manos cuando iban a traer agua de un pozo que quedaba cerca a la casa. Hoy cuenta Don Julio que en ese lugar era donde se encontraba la entrada a la mina de oro de los indígenas de Güel. Fue precisamente en esas tierras de sus ancestros donde aconteció uno de los eventos más significativos y profundos en la vida de Don Julio. Era un día nublado en Güel y don Julio César, con unos quince años, estaba monte adentro cuidando de un ganado por encargo de su padre. Llevaba más de un mes solo, vistiendo la misma ropa sucia y desgastada, descalzo y con sólo una olla para cocinar sus alimentos. El día ya estaba por terminar y la noche espesa se elevaba por encima de sus hombros. Con un poco de prisa reunió unos cuantos maderos que había recogido hace poco y los colocó encima de las cenizas calcinas del fuego anterior que aún conservaba su calor. Soplando con cierta técnica y paciencia volvió a reanimar el fulgor de la hoguera y se dispuso a pelar unas papas para sancochar en agua y un trozo de conejo producto de una de sus trampas.
Después de la cena, el joven Julio se sentó al lado de las brasas moribundas, esperando a que el sueño y el cansancio cerraran sus párpados. De repente escuchó unos ruidos que venían del monte, una especie de pasos que cada vez se hacían más fuertes, hasta que, de la nada, una figura humana salió detrás de un árbol y se sentó junto a él sin decir palabra alguna. Cuenta Don Julio que aquella figura era un tanto baja pero maciza, con una piel un tanto oscura y un rostro que apenas se podía ver a causa de un gran sombrero negro que llevaba puesto. Del miedo se abrió paso la curiosidad y el joven Julio le preguntó a la misteriosa figura sobre su nombre y si se dirigía a San Martín. Este le respondió que se llamaba Manuel y que vivía en Güel, junto con su pueblo. Desde ese día hasta hoy, Don Julio cuenta que esa figura es el cacique de Güel; el mismo que murió a manos de los conquistadores españoles y que dejó encargando su territorio al agua y al sol. “A ese yo lo sueño arto. Unas veces me lleva para el monte a mostrarme las plantas buenas
y las malas, las que sirven para curar y las que no. Ese me enseña cómo usarlas y para qué. Otras veces lo sueño que está todo vestido de blanco y que al frente tiene a todos los que vivieron en Güel y están todos arrodillados, mirando para abajo, todos de blanco y como rezando y entonces me doy cuenta que él es chamán y los está curando con una dulzaina, y toca qué linda música, pero que me dice que vaya, que lo acompañe, que me regrese a vivir allá del todo para empezar a curar y a componer otra vez todo el pueblo; la última vez me dijo que fuera el jueves a medio día, pero yo tenía que cuidar acá el ganado y entonces no fui”.
El aprendizaje botánico y medicinal, de la mano de Don Toribio y del cacique Manuel, se intercalaba con los demás oficios que desempeñaba Don Julio. Uno de ellos consistía en rajar (cortar) leña para venderla en el mercado del pueblo. En ese entonces, su padre José María se comprometió con un hacendado a llevarle 500 cargas leña (A Isá Villota, ven su espíritu) por el valor total de 5 pesos. Parece poco pero con ese dinero compraron un terreno vecino a su casa, que se convertiría en la herencia de don Julio, su hermano y sus hermanas. Aparte de la leña, Don José María Paguay le enseñó a su hijo los caminos del volcán que conducían hacia los escarpados y siempre peligrosos depósitos de nieve y azufre, ambos productos se comercializaban en las ciudades de Tulcán y Ancuyá. La jornada para poder traer estos recursos comenzaba a las 3: 00 am, cuando el sol todavía dormía y la luna iluminaba las trochas del nevado; Julio César y su padre encendían el fogón de leña, que en ese entonces constaba de tres piedras, conocidas como tulpas y disponían una olla con agua para preparar el primer café del día, que era acompañado por un buen plato de papas, ají y quesillo. Terminado el desayuno ensillaban las bestias, alistaban las herramientas y empacaban el avío (la provisión para el camino), un poco de papás y un pedazo de panela para endulzar el ascenso, con rumbo hacia el frío y solitario volcán. El trayecto de subida demoraba unas tres
horas hasta donde comenzaba la nieve y los depósitos de azufre. Luego se disponían a cortar la nieve con las hachas para después envolver los bloques en una cama de hojas de frailejón. Para el azufre se disponían de picas para trozar las rocas y poderlas trasportar a lomo de bestia. Con la nieve se preparan los deliciosos y reconocidos “helados de paila” que se consiguen
los fines de semana a la salida de la iglesia del Cumbal (aunque ahora los bloques de hielo son producidos de manera artificial en Tulcán). Respecto del azufre, Don Julio cuenta que se empleaba para descontaminar el agua que se almacenaba en unas ollas grandes de barro, cuando antes no existía la red de acueductos que surten de agua al pueblo y sus veredas. De igual manera, don Julio lo trituraba y lo convertía en polvo, para luego mezclarlo con manteca (grasa) de cerdo y así poder emplearlo como un ungüento capaz de cerrar heridas y secar los granos y llagas de la piel, producto de enfermedades como el “mal viento”. Hoy en
día el azufre se usa para producir cremas con capacidades antimicóticas. De estas travesías, Don Julio conserva un insólito documento en donde se relata todo el proceso judicial que el cabildo de Cumbal, con el señor Ismael Tapie a la cabeza, sostuvo durante varios años con la empresa estadounidense “Colombian Sulphur”, que había intentado comprar todo el volcán de Cumbal para sacar provecho de sus recursos naturales. Con la carga lista, julio César y su padre empezaban el descenso a eso de las 10: 00 am con rumbo a Tulcán, ubicado a unas cinco horas “a pata limpia”, porque en esa época las cotizas (calzado elaborado a base de paja o fique) eran un lujo que sólo podían lucir en fechas importantes y así evitar desgastarlas rápido. Una vez en Tulcán, las mercancías eran vendidas o intercambiadas por productos de tierra caliente, lo que se conocía con el nombre de “trueque” y que constituyó la base del comercio
y hasta el establecimiento de nuevas relaciones sociales entre las comunidades indígenas desde tiempos antiquísimos hasta hoy en día que Don Julio aún conserva alguno amigos con quienes intercambia productos de vez en cuando, pero es con la familia, sobre todos aquellos que viven en tierras cálidas, con quienes más comparte de sus ollocos, ocas y habas, a cambio de miel, panela, alcohol y plátanos, dinamizando no solo las relaciones comerciales, sino también las familiares (Don Julio se casó con la señora Laura Elsa Chirán, quien viene de tierra caliente, específicamente del antiguo corregimiento de San Martín). Es por esto que personas como Dón Julio, que aún conservan y practican estas tradiciones, mantienen vigente el legado indígena por medio de actividades cotidianas que están cargadas de profundos significados para quienes se ven inmersos en estos tipos de interacciones. De ahí en adelante, y por un periodo de tres años, Don julio anduvo comerciando con el azufre, la nieve, la leña y sus cultivos agrícolas , junto a su padre, José María Paguay. Ya en
