04 ADBY La Ascension y Caida de Darth Vader

November 18, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Esta es la legendaria historia de Anakin Skywalker contada como nunca antes: a través de sus ojos… De la ascensión a la caída, de la luz a la oscuridad y de vuelta. Nacido como esclavo. Criado como Jedi. Temido por una galaxia.

Ascensión y caída de Darth Vader Ryder Windham Versión 1.0 16.10.12

Título original: The Rise and Fall of Darth Vader Cronología: de 39 años antes hasta 4 años después de la batalla de Yavin Autor: Ryder Windham Ilustración portada: Drew Struzan Publicación del original: octubre 2007

Traducción: Javi-Wan Kenobi Revisión: Dragon-chemi, Bodo-Baas Edición: Bodo-Baas (v1.0) Base LSW v1.1

Star Wars: Ascensión y caída de Darth Vader

Declaración Todo el trabajo de traducción, maquetación, revisión y montado de este libro ha sido realizado por admiradores de Star Wars y con el único objetivo de compartirlo con otros hispanohablantes. Ninguno de nosotros nos dedicamos a esto de manera profesional, ni esperamos recibir compensación alguna excepto, tal vez, algún agradecimiento si pensáis que lo merecemos. Este libro digital se encuentra disponible de forma gratuita en el Grupo Libros de Star Wars. Este trabajo se proporciona de forma gratuita para uso particular. Puedes compartirlo con tus amigos si la legislación de tu país así lo permite y bajo tu responsabilidad. Pero por favor, no estafes a nadie vendiéndolo. Todos los derechos pertenecen a Lucasfilms Ltd. & ™. Todos los personajes, nombres y situaciones son exclusivos de Lucasfilms Ltd. Se prohíbe la venta parcial o total de este material. Visítanos para enviar comentarios, críticas, agradecimientos o para encontrar otros libros en:   

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Para Ralph McQuarrie

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Reconocimientos Mi más sincero agradecimiento a los guionistas de las películas de Star Wars: George Lucas, Lawrence Kasdan, Bracken Leigh, y Jonathan Hales. También estoy en deuda con Terry Brooks, James Luceno, Kilian Plunkett, Daniel Wallace, y los difuntos Brian Daley y Archie Goodwin, cuyos respectivos libros, comics, y dramatizaciones radiales de Star Wars proporcionaron material para diversas secuencias de esta novela. Un agradecimiento especial a Dorothy Windham por su asistencia en la investigación, a Violet Windham por no dejarme ganar una pelea de sables de luz, a Anne Windham por ayudarme de todas formas a hacer tiempo para completar este libro, y para los fans de Star Wars Titus DosRemedios y Peter Ricci por compartir sus ideas y preocupaciones acerca de Darth Vader. Como siempre, muchas gracias a David Levithan de Scholastic, y a Jonathan Rinzler y Leland Chee de Lucasfilm.

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Prólogo Darth Vader, el Señor Oscuro del Sith, estaba soñando. En su sueño, vio su propia figura oscura sobre la terraza abierta que colgaba del muro exterior del Castillo de Bast, su fortaleza privada en el planeta Vjun. Lluvia ácida congelada raía su casco, y fuertes vientos ondeaban su capa negra con increíble furia, como si el propio clima hiciera todo lo posible por matarle, junto con cualquier otra cosa que intentase vivir en el yermo planeta. Y a pesar de ello Vader se sentía más vivo de lo que se había sentido en años. Volviéndose desde el balcón, entró por un pórtico abovedado, dejando un rastro de pisadas húmedas en el suelo del corredor. En los muros se alineaban conductos calefactores automáticos que secaron su vestimenta mientras irrumpía en el débilmente iluminado observatorio. Aunque pocos habían pisado nunca el interior de su fortaleza, no se sorprendió de encontrar al joven que permanecía de pie en el centro de la cámara, bajo la cúpula del techo. El joven era Luke Skywalker. Vestido con ropas ajustadas, Luke daba la espalda a Vader mientras examinaba un mapa estelar tridimensional que estaba suspendido en el aire sobre un holoproyector. Vader reconoció el mapa como el Sector de Coruscant. Los brazos de Luke colgaban a sus lados, y Vader notó que la mano derecha de Luke, enfundada en un guante negro, casi estaba tocando el sable de luz que colgaba de su cinturón. Un nuevo sable de luz, pensó Vader. Y una nueva mano. Silencioso como una sombra, Vader avanzó en la habitación. Sin dar señales de haber notado la presencia de Vader, Luke alzó su brazo derecho hacia el campo estelar holográfico. Movió sus dedos cibernéticos a través del pequeño y brillante orbe que representaba al planeta Coruscant. —El Emperador está muerto —dijo Luke en voz baja—. Todo lo que era suyo es ahora tuyo. —No, hijo mío —dijo Vader—. La galaxia es nuestra. Luke asintió y sonrió. Vader aún seguía mirando a Luke cuando una grave y familiar voz murmuró inesperadamente desde atrás. —Ambos estáis… equivocados. Era la voz del Emperador Palpatine. Vader vio cómo la expresión de Luke se tensaba, pero no se giró para enfrentarse al Emperador. Entonces el Emperador comenzó a reír. Un anillo de fuego surgió del suelo, rodeando a Vader y separándolo de Luke. Escuchando la risa socarrona de su maestro, Vader inclinó su cabeza enmascarada. ¿Por qué no te mueres?, pensó. La risa continuó. —¡No puede estar vivo! —dijo Luke—. ¡Padre, ayúdame!

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Alrededor de Vader, el fuego comenzó a avanzar hacia dentro, acercándose a su cuerpo. Bajo su casco, Vader intentaba no escuchar la horrible risa. ¿Por qué nunca te mueres? Pero la risa no paró. Vader intentó alcanzar su propio sable de luz, pero súbitamente su brazo se sentía como si estuviera hecho de piedra sólida. Las llamas lamían ahora su capa y sus botas. El Emperador rió con más fuerza. Luke comenzó a gritar. Vader cerró sus ojos con fuerza. Podía oler los circuitos fundidos y la carne quemándose. ¡¿POR QUÉ NUNCA…?! Y entonces Vader despertó. Los ojos de Vader se abrieron de golpe. Sentado en el interior de su cámara de meditación presurizada, a bordo de su superdestructor estelar personal, el Ejecutor, su primer pensamiento fue que los Jedi no tienen pesadillas. Ese pensamiento le sorprendió casi tanto como la intensidad de la imaginería del Castillo de Bast. Hacía más de dos décadas desde que había renunciado a la orden Jedi para convertirse en un Lord Sith, y en todos esos años no había pensado en si los Jedi tenían pesadillas, ni siquiera sueños. No desde el final de las Guerras Clon. Quizá haya sido una premonición, pensó Vader, mientras una vena latía en la sien izquierda de su desnuda y horriblemente desfigurada cabeza. Rápidamente rechazó esa idea. Reconocía una premonición cuando la tenía, sabía que eso era más que un simple truco de la imaginación mezclado con deseos subconscientes. La visión de su fortaleza había sido algo más. Quizá una advertencia, pero ¿de quién? Vader consideró la posibilidad de que la visión hubiera sido plantada en su mente por un telépata experimentado. La idea de que hubieran podido violar su mente le enojó, y su ira le abrió al lado oscuro de la Fuerza. Cerrando los ojos, usó la Fuerza para buscar signos, rastros de energía psíquica que pudieran conducirle a un invasor telepático. No encontró nada, nadie… Pero el Emperador no dejaría ningún rastro. Vader hizo una mueca. Había pasado un año desde su último encuentro con Luke Skywalker en Ciudad Nube, donde le reveló a Luke su identidad y le dijo que destruir al Emperador era su destino. Vader sospechaba que el Emperador sabía de su traición, porque el Emperador acababa sabiéndolo todo. Pero incluso si el Emperador estuviera al corriente de todo lo que había ocurrido, Vader estaba seguro de que no se sentiría amenazado. El Emperador simplemente era demasiado poderoso. Y, a pesar de todo, de algún modo Vader sentía que el Emperador no tenía nada que ver con su extraña visión del Castillo de Bast. ¿Puede haber sido sólo un sueño? Vader no estaba seguro. Después de tantos años sin soñar, había olvidado cómo eran los sueños. Sobre su pálida cabeza, un brazo robótico retráctil mantenía su casco contra el techo de la cámara esférica. Servomotores dedicados bajaron el casco sobre su cabeza y lo ajustaron al sello hermético de su cuello. Cuando sus dañados pulmones exhalaron a

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través de los sistemas de soporte de vida de su armadura, un profundo siseo surgió de su rejilla de respiración triangular. La parte superior de la cámara de meditación se alzó, exponiendo a Vader como un pistilo negro en el centro de una flor mecánica blanca. Su asiento giró, permitiéndole mirar una ancha pantalla, que parpadeó para mostrar la imagen del almirante Piett en el puente del Ejecutor. —Informe de estado —dijo Vader. —El Ejecutor está preparado para abandonar la órbita de Coruscant —respondió Piett, firme con su uniforme gris. Aunque su voz estaba alerta, sus ojos parecían cansados de mirar pantallas de sensores y monitores de navegación—. Espero sus órdenes. —Establezca curso hacia el sistema Endor —dijo Vader. —Como desee, mi señor. La imagen de Piett desapareció de la pantalla. Definitivamente no ha sido un sueño, se convenció a sí mismo Vader sin dificultad. Los sueños son para formas de vida patéticas. Observó su propio reflejo en la superficie de la pantalla. Yo soy la pesadilla. Con un gesto imperceptible, reconfiguró la pantalla para mostrar el campo estelar que se encontraba justo ante la proa del Ejecutor. Mientras observaba las estrellas distantes de la pantalla, un recuerdo profundamente enterrado se abrió camino hasta su consciencia. Era el recuerdo de un deseo, el deseo de visitar todas las estrellas de la galaxia. Pero ese deseo, y los sueños que venían con él, habían pertenecido a otra persona, un niño que vivió hace mucho tiempo y que ya no existía. Esos eran los sueños de un niño llamado Anakin Skywalker.

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Capítulo 1 Anakin Skywalker estaba soñando. En el sueño, era un chico mayor, pero aún le faltaban varios años para la edad adulta. Estaba dentro de la cabina descubierta de un pequeño vehículo con elevadores de repulsión, volando sobre terreno rocoso a una velocidad increíblemente alta. Dos fuertes cables estaban asegurados a un par de largos motores paralelos delante del vehículo, y el espacio entre los motores estaba unido por un arco de energía chispeante. Anakin nunca había visto un mecanismo tan extraño, pero de algún modo sabía cómo manipularlo. Mientras presionaba la palanca del acelerador y se precipitaba hacia un cañón de altos muros, se dio cuenta: ¡Soy un piloto! No estaba solo. Varios vehículos similares viraban bruscamente por delante de él en el cañón, y el ruido de sus motores, resonando entre las paredes rocosas, era casi ensordecedor. ¡Es una carrera! Con temeraria precisión, Anakin aceleró y rebasó como una exhalación a los otros vehículos. Por el rabillo del ojo, percibió fugaces visiones de sus competidores. La mayoría eran aliens que no había visto nunca, pero todos tenían expresiones alertas y determinadas y dedos ágiles. Anakin había soñado antes con otros mundos, pero nunca con un lugar como ese. Lanzándose fuera del cañón, Anakin lideraba a los otros corredores cruzando una amplia expansión de llanuras desérticas. Soles gemelos brillaban en el cielo, cociendo la dura arena de modo que el calor ascendente temblaba en el aire y hacía que las distantes formaciones rocosas parecieran flotar sobre la superficie del planeta. En la distancia, divisó un enorme estadio abierto que estaba rodeado por gradas abarrotadas y torres cubiertas por cúpulas. Sabía que la línea de meta estaba en ese estadio. Afianzando el agarre en los controles, pensó: ¡Voy a ganar! De repente, su motor izquierdo comenzó a estremecerse, sacudiendo violentamente el cable que unía el motor al vehículo. Anakin luchaba por mantener el control cuando su motor derecho emitió un fuerte gemido, y entonces ambos motores comenzaron a inclinarse hacia el suelo. Anakin se retorció en su cabina y gritó. —¡NO! —No pasa nada, Ani —dijo la voz de su madre. Y entonces Anakin Skywalker se despertó.

La sensación de las sacudidas y el fuerte gemido continuaron cuando Anakin abrió los ojos. Estaba acurrucado junto a su madre en un duro banco metálico en el compartimiento de carga de un carguero espacial, que estaba separado de la ruidosa sala de máquinas por un enrejado de barras metálicas. La bodega de carga estaba completamente ocupada por otros treinta seres, tanto aliens como humanos; aquellos que

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no tenían un asiento en uno de los cuatro largos bancos permanecían de pie o bien se acuclillaban en el sucio suelo. Anakin alzó la mirada al pálido y cubierto de mugre rostro de su madre. —¿Estamos aterrizando? —dijo. —Eso parece —respondió Shmi Skywalker con una sonrisa. Suavemente apartó el pelo rubio de la frente de Anakin y miró en sus ojos azules—. ¿Tenías un mal sueño? Anakin lo pensó por un instante y luego respondió: —No tan malo. —Deseó que la bodega de carga tuviera algún tipo de ventana, o incluso una pequeña pantalla para poder ver lo que ocurría en el exterior—. ¿Ya sabes a dónde vamos? —Aún no. Antes de que subieran a bordo del carguero, un tripulante les había explicado que sólo los pasajeros de pago tenían permitido saber su destino con antelación, y que todos los demás —por razones de seguridad— tendrían simplemente que esperar. Shmi había deseado hacer que Anakin se sintiera mejor sobre la situación recordándole que a ella siempre le habían gustado las sorpresas, pero él sentía que estaba asustada. Tomó su pequeña mano entre las suyas. —Simplemente aguanta —dijo. Cuando el carguero dejó de agitarse y el gemido del motor comenzó a morir, los ocupantes de la bodega de carga se alzaron de sus asientos y del suelo. De pie junto a su madre mientras ella aseguraba a su espalda la mochila que contenía sus escasas pertenencias, Anakin deseó ser más alto para no sentirse tan aplastado entre todos los cuerpos adultos. También deseó algo de aire fresco, porque el único refrigerador de la bodega se había estropeado y todo el mundo, él incluido, olía horrible. Estuvieron esperando varios minutos a que la compuerta de salida se abriera cuando Shmi bajó la mirada a Anakin. —¿Quieres que te lleve? —le dijo. Las piernas de Anakin no estaban cansadas, pero asintió. Moviéndose cuidadosamente para evitar empujar a la gente que les rodeaba, Shmi alzó a su hijo y le apretó fuerte contra su pecho. —Gracias —dijo él, mientras enlazaba sus pequeños brazos alrededor de su cuello. —Te estás haciendo mayor —le dijo—. Dentro de poco tú me llevarás a mí. —¿En serio? Shmi rió. —No te preocupes, no creces tan rápido. Una mujer mayor que estaba junto a Shmi sonrió a Anakin. —¿Qué edad tienes? —preguntó. Anakin devolvió la sonrisa y levantó tres dedos. En realidad, no estaba seguro de tener tres años, pero no quería admitir que no lo sabía. La compuerta se abrió finalmente y el compartimiento se inundó instantáneamente con una ráfaga de aire caliente y seco. Incluso aquellos que habían estado ansiosos por

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dejar la estrecha bodega de carga estaban súbitamente reacios a bajar la rampa que conducía al exterior. El calor recordó a Anakin su sueño. Acercando sus labios al oído de su madre, susurró: —Soles gemelos. Antes de que Shmi pudiera preguntar de qué estaba hablando, una voz gritó desde abajo. —¡Venga, moveos! La gente se alineó fuera del carguero. Se encontraban en una arenosa extensión de tierra cerca de un grupo de pequeñas estructuras de adobe abovedadas. El tráfico aéreo indicaba que habían aterrizado a las afueras de un espaciopuerto con bastante actividad. Podían verse unos pocos peatones en la distancia, moviéndose lentamente y permaneciendo a la sombra de los edificios sin ventanas en un esfuerzo de evitar el calor abrasador. —Bienvenida de nuevo a Mos Espa, poderosa Gardulla —bramó una voz en un tosco huttés. Anakin, al que aún llevaba su madre, giró su cabeza para ver que quien hablaba era un rodiano de piel verde que permanecía al pie de la rampa que se extendía desde la compuerta principal del carguero. Mientras el rodiano hacía una elaborada reverencia, Gardulla la hutt, la inmensa alienígena con aspecto de babosa que había fletado el carguero, descendía en un trineo repulsor que se deslizaba por la rampa de la compuerta principal del carguero. Gardulla comenzó inmediatamente a dar órdenes a sus ayudantes. Anakin sabía bastante huttés para comprender que Gardulla estaba ansiosa por ver algo llamado carrera de vainas. Shmi dejó a Anakin en el suelo. Él entornó los ojos para mirar al cielo. —¿Ves, mamá? —dijo—. Te lo dije. Shmi siguió su mirada hacia los dos soles sobre sus cabezas, y entonces comprendió lo que él le había dicho momentos antes. —Soles gemelos. Sí, ya veo. Anakin quería contarle a su madre el sueño que había tenido, pero tuvieron que permanecer en silencio cuando uno de los ayudantes de Gardulla, un anx de largo cuello, comenzó a ladrar instrucciones. El anx señaló a Anakin, Shmi, y seis personas más. —Vosotros compartiréis alojamientos en la finca de Gardulla —dijo—, aquí en Mos Espa. Antes de que ser conducidos allí, sed conscientes de que vuestros transmisores implantados han sido configurados para… Anakin se estaba preguntando si alojamientos significaba más de una habitación, cuando el anx se vio interrumpido por la potente detonación de una pistola bláster que parecía provenir de los cercanos edificios de adobe. Ante el sonido del disparo, Anakin permaneció inmóvil mientras que todos los demás junto al carguero se encogieron de miedo, se agacharon, o se lanzaron buscando protección tras los escasos contenedores de carga que ya se habían sacado de la nave. Shmi lanzó protectoramente su cuerpo delante de su hijo, pero él le empujó con sus brazos, alejándose de ella para poder ver qué estaba pasando.

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Un humanoide reptiliano surgió de un callejón entre dos edificios de adobe y corrió hacia el carguero. Conforme se acercaba, Anakin vio que el corredor era un delgado arcona con cabeza en forma de yunque y ojos claros como el mármol. Un grillete de metal con una larga cadena rota estaba cerrado sobre el muslo derecho del arcona, haciendo un ruido metálico cuando golpeaba en la parte posterior de su pie al correr. Un momento después, dos hombres armados con blásteres saltaron del callejón, y Anakin se dio cuenta de que el arcona corría para salvar su vida. Al ver a los hombres con blásteres a punto de disparar en dirección al carguero, el ayudante anx de Gardulla les increpó en huttés. —¡Alto el fuego, estúpidos! —Luego señaló con un dedo largo y puntiagudo al arcona fugitivo y gritó a los guardias de Gardulla—. ¡Detenedle! Los guardias se desplegaron rápidamente. Sin aminorar su ritmo, el arcona se quitó de encima uno de los guardias empujándole con el hombro, y esquivó a otro. Anakin pudo ver que el arcona trataba de alejarse de sus perseguidores, pero no tenía idea de adónde pretendía ir el arcona. Aparte de algunas dunas bajas, el terreno circundante era casi completamente llano, sin otras naves o vehículos a la vista. Ningún sitio donde ocultarse, pensó Anakin. Los asustados ojos del arcona se volvieron hacia Anakin, y el chico le mantuvo la mirada. Anakin sintió pena por el arcona y deseó poder ayudarle. Entonces uno de los guardias de Gardulla embistió hacia delante y el arcona aceleró, pasando frente a Anakin y los demás. Estaba a unos dos metros de distancia de Anakin, cuando su cuerpo estalló en una pequeña explosión. Anakin parpadeó cuando los despojos del arcona cayeron al suelo. Se giró rápidamente para mirar a los dos hombres que estaban persiguiendo al arcona desde los edificios. Ninguno de ellos había disparado un bláster. Anakin fue lo suficientemente observador para darse cuenta de que no habían disparado al arcona, y de que algún tipo de dispositivo explosivo había detonado en su interior. Shmi atrajo a Anakin junto a sí. —No mires, Ani —dijo. Anakin la ignoró y mantuvo su mirada en lo que quedaba del arcona. Algunos de los guardias y el ayudante anx se acercaron a inspeccionar la masa ardiente. Advirtiendo a Anakin, el anx giró su larga y puntiaguda barbilla hacia el chico. —Eso —dijo— es lo que les pasa en Tatooine a los esclavos que tratan de escapar. Anakin sintió que la garganta se le quedaba dolorosamente seca. No importaba lo a menudo que su madre le recordase que había seres menos afortunados en la galaxia, eso no negaba el hecho de que ambos eran esclavos, propiedad de Gardulla la hutt. Tatooine, pensó Anakin. Bienvenido a Tatooine.

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Capítulo 2 La esclavitud era ilegal en todo el espacio de la República, pero el planeta Tatooine estaba en los territorios del Borde Exterior de la galaxia, donde raramente se aplicaban las leyes de la República. Shmi Skywalker había sido una esclava casi toda su vida, desde que unos piratas espaciales capturaron a su familia durante un viaje espacial. Separada de sus padres a edad temprana, había cambiado de dueños varias veces. Una dueña anterior, Pi-Lippa, había sido amable y le había enseñado a Shmi valiosas habilidades técnicas. Aunque PiLippa había planeado liberar a Shmi, murió antes de que pudiera hacerlo, y en su lugar Shmi pasó a ser propiedad de uno de los parientes de Pi-Lippa, quien no quiso liberarla. Antes de convertirse en propiedad de Gardulla, Shmi dio a luz a Anakin. Shmi no podía explicarse la concepción de Anakin —no había habido padre— pero lo aceptó como el mayor regalo que jamás hubiera recibido. En los meses que siguieron a su llegada a Tatooine, Anakin mantuvo sus ojos y oídos abiertos. Escuchaba a escondidas conversaciones entre los ayudantes, guardias, y otros esclavos de Gardulla, y observaba cuidadosamente cuando los mecánicos y técnicos venían a reparar o sustituir la maquinaria arruinada por la arena. Quería aprender todo lo que pudiera acerca del mundo desierto, sus habitantes, y sus tecnologías, porque creía que ese conocimiento podría ser el único camino para que él y su madre pudieran algún día encontrar la libertad. Y entonces aprendió acerca de los primeros colonos de Tatooine, los mineros cuya búsqueda de minerales valiosos terminó con una decepción de proporciones astronómicas. Algunos de los mineros decidieron permanecer en el mundo desierto mientras que otros simplemente se quedaron varados allí. Uno de los primeros asentamientos humanos fue un lugar llamado Fuerte Tusken, el cual fue asaltado por los indígenas humanoides de Tatooine, los nómadas pobladores de las arenas, quienes desde entonces pasaron a conocerse como incursores tusken. Con predilección por las armas tradicionales como las porras y las hachas, los moradores de las arenas llevaban máscaras protectoras contra la arena que les ocultaban por completo la cabeza, y pesadas capas que les protegían de los elementos y les ayudaban a mezclarse con el paisaje. Los moradores de las arenas nunca se adaptaron al contacto pacífico con los colonos, y tenían reputación de ser tan feroces como misteriosos. Anakin aún no los había visto, pero le habían dicho que eran sus aullidos lo que a veces oía después de caer la noche. Hacían que se le pusiera el pelo de punta. Los otros nativos destacables de Tatooine eran los jawas, seres diminutos con ojos brillantes que recuperaron los enormes vehículos abandonados de los mineros para rastrear el desierto en busca de cualquier trozo de metal o pedazo de chatarra que pudieran transformar en bienes para vender o intercambiar. Aunque los jawas eran casi tan malolientes como una unidad sanitaria estropeada, Anakin esperaba ansioso sus visitas a la finca de Gardulla porque aprendía mucho observándoles trabajar. Para gran

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asombro de los demás esclavos y unos cuantos ayudantes, Anakin rápidamente se ganó una reputación de ser capaz de reparar aparatos desechados. En cuanto a Gardulla, Anakin aprendió que competía con un hutt incluso más grande, llamado Jabba, sobre el control de varias empresas de Tatooine. Anakin también descubrió que Gardulla alimentaba con aquellos que le disgustaban a un monstruoso dragón krayt al que mantenía en un foso bajo su palacio-fortaleza a las afueras de Mos Espa, y que era una adicta a apostar en las carreras de vainas. Anakin no tenía ninguna prisa por conocer ningún dragón krayt, pero estaba intrigado por todo lo que escuchaba acerca del peligroso deporte de alta velocidad que implicaba un par de motores elevadores de repulsión enganchados a un vehículo con cabina abierta. La primera vez que oyó por casualidad a dos de los ayudantes de Gardulla discutir acerca del diseño de una vaina de carreras que habían visto, recordó el sueño que había tenido justo antes de que llegaran a Tatooine. Según los ayudantes, las carreras de vainas eran la mayor atracción de Mos Espa, y atraía a multitudes de toda la galaxia. Anakin se preguntó si alguna vez conseguiría ver una carrera de vainas. Pocos meses después de su llegada a Mos Espa, Anakin estaba ayudando a un droide mecánico último modelo a reparar un vaporizador portátil cerca de la entrada principal de la finca cuando un regordete toydariano alado con una nariz flexible similar a una trompa entró volando al patio. Al ver al chico, el toydariano se detuvo, flotando en el aire, y examinó cómo trabajaba Anakin. En huttés, el toydariano dijo con voz baja y zumbona: —Estás poniendo esa unidad de bombeo de agua de forma incorrecta. A Anakin le habían dicho que no hablase con extraños, pero respondió con cautela. —La he modificado. —Viendo que el toydariano parecía genuinamente interesado, le enseñó el mecanismo de la bomba y añadió—: He hecho que funcione mejor. Los ojos del toydariano se abrieron como platos al ver la bomba en fluido funcionamiento. —Hmmm… ¿Quién te enseñó como modificarla? —Nadie —dijo Anakin. Su madre le había dicho que no había que presumir, pero no podía evitar sentirse orgulloso—. Tan sólo… lo adiviné. Mi mamá también sabe arreglar cosas. —¿De verdad? —El toydariano descendió en el aire para examinar la unidad más de cerca—. No eres malo con las manos, niño —dijo—. En absoluto. Anakin inclinó ligeramente la cabeza. —Gracias, señor —dijo. —Tengo una cita con Gardulla —dijo el toydariano. Luego guiñó un ojo y entrelazó los dedos de uñas afiladas y añadió—: ¡Un asunto de dinero! Anakin no sabía cómo responder a eso, pero justo entonces la propia Gardulla conducía la mole de su cuerpo hasta la entrada. —¿Preparado para pagar, Watto? —dijo. —Quizá, quizá —dijo el toydariano mientras flotaba hacia Gardulla—. Pero la próxima carrera es mañana, y tengo una idea para otra apuesta…

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Anakin miró cómo el toydariano seguía a Gardulla hacia el edificio principal, y luego siguió con su trabajo en el vaporizador.

Gardulla perdió su apuesta con Watto. Dos días más tarde, Anakin y Shmi tenían un nuevo dueño. Cuando Watto no estaba apostando, regentaba una de las distribuidoras de repuestos más exitosa de Mos Espa. Tenía necesidad de alguien con la habilidad mecánica de Anakin, y también tenía mucho trabajo para Shmi. Tanto la madre como el hijo estaban agradecidos con Watto por mantenerles juntos, y tras compartir una sucia y fétida habitación con otros seis esclavos en la finca de Gardulla, se asombraron al saber que tendrían una casucha entera para ellos en el barrio de los esclavos, a las afueras de Mos Espa. Watto creía que deberían sentir gratitud, y dejó claro que si no hacían las cosas cómo él las decía, llenaría la casucha hasta el límite de su capacidad con esclavos adicionales. Conforme los días se volvían semanas y los meses se convertían en años, Anakin aprovechó al máximo su tiempo, aprendiendo todo lo que pudo sobre tecnología y viaje interestelar. Estudió a los alienígenas que pasaban por Mos Espa y llegó a conocer a todos los mercaderes locales por su nombre de pila. Mientras se sentaba en cabinas de naves estelares desguazadas, aprendió a distinguir los controles de los impulsores, estabilizadores y repulsores. De observar a otros mecánicos, tanto orgánicos como droides, llegó a destacar en la reparación de vainas de carreras en la tienda de Watto. Cuando tenía siete años, comenzó a recuperar en secreto pedazos y piezas para restaurar la cabina de una vaina de carreras y un par de motores Radon-Ulzer 620C que esperaba convertir en su propia vaina de carreras. Mantenía ese proyecto cubierto por una vieja lona en una zona del depósito común de basura en el patio trasero de su alojamiento de esclavos, donde Watto nunca se aventuraba, y deliberadamente mantenía la vaina de carreras con un aspecto que parecía que jamás sería capaz de correr. Si Watto llegase alguna vez a saber de ella, lo dejaría pasar como si sólo fuera un proyecto infantil. Watto sí que pilló a Anakin tomando una vaina de carreras reparada para dar una vuelta de prueba por la chatarrería, pero la furia del toydariano murió cuando se dio cuenta de lo bien que el muchacho manejaba el vehículo. Como Gardulla, Watto era adicto a apostar en las carreras de vainas, y apenas podía creer su buena fortuna, al poseer un esclavo que podría generar beneficios en la pista de carreras. A pesar de la edad y la especie de Anakin, hizo una prueba y pronto estuvo cualificado para convertirse en piloto de vainas de carreras. Para gran horror de su madre, llegó un día que empezó a competir bajo el patrocinio de Watto. Watto nunca dejó de amenazarles con comprar más esclavos, pero Anakin y su madre siguieron teniendo la casucha para ellos solos. Watto incluso le dio a Shmi un aeromagnificador que podía usar para limpiar dispositivos de memoria informáticos, permitiéndole tener unos modestos ingresos. A pesar de esas ventajas, Anakin no

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abandonó sus sueños de libertad. Comenzó a pensar en hacer algún tipo de escáner para localizar el transmisor implantado en su cuerpo, aunque no estaba seguro de cómo ese transmisor podía ser desactivado o extraído. En algún momento, mientras escuchaba a los espaciantes hablar de mundos lejanos, aprendió acerca de los Caballeros Jedi, los poderosos guardianes de la paz de la República Galáctica, que usaban sables de luz: un arma de mano que emitía un letal rayo láser truncado. A pesar de sus limitados conocimientos acerca de los Jedi, a veces soñaba con convertirse en uno. Anakin se preguntaba si algún Jedi había oído hablar alguna vez de Tatooine, o si alguno había nacido en la esclavitud. Cuando tenía nueve años, se resignó al hecho de que no iba a abandonar Tatooine pronto. Pero, cada noche, tumbado en la oscuridad de su pequeña habitación repleta de dispositivos caseros y proyectos científicos, hizo un juramento: No seré un esclavo por siempre.

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Capítulo 3 —¿Qué tal avanza tu vaina de carreras, Ani? —preguntó su amigo Kitster mientras se encaramaba en la destrozada turbina de un deslizador de superficie en la chatarrería de Watto. Anakin lanzó una mirada sobresaltada al chico de pelo oscuro. —¡Baja la voz! —dijo Anakin en voz baja—. ¿Quieres que Watto lo descubra? Kitster bajó su propia voz. —Lo siento —dijo—, lo olvidé. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando en ella? —Casi dos años —admitió Anakin mientras recogía una junta gastada. —¿Realmente crees que volará? —En cuanto consiga algunas piezas más, seguro que lo hará —dijo Anakin, tirando la junta a un lado—. El problema es que, si vuelo con ella, Watto sabrá que la tengo, y entonces querrá quitármela. Así que no puedo hacer otra cosa que mantenerlo en secreto, y seguir volando con sus vainas destartaladas. —Me gustaría pilotar una vaina de carreras algún día —dijo Kitster melancólicamente. —Quizá lo hagas. —Anakin no quería herir los sentimientos de Kitster, pero sabía que su amigo no duraría ni cinco segundos en una carrera de vainas. Manejar una vaina de carreras requería reflejos increíblemente rápidos, la competición era feroz, y Anakin, según creía todo el mundo, era el único humano que consiguió volar y seguir vivo. A pesar de este logro, Anakin sabía que tenía que hacerlo mejor para complacer a Watto. En las más de media docena de carreras en las que había competido, se había estrellado dos veces y había sido incapaz de terminar siquiera una vez. El mayor problema que tenía era ocuparse de Sebulba, su antagonista dug, un sinvergüenza con maneras de matón, quien ganaba a menudo y hacía trampa casi constantemente. Sebulba nunca dudaba en empujar a los demás competidores fuera de la pista, y había causado que más de una docena de pilotos se estrellasen sólo en el último año. ¡Si no fuera por ese tramposo, pensaba Anakin, yo ya habría ganado! —¿Crees que ganarás la próxima carrera? —preguntó Kitster. Anakin se encogió de hombros. —Sería feliz sólo con conseguir llegar a la meta. Anakin se giró hacia otro montón de metal, y se encontró mirando un par de lentes ranuradas que estaban rodeadas por cables multicolores contenidos en el interior de un armazón de metal con forma de calavera. Extrañamente, las lentes parecían estar devolviéndole la mirada, y se dio cuenta de que eran fotorreceptores quemados. —¡Ey, Kitster! —dijo mientras recogía el objeto—. ¡Mira lo que he encontrado! —¿Qué es? —¡Una cabeza de droide! —dijo Anakin, limpiando la arena del vocalizador que se encontraba bajo los fotorreceptores que servían como ojos del droide—. ¡Y no un droide mecánico, precisamente! —Habían retirado la cobertura metálica de la cabeza, y los

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fotorreceptores expuestos tenían una expresión de sorpresa, como si estuvieran muy abiertos. Le pasó la cabeza a Kitster. —Está bastante hecha polvo —observó Kitster—. ¿Quizá fuese algún tipo de droide de combate? —No lo creo —dijo Anakin mientras miraba a su alrededor, deseando encontrar alguna pieza de droide más—. El metal es bastante delgado… ¡Oh, VAYA! —Su mirada había caído sobre lo que parecía el cuerpo esquelético de la cabeza decapitada, que yacía retorcido junto una pila de células de combustible descargadas. Como la cabeza, el cuerpo estaba sin cobertura, pero Anakin estaba entusiasmado igualmente—. ¡Todo el armazón estructural está aquí! Sabes lo que significa esto, ¿verdad? Kitster lo pensó, esforzándose. —Umm, no. —Significa que puedo construir mi propio… —¡Chico! —interrumpió la voz de Watto, llamando desde el otro lado del portal con forma de arco que separaba la chatarrería de la tienda con forma de campana—. ¡Chico! ¡¿En qué lugar de ese basurero estás?! —¡Oh, no! —dijo Anakin, mirando a Kitster y luego de nuevo al arco—. ¡Espera aquí! —Tratando de mantener una expresión relajada, se apresuró a salir de la chatarrería. —¡Ah! ¡Aquí estás! —dijo Watto cuando vio a Anakin. Flotando al, exterior de la entrada de su tienda, hablaba en huttés—. Por un momento, sospeché que habías huido de Watto. —Oh, ¿y darte el placer de ver como explotaba mi transmisor? —¿Placer? —dijo Watto, levantando ligeramente su nariz en forma de trompa, como si retrocediera ante las palabras de Anakin—. Crees que me gusta limpiar los restos de los esclavos que explotan? ¡Bua ja ja! —Cuando terminó de reír, señaló con una mano de tres dedos algunos contenedores más, llenos de deshechos, que acababan de entregarle—. ¡Ahora vuelve al trabajo! —dijo—. ¡Quiero esta chatarra clasificada para el mediodía! Después de que Anakin hubo conducido los contenedores al patio de la chatarrería, volvió a donde había dejado a Kitster con las piezas del droide. —¿No les vas a decir lo del droide a Watto? —preguntó Kitster. —Yo lo encontré. Es mío —dijo Anakin mientras comenzaba arrastrar el cuerpo del droide hacia una zona oculta por una gran pieza de metal de deshecho, donde no era probable que Watto lo descubriese—. Además, Watto no sería capaz de repararlo. Lo llevaré de contrabando a casa, pieza a pieza. —Pero aunque consigas que funcione —dijo Kitster, pasándole a Anakin la cabeza del droide—, ¿para qué lo vas a usar? —Para muchas cosas. Hacer recados. Levantar cosas… Ey, ¿qué es esto? —Había encontrado una línea de pequeñas letras grabadas en la base del cráneo del droide, y sostuvo la cabeza para que Kitster también pudiera verlo—. Dice que es un Droide de Protocolo de Galáctica Cybot. —¿Protocolo? ¿Para qué sirve eso?