el año de 1972, Julio César comenzó a asistir a las mingas para la construcción de casas de los vecinos de las veredas cercanas. La Minga es un encuentro social donde se reúnen familiares y amigos para desarrollar alguna tarea en particular y festejar una vez terminada la labor; sin embargo minga también quiere decir “cuidar del otro”4; fue en este tipo de encuentro que Don Julio aprendió el oficio de la construcción. Al principio aprendió a edificar las paredes de tierra, características de las casas de Bahareque; luego continuó con la construcción de los tejados de paja, hasta que se volvió en todo un maestro de la construcción con tan solo veinte años de edad. Después de eso empezó dominar el oficio de la construcción de casas de bloque y ladrillo, aprendiendo mientras observaba el trabajo de los maestros de mayor edad. El procedimiento para construir una casa tierra es la siguiente: Primero se reunía la madera, según los metros o brazas. De ahí ya se llamaba a la gente, se abría el plan y se hacían los huecos, pues, los que tenían plata, algunos se compraban bases de piedra y los que no tenían era abrir los huecos y parar los palos y ya. Eso debía tener como 50 o 60 bases; de ahí ya se hacía la minga del plan y ya se seguía el trabajo. De ahí ya la gente y la familia iban a ayudar. Ahí bajan unos a ayudar a la madera a cortar, de allá a traer al hombro, o en bestias, cuando era lo más pesado. De ahí se levantaba el techo y se iba al corte de la paja. Se necesitaban unas 10 o 15 cargas, dependiendo el tamaño de la casa. Otros, vuelta, iban al cuallar, que es una paja, suave, y esa se cocía en la mano. Para una casa grande, de unas 8 brazas de largo y unas 4 o 5 de ancho, entraba 800 brazas de cuallar, eso era arto. Eso la familia ayudaba, ya llegaban a la minga. En esos tiempos como la gente era más buena para las mingas, ya era apenas, a las 5 de la mañana, apenas aclaraba, sabían pitar un churo, invitando a la gente a la minga. Lo que el dueño de la minga si tenía que tener el puerquito, la vaca o el borrego, matar y pelar mote, maíz y servir con el café. En esas madrugaba la gente. De ahí iban a cortar unos 700 o 900 maytos de paja, que son unos guanguitos pequeños. De ahí ya se empajaba la casa, cuando a veces sobraba, pues la misma paja, de esa misma era para el barro; y si no tocaba otro corte, vuelta, de para ir a cortar otras 15 o 20 cargas para el barro. Ese barro era de picar dos días con agua, en una cocha (laguna) grande, y eso a veces cuando tocaba lejo el agua era de acarrear en cueros de ganado hecho pipas, sabían decir, eso eran dos hombres a cado lado y llene de agua otros; ese era el más trabajo el barro, cuando era lejo el agua, eso no había, pues, acueductos, nada. ¡Y eche guarapo, carajo! Y la gente colaboraba, no era como ahora que no quieren ayudar, que ahora quieren que les paguen. Molían un día o dos días el barro y de ahí ya se embarraba. Se encharcaban las paredes e iban embarrando, vuelta, eso hacían unas chacadas de chacla, y eso entre dos, vuelta, era de cargar, 4
De acuerdo al diccionario quechua de la Academia Mayor de la Lengua Quechua: mink'a. s. Compromiso, contrato o convenio para un trabajo, entre el trabajador y la persona que necesita sus servicios. Sistema de trabajo utilizado desde el inkanato hasta nuestros d ías. Pe.Aya: minga
luego ir botando ese barro donde estaban esos embarradores; era uno de adentro y otro de afuera los embarradores, para ir embarrando. Eso decían yo cojo mi lienzo, y eso era el desafío, y eche barro, carajo, elay. Ese barro, pues, como no harían con yuntas, bestias, ‘tonces eso para no más de meter la pata
entraba la gente al pie limpio, porque se entraba a perder la paja porque los animales le enduraban la paja, y eche copita, no más. El día que embarraban , ese día sacaban “La Vieja” por la tarde. Eso decían que porque el espíritu de “la vieja” venía en la madera, en la paja y en el cuallar. ‘Tonces eso sabían vestirse, un hombre se hacía “la vieja”, otro hombre “el viejo” y se hacían arriba en el soberado, ‘tonces se prendía candela en la casa y eso viejos bramaban en el aire. Otro se vestía de padre (cura) y otros vestían de ac ólitos, todo. ‘Tonces daban una procesión por fuera de la casa, santiguando en cada esquina, en cada puerta, y de ahí ya la sacaban. ‘Tonces ya le echaban
agua al aire y entonces ya bajaban y se montaba en el timón: un palo con unos cabestros, y la más gente jalaba para afuera, por la puerta y otros estaban del lado de atrás de la casa y eso teniendo duro y unos a sacar y otros a no dejar, y eche agua. Ya luego iban a dejar lejo a “la vieja” montada en ese palo, ahí sabían montarse y los botaban
lejos.
Una de esas casas le fue encargada por el señor Lizandro Guaitarilla, quien era un médico tradicional residente en el vecino municipio de Muellamues. Una vez terminada la obra, Julio César decidió quedarse a vivir con el señor Lisandro, aprendiendo nuevos remedios y formas de curar enfermedades que son desconocidas en el ámbito de la medicina actual. Cuenta don Julio que el taita Guaitarilla curaba mediante sahumerios y oraciones que acompañaba con las notas de una dulzaina o un bombo. Sin embargo aquellos no eran los únicos medios para revertir las enfermedades de los pacientes. Una noche, estando el señor Lizandro chumado (borracho), se le acercó al joven Julio y le dijo: Vení, vení y te muestro quien es el que cura de verdad. Un tanto incrédulo, pero aún más curioso, Julio César siguió a Lizandro hasta el cuarto donde atendía a los pacientes y, para su asombro, oculto bajo una sábana se encontraban los huesos de un brazo humano, pertenecientes a un infiel que había muerto hace mucho pero que aún conservaba esa magia indígena con que alguna vez alivió los padecimientos de los ancestros de Don Julio César Paguay y del mismo Lizandro Guaitarilla. Una vez pasada la chuma, Julio César le preguntaba a Lizandro sobre el brazo del infiel, pero este no le conversaba nada, asegurándole que el secreto para curar era la fe que depositaba en la Virgen del Carmen junto con tres enormes cristales de cuarzo que colocaba bajo los rayos plateados de la luna menguante a media noche, los días martes y viernes. A sus veinte años, Julio César regresa a vivir con su padre por un período de dos años, hasta que Don José María cae enfermo, producto de una terrible enfermedad conocida como “Solimán”. Cuenta Don Julio que el solimán es un vapor o un gas que emana de las guacas
de plata y que carboniza el rostro o las extremidades de los guaqueros, desfigurándolos y secándolos hasta que finalmente mueren. Don Julio afirma que no existe cura alguna cuando este vapor hace contacto con la piel del guaquero. Lo único que puede prevenir este infortunio es aplicarse por el cuerpo y el rostro una buena porción de quesillo (cuajada) recién preparado, cuando aún está destilando el suero. La otra manera de prevenirlo es beber una copa de chapil y rociarlo sobre el lugar donde se está excavando, a razón de disipar dicho vapor nocivo y letal. Sobre las guacas, la antropóloga María Inés Reina, oriunda del vecino municipio de Aldana, recopila algunos significados de dicho concepto: “Según estudios realizados por investigadores el término huaca, guaca o waka tiene
diferentes significados, no por su escritura sino por lo que representa; huaca para algunos es un lugar sagrado donde los indígenas hacían culto a sus dioses andinos ya sea en las montañas, cerros, ríos, (Leoni. 2005 p.152 ); guaca es lugar donde los antiguos indígenas dejaban enterrada su riqueza (oro, vasijas,) y estas eran entregadas a espíritus del monte o de la naturaleza para su protección; en otros lugares como en el sur del Perú guaca tiene otra escritura (WAKA), es un ser sagrado que le otorga su poder al ganado, al semental que se encarga de reproducir a las vacas “la waca otroga la capacidad de reproducirse a un solo ganado, que luego va a ser reconocido por el ganadero como su WAKA porque tiene el poder y la protección de esta. ” (Rosa M. Valverde, p. 119); y lo que contenía una guaca; según Cieza de León en (Suarez G. p. 279) guaca es el lugar en donde entierran a sus caciques, una tumba de indios, también será guaca lo que está contenida en la tumba, por ende son guacas los cuerpos de los muertos. ” (Reina, 2010: 34)
Sobre este tipo de conocimientos son pocos los mayores que aún conocen las historias que permiten comprender el universo mitológico que yace enterrado en las montañas andinas del suroccidente colombiano. Don Julio cuenta que hay guacas de varios tipos; están las que son más antiguas, pertenecientes a los infieles que se enterraron con todas sus posesiones al enterarse de la llegada de los españoles a estas tierras. Por lo general se encuentran ollas, copas, vasijas y los restos óseos de sus ancestrales dueños; pero también se pueden encontrar collares, aretes y narigueras elaboradas con metales preciosos como el oro y la plata, dependiendo la jerarquía que ocupaba el difunto. Otro tipo de guacas son aquellas que dejaron los descendientes de los conquistadores y sus hijos, herederos de grandes haciendas, ganado y esclavos, con quienes sostuvieron relaciones, generando el proceso de mestizaje que caracteriza a buena parte de la población en el continente suramericano. Al no existir bancos (o al desconfiar de ellos), las personas guardaban sus objetos de valor (generalmente joyería de oro y plata) en baúles o zurrones (cuero de vaca u otro animal) que posteriormente ocultaban en el “soberado” de la casa (el
espacio que queda entre el techo y unas planchas de madera que ubican al interior de la casa,
por encima de las personas) o enterraban cerca de un árbol para no olvidar el lugar de su ubicación. De igual manera, Don Julio César comenta que todos los días tres de Mayo se conocen como el día de “La velada de las guacas”. En Colombia, en esta misma fecha se hace una celebración en torno a la “cruz de Mayo”, tradición del calendario católico heredado de
nuestros conquistadores. Ya entrada la noche y preferiblemente cuando la luna se encuentre en su fase menguante, por algunos potreros o en el monte se ven arder unas llamaradas que emergen del suelo por sí solas que delatan el lugar exacto donde se encuentran enterradas las guacas. En una charla con el gobernador actual del cabildo indígena de Cumbal, el señor Jorge Chirán me comentó que las guacas ar dían debido a la aparición de la constelación conocida como “chak ana” o “cruz del sur” en los cielos visibles desde esta parte del mundo. Ahondando más en el tema, Don Julio posee una de las teorías que confieren mayor sentido al universo de sus antepasados: “Cuando la llama es de color azul y amarillo es porque hay plata enterrada y ese es el solimán
que arde; pero cuando la llama es de color verde y amarillo es porque hay infiel enterrado y entonces eso arde porque ese infiel comió sal cuando vivo o tuvo mucha rabia; no ve que antes los indígenas no comían con sal y no conocían la rabia. Sólo los que sí comieron la sal o los que eran bravos, esos son los que arden el tres de Mayo ”.
Conocimiento de este tipo es el que se está perdiendo con el paso del tiempo y con el fallecimiento de los mayores y los taitas que son recordados por sus hijos y nietos cuando conversan sobre estos temas en fiestas o ante las incesantes preguntas de estudiantes y profesores de antropología que desean conocer más sobre este legado oral, cargado de magia y sabiduría. Sin embargo, el conocimiento del joven Julio no alcanzó para salvar a su padre José María quien falleció a causa de la quemadura del misterioso solimán que le deformó el rostro y le produjo una “alergia de la sangre”, como recuerda Don Julio César. Varios fueron los tratamientos y los doctores, pero ninguno logró detener el color negro y la pérdida de peso y salud del mayor que falleció al poco tiempo. De su padre heredó gran parte del conocimiento que posee hoy en día, como lo es el recuerdo de uno de los rituales agrícolas que se realizaba en los meses de Junio en el antiguo altar donde se encuentra la “piedra de los machines”: una formación rocosa con varios petroglifos
tallados por los ancestros indígenas que habitaron esta región andina: Mi papá sabía ir a dejar la semilla en la noche de la menguante para que Dios y el sol den buena producción. Iban a dejar la piedra de estacar los animales; las vacas, las ovejas. Iban a dejar el perrero para ir al viaje para que les vaya bien, tenían sus costumbres, entonces ellos
iban allá. Iban y se arrodillaban en la piedra, era como adorar a un dios allá y tenían su fe, por eso, pues, les ayudaba. Mi papá tenía tres piedras; era una piedra triángulo, de tres esquinas; otra piedra era una piedra redonda con un hueco en la mitad y la otra piedra era cuadrada, elay. ‘Tonce s esas piedras era de ir a dejar las noches de la menguante, en el mes de Mayo y Junio. En Junio topa el sol contra la piedra, ´tonces ahí iban a dejar; ´tonces eran dos noches de menguante que tenían que estar ahí; ´tonces eso era que decían que les ayuda mucho. ´Tonces iban en un cuerno de vaca, del toro más grande, sería, era llenito de hormiga y ese le ponían, donde iban amarrando el ganado, ese iba junto; lo mismo con las ovejas; para que crezca ovejas como hormigas también iba el cuerno del borrego, iban juntos en una esquina del corral y las piedras iban todas tres juntas para que, decían que los ladrones no entren al corral, ´tonces esas iban en la choza, todas tres piedras. Cómo sería la creencia que decían que esa piedra de algueros (agujeros) silbaba y la de tres esquinas, esa se formaba con la triangula y se formaba un espíritu, elay. ‘Tonces lo veían al
dueño los ladrones, que lo veían como que está paseando, así era la creencia que tenía. ´Tonces por eso era que iban esas dos lunas, la de Mayo y la de Junio, tenían que ir a dejar las piedras; y lo mismo vuelta la del 25 de Diciembre y el día del año nuevo que cambia, también tenían que estar las piedras allá, elay; y eso iban a dejar a las 8 de la noche, que esté el silencio. ´Tonces decía que la piedra, como es santa, ´tonces en Enero y en Junio también venía el cóndor a la piedra. ´Tonces cuando el cóndor no venía, decían va a hacer mal año; y cuando el cóndor venía, decían que para tres meses, entonces es buen año. ‘disque dormía el cóndor
en machines. Era bonita la historia, pues, y los mayores tenían su creencia, y por eso era así. Las guascas era de ir a dejar allá, el perrero para viajar, la vara (bastón de mando) cuando ya recibían del año nuevo, el otro día iban a dejar allá.