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—No lo sé —admitió Anakin—. Tendré que preguntarle a mi madre. ¡Ey, quizá hasta pueda ayudarnos a mí y a mi madre a salir de Tatooine! —sosteniendo la cabeza del droide con ambas manos, Anakin estudió sus mecanismos más de cerca—. El giroscopio de equilibrio es antiguo. Supongo que de hace setenta u ochenta años. Apuesto que ha visto mucha acción. Hace que te preguntes… ¿cómo habrá acabado de esta manera? Anakin miró a los ojos quemados del droide como si pudiera encontrar allí más pistas de la historia del droide. Pero sólo veía la expresión de asombro congelada del droide. No te preocupes, amigo, pensó Anakin. Me ocuparé bien de ti.

Anakin necesitó cinco días de sigilosas maniobras para mover los restos del droide de la chatarrería a su casucha. Excepto Kitster, no le había dicho a nadie nada acerca del droide. Pero debería habérselo contado al menos a otra persona: su madre, quien no estaba muy contenta de entrar en la casucha y encontrar el último proyecto de su hijo yaciendo en cientos de sucias piezas sobre la mesa del comedor. Shmi había comprado un pequeño paquete de vegetales secos en el mercado, y los dejó sobre el mostrador de la cocina. Sin querer mirar al extraño esqueleto de metal y cables que yacía en posición supina sobre la mesa con sus ojos muertos fijos en el techo, apartó su mirada de Anakin y el droide. —Deja que adivine —dijo. —Sí, qué suerte, ¿eh? Y… bueno, no conozco a nadie más en Mos Espa que sea capaz de arreglarlo correctamente. Si no lo hubiera rescatado del montón de chatarra, ¡prodrían haberlo fundido! —Como Shmi no respondió, Anakin se animó a añadir—: Es un droide de protocolo, mamá. ¿Sabes qué es eso? Shmi respiró profundamente y se giró para mirar a Anakin. —Los droides de protocolo hablan millones de idiomas. Se usan como traductores. Por los diplomáticos. —Oh —dijo Anakin. Podía deducir por el tono de voz de su madre que ella pensaba que los droides de protocolo no eran de ninguna utilidad. Esperando convencerla de lo contrario, continuó—. ¡Oh! Eso… ¡eso es genial! Será realmente útil en el mercado si queremos comerciar con un mercader que no hable básico. Y… ¡además imagínate lo impresionadas que quedarán las visitas cuando les salude en la puerta! Estoy seguro de que será capaz de ayudarnos de un montón de formas más. Shmi devolvió su atención a los vegetales. —Necesitará nuevos fotorreceptores —dijo Anakin—. Creo que puedo encontrar algunos en la tienda de Watto. —Será mejor que tengas cuidado —dijo Shmi con aire preocupado—. Watto se enfurecerá si descubre que te has llevado un droide entero. —¡Pero tenía que hacerlo, mamá! En cuanto vi todas las piezas que había allí, supe que tenía que reconstruirlo. —Anakin agarró suavemente el antebrazo derecho del droide y lo levantó de la mesa, probando la flexibilidad de la articulación del codo—. Verlo allí,

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tan roto y destrozado… me puso tan triste. Si los droides de protocolo son buenos con los idiomas y las traducciones, apuesto a que es muy listo. —Anakin miró de nuevo el rostro del droide—. Seguro que tampoco tenía ningún amigo en toda la galaxia. ¿Cómo si no habría acabado entre un montón de chatarra en Tatooine? —Quizá hablaba demasiado —dijo Shmi. —Jo, mamá. Herirás sus sentimientos. —El droide es una máquina, Ani. No tiene sentimientos. —¿Cómo lo sabes? —dijo Anakin, incapaz de ocultar el dolor en su voz—. Quizá sus dueños eran malos con él y no les importaba lo que le pasase. Quizá intentó escapar. Quizá… era como nosotros. Shmi sintió la pena de Anakin, y pensó en el esclavo que había muerto tratando de escapar cinco días antes. Se giró hacia su hijo y puso las manos sobre sus hombros. —Prométemelo, Ani —dijo—. Cuando… encuentres un nuevo par de fotorreceptores para nuestro nuevo amigo… no dejarás que te pillen. —¿Quieres decir que me lo puedo quedar? Shmi asintió mientras examinaba el droide. —Ahora lo tengo claro. Estás destinado a ayudar a este droide. Eres su segunda oportunidad. —¡Gracias, mamá! —dijo Anakin, abrazando a su madre—. ¡Cuando consiga que hable, le diré que él también te dé las gracias! —No, Ani. Después de todo, tú serás su creador. Sólo recuerda que el droide es tu responsabilidad. Y a menos que estés preparado para ocuparte de algo, no mereces tenerlo. —No lo olvidaré —dijo Anakin. —Y una cosa más —añadió Shmi con tono severo. —¿Sí, mamá? —Quiero el droide fuera de nuestra mesa ya mismo.

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Capítulo 4 La siguiente carrera no le fue bien a Anakin. Pilotando una vaina de carreras propiedad de Watto, se encontraba codo con codo con Sebulba… cuando el tramposo dug lanzó una ráfaga de sus impulsores hacia la cabina de Anakin, casi estampándole contra la zona del circuito conocida como la Bajada de Metta. Anakin sobrevivió, pero tuvo un accidente con la vaina de Watto, dañando ambos motores. Watto estaba furioso, y Shmi dejó claro a Anakin que no quería que corriera nunca más, ni siquiera aunque Watto decidiese que quería que Anakin compitiera de nuevo. Poco más de una semana después del accidente, Anakin había logrado que los procesadores de inteligencia de su droide de protocolo estuvieran reparados y en funcionamiento. Aunque el droide no tenía recuerdos de cómo había llegado a Tatooine, contaba con el jawa y el tusken entre los seis millones de idiomas que hablaba. El droide pronunciaba frases entrecortadas con una voz con buenos modales, pero por alguna razón no siempre sabía cuándo dejar de hablar. También se preocupaba mucho. Anakin llamó al droide C-3PO, eligiendo el número tres porque consideraba al droide el tercer miembro de su familia tras su madre y él mismo. C-3PO aún seguía sin recubrimiento metálico y sólo tenía un ojo que funcionase, pero cuando Watto encargó a Anakin que llevase un deslizador cargado de chatarra metálica y otras mercancías hasta el Mar de las Dunas para hacer algunos intercambios con los jawas, Anakin decidió llevarse en secreto al droide para esa excursión de cuatro horas estándar. Anakin y C-3PO se reunieron con los jawas a la sombra del reptador de arena junto al Desfiladero Mochot, una singular formación rocosa a mitad de camino cruzando el Mar de las Dunas. C-3PO demostró ser un traductor eficaz ayudando a Anakin a negociar con los jawas, de los que se sabía que a veces intercambiaban mercancía dañada. Cuando terminó el intercambio, Anakin había adquirido dos droides mecánicos, tres prácticos droides multipropósito y un convertidor de hipermotor dañado que sólo necesitaba reparaciones menores. De vuelta a Mos Espa, Anakin conducía el deslizador cargado de droides a través del Corredor Xelric, un cañón llano y espacioso cerca del borde del Mar de las Dunas, cuando vislumbró algo. Era una forma sombría que parecía fuera de lugar en la base de las paredes rocosas del cañón. Cuando Anakin viró hacia la zona que había llamado su atención, C-3PO se puso nervioso y fijó su único ojo que funcionaba en su creador. —Amo Anakin, ¿qué está haciendo? —dijo C-3PO con preocupación—. Mos Espa está al fondo del cañón, no al otro lado del… ¡oh, cielos! ¿Eso es lo que creo que es? — C-3PO también había visto la forma, y debido a que había aprendido acerca de las más peligrosas formas de vida de Tatooine, no le había gustado lo que había visto—. Amo, hay cientos de razones para que dé la vuelta… —Lo sé —interrumpió Anakin—. Sólo quiero echar un vistazo. Anakin detuvo el deslizador cerca del muro del acantilado. Un montón de rocas descansaba bajo el muro, y bajo las rocas yacía un cuerpo humanoide inmóvil, con una

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pierna atrapada bajo un enorme pedrusco. El cuerpo llevaba una túnica de piel curtida, guantes de cuero, y botas. Estaba caído boca abajo, con la cabeza girada hacia un lado, permitiendo a Anakin ver la cabeza cubierta de vendajes, su rostro oculto con gafas y una mascarilla respiratoria. Un largo rifle bláster para dos manos yacía a cosa de un metro de un brazo extendido. Anakin había oído hablar lo suficiente acerca de los incursores tusken como para saber qué aspecto tenían. Pero nunca antes había visto uno de cerca. Desde el deslizador, Anakin observó la superficie rota y cincelada de los muros del acantilado. Pudo imaginarse fácilmente que el tusken había estado escondiéndose en algún lugar ahí arriba, cuando las rocas en las que se apoyaba se soltaron, enviándole de cabeza contra el suelo del cañón. Anakin saltó fuera del deslizador para mirar más de cerca. La esquelética forma de C-3PO tembló. —Amo Anakin, ¡no creo que eso sea una buena idea en absoluto! Mientras Anakin se aproximaba, el tusken se estremeció, alzando su cabeza para mirar a Anakin, y luego dejándola caer de nuevo. ¡Sigue vivo! Según todo lo que Anakin había escuchado acerca de los tuskens, sabía que sería mejor irse inmediatamente. Si se quedaba por ahí, podrían llegar más tuskens. Si se retrasaba al llegar en Mos Espa o no conseguía volver con los droides y el deslizador, Watto se pondría furioso. Mientras C-3PO protestaba tras él, Anakin pensó en su madre. Sabía que se preocuparía, pero se preguntó: ¿Ella también me diría que me fuera? ¿Qué diría, si estuviera aquí? —Trespeó —dijo al nervioso droide—, trae aquí a los demás droides.

Hizo falta la fuerza combinada de varios droides y el peso del deslizador para introducir una palanca que pudiera mover el pedrusco lo suficiente como para que Anakin pudiera liberar al tusken, ahora inconsciente. Tomando suministros del kit médico del deslizador, Anakin aplicó una escayola de secado rápido para inmovilizar la pierna herida del tusken, que estaba rota por varios lugares. Los soles de Tatooine comenzaban a ponerse. Anakin sabía que nunca llegaría a Mos Espa antes de que cayera la noche, y no quería arriesgarse a cruzar el desierto en la oscuridad. Tras ocultar lo mejor que pudo el deslizador y los recién adquiridos droides bajo un saliente de la cara del acantilado, Anakin se sentó junto a C-3PO. Iluminados por una pequeña unidad luminosa que habían sacado del deslizador, estaban observando al tusken cuando este se despertó. El tusken estaba tumbado en la arena, mirando fijamente a Anakin a través de las lentes opacas de sus gafas, y luego se incorporó lentamente, teniendo cuidado de no mover demasiado su pierna herida. —Eh, hola —dijo Anakin, deseando que su voz sonase amistosa. El tusken no respondió. —¿Tienes sed?

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De nuevo, no hubo respuesta. C-3PO acercó su cabeza de un solo ojo a Anakin. —No creo que le gustemos demasiado —dijo en voz baja. La cabeza del tusken se giró ligeramente. Anakin se dio cuenta de que el tusken había localizado su propio rifle bláster, que Anakin había dejado apoyado contra unas rocas más allá del alcance del tusken. Luego el tusken devolvió su mirada hacia Anakin. Varios minutos después, el tusken habló. Anakin no entendió las palabras, como ladridos, así que se giró a C-3PO. —Quiere saber qué piensa a hacer con él, amo Anakin —respondió el droide. Confuso, Anakin volvió a mirar al tusken. —Dile que no pienso a hacer nada con él. Sólo estoy tratando de ayudarle a que se ponga bien. El tusken no respondió, pero Anakin sentía que tenía miedo. Dado que casi todo el mundo creía que los tusken nunca tenían miedo, Anakin se sorprendió. ¿Por qué tiene miedo de mí? Yo no tengo miedo de él. Entonces Anakin pensó, con cierta sorpresa: No le tengo miedo a nada. Pero mientras Anakin observaba el enmascarado rostro del tusken, vio su propio reflejo en las lentes de las gafas del tusken y se estremeció ligeramente. Había oído que los tusken nunca se quitaban sus máscaras ni desnudaban su carne, y el pensamiento de su cuerpo entero envuelto de una forma tan completa, sellado al exterior de modo que fuera incapaz de sentir nada —ni siquiera el roce de la mano de mi madre— hizo que Anakin comprendiera súbitamente una dolorosa verdad: Aunque nunca temía por sí mismo, a menudo temía mucho por su madre. ¿Qué pasaría si la perdiera? ¿Cuán valiente tendré que ser entonces? Anakin continuó mirando al tusken hasta que se quedó dormido.

Anakin Skywalker tuvo muchos sueños esa noche. En uno de los sueños, ya no tenía nueve años. Era un hombre adulto. Y no un adulto cualquiera, sino un Caballero Jedi con un sable de luz. Corría por las calles de Mos Espa, buscando a los pocos esclavistas que se le habían escapado. Su misión era liberar a todos los esclavos de Tatooine. Durante demasiado tiempo, los esclavistas del Borde Exterior se habían considerado inmunes a las leyes de la República Galáctica. Anakin iba a cambiar eso. —¡Liberad a los esclavos ahora —les decía— y no recibiréis ningún daño! En los edificios que bordeaban las calles de Mos Espa, algunos vecinos se asomaban a sus ventanas y animaban a Anakin. Incluso aunque había desactivado la hoja de su sable de luz, la mayoría de los esclavistas se aterrorizaban ante la visión de él y a su arma, y se rendían al verle. Anakin les daba algo de crédito por ser lo suficientemente listos como para no enfrentarse a un Jedi.

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Una sombra se asomó desde el curvo exterior de un edificio cercano. Por el ángulo de la sombra, Anakin rápidamente determinó que era producida por un alienígena humanoide desde lo alto del tejado de un edificio de las cercanías. Proviniendo de un lugar elevado a su espalda, Anakin escuchó el chasquido del mecanismo de seguridad de un bláster al desactivarse. ¡Ajá!, pensó. ¡Un esclavista que no es lo suficientemente listo! El sable de luz de Anakin se encendió con un fuerte zumbido mientras se giraba para mirar al tejado, justo a tiempo de ver cómo el alienígena apretaba el gatillo de su bláster. Antes de que el destello láser disparado pudiera alcanzar el pecho de Anakin, balanceó rápidamente su sable de luz y devolvió el disparo contra su atacante. El alienígena se agarró el hombro y cayó del tejado, aterrizando con un fuerte golpe en la calle cubierta de arena. El polvo aún se estaba posando cuando Anakin escuchó una voz de mujer llamándole por su nombre. Anakin se giró para ver a la mujer. Era su madre, vestida con sus bastas ropas de trabajo. Anakin desactivó el sable de luz. —¡He vuelto, mamá! —dijo—. ¡Cómo te prometí! ¡Eres libre! Su madre sonrió y abrió sus brazos a Anakin. Él corrió para abrazarla, pero antes de poder alcanzarla, se desvaneció. Aún estaba tanteando en el aire en el lugar donde ella había estado, cuando de repente se vio rodeado por moradores de las arenas.

Anakin se despertó sobresaltado. Justo cuando habían aparecido en su sueño, un grupo de moradores de las arenas le rodeaban en ese momento, recortados contra el cielo previo al alba. Llevaban rifles bláster y largos bastones gaffi, armas con forma de hacha de doble filo hechas con metal recuperado de vehículos desguazados o abandonados. Anakin estaba completamente a su merced. Mientras se preguntaba qué iban a hacerle los moradores de las arenas, Anakin escuchó un cercano murmullo gutural. Más allá del grupo que le rodeaba, más moradores de las arenas alzaban y se llevaban al tusken que había rescatado. El tusken herido era quien había hablado, y sus palabras hicieron que los otros tusken se alejaran lentamente de Anakin. En pocos segundos, todos los moradores de las arenas se fueron, dejando a Anakin ileso. Quizá me estaban agradecidos por ayudar a su amigo. Quizá los tusken no son tan horribles después de todo.—¡Amo Anakin, se han ido! —gritó C-3PO mientras abandonaba su posición junto al deslizador, donde se había estado escondiendo—. ¡Oh, tenemos suerte de seguir vivos! ¡Gracias al cielo no le hirieron! Anakin se puso en pie y miró a su alrededor. El deslizador y los demás droides seguían donde los había dejado, pero el rifle bláster del tusken herido había desaparecido. Las únicas pruebas de su encuentro con los moradores de las arenas eran los contenidos que faltaban en el kit médico del deslizador y las huellas de sus pies en la arena.

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Casi es como si todo esto nunca hubiera ocurrido. Cuando los soles gemelos comenzaron a alzarse y las estrellas desaparecieron del cielo que comenzaba a iluminarse, Anakin decidió que ya era hora de dirigirse a casa.

Su retorno a Mos Espa fue como Anakin esperaba. Tras ocultar de nuevo a C-3PO en el barrio de los esclavos, su preocupada madre casi le asfixió con sus abrazos. Cuando entregó los droides a Watto, el furioso toydariano casi se queda sin voz tras gritarle reprimendas durante varios minutos. Watto se calmó un poco tras ver la calidad de los droides que Anakin había obtenido de los jawas, pero al final del día nada había cambiado. Tatooine seguía siendo un mundo severo y sin leyes, y Anakin seguía siendo un esclavo. Al día siguiente, sin embargo, algo notorio sucedió. Aquel fue el día en el que una nave de Naboo aterrizó en Tatooine, y la vida de Anakin cambió para siempre.

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Capítulo 5 Era mediodía en Mos Espa, y Anakin estaba limpiando unos interruptores en la chatarrería de Watto cuando su amo le llamó a voz en grito para que vigilase la tienda. En el interior, Watto estaba hablando con un hombre alto y con barba que iba vestido como un granjero; el hombre iba acompañado por un alienígena humanoide de articulaciones flexibles, piel moteada y los ojos en la parte superior de la cabeza, una chica vestida con bastas ropas de campesina, y un droide astromecánico azul con la cabeza en forma de cúpula. Mientras el hombre alto y el astromecánico seguían a Watto mientras este flotaba hacia el patio de chatarra en busca de piezas de motor, Anakin se aupó para subir al mostrador que serpenteaba por la tienda y estudió a la chica. Tenía rasgos delicados, su piel era demasiado perfecta para ser una campesina. Parecía tener pocos años más que él, y Anakin se encontró incapaz de apartar sus ojos de ella. —¿Eres un ángel? —susurró. Ella sonrió, y su corazón se aceleró. —¿Qué? —dijo ella. —Un ángel —respondió él mientras ella se le acercaba—. He oído hablar de ellos a los pilotos del espacio profundo. Son las criaturas más hermosas del universo. Viven en las lunas de Iego, creo. —Eres un niño divertido —dijo ella dulcemente—. ¿Cómo sabes tanto? —Escucho a los comerciantes y a los pilotos estelares que pasan por aquí. Soy piloto, ¿sabes? Y algún día pienso volar lejos de este lugar. —¿Eres piloto? —dijo ella, como si lo encontrase difícil de creer. —Mm-hmm. De toda la vida. —¿Cuánto llevas aquí? —Desde que era muy pequeño… tenía tres años, creo. Mi madre y yo fuimos vendidos a Gardulla la hutt, pero luego nos perdió, apostando en las carreras de vainas. —¿Eres un esclavo? —dijo la chica, con voz sorprendida y alarmada. Aunque la chica había acertado al suponerlo, a Anakin no le gustaba que le llamasen esclavo, y se sintió herido por su pregunta. —¡Soy una persona —dijo, mirándola fijamente—, y mi nombre es Anakin! —Perdona. Me cuesta entenderlo —respondió la chica, y Anakin sintió que lo decía en serio. Incapaz de mantener su mirada, ella echó un vistazo al interior de la tienda, como si buscase respuestas en el surtido de chatarra que se alineaba en los muros—. Este lugar es muy extraño para mí. Anakin recordó su propia llegada a Tatooine, tuvo que admitir que él también lo encontró extraño. Trató de ignorar al patoso alienígena de piel moteada mientras seguía hablando con la chica durante unos minutos más, hasta que el hombre alto y el astromecánico regresaron con Watto. El hombre anunció que su grupo se iba, a Anakin le dio un vuelco el corazón cuando la chica salió por la puerta.

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Después de que Watto le diera permiso para abandonar la tienda, el chico alcanzó a los tres extranjeros y al astromecánico. Cuando descubrieron que se estaba aproximando una tormenta de arena, Anakin les convenció de que se refugiaran por un tiempo en su casa, donde les presentó a su madre y a C-3PO. Descubrió que el hombre era un caballero Jedi llamado Qui-Gon Jinn, la chica se llamaba Padmé Naberrie y tenía catorce años, el patoso alienígena era un gungan llamado Jar-Jar Binks, y el astromecánico era R2-D2. Cuando R2-D2 hizo notar que el droide de protocolo, desprovisto de cubierta exterior, aparentaba estar desnudo, C-3PO se avergonzó bastante. Anakin había sospechado que el hombre era un Jedi incluso antes de que el hombre lo admitiera con esas palabras. Había visto el sable de luz de Qui-Gon colgando de su cinturón en su camino a la casa de Anakin, y no pudo evitar preguntarse si Qui-Gon había venido a Tatooine a liberar a los esclavos. Aunque Qui-Gon había revelado pocos detalles acerca de sí mismo, Anakin podía decir que era un hombre honorable, del tipo que siempre había escaseado en la experiencia de Anakin. Anakin admiraba el modo en el que Qui-Gon se mantenía, con tranquila confianza. Cuando Jar-Jar cometió el error de usar su propia lengua para coger una pieza de comida de la mesa durante la cena, Anakin quedó a un tiempo divertido y sorprendido al ver la mano de Qui-Gon lanzarse a la velocidad de la luz para atrapar la lengua retráctil del gungan entre el pulgar y el índice. —No vuelvas a hacerlo —dijo Qui-Gon con cierta severidad antes de soltar su agarre, haciendo que la lengua de Jar-Jar volviera de golpe a su boca. ¡Un mago!, pensó Anakin. De pronto, se encontró deseando que Qui-Gon le enseñara cómo ser un Jedi. Pero debido a que Anakin había sufrido bastantes desengaños en su vida, le resultaba difícil imaginar que eso llegase a ocurrir nunca. Mientras Anakin y su madre estaban sentados con sus nuevos amigos alrededor de la mesa, les contó sus sueños de llegar a ser un Jedi. Descubrió que Padmé era una doncella de la reina Amidala del planeta Naboo, y que Qui-Gon estaba escoltando a la reina y su séquito en una importante misión al planeta Coruscant cuando su nave estelar resultó dañada, y se vieron obligados a aterrizar en Tatooine sin los fondos para pagar las reparaciones necesarias. Deseando ayudar, Anakin explicó que una gran carrera de vainas, la Clásica de la Noche Boonta, estaba programada para el día siguiente. Se ofreció a entrar en la carrera, que ofrecía como premio suficiente dinero como para pagar de sobra las piezas que necesitaban. —¡Anakin! —protestó Shmi—. Watto no te lo permitirá. —Watto no sabe que la he construido. —Volviéndose hacia Qui-Gon, añadió—: Podría hacerle creer que es suya, y lograr que me deje pilotarla para usted. Aunque a Padmé le gustaba su idea tanto como a Shmi, Anakin estaba seguro de que su plan —al igual que su vaina de carreras secreta— funcionaría.

La Clásica de la Noche Boonta era la carrera más peligrosa en la que Anakin había volado jamás. Era una competición feroz, todos contra todos, y más de un corredor se

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había convertido en víctima de los giros a gran velocidad, los obstáculos rocosos y los trucos sucios de sus ruines adversarios. El comienzo de la carrera había sido difícil para Anakin. Con la señal de inicio, cuando aceleró los motores de su vaina de carreras, sus turbinas se pararon, y casi se puso enfermo al ver tras los cristales de sus gafas cómo los demás pilotos salían disparados cruzando la Llanura de la Luz Estelar, y haciéndole toser por el polvo que levantaban. Había perdido segundos preciosos mientras luchaba con los controles, pero cuando finalmente consiguió arrancar los Radon-Ulzer, lanzó su vehículo hacia delante y salió disparado del Estadio de Mos Espa a toda velocidad. Planeando a través de cañones retorcidos y anchas llanuras, Anakin consiguió alcanzar a las demás vainas de carreras durante la primera vuelta. Cuando rebasó las inmensas formaciones rocosas que moteaban la Mesa de las Setas, sintió el olor a combustible ardiendo medio segundo antes de ver esparcidos los humeantes restos de la vaina de motores verdes que pilotaba un gran llamado Mawhonic. De algún modo, en lo más profundo de sí mismo sabía que Sebulba era responsable del accidente, y no tenía esperanzas de que el gran hubiera sobrevivido. Aferrando con fuerza sus controles, Anakin apretó los dientes. ¡Yo no voy a morir de esa manera!, pensó. Anakin progresaba a una velocidad feroz, adelantando a varios competidores mientras aceleraba su vaina de carreras aún más, atravesando los peligros de Boonta, con los exóticos nombres de Garganta de la Peña del Diente, Cuevas de la Laguna, y Giro Apurado. Mientras que otros pilotos aminoraban ligeramente para enfrentarse al cañón notoriamente retorcido conocido como el Sacacorchos, Anakin mantuvo una alta velocidad constante hasta que llegó al Aldabón del Diablo, un pasaje tan estrecho que los pilotos se veían obligados a inclinar sus vehículos sobre un costado para atravesarlo. Con una pericia de experto impropia para su edad, inclinó su vaina para lanzarla por el Aldabón del Diablo, y luego aceleró a una velocidad todavía mayor sobre la ancha extensión de un antiguo lecho marino conocida como la Llanura Hutt. Momentos después, el Estadio de Mos Espa apareció a la vista, y entonces pasó como una exhalación ante la multitud que había visto su salida retrasada sólo unos minutos antes. Aún quedaban dos vueltas para el final. Anakin sabía que estaba alcanzando rápidamente a los corredores que iban en cabeza. Mientras su vaina cruzaba disparada el Cañón del Mendigo, descubrió a Mars Guo por delante de él en la lejanía, justo detrás de Sebulba. De repente, uno de los motores de Mars Guo estalló, y un instante después su vaina estaba volando en todas direcciones. Anakin maniobró su propia vaina pegándose peligrosamente al suelo, en un esfuerzo desesperado de eludir los feroces escombros aéreos, pero un gran pedazo de metal suelto golpeó contra el cable de control de acerotón que unía su vaina al motor de estribor. El cable de control se liberó, y la vaina de Anakin —unida ahora sólo al motor de babor— comenzó a girar fuera de control.

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Sujeto a su cabina con los cintos de seguridad, Anakin tensó los músculos de su cuello y apretó los dientes para evitar perder la cabeza. ¡Mantente enfocado! Sintió que seguía avanzando hacia delante, y supo que la única razón por la que no se había estrellado todavía era porque el arco de energía que unía los dos motores aún no había fallado. Mientras la superficie de Tattoine giraba como un borrón a su alrededor, golpeó los controles de su cabina hasta que estabilizó la vaina, y luego alcanzó una herramienta de emergencia: su recuperador magnético extensible. Sacó la herramienta fuera de la cabina, apuntando con ella al extremo metálico del cable de control de estribor que serpenteaba y ondulaba junto a su cabina. Hubo un satisfactorio golpe seco cuando el recuperador magnético enganchó el extremo del cable. Anakin sintió la tensión de su brazo cuando tiraba del cable, y luego dirigió la herramienta directamente a la clavija del cable de estribor. Un instante después, había recuperado el control de su nave. Anakin no tuvo tiempo de felicitarse. Su pérdida de control momentánea había permitido que el piloto xexto Gasgano y un par de pilotos más le rebasaran, y Sebulba seguía en cabeza. Anakin hizo lo que tenía que hacer: siguió avanzando, sólo que más rápido. Rodeó a Gasgano, pero mientras intentaba rebasar al piloto veknoide Teemto Pagalies, sintió una súbita sacudida que le hizo estremecerse cuando Pagalies viró bruscamente para empotrar deliberadamente uno de sus largos motores contra la vaina de Anakin. Anakin se tensó en el asiento de su cabina y mantuvo el control, terminando el tramo de las Cuevas de la Laguna por delante de Pagalies, para salir a la base del ancho cañón de elevadas paredes llamado el Giro del Cañón de las Dunas. ¡CRAC! A pesar del rugido de sus motores, Anakin pudo oír el disparo que venía de arriba. Un milisegundo más tarde, chispas brillantes destellaron frente a él cuando los proyectiles disparados rebotaron en su vaina. ¡Moradores de las arenas! ¡Me están disparando! Empujó las palancas del acelerador, lo que le hizo cruzar el cañón con más velocidad. Anakin lo consiguió. Pagalies no fue tan afortunado. Anakin alcanzó a Sebulba en el Sacacorchos, pero el cruel dug lanzó una ráfaga de sus motores directamente sobre el joven humano. La vaina de Anakin perdió distancia, pero seguía estando en segundo lugar cuando seguía a la vaina de Sebulba a través del Aldabón del Diablo. Menos de un minuto después, Anakin seguía a Sebulba cruzando de nuevo el Estadio de Mos Espa. ¡Sólo una vuelta más! Anakin permaneció a cola de Sebulba durante todo el recorrido, y estaba casi justo tras él cuando comenzaron a virar entre los estrechos confines del Cañón del Mendigo. Sebulba se echó rápidamente a un lado, obligando a Anakin a salirse del recorrido, hacia la pronunciada pendiente de una rampa de servicio… Un instante después, los motores de Anakin le estaban llevando hacia arriba, fuera del cañón, impulsándole hacia el cielo.

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¡No!, pensó Anakin. Si no ganaba la carrera y el dinero del premio, no sería capaz de ayudar al Jedi a comprar las piezas de la nave que necesitaban para abandonar Tatooine. Y quería con ansias ayudar al Jedi y a la chica que viajaba con él. ¡No puedo perder! Cuando su vaina alcanzó la máxima altitud que permitían sus elevadores de repulsión, Anakin mantuvo la calma mientras el vehículo se inclinaba para empezar el descenso hacia la superficie de Tatooine. Lejos, abajo, podía ver la vaina de Sebulba que seguía avanzando a través del cañón. Manteniendo la vista en la posición de Sebulba, Anakin maniobró para caer en picado. Sintió el aire que rasgaba sus mejillas mientras caía hacia el cañón, y luego cambió el ángulo de su vaina y aceleró para colocarse delante del airado dug. La emoción de ir el primero no duró mucho. Mientras Anakin y Sebulba atravesaron la Caída de Jett de camino al Sacacorchos, el motor izquierdo de Anakin se sobrecalentó y comenzaron a salir nubes de humo. Los ágiles dedos del niño ajustaron rápidamente los controles para corregir el mal funcionamiento, pero mientras las dos vainas salían disparadas del Aldabón del Diablo y volaban sobre los últimos tramos de la Llanura Hutt, Sebulba comenzó a embestir a Anakin por el lateral en un último y odioso intento de obligarle a abandonar la carrera. ¡Está loco!, pensó Anakin. El dug golpeó a Anakin de nuevo, pero en lugar de echar a Anakin fuera de la carrera, las barras de dirección de ambas vainas chocaron y se engancharon entre sí. Anakin miró a Sebulba y vio cómo el dug fruncía el ceño. Si permanecían enganchados en esa posición todo el camino hasta la línea de meta, la carrera sería un empate, pero Anakin sabía que eso nunca ocurriría. Sebulba antes me mataría, o haría que ambos nos matásemos, antes de permitir un empate. Anakin sacudió las palancas del acelerador en todos los sentidos. Tengo que liberarme. Hubo un fuerte chasquido cuando la vaina de Anakin se liberó de la de Sebulba, y entonces los motores del dug explotaron. Sebulba gritó mientras su despedazada vaina comenzó a chocar contra la arena; Anakin giró bruscamente para evitar los escombros, y luego aceleró para cruzar la línea de meta. ¡Lo he hecho! ¡He ganado! ¡He ganado! La multitud del estadio se volvió loca. Tras la carrera, un jubiloso Anakin se reunió con su madre, Padmé, Jar Jar, R2-D2 y C-3PO en el hangar principal del estadio, donde Watto había entregado las piezas de nave que Qui-Gon había pedido. Anakin no había esperado una celebración de su victoria, pero cualquier esperanza de pasar más tiempo con sus nuevos amigos terminó cuando Qui-Gon apareció unos minutos más tarde y miró a sus compañeros de viaje. —Vámonos —dijo—. Tenemos que llevar estos componentes a la nave. Anakin se mordisqueó el labio inferior. Deseaba poder abandonar Tatooine también, pero sabía que era inútil que lo dijera. Mientras Padmé y los otros se preparaban para marcharse, miró a Qui-Gon.