A los veintiún años el joven Julio César ya había perdido a sus padres (su madre Sara murió en 1968 de cáncer en el estómago) y no tenía más que la ayuda y la compañía de su hermano y sus hermanas para continuar con las labores diarias en las frías tierras cumbaleñas. Fue un año más tarde, en 1974, cuando Julio César Paguay contrajo matrimonio con la señora Laura Elisa Chirán Chirán, quien vivía en un terreno adjunto al del difunto José María y que además recibía los halagos de varios pretendientes debido a su belleza y su habilidad para tejer ruanas en la guanga, al tiempo que desempeñaba su oficio como partera de la vereda de Tasmag. Con ella tuvieron seis hijos, cinco varones (Héctor Aníbal, José María, Segundo, Miguel y Julio César) y una hija (Flor Idalia Paguay Chirán). Su esposa cuenta que lo que más le atrajo del joven Julio fue su habilidad para entonar los cánticos y alabanzas en honor al padre celestial, a Jesucristo y a la Virgen María, oficio que aprendió desde muy pequeño, cuando el finado Gonzalo Chirán lo preparó para recibir la comunión. Una vez declarados marido y mujer, la pareja pasa la luna de miel en el solitario terreno de Güel, donde aparecía el espíritu de un padre y en donde a Julio César Paguay se le apareció
una mujer que, en vez de piernas, tenía el cuerpo de una serpiente; todo eso en el pozo de agua donde antaño era una de las entradas a la mina de oro del cacique Manuel, quien se le presenta en sueños al mayor Julio. En ese tiempo, Don Julio César viajaba con su bestia hacia los corregimientos de Miraflores y San Martín para comprar o intercambiar los productos de tierra caliente, como la panela y chapil, que luego vendía en el mercado dominical de Cumbal. Sin embargo sus actividades debieron detenerse cuando decidió acompañar a su tío Segundo Sergio Chinguad, regidor de la vereda Tasmag, en un viaje de tres meses recorriendo y revisando todos los linderos que delimitaban al resguardo de Cumbal y que habían sido fijados en la Escritura 228. De acuerdo al “Plan de Desarrollo Cumbal: Vida, cultura y dignidad por siempre” elaborado
para el plan de gobierno municipal de 2008-2011, la escritura 228 de 1908 es también conocida como la” Real Provisión de 1758”; en esta fecha el señor Pedro Alp ala dirige al rey Fernando VI un memorial en enero de 1.758 en el cual, solicita protección a la posesión de los territorios de Resguardo del Gran Cumbal (Plan de Desarrollo Cumbal, 2008-2011: 14). El reclamo es atendido por la Real Audiencia de Quito y aprobado por los reyes Fernando VI y Carlos V, haciendo constar la protección de las tierras del resguardo de Cumbal, que había sido “devueltas” a los indios con el fin de asegurar su supervivencia, independientemente de los encomenderos Hernando Núñez de Trejo , don Miguel Crespo y Sebastián Erazo (Grijalva, 2012: 59) Teniendo en cuenta este importantísimo documento histórico, Don Julio César emprende el viaje junto a los distinguidos miembros del cabildo de Cumbal dentro de los cuales se encontraban, además de su tío, el señor gobernador, de nombre Epaminondas Cuaical; el regidor de la vereda de Cuaspúd, César Túpue; el regidor de la vereda de Cuaical, Artemio Alpala; el regidor de la vereda de Guan, Cerafín Aza; el regidor de la vereda de Quilismal, Ventura Tapie; el regidor de la vereda de Cuetial, Eduardo Peregueza y finalmente el teniente del cabildo, el señor Ángel Mimalchig. Todos ellos recorrieron a pie los linderos que por más de 200 años habían delimitado las tierras devueltas por la corona española a los indígenas de los resguardos de Cumbal, Panan, Chiles y Mayasquer, todos ellos unificados bajo la figura del resguardo del Gran Cumbal. De acuerdo a Don Julio César Paguay, la travesía comenzó en la piedra de “siete algueros” o agujeros, ubicada cerca al río Quacé, saliendo de Cumbal para Ipiales. Desde ahí comenzaron a deslindar con los municipios de Carlosama, Guachucal y Muellames, hasta llegar a la piedra de “5 algueros”. “De ahí iba diciendo a la “Ponterreja”, de ahí va deslindado. Deslin da con una contrazanja para arriba allá en la laguna, en un punto llamado “Buenavista”. De ahí coge en línea recta y deslinda con “Mallama” y de ahí va al “Altosano” que ahí hay otra contrazanja. Del “Altosano” baja al “Cerro del Rollo”, en Chucunez. De ah í si ya coge a dar arriba y deslinda
con, con, con “Barbacoas”. De ahí coge a “Paña Blanca” y sale por “Chical” y da tope al “Rio Plata”. Ese queda por Mayasquer ya; y de ahí deslinda ya con Ecuador; viene bajando vuelta por el “Artesón”, el “Parbichal”; d e ahí ya deslind a con, con el “Rio Blanco”. Baja al “pasadero” de Tulcán y deslinda con el camino viejo que va a Tulcán y viene por las lagunas
de Cuaspud. Las lagunas y el camino viejo, esos son los linderos. Viene deslindado por ahí y pasa por una quebrada que llama la “quebrada de sapos”: de la quebrada de sapos baja nuevamente al “Río Blanco”. Del “Río Blanco” y hace una punterreja y llega a la piedra de “siete algueros” otra vez .
Aparte de componer el grupo que recorrió los linderos del resguardo de Cumbal, Don Julio César Paguay Chinguad también hizo parte de los cientos de campesinos que se unieron en un mismo movimiento para recuperar las tierras del resguardo que habían quedado en manos de hacendados, encomenderos y descendientes de los primeros conquistadores que arribaron a etas frías y fértiles tierras.
Don Julio recuerda que una de las primeras haciendas recuperadas fue aquella ubicada en la vereda de Cuaical y de nombre “El Zapatero”. Por su parte, la antropóloga estadounidense
Joanne Rappaport, quien vivió por un año en el hogar de Don Julio César, recupera la historia del proceso que se llevó a cabo para recuperar la hacienda. En su libro “Cumbe Renaciente”, Rappaport (2005: 123) escribe que la hacienda ya había
sido recuperada por el resguardo indígena en el año de 1869 por un fallo de la Corte Suprema de Justicia que restituyó la propiedad comunal de los terrenos del “Zapatero”, aboliendo la
posesión por parte de un político mestizo, de nombre Segundo Sánchez, que se había adueñado del predio. Sin embargo, y como señala Rappaport en su artículo “La recuperación de la histor ia en el Gran Cumbal” (1987: 9) , El propietario (Segundo Sánchez) abandonó su terreno, dejando allí un torete y un bramadero. Meses después, cuando los indígenas le avisaron de la presencia de aquellos en la hacienda, él enfatizó que los había dejado como evidencias de su posesión, y así El Zapatero cayó de nuevo en manos del terrateniente. No fue sino hasta 1975 que los indígenas lograron recuperar la propiedad mediante compra. Al conversar con Don Julio sobre “El Zapatero” comenta lo siguiente:
Yo estuve cuando la repartieron. No me acuerdo el año. Allá estuvo un primo que se llamaba Ángel Mimalchig. Pero cuando eso fueron solamente los que, allá se dividieron solamente los que, los que entraron, no más, pocos. Entraron los que pusieron la plata para seguir el pleito. Ese pleito había tenido una sentencia ya, y ahí había quedado a nombre del cabildo, pero el cabildo no asegurar bonito, por eso pues ya ha ganado la sentencia, pero el rico mandando (posiblemente se refiere a Segundo Sánchez) ahí.