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—Tengo algunas cosas que hacer antes de irme —le dijo—. Vuelve a casa con tu madre, y te veré allí en cosa de una hora. Tras volver a casa con Shmi y C-3PO y asearse, Anakin no pudo resistir la tentación de salir fuera para encontrarse con algunos niños entusiastas que le habían visto en la Boonta. Disfrutaba con su atención, y lo hizo lo mejor que pudo para narrar al detalle los numerosos peligros que se había encontrado durante la carrera. Muchos de los niños estaban muy impresionados. Escuchaban atentamente hasta que le interrumpió un joven rodiano. —Qué pena que no ganases de forma limpia y legal —dijo, hablando en huttés. Anakin miró fijamente al rodiano. —¿Me estás llamando tramposo? —dijo. —Sí —dijo el rodiano—. No hay otro modo de que un humano pueda ganar. Me imagino que seguramente tú… Antes de que el rodiano pudiera decir otra palabra, Anakin le había derribado sobre el suelo arenoso de la calle. Los demás niños comenzaron a gritar mientras Anakin se abalanzaba sobre el rodiano y comenzaba a lanzarle puñetazos. Sólo se habían intercambiado unos pocos golpes cuando una larga sombra apareció sobre ambos chicos. Distraído, Anakin miró hacia arriba para ver a Qui-Gon de pie junto a él. Un instante después, el rodiano se quitaba a Anakin de encima. —¿Qué pasa aquí? —dijo Qui-Gon secamente, mirando a Anakin. —Dijo que hice trampa —dijo Anakin con el ceño fruncido. Manteniendo sus ojos fijos en Anakin, Qui-Gon alzó las cejas ligeramente. —¿Es cierto? —dijo. Anakin se sintió ligeramente ofendido por la pregunta. Después de todo, Qui-Gon sabía que no había hecho trampa. —¡No! —exclamó Anakin, preguntándose por qué Qui-Gon no le defendía. Impasible, Qui-Gon miró al rodiano. —¿Sigues creyendo que hizo trampa? —preguntó. —Sí —respondió en huttés el rodiano. Anakin se incorporó, levantándose del suelo. —Bueno, Ani —dijo Qui-Gon—. Tú sabes la verdad. Tendrás que aceptar su opinión. Pelearse no cambiará nada. Quizá no, pensó Anakin mientras caminaba junto a Qui-Gon, dejando al rodiano y a los demás niños atrás. Pero no estaba del todo seguro de que la tolerancia fuese la mejor opción. Si tú no defiendes tu honor, nadie lo hará. Se preguntaba si los Jedi tenían que defender su honor alguna vez, pero no se atrevía a preguntárselo a Qui-Gon. Incluso aunque el Jedi no le había reprendido por pelearse con el rodiano, Qui-Gon había dejado bastante claro que no lo aprobaba. Mientras caminaban el corto trecho de vuelta a la casa de Anakin, Qui-Gon explicó que ya se estaban realizando las reparaciones en la nave estelar de la Reina Amidala, y

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que había vendido la vaina de Anakin. Le tendió a Anakin una pequeña bolsa llena de créditos. —Ten. Esto es tuyo —dijo Qui-Gon. —¡Bien! —dijo Anakin, sintiendo el peso del saquito. Seguido por Qui-Gon, entró en su hogar, donde encontró a su madre sentada ante la mesa de trabajo—. ¡Mamá — exclamó—, hemos vendido la vaina! ¡Mira cuánto dinero! —¡Oh, cielos! —dijo Shmi cuando Anakin mostró el contenido de la bolsa que llevaba—. ¡Ani, es magnífico! —Y ha sido liberado —añadió Qui-Gon, de pie en la puerta. Anakin dio la espalda a su madre y miró a Qui-Gon. —¿Qué? —dijo, preguntándose si había escuchado bien. —Ya no eres esclavo —dijo Qui-Gon. Todavía algo aturdido por esa noticia inesperada, Anakin volvió a mirar a su madre. —¿Has oído lo que ha dicho? —dijo. —Ahora tus sueños podrán convertirse en realidad, Ani —dijo su madre—. Eres libre. Entonces suspiró y bajo la mirada al suelo sucio. Anakin pensó que su madre parecía estar triste, y no podía entender por qué podría estarlo. Antes de poder preguntarlo, ella volvió la mirada a Qui-Gon. —¿Lo llevará con usted? —dijo—. ¿Se convertirá en un Jedi? —Sí —dijo Qui-Gon—. Nuestro encuentro no fue una coincidencia. Nada ocurre por accidente. Sospechando que en realidad estaba soñando, Anakin miró al Jedi. —¿Significa eso que podré ir entonces con usted en su nave? Qui-Gon se acuclilló para que sus ojos estuvieran casi al mismo nivel que los del chico. —Anakin —dijo—, adiestrarse para ser un Jedi no es reto sencillo, y aunque lo superes, es una vida dura. —¡Pero yo quiero ir! —dijo Anakin—. Eso es lo que siempre he soñado hacer. — Dando la espalda a Qui-Gon, miró suplicante a su madre—. ¿Puedo ir, mamá? —dijo. Shmi sonrió. —Anakin, es un camino que se ha abierto ante ti. La elección es sólo tuya. Anakin dudó tan sólo un instante. —Yo quiero hacerlo —dijo entonces. —Entonces coge tus cosas —dijo Qui-Gon—. No hay mucho tiempo. —¡Yupi! —exclamó Anakin mientras corría hacia su habitación, pero entonces se paró en seco cuando un doloroso pensamiento cruzó de pronto su mente. Dejó que su mirada viajase de Qui-Gon hacia su madre, y de vuelta al Jedi otra vez—. ¿Qué hay de mamá? ¿Ella también es libre? —Intenté liberar a tu madre, Ani —dijo Qui-Gon—, pero Watto no lo aceptó.

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¿Qué? Anakin sintió como su le hubieran dado una patada. Se acercó lentamente a su madre. —¿Vendrás conmigo, verdad, mamá? —dijo. Sentada aún junto a su mesa de trabajo, Shmi tomó las manos de Anakin entre las suyas. —Hijo, mi sitio está aquí —dijo—. Mi futuro está aquí. Es hora de que vueles solo. Anakin frunció el ceño. —Yo no quiero que las cosas cambien. —Pero no puedes detener los cambios —dijo Shmi—, como no puedes detener la puesta de los soles. —Entonces atrajo a su hijo hacia sí y lo abrazó fuertemente—. Oh, te quiero —dijo. Pasaron unos instantes preciosos, luego separó a Anakin de su cuerpo—. Anda, deprisa —dijo. Le dio una ligera palmada en la espalda antes de que él saliera trotando hacia su habitación, pero sin tanto entusiasmo como antes. La esquelética forma de C-3PO estaba desactivada, y permanecía tan callada e inmóvil como una estatua cuando Anakin entró en su habitación. Anakin pulsó un interruptor en el cuello del droide, y un instante después los ojos de C-3PO parpadearon al encenderse. —¡Oh! —dijo el droide, balbuceando ligeramente como si estuviera sorprendido de encontrarse incorporado—. Oh, vaya. —Entonces vio al chico—. ¡Oh! Hola, amo Anakin. —Bueno, Trespeó —dijo Anakin mientras recogía algunas de sus pertenencias—, he sido liberado, y voy a marcharme en una nave estelar. —Amo Anakin, tú eres mi hacedor, y te deseo lo mejor. Sin embargo, preferiría estar un poco más… completo. —Lamento no haberte terminado, Trespeó, ponerte la cubierta y eso —dijo Anakin mientras introducía algunas cosas en una bolsa de viaje—. Echaré de menos trabajar en ti. Has sido un colega estupendo. —Anakin se colgó la bolsa del hombro—. Me aseguraré de que mamá no te venda nunca. La cabeza de C-3PO retrocedió ligeramente. —¿Venderme? —dijo con genuina preocupación. —Adiós —dijo Anakin mientras dejaba la habitación. —¡Oh, vaya! —exclamó a su espalda el droide. Qui-Gon y Shmi observaron a Anakin salir de su habitación. De repente, Anakin recordó el implante explosivo del interior de su cuerpo. —¿Está seguro de que no voy a estallar cuando abandonemos Tatooine? —dijo, mirando a Qui-Gon. —Me aseguré de que Watto desactivase el transmisor de tu implante —dijo QuiGon—. Cuando lleguemos a nuestro destino, te lo extirparemos quirúrgicamente. —Entonces vale —dijo Anakin—. Supongo que estoy todo lo preparado que puedo llegar a estar.

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Hasta el momento en el que Anakin salió de su hogar precediendo a su madre y QuiGon, no se le había pasado por la cabeza que no tenía ni idea de cuándo podría regresar a Tatooine. ¿Qué pasa si nunca vuelvo? De repente se sintió como si le movieran por control remoto, como si no tuviera completo control de sus propias piernas que le conducían hacia la ardiente luz del sol. Era difícil pensar con claridad. Todo lo que había pasado desde que el Jedi llegase a Tatooine parecía más un sueño que la realidad. Sintió un doloroso pesar en el pecho mientras se despedía de su madre, pero debido a que no quería defraudar a Qui-Gon, trató de no hacer un gran drama del asunto. Comenzó a alejarse con Qui-Gon, tratando de concentrarse en el camino ante él, pero, con cada paso, sus piernas se sentían cada vez más pesadas. Había caminado sólo una corta distancia, cuando se paró, se giró, y corrió de vuelta hacia su madre. Shmi se acuclilló y abrazó con fuerza a Anakin. —No puedo hacerlo, mamá —lloró Anakin, fracasando en su intento de reprimir las lágrimas—. No puedo. —Ani —dijo Shmi, apartándolo ligeramente con sus brazos de modo que podía ver su entristecido rostro. —¿Volveré a verte? —balbuceó él. —¿Qué es lo que te dice el corazón? Anakin trató de escuchar a su corazón, pero todo lo que sentía era su dolor. —Eso espero —dijo—. Sí… eso creo —añadió. —Entonces volveremos a vernos. Anakin tragó saliva con dificultad. —Volveré para liberarte, mamá. Te lo prometo. Shmi sonrió. —Ahora sé valiente, y no mires atrás. No mires atrás. Anakin hizo lo que su madre le había dicho, bajando su mirada hacia la calle llena de arena mientras seguía a Qui-Gon en su camino al salir de las viviendas. Cada paso era un esfuerzo para no perder el equilibrio, como si no pudiera estar completamente seguro de que sus piernas no se detendrían o darían media vuelta para volver con su madre. Avanzaba hacia delante con dificultad, tratando de mantener el ritmo de las medidas zancadas de Qui-Gon. Ahogó un suspiro y sintió que se le secaba la garganta. Gracias al aire árido, no tenía que apartarse las lágrimas, porque se evaporaban a mayor velocidad de lo que podía llorar. Cuando salían de Mos Espa, Qui-Gon y Anakin se detuvieron brevemente en la plaza del mercado para que Anakin pudiera despedirse de su amiga Jira, una anciana que vendía frutas llamadas pallies. Sentada tras su pequeño puesto de frutas, la curtida cara de Jira brilló al ver acercarse a Anakin. —He sido liberado —anunció Anakin. Antes de que Jira pudiera hacer ningún comentario, le tendió algunas de sus ganancias—. Tenga —dijo—. Cómprese un climatizador con esto. Si no, estaré preocupado por usted. Asombrada, Jira se quedó boquiabierta por un instante.

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—¿Puedo darte un abrazo? —dijo entonces. —Claro —dijo Anakin mientras se inclinaba hacia Jira. —Ay, te echaré de menos, Ani —dijo Jira al separarse de él—. Eres el chico más simpático de toda la galaxia. —Radiante, meneó un dedo ante él—. Cuídate. —De acuerdo —dijo Anakin—. Adiós. —Se alejó caminando con dificultad tras QuiGon. Anakin y Qui-Gon estaban justo en las afueras de Mos Espa cuando Anakin tuvo un raro presentimiento… Como si les estuvieran siguiendo. Dudaba de que mereciera la pena mencionar esa sensación, pero un instante después Qui-Gon se detuvo de repente y se dio la vuelta mientras activaba su sable de luz, atacando a algo detrás de ellos. Asombrado una vez más ante la velocidad del Jedi, Anakin se quedó boquiabierto al ver cómo el sable de luz pasaba a través de un dispositivo negro, de forma esférica y con repulsoelevadores, que había estado flotando en el aire a sus espaldas. Limpiamente partido por la mitad, el destrozado aparato cayó al suelo. Qui-Gon se inclinó para examinar los restos que seguían siseando y soltando chispas. —¿Qué es eso? —dijo Anakin. —Un droide sonda —dijo Qui-Gon—. Qué extraño. Nunca he visto nada parecido. Anakin había oído hablar antes acerca de los droide sonda. Parecían droides de seguridad, que habían sido diseñados para vigilar lugares, pero sus sensores y programación especializados eran más propios para espiar. Había escuchado rumores de que algunos droides sonda estaban equipados con armas, y que los hutts los usaban como asesinos. Mirando a su alrededor en busca de cualquier indicio del desconocido propietario del droide sonda, Qui-Gon se alzó rápidamente. —Vamos —dijo. Se giró y comenzó a correr delante de Anakin, alejándose de Mos Espa y entrando en los páramos del desierto. Anakin hizo todo lo que pudo para no distanciarse del alto Jedi mientras corrían por las dunas. Pero cuando Anakin pudo ver la larga, lisa y brillante nave estelar de la Reina Amidala justo frente a él, ya iba una buena distancia por detrás del Jedi. Anakin nunca había visto una nave como esa. Su superficie era tan altamente reflectante, que resultaba literalmente cegadora bajo la luz del sol, y Anakin tenía que entornar los ojos para mirarla directamente. Cuando quedó aún más retrasado tras Qui-Gon, temió no poder alcanzar nunca esa preciosa nave. —¡Qui-Gon, pare! —gritó Anakin mientras avanzaba con dificultad por la oscilante arena—. ¡Estoy cansado! Qui-Gon se giró y Anakin creyó que le estaba mirando a él, pero entonces escuchó el zumbido de un motor que se aproximaba por detrás. —¡Anakin, al suelo! —gritó Qui-Gon. Sin dudarlo, Anakin se lanzó contra la arena justo cuando una moto deslizadora con forma de guadaña pasaba sobre él. Anakin alzó la mirada para ver una figura con una capucha negra encender un sable de luz de hoja roja y saltar de la moto. Mientras la moto

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seguía avanzando sin su piloto, Qui-Gon encendió su propio sable de luz justo a tiempo de bloquear un golpe de su letal asaltante. —¡Corre! —gritó Qui-Gon a Anakin—. ¡Diles que despeguen! De nuevo, Anakin obedeció al Jedi sin hacer preguntas. Mientras se levantaba y corría, tan sólo pudo echar un rápido vistazo al rostro del guerrero oscuro, que estaba cubierto por marcas dentadas rojas y negras. Anakin no se detuvo a evaluar si un color correspondía a la piel de la criatura, y el otro era tatuado. Tan sólo siguió corriendo. Y, tan cansado como estaba tras la larga marcha desde Mos Espa, nunca había corrido tan rápido de lo que lo hizo cuando se abalanzó hacia la nave. Prácticamente voló por la rampa de acceso hasta la bodega delantera de la nave. Justo en el interior dela escotilla, encontró a Padmé hablando con un hombre alto con una túnica de cuero. —¡Qui-Gon está en apuros! —exclamó Anakin entre jadeos—. ¡Dice que despeguemos! ¡Ya! El hombre miró a Anakin con el ceño fruncido. —¿Quién eres? —preguntó. —Es un amigo —respondió Padmé por Anakin mientras cogía al chico sin aliento de un brazo y lo conducía hacia el puente de la nave. El hombre les siguió mientras entraban en el puente, donde otros dos hombres —un tipo mayor con uniforme de piloto, y un hombre más joven con túnica— estaban comprobando los controles. —Qui-Gon está en apuros —dijo el hombre que había seguido a Padmé y Anakin. El hombre joven de la túnica se agachó junto al piloto. —Despegue —dijo. Luego miró por la ventanilla de la nave—. Por allí —dijo, señalando—. Vuele bajo. Anakin permanecía de pie tras el hombre de la túnica y siguió su mirada para ver a Qui-Gon batiéndose con el guerrero oscuro. En el breve tiempo que llevaba conociendo a Qui-Gon, Anakin había llegado a considerar al Jedi como un ser invencible, pero, ahora, realmente temía por la vida de Qui-Gon. Los motores de la nave arrancaron, y entonces se elevó de la tierra y comenzó a moverse por el aire hacia la posición de Qui-Gon. Anakin mantuvo el aliento mientras pasaban sobre las figuras que luchaban, y luego miró un monitor que mostraba la bodega delantera. Un instante después, Qui-Gon entraba rodando en la bodega y se desplomaba contra el suelo. Anakin comprendió que Qui-Gon había saltado a la rampa de aterrizaje de la nave, que seguía extendida. ¡Lo logró! El hombre de la túnica corrió del puente a la bodega delantera, y Anakin le siguió. Qui-Gon aún estaba recobrando el aliento cuando hizo las presentaciones entre Anakin y su aprendiz Jedi. Obi-Wan Kenobi.

A la partida de Anakin de Tatooine siguió una vertiginosa serie de acontecimientos: su llegada al mundo cubierto de rascacielos de Coruscant, hogar del Senado Galáctico y

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del Templo Jedi; su encuentro con Yoda, Mace Windu y los demás miembros del Consejo Supremo Jedi, quienes probaron sus habilidades con el poder que ellos llamaban la Fuerza; el subsiguiente rechazo del consejo a la petición de Qui-Gon de entrenar a Anakin para que se convirtiera en Jedi, incluso a pesar de que Qui-Gon insistiera en que Anakin era el «elegido». La mente de Anakin daba vueltas. ¿Elegido? ¿Elegido para qué? Antes de que Anakin pudiera comenzar a comprender del todo su situación, estaba viajando de nuevo con Qui-Gon y Obi-Wan, mientras escoltaban a la suntuosamente vestida reina Amidala de vuelta a Naboo, que había sido invadida por los ejércitos droide de la Federación de Comercio neimoidiana. En Naboo, Anakin quedó anonadado al descubrir que Padmé Naberrie se había hecho pasar por una doncella por razones de seguridad, y que ella era en realidad Padmé Amidala, la auténtica reina de Naboo. Empujado de repente a la batalla entre los droides de la Federación de Comercio y los habitantes de Naboo, Anakin apenas tuvo tiempo de refugiarse en la cabina de un caza estelar cuando Qui-Gon y Obi-Wan se enfrentaron al mismo guerrero oscuro que había aparecido en Tatooine. Aunque Anakin no había pretendido pilotar el caza estelar para destruir la gran nave que controlaba a los droides de la Federación, sus acciones llevaron un rápido final a la invasión. Tras la batalla, Anakin se encontró con Obi-Wan en el palacio de la reina. Por la expresión de pesar de Obi-Wan, Anakin supo lo que había ocurrido. Qui-Gon Jinn había muerto. Tres días más tarde, el Consejo Jedi aceptó el último deseo de Qui-Gon, y permitió que Anakin se convirtiera en el aprendiz de Obi-Wan. Cuando Anakin descubrió que incluso el nombrado Canciller Supremo Palpatine, el antiguo senador de Naboo, estaba al tanto de su papel en la destrucción de la nave de control de droides, pensó que había llegado todo lo lejos que un esclavo de Tatooine podía llegar. Pero sus aventuras sólo acababan de empezar.

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Interludio Darth Vader nunca pensaba en qué habría pasado si Qui-Gon Jinn no hubiera descubierto al joven Anakin Skywalker, o si Anakin no hubiera ganado aquella crucial carrera de vainas. Tampoco se preguntaba si la vida de Anakin habría tomado un rumbo diferente si Qui-Gon —en lugar de Obi-Wan— hubiera sobrevivido al duelo con el Señor del Sith Darth Maul en Naboo. En Tatooine, Qui-Gon había afirmado que nada pasa por accidente, y aunque había muchas cosas en las que Vader podría estar en desacuerdo con Qui-Gon, habría estado de acuerdo en esto, porque Vader creía en el destino. Creía que había sido el destino de Anakin abandonar Tatooine y convertirse en Jedi, al igual que había estado destinado para todo lo que ocurrió tras eso. No tenía sentido especular sobre cómo su vida podría haber sido distinta. Ahora, todavía de camino a Endor, el Señor Oscuro de máscara negra se preguntaba si Luke Skywalker tendría alguna ilusión de ser capaz de controlar su propio destino. Si lucha conmigo, pensó Vader, será derrotado. Pese a todo, Vader se sentiría casi decepcionado si Luke se daba por vencido demasiado pronto, sin ningún intento de resistirse al poder del lado oscuro. Después de todo, Anakin Skywalker había sido una vez un hombre joven, y nunca se había dado por vencido fácilmente…

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Capítulo 6 Como aprendiz padawan de Obi-Wan Kenobi, Anakin Skywalker ambicionaba llegar a ser un Caballero Jedi. En cualquier caso, los sacrosantos muros del Templo Jedi no veían la ambición con buenos ojos, y los Maestros Jedi insistían en que Anakin se dedicase a un estudio más serio de la Fuerza y la historia de los Jedi. Aprendió acerca de la naturaleza de la Fuerza, el campo de energía generado por todos los seres vivos, que lo abarcaba todo y mantenía unida la galaxia. Los antiguos Jedi habían aprendido a manipular la Fuerza y eligieron usarla desinteresadamente para ayudar a los demás. Identificaron dos lados de la Fuerza: el lado luminoso, que ofrecía gran conocimiento, paz y serenidad; y el lado oscuro, que estaba repleto de miedo, odio y agresión. Hacía mucho tiempo, un grupo de Jedi había caído en el lado oscuro y fueron exiliados a una región desconocida del espacio, donde llegaron a dominar a la especie sith y se autodenominaron Señores de los Sith. Los investigadores Jedi llegaron a la conclusión de que el asesino de Qui-Gon Jinn era un Señor de los Sith, el primero en aparecer en el espacio de la República desde hacía mil años. Anakin también aprendió acerca de los midiclorianos, formas de vida microscópicas encontradas en todos los seres vivos, que podían determinar la magnitud de los poderes de un Jedi. Un análisis sanguíneo había determinado que el cuerpo de Anakin contenía más midiclorianos que ningún Jedi conocido, incluso el gran Maestro Jedi Yoda, lo que condujo a algunos Jedi a creer que tenía el potencial para convertirse en el Jedi más poderoso de la historia. Los Archivos Jedi contaban con cantidad de Holocrones Jedi, antiguos dispositivos que proyectaban hologramas y servían como herramientas educativas interactivas, y fue a través de los holocrones como Anakin supo más acerca de la profecía del Elegido, un Jedi que destruiría a los Sith y llevaría el equilibro a la Fuerza. Sólo podía imaginarse las ramificaciones de la profecía, pero se sentía muy, muy orgulloso cuando recordaba cómo Qui-Gon Jinn había dicho al Consejo Jedi que creía que Anakin era el Elegido. Pero Anakin también sentía la amargura de no haber sido elegido por Obi-Wan, quien sólo le había aceptado como aprendiz obligado por su palabra a Qui-Gon. Debido a que Anakin no había sido entrenado desde su más tierna infancia en el Templo, como casi todos los demás padawans, varios Maestros Jedi aceptaban el hecho de que le faltaba la disciplina de sus compañeros. No aceptaban de tan buen grado, sin embargo, su comportamiento arrogante cuando demostraba sus habilidades. Soy más poderoso en la Fuerza que algunos de mis instructores, pensaba Anakin, ¡y lo saben! Como la ambición, el orgullo y la arrogancia no eran rasgos aceptables para un Jedi, ni siquiera si finalmente resultase cierto que se trataba del Elegido. Muchos Jedi se mantenían cautos ante él. Tan sólo están celosos.

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Anakin disfrutaba siendo elogiado por Obi-Wan, pero a menudo se volvía arisco cuando era reprendido. Obi-Wan le aseguraba que él mismo había sido frecuentemente reprendido por Qui-Gon para que fuese más cauteloso en la Fuerza, pero de algún modo la más ligera crítica conseguía que Anakin se sintiera herido. Al principio me decían que me esforzara al máximo, ¡y ahora me dicen que he ido demasiado lejos! Obi-Wan era comprensivo. Sabía que la procedencia de Anakin —al igual que sus formidables poderes— le apartaba de los demás padawans, e incluso lo alejaban de algunos de los Maestros Jedi. Después de todo, en muchos idiomas de la galaxia «Maestro» también significaba «Amo», y Anakin tenía una desafortunada historia con esa palabra. No saben lo que es nacer en la esclavitud. También tenía dificultades para ajustarse a un entorno que desalentaba el odio al igual que el amor, ya que ambas emociones podían nublar el juicio de un Jedi y conducirle hacia pensamientos y acciones negativos. El chico no podía de repente olvidar a su madre, como no podía dejar de quererla. No podía dejar de echarla de menos, o lamentar el hecho de que la orden Jedi desalentaba el contacto con los parientes. ¿Por qué no me ayudan a liberar a mi madre? ¡No es justo! ¡No es justo! Innumerables veces, Obi-Wan le explicaba que cada Jedi tenía que obedecer las directrices del Consejo Jedi, y nunca podía usar la Fuerza para fines personales. Insistió a Anakin para que considerase cómo la liberación de un esclavo en Tatooine podría conducir a la muerte de otros, ya que muchos esclavistas podrían preferir destruir su «propiedad» que liberarla de sus ataduras. Los Jedi también tendrían que responder ante el Senado Galáctico, y en esos momentos, el Senado tenía poco interés en cualquier cosa que pasara en Tatooine. ¿Por qué los Jedi tienen que responder ante cualquiera?, se preguntaba Anakin. A pesar del deseo de Anakin de alejarse del esclavo que un día fue, era incapaz, o no estaba dispuesto, a despojarse de los demás aspectos que lo habían definido en Tatooine. Aún soñaba con la gloria, aún ansiaba aventuras, y nunca perdió el apetito por las emociones a gran velocidad y el deseo de probarse en competiciones. Con el paso de los años, las acciones de Anakin a menudo ponían a prueba la paciencia de su maestro. A los doce años, voló en carreras ilegales en los conductos de basura de las entrañas de Ciudad Galáctica, en Coruscant. Cuando tenía casi trece, construyó su primer sable de luz, que pronto usó para estar a punto de quitar la vida a un importante esclavista llamado Krayn. A los quince, durante una misión con Obi-Wan en la que servían como guardianes de la paz en los Juegos Galácticos del planeta Euseron, compitió en una carrera de vainas ilegal para ganar la libertad de un esclavo. A los diecisiete, su rivalidad con otro padawan le condujo a un resultado muy desafortunado en Korriban, el antiguo planeta natal de los Sith. Más tarde ese mismo año, circunstancias inusuales le llevaron a entrar en una carrera de vainas contra su némesis de niñez, Sebulba, en Ryloth.

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Con el tiempo, Anakin se dio cuenta de que Obi-Wan era el único Jedi que rehusaba rendirse con él. Llegó a ver a Obi-Wan como la figura del padre que nunca tuvo, aunque Qui-Gon Jinn realmente había estado cerca en ese aspecto. Llegó el tiempo en que Anakin y Obi-Wan aprendieron a confiar el uno en el otro y se convirtieron en buenos amigos. Al igual que la antigua colaboración de Obi-Wan con Qui-Gon, se ganaron una reputación de equipo capaz, tan sintonizados que podían sentir la presencia del otro a través de grandes distancias. Aunque principalmente les llamaban para misiones diplomáticas, también les enviaban a muchos encargos peligrosos. Para gran sorpresa de Anakin, el Canciller Supremo Palpatine tomó especial interés en él y sus actividades. Una y otra vez, Palpatine decía a Anakin que era el Jedi más dotado que jamás hubiera conocido, y que preveía que Anakin llegaría algún día a ser más poderoso que el Maestro Yoda. Pero a pesar de toda la confianza de Anakin en sus poderes, de todos sus logros y victorias, y de todas las lecciones aprendidas en la década que siguió a la Batalla de Naboo, nada le había preparado, a los veinte años, para su encuentro con Padmé Amidala.

—¿Ani? —dijo Padmé, apartándose para contemplar mejor al joven alto que permanecía junto a Obi-Wan en su apartamento de Coruscant. Los dos Jedi acababan de volver de una misión para resolver una disputa fronteriza en Ansion cuando se les dijo que se reunieran con Padmé, quien había continuado sirviendo a su planeta natal como Senadora Galáctica tras completar su segundo mandato como Reina electa de Naboo. También presente en el apartamento se encontraban Jar Jar Binks y un oficial de seguridad de Naboo. Padmé y Jar Jar no habían visto a Obi-Wan y Anakin en diez años, y Padmé sonrió a Anakin cuando dijo—: Vaya, sí que has crecido. Deseando mostrar madurez en su voz, Anakin respondió sin pensar. —Tú también. —Qué estupidez acabo de decir. ¡La última vez que la vi, ella era más alta que yo! Trató de recuperarse de su vergüenza, y añadió—: En belleza, quiero decir. —¿He dicho yo eso?— B-bueno, para ser senadora. —¡Todo el mundo en esta sala debe pensar que soy idiota! Padmé rió. —Ani, tú siempre serás para mí aquel niño que conocí en Tatooine. Anakin se sintió hundido. Había pensado en Padmé cada día desde su primer encuentro, y no quería que ella pensase en él como «aquel niño». Es incluso más hermosa de lo que recordaba. Pese a que los viejos amigos estaban contentos de volver a verse, las circunstancias de su reunión eran graves. El Senado Galáctico había llegado a ser tan corrupto que los ciudadanos de muchos mundos estaban amenazando con finalizar su lealtad con la República y crear su propio gobierno. Un antiguo Jedi, el carismático Conde Dooku, había comenzado a organizar ese movimiento separatista, y muchos creían que la

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situación desembocaría en una guerra civil total. Debido a que la orden Jedi no estaba preparada para un conflicto de esa magnitud, muchos senadores querían crear un ejército para defender y mantener la República. Esperando encontrar una resolución pacífica, la senadora Amidala había viajado a Coruscant para emitir su voto contra el Acta de Creación Militar, pero casi resulta asesinada a su llegada. En una terrorífica emboscada, su nave estelar resultó destruida y seis personas, incluyendo una de sus guardaespaldas, murieron. A petición del Canciller Supremo Palpatine, Obi-Wan y Anakin habían sido asignados para proteger a Padmé. Para empeorar las cosas, en las últimas semanas Anakin estaba siendo perturbado por una serie de sueños en los que su madre estaba en peligro. Consideró si esos sueños podrían ser algún tipo de premonición del ataque de Padmé, pero sentía que las visiones no tenían relación. En la pesadilla más inquietante, su madre se había convertido en una estatua de cristal y se hizo añicos ante sus ojos. Sólo fue un mal sueño, trataba de convencerse Anakin mientras se enfocaba en su misión. Había sido idea de Padmé usarse como cebo para atraer al misterioso asesino hasta las manos de los Jedi. —Es una mala… Quiero decir, no es una buena idea, senadora —dijo Anakin al escuchar su plan. Tras él, R2-D2 silbó en lo que parecía ser una muestra de acuerdo. Aunque Anakin estaba secretamente feliz de haber tenido este momento a solas con Padmé en su apartamento, casi deseaba que Obi-Wan estuviera con ellos en ese instante, en lugar de reunirse con el Consejo Jedi, para que él también tratase de convencer a Padmé. —Mudarme a un apartamento diferente sólo retrasará otro ataque —dijo Padmé. —Pero lo que estás sugiriendo es demasiado peligroso. Puedes resultar herida. —Es una posibilidad —dijo Padmé—. Pero si nos preparamos para un ataque en este apartamento y cubrimos realmente todos los ángulos, entonces podremos tener una ventaja sobre el asesino, ¿no es cierto? Y Erredós puede ayudar… Alejando su mirada de Padmé, Anakin negó con la cabeza. —Aún sería muy arriesgado —dijo—. Por lo que sabemos, podría tratarse de un ejército entero de asesinos. Padmé dio un paso acercándose a Anakin, obligándole a girarse y encontrarse con su mirada. —No tengo ningún interés en morir, Anakin —dijo—, pero no quiero que más gente inocente pierda su vida porque alguien me quiere muerta. Si puedes entender eso, entonces me ayudarás a hacer esto. Por mucho que Anakin quisiera atrapar a la gente que había intentado matar a Padmé, sabía que Obi-Wan no estaría muy dispuesto a aprobar la idea de usar a Padmé como cebo. —De acuerdo, senadora —dijo Anakin, a pesar de sus mejores juicios—. Te ayudaré. Obi-Wan no supo acerca del plan hasta más tarde, aquella noche, cuando Padmé ya estaba durmiendo. A pesar de sus preparativos y de la atenta presencia de R2-D2. Obi-

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Wan y Anakin tuvieron que moverse rápidamente para interceptar a la pareja de kouhuns —pequeños y letales artrópodos— que invadieron el apartamento de la senadora durmiente y sigilosamente se deslizaron hasta su cama. Los Jedi tuvieron que moverse incluso más rápido para atrapar a la asesina que había soltado los kouhuns. Viajando con deslizadores aéreos y su instinto, los Jedi persiguieron su presa durante más de 100 kilómetros a través de los cielos y las calles de la Ciudad Galáctica antes de que su caza terminase en un club nocturno abarrotado. Aunque la asesina parecía ser una humana de piel suave, realmente era una metamorfa clawdite que llevaba un mono elástico oscuro que permanecía ceñido cuando cambiaba de forma. Dentro del club nocturno, su intento de disparar a Obi-Wan por la espalda acabó con el Jedi usando su sable de luz para desarmarla, cortándole el brazo. La clawdite seguía en shock cuando Obi-Wan la arrastró por una salida y la condujo a un callejón en el exterior del club. Anakin caminaba a su lado, y el aspecto de brillante rabia que lucía en sus ojos fue todo el poder que necesitó para conseguir que los lugareños despejasen el callejón. La clawdite gimió cuando Obi-Wan dejó su cuerpo tremulante en el suelo del callejón. Anakin esperaba que siguiera consciente el tiempo suficiente para ofrecer alguna respuesta. Obi-Wan miró a los ojos de la clawdite. —¿Sabes a quién has intentado matar? —A la senadora de Naboo —murmuró la clawdite. —¿Quién te contrató? Los músculos de su cara sufrieron un espasmo mientras intentaba mantener un rostro humano. —Era un trabajo —murmuró. Acuclillándose junto a la clawdite, Anakin sintió su rabia crecer ante esta criatura que consideraba que matar a Padmé era sólo «un trabajo». Necesitó todo su autocontrol para mantener un tono calmado y educado cuando se inclinó hacia ella. —¿Quién te contrató? Dínoslo. Los ojos de la clawdite giraron hacia Anakin. No respondió de inmediato. —¡Qué nos lo digas! —rugió Anakin entonces. La clawdite tragó saliva. —Un cazarrecompensas —dijo—, llamado… Su frase se vio interrumpida por un pequeño proyectil que cayó zumbando para clavarse en su cuello. Anakin y Obi-Wan giraron rápidamente sus cabezas y siguieron la trayectoria del proyectil hasta un tejado elevado, donde un hombre con armadura y una mochila cohete se elevó de pronto hacia el cielo y desapareció. Los dos Jedi volvieron a mirar a la clawdite, cuya carne se volvió de color verde oscuro mientras sus rasgos se deformaban hasta quedar en su configuración natural. —Wee shahnit… sleemo —balbuceó antes de que su cabeza cayera inerte. Con sus conocimientos fluidos de huttés, Anakin entendió las últimas palabras de la asesina: cazarrecompensas bola de fango. Y con gran amargura, deseó que en vez de eso les hubiera dado un nombre.

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Obi-Wan se inclinó hacia el cuello de la clawdite muerta y retiró el proyectil, un pequeño chisme odioso que tenía aletas estabilizadoras para disparos de largo alcance y una punta con aguja inyectora. —Un dardo tóxico —observó Obi-Wan. Anakin sintió algo de alivio por el hecho de que al menos una asesina ya no podría hacer daño a Padmé. Tienes lo que te mereces, pensó, mirando al cadáver de la clawdite. Y entonces tembló. Sabía que no era el estilo Jedi pensar que nadie mereciera morir. Pero lo pensaba de todas maneras.

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Capítulo 7 Debido a que la senadora Amidala seguía en peligro, el Consejo Jedi ordenó a ObiWan que siguiera la pista del escurridizo cazarrecompensas mientras que Anakin escoltaba a Padmé de regreso a Naboo. Para evitar que nadie supiera la localización de Padmé, ella y Anakin se disfrazaron de refugiados y partieron con R2-D2 en un carguero estelar con rumbo al sistema Naboo. Anakin seguía muy preocupado por la seguridad de Padmé, pero en secreto estaba encantado porque su misión —su primera misión oficial sin su Maestro— le permitiría pasar más tiempo con la joven a la que adoraba desde su niñez. ¿Es posible que ella también sienta algo por mí? Anakin no podía dejar de preguntárselo. En el interior del carguero de diseño Naboo, se mantuvieron entre los emigrantes en la bodega de pasaje. Anakin se aventuró a descabezar un sueño durante el largo vuelo, pero fue visitado por otra pesadilla. —No, no, mamá, no… —murmuraba en sueños, cuando se despertó con un sobresalto. Padmé estaba junto a él, mirándole. Un poco confuso, le devolvió la mirada— . ¿Qué? —dijo. —Parecías tener una pesadilla. Anakin no hizo ningún comentario. Pero después, mientras compartían una comida de pan y gachas, Padmé insistió. —Antes soñabas con tu madre, ¿no es así? —Sí —admitió Anakin—. Hace tanto tiempo que dejé Tatooine. Mis recuerdos de ella se desvanecen. No quiero perderlos. Últimamente, la he estado viendo en mis sueños… son sueños muy vividos… sueños terribles. Estoy preocupado por ella. Justo entonces, R2-D2 llegó junto a ellos y emitió un silbido electrónico. El carguero estelar había llegado al sistema de Naboo.

Anakin acompañó a Padmé a todas partes en Naboo, y pronto conoció a su familia. Al principio, Padmé trató a su guardián Jedi como a una sombra ligeramente molesta que la seguía en cada movimiento. Parecía tan determinada a ocultar su información personal como él lo estaba a descubrirla, y negó a su propia hermana que su relación con Anakin fuese otra cosa salvo profesional. Pero conforme pasaban los días, se fue relajando más en presencia del joven que iba constantemente a su lado, y sus conversaciones cambiaron de su devoción a la política y sus preocupaciones acerca de la seguridad a temas más íntimos. En cuanto a Anakin, descubrió los nostálgicos recuerdos de Padmé acerca de los niños que había conocido cuando trabajaba como cooperante, y sus lugares favoritos de Naboo.