Para “El Zapatero” fue gobernador un mayor que le decían, de abajo de “Guan”, diciendo
Israel Puerres, gobernador; y él no quería dar las firmas para seguir el pleito, entonces de ahí por eso lo cambiaron a otro de gobernador, elai, y con ese sí, de ahí ya ganaron “El Zapatero”
(11: 28). El doctor Sixto De Los Ríos, pues él era el abogado de los indios, y ha dicho: De ganar se lo ganan, ya están las sentencias. ‘ Tonces, para vez de los recursos para que haiga para andar entonces recogieron plata; el que daba la plata, ‘tonces ese lo hacían entrar a la finca. De ahí nosotros de acá no entrar y un primo, sin tanto de regidor, no coger ni un pite (pedacito de tierra)5.
En el mismo año de 1975, cuando don Julio tenía 23 años, se llevó a cabo la recuperación de la hacienda conocida como “Llano de Piedras”, ubicada a la entrada del pueblo de Cumbal,
vía a Ipiales. Esta hacienda había sido ocupada por los mestizos residentes en el casco urbano poco tiempo después de que un fuerte terremoto en el años de 1923 destruyera la mayoría de casas del pueblo (Rappaport, 1987: 6). Respecto de esta hacienda, Rappaport (1987: 21) escribe lo siguiente: De una manera tal vez menos consciente, los cumbales han recuperado sus patrones de organización espacio- temporales en la redistribución de las tierras recuperadas. Empezando con el Llano de Piedras en 1975- 76, han seguido un modelo propio, en lugar de simplemente distribuir los lotes entre familias o grupos de familias. En cambio, han reproducido el mismo orden de las veredas en las recuperaciones, trazando primero los linderos entre veredas y sólo luego dividiendo los lotes entre individuos.
Don Julio recuerda que el “Llano de Piedras” pertenecía a la Cofradía de San Pedro y que los títulos legales no le fueron entregados al cabildo hasta tiempo después cuando el INCORA decidió comprar los terrenos a los hacendados para luego entregarlos a las autoridades del cabildo de Cumbal. En “Llano de Piedras” fue que ya nos entramos como más mandaba el pueblo, pues. Los de “Carlosama”, pues, de allá casi poco, los de “Cuaspud”, “Carlosama”. Bueno, cuando ya nos
unimos, hicimos como unas cinco reuniones así en las veredas, con cada regidor. Los domingos que había reuniones en el cabildo, ya decían entrémosle, y el mayor al mando, el mayo gobernador, ya patojito, pero tenían una voz, carajo. ‘Tonces ¡vamos!, colaboren y vamos. En ese tiempo pusimos de a peso, y hora, pues, el pueblo ya traía diciendo la policía de Ipiales, el cuartel a botarnos acá. ‘Tonces decía el mayor, decía: Unos hay que estar en “Aldana”, otros acá en “Macas” y otros en la loma de “Camur” para, los de “Aldana”, a lo que salían los carros de allá del cuartel, allá en el aeropuerto para acasito, ahí tenía que prender un fogón, ‘tonces era que ya venían, que ya antes la gente más vaya dentrando. Cuando prendía el de “Aldana”, lo mismo. El de
Fragmento de entrevista realizada el d ía 17 de abril de 2015.
5
“Macas”, ya vienen, ya pasaron “Macas”, carajo, ya vienen nomasito, elay, ese era el aviso,
eran señales de humo. Pasaban ya Guachucal, ahí en “Las Coyas” era otro fogón, ya vienen en “Guachucal”. Cuando
ya para entrar aquí era que ya llegaban, elay (risas), Carajo. Y a no salir, a no corrernos ya. A la primera nos corrimos, la primera entrada. A la segunda si ya, ahí quieticos y aliñados, pues ya; ahí es que sale la canción que dice: A las cinco de la mañana nos aliñamos, esa es la del Valenzuela, ese era teniente en ese tiempo, por eso le dicen: Nosotros, nuestros cabildo también tiene teniente y todos quieren dialogar con él. A las cinco de la mañana, tomamos la división. ‘Tonces, cuando a las tres de la mañana entramos. A las cinco, pues ya, la po licía y el pueblo, y ahora echado un “tronal” y pites, diciendo que eran tiros, pues a aculillar a los indios, y los indios nada, pues; hacer ranchos, otros bajar con pajas, ya madera, a hacer los ranchos, cada vereda. ‘Tonces cuando ya vinieron a sacarno s, cuando eso me acuerdo de ese doctor Isaza, Aníbal Isaza, ese doctor, dicen que era guerrillero, como sería, pero ese doctor nos ayudó arto. Pararán así, decía, paren así, y él estaba ahí, y el cabildo, carajo, con unas ollas listas de papa, ocas, y de aquí íbamos llevando “avío”. Y hora no podíamos, pues, pasar el pueblo, nos tocaba por la hacienda de “Guan” o por acá por “Cuaspud”, por allá entrábamos.
Bueno a la final no nos pudieron sacar, cuando una noche nos vinimos, porque ya se nombró por grupos, de cada vereda, un grupo. Y de ahí estar cuidando, nos tocaba por noche. Cuando de ahí nos vinimos, le tocó a un grupo y esos vergajos se ponen a beber. Los des pueblo ya los han sentido que están borrachos, cuando una gritería y cuando eso le tocó a mi papá, cuando echaron a gritar, ¡púchica!, el pueblo se entró y ya les había quemado el rancho, ¡YYYYYYY!, nosotros corre de acá, de a caballo. Ahí si no estuvimos respetando que no nos vamos por el pueblo, cuando yo me acuerdo que salí acá abajo donde el finado César iba bajando el finado Benjamín Valenzuela con una escopeta, púchica, y yo iba con una lanza. Cuando del hospital para abajito, esa calle se veía qué poco de gente que bajaba, esa es calle central. Cuando eche tiros, pues, y a unos y otros iban los indios, de a caballo, corriendo. Ya los de abajo vuelta eche piedra a las casas y todo, ya, de ver que nosotros ya íbamos bajando, ya, elay. Cuando aclaró, llenito y hora acabado de hacer pites (pedazos) esas casas primeras del pueblo, de al lado de abajo, del barrio Granada, elay. ¡YYYYY¡, seguían el pleito los blancos, juepúchica, ya nadie; de ahí ya les dejamos ahí no más, ya nos zanjamos nosotros abajo y no dejar, vuelta, hasta que se lo dividió. De ahí ya vinieron los ingenieros, zanjamos, ya nos dividieron por veredas; ya que estuvo dividido por veredas otra vez se entró el pueblo, e ra tiempo de política. ‘Tonces ahí se entró el pueblo, también era domingo y era por ahí las dos de la tarde, y también sacan a mi papá, ya. Cuando, pues, salen gritando los de Tasmag , no ve que los de Tasmag quedó más centro al pueblo, púchica, cuando ya lo habían hecho correr a mi papá. Habían estado cinco, no más, de la vereda de Tasmag, y eche a gritar, carajo, y tres mujeres y dos hombres, no más, habían sido; había estado mi papá el, este otro, mayor Artemio Canacuán, elay. Y ellos, pues, los ‘bian hecho correr a los mestizos que más ‘b ian entrado, elay. Y a un mestizo después a mi papá lo acusaron que tiene que pagar porque le había dado dos piedrazos aquí en el pecho, le ha quedado como muerto. Lo fueron a levantar la policía
Y de ahí sí endiablarnos nosotros los indios y darles matando los puercos, ovejas, elay. Los más bandidos coger esos puercos, esas ovejas y eche llano abajo y por allá chamuscar esos puercos y comer, elay. Esas bestias (caballos) que tenían los del pueblo, esas montarse y coger para “Tulcan” irlas a vender para allá. ¡UUUUU¡ eso hacían cosas, como de malos, pues habían malos artos indígenas; así pasó. De ahí ya hicieron las casas, todo ya, un poco tiempo, como unos tres años, cuando a los tres años, otro pleito. ‘Tonces, cuando eso nos entramos, pues ya, nos entramos a la finca diciendo ¡camine!, nos entramos a la finca esa llamada, la de Las Playas (ubicada cerca a la “Boyera”), cuando de
ahí ella, se van los del pueblo, pues, a ayudar a ese mestizo. Nos entramos primero a la finca “Las Playas”, después a “La Boyera”, y hora, pues, era diciendo “el zorro”. ‘Tonces ese tenía amistad con el pueblo, ‘tonces ese alzó al pueblo y hora nos hacían correr a los indios; y ese rico ‘bia estado bien armado, púchica, de allá si no hacía sonar feo, pero nada los indios, más
metidos. Cuando un viaje que íbamos hiendo las dos de la mañana, cuando allá en la loma “Del Cuallar”, ahí ‘bia estado el pueblo. Nosotros íbamos reunidos, pues, artos. Cuando ya nos
atajaron y que no, pues, que a regresarnos, púchica, una pelea que se hizo ahí; a unos, pues, les ‘bian dado unos garrotazos, pero los indios más duros, pues. […]
De este proceso de recuperación, el equipo de investigación de FUNIEP (2011: 44) (Fundación para la investigación, la educación y la pedagogía regional), recupera una canción, autoría del señor Valentín Cuaical, quien recuerda los momentos vividos durante la lucha por el “Llano de Piedras”: Las cinco de la mañana llegamos a nuestro llano Y todos con un farol, con la herramienta en la mano. Ya salen los enemigos con palo, piedra y tronantes Y todos los indígenas los sacaron a puro trote. Las once de la mañana, ya llega mi coronel Y todos los indios quieren dialogar con él. Nosotros los cabildantes también tenemos teniente Porque somos una nación y somos independientes. El barrio Nueva Granada, los blancos nos desafían Mi cuerpo se hará pedazos, pero la tierra si es mía […] Después de “Llano de Piedras”, vino la recuperación de la hacienda “El Laurel”, ubicada en
los límites de los resguardos de Panán y Cumbal, en el año de 1981 (Rappaport, 2005: 218). De esta recuperación el equipo de investigación del FUNIEP rescata el siguiente testimonio: […] En 1985, cuando el Gobierno adquiere la Finca El Laurel, ubicada en el sector de La Boyera, entre los resguardos de Panán y Cumbal, y la entrega a los campesinos…, las
comunidades se unieron para recuperar la finca a la que reivindicaban como parte del territorio ancestral; tras diálogos infructuosos con el gobierno llegaron más indígenas a fincas aledañas, lo cual dio inicio a un proceso creciente de adquisición de predios con destino a las comunidades que realizaron el ejercicio de recuperación, como fueron Cumbal, Panán,
Guachucal, Muellamues, Colimba y Chiles. A este proceso se unieron otros resguardos como Túquerres, Carlosama, Ipiales, Guachávez y Mallama (Guerrero: 186. En FUNIEP, 2011: 39)
Como complemento, Rappaport (1987: 21) escribe que en la finca “El Laurel”, al igual que la hacienda “Llano de Piedras”, las tierras fueron divididas en primera instancia atendiendo
a la distinción por veredas, para luego ser repartidas a los distintos individuos que colaboraron en la recuperación de la hacienda. De la finca “El Laurel” Don Julio recuerda un lamentable suceso que quedó en la memoria
de los indígenas que hicieron parte del proceso de recuperación: En “El Laurel” ahí si hubo el muerto, que fue que lo mataron al finado Modesto Guasquer (o Guascar). Cuando eso yo estuve yo allá, era domingo, sábado para domingo. ‘Tones yo estuve allá, todos quedados allá, […], ya nos entramos que ya nos hallamos, ‘tonc es el INCORA ya
estaba por llegar; cuando al estar en eso, a las siete de la mañana soltaron al ganado de debajo de la empresa del INCORA; y vino uno de esos sirvientes y cogió con un paló y hizo paso, porque nosotros ya no dejábamos meter ganado allá, nada; y uno de esos sirvientes con un palón hizo paso y subió al ganado ya a la reserva que estábamos. ¡Nada, señor!, entonces el finado Modesto Guasquer, el que lo mataron ese rato ´tonces él dijo: No, jijuepuchica, matemos una vaca. ‘Tonces como éramos como unos ocho, siete, más no hemos de ‘ver sido, amanecimos borrachos, elay. De acá nos quedamos de Cumbal, como era por grupos, no le digo, desde Cumbal ya se vinieron, se vinieron; ‘tonces dijeron: unos nos vamos tales horas, otros nos vamos a las onces del día porque a las doce ya ha llegado el cambeo. ‘Tonces a yo me dejaron con él, este finado, Carmen Mitis, jóvenes; ‘tonces nos quedamos allá. Cuando de “Panán” había otros, así dos, dos, dos, dos, de cada uno. ‘Tonces hechados allá en ese tambo, pues, como había amanecido, estaba abrigadito, cuando comenzó a rallar el sol, la nube, todo, ya las sacamos esas vacas, cuando ese vino y vuelta las metió, elai. Cuando el mayor se va solito, ya, cuando pues el mayor si, carajo, ha tomado las copas, va y le da a una vaca con el azadón y de abajo de las casas de la empresa, cuando ese hijueperra policía levanta ¡ Juaz! Le pega el tiro, lo mató. ¡UUUUUU!, ahí salimos corriendo y corre de a caballo a hacer gente que bajen los del pueblo de “Panán” para la empresa, elai,
cuando ahí pidieron los refuerzos, más policías que se llegó. […]
Un año después comienza el proceso de recuperación de la hacienda denominada “La Boyera”, delimitada al sur por el sector del “Laurel”, el resguardo de “Panán” y la frontera
con el Ecuador; al oriente con el municipio de Cuaspud-Carlosama; al occidente con la vereda de “Cuetial” y por el norte con las vereda de “Cuaspud Grande” (FUNIEP, 2011: 33)