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Debido a que Anakin había crecido bajo los asfixiantes soles de Tatooine, casi sentía frío en la mayor parte de los mundos que había visitado, pero con Padmé en Naboo se sintió —por primera vez en su vida— realmente cómodo. Y feliz. Estaban de pie en una terraza ajardinada, en un chalet desde el que se veía un lago, y Padmé llevaba un vestido que mostraba la suave piel de su espalda y sus brazos cuando Anakin se acercó cauteloso a su rostro y la besó. Ella no se resistió, pero unos segundos después de que sus labios se encontrasen, retrocedió. —No —dijo. Se alejó, fijando sus ojos en el lago ante ellos—. No he debido hacerlo —dijo. Anakin había estado ansiando besarla desde su encuentro en Coruscant, pero nunca había planeado hacerlo, tan sólo imaginado que realmente lo hacía. La aceptación de Padmé al devolverle el beso había sido su mayor momento de dicha, y ser rechazado tan abruptamente le dejó devastado, avergonzado y confuso. Siguió su mirada hacia las tranquilas aguas. —Lo siento —dijo. Siento que no tengas por mí los mismos sentimientos que yo por ti.

Anakin trató de fingir que el beso nunca había tenido lugar. Pero cada minuto que pasaba tras ese momento junto al lago, cada instante que pasaba junto a Padmé, se sentía más torturado, como si su corazón se hubiera convertido en una herida abierta. Incapaz de descartar sus sentimientos, se enfrentó a Padmé, quien le recordó que a los Jedi no se les permitía casarse y que ella era una senadora con cosas más importantes que hacer que enamorarse. Cuando Anakin, sugirió que podrían mantener una relación secreta, ella le dijo que se negaba a vivir en una mentira. Anakin comenzó a plantearse su lugar en la orden Jedi. Cuanto más pensaba en las reglas que había que seguir y el tiempo que había que dedicar a la meditación y el entrenamiento, tanto más dudaba de la lógica de tanto sacrificio personal. ¿Tan mal está que Padmé me importe tanto? ¿O que aún eche de menos a mi madre y me preocupe por ella? Por primera vez desde que era un Jedi, se encontró considerando seriamente la posibilidad de renunciar a su sable de luz, abandonar la orden, y convertirse en un ciudadano de la galaxia. Trató de imaginarse con otro trabajo. Estaba seguro de que podría encontrar trabajo como piloto o mecánico. ¿Pero hacer ese tipo de trabajo me haría feliz? La respuesta vino inmediatamente a Anakin: la única cosa que le haría feliz era estar con Padmé. ¿Pero qué pasaría si dejo de ser un Jedi y ella sigue sin ver ninguna posibilidad de futuro conmigo? ¿Entonces qué? Era demasiado agobiante como para imaginarlo. Mientras que los momentos en los que Anakin estaba despierto habían llegado a ser emocionalmente dolorosos, dormir era incluso peor. Una mañana, estaba de pie en el balcón, meditando con los ojos cerrados, cuando sintió que Padmé se le acercaba por detrás.

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—Anoche tuviste otra pesadilla —dijo. —Un Jedi no tiene pesadillas —replicó sucintamente. —Te oí. Anakin no puso en duda que lo hubiera hecho. La pesadilla había sido la peor hasta la fecha. —Vi a mi madre —dijo, abriendo los ojos. Girándose hacia Padmé, luchó por evitar que su voz temblase—. Está sufriendo, Padmé. La vi con tanta claridad como te veo a ti. —Lanzó un largo suspiro, despejando a duras penas la presión que estaba creciendo en su interior. Temía que el sueño de la última noche no hubiera sido una premonición, sino una visión de sucesos que ya habían tenido lugar—. Siente mucho dolor —continuó—. Sé que desobedezco mi mandato de protegerte, senadora, pero tengo que irme. ¡Debo ayudarla! —Iré contigo —dijo Padmé. —Lo siento —dijo Anakin—. No tengo elección. No había esperado la posibilidad de que ella quisiera ir con él a Tatooine. Puedo seguir viéndola. Obi-Wan no lo aprobaría, pero… no es su decisión.

Sin avisar a Obi-Wan o al Consejo Jedi de sus planes, Anakin, Padmé y R2-D2 abandonaron Naboo en un esbelto yate Nubian clase H. Los fragantes aromas del exuberante y fértil planeta natal de Padmé seguían frescas en las fosas nasales de Anakin cuando avistaron el desolado y yermo planeta de arena. Descendiendo a través de la atmósfera, volaron hacia el espaciopuerto de Mos Espa. Tras aterrizar y asegurar la nave en uno de los profundos pozos abiertos que servían como bahías de atraque, Anakin alquiló un rickshaw con tracción droide para llevarles a Padmé y a él hasta la tienda de chatarra de Watto. R2-D2 fue rodando tras ellos. Anakin no estaba seguro de cómo reaccionaría cuando volviera a ver a Watto. Aunque su antiguo amo había sido más amable que otros dueños de esclavos, Anakin siempre había estado resentido por el hecho de que Watto se negase a liberar a su madre. Toda la culpa no es de Watto, rumió Anakin, preguntándose cuánto se había esforzado Qui-Gon en intentar liberar a Shmi. La esclavitud estaba permitida allí, y Watto sólo era un hombre de negocios. Pronto llegaron a la tienda de Watto, donde encontraron al viejo toydariano sentado a la entrada. No fue una especial sorpresa que Watto no reconociera al joven y alto Jedi que se encontraba ante él, pero cuando Anakin dijo que estaba buscando a Shmi Skywalker, Watto hizo la conexión. —¿Ani? —balbuceó Watto con incredulidad—. ¿El pequeño Ani? ¡Nahhh! —Abrió los ojos como platos, y entonces aleteó—. ¡Eres Ani! —gritó—. ¡Eres tú! Menudo estirón has pegado. Watto informó entonces a Anakin que había vendido a Shmi unos años antes a un granjero de humedad llamado Lars, y que había oído que Lars liberó a Shmi y se casó con

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ella. Por suerte, los archivos de Watto proporcionaron la ubicación de la granja de humedad, que estaba cerca de un pequeño asentamiento llamado Anchorhead. Tras volver a su nave y despegar de la bahía de atraque, Anakin, Padmé y R2-D2 se dirigieron hacia el Mar de las Dunas del norte. Sólo fue cuestión de minutos hasta que tomaron tierra al borde de una granja, que consistía en evaporadores recolectores de humedad dispersos alrededor de una pequeña estructura con forma de cúpula. La cúpula era la entrada a un hogar subterráneo y a un patio anexo que quedaba en un pozo abierto. R2-D2 se quedó con la nave mientras Anakin y Padmé caminaban hacia la cúpula. Una vez allí, fueron recibidos por un droide de protocolo completamente cubierto por placas metálicas. —¡Oh! —exclamó el droide cuando se percató de los dos humanos que se acercaban. El droide estaba haciendo un ajuste menor a un droide binocular Treadwell, pero entonces se giró hacia Anakin y Padmé—. Hmm, oh, hola. ¿En qué puedo servirles? Soy C… —¿Trespeó? —dijo Anakin, preguntándose si su madre había sido la responsable de poner la cubierta de metal al cuerpo del droide. Confuso, C-3PO inclinó su cabeza ligeramente. —Oh, ah… —Entonces lo entendió—. ¡El hacedor! ¡Oh, amo Ani! Sabía que volvería. ¡Lo sabía! Y la Señorita Padmé. Oh, vaya. C-3PO les condujo bajando un tramo de escaleras al patio, donde un hombre y una mujer jóvenes salieron sorprendidos de una puerta con forma de arco. La pareja llevaban túnicas grises de desierto, que eran comunes en el planeta arenoso. El hombre tenía una complexión fornida, con fuertes brazos de granjero. —Amo Owen, le presento a dos visitantes sumamente importantes —dijo C-3PO. —Soy Anakin Skywalker —dijo Anakin. —Owen Lars —dijo Owen, con aire ligeramente nervioso—. Oh, esta es mi novia, Beru —dijo, señalando a la mujer a su lado. Beru sonrió tímidamente, e intercambió saludos con Padmé. Manteniendo sus ojos en Anakin, Owen continuó. —Creo que somos hermanastros. Sabía que algún día aparecerías. Ansioso e impaciente, Anakin barrió el patio con la mirada. —¿Mi madre está aquí? —dijo. —No, no está —respondió una profunda voz tras él. Anakin y Padmé se volvieron para ver a un hombre mayor cuyos rasgos canosos indicaban que obviamente era el padre de Owen. Estaba sentado en una mecano-silla flotante, y su túnica estaba recogida para mostrar que su pierna derecha era un muñón vendado—. Cliegg Lars — se presentó mientras la silla le acercaba lentamente—. Shmi es mi esposa. Es mejor que entremos. Hay mucho de que hablar.

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Unos minutos más tarde, en las sombras del comedor, Anakin y Padmé estaban sentados en una mesa rectangular con Cliegg y Owen. —Fue antes de romper el alba —relató Cliegg—. Surgieron de la nada. Una partida de caza de bandidos tusken. Anakin sintió un pinchazo en el estómago. —Tu madre —continuó Cliegg, mientras Beru colocaba una bandeja de bebidas en la mesa— había salido temprano, como siempre hacía, a recoger las setas que crecen en los vaporizadores. Por el rastro, estaba a medio camino cuando la cogieron. Los tusken andan como hombres, pero son monstruos, viles y salvajes. Treinta hombres iniciamos la búsqueda. Sólo volvimos cuatro. Yo habría seguido buscando, pero, tras perder la pierna… Me siento incapaz de cabalgar… ha-hasta que me cure. Anakin bajó su mirada hacia las bebidas de la mesa, intactas. Sus músculos faciales se tensaron nerviosamente mientras pensaba. Si hubiera salido de Tatooine conmigo. Si no la hubiera dejado atrás… Anakin no había tenido mucho tiempo para desarrollar una opinión acerca de Cliegg Lars. Inicialmente, había sentido cierta gratitud al hombre que ayudó a liberar a su madre de Watto. Pero debido a que Cliegg había llevado a su esposa a vivir en esa zona desolada por la que deambulaban los tusken, Anakin no pudo evitar sentir una rabia amarga. ¡Si no la hubieras traído aquí! —No quiero darla por perdida —dijo Cliegg—, pero ya ha pasado un mes. Es muy difícil que continúe con vida. Esforzándose con todo su ser para controlar su ira, Anakin se levantó y se alejó de la mesa. —¿A dónde vas? —preguntó Owen. Anakin lanzó una mirada acusadora a Owen. —A buscar a mi madre —replicó.

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Capítulo 8 Los soles comenzaban a ponerse cuando Anakin se detuvo en el exterior de la cúpula de entrada del hogar de la familia Lars. Owen le había ofrecido a Anakin su moto barredora, y la moto estaba ahora estacionada flotando a poca distancia de la cúpula. No debería estar enfadado con Owen y Cliegg por rendirse, pensó Anakin. Se preocupaban por mi madre, pero sólo son humanos. Sólo pueden hacer eso. Padmé salió de la cúpula de entrada y se acercó a Anakin. Sabía que ella quería ayudar, pero también sabía que por nada del mundo iba a arriesgar su vida más de lo que ya había hecho. —Tendrás que quedarte aquí —dijo—. Son buena gente, Padmé. Estarás a salvo. —Anakin… Se abrazaron. Anakin casi deseó haber podido congelar ese momento, sólo para mantener a Padmé por siempre junto a él. Pero la oscuridad estaba acercándose rápidamente, y su madre seguía en algún sitio ahí fuera. Está viva, sentía. ¡Sé que lo está! Separándose de los brazos de Padmé, Anakin caminó hacia la moto barredora. —No tardaré —dijo. Saltó sobre la moto, encendió el motor, y salió disparado cruzando la superficie del desierto.

Con el cálido viento ondeando su túnica, Anakin cruzó los Páramos de Jundlandia, donde se sabía que los incursores tusken se ocultaban y cazaban entre las inmensas formaciones rocosas. No se preguntó por qué los tuskens se habían llevado a su madre, o por qué no la habían matado igual que habían hecho con los otros granjeros. Por lo que sabía, los tusken estaban actuando siguiendo algún tipo de ritual profano. Sus motivos no le importaban. Sólo quería recuperar a su madre. Pero además quería recuperarla intacta. Pensó en lo que los tuskens habían hecho a Cliegg Lars, y aceleró la moto sobre los Páramos. Estaba a unos 150 kilómetros del hogar de los Lars cuando avistó las altas siluetas de los reptadores de arena contra el cielo crepuscular. Era un campamento jawa. Aunque los jawas temían a los incursores tusken tanto como cualquiera en Tatooine, Anakin sabía que los pequeños chatarreros de ojos brillantes estarían más que dispuestos a proporcionar información si les daba algo a cambio. Una multiherramienta y un escáner portátil que encontró en las alforjas de su moto prestada sirvieron para que, a cambio, los jawas le dijeran que debía dirigirse al este para encontrar un campamento tusken. Los soles de Tatooine ya se habían ocultado hacía un buen rato, y las lunas colgaban a poca altura sobre el horizonte cuando Anakin vio el racimo de oscilantes hogueras en las profundidades de un profundo valle. Dejando la moto barredora al borde de un alto acantilado, se mantuvo en las sombras mientras se aventuraba hacia la parte baja del valle y avanzaba silenciosamente hacia el campamento.

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El campamento consistía en cerca de dos docenas de tiendas hechas con pieles y trozos de madera recuperados de los desaparecidos bosques de Tatooine. Dos tuskens permanecían a corta distancia de una tienda, vigilándola. Anakin lanzó sus sentidos de la Fuerza y percibió que su madre estaba dentro. Sin hacerse notar, rodeó la tienda hasta la parte trasera, usó su sable de luz para abrir un agujero a través de la gruesa cubierta de piel, y pasó al interior. Anakin encontró a su madre en el centro de la tienda, amarrada a un marcho fabricado con finas estacas de madera. Un pequeño fuego ardía en un pote cercano y recortaba cálidas y retorcidas sombras por las paredes de la tienda. Shmi no se movía. —¿Mamá? —dijo Anakin, asustado como un niño pequeño. No hubo respuesta. Pudo ver por la sangre seca en su rostro y sus brazos que había sido terriblemente golpeada—. ¿Mamá? —Seguía sin haber respuesta. Apenas estaba viva. Gimió mientras él le liberaba las muñecas de las tiras de cuero que la habían sujetado al marco. Suavemente la descendió al suelo, acunando su torso en sus brazos—. ¿Mamá? Los magullados párpados de Shmi se abrieron con dificultad, y tuvo que esforzarse para enfocar el rostro de Anakin. —¿Ani? —balbuceó—. ¿Eres tú? —Estoy contigo, mamá —dijo—. Estás a salvo. —¿Ani? ¿Ani? —Parecía confusa, como si tratase de discernir si realmente él estaba allí. Entonces, de forma increíble, consiguió sonreírle—. Qué guapo estás, hijo. —Ella frotó el rostro de él con su propio pelo, y él besó la palma de la mano abierta de ella—. Hijo mío. Mi hijo que ya se ha hecho grande. Estoy muy orgullosa de ti, Ani. Anakin tragó saliva con dificultad y sintió el aguijón de las lágrimas en sus ojos. —Te he echado de menos. —Ahora estoy completa —dijo Shmi—. Te quier… Anakin se tensó cuando su voz se cortó. —Aguanta un poco, mamá. Todo se… Quería decir que todo iba a ir bien. Y quería decirle muchísimo más. Pero antes de que pudiera decir nada, Shmi volvió a hablar. —Te quie… Entonces sus ojos se cerraron y su cabeza cayó hacia atrás. Ella murió en sus brazos. Anakin se sentó en el tenso silencio, simplemente sosteniendo a su madre. Si hubiera llegado allí antes, habría podido salvarla. Pasó sus dedos por el enmarañado cabello de Shmi. No la dejaré aquí. Me la llevaré de vuelta en la moto deslizadora. Pero esos guardias tusken… Recordó al tusken que se encontró cuando era un niño. ¡Le salvé la vida! Antes, Anakin no se había cuestionado los motivos de los tusken. Ahora, se preguntaba si se habrían llevado a su madre de haber sabido que su hijo una vez salvó a uno de los suyos. ¿O es que es así como los tusken dicen gracias? Se preguntó de pronto

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si el tusken que rescató seguiría vivo, posiblemente en ese mismo campamento. ¡Debería haberle dejado morir! ¡Debería haberlo hecho! Pensó en cómo los tusken se habían llevado a su madre, imaginó por lo que había pasado en el último mes… ¿Por qué harían esto? ¿Cómo puede nadie hacer esto? La respuesta le llegó de los oscuros rincones de su propio corazón. Han hecho esto porque querían hacerlo. Lo han hecho porque podían hacerlo. Mientras su pesar se convertía en odio, supo exactamente lo que iba a hacerles a los guardias tusken. Abandonando temporalmente el cadáver de su madre, Anakin Skywalker salió fuera de la tienda y reactivó su sable de luz. No se detuvo con los guardias.

Cuando Anakin volvió al hogar de los Lars con el cuerpo de su madre envuelto en una manta, Cliegg Lars, Owen, Beru, Padmé y C-3PO surgieron de la cúpula de entrada. Le observaron en silencio mientras alzaba a su madre muerta de la moto y la llevaba hacia la entrada de la cúpula. Anakin no estaba de humor para hablar, y había reconsiderado su afirmación de que la familia Lars estuviera compuesta por «buena gente». ¿Qué ventaja tiene ser bueno si eres débil? Su expresión sombría y ceñuda se fijó en Cliegg Lars, quien bajó la mirada. ¿Quizá estás deseando no haberla dado por perdida tan pronto? Sin perder el ritmo de zancada, Anakin redirigió su mirada a Owen y Beru. ¿Quizá mi madre nunca te habló acerca de cómo prepararse para cuidar de las cosas? Anakin ni siquiera miró a Padmé ni al droide de protocolo mientras bajaba con su madre hacia la residencia subterránea. Más tarde, Anakin estaba junto a un banco de trabajo en el garaje del domicilio, reparando una pieza de la moto barredora, cuando Padmé entró llevando una bandeja de comida. —Te he traído algo. ¿Tienes hambre? Anakin siguió examinando la pieza de la moto, moviéndose lentamente, como si estuviera ligeramente aturdido. —Se le ha roto el cambio —dijo—. La vida parece más sencilla cuando arreglas objetos. Soy bueno arreglando cosas. Siempre lo he sido. Pero no he podido… —Dejó de trabajar y miró a Padmé—. ¿Por qué ha tenido que morir? ¿Por qué no he podido salvarla? Sé que habría sido capaz. —Se dio la vuelta, mirando a un rincón oscuro del desordenado garaje. Su rabia había dejado paso momentáneamente al dolor. —A veces hay cosas que nadie puede arreglar —dijo Padmé—. No eres todopoderoso, Ani.

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—¡Pues tendría que serlo! —le respondió en un grito, causando que Padmé se estremeciera—. Algún día lo seré —continuó—. ¡Me convertiré en el Jedi más poderoso que haya existido! Eso te lo prometo. Y aprenderé a evitar que las personas mueran. Padmé se quedó clavada en el sitio, confusa y alarmada ante sus palabras. —Anakin… —Toda la culpa es de Obi-Wan. ¡Tiene celos! ¡No me deja avanzar! —Lanzó una llave cruzando el garaje. Chocó contra un muro y cayó con estrépito al suelo. —¿Qué te pasa, Ani? Evitando aún su mirada, Anakin trató de calmar su voz. —Los… los maté. Sí, a todos. Están muertos. Todos están muertos. —Se giró lentamente para mirar a Padmé, revelando las lágrimas que corrían por su rostro—. Y no sólo los hombres, también las mujeres, al igual que los niños. Son como animales, ¡y los he aniquilado como animales! —Luego rugió—: ¡Los ODIO! Anakin comenzó a sollozar y se derrumbó en el suelo. Padmé se arrodilló a su lado y le rodeó con sus brazos. —Enfurecerse es humano —dijo. —Soy un Jedi —balbuceó Anakin entre sollozos—. Sé que estoy por encima de esto. Y además también sabía otra cosa, algo mucho peor que el haberse permitido darle rienda suelta a su rabia. Matar a los tuskens le había dado satisfacción.

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Capítulo 9 Anakin se arrodilló ante el lugar de descanso eterno de su madre, un cementerio a las afueras del complejo de los Lars, donde dos lápidas antiguas se alzaban junto a la nueva. —No fui tan fuerte como para salvarte, mamá —dijo, tratando de no ahogarse con las palabras. He fallado, pensó. No sólo como hijo tuyo, sino como Jedi—. No fui lo bastante fuerte —repitió—. Pero te prometo que no volveré a fallar. —Se puso en pie—. ¡Cómo te echo de menos! —añadió, apretando los dientes. Padmé, Cliegg, Owen, Beru, y C-3PO estaban reunidos tras Anakin. Mientras se alejaba de la tumba, R2-D2 se acercó rodando al grupo y emitió una serie de pitidos y silbidos. —¿R2? —dijo Padmé, sorprendida de que hubiera abandonado su nave—. ¿Qué haces aquí? R2-D2 pitó y silbó de nuevo. —Al parecer —dijo C-3PO, aprovechando la oportunidad de actuar como traductor— , tiene un mensaje de alguien llamado Obi-Wan Kenobi. Amo Anakin, ¿significa algo ese nombre para usted? Los dos droides siguieron a Anakin y a Padmé a la nave.

Obi-Wan había rastreado al cazarrecompensas —un hombre llamado Jango Fett— hasta las fundiciones de droides en el planeta Geonosis, donde había descubierto que Nute Gunray, el virrey de la Federación de Comercio, estaba detrás de los intentos de asesinato de Padmé. Obi-Wan también había descubierto que la Federación de Comercio tenía previsto abastecerse de un ejército de droides de fabricación geonosiana, y que varias facciones del comercio interestelar se habían aliado con el movimiento separatista del conde Dooku. Aunque Obi-Wan había logrado transmitir su información desde Geonosis, su grabación holográfica terminaba con él tratando de eludir una salva de fuego láser de los droides enemigos. Anakin y Padmé vieron el mensaje pregrabado en la cabina de su nave, en Tatooine, mientras que el Consejo Jedi y el Canciller Palpatine veían el mensaje retransmitido en Coruscant. Cuando el mensaje de Obi-Wan terminó, el Maestro Jedi Mace Windu ordenó a Anakin que se quedase donde estaba con la sanadora Amidala mientras el Consejo Jedi trataba con el conde Dooku. —Protege a la senadora a toda costa —dijo Mace Windu por la transmisión holográfica—. Esa es tu máxima prioridad. —Entendido, Maestro —respondió Anakin. Primero pierdo a mi madre, ahora… a Obi-Wan. —No llegarán a tiempo para salvarle —dijo Padmé mientras el holograma de Mace Windu se desvanecía—. Tienen que cruzar media galaxia. —Hizo girar su asiento para

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examinar las coordenadas en la consola del ordenador de navegación—. Mira, Geonosis está a menos de un parsec de aquí. —Si aún sigue con vida —dijo sombríamente Anakin. —Ani, ¿te quedarás sentado dejándole morir? Es tu amigo, tu mentor. Es… —¡Es como mi padre! —saltó Anakin. El padre que nunca tuve—. Pero el Maestro Windu me ha ordenado rigurosamente que me quede aquí. —La orden que te ha dado es la de protegerme —dijo Padmé, mientras pulsaba una serie de interruptores y activaba los motores de la nave—, y yo voy a ayudar a Obi-Wan. Si pretendes protegerme, tendrás que venir conmigo. Anakin sonrío. Mientras la nave despegaba, alejando a Anakin, Padmé y los dos droides de Tatooine, Anakin recordó que ni siquiera se había despedido de Cliegg, Owen o Beru. Tampoco tenía mucho que decirles, de todas formas, pensó. Miró a C-3PO, quien había sujetado con arneses de seguridad su cuerpo metálico gastado por la arena a un asiento detrás de Anakin, y por un instante sintió que había logrado algo. Al menos he rescatado de Tatooine a alguien que me importaba.

Aunque Obi-Wan Kenobi resultó estar más que vivo, la misión no autorizada de Anakin a Geonosis casi fue un desastre. Él y Padmé fueron capturados por los insectoides geonosianos antes de que pudieran rescatar a Obi-Wan, y luego el traicionero conde Dooku y los geonosianos los condenaron a muerte. Y pese a todo, todo eso resulto ser sólo casi un desastre, porque hubo un momento brillante y significativo para él y Padmé. Tras haber sido capturados y encadenados, y cuando estaban a punto de ser conducidos a un gigantesco estadio de ejecución, Padmé le miró a la cara. —No tengo miedo a morir —dijo—. No he dejado de morir cada día desde que volviste a mi vida. ¿Morir? —¿De qué estás hablando? —preguntó Anakin. —Te quiero. —¿Me quieres? —dijo Anakin con incredulidad—. Creí que habíamos acordado que no nos enamoraríamos, que si no nos veríamos obligados a vivir una mentira, y que eso destruiría nuestras vidas. —Creo que las van a destruir de todos modos —dijo Padmé tristemente—. Te quiero de verdad, profundamente, y quería decírtelo antes de que muramos. Entonces se besaron, y en ese momento, Anakin pensó que tenía más razones que nunca para seguir viviendo. Los monstruos casi matan a Anakin, Padmé y Obi-Wan en un gigantesco estadio de ejecuciones. Afortunadamente, sus muertes fueron impedidas por la llegada de varios Jedi armados con sables de luz, entre ellos Mace Windu y Yoda, y un inesperado ejército

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de soldados clon. Aunque Mace Windu fue capaz de acabar con Jango Fett, quien había servido como modelo genético para los clones, muchos Jedi perecieron en la batalla contra los droides de factura geonosiana. El conde Dooku huyó del estadio de ejecuciones, y Obi-Wan y Anakin le persiguieron a una fábrica de armas abandonada en una alta torre de piedra que Dooku había convertido en hangar para su nave estelar particular, un velero solar personalizado. Con sus sables de luz ya activados, Obi-Wan y Anakin entraron al oscuro hangar para encontrar al antiguo Jedi, elegantemente vestido y de cabellos plateados, cuando se preparaba para escapar de Geonosis. Girándose para enfrentarse a sus perseguidores, Dooku dirigió una expresión de ligero fastidio a la pareja que le observaba desde el otro lado del hangar. Incluso aunque Dooku había renunciado a la orden Jedi hacía diez años, Anakin observó que el hombre llevaba un sable de luz de empuñadura curva enganchado en su cinturón. —Pagarás por todos los Jedi que has matado hoy, Dooku —exclamó Anakin. Conociendo la reputación de Dooku como espadachín, Obi-Wan mantuvo la vista fija en Dooku mientras se acercaba a Anakin. —Ataquemos juntos —dijo en voz baja—. Entra despacio por la izquierda. Pero a Anakin se le había agotado la paciencia. —¡Yo ataco ya! —gritó mientras ignoraba las protestas de Obi-Wan, y cargó contra Dooku. Apenas había recorrido la mitad del camino sobre el mosaico del suelo cuando Dooku, en lugar de alcanzar su sable de luz, alzó su mano derecha y la apuntó en dirección a Anakin. Anakin gritó y cerró involuntariamente los ojos cuando azules relámpagos de energía envolvieron súbitamente su cuerpo. Superado por el intenso dolor, ni siquiera podía hacerse una idea de cómo Dooku estaba controlando y dirigiendo los relámpagos hacia él. Anakin sintió que sus pies se despegaban del suelo, y entonces fue lanzado cruzando la cámara y golpeando contra el muro. Gritó de nuevo cuando aterrizó contra el duro duelo, sintiendo aún el flujo de energía oscura que Dooku había desencadenado sobre él. Sentía como si hubieran abrasado su cuerpo, y mientras se incorporaba en el suelo descubrió que surgía humo de su túnica. Luchó por mantenerse consciente. Tratando de bloquear el dolor, sólo fue consciente a medias de que Obi-Wan había comenzado una lucha de sables de luz con Dooku. ¡Debería haber escuchado a Obi-Wan! Pensó en Padmé. ¡No puedo morir así! Mientras Anakin yacía en el suelo y luchaba por recuperarse, intentó abrir los ojos y sintió más agonía. Era como si la descarga eléctrica aún estuviera lamiendo sus globos oculares. Por un instante, se preguntó si se había quedado ciego por el relámpago. ¡Tengo que concentrarme! Se concentró, tratando de controlar su respiración. Un instante después, su vista volvió, permitiéndole ver incapaz de evitarlo como el sable de luz de hoja roja de Dooku golpeaba el brazo y la pierna izquierdos de Obi-Wan. Obi-Wan dejó caer su sable de luz al caer al suelo.

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Aún salía humo de las ropas de Anakin. Observó con creciente horror cómo Dooku alzaba su sable de luz y se preparaba para rematar al indefenso Obi-Wan. Encontrando en su interior una inesperada reserva, Anakin rugió, encendiendo su sable de luz y saltando por el hangar para bloquear el golpe mortal de Dooku. —Muy valiente, muchacho —dijo Dooku, mirando a Anakin, mientras el cuerpo inmóvil de Obi-Wan yacía bajo los sables de luz cruzados—. Pero creí que habrías aprendido la lección. —Aprendo despacio —dijo Anakin mientras obligaba a Dooku a apartarse del cuerpo de Obi-Wan. —¡Anakin! —gritó Obi-Wan. Usó la Fuerza para recuperar su sable de luz caído, y consiguió lanzárselo a su padawan. Anakin lo atrapó y lo activó, de modo que ahora estaba usando dos sables de luz contra su oponente. Pero sólo varios contactos rápidos después, la hoja de Dooku se abrió paso a través del arma de Obi-Wan, destrozando la empuñadura y casi cortando las puntas de los dedos de Anakin. Anakin aún sostenía su propia arma en la otra mano, y el duelo continuó por el hangar. Tratando de suprimir su ira, Anakin recurrió a la Fuerza y sus ojos se concentraron en Dooku. Sus sables de luz eran borrones en el límite de su visión, y creyó que la Fuerza le guiaría para vencer a Dooku. Pero conforme seguía enfrentándose a la mirada condescendiente de Dooku, sintió que su rabia comenzaba a crecer de nuevo. Y entonces Dooku hizo su movimiento, deslizando su hoja a través del brazo de la espada de Anakin, justo por encima del codo. Anakin gritó y sintió que se le escapaba el aliento cuando Dooku usó la Fuerza para lanzarlo hacia atrás por el aire. Entonces todo se volvió oscuro. Anakin no supo cuantos minutos habían pasado cuando comenzó a volver en sí. Sintió que algo se movía bajo su cabeza y descubrió que estaba apoyado en las piernas de Obi-Wan. Obi-Wan Se puso en pie sobre el suelo del hangar, y luego ayudó a Anakin a alzarse. Anakin vio a Yoda de pie en mitad del hangar, Trozos del techo se habían desprendido, y había escombros por todo el suelo. ¿Qué había ocurrido? Entonces Anakin se dio cuenta de que el velero solar de Dooku había desaparecido. —¡Anakin! —gritó Padmé. Había llegado al hangar con un escuadrón de soldados clon, y le dolió ver su expresión angustiada al correr hacia él, viendo lo que quedaba de su brazo derecho. Ella le rodeó cuidadosamente con sus brazos. Al menos estás a salvo, pensó, rodeándola con su brazo izquierdo y atrayéndola hacia él. No le importaba que Obi-Wan o Yoda estuvieran mirando. Estaba aturdido y mutilado, y temía que si dejaba ir a Padmé, sus rodillas se doblarían y se desvanecería de nuevo. De modo que siguió así, abrazándola. Al final, ni siquiera el Maestro Yoda había sido capaz de evitar que el conde Dooku huyera al espacio, o de detener que los mundos de la República entrasen en una guerra civil. Las Guerras Clon habían comenzado.

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Para empeorar las cosas, el conde Dooku le había dicho a Obi-Wan que cientos de senadores estaban bajo el control de un Señor del Sith llamado Darth Sidious. Aunque los Jedi no consideraban a Dooku una fuente digna de confianza, convinieron en mantener vigilado de cerca el Senado. A continuación de su duelo con Dooku, proporcionaron a Anakin un brazo cibernético, y escoltó a Padmé de vuelta a Naboo. Allí, en la misma terraza junto al lago donde intercambiaron su primer beso indeciso, organizaron un encuentro secreto con un sacerdote de Naboo. Padmé estaba vestida con una túnica blanca con encaje de flores, y Anakin llevaba su túnica oficial de Jedi. Con C-3PO y R2-D2 como únicos testigos, se casaron. Anakin no tenía ni idea de cuánto tiempo podrían mantener su matrimonio en secreto, pero no le importaba. Es mía. Por fin, mi amada Padmé es mía. Realmente era un sueño hecho realidad. Y en el día de su boda, era fácil para él creer que había dejado atrás sus mayores problemas. Nunca habría imaginado las pesadillas que aún estaban por llegar.

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Capítulo 10 Casi de un día para otro, la República Galáctica adquirió una inmensa fuerza militar que incluía naves de batalla interestelares, cazas armados hasta los dientes, y enormes vehículos terrestres… Mientras los senadores discutían si el Canciller Supremo Palpatine se había equivocado al reclutar y desplegar el Gran Ejército de la República, creado de forma tan apresurada, más mundos se apresuraron a unirse al movimiento separatista del conde Dooku, que se autodenominaba Confederación de Sistemas Independientes. Como el maestro Yoda había previsto, las Guerras Clon se extendieron como un virus explosivo a través de la galaxia. Aunque Palpatine siempre se había presentado como un político cauto y que no gustaba de asumir riesgos, hizo saber a todos que haría lo que fuera necesario para preservar la República. A pesar de sus modestas protestas, el Senado pidió que permaneciera en el cargo mucho después de que su mandato hubo expirado. Pero con la escalada de las Guerras Clon, hasta sus consejeros de más confianza se sorprendieron por la cantidad de enmiendas que hizo a la Constitución de la República, que ampliaban sus propios poderes políticos al tiempo que limitaba la libertad de otros. El Consejo Jedi aceptó a regañadientes que los Jedi sirvieran como generales para los soldados clon del Gran Ejército. En cualquier caso, no todos los Jedi estaban dispuestos a entrar en combate; algunos eligieron servir como sanadores, y otros abandonaron por completo la orden Jedi. Obligado a luchar en defensa de la República, Obi-Wan Kenobi se convirtió en general, y Anakin, como muchos otros padawans, fue ascendido al rango de caballero antes de lo esperado para ajustarse a las necesidades del Gran Ejército. Aunque algunos miembros del Consejo Jedi observaban que Anakin seguía siendo propenso a la arrogancia y la impaciencia, nadie discutía el hecho de que continuaba siendo cada vez más fuerte con el poder de la Fuerza. Los droides letales no eran los únicos adversarios de los Jedi, ya que el conde Dooku había reclutado a seres tan letales como la aspirante a Sith Asajj Ventress y el casi indestructible cazarrecompensas gen'dai, Durge, para luchar por su causa. El propio Dooku había entrenado a Ventress en el arte de la lucha con sable de luz, pero a menudo ridiculizaba su predilección por llevar dos sables de luz al mismo tiempo. Anakin casi vence a Ventress en la cuarta luna del gigante gaseoso Yavin. Uno de sus duelos, en el sector industrial de Coruscant, le dejó una profunda cicatriz en el lado derecho del rostro. Tres años después de la Batalla de Geonosis, Ventress y Durge ya no suponían una amenaza, pero él lideraba la Confederación, y los Jedi seguían sin estar cerca de encontrar al misterioso Darth Sidious. Las Guerras Clon seguían con fuerza. Tras destruir un laboratorio secreto de la Confederación en el planeta Nelvaan, en el Borde Exterior, Anakin y Obi-Wan estaban marchándose con R2-D2 en un destructor estelar de la República cuando recibieron un mensaje urgente. R2-D2 se conectó a una consola de comunicaciones y proyectó un holograma de Mace Windu.

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—Kenobi, Skywalker —dijo—. Han asediado Coruscant, y el general Grievous ha secuestrado al Canciller Supremo. Debéis regresar inmediatamente y rescatar a Palpatine. —Grievous —gruñó Anakin cuando el mensaje holográfico terminó. El principal lugarteniente del conde Dooku, el general cyborg Grievous lideraba los ejércitos droides de la Confederación. Grievous había sido entrenado en el combate con sable de luz por el propio Dooku, y tenía debilidad por asesinar Jedi y coleccionar sus sables de luz. Aunque muchos Jedi se preguntaban cuánto empeño ponía Palpatine en acabar con la guerra, Anakin había llegado a considerar al líder de la República entre sus amigos de más confianza. ¡No voy a dejar que el Canciller muera!, se prometió Anakin a sí mismo. Apartándose de R2-D2 y Obi-Wan, Anakin se dirigió a los soldados clon vestidos con armaduras que se encontraban en el hangar del destructor estelar. —Grupos de combate, a sus naves. Preparados para saltar al hiperespacio. ¡Vamos!

Los destructores estelares de la República y los acorazados de la Confederación estaban completamente inmersos en una explosiva batalla sobre los cielos de Coruscant cuando Anakin y Obi-Wan regresaron del Borde Exterior. Fuego anticaza destellaba en brillantes ráfagas cerca de todas las naves, y las que resultaban dañadas caían de la órbita chocando contra los rascacielos de la ciudad que recubría todo el planeta. Flanqueados por un escuadrón de veteranos pilotos clon y como R2-D2 actuando como copiloto de Anakin, los dos Jedi abandonaron su propio destructor estelar en un par de cazas estelares y se apresuraron a entrar en batalla. Destruyendo naves droide mientras eludían misiles, Anakin y Obi-Wan se abrieron paso valientemente a través del letal flujo de naves enemigas hasta que se infiltraron en la nave insignia de la Confederación, la Mano Invisible, en la que el Canciller Supremo Palpatine era mantenido como rehén por el General Grievous. Para aumentar la velocidad y la maniobrabilidad, los cazas estelares Jedi estaban diseñados sin generadores de escudo. Aunque esto conducía a algunos oponentes a pensar que estos cazas estelares eran más vulnerables al ataque, la mayoría de los pilotos Jedi estaban habituados a usar la Fuerza para anticipar, eludir y atacar a sus enemigos. Anakin estaba considerado como uno de los mejores pilotos de la orden Jedi, pero al contrario que otros Jedi, él no dudaba en apoyarse en la tecnología para ayudarse a conseguir sus objetivos. Tal y como Anakin veía las cosas, la Fuerza no había sido suficiente para salvar su propio brazo derecho o para detener a Dooku en Geonosis, y también dudaba de que la guerra pudiera ganarse sólo mediante la Fuerza. Los Jedi avanzaron sigilosamente por la nave hasta que alcanzaron el módulo principal de comunicaciones y sensores de la Mano Invisible, una cámara elevada con inmensos ventanales que proporcionaban una visión de 180 grados de la batalla espacial que les rodeaba. Fue en esta cámara donde encontraron al Canciller Supremo Palpatine, quien estaba sentado en un sillón de respaldo alto, con las muñecas sujetas con esposas de

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energía a los brazos del sillón. El rostro de Palpatine estaba pálido, y no parecía aliviado por ver a los Jedi. —¿Está usted bien? —preguntó Anakin mientras él y Obi-Wan se acercaban a la silueta sentada del Canciller. Palpatine miró nerviosamente más allá de los dos Jedi. —Conde Dooku —dijo. Anakin y Obi-Wan se giraron y miraron hacia arriba para ver al impecablemente vestido Dooku y dos super droides de batalla caminar hasta un balcón elevado adosado al muro posterior de la cámara. Aunque Dooku había cumplido nueve décadas, se movía con la elegancia de un depredador selvático. La mente de Anakin volvió en un destello a su enfrentamiento con Dooku en Geonosis, cuando cometió el error de atacar a Dooku sin Obi-Wan justo a su lado. —Esta vez lo haremos juntos —dijo Obi-Wan, dirigiéndose a Anakin mientras mantenía la mirada fija en Dooku. —Me lo has quitado de la boca —dijo Anakin. Dooku se separó de sus droides, saltó sobre la barandilla del balcón, y ejecutó una limpia voltereta antes de aterrizar a poca distancia de los Jedi. Llegó junto a ellos y extrajo su sable de luz. —Pidan ayuda —dijo urgentemente Palpatine desde su asiento—. No podrán con él. Es un Lord Sith. Obi-Wan ofreció una sonrisa tranquilizadora. —Canciller Palpatine, los Lores Sith son nuestra especialidad. —Obi-Wan y Anakin se desprendieron de sus túnicas Jedi, dejándolas caer al suelo mientras extraían sus propios sables de luz. —Entréguenme las espadas —ordenó Dooku mientras caminaba hacia los Jedi—. No estaría bien que el Canciller presenciara una masacre. —Esta vez no escaparás, Dooku —dijo Obi-Wan. Él y Anakin encendieron sus sables de luz de hoja azul y avanzaron hacia Dooku, quien encendió su propia arma de hoja roja. Los rayos de sus sables de luz zumbaban y chasqueaban mientras se movían por la cámara. Dooku se defendía sin esfuerzo. En el nivel superior, los dos droides no se movían, sino que observaban silenciosamente cómo las figuras hacían una momentánea pausa. Mientras los tres sables de luz continuaban destellando, Dooku sonrió burlonamente a sus oponentes. —Cómo esperaba este instante. —Mis poderes se han duplicado desde la última vez que nos vimos, Conde —dijo Anakin, sin dejarse intimidar por el anciano espadachín. —Bien —dijo Dooku—. Si el orgullo es doble, doble es la caída. Los Jedi atacaron de nuevo. Dooku retrocedió mientras bloqueaba sus ataques, y luego usó la Fuerza para lanzar a Obi-Wan contra el suelo. Mientras Anakin continuaba su asalto contra Dooku, obligándole a retroceder subiendo los escalones hacia el nivel superior, Obi-Wan se recuperó y saltó para volver a la lucha.

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Los dos droides dispararon a Obi-Wan, pero devolvió sus descargas de energía hacia ellos y los cortó en pedazos mientras avanzaba rápidamente hacia Dooku. Desgraciadamente, Dooku se movió más rápido, extendiendo su mano izquierda hacia Obi-Wan mientras usaba la Fuerza para alzar al Jedi en el aire al mismo tiempo que le presionaba la garganta. Mientras Obi-Wan jadeaba, Anakin atacó a Dooku desde atrás, pero Dooku le dio a Anakin una patada en el estómago con su pie izquierdo, estrellando al joven Jedi contra un muro cercano. Obi-Wan seguía suspendido en el aire cuando Dooku hizo un nuevo gesto con su mano para enviar a su asfixiada víctima volando a otro extremo de la cámara. Obi-Wan chocó contra la barandilla de una balconada que sobresalía, y luego cayó como un muñeco roto al suelo. Con otro gesto, Dooku usó la Fuerza para separar una sección de la balconada de sus soportes e inmovilizar al cuerpo inconsciente de Obi-Wan en el suelo. ¡Maestro! Anakin se lanzó contra Dooku, haciéndole caer del balcón al suelo. Saltando abajo tras su presa, Anakin golpeó una y otra vez a Dooku hasta que las hojas de las armas de ambos estuvieron prácticamente enganchadas entre sí. —Skywalker, percibo en ti un gran miedo —dijo Dooku—. Tienes odio. Tienes ira. Pero no los utilizas. Anakin hizo una mueca, más enfadado que nunca, las hojas se desengancharon, y el duelo continuó. Intercambiando golpes por toda la cámara, se detuvieron cerca del cautivo Palpatine. Dooku estaba usando ambas manos para sostener su sable de luz, poniendo cada vez más de su fuerza en cada estocada mortal, cuando Anakin alcanzó rápidamente con su mano izquierda a agarrar las muñecas de Dooku. En el momento en el que Dooku estuvo temporalmente inmovilizado, Anakin retorció rápidamente su mano derecha para blandir su sable de luz entre él y el asombrado Dooku. El sable de luz de Dooku se desactivó automáticamente mientras salía volando con sus manos amputadas, que cayeron al suelo con un desagradable sonido. Sus rodillas temblaron, y cayó, arrodillándose junto a sus manos. Anakin agarró al vuelo el sable de luz de Dooku, luego activó la hoja roja y la cruzó con la hoja de su propia arma, colocando las hojas a cada lado de la cabeza de su oponente. Dooku se quedó boquiabierto y con los ojos como platos mirando los mutilados muñones de sus muñecas. Debido a que los sables de luz cauterizan tan rápido como atraviesan la carne, había sorprendentemente poca sangre. Te tengo, pensó Anakin, manteniendo las hojas de los sables de luz cerca del cuello de Dooku. —Bien, Anakin —dijo Palpatine desde su asiento—. Bien. —De forma inesperada, soltó una risita. Casi parece alegre. Debe estar en shock. —Ahora mátale —dijo Palpatine entonces. ¿Qué? Anakin mantuvo los ojos fijos en Dooku, quien pasó su temblorosa mirada hacia Palpatine.

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—Mátale —dijo Palpatine. Dooku levantó la vista hacia Anakin, quien ahora veía auténtico miedo en los ojos del viejo lisiado. —No debería hacerlo —dijo Anakin. Sus palabras parecieron dar cierto alivio a Dooku cuya expresión de pánico se relajó ligeramente mientras continuaba temblando. Puedo ser misericordioso, pensó Anakin mientras mantenía la mirada de Dooku. Soy mejor Jedi de lo que tú nunca has sido. —Hazlo —dijo Palpatine, prácticamente escupiendo las palabras. El miedo destelló de nuevo en los ojos de Dooku, cuando súbitamente presintió lo que iba a ocurrir. Anakin descruzó rápidamente las hojas, atravesando el cuello de Dooku. El cuerpo de Dooku se desplomó junto a sus manos, mientras que su cabeza rodaba y golpeaba por el suelo como una pelota deforme. Anakin sintió latir con fuerza en su pecho su propio corazón mientras desactivaba los sables de luz. ¿Qué he hecho?, pensó casi inmediatamente. —Lo has hecho muy bien, Anakin —dijo con calma Palpatine—. Era demasiado peligroso como para dejarle con vida. —Sí, pero era un prisionero desarmado —dijo Anakin mientras soltaba las esposas de energía de Palpatine—. No he debido hacerlo. No es el estilo Jedi. —Ha sido algo natural —dijo Palpatine, levantándose del elevado asiento—. Él un día te cortó el brazo, y tú querías venganza. Y no ha sido la primera vez, Anakin. ¿Recuerdas lo que me dijiste de tu madre y los moradores de las arenas? En los tres años que habían transcurrido desde la muerte de su madre, Anakin se había convencido de que había perdido momentáneamente el juicio aquella noche en el campamento tusken. Se había quedado como su secreto más oscuro, algo que ni siquiera había contado nunca a Obi-Wan porque sabía que sería expulsado de la orden Jedi, y a pesar de ello se había sentido obligado a compartir esa confidencia con Palpatine. Anakin hizo una mueca al recordar los tusken masacrados. El deseo de matarlos había estado fuera de su control. Matar a Dooku no había sido lo mismo. Sabía que era incorrecto, pero lo he hecho de todas formas. —Ahora vámonos antes de que lleguen más droides de seguridad —dijo Palpatine. Anakin corrió hacia Obi-Wan, quien seguía atrapado bajo la sección de balconada rota. En el exterior de los inmensos ventanales de la cámara un racimo de feroces explosiones indicaba que la batalla espacial se había intensificado. —Anakin, no hay tiempo —dijo Palpatine mientras Anakin liberaba a su maestro de los escombros—. Salgamos de aquí antes de que sea tarde. La Mano Invisible se sacudió violentamente al ser golpeada por una serie de explosiones. —No parece estar malherido —dijo Anakin, comprobando los signos vitales de ObiWan. —Déjale —ordenó Palpatine—, o no podremos escapar.

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—Compartiremos el mismo destino —dijo Anakin, rechazando por una vez obedecer al Canciller. Alzó el cuerpo de Obi-Wan, colocándoselo sobre los hombros, y corrió con el Canciller hacia el hueco del ascensor.

Anakin y Palpatine seguían a bordo de la Mano Invisible cuando Obi-Wan se recuperó. Junto con R2-D2, fueron brevemente capturados por el general Grievous, pero consiguieron escapar de sus garras metálicas. Por desgracia, Grievous lanzó todas las capsulas de escape y huyó al espacio cuando la Mano Invisible, dañada por el combate, comenzó a caer hacia la atmósfera superior de Coruscant. Aunque el aterrizaje forzoso fue estremecedor para Palpatine y los Jedi, las increíbles habilidades de pilotaje de Anakin les llevaron, junto a lo poco que quedaba de la nave insignia confederada, a una pista de aterrizaje. Mace Windu, el senador Bail Organa de Alderaan y C-3PO estaban entre los dignatarios que saludaron a Palpatine y Anakin en la plataforma de aterrizaje privada del Canciller en las Oficinas del Senado mientras Obi-Wan regresaba al Templo Jedi. Tras hablar brevemente con Bail Organa mientras entraban en el edificio de oficinas, Anakin encontró a Padmé esperándole discretamente en las sombras de una alta columna. No la había visto desde hacía meses. Aunque Anakin estaba preocupado por que el general Grievous seguía libre y había asumido el liderazgo de la Confederación, olvidó sus problemas mientras abrazaba a Padmé. Pero ella parecía diferente; tenía algo muy importante que decirle.

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Capítulo 11 —Ani, estoy embarazada. Aún en las sombras del vestíbulo de las Oficinas del Senado, de pronto Anakin se sintió feliz. Padmé le miró fijamente a los ojos, esperando que dijera algo. —Eso es… —comenzó, suspiró y apartó la mirada. Con la súbita comprensión de que su matrimonio ya no podría ser un secreto por más tiempo, sus primeros pensamientos fueron sobre cómo este acontecimiento impactaría en sus vidas. Padmé podría ser enviada de vuelta a Naboo, y yo caeré en desgracia en la orden Jedi. Será un escándalo… Entonces su mirada se cruzó de nuevo con la de Padmé, y vio lo asustada que estaba. —Bueno —dijo—, eso es mara… ¡es maravilloso! Sonrió. —¿Qué vamos a hacer ahora? —dijo Padmé, sin tranquilizarse en absoluto. —Para empezar disfrutar y no preocuparnos —dijo Anakin, abrazándola fuerte—. ¿De acuerdo? Es un momento feliz. El momento más feliz de mi vida.

Más tarde esa misma noche, en el apartamento de Padmé en la Ciudad Galáctica, Anakin tuvo una pesadilla tan terrible que casi gritó al despertarse. Trató de salir de la cama con cuidado para que Padmé no notase su ausencia, pero ella también se despertó y lo encontró de pie en la terraza, observando el tráfico aéreo pasar deslizándose al otro lado de las ventanas del apartamento. —¿Qué te preocupa? —preguntó Padmé. —Nada —dijo. Padmé llevaba el amuleto de buena suerte que Anakin había tallado para ella poco después de haberse conocido. Estiró la mano para tocar el amuleto—. Recuerdo cuando te regalé esto —dijo. Padmé le lanzó una dura mirada. —¿Llegará el día en que seamos sinceros el uno con el otro? —dijo. Anakin inspiró profundamente. —He tenido un sueño —admitió. —¿Malo? —Como los que solía tener sobre mi madre… antes de que muriera. —¿Y? —En este sueño aparecías tú. Padmé se acercó a Anakin. —Cuéntame —dijo. Anakin se alejó un poco. —Sólo era un sueño —dijo, pero tan pronto las palabras fueron pronunciadas, sintió que no eran ciertas. No era sólo un sueño. Era real, y va a ocurrir.

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Se volvió para mirar a Padmé. —Morías durante el parto —dijo. Padmé trató de no asustarse. —¿Y el bebé? —No lo sé. Padmé volvió a acercase a Anakin. —Solo era un sueño —dijo, tratando ahora a un tiempo de convencerse a sí misma y de calmar a Anakin. —No permitiré que este se haga realidad —juró Anakin. —Este bebé va a cambiarnos la vida —dijo Padmé—. La reina no me permitirá continuar sirviendo en el Senado. Y si el Consejo descubre que eres el padre, te expulsarán. —Lo… lo sé —tartamudeó Anakin, tratando de apartar esas realidades—. Lo sé. —¿Crees que podríamos pedir ayuda a Obi-Wan? —No necesitamos su ayuda —dijo Anakin, y frunció el ceño al imaginarse las reprimendas de su maestro. Cuando se dio cuenta de que Padmé parecía asustada por su expresión, Anakin transformó sus rasgos en una amable sonrisa—. Nuestro bebé es una bendición. Anakin volvió a pensar en el sueño, deseando que no fuese una profecía precisa de cosas que iban a ocurrir, pero de algún modo sabiendo en el fondo de su corazón que sí lo era. Por suerte, conocía a alguien que era una especie de experto en premoniciones.

—¿Premoniciones? —dijo el Maestro Yoda—. Premoniciones. Hmm. Era la mañana siguiente tras su pesadilla sobre Padmé, y Anakin estaba en las habitaciones de Yoda en el Templo Jedi. Estaban sentados frente a frente, y tiras de brillante luz solar se colaban a través de las cortinas que cubrían las ventanas de la austeramente amueblada sala. —Estas visiones que tienes… —dijo Yoda. —Son de dolor, sufrimiento. Muerte. —¿De ti mismo tú hablas, o de algún conocido? Anakin estaba renuente a ofrecer más detalles, pero contestó. —De un conocido —admitió. —¿Cercano a ti es? Anakin bajó la mirada, y se sintió casi avergonzado mientras respondía. —Sí. Alzando un dedo en señal de advertencia, Yoda traspasó a Anakin con una mirada penetrante. —Muy cuidadoso debes ser al percibir el futuro, Anakin —dijo—. El miedo a la pérdida un camino hacia el lado oscuro es.

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Anakin recordó los sueños que habían precedido a la muerte de su madre y luego su fracaso al intentar salvarla. —No dejaré que las visiones se hagan realidad, Maestro Yoda —dijo secamente, volviendo a enfrentarse a la mirada de Yoda. —La muerte una parte natural de la vida es —explicó Yoda—. Regocíjate por los que te rodean que en la Fuerza se transforman. Llorarlos no debes. Añorarlos tampoco. El apego a los celos conduce. La negra sombra de la codicia es. —¿Qué debo hacer, Maestro Yoda? —dijo Anakin, deseando permanecer en el camino correcto esta vez. —Aprender a liberarte de aquello que precisamente perder temes. Podría ser capaz de liberarme del hecho de ser un Jedi, pensó Anakin, pero no puedo liberarme de Padmé. Sencillamente no puedo. La quiero demasiado. No dejaré que muera. No lo haré.

Poco después del encuentro de Anakin con Yoda, Palpatine confesó a Anakin que temía que el Consejo Jedi quisiera más control sobre la República que el que ya tenía. Anakin encontró eso difícil de creer, pero accedió a convertirse en el representante personal de Palpatine en el Consejo. Debido a que sólo los Maestros Jedi servían en el Consejo, Anakin supuso que su nombramiento garantizaría su ascenso a Maestro, y se sintió insultado cuando el Consejo insistió en que siguiera siendo Caballero. Tras su primera en incómoda reunión con el Consejo, Anakin supo por Obi-Wan que el Consejo quería que informase de todas las acciones del Canciller Palpatine. Parecía que Anakin era el único Jedi que confiaba en Palpatine. Palpatine sospecha que el Consejo planea algo, ¡y el Consejo quiere que espíe a Palpatine! ¿En quién debería confiar? Anakin trató de hablar con Padmé, pero cuando ella le expresó sus preocupaciones acerca de que la democracia ya no existía en la República, la acusó de hablar como una separatista. ¡¿Se está volviendo también ella contra mí?! Más tarde esa noche, Palpatine convocó a Anakin para reunirse con él en el palco privado del Canciller en el Palacio de la Ópera de las Galaxias. Allí, mientras observaban a una compañía de mon calamari interpretar un ballet a gravedad cero en el interior de inmensas esferas de agua temblorosa, Palpatine informó a Anakin de que las Unidades de Inteligencia Clon habían descubierto que el general Grievous se ocultaba en el sistema Utapau. Tras ordenar a sus asistentes que salieran del palco, Palpatine siguió confesándole que había llegado a sospechar que el Consejo Jedi quería controlar la República, y que estaba conspirando para traicionarle. —Te han encargado la tarea de espiarme, ¿verdad? —dijo Palpatine. Anakin se estremeció en su asiento junto al Canciller. —No, eh… —respondió—. No sabría decir.

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—Refresquemos tus primeras lecciones —continuó Palpatine—. Todo aquél que accede al poder teme perderlo algún día. Incluso los Jedi. No, eso no es cierto, pensó Anakin. —Los Jedi utilizan su poder para el bien —insistió. —El bien es un punto de vista, Anakin —dijo tranquilamente Palpatine—. Los Sith y los Jedi son similares en casi todos los aspectos, incluido el de la búsqueda de un mayor poder. Eso tampoco es cierto. —Los Sith confían en su pasión por su fuerza —dijo Anakin—. Piensan hacia dentro, sólo en sí mismos. —¿Y no es lo que hacen los Jedi? —preguntó Palpatine, alzando las cejas para dejar clara su creencia de que la respuesta era tan visible como su cara. —No, son desinteresados —replicó Anakin—. Se preocupan por los demás. Hubo un aplauso del público, y Anakin y Palpatine dirigieron su atención a los artistas. —¿Has oído hablar de la tragedia de Darth Plagueis el Sabio? —dijo Palpatine. —No —admitió Anakin. —Lo suponía —dijo Palpatine con petulancia—. Un Jedi nunca te la contaría. Es una leyenda Sith. Darth Plagueis era un Lord Tenebroso del Sith, era tan poderoso y tan sabio que podía utilizar la Fuerza para influir en los midiclorianos y crear… vida. — Lentamente volvió su mirada a Anakin antes de continuar—. Era tal su conocimiento del lado oscuro que incluso podía llegar a evitar que los seres que le importaban murieran. Anakin pensó inmediatamente en Padmé, y en sus pesadillas más recientes, y sintió un cosquilleo recorriéndole la espalda. —¿Podía salvar… —dijo—… a una persona de la muerte? —El lado oscuro de la Fuerza es un camino que puede aportar facultades y dones que muchos no dudan en calificar de antinaturales. Anakin pensó en Darth Plagueis, preguntándose cuánto habría de verdad en esa leyenda. —Bien —dijo—. ¿Y qué le pasó? Apartando la mirada de Anakin, Palpatine respondió lentamente. —Llegó a ser un hombre tan poderoso, que su único e incesante temor era perder el poder, que por supuesto perdió. Cometió el error de transmitir a su aprendiz todos sus conocimientos. Un día su aprendiz lo mató mientras dormía. Es irónico. Era capaz de salvar de la muerte a cualquiera menos a sí mismo. Debido a que el Canciller era un hombre muy instruido y había discutido con miembros del Consejo Jedi acerca de la búsqueda de Darth Sidious que se estaba llevando a cabo, Anakin no sintió curiosidad acerca de cómo podría haber aprendido una historia tan extraña acerca de los Sith. Anakin sólo quería saber una cosa. —¿Y es posible aprender ese poder? —preguntó. Alzando las cejas, Palpatine volvió de nuevo su mirada hacia Anakin.

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—Lo es, pero no de un Jedi —dijo.

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Interludio Veintitrés años después del final de las Guerras Clon, Darth Vader no tenía dificultades para recordar el encuentro de Anakin Skywalker con el Canciller Supremo Palpatine en el Teatro de la Ópera. Aunque aún no había descubierto que Palpatine era en realidad el Señor del Sith Darth Sidious, fue en ese momento en particular cuando Anakin Skywalker decidió que debía aprender los secretos de los Sith. En ese momento, Anakin se había convencido a sí mismo de que sólo quería obtener los poderes que le ayudarían a salvar a su esposa. No quería tomar el camino hacia el lado oscuro. De hecho, había seguido comportándose noblemente después de ese encuentro en la ópera. Cuando el Consejo Jedi volvió a insultarle seleccionando a Obi-Wan para perseguir al general Grievous en Utapau, Anakin se disculpó por su arrogancia. Y tras descubrir que Palpatine era el Señor del Sith que había asesinado a Darth Plagueis, y darse cuenta de que el Canciller no tenía intenciones de descender de su posición de poder tras la muerte del general Grievous, Anakin informó de su descubrimiento a Mace Windu, quien lideró un grupo de Maestros Jedi para apresar a Palpatine. Anakin había hecho lo correcto. Pero debido a que Anakin creía que el único modo por el que podría salvar a Padmé era adquiriendo los conocimientos arcanos de Palpatine, había sido incapaz de dejar que Mace Windu matase al Señor del Sith. Y así permitió que Palpatine desencadenase los relámpagos Sith sobre Mace Windu, y eligió traicionar a todos los Jedi en Coruscant, y se doblegó ante Palpatine. Como nuevo aprendiz del Señor del Sith, tomó el nombre de Darth Vader antes de prepararse para matar a todos los Jedi que quedaban en el Templo Jedi. Ahora, tantos años después, Vader reflexionó sobre todos los Jedi que mató ese día. Recordando la expresión de asombro de Mace Windu al caer desde la ventana de la oficina de Palpatine, y los gritos de los niños Jedi y sus profesores, no sintió remordimientos. Tal como creía haber hecho lo máximo que pudo para ser un Jedi honrado, creía que sus acciones como aprendiz de Palpatine eran incluso más correctas. Aún brotaba humo del Templo Jedi cuando Vader viajó al mundo volcánico de Mustafar para matar a los líderes separatistas en su escondite. Mientras tanto, Palpatine dictaba una orden a todas las tropas clon dispersas en la galaxia para que matasen a sus generales Jedi, y luego informó al Senado de que los separatistas habían sido vencidos y la rebelión Jedi había sido sofocada. Alegres vítores acompañaron la declaración de Palpatine de que la República se reorganizaría en el primer Imperio Galáctico. Tras matar a todos los líderes separatistas, el nuevo aprendiz de Palpatine caminó al exterior de la fortaleza de la montaña en Mustafar para observar los ríos de brillante lava que corrían por debajo. No se lamentaría por las vidas que había tomado. Pero por la pérdida de su antiguo ser, el niño que había soñado con convertirse en Jedi, fue incapaz de reprimir las lágrimas que cayeron por sus mejillas. Anakin Skywalker había desaparecido. ¿O era él? Después de todo, Padmé se había enamorado de Anakin, no de Darth Vader. No había previsto que Padmé, viajando con C-

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3PO, le seguiría a Mustafar y pondría en duda la rectitud de sus acciones. Ni tampoco había previsto que Obi-Wan sobreviviría a la purga Jedi, y que la traicionera Padmé lo traería con ella. A pesar de sus poderes y de años de empatía con Obi-Wan, su rabia había bloqueado su capacidad de sentir la presencia de su antiguo Maestro en Mustafar hasta que vio al Jedi de pie en la escotilla de la nave estelar de Padmé. Tampoco había imaginado nunca que Obi-Wan poseyera la fuerza para derrotarle tan brutalmente.

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Capítulo 12 —¡Tú eras el Elegido! —gritó Obi-Wan a lo que quedaba de Anakin Skywalker, quien agonizaba al final de una rampa de arena negra al borde de un río de lava de Mustafar. Su agotador duelo les había alejado de la plataforma de aterrizaje donde la nave de Padmé se había posado, y donde Anakin había usado la Fuerza para asfixiar a su aparentemente desleal esposa. Pero ahora el duelo había acabado. Con un simple balanceo de su sable de luz, ObiWan había rebanado las piernas de su antiguo padawan, y también su brazo izquierdo. Mientras Anakin luchaba por levantar la cabeza de la ardiente arena, sus ojos brillaron con furia cuando miró a Obi-Wan. ¡No moriré así! ¡Sigo siendo más fuerte que tú! —¡El que destruiría a los Sith, no el que se uniría a ellos! —continuó Obi-Wan—. ¡El que vendría a traer el equilibrio a la Fuerza, no a hundirla en la oscuridad! Sintiendo que el intenso calor penetraba por su túnica desgarrada, Anakin vio su sable de luz, caído a poca distancia de él. Demasiado aturdido y herido para enfocar sus poderes, observó con rabia como Obi-Wan se agachó para recoger el sable de luz, lo colocó junto al suyo y comenzó a ascender la pendiente. —¡Te odio! —rugió Anakin, manteniendo sus ojos fijos en la figura que se marchaba. Obi-Wan detuvo sus pasos y se giró por última vez para enfrentarse al furioso y derrotado monstruo. —Tú eras mi hermano, Anakin —dijo Obi-Wan—. Yo te quería. La ropa de Anakin se prendió fuego, y todo su cuerpo quedó pronto engullido por las llamas. Sus gritos estaban tan llenos de rabia como de dolor, no muy distintos a los de una criatura completamente indefensa. Su instinto era rodar y sofocar las llamas, pero debido a sus heridas y a las piedras al rojo vivo bajo su malherido cuerpo y su cabeza, lo único que podía hacer era arder sin parar. Obi-Wan se alejó, dejando que Anakin muriera. De algún modo, a través de su agonía, Anakin sintió un último destello de la presencia de Obi-Wan antes de que el Jedi desapareciera de su vista. Anakin siguió gritando.

Las llamas se habían extinguido finalmente. El brazo mecánico de Anakin excavaba en la arena. Se apoyó en él, y se deslizó unos pocos milímetros hacia arriba en la pendiente. ¡Otra vez! Con cada movimiento, ardientes fragmentos volcánicos arañaban y rasgaban su carne achicharrada. Le hizo falta toda su concentración para desplazar sus restos abrasados hacia arriba en la pendiente, alejándose del río de lava. Gimió. Sólo sus poderes evitaban que perdiera el sentido. ¡Una vez más!

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Sólo su odio hacia Obi-Wan le hacía desear seguir viviendo.

Anakin —él seguía pensando en sí mismo como Anakin— escuchó el motor de una nave estelar que llegaba, sobre su posición. No supo cuánto tiempo pasó antes de escuchar la voz de un soldado clon. —Majestad, por aquí —exclamó. Entonces escuchó la voz de Palpatine. —Ahí está. Aún sigue con vida. El ennegrecido torso de Anakin quedó completamente inerte cuando finalmente permitió que la oscuridad cayera sobre él.

Anakin se despertó en una mesa de operaciones, rodeado por droides. El recién nombrado Emperador Palpatine le había llevado a un centro de reconstrucción quirúrgica de Coruscant, y los droides estaban ocupados encajando miembros robóticos a su tembloroso torso, que estaba sujeto a la mesa con correas metálicas. Los droides estaban trabajando rápidamente para mantener a los preciosos midiclorianos que existían en la sangre y los tejidos de Anakin. Para evitar que los midiclorianos fueran dañados por sustancias químicas externas, los droides estaban trabajando sin anestesia. Anakin lo sentía todo. Sentía cada fría hoja de metal que cortaba su espantosamente herida carne para permitir que otras herramientas analizasen y estabilizasen sus dañados órganos internos. Se retorcía de dolor cuando los huesos astillados eran reemplazados por plastoide, y se encogía cuando los láseres soldaban los nuevos miembros en sus lugares. En un momento dado, escuchó en la lejanía cómo un droide quirúrgico explicaba a Palpatine que necesitaría un casco especial y un equipo adicional para hacer circular el aire dentro y fuera de sus dañados pulmones. A pesar de ese daño, durante todo el proceso, nunca dejó de gritar. Finalmente estabilizado, Anakin yacía silenciosamente en la mesa a la que seguía sujeto. Estaba embutido en un traje de soporte vital de un brillante color negro, con un panel de control lleno de luces ubicado sobre su pecho. Observaba como un mecanismo robótico descendía lentamente sobre su cabeza, colocando en su rostro una máscara negra con receptores visuales ovalados y una rejilla de respiración triangular, mientras que otro mecanismo colocaba un casco sobre su cráneo. El casco y la máscara encajaron entre sí al tiempo que se encajaban en el anillo blindado que rodeaba su cuello. Completamente integrados con el traje presurizado, escuchó un trabajoso sonido mecánico, y entonces se dio cuenta de que era el sonido de su propia respiración. La mesa se inclinó, poniendo el maniatado cuerpo de Anakin de pie. Desde las sombras de la mesa de operaciones, el encapuchado Emperador avanzó unos pasos. —Lord Vader —dijo—. ¿Puedes oírme?

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¿Vader? Es cierto… Soy Darth Vader. Anakin ya no existe. Vader exhaló. —Sí, Maestro —dijo. El vocalizador de la máscara había convertido su voz en la de un autoritario barítono. Se seguía sintiendo débil, de modo que giró lentamente la cabeza con cierta dificultad, ajustando su visión a través del casco para ver mejor al Emperador. El rostro del emperador estaba arrugado y retorcido, deformado por los relámpagos Sith que habían sido reflejados brevemente por Mace Windu durante su lucha. —¿Dónde está Padmé? —dijo Vader con su nueva voz. Después de todo lo que había pasado, seguía preocupado por ella, aún la quería, aún quería salvar su vida—. ¿Está a salvo? ¿Se encuentra bien? —Según parece —dijo Palpatine con su tono más conciliador—, llevado por la ira, tú la mataste. —¿Yo? No puede ser —dijo con incredulidad Vader. ¡Yo la amaba! Hice todo lo que pude por salvarla… La voz de su mente le sonaba extraña, más débil que el bramido de trueno sintetizado que emitía por su máscara. Recordó haber asfixiado a Padmé en Mustafar, cómo observó su cuerpo agitarse y caer en la plataforma de aterrizaje. Yo no quería… —Estaba viva. ¡Lo percibí! —exclamó Vader. Palpatine dio un cauteloso paso atrás cuando Vader rugió de dolor y rabia. A su alrededor, el equipo y los droides del laboratorio comenzaron a agitarse y reventar cuando Vader arremetió con sus poderes de la Fuerza en todas direcciones. Se escuchó un fuerte chasquido metálico cuando liberó su brazo izquierdo de la mesa, y luego el derecho. Se tambaleó hacia adelante con sus piernas de aleación, enfundadas en botas torpes y pesadas, hasta que llegó al borde de la zona de operaciones. Y de algún modo, a través de toda su ira, sintió de pronto al menos una verdad: Padmé estaba muerta, junto con su bebé no nato. —¡No! —bramó de manera tan fuerte y prolongada que su grito resonó por los muros. Tras su máscara, apretó con fuerza los ojos en un esfuerzo de contener las lágrimas que era físicamente incapaz de derramar. Pero no hubo lágrimas. Ni sabía si es que los droides quirúrgicos habían alterado o extraído sus conductos lacrimales, o es que ya nada le importaba. Todo lo que sabía a ciencia cierta es que Padmé se había separado de él para siempre… y que aún quedaban unos cuantos Jedi esperando a ser asesinados. Careciendo del amor de nadie, e incapaz de sentir el tacto de nada a través de sus dedos enguantados y cibernéticos, Darth Vader finalmente estaba preparado para abrazar por completo el lado oscuro. Y así lo hizo.