La desigualdad de la posesión de tierras entre campesinos y hacendados, sumados a los anteriores casos donde ya se habían recuperado algunas haciendas, hizo que los indígenas cumbales y sus cabildantes se organizaran para recuperar “La Boyera” a partir de 1985. Don Julio también se sumó a estos esfuerzos que consistieron en el ingreso a los predios de la hacienda con palón en mano (azadón), para poder picar la tierra y sembrar las semillas de
la papa, porque la tierra es para trabajarla y es de quienes la trabajan; en este principio se basaron los procesos de recuperación de la tierra en Cumbal, junto con los documentos y las escrituras que respaldan los reclamos del cabildo indígena. A mí me dejaron una línea de un metro de ancho por cien metros de largo que para que sembrara la papa. Desde el momento en que Don Julio sembró la papa, pasaron casi diez años para que el INCORA (Actualmente INCODER) lograra comprar la hacienda y finalmente devolverla al cabildo indígena de Cumbal en el año de 1996, basados en la escritura 228 de 1809, la misma que, más de un siglo después, Don Julio recorriera durante tres meses, recordando y rectificando los linderos del resguardo de Cumbal. La participación de Don Julio en la mayoría de los procesos de recuperación de tierras a favor del resguardo de Cumbal hizo que en año de 1986 los habitantes de la vereda Tasmag lo eligieran como regidor por ese año, al tiempo que comenzaron los esfuerzos para recuperar la finca “Cuaspud-El Rejo”, como lo señala una entrevista realizada por el equipo de investigación del FUNIEP: “En el 86 se hace la toma del fundo Cuspud-El Rejo aquí donde estamos, casualmente aquí estaba
ubicada la policía, nosotros únicamente hicimos la toma pasiva, solamente a trabajar, no a hacer maldades o daños a nadie, y nos desalojan violentamente, donde caen dos compañeros,, que es Miguel Campos Cuesta y Porfirio Puendenan. Y allí, pues. Otra vez baja la guardia la comunidad, pero ya no tocamos entonces esto, sino que ya en el 87 tocamos lo que es Playas y Victoria. Tuvimos la respuesta de la reforma agraria y el gobierno nos tuvo en cuenta y nos hizo ese reconocimiento de nuevo, entonces buscamos el proceso de solución de Victoria y Playas (FUNIEP, 2011: 40-41) .”
La última recuperación de tierras en la que estuvo presente Don Julio César Paguay fue en la finca denominada “Guamialamag”. De este proceso surgió un proyecto que hoy en día sirve para la formación académica e integral de muchos niños y jóvenes del municipio de Cumbal, este es la Institución Educativa Indígena Agropecuaria Cumbe, como lo señala el actual gobernador del cabildo, Jorge Chirán Chirán, en un texto para obtener el título de Magister en Educación en la universidad de Manizales: “Así las cosas, las instalaciones de la Institución Educativa Indígena Agropecuaria Cumbe,
también son el producto de la recuperación de la tierra, la finca Guamialamag, cuyas arduas negociaciones con el propietario don Silvio Salazar inician en 1990 y finalizan gracias a la mediación del Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora) logrando recuperar una parte más del territorio en el año de 1993 .” (Chirán y Puenguenan, 2015: 40)
Volviendo al año de 1986, la antropóloga estadounidense Joanne Rappaport arriba a las tierras de los cumbales con el apoyo de organizaciones nacionales e internacionales, y con el interés de analizar los procesos de recuperación de tierras basados en la identidad indígena de los habitantes de las veredas del municipio de Cumbal.
Es por esto que la antropóloga se queda hospedada por un período de un año en la casa del regidor Julio César Paguay, quien desde entonces se convierte en su mano derecha, su anfitrión y su compadre (Joanne se convierte en la madrina de Bautizo de uno de los hijos de Don Julio) que la acompañaría a lo largo y ancho del territorio, presentándole a los demás miembros de la comunidad que había participado en los procesos de recuperación de tierras a favor del resguardo indígena. De este proceso de aprendizaje surge el libro denominado “Cumbe Renaciente”, autoría de
Joanne Rappaport, en colaboración con los habitantes de las veredas de Cumbal. De la obra traigo a colación este apartado: Con el fin de recuperar territorios que legítimamente es de ellos por título colonial, los cumbales han de ratificar una clara identidad indígena, ya que según la ley colombiana, sólo los indígenas están autorizados a gozar de la protección comunal del resguardo. {…}
Los mestizos de las inmediaciones, enfurecidos 6 por las ocupaciones de tierra, acusan a los cumbales de hacer “perdido” su cultura ind ígena. Es mediante la narración de historias, cuyos contenidos son de naturaleza local y cuya estructura es culturalmente distinta, que los cumbales encuentran un medio de expresar la relación con sus antepasados y al mismo tiempo comprometerse en la invención cultural que a menudo acompaña tales programas de resurgimiento étnico. (Rappaport, 2005: 22)
De esta manera, Don Julio no sólo ayudó a recuperar los territorios que son de vital importancia para mejorar la calidad de vida de los indígenas del resguardo de Cumbal, sino que se convirtió en un referente cultural para demostrar que la identidad indígena es todavía un rasgo distintivo de los habitantes de las veredas del municipio. Después de su período anual como regidor de la vereda Tasmag, Don Julio César Paguay Chinguad es elegido como presidente de la Junta de Acción Comunal de las veredas Machines y Tolas en el año de 1993. La elección, aparte del protagonismo de Don Julio en las recuperaciones de haciendas, estuvo mediada por la intención de los habitantes de la vereda para la construcción del primer acueducto de las veredas mencionadas. Es así como Don Julio César, en calidad de presidente de la Junta de Acción Comunal, comienza los trabajos respectivos para llevar el agua, proveniente de la laguna de Cumbal, hasta los hogares de las veredas Machines y Tolas, asegurando el abastecimiento del precioso líquido a las futuras generaciones de estas veredas. Los buenos resultados obtenidos durante su mandato como presidente de la Junta de Acción Comunal, le valieron a Don Julio César la elección, nuevamente como presidente, de la Junta Aparte de los mestizos enfurecidos, Rappaport escribe en un art ículo que algunos antrop ólogos: “están empe ñados tambi én en probar que los habitantes del sur y centro nari ñense no son ind ígenas, porque se han perdido una lista de usos y costumbres que éstos consideran como fundamentales para la cultura ind ígena. En mi opini ón, esta postura no nos ayuda a entender la realidad de estas comunidades y, adem ás, es peligrosa para la supervivencia de aquellas. ” (Rappaport, 1987: 7) 6
de Acción Comunal del sector de Machines (sector de Tasmag) en el año de 1996 y por un período de 3 años. Y entrado el nuevo milenio, en el año de 2007, Don Julio es designado como el presidente de la Asociación de Productores de Leche El Nevado “ASPROLEN”, una iniciativa que fue
la primera de su tipo en Cumbal, creada en el 2004 y contando con el apoyo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el programa de Acción Social de la presidencia de la república y el programa de Áreas de Desarrollo Alternativo Municipal (ADAM). De esta asociación Don Julio cuenta lo siguiente: En el 2006, me hace que es que estuve vuelta en Guan de presidente de un tanque de leche. Eso nos vinieron y nos decían que porque sembramos amapola, ‘tonces decían que nos daban
el tanque de leche para que trabajemos en la leche, que dejemos de la mapola; pues yo no tenía sembrado amapola pero me anotaron ‘tonces fui a las capacitaciones y después ya… un
tiempo lo dejaron porque yo no era presidente, era Don Homero Mitis, y después vuelta el tanque quedó ahí votado porque se dañó, ‘vía sido un tanque viejo, ‘tonces después vuelta
me tocó de presidente, se lo reclamó y se sacó a los que estaban porque los que estaban eran gente, pues, digámoslo así, que tenían, pues, más ganado y más leche, ya no era el pobre que entraba con 5 o 6 litr os. ‘Tonces vuelta nos unimos y vuelta lo recuperamos, el tanque, todos los asociados que éramos y ahí fui presidente, vuelta. Estuve casi dos años de presidente.