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Capítulo 13 Las primeras misiones de Darth Vader consistieron en perseguir a los Jedi que habían sobrevivido a la purga. Investigó cada avistamiento comunicado, viajó a muchos mundos remotos para cazar su presa, y mató a cada Jedi que encontró. Ningún informe le condujo a Obi-Wan o Yoda, pero Vader siempre permanecía vigilante. Con cada día que pasaba, Vader se distanciaba del Jedi que un día fue. Donde Anakin Skywalker se había influenciado por circunstancias traumáticas, Vader cobró forma infligiendo dolor a los demás. Por desgracia, debido a sus brazos artificiales, era incapaz de conjurar el relámpago Sith o de ser invulnerable a él. Siempre sería más débil que el Emperador. Poca gente era consciente de lo que le había ocurrido a Anakin Skywalker, pero no pasó mucho tiempo hasta que casi todo el mundo en el Imperio Galáctico hubiera escuchado algún rumor o hecho suelto acerca del nuevo sirviente de Palpatine. Un mes después de que Palpatine se convirtiera en Emperador, circuló una historia de que Vader había localizado el escondite de cincuenta traidores Jedi y los había matado a todos y cada uno con sus propias manos. Los testigos oculares lo describían como una especie de espectro que parecía poseer poderes Jedi y llevaba un sable de luz, pero que definitivamente no era un Jedi. Después de todo, puede que los Jedi hubieran intentado dominar la República, pero nunca se les había conocido por estrangular a sus oponentes. Algunos sospechaban que Darth Vader era un droide creado para cumplir la voluntad del Emperador. Otros sugerían que podría haber sido anteriormente un gladiador o cazarrecompensas profesional. Incluso se especulaba que podría ser alguna figura pública muy conocida que había asumido el nombre de «Darth Vader» y llevaba ese casco que le ocultaba el rostro para esconder su verdadera identidad. El propio Vader no hacía nada para revelar su historia personal. Por lo que a él se refería, lo único que la gente tenía que saber era que únicamente respondía ante el Emperador. Como lugarteniente del Emperador, Vader obedeció las directrices de su Maestro con letal precisión. Aparte de cazar Jedi, supervisó la expansión de la Flota Imperial e hizo cumplir cada nueva ley —muchas de las cuales promovían el odio a los no humanos— para dar mayor poder al Imperio. Aquellos que se oponían o disgustaban a Vader acababan muertos o esclavizados, e incluso los más ardientes seguidores de Palpatine observaban temerosos al cyborg enmascarado y sombrío. En poco tiempo, su propio nombre se convirtió en sinónimo de terror. El Emperador reorganizó el Senado Galáctico como el Senado Imperial, para poder continuar monitorizando y manipulando a los representantes de los mundos que ahora controlaba. Vader acompañaba al Emperador en las sesiones más importantes del Senado, que a menudo eran presenciadas por el senador Bail Organa de Alderaan, entre otros. Durante las Guerras Clon, Anakin Skywalker había compartido, por un tiempo, la opinión de la senadora Amidala, quien tenía a Organa como un político excepcional,

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honrado, pero para Darth Vader ese hombre era tan insignificante como un vulgar insecto. Como la mayoría de la gente, Organa dirigía su mirada a otra parte cuando Vader estaba presente. Tras asignar las responsabilidades más mundanas del gobierno a administradores paranoicos, el Emperador hizo cada vez menos apariciones públicas, lo que le permitió dedicar más de su tiempo al estudio del lado oscuro de la Fuerza en su palacio de Coruscant. Con el tiempo, la amenazadora figura de Vader se convirtió en el icono definitivo de la autoridad imperial. Pero el Emperador nunca le dejaba a Vader olvidar quién estaba al mando. De vez en cuando, tenían muchas variaciones de la misma conversación, que a menudo comenzaba con una burlona pregunta del Emperador: —¿Tienes miedo a la muerte, Lord Vader? —No, Maestro. —¿Entonces por qué sigues viviendo? —Para aprender a ser más poderoso, Maestro. —¿Buscas ese poder para tratar de derrocarme? —Vos sois mi camino al poder, Maestro. Os necesito. —Sí, mi aprendiz. Recuerda tu lugar, y que tienes mucho que aprender. Con el tiempo, Vader creó su propio retiro privado, el Castillo de Bast, en el planeta Vjun, perpetuamente asolado por las tormentas, donde el conde Dooku se había refugiado una vez durante las Guerras Clon. En Vjun, Vader realizaba sus propios estudios sobre el lado oscuro. No tenía dudas de que el Emperador sabía qué es lo que quería más que nada: el poder de matar a su Maestro. Pero debido a que Palpatine era tan increíblemente poderoso, y a pesar de varios intentos, Vader aprendió que no había razón para creer que pudiera llegar nunca a derrotar al anciano Señor del Sith. Conforme pasaban los años, el Imperio se expandió conquistando más mundos. Aunque los soldados clonados aún se seguían usando en la Flota Imperial, los humanos también comenzaron a servir como oficiales alistados, o fueron asignados a misiones como técnicos, pilotos, y soldados de asalto. Aunque Anakin Skywalker nunca había tenido ninguna conversación personal con el cazarrecompensas Jango Fett, Darth Vader llegó a familiarizarse con el «hijo» clonado de Fett, Boba Fett, quien había heredado la armadura, las armas y la nave de su padre. Conforme Boba Fett se ganaba una bien merecida reputación como el mejor cazarrecompensas de la galaxia, resultaba inevitable que Vader le contratara ocasionalmente para misiones clandestinas. Vader también supervisó operaciones secretas en numerosos mundos. Para reclutar a los letales guerreros Noghri para su causa, llegó al auxilio de su planeta después de haberlo envenenado secretamente con toxinas inhibidoras de vida. Cuando una estación de investigación imperial liberó accidentalmente un agente biológico letal en el planeta Falleen, Vader ordenó a sus soldados que disparasen turboláseres al mundo contaminado, asesinando a más de doscientos mil nativos falleen.

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De todas las operaciones que supervisó Darth Vader, la más importante fue la construcción de la Estrella de la Muerte, una estación de combate del tamaño de una luna que, cuando estuviera acabada, estaría equipada con un superláser capaz de destruir planetas enteros. Concebida por uno de los oficiales de mayor rango del Imperio, el gran moff Wilhuff Tarkin, y diseñada originalmente en Geonosis, la Estrella de la Muerte prometía ser el arma definitiva del Imperio. Como parte de la doctrina de Tarkin del Gobierno del Miedo, la estación de combate sembraría tal terror en la galaxia que ningún mundo osaría desafiar o desobedecer una orden imperial. Como Palpatine había previsto, el Imperio tenía sus enemigos. Un movimiento clandestino en particular —la Alianza para Restaurar la República, más comúnmente conocida como la Alianza Rebelde— resultó ser el más irritante. Aunque los oficiales imperiales estaban seguros de que los rebeldes habían establecido una base secreta, la ubicación de la base permanecía desconocida. Diecinueve años después del final de las Guerras Clon y el nacimiento del Imperio, la Alianza Rebelde atacó un convoy imperial en el sistema Toprawa, en el Borde Exterior. Darth Vader inmediatamente se dio cuenta de que había sido una táctica de distracción, y que el auténtico objetivo de los rebeldes era infiltrarse en una estación de investigación imperial en Toprawa. Los rebeldes habían robado los planos de la Estrella de la Muerte.

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Capítulo 14 Darth Vader se había encontrado con la hija de Bail Organa, la princesa Leia, en varias ocasiones en los últimos años. La primera vez había sido en Coruscant, antes de que ella llegase a ser senadora, cuando ella y su padre esperaban en fila una recepción para conocer al Emperador en el Palacio Imperial. Como la mayoría de la gente, ella había temblado en presencia del Emperador, y no había dado a Vader ninguna razón para pensar que pudiera suponerle ningún tipo de amenaza. Más recientemente, le había visto a ella y a uno de sus oficiales, el capitán Antilles, en el planeta Ralltiir, donde la princesa había dicho estar trabajando como embajadora de buena voluntad, esperando entregar suministros médicos al Alto Consejo de Ralltiir. Debido a que sus movimientos recientes la habían situado en zonas donde había actividad rebelde, Vader se aseguró de que su antigua corbeta corelliana —los imperiales le habían dado su apodo de «Burlador de Bloqueos» debido a sus capacidades evasivas— no abandonase Ralltiir sin un pequeño dispositivo de rastreo como polizón. Tras descubrir que los rebeldes habían atacado un convoy imperial en el sistema Toprawa, Vader viajó allí con rapidez. Se encontraba en el puente del destructor imperial Devastador, en la órbita de Toprawa, junto a su ayudante, el comandante Praji, quien vestía su uniforme negro, cuando un pequeño punto que indicaba una nave que se acercaba apareció en una pantalla sensora. Aunque la nave no estaba transmitiendo un número de identificación, una señal de rastreo indicaba que se trataba del burlador de bloqueos de la princesa Leia. Vader no estaba sorprendido. Segundos más tarde, un oficial de comunicaciones imperial levantó la vista de su monitor. —Comandante —dijo—, se están enviando señales codificadas desde el planeta. Vader giró su casco para mirar a Praji. —Esa nave que acaba de entrar al sistema —dijo—. Deténganla. Praji se trasladó a una consola de comunicaciones para abrir un canal al burlador de bloqueos y habló en un comunicador. —Nave no identificada. ¡Deténgase de inmediato y prepárense para búsqueda e interrogatorio de seguridad! —Aquí la Tantive IV —respondió una voz masculina por el comunicador, y Vader inmediatamente reconoció al hablante como el capitán Antilles—. Tenemos una malfunción extravehicular. Una unidad de mantenimiento está trabajando en ella ahora. —Después de un momento de pausa, Antilles continuó—. Somos una nave consular en misión diplomática y abandonaremos este sistema tan pronto hayamos efectuado las reparaciones. El comandante Praji miró a Vader, quien hizo un único gesto afirmativo con la cabeza.

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—Damos acuse de recibo de sus transmisiones, Tantive IV. El Devastador no abrirá fuego. Mantenga su curso actual y prepárese para recibir investigadores imperiales. Pocos segundos después, Antilles respondió. —Crucero imperial Devastador, estamos en misión diplomática y no vamos a detenernos ni retrasarnos. Praji examinó rápidamente una pantalla sensora. —La Tantive IV ha alzado sus escudos de energía y está acelerando para salir de órbita. —Tras ellos —ordenó Vader, seguro de que el burlador de bloqueos no escaparía. Mientras los motores del Devastador rugían al cobrar vida, Praji volvió a hablar por el comunicador. —Tantive IV, aquí el Devastador. Nuestros sensores indican que ha interceptado transmisiones ilegales en este sistema solar. ¡Deténganse o abriremos fuego! —Disparen para un daño mínimo —dijo con calma Vader cuando vio que el burlador de bloqueos mantenía su rumbo. Los cañones del Devastador lanzaron largos rayos de disparos de energía que martillearon sobre los escudos de la pequeña nave fugitiva. Un instante después, los motores de la Tantive IV refulgieron y la nave se desvaneció en el hiperespacio. Todos los espaciantes sabían que es imposible rastrear a otra nave a través del hiperespacio, la dimensión que permitía el viaje a una velocidad superior a la de la luz. En el Devastador, el comandante Praji consultó una pantalla sensora para localizar el dispositivo rastreador. —Lord Vader, se dirigen al sistema Tatooine. ¡Tatooine! Vader aparentó seguir impasible, pero tras su máscara apretaba los dientes y la sangre le hervía. Sólo con pensar en Tatooine un pequeño aluvión de desagradables recuerdos le invadió. —Establezca un curso —dijo Vader, recuperando la compostura. —Sí, mi Señor. Para cuando el Tantive IV llegó al sistema Tatooine, el Devastador estaba justo tras él. El burlador de bloqueos estaba devolviendo el fuego cuando llegaron a la órbita de Tatooine, pero estaba siendo abrumadoramente superado por la potencia de fuego del destructor estelar imperial. Después de que el destructor estelar hiciera volar el conjunto de sensores primario del burlador de bloqueos y el proyector de escudo de estribor, la nave más pequeña quedó efectivamente paralizada. Un rayo tractor imperial atrajo al Tantive IV hacia el hangar principal del Devastador, y soldados de asalto armados con rifles bláster fueron enviados a la nave capturada. Varios soldados de asalto fueron derribados por la tripulación de la Tantive IV cuando entraron, pero el flujo constante de implacables soldados imperiales con armaduras blancas consiguió asegurar la nave en cuestión de minutos. Cuando la batalla de blásteres hubo terminado, Darth Vader abordó la Tantive IV. Los pasillos de paredes blancas mostraban quemaduras, el aire era pesado con el aroma del

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humo de los blásteres, y el suelo estaba cubierto por los cuerpos tanto de los soldados de asalto caídos como de las tropas rebeldes. Vader avanzó por el pasillo como una malevolente sombra. El capitán Antilles había sobrevivido al asalto imperial y fue escoltado por soldados de asalto al foro de operaciones de la nave, donde Vader le estaba esperando. Vader rodeaba el cuello de Antilles con sus dedos cubiertos con un guante negro cuando un oficial imperial irrumpió presuroso. —Los planos de la Estrella de la Muerte no están en la computadora. —Anunció. Vader giró su visor para mirar al capitán Antilles. —¿Dónde están esas transmisiones que habéis interceptado? —Sin esfuerzo, el Señor del Sith alzó lentamente su brazo y levantó a Antilles del suelo—. ¿Qué habéis hecho con esos planos? —No hemos interceptado ninguna transmisión —respondió Antilles, jadeando—. Aaah… ésta es una nave consular, en misión diplomática. Vader apretó con más fuerza. —Si ésta es una nave consular… —dijo—, ¿dónde está el embajador? Cuando Antilles no respondió, Vader decidió que el interrogatorio había terminado. El Señor Oscuro dio un fuerte apretón, rompiendo instantáneamente el cuello de Antilles. Vader arrojó el cadáver contra la pared, y se volvió hacia un soldado de asalto. —Comandante —dijo—, registre a fondo esta nave hasta que encuentre esos planos, y tráigame a los pasajeros. ¡Los quiero vivos! Minutos después de que las tropas de asalto comenzasen su búsqueda de pasajeros, Vader fue informado de que la princesa Leia había sido capturada.

—Darth Vader —dijo Leia dirigiéndose a su captor. Sus muñecas estaban sujetas con esposas e ignoraba a los numerosos soldados de asalto que también se encontraban en el estrecho pasillo de la Tantive IV—. Sólo tú podías ser tan osado —continuó, mirando valientemente a las oscuras lentes del casco del Señor del Sith—. El Senado Imperial no te perdonará esto. Has atacado a una nave diplomática… —No finjáis sorpresa, alteza —interrumpió Vader—. Esta vez no ibais en misión de paz. En esta nave se han recibido transmisiones de los espías rebeldes. Quiero saber qué ha sido de los planos que os enviaron. —No sé de qué me estás hablando —repuso secamente Leia—. Soy miembro del Senado Imperial y voy en misión diplomática a Alderaan… —Vos formáis parte de la Alianza Rebelde… sois una traidora —bramó Vader—. ¡Lleváosla! Conforme los soldados de asalto conducían a Leia desde su nave al destructor estelar, un oficial de uniforme negro y nariz aguileña llamado Daine Jir se puso junto a Vader y siguió al Señor del Sith en su camino por el pasillo, buscando cualquier indicio que le condujera a los planos robados.

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—Es peligroso retenerla —dijo Jir con franqueza—. Si llega a saberse, puede provocar simpatía hacia la rebelión en el senado. —He comprobado su conexión con los espías rebeldes —dijo Vader sin un asomo de preocupación—. Y ella es lo único que tengo para dar con la base secreta. —Morirá antes de decir nada —añadió Jir, conocedor de la reputación de la princesa. —Deje eso de mi cuenta —dijo Vader—. ¡¡Envíe una señal de desastre e informe al Senado de que todos han muerto!! Cuando Vader llegó a un cruce del pasillo, el comandante Praji le detuvo. —¡Lord Vader, los planos de la estación acorazada no están en esta nave! Y no se ha hecho transmisión alguna. Pero fue lanzada una cápsula durante la lucha, sin signos de vida a bordo. —Ella debió esconder los planos en esa cápsula —dijo Vader, sintiendo que crecía su ira—. Envíe un destacamento a buscarla. Ocúpese personalmente, comandante. Esta vez nada nos detendrá. —Sí, señor —dijo Praji. —Y envíe destacamentos a asegurar los espaciopuertos del planeta —añadió Vader— . Ninguna nave debe abandonar Tatooine sin autorización imperial. Vader caminó hacia un ventanal y miró hacia abajo, al planeta arenoso. Parecía tan yermo como lo recordaba. Y pensar que una vez viví allí… que ese era mi hogar antes de que los Jedi llegaran y me llevaran consigo. Mi madre respiró su último aliento en ese mundo, y durante años sentí esa… pérdida agonizante. Ahora no siento nada. Este mundo significa para mí lo mismo que una mota de polvo, y todos sus habitantes deberían ser polvo también. Cuando volvió al Devastador, Vader consideró la posibilidad de que Tatooine podría ser reducido a polvo por la Estrella de la Muerte. Se preguntó si observar la destrucción del planeta arenoso podría reportarle algún placer. Era una posibilidad que no podía descartar.

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Capítulo 15 Un orbe de 160 kilómetros de diámetro; la Estrella de la Muerte era del tamaño de una luna de clase IV y era la nave estelar más grande jamás construida. Su casco exterior de acero quadanio tenía dos características que llamaban la atención: una lente cóncava de concentración de superláser situada en su hemisferio superior, y una trinchera ecuatorial que contenía motores iónicos, hipermotores, y bahías de hangar. Aparte de su superláser, que todavía no estaba completamente operacional, el armamento de la Estrella de la Muerte incluía más de 10.000 baterías de turboláser, 2.500 cañones láser, y 2.500 cañones iónicos. Sus hangares contenían 7.000 cazas TIE de motores iónicos gemelos, y más de 20.000 naves militares y de transporte. La tripulación, las tropas y los pilotos de la estación de combate sumaban más de un millón de personas. La Estrella de la Muerte no impresionaba en absoluto a Darth Vader. Tras regresar del sistema Tatooine con la princesa Leia como prisionera, Vader y el gran moff Tarkin, de mejillas hundidas, entraron en una sala de conferencias de la Estrella de la Muerte donde ya estaba teniendo lugar una reunión. El almirante Motti, el comandante imperial superior al mando de las operaciones de la Estrella de la Muerte, el general Tagge del Ejército Imperial, y otros cinco oficiales imperiales de alto rango estaban sentados alrededor de una mesa y escucharon cómo Tarkin anunció que el Emperador había disuelto el Senado Imperial, y les aseguraba que el miedo a la Estrella de la Muerte mantendría a los sistemas locales bajo control. Mientras que el general Tagge seguía preocupado por que los rebeldes pudieran usar en su beneficio los planos de la Estrella de la Muerte robados, el almirante Motti aseguró sarcásticamente que cualquier ataque contra la Estrella de la Muerte sería una acción inútil. —Esta estación es la potencia definitiva del universo —dijo Motti—, y yo sugiero que la utilicemos. —No se ofusque con este terror tecnológico que ha construido —previno Vader—. La posibilidad de destruir un planeta es algo insignificante comparado con el poder de la Fuerza. —¿Pretende intimidarnos con sus cuentos de brujas, Lord Vader? —dijo Motti, con una mueca de desdén hacia el Señor del Sith—. Su funesto culto a esa antigua religión no le ha servido para evitar el robo de los datos grabados, ni le ha permitido encontrar la guarida secreta de los rebel… Motti dejó de hablar y se llevó las manos a la garganta cuando Vader hizo un movimiento de agarre con su propia mano enguantada al otro lado de la sala de reuniones. —Su carencia de fe resulta molesta —dijo Vader. —¡Ya basta! —exclamó Tarkin—. ¡Vader, libérale! Aunque Vader sólo respondía ante el Emperador, era por orden del Emperador que se encontraba sirviendo a Tarkin en la Estrella de la Muerte.

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—Como quieras —dijo Vader mientras bajaba su mano, liberando la garganta de Motti de su agarre telequinético. Boqueando para recuperar el aliento, Motti se apoyó sobre la mesa. —Estas disputas no tienen sentido —dijo Tarkin—. Lord Vader nos facilitará el emplazamiento de la fortaleza rebelde para cuando esta estación pueda operar. ¡Entonces aplastaremos la Rebelión de un solo golpe!

Tras la reunión, Vader fue informado de que tenía un mensaje desde el sistema Tatooine. Ya le habían notificado que el escuadrón de tropas de asalto del comandante Praji había descubierto que la cápsula de escape perdida del Tantive IV había llevado dos droides a la superficie de Tatooine, y que los droides habían sido recogidos por un reptador de arena jawa. Vader caminó hasta una consola de comunicaciones, donde un holoproyector parpadeó y cobró vida, proyectando la imagen de dos soldados de arena imperiales completamente armados de pie junto a un hombre y una mujer de mediana edad vestidos con túnicas y arrodillados en el suelo. Cerca de las cuatro figuras, podía verse parcialmente una estructura que Vader reconoció como la cúpula de entrada a una vivienda del desierto. Vader se dirigió al líder del escuadrón de tropas de arena. —Informe por circuito cerrado. —Lord Vader —dijo uno de los soldados de arena, ajustando un control en su casco para que sólo Vader pudiera escuchar su voz—. Los jawas vendieron un droide de protocolo y un astromecánico a estos granjeros de humedad, pero ambos droides han desaparecido. ¿Granjeros de humedad? Intrigado, Vader examinó los hologramas de la pareja arrodillada. —¿Los nombres de los granjeros? —dijo. —Owen y Beru Lars, señor —respondió el soldado de arena—. Dicen que no saben dónde están los droides, pero parece como si faltase un deslizador terrestre de su garaje. Owen y Beru, recordó Vader. La resolución de sus hologramas era lo bastante clara para poder apreciar sus rasgos desgastados y curtidos. Ninguno de ellos parecía cómodo al tener rifles bláster apuntándoles a la espalda. Los años no han sido clementes, pensó Vader, recordando su aspecto el día que Anakin Skywalker los conoció. Ya es hora de que paguen por sus repetidas debilidades. —¿Sus órdenes, señor? —dijo el soldado de arena. —Diga al Sr. y la Sra. Lars que parece que tienen problemas para mantener a los droides de protocolo en su propiedad. —¿Señor? —dijo el soldado de arena, no del todo convencido de haber escuchado correctamente.

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—Luego haga extensiva hacia ellos toda la cortesía que mostraron con los jawas antes de continuar su búsqueda. Establezcan controles para detener cualquier droide que entre a los espaciopuertos de Mos Espa o Mos Eisley. Y una cosa más. —¿Sí, señor? —No deje de transmitir hasta que yo corte la conexión. —Entendido —dijo el soldado de arena. Vader observó a los soldados de arena ejecutar sus órdenes sobre sus víctimas indefensas. Encontró que la visión de las llamas alzándose —incluso siendo hologramas de llamas que ardían a millones de años luz de distancia— era muy satisfactoria. Cuando el hogar de la familia Lars quedó transformado en un infierno, Vader desactivó el holo-proyector. Se dirigió al tubo de ascensor más cercano, y fue rápidamente transportado al subnivel cinco de la zona de detención AA-23, que estaba reservada para prisioneros políticos. Hora de hablar con la princesa.

La puerta de la celda de detención 3187 se deslizó hacia el techo y Darth Vader se agachó cruzando la puerta, seguido por dos soldados imperiales con uniformes negros. En el interior de la celda, la princesa Leia estaba sentada en un desnudo lecho metálico que sobresalía de la pared. —Ahora, alteza, vamos a hablar del lugar donde se encuentra esa base rebelde oculta —dijo Vader, cerniéndose amenazante sobre la prisionera. Se escuchó un zumbido eléctrico detrás de Vader, y entonces un droide interrogador negro y esférico entró flotando lentamente a la celda. La sección media del droide estaba rodeada por un sistema de elevadores de repulsión, y su exterior estaba cubierto con dispositivos que incluían un sistema de electroshock, dispositivos de tortura sónica, jeringuilla de químicos, y detector de mentiras. Los ojos de Leia se abrieron como platos al ver el droide, y Vader prácticamente podía saborear su terror. —¡Aleja eso de mí! —dijo ella. Vader agarró a su prisionera, sujetándole los brazos a los costados mientras el droide interrogador se acercaba. El brazo inyector del droide silbó brevemente y entonces Leia gritó y cayó de espaldas, golpeando el muro de la celda con un ruido seco. —No puedes… —dijo—. No pue… —Alteza —dijo Vader con su voz más suave—. Escuche mi voz. Los ojos de Leia giraban en sus cuencas, incapaces de enfocarse en nada. —V-voz… tartamudeó. —Eso es. Escuche… Yo soy su amigo. —¿Qu…? ¿Amigo? —dijo Leia, y luego se estremeció—. No…

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—¡Sí! —insistió Vader, viendo cómo ella caía más profundamente en un estado hipnótico—. Confía en mí, puede confiar en mí. Todos sus secretos están a salvo conmigo. —¿Mmmm? —Leia se lamió los labios—. ¿A salvo? —Eso es, a salvo. Usted está a salvo aquí. Está entre amigos. Puede confiar en mí. Yo soy un miembro de la Alianza Rebelde, como usted. El rostro de Leia mostró una ráfaga de alivio. —¿Rebelde? —murmuró. —¿Qué hizo con los planos de la Estrella de la Muerte? ¿Dónde están? ¡Los rebeldes necesitan saberlo! ¡Ayúdenos, Leia! —No —gimió ella, cerrando los ojos—. ¡No puedo! —Es su deber —instó Vader—. Su deber con la Alianza. Su obligación con Alderaan y con su padre. ¡Es su deber decirnos dónde están esas grabaciones! —¿Padre? —dijo Leia, con los ojos todavía cerrados. —Sí —dijo Vader—. ¡Su padre ordena que nos lo diga! —Padre… no lo haría. Cada vez más impaciente, Vader usó sus propios poderes psíquicos para hacer creer a Leia que estaba sufriendo un dolor atroz, pero después de varios minutos, terminó con la investigación. Sintió que ella tenía un poder innato que no sólo era formidable de por sí, sino que había sido aumentado con ciertas disciplinas físicas y mentales. No se le vencería fácilmente. Abandonando la celda de detención, fue a informar al gran moff Tarkin a la sala de control de la Estrella de la Muerte. —Su resistencia a la prueba mental es considerable —dijo Vader—. Costará bastante tiempo arrancarle cualquier información. Justo entonces, el almirante Motti se acercó a Tarkin y le informó de que la Estrella de la Muerte por fin estaba plenamente operativa. Tarkin miró a Vader. —Quizá acabará cediendo ante una nueva forma de persuasión —dijo. —¿Qué quieres decir? —preguntó Vader. —Creo que ya es hora de demostrar el poder total de esta estación —dijo Tarkin—. Ponga rumbo a Alderaan —ordenó, volviéndose haca Motti. —Será un placer —respondió Motti con una sonrisa malvada. Al darse cuenta de lo que pretendía Tarkin, Vader observó al hombre con un nuevo respeto. El Señor Oscuro había hecho muchas cosas horrendas e imperdonables, pero parecía que Tarkin —al menos en este caso— era incluso más diabólicamente inventivo. En cualquier caso, Vader tenía una preocupación con respecto al esquema de Tarkin. —Alderaan es uno de los sistemas interiores más importantes —dijo Vader—. El Emperador debería ser consultado. —¡No desafíes mis órdenes! —exclamó Tarkin—. ¡Ahora no estás tratando con Tagge o Motti! El emperador me ha puesto al mando de este asunto con carta blanca, ¡y la decisión es mía! Y así obtendrás tu información mucho antes.

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Vader había sospechado durante mucho tiempo que el gran moff Tarkin estaba loco, pero no fue hasta ese momento, en el que Tarkin se dirigió a él de ese modo, sin pizca de miedo, cuando a Vader ya no le cupo la menor duda. —Si tu plan sirve a nuestro propósito —dijo Vader—, se justificará a sí mismo. —La estabilidad del Imperio está en juego —dijo Tarkin—. Un planeta es un precio pequeño que pagar.

Liberada de su celda y llevada ante el gran moff Tarkin en la sala de control de la Estrella de la Muerte, la princesa Leia estaba de pie contra el pecho de Vader con sus ojos fijos en una ancha pantalla que mostraba el planeta Alderaan. Después de que Tarkin amenazase con destruir su planeta natal a menos que revelase la ubicación de la base rebelde, ella les dijo que los rebeldes estaban en Dantooine. De todas formas, Tarkin estaba determinado a probar que el Imperio estaba preparado para usar la Estrella de la Muerte sin la mínima provocación. Había miles de millones de personas en Alderaan, incluyendo a Bail Organa, y todos estaban a punto de morir. Mientras el superláser de la estación de combate se cargaba, Vader sintió que la princesa se estremecía de miedo. Tú te lo has buscado, pensó. El rayo verde del superláser se disparó contra Alderaan, enviando el planeta entero al olvido.

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Capítulo 16 Después de que volvieran a llevar a la princesa a su celda, Vader se reunió con Tarkin en la sala de conferencias de la Estrella de la Muerte. —¿Cómo va la búsqueda de los planos? —dijo Tarkin. —Estoy convencido de que la princesa los envió al planeta Tatooine con un par de droides. Hace poco tiempo, una nave efectuó un despegue altamente ilegal desde el espaciopuerto de Mos Eisley de Tatooine después de que su tripulación entablase un tiroteo con un escuadrón de soldados de asalto. Luego la nave entró al hiperespacio, evadiendo la persecución. Se cree que los droides en cuestión están a bordo de esa nave. Tarkin puso mala cara. —¿Y nuestras tropas de asalto fueron vencidas y nuestra Flota Estelar superada? ¿Cómo es esto posible? ¿Qué nave era? —Es difícil de decir —dijo Vader—. Tenía señales de identificación falsas y un registro modificado. Es más, era una nave extremadamente rápida y esquiva, probablemente de alguno de los contrabandistas que se congregan es esta región. Un oficial imperial entró a la sala de conferencias e informó de las naves exploradoras habían llegado a Dantooine pero sólo habían descubierto los restos de una base rebelde que había sido abandonada hacía algún tiempo. Cuando el oficial se marchó, Tarkin explotó de rabia. —¡Ella mintió! —rugió Tarkin—. ¡Nos ha mentido! Por mucho que Vader respetase la indiferencia de Tarkin ante el genocidio, el vibrante estallido del gran moff indicaba claramente que la princesa Leia había ganado su particular duelo de voluntades. Vader fue incapaz de resistir lanzar una puya a la demente psique de Tarkin. —Ya te dije que nunca traicionaría voluntariamente a la rebelión —dijo. Tarkin miró furioso a Vader. —Que sea eliminada… ¡inmediatamente! Vader cruzó la sala de conferencias hacia una consola de comunicaciones. —Seguridad de la Zona de Detención —dijo, dirigiendo su casco hacia el comunicador—. Programen la ejecución de la prisionera de la celda 3187 dentro de una hora estándar. —Sí, Lord Vader —respondió una voz por el comunicador. —He dicho de inmediato, Lord Vader —dijo Tarkin, mirando fijamente la espalda de Vader. Vader estaba a punto de responder cuando un comunicador sonó en la mesa frente a Tarkin. Él pulsó un botón. —¿Sí? —Hemos capturado un transporte que penetraba por entre los restos de Alderaan — anunció un oficial imperial a través del comunicador—. Sus características coinciden con las de una nave que huyó de Mos Eisley.

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—Tal vez tratan de devolver a la princesa los planos robados —conjeturó Vader, procesando la información—. Ella puede sernos aún muy útil.

Vader se dirigió a la Bahía de Atraque 327 de la Estrella de la Muerte, donde un rayo tractor había depositado la nave capturada. Al entrar al gran hangar, Vader reconoció la abollada nave como un viejo carguero ligero corelliano YT-1300. También advirtió sus características personalizadas, incluyendo cañones bláster de tipo militar y un disco sensor de última generación absurdamente grande en el lado de babor. Definitivamente, una nave de contrabandista, pensó Vader mientras pasaba junto al escuadrón de soldados de asalto que estaba vigilando la nave. Un capitán imperial con uniforme gris y un par de soldados de asalto descendieron por la rampa de desembarco de la nave. El capitán se detuvo ante Vader. —No hay nadie, señor —dijo—. Según el diario de a bordo, abandonaron la nave justo después de despegar. Parece una trampa, señor. Han sido lanzadas varias cápsulas de salvamento. —¿Algún droide? —No, señor —respondió el capitán—. Si había alguno a bordo, lo han lanzado también. —Solicite una escuadra de reconocimiento —ordenó Vader—. Que se registre a fondo la nave. —Sí, señor. Vader alzó la vista hacia el casco de la nave. —Noto algo… como una presencia que no había sentido desde… Desde Mustafar. Entonces lo comprendió. Obi-Wan Kenobi… ¡Está vivo!

Cerca de una hora después de que el carguero fuera capturado, el gran moff Tarkin estaba en su lugar habitual de la sala de conferencias cuando Darth Vader le anunció la noticia. —Él está aquí. —¡Obi-Wan Kenobi! —dijo Tarkin con incredulidad—. ¿Qué te hace creer eso? —Un estremecimiento de la Fuerza —respondió Vader—. La última vez que lo sentí fue en presencia de mi viejo Maestro. —Seguramente ya debe de estar muerto. —No subestimes a la Fuerza. —Los Jedi fueron extinguidos —insistió Tarkin—. Su fuego desapareció del universo. Tú, amigo mío, eres lo único que queda de su religión. —Un aviso sonó en el comunicador de la consola frente al asiento de Tarkin. Tarkin pulsó un botón de la consola—. ¿Sí? —dijo.

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—Alerta de emergencia en el bloque prisión AA-23 —dijo una voz por el comunicador. —¡La princesa! —exclamó Tarkin—. ¡Alerta a todas las secciones! —Obi-Wan está aquí —dijo Vader—. La Fuerza está con él. —Si es cierto eso, no le permitiremos que escape. —Su plan no es escapar —dijo Vader con seguridad—. He de enfrentarme con él… a solas. Se volvió hacia la puerta. Tan grande como era la Estrella de la Muerte, sabía que sería capaz de encontrar al esquivo Maestro Jedi. Pero antes, debía asegurarse de que se colocase un dispositivo de rastreo en el carguero capturado. Aunque Estaba seguro de que Obi-Wan no abandonaría la Estrella de la Muerte, en realidad contaba con la posibilidad de que la princesa sí lo hiciera.

Obi-Wan Kenobi, vestido con una sucia túnica de desierto marrón con una gran capa, había logrado esquivar numerosos soldados de asalto y sofisticados sensores de seguridad para cuando Vader lo avistó, entrando en el túnel de acceso de pareces grises, tenuemente iluminado, que conducía de regreso a la Bahía de Atraque 327. Vader se detuvo a plena vista, sosteniendo en guardia su sable de luz de hoja roja, bloqueando el paso de ObiWan hacia el carguero capturado. Parece tan viejo, pensó Vader, pero era lo bastante listo como para no suponer que ese Obi-Wan de barba blanca se hubiera debilitado con la edad. Mientras Vader avanzaba lentamente hacia el intruso encapuchado, Obi-Wan activó su propio sable de luz de hoja azul. —Te estaba esperando, Obi-Wan —dijo Vader, acercándose al anciano Jedi—. Por fin volvemos a encontrarnos. Ya se ha cerrado el círculo. Obi-Wan tomó una postura ofensiva. —Cuando me separé de ti —continuó Vader—, no era más que un aprendiz; ahora yo soy el maestro. —Sólo maestro en maldad, Darth —dijo Obi-Wan. Aunque Vader no esperaba que Obi-Wan se dirigiera a él por el obsoleto nombre de Anakin Skywalker, era muy inusual que nadie le llamase sólo por su título de Señor del Sith. ¡Está tratando de confundirme!, pensó Vader. Obi-Wan avanzó rápido, tanteando a Vader con su arma, pero el Señor Oscuro bloqueó el ataque fácilmente. Sonó un fuerte chasquido metálico cuando sus sables de luz contactaron. Sin dejarse disuadir, Obi-Wan realizó una rápida serie de golpes, pero todos fueron bloqueados por Vader. —Tu poder se ha debilitado, anciano —dijo Vader. —Tú no puedes vencer, Darth —dijo Obi-Wan, haciendo que Vader se preocupase si quizá Obi-Wan estuviera tratando de provocarle al rehusar dirigirse a él correctamente—.

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Si logras abatirme —añadió Obi-Wan con increíble confianza en sí mismo—, me convertiré en mucho más poderoso de lo que puedes imaginar. —No has debido volver —dijo Vader. Sus sables de luz se entrechocaron una y otra vez, y su duelo continuó hasta que estuvieron justo en el exterior de la Bahía de Atraque 327. Conforme avanzaban hacia la puerta que conducía directamente al hangar que contenía al carguero capturado, Vader escuchó los pasos de soldados de asalto que corrían hacia su posición. La hoja de Vader estaba cruzada con la de su oponente cuando Obi-Wan lanzó un vistazo al hangar. Vader atravesó al Jedi con la mirada. ¡No escaparás de mí esta vez! Inesperadamente, Obi-Wan alzó su sable de luz ante él y cerró los ojos. Su expresión era serena. Vader apenas podía creerlo. ¡Se está rindiendo! Sin misericordia, Vader atacó con fuerza con su sable de luz, atravesando de lado a lado la figura de Obi-Wan. Esperaba totalmente escuchar el satisfactorio sonido del cuerpo sin vida de Obi-Wan caer sobre el suelo pulido, y se asombró sobremanera al ver sólo la túnica y el sable de luz del Jedi a sus pies. El cuerpo de Obi-Wan se había desvanecido completamente. —¡No! —gritó una voz desde el hangar. De pronto, el hangar se llenó con los rápidos sonidos de muchos blásteres disparando al mismo tiempo. Vader escuchó el grito y los blásteres pero no les prestó atención. Asombrado, se quedó mirando el arma y la túnica vacía de Obi-Wan, y luego tanteó las ropas con su bota. ¿Dónde está? ¿Cómo ha podido desvanecerse? ¿Qué clase de truco es éste? Desde el hangar, sobre el tumulto de la batalla de bláster, Vader escuchó la voz de la Princesa Leia. —¡Vamos! —exclamó—. ¡Vamos! ¡Luke, es demasiado tarde! Vader no tenía especial interés en detener a la princesa Leia, ni se preguntaba quién podría ser «Luke». Pero no podía dejar que se fueran tan fácilmente. Apartándose de la túnica y el sable de luz caídos de Obi-Wan, se dirigió al hangar. Pero antes de que pudiera alcanzar el umbral, una voz de hombre gritó en el hangar. —¡Ciérrales la puerta, chico! Se escuchó una pequeña explosión en el exterior de la puerta, y las dos puertas blindadas salieron de los muros para sellar el hangar. Instantes después, Vader escuchó los motores del carguero cobrar vida rugiendo, sacando a la nave del hangar y alejándola de la Estrella de la Muerte. Había sido idea de Vader plantar el dispositivo de rastreo en el carguero, y permitir que la princesa escapase para que condujera inconscientemente a los imperiales hasta la base secreta rebelde. Vader estaba seguro de que ese plan funcionaría. Pero mientras recogía el sable de luz de Kenobi, se dio cuenta de que ahora estaba menos seguro de lo que deparaba el futuro.

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Se descubrió que el carguero había viajado a Yavin 4, la misma luna donde Anakin se había batido en duelo con Asajj Ventress durante las Guerras Clon. Primero Tatooine, ahora Yavin 4, pensó Vader. A pesar de su devoción al poder del lado oscuro de la Fuerza, tenía la permanente impresión de que su pasado estaba regresando para perseguirle. Una vez que la Estrella de la Muerte llegó al sistema Yavin y estaba a treinta minutos de destruir la luna con la base rebelde, la confianza de Vader regresó. —Este será un día largamente recordado —dijo a Tarkin en la sala de control de la Estrella de la Muerte—. Ha visto el fin de Kenobi, y pronto verá el fin de la rebelión.

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Interludio Para cuando los oficiales tácticos determinaron que las lecturas técnicas robadas revelaban un punto vulnerable en su estación de combate, docenas de cazas rebeldes ya habían comenzado su asalto a la Estrella de la Muerte. Tarkin y la mayoría de sus hombres habían considerado a las naves enemigas como poco más que una molestia temporal, pero Darth Vader había sentido que su confianza disminuía de nuevo conforme la batalla avanzaba. Vader nunca había considerado a la Estrella de la Muerte como otra cosa que un juguete letal y sobredimensionado, pero debido a que la costosa superarma era necesaria para los planes del Emperador, su deber le había obligado a protegerla. Y había fallado. Ahora, mientras el super destructor estelar Ejecutor llegaba al sistema Endor, rememoró lo que había ocurrido en Yavin cuatro años atrás. Con el sable de luz de Obi-Wan Kenobi sujeto a su cinturón como un trofeo, había pilotado su prototipo de caza TIE con alas dobladas para defender la Estrella de la Muerte. Ninguno de los pilotos rebeldes le había supuesto un desafío hasta que se topó con un único caza ala-X en la trinchera ecuatorial de la Estrella de la Muerte. A pesar de la furia de la batalla espacial, Vader pudo sentir con facilidad que la Fuerza era poderosa en ese piloto de ala-X. Vader había estado a punto de disparar a su esquivo objetivo, cuando un disparo inesperado desde arriba dañó su propia nave y lo envió dando vueltas al espacio. Sólo tuvo un milisegundo para ver que había sido atacado por el mismo carguero que había conducido a la Estrella de la Muerte a Yavin. Y entonces la Estrella de la Muerte estalló. La conmoción resultante envió su caza TIE dando tumbos, alejándose rápidamente de Yavin. No le costó mucho tiempo recuperar el control de su nave, pero debido a que el carguero había dañado su hipermotor y sus sistemas de comunicaciones, le costó bastante alcanzar un puesto imperial. Vader usó ese tiempo para pensar en los droides que la princesa Leia había enviado a Tatooine, y en el carguero que había transportado a Obi-Wan a la Estrella de la Muerte. ¿Cuánto tiempo había estado Obi-Wan en Tatooine?, se había preguntado Vader. ¿Y por qué? ¿Había estado en contacto con Owen y Beru Lars? ¿Sabía la princesa Leia que él estaba vivo, y que los droides le encontrarían allí? Y el piloto rebelde que era tan poderoso en la Fuerza… ¿de dónde había salido? El Emperador no quedó complacido al enterarse de la pérdida de la Estrella de la Muerte, pero no castigó a Vader. Después de todo, Vader no tenía nada que ver con el defectuoso diseño de la estación de combate. Mientras los técnicos de propaganda de Palpatine lanzaban una campaña para desacreditar a la Alianza Rebelde por impedir que una estación de combate imperial del tamaño de una luna llegase siquiera a existir, Vader dirigió su propia investigación para identificar al piloto rebelde que destruyó la Estrella

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de la Muerte, e ideó un plan para atraer a los rebeldes a los Astilleros Espaciales de Fondor. Vader fracasó al intentar capturar al espía rebelde que picó el anzuelo en Fondor, pero a través de la Fuerza, Vader sintió que el espía era el piloto que le había esquivado en la Estrella de la Muerte, y que, además, ese individuo había sido discípulo de Obi-Wan Kenobi. Con el tiempo, descubrió el nombre del piloto.

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Capítulo 17 Luke Skywalker. De acuerdo con los registros municipales obtenidos en el asentamiento de Anchorhead de Tatooine, ese era el nombre del registro de un saltacielos T-16 propiedad de un piloto humano que había vivido en el hogar de los Lars y tenía aproximadamente 19 años estándar. Luke Skywalker. De acuerdo con un espía independiente Kubaz de Mos Eisley, ese era el nombre que figuraba en el registro de ventas de una tienda de deslizadores del espaciopuerto asociado al deslizador terrestre que había sido comprado a un joven que luego se marchó en el Halcón Milenario, el carguero corelliano que también había transportado a Obi-Wan Kenobi a la Estrella de la Muerte. Luke Skywalker. De acuerdo con un rebelde capturado al que Darth Vader interrogó en el planeta Centares, ese era el nombre del piloto de ala-X que había destruido la Estrella de la Muerte. Luke Skywalker. Incluso mientras inspeccionaba su nave insignia casi terminada, el super destructor estelar Ejecutor, Vader no podía sacarse a Luke Skywalker de la cabeza. Rumiaba en silencio su nombre, y cavilaba sobre el hecho de que el muchacho hubiera nacido tres años después de la muerte de Shmi Skywalker. Según lo que él sabía, Anakin Skywalker había sido el único pariente de sangre que aún vivía. ¿Podría haber habido otros Skywalkers en Tatooine? Vader aceptó la posibilidad. Después de todo, no era un nombre extraño por completo en la galaxia. Pero Anakin y Padmé Amidala estaban esperando un niño diecinueve años atrás. Diecinueve años estándar. No es posible, pensó Vader. Yo maté a Padmé. El bebé murió con ella. No por primera vez, se preguntó si el Emperador le había contado toda la verdad acerca de la muerte de Padmé. Pero recuerdo haberla asfixiado… verla caer sin sentido en Mustafar. Estaba tan furioso con ella. Y pese a todo… Luke Skywalker existe. Vader se negó a creer que el apellido del famoso rebelde fuese solamente una extraña coincidencia. Si hubiera tenido cualquier otro apellido, Vader no habría dudado en informar al Emperador de lo que había averiguado. Pero por motivos puramente egoístas, Vader se guardó el nombre del rebelde para sí mismo. Para él, Luke Skywalker era algo más que un misterio que resolver. Es… una oportunidad. Tan poderoso con la Fuerza como parece ser, es una oportunidad… una oportunidad para conseguir un poder aún mayor.

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¿Pero quién es él? ¿Quiénes fueron sus padres? ¿Podría tratarse del hijo de ObiWan? Pero entonces, ¿por qué se apellidaba Skywalker y fue criado por la familia Lars? ¿O simplemente fue entrenado por Obi-Wan? Debido a que Obi-Wan Kenobi, Shmi Skywalker, Owen y Beru Lars, y Padmé Amidala estaban muertos, sólo había una forma de que Vader pudiera descubrir la verdad. Se lo tendría que preguntar al propio Luke Skywalker. Todo lo que tenía que hacer era encontrarlo. Tras contratar un actor para que se hiciera pasar por Obi-Wan Kenobi, Vader preparó una nueva trampa específica para Luke en el mundo desierto de Aridus. Desgraciadamente, Luke vio a través del engaño y desapareció. Vader se frustró aún más con las acciones de su oficial superior, el completamente incompetente almirante Griff, quien permitió que la Alianza Rebelde eludiera el bloqueo imperial a Yavin 4 y evacuase hacia una nueva base secreta. Vader no se quedó inactivo mientras buscaba y esperaba cualquier información que pudiera conducirle a Luke Skywalker y sus aliados. Llevó el sable de Obi-Wan Kenobi al Castillo de Bast, donde también estudió un antiguo holocrón Sith que había adquirido. Supervisó varios proyectos secretos, incluyendo el desarrollo del Pacifog que alteraba las mentes en Kadril, la construcción de los Soldados Oscuros robóticos imperiales, y la preparación de una nueva superarma en el sistema Endor. Asignó una agente de Inteligencia Imperial sensible a la Fuerza, llamada Shira Brie, para infiltrarse en la Alianza Rebelde, pero su misión para desacreditar a Luke Skywalker fue un fracaso y quedó horriblemente herida. Debido a que Vader aún consideraba valiosa a Brie, ordenó a los médicos imperiales que reemplazaran sus miembros destrozados por prótesis cibernéticas, y la ofreció a Palpatine para servirle en secreto como agente operativo de élite. Luke Skywalker tampoco estaba inactivo. Conforme se extendían las noticias de sus acciones, muchos imperiales se familiarizaron con el nombre del joven piloto que era una figura principal en la Alianza Rebelde.

Dos años después de la destrucción de la Estrella de la Muerte, un gobernador imperial notificó a Vader que personas que se correspondían con las descripciones de Luke Skywalker y la princesa Leia Organa habían sido capturadas en Circapo V, un planeta pantanoso conocido localmente como Mimban. Vader había oído hablar acerca de la leyenda de Mimban sobre el Cristal de Kaiburr, una gema luminosa de color carmesí que multiplicaba por mil el poder de la Fuerza, y esperaba poder recuperar esa reliquia junto con los rebeldes cautivos. Para cuando Vader llegó a Mimban, Skywalker y la princesa habían escapado y huido a la selva. Tras un primer encuentro en una cueva, finalmente los alcanzó en el Templo de Pomojema, un zigurat piramidal cubierto de enredaderas construido con grandes bloques de roca volcánica para una antigua deidad mimbana, que contenía el Cristal de

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Kaiburr. Usando la Fuerza, Vader dejó caer una roca del techo sobre Luke Skywalker, atrapándole contra el suelo del templo, mientras Leia Organa observaba indefensa. —Tienes mucho que expiar por mí —dijo Vader a Skywalker, quien, como la princesa, iba vestido con el negro uniforme de trabajo que llevaban los mineros locales. Activando su sable de luz, Vader comenzó a balancear su hoja roja adelante y atrás, rebanando juguetonamente fragmentos de piedra de las paredes circundantes—. Probablemente no tendré paciencia para permitir que dures tanto como mereces — continuó—. Puedes considerarte afortunado. Vader volvió su atención a la princesa. —Espero no tener tantas dificultades para contenerme en lo que a usted se refiere, Leia Organa —dijo—. En diversos sentidos, usted es mucho más responsable de mis contratiempos que este muchacho simplón. ¿Muchacho simplón? Vader se sorprendió por las palabras que habían salido de su propia boca. Incluso aunque sabía que había mucho más en Skywalker que lo que se veía a simple vista, y que sólo tenía intenciones de capturar a los rebeldes, de pronto se había apoderado de él el deseo de matarlos. Se dio cuenta de que estaba perdiendo su autocontrol. La princesa recogió el sable de luz de Luke y activó su hoja azul. Conforme ella se acercaba a Vader, él dejó caer de golpe su brazo, dejando el rayo de su propia arma colgando sin más a su lado. —¡Leia, no! —gritó Luke—. Es una estratagema… te está desafiando. Mátame, y luego mátate tú… ya no hay nada que hacer. Vader miró desdeñosamente a la princesa. —Vamos —le dijo—, si quiere, deje que él pelee por usted. Pero no le permitiré que lo mate. —Pensando en cómo Luke había escapado con anterioridad de sus garras, añadió—: Me han robado con excesiva frecuencia. La princesa luchó con valentía, pero no era rival para Vader. Usó sus últimas fuerzas para lanzar el sable de luz a Skywalker, justo cuando salía de debajo de los escombros. —Ben Kenobi me acompaña, Vader —dijo Skywalker, enfrentándose al Señor del Sith—, y la Fuerza también me acompaña. El duelo fue furioso, y condujo a Vader y Skywalker hasta una cámara donde había una oscura apertura circular en el suelo, la boca de un profundo pozo. Conforme avanzaba la batalla, Vader se encontró respirando con dificultad a través de su respirador. Pero entonces, gracias a su proximidad con el Cristal de Kaiburr, que aumentaba la Fuerza, sintió un repentino flujo de poder del lado oscuro, que le permitió proyectar relámpagos de las puntas de sus dedos por primera vez en su vida. Arrojó los relámpagos de energía de la Fuerza contra Skywalker, pero su joven oponente desvió el golpe. —¡No es… posible! —murmuró Vader, sintiendo que su energía se drenaba—. Tanto poder… en un mocoso. ¡No es posible! Cuando Skywalker se lanzó contra la gran figura negra, Vader alzó su sable de luz para defenderse. Pero no fue lo bastante rápido. La hoja de Skywalker cortó la prótesis

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del brazo derecho del Señor del Sith, que cayó al suelo, sujetando todavía el sable de hoja roja. Aturdido, Vader se agachó y usó su mano izquierda para separar su arma de los dedos enguantados de su brazo amputado. Estaba cargando el peso para hacer otro ataque cuando de pronto tuvo una visión clara del sable que sujetaba Skywalker. El diseño de la empuñadura del arma le resultaba… familiar. Vader sintió que le pesaba de pronto la cabeza, y cuando trató de avanzar, tropezó con su miembro amputado. El brazo robótico cayó tras él mientras se precipitaba en el pozo cercano. Aulló mientras descendía a la oscuridad, y le pareció que esa caída no terminaría nunca. Durante la caída, pensó en el sable de luz de Skywalker. Vader habría jurado que era la misma arma que Obi-Wan había arrebatado a Anakin Skywalker en Mustafar. No dejó de aullar con rabia hasta que chocó brutalmente contra una pila de duras rocas.

Había pasado cerca de una hora cuando Vader recuperó el sentido en el fondo del pozo bajo las entrañas del Templo de Pomojema. Sintió el sabor de la sangre en el interior de su casco y se maldijo en silencio. Se dio cuenta de lo que había ocurrido en el templo. El Cristal de Kaiburr había aumentado sus poderes de la Fuerza, pero no en su beneficio. Había amplificado su odio y su rabia, causando que abandonase su deseo de capturar a Skywalker y averiguar más acerca de su identidad. Ahora podía sentir que el Cristal de Kaiburr ya no estaba en el templo, que había abandonado Mimban. Junto con Skywalker y la princesa. Vader recogió su brazo y su sable de luz, y consiguió salir de la caverna, donde llamó a una lanzadera imperial para que lo llevase al centro médico más cercano. Incluso mientras su brazo derecho estaba siendo reemplazado, no consideró esa batalla de Mimban como una pérdida, porque ahora sabía que Skywalker era más que una oportunidad para conseguir más poder. Era la solución a su mayor obstáculo. Es la persona que puede ayudarme a vencer al Emperador. Vader nunca había hablado de Luke Skywalker con el Emperador, pero no descartaba la posibilidad de que su Maestro hubiera descubierto el nombre del piloto rebelde que había destruido la Estrella de la Muerte. Sólo era cuestión de tiempo antes de que el Emperador abordase el tema. Incluso aunque Vader aún no había descubierto ninguna información significativa sobre el pasado de Skywalker, sentía que había una fuerte conexión entre ellos, y no sólo porque ambos hubieran sido entrenados por Obi-Wan. Pero Vader no quería simplemente más información. Quería a Skywalker, lo quería de inmediato, y lo quería vivo. Era por tanto inevitable que el Señor Oscuro se encontrase con Boba Fett.

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Capítulo 18 Llevando el casco y la armadura que había heredado de su padre, Boba Fett se encontraba de pie ante Darth Vader en una sala de recepción del espaciopuerto de Ord Mantell, un planeta del Borde Medio que antiguamente había sido un depósito de provisiones de la Antigua República. La sala tenía un ancho ventanal que dominaba la plataforma de aterrizaje donde la lanzadera clase Lambda de Vader estaba cargando suministros. La propia armadura y los mecanismos internos de Vader habían sido completamente reparados, no dejando ni rastro de su duelo en Mimban. —De modo que busca rebeldes, Lord Vader —dijo Fett con voz amortiguada por el vocalizador de su casco—. Mi contratador, Jabba el Hutt, también lo hace. Quizá complaciéndole a él, pueda complacerle también a usted. —¿Y conseguir dos recompensas en lugar de una, cazarrecompensas? —dijo Vader, sin dejar que se le escapase nada—. Me interesa un rebelde en particular… Luke Skywalker. Boba Fett asintió ligeramente, inclinando su casco hacia delante. —Un compañero del hombre que estoy buscando… Han Solo. El uno podría conducirnos al otro, Lord Vader. Para entonces, Vader ya estaba familiarizado con el nombre del capitán del Halcón Milenario, la nave que había disparado contra su caza TIE en la batalla de la Estrella de la Muerte. No estaba interesado en por qué Jabba el Hutt quería a Han Solo, pero tras su máscara negra, sintió una sonrisa retorcerse en sus labios mientras pensaba en la idea de usar a Solo como cebo para Skywalker. —Eres un buen negociante, Fett —dijo mientras se dirigía hacia un turboascensor que descendía a la plataforma de aterrizaje—. Quizá nos volvamos a encontrar cuando su negocio dé frutos. Dejando a Fett en Ord Mantell, Vader regresó al Ejecutor. Aunque estaría complacido si el plan del cazarrecompensas funcionaba, estaba deseoso de conseguir información que condujera a la ubicación de la nueva base de la Alianza Rebelde. Encontrar a Luke Skywalker se había convertido en algo más que un objetivo para Darth Vader. Se había convertido en su propósito. Ya se habían dispersado miles de droides sonda imperiales, repletos de sensores, por mundos remotos a través de la galaxia, y miles más se desplegarían en las semanas siguientes. Antes o después, uno de esos droides sonda encontraría algo útil.

Habían pasado tres años estándar desde la destrucción de la Estrella de la Muerte cuando Vader, de pie en el puente del Ejecutor, descubrió que un droide sonda había transmitido imágenes de un gran generador de energía en un planeta helado del distante sistema de Hoth.

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—Eso es —dijo Vader—. Los rebeldes están ahí. —Rechazó escuchar a su pomposo primer oficial, el almirante Ozzel, quien sugirió que el droide sonda se habría topado con cualquier otra cosa que no fuera la base rebelde—. Ese es el sistema —insistió—. Fijen el rumbo hacia el sistema Hoth. Por desgracia, los rebeldes ya habían comenzado una evacuación de emergencia de su base, mientras la armada de Darth Vader se apresuró a llegar a destino por el hiperespacio. Aún peor, el almirante Ozzel permitió que el Ejecutor saliera del hiperespacio demasiado cerca del sistema Hoth, activando sensores que alertaron a los rebeldes de la llegada de la armada, y les permitió alzar un escudo de energía planetario para rechazar cualquier bombardeo aéreo. Tras aliviar a Ozzel de su vida y ascender al más capaz capitán Piett al rango de almirante, Vader dio la orden de enviar tropas imperiales a la superficie del mundo helado. Está ahí abajo, pensaba Vader con absoluta certeza. Skywalker está ahí abajo. En su defensa, hay que decir que los rebeldes no se rindieron sin defenderse. Sus deslizadores de nieve dispararon sus láseres como moscas contra los gigantescos Transportes Blindados Todo-Terreno1 que avanzaban pesadamente sobre el hielo y la nieve, y su cañón iónico planetario consiguió inutilizar las naves estelares imperiales que orbitaban el planeta el tiempo suficiente para permitir que la mayor parte de su flota escapase al espacio. Pero, al final, fueron incapaces de evitar que los AT-AT's destruyeran sus generadores de energía, y con oleada tras oleada de una potencia de fuego superior por parte de los imperiales, se aseguraron de que los rebeldes no pudieran ganar esa batalla. No fue una gran victoria para Vader, quien aterrizó en Hoth mientras la batalla aún estaba teniendo lugar. El último de los rebeldes aún estaba huyendo de su base conquistada cuando entró en un hangar cavernoso con paredes de hielo con una escuadra de soldados de nieve, justo a tiempo para ver al Halcón Milenario despegando a gran velocidad. Vader no sabía si Luke Skywalker había subido a bordo del carguero de Han Solo, pero rápidamente sintió que Skywalker seguía con vida. Y no había olvidado el plan de Boba Fett. Vader se volvió hacia un soldado de nieve. —Alerte al almirante Piett y a todos los destructores estelares de que el Halcón Milenario está tratando de abandonar Hoth —dijo—. Nuestro objetivo primario es capturar ese carguero. ¡Los pasajeros deben resultar ilesos!

Vader regresó al Ejecutor y estaba sentado en su cámara de meditación cuando el almirante Piett penetró en su sanctasanctórum. Conforme el brazo robótico hacía descender su casco sobre su cabeza llena de cicatrices, Vader pudo sentir la incomodidad de Piett al contemplar las heridas del Señor del Sith. Cuando el casco estuvo en su lugar, el asiento de Vader giró en el interior de la cámara hasta encontrarse de cara a Piett. 1

All Terrain Armored Transports, AT-AT's (N. del T.)

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—Nuestras naves han avistado al Halcón Milenario, milord —informó este—. Pero… ha entrado a un campo de asteroides, y no podemos arriesgarnos… —Esos asteroides no me importan, almirante —interrumpió Vader—. Quiero esa nave, sin excusas. Piett sabía que no convenía discutir con Vader. —Sí, milord —dijo. El hemisferio superior de la cámara de meditación descendió sobre Vader. Deseando obtener alguna iluminación acerca de los eventos venideros, respiró lentamente mientras vaciaba su mente de cualquier pensamiento, abriéndose al lado oscuro de la Fuerza… Skywalker. Escuchó el nombre en su mente, como si la propia Fuerza se lo hubiera susurrado. ¿Pero es la Fuerza, se preguntó Vader, o soy yo que estoy demasiado preocupado por encontrar…? De pronto, Vader sintió una perturbación en la Fuerza. Y no sólo una sutil fluctuación. Algo importante estaba a punto de ocurrir, algo increíblemente significativo. Algo que lo cambiaría todo.

Los asteroides estaban golpeando a la flota imperial mientras Vader continuaba su búsqueda del Halcón Milenario. Vader estaba en el puente del Ejecutor cuando un almirante Piett muy nervioso informó de que el Emperador había ordenado a Vader que contactara con él. Dirigiéndose a sus aposentos personales, Vader se detuvo en un panel circular negro en el suelo junto a su cámara de meditación. El panel era un escáner de HoloRed que le permitía transmitir comunicaciones por toda la galaxia. Mientras se postraba sobre su rodilla izquierda e inclinaba su cabeza dentro del casco, el anillo exterior del panel se iluminó con una pálida luz azul. Vader alzó lentamente su mirada hacia el aire vacío ante él, y el vacío se llenó instantáneamente con un inmenso holograma parpadeante de la cabeza encapuchada del Emperador Palpatine. —¿Qué deseáis, mi señor? A años luz de distancia, en Coruscant, el Emperador respondió. —Hay una gran perturbación en la Fuerza. —Lo he notado —dijo Vader. —Tenemos un nuevo enemigo. El joven rebelde que destruyó la Estrella de la Muerte. No me cabe duda de que este muchacho es el vástago de Anakin Skywalker. ¡¿Vástago?! El tejido que quedaba en la garganta de Vader se quedó seco. —¿Cómo es posible? —consiguió decir a pesar de su asombro. Sin ofrecer ninguna explicación para apoyar la convicción que mostraba, el Emperador le respondió. —Explora tus sentimientos, Lord Vader. Sabrás que es cierto. Podría destruirnos.

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Tras haber luchado con Luke Skywalker en Mimban, Vader era más consciente que el Emperador de los poderes del joven. Pero también sabía otra cosa: Al contrario que Vader, Luke no sabía nada de su conexión familiar. Si él hubiera sabido la verdad en Mimban, pensó Vader, yo lo habría sentido. Luchando aún con la declaración del Emperador, se esforzó por encontrar palabras que pudieran hacer que su Maestro perdiera su interés en Skywalker. —Es sólo un niño —dijo Vader—. Obi-Wan ya no puede ayudarle. El Emperador pensaba de otro modo. —La Fuerza es intensa en él —dijo—. El hijo de Skywalker no debe convertirse en un Jedi. El Emperador no había dicho explícitamente que quisiera a Luke Skywalker muerto, de modo que Vader —que necesitaba a Skywalker vivo para cumplir sus objetivos— probó una táctica distinta. —Si se le pudiera atraer —sugirió Vader—, se convertiría en un poderoso aliado. —Sí —murmuró el Emperador, como si él no hubiera pensado en esa posibilidad. Vader sólo podía imaginar qué estaba pensando el Emperador. Los Sith habían mantenido durante mucho tiempo su regla de dos: un Maestro, un aprendiz. Incluso Vader sabía que la galaxia no era lo bastante grande para tres Señores del Sith, y pese a ello los ojos del Emperador parecieron brillar bajo su capucha cuando volvió a hablar, con un tono más enfático—. Sí. Sería una gran ventaja. ¿Puede hacerse? —Se unirá a nosotros, o morirá, señor —dijo Vader. Inclinó la cabeza, y el holograma del Emperador se desvaneció. Ahora que el Emperador estaba interesado en el destino de Luke Skywalker, Vader supo que tenía que hacer todo cuanto estuviera en su mano para encontrar a Luke antes de que lo hiciera el Emperador. Si sus propios soldados, ni siquiera el infame Boba Fett, podían localizar a los líderes rebeldes, entonces tendría que tomar medidas más activas. Vader envió una señal, convocando a cazarrecompensas de toda la galaxia a reunirse con él en el Ejecutor. No pasó mucho tiempo antes de que seis cazarrecompensas, incluido Boba Fett, se alinearan en el puente del Ejecutor. Escasos segundos después de que Vader se dirigiera al grupo que se había reunido, destacándole que quería que encontrasen el Halcón Milenario sin matar a ninguno de sus ocupantes, el esquivo carguero corelliano salió del campo de asteroides. El destructor estelar Vengador le dio caza, pero instantes después el Halcón Milenario desapareció de los escáneres de seguimiento del Vengador. Parecía que los rebeldes habían escapado una vez más de los imperiales. Pero no lograron escapar de Boba Fett. Varias horas después de que el Vengador perdiera de vista al Halcón, Darth Vader recibió una transmisión de Fett, quien había usado sigilosas medidas para encontrar la nave rebelde renqueando por el espacio con un hipermotor dañado, con rumbo al sistema Bespin. El Señor Oscuro se giró hacia el almirante Piett en el puente del Ejecutor. —Trace un curso hacia Bespin —dijo.

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Capítulo 19 Boba Fett ya había llegado a Ciudad Nube, un lujoso complejo y refinería de gas en órbita alrededor del planeta gigante gaseoso de Bespin, y el Halcón Milenario, con su velocidad luz inhabilitada, seguía aún en camino cuando la lanzadera de Vader tomó tierra en una plataforma de aterrizaje de Ciudad Nube. Precedido por dos escuadras de soldados de asalto imperiales, Vader salió de la lanzadera para ser recibido por el barón administrador de Ciudad Nube, Lando Calrissian, y su ayudante Lobot, un cyborg con un puerto computarizado acoplado alrededor de su cabeza calva. Calrissian fue cortés y solícito mientras escoltaba a los imperiales por sus instalaciones, y escuchó con atención cuando Vader trazó su plan para atrapar a un grupo de rebeldes. Cuando escuchó el nombre del carguero que se acercaba, la expresión de Calrissian permaneció completamente neutral, lo que no sorprendió a Vader. Aunque una comprobación previa había confirmado que Calrissian era un antiguo propietario del Halcón Milenario, también era un tahúr excelente. Mientras el Ejecutor permanecía estacionado bien fuera del alcance de cualquier escáner de Bespin, los imperiales tomaron posiciones en Ciudad Nube y esperaron a que llegase la nave de Han Solo. No tuvieron que esperar mucho.

—El Halcón Milenario ha aterrizado en la plataforma 327, Lord Vader —dijo el teniente Sheckil, un oficial imperial de uniforme gris. Sheckil estaba escuchando un informe de progresos que estaba llegando, y estaba de pie ante Vader y Fett en una suite de conferencias de Ciudad Nube—. La princesa Leia está con Han Solo y su copiloto — continuó Sheckil—. También hay un droide. El barón administrador Calrissian los lleva ahora a Ciudad Nube. —Sheckil sonrió y añadió—: Fue una suerte que el hipermotor del Halcón Milenario estuviera dañado, o no habríamos llegado al sistema Bespin antes que los rebeldes. —Nuestro viaje a Bespin nada tuvo que ver con la suerte, teniente Sheckil —dijo Vader—. Recuerde a sus hombres que permanezcan ocultos. La captura de los rebeldes se hará bajo mis órdenes. —Sí, señor. Yo… —Sheckil se detuvo de golpe al escuchar su comunicador—. ¿Qué? ¡Los muy imbéciles! —Tratando de no parecer nervioso, devolvió su atención a Vader—. Es el droide, señor —dijo—. Él… se separó del grupo, y tropezó con el Escuadrón Gamma. Ellos le dispararon. Afortunadamente, la princesa y los demás no oyeron los disparos. —Entonces tú eres el único afortunado —dijo Vader, furioso—. No vuelvas a fallarme. Traed el droide aquí. Su memoria podría contener información valiosa. Después de que Sheckil abandonase la sala, Vader se giró para observar la silueta de Ciudad Nube por una ventana.

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—Parece que tu iniciativa está dando sus frutos, cazarrecompensas —dijo—. Usando al capitán Solo como cebo para Skywalker, podrás cobrar dos recompensas de una sola vez. —Skywalker vendría más rápido si se corriera la voz de que sus aliados están en peligro —dijo Boba Fett, observando la espalda del Señor Oscuro. —No será necesario —dijo Vader, sintiendo un temblor en la Fuerza desde muy lejos, a través del espacio—. Él ya lo sabe. Sheckil regresó con un par de soldados de asalto que traían un contenedor abierto que contenía las partes del droide capturado. Las piernas se habían soltado del tronco, y un puñado de cables multicolores sobresalía del enganche del cuello del droide. —¿Lord Vader? —dijo Sheckil—. Me-me temo que el daño es bastante grave. — Ofreciendo a Vader la cabeza del droide para que la inspeccionase, Sheckil continuó—. Como podéis comprobar, es un droide de protocolo. Probablemente pertenezca a la princesa. Vader tomó la cabeza y la examinó detenidamente. —Por la forma en que se han destrozado sus componentes —siguió parloteando Sheckil—, es como si el droide hubiese sido construido hace mucho tiempo. A pesar del desgaste y las abolladuras de la cabeza del droide, Vader reconoció unos pocos detalles que indicaban la manufactura de Anakin Skywalker. Observó los ciegos fotorreceptores de la cabeza decapitada. C-3PO. La última vez que Vader había visto al droide dorado era en Mustafar. Te vi a través de la ventana de la nave de Padmé cuando aterrizó, recordó Vader. Sosteniendo esa reliquia de su antigua vida, Vader sintió que oleadas de ira y pérdida barrían su oscura alma. Su memoria volvió al día en que Anakin encontró el esqueleto del droide en la chatarrería de Watto, en el que Anakin se preguntó si el droide reparado podría ayudarle a él y a su madre a abandonar Tatooine. Vader se preguntó si C-3PO recordaría algo acerca de Anakin Skywalker. Lo dudaba. Si el droide hubiera tenido cualquier conocimiento de Anakin en sus bancos de memoria, entonces lo habría compartido con Luke Skywalker. Pero Luke seguía ignorando la identidad de su padre, Vader estaba seguro de ello. Considerando todo eso, pensó Vader mientras miraba en los ojos del droide, debería haberte dejado en ese patio de chatarra. Tuvo la súbita urgencia de aplastar la cabeza del droide, pero entonces se dio cuenta de que Sheckil y Boba Fett le miraban con curiosidad. —¿Intentarán nuestros técnicos recuperar sus unidades de memoria, Lord Vader? Relajando su presa sobre la cabeza del droide, Vader la colocó con el resto de las piezas en el contenedor abierto. —El droide está inservible —dijo—. Que lo destruyan. —Dejó de pensar en el droide y se volvió hacia la puerta—. Vamos, cazarrecompensas —dijo—. Quiero discutir nuestro próximo encuentro con los rebeldes.

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Después de que el temblor de la Fuerza convenciese a Darth Vader que Luke Skywalker estaba de camino a Bespin, el Señor Oscuro preparó su trampa. Se las arregló para que Calrissian escoltase a la princesa Leia, Han Solo, y el copiloto wookiee de Solo a un salón de banquetes en el que él y Boba Fett estarían esperando. Un instante después de que la puerta del salón de banquetes se abriera deslizándose y revelase a Darth Vader ante los horrorizados rebeldes, Solo alcanzó su pistola bláster y disparó al Señor del Sith. Con su mano enguantada, Vader rechazó las lanzas de energía, y luego usó la Fuerza para atrapar la pistola de Solo, arrancándola del agarre del piloto y haciéndola volar sobre la mesa de banquetes central para aterrizar entre los dedos extendidos de Vader. —No tenía elección —les dijo Calrissian—. Llegaron antes que vosotros. Lo siento. Han Solo miró fijamente a Calrissian. —Yo también lo siento —dijo.