Después dejar la asociación lechera, Don Julio se ha dedicado por estos últimos años a la cría de ganado, el cuidado del acueducto y sus aguas, junto con el recibimiento de jóvenes estudiantes de antropología de universidades públicas y privadas a nivel nacional. Despúes del paso de la comadre Joanne Rappaport por su casa, el profesor Luis Alberto Suárez Guava se ha encargado de presentar a la familia Paguay Chirán ante los estudiantes que realizan sus trabajos de pregrado apelando al conocimiento y la paciencia de Don Julio César Paguay. De las conversaciones nocturnas y al amparo del fogón de leña han surgido tesis como la de la antropóloga Nathaly Granados, quien en el año de 2014 escribió su investigación titulada “Tejiendo Vuelta: El tejido propio en la lucha por la recuperación del pensamiento pasto”.
En ella resalta una historia de don Julio César referente a una paila de siete orejas que apar ecía en la laguna de Cumbal: Esa la conozco yo la paila. Donde los Revelo. Que se la han llevado los diablos. En el tiempo de antes mi papá-abuelo, el papá de mi mamá, él sabía contar que la laguna era bravísima, que no se dejaba acercar. Y por el camino viejo que era de ir a Miraflores, que era de pasar calladito, porque si iba conversando duro que eso hacía tronar (…) y eche trueno y porque
existía la paila de la laguna. Se la vía (sic) al mediodía, o a las 6 de la mañana la vían(sic) brillar allá en el cucho. Entonces ha sabido ser así. En cuando la paila se la han llevado los diablos. Que ha sido un rico de Sandoná con los diablos. Que se la lleven para mermar dulce allá. Entonces cuando eso se la ha llevado en la noche. Y entonces eso llueve y llueve
y estruendos y unos vientos (…) entonces arriba del cerro de Bomboná había quedado la paila en una ladera (…) No pudieron llegar y ahí la han dejado la paila. Que era mu y pesada, como
una piedra. Entonces dezque vivió un poco de tiempo allá en Bomboná y la vían (sic) brillando. Y aquí si ya se amansó. Elay (sic) y ya no la vieron más. Aquí quedó sólo el mate y la cuchara. Ese lo vieron después. Entonces dezque la paila ya no hubo. Entonces ya cuando hubo razón de que la paila estaba allá, y allí que dezque(sic) que la venía a hacer conjurar con los padres. Pero que no la podían llegar con los padres que a esa hora se tapaba de niebla y eche a llover y truenos, que no los dejaba (...) Entonces que hubo un padre que se llamaba José María y ese padre que se fue solito. Que dijo a la gente ustedes esperen acá no más. Entonces que dezque llegó y llovió pero, no mucho, y se tapó de niebla. Y él se fue y que dezque llegó y con el bastón que dezquela puso así, ahí. Y que dezquela dio la vuelta, la santigüó y le echó agua bendita. Y dezquese paró encima y la movió con el pie para abajo porque estaba de lado la paila, la enderezó. Entonces que ya los llamó, que vayan. Y ahí dezque hicieron minga esos guaicosos de allá y la bajaron donde don Fidencio Revelo. Y allá dezque él tenía 30 piones (sic) de todos los días para hacer panela. Mi papá sabía ir a dejar allá papa, habas... Nos mandaba y eran bien amigos (…) allá donde doña Rosa eran las enfriadoras (...) Esa paila sabía decir que cada año tocaba hacerla conjurar con los padres, que le echen agua bendita. Porque si no que el que estaba meneando di’una lo llamaba y di’una, tas que lo cocinaba. ¡Qué brava esa
paila! Y hasta ahora ha de vivir. (Granados: 2014: 48)
Otra tesis que surgió a partir de los conocimientos de Don Julio César Paguay fue aquella escrita por el antropólogo Danilo Palacios denominada “Rezaban la Aurora: Relatos del sur de Nariño” y con fecha del 2014. Dentro de los relatos hay uno que envuelve a Don Julio César a su finado padre, el señor José María Paguay: “Quédate”, me dijo a los días que enterramos a mi mamá. “No te vas ir ahora. Quédate conmigo”. La Clemencia y la Emérita todavía estab an solteras. Cuando se casaron quedamos
solos mi papá y yo. Luego al tiempo nos fuimos con la Laurita, los tres, a vivir al monte. Allá se alentó de la tristeza. Faltándole unos ocho meses me casé. Eso quería. “¡Casate o me caso yo!”, me decía. Pero él se casó con la muerte. La piel se le iba hinchando, se le fue
desangrando, reventándose y se hizo prieto. De ahí que se alentó andaba con el cuento de que quería casarse con la viejita que nos cocinaba y lo seguía. Y me apuró a casarme primero. ” (Palacios, 2014: 58-59)
Sumados a la lista de estudiantes que han pasado por el hogar de la familia Paguay Chirán me encuentro yo, Andrés Felipe Becerra Olaya, aspirante al título de antropólogo de la Pontificia Universidad Javeriana y actualmente residiendo en la vereda de Tasmag, realizando trabajo de campo para escribir mi tesis sobre enfermedades asociadas a las guacas. A modo de testimonio, el señor Julio César Paguay Chinguad ha cosechado una vida llena de logros que no solamente han enriquecido su experiencia sino que ha logrado que las vidas de muchas otras personas se vean beneficiadas con sus obras y su conocimiento.
Desde los enfermos que ha curado hasta las familias que consumen agua potable en sus hogares, pasando por el territorio recuperado a favor del cabildo indígena de Cumbal, Don julio César ha sido una persona honrada y sabia que ha emprendido grandes proyectos para mejorar la calidad de vida y dinamizar la cultura ancestral que aún pervive en sus historias, su terreno en Güel Grande, sus medicinas y sus bastones de mando que son un vínculo material con la herencia de los primeros “naturales” que anduvieron por estas frías y
prósperas tierras de Cumbal.
Bibliografía:
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