—¡Lord Vader! —dijo ligeramente alterado el teniente Sheckil después de que el Señor del Sith saliese de la sala de banquetes y ordenase a un escuadrón de soldados de asalto que escoltase a los prisioneros a las celdas de arresto—. Durante el registro de las habitaciones de la princesa Leia hemos descubierto algo… inesperado. Caminando rápidamente con Sheckil a la zaga, Vader recorrió los pasillos de Ciudad Nube hasta que alcanzó la suite espaciosa y brillantemente iluminada que Leia había ocupado antes de salir hacia el salón de banquetes. Dos soldados de asalto estaban en la sala junto a dos ugnaughts: humanoides de escasa estatura y aspecto porcino que trabajaban en las refinerías de gas de la ciudad. Sobre una mesa descansaba un cajón de almacén que contenía las desmembradas partes de C-3PO. Volvemos a encontrarnos. Vader miró fijamente las piezas, que no parecían diferentes de cuando las había visto la última vez. —Le di una orden, teniente —dijo. —Sí, Lord Vader —dijo Sheckil. Señalando a los achaparrados trabajadores, continuó—. Pero según los ugnaughts, el wookiee irrumpió en el almacén y se puso como loco cuando encontró las piezas. Las trajo directamente aquí, a la princesa. Si la rebelión está interesada en preservar esta unidad, podría haber más en este droide de lo que se ve a simple vista. Buscando en el cajón de almacenaje, Vader recogió la cabeza del droide. A pesar de sus deseos de dejar enterrados todos los recuerdos de Anakin Skywalker, uno más salió a la superficie… algo que Shmi Skywalker había dicho a su hijo después de que le permitiera quedarse las piezas de droide que había llevado en secreto a su pequeña morada. A menos que estés dispuesto a ocuparte de algo, no mereces tenerlo, había dicho ella. Bajo su casco, Vader hizo una mueca de disgusto al recordarlo.

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Sheckil observaba a Vader. —¿Ordeno a los técnicos que busquen su memoria? —dijo. Cuando Vader no respondió, Sheckil añadió—: ¿O preferís que antes lo olfateen los ugnaughts? Vader parecía seguir contemplando la cabeza del droide, manteniéndolo cerca de su casco para poder ver su oscuro y distorsionado reflejo en la erosionada superficie dorada del rostro sin vida de C-3PO. —¿Señor? —dijo Sheckil expectante. Darth Vader colocó lentamente la cabeza del droide con el resto de piezas. —Las piezas del droide tienen el olor del copiloto del capitán Solo —dijo—. Envíe esta caja a la celda del wookiee. —Yo… disculpadme, señor —dijo Sheckil, obviamente confundido—. No lo entiendo. Vos… ¿queréis que el prisionero se quede el droide? —Le estoy dando al wookiee lo que se merece —dijo misteriosamente Vader. —Oh —dijo Sheckil—. Sí… por supuesto, Lord Vader. —El capitán Solo tiene una cita en la sala de interrogatorios —dijo Vader mientras salía con paso firme de la suite—. Asegúrese de que esté allí.

Vader no hizo una sola pregunta a Han Solo en la sala de interrogatorios que los imperiales habían preparado en Ciudad Nube, pero igualmente torturó al contrabandista. Después, hizo que un equipo de ugnaughts preparase una cámara de congelación de carbono para Solo, para determinar si Luke Skywalker podría sobrevivir al proceso de congelación. La prueba también fue presenciada por Boba Fett, Lando Calrissian, Lobot, la princesa Leia, y el corpulento copiloto de Solo, quien ya había conseguido reensamblar parcialmente a C-3PO, y llevaba las piezas del droide en una red de carga que estaba cruzada sobre su peluda espalda. Con cierta diversión, Vader notó que C-3PO seguía sin saber cuándo debía dejar de hablar. Solo fue introducido en el pozo central de la cámara de congelación, y luego subió una gran columna de vapor cuando le transformaron inmediatamente en un sólido bloque de carbonita. Después de que retirasen el bloque del pozo y Lando comprobase que Solo había sobrevivido, Vader se volvió a Boba Fett. —Es todo tuyo, cazarrecompensas. —Luego miró a los ugnaughts—. Volved a ajustar la cámara para Skywalker —ordenó. La sincronización no podía haber sido mejor, porque Skywalker acababa de aterrizar su caza ala-X en Ciudad Nube.

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Capítulo 20 —La Fuerza está contigo, joven Skywalker —dijo Darth Vader cuando su presa fue directa a su trampa—. Pero todavía no eres un Jedi. Luke Skywaker tenía su bláster en la mano cuando entró en la tenebrosa cámara de congelación, pero lo enfundó antes de subir un tramo de escalones para enfrentarse a Vader. Allí, en la plataforma elevada que rodeaba el pozo, Vader estaba inmóvil, esperando que Skywalker hiciera su siguiente movimiento. Cuando Luke alcanzó su sable de luz y activó su hoja azul, Vader notó que realmente era la misma arma que Obi-Wan había arrebatado a Anakin Skywalker en Mustafar. Pero no era el momento de compartir esa información con Luke. Aún no. Vader activó su propio sable de luz. Luke atacó primero, y Vader bloqueó el golpe con facilidad. El duelo había comenzado. Luke luchó valientemente, y casi instintivamente, en ocasiones impresionando a Vader con movimientos inesperados. Incluso consiguió salir saltando de la cámara de congelación de carbono, evitando que Vader le dejase completamente inmóvil. Pero Vader le acosó conduciéndole a la sala de control del reactor de Ciudad Nube, usó la Fuerza para arrancar maquinaria pesada de las paredes y lanzarla contra Luke, y por último le condujo a una pasarela que se extendía sobre el pozo del reactor. Mientras los vientos de Bespin rugían en el pozo, Luke blandió su sable de luz para dar un golpe de soslayo sobre la placa del hombro derecho de Vader. Vader gimió mientras Luke se alejaba más por la pasarela. Manteniendo el equilibrio sobre una estrecha viga, Luke estaba aferrado a un sensor atmosférico con su mano izquierda cuando Vader golpeó fuerte con su sable de luz. Luke gritó cuando la hoja roja de Vader atravesaba su muñeca derecha, y observó con horror cómo su mano y su sable de luz caían al fondo del profundo pozo del reactor. —No hay escapatoria —dijo Vader cuando su herido oponente se alejó todo lo que pudo, agarrándose a un conjunto de sensores al final de la pasarela—. No me obligues a destruirte —añadió, incrementando el volumen de su voz para poder hacerse escuchar sobre los fuertes vientos—. Todavía no te has dado cuenta de tu importancia. Sólo has empezado a descubrir tu poder. Únete a mí, y yo completaré tu entrenamiento. Combinando nuestras fuerzas, podemos acabar con esta beligerancia y poner orden en la galaxia. —¡Jamás me uniré a ti! —gritó Luke como respuesta. —Si conocieras el poder del lado oscuro —dijo Vader, y decidió que había llegado el momento de revelarlo todo—. Obi-Wan no te dijo lo que le pasó a tu padre. —¡Me dijo lo suficiente! —dijo Luke entre dientes mientras se aferraba al conjunto de sensores—. Dijo que tú lo mataste. —No —dijo Vader—. Yo soy tu padre.

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Darth Vader no sabía cómo iba a reaccionar Luke. No podía imaginar que el joven quedaría más impresionado de lo que Vader había estado cuando el Emperador le informó de que Luke era el hijo de Anakin. —No —gimoteó Luke—. No. ¡Eso no es verdad! ¡Es imposible! Vader recordó cómo el Emperador le había empujado a aceptar la realidad. —Examina tus sentimientos —dijo—. Sabes que es verdad. —¡No! —gritó Luke—. ¡NO! El viento aulló, y la negra capa de Vader ondeó salvajemente a su espalda. —Luke, tú puedes destruir al Emperador. Él se ha percatado de eso. Es tu destino. — Se acercó a Luke, invitándole a salir de la pasarela y a ir a su lado—. Únete a mí, y juntos dominaremos la galaxia como padre e hijo. Aferrándose todavía al conjunto de sensores, Luke echó un vistazo al fondo del pozo. —Ven conmigo —insistió Vader—. Es el único camino. Inesperadamente, Luke abrió sus brazos, soltando los sensores y dejándose caer a plomo en el profundo pozo. Vader se inclinó sobre el extremo de la pasarela para ver la silueta de su hijo caer rápidamente dando tumbos en un tubo de ventilación de la pared del muro que se encontraba abierto. El Señor del Sith estaba seguro de que Luke seguía con vida. Si hubiera muerto, lo habría sentido. Después de que Vader abandonase el pozo del reactor, los oficiales imperiales le informaron de que el engañoso Lando Calrissian había comunicado a todos los residentes y visitantes que evacuasen Ciudad Nube, y que Calrissian, la princesa Leia y el wookiee ya habían escapado en el Halcón Milenario. Vader sabía que no llegarían lejos, porque los técnicos imperiales ya habían tenido la precaución de desactivar el hipermotor del Halcón Milenario. Vader envió inmediatamente dos escuadras de soldados de asalto para encontrar a Luke. Seguro de que Luke y la tripulación del Halcón pronto volverían a ser capturados y se los entregarían, se dirigió a su lanzadera y voló de regreso al Ejecutor. Cuando llegó, Vader mantuvo su confianza cuando le notificaron que el Halcón Milenario había regresado a toda velocidad a Ciudad Nube para rescatar a Luke. Dejad que sus aliados le salven, pensó Luke. Y entonces yo les capturaré a todos. Mientras el Halcón Milenario trataba de esquivar el bloqueo imperial alrededor de Bespin, Vader usó la Fuerza para llamar telepáticamente a su hijo desde el Ejecutor. —Luke. Padre, respondió Luke. —Hijo —dijo Vader, y sintió un escalofrío al darse cuenta de que Luke había aceptado la verdad. Cuando el carguero rebelde pasó junto al destructor estelar de Vader, éste sintió la proximidad de Luke y usó la Fuerza para llamarle de nuevo. —Hijo. Ven conmigo. —Cuando Luke no contestó, Vader añadió—: Luke. Es tu destino.

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Pero entonces el Halcón Milenario se desvaneció en el hiperespacio. Y, esta vez, el carguero corelliano no estaba llevando un dispositivo de rastreo imperial. Una vez más, a Vader le habían arrebatado lo que era suyo.

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Interludio Darth Vader había querido retomar su persecución de Luke Skywalker, pero el Emperador tenía otros planes en mente para su aprendiz. Darth Vader fue destinado a supervisar la finalización de una nueva superarma, que estaba siendo construida desde hacía algún tiempo en el sistema Endor. El Emperador debe saber que traté de reclutar a mi hijo para que se uniera a mí en su contra, pensó Vader. Sabe que Luke podría destruirle… y que yo no puedo hacerlo solo. De modo que el Emperador hizo todo lo que pudo para mantener a Vader ocupado, indicándole que trabajase con el príncipe Xizor, quien controlaba la flota mercante más grande de la galaxia, la cual era necesaria para el Imperio para enviar los cargamentos necesarios a Endor. Xizor era un falleen, y también la cabeza de la organización criminal conocida como Sol Negro. Debido a que Xizor había perdido a la mayor parte de su familia a manos de las acciones genocidas de Vader en el mundo natal de los falleen, había deseado vengarse durante largo tiempo, y planeó desacreditar a Vader y ganar el favor del Emperador. Pero cuando Vader supo que Xizor había descubierto su relación con Luke Skywalker y trataba de matar a Luke, acabó con su acuerdo laboral con el falleen de forma permanente vaporizando a Xizor y su celestial personal —una inmensa nave repulsora— sobre la atmósfera superior de Coruscant. La construcción del Proyecto Endor continuó. Un año después del último encuentro de Vader con Luke Skywalker, el Ejecutor llevó al Señor Oscuro a la superarma aún incompleta. Contra las objeciones de Vader, el Emperador —siguiendo un plan que había sido concebido por Xizor— había permitido que un ordenador que contenía los planos del Proyecto Endor fuera transportado en un único carguero sin escolta a través del sistema Both. Con la ayuda de los espías bothanos, los rebeldes capturaron el ordenador y descubrieron que la mayor de las nueve lunas de Endor estaba generando un poderoso escudo de energía para proteger la nueva estación de combate «secreta» del Emperador. El Emperador estaba seguro de que los rebeldes morderían el anzuelo y llevarían su flota a Endor, pero Vader estaba más interesado en qué futuro esperaba detrás de esa probable escaramuza. Aunque había propuesto al Emperador que Luke Skywalker podía ser convertido al lado oscuro, uniéndose a los Señores del Sith, era bien consciente de la larga tradición de la orden Sith de limitar su número a dos: un Maestro, un aprendiz. Uno de nosotros tendrá que morir, musitó Vader.

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Capítulo 21 El Proyecto Endor era una nueva Estrella de la Muerte, que estaba suspendida en una órbita sincrónica alrededor de la selvática Luna Santuario del gigante gaseoso Endor. Cuando la construcción hubiera terminado, la nueva Estrella de la Muerte sería incluso más grande que la original. Su arma principal, el superláser destructor de planetas, había sido rediseñado para que pudiera recargarse en cuestión de minutos y ajustarse con precisión para apuntar a objetivos en movimiento como naves capitales. Los técnicos imperiales la consideraban la invención más letal de todos los tiempos. Cuando la lanzadera de Vader le llevaba desde el Ejecutor a la incompleta estructura de la nueva estación de combate, observó el gigante superláser con desdén. Incluso si triunfa ahí donde la primera Estrella de la Muerte fracasó, pensó, es un juguete infantil comparado con el poder de la Fuerza. Tras aterrizar, Vader informó al moff Jerjerrod, el oficial al mando de la Estrella de la Muerte, que el Emperador estaba descontento por que la estación aún no estuviera operativa. Tras saber que el Emperador en persona pronto llegaría al sistema Endor, Jerjerrod ordenó a sus hombres que redoblasen sus esfuerzos.

Para cuando el Emperador llegó en su lanzadera a una gran recepción imperial en la bahía de atraque de la Estrella de la Muerte, Vader había recibido un informe de Tatooine indicando que Jabba el Hutt había muerto. Evidentemente, Luke y sus aliados habían liberado con éxito a Han solo de las garras del hutt. Vader informó al Emperador de que la Estrella de la Muerte estaría completa en el tiempo previsto. —Buen trabajo, Lord Vader —dijo el Emperador—. Y ahora, presiento que tú desearás continuar la búsqueda del joven Skywalker. —Sí, mi señor. —Paciencia, amigo mío —dijo ásperamente el Emperador—. Con el tiempo, será él quien te busque a ti. Y cuando lo haga, deberás traerlo a mi presencia. Se ha hecho muy fuerte. Sólo los dos unidos podremos atraerlo hacia el lado oscuro de la Fuerza. —Como deseéis —dijo Vader. No había olvidado cómo Anakin Skywalker obedeció la orden de Palpatine de matar al conde Dooku, y no tenía razones para dudar que el Emperador ya había planeado una prueba para que Luke determinase si Vader seguía siendo su aprendiz. —Todo se está desarrollando como yo había previsto —dijo el Emperador con una sonrisa sarcástica. Conforme Vader escoltaba a su Maestro por la Estrella de la Muerte, deseó poder ver el futuro con tanta claridad. Palpatine había atraído a Anakin Skywalker al lado oscuro, lo recompuso como un monstruo cibernético, y permaneció como el más poderoso de los dos señores del Sith. Aunque Luke Skywalker había vencido a Vader en la primera Estrella de la Muerte, lo había esquivado en Hoth, y había escapado de él

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en Bespin, Vader no creía que su hijo pudiera resistir al poder del Emperador. Luke tiene que unirse a mí. No puedo perder de nuevo.

La construcción de la nueva Estrella de la Muerte continuaba. Vader acababa de saber que las naves rebeldes se habían reunido en el sistema Sullust cuando fue convocado a la sala del trono del Emperador. Ubicada en la parte superior de una torre fuertemente blindada en el polo norte de la estación, la sala del trono tenía grandes ventanas circulares que permitían al Emperador una amplia vista de la luna boscosa y del hemisferio superior de la estación de combate. El trono en sí era un asiento de alto respaldo en lo alto de una ancha plataforma elevada. La parte trasera del asiento estaba de cara a Vader cuando éste ascendió los escalones que conducían al trono. —¿Cuáles son vuestras órdenes, mi señor? El Emperador hizo girar su trono para mirar a Vader. —Manda la flota al otro extremo de Endor —dijo—. Y que permanezca allí hasta que yo la reclame. —¿Qué hay de la concentración de la flota rebelde cerca de Sullust? —Eso no importa —dijo el Emperador, quitándole importancia—. ¡La rebelión será aplastada y el joven Skywalker será uno de los nuestros! Tu trabajo aquí ha terminado. Ve a la nave comandante y espera mis órdenes. Poco después de que Vader regresase al puente del Ejecutor, estaba mirando por un ventanal cuando vio una lanzadera de clase Lambda aproximándose a Endor. La lanzadera había transmitido un viejo código de autorización imperial, pero Vader permitió que la nave continuase hacia la luna boscosa. Luke está en esa nave, sintió con absoluta certeza. Aunque el Emperador había instruido a Vader para permanecer en el Ejecutor, Vader se sintió obligado a informar de ese último acontecimiento en persona. Tras regresar a la sala del trono del Emperador en la Estrella de la Muerte, Vader advirtió que el Emperador realmente parecía sorprendido de escuchar que Luke había llegado a Endor. —¿Estás seguro? —preguntó el Emperador. —Lo he presentido, mi señor. —Es extraño que yo no —dijo el Emperador con recelo—. Me pregunto si tienes claros esos presentimientos, Lord Vader. —Son claros, mi señor. —Entonces debes ir a la Luna Santuario y esperarle allí. —¿Él vendrá a mí? —preguntó Vader, escéptico. —Lo he previsto. Su compasión por ti será su total perdición. Él irá hacia ti, y tú lo traerás a mi presencia. —Como deseéis —dijo Vader. Conforme salía de la sala del trono, pensó: Si el Emperador no ha podido detectar la llegada de Luke, quizá se haya debilitado con los años. Si pudiera llevarme a Luke lejos de aquí y persuadirle para que se alíe conmigo…

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Por un momento, Vader se permitió imaginarse un futuro con su hijo. Imaginó a Luke como su aprendiz… Se lo enseñaré todo… y como su socio… ¡me hará fuerte! No habría secretos ni rivalidades entre ellos. Con su lazo de sangre y su poder compartido, serían los más grandes de los Señores del Sith. Seríamos invencibles. Lo llevaré conmigo al Castillo de Bast y… Vader recordó la visión que había tenido cuando partió a Endor desde Coruscant, la visión de su encuentro con Luke en su fortaleza de Vjun. En esa visión, Luke se había unido a él, y el Emperador había llegado con fuego y muerte. Vader se dio cuenta de que no importaba si la visión había sido una pesadilla, una premonición, una advertencia psíquica o un delirio, porque era una revelación de un evento que nunca podría suceder. No hay lugar donde Luke y yo podamos ir. No hay lugar donde podamos ocultarnos. Impotente para desobedecer a su Maestro, Vader se dirigió a su lanzadera. La estructura imperial más grande de la Luna Santuario era el generador del escudo de energía, una torre piramidal de cuatro caras que soportaba una gran antena parabólica que proyectaba un campo deflector alrededor de la Estrella de la Muerte en órbita. Cerca de ese generador se alzaba una plataforma de aterrizaje elevada, que estaba iluminada con brillantes focos. Una gran zona del bosque natural había sido talada para dejar espacio tanto al generador como a la plataforma, algo que no había sentado muy bien a la población indígena de ewoks. Un Transporte Blindado Todo-Terreno de cuatro patas caminaba a lo largo del borde del bosque y avanzó hacia la plataforma de aterrizaje cuando la lanzadera de Vader tomó tierra. Después de que Vader desembarcase, fue a una pasarela para recibir al AT-AT. La escotilla del AT-AT se abrió revelando a un comandante imperial, tres soldados de asalto, y a Luke Skywalker, cuyas muñecas estaban sujetas con esposas: Luke se había rendido a los soldados. Estaba vestido con un uniforme negro que se ajustaba a su cuerpo, y Vader se preguntó si eso sugería de algún modo que Luke ya se había rendido también al lado oscuro. No, pensó. Aún no. Los soldados presentaron el sable de luz de Luke a Vader, quien miró la mano derecha enguantada de Luke. Un nuevo sable de luz, pensó, y una nueva mano. Justo como en mi visión del Castillo de Bast. El Señor Oscuro tomó el sable de luz que le ofrecían. —El Emperador te ha estado esperando —dijo. —Lo sé, padre. Vader se dio cuenta de que realmente disfrutaba escuchando a Luke llamándole padre. —Al fin has aceptado la verdad —dijo Vader. —He aceptado que una vez fuiste Anakin Skywalker, mi padre. Muchacho estúpido. Enfrentándose a Luke, Vader miró fijamente a su hijo a través de las oscuras lentes. —Ese nombre ya no significa nada para mí.

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Luke trató de convencer a Vader de que todavía había bien en él. Suplicó a su padre que fuera con él, lejos de esa luna boscosa y del Emperador. —No conoces el poder del lado oscuro —dijo Vader—. Tengo que obedecer a mi señor. —Yo no cederé —juró Luke—, y tendrás que matarme. He hecho cosas peores, pensó Vader. —Si ese es tu destino… —dijo. —Rebusca en tus sentimientos, padre —interrumpió Luke—. No puedes hacerlo. Noto la lucha en tu interior. Libérate de tu odio. Ojalá pudiera, pensó Vader. Ojalá pudiera. —Para mí es demasiado tarde, hijo —dijo. Indicando a dos soldados de asalto que condujeran a Luke a la lanzadera que esperaba, añadió—: El Emperador te mostrará la verdadera naturaleza de la Fuerza. Ahora él es tu Maestro. Luke puso un gesto de triste resignación. —Entonces mi padre está muerto —dijo. Debo obedecer a mi Maestro, pensó Vader mientras escoltaban a Luke a la lanzadera. Incluso si eso significa la muerte de mi hijo. E incluso si eso significa mi muerte.

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Capítulo 22 Vader condujo a Luke a la torre en lo alto de la Estrella de la Muerte, donde el Emperador —sin levantarse de su trono— usó la Fuerza para liberar a Luke de sus esposas. Después de que Palpatine ordenase a sus Guardias Reales de armadura roja que abandonasen la sala del trono, Vader le presentó el nuevo sable de luz de Luke para que lo inspeccionase. El Emperador estaba seguro de que Luke se uniría a él igual que había hecho su padre. Sin dejarse impresionar por el Emperador, Luke rehusó convertirse al lado oscuro. Sin embargo, su confianza sufrió un severo varapalo cuando el Emperador confesó que había sido él quien permitió que la Alianza Rebelde descubriera la ubicación de la Estrella de la Muerte y de su generador de escudo, y que el Imperio estuviera completamente preparado para enfrentarse al inminente ataque de la flota rebelde. Cuando Luke miró por las grandes ventanas del salón del trono para ver la llegada de las naves rebeldes, Vader sintió la creciente ansiedad de su hijo. La batalla espacial continuaba, y resultaba obvio que las naves rebeldes estaban muy superadas en número por los cazas imperiales. Mientras el Emperador seguía sentado en su trono, tentó a Luke, animándole a recuperar su sable de luz y rendirse a su rabia. De nuevo, Luke se negó. Pero entonces el Emperador reveló que el superláser de la Estrella de la Muerte estaba operativo y ordenó a los astilleros que disparasen a discreción. Un intenso rayo salió disparado de la Estrella de la Muerte hacia un crucero rebelde, que explotó con un destello cegador. El Emperador continuó tentando a Luke para que recuperase su sable de luz. —Atácame con todo tu odio —dijo el Emperador—, y tu viaje hacia el lado oscuro de la Fuerza se habrá completado. Usando la Fuerza, Luke atrajo para sí su arma, activó su hoja, y lanzó una rápida estocada a la cabeza del Emperador. Pero Vader se movió más rápido, activando su propio sable de luz y bloqueando diestramente el ataque de Luke. La visión de Vader y Luke cruzando sus sables excitó y divirtió al Emperador, y rió entre dientes con perverso regocijo. Vader recordó que Palpatine había reído del mismo modo hacía dos décadas, cuando ordenó a Anakin Skywalker que matase al conde Dooku. Yo salí victorioso entonces, pensó Vader mientras usaba su sable de luz para alejar a Luke del Emperador. ¡Y ahora la Fuerza está conmigo! Conforme su duelo continuaba por todo el salón del trono, el Señor Oscuro sintió que Luke estaba usando su propia rabia para alimentar su ataque. —Bien —dijo el Emperador desde su trono—. ¡Usa tus sentimientos de agresividad, muchacho! Deja que el odio fluya de tu interior. Mi Maestro quiere que Luke gane, advirtió Vader con cierto resentimiento. No le daré esa satisfacción. No seré… Inesperadamente, Luke desactivó su sable de luz. —No pelearé contra ti, padre.

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—Eres imprudente al bajar tus defensas —dijo Vader, mientras alzaba rápidamente su sable de luz. Con increíble velocidad, Luke reactivó su arma para bloquear el ataque de Vader. Vader golpeó una y otra vez, pero Luke bloqueó cada golpe. Pronto, Vader comenzó a respirar con dificultad a través de su respirador. No puedo dejar que Luke me venza, pensó Vader. ¡No dejaré que el Emperador le tenga! Una precisa patada de Luke envió a Vader contra el borde de una plataforma elevada. Chocando contra el suelo metálico, Vader rugió al notar que un cable cibernético estallaba en su pierna derecha. Luke trató de distanciarse de Vader saltando a una pasarela que cruzaba el techo del salón del trono. —Tus sentimientos te traicionan, padre —dijo Luke—. Siento el bien en ti… tu lucha interna. Vader se levantó del suelo con obvias molestias. —No hay lucha interna —dijo. —No pudiste matarme antes —dijo Luke mientras cruzaba la pasarela—, y no creo que vayas a hacerlo ahora. Vader pasó a concentrarse en los soportes de metal que aseguraban la pasarela al techo. —Si te niegas a luchar, sabrás cuál es tu destino —dijo. El Señor Oscuro lanzó su sable de luz, aún encendido, hacia arriba. Luke se agachó, esquivando la hoja roja, pero fue incapaz de evitar que cortase los soportes de la pasarela, y esta se separó del techo y envió a Luke dando tumbos contra el suelo. Vader observó a Luke perderse de vista bajo la plataforma elevada del Emperador. El sable de luz de Vader se había desactivado y había caído en el suelo a varios metros de distancia. Extendió la mano mientras el sable de luz salía volando del suelo para volver a su agarre. Activó la hoja del arma y descendió unos escalones hacia el área bajo la plataforma, donde las vigas metálicas ofrecían numerosos lugares para esconderse. En el exterior de la Estrella de la Muerte y en la Luna Santuario, la batalla del Imperio con los rebeldes estaba en su apogeo, pero a Vader no podía importarle menos. Para él, su duelo con Luke era la única batalla que importaba. Examinó las sombras bajo la plataforma en busca del menor movimiento. —No puedes esconderte para siempre, Luke —dijo el padre. El hijo respondió desde la oscuridad. —No lucharé contigo. —Entrégate al lado oscuro —instó Vader—. Es la única forma en que puedes salvar a tus amigos. —Vader se dio cuenta de pronto de que Luke estaba pensando ahora en sus amigos, su preocupación por ellos casi era palpable—. Sí —dijo Vader—, tus pensamientos te traicionan. Tus sentimientos hacia ellos son muy fuertes. Especialmente hacia… Luke fue incapaz de impedir que Vader accediera a su mente. —¡Tu hermana! —exclamó Vader—. Así… que tienes una hermana melliza. Tus sentimientos la han traicionado a ella también. Obi-Wan fue muy inteligente al

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ocultármela. Ahora su fracaso es total.— Avanzó al fondo de los espacios bajo la plataforma—. Si tú no pasas al lado oscuro, quizá ella sí lo haga —dijo. —¡No! —gritó Luke, encendiendo su sable de luz mientras salía como una exhalación de su escondite para atacar a Vader. Saltaron chispas mientras intercambiaban golpes en ese espacio oscuro y estrecho, y Vader se vio obligado a retroceder desde debajo de la plataforma hasta que llegaron al borde de un pequeño puente junto un profundo pozo de ascensor abierto. Un golpe lateral impactó en el sistema de soporte de vida de Vader, y mientras caía contra la barandilla del puente fue incapaz de impedir que la hoja de Luke le cortase la muñeca derecha. Del destrozado muñón de Vader volaron metal y piezas electrónicas, y su sable de luz rebotó en el borde del puente, cayendo en el pozo aparentemente sin fondo. Malherido y completamente exhausto, Vader alzó la vista para ver el sable de Luke en posición para dar una estocada mortal. El Emperador se había levantado de su trono y permanecía en la escalinata detrás de Luke. —¡Bien! —dijo el Emperador—. Tu odio te ha hecho poderoso. ¡Ahora, completa totalmente tu destino y ocupa el puesto de tu padre a mi lado! De modo que así acaba todo, pensó Vader. Pero entonces Luke desactivó su sable de luz. —¡Jamás! —dijo, arrojando el arma a un lado—. No entraré en el lado oscuro — declaró—. Has fallado, Excelencia. Yo soy un Jedi, como mi padre antes que yo. El Emperador hizo una mueca de desdén. —Así sea entonces… Jedi —dijo, con inconmensurable disgusto—. Si no quieres convertirte, serás destruido. Aún tumbado contra la barandilla del puente del pozo del ascensor, Vader observó al Emperador extender sus engarfiados dedos y desencadenar cegadores ráfagas de relámpagos de energía desde la punta de sus dedos. Los relámpagos golpearon a Luke, que trató de rechazar las crepitantes bandas de energía, pero se vio tan superado que su cuerpo cayó retorciéndose al suelo. No, pensó Vader. No. No así. Mientras el Emperador continuaba atacando a Luke con su cortina de relámpagos Sith, Vader se puso en pie con dificultad. Una pierna estaba rota, y la otra no funcionaba bien. Moviéndose a duras penas, desplazó su gran figura hasta colocarse junto a su Maestro. En el suelo, Luke se retorcía de agonía, debatiéndose en los umbrales de a muerte. —Padre, por favor —gimió—. Ayúdame. Vader vio cómo Luke se encorvaba en posición fetal cuando el Emperador lanzó una ráfaga aún más poderosa de relámpagos a su víctima. Vader no tenía dudas de que Luke estaba a punto de morir. Su hijo gritaba. No sólo mi hijo… El Emperador desencadenó otra ráfaga de relámpagos.

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…ni el hijo de Padmé… Luke gritó más fuerte. …sino mi hijo… que me quiere. Las ropas de Luke comenzaron a humear mientras su cuerpo se convulsionaba involuntariamente. De pronto, Vader se dio cuenta de que ya no estaba preocupado por su propio futuro personal. A pesar de todas las cosas terribles e inenarrables que había hecho en su vida, sabía que no podía quedarse sin hacer nada y dejar que el Emperador matase a Luke. Y en ese momento de lucidez, dejó de ser Darth Vader. Era Anakin Skywalker. Con las pocas fuerzas que le quedaban, agarró al Emperador por la espalda, lo alzó en vilo, y lo llevó al pozo abierto del ascensor. El despreciable Emperador continuaba lanzando relámpagos, pero se alejaron de Luke y se reflejaron para chocar contra él mismo y su aprendiz insurgente. Los relámpagos penetraron el soporte vital de Vader y electrificaron los restos orgánicos de Anakin, pero él siguió avanzando hasta que pudo arrojar al Emperador al pozo del ascensor. Palpatine gritó mientras su cuerpo caía pesadamente por el pozo. Aún atrapado en la armadura de Darth Vader, Anakin cayó al borde del ascensor, pero escuchó la explosión de energía oscura que consumió al Emperador al caer. Al escuchar su propia respiración con un sonido áspero, Anakin supo que los aparatos respiratorios del casco de Vader se habían roto. Sintió que algo tiraba de sus hombros, y se dio cuenta de que Luke se había agachado a su lado y estaba apartándole del borde del abismo. A pesar de sus propias heridas, Luke consiguió llevar a su padre al hangar que contenía la lanzadera de Vader. El camino resultó aún más difícil porque los rebeldes habían desactivado el proyector del escudo de energía de la Luna Santuario, y la Estrella de la Muerte estaba ahora bajo fuerte ataque. Tratando de mantener firmes sus propias piernas mientras la estación de combate se estremecía por las explosiones, Luke arrastró a su padre hasta la rampa de aterrizaje de la lanzadera antes de caer rendido por el esfuerzo. No lo va a conseguir, pensó Anakin. Conmigo no. —Luke —balbuceó—, ayúdame a quitarme la máscara. Luke se arrodilló junto a él. —Pero morirás. —Nada puede impedir eso ya —dijo Anakin—. Sólo por una vez… déjame mirarte… con mis propios ojos. Lentamente, con cuidado, Luke levantó el anguloso casco de Vader, y luego retiró la placa facial del enganche de duracero negro que la sujetaba en su cuello. Al exponer los rasgos llenos de cicatrices de Anakin, se sorprendió al notar lágrimas acudiendo a sus ojos. Se acabó, pensó. La pesadilla acabó. Sonrió débilmente. —Ahora… —dijo—, vete, hijo mío. Déjame.

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—No —insistió Luke—. Tú vendrás conmigo. No te abandonaré. Tengo que salvarte. Anakin volvió a sonreír. —Ya lo has hecho, Luke. Tenías razón. —Tomando sus últimos alientos, continuó—. Tenías razón acerca de mí. Dile a tu hermana… que tenías razón. Cerrando los ojos mientras se desplomaba contra la rampa de la lanzadera, Anakin Skywalker tenía todas las razones para pensar que finalmente estaba a punto de abrazar la oscuridad perpetua. Y, no por primera vez, se equivocaba.

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Epílogo Inicialmente, hubo oscuridad para Anakin Skywalker, un reino sombrío ilimitado, como un universo sin estrellas. Pero luego, desde algún lugar en el límite de su consciencia, percibió una luz distante, temblorosa, y luego escuchó una voz. Anakin. La voz era familiar. Aunque Anakin ya no tenía cuerpo ni boca con la que hablar, de algún modo respondió. ¿Obi-Wan? Maestro, lo siento. Lo siento tanto, tanto… Anakin, escucha atentamente, interrumpió Obi-Wan, y Anakin fue consciente de que la distante luz brillaba cada vez más fuerte, o más cerca, o quizá ambas cosas. Estás en el mundo eterno de la Fuerza, pero si quieres volver a visitar alguna vez el espacio corporal, entonces aún me queda una cosa que enseñarte. Un modo de ser uno con la Fuerza. Si eliges este camino a la inmortalidad, entonces debes escuchar ahora, antes de que tu consciencia se desvanezca. Anakin sabía que estaba más allá de toda redención. Pero, Maestro… dijo. ¿Por qué yo? Porque terminaste con el horror, Anakin, dijo Obi-Wan. Porque cumpliste la profecía. La luz era ahora muy brillante. El primer pensamiento de Anakin fue que podría ser capaz de volver a ver a sus hijos. Gracias, Maestro, dijo.

Tomando la lanzadera imperial, Luke Skywalker había escapado de la Estrella de la Muerte con los restos de su padre sólo un momento antes de que la estación de combate estallara. Tras aterrizar en la Luna Santuario, Luke preparó un funeral privado en un claro del bosque. La noche había caído cuando Luke colocó la armadura con el cuerpo de Anakin Skywalker sobre una pila de leña. —Quemo su armadura y con ella el nombre de Darth Vader —dijo, encendiendo la pira—. Que el nombre de Anakin Skywalker sea una luz que guíe a los Jedi en las generaciones futuras. Luke no era consciente de los espíritus que le observaban desde las sombras del frondoso bosque. Pero más tarde, cuando se reunió con sus aliados para celebrar su victoria en el pueblo sobre los árboles que era la morada de los ewoks, Luke vio tres temblorosas apariciones materializarse en la oscuridad. Eran Obi-Wan Kenobi, Yoda… y su padre, Anakin Skywalker. El Jedi había regresado.

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Acerca del Autor Ryder Windham ha escrito muchos libros de Star Wars, incluyendo las novelizaciones juveniles de la trilogía de Star Wars, el Scrapbook de Revenge of the Sith, y Star Wars: The Ultimate Visual Guide. También es autor de los libros no ficticios What You Don't Know About Animals, What You Don't Know About Mysterious Places, y What You Don't Know About Dangerous Places. Vive con su familia en Providence, Rhode Island.

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